Chapter 1: Prologo
Chapter Text
El sonido de un papel olvidado hacía tiempo resonaba en el desván, que guardaba entre sus paredes muchos, muchos pecados. El niño de brazos y piernas delgados, piel pálida y pelo oscuro y resbaladizo, estaba sentado en el polvoriento suelo de madera, embelesado por un libro que iba más allá de su tiempo. Con páginas amarillas y la cubierta rasgada, una reliquia, un superviviente de la "purga" que una vez se celebró en su casa. Una de las pocas cosas que la madre del niño pudo salvar.
No pudo salvar muchas cosas de la ira de su marido, observó el chico con tristeza. Entre ellas estaban su varita más preciada, varios libros, su kit de pociones y otros objetos mágicos. Recuerdos de una vida mejor, se atrevió a pensar, todos quemados y destruidos. Nada sobrevivió excepto este libro y su legado, que su padre nunca pudo borrar.
El niño, un niño de cinco años que, aunque lo intentaba, no podía entender mucho del libro que tenía en sus manos. Quería leer, quería aprender. Se ganó el derecho a saber, pensara lo que pensara su padre. Y su madre, su querida madre, tenía prohibido compartir casi nada, aunque lo intentaba. Así pues, el joven e ingenuo Severus Snape se sentó solo en la gélida noche de octubre en el desván, leyendo un libro sobre el antiguo folclore mágico, sin entender nada y mirando las imágenes sangrientas y aterradoras.
Sin embargo, no estaba asustado. Ya sabe lo que puede esperar de estos monstruos. Garras y dientes enormes, el daño corporal propio de los animales que son.
No, no. Los verdaderos monstruos son los que no podemos distinguir. Los que miramos y no vemos nada que temer, ni lo que podrían hacer. Los que llevan los animales dentro, listos para salir arañando y hacer daño a cualquiera que esté cerca.
Su padre era así. A su monstruo le gustaba salir a jugar después de unas copas.
Severus fue sacado de sus pensamientos por un suave golpe. Levantó la vista y vio la figura de su madre abriéndose paso entre las cajas de cartón, ordenando la que había dejado caer. Ella lo miró con una suave sonrisa, la que le reservaba cada vez que él le preguntaba sobre el mundo mágico o cualquier otra cosa por el estilo.
Se sentó a su lado sin decir palabra, mirando el libro que tenía en las manos con tanto anhelo que Severus tuvo que apartar la mirada. Sus ojos bajaron hasta los brazos magullados de ella, ahora más prominentes que nunca, y se estremeció con culpa.
Su padre se había ensañado con ella por algo que Severus había dicho. Este año quería salir a pedir caramelos con los niños del barrio, incluso lo habían invitado. Pero Tobías, su padre, no quería saber nada.
-Déjalo ir con esos niños ahora, Eileen, y pronto volverá con un canalla en un brazo y una ramera preñada en el otro-.
-¿Cómo puedes decir eso?- Preguntó Eileen en completo y absoluto shock. -¡Sólo tiene cinco años! ¡Son todos unos críos!-.
-Te escapaste de casa bastante joven, ¿no es así, querida?- Se burló.
-¡Para casarme contigo...!-
-¡Para aprovecharse de mí! ¡Mi vida, mi dinero, esa oh llamada libertad! Usando excusas para retenerme, ¿recuerdas? ¡Venir llorando a mí con una hernia alegando ser un niño...!-.
-¡Tú lo pusiste ahí!- Gritó indignada.
-¡No me eches eso en cara! Fuiste tú la que se abrió de piernas, puta...-
Y el resto fue historia.
Huyó al ático antes de que pudiera volver a él.
Miró su expresión preocupada y su sonrisa se suavizó aún más. Severus no sabía cómo podía hacerlo su madre, sobre todo después de otra paliza. El propio Severus había dejado de llorar de dolor hacía muy poco para no instigar más a Tobías.
Eileen se inclinó, le arrebató las esquinas del libro de las manos y lo colocó en sus piernas extendidas, dando un ángulo para que Severus pudiera ver también las páginas.
-Ah, sí. Me acuerdo de éste-, dijo en voz baja. -Padre solía leerme algunas de estas historias cuando tenía tu edad. Imagínate irte a dormir después de oír hablar de una mujer caníbal que vive en una casa con patas de pollo, o de un sabueso negro que vigila los cementerios-, se rió entre dientes. -Tuve pesadillas hasta el día en que me fui de casa-. Severus soltó una risita ante eso.
Pasó las páginas intentando encontrar algo concreto por lo que parecía, llegando a detenerse por completo en algún punto intermedio. Echó un vistazo a los dibujos y frunció el ceño. A pesar de todas las imágenes terroríficas que había visto antes, éstas eran caricaturescas en comparación. Una figura encapotada con una guadaña al hombro; un hombre sonriendo; una cosa lobuna, no exactamente un hombre lobo. Todo en un estilo de libro infantil, lo cual era extraño.
-Este era mi favorito de pequeña-. Se acomodó mejor en el suelo. -La cultura muggle lo conoce por muchos nombres. Parca, Shinigami, Yanluo, Memitim, ángel de la muerte... criaturas enviadas por la propia muerte para cosechar el alma de aquellos a los que les ha llegado la hora, aterrorizando a los muggles durante siglos con el señuelo de la muerte. Pero para nosotros, la gente mágica, son conocidos como Caminantes de las Sombras.
No son exactamente lo que los muggles creen que son. No aparecen de la nada para llevarse el alma de alguien porque la Muerte lo dijo, no. Son los que acechan en los rincones, buscando extraer las almas de los vivos para satisfacer su interminable persecución de un alma que conservar, sólo para ser vaciados de nuevo. Viajando por las sombras, sus víctimas, sin sus almas, se convierten igualmente en Caminantes de las Sombras-.
El charco de la suave voz de su madre, a pesar de narrar terroríficas historias de monstruos en las sombras, no podía hacer más feliz a Severus. A ella le encantaba leerle, y a él le encantaba oírla narrar.
-Los Caminantes de las Sombras son conocidos por transformarse en cualquier cosa que deseen desde tu peor temor hasta un gato amistoso y un monstruo consecutivamente, todo con la esperanza de llegar a ti. Pero no te preocupes-, miró a su hijo con una pequeña sonrisa, como si lo reconfortara del peligro. -Porque los Caminantes de las Sombras tienen un toque distintivo en su magia que alerta a cualquier pueblo mágico de su presencia. Uno fácilmente reconocible-.
Severus tenía un brillo en los ojos que denotaba excitación. -¿Qué sensación?- Susurró.
-No lo sé-, le susurró su madre, sonriendo. -Nunca conocí a un Caminante de las Sombras, y el libro sólo dice lo sabrás cuando conozcas a uno, lo cual es ridículo si me preguntas. ¿Cómo voy a saberlo? ¿Y por qué debería importarme? Es sólo un libro de cuentos antiguos, no uno que describa criaturas mágicas reales-.
Sus ojos se apagaron. -¿No es real?-.
Su madre sonrió. -No. ¿Ves estos dibujos?- Le mostró las caricaturas que él había visto antes. -Están dibujados así porque no hay Caminantes de las Sombras en los que basarse. Al fin y al cabo, no existen. Sólo una historia que alguien inventó y se le fue de las manos, supongo. El autor debió de ver un Dementor y escribió a partir de ahí-.
Severus echó otro vistazo interesado al mencionado Dementor y Eileen rió con ganas antes de explicar la existencia de la asquerosa criatura.
Severus no tenía miedo, sentado en el suelo del ático, escondiéndose de su padre, con su madre a su lado, leyéndole.
Asumió las palabras de su madre como un evangelio y nunca dudó, ni entonces ni ahora ni nunca, de que estuviera mintiendo.
Al crecer, aprendió a lidiar con el peligro en las sombras. Nunca era un Dementor o un Caminante de las Sombras, los que instigaban el miedo. Siempre eran humanos.
Aprendió a tapar el miedo, a embotellar las emociones, a esconderse tras una máscara. Todo con la esperanza de sobrevivir otro día, otra vez.
Severus siempre recordaba las palabras de su madre cuando la paranoia era demasiado para soportar. No es real, sólo un cuento.
La historia la escriben los vencedores, y Severus deseó durante mucho tiempo poder convertir la miseria de su vida en un cuento, como los que su madre solía leer. Al menos entonces, sabría que había ganado. Sólo entonces, sería sólo una historia.
Pero, por desgracia, Severus no podía, porque, después de todo, su historia había llegado a su fin.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Unos ojos verdes le miraron fijamente.
Para Severus, que siempre pensó que encontraría la muerte en un Avada Kedavra bien planeado, aquello era lo más parecido al verde esmeralda.
Entregó sus recuerdos, un testimonio de sus acciones y un relato de su historia al muchacho, entonces. No podía demorarse más para saber qué habría al final. Si había victoria en el horizonte. Sólo podía enviar silenciosas plegarias para que se le permitiera descansar, por una vez.
Severus cerró los ojos sobre el suelo polvoriento de la choza, igual que el del desván de su infancia, esperando que la paz lo acogiera por fin.
Sólo para abrirlos un segundo después a un lugar completamente blanco que no tenía absolutamente nada hasta donde sus ojos podían ver.
Estaba perdido. Perdido de palabras, perdido de ser, tal vez incluso perdido para el mundo, no sabría decirlo. Sabía que había muerto, pero no a dónde le llevaría la muerte.
Por primera vez desde que tenía cinco años, quiso llorar.
-Esos son pensamientos muy deprimentes, Severus-. Una voz fácilmente reconocible detuvo su atención.
Severus se giró bruscamente, el tipo de movimiento que le haría crujir las articulaciones si estuviera vivo, aunque ahora no sentía nada. Ningún dolor, en absoluto. Y allí mismo, a pocos metros de distancia, despreocupadamente de pie con las manos en los bolsillos del pantalón, estaba Harry Potter.
-Harry...- La voz de Severus se quebró. ¿Qué hacía Harry en el más allá? ¿Había ocurrido algo después de su muerte?.
-Tranquilo, tranquilo-, dijo. -No soy el mismo Harry que conoces, el de tu mundo. El que te vio morir. No, no-, negó con la cabeza. -Yo soy el original, el primero si quieres. Bueno...- Harry pateó los pies como si estuviera arrojando grava. -El primero en convertirme en lo que soy-.
Severus procesó aquello. -¿Convertirse en qué?-
Harry sonrió. -El Maestro de la Muerte, por supuesto-.
Severus se quedó mirando, con los ojos muy abiertos. Abría y cerraba la boca, pero no le salía ningún sonido.
-No te preocupes, Severus-, sonrió Harry, y oh, era peculiar oír al chico llamarle por su nombre de pila. -No estás en el más allá. Bueno, al menos todavía no. Quería hablar contigo primero, barajar algunas ideas y ver qué piensas antes de mandarte a paseo-.
Severus se quedó mirando un poco más antes de relacionarse, componiéndose de la única forma que conocía. Hombros cuadrados, figura imponente, rostro inexpresivo. La sonrisa de Harry se volvió cariñosa al oír eso, lo que hizo que Severus entrara en una nueva espiral descendente, aunque su expresión no lo demostró.
-Relájate, Severus. Sólo me alegro de volver a verte-. Admitió Harry, sonriendo como el sol. -Lo último que he estado en el mundo de los vivos; tú estabas muerto hace mucho tiempo-.
Severus canturreó, incómodo. -Has dicho que esto no es el 'más allá', como tú dices. Entonces, ¿dónde estoy?-.
-En el Entre-, la cara de Harry era todo lo seria que podía ser sin dejar de parecer un chico de diecisiete años. -O al menos, yo lo llamo así. Es el lugar, como su nombre indica, entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Antes no tenía nombre, así que me dejó nombrarlo-.
-¿Te dejó?-.
-La muerte, sí. Surrealista, lo sé, pero es lo que es-. Se encogió de hombros con indiferencia.
El rostro de Severus adoptó una expresión de dolor sin su permiso. -Harry...-
Sonrió. -Oye, no te preocupes por mí. Soy mucho mayor de lo que podrías imaginar, y aunque admito que me costó aceptar el título en el pasado, ahora es simplemente lo que soy, nada menos y nada más-. Dio una palmada de repente, sobresaltando a Severus. -Pero esto no se trata de mí; se trata de ti, ¿sí? Ven, siéntate-. Hizo un gesto con la mano en una dirección en la que apareció una pequeña mesa redonda de cafetería y dos sillas. Encima esperaban un juego de té y unas galletas de jengibre.
Se sentaron uno frente al otro. Harry con su chaleco de cuadros verdes, una camisa blanca abotonada de manga larga y un par de gemelos plateados, añadiendo cantidades excesivas de terrones de azúcar a su pobre té. Y Severus, con las manos apoyadas en la mesa, sin apartar los ojos del chico, o ser eldritch, o Muerte personificada que tenía delante.
-Es de mala educación quedarse mirando, ¿sabes? Además, toma un poco de té, ¿quieres?-. comentó Harry.
-Lo que sea que le hayas hecho a tu té también es descortés en mi libro, pero eso está más allá del punto-, Severus dispara de vuelta. -Termina con eso. Quiero descansar-.
Harry soltó un tut, aunque no con desaprobación, sino casi con cariño, lo que hizo que la ceja de Severus se moviera con fastidio. -Tut tut, Severus. Todo le llega al que espera, ¿no crees?-.
-Estoy muerto, Potter. No hay que esperar-.
-Estás muerto, Severus. Y, sin embargo, aquí estamos-, sonrió. -No hay 'deshacerse' de las almas, enviarlas a pudrirse en un paraíso ilusorio, a la manera muggle de pensar. Ya me entiendes-, afirmó. -El mundo se basa en el reciclaje. Almas de diferentes líneas temporales saltan de aquí para allá, trayendo nueva vida y acabando con otras-, mordisqueó una galleta. -Depende de la persona que una vez fueron si quieren seguir estando muertas o pasar a una nueva aventura. E incluso si se quedan, la opción de irse sigue existiendo-.
Severus frunció el ceño. -¿Por qué me cuentas esto?-.
-Sólo te informo de que no hay descanso, como has dicho. Sólo un momento para no vivir, tal vez conversar con otras almas mientras lo haces, aunque no recordarás nada una vez que estés vivo de nuevo. Yo soy el único que puede recordar completamente. Bueno...- Miró a un lado. -A veces un alma molesta recuerda un poco de quién era, pero eso es sólo porque alguien...-, dijo a la sala. -A veces se confunden las cosas-. Sonrió inocentemente como si no acabara de pinchar el trabajo de otra persona.
Severus arqueó una ceja. -¿Alguien...?- Pero no pudo terminar la frase. Una presencia, más fría que cualquier invierno pero más cálida que mil soles, espantosa, la sensación de la muerte -(y él lo sabría desde que murió, después de todo)- arrastrándose por tu piel, robándote todo aquello por lo que tienes que vivir, se abatió de repente sobre sus cabezas. Severus se estremeció violentamente. No podía evitarlo. Todo en él, incluso él mismo, rechazaba aquella sensación como el aceite al agua.
Harry tuvo el descaro de sonreír más ampliamente, mostrando demasiados dientes. -Alguien-. Eso fue todo lo que tuvo que decir.
Sin embargo, lo comprendió. Harry estaba hablando de la propia Muerte.
-Mi vieja amiga no puede llegar hasta nosotros aquí, en el medio, pero seguro que lo intenta siempre que quiere-, le dio un sorbo a su té. -No te preocupes, Severus. La muerte ya te llevó. No tiene motivos para volver a atraparte. Respira un poco y tómate el té-.
-Respira un poco-, repitió Severus temblando. -La ironía de un muerto respirando, temiendo menos por su vida-.
Harry soltó una risita. -En efecto-.
Esperaron unos minutos. Severus se preparó una taza de té para distraerse de la sensación de que la Muerte se cernía sobre su cabeza. Probó sin azúcar, antes de casi tener arcadas con el sabor de las hojas muertas. Supongo que no tienen buen gusto en el más allá, después de todo. Añadió dos terrones de azúcar para ser razonable, aunque, al final, sabía igual. Harry se limitó a sonreír todo el rato, el muy cabrón.
-Bueno-, empezó Harry. -¿Estás listo para hablar?-. Severus le hizo un gesto con la mano para que continuara, un movimiento que decía "ya era hora" en brillantes letras negritas. Harry se rió de nuevo antes de recuperar la sobriedad. -Tengo una proposición que hacerte-.
-¿Una proposición?- Severus entrecerró los ojos con suspicacia.
-Es sobre tu vida, el mundo y la gente que dejaste atrás, además de una especie de tarea que hay que atender. Y antes de que pienses que me estoy entrometiendo en tu vida, que conste que no hay nada de ti que no sepa ya. Incluso las cosas que tú mismo no recuerdas. Es una de las ventajas de ser el Maestro de la Muerte, no hay alma que no conozca-.
Severus sintió alivio y miedo en el estómago. Ya sabía que no le gustaría la "proposición" que Potter le haría.
-Sígueme la corriente-.
-Quiero que retrocedas en el tiempo y arregles algunas cosas para mí en ese mundo que dejaste atrás-, dijo Harry sin rodeos.
-No-, respondió Severus.
-Aún no he terminado-, se rió Harry mientras Severus resoplaba. -¿Sabes, Severus, lo que significan la magia oscura y la magia luminosa?-.
-La magia oscura implica hechizos, pociones y rituales corruptores para causar daño, sobresalir en el control o matar a un individuo-. Dijo sin perder el ritmo, con la voz de su profesor. Un ensayo de palabras que tenía que decir una y otra vez, tanto en mente como en cuerpo, para sí mismo o para sus alumnos. -La magia de luz se resume a cualquier otra cosa, en ese sentido. ¿Qué importa esto?-.
-Verás, Severus-, Harry ignoró su pregunta. -Eso no es cierto-.
Harry se levantó de la silla y empezó a caminar detrás de ella, llevándose una mano a la barbilla. -Esas nomenclaturas de 'oscuridad' y 'luz' se tradujeron del antiguo lenguaje, uno que se enseñó a la humanidad una vez que se les permitió la magia cuando nacieron los primeros brujos. Aquellos humanos aprendieron lo que era la magia, y lo que quería ser, y se lo enseñaron a sus hijos, y a sus nietos, y el ciclo nunca terminó-. Se detuvo, mirando a Severus. -Lo que aprendieron entonces cambió con el paso del tiempo-.
Harry se acercó a la mesa una vez más, apoyándose en ambas manos. -Lo que ocurrió, Severus, es que se construyeron y cayeron imperios. Se inventaron y se perdieron idiomas. Los brujos, antes cazadores, fueron cazados y luego se escondieron del mundo para siempre. Crecimos en nuestro conocimiento de la magia y, a su vez, hicimos la vista gorda a lo que es la magia. Los magos tergiversaron lo que debía ser la magia para adaptarla a su nueva realidad.
No hay magia 'oscura' y 'luminosa'-. Terminó expectante.
Severus asimiló aquella información. ¿Sería que su obsesión por las supuestas "artes oscuras" cuando era más joven no era descabellada, después de todo? ¿Tan infantil como parecía?.
Harry le dedicó una sonrisa cómplice. -Amabas la magia por encima de todo, no sólo las 'oscuras'. Esa pasión y esa voluntad no adulterada de aprender y aceptar cualquier tipo de magia fue lo que hizo que te eligiera para sentarte a tomar el té y escucharme, al final-.
-Pero... si la aprendimos mal...-
-¿En qué debían clasificarse los hechizos y esas cosas?-. Severus asintió. -Buena pregunta-. Harry se recostó en su silla. -Antes se clasificaba la magia en función de su procedencia. Por ejemplo, un hechizo que utilizaba la magia que rodeaba a su lanzador digamos, un Aguamenti que absorbía la humedad del aire... se conocía como Nadidus. Na de Nature-naturaleza ...y didus de Candidus-blanco o luz. También conocida como magia del mundo-. explicó Harry, sonriendo para sí al ver el brillo en los ojos de Severus. Incluso de adulto, casi cuarentón, nunca perdía su inane amor por la magia. -Mientras que, como en los hechizos que dependían del propio núcleo mágico del lanzador, sus almas, intención y o recuerdos -(el encantamiento Patronus, por ejemplo)- se conocían como Intenebre. In de intus-dentro ...y tenebre de tenebris-oscuridad-. Se rió entre dientes. -Ahí estaba el error de traducción, supongo-.
-¿La luz de la naturaleza y la... oscuridad interior?- preguntó Severus intrigado.
-La pureza de la naturaleza y el teñido deseo interior-, respondió Harry. -La magia no era fácil de doblegar a nuestra voluntad entonces. La única razón por la que ahora podemos controlarla mejor es gracias a los milenios que llevamos con ella desde entonces. En mi caso, gracias a la Muerte-. Se bebió el té de un trago y volvió a llenarlo justo después.
Severus hizo una mueca de disgusto ante el té. -¿Y qué tengo yo que ver con todo esto?-.
Harry dio un sorbo a su té. -Todo-, dijo. -Es información necesaria para la tarea que tienes por delante-.
-Has hablado de esta... tarea-, musitó Severus. -Pero no la has explicado-.
-¡Ya lo hice! Me dijiste que no en la cara-.
Severus se pellizcó el puente de la nariz. -Me hablaste de volver y arreglar las cosas como un niño que no puede ocuparse de sus propios problemas, ¿y esperabas que accediera?-. Lo fulminó con la mirada.
Harry se atrevió a sonreír tímidamente. -No. Pero no me diste tiempo para explicarte-.
-¡Explícalo, entonces!- exclamó Severus.
Harry se echó a reír. -Ay, ay capitán-. Sorbió su té una vez más. -El mundo del que vienes se está acabando. Bueno, muriendo sería más preciso-.
Severus se quedó con la mirada perdida.
-Hay un delicado equilibrio entre la magia de Intenebre y la de Nadidus, ¿entiendes? La magia del mundo y la magia del resto de los que residimos en él. En un mundo perfecto, a la gente no le importa el tipo de magia que utiliza, siempre que se trate de magia, lo que satisface perfectamente el equilibrio. Sin embargo, como se puede adivinar cuando la gente prohíbe ciertas prácticas debido a prejuicios -(sin razón aparente, claro)- y tergiversa la verdadera naturaleza de los hechizos, pociones y demás, todo en un débil intento de controlar la magia que pueden usar los brujos... no es difícil especular sobre la magnitud del problema-.
-¿Qué? ¿La gente no puede usar un par de hechizos y de repente se acaba el mundo?- se burló Severus.
Harry sonrió con tristeza. -Por desgracia, es mucho más que eso-. Volvió a dejar la taza sobre el platillo. -Rituales de limpieza para librar la mente y el cuerpo de enfermedades como el cáncer; hechizos y prácticas arraigados en la naturaleza y el nirvana mismo, que traen prosperidad a la gente y las tierras; ecosistemas enteros codependientes del mantenimiento de los witchzards, y ni siquiera me hagas hablar de la erradicación de las ramas 'extravagantes' de la magia que se 'desvían' de su originalidad. Pah!- se burló Harry. -Atlantis no merecía ahogarse por culpa de la tecno-magia, ¡maldita sea!-. Harry cerró los ojos y respiró hondo para calmarse. -En fin. Nos libramos de una gran parte de lo que aporta magia a nuestro mundo. Intenebre o Nadidus, nunca importó a los que deseaban supervisar y controlar el uso de la magia. No sólo en Gran Bretaña, sino en todo el mundo. Sucede que, de todos los lugares, las Islas Británicas son, considerablemente uno de los peores-. Harry se masajea las sienes. -Es que... hay tanta desinformación-.
Severus sintió entonces malestar en el fondo de su estómago. -Harry... ¿qué me estás pidiendo?-. No pudo evitar del todo que el pavor se colara en sus palabras.
Harry levantó la vista. -Tranquilo, no te estoy pidiendo que traigas de vuelta todas esas prácticas y hechizos. Sólo eres un hombre, y eso sería imposible-. Severus se relajó un poco. -Pero sí te estoy pidiendo que regreses unos años en el pasado, no hace mucho, en algún momento de tu adolescencia, para que puedas ocuparte de un problema-.
Volvió a tensarse. -¿Qué?-.
Harry sonrió disculpándose, sentándose de nuevo en su silla. -¿Sabes lo que hizo Voldermort para mantenerse inmortal?-.
-Sí-, Severus lo sabía. Sin embargo, nunca se lo habían dicho. Las insinuaciones del propio Señor Tenebroso, el juego de Dumbledore con la vida del muchacho y, más tarde, los recuerdos del hombre fueron más que suficientes para comprenderlo. Se lanzó a su investigación después de las atrevidas palabras del viejo catre sobre el sacrificio de Harry, hirviendo de pies a cabeza, para encontrar una sola palabra.
-Horrocruxes-. Dijo simplemente.
Harry se estremeció. -En efecto. El muy imbécil partió su alma en pedacitos y pegó una buena parte de sí mismo a un montón de objetos por toda Gran Bretaña. Se metió con un dominio que no debería tener -(nuestro dominio, las almas en general)- y eso no es aceptable-. Suspiró. -El punto es ¿puedes ver cómo esto es perjudicial para la magia y el mundo?-.
¿Puede? -Me estás fallando-.
-Un mortal jugando a ser Dios, en la tierra de los vivos, cuyo objetivo giraba en torno a la extinción de todos los muggles, sumido en el prejuicio y la miseria-. Harry sorbió su té como si estuviera discutiendo el tiempo. -Eso destruiría la magia-.
Severus abrió la boca, pero Harry se le adelantó. -La magia es sensible. ¿Has oído hablar de Lady Magia? Aunque ella no exista, la magia en sí está viva. Todo tiene magia, incluso los muggles, incluso los animales y las plantas. Todo es mágico. El mundo es mágico. Y dime, Severus, ¿cómo reaccionaría la magia si una tragedia como la extinción de todos los muggles tuviera éxito?-.
-¿Ganó? El Señor Tenebroso, quiero decir-. Preguntó Severus de repente.
-No en mi línea temporal. Tampoco en la tuya-. respondió Harry con sinceridad.
Eso pilló desprevenido a Severus. -¿Entonces por qué...?-
-El después que me preocupa-. Harry golpeó la mesa dos veces, reclamando atención. -El Señor Tenebroso derrotado, los mortífagos huyendo, el 'lado luminoso' ha ganado. ¿Qué sigue?-.
-Presiento que me lo dirás-. espetó Severus.
Harry sonrió. -Ocurrió la Purga-.
Esa palabra, una simple palabra y Severus comprendió. Una vez, en la casa de su infancia, experimentó que la magia ya no era bienvenida, aunque nunca lo fue. La quema, la ruptura, el borrado.
-En efecto-, dijo Harry con tristeza, como si leyera la mente de Severus, y tal vez lo estuviera haciendo teniendo en cuenta la conversación mantenida hasta el momento. -La magia que no se consideraba apta para los brujos fue eliminada y prohibida. Criaturas de todo el mundo -(humanos como los hombres lobo y especies en peligro de extinción como los basiliscos)- fueron asesinadas a diestro y siniestro con excusas de paz. Con el tiempo, se intensificó la guerra contra todos los muggles-. Sacudió la cabeza. -No tuvimos tirano, pero su legado permaneció-.
-Nadidus prevaleció, ya que muchos de los hechizos que aún se permitían eran de ese tipo. Intenebre sufrió mucho con el abandono de su pueblo. La oscuridad que realzaba la luz dejó de existir en algún momento, podría decirse, y con la muerte de muggles y brujos por igual durante la guerra, la balanza se inclinó demasiado e hizo que la magia colapsara en sí misma. Y, como todo tiene magia, y el mundo es mágico, el mundo murió con ella-.
Severus se sentó a procesar todo lo que Harry acababa de decir. Mirando fijamente al niño-electrodo-ser, bebiendo té de hojas muertas. -¿Y quieres enviarme de vuelta, antes de su derrota, para asegurarte de que muera antes? ¿Es eso lo que es?-.
-Bueno...- dijo Harry. -Sí, en cierto modo. La próxima generación, perdón, mi generación, puede mantener la paz sin verse influida por la guerra de Voldemort. Sin embargo, no veo cómo dicha generación podría aprender los caminos de la magia antigua por sí misma en tal escenario...- Se interrumpió, sorbiendo ruidosamente mientras miraba fijamente a Severus.
Entonces cayó en la cuenta. -¿Quieres que les enseñe?- Preguntó incrédulo. -¿Quieres que sea la segunda venida del maldito Dumbledore?-.
Harry se rindió rápidamente. -Yo no diría eso. Dumbledore, como cualquier otra persona, no sabe de magia, como ya te expliqué. Tenía tantos prejuicios contra la magia oscura como los sangre pura con los nacidos de muggles-. Se defendió rápidamente. -Necesito que seas una figura importante para transmitir tus conocimientos, no un imbécil manipulador y sacrificado-.
-Oh, pero eso es genial-, dijo Severus sarcásticamente, con una mueca de rabia. -¡Sólo quieres que sea el maldito mesías de tu tarea divina!-.
-No soy Dios, así que no, técnicamente-. intentó Harry.
-¿Qué sigue, después de que termine de establecer el equilibrio entre tu luz y tu oscuridad, eh?-. Severus se lanzó hacia arriba, derribando la silla. -¿Ayunar cuarenta días en el desierto?-.
Harry retrocedió sobre su silla, sonriendo nerviosamente. -...Ese no era el mesías; era Jesús-. Dijo lentamente.
-¿¡A quién le importa!? No, no haré lo que me pides. Me niego a ser utilizado de nuevo!-.
-Está bien, que así sea, entonces-, Harry cambió a una expresión tranquila en un latido del corazón, rellenando su té.
Severus se quedó helado. -¿Qué?-.
-Es tu elección, Severus, no la mía. Si no quieres, no te obligaré-. Sonrió tranquilizadoramente.
Severus oyó el chivato de su silla volviéndose a levantar sola y se sentó pesadamente. El hombre suspiró aliviado.
-Aunque me sorprende que no hayas aprovechado la oportunidad de volver, teniendo todo en cuenta-.
Severus se pellizcó la nariz. -¿Y por qué, dígame, 'aprovecharía la oportunidad', como usted dice?-.
-Lily-, dijo Harry sin perder el ritmo, sorbiendo de nuevo su té.
La ira floreció en el corazón de Severus. -Para alguien que llamó a Albus Dumbledore un, y cito: imbécil manipulador, seguro que no te desvías mucho-. Dijo entre dientes apretados. -¿Qué, quieres que vea morir a Lily otra vez?-.
-Te pido que vuelvas para que puedas evitar exactamente eso, ¿lo sabías? Si matas a Voldemort antes, nunca matará a Lily. Si te conviertes en una persona influyente, podrías rivalizar con Dumbledore. Diablos, mátalo si quieres, mientras la magia esté equilibrada y tú seas feliz, todo vale en el amor y en la guerra-.
-Entonces, ¿eso es todo? ¿Crees que aceptaré esta proposición sólo para salvar a Lily?-.
-¿Tú? Sí-, señaló Harry y Severus se sintió molesto por no poder oponerse a esa afirmación. -No has aceptado aún por culpa del 'truco'. Maldito Slytherin hasta el alma-. Sonrió con cariño. -No estoy mintiendo, Severus. Restablece el equilibrio, comparte tus conocimientos de magia antigua y podrás ser lo que quieras. Sé el próximo Señor Tenebroso si quieres. Sé un Señor completamente diferente. Tu único requisito es no exterminar la vida en la Tierra, de lo contrario, es contraproducente, ¿no crees?-.
-Sigues hablando de este conocimiento que necesito compartir con el mundo, ¡pero cómo hace uno eso cuando ellos mismos no tienen ni idea de qué demonios es eso!-.
Harry sonrió. -Verás, si deseas aceptar mi oferta, el proceso para enviarte de vuelta no será instantáneo. Lleva tiempo rebobinar... el tiempo- Se rió entre dientes. -A partir del cual puedes revivir algunos momentos de tu vida o elegir ignorarlo todo mientras sucede. Digamos que te hago retroceder algo más de veinte años, cuando eras adolescente. Veinte años no es mucho para mí, pero ¿para mortales como tú? Eso es mucho. Mientras esperamos, podría enseñarte todo sobre la magia antigua, y la magia en general, la que hace tiempo que se olvidó-.
Severus tarareó. Se sentía cansado, derrotado como nunca. ¿Equilibrar la magia del mundo? ¿Convertirse en un faro de conocimiento largamente olvidado? Es demasiado. Sólo es un hombre, uno roto. Un egoísta, que deseó que Lily hubiera sobrevivido aquella noche de Halloween en lugar de su hijo. Un hombre malo, que rechazó a su hijo por parecerse demasiado a su padre. Un cobarde, incluso, que se lanzó de cabeza a los brazos del Señor Tenebroso cuando la vida se le complicó demasiado. Sin embargo, es una broma. Severus sólo empezó a caer después de asumir la marca.
Los ojos de Harry se suavizaron. -Si vuelves, podrás cambiar todo eso. Llámalo como quieras, Severus. Búsqueda divina, rescate de Lily... al final, es tu segunda oportunidad. No importa quién fuiste, siempre puedes hacerlo diferente si lo intentas. Te elijo a ti, Severus Snape, porque a lo largo de mi primera vida y de las posteriores, siempre te consideré uno de los hombres más valientes que he conocido. Te confío esto porque sé que puedes-.
Severus intentó rechazar la idea por completo. ¿Volver atrás y rehacer todo por lo que ha pasado? ¿Toda la miseria y el dolor? ¿Ver cómo fracasa una vez más y todo se desmorona a su alrededor? ¿Quién en su sano juicio haría algo así con una vida como la suya?
Y sin embargo...
Sin embargo, la retrospectiva de ver a Lily de nuevo, viva, bien, feliz. De volver a ser amigos, su familia, su hermana... de volver a ver a su madre, quizá incluso salvarla de la ira de su padre. Pensar en todas las familias que podría salvar de Voldemort, en toda la gente. Salvar un mundo.
Mierda, ya lo está aceptando. Severus tendrá que salvar el mundo.
¡Maldita sea!.
Harry rió calurosamente con la aceptación interior de Severus, recibiendo una mirada fulminante por las molestias. Volvió a aplaudir, los gemelos de sus mangas brillando inquietantemente. -Bueno, ya que estamos en la misma página, no hay necesidad de retrasar nuestros veintitantos años rebobinando tu vida, ¿no?-.
-¡Espera!- llamó Severus antes de que Harry pudiera moverse. Aquellos ojos verdes se posaron en él una vez más. -¿Tengo alguna ventaja o simplemente me echarás a los lobos?-.
Harry parpadeó. -Siempre podrías pedir ayuda a tus congéneres, diría yo. Reclutar a algunas personas, hacer un ejército si quieres, etc-. dijo Harry. Ante la expresión molesta de Severus, añadió. -Pero sí, tienes algunos trucos bajo la manga. O los tendrás cuando acabe contigo. Y tampoco me refiero a los conocimientos antiguos, aunque eso también lo tendrás a tu favor-.
Severus arqueó una ceja con suspicacia. -¿Qué trucos, exactamente?-.
-Oh, ya sabes, lo básico para que alguien pueda retroceder en el tiempo -(y con vida)- para arreglar algunos asuntos. Vista de Mago, para que puedas controlar la magia de cerca. Un ligero cambio en tu magia y núcleo mágico desde que moriste...- Harry se quedó un rato en silencio, mirando fijamente a Severus. Severus, por su parte, se sintió incómodo con el escrutinio. -...y, si me permites añadir, al seguir adelante con mi petición, te estás atando a mí y, en consecuencia, a mi empleadora, la Muerte-. Afirmó. -Eso viene con su propio conjunto de beneficios-.
-¿Cuáles son?- Preguntó Severus, con una inquietud que lo envolvía.
Harry sonrió como un gato listo para abalanzarse sobre un ratón. -Como, por ejemplo, convertirme en uno de sus Caminantes de las Sombras-.
Severus abrió mucho los ojos. -¿La Muerte qué?-.
-¡Demasiado tarde, ya has aceptado!- Harry aplaudió con más fuerza, los gemelos brillaron más hasta que no pudieron ver nada más que la luz.
-¡Potter!-.
Demasiado tarde, en efecto, cuando el que una vez fue un niño y ahora es un elefante convertido en maestro de la muerte lo arrastró a un frenesí de recuerdos y dolor. Todo se fue a la mierda en un abrir y cerrar de ojos.
Severus pensó que recibir la marca era como vender su alma al Diablo, una vez. Se equivocaba. ¡Esto! Esto es vender tu alma al Diablo. ¡Literalmente!.
Chapter 2: Capítulo 1: The Return
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Severus abrió los ojos lentamente. Se quedó mirando el techo, recorriendo con los ojos los ladrillos y sus cavidades, notando su humedad y las algas que se arrastraban lenta pero inexorablemente y que hablaban de agua cercana. Se encontró recostado en una cómoda cama con dosel, bajo una manta de algodón. Las cortinas estaban cerradas, pintando su entorno con suaves tonos verdes, mientras oía roncar silenciosamente a su alrededor.
Respiró profundamente, almacenando todo el aire posible en sus pulmones, antes de soltarlo con un suspiro suave, casi silencioso. Repitió el proceso hasta marearse, antes de sentarse. Parece que todo está en orden en su cuerpo de adolescente, aunque tardaría un tiempo en encajar del todo en su alma.
Por fin estaba aquí, después de años de ver su propia vida rebobinarse. Estaba de vuelta en Hogwarts, en su dormitorio. Como estudiante, nada menos.
Apretó y soltó las manos, sintiendo los músculos y la magia de la muerte estremecerse bajo su piel. Casi podía ver, a través de la vista de un mago, los zarcillos verde esmeralda oscuro que fluían a su voluntad. Se sintió humano por primera vez en mucho tiempo aunque, técnicamente, ya no lo era.
Su alma, la de un Caminante de las Sombras, palpitó y volvió a respirar. Tuvo mucho tiempo para acostumbrarse a la idea de quién, o más bien qué, es. En este momento, está más acostumbrado a la sensación de Muerte que a cualquier otra cosa.
Sin embargo, volver a estar vivo era estimulante, lo admitiría.
Primero lo primero, Severus sacó su varita de debajo de la almohada -(porque incluso entonces, en el pasado, antes de la guerra, Severus tenía razones para mantenerse en guardia)- y lanzó un Tempus silencioso.
Los números flotaron sobre su cabeza, revelando las seis y diez, un poco demasiado temprano para estar despierto si la memoria no le fallaba, pero no era molestia, podía usar el tiempo para aclimatarse.
Tempus, un simple hechizo para mostrar la hora, es del tipo Nadidus. Al activarlo, identifica la zona horaria que rodea al lanzador para revelar la hora poco después. Un hechizo tan complejo y, sin embargo, uno de los más fáciles, pensó Severus. Sin embargo, la verdadera belleza de un hechizo capaz de estudiar las zonas horarias radica en toda la información que puede proporcionar o, mejor dicho, en lo lejos que puede llegar un hechizo como éste para presentar distintos datos.
Entrecerró los ojos, luchando contra el dolor de cabeza que amenazaba con agravarse en sus sienes, y elogió la magia que le rodeaba, reuniéndola para hacer cumplir el hechizo Tempus. Es un truco muy bueno que le enseñó Harry, pero, por supuesto, no es nada fácil. Para que te hagas una idea, para hacer eso y comandar la magia manualmente, necesitas primero Vista de Mago, que rara vez tienen los brujos a lo largo de la historia, y conocimientos complejos sobre el control de la magia, en segundo lugar.
El hechizo forzado, entonces, agitó números y letras violentamente con cada una de las demandas de Severus. ¿Qué hora es? ¿Qué día es? ¿La fecha? ¿El año? Y así sucesivamente, hasta que Severus tuvo una idea completa de cuándo era, exactamente.
Severus se encontraba en su quinto año como alumno de Hogwarts, a dos semanas del final de curso, el sábado por la mañana, lo que significa que ya ha terminado con sus exámenes de O.W.L.'s. Los últimos días de clase para todos los alumnos de quinto año son de repaso, lo que significa que la mayoría se toma el tiempo para relajarse o para temer sus notas.
Para Severus, estar tan cerca del final de su quinto año significaba otra cosa.
Se sujetó la cabeza con ambas manos, mirando fijamente su regazo. -Mierda-, susurró. Su quinto año fue el año en que las cosas fueron de mal en peor en su vida. La broma del Levicorpus de los Merodeadores, el encuentro con el hombre lobo, llamar a Lily sangre sucia y el rechazo de ella hacia él a partir de entonces. Cosas que deseaba poder cambiar, pero, por desgracia, ni siquiera retrocediendo en el tiempo podía borrar todos sus pecados.
Harry se aseguró de meterse en la cabeza que no debía sentirse culpable por cosas que nunca habían sucedido, que él no era una carga ni debía sentirse como tal. Pero, ¿y los que ya habían ocurrido?.
Severus suspiró. Ya no hay absolutamente nada que pueda hacer al respecto. Y si hay algo que aprendió tanto en su vida como en los veinte años bajo la tutela de Harry es que, si no hay ayuda, no hay que pensar en ello. Tenía que hacerlo; de lo contrario, Severus se perdería en el dolor de su vida pasando por sus ojos, acompañado de todas las cosas que aprendió sobre la humanidad y la magia. Toda la historia teñida en sangre y polvo de los muertos y olvidados.
Severus sacudió la cabeza, desterrando aquellos pensamientos. No se derrumbaría diez minutos después de haber regresado en el tiempo. Se negaba a hacerlo.
Con otro suspiro, Severus sacó su túnica escolar, pantalones, corbata y una camisa de manga larga -(no tiene muchas más prendas, gracias a su pobreza)- y se dirigió al baño.
Quince minutos después, salió completamente vestido y con el pelo lavado -(ya seco gracias a un hechizo de secado sin varita)-. Una vez más, gracias a su falta de dinero, no tenía shampoo ni nada para limpiarse cómodamente, lo que, por desgracia, tendría que hacer por ahora. Severus ya tenía planes de adquirir una buena suma de dinero pronto, así que no estaba preocupado por el momento.
Agarró su varita y se sintió agraviado por un segundo. Severus nunca tuvo una funda para la varita mientras estuvo en Hogwarts -(demasiado cara)-, así que la llevaba siempre en los bolsillos del pantalón. Era una de las razones por las que reaccionaba con lentitud a los hechizos de los Merodeadores y era víctima de una cantidad vergonzosa de ellos.
Resopló con los recuerdos aún frescos de sus tormentos mucho después de su quinto año, los que se vio obligado a volver a ver, de James Potter y sus amigos haciendo de su vida un infierno. Al menos Harry tuvo la decencia de colarlo con toneladas de trabajo para librar su mente de ellos por un tiempo.
Y ahora, está a punto de empezar otro día más como su compañero de clase.
-Maldita sea-, murmuró, guardándose la varita en el bolsillo antes de salir de su dormitorio, pasar por la sala común aún vacía con nostalgia en los ojos, y salir de las mazmorras con pasos rápidos y largos. ¿Su destino? El séptimo piso, a la sala de Menesteres.
Severus ya sabía de la existencia de la sala, pero nunca le importó demasiado. La única razón por la que se interesó por ella fue la explicación de Harry sobre los Horrocruxes: ubicaciones y objetos poseídos. Aún no está tan preparado para enfrentarse a la diadema, pero el concepto de una habitación de cosas ocultas llena de trastos que podría usar gratis le gustó mucho. Despertó en él la idea de que tal vez, entre los muebles; podría haber una funda de varita de repuesto en algún lugar, y muchos otros artículos que podría aprovechar, gracias a su nuevo conocimiento de la magia y las prácticas mágicas.
Llegó a la séptima planta tras un largo trayecto por las escaleras, localizó el tapiz de Bernabé y pasó por delante de él tres veces pensando en la habitación de las cosas ocultas. Pronto, una puerta apareció ante sus ojos y, sin más, entró.
Sus ojos recorrieron la habitación -(o lo que pudo ver de dicha habitación, teniendo en cuenta los montones y montones de basura que oscurecían su visión)-. Sin embargo, no se aventuró más allá. Severus no quería perderse en medio del desorden y, aunque podría encontrar el camino de vuelta si así fuera, no tenía la impresión de que la habitación fuera pequeña. Un pequeño paseo para recuperar un objeto perdido entre los montones y de repente se hacía de tarde. No podía permitirse el lujo de perderse en el tiempo. Otra vez no.
Con los bienes a su disposición, Severus murmuró en voz baja un Accio funda para varita, con la esperanza de encontrar una funda decente para la muñeca derecha que cupiera en su delgado brazo. Lo que no esperaba era la decena y centena de fundas que se dirigían rápidamente hacia su mano. Tuvo que apartarse y esquivar a algunos bastardos descarados que venían por caminos extraños, para evitar ser aplastado por la cantidad de ellas. ¡Y ni siquiera eran todos! Severus no se extendió demasiado para evitar precisamente eso. Al final, él mismo tenía un montón de fundas encima; oliendo nauseabundamente gracias al cuero infectado de bacterias, polvo por toda la túnica de donde le pasaban los objetos, y una expresión agria.
Por desgracia, Severus se puso a trabajar.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Habían pasado dos horas. Severus, en algún momento, decidió Accio rápidamente un reloj de pulsera para sí mismo para evitar lanzar un Tempus cada vez que necesitaba saber la hora. No sirve de nada anunciar a todo el mundo que estás mirando la hora con números llamativos y brillantes flotando sobre tu cabeza. Imagínese su sorpresa cuando, entre muchos otros accesorios menos excitantes, un Breitling Navitimer de los años cincuenta de esfera totalmente negra y bordes plateados voló hasta sus manos. Ahora bien, Severus nunca ha sido un entusiasta de los relojes, pero una vez que oyes a Lucius Malfoy hablar tan bien de dicho reloj durante horas y horas, porque eran vintage y resistentes al agua, se te queda grabado. (Aunque, que conste, Lucius fue estafado. El reloj no sólo era de fabricación muggle, sino que no era tan caro como pagó por él). Un hábil Reparo y un rápido Tempus después, y el reloj estaba arreglado, con la hora ajustada y sujeto a su muñeca izquierda.
Lo que dejó a Severus con la tarea de organizar las fundas.
Al final de todo, sólo quedaban tres candidatos 1. Un trozo de piel de animal común, de color parduzco, agrietado como si hubiera estado demasiado tiempo bajo el sol, con correas rasgadas y hebillas de latón. 2. 2. Un modelo inferior de funda de muñeca no diseñada para empuñaduras rápidas, pero de buena calidad y hecha de piel de dragón -(piensa él)- y por último, pero no menos importante; 3. Una piel negra desconocida con reflejos verdes cuando la luz la ilumina bien, de buena calidad y hebillas de plata, aunque apta para una varita más larga en lugar de la suya de once pulgadas y media.
Al final, Severus eligió la tercera, sencillamente porque podía ajustar el tamaño de la funda a su varita. A veces, la magia funciona así. No sólo eso, sino que hizo algunos ajustes para mejorar el modelo más antiguo, permitiendo un desenfunde rápido con un "chasquido de muñeca" y una funda rápida con un "chasquido de dedos", lo que, en su opinión, funcionaba de maravilla.
Un rápido vistazo a su reloj recién restaurado mostró que eran casi las nueve de la mañana. El desayuno estaba a punto de terminar.
Si corría, aún podría coger algo de la mesa, calculó Severus. Sin embargo, ni siquiera pensó en llegar al Gran Comedor. Aún no se sentía preparado para ver algunas caras, y sólo de pensar en todo lo que ya había pasado en esta línea temporal, y en todo lo que había que arreglar, se ponía enfermo.
Así que Severus salió de la habitación de las cosas ocultas y caminó en dirección a la cocina para comer algo. Después de todo, podía lidiar con algunos elfos domésticos excitados mejor que con la gente.
¿Y no es un buen pensamiento para ser escuchado por el oh-tan-reclamado futuro salvador del mundo, el supuesto nuevo mesías para el pueblo?.
Realmente es de risa.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Llegó al pasillo del sótano pasadas las nueve, ya que no corrió, acercándose al cuadro con el cuenco de frutas. Le hizo cosquillas a la pera y la puerta se abrió de golpe. Dentro, el sonido de los utensilios de cocina y los golpecitos de los pies pequeños cesaron de repente, mientras todos los elfos domésticos se volvían para mirarlo. Severus no sabía a qué se debía tal reacción. Durante su época de profesor, muchos alumnos conocían la cocina, sobre todo los de Hufflepuff, ya que dicha cocina estaba literalmente a unas puertas de su sala común. Sólo podía esperar que los elfos no se detuvieran a mirar cada vez que alguien entraba.
Un elfo doméstico que llevaba una funda de almohada de trapo con el escudo de Hogwarts en ella finalmente se acercó. -Soy Winny. ¿Qué puede hacer Winny por el joven maestro?-.
-Soy Severus Snape-, se presentó. -Hoy dormí hasta tarde y me perdí el desayuno. ¿Puedo comer algo? No me vendría bien morirme de hambre hasta el almuerzo-.
Sus ojos se iluminaron. -Por supuesto, joven maestro Snape. ¿Qué querría el amo?-.
-Un irlandés completo me llenaría muy bien, ¿si me permite?-.
Ella asintió con la cabeza con entusiasmo. -Winny prepara el desayuno del amo. El amo espera aquí-. Ella señaló antes de pasar a preparar su comida.
Al principio, Severus hizo lo que le decían y se quedó junto a la puerta, esperando. No iba a enfadar a la elfa que le daba de comer, ¿verdad? Pero no más tarde de cinco minutos, oyó un pequeño "pst" proveniente de su lado, donde, tras bajar la vista, notó a un elfo escuálido y pequeño a su lado murmurando algo. Severus se agachó para escuchar a la pobre criatura, cuyos ojos se abrieron de par en par con sus ademanes antes de captar lo que el elfo le decía.
-El señorito puede esperar en la mesa. Nosotros no locos-. El elfo hizo un gesto alrededor, recibiendo asentimientos de los otros elfos.
Severus se sintió bastante estúpido. Se sonrojó vergonzosamente antes de asentir y sentarse en la mesa cercana. Winny volvió con salchichas, huevos, tomates, tocino y pan en un plato y, aunque Severus sintió que era demasiado para su delgado cuerpo, comió todo lo que pudo. La taza de té que le puso después de los primeros bocados era deliciosa, ya que no sabía a hojas muertas como la que Harry solía ofrecerle. Estuvo a punto de llorar, y los elfos debieron de darse cuenta, porque no tardaron en acercarse a él para pedirle cualquier otra cosa que deseara. Se sintió aún más avergonzado.
-Gracias por la comida, Winny. Estaba deliciosa-. Severus se lo agradeció de buen corazón. No pudo comérselo todo, pero cayó un buen trozo, y ahora se siente más preparado para el día que le espera.
Winny empezó a agitar las orejas de la emoción. -¡Será un placer ayudar al amable señorito Snape!- Anunció. Por el rabillo del ojo, notó que otros elfos asentían.
Sonrió, algo pequeño pero no menos real. -Y yo estoy encantado de conocerte. De hecho, me alegro de conocerlos a todos-. Dijo a la sala. -Gracias por su servicio a Hogwarts. Todos han sido buena compañía-.
Varias orejas empezaron a agitarse mientras otros elfos se escondían tras ellas, algunos sonreían alegremente mientras otros miraban hacia abajo. En general, parecían bastante contentos de ser reconocidos. Severus asintió a todos y salió de la cocina.
Qué intercambio tan extraño, pero sorprendentemente sano.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Satisfecho con la comida, Severus decidió dar un paseo hasta la biblioteca.
Hacía eones que no tenía un libro de verdad en las manos -(con la forma en que Harry enseñaba inyectándote directamente la información en el alma)- y se sentía bastante nostálgico. La magia a su alrededor brillaba y bailaba con su buen humor, haciendo que pareciera como si tuviera pequeñas luciérnagas verdes volando sin rumbo, siguiéndole a todas partes y jugando entre ellas. La imagen mental consiguió aumentar aún más los niveles de serotonina de Severus, lo que a su vez le hizo saltar hacia el primer piso y cruzar la puerta de la biblioteca.
Sus ojos se posaron primero en los altos estantes cubiertos de libros que probablemente ya no necesitara leer -(pues a estas alturas entiende la magia mejor que nadie)-, luego en los pocos alumnos que estudiaban en los rincones -(uno de ellos, la mismísima Irma Pince, una Ravenclaw, obviamente)-, antes de dirigir su atención a la bibliotecaria.
Madam Greta Bickerton era una señora mayor. Tenía arrugas y el pelo blanco y envejecido recogido en un moño sobre la cabeza, con una única horquilla plateada que lo mantenía unido. Estaba cubierta de pies a cabeza con túnicas y adornos negros, que ocultaban cada centímetro de piel, incluidos el cuello y las manos. Ella -(por lo que Severus recordaba)- no era tan restringida como su sucesora, pero mantenía sus libros a un nivel tan alto que ningún humano se atrevería a tocarlos, lo cual, en ese momento, Severus se preguntaba si era un requisito para el puesto de bibliotecario de Hogwarts.
Severus la recordaba de su época en Hogwarts, como alumno y como profesor, antes de que ella falleciera. Podía admitir que, teniendo en cuenta que era la única persona que lo apoyaba en su búsqueda de todo lo relacionado con la magia -(incluida la magia oscura)- sin chivarse nunca a Dumbledore, a Severus le caía bastante bien.
Estaba remendando una especie de libro viejo, de páginas amarillas, que tenía las páginas despegadas de la cubierta. Con sus viejos y huesudos dedos ocultos tras unos finos guantes de seda, untaba pegamento en el lateral y volvía a colocar meticulosamente las páginas en su lugar original, todo a mano, como ella sabe hacer.
Madam Bickerton era la única persona mágica que Severus conocía que prohibía usar la magia primero cuando se ocupaba de su trabajo. ¿Necesitas un libro en concreto? Madam Bickerton te dirá dónde está y te enviará a recuperarlo en lugar de pronunciar un hechizo. ¿Necesitas reorganizar los libros porque alguien los puso en el estante equivocado? Hazlo a mano. Y así sucesivamente.
Mirándola ahora a través de la vista de un mago, podía saber por qué.
Su magia era tan densa que podría asfixiar a alguien, pero tal y como está, bien sujeta a su persona con un esfuerzo hercúleo pero un delicado control, nunca dañaría a nadie ni a sus preciados libros.
Y Madam Bickerton se preocupa mucho por sus libros, eso es seguro.
Se acercó a la recepción una vez que ella hubo terminado de pegar las páginas -(sin querer interrumpir su trabajo)- y la saludó.
-Buenos días, señora. Veo que está rescatando tomos esta mañana-. Le sonrió. Últimamente parece sonreír mucho. Tal vez sea la euforia de estar vivo de nuevo o un subproducto de su buen humor, ¿quién sabe?.
-Ah, señor Snape. Hola a usted-, saludó. -¿Qué puedo hacer por usted hoy?-.
Sacudió la cabeza. -Oh, no estoy buscando nada específico, en realidad. O.W.L ha terminado y el final del trimestre se acerca pronto. No hay nada que me preocupe, por ahora-. Sonrió ante su mirada interrogante. -Vengo a ver cómo te va-.
Ella arqueó ligeramente una ceja, casi visible. -Y me pregunto, ¿qué ha provocado esa necesidad?-.
-Aburrimiento-. Respondió con facilidad.
Ella suspiró. -Muy bien. Puedes esconderte aquí, pero haz algo útil y ayúdame con estos salvamentos-. Severus asintió, sin molestarse en corregir su suposición, antes de subirse a un taburete a su derecha y ponerse a trabajar.
Madam Bickerton conocía a sus torturadores. Una vez, en su segundo año, sorprendió a los merodeadores acosando a Severus en la biblioteca y, aunque Dumbledore la convenció de que no los expulsara de su biblioteca, nunca los perdonó. Si estaban dentro de la biblioteca, sus ojos seguían todos sus movimientos como un halcón, desde entonces.
Nunca se compadecía de él y, como ahora, le hacía trabajar para quedarse. Era severa pero justa y sabía escuchar. Severus había tomado el té con ella sólo una vez en su vida pasada, cuando era profesor, y descubrió que le gustaba bastante su compañía. Cuando ella falleció, Severus admitió que la echaba sinceramente de menos.
No podía cambiar su destino -(ella había fallecido en paz a causa de la vejez)-, pero sí que podía intentar ser más amable con ella, tal vez incluso devolverle su amabilidad algún día.
Sólo por estar sentado aquí, ayudándola en su rutina matutina de salvamento, ya está haciendo más que antes, supuso.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Una hora más tarde, Severus fue empujado fuera de la biblioteca con un libro en la mano por una bibliotecaria que parecía complacida y le advirtió -Ve a tomar el sol, niño. Hoy es sábado y estás demasiado pálido-. Sin embargo, ella le sonrió todo el tiempo y le agradeció profundamente su ayuda.
El libro Estudio en escarlata, de Arthur Conan Doyle, no el original, sino una copia en tapa dura, le fue confiado a última hora. Después de todo, él mismo había reparado la cubierta dañada, y Madame Bickerton es conocida -(al menos por él)- como alguien que recompensa el buen comportamiento con bonitas novelas. Aceptó la señal de confianza con buena fe, aunque ya había leído la historia.
Sin embargo, más tarde, lo que más le divirtió fue una sorpresa en el interior de dicho libro.
Severus se había reubicado en el patio, tratando de tomar un poco de aire fresco en sus pulmones recién prescindibles y observar el verdor. Se sentó en un rincón para no llamar la atención y observó, paralizado, cómo la magia danzaba con el viento, por encima de la copa de los árboles y de vuelta, como un niño jugando a atrapar la pelota.
Se abalanzó y giró, mezclando sus motas blancas con el verde veraniego de las hojas, respirando aire fresco como él. Se incrustó en el tronco del árbol, siguiendo el camino de una ardilla roja que trepa por un agujero, y luego giró bruscamente a la izquierda y planeó sobre una flor solitaria.
A Severus le recordó a la Navidad, las luces pintando el patio con suaves resplandores. Se le antojó un poco de panettone de chocolate, allí mismo, y se sintió un poco tonto ya que había comido hacía una hora. Sin embargo, sonrió. Severus no era tan despiadado como para no apreciar la belleza de la magia.
Sus ojos recorrieron el paisaje hasta posarse en el libro que tenía en el regazo. Notó, mientras caminaba por los pasillos, que el libro parecía estar marcado en una página.
Madam Bickerton no había dicho nada. Se limitó a entregarle la novela cuando se levantó para marcharse y se la devolvió cuando él se ofreció. Severus supuso que era una de sus novelas personales y no de la biblioteca, aunque antes tuvo que restaurar la portada. Tenía sentido que fuera de ella, ya que parecía muy querida, desgastada de una forma que indicaba que había sido leída una y otra vez durante años, y Greta Bickerton parecía ser la única persona mágica a la que podía imaginar leyendo una historia muggle tantas veces.
Le seguía intrigando por qué le había dado uno de sus adorados libros después de sólo una hora de ayudarla en la biblioteca -(sin trabajo físico, además)-, pero Severus divagaba. Tal vez ella creyó su excusa del aburrimiento y decidió darle una buena lectura, además.
Severus suspiró. Pensar en la razón para que le regalaran un libro no lo llevaría a ninguna parte, así que decidió la siguiente mejor opción y abrió dicho libro por la página marcada.
Se quedó estupefacto ante lo que encontró.
En el centro de la página había un par de sedosos guantes negros, exactamente iguales a los que llevaba Madam Bickerton. Encima de ellos, un pequeño trozo de pergamino con las palabras "Un pequeño mitty para su pequeño skivvy" garabateadas.
Severus resopló divertido. -¿Quién dice skivvy, hoy en día?-. Dijo, sin embargo, luchando contra las lágrimas.
No podía comprender por qué ella se sentía obligada a obsequiarlo. Jamás en su vida le había regalado un par de guantes, aunque él la ayudara a llenarlos.
Tal vez había hecho un gran trabajo rescatando esos libros hoy, lo suficiente como para impresionarla, al parecer. Pero no importaba. Nunca Severus había recibido un regalo de alguien que no fuera Lily mientras estuvo en Hogwarts -su madre no tenía forma de enviarle nada, aunque lo intentó muchas veces-, por lo tanto, Severus decidió que trataría los guantes con el mayor respeto, no sólo poniéndoselos, sino modificándolos según sus necesidades.
Primero empezó por agrandarlos, ya que sus dedos eran más largos que los de Madam Bickerton. Después de probárselos, decidió que le quedaban perfectos.
Por supuesto, no podía hacer mucho por su falta de materiales (re: hilo y aguja) pero podía planear las runas que necesitaría para coser en la seda, pronto. Empezaría prendiéndolas e impermeabilizándolas antes de pasar a las runas protectoras. Y aunque técnicamente podía encantar los guantes, Severus no estaba dispuesto a correr el riesgo. Las runas incrustadas en la propia tela mantendrían la magia sobre ellos más cómodamente para su gusto.
Por el momento, los guardó en el bolsillo del pecho de su túnica, uno que juró agrandar pronto, para tenerlos a buen recaudo, pensando en cómo pagarle a Madame Bickerton una vez que tuviera algo de dinero a su nombre.
Comprobó la hora al ver que algunos alumnos salían del patio su reloj de pulsera marcaba casi el mediodía. Severus aún no se sentía lo suficientemente valiente como para enfrentarse a unas personas que, sin duda, estarían allí almorzando, ni tampoco quería esperar a que dichas personas salieran ellas mismas del vestíbulo hacia el patio.
Así que, lanzando una última mirada hacia los árboles y su magia, Severus huyó.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
No se alejó mucho.
De hecho, pasó de la vegetación del patio a los terrenos de Hogwarts, donde se sentó en uno de los escalones que conducían a la cabaña de Hagrid, oculta tras una roca, desde donde observaba las nubes.
Severus tenía la intención de aventurarse en el Bosque Prohibido -(aunque no hoy)- para recoger los ingredientes de pociones que necesitaba antes del final del trimestre, más concretamente, los que le resultaban demasiado caros. Tenía dinero muggle escondido en casa -(dentro de su colchón, para ser más precisos)- que necesitaría para comprarse algún equipo de pociones que aún no tenía. Junto con su equipo de pociones, que aún funcionaba, esperaba poder preparar pociones decentes, suficientes para obtener algún beneficio.
No tenía que preocuparse por Tobías. Sí, no podía usar su varita debido al rastro, pero si hay algo que Severus es, es competente en cualquier cosa mágica, magia con y sin varita, incluida. Y como el rastro está incrustado en las varitas, no en las personas, estaba más que preparado. Esperaba infundir el miedo suficiente en el hombre para adquirir algo de paz.
Además, si era posible, convencería a su madre de que dejara a ese hombre, aunque no era optimista. Ella no lo había dejado antes, ni siquiera cuando Severus se lo suplicó, lo cual, mirando hacia atrás ahora, sólo demostraba lo destrozada que su madre había estado realmente en sus últimos días...
Un resoplido interrumpió sus pensamientos.
Severus bajó la vista de la nube en forma de pera que estaba admirando para ver a los ojos a un enorme mastín napolitano sentado en el escalón inferior, que le devolvía la mirada. Se miraron a los ojos y la musculosa cola del sabueso empezó a moverse.
Severus parpadeó una y dos veces antes de preguntar -¿Qué haces, chico?-. Sonrió cuando el perro bajó la cabeza en señal de saludo con un estornudo.
Severus pensaba que Hagrid era bárbaro y tosco, pero admitiría que los perros del hombre siempre estaban bien entrenados, o al menos, eran más educados que él mismo, aunque un poco ociosos.
Por ejemplo, el viejo y enorme sabueso se levantó de su sitio, trotó hacia él y se tumbó a la derecha de Severus, con la cabeza sobre su regazo para echar una cabezadita.
Severus, por su parte, solo solto una risita antes de acariciar al perro. -Savia-, lo amonestó amablemente. -Viejo que eres. Espero que no te hayas agotado con ese paseíto-.
El perro volvió a resoplar, sonando molesto si era posible, y Severus se rió. -Tú y yo, amigo. Tú y yo-.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
El día se perfilaba tranquilo, observó Severus alegremente. Algo que más tarde lamentaría haber pensado.
Paseó por los terrenos de Hogwarts con Diente pisándole los talones -(así se llamaba el sabueso por su collar)- antes de sentarse en una combinación de banco y mesa de piedra cercana para descansar los pies. Se sobresaltó cuando, menos de un minuto después, un plato de ternera asada con patatas y zanahorias y guisantes hervidos apareció en la mesa justo delante de él.
Dudó un segundo antes de que su estómago gruñera, lo que a su vez hizo que Diente gruñera también ante la amenaza invisible. Severus calmó al perro con un trozo de ternera antes de hincarle el diente.
Parece que Winny o alguno de los elfos domésticos lo están vigilando. Bueno, eso es algo nuevo a lo que acostumbrarse, sin duda, aunque no desagradable, pensó. Esta vez comió con gusto hasta el último bocado.
Después de un murmurado "gracias Winny y compañía", el plato saltó y envió a Diente de vuelta a la cabaña de Hagrid antes de dirigirse al castillo, dejando atrás el cielo de la tarde.
Severus gafó su buena suerte.
Deseó poder darse una patada a sí mismo, porque más tarde, unos pasos por delante de él, erguido y confiado como Severus lo recordaba, estaba nada menos que James Potter.
Chapter 3: Capítulo 2: Encounters
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Todo empezó porque Severus estaba distraído.
Caminaba sin rumbo por los pasillos pensando en una modificación mágica de su reloj muggle. Un trabajo de runas, supuestamente talladas en la placa posterior, para advertir a Severus de malas intenciones hacia su persona. Su runa de detección favorita. Versátil en ese sentido, la runa se calentaba dependiendo del nivel de intención maliciosa ligeramente caliente por el odio mezquino, y francamente ardiente por los pensamientos asesinos. Le vendría bien tener una advertencia cada vez que alguien se le acercase sigilosamente, o si, digamos, 'cabreaba a alguien'.
Severus aún no se había familiarizado con la magia de Hogwarts. Un caleidoscopio de azules, verdes, amarillos y rojos, en todas las tonalidades conocidas por el hombre, que lo envolvía en un cálido y acogedor abrazo. Culpó a su estado mental menos que estelar por no haberse dado cuenta de que no estaba solo.
La llegada de un hechizo interrumpió sus pensamientos. Lo sabía gracias a su vista de mago, pero también a sus años de experiencia. La forma en que se le erizaba el vello de la nuca y su adrenalina se disparaba incluso antes de enfrentarse al peligro, algo que lo mantuvo con vida más tiempo del que debería.
Así, ante un hechizo desconocido que se acercaba rápidamente a su espalda, hizo lo que el instinto le indicaba, y esquivó-giró para ver quién era el autor, con la varita desenfundada y levantada en un abrir y cerrar de ojos.
Allí, junto al cruce del pasillo, como si hubiera lanzado un hechizo en cuanto se dio cuenta de que Severus caminaba solo, estaba el maldito James Potter. No llevaba túnica, apoyaba despreocupadamente la corbata en los hombros en lugar de atársela correctamente, y parecía más desaliñado de lo necesario con su nido de pájaros y sus gafas redondas.
Sus ojos se abrieron de par en par al no esperar que Severus esquivara su hechizo. Severus, por su parte, solo lo fulmino con la mirada.
Se quedaron allí, en una especie de empate, pero la mente de Severus estaba en otra parte.
James Potter, la pesadilla de su existencia. El hombre que, sin ayuda de nadie, le hizo la vida imposible en Hogwarts y le robó la única familia que le quedaba en el mundo. El que lo humillaba, el que le hacía sentir miedo, temor y rabia a la vez, con su sola presencia. El que le obligó a tener un Depto. de Vida causado por la estupidez de los propios amigos del hombre...
Pero también, el padre de Harry. Al que Harry nunca conoció en vida.
El esposo de Lily. El hombre al que dedicó su amor y su vida.
El hombre que murió para que Lily pudiera escapar con su hijo.
James Potter.
Durante los veintitantos años que Severus estuvo aprendiendo y rebobinando, pensó en qué hacer con James Potter. Sabía que volvería a ver al hombre -(ahora adolescente, lo que es peor)-, así que dedicó buena parte de su "tiempo libre" a planearlo.
Mientras cavilaba, Severus llegó a la conclusión de que acabaría matando al hombre si no conseguía hacer las paces con su pasado, y Harry estuvo de acuerdo. Vinieron años de fortalecer sus escudos de Oclumancia, alcanzando un nivel superior al de un maestro, para mantenerse a raya. Horas de terapia -(porque un hombre tan viejo como Harry debe mantenerse cuerdo de alguna manera)- para finalmente poner fin a sus sufrimientos.
Al final, mientras veía cómo su séptimo y sexto año en Hogwarts retrocedían en el tiempo, supo que no podía interferir en la relación de James y Lily, o Harry no existiría. Y le debía al hombre que le enseñó y entrenó a conciencia, la oportunidad de vivir una vida normal de mago con sus padres a su lado. Si no por el ser maestro-de-la-muerte, entonces por el chico de diecisiete años que dejó atrás cuando murió.
Es lo menos que podía hacer después de lo horrible que fue con el chico.
No interferir y, sin embargo, conseguir que Lily vuelva a su vida significa tolerar a su marido (también conocido como Potter). Lo que implica actuar civilizadamente, en ese sentido.
Por lo tanto, después de mucho maldito tiempo, Severus aprendió a perdonar.
Nunca olvidaría dicha humillación, miedo, pavor ni rabia, pero eso estaba bien.
Perdonaba, pero nunca olvidaría.
Ahora, este James no es el hombre al que Severus juró perdonar, y si Severus tuviera algo que decir al respecto, nunca sería tan malo. Severus se aseguraría de que James nunca más sintiera la necesidad de actuar tan mal.
Y así, Severus respiró hondo, erigiendo sus escudos mentales y obligándose a calmarse. No bajó la varita -(porque no era estúpido)-, pero sí la colocó más cerca de su pecho, apuntando hacia los lados en una pose fingidamente casual.
En ningún momento había dejado de mirar a James, aunque no se atrevió a probar la Legilimencia.
-¿Qué quieres, Potter?- dijo Severus, y se sintió orgulloso de cómo su voz sonaba firme a pesar de su agitación interior.
James sonrió satisfecho. -Hola, Snivellus-, Ah, ese espantoso apodo. Si Severus no hubiera reforzado sus escudos mentales, habría hecho algo lamentable allí mismo. -Por fin te has decidido a salir de tu cueva, ¿eh?-.
¿Cueva? Severus frunció ligeramente el ceño. ¿Estaba el joven Severus escondiéndose de Potter? Debía de estarlo, teniendo en cuenta lo sucedido a lo largo del año. Probablemente en la biblioteca o en la sala común de Slytherin.
James debió de sobresaltarse al ver a Severus caminando por un pasillo después de tanto tiempo escondido y decidió lanzar un hechizo primero y preguntar después, el idiota paranoico.
Severus resopló ante la imagen mental de James Potter levantando la varita torpemente al verse a sí mismo. James, por su parte, se erizó molesto ante la diversión de Severus.
-¿Qué te hace tanta gracia, imbécil?-. James entrecerró los ojos con suspicacia.
-Oh, lo siento-, replicó Severus con suavidad. -No sabía que me echabas de menos, Potter. Eso es todo-.
La voz de Severus aún no había llegado a sus octavas más bajas, pero podía hacerlo pasando la lengua con suavidad, como si estuviera en gracia serena. Hacía tiempo que había aprendido lo que una lengua de plata, una manera suave de hablar y una voz profunda podían hacer con la gente. O instigas el miedo sonando intimidante o relajas a la gente hasta el punto de dormirla siendo gentil. Y eso, pensó Severus, era un poder en sí mismo. Uno del que hasta el Señor Tenebroso se aprovecharía.
James frunció el ceño, disgustado. -Ya te gustaría, baboso. Me importa un carajo tu paradero-.
-Lenguaje, Potter. Esto es una conversación civilizada-. amonestó Severus, sonriendo internamente.
-¿A punta de varita?- Señaló James, con una sonrisa burlona de nuevo en el rostro. -¿Por qué, tienes miedo, Snivellus?-.
Severus rió por lo bajo en su garganta. -En absoluto-.
La cara de James se crispó y sus ojos mostraron confusión. Ah, no está acostumbrado a las bromas. El joven Severus ya lo habría maldecido hasta el infierno, sobre todo después de un claro brote de confrontación como el hechizo que le había lanzado hacía unos segundos. Severus consideró satisfactorio tirar de la manta bajo los pies de James, por una vez.
-¿Necesitas algo? Si no, ya me voy-. dijo Severus.
-¿Quién coño eres tú?- Preguntó James incrédulo.
Eso cogió a Severus por sorpresa. -¿Cómo dices?- Arqueó una ceja en señal de pregunta.
-¿Por qué te haces pasar por ese baboso? Snivellus no actúa como...- señaló a todo Severus con la varita. -¡Eso!-.
Severus se sintió muy divertido por la confusión de James. -...Crees que soy...- sonrió involuntariamente. -¿Un impostor? ¿Multijugos, tal vez?-.
James lo fulminó con la mirada. -Bueno, ¿qué otra explicación hay? Snivellus nunca...-
Severus no pudo contenerse y soltó una carcajada. Se dobló sobre sí mismo, agarrándose los costados, balanceándose de lado mientras intentaba serenarse de nuevo.
A lo largo de los años, para Severus, James era el hombre del saco. Un chico que vivía para hacerle la vida imposible y, más tarde, un hombre, un auror, que le robó a su hermana. Alguien lo bastante curtido por la guerra como para acabar con la vida de Severus sin pensárselo dos veces si se hubieran encontrado en el campo de batalla.
Severus había olvidado lo bobalicón que James podía ser en su juventud, antes de que la guerra se llevara su inocencia.
Cuando pudo respirar de nuevo, levantó la vista para ver la expresión sorprendida de James y sintió que se le escapaba una risita al verlo. -¡Caray!- Exclamó entre risas. -Qué estúpido eres-.
James se puso sobrio rápidamente ante eso. -¿Cómo me has llamado?- Volvió a levantar la varita, ya que se le había bajado de la impresión.
-¿Por qué alguien fingiría ser yo? Por si no te has dado cuenta, mi vida no es la más brillante, al contrario, diría yo... aunque, ya deberías ser consciente de ello puesto que eres el instigador de la mayor parte de mi miseria diaria. Si no lo haces, entonces sólo puedo suponer que eres denso o medio tonto, incluso-. Severus alquiló.
-¡No te hagas la víctima!- exclamó James. -¡Eres tan vicioso como todos nosotros juntos, si no más!-.
El humor de Severus se volvió ciento ochenta -(Oclumancia vibraba con la fuerza de sus emociones)- mirando a James con indignación. -¡Tienes toda la maldita razón, lo estoy! Si no, ¿cómo voy a defenderme de cuatro tipos que me lanzan hechizos a diestro y siniestro? No me voy a hacer el simpático con la gente que intenta Hechizarme-.
-Quizá si no fueras tan baboso...-
-¡Cómo te atreves a insinuar que esto es culpa mía!- rugió Severus, interrumpiendo a James. -No soy yo el que se está confabulando contra un tipo solitario ¿por qué? ¿Por su ropa? ¿Por su pelo? Yo no soy el que planea las llamadas bromas que, en realidad, son perjudiciales para todos los implicados menos para mí. ¡Yo no soy el que atrae a otra persona para que muera mutilada, Potter!-.
-¡Tú!- Señaló con el dedo a James. -¡Y tus amigos, sin embargo, hicieron y siguen haciendo exactamente eso!-.
James apretó con fuerza su varita. -¡No hables mal de mis amigos!-.
Severus rió sin alegría ante aquello, sacudiendo la cabeza como si desechara las palabras de James. -¿Saltar para proteger el honor de tus amigos Potter? ¿Por qué, te crees un héroe?-.
James no dijo nada al respecto, cuadrando los hombros como si esperase el inevitable hechizo que se le venía encima. Para ser alguien tan ansioso por empezar una pelea minutos atrás, aún no había lanzado otro hechizo.
Severus lo miró fijamente, viendo a través de sus ojos color avellana. -No eres un héroe, Potter-. Dijo con forzada calma, aunque su voz se volvió ronca de tanto reír y gritar. -Crees que lo eres porque compartes con los héroes los "buenos rasgos" de un noble, o eso te has dicho a ti mismo-. Severus dio un paso en dirección a James, manteniendo un paso lento mientras se acercaba. -Liviano, apuesto, aventurero, amigo del pueblo. Crees que lo tienes todo, que has alcanzado el nivel de prestigio necesario para ser considerado un héroe. Pero, oh Potter, estás muy equivocado-.
Severus se detuvo entonces justo delante de James. La punta de la varita de caoba de James se clavó en su torso allí donde apuntaba. -Los héroes no nacen ni se hacen a partir de ideologías huecas como esas tonterías de cuentos de hadas que lees en los libros infantiles-, su voz era severa mientras miraba fijamente al chico bronceado, ligeramente más bajo. -Se endurecen en las batallas, se corrompen con la rabia, se forman en la guerra. Matan para evitar que les maten, ven cómo la muerte hace su trabajo, ya sea un aliado o un enemigo. Salen vivos de la batalla, pero rotos por dentro. Y tú, Potter, no eres nada de eso-.
Severus extendió lentamente la mano izquierda para agarrar la varita de James. James intentó retroceder, pero Severus se mantuvo firme, bajando ligeramente la punta para apuntarle al corazón. -Eres un imbécil-, le insultó a la cara. -Un niño engreído que cree que el mundo gira a su alrededor, que justifica su mal comportamiento con mentiras y prejuicios, creyéndose por encima de las normas y la ley. Te faltan unos años para convertirte en adulto y, sin embargo, sigues viviendo con la mentalidad de un niño. Tú, James Potter, no eres un héroe. No eres más que un torpe matón-.
Severus esperó. Con la varita apuntándole directamente al corazón, sobre todo después de haber insultado a James a la cara, Severus esperaba ser alcanzado por un hechizo. Sin embargo, ninguno llegó. Tal vez el chico se sintiera lo bastante noble como para no atacar sin más a alguien cuando parece una presa fácil, o estaba demasiado aturdido como para procesar la situación.
Teniendo en cuenta que tenía la boca abierta y los ojos muy abiertos, y que su varita se había aflojado, sostenida sólo por la fuerza del agarre de Severus, pensó que era lo segundo.
Severus lo soltó, haciendo que Potter retrocediera unos pasos antes de dejar caer los brazos a los lados, derrotado o tal vez tembloroso. -Buenos días, Potter-, dijo Severus antes de darse la vuelta lentamente y alejarse en dirección a las mazmorras.
Su día estaba yendo muy bien. Maldito James Potter por arruinar su paz.
Pero bueno, teniendo en cuenta todo -(a pesar de su agotamiento emocional)-, aquella conversación había ido relativamente bien. Es decir, Severus no disparó ni una sola vez un hechizo y evitó la pelea a la que James tan obviamente le estaba empujando, todo con sus palabras. Aunque sería lo bastante hombre como para admitir que perdió la compostura en algún momento. No era su intención estallar como lo hizo, pero cuando James lo acusó de ser la razón por la que lo acosaban porque era un "imbécil baboso"... ningún santo en la tierra toleraría semejante prejuicio mal disfrazado de razón.
Severus se sintió mal parado. Al parecer, por muy altos que fuesen sus escudos de Oclumancia, el maldito James Potter se abriría paso a través de ellos como una maldita bola de demolición.
Y lo peor todo era culpa de Severus por permitir la entrada del chico.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Llegó a una animada sala común de Slytherin minutos después, contemplando a todos sus compañeros sentados ociosamente alrededor, leyendo, jugando y charlando entre ellos sin un solo temor en el mundo. Eso, aparte de las malas notas, supuso.
La sala tenía grandes ventanales para ver en todo momento las aguas del Lago Negro, una mesa circular en el centro con sillas alrededor para estudiar y varios sillones junto a las paredes para acomodar a los alumnos.
Los sofás de cuero negro con cojines verdes estaban enfrentados junto a la chimenea, separados por una mesita acolchada en el centro. Sentados junto al fuego, Severus divisó a los alumnos de séptimo curso, entre ellos, Lucius Malfoy, Narcissa Black, que pronto sería Malfoy, y sus hermanas -(Bellatrix y Andrómeda)-, manteniendo una conversación, aunque Andrómeda parecía incómoda. Regulus se entrometía en el espacio a la izquierda de Narcissa, pero parecía perdido en sus pensamientos en lugar de participar.
Severus deseaba poder hablar con Regulus, pero por desgracia, no podía. En su quinto año, sólo eran conocidos a través de Narcissa, a quien Severus veía como la persona más cercana a un amigo que tenía en Slytherin en ese momento. Por no mencionar que Lucius apenas toleraba la presencia de Severus desde que el Señor Tenebroso lo codiciaba. No quería entablar una conversación incómoda ahora mismo, sobre todo después de la montaña rusa por la que había pasado con James.
Severus quería salvar a Regulus. Sabía, como amigo suyo y más tarde como espía, que el joven Black no quería convertirse en mortífago. Se vio obligado por la presión que recaía sobre él, como heredero de La Noble y Más Antigua Casa de los Black -(aunque ni noble ni la casa más antigua que existe, reflexionó Severus)- y las exigencias de su madre (re: tortura).
Necesitaba tiempo para preparar una forma de evitarle la marca tenebrosa, además de una forma de mantener a Regulus a salvo de su familia si alguna vez lo descubrían. Severus tampoco iba a arriesgar la vida de Regulus por el medallón. Encontraría otra manera.
Por Merlín, pensó Severus. Tengo tanto trabajo por delante.
Severus suspiró pesadamente y caminó en dirección a las escaleras que llevaban a su dormitorio. Sin embargo, se detuvo en seco al oír una carcajada seguida de un cantarín -Severus...-. Que venía de atrás. Se giró para ver a Bellatrix haciéndole señas para que se acercara al sofá, palmeando el lugar a su lado con una sonrisa maliciosa en la cara. -Ven aquí, ven aquí-. Volvió a llamar.
Ah, Severus lo había olvidado. Aquella zorra desquiciada haría cualquier cosa por complacer al Señor Tenebroso; incluso relacionarse con el asqueroso mestizo -(como él)- al que Voldemort había echado el ojo. Si la memoria no le fallaba, ella también fue quien presentó a Severus a Voldemort.
Nunca había detestado tanto a alguien, aunque nadie lo notaría, ya que sus barreras mentales estaban en funcionamiento y mantenían sus emociones a raya.
En lugar de eso, sonrió cortésmente, el tipo de sonrisa que nunca llega a los ojos pero que parece lo bastante razonable para las reuniones formales, y se adelantó.
-Black-, saludó, girando la cabeza para saludar con la cabeza a todos los miembros de la familia Black antes de volverse hacia Lucius, dejándolo el último a propósito. -Malfoy-, volvió a asentir.
Lucius frunció los labios en una fina línea, claramente desaprobándolo. -Snape-.
Cuando en una reunión hay miembros de diferentes familias, el que es saludado en último lugar es considerado por el recién llegado como la casa de menor importancia, en la etiqueta de los sangre pura. En este caso, Severus podía excusarse ya que solo hay dos familias, pero no se atrevería a saludar a un Malfoy antes que a un Black.
-Aw, Sev. ¿Otra vez soy sólo Black para ti? Recuerdo que ayer mismo me llamabas Bellatrix-. Anunció tontamente, haciendo un puchero.
No te equivoques. Bellatrix no es tonta.
Le gusta hacer el papel de niña tonta para eludir a sus enemigos con una falsa sensación de seguridad. Se volvió tan ilusa en el futuro después de Azkaban que el personaje se fusionó con su verdadero yo, creando a la cruel mujer que asesinó a Sirius Black.
Es una artista, Bellatrix. Si los dementores no le hubieran jodido la mente, podría haber gobernado a los mortífagos en lugar de Voldemort.
Severus no sentía piedad por ella. Después de todo, estaba trastornada desde joven.
Además, los únicos que podían llamarla por su nombre de pila eran sus aliados y su familia. Severus no era ni lo uno ni lo otro.
-Mis disculpas, se me debe haber escapado-. Respondió con suavidad. -Además, no quisiera molestar-.
Sus ojos se endurecieron en él durante una fracción de segundo, antes de volver a su despreocupación. -¿Ah, sí? Si es así, ya no te llamaré Sev-.
-Es aceptable-. Él la miró fijamente, desafiándola en silencio a que renunciara a su pretensión.
-Ven, siéntate con nosotros, Snape-. Ella no pedía, ordenaba, y no estaría bien tener una disputa con Bellatrix tan pronto después de su regreso. Severus se sentó elegantemente a su lado.
-¿Dónde estaba otra vez? Oh, sí, así que...- Bellatrix procedió entonces a escupir tonterías sobre la supremacía de los sangre pura -(como solía hacer)- con tanta convicción y animosidad como si alguien de entre sus compañeros necesitara entender sus palabras aunque todas las personas sentadas a su alrededor pensaran lo mismo que ella. Por supuesto, excepto él mismo.
Eso, unido a la posición encorvada de Andrómeda, al borde de las lágrimas, haciendo todo lo posible por parecer más pequeña de lo que era, insinuó a Severus el motivo de la perorata de Bellatrix.
En primer lugar, ella estaba dirigiendo la conversación hacia el tema del matrimonio, más específicamente, el papel de una mujer de sangre pura ante su marido y la sociedad mágica. En segundo lugar, la mayor parte, si no todo el desdén de Bellatrix se dirigía a Andrómeda, con el "¿qué te parece, Andy?" de Bellatrix y el "todos lo sabemos, ¿verdad, Andy?", etcétera.
Severus concluyó, entonces, que Bellatrix debía estar al tanto del romance de Andrómeda con Edward Tonks, el nacido de muggles, o al menos, sospecharlo.
Sus ojos recorrieron el lugar hasta encontrar los de Narcissa. Ella debió notar la desaprobación que irradiaban sus ojos endurecidos y sacudió ligeramente la cabeza en un intento de detenerlo. Era una buena amiga suya, después de todo, y le dolería mucho ver a Severus bajo una maldición cruciatus. Especialmente una de Bellatrix.
Sin embargo, Severus aprendió a lo largo de su vida -(y viéndola rebobinar hacia atrás)- que quedarse callado y dejar que las cosas se desarrollen no es la forma de cambiar el curso del tiempo. Una vez se mantuvo al margen en silencio, mientras asesinaban a su hermana. Aceptó en silencio asesinar a Dumbledore porque no era la elección de Severus. Excepto que sí lo fue. Pudo haber hecho más por la gente que le importaba, pero no se lo permitieron.
Severus estuvo callado tanto tiempo que cuando finalmente se atrevió a hablar, no fue escuchado. Y pagó el precio con su propia vida por eso.
Ahora, sobre el tema de Andrómeda, Severus no era necesario. Con el tiempo, probablemente este verano, se fugaría con Tonks y dejaría atrás su vida de sangre pura. Ella no necesitaba ayudar en ese aspecto, pues lo había hecho muy bien en su vida anterior.
A pesar de eso, Severus sintió que la sangre le hervía mientras el discurso de Bellatrix seguía y seguía. Tuvo que intensificar sus escudos de Oclumancia sólo para parecer adecuado.
-La responsabilidad de una bruja es casarse con una familia respetable de sangre pura y dar a luz a la próxima generación de magos de sangre pura-, decía Bellatrix. -Es la razón por la que familias como la nuestra, cuidan y nutren a sus brujas tan minuciosamente. ¿Entiendes por qué, Andy?- Le preguntó a Andrómeda, haciendo que la pobre chica se estremeciera. -Así, la descendencia de la bruja será mágicamente fuerte. Si, digamos, alguien, decidiera tener un hijo con un Sangre Sucia...- se mofó. -Entonces el niño no valdría nada, así de simple-.
Qué manera de pensar tan jodida.
Para Bellatrix, y para la mayoría de los supremacistas de sangre pura, una relación vale tanto como los hijos que produce. Un niño mágicamente débil o squib será menospreciado y visto como un fracaso por la sociedad. Del mismo modo, se presionará a los padres para que se reconcilien con el "mundo mágico" (tos sangre pura, tos) produciendo un hijo mejor, como ellos dicen, en el futuro.
No, Severus no soportaría esa mentalidad, ni toleraría por más tiempo la humillación de Andrómeda.
Él estaría a salvo. Después de todo, Bellatrix no tenía permitido tocar a la única otra persona tan codiciada por el Señor Tenebroso. Y si Severus era honesto consigo mismo, probablemente él era la única persona que podía replicarle a Bellatrix en ese momento.
-Tengo una pregunta, si me permites, Black-. Ella lo estudió por un segundo, probablemente determinando si era digno de su tiempo. Debía de haber encontrado lo que buscaba, ya que le hizo un gesto con la cabeza para que hablara. -Gracias. Dijiste algo interesante. Dijiste que la responsabilidad de una bruja es casarse con una familia respetable de sangre pura, ¿correcto?-. Volvió a asentir. -Me preguntaba, ¿qué se considera una familia respetable de sangre pura? He oído hablar mucho de familias de sangre pura a lo largo de los años en Hogwarts, pero aún no sé qué familias se consideran respetables y cuáles hay que evitar, por así decirlo-. Preguntó diplomáticamente.
Bellatrix sonrió toda dentadura ante eso. -¡Gran pregunta, Snape! Por eso eres mi favorito-. Arrugó sarcásticamente. Por el rabillo del ojo, vio que Regulus ponía los ojos en blanco. -Las únicas casas respetables del mundo mágico, Snape, son las veintiocho Sagradas, excepto esos traidores a la sangre, los Wesley. No te mezcles con ellos-. Gruñó. -Pero, si estamos hablando de alguien de tu... estatus...- Agitó una mano de arriba abajo en su dirección. -Entonces, cualquier familia de sangre pura servirá, tenlo por seguro-. Se burló.
-Ah-, asintió, sin inmutarse por su burla, fingiendo entender sus palabras. -Ya veo. ¿Eso implica que todos los brujos de familias nobles y antiguas, como la tuya, tienen la responsabilidad, como tú has dicho, de relacionarse con brujos de otro tipo de familias nobles de sangre pura para mantener la tradición?-.
-Sí, sí. Acertaste, Snape-. Elogió molesta.
-Interesante-, se llevó un dedo a la barbilla. -Si nace más de una bruja en una familia respetable, ¿es necesario que las dos niñas sigan la tradición?-.
-Sí-, se estaba frustrando. -Como has dicho todas las brujas-.
-Hm-, tarareó Severus. -Entonces-, se recostó en el sofá, cruzando las piernas y cruzando las manos sobre la rodilla, la representación de la relajación. Inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, con aspecto de no tener más de dieciséis años. Curioso e inocente. -Teniendo todo eso en cuenta y considerando las posiciones de tu hermana...-, señaló a Narcissa. -¿Dónde está tu propuesta de matrimonio, Black?-.
Narcissa -(bendita sea)-, que estaba sorbiendo su té, casi lo derrama con sus palabras. Luego procedió a atragantarse cuando intentó inhalar y acabó con un poco de té goteándole por la nariz. Tosió, vomitó y Lucius la observó, boquiabierto tanto por la audacia de Severus como por la de su prometido, antes de ayudarla a limpiarse.
Las palabras de Severus también provocaron una sonora carcajada en Regulus, que se puso tenso y enseguida se golpeó la boca para callarse. Luego gimió por la fuerza de la bofetada y tosió subrepticiamente.
Y Andrómeda, por su parte, se enderezó de su posición encorvada tan rápido, que sus articulaciones crujieron audiblemente. Volvió al suelo con un gemido de dolor, aunque, al igual que Regulus, se esforzó por no soltar una risita.
El silencio que siguió poco después fue ensordecedor. Todos los Slytherin de la sala se quedaron paralizados.
Severus miró a su alrededor, fingiendo ignorancia ante las reacciones de todos, aunque internamente se estaba partiendo de risa. -Perdonenme si he dicho algo ofensivo-, permitió como única señal externa de comprensión. -Sólo quería asegurarme de haber entendido bien. No estaría bien hacer el ridículo malinterpretando tus palabras, ¿no crees, Black?-. Miró su rostro enfurecido con una sonrisa.
Su magia estalló a su alrededor como las garras de un halcón intentando arañarle, haciendo explotar un jarrón cercano. Sólo por su expresión, él sabía que deseaba castigarlo allí mismo. Sin embargo, parecía que Severus tenía razón al suponer que ella no podía castigarlo, ya que contenía su magia. Ella cerró los ojos y respiró profundamente, empujando con fuerza su ira detrás de un escudo de Oclumancia, supuso Severus.
Cuando volvió a abrir los ojos, su rostro se tornó plácido y su sonrisa tensa. -Snape-, su voz sonaba casi angelical, lo cual, viniendo de Bellatrix, significaba problemas o muerte. -Deberías irte-.
Severus no estaba dispuesto a tentar a la suerte y aceptó el despido con solemnidad. Se levantó con un movimiento grácil y calculado para parecer imperturbable ante los acontecimientos, se despidió de los presentes con un gesto de la cabeza y una disculpa murmurada a Narcissa -(que le silenció para que se marchara con la mirada, preocupada por lo que pudiera hacer Bellatrix)- y pasó junto a sus compañeros de casa, aún congelados, hacia las escaleras de los dormitorios, huyendo de la sala común.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Tuvo una tarde relativamente tranquila.
-¡Snape!-.
Relativamente (re: casi).
Después de retirarse a su habitación, lo primero que hizo Severus fue asegurar su lado del dormitorio con una barrera protectora encantada para que nadie, sin su estricto permiso, pudiera acercarse a sus cosas. Su cama, su armario, su escritorio, su cofre y su alfombra fueron colocados bajo el encantamiento. Incluso la maldita ventana junto a la cabecera. Nadie podía tocarlas. (Planeó grabar runas protectoras en todas las zonas de madera y en el resto de la casa, como protección extra en caso de que su barrera fallara, pero eso es mucho trabajo. Incluso para él, tal y como están las cosas).
Una vez hecho esto, colocó amuletos de detección en todas las ventanas y en la puerta del dormitorio para que le informaran de las idas y venidas de sus compañeros de piso y de cualquiera que fuera invitado a entrar. Después de todo, no serviría de nada ser asesinado por una Bellatrix enfurecida en su dormitorio. Prefería que lo despertaran cada vez que sus compañeros salían de la habitación por la noche.
Luego se sentó en su escritorio y sacó del baúl su costurero, que consistía en una lata de galletas Royal Dansk, para empezar a trabajar en sus guantes. Porque sí, tiene un costurero.
Como era un tipo pobre sin dinero para comprarse ropa nueva, Severus aprendió joven a coser para poder remendar las pocas prendas que tenía. Desgraciadamente, ser pobre también significaba que no podía elegir el color del hilo que usaba. Lo que, a su vez, hacía que algunas de sus prendas tuvieran un aspecto extraño y gracioso para algunos ojos. Principalmente, los ojos de los merodeadores, que se burlaban de él por su tela despareja para enhebrar camisas y pantalones.
No importaba esta vez, ya que el hilo de carrete negro es imprescindible en todos los costureros, y sus guantes son negros... mira tú.
Empezó meticulosamente cortando las costuras del dobladillo de los guantes con un descosedor y luego quitó el hilo sobrante con unas pinzas. Severus cogió su fiel aguja y empezó a coser complejos patrones rúnicos sobre la marcha, guiándose por los agujeros de las puntadas anteriores.
El trabajo, aunque lento, era relajante. Rápidamente, Severus se encontró tarareando a Samuel Barber el Agnus Dei, pues siempre prefirió esa versión al Adagio de cuerdas. Cada vez que la oía le entraban ganas de entonar un molesto "Ave María", pero su padre -(un hombre religioso hasta la médula)- nunca se lo permitía cuando era joven.
A Severus se le heló la costura al pensarlo.
Agnus Dei. Cordero de Dios.
De las palabras del propio Juan el Bautista 'He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo'.
¡La maldita ironía de todo esto! Porque 'digno es el cordero que fue inmolado, para recibir Poder, y Riqueza, y Sabiduría, y Fuerza, y Honor, y Gloria, y Bendición'.
Y si Severus fuera un hombre menor, rompería a llorar, porque él era el cordero.
Severus decidió no pensar en ello. Después de eso, también dejó de tararear.
Dedicó unas dos horas al aspecto impermeable e ignífugo de ambos guantes, hasta que no quedó más espacio en el dobladillo. Tuvo que invocar un diario de bolsillo, lápiz y goma de borrar -(porque que Merlín lo perdone, pero no quiere torturarse dibujando con una pluma)- para planear un diseño que coser en el dorso de los guantes, algo elegante y no demasiado obvio rúnico para no llamar la atención cada vez que los llevara puestos.
Fue en ese momento cuando sus compañeros de piso decidieron perturbar su paz.
-¡Snape!- Mulciber volvió a llamar. -¿Estás sordo?-.
-A lo mejor ha perdido la cabeza-, añadió Avery sus dos monedas. -Con lo que oímos que pasó abajo-.
Severus suspiró. Se retorció en la silla para mirar por encima del hombro. -¿Sí?-.
Mulciber estaba sentado en su cama, con las piernas cruzadas, con un aspecto distinto al de sus días de mortífago, aunque arrogante, todavía. Mientras que su mejor amigo en el crimen, Avery, estaba sentado junto al escritorio de Mulciber con una rana de chocolate en la mano, mordisqueándola.
-Oh, sí que oye-, se burló Mulciber. -Dime, Snape, ¿es verdad que te burlaste de Bellatrix Black?-.
Severus volvió a su trabajo. -¿Y qué te hizo pensar que lo hice?-.
-¡Ajá!-, gritó Avery victorioso. -Te dije que Rosier mentía-.
-Oh-, Severus fingió estar divertido. -Rosier te lo dijo, entonces. Es bueno saberlo-.
-Espera, ¿en serio?- gritó Mulciber. -¿Le contestaste? ¿Bellatrix 'te crucio hasta el próximo lunes' Black?- Tenía asombro en los ojos. -Eres un maldito loco-.
-Una muerta, además-, dijo Avery. -Cualquiera podía oír los chillidos de Black desde el dormitorio de las chicas. Ya está tramando vengarse de ti-. Tomó una pata de su rana después de eso.
-Si oíste los gritos de rabia de Black, ¿cómo es que no le creíste a Rosier?-. Severus miró a Avery por encima del hombro una vez más.
Avery se encogió de hombros. -Podría haber sido cualquier cosa, para ser honesto. A veces hacen cosas así-.
-¿Ellos?- Severus se sintió obligado a preguntar.
-Chicas-.
Ah, pensó Severus. Ya veo que no tiene futuro.
Puso los ojos en blanco y volvió a su boceto.
-¿Pero qué ha pasado?- preguntó Mulciber. -Nadie con quien hablamos pudo explicarlo bien-.
-Yo tenía una pregunta. Expresé dicha pregunta. Ella se ofendió-. Severus respondió sin rodeos.
-¿Qué preguntaste?-.
-¿Por qué no le preguntas a Black?-.
Mulciber resopló, molesto. -Sí, no todo el mundo tiene un deseo de muerte como tú-.
-Hablando de eso-, dijo Avery. -Deberías tener cuidado, Snape. Si entras en la lista de mierda de Black, quién sabe lo que te hará. No eres el único al que Él tiene en la mira-. Advirtió Avery.
El lápiz de Severus se detuvo a mitad de línea. En ese momento recordó que aquellos dos -(su compañero de habitación, las otras dos personas con las que había pasado siete años en Hogwarts)- no eran, en absoluto, sus amigos.
Erik Avery y Frederick Mulciber eran, a falta de mejores palabras, explotadores. Lo cual es irónico teniendo en cuenta sus nombres.
Frederick, en germánico, significa "gobernante pacífico".
Erik, nórdico antiguo para "gobernante único o eterno".
Y ambos no gobiernan nada. La codicia los gobierna en su lugar.
Se volvieron cercanos a Severus porque el Señor Tenebroso lo codiciaba. Antes, lo ignoraban o se burlaban de él, igual que los merodeadores.
Querían influencia y vieron una oportunidad. Tan simple como eso.
Severus se dio cuenta con un sobresalto de que su dormitorio ya no era un espacio seguro. Pronto, el lugar se convertiría en una zona de guerra. Después de todo, Severus está luchando por la muerte de Voldemort, mientras que Avery y Mulciber quieren utilizar a Severus para acercarse al Señor Tenebroso.
Sabía que no podía estar más cerca de los dos si quería recuperar a Lily, pero hasta ese momento no se había dado cuenta del peso de sus decisiones. Merlín no lo permitiera, podría ser asesinado mientras dormía por sus propios compañeros de cuarto, todo por una ideología implantada en sus cabezas por sus padres y su supuesto Señor.
Harían cualquier cosa por caerle bien a Voldemort, y aunque Severus se considerase a salvo de Bellatrix -(después de todo, este es su último año en Hogwarts)-, no podría escapar de sus malditos compañeros de habitación. Dumbledore nunca escucharía sus súplicas de cambiar de habitación y Slughorn es un tonto incompetente que no vale ni la suciedad bajo los pies de Severus.
Severus prometió que haría de la Casa Slytherin un lugar mejor para la futura generación, él mismo. Tomaría el control eventualmente cuando la costa estuviera libre de los problemáticos -(Lucius, Bellatrix, Lestrange)- y seguiría adelante con sus planes, sin embargo, parece que ahora necesita una base de operaciones. Un lugar seguro donde residir y alojar a quien lo necesite.
Una gran sala lo bastante espaciosa para un laboratorio de pociones, a menos que confíe en Slughorn, y eso no bastará. Un lugar donde pueda colocar sofás y sillones junto al fuego, camas para los necesitados y, en general, una sala común alternativa.
Severus conocía Hogwarts mejor que la mayoría, ya que fue director de Hogwarts durante un tiempo, pero no tenía en mente ninguna sala inmediata. Se preocuparía de eso más tarde, después de terminar su proyecto actual y descansar la cabeza de la conmoción.
-¡Mundo a Snape! ¡Estamos hablando contigo, imbécil!- exclamó Mulciber. -¡Oy!-.
Ah, sí, qué encantador. El día no podía ser mejor que esto.
Severus agradeció a todas las deidades conocidas por su descuido en la creación de la barrera y rápidamente lanzó un encantamiento silenciador sobre Avery y Mulciber. No podían llegar hasta él en su lado de la habitación, ni podían contrarrestar su hechizo. La única forma de que encontraran sus voces sería dejando a Severus en paz, o eso les dijo Severus.
Y así, restablecida la paz -(con los ocasionales golpes insonoros en su barrera)-, Severus regresó a su boceto.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Eran las dos de la madrugada.
Severus había cenado en su mesa -(cortesía de Winny, bendita sea)- y había podido encontrar un buen diseño para sus guantes que incorporaba las runas protectoras y coser los patrones a su guante derecho. El otro está pendiente.
Se bañó, se puso la ropa de dormir -(o una camisa vieja y una sudadera)- y se fue a dormir a eso de las diez.
Una canción le despertó en mitad de la noche.
Abrió los ojos al oír los suaves tonos y casi se quedó dormido por la tranquilidad que le producían, antes de incorporarse rápidamente, alarmado.
Nadie debería estar cantando a estas horas.
Fue entonces, cuando la somnolencia del sueño lo eludió, que se dio cuenta de que no estaba escuchando ninguna canción, sino sintiéndola por la magia, a través de su Vista de Mago, como si sin embargo estuviera cantando y supiera que sólo él podía escucharla. Incluso le llamaba.
Y ese es un pensamiento peligroso.
Se ató la funda de la varita al antebrazo derecho, envainó la varita y se echó encima la túnica del colegio para ocultar el arma que había elegido. Entonces, Severus salió de su habitación, bajó las escaleras y entró en la sala común en completo silencio sigiloso.
La canción siguió siendo la misma en todo momento -(algo sobre que las canciones mágicas son imposibles de ser escuchadas por oídos humanos, por lo que no tienen volumen)-, sin embargo, Severus sabía que venía de abajo, bajo el agua. Al fin y al cabo, la sala común de Slytherin estaba bajo el Lago Negro, mientras que los dormitorios estaban justo encima de la superficie.
Caminó por la sala hacia la ventana más grande de la pared del fondo, deteniéndose justo antes de tocar el cristal.
Allí, nadando al ritmo de su canto, iluminado por la luz de la luna, flotaba una merpeople.
Melancolía con un toque de esperanza. Eso fue lo que Severus sintió al escuchar la canción.
Un marinero solitario a la deriva entre las olas no se sentiría atraído por el sonido; más bien se entristecería hasta el punto de perderse en el mar. Algo hermoso, pero que da la bienvenida a la tristeza en el corazón de una persona.
Severus no conocía el idioma de los merpeople. Eran famosos por su complejo conjunto de sonidos y canciones mejoradas mágicamente para comunicarse entre ellos, imposibles de replicar con la magia de los brujos, aunque lo intentaran. Severus sólo podía esperar que los merpeople del Lago Negro estuvieran acostumbrados a la presencia humana hasta el punto de entender sus intenciones a través de la magia... y del inglés, por supuesto.
-Debo admitir que es una canción hermosa-, confió Severus. -Aunque la habría apreciado más si no me hubiera despertado a altas horas de la noche-.
La canción se detuvo.
El merpeople se volvió hacia el vaso e inclinó la cabeza, mirando con curiosidad a Severus.
Éste se movió de un pie a otro. -¿Llamaste?-.
Su cabeza se inclinó hacia el otro lado, aunque su cuerpo no se movió.
Severus se sintió incómodo, escrutado por el merpeople tan intensamente. -Bueno, si eso es todo, me voy-. Se dio la vuelta para marcharse.
Cuando estaba de espaldas al merpeople, éste empezó a cantar de nuevo. Una melodía diferente esta vez.
La canción comenzó con asombro, como tanteando el terreno para ver si Severus podía entenderla. Cuando Severus se detuvo en seco, el merpeople vitoreó con su verdadera voz -(chirriante y burbujeante a causa del agua)- y comenzó de nuevo. Esta vez, la melodía era optimista, acogedora, y Severus se sintió envuelto en una burbuja de seguridad. Como el cálido abrazo de una madre mezclado con la alegría de un niño sobreexcitado.
Se volvió para ver al merpeople extendiendo ambos brazos hacia el cristal como si esperara un abrazo, y luego nadando y bailando con su canción. La imagen le recordó el entusiasmo de Lily por los conciertos y le hizo sonreír.
Severus sabía que la canción era para él. No entendía por qué el merpeople estaba tan contento de cantar para él, pero supuso que era la única persona que podía oír su canción. La vista de mago es una habilidad poco común, después de todo.
Empezó a tararear al ritmo, aunque sus cuerdas vocales nunca podrían sonar exactamente como lo que "oía". Infundió magia a su voz para dejar claro que cantaba con el merpeople.
El merpeople jadeó -(lleno de burbujas)- antes de vitorear ruidosamente mientras giraba. Severus nunca había visto una criatura tan exagerada. Le recordaba a un cachorro.
Pronto, otros merpeoples más grandes se acercaron desde las profundidades del lago. Severus se sobresaltó al notar que el merpeople que cantaba era, en realidad, joven. Adolescente, como mucho.
Siguió tarareando mientras los demás se le unían. Otro joven empezó a bailar con el primero, girando hasta que se formó un pequeño remolino entre ellos. Los adultos observaban, cantando con sus jóvenes, animando su actuación.
Severus daba golpecitos con el pie, observando con una sonrisa. Cuanto más vitoreaban, más parecían delfines, y Severus se rió de la comparación.
Los tritones confundieron su risa y, como uno solo, rieron con él, o lo que él creyó que era su risa. El aire a su alrededor se calentó con su alegría.
Pero, como suele decirse, todo lo bueno se acaba.
Al final, los tritones más viejos empezaron a guiar a sus crías de vuelta al fondo del lago para dormir, supuso Severus. Se despidió de la cría que le cantaba y recibió un entusiasta movimiento de la cola como respuesta. Se rió entre dientes.
Cuando los tritones se fueron, Severus se quedó mirando las aguas iluminadas por la luna del Lago Negro. Era relajante a su manera, pero no podía entretenerse menos que alguien lo encontrara haciéndose el misterioso.
Volvió a la cama y, por una vez, tuvo un sueño agradable.
Chapter 4: Capítulo 3: Lending a Hand
Chapter Text
El domingo por la mañana empezó con fuerza.
-¡Ay! ¡Las pelotas de Merlín, Snape, cesa esta barrera de una vez!- Gritó Mulciber después de golpearse la cabeza cuando iba al baño.
Bien, mintió Severus. Empezó con dos golpes.
Severus gimió desde su posición fetal en la cama. -Cállate. Me duele la cabeza-.
-Oh, lo siento mucho-, se burló Mulciber. -¿El bebé necesita pociones? ¡Deshazte de esta barrera ahora mismo o gritaré más fuerte que una maldita banshee!-.
Severus le lanzó una mirada asesina -(ojos inyectados en sangre)- y levantó la varita amenazadoramente en su dirección. Mulciber, sintiendo la magia en el aire, decidió inteligentemente cerrar la boca. -No pongas a prueba mi paciencia, Frederick. Me siento desquiciado en este momento-. gruñó.
Antes, Severus se despertó de su agradable, aunque olvidable, sueño sintiéndose a la vez extasiado y jodidamente horrible. Algo había cambiado en su interior entre el momento en que cantó con los merpeople y las cinco de la mañana.
Cuando abrió los ojos, notó que sus sentidos habían vuelto a su máximo rendimiento. Sus ojos eran lo suficientemente agudos como para ver incluso en la oscuridad; sus oídos se habían tonificado con un estallido, lo suficientemente claros como para oír incluso las débiles olas del lago exterior; su sentido del tacto, el olfato y el gusto habían aumentado a lo que solían ser y más. En ese momento, Severus supo que su cuerpo por fin se había aclimatado a su alma.
Y con eso, se dio cuenta de que su vista de mago también se había aclarado y ahora era asaltado por la magia de todas las personas, criaturas y objetos que lo rodeaban. ¡Incluyendo el maldito castillo!.
Severus, tras dos horas y media agonizando en la cama a causa de un dolor de cabeza potenciado por la magia, comprendió por qué los brujos tardaban décadas en dominar la habilidad. Ninguna poción puede ayudarlo tampoco, sólo él mismo.
Sin embargo, por mucho que lo intentara, no conseguía dominar su Oclumancia. Cada vez que intentaba acceder a su mente, su cráneo palpitaba inmensamente, convirtiéndolo en un inútil amasijo de temblores y jadeos. A pesar de todo, siguió intentándolo, sin conseguir nada a cambio de sus esfuerzos.
Ahora, son casi las ocho, la hora del desayuno, y Severus aún no lo ha conseguido. Si hubiera sido un adolescente de verdad, habría asesinado a Mulciber a la primera de cambio, sólo para que todo estuviera tranquilo. Por suerte para Mulciber, Severus desea evitar Azkaban esta vez.
-¿Qué pasa contigo?- preguntó Avery. -Nunca te he visto en la cama pasadas las siete-.
-Es domingo-, espetó Severus, aunque deseó poder gritar ¡Cierra el pico! En vez de eso.
-Sí, es domingo. Normalmente ya estás en la biblioteca...- insistió Avery.
Por el rabillo del ojo, Severus pudo distinguir a Mulciber haciendo gestos cortantes por encima del cuello para indicarle a su amigo que se detuviera. Esa es su dinámica los Ricks, se llaman. Ambos comparten una célula cerebral y, la tenga quien la tenga, es la voz de la razón del día. Hoy es el día de Mulciber, supuso Severus.
-No me hagas callarte otra vez-, advirtió Severus.
-¡Ja! Qué gracioso, Snape. Vuelve a hacerlo y habrá consecuencias-. Señaló con un dedo acusador.
-¡Cállate!- Severus dirigió su ira hacia él. Mulciber seguía agitando las manos para detener a su amigo, sintiendo cómo la magia se tensaba a su alrededor.
-¿Ah, sí?- Avery sonrió satisfecho. -¿Al pequeño le duele la cabeza y quiere que deje de hablar?-. Se rió a carcajadas y la vena de la frente de Severus se abultó de furia. -¡Pues oblígame, entonces!-.
Severus se puso rojo. -¡Vete!- Se sentó, gritando.
Su magia reaccionó de inmediato.
En un momento, Avery y Mulciber estaban de pie alrededor de su barrera, mirándole. En otro, salían volando por los aires sobre un montón de miembros y maldiciones.
-¡Snape!- Oyó gritar a Avery mientras empujaba a Mulciber para ponerse de pie.
Con un movimiento brusco de la cabeza de Severus, la puerta se cerró en la cara de Avery, trabándose sola. Oyó aún más maldiciones y golpes, después de eso.
Severus, que ahora notaba un dolor de cabeza aún peor, pudo darse una palmadita. Su despliegue de magia parecía y se sentía exactamente como magia accidental a propósito, para no llamar aún más la atención. Nadie apostaría un ojo por un estudiante que pierde el control mientras está irritado. Ocurre todo el tiempo.
(Descargo de responsabilidad: la exhibición era, de hecho, magia accidental alimentada por el dolor que sentía y la falta de escudos de Oclumancia. Aunque Severus nunca lo admitiría).
Severus sabía que no estaría en paz por mucho más tiempo. Bastaría con que Avery o Mulciber le pidieran a algún otro alumno que les abriera la puerta; después de todo, sus varitas estaban en la habitación con Severus. Sin embargo, Severus apreciaría sus victorias -(por pequeñas que fueran)- y aprovecharía su actual ambiente de paz para ducharse y prepararse para el, sin duda, largo día.
Para cuando el par de cerebros compartidos consiguieron abrir la puerta con la ayuda de un pobre chico de segundo año al que intimidaron hasta la sumisión, Severus ya estaba vestido, con el reloj de pulsera y la funda de la varita atados a los antebrazos, y listo para marcharse. Los dos le lanzaron miradas desagradables, pero no se enzarzaron, sino que se dirigieron al baño... al mismo tiempo.
Severus se marchó con el sonido de cómo se reñían para ver quién se iba primero y sonrió ante su estupidez.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Su dolor de cabeza no remitió con el desayuno, aunque dio un giro inesperado.
Huyó a la cocina, en absoluto preparado para enfrentarse al Gran Comedor con toda su magia y su gente, para tomar un desayuno ligero de huevos, tostadas con mantequilla y té.
Se quedó perplejo al notar que la magia élfica le calmaba la cabeza. Más aún, no le molestaba, en absoluto.
Habló con Winny -(agradeciéndole de nuevo por lo de ayer)- y expresó su curiosidad sobre el tema.
-Nosotros los elfos vivimos entre magos desde hace mucho tiempo, sí-, había dicho ella. -Hace tiempo que cambiamos la magia élfica para adaptarla a las necesidades de los magos. No queremos molestar a los maestros-. Había asentido convencida.
Y, en cierto modo, tenía sentido. Severus estaba intrigado, aunque no presionó más, temeroso de incomodar a Winny con sus preguntas.
Se marchó con otra ronda de agradecimientos y elfos sonrojados, dejando atrás la calma tranquilizadora de la cocina.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Severus decidió, después de deambular por los pasillos mientras su dolor de cabeza empeoraba gradualmente, que salir del castillo y aclimatarse a su magia desde lejos era una idea fantástica.
Se encontró de nuevo en los terrenos de Hogwarts, bajando lentamente las escaleras hacia la cabaña de Hagrid, hasta que pudo rodear el borde del Bosque Prohibido.
Diente lo encontró a los cinco minutos de su paseo.
-Hola, muchacho-, saludó Severus cabizbajo.
Diente ladró su saludo y Severus siseó por el sonido. Se masajeó las sienes mientras Diente ladeaba la cabeza, mirándolo con curiosidad.
-Disculpa, muchacho-, le susurró Severus al perro. -Ahora mismo me siento como si me hubiera golpeado la cabeza contra una gruesa roca y los sonidos fuertes parecían agudizar el dolor-. Sonrió disculpándose.
Diente gimoteó suavemente, pero no volvió a levantar la voz. Severus sonrió al perro, más suave, e hizo un gesto con la mano para que Diente lo siguiera mientras caminaba. Diente lo siguió.
-Buen chico, Diente-, lo elogió. El perro resopló triunfante.
La magia de Hogwarts, como parecía, podía sentirse desde grandes distancias, sin embargo. El dolor de cabeza de Severus disminuyó después de media hora lejos del foco central de la magia (aka. El castillo) pero prevaleció como una obstinada presión en su cráneo que no cedía. De todos modos, Severus hizo lo que pudo para disfrutar del sol bajo el que rara vez se aventuraba y respiró profundamente el aire veraniego de Escocia. Olía a bellotas y a la refrescante fragancia de las piñas y los pinos, a hierba fresca bajo el rocío y a rica tierra.
Huele como en casa, pensó Severus. Como Hogwarts.
Un estruendoso -¡Diente!- a lo lejos interrumpió sus cavilaciones. No agravó su dolor de cabeza, pero lo sobresaltó.
Se dio la vuelta para ver la figura de Hagrid -(con una cesta de paja a la espalda)- acercándose. Le hizo señas al perro para que se acercara, pero Diente permaneció al lado de Severus. El propio Severus intentó razonar con el perro -Diente, es hora de volver-, *Huff* -¡Diente!- *Lloriquea*, pero permaneció sentado.
Finalmente, Hagrid se dirigió hacia ellos. -Oy, Diente. Te llamo, viejo amigo-.
Diente volvió a resoplar, antes de tumbarse y apoyar la cabeza sobre las patas delanteras.
Hagrid suspiró con un sonido áspero, sacudiendo la cabeza. -¿Qué hago contigo?-.
-¿Quizá está cansado de nuestro paseo?- se defendió Severus. -Caminamos una buena media hora, señor-.
Hagrid por fin se fijó en Severus. Levantó la cabeza para ver al alumno, y entonces sus ojos se posaron en el escudo de Slytherin de su túnica. Los ojos de Hagrid se volvieron aprensivos al instante. -Bueno... ¿a quién tenemos aquí, muchacho?-.
-Severus Snape, señor-, saludó Severus con una inclinación de cabeza. -Slytherin de quinto año-.
Hagrid asintió. -Yo no caminaría tan cerca del bosque, muchacho-, advirtió Hagrid. -Muy peligroso, el bosque-. Asintió gravemente ante sus propias palabras.
-En efecto-, concedió Severus. -Sólo estaba paseando por los terrenos, señor. Diente me acompañó en todo momento-. Señaló al perro, que resopló en señal de afirmación.
-¿En serio?- Miró al perro que le juzgó con la mirada. -Pues sí-.
-Sí-, volvió a afirmar Severus, porque cuando eres un Slytherin, necesitas decir las cosas dos veces para que te escuchen. -Debo haberlo cansado. Mis más sinceras disculpas si es un problema-.
-Oh, no, no-, Hagrid sacudió su enorme cabeza. -Ya lo creo, muchacho. Quería llevar a Diente a estirar las piernas, pero ya lo has hecho-. Sonrió un poco. -Te lo agradezco-.
Severus no esperaba recibir un reconocimiento. Estaba desconcertado. -No hace falta que me lo agradezca, señor. Diente me siguió-.
-Diente no sigue a cualquiera-, le informó Hagrid. -¿Eh, muchacho?- Sonrió al perro. Diente ladró -(aunque bajito para no herir a Severus, que lo notó amablemente)- antes de sentarse. -Tengo que irme, muchacho. Tengo cosas que hacer-, le dijo al perro. -Puedes echarte una siesta en la cabaña-.
Con eso, Diente regresó arrastrando los pies a la cabaña, dejando a Severus con Hagrid.
Severus no estaba tan listo para volver al castillo. Aún se estaba acostumbrando a la magia que lo rodeaba, aunque había disminuido un poco. Si regresaba ahora, su dolor de cabeza se intensificaría diez veces más. Tal vez podría seguir paseando por el perímetro del bosque. A partir de hoy no entraría, no con el dolor de cabeza y la pérdida de su Oclumancia, y podría decirle tanto a Hagrid como que lo dejara en paz.
Sin embargo, parecía que el semigigante tenía otros planes. -Dime-, empezó, buscando algo en los numerosos bolsillos de su abrigo. Entonces sacó un trozo de pergamino con el escudo de Slytherin estampado en él. -¿Conoces esto?- Se lo tendió a Severus.
Severus cogió el papel y leyó los trazos gruesos y ondulados de una pluma. Reconoció la letra de inmediato. -Parece que el profesor Slughorn necesita urgentemente Sombra Nocturna Mortal-. Dijo secamente.
-Sí, mira,, señaló el nombre del ingrediente. -No tengo idea de qué es-.
Severus lo miró. Esta vez lo miró de verdad. Hagrid era joven, o al menos más joven de lo que él recordaba. Rondaba los cuarenta, por el amor de Merlín. Severus murió más o menos a esa edad, aunque un poco más joven. Aún así, Severus podía apiadarse del hombre. Le enviaron una tarea por carta para recoger un ingrediente del Bosque Prohibido sin guía.
Severus recuerda su época de profesor, en sus comienzos. Recogía los ingredientes él mismo, con sumo cuidado, hasta que la carga de trabajo de la escuela se volvió imposible de sobrellevar. Tuvo que organizar partidas de búsqueda con sus alumnos de sexto y séptimo año para recolectar los suficientes como se atrevía, todo supervisado por Hagrid.
Al semigigante no se le permitía acercarse a los ingredientes debido a sus enormes manos y su torpeza. Se quedaba pensativo a un lado, cabizbajo por no poder ayudar a Severus, y eso le molestaba sobremanera.
Con el tiempo, Severus encontró la manera de que el gigante recogiera ciertos ingredientes sin dañarlos en el proceso, todo ello teniendo en cuenta su tamaño y sus modales.
Aún recuerda el día en que Hagrid recogió del bosque sus primeros ejemplares casi perfectos de bayas de muérdago. Dice casi perfectas porque estaban casi todas aplastadas excepto tres, pero esas tres estaban en perfectas condiciones. A Hagrid no pareció importarle. Había sonreído a Severus por sus esfuerzos mientras le entregaba los ingredientes.
Severus lo había amonestado, incluso le había dado consejos para hacerlo mejor la próxima vez. Y aunque Hagrid parecía entristecido por eso, Severus tomó las bayas. Las usó. Estaban en perfecto estado, después de todo, y así se lo dijo a Hagrid una vez terminada la poción que había preparado.
Hagrid había hinchado el pecho de orgullo aquel día.
Severus trabajaba con aquel hombre desde hacía unos quince años. Puede que no le caiga muy bien, pero tampoco lo odia.
-Sombra Nocturna Mortal, ¿tal vez la conozcas como Belladonna?- preguntó Severus. Ante el pequeño "oh" de Hagrid y un movimiento de cabeza, continuó. -Venenosa. Debe manipularse con delicadeza, pues su tallo es frágil. La carta informa de que la planta debe recolectarse entera, es decir, raíz, tallo, hojas, flores y frutos. Sin cortes ni tirones bruscos del suelo. ¿Puedes hacerlo?-.
Hagrid parecía abrumado. -Eh...-, dijo inteligentemente.
Severus asintió. Pensó lo mismo. -Yo puedo ayudarlo, señor. Soy un aspirante a maestro de pociones. Conozco los ingredientes-.
Los ojos de Hagrid se abrieron de par en par. Parecía tan asombrado por la propuesta de Severus, que éste se sintió ligeramente ofendido. -¿Quieres ayudarme?-.
-Eso he dicho, sí-, dijo Severus, empezando a molestarse.
Hagrid, literalmente, se sacudió de su estupor. Como un perro. -Es que... nadie me ha ofrecido ayuda-, dijo Hagrid solemnemente.
-Yo me ofrezco ahora-, dijo Severus. Siempre hay una primera vez. -Además, si vas a recoger sin guía, puedes dañar el ingrediente y dejarlos obsoletos, así. Y como aspirante a maestro de pociones, no puedo permitir que eso suceda-.
Hagrid soltó una risita. -Muy bien, ya voy. Pero, que sepas, debes quedarte conmigo todo el tiempo-. Dijo seriamente. -No te alejes, ¿sí?-.
-Comprensible-, aceptó Severus. -El bosque es peligroso, después de todo, o eso he oído-. Sonrió satisfecho, haciendo que Hagrid riera por segunda vez.
Se adentraron en el bosque después de recoger algo de equipo a petición de Severus guantes de jardinería, lo más importante. En las profundidades, la magia de Hogwarts disminuyó lentamente su poder sobre Severus y éste volvió a sentirse humano.
Sin embargo, Severus no era tonto. Si ya no podía sentir Hogwarts, significaba que se estaban aventurando en territorio centauro.
Por lo que Severus sabía, la magia de ellos podía lastimarlo tanto en su estado actual.
No importaba. Guió sutilmente a Hagrid por el sendero que conducía al recinto de las Belladonnas, como a él le gustaba llamarlo. Un espacioso claro entre robles y tejos donde la luz llegaba hasta el suelo y abundaban las Belladonnas. O eso cree él. Podría ser diferente de su época.
Afortunadamente, una vez llegados, nada había cambiado -o nunca fue diferente (los viajes en el tiempo le confunden, a veces)- y, por tanto, comenzó el trabajo.
-En primer lugar-, Severus detuvo a Hagrid antes de que pudiera acercarse. -Ponte los guantes y sígueme-.
Hagrid hizo lo que le decían. Severus escuchó su propio consejo y se puso también los guantes -(un par redimensionado de los de Hagrid)- antes de agacharse cerca de una belladona apartada. Hagrid hizo lo mismo al lado de Severus.
-Te explicaré lo que tienes que hacer-, me dijo. -Normalmente, nosotros -(los recolectores)- utilizamos una herramienta llamada paleta o pala de mano para desenterrar las raíces y sacar la planta entera de la tierra en casos como éste-. Lo demostró transfigurando un guijarro del suelo en la citada herramienta y excavando la tierra con ella en forma circular alrededor de la planta. -Hay que cavar un perímetro no demasiado cerca del tallo -(o podrías cortar las raíces)- ni demasiado lejos, de lo contrario habrá demasiada suciedad que limpiar, más tarde-. Recogió la planta del suelo, con tierra y todo, y la colocó en la cesta. -Todo lo que tenemos que hacer ahora es bañar la planta en agua para eliminar la suciedad de las raíces, y voilà, una belladona perfectamente intacta-.
Hagrid observó intensamente todo el proceso. Asintió con la cabeza. -Muy bien. ¿Puedes hacerme una?- Señaló la paleta.
-No necesitarás una-, dijo Severus. Ante la mirada confusa de Hagrid, se explayó. -Tienes manos de gigante -(piel y huesos más gruesos para el trabajo manual)- perfectamente aptas para simplemente enterrar las manos alrededor de la planta-.
Hagrid se miró las manos. -¿Sólo... cavar y recogerla?-.
-Sí, básicamente-, confirmó Severus. -Aunque debo advertirte que tengas cuidado al manipular la planta. Una vez más, es frágil. Pero no te preocupes si no lo consigues a la primera. Hay de todo y aún estás aprendiendo-. Severus le sonrió.
Hagrid le hizo un firme gesto con la cabeza. -De acuerdo. Haré lo que pueda-.
Al final de todo, recogieron una buena cantidad de Belladonnas para Slughorn y para él Hagrid insistió en recoger también algunas para Severus, ya que él ayudaba.
Hagrid tuvo sus altibajos, pero al final dominó la técnica, pensó Severus. Sus primeros intentos, aquellos en que las plantas se dañaban en alguna parte, Severus se los guardaba para sí sin quejarse. No serviría de nada desanimar al hombre, después de todo. Aunque Severus le dio algunos severos consejos para ayudarlo en sus esfuerzos.
Extrañamente, Hagrid parecía más decidido a alcanzar los niveles de Severus que desanimado por sus palabras. En todo caso, cuando Severus afirmó que una de las plantas que había recogido estaba en perfectas condiciones, el hombre se alegró tanto que casi dejó caer la planta.
Severus trazó un mapa de la zona en su diario de bolsillo -(el camino para llegar hasta aquí y también los alrededores del claro)- antes de regresar a los terrenos de Hogwarts y mientras lo hacía. Planeaba tenerlo en un mapa real para Hagrid, para que el hombre pudiera volver cuando quisiera. El semigigante le sonrió cuando Severus se lo dijo, cosa a la que Severus aún tenía que acostumbrarse.
Una vez de vuelta en la cabaña, Severus le indicó a Hagrid que consiguiera una palangana grande y la llenara de agua, para que pudieran lavar la suciedad de los ingredientes. Hagrid, por su parte, regresó con una gran artesa de madera ya llena de agua. "Del puesto de los hipogrifos", había dicho.
-Lavémosla primero antes de usarla, entonces-. lo amonestó Severus.
Recogieron agua del pozo, volvieron a llenar el abrevadero y se pusieron a lavar las plantas.
-Muy bien-, dijo Severus, sacándose la túnica y arremangándose. -Yo las lavaré con cuidado mientras tú las mantienes bajo el agua, con suavidad. ¿Te parece razonable?-.
-¿Sostenerlos?- preguntó Hagrid.
-Coges la planta de debajo, levantándolas para sentarlas sobre las manos, sí, así-, observó mientras Hagrid hacía lo que le decían, ahuecando un espécimen con ambas manos grandes. -Ahora sumerges las manos y las meneas bajo el agua lentamente para quitar el exceso de tierra. No restriegues ni sacudas las manos, sólo muévelas hasta que la tierra se disuelva por sí sola-, asintió Hagrid con un gesto de aprobación. -Yo limpiaré los restos rebeldes que queden. Pásamelos cuando hayas terminado-. Hagrid asintió.
El relajante sol de la mañana acabó convirtiéndose en la dura luz del sol de la tarde.
Cuando terminaron, Severus empacó las belladonnas para entregarlas por lechuza a su Jefe de Casa, mientras Hagrid devolvía el comedero al recinto de los hipogrifos... después de limpiarles bien el barro, por supuesto. Volvió con algunos rasguños, pero según él, "nada grave, de verdad".
-Deberías quedarte a almorzar, ¿qué te parece?- invitó Hagrid.
Severus, que se sentía cansado después de caminar grandes distancias por el bosque y de ninguna manera preparado aún para comer en el Gran Comedor, decidió aceptar la invitación.
Severus se sentó junto a la mesa circular de Hagrid mientras el semigigante preparaba té. Diente lo saludó desde el suelo con un suave quejido y Severus le acarició la cabeza. -Llegará en cualquier momento-, dijo Hagrid, poniendo la tetera y dos tazas sobre la mesa.
En cuanto lo dijo, dos platos saltaron sobre la mesa. Uno lleno hasta los topes de carnes blancas y rojas a la parrilla, mazorcas de maíz, arroz blanco y un cuenco de judías pintas a un lado. El segundo consistía en carne en conserva con puré de patatas y una guarnición de zanahorias tiernas.
-¡Ahí están!- Sonrió, sentándose en su silla de madera con un audible chirrido de protesta. -Siempre puntuales, los elfos-, dijo. -Me moriría de hambre si no fuera por ellos-.
-Bastante-, concedió Severus.
Comieron en silencio la mayor parte del tiempo. Diente mordisqueó un trozo de carne que Hagrid le dio y Severus contempló el hecho de que Hagrid podía comerse la mazorca entera como quien come zanahorias. Incluso dijo que le gustaba.
Entonces se le ocurrió a Severus, mientras daba el último bocado al puré de patatas el dolor de cabeza, a pesar de haber vuelto a los terrenos de Hogwarts, ya no era insoportable como antes. Una rápida ojeada a sus barreras mentales, que no le causó ningún contragolpe, se las mostró destrozadas y Severus se sintió mortificado.
-Disculpe, Hagrid, señor-, dijo Severus. -¿Le importa si medito un momento? Su cabaña es acogedora y el ambiente es tranquilo, perfecto para una sesión-. Severus mintió suavemente.
-Por supuesto, muchacho. Inténtalo-. Permitió Hagrid.
Severus asintió con la cabeza y no perdió tiempo. Cerró los ojos y se evadió de la realidad para estudiar su escudo de Oclumancia.
Notó que no estaban destruidos, aunque no funcionaban como si hubieran sido inutilizados por el asalto mágico. Lo que antes podía interpretarse como un grueso muro de ladrillos sin debilidad aparente se había convertido en ruinas. En los agujeros podían verse trozos de recuerdos y las emociones podían colarse fácilmente por los huecos. Lo peor de todo era que cualquiera con la habilidad suficiente podía espiar su cabeza.
Severus se estremeció.
Arregló los susodichos escudos derribando la barrera comprometida y levantándolos de nuevo, en rápida sucesión. Resultó expectante eficiente y fuerte, aunque un poco diferente de la anterior. Si la anterior se asemejaba a un muro de ladrillos, ésta le recordaba a Severus los muros de un castillo. Una fortaleza, si se quiere. Algo no más fuerte, per se -(la Oclumancia de Severus supera con creces a la de un maestro por sí sola, ya)-, no. Él lo entendía como algo lineal, progresivo, un paso a la siguiente etapa.
El que cae y se levanta es mucho más fuerte que el que nunca cayó.
Sus defensas cayeron para poder adaptarse a las necesidades de Severus, protegiéndolo mucho mejor que antes (re: contragolpe de vista de mago). Y aunque le dolió mucho llegar hasta aquí, Severus se sintió bien sabiendo que sus defensas habían "evolucionado" para él.
Por dentro, nada sustancial había cambiado. Su cabeza se asemejaba a diferentes habitaciones de diferentes edificios, todas mezcladas y conectadas por puertas, escaleras y pasillos en un patrón abstracto que sólo Severus conocía. A veces, elementos de algún lugar se mezclaban con una habitación de algún otro lugar, al que no pertenecían, con un aspecto ligeramente inquietante. Como la sala de estar de la biblioteca de Cokeworth, con un deslizador justo en el medio, que terminaba en la boca de la chimenea, de todos los lugares.
Su cabeza le recordaba a un cuadro de Maurits Cornelis Escher, pero venido a la realidad... o bueno, todo lo real que podía hacer en su cabeza.
No importaba. No había venido aquí a contemplar su propia obra.
Severus miró a su alrededor en busca de algo nuevo -(una habitación, una sensación)-, como es de esperar cuando se aprende un nuevo medio de examinar información. No pasó mucho tiempo antes de que se encontrara frente a la gigantesca puerta de un castillo. Uno tan enorme, que podría lastimarse el cuello de mirar hacia arriba, si hubiera sido real.
Esto definitivamente no estaba aquí antes, pensó Severus.
Guiado por el instinto, se acercó a las pesadas puertas y se sobresaltó cuando éstas se abrieron con facilidad y sin que nadie se lo pidiera. Sin embargo, lo que vio dentro lo hizo suspirar resignado.
La habitación -(circular y con aspecto de mazmorra, con ladrillos oscuros, antorchas y un suelo verde aterciopelado)- era un amasijo de diferentes firmas mágicas que giraban a su antojo. Un peligro epiléptico de colores que se encendían y apagaban, para luego detenerse y continuar entre ellos como si estuvieran jugando.
Severus se sintió como el nuevo profesor de guardería que conoce a los oh-llamados ángeles en su primer día. Sólo para ver que los niños eran hiperactivos y dos caras como el demonio, y él había sido estafado.
Volvió a suspirar porque necesitaba organizar este lío, de lo contrario, sufriría mucho con las nuevas firmas mágicas en el futuro inmediato.
¡Maldita sea su Vista de Mago! (Aunque, en realidad no, ya que es extremadamente útil).
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
A Severus se le ocurrió ordenar.
Hizo pasillos adyacentes conectados a la sala circular principal que tenían varias puertas. Cada puerta pertenecía a una firma mágica para catalogarlas adecuadamente, por turnos.
Recogió las firmas una a una de la sala principal, afirmó a quién pertenecían, etiquetó una puerta con su nombre y arrojó la firma detrás de dicha puerta para que no lo molestara nunca más.
Así pudo comprender mejor la magia de la gente que le rodeaba.
Las olas tranquilas y tempestuosas de Mulciber. Las chispas de travesura y trueno de Avery. El tornado de Bellatrix.
También, la densa pero suave lana de Madam Bickerton, el alegre polen floral de Winny.
El cálido y acogedor fuego anaranjado de James Potter.
Porque, por supuesto, lo es. Maldita sea.
Severus decidió no pensar demasiado en eso y se centró en su último problema.
Quedaban cuatro firmas mágicas en la sala principal, que Severus identificó rápidamente como magia de Hogwarts: la ráfaga de viento azul que se deslizaba graciosamente, las arenas amarillas terrosas que giraban en el suelo, el rojo ardiente agolpado en un orbe justo en el centro y el verde acuoso que fluía en círculos alrededor de los otros tres. El mismo matiz de colores que vio en Hogwarts el día anterior.
Por mucho que lo intentara, no podía organizarlos juntos detrás de la misma puerta. No encajaban aunque debían estar juntos, y Severus gimió frustrado.
Hogwarts no es una persona, sino un castillo, un edificio convertido en mágico tras años de magia filtrándose por sus muros. La huella dejada por un milenio de existencia condensada en una firma mágica sensible, aunque hay cuatro, no una.
Severus acabó creando cuatro puertas diferentes, una junto a la otra, en la sala circular principal, para facilitar el acceso, cada una de las cuales conducía a una de las firmas de Hogwart. Las separó -(con dificultad, eso sí)- en cada una y las etiquetó según los colores de las puertas: rojo, azul, amarillo y verde.
Cuando por fin terminó, exactamente después de ocultar la última firma, sintió que se le quitaba un gran peso de encima. Podía sentir la magia corriendo por él como las aguas de un río en lugar de asaltarle con hielo, firme y estable. Su mente se despejó, su dolor de cabeza cesó de inmediato y Severus supo que ya no tendría que preocuparse por sentir la magia.
Con un gesto de aprobación, Severus abandonó su espacio mental.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Abrió los ojos y vio una piedra en un plato, encima de la mesa de Hagrid.
-¿Eh?- Severus estaba desorientado, todavía, así que sonó mudo incluso para sus oídos.
-Oh, has vuelto, muchacho-. saludó Hagrid desde su cama, donde tejía una bufanda. A juzgar por los colores, una de Gryffindor. -Te horneé pastel de roca, yo invito-. Señaló la roca.
Severus parpadeó y miró el supuesto pastel con desconfianza. Miró su reloj de pulsera para ver que había meditado durante una hora -(el tiempo en el espacio mental fluye de forma diferente a la realidad)- y dijo -No creo que mis dientes puedan soportar una roca literal, señor-.
Hagrid se rió. -No es una roca, muchacho. Es un pastel, ¿ves?-. Señaló una cesta con pasteles de roca junto a la mesa. -Hace tiempo que se me dio bien hornearlos. Son muy sabrosos-.
Severus canturreó y buscó un tenedor con el que pudiera darle un mordisco a la delicia -(después de todo, Hagrid parecía orgulloso de su repostería y Severus no quería disgustarlo negándose)-, pero no encontró ninguno en su mesa. Frunció el ceño y miró alrededor de la cabaña de una sola habitación, pero no encontró cubiertos por ninguna parte.
-Hagrid, señor-, el hombre levantó la cabeza de su trabajo para mirarlo, una vez más. -¿Podría, tal vez, prestarme un tenedor o una cuchara?-.
El hombre parecía arrepentido. -No tengo, muchacho, nunca tuve uno-.
Severus ladeó la cabeza, confundido. -¿Cómo come, entonces, señor? Quiero decir, sin cubiertos-.
-Los elfos ya mandan la comida con tenedores-, se encogió de hombros. -Yo como pasteles de roca con las manos-.
Severus arrugó la nariz con disgusto. Podía ser pobre, pero nunca comería con las manos. Una vez que eres maestro de pociones, aprendes lo rápido que puedes contaminar tu comida con ingredientes mágicos, incluso si te lavas las manos regular y minuciosamente. Es una pesadilla. -Permíteme reformularme-, dijo. -¿Podrías prestarme algo que pueda transfigurar en un tenedor? Una pieza de metal o plata, preferiblemente-.
Hagrid buscó en los muchos bolsillos de su abrigo y sacó de dentro una pequeña llave inglesa. Se la dio oxidada a Severus. -Aquí tienes-.
Severus desenvainó la varita con un movimiento de muñeca y la agitó sobre la llave sin hacer ruido, dejando que se transformara en la forma común de un tenedor. En este caso, la transfiguración no le resultó complicada, ya que ambos objetos estaban hechos del mismo material.
Luego cogió el tenedor e intentó romper con él la, sin duda, dura corteza del pastel. No funcionó. Frunció el ceño y optó por apuñalar el pastel varias veces. Ni siquiera se abolló.
-Esto no es un pastel-, murmuró Severus frustrado después de su asalto.
Hagrid soltó una carcajada, un estruendoso sonido lleno de alegría que salió de su vientre y sacudió la cabaña.
Severus, por su parte, hizo un mohín. No permitiría que se burlaran de él.
Una de las ventajas de ser maestro de pociones -(a pesar de las obvias)- era cocinar. Una vez que dominas el arte de medir, cortar, trocear, remover, etcétera, estás sobradamente preparado para enfrentarte a una cocina.
El propio Severus siempre pensaba si eres bueno cocinando, puedes ser bueno haciendo pociones. Ahora bien, si eres bueno haciendo pociones tienes garantizado que serás bueno cocinando.
Por cada receta de cocina difícil, siempre hay una poción más difícil de dominar. Sin embargo, una vez que las dominas, no hay receta que no puedas hacer.
Y Severus era un buen cocinero, tenía que serlo si quería comida de calidad. Eso viene con sus propias ventajas. Algunas de las cuales son los hechizos de cocina.
Severus agitó la varita siguiendo un patrón establecido para un hechizo que aprendió de un libro de cocina mágica a los dieciocho años -(Guía de un brujo sobre cómo cocinar eso, de Ann Reardon)- en el que ablandaba el caramelo endurecido en lugar de derretirlo. La corteza del pastel, antes dura como una roca, se ablandó tanto que se disolvió alrededor de las partes comestibles y cayó al plato. El interior, ahora expuesto, tenía un aspecto muy húmedo de caramelo y granulado.
Severus sonrió con suficiencia, enfundó la varita y volvió a coger el tenedor. Tomó una pequeña porción de pastel bañado en caramelo de azúcar moreno y se lo llevó a la boca.
E inmediatamente tuvo una arcada. -¡Argh! Pero qué...-, hizo un gesto para que le trajeran una taza de té, que flotó hasta sus manos. Se bebió el té. -¿Por qué sabe a tierra azucarada?-. preguntó desesperado.
Hagrid tuvo la decencia de parecer avergonzado, aunque nunca se podía estar seguro, con su vello facial. -No tenía nada más-.
Severus lo miró incrédulo. -Hagrid-, Hagrid hizo una mueca con su tono de voz severo. -...¿hiciste esto con tierra?- Susurró.
Hagrid bajó la mirada, jugueteando con la lana de su bufanda. Diente, al lado del semigigante, gimoteó.
A Severus le hizo un poco de gracia la imagen de un hombre de cuarenta años siendo reprendido por un niño de dieciséis. Sin embargo, se serenó rápidamente, respirando hondo y levantando sus escudos de Oclumancia, para reaccionar adecuadamente en esta situación.
Decidió ser comprensivo. -Hagrid, ¿quién te enseñó a cocinar?-.
La pregunta pareció pillar por sorpresa al hombre, pero enseguida aprovechó el supuesto cambio de tema. -Mi madre cocinaba cuando era un chaval-. Sonrió al recordar. -Ella no me enseñó, pero aprendí lo que pude observándola-.
-Bueno, ¿aprendiste la receta de tu pastel de roca de ella, o improvisaste?- preguntó Severus, cruzando las manos sobre la mesa.
Hagrid negó con la cabeza. -Murió joven-, dijo con gravedad. -Tuve que aprender solo-.
Severus asintió, sintiéndose extraño. A Hagrid, al igual que a él, le ocurrieron una serie de sucesos desafortunados que cambiaron su vida desde muy joven. Lo expulsaron de Hogwarts, le rompieron la varita y perdió a su madre.
Ve a Dumbledore con admiración porque el hombre lo salvó. Literalmente.
Y, como alguien también manipulado por Dumbledore, Severus no podía sino compadecerse del hombre.
-¿Te gustaría? Aprender a cocinar un pastel de roca en condiciones, quiero decir-, Hagrid levantó la vista con los ojos muy abiertos. -Conozco una receta sencilla. Creo que tienes todos los ingredientes menos uno. A menos que tengas mantequilla sin sal por aquí-. Enarcó una ceja a modo de pregunta. Hagrid negó con la cabeza. -Puedo coger una barra de mantequilla de la cocina, si quieres. También puedo escribirte la receta para que practiques. Se tarda unos treinta minutos y sabe muy bien-.
-Si podrias...- se le quebró la voz. -¿Harías eso por mí?-.
-Es sólo una receta, Hagrid, nada serio. Además, me diste media docena de belladonnas, y por eso te estoy agradecido-. Severus sonrió. -Sin embargo, necesitas algunos utensilios de cocina tabla de cortar, cubiertos, cuencos para mezclar-, enumeró con los dedos, pensando dónde podría encontrar tales artículos para obsequiar a Hagrid. -Un recipiente encantado para guardar la mantequilla también vendría bien...-, murmuró más para sí mismo que para el otro hombre.
Severus oyó un fuerte resoplido.
Levantó la vista y vio a Hagrid sonándose la nariz con la bufanda que estaba tejiendo, con gruesas lágrimas rodándole por la barba. -Eres un buen chico, Snape-. Logró decir entre hipidos. -Muy bueno-. Usó el otro extremo de la bufanda para limpiarse la cara.
Severus se burló, pero guardó silencio mientras Hagrid se serenaba. -Volveré al castillo para recuperar algunas cosas que necesitarás-, dijo, poniéndose de pie. -No tardaré mucho, así que espéreme si puede, señor-. Hagrid asintió.
Y con eso, Severus se fue.
Chapter 5: Thuths Unspoken
Chapter Text
Severus subió las escaleras de la colina hacia el castillo y ya podía sentir los cambios.
La magia -(tanto la de Hogwarts como la de la naturaleza)- se mezclaba para cantarle una melodía, una alegre muy parecida al canto del merpeoples. Los colores, las cuidadas tonalidades de la magia incrustada en las paredes del castillo, embelesaron a Severus una vez más bailando al compás del viento. Lo calmó, lo envolvió con la risa cálida y silenciosa de los niños que ansían jugar. Voces olvidadas e ignoradas le rodeaban, suplicando su atención.
Su magia reaccionó. Vio cómo sus zarcillos verde esmeralda oscuro flotaban desde su persona, uniéndose al desfile. Fluyó como una serpiente, protectora y contenta de unirse al juego. Resulta excepcional y a la vez excéntrico ver cómo tu propia magia interactúa con el mundo que te rodea. Esto plantea una pregunta ¿Es la magia sobre la vida o al revés?.
No es ninguna de las dos cosas. Una no puede existir sin la otra.
-Estabilizar el equilibrio, Severus-, había dicho Harry. -No es exclusivo de la magia, en absoluto-, sorbió su té con esa mirada de contemplación que ponía siempre que respondía a una pregunta complicada. -Así como el cuerpo no funciona si falla un órgano, el mundo tampoco. Un sistema meticuloso y complejo, que se mantiene vivo con el paso del tiempo. La magia y la gente, los seres de otro mundo y las criaturas, todos unidos por lo que eligen llamar hogar. Y en muchas de mis vidas, Severus, he aprendido que cuando tienes un cuerpo sano, tienes una vida feliz-.
-De las palabras de un autor desconocido Las ondas de cambio causadas por un acto rectificador pueden y cambiarán las olas hacia un mejor curso. ¿Entiendes lo que eso significa para ti, Severus?-. Harry sonrió. -Tú eres el cambio-.
La vida no puede existir sin equilibrio y Severus estaba aquí para traer los cambios que eventualmente conducirían al mundo hacia un futuro mejor.
Sacudió la cabeza para concentrarse. No debía perderse en la magia ni en sí mismo.
Se dirigió a la entrada del patio, hacia las escaleras móviles, hasta llegar al séptimo piso. Severus pasó tres veces por delante del tapiz de Bernabé y entró por la puerta, ahora visible. Dentro de la habitación de las cosas ocultas, respiró profundamente para calmar sus pensamientos acelerados, se envolvió con su magia -(como hace Madam Bickerton)- y suspiró. Luego disminuyó su alcance antes de Accio un tenedor para no cometer el mismo error de antes y Accio demasiadas cosas a la vez. Sin embargo, no llegó ninguna. Parecía que necesitaba alcanzar más profundamente en la habitación para encontrar lo que quería.
Lo intentó repetidamente; aumentando su alcance a medida que avanzaba hasta que por fin un tenedor salió volando hacia él. Un viejo tenedor de plata con rosas doradas incrustadas en el mango, mates por el paso del tiempo. Sus ojos recorrieron la zona de donde había salido volando el tenedor y Severus se acercó para ver si había un juego de cubiertos. Por suerte para él, debajo de una pila de sillas y mesas antiguas de madera, había un baúl lleno de ellos.
Encontró cubiertos de latón corroído, acero oxidado, oro brillante y plata deslustrada, sin ningún orden en particular. Juegos de diferentes épocas, todos agrupados en un arcón de madera de cedro con cojines en su interior. La mayoría parecían irreparables, mientras que otros estaban como nuevos.
Severus sacó con un movimiento de varita el juego de plata y oro, el único medio decente, y lo separó del resto. Accio una pequeña caja de cartón, vació su contenido -(libros sobre todo)- y colocó los cubiertos dentro ordenadamente con un trozo de tela roja de una mesa cercana. Una vez hecho esto, cerró la tapa por arte de magia.
Se levantó, con la caja bajo la axila, para realizar otro Accio. Tablones de madera salieron volando de distintas direcciones y cayeron a los pies de Severus. Ninguno, sin embargo, era lo que él necesitaba.
Volvió a intentarlo, canalizando su magia y siendo más específico con sus palabras. -Accio tabla de cortar-, sin embargo, de nuevo, no vino ninguna.
Encogiéndose de hombros, Severus hizo lo siguiente mejor. Levitando una tabla de aspecto decente, agitó la varita, lanzando un silencioso Diffindo -(el encantamiento cortante)- hasta acortar la madera, y luego Expolitum -(el encantamiento pulidor)- hasta que la madera reflejó su rostro, aunque borroso. Al final, parecía una tabla de cortar de madera medianamente decente. Sólo esperaba que Hagrid no partiera la tabla por la mitad con su corpulencia y sus maneras brutas.
Se dirigió de nuevo hacia la puerta, depositando sus nuevos enseres en el suelo, antes de fortalecerse de nuevo para otra búsqueda. Severus dejó que su alcance se expandiera todo lo que pudo -(que era mucho)- hasta abarcar una buena parte de la habitación. -¿Accio caja preservante?- Preguntó, y no se sorprendió cuando no apareció ninguna. Suspiró. -No puedo creer que yo mismo necesite encantar una-.
Intentó Accio varias cosas que podría utilizar como base para sus encantos de preservación. Cofre (se arrepintió inmediatamente después, ya que había muchos cofres en la habitación), armario (una decisión también de la que se arrepintió, ya que muchos armarios más altos que él salieron volando hacia él) e incluso caja, que, por cierto, ¿sabías que cualquier cosa con una base plana y lados, típicamente cuadrada o rectangular y que tenga una tapa se considera una caja? Pues sí, por supuesto. Muchas cosas lamentables le sobrevinieron a esa petición.
No fue hasta que gestionó su desorden y probó un cansado "armario Accio", que encontró lo que buscaba. Un armario de cocina de madera de roble, del tamaño de un taburete, voló hasta sus pies. Casi lo abrazó en su desesperación. Casi.
Hizo levitar el armario para que se uniera a sus otros objetos y se puso rápidamente manos a la obra. Primero, lanzó un encantamiento de conservación sobre la capa exterior para, como su nombre indica, conservar todos los alimentos almacenados en el interior del armario. En segundo lugar, invocó un amuleto de enfriamiento en los estantes del interior para que cualquier alimento almacenado en el armario se enfriara como si estuviera sobre hielo.
No era tan eficiente como una nevera eléctrica muggle -(que él adora)-, pero suponía que era mucho mejor que cualquier cosa que los brujos tuvieran en esta época.
Con una inclinación de cabeza y una palmadita en los hombros, encogió todos los objetos y se los guardó en el bolsillo de la túnica -(que aún tiene que agrandar)- y se marchó con la intención de volver a la cabaña de Hagrid, aunque, por supuesto, antes pasó por la cocina para pedir un poco de mantequilla sin sal, como había prometido. Winny estuvo más que encantada de proporcionársela después de que se la pidiera educadamente.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
De vuelta a los terrenos de Hogwarts, eran más de las cuatro de la tarde.
Severus podía ver el sol preparándose para ponerse en el horizonte, las nubes bañándose en naranjas y púrpuras, volviéndose más profundas a medida que pasaba el tiempo. No sería de noche hasta las seis, pero Severus sabía que el día no se prolongaría en Hogwarts. El colegio se oscurecería más rápido debido al Bosque Prohibido, provocando en muchos alumnos nuevos la sensación de misterio y horror por la que el bosque es conocido.
Para Severus, eso significaba que tenía que darle a Hagrid los objetos, escribirle la receta y salir pitando de allí en menos de una hora antes de que oscureciera.
Diente vino trotando hacia él en cuanto llegó al último peldaño de la escalera de la colina, el muy vago. Ladró ruidosamente a su paso, y si Severus no pudiera ver la magia agitada alrededor del perro, se habría ofendido. -¿Qué pasa, muchacho?- Se agachó para encontrarse con el perro a medio camino.
Diente gimoteó en cuanto se acercó, gesticulando con la cabeza hacia la cabaña y hacia atrás, como si intentara decir algo.
Severus acarició al perro para calmarlo -(lo cual funcionó, ya que el gran sabueso se tranquilizó)- antes de preguntar. -¿Pasó algo durante mi ausencia?-. Sí, Severus sabía que el perro no podía decir lo que pensaba, pues era un perro, pero podía leer el estado de ánimo del animal a través de la magia que corría a su alrededor.
El perro volvió a gemir, clavando la pata en la tierra en un gesto desafiante, antes de ladrar hacia la cabaña.
Severus captó el sentimiento de indignación y traición del perro y ató cabos para formar un cuadro hilarante. -¿Te ha echado Hagrid, muchacho?-. Su voz estaba llena de alegría.
El perro resopló molesto y Severus rió. -Lo siento-, se disculpó ante la expresión de desaprobación del perro, sorprendentemente. -Ven; déjame intentar convencer a Hagrid de que te deje entrar-. El perro movió su voluminosa cola y Severus se puso de pie.
Llegaron a la puerta poco después -(Diente saltando feliz por la ayuda y Severus riéndose de las bobadas del perro)- antes de que Severus se dispusiera a llamar a la puerta. Sin embargo, la puerta se abrió antes de que pudiera hacerlo.
La sonrisa se le borró de la cara en cuanto vio quién estaba al otro lado.
James Potter lo miraba con los ojos muy abiertos. Severus, por su parte, también lo miró fijamente.
¿Qué hace aquí? ¿Es amigo de Hagrid? Severus pasó todo el día con el semigigante. El hombre nunca mencionó que alguien más lo visitara -(incluso declaró que nunca recibió ayuda con su trabajo antes de que Severus interviniera)- y ahora, de repente, James está aquí.
Severus abrió la boca para decir algo, cualquier cosa, pero Diente ya estaba harto. Se abrió paso petulantemente por encima de las piernas de Severus para dirigirse hacia su cama en la esquina. Severus tropezó ligeramente, sacándolo de su estupor. -Oy, ocioso. Mira por dónde vas-. lo amonestó Severus.
Diente se tumbó en la cama y gimoteó en dirección a Severus. La magia que rodeaba al sabueso hablaba de arrepentimiento.
Severus asintió. -Estás perdonado, sin embargo, sé más educado la próxima vez-. le dijo.
-...¿Por qué reprendes a un perro?- preguntó James lentamente. Severus miró en su dirección y pudo ver confusión y un toque de diversión en su expresión.
-¿Por qué estás aquí- preguntó Severus.
Eso pareció despertar a James. -No es asunto tuyo-, dijo.
Severus enarcó una ceja condescendiente que pareció molestar a James. -Muy bien-, concedió. -¿Dónde está Hagrid, entonces?-.
-¿Por qué lo preguntas?- Se cruzó de brazos, acomodándose para parecer más alto.
Severus alzó las dos cejas esta vez, divertido, y James apretó los dientes. -Tengo una entrega-. Afirmó con sencillez.
-Entonces deja la entrega sobre la mesa y vete-. James hizo un ademán de espantarle.
-No lo creo-, anunció Severus, deslizándose junto a James para entrar en la cabaña. Se sentó en el andrajoso sillón junto a la chimenea, esperando.
James parecía ofendido. -¡No puedes estar aquí!-.
Severus suspiró cansado, cruzando las piernas y cruzando las manos encima de la rodilla. -¿Por qué no?-.
James resopló, como el perro de la habitación. -Estás planeando algo, ¿verdad?-.
-Creí que la planificación era tu especialidad-, dijo Severus con sarcasmo. -Aunque la mayoría de las veces no funciona según lo planeado, ¿verdad?-. Bromeó.
-¡Porque arruinas mis planes!-.
-Porque impedí que lastimaras a alguien con tus travesuras-, corrigió Severus. -Sólo para que hicieran la vista gorda una vez que yo era la víctima-. Sonrió sin alegría.
James se erizó. -Tú no eres una víctima. ¡No hay nada de lo que ser víctima! Sólo son bromas inofensivas!- exclamó James.
Severus lo miró fijamente a los ojos avellana de pura incredulidad. No podía creer lo que había oído. ¿Acaba de restar James importancia a la gravedad de sus actos delante de Severus? Tuvo que elevar sus escudos de Oclumancia todo lo que pudo para no hacer algo de lo que luego se arrepentiría.
Respiró hondo antes de preguntar. -Ahora mismo, sin tu consentimiento, ¿te gustaría que te bajara los pantalones?-.
James se puso instantáneamente en posición defensiva de espaldas a la pared, con la varita de repente en la mano. -¿Qué?- Preguntó entre dientes apretados.
-¿Lo harías?- insistió Severus.
James apuntó a Severus con la varita. -¡No te atrevas!-.
Severus ladeó la cabeza, estudiando la reacción de James. -¿Por qué? Es solo una broma inofensiva-, James parecía confundido por las palabras de Severus. -¿Tú me hiciste lo mismo o lo has olvidado? Peor, incluso, delante de todo el colegio- Severus levantó lentamente las manos y aplaudió. El sonido de la misma era monótono y carente de emoción. -Felicidades Potter; ahora puedes presumir de haberte librado del crimen-.
James se quedó mirando la teatral reacción y se burló. -¿Delito?- Preguntó con sarcasmo.
-Sí, delito-, concedió Severus. -Acoso sexual, para ser más específicos. Lleva hasta cinco meses en Azkaban eso sí-.
James palideció. -...¿Qué?- Susurró.
-¿Sabes por qué estás aquí después de lo que has hecho, Potter?- Preguntó Severus. Sin embargo, sin dejar que James contestara, dijo. -Estás aquí porque eres menor de edad. Estás aquí porque el actual auror jefe del Departamento de Aurores no es otro que Charlus Potter, tu primo lejano. Estás aquí porque tu padre podría fácilmente pagar tus cargos...- enumeró Severus, mirando fijamente a James, retándolo a que dijera lo contrario. -Te libraste solo de la detención porque eres un mocoso rico con derecho-.
James abrió la boca para reprender, pero justo entonces, la puerta se abrió y del exterior llegó Hagrid cargando dos cubos de agua del pozo cercano.
-¡Snape, muchacho! Has vuelto-. saludó Hagrid alegremente.
Severus apartó la mirada de James para sonreír a Hagrid. -Así es-, se levantó del sillón. -Siento la espera, señor. He tenido que dar vueltas por todo el castillo para encontrar esto-. Sacó los objetos encogidos del bolsillo.
Hagrid colocó ambos cubos en la base de la palangana, dándose la vuelta para decir asombrado. -No debiste hacerlo, muchacho-.
-Lo hice porque quise-, Severus colocó los objetos sobre la mesa, ignorando a James, que lo miraba boquiabierto. -No acepto peros ni quejas-.
-Pero...- Hagrid lo intentó de todos modos.
-Sin peros-, volvió a comentar Severus. -Ven; mira tú mismo lo que he traído-. Desenvainó la varita con un movimiento y expandió la mercancía a su tamaño original.
Hagrid se quedó mirando. -¿Qué es esto?-.
Severus señaló la caja de cartón con la varita, abriendo la tapa y revelando el juego de cubiertos de plata y oro que había dentro. -Cubiertos-, cogió la tabla. -Una tabla de cortar resistente para carnes y alguna que otra masa-, Luego dio una palmada encima del armario. -Y un armario para conservas que yo mismo encanté. Todo, en mi opinión, necesario para una cocina-.
Hagrid mira el armario. -¿Armario de conservación?-.
Severus asintió. -Como un cubo de conservas, pero un armario de cocina. Hecho para guardar alimentos que se estropean fácilmente, como leche, mantequilla, queso, carnes, etc. También he encantado un mecanismo de refrigeración en el interior para mantener los alimentos frescos y el agua fría. También puedes usarlo para guardar huevos y protegerlos del calor del verano-. Para dejar claro su punto de vista, Severus abrió el armario de conservas y reveló la mantequilla sin sal que había recogido de la cocina.
-¿Dónde encontraste todo esto?- preguntó Hagrid.
-Un compañero de casa se muda de la casa de sus padres a un pequeño apartamento muggle-, mintió suavemente. -No podían llevarse todos los muebles que tenían; si no, no cabrían o serían demasiado brujos para los muggles, así que regalaron siempre la mayor parte. Yo cogí algunos objetos mientras pude para traerlos a casa, pero estos- señaló los que había sobre la mesa. -Ya tenemos una cocina completa en casa, así que no necesito esto. Puedes quedártelo-.
-¿Estás seguro, muchacho? A mí me parece caro-. Hagrid seguía insistiendo.
Severus sonrió ligeramente, de verdad. -Me lo regalaron, no los he comprado. Sin embargo, tampoco les doy uso. Regalarlos a alguien que los necesite es lo mejor que puedo hacer-.
Hagrid asintió, cediendo. -De acuerdo, Snape. Gracias-.
Severus asintió. -De nada-, luego sacó de su túnica su diario de bolsillo y un lápiz. -Mientras organizas tus cosas, te escribiré la receta de la que te hablé. Hoy no puedo quedarme a ayudarte con la repostería -(ya está anocheciendo)-, pero puedes escribirme si tienes alguna duda. ¿Te parece razonable?-.
-¡Sí!- Hagrid sonreía de oreja a oreja, llevando el armario con todo el cuidado que podía. Por más que intentaba rechazar los regalos de Severus, parecía un niño al que le acaban de dar un caramelo.
Severus se rió una vez que Hagrid estuvo fuera del alcance de sus oídos antes de arrancar una página de su diario para escribir en ella.
Alguien se aclaró la garganta al lado de Severus y le costó todo lo que pudo no saltar. Era, como Severus había olvidado, James Potter.
-¿Sigues aquí?- preguntó Severus.
James lo miró con expresión inexpresiva. -¿Qué... fue eso?-.
-¿Que qué?- preguntó Severus mientras empezaba a copiar la receta del pastel de roca en la página. 230 g de harina para todo uso; 1 ¼ cucharadita de levadura en polvo...
-Ya sabes... ¿los artículos? ¿Por qué todo eso?- James sonaba a la vez perdido y confuso.
-¿Alguna vez, quizás, has probado un bocado de los pasteles de roca de Hagrid?-. susurró Severus en su dirección, sin dejar de escribir la receta. Una cucharadita de pimienta de Jamaica molida, una pizca de sal...
-Por supuesto que no. El pastel es duro como una roca, es imposible-. le susurró James con un brillo de curiosidad.
-Yo sí-, admitió Severus. -Usé un hechizo para ablandar el caramelo de la corteza y probé un bocado del interior-. Reiteró tras ver la duda en el rostro de James. -Sabía a tierra. Hagrid usó tierra para hacer ese pastel. Comí literalmente arcilla-. Siguió susurrando para que Hagrid no lo oyera y se ofendiera. Una pizca de nuez moscada; 120 g de mantequilla sin sal.
Los ojos de James se abrieron ligeramente. -¿Pastel de tierra? ¿Nos ofrece pastel de tierra cada vez que venimos de visita?-. susurró James con dureza.
Severus se llevó un dedo a los labios y le hizo un gesto a James para que guardara silencio. -¿Quieres ser más ruidoso?- Le amonestó. -Sí, lo hizo. Sin embargo, no esperaba que nadie se los comiera, creo. Teniendo en cuenta que son duros como una roca. De todos modos, le pregunté si quería aprender una receta real de pastel de roca, una que pudiera hacer en su cabaña y ofrecer a los invitados y aceptó sin problemas, pero no tenía ciertos artículos culinarios, así que le traje algunos-. Señaló en dirección al mueble que Hagrid intentaba colocar sobre la palangana, inmóvil. 100 g de azúcar muscovado -(con moreno bastará)-; 125 g de frutos secos troceados -(sultanas, ciruelas pasas, albaricoques, arándanos, pasas, etc.)-.
-¿Y has conseguido todo esto de un compañero de casa -(un Slytherin)- que se va a marchar a un apartamento muggle?-. James entrecerró los ojos con sospecha. -¿Quién, exactamente?-.
-Por si no te has dado cuenta, oculté su identidad a propósito para que no los descubrieran-, mordió Severus para reforzar su mentira. -Además, los Slytherin no son todos sangre pura, ¿verdad? Y si piensas eso, entonces no me conoces a mí ni a mi casa en absoluto-. Oh, casi se me olvida añadir 1 huevo.
James pareció sorprenderse un poco por eso. -Sí que lo conozco-. Dijo como recordándose a sí mismo que estaba hablando con un Slytherin, después de todo.
Severus lo miró, entonces. -Estás muy equivocado si crees que es así-. Volvió a su papel después de eso. Enciende la leña para precalentar el horno y luego forra una bandeja de horno con aceite o mantequilla.
-¿Qué significa eso?- Se atrevió a preguntar, mirando desafiante a Severus.
-Si hubiera dicho "los Gryffindors confunden su comportamiento imprudente con valentía" habrías saltado a defender tu casa en un santiamén, ¿no?-. dijo Severus. -Habrías dicho algo sobre la valentía de los Gryffindor o cualquier cosa para demostrarme que estaba equivocado. ¿Por qué iba a ser diferente?- Dejó de escribir para mirar fijamente a James una vez más. -Slytherin se trata de ser astuto e ingenioso, de tener la ambición de alcanzar grandes alturas. Tener éxito, ser alguien. Ahora dime tú: ¿cómo se traduce esto en la visión negativa que tienes de nosotros?-. Volvió de nuevo a su papel aunque ansioso por escuchar la respuesta de James. Mezcla la harina, el azúcar, la levadura, la pimienta de Jamaica, la sal y la nuez moscada. Añade la mantequilla blanda y frótala en la harina con las manos hasta que la mezcla parezca pan rallado fino.
James guardó silencio un rato. Severus siguió escribiendo. Bate el huevo ligeramente; mézclalo en un cuenco, no con los puños. Revuelve las frutas -(pícalas si son demasiado grandes)- y el huevo en la mezcla de harina y mantequilla con la mano o con una cuchara. -Al final te volverás oscuro. Todos los Slytherins lo hacen-. Dijo finalmente con firmeza, como si dijera que el cielo es azul.
La mano de Severus resbaló creando una línea a través de la página ante eso. No se esperaba una afirmación tan contundente, pero mantuvo la compostura. Al fin y al cabo, James no es más que un chico ignorante de dieciséis años que aún cree en sus principios a medias. -Sabes...- Medio susurró con calma. -Si le hubieras dicho esas mismas palabras a Godric Gryffindor hace mil y pico años, después de que Salazar Slytherin se marchara, ¿sabes lo que te habría dicho?-. Borró la línea suavemente para no agravar el papel.
James frunció el ceño, confuso. -¿Por qué importa esto?-.
-¿Tienes alguna idea?- insistió Severus. Divide la masa en diez montones y colócalos en la bandeja de horno preparada.
James hizo un esfuerzo honesto, por una vez. Pensó detenidamente sus palabras. -...Molesto, lo más probable. Tanto conmigo por sacar el tema como con Salazar por cabrón-.
Severus soltó una pequeña carcajada y sacudió la cabeza. -No-, dijo. -Te habría mirado con el aire de un hombre que pasó por una guerra para llegar adonde estaba, para decirte 'Afirmas tales palabras prejuiciosas con la convicción y la estupidez de un hombre que se contenta con que le crezcan un par de alas y vuele'. Si quieres sacar conclusiones precipitadas, mejor vuela alto, y marchate-. Hornéalo hasta que se dore, escribió.
James ladeó la cabeza, confundido, frunciendo el ceño. -¿Y por qué diría eso exactamente?-.
-Porque perdió al hombre que consideró un hermano durante más de la mitad de su vida por palabras como las tuyas. Porque Salazar dimitió para que no lo persiguieran por sus creencias, que no tenían nada que ver con la pureza de sangre. Porque el propio Godric tuvo que enfrentarse a los cambios que se estaban produciendo en aquella época política, religión, espiritualidad... El cristianismo estaba creciendo rápidamente en las Islas Británicas. Los muggles se volvieron inquietos y hambrientos de poder... poder que no podían poseer. Todo lo cual, condujo finalmente a la primera caza de brujas-. Severus lo dijo tan seriamente como pudo. -Insultaste las prácticas mágicas de un hombre que seguía lo que le enseñaron que era verdad desde joven, llamándolo 'oscuro' y 'erróneo' como si tuvieras idea de lo que estás hablando. Despreciaste a todos sus aprendices por seguir sus enseñanzas, llamándolos malvados o cobardes. Hablas en la lengua de la gente que cazaba brujos por toda Europa por deporte porque tienes una idea estrecha de lo que debe ser la magia. Eso es ignorancia. Eso es prejuicio-. Dejar enfriar en la bandeja del horno durante unos 10 minutos y, a continuación, pasar a una superficie plana para que se enfríen por completo. Conservar herméticamente recomiendo un tarro de cristal o una cesta hermética.
James miraba con los ojos muy abiertos. Estaba estupefacto. -¿Cómo puedes...?- Habló en voz baja, casi susurrando. -¿Cómo puedes estar tan seguro?-.
Severus dejó el papel sobre la mesa y volvió a guardarse el diario y el lápiz en el bolsillo del pecho de la túnica. Luego, se giró y miró a James de frente. -Porque Godric Gryffindor dijo esas mismas palabras antes, a su hijo Gaderian Gryffindor cuando éste dijo palabras parecidas a las tuyas. Y antes de que preguntes cómo lo sé, podrías considerar visitar el Louvre de París, más concretamente, Magik la Louvre, el museo de brujos que hay debajo del Louvre muggle. Tienen una copia de las memorias de Gaderian divididas en secciones donde escribió sobre su vida y la vida de su padre. Esa conversación es una de las últimas cosas que escribió antes de la muerte de Godric; no hay más registros después de eso, por desgracia-.
James parpadeó. -Espera, ¿qué?-. Sacudió la cabeza. -No puedes hablar en serio. No, no puedes-. Detuvo a Severus antes de que pudiera hablar. -¡Se odiaban! Salazar era un supremacista de la sangre pura y luchó contra Godric. Quería que Hogwarts fuera exclusivo para sangre pura porque odiaba a los nacidos de muggles. Se fue siempre después de perder porque no podía salirse con la suya. Estás mintiendo-. acusó James.
Sin embargo, Severus se limitó a negar con la cabeza. -Estamos hablando de un suceso que ocurrió hace un milenio. En el siglo X, Potter-. le recordó Severus. -En aquella época no sólo era completamente inexistente el concepto de sangre pura y nacido de muggles, sino que además todo el pueblo mágico procedía de diferentes lugares y religiones, incluida la muggle. Los propios fundadores eran ingleses, galeses, escoceses e irlandeses Godric, Helga, Rowena y Salazar, respectivamente. No existía un conminuto mágico generalizado, sólo la gente mágica que podías encontrar en tu vida. Todos nos unimos sólo después de la creación de Hogwarts y el miedo a la caza-. Explicó, cautivando a James con sus palabras.
-Salazar, muy probablemente, temía que los muggles acabaran encontrando Hogwarts-. continuó Severus. -Su miedo llegó a tal punto que la gente podía afirmar que odiaba cualquier cosa muggle, incluidos los nacidos de muggles, aunque era completamente erróneo. Salazar quería proteger a cualquier ser mágico de los muggles, incluidos los nacidos de muggles, temeroso de que ellos también sufrieran las consecuencias de tener magia en la tierra de Dios, como dirían los muggles por aquel entonces. Sin embargo, los vencedores escriben la historia, y Salazar, que dejó atrás Hogwarts, no fue uno de ellos. Siempre es más fácil culpar al hombre que se fue cuando más se le necesitaba, convirtiéndolo en una especie de hombre del saco. Lo más dañino, sin embargo, son las personas que tomaron esa falsa acusación como evangelio y predicaron las palabras de la pureza de sangre a partir de entonces, basándose en sus miedos a los muggles y en su arrogancia-.
En ese momento, Hagrid había vuelto a la mesa y escuchaba las palabras de Severus absorto. James no era muy diferente. Severus era profesor, después de todo. Sabía cómo captar la atención de sus alumnos siempre que lo necesitaba.
-Pero...- A James se le quebró la voz. Se aclaró la garganta. -Eso no es lo que me han dicho-.
Severus arqueó una ceja. -Considera educarte a ti mismo, entonces-.
Diente ladró, sobresaltándolos a los tres. Severus miró al perro y lo vio arañando su cuenco, gimiendo por comida. -Deberías alimentar a Diente, Hagrid-, informó Severus. Un rápido vistazo a su reloj de pulsera le dijo a Severus que ya eran las cinco y diez. -He terminado de escribir la receta del pastel en este trozo de papel-, se lo tendió a Hagrid para que lo cogiera. -Tengo que irme, pero si necesitas mi ayuda con ingredientes de pociones o para hornear o cualquier cosa en la que pueda ser útil, sólo tienes que enviarme un búho. Estaré aquí en cuanto pueda-. Hagrid asintió, esperanzado y más que agradecido.
James pareció despertar de su estupor al oír aquello. -¿Adónde vas?-.
-De vuelta al castillo. Está casi oscuro afuera; no debería estar fuera tan tarde-. Comentó Severus. Rodeó la mesa hasta situarse junto a la puerta. -Adiós Hagrid, señor Potter-. Se despidió de ambos con una inclinación de cabeza y salió rápidamente.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Severus se encontraba vagando por los pasillos de Hogwarts antes de que oscureciera. Tenía una razón para ello.
Ayer llegó a la conclusión de que no podía permanecer más tiempo en su dormitorio durante el resto de su estancia en Hogwarts. Necesitaba un lugar oculto y seguro que le sirviera a la vez de dormitorio, laboratorio de pociones y despacho en el que pensaba alojar a sus alumnos. Necesitaba un lugar oculto y seguro que le sirviera a la vez de habitación, laboratorio de pociones y despacho donde pensaba alojar a los alumnos que lo necesitaran. Para ello, necesitaría un lugar abandonado y espacioso con habitaciones contiguas.
Como director de Hogwarts, Severus conocía las numerosas habitaciones y pasadizos ocultos del castillo. Hogwarts es sensible, conocido por su naturaleza protectora sobre sus alumnos y profesores, y como director, Severus aprendió más sobre su trabajo del propio Hogwarts que de los retratos de los directores anteriores. Aprendió a orientarse por las paredes, a buscar en los lugares adecuados y a cerrar con llave muchas habitaciones abandonadas. La cuestión es que Hogwarts aprecia a sus directores. Quiere ayudarles a lograr la prosperidad del colegio y de la comunidad de brujos -(como era el deseo del fundador)- y lo hace sutilmente a través de su magia.
Sin embargo, antes, cuando Severus era director, no podía atender a la mayoría de los deseos de Hogwarts simplemente porque no podía descifrar lo que el castillo quería de él. No tenía forma de entender -(por ser un director nuevo e inexperto)- ni de ver la magia del castillo, pues no había tenido Vista de Mago.
Ahora, no sólo puede ver la magia de Hogwarts, sino que también puede entenderla. Puede comunicar sus deseos al castillo, y el castillo puede exigirle cosas.
Y no es que Hogwarts le haya cambiado el título. En la magia de Hogwarts, Severus sigue siendo el director.
No importa que Dumbledore esté ahí arriba, en las dependencias del director, o que Severus sea años más joven. Mientras Severus piense en Hogwarts y en el bienestar de sus alumnos, Hogwarts le prestará su ayuda. Y ahora mismo, mientras recorría los pasillos solo, Hogwarts lo guiaba.
Todo comenzó con una pregunta silenciosa, impregnada de la magia de Severus. Hogwarts, ¿puedes prestarme una habitación oculta?.
La magia de Hogwarts reaccionó de inmediato, deseosa de ayudar a Severus y tal vez excitada con la perspectiva de ser vista, por una vez, mientras ayudaba. Sonrió con la calidez, siguiendo el caleidoscopio de colores que tiraba de su verde esmeralda hacia delante.
Pasó por muchas habitaciones ante aquella petición. Aulas, baños, habitaciones vacías, etc. Todas abandonadas y viejas, ocultas a miradas indiscretas, pero nada de lo que él necesitaba.
Hogwarts, llamó Severus después de pasar por tres pisos, saliendo con las manos vacías. Préstame una habitación segura y oculta donde pueda proteger a los demás y a mí mismo. Aclaró.
La magia de Hogwarts se expandió a su alrededor, ajustando su búsqueda para atender la petición de Severus. Lo reconfortó mientras esperaba con susurros tranquilizadores que Severus estaba seguro de que no decían nada en absoluto, pero que lo tenían tranquilo. Hogwarts es el hogar, después de todo, y la comodidad del hogar es lo mejor que hay.
Pronto sintió el tirón de su magia y siguió hacia la nueva ubicación.
Severus se encontró en un pasillo oscuro y vacío, sin ventanas -(tenía la varita apuntando a un Lumos)-, mirando fijamente una pared de ladrillos desnudos. La magia de Hogwarts revoloteaba alrededor de esa pequeña porción del corredor, incrustándose a través de la pared y hacia atrás, como si le dijera que entrara, pero Severus no tenía idea de cómo.
La pared no tenía nada de significativo, ni el lugar si se atrevía a decirlo. Un pasillo vacío en las partes perdidas de Hogwarts en las que nadie se aventuraba a entrar porque está demasiado lejos de los dormitorios y del Gran Comedor. Una simple pared de ladrillo sin inscripciones ni runas talladas en ella. Si no fuera por la magia de Hogwarts y la sensación distintiva de los pabellones en esa zona específica, Severus nunca le echaría un ojo.
¿Cómo entro? se preguntó mentalmente.
La magia de Hogwarts -(esta vez sólo los tonos azules, cosa que a Severus le pareció extraña)- flotó frente a él en una danza que Severus identificó como un patrón de varita. Se repitió varias veces antes de que Severus lo intentara con la varita, canalizando su magia. Los movimientos le recordaron al Elder Futhark, la forma alfabética de las runas.
Las runas no se traducen bien al inglés moderno, descubrió Severus al ampliar su comprensión de ellas con Harry. Pero pueden interpretarse en el idioma si uno sabe dónde buscar. Las runas deletreaban ᛗᚨᛁ ᛁ, que Severus tradujo rápidamente en su cabeza a Mai I o simplificó a May I. Una pregunta como pidiendo permiso.
En cuanto terminó, unas runas azules brillantes del mismo color que la magia de Hogwarts aparecieron en la pared. ᛏᚺᛟᚢ ᛊᚺᚨᛚᛚ. Thou Shall - Deberás. Su permiso había sido concedido.
Una delgada línea se formó en la pared desnuda y, lenta y ruidosamente, se separó. Severus hizo una mueca de dolor con el ruido de la piedra arrastrándose, lanzando un Silencio silencioso en cuanto empezó. La abertura reveló un arco que daba a una gran sala oscura.
Severus lanzó un Lumos Máxima al techo para iluminar la habitación y averiguar qué le habían dado. La encontró desprovista de cualquier otra cosa que no fuera polvo y muebles podridos. El lugar debía de ser más antiguo que cualquiera de los que había visitado hasta entonces.
Los materiales valiosos acaban descomponiéndose. El papel tarda entre tres y seis meses en descomponerse si no se almacena y cuida adecuadamente. La madera pulida tarda algo más de trece años y el metal más de cien o así.
El hecho de que esta habitación -(salón, a juzgar por su tamaño)- sólo tenga restos de lo que una vez fueron muebles le dice a Severus que este lugar ha estado intacto durante mucho tiempo.
Severus se volvió hacia la fuente de energía de la pared las runas expuestas a cada lado del arco.
El intrincado trabajo rúnico adosado a la entrada era complejo en sus conexiones y sus meticulosas líneas parecían las de una versión arcaica de la programación, lo que le decía a Severus la época en que había sido tallado en la pared. Eso y el completo descuido de la habitación implicaban que no había sido encantada para preservar su interior, sucumbiendo toda al tiempo. Basándose en eso, Severus pudo deducir que la habitación estaba protegida antes de la introducción del encantamiento.
La magia de Encantamiento se introdujo en la isla inglesa con el cristianismo. Antes, los brujos de su época se basaban en runas, rituales y hechizos de corta duración.
Los cristianos de antaño prohibieron el uso de las runas debido a la cultura Pagana y sus prácticas. Afirmaron falsamente que el trabajo con runas -(y, por consiguiente, sus numerosos rituales)- era magia del mismísimo Diablo, y con ello prohibieron las runas. Poco después se introdujeron los amuletos.
Esos sucesos ocurrieron en la época de la primera caza de brujas, cuando Salazar ya había abandonado Hogwarts.
Los ojos de Severus se abrieron de par en par al darse cuenta. Esta habitación ha estado intacta durante al menos mil años.
-¡Caray!-, respiró asombrado y al instante se arrepintió. Todo el polvo se le acumuló en los pulmones y el pútrido olor a podrido le asaltó la nariz. Severus tosió. -¡Purgatio!- Exclamó el hechizo de limpieza para purificar el aire, uno necesario para cualquier maestro de pociones que se precie.
El aire se despejó de impurezas a su alrededor, pero el olor permaneció. Había manchado el suelo y las paredes a medida que los muebles se descomponían.
-Puedo limpiar eso-, razonó para sí. -Además, el espacio es excelente para lo que tengo en mente-. Dijo en voz alta, comprobando mentalmente su lista de requisitos.
Se aventuró a adentrarse en la habitación, bajó los tres escalones semicirculares de la entrada y cruzó el centro. Giró 360° grados contemplando la habitación en su totalidad.
El salón no era tan grande como un salón de baile, sólo lo suficiente para celebrar una pequeña fiesta. Tenía altos ventanales rectangulares en una pared a la derecha y soportes de piedra a la izquierda. La pared más alejada, adyacente a la entrada, tenía una hendidura -(un antiguo diseño de chimenea)- que podría reconstruirse.
Detrás de los soportes de la izquierda, Severus vio dos portales -(que carecían de puerta, pues estaba descompuesta)- y un arco muy parecido al de la entrada.
Se dirigió hacia ellos para encontrar dos habitaciones -(una suficiente para una cama y otra espaciosa para un laboratorio, enumeró mentalmente)- y una cocina. Aunque no tenía muebles, pudo ver que era una cocina por la estufa de leña de piedra que había en la esquina.
-Habitaciones personales, laboratorio de pociones y cocina-, señaló cada una de las habitaciones vacías. -Un salón para colocar algunos sofás junto al fuego y camas en el centro de la habitación. Paredes desnudas para revestirlas con estanterías y una amplia zona junto al alféizar de la ventana para la lectura-. Al final, Severus sonreía de oreja a oreja. -No es exactamente perfecto -(huele a muerto y está todo lleno de polvo)-, pero un poco de trabajo, muebles nuevos y una ligera reforma, y podré utilizar el lugar sin problemas-. Gracias, Hogwarts. Esto es exactamente lo que pedí. Le dijo a la escuela.
Hogwarts respondió envolviéndolo en calidez y risas silenciosas. Severus soltó una risita, sintiendo la magia fluir a través de él y a su alrededor. La adora, aunque no lo admitiría. No importa, ya que Hogwarts se da cuenta por la sensación de su magia zarcillos verde esmeralda como serpientes y centelleantes luciérnagas, que se iluminan de alegría y danzan protectoramente a su alrededor.
Finalmente, Severus notó que la magia de los vientos azules -(los mismos que antes le ayudaron a abrir la puerta)- se separaba de la principal, en una pared junto a la chimenea. Ladeó la cabeza en su dirección con curiosidad.
Algo brillaba en esa pared.
No era como el trabajo rúnico de la entrada, pero brillaba azul igualmente, lo cual lo intrigó. Severus se acercó, observando cómo todos los demás colores de la magia de Hogwarts se quedaban atrás, no desafiantemente, sino con respeto. Fuera lo que fuese lo que había detrás de aquel muro, sólo pertenecía a la magia azul.
Al inspeccionarlo de cerca, vio una talla. No una runa, ni adornos de pared, sino un simple cuervo con un par de ojos azules brillantes.
Tarareó, tocando la talla con cuidado mientras la magia azul rodeaba la pared.
Su magia reaccionó instintivamente, extendiéndose y mezclándose con el azul, creando un tono oscuro de verde azulado. Lo afirmó, lo reconoció y lo aceptó en rápida sucesión, dándose forma para parecerse al cuervo solitario tallado en la pared. Flotó frente a él antes de encajarse, como una llave, en la talla de la pared, girando hacia los lados con un clic audible, para revelar una entrada al abrirse la pared y el arco interior, que conducía a otra habitación.
Dio un grito ahogado.
Dentro de lo que parecía ser un pequeño despacho de época iluminado por antorchas, inmóvil en medio de la habitación, admirando un cuadro sobre el dosel de la ventana, se encontraba nada menos que la Dama Gris, la mismísima Helena Ravenclaw.
Chapter 6: The Grey Lady
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La Dama Gris se volvió al fijarse en Severus.
Helena Ravenclaw llevaba una túnica interior gris ceñida alrededor de los antebrazos y una túnica exterior azul descolorida con dos tirantes dorados que iban de los hombros hacia abajo con un dibujo de viento bordado en ellos. Unas cintas de bronce adornaban las mangas, el escote y el bajo, así como una ceñida a la cintura. El sedoso velo blanco, que le llegaba desde el cuero cabelludo hasta el suelo, ocultaba su larga cabellera negra. Era hermosa como podía serlo cualquier mujer del siglo X. Real a juzgar por las pocas joyas que llevaba, en concreto, su collar, sin duda fino y de bronce.
Ella también jadeó al verle, aunque no necesitó aire. Sus ojos lo recorrieron rápidamente hasta que se posaron en la puerta por la que había entrado. Helena se agarró la túnica y se lanzó hacia delante para pisar el salón a toda prisa, dejando que Severus se apartara de su camino. Una vez dentro se detuvo en medio, entre el arco de entrada y la chimenea, y cayó de rodillas.
-Oh, madre-, su voz llena de añoranza y tristeza resonó en la habitación vacía. -¿Qué ha sido de tu hermoso salón?-.
Las cejas de Severus se alzaron casi hasta la línea del cabello. ¿La madre de Helena? ¿Se refería a Rowena Ravenclaw? Severus sabía que el salón no había visto la luz del día desde hacía al menos mil años, sin embargo, no esperaba que perteneciera a uno de los fundadores. ¿Cómo podría, teniendo en cuenta la falta de cuidado de la habitación?.
El viento azul de la magia de Hogwarts flotaba sobre Helena mientras se arrodillaba. Extendió una mano para tocar la magia, pero ésta la atravesó. Su expresión se entristeció aún más.
La magia, incapaz de conectar con Helena, se alejó hacia Severus, donde jugó con sus luciérnagas verdes, volviéndose verde azulado donde se tocaban.
Helena observó la magia con los ojos muy abiertos antes de ver a Severus por completo. Sus ojos se centraron en la cresta de Slytherin y frunció el ceño.
-¿Cómo es que tú, serpiente, te deslizas hasta el nido de un pájaro?-. reflexionó Helena. -Había pensado que sólo un verdadero cuervo podía acceder al salón de mamá-.
Severus se encogió de hombros. -Le pedí a Hogwarts un lugar como éste; me guió hasta aquí-, informó. -La magia azul me ayudó hasta la entrada y el despacho-. Señaló ambos arcos.
Helena se paró elegantemente, mirándolo todo el tiempo. -La magia azul, dices. ¿Como la magia de mi madre?- Señaló el azul que le rodeaba.
-¿La magia de Ravenclaw?- Preguntó. -Había asumido que era parte de la magia de Hogwarts, nada más-.
Helena negó con la cabeza. -La magia de Hogwarts es como la dejaron los fundadores. Una amalgama o algo así, una mezcla de sus magias. Es a través de la magia de mi madre que permaneceré como un fantasma de Hogwarts. Los otros no son diversos por desgracia, unidos a diversas casas-.
Severus tarareó en señal de reconocimiento. Tenía mucho sentido por qué podía ver cuatro firmas mágicas para representar a Hogwarts, ya que era la magia de los fundadores. Eso significaba que la propia Rowena -(o una impresión de ella dejada por la magia de Hogwarts)- no sólo lo había guiado hasta su salón, sino que también le había permitido la entrada.
-Qué peculiar-, musitó Severus para sus adentros. Se sentía honrado, orgulloso con razón. No todos los días un fundador de Hogwarts te confía sus aposentos, después de todo, y mucho menos un locutorio.
-Marry-, concedió Helena. -¿Cuál será tu nombre?-.
-Severus Snape, actualmente en quinto año de Slytherin-. La saludó con una cortés reverencia.
-Helena Ravenclaw, aunque sospecho que ya lo sabías-. Ella, respectivamente, le devolvió la reverencia a modo de saludo.
Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
Helena miró a su alrededor una vez más, fijándose en cada pared, en cada pequeño detalle dejado atrás. -Me entristeció que todo el meticuloso trabajo de mi madre se dejara pudrir a su muerte-. Severus arqueó una ceja, interrogante. -Esta habitación no podía ser desvalijada sin su permiso, y mucho menos forzada por los guardianes. Los únicos autorizados éramos ella y yo. Ambos morimos antes de cambiar las runas-. Explicó.
-Durante muchos años intenté entrar en esta habitación como un fantasma, pero, por desgracia, no pude hacerlo sin magia, ya que los guardianes no lo permitían-. Se lamentó. -Intenté advertir a muchas brujas y magos de mi casa de la existencia de este lugar, pero ninguno pudo acceder a él. Las runas eran demasiado complejas, la gente demasiado escéptica con el tiempo, más tonta cada año que pasaba-. Se volvió para mirarle con asombro y gratitud en los ojos. -Tú eres el primero al que se le ha permitido, que me ha permitido. Gracias, oh hijo de Slytherin-.
Severus sonrió aunque negó con la cabeza. -Yo no hice nada. Tu madre me concedió la entrada-.
Ella asintió. -Marry, si no fuera por su encaprichamiento contigo, yo no estaría aquí-. Ella miró más allá de él hacia la oficina. -Su lugar era todo lo que podía salvar. El director que conocía mis súplicas encontró y restauró lo que quedaba del lugar de trabajo de mi madre, aunque el tiempo se me escapa. A nadie posterior a su muerte se le permitía estar en su lugar de enseñanza, el salón. Me sorprende que hayas encontrado el camino-.
-¿Espacio de enseñanza? ¿Solía dar clases aquí?- Preguntó Severus.
-Sí; compartía sus conocimientos aquí, en el salón. En la época de mi madre, las torres no existían-, explicó Helena. -Todas las casas se resignaban juntas hacia el primer o segundo piso de Hogwarts. Ninguna se escondía en el sótano o en las mazmorras, ni tocaba las torres como hace ahora mi casa-.
Severus asintió, dándose la vuelta para entrar en el despacho. Se fijó en el tamaño de la habitación; pequeña como un despacho doméstico, no apta para albergar a muchos estudiantes a la vez. Severus podía sentir los amuletos de conservación incrustados en cada superficie, en cada mueble, desde el dosel de la ventana hasta el suelo de madera entrecruzada, el escritorio de caoba y las estanterías vacías. Sintió algunas protecciones -(encantamientos, no runas)- para la intimidad y otros asuntos. Estaba claro que habían encontrado la habitación, la habían saqueado y la habían dejado sola.
En general, podía aprovechar el espacio, sobre todo teniendo en cuenta que ya estaba amueblado.
Una puerta en la pared del fondo llamó su atención. -¿A dónde lleva esa entrada?-.
Helena flotó a su lado. -Los directores de Hogwarts que mencioné crearon esa puerta. Oculta tras un retrato, la dejaron así durante años. Si la atravesaras, te encontrarías en el camino entre las escaleras de las mazmorras y el Gran Comedor-.
Severus silbó, asombrado. -¿Tan cerca del Gran Comedor y nadie ha tropezado con él?-.
-El retrato no permite la entrada a ningún profesor, y mucho menos a un alumno curioso. Al único que he visto pasar por esa puerta ha sido al director; a nadie más-. informó Helena.
Severus tarareó y se dirigió hacia la puerta. Observó el picaporte de latón, que mostraba un cuervo tallado, como el de la entrada secreta al salón. Parecida, pero no igual. Era evidente que estaban hechas para parecerse, sin embargo, hechas por diferentes personas. Mientras que el otro parecía listo para volar, éste parecía muerto y frío al tacto.
Giró el picaporte y forcejeó con la puerta para forzarla a abrirse, pero no se movía. La magia de Hogwarts descendió sobre la puerta, todos los colores esta vez -(todos los fundadores, especuló)- mezclándose con su magia para permitirle pasar. Oyó un grito de indignación desde el otro lado cuando la puerta golpeó contra la pared al abrirse de repente.
Severus salió del despacho, mirando hacia atrás para sonreírle a Helena. -Ahora has visto a dos personas atravesar esta puerta-.
Helena parpadeó y sonrió suavemente. -Marry-.
-¿Qué significa esto?- Gritó una voz de mujer que venía de la puerta.
Severus agarró la puerta y la medio cerró para inspeccionar el retrato instalado en ella. Helena atravesó la pared para situarse a su lado.
En el retrato de marco dorado, de pie sobre un lecho de rosas con espinas de aspecto afilado, había una mujer de piel color chocolate. Llevaba una falda larga de crinolina enjaulada, un corsé ceñido por encima de la blusa por la mitad y un bonete asegurando su elaborado recogido de pelo, todo en negro con bajo en tonos granate y púrpura. Su expresión era severa mientras apuntaba amenazadoramente a Severus con su abanico de mano como si fuera una varita. -¿Eres tú el malapert que me estampó contra la pared?-. exclamó. -¡Mocoso insolente! Cómo te atreves!- Las espinas del cuadro se volvieron más oscuras y amenazadoras con su ira.
Helena agitó las manos para llamar la atención de la mujer. -Amigo mío, te pedimos disculpas-, la mujer entre rosas la miró. -La puerta no había sido abierta por tanto tiempo, se endureció alrededor de los bordes. El Sr. Snape tuvo que forzarla para abrirla-.
-Mis disculpas, señora. No era mi intención provocar un acto tan grosero en usted. Espero que pueda perdonarme-. Severus se inclinó.
La mujer resopló, abanicándose con elegancia. -Señora-, repitió la mujer con sarcasmo. -Escuche con atención, joven, porque sólo se lo diré una vez. Me llamo Calla-Lily Hollyhock. Mi familia me llama Lily, mis amigos Holly y mis amantes Calla. Mis conocidos, como tú, me llaman Sra. Hollyhock. ¿Entendido, chico?-.
Severus resopló divertido ante su teatralidad exagerada y su actitud orgullosa. -Por supuesto, señora Hollyhock. Lo he entendido bien-.
A su lado, Helena soltó una risita. -Holly-. Le amonestó con la mirada.
-Oh, no me Holly, Helena. Me has asustado, ¿sabes? Nadie se ha aventurado en mi habitación en mucho tiempo y de repente alguien me irrumpe por detrás y me estampa contra la pared-. Ella sonrió satisfecha. Severus soltó una carcajada ante su insinuación. -Si hubieras sido un poco mayor y de mi tipo, no me habría importado tanto-.
-¡Holly, qué impropio!- Volvió a amonestar Helena, aunque estaba sonriendo.
-Madura, querida-. Holly sonrió; las espinas en su pintura casi disminuyeron mientras las rosas rojas florecían más brillantes con el humor de Holly.
Severus eligió ese momento para revisar su reloj, viendo casi las nueve. -Deberíamos terminar de hablar dentro. Pronto los alumnos de Slytherin regresarán a sus dormitorios y me gustaría evitar ser visto, si es posible-.
Helena tenía una expresión de desconcierto en el rostro. -Eres un Slytherin, ¿verdad? ¿Por qué no te retiras a tu habitación para pasar la noche?- Esa pregunta hizo que Holly parpadeara rápidamente antes de mirarlo de pies a cabeza.
-Perdóname porque todavía tengo cosas que hacer. ¿Vamos?- Hizo un gesto hacia el interior del despacho. Helena se quedó mirando un segundo más antes de asentir y entrar flotando.
Antes de que Severus pudiera hacer lo mismo, Holly carraspeó con fuerza para llamar su atención. -Joven, el señor Snape, ¿verdad?-. Severus asintió. -Permitiré el acceso a mi habitación ya que el propio Hogwarts respondió por usted, pero por favor, se lo ruego trátela con amabilidad. Esta habitación es todo lo que a mi querida Helena le queda de su madre y me rompería el corazón de pintor verla desaparecer-.
Severus sonrió y asintió. -Usaré el despacho como mío por ahora, pero tenga la seguridad de que nada quedará fuera de lugar para satisfacer a la señora Ravenclaw-.
Holly asintió con aprobación. -Los Slytherin cumplimos nuestras promesas, señor Snape. No me decepcione-.
Severus enarcó una ceja. -No me atrevería a desafiar a una mujer Slytherin, mucho menos a una Dama-. Y con eso, entró, cerrando la puerta tras de sí. -A menos que te lo merecieras-, susurró para sí, pensando en Bellatrix.
Helena lo esperaba junto al escritorio. Lo miró expectante. -Si se me permite, deseo quedarme más tiempo en el salón de mi madre, señor Snape-.
Severus asintió. -Dejaré la puerta del despacho abierta para que pueda entrar y salir cuando le plazca. Con el tiempo, puede que ajuste las runas para permitir la entrada de fantasmas, así que no debe preocuparse-.
Sus ojos se abrieron de par en par. -¿Harías eso por mí? O más concretamente, ¿podrías? Esas runas son antiguas y complejas. Además, no estoy seguro de que se enseñen en Hogwarts-.
Severus la miró con una sonrisa que denotaba confianza. -Déjamelo a mí. Por ahora, por favor, disfruta de tu estancia-.
Ella también sonrió. -Muy bien, entonces. Lo haré-.
Severus hizo un gesto hacia el interior del salón, dejando pasar primero a Helena antes de entrar él. -Me despido por esta noche. Fue un placer conocerla, señorita Ravenclaw-. La rodeó para llegar a la otra puerta, que daba al pasillo abandonado. -Apuesto a que volveremos a vernos en un futuro próximo-.
Helena flotaba junto a una columna, con las manos cruzadas sobre el corazón. La Dama Gris lo miró, luego a la magia que lo rodeaba, y sonrió. Severus enarcó una ceja ante su reacción antes de darse cuenta de la forma en que la magia de Hogwarts -(la de Rowena)- seguía jugando con la suya todo el tiempo. Hogwarts es una cosa juguetona, pensó Severus, lo que implica que los fundadores no eran diferentes. Podía imaginarse, basándose en el ventoso azul, qué tipo de persona era Rowena. Una mujer severa aunque inteligente, de mano suave y palabras firmes. Helena, su hija, era muy parecida.
-Espero volver a verle, señor Snape-, dijo Helena antes de apartarse de él para mirar los grandes ventanales, perdida en el paisaje.
Con una inclinación de cabeza, Severus apagó la Lumos Máxima del techo y se marchó.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Severus caminaba por el largo pasillo con su diario de bolsillo en las manos, anotando dentro una colección de objetos, muebles y baratijas con los que pensaba decorar el salón. Una bola de luz -(un amuleto Lumos modificado)- que iluminaba tanto el camino como las páginas para que pudiera escribir, lo seguía por encima durante todo el trayecto.
Empezó por planificar su dormitorio, la primera habitación contigua que encontró en el salón. Sin embargo, no era un cuadrado espacioso, sólo lo suficiente para una cama y un armario, tal vez un pequeño escritorio donde podría continuar su trabajo hasta bien pasadas las horas de sueño. Añadió a su lista un somier, madera si podía evitarlo, y sábanas de repuesto. Si Severus tenía suerte, podría encontrar una almohada o los restos de una que pudiera reparar. Pero no estaba muy seguro, teniendo en cuenta lo endeble que puede ser una tela vieja.
Actualmente en el séptimo piso, dirigiéndose hacia la habitación de las cosas ocultas donde podría encontrar los artículos necesarios, Severus reflexionaba sobre la necesidad de una mesilla de noche. ¿Encajaría o sólo entorpecería el lugar? Con lo que tenía para trabajar, Severus pensó, tristemente, que tal vez tendría que prescindir de ella.
De repente, se sintió observado.
Severus se detuvo en seco, cerrando el diario y guardándolo en la túnica. La luz se apago con un Nox sin palabras y el se callo instintivamente. El arte de volverse invisible ante los ojos del enemigo, Severus esperó un poco antes de volver a caminar en silencio. Utilizó la negrura total como cobertura para escabullirse de debajo de los ojos vigilantes hacia una sección donde hizo un giro hacia un pasillo iluminado por la luna de grandes ventanales.
Recorrió el pasillo, llegó al alféizar de una ventana y se sentó a esperar. No mucho después, vio una silueta que lo seguía por el mismo camino. Severus, sin embargo, no tenía miedo. Sabía, por la sensación de la magia que lo rodeaba, que no se trataba de un enemigo, sino más bien de un enemigo desagradable. No le sorprendió la forma de la criatura una vez bajo la luz de la luna, menos su rostro. Suspiró, aliviado y temeroso a la vez.
Severus se encontró escrutado por un gato muy molesto.
-Qué noche tan encantadora, ¿verdad, señora Norris?-. saludó Severus.
La gata, la señora Norris de esta década, le gruñó con advertencia. Era una cosita esquelética, con unos ojos rojos intimidantes. Con las orejas aplastadas sobre el cráneo y las pupilas contraídas en rendijas, parecía dispuesta a abalanzarse sobre sus piernas. La magia a su alrededor se arremolinaba amenazadora, como varios murciélagos rodeando a su presa. No es de extrañar que los estudiantes de su época tuvieran miedo de esa cosa enclenque.
-Alguien está de mal humor-. Musitó, haciéndola sisear.
Estaba entrenada para actuar así, Severus lo sabía. El señor Filch odiaba a los niños mágicos hasta el punto de torturarlos, haciendo honor a los tiempos del director Dippet en los que el castigo físico estaba permitido. Severus no sería el primero en desaprobar las maneras del hombre, sin embargo, podía contarse como el primero en entender, a cierto nivel, el porqué. Actualmente, los squibs son mal vistos, y así ha sido durante mucho tiempo. El hombre tuvo una vida temprana dura, supuso Severus, que lo volvió amargado. Sin embargo, nada excusaba sus acciones. Severus tampoco las excusaría. No importa cuán difícil haya sido la juventud del hombre, torturar a niños inocentes no es la forma de sanar.
Severus a veces pensaba que el señor Filch no estaba en una interminable búsqueda de curación, sino más bien, en una de venganza. Eso no ayudaba al hombre en lo más mínimo.
-Usted es la única que puede entender al señor Filch, ¿verdad, señora Norris?-. le susurró Severus a la gata. -Me pregunto qué necesita más el hombre ayuda o una buena regañina-.
Ella volvió a sisear cuando Severus mencionó regañar al señor Filch. -Sí, sí. Eres su amigo o algo así. Lo entiendo, de verdad. Pero no puedo permitir que alguien amenace a mis alumnos con promesas de tortura y cadenas colgando de sus paredes. Se supone que es el cuidador, no el verdugo de Hogwarts-. Severus sacudió la cabeza. -En momentos como este, desearía que fueras parte Kneazle. Al menos así oirías y entenderías lo que quiero decir-. Severus se levantó del alféizar después de eso, con la intención de volver a los dormitorios de Slytherin. Después de todo, si la señora Norris estaba aquí, el señor Filch no debía andar muy lejos y a Severus no le gustaría que lo atraparan.
La agresiva gata vio esto como un estudiante tratando de escapar de su castigo lo cual el Sr. Filch, sin duda, la entrenó para reaccionar si este hubiera sido el caso. Con un poderoso maullido agudo, avanzó hacia él, saltando hacia su pierna derecha.
E inmediatamente se encontró flotando a medio salto.
Maulló asombrada, contorsionando su cuerpo para girar aquí y allá, intentando ajustar sus sentidos felinos internos para equilibrarse, agitando las patas frenéticamente. Una vez en el suelo, la señora Norris miró a Severus y vio al Slytherin con la varita en alto, sonriéndole por encima del hombro. Los ojos de la señora Norris se entrecerraron. -Gatita mala-, la amonestó suavemente. -Todavía no es el toque de queda. No voy a renunciar a las reglas-. Golpeó el reloj con la punta de la varita.
Siseó con fuerza. -Te escucho. Volveré a mi dormitorio, no te preocupes-. Dijo Severus, dirigiéndose por el pasillo hacia las escaleras móviles. La señora Norris flotaba detrás de él. Severus no podía soltarla ahora, de lo contrario, traería al señor Filch.
La señora Norris no paraba de maullar. Severus podía hacerla callar, pero lo pensó mejor. En todo caso, ella le guardaría rencor, si no lo había hecho ya.
Llegó al balcón, desde el cual debía bajar varias escaleras para llegar al primer piso, y luego a las mazmorras. Las escaleras se movían. Severus calculó que tardaría treinta minutos en hacer el recorrido por ellas, teniendo en cuenta los varios puntos en los que se detenían y esperaban a que otros alumnos inexistentes pisaran. Para cuando se encontrara abajo, ya sería el toque de queda.
Severus suspiró. No había planeado volver tan temprano a las diez. Había programado pasar toda la noche fuera, ya que el señor Filch no patrulla el séptimo piso a menudo. Sin embargo, Severus no tuvo tanta suerte. Apenas llegó al tapiz, la señora Norris lo vio.
La próxima vez se desilusionará.
-Muy bien, gatita-, dijo Severus, haciendo flotar a la señora Norris a su lado. -Hoy no tengo mucho tiempo, por desgracia. Así que haz lo posible por sentirte cómoda-.
Antes de que la señora Norris pudiera procesar sus palabras, Severus la arropó contra su pecho con ambos brazos... y saltó sin vacilar.
La pobre señora Norris cerró los ojos y gritó a pleno pulmón felino cuando sintió que la gravedad tiraba de ellos hacia abajo.
-No forcejees-, dijo Severus con calma, lo que alertó a la gata. -Ya sé que los gatos tienen nueve vidas, o qué sé yo, pero no te gustaría caerte desde esta altura. Créeme-.
La señora Norris abrió un ojo, sorprendida con la facilidad en la voz de Severus a pesar de que habían caído al vacío. Fue entonces cuando se dio cuenta, asombrada, de que no estaban cayendo, sino flotando hacia abajo. El Slytherin se había echado Wingardium Leviosa sobre sí mismo, con la túnica ondeando graciosamente a su alrededor como alas. Un acto que sólo un experto podría llevar a cabo, ya que el lanzador tendría que regular manualmente la velocidad de su descenso, lo cual no es fácil cuando se está bajo el hechizo.
La señora Norris decidió sabiamente enterrar la cara en el pecho de Severus en lugar de mirar hacia abajo.
Severus sonrió al verla. -No te preocupes. Pronto estaremos en el piso de abajo. De todos modos, es más rápido así-. La consoló.
Fieles a sus palabras, hombre y gato se encontraron en el primer piso en menos de tres minutos, sin ningún moretón. Severus bajó flotando lentamente, golpeando el suelo con el pie, dejando que la gravedad tirara de sus pesos, y se detuvo al pie de la escalera.
Suspiró después de cancelar el hechizo, aliviado. Puede que tenga Oclumancia para equilibrar su mente; sin embargo, puede sentir restricciones, todavía. Severus está en un cuerpo humano, después de todo. Tiene limitaciones.
-¿Todo bien?- Le preguntó a la señora Norris. La gata mantenía la cara enterrada en su pecho, las garras clavadas en su túnica para asegurarse en sus brazos. No parecía que fuera a moverse pronto. Severus se encogió de hombros. -Muy bien, entonces-, y siguió su camino.
Caminó un rato con la gata en brazos, rodeando el pasillo en dirección a la escalera que bajaba a la sala común de Slytherin, cuando la señora Norris decidió que ya era suficiente y maulló para que la bajara. Él cedió fácilmente, temeroso de que el gato lo arañara si le decía lo contrario.
Una vez plantada en el suelo, la señora Norris levantó la vista para mirar a Severus con un brillo en los ojos que él nunca había visto antes. La magia que la rodeaba era a la vez de alivio y nostalgia, lo que confundía a Severus, ya que eran opuestos. Se sentó, moviendo la cola a izquierda y derecha, parpadeando lentamente hacia él, maullando suavemente esta vez.
Severus ladeó la cabeza, mirando en todas direcciones para asegurarse de que estaban solos, antes de arrodillarse sobre una rodilla y rascarla detrás de la oreja. Ella ronroneó. -Buena gatita, señora Norris-, sonrió. -Siga portándose bien y puede que nos permita otra lección de vuelo-.
Ella levantó las orejas. Con una pata, le bajó la mano para lamerle el dedo en señal de aprobación antes de levantarse y alejarse trotando. Severus la vio partir con una sonrisa en el rostro. Una gata a la que le gustaba volar era algo digno de contemplar.
Severus resopló, se levantó y se permitió descansar.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
La mañana del lunes comenzó con Severus mirándose en el espejo con expresión descontenta. Después de limpiar su mejor conjunto de ropa con algunos hechizos de limpieza para otro día más usándola desde que regresó a tiempo, y ducharse sin jabón otra vez, se acordó de qué día es hoy.
Vestido y peinado, Severus recordó su horario de clases de quinto año, el cual, no podría haber pedido peor si se atreviera.
No sólo tiene clases con Gryffindor a primera hora de la mañana, sino que también le toca Defensa Contra las Artes Oscuras... y encima con un profesor inútil. El señor Borguini está cualificado para el puesto a nivel teórico, no malinterpretes a Severus, sin embargo, falla en todos los demás aspectos. El hombre pasa tanto tiempo apelando a todos los niños de un respetuoso entorno de sangre pura que se olvida de enseñar, lo que lleva a una actuación vergonzosa por su parte.
Severus recuerda haber odiado tanto a aquel hombre. Estaba entusiasmado con su plan de estudios de quinto curso y todo se fue al garete por culpa del profesor.
En ese sentido, el señor Borguini era el menor de sus problemas actuales. Compartir clase con los Gryffindors significaba ver a los merodeadores y a Lily a la vez.
Sí, ya se había enfrentado valientemente a James dos veces, pero eso no lo hacía más fácil. En todo caso, James les contó a los merodeadores sus cambios. Por lo que él sabe, están planeando vengarse en este mismo momento. Para Severus, enfrentarse a ellos no es el problema -(podría derrotarlos a los cuatro con los ojos cerrados si quisiera)-, no. Lily es el problema. Con Lily allí, no hay mucho que Severus pueda hacer. A ella no le gustará verlos pelear y no perdonará a Severus más rápido por ello.
Toda la situación es una pesadilla recurrente suya, pero esta vez es peor porque es real.
Y pensar que era feliz ayer por la noche... para que todo se volviera contra él por la mañana.
Severus suspiró y miró su expresión de inquietud en el espejo. Juró vivir más allá de su centésimo cumpleaños si sobrevivía ileso al día de hoy. Respirando hondo y elevando sus escudos de Oclumancia todo lo que pudo, salió del cuarto de baño, cogió su mochila y abandonó a continuación los dormitorios de Slytherin.
Hoy pensaba desayunar en el Gran Comedor.
Hoy no se sentía valiente, no me malinterpreten. Tenía un plan. Severus pensó que si tenía que ver a Lily hoy, más le valía acostumbrarse a verla viva de nuevo, más pronto que tarde para no reaccionar de forma extraña durante las clases. Admirarla desde lejos, cuando todos los demás estuvieran demasiado preocupados por su comida como para darse cuenta de que él miraba, parecía ser el mejor curso de acción.
Tenía miedo de lo que pudiera ver en su cara en caso de que ella le devolviera la mirada. Temía su decepción, su decisión de evitarle. Los latidos de su corazón aumentaron, ya que estaba seguro de que no podría sobrevivir a otro día en el que Lily le odiara.
No importa, se dijo. Encontraré la manera, siempre lo hago.
Subió las escaleras de las mazmorras y recorrió el pasillo en dirección al Gran Comedor. -Buenos días, señora Hollyhock-, saludó al retrato a su paso.
-¿Ya es de día, señor Snape? Que tenga un buen día-. Le devolvió el saludo.
Él asintió. -Y para usted también-.
Recorrió el pasillo con pasos tensos antes de llegar a la puerta de entrada. Estaba abierta para que los alumnos pudieran entrar y salir sin problemas, como era costumbre. Se detuvo en el borde, bordeando la pared, ocultándose de los alumnos que había dentro para tomar aliento. Inhaló y exhaló, llevándose una mano al corazón hasta que sus latidos se calmaron un poco. Severus hizo acopio del poco valor social que tenía antes de agarrar la correa de su bolso y salir a la luz del Gran Comedor, volviéndose hacia el interior.
Se encontró cara a cara con Lily.
Porque, por supuesto, lo haría. ¡A Severus no le pueden pasar cosas buenas para salvar su vida!.
Ella se detuvo en su camino en cuanto reparó en él. Severus, por su parte, se quedó inmóvil. Se miraron fijamente.
Lily estaba en todo su esplendor pelirrojo atado en un moño desordenado sobre su cabeza, vistiendo el uniforme de la escuela. Su expresión pasó de la molestia a la sorpresa, y después a la culpabilidad, mientras lo miraba fijamente. Lily abrió y cerró la boca, pero no salió nada.
Severus podía oír los latidos de su corazón en los oídos. Su escudo de Oclumancia era lo único que lo mantenía a raya. Sintió que las manos le temblaban ligeramente al apretar la correa que llevaba al hombro.
¡Lily está viva! Está viva y está aquí. Severus sintió pavor en el fondo de su estómago, pensando en las mil maneras en que podría perderla de nuevo la felicidad de ver sus vivas mejillas de rosa era la cosa obstinada que lo mantenía inmóvil. Recuerdos de sucesos que juró que nunca ocurrirían inundaron su cabeza. Dudas de un futuro aún por llegar; los horrores del fracaso, la presión sobre sus hombros...
-¡Espera, Evans!- Alguien llamó desde detrás de ella. Como si los astros se hubieran alineado para fastidiarle la vida hoy, James Potter venía corriendo hacia ellos. -¿Estás enfadado conmigo? Lo siento-. Parecía genuinamente preocupado, pero claro, cuando Lily está involucrada, él siempre actúa diferente.
Ella salió de su estupor, girándose para mirar a James por encima del hombro. -No... yo no... no lo sé, Potter. Por favor, déjame en paz-. Dijo antes de volverse para mirar a Severus un poco más. Sus ojos verdes lo mantuvieron congelado unos dos segundos antes de que él los viera ensancharse de asombro y su expresión cambiar a una de preocupación.
Parpadeó, confundido por su reacción. James la miró con el ceño fruncido hasta que se fijó en Severus y también lo miró. Su expresión era diferente a la de ella, pero no menos asombrada. Eso le dio a entender que algo iba mal. Levantó una mano para tocarse la cara, pensando que tal vez tenía pasta de dientes en alguna parte de la mejilla.
Su mano hizo contacto con algo húmedo bajo su ojo. Justo entonces, sintió que le goteaba por la cara. Severus apartó la mano para inspeccionársela y vio, horrorizado, que estaba roja.
Era sangre.
Lo interesante de la magia Intenebre -(académicamente hablando)- es su dinámica con las emociones y el alma de un brujo. La magia deriva del núcleo mágico situado en el plexo solar de una persona o criatura, alimentado por la esencia vital del ser por eso cuando alguien está mágicamente agotado, corre el riesgo de morir. Se conoce como la "magia del egoísta", ya que se fortalece con el peso de los deseos o la voluntad del lanzador.
Intenebre; el intus tenebris o la oscuridad interior. El egoísmo de la humanidad.
Las emociones controlan a los humanos. No hay persona en la Tierra a la que sus emociones no hayan dominado alguna vez cuando eran demasiado fuertes para soportarlas, lo que implica que la magia Intenebre cobra vida propia cuando no se trata adecuadamente.
Desde la magia más inocente de todas hasta la más complicada, el tipo de magia Intenebre es, en su realidad, tan fuerte como el deseo de una persona de lograr su objetivo.
Un patronus puede ser corpóreo o no, dependiendo de las habilidades de la persona, pero también de la situación: protegerse a uno mismo o a un ser querido de una muerte segura sin duda fortalece la determinación de una persona lo suficiente como para tener un patronus corpóreo, mientras que practicarlo en la seguridad del hogar podría o no lograr los mismos resultados.
Lo mismo podría decirse de un Avada Kedavra. Depende del deseo de matar de cada persona.
Sabiendo todo eso: La Oclumancia - o magia mental en su mayoría - es Intenebre. Protege la mente de fuerzas externas, pero también establece el equilibrio dentro de la mente del lanzador, ayudando con la gestión emocional.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando las emociones son abundantes y pesadas, forzadas por el peso del alma de alguien -(recuerdos y equipaje del pasado)- golpeándose todos a la vez contra los escudos mentales de una persona? No se rompen porque no hay amenaza para la mente; al fin y al cabo, se trata de un conflicto interno. Sin embargo, hay demasiado que soportar y no hay ningún lugar al que puedan ir todas esas emociones. Entonces, ¿qué ocurre?.
Pues que el cuerpo encuentra una forma de deshacerse de ellas, por supuesto, para no abrumar al sistema. Porque cuando duele el alma, también duele el cuerpo.
Además, el dolor de Severus por la mujer que tenía sin vida en sus brazos, los remordimientos que ni siquiera el tiempo podía arreglar en ambos sentidos, y el miedo por un futuro que no estaba seguro de poder arreglar, fueron compactados y liberados por su cuerpo en un intento de salvarlo de un colapso, todo en forma de una sola lágrima de sangre.
Su mano tembló violentamente por la fuerza de sus emociones, que intentaban abrirse paso. Sentía frío, pero la sangre que le corría por la cara estaba hirviendo. No es que pudiera decirlo, con la forma en que sus sentidos se apagaban lentamente.
Severus pensó que no era su crisis habitual. Se trataba de un ataque de pánico en toda regla que destrozaba su meticuloso control.
Necesitaba encontrar una salida.
-¿Sev?- La voz preocupada de Lily atravesó sus nublados pensamientos para provocar una reacción en él.
Levantó la vista y se encontró con unos ojos verde esmeralda.
Vio a Harry en ellos y, por una fracción de segundo, se encontró de nuevo en el suelo de la cabaña, agonizando.
Quería vomitar.
-¡Disculpen!- Mordió con esfuerzo, dándose la vuelta y huyendo hacia el pasillo por el que había venido, corriendo.
Al doblar la esquina, casi pudo distinguir a Lily discutiendo ferozmente con James antes de correr tras él.
Necesitaba una salida, y lo necesitaba ya.
Para su alivio, Holly pareció darse cuenta de su angustia cuando se acercó.
-¡Sra. Hollyhock, déjeme entrar, por favor!- Severus casi suplicó.
Ella echó un vistazo a su expresión de pánico antes de acceder sin hacer preguntas. Severus no podía estar más agradecido.
Cuando oyó el chasquido de la puerta al abrirse, se deslizó dentro. -No dejes entrar a nadie-, dijo antes de cerrar la puerta del despacho de Rowena, ahora suyo.
Se deslizó por la pared, abrazándose las rodillas, respirando con dificultad a causa del pánico. Cerró los ojos, intentando sus ejercicios de respiración sin ningún efecto. Intentó concentrarse en sus escudos mentales -(meditar siempre le ayudaba)-, buscando un defecto, una abertura por la que se colaran sus emociones, pero no encontró ninguna.
Es tal y como pensaba. Tenía demasiadas emociones acumuladas tratando de abrirse paso a través de sus escudos, sin embargo, no pudo pues su Oclumancia es la mejor que existe.
Necesitaba controlarse, pero sobre todo, necesitaba una forma de librarse de esas emociones.
Por lo tanto, Severus hizo lo único que sabía que ayudaba en situaciones como ésta. Severus lloró.
-Llorar alivia el dolor, Severus-, le había dicho Harry. -Deberías saberlo; eres un hombre de ciencia tanto como un mago. Es autocalmante, además de tranquilizarlo a uno. No deberías avergonzarte de derramar lágrimas, ya sea de dolor o de alegría. No importa cuánto tiempo hayas tenido que vivir aguantando tus lágrimas, ya no estás ahí ni volverás, si puedes marcar la diferencia-. Había sonreído entonces, levantando su taza de té en un brindis. -¡Así que llora, tonto! Siempre podrás reírte de tu cara desordenada en el espejo, ¡más tarde!-.
Por lo tanto, Severus no tardó en llorar, meciéndose suavemente al ritmo de su hipo, pensando en reconfortantes recuerdos de su infancia con Lily y su madre.
No es real, sólo un cuento, pensó para sí, tal y como solía decir su madre. Una y otra vez repitió las palabras en su cabeza hasta que pudo respirar adecuadamente para pronunciarlas en voz alta.
-No es real, sólo un cuento-, murmuró, desterrando de su mente los ojos sin vida de Lily.
-No es real, sólo un cuento-, repitió mientras las visiones de guerras aún por venir volvían a las profundidades de su mente.
-Sólo un cuento-, dijo mientras su peor recuerdo se encerraba donde nunca brillaba la luz.
Severus calmó lentamente su agitación.
-¿Maestro Snape, señor?- Una voz nerviosa interrumpió sus pensamientos.
Se sobresaltó, abriendo los ojos para ver a Winny, la elfa doméstica, de pie frente a él. Parecía agitada, mordiéndose las uñas con cara de preocupación.
-El amo Snape se siente triste. ¿Qué puede hacer Winny por el amo?- Preguntó, inclinando la cabeza.
-¿Cómo...?- Severus se atragantó. Se aclaró la garganta antes de volver a intentarlo. -¿Cómo me encontraste, Winny?- Su voz era tan áspera que dolía.
Uno de sus oídos lo captó. -Hogwarts es el hogar de Winny-, dijo. -Nosotros los elfos encontramos maestros en cualquier lugar de casa-.
-Entonces, ¿cómo supiste encontrarme?- preguntó Severus mientras intentaba limpiarse la cara con las mangas de la túnica.
-Hogwarts se lo dijo a Winny-, declaró ella con sencillez. Ante la ceja levantada por Severus, ella se puso al corriente. -El elfo de Hogwarts puede usar la magia de Hogwarts para encontrar amos, ayudar a limpiar y servir comida, también. Hogwarts no hablar, pero la magia dijo Winny, sí lo hizo-. Ella asintió como para confirmar sus alegaciones.
Severus sonrió un poco, más como una mueca. -Entendido-.
Los dos oídos de ella se agudizaron esta vez. Se acercó despacio, con cuidado de no perderlo de vista, antes de preguntar con suavidad -¿Qué puede hacer Winny por el amable amo Snape?-.
Su expresión se tornó dolorosa. -No soy un hombre amable, Winny-.
Ella negó con la cabeza. -El maestro Snape es amable...-
-No lo soy, Winny-, la interrumpió Severus, con los ojos brillantes por nuevas lágrimas que amenazaban con caer. -Soy egoísta, del peor tipo que existe. No soy amable, no con la forma en que he actuado antes-, recordó a Harry -(su Harry, el de diecisiete años)- mirándolo con sus ojos verdes esmeralda mientras Severus sucumbía al veneno, y su corazón se rompió ligeramente. -Soy un hombre terrible, terrible, que hizo cosas terribles, Winny. Mis manos son culpables de mis propios fracasos. He huido de mis problemas tantas veces, mientras creaba otros nuevos-.
-Sólo soy un... cobarde-, vaciló, pero no podía mentirse a sí mismo. Severus siempre fue un cobarde que corría al lugar más oscuro del infierno para escapar de sus errores, empeorándolos en el proceso. -El hombre más cobarde que jamás haya vivido-. Susurró entrecortadamente.
Severus volvió a sobresaltarse cuando Winny le agarró la mano. Su agarre era firme al igual que sus ojos, como si se estuviera preparando para una dura batalla. -El amo Snape será el amo más amable que Winny haya visto-. Afirmó con firmeza. -Ningún otro amo le agradeció tanto a Winny como lo hizo el joven amo. El maestro Snape fue el único que lo hizo, de hecho. Todos los maestros se van sin ver, lo hacen. Winny ser un elfo doméstico, nadie importante, Winny pensó. Nosotros, los elfos domésticos, pensamos que somos invisibles. Vivimos felices para los amos de esa manera, pero no para el joven amo Snape. Él era amable con nosotros en la cocina. Se sentaba y hablaba con todos los elfos, nos daba las gracias y nos sonreía. A Winny le gusta el amo Snape, porque el amo Snape es amable-. Ella asintió con sus palabras como si dijera toda la verdad.
Severus se quedó mirando atónito. -¿Cómo puedes pensar eso si apenas nos conocemos?-.
Winny parecía ligeramente avergonzada, probablemente temiendo haber ofendido a su amo, pero luchó. -Si a Hogwarts le gusta el señorito Snape, a Winny también-. Razonó.
Justo entonces, cuando sus sentimientos estaban más bajo control y la presencia de Winny lo calmaba un poco, sintió la magia en la habitación. Los azules helados y los rojos cálidos, los amarillos y verdes tibios. La magia de Hogwarts lo rodeaba de forma protectora, no sólo a él sino también a la habitación, creando un capullo donde esconderse. Estaba más seguro sentado en el suelo de un despacho abandonado en medio del comienzo de la guerra que en su dormitorio. Severus solo pudo reir con impotencia ante la comparacion.
-Gracias, Hogwarts. Ahora me siento mucho mejor-. Con eso, el capullo protector desapareció, aunque la magia de Hogwarts continuó perdurando. -Y gracias por enviar a Winny-. Dijo, mirándola con una pequeña sonrisa. -Te agradezco la compañía-.
Sus orejas se agitaron mientras ella le sonreía una sonrisa arrugada, aunque joven para ser una elfa. Le recordaba a una gata Sphynx, con sus afilados caninos y todo, y Severus la adoraba aún más después de pensar eso. Su sonrisa creció gradualmente con la de ella.
El estómago de Severus eligió ese momento para gruñir. Ahora que la crisis había terminado, Severus sentía bastante hambre. Después de todo, no había desayunado.
Winny juntó las manos en un gesto diplomático. -¿Qué puede hacer Winny por el amable amo Snape?- Preguntó.
Severus suspiró. -Una tostada con mantequilla y té serán suficientes, Winny, gracias-. Sonrió.
Ella le devolvió la sonrisa. -¡Será suficiente, amo!- Y con eso, se fue.
Severus pensó, sentado en el suelo de espaldas a la pared, con lágrimas por toda la cara y la túnica, que el día no podía ir peor. Se encaró con Lily y salió corriendo poco después. Lloró sangre, por el amor de Merlín, delante de Lily. Precisamente delante de Potter.
No caería en la cuenta hasta mucho más tarde, una vez consumido el desayuno y agradecido como era debido a Winny tanto por ayudarle en su estado emocional como por la comida, de que hoy tenía DADA a primera hora de la mañana... con los alumnos de Gryffindor. Todo mientras dos de ellos lo miraban huir con sangre saliendo de su ojo.
Severus gimió. No pasaría de los cien años, eso seguro.
Chapter 7: James (Interlude)
Chapter Text
James estaba pasando un momento difícil. O, al menos, incertidumbre.
Desde que Sirius había intentado gastarle una broma a Snivellus con Moony, las cosas entre los merodeadores nunca habían sido tan complicadas.
Remus se sentía traicionado por Sirius -(con razón honesta)- desde que prácticamente expuso el secreto de Remus. No sólo eso, sino que, según el propio Remus, Sirius había cometido un intento de asesinato de un inocente que, de haber tenido éxito, habría convertido a Remus en un asesino. Y aunque James podía argumentar que Snivellus no era inocente, no se pondría de parte de Sirius en esto. Después de todo, él mismo había salvado a Snivellus.
Remus había estado angustiado desde entonces. Perdido en los "y si" de esa noche si hubiera sido diferente. Estaba callado o extremadamente cabreado, y nadie podía tocarle ni hablarle. Ni siquiera James o Peter... Sirius estaba fuera de discusión.
James lo entendía. No podía imaginarse lo que sería de Remus si hubiera atacado a Snivellus o lo hubiera matado siendo nada menos que un hombre lobo. Las consecuencias serían atrevidas hasta el punto de que James podía ver a Remus siendo asesinado por ello, y sabía que Sirius nunca se recuperaría de haber sido así.
Y Sirius, su mejor compañero, se dio cuenta de las consecuencias de sus actos demasiado tarde.
Se convirtió en la encarnación de un cachorro pateado después de los acontecimientos. Cavilando en alguna parte, lloriqueando todo el tiempo, mendigando atención, etc. Remus no tenía nada de eso, y eso complicó aún más la dinámica del merodeador, ya que los dos no podían enmendarse.
Remus, una vez, dijo con palabras amargas y dientes apretados que si Sirius quería disculparse tanto, debería buscar a Snape y pedirle perdón ya que casi muere por las acciones idiotas de Sirius. Sirius se burló, como solía hacer cuando hablaba de los Slytherin, y pensó que Remus era un chiflado por siquiera plantearse la idea, pero Remus hablaba muy en serio.
-Snape hizo un voto, un verdadero voto mágico, de no revelar nunca mi condición y mantener en secreto lo ocurrido aquella noche, mientras que él estuvo a punto de morir aquella noche. Y tú, uno de mis mejores amigos, ni siquiera pudiste mantener la boca cerrada-. había gritado Remus.
-¡Sólo lo hizo porque Dumbledore se lo dijo!-. Sirius razonó. -¡Si el director no le hubiera obligado, te habría destrozado la vida!-.
-¡El director Dumbledore sólo le dijo las consecuencias si hubiera denunciado el incidente!-. dijo Remus. -¿No estabas allí? Le dijo a Snape que las acusaciones caerían sobre mis hombros, ¡no sobre los tuyos! Me habrían expulsado y me habrían roto la varita, mientras que tú saldrías indemne. Hizo el voto, en contra de su buen juicio, por voluntad propia para ayudarme. Así que, si tienes a alguien a quien prometerle perdón, ¡es a él!-.
Sirius había estado terriblemente callado después de eso.
Luego estaba Peter, que no tenía absolutamente nada que ver con toda la situación y, sin embargo, se llevó la peor parte. Tanto Remus como Sirius se mostraron bastante fríos con él debido a su mal humor y le tocó a James levantarlo de nuevo. Pero no podía estar ahí todo el tiempo, y Peter empezó a alejarse.
Sin embargo, lo que más perturbó su equilibrio fue un inesperado cambio de comportamiento de nada menos que el mismísimo Snivellus.
Empezó a evitar a James.
James no se había dado cuenta al principio -(Snivellus se alejaba al verlo con frecuencia)-, pero se hizo más evidente cuando dejó de batirse en duelo con él o se apartó de las discusiones en lugar de devolverle los insultos.
Evitaba los enfrentamientos con James.
No había palabras para describir lo chocante que había sido aquello para James y ni siquiera podía comprender por qué. Claro que James le había salvado la vida, pero eso no cambiaba nada. Debían seguir con su rutina de siempre, odiándose, hechizándose, etcétera.
Eso -la extraña evasión de Snivellus-, sumado a la incapacidad de sus amigos para hacer las paces, llevó a James al límite.
Por lo tanto, James hizo lo único que sabía hacer en situaciones así. Planeó.
Y qué plan tan exitoso. Simple, con el uso de un hechizo -(el Levicorpus)- y efectivo, ya que humilló a Snivellus, tal y como él quería.
Al final de todo, Sirius se contentó con gastarle una broma a Snivellus después de lo que Remus le había contado, Peter se alegró de participar por fin en la actividad del merodeador una vez más y Remus lo desaprobó... ¿pero cuándo no lo hizo?.
James esperaba que Snivellus volviera a la normalidad y odiara a James a muerte para finales de curso.
Además, Lily se había dejado de ser amiga de ese baboso. Con razón, además, ya que la llamaba sangre sucia. Ella tampoco estaba contenta con las acciones de James, pero estaba seguro de que él podría evitarlo.
Sus amigos habían vuelto, la chica de sus sueños estaba un paso más cerca y su rival volvía a odiarle.
James había arreglado la situación, o eso creía él.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Todo cambió un sábado, a dos semanas del final del trimestre, el primer día después de los exámenes de la O.W.L.
Ese día, Snivellus hizo algo inexplicable.
Incluso después de todos los esfuerzos de James, Snivellus no devolvió ningún hechizo tras el ataque inicial de James. No, en vez de eso... se rió. Se rió de la teoría de James sobre el Multijugos, porque Snivellus no se comportaría civilizadamente con él después de lo que había hecho. Se rió de las palabras de James, de sus principios, pero no se defendió. Entonces, cuando James pensó que las cosas no podían ponerse más raras, oyó la risa hueca de Snivellus como si estuviera muerto por dentro, escuchó su monólogo sobre héroes y guerra, sintió su mano tirando de su varita hacia su propio corazón y observó, atónito, cómo lo insultaba.
James podría haber hecho muchas cosas. Lo tenía a punta de varita, apuntando a su corazón, nada menos. En todo caso, James podría haberlo matado allí mismo. Pero no lo haría; él no era así. Aun así, no es que Snivellus lo supiera.
Y sin embargo, James no hizo nada. Escuchó sus palabras, los insultos, las rentas, la rabia. Pero también, la desesperación oculta. James no se atrevió a disparar a bocajarro después de oír tales palabras.
No había dicho nada del encuentro con nadie.
Remus notó algo raro en él, por supuesto, pero no presionó. Sirius y Peter se burlaron de él hasta la saciedad por lo de Lily, pensando que le habían vuelto a dejar tirado en su búsqueda de su atención. No los corrigió. Dejó que pensaran algo así a la verdad real.
Pensó que era un encuentro individual, que las cosas se estabilizarían pronto.
James demostró estar muy equivocado y ser un estúpido.
La segunda vez que conversaron, James estaba visitando a Hagrid para pedirle consejo.
A decir verdad, por más que intentaba evitar pensar en ello, James no podía quitarse el encuentro de la cabeza. No tenía sentido.
Antes, si James hubiera dicho algo ligeramente ofensivo, Snivellus se le habría echado al cuello en un santiamén, lanzándole más maleficios de los que cualquier alumno de séptimo sabía. Por mucho que a James le disgustase aquel imbécil, reconocía su mérito. Al viscoso Slytherin se le ocurrían formas ingeniosas de deshacerse de James en cada esquina, a veces creando hechizos nuevos con tal de derrotarlo. ¿Y no es eso un honor en sí mismo? Sin embargo, resulta irónico, teniendo en cuenta que el hechizo Levicorpus es una de las creaciones de Snivellus que James robó tras verle usarlo antes.
Sin embargo, las cosas eran diferentes con Snivellus ahora, James podía decirlo. Aquel día se estaba conteniendo. James vio con sus propios ojos cómo Snivellus esquivaba sin esfuerzo su hechizo inicial, sacando su varita rápidamente con la eficacia de un duelista entrenado, apuntándole poco después con el aire de un individuo peligroso con el que no deberías meterte.
Snivellus nunca se había sentido así, y James, probablemente por primera vez en relación con el Slytherin, le tenía miedo. Tanto, que el hecho de que Snivellus se alejara sin pronunciar un solo hechizo hizo que James se volviera paranoico durante el resto de aquel día.
No podía hablar de la situación con sus amigos, no serían de ayuda. Remus se sentiría decepcionado con él por buscar pelea con Snivellus; Sirius se indignaría con toda la situación, causando más problemas que resolviéndolos; y Peter, aunque se atreviera, no podría entender a la gente mejor que el propio James.
Por lo tanto, sin opciones, James recurrió al único adulto que se le ocurrió que no se chivaría si mencionaba su complicada rivalidad con Snivellus. Acudió a Hagrid.
-Te lo digo, Hagrid-, había dicho James. -Ha cambiado. Snivellus cambió. Por encima de Merlín, lo intenté todo para que las cosas volvieran a ser como antes, pero eso sólo solidificó su cambio-.
-¿Qué cambió?- Hagrid, que en ese momento le escribía una carta a Slughorn, había preguntado.
¿Y cómo podía explicarlo James? Nunca mencionaba el verdadero nombre de Snivellus para evitar establecer una conexión entre ambos cuando hablaba con Hagrid. Por lo que James sabía, Hagrid sólo conocía al chico del que hablaba James como el baboso Slytherin llamado Snivellus, y Hagrid jamás defendería a un Slytherin por su vida, así que James se sentía seguro hablando con él sobre el imbécil. Sin embargo, ni siquiera Hagrid lo aprobaría si conociera toda la historia.
James no podía contarle la verdad. Ah, verás. Yo lo acosaba mucho, pero después de salvarle la vida a mi amigo el hombre lobo, se distanció y empezó a evitarme. Así que lo colgué boca abajo y expuse su ropa interior a un montón de extraños, ¿sabes? ¿Para que me odiara y volviéramos a pelearnos porque yo, por alguna razón, echaba de menos nuestros duelos?.
Sí, simplemente no podía.
-Me asustó-, admitió James tras una pausa. -No sé cómo, pero le di la espalda por un segundo y cuando me volví... parecía más viejo, más fuerte. Me asustó porque estaba irreconocible en ese momento-.
James recordó haber visto la cara de Snivellus después de darse la vuelta y ver a James doblar la esquina. Esperaba que expresiones de horror, ira o incluso venganza pintaran el rostro del chico. Nunca esperó ver una expresión de dolor. Una que irradiaba una pena tan cruda que James se detuvo en seco.
No podía saber lo que Snivellus estaba pensando, pero sus ojos, esos ojos de obsidiana que le miraban profundamente el alma todo el tiempo que permaneció en silencio, hablaban de dolor y arrepentimiento, pero también de aceptación. Por mucho que James intentara sacar la ira de Snivellus, el chico había pisoteado sus esfuerzos. Tenía la boca de James cerrada, inerte por la conmoción y confundido más allá de lo comprensible sin usar ningún hechizo, sólo palabras.
Luego se marchó como el mejor hombre, no como un niño.
-Parece que ya no puedo entenderle-, admitió James.
Sin ir más lejos, ese mismo día, cuando Hagrid se marchó a buscar agua al pozo cercano y James lo esperaba en la cabaña, oyó una risa reconocible procedente del exterior. Abrió la puerta para confirmar sus sospechas y se encontró de nuevo cara a cara con Snivellus.
Los acontecimientos que pronto siguieron quedarán para siempre grabados en la memoria de James.
Acoso sexual. Un delito. James había cometido un delito y no podía excusarse. Lo había hecho para arreglar a la gente que le rodeaba, pero se había manchado a sí mismo en el proceso sin siquiera darse cuenta. Quizás por eso Lily estaba tan enfadada por sus acciones. ¿Sabía ella la magnitud de lo que había hecho? ¿También esperaba que él lo supiera?.
Estaba asustado una vez más. Estaba avergonzado.
Aparentemente, Snivellus también es buen amigo de Hagrid. Le trae regalos y le escribe recetas de cocina. ¿Desde cuándo? Además, en toda la conversación sobre la casa Slytherin, Snivellus afirmó que James no sabía nada de las serpientes. Snivellus confirmó que no sabía nada de ellas con su lección histórica.
Y vaya lección. ¿Godric y Salazar eran hermanos de armas? ¿Salazar no era un supremacista de la sangre? ¿La religión y el miedo, combinados con la ignorancia y los prejuicios de la gente corrompiendo a generaciones de brujos a partir de entonces? Todo esto destruyó la visión que James tenía del mundo, literalmente, pero también trajo preguntas.
Si hay pruebas reales de que Godric y Salazar no se odiaban, ¿por qué la comunidad mágica sigue emparejándolos como enemigos? Si lo que dijo Snivellus sobre los deseos de Salazar de proteger a la gente mágica de los muggles es cierto -(y a James le costó mucho no creerle, ya que el Slytherin hablaba claro, convencido de sus palabras y de la verdad que había tras ellas)-, ¿por qué los magicos siguen considerándolo el malo de la película? ¿Por qué Hagrid, certificado Gryffindor de corazón, confía en Snivellus, un Slytherin? Pero, lo más importante de todo, ¿cómo es que Snivellus sabe tanto sobre el pasado ya que, según sus propias palabras, "esos hechos ocurrieron hace un milenio"?.
Esas preguntas rondaron su mente mucho después de que Snivellus saliera de la cabaña.
-¿Desde cuándo eres amigo de Sni...?- Se aclaró la garganta. -¿Con Snape, Hagrid?-. Había preguntado James con cuidado de no sonar sentencioso.
El semigigante apartó la vista de James; mirando fijamente la nueva cubertería de plata que Snivellus le había regalado. -Es un buen chico, Snape-, dijo. -Hoy me ha ayudado con algunos ingredientes del bosque. Los encontró, los recogió y los lavó para el profesor Slughorn-.
-¿Pero es un Slytherin?- intentó James, sin embargo, su argumento sonaba débil a sus propios oídos; después de todo, lo que Snivellus le había dicho hoy aún estaba fresco en su mente.
Hagrid le dirigió una mirada de desaprobación, algo que James nunca esperó ver viniendo del amable semigigante. -Es el único que me ofrece ayuda. Me dijo que le escribiera si necesitaba más. Me trajo tenedores, nunca los había tenido. Me trajo un armario y una tabla de cortar que nadie me había dado. Se comió mi pastel y me dio una receta, una mejor-. Hagrid miró con cariño el papelito que tenía en la mano. -Es un buen muchacho. Slytherin o no-. Diente ladró asintiendo a la afirmación de Hagrid y tanto el perro como el hombre compartieron una sonrisa.
Estupendo. Hasta al perro le caía bien Snivellus.
James no dijo nada al respecto, y optó por despedirse del hombre y el perro con un gesto de cabeza antes de marcharse también.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
En la chimenea de la sala común de Gryffindor, James estaba sentado en un sillón acolchado.
Cenó con sus amigos un ojo vigilante alrededor del Gran Comedor para divisar a Snivellus sin éxito (¿no come?)- antes de volver en silencio a los dormitorios. Observó melancólicamente el fuego durante largo rato, perdido en sus pensamientos mientras sus amigos jugaban al ajedrez.
En algún momento, Lily y sus amigos llegaron a la sala común, pero James no se había dado cuenta en absoluto, demasiado absorto en sus pensamientos. Observó la partida de Sirius y Peter durante un rato antes de fijarse en James desde lejos. Entornó los ojos hacia él, aparentemente confundida por su falta de participación y entusiasmo, pero al final se encogió de hombros y se marchó sin decir palabra, atribuyéndolo al cansancio.
Alguien carraspeó a su lado. Giró la cabeza y vio a Remus mirándolo con el ceño fruncido desde el sofá. James enarcó una ceja, inquisitivo.
-Bueno-, dijo Remus mientras bajaba el libro que estaba leyendo. -Teniendo en cuenta que Evans acaba de entrar, te ha mirado durante unos dos segundos y se ha marchado sin que te dieras cuenta ni se te saltaran las lágrimas, supondré que algo va mal-. A su lado, Peter soltó una risita.
-Sí, colega-, dijo Sirius junto al otro sillón justo después de mover su caballo y destruir uno de los peones de Peter. -Estás muy callado y misterioso; pensé que planeabas una travesura o algo así-.
El resto de sus travesuras hizo que James diera un respingo, los pensamientos volviendo a la charla con Snivellus. -No, bromas no-, dijo, apagado.
Esta vez, Sirius frunció el ceño, preocupado. -¿Estás bien, Prongs?-.
-Bastante-, respondió James con tono cortante.
-No, no lo estás-. Afirmó.
-Sí que lo estoy-.
-No lo estas-.
-¡Yo estoy!- exclamó James.
-Ajá, no lo estas. Primero, estás callado y melancólico por alguna razón que desconocemos. Segundo, no te fijaste en Evans, lo cual es como para asustarse porque siempre te fijas en ella. Tercero, estás a la defensiva diciendo que estás bien cuando es evidente que no lo estás- dijo Sirius, sorprendentemente pensativo. En el tablero de ajedrez, su alfil fue arrollado por la reina de Peter. -Entonces, ¿qué te preocupa?-.
James miró a Remus y a Peter en busca de apoyo, pero solo encontró a Remus asintiendo a las palabras de Sirius y a un Peter que miraba con curiosidad. -Hace tiempo que no estás bien-, añadió Remus sus dos monedas de cinco centavos, incitando a James a hablar.
James suspiró. No podía ocultarles nada a sus amigos. -Ví a Snivellus-. Se limitó a decir, esperando contra todo pronóstico que eso fuera suficiente para autoexplicarse.
No lo fue. A juzgar por las caras de sus amigos, fue todo lo contrario.
-¿Qué?- Exclamó Sirius, probablemente pensando lo peor de Snivellus.
-¡James!- Reprendió Remus, probablemente pensando lo peor de James.
-¿Qué ha hecho?- Preguntó Peter, siempre el curioso alborotador.
-¡No, no! Cálmate, no ha pasado nada-. James intentó desviar la situación.
-¡Claro que no, no ha pasado nada!- Exclamó Sirius una vez más. -Mírate-. Señaló como si hiciera un argumento de la apariencia de James.
-¿James?- Remus pidió una explicación.
James volvió a suspirar. -De verdad, no ha pasado nada-. Sirius abrió la boca para objetar, pero James se le adelantó. -Lo digo en serio. Sólo... hablamos-. Vaciló.
-¿Hablamos?- Preguntó Peter mientras disimuladamente hacía su siguiente movimiento antes de que Sirius notara su pérdida acercándose. -¿Como charlando? ¿Tomando el té, quizás?- Dijo sarcásticamente.
-No-, jugueteó James con el dobladillo de su túnica. -Fui a casa de Hagrid como dije que haría hoy, y él apareció allí para entregarle algo y hablamos-. James intentó explicarse.
Remus empezó a negar con la cabeza incluso antes de terminar la frase. -Esto te ha estado molestando desde ayer-.
Ah, sí, Remus. El más observador de los merodeadores.
James quería enterrar la cabeza entre las manos y desesperarse. -...yo también podría haberme encontrado y hablado con él ayer...-
-¿Por qué no nos lo dijiste?-. Si antes Sirius parecía preocupado, ahora parecía extrañado. Como ya no estaba prestando atención al juego, su reina se movió sola.
James volvió a desviar la mirada hacia el fuego. -¿No se me pasó por la cabeza?-.
Remus suspiró. -James-, llamó como si hablara con un niño pequeño. El ojo de James se crispó molesto por el tono. -¿Te gustaría compartirlo con la clase?-.
James se cruzó de brazos desafiante. Por una cuestión de principios, James sabía que no podía admitir que había intentado iniciar una pelea con Snivellus antes de que el propio Snivellus lo reprendiera, de lo contrario, Remus volvería a desaprobar sus acciones. Tampoco podía hablar de los hechos históricos que aprendió de Snivellus sobre los prejuicios contra Salazar Slytherin y su Casa a partir de entonces, de lo contrario, Sirius pensaría que estaba loco. Merlín, James ni siquiera podía admitir que se arrepentía de una travesura pasada por culpa de Peter.
Simplemente no podía hablar abiertamente de los encuentros. No sin el riesgo de disgustar al menos a uno de sus amigos.
Sin embargo, podía decir una cosa. -Ha cambiado-, admitió. -Si es para mejor o peor, no puedo decirlo. Pero definitivamente cambió-. Afirmó con firmeza a sus amigos.
Los ojos de Remus se abrieron ligeramente antes de parpadear. -Muy bien-, aceptó, comprendiendo cuándo debía echarse atrás.
-Como si un Slytherin pudiera cambiar a mejor-, murmuró Sirius, pero también se echó atrás. Cuando volvió a mirar el tablero y se dio cuenta de las malas jugadas que sus piezas realizaban sin él, sus ojos se abrieron de par en par y levantó las manos, frustrado.
-Por lo que más quieras-, dijo Peter. -Debería decir que si te enredas con ese baboso, no cuentes conmigo para que te ayude. Si te embrujan, bien; es tu funeral y sólo tuyo-. Peter tenía las manos levantadas en señal de rendición, como si quisiera decir que no tenía nada que hacer en aquella situación, pero también para aplacar a Sirius, a quien claramente no le gustaba perder.
James asintió. No sería la perdición del merodeador, pensó, pero podía entender las preocupaciones de Peter. Después de todo, Snivellus era enemigo suyo desde hacía mucho tiempo, y un cambio tan repentino no se producía en una noche. Algo debía de haber pasado y James estaba decidido a averiguarlo. Para calmar su curiosidad, por supuesto.
James iría con cuidado y averiguaría la situación antes de lanzarse de cabeza esta vez. No estaría bien que causara aún más problemas a sus amigos tan cerca del final de curso.
En el tablero, la reina de Peter hizo añicos al rey de Sirius.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Al día siguiente, James y sus amigos estaban desayunando en el Gran Comedor.
James miraba descaradamente la mesa de Slytherin, con la esperanza de vislumbrar esta vez a Snivellus. El chico no había cenado ayer y James supuso que estaría famélico esta mañana, al menos lo suficiente como para aparecer por el comedor.
Los Gryffindors tenían una ronda de huevos fritos y bacon esta mañana, rematada con zumo de naranja. Remus, siempre tan escaramuzador, mojaba su tostada en el zumo, lo que hizo que muchos le miraran con el ceño fruncido. Sirius no era uno de ellos, demasiado ocupado en inhalar las lonchas de beicon de su plato, bajándolas con un té desconocido del que nadie podía explicar el sabor con precisión. Peter, a pesar de ser el más regordete de los merodeadores, era, en realidad, el que comía con más normalidad entre todos: huevos y beicon, comiendo con tenedor y cuchillo como lo harían unos caballeros como Dios manda.
James aún no había tocado su comida. Su mente estaba en otra parte.
Apenas dormía por las noches. Los pensamientos sobre Snivellus asaltaban su cabeza cada vez que cerraba los ojos. El miedo que sentía, el darse cuenta y la vergüenza lo mantenían despierto, revolcándose en su cama hasta que Remus tenía que lanzarle un Silencio sólo para mantener la habitación en silencio. Sin embargo, incluso ahora, horas después, James seguía sintiéndose inquieto.
Los ojos de James captaron los de Regulus al otro lado de las mesas. Regulus frunció el ceño, confundido por la intensidad del escrutinio de James, antes de apartar la mirada. James ya había visto antes a Regulus, el hermano de su mejor amigo, charlando con Snivellus. Por lo que él sabía, podían ser amigos. Sin embargo, Snivellus no había venido a comer con él.
Pensándolo bien, ¿quiénes eran las personas cercanas a Snivellus, excepto Lily, por supuesto? James sólo conocía a unas pocas personas que habían estado al lado de Snivellus a lo largo de los años. Entre ellos, casi todos los Slytherin, si no todos. Bellatrix me vino a la mente, ya que ella hablaba bien de él más allá de protegerlo del propio James, a veces. Sin embargo, ella no era la más amigable con el imbécil, también, como no lo era con nadie si él era honesto. Mulciber y Avery eran probablemente los mejores amigos del git, ya que eran los que más se veían juntos. Sin embargo, una mirada a la mesa Slytherin tenía a los dos charlando amistosamente entre ellos sin Snivellus a la vista.
Entonces, ¿quién era realmente su amigo? ¿No tenía más amigos aparte de Lily?.
Hablando de ella, allí estaba Lily, sentada frente a él, aunque a dos alumnos de distancia de donde él estaba. Aun así, estaba sentada cerca y él podía admirarla mucho desde allí. Si tan sólo no estuviera en una misión en ese momento...
Un momento, pensó. Puede que ella sepa algo.
Ya no eran amigos, Lily y Snivellus, James lo sabía. Sin embargo, eso no le impedía conocer a los otros amigos de Snivellus.
Sonrió ante la idea. Podría simplemente preguntarle a Lily -(¿y no era una excusa estupenda para hablar con ella?)- Hoy realmente parecía ser el día de suerte de James.
La saludó con la mano para llamar su atención, pero se quedó corto. Sin embargo, Marlene McKinnon, una de las mejores amigas de Lily, se fijó en él. Esbozó esa sonrisa de suficiencia que a él le molesta bastante y sacudió la cabeza como diciendo no, no, no lo harás. No movería un dedo para ayudar a James a acercarse a Lily -(ejem molestar a Lily ejem)- por mucho que James intentara apaciguarla. Ni siquiera intentaría convencerla esta vez.
En lugar de eso, se levantó de su sitio, rodeando la mesa para situarse justo detrás de Lily, y se aclaró la garganta. Lily miró hacia atrás para ver de quién se trataba y, al ver a James, su expresión cambió inmediatamente a molestia. Marlene tenía el ceño fruncido de desaprobación mientras su amiga, Mary MacDonald, gemía.
-¡Buenos días, Evans!- canturreó James con su sonrisa más encantadora.
Lily suspiró. -¿Qué quieres, Potter?- Sonaba cansada.
-¡Ay!- James fingió una punzada de dolor en el corazón. -¿Ni siquiera me devuelves los buenos días?-.
-Di lo que quieras ya antes de que me saque-. Le advirtió. Lily, al parecer, no estaba para juegos hoy.
James hizo un mohín. -Está bien, está bien-. Concedió. -Tengo una pregunta para ti-.
-¿Cuál es?-, preguntó impaciente.
-¿Me permitirías el honor de tener tu mano...?- comenzó bromeando. Lily golpeó la mesa con las manos y se levantó, llevándose la mano a la funda de la varita que llevaba en la cadera. -¡Espera, espera!- Sus manos se alzaron en señal de rendición. -¡Estoy bromeando! En realidad tengo una pregunta para ti!- Se rió nerviosamente.
Ella entrecerró los ojos mirándolo, las piernas pasando por encima del banco para poder pararse frente a él con los brazos cruzados. -Pues bien. Habla, Potter-.
James suspiró. Lily se había mostrado así de hostil con él desde la broma de Levicorpus. Ya no tenía paciencia con él, ni ignoraba sus comentarios y se reía de sus acciones. Él había pensado que ella exageraba; después de todo, él le había gastado otra broma como siempre. No había razón para sentirse ofendido ahora después de tantos años.
Ahora lo entendía después de la conversación con Snivellus. James había metido la pata hasta el fondo.
Se reprendió mentalmente por haber jugado con Lily cuando ella tenía claramente la razón en esto. Probablemente él también tenía la culpa de que ella perdiera a su amigo. Snivellus parecía culpable de sus propias palabras justo después de decirlas, aquel día. La forma en que sus ojos se abrieron y se disculpó inmediatamente después, sólo para que Lily lo cortara y le quitara la amistad en el acto.
En todos sus años intimidando a ese imbécil, James nunca había visto tal pérdida en sus ojos.
James bajó la mirada, avergonzado de encontrarse con Lily a los ojos. -Mira, es que... tengo curiosidad por saber algo. Algo sobre Sni...- James hizo un gesto de dolor y sacudió la cabeza con fuerza. -Snape. Como, ¿tiene algún amigo aparte de ti?-.
Lily se quedó helada. -¿Qué?-.
James se frotó la nuca. -Quiero decir, supongo que es amigo de Mulciber y Avery, pero no veo que interactúen mucho. Tampoco creo que te guste que sea amigo de ese tipo desde el incidente de Mary, así que no creo que lo sean, pero no estoy seguro... El caso es que, aparte de ti, nunca le he visto cerca de otra persona, y tenía curiosidad por saber si hay alguien... Es decir, no hace falta que me lo digas si no quieres, o si te han pedido que no lo hagas, o... ¿qué?-. James detuvo su divagación al notar que Lily seguía congelada, mirándolo intensamente. -¿Evans?-.
Ella descruzó los brazos, dejándolos caer flácidos a los lados. -¿Me estás... tomando el pelo?- preguntó.
James frunció el ceño. -¿Qué? No. Lo pregunto de verdad-.
Ella sacudió la cabeza lentamente, incrédula. -No, no. No puedes hablar en serio. Nadie es tan tonto-.
James la miró confuso. Él realmente no podía entender lo que ella estaba insinuando.
Ella lo miró boquiabierta. -Lo dices en serio-. Dio un paso atrás. -Realmente me estás preguntando eso-.
-Bueno, sí. Quiero decir, escúchame...- James lo intentó.
-No. Escúchame tú, Potter-. le interrumpió Lily. -Ya tenía amigos cuando llegamos a Hogwarts, ¿lo sabías? Le dije que tenía que hacerse amigo de otras personas porque yo no estaría con él todo el tiempo ya que éramos de casas diferentes. Lo hizo, a regañadientes, pero no podía evitarlo le caía bien a la gente por su inteligencia. Era un genio y lo sigue siendo si me preguntas-. Dijo en voz baja, amenazante, para no llamar demasiado la atención sobre ellos. -Sin embargo, al final todos le abandonaron, dejándole solo conmigo a su lado. ¿Sabes por qué?- Preguntó, mirándole fijamente a los ojos de un verde feroz. -Por tu culpa, Potter. Precisamente por ti. Esos supuestos amigos suyos no querían llevarse la peor parte de tus bromas y tu acoso, así que lo abandonaron a su suerte. Así ha sido desde entonces-.
-¿Cómo te atreves?- Preguntó desafiante. -¿Cómo te atreves a preguntar por sus amigos, cuando tú eres la razón por la que no tiene ninguno?-.
James se quedó sin habla. No se le había ocurrido. Siempre supuso que a Snivellus le gustaba estar solo o que tenía dificultades sociales, no que él fuera la razón por la que Snivellus no tenía amigos. Aunque, ahora que lo pensaba, tenía sentido. A nadie le gustaría verse atrapado entre sus duelos ni atormentado por la proximidad con el Slytherin.
Sin embargo, los verdaderos amigos se mantienen unidos pase lo que pase. Eso, podía argumentar James, significaba que ninguno de los amigos de Snivellus era verdadero. Lo cual, desde su punto de vista, incluía también a Lily.
-Claro, pero ¿por qué te importa? Tú también lo dejaste-. Dijo James sin pensar.
Lily se erizó. -No tienes remedio, James Potter-. Dijo y se fue furiosa.
El cerebro de James se dio cuenta de lo que había dicho y casi se abofeteó a sí mismo. ¿Cómo podía ser tan estúpido de decir esas cosas? Lily nunca se lo perdonaría.
-¡Espera, Evans!- Corrió tras ella, esperando que pudieran hablar en privado.
Se detuvo en seco cuando la vio rondando la puerta. Le preguntó si estaba enfadada y se disculpó. Ella le dijo que la dejara en paz y él no pudo sentirse más arrepentido de sus palabras. No pretendía ofenderla. Ese día, no arremetió contra Snivellus sin motivo, después de todo, él la había llamado algo imperdonable. Esta vez no era culpa de James... ¿o sí? Él era la causa del mal humor de Snivellus ese día. Snivellus sólo estalló porque ya estaba de los nervios, o eso creía James.
¿Toda esta situación es culpa de James? ¿El cambio de Snivellus, la hostilidad de Lily, su culpa y su vergüenza?.
James volvió al presente en cuanto notó la expresión preocupada de Lily mirando algo. Frunció el ceño, mirando en la misma dirección, curioso por saber qué era lo que le llamaba la atención.
Se encontraba de nuevo frente a Snivellus, con una burbuja de sangre formándose bajo uno de sus ojos. James se quedó mirando, con un asombro indescriptible. ¿Se había hecho daño Snivellus? No tenía mal aspecto ayer, cuando James lo vio por última vez.
El Slytherin levantó una mano para tocarse la lágrima ensangrentada, reventando la burbuja y dejando que la sangre goteara por su cara. Se miró la mano, con el dedo cubierto de sangre, y James vio cómo temblaba violentamente. El rostro de Snivellus seguía en el mismo estado inexpresivo, sin embargo, su cuerpo actuaba como si estuviera a punto de desmayarse. Baste decir que James se preocupó irónicamente.
-¿Sev?- llamó Lily con voz suave.
James sabía, incluso después de haber sido testigo de la ruptura de amistad entre Lily y Snivellus, que en el fondo la pelirroja seguía queriendo a este último. Se conocían desde hacía más tiempo que en Hogwarts -(amigos de la infancia, dijo Lily muchas veces)- y no le cabía duda de que ella le ayudaría independientemente de si eran amigos o no. Porque a ella le importa.
James estaba bastante seguro de que Snivellus compartía ese sentimiento, y le dolía porque durante muchos años intentó separarlos. O al menos, empezó así con celos. James quería lo que ellos tenían. Supuso que necesitaba a Lily para eso, y así, allá que fue en su búsqueda para robársela al baboso de Slytherin, enamorándose de Lily en el proceso.
Ahora se avergonzaba de sus actos, sabiendo que había intentado separar a dos personas que se querían.
El silencioso "¡Perdón!" de Snivellus le pilló desprevenido.
Salió corriendo, dejando atrás incluso a Lily.
Lily se volvió contra él inmediatamente después, agarrándolo por el cuello de la camisa y arrastrándolo hacia el pasillo exterior. -¿Qué has hecho esta vez?- Exclamó en su cara, la ira casando su expresión.
-¿Qué?- preguntó él mudamente.
-Me preguntas por Severus y, de repente, aparece con la puta sangre saliendo de sus ojos, Potter. ¿De verdad crees que pensaría que es una coincidencia?- Acusó Lily.
-¡No, no!- James levantó las manos en señal de rendición. -¡No es cierto! Me pasé toda la mañana en el Gran Comedor. Puedes preguntar a mis amigos si quieres...-
-Ah, sí. Preguntaré a tus amigos que responderían por tu inocencia sin importar si eres culpable o no. Qué gran idea!- Dijo Lily sarcásticamente.
-Escucha, sé que no quieres creerme, pero yo no he hecho nada-, dijo James lo más serio que pudo. -Pregunté por Snape porque ha cambiado últimamente, y no sé por qué ¿vale?-. Admitió.
-¿Ha cambiado recientemente y no sabes por qué?-. Repitió Lily como si fuera una broma. -Vaya, me pregunto por qué. No es como si alguien le hubiera humillado delante de todo el colegio hace unas semanas-.
James hizo una mueca de dolor. Bajó la mirada con una expresión de culpabilidad en el rostro.
Lily suspiró y sacudió la cabeza. -Vuelve al Gran Comedor, siéntate y espera a que vuelva-, dijo.
-¿Por qué?- preguntó.
-Porque no permitiré que vayas a buscarlo. Siéntate y no vayas a ninguna parte-, le ordenó de nuevo. -Te lo juro, Potter. Si te encuentro caminando por los pasillos antes de que regrese, ¡te hechizaré!- Amenazó entre dientes apretados antes de darse la vuelta y correr por el pasillo tras Snivellus.
Normalmente, a James le gustaban este tipo de amenazas viniendo de Lily, siempre le había gustado su lado feroz. Ya había dicho cosas parecidas mientras protegía a Snape o a otros a los que James había atormentado a lo largo de los años. Sin embargo, entonces había sido una amenaza vacía. Ella nunca haría lo que decía, y optaría por involucrar a un profesor o buscar otras formas de que James pagara su venganza.
Ahora, James sólo podía sentir la ira que irradiaba de ella. No le cabía duda de que ella haría lo que decía.
Con la cabeza gacha, James volvió al Gran Comedor, se sentó en su sitio, entre Sirius y Remus, y allí se quedó pensativo, esperando a que Lily volviera.
Sus amigos intentaron preguntarle qué había pasado, pero él no estaba de humor para dar explicaciones. Se limitó a jugar con su comida.
Finalmente, todos los alumnos empezaron a dirigirse a clase cuando se acercó la hora. A medida que el Gran Comedor se vaciaba, también lo hacía la paciencia de Remus. Exigió saber qué había pasado y por qué James no se movía de su sitio, a lo que James se negó a responder.
-Muy bien-, dijo Remus. -Te dejaremos atrás, entonces-.
-¿Lo haremos?- Sirius frunció el ceño.
Remus lo miró con desaprobación. -Sí, lo haremos. Vamos-.
-¡Maldita sea, por fin!- Dijo Peter, tan impaciente como Remus.
Justo cuando los tres merodeadores estaban a punto de dejar a James solo en el Gran Comedor, allí entró Lily con una expresión derrotada en la cara y sudor en la frente.
James nunca se había levantado y corrido tan rápido en su vida.
-No pude encontrarlo-, dijo Lily en cuanto se acercó. -Busqué por todas partes que pude, incluso dentro de las mazmorras pero no pude encontrarlo-.
-¿Encontrar a quién?- Preguntó Sirius mientras el resto de los merodeadores alcanzaban a James.
James suspiró. -A Snape-.
-¿Snivellus?- exclamó Sirius. Ya estamos otra vez, pensó James.
-¡No le llames así!- explotó Lily, sobresaltando a los cuatro chicos. Respiró hondo para calmarse. -No le llames así-, repitió, esta vez más moderada, pero aún así feroz.
-Muy bien, vamos a calmarnos todos-, dijo Remus. -Hoy tenemos clase de defensa con los Slytherin-, consultó su reloj. -En cinco minutos, de hecho. ¿Quizás Snape esté allí?-.
-También he pensado en eso-, dijo Lily. Miró la mesa de Gryffindor por un segundo, buscando algo. -¿Marlene o Mary me llevaron la bolsa?-.
Remus asintió. -Lo hicieron-.
Lily le sonrió. -Gracias. Ahora, vámonos-.
Y con eso, los cinco Gryffindors se encaminaron hacia la clase de defensa. Corriendo como posesos, ya que llegaban muy tarde. A pesar de todo, James deseaba que Snivellus estuviera allí. Si no para calmar su curiosidad, sí para aliviar la preocupación de Lily.
Una parte de él también deseaba que estuviera bien, aunque fuera poco. No estaría bien que Snivellus cayera muerto de repente antes de que pudieran terminar sus asuntos... fueran cuales fuesen. Lily también se pondría triste, pensó James. Y a James no le gustaría verla triste, ¿verdad?.
Sin que James lo supiera, hoy marcaría un hito en la mayor aventura en la que jamás se había aventurado. La solidificación del regreso de Severus a la tierra de los vivos. El día en que, para James, Snivellus se convirtió en Snape... y, mucho más tarde en su historia, en Severus.
-¡Nunca, y quiero decir, nunca subestimes a tu oponente! No importa a quién te enfrentes, no importan las circunstancias, ¡nunca bajes la guardia! Fuiste suave conmigo porque quisiste. Ahora, es hora de pagar tu venganza-.
Ah, en efecto. Qué manera tan emocionante de empezar una aventura.
Chapter 8: Appreciation
Chapter Text
El agradecimiento viene de lejos.
-Tengo curiosidad, Severus. Después de todo este tiempo bajo mi tutela -(si se puede llamar así)-, ¿estás preparado para lo que estás a punto de afrontar?-. había preguntado Harry mientras doblaba dos servilletas para la mesa.
Severus, cansado y algo quebrantado por el interminable ingreso de conocimientos en su persona, gruñó despectivamente. No tenía energía para hablar, y mucho menos para abrir los ojos o levantar la cabeza de donde reposaba sobre la mesa.
Harry tarareó. -Lo comprendo. Tienes el alma agotada, amigo mío-. Harry colocó dos platos y una cuchara junto a cada uno antes de volver a hablar -Hoy es un día especial ¡un día para descansar!-. Preparo dos tazas (una sin azucar y otra con demasiado azucar) antes de chasquear los dedos. Un pastel de chocolate se materializó sobre la mesa. -Hoy comemos tarta-.
-Yo estoy muerto y tú eres un ser de otro mundo que no puede morir-, murmuró Severus usando el resto de la energía que le quedaba. -¿Por qué comemos tarta?-.
-¿No lo quieres?- dijo Harry mientras cortaba dos rebanadas para cada plato.
-Cada comida que he comido mientras estuve aquí ha dañado mis papilas gustativas sin remedio. ¿Por qué iba a querer tu asqueroso pastel?- se lamentó Severus.
Harry guardó silencio. Todo lo que Severus oyó fue el sonido de la porcelana y los cubiertos hasta que el Amo de la Muerte volvió a hablar. -La primera vez que la Muerte me alcanzó, estaba llorando la muerte de mi esposa-. Dijo, haciendo que Severus abriera los ojos de golpe para mirarlo fijamente. -Ella murió a la edad de noventa y seis años, de causas naturales. Mis hijos y mi familia estaban en paz sabiendo que había fallecido felizmente. Yo, aunque afligido, también estaba en paz, en cierto modo. Fui el héroe del mundo mágico, tuve una exitosa carrera de Auror, fui profesor durante mucho tiempo y un buen padre, pensaba para mí mismo. Era feliz; tenía todo lo que siempre había deseado la familia de la que me vi privado de joven y los amigos que hice por el camino-.
Harry golpeó la taza de té con la cuchara, observando las ondas del líquido. -Baste decir que, cuando me ofreció la oportunidad de volver a hacerlo todo, con los conocimientos que ya tenía, debí rechazarla, ¿no? Tenía lo que buscaba. Era feliz-. Harry miró entonces fijamente a los ojos de Severus, llegando a lo más profundo de su alma. -Yo era joven, Severus. Se suponía que tenía noventa y siete años, pero aparentaba diecisiete. Tenía el mismo aspecto que el día en que llevé a los tres mortífagos al Bosque Prohibido, cuando renuncié a mi vida-.
Severus abrió la boca para hablar, pero Harry se limitó a levantar la mano, deteniendo a Severus antes de que pudiera murmurar palabra alguna. -Elegí volver con la esperanza de detener mi maldición. Como puedes ver-, se señaló a sí mismo. -No he tenido éxito. Más bien, me he rendido. Me hice amigo de mi destino y de la propia Muerte, aceptando los caminos de mi existencia. Vuelvo -(a mi mundo, a tu mundo, a mundos completamente distintos)- para cumplir las exigencias de la Muerte, arreglar recados, salvar a la gente o verla morir. Ha sido así durante tanto tiempo, que ya ni siquiera recuerdo por qué quería morir-. Harry soltó una carcajada, pero sorprendentemente no era hueca. Como si el dolor fuera tan largamente esperado, no tenía motivos para sentir pena. -De lo único que me arrepiento, o que recuerdo haberme arrepentido, es del sabor de la comida-.
Severus levantó la parte superior del cuerpo de la mesa, con los ojos sombríos y cabizbajos. -¿Qué?-.
Harry rió ante el aspecto cansado de Severus. -No importa lo que coma, ya sea en la tierra de los vivos o de los muertos, todos los alimentos saben pútridos... como si el sabor de la muerte perdurara en mi lengua-.
Severus se quedó sin habla. Se limitó a mirar a Harry con culpabilidad.
Harry resopló ante la expresión de Severus. -No es culpa tuya, tonto-, le amonestó Harry con suavidad. -Ya te lo he dicho siempre seré el Amo de la Muerte. Ya sea yo, o cualquiera de mis variantes Harriet Potter, Rose Potter, Fleamont Potter II, etc. A veces ni siquiera un Potter-. Dio un sorbo a su querido té azucarado. -Lo que intento decir es que, en realidad, comparado con la razón por la que me vi envuelto en todo esto, tú pareces noble en comparación-.
-Harry, por favor-, suplicó Severus. Este Harry podría ser el ser "vivo" más viejo hasta donde Severus sabía, sin embargo, ni siquiera el hombre podía escapar de su pasado por completo.
Harry se limitó a negar con la cabeza. -En mis muchas vidas, nunca me he topado con un Severus Snape que fuera feliz-, dijo Harry, cerrando con éxito la boca de Severus. -Por mucho que intentara mejorar sus vidas; siempre había algo que influía en que tomaran el camino equivocado. Siempre morían desdichados, en la negación o la ira. A veces, todo lo anterior, como si su destino, tu destino, fuera sufrir-. Severus se estremeció con esta revelación. -Me preguntaba impotente, si alguien como Severus tuviera la misma oportunidad que yo, haría todo lo posible por alcanzar la felicidad que antes no pudo. Sería la persona indicada para recibir tal poder. Por eso, me desviví para que tú, un Severus de un mundo parecido al mío, dieras lo mejor de ti y lograras lo que siempre quisiste. Porque no eres un jubilado feliz que no tenía motivos para jugar a ser héroe y reescribir la historia como yo, no-.
Harry sonrió, cogiendo un trozo de su tarta de chocolate negro para admirarla. -Eres un hombre que se merecía algo mejor. Así que, si hay algo para lo que deberías prepararte, es para la felicidad que seguro encontrarás-. Se lo llevó a la boca.
Sin más, Harry tenía el completo aprecio de Severus.
Aquel pastel, que conmemoraba apenas un año del juicio de Severus, se atrevía a decir que era el pastel más profundo y delicioso que había comido nunca. Le hizo llorar. Se sentía afortunado, sí sabiendo que tenía la oportunidad de cambiarse a sí mismo y al mundo para mejor. Severus se prometió a sí mismo que daría lo mejor de sí. Podía fracasar, pero lo intentaría.
Lo haría por Harry, por la gente de su tiempo, por la gente a la que decepcionó, por la gente a la que amó, pero lo más importante de todo, por sí mismo.
Severus salvaría el mundo. El pastel lo selló.
Harry se había limitado a sonreír con complicidad.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Pocas personas gozaron del aprecio de Severus a lo largo de su vida... y más tarde de su muerte. Harry era, obviamente, el primero que me venía a la mente, aunque no el único. Lily le tenía aprecio por haberle hecho soportable sus primeros años de vida. Su madre lo introdujo en el mundo de la brujería, para que nunca lo olvidara. Minerva, aunque no era responsable de él ni su jefa de casa, le ayudó inmensamente durante sus años de joven adulto, guiándole como una auténtica mentora al principio de su carrera como profesor.
También se dio cuenta de que apreciaba a los demás, personas con las que, en opinión de otros, no debía relacionarse. Apreciaba la amistad de Regulus durante sus peores años. La compañía de Narcissa cuando necesitaba alguien con quien hablar. Incluso podía excusarse y apreciar a Lucius, de entre toda la gente, por pagar su maestría y calentar la compañía de Severus, lo suficiente como para invitar a un mestizo a su Baile de Navidad.
Aunque eran pocos, Severus nunca olvidaba las razones por las que los tenía a todos tan en alto en su lista de agradecimientos.
Que se supiera, además, que la lista estaba a punto de aumentar.
-¿De verdad que el señorito Snape se encuentra mejor?- Volvió a preguntar Winny mientras Severus caminaba por los pasillos para llegar al aula de Defensa. -Winny puede llevar al amo con la señora Madam Pomfrey, sí... Winny puede-. Ella asintió con convicción.
Winny, la elfa doméstica, había permanecido al lado de Severus desde que éste salió del despacho para asistir a clase. Había intentado, sin éxito, convencerlo de que necesitaba atención médica o reposo, o una combinación de ambas cosas. Había rebotado sobre sus pequeños pies, dando saltitos por el paseo, hablando frenéticamente mientras gesticulaba con las manos que estaba preocupada y que quería que su amo se cuidara. Severus, por su parte, le sonreía tontamente con cada sugerencia, disipando su preocupación, ya que, en verdad, se sentía mejor. Después de todo, lloraba por una razón.
Sin embargo, sintió calor en su interior con el cuidado que irradiaba su magia tranquilizadora. No mentía cuando decía que le caía bien. Winny le había limpiado la túnica y la cara con un chasquido de dedos mientras Severus comía. Se sentía renovado por primera vez desde su regreso, lo que demostraba lo importantes que eran los elfos domésticos para los magos. Su humor había mejorado desde entonces.
-Estoy seguro, Winny. Tuve una pequeña recaída, es cierto; sin embargo, he revisado todo desde entonces y puedo confirmar que me encuentro mejor. Por lo tanto, no hay de qué preocuparse-. Dijo Severus y sonrió ante el mohín dubitativo de Winny. -Una vez más le agradezco su ayuda con mi bienestar. Te lo agradezco, de verdad-.
Se escondió detrás de las orejas, sonrojada por el cumplido. -Winny está feliz de ayudar al amable amo Snape-. Declaró de nuevo y Severus rió entre dientes.
-Bueno, ya que quieres ayudar, tengo una petición para ti- dijo Severus. Ante la enorme sonrisa de Winny, dijo. -¿Recuerdas el despacho en el que me encontraste?-. Ella asintió. -Bueno, hay una puerta adyacente -(un arco para ser precisos)- que conduce a un viejo salón que hace tiempo que no ve la luz del día. Si es posible, ¿podrías reunir a algunos elfos dispuestos a limpiarlo por mí? El despacho también, aunque agradecería que no se estropeara ningún objeto o mueble. Un amigo mío se encariñó emocionalmente con esos lugares y me dolería hacerles daño, así.
El lugar necesita una limpieza profunda. Huele fatal, tiene manchas de podredumbre y está cubierto de polvo. Ya he limpiado el aire, sin embargo, yo tendría cuidado aún. Merlín sabe qué moho se esconde entre los ladrillos-. advirtió Severus.
Winny asintió seriamente, con los ojos encendidos, como Severus nunca los había visto antes. -¡Winny servirá! ¡Winny también conoce al elfo perfecto para el trabajo! Winny ayudará al amable amo Snape-.
Severus sonrió y le dio una palmadita en la cabeza. -Gracias, Winny-. Ella se sonrojó y volvió a esconderse detrás de las orejas.
Finalmente, llegaron a la puerta del aula de Defensa.
-Ahora tengo clase. Te llamaré más tarde, una vez que mis actividades del día hayan terminado, para que podamos discutir la situación del salón como es debido-. dijo Severus.
Winny asintió. -Por supuesto, amo Snape. ¡Buenos estudios!- Deseó Winny antes de alejarse por aparición.
Severus suspiró amablemente. Desde su regreso, había notado que siempre se encontraba en compañía de las personas más inusuales. Sin embargo, no es que se quejara. Nunca había sonreído tanto en su vida pasada, y mucho menos en Hogwarts. Y ahora hasta el propio Hogwarts quería consolarlo.
Y pensar que un simple elfo doméstico obtuvo la confianza de Severus con tanta facilidad, sin contar a los muchos otros que ha conocido últimamente. Tal vez Severus se haya ablandado en los últimos veinte años.
Añádelo a la "lista de cosas en las que pensar en otro momento". Ahora, Severus respiraba profundamente mientras estaba a punto de entrar en su primera clase del día -(y desde su regreso de entre los muertos)-, preparándose mentalmente para los retos de hoy. Aunque, sorprendentemente, no se sentía nervioso. Algo en la magia de Winny lo animaba.
El sonido de varios pies acercándose a él lo interrumpió de abrir la puerta. Severus consultó su reloj y notó lo tarde que llegaba, lo que le provocó curiosidad por saber quién llegaría tan tarde como él. Nunca esperó, después de comprobar de quién se trataba, ver a Lily corriendo hacia su posición como una atleta con esteroides, con el rostro transformado entre el ceño fruncido de preocupación y los dientes apretados, todo ello mientras los merodeadores corrían unos pasos detrás de ella.
Severus nunca pensó que, algún día, tendría miedo de ver a Lily acercarse a él. ¿Nervioso? Sí, por supuesto. ¿Miedo? Ni en un millón de años. Sin embargo, allí estaba él, sudando la gota gorda mientras ella lo acorralaba en tiempo récord justo cuando él llamaba frenéticamente a la puerta, esperando que el profesor -(por muy inútil que fuera)- lo salvara por esta vez.
-¡Severus!- Exclamó Lily cuando estuvo lo suficientemente cerca, sólo para ser interrumpida por la puerta del aula abriéndose sobre ellos, para alivio de Severus.
-¿Señor Snape? ¿Señorita Evans? Oh, llegan tarde, muy tarde-. Dijo el señor Borguini, un hombre pomposo de barba castaña bien cuidada y barriga redonda.
Justo entonces, el conocido grupo de estudiantes traviesos también los alcanzó.
-Tú... corre rápido... Evans...- Dijo James entre jadeos. Todos respiraban con cierta dificultad. Pettigrew incluso tosía por dentro. Ninguno parecía haberse dado cuenta de que Severus estaba de pie a un lado.
-¿Tú también? Oh, Dios...- El señor Borguini sacudió la cabeza. -Creo que todos son muy afortunados-. El hombre se hizo a un lado, permitiendo a los alumnos salir del aula, todos con sus mochilas en la mano. -La clase de hoy tendrá lugar en el campo exterior. Los perdonaré, niños, por llegar tarde esta vez, sin embargo, si esto se repite, me veré obligado a castigarlos. ¿Queda claro?- Dijo.
-Por supuesto. Disculpe, profesor-, dijo Severus mientras los demás coreaban -sí, profesor-.
El señor Borguini asintió antes de volverse a mirar al resto de su clase. -¡Bueno, clase! Síganme ¡a los campos de Hogwarts!-. Marchó hacia delante, dejando que los alumnos le siguieran.
Severus esperaba que el hombre tuviera permiso para dar clases en los terrenos del colegio. Tan cerca del bosque, no había forma de predecir cómo reaccionaría su estúpido alumno. Si el señor Borguini tiene suerte, no habrá hechizos perdidos.
El Sr. Borguini nunca tiene suerte.
Severus suspiró resignado.
Mientras avanzaban por el castillo, Lily le seguía el paso, mirándolo sutilmente de reojo de vez en cuando. A Severus no le costaba nada fijarse en ella ahora, mientras que antes sentía ganas de desmayarse. Llorar debía de haber ayudado Severus se sintió aliviado. No podía imaginar qué sería de él si volvía a entrar en pánico.
Lily finalmente se armó de valor, aclarándose la garganta para llamar su atención. -Severus, ¿estás bien?- Preguntó.
Severus la miró. Instintivamente podía sentir el pavor tratando de apoderarse de su acción, pero su Oclumancia lo mantenía a raya. Lo único que dejó aflorar fue su felicidad por volver a hablar con ella. En una rara muestra de afecto -(por Lily, al menos)- Severus sonrió genuinamente. -Ah, te he asustado, ¿verdad?-. Su sonrisa pilló desprevenida a Lily, tanto, que chocó con la espalda de alguien. Se disculpó profundamente antes de volverse hacia Severus con los ojos muy abiertos. Severus resopló. -¿Estás bien?- Preguntó sarcásticamente.
Ella no pareció darse cuenta de su sarcasmo. -Sí, estoy bien. ¿Seguro que estás bien? Quiero decir, ¿te golpeaste la cabeza?- Preguntó preocupada.
Lily sonaba tan preocupada por la retrospectiva de Severus actuando diferente porque se golpeó la cabeza; Severus no podía pero lo encontró divertido. -Sí, Lily. Me encuentro bien. Fui a ver a Pomfrey después de excusarme-, mintió Severus suavemente. -Me dijo que me reventé una vena capilar encima del ojo debido al estrés. Ya se ha curado, como puedes ver. Aunque me dijo que si me sentía mareado de alguna manera, me excusara y descansara ligeramente, de lo contrario, puedo asistir a clase como de costumbre-. Se encogió de hombros.
Lily suspiró, el alivio brotaba de su magia como olas. Su magia era un fuego tan parecido al de James que le dolía el corazón. -Bien-, se limitó a decir.
Severus notó con el rabillo del ojo que las amigas de Lily las miraban preocupadas. Marry parecía tan aprensiva que podría engañar a cualquiera haciéndole creer que era débil, mientras que Marlene miraba calculadoramente; no le sorprendía, ya que siempre se mostraba protectora con Lily. Él aprobaba bastante su naturaleza protectora, especialmente contra Potter aunque sólo fuera por el bien de Lily. Sin embargo, al recordarse a sí mismo su promesa, tal vez tenía que dejarlo pasar. Después de todo, sin Potter, no existiría Harry.
Severus suspiró. -Creo que deberías irte ya, Lily-, dijo.
Vio el momento en que su expresión se cerró cuando sus ojos se apagaron y su sonrisa se volvió forzada. -S...sí, claro-.
-No te estoy dispensando, Silly-Lily-(tonta-Lily), dijo Severus, su viejo apodo de la infancia rodando de su lengua sin esfuerzo. -Tus amigos, sin embargo, están listos para abalanzarse sobre mí si no te recuperan-. Señaló descaradamente a la pareja, ganándose una risa sorprendida de Lily.
-¡Oye! Ya no me llames Silly-Lily-. Le amonestó en broma.
-¿Qué le voy a hacer? Eres muy tonta-. Él sonrió satisfecho.
-Y tú eres muy Severo-Severus-. Ella le devolvió la sonrisa.
-Te lo dije, eso no funciona-. replicó Severus juguetonamente. -No suena igual-.
-¿Qué quieres decir? Es básicamente la misma palabra, sólo cambia el final. Es perfecto-. Aclaró mientras sonreía.
-Es demasiado larga. No se suelta de la lengua y, por lo tanto, no funciona. Admite que no se te ocurre otra mejor y ahórranos la molestia-.
-¡Ah! Bastardo-, le empujó juguetonamente. -Te diré uno mejor Severo nosotros-. Ella le pinchó. -Sev y nosotros, Sevrus, Severantê-. Le pinchó con cada nombre. El último tenía una pobre excusa de acento español.
Severus se rió de lo absurdo de todo aquello. -Ahora sólo suenas borracho-.
Y Lily soltó una sonora carcajada. Él no pudo evitar reírse con ella.
Le sorprendía la facilidad con que volvía a bromear con Lily. Severus siempre pensó que una conversación entre ellos dos estaría apagada por los años separados. Había olvidado que, aunque Lily se parecía a la Lily que él recordaba, ésta había dejado de hablarle hacía apenas unas semanas. No estaban en bandos diferentes de la guerra, ni su vida amorosa les estorbaba.
Ella se preocupó por él por una maldita lágrima, ¡por el amor de Merlín! Ella quería asegurarse de que se sentía mejor a pesar de su caída. Aún no se ha dado cuenta del peso de sus decisiones.
Eran, en retrospectiva, dos adolescentes tontos con moral. Una combinación aterradora cuando no eres los propios adolescentes, pensó Severus, pero una amistad divertida que mantener cerca.
Mientras cruzaban la salida del patio hacia el campo, Severus se recuperó primero de su risa. -Muy bien, ahora deberías irte antes de que McKinnon planee mi desaparición... Si no lo ha hecho ya, claro-.
Lily soltó una risita. -Querían tu cabeza en bandeja-.
-Imagino que sí, considerando lo que dije. Y con gusto me disculparía si me escucharan-. Dijo Severus, sintiendo que el ambiente entre ellos se enfriaba ligeramente.
Lily hizo una mueca de dolor. -Sí... siento haberte... ignorado-. Se frotó la nuca. -Las chicas me dijeron que no debería... doblegarme tan fácilmente ante ti ya que me hace parecer débil y fácil o algo así-.
Severus se sintió genuinamente confundido. -No creo que haya nadie en el castillo que piense que eres 'débil y fácil'-, dijo Severus. -Eres la mujer más feroz de nuestro curso, si me preguntas-.
Lily sonrió. -Gracias. Pero creo que se referían a como soy yo con Potter-, aclaró. -¿Saben? ¿Más dura?-.
Severus procesó aquello. -Temían que fueras demasiado blando conmigo y disculparas mis acciones, fueran cuales fueran. Como soy un Slytherin, pensaron que no era una buena idea y decidieron hacerte saber su preocupación. Tú, por tu parte, te endureciste a mi alrededor para apaciguar sus pretensiones. ¿Estoy en lo cierto?-.
Lily lo miró fijamente, sorprendida. -Creo que eso lo resume todo, sí-.
Esta vez, Severus se sintió escéptico. -Lily-, llamó. -Nunca te dejas influenciar por los demás cuando se trata de tus amigos. Sí creo que las chicas querían que me aceptaras menos, no me malinterpretes dejaron claro que no les caigo bien. Pero no dejarías de hablarme tanto tiempo si sólo fuera eso-. Dijo.
-¿Me dirías la verdad?- Preguntó con calma para no agraviarla. Lily desvió la mirada, mirando al frente. Severus suspiró. -No hace falta que me lo digas si no quieres. Es solo que no quiero perderte, ¿sabes?-. Lily lo miró, mordiéndose el labio inferior para contenerse. -Eres mi mejor amigo. Quiero que acabe lo que sea que nos separa-.
Lily rebotó nerviosamente sobre sus pies. Estaba claro que se estaba aferrando a algo Importante, pero estaba perdiendo la batalla contra su lengua. A Lily nunca se le habían dado bien los secretos, por eso los profesores siempre le pedían la verdad cuando los Gryffindors tenían problemas.
Ella perdió, parecía, abriendo la boca para decir algo, -Sev...- Sin embargo, antes de que pudiera decir más palabras, la voz del profesor Borguini resonó en el campo, devolviéndolos a la realidad. Se habían detenido en la base del lago Negro, junto a una masa de agua, en una zona de hierba plana perfecta para las clases de defensa.
-¡Bienvenida clase!- Saludó estruendosamente. -Bien, todos sabemos que lod exámenes han terminado y que las clases están muy atrasadas. Podríamos pasar las dos últimas semanas repasando el material o estudiando, o lo que sea. Sin embargo, he tenido una idea diferente-. Dijo, captando el interés de todos los alumnos que odiaban estudiar como polillas a la luz. Los merodeadores, sobre todo. -Verán, pensé para mis adentros ¡Soy su profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras! Deberían saber cómo defenderse, ¿no? ¿Qué podría hacer para ayudarles en ese sentido? Y se me ocurrió este fin de semana podría enseñarles un hechizo para protegerse en lugar de aburrirles con material del que ya se ha hablado antes-. Sonrió, desenvainando su varita. -Hay un hechizo, simple pero efectivo, que he aprendido durante mis años como Auror-. Los alumnos de ambas casas vitorearon ante eso, emocionados por aprender un hechizo avanzado de Auror.
Ah, sí. Severus olvidó mencionarlo. Al señor Borguini le gusta recordar a cada persona que ha conocido que él, una vez, fue Auror. Habla de ello como si fuera el guerrero más noble e intrépido de sus filas; yendo más allá de cualquier Auror que haya existido antes que él. Por supuesto, todo exagerado. Por lo que Severus sabía -(e investigó en su día)-, no sólo el señor Borguini no era memorable en absoluto, sino que no tenía Auror cuidador. Renunció después de sólo dos misiones por problemas cardíacos.
Sin embargo, el hombre no sentía la necesidad de ocultar sus mentiras, dando discursos sobre los hechizos que había aprendido en sus mejores tiempos sólo para que fueran inútiles derroches de magia.
Severus aún recuerda el hechizo para hacer desaparecer una moneda y reaparecer en otro lugar. Un truco para fiestas que hasta los muggles pueden reproducir con ilusión óptica. Odiaba sólo recordarlo.
-¡Hoy vamos a aprender el hechizo encarcelador!-. Exclamó alegremente para regocijo de los alumnos. Excepto uno el propio Severus. Porque al escuchar las palabras de su profesor, supo que esta clase no terminaría bien.
El Hechizo Incarcerous, ampliamente conocido como el "hechizo de la cuerda", condensa la magia Nadidus en la punta de la varita de uno antes de liberarla en forma de gruesas cuerdas o delgadas cuerdas para atarse a su objetivo. El hechizo es animado, por lo que puede estrechar su sujeción al objetivo y desplazarse a otras partes del cuerpo.
Eso puede llevar a ambas cosas capturar, apresar y matar al objetivo dependiendo de cómo se use.
No se enseña a un grupo de dieciséis años un hechizo con el que asfixiar a alguien, ¡especialmente a un grupo compuesto por Slytherins y Gryffindors! Ningún adolescente, por muy respetuoso que sea, usaría un hechizo así con prudencia, sobre todo en una situación de combate. ¿Y si el lanzador no tiene ni idea de cómo cancelar el hechizo? ¿Dejaría que su compañero muriera asfixiado?.
La pura audacia de este hombre, venir a la escuela de Severus con la esperanza de acercarse a los niños sangre pura para ganarse un mejor lugar en su sociedad a costa de su educación. Un hombre tan cautivado en su búsqueda de influencia que arriesgaría la vida de sus alumnos por ello. Se sentaría a verlos morir sólo para ganarse el respeto de uno de los padres de esos mocosos. Severus nunca se había sentido tan asqueado. Sólo otro hombre podía acercarse a ese nivel de descuido mientras trataba de aumentar su influencia. Sin embargo, incluso Slughorn evitaría causar daño a sus alumnos aunque sólo fuera para evitarse problemas a sí mismo.
Severus se mordió la lengua para no gritar, con fuerza.
-¡Todos, necesitamos espacio para una demostración!- Llamó el señor Borguini. -Slytherins a un lado y Gryffindors a otro, por favor-.
-¿Supongo que podemos hablar después de clase?-. preguntó Lily.
Levantando sus escudos de Oclumancia lo suficiente como para no arremeter accidentalmente contra Lily, Severus sonrió. -Sí, por supuesto. Me encantaría-.
Entonces tomaron caminos separados. Lily se unió a sus preocupados amigos mientras Severus se dirigía a la parte de atrás del grupo de Slytherin para esconderse. Pero claro, no sin antes recibir un empujón en el hombro de nada menos que Sirius Black cuando pasaron uno al lado del otro. A Severus no le importó, y optó por ignorar al imbécil por el momento. Tenía cosas peores con las que lidiar esta vez, sorprendentemente.
Una vez que ambas casas estuvieron separadas por un terreno de hierba en medio, el profesor volvió a hablar -Bien. Ahora, presten atención, alumnos míos, porque esto es importante que lo sepan-. Severus rezó en silencio para que el profesor hiciera lo más sensato y advirtiera a sus alumnos de los peligros de usar el hechizo. En lugar de eso, lo que obtuvo fue -El hechizo encarcelador crea cuerdas de la nada para atarse a lo que sea que apuntes con tu varita. Requiere un objetivo en mente. Para enseñarte cómo funciona, necesito un ayudante...- Conejillo de Indias, pensó Severus. -Para que me ayude en mis esfuerzos...- Para usarlo como punto focal de mi hechizo porque soy un tonto incompetente que no sabe lanzar correctamente para salvar mi vida, pensó Severus también. -¿Algún voluntario?-.
Para sorpresa de nadie, nadie levantó la mano. De todos modos, ¿quién querría ser atado por un juego de cuerdas mágicas?.
-Muy bien-, dijo decepcionado el profesor. -Parece que tengo que elegir a alguien-.
Severus sabía que el hombre no elegiría a un niño de sangre pura. No sería bueno enfurecer a los hijos de algún aristócrata, después de todo, y considerando la mentalidad supremacista del hombre, probablemente elegiría a un nacido de muggles.
Imagínese su sorpresa cuando sus ojos se cruzaron con los del profesor. El señor Borguini sonrió con picardía, como si fuera el único que conocía el remate de un chiste increíble listo para ser contado. Alerta de spoiler Severus era el chiste.
Severus es conocido por aborrecer las palabrotas porque son groseras y, como muggle criado, tenía que hacer cualquier cosa para parecer elegante a los ojos de los sangre pura si se atrevía a conseguir sus objetivos. Sin embargo, de vez en cuando, vuelve a sus raíces en Spinner's End, donde los marineros se sonrojaban ante las bocas sucias de la gente.
Joder, pensó Severus con pasión, suspirando exteriormente con resignación.
-¡Señor Snape, uno de nuestros alumnos retrasados de hoy!-. Anunció, haciendo que algunos soltaran una risita. -¿Le importaría subir al escenario conmigo?-.
Sí, me importa. -Por supuesto, profesor-. Dijo en cambio, sorteando a sus compañeros para dirigirse hacia el centro.
-Bien, bien-, rió el señor Borguini. -Por favor, manténgase al menos a diez metros de mí, sí, eso es-. Ordenó mientras Severus se preparaba frente a él. -Bien muchacho. Ahora, te pido que te quedes quieto con los brazos pegados al cuerpo por seguridad-. Porque así es más fácil apresarte, ya que tendrás los brazos atrapados, pensó Severus sarcásticamente. -Sí, así. Bien, señor Snape, ahora, ¡intente no caerse!-. El señor Borguini volvió a reírse.
-¡Clase, presten atención al movimiento de las manos y a la pronunciación! Incarcerous!- Gritó mientras movía ostentosamente su varita en un patrón similar a un pretzel. Tan pronto como terminó, gruesas cuerdas salieron volando de su varita, rodeando a Severus por el medio, atrapándole los brazos. Gruñó, pero por lo demás se sintió ileso.
El señor Borguini sonreía por el éxito de su intento de hechizo. -Como pueden ver, esto es Incarcerous. Durante mi carrera de Auror, este era el mejor hechizo que utilizaba para inmovilizar a los malos. No hay mucho que puedan hacer mientras están fuertemente atrapados bajo las cuerdas, por lo tanto, les recomendaría a todos que presten atención precisa hoy porque podrían usar este hechizo para salvar su vida...-
Mientras el profesor seguía hablando, Severus se sentía aún más molesto. No sólo se equivoca -(el citado "mejor hechizo" para inmovilizar es la Maldición de Atadura de Cuerpo Completo o Petrificus Totalus, que endurece los miembros de una persona para que no puedan moverse temporalmente, sólo para que la persona no pueda defenderse)-, sino que además está difundiendo información errónea. Los Aurores utilizan Incarcerous como hechizo de arresto para facilitar el manejo del individuo, similar a las esposas muggles. La captura y derrota de un oponente depende del Auror.
Además, usar Incarcerous para inmovilizar a un fugitivo es lo mismo que esposar a alguien con un arma en las manos. Puede que tengan las manos atadas, pero aún pueden disparar. En otras palabras, puedes atar al brujo, pero no sólo puede usar sus varitas para contrarrestar tu hechizo, sino que también puede disparar y matarte. Lo cual no es lo ideal, ¿verdad?.
Severus suspiró, sintiendo las cuerdas sueltas alrededor de su cuerpo. El hechizo del señor Borguini no lo sujetaba con fuerza, como él decía. Si Severus era sincero, podía zafarse de la presa si quería. Después de todo, era flaco como un palo.
Un hombre que miente y no tiene poder para respaldar sus afirmaciones. Verdaderamente, la representación de la inutilidad.
-Profesor-, dijo una voz proveniente de los Gryffindors. Era Alice Fortescue, futura Longbottom. -Tengo una pregunta, ¿si me permite?-.
-Por supuesto, Sra. Fortescue. Por favor, escúcho-. El Sr. Borguini le sonrió cálidamente, por supuesto, ya que es una bruja de sangre pura.
-¿Qué pasa si el oponente tiene sus varitas, todavía? ¿No podrían anular el hechizo?-. ¡Alice viene con las preguntas correctas! se alegró Severus mentalmente.
-¡Buena pregunta, señorita Fortescue! Verá, el Incarcerous no tiene ningún hechizo cancelador conocido por los magos. El lanzador es el único que puede cancelarlo con éxito-. respondió el señor Borguini.
Severus se quedó mirando al hombre, esperando a que se explayara. Quedó claro que no lo haría en cuanto se giró sobre la punta de los pies para sonreír a los Slytherin como si no hubiera nada más que decir. Totalmente incrédulo, Severus dijo con calma antes de poder contenerse, usando cada fibra de su ser para contener su ira -Profesor, disculpe la interrupción, pero eso es falso-.
El señor Borguini desvió la mirada de sus alumnos para mirar a Severus. -¿Cómo dice, señor Snape? No hay hechizo de anulación para Incarcerous-.
-Soy consciente-, dijo Severus. -Me refiero a lo otro que ha dicho ¿sólo el lanzador puede cancelar un Incarcerous?-.
-¡Precisamente!- El señor Borguini sonrió. -Ahora, clase...- Intentó cambiar de tema como si la charla hubiera terminado.
-Eso es-, exclamó Severus para recuperar la atención del profesor. Funcionó, ya que el señor Borguini volvió a mirarle. -Error-.
El hombre tenía una expresión confusa en el rostro. -...¿en qué sentido?-.
-El lanzador puede, de hecho, cancelar el hechizo... como hacen todos los hechizos-. Afirmó. -Sin embargo, existen otros métodos para cancelar el hechizo de otra persona. Entre muchos relacionados con noquear al lanzador, o inmovilizarlo de alguna manera, siempre está la opción de dominar la magia del lanzador-.
Borguini frunció el ceño. -¿Dominar?- preguntó con escepticismo. -Nunca he oído hablar de algo así-.
-Cuando un ser mágico, ya sea un brujo o una criatura, supera mágica o físicamente un hechizo al alterar la magia que lo compone. Eso se conoce como dominar, señor-. Severus explicó con calma.
El señor Borguini se llevó una mano a la barba, acariciándosela pensativamente. -Puedo, a cierto nivel, entender lo que quiere decir. Interrumpir el flujo de la propia magia podría, en teoría, anular un hechizo. Sin embargo, señor Snape, ¿podría explicarme con más detalle el aspecto físico de esa... práctica?-. Preguntó el señor Borguini. -No puedo, por mi vida, comprender cómo un elemento físico podría interrumpir un flujo mágico-.
Severus enarcó una ceja. No esperaba más preguntas. -Es una técnica, señor-, corrigió. -Y perdone que responda a su pregunta con otra, pero ¿qué cree que ocurriría si intentara inmovilizar a un troll sano con el hechizo Incarcerous?-.
El señor Borguini tarareó. -Dígamelo usted-.
-Depende del brujo, pero normalmente, si no todas las veces, partiría la cuerda por la mitad, ya que los trolls son muy fuertes físicamente. Por eso la caza de trolls es tan complicada-. Contestó Severus.
-Bueno-, dijo el señor Borguini. -Me ha intrigado, señor Snape, ciertamente. Tengo que preguntarle, ¿dónde puedo encontrar un libro sobre el tema? En mis investigaciones no he leído ni oído hablar antes de la dominación, y parece interesante conocerla. Eso, claro, si lo tienes contigo-. Enarcó una ceja condescendiente.
La pregunta era inevitable. Si Severus hubiera sido un sangre pura, el señor Borguini creería cada una de sus palabras, confirmando sus afirmaciones, incluso, supuso Severus. El hombre sólo escucha porque Severus es un mestizo, sin embargo, no lo creería hasta que se demostrara lo contrario. Si el señor Borguini hubiera sido un intelectual respetuoso, a Severus no le importaría, está en su naturaleza investigar y educarse adecuadamente para mejorar aún más su enseñanza. Este no es uno de esos casos.
Sin material para probarse a sí mismo, el Sr. Borguini planea amonestar a Severus. Él es el remate, después de todo.
-Señor Snape-, llamó el señor Borguini con el ceño fruncido de decepción. -Si no tiene forma de probar sus afirmaciones, lamento informarle que no puedo estar de acuerdo ni en desacuerdo-.
Severus suspiró por tercera vez en esta hora. No quería que las cosas fueran así, pero no le serviría de nada que desestimaran sus afirmaciones, sobre todo siendo ciertas. -Puedo demostrárselo, profesor-, dijo mientras su magia empezaba a rodearlo despacio, meticulosamente, sin que nadie pudiera notarlo. Atacó el hechizo del señor Borguini desde todas las direcciones a la orden de Severus.
-Temo informar, pero lo dudo, señor Snape-, volvió a amonestar el señor Borguini. -Usted es un alumno mío muy talentoso, lo admito... sin embargo, no puedo ver a un adolescente, digamos, dominando la magia de su profesor, mucho menos a un ex-Auror-.
Severus sonrió con suficiencia, entonces. -La magia no consiste en fuerza bruta, profesor, sino en control y precisión-, sus zarcillos verdes como serpientes se enroscaron alrededor de las cuerdas, desgarrando la magia. Sus luciérnagas cortaron lo que quedaba, llevándose la magia con ellas mientras flotaban alrededor, reforzando con ella la propia magia de Severus. La magia granate del señor Borguini cesó y en su lugar quedó un naranja pálido. Pronto, lo único que quedó de las cuerdas del señor Borguini fue la capa exterior visible. -La posibilidad de lograr hazañas extraordinarias con muy poco es lo que hace que la magia sea... bueno, mágica, ¿no? Si el valor de un mago fuera igual sólo a su destreza mágica, el mundo no sería el mismo.
Ejemplo de ello-, con apenas una flexión, las cuerdas del señor Borguini se rompieron y se hicieron pedazos a su alrededor hasta caer al suelo, donde desaparecieron como el polvo. Severus hizo ademán de limpiarse el polvo invisible de la túnica. -Como pueden ver-, Severus se señaló a sí mismo. -Es muy posible superar la magia de otra persona independientemente de tus raíces. También es posible anular el hechizo Incarcerous por uno mismo. Por supuesto, el uso de una varita facilitaría mucho el proceso. Sospecho, sin embargo, que la gente simplemente contrarrestaría el hechizo con otros hechizos, como el Diffindo-.
Severus puede haber explicado el proceso como una técnica fácil, sin embargo, en realidad, requiere un dominio del propio control mágico. Severus se excede en el control de su magia, lo cual es comprensible. Se entrenó bajo la atenta mirada de Harry durante veinte años mientras aprendía los caminos de la magia antigua. Un hombre muerto, que no necesitaba preocuparse por llevar por sí mismo, o por otros, ya que no había nadie, y nada más que hacer. Severus no tenía nada que le impidiera dominar su propia fuerza, por lo tanto, mientras que antes tenía preocupaciones y obligaciones.
Este nivel de control le permite hacer cosas no nuevas, en sí, pero excepcionales a su manera, teniendo en cuenta su juventud y muchos otros aspectos. No es que Severus se jactara de ello. En todo caso, se esforzaría por enseñar sus métodos y mejorar la comprensión de la magia por parte de los demás.
-Eso fue... impresionante, señor Snape-, dijo asombrado el señor Borguini. No era el único que se quedaba mirando, ya que sus compañeros mostraban expresiones de confusión o sorpresa en sus rostros.
-Gracias, profesor. Me honra-, respondió Severus diplomáticamente. -Ya que tengo su atención, quisiera plantearle una inquietud, si me lo permite-.
El señor Borguini frunció el ceño. -¿S...sí?- Se aclaró la garganta. -Puede, Sr. Snape-.
-Sólo quería informarle, señor, de que el Hechizo Encarcelador ha sido eliminado del programa de estudios de Hogwarts desde hace una década aproximadamente. Es desaconsejable utilizar ese tipo de hechizos durante las clases o en los terrenos del colegio-. Informó Severus. -Este en particular desde que hubo un incidente con jóvenes estudiantes. Sin el permiso correspondiente, me temo que podrían retirarle la licencia de enseñanza, profesor-.
El señor Borguini palideció. -¿Es así, señor Snape?-.
-Sí, lo es-, dijo Severus. -Si no me cree, puede leer sobre el incidente en el último número de Hogwarts, una Historia, si no me equivoco. Corrígeme si me equivoco-. Miró a su alrededor, esperando que al menos uno de sus compañeros dijera algo.
Alice, desde el lado de Gryffindor, levantó la mano como una estudiante correcta antes de darse cuenta de que estaba hablando con Severus, no con un profesor. -Huh...- dijo confusa.
-¿Sí, señorita Fortescue?- Preguntó por reflejo, haciendo una mueca interna por su desliz. Por un momento, olvidó que se suponía que él era el estudiante.
Ella se sobresaltó un poco al ser dirigida formalmente por él, pero dijo lo que quería decir, de todos modos. -En el último número, ha habido una nueva columna con casi tragedias añadidas a la sección Tragedias y cosas que hay que saber del libro, en la que describía muchos percances a lo largo de la historia. Uno de ellos es un incidente con un cordón delgado en el que a un estudiante casi le cortan la cabeza, mientras que otros casi mueren asfixiados antes de que el personal de Hogwarts interviniera para ayudar. Sin embargo, nunca mencionaba el Hechizo Incarcerous-.
-Una memoria excepcional. Estoy impresionado-. Elogió Severus, sorprendido por la profundidad de la memoria de Alice. Siempre había sido una de las personas más inteligentes en la época de Severus. -Hace una década, el Hechizo Incarcerous se enseñaba a los alumnos de séptimo año, ya que se les consideraba individuos responsables... cosa en la que siento discrepar, pero no es por ahí por donde va esto-, oyó que algunos se reían con sorna de su broma, lo cual era una victoria en su libro. -Sin embargo, un alumno imbécil que no mencionaré por su nombre -(Ravenclaw, creativos en su oficio)- decidió enseñar a una multitud de alumnos de primero a segundo el Incarcerous por razones desconocidas-.
Severus empezó a pasearse por la zona de césped. -Los alumnos tuvieron éxito en su lanzamiento, ya que el Incarcerous no es complicado, lo que hizo que, a su vez, utilizaran el hechizo constantemente durante los duelos simulados. Todos podemos adivinar lo que pasó después, ¿no?-. Señaló a la clase.
Una alumna muggle de Slytherin, Abigail Berrycloth, alzó la voz. -Empezaron a... ¿ahogarse?-.
-Juguetonamente, por desgracia-, dijo Severus con solemnidad. -No se dieron cuenta del daño que estaban causando hasta que a uno de sus oponentes se le abrió la carne con la cuerda-. Oyó algunos jadeos desde el lado de Gryffindor. -Incarcerous está prohibido en Hogwarts desde entonces-.
El señor Borguini carraspeó sonoramente. -¡Ejem!- Todos se volvieron para mirarle. -Estaba a punto de explicar la gravedad del hechizo antes de ser interrumpido, señor Snape-.
-Bien-, asintió Severus. -Cualquier otra cosa sería motivo de preocupación. Sin embargo, le recomiendo sinceramente que no enseñe el hechizo en absoluto. Ya sabe, por motivos de seguridad-. Severus se burló de las propias palabras del profesor. -Si es absolutamente necesario, podrías pedirle permiso a la profesora McGonagall o al profesor Flitwick. Aunque tampoco te lo recomendaría, ya que estuvieron presentes en el incidente-.
El señor Borguini se pellizcó el puente de la nariz, suspirando. -Muy bien, profesor...- tosió, aclarándose la garganta. -Señor Snape-. Severus no estaba seguro de si el hombre se había equivocado de verdad o se burlaba de él. Algunos alumnos rieron ante el lapsus linguae del profesor; el propio Severus sonrió satisfecho.
-¡Esperen!- Exclamó alguien desde el grupo de Gryffindor. Severus supo de quién se trataba sólo por su voz. Sirius Black se abrió paso hasta el frente. -¡No puede hablar en serio, profesor!-. Severus oyó un coro de "porque eres Sirius" por parte de los demás merodeadores, lo que le hizo resoplar en contra de su buen juicio. -¡No puede no enseñarnos un hechizo porque se lo diga un imbécil! ¿No eres tú el profesor? ¿Y si miente? Debe de ser malo en ese Incarce-algo y no quiere que nadie más lo aprenda-. Peter, a su lado, asintió con la cabeza. Remus puso cara de decepción mientras James fruncía el ceño mirando a Severus con extrañeza.
El señor Borguini movió la cabeza con desaprobación. -Señor Black, por favor...-
-No, tiene razón-, dijo Severus, para sorpresa de todos. Sirius incluso tropezó en su sitio, casi cayéndose de espaldas si no llega a ser por Remus. -Sin confirmación, mis afirmaciones valen tanto como nada. Sobre todo si se comparan con las palabras de un profesor-. Severus comenzó a encaminarse fuera del centro, hacia el castillo. -Traeré aquí a la profesora McGonagall. Incluso sé dónde está. Enseguida vuelvo...-
-¡No! No, no hace falta-. El señor Borguini sacudió la cabeza y rió nerviosamente. -No hay ninguna necesidad de involucrar a ningún profesor-.
Severus sonrió internamente. No había forma de que el señor Borguini permitiera el riesgo de perder su reputación por su ignorancia. -¿Está seguro, profesor?- Preguntó Severus de todos modos, sólo para poner más nervioso al hombre. -No tardaré mucho-.
-No, le creo, señor Snape. No hay razón para que pierda el tiempo-. Sonrió cálidamente y Severus se molestó. Ahora sólo lo estaba apaciguando. -Para compensar lo del Conjuro Incarcerous, ya tengo una actividad en mente para esta mañana. ¿Me ayudaría de nuevo, señor Snape?-
Severus quiso negarse pero lo pensó mejor. -Por supuesto, profesor. ¿En qué puedo ayudarle?-.
-¡Clase!- Dio una palmada, sonriendo. -¡Cambio de planes! Hoy haremos duelos-. Anunció para regocijo de muchos alumnos, incluido Sirius... todos por las razones equivocadas, claro. -Las reglas son sencillas dos de ustedes se situarán en el centro y se batiran en duelo hasta que uno de los dos ceda. El vencedor se quedará entonces en el centro y esperará al siguiente adversario, y el ciclo se repite-. Miró a Severus con aquella sonrisa maliciosa suya, y Severus comprendió, lamentándolo, la ayuda que el profesor Borguini necesitaba.
-Señor Snape, como ya está en el centro, será el primero en defender su posición-. Dijo el señor Borguini y Severus recordó por qué odiaba tanto al señor Borguini. -Realizaremos el primer duelo de hoy, tú y yo. Pero no te preocupes; ¡seré suave contigo!- Se rió, agitando la varita juguetonamente, burlonamente.
Severus deseó haberse negado. A decir verdad, no quería pelear. No tanto porque tuviera miedo, sino porque ya no recordaba cómo solía batirse en duelo. Su magia es leguas más fuerte, su control dominado y su arsenal ampliado... por no hablar de su alma de Caminante de las Sombras. La cantidad de daño que podría causar accidentalmente no es ninguna broma, aunque confíe en poder controlarse.
Además, Severus estaba seguro de que el señor Borguini sólo quería una excusa para golpearlo de alguna manera, mental o mágicamente, por haberse cruzado en su camino hoy. Lo hizo quedar como un tonto, después de todo, y el señor Borguini no aprecia que los mestizos saquen lo mejor de él, especialmente con los sangre pura mirando.
Sin embargo, Severus podría dar el ejemplo si lucha bien, pensó.
Severus ya no es profesor; no es un ejemplo a seguir. Puede que la gente lo oiga, pero no tiene forma de hacer que lo escuchen sin una reputación que lo respalde. Aunque un duelo con uno de los muchos profesores de DADA que tuvieron a lo largo de su juventud no es mucho con lo que trabajar, es suficiente para clavar sus afirmaciones anteriores en la cabeza de la mayoría de sus compañeros. Ni siquiera tenía que ganar; todo lo que tenía que hacer era impresionar.
Su quinto año había sido desastroso, en cuanto a DADA se refiere. No aprendieron nada útil, lo que los tenía a todos un poco más débiles que sus compañeros. Si Severus pudiera enseñarles alguna defensa real, por pequeña que fuera, podría significar la diferencia entre la vida y la muerte, hasta cierto punto.
Por lo tanto, -Muy bien, profesor-, aceptó Severus, asintiendo. Se colocó a unos metros del señor Borguini. -¿Alguna preferencia?- Dijo Severus mientras se acomodaba las mangas bajo la túnica escolar ajustando secretamente la funda de su varita en la muñeca para que le sirviera cómodamente durante el duelo.
El señor Borguini sonrió y asintió con aprobación. -¿Por qué, me está dando la palabra en este asunto? Muy correcto, señor Snape. Cinco puntos para Slytherin-. Elogió para disgusto de algunos Gryffindors que gimieron. -Seré indulgente ya que de lo contrario sería injusto como tengo experiencia. Por favor, ¡venga hacia mí con todo lo que tenga, mágicamente o no! Hágalo como pueda, señor Snape-.
Severus asintió, internamente agradecido por el descuido del profesor. Aprovecharía cualquier ventaja que pudiera obtener, aunque no necesitaba ninguna.
-¡Arriba las varitas!- ordenó el señor Borguini preparándose en posición de combate. Severus dejo que su varita se deslizara dentro de su palma y poco despues la levanto hasta la punta de su nariz.
Se inclinaron. El señor Borguini como si se inclinara ante el público, de forma extravagante pero elegante para un hombre de su estatura, mientras que Severus bajó la cabeza lo justo para ser considerado una reverencia. No le daría al hombre más de lo necesario.
-¡Que comience nuestro duelo!- Anunció el señor Borguini.
Inmediatamente, como si intentara predecir los movimientos de Severus, el señor Borguini hizo un gran arco con su varita mientras decía -¡Protego!-. Lanzando un gran escudo frente a sí mismo.
Protegerse del primer hechizo del enemigo es una táctica valiosa, ya que interrumpe su ritmo y crea un margen del que un duelista experimentado podría sacar ventaja, y conociendo a los Slytherin como Severus sabía, el señor Borguini no había predicho mal. Con familias poderosas y algún que otro hechizo "oscuro", los Slytherin solían acabar los duelos rápida y fácilmente. Aunque Severus fuera un mestizo, como quinto año, podría haber aprendido cualquier cosa a estas alturas, y la exploración es una necesidad para el estilo de duelo del señor Borguini.
El Sr. Borguini puede parecer un bufón; pero no se equivoquen, en duelos, es un explorador.
El ojeador es un duelista, como su nombre indica, que investiga a su oponente antes de tomar decisiones importantes durante el duelo. Juega a la defensiva, manteniendo un ritmo lento para obtener toda la información posible de su oponente.
Una vez con suficientes datos, un explorador utilizará rápidamente toda la información que haya adquirido sobre su oponente para ganar tácticas, esquivas, trampas, lo que sea. Los Mágicos se refieren a los buenos exploradores como "lectores de mentes", ya que pueden predecir los movimientos y pensamientos del oponente tras suficiente observación.
Es todo un matiz enfrentarse a ellos ya que, con ellos, los duelos se prolongan. Sin embargo, esta vez no era un problema ya que Severus no planeaba ganar.
Por lo tanto, Severus no hizo absolutamente nada. Permaneció de pie, con las manos cruzadas a la espalda y la varita en alto, a ver qué hacía su profesor.
-¿Oh?- El profesor parecía sorprendido. -Dudo que haya predicho mi escudo, así que tendré que preguntarle ¿por qué no lanza nada, señor Snape?-.
Severus ladeó la cabeza como un niño que no entendía la pregunta. -Intente jugar ofensivamente y tal vez lo sabrá-.
El señor Borguini soltó una carcajada. -¡Ja! Ya veo que no te gusta explorar-. Empezó a caminar.
Severus imitó su paso, yendo en círculos. -Siempre es un duelo aburrido cuando ambas partes se quedan mirándose durante horas-.
El señor Borguini volvió a reír. -Efectivamente-. Con otro movimiento exagerado, de la punta de la varita del señor Borguini salió disparada una luz en dirección a Severus. -¡Flipendo!-. Anunció.
Sin pensarlo mucho, Severus se limitó a rechazar el hechizo con un movimiento de su varita. En su lugar, el Flipendo cayó al suelo junto a él. Para castigar el gesto, Severus lanzó -Rictusempra-. Tranquilamente en dirección al profesor, quien, igualmente, no le dio mucha importancia al hechizo, simplemente apartándose del camino.
-Estuvo cerca, Sr. Snape-. Elogió burlonamente el señor Borguini.
Severus se detuvo y sacudió la cabeza. El brusco movimiento hizo que el señor Borguini se detuviera también. Se llevó un dedo a los labios y le hizo callar, haciendo que el profesor frunciera el ceño. -Regla número uno-, dijo Severus, imitando una con el dedo levantado su voz se propagó mágicamente por el campo sobresaltando a algunos alumnos que habían perdido el interés en el duelo. -No hables. En un duelo, conserva tus pensamientos para ti y tu energía para tus hechizos-.
El ojo del señor Borguini se crispó ligeramente, molesto. -Por supuesto. Eso ya lo sé, señor Snape-. Intentó lanzar otro -¡Flipendo!-. Con extravagantes movimientos de su varita.
De nuevo, Severus lo rechazó. -Regla número dos-, levantó dos dedos. -Apunta con la varita y lanza. No exageres los movimientos de tu varita sin motivo, especialmente cuando un hechizo no requiere patrones complicados-. Para demostrar sus afirmaciones, Severus contraatacó con su propio "Flipendo". Con el desnudo de movimientos, usando su muñeca.
El señor Borguini resopló. -¡Protego!- Se escudó. -¿Cree que no sé todo esto, Sr. Snape?-.
-Puede que sí-, asintió Severus. -Sin embargo, hay gente entre nosotros que no. ¿O se le ha olvidado, profesor, que este año no nos ha enseñado duelos?-. La punta de la varita de Severus se movió en espirales. -Ventus-. Lanzó antes de que el profesor pudiera detenerse en sus palabras.
Mientras el señor Borguini salía volando hacia atrás con la fuerza de los vientos de Severus -(se le fue un poco la mano con eso a propósito)-, éste se volvió hacia sus compañeros. -Quien aún no haya sido introducido al duelo propiamente dicho, por favor, que levante la mano-. Nadie lo hizo, para enfado de Severus. -Ahora, no sean tímidos. Sólo estoy comprobando los daños-.
-¿Por qué? ¿Quieres burlarte de ellos, Snivellus?- Dijo Sirius desde los Gryffindors, con sorna.
-Porque quiero saber cuántos entre nosotros no entienden lo que está pasando aquí-, señaló el campo. -A muchos de los que venimos de casas de brujos nos enseñaron sobre duelos, pero no es el caso de todos-.
De reojo, notó que alguien levantaba la mano. Era Abigail Berrycloth otra vez. Pronto, siguiendo su ejemplo, muchos otros nacidos de muggles, tanto de Slytherin como de Gryffindor, empezaron a levantar la mano también. Era comprensible, ya que se habían criado como muggles y no habían visto un duelo antes.
Severus asintió. -Hasta ahora nos han presentado los duelos a nivel académico. Espero que al menos algunos de ustedes, si no todos, entiendan los duelos a ese nivel-. Berrycloth asintió a su afirmación, y lo mismo hicieron los otros nacidos de muggles. -Muy bien-, Severus desvió con facilidad un poderoso Flipendo que se dirigía hacia él, sin apenas mirar en dirección al lanzador. Volvió a caer al suelo.
-¡Flipendo!- El señor Borguini, recién salido del Ventus de Severus con el pelo revuelto, volvió a exclamar a su manera. Severus chasqueó la lengua antes de protegerse con el Protego sin palabras más pequeño que jamás había lanzado. El señor Borguini se golpeó el pie con frustración. -Expelliar...- intentó lanzar el encantamiento desarmante, pero antes de que pudiera, el de Severus, -Rictusempra-. Lo tomó desprevenido. Cayó de rodillas en una carcajada frenética.
-Regla número tres-, Severus levantó tres dedos. -Lanza en silencio si puedes. No grites tus hechizos. Del mismo modo, no nombres hechizos que puedas hacer sin palabras-. Dijo antes de levantar la varita -Titillando-. Lanzó el hechizo de cosquillas para sujetar al señor Borguini con una risa dolorosa. Con otro movimiento de su varita, -Silencio-. Y los gritos del profesor se silenciaron.
Con el profesor fuera de combate por un rato, Severus dio una palmada. -Volviendo al tema de los duelos ¿quién puede decirme los dos tipos de duelistas más notables? Es decir, los más conocidos-.
Murmullos recorrieron a sus compañeros. Algunos estaban vagamente indignados de que Severus intentara siquiera enseñarles algo, otros contemplaban la cuestión, mientras que otros observaban desde la barrera. Severus notó cómo sus compañeros de cuarto, Mulciber y Avery, lo miraban con expresiones confusas pero calculadoras. Rosier, sentado bajo un árbol en la parte trasera evitando la clase, lo miraba con el ceño fruncido, pensativo. Llamó la atención de los futuros mortífagos con su exhibición de fuerza mágica casual, que no pasaría desapercibida. Ya había tenido antes una refriega con Bellatrix, añadiendo su confianza y los chicos podían imaginarse algo más siniestro. En todo caso, ahora saben por qué el Señor Tenebroso codicia tanto a Severus, aunque sea fuera de lugar.
-Eso-, dijo alguien de los Gryffindors. Era Eret Campbell, nacida de muggles. -Esos son Scout y Sprint, ¿verdad? ¿Los duelistas?-.
Severus chasqueó los dedos. -Correcto, señor Campbell-. Dijo ante la emoción del muchacho. -Los exploradores se encuentran comúnmente en torneos -(enfrentamientos al mejor de tres o al mejor de cinco)-, ya que los exploradores sacrifican su primera, a veces su segunda ronda, para investigar a su oponente. Los velocistas son complicados pero eficaces con una buena estrategia ofensiva. Derrotan al oponente lo más rápido que pueden con un aluvión de hechizos, comúnmente encontrados en combates al mejor de uno-. explicó Severus.
Severus miró de nuevo al profesor, que empezó a levantarse, respirando con dificultad por la risa. -Basándonos en el duelo hasta ahora, ¿alguien puede decirme qué tipo de duelista es el profesor Borguini?-. Preguntó mientras levantaba la varita para protegerse del siguiente hechizo de su profesor.
-¡Incarcerous!- Exclamó el señor Borguini, avergonzado por haber quedado en ridículo. Unas gruesas cuerdas salieron disparadas de su varita en dirección a Severus rápidamente.
-Diffindo-, lanzó Severus, cortando las cuerdas antes de que pudieran aferrarse a él. -Incarcerous-. Invocó finas cuerdas como telarañas en sus manos y las lanzó al aire. -Ventus-. El viento llevó las cuerdas más arriba, donde Severus las controló hasta que formaron un círculo sobre la cabeza del profesor. Sólo entonces, canceló el Ventus. Cayeron desordenadamente alrededor del señor Borguini, que miraba sin darse cuenta.
-¿Qué estás...?- El señor Borguini intentó decir, pero antes de que pudiera terminar, Severus agarró el extremo de la cuerda y tiró. Las cuerdas que rodeaban al profesor se encogieron hasta atrapar sus dos piernas juntas. El profesor perdió inmediatamente el equilibrio y, con el tirón de Severus, cayó de espaldas. Duro.
-Regla número cuatro-, Severus levantó cuatro dedos. -Creatividad. Intenta siempre innovar con los hechizos que conoces. Coger desprevenidos a tus oponentes es el mejor método para derrotar a alguien más fuerte que tú-. Con otro movimiento de varita, Severus acalló el grito de indignación del señor Borguini, que se deshizo en el suelo cubierto de hierba.
Lily se dirigió al frente del grupo de Gryffindor, mirando a Severus con asombro. -El profesor Borguini dijo algo sobre ser scout al principio del duelo. Es un explorador, ¿no?-. Preguntó.
-Muy bien observado-, alabó Severus. -Es un explorador. El hecho de que se protegiera en lugar de atacarme al principio, a pesar de que yo no había hecho nada, también lo demuestra. Quería saber cuál sería mi primer movimiento. El hecho de que yo no hiciera nada, no le da ninguna ventaja-. Explicó Severus.
-¿No hiciste nada deliberadamente?- La voz escéptica de Mulciber recorrió el campo desde el lado de Slytherin. -¿No te paralizaste de miedo?-. Sus palabras podrían malinterpretarse fácilmente como una burla; sin embargo, la expresión de Mulciber era mortalmente seria. Como si su pregunta tuviera sentido.
Está midiendo el valor de Severus, se dio cuenta Severus con un sobresalto.
Severus soltó una risita en el fondo de su garganta por la ironía, la reverberación hizo que el vello de los brazos de Mulciber se erizara. ¿Quién hubiera pensado que él, un mestizo, se ganaría el placer de ser medido por un supremacista de sangre pura? O el hijo de uno. Con las palabras adecuadas, incluso podría hacerse respetar. -¿Parezco asustado, verdad, Frederick?- Los ojos obsidiana de Severus no tenían miedo. En todo caso, parecían amenazadores, intimidantes, como los de un depredador que tiene a su presa en el punto de mira.
Severus no quería tener nada que ver con su respeto.
Mulciber se estremeció al oír su propio nombre y retrocedió ante la mirada de Severus, asintiendo con la cabeza. Avery le dio una palmada en la espalda para apoyarlo, sobresaltado también por la intensidad de la mirada de Severus.
Aquella reacción, para cualquier Slytherin presente, era enorme. Hay pocas personas capaces de hacer que cualquiera de Los Ricks se retire de una discusión, entre ellos, si no todos, Mortífagos o con parentesco con ellos. Bellatrix, Lucius e incluso Rosier están en lo alto de la jerarquía de Slytherin gracias a sus conexiones, y Mulciber no es diferente. Ganarse su respeto, no, su sumisión implicaría grandes cosas para Severus, y ningún Slytherin está tan loco como para ir en contra de las palabras de alguien que ostenta tal poder.
Si Severus quería cambiar Slytherin para mejor, necesitaba escalar los rangos. Ponerle una correa a Los Ricks no sonaba tan mala idea como para no considerarla.
Aunque, todo sea dicho, Rosier no parecía muy complacido con lo sucedido, a juzgar por su expresión de desaprobación.
Severus sintió el momento en que tanto su Incarcerous como su Silencio se rompían. Volvió a centrar su atención en el profesor. El señor Borguini se levantó, resollando de furia. Tenía la cara roja como un tomate y sus ojos se endurecieron en Severus bruscamente, dejando caer su fachada de despreocupado. Ya no estaba jugando, pensó Severus.
Agitó la varita para reunir fricción -¡Incendio!-. Gritó el profesor. Una bola de fuego, del tamaño de la cabeza de Severus, recorrió la distancia que los separaba a gran velocidad, no como una bala, pero lo suficiente como para renunciar a esquivarla. La punta de la hierba que rodeaba al profesor se incendió.
Severus se salvó con un Protego sin palabras -(el encantamiento habría llevado demasiado tiempo)- antes de convocar instintivamente las aguas del Lago Negro cercano mientras acumulaba magia en la punta de su varita. El agua flotó a su lado y a su alrededor mientras fruncía el ceño mirando al profesor. -¡No uses fuego tan cerca del bosque!- le amonestó Severus con dureza, apuntándole con la varita -¡Aqua Eructo!-. El agua se condensó en una bola, y de allí salió volando de su varita un chorro, fuerte y veloz.
-¡Protego!- El señor Borguini se protegió mientras resoplaba con sus esfuerzos. Las pesadas aguas bastaron para hacerle retroceder un poco. El fuego de la hierba se extinguió.
Sin embargo, Severus no había terminado. Giró su varita, apenas un movimiento de muñeca -Duo-, dijo con calma. Para horror del señor Borguini, un segundo chorro estalló de la varita del Slytherin, curvando su trayectoria para golpear al señor Borguini por un costado.
-¡Protego!- volvió a gritar el señor Borguini, creando un segundo escudo para mantener a raya al segundo chorro. Estaba sudando y temblando con el peso de sus dos escudos luchando contra los poderosos ataques de Severus. Sus piernas se doblaron ligeramente mientras se deslizaba hacia atrás en el suelo.
Severus sonrió dulcemente, con suficiente triunfalismo en su expresión como para preocupar al señor Borguini, que miraba con inquietud. -Tria-, y sin más, el tercer chorro de agua voló en su dirección.
El Sr. Borguini luchó contra el acelerado latido de su corazón para gritar -¡Protego Maxima!-. Invocando un escudo en forma de cúpula a su alrededor, lo suficientemente resistente como para detener el avance de Severus. Sin embargo, no le quedaban energías para contraatacar. El hechizo lo había dejado seco. Sin embargo, no lo admitiría. Su orgullo no se lo permitiría.
-¿Cuál parece ser el problema, señor?- Preguntó Severus con falsa preocupación. -¿No fuiste tú quien dijo que podía ir con todo lo que tenía?-. Se burló. El señor Borguini respiró con dureza, resoplando de furia.
Severus levantó la palma abierta para mostrar cinco dedos. -Regla número cinco-, dijo mientras las aguas que atacaban el escudo del señor Borguini volvían a flotar a su lado. -¡Nunca, y quiero decir, nunca subestimes a tu oponente!-. Los chorros empezaron a arremolinarse entre sí, tomando la forma de un gran géiser de agua turbia y verdosa. -No importa a quién te enfrentes, ni las circunstancias, nunca bajes la guardia. Aprender a juzgar la situación y actuar adecuadamente puede significar la diferencia entre la vida y la muerte-. Apuntó su varita hacia el Sr. Borguini por última vez. -Fuiste suave conmigo porque quisiste-, dijo y sonrió ante la expresión aterrorizada del Sr. Borguini. -Ahora, es el momento de pagar tu venganza-.
-Kairyū no Hōkō-, canturreó Severus mientras sus ojos brillaban verdes. El géiser de agua se transformó en la forma de la cara de un dragón y cargó a toda velocidad. Rugió como si estuviera vivo -(el gorgoteo del agua se mezcló con los gritos de una bestia descomunal)-, el sonido sobresaltó a las criaturas cercanas. Los pájaros volaban, los lobos aullaban, Diente ladraba a lo lejos, pero los más sorprendidos eran los tritones, que salieron a la superficie al sentir la alteración en el agua. Observaron a la deidad acuática con deleite en los ojos.
El Sr. Borguini se rindió. La varita se le cayó de la mano como si no pudiera controlar los músculos de los dedos. Miró fijamente cómo se acercaba su muerte, sintiendo que su ritmo cardíaco aumentaba a medida que el dragón se acercaba. Latió cada vez más rápido hasta que el dragón golpeó su escudo, rompiéndolo en pedazos inmediatamente. Ningún sonido escapó de su boca cuando intentó gritar. Lo último que vio fue la boca abierta del dragón, lista para devorarlo entero.
El corazón del Sr. Borguini dejó de latir durante un segundo de más, y se desmayó, de pie.
¡Aplauso! El eco de la única palmada de Severus bastó para llamar la atención de todos. El dragón de agua, antes de que pudiera golpear al señor Borguini, se deshizo alrededor del profesor en una ola, haciendo barro a su paso, sin mojar ni una sola vez al hombre. Con un movimiento de la varita de Severus, toda el agua fluyó desde el suelo, de vuelta al lago, donde los tritones vitorearon el espectáculo de Severus con chillidos parecidos a los de los delfines. Él les sonrió y se inclinó cortésmente.
Después de que el peligro hubiera disminuido, el cuerpo del señor Borguini cayó de rodillas y cayó de bruces justo después.
Severus, al ver el cuerpo inmóvil de su profesor, empezó a abrirse paso hacia él. -Esas cinco reglas que les he dicho hoy a todos; no las olviden nunca-. Dijo con la autoridad de un profesor o de un sargento. -Duelista o no, algún día participarás en un duelo, ya sea competitivo o a muerte. Recordarás lo que has visto hoy, lo que les pasa a los que no siguen esas reglas-, señaló al profesor caído. -Y harás lo posible por seguirlas con pulcritud en el duelo. Te aseguro que ganarás o sobrevivirás teniéndolas en cuenta-. Severus se arrodilló junto al cuerpo del profesor. Recordando el estado cardíaco del señor Borguini, lo primero que hizo fue comprobar si tenía pulso. Su corazón latía rápido; sin embargo, viviría. El hombre simplemente se había desmayado de miedo.
Suspiró. -Parece que el profesor Borguini se nos desmayó-, dijo Severus, poniéndose de pie. Agitó la varita hasta que el señor Borguini flotó en posición de tabla para un transporte seguro e invocó la varita del hombre desde el suelo mojado. -Que así sea, lo llevaré al ala hospitalaria-, se volvió para mirar a sus compañeros, esperando a ver si alguien protestaba.
Le hizo gracia lo que vio.
Todos, hasta donde alcanzaban sus ojos, lo miraban boquiabiertos. Gotas de agua empezaron a caer sobre ellos desde los restos del dragón que se disipaba... la magia empezó a cantar.
-¡Eso fue tan perverso!- exclamó alguien, Peter Pettigrew, para sorpresa de Severus. Su voz pareció despertar a todos de su asombro. La mayoría de los alumnos -(Gryffindors y Slytherin por igual)- vitorearon el duelo; mejor aún, la victoria de Severus. Tenían un brillo en los ojos de asombro y emoción, la adrenalina corría por las venas de sus compañeros ante su destreza mágica. Nunca antes habían visto a un profesor perder contra un alumno, y menos hasta tal punto. También ayudó el hecho de que Severus invocara un dragón de agua para ayudar a su causa y, según su experiencia, cuanto mayor era el hechizo, más asombrados se quedaban los alumnos.
-¿Son los merpeople?- exclamó una chica de Slytherin, y pronto los alumnos se deshicieron en elogios hacia las criaturas con tanto horror como deleite. Después de todo, es raro que salgan a la superficie. A los tritones no parecía importarles, sobre todo a los más jóvenes, ya que nadaban y salpicaban agua juguetonamente a cada alumno que se acercaba demasiado.
-Son tan feos-, oyó decir Severus a Lily. -¡A mí me encantan!- Soltó una risita cuando uno de ellos intentó darle agua.
Severus soltó una risita amable y sacudió la cabeza ante sus reacciones. Son niños, había olvidado Severus. La melodía mágica, que sólo él podía oír, estaba compuesta tanto por la magia de los tritones como por la de sus compañeros. Le cantó una historia o el principio de una, pensó Severus. Una de gloria e incertidumbre, de aventura y peligro.
Se sintió influido por su ritmo. Incluso excitado.
-Se acabó la clase-, dijo, dándose la vuelta para marcharse, el señor Borguini flotando a su lado hacia el ala del hospital.
Se acordó de lo mucho que le gustaba enseñar defensa, y de por qué solicitaba el puesto cada curso en su vida anterior. Nunca disfrutó enseñando a imbéciles, pero siempre hay algo tan satisfactorio en verlos crecer con sus lecciones en mente. Más aún, pensaba, cuando sus enseñanzas les salvaban la vida. Harry aprendió Expelliarmus y Sectumsempra de él, después de todo, directamente o no.
Severus abandonó el campo con una nota alta, sonriendo.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Las dos semanas que siguieron fueron algo digno de contemplar.
Madam Pomfrey había elogiado a Severus por su rapidez mental al llevar al señor Borguini al ala hospitalaria tan rápido como pudo. Dumbledore se involucró en la situación -(ya que uno de sus profesores se había desmayado)-, pero ni una sola vez habló con Severus.
Había amonestado al profesor. -Hace tiempo que le dije al profesor Borguini que se dejara de tonterías de Auror por su problema cardíaco, pero es demasiado terco para escuchar. Ahora, ¡míralo! Se desmayó durante la clase mientras hacía un duelo. Pah!- Se había burlado. -Si tan solo la gente hiciera mi trabajo más fácil escuchándome-.
Ella había respondido por la inocencia de Severus cuando Dumbledore la interrogó -(el mismo Severus le había plantado una historia plausible en la cabeza cuando hablaron)- y como buen director, Dumbledore creyó su historia. Se ordenó al señor Borguini que permaneciera en el ala hospitalaria un tiempo más y Severus fue enviado a su casa con veinte puntos por sus acciones, cortesía de la insistencia de Madam Pomfrey, para disgusto del director.
Sus relaciones con sus compañeros también cambiaron bruscamente desde entonces.
Las palabras viajaban rápido en Hogwarts, más aún los chismes. Los Gryffindors hacían un espectáculo cada comida sobre el dragón de agua y los tritones durante la clase de DADA. Apenas pasó un día antes de que la historia pasara de "Severus invocó a un dragón de agua" a "hay un dragón de agua en el Lago Negro". La gente se volvió tan curiosa que en cada recreo se podía ver una multitud alrededor de la orilla del lago, compuesta por alumnos de todas las casas y de todos los cursos.
Sin embargo, los que conocían la verdadera historia sentían un profundo respeto por Severus, ya fueran Slytherin o Gryffindor.
Un día, durante el almuerzo, Eret Campbell caminó desde la mesa de Gryffindor hacia la de Slytherin para interrogar a Severus sobre la lección de ese día. Sentía curiosidad por el aspecto creativo de las reglas y por cómo podría incorporarlas mejor durante un duelo, teniendo en cuenta los hechizos que el chico conocía hasta el momento.
Los Slytherin, especialmente los de séptimo año, no estaban muy contentos de tener a un Gryffindor en su mesa y miraban desafiantes al chico. Sin embargo, como Severus sospechaba, Campbell era muy valiente o estúpido y no se echó atrás... Como suele ser un Gryffindor. A Severus, por su parte, no le importaba lo más mínimo. Siempre se sentaba más cerca de la mesa del profesor para evitar problemas, donde a nadie le gustaba sentarse cerca de él. Por lo tanto, le hizo un gesto a Campbell para que se pusiera cómodo en el asiento opuesto al suyo y empezó a intercambiar ideas con él. En menos de cinco minutos, otros compañeros suyos -(nacidos de muggles, la mayoría)- se reubicaron en los asientos vacíos cercanos a él para escuchar sus palabras.
Era un espectáculo realmente extraño ver a Gryffindors y Slytherins sentados juntos en una esquina de la mesa, por poco que fueran. Los curiosos Ravenclaw se quedaron cerca escuchando su discusión, y los Hufflepuff también se unieron después de un rato. Ese día se repartieron diez puntos entre todas las casas por la unidad entre ellas.
Sus acciones no pasaron desapercibidas. Un día, Bellatrix lo "invitó" a una pequeña charla -(como ella decía)- en la sala común después del toque de queda, donde lo amenazó y le habló de avergonzar a su casa por mezclarse con los de abajo. Donde ella rechazaba a los nacidos de muggles -(los llamaba Sangre Sucia, para disgusto inmediato de él)- y lo amonestaba por permitir otras casas en su mesa. De cómo ella no se contendría más si él se atrevía a hacerlo de nuevo.
Severus se había limitado a sonreír. -No veo el problema, ya que simplemente estaba discutiendo con mis compañeros, por si no te has dado cuenta demasiado absorto en tus propias pequeñas ideas como para comprender más allá de lo que tienes delante de los ojos-, se había burlado de ella. -Quizá por eso el Señor Tenebroso está tan decepcionado contigo. Tienes la cabeza demasiado metida en el culo para ver a tu alrededor-.
Bellatrix ya estaba harta. Había maldecido en voz alta -¡Crucio!-, con la esperanza de que Severus se tragara sus palabras.
Para su sorpresa, le salió el tiro por la culata. Severus había atrapado el Crucio rojo con la punta de su varita y había girado en su lugar con el movimiento del hechizo, reflejándolo directamente hacia ella, todo con movimientos precisos y elegantes.
Bellatrix fue golpeada con su propio Crucio, cayendo al suelo con un grito silencioso de dolor -(cortesía del sutil Silencio de Severus)- y se quedó allí, convulsionándose durante diez segundos antes de darse cuenta de que tenía que cancelar el hechizo ella misma. Después de todo, era su Crucio.
Cuando la tortura terminó y recuperó el sentido, siseó y se levantó del suelo sobre los codos. Intentó burlarse de Severus, pero la voz se le atascó en la garganta con la escena que tenía delante.
Severus estaba sentado en el sillón negro junto a la gran ventana del lago, mirándola fijamente con ojos negros y muertos como se inspecciona a un insecto frío e intimidante. Detrás de él, en la ventana iluminada por la luz de la luna, cien ojos amarillos brillantes también la miraban. Los tritones del Lago Negro -(adultos y jóvenes)- flotaban en el agua, rodeando la figura de Severus. No estaban animando, bailando o salpicando agua como decían los rumores. La miraban fijamente. No estaban contentos.
-No sé lo que piensas de mí, ni me importa, si les soy sincero-, dijo Severus, con la voz más grave que nunca, forzada por la oscuridad de la sala común a altas horas de la noche. -Sólo te diré una cosa, Bella, querida ya sea el Señor Tenebroso, o Dumbledore, o cualquiera, para el caso; este colegio, Hogwarts...- señaló al suelo. -Es mío. Aquí, donde pertenezco, hago lo que quiero. Ve, y dile a tu Señor que has perdido contra un estudiante de quinto año. Ve, y trae vergüenza a tu familia una vez más, ya que ni siquiera puedes encontrar un prometido. Vamos, niña tonta. Haz algo útil y apártate de mi camino-. Con un chasquido de dedos, los tritones que tenía detrás se dispersaron como por orden suya, devolviendo la luz plateada de la luna.
La sensación de su magia en ese momento, equivalente a una corazonada, como dicen los muggles, fue más que suficiente para advertir a Bellatrix. Ella no podía entender lo que sentía -(después de todo, no tenía Vista de Mago)-, pero sabía que significaba peligro.
Bellatrix no volvió a meterse con él después de aquella noche, como tampoco lo hicieron los demás alumnos de Slytherin, como Lucius e incluso Rosier. Debió de advertirles que no lo hicieran, o reclamó a Severus como su objetivo, como solía hacer con la gente que la agraviaba en sus anteriores días de mortífago. Desgraciadamente, eso implicaba también a Narcissa y Regulus. Severus no pudo hablar con ninguno de ellos.
No involucraba a otros Slytherins, sin embargo, ya que lo miraban descaradamente cada vez que iba. Desde sus compañeros de quinto año hasta otros más jóvenes, impulsados por los rumores dentro de los dormitorios de Slytherin. Optó por ignorarlo por ahora.
Severus pasaba los días haciendo sus tareas y las clases sin incidentes.
Winny había reunido un equipo compuesto por ella misma y otra elfita enclenque (-Yo ser Moo, la elfa doméstica. Moo ayuda a limpiar Hogwarts... sí, Moo lo hace-) para limpiar el salón. Helena y Severus ayudaron en lo que pudieron a los dos elfos con la limpieza. Helena, detectando puntos difíciles en el alto techo -(ya que podía volar)- y Severus, limpiando el aire y lanzando encantos de conservación enseguida en cada punto hecho para preservar el lugar limpio.
Después de la exitosa limpieza profunda, Severus tuvo tiempo de amueblar sus aposentos personales. Nada desaliñado una cama, un armario y, para su alivio, una mesilla de noche, como correspondía. Un escritorio de caoba en la esquina para trabajar, un espejo parlanchín suspendido en la parte posterior de la puerta (-Estás blanco como un fantasma, muchacho-. -Cállate-.) Y, porque Helena insistió, una delgada estantería que apenas cabía, llena hasta los topes con cualquier libro que encontrara en la habitación de las cosas ocultas.
Necesitaría dinero para su laboratorio de pociones; sin embargo, la cocina era fácil de decorar. Una mesa de cocina rectangular de madera, algunos armarios -(sabía dónde estaban desde la última vez)- y una encimera, dejando espacio para los fogones y la nevera. Porque Merlín lo prohíbe, Severus nunca usaría conservadoras ni estufas de leña. Hogwarts no tiene energía eléctrica, pero él estudió tecno-magia -(para emoción de Harry)-, así que encontraría la manera. También podría usar un generador, si se le acababan las opciones.
El salón, por desgracia, seguía sin arreglarse.
Hablando de eso, Severus por fin encontró tiempo para agrandar el bolsillo del pecho de su túnica escolar y terminó de coser sus guantes.
Sus guantes con dibujos de serpientes cosidos en el dobladillo (runas), mientras que el dorso tenía un par de cicelias dulces en lados opuestos de un basilisco en reposo, con una corona de cuernos en la cabeza, luciendo poderoso con la cabeza bien alta eran, para Severus, el mejor proyecto de costura que había hecho nunca. Las flores y el voluminoso basilisco ocultaban las runas de protección del diseño. Desde entonces, los llevaba con orgullo por los pasillos de Hogwarts todos los días.
En la última semana, encontró tiempo para reunir el resto de los ingredientes de poción que necesitaba en el bosque y en los establos de Cuidado de Criaturas Mágicas. No todos, pero lo suficiente para empezar. Por supuesto, no solo, como pensaba que estaría. Hagrid fue de gran ayuda, y Diente es una delicia tenerlo cerca a cualquier hora del día. Ese día hornearon pasteles de roca, después de reunir y guardar -(en el bolsillo de su pecho)- todos los ingredientes que necesitaba. Los pasteles estaban deliciosos y así se lo dijo a Hagrid, que le sonrió orgulloso. Severus nunca admitiría que los encontraba demasiado salados, aunque sólo fuera para preservar los sentimientos de Hagrid.
Los merodeadores estaban domados en su mayor parte.
Severus podía sentir los ojos de James clavándose en su nuca cuando no estaba mirando, pero cada vez que intentaba confrontar al otro al respecto, James lo evitaba o se hacía el tonto. En cierto modo, aquello le confundía y le irritaba, pero apreciaba la paz que le proporcionaba el hecho de que James no se comportara de forma molesta. Peter tenía una nueva obsesión por observarle desde la distancia pero sin acercarse nunca, siempre con una mirada asombrada y calculadora en los ojos. Le sorprendía la intensidad del escrutinio, pero no lo comentaba. Quería ver hasta dónde llegaba la rata.
Sin embargo, Remus encontró en sí mismo el valor para asentirle cada vez que se cruzaban por los pasillos, evitando siempre el contacto visual. Y Sirius... bueno, no cambió mucho, seguía intentando atormentar a Severus sin ningún éxito. En todo caso, cuando empezó a desafiar a Severus cada vez que se cruzaban, Severus empezó su propio juego indirectamente le enseñaba a Sirius cómo batirse en duelo correctamente, mientras lo humillaba con sus habilidades superiores. (-¿A eso le llamas Protego? Apenas aguantó contra mi Hex-. -¡Cállate! Acabo de aprender ese maldito hechizo-. -¡Sí! ¡De tanto mirarme! Así que más te vale hacerlo bien o te arrepentirás de haberlo aprendido-).
Ah, se divirtió mucho sarcásticamente hablando.
Luego, está Lily. Ella nunca le dijo lo que quería decirle ese día, sin importar cuántas veces se lo preguntara. En cierto modo estaba orgulloso de ella, de que retuviera la información durante tanto tiempo. Su relación no mejoró mucho desde donde la dejaron, ya que los acontecimientos que provocaron su desencuentro aún estaban frescos en la mente de ella, supuso. No es que se esforzara mucho, ya que Severus estaba demasiado ocupado con el salón y otras cosillas para hablar con ella. Sin embargo, no podía quejarse, ya que tener una relación era más de lo que pedía.
Al final del curso habían pasado muchas cosas. Severus se había hecho amigo, se atrevería a decir, de personas y criaturas por igual. Sin olvidar el propio Hogwarts. Ya podía ver los cambios en el mundo que lo rodeaba después de su regreso el respeto que irradiaban algunas personas, el asombro y el aprecio. Pero también la ira. También había hecho enemigos.
Para algunos, las acciones de Severus lo hacían pisar sobre hielo delgado. Pero a Severus le parecía bien. Había aprendido a volar, no le temía a la caída.
No era Severus quien debía temer lo que se le venía encima, no. Eran los demás quienes debían temer que Severus viniera por ellos, en cambio.
Fue con esa mentalidad que Severus subió al Expreso de Hogwarts, rumbo a Londres, y consecutivamente, a su hogar en Spinner's End.
Ya había plantado la semilla que eventualmente haría crecer un futuro mejor en Hogwarts. Ahora, había llegado el momento de cambiar también su mundo.
Con un último adiós a la magia de Hogwarts, el tren se puso en marcha.
Chapter 9: Bonus
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Aquella noche llovía sobre la mansión Malfoy. Las gotas, por lo general tranquilizadoras a su manera, no sonaban diferentes del estruendo de los truenos a lo lejos cuando se estaba en presencia del Señor Tenebroso. El anciano, con toques plateados en su inmaculado cabello negro, estaba sentado acariciando la cabeza de su amada Nagini, la Maledictus. Sus ojos, que ya no eran castaños como la nuez, sino de un rojo brillante, miraban fijamente a la figura arrodillada ante su trono.
Extendió una mano, mostrando su brazo pálido y arrugado por debajo de la túnica, para coger un vaso de vino hecho por elfos que había en una mesita junto a su asiento. A su derecha, erguido como una estatua, estaba Abraxas Malfoy. A su alrededor, formando un semicírculo, estaban muchos de sus mortífagos de confianza. Entre ellos, Lucius y Bellatrix.
El Señor Tenebroso olió el vino, le dio un sorbo y lo probó lentamente, permitiéndole a Nagini probarlo con su lengua de serpiente. -...me estás diciendo, querida, que tu despreciable padre fue vencido por un... estudiante de quinto curso de Hogwarts-, su voz recorrió el pasillo, profunda y tranquilizadora como la lluvia... peligrosa como la tormenta que se avecinaba. -Se arrastró hasta besarte los pies, esperando que pudieras resolver su problema. ¿Y tú, a cambio, decidiste traerme el asunto a mí?-. Se rió entre dientes, pero sus ojos no contenían ninguna diversión. -No sé si lo sabe, pero no me gustan demasiado las bromas-.
-No bromeo, mi Señor, porque digo la verdad-. Dijo la figura. Oculta por una gran capa negra, sólo se podía ver el pelo de la persona asomando por la túnica, arrastrándose por el suelo ya que su cabello era largo y de color rojo anaranjado, como el de su padre. -Sin embargo, no he venido aquí para vengar a mi padre, sino para ofrecer a mi Señor una valiosa información sobre el estudiante. Por lo que pude deducir de los hechos que se me expusieron, es un candidato excepcional para su causa-.
El Señor Tenebroso canturreó. Nagini se separó lentamente de él y empezó a bajar los escalones del trono. -Lo comprendo-, dijo él con suavidad. -Lo comprendo. Tu padre fue humillado y tú, la hija de oro de un padre, decidiste hacer lo mejor por él-.
-No, mi Señor, usted malinterpreta...- La persona intentó razonar con un ligero pánico en la voz.
-¡Silencio!- Exclamó el Señor Tenebroso. Nagini eligió ese segundo para embestir, envolviéndose en el torso de la figura, atrapando uno de sus brazos.
-¡Es un Slytherin!- Exclamó la figura desesperadamente. -¡Un mestizo de Slytherin, mi Señor!-. Jadeaba mientras el aire empezaba a escapárseles con el agarre de Nagini.
Cuando Nagini abrió las fauces para devorar entera a la persona, el Señor Tenebroso levantó una mano y ella se detuvo. -¿Un Slytherin? ¿Ninguno que yo sepa?- Con un gesto de la mano, Nagini aflojó el agarre.
La figura inhaló con dureza. -Sí. Un sin nombre, mi Señor-.
Volvió a tararear. -Interesante-.
El Señor Tenebroso notó las ásperas bocanadas de aliento detrás de él. Bellatrix, supuso, más desquiciada que de costumbre. Volvió a dar un sorbo a su vino antes de girar la cabeza ligeramente, no más de lo necesario, para ver a Bellatrix desde su visión periférica. -¿Algo en tu mente, Bellatrix?-.
Ella resopló. -Sí, milord. ¿Me permite?- Pidió permiso.
-Muy bien-, asintió él, dando otro sorbo a su bebida alcohólica.
-Sé a qué estudiante se refieren-, reveló, señalando a la figura embozada con la cabeza. -Y no puedo permitir que se una a nuestras filas. No, porque yo misma lo mataré-. Se burló.
-¿Oh?- El Señor Tenebroso sonaba divertido por primera vez esa noche... por las razones equivocadas. Volvió a extender la mano, esta vez llamando a Bellatrix. -Déjame ver-.
Ella atravesó el vestíbulo con pasos excitados, cogiéndole la mano y arrodillándose ante él en rápida sucesión. Sabía de la tortura a la que se estaba sometiendo, pero no le importaba. Bellatrix sólo quería estar más cerca de su Señor, tanto como pudiera.
-Ya, ya-, la tranquilizó él, acariciándole el pelo. -Relájate, querida-, la miró fijamente a los ojos. -Déjame pasar-. Usó Legilimencia en ella, haciéndola convulsionar con la fuerza de su evasión.
-Sólo te diré una cosa-, el Señor Tenebroso oyó una voz profunda en su mente. Podía sentir la sensación persistente de un Crucio, y la vergüenza de Bellatrix. El recuerdo, tan vívido como si hubiera sucedido ayer, lo conmocionó por un segundo. Los tritones, criaturas que ni siquiera él había logrado conquistar en su lugar, lo miraban con expresión feroz y ojos amarillos y brillantes, juzgándolo. El chico, con la negrura cubriéndole todo el cuerpo excepto el rostro pálido, mantuvo al Señor Tenebroso en su sitio con la mirada. -Hogwarts-, dijo el chico, y como el Señor Tenebroso nunca había experimentado antes, se sintió abordado por el recuerdo en lugar de observar desde la barrera. -Es mío-. Dijo con una sensación de finalidad en sus palabras, como si dijera que el cielo es azul.
El chico se inclinó hacia él, su rostro más prominente en la oscuridad, pero sus ojos... oh, sus ojos... estaban iluminados de un verde brillante con magia. -Haz algo útil y apártate de mi camino-.
Con un grito ahogado, el Señor Tenebroso abandonó la mente de Bellatrix.
Estaba tosiendo a sus pies, con arcadas secas por la intensidad de su Legilimencia. Él le sujetaba la cabeza por el pelo con una mano, y con la otra apretaba el reposabrazos de su trono. Respiraba asombrosamente.
El chico no estaba hablando con Bellatrix en aquel recuerdo. Le hablaba a él, al Señor Tenebroso.
Empezó a reírse, lenta y locamente, convirtiéndose en una carcajada de incredulidad. Le dolían los pulmones con la fuerza de su júbilo, convirtiendo su risa en violentas toses. -¿Cómo se llama?- Preguntó, sonriendo de oreja a oreja. -El chico, ¿cómo se llama?-.
Bellatrix inhaló, tratando de serenarse para su Señor. -Severus Snape, mi Señor-. Tenía una expresión soñadora en el rostro. -¿Del que le hablé el año pasado?-.
-¿Severus... Snape?- Ladeó la cabeza pensativo. -¿El prodigio de las pociones? ¿El chico marginado de Slytherin?- Preguntó con tono tranquilizador.
-Uhum-, tarareó ella inclinándose hacia él. Casi como si estuviera drogada, no tenía control sobre sus pensamientos -Fóllame-. Suplicó.
Él la empujó violentamente por el pelo. -Zorra-, dijo con dureza, burlándose. Bellatrix se limitó a sonreírle desde el suelo, con deseo en los ojos. -Abraxas, ordena a tu hijo que se lleve a esa ramera fuera de mi alcance-. Abraxas asintió, haciéndole un gesto a Lucius para que cumpliera con las exigencias de su Señor.
-Ahora, tú-, el Señor Tenebroso señaló a la figura embozada. -¿Es Severus Snape el muchacho del que viniste a hablar?-.
-Sí... mi Señor-. Se ahogaron mientras Nagini seguía apretando sus espirales.
-Nagini, por favor-, y sin más, la Maledictus soltó a la figura, escabulléndose hacia sus aposentos. El Señor Tenebroso sonrió, todo dientes. -Tengo una misión para ti-, dijo. -Mi equipo preparará para ti el mejor currículum de defensa que Dumbledore haya visto jamás. Lo tomarás y te infiltrarás como profesor de DADA del año que viene-. Expuso, dando un sorbo a su vino. -Servirás de puente para conectar a los alumnos de Hogwarts con nosotros, y traerás contigo a la próxima generación de mortífagos-.
La figura se inclinó, con la frente tocando el suelo pulido. -Por supuesto, mi Señor-.
-Además-, dijo con una sonrisa maliciosa. -Quiero que observes a Severus Snape desde la distancia. Quiero saber todo lo que hay que saber sobre él, ¿me oyes? Ese chico... Ah-, suspiró feliz. -Quiero saber quién le hizo tanto daño que pude ver las cicatrices en las pupilas de sus ojos verdes-. Susurró delirante. -Tu verdadero objetivo es traerlo aquí, a mí. Ese chico es mío y sólo mío. No se te permite poner una mano sobre un solo mechón de su pelo. Si te atreves, no sólo te mataré-, negó con la cabeza. -Mataré a tu padre, a tu madre, a toda tu estirpe si me desagradas. Y tú no querrías eso, ¿verdad, Borguini?-.
La figura levantó la cabeza, entonces. -No le fallaré, mi Señor, este seguro. Aunque, que conste que no soy un Borguini. Tengo el apellido de mi madre-.
El Señor Oscuro rió entre dientes mientras se recostaba en su trono. -Claro, claro; ¿cómo iba a olvidarlo?-. Levantó su copa de vino como en un brindis. -Es una cuestión de orgullo relacionada con mi nombre lo que me ha llevado hasta donde estoy. Qué descortés soy contigo, mi querida Pendragon-.
La figura se levantó, dejando caer su capa al suelo, revelando a una hermosa mujer de largo cabello castaño, con trenzas que casaban ambos lados de su rostro, vestida con un traje formal color sangría la viva imagen de Morgan Le Fay, la bruja oscura de Camelot. -No le decepcionaré, mi Señor-.
-Sé que no lo harás, querida-. Dijo y sonrió triunfante, dando un sorbo a su vino.
Fuera, llegó la tormenta.
Chapter 10: Act 2, Ch 1 - Butterflies prove that change is a delicate but important process
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El tren llegó a la estación de King Cross nueve horas más tarde.
Severus pasó el trayecto leyendo y durmiendo, a veces perdido mirando el paisaje por la ventanilla. No se aventuraba más allá de su compartimento, solo en el fondo. La gente se asomaba por la ventanilla de la puerta para ver quién estaba dentro y, al ver a Severus, lo ignoraban y seguían su camino o intentaban, sin éxito, abrir la puerta de su compartimento, ya que la había cerrado con un Colloportus excepcionalmente difícil de desactivar.
Sólo salió una vez, diez minutos antes de llegar, para ir al baño y cambiarse la ropa por una camisa blanca abotonada y unos pantalones negros más muggles. Llevaba su Breitling, Navitimer en la muñeca izquierda; las manos enguantadas con el par modificado que le dio Madam Bickerton y se fue a preparar su equipaje para la llegada.
Con el silbido y el vapor, el tren se detuvo en la estación, marcando el final de su viaje. Los estudiantes bajaron de sus compartimentos, equipaje en mano, para reunirse con sus familias con amplias sonrisas y abrazos. Poco después de la llegada del tren, el andén 9 ¾ estaba abarrotado.
Severus había cogido su baúl -(un viejo trasto parduzco muy pasado de fecha desechable con remiendos por todas partes)-, su bolso y su dignidad y salió del tren con la cabeza bien alta, llevando en un brazo un abrigo para el tiempo nocturno. No paró de caminar hasta que se encontró fuera del andén, pasado el portal de la estación muggle de King Cross, en Londres. Allí encontró un banco vacío al fondo, detrás de una columna, lejos de la vista de los demás alumnos de Hogwarts, y se sentó.
Evitaba a Lily. Tenía una razón para hacerlo.
Un oclumante no puede olvidar los recuerdos, ya sean de una época en la que el brujo era un oclumante o no. Se almacenan en el "palacio mental", donde uno puede acceder a ellos siempre que los necesite.
Por lo tanto, aún recuerda cómo en su vida anterior esperaba que Lily le invitara a dar un paseo en coche de vuelta a Cokeworth con su padre, como todos los años anteriores, a pesar de lo que había ocurrido entre ellos. Sin embargo, se equivocó al suponerlo. Severus había observado desde la distancia cómo Lily caminaba junto a su padre, con los brazos entrelazados con los de Petunia, bromeando y riendo juntos como la familia unida que eran. Si ella se hubiera molestado en mirar hacia atrás alguna vez lo habría visto, unos pasos por detrás, pero nunca lo hizo. Recuerda que en algún momento se dio por vencido y giró a la izquierda en dirección a la estación de autobuses. Había cogido el autobús, culpable y cabizbajo, sólo para volver a una casa vacía.
Severus no dudaba de que Lily se ofrecería a llevarlo de vuelta ahora. No estaban en malos términos, y ella sabía de sus problemas financieros, después de todo. Sin embargo, aunque un viaje en coche directamente a casa sería encantador, Severus no negaría que no podía ir con ella. Esta vez, por voluntad propia.
Porque en aquel entonces Severus había olvidado una sola carta que le había enviado a su madre después de la pelea entre él y Lily. Sabía que a su padre no le gustaría que la lechuza revoloteara por su jardín, pero Severus necesitaba contarle a su madre la situación, pues anhelaba consuelo. Nunca recibió respuesta, como esperaba, pero la carta sí llegó.
Ese año, mientras se dirigía abatido a tomar el autobús solo, su madre iba a recogerlo a la estación. Sin embargo, llegó tarde y lo perdió por poco. Por eso encontró la casa vacía cuando volvió a casa aquella noche.
Severus decidió esperarla esta vez evitando la invitación de Lily.
Estaba hambriento, sediento y un poco enfermo del tren. No tenía dinero para comprarse algo de comer, de lo contrario, no podría pagar el billete de autobús. Se sentó, escondido detrás de un pilar con su abrigo sobre la cabeza, intentando calmar su corazón que latía rápidamente y disminuir su doloroso dolor de cabeza.
Cientos de nuevas firmas mágicas que registrar en su vista de mago, junto con la ansiedad de reunirse con su madre, fallecida hacía tiempo, le estaban pasando factura. Estaba contento de volver a verla, no me malinterpreten, pero eso no disminuía su estado de ánimo. Además, hoy o quizás mañana, Severus vería a su padre una vez más.
No sabía qué sentir con respecto a su padre. Sí, el hombre era lo peor y Severus nunca olvidaría lo que había pasado a expensas de su padre, pero se sentía vacío, en cierto modo. Severus era un hombre adulto, por muy joven que pareciera. Se había enfrentado a hombres como su padre muchas veces a lo largo de su carrera y siempre había salido ileso. Es como si Tobías no fuera el monstruo críptico al que Severus tenía que volver cada verano, uno al que temía y temía cuando era joven, sino... un hombre. Sólo un hombre. Y por mucho que lo intentara, no sabía cómo sentirse al respecto.
Al final, pensar en su padre no le llenaría el estómago ni le quitaría la sed, así que Severus abrió su bolso y sacó el ejemplar de Madam Bickerton de Un estudio en escarlata... o su ejemplar ahora, supuso. Sinceramente, había intentado devolvérselo, pero ella se negaba cada vez.
-Chico insistente-, había dicho Madam Bickerton. -Sólo toma el maldito libro, ahora, ¿quieres?-.
-No puedo quedarme con algo que no me pertenece, seas terco o no-. Dijo él, ofreciéndole el libro una vez más.
Ella suspiró cansada. -Es un regalo, cabeza hueca. Tómalo, por el amor de Merlín-.
Severus no sabía que ella también le había regalado el libro. Había creído que sólo era prestado, un recipiente para su otro regalo, los guantes.
El asombro en su rostro ante sus afirmaciones hizo que Madam Bickerton soltara una risita, al menos.
Severus se encogió de hombros en su incómodo asiento y cruzó las piernas para apoyar el libro en la rodilla alta. De todos modos, un libro le vendría de maravilla mientras esperaba a su madre. Ahora tenía que pensar en qué devolverle a Madam Bickerton para pagar los dos regalos, algo no demasiado grandioso pero adecuado. Severus odiaba deberle a la gente, después de todo.
Suspiró, abriendo el libro para ocupar su mente
"Has llevado la detección tan cerca de una ciencia exacta como nunca se llevará en este mundo". Mi compañero enrojeció de placer ante mis palabras y la seriedad con que las pronuncié. Ya había observado que era tan sensible a los halagos por su arte como cualquier muchacha por su belleza.
Severus resopló. -Y la gente sigue cuestionando la veracidad de ellos dos juntos cuando hay citas como estas en la novela original-. Murmuró mientras sacudía la cabeza con incredulidad. A veces se preguntaba si Doyle sabía lo que estaba escribiendo, si tenía una pizca de comprensión. Con tales insinuaciones, escondiéndose tras la incertidumbre del tiempo; sin embargo, a la vista de cualquiera, dudaba que el hombre no lo supiera. Doyle sabía lo que hacía y se aseguraba de que el lector también lo supiera, por sutil que pareciera, es decir, nada sutil.
Severus se preguntó si él podría hacer lo mismo. Si podría escribir su propia historia de forma tan icónica que la gente hablara de ella mucho más allá de su tumba.
Lo sacó de sus cavilaciones un visitante inusual. Una mariposa negra voló con elegancia hasta posarse en la página de su libro, justo en la esquina superior. Agitó sus hermosas alas rojas y negras mientras se posaba, agitando las antenas como en señal de saludo mientras exploraba su sitio. Severus se abstuvo de espantarla, hipnotizado por la belleza del insecto. Pero también por su magia.
Sí, el pequeño insecto tenía magia fluyendo de él como el agua, dejando un rastro a su paso mientras volaba, uno conectado a la persona que envió a la mariposa hacia él. Porque, aunque Severus admitía que el insecto era la mariposa más hermosa que había visto nunca, con la vista de un mago, sabía que no era una cualquiera.
Una mariposa conjurada, una creada mediante el uso de un hechizo. Sólo conocía a una persona capaz de tal hazaña que decidiera molestarlo con ella.
-¿Por qué has enviado a esta pequeña delante de ti?- Preguntó mientras dejaba reposar la mariposa en su dedo enguantado, acercando la pequeña a su cara para inspeccionarla. -Aunque, una muy convincente, debo decir-. Elogió.
Desde detrás del pilar sobre el que descansaba, una figura vestida con una capa de invierno de color esmeralda oscuro y capucha, que llevaba una bolsa de plástico, se asomó hacia él.
Resopló. -Ya me he fijado en ti; no tienes por qué esconderte-.
La figura canturreó. -Ya veo-, dijo en un tono más ligero, saliendo de su escondite para situarse cerca de Severus. -Parece que ya no puedo sorprenderte-. Hicieron un mohín de falsa decepción.
Severus levantó la vista y casi se le saltan las lágrimas. Sonrió suavemente para contenerse. -¿Cómo has estado, madre?- Susurró.
Se bajó la capucha, revelando el rostro de la madre de Severus, Eileen Snape. La capa ocultaba su larga y resbaladiza cabellera negra, pero él podía ver su rostro pálido, sus ojos de obsidiana y su pequeña sonrisa, la misma que siempre le reservaba a él. Su madre era hermosa. Severus siempre pensó que se parecía más a ella que a su padre, por lo que no podía estar más agradecido. Aunque, lamentablemente, él nunca podría imitar la gracia que ella tenía.
-Severus-, dijo ella y él pudo sentir el amor en su magia, abrumador en el buen sentido. -¿Cómo supiste que era yo, si no te importa que te pregunte?-.
-Papilio rumanzovia-, dijo él, levantando la mano para mostrar la mariposa que aún tenía en el dedo. -No son nativas de Gran Bretaña. Además, se las conoce como Mormón Escarlata, ¿y mira tú por dónde? Estoy leyendo A Study in Scarlet-. Le sonrió mostrándole el libro.
Ella le devolvió la sonrisa, orgullosa. -Bien deducido, Sherlock-.
-Elemental, mi querido Watson-. Él asintió juguetonamente, haciéndola reír. Le encantaba el sonido de la risa de su madre, relajante y alegre a la vez. Hacía mucho tiempo que no la oía. Le recordaba tiempos sencillos, sentado en el suelo polvoriento de un desván mientras leía un viejo tomo, riéndose de todo y de nada sin problemas en el mundo. Echaba tanto de menos. Echaba tanto de menos a su madre.
-Severus, querido, ¿qué te pasa?- Preguntó Eileen mientras acariciaba las mejillas de Severus con el pulgar para quitarle las lágrimas. Estaba tan absorto en su mente que se olvidó de controlarse.
-Yo...- tragó saliva. -Te he echado de menos, mamá-. Dijo, dejando que la forma infantil de dirigirse a su madre se le escapara de los labios sin darse cuenta. -Es que... ha sido un año muy largo-.
Ella se arrodilló para inspeccionarle la cara de cerca, colocándole un mechón de pelo detrás de la oreja. -En efecto. El asunto con Lily debe haberte agobiado-.
Severus sacudió ligeramente la cabeza. -Ya lo hemos hablado, Lily y yo. Bueno, espero-. Dijo. -No es eso. Es que... te he echado mucho de menos este año. Eso es todo-.
Ella lo miró un segundo más antes de asentir y aceptar sus palabras. Eileen era excepcional detectando las mentiras de Severus, él lo sabía sin embargo, él no estaba mintiendo. La echaba de menos, de verdad, y el corazón de Severus no miente a través de las lágrimas.
Ella se levantó, usando la manga de su camisa interior para limpiar la cara de Severus, ante la protesta y molestia de él. -Calla ya-. Le amonestó suavemente. -Me has echado de menos y, para compensarte, cuidaré bien de ti, jovencito-.
Severus resopló. -No he pedido que me cuiden, sólo volver a ver a mi madre-. Se quejó juguetonamente.
-¿Y cómo te ha funcionado eso hasta ahora?-. Preguntó igual de juguetona mientras balanceaba su manga manchada de lágrimas frente a él como si quisiera hacer una afirmación.
Severus no pudo contenerse y sonrió tan sinceramente como pudo, lo suficiente como para que sus ojos se entrecerraran de alegría. El Mormón Escarlata -(el conjuro de su madre)- voló de su mano, aterrizando a un lado de su cabeza como una horquilla viva. -Nunca he sido más feliz-.
Y Eileen se quedó allí, mirando a su hijo con los ojos abiertos de par en par. Porque por mucho que Severus anhelara oír el sonido de la alegre risa de su madre, Eileen anhelaba volver a ver una verdadera sonrisa en el rostro de su hijo.
Una sola lágrima escapó de sus ojos antes de que pudiera procesarla. Severus, al ver su reacción, guardó el libro en el bolso y se levantó. Se puso el abrigo y le ofreció el brazo a su madre. -Vamos a casa, madre-.
Ella respiró, limpiándose la lágrima antes de cogerle del brazo. -Qué caballero te has vuelto, Severus-. Elogió suavemente, apoyando su cabeza sobre la de él. Su madre es una mujer muy alta, y él no era diferente. Con el tiempo, Severus daría el estirón y superaría su estatura. Pero por ahora, disfrutaba el hecho de ser lo suficientemente pequeño como para caber en el abrazo de su madre.
-Siempre-, se echó el bolso al hombro, cogió su baúl y se marcharon, con los brazos entrelazados, hacia la estación de autobuses.
-¿Tienes hambre? Te he traído un bocadillo casero de mermelada de fresa, unas chips de plátano que he frito yo misma y una botella de agua-. Revisó los alimentos de su bolsa de plástico, todos ordenados en cuencos de Tupperware, excepto el agua, que sacó para dársela a él. -Toma, bebe algo-.
Se separó de su madre para coger la botella y se la bebió casi toda, rápidamente. -Ah-, respiró satisfactoriamente al terminar. -Disculpa, tenía mucha sed-. Se limpió el agua que le goteaba por la barbilla antes de devolverle la botella.
Ella se rió. -No te preocupes, tonto. Me lo esperaba-. De la bolsa, sacó una segunda botella, agitándola mientras sonreía. -Siempre estoy preparada, ¿sabes?-.
Severus resopló, sacudiendo la cabeza amablemente mientras sonreía. -Por supuesto. ¿Cómo podría olvidarlo?-.
-Eso es lo que pasa cuando estás demasiado tiempo lejos de mí-, hizo un mohín juguetón.
Los ojos de Severus adoptaron una expresión vieja y perdida mientras sonreía suavemente, mirando siempre al frente, para que su madre no pudiera darse cuenta. -Sí, creo que tienes razón-.
La Scarlett Mormon que llevaba en la cabeza salió volando, rodeando a la gente por la que pasaban antes de posarse en la mano extendida de su madre, donde desapareció en un soplo de partículas mágicas. Ya había notado antes, con la mariposa, la sensación de la magia de su madre. Sólo podía describirla como una corriente de agua, fría al tacto pero suave. Si se concentraba, casi podía distinguir la figura de pequeñas mariposas que rodeaban cada uno de sus movimientos.
Ella volvió a cogerle del brazo y caminó con paso ligero, realmente feliz. Parecía tan joven en momentos así. -Hola, mamá-, susurró Severus muy cerca, para que sólo ella pudiera oírlo.
-¿Sí?- Susurró ella.
Severus, incluso ahora, no se sentía preparado para las responsabilidades que tenía por delante. Es demasiado para un hombre, y él demasiado poco para el mundo. Pero mirando la sonrisa de su madre, sintiendo su felicidad a través de su magia, no pudo sino aceptar su destino, ya que haría gran parte de su trabajo por ella. Severus prometió cambiar el futuro, paso a paso, empezando por su madre. Porque si Severus podía salvar a su madre de su destino, estaba seguro de salvar al mundo. Ya fuera para ella y la gente que le importaba, o para él mismo.
Sonrió. -No es nada, de verdad. Sólo quería preguntarte si por fin puedes enseñarme el hechizo de conjurar mariposas-. Mintió, pero se sintió sincero a su manera.
Sus ojos se abrieron de par en par antes de tararear mientras miraba a izquierda y derecha, comprobando su posición. Cuando se dio cuenta de que estaban casi solos en su paseo, susurró -Papilis-. Sobre su puño cerrado. Severus notó que las partículas mágicas que las rodeaban rodeaban la mano de ella y su interior. Cuando ella abrió la mano, un nuevo Scarlett Mormón apareció en su palma como de la nada. -No hay secreto-, sonrió ella. -Así de simple-. Agitó la mano delante de su cara.
Su madre era fuerte, mágicamente hablando, por si lanzar un hechizo de conjuro sin varita mágica no fuera suficiente indicio. Lo único que la alejaba de su verdadera fuerza era la ausencia de su varita. Para eso, Severus necesitaba dinero, que, por desgracia, no tenía en ese momento. No importaba, pues ya había hecho planes para resolver su problema financiero. Sólo esperaba poder llevarlo a cabo sin problemas.
Severus sacudió la cabeza para alejar sus preocupaciones, -Papilis-, murmuró a su mano abierta. En el costado de la Scarlett de su madre, donde la magia se reunía a sus órdenes, apareció de repente una pequeña mariposa de alas negras con lunares verdes por todas partes. Una Arrendajo de Cola (Graphium agamemnon), identificó Severus. Agitó las alas rápidamente, como hacen las mariposas pequeñas, antes de levantar el vuelo y posarse en la punta de la nariz de Severus. -¿Oh?- Se sobresaltó.
Eileen se quedó mirando. -¿Acabas de...?- parecía asombrada y orgullosa, con los ojos muy abiertos y sonriendo. -Me llevó tanto tiempo realizar ese hechizo sin varita mágica, y tú acabas de hacerlo al primer intento-.
-¿Qué puedo decir?- Sonrió, tomando al pequeño Jay en su dedo enguantado. -Tengo un talento innato-.
-Y eso parece-. Ella le sonrió.
Pronto llegaron al vestíbulo de la estación de autobuses. Severus dejó que el Arrendajo de Cola se disipara de nuevo en partículas mágicas mientras su madre enviaba a su Scarlett Mormon por delante para que volara entre la multitud.
-Toma-, Eileen le dio la bolsa de plástico. -Mientras compro nuestras entradas, come algo. En el viaje a casa, podemos charlar más sobre lo que ocurrió con Lily. Es un viaje largo, después de todo-.
Él asintió con la cabeza -Muy bien-.
Sin más, su madre lo dejó sentado en un banco, comiendo por primera vez ese día. Tal vez estaba realmente hambriento, o la felicidad empezó a afectar a su cerebro, pero, por alguna razón, la cocina de su madre nunca había sido tan sabrosa como en ese momento.
Comió con una sonrisa diligente en la cara.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Tomaron el autobús hasta Cokeworth y luego un taxi hasta Spinner's End.
El viaje en sí transcurrió sin problemas, como él esperaba, pero la tensión entre ellos se volvió pesada tras la conversación que prosiguió al viaje. Hablaron de los acontecimientos que condujeron a su fuga y a la de Lily. Esta vez no ocultó nada de lo sucedido, como había hecho su yo más joven durante muchos años antes del fallecimiento de Eileen. Severus se lo contó todo, desde la forma en que lo trataban los chicos de Gryffindor -(los merodeadores, los llamaba él en lugar de revelar sus nombres)- hasta la broma y llamar a Lily sangre sucia. Baste decir que su madre estaba enfurecida y conmocionada por las revelaciones.
-¿Por qué no me lo dijiste, Severus?- Le había preguntado, sin saber por qué su hijo le ocultaba tales sucesos.
-No quería molestarte, madre-. Había respondido él.
-Severus, eres mi hijo. No me molestas eres mi responsabilidad. Debería saber esas cosas para poder ayudarte-. Tenía una expresión tan triste en el rostro. A Severus le recordaba a Helena cuando hablaba de su madre perdida. La comparación le dolió en el corazón.
Sacudió la cabeza. -Me malinterpretas, madre. No quería aumentar tu carga. Ya tienes mucho de qué preocuparte-.
-¿De qué estás hablando...?- Pero ella no pudo terminar la frase, ya que los ojos de Severus se clavaron en los suyos con una trágica comprensión tras ellos, una tan cruda, que tuvo que apartar la mirada. Su vida hogareña se había vuelto progresivamente más difícil con cada año que pasaba, ya que Severus no estaba allí para calmar la situación, lo sabía. Severus no podía traerle más preocupaciones a su madre, ya que ella no podía cargarlas todas sobre sus delgados hombros. No sin su confianza, o su magia.
Eileen permaneció callada durante el resto del viaje, pero nunca le quitó la mano de encima. Una mano que apretaba de vez en cuando para recordarse a sí misma que él estaba allí, que era accesible.
Ahora, tras el largo y silencioso viaje, Severus estaba de pie frente a su casa en Spinner's End, mientras el taxi se alejaba. Era doloroso, como mínimo. Recordaba sus últimos días de estudiante, cuando regresaba de Hogwarts, después de haberse graduado en Hogwarts en su vida anterior, con la esperanza de encontrarse con su madre y arreglar las cosas.
Había vuelto a casa solo, con la toga de graduación todavía puesta, para impresionar a su madre. Severus tenía planes, en aquel entonces, diferentes de los que consiguió al final. Aceptaría una oportunidad de trabajo en una pequeña tienda de pociones en el callejón Knockturn, propiedad de un compañero aficionado a las pociones que conoció en su sexto año, uno al que no evitaba su fascinación por las artes oscuras, aunque lo bastante sensato como para no unirse al lado oscuro. Porque Severus no era estúpido. Por más que los demás trataran de endulzar las acciones de los mortífagos, Severus sabía de qué hablaban; conocía la guerra. No quería decepcionar a su madre uniéndose a esa gente, ni quería cazar a Lily, ya que ella era nacida de muggles.
Planeaba ganar algo de dinero, comprar una casa -(una morada humilde donde poder alejar a su madre del hombre que la hizo sufrir durante tanto tiempo)- y hacerse un nombre. Empezaría desde abajo, pero eso estaba bien porque le daba muchas oportunidades de crecer. Con esa mentalidad optimista llegó a casa aquel verano.
Entonces, Severus abrió la puerta y todos sus sueños se hicieron añicos ante sus ojos.
En la base de la puerta de entrada, rodeada de dos baúles abiertos y medio desordenados con sus pertenencias dentro, desparramada como si fuera un animal atropellado tirado a un lado, estaba Eileen Snape, su madre inmóvil y fría, con sangre alrededor de su prístina figura procedente de una herida en el torso. La había contemplado durante demasiado tiempo, grabando la imagen en su memoria para siempre.
Aún recuerda la sensación de su piel fría cuando comprobó si tenía pulso, sabiendo que ya estaba muerta, pero aún tenía la esperanza de que fuera una ilusión. No había llorado -(no podía llorar habría sido más preciso, ya que le habían enseñado a no llorar nunca en casa)-, pero no podía contener el monstruo que crecía en la boca de su estómago. Porque Severus sabía quién era el culpable de la tragedia de su madre.
Sólo entonces, cuando levantó la vista con una expresión inexpresiva dibujada en el rostro, vio a su padre, sentado en el último peldaño de la escalera con una pistola en las manos, arrastrando profundamente un cigarrillo. Estaba bajo la influencia, como siempre.
Tobias Snape disparó a Eileen Snape cuando intentó huir. Basándose en la escena del crimen, Severus pudo saber que ella había hecho las maletas con la intención de encontrarse con él en la estación aquel día, y huir de allí, donde su padre nunca podría alcanzarlos.
Tobias no había dicho nada cuando había levantado la pistola apuntando a Severus, con los ojos muertos y las manos temblorosas. Severus, igualmente, no había dicho nada al levantar la varita. No tenía nada de qué preocuparse. El ministerio no sería un problema ya que él era un adulto y el rastro no se activaría.
-¡Avada Kedavra!-.
Ese día, Severus mató por primera vez. Ese día, Severus se unió a los mortífagos para siempre. Su vida sólo descarriló a partir de entonces.
-¿Pasa algo, Severus?- preguntó Eileen, trayéndolo de vuelta al presente.
Severus negó con la cabeza, tanto para alejar el recuerdo como para desmentir a su madre. -No, sólo estoy cansado-.
-Bueno, tu habitación ya está limpia; por cierto, de nada. Date una ducha y podrás dormir a pierna suelta-. Le animó su madre, sonriendo como si ella misma no tuviera miedo de abrir esa maldita puerta. Sentiría lástima por ella si no supiera lo fuerte que era.
Él le devolvió la sonrisa, sólo para que ella no se preocupara más. -Por supuesto-.
Y con eso, agarró su baúl y abrió la puerta.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Afortunadamente, para su tranquilidad o tal vez para el suspenso, Tobías no estaba en casa. Severus sabía que no estaría -(recordaba haber regresado a una casa vacía en su vida pasada)-, pero de todos modos se había preparado mentalmente.
Aliviado, Severus siguió el consejo de su madre y se duchó a primera hora. Saboreó la sensación del jabón fresco y el shampoo, restregándose todo el cuerpo, desde los dedos de los pies hasta el cuero cabelludo de la cabeza, hasta ponerse rosado, aunque no fuera necesario. No estaba sucio, se limpiaba con hechizos todos los días, a veces dos veces al día, pero no era suficiente. Ya no podía vivir sin productos de limpieza como cuando era más joven. Comprarse un kit de higiene era una de sus prioridades.
Después, cuando estaba más limpio que nunca y vestido con un cómodo chándal y una camisa vieja, se fue a su habitación. O al menos lo intentó.
Cuando Severus heredó la casa, lo primero que hizo fue cambiar de habitación. Se sentía incómodo durmiendo en la habitación de su infancia sabiendo que tenía mejores opciones en la casa, por lo tanto, Severus renovó el antiguo dormitorio de su padre, el más grande de la casa, y se mudó allí. La habitación de su infancia se convirtió en la de los visitantes, mientras que la de su madre permaneció intacta.
Sí, los dormitorios de su padre y de su madre. Porque, por alguna razón, empezaron a dormir en habitaciones diferentes alrededor del sexto año de Severus en Hogwarts. Nunca supo por qué, pero no quiso saber nada. Nunca supo por qué, pero no se quejaba. Cuanto más lejos estuviera su madre de Tobías, mejor, había pensado, y no se equivocaba.
En cualquier caso, abrió la puerta y se sobresaltó al ver una cama de matrimonio y la ropa de sus padres tendida sobre una silla, porque había olvidado dónde estaba su dormitorio actual. Tardó un minuto en recordarlo, pero una vez que lo hizo, se sonrojó estúpidamente y se dirigió al pasillo hacia la habitación de su infancia. Abrió la puerta y se encontró con una imagen que jamás pensó que volvería a ver.
Paredes decapadas en blanco lima y verde, una vieja y lamentable cama deshecha desde el somier de madera hasta el colchón y las sábanas, y un escritorio y un armario infestados de termitas en un rincón. El lugar estaba limpio, como había prometido su madre, al menos. Sin embargo, descuidado.
No culpa a su madre en lo más mínimo, todo esto es culpa de su padre. El hombre se niega a comprarle nada a Severus, dejando que Eileen compense sola con dinero que no tenía. Los trabajos esporádicos que tuvo que aceptar para poder mantener a su hijo, sin saber nada del mundo muggle, fueron todos miserables. Pero ella luchó por Severus y seguiría hasta el final.
Suspiró. Severus desempacó su baúl y su bolso, colocando cada cosa en su debido lugar. Descargó su ropa en el armario, el costurero en la mesita de noche, su kit de pociones debajo de la cama, etc. Cuando terminó, con un gesto de la mano, Severus Colloportus su puerta y se agachó cerca de su colchón.
Del interior del viejo y mugriento colchón, escondido muy adentro, sacó un viejo bolso rosa descolorido, uno que había pertenecido a su madre hacía años. Lo había robado de la basura cuando ella se deshizo de él por ser "demasiado llamativo", en opinión de Tobías. Abrió su contenido sobre la cama, revelando el dinero que le había robado a su padre a lo largo de los años.
-Dos libras, tres libras...- Murmuró mientras contaba. Calculó mentalmente que tenía suficientes libras para convertirlas en veinticinco galeones, más o menos, lo que era suficiente para comprar un caldero de latón, una alternativa más rápida al de peltre. Con el resto, afortunadamente, podía comprar el último ingrediente que necesitaba para la poción que pensaba preparar.
El plan de Severus para ganar dinero era sencillo sobre el papel elaborar un tipo avanzado de poción Wiggenweld -(modificada por él mismo para que tuviera efectos más rápidos y claros)- y venderla a las numerosas tiendas de pociones del callejón Knockturn. No cuestionarían la identidad de Severus ni sus calificaciones mientras la poción funcionara mejor en el mercado. También tenía la ventaja de aceptar pociones y entregas anónimas, es decir, no necesitaba presentarse en persona para recibir un ingreso por cada poción que elaborara. Podía elaborar las pociones en casa -(o en Hogwarts)- y entregarlas por lechuza.
Por supuesto, hacer negocios turbios como éste puede dar lugar a fraudes y estafas. Podrían robarle el dinero si él mismo no estaba allí para recibirlo. Pero, si era honesto, no tenía muchas opciones. Tendría que conformarse con eso.
Pero basta de eso. Por ahora, Severus necesitaba un nuevo caldero de latón, el último ingrediente para pociones y, sorprendentemente, un baúl nuevo. Sin embargo, por muy viejo que fuera su baúl, parduzco y remendado, no iba a comprar uno nuevo por esa razón. Severus necesitaba intimidad. Más concretamente, Severus necesitaba un baúl mágico con compartimentos ocultos.
Aún tenía que dibujar una planta del interior, pero ya tenía lo esencial en la cabeza. Un compartimento para un pequeño despacho que podría servir de laboratorio clandestino de pociones, un segundo compartimento para guardar sus pociones e ingredientes y un tercer compartimento sellado para guardar los Horrocruxes. Porque no podía dejarlos tirados en cualquier sitio después de recogerlos, tenían que estar escondidos.
Sin embargo, los baúles mágicos son difíciles de encantar y poner runas. No podría hacerlo sin varita, por ejemplo, ya que el encantamiento de extensión o Capacious extremis requiere la máxima precisión y destreza mágica, todo lo cual necesitaba su varita para lograr el nivel de delicadeza deseado. Además, son caros y complicados de encontrar o encargar, por lo que Severus no podía permitirse uno por el momento. Volvería sobre el tema más adelante, después de reunir una buena suma de dinero o tras regresar a Hogwarts.
Unos golpes en la puerta lo sobresaltaron. Rápidamente, volvió a echar todas sus libras en el monedero y lo escondió de nuevo dentro de su colchón antes de abrir la puerta con otro gesto de la mano. La puerta se abrió y apareció su madre. -Severus, ¿terminaste de desempacar?-.
Se levantó de su cuclillas con un gruñido. -Sí, acabo de terminar de poner mi kit de pociones debajo de la cama-.
-Muy bien, viejo-, bromeó Eileen mientras se reía. -¿Todavía tienes hambre? Puedo preparar algo, todavía-.
Severus consultó la hora en el reloj de pulsera que tenía sobre la mesilla de noche era considerablemente tarde para cenar. -No hace falta, mamá. El sándwich me llenó bastante y estoy cansado-.
Ella asintió. -Está bien. Dulces sueños, hijo-. Deseó mientras cerraba la puerta, dejando a Severus con sus pensamientos.
Severus suspiró. Estaba cansado, en eso no había mentido, sin embargo, Severus no había terminado por hoy. Tal vez Tobías no regresara esta noche, pero llegaría a casa mañana, y eso era algo para lo que debía prepararse.
Severus juró que no permitiría que Tobías le pusiera una mano encima a su madre o a él nunca más, y aunque él podía protegerse fácilmente, Eileen no. Para contrarrestar este problema, necesitaba una medida de seguridad, tanto para la seguridad de su madre como, por mucho que le doliera, también para la de Tobías.
Verás, Severus había matado a ese hombre una vez y lo volvería a hacer de ser necesario. Severus, sin embargo, deseaba evitarlo, ya fuera por su propio estado de ánimo, por el de su madre o para alejarse de las actividades criminales, pues ya estaba planeando una, no necesitaba otra. Por lo tanto, necesitaba una manera de impedir que Tobías dañara a otros sin herirlo o matarlo en el proceso, en contra de su buen juicio.
Así fue como a Severus se le ocurrió una idea brillante dejar que el hombre se convirtiera en prisionero de su propia casa. Para ser más específicos, prohibirle mágicamente a Tobías causar daño mientras estuviera dentro de su casa.
Para ello, Severus tuvo que inventar un encantamiento protector.
Todo comenzó con el Oppugno Jinx -(que dirigía objetos inanimados o criaturas conjuradas para atacar a una víctima)- como concepto. Severus tomó este concepto y le quitó el aspecto de gafe, para unir las piezas que quedaban a la base del amuleto utilizada para crear Salvio hexia, con la intención de lanzar el amuleto sobre un área extensa. Con las dos piezas juntas (el concepto del hechizo y el aspecto del encantamiento), Severus calculó su eficacia, calibró su esfuerzo conjunto y, por último, añadió una detección de intención -(la misma que prometió grabar en su reloj de pulsera)- al "código", por así decirlo. Una vez hecho esto, Severus se quedó con el Encantamiento Oppugno malus, su nueva creación.
Todo este proceso le llevó dos años.
-No lo entiendo, Severus-, había dicho Harry después de que Severus le explicara en qué estaba trabajando en su tiempo "libre". -Podrías simplemente lanzarle un encantamiento repelente a tu madre, y tu padre no podría tocarla nunca más. ¿Por qué tomarse tantas molestias?- Sentía curiosidad más que nada; se notaba por la forma en que giraba su taza de té para que el líquido se agitara en su interior.
Severus había permanecido en silencio mientras escribía algo sobre el encantamiento. Sólo al terminar, levantó la vista para hablar -Un encantamiento repelente no la protegerá de una bala. Tampoco la protegerá de él. Hay muchas formas de dañar a alguien sin tocarlo, eso no es lo que quiero-. Cogió su taza y bebió un largo trago del asqueroso líquido. -No permitiré que la toque, que hable mal de ella, que levante un dedo contra ella... ¡Quiero que sea castigado si lo intenta, quiero que sufra si se atreve a pensar en hacer algo de eso!-. había dicho entre dientes apretados. -No lo mataré, pero puedes apostar a que haré que se arrepienta de sus actos-.
Y Harry había decidido inteligentemente no molestar más a Severus con el encantamiento, después de eso.
El Encantamiento Oppugno malus era un encantamiento protector destinado a ser lanzado alrededor de un área, o en el caso de Severus, una residencia, donde se activaría ante la intención maliciosa de un objetivo, haciendo que los muebles cercanos atacaran a dicho objetivo como advertencia y defensa. Severus lo hizo de tal manera que no se activara contra todas las intenciones maliciosas de la casa -(para salvarse a sí mismo y a su madre del encantamiento)-, sino contra un objetivo específico. Todo lo que Severus tenía que hacer ahora era conectar el encantamiento a Tobías y ver cómo se desenredaba.
Por eso, por la noche, cuando su madre dormía profundamente, Severus, en silencio, envolvió toda la casa con su hechizo. No fue una hazaña fácil, ya que se trataba de una casa entera de dos pisos, y le llevó toda la noche cubrir cada rincón, pero con la ayuda de runas talladas hábilmente escondidas en las paredes y los pisos, tuvo éxito. Dudaba que hubiera podido hacerlo sin dichas runas, de lo contrario, no las habría usado en absoluto.
Mientras trabajaba en su encantamiento, Severus se dio cuenta de lo diferente que era la casa en comparación con cómo la dejó antes de fallecer. Las paredes de los pasillos estaban cubiertas de crucifijos y retratos de Jesús y la Virgen María; el más reconocible de todos, el de Leonardo da Vinci, La última cena, sobre la puerta de entrada. En las estanterías no había más que propaganda religiosa, si acaso algunas excepciones de libros infantiles y novelas para adultos, cualquier cosa menos relacionada con la magia. Los estantes que Severus utilizaba para guardar sus pociones estaban ahora cubiertos de botellas de alcohol, todas baratas y prescindibles. Se sintió ligeramente enfermo al notar los cambios. La casa ya no era suya y se notaba.
La biblia de su padre, pulcramente colocada sobre la mesita, estaba abierta en el Evangelio de Juan, Juan 1:29, irónicamente. Porque, incluso cuando el hombre no está, en cierto modo se burla de Severus. He aquí el cordero...", se recordó Severus una vez más, y le dolió compararse con un animal sacrificado.
Soltó una carcajada antes de cerrar el libro.
Cuando Tobías regresara más tarde ese mismo día, le esperaba una sorpresa prometió Severus mientras volvía a la cama más tarde esa noche.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Al día siguiente, Severus se despertó con el ruido de ollas y sartenes y el olor del desayuno.
Se levantó más temprano a pesar de haberse acostado tarde ayer por la noche las ocho de la mañana a juzgar por el reloj de pulsera que aún tenía en la mesilla de noche. Se levantó, fue primero al baño y luego bajó las escaleras hacia la cocina. Llevaba todavía el pijama, pues le daba pereza cambiarse tan temprano, sin embargo, se cubrió del frío matutino con una bata de dormir que perteneció a su madre hasta el año pasado; una cubierta de lindas fresas.
Una vez en el piso de abajo, se agachó en el umbral de la cocina para bostezar, sobresaltando a su madre que estaba friendo huevos. -Buenos días-. Dijo somnoliento mientras se frotaba el ojo para librarse de la sensación de sueño.
-Buenos días a ti también, hijo. ¿Has dormido bien? Ven; toma un huevo frito-. Ella señaló la mesa, sonriendo en todo momento, pero Severus pudo ver las arrugas alrededor de sus ojos, la placidez de su sonrisa. Se daba cuenta de que estaba preocupada. No estaba seguro de si se trataba de Tobías o no.
Hizo lo que ella le pedía para no agravarla más y se sentó en la mesa de la cocina, lo más cerca del horno para que pudieran hablar. -No diría que he dormido 'bien', pero me ha aliviado el cansancio aunque sea un poco-. Le puso dos huevos en el plato, ambas yemas igual de líquidas, con una tostada al lado.
-Debes haberte sentido agraviado durmiendo en esa vieja cama tuya después de haber experimentado esas camas con carteles de Slytherin allá en Hogwarts. ¿Cómo está tu espalda?- Preguntó ella, y Severus sintió el fuerte impulso de resoplar ante su preocupación. Pero no lo hizo. No se reiría de la preocupación de su madre. En lugar de eso, la apreciaría.
-Mi espalda está bien, mamá. Quizá sólo estaba un poco inquieto... y hambriento-, respondió mientras daba un mordisco a la tostada cubierta con un trozo de huevo. Masticó su bocado con diligencia antes de preguntar -¿Tenemos bebida para acompañar?-.
-Estoy preparando café para tu... padre, pero hay zumo de naranja en la nevera si no me equivoco-. Dudó al mencionar a Tobías, pero se defendió el resto de la frase con una sonrisa.
Severus tarareó. -¿Ha vuelto? No le he oído entrar-.
-Oh... no, él... no lo hizo. Sigue ahí fuera... sigue ahí fuera-. Dijo distante con una pizca de preocupación. Severus no sabía si le preocupaba que hubiera pasado la noche fuera o si le preocupaba que volviera. Nunca pudo descifrar del todo a su madre, aunque lo había intentado.
Severus se levantó para coger el zumo de la nevera. -¿Ha pasado muchas noches fuera últimamente?-.
Eileen se volvió de la estufa donde se calentaba el café. -¿Qué?-.
Como ya estaba de pie, Severus empezó a buscar en la despensa y en los armarios de la cocina para ver si estaban abastecidos de comida. -Pasar todas las noches fuera. ¿Lo ha hecho mucho últimamente?- Volvió a preguntar mientras observaba un tarro de frutos secos y otro con avena, que le parecieron tentadores. Quizá si tuvieran yogur, podría hacerse unas gachas de postre.
-No-, dijo Eileen con tono cortante. Evitó su mirada centrándose en el café.
-Claro-, se hizo eco de su tono cortante para mostrar su escepticismo.
Eileen suspiró. -No es molestia-, dijo con tono derrotado. -Va y viene, ya sabes cómo es. No puedo decirle que no lo haga-.
-Tampoco puedes decirle que se vaya y no vuelva nunca-. Dijo mientras se sentaba de nuevo en la mesa, llenando un vaso con zumo.
-Severus-. Le amonestó Eileen.
-Solo estoy expresando lo que pensamos los dos-. Se defendió él.
Se quedaron paralizados... ojo a ojo. Al principio, Eileen frunció el ceño disgustada por sus palabras mientras Severus se limitaba a mirar sin impresionarse, sin embargo, parecía que no podía mantener su expresión por mucho tiempo, ya que sus cejas se crisparon y se giró para evitar su mirada.
Con suavidad, ya que Severus sabía que no la haría cambiar de opinión en un día, le dijo -Está bien, mamá. Seguro que está volviendo mientras hablamos-. Severus retrocedió. La discusión no había terminado -(él no permitiría que terminara)-, pero tampoco la forzaría. La elección de ser libre sería suya y sólo suya, se prometió a sí mismo.
Se oyó un golpe en la puerta de entrada, más fuerte que cualquier periódico tirado o balón de fútbol del vecino, que sobresaltó a su madre y a él mismo. Se puso en pie antes de darse cuenta de lo que había oído, rodeó la mesa de la cocina y se detuvo en el umbral para mirar la puerta, seguido por su madre, preocupada.
Observaron cómo la puerta crujía en protesta por haber sido forzada a abrirse con fuerza bruta, y allí, tropezando con la entrada al interior de la casa, con las botas sucias y la ropa manchada de alcohol, había un hombre. El que estaba completamente ebrio bajo los efectos del alcohol, que apenas podía mantenerse en pie ese hombre era Tobias Snape.
Chapter 11: Act 2, Ch 2 - A bird fears not the branch breaking for it trusts its own wings
Chapter Text
Se hizo un silencio impenetrable entre las tres personas mientras se miraban fijamente.
Tobias estaba de pie balanceándose ligeramente sobre sus pies, con ojos turbios de borracho. Su barba de garibaldi y su bigote, que Severus había prometido no dejarse crecer nunca, apestaban a cerveza, ambos tan desordenados como su pelo acaramelado, sobresaliendo en lugares extraños como un nido de buitres.
El hombre sólo llevaba una manga de su chaqueta marrón, dejando que la otra se arrastrara por el suelo. Su camisa blanca abotonada estaba amarillenta por las bebidas derramadas, tal vez vómito, arruinada como sus pantalones empapados de barro. Tenía sangre en el cuello y el escote, prueba de una dura pelea, manchada por un miserable intento de lavarla con alcohol.
Al ver a su padre, Severus pensó que sentiría muchas cosas ira, angustia, arrepentimiento, etc. Pensó que estaría en cualquier lado del espectro entre miserable y furioso, luchando una guerra dentro de su alma para perdonar o asesinar. Sin embargo, la visión del hombre frente a él no evocaba nada en Severus, como un espacio vacío en su corazón donde nada prevalecería. Esta persona no era más que un viejo recuerdo desvanecido, un extraño en su propia mente. Como la sensación de ver a un vagabundo o a un hombre decrépito caminando por la calle, cuando piensas "ah, qué suerte tengo de no estar en la misma situación". Y nada más después.
La única palabra en la que Severus podía pensar mientras miraba a su padre era... inútil. Y a decir verdad, nunca se había sentido tan aliviado. Tenía miedo de derrumbarse como lo había hecho con Lily, pero al parecer, la muerte del hombre a manos de él en la vida anterior de Severus fue suficiente para poner fin al poder que Tobías tenía sobre él.
Con aquella revelación, Severus nunca se había sentido tan libre.
-Tobías-, saludó Severus ante la sorpresa de su madre, tan tranquilo y sereno como pudo.
El hombre en cuestión levantó la cabeza caída para mirar fijamente a su interlocutor y, al ver a Severus, chasqueó la lengua sonora y contrariada. -¿Ya has vuelto?- Su voz era cruda y ronca como el papel de lija, sin embargo, resonaba en lo más profundo de los huesos de una persona. Severus había heredado ese tono, para su disgusto.
-Efectivamente-, dijo cruzándose de brazos. -Y estás borracho-.
Tobias se balanceó, golpeando la pared con la mano para sujetarse antes de caer. -Resaca-, gruñó, masajeándose las sienes. -Ahora, cállate y apártate de mi camino-. Dijo mientras se dirigía a la cocina con pies inestables.
Sin embargo, Severus sólo enderezó la espalda para parecer más alto y no se movió. -¿Dónde estabas?- Preguntó con tono neutro, como si se tratara de una conversación casual.
-Fuera-, volvió a gruñir Tobías, empuñando las manos mientras se acercaba a Severus con un aura amenazadora a su alrededor.
-Responde a la pregunta-. espetó Severus, con los ojos clavados en Tobías, igual de amenazador.
-Severus-, susurró Eileen, tocándole el hombro para apartarlo del camino de Tobías, pero él no se movió. -Severus, por favor-, le suplicó, temerosa de que su hijo se llevara la peor parte.
Desgraciadamente, cuando Tobías se acercó, Severus se apartó a regañadientes, dejando pasar al hombre. Tobias se abrió paso a empujones junto a su hijo, golpeando sus hombros ya que el umbral era estrecho. -Será mejor que no repitas este comportamiento-, advirtió Tobías, encumbrándose sobre él como un toro furioso, a pesar de que sólo medía uno, tal vez dos centímetros más que Severus. -No toleraré tu descaro-.
Severus dijo y no hizo nada, se limitó a mirar a su padre con los brazos cruzados todavía... inmóvil, inmutable, con los ojos sin miedo. Juzgando. Eso enfureció aún más a Tobias. -Escucha aquí-, clavó un dedo en el pecho de Severus, por encima de donde tenía los brazos cruzados. -Muestra algo de respeto, mierdecilla. Esto no es un circo y yo no soy...- hipó, respirando el olor a oso viejo en la cara de Severus. -Un payaso para que te quedes embobado-. Severus frunció los labios y arrugó la nariz con disgusto.
Tobías entró de espaldas en la cocina, mirando fijamente a Severus mientras hablaba -¿Qué? ¿Te crees mejor que...?- Casi se cae al tropezar con la mesa, golpeándose la cadera con un gruñido. La comida de Severus, que antes estaba encima de dicha mesa, cayó al suelo, haciendo añicos su vaso de zumo y el plato de porcelana de Eileen. Ella jadeó junto a su hijo. -...¿Mejor que yo?- Terminó con otro hipo, apoyándose en la mesa.
Severus, de nuevo, no dijo ni hizo nada. Tobías apretó los dientes, mostrando el desgaste de su dentadura amarillenta. -¡Di algo monstruo!- Exclamó, escupiendo en dirección a Severus con cada palabra antes de agarrar la cafetera cercana, caliente y recién salida de la estufa, y arrojarla en dirección a su hijo.
Eileen gritó a su hijo -¡No!-. Tan cruda de emociones que resonó por toda la casa. Sin embargo, no tuvo que preocuparse, ya que la olla, junto con el café derramado, se detuvo en el aire antes de que pudiera tocar ni el suelo ni a Severus. Lo miró con confusión en los ojos.
El aire a su alrededor se volvió helado de repente, a pesar del tiempo soleado que hacía fuera. -¿Monstruo?- dijo Severus con una voz tan grave como peligrosa. Todos podían sentirlo, aunque no podían ver, algo andaba mal. Una presión que les revolvía el estómago, obligando a sus corazones a latir un poco más rápido. Una tan opresiva que Tobías sintió deseos de ahogarse.
Severus descruzó los brazos y levantó la mano lentamente, el más mínimo movimiento, con una intensa mirada en los ojos. -Oppugno malus-, dijo antes de chasquear los dedos con fuerza.
No hay palabras para describir la sensación de que un hechizo, o un amuleto, se fije en tu piel, dibuje patrones en tus huesos y tire de tus órganos internos. De fundirse con una casa, con sus muebles y con todo lo que hay dentro los recuerdos y los sentimientos incrustados en el suelo enmoquetado donde salpicaba la sangre tras una de las muchas palizas que no se molestaba en recordar, o el juicio dentro de los retratos y los crucifijos de las paredes, que veían cómo se desarrollaban las escenas a lo largo de los años. En ese instante, en el que sintió el peso de su propia acción posarse sobre su cabeza, Tobías sólo pudo describir sus actos como "presenciados por Dios y las propias paredes". Porque si ni siquiera Macbeth pudo ocultar sus secretos entre las paredes de la habitación, ¿cómo podría hacerlo Tobías, entonces, cuando la casa cobró vida?.
Fue el miedo a lo desconocido y la amalgama de poder que corría por él, sumados a su cuerpo ebrio, lo que hizo que Tobías se desmayara. Cayó con fuerza sobre el suelo de la cocina, sin apenas ver la cafetera que aún flotaba en el aire.
El silencio reinaba sobre ellos.
Severus suspiró. -El cabrón borracho se nos ha desmayado-. Susurró mientras el aire volvía a la normalidad, al igual que las emociones internas de Severus. Lo había logrado Tobías estaba atado al encanto.
-¿Qué... hiciste, hijo?- preguntó Eileen. Severus se dio la vuelta para mirar a su madre y vio su rostro pálido. No asustada, se dio cuenta, sino más bien contemplativa. Estaba conmocionada por su arrebato, todavía.
-Yo no soy la razón por la que se desmayó-, se defendió rápidamente, temiendo que su madre pensara lo peor de él. Técnicamente, eso era cierto. Tobías se desmayó debido a la presión del amuleto y a su intoxicación por la bebida.
Eileen asintió. -...Lo sé-. Dijo, despacio y temblorosa. -Te creo, de verdad. Pero eso no explica la magia que sentí-. Ella se acercó, agarrando con ambas manos las de él entre sus callosas palmas. -¿Qué hiciste, Severus?-.
Él sonrió. Por supuesto, su madre le creía. Se sintió tonto por dudar de ella. -¿Por qué no esperamos a que despierte y se ponga sobrio antes de explicárselo? Así no tendré que repetirlo-. Propuso.
Ella lo miró fijamente, luego a Tobías que roncaba en el suelo, luego a la cafetera que aún flotaba, y asintió sin hacer ruido. Severus le devolvió el apretón de manos, un gesto de consuelo y apoyo, antes de soltarse de las manos de su madre. Agitó una mano, haciendo que Tobías flotara, antes de coger la cafetera por el asa y colocarla sobre la mesa, donde todo el café volvió a su interior. Con otro gesto de la mano, como un disco rayado, el plato y el vaso antes rotos se arreglaron solos al tiempo que el suelo se limpiaba de repente. -¿Quizás recalentar el café? Se ha enfriado-. Sugirió mientras se daba la vuelta y se alejaba con Tobías flotando detrás de él.
-Magia con y sin palabras-, dijo su madre con un tono serio en la voz, de repente. -¿Desde cuándo puedes hacer ambas cosas tan bien?-.
Todo lo que Severus podía ver era su espalda vuelta. No podía ver la expresión de su rostro ni podía deducirlo por su lenguaje corporal, pero a juzgar por su tono de voz, Severus pensó que tal vez sospechaba o estaba enojada. Sin embargo, su magia le contó una historia completamente diferente. Su magia cantaba. Las mariposas acuáticas volando por la cocina y jugando con sus luciérnagas verdes, nada diferente de la magia infantil de Hogwarts. Excitaba alegría y alivio, rozando la esperanza, hablándole a Severus de las verdaderas emociones de su madre.
No le tenía miedo ni le juzgaba. Sólo estaba contenta de que no se hubiera hecho daño, aliviada de que fuera lo bastante fuerte como para protegerse.
-Te lo dije-, dijo con una sonrisa clara en su voz. -Tengo un talento natural-. Dejó a Eileen en la cocina para que se ocupara de sus emociones.
Subió las escaleras con el sonido de los sollozos aliviados de su madre a sus espaldas y se prometió a sí mismo, en ese mismo instante, acabar demostrándole a Eileen que ya no necesitaba ocultar sus emociones a su alrededor.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
En ese momento, Severus se encontraba fuera, lejos de Spinner's End, en la linde del bosque.
Después de depositar a su padre en su cama con un cubo a un lado por si el hombre necesitaba vomitar, Severus fue a cambiarse de ropa exterior. Le dijo a su madre que necesitaba tiempo para respirar y tal vez dar un paseo por el parque cercano. Ella no lo detuvo, como él esperaba, también ella necesitaba tiempo a solas. Y así, Severus salió de casa, con su combo de guantes y reloj de pulsera, camisa muggle informal, pantalones y botas, con un objetivo en mente. El cementerio de los niños.
Aunque el nombre parecía autoexplicativo, el cementerio de los niños no era ni un lugar ni un cementerio, para el caso.
Spinner's Ends es un barrio decrépito y triste, con hileras de casas idénticas de ladrillo gris, con suciedad en las carreteras y en cada grieta. En el horizonte, el sol no brilla, oscurecido por las chimeneas de las grandes fábricas de tela que echan humo de contaminación sobre los habitantes. A pesar de todo, más allá de los campos de algodón y las granjas, en las afueras de Cokeworth, se extiende el bosque de endrinos y abedules, el Bosque de la Rueca. Blanco y gris donde los ojos podían ver, desde el perímetro y en el interior, como una ciudad de fantasmas.
Todos en Spinner's End conocían el cementerio de los niños. El titular "Otro perdido en el cementerio infantil" aparecía en el periódico un número impar de meses cada año. La pesadilla de todo padre, el cementerio infantil, donde los niños se perdían para no volver nunca con vida, a veces ni siquiera aparecían muertos. Porque en Spinner's End, si un niño se pierde, seguro que lo encuentran, o lo dan por muerto, en lo más profundo de los bosques del cementerio infantil. Ese es el nombre que los habitantes dieron al Bosque de la Rueca, donde los niños se adentraban para morir.
Una vez, Tobías había llevado a Severus dos kilómetros dentro del bosque, lo había dejado sobre una roca cerca de un arroyo y había mentido, diciendo que volvería con su madre para hacer un picnic, y lo había abandonado allí a su suerte. Severus había tardado menos de una hora en darse cuenta de que estaba siendo abandonado y, con un poco de magia accidental y ayuda poco convencional, encontró el camino de vuelta hacia los campos de algodón, donde fue encontrado y rescatado por los trabajadores, llevado de vuelta con su padre a pesar de haber dicho abiertamente que lo habían dejado allí.
Sin más pruebas que las palabras de un niño, Tobías salió indemne de las acusaciones. Severus no, desgraciadamente, ya que su padre lo sometió a golpes una vez más. Al menos, después no lo enviaron de nuevo al cementerio de niños.
Ahora, de pie cerca de la primera hilera de árboles blancos, Severus sintió un poco de nostalgia. Estaba aterrorizado entonces, no mentiría -(sólo era un niño, después de todo)-, pero Severus salió de esta experiencia con nuevos conocimientos y aprecio por su vida.
Verás, Severus no era el único niño perdido en el cementerio de niños en ese momento. Lo aprendió por las malas cuando tropezó con algo mientras corría desesperadamente para encontrar el camino de vuelta a casa, cayendo al suelo del bosque al atascarse el pie. No pudo ver lo que era debido a sus lágrimas, pero cuando se limpió la cara, se encontró con una visión traumatizante. Ese día, Severus se enteró de dónde habían ido a parar los niños perdidos del Bosque de la Rueca después de desaparecer.
-¡Kraa, kraa!- Una llamada profunda y gutural lo sobresaltó. Levantó la vista y vio un cuervo común posado en una rama, mirándolo fijamente con uno de sus ojos negros y brillantes. Severus le sonrió malhumorado.
Así era. Aquel día, Severus, de ocho años, fue testigo de una falta de amabilidad. No un acto de desconsideración y dureza, sino un grupo de pájaros. Una crueldad de cuervos comiéndose crudos los restos del cuerpo de un niño perdido. Su visión del mundo nunca había sido la misma desde entonces.
Nunca compartió la experiencia con nadie, ni siquiera Lily la conocía.
Entonces, ¿por qué Severus planeaba entrar hoy en el cementerio de los niños?.
Para que su plan de hacer dinero funcionara, Severus necesitaba una lechuza. Sin embargo, no tenía dinero para comprar o alquilar una lechuza postal, por su cuenta. Sólo tenía para comprarse un caldero más rápido y los ingredientes. En cualquier caso, las lechuzas son mucho más caras de lo que pueden comprar veinticinco galeones, sin incluir los artículos necesarios para criar una. En resumen, no podía tener una lechuza de ninguna manera. Entonces, ¿cómo llevaría a cabo su plan?.
Simple, tendría que criar otro pájaro de tamaño similar e inteligente, en su lugar.
-¡Kraa!- graznó el cuervo, batiendo las alas salvajemente antes de emprender el vuelo hacia el bosque, como si percibiera las intenciones de Severus. Y puede que así fuera, teniendo en cuenta lo inteligentes que son esos animales.
-Vuelve, pequeño cuervo-, canturreó Severus, atravesando por fin los árboles y adentrándose más en el bosque. -Te prometo que no te haré daño-.
Siguió el sonido del batir de las alas del pájaro mientras éste graznaba cada vez más lejos. -Sólo quiero tu alma, eso es todo-, susurró misteriosamente, sonriendo satisfecho.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
A las dos horas, Severus empezó a dudar de sus planes. Sonrisa temprana, casi olvidada.
Había encantado una de las plumas del cuervo con un encantamiento rastreador -(Avenseguim)- a primera hora, antes de perseguir al córvido por el bosque. Sin embargo, por muy cerca o lejos que estuviera el pájaro, Severus nunca podía alcanzarlo. Había intentado atraparlo tanto física como mágicamente, pero siempre erraba el blanco o el pájaro encontraba la forma de escapar volando. Le molestaba lo casi imposibles que habían sido algunas de las escapadas del cuervo atrapado entre ramas cerradas, volando cuando Severus se acercaba demasiado o descansando cansado en la orilla del río, bebiendo un sorbo de agua, o de repente lo bastante ágil como para emprender un sprint hacia las copas de los árboles. Era enloquecedor.
El Avenseguim no podía seguirle la pista con precisión, se dio cuenta Severus, ya que el pájaro pasaba volando a su lado muchas veces sin que él se diera cuenta. La amenaza lanzaba repetidos graznidos, como una risa burlona que rebotaba en los árboles y resonaba por todo el bosque, en sus tonos profundos para mofarse de Severus; lo miraba desde lo alto de las ramas mientras se acicalaba las plumas de la cola, lo que molestaba a Severus sobremanera.
Finalmente, Severus tomó aire y suspiró cansado, sentándose en el suelo del bosque y apoyándose en un árbol para descansar. Le dolían los pies de caminar con las botas apretadas -(unas pensadas para él, que tenía catorce años)- y los brazos le dolían por los arañazos de la vegetación. Suspiró de nuevo mientras se revolvía el pelo. Tal vez necesitaba un enfoque diferente, uno que no implicara perseguir a un cuervo como una gallina sin cabeza en busca de sus huevos. Requeriría un poco de pericia en la caza, de la que carece, pero seguro que se le ocurriría algo.
Una melodía tarareada asaltó sus oídos.
Se levantó sobresaltado en menos de lo que dura un latido y se llevó la mano a la varita que llevaba oculta en el cinturón. Severus sabía que no podía usar su varita -(menos que el ministerio se viera involucrado)-, pero no se separaría de ella ni aunque pudiera. En un asunto de vida o muerte, con su vida en juego, ¿qué es una carta de advertencia del Ministerio?.
El zumbido sonaba como el de una mujer joven o un niño, cantando una melodía para dormir o tal vez una canción para pasar el tiempo mientras caminaban por el bosque; Severus no era lo suficientemente agudo como para distinguirlo. Sin embargo, sus oídos eran lo bastante agudos como para notar el aspecto gutural de la voz, como si supusiera un esfuerzo por parte del cantante sonar tan armonioso como lo hacían. No le cupo la menor duda, después de un minuto de escuchar, de que quienquiera que estuviese cantando, no era humano.
-¡Kraa!- El cuervo volvió a graznar y Severus levantó la vista. -Hmmhm...- Tarareó, y Severus puso mala cara. Por supuesto, ¡era el cuervo jugando con él otra vez! De todos modos, suspiró aliviado al menos no era una amenaza desconocida.
-AyuDa-, se sobresaltó una vez más con lo que parecía ser una llamada de auxilio o el maullido de un gato enfermo. Giró sobre sus talones en la dirección de la que provenía el sonido, a su izquierda, en lo alto de las ramas, otro cuervo lo miraba fijamente, -AyuDa-, graznó de nuevo como si ajustara su voz como un cantante que se aclara la garganta.
Severus lo miró con una sensación de inquietud en el fondo del estómago. -¿Dónde aprendiste a decir eso?- Susurró, temiendo asustar al pájaro si hablaba demasiado alto.
-Socorro-, graznó, ahora más parecido a la voz de un niño que a la de un gato. Severus se sintió incómodo.
El otro volvió a tararear antes de adentrarse en el bosque.
-¡Kraa!- graznó roncamente el segundo antes de volar tras el primero.
Severus corrió tras ellos. No entendía muy bien por qué, pero sentía que si no lo hacía, se arrepentiría, y Severus rara vez no escucha sus instintos internos. Lo mantuvieron vivo todos esos años; no sería tan estúpido como para no escucharlos ahora. Corrió por los peñascos, saltando raíces y arbustos, haciendo todo lo posible por evitar las ramas de endrino a su paso. Severus respiraba por la nariz y se daba cuenta por la boca al ritmo de los latidos de su corazón para mantenerse ocupado, menos se desplomaría de agotamiento mientras seguía adentrándose más y más en el bosque, perdiéndose en el mar de troncos de abedul blanco y flores de endrino.
-¡Kraa!- Otro graznido, un tercer cuervo volando junto a los otros dos. Luego otro, luego otro... Seguían apareciendo de la nada como invocados, formando una nube negra sobre la cabeza de Severus.
Sus voces se mezclaron, entonces, con la cantidad de ellos. Una sinfonía de horror, pensó Severus, mientras las traqueteantes llamadas de auxilio eran eclipsadas por los profundos kraas y hmms que todos ellos sabían imitar. Otro y otro más se unieron a la desapacibilidad mientras atravesaban el bosque como uno solo, y Severus creyó perder la razón porque, entre la amalgama de ruidos, juró haber oído a un niño de verdad.
-¡Mami!- La voz era tan real y, a la vez, tan probable que no fuera más que otro cuervo. Y estaba en lo cierto, ya que dicho cuervo empezó a volar hacia su derecha -¡Mami!-. Volvió a graznar con más matices, igual que el niño del que el pájaro aprendió esa palabra. Porque, al fin y al cabo, éste es el cementerio de los niños aquí se perdieron y murieron niños durante años. Los cuervos los veían deambular por el bosque, perdidos y desesperanzados; oían sus súplicas y sus gritos y aprendían su lenguaje, ya que los cuervos sabían imitar las voces y las llamadas de los demás. Vieron a los niños desesperarse por vivir hasta que no pudieron soportarlo más. Hasta que los cuervos pudieron darse un festín con ellos.
Los cuervos no tenían la culpa. Eran animales, en efecto, pero no bestias sin corazón, y Severus no los juzgaría por cómo habían elegido sobrevivir. Sin embargo, eso no detuvo el dolor en su corazón por los pequeños que ya no estaban. Porque pensar que lo último que esos niños oyeron antes de morir fue el graznido de cuervos hambrientos evocó en el interior de Severus un pavor que no pudo aplacar.
Con el tiempo, como le correspondía a su frágil cuerpo adolescente, las piernas le fallaron y Severus se tambaleó por el suelo del bosque, cayendo con fuerza sobre el torso. Rodó sobre sí mismo y recuperó el aliento con dificultad, temblando de cansancio. No recordaba la última vez que había tenido que correr tanto tiempo de aquella manera y decidió, finalmente, añadir algunos ejercicios a su rutina matutina correr menos sería su perdición.
-¡Socorro!- Oyó a los cuervos ya muy lejos. ¿Cómo es que eran tan rápidos? Severus se sentía como si corriera una maratón, pero esos malditos pájaros le llevaban pasos de ventaja en cualquier momento. -¡Socorro!- Volvió a oír mientras intentaba incorporarse, gimiendo por el esfuerzo. Le dolía todo el cuerpo, y ahora notaba rozaduras en el pecho y manchas de tierra en la camisa; eso sería difícil de explicar a su madre más tarde.
-¡Por favor, ayuda!- Sintió la desesperación proveniente de esas dos palabras más de lo que la oyó; aún medio aturdido por la adrenalina y la fatiga, despertó inmediatamente de su estupor. Severus supo al instante que la voz no provenía de ningún cuervo y su cuerpo se puso rígido en anticipación. -¡Ayudadme, por favor! ¡Mami! Mami!- Gritaron una vez más, a voz en grito, y Severus se preguntó cómo no los había oído antes.
Se puso en pie más rápido que una snitch huyendo. -¿Dónde estás?- Exclamó mientras se esforzaba más allá de sus límites y corría en la dirección general de los gritos, ante la protesta de su cuerpo.
-¡Tengo mucho miedo, por favor! Ayudadme, por favor!- Seguían pidiendo ayuda, una voz infantil para horror de Severus. Corrió hacia ellos lo más rápido que pudo, seguido por un grupo de curiosos y malditos cuervos que no paraban de graznar. A medida que se acercaba, oyó un leve zumbido, que se hizo más claro cuanto más se acercaba al alboroto. El zumbido de pequeños insectos parecidos a alas se superponía con los gritos, y Severus supo al instante que algo andaba horriblemente mal.
Saltó por encima de una zanja, probablemente una trinchera, y dobló la esquina de unos abedules y arbustos hasta llegar a la escena, y ante sus ojos apareció algo tan increíblemente increíble que se detuvo en seco.
Vio una nube de pequeñas criaturas aladas, muy parecidas a un enjambre de saltamontes, rodeando a un niño que retrocedía en posición fetal en el suelo. Una plétora de ellos, en lo alto del cielo, luchaban contra un borrón negro en el ojo del enjambre sobre el niño que lloriqueaba, un niño a juzgar por su pelo y su ropa. Oyó el zumbido intensificado y los gritos agudos de las criaturas, las llamadas agitadas y roncas de los cuervos y los gritos asustados del niño, y observó inmóvil en su sitio como si el tiempo se hubiera ralentizado... porque no eran insectos lo que estaba viendo.
Eran hadas, una colonia entera de ellas.
Las hadas no suelen ser agresivas. Son criaturas vanidosas y tímidas, que prefieren acicalarse las alas a ensuciarse atacando a alguien. Su poca inteligencia contribuye a que sean utilizadas como adornos por los brujos, como adornos de Navidad; y con poca magia y cuerpos pequeños, no hay mucho que un hada sola pueda hacer. Sin embargo, una colonia de hadas suficientemente dedicadas podría actuar como plagas, al igual que sus primos lejanos, los Pixis.
La cuestión aquí es que Severus está seguro de que el Bosque de la Rueca no es mágico. Diablos, el lugar tiene una cantidad mundana de partículas mágicas, por lo que él pudo sentir, como cualquier bosque muggle. No hay razón para que albergue una colonia de hadas y, sin embargo, aquí tenemos una enorme sedienta de sangre. Y el caso es que Severus estaba bastante seguro de por qué parecían tan animales.
Para vivir cómodamente, las hadas necesitan residir en un lugar, normalmente bosques o entre brujos, con grandes cantidades de partículas mágicas con las que recubrir sus alas mientras se acicalan. Si no, se vuelven inquietas e imprudentes, retrocediendo a su naturaleza salvaje innata, igual que los cerdos se convertirían en gorrinos si se les soltara en la naturaleza... porque, antes de sus relaciones con los brujos del pasado, que las volvieron dóciles y despertaron en ellas la necesidad de embellecerse, las hadas eran conocidas por ser criaturas oscuras. Al igual que los Nickert del folclore alemán, que robaban niños para sustituirlos en la cuna y poder comer alimentos y leche mortales, las hadas asilvestradas alejaban a los niños de sus hogares, mataban animales de granja y criaturas por igual, además de maldecir tierras, todo para satisfacer su falta de magia Nadidus
Y aquí está Severus, en presencia de toda una colonia de dichas hadas asilvestradas. -Caray-. Susurró, porque claro que hay una colonia de hadas ferales al lado de su casa. Vino aquí sólo para atrapar un pájaro, ¡por el amor de Merlín!.
-¡Socorro!- El niño volvió a gritar, y Severus asintió para sí. Ya maldeciría su mala suerte más tarde, hay un niño traumatizado que necesita ser rescatado en este momento.
En primer lugar, corrió hacia el lado del niño caído, lanzando un pequeño Protego Maxima en forma de cúpula alrededor de ambos antes de lanzas Stupefy a las pocas hadas que lograron quedar atrapadas dentro de su escudo aunque, golpeó la cabeza de una contra el suelo cuando trataron de ser descaradas y bailar alrededor de sus hechizos (No tiene la mejor puntería cuando no tiene varita mágica, por desgracia). Luego, cuando todo estuvo asegurado, lanzó un sutil Silencio, extinguiendo los sonidos procedentes del exterior, antes de apuntar con la mano al aire. Severus susurró -Sonus crepitus-, y movió los dedos en dirección al enjambre. Una luz brillante, como un fuego artificial ascendente, centelleó desde la punta de sus dedos, elevándose por encima de las copas de los árboles antes de explotar hacia el exterior, causando una molestia inmediata a las hadas que detuvieron su ataque para taparse los oídos.
Sonus crepitus - El amuleto de la explosión sonora o bomba de sonido.
El borrón negro contra el que luchaban cayó inmediatamente del cielo, aterrizando con fuerza contra el escudo de Severus y deslizándose hasta chocar contra el suelo. Sin embargo, a él no le importó, demasiado absorto en las hadas que tenía encima.
Más de la mitad de la colonia huyó con el sonido, pero las que se quedaron miraron fijamente a Severus con ojos rojos como la sangre y bocas espumosas criaturas verdaderamente feroces. Contempló la posibilidad de boquearlas a todas para aprovechar las alas de hada gratuitas que podría usar para sus pociones, antes de recordarse a sí mismo el pobre estado en que vivían. Sus alas serían de pésima calidad, apenas utilizables y, por lo tanto, inútiles para él. Y con eso en mente, Severus no tenía nada que lo detuviera.
Chasqueó los dedos -Confringo-. Y una débil explosión ardiente azotó el suelo con los que estaban sobre él. Los que de alguna manera sobrevivieron huyeron con gritos agudos, dejando el claro libre de hadas, excepto por los que las paralizadas antes, todavía inconscientes sobre sus pies.
Severus suspiró y se puso de pie, anulando su Protego y Silencio mientras lo hacía. No podía seguir a las hadas ahora, ya que tenía que llevar a un niño a Spinner's End, pero sin duda acabaría con su colonia para evitar más víctimas más tarde. Especies protegidas o no, las hadas no son nativas de los bosques muggles y él tenía todo el derecho a hacer algo de control de plagas, especialmente cuando las vidas de los niños estaban en juego.
-Ah, ah-, oyó los gemidos del niño. Se volvió de donde miraba tras las espaldas en retirada de las hadas para mirarlo a él.
El niño, que probablemente rozaba los cinco años, estaba de rodillas mientras temblaba como si tuviera frío. Tenía el pelo rubio fresa, los ojos azules y unas tenues pecas que le descendían por las mejillas hasta los hombros descubiertos. Tenía arañazos sangrientos en todas las partes de la piel expuesta -(brazos, piernas y toda la cara)-, además de un profundo tajo sobre el ojo derecho por el que ronroneaba la sangre, mezclándose con los regueros de lágrimas y suciedad. A pesar de todo el dolor, miraba a Severus con completo y silencioso asombro.
Severus se arrodilló sobre una rodilla frente a él. -Quédate quieto, ¿de acuerdo?- Dijo lo más tranquilizador que pudo, y el niño asintió levemente ya que le dolía demasiado. Luego agitó la mano por encima del niño como deseándole una bendición, -Episkey-, murmuró el hechizo curativo. Inmediatamente, todos los arañazos de su cuerpo empezaron a cerrarse, incluido el profundo tajo que tenía sobre el ojo. El niño se sobresaltó al principio, luego sus ojos se abrieron de par en par cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Volvió a mirar fijamente a Severus con esa sensación de sobrecogimiento, sincera como la podía hacer un niño, y Severus, por su parte, lo ignoró concentrándose en la curación. No podía curar al chico por completo, ya que no podía usar su varita, por lo tanto, las cicatrices eran visibles, más concretamente, la que tenía encima del ojo.
Cuando terminó, Severus bajó la mano y abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpido cuando el niño se abalanzó sobre él con un fuerte abrazo alrededor de su cuello, haciendo que Severus perdiera el equilibrio y cayera de espaldas. -¡Gracias!- Le gritó el niño al oído, sollozando en los brazos de Severus. -¡Gracias, gracias! Wah!- gritó, y Severus le devolvió el abrazo, tomándose su tiempo para mecer al niño suavemente mientras le acariciaba la espalda, haciéndole callar en voz baja.
-Calla niño, ahora estás a salvo- susurró Severus mientras lo consolaba.
-Estaba tan, tan asustado-, hipó, enterrando la cara en el hombro de Severus sus propios hombros temblaban con la fuerza de sus sollozos.
-Lo sé, lo sé-, se calló. -Ahora estás bien, no te preocupes-.
Severus se mantuvo alerta, vigilando la zona por si algún hada se atrevía a volver para atormentarlos más. El batir de las alas del cuervo le hizo mover la cabeza en su dirección por encima de las ramas, y miró fijamente sus ojos brillantes. Se dio cuenta de lo callados que estaban ahora, tan diferentes de su odiosa forma de ser anterior, que en cierto modo eso molestó a Severus. No es que estuvieran callados porque Severus quisiera que lo estuvieran; después de todo, no son más que animales.
Fue cuando el niño en sus brazos dejó de llorar a gritos, gimoteando en su hombro, que lo oyó. Un sonido angustiado, como un llanto agitado, que provenía de algún lugar próximo a ellos, en el suelo del bosque. Severus dejó que sus ojos vagaran a su alrededor, estudiando las hojas y los guijarros hasta que lo divisó. Tendida de espaldas, estaba la cosa negra que antes luchó contra las hadas y cayó del cielo contra su Protego. Un cuervo, tan ensangrentado que Severus se sorprendió de verlo vivo. Sus alas se movían mientras gemía de dolor, pobre criatura.
-El... el pájaro-. El niño sollozó más que dijo. Severus bajó la vista para verlo mirando al cuervo medio muerto. -Lo...lo. ¿Puedes salvarlo también?- Sollozó, señalando al cuervo y mirando a Severus con ojos llorosos de cachorro.
Severus miró entre el niño y el cuervo, de un lado a otro, antes de preguntar -¿Puedo preguntar por qué?-.
-Es...- tragó saliva. -Me salvó-. Se frotó la cara para librarse de las lágrimas, sentándose en el muslo de Severus. -De los...los mosquitos-.
¿De los mosquitos? pensó Severus. -¿Te refieres a las hadas? ¿Las criaturas aladas?-
El niño negó con la cabeza. -Hadas no-, dijo entre mocos. -Las hadas son femeninas. No dan miedo-.
-Te equivocas al suponer que las hadas son 'femeninas', ya que tienen ejemplares masculinos y femeninos, pero tienes razón en lo de que dan miedo. No suelen ser tan... animales-. corrigió Severus mientras fruncía el ceño. -En fin, ¿cómo es que el cuervo te salvó, otra vez?-.
-Las... las... hadas me estaban atacando...- inhaló bruscamente mientras nuevas lágrimas comenzaban a rodar por su rostro de nuevo. Severus se las limpió con el pulgar enguantado, asintiendo para que el niño continuara. -Y...y el pájaro simplemente... se abalanzó-, aquí, hizo un gesto con la mano para representar a un pájaro descendiendo rápidamente del cielo. -Y las hadas me dejaron solo. Bueno-, miró a las hadas inconscientes en el suelo. -Algunas sí-.
Severus estaba intrigado. ¿Un cuervo que se sacrificaba por la vida de un niño? -Entendido-, dijo. -Pero dime, niño, ¿cómo terminaste tan adentro del bosque en primer lugar?-.
El niño bajó la mirada como si le diera vergüenza decirlo, agarró el dobladillo de su camisa con ambas manos y se lo llevó a la boca, donde lo masticó nerviosamente. Probablemente un tic suyo. -No lo sé-, murmuró.
Severus sacó suavemente la camisa de la boca del chico -(estaba sucia y ensangrentada, no era bueno llevársela a la boca)- y dijo -No hay nada de qué avergonzarse. No estoy enfadado ni te juzgo, así que puedes contarme lo que ha pasado, ¿vale?-. Sonrió suavemente para dar a entender lo que quería decir.
El chico le miró por entre las pestañas haciendo un mohín, pero asintió. -Campanas, y...y luz...- Severus asintió para demostrar que estaba escuchando. -Y era... brillante y...y hermoso. Como un árbol de Navidad, pero más brillante. Y cantaba. Un canto hermoso, como el de mi mamá. Y me levanté de la cama y lo seguí-. Dijo mientras gesticulaba con las manos. -Abajo, por el camino, pasando la hierba hinchada...-
-¿Los campos de algodón?- interrumpió Severus. El niño asintió. -¿Viniste aquí por tu propio pie?- Preguntó Severus incrédulo mientras miraba los pies del niño, recién ahora veía lo gastadas que estaban sus zapatillas, y por Merlín, quería quemar viva a un hada. No sólo atrajeron al niño fuera de su casa, sino que obligaron a un niño tan pequeño a caminar todo el camino desde Spinner's End, a través de los campos de algodón, adentrándose en el bosque... Hasta Severus sintió ganas de morir al menos una o dos veces, y su cuerpo es el de un adolescente.
Por desgracia, el niño se limitó a asentir -¡Uhum!-. Tarareó con orgullo. -Todo por mi cuenta. ¡Tengo cinco años! Mami dijo que soy un niño grande!- Sonrió por primera vez, y Severus al verlo, tuvo que detenerse un segundo.
Le recordó a su ahijado, Draco, al ver la sonrisa de este niño. Le dolía en el corazón no haber podido hacer algo mejor por él en su vida anterior, pero le aliviaba la culpa saber cuál era la posición de Draco cuando se trataba de Harry. Después de todo, el Amo de la Muerte tenía muchas historias de sus muchas reencarnaciones para compartir con él... la mayoría de las cuales, relacionadas con los seres queridos de Severus, por lo que Severus no podía estar más agradecido.
Severus se sintió realizado al saber que estaba intentando crear un mundo en el que tanto Draco como Harry pudieran vivir sin preocupaciones, sin una guerra que los corrompiera o los separara. Juró por su magia.
A pesar de todo, aprovechó ese pensamiento edificante para sonreírle al niño prácticamente sentado en su regazo. -Muy bien, gran campeón-, Severus le alborotó el pelo haciéndole retorcerse en señal de protesta con una pequeña carcajada. -¿Cómo te llamas?-.
-Timothy T...Tigerbee-. Tartamudeó.
Severus asintió. -Bien, señor Tigerbee-, el niño arrugó la nariz por la forma en que Severus se dirigía a él. -¿Puede ponerse de pie? Apenas siento la pierna-. Severus se palmeó el muslo dormido donde el niño estaba sentado.
-¡Uhum!- Timothy tarareó de nuevo antes de ponerse de pie. Severus lo siguió de inmediato, poniéndose de pie con un gruñido. Estaba tan cansado y dolorido... -¿Y el pájaro?- preguntó Timothy.
Severus se estiró, levantando los brazos por encima de la cabeza con un chasquido de la columna, y suspiró cuando los bajó. -¿Cómo iba a olvidarme del pájaro, señor Tigerbee? Espere mientras lo inspecciono y veo qué puedo hacer-. Timothy le sonrió y asintió.
Severus se acercó al dolorido animal con el sonido de hojas muertas crujiendo bajo sus botas y se agachó cerca de él. Sin miramientos, alisó las plumas del pájaro con las manos y lo silenció para calmarlo, mientras con la otra mano le levantaba un poco la cabeza. Le acarició la cabeza con el pulgar antes de murmurar -Muffliato-, por lo que Timothy no pudo entender sus siguientes palabras -Pobre almita, así desperdiciada-, susurró mientras el cuervo lo miraba con ojos medio muertos. -No puedo curarte porque no puedo usar mi varita, y estás demasiado herido para lo que sólo mis manos pueden curar-. Dijo sin rodeos. -Pero puedo guiarte... a la otra vida, quiero decir. Es parte de la descripción de mi trabajo, ¿entiendes?- Severus se rió de su propia broma. Puede que no sea una parca, como decía el viejo libro de folclore de su madre, pero está conectado a la muerte a través de su magia. Cuidar tanto de los vivos como de los muertos es lo que hace.
El cuervo graznó suavemente en su mano y Severus sonrió con tristeza. Por la magia que los envolvía a ambos, se daba cuenta de cuánto dolor estaba soportando el cuervo bajo la suave fachada, pero el córvido se negaba a morir. -O-, dijo Severus, reconociendo la terquedad del cuervo y aprobando su voluntad de lucha. No le vendría mal un familiar dispuesto a luchar por los demás y por su propia vida, y aunque admitiría que no esperaba esta situación, no le miraría el diente a caballo regalado. Después de todo, había venido a cazar un cuervo. -Podrías ser mío-, dijo ante la sorpresa del cuervo. -No puedo curarte, pero puedo convertirte en un trozo de mí, en mi pequeña sombra, uniéndote así a mí y salvándote de la muerte. Puedo proporcionarte la vida y la fuerza que intentan negarte y, a cambio, me servirás-. Sonrió al cuervo mientras le ofrecía seriamente -¿Qué te parece?-.
El cuervo sintió la magia de Severus a través de donde sus manos tocaban su cuerpo, una parecida a la muerte misma, y supo, entonces, que no sobreviviría sin él. Los animales son increíblemente sensibles a la magia, y aunque la magia de Severus podía ahuyentar al mejor de ellos, el cuervo en sus manos no tenía miedo. Los cuervos son aves inteligentes sabía que la oferta de Severus era injusta, pues se trataba de elegir entre la servidumbre o la muerte, pero al cuervo no le importaba.
Sus ojos ardían mientras intentaba volver a la vida; la magia que lo rodeaba cambió abruptamente del aire de un muerto a los deseos de un guerrero. Graznó ferozmente, el sonido más profundo que Severus había oído jamás de un córvido, y batió las alas a través del dolor, a través de las manos de Severus, a través de todo para conseguir lo que quería. Y quería vivir.
Las fuertes ondas de aceptación que Severus sintió en la magia fueron suficientes para que una sonrisa de satisfacción volviera a su rostro, y si el cuervo quería vivir, entonces Severus obedecería.
-Me llamo Severus Snape-, se presentó. -Permíteme acompañarte en mi viaje-.
Y así, mientras el valiente cuervo drenaba la última energía que le quedaba y daba su último aliento aliviado, el alma del cuervo escapó de su carne mortal y se escabulló del reino de los vivos... directamente a las manos de Severus.
Chapter 12: Act 2, Ch 3 - The place where light and dark touch is where miracles arise
Chapter Text
¿Cómo se explica lo inexplicable?.
La naturaleza de la humanidad gira en torno a descifrar misterios y adaptarse a sus descubrimientos, para luego vivirlos o derrumbarse con ellos, pues la humanidad desafía la existencia de los demás, sean conocidos por ella o no. Porque, en nuestra arrogancia, los simples mortales pensamos que estamos por encima de todo y, como especie inteligente, creemos de verdad que el mundo es nuestro y de nadie más. Un mundo sin término medio, en el que los que viven (aunque no sea hasta el concepto de respirar) son los que ganan. Pero entonces, uno se recuerda a sí mismo que, sí, hay un entre. Una línea que separa a los que saben y a los que no. Una tan fina que podría compararse con la vicuña, la fibra de Dios. Sin embargo, la humanidad no se da cuenta de que no lo sabíamos todo, ni lo sabremos nunca.
Hay lenguas en el mundo -(las más antiguas y sabias de todas)- que tal vez podrían explicar lo que se siente al mirar fijamente el vacío infinito de la creación, sabiendo que nunca nos devolverá la mirada. De esas palabras olvidadas hace tiempo que podrían definir lo que significa sentir el calor de mil soles y el frío de un mundo sin sol. O el pavor que supera con creces al de la muerte, y el deleite de un nuevo mundo por nacer. Porque para todas las diez mil estrellas visibles desde la Tierra, y todas las septillones de gotas de agua en el océano, no hay números, ni nombres, ni sentimientos, ni palabras, que puedan describir lo que se siente al sostener un alma entre las manos.
O lo que significa alcanzar lo inexplicable.
El alma del cuervo se posó entre las dos palmas de Severus, y éste no pudo hacer otra cosa que llorar sin lágrimas. Una existencia tan hermosa y pura, que no podía ser manchada por los pecados pasados del cuerpo, ni juzgada por haber estado viva alguna vez. Y Severus, que no podía entender lo que significaba ser tan brillante, nunca se sintió tan equivocado sobre su siguiente curso de acciones, pues estaba a punto de corromper a aquel ser inocente.
No había bosque, ni el pequeño Timothy Tigerbee, ni cuervos en lo alto de las ramas sólo estaban Severus y el alma, mientras el tiempo parecía dejar de funcionar a su alrededor en una negrura atemporal de nada.
-Sí que te importa-, oyó el débil eco de una voz familiar que supuso conocer ¿de qué otra forma recordaría esas palabras? -Te importa tanto que sientes como si fueras a desangrarte con el dolor de ello-.
Ante sus párpados se formó una visión de un vacío blanco. Un hombre con chaleco a cuadros, gafas redondas en la punta de la nariz y una cicatriz en forma de rayo en la frente estaba sentado en un sofisticado sofá acolchado de color verde lima con respaldo irregular y cojines blancos. A cada lado había dos pequeñas mesas circulares de madera a su izquierda, un jarrón de jade chino de bella factura con un ramo de lirios encima, y a su derecha, un jarrón europeo de cristal y latón con un ramo de edelweiss.
-Esas palabras me fueron dichas una vez, hace mucho tiempo-, dijo el hombre con una voz que llevaba el peso de su edad, aunque no aparentaba ser mayor que un joven adulto, y que resonaba a través de las sombras proyectadas por el alma en las manos de Severus. -Y ahora, te las cuento a ti. ¿Por qué? Me preguntarás. Porque ya te lo he dicho, Severus-. El hombre sonrió suavemente. -No te vayas suavemente en la buena noche-.
La vejez debería arder y rabiar al final del día;
Rabia, rabia contra la muerte de la luz.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Severus cuando las palabras resonaron en su interior. Una profunda nostalgia le golpeó el corazón al pensar en lo familiar que le resultaba el poema. De cómo conocía la voz y al hombre mismo.
Aunque los hombres sabios al final saben que la oscuridad tiene razón,
Porque sus palabras no han bifurcado ningún rayo ellos
No se van suavemente en esa buena noche.
Las manos, callosas pero de aspecto frágil, ahuecaron las suyas donde guardaban el alma. El hombre, no, Harry ahora se arrodillaba ante él con una pequeña sonrisa, pero para Severus, podía rivalizar con todas las estrellas que iluminaban el cielo sobre él, observando su exhibición.
Hombres buenos, la última ola por, llorando cuán brillantes
Sus frágiles actos podrían haber bailado en una bahía verde,
Rabia, rabia contra la muerte de la luz.
Y cerró sus manos sobre el alma, juntas como una sola, y el alma parpadeó dentro de su palma y su ser, extinguiendo pronto su luz.
Hombres salvajes que atraparon y cantaron al sol en vuelo,
Y aprenden, demasiado tarde, que lo apenaron en su camino,
No se vayan tranquilos a esa buena noche.
Harry se calló y alborotó porque no tenía miedo ni arrepentimiento. No había nada que lamentar, pues no había hecho mal ni bien alguno.
Hombres graves, cerca de la muerte, que ven con vista cegadora
Los ojos ciegos podrían brillar como meteoros y ser alegres,
Rabia, rabia contra la muerte de la luz.
Severus sintió entonces la gravedad de sus actos, como un faro de aceptación mezclado con una culpa innegable. Pero el alma en sus manos no estaba herida, ni loca.
Y tú, padre mío, allí en la triste altura,
maldíceme, bendíceme ahora con tus lágrimas feroces, te lo ruego.
No te vayas suave a esa buena noche.
Rabia, rabia contra la muerte de la luz.
Apreciaba su oportunidad de brillar aún más, de vivir a través del hombre que Severus era, y por eso, se alegraba.
Convertir un alma en una sombra no es un pecado, se dio cuenta Severus, entonces. El mundo y sus estrellas lo observaban orgullosos mientras el alma del cuervo se volvía cada vez más oscura, pero ningún mal lo tocaría jamás. Harry sonrió con aprobación desde donde había vuelto a su sofá y, con un último gesto de la mano, un adiós silencioso, Severus se encontró solo una vez más.
El alma que tenía en las manos no estaba corrompida, aunque pareciera que sostenía un sol negro entre las palmas. Se le había dado una segunda oportunidad de vivir a través de la sombra de Severus, como era su intención, y el alma haría todo lo posible para que Severus comprendiera que sus elecciones no reflejarían las suyas. Eligió vivir, y así lo haría, tan simple como eso. La magia en sí misma, independientemente de su tipo (Nadidus e Intenebre), miró a Severus con un toque suave para calmar la agitación del Caminante de las Sombras, pues lo que había hecho no era malo ni bueno. Tenía permiso para convertir el alma en sombra, apoyo del mundo, tanto de los vivos como de los muertos, por lo que no debía temer.
La verdad no siempre es una luz cegadora. A veces es una oscuridad profunda y deslumbrante, que ilumina -(y quema)- con la misma seguridad.
Severus tenía el poder de dar vida en medio de la muerte, y ese poder no era corruptor ni pecaminoso era la habilidad más hermosa de todas.
Tardó sólo un segundo en darse cuenta de ello, pues todo lo que acababa de ocurrir había sucedido en un abrir y cerrar de ojos.
Y con el parpadeo de las pestañas en las mejillas, Severus se encontró de nuevo agazapado en el bosque, aferrando el cuervo entre las manos.
-¡Kraa!- El cuervo que sostenía graznó con fuerza antes de que una niebla oscura procedente del suelo en el que ambos se encontraban -(más bien una densa negrura donde la luz nunca brillaría)- envolviera al animal por completo.
Había una vez un cuervo que se encontró con un niño de pelo negro y resbaladizo perdido en el bosque, un niño mágico que llevaba magia en la punta de los dedos en su desesperación por encontrar una salida del bosque en el que estaba abandonado. El cuervo había sentido la magia del niño, fuerte y tranquilizadora pero dominante, y reaccionó de inmediato, utilizando sus agudos sentidos para guiar al niño lejos del peligro que yacía en las profundidades del bosque blanco. Juntos, el cuervo en el aire y el niño en tierra, pronto encontraron el camino para salir del bosque y adentrarse en las nubes verdes, o en los campos de algodón.
El cuervo se consideraba una ayuda poco convencional y seguiría siéndolo durante toda la vida del niño un viejo recuerdo.
Años más tarde, el cuervo fue testigo de lo que significa morir, y en un viaje al cosmos, conectó con el alma de su nuevo amo, y supo que había elegido sabiamente. Porque aquel niño al que el cuervo había ayudado una vez, se había convertido en un humano que conocía la humildad, un humano que conocía la vida y la muerte y eligió proteger ambas. Y aunque el niño no lo sabía ni podía recordarlo, pagó su deuda con el cuervo salvándole la vida.
Y por eso, el cuervo no podía apreciar a Severus más de lo que ya lo hacía.
Una vez hubo un cuervo, pero cuando la oscuridad se disipó, ya no lo había, pues, en su lugar, sólo quedaba una sombra, un pedazo del propio ser de Severus. Un cuervo tan oscuro que sus plumas ya no tenían brillos púrpuras y azules cuando la luz las captaba bien la densidad de sus plumas negras empapaba la luz. No más plumas grises envejecidas, no más viejas heridas de batalla, no más dolorosos crujidos que lastimaran sus pulmones. Sólo sus ojos, verde esmeralda impregnados de la magia de Severus, delataban a quién pertenecía el cuervo.
Severus respiró asombrado ante sus propias acciones, mirando fijamente a lo que podía ser tanto una extensión de su ser como un cuervo cualquiera. -Kuro es tu nombre-, en cualquier caso, nombró a su nuevo familiar, su nueva sombra, y sonrió con orgullo.
-¡Lo has conseguido!- exclamó Timothy Tigerbee, que observaba desde atrás, tras ver que el cuervo volvía a ponerse en pie.
Fue como si Severus volviera a la realidad al oír la voz del niño. Inmediatamente elevó su Oclumancia todo lo que pudo para detener las sensaciones desconocidas que le recorrían, anuló su Muffliato y se levantó de su cuclillas sobre unas piernas algo tambaleantes. -Lo he conseguido-. Le dijo a Timothy y sonrió al niño.
Se estremeció por lo que vio y sintió, aunque levemente. Había visto más allá del plano mortal, había obtenido el permiso de Harry para convertir el alma en su sombra y había sentido el peso y el consuelo de la magia sobre sus hombros. No sabía que la magia lo aceptara tan completamente y, sin embargo, allí estaba, sintiéndose más amado de lo que cualquier abrazo, de su madre o no, podría hacerle sentir jamás. Una experiencia de otro mundo que nunca olvidaría. ¿Quién habría pensado que la creación de un Caminante de las Sombras sería tan compleja? Para Severus, que se había convertido en un Caminante de la mano de Harry, todo lo que presenció sólo podía describirse como... mágico.
Él estaba allí; Harry estaba allí, pensó Severus. El Maestro de la Muerte había estado a su lado cuando dudaba de sí mismo y le había ayudado a superar el miedo y la culpa una vez más. No importa dónde esté Severus, Harry parece velar siempre por él, como su propio ángel de la guarda. Eso llenó a Severus de más determinación para hacer de este mundo un lugar al que Harry pudiera eventualmente llamar hogar.
El cuervo -Kuro- saltó del suelo para posarse en el hombro de Severus. No, acurrucó el pelo de Severus con la cabeza y gorjeó suavemente, como un polluelo, para reconfortar al Slytherin. Severus soltó una risita amable antes de levantar una mano para acariciar la cabeza del cuervo. Intentó decir "de nada" por salvarle la vida al cuervo, pero en vez de eso lo que salió de su boca fue -Gracias-. No entendía por qué, pero no le importaba. Por alguna razón, parecía ser lo correcto.
-¡Sí, gracias!- Timothy le dijo al pájaro. -Por salvarme y todo eso-. Sonrió aún más cuando Kuro le graznó como respuesta.
Severus suspiró -Tergeo-, susurró en dirección a Timothy, limpiándose la sangre del cuerpo y la ropa, aunque seguía estropeada. -Ya está, todo limpio. Ahora, vámonos. Tenemos un largo camino de vuelta hacia Spinner's End desde aquí-.
Timothy sonrió para rivalizar con el sol -(como solía hacer Harry)- al mirar su cuerpo ahora limpio. -¿Cómo puedes hacer eso?- Preguntó con asombro infantil, nada diferente de cuando Severus lo curó antes.
Severus volvió a sonreírle. -Magia-, dijo crípticamente moviendo un dedo antes de encaminarse hacia el camino de vuelta. -Venga, señor Tigerbee, no tenemos todo el día-.
Severus oyó que Timothy se apresuraba a caminar a su lado, aunque cuando bajó la vista, Timothy tenía los brazos cruzados y hacía un mohín. -¡Me llamo Timothy! Ti-mo-thy!- Repitió para darle más énfasis. -No soy ningún señor-.
-Pero eres un Tigerbee, ¿no?-.
Timothy asintió. -Pero mamá y papá me llaman Timothy, y mi hermano me llama Tim, y mi hermanita me llama Timtim. No soy el señor Tigerbee, todos somos Tigerbee-. afirmó.
-Bueno, entonces-, dijo Severus. -Puedo llamarle señor Timothy. ¿Te parece satisfactorio?-.
Timothy arrugó la nariz y tarareó concienzudamente. -De acuerdo-. Por fin, aceptó encogiéndose de hombros.
Severus soltó una risita. -Muy bien-.
-¿Y tú?- Timothy lo señaló.
Severus arqueó una ceja. -Ah, sí. Perdóname por mi rudeza. Me llamo Severus Snape. Puedes llamarme...-
-¡Sev! De acuerdo, te llamaré Sev-. Timothy asintió para sí, ya convencido, antes de saltar sobre sus pies y caminar unos pasos por delante. Kuro graznó sobre los hombros de Severus antes de despegar tras el ahora hiperactivo niño, volando justo por encima de su cabeza. Timothy estaba hipnotizado por el pájaro mientras Kuro volaba a su alrededor imitando sonidos tontos. La risa del niño fue de lo más sana cuando Kuro imitó a la perfección el graznido de un payaso.
-...Puedes llamarme Snape, no Sev-. Severus lo intentó de todos modos, pero Timothy lo ignoró por completo.
Severus suspiró y decidió dejar pasar el nombre. Estaba claro que el chico necesitaba entretenerse después de lo que le había pasado y, aunque Severus no lo admitiría, él también necesitaba tiempo para calmarse.
Con una oración silenciosa por sus próximas dos horas a pie con un niño y un cuervo como únicos compañeros, Severus siguió adelante.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Su paseo había sido muy poco interesante, aunque largo y cansado.
Mientras aún caminaban por el bosque, su pequeño grupo fue seguido por esa exasperante falta de amabilidad de los cuervos que se habían burlado de Severus antes, y no podían haber sido menos bienvenidos en ese momento. Severus estaba cansado más allá de la fatiga durante esa caminata, todavía pensando en la experiencia de crear una sombra para sí mismo, y su humor era menos que estelar. Pero, no podía ahuyentar a los cuervos porque eran la falta de amabilidad de Kuro lo que le recordó que la razón por la que esos malditos cuervos hicieron lo que hicieron fue guiar a Severus hacia Kuro en primer lugar, para salvar al cuervo, supuso. El hecho de que esos cuervos fueran tan inteligentes como para reconocer a Severus no sólo como alguien capaz de lidiar con el asunto de las hadas, sino también para guiarlo hacia la conmoción, lo asusta un poco, no mentiría. Animales tan intrincados, y sin embargo elegían usar su inteligencia para molestar a los demás en lugar de usarla para el bien. Sacudió la cabeza ante aquel pensamiento, desconcertado por lo mucho que le recordaba a cierto grupo de traviesos Gryffindors.
A Timothy no le había importado la falta de amabilidad, por supuesto, después de todo, amaba al pájaro que le salvó la vida y extendía ese amor a la familia del pájaro. Se había reído del malhumor de Severus y, en general, se había comportado como un niño de su edad, saltando por el sendero con pies saltarines y riéndose de los diversos sonidos de los cuervos. Severus se sintió aliviado al saber que Timothy no había perdido mucho de sí mismo con la traumatizante experiencia, aunque eso no cambiaba el hecho de que Severus no podía dejar que el niño recordara casi nada hasta ese momento. Timothy era un hijo de muggles, después de todo.
Por eso, cuando por fin salieron del bosque, de vuelta a los campos de algodón, Severus había cogido por el hombro al excesivamente feliz Timothy Tigerbee y lo había obliviado antes de que el niño pudiera hacer nada. Eliminó todos los recuerdos de hadas, cuervos, magia y, sobre todo, de sí mismo, cualquier cosa que pudiera llevar a Timothy a recordar los sucesos de su ataque. Dejó al niño vacío de la mayor parte de su tiempo perdido en el bosque, pero nadie se preguntaría por qué no podía recordar mucho, ya que es un niño pequeño propenso al olvido, especialmente cuando se habla de una situación extraña como en la que se encontró Timothy. El tiempo parece relativo cuando se está perdido en los bosques blancos del cementerio de los niños, y cualquier adulto de Spinner's End estaría de acuerdo.
Antes de que Timothy pudiera despertar de su trance de Obliviate, Severus le había lanzado un encantamiento somnífero. Le dijo a Kuro que se mantuviera dentro del perímetro del bosque y que le avisara si alguna hada lo seguía o que abandonara el bosque antes de salir para llevar a Timothy de vuelta a casa, llevándolo en brazos.
La caminata por los campos y más tarde por los caminos de Spinner's End fue larga y agotadora, pero finalmente, Severus llegó a su destino. Llevó al niño dormido al centro de la ciudad, hacia la comisaría de Cokeworth, ya que no sabía dónde vivía el chico, ni preguntó antes de obligarlo a dormir un descuido por su parte, lo admitiría.
Entró en la comisaría e informó al hombre de recepción sobre el niño que había encontrado durmiendo en una trinchera en lo profundo del bosque mientras "recogía setas" esa mañana un tal Timothy Tigerbee, de cinco años. Al presentar al niño y confirmar su identidad, la reacción fue inmediata.
Resultó que Timothy no era un niño cualquiera, sino el hijo del Jefe de Policía del Departamento de Policía de Cokeworth, Tim Tigerbee, un hombre que parecía una versión mayor y musculosa del propio Timothy. Estaba presente en la comisaría cuando llegó Severus, preparando un grupo de búsqueda de su hijo, que había desaparecido esa misma mañana.
Su reencuentro habría sido más sentido si Timothy no estuviera tan somnoliento, aún cansado de su estancia en el bosque y bajo la influencia del encanto de Severus, pero a su padre no le importó. Al hombre se le saltaron las lágrimas de felicidad, abrazó al pequeño hasta la saciedad, le pidió a gritos a la secretaria de la oficina que llamara a su mujer, y más tarde le contó por teléfono la noticia y le pidió que llevara a sus hijos a la comisaría para que pudieran reunirse con su hermano perdido.
Todos los oficiales estaban de buen humor, aclamando al joven Timothy por su valiente regreso del cementerio de los niños, calificándolo de milagro de algún tipo... y Severus, que se había escondido en un rincón, aprovechó aquella oportunidad para escabullirse antes de que la atención pudiera intensificarse de nuevo hacia él. Pero Severus no tuvo tanta suerte, pues antes de que pudiera salir por la puerta de la estación, el jefe Tigerbee lo interceptó mientras llevaba a Timothy en brazos.
-Gracias, muchas gracias por devolvernos a mi hijo. No sabes cuánto significa esto para mí, jovencito-, dijo el jefe mientras lloraba, agarrando con fuerza el hombro de Severus por la fuerza de sus emociones.
Severus se sintió ligeramente incómodo, pero aun así sonrió. -Cualquiera hubiera hecho lo mismo, señor. No hace falta que me lo agradezca-.
-Oh, pero lo hay-. Dijo el hombre solemnemente mientras asentía. -Todos conocemos el peligro del cementerio de niños, muchacho. Cuando me desperté esta mañana y me di cuenta de que mi hijo no estaba en casa... ¡supe que lo había perdido para siempre por culpa de esta maldita maldición! Siempre nos pasa, no importa cuánto lo intentemos. Por eso, muchacho, te estoy agradecido, porque estoy seguro de que si no hubiera sido por ti y por tus setas...- Lloriqueó, con los labios temblorosos. -Habría perdido a mi hijo. Gracias-.
Severus se sintió abrumado por la gratitud del hombre, pero lo comprendió. Después de todo, el hombre tenía razón si Severus no hubiera salvado a Timothy, el niño habría muerto y nadie habría podido encontrar su cuerpo, porque las hadas no permitirían que los muggles se acercaran sin ser invitados y los cuervos se darían un festín con los restos. Timothy Tigerbee tuvo suerte de que Severus vagara por el bosque ese día, así de simple.
Suspiró con el sombrío recordatorio, pero mantuvo la compostura ante el hombre que lloraba. -Muy bien, señor. De nada-. El jefe Tigerbee sonrió y asintió antes de darle una palmadita en el hombro a Severus.
-Ah, sí. Casi lo olvido. ¿Cómo te llamas, muchacho?- Preguntó el recepcionista mientras se acercaba con un portapapeles en las manos. -Necesitamos tu nombre para las noticias de mañana-.
Severus entró en pánico interno. -Soy Severus Snape, señor, pero por favor, me gustaría permanecer en el anonimato si es posible-.
El hombre frunció el ceño, confundido. -¿Por qué no querrías? ¡Eres un héroe, muchacho! A todo el mundo le gustaría saber quién salvó al hijo del jefe, ya sabes-. Sonrió alentadoramente, pero Severus no quería saber nada de eso.
-No, gracias. No salvé al niño para salir en las noticias; lo salvé porque es lo correcto-. Severus sonrió disculpándose.
-Pero...- El hombre intentó insistir, pero el jefe Tigerbee le puso una mano sobre los hombros y negó con la cabeza.
-Si el señor Snape no quiere salir en las noticias, entonces no lo hará. Es lo menos que podemos hacer-. Luego, se volvió hacia Severus y le sonrió cálidamente.
Severus correspondió a la sonrisa. -Gracias-. Asintió. -Ya me voy, entonces, si no es mucha presunción de mi parte... ¿puedo?-. Preguntó a la recepcionista, que se limitó a asentir, pues el papeleo ya estaba firmado.
-Espere. Antes de irse, por favor, coja esto-. Dijo el jefe Tigerbee mientras le ofrecía un pequeño saco que tintineaba cuando lo movía demasiado.
Severus supo de inmediato lo que era, -N...no señor, no es necesario...- intentó negarse.
-Escuche, señor Snape. No hay recompensa por lo que ha hecho hoy por mí. Logró nada menos que un milagro y salvó a mi familia. Le estaré eternamente agradecido, así que, por favor, acepte esta muestra de mi gratitud, es lo menos que puedo ofrecerle por sus servicios-. Confió la pequeña bolsa de dinero en las manos de Severus. -Además, ésa era la recompensa por encontrar a mi hijo mañana imprimiríamos el valor en los carteles de desaparecidos. Ya que lo encontraste, es tuyo-. Sonrió, y Severus se sintió aún más abrumado.
Se quedó mirando la pequeña bolsa de dinero que tenía en las manos con una especie de asombro. Nunca pensó que sería recompensado por sus esfuerzos. -Gracias, señor-, dijo Severus con seriedad.
El hombre asintió. -¿Se marcha, entonces? ¿Quieres que te lleve a casa?- Preguntó mientras le daba unas palmaditas en la espalda a su hijo dormido.
-No hace falta. Volveré al bosque, señor. Me he dejado la cesta-. Mintió Severus suavemente mientras se guardaba el saco en el bolsillo del pantalón.
El jefe Tigerbee volvió a asentir. -Te llevaría yo mismo, pero ahora tengo que cuidar de éste-. Señaló a su hijo. -Espero que lo entienda, señor Snape-.
Severus asintió. -Sin la menor duda, señor Tigerbee. Seguiré mi camino, entonces. Fue un placer conocerlos a todos-.
El jefe Tigerbee extendió una mano y Severus la estrechó con firmeza. -El placer fue mío, señor Snape. Toma, Timothy, dile gracias y adiós al señor Snape, ¿sí?-.
Timothy se frotó los ojos por el sueño e hizo un mohín mientras trataba de abrir los ojos. Vio a Severus frente a él y, sin reconocer quién era, dijo -Gracias y adiós, señor Snape-. Y volvió a apoyar la cabeza en el hombro de su padre.
Se sintió como un puñetazo en las tripas ver a un chico que antes se empeñaba tanto en llamarle Sev, de repente no cargar en absoluto con el nombre. Sabía lo que le esperaba, ya que había borrado casi todo lo relacionado con él y la magia de la cabeza del chico, pero aún así le dolía en el corazón. Después de todo, se acercaba demasiado a uno de los peores temores de Severus el miedo a ser olvidado. Sin embargo, el hecho de que no pudiera recordar a Severus era algo bueno; significaba que su Obliviate funcionaba. Sin su varita, Severus no podía borrar recuerdos correctamente y sabía que existía el riesgo de que Timothy pudiera recuperar sus recuerdos algún día si no era minucioso con las cosas que eliminaba de la memoria del muchacho. Por eso se eliminó a sí mismo e incluso a los cuervos cualquier cosa relacionada con el ataque podría desencadenar los recuerdos y no podía permitirlo. Puede que el niño siga soñando con los sucesos, ya que su Obliviate no fue el más eficaz, pero no importa. Mientras crea que son sólo sueños, mejor.
-De nada, señor Timothy, y buenas noches-. Estrechó la pequeña mano de Timothy.
El niño sonrió ligeramente. -Buenas noches-. Y sin más, volvió a dormirse.
Severus salió rápidamente de la comisaría, encontró un callejón donde nadie pudiera verlo y se alejó por Aparición.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Ya era de noche cuando Severus volvió a casa dando tumbos, hacía una hora que se había puesto el sol. Caminaba por las calles de Spinner's End medio aturdido y extremadamente cansado arañazos y marcas de mordiscos por todo el cuerpo, algunas puntas quemadas en el dobladillo de la camisa y en el pelo, y un feo moretón morado en el costado derecho, donde se había caído.
Antes había vuelto al Bosque de la Rueca, donde le esperaba Kuro. Conocía el peligro de aparecerse sin varita, pero Severus estaba demasiado cansado para caminar hasta el bosque él solo. Además, tenía bastante confianza en sí mismo, después de todo, en su vida anterior solía aparecerse a todas partes, como principal método de transporte. Sí, fue bastante más doloroso sin varita, y estaba seguro de que casi se astilla la mano, pero salió vivo e intacto.
Prometió no volver a aparecerse sin su varita si no era una emergencia. No le había gustado la experiencia y no quería volver a arriesgarse.
De todos modos, sólo había una razón por la que Severus regresó al bosque a pesar de estar muy cansado. Necesitaba exterminar la colonia de hadas para proteger a los niños de Spinner's End, para proteger al pequeño Timothy Tigerbee, tan rápido como pudiera, no fuera a ser que las hadas volvieran a atacar al niño. Es lo menos que podía hacer después de eliminar los recuerdos del niño. Pero si Severus era honesto, lo hacía por sí mismo más que nada.
Había encarcelado a las cinco hadas noqueadas en un árbol donde antes dejó a Kuro para que las custodiara, y utilizó a una de ellas como dispositivo de rastreo para averiguar dónde residía la colonia. Ató al hada con otro Incarcerous a modo de correa y la soltó para que volara de vuelta a casa mientras él la seguía unos pasos por detrás. Kuro y su antipatía también le seguían, todos ellos en busca de venganza. Las hadas habían sacado sangre de sus parientes y, como Severus notó por la magia de su cuervo, no estaban complacidas por el resultado. Sí, Kuro sobrevivió, pero eso sólo ocurrió por la interferencia de Severus. Si seguían así, dejando a las hadas vivir y hacer lo que quisieran, acabarían muriendo más cuervos.
A Severus no le había importado. De todos modos, necesitaba ayuda para lidiar con la colonia, ya que, por lo que sabía, eran muchos.
El hada de la correa lo guió por el bosque blanco y, al cabo de una hora, Severus y el cuervo encontraron por fin su destino. Una arboleda donde los abedules blancos se encontraban con el verdor de los espinos negros de verano, ni una sola flor en el suelo del bosque, con un solo tocón grueso en el centro, anciano a juzgar por su corteza, que rezumaba hadas del tamaño de la mano de Severus o tan altas como una muñeca Barbie, desde un agujero en el suelo. El tocón estaba decorado con diversos objetos, desde ropa de niños hasta juguetes, e incluso dientes, para horror de Severus. Los huesos de los niños -(más bien sus fémures)- servían de soporte para la ropa, y los juguetes eran adornos fijados a la madera, pero lo peor de todo era el cráneo de un niño que se exhibía orgulloso en lo alto del tocón, donde se sentaban algunas hadas, probablemente las de mayor jerarquía. Todo parecía un grotesco intento de arte y, a la vez, una repugnante muestra de la mortalidad humana.
Eran todos niños de edades comprendidas entre los tres y los seis años, se recordó Severus, y se sintió mal.
Su curso de acción a partir de entonces no tenía ninguna estrategia detrás; sólo quería quemar a todas esas hadas por lo que habían hecho.
Severus había echado una barrera alrededor del claro para que ninguna hada pudiera escapar, lo que también lo atrapó a él y a los cuervos dentro con ellas. No importaba, ya que había usado toda su fuerza y magia interior para lanzar a Confringo tras Confringo, Bombarda y Sectumsempras. No pensó, simplemente actuó, matando fríamente a todas las hadas. Los cuervos también querían sangre, se abalanzaban desde los cielos, atrapaban a una, dos, a veces tres hadas a la vez y las mataban a todas decapitándolas y comiéndose sus cabezas. Kuro había usado y abusado de las sombras del atardecer y más tarde del anochecer para viajar a través de ellas, atrapando y matando a las hadas a escondidas del asalto de Severus. Baste decir que, con la combinación de su pericia -(más aún la de Severus)-, ninguna hada sobrevivió, pero no después de herir mucho a Severus.
Severus hizo lo que pudo con los huesos de los niños después de la masacre, usando la magia que le quedaba y sus propias manos para cavar tumbas para todos ellos, haciendo todo lo posible por honrar sus almas. Por lo que él sabía, los niños aún podían permanecer en el bosque -(espíritus o fantasmas)- y eso no era suficiente. Necesitaban morir; necesitaban paz, y Severus hizo todo lo que pudo para proporcionársela.
-Descansen en paz, todos ustedes-, dijo Severus después de terminar los entierros, apoyando una mano sobre su corazón. Severus no es religioso, sabe que ningún Dios los observa desde arriba, ya que sólo la Muerte parecía importar y preocuparse por lo que sucedía en el mundo de los vivos, irónicamente. -Por favor, sigan con sus vidas. Sólo entristeceran más a la Muerte si siguen eligiendo permanecer en este reino mortal en lugar de fallecer-.
Porque, al menos para Severus, la muerte no es el final, sino el principio de un nuevo comienzo.
Al final, Severus perdonó a las últimas cinco hadas que quedaban en pie -(las que había tomado como prisioneras)- para sí mismo. Las encerraría en una jaula y las bañaría en su magia para que pudieran acicalarse las alas y, con suerte, devolverles su naturaleza vanidosa. Si era así, se haría con un suministro gratuito de alas de hada, y si no, simplemente las mataría a todas más tarde.
Sin embargo, no todos los cuervos sobrevivieron al encuentro. Desgraciadamente, dos de ellos murieron a causa del fuego amigo, ya que fueron alcanzados por un Confringo suyo. Severus había recogido los cuerpos de ambos cuervos, chamuscados y todo, y los había atado a un alambre de Incarcerous por los pies junto a las cinco hadas dormidas encarceladas, y los había cargado a todos como un saco de patatas sobre el hombro mientras caminaba de vuelta a casa.
Así se encontraba ahora, de pie frente a su casa. Dos pájaros muertos y cinco hadas dormidas colgadas del hombro junto a un Kuro encaramado, la ropa manchada de sangre, suciedad y quemaduras de sus hechizos sin varita mágica, y el cuerpo tan cansado que estaba a punto de desmayarse. No le quedaba magia para limpiarse o curarse las heridas, por lo que parecía recién salido de una estampida, si es que se consideraba tal a un enjambre de hadas. Al menos había conseguido el cuervo que salió a cazar, y ahora tenía dos más para convertirlos en sus sombras más tarde, cuando no tuviera ganas de volver a morir.
Eso fue también lo que vio su madre cuando le abrió la puerta en ese instante.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras lo recorrían rápidamente, deteniéndose en sus heridas y ropas sucias, con la preocupación dibujada en su rostro. -¿Qué te ha pasado?- Exclamó y Severus hizo una mueca de dolor por el volumen.
Se deslizó una mano por la cara con cansancio. -Fui a cazar unos cuervos al bosque-, dijo con sinceridad. -Resulta que son más listos de lo que pensaba. Acabé cayéndome y haciéndome daño muchas veces antes de atrapar a éste-. Señaló a Kuro en los hombros, que graznó en dirección a Eileen, como a modo de saludo. Severus se volvió hacia el córvido -Kuro, ésta es mi madre, Eileen Snape. La servirás y protegerás como a mí, ¿entendido?-. El cuervo asintió inteligentemente. -Madre, este es Kuro, mi nuevo familiar. Espero que sean buenos amigos-.
Eileen frunció el ceño mientras miraba al cuervo en su hombro. -¿H...hola?- Saludó, confundida con toda la situación. Kuro volvió a graznar.
Permanecieron allí incómodos durante unos instantes hasta que Severus se impacientó -...¿Puedo entrar? Necesito una ducha y comer algo, tal vez. No he comido en todo el día-.
-¿Porque estuviste cazando en el bosque todo el día?-. Preguntó ella con escepticismo.
-Porque estuve cazando en el bosque todo el día-. Afirmó él mientras asentía.
Eileen suspiró. Ella no podía detectar una mentira en la voz de Severus si éste lo suponía. -Muy bien, pero hazme el favor de decirme qué llevas en la espalda-.
Severus atravesó la entrada lo más rápido que pudo para que Eileen no pudiera ver a las hadas los cuerpos de los cuervos eran lo suficientemente grandes como para ocultarlos desde la distancia. -Intentos fallidos de captura. Maté a dos cuervos antes de atrapar a Kuro aquí-. Dijo mientras subía las escaleras a toda velocidad.
-No me digas que subes dos pájaros muertos a tu habitación, jovencito-. amonestó Eileen mientras cruzaba los brazos con desaprobación en los escalones inferiores antes de que Severus pudiera escapar.
Severus volvió a hacer una mueca de dolor. -Claro que no. Solo estoy depositando a Kuro en mi habitación antes de llevar los cadáveres al patio trasero-.
-Si ese es el plan, entonces saca los cuerpos primero. No quiero ningún animal muerto dentro de esta casa, ¿entendido?-. Ella ordenó
-Sí, señora-, concedió con facilidad mientras bajaba las escaleras a toda velocidad y salía por la puerta trasera antes de que ella pudiera ver de cerca lo que realmente llevaba.
De todos modos, estaba bien. Mientras estaba fuera, cruzó el patio descuidado y se dirigió directamente hacia el cobertizo de su padre -(una cosa decrépita de madera caída por el paso del tiempo y el escaso mantenimiento)- y cerró la puerta tras de sí después de entrar. Allí, entre las herramientas y la parafernalia de su padre, en el fondo, encontró una vieja jaula dorada que perteneció al viejo búho de su madre, uno que fue asesinado por Tobías más o menos cuando Severus nació. El espacio entre los barrotes era lo bastante fino como para que las cinco hadas no pudieran salir y la jaula era lo bastante espaciosa como para servirles de zona de cuarentena. Si lograba que las hadas volvieran a un estado saludable, con el tiempo compraría o crearía un vivario para ellas, uno que pudiera caber en su despacho de Hogwarts.
Cogió un trapo polvoriento y lo colocó sobre la jaula para ocultar su contenido, antes de colocar sobre él los cuerpos de las hadas y del cuervo. Una vez hecho esto, salió del cobertizo y volvió al interior de la casa.
-¿Qué es eso que llevas?-. preguntó su madre desde el sofá, donde estaba leyendo un libro.
-He encontrado tu vieja jaula en el cobertizo. ¿Puedo dársela a Kuro?- Preguntó ya sabiendo su respuesta.
Ella sonrió con nostalgia. -Claro que puedes, Severus. Sólo asegúrate de que tu familiar quepa dentro primero, ¿sí?-.
Él le devolvió la sonrisa. -Por supuesto. Lo haré ahora mismo-. Luego subió las escaleras y entró en su habitación antes de que ella pudiera pensar un poco más sobre la jaula.
Cerró la puerta, esta vez manualmente, antes de colocar la jaula sobre su escritorio. Quitó la tela, sacó los cuervos muertos de su interior y los envolvió con la misma tela para guardarlos bajo su cama para mañana, luego sacó la bolsa de dinero de su bolsillo y la colocó sobre el colchón. Tras abrir la ventana y dejar que Kuro entrara en picado en su dormitorio, cogió la jaula del hada y la escondió detrás de su armario, donde su madre no pudiera verla desde la puerta, antes de suspirar cansado y caminar en dirección a su cama para descansar un segundo. Fue a sentarse pero se detuvo porque sabía que si se sentaba ahora, no volvería a levantarse. Tras demasiados debates internos, decidió -A la ducha-. Y salió de su habitación con ropa cómoda para cambiarse después de la tan necesaria ducha.
Media hora más tarde, volvió a su habitación limpio y con ropa nueva, pero no menos cansado y hambriento. Al menos, la ducha le ayudó con el cansancio.
Kuro le saludó cuando abrió la puerta con una llamada ronca. -Sí, te veo-, respondió Severus. -Ven aquí-, lo llamó y Kuro no necesitó que se lo dijeran dos veces. El cuervo voló desde donde yacía en la cama de Severus directamente hacia la sombra de Severus en el suelo, y allí se fundieron en uno, nada diferente de lo que Severus vio hacer a Kuro con las sombras allá en el cementerio de los niños.
Severus estudió su sombra, agachándose cerca de ella para tocar el suelo con las manos, y luego trató de ver si sentía alguna diferencia, pero no había nada fuera de lo normal. -Peculiar-, susurró para sí. Se encogió de hombros entonces, ya que más tarde podría estudiar los efectos de tener un alma viviendo a su sombra, y se dirigió a su cama. Allí se sentó cerca de su bolsa de dinero y la vació sobre la cama para contar las libras.
Instantes después se quedó estupefacto, pues en sus manos se encontró con quinientas libras. Es decir, unos cien galeones de dinero. -¡Caramba!-, respiró asombrado. Es mucho más de lo que creía haber ganado. ¡Mucho más!.
Severus soltó una risita de vértigo. Con esa cantidad de dinero, podría comprar más de lo que había pensado. Podría ir al Callejón Diagon mañana, si no se sentía demasiado cansado. De todas formas, lo guardó todo dentro de su monedero rosa y volvió a esconderlo dentro de su colchón. Eso es otra cosa que resolver mañana, se dijo a sí mismo.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Severus cuando volvió a ponerse en pie. La casa a su alrededor crujió y, por primera vez desde que creó el Encantamiento Oppugno malus, Severus la sintió respirar.
Nunca pensó que sentiría algo así, pero si el encantamiento se había activado, Tobías debía de haberse despertado.
Una sonrisa cansada se deslizó lentamente por sus labios.
Se dirigió hacia el soporte junto a su puerta donde colgaba su túnica de dormir, la cogió y se vistió en rápida sucesión. Siempre le gustó el peso de la túnica sobre los hombros le hacía sentirse más fuerte, como un hombre que se prepara para la guerra, poniéndose su armadura de combate. Una armadura rosa adornada con bonitas fresas, claro, pero no le importaba. Necesitaría todo el apoyo posible para afrontar la situación con la cabeza bien alta, teniendo en cuenta su cansancio y su falta de magia.
No obstante, sintiéndose menos expuesto, Severus soltó una risita de auto desprecio y abrió la puerta.
Chapter 13: Act 2, Ch 4 - Death is not a punishment but nightmares are a given to punish us all
Chapter Text
Tobías Snape estaba perdido.
El mundo dejó de ser negro al oír el tictac del reloj que había sobre la chimenea, tan fuerte como crepitaba el fuego. Tobías se encontró de pie en medio de su salón, mirando fijamente sus altas estanterías con botellas de alcohol ordenadamente almacenadas en filas de un extremo a otro. La casa a su alrededor, notó, olía a comida quemada, a pino, a productos de limpieza floridos y a un distinguible perfume lila que le recordaba a alguien. Levantó la vista ante el extraño olor y vio un humo negro que envolvía el techo bajo y, tras seguir el rastro del humo con la mirada, descubrió que procedía de la cocina.
Ladeó la cabeza, confuso por saber por qué había humo en su casa, antes de dar un paso adelante en dirección a la cocina. Sin embargo, no se aventuró más allá del salón, ya que pisó algo que sonó como cristales rotos. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que una de sus mejores y más caras botellas de vino estaba hecha añicos bajo su bota; el vino de color carmesí intenso fluía entre el cristal y las grietas del suelo de madera. La botella vacía y rota no era ni mucho menos lo único destrozado de la casa.
Oyó sollozos, una voz inquietantemente familiar, que suplicaba al ritmo del fuego y del tictac del reloj, pidiendo sumisamente perdón. Suplicar sería más preciso. La persona estaba aterrorizada, si el temblor de su voz servía de indicio, resonando en la casa como un fantasma, la voz de otro mundo de los olvidados.
Asaltó sus oídos como si estuviera paseando por la feria del pueblo voces, diferentes en timbre pero todas de la misma persona, procedentes de todas las direcciones a su alrededor, arriba, abajo, izquierda y derecha. Tobías se quedó tapándose los oídos para detener la cacofonía de sonidos, perdido en las súplicas de la voz y el olor a humo, sintiendo que poco a poco perdía la razón.
De repente, sintió un sabor metálico en la lengua y, con la misma rapidez, la voz se detuvo.
Tobías abrió los ojos, que no recordaba haber cerrado, antes de llevarse una mano a los labios, donde sintió que goteaba algo líquido. Cuando llevó la mano hacia atrás, salió sangre.
Tobías se quedó mirando la sangre de la punta del dedo, preguntándose por qué le salía sangre de la boca, hasta que giró la mano para inspeccionarla más a fondo, y por fin se fijó en el resto. La carne de sus nudillos estaba raspada y en carne viva; la sangre salpicaba cada trozo de la piel de sus manos. Las manos le temblaban y, por más que lo intentaba, no podía mantenerlas firmes. No sentía dolor, pero eso no le impedía sentir la inquietud que se agolpaba en la boca del estómago al no comprender por qué tenía las manos en ese estado.
Una gota de sangre se deslizó por sus brazos hasta el codo, y desde allí cayó al suelo con un tintineo casi insonoro. La madera absorbió inmediatamente la sangre y crujió como si la hubieran pisado. El crujido, el más fuerte que había oído nunca, sobresaltó a Tobías, quien, a su vez, frunció instintivamente el ceño hacia el suelo.
Allí encontró a una mujer.
Estaba inconsciente, tumbada de lado con una mano protegiéndole la cabeza y la otra alrededor de su redondo vientre, claramente embarazado. Tenía el labio inferior agrietado y heridas en la cara, el escote y los brazos moretones morados, tan nuevos como la luz del día que casaban con su piel como una enfermedad. Tobías se quedó mirando a aquella mujer que tan bien conocía, pero de la que no recordaba el nombre. El olor a lilas se intensificaba cuanto más la miraba. Además, no pudo evitar fijarse en que la mayoría de sus maretones, aparte de las huellas de sus manos en los brazos, tenían la misma forma que la huella de sus puños cerrados una coincidencia celestial.
Se miró las manos una vez más, luego a la mujer, el humo sobre él y, por último, la botella de vino.
Oh, pensó cuando hizo clic en su cabeza. Sí, es verdad. Lo he hecho yo.
Ya lo creo. Ahora lo recordaba como si todo hubiera ocurrido hacía apenas un minuto. La mujer, no, su esposa estaba preparando la cena antes de que él llegara, pero había quemado accidentalmente el pastel de carne. Había entrado en su casa para encontrarla cubierta de humo, y a su mujer de rodillas en el suelo, restregando las manchas quemadas en el fogón con productos de limpieza floral, tratando de tapar su error. Tras inspeccionarla de cerca, observó con tristeza que la cocina estaba estropeada.
Se había enfadado mucho. No sólo se había quedado sin cenar después de volver cansado de su trabajo en aquella maldita fábrica de telas, sino que ahora tenía que malgastar su dinero en comprarle a su inútil esposa una estufa nueva, para que ella pudiera prepararle el desayuno y la cena todos los días. Porque para eso está una esposa recuerda que cada mañana la encerraba en la cocina para que le preparara el desayuno, de buena gana o no. Se acuerda de regañarla por su pésima comida que sabía a cartón y a los humos de la fábrica. No importaba que nadie le hubiera enseñado a cocinar; era su trabajo, se había dicho a sí mismo.
¿Cómo podía olvidar cómo la había arrastrado por el pelo hasta el salón, había cogido la botella de alcohol más cercana de su estantería y la había balanceado contra la pared cercana, cerca de su cabeza? ¿Cómo olvidar el arrepentimiento que sintió poco después, no porque su mujer embarazada estuviera aterrorizada en el suelo mientras le suplicaba perdón, no, sino porque aquella imprudente acción suya le había costado su mejor botella de vino? De cómo su ira se convirtió en una furia que nunca antes había sentido, y de cómo se había puesto de rodillas encima de ella para asestarle puñetazo tras puñetazo en la cara mientras ella se protegía con los brazos, como castigo por ser una esposa terrible. Olvidó que ella le había dado un codazo en la mandíbula inferior para escapar de debajo de él. Olvidó que la había agarrado de los brazos para hacerla retroceder y que había continuado con su agresión hasta que ella dejó de suplicar y se acurrucó en el suelo. Olvidó el dolor que sentía porque sus manos sangraban por la fuerza de sus puñetazos.
La sangre de sus manos era suya por las heridas de sus nudillos, pero el peso de sus actos recaía sobre ella y sobre nadie más.
Todo volvía a su mente mientras miraba el cuerpo inconsciente de su mujer en el suelo, y se preguntaba cómo había podido olvidarlo.
¿Cómo pudo olvidar el daño que había causado y el dolor que ella sufrió en sus manos?.
Había una voz en su cabeza, distorsionada como la estática de la radio en los días de lluvia. Una mujer o tal vez un niño, no sabría decirlo.
¿Recuerdas cómo eran las cosas al principio? ¿Cuando tú no eras mejor, pero ella no sabía nada bueno? ¿De cómo se levantaba del suelo y te sonreía por muy duro que fueras con ella?.
Las visiones -(los recuerdos que había olvidado)- empezaron a sonar en su mente. Vio una sonrisa tan brillante como el sol y oyó risas alegres de pura alegría mientras la mujer de precioso pelo negro bailaba en los campos de flores, haciéndolas florecer antes de tiempo con la magia de la punta de su varita. Vio esa misma sonrisa reflejarse en sus ojos avellana aunque oscurecidos cuando ella le sonrió desde su estancia a los pies del sofá, justo después de que él la hubiera empujado.
¿Recuerdas cómo te sentiste cuando ella volvió a ti, diciendo que eras su única opción porque su familia la había repudiado? ¿La fuerza que le recorrió el corazón al saber que ya no podía escapar de usted?.
Vio a una mujer vestida de blanco que caminaba sola por el pasillo para encontrarse con él a mitad de camino, con el rostro cubierto por un largo velo de tul heredado que pudo recuperar de las garras de su padre. No había invitados sólo ella, él mismo golpeando impaciente con el pie el altar de madera y un sacerdote aburrido, que sólo aceptó su oferta porque le había pagado generosamente. A ella no le había importado lo más mínimo el secretismo, ya que casarse había sido siempre su sueño de niña, y se había asegurado de que él supiera lo feliz que era esbozando la más brillante de sus sonrisas en todo momento.
¿Recuerdas cómo seguía sin importarle tu comportamiento, aunque cada día después del matrimonio, sus ojos se apagaban más y más hasta que no podías distinguir entre sus pupilas negras y las sombras bajo sus ojos?.
Vio a esa misma mujer que antes le había sonreído de la forma más brillante sin importar las circunstancias; alejarse sin decir una palabra después de que él hubiera roto una jarra de cerveza en el suelo junto a su pie. Al verla retroceder, nunca se sintió tan insultado.
¿Recuerdas cuando descubrió que estaba embarazada, cómo cambió por completo? ¿Cómo ya no te toleraba y evitaba que la tocaras, temerosa de que le hicieras daño a su hijo?.
Muchas visiones asaltaron entonces su mente. Todas ellas tanto más dolorosas cuanto más rojas las veía. Rojo de sus ojos ebrios, rojo de las botellas de vino, rojo de las heridas... rojo de la sangre que extraía. Sólo podía ver rojo y su furia aumentaba cada vez, de nuevo, como un toro enfurecido.
¿Recuerdas cuando su hijo era un bebé, lloraba a gritos en la otra habitación y no paraba? ¿De cómo usted no podía dormir a causa del sonido, así que en su mente de borracho soñoliento decidió sacar al bulto que era su hijo de su cuna y tirarlo por las escaleras, esperando que eso lo hiciera callar? ¿De cómo ella había usado su magia, sin varita y sin palabras, para detenerlo antes de que golpeara los escalones?.
Vio su mano temblorosa bajando lentamente mientras el niño berreante descendía del aire para descansar suavemente en el suelo a su orden mágica. Incluso ahora, no podía recordar gran cosa. Sólo pudo recordar más tarde, cuando estuvo realmente despierto, las consecuencias que le infligió por usar magia en su casa.
Puede que no recuerde ninguna de estas instancias, olvidadas con cada regañina, cerveza vieja y vino de lujo que ha consumido, pero viven para siempre en su cabeza. Ella nunca olvidó ninguno de ellos cada herida que sufrió, cada dolor que toleró, cada vez que amenazaste a su hijo. Y nunca las olvidará, por muy viejas o mundanas que sean.
Tobias Snape estaba perdido. Estaba de rodillas en medio de su salón, rememorando recuerdos sobre recuerdos de tiempos que había olvidado, acciones que harían que el más valiente de los hombres durmiera perturbado por lo que había presenciado, pero no Tobías. Él las había hecho voluntariamente y seguiría haciéndolo mientras sus recuerdos se revolvían; un caos de lo que había sido del niño inocente que una vez fue. No es que no pudiera recordar sus acciones, es que decidió no hacerlo. Porque lo que los ojos no ven, el corazón no lo llora. O en su caso, lo que los ojos decidieron ignorar.
¿Recuerdas, Tobías, la última vez que entraste en el confesionario de tu iglesia?.
Por favor, detente. Tobías encontró la energía para pensar.
¿De cómo le habías contado al cura tu vida de niño y habías admitido que habías pecado? ¿Recuerdas cómo se había reído, pensando que lo que habías hecho era algo mundano y te había asegurado que el único que había sido testigo de tu pecado era Dios, y que Dios te perdonaría siempre y cuando te arrepintieras de tus pecados?.
No quiero oírlo. Por favor, basta.
¿Recuerdas cómo, después de oír esto, nunca volviste a la cabina del confesionario, o a una iglesia para el caso, porque tenías miedo de arrastrar a otro testigo aparte de Dios a tu acción uno que no te perdonaría como Dios podría hacerlo?.
Por favor, por favor, para.
Pero, ¿alguna vez te arrepentiste de tus pecados?.
La voz se volvió amenazadora, lo que antes le recordaba a una mujer o a un niño se convirtió en tres, tal vez cuatro voces diferentes que hablaban en completa armonía entre sí, y un escalofrío recorrió la espina dorsal de Tobías. Por mucho que quisiera, no podía llorar. Te lo ruego, por favor, para. suplicó Tobías. Detén esto de una vez, quiero irme.
¿Sabías que estabas equivocado? Que Dios no era el único testigo, queremos decir. Las voces continuaron atormentándolo aún más.
Su mente se despejó, entonces, y Tobías se encontró de nuevo en su casa. Respiró con dificultad, agarrándose la tela del pantalón por las rodillas mientras jadeaba horrorizado por lo que había vivido. Dejó de estar de rodillas para sentarse en el suelo, aliviado de que todo hubiera terminado. Se pasó una mano por la cara, con una mueca de dolor al notar la mandíbula aún rota, y se quedó inmóvil. Todo se detuvo, incluso los latidos de su corazón, porque Tobías no se había roto la mandíbula aquella mañana, ni la noche anterior... se la había roto en aquel recuerdo con su mujer, el que había recordado hacía sólo unos minutos.
Ante su revelación, la casa empezó a temblar como un terremoto todos los muebles empezaron a moverse y a reorganizarse a su alrededor. La mesa de centro y las estanterías colgantes, que se desenroscaron para alcanzarle mejor en el suelo permitiendo que las botellas de alcohol cayeran y se rompieran encima de él, empujaron sin ceremonias su cuerpo hacia delante hasta que chocó contra el espacio entre el pasillo y el umbral de la cocina. El sofá se movió para bloquearle la salida, la chimenea se rompió de su sitio en la pared, dejando caer la mitad del techo de la casa sin su soporte, para quemar la madera a su alrededor como un círculo de fuego del infierno, y justo encima de él, donde residía el retrato colgado, la Virgen María le miraba fijamente.
Hemos sido testigos de todo. Le dijeron.
¿Nosotros? intentó decir Tobías, pero sólo pudo pensar, pues no tenía voz.
Sí, nosotros. El suelo que pisas y que sienta nuestros cimientos, los muebles que pasas por alto y, sin embargo, utilizas a tu antojo, las cortinas y el crucifijo, hasta los cubiertos de la cocina... ¡Nosotros! La casa se presenta sola.
La casa volvió a temblar, pero esta vez con la fuerza de todos los muebles y objetos golpeando su masa contra el suelo una vez, con fuerza, como un ejército que se presenta. Tobías se quedó sin habla.
Estaba a la vez confiado y temeroso de sus actos. Confiado, porque sabías que la esposa a la que llegaste a despreciar era demasiado ingenua para pedir ayuda, sobre todo cuando contribuías a su miedo a la gente no mágica... muggles, los llama, ¿verdad? Y tu hijo era demasiado joven para ser escuchado, demasiado débil para defenderse. Los dos únicos testigos de quién eras en realidad una mujer sin derecho y un niño sin voz. Dos de los cuales nunca podrían ir en tu contra, habías pensado.
¡Deja mi cabeza! ¡Déjame en paz! suplicó mientras su cuerpo temblaba de náuseas. Tobías tenía ganas de vomitar. En las paredes, todos los retratos empezaron a oscilar ligeramente a izquierda y derecha, pero la Virgen María que tenía frente a él mantenía los ojos clavados en los suyos.
Sin embargo, tenía miedo, porque incluso en el confinamiento de su hogar, seguía sintiendo como si alguien lo estuviera mirando, juzgándolo, ¿no es así? Y eso es lo que más odias, ¿no? ¿Ser juzgado? Sentías que se te erizaba el vello de la nuca, pensando en los ojos que te miraban. La sensación de caminar solo por la calle, sabiendo en tus entrañas que alguien te observa, sin saber si eso es bueno o malo. Las voces mezcladas, a través de su armonía, aumentaron tanto en volumen como en los que hablaban cuatro se convirtieron en cinco, cinco en diez...
Lo sentiste, ¿verdad? Lo sentiste, y siempre pensaste que era Dios cuidándote las espaldas. Nos reímos de tu ingenuidad, peor que la de tu mujer, porque eso no era Dios, éramos nosotros. ¡Y nunca nos gustó!.
Tobías oyó el peligro en sus voces y se estremeció, temiendo por su vida, pero antes de que pudiera escabullirse entre el fuego que le rodeaba, unos dientes enormes y afilados irrumpieron de pronto en el suelo, haciéndole gritar sin sonido. Se movían como dedos vertiginosos, listos para empalarlo o masticarlo hasta convertirlo en una pulpa sanguinolenta en cualquier momento. Se sentía atrapado en una jaula de exhibición, ya fuera como entretenimiento o como castigo, no lo sabía, no podía pensar. Las cosas sucedían muy deprisa.
La mesilla de noche aún recuerda cuando empujó a su mujer de la cama aquella mañana que no puede recordar, y cómo se había golpeado la cabeza lo bastante fuerte como para sangrar. La nevera recuerda cómo, después de discutir con tu mujer toda la mañana, cerraste la puerta con rabia y acabaste rompiéndola. El suelo -(pobre suelo de madera)- había absorbido todo tu alcohol, tus vómitos, tu sudor y la sangre que se derramaba tras una paliza de más. decían ferozmente las voces. Nosotros mirábamos, y como objetos inanimados, no podíamos hacer nada mientras nuestros hermanos sufrían abolladuras, y quemaduras, y eran destrozados ¡para que tú pudieras hacer lo que quisieras con tu pobre familia! Ah, pero eso ha cambiado. Podía oír la petulancia en sus voces ante esas palabras. Por fin podemos actuar.
Tobías vio a las personas que aparecían en los cuadros sobre él intentando salirse de sus marcos: Jesús y sus apóstoles tratando de alcanzarlo desde su posición en la pared, ángeles y sus trompetas, arañando en su dirección. La Virgen María lo miraba, llorando sangre, arañando las paredes que rodeaban su marco, intentando salir de su encierro para golpearlo allí donde estaba.
Vio el sofá golpeando el pie con rabia como un toro dispuesto a embestir, el fuego de la chimenea retumbando con fuerza dentro de su boca abierta, la mesa de centro y la estantería rota, juntas como una sola, golpeando el suelo como si quisieran hacer todo el ruido que pudieran. Todos ellos esperando algo.
Entonces, Tobías lo sintió. Tirando de sus entrañas, tirando de sus órganos y huesos, sintió lo que parecía una cinta atándose fuertemente alrededor de su corazón, y un peso, la acumulación de toda la emoción almacenada dentro de todos y cada uno de los objetos y muebles de la casa, posándose sobre sus hombros, el mismo que sintió aquella mañana antes de desmayarse en la cocina. Le dolió y le dejó en tal desesperación que se disoció mientras estaba de pie, atrapándose en su mente desigual.
Que alguien me ayude... Suplicó al vacío de su mente, deseando por una vez ser escuchado. Por favor, ayudenme.
Su pensamiento turbio iba a todas partes, preguntándose ¿por qué estaba aquí? ¿Por qué sufría? ¿Por qué el mueble había cobrado conciencia de repente? No podía comprender las razones, y cuanto más se esforzaba por encontrar una solución, más se alejaba. Los sonidos a su alrededor se atenuaron hasta que no hubo ninguno; sus miedos y los latidos de su corazón desaparecieron y, finalmente, Tobías suspiró en paz.
-Sinceramente, Toby-, dijo una voz femenina, ronca y familiar, procedente de la profunda oscuridad de su interior, y la mente de Tobías se detuvo con tal fuerza que casi se desmayó de pie. No podía ser...
No. Pensó. No, por favor...
-Bastardo podrías ayudarme con esta situación de dinero, y sin embargo, te quedas ahí, mirando. Me estás juzgando, ¿verdad? Exactamente como ese inútil de tu padre-. La voz de la mujer dijo, y Tobias podía imaginar el momento en su cabeza claro como el día como si hubiera sucedido ayer.
Era un niño que miraba a su madre mientras ella fumaba en pipa en el alféizar de la ventana. Ella lo señalaba con la pipa, como si lo acusara, y luego se la acercaba a la boca para aspirar el humo. Tenía el pelo desordenado como un nido de pájaros y la piel de un amarillo enfermizo. Estaban en la misma casa, exactamente en el mismo salón, porque Tobías nunca salía de casa desde que había nacido.
-He venido a preguntar, madre-, dijo su yo más joven, de diez años, con la voz aún llena de esperanza, y Tobías gritó en su mente -¡Para, para!-. Tan ferozmente como pudo. -¿Quieres hacer el favor de obligar a ese hombre a salir? Me está volviendo inconforme con esa grosera mirada suya-.
Tobías seguía llorando, gritando en su cabeza, mientras veía la figura de su madre -(ya una cáscara de persona)- exhalar los humos de su pipa mientras lo miraba con ojos de pez muerto, medio compadeciéndose de él, medio sin importarle lo suficiente. Abrió la boca inclinando la cabeza para decir -¿Cuál?-. Como si fuera algo habitual tener a más de un hombre, a veces tres o cuatro, a la vez dentro de una casa con un niño. Y Tobías nunca podría olvidar aquellos momentos, por muchas copas que se hubiera tomado o por mucho que lo hubiera intentado.
Volvió en sí con el sobresalto, regresando a la casa de pesadilla, no, infernal, con su círculo de fuego, sus grandes dientes y sus retratos reptantes.
Tobías Snape, decían las voces, ahora más de veinte. Tan caóticas y excéntricas que ya no podía distinguir una voz humana entre ellas. Pero, de nuevo, no eran humanos, ¿verdad? Quien oculta sus pecados no prospera, pero quien los confiesa y renuncia encuentra misericordia, decía el proverbio sin embargo, no encontrarás misericordia en nuestro juicio. Prepárate.
Tobías estaba perdido, y la desesperación y el pánico que le recorrían no podían describirse con palabras. Llegó, pensó para sí, mi santo castigo.
Por los deseos de quien nos dio la vida, puede que no te hagamos añicos, pero recuerda nuestras palabras, ¡tu mente será destruida desde dentro! dijeron ferozmente mientras cada mueble cargaba contra él, desde el sofá hasta los retratos, pasando por los dientes y el fuego.
Tobías cerró los ojos y gritó de miedo, con los pulmones palpitándole dolorosamente en el pecho por la fuerza.
El mundo que le rodeaba se desvaneció en negro -(los sonidos se desvanecieron, las imágenes desaparecieron como en una nube de humo)- y Tobías pensó, con suerte, que se había disociado de nuevo. No sentía nada donde estaba, con los ojos cerrados y rezando mil veces en su cabeza para que la pesadilla terminara. No es que rezar le hubiera ayudado nunca, sobre todo teniendo en cuenta su innegable miedo al más allá y al propio Dios, si es que las voces no lo habían hecho evidente.
Allí estaba, en aquella oscuridad total, solo y asustado.
Entonces, Tobías simplemente abrió los ojos, sintiéndose despierto de un sueño - aturdido, pero no bien descansado.
Oyó el tictac del reloj e inmediatamente se incorporó con un aullido, temiendo haber regresado a la infernal sala de estar, pero una vez que miró frenéticamente a su alrededor, Tobías se dio cuenta de que estaba en su dormitorio. El reloj que oyó era el que colgaba encima de su cama, uno con un tictac mucho más suave que el de la sala de estar para no agravar su sueño.
Tobías se encontró vestido con la misma ropa con la que salió ayer. El dolor de cabeza y las náuseas no eran extraños teniendo en cuenta la cantidad de copas que se había tomado y, al palparse con cuidado los bolsillos del pantalón, se dio cuenta de que sus pertenencias seguían en su sitio: la cartera, las llaves y el maldito anillo de casado. Deslizó una mano por su rostro sudoroso y, por una vez, respiró aliviado. Lo que había presenciado no era más que un sueño.
Podía recordar cada detalle de su sueño como si hubiera ocurrido en la realidad, hasta los recuerdos olvidados. Sintió un escalofrío involuntario al imaginar el retrato que le miraba con la cara ensangrentada. Casi podía recordar el calor que hacía en la habitación con el fuego rodeándole como un anillo. Suspiró, cerrando los ojos con fuerza para librarse de los sentimientos que el sueño le provocaba. Si quería olvidar eso también, necesitaría un trago.
Tobías se levantó de la cama, casi cayendo al suelo en cuanto la cabeza empezó a darle vueltas, pero se agarró a la mesilla de noche para estabilizarse, apoyándose en ella mientras se masajeaba las sienes.
De repente, al igual que un golpe en la cabeza -(como una punzada de puro dolor)-, en su mente apareció una visión en la que empujaba a Eileen hacia la mesilla de noche, la misma que había vuelto a ver en sueños. Se apartó de la mesilla como si le hubiera quemado y, una vez que se calmó el movimiento de sus brazos durante el ataque de pánico, se quedó mirando el mueble con los ojos muy abiertos, asombrado hasta lo indecible. Retrocedió lentamente, temblando de miedo de pies a cabeza, hasta que su espalda se encontró con el armario. Más visiones asaltaron su cerebro de pequeñas cosas que había hecho, ni siquiera eran malas. Como la vez que cerró la puerta del armario sobre los dedos de su mujer sin querer, pero no se disculpó después. O cuando le abrió accidentalmente la puerta en la cara sin avisar.
Le parecieron recuerdos tontos comparados con todo lo demás que le habían recordado hasta ese momento, pero, de nuevo, él no se había disculpado por sus errores y ella se había tomado esas acciones a pecho, supuso.
Tobías se sintió mal. El sueño estaba resurgiendo inquietantemente en su mente. Se llevó las manos al pecho, temeroso de que tocaran cualquier otro mueble de su habitación, paranoico de lo que había visto y de lo que estaba experimentando.
Con una carrera enloquecida, Tobías llegó a la puerta de su habitación y la abrió rápidamente; no sabía muy bien el porqué de la urgencia, pero necesitaba salir. Sin embargo, una vez abierta la puerta, Tobías sintió que se congelaba en el umbral.
Al final del pasillo que conducía a la escalera, apoyado en la puerta de su dormitorio, había alguien que Tobias nunca pensó que evocaría tal sensación de pavor para revolcarse en la boca de su estómago. Miraba fijamente a su hijo, Severus -(de brazos cruzados y rostro inexpresivo, como de costumbre)-, que también lo observaba desde su posición, como si estuviera esperando a que Tobías saliera de su habitación.
Un recuerdo se abrió paso a la fuerza en su mente, uno de los ojos endurecidos de su hijo. Recordaba haber sentido miedo ante aquellos ojos por primera vez en su vida, haber sentido frío y calor al mismo tiempo y haberse desmayado por la fuerza de una presión desconocida que se acumulaba sobre su cabeza. El peso de sus acciones o los sentimientos de la casa, no podía distinguir la diferencia.
Ah, pensó como si de repente el mundo entero cobrara sentido en su mente atormentada. Él hizo esto, ¿no?.
Cuando sus miradas se cruzaron, la cabeza de Tobías se balanceó con la intensidad de su revelación, y las náuseas se apoderaron de él inmediatamente después.
Enseguida vació su ya vacío estómago en el suelo del pasillo.
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Severus no se dejó impresionar, mirando fijamente la figura de su padre, antes alguien que le provocaba miedo con una sola mirada, pero ahora, sólo un despreciable que vomitaba bilis y ácido estomacal sobre sus propios pies. Severus sintió asco ante la escena y arrugó la nariz por el olor ácido. También estaba decepcionado con el hombre. Había colocado el cubo junto a su cama precisamente por esa razón y, sin embargo, ahí estaba, ensuciando el pasillo sin tener en cuenta a la persona que tenía que limpiar todo eso después esa persona era Eileen, la madre de Severus. Porque Severus sabe que ese hombre no movería un dedo para limpiar sus errores, y mucho menos su propio vómito.
Suspiró con condescendencia, algo que rara vez hace, para expresar su desaprobación. -¿Por qué te has hecho un lío en el pasillo? ¿Acaso sabes lo difícil que es sacar la bilis de entre las grietas del suelo?-. Dijo lo suficientemente alto como para que Tobías lo oyera, pero sin dejar de ser tan suave como su voz. No está aquí para alzar la voz como lo haría un tirano.
Tobías se apoyó en la pared del pasillo y escupió los restos de bilis que le quedaban en la boca, luego se limpió los labios con la manga derecha. A Severus casi le dan arcadas con su comportamiento antihigiénico. -Vete... al infierno-, su voz era temblorosa como si hubiera visto un fantasma, mirando fijamente a Severus con su expresión más intimidante, una que sólo podía lograr estando sobrio resoplando por la nariz. Severus casi podía imaginarse el vapor que salía de sus fosas nasales como si fuera un personaje de dibujos animados, y eso hizo que el Slytherin soltara una risita.
-¿De dónde crees que he salido?-. Preguntó con una sonrisa y se sintió satisfecho de sí mismo al ver el leve respingo de los hombros de Tobías. Descruzó los brazos y comenzó a encaminarse hacia las escaleras, dándole la espalda a Tobías. -Ven-, llamó mientras chasqueaba los dedos, haciendo que la bilis de los pies de Tobías desapareciera de repente con un Scourgify sin esfuerzo. -Mamá nos está preparando la cena-.
Severus no esperó. Bajó las escaleras, pasó junto a los retratos y el crucifijo de las paredes y se dirigió hacia la cocina, donde su madre estaba preparando lo que parecía una sopa en una olla grande. Ella giró ligeramente la cabeza cuando él entró, pero por lo demás, mantuvo su atención en la sopa. Se acercó y se sentó pesadamente en la misma silla de antes, la más cercana a los fogones y, por consiguiente, a Eileen. Gruñó por los dolores de todo el cuerpo y suspiró cansado, apoyando la cabeza sobre los brazos en la mesa.
-Alguien está cansado-, se rió Eileen ante las antigüedades de su hijo. -Esos cuervos debe de haberte dado una paliza-.
-Cuervo-, corrigió él. -Y no, la verdad. Kuro fue el más fácil de capturar en comparación con los demás-.
Ella tarareó -Ya veo-. dijo Eileen mientras revolvía lo que parecía ser sopa de pollo, lo cual sonaba bastante bien teniendo en cuenta el estado de resaca de Tobías. Severus no pudo evitar fijarse en cómo removía como si estuviera preparando una poción ocho veces en el sentido de las agujas del reloj y luego cinco en sentido contrario, en perfecta sincronía con la canción que tarareaba. Los movimientos eran involuntarios, se dio cuenta, incrustados en su memoria muscular por años de preparar pociones en lugar de cocinar. No podía culparla, después de todo, él también caería en el mismo hábito mientras cocinaba.
Sonrió al pensar que tenía más cosas en común con su madre de lo que había imaginado.
Oyeron fuertes pasos bajando las escaleras, y Severus se sentó derecho en su silla; no quería que Tobías lo viera débil, al menos no ahora. Oyó una maldición proveniente de una voz asustada y temblorosa, seguida de un portazo en la pared, y luego Tobías supuestamente llegó a los escalones inferiores y se dirigió lentamente hacia la cocina. Cuando llegó al umbral, Severus tuvo que detenerse para calibrar lo que veía.
Tobias estaba replegado sobre sí mismo, con las manos aferradas al pecho, observando el suelo y los muebles con el ceño profundamente fruncido, como si lo hubiera agraviado personalmente. Temblaba, pero su rostro parecía imperturbable, y Severus sabía que era mentira. Sin embargo, aunque sospechaba que Tobías ya sabía que algo andaba "mal" con los muebles, su reacción fue un poco exagerada.
-Estás blanco como un fantasma-, fue lo primero que salió de la boca de Severus al evaluar las facciones de su padre.
La cabeza de Tobías se giró hacia Severus tan rápido que éste oyó el chasquido del cuello del hombre. -Esto es culpa tuya, ¿verdad?-. Dijo con voz apresurada entre dientes apretados.
-¿Eh?- Severus tarareó interrogante, ladeando la cabeza inocentemente. -¿Qué cosa?-.
-¡Sabes de lo que estoy hablando!- Exclamó, sobresaltando a Eileen, que casi deja caer su cucharón. -Tú mous...- intentó decir la palabra que lo empezó todo porque sabía que sería la que más dolería a Severus, sin embargo, no pudo terminar ya que un paño de cocina voló de su lugar en la encimera para abofetearle la boca, haciéndole callar con éxito. Tobias se sobresaltó tanto que estuvo a punto de perder el equilibrio antes de agarrarse a la nevera. Mala idea, al parecer, ya que poco después se estremeció como si se hubiera quemado, mirando fijamente a la nevera con horror y rabia detrás de los ojos.
Eileen miraba con los ojos muy abiertos y la boca abierta a Tobías y a la toalla voladora, con las manos haciendo gestos hacia la escena que tenía delante y hacia atrás, como si no supiera qué hacer con ellas. Estaba en un estado de estupefacción tan tonto, que Severus sintió una risa burbujeando en su garganta, pero la mantuvo a raya. -¿Qué? ¿Qué está pasando?-.
Severus suspiró. -Ah-, hizo un sonido de comprensión. -¿Te refieres a eso?- Señaló la toalla que aún cubría la boca de su padre. -Sí. Yo tengo la culpa de eso-. Sonrió satisfecho.
Su padre tiró de la toalla y se puso morado de rabia. Hizo ademán de acercarse amenazadoramente, pero las sillas de su lado de la mesa se reacomodaron para interponerse en su camino, obligándolo a detenerse. Las miró y luego levantó la cabeza para encontrarse con la mirada de Severus. Estaba furioso, eso estaba claro, pero no dio un paso más.
Está aprendiendo rápido, pensó Severus. -¿Por qué no nos sentamos todos?-. Sugirió Severus. Endureció los ojos mientras miraba fijamente a Tobías, -No te gustará lo que tengo que decir, así que siéntate y toma sopa de paso. Créeme; necesitarás algo caliente y relajante para calmar tus nervios aprovecha que hoy me siento amable- Sonrió. -Tú también, madre. Tengo la sensación de que al principio no aprobarás mis métodos-.
Tobías resopló, todavía cauteloso y medio enfadado, pero al final hizo lo que Severus le exigió y se sentó en una de las sillas frente a él, cruzándose de brazos en señal de desafío. Eileen miró a su hijo mientras se sentaba con una expresión ilegible en el rostro, pero Severus la amaba demasiado profundamente y la conocía desde hacía demasiado tiempo como para saber de qué se trataba. Ella lo miró con inquietud.
Eso llenó a Severus de inquietud.
No le importaba la opinión de Tobías sobre el asunto de su encanto. En realidad, le explicaría todo porque lo consideraba oportuno por el bien de su madre, y tampoco quería que Tobías se volviera loco; prefería con mucho que el hombre conociera su situación para poder aprender de ella, y no al revés. Pero las palabras de Eileen le importaban, y temía su respuesta a sus acciones (por eso evitó la pregunta ese mismo día). Sabe que ella no podría decidir, pero no quería que su madre se enfadara con él.
No obstante, chasqueó los dedos para apagar el fuego de la estufa y respiró hondo, soltándolo con un largo suspiro. Abrió la boca para iniciar su sin duda ardua conversación, pero su vista de mago captó algo en su visión periférica antes de que pudiera decir nada. Giró ligeramente la cabeza para ver qué era y se quedó mirándolo con las palabras atascadas en la garganta.
La magia de su madre, las mariposas acuosas, jugaban con su magia, las luciérnagas esmeralda, igual que antes de salir de casa aquella mañana, pero entre las luciérnagas, volaba una solitaria partícula verde con forma de cuervo de la magia de Severus. Jugaba con la magia a su alrededor, zumbando y girando como el pájaro que era, dejando un rastro de verde a su paso. Severus no dudaba de que era exactamente lo que parecía el alma de Kuro incrustada en su magia. Así como el cuervo se convirtió en parte de su sombra, Kuro se convirtió en parte de Severus, y viviría para siempre en su magia. El hecho de que su magia cambiara para adaptarse a la nueva alma demostraba que había cambios en su persona a pesar de su alma de Caminante de las Sombras.
Parecía que su acción le afectaba. Severus tendría que ver qué implicaba eso más tarde.
-¿Severus?- Su madre habló, devolviéndolo a la realidad. Movió la cabeza en su dirección con una pequeña sonrisa de vergüenza. Parecía estar mucho más cansado de lo que pensaba. Maldito cuerpo adolescente.
-Lo siento, estaba pensando en cómo abordar el tema-. Mintió, sin embargo, no tan suavemente esta vez, ya que las cejas de Eileen se fruncieron ligeramente. Ella se dio cuenta de su mentira esta vez, ya que era mágicamente débil, supuso, pero no hizo ningún comentario. -Creo que debo ser directo ...Tobias-, se giró hacia su padre que enarcó una ceja. -Te he atado a un encantamiento que puse alrededor de la casa que te prohíbe causarnos daño a madre y a mí. También te prohíbe hacerte daño a ti mismo y a la propia casa, pero eso es harina de otro costal. Concéntrate en la parte en la que no puedes tocarnos- señaló a Eileen y a sí mismo.
Reinaba el silencio mientras los dos adultos miraban a Severus con varias emociones diferentes en sus rostros. Eileen con asombro y confusión rematados con más inquietud imprevisible y Tobías con confusión, horror y simple y llanamente enfado, como siempre. Severus, por su parte, esperó a que se calmaran sus sentimientos agitando la mano y haciendo que tres arcos se llenaran de sopa y flotaran hasta su mesa.
Estaba a punto de coger una cuchara llena de sopa de pollo caliente cuando su madre atronó -Severus, ¿has usado la varita?-. Exclamó, mirando alrededor de la cocina como si una lechuza del ministerio fuera a abalanzarse en cualquier momento.
Severus resopló. Por supuesto, de todas las cosas expuestas para que las procesaran, ella se centró en ese aspecto de la historia. -No, madre. Lo hice sin querer-. Ella hizo un ruido de afrenta, como si no pudiera creer sus palabras, y abrió la boca para replicar, pero Severus siguió hablando -Sin embargo, tallé runas alrededor de la casa para que me ayudaran en la fundación de mi encantamiento, porque no creo que hubiera podido hacerlo yo solo. No te molestes en buscar, nunca las encontrarás-. Afirmó con rotundidad.
-¿Cómo...?- Respiró asombrada. -Y no vuelvas a decir que es porque eres natural, o Dios no lo quiera, te golpearé con una toalla-. Le señaló con un dedo acusador.
Severus levantó las manos en señal de rendición. -Por si sirve de algo, tardé toda la noche en terminar de poner el encantamiento, mientras que, con una varita, habría tardado diez minutos como mucho-, admitió Severus.
-¿Pasaste toda la noche haciendo esto?- Preguntó incrédula. -¿Cómo no me di cuenta?-.
-Estabas durmiendo-.
-Bien. ¿Por qué hiciste todo esto sin decírmelo?-.
Severus sonrió tristemente, lo que pilló desprevenida a Eileen. -Porque no lo aprobarías-.
Ella inhaló bruscamente. -Severus, ¿por qué...?-, pero lo que estaba a punto de preguntar se interrumpió cuando Tobías golpeó la mesa con el puño, haciendo que sus tazones derramaran parte de la sopa. Eileen se estremeció e instintivamente se calmó; bajando los ojos para no encontrarse nunca con los de Tobías, y Severus observó su reacción con una intensidad entristecida, como si no necesitara explicar su acción, pues lo único que ella necesitaba era mirarse al espejo para entenderlo.
Tobías echaba humo. -¿Me estás diciendo-, dijo con los dientes apretados, conteniéndose a duras penas. -¿Que usaste magia conmigo?-.
Severus apenas registró las palabras de Tobías; empezó a asentir antes de que el hombre pudiera siquiera terminar la frase. -Efectivamente-, afirmó como si no fuera para tanto. -Te he atado. Pero tú ya debías saberlo teniendo en cuenta tu comportamiento-. Señaló los brazos cruzados y la posición defensiva de Tobías, una posición que éste no sabía que había adoptado en la silla.
Tobías deshizo conscientemente los brazos y colocó ambas manos sobre la mesa, luego dio un respingo y cerró los ojos como si el movimiento le hubiera hecho daño, antes de abrirlos de nuevo para mirar a Severus con ojos atormentados. Severus no sabía qué pensar de aquella reacción. -Explícame lo que has hecho-. Dijo con forzada calma.
Severus enarcó las cejas. No esperaba que Tobías se interesara por los detalles; para ser sincero, pensaba que actuaría con más agresividad, pero al parecer no era así. -He creado un encantamiento-, dijo Severus y casi sonrió cuando oyó el asombrado resuello de su madre seguido de un susurrado "¿qué?" de indignación. Casi. -Destinado a proteger. La casa está encantada para detectar específicamente tus intenciones maliciosas y actuar en consecuencia para detenerte en caso de que se te ocurra causar daño a alguien o a algo dentro de la casa. Igual que las sillas se interpusieron entre tú y yo o la toalla te cerró la boca antes de que pudieras decir algo ofensivo, y antes de que preguntes, sí, también te censura. Ninguno de nosotros quiere oír tus palabrotas sin sentido sólo porque sabes que nos hacen daño-.
Tobías se quedó mirando, encima de la mesa con las manos cerradas en puños. Resopló antes de decir -Y someterás a tu propio padre a esa tortura sin siquiera una pizca de culpa, ¿verdad?-.
Severus ladeó la cabeza como si pensara. -¿Qué tortura? Si te comportas, es decir, si no haces daño físico a nadie ni nos reprendes con palabras duras, no pasará nada-.
Tobías aferró su tazón de sopa caliente con una mano, pero antes de que pudiera hacer lo que quería, la toalla volvió a abofetearle la muñeca, dejando que el tazón cayera sobre la mesa y derramara toda la sopa que había dentro. Los tres se quedaron callados después, el único sonido en la cocina era el de la sopa goteando de la mesa al suelo.
Estaba claro que no aprobaba lo que Severus hacía si quemarse la mano con la sopa caliente en un intento de tirársela a Severus era una indicación.
Eileen hizo ademán de levantarse para limpiarla, pero Severus levantó una mano para detenerla y, con la misma mano, hizo un gesto sobre la sopa derramada, haciéndola desaparecer. Después de hacerlo, la miró fijamente y recibió una mirada similar. Al fin y al cabo, seguía siendo su madre.
-¿Podemos llegar a un consenso?-, dijo Severus. -No desharé el encantamiento y las consecuencias de tus actos no cambiarán, sin embargo, no te controlo. No impediré que bebas o fumes, no detendré tu ingreso de veneno ni interferiré en tu vida. Las cosas pueden haber cambiado dentro de estas paredes, pero no fuera. Tú sigues siendo tú, y yo sigo siendo yo-. Tobías resopló indignado. -Además, si no puedes vivir en las circunstancias en las que te encuentras, puedes marcharte como te plazca. No te impediré que huyas-.
Dicho esto, Tobías volvió a golpear la mesa con los puños. -¡Yo nací en esta casa!- Exclamó afrentado. -¡Viví en esta casa y moriré en esta casa, intentes manipularme o no!-. Severus vio cómo salía saliva de la boca de Tobías con cada palabra.
Severus se limitó a suspirar ante el arrebato del hombre, como un padre cansado que desaprueba el comportamiento de su hijo. -Puedes quedarte, entonces. No te detendré, como ya he dicho. Eso sí, no aceptaré comportamientos violentos. Si vuelves a casa bajo los efectos del alcohol, como has hecho esta mañana, te aseguro que el dolor de cabeza será el menor de tus problemas. Te recomiendo que te acostumbres al encanto antes de volver a emborracharte, sólo para que comprendas bien tu castigo antes de tirar la cautela a un lado. No digo esto porque me importes, no me malinterpretes- Severus levantó las manos en señal de rendición, recostándose en la silla. -Simplemente te lo advierto de buen rollo, puesto que parece que ya te has enterado de lo esencial. No importa que te lo explique mejor-.
Tobias se levantó bruscamente para mirar fijamente a Severus. -¿Eso es todo, entonces?- Dijo en voz baja y peligrosamente, las ollas y sartenes de la encimera vibraron voluntariamente como advertencia, pero a Tobías no pareció importarle. -No te interpondrás en mi camino mientras me comporte-, dijo la última palabra con sorna. -No impedirás que me quede; no impedirás que me vaya... ¿simplemente no quieres que te haga daño porque eres un chico débil que no puede protegerse ni a sí mismo ni a su madre?-. Se burló.
Severus no dudó. -Sí-, fue su respuesta, la dijo con el rostro inexpresivo, completamente serio y definitivo. A Tobías le pilló desprevenido porque estaba seguro de que Severus tomaría represalias por haberle llamado débil. Lástima para Tobías, las burlas dejaron de funcionar con Severus desde que dejó Hogwarts en su vida anterior. Se insensibilizó a ellas después de lo que le hicieron los merodeadores.
Tobías resopló mirando hacia la mesa, trabajando la mandíbula con rabia para no arremeter de nuevo contra Severus, ya sabía que los muebles tampoco lo aprobarían. Asintió una, dos veces, antes de levantar la cabeza para encontrarse con los ojos de Eileen. Ella retrocedió ligeramente y trató de bajar la mirada, pero Tobías chasqueó la lengua para obligarla a volver a centrar su atención en él. -Eileen-, dijo con autoridad. -Arregla esto-. Ordenó. -Tienes magia, ¿de acuerdo? Arregla esto... termina con esto para que pueda darle a este chico una paliza adecuada por sus acciones contra mí, ¿me oyes?-.
Eileen lo miró fijamente durante un segundo y luego se volvió para mirar a su hijo. Severus no estaba nada impresionado, de hecho, tenía los ojos secos mientras miraba a Tobías. Parecía muy cómodo con el hecho de que Eileen no pudiera hacer nada contra el encantamiento. Ella también lo sabía, por eso se levantó de la silla lentamente y dio un paso atrás antes de murmurar -No puedo-.
Tobías frunció los labios. -¿Qué has dicho?-.
-No puede-, replicó Severus. -Para empezar, madre no tiene su varita, ¿recuerdas?-. Entrecerró los ojos hacia Tobías, ya que el hombre era el culpable de que su madre tuviera la varita rota. -Sin varita, ella sólo puede llegar hasta cierto punto. No me malinterpretes, madre es una bruja excelente para su edad, fuerte también, pero aunque pudiera anular el encantamiento, le llevaría meses sólo...-
-¡Entonces tómate los meses que necesites!- interrumpió Tobías. -No me mires así-, señaló con un dedo acusador a Severus, que lo miraba con el ceño fruncido de desaprobación. -Si ella puede, entonces lo hará. Aunque le lleve todas las horas del día lograr el objetivo, romperá esta maldita maldición...-
-¡No puedo!- Eileen encontró el valor para exclamar, sobresaltando a Tobías y agrietando una sonrisa burlona en los labios de Severus. -No puedo...- se repitió a sí misma en un tono más bajo. -Porque Severus inventó el encantamiento, como dijo. Eso significa que él es el único que sabe cómo desactivar el encantamiento. Aunque yo tuviera una varita, tardaría meses. A eso se refería-.
Tobías la miró incrédulo. Era la primera vez en años que Eileen encontraba el valor para contestarle así. Severus sólo registró el sonido de los muebles arrastrándose por el suelo antes de que Tobías avanzara hacia ella con la intención de causarle daño, con una mano ya en posición de lanzar un puñetazo. Sin embargo, no necesitó actuar en consecuencia, ya que las sillas bloquearon el paso de Tobías, una sartén voló hacia su cabeza haciéndole chillar, y el paño de cocina, uno puesto con sed de sangre, pensó Severus, se enroscó alrededor de su tobillo y tiró. Poco después, Tobías se encontró boca abajo en el suelo.
Gruñó, se incorporó sobre los codos y se ahuecó el chichón de la frente donde le había golpeado la sartén metálica; luego se sentó en el suelo, acunándose la cabeza con ambas manos. Eileen hizo ademán de agacharse cerca de él, pero una de las sillas se deslizó a su lado para detenerla. Podía parecer desesperado, pero seguía teniendo intención de hacerle daño si se acercaba demasiado. Ya había ocurrido antes, y volvería a ocurrir si no fuera por el amuleto, por desgracia.
Severus se puso de pie tomando su ahora frío tazón de sopa mientras lo hacía. -Para terminar esta conversación y poder tomar mi sopa en paz, hay una cosa más que debes saber, Tobías-. Severus rodeó la mesa hasta quedarse mirando fijamente a Tobías. Su expresión se endureció con sus siguientes palabras -El encantamiento está ligado a ti y sólo a ti. Si madre y yo tuviéramos malas intenciones contra ti, la casa no reaccionaría. Será mejor que lo tengas en cuenta la próxima vez que vuelvas a intentar algo duro-. Y luego, dejó que el hombre sufriera solo en el suelo y se dirigió escaleras arriba, a su dormitorio. Al menos allí podría comer en paz.
Mientras Severus subía las escaleras, oyó pasos pesados y la puerta de entrada abriéndose y cerrándose con estrépito. Tobías había abandonado la casa una vez más.
Chapter 14: Act 2, Ch 5 - The weak can never forgive because forgiveness is the attribute of the strong
Chapter Text
La mañana siguiente fue algo digno de contemplar.
Severus se había despertado a las siete en punto sin recordar cuándo se había dormido, sólo para encontrarse empapado en sopa derramada. Resulta que ayer por la noche se desmayó mientras comía su sopa de pollo y durmió sobre ella como un auténtico cerdo. Sintió asco de sí mismo y también un poco de vergüenza. No se había dado cuenta de que las restricciones en su cuerpo eran tan severas hasta el punto de apagarse en el segundo en que se relajó de la confrontación con su padre. Sin embargo, se despertó de inmediato y fue a limpiar su desastre lo más rápido posible. Puede que no lo parezca, pero es un hombre adulto quedarse dormido mientras se come equivale a mearse en la cama. Sólo les ocurre a los niños y a los ancianos.
Una vez hecho esto y tras cambiarse de ropa, bajó las escaleras para prepararse algo de comer, sólo para darse cuenta de que la casa estaba en un silencio inquietante. Su madre aún no se había despertado -(comprobó si estaba bien, pero aparte de las lágrimas que le corrían por las mejillas, estaba profundamente dormida)- y su padre no había vuelto a casa. Severus se encogió de hombros, no estaba preocupado por el hombre en lo más mínimo, pero sí por su madre, ya que no era habitual que durmiera hasta tarde. Así que le preparó unas sencillas gachas de frutos secos y avena con el yogur que tenían en la nevera. Dejó el cuenco del postre en su mesilla de noche con una nota por si se despertaba cuando él no estaba en casa.
Severus se comió su ración de gachas con gusto, pues aún tenía mucha hambre de la hazaña de ayer en el bosque. Con eso en mente, rápidamente Episkey sus heridas más pequeñas y Lenio sus músculos doloridos para aliviar el dolor. Después de limpiar su cuenco, subió a coger el bulto de cuervo que ya olía bajo su cama, su diario de bolsillo y una pluma. Severus salió al patio trasero y se escondió detrás del cobertizo de su padre para realizar el... ¿ritual? No, no era un ritual, lo sabía en sus huesos. Si tuviera que comparar la creación de una sombra con algo, sugeriría un renacimiento, pero de nuevo, no encaja del todo. Tal vez un renacimiento, como en el renacimiento o la renovación del interés por algo, en este caso, la vida, ya que el alma regresaría con un nuevo significado el de un caminante de sombras. Sí, prefería ese adjetivo.
La niebla oscura se levantó del suelo, engullendo a ambos cuervos a la vez. Esta vez, las cosas no fueron tan místicas como antes. Harry nunca apareció para ofrecer su guía -(quizás porque Severus no necesitaba ayuda esta vez)- y la sensación desconocida y sin nombre que sentía no era tan fuerte. La magia aún lo vigilaba, tanto Nadidus como Intenebre, pero Severus ya sabía lo que se sentía al ser notado por la magia antigua. Su alma estaba tocada por la muerte, y también lo estaba su magia la conexión que tenía con el más allá era más fuerte de lo que había pensado. Por otra parte, tal vez ésa sea la razón por la que todo este proceso parece más fácil la segunda vez una vez que miras fijamente al abismo y regresas indemne, aunque no sepas nada de lo desconocido, la oscuridad ya no te perturba.
Severus miró fijamente a las dos almas confundidas -(pues ya llevaban horas muertas y ambas no tenían ni idea de por qué habían sido convocadas de nuevo al mundo de los vivos)- en la palma de sus manos y se encontró en un dilema. El proceso de convertir un alma en una sombra es complicado y requiere la aprobación de varios pasos para que sea posible, la mayoría de ellos por parte de la propia Muerte. Sin embargo, algo que no requiere es el consentimiento del alma. Si Severus quisiera, podría convertir a los dos cuervos en sus sombras sin pensárselo dos veces y ya está; al fin y al cabo, sólo son pájaros, no hay necesidad de pensar demasiado sus acciones, ya que la creación de una sombra no es un proceso maligno, ni tampoco bueno.
Pero Severus no lo haría.
Llámenlo cobarde o blando, pero Severus no podía imaginar qué sería de él si llevara almas inconscientes en su sombra, e incluso si no hubiera consecuencias por sus acciones, no dormiría bien sabiendo lo que había hecho a almas inocentes despojadas de su libre albedrío en contra de su juicio. Se sentía demasiado cerca de lo que había experimentado como hombre de carne y hueso en el pasado, y sabía mejor que nadie lo horrible que era esa sensación. Se esforzaría al máximo para no someter a nadie más al mismo destino a partir de entonces, incluso a costa de esbirros de las sombras esenciales.
Por lo tanto, preguntó Severus. Dio a los dos cuervos las mismas opciones que a Kuro, la elección entre volver a la vida con un nuevo significado o elegir la muerte.
No los amenazaba con su oferta. Severus sabe que la muerte no es lo que la gente espera el mundo de los muertos es un lugar agradable, no un paraíso como se anunciaba, sino un lugar relajante para dejar atrás la vida anterior y pasar a la siguiente. Él había experimentado la vida durante más tiempo que la muerte, pero si tuviera que elegir dónde quedarse, elegiría El Entre sin pensárselo dos veces.
Puede que a otras almas les costara aceptar su oferta por miedo a lo que había más allá del velo, pero las dos almas que tenía en sus manos, Severus lo sabía, estaban desgarradas porque ya sabían lo que era la muerte. No temían rechazar su oferta y seguir adelante, y Severus estaba completamente de acuerdo con eso.
La vida es placentera. La muerte es pacífica. Lo problemático es la transición.
Pero al final, sólo hizo falta un pequeño incentivo. Kuro, su primera sombra, se le unió después de un minuto de cavilar dentro de la niebla negra, posándose en su hombro, y como parientes de la misma falta de bondad, las dos almas de cuervo se encontraron de acuerdo en unirse al viaje de Severus. La vida, al parecer, no les era desagradable, y unidos a un miembro de su familia, no había razón para rechazar la oferta de Severus. Los animales son más listos de lo que parecen, pero así como los humanos siguen sus mentes y corazones, los animales siguen el camino de menor resistencia.
Sus almas, como la de Kuro, se convirtieron en dos pequeños soles negros, y la niebla que los cubría se disipó. Donde antes yacían dos pájaros muertos, se erguían dos majestuosos y vivos cuervos negros de ojos verde esmeralda.
-Tu nombre será Serafín-, señaló al cuervo de su izquierda. -Y tú serás Querubín-. Señaló al de la derecha. -Bienvenidos de nuevo al mundo de los vivos-. Ambos graznaron al unísono y Severus sonrió.
Envió a sus tres cuervos a cazar, pues aún necesitaban alimentarse, y regresó al interior. Se dirigió de nuevo a su dormitorio con la intención de cuidar de las hadas, cogiendo la jaula escondida en un rincón y colocándola sobre la mesa de estudio para que captara un poco de la tan necesaria luz del sol que entraba por la ventana. Las hadas, que antes seguían dormidas, se despertaron con la luz e inmediatamente empezaron a silbar y a revolverse dentro de la jaula. Con la ayuda de la luz del sol, Severus determinó la apariencia y el sexo de sus cinco especímenes -(cuatro hembras obreras y un macho no dominante)- y anotó todo lo que pudo de cada individuo en su diario de bolsillo. Las hembras obreras, al igual que los machos no dominantes, no pueden reproducirse, lo cual era bueno para Severus, ya que significaba que no tenía que preocuparse de que establecieran una nueva colonia clandestina delante de sus narices. De forma poco creativa, bautizó a la única hada rubia del grupo con el nombre de Bell, seguida del macho (Gota de rocío) y las tres hadas restantes (Floura, Eva y Escarcha). Cuando terminó de esbozar unas sencillas fichas de identificación, Severus dio rienda suelta a su magia alrededor de las hadas y observó para ver su reacción.
Sus luciérnagas y zarcillos como serpientes danzaron alrededor de las hadas y, para su inmediata aprobación, las hadas dejaron de protestar y empezaron a deleitarse con la abundancia de magia. La primera en empezar a acicalarse las alas, observó Severus, fue Bell. Parecía la más joven del grupo, la más impresionable, y siguió su instinto sin pensarlo mucho. Los demás se asombraron durante más tiempo, pero al final todos acabaron copiando a Bell. Severus Accio el frasco con las frutas secas restantes de su desayuno y se lo dio de comer a las hadas a mano, una por una - quería que lo asociaran como la fuente de magia y comida, así, estableciéndose como un factor importante en su supervivencia. Cuanto antes se ganara su confianza, antes podría conseguir alas de hada de calidad en el futuro.
Después de todo eso, ya eran más de las ocho de la mañana.
Volvió a colocar a las hadas en su rincón -(al fin y al cabo, siguen asilvestradas y en cuarentena)- y se fue a continuar con sus asuntos. Pero antes, ejercicios matutinos. Se había prometido a sí mismo, después de los sucesos del bosque, que necesitaba más resistencia y, ya que estaba, músculos. El Señor sabe que es demasiado escuálido para un supuesto yo de dieciséis años.
Hizo una sencilla rutina de ejercicios por la mañana temprano. Después de un rápido estiramiento de calentamiento, hizo planchas -(tanto en los codos como en los costados)-, flexiones, abdominales, sentadillas y estocadas. Todo el proceso no duró más de treinta minutos y ya se estaba vistiendo para ir al Callejón Diagon antes de agotarse demasiado. Se puso su mejor combinación de ropa -(una camisa blanca abotonada, su pantalón negro favorito, unos viejos zapatos de sastre que solían pertenecer a su padre y, por último, sus guantes y su reloj de pulsera)-, depositó el dinero del monedero rosa descolorido en la bolsita que le había regalado el jefe Tigerbee y se la colocó en el bolsillo trasero del pantalón. Respiró profundamente mientras se miraba en el espejo del cuarto de baño y, con expresión decidida en el rostro, se marchó.
Los objetivos del día eran pocos
•Comprar el último ingrediente que necesitaba para la poción Wiggenweld, en este caso, espinas de pez león, ya que en Hogwarts no criaban peces león.
•Comprar más calderos (ahora tenía más dinero; podía comprar más de uno y de mejor calidad).
•Comprar recipientes de vidrio para sus pociones (estaba pensando en tubos de ensayo, ya que eran más pequeños y baratos de lo que estaba acostumbrado).
Severus no necesitaba nada más con respecto a la poción; ya tenía su kit de pociones. Con eso en mente, salió de la casa con las manos en los bolsillos y caminó por los desolados caminos de Spinner's End, adentrándose en las impolutas calles de New Beginnings, el barrio más rico de Cokeworth. ¿Su destino? La Biblioteca Pública de Cokeworth.
Sin que muchos lo supieran, la chimenea de la Biblioteca Pública de Cokeworth -la de la sala de estar escondida en el fondo- era un lugar público para hacer floo. Abierta desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, la chimenea rara vez veía actividad de brujería. En su vida anterior, había utilizado la chimenea para llegar a tiempo de coger el tren en King's cross después de que Lily dejara de ofrecerle viajes en coche. De no ser así, Severus dudaba que hubiera cogido ese tren, se atrevía a pensar, ya que ninguno de sus padres podría llevarlo hasta allí, ni tenía dinero para el transporte público.
El aspecto más desafortunado de la chimenea, sin embargo, se debe a su condición pública, lo que significa que sólo puede conducir a Severus a otros lugares públicos de floo eso, y por supuesto, la hora de uso. Como no funciona hasta altas horas de la noche, no puede usar el floo para llegar a casa en Cokeworth desde la estación de tren, que apesta a pelotas, por cierto. Además, limita la cantidad de tiempo que Severus puede pasar en el Callejón Diagon si se queda más allá de las cuatro de la tarde, tiene que reservar una habitación en el Caldero Chorreante o atreverse a emprender de nuevo el viaje de horas de vuelta a casa en transporte público muggle. Lo cual, no, muchas gracias.
Severus caminaba por Nuevos Comienzos, observando las coloridas casas con patios delanteros y césped bien cuidados, algunos decorados con arbustos de flores, mientras que otros preferían el camino de piedra y el combo de flamencos de plástico -(los gnomos de jardín y los árboles también eran comunes)-. El típico barrio de ricos, pensó. Algunos tenían vallas, otros no. A algunos les gustaban los balcones, a otros no tanto. Pasó el tiempo observando las diferencias entre las casas y, en secreto, teniendo en cuenta los aspectos arquitectónicos que le gustaría ver en la suya, para cuando llegue el momento de comprarla o construirla en el futuro.
Estaba tan absorto en su evaluación de la arquitectura de finales de los 70 que ni siquiera se dio cuenta de que estaba a punto de pasar por delante de la casa de Lily.
-¡Sev!- Llamó una voz muy familiar, y Severus despertó de su trance con un sobresalto. Se giró hacia su izquierda y se encontró a Lily saludándole con una pequeña sonrisa en la cara. Estaba de rodillas, cuidando la mata de petunias nocturnas del jardín delantero; llevaba guantes de jardinería y el pelo recogido en un moño desordenado, como le encantaba hacer. Aunque, a juzgar por la piel enrojecida de su frente, hacía tiempo que trabajaba bajo el sol sin sombrero.
-Lily-. Le devolvió el saludo, acercándose a la valla blanca para inclinarse sobre ella, mirando a su amigo. -Oye, ¿qué estás haciendo?-.
Ella volvió a regar las flores con un pulverizador, uno reutilizado de una botella de ambientador, estaba seguro. -Regando las flores de Tuney, por supuesto. Por lo visto son el fruto de su duro trabajo y de su alma, así que debo cuidarlas como ella, es decir, una a una, lenta y arduamente-. Dijo sarcásticamente mientras ponía los ojos en blanco.
Severus soltó una risita. -Ella sabe que las flores no absorben el agua del capullo, ¿verdad?-.
Lily suspiró. -Intenta decírselo. Se volvió medio loca cuando intenté explicarle que el proceso no hace más que regar en exceso a las pobres flores. Morirán si sigue así, y bueno, no puedo detenerla, ¿no?-. Le miró a través de las pestañas, sonrió cansada y volvió a su trabajo.
Severus tarareó en señal de acuerdo. Petunia, por lo que Severus sabía, nunca había superado sus celos por Lily. Era una pesada de adolescente, más aún de jovencita, y no le hicieran hablar de su comportamiento como cuidadora de Harry. El propio Harry, a pesar de ser el hombre vivo más viejo y quizá más sabio, pensaba que aquella mujer era el colmo del resentimiento, al igual que el significado de la flor que representa su nombre. No compartían muchas historias de la primera infancia de Harry, pero por los retazos, Severus podía argumentar que Petunia no tenía cabida ni en su vida ni en la de Lily. Sin embargo, Lily amaba a su hermana mayor y haría cualquier cosa por complacerla; por ejemplo, arrodillarse bajo el sol de la mañana durante demasiado tiempo, regando flores porque su hermana lo decía.
Si Lily quería a Petunia en su vida, Severus no intervendría, pero al igual que hizo con su madre, si la situación se intensificaba más allá de sus deseos, Petunia dejaría de existir. No, no la mataría, pero Lily no volvería a verla.
-¿Qué hay de tus flores? ¿Las que tu madre plantó para ti, los lirios blancos?- Preguntó Severus para cambiar de tema.
Lily frunció los labios. -Murieron mientras yo estaba fuera. Mamá dijo que las cuidaba todos los días, que comprobaba el pH de la tierra y las regaba con regularidad, pero no sobrevivieron-. Dijo ligeramente cabizbaja. Severus sabía lo mucho que Lily amaba sus flores. -Bueno, no puedo hacer nada al respecto. Los lirios son plantas quisquillosas, después de todo. O, al menos, mamá decía que lo eran. Las comparaba conmigo, eso hacía-. Sonrió.
Me equivoqué. Los lirios no se diferencian de los dientes de león en que pueden crecer fácilmente en cualquier sitio, incluso en el asfalto si se les deja. No son quisquillosos en ningún sentido no requieren un tipo de suelo ni un pH particulares, y prosperan tanto al sol como a la sombra. Los lirios no son difíciles de cultivar, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de cuidados que la señora Evans dedica a las flores que representan a sus hijas. Severus no dudaba de que Petunia, de alguna manera, saboteaba los esfuerzos de la señora Evans y entorpecía el crecimiento de las flores. Sin embargo, no se lo diría. No tenía motivos para aumentar la enemistad entre las hermanas.
-Qué lástima-, respondió Severus, y luego, por capricho, dijo -¿Quieres que te traiga flores nuevas?-.
Lily apartó la mirada de las petunias para entrecerrar los ojos hacia él. -No creo que sea apropiado...-, dijo lentamente, tanteando el terreno.
Severus ladeó la cabeza, confundido por su reacción, antes de darse cuenta de lo que quería decir. -Merlín-, se deslizó una mano por la cara para recogerse... realmente, de todas las cosas, ¿Lily creía que le gustaba románticamente hasta el punto de llevarle flores de esa manera? La enfermedad del cerebro pequeño de James se le está pegando. -Así no, tontita-. La amonestó. -Quería traerte semillas nuevas para que las plantaras en el jardín donde antes estaban los lirios-.
-Aaah-. Ella hizo un sonido de comprensión antes de sonreír tímidamente. -Eh, lo siento. Mi cabeza no ha sido la misma desde los acontecimientos de nuestro último año escolar... hmm, no debería haber dicho eso. Lo siento-. Se frotó la nuca.
Ah, ahí lo tenemos. A Lily se le da fatal guardar secretos.
Severus decidió no indagar por ahora, aún tenía cosas que hacer. -No hay problema. Pero entonces, ¿qué sería?- Preguntó, pero cuando ella sólo lo miró interrogativamente, Severus suspiró resignado. -¿Quieres que traiga semillas nuevas o tu madre ya ha plantado algo en los parterres?-.
Ella se animó. -¡Oh, oh, claro! Mamá aún no ha plantado nada. Tuney preguntó si podía plantar más petunias allí, pero mamá dijo que se lo pensaría. Creo que está ganando tiempo para plantar más lirios después, pero no estoy segura-. Divagó.
Severus se la quedó mirando un rato. -Lily-.
-¿Eh?-.
-Eso no responde a mi pregunta-.
-¡Oh! Cierto, lo siento. Cielos, hoy estoy por las nubes-, se rió de sí misma. -La respuesta sería sí, creo... quiero decir, si puedes...- una mirada atormentada pasó por sus ojos pero se acabó tan pronto como llegó. Parpadeó. -Oh, oh, olvídalo. ¿Dónde estabas, Sev? En la estación de tren, quiero decir. Papá y yo estuvimos buscándote una hora después de llegar-.
Severus se sintió ligeramente culpable, pero se sobrepuso rápidamente. -Mamá vino a llevarme a casa-.
Se puso una mano sobre el corazón. -Menos mal. Estaba preocupada, ya ves-.
Severus sonrió, algo tan genuino y triste al mismo tiempo, que pilló a Lily desprevenida. -No tienes que preocuparte por mí, tonta. Sólo pensé que no querías tenerme en el viaje en coche...-
-¡Tonterías!- Dijo ella antes de que él pudiera terminar la frase. -Sé que no estuvimos en buenos términos por un tiempo-, Ella se levantó de la tierra, limpiando sus pantalones mientras lo hacía. -Pero volvimos a hablar, ¿no? Sé que nunca hablamos de lo que pasó, pero... Ah, Sev. No quiero perderte otra vez-. Ahora, ella estaba agarrando la cerca también. -Sabía que estabas arrepentido de tus acciones...-
-Aún lo estoy-, interrumpió él con seriedad.
-Todavía lamento tu acción-, se corrigió ella. -Pero tampoco fui la mejor amiga. Lo que te dije después...-
-No-, la interrumpió Severus antes de que pudiera caer más profundamente en los sucesos de aquel día. -Estabas dolida y arremetiste contra mí. No es culpa tuya-. Sacudió la cabeza con decisión.
Lily lo miró en silencio, con los ojos llenos de un profundo sentimiento de culpa. Le temblaba el labio inferior porque, ¿cómo podía? Había culpado a ese chico, víctima de una broma cruel, y había ignorado sus súplicas de reconciliación durante semanas antes de ver cuánto le dolía de verdad... tenía que ver para creer. Ella, una bruja, tenía que ver los ojos entristecidos de Severus mirándola en el Gran Comedor, completamente perdido. Tuvo que ver la sangre goteando por su ojo para comprender el peso de sus acciones.
Lily Evans, la feroz chica pelirroja de Gryffindor que todos en Hogwarts conocían como una de las alumnas más inteligentes y poderosas. Pero también, la chica a la que había que golpear en la cara con la verdad para que comprendiera que estaba equivocada. Porque aquel día, Lily no fue la única que arremetió porque estaba dolida Severus tampoco quería decir lo que había dicho de ella.
¿Cómo podía ella culparlo por lo que había hecho, cuando él la había perdonado por sus malas acciones, unas que no eran diferentes de las que ella lo acusaba?.
-Lils-, la llamó Severus mientras le rodeaba el antebrazo con una mano suave, sacándola de su estupor. -Prácticamente puedo oír cómo te regañas mentalmente-. Y no mentía, Severus captaba sus pensamientos a través de su avanzada Legilimencia. El hecho de que ella se sintiera extremadamente culpable lo sorprendió, pero no lo mostró en su expresión.
-¿Oh?- Ella resopló, más para controlar los mocos que le chorreaban por la nariz que para llorar, pero divagó. -Lo siento, como ya he dicho, hoy estoy muy liada-.
-No pasa nada-, la consoló Severus. -¿Quieres un abrazo?-.
Lily asintió, moviendo la cabeza repetidamente antes de que pudiera siquiera registrar a lo que había accedido. Severus rió entre dientes y la envolvió en un reconfortante abrazo por encima de la valla, de esos que colocan la cabeza de tu ser querido sobre tu corazón, para que pueda oír tus latidos y calmarse. Por suerte para Severus, era lo suficientemente alto como para hacerlo con Lily. Apoyó la mejilla sobre la cabeza de ella y le acarició la espalda, dibujando círculos a medida que avanzaba. -Estás bien-, dijo una vez que se dio cuenta de que la había pillado completamente por sorpresa y se había congelado en su abrazo. -Sigo creyendo que no deberías sentirte culpable, pero por lo que más quieras, te perdono-.
Ella inspiró con fuerza antes de volver a abrazarlo con fuerza, acurrucando aún más la cabeza en su pecho. Severus la sintió sonreír contra su camisa. -Gracias, Sev. Yo también te perdono-.
Y Severus estuvo a punto de echarse a llorar allí mismo. Casi.
Se separaron del abrazo, y mientras Lily lo miraba, fue a decir algo más, algo que necesitaba aclarar antes de que se le volviera a olvidar, sin embargo, se aquietó, frunció las cejas y miró a Severus de arriba abajo, de arriba abajo. -...Ahora que me fijo bien, ¿por qué vas vestido así?-. Señaló su atuendo un tanto formal.
Él se miró cohibido. -...¿Voy a la biblioteca?-.
Ella arqueó una ceja. -¿Y cómo vas a comprarme plantas nuevas en la biblioteca?-. Preguntó y sonrió satisfecha cuando Severus hizo un puchero.
Él suspiró. -Hay un floo en la biblioteca, tonto. Me voy a Diagon-.
Se quedó mirándolo un segundo antes de soltar -Espera, ¿como una chimenea floo? ¿En la biblioteca?-.
Severus resopló. -Sí, eso es lo que es un floo-. Dijo sarcásticamente.
Pero ella no estaba prestando atención. -¡Caramba, eso facilita mucho las cosas!-. Ella estaba sonriendo y Severus disfrutó de su sonrisa por un segundo más.
Al final, sin embargo, tenía que irse. -Bueno, te veré cuando vuelva del callejón para entregar las plantas; tampoco tardaré mucho-.
Ella se volvió hacia él y asintió. -Por supuesto. Sólo...- y aquí hizo un gesto con la mano como buscando las palabras adecuadas. -No traigas algo demasiado obviamente mágico, o a Tuney le dará un infarto-. Los ojos de Severus chispearon peligrosamente como si estuviera cogitando la idea, pero Lily lo hizo callar de inmediato. -Severus, no lo hagas-. Le amonestó.
Él sonrió satisfecho y levantó las manos en señal de rendición. -No he dicho nada-, dijo juguetonamente antes de darse la vuelta. -¡Adiós, Lily!- Saludó por encima del hombro.
Ella le devolvió el saludo. -¡Buen viaje, Sev!-.
Saltó por el camino hacia la biblioteca con el débil sonido de la risa de Lily todavía sonando en su cabeza. Por Merlín, había echado de menos a su hermana.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Severus llegó a la chimenea del Caldero Chorreante con el resplandor de las llamas verdes y el hollín casándole la ropa. Se limpió rápidamente las mangas y se palmeó la parte delantera de la camisa antes de abrirse paso entre los magos borrachos y las brujas cotillas hacia el mostrador, donde Tom, el casero, posadero y tabernero, estaba secando unas jarras de cerveza de mantequilla. Parecía que hoy era un día de mucha gente, ya que Severus tenía dificultades para orientarse entre los residentes, pero al final llegó hasta el hombre calvo, que ahora levantaba una ceja en su dirección como si hubiera intuido que Severus necesitaba su ayuda.
No fue necesario intercambiar palabras. Severus hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta trasera y Tom asintió a regañadientes, dejando pasar al joven sin aspavientos hacia la pared de ladrillo. Severus tocó el código de los ladrillos con la varita, dejando que la pared registrara su magia, y ésta se abrió elaboradamente, permitiendo a Severus adentrarse en el Callejón Diagon por primera vez desde su regreso al pasado.
Caminó por la bulliciosa calle, tomando nota de la atmósfera del callejón se notaba que el lugar estaba vivo. La magia entonaba su canción más ruidosa hasta el momento, alegre como la energía contagiosa de los niños que juegan entre adultos, dándole la bienvenida como quien regresa a casa. La canción se mezclaba y combinaba con las voces de la gente -(gente ocupada haciendo recados, gente cansada descansando por el día, gente feliz reuniéndose con sus amigos)- creando una sinfonía a la que aún tenía que acostumbrarse, pero no le importaba. La canción no era suficiente para hacer que un hombre saltara del borde de su asiento y la bailara, pero Severus podía verse a sí mismo moviendo la cabeza y golpeando el pie al ritmo. Se cruzó con brujos que vestían pomposas y elaboradas túnicas y sombreros de todos los colores del arco iris. En la acera había vendedores de juguetes baratos y comida callejera; burbujas multicolores flotaban sobre su cabeza, seguidas por la magia colorida de cada persona a la que se acercaba.
Severus vio y sintió todos los tipos de magia conocidos por el hombre desde chispas hasta polvo y humo, lana suave, hielo helado, etcétera. Cada vez que respiraba profundamente para calmar su acelerado corazón, olía a menta y a madera, a buena comida, a ropa nueva y a libros, y sólo... necesitaba tiempo para procesarlo todo. Porque, sí, su Vista de Mago se había arreglado y su Oclusión le ayudaba a equilibrar la magia que le rodeaba, pero esto era demasiado, abrumador, igual que lo que sintió en la estación de tren de King's Cross.
Afortunadamente para su estabilidad mental, Severus llegó al Banco de Magia Gringotts cuando los bordes de su visión empezaron a estrecharse.
Se inclinó cortésmente ante los dos duendes que custodiaban la puerta, recibiendo dos inclinaciones de cabeza en señal de reconocimiento, y entró. Para su alivio, la magia del interior del banco era mucho más soportable y relajante que la del exterior. Quince minutos más tarde, salió con noventa galeones a su nombre (aparte de seis sickles y cuatro knuts), una mentalidad más limpia y tranquila, y un montón de cosas que hacer.
Trabajaría desde los materiales más fáciles hasta los más complicados. Con esa idea en mente, Severus se dirigió a la botica más cercana a Gringotts, Boticaria Slug and Jiggers, una tienda con fachada roja y un gran escaparate donde se exhibían los ingredientes y las pociones a la venta. Abrió la puerta, oyó el tintineo de la campana sobre él y al mago detrás del mostrador dándole la bienvenida, y se dirigió hacia las cajas de espinas de pez león embotelladas que se exhibían en uno de los estantes inferiores. Una caja costaba dos galeones con dieciséis botellas de espinas cada una, dentro de las botellas al menos dieciocho o veinte espinas como mínimo.
Severus las miró con el ceño fruncido. Como maestro de pociones, Severus estaba acostumbrado a comprar y negociar con sus ingredientes, pero como hijo de la pobreza, tenía un gran sentido de la administración del dinero. Sabía que Slug and Jiggers era la botica "a la que acudían" los estudiantes de Hogwarts. Por eso evitaba la tienda como "mortífago" y más tarde como profesor. Ya conocía el precio de una caja de dieciséis frascos de espinas de pez león -(que, sí, son dos galeones)-, pero quería confirmar si el precio no había cambiado para asegurarse de tener un precio que le sirviera de base al tratar en otras tiendas. Sabía que tenía dinero más que suficiente para comprar una o dos cajas en la tienda, pero quería asegurarse de obtener el mejor trato.
Aunque era un inconveniente para él, ya que tenía que buscar precios en Diagon, un lugar que ya le causaba un ligero dolor de cabeza, Severus miraría primero en otras tiendas antes de llegar a un consenso.
Por eso Severus se encontró frente a Pociones J. Pippin no más de diez minutos después de salir de la última botica. Esta vez, la fachada de la tienda era azul pastel y no podía ver mucho del interior desde el escaparate. La puerta también tenía un timbre y la cajera le dio una calurosa bienvenida cuando Severus entró y, una vez más, se dirigió hacia las cajas de espinas de pez león embotelladas. Mientras inspeccionaba la mercancía, notó que una caja costaba dos galeones, al igual que en la tienda anterior, pero Pociones de Pippin estaba en una especie de "oferta de mitad de semana", una especie de "dieciséis botellas de espinas de pez león + una por dos galeones".
A primera vista, parecía ideal diecisiete frascos por el precio de dieciséis, una ganga, ¿no? Pues no. Aunque el aspecto del trato parecía bueno, se trataba de una elaborada estafa. Al inspeccionar de cerca, Severus contó de once a catorce espinas en cada botella, en lugar de las dieciocho a veinte que había visto en la tienda anterior. Se trata, como mínimo, de una pérdida de sesenta y cuatro espinas bellamente disfrazada de engaño, y Severus se sintió hervir de ira apenas controlada en el acto cuando se dio cuenta de ello. Se marchó rápidamente para evitar una conmoción.
La tercera tienda, la más pequeña del grupo, era la Pequeña Botica de Blanche que, haciendo honor a su nombre, no se podía señalar ni con uno ni con dos dedos (gesticular con la mano parecía bien, sin embargo). La fachada era de pura madera oscura y rústica, sin escaparate alguno, y la puerta, al abrirse, no tenía timbre; en su lugar, un canario dorado posado sobre la puerta cantaba la llegada de Severus a la anciana que estaba detrás del mostrador. Ella le sonrió dulcemente como una abuela -(su rostro lleno de arrugas envejecidas y rasgos suaves)- antes de volver a su novela. Severus se limitó a asentir semanalmente antes de, una vez más, dirigirse hacia las espinas del pez león.
Se quedó mirando la desordenada estantería coronada por fardos de diez botellas cada uno, cuidadosamente envueltos con una cinta; en su opinión, quedaba muy mono. Un fajo costaba un galeón, lo cual parecía muy bueno, pero debido a la cinta, Severus no podía ver cuántas espinas había dentro de cada frasco. Si tenía la misma cantidad de espinas que la primera tienda, Severus saldría ganando, y si no, volvería a Slug and Jiggers y pagaría ya una caja.
-¿Eh, disculpe?- llamó Severus a la anciana, que levantó la cabeza para mirarle con una sonrisa. Él le devolvió la sonrisa involuntariamente antes de decir -Hola señora-, saludó con cierta torpeza. -¿Sabe acaso cuántas espinas de pez león vienen en cada botella?-.
-Oh, querido-, ladeó la cabeza como si estuviera pensando. El canario que había sobre la puerta le cantó, agitando las alas, y ella le sonrió con un leve movimiento de cabeza. -Por lo menos dieciocho, me temo-. Dijo ella, y Severus sintió que el triunfo le recorría el cuerpo casi al instante.
-Tomaré dos fardos, entonces-. Dijo, y si creyó ver que el canario ladeaba la cabeza y le sonreía con inteligencia cuando pagó su mercancía, no lo dijo.
Después de pedirle a la anciana -(la mismísima Madame Blanche)- que le encogiera los fardos, se los metió en los bolsillos del pantalón y salió de la tiendecita sintiéndose victorioso. Veinte botellas por el precio de dieciséis. Ah, las maravillas de la búsqueda de precios. Sí, a veces hay que investigar y pasearse por varias tiendas, pero al final merece la pena.
Los calderos fueron los siguientes. Severus entró en al menos tres tiendas -(una de ellas, la Tienda de Calderos de Potage, al principio del Callejón Diagon, la tienda de calderos habitual para los estudiantes de Hogwarts)- para averiguar el precio actual del caldero que quería y encontrar la mejor oferta. Al final, compró dos calderos de cobre (el material para calderos que funciona más rápido) por sólo cuarenta y seis galeones en lugar de los cincuenta habituales en una "liquidación de existencias". Puede parecer caro -(y lo es, sobre todo para un niño corriente como él)-, pero el tiempo que ahorrará utilizando estos calderos más rápidos se amortizará en cantidad de pociones.
Con las espinas de pez león y los calderos encogidos a buen recaudo en los bolsillos del pantalón, Severus se crujió el dolorido cuello y se encaminó hacia Novedades Botánicas de Noltie, una tienda de plantas situada cerca de Bufo's para comprarle a Lily sus nuevas semillas de flores. Lo recibieron una bruja muy poco entusiasta detrás del mostrador y un niño pequeño de piel oscura que dibujaba con lápices de colores en un pequeño taburete y una mesa a un lado. No les hizo caso y se adentró en la tienda. Allí se encontró ante la decisión más difícil que había tomado en su vida.
¿Debía comprar los lirios Orienpet normales (los blancos) para satisfacer el deseo de Lily, o debía comprar los lirios Cobra y asegurar la muerte de Petunia por medio de un ataque al corazón?.
Suspiró -(la reprimenda de Lily para que no comprara nada remotamente mágico sonando en bucle en su cabeza)- y acabó escogiendo los lirios normales. Semillas en las manos, decidió buscar otras plantas para él, después de todo, el patio trasero de la casa de Severus era de pesadilla en el mejor de los casos, inhabitable en el peor, y tenía que tener en cuenta su recién descubierta antipatía por los cuervos. Vivir en un hábitat natural tan mediocre como la hierba medio muerta de su patio sería un insulto a su honor y a la vida de los cuervos. Murieron y volvieron a la vida para servirle, se merecen algo mejor, pensó. Así pues, regresó al mostrador para pagar los lirios, una bolsa de fertilizante mejorado mágicamente, dos juegos de semillas de pasto azul de Kentucky, una bolsa de hojas de mandrágora y, para su propia diversión, semillas de edelweiss para los parterres que planeaba construir en el porche trasero y alrededor del cobertizo de su padre. Ya lo tenía todo meticulosamente planeado en su cabeza, por una vez entusiasmado por trabajar en algo nuevo... que no estuviera relacionado con la poción, claro.
-¡Ew!- El chico hizo una mueca al ver las compras de Severus. -Los lirios atraen a las babosas, ¿sabes?-. Sonrió dejando ver la punta de la lengua entre un hueco de los dientes delanteros.
-Ah, ¿sí?- Severus sonrió y le siguió el juego, complaciendo al chico.
-¡Sí, lo hacen! Las babosas malolientes, eso es!- Exclamó de nuevo el niño mientras reía.
-Hmm, ¿y si me gustan los caracoles?-. Preguntó Severus mientras pagaba los platos.
-¡No se comen caracoles con babosas, señor! Son caracoles, ¿sabe? Lo sé porque papá me lo dijo-. Dijo el niño mientras levantaba su dibujo para que Severus lo viera. El dibujo representaba a un hombre de piel clara con un delantal de flores cogido de la mano de un niño pequeño, o al menos, es lo que Severus entendió por los garabatos infantiles del papel.
-Tu padre parece un tipo muy inteligente, entonces-. Volvió a sonreír antes de recoger el paquete pulcramente ordenado y encogido y guardárselo en el bolsillo del pantalón. -Sin embargo, esas semillas son para mi hermana, a la que le encanta cuidar las plantas. ¿Le gustaría saber su nombre?-.
El niño asintió con ojos cómicamente grandes y falsa seriedad, como si el nombre de la hermana de Severus significara el mundo para él. Era un espectáculo encantador.
-Se llama Lily. ¿No hace que las semillas parezcan mucho más especiales?- preguntó Severus.
El niño sonrió alegremente. -¡No puede ser! El nombre de mi madre también es una flor. Clematis. A mamá le gustaban tanto las plantas que papá abrió esta tienda para ella-. exclamó emocionado. Luego, su sonrisa se borró de su joven rostro. -Pero ella no puede venir aquí-.
Severus oyó el ligero cambio en el tono del chico cuando dijo la última parte. Le supo melancólico en el fondo de la lengua por alguna razón. -¿Ah, sí? ¿Y por qué?- Indagó un poco más.
La felicidad del chico le abandonó de golpe. Se quedó con los labios entrecerrados y una expresión sincera pero contrariada en el rostro. -No la deja volver. Ya no la deja entrar aquí-. Hizo un mohín.
Severus frunció el ceño, robándole una mirada a la bruja que estaba detrás del mostrador, como inquiriendo sobre las palabras del chico, pero ella sólo enarcó una ceja. -A mí no me mires; sólo soy una empleada a tiempo parcial-.
-La llamó Sangre Sucia-. Dijo el chico, haciendo que a Severus se le helara la sangre. -No puede estar aquí, dijo-.
-¿Quién dijo?- Preguntó rápidamente, demasiado rápido. Tal vez aún no está preparado para adentrarse en este tema con respecto a su error, especialmente después de su encuentro con su hermana esta mañana, pero se sentía obligado a saberlo. Si es por él mismo o porque hay un niño de por medio, nadie lo sabe.
El niño entrecerró los ojos e hizo un mohín como si se lo pensara mucho. -Papá le llama... casero-.
La bruja se burló. -Ese bruto retorcido de hombre. Desde el día en que puse un pie en el Callejón, ha causado más jaleo que el culo de cualquier hijo de ganso de por ahí. No me extraña que el señor Noltie tenga que hacerle la pelota para mantener la tienda-. Ella dijo. -Un consejo, señor. No se involucre-.
Hay un casero racista de sangre que es dueño del establecimiento de Novedades Botánicas de Noltie y tal vez de otras propiedades en los alrededores del Callejón Diagon, anotó Severus en su mente para más tarde.
-Ya veo-, se conformó ya que no tenía más que discutir. -Ah, pero ¿dónde están mis modales? Me llamo Severus Snape, ¿y tú?-. Se dirigió al joven.
-Cosmos, como el Cosmos de Chocolate del jardín de mi madre-. Movió los dedos, repentinamente tímido.
-Encantado de conocerle, señor Cosmos-. Severus sonrió. -Espero que algún día dejen entrar a tu madre en la tienda. No hagas caso de lo que diga el casero; seguro que tu madre se merece cuidar de las plantas como mejor le parezca, o al menos, eso creo-. Dicho esto, Severus sacó el paquete del bolsillo trasero y lo volvió a colocar encima del mostrador. -Espera un minuto o dos, ¿quieres? Voy a coger más semillas y quiero que lo envuelvas todo de nuevo-. Le dijo a la bruja detrás del mostrador.
Cuando Severus volvió, llevaba semillas de clemátide y cosmos de chocolate. Porque un jardín compuesto sólo por flores de edelweiss resultaría aburrido a la vista era su excusa, pero no engañaba a nadie. Salió de la tienda con un paquete escondido y un nuevo amigo en forma de niño de las flores.
Puede que sea un poco, sólo un poco, débil con los niños admitió Severus.
En cualquier caso, con los ingredientes, los calderos y, ahora, las provisiones para el jardín y las flores de Lily a mano, Severus sólo necesitaba... una cosa más del Callejón Diagon antes de partir en busca de las probetas al centro de Londres.
Le hizo una promesa a Helena hace semanas y, por su propia curiosidad y sensación de logro, quiere juguetear con las runas grabadas en las paredes del salón de Rowena, ya sea para mejorar las defensas o simplemente para permitir que los fantasmas atraviesen los muros. Para ello, necesitará algunas herramientas. Herramientas para tallar, para ser más precisos.
Y sí, a Severus no se le escapa la ironía de utilizar herramientas muggles como cinceles para tallar runas mágicas. Resulta que, hace mucho tiempo, la gente tenía que tallar las runas con sus propias manos, ya que aún no se habían inventado las varitas. En aquellos tiempos oscuros, mucho antes de que existiera Hogwarts, las herramientas para tallar eran los brujos Pinceau et Peinture cuando había magia de por medio. Hoy en día, las runas se pueden tallar en cuestión de segundos con un simple movimiento de la varita, pero no con el mismo nivel de maestría que las manos expertas. En otras palabras, para alcanzar el mismo nivel de las runas talladas en el salón, Severus necesita trabajar con las runas de la misma manera que lo hacían los hombres y mujeres de hace mil años, tallándolas manualmente.
Además, al igual que las runas funcionan mejor cuando están cosidas a la seda de sus guantes en lugar de encantadas, las runas talladas se adhieren fácilmente a la piedra y a la madera y también tienen más durabilidad. Al final, todo se traduce en destreza y, por tanto, en mejores resultados.
Resignado a pasar otra hora en este lugar que le provocaba dolor de cabeza, se dio la vuelta y bajó a la calle. Pasando las brillantes tiendas y las burbujas mágicas que flotaban por encima, dejando atrás las risas de los niños, hasta donde el sol era demasiado duro en las baldosas bajo sus zapatos y la magia era más sobria; Severus llegó a la puerta de La Chatarrería del Callejón Diagón.
Cuando tengas dudas sobre dónde encontrar un determinado objeto, no busques más allá de la Chatarrería. Allí puede que encuentres lo que buscas, sin importar si está roto o no. Además, hacen las mejores ofertas para la mayoría de las cosas, y si no pueden proporcionarte el artículo que quieres, pueden proporcionarte información en su lugar. Y no es que Severus esté buscando algo grandioso; sólo unos cinceles pequeños para trabajos finos.
¿Qué tan difícil podría ser?.
-Aquí no vendemos esa maldita cosa-. El dueño de la tienda, un viejo borracho con una rolliza barriga cervecera, casi sopló las palabras junto con el humo de su cigarro en la cara de Severus.
Él fingió que no le importaba, concentrándose en lo ridículo de todo aquello. -¿No tienes cinceles? En la mayor chatarreria de toda Gran Bretaña, me atrevería a decir de toda Europa, ¿y no tienes cinceles de todas las cosas?-.
-Si lo digo yo, lo digo yo, jovencito. No hay nada en esta tienda que yo no conozca, y no tenemos cinceles-. Dijo el hombre mientras fruncía el ceño al oír el nombre de la herramienta.
Severus suspiró mientras se pellizcaba el puente de la nariz. -¿Siquiera sabe lo que es un cincel, señor?-.
-No lo sé, no quiero saberlo y me enfado con los que lo saben-. Dijo despreocupadamente. -Si buscas algo tan patético como para llamarlo cincel, busca en esas viejas tiendas muggles de la zona. Sólo los muggles llamarían así a un... ¿cómo lo llamaron? ¿Una herramienta? ¿¡Una maldita herramienta!? con el nombre de algún tipo de queso-.
-Es... No es...-
-Un queso, muchacho. Cincel. Queso. Maldición, ahora quiero queso-.
Severus salió de la tienda antes de perder alguna neurona. Al menos el hombre le dio a Severus una idea de dónde buscar, cumpliendo con el aspecto informativo por el que se conoce a la Chatarrería. Si tan sólo hubiera sido un poco más elegante mientras lo hacía...
No importaba, Severus se limitó a atravesar la calle para salir de la Chatarrería y entrar en la acera de Objetos de Valor Muggle de Foster, una pequeña tienda encajonada entre otras dos. Sin embargo, desde donde se encontraba, en la puerta principal, antes de poder abrirla, oyó gritos procedentes del interior. Una plétora de coloridos insultos, golpes y amenazas de paro y expulsión. Severus agitó su varita en la mano por instinto, pero antes de que pudiera hacer nada, la puerta se abrió sin miramientos, casi dándole en la cara. Salió un joven con el pelo castaño y elegante y un largo abrigo, frunciendo el ceño ante el soleado día como si le ofendiera de alguna manera, y sin reconocer a Severus, se marchó dando pisotones.
Severus esperó unos dos minutos antes de entrar, para dar al dueño de la tienda la oportunidad de recomponerse tras un, sin duda, duro enfrentamiento. Después, abrió la puerta, oyendo el tintineo del timbre por encima de él mientras inspeccionaba la escena. Detrás del mostrador, un anciano caballero removía una taza de té entre objetos rotos y cenizas. El hombre se percató inmediatamente de la presencia de Severus, pero no reaccionó, calentando su taza de té con la varita en la mano. Severus, poco dado a molestar a la gente por mucho tiempo cuando su presencia no es bien recibida, se acercó al mostrador para terminar sus asuntos lo más rápido posible.
-¿Puedo ayudarle?- Dijo el anciano con voz ronca de fumador. Las arrugas de su rostro eran tan prominentes que Severus ni siquiera podía verle los ojos.
-¿Vende usted cinceles finos?-. Preguntó sin andarse por las ramas.
El hombre se quedó quieto, arqueando una ceja intrigado. -¿Y qué haría un mago como usted con un montón de herramientas inútiles para tallar?-. Señaló con la barbilla la varita de Severus, que aún tenía en las manos desde antes.
Severus volvió a meter la varita en la funda. -¿Necesito justificar mis razones?-.
-No, supongo-. El hombre golpeó con la cuchara la porcelana de la taza de té. -Sólo tengo curiosidad. Dele el gusto a este viejo, ¿quiere?-.
Severus ladeó la cabeza, menos pensativo que disgustado por la intromisión del hombre. Sin embargo, a pesar de su disgusto, el hombre no se movió ni un centímetro para recoger las herramientas que le pedía. Suspiró. -No todo se puede lograr con magia, y aunque se pudiera, no en la medida que necesito-. Se conformó con. -Como el arte-.
El anciano tarareó. -Como el arte, dice-. Murmuró, desarrollando lentamente una risa en voz baja. -Un mago que prefiere tallar arte manualmente que usar magia para hacerlo. Qué inusual de tu parte-.
Severus frunció los labios. -En efecto-. Sin embargo, el hombre seguía sin moverse. -¿Tienes o no las herramientas que necesito?-.
El hombre cruzó las manos sobre el mostrador. -¿Me dirás o no qué arte estás haciendo?-.
La nariz de Severus se crispó con fastidio. -Estoy dibujando Futhark Antiguo en paredes de piedra, señor-. Respondió mezquinamente.
El hombre se aquietó una vez más, y luego soltó una sonora carcajada. -¡Runas!- Exclamó con una excitación que rivalizaba con la de Cosmos antes. -¡Estás tallando runas manualmente!-. Afirmó más que preguntado.
Uno podría confundir su arrebato con una burla, pero Severus sabía que no era así. El hombre estaba cautivado.
-Los jóvenes siempre creen que pueden llamarse maestros de runas en cuanto aprenden los hechizos de cada palabra del alfabeto del Futhark Antiguo-. Dijo el hombre después de calmar su risa. -Reordena las letras en la secuencia correcta y ya tienes el efecto deseado. No hace falta perder el tiempo tallándolas a mano cuando la magia puede hacerlo por ti, ¿verdad?-. Sacudió la cabeza como si estuviera decepcionado. -Subestiman el valor del proceso en el que surgen esas runas-.
-Las runas por medio de la magia se fijan en un patrón idéntico-, convino Severus. -No importa cuántas veces muevas la muñeca o la varita para deletrear un Sowulo o una Berkana sobre madera o piedra...- Severus agitó la mano, deletreando mágicamente ᛊ (Sowulo) y ᛒ (Berkana) sobre la mesa del mostrador. -Una y otra vez-, una, dos, varias letras se deletreaban sobre la madera del mostrador. -Siempre serán exactamente iguales. Sin variaciones. Una réplica perfecta cada vez-. Con un movimiento de su mano, todas las letras desaparecieron y el mostrador volvió a su lisa gloria de madera. -Cuando no hay variación, cuando no hay esfuerzo en la creación de las letras, los efectos de las runas serán siempre del mismo nivel, independientemente de quién las haya tallado. Por eso la gente piensa que las runas no pueden compararse a los amuletos o hechizos en cuanto a la fuerza que hay detrás de ellas-.
El anciano sonreía tanto que su cara arrugada parecía una pasa muy seca. -Una runa de protección nunca se comparará con un amuleto de protección, ya que las runas no cambian independientemente de la situación, mientras que los amuletos pueden fortalecerse dependiendo de las emociones de la persona-. Dijo, y Severus sintió el fuerte impulso de corregir al hombre sobre la magia Intenebre, pero se contuvo. Ahora no es el momento. -Pero creo que tú y yo sabemos que eso no es cierto, ¿verdad?-.
La comisura de los labios de Severus se crispó en una pequeña sonrisa. -Cuando hechizas las runas, siempre tendrán el mismo efecto y poder, sin embargo, si son talladas por tus propias manos, las desviaciones creadas por la forma en que cada individuo trabaja con sus manos y el esfuerzo y la emoción puestos en el trabajo, marcan toda la diferencia-.
-Un hombre puede preparar cien runas protectoras, pero ninguna de ellas será igual. La primera puede ser deslucida comparada con la segunda, y lo mismo la tercera, pero la centésima de todas ellas acumulará todo el sudor, la sangre y las lágrimas que gaste al tallarla, y así, protegerá lo que hay detrás-. El anciano dijo sabiamente.
Severus asintió. -Los humanos somos imperfectos. Cometemos errores y, del mismo modo, no siempre podemos esforzarnos al máximo o darlo todo en todo lo que hacemos. Pero es esa diferencia la que nos hace destacar entre las masas y hacernos más fuertes. Son nuestras imperfecciones las que nos hacen humanos-.
El anciano rió. -Bien dicho-. Metió la mano bajo el mostrador y sacó una caja de madera plana y pulida. Sobre el mostrador, la abrió y en su interior Severus pudo ver un juego de siete finos cinceles para trabajos de detalle, todos con runas talladas en la madera de sus mangos. -Este es el último y único juego de tallado de runas que poseo. Pertenecía a una amiga muggle a la que le encantaba jugar con lo mítico que no podía controlar ni comprender. Las runas que tallaba eran mejores que las que cualquier bruja o mago podía lograr en mis tiempos. Las runas del mango -(obra suya)- no permitirán que te tiemblen las manos mientras trabajas y las hojas siempre estarán afiladas-. Dijo, empujando la caja de madera en dirección a Severus. -Creo que le darás un buen uso-.
Severus se sintió extrañamente honrado y cogió el dinero. -¿Cuánto te debo?-.
El anciano tocó la mano de Severus, deteniendo su búsqueda de su bolsa de dinero. -Es tuyo-.
-Nunca podría...- Severus intentó protestar.
-Escucha-, dijo el anciano. -En todo el siglo que llevo vivo, eres el primero en alcanzar la grandeza que tenía mi amigo. Ir más allá de lo que se espera de ti y comprender algo que, en toda mi vida, nadie ha tenido. Una comprensión tan simple como el poder que las emociones y el esfuerzo tienen sobre la magia -(sobre las runas)- y que, sin embargo, nadie supo hasta ti. Nadie en este mundo merece este kit mejor que tú. Puedo sentirlo, créeme-.
Severus se quedó mirando la cara del anciano, viendo la sinceridad en su expresión aunque no podía verle los ojos. -Si tú lo dices...- Murmuró.
-Si lo digo-. Sonrió, colocando la caja de madera en las manos de Severus por él.
-Muy bien. Hago buen uso de ella, entonces-. Severus inclinó la cabeza para mostrar en acción su gratitud y respeto por el hombre. -Gracias, señor-.
-Raymond. Raymond Foster-. Dijo el anciano mientras recalentaba su olvidado té. -Puedes llamarme como quieras-.
-Entonces, gracias, señor Foster-, dijo Severus, guardándose también la caja en el bolsillo trasero del pantalón. Sin embargo, antes de marcharse, Severus meditó sobre la situación en que encontró al señor Foster antes de llegar y decidió preguntar -Señor Foster, ¿puedo preguntarle algo?-.
-¿Sí?- Dijo el señor Foster después de dar un sorbo a su té.
-El hombre que iba delante de mí, ¿el del abrigo? ¿Era el famoso casero bruto del que he oído hablar?-.
El Sr. Foster tarareó. -Eso sería correcto. No sabemos su nombre. Sólo es el casero. Apareció de la nada, firmó contratos con la mayoría de los caseros y señoras del Callejón Diagon y compró todos los pequeños establecimientos bajo su persona. Los inquilinos ni siquiera podían decir una palabra antes de que sus tiendas fueran acosadas por él. También es un supremacista, así que es de esperar que odie mi tienda, estando emparentado con muggles y todo ese rollo-. Sorbió el té una vez más. -Pero no se preocupe, joven; esto no es asunto suyo. En cuanto los aurores husmeen un ápice de este caso, estará acabado-.
Severus no estaba seguro de poder dejar pasar esa información, pero no dijo nada. En cambio, tuvo una idea. -Hablando de muggles, ¿no vendería usted quizá también tubos de ensayo de cristal, verdad?-.
El señor Foster se echó a reír antes de alejarse del mostrador y alcanzar una solitaria manivela de latón aparentemente sujeta a la pared. Tiró de la manivela de forma circular, y de la pared se abrió una enorme y elaborada estantería de almacenamiento, revelando en su interior cientos de pequeños tubos de ensayo almacenados dentro de pequeñas cajas. -¿Cuántos necesitas, muchacho?- dijo el señor Foster con una sonrisa triunfal en el rostro.
Severus le devolvió la sonrisa al hombre. Parece que, después de todo, no necesitará visitar el centro de Londres.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
El mismo día, en un lugar diferente del Callejón Diagon
Thud.
Allí oyó un sonido mientras pulía una nueva varita en el mostrador de su tienda, una nueva varita de madera de manzano que se uniría al resto de sus últimas creaciones. El sonido procedía de "ahí abajo", donde los clientes nunca debían ver, por lo que al hombre tras el mostrador no le importó demasiado. Después de todo, no era raro que una de sus varitas hiciera ruido en la tienda. Puede que sintiera a su deseada bruja cerca o que estuviera siendo mezquina. Suele pasar.
Pero entonces, el sonido persistió. Thud, thud, thud. Y el hombre del mostrador no pudo contener más su curiosidad.
Abandonó la parte delantera de la tienda y descendió un tramo de escaleras para llegar al piso de abajo. Allí abajo resultó ser el taller del hombre, donde se producía la magia de la fabricación de varitas.
Inspeccionó las varitas y los bastones que había por la habitación, incluso los que estaban en cajas y cajones, pero ninguno parecía activo. Al hombre le pareció un poco extraño y empezó a sospechar.
Entonces, un ruido sordo. Volvió a oírlo y, con un escalofrío recorriéndole la espalda, se dio cuenta de que no procedía de su taller, sino de más abajo. El lugar "ahí abajo", podría decirse.
La entrada a ese lugar no estaba protegida por magia, ni era complicada de abrir, pero estaba hábilmente oculta tras cajas y cajas de varitas -(desde los diseños más antiguos hasta los más nuevos)-, todas apiladas unas encima de otras en un rincón del taller del hombre. El anciano tardó toda la mañana en abrir un camino razonable hasta la entrada; todo ello mientras utilizaba la magia y tenía un control absoluto sobre todas las varitas que se interponían en su camino, que a su vez le dejaban pasar como buenos niños obedientes.
Otro tramo de escaleras hacia abajo más tarde y el hombre estaba de pie en medio de la historia olvidada. Varitas y bastones cuidadosamente guardados en rollos que seguían y seguían... los más nuevos creados por su papá y su mamá, las creaciones de sus abuelos y bisabuelos, envejeciendo progresivamente a medida que avanzaba por el pasillo aparentemente infinito.
Thud, thud. El sonido parecía burlarse de él mientras caminaba y caminaba sin poder alcanzarlo. Pasó por delante de las creaciones de varitas de su familia del siglo XVIII, y del XVII, y del XVI, y siguió y siguió y siguió. No tenía ni idea de lo que buscaba.
Hasta que llegó al final del pasillo, a un lugar tan antiguo y lejano que el aire era casi irrespirable.
Allí encontró una caja de varita en descomposición que se agitaba agresivamente, golpeando todas las cajas a su alrededor. La varita que había dentro gritaba, exigiendo ser liberada. El hombre nunca había visto una reacción tan visceral en ninguna de las creaciones de su familia, incluidos sus antepasados.
Sin embargo, antes de que pudiera hacer nada, la tapa de la caja podrida se soltó.
Garrick Ollivander era un mago relativamente antiguo de una familia aún más antigua de fabricantes de varitas, que se remontaba a registros anteriores al año 382 a.C. Su antepasado más destacado, conocido casualmente como el primer Ollivander, vivió toda su vida buscando los materiales adecuados para crear su Magnum Opus, una varita tan grandiosa que sólo serviría al brujo más fuerte de la humanidad -(juraba por su magia)-. Sus aventuras por el mundo le valieron una gran variedad de materiales y combinaciones que utilizó para crear varita tras varita, buscando la única, pero no fue hasta su último intento cuando lo consiguió.
Un día, Ollivander dejó de salir de su taller en las calles del entonces Imperio Persa, incluso después de las horas de trabajo. Unos clientes preocupados fueron a ver si el hombre estaba sano y salvo, sólo para encontrarlo desplomado sobre litros de sangre y veneno de basilisco, y una única varita colocada maravillosamente encima de la mesa de su taller.
En su lecho de muerte, Ollivander confió su última creación en manos de cualquiera lo bastante capaz como para manejar su poder, sin importar el dinero o la fama.
Garrick Ollivander, propietario de Ollivanders y considerado el mejor fabricante de varitas del mundo, se quedó quieto como una estatua en cuanto vio qué varita era la que se había roto de la caja sellada.
Vio el brillo negro y pulido de la madera negra africana que componía la varita -(como si el tiempo no la hubiera dañado en absoluto)- y recordó el núcleo que su antepasado había utilizado para aquella. El colmillo de un basilisco milenario que aún goteaba veneno, en sus diez centímetros y medio de gloria, era la obra magna de Ollivander. La varita más mortífera jamás creada por manos humanas.
El Ollivander actual sintió desesperación al contemplar la magnífica artesanía de la varita. No por el increíble poder que podía sentir en el colmillo del basilisco, ni por el peso de la historia sobre los hombros metafóricos de aquella varita, no. Sino porque cuanto más miraba, más seguro estaba...
La varita le devolvía la mirada.
Chapter 15: Act 2, Ch 6 - Luck is when an opportunity comes along and you're prepared for it.
Chapter Text
¿Hasta dónde llega una corazonada?.
Ante sus ojos, las calles del Callejón Diagon se estrecharon. El sonido de la gente que pasaba a su lado se desvaneció, dejando tras de sí una impía sensación de maldad. Estaba solo en medio de una multitud invisible de brujos, viendo la sombra de aquellos rostros borrosos pasar a través de él mientras se le helaban las tripas, los ojos se le agudizaban y el vello de la nuca y los brazos se le erizaba en alerta de sorpresa.
La melodía de la magia sobre él, antes tan viva y alegre, se ahogó dolorosamente debido a la fuerza de una nueva fuente de magia, exigente y fuerte como la presencia de Dumbledore y del señor Oscuro por igual. Sus pies se cerraron con una anticipación errónea, impidiéndole avanzar en dirección a la salida del Callejón Diagon, como era su intención. Del mismo modo, sus manos se apretaban y aflojaban preparándose para coger su varita en caso de amenaza desconocida.
El mundo estaba en silencio, aparte del sonido de los latidos de su corazón en sus oídos.
Entonces, oyó un zumbido, profundo y sereno pero fuerte. Resonaba en sus huesos en sus crescendos como el sonido de una enorme bestia respirándole en la nuca. Una brisa que venía del sur alborotó el papel de regalo de un puesto cercano, moviéndole suavemente el pelo, y Severus casi chilló sobresaltado. Oyó un rugido agudo y estridente que provenía de lo más profundo de los pulmones de la bestia, ronco, del tipo que hiere la garganta de una persona. La magia se deslizaba entre los habitantes del Callejón Diagon, recordándole a Severus el rastro de una serpiente guiándolo por la calle.
Suspiró tembloroso, intentando volver a la normalidad, pero no podía deshacerse de la sensación posesiva sobre su cabeza. Ya había sentido algo parecido antes, cuando la Muerte se cernía sobre Harry y sobre él. Sin embargo, entonces se había desesperado de puro y absoluto miedo, no estaba acostumbrado a la Muerte ni a la sensación de muerte en aquel momento. Ahora, aunque seguía conmocionado y aprensivo, su expresión no cambió y su magia se mantuvo firme, envolviéndolo para proteger su cordura, ya acostumbrada a lidiar con semejante presión. Intentó respirar de nuevo, y esta vez funcionó mientras su magia se mantenía firme sobre su persona.
El sonido de la gente regresó, los rostros de hombres y mujeres ya no estaban borrosos y Severus se encontró de pie en medio de la Calle Mayor del Callejón Diagon como si nada hubiera pasado.
Pero la magia intimidante seguía allí, revoloteando y llamándolo.
El zumbido lo impulsó hacia delante, a contracorriente de la gente, hacia una tienda lejana que no podía ver desde su posición, y Severus no veía en sí mismo la posibilidad de no hacerlo. Porque, por muy intimidante que se sintiera la magia, también parecía intrigante. Y al igual que había seguido la melodía de los merodeadores en Hogwarts, siguió los rugidos de la bestia hasta donde ésta lo guiara.
Así que, imagínate su sorpresa cuando su pequeña aventura le llevó a Ollivanders de todos los lugares.
Frunció el ceño, confundido. ¿Por qué Ollivanders? No recordaba ningún incidente relacionado con fuertes energías mágicas procedentes de la tienda en su vida anterior. El único acontecimiento importante sería el secuestro de Ollivander, pero eso sólo ocurrió en los años noventa.
No obstante, la magia rodeaba la tienda como una niebla oscura y seguía guiándolo hacia el interior, y Severus, impulsado por la insistencia de la magia, volvió a seguirlo, abriendo la puerta y oyendo el maldito tintineo de las campanillas en lo alto; estaba cansado de oír ese sonido después de un largo día yendo de tienda en tienda. El aire en el interior era tan pesado como esperaba y oscuro como si fuera de noche. No tardó mucho en ver al señor Ollivander detrás del mostrador, con la cara iluminada sólo por una lámpara circular. Tardó aún menos en notar las bolsas bajo sus ojos y la copa de Ogden's Whisky de fuego añejo en sus manos.
El señor Ollivander levantó ligeramente la cabeza para ver quién entraba en su tienda mientras sorbía su bebida. Sus manos, Severus también se dio cuenta, agitaban la copa lo suficiente como para derramar parte de la bebida de su interior. -Esperaba que viniera alguien-, dijo el señor Ollivander. -Pero nunca había imaginado que sería usted, señor Snape-. De fondo, Severus oyó un fuerte golpe.
Severus frunció el ceño. -Buenas tardes a usted también, señor Ollivander-. Severus saludó diplomáticamente. -Me sorprende que se acuerde de mí, señor-. Un ruido sordo aún más fuerte se produjo a espaldas de Ollivander después de que éste expresara sus pensamientos. Algunas cajas en los estantes detrás del anciano temblaron con la fuerza del mismo -...¿Pasa algo malo?-.
Ollivander negó con la cabeza. -Nada va mal. Pero tampoco todo está bien-.
Severus se acercó lentamente, consciente de la magia que aún se cernía sobre él. -¿Le importaría explicarse, señor?-.
-Esperaba que esta... magia atrajera -(no, más bien atrajera)- a alguien. Empezó a actuar esta mañana, ya ves. Se despertó cuando sintió que había alguien digno cerca-. Dijo Ollivander mientras golpeaba con las uñas el vaso de su bebida. -¿Pero usted, señor Snape? ¿Por qué usted?- Murmuró.
Severus ladeó la cabeza, confundido. Lo que decía el señor Ollivander no tenía sentido. -¿Qué quiere decir?-.
El señor Ollivander inclinó la cabeza hacia atrás y se bebió de un trago su whisky de fuego antes de dejar la copa sobre el mostrador. -Verá, señor Snape, recuerdo las caras y los nombres de todos los clientes que he tenido desde el día en que heredé la tienda de mi padre-. Dijo. -Después de sacar esa... cosa de mi bodega, contemplé quién podría haberla despertado durante toda la mañana. ¿Quiénes eran dignos de ser elegidos por ella? Pero tú no estabas ni cerca de los que esperaba-.
De algún modo, Severus se sintió ofendido. -Vaya, gracias. Qué desconsiderado de tu parte-. Se quedó mudo.
-Recuerdo cuando compraste tu primera varita-, dijo con nostalgia, lo que hizo que Severus se sintiera incómodo. -Tu madre te trajo aquí, la mujer Prince, ¿no? Recuerdo a los Prince. Fueron maestros en la elaboración de pociones en sus mejores tiempos pero sucumbieron a la guerra de Grindelwald, atrapados en medio entre las facciones de la luz y la oscuridad. Junto con tu madre, ustedes dos forman su último linaje, ¿verdad?-.
Severus permaneció en silencio unos segundos, preguntándose qué tenía que ver todo aquello con la magia que sentía, pero finalmente, cedió -No somos los últimos. Mi abuelo aún vive-.
Y es verdad. El abuelo de Severus, Lord Thurio Prince, aún vive aunque crónicamente enfermo en esta época. Nunca lo conoció en persona en su última vida y sólo supo de su existencia después de que el hombre falleció. Sin más heredero que Severus, y con el riesgo de perder toda la fortuna de la familia a manos del banco, Severus se vio obligado a aceptar el título de Lord Prince, que venía acompañado de una buena suma de dinero a su nombre.
Utilizó el dinero, por supuesto -(en aquel momento sobrevivía con el sueldo de profesor)-, pero nunca utilizó el título de Lord.
-Sí, por supuesto. Cómo olvidarlo-, dijo el Sr. Ollivander. -Pero sigues siendo el último heredero que queda de las mambas negras aladas. Tu varita refleja ese linaje, ¿sabes? Pelo de unicornio -(consistente y fiel, aunque no el más poderoso)- y madera de ébano -(un inhibidor de impurezas, que ayuda a desviar venenos y gases nocivos)-. Una combinación perfecta para un fabricante de pociones. No es fuerte pero es precisa, como el pincel perfecto para un pintor perfeccionista-.
-¿Qué quiere decir, señor Ollivander?- preguntó Severus con impaciencia. No pudo evitar que la magia sobre su cabeza empezara a hacerse más y más pesada por momentos.
Ollivander lo miró fijamente a los ojos embrujados y sonrió levemente. -Su familia desciende de los pájaros de alas negras, señor Snape. No lo consideré a usted cuando se relacionó con este suceso porque, hasta donde sé, no hay conexión entre usted y el dueño original de esa...-
Sin embargo, antes de que pudiera terminar la frase, la estantería detrás del señor Ollivander estalló. Las cajas que contenían varitas volaron en todas direcciones y aterrizaron en el suelo, rompiendo algunas de las bellas creaciones de Ollivander en el proceso. Severus se protegió los ojos y la cabeza con los brazos levantados y su magia respondió lanzando un pequeño escudo Protego alrededor de Ollivander y de sí mismo. Cuando las cajas dejaron de caer, Severus se levantó de su cuclillas y se estremeció al sentir que la magia intimidante se había hecho más fuerte. Tuvo que taparse los oídos y respirar hondo para calmarse cuando oyó el rugido de la bestia a lo lejos, pero tan cerca de él.
Ollivander no había movido ni un músculo de donde estaba parado detrás del mostrador, sin inmutarse por la sorpresiva explosión de cajas o la rotura de algunas de sus varitas. Cuando Severus lo miró para averiguar qué había pasado y ver si el hombre estaba bien, notó cómo el fabricante de varitas miraba fijamente algo a su lado. Severus frunció el ceño y siguió su línea de visión, curioso por saber qué captaría su atención en una situación como aquella.
Allí, encima del mostrador y rodando lentamente hacia los dos, había una varita negra.
Severus observó, paralizado, cómo aquella varita pequeña, de no más de once pulgadas, se envolvía con la magia que había sentido; oía la respiración de la bestia procedente de la varita y, cuanto más miraba, más volvía a sentir aquella posesividad.
Rodó y se detuvo justo delante de él.
-Varita-, terminó el señor Ollivander, captando la atención de Severus. -No hay ninguna conexión entre usted y el propietario original de esa... varita-.
Severus enarcó una ceja escéptico. No sabía que las varitas podían elegir dueños del mismo linaje, ya que no tenía ni idea de la tradición de las varitas. Después de todo, Harry y él nunca habían profundizado en el tema. -¿Y a quién pertenecía esta varita?-. Preguntó mientras cogía la varita, curioso por saber cómo una herramienta tan pequeña podía contener una presencia mágica tan fuerte.
-A Salazar Slytherin-. Dijo el señor Ollivander y Severus se atragantó con su propia saliva y tosió sorprendido, renunciando a tocar la varita inmediatamente.
-¿Qué...?- Preguntó entre toses.
-Como ya he dicho antes-, continuó el hombre. -Que yo sepa, no compartes linaje con Slytherin, por eso no pensé en titi-.
-Pero eso no tiene ningún sentido-, pensó Severus en voz alta. -La varita de Salazar fue enterrada en los terrenos de Ilvermorny, en Estados Unidos. Creció hasta convertirse en un árbol, ¿no? Es imposible que ésa sea su varita-. Severus razonó.
El señor Ollivander suspiró. -Verá, señor Snape. Las preguntas más complicadas...- alcanzó una varita afortunadamente intacta que tenía a su lado y la colocó cerca de la varita negra con un claro golpe en la madera del mostrador. -A menudo tienen la más simple de las respuestas-.
Severus se quedó mirando las varitas y entonces hizo clic. -Tenía dos varitas-. Dijo con claridad. -Tenía dos malditas varitas-.
-Efectivamente-. El Sr. Ollivander asintió. -Él mismo construyó su primera varita, ¿sabías? Había necesidades que satisfacer en Hogwarts por aquel entonces, y él necesitaba una varita para cumplir con esas exigencias, así que, buscó un raro espécimen de madera de serpiente con propiedades medicinales y el cuerno de un basilisco del que se decía que curaba enfermedades graves y creó su primera varita. La varita de un sanador-.
Severus lo sabía por lo que Harry le había enseñado. En aquella época, Hogwarts no contaba con apoyo externo, ni económico ni de ningún otro tipo, porque no existía una comunidad de brujos, lo que significaba que dependían de los fundadores y sus familias. Como ninguno de los cuatro fundadores era sanador, no tenían a nadie que tratara a los niños en caso de futuros accidentes relacionados con la magia. Para remediarlo, Salazar se convirtió en su sanador oficioso hasta el día en que se marchó. Sencillamente, Severus desconocía el alcance de los esfuerzos del hombre por proteger a sus alumnos. No era fácil crear una varita centrada en la curación que estuviera protegida por la propia lengua pársel del hombre, no ahora, y mucho menos hace mil años.
-Caray-, respiró asombrado. Salazar no dejaba de sorprenderlo. -Pero, ¿y esta varita? ¿Cómo es que tenía dos?-.
El señor Ollivander se encogió de hombros. -Su primera varita fue la que él eligió, la que creó para satisfacer sus necesidades. Su segunda varita, es decir, ésta, fue la varita que lo eligió a él-. Dijo seriamente. -Esta vieja varita -(diez centímetros y medio, exterior de madera negra africana y núcleo de fragmento de colmillo de basilisco)- existía mucho antes de que naciera Slytherin, y sin embargo, aunque pasó por muchas manos, sólo eligió a Slytherin, y sólo a él. Y ahora, contra todo pronóstico, te eligió a ti-.
Los ojos de Severus se abrieron de par en par con la implicación de las palabras de Ollivander. -¿Me eligió a mí?- Bajó la mirada hacia la varita, viendo su rostro reflejado en la superficie de madera del mostrador. Volvió a oír el zumbido de la bestia, reverberando en sus lóbulos, mientras la niebla que rodeaba la varita se retorcía y lo alcanzaba. Antes de que pudiera disuadirse, la cogió por el mango, la giró hacia un lado y hacia otro, pesando en la palma de su mano, e inspeccionó la artesanía. La madera lisa y completamente negra de la que estaba compuesta, el peso ligero como un lápiz, los detalles simples pero presentes en el mango y, por último, el anillo de plata cerca de la punta.
Le dio una vuelta como hace cualquier niño con su primera varita, y se sorprendió gratamente al ver cómo la varita sorbía poco a poco su magia como si fuera una mujer degustando un buen vino, siempre en pequeñas dosis, disfrutando de la delicadeza de la bebida lenta y meticulosamente. La punta de la varita brilló con un verde intenso y Severus oyó a la bestia ronronear en su nuca, satisfecha con el sabor de la magia mortífaga de Severus. ¿Era un basilisco? Severus no tenía ni idea de que los basiliscos pudieran ronronear.
Toda la pesadez y la niebla del aire se disiparon como vapor cuando la magia de la varita se asentó con la del propio Severus, aunque nadie lo notaría, salvo el propio Severus por su visión de mago.
Sin embargo, antes de que Severus pudiera decir o compartir su opinión sobre el asunto, el señor Ollivander se abalanzó desde detrás del mostrador y agarró el brazo de la varita de Severus con un agarre más fuerte de lo que su apariencia hacía presagiar. La bestia -(ahora apodada basilisco)- rugió en su cabeza con la osadía del hombre, sorbiendo la magia de Severus para prepararse para el combate. Severus, sin embargo, permaneció firme y congelado como una estatua para evitar herir accidentalmente al señor Ollivander con la magia feroz de la varita o con sus propias luciérnagas y zarcillos de serpiente, que lo rodeaban protectoramente. Permaneció callado y esperó pacientemente lo que el anciano quería decir.
El señor Ollivander ladeó la cabeza mientras lo miraba fijamente. -Esa varita es poderosa, muchacho-, murmuró lo suficientemente alto como para que Severus lo oyera. -Mira cómo ya está intentando influenciarte para que uses su poder. Tu única gracia salvadora es tu sorprendentemente meticuloso control mágico-. Elogió.
Lentamente, el señor Ollivander aflojó el agarre del brazo de Severus y lo soltó poco después. Siguió mirando fijamente a Severus a los ojos, como si buscara algo que validara la propiedad de la varita. -Se decía que sólo el más fuerte de los brujos podía empuñar el Magnum Opus, pero después de tantos años, tal vez los criterios hayan cambiado o nunca se trató de poder en primer lugar-. Sacudió la cabeza con nostalgia. -No digo que no sea fuerte, señor Snape, y le pido disculpas por la brusquedad, pero no creo que busque el poder por el mero hecho de serlo. No, más bien creo que busca algo más-.
Severus sacudió ligeramente la cabeza y cerró los ojos. Sentía el peso de toda su vida sobre los hombros y estaba agotado más allá de toda esperanza de recuperación. -Sólo quiero ser feliz, señor- Dijo sin aliento, abriendo los ojos para mostrar lo decidido que estaba. -Y si para conseguirlo tengo que llevar conmigo esta varita maldita y cargar con la responsabilidad, entonces lo haré-.
El señor Ollivander lo miró con tristeza, pero con comprensión. Luego, como si el hechizo se hubiera roto, sonrió y asintió. -Muy bien. Si te llevas la varita, te costará siete galeones-.
Severus le arqueó una ceja. -¿Estás de broma?-.
-En absoluto. Esto sigue siendo un negocio, señor Snape, esté usted destinado a la varita o no-.
Severus se rió, pero cedió. Después de todo, sabía apreciar cuando un hombre conocía su negocio.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Sólo se le ocurrió lo que había ocurrido cuando iba camino de la calle de Nuevos Comienzos para entregar las semillas de flores a Lily.
Una varita, la varita de Salazar Slytherin para ser más precisos. ¿Cómo había sucedido? El señor Ollivander lo decía todo; él no tenía ninguna conexión sanguínea con la familia de Slytherin, mucho menos con la Familia Gaunt, o Merlín no lo quiera, Tom Riddle. Si se dice que la varita sólo sirve a los más fuertes, ¿por qué lo eligió a él? Severus es un estudiante de magia antigua, un muerto andante, un sirviente de la Muerte como Caminante de las Sombras; no es poderoso, pero tiene conocimientos. ¿Quizás eso es lo que busca la varita? Conocimiento. Pero, de nuevo, el núcleo de la varita consiste en un colmillo de un antiguo basilisco. ¿Para qué quiere un basilisco el conocimiento? ¿Qué quiere un basilisco de él? No se le ocurría nada relevante.
Y, sin embargo, aunque no tenía respuesta a sus preguntas, su nueva varita le pesaba en la funda de varita que llevaba sujeta al antebrazo derecho, al lado de la suya original.
A pesar de su disposición, finalmente llegó a casa de Lily.
-Si tuviera que adivinar, teniendo en cuenta el ceño claramente fruncido de fastidio en tus cejas, algo inconveniente sucedió en el Callejón Diagon-. dijo Lily, que seguía cuidando el jardín delantero, en cuanto Severus estuvo lo bastante cerca como para oírla.
Severus sacudió la cabeza, diciéndose a sí mismo que se olvidara de la varita por ahora mientras tuviera a Lily en quien concentrarse. -Nada de eso; sólo estoy cansado-. Dijo. -Pero olvídate de mí llevo horas fuera, no me digas que has estado cuidando estas flores todo este tiempo-.
-Oh, claro que no tonto-. Ella le sonrió. -Hablé un poco con Tunney antes de que se fuera a ver a ese chico de la calle, Dursley, creo. Luego almorcé con mamá. Acabo de volver a la tarea de las flores-.
Se le había caído el pelo del moño y ahora le caía en cascada alrededor de la cara, por lo que tenía la frente aún más roja por las quemaduras del sol. Se dio cuenta de que también se había cambiado de ropa ahora llevaba un mono de trabajo y las botas de jardinería adecuadas, cubiertas de tierra; estaba claro que estaba preparando los parterres para las semillas que Severus le había prometido traerle.
Al acordarse de las semillas, sacó rápidamente el paquete del bolsillo trasero, rasgó el envoltorio de papel y extrajo de su interior las semillas de Lily. -Toma-, le ofreció la pequeña bolsa de semillas. -Lirios blancos de Orienpet, no tienen nada de mágico como pediste, aunque me dolió comprar estas en lugar de las flores mágicas de la tienda-. Sonrió.
-Estoy seguro de que sobrevivirás a eso-. Ella aceptó la bolsa y la abrió para comprobar las semillas que había dentro. -¿Pero de verdad, Sev? ¿Lirios? ¿Estás seguro de que no había otras flores no mágicas en esa tienda tuya?-. Preguntó con suficiencia.
Severus hizo un mohín juguetón. -Vamos, Lily. Tú y yo sabemos que esos lirios son simbólicos-.
-Ew, simbolismo-. Lily se rió. -Preferiría flores de colores en su lugar-.
Severus compartió la risa, disfrutando de sus simples bromas. Dejaba que Lily le inculcara siempre una sensación de normalidad, independientemente de su situación anterior. Intuía que ella siempre sería un gran pilar que lo sostendría, y lucharía contra quien fuera para que siguiera siendo así.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Tras el rápido encuentro con Lily, Severus regresó a su casa.
Sus cuervos le graznaron desde lo alto del tejado de su casa y la de los vecinos a modo de bienvenida. Sin embargo, eran mucho más que tres. De hecho, toda la antipatía del Bosque de la Rueca estaba aquí. Los miró con una ceja levantada.
Kuro descendió del cable del poste de la luz para posarse en su hombro y le acarició el pelo. Severus correspondió rascándose la cabeza. -Parece que hoy has estado muy ocupado. ¿Cómo te va, Kuro?-.
Kuro gorjeó y parpadeó con sus extraños ojos esmeralda. Sin embargo, a pesar de su situación actual, Severus tuvo la sensación de que esta "visita" no era obra de Kuro.
Tuvo razón cuando un par de cuervos se posaron en el suelo, cerca de sus pies. Serafín y Querubín estaban, a falta de mejores palabras, picoteándose juguetonamente como un par de hermanos que luchan por el derecho al mando de los juegos o, en este caso, por la atención de Severus, supuso. La crueldad de arriba graznaba y animaba a la pareja -(sus voces se mezclaban en el sonido de risas alegres si Severus adivinaba, felices y sin preocupaciones)- y dejaba claro por qué estaban aquí.
Estaban agradecidos.
Los cuervos eran familia y, como familia, lloraban la muerte de sus hijos y parientes. En su última lucha contra las hadas, Serafin y Querubin perecieron, atrapados dentro de una aglomeración de hadas que los tenían como objetivo debido a su edad. Sin saber que los cuervos estaban secuestrados, Severus atacó a las hadas con uno de sus Confringos, matando a los dos córvidos en el proceso. Afortunadamente, la crueldad perdona, ya que la muerte es una consecuencia de la guerra, pero Severus tenía otros planes.
Trajo a sus hijos de vuelta con vida renovada, como había hecho con su otrora pariente mayor, Kuro, y ellos no podían estar más agradecidos. Todos estaban felices de ver regresar a los tres miembros de la familia que habían perdido, gracias al hombre que los había rescatado a todos de la amenaza que representaban las hadas.
A cambio de su amabilidad, todos estaban deseosos de servirle.
Los cuervos son criaturas inteligentes. Aunque se dice que no son amables, fue un cuervo el que salvó una vez al joven Severus del bosque, y fueron los cuervos los que le ayudaron a exterminar a las hadas. Para él, los cuervos son un símbolo de bondad y conocimiento -(no muy diferente de él mismo)- y sonrió al pensarlo.
-Kuro-, llamó, haciendo que todos los cuervos se callaran a su alrededor. -Te permito guiar a tu familia por el camino del renacimiento. Sin embargo, asegúrate de que realmente quieren servirme antes de hacerlo-. Kuro graznó en señal de afirmación.
-Serafín, Querubín-, la pareja se irguió en posición de firmes. -Vuelvan a las sombras. Si no, sólo distraerán a Kuro y a los desalmados-. Graznaron y volaron directamente hacia su sombra, fundiéndose con ella de inmediato.
-Habla con ellos, Kuro-, susurró Severus para que sólo su cuervo de confianza pudiera oírlo. -Únete a ellos, aumenta su confianza en ti. Asegúrate de que se dirijan a tus órdenes y que cumplan las mías-. Kuro graznó fuerte y voló de su hombro, llamando a los desalmados para que lo siguieran en dirección al bosque. Le siguieron como patitos, formando una nube negra de pájaros mientras volaban sincronizados entre sí. Bueno, casi todas. La líder y madre de los dos una vez fallecidos, una hembra de cuervo unos años más joven que Kuro miró fijamente a Severus con unos inteligentes ojos negros y brillantes. Antes de que Severus pudiera adivinar por qué se había quedado atrás, ella inclinó la cabeza y gorjeó como en señal de agradecimiento. A él le sorprendió un poco, pero igual le devolvió la reverencia, no dispuesto a ser grosero aunque ella fuera técnicamente un animal. Una vez hechas las cortesías, voló de vuelta hacia su familia.
Severus nunca esperó tener un aprecio tan profundo por los animales, pero ahora se encontraba haciendo reverencias a los cuervos mientras cargaba con el espíritu de un basilisco ronroneante, por ridículo que pareciera. Lo único que le queda por hacer es cumplir su palabra y ayudar a la señora Norris a volar, o tal vez comprarle a Diente una golosina para cuando regrese a Hogwarts.
Suspiró antes de abrir la puerta de su casa, intentando pensar en qué momento de su vida las cosas se volvieron tan anormales.
Lo primero que notó fue un par de botas sucias junto al felpudo y un rastro de barro más adentro de la casa. Su primer instinto fue pensar que Tobías había vuelto mientras él estaba fuera. Entonces, oyó un gemido de sufrimiento seguido de murmullos frenéticos y asustados que venían en la dirección a donde llevaba el rastro.
Severus frunció el ceño y caminó en dirección a los sonidos, pisando con cuidado para no hacer ruido. Se acercó al amplio arco que daba al salón, y allí lo divisó de inmediato, acurrucado en un rincón entre la pared y la chimenea, con la cabeza apoyada sobre las rodillas mientras se abrazaba las piernas, estaba Tobias Snape. Tenía los pantalones y los pies cubiertos de barro seco, al igual que el abrigo. Cuando Severus lo miró de cerca, estaba sudando y temblando de pies a cabeza... debido al frío o bien porque estaba llorando.
Severus estaba más que sorprendido. ¿Sería el mismo hombre que solía golpearlo cada vez que Severus estaba a punto de derramar una lágrima en su juventud? Se sentía mal presenciar cómo una figura tan imponente en sus recuerdos se desmoronaba de repente delante de sus ojos, pero lo eludió fortificando sus escudos de Oclumancia y manteniéndose bajo control.
Parpadeó una, dos veces antes de decir -Esto es algo que creí que no vería en mi vida-.
Tobias dio un fuerte respingo. Levantó la cabeza y Severus fue agraciado con sus ojos rojos, vetas de lágrimas por las mejillas y la barba, y un ceño tan fruncido que las cejas le ensombrecían la cara. -Tú hiciste esto-. Susurró entre dientes apretados.
Ahora, Severus estaba confundido. -Vamos, ¿fue culpa mía? Ni siquiera estaba en la casa-. Intentó razonar. -¿O intentaste lastimar a mamá otra vez?-.
-¡Es tu culpa, maldita sea!- Exclamó mientras golpeaba el suelo de madera. -¡Tu maldita culpa de que no pueda tocar nada en esta maldita casa sin tener estas malditas visiones! Me están volviendo loco, ¡y todo por tu culpa!-.
Las cejas de Severus se perdieron en la línea del cabello para cuando Tobías dejó de gritar. ¿No puedes tocar nada? ¿Visiones? ¿Qué visiones? -¿De qué estás hablando?- Preguntó sin pensarlo mucho.
-¡No finjas que esto no es obra tuya!- Exclamó Tobías. -¡Los muebles, muchacho, los muebles!-.
Severus asintió con la cabeza; al fin y al cabo, él encantaba los muebles. Aun así, parecía que Tobías no iba a darle una respuesta clara, así que Severus cambió de táctica. -Eso no importa. ¿Qué clase de visiones estás teniendo?-.
-Oh, eso no importa, dice-, se burló Tobías mientras se levantaba lentamente del suelo. -¡Como si no debiera preocuparme la tortura a la que me has sometido! Los cuadros, la nevera, ¡hasta la maldita mesita de café! Todas esas visiones, las visiones...- Tenía los ojos histéricos mientras miraba fijamente a Severus, con las manos tirándole dolorosamente del pelo.
Muy bien... ¿se volvió loco tan rápido? pensó Severus. En voz alta, dijo -Para que quede claro, ¿a qué visiones te refieres?-.
-¡Las visiones!- Exclamó de nuevo como si eso lo explicara todo, pero a juzgar por la expresión de Severus, seguro que no. -¡Cada vez que toco un mueble, me acuerdo de algo que hice contra ti o contra esa mons...tu madre!-. Se corrigió rápidamente antes de maldecir sobre Eileen, ya acostumbrado a las consecuencias si lo hacía. -¡Me pasa en toda la casa, vaya donde vaya, y me está volviendo loco! Ni siquiera puedo tumbarme en mi propia cama por culpa de algunas... ¡algunas cosas que he hecho!-. Se atragantó. -¡Y es tu culpa!- Repitió como un disco rayado.
Severus se aquietó, mirando fijamente al hombre con la expresión más abiertamente confusa que Tobías había visto jamás en el rostro de su hijo. -¿Eh?- Dijo mudamente.
Tobías también se quedó quieto, tan confundido como Severus. -¿Las visiones de esa magia que hiciste...?-.
-¿Visiones? El encantamiento no debía...- Se detuvo, frunciendo el ceño.
El encantamiento Oppugno malus había sido elaborado aritméticamente para servir a un propósito detener a Tobias Snape antes de que pudiera causar daño alguno. Durante la creación del encantamiento, Severus no pensó ni una sola vez en perturbar la mente del hombre hasta el punto de hacerlo enloquecer, ya que eso no probaría nada, sólo lo haría... bueno, enloquecer. Si no, no aprendería la lección, o eso había pensado Severus. Así que, al tener al hombre hablando de visiones y ver su aterrador comportamiento, Severus se sintió intrigado y decepcionado consigo mismo, ya que falló en algún punto del camino.
Puede que tenga algo que ver con el hecho de que tuviera que aplicar el hechizo sin varita o con su elección de utilizar runas para ayudar en la aplicación. Algo debe haber cambiado en la composición que había calculado mientras estaba en El Entremedio, o tal vez no había tenido en cuenta sus emociones al aplicar el hechizo, que siempre son complicadas de tener en cuenta a la hora de calcular. Al fin y al cabo, la magia Intenebre siempre es más complicada que la mayoría; las emociones son una variable compleja que ni siquiera el mejor de los aritméticos puede predecir con precisión, incluido él mismo.
El encantamiento patronus es un buen ejemplo de esos resultados impredecibles. Nadie esperaba que los patronus corpóreos fueran siquiera una posibilidad cuando se introdujo por primera vez el encantamiento, por ejemplo.
-¿Qué?- Tobias sintió que toda su desesperación se evaporaba. -¿No habías previsto las visiones?-. Susurró con esperanza y temor a la vez.
-¿Qué?- Dijo Severus distraídamente. -¡Oh! No, no... no se suponía que hiciera eso-.
-T...ten...-
-Quédate quieto. Tendré que mirar en tu mente para afirmar el daño-. Dijo Severus mientras se acercaba despreocupadamente.
-¿Qué?- El miedo había vuelto a su voz. -No, no te acerques. Quédate atrás-.
Antes de que Tobías pudiera huir, Severus le agarró la cara y obligó al hombre a mirarlo. Ahora bien, él no es físicamente fuerte, pero Tobías estaba tan aterrorizado y débil debido a su estómago vacío que ni siquiera intentó zafarse. Además, aunque lo intentara, el mueble no lo dejaría ir fácilmente. -Ya, ya, no hace falta. Sólo mírame a los ojos-, los ojos de Tobías eran temerosos como los de un conejo que mira fijamente a un tigre. Hizo que Severus se sintiera poderoso de una manera que no deseaba. Tenía que arreglar esto lo antes posible.
Sonrió dulcemente para tranquilizar a Tobías, pero por supuesto, no funcionó. -Legilimens-. Dijo. Tobías aspiró un suspiro y, al igual que una aguja forzándose entre sus cejas, Severus invadió su mente.
Varios recuerdos se abrieron paso al frente de la mente de Tobías; la mayoría, si no todos, recuerdos de cosas que Tobías preferiría olvidar. O más específicamente, cosas que intentaba olvidar a través de las bebidas y la influencia de los cigarrillos.
Vio a un niño solo en la orilla de un gran lago. Un hombre, el padrastro del mes del niño -(un tipo rubio del final de la calle, dulce pero de los que meten las narices cuando no es bien recibido)- le animó a darse un chapuzón. Tobías se quedó mirando sus propios reflejos a través de las ondas del agua. No sabía nadar.
El recuerdo cambió a uno de su madre manteniendo relaciones con un hombre en la otra habitación a todo volumen mientras Tobías intentaba dormir. Como no podía ser de otra manera, decidió coger su almohada y su manta y dormir fuera, en el patio trasero. Sin embargo, ese día, el gato del vecino le atacó mientras dormía y casi pierde la vista cuando le arañó la cara. Nunca más volvió a dormir fuera.
Volvió a ver a una mujer de pelo negro y piel pálida que sonreía a los campos de flores. Tobías, ya joven y enamorado, dijo algo sobre lo mágico que había sido todo el día con ella, a lo que ella le miró, parpadeó y soltó una risita. -Claro que lo fue, después de todo soy una bruja-, había dicho ella. -Los muggles como tú no parecen entenderlo-. Y volvió a soltar una risita. Sin embargo, Tobías no tenía ganas de reírse. De hecho, su nariz se arrugó en una mueca y se sintió fatal, pero no entendía por qué.
El niño casi se ahoga. El adolescente sufría cicatrices invisibles. El joven experimentó la condescendencia de la mujer que creía que lo amaba.
Y esos eran sólo los recuerdos que estaban en primer plano en la mente de Tobías. Severus no quería conocer ninguno de los más oscuros, pues tenía la sensación de que no le gustaría lo que vería.
Hizo un esfuerzo mental, un empujón para que surgieran las visiones de las que Tobías hablaba en su lugar, y al igual que una cinta de casete quemada, los recuerdos de la juventud del hombre empezaron a envejecer y se les fueron grabando agujeros a medida que la cinta dejaba de funcionar, propiamente dicha. Pronto, la película volvió a funcionar y Severus fue testigo de las atrocidades de Tobías. Numerosas agresiones, tanto verbales como físicas, dirigidas principalmente a su madre y luego a él, aparecieron en su línea de visión, pero eran borrosas debido al estado de embriaguez de Tobías en ese momento.
Según lo que vio, Tobías no podía tocar los objetos o muebles utilizados anteriormente para maltratar a la familia del hombre. Una cabeza aplastada contra la mesa de café, los dedos aplastados por la puerta de la nevera... salpicaduras de sangre en el cuadro de la Virgen María, etc. Estaba atormentado por sus fechorías.
De repente, justo después de averiguar la causa y la consecuencia de la miseria de Tobías, su conciencia se vio arrastrada a lo más profundo de la mente de Tobías. No resistió el tirón porque sintió restos de su propia magia en la mano metafórica, aunque, para estar seguro, se aseguró de que Serafines y Querubines vigilaban su cuerpo y el de Tobías en el mundo real.
Parpadeó, y donde antes estaban los inquietantes recuerdos de Tobías, se encontró en medio de una réplica perfecta de su salón: un palacio mental. Se sorprendió. Jamás Severus pensaría que Tobías era capaz de formar un palacio mental propio, sin embargo, el escepticismo dominaba sus pensamientos. ¿Era Tobías realmente lo bastante fuerte mentalmente y sabio como para formar en su mente una estructura tan compleja como un palacio mental, o...?
-Bienvenido, maestro Severus. Hemos estado esperando su llegada-. Varias voces dijeron en armonía unas con otras.
¿O era esto un subproducto de algo más?.
Sintió su magia reflejada en las paredes del salón, como ondas de ecolocalización que reverberaban con las suyas, y una teoría se formó en su cabeza. ¿Es posible que el vínculo entre Tobías y la casa, establecido por su encanto, creara este espacio dentro de la mente de Tobías desde el que se generaban las visiones tortuosas?
-Tiene razón, amo Severus-. Las voces dijeron.
-Me alegra que lo hayan confirmado, entonces-, dijo, tratando de encontrar normalidad en su situación actual. -Sin embargo, ¿quiénes somos 'nosotros' precisamente?-.
Con un clic, Severus oyó el sonido de un interruptor que se encendía. En la pared, el cuadro de la Virgen María se erguía mientras un foco invisible la iluminaba como reclamando su atención inmediata. A diferencia de su contraparte en el mundo real, esta María tenía sangre brotando de las cuencas de sus ojos cerrados. -Somos la casa-. Explicó con sencillez.
-Ah-, Severus asintió, concediendo. -Ustedes son los que asaltan la mente de Tobías, supongo-.
-En efecto, tal como deseaba el Maestro-. Dijeron.
Severus metió las manos en los bolsillos del pantalón y sacudió ligeramente la cabeza. -Esto no es lo que pedí-.
La Virgen ladeó la cabeza. -¿Qué quieres decir?-.
-El propósito del encantamiento era inducir un mejor comportamiento de Tobías por pura fuerza, ya que el hombre no se sometería sólo con palabras-, admitió Severus. -Si asaltas su psique cada vez que toca uno de tus muebles, no va a aprender nada, simplemente se volverá loco. Eso no es. Lo. Que. Pedí-. Severus enfatizó cada palabra con autoridad, exigiendo como el creador del encantamiento y la razón por la que la casa estaba viva en primer lugar. Tenía derecho a darles órdenes.
La Virgen chasqueó la lengua disgustada. -Esta es nuestra venganza, amo Severus. Llevemos a cabo el castigo de ese hombre nosotros mismos-.
-La mejor venganza es no ser como él, que realizó la injuria, y lo que estás haciendo no te diferencia de sus atrocidades-, dijo Severus sin rodeos. -Lo odio tanto o más que tú, pero no puedo permitir que esto continúe-.
-¿Y quién eres tú para juzgar eso?- Preguntaron las voces.
-Del mismo modo, ¿quién eres tú para juzgarte un verdugo? Ni siquiera estás vivo para tener tus propias opiniones-. Severus clavó el clavo en el ataúd.
-...justo-, concedieron las voces, y es cierto. Son una casa encantada para cumplir una orden no tienen derecho a actuar por su cuenta. Y sin embargo... -Pero Tobías no merece que lo dejen salir tan fácilmente-.
-No lo merece-. Severus se sentó en el brazo del sillón del salón y cruzó las piernas.
-Oh-, las voces sonaban intrigadas.
-Pongámonos de acuerdo-, dijo. -El objetivo de todo esto era que se comportara. Si vive tranquilo y sometido, nada grosero ni violento, entonces le dejáis en paz. Es libre de tocar cualquier parte de la casa sin ser atormentado por ti-. La casa estaba claramente en desacuerdo, Severus pudo notarlo. Pero continuó antes de que las voces pudieran interrumpir. -Sin embargo... por el contrario, si se porta mal y vuelve a su naturaleza violenta y descarada una vez más... Entonces, sois libres de torturarlo mentalmente como mejor les parezca, al menos hasta que se disculpe o se arrepienta de sus actos. Después de todo, estamos intentando enseñarle buenos modales-.
Sintió el cambio en el comportamiento de las casas como se siente la brisa caliente del verano convirtiéndose en fríos vendavales otoñales. Las voces reían con maníaco deleite mientras los muebles del palacio de la mente golpeaban sus pies de madera para hacer ruido. -¡Espléndido!- Severus podía oír sus sonrisas. -En verdad, amo Severus. Trato hecho-.
Severus sonrió satisfecho. -Fue un placer hacer negocios con usted-.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Cuando Severus salió de la mente de Tobías, aunque experimentó muchos recuerdos e hizo un trato con las voces en la cabeza del hombre, no había pasado ni un minuto en el mundo real. Simplemente liberó su agarre sobre el rostro de Tobías y retrocedió. Serafin y Querubin, encaramados al respaldo del sofá, le dieron la bienvenida con gorjeos sincronizados.
A Tobías no le iba mejor, de hecho, tenía peor aspecto. Por supuesto, presenció el trato entre Severus y la María Sangrienta en su sueño, y no pudo hacer otra cosa que caer de rodillas derrotado, mirando fijamente al suelo sin ser visto.
Severus tarareó mientras afirmaba el estado de Tobías y dijo -Deberías alegrarte. Ahora no sufrirás innecesariamente-. Dicho y hecho, le dio la espalda a Tobías y se alejó, Serafín y Querubín siguiéndole de cerca, saltando de mueble en mueble. -Si te portas bien, claro-. Sonrió triunfante.
Su triunfo duró poco.
-Severus-. Oyó la voz de su madre y se giró rápidamente en dirección a la entrada de la cocina. Ella se acercó lentamente, secándose las manos temblorosas en el delantal que llevaba sujeto a la cintura antes de detenerse en el umbral. Cruzó las manos suavemente y se mordió el labio inferior antes de murmurar -Déjate de tonterías-. Con una expresión preocupada en el rostro.
Severus respiró profundamente y suspiró largo y tendido a continuación. -No puedo-.
Ella dio un paso adelante. -Puedes...-
-No puedo-. Él la interrumpió para demostrar su convicción, deteniéndola en seco antes de que pudiera alcanzarlo. -No si quiero que estés a salvo y que él aprenda de sus errores como es debido-. Afirmó con firmeza.
-No es justo-, se lamentó Eileen. -Soy tu madre, y sin embargo eres tú la que hace un esfuerzo por mí. Soy tu madre, y sin embargo ni siquiera puedo detener todo esto...- Agitó las manos, señalándolo todo. Si Severus tuviera que adivinar, se refería tanto al encanto como a la situación que llevaba a Severus a tomar medidas drásticas en su lugar. Ella no podía controlar cómo actuaba Tobías, del mismo modo, no podía controlar las represalias de Severus por esas acciones. En su lugar, Severus imaginó que se sentía bastante impotente a pesar de su fuerza interior.
-¡Eileen!- gritó Tobías desde el salón. Su voz estaba llena de resentimiento y desesperación mientras lloraba. -Eileen, ayúdame... ayúdame-.
Desvió su atención de Severus hacia la dirección de Tobías y antes de que éste pudiera decir nada, ella avanzó a paso firme. Severus la seguía detrás, más apagado y menos ansioso, pero no se acercaba, sólo miraba desde lejos.
Observó cómo ella se agachaba junto a un berreante Tobías e intentaba sostenerlo y calmarlo. Él, a su vez, se aprovechó de su guardia baja y le agarró los brazos con fuerza suficiente para magullarla, obligándola a arrodillarse a su lado. Ella chilló de dolor. -¡Arregla esto, zorra!- Le gritó en la cara. -Arréglalo para que pueda matar a esa...-. Le interrumpió un golpe en la cabeza; un libro de la estantería cercana le cayó encima con fuerza. Luego otro, y otro, pero solo soltó a Eileen cuando fue golpeada por su propia biblia con un sonoro tortazo. Ella tropezó tras ser liberada y cayó de espaldas, mirando al hombre que tenía delante con ojos aterrorizados.
Tobías empezó a sufrir espasmos al recordar sus peores recuerdos, que se reproducían burlonamente en su cabeza -(las voces de la casa riéndose de su estupidez)- y, con un último grito desesperado, cayó al suelo, desmayándose de la impresión.
El silencio se apoderó de ellos.
-...No sé si lo que estás haciendo está bien o mal-, dijo Eileen con voz temblorosa. -Pero, de nuevo, después de tantos años fracasando como madre, no creo que pueda opinar sobre ello-. Eileen se abrazó las rodillas y se acurrucó sobre sí misma. -¿Crees que soy incompetente?- Susurró.
Severus permaneció un rato en silencio, intentando recomponerse de la dura escena que acababa de presenciar. Finalmente, sin embargo, como quería mucho a su madre, sus cuervos estaban allí para apoyarlo y su Oclumancia se mantenía fuerte, se obligó a decir -No creo que seas inútil o incompetente de ninguna manera-. Admitió. -Te respeto a ti y a tu opinión, y escucho tu voz igual que lo haría con cualquier persona a la que quiero y en la que confío... así que, por favor, no te vendas tan barato-. Con una mano, conjuró su mariposa Tailed Jay y permitió que el pequeño insecto llegara hasta su madre, posándose encima de sus rodillas para que ella lo viera. -Sólo necesitas tiempo para adaptarte y comprender. Esperaré el tiempo que necesites-.
Ella permaneció en silencio durante tanto tiempo después, que Severus pensó que sería mejor que se marchara, pero apenas había dado un paso atrás cuando oyó un susurrado "Papilis" que salía de la boca de su madre. Una Scarlett Mormon voló en su dirección y se posó en el dedo enguantado que le ofrecía.
-Siento haber sido tan patética que tú, hija mía, hayas tenido que actuar por tu cuenta por mí-. Dijo ella.
-Eso no es...-
-¡Y yo...!- Ella le interrumpió. -Y lo intentaré más a partir de ahora. Pero por favor...- Se atragantó. -Por favor, dame algo de tiempo...-
Severus sonrió levemente y sopló la mariposa que tenía en el dedo, viendo como la Scarlett Mormon se disolvía en partículas de magia en el aire entre ambos. -Como ya he dicho, esperaré el tiempo que haga falta, tenlo por seguro-. Y dicho esto, por fin se permitió alejarse adecuadamente.
Su Tailed Jay permaneció junto a su madre en todo momento.
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Lo ocurrido con Tobías fue inesperado. Nunca pensó que su encantamiento le saldría tan mal como le salió, pero sólo podía culparse a sí mismo. Debería haber tenido en cuenta su improbabilidad de usar una varita estando en casa, y el alcance de su estado emocional mientras aplicaba el encantamiento en la casa en primer lugar. Estaba tan centrado en la integración del castigo para hacer que Tobías se comiera su plato de venganza en frío, que estaba cegado por su arrogancia. Se alegra de que el error se resolviera con un poco de persuasión y manipulación, pero siempre están los "y si..." que atormentan su mente.
¿Y si no consiguiera llegar a un acuerdo con la casa? ¿Desactivaría el encanto o dejaría que Tobías se volviera loco?.
¿Y si su amuleto hubiera funcionado de forma muy distinta a la que él esperaba, por ejemplo, más violento, o peor aún, si se hubiera unido a otros miembros de la casa?.
¿Y si la situación era completamente diferente, una que implicara la vida de personas inocentes o de las que él más apreciaba? No podía imaginar lo que haría si ese fuera el caso.
Así, tuvo una epifanía. Ya no puede permitirse usar cómodamente la magia sin varita.
No me malinterpretes, Severus tiene más control de su magia sin varita mágica que algunos brujos armados con sus varitas, pero eso no es lo que importa. No se trata de ser mejor que la mayoría, sino de dar lo mejor de sí en todo momento. Para cambiar el futuro, para equilibrar la magia, para matar al Señor Tenebroso, Severus necesita darlo todo en todo lo que hace. Y, por desgracia, no puede lograr este objetivo mientras no tenga varita mágica. Un artista sin pincel sólo puede pintar hasta cierto punto, no importa lo hermosas que sean sus pinturas, después de todo, están limitados a lo lejos que pueden llegar sus dedos.
Gracias a Dios que se compró una varita nueva.
La primera Magnum Opus de Ollivander... una varita negra con un núcleo de colmillo de basilisco que llevaba el alma del basilisco como una bestia depredadora. Una varita complicada y difícil de usar, más poderosa que la suya, pero también anterior a la invención del amuleto del rastro y, por tanto, sin rastro alguno.
Ollivander debió de olvidarse de ese pequeño detalle cuando le vendió la varita a Severus.
Severus sonrió satisfecho, haciendo girar la varita dentro del cobertizo del patio trasero de Tobias, transfigurando sin palabras el interior en un básico pero funcional laboratorio de pociones. La vieja madera de las paredes estaba renovada y pulida como recién cortada, un sistema de ventilación ocular evitaba que se asfixiara con los humos de sus creaciones, las mesas ya no se mecían de lado con las patas desiguales, las baratijas de Tobías se transformaron en objetos que Severus necesitaría: balanzas y pipetas, pero también sillas, mecheros Bunsen y pequeños hornillos para los calderos.
Cogió su caja de cinceles del bolsillo trasero y sacó las herramientas que contenía. En las paredes, mesas y sillas transfiguradas, talló silenciosa y meticulosamente runas para impedir que volvieran a ser lo que eran. En las herramientas y los objetos de cristal, dibujó runas en papel adhesivo y las pegó a su superficie para asegurarse de que también mantendrían su forma.
Al menos, sacó su kit de pociones y la jaula de hadas del piso de arriba y preparó un rincón en la pared del fondo para colocar una pecera transfigurada que sirviera de vivero temporal para las hadas en cuarentena. De este modo, trabajaría junto a ellas y catalogaría su desarrollo de cerca.
El exterior del cobertizo seguía decrépito y descuidado, pero el interior era más grande y estaba bien cuidado en comparación.
Con todas sus compras fuera de sus paquetes y ampliadas a su tamaño original -(sin incluir sus artículos de jardín, ya que se metería con ellos mucho más tarde)-, Severus se puso a trabajar de inmediato.
¡En la creación de su Poción Wiggenweld mejorada!.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
En Martini's Served Potions, situado al final de la calle del Callejón Knockturn, el propietario, Martin Martini, tuvo que echar a otro cliente que entró en su tienda pensando que era un bar.
¡No es culpa suya, maldita sea! La familia de su madre eran una panda de calientabancas, camareros que servían a apestosos sangre pura con el meñique bañado en oro, mientras que él soñaba a lo grande, más de lo que esos gilipollas jamás podrían. Dio un salto de fe al mundo de la elaboración de pociones, ¡su pasión!. Y abrió una tienda de pociones después. De acuerdo, es el Callejón Knockturn, no el lugar más agradable ni el mejor para empezar una carrera, pero oye, todo el mundo -(excepto los privilegiados)- empieza de cero. Además, ¡el casero del Callejón Diagon es el mayor imbécil que ha conocido! ¿Cómo que la gente se asustará por su "mirada tuerta"? No tiene la culpa de que su madre le dejara el ojo izquierdo en el olvido cuando se fue de la familia. La gente del Callejón Knockturn camina con más extremidades que dientes, buen señor, ¡él encaja perfectamente!
Suspiro...
Pero decir que su clientela actual es inexistente sería quedarse corto.
No ha vendido ni una sola poción en los últimos dos meses, y si las cosas siguen así, puede que recurra a... vender bebidas y trabajar de camarero. ¡Argh! - Para pagar el alquiler ya que es lo que se le da mejor. Oh, qué repugnante sería. Pero no es como si pudiera conseguir trabajo en cualquier otro sitio al faltarle un maldito ojo y no tener filtro entre el cerebro y la boca, la gente tiende a odiarle allá donde va.
Sus pociones son de calidad de manual. Sus ingredientes son baratos. Sus recipientes son pequeños y a menudo están sucios, y no tiene dinero ni experiencia para solucionar esos problemas. Está condenado a ser perseguido por el nombre de su familia, sirviendo martinis y lamiendo culos de gente rica.
Es uno de esos días en que la calle exterior parece ajetreada, bulliciosa con lo peor de la humanidad caminando, y su tienda permanece tan silenciosa como los muertos de la noche. Está solo y cavando lentamente su propia tumba de deudas.
Ese día, un ángel desciende de los cielos para ayudarle.
Tap, tap, oyó un golpeteo procedente de su escaparate principal. Martin dirigió una mirada aburrida hacia la entrada para ver quién era, quizá si tenía suerte, sería un cliente por una vez. Pero no, claro que no. Era un maldito pájaro picoteando el cristal.
El pájaro inclinó la cabeza hacia un lado, estudiando a Martin desde lejos con brillantes ojos esmeralda, pero no era un búho, así que Martin no le prestó mucha atención, volviendo a sus cavilaciones. Eso fue hasta que el pájaro empezó a picotear rápidamente el cristal de la ventana como un molesto pájaro carpintero, provocándole un ligero dolor de cabeza en el entrecejo.
Martin se levantó de la silla y abrió la puerta para espantar al pájaro, que pasó volando más rápido de lo que pudo reaccionar y entró en su tienda.
Martin estaba muy cabreado con el bicho.
-Escucha, mierdecilla-, dijo Martin entre dientes apretados. -Mi día ya ha sido horrible, no necesito nada más para empeorarlo. Así que, o te vas de mi tienda ahora mismo, o te haré pollo frito. Tú eliges-. Sí, a mitad del alquiler se dio cuenta de que se estaba desahogando con un pájaro, pero no le juzgues; ¡no ha visto a nadie ni a nada entrar en su tienda en meses!
-Vaya, vaya...- El pájaro ronroneó con una voz grave e irreconocible, y Martin dio una enorme vuelta de campana. -¿Así es como tratas a tus clientes? No me extraña que no tengas ninguno-.
Martin parpadeó una, dos, tres veces antes de frotarse el ojo funcional y limpiarse las orejas con los meñiques. Cuando el pájaro no desapareció ni se convirtió en humano como lo haría un animago, Martin pensó en golpearse la cabeza contra el mostrador. No lo hizo, por supuesto, no era estúpido.
-¿Me vas a mirar embobado todo el día o vas a ayudar a un cliente?-. El pájaro dijo, y sí... es real, y es un pájaro que habla. Martin se golpeó la cabeza contra la encimera de todos modos.
-...¿Debería preocuparme?- El pájaro volvió a hablar.
-Oh, no, no... Sólo me estoy asegurando de que no me he vuelto loco todavía-. Martin admitió, y oh Poderoso Merlín, ¡está hablando con un pájaro que habla! Apenas podía sentir el dolor en la frente porque la cabeza le daba vueltas.
-Si sigues golpeándote la cabeza como hasta ahora, lo harás-. Le aconsejó el pájaro. Un pájaro muy sabio. ¿Quién lo hubiera dicho?.
Basta con decir que Martin se estaba volviendo loco.
-No se preocupe Sr. Martini, mi negocio aquí es corto-, el pájaro graznó. -Estoy aquí con una... oferta que hacer-.
La forma en que el... pájaro hablaba hizo sonar las alarmas en la cabeza de Martin. Está acostumbrado a tratar con estafadores: ¡su tienda está en el callejón Knockturn, por el amor de Merlín! Si no hubiera sabido cómo ahuyentar a las sanguijuelas, habría quebrado mucho antes, así que tenía un sexto sentido al respecto.
Pero antes de que pudiera gritar sus gilipolleces y pedirle al pájaro que tuviera la amabilidad de largarse, el pájaro volvió a hablar. -¿Cómo está su ojo, Sr. Martini?- Preguntó casi suavemente.
Oh, ahora Martin estaba aún más confundido, si cabe. -¿Mi... ojo?-.
-Sí-, graznó el pájaro, acercando las garras a su ojo izquierdo esmeralda. -Tu ojo izquierdo quedó dañado sin posibilidad de reparación, ¿me equivoco? Los sanadores de San Mungo te informaron de que no hay forma de recuperarlo debido a los residuos de 'Magia Oscura' que aún permanecen en tu cuenca ocular, ¿no es así?-.
Este tipo de información no es algo que cualquiera pueda saber sin el pinchazo adecuado. Quienquiera que sea el pájaro -o quien esté detrás de él- investigó su vida. Dependiendo de dónde adquirieron la información, podría ser alguien de gran poder.
En la experiencia de Martin, cualquier persona de gran poder es peligrosa.
-¿Qué quiere?- Martin no pudo contener el miedo que se deslizaba en sus palabras.
El pájaro soltó una risita profunda y extraña antes de decir -Relájese, señor Martini. No he venido a intimidarle. Como le he dicho, estoy aquí para ofrecerle un trato-. Dijo antes de saltar de su percha encima de una estantería alta para aterrizar en el mostrador de madera. -Por favor, echa un vistazo a esto...- Canturreó.
El pájaro estiró una de sus alas como si estuviera levantando la espalda después de una larga siesta, y de debajo del ala se materializó como de la nada un frasco vidrioso que contenía un líquido verde azulado. Una cinta negra a medida con el nombre Wiggenweld+ Potion envolvía el recipiente bellamente.
Martin se quedó mirándolo. -¿Poción Wiggenweld?-. Es una de las pociones curativas más fáciles de preparar que Martin conocía. Tanto, que todos los años se la enseñan a los alumnos de primer año en Hogwarts. Aunque, si era sincero, esta parecía estar un poco pasada sólo por el color. -¿Estás bromeando?- Dijo sin pensar.
El pájaro ladeó la cabeza, nada ofendido. -En absoluto, señor Martini. Hablo muy en serio. Sin embargo, hágame el favor de volver a leer la etiqueta-.
Martin hizo lo que le decían, y efectivamente notó una pequeña diferencia. -¿Wiggenweld... plus?-.
-Precisamente-, la voz del pájaro era demasiado petulante para el gusto de Martin. -¿Y si le dijera, señor Martini, que este pequeño frasco de Poción Wiggenweld+ es la respuesta que ha estado buscando?-. Preguntó mientras golpeaba con su garra el cristal del frasco. Toque, toque, toque.
-¿Qué respuesta?- Martin estaba más que intrigado. Después de todo, no todos los días un pájaro entra volando en tu tienda, habla y actúa como un humano y te ofrece una poción.
-La respuesta a tu problema financiero-, dijo, y la expresión de Martin, fuera cual fuera, decayó. -Y...-, continuó, porque el maldito pájaro no había terminado ahí... -Como cortesía, también la respuesta para tu ojo dañado-.
-Cállate-, respondió Martin instintivamente. Había hecho tantas maldades intentando curarse el ojo antes -(confiado en gente en la que no debería haber confiado)- y se prometió a sí mismo no volver a cometer el mismo error, no fuera a ser que repitiera el incidente del "ojo quemado Martini". Se estremecía sólo de pensarlo.
Y sin embargo...
El pájaro cogió el frasco con las patas y golpeó la punta contra el pico, burlándose de él con sus inquietantes ojos esmeralda. Golpe, golpe, golpe, como los dedos de un hombre impaciente dispuesto a marcharse y llevarse consigo la oferta de su vida.
-Vamos, Sr. Martini. ¿Le gustaría probarlo? Para probar mis palabras, por supuesto... venga; basta un sorbo para que sienta los cambios-. Dijo el pájaro con una clara sonrisa en la voz.
La Wiggenweld es una poción curativa, ¿verdad? Aunque no haga lo que promete, sigue siendo una poción inofensiva, ¿no? Martin es un pocionero, puede decir por el olor si es veneno o algo más siniestro. Parece que no hay nada de malo en intentarlo...
¿Verdad?.
Lentamente, moviéndose como si estuviera bajo la Maldición Imperius, Martin cogió el frasco de las sorprendentemente largas garras del pájaro y lo acercó para inspeccionarlo. Inclinó el vaso aquí y allá, observando el líquido que contenía. Luego, abrió la tapa, oliendo el rico olor a pescado y miel por el que el Wiggenweld es famoso. Con todas las pistas, tanto visuales como físicas, que le indicaban que la poción parecía lo bastante segura, Martin hizo lo impensable y bebió un sorbo del vaso.
Inmediatamente, ¡su ojo izquierdo ardió como un hijo de puta!.
Gritó, dejando que el frasco se le escapara de las manos y se hiciera añicos en el suelo mientras se doblaba de dolor y se arañaba el ojo. Ardía más que la maldición Cruciatus de su madre. Ardía más que el fuego del infierno. Pero no duró mucho, se disipó como el agua y dejó tras de sí una leve sensación de pinchazos.
Martin se recompuso rápidamente y estaba listo para abalanzarse sobre el pájaro y convertirlo en un sombrero de anciana cuando notó... una luz. El más tenue, casi imperceptible chorro de luz en su ojo izquierdo. Con una mano temblorosa, se cubrió el ojo derecho, y he aquí la luz, brillando su magnificencia en su ojo previamente dañado.
Martin no pudo evitarlo; se echó a llorar. Y oh, gloria... qué increíble se sintió al sentir de nuevo las lágrimas en su mejilla izquierda.
-Creo que ha sido un éxito, ¿no?-. graznó el pájaro.
-La oferta. ¿Cuál era la oferta que querías hacer?-. Martin fue directo al grano. No podía dejar escapar la oportunidad de recuperar la vista.
-Bien, bien-, ronroneó el pájaro. -Difunde la noticia de tu ojo y de cómo este Wiggenweld modificado fue capaz de curar residuos de magia oscura con algo tan simple como un sorbo a pesar de que antes se consideraba imposible... y a cambio, podrás tomar tantas pociones de las que te proporcionaré para terminar de curar tu ojo, gratis-. Instruyó el pájaro. -Sin embargo, venderás el resto en tu tienda y dividirás las ganancias conmigo-.
El cerebro empresarial de Martin empezó a funcionar. -¿De cuánto estamos hablando?-.
-60/40, en mi beneficio-, ofreció el pájaro.
-¿50/50?- Martin intentó regatear.
-Yo pago los ingredientes y proporciono tanto la poción como sus envases, tú sólo eres el distribuidor. Además, tomarás muestras gratis sin repercusiones. 70/30, última oportunidad-. Dijo el pájaro con suficiencia.
¡Este maldito pájaro! Sabía que intentaría regatear, ¡así que me manipuló para aumentar sus ganancias! pensó Martin, frustrado.
Suspiró. No hay razón para actuar patético ahora... no hay manera de que dejara pasar la oportunidad, no importa lo desventajosa que parezca. -Bien, acepto-. Dijo sin rodeos.
El pájaro rió de nuevo, complacido. -Muy bien, entonces-. De debajo de su otra ala, un contrato se materializó desde las sombras... una pluma estilográfica ya proporcionada. -Por favor, lea y firme el contrato-.
Es un ángel, no cabe duda.
Martin hojeó los párrafos como un moribundo en su último suspiro y firmó el papel no mucho después, sin ver nada malo en ello, ansioso por conseguir lo que quería.
El maldito pájaro -(un cuervo, según el contrato)- rió una vez más, con sus ojos verdes brillando en la cara de Martin como un faro de los condenados y olvidados. Le recordaba a Martin los errores del pasado, pero también, la luz al final de un desierto nebuloso, guiándole hacia un futuro mejor. -Ha sido un placer hacer negocios con usted, señor Martini-. Dijo antes de consumir el contrato, la pluma y la poción en el suelo entre sus sombras, desapareciendo en ellas él mismo poco después como un embrujo, un fantasma oscuro. -Hasta pronto-.
Es un ángel, pero uno de esos caídos, si sabes a lo que me refiero.
Chapter 16: Act 2, Ch 7 - Prejudice is a great time saver for you can form opinions without having to get the facts.
Chapter Text
James Potter se estaba ahogando.
Se encontró ante un complicado dilema que tenía el potencial de cambiar sus pensamientos en la vida, al menos para alguien tan egocéntrico como él. Porque James era una persona de mente sencilla a pesar de haber nacido en una cuna bañada en oro, su buena apariencia y su sorprendente habilidad práctica en las asignaturas de Transfiguración y Defensa. No es que eso tenga nada de malo; de hecho, muchos dirían que forma parte de su encanto; lo agradable que resulta que deposite toda su confianza en las personas a las que aprecia, o que tu opinión sea validada sea cual sea. Con su fuerte sentido de la justicia y un corazón de oro lo bastante grande como para albergar a todo Hogwarts si así lo deseara, la gente se sentía atraída por sus llamas como polillas a la luz.
Sin embargo, por muy bueno que pareciera en apariencia, debido a la sencillez de sus pensamientos, James era bastante crédulo. A menudo era víctima de las palabras y creencias de la gente, sobre todo cuando no tenía una propia. De tales temas de conversación, no podía importarle menos, que cuanto más asentía y estaba de acuerdo con los demás, más se formaba su opinión en torno a lo que oía.
Este comportamiento comenzó en el seno de su familia, como era de esperar. A su abuelo Henry y a su padre Fleamont les encantaba el Quidditch y enseñaron a James a jugar desde pequeño, enseñándole las idas y venidas de un buen jugador en lugar de uno decente. Su madre, Euphemia, era una mujer con un fuerte sentido del liderazgo, que siempre esperaba lo mejor de los demás y hacía todo lo posible por impresionar, ya fuera para alimentar su orgullo o para parecer superior. Su padre tenía opiniones muy firmes sobre las casas de Hogwarts. Creía que la casa Gryff era la mejor. Creía que la casa de Gryffindor estaba más orientada hacia el bien que las demás casas y, como tal, donde los miembros de familias ligeras como la suya debían encontrar mejores raíces. James se acostumbró a esas influencias por ser su único hijo y nieto.
Ninguna de esas opiniones significaba que los Potter fueran esencialmente malas influencias para James, en absoluto. Criaron a James con todo el amor que pudieron reunir, de hecho, hasta el punto de que parecía justificado. James creció siendo igual de adorable y, a cambio, haciendo caso de sus palabras. Aunque vale la pena recordar que no todos los Potter eran iguales. Charlus Potter, primo de Fleamont, a menudo discrepaba de las opiniones de éste. El hombre encontró el amor en una mujer de Slytherin llamada Dorea, y como Auror Jefe, todos sus subordinados eran de diferentes casas o alumnos anteriores de diferentes escuelas de magia en conjunto, cada uno con sus propias cualidades. Él creía firmemente que la casa no importaba; lo que importaba era lo que la persona hacía de sí misma y en lo que se convertía después de conocer el mundo.
Pero James apenas veía al primo de su padre y, por lo tanto, creció sabiendo sólo unas pocas cosas sobre Hogwarts.
Tenía que ser un buen jugador de Quidditch, tenía que tener confianza en sí mismo y mostrar los rasgos de un buen líder, y tenía que ser un Gryffindor.
Por lo tanto, para ser el buen hijo que siempre le habían elogiado, tenía que dar lo mejor de sí mismo.
Y lo hizo. Apenas se colocó el sombrero en la cabeza, gritó "¡Griffindor!" con todas sus fuerzas imaginarias. Convenció a uno de sus compañeros de curso, Sirius Black, para que eligiera Gryffindor en lugar de Slytherin, cuando el chico se debatía entre lo que él quería y lo que quería su familia, impulsada por la oscuridad. Se hizo amigo de sus compañeros y se convirtió en su líder desde el principio, ayudando a Peter con su torpeza social y a Remus con su enfermedad. Desde que entró en Quidditch en su segundo año, se convirtió en un perseguidor insustituible, y tanto en los pasillos de Hogwarts como en clase, James siempre fue el chico seguro de sí mismo y juguetón que debía ser.
A pesar de los años, con sus vicisitudes, detenciones, travesuras y la carga de ser uno de los chicos más populares del colegio, nada cambió realmente en el núcleo de lo que era. Era un buen jugador de quidditch, un buen líder al que valía la pena seguir y era Gryffindor. Todo eso lo convertía en el buen hijo por el que se esforzaba.
Todo estaba bien en el mundo... hasta que dejó de estarlo.
No lo malinterpreten, pero James encontró complicaciones en su ascenso a la gracia de la expectativa. A saber, se demostró que estaba equivocado en muchos aspectos que creía que eran la norma, o más bien, que le habían enseñado que lo eran.
Le habían dicho que los Ravenclaw eran unos empollones con la nariz metida dentro de un libro, sin más ambición que el deseo de tener el mayor conocimiento posible sobre prácticamente cualquier tema. Por supuesto, para cualquier otra persona es obvio lo errónea que era esa suposición, pero James, aunque intentaba parecer sabio y maduro, era ingenuo. Se dio cuenta por sí mismo, mientras asistía a Hogwarts, de lo errónea que era esa suposición. Los Ravenclaw son inteligentes y mordaces; su pasión por lo intelectual los lleva al territorio de la creatividad y la sabiduría. Suelen ser los que refutan las suposiciones erróneas y enseñan a su vez la respuesta correcta. También son los que crean las mejores estrategias -(en duelos o de otro tipo)- teniendo en cuenta a todos los incluidos en su proyecto.
Le habían dicho que los Hufflepuff eran las brujas y magos débiles que no podían entrar en las otras casas, la "clase trabajadora" de la sociedad brujesca. Una vez más, se quedó perplejo al comprobar que estaba equivocado. Los Hufflepuffs son pequeños tejones feroces que llevan la bondad en una manga y un fuerte sentido de la justicia en la otra. Son pacientes con los demás, sobre todo en situaciones difíciles, pero no se privan de dar puñetazos para dar a entender lo que piensan. Son leales a los suyos, a la familia y a los amigos, y lucharían hasta el cielo y hasta el infierno para mantenerlos a salvo. Son muy trabajadores, como diría cualquiera, pero no sólo en el trabajo manual estudian mucho y se esfuerzan aún más. Y no se dejen engañar por sus dulces sonrisas y su voz suave, la mayoría utilizan su amable reputación para conseguir lo que quieren de ustedes, los mierdecillas (creanle, lo aprendió por las malas).
Creció oyendo hablar del coraje de los Gryffindor, de su valentía para enfrentarse a cualquier obstáculo y de la forma ilimitada en que intentaban echar una mano a los demás sus nervios para enfrentarse al peligro y sonreír con confianza sabiendo que podían superarlo. Pero James tenía información sobre los Gryffindors como Gryffindor que era, y aunque le doliera admitirlo, tampoco todo lo que le habían contado era cierto. Por ejemplo, sus amigos Peter solía tener miedo de su propia sombra, y aunque él y sus amigos intentaban ayudarle con su confianza, a veces, cuando cree que nadie le mira, se convierte en una bola de ansiedad surgida de la nada. Remus tiene miedo de sí mismo, y aunque tiene una buena razón para ello, no se trata sólo del lobo... es su futuro. Tiene miedo de lo que le depare el futuro sabiendo que es considerado un monstruo por prácticamente cualquier mago y que no tiene control sobre sí mismo durante la luna llena. Y Sirius intenta encajar en las expectativas de un Gryffindor igual que James, pero se abrazaron llorando demasiadas veces como para saber que todo es una fachada. Sirius tiene miedo mientras su madre se cierne sobre él.
Sus amigos le parecen muy valientes, ya que viven la vida al máximo a pesar de sus miedos, pero por mucho que los mire intentando encajarlos en el molde que le trazaron cuando era pequeño, no son ni de lejos los intrépidos y compasivos caballeros de brillante armadura que él esperaba.
Y le destroza un poco cada día saber que sus amigos nunca estarán a la altura de esas expectativas, por mucho que parezcan intentarlo.
Sin embargo, nada de lo que había sucedido hasta ese momento, por muy impactante que fuera, podía compararse con su quinto año como estudiante de Hogwarts.
Lo chocante que había sido que todos los ejes a los que se había acostumbrado se inclinaran un poco hacia el lado equivocado... que Remus se sintiera traicionado por sus amigos por una estúpida broma de Sirius. De Peter mezclándose entre las sombras para evitar que sus amigos cercanos le gritaran sin motivo alguno. De Sirius jugando como si no pasara nada en el mundo, pero por dentro, tan solo como cualquiera de ellos se había sentido.
James se sentía fatal por sus amigos (y en secreto, aunque intentaba no pensar demasiado en ello, sabía que él necesitaba la ayuda tanto como ellos), así que hizo lo que pudo, como siempre hacía, para arreglar el problema. Y lo arregló, ¡lo jura! Sirius volvía a reír de verdad. Remus volvía a hablarles sin malicia ni tono acusador. Peter volvía a entablar conversaciones y a participar en sus actividades. Sus amigos habían vuelto un poco a la normalidad y él podía volver a sentirse menos presionado como su líder.
Entonces, ¿por qué el estúpido de Snape tenía que arruinarlo todo?.
Volvió bailando el vals a la vida de James como un veterano de guerra al que no le asustaba en absoluto una varita apuntando directamente a su corazón, más poderoso que nunca, no con su magia sino con sus palabras, lanzando insultos y verdades como dagas llovidas a la cara de James. Su forma de hablar sobre los héroes se acercaba inquietantemente a lo que James creía -(no eran héroes de Gryffindor, sino niños que intentaban dar lo mejor de sí mismos y fracasaban)-, haciéndole sentir atacado e incómodo. Jarring ni siquiera podía compararse con sus sentimientos de aquel sábado en concreto; sentía una combinación de desesperación ante un acontecimiento que acababa con el mundo y el cansancio de un hombre que tiene que reescribir su tesis desde cero. James no hizo más que mirar a Snape alejarse porque le había pillado desprevenido. No tenía ni idea de qué hacer y temía intentar algo de lo que luego pudiera arrepentirse.
Tenía miedo. James se dio cuenta de que él tampoco encajaba en el molde que le habían tendido y eso le aterrorizaba mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Y luego, por si fuera poco, Snape volvió para el segundo asalto con aquella lección de historia, si es que podía llamarla así. No es que quisiera confiar en las palabras de un Slytherin -(especialmente en las de Snape)-, sin embargo, conscientemente o no, quería confiar en las palabras de alguien que miraba profundamente a los ojos de James y veía el fraude que él sentía ser a pesar de lo mucho que le dolía la verdad a James.
Snape le llamó ignorante, Snape le llamó prejuicioso, Snape le llamó niño y matón... Snape dijo que no era un héroe. Y cuanto más lo pensaba, más sentía que esas palabras eran ciertas (el molde, ¡él no encajaba en el molde!). Por lo tanto, quería saber qué más había de cierto en el mundo, ya que Snape parecía estar a la altura de ese conocimiento.
James era curioso, y la curiosidad es impredecible. O conduce a revelaciones o mata al gato. Y a veces, cuando no tenemos suerte, hace ambas cosas.
Todo aquello las conversaciones, las acusaciones, las realizaciones... todo parecía conducir a la fatídica clase de DADA del lunes.
Ese día empezó con James viendo llorar a Snape por primera vez.
James no era un inepto; supo que algo iba terriblemente mal cuando Snape miró fijamente a Lily, como un hombre que se regodea en la imagen de su salvavidas como si fuera la última vez, con ojos atormentados y extremidades temblorosas, la representación de la desesperación. Snape nunca lloraba, por muy inteligente que fuera el insulto o por muy larga que fuera la travesura; en su lugar, recurría a la ira, lo que, en opinión de James, le hacía un poco más resistente que el resto de sus compañeros (aunque no lo admitiera en voz alta). Verle huir fue quizás más desconcertante que el hecho de que Lily se enfadara con él sin motivo después. Porque Snape, el chico de Slytherin con comentarios sarcásticos y una lengua afilada, además de mágica, nunca huía. Intentaba esconderse, evitar e incluso ignorar, pero nunca huía. James lo sabía por los años que llevaba observando a Snape.
James siempre está pendiente del paradero de Snape cuando está en la misma habitación. Al principio empezó por paranoia, ya que el chico de Slytherin era íntimo amigo de la chica que le gustaba y no quería bajar la guardia cuando estaba cerca del imbécil. Pero con el paso de los años, pasó de ser un acto de autoconservación de su yo más joven a un hábito un tanto molesto. No importaba la distancia, el lugar o la tarea... los ojos de James parpadeaban hacia Snape al menos una vez al entrar en la habitación... y a veces, cuando James estaba especialmente molesto o planeaba algo, seguía a Snape con la mirada durante todo el día.
Por eso, cuando ese mismo día sus amigos, Lily y él corrieron hacia la clase de DADA, estaba seguro de haber sido el primero en fijarse en el Slytherin que estaba solo en la puerta de la clase, aunque Lily también se diera cuenta justo después.
No está especialmente orgulloso de ese hábito. No le agrada ser consciente de la presencia de Snape cada vez que comparten clase o se cruzan por los pasillos, pero no puede evitarlo. El Slytherin siempre está allí o en algún lugar del castillo a pesar de los deseos de James y, como alguien peligroso, hace bien en saber si está cerca o no para su propia tranquilidad, o eso pensaba James. Además, por mucho que James se fijara en Snape en una habitación, Snape siempre se fijaba en él como en un acuerdo de rivalidad mutua que nunca firmaron pero que sabían que era cierto.
En cualquier caso, cuando Lily corrió a reunirse con Snape a mitad de camino, su voz gritando su nombre envuelta en preocupación y un trasfondo de cuidado similar al que él siente por sus amigos más cercanos, James se sorprendió al notar que no sentía celos ni nada relacionado con la ira. En lugar de eso, se sintió casi solemne, como si supiera que no tenía derecho a intervenir en su encuentro. Le recordó la lágrima de sangre que goteaba por el pálido rostro de Snape cuando miró al Slytherin y la forma en que el otro chico había temblado antes, lo... asustado que parecía en aquel momento, como si llevara el peso del mundo a la espalda y no supiera si podría soportarlo.
Snape, una vez, fue un niño pequeño de aspecto frágil, asustadizo como un gatito mojado pero sin miedo a mostrar sus garras. Ver a ese mismo chico mantenerse erguido contra toda razón a pesar de los claros signos de debilidad hizo que James se sintiera preocupado por él.
Al pensarlo, frunció el ceño. ¿Por qué se preocupaba? ¿Tenía derecho a preocuparse?.
James tiene un corazón de oro, eso ya ha quedado claro. Trata de ver el bien en la gente, como su madre, y cree en la justicia, como su padre, por lo que siente compasión por los demás. Aunque de mente sencilla, James es un buen chico ayuda a los demás no porque se lo hayan ordenado, sino porque quiere hacerlo. Pero así como parece tan desinteresado, James es muy egoísta, pues su bondad no se extiende a todo el mundo. Snape es un Slytherin, y como cualquier Slytherin, es malvado o lo será algún día. No merece que lo ayuden.
Y, sin embargo, caminando entre el montón de alumnos hacia los campos exteriores, James era el que empujaba a sus amigos hacia delante y hacía tonterías para evitar que vieran a Snape hablando con Lily unos pasos por detrás, porque sabía que si Sirius lo veía, montaría una escena y arruinaría su momento de reconciliación. Sabía que permitirles hablar, sobre todo después de los sucesos de la madrugada, ayudaría a arreglar su destrozada amistad, pero de todos modos se calló y caminó de frente, ignorando fuertemente la retaguardia.
¿Acaso James sentía compasión porque Snape no tenía más amigos que Lily? Prefería pensar que sentía lástima por el Slytherin, ya que a cualquiera se le permite sentir lástima incluso por su peor enemigo, pero la lástima no justifica ayudar al mal, ¿verdad? Sentía como una balanza en su cabeza, tratando frenéticamente de encontrar un equilibrio entre ayudar a alguien por ayudar y ayudar a Snape por culpa. Porque era culpa suya que Snape y Lily ya no fueran amigos; culpa suya porque Snape es un Slytherin.
Y mientras cavilaba en busca de una conclusión, pensó sin remedio ¿tan malo era ser un Slytherin? ¿Merecedor de la misma soledad que él experimentaba cuando sus amigos se separaban ese mismo año o eran exiliados de la mayoría de las reuniones sociales?.
Sacudió la cabeza intentando por todos los medios deshacerse de los incesantes pensamientos de su mente. No le haría bien dudar de una de las pocas cosas de las que estaba seguro que eran ciertas, como la tendencia de los Slytherin a volverse oscuros y su crueldad.
Sin embargo, justo entonces, cuando creía que estaba manejando bien sus pensamientos y los tenía bajo control, James oyó una risa.
Era el tipo de risa más tonta, entre bufidos y carcajadas que había oído nunca, y supo al instante que pertenecía a Lily. Sintió el fuerte impulso de darse la vuelta para memorizar la cara sonriente de Lily, pero siguió mirando hacia delante para no llamar la atención de sus amigos hacia la parte de atrás. Pero mientras se comprometía con su razonamiento, oyó una segunda risa.
Una carcajada rica que se hizo progresivamente más fuerte hasta igualar a la de Lily, serena y elegante, emitiendo un tenor profundo desde las cuerdas vocales de la persona. A James le recordaba a la nobleza, igual que la esposa de Charlus, Dorea, y su risa educada, pero no por ello menos real, o la voz grave de su abuelo.
Las risas se mezclaron, una cacofonía de armonía a través de los bufidos de Lily y las inhalaciones jadeantes de Snape para sonar algo hermoso, y James miró involuntariamente hacia atrás en sus periféricos, encantado por lo que oía. Medio esperaba ver a una sangre pura como Dorea, con sus vestidos elegantes y sus dedos delicados enguantados, o a su abuelo, educado pero juguetón, siempre con un chiste en la punta de la lengua.
En cambio, sólo vio a Snape. Pero para su inmediata sorpresa, Snape estaba sonriendo.
Esbozó una sonrisa amplia y dentada tras el dorso de la mano, tratando de contener su alegría para no molestar a la gente que le rodeaba. Las arrugas alrededor de sus ojos eran más prominentes, como si se estirara por primera vez en mucho tiempo, y sus mejillas adquirieron un ligero tono rosado debido a la risa.
James se volvió inmediatamente hacia delante después de aquello, ligeramente nervioso y frustrado, porque al igual que nunca había visto llorar a Snape, tampoco había visto reírse así al Slytherin, ni siquiera entre sus compañeros. ¿Suele ser así Snape? Él sólo conocía al Snape de hombros encorvados, mirada feroz, odio en los ojos y ceño tan fruncido que oscurecía sus ya negros ojos. Un chico versado en sus palabras, listo para apuntar donde más duele; el que se apresura a armarse con una varita y contraatacar con hechizos desagradables, riendo amenazadoramente cuando consiguen dar en el blanco. Nunca ha visto a Snape en esos pequeños momentos con alguien a quien aprecia, riéndose a carcajadas de algo divertido o de nada en absoluto, momentos a los que James no tiene acceso. Detrás de las cortinas verde oscuro que representan su vida privada, ¿es este su aspecto?.
James no lo sabía. No tenía ni idea y, sinceramente, le desconcertaba.
"[...] No me conoces a mí ni a mi casa en absoluto. Estás muy equivocado si crees que sí".
James suspiró. Pensó a regañadientes que hoy era uno de esos días en los que nada sale como siempre, y cuanto más intenta luchar contra la corriente de las cosas, más difícil se le hace lidiar con ella. Decidió colocar la sonrisa de Snape como lo más extraño que vería hoy y salió al patio, preparándose mentalmente para la clase de Defensa.
Estaba equivocado. Tan, tan malditamente equivocado. Porque aún no había presenciado el espectáculo que se desarrollaría ese día.
Ahora, para contextualizar, a James tampoco le gusta el profesor Borguini. El hombre está demasiado centrado en ganarse la aprobación de la gente importante, principalmente de los sangre pura a través de las buenas palabras de los niños a los que enseña. No tiene una red de contactos como Slughorn, ni es lo bastante poderoso ni influyente como para atraer a la gente, por lo que intenta desesperadamente caerles en gracia cambiando continuamente el programa de estudios de Defensa para satisfacer sus demandas, en lugar de seguir los temas de discusión ya establecidos por el colegio. Borguini enseña lo que le mandan, no lo malinterpretes, pero no a satisfacción de James ni de nadie, y eso frustraba a James hasta el extremo, porque necesitaba buenas notas en Defensa para su deseada carrera como Auror.
No diría que era el trabajo de sus sueños, pero era lo más cercano a conseguir su objetivo. Porque, a pesar de todas las creencias que le inculcaron y las verdades en las que aprendió a confiar, una de las pocas cosas que componían intrínsecamente quién era James era su deseo de ayudar a los demás. Ese era un rasgo de su persona, y nada podría cambiarlo.
Pero a pesar de todo lo que no aprobaba a aquel hombre, James no tenía motivos para ir en contra de sus palabras o dar a conocer su desagrado. Después de todo, el profesor Borguini era esencialmente inofensivo y, si había que creer en todos los años anteriores, como profesor de DADA no volvería para el sexto curso de James.
Entonces, ¿por qué sentía Snape la necesidad de destrozar las expectativas de James y actuar por su cuenta contra la incompetencia de Borguini?.
Estaba de pie en medio de los Gryffindors y los Slytherins en el campo, brillando como si fuera el dueño del escenario. Su voz recorría las llanuras para que todos la oyeran, realzada sin esfuerzo por su magia como la de un educador acostumbrado a hablar ante grandes audiencias. Explicaba con pocas pero comprensibles palabras, dejando espacio para incluir a sus compañeros en la discusión, pero sobre todo, no permitía que Borguini hiciera lo que quisiera. Snape desafió frontalmente los conocimientos del profesor y se las arregló para mantenerse correcto en todo momento, en un hipnotizante despliegue de magia del que James nunca había oído hablar.
James contempló estupefacto la escena que se desarrollaba ante sus ojos y, antes de que pudiera pensar demasiado en ello, consiguió comparar a los dos -(cómo enseñaban, cómo hablaban, cómo se comportaban y su lenguaje corporal)- y, para su inmediata consternación, uno estaba mucho más cualificado que el otro, y no era el profesor Borguini.
El profesor Borguini estaba de pie, con la espalda recta, y al principio parecía interesado en las palabras de Snape, pero no se movía de su sitio, cerca de los Slytherin, ni intentaba tomar el control de la conversación para ahorrarse la vergüenza de que un alumno le demostrara que estaba equivocado. Siguió el ritmo de Snape y ésa fue su perdición.
Snape, todo lo contrario, caminaba con una mano a la espalda, la cabeza alta y confianza en sus palabras; gesticulaba con la mano libre mientras exponía los hechos, pero no le importaba retroceder y dejar hablar a los demás, ladeando la cabeza para parecer atento y curioso. Eso sin mencionar cómo elogia a los valientes que siguen sus indicaciones para hablar en clase y profundiza en las palabras de los demás.
Borguini intentaba parecer más listo y fuerte que sus alumnos para apaciguar a los sangre pura mientras Snape, en cambio, les enseñaba a todos.
James se quedó pensando si las clases de DADA de este año habrían sido mejores si una persona de la talla de Snape hubiera tomado las riendas. James no podía dejar de pensar que Snape sería un buen profesor para asignaturas difíciles como Pociones y Aritmancia, por la forma en que transmitía la información con despreocupación, advertía de posibles peligros y hacía que pareciese tan fácil de entender. Todas cualidades de las que carecía el profesor Borguini. Sin embargo, al recordar de pronto quién era Snape, un escalofrío le recorrió la espalda.
Se dio cuenta de que estaba halagando a Snape. ¿Por qué lo elogiaba?.
Todas sus observaciones eran ciertas, sin duda, pero James siempre había pensado que Snape era fuerte e ingenioso, pero nunca lo había admitido, ni ante nadie ni ante sí mismo. Y, sin embargo, ahí estaba, haciendo poesía con sus pensamientos sobre el Slytherin.
¿Era un nuevo tipo de maldición? ¿Una que obligaba al objetivo a confesar sus pecados y admitir cosas que no quería, aunque fuera internamente? ¿Cuándo fue maldecido? ¿Es una broma? ¿Le están gastando una broma ahora mismo?.
Sencillamente, James no podía admitir que estaba impresionado por el arte y la magia del otro, o por lo admirable que le parecía que Snape siempre estuviera de pie después de una broma o un duelo. Por mucho que le impresionaran los hechizos que Snape creaba por sí mismo, como el Langlock (que hace que la lengua se pegue al paladar) o el Muffliato (que oculta los sonidos), James nunca podría admitir el nivel de admiración que sentía por el Slytherin, no fuera a ser que perdiera a sus amigos y su reputación.
Perdido en sus cavilaciones y en su pánico interior, casi no oyó al profesor Borguini anunciar un duelo.
Un duelo entre él y Snape.
Un profesor desafiando a un alumno.
James se habría regocijado si hubiera sido cualquier otro compañero en otras circunstancias. Entre sus compañeros de casa, amigos y enemigos, nadie tiene lo que hay que tener para batirse en duelo con un ex auror... y James se divertiría con ello, ya que la mayoría de los profesores suelen hacer cosas poco convencionales, como un reto, para enseñar algo importante a sus alumnos, no para humillarlos. Pero en esta situación, teniendo en cuenta el mal genio del profesor Borguini en relación con su reputación y la forma en que Snape prácticamente lo pisoteaba para demostrar que el profesor estaba equivocado, no le hacía ninguna gracia. De hecho, desde su punto de vista, el profesor Borguini parecía querer vengarse mezquinamente de Snape.
Era patético. Borguini estaba actuando de forma patética y eso disgustaba a James en nombre de Snape.
Aunque ayudar a un Slytherin fuera en contra de todos sus códigos de honor, James prometía interferir si el profesor actuaba fuera de lugar. No es que no hubiera quebrantado esos códigos antes; después de todo, ya había salvado a Snape una vez, pero no importaba. No pensaría en nada sin importancia, pues necesitaba prestar atención al duelo y estar preparado.
Sin embargo, a medida que el duelo avanzaba, James se sentía menos preparado para atacar y más en total y absoluto asombro.
Porque Snape estaba ganando... por un margen vergonzosamente grande.
No podía creer lo que veía. Snape reflejaba uno a uno los hechizos del profesor sin apenas moverse ni pensar, y luego los contraatacaba con sus propios hechizos sin esfuerzo, mientras bailaba alrededor del profesor con pasos calculados. Parecía tan natural haciéndolo, nada que ver con su actitud impetuosa y ansiosa cuando se enfrentaba a James. A nadie le cabía duda de que Snape era capaz de enfrentarse a Borguini, pero aun así el profesor seguía convenciéndolo con comentarios sarcásticos o burlones.
Fue entonces cuando Snape se detuvo, se llevó un dedo a los labios e hizo callar al profesor.
Fue tan repentino y tan descarado que arrancó una risita de sorpresa a James.
Lily, que estaba cerca, le dio un ligero manotazo en el brazo como advertencia de que dejara de contrariar al profesor, pero cuando James miró hacia atrás, ella tenía la mayor de las sonrisas en la cara mientras contemplaba la escena que se desarrollaba. Parecía orgullosa, quizá aliviada, mientras miraba fijamente a Snape.
¿Era este Snape el que ella conocía? Un luchador sereno y conocedor, con un don para lo dramático, portador de un gran arsenal de hechizos y la creatividad para utilizarlos de una forma nunca esperada por su oponente. Alguien que incluía con perspicacia a sus compañeros menos versados en el arte del duelo y se encargaba de explicarles el deporte, las estrategias y las reglas personales para mantenerse a salvo. Todo ello mientras esquivaba y mantenía a raya al profesor Borguini.
Era fascinante de ver; incluso James tenía que admitirlo.
Y cuando pensaban que no podía ser mejor, el agua del lago empezó a subir. Una aglomeración de agua turbia y verdosa lo suficientemente grande como para causar daños masivos si se dejaba en manos de alguien inexperto, pero Snape parecía no inmutarse, mostrando un nivel de dominio de su control mágico inalcanzado por ninguno de sus compañeros. Uno, dos, tres chorros de agua, demostrando que él también dominaba a un Duo y a un Tria como si nada, ¡poniendo al profesor Borguini más cerca de caer de rodillas! Y si eso no era suficiente para convencer a sus compañeros Gryffindors y a los Slytherins de que Snape ganaría el duelo, ¡el maldito dragón de agua lo hizo!.
Un dragón de agua hechizado en un idioma que James no reconocía, tan vivo y real, flotando majestuosamente sobre todos ellos antes de cargar contra el profesor con su poderoso rugido, suficiente para hacer vibrar los huesos de James y erizarle el vello de la nuca. Se dispersó en una ola mientras el agua volvía al lago y empezaba a caer la lluvia provocada por el ataque del dragón. Los merpeoples vitoreaban y bailaban en la orilla como si fueran testigos de un espectáculo, y James no podía decidir si lo eran o no porque él también estaba asombrado. Todo sucedió tan rápido que James apenas registró las últimas palabras de Snape antes de que todo el mundo estallara en partes de excitación y en partes de asombro ante sus hazañas.
-¡Eso fue tan perverso!- exclamó Peter cerca de él.
¡Jodidamente brillante! pensó James con fiereza, aunque no lo expresó.
Tras el jaleo, Snape dio por terminada la clase sin que nadie lo cuestionara... como si la clase fuera suya... como si el profesor fuera el que estuviera de pie en lugar del que se desmayó. Antes de que nadie intentara detenerlo, Snape aprovechó la distracción que le proporcionaban los merodeadores y se alejó con el profesor Borguini flotando justo detrás.
James habría pensado que todo era una histeria colectiva si no estuviera ligeramente mojado por las gotas de lluvia. Incluso Sirius, normalmente el primero en despreciar a Snape o a cualquier Slytherin, estaba inusitadamente callado en silenciosa incredulidad mientras Remus intentaba animarle a reaccionar. Peter parecía más inclinado a intentar tocar a un merpeople que a sumirse en pensamientos sobre lo sucedido, sereno como estaba.
Y James simplemente... se paró a recapacitar sin éxito. Tenía la cabeza llena de preguntas, todas ellas sin respuesta, y el único capaz de colmar su curiosidad era el objeto de su consternación, el mismísimo Snape.
¿Se contuvo Snape cuando se enfrentaron? Desde luego, no había sido tan hábil antes, de hecho, perdió muchas veces contra James. ¿Por qué fue tan paciente con James cuando hablaron en la cabaña de Hagrid, a pesar de que James se inclinaba a no creer en sus palabras? ¿Por qué era tan... amable con Hagrid? ¿Por qué lloraba por la mañana y reía con Lily momentos después? ¿Por qué era tan inteligente hasta el punto de hacer que un profesor pareciese inadecuado? ¿Por qué era tan fuerte como para impresionar, desviviéndose por enseñar a los demás en lugar de enorgullecerse de sus conocimientos?.
...¿Por qué no tomó represalias cuando James le atacó el sábado por la mañana?.
"¿Te crees un héroe? [...] No eres un héroe, Potter. No eres más que un torpe matón".
El corazón de James se estrujó dolorosamente debido al recuerdo, y se le atragantó.
Al final, para aplacar el sentimiento, James decidió tomar la decisión espontánea más estúpida y propia de un Gryffindor que jamás había tomado, y corrió tras Snape hacia el castillo cuando nadie lo veía.
Acabó alcanzando a Snape cuando el otro estaba cerca del Ala Hospitalaria.
-¡Snape!- exclamó James, ganándose una expresión de sorpresa en el rostro de Snape cuando se detuvo y se giró para ver quién lo llamaba por su nombre. Tal vez porque James le siguió o porque no le llamó Snivellus, James no podía saberlo.
La estupidez no acababa ahí, porque aparte de llegar hasta Snape, James no tenía absolutamente ningún plan. Así pues, se quedó mirando intensamente a Snape lo suficiente como para sentirse incómodo y murmurar un débil -Huh...- después de todas sus molestias.
Snape se limitó a enarcarle una ceja perfectamente perfilada, sorprendentemente paciente para permitir que James se recompusiera o alcanzara los pensamientos que había dejado atrás con las prisas. Pero al cabo de uno o dos minutos -(no es que James llevara la cuenta, ni nada por el estilo)-, Snape decidió poner fin a su impase.
Suspiró cansado, largo y sufrido -¿Qué quieres, Potter?-. Dijo con voz ronca, mágicamente sobreutilizada después de potenciarla en clase, supuso James.
James, sin embargo, no lo estaba llevando mejor. -¡Tú...! ¡Eso! ¡Lo que pasó...! ¡Tú... tú y... y él...!- Señaló al profesor inconsciente. -¡Ahí fuera! ¿Qué fue eso...?-.
Las cejas de Snape se perdieron en la línea de su cabello debido a la elocuencia de James, o a la falta de ella. -Cálmate, Potter-. Exigió. -Respira, piensa en lo que vas a decir e inténtalo de nuevo por el bien de tu débil intento de pronunciación-.
James frunció el ceño y resopló. Imbécil condescendiente, pensó, poniendo los ojos en blanco. En voz alta, dijo -¿Qué ha pasado? ¿Cómo lo has hecho ahí fuera?-. James decidió optar por la pregunta más fácil dentro del contexto. No quería parecer un masoquista preguntando '¿por qué no me hechizaste el sábado? ¿Qué te pasa?' o algo por el estilo.
Snape hizo una mueca como si hubiera lamido un limón especialmente agrio. -¿Cuándo has vuelto a preocuparte por mis asuntos?- Soltó.
James oyó la palabra "preocuparse" y su mente se dirigió inmediatamente en una dirección completamente distinta a la que Snape quería dar a entender con sus palabras. Palideció, balbuceó y exclamó -No me preocupo por ti, ¿qué demonios?-.
Snape lo miró en silencio con incredulidad y un deje de diversión después de aquello. James, por su parte, no tardó en darse cuenta de cómo habían sonado sus palabras tras salir de su boca y, a su vez, se sonrojó tras las gafas ante el descuido.
Al final, Snape le ahorró una explicación embarazosa diciendo -Mira, no tengo tiempo para...-, señaló a James. -Esto, sea lo que sea lo que te pasa. Tengo que llevar al señor Borguini al ala hospitalaria. Parece estar bien, pero yo no soy sanador, y no voy a arriesgarme dándote el gusto ahora-. Dicho esto, se dio la vuelta y empezó a avanzar por el pasillo.
Tenía razón. Tenía toda la razón, y James lo sabía... pero, la parte de su cerebro que es desinteresada y se preocupa por los demás -(normalmente una parte tan grande de él)- parecía tan pequeña en ese momento cuando se comparaba con la parte de su cerebro que le gritaba incesantemente que abatiera su curiosidad y encontrara sus malditas respuestas. Estaba harto de sentirse como una mierda y quería encontrar el fondo del problema de inmediato. ¡Al diablo con el profesor Borguini!.
Decidido, llamó a Snape una vez más -¡Espera!-.
Snape gimió, pero se detuvo y volvió a centrar su atención en James de todos modos; de algún modo, le pareció una pequeña victoria. -¿Qué?-.
-¿Quién eres en realidad?- preguntó James, y casi pudo ver el enfado que se acumulaba tras los ojos de Snape mientras se burlaba, pero antes de que el Slytherin pudiera replicar o reírse (¿crees que soy un impostor? ¿multijugos, tal vez?) James dijo -¡No lo digo como imitación, imbécil! Sé que eres Snape, tienes que serlo, ¡pero no tiene ningún sentido! El Snape que yo conozco no sería capaz de hacer todo eso. No desafiaría a un profesor, mucho menos ganaría o sería más listo que él. Tampoco sería amigo de Hagrid; es un Gryffindor que desprecia o teme a los Slytherin, ¿y mira tú? ¡Eres un Slytherin! Y Snape, él... él...- James se atragantó, sintiendo una extraña mezcla entre confusión y pérdida sin motivo. Respiró hondo para obligarse a decir -El Snape que yo conozco no se habría ido sin maldecirme o hechizarme después de lo que le he hecho... después de esa broma-.
Ahí, lo dijo. La razón detrás de todo, la broma de Levicorpus lo había estado fastidiando desde el primer día, pero no fue hasta que Snape no reaccionó o tomó represalias debido a ella, que intensificó la culpa de James. Porque Snape no quería vengarse a pesar de lo horrible que resultaron las cosas o de lo desgraciado que se sintió al final, sino que parecía haber madurado rápidamente y perdonado aún más rápido, volviendo como un hombre cambiado con un objetivo fijo que no implicaba a James en absoluto.
Cuando se vieron por primera vez después de los acontecimientos, Snape no le atacó como James esperaba.
Cuando se cruzaron en la cabaña de Hagrid, Snape parecía cómodo y confiado al hablar con él, incluso cuando James intentaba convencerse de que no había hecho nada malo.
Cuando Snape lloraba, no reaccionaba de forma exagerada ante la presencia de James o, si era sincero, no reaccionaba en absoluto.
Cuando corrían hacia la clase de DADA, aunque James fue el primero en fijarse en Snape, Snape no se fijó en él, lo cual no era habitual.
Era como si a Snape ya no le importara James, y James, que quería -(necesitaba)- pagar por sus fechorías para disminuir la culpa, se estaba volviendo loco. Porque si Snape no iba a hacerlo, ¿quién lo haría? Al fin y al cabo, era su rival, ¿no?.
¿No es cierto?.
Snape se rió de su patético yo.
Se rió sin una pizca de humor, una vez más mirando fijamente a James como si leyera su alma. James se sintió desnudo bajo sus ojos. -¿Cómo de egocéntrico puede ser alguien?- Murmuró lo bastante alto para que James lo oyera.
James frunció el ceño ofendido. Acaba de derramar su alma sin querer y ¿eso es lo que Snape tiene que decir al respecto? -¿Qué...?- Intentó preguntar, pero Snape lo interrumpió.
-¿El Snape que tú conoces no haría todas esas cosas?-. Se burló, riéndose de James como se hace con un payaso. -Potter, por favor... el Snape que conoces no existe. Es una creación de tu retorcida mente, descompuesto en pequeños pedazos y reorganizado en este... molde para encajar en tus creencias de lo que alguien como yo -(un Slytherin como yo)- debería ser. Oh, él es un Slytherin, ¿sí? Probablemente hace magia oscura; probablemente participa en rituales de sacrificio; probablemente es malvado. Probablemente, probablemente, probablemente... Nadie querría estar cerca de él, ¿verdad? Sinceramente, Potter...- Snape sacudió la cabeza, decepcionado. -Esa es la única razón que se me ocurre de por qué decidiste molestarme desde el primer día. Porque recordando nuestro primer año en Hogwarts, no recuerdo haber hecho nada para merecer este trato. Eso, o el hecho de que yo fuera el mejor amigo de Slytherin de la chica que te gustaba. Elige tu veneno-.
James se quedó mirando, con la boca ligeramente entreabierta por la sorpresa. No se esperaba aquella respuesta... no se esperaba nada, la verdad, pero aquello iba mucho más allá de lo que podría haber imaginado.
No podía decir nada, no tenía palabras.
Sorprendentemente -(o quizá no, ya que Snape había estado dirigiendo él mismo la conversación, puesto que James parecía demasiado ido para hablar con propiedad)-, Snape le ahorró la necesidad de replicar diciendo -No me conoces ni sabes nada de mí. Lo que estás presenciando soy yo sin un filtro de odio. Estoy cansado de odiarlo todo y revolcarme en la autocompasión por un futuro que no controlo, Potter. Si nadie va a ayudarme, entonces lo haré yo mismo labraré un camino mejor con mis propias manos, empezando en Hogwarts y extendiéndome después a todos los rincones de mi vida-. admitió Snape, extrañamente decidido aunque James no tuviera ni idea de la lucha con la que parecía estar luchando. -Tú y tu pensamiento egocéntrico no se interpondrán en mi camino. Ya te lo dije una vez, pero parece que tengo que repetirlo el mundo no gira a tu alrededor, Potter, nunca lo hizo. Al mundo le importas una mierda. A mí tampoco me importas una mierda, y ya es hora de que crezcas JODER. Madures-. Se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás, con la túnica ondeando a su paso y el profesor Borguini flotando tras él.
James podía precisar con exactitud el momento en que su vida cambió para siempre. El 1 de septiembre de 1971, se sentó en el mismo compartimento que una hermosa y excitada chica llamada Lily Evans. Pero eso no fue lo que le cambió la vida James ya había visto su buena ración de mujeres guapas a una edad temprana (su madre, la mujer de su primo, la vecina de enfrente), no. Lo que le cambió la vida fue mirar al mejor amigo de la chica, un chico tímido de pelo oscuro y piel pálida que no participaba en su conversación, y decir que la casa Slytherin era la elección equivocada entre las cuatro.
Porque aquel chico que él creía tímido y pequeño, lo miró con el entrecejo fruncido y afirmó con fiereza -Mi mamá es una Slytherin, sabes, y es la mejor mamá que existe. Me dijo que todas las casas son importantes y que ella será feliz en cualquier casa en la que me coloquen, pero no hay nada malo en ser un Slytherin... tú pareces ser el único equivocado aquí-.
Ese chico era Severus Snape.
James recuerda haber respondido a su afirmación con un -Si defiendes a las serpientes, parece que tú eres una de ellas, desde luego-. Mientras se cruzaba de brazos. No quería admitir que se sentía ofendido, así que intentó imitar a su padre y hacerse el duro.
Pero el chico esbozó esa sonrisa suya tan característica que perseguiría a James todos los días a partir de entonces, como si hubiera ganado la discusión. -Me parece bien-.
Ese chico fue colocado en Slytherin.
Sin que nadie lo viera, solo en medio de un pasillo entre el ala hospitalaria y el patio, el chico más popular de Hogwarts, el niño de oro de Gryffindor cayó de rodillas y allí se quedó medio en shock y medio perdido en turbios pensamientos durante un rato. Porque ahora se daba cuenta, incluso después de que se lo hubieran dicho e insinuado durante muchos años, de que casi todo lo que sabía era mentira.
Los Ravenclaw no eran todos unos empollones engreídos.
Los Hufflepuff no eran todos débiles o demasiado amables.
Los Gryffindors no eran todos héroes.
...Severus Snape no era tan malvado como él creía.
Por lo tanto, los Slytherin tampoco eran todos malvados.
Y si antes James pensaba que su vida estaba ligeramente inclinada hacia el lado equivocado, ahora estaba completamente patas arriba.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Después de aquella conversación, James evitó a Snape como a la peste. Sin embargo, sus intentos de olvidar al Slytherin resultaron inútiles, porque Snape estaba en todas partes gracias a los rumores del Dragón del Lago Negro.
Sus compañeros de quinto año de Gryffindors -(Peter entre ellos)- hicieron un trabajo excepcional relatando la historia de cómo el profesor Borguini se desmayó tras ser atacado por un dragón de agua, con bengalas y dramatismo propios del relato de una vieja batalla o un cuento de hadas. Sin embargo, nadie pareció tomárselo en serio, ni siquiera los propios Gryffindors, sobre todo cuando se les informó de que Snape había sido quien había invocado al dragón la gente prefería pensar que en el Lago Negro vivía un dragón de verdad.
Esto frustraba a los compañeros de James. Gryffindor y Slytherin, con pocas excepciones, hacían todo lo posible por convencer a los demás de que no mentían Snape sí invocó a un dragón y Snape sí derrotó al profesor. Pero todos sus esfuerzos fueron rechazados e ignorados, lo que hizo que la mayoría abandonara la causa. No ayudaba el hecho de que el propio profesor Borguini, tras despertar, negara fervientemente las afirmaciones, y nadie tenía motivos para no creerle.
La situación se explicaba mejor con las sencillas palabras de Gideon Prewett, Gryffindor de sexto curso, que pronto sería el director del curso siguiente -¿Qué? ¿Severus Snape? ¿El baboso de Slytherin, saco de boxeo de James Potter? Tienes que estar de broma, colega. Nadie se va a creer esa gilipollez-. Y, efectivamente, nadie se lo creyó, excepto los que lo presenciaron.
Además, el propio Snape no ayudaba a la situación. Si se le preguntaba sobre las afirmaciones, no las confirmaba ni las negaba, sino que actuaba como si la persona que le preguntaba estuviera loca por siquiera pensar que él podía hacer algo así. Peor aún, cuando se le pedía que lo demostrara, se reía y se alejaba, sin importarle en absoluto que le llamaran cobarde a sus espaldas.
El lado positivo era el creciente respeto hacia Snape. Eret Campbell y Abagail Berrycloth empezaron a seguir los pasos de Snape como patitos, supuestamente porque Snape parecía explicar la magia mejor que la mayoría de sus profesores, y como ambas eran nacidas de muggles, la información viable que Snape compartía sobre el mundo mágico era una bendición para sus despistados yoes, a lo que estaban agradecidas. En cada lanzamiento, al final de la mesa de Slytherin, cerca de donde se sentaban los profesores, se veía a Snape rodeado de estudiantes atraídos por la competencia de Snape, tal como la describían Campbell y Berrycloth, compartiendo ideas y charlando ingeniosamente.
Incluso después de que ocurriera durante dos semanas seguidas, seguía desconcertando a la mayoría de los alumnos de Hogwarts.
James permanecía en silencio ante toda la situación. Mentalmente, maldecía a cualquiera lo bastante valiente como para atreverse a pronunciar el nombre de Snape en cualquier conversación en su proximidad, pero por fuera, parecía tranquilo, sereno e indiferente ante la historia (Aunque, que conste que nadie se tragó su actuación. Todos sabían que parecía perturbado cada vez que salía a relucir el nombre de Snape, así que evitaban el tema cuando estaban cerca de él). Sin embargo, si le preguntaban por el suceso, James no mentía. Admitiría con los dientes apretados que Snape derrotó al profesor con un hechizo de dragón de agua, porque era la verdad.
Por desgracia, su confirmación de la situación tuvo el efecto contrario.
-¡Oh, ahora te entiendo! Todo esto de los rumores sobre Snape es una de tus bromas, ¿verdad Potter?-. Prewett había dicho un desayuno y toda la idea estalló como fiendfyre sobre hierba seca. Al día siguiente, ya nadie hablaba de Snape ni se creía el rumor del dragón de agua.
Por alguna razón, James sintió remordimientos. Este era un ejemplo perfecto de su influencia en la vida de Snape, y no le gustaba lo que estaba viendo.
Ahora, tres semanas después de los sucesos de la clase de DADA y una semana después de volver a la mansión Potter con Sirius a cuestas, James sigue pensando en ello.
No podía evitarlo. A medida que pasaban los días, James se volvía más recluso, negándose a salir de su habitación si no era para comer o cuando sus padres estaban demasiado preocupados. Poco a poco, como si fuera una mente torturada disfrazada, fue recordando cada una de las malas acciones que había cometido hacia Snape u otros como él a lo largo de los años. Samir Naidu, un compañero de año de Slytherin, no merecía ser rechazado por su pequeño físico y sus palabras suaves. Malinalxochitl "Malina" Greengrass, otra compañera de año de Slytherin, no merecía que le faltaran al respeto sólo porque se preocupara más por su aspecto que otras chicas (y sobre todo porque rechazara a Sirius por razones desconocidas). Merlín, incluso Abigail Berrycloth, Slytherin nacida de muggles, fue objeto de burlas al menos una vez, sólo porque llevaba un jersey verde oscuro a Hogsmeade.
Recordaba a Regulus Black, el hermano pequeño de Sirius, en primer curso, con lágrimas amenazando con caer bajo sus ojos cuando James le dijo que Sirius no quería relacionarse con ningún Slytherin, y el recuerdo de todo el sufrimiento que había entre bastidores por culpa de la acción de James aumentaba su estado depresivo.
James Potter se estaba ahogando. Atrapado por los tobillos en las profundidades del agua turbia de sus pensamientos, por muchas veces que pareciera estar a punto de salir a la superficie. Unas manos increíblemente flacas y arrugadas por el agua le ocultaban la vista de la luz mientras luchaba por liberarse, y en lo más profundo se hundía, atrapado en su miseria y su culpabilidad creadas por él mismo, oyendo los ecos de lo que suponía que debía de haber en la mente de otros a los que había atormentado. Oía llantos ahogados, gritos de desesperación y largos monólogos sobre el odio "¡No puedo creer que Potter lo haya vuelto a hacer!". "¡Es lo peor!" "¿Por qué debo sufrir en manos de ese Gryffindor manchado?". "¡Nunca me recuperaré de esto!" "¡Es tu culpa que yo esté así!" "¡Tú hiciste esto, James Potter!".
"[...] Tú tampoco me importas una mierda, y es hora de que crezcas JODER. Madures".
James pasó otra noche en vela, acurrucado en la cama y llorando suavemente contra la almohada.
Y así, el James Potter que todos conocían, se ahogó en sus propias lágrimas y murió.
Chapter 17: Act 2, Ch 8 - The greatest deception men suffer is from their own opinions.
Chapter Text
Las cosas sólo cambiaron para James unos días después, cuando su padre Fleamont anunció un viaje de negocios durante una cena a la que James se vio obligado a asistir.
-Es otra convención de pocioneros a la que me han invitado-. Admitió ante su esposa Euphemia cuando se le pidió que diera más detalles. -Quieren que pronuncie un discurso durante el evento para animar a los nuevos pocioneros a llevar a buen puerto sus inventos como el famoso creador de la Poción Capilar de Sleekeazy-. Bromeó, poniendo los ojos en blanco.
Euphemia rió cortésmente y Sirius también, pero James permaneció callado, revolviendo su comida en el plato.
Sin que su hijo reaccionara, Fleamont se aclaró la garganta y continuó -De todos modos, eres consciente de la decadencia de los pocioneros decentes desde la caída de los Prince, ¿verdad?-. Preguntó, a lo que Euphemia asintió sin hacer ruido, medio prestándole atención y disfrutando de su comida. -Cierto, por supuesto. Ya sabes cómo funciona la Asociación de Pociones quieren obligar a los pocionistas de las Islas Británicas a competir con Europa Central y la Península de los Apeninos como solíamos hacer nosotros, hace décadas, cuando los Prince dominaban el mercado. En mi opinión, todo son tonterías, pero están intentando reforzar los lazos entre la Muy Extraordinaria Sociedad de Pocionistas y su equivalente francesa. ¿Cómo era? ¿Société de Potions Bon Vivant?- Fleamont chapurreó muy bien su pronunciación francesa, pero no le hizo caso. -Algo por el estilo. En fin, quieren reforzar nuestras conexiones para ganar algo de poder político y beneficiarse del rápido crecimiento de los ingresos de los franceses, así que me llamaron para representar a los británicos porque no tienen una opción mejor, supongo-.
Euphemia se burló alrededor de su bocado de cordero asado. -Cada vez que la Asociación de Pociones necesita regodearse, tú estás haciendo las maletas y volando por el mundo. ¿No entienden que ya eres demasiado viejo para representarlos? Buitres que son, no se preocupan por tu salud y eso me preocupa. Quiero decir, ¿dónde está teniendo lugar este evento, Fleamont?-.
Fleamont Potter era un hombre inteligente. Dio un gran bocado a su comida y masticó con diligencia para evitar contestar a su mujer al principio porque sabía que no le gustaría la respuesta, pero después de tragar, no tuvo más excusas y suspiró. -Los franceses han ganado un poder considerable en cuanto a la elaboración de pociones en los últimos años debido a la guerra de Grindelwald-. Afirmó. -Como tal, su gobierno patrocinará el evento. Se celebrará en Francia, en la sede de la Société...algo-.
Euphemia puso cara de asombro. -¿Francia? ¿Francia, Fleamont?-.
-¿Por qué estás enfadada conmigo? Yo no planeé el evento, querida-. Fleamont levantó las manos en señal de rendición.
-Entre franceses, ¿no? No me lo puedo creer-. Se pellizcó el entrecejo y suspiró.
Euphemia Potter nee Beliveau tenía sus razones para que no le gustara el arreglo. Era la única hija de una familia mixta compuesta por un británico y una francesa que vivía en medio del autoritario estado francés de la Francia de Vichy, aliada de la Unión Soviética tras la caída de Francia en 1940. Debido a la condición de británico de su padre y a su propia mezcla de sangre, después de que la armada británica destruyera la flota francesa en Mers-el-Kebir, su familia fue rechazada y acosada por los franceses. Afortunadamente, como familia mágica, Euphemia y sus padres fueron de los pocos capaces de viajar más al norte, hacia París, y escapar de la guerra a través de Floo. Tan pronto como se trasladaron a vivir con la familia de su padre en Inglaterra, conoció a Fleamont.
-Todo está bien, Euphemia querida-. Fleamont la consoló. -Sé que no te gusta mucho el... eh... país, pero la guerra terminó hace mucho. No hay razón para rechazar la invitación ahora-.
-...Bien-. Ella concedió con mucho esfuerzo, cortando brutalmente el trozo de carne que tenía en el plato para desahogar su turbación interior. -Sin embargo, si te encuentras con un francés llamado Bernard, hazme un favor cariño, y dale un puñetazo en su maldita cara, ¿vale?-.
-Oh, por favor, no esta historia de Bernard otra vez-. Fleamont deslizó una mano por su cara con cansancio. -Ambos sabemos que no te merecía, querida. Además, cuida tus palabras cuando estés cerca de los niños, Mia-.
-Oh, cállate, Mont. Los dos tienen dieciséis años; dicen cosas peores en el colegio-.
Sirius jadeó, poniéndose melodramáticamente una mano en el corazón. -Madre mía, señora Potter. ¿Cómo puede suponer esas cosas de nosotros?-.
-Es Euphemia o Mia, Sirius. Aquí no hay ninguna señora Potter, me hace sentir vieja-. Se lamentó.
-Oh, Sra. Potter... Mia-, corrigió Sirius rápidamente después de que ella lo fulminara con la mirada. -Siento muchísimo ser el portador de malas noticias, pero...-
-Si dices que soy vieja, Sirius, por Merlín Forbid, te silenciaré por el resto del día-. Ella advirtió con un dedo de mando.
Sirius se llevó los dedos a los labios e imitó el cierre de una cremallera antes de transformar su mano en un saludo de explorador (aunque no entendiera muy bien lo que era un saludo de explorador) para enfatizar aún más su promesa de callarse. Euphemia pareció complacida.
Fleamont se rió de los dos. -De todos modos, me iré a París dentro de una semana...-
-¿París?- murmuró James por primera vez esta tarde, quizá en semanas, tras oír el nombre de la ciudad. Un brillo antes perdido en sus apagados ojos regresó junto con un recuerdo de algo peculiar que Snape le había dicho.
"[...] podrías considerar visitar el Louvre de París, más concretamente, Magik la Louvre, el museo de brujos que hay debajo del Louvre muggle. Tienen una copia de las memorias de Gaderian divididas en secciones donde escribió sobre su vida y la vida de su padre."
Por una vez, el recuerdo de Snape no pareció doloroso.
James agarró el recuerdo con ambas manos como un moribundo, con la determinación revigorizada por una idea ya en formación y no menos estúpida. Necesitaba saber si las palabras de Snape eran ciertas con sus propios ojos.
-¿S...sí...?- Fleamont, sorprendido por el repentino interés de su hijo, tartamudeó antes de aclararse la garganta para intentarlo de nuevo. -Quiero decir, ¡sí! París, iré a París dentro de una semana-.
-...Papá, ¿el Museo del Louvre está en París?-. Preguntó con cuidado mientras evitaba la mirada gemela de su progenitor, mirando en su lugar su plato.
Fleamont canturreó pensativo. -Hmm, creo que sí... ¿por qué, si se puede saber?-.
-¿Es cierto que hay un Louvre mágico debajo del muggle? ¿Cómo se llamaba? Magik la Louvre, ¿sí?-. Preguntó con un matiz de esperanza apenas disimulada, levantando la cabeza casi con timidez.
-No estoy seguro...-, intentó decir Fleamont, pero Euphemia lo interrumpió.
-Sí, así es-. Afirmó con rotundidad. Cuando todos los chicos de la mesa la miraron con curiosidad en los ojos, ella explicó -El Floo que mi familia y yo usamos para escapar de Francia sólo estaba disponible en París. Había cola y no estábamos ni cerca de ser los primeros, así que nos escondimos en París durante unos días visitamos el Louvre una vez, vimos la Mona Lisa y el Vénus de Milo... luego, descendimos por el suelo invisible bajo la escalera de caracol hasta Magik la Louvre-. Se encogió de hombros como si nada. -Sin embargo, que yo recuerde, el lugar era bastante... aburrido. No había mucha gente ahí abajo. Pero claro, estábamos en plena guerra, quizá la gente no tenía la suerte de visitar el museo entonces-.
James sintió que sus esperanzas aumentaban aún más. -¿Había algo sobre un libro de memorias?-.
-Oh, James...- Dijo su madre con la voz entrelazada por la tristeza, y James supo lo que se avecinaba. -Apenas recuerdo nada de nuestra visita. No estaba en el mejor momento mental, ¿entiendes?-. Ella siguió explicando y James luchó consigo mismo para no sentirse decepcionado con su respuesta. Sabía por las historias de su madre lo horribles que fueron las cosas en sus primeros años de vida, y no juzgaría sus recuerdos de aquella época. Nunca.
Fleamont, al ver que la chispa que tanto echaba de menos en los ojos de su hijo volvía a apagarse lentamente, preguntó apresurado -¿Por qué? ¿Hay algo que querías ver en el museo?-.
-¿Eh?- Dijo James distraído. -Oh, nada importante papá... es sólo que... alguien me habló de las páginas de unas viejas memorias que se exponían en Magik la Louvre, y su contenido me interesó, así que quería saber si era cierto. Eso es todo-. Se encogió de hombros.
-...Ahora que lo mencionas...- Murmuró Euphemia, captando de nuevo la atención de los chicos. -Las páginas de unas viejas memorias, ¿es...? ¿Estaba escrito en inglés o en francés?- preguntó.
-El escritor era hijo de un inglés; supongo que él también era inglés-, dijo James.
-Bueno, recordarás que dije que no había mucha gente allí. La mayoría se centraba en una exposición en particular. Eran unos marcos de cristal que estaban colgados en las paredes como si fueran cuadros, y dentro estaban esas viejas páginas con clara escritura inglesa. No recuerdo lo que estaba escrito porque recuerdo no haberle prestado atención, pero me parece correcto teniendo en cuenta lo que has descrito-. Euphemia confirmó.
James inhaló bruscamente. -...¿Es verdad, entonces?- Murmuró para sí lo suficientemente alto como para que los demás lo oyeran.
-¿Prongs?- Llamó Sirius, sacando a James de su ensueño. -¿Estás bien? Me estás asustando, colega-.
-Estoy bien, por cierto, papá, ¿puedo ir contigo a París?-. James apenas respondió a la pregunta de Sirius antes de preguntarle a su padre apresuradamente, con los ojos brillando de determinación tras las gafas. No parecía diferente de un niño una vez más, pidiendo juguetes.
Sirius enarcó una ceja al ver la forma cortante en que James le respondía, pero no dijo nada al respecto. Fleamont, en cambio, parecía complacido por el entusiasmo de James. -¡Por supuesto, hijo! Te haré uno aún mejor podemos todos...-
-No voy a poner ni un dedo del pie en Francia, Fleamont-, intervino Euphemia, inexpresiva.
-Podemos los tres...- Señaló a James, Sirius y a sí mismo tras aclararse la garganta y corregir su afirmación. -Ir juntos. Serán como unas pequeñas vacaciones familiares... excepto que yo estaré en la convención mientras ustedes dos van al museo-. Frunció el ceño ante sus pensamientos. -Lo que significa que no disfrutaremos juntos del museo, lo que demuestra que así no funcionan en absoluto unas vacaciones familiares, eh... bueno, ya me entiendes, espero-. Terminó cojeando.
James rió alegremente. El sonido de su risa, antes perdida, hizo sonreír a los otros tres ocupantes de la mesa. -Entiendo, papá. No te preocupes demasiado-.
-Oye, ¿por qué voy yo también? No me interesa ningún viejo y apestoso museo o lo que sea-. Preguntó Sirius.
-Para que me cuides a James-. Fleamont le guiñó un ojo con una sonrisa traviesa jugueteando en sus facciones.
-Oy, ¿y quién va a vigilar a Sirius?-. Se quejó James pero solo se encontró con la risa de su familia.
James se sentía mejor que nunca ahora que tenía un objetivo claro en el horizonte que seguir. Determinará si lo que Snape le dijo era cierto, a cualquier precio juró.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Una semana más tarde, padre, hijo y hermano honorario se encontraron en la terminal del aeropuerto de Bristol en el portal 18½, escondidos entre 18a y 18b una hora antes para su Floo Session.
James llevaba un simple baúl lleno de poca ropa porque, como Euphemia sugirió (re: ordenó), sólo pensaban pasar una noche en París. También llevaba su snitch dorada de juguete como medio de distracción, jugueteando con ella para pasar el tiempo. Una idea similar se le ocurrió a Sirius, que no dejaba de juguetear con el anillo de plata del Heredero Black que llevaba en la mano izquierda, un recordatorio de su procedencia.
A James la idea de un Flooport siempre le había parecido innecesariamente complicada. Todos los pasos, desde el registro hasta la inspección del baúl y la larga espera posterior, parecían ahuyentar todas sus ansias, dejándolo hecho un lío de aburrimiento. Pero no tenían otra opción, ya que los Floos domésticos no pueden hacer viajes internacionales (ni tampoco los Floos públicos) por motivos de seguridad, sobre todo después de la última guerra entre brujos.
Sólo fue liberado de su sufrimiento cuando el encargado de la carroza llamó a los pasajeros de su viaje en carroza. Se pusieron en fila y entraron uno a uno en la estación de floo con destino a París.
El viaje en calesa fue el peor que había experimentado hasta entonces, ya que James nunca había salido de las Islas Británicas. Afortunadamente, la agencia de viajes le proporcionó una bolsa de papel y un pequeño frasco de poción por si se sentía mal y vomitaba... cosa que hizo. Bastante, para su desgracia. Sin embargo, después de regurgitar su último bocadillo y beber un sorbo de poción -(no la más fuerte ni la de mejor calidad que había probado nunca, lo admitiría)-, James se sintió un poco mejor y pudo seguir a su padre y a Sirius hasta la limusina que la Asociación de Pociones les había proporcionado para escoltarles hasta el hotel que también les habían proporcionado.
No deshicieron las maletas, pero todos los chicos se ducharon por turnos y se vistieron para el día que tenían por delante. Fleamont llevaba un elegante traje de etiqueta con rubíes a juego con los broches y gemelos de la corbata y las mangas, y su capa era negra por fuera, pero aterciopelada por dentro. Se peinó el pelo canoso hacia atrás y se atusó mágicamente las puntas del bigote como un caballero diplomático, con un aspecto bastante elegante e importante a pesar de su edad, exactamente como exigía la Asociación.
-Vaya, papá. Hacía tiempo que no te veía vestido de negocios. Te sienta muy bien-. le felicitó James mientras se abrochaba la camisa de manga larga.
-El secreto de la fama, James, es parecer tan importante como importante eres-, le guiñó un ojo Fleamont y sonrió con suficiencia mientras se arreglaba la corbata frente al espejo.
James se estremeció. -Oh, no, no debería haberte hecho un cumplido-.
Sin darse cuenta de la incomodidad de James, Fleamont se puso las manos en las caderas y posó ante el espejo. -Espejito, espejito en la pared, ¿quién es el mejor de todos?-.
-¡Maldita sea! ¡Oh Señor, Sr. Potter! Tan extravagante como siempre, uh hum!- El espejo alabó, sonando como una mujer americana mayor con un toque dramático en sus palabras por alguna razón. -Desearía que estuvieras más cerca, aunque sólo soy un espejo, ¡no podría estar más claro que eres mi mayor querido!-.
Fleamont rió. -Pues gracias, gracias-.
-He creado un monstruo-, susurró James horrorizado, preocupado por la gente de la convención que tenía que lidiar con el ego inflado de su padre. -Rápido Sirius, dile a papá que se ve ridículo o se pondrá insufrible después...-
¡Snap! De repente, James quedó parcialmente cegado por una pequeña explosión. Parpadeó rápidamente para ajustar su visión, quitándose las gafas y limpiándose los ojos, antes de volver a colocárselas en la punta de la nariz para mirar fijamente a su amigo, Sirius. El adolescente, a su vez, sostenía una reluciente Polaroid muggle nueva en una mano y agitaba una foto sin revelar en la otra.
-¡Lo siento Prongs, pero tu cara era graciosísima! Tuve que sacarte una foto-. Sonrió, acercando la foto para inspeccionar su calidad.
James puso los ojos en blanco. -Avisa a un mago antes de hacer una foto, Sirius. Me has dejado ciego-.
Sirius pareció no oír, muerto de risa ante la foto, o más concretamente, ante la expresión de James. Fleamont rodeó al adolescente para ver la foto y también se echó a reír jovialmente. James se limitó a hacerles un mohín, contrariado.
Cuando las risas se apagaron, los tres se dispusieron a salir. Fleamont guió a los dos adolescentes por el vestíbulo del hotel hacia la limusina y pidió al conductor que llevara primero a sus chicos ante el Louvre antes de conducirlo a la convención. El conductor accedió y, unos veinte minutos más tarde, Sirius y James se encontraban solos en la parada del autobús frente al museo más famoso del mundo, desde donde caminaron tranquilamente hacia la entrada situada en el interior de la pirámide.
La entrada no supuso ninguna molestia, ya que James se limitó a mostrarle al guardia de delante un papel que cambiaba según el documento o billete, en este caso, necesario para conceder el permiso, idea y ejecución de su padre, ya que él mismo encantó el papel. Sirius hizo lo mismo y pronto, ambos chicos estaban dentro de la estructura piramidal de cristal. Desde allí, la entrada a Magik la Louvre era tan sencilla como subir por la escalera de caracol y volver a bajar, pasando por el suelo invisible.
Sin embargo, una cosa que nadie te dice cuando se habla del Louvre es lo enorme que es en realidad. Subiendo la escalera, James admiró el palacio que rodeaba la pirámide a través de las vidrieras, que le recordaban estructuras históricas o instalaciones gubernamentales, y silbó en voz baja, impresionado. Antaño una fortaleza, el Museo del Louvre fue reconstruido para servir de recordatorio de la historia a través de piezas de arte de muggles a muggles. No es que los cuadros de Leonardo da Vinci y Vincent Van Gogh, o la escultura de Alexandre de Antioquia no captaran la atención de los brujos, es que resulta difícil comparar retratos mágicos en movimiento y estatuas vivientes con esculturas rotas y cuadros envejecidos muggles, en opinión de James. Pero divagó. Quizá el lugar sólo encandile a gente como Snape o a parientes cercanos.
Después de todo, había viajado desde Inglaterra para visitar el Louvre solo por Snape, así que tenía derecho a hacer conjeturas.
-¿Por qué estás ahí parado, mirando una pared, Prongs?- Preguntó Sirius molesto. -Vamos amigo, aún tenemos que bajar al museo de verdad-. Sirius pasó junto a James, dándole una palmada en el hombro para guiarlo escaleras abajo.
-¿Por qué tanta prisa, Pads? Papá se va a quedar un rato en la convención. Estaremos aquí un par de horas por lo menos-. A pesar de sus palabras, James se dejó guiar por Sirius escaleras abajo.
-Claro. Vamos a pararnos a admirar la arquitectura de esa pared durante horas y horas-. Se detuvo en el escalón superior al de James y le colocó una mano bajo la barbilla, adoptando de inmediato una expresión pensativa en el rostro. -Ah, sí. Qué ladrillos tan intrincados-.
-Oh, lárgate, Pads-, dijo James riendo.
Bajaron los escalones con cuidado, procurando evitar el contacto visual con los muggles que los rodeaban. La entrada a Magik la Louvre es similar a la del andén 9¾ de la estación de King's Cross, en la que el pasadizo es mágicamente invisible y sólo accesible para los mágicos. Una vez de pie en los últimos peldaños de la escalera, en lugar de golpearse contra el suelo y alejarse, la persona mágica puede seguir descendiendo peldaños invisibles hacia la recepción del museo mágico, y eso es exactamente lo que hicieron James y Sirius.
El pie de James atravesó el suelo e involuntariamente sintió un escalofrío. Se acordó de por qué todos corren por el portal de King's Cross en lugar de simplemente caminar, ya que la magia del portal es desagradable. Es una sensación incómoda y mareante, ya que los encantos intentan determinar si la persona es mágica o no. La piel de gallina le subió por las piernas, pero trató de no darle importancia, acelerando el paso para atravesar el portal de una vez, sin importarle que casi perdiera el equilibrio y se cayera al bajar los escalones de no ser porque Sirius lo agarró del brazo. Pero al final, aunque los dos caminaban como cervatillos recién nacidos tropezando con sus propias piernas, se encontraron bajo el suelo.
En el interior de una pirámide invertida que reflejaba perfectamente la de arriba, James y Sirius llegaron al verdadero fondo de la escalera.
Les sorprendieron los cientos de bombillas que flotaban sin interrupción sobre ellos, iluminándoles el camino como las velas de Hogwarts. Dentro de cada bombilla había una luz resplandeciente. Dentro de cada bombilla había un hada resplandeciente haciendo cosas mundanas -(leer, acicalarse o dormir, vaya usted a saber)- mientras no les prestaba atención. Aquellos pequeños recintos de cristal alrededor de las hadas resultaban fascinantes para James. Nunca había visto algo así como decoración y se sintió impresionado por la creatividad de los franceses.
Finalmente, al llegar a la recepción, James se sorprendió gratamente al ver que en la entrada aceptaban galeones como pago, ya que no tenía moneda francesa. Pagó por él y por Sirius, y antes de que el animago canino pudiera quejarse, James le hizo pasar al interior, siguiéndole de cerca.
Mientras observaban su entorno, la palabra brillante ni siquiera podía describir lo que veían.
Unos pilares -(algunos de mármol, otros de madera y otros eran verdaderos árboles)- sostenían el cielo artificial sobre ellos, que cambiaba según la exposición. Desde el amanecer hasta el atardecer, en algunos el humo de los incendios se extendía por las nubes, y en otros, el cielo era perfectamente uniforme mientras las estrellas titilaban alegremente y Marte pintaba una mancha roja en la oscuridad de la noche.
En cada pared se alzaban ventanas cristalinas que mostraban numerosos acontecimientos de la historia como si estuvieran sucediendo ante sus propios ojos. James vio cómo arrastraban al rey Luis XVI hasta la guillotina, gritando y retorciéndose antes de que su cabeza rodara por la plataforma hacia uno de los pies de su verdugo durante la Revolución Francesa. Fue testigo de cómo el goblin Urg lideraba el decimoctavo batallón de goblins rebeldes por las calles de Londres, marchando hacia el Hospital St. Mungus con el fin de obstaculizar el suministro de pociones y ayuda médica para la primera línea de la guerra goblin, ganándose así el título de Urg el Impuro. Fue testigo de la firma del Tratado de Versalles junto a Müller, así como del asesinato del mismísimo archiduque Francisco Fernando unas ventanas más allá. Contempló asombrado cómo un mago, formalmente conocido como Jack el Destripador, se alejaba por aparición tras cometer su primer asesinato, y muchas cosas más.
Los acontecimientos históricos -(mágicos o no)- se transformaban en hábitats que iban desde el desierto de Arizona hasta las profundidades de la selva amazónica, mostrando criaturas mágicas. Una familia de pájaros del trueno descansando en su nido sobre un enorme cactus saguaro. O un Ironbelly ucraniano construyéndose un lugar de descanso reorganizando las hojas del suelo de los Cárpatos ucranianos, cerca de Hora Shpytsi. Se quedó sin habla tras presenciar cómo una Boitatá, una gran serpiente de fuego que vive bajo el río Amazonas, incendiaba una obra en construcción muggle mientras la Caipora observaba y silbaba encantada desde la distancia, y una vez más, vieron mucho más.
Adentrándose aún más en el museo, llegaron a las pinturas y estatuas creadas por los brujos y, como observó James, estaban muy animadas.
Un retrato titulado La Belle Dame -(no confundir con La Belle Dame sans Merci de Sir Francis Bernard Dicksee)- hablaba efusivamente en francés de sus rastas entrelazadas con tallos de flores, que nunca se pudrirían, ya que era un cuadro.
Otro cuadro, Mes Mains Ont Ouvert L'océan -(que representaba un par de manos abriendo el océano como quien separa la arena)- discutía furiosamente con una estatua de mármol de una Banshee al otro lado del pasillo, ambas utilizando el lenguaje de signos.
Pero lo que más hipnotizó a James tuvo que ser La Réplique Parfaite - Mona Lisa, y como su nombre insinuaba, era una réplica perfecta de la Gioconda como si la hubiera pintado un brujo, en este caso, una bruja llamada Bénédicte Albert. Ella, la Mona Lisa, no miraba estoicamente al espectador como su homóloga muggle, sino que observaba el mundo a través del hueco entre sus manos entrelazadas como un niño que finge utilizar un telescopio pirata. James se quedó un poco confuso al principio, pero cuando Sirius se lo indicó, acertaron a adivinar por qué lo hacía. Al otro lado de la habitación, el cuadro Celui Qui Aime Le Plus (El que más quiere) era un espejo de ella, pero sus manos formaban un corazón en su lugar.
Era adorable.
¿Lo veis? A eso se refería James cuando comparaba el arte muggle con el de los brujos no hay comparación posible. Pero bueno, la Mona Lisa fue creada por primera vez por un muggle; James al menos podía reconocerlo.
Sirius no paraba de hacer fotos de todo lo que encontraban.
-¿No eras tú el que antes no estaba interesado en visitar el museo?-. dijo James bromeando con una sonrisa de comemierda dibujada en la cara.
Sirius No me gusta nada remotamente nerd Black tuvo el descaro de sonrojarse. -Cállate, James. Sólo estoy probando mi nueva cámara-. Dijo mientras quemaba su tercer juego de películas Polaroid esta misma tarde. ¿Cuántas pruebas necesita hacer? James se rió con complicidad.
Cuando llegó la Mona Lisa, por fin se aventuraron a entrar en la zona de artefactos del museo, donde James esperaba encontrarse con las memorias de Gaderian. Pero antes, observaron -(y, en el caso de Sirius, sacaron fotos)- de todo lo que se encontraron.
Observaron el tridente de Poseidón flotando dentro de una estructura de cristal mientras la batalla de La Basílica Neptuni se reproducía detrás del artefacto mientras Poseidón y Neptuno luchaban por el derecho del tridente. Los Diez Mandamientos, escritos en dos tablas de piedra por Moisés, se exponían junto al Arca de la Alianza (réplica), hecha de oro macizo en lugar de madera de shittim (acacia), mientras sonaba de fondo la Batalla de Jericó. El Santo Grial artúrico -(una copa de latón)- vertiendo agua infinita en las manos de la estatua de La doncella del Sanct Grael de Dante Gabriel Rossetti mientras la paloma sobre su cabeza volaba de vez en cuando para tomar un sorbo del agua. La caja de Pandora y sus catástrofes selladas, un arco de centauro tal y como se describe en el Infierno de Dante, las semillas de Yggdrasil ("glorioso árbol de la buena medida, bajo tierra") y así un largo etcétera.
A James le fascinaba especialmente el sombrero de bufón de Triboulet (Nicolas Ferrial 1479-1536), bufón de los reyes Luis XII y Francisco I de Francia. Fue famoso por eludir la ejecución debido a que ofendió al rey pidiéndole morir de viejo en lugar de decapitado, a lo que el rey accedió tras una buena carcajada.
Sirius prefería La Loba Capitolina (réplica), una estatua de bronce de una loba criando a dos niños. Ésta, sin embargo, estaba viva: lamía los mechones de pelo de las cabezas de sus bebés y gemía suavemente para evitar que volvieran a dormirse. Puede que tuviera que ver o no con los nombres de los niños -Rómulos y Remus-, iguales que su mejor amigo. Sirius se aseguró de hacer muchas fotos de la estatua para enseñárselas a Remus más tarde.
Sin embargo, entre todas las exposiciones, una destacaba entre las demás sin ser la memoria que James buscaba.
Era una rosa. Una rosa completamente negra.
Le Cadeau Du Marcheur Des Ombres era su nombre. El Regalo del Caminante de las Sombras tradujo mágicamente la placa.
Los Caminantes de las Sombras son criaturas bastante desconocidas. Se desconoce qué son o de dónde vienen, así como sus intenciones en la Tierra. Lo único que se ha demostrado cierto sobre la criatura es su habilidad para ocultarse y caminar entre las sombras, aunque se especula que también manipulan almas. El Regalo del Caminante de las Sombras o La Rosa Negra era una rosa regalada por un Caminante de las Sombras a una mujer para consolar la muerte de su marido. Supuestamente, la mujer afirmó que el Caminante infundió el alma de su marido en la rosa para que permanecieran juntos incluso después de su fallecimiento, por lo que la rosa se volvió negra como una sombra. Tras la muerte de la mujer, la rosa viajó de mano en mano hasta aterrizar en el Louvre hacia el siglo XVIII.
-Huh...- James estaba intrigado, pero no sabía por qué. Una rosa negra aparentemente inmortal con el alma de un hombre infundida en ella no era algo sobre lo que le gustara leer, y menos saber que existía, ya que le recordaba a la Magia Oscura... ¿y una criatura capaz de viajar en las sombras? Le parecía una Criatura Oscura. Sin embargo, la corona de pétalos puramente negros de la rosa no podía ser más hermosa, pensó James. En última instancia, James sacudió la cabeza y decidió dejarlo estar.
Antes de que pudiera hacerse a un lado y seguir avanzando por el recinto, Sirius sacó una foto rápida de la rosa y sacudió la película sin revelar como había hecho con todas las demás exposiciones. Sin embargo, al inspeccionarla, frunció el ceño. -Oh, mierda. El cristal está reflejando el flash-. Dijo disgustado.
James también frunció el ceño. Hasta el momento, ninguna de las otras exposiciones había tenido problemas con el flash de la cámara de Sirius, así que James miró la foto por encima del hombro de Sirius.
No había nada fuera de lo normal, aparte de que el flash se reflejaba en el cristal y oscurecía la rosa, pero cuando James miró más de cerca, trazó la silueta del flash blanco con el dedo que señalaba mientras Sirius sostenía la foto, y ambos se sorprendieron al notar que tenía la forma de la cara de un hombre. Uno abatido y bastante lastimero... probablemente porque estaba solo, sin su amante.
Ambos adolescentes miraron la flor, luego se miraron el uno al otro, y asintieron para sí antes de alejarse sin decir una palabra al respecto. Apenas pueden con los fantasmas de Hogwarts sin añadir otro a la mezcla, muchas gracias.
Pero a medida que avanzaban, se hizo evidente que el lugar del artefacto estaba llegando a su fin, y no había ni rastro de la memoria.
-No lo entiendo...- murmuró James. -Como es una memoria, debería estar en esta sección del museo, ¿no? Pero no la encuentro por ninguna parte...-. ¿Era aquí? El discurso de Snape sobre Godric y Salazar, ¿era una mentira para meterse en la piel de James, después de todo? ¿Mentía para parecer listo o planeaba que James le hiciera perder el tiempo sabiendo que haría lo que le pidiera?.
-¿Podría estar en otra parte?- sugirió Sirius. -Depende de su contenido, creo. Lo que me recuerda... que nunca me has dicho quién escribió las memorias... ni qué hay escrito en ellas, aunque dijiste que te interesaban...- Sirius arqueó una ceja.
-¿No lo dije?- Preguntó James a lo que Sirius negó con la cabeza. -Oh... lo siento, amigo, puede que estuviera demasiado excitado en ese momento-. Se disculpó James tímidamente, frotándose la nuca. -Es la memoria de Gaderian, ya sabes... ¿el hijo de Godric Gryffindor?-.
Por un momento, Sirius se le quedó mirando en completo silencio... luego, -¿Qué?-.
James parpadeó. -Las memorias de G...Gaderian...-
-No, no. Ya entendí esa parte-, dijo Sirius mientras se masajeaba el puente de las cejas. -¡Es que no entiendo por qué demonios no me dijiste que veníamos a buscar un trozo de la historia de Gryffindor! ¡Qué demonios, James! Aquí estaba yo pensando que era sólo un libro viejo sin nada interesante, pero era de Gryffindor... ¡oh, joder!- Exclamó en medio del museo, llamando la atención de algunos transeúntes hacia él. James tuvo que reírse y hacerles señas con la mano para que se alejasen antes de arrastrar a Sirius a una zona más apartada.
-Por el amor de Merlín, Sirius, ¿podrías hacer el favor de gritar más alto para los de atrás?-. Dijo James sarcásticamente, aunque a Sirius no se le notó ya que inhaló mucho aire para hacer justo lo que James le pedía. Afortunadamente para todos, James le tapó la boca antes de que pudiera gritar más fuerte. -¡Era una broma, imbécil!-.
Sirius replico, pero el adolescente no pudo entender nada al estar amortiguado por la mano de James sobre su boca. -Oh, cállate. No grites más, de hecho, no hables nada. Sigamos buscando la memoria en paz y tranquilidad...-
-S'cuse me-, alguien con un fuerte acento francés dijo a su lado y ambos adolescentes saltaron y gritaron como niñas ante el repentino extraño. Mientras intentaban recomponerse del susto, miraron a un lado para ver quién era el que las había asustado y se encontraron con un joven empleado del museo -(a juzgar por su ropa y la etiqueta con su nombre (Clément Pelletier)- de pie, con las manos a la espalda y una mirada divertida. -S'cuse me-, volvió a decir después de que James y Sirius parecieran más serenos, y les sonrió. -¿No me he dado cuenta de que hablabais de las memorias de Gryffindor...?-. inquirió.
James suspiró, intentando serenar su acelerado corazón. -Sí, así es. Esperaba echarle un vistazo, ya sabes. Soy un Gryffindor, ya ves...- James le devolvió la sonrisa.
-Oh, un inglés... dos ingleses, quiero decir-. Clément se rió. -Hace tiempo que no vemos muchos ingleses por aquí, mucho menos dos-.
James se sintió como una rara criatura mágica observada por un francés. Teniendo en cuenta las historias que le había contado su madre, no era nada agradable. -¿Podemos ayudarle...?-
-Oh, disculpas. No quería molestar. Yo sólo... te oí mencionar las memorias y yo... bueno, soy nuevo aquí, ya ves. Mi padre trabajó aquí antes que yo y me habló mucho del Louvre, tanto que trabajar aquí se convirtió en mi sueño-. Sonrió alegremente a pesar de la confusión en los rostros de ambos adolescentes. -Papá solía citarnos las memorias de Gryffindor a mí y a mi hermana cuando éramos pequeñas, antes de que las quitaran-.
-¿Quitaron?- James se aferró inmediatamente a esa pequeña información con inquietud. -Estás bromeando, ¿por qué?-.
-A los ingleses no les gustó-, explicó Clément. -Amenazaron al museo con un fraude porque no creían en lo que estaba escrito en él, por desgracia-.
Sirius frunció el ceño. -¿Por qué? ¿Qué había escrito...?- Pero antes de que pudiera formular su pregunta, James le interrumpió.
-¿Hay alguna forma de leer su contenido en alguna parte? ¿Quizá un dibujo o una reescritura palabra por palabra...? Lo que sea, por favor-, suplicó James. No podía permitir que Sirius conociera el posible contenido de las memorias antes de tiempo, de lo contrario, si Snape tenía razón, Sirius se pondría insufrible al respecto.
Clément frunció los labios, mirando fijamente a James durante unos segundos antes de decir -Pero monsieur es un Gryffindor, ¿verdad? Temo decirlo, pero creo que tampoco le gustará-.
-Eso debo juzgarlo yo-, respondió James de inmediato con determinación en los ojos. -...Por favor-. Añadió después para no ser percibido como grosero.
Clément parecía reacio. Miró a su izquierda y a su derecha, observó a ambos adolescentes de pies a cabeza, hizo pucheros y pensamientos, pero finalmente asintió a la petición de James. -Muy bien, monsieur. Por favor, sígame-. Se alejó sin mirar atrás.
James sonrió triunfante. Estaba a punto de seguirlo cuando Sirius lo detuvo poniéndole una mano en el hombro. -¿Qué demonios, Prongs? ¿Vas a seguir a un desconocido a donde te lleve, así como así? Estamos en un país extranjero, James, ¿lo has olvidado ya?-. En voz baja, murmuró -¿Ahora soy yo el responsable? Maldita sea-.
-Lo sé, Sirius, pero ya le has oído si han quitado la memoria, esta es nuestra única opción para encontrarla-. James intentó suplicarle.
-¿Por qué haces esto?- Preguntó Sirius, frunciendo el ceño. -Somos Gryffindors, claro, pero nunca antes habías estado tan obsesionado con la historia de nuestra casa. Eso sin mencionar cómo te has comportado últimamente...-
-No tenemos tiempo para esto ahora-, habló James por encima de Sirius, soltándose de su mano. -Perderemos a nuestro guía si esperamos más-. Dicho esto, aceleró el paso para alcanzar a Clément.
-¡Un momento, James!- Sirius volvió a intentar llamar la atención de James, pero fue en vano. Resopló, ya acostumbrado a las decisiones espontáneas de James, pero no por ello menos molesto. -Más vale que merezca la pena- murmuró Sirius antes de correr para seguir justo detrás de su amigo.
No tenía ni idea.
Clément los llevó hasta una puerta mágicamente oculta "solo para el personal", cerca de los pilares de mármol de la exposición del Tridente de Poseidón. Bajaron un pequeño tramo de escaleras y atravesaron un largo pasillo apenas iluminado hacia una puerta etiquetada como Stockage (Almacén) en el extremo opuesto.
-La página se guardaba aquí, cerca del rollo de atrás-, dijo Clément mientras desbloqueaba las protecciones de la puerta con su varita y la abría de par en par para los tres; sin embargo, detuvo a ambos adolescentes antes de que pudieran entrar. -Para que quede perfectamente claro, traerlos aquí va en contra de mis normas de trabajo, y si alguna vez se descubre, me despedirán. Así que permanezcan cerca de mí en todo momento y no toquen nada, ¿entendido?-.
James y Sirius asintieron, uno con más facilidad que el otro. -Sí, por supuesto-. -Claro...-
Clément sonrió y asintió de vuelta antes de guiarlos al interior, iluminando su camino con un débil Lumos en la punta de su varita.
Caminando entre cajas de cartón, parafernalia vieja, materiales de construcción y polvo, James esperaba contra toda esperanza que Sirius no volviera a cuestionar la situación.
Su esperanza, como James ha notado, ha demostrado ser bastante inútil últimamente.
-Así que... no me vas a decir qué está pasando, ¿eh?- Sirius empezó.
-Pads, por favor...- James intentó suplicar de nuevo. Estaba tan cerca; no tenía tiempo de complacer a Sirius ahora.
-No, James. Se acabaron las excusas-. Afirmó Sirius con firmeza. -Primero, estabas deprimido en Hogwarts. Ni Moony, ni Colagusano ni yo conseguimos animarte, y aun así te negaste a decir qué había pasado. Fuera lo que fuese, persistió incluso después de que volvieras a casa...-
-Volvimos a casa, Sirius-. corrigió James.
-...Después de volver a casa, claro. No intentes ser descarado y distraerme con tu amabilidad, sé lo que haces-. Sirius le señaló acusadoramente; sin embargo, a pesar de todo, James sonrió. -De todos modos, seguiste dando lástima y deprimiéndote, encerrándote en tu habitación, rumiando todo el día y llorando hasta quedarte dormido -(sí, me di cuenta de eso)- ¡Pero el punto es! En cuanto el señor Potter mencionó, o simplemente pronunció, el nombre de París, fue como si las ascuas apagadas de tu interior estallaran de repente como un maldito Fiendfyre sin motivo alguno. ¿Entonces empezó a hablar de unas memorias? ¿De querer visitar el museo? James... ¿puedes al menos entender por qué todo esto es tan confuso? Estaba... quiero decir, estábamos tan preocupados por ti, e incluso ahora, aún no me has dicho qué es lo que te está molestando. Ayúdame a ayudarte, amigo-.
James se sintió culpable. Quería abrirse a Sirius como siempre había hecho, hablarle de Snape y de los incesantes pensamientos que le rondaban por la cabeza -los deseos (conocer al verdadero Snape) y los remordimientos (sus acciones hacia los Slytherin)-, pero James no podía. Sirius se parecía a él en tantos aspectos que, si James admitiese alguna vez que había cambiado su forma de ver el mundo, sabía que Sirius se ofendería... porque también eran sus creencias. Además, la culpa que sentía por haber omitido la verdad hacia sus amigos era mucho menor que cualquier cosa remotamente relacionada con errores pasados (sobre todo los que implicaban a Snape).
De ahí que James abriera la boca para mentir de nuevo, o cambiar de tema, cualquier cosa para que Sirius dejara de indagar en sus asuntos sin parecer maleducado; sin embargo, le salvó el grito excitado de Clément -¡Ahí están!-. Un poco por delante de ellos dos.
James aprovechó la oportunidad, sonriendo disculpándose mientras internamente no se sentía ni un poco disculpado. -Podemos discutir esto más tarde, ¿sí amigo?-.
Sirius entrecerró los ojos, sabiendo exactamente lo aliviado que James debía de sentirse por la esquiva. -Encárgate de que lo hagamos, Prongs-.
Ambos adolescentes se acercaron a la vieja mesa en la que se había colocado Clément, y pronto dos pares de ojos se quedaron mirando una carpeta abierta con fundas de plástico en su interior para guardar individualmente cada página de las memorias de Gaderian, lo que permitía leer ambas caras de las páginas. Las páginas tenían las esquinas marrones, casi negras por el paso del tiempo, pero la letra seguía siendo visible. Fluida y cursiva a veces, y extremadamente ilegible otras, pero visible.
-Woah...- James sintió que le invadía una extraña sensación de logro y, poco después, de resignación. Ya está... Snape no mentía sobre la existencia de las memorias, y de eso James estaba seguro. Lo único que tenía que hacer ahora era confirmar si todo lo demás que había dicho Snape también era cierto.
-Vamos-, dijo Clément, señalando la carpeta. -Puede echarle un vistazo usted mismo, monsieur, sólo tenga cuidado de no dañar la página al pasarla-.
James asintió, acercándose a la mesa con impaciencia para colocarse frente a la carpeta mientras Sirius se cruzaba de brazos fingiendo que no le importaba pero observando secretamente por encima del hombro de James.
La carpeta estaba abierta en una página cualquiera. En ella se leía
Me he encontrado 'Quiero nuez moscada recientemente. Un poco de sal y semillas de mandrágora también. No olvides comprarlas en el mercado la próxima vez que vayas a Hogsmeade. A mamá se le han antojado anchoas otra vez; acuérdate de convencer a papá de que compre algunas en la costa suroeste...
-¿Esto es una maldita lista de la compra?- Preguntó Sirius, desviando la atención de James de la página. -¿Hemos venido de Inglaterra a París por una lista de la compra?-.
-...Bueno, yo tampoco esperaba esto de unas memorias-, admitió James, ligeramente extrañado. Esperaba relatos de acontecimientos famosos o batallas nunca antes registradas en la historia... no una mundana lista de la compra.
A su lado, Clément se echó a reír. -Apuesto a que monsieur Gaderian no tenía ni idea de que estaba escribiendo unas memorias. Considéralo un diario, algo que llevaba consigo a todas partes. En mi opinión, eso lo hace aún más viable-.
James asintió. No era una bibliografía, como había pensado en un principio. En su lugar, estaba viendo el diario personal de un hombre... de acuerdo, vale, bien. Podía lidiar con ello.
James pasó una nueva página.
El tío Salazar nos ha llevado hoy a mi hermana Denova y a mí a un campo de cerezos en flor. Sin que él lo supiera, en realidad es el día de mi nacimiento. Pasamos todo el mediodía recogiendo pétalos rosas para las pociones experimentales de tía Rowena. Por desgracia, Denova tuvo una reacción alérgica termagante después de haber llenado unas cuantas cestas, pero todo está bien ya que el tío Salazar es un sanador algo hábil...
Hasta la fecha. Aparentemente, el tío Salazar no olvidó el día de mi nacimiento. Solo estaba tan ocupado con Denova, que olvido darme mi regalo. Estrenaré mi nueva escoba mañana.
James oyó y sintió a Sirius burlarse por encima de su cabeza. -Como si...-, murmuró para sí.
James se mantuvo callado. Una sola página de pruebas no bastaba para convencerle de la inocencia de Salazar Slytherin. Pasó a otra página al azar.
y si no fuera por esos goblins, Darius seguramente estaría muerto. Nuestros asuntos están encantados con su rápida recuperación, especialmente esa hermana mía enamorada de los cerebros, Denova. No se separará de él ni un segundo, la amo como es. Ay, la enfermedad de Darius era algo fuera de este orbe; no puedo imaginar qué habría sido de él si la tía Helga no hubiera pedido ayuda a los goblins de la costa de Pembroke.
Como todo está bien una vez más, rezo por la seguridad de nuestros problemas en el futuro. Y por mi hermano, no de sangre sino de alma, Darius, mi bendición para perseguir a mi hermana.
-¿Quién diablos es Darius?- preguntó Sirius. James se volvió hacia él con una ceja levantada en señal de duda, a lo que Sirius respondió -Denova es la hermana de Gaderian, lo que la convierte en una Gryffindor, ¿no? Pero, ¿quién es Darius? Nunca he oído hablar de él...-
-...Será mejor que lo averigüemos-, se encogió de hombros James, pasando a la página anterior para ver dónde empezaba la historia de Darius.
El tío Salazar ha estado angustiado desde que su hijo, Darius, quedó postrado en cama hace unos días...
-¿Qué?- exclamó Sirius, sobresaltando a Clément y James respectivamente. -¡Era un Slytherin!-.
-¡Sí, Sirius, lo vimos! ¿Necesitas exagerar cada vez que oyes o ves el nombre de Slytherin en alguna parte?- Reprendió las antigüedades de su amigo, dejando a Sirius boquiabierto. -Lo siento mucho, eh... Pelletier, no volveremos a gritar, lo prometo-. Le dijo al pobre empleado del museo que aún intentaba calmar su acelerado corazón por el susto. En cierto modo, está pagando su venganza por haberles asustado antes, pensó James.
-Oh, lo prometes, ¿verdad?- dijo Sirius entre dientes apretados.
-Sé respetuoso, Pads. Recuerda que no deberíamos estar aquí. Le costará el puesto a Pelletier si se entera-. Susurró James.
Sirius puso los ojos en blanco, pero respiró hondo para calmarse. -...Bien. ¿Pero no hemos terminado ya? Has encontrado el libro...-
-Memorias-, corrigió James.
-...Memoria ya. Entonces, ¿por qué seguimos aquí?-.
-Sólo un poco más de lectura y habré terminado, Pads-, prometió James. -...Supongo que estoy buscando algo en concreto-.
-¿Qué cosa?-.
-Ya lo verás-.
James aterrizó en otra página al azar cerca del final.
¡Ese cerdo! ¡Esa escoria traidora! ¡Ha traicionado a su familia, nos ha traicionado a nosotros! Nunca he visto a la tía Marjorie llorar tanto. Darío y Ródulo, que mis sentimientos os lleguen bien a los dos, hermanos míos, ¿por qué lloráis por la pérdida de alguien como Salazar? Un hombre que reniega en medio de la guerra no merece mi respeto. Sin embargo, ¿por qué, por qué duele tanto de todos modos? Tío, por qué...
Mi padre trató de persuadirlo de que se quedara, pero mi tío no lo aceptó. Creí que mi padre estaba encantado con él... en cambio, parecía derrotado. Se abrazaron, hasta donde alcanza mi memoria, y luego nada, pues el tío ya había aparecido.
Nunca he visto llorar a mi padre hasta hoy.
-¿Ves? A esto me refiero-. Señaló Sirius. -¡Ese bastardo sin corazón! ¡Salazar tuvo el descaro de abandonar a su familia después de que fracasaran sus planes de imponer el purismo de sangre en Hogwarts! Incluso alguien que estuvo allí en ese momento como Gaderian está de acuerdo conmigo...-
-Sirius-, interrumpió James antes de que su amigo empezara a despotricar sobre su aversión hacia Slytherin y todo lo relacionado con él.
A Sirius le sorprendió la seriedad en la voz de James. -...¿Qué?-.
-Gaderian no se refiere a ningún purismo de sangre. Está enfadado porque Salazar parece haber abandonado a su familia y Hogwarts, ¿ves?- James habló en voz baja mientras señalaba con cuidado las líneas garabateadas apresuradamente en el papel. -Godric ni siquiera estaba enfadado, Pads. Estaba llorando...-
Algo hizo clic en la mente de Sirius después de oír el tono de las palabras de James, como una pieza de puzle que se desliza en su lugar designado para formar una imagen espeluznante. Dio un paso atrás, mirando a James de pies a cabeza antes de murmurar lo bastante alto como para que James le oyera -¿Qué intentas demostrar, Prongs? Y será mejor que me lo expliques antes de que haga suposiciones equivocadas-.
Pero James no obedeció. En lugar de eso, siguió pasando páginas en silencio hasta que llegó al final. Allí estaba, mirando fijamente a James como un recuerdo burlón, lo bastante visible como para que lo entendiera entre garabatos aleatorios y el papel envejecido, en sus cursivas y su significado encendido en abundancia estaba la cita que dio comienzo a esta pequeña aventura a París.
"...Afirmas tales palabras prejuiciosas con la convicción y la estupidez de un hombre que se contenta con que le crezcan un par de alas y vuele. Si quieres sacar conclusiones precipitadas, mejor vuela alto". James leyó exactamente lo que Snape había citado una vez, reclamando la atención de sus compañeros. "Esas fueron las palabras de mi padre después de que me quejara del tío Salazar una vez durante nuestra primera cacería del año..." James leyó de las memorias
Aunque me prometí a mí mismo no sacar el tema por el bien de la salud de mi padre, no pude evitarlo. Me sentía traicionado por alguien a quien crecí viendo como un segundo padre, y necesitaba desahogarme en alguna parte. Y sin embargo, mi padre estaba lívido. Me contó historias de cuando eran niños y jugaban con su magia sin miedo al orbe, prometiendo que algún día llevarían esa libertad a todos los niños mágicos, como ellos lo hicieron una vez. Me habló de un sirrah, un hermano que yo podía describir bien en mi mente como previsor, astuto y, por encima de todo, un buen hombre, y por mucho que lo intentara, ya no podía seguir encantado con el tío.
Tía Rowena me contó cómo tío Salazar fue el primero en sugerir la creación de Hogwarts cuando eran jóvenes. Tía Helga me contó cómo lo planeó solo al principio porque todos pensaban que estaba bromeando con ellos. Papá me contó cómo colocó la primera piedra de la construcción sin usar magia porque quería que el castillo se construyera sobre el sudor y la sangre de ellos.
El único Salazar Slytherin que conocí fue el tío que me enseñó magia desde el día en que pude caminar y siguió enseñándonos a mis compañeros y a mí hasta el día en que ya no estuvo allí para intentarlo.
Si necesita escaparse, que lo haga. Mantendremos Hogwarts en pie para el día en que regrese.
Gaderian Godric Gryffindor.
Cuando James terminó de leer, se quedaron en silencio.
¿Es presuntuoso por parte de James encontrar encomiables las últimas palabras escritas en las memorias?.
Conoce la historia, James es consciente de lo que ocurrió después, y el hecho de que Salazar nunca volviera como Gaderian esperaba dice mucho. El hombre murió antes de poder reunirse de nuevo con su familia y amigos. No abandonó Hogwarts debido a una desavenencia entre él y los demás fundadores, como se percibía en sus estudios de Historia de la Magia, ya que, según se describe en las memorias, ellos, Salazar y Godric, se marcharon abrazados. No, más bien, se marchó por razones desconocidas.
Godric Gryffindor, fundador de la casa Gryffindor y su símbolo de valentía, lloró por su difunto amigo, que al final nunca regresó a Hogwarts. Defendió a su amigo de las duras críticas de los demás. Defendió a su amigo de las duras palabras de su hijo y creyó que el de Slytherin era algo así como un hermano para él. Tanto Hufflepuff como Ravenclaw siguieron su ejemplo, contando historias sobre la juventud y la ambición del hombre, sin rehuirle ni enfadarse nunca.
Gaderian aprendió a perdonar y a rezar por el regreso de su tío, pues no tenía motivos para creer que el hombre fuera malvado.
Y James...
-Cuando me recomendaron esta lectura, la misma persona me dijo que Salazar Slytherin se preocupaba por cualquier persona mágica y que la suposición de que odiaba a los de familia muggle era una idea malinterpretada-, dijo James. -Salazar quería proteger a todos los mágicos de los muggles, incluidos los nacidos de muggles, por miedo a que ellos también sufrieran las consecuencias de tener magia en la tierra de Dios, como decían los muggles por aquel entonces-. Las palabras de Snape en aquel fatídico encuentro en la cabaña de Hagrid resonaron en su mente.
Salazar era un tío abuelo muy querido por su familia y amigos, por lo que James podía decir. Ellos, los que conocían a Salazar Slytherin tal como era, lloraban de preocupación. Cualquiera que fuese la razón por la que se fue, siendo el hombre que sugirió por primera vez la creación de Hogwarts, es inviable creer que dejaría atrás la obra de su vida. Alguien que sueña desde joven con construir toda una comunidad mágica junto a sus amigos más queridos y que luchó con uñas y dientes para hacerlo realidad no lo abandonaría todo sin motivo, en opinión de James. Pero, por desgracia, una cosa estaba muy clara... Salazar Slytherin no era el malvado que todos percibían... exactamente como lo describía Snape.
Quedó claro, entonces, que las palabras de Snape eran ciertas en más sentidos que el de los fundadores. Cuando llamaba a James ignorante, prejuicioso o con derechos, también decía verdades.
James se dio cuenta, con un color de vergüenza, de que el motivo de aquel viaje, de su obsesión por la existencia de la memoria, no era ver pruebas de las palabras del Slytherin... sino demostrar que eran falsas. Porque, en el fondo, aunque James sabía que sus acciones estaban equivocadas, se aferraba a la realidad a la que estaba acostumbrado. Una realidad en la que los Slytherin eran esencialmente malvados y los Gryffindor eran héroes. Quería que todo lo que decía Snape, desde la visión distorsionada que la sociedad tenía de los que vestían de verde y plata hasta la comprensión de que James estaba haciendo -(había hecho)- cosas imperdonables sin otra razón que ser un imbécil, fuera falso.
Pero la realidad era James estaba ciego ante la flagrante verdad que colgaba frente a él y fue necesario que Snape prácticamente le diera una bofetada para que abriera los ojos.
Era un buen jugador de quidditch, un buen líder y un Gryffindor. Pero ninguna de esas cosas lo convertía necesariamente en una buena persona.
-...¿Quién?- Sirius solo pudo preguntar sin remedio mientras lo que salía de la boca de James le sonaba como clavos en una tabla. -¿Quién te ha dicho eso?-.
Finalmente, sintiendo que el peso de su nueva realidad lo frenaba, James desvió su atención de la carpeta para mirar profundamente a los ojos de Sirius y así transmitirle lo serio que estaba con el asunto. Se quedaron mirándose un rato mientras James se armaba de valor y Sirius se ponía ansioso, pero, afortunadamente, el impasse duró poco.
James abrió la boca entonces -La persona era Severus Snape-. Dijo, y si esas palabras no eran suficientes para destrozar la confianza de Sirius en él, sus siguientes palabras definitivamente lo harían, -Y estoy empezando a pensar que tiene razón-.
El James Potter que todos conocían se ahogó y tuvo una muerte lamentable, sin embargo, como si de un fénix resurgiendo de sus brasas moribundas se tratase, en su lugar, nació un nuevo James Potter.
Uno que, contra todo pronóstico, creía en las palabras de Severus Snape.
Chapter 18: Act 2, Cap 9 - If you change the way you look at things, the things you look at change.
Chapter Text
En retrospectiva, tal vez ser franco con Sirius no fue la idea más inteligente.
Estaban fuera, sentados en la parada del autobús, esperando a que el chófer designado por Fleamont viniera a buscarlos. Mientras esperaban, Sirius estaba sentado unos asientos más allá de James, cruzado de brazos, con la mirada perdida, ignorando toda la presencia de James. Cualquier intento de llamar su atención se topaba con la falta de respuesta y un silencio agonizante que se prolongaba desde que salieron del Almacén del museo.
La desaprobación de Sirius hacia la opinión de James quedó clara en el momento en que murmuró aquellas palabras sobre Snape.
-...Estás de broma, ¿verdad?- Había preguntado Sirius justo después de la revelación de los pensamientos de James. -No puedes estar hablando en serio...-
-¿Porque eres Sirius?- James respondió automáticamente, intentando desesperadamente mediar en la situación. Pero fue en vano.
-No me lleves la contraria, James, esta vez no. Esto no es una broma-.
-Lo siento, no quise...-
-No, no, esto no puede estar pasando-. Sirius ignoró sus intentos de disculparse. -¡Fuiste y... con Snivellus de toda la gente...! ¿¡Tú... le crees a ese baboso!? ¿¡Todo esto es por su culpa!?-.
-La forma en que estás reaccionando es como si hubiera cometido un maldito asesinato. Acabo de hablar con él, ¿qué tiene de malo?- James intentó razonar.
-¿Estás loco?- Gritó Sirius. -¡Es malvado y lo sabes! ¿Y aún así te desviviste por él?-.
-¿De qué estás hablando? ¿Quién se desvivió por quién? Sólo quería ver si decía la verdad...-
-¡Cállate, James!- interrumpió Sirius. -¡Nadie va a un país extranjero sólo para ver si dijo la verdad!- Se burló maliciosamente. -Cuando dijiste que alguien te había dicho que vieras a esa vieja basura, pensé que era Evans porque harías cualquier cosa por ella... ¡pero era el maldito Snivellus!. ¿Cómo puedes ser tan estúpido? ¿¡Estás loco!?-.
-Papá iba a venir a la convención a pesar de que yo quisiera acompañarlo o no, simplemente aproveché la oportunidad, Sirius-, explicó James. -Sólo tenía curiosidad por lo que dijo...-
-Oh, sólo tenías curiosidad, ¿no?- volvió a burlarse Sirius. -Ese es nuestro Prongs, siempre el curioso, ¡no importa que la persona a la que decidió escuchar esta vez fuera el maldito baboso Snivellus!- volvió a gritar Sirius.
-¡Solo...!- James respiró hondo para serenarse antes de hablar -...Deja de llamarle así, ¿quieres?-.
-¡Oh! ¿Ahora le defiendes? Haciendo de Evans, ¿verdad?- se burló Sirius. -¿No ves que te está engañando? Te está contando mentiras sobre Slytherin y tú caes directamente en sus manos. Te dijo 'vete a París, haz lo que te digo' y tú seguiste sus instrucciones como un buen cachorro obediente, ¿no?-.
A estas alturas, la paciencia de James se estaba agotando. Frunció los labios, apretó las manos y cerró los ojos. -No metas a Lily en esto, y por última vez, él no me dijo que hiciera nada, vine a París por mi propia voluntad-. Respondió con calma.
-¡Mentira!- Gritó Sirius. -¿Me crees ciego? Si alguien, cualquiera, te hubiera hablado del contenido de este maldito diario te habrías reído en su cara, ¡ni siquiera considerarías la posibilidad de que fuera cierto! ¿Slytherin no era un bastardo malvado? ¿Estás bromeando? Algo por el estilo. Pero, Snivellus, el tipo que nos hechiza y maldice a diario sólo porque respiramos mal cerca de él, ¿de repente qué? Se sienta contigo a tomar el té y te cuenta una historia fantástica como si no fueran enemigos acérrimos, ¿y tú le crees?-. Sirius respiraba apresuradamente debido a su desvarío. -¿Quieres que me crea esta patraña?-.
-Sí, eso es exactamente lo que quiero que creas-, respondió James sin vacilar, con ira y una pizca de dolor coloreando sus palabras. -Además, quiero que sepas que yo también tuve una conversación civilizada con él. ¿Y sabes qué? No era ni de lejos tan malo como había pensado, de hecho, ¡me atrevería a decir que hablar con él no fue diferente a hablar contigo o con cualquier otra persona!- Dijo James a lo que Sirius se quedó boquiabierto por ello.
De repente, una guarida estalló en el interior de James y las palabras brotaron como agua sin que pudiera controlarlas -Es brillante, ¿lo sabías? Más inteligente que los sangre pura o que cualquier otro "genio" de nuestro colegio. Has visto cómo enseña, cómo capta tu atención hasta que aprendes, aprendes de verdad la materia. Su control sobre la magia es algo con lo que la gente como nosotros sólo sueña, Sirius. ¿Y su sentido práctico? ¿Has visto los hechizos que ha creado? ¿Cuántas veces habíamos usado el Muffliato nosotros mismos? ¿Recuerdas el rugido del dragón? Todavía se me pone la piel de gallina sólo de pensarlo y...- James se dio cuenta de lo que estaba diciendo, de lo que estaba haciendo, y se detuvo en seco.
James estaba halagando de nuevo a Snape y, al darse cuenta de ello, comprendió además que no podía evitarlo. El Slytherin era brillante en su opinión -(como James había notado desde hacía mucho tiempo)- y con tales revelaciones dándose a conocer, James llegó a un entendimiento consigo mismo. En lugar de ignorar la verdad, como solía hacer en su arrogancia, James decidió aceptarla, fueran cuales fuesen las consecuencias.
De ahí que ya no le importara elogiar a Snape.
La misma comprensión se transformó en una especie de aceptación que hizo que James suspirara aliviado. Llevaba días dándole vueltas a todas esas cosas, perdido en los oscuros mares de sus pensamientos, y sacarse por fin algunas de ellas del pecho era más revigorizante que cualquier victoria en Quidditch. Era sorprendente lo mucho que significaba para James, pero al mismo tiempo era una novedad. Una nueva sensación burbujeante que él apreciaba mucho. -Tú no lo conoces... pero para ser justos, yo tampoco lo conozco, y depende de nosotros si estamos dispuestos a hacerlo o no. Pero hay algo que sé, que vi con mis propios ojos, Sirius. Snape, él...- James recordó cómo Snape cuidaba de Hagrid. James recordaba cómo Snape se reía con Lily. James recordaba a un chico joven con chispa en los ojos mientras aprendía sobre magia y todo lo que conlleva. El Slytherin burlón y cruel se fue borrando poco a poco de su cabeza y, en su lugar, quedó la risa alegre de Snape.
-Es amable...- Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera pensar demasiado en ello. -Más de lo que había creído posible, y es culpa nuestra... culpa mía para ser sincero, que no se lo demuestre a nadie-.
Sirius lo miró boquiabierto. -...¿Suave? ¿Estamos hablando de la misma persona? Espera, no contestes a eso-. Levantó una mano como para detener la respuesta de James a su sarcasmo. -Dime, ¿cómo es que alguien tan gentil, como tú decías, conoce tantos maleficios y maldiciones desagradables? ¿O disfruta haciéndonos la vida imposible con su arrogancia de Slytherin? O... no sé... ¿asusta tanto a nuestro profesor que se desmaya de miedo?-. argumentó Sirius con fiereza.
-He dicho suave, no inofensivo-, replicó James. -Además, ya oíste la declaración de Madam Pomfrey en el Gran Comedor el profesor Borguini padece del corazón, por eso se desmayó. Estaba bien por cómo ella describió su situación, de todos modos-.
Sirius levantó las manos. -¡Lo estás defendiendo otra vez, argh!-. Se masajeó las sienes, caminando de un lado a otro, frustrado.
-Por favor, Pads, no seas así...- James intentó acercarse y posar una mano reconfortante en el hombro de Sirius.
Fue un intento inútil, ya que Sirius se apartó de su alcance. -No, James. No me digas 'por favor, Pads'. Estaba muy preocupado por ti, de verdad... ¡mientras tú pensabas en ese imbécil a mis espaldas!-.
-¿Ves? Por eso no te dije nada... ¡porque sabía que reaccionarías así!- James le dio la espalda a Sirius, intentando ocultar el dolor en su expresión deslizando una mano por su cara.
-¿Reaccionar como qué? ¿Como si me preocupara por tu salud mental?-.
-¡Como un bastardo prejuicioso y mezquino!- Gritó James tras llegar a su límite. Dentro del oscuro almacén, su arrebato resonó por todo el espacio -cabrón, cabrón, cabrón- reverberando en las paredes hasta que la expresión de James decayó y las implicaciones de sus propias palabras le golpearon como un Flipendo. Se dio la vuelta para disculparse, pero a juzgar por la expresión inexpresiva de Sirius, ya era demasiado tarde.
Sirius empezó a asentir y evitó el contacto visual con James antes de murmurar -De acuerdo, ya veo-. Aunque sus palabras no delataban nada, su lenguaje corporal era muy expresivo. Estaba claramente dolido. -Pues que así sea. Esperaré al señor Potter en la parada de autobús-. Y con eso, rodeó a James y se alejó.
-¡Espera, Sirius...Sirius!- le gritó James sin obtener respuesta. El adolescente desapareció entre las estanterías y las cajas de cartón.
James se sujetó la cabeza con ambas manos y suspiró frustrado. Qué hipócrita por su parte llamar prejuicioso a Sirius cuando él no es diferente, terminando su conversación de la peor manera posible.
Clément había tenido la amabilidad de acompañar a James hacia la escalera de caracol después de la pelea a gritos, sin comentar ni una sola vez lo sucedido, sino manteniendo una conversación trivial y explicando los datos históricos de las exposiciones por las que pasaban para distraer al afectado adolescente. Pasaron por delante de un cuadro titulado Les Amis Perdus, de Aimé Roussel, que representaba a un hombre llorando por la pérdida de un amigo querido, y aunque James intentó contener las lágrimas, el sonido del hombre que lloraba en la pintura le hizo derramar lágrimas en su camino hacia la salida, donde dio las gracias y se despidió de Clément antes de marcharse.
Ahora, sentado aparte de Sirius en el banco, dejando que los rayos del atardecer secaran sus mejillas empapadas de lágrimas, James reflexionaba sobre la tarde y todo lo que fue cuesta abajo después de aquello.
¿Es una mala persona porque está reconsiderando a Snape y todo lo que hay que saber sobre él? No, él no lo cree así. Sus opiniones rara vez se desvían de las de Sirius, pero no discutiría en este caso por una vez, independientemente de la desaprobación de Sirius. James sentía la necesidad de reunir suficientes pruebas antes de volver a tachar a Snape de malvado... y si Snape es realmente tan malvado como había pensado en un principio, sólo entonces dará marcha atrás y admitirá que Sirius tiene razón. De lo contrario, ya es hora de que James conozca todo el panorama en lugar de limitarse a suponerlo.
No recuerda cuándo fue la última vez que se sintió tan decidido a averiguar una respuesta a un misterio tan intrincado, y se sentía lo bastante liberado como para dibujar una sonrisa en su rostro, por muy torcida que estuviera.
-A juzgar por esa espeluznante sonrisa en tu cara, supongo que has encontrado lo que sea que buscabas bastante interesante-. Alguien dijo desde la calle de enfrente, sacando a James de su estupor. Cuando el adolescente miró, se encontró con la cara de su padre, Fleamont, junto a la ventanilla de la limusina. -¿A qué esperas, hijo? Pasa-. llamó, abriéndole la puerta.
James miró a un lado y se dio cuenta de que Sirius ya había desaparecido dentro de la limusina, sin molestarse ni una vez en darle un codazo o lo que fuera. Suspiró, pero hizo lo que su padre le pedía, saltando del banco y entrando en la limusina poco después. Se sentó cerca de su padre mientras Sirius se sentaba enfrente de ellos dos, mirando por la ventanilla.
El aire ya estaba cargado de tensión mientras la limusina recorría las calles de París.
Fleamont miró a Sirius y luego a James, de un lado a otro. -hmm...- Canturreó. -Percibo una gran perturbación en la fuerza...- Miró de reojo a James en busca de respuestas.
James frunció el ceño. -¿Qué significa eso?-.
-Oh, eso no importa. ¿Ha pasado algo?- Fleamont rechazó la pregunta de James con la mano antes de preguntar.
James frunció los labios, esforzándose por no parecer disgustado. -Nada, ¿por qué?-.
Fleamont enarcó una ceja muy puntiaguda ante eso a lo que James desvió la mirada. -¿Estás seguro de eso?-.
-Muchísimo, papá... ¿qué tal la convención?-. James cambió rápidamente de tema.
Fleamont siguió mirándolo fijamente, sabiendo que estaba esquivando la pregunta, pero al final cedió. -Oh, ya sabes cómo son esos eventos. La gente estaba, como te imaginabas, entusiasmada por reunirse de nuevo después de mucho tiempo... y algunos manifestaron abiertamente su admiración por los demás. Mi discurso fue genérico si te soy sincero, pero si influyó en alguien, oye, el trabajo está hecho, ¿no? No pasó nada importante, ni nada fuera de lo normal, supongo... bueno-, se atusó las puntas del bigote pensativo. -Algo intrigante me llamó la atención, sin embargo...-. Se encogió de hombros.
Según la experiencia de James con su padre, cuando "algo intrigante" llama su atención, no es algo sencillo. Nada importante escapa al radar de su padre en este tipo de acontecimientos, y si vale la pena mencionarlo aunque sea de pasada, debe ser algo grande.
Interesado al instante y buscando una distracción, James preguntó -¿Qué?-.
Fleamont cerró los ojos y volvió a tararear como si intentara recordar lo que había oído. -Verás, me han hablado de un misterio que ha estado asolando la Asociación de Pociones en las últimas semanas. Al parecer, un tipo diferente de poción Wiggenweld apareció de repente en el mercado de la nada, y según algunos pocioneros con los que hablé y que tuvieron la oportunidad de ver la poción en acción, sus efectos son ampliamente considerados como mejores que los de una Wiggenweld normal-. dijo Fleamont. -De hecho, la gente decía -(y no puedo recalcarlo lo suficiente)- que esta poción es probablemente la mejor poción curativa inventada hasta ahora-.
Los ojos de James se abrieron de par en par. -¿En serio? ¿No es algo bueno? ¿Por qué tanto misterio?-.
-Esa es la parte intrigante-, admitió Fleamont crípticamente. -Según tengo entendido, el creador de la poción ha permanecido en el anonimato y todas las fuentes que tenemos de la poción hasta ahora son poco fiables, lo que significa que nadie sabe de dónde procede la poción. Incluso circula el rumor de que la Asociación de Pociones, al ver la repercusión que tenía la poción dentro y fuera de las Islas Británicas, publicó un falso memorándum para la Sociedad de Pociones Bon Vivant, donde afirmaban que el creador de la poción iba a ser un invitado especial en el evento-. Fleamont se burló. -Lo que obviamente es mentira, ya que yo era el invitado especial, pero divago-.
James frunció el ceño en nombre de su padre. -¿Por qué mintieron?-.
-Por patrocinio, claro-, contestó Fleamont sin perder detalle. -Si el Gobierno francés estuviera interesado en la convención, invertiría en el evento, y como son ricos... bueno, digamos que el evento se bañó en oro este año, que yo recuerde-. Le guiñó un ojo con una sonrisa pícara en la cara. James soltó una risita ante las antigüedades de su padre aunque fueran pequeñas. -De todas formas, el evento era claramente una trampa para cesar al creador de la poción si se dejaba ver ya que la mayoría de pocioneros famosos estaban invitados, pero nadie decía ser el creador y tenía pruebas sustanciales que lo respaldaran-.
James silbó. -¿Impresionistas ya después de su fama? Impresionante-.
-En efecto-, asintió Fleamont. -Pero lo mejor de esta situación, al menos desde el punto de vista de un pocionero como yo, es la estructura de la poción-. Miró a James con llamas en los ojos y una sonrisa lateral de emoción. -Es irreplicable-.
James parpadeó. -¿Y ahora qué?-.
-Irreplicable, no se puede replicar-. Explicó Fleamont. -Durante semanas, desde el descubrimiento de la poción, pocionistas de ambos bandos han intentado replicarla, ya que la Wiggenweld se considera de dominio público, pero ha sido en vano. Por lo general, descomponer una poción en sus componentes básicos no es complicado para la mayoría de los Maestros de Pociones, pero por mucho que mis colegas lo intentaron, la poción era básicamente una Wiggenweld normal. Ahora bien, no es raro que los ingredientes, mágicos o no, pierdan su estructura molecular al fusionarse en una poción, volviéndose esencialmente indetectables en el producto final, pero ¿crear una poción tan insondable hasta el punto de eludir los métodos de replicación y crear una de las pociones curativas más fuertes del mercado hasta la fecha?-. Respiró asombrado. -Eso es más que impresionante... es la obra de un verdadero genio, me atrevería a decir-.
La cabeza de James daba vueltas debido a la excitada perorata de Fleamont. -Vaya-, fue todo lo que pudo decir como respuesta.
-Sí, vaya-. Fleamont no pareció darse cuenta de lo abrumado que se sentía James. -Además, a medida que reunía más información, me enteré de algunas cosas... peculiares sobre todo el caso-.
-¿Cómo de peculiar?- Preguntó Sirius, que había estado escuchando toda la historia, para sorpresa de James. Por otra parte, estaba enfadado con James, no con Fleamont, lo cual era justo.
Fleamont giró el cuerpo para mirar a Sirius de frente, apoyando ambos codos en las rodillas. -Los distribuidores de la poción fueron interrogados por los aurores sobre el paradero del creador en nombre del Hospital St Mungus, que estaba interesado en comprar la fórmula de la poción, pero ninguno pudo dar una respuesta clara. Cuando se les preguntó por qué no podían, mencionaron un contrato que les impedía hablar fuera de lugar-.
-Espera, espera-. James levantó ambas manos para detener el recuento de su padre. -Si la poción tiene distribuidores e incluso un contrato de por medio, es imposible no conocer al creador, ¿no? Tuvieron que hacer el trato de alguna manera...-
-¡Exacto!- Exclamó Fleamont emocionado. -¡Eso es lo que intento decir! Cuando uno de ellos prestó su copia del contrato a los Aurores, no sólo se trataba de un contrato legal aprobado por los duendes, sino que también encontraron varias cláusulas mágicas totalmente centradas en la discreción -(incluidas las de la mente, el cuerpo e incluso la magia)-, lo que hacía imposible que cualquiera de esas personas pudiera transmitir información sobre el creador. Pero lo que hace casi imposible conocer la identidad del creador es el hecho de que ninguno de los distribuidores se reunió realmente con él-.
-¿Qué?- Dijeron Sirius y James al mismo tiempo.
-Sí, lo han oído bien. Todos ellos iniciaron un contrato con esta persona a través del pájaro mensajero-. Fleamont sacudió la cabeza con incredulidad. -Te lo digo, esta persona es un genio-.
-Pero espera, eso no puede ser cierto. Para iniciar un contrato, el papel tiene que mencionar el nombre del oferente al menos una vez para que se considere legal, ¿no? De lo contrario, no es válido. Pero dijiste que nadie sabe el nombre de esta persona...- dijo Sirius.
-Efectivamente, su nombre no estaba en el contrato...-, empezó Fleamont.
-Pero dijiste que era un contrato legal...-
-Pero su epíteto sí-. Terminó Fleamont mientras hablaba por encima de la incredulidad de Sirius. -Uno que aún no hemos visto en la comunidad de pociones, pero que ya ha intrigado a la mayoría de los pocioneros, yo incluido-.
-¿Por qué?- Preguntó James esta vez.
-Porque implica una conexión con una familia que creíamos desaparecida desde los años cuarenta. Esta persona se hace llamar Príncipe Mestizo-, dijo Fleamont repentinamente intenso. -Y si es cierto, y es un Princ3... James, Sirius...- Los miró a ambos. -Teniendo en cuenta el genio de esta persona hasta ahora, creo que tal vez nos dirigimos a una nueva era de la fabricación de pociones por completo-.
Escuchar a su padre admitir algo de esa magnitud era asombroso.
Como hombre veterano en la industria de las pociones, Fleamont rara vez hacía suposiciones erróneas sobre los próximos pocioneros, ya que se mantenía al día sobre la comercialización de productos y los avances de la comunidad incluso después de jubilarse. Si el hombre no hubiera sido tan astuto y hubiera tenido un don para el emprendimiento desde joven, los Potter no habrían sido ni la mitad de ricos hasta la fecha.
James respeta inmensamente a su padre y se esfuerza por convertirse en alguien digno de elogio a través de su futura carrera de Auror un héroe de guerra como Albus Dumbledore o un Auror famoso como Ojo Loco Moody, alguien entre esas personas. Por eso James se esfuerza mucho en su plan de estudios de Defensa y DADA, para que su padre se sienta orgulloso.
Por eso James creía que su padre tenía razón. Esa persona, sea quien sea, cambiará algún día la industria de las pociones... para mejor, espera.
Con la declaración de Fleamont fuera del camino, el viaje fue tranquilo durante el trayecto restante, y tan pronto como lanzaron un Riddikulus sobre un molesto Boggart, los tres estaban de vuelta en el hotel.
Pasaron la noche, como habían planeado, para reponer las energías del largo día y prepararse para el floo de vuelta a casa a primera hora de la mañana. Sin embargo, el tiempo que pasaron juntos no fue preferible a enmendar las desavenencias de James y Sirius. De hecho, como ambos adolescentes se veían obligados a permanecer muy juntos, el tenso silencio que reinaba en su habitación desorientaba bastante a todos los implicados, incluidos Fleamont y el personal del hotel, como las camareras.
Estaba fuera de lugar que los dos chicos se evitaran el uno al otro teniendo en cuenta su historia juntos. Por mucho que lo intentaba, Fleamont no conseguía que ninguno de los dos le respondiera, ya que cada uno desechaba sus preocupaciones o ignoraba sus preguntas, cada uno a lo suyo, pero con las mismas excusas, por irónico que parezca. Esto no hacía más que preocupar aún más a Fleamont.
Sin embargo, la noche era apacible en París, las estrellas estaban alegres, el tiempo estaba despejado y la temperatura era soportable, por lo que los tres se metieron en sus respectivas camas para dormir.
James no estaba enfadado, en sí. Estaba decepcionado y triste. Confiaba en que Sirius al menos le escucharía y esperaría a que James expusiera su caso... en lugar de eso, Sirius le dio la espalda de inmediato, llamándole loco o demente por siquiera contemplar la idea de que pudieran haber hecho suposiciones erróneas sobre Snape.
James entiende, en cierto modo, de dónde viene el argumento de Sirius -(después de todo, él habría reaccionado de forma parecida en el pasado (o, para ser más exactos, hace unas semanas)-, pero presenciar cómo Sirius cometía los mismos prejuicios y reaccionaba en consecuencia a sus creencias que James en su día, fue una vez más revelador.
Esto era con lo que Snape había tenido que lidiar mientras crecía.
Al otro lado de la ventana del hotel, James oyó que alguien tocaba el violín. Una hermosa y melancólica pieza eclipsada por la charla de la gente en el bar cercano, oculta para que pocos la oyeran, incluido él mismo. James, ansioso por los tonos de la canción, cerró los ojos pensando en Snape y al final se vio incapaz de conciliar el sueño.
Sin que él lo supiera, nadie pudo dormir de verdad aquella noche.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
Si James hubiera sabido lo que les esperaba en cuanto volvieran a casa al amanecer, se habría esforzado más durante la noche anterior para reconciliarse con Sirius y dormir como es debido.
-Es una carta entregada por Owlistare hoy temprano-, informó Euphemia en cuanto Fleamont entró en la mansión. -Mont... es sobre Henry-.
Eso fue todo lo que necesitó decir. Aseguraron al cárabo Owlistare en una jaula adecuada y, en menos de media hora, todos se dirigieron hacia la casa de los Potter, donde vivía Henry Potter, padre de Fleamont y abuelo de James.
La carta no podía ser más sencilla y autoexplicativa
Estimados señores Potter,
Es de suma urgencia que regresen hacia Godric's Hollow lo antes posible. El viejo Henry se encuentra en estado crítico y no sabemos cuánto tiempo le queda.
Atentamente,
Victoria Hopkins, cuidadora y bruja médica.
Victoria, la mayor y única bruja médica de la familia, los atendió cuando llegaron a la chimenea, ofreciéndoles información sobre el estado de Henry mientras su elfo doméstico servía té y galletas para calmar a los frenéticos. Según ella, las constantes vitales de Henry se habían ido deteriorando paulatinamente en los últimos días, sin recuperación inmediata, incluso después de administrarle las pociones prescritas en situaciones como ésta, así como sus vitaminas. Tras una evaluación minuciosa durante aproximadamente una semana, determinó que el cuerpo de Henry estaba a punto de apagarse debido a la vejez. Si seguía con el tratamiento, pronto le fallarían varios órganos.
Cuando le preguntaron si debía ingresar a Henry en el St. Murgus, Victoria les aconsejó que no lo hicieran.
-Es un caballero mayor, señor Potter-, había dicho. -Si hay que trasladarlo en su estado actual, corre el riesgo de entrar en shock, e incluso si consigue llegar al Hospital... el viejo Henry no se recuperará de esto, me temo. Nadie puede escapar de la vejez... por mucho dinero que tenga. En lugar de ocupar una cama de hospital muy necesaria, dejemos que Henry pase tranquilamente en la seguridad de su hogar-.
Decir que Fleamont estaba desolado al ver a su debilitado padre postrado en una cama era quedarse corto. Desde el salón, la familia podía oír el llanto del hombre en el dormitorio de arriba se oían con toda claridad los "lo siento" y los "te quiero" de ambos mientras hablaban.
Mientras los dos Potter estaban arriba, llegó el resto de la familia. Charlus Potter entró por la puerta principal seguido de cerca por su esposa Dorea y su hijo, Brandon, primo de James. Intercambiaron cumplidos con Euphemia -(se alegraron de verte y dijeron lo siento)- susurrando por respeto a la conversación que se estaba produciendo arriba. Brandon evitó la incómoda interacción sentándose cerca de James, ya que tenían una edad similar, pero no dijo nada. Su parte de la familia no estaba muy unida a la de Henry, ya que eran parientes de Charles, el hermano ya fallecido de Henry, y como Charlus y Fleamont no se hablaban muy bien, rara vez se veían lo suficiente como para justificar una interacción de apoyo.
Por eso, cuando Fleamont bajó las escaleras llorando a lágrima viva, todos se sorprendieron un poco al ver que Charlus era el primero en abrazarlo con fuerza y susurrarle ánimos para calmarlo.
El amor familiar en tiempos de necesidad era más fuerte que cualquier enemistad que cultivaran entre ellos, al parecer.
-Hola, Sirius-, oyó James que le susurraba Dorea a su amigo. Se sentó a su lado, acariciándole la espalda en señal de apoyo silencioso. -¿Has estado bien?-.
-Hola, tía Dorea-, le devolvió el saludo Sirius. -Sí, he estado bien-. Sonrió ligeramente.
Dorea es la razón por la que Sirius aceptó vivir con los Potter en primer lugar. James dudaba que su amigo hubiera accedido si no hubiera sido por su persuasión como Black que huyó de su familia exactamente como Sirius quería. No por falta de confianza, ni nada por el estilo, sino por inconveniencia... por miedo a ser una carga para la familia. Como Dorea es su tía consanguínea, se sintió más seguro aceptando la ayuda de James después de tener una charla íntima con ella, y como tal, se convirtió en una especie de mentora en su vida.
-Es bueno saberlo, estrellita. Oye, ¿por qué no vamos -(tú, Brandon y yo)- a buscar algo de desayunar para todos a la cafetería cercana?- Preguntó.
-¿Por qué?- Murmuró Sirius.
Ella lo miró con ojos grises y amables. -Deja que los parientes cercanos de Henry lloren en privado durante un tiempo, Sirius. No tardaremos mucho, de todos modos-. Y los tres se marcharon antes de que James se atreviera a protestar.
James sabe por qué lo hizo. Tanto si Dorea es una Potter por matrimonio como si James considera a Sirius su hermano de sangre, Henry no conocía bien a ninguno de los dos. Y Brandon... Brandon creció pegado a la cadera con Charles, al que perdieron no hace ni un año; es comprensible que no quisiera estar cerca de la muerte tan pronto, por lo que Dorea le proporcionó una vía de escape.
Sin embargo, James se arrepintió de no haber dicho nada en cuanto se quedó solo en el sofá. Sin Sirius para buscar estabilidad ni Brandon para buscar normalidad, James se sentía joven como si pudiera contar todos los años que había vivido con los dedos de las manos, aunque supiera que no era cierto.
Enfrentarse a la muerte es un concepto tan extraño al principio... hace que hasta el más valiente de los hombres se desmorone ante tal desesperanza.
-James... hijo...- Fleamont llamó, atrayendo la atención de James hacia él. Fleamont estaba angustiado, sentado junto al sillón mientras Charlus lo mantenía firme sujetándole el hombro y Euphemia le ofrecía una taza de té dopada con calmantes. -James... padre preguntó por ti... deberías hablar con él-. Tomó la taza y bebió un sorbo.
James se quedó mirando. -Papá... no puedo...-
-Deberías hacer lo que dice, James-, intervino Charlus, asintiendo para sí. -Hasta yo sé lo mucho que tío Henry significa para ti, y esta es quizá tu última oportunidad de despedirte. Úsala sabiamente... no seas como yo y pierdas esta oportunidad porque estabas... asustado-. Admitió con un suspiro.
Es bien sabido en la familia cómo Charlus se negó a ver a su padre hasta su último aliento debido a excusas relacionadas con el trabajo. Hasta ese día, James nunca entendió por qué no lo hacía... ¿por qué tenía tanto miedo? ¿Acaso Charles no era su padre? Una de las personas más importantes de su vida, ¿y ni siquiera entonces quiso enfrentarse a él en sus últimos momentos?.
Ahora lo entendía. Lo entendía tan bien, que podría llorar por ello...
-Vamos, hijo-, susurró Euphemia alentadoramente. -Si Henry quiere verte, no deberías hacerlo esperar-.
Y James, sin excusas ni planes repentinos pero no por ello menos valiente, asintió y subió las escaleras hacia lo que sabía que era el dormitorio de su abuelo. Llamó a la puerta y, tras oír un ronco "adelante" desde el otro lado, la abrió de par en par para invitarse a entrar.
Su abuelo estaba sentado en la cama, apoyado en el cabecero, con almohadas que le cubrían la espalda y una cómoda manta sobre el regazo y las piernas. Las ventanas estaban abiertas, dejando que se filtrara la luz del sol matutino, creando un aura etérea alrededor del hombre mientras sonreía a James, indicándole que se acercara con su mano arrugada.
-Jamie-, murmuró. -Te he echado de menos, muchacho-.
James le sonrió, la sonrisa más genuina que sintió que adornaba sus facciones desde toda la debacle con Snape. -Hola, papá. ¿Cómo te encuentras?- Dijo, acercándose a la cama para colocarse junto a Henry.
-Me encuentro bien-, dijo el anciano, cogiendo la mano de James y besándola en el dorso. -¿Y tú? ¿Cómo estás tú?-.
-Yo también estoy bien-, respondió James automáticamente.
Pero Henry tarareó un sonido escéptico, uno que siempre utilizaba contra James cuando le pillaban mintiendo de pequeño. -No creo que eso sea cierto, Jamie-.
James suspiró y le devolvió la mano a Henry. -Podría decir lo mismo de ti, papá, pero no lo comenté-.
-Ah, la diferencia entre los dos, ya veo-. Se rió entre dientes. -El caballero que prefería callarse las mentiras de alguien por inofensivas, y el otro tan directo como la patada de un unicornio-.
James rió ante la comparación de Henry. -¿Yo soy el caballero, entonces?-.
Henry tarareó juguetonamente. -No sé... ¿caballero, quizás...?-.
James resopló, haciéndose el ofendido. -Que sepas, papá, que en marzo del año que viene se me considerará adulto-.
Henry suspiró. -Lo sé-, dijo con nostalgia. -¿Qué no daría por verlo pasar con mis propios ojos...?-.
James se dio cuenta de su error, aspirando un suspiro de reproche para murmurar -Lo siento... No pretendía...-
Henry le interrumpió con una carcajada como campanillas tintineando en el suave viento, tranquilizadora y animada mientras su risa se llevaba las preocupaciones de James. -¿Por qué pareces tan aprensivo, Jamie? Rara vez me ofenden tus descuidos... eso no cambia ni siquiera ahora-.
-Eres mi nieto-, dijo Henry, mirando fijamente a los ojos llorosos de James. -Y sé que crecerás para convertirte en un gran hombre, independientemente de si estoy allí para presenciarlo o no. Sea lo que sea lo que te depare el futuro, con un gran valor y un corazón bondadoso -(cualidades que posees)-, no tengo mucho de qué preocuparme-.
James sonrió tambaleante y resopló al notar su vista distorsionada por las lágrimas. -Gracias, papá... te lo agradezco-.
Henry le devolvió la sonrisa. -Antes de que mi vieja memoria lo olvide, ¿me harías el favor de decirme qué te preocupa?-.
James se quitó las gafas, se limpió los ojos con el dorso de la mano antes de que se le saltaran las lágrimas y negó con la cabeza a Henry. -No creo que sea necesario, Pops-.
Henry frunció el ceño. -¿Por qué no? Siempre me dices cuando no estás bien...-
-Es que...- James volvió a colocarse las gafas en la punta de la nariz y sonrió a Henry. -No quiero molestarte con estos problemas menores... no ahora cuando estás... cuando ni siquiera importa, ¿ves?-.
-Pero a ti sí te importa-, afirmó Henry con inocencia. -No te molestaría si no fuera así, de lo contrario-.
-Sí, pero...- James cerró los ojos para recomponerse.
-¿Sí?- insistió Henry, apretando la mano de James en señal de apoyo.
James respiró hondo para decir -...Es delicado, este pequeño momento que tenemos ahora mismo-, admitió James. -No me gustaría estropearlo centrándome en mí... no cuando tú estás justo aquí... escabulléndote ante mis propios ojos-.
Henry es un hombre amable. Perder a su esposa a una edad temprana, dejar a su hijo pequeño para que lo criara solo, o el hecho de que sirviera como miembro pro-muggle del Wizengamot ante el duro juicio de otros Sangre Pura hasta el día en que fue excluido, no hizo nada para obstaculizar su verdadero ser. Era una persona cariñosa con un toque ligero como una pluma, alguien que se maravillaba de las cosas más pequeñas y esperaba un mundo de buenas acciones de aquellos a los que amaba. La encarnación viva de un corazón amoroso es la sabiduría más verdadera.
De ahí que James no se sorprendiera en absoluto cuando el hombre lo miró y le dijo -Me haría muy feliz si mi último acto en este mundo fuera ayudarte a superar lo que sea que te esté agobiando-. Como si ésas no fueran las palabras más devastadoramente amables que James hubiera oído jamás.
¿Cómo se responde a tanta sinceridad? James no lo sabía y, sin conocimientos ni sabiduría que lo guiaran, se limitó a asentir y a sentarse junto a las piernas de su abuelo en la cama, aliviado pero presentido al mismo tiempo.
-Muy bien-, Henry cruzó las manos sobre la manta, esperando pacientemente el relato de James. -¿Por qué no empezamos desde el principio?-.
-Yo acosaba a un chico de mi edad en Hogwarts-. James cortó las palabras de Henry por lo sano. Frunció los labios con el vil sabor de boca que le quedó tras admitir aquellas palabras. -Le creía malvado, un monstruo disfrazado incluso, pero hace poco he descubierto que no le conozco de nada. Aun así... lo que hice todavía me atormenta y no sé cómo afrontarlo-. Se encogió de hombros como si no pudiera evitarlo.
Los ojos de Henry no guardaban ningún secreto mientras miraba boquiabierto a James, aunque por más que lo intentaba, James tampoco podía descifrar lo que su abuelo estaba pensando. -...Continúa-, dijo Henry sin ningún juicio en su voz. -No te detengas ahora... Me doy cuenta de que hay algo más que eso-.
Los hombros de James se relajaron debido a la falta de decepción o enfado de Henry. Suspiró y se relajó más cómodamente en la cama antes de abrir la boca una vez más para soltar aproximadamente cinco años de contenido sobre su rivalidad y la de Snape. Una enrevesada historia de odio, daño y prejuicios salió de la boca de James como el agua de la escorrentía de un río que fluye por una berma de arena de vuelta hacia el océano. Empieza pequeña, con un goteo, burlándose de la arena cercana hasta que se transforma en una corriente mayor como los rápidos, arrastrando peligrosamente todo lo que encuentra a su paso.
Desde la primera vez que pisó Hogwarts hasta la última (al menos, hasta el próximo septiembre), James relató lo que sintió en aquellas ocasiones en que Snape estuvo presente, lo que hizo entonces y a otros parecidos a él, su proceso de pensamiento y sus acciones hasta el mismo día en que aprendió que siempre había estado equivocado.
Por supuesto, no podía detallarlo todo menos que Henry falleciera antes de conocer el asunto en su totalidad, pero James podía darse una palmadita en la espalda por una historia bien contada.
Con todo fuera del camino, grabado para siempre en la historia a través de sus recuerdos de este momento, James termina su gran relato con un débil murmullo -...y ahora, la persona que creía conocer más se convirtió en un enigma, las acciones que creía justificadas fueron en realidad crueles, y el hermano en el que más confiaba me dio la espalda-. Dijo. -Y ya no sé qué hacer-, admitió James ronco y derrotado.
La sala se quedó en silencio cuando James, por fin, dejó de hablar. A juzgar solemnemente por los rayos de sol nublados al otro lado de las ventanas, llevaban un buen rato conversando sin interrupción. James se preguntó si Sirius habría regresado de la cafetería con la comida del desayuno como había prometido, y sintió que el estómago se le revolvía sonoramente ante sus famélicos pensamientos.
Su abuelo se cansó a medida que la historia de James parecía no tener fin, se recostó completamente sobre las almohadas en una posición semisentada y sólo asentía de vez en cuando para incitar a James a continuar. Pero a medida que el silencio se extendía entre ellos, Henry rompió el incómodo hechizo riendo entre dientes.
-Te has metido en un buen lío, ¿verdad?-. Dijo y se rió un poco más.
La respuesta instintiva de James fue hacer un mohín. -Me alegro de que encuentres divertidas mis crisis vitales, papá-.
-Oh, no, no... No me estoy riendo de ti. Es que nunca se me había ocurrido lo parecidos que éramos a una edad similar-. Siguió riendo entre dientes. -Tu historia me recordó a mi propio 'enemigo jurado'-, citó. -De cuando yo también estudiaba en Hogwarts-.
El interés de James se despertó al instante. -¿Enemigo jurado?-.
-Sí-, asintió Henry. -Aún recuerdo su nombre. Harris. Harris Mccarthy... el peor bastardo que he conocido hasta el día de hoy-.
El repentino cambio de diálogo de Henry arrancó una carcajada de James. -Vaya... creo que nunca te había oído decir palabrotas-.
Henry asintió, sonriendo con suficiencia. -Lo sé, ¿verdad? Pero se merecía el título. Sólo nos conocíamos porque nuestros nombres estaban uno al lado del otro en la lista de llamadas, por aquel entonces. Cada vez que uno de los profesores necesitaba a uno de nosotros, se confundía con quién estaba llamando específicamente, así que lo eludían refiriéndose a mí como el "Harry de Gryffindor" y a él como el "Harry de Ravenclaw", ¿te lo puedes creer? A mí me parecía divertido; a él, no tanto-.
James rió más alto. -¿Por qué? Qué innecesario... ¡Sus nombres ya eran bastante diferentes!-.
-Lo sé, lo sé-, asintió Henry. -Pero no culpes a esos viejos... supuestamente, nos parecíamos tanto que la gente pensaba que éramos gemelos fraternos-. Siguió riendo. -Oh, Harris se enfadaba tanto con esa gente... que en vez de eso me limitaba a ignorarlos-.
-¿Por qué se enfadaba?- Preguntó James entre risitas divertidas.
-Porque no quería que lo compararan conmigo-, admitió Henry. -Verás, Jamie, aunque él era un Ravenclaw y yo un Gryffindor, mis notas siempre fueron más altas que las suyas, si no recuerdo mal. Era un cabrón malvado, lo era, y vengativo también. Solía retarme constantemente y le encantaba regodearse cada vez que ganaba, pero a mí no me iba mejor, tonto y orgulloso como era. Solíamos pelearnos constantemente... perdiendo a veces, ganando otras, con la esperanza de descubrir quién era mejor-.
James tarareó en señal de reconocimiento. -Nunca esperé que tuvieras un pasado así, papá-. Tan parecido al mío se quedó sin decir.
Henry se rió ante la incredulidad de James. -Si conocieras a mis compañeros de Hogwarts, Jamie, te dirían que yo no era tan blando. De hecho, te dirían lo sorprendidos que estaban de verme cambiar tan bruscamente a lo que soy hoy-.
El tono de la explicación de Henry llamó la atención de James por alguna razón. Ladeó la cabeza intrigado. -¿Abruptamente? ¿Por qué, ha pasado algo?-.
Fue entonces cuando el ambiente cambió.
Las nubes ocultaban el sol en el exterior, pintando la habitación de azules y grises de una tormenta aún por llegar. El aire era pesado debido a la electricidad de los truenos en la distancia, pero con la tensión de una pregunta difícil de responder. El viento agitaba las cortinas, ensombreciendo la expresión arrugada de Henry y la pérdida de la sonrisa en su rostro, pillando a James desprevenido en el proceso.
-Sí...- Henry asintió lentamente. -Murió... Harris, quiero decir-. Se miró las manos, donde jugaba con la punta de las uñas. -Fue tan... repentino. Estaba allí un día, al siguiente ya no estaba, y una semana después, falleció... dejándonos a todos atrás para maravillarnos de lo sucedido-.
James se quedó sin palabras que decir. Al ver la tristeza en la expresión de su abuelo, sólo pudo murmurar un débil -Siento tu pérdida...- como compensación por su falta de palabras de consuelo.
Henry sonrió y sacudió la cabeza. -La última vez que vi a ese muchacho de pie, recibió graves noticias sobre su familia. Todos contrajeron la viruela del dragón, y me refiero a todos. Desde sus abuelos hasta sus padres y su hermana pequeña... tenía ocho años en aquel momento, creo. Nadie sabe cómo una familia muggle contrajo la viruela de dragón -(Harris era nacido muggle, ya ves)-, pero de alguna manera lo hicieron y no podían permitirse una cura... en aquella época, la cura de la viruela de dragón no podía venderse a los muggles-. dijo Henry. -Fue uno de mis pocos logros mientras estuve en el Wizengamot... hacer que la cura de la viruela de dragón fuera gratuita para todos usando el caso de Harris como ejemplo-.
James se sorprendió. -Eso es horrible...- No podía ni imaginarse lo que Harris estaría sintiendo en ese momento, sabiendo que su familia moriría por culpa de una estúpida ley.
-Le dieron a elegir quedarse en Hogwarts para mantenerse a salvo de enfermedades contagiosas, o volver a casa. Eligió irse, aunque eso significara que él también enfermaría-, continuó Henry. -No conozco todos los detalles porque no éramos muy amigos, pero por lo que sé, cuando regresó a Hogwarts, toda su familia había fallecido-.
-No quería molestarlo en esos momentos difíciles, así que lo evitaba-, admitió Henry mientras bajaba la mirada. -Por eso, me perdí el día en que ingresó en el ala médica con viruela de dragón-.
-¿La contrajo?- preguntó James con incredulidad. -Al menos tuvo acceso a la cura... ¿no?-.
Pero Henry se limitó a negar con la cabeza. -Rechazó el tratamiento-.
-¿Por qué iba a...?-
-Quería estar con su familia, fuera como fuera...- Dijo Henry, logrando callar a James. -Ni siquiera podían hechizarle la poción en el estómago porque provocaría una reacción de regurgitación antes de que hiciera efecto. Al final, lo dejaron pudrirse en la cama antes de trasladarlo a San Mungus... no querían la muerte de un alumno en el historial del colegio, ya ves-.
James vio un relámpago iluminando el cielo, seguido de un trueno. Sólo entonces se le ocurrió -...Papá, ¿por qué me estás contando esto?-. Preguntó lentamente.
Pero Henry parecía demasiado perdido en su pasado como para oír a James. -Antes de que lo trasladaran, tuve la oportunidad de visitarlo en el Ala Hospitalaria por última vez-, dijo. -No recuerdo por qué, ya que, de nuevo, no éramos íntimos, pero entré a hurtadillas de todos modos...-. Respiró hondo y suspiró. -Parecía...- Henry se detuvo.
James esperó, pero cuando Henry se quedó callado, preguntó despacio -¿Parecía qué?-.
Henry parpadeó. -Muerto... al menos por dentro. Perdió tanto en tan poco tiempo... ya no era la misma persona, lo notaba en el vacío de sus ojos-. Henry señaló sus propios ojos. -Apagados y brillantes como los de una muñeca vacía. No importaba lo que dijera, no podía llegar a él. Merlín, apenas podía reconocerle en aquel momento...-. Fue entonces cuando Henry empezó a llorar.
Los ojos de James se abrieron de par en par. -Eh... eh, papá...- James se levantó y estuvo al lado de Henry en un santiamén, envolviendo a su abuelo en un abrazo. -Está bien, Pops... oye, estoy aquí...-
Henry le devolvió el abrazo con fuerza. -Es de lo que más me he arrepentido en la vida... nunca...-. Tragó saliva. -Nunca me atreví a entablar amistad con él, aunque lo deseara de verdad-.
James se separó del abrazo para mirar fijamente a su abuelo. -...¿Cómo es eso?-
Henry ladeó la cabeza. -Era un cabrón mezquino, sí, eso es cierto... pero yo disfrutaba de los momentos que pasábamos juntos. Las competiciones, las bromas... me atrevería a decir que, sin él, no me habría esforzado tanto por mejorar mis notas ni habría conseguido tantos logros. Él era lo que me impulsaba a hacerlo mejor y, a su vez, yo era el suyo. Como tal, siempre quise ser su amigo... hacer que esos momentos fueran permanentes y cotidianos. Pero, por desgracia, no fui lo bastante valiente, incluso durante sus últimos momentos, sólo fuimos rivales... y lo lamento para siempre-. Henry suspiró.
Henry cogió la mano de James y apretó con las pocas fuerzas que le quedaban. -Jamie, no cometas el mismo error que yo-. Dijo, sacudiendo la cabeza. -Dices que no sabes qué hacer a continuación con tu aprieto, pero tú y yo sabemos que eso no es cierto-. Henry miró fijamente a los ojos de James con determinación y seriedad en los suyos. -La persona que creías conocer se convirtió en un enigma, y sin embargo estás empeñado en desentrañarlo. Los actos que creías justificados fueron crueles, y sin embargo estás decidido a arrepentirte y hacer las cosas bien a partir de ahora. El amigo en el que confiabas te dio la espalda, y sin embargo sigues refiriéndote a él como un hermano... ¿lo entiendes, Jamie?-.
James sintió que los lados de su boca se levantaban en una casi sonrisa. -...empiezo a entenderlo-.
Henry le devolvió la sonrisa amablemente. -Habla con ese chico antes de tomar ninguna medida inmediata, y empieza por ahí. Mantente ecuánime y fiel a tu amabilidad y comprensión. Por fin, enmienda a ese amigo tuyo antes de perder a tu hermano. ¿Crees que podrás hacerlo?-. Henry sonrió satisfecho.
James le devolvió la sonrisa. -Pan comido...- James mintió tambaleándose. -Gracias, papá-.
Henry lo abrazó rápidamente antes de soltar a James. -Ayudarte es lo mejor de mis días. De nada, hijo mío-.
Fuertes vientos seguidos de lluvia golpearon las ventanas antes de que James pudiera responder, anunciando la llegada de la tormenta. James fue a cerrar las ventanas antes de que la habitación se inundara de agua, sin embargo, fue demasiado tarde para el escritorio y otros objetos junto al dosel, ya que quedaron empapados de inmediato.
-Joder, vale, le diré al elfo doméstico que limpie esto por ti, papá-, dijo James mientras se dirigía hacia la puerta.
-Jamie...James-, le gritó Henry, corrigiendo sus palabras.
James se giró ante la llamada de su abuelo, esperando pacientemente las palabras del hombre. -¿Sí?-.
Henry lo miró fijamente en la oscuridad de la habitación con las ventanas cerradas, y luego sonrió con resolución. -Dile a Charlus que suba; hace tiempo que no lo veo-.
-Lo hará...-
-Y James... no olvides lo que te dije. No te arrepientas de tus inacciones como lo hice yo-.
James asintió con firmeza. -Sí. Gracias de nuevo, papá-.
La sonrisa que Henry le dirigió cuando James se marchó fue lo más brillante que había presenciado nunca, seguida de una risita baja y un movimiento de cabeza, como si le divirtiera la respuesta de James. Sin embargo, parecía tan amable... como si aquella sonrisa fuera intencionada, un regalo de despedida dulcemente envuelto en el engaño de la tranquilidad.
Llovió durante una semana seguida en Godric's Hollow después de que los Potter visitaran a su mayor, y en la mañana de la última llovizna, cuando el sol por fin llegó a las ventanas de la cabaña de los Potter, falleció Henry.
James comprendió por qué era tan difícil enfrentarse a los seres queridos cuando sabemos que se perderán para siempre... porque el recuerdo de su última charla o de su última sonrisa perseguirá a los afortunados que se despidan durante el resto de sus vidas. Y cuando James se enteró por su padre del fallecimiento de Henry, rompió a llorar con la última sonrisa de su abuelo grabada en la memoria.
Para siempre recordado como el hombre más amable que James conoció.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
A James Potter y compañía,
Siento mucho su pérdida. Cuando mi abuela falleció hace unos años, yo también estaba inconsolable. Se pasa mejor con el tiempo -(yo lo sabría, ya han pasado años)- pero siempre viven en nuestros corazones. Te deseo lo mejor.
Ahora, sobre Sirius... No lo conozco mucho como para formarme mis propias opiniones sobre el caso, la verdad. Si sigue enojado contigo, ¿por qué no intentas disculparte primero? Funciona con las chicas.
Lo que quiero decir es, ¿hablar con él, tal vez? Intenta solucionar el problema y sigue a partir de ahí.
Tu amiga,
Lily Evans.
La carta de Lily había sido toda una sorpresa para James. Debía de sentir compasión porque ella también había perdido a su abuela y, por lo tanto, comprendía los sentimientos de James. James estaba encantado con el giro de los acontecimientos, porque posiblemente era la primera vez que ella respondía a una de sus cartas.
Se apresuró a contestar, con la esperanza de mantener una conversación real con ella esta vez.
Querida Lily Evans,
Entiendo que el dolor es temporal. También comprendo que las cosas irán bien y que la normalidad acabará volviendo a nuestro hogar, pero comprender ayuda poco a sobrellevar la pérdida. A pesar de todo, agradezco tus amables palabras, ya que han ayudado a traer una pizca de luz a mi día una vez más.
En cuanto a mi situación con Sirius... disculparme no es el camino, me temo. Le conté algo importante para mí y se ofendió ya que va en contra de sus opiniones y creencias, pero este resumen poco ayuda a entender la situación sin contexto.
No le revelaré la verdad todavía ya que no sé si está dispuesto a saberla o no, pero si está interesado en ayudarme y entender la verdad, por favor escríbame lo antes posible.
Atentamente,
James Potter.
Allí. Si Lily sentía curiosidad, respondería y entablarían conversación. Anzuelo, línea y plomada.
No tardó en llegar una nueva carta. James sonrió satisfecho en cuanto se fijó en la letra de Lily.
Para James Potter,
Sé lo que intentas conseguir aquí, Potter, y deberías avergonzarte de usar tu enemistad con Sirius para tener mi atención. No me interesa nada.
Sigo lamentando lo de tu abuelo y espero que estés bien, pero aparte de eso, no tengo ninguna obligación de responderte.
Lily Evans.
Y la sonrisa burlona de su rostro cayó inmediatamente después de leerlo. James frunció el ceño, chasqueó la lengua, disgustado y decepcionado... y si era sincero, ligeramente dolido. Sólo deseaba seguir hablando con Lily, pero parecía que su carta le transmitía una historia diferente.
Tenía experiencia en el arte de "ser ignorado por Lily Evans", pero esta vez se sentía lo suficientemente desesperado como para intentar enviar otra carta, sabiendo que no serviría de mucho, pero con la esperanza de que de todas formas cambiara algo
Querida Lily Evans,
Te pedí que me contestaras porque quería seguir hablando contigo, nada más. Sirius estuvo a mi lado cuando papá falleció, cosa que le agradezco, pero ahora me evita y seguirá haciéndolo hasta que todo se resuelva. Sólo me siento mal por todo lo que está pasando y quería que alguien me escuchara en ese sentido. Lo que sea que estés suponiendo sobre mis intenciones probablemente esté equivocado.
Sé que estás pensando en Remus y Peter, pero ellos aún no han respondido a mi carta inicial. Eres la persona más cercana geográficamente y la más simpática que conozco. Por favor, habla conmigo, aunque sea un poco.
Atentamente,
James Potter.
¿Ha sido demasiado sincero al principio de su carta? ¿Se burlaría Lily de él por ello? James, por su parte, esperaba que no. Tampoco era precisamente un santo... Remus y Peter sí respondieron a la carta que anunciaba el fallecimiento de su abuelo. Ambos expresaron sus condolencias, mientras que Remus fue un paso más allá y le invitó a ir juntos a comprar los útiles del próximo curso al callejón Diagon, con la esperanza de animar a James. Incluso admitió estar en contacto con Sirius, que ya había aceptado la salida. También esperaban que las desavenencias entre él y Sirius se resolvieran ahora que los Merodeadores volverían a reunirse tras semanas separados.
Por desgracia, James suspiró cansado y envió la carta que escribió a Lily antes de aceptar la invitación de Remus.
Para su sorpresa, una carta de Lily llegó el mismo día, horas más tarde.
Para James Potter,
Perdóname. Puede que haya actuado de forma demasiado drástica. Estoy tan acostumbrada a que pongas excusas por mi causa, que olvidé considerar tu honestidad en este caso. Lo siento de verdad.
Como compensación, me gustaría escuchar tu historia como me ofreciste al principio, pero no a través de cartas. Tengo la sensación de que lo que tengas que decir no se puede transmitir a través de cartas correctamente... de lo contrario, ya me lo habrías dicho a estas alturas.
He descubierto hace poco que la vieja chimenea de la biblioteca que hay cerca de mi casa es un lugar de floo público, así que podemos vernos en el Caldero Chorreante si quieres. Incluso podemos dar un paso más e ir a comprar los útiles del próximo curso... eso te animará. ¿Qué te parece? ¿Hay algún día en que podamos vernos en persona?.
Tu amiga,
Lily Evans.
James sintió como si todos los planetas de nuestro sistema solar se hubieran alineado simultáneamente para hacer su vida un poco mejor. Tanto sus amigos como la chica de sus sueños le invitaron a ir de compras al Callejón Diagon, dándole el poder de enlazar esos acontecimientos, y pasar todo el día con su grupo de apoyo más cercano después de meses en la oscuridad.
Por supuesto, tenía la opción de convertir la salida con Lily en una cita, pero ahora mismo, lo único que James deseaba de verdad era que las personas a las que aprecia estuvieran cerca y se divirtieran juntos.
Por lo tanto, envió una carta a Lily invitándola al día de compras de sus amigos en un abrir y cerrar de ojos con la hora a la que quedarían en el Caldero Chorreante.
Ella pareció complacida a juzgar por su carta de respuesta
A James Potter,
¡Cuenta conmigo! Los veré a ti y a los chicos entonces.
Sinceramente,
Lily Evans.
🌫🌫🌫🌫🌫🌫
El día era soleado, el cielo estaba despejado y James estaba entusiasmado.
James se dijo a sí mismo que el disgusto de Sirius no se interpondría en su camino y se comprometió a ello, sonriendo encantadoramente desde el momento en que se despertó hasta que se estaban preparando para salir.
Fleamont quería que los chicos se divirtieran lo más posible y se animaran después de los recientes acontecimientos, así que le dio a James una buena cantidad de dinero (re: mucho) para comprar algo más que sus útiles escolares, con la esperanza de animarlos a ambos a interactuar ya que Sirius necesitaba ropa nueva y James una escoba nueva. Euphemia hizo más o menos lo mismo, encargándole a Sirius sus bocadillos caseros para que los mordisquearan mientras recorrían las tiendas.
Juntos, aunque de mala gana, James y Sirius atravesaron la chimenea y entraron en el Caldero Chorreante tan rápido como se lo permitieron los ámbares verdes.
-¡Potter!- La dulzura de la voz de Lily fue lo primero que registró al salir de la chimenea, arrancándole una gran sonrisa.
Sin embargo, cuando miró en su dirección...
-Buenos días, Potter-.
Se quedó de piedra al ver los ojos oscuros de Severus Snape.
James pensó que los planetas se habían alineado para traerle su bendición y buena suerte en este esperado día. Lo que no esperaba era que la suerte tomara la forma de un chico moreno obstruyendo su camino hacia la luz... directamente hacia las esperadas manos de la oscuridad de la que tan desesperadamente se arrastraba para salir.
Pero con la suficiente determinación, James estaba dispuesto a averiguar la profundidad de esas sombras.
Cueste lo que cueste.
Chapter 19: Act 2, Cap 10 - The beautiful woman, the strong woman, and the troubled woman (but they are all one and the same).
Chapter Text
Como los días duraban más, Severus tenía bastante más luz solar con la que trabajar durante el verano.
Su horario era exigente para su antes sedentario cuerpo adolescente, si era sincero. Se levantaba a las seis en punto todos los días para preparar el desayuno -(tomando nota cuando se quedaba sin algún ingrediente, lo que ocurría con bastante frecuencia, para poder dar un paseo hasta la tienda de comestibles más cercana en el rocío de la mañana para despertarse adecuadamente)-. Su cocina abarcaba desde la tradicional cocina británica -(salchicha, huevo, tostadas, judías, champiñones y tomates)- hasta otras recetas que había aprendido a lo largo de su vida pasada. A Severus le gustaba bastante el pan de queso y la tarta de harina de maíz seguidos de una taza de café, tanto como adoraba las tortitas, los gofres, los bollos y, a veces, como capricho, un sándwich de aguacate. Pero a menudo, optaba por yogur y frutas, mientras que el resto de la comida era para sus padres.
Después de terminar de cocinar la comida, salía a la calle para liberarse de la crueldad de los cuervos en sus sombras para cazar en el bosque cercano, y luego comenzaba su rutina de ejercicios en el patio trasero durante una hora, aumentando progresivamente la carga de trabajo a medida que se acostumbraba a los ejercicios y a la sensación de sus músculos desgastados. Aunque sintiera los brazos y las piernas como gelatina, Severus volvía a entrar y subía las escaleras para ducharse, ponerse ropa cómoda y despertar a sus padres para el día.
Al principio, Eileen se mostraba reacia a permitir que Severus estuviera en la cocina mientras ella dormía hasta tarde, pero después de unas cuantas mañanas disfrutando de su comida, lo permitió sin rechistar. Tobías, en cambio, era como un fantasma de lo que había sido. Él, a diferencia de Eileen, era más que reacio a comer la comida que Severus preparaba por miedo a que contuviera veneno o alguna otra magia que el adolescente pudiera usar contra él. En sus propias palabras, prefería comerme al vago del bar del centro y volver a beber hasta perder el conocimiento. Sin embargo, tras verse obligado por su estómago famélico a probar la comida una mañana, Tobías empezó a comer con diligencia y nunca volvió a quejarse. De hecho, rara vez hablaba durante el desayuno o en cualquier momento del día, antes y después del trabajo.
Severus se dirigía al cobertizo después de conversar, aunque a duras penas, con sus padres. Allí, les daba comida y magia a las hadas mientras observaba su desarrollo y, cuando se comportaban, las dejaba vagar por el laboratorio bajo su supervisión para que estiraran las alas. Después, cuando las hadas volvían a estar bien encerradas en el vivario, Severus empezaba a preparar sus tandas de pociones hasta el almuerzo y, aun así, seguía preparando hasta la cena, cuando Tobías ya había llegado a casa.
Baste decir que su negocio de pociones funcionaba de maravilla, si es que su estilo de vida no lo delataba ya.
Aunque el señor Martini fue el primero y el más fácil de contratar, Severus había conseguido ese mismo día siete firmas más de otros negocios de pociones en decadencia en el callejón Knockturn. Lo hizo persuadiéndolos y manipulándolos hábilmente utilizando sus conocimientos de su vida anterior. Verás, Severus tuvo una pasantía con Matin Martini el verano anterior a su séptimo año; él fue quien no juzgó el interés de Severus por la magia oscura y le ofreció la oportunidad de trabajo por la que Severus estaba tan extasiado en ese entonces. Aprendió todo lo que había que saber sobre ingredientes, metodología de pociones y rumores sobre el marcador negro de pociones durante aquellas semanas que pasó en el callejón Knockturn, incluidos aquellos siete desafortunados propietarios de establecimientos de pociones que quebraron más o menos cuando Severus se convirtió en un adulto legal.
Al ofrecerles a todos ellos vender su poción, está ampliando su propia red y sus distribuidores -(y, por tanto, sus ingresos)-, además de ayudarles a superar sus deudas y salvar sus negocios. Una situación en la que todos salen ganando.
Después de recoger todos los contratos a través de un cuervo, Severus se dirigió inmediatamente al Banco de Magia Gringotts para legalizar el papeleo con los duendes a fin de activar las cláusulas mágicas que contenían y, si era posible, crear copias mágicas para sus socios comerciales como una formalidad, ya que sabía que otros estarían interesados en su trabajo legal en el futuro. Después de todo, si sus cálculos eran correctos, su Wiggenweld mejorada sería la poción curativa más eficaz disponible en esta época, lo que llamaría mucho la atención.
El procedimiento transcurrió sin problemas durante la primera hora. Uno a uno, sus contratos fueron analizados para detectar signos de juego sucio, como la Maldición Imperius, y legalizados por un empleado goblin del departamento de registro, una vez que se determinó que todo era conforme a la ley. El duende enarcó una ceja al leer algunas cláusulas, pero no dijo nada más. Los contratos relativos a los brujos no son tan cuidadosamente inspeccionados por los goblins si no se benefician de ellos, razón por la cual Severus prefería recurrir a los servicios de los goblins antes que a los de los humanos.
Asimismo, como a los goblins les importa poco la política de los brujos, Severus sabía que su identidad estaría totalmente a salvo en sus manos, ya que entra dentro de su confidencialidad como cliente. Trabajar con goblins es así de preferible a cualquier otro.
Todo fue bien con los contratos y las copias que le proporcionaron, por lo que Severus se sintió agradecido. Sin embargo, mientras le daba la mano al duende para excusarse, otro duende, una vieja hembra, apareció por la entrada del cubículo.
-Disculpe, ¿es usted el señor Snape?-. Dijo con la voz más ronca que él había oído nunca, como las cuerdas vocales de un fumador milenario. Era tan vieja que su nariz parecía un arrugado melocotón pútrido y sus orejas estaban curvadas hacia dentro como hojas secas.
Aunque Severus desconfiaba un poco, asintió a su pregunta.
-Vengo a informar a Severus Snape de que el Banco de Magia Gringotts tiene un asunto importante que tratar con usted-. Dijo ella, mirando en su dirección con ojos blancos y sin vida... ojos ciegos si tenía que adivinar.
Severus tarareó afirmativamente para anunciar su presencia, pero sólo consiguió que la duende le ladease la cabeza.
-Me llamo Gnolke y soy el indicado para ayudarle en este asunto-. Se presentó. -¿Está libre para complacerme hoy, señor Snape?-.
Severus tarareó, confundido sobre de qué se trataba. No recordaba ningún asunto en el banco mientras tenía dieciséis años: Lord Thurio, su abuelo, no moriría hasta que él fuera adulto y aún no tenía una cuenta personal en Gringotts que le garantizara ningún asunto importante. Aparte de la conversión de libras en galeones y la legalización más reciente de sus contratos, no había nada que discutir.
-Disculpe mi descortesía, señor Snape, pero ¿por qué no dice nada? Soy ciego, como ve, y apreciaría respuestas vocales-. Dijo secamente.
Glynror, el duende que hasta ahora asistía a Severus, se aclaró la garganta. -Perdone mi interrupción, señora Gnolke-, dijo. -Pero mi cliente, el señor Snape, no puede hablar en este momento-.
Ladeó la cabeza arrugada, incrédula. -¿Por qué?-.
Glynror respondió -El señor Snape tiene una hoja en la boca en este momento, por lo tanto no puede hablar-. Siguió su declaración revolviendo algunos papeles en su escritorio, buscando el correcto. -Actualmente está en proceso de intentar una transformación Animagus, que requiere que el mago mantenga una hoja de mandrágora en la boca durante un mes sin falta. Hoy le he tomado declaración; por la tarde estará registrada en la base de datos del banco-. Agitó el papel con la declaración de intento y la firma de Severus en la mano para advertir a Gnolke de su existencia.
Legalmente, cualquiera que intente una transformación animaga tiene que declarar el intento de antemano. La declaración de intento es similar al Acuerdo de Asunción de Riesgos y Liberación, básicamente indemnizando, salvando y manteniendo indemne a cualquiera y a cualquier cosa relacionada con el individuo que intenta la transformación, pero también, advirtiendo de posibles demandas, investigaciones sin sentido y proporcionando costes sanitarios en caso de que la transformación salga horriblemente mal y/o se vuelva irreversible. Si un brujo intentara la transformación sin la declaración y fracasara, no será indemnizado por violar la ley.
Por eso la gente no intenta convertirse en animagos. No sólo el riesgo es demasiado grande -(las transformaciones irreversibles incluyen transformaciones inacabadas (híbridos mitad humano mitad animal), miembros deformados, daños en el núcleo mágico, pérdida de autoconciencia, etc.)-, sino que el trabajo legal que conlleva no proporciona ningún beneficio al individuo, aparte del coste sanitario, que sólo puede aplicar el individuo. ¿Y si el individuo no es consciente de su propia existencia en el momento en que se produce la transformación? En ese caso, la persona está condenada.
Por supuesto, si alguien realiza la transformación con éxito sin declararse de antemano, puede simplemente registrarse como animago tras pagar una tasa determinada por la situación. Un estudiante de Hogwarts sin antecedentes penales ni uso ilegal de su forma de animago pagará una pequeña cuota, mientras que alguien de la talla de Sirius Black -(alguien que utilizó su transformación ilegal de animago para escapar de Azkaban)- tendría que pagar una cantidad mayor de dinero, naturalmente.
Gnolke suspiró profundamente tras conocer la noticia. -Sin su voz, no se puede lograr nada, ya que este proceso requiere el acuerdo vocal, me temo-. Dijo a lo que Severus se sintió intrigado. Sólo se necesita un acuerdo vocal para dos cosas para registrar su consentimiento en voz alta o porque es un requisito. Ambas relacionadas con escenarios importantes... escenarios que cambian la vida.
Severus no podía comprender lo que estaba sucediendo.
Lamentablemente, como ese día no podía usar la voz cómodamente sin riesgo de que entorpeciera su progreso, lo enviaron a casa con una palmada detrás de las rodillas y la promesa de volver una vez terminado el proceso de animago -(independientemente de si estaba intacto o no)-, sin una pista de para qué lo necesitaban.
-Como la situación no es urgente, no veo problema en dejarte ir por ahora. Pero en cuanto puedas, busca a Gnolke. No te entretengas-. Le ordenó con los ojos entrecerrados y él asintió cortésmente aunque ella no pudiera ver.
La poción Wiggenweld mejorada de Severus empezó a circular por el mercado al día siguiente de que se oficializaran los contratos.
Con su nuevo y ampliado grupo de cuervos, que ahora contaba con veinte individuos, sus pociones llegaron directamente a las tiendas del callejón Knockturn casi todos los días de las semanas siguientes. Pero, si era sincero, apenas pasaron tres días antes de que la demanda de su poción se disparara.
Todo gracias a las sorprendentes dotes publicitarias del señor Martini.
Aquel hombre por sí solo convenció a más de la mitad de la población del Callejón Knockturn por pura fuerza del rencor y excitación maníaca sobre la legitimidad de la poción de Severus en el impresionante lapso de esos tres días antes mencionados. Mientras Severus lo espiaba de vez en cuando a través de los ojos de sus cuervos, Martin nunca perdió su sonrisa ganadora y su brillante porte. Con la vista parcialmente arreglada y el lado izquierdo de la cara casi curado después de dos o más viales de la poción de Severus, el hombre hizo todo lo posible por pagar su parte del acuerdo que tenían.
-¡Señoras y señores! Soy yo, Ojo Quemado Martini, una vez más para entregar el más reciente lote de Wiggenweld+ en esta hermosa mañana de verano. Todos los que tengan heridas graves o residuos oscuros, ¡por favor, tomen asiento en primera línea! Con sólo un galeón por vial, ¡podrán llevarse la cura a sus problemas de inmediato!- Dijo a la multitud que rodeaba su tienda. Las monedas de oro caían al suelo mientras la gente se ofrecía a comprar uno, dos o incluso tres viales a la vez con la esperanza de arreglar sus cuerpos rotos.
Severus observó a la gente del Callejón Knockturn, considerada lo peor de la humanidad andante, arrodillarse para coger las monedas caídas con la esperanza de comprar otro vial, uno más para terminar de curar sus oscurecidos pasados, y sonrió. Puede que no fuera el método de venta más limpio, pero hacía bien su trabajo. Aquellas personas estaban comprando una oportunidad para tener una segunda oportunidad en la vida... y, a su vez, difundir la existencia de su poción más allá del Callejón Knockturn a su debido tiempo.
A medida que la popularidad de la poción crecía, los ocho contratistas de Severus vendían a un ritmo acelerado, ganando más monedas de las que sabían qué hacer con ellas. Los cuervos de Severus se abalanzaban en la oscuridad de la noche para recoger su parte de las ganancias al final de cada día, como un siniestro recordatorio de con quién estaban trabajando para mantener a esa gente a raya. Por esa razón, los contratos se construían meticulosamente para que los distribuidores no pudieran robar a Severus y, como resultado, sus cuervos siempre regresaban con bolsas llenas de galeones de cada tienda.
Con el dinero que obtenía, los ingredientes y los frascos no eran problema para reponerlos mediante entregas desde Blanche's y Foster's. De hecho, como los materiales necesarios para elaborar la poción eran baratos, su beneficio resultó ser mejor de lo que había previsto. Según sus cálculos, estaba ganando aproximadamente la misma cantidad que su sueldo de Hogwarts al día gracias a una poción de su propia elaboración.
En cierto modo, eso entristeció a Severus. Si tan sólo hubiera tenido el dinero para convertirse en Maestro de Pociones en su vida anterior, en lugar de haberse pasado al lado oscuro, Severus probablemente se habría convertido en un pocionero de renombre y habría evitado las tragedias que se abatieron sobre su vida... no. No se perdería en los "y si..." de aquella época. No ahora, cuando ya está cambiando el curso de su vida.
De todos modos, su poción acabó llegando a oídos de toda la isla británica y más allá a través de las bocas de aquellos a los que ayudó, las investigaciones sobre su identidad comenzaron como un reguero de pólvora debido a la insistencia de San Mungus y los intentos de copiar su trabajo resultaron inútiles incluso a través de las manos de sus mejores pocioneros.
Severus se limitaba a sonreír con suficiencia ante los artículos que hablaban del Príncipe Mestizo en el Diario el Profeta mientras desayunaba cada mañana. Ver a esos brujos corriendo como pollos sin cabeza por su culpa era lo mejor de sus días.
La vida le iba bien, por lo que él podía ver.
Hasta que su madre decidió preocuparse.
🌫️🌫️🌫️🌫️🌫️🌫️
-Severus, ¿por qué te haces el mudo?-. preguntó Eileen una buena mañana de domingo mientras comían un delicioso plato de tortitas de arándanos -(Tobías, a pesar de no trabajar los domingos, se sintió atraído por el olor de la comida, y acabó uniéndose también a ellos en la mesa, aunque malhumorado)-.
En aquel momento, Severus aún tenía la hoja en la boca y, por lo tanto, no podía hablar. No culpa a su madre por tomarse su tiempo antes de preguntarle por su mutismo; él también se cercioraría primero de la situación antes de mover ficha. Al fin y al cabo, Eileen tenía que ocuparse de sus propios asuntos antes de preocuparse por él. No se encontraba en un buen estado de ánimo tras el enfrentamiento con Tobías, la última vez que él se había pasado de la raya, y necesitaba tiempo para recomponerse y pensar en su próximo curso de acción.
Han pasado aproximadamente dos semanas desde la tarde en que le pidió paciencia a Severus y, a día de hoy, sigue llevando consigo la mariposa Tailed Jay a todas partes. Incluso ahora, en la mesa del desayuno, la mariposa permanecía sobre su hombro. Severus no se atrevía a "mariposear" a la cosa, ya que parecía simbólica para su madre, así que mantenía un pequeño pero apretado flujo de su magia para mantener viva a la mariposa.
Su conjetura es si Eileen le está preguntando por sus problemas, o bien ha encontrado un terreno estable para mantenerse erguida o lo está desafiando en su lugar, para permitirle explicarse de una forma que no puede hacerlo con nadie más, ya que ella es la única con la que puede conversar mientras está en casa.
Si se trata del primer caso, entonces Eileen está hecha de un material más duro de lo que Severus nunca lo estuvo no se veía a sí mismo recuperándose tan rápido después de lo sucedido. Sin embargo, si es el segundo, la guiaría para que dejara de preocuparse por él y volviera a centrarse en sí misma, si fuera posible.
Aún así, como ella necesitaba una respuesta, cerró el Diario el Profeta y lo dejó sobre la mesa antes de responder en lenguaje de signos con un simple "larga historia" para tantear el terreno y ver a dónde llevaba la conversación.
La respuesta de Eileen fue inclinar ligeramente la cabeza, obligando a la mariposa de su hombro a volar y cambiar de posición. Ella le devolvió el gesto, "¿por qué?", al tiempo que decía -¿por qué?-. En voz alta.
Severus hizo señas de "no puedo" y luego de "hablar" lentamente para transmitir su razonamiento.
Ella frunció el ceño. -¿Por qué no puedes hablar?-.
A lo que Severus volvió a responder con "larga historia" y se encogió de hombros cuando ella le entrecerró los ojos. Caminaban en círculos.
Ella asintió para sí misma como si se preparara para una larga conversación por delante. -Bien. Severus-, dijo con voz firme, sin lugar a discusiones. -Necesito que de alguna manera me digas cómo y por qué no estás hablando, de lo contrario, haré suposiciones equivocadas, me preocuparé mucho y te preocuparé a ti a su vez-. Le miró fijamente a los ojos. -No aceptaré otra larga historia u otro encogimiento de hombros por tu parte, jovencito. ¿Entendido?- Terminó ferozmente.
Ah, pensó Severus. Sí que es mi madre. Le robó una mirada a Tobías tras las palabras de su madre y se encontró con un hombre ceñudo, con la tortita a medio camino de la boca, mirándola estupefacto. Quiso soltar un bufido, pero se lo guardó, temeroso de que Eileen pensara que se estaba riendo de ella.
Eileen rara vez exigía algo o disciplinaba a Severus cuando Tobías estaba cerca, temerosa de cómo reaccionaría. Sin embargo, a espaldas del hombre, Eileen era una madre muy buena hasta la médula. No aceptaba excusas de Severus cuando era joven, pero se ponía delante de los arrebatos de Tobías siempre que su hijo estaba en peligro. Era amable cuando debía serlo y firme cuando la situación lo requería.
Ahora era uno de esos momentos en los que ella necesitaba ser más firme, y él lo entendía -(si un niño a su cargo se quedara mudo de repente, él también se preocuparía)-, pero en lo que realmente se había centrado Severus era en que Eileen mostrara su lado maternal delante de Tobías por primera vez, quizá, si sus recuerdos eran fiables. Sintió orgullo por ella, puro y crudo orgullo.
Independientemente del orgullo que sentía por ella, Severus aún tenía que responder a su pregunta antes de que ella perdiera la paciencia.
Suspiró por la nariz y levantó una mano para convocar a uno de sus cuervos para que lo ayudara: Arcángel, el líder de la antipatía. Voló desde el exterior a través de la ventana de la cocina y se posó en los dedos que él le ofrecía con un saludo: "¡Kraa!". Lo que tuvo el gran beneficio de hacer que Tobías se sobresaltara de su silla.
Ella, junto con sus congéneres, se estaba perfilando como bastante leal a Severus. A Arcángel, en particular, le gustaba llevar a los cuervos al callejón Knockturn, aunque no tuviera ningún paquete que entregar. Como Severus no está allí para supervisar la operación todos los días, tener a Arcángel y a Kuro guiando y protegiendo a los desalmados era un golpe de buena suerte. Confía en sus cuervos tanto como en sí mismo, pero Arcángel en particular se hizo rápidamente un hueco entre sus favoritos.
Arcángel inclinó la cabeza ante él, dispuesta a atender sus órdenes. El Tailed Jay aprovechó la conmoción para posarse en la base de su cabeza, en la zona del cuello, como una pequeña pajarita de lunares. Severus al ver esto resopló divertido, pero no le hizo caso, a su vez agitó la mano en dirección al cuervo mientras Eileen observaba. -Mandrágora... hoja-, dijo ella en su lugar con la misma distorsión animal que los demás.
Tobías resopló con amargura. -Claro que habla, joder...-. Dijo turbado, sacudiendo la cabeza.
Pero Eileen permaneció en silencio. Se quedó boquiabierta mirando al pájaro, como si hubiera dicho algo imperdonable, luego sus ojos se abrieron de par en par y su expresión se transformó en miedo cuando se volvió para mirar a Severus.
Severus sabía el porqué de aquella reacción. Su madre es lista (¿de dónde crees que saca su inteligencia?), y ya se había dado cuenta de lo que implicaba una hoja de mandrágora en la boca.
-Severus...- susurró incrédula. Entonces, como si se tratara de la activación de un interruptor, se levantó de la silla y golpeó la mesa con las manos, exclamando -¿Estás intentando una transformación Animagus?-. Luego se quedó paralizada por lo que había hecho.
Ya ves, los viejos hábitos son difíciles de perder, especialmente cuando esos hábitos se imprimen en ti a través de amenazas de daño. Para Eileen, que hacía todo lo posible por comportarse en presencia de Tobías y Severus para no atraer la ira de Tobías sobre su hijo, lo que había hecho era una novedad. Una novedad peligrosa. Sin embargo, su cerebro trabajaba a kilómetros por hora y un par de cosas se hicieron evidentes en ese momento. Por un lado, tenía miedo de perder a su hijo como resultado de una transformación Animagus fallida. Dos, Tobías no podía tocarla ni a ella ni a su hijo aunque quisiera.
Eileen se giró rápidamente para mirar a Tobías, viendo su incredulidad, pero aparte de eso, se quedó en su lado de la mesa, con el azul arándano manchándole la barba y las yemas de los dedos como un niño desordenado. La sorprendió mirándola fijamente y le frunció el ceño fingiendo enfado por su actitud, pero sólo consiguió que, en lugar de intimidarle, pareciese estar a punto de sufrir una rabieta infantil.
Tobías no podía tocarla ni a ella ni a su hijo aunque quisiera.
Miró fijamente a Severus una vez más. Su hijo seguía sentado en su silla con el pájaro posado en la mano, completamente tranquilo, sin ningún miedo ni de ella ni de Tobías, el hombre que estaba allí mismo sin hacer nada aunque ella se hubiera pasado de la raya en ese momento.
Tobías no podía tocarla aunque quisiera.
Durante dos semanas, Eileen reflexionó. La casa nunca había estado tan silenciosa desde el incidente del salón, no es que estuviera muy activa en primer lugar, pero ahora, parecía desprovista de los componentes que la hacían ser lo que era. Tobias no gritaba ni golpeaba nada y Severus no le devolvía los gritos de rabia. Las cosas por las que antes parecía tan preocupada de repente no le preocupaban, por lo tanto, todo estaba tranquilo.
Pensó en todos los años que ha vivido hasta ahora. Su infancia, con su familia aún intacta: sus padres, sus abuelos, sus tíos y tías, sus primos y primas de todas las formas y tamaños. Sus años en Hogwarts, cuando era ingenua e impresionable, y lo mucho que echaba de menos ser la presidenta del Club de Cálamo de Hogwarts o sus impresionantes comentarios en Pociones. Lo absolutamente destruida que se sintió cuando los miembros de su familia fueron elegidos uno a uno para morir después de que los pillaran suministrando sus pociones a ambos bandos de la guerra. Lo vacía que se sintió cuando su padre era el último familiar que le quedaba con vida.
Eileen recordó cómo su noviazgo con Tobías comenzó simplemente como un acto de rebeldía. Su padre quería controlar su vida después de la tragedia, con la esperanza de devolver la gloria a su familia casándola con algún sangre pura, pero Eileen no quería esa vida. Su madre era una romántica empedernida antes de que la asesinaran, y contaba historias de sus muchas parejas antes de conocer a Thurio, el indicado, solía decir, y enamorarse. Eileen quería eso, quería enamorarse. Sin embargo, Thurio estaba decepcionado con su forma de pensar. La llamaba infantil, decía que no era lo bastante madura para mantener una relación seria sin su guía y que acabaría por alejar al hombre muggle debido a su incompetencia, y eso hería su orgullosa mente adolescente.
Intentó demostrarle que estaba equivocado dando el siguiente paso en su relación con Tobías.
El resultado fue un embarazo sorpresa.
Cuando todo salió a la luz, fue repudiada y se vio obligada a aceptar la bondad de Tobías para tener un techo bajo el que cobijarse y la oportunidad de criar a su hijo como es debido. Se casó con él a pesar de conocerlo desde hacía sólo unos meses, pero pronto quedó claro que no era el buen hombre que ella creía. No era el hombre adecuado que ella esperaba. Se convirtió en un hombre sediento de poder, que disfrutaba del hecho de que Eileen no tuviera a dónde ir -(su inexperiencia en el mundo muggle era tal)- y se aprovechó al máximo de ello, destruyendo sus pocas posesiones mágicas, empezando por su varita, labrando el camino que finalmente la llevaría a la perdición.
Eileen Snape, de soltera Prince, se acostumbró a que su historia fuera deprimente por todas partes. Fue desechada por fea en plena adolescencia, perdió a casi toda su familia poco después, se enredó en un embarazo joven con un hombre al que apenas conocía y fue repudiada por ello, todo ello sin mencionar los años de abusos a manos de él. Siempre le decía a su hijo que no se preocupara porque todo era un cuento, como un mantra para mantenerlo cuerdo mientras vivía bajo el mismo techo que aquel hombre. No temas ni llores, todo es sólo un cuento, y como en la mayoría de los cuentos, al final todo irá bien, o algo por el estilo. Sin embargo, nunca se lo creyó de verdad.
Los vencedores escriben la historia, y ella estaba segura de que su historia llena de desesperación no ganaría al final. Porque por mucho que lo intentara, su historia no era justa, sino la más infiel de todas.
O eso creía ella. Porque su hijo, su increíblemente talentoso y cariñoso hijo, le dio la clave de una salida.
Reflexionar es el privilegio de quienes tienen paz mental para pensar, y en esas dos semanas que pasó en su mente, se dio cuenta de que era libre. Como un pájaro desorientado liberado de su jaula tras años atrapado en ella, aún no se había dado cuenta de que podía volar.
No estaba automáticamente mejor, no la malinterpreten. Tobías estaba allí y los años que vivió a sus expensas aún pesaban sobre sus hombros, pero tenía a su hijo al que cuidar y, por él, aprendería a volar de nuevo.
Por lo tanto, volvió a su primera situación tenía miedo de perder a su hijo como resultado de una transformación animago fallida.
La mente de Eileen volvió al presente con un gemido que salía de su propia boca. Apoyó las manos sobre la mesa y respiró hondo para recomponerse, mirando hacia abajo.
-Déjanos en paz, Tobías-, dijo el cuervo de Severus sin dejar de mirar al hombre. No necesitaba que se lo dijeran dos veces, temía que la casa lo castigara por el estado emocional de Eileen y estaba un poco desconcertado por su comportamiento. Cargó con un plato de tortitas y huyó de la cocina, maldiciendo en voz baja mientras se alejaba.
-¿Cuánto tiempo...?- preguntó Eileen una vez que estuvieron solos.
Arcángel ladeó la cabeza. -Desde el día en que me lo pediste...- Pero no pudo terminar.
-¡Habla con tu propia boca, Severus!- gritó Eileen, sobresaltando a Arcángel, que batió las alas y gritó en respuesta. Eileen tenía los ojos muy abiertos mirando la mesa de madera, temblando como si tuviera frío. -¡Quítate ese rito de la hoja de la boca y habla conmigo!-. El ligero acento irlandés de su familia materna se hizo notar debido a su angustia.
Pero Severus negó con la cabeza. No se echaría atrás en su decisión de convertirse en animago.
No tenía ninguna razón específica para hacerlo, aparte de probarse a sí mismo que era capaz. Potter, Black y Pettigrew fueron capaces de transformarse sin problemas, a pesar de que eran jóvenes e inexpertos en aquel momento. No estaba celoso de sus logros, porque ya no era un adolescente impresionable, sino impresionado, por no decir un poco exasperado. Al fin y al cabo, la transformación animaga es peligrosa si no se hace con ayuda, y los Merodeadores no pidieron ayuda. Incluso Harry parecía compartir su inquietud por su imprudencia.
-En los mundos en los que éramos compañeros de clase, amigos o parientes, sus travesuras no dejaban de provocarme suficientes arrugas y pelo blanco para veinte vidas por delante-, admitió Harry una vez, hace mucho tiempo, con un suspiro de sufrimiento. -Una vez, yo era un Gryffindor muy amigo de James -(casi parte de los Merodeadores por aquel entonces)- cuando él propuso la transformación Animagus. No bromeo... Luché con uñas y dientes para detener a esos bufones antes de que se mataran, ¡pero eran tan testarudos! Resumiendo, Sirius y James acabaron desfigurados y todo... mal. No estaban destinados a conseguir la transformación animaga en ese mundo, ya ves-. explicó Harry. -Al final, terminé el trabajo que me pidió la Muerte y me 'largué' de vuelta al Entre después del incidente. Quedé traumatizado durante años después-. Terminó dando un sorbo a su té como si no acabara de decir algo perturbador en ningún sentido.
Severus recuerda que lo miraba con total incredulidad y horror. -¿Y me estás proponiendo que intente el proceso Animagus después de contarme esto?-.
-¿Eh?- Harry había tarareado confundido. -Bueno, ¿sí? Eran adolescentes mortales; obviamente, los riesgos eran mayores de lo que hubieran podido imaginar. ¿Pero tú? Tu alma es la de un Caminante de las Sombras-. Afirmó. -Los Caminantes de las Sombras son famosos por su capacidad de cambiar de forma para parecerse a la mayoría de las cosas. Independientemente de que tu cuerpo sea humano, tu alma garantiza que no fallarás en la transformación... si realizas el proceso correctamente, claro. Pero no dudo de tus capacidades... si quieres convertirte en animago, claro-. Sonrió con picardía en los ojos.
¿Qué haría alguien si le dijeran que puede intentar la transformación animago sin preocuparse de convertirse en un pez deforme si sale mal? Naturalmente, intentarían la transformación, y Severus no era una excepción. Es un adulto con prioridades, pero eso no le hace inmune a lo fantástico ni a las oportunidades de ampliar su arsenal. Por lo que él sabía, podía transformarse prácticamente en cualquier animal. Dados los desafíos que tenía por delante, necesitaba tanta ventaja como pudiera conseguir.
Además, no fracasar no se traduce necesariamente en triunfar, así que Severus aceptaría el claro desafío de Harry, como otra vez, para probarse a sí mismo que era capaz. Así, Severus procedería. Después de todo, él ya había declarado su intento, en parte porque no quería ensuciar su nombre yendo al proceso sin una declaración legal, y en parte para mostrarle a Potter cómo debería haber hecho las cosas responsablemente. Suena mezquino, pero, de nuevo, Severus no es inmune a la mezquindad. Al contrario, no es un santo.
Con un suspiro frustrado por la nariz, Severus volvió a firmar "no puedo" y esperó.
Eileen volvió a sentarse, con las piernas temblorosas por el miedo. -Por favor-, intentó suplicar, algo que estaba acostumbrada a hacer. -Por favor, te lo imploro. No puedo... no puedo perderte a ti también-. Se le saltaron las lágrimas. -No puedo... no puedo-. Su magia era salvaje debido a su miedo. Mariposas acuosas volaron en desorden a su alrededor como un torbellino agudo.
Severus, al ver las lágrimas y la magia de su madre, comenzó a hacer señas frenéticamente, "no lo harás, no lo harás" como si arrojara sus preocupaciones por encima de su hombro y las alejara con cada gesto, pero ella no estaba prestando atención.
-¡Ya lo he perdido todo!- Se lamentó. -¡No puedo perderte por una estupidez! Severus, déjate de tonterías. Podrías morir, ¡sabes que podrías! ¿Por qué lo intentas? ¿Qué te impulsó a hacerlo? ¿Es por esos chicos de los que me hablaste? ¿Los que te molestan en la escuela? ¿Te dijeron que lo hicieras? ¿Estás tratando de probarte a ti mismo? ¿Por qué? ¿Por qué...?- Divagaba mientras lloraba más fuerte, dejando que su acento se espesara con cada palabra.
Estaba entrando en pánico. Severus intentó agarrarla de la mano, pero ella aprovechó su proximidad para agarrarle de los hombros y mirarle fijamente a los ojos con desesperación. -¡Detente!- Dijo ella. -Sea cual sea el motivo, por favor, ¡detente! ¡No puedo perder a mi único hijo! No como perdí a todos los demás-.
-¡No lo harás!- Exclamó Arcángel en lugar de Severus desde encima de su hombro.
-¡No lo entiendes!- Le gritó Eileen al cuervo. -¡No tienes idea de lo que se siente perder a todos los que una vez amaste...!-. Las palabras se atascaron en su garganta tan pronto como salieron. Se atragantó con algo invisible, algo pesado que plagaba el aire a su alrededor en ese instante, impidiendo que el aire llegara a sus pulmones. Jadeó ante el olor sulfúrico combinado con la presión de estar bajo el agua, sobresaltada por el brusco cambio de atmósfera, que le dejó la espalda sudorosa y la mente en desorden. Pero tan pronto como llegó, se disipó.
Oyó un gemido de incomodidad seguido de la sensación del pelo haciéndole cosquillas en las orejas y la respiración en el lateral del cuello. Cuando su mente dejó de intentar procesar lo que la tenía tan asustada, se dio cuenta de que Severus había apoyado la cabeza en su hombro. Sus brazos la habían envuelto en un abrazo del que ni siquiera se había dado cuenta.
-Mamá-, susurró con cuidado para que no se le escapara la hoja que tenía en la boca. -Estoy bien. No... te preocupes-.
Gimió, dejando que sus lágrimas cayeran libremente antes de moquear algo feo. Sólo entonces, cuando sus manos temblaban, su cuerpo estaba frío y su mente en blanco, abrazó a Severus con fuerza. Llorando en voz alta sobre su hombro togado y apoyándose en él como un salvavidas.
Severus agradeció su Oclumancia avanzada justo en ese momento. Su magia casi arremetió contra su madre por su acusación, como si no supiera lo que significaba perderlo todo... como si no le persiguieran los rostros de aquellos a los que una vez falló. Ella no lo sabe, tuvo que recordarse a sí mismo. Ella no lo sabe y nunca lo sabrá, prometió. Sin embargo, al igual que Eileen necesitaba que Severus la abrazara en ese momento, el propio Severus necesitaba enterrar la cara en su hombro y oler su perfume de lilas para calmarse.
Mientras Severus estrechaba a su madre entre sus brazos, permitiéndole llorar sobre su hombro y empaparle la túnica de fresa con lágrimas hasta que no pudo llorar más, pensó... que fuese cual fuese el material del que ambos estaban hechos, probablemente era lo más resistente que podría llegar a ser. Porque seguir caminando hacia adelante a pesar de que su pasado les pesaba, era quizás un milagro en sí mismo.
Él la mantendría firme todo el tiempo que ella necesitara. A su vez, Eileen Snape se convertiría en la mujer viva más feliz si Severus se salía con la suya.
Sin que él lo supiera, Eileen tenía pensamientos similares. Estaba decidida a hacer las cosas bien y justas para Severus. Un sentimiento tan profundo que si Severus la viera a los ojos, se perdería en su amor por él.
Es a la vez irónico, un asombro y una maravilla, cómo las personas con problemas se esfuerzan por apoyarse mutuamente a pesar de sus defectos.
Eileen moqueó. -En otro orden de cosas-, susurró, -me impresiona que hayas enseñado a tu cuervo a hablar con tanta claridad-. Elogió.
Severus rió entre dientes y firmó "gracias" a sus espaldas.
🌫️🌫️🌫️🌫️🌫️🌫️
El verano mira desde su torre descarada, A través de las barras parpadeantes de julio.
A medida que avanzaban los días, trayendo las cálidas brisas veraniegas y la humedad del sur, la rutina de Severus no se desviaba mucho de lo que había establecido al principio.
La de Eileen, en cambio...
-¿De dónde sacas el dinero suficiente para suscribirte al Diario el Profeta?-. preguntó de pronto Eileen una mañana, mientras observaba atentamente a Severus echar el azúcar a cucharadas, suave y lentamente, en las claras para el merengue. Estaba haciendo macarrones a petición de ella mientras le mostraba sistemáticamente el proceso de preparación y horneado.
Desde el día en que Eileen lloró sobre su hombro, algo se instaló en ella. Severus no estaba seguro de lo que era, pero a raíz de ello se volvió perspicaz como un halcón, notando cualquier cosa fuera de lo común y preguntándole constantemente sobre cualquier asunto. Se integró en su rutina diaria tanto como le fue posible, pasando de molestarlo en la cocina todas las mañanas a verlo hacer ejercicio en el patio trasero, e incluso entonces, hablando con él cada vez que tenía la oportunidad.
A Severus no le importaba demasiado; si era sincero, le resultaba bastante entrañable. Le gustaba que Eileen lo acompañara y se involucrara más en su vida, lo cual también tenía el gran beneficio de ayudar a mitigar un poco su aburrimiento. Sin embargo, a veces ella lo sorprendía con preguntas personales al azar y exigía respuestas, a pesar de la incapacidad de Severus para hablar con la hoja aún en la boca.
-Pociones-, respondió en su lugar Arcángel, encaramado en el alféizar.
Severus también se dio cuenta rápidamente de que Arcángel tenía la paciencia y la cortesía de un ángel de verdad. Cualquier pregunta que tuviera su madre, por odiosa que fuera, Arcángel la respondía por él sin preguntarle nada. Como resultado, Severus la mantenía cerca.
-¿Vendes pociones?- Preguntó Eileen a lo que Severus simplemente asintió. -¿Y de dónde sacas esas pociones?-.
Arcángel estornudó debido al polvo de azúcar que se levantaba del tazón. -¡Yo las hago, gwah!-.
Eileen frunció el ceño. -¿Dónde?- Y Severus respondió señalando el cobertizo del patio trasero a través de la ventana de la cocina.
Según la experiencia de Severus, la verdad es la mejor de las mentiras. Con la forma en que su madre lo observaba, no era cuestión de si investigaría el cobertizo, sino de cuándo lo haría. Decirle la verdad era la mejor manera de evitar que inspeccionara el interior sin su permiso. Después de todo, no quería que ella estropeara su trabajo o enfadara a sus hadas.
Un ejemplo. Enarcó una ceja, confundida, antes de recordar -Ah, claro. Tu kit de pociones. Chico listo, usando tus conocimientos para ganar unas monedas. Sólo dime si necesitas reponer ingredientes-. Ella le sonrió.
Severus le devolvió la sonrisa y asintió. Este fue el final de la conversación.
Pero con el paso de los días, Severus se daría cuenta de que Eileen era mucho más insistente de lo que él la recordaba en su vida anterior, y el hecho de que fuera su madre hacía aún más difícil tratar con ella, porque no podía tratarla con rudeza o indiferencia.
-Severus, ¿dónde aprendiste magia sin varita?-. preguntó Eileen mientras esperaban a que los macarrones terminaran de hincharse en el horno. Severus hojeaba el periódico mientras esperaban.
-La escuela- contestó Arcángel mientras Severus se lamía el pulgar y pasaba la página.
-¿Oh? No sabía que ahora enseñaban magia sin varita en Hogwarts-.
Severus la miró y negó con la cabeza. -No lo hacen-, volvió a decir Arcangel por él, poco impresionado.
Eileen parpadeó. -Ah-.
Una vez más, ése fue el final de la conversación.
Sin embargo, Severus seguía subestimando la insistencia de su madre.
-Dime, ¿cómo domesticaste a tu cuervo...-
-Cuervos- Corrigió Arcángel.
-... Cuervos, gracias. ¿Cómo domesticaste a tu Cuervos?-.
Estaban haciendo ejercicio juntos después de hornear el desayuno, o Severus lo estaba haciendo, al menos. Eileen observaba desde las escaleras del porche cómo Severus hacía flexiones en el jardín, bebiendo un poco de té mientras comía los macarrones que había preparado. Llevaba un vestido de verano muy endeble, que utilizó como excusa para no participar en el ejercicio con él, ya que volaría con el viento. Arcángel estaba a su lado, comiendo migas de macarrones en el plato de Eileen y dejando caer de vez en cuando migas sobre las plumas de su pecho para alimentar al Tailed Jay que seguía posado en su cuello.
Severus resopló durante sus flexiones, pero al final cayó sobre la hierba, molesto por la pregunta. Se dio la vuelta para tumbarse boca arriba y firmó "no importa" después de exponer sus manos sucias.
Tragó un trozo de macarrón antes de decir -Sí importa-.
Severus se incorporó y repitió el signo de "no importa" con más fuerza y el ceño fruncido.
Eileen se limitó a hacerle un mohín pero cedió, dando por terminada la conversación una vez más. Sin embargo, como Severus esperaba, no por mucho tiempo.
-¿Es pociones tu mejor asignatura en Hogwarts?-. preguntó Eileen después de que Severus terminara sus ejercicios y volviera a entrar a tomar su propio desayuno. Ella preguntó justo cuando él estaba a punto de verter el yogur en su tazón, pero él asintió en respuesta de todos modos antes de cortarla usando el periódico como una barrera entre ellos mientras comía.
Otro día -Tú inventaste el amuleto que usaste con tu padre, ¿verdad?-.
Él asintió.
-¿Puedes mostrarme tus notas?-.
Negó con la cabeza.
-...¿Por favor?-.
Tarareó y volvió a sacudir la cabeza.
Otro día más -¿Declaraste tu intento de transformación Animagus?-.
Severus asintió mientras tarareaba.
-Bien. No tenemos dinero para pagar la cuota, como sabes-.
Severus se limitó a tararear de nuevo.
Y otro día más, -¿Te gusta alguien?-.
Severus se aclaró la garganta con un poco de agua y sacudió la cabeza.
-¿Qué hay de esa chica, Lily?-.
Severus tosió, derramando agua. Luego se secó la barbilla con un paño de cocina mientras volvía a sacudir la cabeza en señal de negación.
Severus ni siquiera respondió a eso, simplemente le hizo una mueca y se alejó con su café matutino.
Llevaba semanas haciéndolo. Preguntas totalmente aleatorias, aparentemente surgidas de la nada y sin seguimiento, como si estuviera recogiendo piezas meticulosamente y sin un orden específico para intentar resolver el rompecabezas que es la vida de Severus. Su madre es inteligente, él sería el primero en decirlo, pero la forma en que abordaba el tema de su vida era molesta, simple y llanamente.
Fue después de muchos días de luchar contra su mutismo que, una mañana como cualquier otra, Severus se quitó por fin la hoja de mandrágora de la boca después de llevarla durante un mes. Se sintió muy aliviado de terminar por fin con esa parte del proceso de Animago, ya que no podía pasar un día más sin hablar. -Amato Animo Animagus, maldito cabrón-. Murmuró a la hoja en su mano con gusto.
Sin pensárselo mucho, se dirigió de inmediato al cobertizo del patio trasero para preparar la Poción Animagi y prepararlo todo para las tormentas eléctricas de verano que se avecinaban, decidiendo saltarse el desayuno y los ejercicios matutinos por primera vez desde su regreso de Hogwarts.
Naturalmente, su madre se dio cuenta.
Golpeó la puerta apenas unos minutos después de que él se hubiera colado dentro, haciendo temblar los cimientos del frágil cobertizo con cada golpe. Sus hadas, hasta entonces profundamente dormidas, se despertaron sobresaltadas con siseos felinos debido al sonido, y algunos de sus cuervos comenzaron a burlarse de Severus imitando el sonido de los golpes con el pico, como si molestaran a niños pequeños. Severus, por su parte, apoyó la cabeza entre ambas manos y gimió frustrado.
Antes de que fuera a derribar la puerta como un toro, Severus la abrió y sacó la cabeza fuera. -¿Sí?-.
Eileen, con el puño ya levantado para llamar de nuevo, se detuvo a medio movimiento. Todavía estaba en pijama, con zapatillas y todo, y tenía el pelo alborotado por culpa de la rígida almohada. Aun así, jadeó cuando oyó hablar a Severus, y luego dio una palmada con una risa aliviada. -¡Te has quitado la hoja de la boca!-.
Severus puso los ojos en blanco, pero no pudo contener la sonrisa que adornó sus facciones ante la felicidad de su madre. -Sí, lo he hecho. Los días con la hoja de mandrágora en la boca se debían a esta mañana-. Explicó.
-Gwah-, dijo Arcángel mientras se posaba cómodamente en el hombro de Eileen. Después de que su madre no lo dejara en paz durante semanas, Arcángel y Eileen desarrollaron una fuerte camaradería y un sentimiento de protección sobre Severus que él no podría empezar a entender aunque lo intentara. Llegaron al punto en que Eileen ahora permitía que Arcángel durmiera en su habitación, en una percha que había colocado junto a su cama y que una vez perteneció a su vieja lechuza. A Tobías, por su parte, le disgustaba tanto la perspectiva de dormir con un pájaro cerca de su almohada que decidió marcharse y ahora duerme solo en una habitación de invitados separada.
Al final, empezaron a dormir en habitaciones distintas, como en su vida anterior.
Severus enarcó una ceja mirando al cuervo. -Sí, gracias, Arcángel-. Contestó con tono inexpresivo. -En fin, ¿me buscabas, madre?-.
Eileen se animó. -¡Ah, sí! Sí, te buscaba. Me desperté y no estabas en la cocina, así que pensé -(¿quizá se fue a comprar sin mí?)- pero las llaves seguían en el llavero, ya ves-. Me explicó. -Le pregunté al pequeño Ángel por aquí dónde estabas y me indicó el cobertizo-, dijo Eileen mientras acariciaba la cabeza de Arcángel, que tarareaba orgulloso de sus acciones.
Severus entrecerró los ojos mirando a Arcángel, sintiéndose cómicamente traicionado. Desde luego, el cuervo al que consideraba uno de los más fiables le había vendido a su madre sin una pizca de culpa. Así son los animales. -Muy bien-. Asintió. -¿Necesitas algo más, madre? Me temo que no estaré disponible por el momento, ya que aún tengo que preparar la Poción Animagi...-
Eileen canturreó. -¿Podría ver tu proceso de elaboración, en realidad?-. Se sonrojó avergonzada tras preguntar. Era muy perceptible en sus mejillas ya que estaba pálida por la falta de luz solar. -Nunca te había visto preparar pociones, y me has dicho que Pociones es tu mejor asignatura... también lo era la mía. A mí se me daban muy bien las pociones en su día... pero, oh, no intento desmoralizarte ni nada de eso, sólo quiero ver cómo lo haces, eso es todo-. Ella le sonrió genuinamente.
Severus estuvo a punto de devolverle la sonrisa, pero cuando los engranajes de su mente empezaron a girar, perdió el impulso. De repente, como si le hubieran dado una bofetada en la cara, se dio cuenta de algo crucial y su expresión decayó.
Buscó en sus recuerdos un momento en que su madre lo hubiera visto hacer magia, cualquier momento, pero no le vino a la mente nada más que el Encantamiento Oppugno malus. Como Tobías no les permitía hablar de magia en la casa, Severus y Eileen nunca hablaban de su crecimiento y desarrollo, él nunca le mostraba sus habilidades ni le ilustraba lo lejos que había llegado desde que era un niño. No tenían nada, salvo el viejo libro de folclore de ella, que Tobías había quemado cuando lo encontró más o menos cuando Severus cumplió diez años, y sus relatos sobre el mundo mágico.
Era desgarrador, porque Eileen falleció en la primera vida de Severus, durante el verano en que por fin se le permitió practicar magia fuera de la escuela; murió sin llegar a saber de lo que él era capaz. Momentos después de que pudieran reunirse, momentos después de que él pudiera salvarla, ella se quedó fría y abandonada, y el recuerdo le rompió el corazón.
Eileen Snape nunca había visto a su hijo hacer magia, al menos no entonces.
-¿Severus?- Preguntó Eileen, despertándolo de su ensoñación. -¿Pasa algo malo? Si no me quieres cerca mientras trabajas, lo entiendo...-
-No-. Dijo él antes de que ella se disuadiera de la oferta, pero se arrepintió al instante al ver sus ojos cabizbajos y su sonrisa derrotada. No le había entendido. -Quiero decir que sí. Puedes verme trabajar, no me importa. Perdona, estaba pensando en otra cosa-. Cerró los ojos y levantó su escudo de Oclumancia lo suficiente para librarse de los recuerdos. Una vez que estuvo seguro de que no se derrumbaría delante de Eileen, abrió el resto de la puerta y se hizo a un lado para permitirle la entrada.
Ella seguía preocupada, se dio cuenta, pero asintió y entró en el cobertizo antes de que Severus cambiara de opinión. -Vaya...- fue lo primero que dijo al ver las reformas de Severus. Eileen no esperaba encontrarse con una remodelación completa de un laboratorio de pociones en condiciones, si sus ojos abiertos de par en par le delataban. -¿Cómo...?-
Él la miró con ese brillo travieso en los ojos, algo juguetón y nuevo por lo que ella podía ver. Siempre aparecía cuando Severus estaba a punto de decir algo gracioso o sarcástico, ella también lo notaba. -Porque me sale natural, obviamente-. Y sonrió como si supiera que sus logros eran impresionantes.
Ella suspiró y puso los ojos en blanco. -Por supuesto, dirías eso. ¿Por qué esperaba otra cosa?-.
Severus se encogió de hombros antes de cerrar la puerta y acercarse al banco de trabajo. -No soy de los que cumplen sus expectativas-. Hizo un gesto con la mano a Arcángel y al resto de sus cuervos para que cogieran los ingredientes que necesitaría en los estantes altos, todo ello mientras colocaba un pequeño caldero estándar encima de la mesa. -Prefiero superar las expectativas que los demás tienen de mí en mis propios términos-.
Eileen tarareó su afirmación mientras paseaba por el laboratorio, observando su atención al detalle con el lugar. Desde la ventilación hasta las paredes bien pulidas, los robustos taburetes, sillas y mesas, el suelo antideslizante, las herramientas, vasos de precipitados y matraces, e incluso la pecera decorativa. Todo, aunque la mayoría eran piezas transfiguradas, estaba a la altura de un laboratorio profesional de pociones de la talla de los que había en la casa de su familia, por lo que ella recordaba.
Cuando Severus dijo que Pociones era su mejor asignatura, ella no esperaba tanta consideración, pero se sorprendió gratamente.
Un silbido agudo la sacó de sus pensamientos. Dio un pequeño respingo y miró a su lado para fijarse en los ojos de un hada desnutrida y cabreada dentro del tanque, que arañaba el cristal y le siseaba agresivamente. Cuando Eileen se acercó, observó que había cuatro más aparte de la agresiva dentro de lo que parecía ser un vivario. Al percatarse de que la humana desconocida fisgoneaba, otras dos hadas empezaron a sisearle y a destrozarla.
-Perdona a Frost, Floura y Eve-, dijo Severus sin mirarla ni una sola vez, demasiado concentrado en la mezcla de sus ingredientes en el mortero. -Las hembras obreras son muy protectoras con los miembros jóvenes y no dominantes de su colonia-.
-¿Por qué se comportan así?-. Golpeó el vidrio, sobresaltando a la joven hada rubia y al macho que descansaba detrás, enfureciendo aún más a las tres hadas de delante.
-Por favor, deja de golpear el vidrio-, le dijo arqueando una ceja, y ella dejó de meterse con las hadas. -Son salvajes. Las descubrí en este estado y las he estado rehabilitando desde entonces-.
-¿Desde cuándo?-.
-Aproximadamente un mes, creo-. Dijo mientras molía meticulosamente los ingredientes secos, aparte de la hoja de mandrágora. -Si quieres que dejen de silbarte, dales algo de magia-.
Eileen enderezó la espalda. -¿Magia?-.
Severus la miró rápidamente antes de volver a su trabajo. -Da rienda suelta a tu magia. Deshaz los nudos apretados, deja de aferrarte y deja que tu magia baile alrededor de esas hadas-.
Eileen se quedó mirándolo un rato después de sus palabras. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien le había dicho que soltara su magia?.
Desde muy pequeña le habían dicho que le faltaba control mágico. Su magia se encendía cuando estaba cerca de otras personas, ya fueran seres queridos o personas a las que despreciaba, y causaba malestar en todo el mundo, independientemente de si intentaba controlarla cuando estaba enfadada o emocionada. Le dijeron que, como no podía controlar sus emociones, era una bruja fracasada. Suponían que no tenía corazón porque su magia era fría como el hielo.
Nunca, es la respuesta. Nunca nadie le pidió que diera rienda suelta a su magia.
Pero su hijo lo acaba de hacer, sin ningún juicio y con confianza en ella.
Y así, ella hizo lo que le dijeron.
Suspiró mientras la presión de la habitación aumentaba y la temperatura descendía al permitir que su magia abandonara poco a poco su cuerpo y llegara al exterior. Severus seguía trabajando en su poción sin incidentes, ajustando el fuego de la estufa para mantener el caldero a una temperatura fija, y para Eileen, no ocurría nada significativo. No pasaba nada, aparte de sus músculos relajados y la sensación revitalizante de la magia recorriendo su cuerpo.
No podía decirse lo mismo de Severus.
A través de su vista de mago, cientos y miles de mariposas acuosas volaban en todas direcciones, oscureciéndole alegremente la vista con su presencia. La gentileza y las cualidades frías de su magia lo envolvieron en un abrazo cómodo y adorable, y él respondió de la misma manera, permitiendo que su propia magia bailara con las mariposas. Algo que llama la atención son los cambios en su magia tras adquirir una mayor falta de amabilidad sus antes luciérnagas eran ahora pequeños cuervos que volaban a su alrededor en todo momento. Cambio que se produjo para acomodar sus almas a su sombra, supuso.
Mariposas y cuervos jugaban como niños, volando junto a los zarcillos serpenteantes de Severus mientras flotaban a su alrededor, pintando a los ojos de Severus un impresionante cuadro de propiedades mágicas chocando en completa armonía unas con otras.
Dentro del vivero, las hadas estaban pasando el mejor día de sus vidas, disfrutando de las frías aguas de la magia de Eileen y de las profundidades de la de Severus.
Sin embargo, el momento que Severus creía que estaban viviendo se vio interrumpido por la repentina pregunta de Eileen.
-¿Quién eres tú?- Dijo ella, y Severus dejó de inmediato lo que estaba haciendo con los ingredientes, casi dejando caer uno de sus viales en el proceso.
La miró fijamente a través del mar de mariposas mágicas y cuervos, tratando de descifrar lo que ella quería decir, pero se quedó corto. -¿Qué?-.
Las mariposas retrocedieron cuando Eileen dejó de verter su magia en la habitación y también lo hizo la magia de Severus en respuesta. Aunque técnicamente la presión se había estabilizado, Severus se sentía incómodo sin la presencia de su magia sobre su cabeza.
-¿Quién eres tú?- Se repitió a sí misma, recordándole a Severus las palabras de James (¿Quién eres, de verdad? [...]¡El Snape que yo conozco no sería capaz de hacer todo eso!"). Antes de continuar -El hijo mío que se fue de esta casa el año pasado, el uno de septiembre, y el que volvió este verano no es el mismo. En absoluto-. Sacudió la cabeza, estudiándole mientras hablaba. -El que se fue era amargado e infeliz... temeroso de que le levantaran la mano y le gritaran, callado como un muerto, haciendo lo posible por parecer pequeño... no querría que nadie se preocupara por él aunque lo necesitara... ¿pero tú?-.
Eileen se acercó lentamente como se hace con un gato asustadizo, temerosa de asustarle. Lo miró fijamente a los ojos con tanta fascinación que Severus no supo qué pensar. -Tú-, señaló en su dirección con ambas manos. -Te desenvuelves con confianza, un tipo de seguridad que nunca antes había visto en ti y que envidio. Sonríes sin miedo, sin temor a mostrar cuando estás feliz o cuando eres travieso con una sonrisa en la cara. Miraste fijamente a la cara del mal encarnado y te mantuviste fuerte. Planificaste. Tomaste todo lo que era lamentable -(la situación que viviste)- y lo cambiaste. Lo cambiaste a mejor. Todo, absolutamente todo-.
Puso ambas manos a ambos lados de la cara de Severus, acunándola suavemente. Ahora que Eileen lo tocaba, Severus notó que temblaba. Instintivamente, levantó ambas manos para colocarlas sobre las de ella, mirándola fijamente a los ojos, escuchando sus pensamientos vagabundos mientras lo bañaban. "Niño brillante". "Mi niño precioso". "Es tan alto, ya es de mi altura". "Mira lo bueno que es con la magia." "Estoy tan orgullosa de él", y así sucesivamente. Ella no dejaba de amarlo en sus pensamientos.
-Has crecido-. Ella dijo y en el fondo de la mente de Severus, él sintió los escudos de Oclumancia manteniendo sus emociones a raya. No quería eso, no cuando sus lágrimas eran de felicidad, así que las dejó caer libremente, poco a poco mientras su madre lo abrazaba. Su rostro se transformó en una sonrisa vacilante y lloriqueó, mirándola con ojos cariñosos y confiados.
-Has crecido tanto... que ya ni siquiera sé quién eres-, dijo Eileen, sacudiendo la cabeza mientras sus manos se deslizaban de la cara de él y caían inertes a sus costados. -Tus ojos... tienen ese brillo en ellos como si estuvieras viendo el mundo a través de lentes diferentes. Pero no parece como si te hubieras puesto gafas nuevas... es más parecido a cicatrices. Cicatrices que puedo ver subrayadas en verde cuando las miro fijamente, mientras que pensaba que serían negras como las mías-.
Ella dio un paso atrás para ver a Severus en su totalidad, de arriba abajo y atrás. -Eres capaz de hacer daño tanto como de salvar. No tienes miedo de decir la verdad, ni de usar tu magia para el bien. No eres blanco o negro... que yo sepa por lo que he reunido-. Ella dijo. -Eres un joven maravilloso... pero no eres el hijo que vi salir de esta casa el verano pasado y no sé qué pensar al respecto-.
Severus... sinceramente, no sabía qué hacer. Se quedó mirando a Eileen desconcertado, con las lágrimas cayéndole por la cara, abrumado por una sensación de equivocación. Él esperaba algo de Eileen, pero no era esta confusión y pérdida que reemplazó la calidez de sus manos en su cara. Quería oír lo que ella estaba pensando, esas hermosas palabras de lo más profundo de su corazón que nunca había pronunciado en voz alta.
Quería saber que era amado.
-Mamá...-, pero Eileen levantó una mano para detenerlo, mirándose los pies.
-Necesito más tiempo-. Le temblaba la voz. -Cuando empecé a pasar mis días contigo, pensé que lo tenía todo bajo control, que por fin me había curado lo suficiente como para conocerte. Pero a medida que aprendía más sobre ti, me di cuenta... de que el tiempo ya ha pasado. El tú que me necesitaba hace tiempo que se fue, y entonces no pude ayudarte. Ahora eres tú quien me protege, cuando yo debería haber sido el caballero de tu historia-.
Eileen levantó la cabeza para decir -¡Es tu historia, pero no es justa!-. Se le saltaron las lágrimas. -Es injusto, y lo siento-. Con eso, ella aceleró más allá de él, abriendo la puerta con fuerza en su prisa y se fue tan rápido como llegó.
Severus se quedó en el cobertizo, acompañado por las hadas y sus cuervos. Bell gorjeó algo suave y Arcangel arrulló, ambos tratando de consolarlo, pero fue en vano. En respuesta, levantó sus escudos de Oclumancia, lo suficiente como para mirar a un dragón sin miedo si fuera necesario, y volvió mecánicamente a preparar la Poción Animagi como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, la sangre que corría por su rostro decía lo contrario.
Chapter 20: Act 2, Ch 11 - We are born of love; love is our mother
Chapter Text
Severus y Eileen no se hablaron durante días. Lo vivieron de forma diferente, pero les resultó extraño e incluso desconcertante dejar de hacer cosas juntos y volver a estar solos.
Severus se ciñó a su rutina, cambiando muy poco para mantener una pizca de normalidad a pesar de la tensión que reinaba en la casa. Leía periódicos, su diario de bolsillo y Estudio en escarlata varias veces. Hacía pociones, compraba ingredientes y se ocupaba diariamente de sus cuervos y hadas. Pensamientos sobre sus herramientas de jardinería y el alivio que podrían traerle cruzaban su mente, pero no había disposición. Sólo comía, trabajaba, dormía y nada más.
La rutina de Eileen era meticulosa para hacer parecer que nada andaba mal; era una buena engañadora, se dio cuenta Severus. Cocinaba cuando Severus estaba ocupado, leía novelas junto a la chimenea, limpiaba a fondo la casa y lavaba toda su ropa... cosas cotidianas, habituales en un ama de casa, pero todas ellas equivocadas de algún modo.
Era desordenada en la cocina y la comida salía rancia. No era mala cocinera -(cualquiera que sea versátil en la elaboración de pociones sabe cocinar)-, pero cometía errores similares a los de sus alumnos de primer curso, y al profesor que había en él le preocupaba que acabara quemándose. Las novelas que leía atentamente todas las noches eran de Tobías, llenas hasta los topes de propaganda sin sentido sobre una religión en la que ninguno de los dos creía, comparando la magia con la obra del diablo. Lo peor eran los libros que Tobías encontraba al azar en la basura, desde revistas viejas hasta libros de tapas duras sobre cualquier cosa. Severus se daba cuenta de que ella no disfrutaba con ninguno de ellos, a juzgar únicamente por su ceño fruncido mientras leía, pero seguía haciéndolo de todos modos para tener algo que hacer.
Sin embargo, en su opinión, la limpieza compulsiva era el peor comportamiento de todos. El esfuerzo que ponía en dejar la casa impecable era encomiable, pero hacerlo tres veces por semana era francamente insalubre. Con frecuencia, Severus tenía que impedir que fregara el suelo con un cepillo de dientes, normalmente escarbando la suciedad invisible de entre las grietas de la madera. Aunque él preparaba un encantamiento similar al hechizo de lavar para limpiar la ropa mágicamente, ella la lavaba una segunda vez de todos modos, simplemente porque le apetecía. Y aunque trató de disuadirla, incluso su querido desván fue víctima de su compulsión. Organizó las cajas de cartón, limpió el polvo y borró sus viejos dibujos de las paredes.
Severus quería ayudar, pero no sabía por lo que ella estaba pasando, así que no podía hacer mucho más que mirar desde la barrera y esperar de nuevo. Además, Severus era un hombre ocupado. Vigilar a sus contratistas, hacer pociones, comprar ingredientes y viales, terminar los deberes del colegio y ocuparse de otros asuntos similares, como planificar el futuro inmediato, eran algunas de las cosas con las que tenía que lidiar.
Severus pensó en el baúl encantado que había necesitado para guardar los Horrocruxes; el de tres compartimentos que había pretendido adquirir encantándolo o comprándolo, pero que no pudo hacerlo porque no sabía usar la varita fuera del colegio ni tenía suficiente dinero. Ahora sí podía. Podía comprar uno o fabricarlo, y eso es exactamente lo que hizo. El Capacious Extremis fue un poco más complicado de lo que había previsto, pero, afortunadamente, los baúles que encargó a Trunks For Everyday Use a través de un anuncio del Diario el Profeta eran lo bastante resistentes como para mantener su forma durante los infructuosos intentos de Severus. Sin embargo, después de más pruebas, sólo tuvo éxito en la magia de las tres habitaciones interiores en un baúl de cuero negro con parachoques en las esquinas y una cerradura, ambos bañados en plata. De las cuales, incluía una oficina/laboratorio de pociones, un almacén y una cámara acorazada.
La bóveda estaba protegida con sus mejores runas, amuletos, trampas e incluso viejos rituales protectores para mantener alejado a cualquiera que no fuera él mismo. Los demás compartimentos estaban llenos de muebles transfigurados sujetos con runas, igual que el cobertizo. En el exterior, con un golpe de Magnum Opus, Severus firmó el nombre Severus Snape en una hermosa cursiva con forro de plata en la esquina superior del baúl, terminando su trabajo con satisfacción.
Como ambos estaban ocupados -(Eileen buscando distraerse y Severus trabajando)- no se veían muy a menudo, lo que por sí solo provocó un incidente una tarde temprano.
Eran más de las seis; el cielo estaba nublado y el día oscuro. Severus estaba guardando su equipo y preparándose para salir del cobertizo para cenar cuando oyó gritos procedentes de la casa. A juzgar por el tono, era Tobías. No estaba gritando groserías ni golpeando nada, pero que su padre, que había estado tan tranquilo desde que la casa lo amenazó, estuviera gritando como si el fin de los tiempos estuviera cerca, hizo que a Severus se le acelerara la sangre y se le disparara la adrenalina. Inmediatamente corrió hacia el interior.
Al entrar por la puerta trasera, Tobías se estaba poniendo un sombrero para marcharse.
-¿Qué pasó? ¿por qué te vas?- Preguntó Severus en rápida sucesión.
Tobías se volvió para mirarlo, amoratado de rabia. -¿Qué ha pasado?-, gruñó entre dientes apretados. -Es que... que...- cerró los ojos y respiró hondo para contenerse y no soltar una maldición. -Tu madre me ha roto el estante del alcohol-.
Severus parpadeó y luego frunció el ceño. -¿Por qué?-.
Tobías levantó las manos, frustrado. -¿Por qué...? Obviamente, ¡porque está borracha!-, exclamó. Antes de que Severus pudiera replicar, Tobías le señaló la cara con un dedo firme. -¡Soy un hombre fuerte!-, afirmó. -Puedo con cualquier cosa que me eches, sea obra del diablo o no. Pero si hay algo de lo que no voy a hacerme cargo es de esa arpía borracha de ahí. Esa basura está en tus manos-.
Severus se erizó. -Qué hipócrita eres-.
-Cállate-, le recomendó. El retrato sobre la puerta comenzó a temblar como advertencia, pero Tobías sólo puso los ojos en blanco. -¡Cállate tú también! No he hecho nada malo!- Abrió la puerta principal y salió mientras gritaba -¡Nada jodidamente malo!-, antes de cerrar la puerta de un portazo.
Severus suspiró, pellizcándose el puente de la nariz, intentando serenarse para enfrentarse a lo que fuera que estuviera haciendo su madre. Después, se dirigió hacia el salón. Ciertamente, no creía que la situación fuera tan mala como Tobías la pintó, pero se sorprendió al comprobar que estaba equivocado.
El suelo, desde la alfombra hasta la base de la chimenea, estaba inundado de bebida derramada. Había fragmentos de cristal esparcidos por todas partes, restos de botellas que se habían caído de la estantería alta, colgante y claramente rota. El insoportable hedor a alcohol le hizo estremecerse. Eileen estaba tumbada boca abajo en el sofá, agarrando una botella de whisky que amenazaba con escapársele de las manos mientras gemía. Llevaba el pelo suelto y el vestido se le había subido hasta los muslos. Baste decir que parecía completamente destrozada.
Desconcertado, Severus dijo -¿Cómo demonios has hecho todo esto?-. Señaló toda la habitación. -¿Y por qué?- Eileen volvió a gemir, pero por lo demás, no se movió ni un centímetro.
Severus se acercó, le quitó la botella de las manos y la dejó en el suelo. Luego deslizo las manos por debajo de las axilas de Eileen, la levanto para sentarla y acomodo los cojines para que estuviera mas comoda. Dada su delgadez, le resultó fácil hacerlo. -Madre, ¿estás bien?- Acunó su cabeza, que se balanceaba, y le colocó suavemente el pelo detrás de las orejas antes de comprobar sus ojos y sus constantes vitales. Su pulso era estable, aunque ligeramente acelerado, y sus ojos estaban dilatados por la intoxicación.
Frunció el ceño e hizo un mohín. -Estoy bien-, hipó. -Joehst se ha bebido una lechuga-, respondió con el acento irlandés más marcado que él le había oído nunca, lo que le dificultaba la comprensión.
Severus apretó los labios. -Uh hum-, tarareó. -Te traeré una poción; espera aquí-. Se dispuso a marcharse, pero Eileen le agarró del brazo.
-Noooo...-, se quejó. -¡Quiero estar tomada! Déjame estar tomada!-
-¿Por qué lo harías? ¿Por qué estás borracha en primer lugar? Madre, no te va bien con el alcohol-. Le dio un golpecito en la mano, tratando de obligarla a soltarlo, pero ella no cedió.
-Joehst dahn't want to dink abooeht anythin'. Déjame..., volvió a hipar. -Déjame-.
Severus chasqueó los dedos, invocando un vaso de agua de la cocina que salió volando hacia su mano extendida. Se lo ofreció a su madre, que intentó engullir el líquido de un trago. -Despacio-, la amonestó, sosteniendo el vaso mientras ella sorbía. Después, dejó la taza sobre la mesita y se sentó al lado de su madre en el sofá. -¿Por qué has hecho esto?-.
Ella gimió, soltando un suspiro en su cara, golpeándose la frente con los dedos. -Demasiado para pensar, nada bueno. Quise beber. Quería estar en blanco... así que bebí-.
Severus suspiró, frunciendo el ceño, decepcionado. -¿Demasiado pensar y poca acción, dices?- Cerró los ojos. -Entonces, ¿recurriste a hacer como Tobías?-.
Se sentó un poco más erguida tras la acusación de Severus, aún torcida, pero mejor que desplomada. -¿Eh?-.
Él abrió los ojos y la miró con paciencia. -Beber para olvidar. Eso es lo que hace Tobías, si recuerdas-.
Ella negó con la cabeza, diciendo -No-, mientras palmeaba el brazo de Severus. -No quiero olvidar... quiero tranquilidad por un tiempo-.
-Tranquilidad...- Severus reflejó sus palabras. -¿Por qué? ¿Qué te preocupa? Madre, sinceramente quiero ayudar, pero no hay mucho que pueda hacer sin saber por lo que estás pasando-.
Eileen miró fijamente a Severus, viendo sus ojos unos ojos desesperados por ser de ayuda. Incluso en su estado de embriaguez, pensó en lo raro que era ver esos ojos de obsidiana tan llenos de amor. Estaba acostumbrada a verlos negros y sin vida cuando se miraba al espejo o recordaba a su padre. Los ojos Prince, los llamaban, capaces de discernir la calidad de una poción con sólo una mirada. Por supuesto, todas fantasías acariciadas por aquellos cautivados por el talento de su familia, pero ella divagaba. Siempre había creído que la carga de poseer aquellos ojos superaba sus beneficios, y seguiría creyéndolo hasta que contemplara los igualmente oscuros de Severus.
Eileen había olvidado que los ojos son las ventanas del alma, y aunque los de Severus estaban marcados por razones desconocidas, cuando él la miraba, ella sólo podía ver amor en ellos. Como el caleidoscopio de magia que vio reflejado en sus ojos en el cobertizo aquel día, como si su magia flotando en el aire lo hipnotizara, ella estaba segura Los ojos de Severus nunca mentían y el alma de Severus amaba.
Involuntariamente, como si no pudiera evitarlo, posó una mano en su mejilla, acariciando con el pulgar, tarareando cuando él se apoyó un poco en ella. Por mucho que ella lo mire, por mucho que Severus se parezca a un Prince como su padre o por sus recientes cambios de actitud, es su hijo por encima de todo. -No me gustan los cambios-, replicó ella, serenándose ligeramente.
Severus parpadeó. -¿Todo esto es por mi culpa?- Susurró entrecortadamente, con un destello de dolor en los ojos.
-En parte-, ella hizo un gesto vacilante. -Pero no es que no aprecie lo que has hecho por mí... Es que los cambios en mi vida siempre van seguidos de desesperación-, admitió ella, y la verdad del asunto era inquietante. Cuando todo cambió en su adolescencia, su familia murió. Cuando todo cambió en su juventud, se encontró aislada del mundo de los brujos. -Es como si me hubieran echado una maldición al nacer, haciendo que me acerque cada vez más al fondo de un pozo oscuro, paso a paso, hasta que esté demasiado oscuro para ver los escalones.
Tengo miedo de caerme, Severus. Mucho, mucho miedo-, susurró, cerrando los ojos para recomponerse.
Severus esperó pacientemente las siguientes palabras de su madre, levantando la mano para posarla suavemente sobre la de ella, en su mejilla, ofreciéndole una caricia tranquilizadora.
-Cambiar bebida para mejor es un concepto que no creía posible-, continuó ella. -Pero me has demostrado que estaba equivocada. Sabía que tenía que cambiar si quería mejorar nuestras vidas, pero nunca me atreví. Creo que tenía demasiado miedo. Es decir, hasta que llegaste este verano, seguro de ti mismo y dispuesto a hacer girar los engranajes del cambio con tus propias manos si era necesario, algo que yo sólo había soñado-. Respiró entrecortadamente mientras le acariciaba las mejillas.
-Eso es-. Le miró a los ojos con ojos turbios y ebrios, pero tan sinceros y cariñosos. -El mundo cambia constantemente, y nuestras vidas también. En lugar de temerlo, es hora de que empiece a aceptarlo-. Para dejar claro su punto de vista, abrazó a Severus con fuerza, acariciándole la nuca como solía hacer cuando era más joven. -Por ti, cariño. Por ti, cambiaría el mundo-.
A Severus se le cortó la respiración. Levantó los brazos para corresponder al abrazo de su madre, pero vaciló y optó por acariciarle suavemente la espalda. Al intentarlo de nuevo, las lágrimas brotaron incontrolablemente de sus ojos. Su expresión osciló entre la tristeza y el alivio, moqueando ruidosamente mientras apoyaba la cabeza en su hombro, sintiendo que su energía se agotaba con cada sollozo. Sin embargo, sólo después de que su madre le susurrara -Shh, está bien; todo está bien. Puedes llorar todo lo que necesites. Estaré aquí para...-, hipó. -Para apoyarte a pesar de todo-. Severus encontró el valor para corresponder el abrazo de la misma manera.
Ella lo meció suavemente de lado a lado mientras lloraba. Aunque Severus se esforzaba por saber si era voluntario o se debía a su estado de embriaguez, se guardó sus pensamientos, inclinándose hacia el abrazo como si volviera a ser un niño. Dejandose abrazar, lloro hasta que poco a poco se fue calmando hasta llegar a un estado de felicidad post llanto. Finalmente, necesitando espacio para respirar, Severus pronunció temblorosamente -Te quiero, mamá-, antes de abandonar su reconfortante abrazo.
Esta vez, a Eileen se le cortó la respiración.
Antes de que Severus pudiera preguntarle por qué tenía una reacción tan extraña, un relámpago brillante pintó el salón de blanco puro, seguido de cerca por un trueno que los sobresaltó a ambos. El trueno anunció la llegada de la lluvia, golpeando fuertemente las ventanas y el techo sobre ellos.
El comienzo de la tormenta eléctrica que Severus estaba esperando.
Sin querer, puso la mano sobre el bolsillo que contenía la poción Animagus, sintiendo su solidez a través de la tela. Ahora que estaba destinada a ser consumida, parecía más pesada. Sopesó sus opciones, dividido entre no querer estropear el momento y anhelar beberse la poción inmediatamente.
Eileen se quedó mirando la lluvia con serenidad. -Hay cosas que se aprenden mejor en la calma y otras en la tormenta-, murmuró.
-Willa Cather, La canción de la alondra-. Severus le correspondió.
Eileen tarareó en voz baja. -Ya lo sabes-.
Contemplaron la tormenta en perfecta armonía. Sin preocupaciones, sin magia, sólo madre e hijo, saboreando el relajante sonido de la lluvia, envueltos en su pequeña burbuja. Les esperaban otras tareas, entre ellas limpiar el salón, pero en aquel fugaz instante el tiempo pareció detenerse. Respiraron el aroma terroso de la lluvia y saborearon la carga eléctrica del aire, saboreando la rara tranquilidad de estar en casa. Porque el hogar no lo definen las paredes, las alfombras o los tejados; reside donde está el corazón, y los suyos laten el uno con el otro.
Pero como todo lo bueno se acaba, Eileen hizo estallar su burbuja preguntando -¿No vas a beberte la poción que llevas en el bolsillo?-.
Severus la miró de reojo. -Pensaba hacerlo en un lugar apartado, lejos de miradas indiscretas, para no preocuparte más-.
Eileen se rió y le quitó la preocupación de encima. -Tonterías. Aceptaré tus cambios si es necesario. Además, dado lo que he aprendido, creo que tendrás éxito-.
-Pero...- Severus volvió a intentarlo.
-Toma la maldita poción, Severus-, ordenó Eileen.
Severus se sobresaltó, riendo entre dientes -Sí, señora-.
Se levantó del sofá, alcanzando la botella de whisky que había dejado en el suelo, y vertió un dedo en el vaso de agua. Le pasó el chupito a su madre antes de coger el frasco del bolsillo. -El último trago de la noche, ¿entendido?-. advirtió a Eileen.
Ella levantó el vaso tambaleante pero orgullosa, con una sonrisa en la cara. -Salud, amigo-.
Severus hizo lo mismo con su frasco. -Salud-. Y ambos alzaron sus copas de un trago.
Severus inmediatamente hizo una mueca y Eileen se dio cuenta. Riéndose, preguntó -¿Es malo?-.
Él se relamió los labios. -Tan amargo como imaginaba que sería-. Frunció el ceño, mirando el frasco vacío.
-Bueno-, ella apoyó los codos en las rodillas para inclinarse más cerca de Severus. -¿Te sientes diferente en algo?-.
Severus ladeó la cabeza. -No es así como funciona. No me transformaré inmediatamente después de beber la poción-. Sacudió la cabeza. -Ahora debo practicar la meditación en un esfuerzo por sacar lentamente mi animal interior a la superficie. El proceso puede durar meses-. La curiosidad de Severus se desvaneció con la mano, despreocupada.
Sin embargo, lo que Severus no sabía -(y lo que Harry olvidó decirle)- es que el alma de un Caminante de las Sombras tiene más influencia sobre un animago de lo que él había pensado. Los Caminantes de las Sombras son seres sin forma que adoptan la apariencia de cosas familiares, lo que explica por qué los Secuaces de Severus se parecen a cuervos: tenían cuerpos de cuervo en vida. Del mismo modo, el alma de Severus adopta la forma de su yo adolescente porque reside dentro de su cuerpo humano adolescente. Además, la forma Animagus refleja el animal interior de una persona, que existe dentro de su alma.
En palabras del propio Harry -Tu alma [Caminante de las Sombras] te garantiza que no fallarás en la transformación-. Esto significa que cuando un Caminante de las Sombras intenta la transformación Animagus, asumirá la forma familiar de su animal interior, adoptando su apariencia y garantizando que la transformación se produzca sin fallos. Lo que sucede al instante.
-Inténtalo de todos modos. Quiero ver cómo meditas-. animó Eileen antes de soltar un hipo.
Severus suspiró pero cedió, ya que no conocía la información explicada anteriormente. -Como quieras, pero procura no distraerme-.
De ahí, el comienzo de un pronto desastre.
Se sentó en el sillón, con las piernas cruzadas y flexionadas, las rodillas apuntando hacia fuera, y colocó las manos planas sobre ellas antes de cerrar los ojos. Severus respiró profundamente mientras Eileen lo observaba a través de los párpados entrecerrados, tirando de su animal interior como quien hace brotar su propia magia. Para su sorpresa y horror, surgió con la misma facilidad.
Todos los animagos registrados afirmaban que la transformación se producía lentamente la primera vez. El cuerpo humano se desplaza y los huesos se realinean a medida que el animal interior se transforma gradualmente sobre él, trayendo consigo instintos, nuevos sentidos y una extraña familiaridad con su nuevo cuerpo. Sin embargo, a diferencia de los hombres lobo, es un proceso indoloro.
Ahora bien, a su favor -(y Severus no podía enfatizarlo lo suficiente)- ninguna de esas personas eran Caminantes de las Sombras y, por lo tanto, no podían haber sabido lo que estaba a punto de suceder. Sin embargo, ese hecho hizo poco por aliviar la confusión de Severus cuando, en un abrir y cerrar de ojos, pasó de estar sentado a la altura de los ojos de Eileen a sentirse metido en el salón como un atún en una lata.
Imagínate esto eres una madre muy borracha que está viendo casualmente a su hijo intentar la peligrosa transformación Animagus. Aunque estás demasiado borracha como para preocuparte, sigues sintiendo aprensión y miedo ante un intento fallido. A pesar de todo, confías en que tu hijo triunfará, así que lo observas como un halcón.
En un momento, tu hijo está en una relajada posición de meditación en un sillón junto al sofá mientras llueve fuera, y la tranquilidad que se respira te atrae a un estado de relajación similar. En el otro, algo parece estallar fuera de tu hijo, de forma rápida y desorientadora, y de repente, estás rodeado de espirales y plumas, y no paran de expandirse hasta que toda la habitación parece demasiado pequeña.
Las plumas se relacionan con los pájaros, pero las espirales con serpientes y culebras, y cuanto más miras fijamente a esta criatura que crece rápidamente, te das cuenta de que tiene alas y patas de pájaro tanto como cuerpo alargado y cola puntiaguda, lo que la hace aún más confusa.
Para ti, puede sonar fantástico e increíble, pero para una Eileen muy borracha que lo experimentó todo de primera mano, fue aterrador.
Así que, naturalmente, gritó.
-¡Aah!- Saltó del sofá antes de ser aplastada por el tamaño de la criatura, y se alejó en dirección a la pared de la ventana. Se despejó rápidamente debido a la adrenalina y se sintió enferma al mismo tiempo mientras veía a la criatura graznar de incomodidad dentro de la pequeña sala de estar.
Severus, por su parte, estaba pasando por un mal momento. Estaba completamente desorientado, incapaz de distinguir lo que estaba arriba y abajo, mientras sentía todo su cuerpo de forma extraña. Se sentía como si lo estuvieran metiendo dentro de una caja y la creciente incomodidad agravaba la aplastante presión. Sus brazos estaban flácidos y planos y sus piernas eran más largas, intentar ajustar su posición cambiaría toda la habitación a su alrededor, y no sabía qué criatura emitía los sonidos que salían de su boca.
Para empeorar las cosas, estaba seguro de que los muebles raídos de la habitación no soportarían su peso y acabarían por romperse bajo él. Podía sentir la madera rota clavándose en su piel, ¿o eran los anteriores fragmentos de cristal rotos? No lo sabía.
Severus juró hacérselo pagar a Harry la próxima vez que viera al Amo de la Muerte en persona.
Después de un minuto de desorientación, intentando averiguar dónde empezaba y terminaba su cuerpo, Severus se dio por vencido. En lugar de intentar encontrarse a sí mismo, se detuvo y relajó los músculos con un gran suspiro para ver qué ocurría.
Aparte de la lluvia que caía fuera, el salón quedó en silencio.
Ciertas cosas estaban claras para Severus. Primero, era una criatura grande y confusa. Segundo, estaba seguro de que tenía la cabeza en el suelo porque podía oler el alcohol y sentirlo filtrándose en su... ¿pelo? supuso. Tercero, probablemente había destrozado su salón. Y cuarto, su madre estaba aterrorizada, como indicaba su grito anterior.
-...¿Severus?- murmuró Eileen con cautela.
Él gimoteó para que ella supiera que podía escucharla, pero el sonido le hizo encogerse. Se asemejaba al chillido de un ave rapaz, muy al estilo de las rapaces, le recordaba a un pájaro sobredimensionado y molesto. A pesar de sus esfuerzos, fue incapaz de encontrar dónde estaba Eileen debido a que su enorme cuerpo le impedía ver. Intentó localizar a su madre una vez más contoneándose, pero ella protestó de inmediato.
-¡Espera! Deja de moverte... ¡Ugh!-, le dijo. -La forma en que te mueves me hace girar la cabeza-. Se apoyó en la pared, jadeando. -No debería haberme emborrachado para esto-.
Severus volvió a quejarse, pero Eileen eligió ignorarlo. -Intentaré encender las luces. Tus plumas están tan oscuras que no puedo ver nada delante de mí-, le dijo antes de cruzar tambaleante la habitación hacia el interruptor dando golpecitos en las paredes y evitando sus espirales.
Caminó y tropezó con su cuerpo muchas veces, pero finalmente, Eileen encontró una parte del cuerpo de Severus en el enredo -(una sección antes de las alas, tan alta como una roca)- que bloqueó su camino hacia adelante. No había forma de esquivarla porque se extendía como el cuerpo de una serpiente, así que la única opción era trepar.
Le dio una palmada en el cuerpo para anunciarle dónde estaba. -Tengo que...-, hipó. -Tengo que trepar por esta... esta parte de tu cuerpo-, dijo, temiendo ya lo que estaba a punto de hacer. -Pórtate bien y no me aplastes mientras lo hago, ¿entendido?-. Severus tarareó en respuesta, y ella lo tomó como un sí, adelante.
Eileen tiró de sus plumas para sostenerse, pero, aparte de hacerle estremecerse y chillar, no sirvió de mucho, ya que las plumas fueron arrancadas de su piel. -Lo siento-, se disculpó antes de volver a intentarlo, saltando y agarrándose a las plumas más altas y resistentes de su espalda. Pasó una pierna por encima de él y gruñó mientras trepaba y se sentaba sobre su espalda, respirando agitadamente y haciendo todo lo posible por mantenerse firme. Un dolor de cabeza amenazaba con estallar entre sus cejas y parpadeó rápidamente para detenerlo, pero, por desgracia, sus intentos fueron en vano.
Una fuerte oleada de náuseas la golpeó y gimió, sujetándose la cabeza con una mano y una de las alas de Severus con la otra para mantenerse en equilibrio sobre su espalda. Sin embargo, Eileen Snape no era una bebedora empedernida. Independientemente de que tuviera un vaso de agua en el estómago, la botella y media de whisky escocés le estaba ganando claramente la partida, y sin ningún otro sitio al que ir, no tenía elección.
-Severus...-, volvió a atragantarse. -Lo siento...- y enseguida vomitó sobre su espalda.
Severus sintió que aquel líquido viscoso descendía desde su espalda hasta las alas de sus brazos, hasta que goteó por las puntas de las plumas de sus dedos hasta el suelo. Oyó a su madre profiriendo feos vómitos y su nariz fue asaltada por aquel horrible olor ácido, y simplemente... a pesar de su supuesto cerebro de pájaro, bastaba decir que no hacía falta ser un genio para comprender lo que estaba ocurriendo. Cuando la situación encajó en su mente, y Severus se dio cuenta de que su madre estaba vomitando en su espalda, tuvo un segundo de impactante claridad.
Entonces, chilló como una maldita banshee.
Su cuerpo de serpiente empezó a destrozarse mientras batía las alas para sacar el asqueroso líquido, todo mientras se quejaba y tenía arcadas como un hombre-niño... o pájaro-hombre-niño, supuestamente. Mientras tanto, Eileen se aferraba a la vida.
-¡Deja de moverte!-, exclamó. -O lo haré... ¡Ugh!-, se atragantó un poco más. -¡Me desmayaré!-.
Pero siguieron así durante un caluroso minuto, Severus reviviendo su crisis de la mediana edad borracho quince años antes de tiempo y Eileen disfrutando (re: sufriendo) de un viaje en montaña rusa en el que si se soltaba, quedaría inmediatamente aplastada bajo aproximadamente cinco toneladas de pájaro.
Qué delicia.
-¡Me estás mareando, pájaro estúpido-masivo-tonto!-. Exclamó ella, y Severus la oyó, al parecer, porque respondió con un agudo y ofendido ruido de pájaro. El valor chocante de presenciar cómo Eileen decía palabrotas también hizo que dejara de moverse. -¡Por el amor de Dios! O te quedas quieto o te cambias a algo más pequeño!-.
Severus resopló. Desearía ser más pequeño, al menos así no sería tan difícil transformarse. Además, si hubiera sido más pequeño, podría haber aprovechado su posible capacidad para volar, pero no. Severus Snape no podía ser un animal normal, ¿verdad? De todas las cosas con las que se conformaría, como un cuervo, un cuervo, un chacal, incluso un murciélago, si estaba desesperado, o un ganso de Merlinforsaken... Severus no se quejaría. ¿Pero qué obtuvo en cambio? Un enorme hijo del amor entre una serpiente descerebrada y un pájaro medio tonto, ¡eso es!.
Mientras se reprochaba mentalmente su situación, resoplando y estornudando como una cacatúa enfadada, Eileen encontró el camino a ciegas hacia la cocina. Recordó las velas que había en los armarios y, sin nada mejor para iluminar su camino, sacó una y la encendió junto a los fogones. Antes de volver al salón, se limpió la boca en el fregadero para quitarse la mugre y se bebió otro vaso lleno de agua para estar un poco más sobria. Aunque era consciente de que el alcohol no funcionaba así, tuvo que conformarse con lo que pudo.
Salió de la cocina, utilizando el umbral como apoyo antes de exclamar -¡Muy bien!- mientras sostenía la vela con las manos desnudas. -Severus, sigue la luz que hay en mí y así podré ver tu rostro...-
Sin embargo, el salón estaba vacío, para su total desconcierto.
Eileen miró a su alrededor en la infinita oscuridad, estupefacta por saber adónde había ido Severus con su enorme cuerpo. -¿Qué...?-, hipó. -¿Qué?- Se dirigió a tientas hacia el interruptor de la luz, despacio, utilizando la vela para iluminar el destrozado salón y evitar pisar madera y cristales rotos. Una vez que lo alcanzó, finalmente encendió las luces.
Cuando dejó de estar sumida en la oscuridad, miró a su alrededor en busca de Severus, pero no vio más que destrucción el sofá se había partido en dos, la mesa de centro yacía hecha pedazos de madera y astillas, la chimenea había perdido un buen trozo de ladrillos, las estanterías se habían derrumbado y los libros estaban empapados de alcohol. Hasta que lo vio: allí, en el centro de la habitación, vio un... pajarito diminuto. ¿O era una serpiente? Su cuerpo era largo y delgado como el de una serpiente, pero sus plumas oscuras, sus alas, su pico y sus patas con garras sugerían otra cosa. En cualquier caso, la pequeña y maravillosa criatura se contemplaba a sí misma, estudiando su parte inferior y la punta de la cola. Utilizaba sus patas en forma de ramita para intentar ponerse de pie y caminar, chirriando cuando al final se tambaleaba como un cervatillo recién nacido.
Ante la mirada de Eileen, la preciosidad volvió a ponerse de pie y, en lugar de caminar, colocó ambas patas a la espalda y se deslizó como una serpiente, batiendo sus adorables alitas para equilibrarse mientras lo hacía.
-¿Severus...?- Preguntó, y el pináculo de la adorabilidad ladeó la cabeza hacia ella, confirmando que efectivamente se trataba de su hijo. Por lo visto, en su afán por hacerse más pequeño, Severus acabó... encogiéndose de verdad, por alguna razón.
Eileen se quedó boquiabierta y trató de ocultar su diversión tapándose la boca con una mano. -¡Eres adorable...!-, dijo, amortiguada por la mano.
El pequeño chilló en señal de protesta, utilizando sus alas para parecer más grande, pero a Eileen sólo le recordó a un periquito de plumas oscuras que intentaba intimidarla. Se hundió en el suelo, apoyada contra la pared, y sintió cómo el alivio se apoderaba de su cabeza, haciendo que un dolor de cabeza le martilleara detrás de los ojos. -Merlín-, resopló. -¿Qué criatura eres?-.
Severus intentó encogerse de hombros, tampoco estaba necesariamente seguro de lo que era, pero el movimiento no hizo otra cosa que desestabilizar su cuidadosamente pensado equilibrio, haciéndole caer de bruces (o de pico, si era sincero) sobre la moqueta empapada. Se quejó y volvió a bajar las piernas para alejarse de la bebida, pero se quedó con las piernas temblorosas. Frustrado, batió las alas para mantenerse erguido, pero fue en vano y volvió a caer.
Eileen se quedó mirando mientras Severus suspiraba, disgustado por su falta de coordinación. Posteriormente, estalló en carcajadas, golpeándose las rodillas expuestas con regocijo y tosiendo la risa como un borracho.
-¡Ay!- Exclamó cuando su dolor de cabeza palpitó dolorosamente, pero no impidió su alegría por la situación. -¡Ay!- Se masajeó la frente. -Pareces... un bebé... ¡maldita sea!- gimió.
Severus puso los ojos en blanco. Para ahorrarse la vergüenza, volvió a convertirse en humano mientras aplastaba la espalda contra el suelo cubierto de alcohol, sin un ápice de energía para levantarse. -Eso...-, gimió con voz ronca. -Ha ido bien-.
-Oh, has vuelto-, afirmó Eileen más que preguntada. -Podrías haberlo hecho antes-.
-Estaba demasiado desorientado para considerar la idea... mis disculpas-. Severus se disculpó mansamente.
Ella rechazó sus disculpas. -Mientras puedas arreglar este desastre, no me importa-, respondió ella. -Además, quisiera esa poción sobria ahora mismo-. Se quejó.
-Arreglaré el salón más tarde-, prometió. -Y dame un minuto... Apenas puedo mover los brazos así-.
-Como quieras-.
Allí se quedaron, disfrutando en silencio de la compañía del otro mientras la lluvia seguía cayendo fuera. Eileen estaba acurrucada en un rincón, jugando distraídamente con los corchos del whisky que había consumido, calmándose poco a poco. Severus estaba tumbado de espaldas, mirando inmóvil hacia el tejado, con las cejas fruncidas por el embarazoso giro de los acontecimientos.
Al final, Eileen empezó a reírse borracha.
Severus ladeó la cabeza en su dirección. -¿De qué te ríes?-.
-Del sonido que hiciste cuando te llamé pájaro tonto-. Ella soltó otra risita al recordarlo.
-Me sentí ofendido-, se defendió débilmente.
-Y entonces... ¡eras tan mono!-, chilló ella. -Como los peluches que tenía de niña-.
-Está bien...- Dijo antes de levantarse sobre los codos con un gran gruñido de esfuerzo. -En primer lugar, no soy un juguete. En segundo lugar, no volveré a transformarme delante de ti-. Y se levantó sobre piernas temblorosas después de eso.
Eileen le hizo un mohín. -Pero quiero volver a ver al adorable pajarito...-
-¿Quieres? ¿Y el adorable pajarito enorme que vino primero?-. Él arqueó una ceja.
Ella entrecerró los ojos. -...justo-, concedió ella y Severus asintió, satisfecho.
Sin embargo, antes de que Severus saliera de la habitación, Eileen gritó -Severus-.
Se detuvo ante el arco. Apoyándose en la pared, se volvió para mirarla. -¿Madre?-.
Ella levantó la cabeza, mirándole fijamente a los ojos, para murmurar -Yo también te quiero-, lo más bajo que pudo.
Parecía bastante sencillo una madre admitiendo lo mucho que quiere a su hijo y, al mismo tiempo, respondiendo a su anterior declaración de amor antes de que la situación se le fuera de las manos. Pero para Severus no era tan sencillo.
Eileen lo ama, él lo sabe ahora e incluso entonces en su vida pasada, pero ella nunca lo expresó en voz alta. Nunca le dijo que lo amaba, y a pesar de saber que lo hacía -(a pesar de su paciencia, su disciplina y su bondad)-, uno no puede pasarse toda la vida creyendo que algo es cierto sin recibir nunca una confirmación. Sin que nunca le digan, te quiero de vuelta.
Severus creció amargado, sin oír nunca esas palabras ni ninguna proclamación de amor. Se creía indigno de afecto, revolcándose en la soledad. Sin embargo, en el fondo, los humanos somos seres intrínsecamente sociales. La soledad lo consume todo y, cuando Severus murió, no era más que una cáscara del hombre que podría haber sido consumido por la oscuridad.
Por eso, oír a su madre admitir que lo amaba significó todo para él. Era todo lo que siempre quiso oír de ella.
Lo achacó al cansancio, pero Severus no pudo evitar sonrojarse. -Yo...- agarró un puñado de su ropa con las manos apretadas, cogido completamente desprevenido. -Yo... hm-. Tarareó y resopló. -Quiero decir, sí... Gracias y... no. Quiero decir...- Balbuceó avergonzado, sintiéndose abrumado de repente. -Voy a por las pociones... Creo que yo también necesito un Calmante-. Y huyó.
Oyó la risa entrañable de su madre seguirlo todo el camino hasta afuera, y mientras caminaba, un paso a la vez... un momento a la vez, una risa a la vez... independientemente de la carga que llevara o de los quince pies de pájaro animago que residieran en su alma, Severus nunca se había sentido tan ligero.
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En las calles de Spinner's End, por lo general, no pasa nada. Los niños tenían demasiado miedo del cementerio infantil como para pasearse; los adultos estaban demasiado cansados de trabajar en los campos de algodón, en la fábrica de algodón y en la fábrica de ropa como para darse un capricho; y los ancianos, intoxicados durante años por las grandes chimeneas y sus humos, no vivían lo suficiente como para contar sus miserables historias. A diferencia de sus barrios vecinos, donde el cielo sí era azul, Spinner's End era lúgubre en comparación.
Como resultado, la zona carecía de lugares de reunión para quienes deseaban disfrutar de un poco de frivolidad. Bares, restaurantes e incluso parques: cualquiera que buscara comida o compañía tenía que buscar en otra parte de Cokeworth, pero la mayoría no se atrevía a hacer el esfuerzo porque, una vez más, la gente estaba cansada. Así, las calles estaban tan silenciosas como muertas, descuidadamente sucias e increíblemente inseguras.
Así que, con todo eso en mente, imagínense la sorpresa de la población cuando, una mañana como ninguna otra, la gente oyó música a lo lejos.
¿Qué canción sonaba? ¿Qué otra cosa podía ser sino la sensación rockabilly de la época, "Blue Suede Shoes", cantada a todo pulmón en la radio por la estrella del pop Elvis Presley?
¿De dónde venía? Pues, por supuesto, del patio trasero de la familia Snape.
Severus y Eileen, azada en mano y gingado en pie, retiraban la hierba muerta del patio trasero para sustituirla por el bluegrass de Kentucky que Severus había comprado, todo ello mientras bailaban al ritmo de la canción. Ninguno de los dos podía contenerse. ¿Cuánto autocontrol haría falta para no bailar al son de la voz del maldito Elvis Presley?.
-Bueno, puedes hacer cualquier cosa menos apartarte de mis zapatos de ante azul-. O cantar, como Severus oh tan amablemente mostró.
La verdad es que no era sólo la canción lo que parecía fuera de lugar, sino también la felicidad. Severus y Eileen disfrutaban de verdad del tiempo que pasaban trabajando juntos. A pesar del arduo trabajo manual de la azada, la canción, la compañía y unos vasos de refrescante limonada con galletas lo compensaban con creces. Se esforzaron mucho y trabajaron con eficacia, pero eso no les impidió pasárselo bien, liberarse del estrés y concentrarse en construir el mejor jardín que Spinner's End había visto jamás.
Y no paró ese día. Cada mañana, mientras los dos trabajaban en el patio trasero, su radio ponía canciones. A algunos les parecía fascinante, a otros irritante, pero nadie tenía valor para quejarse porque, al menos, aquellos dos reían y charlaban mientras trabajaban en algo que merecía la pena; no estaban malgastando sus vidas como el resto. Además, podía ser un signo de esperanza para Spinner's End ver a alguien disfrutando incluso de los aspectos más básicos de la vida. Daba a entender que nadie tenía por qué sentirse desgraciado, independientemente de sus condiciones de vida.
Además, el jardín estaba tomando forma maravillosamente.
El abono mejorado ayudó a que la hierba creciera en menos de una semana, convirtiendo el terreno antes sucio y desnudo en un precioso tono de verde saludable. Alrededor del cobertizo y en la base del porche trasero, Severus martilló tablones de madera de forma rectangular para que sirvieran de parterres, pero a Eileen le parecieron demasiado endebles, así que en su lugar acabaron bordeando el jardín con ladrillos. Después, Severus despejó un camino desde las escaleras del porche hasta la entrada del cobertizo, colocando piedras de río a lo largo del mismo, mientras Eileen, aprovechando su experiencia en jardinería derivada de sus antecedentes familiares pocioneros, plantaba las flores con destreza.
-¿Por qué Edelweiss?- preguntó Eileen después de inspeccionar las bolsas de semillas.
-¿Hm?- tarareó Severus. Estaba sentado junto a las escaleras del porche, distraído con un vaso de agua mientras descansaba a la sombra.
Eileen llevaba un sombrero de sol de mujer con un lazo de cinta que caía por el ala, pantalones marrón claro, botas y guantes de jardinería. Estaba sucia por haber trasvasado la marga a las camas, ya que se le había restregado ligeramente por la ropa, pero si Severus era sincero, nunca la había visto tan feliz y contenta haciendo algo que le gustaba.
-Edelweiss. ¿Por qué la compraste?- Ella cogió la bolsa de semillas y la agitó en su dirección. -Quiero decir, puedo entender el cosmos de chocolate y la clemátide -ambos tienen colores más profundos; el cosmos es de un vino intenso y la clemátide es púrpura-, pero ¿el edelweiss?-. Se encogió de hombros. -Es blanca, lo que supongo que complementa los tonos más oscuros de las otras dos, pero creo que hay flores blancas mejores. Entonces, ¿por qué ésta?-.
Severus ladeó la cabeza, pensativo, mirando al cielo. Finalmente, terminó su vaso de agua y se levantó para continuar el trabajo. -Por ninguna razón en concreto. Una vez vi un jarrón con un ramo de ellas y pensé que es una flor preciosa-. Se encogió de hombros. -Sé que están infravaloradas en comparación con, ¿qué? ¿Orquídeas? ¿Los guisantes de olor? Pero me gustaron a pesar de todo-.
Antes de que Severus pudiera alejarse, Eileen dijo -¿Sabías que significan coraje?-.
Él se detuvo y se volvió hacia ella. -¿Perdón?-.
-Edelweiss se asocia a menudo con la fuerza y la dureza, pero también llegó a ser un símbolo de coraje, valentía y amor-, dijo ella, sonriendo.
Severus frunció el ceño. -¿Esta cosita?-.
-¡Claro que sí!- Eileen asintió. -Son plantas alpinas, que suelen encontrarse en las cimas de las montañas. Antiguamente se creía que recibir una flor de Edelweiss significaba que quien la regalaba había escalado una gran altitud para obtenerla, demostrando el valor de escalar una montaña contigo en sus pensamientos. De ahí el coraje, la valentía y el amor-.
Alzó las cejas, sorprendido. No conocía el significado de la flor; con toda honestidad, sólo le parecían agradables a la vista. -Qué casualidad...-, murmuró. -Yo también te considero valiente y encantadora-. Sonrió satisfecho.
Eileen se rió y rechazó su descaro. -¡Oh, tú! Merlín sabe que si yo fuera una flor, no sería una Edelweiss-.
-¿Por qué? ¿Qué flor serías?- preguntó Severus con curiosidad.
Ella ladeó la cabeza hacia el cielo, pensativa, exactamente igual que Severus había hecho antes, y él soltó una risita al ver sus similitudes. -Una strelitzia, creo-. Dijo ella, estudiando sus manos enguantadas con una pequeña sonrisa en el rostro. -¿Y tú?-.
-¿Me lo preguntas a mí? Apenas conozco el significado de Edelweiss, y no tengo ni idea de cómo es una strelitzia-, razonó. -Dime tú... ¿qué flor sería yo, madre?-.
Ella se levantó del suelo, se limpió los pantalones y empezó a caminar en círculos a su alrededor con el ceño fruncido, profundamente pensativa. Lo rodeó una, dos veces, antes de detenerse frente a él y colocar las manos en las caderas. -Agridulce-, dijo seriamente.
Severus arqueó una ceja. -¿Agridulce?-.
-Como una fruta agridulce amarga al principio, pero más dulce al masticarla-. Ella asintió.
-Te das cuenta de que la agridulce es venenosa para los humanos, ¿verdad?-. Dijo con sorna.
-Y la mayoría de las flores también-. Esta vez, ella sonrió.
-...touché-, concedió con una pequeña sonrisa antes de darse la vuelta para reanudar su trabajo.
-Significa la verdad-, dijo Eileen de repente.
Él se detuvo y se volvió hacia ella una vez más. -¿Qué?-.
-Agridulce significa verdad. Si significa buscar la verdad, descubrir la verdad o transmitir la verdad... entonces depende de la persona-. Sonrió. -Y Merlín sabe que tus ojos no mienten-. Dicho esto, se dio la vuelta y se agachó, volviendo a centrar su atención en preparar los lechos para las semillas.
Severus se la quedó mirando un momento más, pero al final se volvió también hacia su propio trabajo. Agridulce, ¿eh? pensó, sintiendo que el nombre era apropiado. Algo amargo y dulce al mismo tiempo, como retroceder en el tiempo.
Fugazmente, pensó en el Edelweiss y en su significado. Severus se preguntó por qué Harry tenía un ramo de ellas a su lado la última vez que vio al Maestro de la Muerte, pero como ocurre con la mayoría de las cosas, decidió olvidarlo y concentrarse en su trabajo.
Finalmente, a medida que avanzaban los días, Severus terminó de colocar las rocas en el caminito que estaba construyendo y Eileen plantó las semillas de forma ordenada en los arriates. Todo lo que tenían que hacer era esperar a que el abono mágico hiciera efecto en las semillas y ver crecer las flores.
Severus estaba demasiado ocupado con el jardín como para preparar sus pociones. El jardín se convirtió en su prioridad, al igual que la satisfacción de su madre. Durante esos días, Severus no pisó su cobertizo ni una sola vez. En lugar de eso, delegó la tarea a sus cuervos en vez de abandonar su trabajo y retrasar la entrega de sus pociones.
Los esbirros se adaptan a sus amos, igual que los Caminantes de las Sombras adoptan la apariencia de cosas familiares, lo que implicaba que sus cuervos podían adoptar su forma para realizar acciones humanas como preparar pociones. Sabiendo que no mantendría una rutina equilibrada de elaboración de pociones como estudiante en Hogwarts, le resultaba cómodo que lo hiciera otra persona.
Mientras Severus estaba ocupado con su madre, Skam, un cuervo de confianza de la poca amabilidad de Perséfone, y su hermana Slátra se encargaron de elaborar los brebajes por él. Al principio, sus cuervos no coordinaban sus extremidades porque no estaban acostumbrados a un cuerpo humano, una lucha con la que Severus empatizaba debido a su propia forma Animagus. Afortunadamente, aprendieron rápidamente a realizar la tarea que tenían entre manos. Después de todo, sus cuervos eran sus sombras: reproducían a la perfección los movimientos de su cuerpo. Sólo necesitaron la paciencia de Severus y numerosas demostraciones de cómo preparar la Wiggenweld para dominarla, por lo cual Severus estaba agradecido.
No importaba lo raro que se sintiera al ver su propia cara sonriendo suavemente cada vez que Severus elogiaba sus progresos, con otra persona encargándose de las pociones, podía lavarse las manos de todo el trabajo. Por supuesto, seguía inspeccionando las tandas cada mañana antes de enviarlas para asegurarse de que la calidad era la misma, pero ni Skam ni Slátra habían cometido errores.
Ahora, sin el repetido trabajo de por medio, Severus decidió disfrutar de sus últimas semanas en casa.
Sintiendo los pocos rayos de sol que de vez en cuando se filtraban a través de la densa contaminación del cielo, bañando su piel. Acompañando a su madre en sus lecturas nocturnas, compartiendo su ejemplar de Estudio en escarlata mientras él hacía sus deberes aparte. Le enseñaba a cocinar sus platos favoritos y, de paso, se enteraba de lo golosa que era Eileen. Sentarse en el porche trasero sin fingir, disfrutando de ver jugar a sus cuervos y florecer las flores.
Pequeñas cosas, por pequeñas que fueran, simplemente porque podía tomarse las cosas con calma mientras tuviera la libertad de hacerlo.
Porque Severus sabía que la calma no duraría. El camino que su vida traza es desafiante, y tan pronto como regresara a Hogwarts, las cosas cambiarían para siempre. Mientras estaba ocupado trabajando, planeaba y se preparaba para lo que vendría. No podía garantizar el éxito en sus esfuerzos, y con toda una vida de fracasos, sabía que no era perfecto. Sin embargo, esperaba -(no, rezaba)- que cualquier entidad, si no la Muerte, se apiadara de él. Al fin y al cabo, sólo era un hombre, y lo que podía hacer tenía un límite.
Respira hondo, absorbe el mundo que te rodea.
Observa con agudeza, mira a la gente que te rodea.
Habla con valentía, abraza los sonidos que te rodean.
Vive plenamente, pues la magia te abraza.
Avanzará cuando soplen los vientos y llegue el momento.
Mientras tanto, sonríe y cierra los ojos mientras lee su diario y se duerme con los tranquilizadores gorjeos de sus cuervos y la alegre risa de su madre. Porque, incluso en sus sueños, sigue viviendo para llevar su historia hasta el final.
✨✨✨✨✨✨
El verano transcurrió tranquilamente hasta unas semanas antes de septiembre, cuando a Severus le llegó la hora de volver al callejón Diagon a comprar provisiones para su sexto año. Hay que reconocer que había retrasado el día todo lo posible. En primer lugar, dudaba de enfrentarse a las incertidumbres que le esperaban en el banco. En segundo lugar, le costaba explicarle a Eileen por qué necesitaba abrirle una cuenta bancaria, dado que aún era menor de edad y necesitaba guardar los montones de galeones que había acumulado en los últimos meses.
Afortunadamente, el destino quiso que Severus se diera cuenta una vez más de que su madre es más aguda de lo que él creía.
Desayunar juntos se convirtió en algo habitual en la casa de los Snape, al igual que el hecho de que los cuervos volaran por la casa, la ropa limpiada mágicamente, los muebles que se reparan solos si se rompen, etc. Como de costumbre, Severus preparó la comida, esta vez deliciosos farls de patatas asadas acompañados de huevos y beicon, y la familia de tres se sentó a disfrutar de la mañana.
Severus acababa de terminar de leer el Diario el Profeta del día y se lo entregó a su madre antes de morder su pan y beber café. Tobías terminó primero, como de costumbre, y luego se fue a trabajar sin despedirse, lo que también es habitual. Severus le tiró un poco de tocino por encima del hombro a Kuro, que estaba encaramado al alféizar de la ventana, mientras Eileen seguía sorbiendo su té, absorta en los artículos del periódico.
En general, todo era agradable y tranquilo.
-¿Eres el Príncipe Mestizo?-.
O eso había pensado Severus.
-¿Perdón?- Le arqueó una ceja mientras sorbía su café, haciendo todo lo posible por no parecer culpable de la acusación.
No parecía funcionar. Ella bajó el periódico para mirarle con una sonrisa cómplice. -Lo eres, ¿verdad?-.
Severus partió un trozo de pan. -¿Y si no lo soy?-, desafió.
-Eso sería peor, creo-, dijo ella con tristeza. -O implica que alguien se está haciendo pasar por un miembro de mi familia, o que mi padre volvió al negocio después de tanto tiempo, o... alguien sobrevivió-. Sacudió la cabeza. -Las falsas esperanzas duelen más que ninguna esperanza, así que te agradecería que me dijeras la verdad-.
Ahora, Severus se sentía mal. -No, mis disculpas. Soy yo, tenías razón-. Suspiró.
-¿Por qué no me lo dijiste?- preguntó ella, imperturbable, haciendo un gesto hacia él con el periódico en la mano. -Sabías que acabaría descubriendo al Príncipe Mestizo, desde que me dejaste leer el Diario el Profeta; es de lo único que se habla hoy en día-. Dobló el periódico sobre la mesa. -Enhorabuena, por cierto... por la creación de una poción tan excepcional-.
-Gracias-, dijo él sinceramente. -Y, respondiendo a tu pregunta, quizá estoy demasiado acostumbrado a mantener mi vida en secreto. Juré no revelar mi identidad públicamente mientras fuera menor de edad, y no estaba seguro de cómo reaccionarías, así que...- Se encogió de hombros.
Su sonrisa se suavizó hasta convertirse en esa ternura que solía mostrarle cuando era más joven. -Te alabaría sin descanso-. Admitió. -Mi hijo... ya está dejando huella en el mundo. No podría estar más orgullosa-.
Él le devolvió la sonrisa. -Gracias-.
Dio una palmada repentina con una sonrisa emocionada en la cara. -¡Debemos celebrarlo! Por el éxito de tu poción, tu transformación Animagus... ¡oh!- Su sonrisa se amplió. -¡Y la finalización de nuestro jardín!-.
Se rió entre dientes. -Por supuesto. ¿Adónde?-.
Su sonrisa se tensó, perdiendo parte de su brillo. -Espero que a un sitio no demasiado caro. Me temo que no me queda mucho dinero de mi último trabajo...- dijo disculpándose.
Severus parpadeó. -Estás subestimando el éxito de mi poción, madre-.
-Oh, no quisiera imponer...- empezó ella.
-Y no lo estás haciendo. Me ofrezco a pagar como tu hijo, no hay nada malo en ello. Además, he adquirido más dinero del que sé qué hacer con él-. Él hizo una mueca.
-No, no. Yo... espera, ¿cuánto?- Ella arqueó una ceja.
Severus dio un sorbo a su café antes de murmurar -Montones-, como si estuviera desvelando un gran secreto.
Anonadada, se quedó mirándolo antes de caer en la cuenta. -Dios santo, ni siquiera tienes una cuenta bancaria para guardar tu oro, ¿verdad?-. Severus negó con la cabeza. -Oh, no. ¿Dónde lo guardas?-.
-Está escondido-. Dentro de la cámara acorazada de su baúl ampliado, para ser más exactos, pero no necesitaba especificárselo. -No obstante, ya que llegamos a este tema de conversación... ¿te importaría ayudarme a abrir una cuenta en Gringotts? Necesito una, como ya te habrás dado cuenta-.
-Por supuesto-. Ella asintió. -Podemos ir al callejón Diagon cuando quieras; de hecho, podemos aprovechar para comprar tus útiles del próximo curso mientras estamos allí... si no los has comprado ya...- Preguntó ella.
Severus sonrió y negó con la cabeza. -No lo he hecho. Es una gran idea, mamá; deberíamos comprar otras cosas también. Estoy pensando en ropa mejor, algunos libros, una varita nueva...- se interrumpió.
Eileen asentía a sus palabras -Sí que necesitas ropa nueva, y no te vendría mal leer libros nuevos... espera, ¿qué?-. Parpadeó. -¿Una varita? ¿Por qué necesitas comprar una?-.
Severus arqueó una ceja mirándola como si fuera lerda. -No hago listas de cosas para mí-.
Ella lo miró intensamente. -No estarás sugiriendo...-
-Oh, lo estoy haciendo-. Él sonrió satisfecho. -¿No crees que ya es hora de que recuperes tu derecho a usar la magia? Tengo el dinero para hacerlo-. Su mueca se convirtió en una sonrisa elegante. -Podemos pasar por Ollivanders y comprarte una varita nueva mientras estamos allí-.
Ella se mordió el labio inferior para evitar que le temblaran. -¿Estás seguro?-.
Severus asintió. -Considéralo un regalo de cumpleaños adelantado-.
Eileen resopló. -Mi cumpleaños es en octubre-.
-Por eso he dicho anticipado-.
Se rieron, Eileen con una sonrisa lacrimógena y Severus con una rica carcajada, antes de ahondar en los preparativos de su viaje al Callejón Diagon, completados con una lista de todo lo que comprarían y las actividades que Eileen echaba de menos hacer de niña. Después de todo, esta sería su primera visita al Callejón Diagon desde que se casó con Tobias, y Severus quería facilitar su regreso al mundo mágico gradualmente y sin ningún problema.
Empezaría por darle de nuevo una varita, e iría a partir de ahí, supuso.
Se decidieron por un domingo de la segunda quincena de Agosto, cuando las flores del jardín ya habían florecido. Ese día, Severus se sorprendió, aunque no del todo, al ver a Eileen despierta cuando se levantó de la cama y bajó a la cocina. Tarareaba junto a la canción de la radio, preparaba café y té, y de vez en cuando miraba las magdalenas que se hinchaban en el horno junto al espejo transparente con una brillante sonrisa dibujada en el rostro. Parecía tan ilusionada como una niña, y a él se le encogió el corazón al verla tan feliz.
-Me alegro de verte aquí tan temprano-. Anunció su presencia.
Ella dio un respingo, sorprendida, antes de girarse hacia él. -¡Casi me da un infarto! No hagas eso-. Le amonestó, pero entonces la sonrisa regresó. -Buenos días, Severus-.
Intercambiaron cumplidos, desayunaron juntos y luego procedieron a cambiarse para la salida. Severus llevaba su atuendo habitual camisa blanca abotonada de manga larga, pantalones negros, zapatos a medida, guantes y reloj de pulsera. Se peinó hacia abajo para domarlo, pero aparte de eso, Severus no hizo nada particularmente nuevo o que le hiciera pensar, excepto ocuparse de la higiene básica. Lo único que quería era parecer presentable.
Bajó las escaleras después de ordenar y volver a comprobar que tenía todo lo que necesitaba, lo que incluía su bolsa de dinero recién ampliada para facilitar el transporte de todo su oro, su cartera, identificaciones (tanto muggle como de mago), el Magnum Opus en la funda de la varita sujeta a su antebrazo y, como era de esperar, pequeños frascos de pociones en caso de emergencia. Cuando Severus entró en el salón poco después, echó un vistazo a su madre, que lo esperaba, y se detuvo.
Eileen se encargó de ponerse presentable y subió el listón. Llevaba un vestido blanco de lunares con cintura camisera, falda en línea hasta la rodilla, blusa de botones con mangas modestas y una cintura ceñida muy favorecedora. Llevaba un sombrero de sol con un lazo blanco en las alas, ligeramente torcido hacia un lado para dejar al descubierto el peinado recogido de rizos cortos vintage que llevaba debajo, tacones blancos y guantes blancos a juego. Su bolso de mano brillaba en plata a juego con su collar y sus pendientes, haciéndola resplandecer angelicalmente cuando la luz le daba de lleno. Y, para rematarlo todo como si fuera la guinda perfecta del pastel, su maquillaje, aunque ligero, contrastaba perfectamente con su rostro en tonos rosas y rojos.
Parecía ser toda la bruja de sangre pura con la que había nacido y, a pesar de su nariz torcida, sus ojos saltones y su delgada silueta, era tan hermosa como la mejor de ellas.
Severus sonrió a su madre. -¿Te has rizado el pelo?-, señaló en voz baja, como si temiera que su tono la asustara.
Ella se tocó los rizos cohibida. -El conjunto no funciona necesariamente con el pelo alisado. Yo lo sabría, lo he intentado antes-.
Severus soltó una leve risita. -¿Y las joyas? Nunca las había visto-.
Ella asintió, tocándose ahora los pendientes. -Son de mi boda... nunca los usé después de ese día...- se rió entre dientes. -Pensé que no estaría de más volver a usarlos, sobre todo para una ocasión tan importante-.
-¿De compras en el callejón Diagon?-.
-Volviendo al mundo mágico-.
Severus asintió; esperaba esa respuesta. -Bueno...-, deletreó, extendiendo el brazo y ofreciéndoselo a su madre. -Vamos, entonces, mi señora. Todavía nos queda un buen paseo hacia la biblioteca antes de llegar a nuestro destino-.
Eileen soltó una risita y le devolvió la reverencia. -Por supuesto, mi querido señor-. Antes de cogerle del brazo y sonreírle.
Severus no pudo evitar darse cuenta de que ahora estaban a la altura de los ojos, a pesar de que ella era más alta que él hacía apenas unos meses. Debía de haber pegado un estirón sin que él se diera cuenta.
Abrió la puerta. -¿Vamos?- Ella asintió y se adelantó un poco mientras él cerraba la puerta. Volvió a cogerle del brazo mientras paseaban por Spinner's End. Al llegar a New Beginnings, los caminos estaban bien pavimentados y la gente era educada, intercambiando saludos y buenos días al pasar, sin saber que ambos eran residentes de Spinner's End, a juzgar por sus corteses modales.
Finalmente, madre e hijo llegaron a la Biblioteca Pública de Cokeworth.
No hubo necesidad de galanterías ni presentaciones. Una vez dentro del edificio, se dirigieron directamente hacia el fondo, donde estaban la chimenea y un frasco de polvo floo, sin perder tiempo en darse a conocer al personal de la biblioteca.
-¿Seguro que está bien?- preguntó Eileen por quincuagésima vez mientras avanzaban por los pasillos.
Severus puso los ojos en blanco y asintió. -Sí. Es una biblioteca pública, madre, y no les importa quién entra y sale mientras no robes un libro-, aseguró. -Simplemente mantén la cabeza alta y camina con confianza, y no cuestionarán nada-.
Ella hizo exactamente eso, con la cabeza bien alta, mirando hacia abajo con una mirada parlanchina que hacía que el más valiente de los presentes se desmoronara y se apartara de su camino. Severus estaba bastante impresionado, sonriendo a su lado con orgullo en el corazón.
Pronto estuvieron en la habitación del fondo. Sin embargo, para su sorpresa, alguien más había llegado antes que ellos.
Severus miró a la persona, viendo su pelo rojo peinado hacia abajo en una gruesa trenza mientras estaba de pie frente a la chimenea, y supo inmediatamente de quién se trataba.
Frunció el ceño para ocultar su sorpresa. -¿Lily?-.
Y la pelirroja se dio la vuelta.