Chapter 1: El chico que come cigarros
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En la oscura y fría noche, un pequeño niño tirita. Su madre acaba de tirarle una cubeta de agua con hielos y, no satisfecha con esto, le golpea tres veces la cara con la mano bien abierta, lo arroja al patio y le cierra la puerta en la cara.
—¡Mami! ¡Mami! —suplica, sintiendo un frío atroz. Golpea la puerta con insistencia, pero nadie responde a su llamado.
El nene se refugia del viento y del concreto duro en un rincón del patio, donde se siente guarecido. Contrae las piernas contra su joven pecho, se abraza a sí mismo y llora en silencio.
Si grita, le irá peor. Lo sabe muy bien. Puede que lo fustiguen otra vez, o que le rompan un dedo, o le quiten una uña. Así que se mantiene quieto, muy quieto.
Incluso cuando alguien sale al patio una hora después.
Está quieto, tanto que parece que el mundo se ha detenido.
Sigue quieto cuando el hombre recién llegado se cierne sobre él y le quita la ropa. Llora, con la cara empapada en llanto, pero no produce un solo sonido cuando el hombre le mete la lengua en la boca.
Si hace ruido, le irá peor.
Sabe a cigarro. Siempre sabe a cigarro.
El hombre libera sus feromonas hasta que el patio está inundado de ellas. El niño quiere vomitar, pero se aguanta. Deja que las feromonas penetren en su sistema, dejándolo indefenso.
El hombre lo voltea sobre su estómago, lo desnuda de la cintura para abajo y mete un dedo invasor en la cavidad del niño. Él yace borracho de feromonas, sin saber qué está pasando.
—¿Ves cómo todo sale bien si cooperas, Bennett?
La cabeza le da vueltas al niño. Siente dolor y verguenza, pero no se puede mover. Está tan sofocado de feromonas que no podría dar un paso fuera del lugar.
Luego de unos instantes, el hombre se harta de prepararlo. Enfila su miembro grueso en la entrada del niño y lo viola sin más ceremonias.
Bennett vomita y las lágrimas salen a raudales cuando siente que algo se ha roto. Desde su posición ve que hay sangre escurriendo de su ano.
Aprieta los puños y se muerde los labios. Si grita será peor. No tiene que gritar.
Más allá, dentro de la casa, su madre mira la escena.
En la pequeña casa monstadtiana que se erige a las afueras de Aguaclara hay tres habitantes: un leñador huraño, una mujer desagradable y un pequeño niño de cabello albino y ojos verdes. El niño no se parece a ninguno de los dos, pero es hermoso, así que, de cierta forma, ayuda al matrimonio a mantener su estatus frente al pueblo.
El pequeño Bennett se pasea por el pueblo cuando se ha sanado de sus heridas. Sin embargo, no puede culpar demasiado a sus padres, porque él solo se ha hecho unos raspones de no creer en las rodillas.
Juega con los niños del pueblo hasta muy entrada la tarde, y entonces tiene que volver a casa. Por supuesto, Bennett no quiere. Preferiría perderse y nunca volver, pero tiene tan buen sentido de la orientación que sabría cómo llegar a casa aunque estuviera al otro lado del mundo.
Aun así, Bennett decide desviarse un poquito, casi nada. Camina por la Garganta del Borracho, escondiéndose de los mercaderes, los hilichurls y los viajeros. Cuando ve una rama de su tamaño, Bennett la recoge, porque no hay nada mejor que una rama para comenzar una aventura.
Al final de la Garganta ve una hermosa casa rodeada por vides que se caen bajo el peso de uvas gordas. Nunca había visto esta casa.
Un slime gordo y enorme le sale al paso. Bennett, como el niño que es, se asusta y sale corriendo, pero en su huida no cuida a donde va. Él solo pone un pie delante del otro, aterrado de la presencia del slime.
Empieza a ver un bosque agreste, muchos arbustos y, ¿ganchos de lobo? Entonces grita con terror. Se ha adentrado en el territorio de Boreas sin querer.
Bennett comienza a llorar a lágrima viva, suplicando por sus padres, pero recuerda algo que el soldado Kaeya ha dicho. Los lobos son capaces de detectar a un intruso a una distancia descomunal, sobre todo si va por ahí haciendo un ruido de los mil demonios. Así que Bennett hace de tripas corazón, cierra la boca y llora con ahínco, pero le falta el aire por la desesperación.
¿Qué hará en el territorio de Boreas él solo? Acaba de anochecer y sus padres deben estar como locos buscándolo por todo Aguaclara. ¿Y si alguien lo vio irse hacia el bosque? ¿Y si sus padres lo golpean más feo por irse y desobedecerlos?
Un movimiento a su derecha lo asusta. Bennett grita quedito, con el corazón martilleándole en el pecho. Unos segundos después, una bestia le cae encima y rueda con él en una maraña de patadas y puñetazos. Luego lo muerde en el brazo, pero Bennett puede verlo mejor en la luz del ocaso.
Es un niño con el cabello extremadamente largo, las uñas afiladas y los dientes sucios. Está cubierto de tierra y sudor rancio, y está completamente desnudo.
—¡Basta! ¡Basta! —Grita Bennett, aterrado.
Aunque sea un niño humano, es uno muy raro. Lo mira con los ojos bien abiertos y en lugar de pronunciar palabra alguna solo gruñe y ladra.
Se vuelve a lanzar a la carga para morderlo, pero Bennett agarra una piedra y se la lanza. El niño llora como si fuera un perro, se lame el sitio golpeado y se adentra en el bosque, ahuyentado.
Cuando todo termina, Bennett intenta recuperar el aliento y no sentirse lo suficientemente aterrado como para quedarse clavado en su lugar, pero le está costando. No sabe en dónde está ni si podrá regresar con sus padres. Puede que termine como ese niño, desnudo y sucio, actuando como un perro.
Bennett decide que lo más prudente es quedarse en donde está y no provocar ni al niño ni a los lobos, así que busca una posición cómoda y, cuando menos se da cuenta, se queda dormido.
Bennett despierta cuando siente que algo le respira en la cara. Abre los ojos y se encuentra de frente con el niño-perro, que le ladra por la sorpresa cuando lo ve despertar. Se aleja a toda velocidad, corriendo a cuatro patas. Se adentra en el bosque y Bennett no lo vuelve a ver en todo el día.
Sin embargo, junto a él, el niño-perro le ha dejado un montón de bayas y ganchos de lobo, además de una cantimplora llena de agua que seguramente es robada de algún lugar. Bennett mira alrededor, pero no parece haber nadie más con él. Así que toma la fruta y se la come, pero desconfía de la cantimplora y solo la guarda consigo.
Entonces se levanta y mira alrededor, pero no conoce nada en absoluto. Nunca había entrado al bosque de Boreas, así que no sabe cómo orientarse para salir. Y eso que pensaba que él podría volver a casa desde cualquier rincón del mundo.
Bennett decide caminar hacia el oeste, es decir, con el sol de la mañana a su espalda, porque una vez vio un mapa y se supone que el bosque está al este de Aguaclara, así que si camina al oeste tarde o temprano podría llegar.
Hay muchos árboles y un terreno muy accidentado, pero Bennett tiene la esperanza de que podrá salir del bosque antes de que se termine el día y podrá volver a la seguridad de su casa.
No obstante, cuando ve la casa bonita de las vides Bennett se gira en redondo y se vuelve a perder en el bosque.
El niño-perro lo visita de nuevo en la noche. Le ladra, le lanza frutas y se marcha corriendo a cuatro patas. Esta vez, Bennett se ríe de lo lindo al verlo, porque el niño-perro es extraño.
Bennett tiene mucho frío en la noche. Está acostumbrado a dormir en lugares duros sin nada para cobijarse, pero dos noches seguidas en el bosque son malas para su pequeño cuerpo.
Delibera consigo mismo sobre si de verdad necesita volver a la civilización. ¿No puede vivir ahí con el niño-perro y comer frutas para siempre jamás?
Unos destellos llaman su atención. Parece como si unas enormes criaturas se movieran alrededor de unos monumentos de piedra. Y Bennett, como el niño curioso que es, se acerca a la escena en completo silencio y oscuridad, temiendo alertar a las criaturas.
Cuando las ve más de cerca se da cuenta de que son lobos. O al menos eso parecen. Caminan erguidos, a dos patas, y se mueven alrededor de tres monumentos elementales que se han apagado largo tiempo atrás.
Bennett mira la escena, como embelesado. Los hombres lobo caminan, luego aúllan, luego vuelven a caminar, en una especie de danza hipnótica de la que no se puede apartar la vista. Bennett pierde la noción del tiempo y el mismo miedo y solo se llena la vista hasta que alguien respira detrás de él y le dice en un idioma desconocido:
—Filius Maris Jivari.
Bennett grita por la sorpresa e interrumpe el ritual o lo que sea que hayan estado haciendo los hombres lobo. Estos lo rodean, se colocan a cuatro patas y lo miran con ojos escrutadores.
El corazón de Bennett comienza a latir con fuerza en su pecho, y un sudor nervioso le recorre la espalda y la frente. Piensa que está a punto de ser devorado por lobos gigantescos, pero en su lugar, dicen:
—Somne, fili maris ignis. Dabit te spiritus ignis in nocte, et custodiet te tota vita tua.
Bennett no entiende en absoluto lo que estas criaturas le dicen, pero de pronto siente mucho sueño. Está aterrado, porque se quedará a merced de un montón de lobos enormes y quién sabe si sobreviva hasta la mañana siguiente.
Bennett sobrevive.
Unas horas después, su madre lo carga en volandas, llorando por todo lo alto. Hay todo un destacamento de cazadores, soldados y leñadores, entre los que está su padre, pero Bennett solo puede ver tres monumentos encendidos con pyro.
El niño cierra los ojos y se aferra a su madre. Después de todo, es la primera vez en su vida que es abrazado por su madre.
Cuando llegan a casa y la puerta se cierra detrás de ellos, la mujer se desprende del niño y lo lanza con todas sus fuerzas contra la pared. Bennett grita, pero la mujer es rápida y le pisa la cara.
—¡Cállate, pendejo malnacido! —le grita entre susurros, con la cara crispada por la furia. Pisotea la cara de Bennett y luego lo patea en el pecho—. Tuvimos que gastar tiempo y dinero en buscarte, basura. ¿Sabes lo que nos costó? Incluso le debemos un favor a ese creído de Crepus Ragnvindr. ¡Esto es el colmo!
Su madre lo pisa hasta que está satisfecha. Bennett sabe que tiene algunas costillas rotas, pero no se atreve a levantarse. Se queda tirado, intentando asimilar lo que está pasando. Hasta hace una noche era el niño más feliz del mundo.
Estaba asustado, muy asustado, pero era feliz.
Un rato después entra su padre a la casa. Tiene la misma cara de disgusto que su madre. Bennett sabe lo que le espera.
Lo que no sabe es el grado de enojo del hombre porque, tan pronto como lo ve, el hombre se inclina sobre él y lo toma del cabello para obligarlo a pararse.
Bennett solloza pero no grita. Se tapa la boca con sus pequeñas manos mientras es obligado a subirse a una silla e inclinarse sobre la mesa. Un segundo después, su trasero está al aire.
—¿Ya se curó? —pregunta el hombre.
—Yo qué sé —descarta con fastidio la mujer—. Déjame comer en paz.
Pone un cuenco de sopa humeante y un plato de pan frente a Bennett y se pone a comer en silencio mientras el niño aprieta los puños y cierra los ojos con fuerza. El hombre escupe saliva en su pequeño trasero y mete un dedo, pero Bennett suelta un sollozo alto.
La mujer suelta su cuchara, aprieta la cabeza de Bennett con fuerza hasta que sus uñas hacen medias lunas sangrantes en su cara y le dice—: Cállate antes de que te duela de verdad, puto imbécil.
El hombre trabaja a sus anchas hasta que puede meter y sacar tres dedos fácilmente, así que se deleita saboreando el pequeño trasero y, unos segundos después, mete su pene duro en el recto joven de Bennett.
Su padre suspira de placer y sus feromonas comienzan a inundar el lugar.
—De seguro no has comido —dice, sacando de su bolsillo una cajita metálica. Abre la cajita, saca tres cigarros de su interior y los mete a la fuerza en la boca de Bennett—. Come, no quiero que la gente diga que no te alimentamos.
Bennett se atraganta y gime, pero la mujer no le perdona el sonido y golpea su espalda con un puñetazo que le saca el aire.
—Un sonido más y te duermes en el patio —amenaza.
—Ya lárgate mujer.
El hombre ni se inmuta cuando ve que el niño se desmaya. Sube sus piernas a la mesa, lo deja bien abierto para él y se lo coge tan duro que vuelve a desgarrarle el recto.
Más contento, toma a Bennett de la camisa, lo arroja al suelo de la cocina y se pone a comer. Qué más da deberle algo de dinero a Crepus Ragnvindr. Todo sea por tener su propio coñito omega.
Pasan ocho años antes de que cualquiera se de cuenta. Con el tiempo, Bennett consiguió una buena manta para las frías noches y, aunque no es muy alto, su belleza sigue siendo encantadora. Tiene unos hermosos ojos color esmeralda y un cabello que las diaconisas de Mondstadt cortan cada mes.
Bennett tiene varios pequeños trabajos, entre ellos pescar y cazar jabalíes, aunque es muy malo en ello. Lo que mejor se le da es recoger las vides de temporada en el Viñedo del Amanecer.
Los viejos vinicultores le regalan una canasta llena de carne, frutas y racimos de uvas, así que Bennett regresa contento de camino a casa. Antes de llegar, pasa por los tres monumentos pyro, deja un poco de carne y frutas y se va a casa.
Las cosas han cambiado drásticamente de cuando era tan solo un chico de ocho años. Ahora Bennett está a dos años de cumplir la mayoría de edad. Sin embargo, a pesar de que es casi un adulto, Bennett no ha pasado por su primer calor.
Él lo atribuye a su mala alimentación, pero no dice nada. Solo deja la canasta en la cocina y voluntariamente se quita el collar que protege su nuca. En casa no puede llegar ese collar.
—¿Ya llegaste, Bennett? Ven a comer —le dice su padre.
Es un hombre entrado en años, pero que sigue conservando su contextura de leñador. Fuma y toma como si no hubiera un mañana, pero hace unos dos años que dejó de trabajar porque el muchacho comenzó a llevar dinero a la casa.
Bennett se desnuda por completo y se arrodilla entre las piernas de su padre.
—Ven hijo, si me comes bien la polla, hoy puedes cenar en la mesa.
Bennett extrae el pene de su padre y lo masturba. Aguanta las arcadas por el mal olor y la sensación y todavía es capaz de poner una cara encantadora mientras se lleva el pedazo de carne a la boca y lo chupa.
—Una puta por completo —lo insulta su madre a sus espaldas—. ¿Quién iba a decir que los omega son máquinas de chupar y follar? No haces otra cosa con él.
—Haz la cena, perra celosa. Este niño pronto va a tener su primer calor y va a dar a luz a mis bebés. Tiene que alimentarse bien. Y tú... ¡chupa bien!
El hombre aparta a Bennett con brusquedad y le propina una bofetada que lo atonta. Acto seguido, se levanta de su asiento, toma a Bennett por ambos lados de la cara y lo obliga a practicarle sexo oral, metiéndole el glande hasta la garganta.
—Aprieta la boca, hijo de puta. Tantos años y no aprendes a mamar.
Bennett da todo de sí para no vomitar. Una vez le rompieron el pulgar por dar arcadas al chuparle el pene a su padre. No quiere volver a sufrir.
No debe vomitar. No debe llorar. No debe hacer ruido. Todo saldrá bien al final.
Cuando su padre tiene un orgasmo intenso y Bennett se traga el semen con sabor a viejo, sabe que todo ha terminado, al menos por ese día.
Su madre sirve guiso y sopa de verduras en un cuenco.
Bennett se levanta y se dirige a la mesa, pero antes de que se pueda sentar, su madre lo mira con una horrible gusto en los ojos mientras derrama el contenido del cuenco en el suelo.
—Ya puedes comer, hijo —le dice, benevolente.
Bennett aprieta los dientes. Se arrodilla y toma lo que puede con las manos antes de llevárselo a la boca. Su madre pasa con los zapatos sucios por encima de la comida antes de irse a la cama para dormir.
Bennett despierta con la sensación de que ha soñado algo siniestro, pero no recuerda qué fue. Se levanta, se viste para un nuevo día y sale de casa cuando sus padres no han despertado todavía.
—¡Hey, Bennett! —lo saluda la pequeña Diona. Es una kemono con orejas y cola de gato. Bennett la ve dando saltitos en su camino hacia la ciudad—. ¡Hoy va a ser el día en que destruya la industria vinícola! ¡Vamos a esforzarnos!
—¡Claro que sí, Diona! —Bennett le dirige una sonrisa radiante.
En su camino hacia la Garganta del Borracho, dos chimeneas sueltan un humo ennegrecido y una fogata se alza como una lengua de fuego.
—¡Ay, es Bennett! —grita una señora—. ¡Bennett, por los Siete, aléjate de los lugares con fuego!
—¡Claro!
Bennett corre hacia la Garganta del Borracho. Detrás de él, los fuegos vuelven a su aspecto normal. Lo ideal sería que la gente supiera porqué pasa esto, pero nadie tiene ni idea.
Bennett nunca ha sido bendecido por Celestia con una Visión y no tiene aptitudes para la pelea. Lo que es más, Mondstadt ni siquiera se caracteriza por ser hogar de tantos usuarios pyro. Salvo por el maestro Diluc Ragnvindr, la Caballero Exploradora Amber y la pequeña elfa Klee, no hay más usuarios pyro en la pacífica nación del Dios del Viento.
Bueno, no es como que Bennett tenga una voluntad férrea o alguna obsesión como los tres usuarios pyro de Mondstadt. Él solo es un campesino pobre que necesita mejor suerte en la vida. No tiene interés en el futuro o en el mundo. De hecho, detesta bastante salirse de los caminos e irse a la aventura.
Ya no es un niño de ocho años, no puede andar por el bosque. Tampoco puede ir a Espinadragón ni a Levantaviento. Los únicos sitios permitidos son Aguaclara, la Garganta del Borracho, el camino a Mondstadt y en la ciudad solo la catedral y una que otra tienda que necesite ayuda, material de caza o leña.
Nada más.
Solo su mundo durante dieciséis años.
En la ciudad, en los caminos y en todos lados, Bennett solo puede hablar con viajeros o mercaderes. Si sus padres se enteran de que está hablando con los caballeros de Favonius o con los aventureros, suelen usar la tabla con clavos que guardan encima de la despensa para fustigarle la espalda hasta que están satisfechos.
Bennett comprende porqué a sus padres les aterra la idea de que hable con alguien de Favonius, ni aunque sea el capitán Kaeya cuando anda de visita en el Viñedo, ¿pero qué mal hace hablar con los aventureros? Bennett no lo comprende, pero sus padres nunca le explican nada que sea relevante.
Ese día también recoge muchas vides, así que Turner está agradecido y le regala una pequeña caja con chocolate, además de su sueldo.
—Razor también debería probarlo —recomienda.
Bennett está de acuerdo. Supo por otras personas que el chico-perro del territorio de Boreas se llama Razor. Para él fue una sorpresa, porque pensaba que aquel niño era su pequeño secreto, pero también se alegró cuando cuando Razor se acercó sin ladrar y sin lanzarle fruta y le dijo—: Tú ser Bennett. Tú ser lupical.
Lo que sea que significara ser un “lupical”.
De todos modos, Bennett casi nunca se encuentra con Razor. Él está muy ocupado con la bibliotecaria Lisa, quien le enseña a usar la visión que acaba de obtener. Además, sabe que el verdadero comandante de los Caballeros de Favonius, un tipo llamado Varka, le ha enseñado lo básico de manejar un mandoble.
No solo eso, sino que la pequeña Klee y la hermana Rosaria suelen visitar muy seguido a Razor. Ambas lo aprecian como un verdadero hermano, por lo que es casi seguro que fueron ellas, además de Lisa y Varka, quienes le enseñaron al muchacho a hablar.
Con estos pensamientos en la cabeza, Bennett se acerca a los tres monumentos pyro, como cada día que recibe regalos de más. Deposita cuidadosamente el chocolate al pie de uno de los monumentos, pensando en que si Razor no llega temprano, las hormigas le ganarán el dulce, pero eso ya no es de su incumbencia.
Quiere quedarse un rato, sobre todo para vigilar que los insectos no se coman el chocolate de Razor, pero Bennett no se decide a quedarse por mucho tiempo. La primera y última vez que lo hizo, después de todo, casi muere asfixiado por cigarros.
Aun así, se queda esperando durante una hora. Un segundo antes de marcharse, Razor aparece bajando desde un árbol.
—Bennett —lo llama con su voz grave y cadenciosa.
—¡Razor! —exclama Bennett, contento—. Mira, te traje esto.
Razor se acerca con cautela. No es que tenga miedo de Bennett, sino que nunca había olido algo como lo que Bennett le lleva. Olfatea el paquete en su mano como si fuera un perro y apenas va a dar un gran mordisco cuando Bennett le quita el paquete, riendo.
—Tienes que desenvolverlo. Si comes papel te va a doler la barriga.
Razor gruñe con confusión, pero espera a que Bennett le enseñe el chocolate, de color café. Vuelve a olfatearlo ahora que el olor se ha hecho más intenso y da un gran mordisco. Le gusta el sabor, porque se acaba el chocolate en manos de Bennett de tres bocados.
Bennett le sonríe y acaricia su cabeza, contento. Razor se deja acariciar, pero toma la mano de Bennett porque se ha manchado con chocolate. Lame y chupa como si fuera la envoltura.
—Oye, ¡oh! No deberías hacer eso. Espero que ese tipo Varka no haya abusado de esto —Bennett se sonroja. Le gusta la sensación de la lengua de Razor en su mano, pero no quiere reconocerlo—. No dejes que los tipos se acerquen tanto. Es más, no dejes que las mujeres se acerquen tanto.
—Rosaria y Lisa ser lupical. Varka ser lupical. Klee ser lupical.
—No creo que Klee vaya a hacerte lo que padre hace, ja, ja, ja.
—Bennett ser lupical. ¿Bennett poder acercarse tanto?
—Sí.
—Lupical poder acercase tanto.
—Entonces no. Ni tus lupical pueden acercarse tanto. No dejes que te desnuden. Tampoco dejes que te toquen si no quieres. Muérdelos. Pártelos en dos.
—Razor querer que Bennett toque.
Bennett volvió a reírse. Apapachó la cara sucia de su amigo y luego de un rato de jugar con él, se levantó, se limpió la tierra de la ropa y se fue.
—¿Bennett venir en mañana?
—Está bien. Mañana vendré, te lo prometo.
Al parecer, Bennett se ha tardado mucho por esta vez, porque tan pronto como cierra la puerta de la casa, su padre le propina un puñetazo en la cara y lo patea tres veces. Bennett se protege el pecho y la cabeza, acostumbrado,
—¿Por qué tardaste tanto, hijo de puta? Ese imbécil de Kaeya Alberich regresó a la ciudad hace dos horas. Desnúdate, hijo de perra.
Bennett se queda en el suelo por unos instantes.
—Dije... ¡que te desnudes!
Su padre ya ni siquiera se molesta en mantener baja la voz.
Desgarra la camisa de Bennett, se sienta con el a horcajadas sobre sus piernas y le muerde los pezones hasta que le saca sangre. La brusquedad hace a Bennett gritar de dolor y removerse, pero su padre le retuerce el brazo y lo toma por las mejillas con tanta fuerza que Bennett está asustado.
Su padre jala el collar de protección y lame el cuello de Bennett, pero no puede morderlo. Gracias a los Siete no puede morderlo.
Lo suelta, deja que se caiga y Bennett se golpea la cabeza contra el suelo. Siente que la sangre se desliza desde su coronilla mientras el hombre le arranca la ropa por completo, se cierne sobre él y lo penetra sin prepararlo.
Bennett vuelve a gritar, pero esta vez es tan quedito que parece que sigue obedeciendo las órdenes de sus padres. No gritar, no vomitar. No importa que su cuerpo entero esté sangrando. No importa. Todo saldrá bien.
Esta vez, su padre vuelve a eyacular dentro de él. Bennett se queda tirado, tiritando, con el nudo en la garganta.
El hombre se pasea con el miembro fláccido al aire. Va a la cocina, toma cigarros de su cajita de metal y enciende uno. Se ríe al ver el desastre que ha hecho con su hijo. Se arrodilla junto a él, le zampa los cigarros restantes en la boca y se acerca lo suficiente para que su propio cigarro le queme la mejilla.
Bennett siente el fuego tan cerca de él que le parece irreal. Hace años que no tiene fuego cerca, ni siquiera el de un cigarro.
—Traga —le ordena su padre.
Bennett es incapaz de obedecerlo. Está abrumado. Tose con vehemencia, pero su padre le tapa la boca y la nariz y repite—: Traga, imbécil malnacido.
La ceniza aun caliente del cigarro le cae en la mejilla, cerca del ojo.
Bennett no puede más.
Aprieta las manos, encaja un puñetazo en la cara de su padre y grita. Grita tan alto que su padre abre los ojos, asustado. Su madre, que no se había metido para nada, sale corriendo de la habitación, a punto de asesinarlo por hacer ruido.
Bennett grita y grita como un poseso.
El pequeño fuego en la cocina se ensancha y salta. La olla de comida se pone de rojo vivo, la estufa se derrite y la cocina empieza a arder.
Bennett grita una y otra y otra vez.
Los vecinos acuden a ver qué está pasando. La casa está completamente cerrada, pero Bennett está gritando y hay humo negro saliendo de la ventana de la cocina.
—¡Oigan! ¿Están bien? —pregunta alguien allá afuera.
La madre de Bennett quiere tomar un cuchillo de la cocina y asesinarlo en ese momento, pero el repentino fuego se lo impide.
—¡Ayúdame a apagar el fuego primero! —grita la mujer.
El hombre le regresa el puñetazo a Bennett y se levanta para ir a la cocina.
—Muérete de una vez —le dice Bennett en voz baja, pero el hombre todavía alcanza a escucharlo a través del crepitar de la madera.
Se gira en redondo y vuelve sobre sus pasos para matar a Bennett con sus propias manos. El chico, angustiado, retrocede sobre el suelo, sin poderse levantar. Compone una cara de miedo, esperando su hora final.
En ese momento la olla explota. Trozos grandes de metal al rojo vivo salen volando en todas direcciones. Por la cocina, por la estancia. Un trozo enorme se incrusta en la cara de la mujer; la derrite casi al instante mientras ella grita de dolor.
Otro trozo va a parar a la nuca del hombre. Se encaja tan fuerte que Bennett puede verlo atravesarle la tráquea. No lo decapita del todo, pero la sangre chorrea a raudales como si fuese un riachuelo.
Bennett los mira, atontado. No hace nada para quitarle el metal caliente a su madre, que es la única que sigue gritando. La casa se quema a una velocidad alarmante, pero Bennett no salva nada.
Solo mira a su padre mientras se desangra y muere a sus pies.
Todo arde, pero Bennett no se siente con la confianza de salir. ¿Qué hará? ¿Qué tiene que hacer? Está desnudo, dolorido y no siente que nadie le vaya a ayudar.
Unos instantes después, se desmaya por inhalar el humo del fuego.
Bennett despierta en una unidad de cuidados. No es la de la catedral, porque las diaconisas suelen pasearse día y noche entre los pobres y los enfermos. Parece un lugar más estricto, menos suave.
Es la unidad de cuidados de los caballeros de Favonius. Sus padres le dijeron que jamás se acercara a ellos y ahí está, durmiendo en su guarida.
—¿Ya despertaste? —Kaeya está sentado en una silla a un lado de su cama. Está cruzado de brazos y parece más serio que nunca—. ¿Cómo te sientes?
—Bien. Creo.
—¿Sientes algún malestar?
Bennett se revisa y se mira, luego niega con la cabeza. Está seguro de que se siente mejor que nunca.
—Entonces se acabaron los cuidados. Tienes que venir conmigo, chico.
—¿Qué pasa?
—Estás arrestado. Se te acusa de parricidio. Lo mejor será que vengas sin oponer resistencia.
Bennett está tan sorprendido, tan perdido, que lo único que atina a preguntar es—: ¿Ese tipo murió de verdad?
Lo que, a todas luces, es un error garrafal.
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Bennett argumenta que necesita ir al baño. No sabe cuánto tiempo lleva dormido, recuperándose de sus heridas, pero necesita estar en soledad por un momento. Kaeya le concede el momento. Le dice que, sin embargo, estará esperándolo afuera de la puerta del baño.
Esa es la única entrada y salida del lugar. Hay una ventana pequeñísima por la que habría cabido Bennett si fuese más pequeño, pero caería al vacío desde un quinto piso. Además, hay caballeros de Favonius por toda la ciudad. Tal vez sea la nación más pacífica de las siete, pero no deja de ser la nación de un arconte.
Bennett prefiere irse con Kaeya. De todos modos, no es como que sepa cuál va a ser su próximo movimiento.
En el baño no hay espejo alguno, pero puede verse a través del reflejo que proyecta el excusado. Se ha recuperado muy bien de las últimas heridas, lo que es un milagro. Fue pateado, mordido, golpeado y violado, así que esperaba verse más apaleado. De hecho, fuera de que no ha comido ni evacuado en días, lo cierto es que se ve muy bien.
Casi como si no hubiese sido maltratado a diario durante los últimos años.
Bennett se inquieta un poco por este hecho, pero la víctima es él. Seguro que los jueces comprenderán cuando cuente su versión de los hechos.
Sale con Kaeya. Para cuando lo hace, hay todo un pelotón de caballeros de Favonius esperándolo. Entre Kaeya y otro caballero le colocan grilletes en las muñecas y en los tobillos, y lo llevan esposado hasta la recepción de la Sede de los caballeros.
Ahí hay más personas. Otros caballeros, la maestra Jean, Lisa, pero no solo ellos. También hay soldados Fatui. Tantos, tantísimos soldados, que Bennett se siente atosigado por las miradas por un instante. La última vez que se revisó tenía el collar puesto y ninguna marca en su nuca, así que lo más probable es que los alfas presentes estén tratando de averiguar si pueden tener un pedazo de Bennett para sí mismos.
Kaeya también es alfa, pero siempre había sido amable con Bennett, al menos como hermano de su empleador en el Viñedo. Como caballero de Favonius, Kaeya lo sostiene para que camine a paso marcial y al mismo tiempo para que no huya. Tiene una cara agria, como si no le gustara hacer ese procedimiento y, tan pronto como ven a los Fatui en la recepción, Kaeya aprieta su agarre en el brazo de Bennett y el chico descubre que algo va mal.
—Lisa y yo te acompañaremos al Hotel Goethe. Tu juicio será llevado a cabo por los Fatui —Jean también parece intranquila.
Oh, no. Bennett sabe que cuando los Fatui se inmiscuyen resulta ser una reverenda mierda. No hace mucho, los sirvientes del Viñedo se afanaron en limpiar un montón de vino y sangre de la bodega personal de Diluc Ragnvindr porque una “rata” entró. Los vinicultores hablaban sobre los Fatui entre susurros mientras se referían a este hecho.
Además, el ambiente en la ciudad ha cambiado drásticamente desde que Los Once se pasean por ahí como si Mondstadt fuera su pequeño destacamento al sur de su nación. Son déspotas, malhablados y discriminan a la gente que sí es de Mondstadt.
Así que recibir un juicio por parte de ellos no podría traerle nada bueno a Bennett. Para empezar, ni siquiera tendrían porqué entrar en la ecuación. Hasta donde Bennett sabe, este es un problema que compete solo a los Caballeros de Favonius y a Mondstadt, pero tal vez los Fatui están tratando de demostrar cuanto poder tienen sobre la nación.
Bennett arrastra los pies hacia los Fatui, libre de la mano de hierro de Kaeya, pero todavía con grilletes en piernas y manos. Justo al salir de la sede, las dos lámparas de aceite que flanquean la entrada explotan en mil pedazos y las esquirlas salen volando por todas partes. Bennett se cubre pero todavía saltan esquirlas a sus brazos y manos.
Todos están confundidos por un momento y los Fatui desenfundan sus armas contra los caballeros, pero Kaeya interviene casi de inmediato.
—No bromeaba cuando les dije que el chico no debe estar cerca del fuego —dijo.
Ah, así que Kaeya también sabe. Bennett piensa en esto mientras se incorpora y comienza a buscar esquirlas en su piel y en su ropa para extraerlas. Es como si se estuviese limpiando el polvo del camino. Algunos caballeros y algunos Fatui lo miran con sorpresa, como si el chico estuviese acostumbrado a los vidrios rotos alrededor de él.
—Dottore se pondría loco de contento si este niño... —menciona uno de los Fatui, pero otro lo calla dándole un codazo en el estómago.
Un Fatui sube en silencio a uno de los carruajes que esperan afuera de la sede. Bennett, escoltado por Jean y por Lisa, sube en silencio detrás de él. Una vez que todos están acomodados en los carruajes, los choferes ordenan a sus caballos empezar a andar.
—Es increíble que podamos tener caballos a pesar de que Varka se los llevó todos —comenta Lisa para romper la tensión del ambiente.
—Deben agradecérselo a mi Zarina, por supuesto. Su comandante es un tonto si se llevó a todos los caballos de la ciudad a una misma expedición.
El Fatui habla con desagrado. Jean, que es tan diplomática, le dice:
—Es algo con lo que contamos hasta que el maestro Varka llegue —y no vuelve a abrir la boca en el camino.
—¿Cómo está Razor? —pregunta Bennett luego de un rato.
Lisa lo mira desde su lugar, escrutándolo con ojos estudiosos, y responde—: Preguntó la razón por la que no has ido a visitarlo. Está muy molesto al respecto porque quiere comer más chocolate.
Bennett ríe entre dientes.
—Él puede ir al Viñedo y...
—No, no puede. Acaba de pasar su primer rut, despertó como alfa.
—Ah...
De todos los hombres que conoce, Bennett no esperaba que Razor fuera un alfa. Si al menos hubiese pasado más tiempo con él, o si se hubiera quedado para siempre en el bosque viviendo con el niño-perro cuando tuvo oportunidad... pero ahora está ahí, yendo hacia un juicio Fatui por un crimen que no cometió.
Lo mejor es zanjar el asunto cuanto antes e ir a visitar a Razor. De seguro tiene muchas preguntas. Seguro que necesita un compañero para controlar sus feromonas adolescentes.
Bennett puede ayudarlo, a él sí. Razor es su amigo y Bennett jamás le negaría su ayuda, o siquiera su cuerpo, a Razor. Lo haría con gusto.
Antes de que pueda pensar más allá, los carruajes llegan a la explanada frontal que pertenece al Hotel Goethe. Los Fatui prácticamente se han adueñado del hotel. Aunque paguen mensualmente sus habitaciones, no hay nadie más que pueda pasar de la mirada escrutadora del Fatui Luke a menos que tenga permiso de entrada.
De hecho, tan pronto como se bajan todos y las mujeres caminan detrás de Bennett, Luke se interpone y les dice a ellas:
—Ustedes no tienen permiso de la organización.
Lo que es una reverenda estupidez, pero Bennett solo observa en silencio para ver si esto puede resolverse pacíficamente. Si algo sale mal, Bennett tendría que entrar a la guarida del lobo él solo, y eso sí que no.
—Pensé que este era el Hotel Goethe —comenta Lisa, luego dice con mordacidad—: ¿Nos equivocamos y llegamos al Hotel Fatui?
—No tienen permiso de entrar —Luke se mantiene firme.
Un segundo después, Jean se para cuan larga es (que no es mucho, comparada con cualquier Fatui) y arguye con firmeza—: Los embajadores diplomáticos que osen adueñarse de los espacios públicos y aun de los privados que no les pertenezcan por ley y derecho deberán ser sancionados según la gravedad que el Ordo Favonius considere adecuada...
—Ya, ya, fue suficiente —un hombre corta de tajo las palabras de Jean.
Los Fatui se abren casi en desbandada al verlo. Este sale del hotel caminando con nada más que botas de caña alta, un pantalón gris y la casaca medio abierta encima de una camisa color rojo bermellón. El hombre tiene cabello rojizo y ojos azules, pero son tan tétricos que Bennett se estremece de pies a cabeza al verlos.
El hombre dirige su mirada siniestra a Bennett, que se siente empequeñecido al ver su presencia imponente frente a él. Es más alto, mucho más alto que el chico. Lleva una visión hydro en la cintura y desde tan cerca despide un fuerte olor a hierro.
Es el olor de la sangre, Bennett lo conoce muy bien.
—Procura hacerte a un lado y no estorbar, Luke —ordena el hombre, sin quitar sus ojos de la cara de Bennett.
—No puedes hablar en serio, Tar...
Antes de que pronuncie su nombre completo, el tal “Tar” tiene una cuchilla de agua en la mano y corta con ella desde el hombro de Luke hasta su cadera contraria. Un largo camino entre ropa y piel del que pronto se comienza a derramar la sangre.
—Vamos adentro —ordena.
Bennett está mirando fijamente a Luke, porque nadie más lo hace. El hombre cae de rodillas por la pérdida de sangre, y solo cuando la puerta se cierra detrás de Bennett y su comitiva, varios Fatui corren a auxiliarlo. .
El Hotel Goethe es vistoso y lujoso. Ni con los Fatui como huéspedes ha perdido su brillo y su belleza. Al ingresar hay un lobby espectacular y unas escaleras que terminan en un pequeño rellano antes de partirse hacia izquierda y derecha para llevar a un segundo piso. En el rellano hay una silla roja con reposabrazos hechos de metal finamente labrado. En la silla, sentada con una pierna encima de la otra, se encuentra una mujer bella de cabello rubio y labios carnosos.
Hay Fatui apostados por todo el lugar, es imposible un escape seguro, mucho menos después de ver que incluso entre ellos son completamente arbitrarios y violentos.
Bennett mira a todos lados mientras es obligado por dos Fatui a sentarse en una silla al final de las escaleras. No hay nadie a su lado, ni siquiera Jean o Lisa. Bennett supone que ellas están ahí por mero protocolo, tal vez para hacer saber a la gente lo que pasa o para escribir un acta o lo que sea que se haga en esos casos.
—Bien, hoy 16 de enero del presente año, se convoca a reunión plenaria con los Fatui y los Heraldos apostados en la Nación del Viento, Mondstadt, para celebrar el juicio en contra de Bennett, sin apellidos, acusado de quemar la cara de su madre y de asesinar a su padre en un acto deliberado —comenta la señorita en el rellano. Parece dispuesta a disfrutar de lo que viene a continuación—. Para una mejor narración de los hechos, la única testigo viva pasará al estrado.
Bennett ve a su madre. Renquea, se abraza a sí misma cuando lo ve y tiene la cabeza envuelta en vendas. La última vez que la vio, el metal caliente le estaba derritiendo la cara.
—Ese niño... ¡es un monstruo! —exclama la mujer cuando está frente a todos—. ¡Por años intentamos contenerlo como mejor pudimos! Le gustaba adentrarse en el bosque para quemar y torturar animales. No le era suficiente, porque cuando estaba en casa procuraba herirnos en secreto. ¡Nosotros solo queríamos ocultarlo del mundo! Pero él insistía en salir, o de lo contrario nos golpeaba. ¡Hemos sido aterrorizados por él durante años...! Últimamente se comportaba de forma extraña. Más agresivo, más cruel. Cuando su padre decidió imponerse por fin, ese niño le dijo “Ya muérete de una vez” y, ¡ah! —la mujer rompe a llorar, conmocionada por un momento—, entonces entró a la cocina, usó sus poderes malvados con el fuego y nos lanzó pedazos incandescentes de metal. Yo logré sobrevivir, pero mi esposo... ¡Mi querido esposo! ¡Nosotros solo quisimos hacerle un favor a los viejos aventureros que dijeron que no podían criar a un niño omega!
Bennett debió suponerlo. Debió intentar averiguar qué está pasando antes de ser traído sin más hasta la guarida de los Fatui. Para cuando su madre estaba a mitad de su pequeño disparate, Bennett ya estaba con la barbilla contra el pecho, intentando contener las lágrimas.
No lo está logrando.
—Bueno, ahora el acusado puede defenderse. ¿Reconoce los cargos en su contra? ¿Reconoce que provocó quemaduras en tercer grado en la cara de esta noble mujer y que cortó la tráquea de su padre en un acceso de ira?
Bennett no dice nada por un momento, pero después siente que todo ese miedo y ese enojo se mezclan como una bola que punza en su garganta, así que escupe un sonoro—: ¡No! —y luego se queda callado por un momento más—. Yo soy omega y ese imbécil era un alfa. Lo odiaba... lo odiaba con todo mi ser...
—Entonces está reconociendo que tenía un móvil para perpetrar el asesinato.
Bennett levanta la cabeza de golpe, estupefacto.
—¡Yo no dije eso! ¡Ese tipo...! ¡Él me...!
—¡Él siempre te intentó criar de la mejor manera, perro malagradecido! —su madre intenta acercarse, pero entre tantos Fatui Bennett hasta se siente seguro por primera vez—. ¡Lo odiabas solo porque era un alfa y tú no!
—¡No! ¡Cállate! ¡No es cierto! —Bennett no puede contener las lágrimas—. ¡Yo lo odiaba porque me...!
—¡¿Y qué me dices de mí?! ¡Yo que siempre intenté ser como una madre para ti! ¡Solo eres una sanguijuela que nos chupó hasta matarnos, miserable! ¡Devuélveme a mi esposo!
—¡Él me...!
—Basta, ¡basta! —la señorita en la silla roja se desespera y grita. Bennett y su madre se callan y voltean a verla, pero el chico todavía dice:
—Si no me interrumpieran...
—Cierra el pico, asqueroso mondstadtiano —la señorita muestra sus verdaderos colores por un momento. Respira, luego dice—. ¿Ven lo que provocan? Estoy a punto de perder los estribos. Espero que no les importe, maestra Jean, bibliotecaria Lisa, pero este chico debe ser interrogado ipso facto para que se le pueda dar una sentencia adecuada.
Jean habría saltado sin duda alguna cuando la tipa insultó a Bennett, pero el chico sabe que en este caso no hay ninguna razón para que lo defiendan. Así que tanto Jean como Lisa conceden permiso con su silencio absoluto. Ellas están cumpliendo su deber simplemente con ver y escuchar lo que está sucediendo dentro del Hotel Goethe.
—Andando —ordena el tal “Tar”, sin dirigir una sola mirada a Bennett.
La señorita en la silla roja dice—: Será mejor que no tardes, Tartaglia.
—Déjame en paz, Signora. Tardaré lo que tenga que tardar. Esa vieja puede ir a que le cambien los vendajes, así no se le cae la cara a pedazos —luego se ríe a carcajadas de su chiste.
Ciertas partes de la cara de su madre han comenzado a sangrar. Mientras Bennett desfila en frente de ella, todavía conmocionado por todo lo que está pasando, Bennett recuerda las marcas de uñas, los puñetazos, las patadas, todos cortesía de esta mujer. Voltea la cara, desinteresado.
Luego de unos segundos silenciosos, Tartaglia, Bennett y dos Fatui entran a una sala contigua.
El lugar es oscuro para ser de día. A pesar de que las cortinas están corridas, todavía se siente lóbrego y encerrado. Los candelabros con las velas casi extintas no ayudan al ambiente. Tampoco que solo haya una mesa y dos sillas, una frente a la otra.
Los Fatui obligan a Bennett a sentarse en una silla y luego se van, cerrando la puerta tras de sí.
Tartaglia se sienta en la otra silla y ninguno de los dos dice nada por un buen rato, pero el corazón de Bennett martillea contra su pecho por el miedo que le provoca el ambiente y el olor a sangre de este tipo.
—Los aldeanos de Aguaclara dicen que provocas incendios a menudo.
—¡Nunca he hecho eso! —exclama Bennett. La mirada de Tartaglia es tan pesada, tan siniestra, que Bennett baja la voz por instinto—. No sé porqué los fuegos se avivan cuando estoy cerca. Hay cosas que explotan.
—¿No lo sabes o no quieres decirlo? —Tartaglia se ríe a mandíbula batiente, como si fuera un gran chiste—. ¿Dónde dejaste tu Visión?
—Yo nunca he tenido Visión.
—Sí, cómo no.
—¡Nunca he tenido Visión!
Tartaglia golpea la mesa. Bennett salta en su lugar, angustiado.
—Te han visto merodeando por el Reino de los Lobos. Justo después han aparecido víctimas fatales, tanto animales como seres humanos. ¿Vas a decirme que no lo hiciste tú?
—No lo hice...
—Hay un pequeño idiota viviendo en ese lugar. Al parecer estuvo a punto de ser violado hace unos días. Dicen que el perpetrador le dio chocolate para atraerlo. ¿Tampoco lo hiciste tú?
—¿Razor? Le dije que se mantuviera alejado de los malditos hombres...
—Así que fuiste tú, ¿no? Tú querías violarlo, ¿a pesar de que eres un omega?
—Basta, yo solo le llevé chocolate porque...
—Bueno, un delito menos por reconocer. Ahora dime, ¿quemaste la cara de tu madre y mataste a tu padre?
—No lo hice.
—¿Quemaste la cara de tu madre y mataste a tu padre?
—¡NO!
—¿Te gusta el fuego?
—No.
—¿Dónde dejaste tu Visión?
—No tengo Visión.
—¿A dónde vas cuando visitas el Reino de los Lobos?
—Hay tres monumentos pyro. Siempre voy ahí.
—¿Te gusta el fuego?
—Ya te dije que no.
—¿Por qué golpeabas a tus padres?
—Ellos ni siquiera me daban de comer. ¿Cómo podría...?
—Es decir, que encima tenían que darte de comer. ¿Era su obligación alimentarte y vestirte a pesar de que los maltratabas?
—Yo no...
—¿Te gusta el fuego?
—¡No! ¡No!
—¿Entonces por qué siempre visitas los monumentos pyro cuando vas al Reino de los Lobos?
—Es la forma más fácil de encontrar a Razor.
—¿Lo atrajiste con chocolate y quisiste abusar de él?
—¡Nunca!
—¿Cuál fue el primer incendio que provocaste?
—Nunca ha pasado eso.
—¿Entonces por qué tienes prohibido acercarte al fuego?
—Es porque se descontrola cuando estoy cerca.
—¿En dónde tienes tu visión?
—¡Yo no tengo visión!
—¿Dónde la escondiste?
—Ya te dije que...
—¿Cuándo la obtuviste?
—Hah...
—Contesta.
—No tiene caso.
—Contesta.
—...
Tartaglia propina una fuerte bofetada a Bennett. Luego, como si no hubiese pasado nada, continúa:
—Contesta.
—Yo no tengo visión.
—¿Odiabas a tu padre?
—Con todo mi ser.
—¿Por qué?
—... Él... me... violó.
—¿Cuándo?
—No puedo decir cuándo. Siempre.
—¿Cuándo? ¿Cómo?
—No sé, él hacía que me quitara la ropa a menudo. Me hacía sangrar muy seguido.
—¿Quién más sabe de esto?
—... Mi madre.
—¿Estás diciendo que la mujer que te cuidó durante tres días a pesar de que le quemaste la cara sabía que te violaban y no hizo nada por evitarlo?
—¿Cómo que me cuidó?
—Esa mujer, tan pronto como recibió atención médica inmediata se fue a sentar junto a ti y te cuidó. Yo no hubiera aguantado estar junto al asesino de mi pareja. Supongo que el amor de madre es igual de intenso.
Tartaglia se encoge de hombros. Sigue soltando palabra tras palabra.
—Di la verdad de una vez, chico. Es imposible que una madre tan abnegada haya cerrado los ojos ante un crimen de ese calibre. ¿Por qué odiabas a tu padre? ¿Es correcto lo que se dijo? ¿Es porque él es alfa y tú no?
—¡¿Qué tiene que ver que sea un alfa?!
—¿Por qué lo odiabas?
—¡Él me violó! ¡Me golpeó! ¡Todos los días como si fuera una maldita bolsa de su semen! —Bennett rompe en llanto, desesperado—. A veces ella comía en frente de mí cuando yo no había comido en días. Lo único que hacía era observar mientras él me metía su maldito pene. ¡Se lo merece! ¡Todo lo que le pase! ¡Se lo merece!
—¡Di algo coherente! ¡Di la verdad!
—¡Lo estoy haciendo! —a Bennett se le quiebra la voz. Tiene la cara empapada por las lágrimas—. ¡Ellos eran los que me maltrataban a mí! ¡Quise quedarme a vivir en el bosque con Razor pero ellos me arrastraron fuera y me torturaron por tres días! ¡Estuve a punto de morir varias veces! ¡Ellos...! Esperaba que murieran mucho antes, que me dejaran en paz... Si tan solo me hubiesen dejado irme para siempre de Mondstadt, para no ver sus caras nunca más... Ellos... Me hubiese gustado que murieran. Él no merecía vivir.
—¿Y tú mereces vivir?
Bennett se queda callado. No sabe qué responder a eso.
¿Merece vivir?
¿Lo merece?
Él es solo el saco de semen de papi.
El coñito omega de papi.
La puta que solo sabe chupar y follar.
Quien dará a luz a los hijos de papá.
El imbécil.
El inútil.
Por los Siete, el idiota que desperdicia flechas en jabalíes que lo embisten.
No sabe nada.
No vale nada, ni siquiera a ojos de los dioses.
Si lo hiciera, al menos tendría una Visión.
Pero no tiene, y ahora no le creen que el fuego es su mayor enemigo.
El enemigo que lo ha puesto en este aprieto, el enemigo que ha matado a su padre y quemado a su madre, el enemigo intangible y misterioso que, cuando más lo necesita para demostrar su inocencia, más se esconde.
¿Bennett merece vivir?
—Toda mi vida he deseado morir.
Bennett se sincera.
No sabe porqué lo hace.
Sin embargo, ese maldito Fatui se burla, riéndose a carcajadas.
—¡Eres un actor fabuloso! —exclama, aplaudiendo—. Estoy seguro de que su eminencia Furina querría reclutarte para fundar una agencia de kinografías. ¿Pero sabes qué? Es imposible que vayas a engañar a los Fatui, por más que seas un gran actor. Ahora vas a pudrirte como el criminal que eres. Si pensabas salirte con la tuya estás muy equivocado. ¿Crees que nos vamos a compadecer solo porque eres un puto omega?
Bennett se queda callado, no vuelve a responder. Sigue llorando y llorando. Si no va a ser escuchado, solo puede ver cómo todo se derrumba.
—Dime, ¿solo porque eres omega debemos tenerte consideraciones y dejarte libre? —Tartaglia lanza la mesa lejos, así que solo hay aire entre las sillas. Agarra a Bennett por la camisa de hospital y lo levanta para ponerse a su altura—. Me disgusta mucho pensar en que hay personas que no saben valorar... a su familia...
Bennett percibe, de pronto, un intenso olor a petricor. Envuelve el olor a hierro y lo disipa, como si nunca hubiese estado ahí. Tartaglia ensancha los ojos y suelta a Bennett como si se hubiese quemado.
—¡Maldito hijo de perra! —grita el Fatui, desencajado—. ¡Por eso odio tratar con omegas! ¡¿Crees que puedes solucionar todo soltando tu maldita esencia como una estúpida mofeta de mierda?!
Bennett está a punto de negar la acusación, pero el olor lo marea y lo hace caer de rodillas. Siente una intensa atracción, casi insana, rayana en la locura. Quiere echarse encima de Tartaglia.
No sabe qué está pasando. Jamás había sentido nada igual. Sus dedos comienzan a hormiguear y su boca se reseca. Un intenso mareo lo posee por un momento. Se desmaya alrededor de un instante, y no puede hacer otra cosa que sentarse sobre sus pies y dejar caer la cabeza sobre el asiento de su silla. Su cuello queda al descubierto.
Tartaglia sobre él, aparta la silla, que se rompe contra la pared y se cierne sobre él, respirándole en el cuello.
—Maldito hijo de perra. Puto omega de mierda —lo insulta, pero no puede luchar contra sus instintos—. Ya vi que eres más astuto de lo que aparentas.
Bennett no está en sus cinco sentidos. Todo da vueltas, el olor es embriagante y siente que algo está húmedo en su ropa interior. Todo su cuerpo está caliente. Respira con dificultad, pero el contacto de Tartaglia sobre él parece casi bienvenido.
—¡Señor! ¡Señor, ¿pasa algo?!
—¡Traigan supresores! ¡El hijo de puta entró en calor! ¡Mi rut! ¡Me está obligando a experimentar el rut para no seguir con el interrogatorio!
Tartaglia se muerde el labio hasta hacerse sangrar, intenta quitarse, pero parece como si su cuerpo se resistiera a lo que pide por naturaleza. No hay poder humano o divino que lo haga apartarse si su rut ha comenzado y tiene a un omega excitado en frente.
—Quítate —suplica Bennett, como si le pidiera que lo bese, así que Tartaglia mete su lengua en la boca de Bennett y lo besa.
—No, no, no, ¡no! ¡Puto omega! —exclama, pero sus manos ya están debajo de la ropa de Bennett, recorriendo su piel—. ¡Haz que pare! —Tartaglia está desesperado. Acaricia y lame con fuerza, sediento—. ¡Para, imbécil!
—¡Yo no... hago nada! —Bennett no puede evitar que su entrepierna roce contra la entrepierna dura y caliente de Tartaglia. Se mueve al mismo compás cadencioso, abriendo la boca—. ¡Quítate! ¡De! ¡Encima! ¡Yo! ¡Es mi primer calor!
Tartaglia está sorprendido de nuevo. Parece como si le hubiera pedido que lo besara de nuevo, porque eso hace. Devora la boca de Bennett mientras sus manos trabajan para desnudarlo como si fuese algo de toda la vida.
—¡No lo hagas! ¡No! —Bennett está desesperado por marcharse de ahí. ¿En dónde están esos malditos Fatui con sus supresores? ¿Por qué nadie abre la jodida puerta?—. ¡Detente!
—¿Qué crees que hago, maldito imbécil? —Tartaglia se desnuda de la cintura hacia arriba, desabrocha su pantalón y saca su miembro excitado, arrodillado frente a la entrada húmeda de Bennett—. Maldito hijo de puta. ¿Quién demonios te va a creer que es tu primer calor con esta entrada tan mojada?
Bennett intenta detener a Tartaglia.
Este no puede quitarle la ropa del todo por los grilletes, así que rompe con una fuerza sobrehumana la cadena de los tobillos y le retira el pantalón por completo. Bennett le grita que se detenga, que pare, pero Tartaglia hace oídos sordos.
Pronto deja de exclamar insulto tras insulto. Se concentra en el olor almizclado que despide la entrada de Bennett. Gruñe cuando su miembro enfila en la entrada de Bennett y su glande se encuentra con el ano mojado y caliente del chico.
Y Bennett...
Es la primera vez que Bennett siente su interior agitarse con anticipación. Es casi como si estuviera feliz y expectante.
Este hecho le sorprende por un segundo, porque al siguiente, Tartaglia mete su pene con facilidad y ambos gimen de placer.
—¡Señor! ¡Señor! ¡Los supresores! —los Fatui abren la puerta, pero una marea de feromonas los impacta como si fuese una pared de hierro. Uno se desmaya en el acto.
Tartaglia les dirige una mirada asesina. Está a punto de levantarse y matarlos, pero Bennett envuelve sus piernas alrededor de él, completamente perdido en la sensación. Gime, fuera de sí y del mundo entero, y le grita, casi como en una orden:
—¡Más! ¡Más!
Tartaglia obedece. Lleva las manos de Bennett por encima de su cabeza, las sostiene y aprieta una de sus nalgas con la otra mano. Después comienza a bombear, encajándose hasta la raíz, sus testículos fustigando una y otra vez el escroto de Bennett.
Él se abre para el alfa, borracho de feromonas. Agita sus caderas arriba y abajo, intenta que el grueso miembro de Tartaglia lo penetre hasta el fondo.
—¡Ah! ¡Sí! ¡Sí!
Tartaglia lo besa una vez más. Sus lenguas se enredan en un beso húmedo mientras el sonido cadencioso del pene golpeando el recto de Bennett llena la sala.
Hay exclamaciones y movimiento en la puerta, pero ninguno de los dos hace caso. Están sumidos en el momento, concentrados en el vaivén de sus caderas.
Tartaglia rompe la camisa de Bennett y pellizca su pezón. Bennett grita y su interior aprieta el miembro de Tartaglia. Él gime fuerte. Penetra una y otra vez hasta que su pene suelta todo dentro de Bennett.
Pero Tartaglia no se conforma con esto, porque voltea a Bennett sobre su estómago y vuelve a la carga, metiendo su pene sin más ceremonias una vez que está duro de nuevo.
Tartaglia penetra a Bennett una y otra vez. En el suelo, en la mesa, en los sillones de las orillas, de pie, contra la pared. Bennett compone caras cargadas de placer mientras enreda sus piernas alrededor del hombre.
Luego de un tiempo, en el que Bennett está recargado en el pecho de Tartaglia, con su pene todavía dentro, el chico se da cuenta de que el rut de Tartaglia ha disminuido. No sabe si han pasado horas o días.
Pero lo que sí sabe es que está más consciente, al menos más que cuando su ropa fue hecha pedazos.
Bennett mira a Tartaglia, que está perdido en la sensación de sus manos apretando los pezones del chico.
Entonces se retira el collar y lo lanza lejos.
Tartaglia sigue perdido en su rut. No le importa la conciencia o las consecuencias. Parece que a Bennett tampoco.
Cuando Tartaglia ve la nuca descubierta de Bennett la lame. Luego abre la boca, inclina la cabeza y muerde, tan fuerte y tan intenso, que Bennett grita y se desmaya.
Notes:
Siendo sincera, no planeaba que tuvieran sexo tan pronto jajaja
Chapter 3: Escape
Chapter Text
Bennett vuelve a despertar en el área médica de la Sede de los Caballeros de Favonius. Tiene un deja vu al principio, aunque en esta ocasión no cuenta con la presencia de un caballero, sino que una de las diaconisas de Barbatos lo está cuidando.
Ella no parece querer estar ahí. Tal vez le han dicho cosas malas de Bennett. Tal vez no confía en lo absoluto en un parricida que hace explotar las velas. Tal vez por eso no hay luces encendidas en ese lugar.
Todo se va quedando a oscuras conforme anochece, pero la diaconisa no hace ningún intento por mantener iluminada la habitación. Bennett se queda simplemente en su lugar, yaciendo como si no tuviese cosas más importantes por hacer.
Se siente sediento y maltratado, muy diferente a la primera vez que despertó, pero no externa su dolor. Tal vez la diaconisa está coludida con su madre. Tal vez todos los Caballeros de Favonius están con ella. Bennett no puede saberlo.
Lo que sí sabe es que no quiere más problemas. Está harto de Mondstadt, de los caballeros, de su madre y de su vida. No quiere saber nada al respecto, así que se queda en silencio y no hace esfuerzo alguno por hacerle saber a la diaconisa que sigue vivo.
—Ocho de la noche, ¡por fin! —exclama la mujer, luego de unos minutos. Se despereza, echa un vistazo a Bennett en el momento justo en que este se finge dormido y luego de unos instantes trajinando, la mujer se va, sin siquiera cerrar bien la puerta tras de sí—. Ese tipo sigue dormido, ¿seguros que no pasa nada?
Hay al menos dos caballeros afuera de la puerta, custodiando. Bennett pensó que ellos habían perdido el interés, pero supone que no sería tan fácil.
—¿Cómo que sigue dormido? —la voz de Tartaglia, molesta, se cuela a través de la rendija de la puerta.
Bennett abre los ojos de golpe y siente que su corazón se calienta al escuchar hablar al Fatui. No sabe qué pasa, pero se siente impelido a salir del dormitorio y abrazar a Tartaglia. Quiere estar cerca de él.
Sin embargo, se contiene, porque no sabe qué demonios sucede. ¿Por qué querría estar cerca de un imbécil como aquel? Tal vez se golpeó muy fuerte en el interrogatorio.
Tal vez Tartaglia lo golpeó muy fuerte.
Bennett no puede recordar mucho después de que se desmayó. Tartaglia estaba rompiendo muebles, se abalanzaba sobre él, sentía dolor, pero también placer. Fuera de imágenes borrosas y completa confusión, Bennett no sabe qué fue lo que pasó en la sala de interrogación.
No obstante, a pesar de la reacción de su cuerpo ante la voz de Tartaglia, Bennett no quiere ir con él. No sabe qué es lo que pasará si se levanta. Tal vez solo quiera salir del dormitorio para matarlo. O algo así. Si es que un simple campesino puede contra uno de los Heraldos de los Fatui.
Como sea, Bennett no quiere averiguar qué pasará si se ve de frente con Tartaglia, así que intenta que no se note que está despierto.
—Será mejor que se aleje, señor. En cuanto el chico esté despierto...
—Escucha, imbécil —Tartaglia forcejea con los caballeros. Parece que en cualquier momento comenzará una pelea—. El juicio contra esa perra en celo no ha terminado.
—Estés en la nación en la que estés, coaccionar el celo o el rut de otra persona se considera un antecedente de violación —argumenta otro fatui con un acento muy marcado.
—¿Y quién violó a quién? —La diaconisa se burla, hablando por primera vez en medio de los hombres—. Ese tipo tiene cicatrices por todos lados. Marcas de mordidas, moretones, quemaduras. Si no lo hubiera visto salir sobre sus dos pies la primera vez, hubiera pensado que se trata de un doble.
—¡Por eso necesito verificar! —Tartaglia ruge, impaciente—. Es imposible que tenga quemaduras y moretones. No sucedió nada para que él debiera tener quemaduras.
—¡Pues las tiene! ¡Y muchas son antiguas!
Bennett se siente aliviado por un momento. Mientras iba al Hotel Goethe, la ausencia de dolor y de marcas le provocó un sentimiento de desasosiego. Cuando vio las mentiras de su madre, Bennett pensó que, de una u otra forma, la mujer había manipulado su aspecto para que pareciera con mejor salud de la que en realidad tenía.
No había forma de demostrarlo, pero Bennett creía que era posible. Después de todo, sus padres siempre lo hacían quedar como el malo, como el irresponsable, el inútil y el idiota. Añadiría ahora manipulador, agresivo y mentiroso, porque así fue como lo hizo ver su madre.
—Esto es obstrucción, señorita, caballeros —argumenta Tartaglia como último recurso.
La voz de Jean llega desde el pasillo.
—Ustedes ni siquiera pueden estar a sus anchas en este lugar —suena molesta. Hay muy pocas cosas que pueden sacar de sus casillas a una mujer tan generosa y estoica—. Retírense, antes de que se nos acabe la hospitalidad que hemos demostrado a los snezhnayanos.
—Ese puto omega está bajo mi jurisdicción y me lo voy a llevar —Tartaglia se escucha cada vez más molesto. Sus feromonas comienzan a colarse a través de la puerta y Bennett se tapa la nariz y la boca, asustado de lo que está provocando en su entrepierna.
—Bennett no irá con ustedes. Permitimos que celebraran un juicio a pesar de las advertencias de no interferencia en nuestro territorio solo por un capricho de La Signora, pero ahora que se marchó, ustedes ni siquiera deberían poder levantar su cabeza. ¡Ese niño fue violado y estuvo a punto de morir en medio de un juicio! ¿Qué es lo que está mal con tu cabeza, Onceavo?
Bennett gime de dolor. Las feromonas de Tartaglia son furiosas, son de advertencia. El hombre está dispuesto a matar a todos en ese lugar con tal de demostrar un punto, Bennett lo siente más que capaz.
Así que tiene que salir de ahí. Aunque esté mareado y débil, aunque esté roto y se sienta traicionado, amedrentado y solo. Tiene que irse de ahí.
Su par de botas viejas todavía está al pie de su cama, como un triste recordatorio de lo que nunca tuvo. Apenas creció lo suficiente, sus padres le dieron unas botas que habían encontrado en la basura. Nunca se molestaron en gastar un solo mora en él.
Pero para Bennett estas botas son valiosas. Son las botas que lo llevaron hasta el Viñedo del Amanecer, las botas con las que conoció a Razor. Son las botas que lo alejaban cada día de casa para trabajar, sus mejores aliadas para cuidar las plantas de sus pies.
Sus dedos no pueden decir lo mismo. Han sufrido por tanto tiempo que se han deformado, porque las botas no son lo suficientemente espaciosas, pero a Bennett no le importa en absoluto. Prefiere eso a andar descalzo por ahí, con la cantidad ingente de espinas, rocas e insectos que podrían lastimar sus pies.
Se calza en completo silencio, sin hacer un solo ruido. Es experto en eso. A pesar del dolor, la fiebre y el cansancio, Bennett se mueve como una serpiente, sin que nadie allá afuera se dé por enterado.
Asoma su cabeza por la ventana. Está en un segundo piso.
Puede hacerlo.
Tal vez se rompa una pierna.
O tal vez se rompa el cuello.
Cualquiera de las dos opciones suena aterradora, pero al menos no tendrá que preocuparse por las consecuencias de sus actos si se mata con la caída.
Pero no le importa. Bennett se aferra a la ventana, sale y comienza a caminar por el alero hasta llegar a una de las columnas. Se aferra a ella y, rezando a Celestia, se desliza.
Claramente no consideró la fricción, porque las palmas de sus manos quedan en carne viva. Sin embargo, todo lo demás está más o menos intacto. Al menos lo suficiente para sentarse entre los arbustos un momento y evaluar el nivel de daño.
Decide que puede continuar, porque un segundo después se levanta a medias y se escabulle hasta la parte de la pared en la que hay salientes. Bennett sabe que aquello existe porque su padre una vez fue encarcelado por los Caballeros por embriagarse más de la cuenta. Todos los criminales de Mondstadt conocen esa pared.
Los caballeros también.
Alguien grita desde su dormitorio—: ¡Se escapó! ¡El hijo de perra escapó! —Justo antes de que los caballeros se fijen en automático en la pared.
Sin embargo y, contra todo pronóstico, los dos caballeros que corren a verificar la pared lo miran a los ojos. Uno le hace un simple gesto, agitando la mano, indicándole que se vaya. El otro grita:
—¡Se debe haber escapado por la pared que da hacia el muro exterior!
Bennett sonríe, pensando que al menos de vez en cuando tiene suerte. La ayuda de esos dos caballeros le viene muy bien, porque el chico se escabulle a través de patios vacíos y jardines solitarios. Después de todo, a esa hora la gente suele estar en las tabernas o en sus cocinas, cenando.
Una vez que pasa por la parte de atrás del taller de Wagner, Bennett se detiene un momento, porque siente una pesadez horrible en el cuerpo. Sabe que tiene que continuar, pero no puede. Entonces se da cuenta de que hay un aventurero completamente quieto a escaso metro y medio de él.
El aventurero parece no haberse dado cuenta de que Bennett está ahí, resollando como si la vida se le fuera en ello, pero no tarda en mirarlo a los ojos. El corazón de Bennett da un vuelco.
—Has crecido mucho, muchacho —dice, como si se lo hubiera encontrado en un paseo por el parque. Bennett mira hacia todos lados, pero solo hay un guardia a la distancia y parece desinteresado en el extraño aventurero hablándole a la oscuridad—. Dime, hijo, ¿sabes quién soy?
Bennett niega con la cabeza, confundido—. Mis padres no me permitían hablar con los aventureros.
—¡Ja! —La carcajada del hombre es suave, pero parece llena de rencor y enojo—. Hemos intentado recuperarte durante años, Bennett, pero pasó lo peor que podríamos imaginar y ahora eres un criminal.
—¡No les diga que estoy aquí! —Bennett se desespera. Grita en susurros furiosos, perdiendo los estribos—. ¡No sé qué me quieren hacer! ¡No sé qué me hicieron, más bien! ¡No quiero ir con los Fatui!
—Y no deberías —el aventurero mira a todos lados por un momento, luego se descuelga la bandolera que lleva abrochada al cinturón—. Ahí dentro está mi manual de aventurero, botiquín y un poco de fruta. También hay un poco de dinero, aunque no es mucho. No vayas a Liyue, ese loco que se quedó en Mondstadt se la pasa allá. La selva de Sumeru es una buena opción, pero si sientes que el clima es una odisea, te recomiendo ir a Fontaine. Ahí podrás encontrar a Su Señoría Neuvillette. Si hablas con él, puede que se interese en tu caso y decida juzgarte con sus propias leyes. Después de todo, si ya se metió Snezhnaya, ¿por qué no meter a una nación más? Los guardias de la puerta no dirán nada.
—¿Seguro? Yo estaba prisionero en la sede de los caballeros, señor.
—Los caballeros no dirán nada porque tardan quince minutos en hacer el cambio de turno —el aventurero sonríe fugazmente. En otro tiempo debió ser guapo—. Corre, Bennett. Nunca vuelvas a Mondstadt.
Bennett siente que una piedra se le instala en el pecho al escuchar estas palabras. Mondsadt siempre ha sido su hogar. ¿Cómo no volver nunca? Es irreal. Es doloroso.
—Muchas gracias, señor.
—Llámame Stanley, hijo.
—Muchas gracias, Stanley. Si puedo devolverle el favor...
—Lo único que quiero es que sigas con vida. Dale un buen uso a ese manual, Bennett.
Bennett está a punto de preguntarle a este hombre sobre muchas cosas. Pero justo en ese momento, Stanley lo empuja con fuerza hacia la puerta y se vuelve a sumir en su silencio catatónico.
El muchacho se siente dolido por este trato repentino, pero justo en ese momento se da cuenta de que es porque los caballeros están presentándose a su turno. Bennett vuelve a sentirse frustrado, porque piensa que los caballeros lo descubrirán escapando por la puerta principal.
Cuando traspasa la puerta de la ciudad, Bennett mira hacia todos lados, pensando en esconderse y ver cómo escapar a través del lago para que los caballeros no lo persigan en el puente que da a la cudad. No obstante, Stanley lo sigue ayudando, porque justo cuando los caballeros pasan frente a él, el hombre finge un desmayo y se tira al suelo.
—¡Eh! ¡Oh, Stanley está inconsciente! ¡Llamen a las diaconisas!
Bennett está profundamente agradecido. Mientras la ciudad se enciende en una actividad frenética por su fuga y por el desmayo, Bennett corre a toda prisa a través del puente y sigue corriendo, siguiendo la dirección hacia Levantaviento.
Bennett nunca ha estado en Levantaviento, solo lo ha visto de lejos, desde el camino a Aguaclara o desde lo más alto de la ciudad. Al ser de noche, Bennett piensa que los fantasmas y los monstruos deben mostrarse a sus anchas.
Sin embargo, apenas sale del camino, ya sin aire, antes de caer de rodillas cerca de un montón de arbustos. Está perlado en sudor, sus manos arden, su cuello quema por alguna razón.
Levanta el rostro al cielo y el viento le acaricia la cara, refrescándolo.
Bennett comienza a llorar.
Toda la frustración, el coraje, el miedo, la furia, toda la tensión y el displacer. Todo sale expulsado en un torrente de sentimientos que se mezclan los unos con los otros.
Se siente como el pequeño de ocho años que alguna vez fue, rodeado de árboles y depredadores silenciosos, esperando a ser comido por los lobos.
Luego de un rato, Bennett está más tranquilo. Hace tiempo que sentía que necesitaba sacarlo todo de su sistema, así que ahora se siente un poco menos miserable.
Mira hacia todos lados, porque la hierba le comienza a picar en los tobillos y en las manos heridas. Desde arriba de su cabeza, un fulgurante cristalóptero se desliza a través del aire, revoloteando como si fuera una mariposa.
Bennett sabe que los cristalópteros suelen asustarse con la presencia de las personas. Él mismo siempre ha intentado atraparlos, sin éxito. Pero este pequeño cristalóptero vuela alrededor de su cabeza, como si no le temiera.
El muchacho se queda hipnotizado, viéndolo. Cuando el cristalóptero se aleja perezosamente, Bennett se incorpora y lo sigue. No quiere hacer movimientos bruscos o acercarse demasiado, por si el cristalóptero se asusta.
Al cabo de unos minutos, Bennett se da cuenta de que el cristalóptero parece estarlo guiando hacia algún lugar al fondo del valle. A sus espaldas ve que los caballeros y los Fatui han salido por fin de la ciudad con lámparas en mano, así que se acerca con más decisión hacia su guía. El pequeño cristalóptero no se va, sino que espera a que Bennett se acerque y sigue guiándolo.
Llegan, por fin, a un enorme árbol que tiene bajo su copa una columna, la cual sostiene una estatua de Barbatos, el Dios del Viento. Bennett había escuchado decir que en Levantaviento había una estatua de Barbatos junto al árbol de Venessa (quien quiera que fuera), pero jamás imaginó estar frente a la estatua por fin, después de tanto tiempo sabiendo que estaba tan cerca.
El cristalóptero se posa en la columna, como llamando a Bennett a acercarse. El muchacho le hace caso, porque una extraña y silenciosa luz parece salir de la estatua.
Tan pronto como toca la columna, la estatua produce un extraño y armónico sonido y, un destello de luz después, Bennett se siente revitalizado y sin dolor. Se mira las manos, y estas están intactas.
—¡Increíble! ¿Cómo es posible?
Bennett se ríe, encantado. Hacía mucho que no se sentía tan libre y sano como en ese momento.
Aquello dura apenas un segundo, porque alguien dice a sus espaldas:
—Así que aquí estabas, pequeña rata.
Bennett sabe quién es, incluso antes de que una flecha hydro le atraviese el hombro.
Chapter 4: El árbol
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Bennett se saca la flecha y confía. La estatua lo cura una vez más. Quiere largarse corriendo de ahí, así que rodea la estatua y pretende ir por detrás del árbol, pero Tartaglia le da alcance en ese momento, lo tumba boca abajo entre las ráices del árbol y se siente a horcajadas sobre su trasero.
—¿Pensabas en irte así nada más y dejarme con este maldito problema? Pequeño hijo de puta.
—¿Problema? ¿Cuál problema? —Bennett quiere zafarse, pero la fuerza de Tartaglia es abrumadora—. ¡Déjame en paz, por favor!
Tartaglia ríe a carcajadas, pero no parece divertirse. Se inclina sobre Bennett y su boca se acerca a la oreja del muchacho. Este está asustado de verdad; siente que el Fatui está lo suficientemente loco como para arrancarle la oreja de un mordisco.
—¿Y ahora qué se supone que debo hacer, imbécil? Estamos unidos por un lazo.
La noticia cae como balde de agua fría en Bennett. Siente como si el piso se abriera y se lo tragara. De pronto, todos los recuerdos le llegan de golpe. Ni siquiera sabe porqué le volvieron a poner su collar.
—¡Solo debes ir y morder a alguien más! ¡Rompe el lazo y déjame tranquilo!
Bennett comienza a llorar de nuevo. Estar unido a un idiota agresivo como este no estaba en sus planes.
—¡Si fuera tan fácil lo haría, pequeño imbécil!
Tartaglia gruñe. La mitad de su cuerpo roza con Bennett y pronto es en lo único en lo que están pensando ambos, porque el bulto en los pantalones del hombre se acomoda a la perfección en el trasero de Bennett.
—Mierda... —susurra el Fatui. Parece conmocionado, como si no pudiera creer la reacción de su propio cuerpo—. ¿Por qué me siguen pasando estas cosas con este pedazo de...?
—¿Puedes quitarte de encima? —A estas alturas, Bennett no puede ocultar su llanto.
Tartaglia se incorpora lo suficiente, pero solo para acomodar a Bennett boca arriba. Aprisiona su cuerpo, poniendo los codos a cada lado de su cabeza y lo mira a los ojos. Hay un rastro de aroma en el aire. Algo inconfundible.
Petricor.
Bennett aspira, confundido y asustado.
Luego, en un movimiento repentino, Tartaglia besa a Bennett y saborea con su lengua la boca entera del chico. Él se agita, intentando sacudir piernas, brazos y el cuerpo entero para liberarse, pero el olor del Fatui le provoca hormigueos por todos lados. Le calienta el vientre, como si tuviera una especie de manta térmica encima.
El olor lo invita a relajarse, pero Bennett todavía se resiste durante segundos enteros. Intenta empujar al Fatui, y como esto no funciona, Bennett interrumpe el beso y se tapa la boca para impedir que siga sucediendo.
Tartaglia parece fuera de sí mismo, porque sonríe a medias, como si aquello fuese un reto bienvenido, y desliza su lengua entre la clavícula y el cuello de Bennett.
Luego, el hombre rompe la camisa de hospital de Bennett y deja al descubierto su pecho y su abdomen. La mirada le brilla. Atrapa uno de los pezones con sus dientes y Bennett grita, jalándole el cabello.
—¡No lo hagas! ¡Detente! —le grita, pero Tartaglia hace oídos sordos.
—Desearía poder hacerlo —susurra, deslizando sus manos a través de la espalda de Bennett. Entran fácilmente a través del elástico del pijama de hospital. Amasa las nalgas de Bennett y suspira con encanto, como si amara la sensación. El bulto en su ropa interior se hace más grande e inconscientemente mueve las caderas y se posiciona en la entrada de Bennett.
El aroma a petricor envuelve el lugar por completo. Es como una cámara de aire, como si de verdad estuviese lloviendo y el olor a tierra mojada impregnara cada poro de Bennett. Él aspira con profundidad cuando Tartaglia introduce un solitario dedo en su ano; aquello es su perdición.
Bennett se relaja por completo y comienza a sentir la excitación de su propio miembro. Busca la mirada de Tartaglia. Es de absoluta devoción.
Sus bocas se encuentran una vez más, con agresividad. Las lenguas bailan, se envuelven la una a la otra, se saborean y no pueden dejarse, ni aunque mueran asfixiados.
Tartaglia desnuda con facilidad a Bennett. Su entrada está lubricada, listísima para recibirlo. No puede esperar más. Ninguno de los dos puede.
Tartaglia desabrocha su pantalón y saca su pene excitado. Levanta las caderas de Bennett, observa su entrada húmeda y enfila su miembro antes de penetrarlo con tanto cuidado que Bennett suelta un gemido cargado de placer.
Ambos se quedan así por unos momentos, acostumbrándose a la sensación. Están encendidos y excitados, pero al menos están más conscientes que la primera vez en la sala de interrogación.
Bennett comienza a mover las caderas al ritmo cadencioso del pene de Tartaglia. Él empuja con energía, su pelvis acostumbrada al esfuerzo de acceder al interior del omega.
Sus cuerpos perlados en sudor bailan, se pegan, están calientes y huelen a sexo. Tartaglia sostiene una nalga de Bennett y el interior de su muslo contrario para tener una entrada fácil y agresiva. Bennett rasguña la tierra mientras gime y se deja follar.
Danzan con sus caderas hasta que solo son pene y recto deslizándose el uno con el otro, húmedos, suaves y grandes.
Cuando el miembro de Tartaglia se agranda, a punto de eyacular, Bennett no está pensando correctamente. Se aferra a Tartaglia con todo lo que tiene, su interior se aferra alrededor de él y Tartaglia suelta una incoherencia a medio camino entre un gemido y un grito antes de que su semen salga disparado en el útero de Bennett.
Bennett también grita, obteniendo un orgasmo cuando el líquido caliente chorrea a través del bombeo del pene todavía duro del alfa. Luego, como si el fuelle fuera perdiendo energía Tartaglia se va deteniendo hasta que solo se queda así, invadiendo el interior de Bennett mientras se miran a los ojos.
Tartaglia sale despacio de Bennett, se inclina hacia él y vuelve a besarlo. Bennett lo acepta, abrazándolo. Unos momentos después, se queda dormido.
Bennett despierta, confundido por un momento porque solo ve hojas por todos lados. Está amaneciendo y él tirita de frío, sobre todo porque solo tiene un pijama de hospital, una camisa roja con olor a petricor, sus botas viejas y la bandolera de Stanley.
Bennett intenta averiguar qué es lo que pasa en ese lugar. Cómo puede ser posible que haya llegado hasta la parte superior del enorme tronco del árbol. El olor de la camisa casi que le da la respuesta en silencio.
Tartaglia debió subirlo a ese lugar y dejarlo dormir. Le dio su camisa y lo acomodó en una cama de hojas para que la madera no le hiciera doler el cuerpo mientras dormía. Sin embargo, ¿en dónde está?
Bennett se sienta, se abraza las rodillas y se lleva la mano a la nuca. Ahí, por primera vez en su vida, siente una línea de marcas continuas. Está enlazado a un alfa que ni siquiera conoce.
Las lágrimas afloran en sus ojos. No sabe porqué hizo lo que hizo esa noche. No sabe porqué aceptó con tanta facilidad al hombre, porqué no lo dejó ir cuando estaba por eyacular.
Aquello está mal, muy mal.
Él solo tiene dieciséis años.
Acaba de tener su primer celo y fue con un hombre terrible y peligroso.
No obstante, Bennett se lo piensa mejor un momento después. Un sentimiento nauseabundo le recorrió el cuerpo entero al darse cuenta de que solo unos días más le hubieran bastado a su padre para reclamar su primer calor.
Bennett niega con la cabeza. Solo unos días más y ese hombre lo hubiera dejado embarazado. Pero murió, y Bennett no sabe si es peor ahora que está unido de por vida a un Fatui.
Se toca el vientre y mira la altura del árbol. Está lo suficientemente alto. Puede que aborte. Sí. Puede que solucione al menos uno de sus problemas.
No obstante, cuando se inclina hacia adelante, decidido a caer al vacío, una voz salida de la nada grita—: ¡No! —y una ráfaga de viento lo tumba hacia atrás, evitando la caída.
Bennett grita de miedo, pero no hay nadie más con él. O al menos eso es lo que piensa, porque un sonido como de pequeñas campanas inunda el espacio antes de que un pequeño ser baje flotando de entre las ramas altas.
El pequeño mide unos quince centímetros. Sus piecitos y su cara oscura pueden verse a través de un pequeño manto blanco con motivos celestes. Tiene tres pequeñas plumas celestes en forma de ala y de la cabeza sobresalen dos pequeños picos en forma de hojas, también celestes. El ser parece consternado y revolotea alrededor de Bennett con furia.
—¡¿Qué es lo que pensabas, muchacho?! —agarra pequeños mechones del cabello de Bennett y los jala. Él se queja mientras intenta alejar al ser volador dando manotazos—. ¡No tienes que suicidarte! ¡Busca ayuda!
—¡Hey! ¡Yo no quiero suicidarme!
—¡Ja! ¡Esa mentira no te la cree nadie!
—¡Basta! ¡Basta! ¿Qué eres? ¡Déjame en paz!
—¡Quién soy, querrás decir! —el ser se detiene y flota frente a Bennett. Un bultito, como si fuera una mano debajo del manto, se levanta en dirección a la estatua de Barbatos—. Soy él. ¿Quién más te traería a la estatua para curarte y cuidarte de los peligros de la noche, sino yo?
—Eso quiere decir que... ¿viste lo que pasó anoche? —Bennett siente que su cara se pone roja. No solo eso, sino que está furioso—. Si viste todo, ¿por qué no interviniste?
—¿Yo? Yo solo soy un simple Arconte, chico. No puedo modificar el destino.
—¿Destino?
—Tu alfa. ¿Qué se siente encontrar a tu alfa predestinado, muchacho?
Bennett se queda petrificado y boquiabierto. Las lágrimas vuelven a humedecer sus ojos.
No, está harto de los alfas. Pueden morirse y dejar de existir, para lo que le importa. No quiere que un simple olor lo someta y lo vuelva sumiso cada vez que esté cerca de Tartaglia.
—¿En dónde está él?
—Fue a buscar comida y a hablar con sus subordinados. No quería moverte porque podrías despertar, así que te dejó resguardado aquí. ¿No es encantador?
No lo es, pero Barbatos no tiene porqué enterarse de los pensamientos de Bennett. Después de todo, las acciones de Tartaglia solo demuestran recelo y posesividad, de lo contrario se lo hubiera llevado consigo a la ciudad en lugar de dejarlo escondido entre las ramas de un árbol, como si fuera un secreto.
Bennett no va a permitir que otro alfa lo posea.
—No puedes intervenir en el destino pero, ¿puedes ayudarme?
—¡Claro! ¡Te ayudaré con lo que sea!
—Ayúdame... Ayúdame a escapar de él.
El brillo de Barbatos parece apagarse por un momento. Luego, como si hubiese decidido algo consigo mismo, apunta en dirección contraria a la ciudad y le dice—: Ve todo derecho. Encontrarás a un chico que se llama Venti. Él... está a punto de zarpar. Estoy seguro de que si lo convences te prestará su bote. ¿A dónde planeas ir?
Bennett lo piensa durante unos segundos. Luego dice:
—A Fontaine. Necesito ver a Su Señoría Neuvillette. Necesito que me absuelvan. Además, puede que encuentre una manera de romper el vínculo sin tener que depender de ese idiota.
—¿Y qué harás con el bebé?
Bennett vuelve a sentirse desesperado. Los dioses son intuitivos. Cree todo lo que Barbatos le dice porque, después de todo, ha vivido toda su vida en su nación.
—No creo que esa cosa deba existir —se sincera.
El dios se apaga por segunda ocasión. Vuelve a señalar hacia el mar, sin decir nada más.
Bennett tampoco dice nada más que un seco—: Gracias —antes de bajar a trompicones del árbol.
Cuando está listo, toma aliento y comienza a correr sin mirar atrás. No sabe cuánto tiempo falta para que Tartaglia vuelva, pero espera que sea lo suficiente para llegar hasta el lugar que señaló Barbatos.
Chapter 5: A toda marcha
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Un grito, o tal vez un rugido, se origina en el árbol de Venessa. Bennett corre con toda su fuerza, con la playa a treinta metros de él. Ahí no hay nadie, está casi seguro.
Bennett comienza a pensar que el Dios del Viento le mintió, pero en ese momento ve a un chico agitando las manos, saludándolo. Es pequeño, con una vestimenta color verde hoja. Tiene el cabello corto, dos trenzas enmarcando su rostro, y unos brillantes ojos color turquesa. Es hermoso, pero este no es momento para que Bennett se lo diga.
—¡Hola! —exclama a escasos metros de él—. ¿Tú eres Venti? ¿Tienes un bote que me prestes? Yo... ¡necesito un favor!
—Parece que necesitas un favor con urgencia, amigo —Venti le habla con jovialidad—. ¿Ves esas rocas de allá? Hay un bote encallado. Tiene víveres. Bueno, tiene más cerveza que víveres, pero tendrás que lidiar con ello. ¿Sabes manejar un bote?
Bennett no sabe en absoluto, nunca ha entrado a uno. Venti parece intuirlo, porque suspira y le dice:
—No te pongas nervioso, chico. Subamos, te diré qué hacer mientras los distraigo.
—¿De qué hablas?
Bennett voltea. Un pelotón de Fatui viene tras él. Otro de caballeros los siguen de cerca. Tartaglia viene entre la gente; Bennett lo distingue a la perfección cuando convoca su arco y forma una flecha hydro que está destinada a su cabeza.
Venti se interpone entre la flecha y Bennett. Un segundo después, un remolino de viento deshace la flecha. Venti ni siquiera se ha despeinado.
—¿Qué parte no entendiste? —pregunta Venti.
Bennett corre hacia las rocas que Venti ha señalado. Ahí, tal como dijo, hay un bote. Es pequeñísimo y no han de caber más de dos personas y algunos enseres, pero es mejor que nada.
—Empújalo al agua, lo suficiente para que no toques el suelo y tengas que flotar. Entra.
Bennett le hace caso mientras más flechas y proyectiles elementales se dirigen a ellos. Está empapado en sudor por los nervios, pero no se deja amilanar. Ni siquiera cuando Tartaglia ruge:
—¡BENNETT! ¡BENNETT, DETENTE, CARAJO!
¿Para que le vuelva a disparar? No, gracias.
Bennett por fin está flotando junto al bote.
—¡Entra! El rompeolas tiene una llave a un lado del timón y dos pedales debajo. Pisa el pedal izquierdo y gira la llave a la vez. Voy detrás de ti.
Bennett lucha con la compuerta del bote y se sienta en el asiento del piloto. Siente deseos de vomitar, porque ha comenzado una lucha campal entre cuarenta hombres y un solo chico con visión anemo. Pedal izquierdo y girar llave. El motor del bote se enciende con un bramido.
—¡Quítate de en medio, borracho pendejo! —Tartaglia despotrica como si no hubiera un mañana.
Venti entra a medias, con la mitad de su cuerpo todavía afuera y grita—: ¡Pisa el otro pedal! ¡Ya! ¡YA!
Bennett pisa el pedal derecho a fondo y el rompeolas sale disparado. Venti está a punto de caerse, pero Bennett lo sostiene de la capa, ahorcándolo. No puede hacer mucho, porque no quiere estrellar el bote nada más saliendo de la playa.
Las flechas y los proyectiles impactan por todos lados, pero el bote resiste. Unos segundos después, cuando ya están lejos de la orilla, Venti manotea para que Bennett lo suelte, entra por completo al bote y tose con vehemencia.
—Hombre, qué loco imbécil ese que gritaba tu nombre —insulta, sobándose el cuello—. Oye, suelta el pedal, te vas a acabar el combustible.
Bennett deja de acelerar. El bote va perdiendo rapidez hasta que va a una velocidad constante, un poco lenta a su parecer. De todos modos, ya está lejos de la orilla.
—Mira, ¿ves esas islas? Tenemos que llegar ahí. Haz que el bote vaya a noventa kilómetros por hora, luego, cuando te diga, aceleras hasta llegar a doscientos. Estoy casi seguro de que esos idiotas tienen botes en Espinadragón, tan pronto como se suban a ellos nos darán alcance.
—¿Qué pasa si choco?
—¿Con qué vas a chocar? Si no hay nada.
Venti tiene razón. Las islas y la tierra se ven a la distancia, pero no hay nada a su alrededor. Así que Bennett vuelve a pisar el acelerador, esta vez poco a poco y no a lo desesperado como un momento atrás. Durante unos segundos va ganando velocidad hasta que una aguja junto al timón señala un espacio entre los números 80 y 100.
—Tú eres Bennett, ¿cierto? ¿Puedes decirme lo que está pasando?
Venti parece un poco serio, o a lo mejor es la imaginación de Bennett. Sea como fuere, el muchacho no tiene de otra más que contarle al muchacho, porque acaba de salvarle el cuello allá atrás.
—Hace unos días hubo un accidente en mi casa, en Aguaclara. No sé si de verdad yo lo provoqué. El punto es que mi madre tiene quemaduras de tercer grado y mi padre murió degollado. Los Fatui se metieron en el asunto y me quisieron juzgar pero... Tartaglia... resulta que es mi predestinado. No sé si es por eso, pero tuve mi primer celo en cuanto me quedé encerrado con él. Y...
—Estás en cinta, ¿no? Y además fuiste acusado de parricidio y lesiones. Lo más difícil va a ser la marca del lazo.
—¿Cómo sabes que Tartaglia me marcó?
—¡Ah! Bueno, Barbatos me lo contó todo.
¿En qué momento?, piensa Bennett. Todo el asunto con Venti es muy raro. Incluso su encuentro con Barbatos es raro. Sin embargo, cuando parece que está llegando a una conclusión, como si estuviera a punto de enterarse de algo importante, Venti le dice:
—Es momento de acelerar. No, ¿sabes qué? Gira hacia la derecha. Vamos con mi cuchurrumín.
—¿Con tu qué?
—¡Acelera, Bennett!
Bennett vuelve a obedecer a Venti. El bote se desplaza a gran velocidad, pasa los cien kilómetros, luego los ciento cincuenta. Al poco rato, están rozando los doscientos kilómetros y la orilla de se está acercando con demasiada rapidez.
En el último segundo, Venti se abalanza sobre Bennett, se sienta sobre él y maneja con maestría, deteniendo el bote justo a unos metros de la playa. El corazón de Bennett martillea contra su pecho, pues estaba seguro de que se haría papilla contra Liyue.
—¡Fiu! —exclama Venti, con una sonrisa de oreja a oreja—. Salgamos de aquí, Bennett.
El muchacho hace caso, aunque lo hace sobre todo para no tener que seguir en la misma posición por mucho rato más. Cuando sale del bote y estira las piernas, Venti tiene un arpa en las manos y comienza a tocarla con maestría. Bennett se queda embelesado, escuchándolo.
Unos instantes después, alguien aparece en medio de un montón de sombras, como si surgiera de la tierra. Es más o menos de la misma estatura que Venti pero usa ropas un tanto guerreras, con botas negras y un pesado collar ritual alrededor de su cuello. Tiene ojos de gato y una piedra púrpura le adorna el centro de la frente.
—No puedo creer que me hayas llamado después de tantos años, Venti —el recién llegado parece conmocionado, aunque mantiene una fachada de tranquilidad.
—Necesito que me hagas un favor, Xiao. ¿Puedes?
—Claro —Xiao no vacila. Es decidido y firme—. ¿Qué necesitas?
—Protege a Bennett y llévalo hasta la frontera entre Liyue y Sumeru. Habla con los Aranara para que lo lleven hasta la costa. Puede que una melusina pueda guiarlo hasta Fontaine. ¿Bennett?
—¿Venti?
—Xiao es el Cazador de Demonios, el Cuidador de Caminos, el Vigilante Yaksha, él estará contigo —presenta, con una sonrisa radiante—. Mi cuchurrumín puede ocultarme durante un tiempo en lo que despisto a los Fatui, pero tú eres un ser humano, Bennett.
—¿De qué hablas?
—Nosotros podemos sobrevivir miles de años sin oxígeno ni alimento, pero no sería lo mismo para ti. No puedo llevarte a mi escondite. Así que confía en Xiao y ve con él.
—Creí que Xiao era tu cuchurrumín —Bennett está atontado por el rumbo de los acontecimientos. Apenas y puede disfrutar del paisaje de una nueva nación.
Venti ríe con franqueza. Xiao se averguenza en silencio.
—El Cazador de Demonios es un gran amigo. Siempre podemos contar el uno con el otro, ¿no es así, Xiao?
—Por supuesto —Xiao responde, aunque pronuncia un suave—: Venti... —antes de centrar toda su atención en Bennett—. Escucha: a excepción de Rex Lapis o de las moradas de los Adeptus, no hay lugar más seguro en Liyue que no sea junto a mí. Sígueme, Bennett, si tienes prisa llegaremos a la frontera hoy...
—¡Espera! —Venti luce preocupado—. Bennett está en cinta. Si lo llevas muy a prisa...
—No me importa, Venti —Bennett luce seguro. Se lleva una mano inconscientemente al vientre—. Un bebé solo me recordaría que un loco psicópata es mi predestinado.
—Bennett...
—No me importa —repite—. Vayamos cuanto antes, Xiao.
La sonrisa de Venti se apaga. Parece consternado por las decisiones de Bennett. Este, que lo ve desanimarse de repente, se siente mal. Cuando Xiao se despide de Venti y se da la vuelta para irse, Bennett ve que Venti compone una sonrisa triste.
—Estoy seguro de que tu alfa predestinado solo quiere amarte —dice Venti, aferrándose a un clavo.
—Tú mismo lo llamaste “loco imbécil”, Venti —Bennett se encogió de hombros—. No hay forma de comunicarse con él. Ni siquiera voy a intentarlo. Lo único que deseo es que no pese sobre mí la muerte de una escoria como esa...
—Vamos, Bennett, se hace tarde.
—Muchas gracias Venti, por todo —Bennett le sonríe de todo corazón a Venti y comienza a seguir a Xiao.
Aunque el Adeptus le prometió tenerlo en la frontera al anochecer, las cosas son muy distintas. Ambos están en las ruinas de un templo, con una fogata calentándolos de la fría noche. La figura de piedra de un ave los vigila desde la cercanía.
—Él es Pervases.
—¿Por qué estamos aquí? Creí que íbamos a llegar a la frontera y luego...
—Si de verdad estás embarazado, no puedo forzar tu cuerpo a recorrer todo un país en medio día —confiesa Xiao. Parece acostumbrado a las miradas de reproche, porque no se inmuta ante la molestia de Bennett—. Eres demasiado joven. Si pierdes a ese bebé, nunca más serás capaz de engendrar.
—¿Crees que algo como eso me importa? —Bennett comienza a perder los estribos—. ¡No sé qué clase de vida has llevado pero estoy seguro de que no comprendes...! Lo mucho que odio a los alfa. A mi padre. A Tartaglia... Y ahora incluso estoy embarazado de uno... Odio a todos los alfa. Por mí pueden desaparecer y pudrirse en el infierno.
—Hay cosas mucho peores que los alfa —Xiao también parece molesto—. No me importa qué es lo que sientes hacia los alfa. Le prometí a Venti que te protegería y te llevaría hasta Sumeru y es lo que voy a hacer. Prepara una cama y duerme, Bennett, por la mañana podremos continuar con el viaje.
—¿Cómo sé que no vas a hacerme algo durante la noche?
Xiao le dirige una mirada pesada.
Bennett está acostumbrado a toda clase de miradas, desde las lujuriosas y morbosas hasta las miradas de desprecio y enojo. Pero es la primera vez que una mirada le promete el peor de los infiernos. Peor que la mirada vacía y siniestra de Tartaglia.
En ese momento, Bennett se da cuenta de que Xiao no es una persona con la que se pueda tratar con gritos y reproches. Parece que Xiao es consecuente y firme, así que Bennett decide darle un voto de confianza y rebusca entre los enseres que permanecen guardados alrededor de la estatua.
Parece que más personas se han quedado a dormir ahí, porque hay sábanas dobladas y hasta una almohada. Bennett quiere preguntar a quién le pertenecen, pero decide que lo más prudente es no volver a molestar a Xiao. Después de todo, parece que no le cae muy bien.
Bennett apisona la tierra y acomoda las sábanas para echarse a dormir. No ha comido más que la fruta, la carne seca y el agua que Venti le regaló, pero no se puede poner a exigir comida a esas horas de la noche.
—Oye, Xiao... —llama, preguntándose si el Adeptus ya comió. Sin embargo, alrededor solo permanece la oscuridad de la noche—. ¿Xiao?
—No pronuncies mi nombre tantas veces —le regaña, apareciendo a un lado. Bennett salta en su lugar, asustado—. Fui por leña. Te puedes resfriar si duermes a la intemperie.
—Espera...
Xiao acomoda la leña en un hogar que parece usarse a menudo. Saca un pedernal y, cuando está a punto de usarlo, Bennett grita:
—¡Espera!
Pero ya es demasiado tarde. Xiao usa el pedernal, la hoguera prende y una enorme lengua de fuego se eleva hasta la misma altura que tiene la estatua de Pervases.
—¡Apágalo! —grita Bennett.
Conforme más se pone histérico, más se aviva la llama, hasta que comienza a quemar y a hacer sudar a ambos.
Bennett mira el fuego descontrolado y la llama parece absorberlo. De pronto está en la cocina de su casa. En el círculo de los tres monumetos pyro. Y alguien le dice:
—Filius Maris Jivari.
No sabe qué significa, pero repite las palabras en voz alta, hipnotizado.
Después, una gran ráfaga de viento apaga el fuego con fuerza y tumba a Bennett de sentón. Xiao se sienta en cuclillas frente a él y parece examinarlo con sus ojos de gato en la repentina oscuridad. Decide que todo está bien, porque no le pregunta nada a Bennett, sino que le dice:
—Lo que acabas de decir significa “Hijo del Mare Jivari”. ¿Ahí fue donde naciste?
Bennett niega con la cabeza, pero después se encoge de hombros. En realidad no sabe nada sobre el Mare Jivari, pero está claro que un Adeptus milenario puede tener algunas respuestas para él.
Chapter Text
Bennett se acomoda en un tosco banco de madera que halla tirado por ahí. No le importa perderse un poco de sueño, de todos modos no está particularmente cansado. Los grillos rompen con el silencio ominoso de la noche, haciéndoles saber a Bennett y a Xiao que no están solos.
Cuando Xiao comprobó que Bennett estaba bien, le preguntó que si las lámparas también explotaban cerca de él. Bennett, como buen conocedor de sus propios “poderes”, le dijo—: Solo si estoy alterado. Si estoy calmado, no pasa nada.
Así que Xiao encendió tres lámparas que sacó de a saber dónde e iluminó el pequeño espacio entre el templo derruido y el campo.
Se quedaron callados por un largo rato. Bennett, que tenía una gran curiosidad por la traducción de Xiao de las palabras que los lobos le dijeron tantos años atrás, le preguntó:
—¿Sabes qué es el Mare Jivari?
Pero Xiao no respondió, así que ahora están ahí, ambos en completo silencio, como si hubiesen ido explícitamente para disfrutar de la noche cerrada en campo abierto en Liyue. Bennett no tendría problemas, pero no está dispuesto a ceder cuando sabe que su compañero de viaje es alguien que le puede responder dos o tres preguntas.
Lo malo de la situación es que Xiao parece ser una persona de pocas palabras. Pareciera que pierde años de vida cada vez que abre la boca, porque es muy complicado para Bennett hacerlo hablar.
—¿Qué significa que sea “hijo” del Mare Jivari? ¿Crees que por eso no tengo una Visión? ¿Qué son estas cosas que pasan cada vez que estoy cerca del fuego?
Xiao ni siquiera lo mira, casi como si no existiera. Solo para cerciorarse, Bennett se pellizca, así se da cuenta de que sigue vivo y que, en efecto, no está soñando. Es solo que Xiao no quiere responderle.
Bueno, tal vez no pueda ayudarlo con sus inquietudes. Bennett vuelve a acomodar su pequeño lecho pero, de nuevo, está preocupado por su acompañante.
—Aquí hay otra sábana, ¿quieres que la acomode para ti?
—No es necesario. Puedo pasar la noche en vela.
Bennett aprieta los dientes, pero no dice nada. Xiao es alguien misterioso. No come, no duerme, no habla. Tiene una mirada penetrante, habla con voz baja, grave, y su actitud es flemática.
Ya que Xiao no le va a contestar nada, Bennett prefiere echarse a dormir, así que se acuesta sobre las sábanas y respira el aire de la noche. Un sutil olor capta su atención en ese momento. Se levanta a toda prisa, otea a los alrededores y pone en guardia a Xiao, quien estaba inmóvil, ausente.
—¿Qué pasa?
—El olor.
—¿Cuál olor?
—Huele a él —responde Bennett.
Puede que ya esté alucinando, porque no hay nadie ahí, a menos que sea el fantasma de Pervases.
—Tal vez sea mi imaginación.
Bennett vuelve a acostarse, pero vuelve a sentir el olor sobre él, envolviéndolo. Un suave y fresco olor a petricor. Se gira un poco y lo percibe con mayor claridad. Pega su nariz contra la sábana y ahí está: es el olor de las feromonas de Tartaglia y está impregnado en todas las sábanas.
—¿Quién ha dormido aquí?
—Pervases permite que todos se refugien aquí. Viajeros, aventureros, soldados, ladrones, incluso hilichurls.
—¿Los Fatui?
—Puede que sí. A veces veo que hay personas o hilichurls encendiendo fogatas, pero mientras no cometan alguna fechoría, no suelo intervenir.
Bennett da por buena la explicación. Con toda probabilidad, Tartaglia durmió hace muy poco en ese lugar, pues las feromonas tardan algunos días en disiparse, sobre todo cuando impregnan las telas.
Tiene que lidiar con una camisa bañada en feromonas y ahora también con sábanas enteras. Considera dormir sobre el suelo desnudo, pero aquello no es opción si no quiere despertar con tortícolis y dolor de espalda, así que aguanta sus fuertes deseos de arrojar las sábanas y pisotearlas.
Una de las lámparas explota de repente.
Xiao, como si ya se lo esperara, suspira y enciende una vela.
—Lo siento —susurra Bennett.
—Noté el mismo olor en tu camisa pero no puedo hacer nada al respecto. Al menos no hoy.
—No te preocupes.
Bennett no quiere admitirlo, pero durmió muy bien. Las sábanas eran frescas y mullidas, la noche era tranquila y había alguien cuidándolo de los peligros que asechaban en la noche. Después de años enteros, es la primera vez que Bennett duerme con comodidad. Está decepcionado de que el olor a petricor lo arrulló.
—Extiende las sábanas y déjalas oreando al sol —instruye Xiao cuando Bennett por fin está levantado—. Eso hacen siempre los viajeros. Así, si esa persona pasa por aquí, no podrá detectar tu aroma.
—¿Cuál aroma? —Bennett frunce el ceño mientras hace lo que Xiao le pidió.
—Eres un omega —contesta—. Todos los omegas tienen un olor individual y particular.
—Yo no tengo...
—Puede que nunca hayas sentido tu propio olor, pero otras personas, sobre todo los alfas, pueden distinguir tu olor de omega con mucha facilidad. Cuando hayas terminado, sígueme.
Bennett termina de extender las sábanas al sol en silencio. Se acerca la muñeca a la nariz y olfatea, pero no encuentra nada en absoluto. Por supuesto, le cree a Xiao. Hay borrachos que sudan alcohol, hay diaconisas que huelen como el agua bendita. Wagner huele a hierro y Sara, la del restaurante, huele a especias. Su madre olía a sal y su padre olía a semen y a viejo.
Los cazadores deben disfrazar su propio olor con tierra y hojas del bosque. Tal vez por eso Bennett siempre fue muy malo para cazar jabalíes. En cuanto entraba en su radio, estos terminaban embistiéndolo o huyendo en el acto, como si supiesen que el chico estaba cerca.
Tal vez siempre ha tenido su olor de omega, cualquiera que sea, pero nadie nunca se lo dijo. Tal vez es de mala educación, como cuando no te dicen que hueles mal. A Razor nadie le dijo que olía a sudor rancio y a perro sucio, un día simplemente apareció con el cabello brillante y la piel prístina.
Camina detrás de Xiao pensando en estas cosas, pensando en si aquel pescador junto al mar huele a pescado, o si esos niños que corretean tras las mariposas huelen a... ¿a qué huelen los niños? ¿A caramelos y leche?
Xiao huele a ceniza, desprende un fuerte olor, como si todo su cuerpo se cubriera todos los días de ceniza.
El vendedor que pasa junto a ellos y hace una profunda reverencia a Xiao huele a frutas. Y la señora que lleva de la mano a un niño que apenas sabe andar huele a curry.
Parece que todos huelen a algo. Cosas que los caracterizan o cosas que los acompañan o incluso cosas que comen mucho.
En la posada Wangshu hay un señor que huele a ajo y otro que huele a cebolla. Hay una mujer que huele a flores y una anciana que huele a col.
Xiao le muestra el camino a Bennett, pasan por en frente de una recepcionista que huele a tinta y se inclina ante él, y se cruzan en las escaleras con un hombretón que huele a especias.
—¡Xiao! No creí verte de día y tan temprano. ¿Quieres que te lleve un poco de comida a tu habitación? —le pregunta.
Al parecer todos los cocineros huelen a especias.
—Prepara un desayuno para nuestro invitado.
—A la orden —el hombre sonríe con amplitud. Sin embargo, cuando está a la altura de Bennett, se tapa la boca y la nariz de repente y se aleja—. ¡Lo siento! —exclama al ver que Bennett frunce el ceño.
—Ven acá, Bennett.
En la posada Wangshu hay pocas habitaciones y la de Xiao parece ser la más pequeña y modesta. Hay una cama con sábanas limpias, dos mesitas de noche, un ropero con un dragón tallado en la madera, una mesa redonda y dos asientos.
—¿Por qué ese hombre hizo eso? —A Bennett todavía le molesta la curiosa reacción. Se sienta en una de las sillas, porque siente que sería grosero sentarse en la cama de alguien más.
—Te lo dije: tu aroma de omega —Xiao parece comenzar a fastidiarse del asunto—. ¿Cuándo tuviste tu primer celo? No es normal que desprendas tu olor de esa forma.
Bennett hace un puchero.
—Mi primer celo vino de repente cuando Tartaglia me estaba interrogando... —Xiao no parece enterarse, así que Bennett recuerda que Venti no explicó nada.
Por segunda ocasión, Bennett explica todo lo que pasó. El incendio en casa, el juicio, el celo, la marca, la huida. Han pasado tantas cosas en diez días que Bennett ni siquiera puede terminar de creerse que está viajando por Liyue junto a un Adeptus.
Aun así, Xiao no dice nada. Fuera del ceño fruncido y de sus manos cerradas en fuertes puños, no hay nada más que indique que Xiao escuchó lo que Bennett explicó durante los últimos minutos.
—Escucha, Bennett —después de un rato, Xiao finalmente habla—. No es normal que sigas desprendiendo tu aroma estando en cinta. Puede que Barbatos se haya equivocado...
Bennett siente la esperanza florecer en su pecho. Sí, puede que Barbatos haya errado su diagnóstico. Después de todo, no es sino hasta los quince días que las diaconisas pueden asegurar si una persona está embarazada. Puede que por eso su olor siga saliendo de él...
Puede que por eso... Haya tanto ruido afuera de la habitación...
—Yanxiao es alfa —explica Xiao—. Hay muchos alfas... Y fuiste dejando rastros por todo el camino. Necesitas un supresor.
—¿Qué es eso? —El desconcierto de Bennett es genuino, pero su terror comienza a crecer cuando siente que las presencias se están concentrando en el pasillo. Las pisadas fuertes, los golpeteos que se convierten en golpetazos—. ¿Qué está pasando?
—Si tomas un supresor y estás en cinta puedes perder el feto —Xiao levanta la mano para detener a Bennett antes de que hable— pero también saldrías herido. Los supresores son muy potentes, si estás embarazado son capaces de matarte.
—Pero si estamos seguros de que no hay ningún feto...
—Necesitas un doctor, Bennett —alguien comienza a golpear la puerta con insistencia—. Escucha: voy a autorizar a Verr Goldet para que sea la única que pueda pasar a esta habitación. Así que no se te ocurra salir por ninguna razón. ¿De acuerdo?
Bennett asiente. Los golpes en la puerta comienzan a asustarlo. Siente que en cualquier momento la van a derribar.
—¡Voy a salir y estoy armado! —anuncia Xiao.
Una lanza hecha de jade se materializa en su mano. Bennett estaba realmente envidioso de ver una Visión anemo, y además el Adeptus porta un arma increíble. Todo en Xiao es increíble.
Xiao abre la puerta, sale y vuelve a cerrarla de inmediato. Las voces están amortiguadas por el grueso de la madera.
Unos segundos después, alguien abre la puerta y Bennett respinga. Es Verr Goldet, la recepcionista. Ella sonríe a Bennett con amabilidad. Lleva en sus manos una bandeja que se cae con la comida, así que Bennett corre a ayudarla.
—Todos los alfas fueron echados por Xiao —explica la mujer—. En este momento solo hay omegas en la posada.
—¿Él puede hacer eso? ¿No tendrían problemas por correr a los huéspedes?
Ella ríe con suavidad. No parece preocupada.
—Esta posada fue construida con el único fin de servir de residencia a Xiao. Además, los huéspedes no dejarán de llegar; el Pantano Dihua es el lugar más transitado de camino a la ciudad. Disfruta de la comida, también del tofu de almendras. Pasará mucho tiempo hasta que las cosas se calmen y Xiao pueda comérselo.
Cuando Verr Goldet se retira (sugiriendo a Bennett que cierre la puerta con seguro y ponga una de las sillas debajo del picaporte), el chico se acerca a la mesa y mira la comida con deleite.
No es la primera vez que ve un pollo asado a la miel, un cuenco de ensalada de verduras ni una jarra de agua de limón y menta. Pero es la primera vez en años y, sobre todo, en días, que ve comida de verdad y no hay nadie alrededor para tirarla al suelo, llenarla de tierra, alimañas o semen.
Pasa un buen rato observando los platillos en silencio, tratando de recordar cuando fue la última vez que comió sentado en una silla, con comida de verdad. Después de minutos intensos, no puede recordar, así que su conclusión, amarga y silenciosa, es que nunca ha comido de esa forma.
Sentado, vestido, sin moretones, sin insultos, sin cigarros.
Bennett se sirve en un plato una buena porción de pollo, ensalada y un poco de tofu. Toma con el tenedor el pollo jugoso y lo prueba. Mastica con parsimonía, con una explosión de sabores en la boca.
Tiembla y una lágrima se le desliza por la mejilla.
Esta vez prueba la ensalada. Luego el tofu, luego da un sorbo al vaso que se sirvió de limonada. Un sollozo se le escapa de la garganta y rompe a llorar.
No sabe lo que le depara el destino, pero al menos ha podido comer bien por primera vez en la vida.
Cuando termina de comer está exhausto. Nunca había probado tanto en su vida, así que el dolor del empacho está comenzando a pasarle factura. Se toca la panza que se le ha formado por comer tanto y sonríe como un tonto.
Allá afuera está comenzando a atardecer. Bennett no sabe cuánto va a tardar Xiao en regresar y la pacífica calma de la posada le está provocando sueño, así que se debate entre ser grosero o no hasta que se cae del asiento por quedarse dormido.
Bennett se recuesta en la orilla, muy, muy en la orilla de la cama. No quiere invadir el espacio más personal de Xiao, pero está perdiendo la batalla contra el sueño.
Entre la vigilia y el sueño, percibe un ligero olor a almendras. Al principio siente que es su aliento y se siente un poco avergonzado, pero luego entierra la cara en la almohada de Xiao y lo percibe con mayor claridad.
Así que el verdadero olor de Xiao no es a ceniza, sino a almendras.
A Bennett le parece lógico.
Asiente con los ojos cerrados y se queda dormido.
Cuando Bennett despierta sabe que hay algo mal porque ya no huele a almendras ni a comida. Huele a petricor.
Su posición, de cara a la puerta, le dice casi de inmediato que algo está pasando. Xiao se encuentra sentado, respirando con dificultad. Tiene la cara colorada y la mirada desenfocada.
Bennett se levanta de golpe, pero alguien más le pone la mano en la cara y lo lanza contra la cama. Bennett abre los ojos, horrorizado, cuando ve a Tartaglia encima de él, formando una sonrisa de triunfo.
—Fuiste dejando migajas para que te siguiera, pequeño Hansel.
Notes:
Tartaglia ya lo encontró, ¡oh no! ( ͡° ͜ʖ ͡°)
Chapter Text
Bennett grita de miedo cuando sabe que su perseguidor está ahí, pero este le propina una bofetada que lo aturde.
—¡Déjalo en paz! —Xiao grita, pero no se puede levantar. Está muy débil.
Bennett descubre, con mucha angustia, que Xiao también es omega. De lo contrario, las feromonas de Tartaglia no le afectarían como lo hacen. El Adeptus intenta levantarse, pero tropieza y cae a cuatro patas, respirando con dificultad.
Tartaglia ríe a carcajadas y las feromonas pesan con mayor intensidad. Vuelve su atención a Bennett, lo desnuda y fuerza su lengua dentro de la boca del muchacho. Bennett siente que esto ya ha pasado antes. El olor de Tartaglia sobre él, su interior pulsando, él resistiéndose.
Maldita sea su suerte.
Un segundo después, Tartaglia se levanta, pero Bennett ya no puede más contra su propio cuerpo. Está respirando con dificultad y se siente caliente. Todo es caliente. Después de todo, las feromonas de su alfa lo están excitando.
Tartaglia levanta a Xiao, jala su cabello para descubrirle el cuello y lo huele.
—Tú eres el imbécil al que le pertenece esta madriguera. ¿Dónde está tu alfa?
Xiao no habla. Parece estar maquinando la forma de escapar de ese sitio, pero Tartaglia es más rápido y acaricia su cuello, justo donde tiene una línea punteada.
—En el momento en que cediste a mí encontré la solución a uno de mis problemas —Tartaglia está sonriendo como un maníaco—. De verdad que no creía posible que un omega marcado fuera débil ante mis feromonas...
Un segundo después, rompe el pantalón de Xiao y acaricia sus muslos desnudos.
—¡No te atrevas!
Tartaglia vuelve a reír.
—Mira a ese imbécil, esperando a que meta mi polla en su vagina. ¡Vas a tener que esperar, Bennett!
Bennett mira con confusión a Tartaglia al escuchar su nombre. Ya ni siquiera siente el peligro de lo que está pasando.
El Fatui lanza a Xiao sobre Bennett y, antes de que el Adeptus se pueda levantar, se sienta sobre las piernas de ambos y los fuerza a abrazarse.
—Qué linda imagen, dos pequeñas putas con el culo bien dispuesto —dice con deleite—. Déjame hacer mi trabajo, señor Adeptus.
—¡Basta! —Xiao está sofocado. Siente mareos y, si no tiene cuidado, va a vomitar encima de Bennett.
—¿Cómo que basta? ¿No estás viendo lo duro que estás? ¡Mira!
La mano de Tartaglia junta el pene erecto de Xiao con el de Bennett. El muchacho suspira con la sensación y arruga las sábanas. Xiao grita y se resiste de la misma forma, pero no tiene la fuerza ni la disposición. Se siente enfermo y excitado a la vez. Ve puntos de colores y no puede controlar sus extremidades, como si estuviera a punto de desmayarse.
Con su otra mano, Tartaglia acaricia el pequeño orificio de Xiao. Él respinga en su lugar, pero Tartaglia está dominando la situación. Suelta los penes de ambos omega, agarra la cabeza de Xiao y la estampa contra la cara de Bennett.
—¡Vamos, amigo! Todo será menos doloroso si no te resistes. ¡Mira! La lengua de un humano dulce puede estar en tu boca. Bésalo, te doy permiso.
Xiao dirige una mirada pesada a Tartaglia, pero la mirada vacua del Fatui no se inmuta en lo absoluto. Al contrario, sus feromonas caen sobre ambos omega con mayor intensidad y Bennett gime de placer.
—Si no lo besas, voy a derramar su sangre por todo tu maldito nido. ¿Eso quieres?
—¿Podrías… dañar... a tu… propio destino?
Xiao acaricia la mejilla de Bennett y le pide perdón en silencio. Hace milenios que sus labios no prueban otros. La boca de Bennett es pequeña y cálida, y todo en él se siente suave, desde el interior húmedo de sus mejillas hasta su pene frotándose contra el de Xiao.
El Adeptus no comprende cómo es que las feromonas de un humano pueden ser tan poderosas. Es como si unas gruesas cadenas lo envolvieran y lo sacudieran, como si todo alrededor diese vueltas de forma incontrolable.
Sabe que sus piernas han sido abiertas para dar mejor acceso a su orificio, pero está tan concentrado en frotarse contra Bennett que no le importa. El pequeño humano mueve sus caderas al ritmo de Xiao, recibiendo sus caricias y sus besos como si su predestinado fuese él.
Después de unos intensos segundos, Xiao siente el enorme miembro de Tartaglia abriéndose paso en su carne. Lo corta con seguridad, lenta y dolorosamente, sosteniéndole los muslos para que este no se mueva.
El Adeptus grita, atrapado entre dos humanos. Bennett lo besa mientras recorre su espalda con las manos, sus caderas moviéndose al ritmo cada vez más rápido. Tartaglia lo sostiene, metiendo su pene hasta que el glande toca algo profundo en el estómago de Xiao.
Todo está mojado y caliente. Todo está mal. Todo es horrible, pero ninguno de los dos omega puede detenerse.
Tartaglia se inclina sobre Xiao, su pene no detiene su placentero trabajo. Descubre la línea punteada en la nuca de Xiao, la acaricia.
El Adeptus se da cuenta de lo que está por pasar. Una vez más se resiste. Grita, patalea, incluso muerde a Bennett, a quien no parece importarle porque suspira con frenesí.
No hay nada que pueda hacer.
Xiao llora. Por primera vez en milenios, Xiao está suplicando a este maldito humano que se detenga.
Tartaglia está sonriendo mientras su boca se abre lo suficiente y sus dientes se encajan encima de la marca de Xiao. Encaja cada diente, cada molar, hasta que la boca le sabe a sangre. No deja de introducirse en Xiao mientras esto ocurre, apretado por su pequeño recto.
Xiao grita con desesperación, no sabe si por el dolor de la herida o por algo más, porque sabe que algo se ha roto dentro de él. Sabe que su lazo se ha borrado. Por un momento, su cuerpo entero, su vida, su mente, todo le pertenece a Tartaglia.
Es justo en ese momento que la mirada nublada de Bennett se enfoca. Un sollozo nace en su garganta. Un momento después, Bennett grita más fuerte que Xiao, angustiado por el dolor lacerante que siente en la nuca.
—¡No! ¡No sigas! —suplica Bennett, entre estertores de dolor y agonía—. ¡Por favor! ¡Me duele!
—¡Tú querías esto, ¿o no?! ¡Solo tengo que morderlo una vez más! Es un Adeptus, pequeña escoria. Todo lo que tengo que hacer es reclamar al Adeptus y podré matarte. Voy a tomar tu maldita cabeza como recompensa por haberme seducido, pirómano de mierda…
—¡Duele! ¡Duele mucho! —Bennett está llorando a lágrima viva—. ¿Qué voy a hacer? Se va a morir. Se va a morir y yo también…
—¡No sigas! —grita Xiao con su último aliento. Se cubre la nuca ensangrentada y fulmina a Tartaglia con la mirada—. ¡Te vas a arrepentir!
—¿Yo? ¿Arrepentirme? —Tartaglia vuelve a tirar una carcajada.
Sin embargo, en ese momento el petricor da paso a un fuerte aroma a té. Hay hierbas, agua fresca y bambú, pero también el olor del oro molido.
El olor de Rex Lapis.
Xiao llora de felicidad al sentirlo.
Rex Lapis, quien es tan alto como Tartaglia, agarra su cabello con una fuerza descomunal y lo fuerza a mirarlo a los ojos. Su mirada dorada se encuentra con los pozos de agua insondables y crueles.
—Dos omegas no te suponen ningún problema, ¿pero qué tal un alfa puro que ha existido desde los albores de la civilización, niño humano?
—Estaba tan cerca de deshacerme de él —Tartaglia ríe con amargura—. Tu lazo con este Adeptus ya se ha roto. Míralo, comiéndome tan bien la polla.
—Las cosas te salieron mal, niño. Sigues amarrado a tu predestinado y lo estarás para siempre. No podrás volver a excitarte a menos que huelas su aroma. Puedes morder a mil omegas, incluso a un Arconte omega. No te servirá de nada.
Tartaglia convoca dos cuchillas y las dirige a los dos omegas debajo de él, pero Rex Lapis es más rápido. Lo embiste, lanza lejos a Xiao y a Bennett y aprisiona las manos del Fatui con facilidad. Luego, con un movimiento rápido, Rex Lapis lo carga y lo arroja con tanta fuerza contra la pared que se destruye y él cae al vacío.
—Si sobrevive a eso será por pura terquedad —asegura.
Una vez que está a salvo, Xiao devuelve el estómago y solloza.
—Ese maldito imbécil... —despotrica, dolido—. No fue mi intención, Rex Lapis. Mi madriguera está...
—Shh —el arconte acuna a Xiao. Lo cubre con su propia esencia, pero eso provoca que Bennett se retuerza y comience a dar arcadas—. Mi error. ¿Él es el chico que Barbatos te trajo?
—Estaba soltando su aroma por todos lados. Me di cuenta ayer por la noche pero no podía traerlo tan pronto porque Venti dijo que podría estar embarazado. Yo no sabía que su predestinado estuviese tan mal de la cabeza como para someterme con feromonas e intentar borrar su marca a la fuerza.
—Cuando estás nervioso o te sientes culpable tiendes a hablar mucho, Xiao —lo regañó el hombre—. No fue tu culpa... Barbatos, ¿estás ahí?
—Me deshice de los Fatui que bloqueaban la entrada. También traje a la armada, están custodiando a los omegas que fueron sometidos por las feromonas de ese imbéc... ¡Puaj!
Venti se tapa la nariz, mareado. Corre a abrazar a Zhogli y respira su esencia directo de su camisa.
—¡El olor de ese tipo está por todos lados! —se queja—. ¡Ay! Pero Bennett ya perdió el conocimiento.
—¿Puedes atenderlo? —pregunta el arconte—. Me llevaré a Xiao a una habitación donde pueda tranquilizarlo. Aquí solo está el olor de ese niño; le hará bien a su omega.
Zhongli carga en brazos a Xiao y cierra la puerta tras él. Mientras tanto, Venti crea un escudo de aire para proteger el boquete que Zhongli hizo al romper la pared y carga a Bennett con ayuda de su poder anemo.
El muchacho está desnudo, tiene la cara mojada por el llanto y su cuello parece escocerle, porque está enrojecido. Lo peor de todo es que la excitación no se ha ido de su cuerpo ni se irá en tanto siga siendo envuelto por las feromonas con olor a petricor.
Tras considerarlo con mucho detenimiento, Venti no se siente con la capacidad de darle placer a un cuerpo inconsciente y niega con la cabeza. No quiere que Bennett se sienta peor una vez que despierte, pero tampoco quiere que el chico se quede sin saber lo que las feromonas de su predestinado provocan en él. Si Venti lo ayuda a calmar su excitación, Bennett jamás se dará cuenta de que no puede pelear contra sus instintos.
Lo mismo va para Xiao.
Venti arropa a Bennett con las sábanas con olor a petricor y se retira del dormitorio, no sin antes poner una protección anemo alrededor de la puerta y la ventana que le avisará si alguien intenta entrar.
Mientras se dirige hacia el lugar de donde sale el olor a té y agua fresca, Venti mismo tiene marcas de mordiscos y chupetones con el mismo olor por todo el cuerpo. Mira desde la puerta la forma en que Zhongli cuida de Xiao, limpiándolo con toallas húmedas, acariciándole la espalda desnuda.
El Adeptus está sentado sobre las piernas de Zhongli, de cara a él, abrazándolo. Llora amargamente, como si la vida se le fuera en ello, y repite una y otra vez entre susurros un quedo “Lo siento, lo siento” como si hubiese sido su intención meterse en la cama con aquellos dos humanos.
Venti sabe que está viendo el lado más vulnerable de Xiao. Aquel que solo el arconte Rex Lapis conoce. Sabe, de las múltiples noches que ha pasado en la morada de Zhongli, que Xiao fue rescatado de un arconte siniestro que lo mantenía encadenado. Xiao fue abusado y torturado durante tanto tiempo que, cuando Zhongli llegó a rescatarlo, él se arrodilló voluntariamente y ofreció las muñecas para que se le pusieran grilletes.
—Xiao, Xiao, ese es tu nombre —le recuerda Zhongli con una voz amable—. Ahora te llamas Xiao y me perteneces aunque no tengas una marca.
Deshacerle la marca de su anterior amo fue devastador para él. Casi muere, pues, contra todo pronóstico, aquel ser inicuo resultó ser su predestinado. Pero Xiao es poderoso y tiene una voluntad férrea. Cuando Zhongli le prometió ser su alfa por la eternidad, Xiao sobrevivió a la purga de su lazo predestinado.
Venti se acerca en silencio. No está celoso. Más bien, se siente triste por ver a Xiao en ese estado. Él es siempre un hombre circuspecto, tranquilo y decidido. Verlo tan tembloroso, en estado de pánico, destrozado, es como ver que el mundo se está acabando una vez más.
Venti se coloca detrás de Xiao, pasa los brazos por debajo de sus axilas y posa su cabeza contra la oreja y el hombro del Adeptus. Zhongli le dedica una sonrisa y acaricia su mejilla.
—Venti... —pronuncia Xiao, casi con vergüenza.
—¿Oh? ¿Creíste que me enojaría si te veía abrazando a mi cuchurrumín?
—No es eso —Zhongli ríe con elegancia, aceptando que Venti se siente detrás de Xiao, encima de las rodillas de Zhongli—. Es porque te admira. Estoy casi seguro de que le gustas.
—¡Rex...!
—Shh —Zhongli coloca un suave beso en los labios de Xiao—. La mirada te brilla cada vez que escuchas su nombre. ¿Cómo no iba a notarlo?
Venti se ríe, encantado—. Entonces, ¿qué tal esto? ¡Un beso de parte de tu crush!
—¿Qu...?
Xiao gira la cabeza. Venti deposita un beso en la comisura de sus labios. Huele a viento. Al aire entre los árboles, la brisa de la mañana, las corrientes que elevan las velas. Él es el Dios del Viento.
—Y cuando hayas sanado, te ayudaré a recuperar tu marca.
—¿De qué estás hablando? —cuestiona Zhongli, dándole un coscorrón.
—¡Ay! ¿Por qué no? ¡En diez mil años nunca hemos tenido un trío!
Xiao aspira, estupefacto.
—A diferencia de ti, yo...
—Eres un viejo amargado y ultra conservador, ya entendí —Venti rueda los ojos.
Zhongli suspira—. Si ya lo entendiste, deja de decir tonterías.
—¿Qué va a pasar con tu predestinado? —cuestiona.
—¿Rex Lapis tiene un predestinado?
Zhongli vuelve a suspirar. Se echa en la cama, con los dos encima de él, y cubre sus ojos con su antebrazo.
—No quiero hablar de eso.
—Es complicado —susurra Venti en el oído de Xiao—. Su predestinado ya tiene alguien a quien ama. Se cruzaron hace poco en la ciudad y hubo todo un alboroto, porque ambos reaccionaron al reconocerse. Pero Zhongli ya tiene su marca en ti, y ese chico huyó a las montañas con su amante. El clan del chico solicitó una boda formal con Zhongli porque dicen que su heredero no debería juntarse con un simple exorcista de baja calaña quien ni siquiera tiene apellido de familia.
—Es absurdo. Deberían dejar al chico en paz —se queja Zhongli.
—Mi amor, te recuerdo estuviste a punto de romper la marca de Xiao porque te le abalanzaste a ese niño —Venti parece relajado, pero Zhongli se tensiona—. Pero ahora tenemos una nueva opción. Yo puedo ser el alfa de Xiao.
Zhongli y Xiao se quedan callados, sopesándolo. No dicen nada, al menos no durante esa noche.
Notes:
No sé si hice bien lo de la madriguera-nido-comolequieranllamar. En teoría, los omega marcados NO deberían reaccionar a las feromonas de otros alfas, pero en el omegaverse nada está escrito en piedra, eso es lo interesante de este universo.
¿Comentarios, tomatazos, sugerencias? (O felicitaciones, se agradecen mucho más jajaja). Espero que les esté gustando la historia y que estén odiando a Tartaglia porque ese es mi propósito uwu
Chapter 8: Verguenza
Notes:
He vuelto ahhh
Chapter Text
Bennett sabe que ha dormido plácidamente a pesar del desmadre que ha causado su presencia en la Posada Wangshu. Aunque él solo iba a pasar un tiempo en Liyue, al final le ha causado tantos problemas a Xiao que no sabe cómo volver a verlo a la cara. Después de todo, no es como que Bennett sea la persona más bienvenida del mundo, o al menos así se siente.
Cuando despierta se sabe desnudo y envuelto en las feromonas con olor a petricor que emanan por todos lados. En las sábanas, en su cuerpo, en su boca y, por supuesto, en la habitación entera. Su pene está erecto, recto como un lápiz; punza con dolor, como si fuera a explotar en cualquier momento. Bennett no sabe cómo sentirse al respecto.
No hay nadie con él, está casi seguro, y las cosas no pueden continuar de esa manera. Así que, lo primero que hace, nada más asegurarse de que no hay nadie tras la puerta de la habitación, es cerrar la palma de su mano alrededor de su miembro.
Un largo suspiro escapa entre sus labios. Está cargado de una maldición y una disculpa, pero también de una ira que le nace de las entrañas. Si se encuentra en ese estado es todo culpa de Tartaglia. Solo su culpa.
Bennett lo sabe y aun así se siente mal por lo que está pasando. Siente que es todo porque lo provocó, porque algo en él encendió un interruptor maldito en ese Fatui que no quiere soltarlo hasta partirlo por la mitad con su violencia y sus palabras. Muy en el fondo quiere pensar que él no tiene nada que ver con la horrenda actitud que Tartaglia está mostrando.
Tartaglia, el de ojos zarcos. El Fatui alto, fuerte, poderoso. Bennett siente sus manos recorriéndole el cuerpo, sus dedos largos, fríos, ásperos. Siente su peso, su piel mojada de sudor, los latidos irregulares de su corazón.
La masturbación no es suficiente, así que levanta una de sus piernas y pasa por debajo su mano para ir directo a su ano. No hace mucho que fue penetrado casi con furia por el enorme miembro de Tartaglia.
Bennett lo siente inmiscuyéndose en su interior, empujando con fuerza sus caderas una y otra vez hasta que Bennett siente que está por romperse. Su pene y la entrada de su recto se sienten suaves y húmedos, lisos, expectantes.
Bennett suspira cada vez más alto. Lo siente en su interior, acariciándole los pezones con las puntas de sus dedos, la lengua recorriéndole la garganta. Quiere (y maldito sea su querer) que Tartaglia esté ahí y le haga todas esas cosas. Quiere que su alfa llene la habitación de su esencia, como si eso fuese todo lo que debería importar en el mundo.
Cuando Bennett alcanza el orgasmo y un chorro de semen sale disparado contra su mano, sabe que las cosas han llegado a su fin, pero no se atreve a decirlo en voz alta. Sabe que ha caído rendido ante los encantos de un hombre que ni siquiera está ahí y todo lo que quiere es seguir enterrando la cara contra la camisa que Tartaglia se quitó y tiró al suelo.
Bennett llora mucho. No sabe porqué ahora está pasando esto. ¿Tiene algo que ver que Tartaglia sea joven y atractivo? ¿Bennett de verdad lo está perdonando inconscientemente? ¿Es solo que es un alfa? ¿Es porque es su alfa?
Bennett no está seguro. No sabe si es porque es alguien distinto a quien llamaba “padre”. Su padre era un hombre grande, con olor fuerte, facciones toscas y manos duras. Maltrataba y maldecía a Bennett sin descanso, pero el chico todavía seguía y seguía, desnudo y con la boca llena de semen, porque él no conocía otra cosa.
O acaso en el fondo, muy en el fondo, ¿le gusta? ¿La vida es eso? ¿Ser poseído con violencia por un alfa? ¿Ser rebajado a un agujero? ¿Un cuerpo de piel, boca, recto y nada más?
Bennett tiene la cara empapada en llanto y mocos cuando alguien toca suavemente a la puerta. Unos segundos después dice—: Soy yo, Venti. ¿Puedes abrirme?
Bennett toma la misma camisa de la que estaba respirando el olor de Tartaglia y esta vez la mira con molestia. Se limpia la cara con ella y la lanza al otro lado de la habitación, casi con odio.
—Estoy un poco... desnudo —anuncia Bennett.
Lo único que le queda es la bandolera de Stanley, llena de cosas del hombre y de comida que Venti le regaló. El pantalón era del hospital, la camisa había pertenecido a Tartaglia, y nadie se había molestado en brindarle ropa interior, así que decide pedir perdón en secreto a Xiao y se envuelve en la sábana de su cama.
Cuando Venti está adentro, deja la puerta abierta de par en par, deshace el hechizo anemo que cubría el boquete en la pared y abre la ventana.
—Necesito que este lugar se ventile —explica, aunque no tiene que hacerlo—. Xiao dice que está bien tomar algo de su ropero. La ropa que usa él la confeccionó uno de sus antiguos amigos, así que no importa si tomas el ropero entero. Son cosas que los viajeros le dejan a modo de regalo.
En efecto, no solo hay ropa, como pantalones, camisas, botas y calcetines, sino también accesorios, como diademas, collares, aretes, guantes, pañoletas, googles y demás. Eso no es todo, sino que también hay bolsos, morrales, cinturones, cangureras, jabones artesanales e incluso pequeñas esculturas de criaturas que Bennett nunca ha visto. Justo en el centro de toda su colección de regalos, dos figuras llaman su atención: un dragón marrón con efectos dorados y un pequeño fantasma con efectos celestes, que brillan como si fueran reales.
—¡Oh, Barbatos! —exclama Bennett al ver al fantasmita.
—¿Q-quién? —Venti se envara, nervioso.
—Ah, lo siento, creo que es un poco rudo llamar a un dios solo por su nombre, ¿verdad? El dios Barbatos se me apareció en el árbol de Venessa el mismo día en que me ayudaste a escapar de Mondstadt. Él me dijo que tú estarías esperándome, aunque no sé cómo lo supo.
—Ah...
—¿Y quién es el dragón?
—Ese es mmm, ¿Morax? —sugiere Venti. Parece no estar acostumbrado a ese nombre.
—Dices el dios de Liyue, ¿no? No sabía que era un dragón.
—Pronto será el Rito del Descenso. Podrías conocerlo ahí —Venti se encoge de hombros—. Toma un conjunto con el que te sientas cómodo, uno de los morrales y toda la ropa que pueda caber, ¿entendido? Te veremos en la cocina del Sonriente Yangxiao. Y no cierres la puerta ni la ventana, por favor, a Xiao no le gustan las feromonas de otros sujetos en su nido.
Venti se gira para irse, pero Bennett le pregunta—: ¿Nido? ¿Como el de los pájaros?
Esto a Venti lo toma desprevenido. Sonríe con incomodidad, más porque está sorprendido que por otra cosa, y le reitera con una seña a Bennett para ir abajo hacia la cocina de Yangxiao.
Nido, lazo, destinado, feromonas, aroma, celo, rut... Bennett mira por un momento a través de la ventana, pero no le llueven flechas hydro ni hay Fatui cerca, esperando su salida. El hombre que vio entre delirios, salvando a Xiao, ahuyentó a Tartaglia y tal vez a todos los Fatui que cerca. Bennett todavía no sabe qué pasó exactamente, y tiene miedo de preguntarle a Xiao.
Entre los accesorios del ropero, Bennett encuentra un espejo de mano, así que lo toma con rapidez. Está a punto de girarlo para verse la nuca, pero entonces ve por primera vez su cara. Siempre se había visto sobre la superficie de cucharas o la orilla de charcos o lagos, siempre sobre el reflejo de una espada prestada o de un plato de cerámica pulida. Pero nunca, jamás, se ha visto en un espejo.
Sabe que tiene cabello albino y ojos verdes, del color de la esmeralda, como sugirió el amo Diluc en alguna ocasión, pero no sabía que tiene una nariz roma y respingada, o que sus mejillas parecen hundidas por la falta de alimento, o que sus párpados parecen muy delgados. Él se ve más amarillento que sonrosado y todavía tiene moretones y heridas por todo su rostro.
Se pregunta cómo ni siquiera la maestra Jean cuestionó su estado. Se pregunta qué fue lo que hizo su madre para que él pareciera sano a diferencia de ella, a quien se le caía la cara mientras intentaba hablar para escupir mentiras.
Bennett aprieta la mandíbula, intentando contener el llanto, y prefiere revisar lo que tanto teme. En efecto, la línea punteada sigue ahí. Parece hinchada, como si se la acabaran de hacer hace cinco minutos, pero nada más. Permanece intacta en su cuerpo, como si siempre hubiese estado ahí.
—La tortura de ayer debería haber servido para algo, imbécil —insulta Bennett, pero sabe que Tartaglia no puede escucharlo.
La habitación de Xiao fue invadida, él fue obligado a besar a Bennett, violado por ese idiota y además perdió su marca. ¿Pero Bennett estaba igual? Ahí el único que perdió fue Xiao, así que Bennett se permite sentir una vergüenza que jamás ha sentido antes.
Cuando ya está más recuperado, revisa la bandolera de Stanley. En ella hay suficientes moras para alimentar a una familia durante un mes, Bennett lo sabe pues era la cantidad de dinero que mensualmente le pagaban en el Viñedo del Amanecer por sus esfuerzos.
Bennett no sabe casi nada acerca del mundo. No sabe cuánto cuesta una noche en la Posada Wangshu ni los platos de comida hechos por su cocinero. No sabe cuánto cuesta una muda de ropa, una mochila llena de enseres personales ni el pago por el desastre que su presencia ha causado en ese lugar. Pero está completamente seguro de que el dinero que Stanley le regaló no funciona ni siquiera para empezar a disculparse con Xiao, quien le abrió las puertas de su hogar y a cambio obtuvo una humillación por parte de un alfa sin escrúpulos.
Bennett no quiere tomar uno solo de los regalos de Xiao, pero sabe que no puede andar desnudo por ahí. Menos con lo que acaba de pasar anoche. Si algo como eso llegara a ocurrir de nuevo, Bennett quiere estar en un lugar al aire libre, donde pueda correr y ocultarse, no en una habitación, encerrado de nuevo con ese hombre que apenas lo ve se pone en celo como un animal.
Busca entre toda la ropa que posee Xiao. Hay demasiada, como si viniera de cada rincón del mundo. Incluso hay vestidos y faldas de dama; Bennett supone que Xiao tiene tal belleza que podría pasar por mujer sin temor alguno. Se pregunta si en alguna ocasión Xiao ha usado alguna de estas prendas.
Encuentra, en una pequeña caja, un montón de ropa interior, tanto masculina como femenina. Mientras toma, con la cara enrojecida, unas cuantas prendas, Bennett se comienza a preguntar porqué hay casi tanta ropa de mujer como de hombre.
Bennett elige un pantalón corto, con el que se siente cómodo. Casi todos los pantalones que hay son largos y él pisa las perneras mientras se arrastran detrás de él, así que un pantalón que le llega a las rodillas es ideal.
Tiene una pequeña crisis con las camisas, porque todas parecen fáciles de romper. Lo que menos quiere es encontrarse de frente con ese imbécil y perder otra camisa en el camino.
En su búsqueda encuentra una muy interesante, que tiene correas entrecruzadas al frente para hacerse más ancha o más ajustada para su dueño. Si es así, al menos podría evitar que Tartaglia la rompa, aunque enseña su ombligo y su espalda baja. Tras mucho considerarlo, Bennett pelea con la camisa para ponérsela, porque es más complicado de lo que esperaba.
Encuentra por ahí un par de calcetines blancos y entonces se enfrenta a la decisión más difícil: el calzado. Lo bueno es que parece ser de la misma talla que Xiao, pero las botas que encuentra son solo tres pares y sí parecen haber sido usadas.
Un par que encuentra le llega a la mitad de la espinilla y se abrocha en lugar de tener agujetas o correas. A Bennett le son especialmente cómodas, pero parecen ser las más nuevas, así que no termina de decidirse.
No obstante, hay gente esperándolo. Bennett camina sobre las botas un momento, sintiendo las suelas suaves. Sus pies se acomodan, sin ser presionados, y sus dedos, ya deformes por el uso de zapatos pequeños, pueden extenderse y moverse de arriba abajo dentro de los calcetines.
Para Bennett es curioso, porque viene a encontrar ropa y calzado nuevo lejos de sus padres, lejos del infierno que siempre conoció. Xiao y Venti le dieron no solo la primera ropa nueva de su vida, sino la primera cama, la primera comida, el primer viaje... Todas estas primeras veces, que son tan significativas para él, se las han dado solo ellos.
Bennett dobla la sábana que lo cubría, tira en el cesto de basura las camisas de Tartaglia y su pantalón destruido de hospital y deja en la mesa de Xiao todo el dinero que le dio Stanley. No sabe cómo conseguirá más, pero al menos está seguro de que no puede abusar de la confianza de sus benefactores por más tiempo.
Entonces sale de la habitación de Xiao y pone rumbo hacia la cocina de Yangxiao.
Chapter Text
Cuando Bennett entra a la cocina de la posada, algunos clientes lo miran de malos modos, pero hay tres personas que lo esperan. Tan pronto como lo ven, Venti se levanta de su lugar de un salto y grita su nombre con emoción, como si no lo hubiera visto en años. Xiao y Zhongli, tan ecuánimes y serios, solo asienten en dirección a Bennett; el hombre está sonriendo sutilmente, mientras que Xiao permanece impasible a pesar de la hostilidad abierta que los clientes muestran hacia el recién llegado.
Bennett los comprende muy bien. No solo iba por ahí soltando su propio aroma sin darse cuenta, sino que atrajo a toda una horda de Fatui, encabezados por un tipo loco que no había hecho más que dañar al dueño de la posada y agujerar una pared. El muchacho, por alguna razón, se siente responsable.
Se sienta en la mesa redonda, detrás de un ostentoso biombo, flanqueado por Venti y por Zhongli y con Xiao sentado delante de él.
—Ese es un buen atuendo —elogia el Adeptus, con los brazos cruzados y la espalda muy recta. Parece que no está acostumbrado a relajarse—. Veo tu mochila muy vacía. ¿Seguro que tomaste lo que necesitabas?
—Tomé más que suficiente, de verdad —Bennett se pone rojo. Está sintiendo mucha vergüenza porque cree que solo debería ir desnudo por ahí.
—¿Por qué no comemos? —pregunta Zhongli, otro que está de brazos cruzados y con la espalda recta—. Ya ordené a Yangxiao algunos de sus mejores platillos, además de guarniciones y bebidas. Bennett, ¿cierto? Espero que comas hasta llenarte. Tan pronto como lo hagas, Xiao te escoltará a la frontera con Sumeru. Comprenderás que no podemos tenerte más tiempo aquí.
Bennett siente un nudo en la garganta. No solo ha sido expulsado de la nación donde creció, sino que ahora no puede estar en Liyue por culpa de ese maldito alfa que lo persigue. Pero no se amilana: aspira el aire para inflar el pecho y asiente.
Yangxiao se acerca con una bandeja repleta de comida. Se ve vacilante hasta que está frente a la mesa y entonces sonríe con amplitud.
—¡Oh! Pudiste resolver tu pequeño problema, chico. Es bueno que no vayas por ahí despidiendo tu aroma, quién sabe qué otras cosas podrían pasar.
Bennett frunce el ceño al escuchar esto. Su vista se dirige de inmediato hacia sus tres acompañantes. Xiao solo asiente en silencio, mientras que Venti hace una mueca a medio camino entre una sonrisa y una cara de lástima.
—La exposición prolongada a las feromonas de tu alfa enlazado puede ayudar a regular la secreción de aroma —explica.
Bennett no entiende lo que Venti quiere decir. De nuevo se siente como un imbécil. Nadie nunca le enseñó nada acerca de su condición como omega, o de lo que puede hacer un alfa. Más allá de la forma en que su padre solía dominarlo para meterle el rabo y de que se puede embarazar (si es que no lo está ya), Bennett no sabe nada más. Es un mundo desconocido para él.
Sin embargo, decide no preguntar en profundidad. Una vez que esté en Fontaine, seguro y lo más lejos posible de Tartaglia, supone que puede acercarse a alguien de confianza y comenzar a averiguar qué se supone que es él. Mientras tanto, solo debería comer lo suficiente y viajar lo más lejos posible del maldito hombre que lo puso en ese aprieto.
La velada pasa entre tensiones y suspiros. Aunque Venti intenta mantener una conversación jovial, al final se rinde porque Xiao y Zhongli no son muy dados a la plática. Además, Bennett desconoce muchas cosas; entre ellas, cómo llevar a cabo una situación social.
Aunque la cena es maravillosa y Yangxiao se acerca con una sonrisa de oreja a oreja todo el tiempo, los cuatro están tan serios al final que ni siquiera consideran tener una sobremesa. Xiao solo se levanta mucho antes de que Yangxiao se acerque con una tetera y cuatro tazas e insta a Bennett a hacer lo mismo.
—¿Está lista la bolsa de viaje que pedí? —pregunta Xiao, dirigiéndose al cocinero.
Al hombre se le apaga un poco la sonrisa, y Bennett supone que a lo mejor siente como un desaire que su propio huésped más valioso se levante de la mesa mucho antes de que él termine de servir todo lo que preparó. No obstante, Bennett también necesita alejarse cuanto antes de ahí, antes de que Tartaglia decida que vale la pena agujerar todas las paredes.
—Claro que sí, Xiao, si pasa por la recepción se la darán. ¡Que tenga un viaje seguro!
Bennett siente que la gente también suspira a su alrededor, pero de alivio. Aun así, Venti y Zhongli se paran de sus asientos por unos segundos para despedirse de ambos y luego se enfrascan en una conversación plácida y ligera, donde ni siquiera necesitan olerse feromonas o aromas para saber que están coqueteando.
En la recepción hay, en efecto, una bolsa de viaje, y es gigantesca. Tiene una bolsa de dormir, comida, una cantimplora llena de agua, dinero y un mapa nuevo.
—Cárgala —ordena Xiao—. ¿Te parece pesada o grande?
Bennett niega con la cabeza, pero la regresa a Xiao con la cara enrojecida.
—No puedo.
—¿No puedes qué? Sé que es un poco grande, pero no sabemos cuánto tiempo vas a dormir a la intemperie.
—No es eso… no puedo aceptarla. No tengo dinero.
Xiao rueda los ojos.
—Comienzas a fastidiarme —le dice a las claras—. Si no tomas la mochila no irás a ninguna parte. Es la amabilidad de Zhongli y no voy a permitir que la rechaces. Todo desde la estancia, la comida, la ropa y esta mochila son regalos de Venti y de Zhongli. Si no aceptas nada de esto, podemos irnos preparando para recibir otro ataque de los Fatui.
Bennett aprieta los puños y solo asiente. Se acomoda la mochila, aspira el aire, lo expira y vuelve a asentir.
—No quiero verlo nunca más —pide.
—En eso no puedo intervenir, pero al menos puedo alejarte lo suficiente por unos días.
Mientras la luna va deslizándose sobre el cielo, Bennett y Xiao caminan por lugares poco transitados. Bennett intenta reconocer los alrededores mientras da vueltas al mapa nuevo que tiene entre manos. Luego de unas horas, Xiao parece fastidiado de que el muchacho no pueda mantener el mapa en una sola posición, porque le dice:
—Todos los mapas tienen una orientación específica. Hay una Rosa de los Vientos que dice N, S, E y Oeste. O sea, Norte, Sur, Este y Oeste. El Norte siempre debe apuntar hacia arriba. Nosotros estamos aquí, en el Desfiladero Jueyun, y vamos a una dirección entre el Norte y el Oeste: el noroeste, hacia la Cima Chingyun. Vamos a parar en alguno de los quioscos que encontremos en el camino y cuando hayamos descansado un poco vamos a movernos más hacia el Norte, aquí, a la Montaña Aozang. Ahí nos podrá proteger una compañera.
—¡Oh, entiendo! Pero, esa no es la dirección a Sumeru…
—Sí. Tenemos que cruzar el Bosque de Piedra Huaguang y la Montaña Hulao, luego una gran extensión de lugares llanos antes de llegar a la Arboleda Moutiyima para contactar con los aranaras, pero ir por debajo de las montañas es muy peligroso en tu condición. Hay lawachurls y crías de dragartos por todas partes. Es mucho mejor descansar en Aozang por unos días, al menos hasta que estemos seguros de que los Fatui no andan cerca. Entonces, si no hay más dudas, haz el favor de guardar ese mapa y apurar el paso.
Bennett sonríe, avergonzado, y medio mete el mapa entre las cosas de la bolsa antes de comenzar a caminar más rápido. No sabe qué hora era, pero seguro que ya están cerca de tocar la medianoche. Sea como fuere, Bennett se siente muy seguro andando con Xiao a su lado.
Luego de una media hora más, subiendo un camino escarpado en silencio, Bennett y Xiao encuentran el anhelado quiosco junto al camino y se sientan al mismo tiempo con un suspiro conjunto. Bennett vuelve a sonreír, porque hasta ese momento había pensado que Xiao era capaz de no cansarse.
—Sé que puede ser un poco grosero, pero, ¿quieres dormir junto a mí? —ofrece Bennett—. A lo mejor estamos un poco apretados…
—No importa —descarta Xiao—. Soy un Adeptus, puedo vivir mil años sin dormir. Además, necesito estar alerta.
—¿Alerta? ¿Crees que ese cretino…?
—Está lejos, muy lejos —lo tranquiliza Xiao—. Sabe hacia dónde nos dirigimos y nos puede alcanzar en cualquier momento, pero no cometeré el mismo error ahora que sé que es un alfa dominante. Duerme, Bennett. Yo soy el Cuidador de Caminos. No sería merecedor de ese título si no acudiera a los viajeros en problemas en cuanto pronuncian mi nombre.
Bennett se queda boquiabierto por un momento. Xiao es definitivamente la persona más genial que ha conocido nunca. Sin embargo, decide hacerle caso.
Se siente un poco torpe, impertinente y tonto mientras acomoda la bolsa de dormir y se enfunda en ella. Mientras mira la negra noche, las estrellas, el follaje de los árboles y a Xiao vigilando a la distancia, se siente también un poco nervioso. Unos minutos después, cae en un profundo sueño.
Una enorme y esponjosa nube se abalanza contra Bennett. Él se ríe. La nube también. Cuando Bennett abraza a la nube y experimenta un sentimiento cálido y hermoso, abre los ojos y se da cuenta de que un par de pajaritos lo miran desde su nido.
El viaje hacia Aozang es muy difícil. Aun así, aunque hay muchos obstáculos y poco tiempo, Bennett intenta disfrutar de los paisajes y de su tiempo como viajero junto a uno de los liyuenses más antiguos.
A veces se les cruzan hordas de hilichurls e incluso grupos de Ladrones de Tesoros. Sin embargo, Xiao ayuda a Bennett a evitar los ojos de los Fatui. Saben que es imperativo estar tan lejos de ellos como se pueda. Ninguno ha de verlos, de presentirlos siquiera. Después de todo, parece que Tartaglia no puede seguirlos por esos lugares sin ser detenido o desviado, pues todo alrededor es territorio de los Adeptus.
—Los Adeptus detestamos la presencia de los Fatui y de los Ladrones de Tesoros. Procuramos alejarlos lo suficiente para no tener que verles un pelo. Claro, no es como si funcionara al 100% siempre.
Bennett hace un puchero y encoge los hombros. Tanto los Fatui como los ladrones son humanos, y la verdad es que no es posible ponerse a dilucidar cuál será el siguiente paso de alguien que posee libre albedrío.
Como Bennett, por ejemplo, que no comprende del todo las acciones de Xiao. Es un hombre misterioso al que no le gusta dar explicaciones.
Casi a las cinco de la tarde, con la nuca enrojecida por el sol y la ropa empapada de sudor y tierra, Bennett observa el pacífico lago que se encuentra detrás de la pequeña formación rocosa que tuvo que escalar para llegar hasta la punta de la Montaña Aozang.
—No te acerques mucho hacia allá —señala Xiao hacia un lugar que parece un mar de nubes. Bennett recuerda brevemente su extraño sueño—. Hay un Ojo de la Tormenta que es capaz de perseguirte hasta el fin del mundo; solo no dejes que te vea.
Bennett da diez pasos en la dirección contraria, poniendo más distancia entre él y el monstruo.
—¿Crees que estaremos seguros aquí? Si tú y yo pudimos subir, entonces cualquiera puede.
—Ya te lo dije, no nos gusta ver gente non grata cerca de nuestras moradas. Y, en especial, la dueña de este lugar, odia ver a invitados indeseables en su patio.
Bennett recibe con gusto la noticia. No más hilichurls, ladrones ni Fatui por un tiempo. Ojalá pudiera quedarse ahí para siempre, pero sabe que no puede hacerlo. La subida es difícil, no hay fuentes de comida alrededor y además hay un Ojo de la Tormenta listo para atacarlo si se acerca. Mejor reúne las energías suficientes y luego…
¿Y luego qué?
Mientras Xiao lo ayuda a disponer un pequeño campamento, Bennett vuelve a pensar en la nube risueña que lo abrazó en sueños.
Notes:
¡Volví luego de un mes!
Han pasado tantísimas cosas. Tuve una dehiscencia de cicatriz (no busquen imágenes), mis padres se enfermaron de dengue y casi me dejan huérfana y sin casa. De pilón, mi perrito pasó a mejor vida porque hay una plaga de garrapatas en mi zona. Dolió demasiado y dejó un hueco en mi corazón, y el luto sigue siendo algo que cala hondo.
Creo que nunca he resentido tanto la vida como en estos últimos meses.
Pero el tiempo no espera a nadie, mucho menos AO3 ja, ja. Gracias a los muchos o pocos que continúan por aquí preguntando si seguiré actualizando. ¡Siempre! Mientras no muera...
Sé que la actualización no es la mejor, ¡pero es mejor que nada! En cuanto esté más recuperada emocionalmente vamos a volver a la carga con nuestro Tartaglia tóxico.
¡Muchas gracias!
Chapter 10: El camino hacia Sumeru
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Bennett recordaría la estancia en la Montaña Aozang como lo más pacífico y dulce de su vida. Aunque está solo la mayor parte del tiempo y solo hay nubes a su alrededor, la comida no falta y el descanso es reparador.
Bennett aprende unos cuantos trucos de Xiao. Aprende a hacer un fuego que no se descontrola y a preparar guisos y pescados. Aprende a levantar una tienda y a apisonar el suelo para que no hubiese protuberancias molestándolo cuando se acuesta. También aprende a usar y a contar dinero.
Xiao le enseña muchas cosas. A leer e interpretar el mapa de Teyvat, a ubicar en él las locaciones que Stanley detalla en su Manual de Aventurero, y también a marcar en rojo los lugares a los que Bennett no se debe acercar por ningún motivo.
Poco a poco, Bennett se va relajando. Sus heridas se curan, así como las magulladuras y los moretones. Cada vez huele menos a las feromonas de Tartaglia hasta que un día, dos semanas después de llegar a la Montaña Aozang, el único olor que despide es el suyo propio.
Entonces, por fin, Bennett se da cuenta de que ha pasado un mes desde que la casa en Aguaclara explotó. Observa su reflejo en el agua, pero nada ha cambiado mucho. Ahora parece más sano y moreno, con la piel lozana y las mejillas sonrosadas, pero no ha habido otro gran cambio en su apariencia.
El otro gran cambio, que resiente un poco a Bennett, es que tan pronto como amanece, cada día, vomita tanto que parece que está a punto de expulsar los órganos por la boca. Ni siquiera puede pasar tanto tiempo resentido, porque a la media hora tiene tanto antojo de frutas que parece no haber comido en días.
La carne y el pescado le provocan un desagrado tal que durante unos días se sostiene solo con agua y frutas, por lo que hasta el vómito de las mañanas comienza a saberle dulce. Ambos, Xiao y él, saben de lo que se trata, pero ninguno de los dos quiere hablar al respecto. El Yaksha solo se esfuerza en llevarle comida y frutas de su agrado para que Bennett pueda pasar sus semanas de náuseas matutinas a salvo.
Y así, cuando Bennett está seguro de que está cumpliendo cinco semanas de embarazo, Xiao se le acerca y le dice—: Es tiempo, Bennett. Los Fatui han cesado la búsqueda en Liyue. Están buscando a un chico albino en las fronteras de Liyue y Mondstadt.
—Supongo que mi cabello no va a ayudarme mucho.
—Por eso he traído algo —Xiao acerca a Bennett una bolsa de arpillera de unos dos kilos con un polvo café que huele fuerte y amargo. Bennett lo olfatea de cerca, impresionado con el olor desconocido—. Esto es café, se toma en todo el mundo, pero en Fontaine es particularmente popular. Se agrega una cucharada a una taza de agua hirviendo y se endulza al gusto.
—¡Huele muy bien! —Bennett toma una pizca entre los dedos y la prueba—. ¡Pero sabe horrible! ¡Puaj!
—No es para consumo —lo regaña Xiao—. Ni siquiera sé si se pueda comer de esa forma. Voy a hacer un tinte natural para ponértelo en el cabello.
—¿Sabes hacer cosas como esas?
—En realidad no sabía que se podía hacer hasta esta mañana.
Xiao sigue la receta que una abuelita le enseñó. Dos cucharadas de café con una taza de agua, dejarlo enfriar, agregar otras dos cucharadas, dos de canela y volver a hervir. Colar, agregar dos cucharadas de aceite, otras dos de café y llevarlo al fuego hasta que espese. Dejar reposar durante un día, aplicar en el cabello limpio y seco y esperar dos horas.
Bennett lo tiene realmente difícil, porque la noche entera sufre por querer comerse la mezcla. Al final, cuando Xiao se descuida, Bennett toma una cucharada, se la lleva a la boca y la saborea con tanta fruición que Xiao se pregunta si de verdad sabe tan bien.
El Yaksha toma un poco en su dedo y lo prueba. Compone una cara de desagrado y Bennett se ríe tanto que le duele el estómago.
—Deja de comer cosas extrañas, por todos los cielos.
Bennett sí que ha comido cosas extrañas. Corteza de abedul, pasto, hojas, cera de vela e incluso ceniza de las fogatas. Hace unos días, Xiao le tuvo que arrebatar un cuenco de bayas y chocolate mezclados con chile Jueyun. Bennett se lamentó, porque la verdad era que sabía maravilloso.
Así que Xiao le vacía la mezcla entera a Bennett en la cabeza, cuidando que no se la coma. Lo masajea desde la nuca hasta las orejas, la coronilla y la frente. Coloca un paño en su cabeza y, mientras cuida que no haya lugares por donde los dedos de Bennett se puedan colar para comerse la mezcla, le dice:
—Es tiempo de recoger. Dentro de dos horas tienes que lavarte el cabello con normalidad y entonces veremos si el truco funciona.
El esfuerzo de Xiao da resultado, porque dos horas después Bennett es castaño. Lo único albino en él son sus cejas, así que Xiao prepara más tinte para usarlo en Bennett durante el siguiente día.
—Cada tres a cinco días debes decolorarte el cabello con esto. ¿Crees que puedas hacerlo?
—Prefiero eso a ser perseguido en cuanto me reconozcan.
—Una cosa más, Bennett —Xiao mira la bolsa de café, a la que apenas se le han quitado seis cucharadas—. Esta bolsa debería durar de 280 a 400 cucharadas. Pero… si quieres tomar un poco, puedes tomar solo una taza de café al día.
—¿Por qué solo una?
—La cafeína es un estimulante muy poderoso para un ser vivo tan pequeño —dice, mirando alternativamente entre el abdomen de Bennett y sus ojos—. Si consumes demasiado café corres el riesgo de abortar.
La mirada de Bennett se ilumina por un momento mientras Xiao le entrega la bolsa de arpillera. Bennett se aferra a la bolsa, considerando la idea de meterse el café en la boca y tragar.
Sin embargo, Bennett está harto del dolor. Toda su vida, desde que tiene memoria, ha sido un infierno completo, lleno de golpes, maltratos y violaciones. Nunca comió, durmió ni vivió bien. Y, además, tiene un miedo irracional a lo que puede pasar si le hace daño al ser vivo que lleva en su vientre. Él no sabe qué clase de karma pasado está pagando para que su vida entera sea un asco, pero no quiere que la situación empeore si intenta deshacerse del fruto de Tartaglia.
Más decidido después de pensarlo, asiente para sí mismo, guarda la bolsa de café al fondo de la mochila y Xiao suspira. Puede que Bennett no haya sido el único teniendo pensamientos intrusivos.
—¿Nos vamos?
El camino hacia la arboleda Moutiyima es accidentado, largo y pesado, pero nada que Bennett no pueda soportar. Sus habilidades recién aprendidas lo ayudan mucho, porque Xiao actúa más como un guía esporádico que como un acompañante.
Al principio Bennett se siente solo y desamparado, pero pronto se da cuenta del plan de Xiao. El Adeptus lo va soltando a su suerte poco a poco, porque Bennett debe valerse por sí mismo en cuanto llegue a Sumeru. Ninguno de los dos está seguro de poder contactar con los dichosos aranaras, así que eso significa una sola cosa: que Bennett tendría que cruzar todo Sumeru, incluyendo un desquiciante desierto, antes de poder llegar a una playa que va a dar a Fontaine.
Para cuando el terreno agreste de Liyue da paso al verdor luminoso de Moutiyima y se pueden ver a la distancia algunos hongos del tamaño de perros, saltando como cualquiera animal, Bennett se queda boquiabierto durante unos segundos. Nunca ha soportado estar cerca de los slimes porque son viscosos y raros, ¿cómo va a cruzar todo un territorio infestado de hongos saltarines que además atacan a cualquiera que se acerque a ellos?
Pero Xiao le dice—: No llores por nada, solo tienes que mantenerte lejos de ellos.
Claramente, Xiao no comprende. Incluso parece que se ha olvidado que Bennett es capaz de provocar incendios con su sola presencia.
A este punto, Bennett está muy preocupado. No solo tendrá que lidiar con un terreno accidentado, lleno de hilichurls y hongos, sino que también tendrá que moverse lejos de los enemigos, esconderse de los Fatui, levantar campamentos lejos de los peligros, buscar comida y no perderse en terreno desconocido para llegar a Fontaine a buscar a un tipo del que solo sabe el apellido y que es el juez más famoso de todo Teyvat. Todo esto mientras lidia con un embarazo no deseado y es perseguido por un alfa loco que tan pronto como lo huele cerca se pone como un maldito animal.
Y a pesar de todo…
Bennett no puede sentirse más feliz en ese momento.
Respira el aire cargado de olores. Flores, agua, árboles. Huele a bosque. Por fin está en Sumeru.
Notes:
¡VOLVÍ! Ni siquiera sé cuánto tiempo pasé sin actualizar este fanfic, ¡pero volví!
A principios del mes pasado tuve que dormir a mi perro, y justo a finales me enfermé y ambos tímpanos se me perforaron. Creo que la única razón por la que puedo actualizar justo ahora es que no oigo una mierda, así que no puedo salir sola a la calle e ir a trabajar.
Estoy esforzándome para superar esto, pero es un poco difícil enfrentarme al hecho de que me llegue a quedar parcialmente sorda.
En cuanto al fic, ¡espero que les guste lo que leen! ¡Siempre escribo con mucho amor!
Chapter 11: La magnate
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
A pesar de la preocupación que siente, Bennett se apresura a seguir el camino que Xiao le señala. Hay una especie de montículo a la distancia en el que, si toca la tonada correcta, un aranara melómano se aparecerá frente a él. Si todo sale bien, Bennett será guiado por los aranara en su travesía por la mitad de Sumeru, y una mitad es mejor que nada.
Además, en el último mes Xiao le ha enseñado algo que Bennett nunca había experimentado hasta ese momento: usar un planeador. Un día llegó de pronto con un planeador nuevecito, inspirado en las colinas nevadas de Espinadragón. A Bennett no le combinaba nada con la ropa, pero eso era lo de menos. Gracias a las instrucciones y enseñanzas de Xiao, Bennett ya puede ir por ahí planeando.
No puede decir lo mismo de escalar. Aunque no estuviera embarazado, Bennett es incapaz de sostenerse por mucho tiempo sobre una pared escabrosa. Duda que incluso pueda subir tantas escaleras sin terminarse cayendo.
Así que Xiao siempre le dice—: Evita tener que escalar. En serio. Evítalo —incluso cuando están a unos segundos de despedirse. Y cuando Bennett le dice adiós y gracias, Xiao se cruza de brazos y se queda en su lugar—. Me quedaré aquí hasta que te pierda de vista. Cuando llegues a esa joroba en el camino y ya no te vea el cabello, entonces me iré.
Bennett traga saliva. Asiente, agradecido con la consideración de Xiao. Comprueba su equipaje una vez más, sus botas, sus googles y despliega el planeador. Toma impulso, salta y planea con éxito… pasando por encima dos enormes asentamientos llenos a reventar de hilichurls, mitachurls, samachurls y hongos. Para su buena fortuna, Bennett cae justo en un enorme promontorio lejos de los enemigos, pero no se confía.
Busca el camino, que se puede ver a la perfección porque todo el lugar se ilumina como estuviera hecho de una luz fosforescente y azul. Cuando aterriza en el nuevo sitio, Bennett voltea hacia atrás pero ya no puede ver a Xiao. Se siente inquieto por un momento, luego piensa en que, desde su posición, se puede ver con claridad el camino, así que saluda con las dos manos alzadas y vuelve a encarar el camino, de espaldas a donde debería estar Xiao.
Continúa caminando, ya sin la esperanza de que el Adeptus siga respaldándolo. Se agarra a su mochila y a su cuchillo de caza, entonces comienza a caminar de nuevo con cautela.
Unos minutos después escucha algo y se detiene, pero es solo su cabeza que lo sugestiona. Continúa ya no con las instrucciones de Xiao, sino con el Manual del Aventurero de Stanley. Según el Manual, Bennett debe seguir el camino, sin desviarse a izquierda ni derecha hasta llegar a una bifurcación en la que verá la pequeña estatua de un seelie a su derecha.
Tal como afirma el Manual, Bennett se encuentra con la estatua de seelie a su derecha justo a un metro de la bifurcación. A la izquierda puede ver la vereda que lleva a la Estatua de los Siete donde descansa Rukkhadevata, la Arconte Dendro.
Bennett ahora sabe también que existen siete Arcontes, quienes gobiernan a las siete naciones de Teyvat. El arconte Barbatos, quien gobierna Mondstadt, la nación anemo. Morax o Rex Lapis que gobierna Liyue, la nación geo. Y ahora Rukkhadevata o Buer, la arconte de Sumeru, la nación dendro.
Al paso que va, Bennett terminará conociendo las otras cuatro naciones: Fontaine, Inazuma, Natlan y Snezhnaya. Aunque no está muy seguro sobre querer conocer la última nación, pues Xiao afirma que es el lugar de origen de los Fatui.
Sea como fuere, el Manual sugiere ir hacia la derecha de la bifurcación si se necesita llegar a la ciudad. Mientras recorre este sendero desierto y sereno, el muchacho recoge todo lo que llama su atención. Flores, setas (que por fortuna no se mueven), algunas ramas y una que otra roca interesante. Se encuentra por primera vez con los frutos harra, así que muerde uno tan pronto como lo huele. No sabe tan bien.
Vuelve a caminar hasta que ve a la distancia uno de esos artefactos rojos que brillan con luz roja. Bennett ha visto muchos de esos, incluso en medio de la ciudad de Mondstadt. Se supone que solo los viajeros de otro mundo pueden usarlos como medio de transporte, pero nunca se ha visto uno que sea capaz de semejante proeza.
Al acercarse, Bennett voltea a la izquierda y ve a dos individuos vigilando en la distancia. Visten ropa ligera y bufandas rojas. Uno lleva una lanza y el otro una ballesta.
Bennett siente un profundo terror al ver que el ballestero prepara una flecha. El lancero se acerca corriendo a él, el arma en ristre, mientras grita—: ¡Hey! ¡Hey tú!
—¡No! —grita Bennett—. ¡Perdón! ¡No!
No sabe si darles la espalda y correr o echarse a llorar ahí mismo. Escoge lo primero, con flechas silbando por todos lados. El problema es que toma un camino que no debía haber tomado. En lugar de dirigirse a la ciudad, puede ver a la distancia un enorme y majestuoso palacio.
A lo mejor Rukkhadevata vive ahí.
Hay un hombre parado justo en donde comienza el camino empedrado del palacio. Parece pensativo (e inofensivo), así que Bennett se arma de valor y se acerca con cautela a él. No tiene armas, por lo que el muchacho piensa que hasta él podría lidiar con un sujeto así.
El sujeto se llama Rajavi y lleva semanas acampando cerca de ahí, esperando que la dueña del palacio lo atienda. No es de Rukkhadevata, sino de una supuesta magnate. Rajavi no conoce su identidad, pero se aferra a la idea de que podrá hacer negocios con ella.
Como sea, parece que es posible subir por la vereda, así que Bennett lo hace. Al final de esta, otro hombre está apostado. Parece todavía más inofensivo que Rajavi, así que Bennett se le acerca.
Se llama Ehsan. Bennett habla por un buen rato con él y hace buenas migas. Cuando le pregunta—: ¿Puedo ayudarlo con su equipaje?
Bennett responde—: No te preocupes —porque Xiao le advirtió de los desconocidos demasiado amables. Podrían robarle.
Cuando Ehsan pregunta por fin—: ¿Viene a ver a la magnate?
Bennett responde, arriesgándose—: Sí, soy su invitado, ¿sabe?
Pero Ehsan dice—: Ah, bueno, puede preguntarle al mayordomo. Yo solo soy un ayudante que mueve cosas. Ni siquiera conozco a la magnate.
Bennett se desinfla como globo viejo, porque había pensado que estaba frente al mayordomo. Se despide de Ehsan tratando de no ser grosero y sigue caminando hasta que se encuentra con una chica que parece distraída.
—Disculpa…
—¡Ay! —grita ella, respingando—. Justo estaba pensando en algo. ¡Me diste un buen susto!
Se llama Zhila y también es una comerciante, tal como Rajavi. ¿Por qué hay tantos comerciantes rondando a la magnate? ¿De verdad es tan importante?
Por fortuna, tan pronto como termina de hablar con Zhila, Bennett ve a la distancia la entrada lateral del palacio. A la izquierda el camino lleva a la entrada principal, pero Bennett no sabe si puede husmear por ahí, así que va directamente a la mujer que parece vigilar la entrada lateral.
Se presenta como Shaghayeh y le presenta a Bennett el lugar. Fue diseñado por un arquitecto muy famoso, pero es solo una residencia privada que no se puede visitar por dentro. Al parecer, el palacio donde habita la Arconte Dendro es mucho más majestuoso y se encuentra en el centro de la ciudad.
Así que Bennett decide que, ya que está ahí, verá el jardín de la magnate. El lugar es inmenso, podría decirse que mide la mitad o casi dos terceras partes de lo que mide Aguaclara, el pequeño pueblo en el que creció.
Al recordar Aguaclara, Bennett recuerda a sus padres. A su padre. El recuerdo le provoca un sentimiento de desagrado. Quiere vomitar, pero está seguro de que lo echarán si arruina los jardines de la magnate, así que Bennett corre hacia el quiosco al fondo del jardín, se sienta a la sombra en una de las bancas y echa la cabeza hacia atrás, respirando profundamente.
—Disculpe, ¿se encuentra bien? —una chica con uniforme largo y boina se le acerca. Tiene voz dulce y huele a fresas—. Se ve muy pálido…
—Creo que voy a vomitar —admite.
—¡Oh!
La chica se aleja corriendo. Claro, tal vez nadie quiere lidiar con un desconocido que está a punto de provocar un desastre. Bennett se lamenta por un segundo de ser tan patético, pero dos guardias y un hombre con monóculo se acercan unos segundos después.
—¿Está bien, invitado? —pregunta uno de los guardias—. ¿Puede responder?
—Me siento mal, lo siento.
—Llévenlo adentro, que lo atienda el enfermero —ordena el hombre con monóculo—. La magnate acaba de arribar hace un minuto y recibirá a todos los invitados que se encuentren en el sitio. En cuanto se recupere podrá verla, no se preocupe, invitado.
Bennett quiere hablarles sobre Rajavi, el comerciante que ha esperado durante semanas en la entrada del camino, pero siente el vómito en la garganta y prefiere guardar silencio.
Los dos guardias lo ayudan a caminar con torpeza, pero pronto se dan cuenta de que aquello es difícil porque Bennett es pequeño y lleva un equipaje voluminoso, mientras que los hombres son grandes y altos. Ambos se miran, se ponen de acuerdo y se dividen el trabajo. Uno carga a Bennett en brazos, mientras que el otro carga su equipaje.
—¡Por los Siete! ¡Este equipaje pesa como un hombre adulto!
—¡Apúrense, carajo! ¡Ese chico parece a punto de desmayarse!
Y Bennett, en efecto, se desmaya, no sin antes derramar todo su vómito sobre el guardia que lo lleva cargado.
Cuando Bennett despierta ya es de noche. Está acostado sobre una cama mullida, lo que ha extrañado con creces desde que conoció las camas de la enfermería de Favonius y la cama de Xiao. No quiere levantarse, pero una voz de chica lo alerta:
—Ju, ju, ju, ¿ya despertó el omega durmiente?
Bennett salta sobre la cama, alarmado. Tiene frente a él a una chica menudita y pequeña con pantalones bombachos, cabello rosa y un enorme sombrero. Lleva muchos anillos y adornos de oro, además de unos anteojos ostentosos con armazón dorado.
—No te asustes, amiguito. ¿Sabes quién soy yo?
Bennett no sabe qué pensar. Una chica que mide la mitad de lo que mide él lo está llamando “amiguito”. Habla con un tono rimbombante, como si estuviese en medio de una puesta en escena y no supiera actuar su personaje. Tal vez en eso consiste su personaje, en ser ostentosa, impertinente y creída.
—¿Eres… “la magnate”?
—¡Ding, ding, ding! ¡Cooorrecto! —aplaude la chica—. Soy Sangemah Bay, la grandiosa dueña de este lugar. ¡Oh! Me corrijo: la dueña de este grandioso lugar. Iba a echarte tan pronto como despertaras porque te atreviste a entrar a mis aposentos, oh sí, pero resultaste ser un pequeño omega y… bueeeno… ¡yo soy amiga de todos los omegas del mundo!
—Pero tú eres una beta —responde Bennett, categórico—. No tienes feromonas ni aroma, ¿por qué te haces amiga de los omegas?
—Eso, amiguito, te lo responderé cuando me digas cuál es tu nombre.
El muchacho piensa que no tiene de otra, así que decide seguirle la corriente mientras tanto—: Mi nombre es Bennett. Solo Bennett. Vengo de Mondstadt.
—¿Y qué tal, Solo Bennett de Mondstadt? ¿Por qué vienes tan lejos?
—Eh, yo…
—Así que estás escapando —concluye la chica. Bennett sabe que se ha puesto pálido—. Un homicidio, quemaduras de tercer grado, lograr que un alto oficial de los Fatui falte a sus deberes frente a las narices de todo mundo… No deberías dar tu nombre con tanta facilidad si se supone que te estás ocultando, Solo Bennett de Mondstadt. El Regimiento de los Treinta está en camino en este momento, listos para apresarte.
Bennett vuelve a sentir el sabor de la bilis en la garganta. Sangemah Bay se ríe a su costa, aunque aquello no tiene nada de gracioso.
Notes:
¡No morí! No aún jajaja
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