Chapter 1: Prólogo
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Su vida fue larga y feliz.
Alcanzó su sueño de ser una bibliotecaria y amasó otros que también cumplió.
Aprendió a apreciar a sus seres queridos y logró devolverle a su madre toda su amabilidad y esfuerzo.
Entregó su corazón a un hombre maravilloso con el que concibió dos hijos.
Atesoró cada momento vivido con su familia y su mejor amigo de la infancia, además de ver a la siguiente generación crecer, aprender y madurar. Su hija menor terminó casándose con uno de los hijos de su mejor amigo. Su propio hijo se ganó el asiento del CEO en la empresa de los padres de su esposo con esfuerzo y dedicación, casándose después con una chica de otra prefectura.
Conoció a sus nietos. Tres pequeños maravillosos que amaban las letras y las ciencias tanto como ella y su marido.
Viajó por el mundo junto a su amado visitando las bibliotecas más impresionantes, escuchando los mejores conciertos de música clásica, folclórica y moderna. Visitó diferentes museos sobre la fabricación del papel, la imprenta y los avances tecnológicos… y con ello pudo poner al fin imagen, aroma y textura a mucho de lo que leyó en sus amados libros.
Por supuesto, no solo tuvo felicidad.
Su madre y la madre de su amigo murieron en algún punto del camino, demasiado cerca una de la otra, tal vez debido a la encarecida amistad que compartieron desde poco antes que ella y Shuu nacieran.
Estuvo junto a su amiga Akane cuando Shuu murió por un infarto.
Acompañó a su esposo en el luto por la muerte de su madre y luego por el luto de su padre.
Despidió a su mejor amiga y ayudó a los hijos de ésta cuando alcanzó a Shuu durante una mañana de primavera.
Permaneció ahí, junto a una cama de hospital por espacio de un mes cuando su amado Tetsuo cayó enfermo, tan debilitado por una neumonía que no podía ponerse en pie.
Al final, su muerte fue tan estrepitosa e inesperada como lo habría sido aquel lejano día en que un temblor provocó que le cayeran encima tantos libros que casi quedó sepultada bajo ellos.
Era el aniversario luctuoso de Tetsuo. Ella había pasado la mañana entera frente a su tumba, comiendo las galletas de té preferidas del hombre y bebiendo un poco de café mientras le narraba las últimas aventuras de su desvergonzada nieta, los éxitos del hermano gemelo de ella y lo serio y centrado que parecía el más joven, el hijo de su hijo.
Cuando salió de ahí abordó un taxi que la llevara a casa. Estaba por llegar cuando sucedió. Un auto demasiado maltratado se estampó contra su taxi, volcándolo y rompiéndole a ella el cuello.
No tuvo dolor, solo miedo. Su vida entera pasó frente a sus ojos y un único deseo se elevó en medio de aquel accidente que parecía suceder en cámara lenta, tan despacio, que notó a la perfección la pistola en manos del otro conductor o el sudor en la frente de aquel hombre desgreñado con mirada salvaje que los embistió.
Siendo sincera, su deseo de adolescente y joven adulta habría sido renacer donde pudiera seguir leyendo. Ahora en cambio, su deseo, ese que formuló en el último segundo de su vida, ese que se elevó a los dioses con su último aliento fue otro.
'Por favor, mis dioses. Permítanme encontrar de nuevo a Tetsuo. Permítanme pasar toda una vida a su lado y enamorarme de nuevo.'
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Lo primero que sintió fue un calor sofocante, como si se encontrara encerrada en una habitación en llamas a pesar de no poder ver nada en absoluto.
Lo siguiente que notó fue la voz de una niña pequeña pidiendo ayuda y quejándose del calor hasta que la dejó de escuchar. Después de eso percibió la voz amortiguada de alguien en un idioma que parecía alemán pero que era incapaz de comprender. Sus ojos se abrieron entonces, encontrándose con que no estaba en el hospital sino en una habitación polvosa y sin pintura alguna, en una cama dura y extraña.
Tardó algún tiempo en darse cuenta de que estaba en el cuerpo de una pequeña niña enferma, encerrada en una habitación con demasiada fiebre. Al menos, el tiempo que la fiebre tardó en bajar, lo cual pudo haber sido algunas horas o algunos días, fue suficiente para que comenzara a comprender el idioma y averiguara el nombre de la gente que vivía a su lado.
Effa era la madre de la niña en cuyo cuerpo estaba residiendo ahora. Tuuri era la hermana mayor. Gunther era el padre. Un padre amoroso y preocupado que la hizo sentir dolor y nostalgia.
Suponía que su propio padre había sido amoroso y preocupado, pero de un modo distinto, no estaba muy segura. Durante toda su vida, lo único que podía evocar en su memoria eran páginas de un viejo libro sostenidas por unas enormes manos cálidas, el tenue aroma a maderas de la colonia de su padre y café y un índice que la ayudaba a perseguir las letras antes de acariciar su mejilla cada tanto.
El nombre de la niña a quien parecía estar suplantando era Myne y tenía cinco años.
Myne pasó la mayor parte de su vida entre las cuatro paredes de la habitación. Una parte muy pequeña en el maltrecho y viejo comedor desvencijado junto a la improvisada y diminuta cocina y una parte aún más pequeña, un par de horas… campanadas a lo mucho, en el pasillo del edificio según alcanzó a escuchar.
—¿Cuándo podré salir? —preguntó Urano en el cuerpo de Myne, sentada en el comedor y ayudando a su madre por primera vez a preparar la insípida comida que resultó ser lo que comían todos y no comida de enfermo.
—Cuando te hayas fortalecido lo suficiente, querida.
Suspiró, pelando la especie de papas que su madre acababa de dejar junto a ella.
No estaba muy segura de cómo actuar con esta familia. Ella no era Myne, o al menos pensaba que no lo era. Creía con firmeza que solo estaba suplantando a la pobre niña indefensa y enfermiza, así que trataba de no hablar demasiado y en cambio, observaba sin saber muy bien que esperaban de ella o como debería comportarse para seguir usando ese cuerpo.
También le molestaba el pobre nivel de higiene en la vivienda o la falta de material de lectura… sin hablar de su corta estatura y su falta de fortaleza. Necesitaba informarse más sobre el lugar en que vivía ahora si quería sobrevivir, si quería ayudar a esta familia a mejorar sus vidas. Era lo menos que podía hacer luego de robarles el cuerpo de su preciada Myne y hacerles creer que la pobre y desdichada criatura seguía con vida… de haber sido uno de sus propios hijos quien hubiera muerto y luego recibido el alma de alguien más, sería lo menos que esperaría. Que el nuevo inquilino se comportara y apreciara los esfuerzos de todos por tratarle bien.
—Ahm… ¿mamá? ¿Está bien que tires el agua de las verduras?
Effa se detuvo de lo que estaba haciendo, mirándola al igual que Tuuri, ambas afanadas con la comida insípida que comerían en un rato más.
—Bueno, siempre se ha preparado así la comida, Myne. Hierves las verduras para que se cocinen bien, se reblandezcan de modo adecuado y luego les tiras el agua para usar las verduras cocidas.
—¿Por qué lo preguntas, Myne? —preguntó Tuuri de inmediato.
—Bueno… pensé que, tal vez sería mejor si dejaras el agua de las verduras. Podría absorber más fuerza de la comida… incluso podría llenar más mi estómago si dejaran el agua en las verduras. He notado que deja de ser transparente y toma otro color antes de que lo tiren, además de oler muy bien.
'Yo fui ama de casa muchos años, señora Effa, y créame, le está tirando todos los nutrientes y el sabor a la comida. Sé que parezco su hija pequeña, pero en realidad soy mayor que usted. MUCHO mayor que usted.'
Madre e hija se miraron la una a la otra. Effa sonrió entonces, acunando su mejilla antes de retomar su labor.
—Está bien, Myne. Le dejaré el agua a las verduras que cocinemos mañana para probar, ¿te parece bien? Un poco de agua no puede hacerte mal.
Tal y como prometió, Effa le dejó el agua a las verduras al día siguiente y todos, incluso Gunther, se mostraron asombrados por el cambio de sabor.
Urano, Myne, sonrió con amabilidad ante sus palabras de sorpresa y alabanza. Luego de enseñar a su hija menor a preparar comida para sus nietos, estaba más que confiada en sus habilidades para mejorar la nutrición en la casa de la difunta Myne.
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"¡Tuuri, ¿estás bien?!" preguntó alarmada, dejando de lado lo que estaba haciendo para correr a socorrer a su hermana, la cual acababa de tropezar con la cubeta de agua en las manos.
Podía sentir lágrimas en sus ojos a punto de salir y su corazón latiendo desbocado por el susto… cómo si esta niña de verdad fuera un importante miembro de su familia.
"Estoy bien, Myne, no te preocupes." Respondió la peliverde poniéndose de rodillas.
Por alguna razón, su cuerpo se movió solo, aferrándose a ella de inmediato para abrazarla, sintiéndose un poco más tranquila cuando la otra niña le devolvió el gesto.
"Myne" se rio Tuuri un poco "aunque parezcas más madura sigues siendo una pequeña llorona. Jajaja. Estoy bien, ¿lo ves? No tienes que llorar y abrazarme cada vez que me pasa algo. Mejor ayúdame a secar un poco."
El comentario era extraño. Sus sentimientos eran extraños. ¿Serían residuos de la Myne original? No estaba segura, pero hizo lo que se le indicó.
Algo más tarde, esa noche, se despertó sobresaltada, llamando a Tetsuo con todas sus fuerzas sin dejar de llorar. La puerta de la habitación se abrió y su padre entró de inmediato, abrazándola y sentándose en la cama. Cuando al fin logró calmarse, se dio cuenta de que en su sueño se había mezclado la muerte de Tetsuo con su propia muerte. Había sido aterrador.
"Shhh, shhh, ya pasó, Myne. Fue solo un mal sueño. Papá está aquí."
Ella solo asintió, sorbiendo por la nariz antes de pegarse más al enorme cuerpo del hombretón que ahora era su padre. Su madre apareció pronto con un trapo viejo, pero limpio, secando su rostro con cuidado y limpiando su nariz sin dejar de sonreírle. Una vez que su cara estuvo limpia, Urano se abrazó del hombre, hundiendo su rostro en su pecho y escuchándolo reír un poco.
"Tranquila, pequeña. Sabes que papá se quedará contigo hasta que te duermas. Siempre lo hago. Ese Teso o como se diga no te hará daño."
"¿Otra vez esa pesadilla?" preguntó su madre.
"Eso parece. Hacia un par de temporadas que no se despertaba gritándolo."
Quiso preguntar pero no pudo. Por alguna razón, el aroma a cuero, metal y algo más la dejó tan adormecida que solo se sintió muy pesada y luego se durmió de nuevo.
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Algunos días después, Effa comenzó a enseñarle a coser. La mujer se veía nerviosa mientras Urano sentía un poco de reticencia a aceptar la aguja. Pronto se deshizo de su ansiedad, recordando la de veces que había tomado hilo y aguja para arreglar alguna prenda o juguete de sus hijos y sus nietos. Estaba segura de que su odio a la costura se había esfumado con los años… luego se encontró más que feliz cuando Effa comenzó a felicitarla y a motivarla a seguir. Era como si la opinión de está mujer tuviera un peso enorme sobre ella, haciéndola desear más halagos… cuando de niña los halagos de su propia madre no fueron suficiente motivación para redirigir su atención hacia actividades diferentes a la lectura.
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Según sus cuentas debía haber pasado un mes desde que despertó en el cuerpo de la niña… solo que ya no estaba tan segura de que hubiera matado a Myne para robarle su cuerpo.
En ese tiempo la calidad nutricional y de sabor en la comida se incrementó bastante. Su higiene personal y de la casa, además de su familia también mejoró. Nunca estuvo más feliz de que su madre la obligara a tomar todas esas clases de tecnología autosustentable y talleres diversos porque le estaban sirviendo para mejorar la vida de esta familia y eso era mucho más reconfortante que usarlo solo como actividades de vacaciones para entretener a sus hijos o a sus nietos. Por no hablar de todos esos apuntes de investigación científica que Tetsuo solía entregarle para leer… su Tetsuo le había obsequiado una infinidad de conocimientos. Una pena que no estuviera ahí él también.
—Mamá, ¿puedo acompañarte al mercado ahora?
Effa la miró desde el depósito de leña en tanto Tuuri la veía desde la puerta con un cubo para el agua en una mano.
—Myne, que no te hayas vuelto a enfermar todavía, no significa que puedas…
—Mamá, ¿por qué no la dejas intentarlo? Si me esperan, las acompañaré para ayudarte a cuidarla si se cansa. —intervino Tuuri en ese momento, haciéndola sonreír.
Cuando todavía era Urano, su marido la convenció de acompañarlo al gimnasio en algún punto después de su segundo año de matrimonio. Era un tiempo que podían pasar cuidando de sí mismos e incluso charlando un poco sin la distracción de libros y objetos de investigación científica. Ella había iniciado con rutinas sencillas que un mes después le empezaron a dotar de más energía y un mejor descanso por las noches. Hubo temporadas en que dejaba de ejercitar, pero siempre volvía de manera inevitable. Probó diversos tipos, algunos más divertidos y gratificantes que otros, no siempre en compañía de Tetsuo, por desgracia.
Luego de que su marido murió, su hija la introdujo al mundo del yoga, así que ahora, en el cuerpo de la enfermiza Myne optó por comenzar con ejercicios de yoga y luego comenzó a introducir poco a poco otros ejercicios para fortalecer su cuerpo y mejorar su sistema inmune. No necesitaba que Tetsuo le mostrara de nuevo los resultados de diversas investigaciones sobre los beneficios de ejercitarse con regularidad… aunque se sentiría de lo más agradecida teniendo a Tetsuo de vuelta.
—¿Estás segura, Tuuri? Myne es tan pequeña todavía… y es tan frágil…
Effa no lo sabía porque era más el tiempo que pasaba fuera, trabajando en un taller de teñido de telas que en casa con ellas dos, pero Tuuri estaba consciente de todo el esfuerzo que ella estuvo poniendo a lo largo del mes para fortalecerse.
—¿Por qué no la dejas que me acompañe hoy al pozo? Si puede bajar y subir sin ayuda y sin tomar muchos descansos, debería ser capaz de acompañarte al mercado.
Tuuri le sonrió y ella sonrió de regreso. Effa pareció considerarlo un momento antes de soltar un suspiro derrotado y sonreírles a ambas.
—Supongo que nada perdemos con intentar. Myne, no te sobre esfuerces. Podrías terminar en cama con fiebre de nuevo.
—¡Gracias, mamá! —respondió conteniendo sus ganas de saltar emocionada. Estaba aburridísima de ver solo el interior de la casa de Myne mientras que los adultos y la misma Tuuri entraban y salían como si nada.
El recorrido de ida y vuelta no fue lo que esperaba. Resultó que vivían en una especie de condominio, en un cuarto o quinto piso, no estaba segura. Perdió la cuenta y el aire a poco de terminar de bajar. Ni hablar de la subida de regreso, tuvo que detenerse al menos dos veces para retomar el aliento y subir a un ritmo que no le provocara una recaída.
—¿Mamá? —llamó cuando logró regresar a casa y sentarse en uno de los bancos de la mesa—, quizás… deba esperar… unos días más.
Effa se burló un poco de ella en el mismo tono en que ella se había reído de sus propios hijos y nietos cuando descubrían que alguna advertencia de los adultos tenía más peso del esperado en ellos. Ni siquiera se sintió ofendida, solo sonrió al estar de nuevo del lado de quien recibe las advertencias, pero comprendiendo a quien advierte.
—Bueno, si no te enfermas esta noche, creo que podrías empezar a acompañar a Tuuri al pozo hasta que te acostumbres. Eso debería ayudarte a construir tu resistencia, Myne.
Solo asintió antes de tomar aguja, hilo y comenzar a zurcir un poco de ropa del cesto de ropa rota.
Nunca fue muy buena haciendo ese tipo de cosas, sin embargo, mirando su nuevo entorno adivinó que ayudar con quehaceres pequeños que le supusieran estar sentada ayudaría más a su familia que solo reclamar porque la actividad no le gustaba. Además, siempre podía bordar alguna línea de alguno de sus libros preferidos en japonés con el hilo, argumentando que era solo un adorno. De ese modo, siempre que veía a alguien de la familia tenía un modo de leer algo.
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Esa noche se dio cuenta de que no había robado ningún cuerpo, que ella era Myne.
Urano sentía unas ganas terribles de orinar, así que se enderezó y se desperezó lo mejor que pudo, bajando de la cama familiar y sacando la desagradable jarra donde todos hacían sus necesidades a falta de un baño adecuado. Estaba por volver a acostarse cuando notó la luz que provenía de la puerta a medio cerrar y escuchó los susurros de sus padres, atrayéndola, dejándola sentada junto al umbral en completo silencio.
—Tienes razón. Nuestra Myne debe estar madurando —escuchó que Gunther decía y casi podía verlo sonreír enternecido y aliviado—. Ya no habla de querer dormir todo el día para visitar ese lugar extraño con edificios altos y brillantes.
—¡Es cierto! Ahora ayuda tanto en la casa y da tantas sugerencias que no había notado que dejó de hablar del lugar en sus sueños…
—¿Cómo era que llamaba a ese lugar? ¿Nijón?
Ambos padres se rieron y ella se llevó la mano a la boca, sorprendida e incrédula.
No había tomado el cuerpo de nadie… había renacido… y al parecer, estuvo tan cerca de morir que su consciencia como Urano debió resurgir para salvarse a sí misma… Tetsuo estaría fascinado con un proyecto de investigación como ese… Shuu y Akane no pararían de hablar de las posibilidades ante semejante isekai llevándose a cabo, riendo y burlándose de que el par de "aguafiestas" siguieran negándose a ver las verdades y posibilidades ocultas en los mundos de fantasía ofrecidos por el anime y el manga.
—Bueno, ella sigue inventando palabras —informó Effa con una risita divertida—. También se ha vuelto más paciente y decidida, ¿sabes?
—Quizás nuestra pequeña Myne pueda tener un futuro, después de todo.
—Si, pero… ¿qué tipo de futuro? Ojalá deje de enfermar y se fortalezca lo suficiente o no podrá casarse… no creo que le agrade tener que vivir con nosotros toda su vida.
Por un momento sintió una punzada de miedo y dolor.
¿Esas eran sus opciones? ¿Casarse o quedarse en casa de sus padres como una solterona enferma?
Qué lugar tan terrible era ese si solo tenía dos opciones en la vida. Necesitaba reunir información del lugar donde renació si quería forjarse un futuro distinto.
Quería casarse de nuevo, era cierto… pero quería casarse por amor y no por necesidad. Lo que tuvo con Tetsuo, aunque forzado en un inicio, fue un verdadero acierto, porque las familias de ambos estaban tan preocupados de que estuvieran solos, que no tardaron en hacerlos ver a la persona que podría hacerlos felices… algo le decía que no contaría con tanta suerte en esta vida.
Luego sintió remordimiento. Sus recuerdos de su vida anterior estaban demasiado frescos, lo cual era inesperado. Podía recordar cada detalle como si fuera una película que acababa de ver en el cine… solo que esa no había sido una película. Recordó todas las veces que sus hijos y nietos estuvieron enfermos. Su preocupación. Sus esfuerzos por ayudarlos. Su alivio y alegría al verlos sanos de nuevo. El dolor de ver a Tetsuo en cama por un mes entero y el vacío de decirle adiós.
Effa y Gunther, SUS padres, no merecían cuidarla con la esperanza de verla mejor y luego despedirse de ella porque volvía a morir. No sería justo para ellos y todos los esfuerzos que estaban haciendo para procurarla.
—Ya sea que se case o no, me siento aliviado de que lleve tanto tiempo saludable. ¿Tú no, Effa?
Los escuchó besarse y reír. Los escuchó besarse más y la tela rozándose y decidió que había espiado suficiente, sonrojándose mientras se ponía en pie para luego subir de vuelta a la cama con una sonrisa enorme antes de esconder su cabeza debajo de las almohadas.
Sus padres eran adultos. Por supuesto que no iban a divertirse y concebirle más hermanitos en la misma habitación en que dormían ella y Tuuri.
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—¿Cómo me veo?
Tuuri sonreía mientras levantaba los brazos y daba una vuelta despacio para que todos la vieran. Su hermana cumplía siete, lo que significaba que tendría su bautizo.
—¡Tuuri es un ángel! —exclamó por completo en su papel de hermana pequeña, aplaudiendo contenta y apresurándose a sacar el obsequio que hizo con tanto cuidado el último mes—. Solo te falta algo bonito para ser perfecta, Tuuri. ¡Felicidades por tu bautizo!
Su hermana la miró confundida y ella le hizo algunas señas para que se sentara. Myne le acomodó el cabello a su hermana en un par de trenzas a los lados, juntándolas, enrollándolas un poco y atravesándolas con un palillo similar al que ella misma usaba ahora, pero con un conjunto de flores tejidas con hilo de colores, dando un paso atrás cuando se aseguró de que el peinado no iba a deshacerse.
—¡Oh, cielos! ¡Tuuri, te ves hermosa! —premió su madre sin poder moverse ahora.
—¡Mi hermosa hija mayor parece una niña rica! —se rio su padre con alegría, alzando a Tuuri y dándole vueltas, haciéndolas reír a todas en la casa—. Te escoltaré todo lo que pueda para evitar que algún niño insulso intente robarte, Tuuri.
Todas rieron de nuevo y su padre bajó a su hermana al suelo. Las dos niñas se abrazaron entonces y Tuuri se retiró con cuidado el palillo, abriendo mucho los ojos al examinar el regalo para luego mirarla a ella y abrazarla en verdad emocionada y agradecida.
—¡Myne, es hermoso! ¡Gracias! ¿Está bien que lo use mañana? ¡No quisiera ensuciarlo o perderlo!
—¡Por supuesto! Lo hice para exaltar la belleza natural de mi hermosa hermana mayor, ¡la mejor hermana mayor del mundo!... Bueno, Ralph me ayudó a tallar el palillo está vez.
Con placer observó a su hermana sonrojándose apenas un poco antes de mirar de nuevo el obsequio, pasando los dedos no solo por la flor, sino también por el delicado tallado que hacía parecer el palillo como un tallo con las hojas pegadas.
Como Urano, nunca tuvo hermanos. No era común que la gente en Japón tuviera más de un hijo y su madre, aunque quisiera no podía darle hermanitos a menos que se casara de nuevo… y su madre nunca se volvió a casar. Decía que ya había encontrado al amor de su vida y que de todos modos Urano necesitaba de todo el apoyo que pudiera darle.
Tener una hermana mayor siendo Myne era algo nuevo que le gustaba mucho… sospechaba que disfrutaría bastante ser ella la hermana mayor.
—¿Me van a acompañar mañana?
Myne asintió contenta. Algún tiempo atrás notó que ya poseía suficiente fuerza y resistencia como para bajar del edificio, caminar despacio por algunas cuadras y luego volver. Todavía necesitaba hacer un alto para descansar antes de regresar a casa, pero cada vez era menos el tiempo que invertía en ello.
También se enfermaba menos. La fiebre ya solo le daba una o dos veces por mes y no duraba más de un día. Encontrar el truco fue una verdadera bendición. No entendía bien como era que funcionaba, pero si se concentraba en imaginar el calor que intentaba cocinarla desde dentro y luego lo metía todo bien recogido en una caja imaginaria, la fiebre se iba, aunque la dejaba exhausta todo el proceso.
Para el día siguiente la familia entera bajó a la ciudad junto con sus vecinos para observar a Tuuri y a Ralph caminando por las calles hasta el Templo.
Su padre y su amigo Lutz la llevaron una parte de la caminata para que pudiera mirar a Tuuri tanto como le fuera posible. El Templo estaba más lejos que la puerta Norte, donde uno de los compañeros de su padre la estuvo instruyendo para que aprendiera a leer, lo cual era un enorme apoyo emocional. Solo eran informes y cuentas, pero ahora tenía un poco de material de lectura y podía escribir lo que deseara.
Cuando su hermana y el hermano mayor de Lutz volvieron del templo, las dos familias se reunieron alrededor del pozo junto a otras familias con niños en ropas bautismales para compartir la comida.
La mayor parte de esta era insípida, pero eso se arreglaría pronto. Myne y su madre pasaron buena parte de la tarde explicando a las vecinas los pequeños ajustes que estuvieron haciendo a lo largo de los últimos meses para conseguir comida más nutritiva y sabrosa. Ralph y sus hermanos presumieron entonces como estaban planeando ayudar a Myne a tallar cosas porque les parecía que los artículos como la horquilla de Tuuri los ayudarían a conseguir más dinero y mejorar sus habilidades. Tocado el tema de las horquillas, varios de sus vecinos comentaron lo brillante que se veía el cabello de ellas o lo saludable que ella se notaba… para su consternación, los padres de Lutz también comentaron lo poco que había crecido a pesar de todo. Por supuesto Myne no tardó nada en pedirle a su padre que la midiera.
Saludable y bien alimentada, con ejercicio en su rutina diaria y todo… no importaba. Si había crecido un centímetro era mucho.
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Estaba un poco nerviosa, reajustando su cabello y asegurándose de que su ropa nueva estaba impecable. Sabía que no era de la mejor calidad del mundo, pero era mucho mejor que la que tenía antes, llena de parches con escritura en japonés por todos lados y demasiado delgada.
—¿Estás segura de esto, Myne?
Sonrió al niño rubio con el cabello limpio junto a ella, quien no paraba de mirarse en la fuente del centro de la ciudad.
—Tú quieres ser un comerciante y yo quiero mejorar la vida de los demás, en especial la de mi familia. Tenemos con qué conseguir todo eso, Lutz. No te preocupes. Confía en lo que practicamos y en las habilidades de tus hermanos.
Lutz soltó un suspiro y ella le sonrió, acomodándole un mechón de cabello rebelde para terminar de calmarse. Esto le recordaba mucho a cuando hizo su entrevista de trabajo para conseguir el empleo de bibliotecaria que tanto deseó en su vida anterior.
Le tomó tiempo en esta nueva vida, pero ahora tenía una meta clara. Ya había experimentado la felicidad de ser bibliotecaria, los altos y bajos de ser esposa y de ser madre. Esta vez quería ser útil a la sociedad en una escala un poco mayor. El orgullo que sintió al darse cuenta de que todos en su edificio parecían más saludables y felices luego de las pequeñas mejoras que estuvo introduciendo poco a poco era algo que quería volver a experimentar, comprendiendo de pronto parte de la obsesión de Tetsuo con investigar y mostrar sus resultados al mundo entero o que se pusiera más arrogante y juguetón de lo usual cuando uno de sus descubrimientos era utilizado para mejorar la vida en general.
Si además de alcanzar ese pequeño ideal conseguía dinero para que su familia no tuviera que seguir viviendo en la parte más pobre de la ciudad baja y conseguía apoyo para Lutz por parte de sus hermanos, mejor aún.
—Lutz, Myne —los llamó el compañero de trabajo de su padre, el señor Otto, haciéndolos voltear.
El señor Otto venía acompañado de un hombre de cabello color arena y un traje mucho más colorido y vistoso que el del contador no oficial de la puerta norte. Ese debía ser el mercader con que los presentarían.
—¿Estás listo Lutz?
Su amigo puso una cara seria y asintió. Ambos procedieron a dar los saludos tal y como el señor Otto les enseñara y luego de ello, comenzaron a explicar sus ideas.
Myne dio la mayor parte de las explicaciones, en tanto Lutz entregaba las pruebas de aquello en lo que estuvieron trabajando por tanto tiempo. Shampoo & Acondicionador al que llamaron Rinsham neutro y con otros dos aromas, uno de flores para mujeres y otro herbal para hombres, resaltando que las hermosas botellas de madera con tallas alusivas a cada aroma eran obra de sus ebanistas, los hermanos de Lutz. Muestras del papel que tanto le costó conseguir con ayuda de Lutz dentro de un folder que les costó aún más trabajo armar y cortar. Tinta especial hecha a base de grasa y hollín. Lápices de grafito y madera que resultaron todo un reto. Algunos panecillos dulces. Velas con aromas florales y figuras de flores esculpidas también por los hermanos de Lutz y para terminar, flores tejidas con hilo en macramé que podían utilizarse en horquillas de madera tallada como el que ella utilizaba, en peinetas esculpidas en madera o bien añadirse a la ropa con algunas puntadas.
—¡¿De dónde sacaron todo esto?! —exigió el hombre incrédulo.
Myne sonrió. Casi podía ver signos de yenes en sus ojos. Todo un comerciante.
—¡Nosotros lo hicimos todo! —declaró Lutz—. Myne tiene las ideas y yo las desarrollo cuando es demasiado pesado para que lo haga ella. Es muy enfermiza.
—¿Le han hablado a alguien más de esto? —exigió el señor Benno.
—Los hermanos de mi socio nos ayudaron con el tallado en madera y cera. Por otro lado, le he mostrado algunas de las cosas al señor Otto para convencerlo de presentarnos con usted, señor Benno —aclaró Myne de inmediato sin dejarse amilanar por la voz del hombre frente a ellos, quien comenzó a observarlo todo una vez más con ojo clínico y a probar algunas de las cosas.
—Bien, entonces, ¿quieren vender sus ideas?
—No, queremos poner nuestro propio taller y permitir que usted nos ayude a conseguir compradores para nuestros productos —dijo Lutz con firmeza, imitándola y haciéndola sonreír.
—Lutz y yo somos socios, señor Benno. Imagino que habrá notado el potencial de venta de todo esto, así que, ¿por qué no negociamos?
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Lo admitía. Vender nunca fue su fuerte y negociar tampoco, aunque con un marido como el que solía tener, negociar por cosas que deseaba ella y cosas que deseaba Tetsuo o Shuu y Akane eran cosa de cada semana… hasta que llegaron sus hijos y empezaron a pedir cosas, entonces se volvió algo de todos los días.
Por supuesto el señor Benno era mucho mejor negociante que ella. No por nada era un comerciante. Al menos le quedó la satisfacción de que ahora mismo la estuvieran tratando como a una igual y se respetara su opinión.
—¡Myne, eres sorprendente! —murmuró Lutz cuando al fin volvieron a casa algunas campanadas más tarde con un poco de dinero extra cada uno y sonrisas orgullosas en los rostros.
—No, no lo soy. Solo… estuve practicando mucho lo que podría pasar hoy.
—Aun así, pensé que me había preparado para todo, pero ahora me doy cuenta de que no se me ocurrió ni la mitad de las cosas que sucedieron.
Ambos se sonrieron y ella tuvo que confesar.
—No te sientas mal, Lutz… tuve que aprender a pensar en muchos escenarios distintos antes… cuando… ya sabes… antes de renacer como Myne.
El niño sonrió aliviado. Dado que se volvieron socios durante el final de la primavera, Myne terminó por contarle de donde sacaba todas esas ideas innovadoras y lo que sabía hasta el momento. Que el niño estuviera tan dispuesto a creerle debía deberse a que era joven e impresionable.
¿Cuántas veces tuvo que advertir a sus hijos sobre no impresionarse demasiado con lo que los adultos y otros niños decían y contarle todo para ayudarlos a dilucidar entre lo que era real, lo que era ficticio y lo que podía ser una trampa?
—Entiendo. A veces se siente como si hicieras trampa, pero ¿sabes una cosa? En realidad, no me molesta. Es agradable tener a alguien que me enseñe un poco más.
Los dos sonrieron, despidiéndose cuando llegaron al piso de Myne y prometiendo verse al día siguiente. Lutz solo volvió a bajar. Él y su familia vivían en el edifico de al lado.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Tuuri! ¡He vuelto! —anunció contenta antes de dejar casi todo su dinero en la mesa para apoyar con la manutención de la casa y comentar sobre su día y el de los demás… aunque los demás casi no hablaron. Parecían incrédulos por lo que habían logrado ella y Lutz.
—Y el dinero quédatelo, Myne —le dijo su padre, tomando las monedas y colocándolas en su mano antes de cerrarla, haciéndola consciente de la diferencia increíble en tamaños.
—Pero, papá, ustedes se esfuerzan tanto y me han cuidado por tanto tiempo…
—Si, pero es tu primer sueldo, pequeña. Consérvalo al menos por esta vez, ¿sí?
Miró a su madre y a su hermana y ambas le sonrieron, asintiendo a las palabras de su padre, contagiándola con su alegría.
—¡Gracias, papá! —gritó de inmediato, lanzándose a los brazos de su padre con una nostálgica sensación de deja vú.
Notes:
Notas de la Autora:
Hola, hola.
Pues nuestra linda y adorable shumil me tiene todavía entre sus garras, jajajajaja, aunque llevo algo así cómo dos años trabajando de manera esporádica en esta historia y, bueno, decidí que era hora de comenzar a postearla, ya saben, para poder leer los comentarios de ustedes, jejejeje.
Si bien tengo ya varios capítulos escritos, estoy haciéndoles ajustes de cosas que no noté antes, cuando comencé este proyecto por el ansias de llevarlo a cabo... y admito que la culpa de esta historia es de Ferdinand y de algunos amigos de escritura... así que si notan alguna contradicción o algo que puede agregarse, no duden en postearlo, los estaré tomando en cuenta para mejorar la historia.
¿Y qué les parece esta Myne? pensé que sería bastante interesante si en lugar de tener a nuestra aspirante a bibliotecaria demasiado centrada en los libros, tuviéramos a la que logró alcanzar sus sueños y construir una vida familiar. Habiendo leído tantos libros como pudo, amado y mejorado sus relaciones familiares, ¿qué nuevas ambisiones podría perseguir esta Myne? Solo hay un modo de averiguarlo.
Y ahora sí, bienvenidos a la duología "Luz y Oscuridad" con el primer libro, "La Revolución de Mestionora". Cuando nos acerquemos a la recta final (no tengo ni idea de cuando sería eso o dentro de cuantos capítulos), avisaré del nombre del segundo libro... que espero tener más avanzado, solo tengo un probable inicio hipotético y un final definido... una escena final para ser más exacta, jajajaja, así que nos espera un largo camino. Espero lo disfrutemos juntos.
SARABA
Chapter Text
El verano le trajo su sexto cumpleaños y dio paso al otoño. La temporada estaba recién comenzando.
Era una suerte que tuviera la fuerza suficiente para poder ir más adentro en el bosque con los otros niños al fin. Si bien no la dejaban internarse tanto, entrar al bosque como los demás y tratar de recolectar comida para ayudar en casa y observar los árboles y arbustos era algo de lo más relajante, sin olvidar que siempre podía ayudar con algunas ramas para el taller de papel. Lutz cargaba la mayor parte.
Estaba segura de que el aire fresco y limpio le haría mucho bien a su cuerpo enfermizo y debilitado. Además, algo que aprendió a lo largo de sus viajes con Tetsuo fue a observar. Siempre que llegues a un lugar nuevo y desconocido debes observar a tu alrededor para disfrutar mejor de la experiencia y tener una idea de cómo actuar… en este caso, también le daba una idea de los recursos que tenía a su alcance.
Sabía que la gente de este mundo podía usar tiza y pizarra; madera, pergamino y tinta para escribir. Recordaba bastante de las explicaciones y cosas que observó durante sus visitas a los museos a causa de su especial interés en la historia de la escritura. Dependiendo el tipo de recursos naturales era el tipo de proceso que se podía utilizar para crear papel y, además, el papel tendría diferentes características en base a los productos utilizados. El papiro egipcio no era del todo igual al papel de arroz, por ejemplo. Recordaba que, en su mundo, el papel venía en una basta variedad para diferentes usos.
Papel de seda, crepé, lustre, de impresión. Papel especial para dibujo con acuarelas, con pasteles o con carboncillos. Papel corrugado, cartulinas, papel cáscara de huevo. Papel de regalo, papel encerado, y tantos otros.
—¿De verdad tenemos que experimentar con más árboles? —le preguntó Lutz, recolectando las ramas caídas del árbol con que prepararon sus primeras hojas de papel y el rústico folder tintado con pasto y decorado con pétalos de flores.
—Podríamos encontrar algún árbol que sea más útil para hacer los folders o algún otro tipo de papel que pueda servir para más cosas como cocinar.
—¿Papel para cocinar?
—¡Por supuesto! —sonrió ella al recordar los múltiples cursos de cocina que tomó a lo largo de su vida, primero con su madre, luego para mejorar la alimentación que ella y su esposo llevaban en casa, después para ofrecerle comida deliciosa a sus hijos y, por último, repostería para tener más actividades, además de lectura, para pasar el rato con sus nietos.
Lutz parecía intrigado por eso último, asintiendo un poco y luego golpeando la palma de su mano con su puño, decidido a seguirla una vez más.
—Bien, si aún no estás cansada, creo que podríamos avanzar un poco más esta vez. Recuerdo haber visto algunos árboles y arbustos diferentes a los de esta zona más adentro. ¡Vamos!
La niña sonrió y juntos comenzaron a caminar un poco más. Ella con su canasta para recolectar frutos y él con la enorme cesta en que trasportaba la madera a su espalda.
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—¡Tenías razón, Lutz! ¡Hay muchos tipos de árboles y plantas distintos aquí!
Estaba encantada. Solo pensar en toda la variedad de papeles que podrían obtener y verificar la mejor forma de utilizarlos para mejorar algunas cosas entre su gente la hizo sonreír y correr de un lado para otro, tocando las plantas para verificar su rugosidad y la elasticidad de sus troncos, mirando sus hojas y el tipo de semillas que pudieran tener, olvidando su canasta cerca del lugar por el que habían ingresado a esa zona.
—¡Este tiene hojas moradas! Y es tan flexible que quizás sea más sencillo de procesar… Y este, ¡ouch! Este no, tiene espinas, no me gustaría cortarme de nuevo… ¡Este de aquí huele tan bien! Parece eucalipto, podríamos producir aceites esenciales para tratar algunas enfermedades de invierno y… ¿qué es eso?
—¿Qué es qué? —preguntó Lutz luego de reír un poco por su reacción.
En realidad, ella no debió ponerse a correr como una niña pequeña en una juguetería o una tienda de dulces. No debió acercarse a tocarlo todo. Quizás si se hubiera contenido lo suficiente para que su amigo la acompañara y le dijera que era qué, no se habría puesto en riesgo de un modo tan estúpido.
—¡Luuutz! ¡Ayúdame!
Estaba llorando aterrorizada e incrédula. Primero pensó que algún animalito estaría moviendo la pequeña rama café oscuro de apariencia flexible, sin embargo, apenas tocar la planta esta no solo comenzó a moverse de forma violenta, sino que además se enredó en su mano, jalándola con fuerza antes de comenzar a envolverla y crecer, cubriendo la pequeña herida que se hiciera un momento atrás, como si intentara devorarla.
—¡Lutz!
El niño empalideció apenas verla, dejando caer su carga y sacando su cuchillo para tratar de ayudarla, pero era imposible. Apenas cortaba una rama, otras dos salían como si se tratara de la temible hidra de la mitología griega.
El arbusto comenzó a hacerse más grande poco a poco y sus ramas más gruesas y fuertes. La falda de su vestido se rompió en ese momento y algunas lágrimas suyas cayeron sobre la maldita planta, la cual creció de modo violento.
—¡Lutz!
Su amigo cayó de espaldas en ese momento. El cuchillo olvidado entre las ramas que lo habían golpeado, lanzándolo como el sauce boxeador de Harry Potter al auto volador de la familia Weasly. El cálido recuerdo de estar recostada leyendo ese libro con sus hijos y luego con sus nietos dejó de tener ese tinte nostálgico y cálido para tornarse en uno aterrador. De pronto empatizaba bastante con el elegido y su amigo atolondrado.
—¡Myne, no puedo sacarte de ahí! ¡Es un trombe!
—¡Lutz! ¡Lutz, esta cosa me está lastimando mucho! —lloró sin poderlo evitar.
—Trata de no moverte… ¡y no llores! El trombe parece estar comiendo tus lágrimas. ¡Iré a buscar ayuda! —le gritó el rubio en lo que se ponía de pie y retrocedía, girando del todo para correr en dirección a la puerta por la que habían entrado.
—¿Cómo que no llore? ¡Lutz! ¡Lutz! ¡Aghhhhh!
Era imposible no llorar ni forcejear con la maldita planta que no dejaba de enrollarse en sus brazos y piernas, apretándola con más fuerza. Su cuerpo no aguantaría demasiado. El dolor y el temor eran demasiado grandes para contener las lágrimas. Lutz debía tener razón porque algunas de las ramitas no tardaron nada en comenzar a reptar por sus mejillas y su cuello, como si se tratara de los tentáculos de un pulpo y no de un arbusto.
Trató de relajarse. Quizás la planta funcionaba como el Lazo del Diablo que salía en Harry Potter… o eso quiso pensar.
Acababa de lograr relajarse y contener las lágrimas antes de que las aterradoras ramas se acercaran más a sus ojos y pudieran sacárselos cuando su padre llegó junto con otros soldados, mirándola horrorizado.
—¡Myne!
—¡Papá! ¡Ayuda!
Su miedo era tanto que el calor comenzó a apoderarse de ella, forzando su camino fuera de la caja de contención, debilitándola. Lo peor es que la extraña planta había escogido justo ese momento para moverse con más voracidad, evitando sus ojos por muy poco antes de envolverla aun más y crecer, dejándola cada vez más y más lejos de su padre y los soldados que intentaban liberarla.
—¡Myne!¡Myne! ¡Resiste hija! ¡Myne!
Estaba exhausta. La planta logró alargar el pequeño corte en su dedo, expandiéndolo un poco a lo largo y pegándose ahí, rozándola en otras partes de su cuerpo y rompiendo así la tela que la cubría. Para de colmos el calor se estaba volviendo insoportable. Sentía la cabeza demasiado pesada y nublada.
Lo último que escuchó fue a su padre llamándola histérico. Lo último que vio fue una rama baja latigueando lejos a los soldados y una extraña luz roja saliendo de una especie de cajita que alguien había golpeado con una especie de piedra amarilla. Después de eso no pudo permanecer más tiempo despierta. La presión a su alrededor por el agarre de ese trombe y el calor eran más de lo que podía aguantar.
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'¿Voy a morir de nuevo? ¿No es un poco injusto? Apenas estaba logrando que mis pequeños cambios beneficiaran a mis vecinos y a mi familia. Ni siquiera pude llegar a mi bautizo… Espero que Lutz no se culpe. Quizás él… no… no quiero morir aún. No de nuevo. ¡Es demasiado pronto!... Tetsuo, me pregunto si podré encontrarte si muero ahora y renazco en otro lugar… De verdad me gustaría enamorarme de ti de nuevo… sin que nadie nos fuerce esta vez… de verdad me gustaría ser más útil al resto de las personas esta vez…'
—¡Cuidado con la niña! ¡No dejen que las ramas los alcancen!
¿Había renacido de nuevo? No, claro que no. No hay ramas durante los partos… o quizás había renacido, estado a punto de morir de nuevo al caer sobre algún árbol y su consciencia como Urano estaba despertando otra vez. Apenas estaba comprendiendo las reglas de Ehrenfest y ahora tendría que empezar de nuevo…
—¿Cómo pudo crecer tan rápido ese trombe?
Esa voz era la misma que escuchó hacía un momento… solo que ya no estaba ladrando indicaciones, por el contrario, parecía más cercana y contemplativa.
Su cabeza se movió. El cuerpo le cosquilleaba. Ya no tenía tanta presión como un rato atrás. Sus pulmones se llenaron de aire y la sensación de estar cocinándose por dentro y congelándose por fuera dio paso al dolor. Le dolía todo el cuerpo a causa del fuerte agarre de la extraña y malévola planta.
—¡Déjenme pasar! ¡Es mi hija! —escuchó la voz de su padre gritando desde la distancia—. ¡Myne!
Fue en ese momento que se dio cuenta de algo… alguien la estaba cargando. O al menos eso creía porque podía sentir con claridad el contorno de dos brazos debajo suyo y algo sólido y frío a un lado. ¿Una armadura? Debía ser así. Recordó entonces la ropa de su padre y la armadura era más cuero duro que placas metálicas.
Intentó abrir los ojos, pero era incapaz de enfocar nada de manera correcta, así que los volvió a cerrar, exhausta.
—¡Díganle al soldado que voy a examinar a la niña! —escuchó que ordenaba esa voz gruesa y severa, reverberando en la oreja que tenía pegada contra la cosa dura y fría en que estaba apoyada.
—¡Ja! —gritaron un par de voces cercanas y luego escuchó el sonido de pasos alejándose, así como voces y su padre gritando.
Algo frío, grande y rugoso se posó en su frente. Apenas dejó de sentirle llegó a la conclusión de que era la mano de un adulto. Debían estarle tomando la temperatura. También sintió que le sostenían la muñeca con delicadeza, un par de dedos presionando con gentileza un poco por debajo de su mano siguiendo la forma de su pulgar… ¿Le estarían tomando el pulso?
Un suspiro de alivio salió sin permiso de su garganta cuando sintió que le acomodaban el cabello que tenía pegado a su frente, además de una tela limpiando el sudor ocasionado por la fiebre y la fatiga. No mucho después comenzó a sentir el escozor de su dedo, haciéndola sisear, manotear un poco y arrugar el ceño.
—Estate quieta, ya casi he terminado de revisarte.
Abrió los ojos por mera curiosidad ante el tono serio y contemplativo con que le estaba hablando la persona que ladraba órdenes. Era un tono demasiado familiar. Su corazón se saltó un latido para luego acelerarse ante las posibilidades y el recuerdo de un rostro concentrado y atractivo con algunas arrugas alrededor de los ojos y la boca llegó a ella de inmediato.
—¿Tetsuo? —murmuró antes de abrir los ojos, demasiado cansada para sonreír.
—¿Dijiste algo?
Cuando abrió los ojos y pudo enfocar se sintió perdida y desconcertada… además de un poco abochornada e hipnotizada.
Ahí donde esperaba ver cabello corto y negro en un peinado prolijo hacia un lado se encontró con una larga cabellera azul celeste trenzada a un lado. La piel pálida con un ligero toque amarillento era más rosada de lo que esperaba con solo un par de arrugas en el ceño que ahora se encontraba fruncido. Donde esperaba ver un par de ojos café se encontró en cambio con ojos dorado pálido que ocultaban la misma intensa curiosidad que esperaba encontrar ahí… No tenía idea de quien era este hombre… no, este joven, ataviado en una armadura brillante de cuyos hombros caía una capa azul.
Sonrió al darse cuenta de que por un momento esperaba encontrarse entre los brazos de su amado Tetsuo. Debía ser el miedo todavía en su sistema. La reciente experiencia debió ser tan traumática que su deseo la hizo confundir a un desconocido con el amor de su vida para sentirse segura y un poco en control.
—¿Te sientes mejor ahora? —inquirió el caballero… porque debía ser un caballero.
—Si, gracias. Solo estoy cansada y, tssss. Mi dedo. La planta esa se coló en un pequeño corte en mi dedo y lo rasgó más.
Los ojos oro pálido que la examinaban con curiosidad volaron a donde debían estar sus manos, seguida por la mano desnuda que la estuvo examinando sin duda alguna.
Sintió como este chico asió con cuidado la mano en que le tomó el pulso para revisarla y luego la otra, asintiendo una vez antes de recitar unas palabras que no terminó de comprender. Parecía que estuviera cantando con una voz tenora digna de la ópera de Berlín… sonrió con tristeza. Su Tetsuo no cantaba. Las pocas veces que lo escuchó tuvo que aguantar la risa porque el hombre no tenía idea de como entonar correctamente y no quería que dejara de arrullar al nieto que su hija dejó a su cuidado una muy lejana noche de primavera. Este hombre, en cambio, parecía saber a la perfección como manejar sus cuerdas bocales para cantar… y de pronto su dedo ya no le escocía.
—Demasiado pálida —murmuró el joven de nuevo de una forma pensativa, dándole de nuevo la falsa idea de estar con su esposo—. Dime, niña. ¿Tienes el devorador?
Arrugó la boca. No comprendía la pregunta, sin contar con que estaba demasiado cansada, pero el muchacho parecía en verdad preocupado ahora.
—¿Qué? ¿Cuál devorador? ¿qué es eso? —susurró como pudo, sintiendo la garganta lastimada por haber estado gritando por ayuda.
—Entiendo. ¿Me permitirías verificar algo?
—¿Qué?... supongo.
Esta vez pudo observar como la mano frente a ella pasaba rodeando su cuello, internándose detrás de sus cabellos para apoyar los dedos sobre su nuca. Una sensación un poco desagradable, como un ligero toque de electricidad recorrió su cuello y sus extremidades con tanta rapidez, que por un momento pensó que lo había imaginado.
El chico suspiró, mirando atrás y luego a ella.
—Parece que te drenó demasiado. Eso explica el crecimiento inusual.
Los ojos del caballero parecieron posarse en ella, sin embargo, la mirada era distante. La mano con que fue examinada no tardó nada en dar un par de golpecitos en la sien del muchacho y unas tremendas ganas de llorar la invadieron de pronto porque su Tetsuo hacia algo bastante similar cuando necesitaba entrar rápido en concentración profunda para resolver algún problema o tomar una decisión complicada.
—Voy a darte algo muy, muy valioso, así que asegúrate de beber un pequeño sorbo. Te hará sentir mejor, lo prometo.
Ella asintió, tragándose sus lágrimas y mirando al chico con insistencia para convencerse de que ese no era su esposo, sino solo un desconocido.
Lo notó sacando algo similar a un tubo de ensayo, destapándolo con cuidado con una sola mano antes de acercarlo a su boca, mirándola de tal modo que parecía enfadado.
—Un pequeño sorbo, niña. Tu familia no podría pagar el contenido completo ni siquiera trabajando cinco años seguidos.
De pronto no quería beberla, sin embargo, estaba demasiado cansada y el muchacho era bastante insistente, pegando la boca del tubo a la boca de ella y sacudiéndola un poco para que abriera los labios, sintiendo de inmediato un sabor tan repulsivo, que casi salta. Su cuerpo entero se estremeció y la necesidad de escupir se apoderó de ella. Recordó lo que el chico dijo sobre el coste de aquella medicina y se tapó la boca, obligándose a tragar el pequeño sorbo depositado en su lengua contra su voluntad. Lágrimas de dolor por sus papilas gustativas torturadas con el amargor extremo y la acidez mortal de aquella cosa bajaron por sus mejillas y el chico volvió a tapar aquella cosa, guardándola con presteza sin dejar de mirarla.
—Está listo —anunció el muchacho antes de voltear y comenzar a caminar con ella todavía en brazos.
Myne no pudo evitar levantar su mano y examinarla conforme pasaba el terrible sabor en su boca. No tenía nada en su dedo, ni corte ni cicatriz, ni siquiera una pequeña mancha de sangre que le confirmara que no imaginó que una planta vampiro intentó chuparle la sangre.
—¡Myne! —escuchó que gritaba su padre.
—¡Myne! ¡Myne, ¿estás bien?! —exclamó ahora la voz de Lutz y pronto sintió como el chico la pasaba a los brazos de su padre.
De repente se encontró atrapada en un cálido abrazo tembloroso y lleno de alivio y de demasiada presión. Un quejido escapó de entre sus labios y su padre relajó un poco la fuerza de su agarre, dándole suficiente espacio para voltear.
Hasta ese momento se dio cuenta de que estaban rodeados.
—¡Muchas gracias por salvar a mi hija, Lord Comandante! —se apresuró a decir su padre, poniendo una rodilla al suelo y bajando la cabeza sin soltarla.
Estaba confundida cuando notó que los otros soldados, su hermana, Lutz y los hermanos de este se ponían también de rodillas, cruzando sus brazos sobre el pecho en deferencia con la cabeza baja, entonces miró de nuevo al joven que la había salvado.
'¿Lord Comandante? No debe tener más allá de veinte años. ¡Es demasiado joven!'
El famoso Lord Comandante dejó escapar un suspiro antes de hacer una indicación para que se levantaran, mirar a Lutz y agacharse para hablar con él. Su amigo no tardó nada en explicar lo sucedido, omitiendo la parte de que estaban revisando las plantas para poder hacer papel, por supuesto.
Pronto fue su turno de hablar. Su padre la ayudó a tenerse en pie un momento y ella explicó lo mismo que había dicho Lutz, además de lo que había experimentado. La pequeña rama atrapándola, hurgando hasta abrir más la herida en su dedo y creciendo demasiado pronto.
El peliazul miró atrás y ella lo imitó.
Ahí, en el medio de todo estaba un árbol que antes había sido café oscuro y ahora estaba negro, tan negro como el carbón y convirtiéndose en lo que parecía ceniza.
El chico que daba las órdenes a todos los caballeros asintió entonces, colocándose su casco sobre la cabeza para luego sacar una piedra de una pequeña jaula que colgaba sobre su cadera.
Myne se maravilló cuando notó que todos los caballeros ahí usaban piedras que se convertían en animales con alas, animales parecidos a las esculturas de un carrusel europeo y luego los montaban. El animal que pareció salir de la piedra en manos del joven se convirtió en un enorme león demasiado realista, incluso las alas parecían ser tan exactas como las esculturas griegas que vio en un museo del mediterráneo una vida atrás.
Sintiendo que sus fuerzas volvían poco a poco, la niña dio un paso adelante, sintiendo que el corazón se saldría de su pecho por la sorpresa.
—¡Muchas gracias por salvarme, Lord Comandante! ¡Mi nombre es Myne!
El muchacho volteó entonces a verla con una diminuta sonrisa amable, una sonrisa casi inexistente y el ceño relajado por primera vez. Él solo asintió antes de que su boca volviera a ser una línea recta y luego lo vio montar sobre lomos de su león con alas. La cosa más bizarra y maravillosa del mundo pasó en ese momento. Todos y cada uno de los caballeros montando a lomos de las esculturas de carrusel comenzaron a elevarse en el aire, alejándose de ellos, dejándola sorprendida.
.
Apenas una semana después del incidente pudo volver a salir con rumbo al bosque. Estuvo enferma el día que quedó atrapada en ese extraño árbol devorador de sangre y lágrimas además de debilitada el resto del tiempo y con su familia demasiado preocupada como para dejarla salir otra vez. Era como si la hubieran castigado por su imprudencia.
Estaba bien, podía comprenderlo. Ella también habría evitado que sus hijos salieran si hubiera habido árboles devoradores en Japón, así que no se quejó, solo esperó con paciencia y prometió no volver a tocar ninguna planta sin que Lutz le autorizara primero. No tenía más remedio. Necesitaba aprender de una manera más segura para poder expandir su pequeño taller de papel mejorar el rinsham y crear aceites esenciales, su nueva meta a corto plazo.
Menos de un mes más tarde Benno la citó a ella y a Lutz para darles una terrible noticia. El archiduque había muerto.
—¿El archiduque? —preguntó Lutz de inmediato.
—¿Y eso como nos afecta a nosotros? ¿No tiene un heredero o algo así? —consultó ella sin terminar de comprender el alboroto.
—El archiduque tiene un hijo que deberá tomar el lugar de Aub durante el transcurso de esta semana con demasiada prisa y ese es un problema para todos.
Entonces les explicó que Gustav, el Jefe del Gremio de Comerciantes tuvo una junta con todos la tarde anterior para informarles del "toque de queda" comercial.
Nadie podía entrar o salir del ducado o siquiera de la ciudad más que para entregar pedidos cuya fecha de entrega fuera urgente y solo con una carta del cliente noble como aval. Esta medida se tomaba debido a que nadie sabía cómo se moverían ahora los nobles o que cambios en la política comercial haría el nuevo archiduque. Peor aún. Ehrenfest casi no tenía tratados comerciales con los otros ducados, salvo por Ahrensbach, su vecino, así que la economía interna podría tardar hasta el invierno para volver a moverse entre los territorios agrícolas y la ciudad baja con la misma fluidez que antes.
—El nuevo archiduque podría solicitar informes de todos los gremios y todos los comerciantes para verificar qué y cómo se está moviendo el mercado. También podría imponer alguna ley para tener un mejor balance de qué se vende y a donde llega o cambiar las regulaciones de comercio interno. De momento solo se podrán hacer transacciones dentro de la ciudad, pero no con nuestros vecinos. Avisen en sus casas y prepárense, es posible que tengamos escases durante viento alto.
Viento alto era el nombre que recibía el último mes del otoño, aunque nadie supiera explicarle exactamente porqué. En total existían las mismas cuatro estaciones que en la Tierra y cada una tenía tres meses, sin embargo, por cada temporada el primer mes recibía el nombre de un elemento y bajo, luego el elemento medio y al último el elemento alto. Agua para primavera, fuego para verano, viento para otoño y tierra para el invierno. Al menos no tenía que memorizar doce nombres más además de los nombres de los días… incluso las semanas tenían nombre.
—Gracias, señor Benno.
—Le informaremos a nuestros padres para que comiencen a prepararse.
Si bien hubo algo de escases el resto de la temporada, eso no se debió a que se detuviera el comercio interno, el cual se reactivó apenas dos semanas después, sino a lo poco que se cosechó ese año.
Notes:
Notas de la Autora:
Antes de que alguien ponga el grito en el cielo porque Ferdinand es Lord Comandante y no Sumo Sacerdote en este momento... hago la aclaración, los plebeyos de Ehrenfest, los que NO viven en el Templo están 3 años más adelantados que en canon, lo que significa que la diferencia de edad entre Ferdinand y Myne es de solo 10 años en este momento.
Terminado el aviso parroquial, espero que hayan disfrutado con este capítulo. Siempre se agradecen TODOS los comentarios, así que no dejen de subirlos.
Chapter 4: La Enfermedad de Myne
Chapter Text
El invierno llegó de manera irremediable, recordándole aquel lema de una familia existente en una de las tantas sagas de fantasía que alguna vez leyó. Winter is coming, como dirían los personajes de la casa Stark en Canción de Hielo y Fuego… bueno, pues el invierno ya estaba ahí, sin caminantes blancos por suerte.
Desde el verano hasta ese momento sus conocimientos sobre el mundo en que ahora vivía se habían ampliado mucho.
Nació en la zona más pobre de la ciudad principal del ducado de Ehrenfest en un reino llamado Yurgensmith. La gente común, los plebeyos, hacían todo tipo de trabajos un poco acordes a la época medieval en la Tierra. Herreros, carpinteros, curtidores, ebanistas, cocineros, cocheros, comerciantes, soldados, tejedores, modistos…
La moneda no tenía un nombre propio, pero existían los cobres chicos, medianos y grandes, las platas chicas, las platas grandes, los oros pequeños y los oros grandes… y ella había juntado bastantes de todas gracias a los conocimientos que estaba poniendo en práctica para producir cosas que la gente necesitara o pudiera usar a un precio más accesible que lo ya existente.
Existían nobles, por supuesto, que vivían en su propio barrio o ciudad. De ahí que al lugar en que ella vivía se le denominara "ciudad baja" y el nexo entre ambos sectores era el Templo.
Si bien existían los libros, no existía el papel. En ese lugar, al menos, nadie había descubierto que podían producir hojas apropiadas para la escritura utilizando madera de los árboles, así que seguían utilizando pergamino y tablillas de madera, lo cual era muy costoso. De ahí que los libros fueran exclusivos de los nobles… o casi, ella poseía uno que compró en el mercado la semana siguiente a su traumático encuentro con ese horrible árbol carnívoro llamado trombe.
Ese libro, ese único libro sobre botánica le hizo recordar la felicidad inmensa y adictiva de la lectura.
Era su mayor tesoro.
Lo leía para relajarse cada vez que tenía tiempo libre y de paso aprendía sobre las propiedades, nombres y formas de diversas plantas. Cada vez que lo leía se lamentaba por no comprarlo en cuanto tuvo dinero suficiente porque el libro mencionaba con claridad al maldito trombe que intentó tragarla.
No tenía idea de quien lo dejó en la ciudad baja, lo cierto es que se alegraba de haberlo comprado porque de ese modo tenía algo con que entretenerse durante su estadía en cama durante el invierno y podía asegurarle a su familia que jamás tocaría otra planta peligrosa en lo que le quedaba de existencia.
Por otro lado, no importaba cuanto se esforzara en ejercitarse. O cuanto mejorara la comida que ingería. O que ahora supiera como preparar algunos ungüentos y cataplasmas a base de plantas para prevenir la fiebre, esta siempre terminaba por llegar y dejarla postrada en cama. Peor aún. El frío demostró ser su peor enemigo en esta etapa de su vida y la realidad era que el invierno en Ehrenfest era abrumador.
Nieve y ventiscas se aseguraron de dejarlos a todos encerrados por más de un mes. Su familia se habría quedado sin un modo de calentarse si ella y Lutz no hubieran conseguido cada uno un ladrillo para colocar en la estufa por un rato en las mañanas y luego por las noches para ahorrar leña, un truco que aprendió con los años en su vida anterior.
—Solo espero que la Orden de Caballeros se apresure a derribar al Señor del Invierno —comentó su padre durante el día más frío de aquel crudo invierno. Tan frío, que el cielo gris plagado de nubes y nieve no permitía que pasara mucha luz solar.
—¿La Orden de Caballeros? ¿Ellos son los que me salvaron del trombe? —preguntó ella todavía en la cama, con un paño húmedo en su frente y su amado libro recostado junto a ella, cerrado para evitar leer con tan poca luz y arruinar su vista.
—¡Oh, deja que te cuente, Myne! Te lo diré todo sobre los caballeros, ¡son tan fantásticos que yo quería ser uno cuando tenía tu edad!
—¿En serio, papá?
—¡En serio!
Era más que fantasioso lo que su padre decía, tan increíble y emocionante, que era casi como leer a Tolkien otra vez.
Valerosos hombres en monturas aladas, capaces de enfrentar temibles bestias gigantes y someterlas para traer la primavera y las bendiciones de los dioses.
Ese día, Myne aprendió que vivía en un mundo politeísta y se sintió a gusto. No parecía muy distinta de su antigua religión o la de Tetsuo, aunque en este lugar parecían menos creyentes que en su antiguo mundo, y eso era decir mucho.
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—¡Mamá! ¿Podemos traer más parúes?
Ese día en la mañana, luego de que la orden de caballeros venciera al Señor del Invierno y trajeran consigo la primavera…
'Claro, claro. La primavera llega si matas una enorme bestia que provoca tormentas montado en tu montura alada con el resto de tus compañeros. ¡Por supuesto!' pensó con sarcasmo 'Shuu amaría toda su parafernalia para explicar los fenómenos naturales… y Akane no tardaría en romantizarla.'
… un milagro tuvo lugar frente a sus ojos.
Su familia y sus vecinos, todos se pararon muy temprano y partieron rumbo al bosque con carretas, carretillas y grandes telas, usando cada cual toda la ropa de que disponía, para llegar hasta un enorme claro en el bosque donde antes no había nada y ahora estaba llena de árboles de cristal con frutos que parecían grandes pelotas de hielo… o globos transparentes llenos de agua y colgando de manera precaria de los árboles.
Con todo el frío que hacía, sus padres no la dejaron subir a ninguno de los árboles, pero le explicaron el proceso de recolección. Debías calentar bien tus manos una vez subida en la rama, retirarte con cuidado tus guantes y calentar ahí donde fruto y árbol se unían. El resultado era simple. El fruto se soltaba y era necesario atraparlo con cuidado para que no se desparramara como una sandía cuando impactara contra el piso.
Cuando volvieron a casa con los cuatro frutos que sus padres y su hermana lograron recolectar, su madre cortó con cuidado la extraña fruta y la probó.
Era dulce. La cosa más dulce y agradable que hubiera comido en dos vidas. Una pena que seguía prefiriendo el chocolate, el cual no parecía existir en este mundo… ¿quizás solo necesitaban encontrar la fruta correcta y aprender el modo de procesamiento adecuado? Porque si ella podía hacer struddle de manzana con esa fruta llamada pomme…
—Tendremos que esperar hasta el próximo día soleado para traer más parúes, Myne.
—¿Y eso cuándo será?
–No tenemos manera de saberlo, Myne –respondió su padre–. Podría ser la próxima semana, el próximo mes o incluso el año próximo, siempre que no haya terminado Tierra alta.
No tenía idea de que cara estaba poniendo, pero su familia entera estaba riendo mucho por ello.
Se llevó las manos a la cara y se palpó, dándose cuenta de que puso la misma expresión que sus hijos y sus nietos cuando les decían algo que los dejaba perplejos… ¡la misma!
—Myne, los árboles de parúe solo bajan del cielo con los primeros rayos del sol después del mal clima de invierno —le explicó su padre—, y ahora que los caballeros han hecho su trabajo aniquilando al señor del invierno y nosotros hemos recolectado los parúes, tendremos que esperar a que el clima invernal nos traiga más árboles.
—¡Oh! —suspiró con desencanto—. Entiendo.
Estaba más que resignada. De todos modos, el malestar no le duró mucho, siempre podría caer una fuerte nevada en unos cuantos días y despejarse uno o dos días después, igual que en Japón, lo cual significaría más de esas sabrosas y misteriosas frutas. Antes de que media campanada hubiera pasado, ya se encontraba haciendo hotcakes de parúe e invitando a comer a Lutz y su familia.
—¡Esto está buenísimo! —gritó Sasha, uno de los hermanos mayores de Lutz sin dejar de comer—. ¡Sabe mejor que los parúes en sí!
—Y llena más —completó Ralph antes de mirar a Tuuri y dejarla tomar otro pequeño hotcake de parúe para luego tomar otro él mismo.
Myne no podía estar más feliz. No tenía idea de cuanto tiempo duraban esas frutas deliciosas, pero si estaba más que segura de que nadie moriría de hambre ese invierno… y de que podría empezar a experimentar con otros sabores de hotcakes en cuando la dejaran salir al bosque a recolectar bayas y moras.
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Era primavera cuando le pasó de repente. Por suerte se encontraba en la compañía Gilberta y no sola con Lutz en su taller o recolectando materias primas en el bosque para su papel y sus aceites esenciales.
El calor pareció estallar dentro de la caja imaginaria y ella se desmayó al ser incapaz de contenerlo.
Era demasiado.
Era mucho más de lo que había contenido nunca… salvo por aquella vez que ahora le parecía tan lejana, esa cuando su consciencia y las memorias de su vida anterior emergieron por completo.
Sabía que estaban llamándola, gritándole incluso, pero no podía comprender las palabras ni saber quien las decía. Era como si intentaran que los escuchara mientras ella se quedaba en el fondo de una alberca… una alberca de fuego o dentro de un horno gigante porque el calor parecía que la iba a partir y luego a deshacer. Era demasiado dolor. Era demasiado grande para poder meterlo como acostumbraba en su caja. Intentó enrollar el calor, pero este se negaba con terquedad a ser manipulado por ella y regresar a la caja hipotética.
Alguien puso algo fresco en su muñeca y poco a poco el calor comenzó a dimitir, permitiéndole enrollarlo y guardarlo de nuevo en la caja sobre la que imaginó que se sentaba para no dejarlo escapar. Hasta ese momento pudo abrir los ojos y mirar a su alrededor.
Quizás por la reciente fiebre o por el esfuerzo de guardar todo ese calor era que su mente parecía nublada todavía.
Las voces y los sonidos comenzaron a hacerse más nítidos con rapidez y pronto logró encontrar sentido a los sonidos de los demás… y a darse cuenta de que no conocía el lugar en el que estaba acostada… o que la habían colocado sobre una superficie algo dura, cubierta por algún tipo de tela algodonosa y gruesa que trataba de hacer más confortable el mueble bajo su espalda.
—¡Myne! ¿Estás bien? —se apresuró a decir Lutz en cuanto se dio cuenta de que lo estaba mirando.
—Si, gracias. Me siento un poco mejor…
Una mano grande y pálida se posó en su frente, limitando su visibilidad antes de liberarla y dejarla ver que el señor Benno acababa de tomarle la temperatura.
—Todavía tienes un poco de fiebre. Descansa, ya te regañaré por sacarnos un susto mortal hace un rato.
Miró a su alrededor. Estaba en lo que parecía una oficina más grande que la del señor Benno y a ella la tenían recostada en una especie de sofá bastante elegante de tela brillosa… una pena que no se hubieran inventado todavía los resortes para colocar en cojines porque el sofá era muy bonito pero muy incómodo.
Un movimiento sobre su frente llamó su atención, haciéndola más consciente de la sensación de frescura que salía del paño húmedo con que acababan de cubrir su frente. Pronto descubrió que el señor Mark era el responsable de ello.
Cuando estuvo mejor le ofrecieron té y galletas. Entonces le presentaron al jefe del gremio de comerciantes, el señor Gustav.
—Myne, ¿sabes de qué estás enferma?
Sus dos socios eran los únicos que estaban ahí ahora, además de ella y el jefe. Myne dejó su taza en la mesa y negó despacio, sintiendo la misma atmósfera sofocante y oscura que cuando el médico le diagnosticó neumonía a Tetsuo.
—Comprendo. ¿Te desmayas seguido?
—No… la verdad es que, tenía más de un año desde mi último desmayo repentino. He tenido fiebre de vez en cuando a lo largo del año, es cierto, pero, me encuentro mucho mejor de salud que antes.
Lutz la miró con seriedad y luego al jefe del gremio.
—Mi socia dice la verdad. Antes nunca salía de su casa porque siempre estaba enferma o en cama. Ahora es una persona más saludable. El frío la hace enfermar más de lo normal, pero no se había desmayado desde que recuerdo.
—Comprendo.
El jefe del gremio soltó un sonoro suspiro cargado de cansancio y luego miró con atención algo en el brazo de Myne, más exactamente, algo en su muñeca.
La niña se revisó, notando entonces una bonita pulsera que antes no estaba ahí, llena de piedras coloridas, traslúcidas y pequeñas… con fracturas aquí y allá.
'¿De dónde ha salido eso?'
Con la curiosidad a flor de piel, Myne levantó su mano para examinar la joyería en su muñeca con más atención. El diseño era simple y las piedras, todas de un tono amarillento y algo traslucido como el ámbar, estaban cuarteadas aquí y allá.
—Myne, tienes el devorador.
Dejó de mirar la pulsera para levantar el rostro, tratando de recordar donde había escuchado antes ese término. Devorador debía ser el nombre de una enfermedad como el cáncer o el sida… y la verdad es que no le gustaba nada como sonaba a pesar de no tener ni idea de en qué consistía la famosa enfermedad, además de estarle provocando fiebres a su pobre y atrofiado cuerpo. El recuerdo del Lord Comandante haciéndole preguntas y examinándola parpadeó un momento en su mente y se dio cuenta de que era lo que el joven intentaba preguntarle aquella vez.
—¿Devorador?
No lo había notado antes, pero el señor Benno pareció tensarse ante la mención de su enfermedad, captando su atención un par de segundos antes de mirar al jefe Gustav, sintiéndose incómoda de pronto.
—Así es. Se le llama devorador porque es un calor que devora a los niños desde el interior mismo. Se usan herramientas mágicas como esa para controlarlo.
Myne miró la pulsera con renovado interés. Lo que tenía entonces, tenía una cura… aunque era extraño que se curara con joyería…
'¿No acaba de llamarlo herramienta mágica? Shuu y Akane estarían más allá de la excitación en este momento… y Tetsuo no pararía de hacer todo tipo de preguntas, comentarios sarcásticos y mirarme como a un conejillo de indias.'
Tuvo que darle un sorbo a su té para sacudirse el recuerdo de su vieja familia del hombro y en cambio, poner atención al hombre que parecía tener todas las respuestas, considerando cual de todas sus preguntas hacer primero.
—Le agradezco mucho por esta… herramienta mágica. Se la pagaré, puede estar seguro y…
—No. Esta va por cuenta de la casa. Mi querida nieta tiene lo mismo que tú y debe ser de la misma edad. ¿Cuántos años me dijeron que tiene?
—Seis —respondió Lutz—, pero cumplirá siete en el verano.
El jefe del gremio asintió, susurrando algo como "la misma edad" y luego miró a todos los presentes.
—Benno, sé que la señorita Myne es tu protegida, sin embargo, me gustaría que hablaras con sus padres y le permitas visitarme en mi casa.
—¡¿Qué?! ¿Qué quieres hacer con mi socia en tu casa, viejo verde?
—¡Más respeto, jovencito! ¡Quiero que hable con alguien que está en la misma posición que ella!
—¡Pero…!
—¡Benno!
Los dos hombres se miraban con furia y algo más. Si bien, Myne se sentía agradecida de que un adulto responsable saltara en su auxilio, también era cierto que le preocupaba bastante que Benno se estuviera peleando con su jefe… o algo así… en especial cuando parecía que los dos tenían una larga y terrible historia juntos, incómoda y todo de la que, estaba segura, no dejarían que se enterara.
Miró a Mark entonces y este le sonrió apenas. Ella se calmó. Mark le daría el chisme con todos los detalles, pero sería después, justo ahora tenía asuntos más urgentes a mano.
—Señor Benno, le agradezco mucho que se preocupe por mí y alce la voz cuando lo cree conveniente, sin embargo… me gustaría saber un poco más respecto a mi enfermedad.
—Sabia decisión —dijo el jefe del gremio mirándola con algo de respeto para luego mirar a Benno con una pequeña sonrisa triunfal.
Myne siguió la mirada del jefe del gremio en el exacto momento en que el señor Benno ponía los ojos en blanco y se daba vuelta para calmarse, antes de mirarla con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.
Estaba molesto. El trueno del señor Benno iba a caer sobre de ella apenas volvieran a la compañía Gilberta sin piedad alguna, de eso estaba segura, lo cual la hizo experimentar un escalofrío de miedo por su futuro inmediato.
Se sacudió la sensación como pudo y volvió a poner su atención en el hombre que parecía un abuelo severo y enojado con todos.
—Bien. Habla con tus padres entonces, Myne. Te estaré esperando en mi casa dentro de tres días a la tercera campanada. Tengo entendido que vives en la zona del sur. Es mucho para que una niña tan frágil camine sola, así que te mandaré un carruaje. Sé puntual.
.
El día llegó.
Benno no había sido el único en soltarle el trueno encima con todo lo que ello implicaba, su padre también le regañó con una voz potente y furiosa cargada de frustración y un poquito de alivio al final. Podía comprenderlo. ¿Quién querría que su pequeña y enfermiza hija de casi siete años se fuera a la casa de un extraño… o de un viejo del cual desconfiabas por completo, bajo la cuestionable promesa de presentarle a alguien con el mismo padecimiento?
Aún así, su madre y Tuuri le ayudaron a preparar algunos dulces caseros y una horquilla para la niña a la que iba a conocer. Según la información que Benno juntó para ella, le presentarían a la nieta del jefe del gremio, la más pequeña de la familia y a la que casi nadie conocía.
La pequeña de coletas rosas resultó llamarse Freida y era una niña encantadora y agradable con muy buenos modales. Costaba creer que tuviera casi siete ella también. Ambas eran pequeñas… bueno, Myne era más pequeña que Freida en estatura y de complexión más delgada y frágil, pero también se veía de algún modo más saludable y vivaz que la pequeña pelirosada.
Ambas compartieron el desayuno y los dulces con el jefe del gremio. Ambos le explicaron el asunto con las herramientas mágicas. Eran herramientas rotas para niños que confeccionaban los nobles y que les vendían a precios altísimos cuando estaban por romperse o ya no las necesitaban porque eran muy difíciles de crear. Al parecer todos los nobles o sus niños padecían del mismo calor… o eso fue lo que ella entendió.
Según le dijeron, los nobles podían hacer herramientas milagrosas y "mágicas" que tenían muchísimos usos. Ellos podrían salvar a todos los niños con devorador que hubiera si al menos les interesara verlos como algo más que meros peones… Benno no sería un viudo sin casar y tendría una adorable esposa devorador si hubieran notado antes que el calor la haría estallar. Era un milagro que la chica hubiera alcanzado la mayoría de edad antes de morir… un milagro desgarrador que le robó a Benno toda intención de casarse y lo hizo centrarse en la tienda y el comercio.
Un poco más tarde, Freida y ella compartieron la cena en la habitación de la pequeña nieta del jefe del gremio porque la estaban preparando para mudarse al barrio noble… y fue ahí donde el temible futuro hizo su aparición.
—Myne, debe quedarte como un año de vida, más o menos —le informó la niña con la mirada perdida y triste antes de mirarla a los ojos.
A diferencia de su marido, ella solo había vivido siete años en ese mundo. En ese cuerpo. En esa vida. Era normal que la noticia de que le quedaba a lo mucho un año le sobrecogiera el corazón. Sus aportes todavía no eran suficientes. Los niños del barrio pobre y al parecer de la mayor parte de la ciudad eran iletrados… igual que la mayor parte de los adultos.
La comida era mala incluso en la casa de un rico mercader como el jefe del gremio.
La ciudad baja apestaba a mierda y podredumbre incluso en la zona norte.
Tenía tanto que ofrecer a las vidas de todas esas personas… y solo un año para entregarlo todo…
—Por supuesto, si firmas un contrato con un noble, podrías vivir más tiempo.
Eso llamó su atención. En ese momento se dio cuenta de que Freida era una negociante bastante hábil que sabía lo que hacía al decirle estas cosas y en ese orden. Primero le provocó un shock. Luego le vendió esperanza. Ahora pasaría a darle el costo de su milagro.
—¿Firmar un contrato de qué tipo?
La niña frente a ella suspiró, poniendo una sonrisa triste luego de tomar su último traguito de té para apoyar los codos en la mesa y su barbilla en los dorsos de sus manos.
—Sumisión o concubinato.
El miedo la carcomió de pronto.
Básicamente, si quería sobrevivir el tiempo suficiente para aprovechar todos sus conocimientos y mejorar la vida de los plebeyos tenía que venderse a un noble… venderse de manera bastante literal. Podía ser una esclava sexual o una esclava de otro tipo… incluso ambas si no tenía cuidado.
—¡Me niego! —respondió de inmediato.
—Myne… tienes al menos hasta tu bautizo para pensarlo. Yo he firmado un contrato de concubinato con un noble.
Sus ojos se abrieron mucho antes de ver a la pequeña niña. Una concubina de siete años… ¡Era aberrante lo viera como lo viera! ¡Ambas eran niñas pequeñas en cuerpos más pequeños de lo usual! ¿Y su abuelo lo había permitido? ¿Qué tipo de maldito bastardo pervertido…?
—No es tan malo como piensas, Myne. Cuando cumpla quince me mudaré a su casa. Tendré un ala para mí sola porque su terreno no es tan grande como para darme una casa apartada. Le daré hijos y cuidaré de los hijos que él tenga con su esposa… o esposas. Si me desenvuelvo bien, atenderé a su esposa. Por desgracia, como no tengo padres nobles o un anillo, no puede atar sus estrellas conmigo para hacerme una esposa respetable, pero estoy bien con eso.
—¿Hasta que cumplas quince, entonces?
La otra niña asintió con una sonrisa suave que poco hacía para enmascarar su resignación.
—Si. Por supuesto para eso todavía falta mucho tiempo y yo podría morir, así que, para asegurarse de que llegue a la edad adecuada mi prometido me provee con herramientas para mantener el devorador a raya. A cambio, mi abuelo le da una parte de las ganancias de nuestras empresas.
Era de verdad terrible.
Su abuelo le estaba pagando a un noble para que le dieran herramientas que mantuvieran sana a Freida… solo porque ya se la habían vendido como amante, niñera y posible sirvienta y vientre… si ese era el futuro, apestaba más de lo esperado.
—Temo que no podré firmar ningún contrato de concubinato entonces, Freida. Mi padre es soldado y mi madre tintorera. Yo tengo un taller que todavía no produce tanto como para tentar a ningún noble.
—¿Entonces… irás por un contrato de sumisión?
Lo consideró un momento. El mero nombre del contrato provocó que su mente volara a sus libros de historia y a los incontables relatos de ficción y no ficción donde se relataban los sinsabores aberrantes de los esclavos de África o los de Mesoamérica.
Sumisión… ella no había sido sumisa ni siquiera con Tetsuo, por el contrario, su matrimonio fue algo así como un equipo de apoyo para ambos… uno inundado de amor y no planeaba conformarse con menos que eso, aunque cada vez parecía más un sueño infantil e irreal que algo que pudiera experimentar otra vez.
—No creo que pueda firmar un contrato de sumisión tampoco, Freida. Tiendo a quedar postrada en cama por días cuando no me cuido lo suficiente o me sobre esfuerzo… en especial en invierno. Además, imagino que un contrato de sumisión me dejaría sin mi taller, por no hablar de cualquier cosa que quisiera adquirir a futuro. Un libro. Ropa. Una mejor vivienda para mis padres… Sospecho que sumisión es igual a servidumbre sin derechos… eso terminaría matándome por agotamiento antes de que el devorador termine conmigo, así que no. Gracias. Buscaré otra opción.
—Myne, no hay otras opciones. Es venderte o morir.
La esperanza en los ojos de la otra niña no se debía a un futuro brillante si no a la esperanza de un futuro tolerable, pero futuro a fin de cuentas.
—Entiendo. En este momento no tengo más que dos opciones… así que forjaré la tercera con mis propias manos. Muchas gracias, Freida. ¿Crees que pueda volver a mi casa ahora? Mis padres se preocuparán mucho si no regreso… por no hablar de mis socios.
—¿Socios?
Tuvo que sonreír. Quizás tenía la soga apretándose con lentitud alrededor de su cuello, pero también tenía fé en que encontraría una forma de mantenerse sin ayuda de los nobles. Tetsuo investigaba demasiado dentro y fuera de casa, algo tenía que haberle aprendido a ese hombre.
—Si, Lutz y el señor Benno son mis socios. Me reprocharán si no regreso para decirles que tú y tu abuelo han sido muy amables… y que necesito encontrar una tercera opción si quiero llegar a mi futuro soñado.
—Entiendo. De verdad esperaba que pudieras pasar la noche aquí conmigo y probar la vida de un noble. Concubina o no, así es como van a tratarme cuando me mude al barrio noble.
—Quizás pueda venir de visita en otra ocasión. Puede que te haga mi socia si se me ocurre alguna otra empresa.
Los ojos de la niña brillaron con renovado interés y más fuerza de la que mostrara momentos atrás. Resignada o no, esa chica quería una oportunidad de demostrar que podía ofrecer algo más que servicios de habitación y crianza.
—¡No lo olvides, por favor! ¡Me encantaría recibirte de nuevo y ser tu socia yo también, Myne!
—Lo prometo, Freida.
El carruaje fue preparado y ella volvió a su casa. Tenía mucho en que pensar y mucho que informar a sus padres y a sus socios, además de que se sentía asqueada por la realidad y molesta porque fuera una niña de su edad quien intentara convencerla de volverse un mero objeto con valor monetario. Le llevó toda lanoche llegar a la conclusión de que Freida no tenía la culpa, no era responsable de aquel sistema inhumano y que, de hecho, debió irse de un modo menos cargado de fastidio y más considerado para con ella y sus sirvientas, después de todo, la pulsera que le obsequiaron le había salvado la vida.
Era casi de madrugada cuando abrió los ojos, incapaz de quedarse más tiempo en cama simulando dormir.
No se daría por vencida con facilidad. Investigaría la pulsera, la cual le pagaría al jefe del gremio de un modo o de otro, prepararía algunos postres para disculparse con Freida por su mala actitud y luego… luego se saldría con la suya como había estado haciendo con cada pequeña cosa a su alrededor el último año.
.
Sus padres y sus socios estaban horrorizados… y también decididos.
No tenía idea de como empezar a investigar el brazalete que estaba rompiéndose en su muñeca, así que apenas tuvo tiempo comenzó a plantear la posibilidad de en qué comercios pedir ayuda para investigar.
Los materiales parecían metal y piedras preciosas, pero algo le decía que no lo eran. No tardó mucho en usar sus contactos de los otros gremios para que la ayudaran a descubrir que era lo que tenía ahora atado a su muñeca.
—Parece oro, pero no lo es. Debe ser metal mágico.
—¿Metal mágico?
'Bueno, si hay rocas que se vuelven animales voladores de feria… supongo que no se puede hacer nada al respecto.'
—¿Y sabe donde puedo conseguir más de este metal mágico y misterioso?
Su herrero de confianza la miró como si acabara de decir una idiotez. Dos segundos después, todos los que la escucharon estaban riendo a pierna suelta. Por supuesto no tardó en mirar a Lutz, quien parecía tan conmocionado como ella. ¿Qué era lo gracioso en todo eso?
—Señorita Myne, temo que el metal mágico es creado por los nobles. No es algo que pueda minar o encontrar en el río o tirado por ahí en la calle.
'¡Y dale con los malditos nobles! ¿Es que tienen que acapararlo todo?'
—Entiendo, muchas gracias —se despidió antes de preguntar si sabían donde podía conseguir a un experto en joyas.
Era una suerte que el señor Mark decidiera acompañarla también en su investigación. Hubo alguien capaz de cargarla y continuar caminando cuando sus piernas no pudieron más y sus pulmones comenzaron a consumirse envueltos en el calor del esfuerzo.
Para cuando llegaron a la joyería a la que los mandaron los herreros había recuperado el aliento de nuevo y se sentía fresca. Seguro que la caminata de hoy le iba a pasar factura al día siguiente.
—Buenas tardes, quisiera hablar con el valuador, por favor.
Al principio los empleados la miraron con algo de desprecio y desconfianza, tomándola un poco más en cuenta luego de mirar a Mark y que él les hiciera un gesto de hacer lo que estaba diciéndoles.
Estaba segura de que su edad y su estatura, que le impedía alcanzar del todo la parte más alta del mostrador, eran parte de lo que evitaba que la tomaran en serio en un inicio en todos lados. Menos mal que eso siempre terminaba por cambiar. Ya ni siquiera se molestaba, más bien intentaba pensar en como se sentiría ella si un niño como de cuatro o cinco años se hubiera presentado ante ella siendo Urano, la mujer adulta y madre de dos, para luego comenzar a actuar y hacer peticiones como un adulto cualquiera.
Bizarro. Ese era el resultado de su imagen visual. Al menos no la despreciaban por su género.
El valuador salió entonces, mirándola a ella, luego a Mark y después a ella de nuevo. Solo tuvo que retirarse la pulsera para ofrecerla y que la atención el hombre se dirigiera al objeto en sus manos.
—Me gustaría averiguar qué tipo de joyas engarzaron en esto, señor. Le pagaré por ello.
El hombre miró a todos lados antes de hacer algunas señas a los empleados y luego tomar la pulsera y un objeto entre un monóculo y uno de esos como microscopios pequeños que usaban en su mundo para verificar que los diamantes fueran reales y legales.
—Estas no son joyas, niña, son piedras mágicas.
—¿Mágicas?
Pensó en hacer una broma al respecto, ella no era Tetsuo para burlarse de la supuesta ignorancia de la gente… aunque tampoco era una otaku sin remedio como Shuu y Akane que estarían cada vez más fascinados con eso… y de hecho, luego de ver contratos ardiendo en llamas al firmarlos, caballeros volando en monturas de carrusel y árboles de cristal que aparecen y desaparecen en la nieve, tenía que estar más abierta a la posibilidad.
—Si. Te daré una dirección donde pueden revisarlas mejor… se la daré a tu padre para que la lea y…
—Sé leer, escribir y hacer cuentas mejor que muchos adultos, señor. Y el señor Mark no es mi padre, es mi escolta. Gracias.
De nuevo, el valuador miró primero a Mark, quien asintió a todo, y luego a ella, soltando un suspiro cansado antes de entregarle una pequeña tablilla con algo escrito.
Myne leyó la dirección en voz alta con perfecta dicción y luego miró al tasador, el cual parecía impresionado ahora. Mark la tocó en el hombro y ella le entregó la tablilla, sorprendiéndose cuando Mark sacó una daga de lo más afilada con la que comenzó a raspar la tablilla con cuidado hasta sacar una fina lámina un tanto traslúcida con la tinta en ella, devolviendo la pequeña tablilla al valuador antes de salir.
—Permítame cargarla, señorita Myne. Está un poco retirado.
Suspiró antes de levantar los brazos para permitir que Mark la sentara en uno de sus brazos y comenzar su camino a la nueva tienda. Era bochornoso que tuvieran que seguirla cargando como a un bebé, pero su cuerpo no tenía suficiente resistencia para estar caminando todo el día de un lado a otro bajo el sol y en verdad no quería quedarse en cama con fiebre al día siguiente.
.
—Parece joyería mágica de la que usan los nobles –comentó la mujer detrás del mostrador, mirándola con desconfianza para luego mirar a Mark, relajando sus facciones y sonriendo incluso–, aunque es de calidad muy cercana a la calidad media… no va a tardar mucho en deshacerse en polvo de oro. No dejes de venir a vendérmelo cuando eso suceda.
—¿Polvo de oro? ¿¡Bwuh?!
La mujer en la tienda de piedras fey soltó una risita ligera, estirando la mano para revolverle el cabello y acercándole la pulsera llena de grietas por todos lados para mostrarle.
—Cuando los nobles saturan piedras fey o estas joyas mágicas, se convierten en polvo dorado. En ocasiones algunos niños me traen piedras fey basura para vender y en lugar de entregarme piedras me entregan polvo dorado. Los nobles suelen pagar mucho dinero por ese polvo, a decir verdad.
—¿En serio?
La mujer atrás del mostrador sonrió sin dejar de asentir despacio, haciéndola pensar. Myne repasó toda la información conseguida hasta ahora sobre su enfermedad y la joya mágica y extraña que tenía consigo y que parecía, en efecto, a punto de romperse.
—¿Sabe si se pueden hacer de estos con piedras fey?
—No tengo idea, niña. Eso es cosa de los nobles, no de nosotros los plebeyos. Aunque es posible que usen algunas piedras fey para hacerlas, de lo contrario no me explico que ambas cosas se desmoronen cuando expiran.
Eso sonaba muy interesante en realidad.
Myne lo consideró un momento antes de mirar a Lutz y al señor Mark.
—¿Ustedes saben que son estas piedras fey?
—¡Por supuesto! —exclamaron ambos.
Lutz sonrió entonces, deteniendo sus manos a medio camino de levantarlas para apoyar su nuca contra ellas, enderezándose como si recordara que traía todavía puesto el uniforme de aprendiz de la compañía Gilberta.
—Esas piedras son lo que obtienes si no tienes cuidado al destazar algunos animales del bosque y los matas, como los shumils.
—¿En verdad?
Ambos asintieron y Myne volteó de pronto al mostrador, recordando que la mujer explicó que en ese lugar vendían y compraban esas piedras.
—Disculpe, ¿podría mostrarme una piedra fey?
—¡Por supuesto!
La mujer tomó algo de debajo del mostrador y lo puso en su mano. Myne la observó entonces. Se trataba de lo que parecía una pequeña piedra de río de color negra que giró en su mano un momento, apretándola dentro de su puño para constatar la sensación fría que sentía antes de abrir su mano y notar que la piedra parecía ahora de un ligero tono ámbar… y que ya no estaba tan opaca como cuando se la dieron. Era casi como si se estuviera transformando en una de esas piedras cada vez más traslúcidas que llevaba en la muñeca… esas que parecían piedras de vidrio ahora.
Myne miró al mostrador y luego apretó de nuevo la piedra, notando que de pronto ya no se sentía tan fría. Cuando abrió la mano se encontró con que la piedra era más amarilla y traslúcida ahora. ¿Qué estaba pasando?
—Ahm, señorita, ¿es normal que pase esto por sostener una piedra fey?
La mujer observó la piedra, sorprendiéndose un momento antes de mirarla y pedirle que por favor se vaciara los bolsillos, sacudiera su vestido y le mostrar las palmas.
—¡Oh, por todos los dioses! Parece que incrementaste la calidad de esta piedra… aunque el color es extraño.
'¿Incrementé su… calidad? ¿qué es lo que está pasando aquí?'
Mirando de la mujer en el mostrador a la piedra, Myne devolvió el objeto y agradeció, despidiéndose y prometiendo volver para venderle el polvo de oro cuando su pulsera se deshiciera, deteniéndose en el umbral cuando Mark, en lugar de seguirlos, sacó una pequeña bolsa de cuero y entregó un oro pequeño a la tenderá, quién dijo que ella no había visto nada raro. Luego se fueron.
—¿Myne, estás bien? —preguntó Lutz luego de que avanzaran algunas cuadras en completo silencio, sin que ella dejara de examinar sus manos o la joya alrededor de ella.
—Si, solo… ¿Señor Mark, le importaría llevarnos a la puerta norte, por favor? Quisiera hablar con mi padre.
—¡Por supuesto, señorita Myne! ¿Logró descubrir algo?
Ella solo sonrió y asintió, cerrando sus manos antes de mirar a Mark y Lutz con algo similar a la esperanza en su corazón.
—Creo que encontré mi tercera opción. Por cierto, gracias por protegerme.
Mark solo sonrió y Lutz los miró de uno a otro confundido.
Si podía venderse a los nobles, era posible que los nobles pudieran tomarla por la fuerza si sabían de ella. ¿Cuántos documentos e historias no leyó en su vida anterior sobre gente con poder raptando gente sin importancia para convertirlos en esclavos? Entre menos supieran de ella, mejor.
.
Un poco más tarde, su padre volvió a casa con un par de piedras fey que consiguió tras matar un par de shumils y se las entregó, quejándose un poco por el desperdicio de no poder consumir la carne del animal por no eviscerarlo y cortarlo de manera adecuada.
La pequeña solo lo ignoró, retirándose la pulsera y tomando una de las piedras en su mano.
'¿Cómo debería hacer esto? ¿Estará bien si solo aprieto mi puño? Bueno, el calor parece meterse en la piedra, entonces… quizás si imagino que saco un poco de la caja y lo hago correr por mi brazo hasta mi mano… debería imaginar entonces que lo estoy empujando a la piedra.'
Una sensación arenosa la descolocó de pronto. Cuando abrió la mano, en lugar de una piedra fey se encontró con un pequeño montón de arena dorada y brillante.
Su familia miró también, sorprendidos todos antes de mirarla a ella.
—Está bien. La mujer de la tienda dijo que me compraría el polvo de oro de la pulsera… ¿Puedo intentar de nuevo?
Su madre se apresuró a colocar un pedazo de tela vieja y descolorida bajo su mano para que pudiera dejar ahí el polvo. Su padre le tendió la otra piedra y Myne se concentró en seleccionar una pequeña cantidad de calor del que estaba dentro de la caja, sonriendo esta vez cuando, luego de empujar, no encontró un montón de polvo sino una piedra que acababa de pasar del negro al amarillo claro y traslúcido, como si se tratara de una piedra de vidrio o algo así.
—¡Oh, dioses! ¡Creo que lo logré!
Myne miró a su familia con una enorme sonrisa. Podría quedarse en casa con ellos. Podría utilizar esas piedras fey para empujar el calor en ellas cuando fuera demasiado para almacenarlo en su caja hipotética y eso era fabuloso. Tal vez no era una cura, pero podría controlar su enfermedad.
Chapter 5: El Extraño Bautizo
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El día al fin llegó.
La emoción la hizo levantarse desde temprano para ayudar a preparar la comida y mantenerse ocupada. Cuando su madre la regañó por estar demasiado activa, se sentó en la mesa con su libro de botánica y comenzó a leerlo para poder relajarse.
Estaba terminando de leer el capítulo uno de nuevo cuando su madre y su hermana comenzaron a poner comida frente a todos y su padre la ayudó a cerrar y guardar su preciado libro en la habitación.
Pasando el desayuno, Tuuri la ayudó a lavarse tal y como ella ayudó a su hermana el año anterior. Su madre la vistió con el vestido de Tuuri que arreglaran a lo largo de toda la semana y la peinó, entonces su padre sacó un hermoso palillo labrado, lacado y adornado con hermosas flores azul celeste y tres cortos racimos de diminutas flores blancas como campana para cabello con el cuál terminaron su peinado.
—Te ves tan hermosa, Myne —comentó su madre en un suspiro lleno de admiración y orgullo.
—¡Pareces una princesa, Myne! —clamó Tuuri esta vez con una sonrisa enorme que la hizo sonrojar.
—Gracias, pero no es para tanto. Todavía soy demasiado pequeña y…
—¡Soy el hombre más afortunado del mundo con unas hijas tan hermosas! —gritó su padre con lágrimas en los ojos, tomándola en brazos para apretarla un poco y llenarle el cabello y la cara de besos en medio de su emoción.
—¡Gunther! ¡Vas a despeinarla!
El hombre la miró asustado y ella solo sonrió. Estaba demasiado feliz disfrutando de la experiencia de tener un padre tan amoroso y demostrativo como ese, aun si a veces actuaba como un niño.
—Está bien, mamá. Siempre podemos ajustar mi cabello y alisar un poco mi ropa.
Aun así, su padre la bajó sonrojado y algo avergonzado sin dejar de sonreírle.
—Si estás lista, Myne —dijo su padre ahora más tranquilo—, te llevaré lo más lejos que se me permita para que no te canses demasiado. Quizás tu cuerpo esté más saludable luego de usar esas piedras fey más grandes que he podido conseguirte del bosque, consumir comida deliciosa y hacer un poco de ejercicio todos los días, pero todavía estás lejos de tener la resistencia de los otros niños.
—Lo comprendo, papá. Muchas gracias.
.
Fiel a su palabra, Gunther la llevó en hombros la mayor parte del camino. Se sentía demasiado feliz, rodeada con todos los otros niños vestidos de blanco con detalles en azul de diversos tonos para adornar sus ropas.
Cuando los soldados ya no permitieron a su padre seguirla cargando, ella solo se despidió de la familia y caminó junto a Lutz… o sería más exacto decir que Lutz la escoltó el resto del camino al templo, recordándole de manera vaga su visita a Roma junto a su marido… cuando todavía era Urano, bibliotecaria retirada y abuela de tres.
Sonriendo, entró con los demás niños… con los últimos para ser más exacta. Sus piernas cortas y el lento de su andar solo ayudaron a dejarla más y más atrás. Por suerte Lutz estaba acostumbrado a sus pasos cortos y lentos, de modo que no había notado, sino hasta ahora, que un caracol debía ser mucho más rápido que ella.
—Está bien, no te preocupes, Myne —la consoló Lutz con una sonrisa juguetona antes de tomarla de la mano para ayudarla a avanzar un poco más rápido hasta alcanzar una fila.
Una vez en la fila, conforme avanzaban a un paso más adecuado para ella, pudo notar dos cosas.
La primera, que a todos los niños les estaban haciendo un corte en el pulgar o el índice para pintar con ello una piedra, vaya modo tan terrorífico y extraño de registrar a la gente, en especial si pensaba en lo enorme que se veían esos cuchillos desde su perspectiva pequeña, haciendo que su corazón comenzara a latir con más aprehensión que si el idiota de Tetsuo la estuviera metiendo a la fuerza a una casa de los espantos en algún parque de diversiones solo para burlarse de ella y sacarla escondida en su saco, detrás de su espalda.
La segunda, era que en la fila de al lado, el sacerdote haciendo los registros se parecía demasiado a… no, no se parecía, '¿Qué está haciendo aqui el Lord Comandante de los Caballeros?'
La imagen gallarda y amable del joven que la rescató apareció entonces en su mente, haciéndola comparar el antes y el ahora. El muchacho parecía un poco más joven con el cabello tan corto y con las ojeras menos marcadas… como si antes no hubiera tenido ocasión de descansar suficiente y acabara de ponerse al día con sus horas de sueño.
—Lutz, ¿está bien si me cambio a la fila de al lado?
El niño miró en la misma dirección… o casi. Ella miraba al sacerdote de cabello azul claro y él la fila de niños algo más corta.
—¿Estás segura? —preguntó su amigo antes de mirar al sacerdote—. Parece que fuera a regañarnos por estarnos cambiando de fila o algo… quizás por eso la fila es más corta, pero, si eso quieres…
—Gracias, Lutz.
Estaba caminando a la otra fila cuando Lutz abrió mucho los ojos, tomándola del brazo para detenerla antes de susurrar cerca de su oído con desconfianza.
—¿No se parece al sujeto que te sacó del trombe?
—Creo que es el mismo.
—Tal vez por eso esté tan molesto. Está aquí haciendo cortes en los dedos de niños en lugar de cazando bestias fey y talando trombes.
El tono cargado de miedo y malestar de su amigo la hizo reír un poco, llamando sobre ellos la atención del sacerdote de cabellos azul claro.
—¡Los del final de las dos filas! Si no se comportan, no podremos bautizarlos y tendrán que esperar hasta el año siguiente.
Lutz se tensó de inmediato, ella solo sonrió antes de asentir y formarse en la fila deseada.
Para cuando fue su turno, el hombre estaba limpiando el cuchillo con una tela sin apenas mirarla, indicándole que le diera su mano. Ella la estiró, olvidando que ese día estaba usando la pulsera que el jefe del gremio le entregara el día que casi muere por la fiebre del devorador, entonces el hombre se detuvo con el cuchillo a medio camino hacia su dedo, mirándola por primera vez, mostrando sorpresa y reconocimiento que la hicieron sonreír.
—Buenos días, Lord Comandante. Es una extraña coincidencia verlo aquí. Mi padre me dijo una vez que ustedes son quienes mantienen el orden y hacen investigaciones. ¿Está haciendo una investigación de encubierto?
El hombre la miró un momento con el ceño fruncido sin soltarla, como pensando ante de hablar.
—¿Jimitsuno? ¿qué significa eso?
En ese momento se dio cuenta de que había dicho la última palabra en japonés al no conocer el equivalente en el idioma local, sonrojándose, soltando una leve risita nerviosa.
—Ahm… que está… ¿disfrazado para que los malos no lo vean?
—¡Por los dioses! No sabía que los plebeyos gozaran de tanta imaginación —se quejó el hombre por lo bajo, guardando el cuchillo antes de jalarla un poco más, examinando su mano y la pulsera en ella—. ¿De dónde has sacado esto? ¿Firmaste un contrato con alguien?
Myne sonrió con demasiada confianza. El hombre parecía curioso, más que nada. No le haría daño confesar.
—No pienso venderme, Lord Comandante. Mi familia sufriría mucho si me vuelvo en… un objeto en una casa noble. Este fue una especie de obsequio de otra persona. He tenido mucho cuidado de no romperlo para poder usarlo hoy solo en caso de que el calor enloquezca otra vez. No ha sido fácil, pero ya ha durado dos veces más de lo debido.
El hombre arrugó el ceño, golpeándose la sien entonces, hipnotizándola y haciéndola relajarse ante ese gesto. Era un poco como tener un pedacito de Tetsuo de vuelta y eso estaba volviéndose reconfortante.
—¿Myne, cierto? —inquirió el hombre de inmediato, haciéndola sonreír aún más.
—Me honra que recuerde mi nombre, Lord Comandante.
—Ahora soy el Sumo Sacerdote, no el Lord Comandante. Temo que mi estancia aquí no es tan interesante como esperas.
—¿Entonces ya no es el Lord Comandante?
—Eso es correcto.
Estaba desconcertada, mirándolo con curiosidad. Debía haber toda una historia interesante detrás de aquello, aunque lo único que atinó a decir fue.
—Es un extraño cambio de carrera. Bizarro.
El hombre pareció temblar dejando escapar un quejido y de pronto se dio cuenta de que estaba tratando de no reírse por su comentario. Los nobles eran muy extraños en realidad.
—Lo es —fue lo único que consiguió como repuesta antes de que el ahora Sumo Sacerdote mirara a sus compañeros y luego a ella—. Myne, ¿te importaría hablar conmigo después de la ceremonia? Ahora que tengo algo de tiempo libre, hay algo que me intriga y que no pude verificar antes.
—¡Por supuesto! Lo ayudaré como pueda y… gracias de nuevo por salvarme en aquella ocasión.
El hombre la soltó, ella miró la piedra y su dedo, luego al hombre que solo le hizo un gesto para que siguiera avanzando con los demás, entonces notó que, de nuevo, era la última.
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El Sumo Obispo parecía un Santa Claus de ropas blancas… pero no estaba segura de como sentirse. Su nariz y mejillas estaban muy sonrojadas. Su tono de voz, aunque fuerte y claro, parecía… carente de emoción, su voz un poco pastosa mientras les relataba las historias de la biblia.
Decidió soltar su inconformidad en un suspiro. El hombre a cargo de educarlos en la religión había llegado con alguna especie de resaca según parecía, así que solo se sentó y prestó atención, tratando de imaginar, maravillándose por la preciosa mitología usada para explicar el día, la noche y las estaciones, encontrando algunas similitudes con mitologías de otras épocas y culturas de una vida atrás.
Cuando terminaron de escuchar las historias, el hombre les pidió que se pusieran de pie para enseñarlos a rezar… entonces se pusieron en la posición glico mientras decían "¡Alabados sean los dioses!" y por más que quiso, no pudo mantener la posición. La risa era demasiada para contenerla, el estómago comenzaba a dolerle, incluso podía sentir lágrimas en sus ojos.
'Esta es la coincidencia más estúpida y bizarra con la que pude haberme topado nunca, jajajajajajajajaja. ¿Qué será después? ¿La pose de las fuerzas Gy-niu? Jajajajajajajajaja, Shuu y Akane no dudarían en decir la parte de quien quieren hacer para la foto, jajajajajajajajajaja.'
Su malestar fue tal que los sacerdotes y Lutz lo confundieron con otro tipo de cosa y un sacerdote gris, demasiado joven y de cabellos lilas la tomó de inmediato en brazos. Estaba calmándose cuando miró al escenario. Sus ojos se encontraron con los ojos dorados del antiguo Comandante y actual Sumo Sacerdote, que no la dejaron sino hasta que ya no fue posible seguir mirando.
—¿A dónde vamos? —preguntó de pronto, consciente de que un extraño la estaba llevando por los pasillos del templo a un lugar desconocido.
—El Sumo Sacerdote me advirtió de estar pendiente de usted. Ahora mismo la estoy llevando a un lugar donde pueda descansar. Debe estar muy enferma si se derrumbó cuando estaba terminándose la oración.
Sintió su rostro sonrojarse con vergüenza. No se había desmayado ni derrumbado, solo era demasiado gracioso el choque cultural que acababa de tener.
—Lo lamento —se disculpó de inmediato, soltando un sonoro suspiro y cubriendo sus ojos con sus manos.
—No se disculpe. Uno no elige cuando enfermar.
'Ese es el punto, ¡no estoy enferma! ¡me estaba burlando de sus costumbres extrañas!'
—Vaya, pues muchas gracias… ¿qué pasará con mis padres y mi amigo que se quedó con los otros niños?
El muchacho le sonrió de una forma amable en ese momento, abriendo una puerta y avanzando hasta depositarla en una… una… ¿una cama de princesa? ¿cómo porqué la estaban poniendo ahí? ¿No habría sido mejor dejarla en un sillón o una banca o…?
—Mi nombre es Fran. Iré a avisar a su familia y a su amigo de que se encuentra aquí a la espera de un chequeo, señorita… ¿Myne? ¿Es eso correcto?
—Ahm… si… es correcto… mi padre se llama Gunther, es un soldado de la puerta sur y mi amigo se llama Lutz. Es rubio y tiene los ojos…
—Oh, el niño que la estuvo escoltando desde el desfile. Hablaré con él entonces. Por favor no salga de aquí. Volveré en un momento con el Sumo Sacerdote.
Quería hablar, decir algo, pero ¿qué podía decir? ¿qué sacerdote o monje tomaría a bien que una niña plebeya y pobre se burlara de sus costumbres sagradas? ¿entenderían siquiera que no era su intención, que se había reído por el significado que esa misma pose tenía en su vida pasada? ¿Alguien le creería siquiera si empezaba a hablar sobre reencarnación y temas por el estilo?
Shuu y Akane se mostrarían entusiasmados y algo escépticos, en cuanto a Tetsuo…
—Oh, no, ¡no! ¿Por qué justo ahora?
Su vejiga comenzó a protestar. No era su culpa que su cuerpo fuera tan débil que necesitara beber más agua de lo normal cuando salía bajo los rayos del sol del verano… o que justo ahora tuviera la necesidad de orinar en alguna parte porque había tomado agua en cuanto pasaron junto al pozo…
Y estaba el asunto del antiguo comandante viniendo a verla para hablar, puede que incluso estuviera preocupado pensando, igual que los demás, que se encontraba indispuesta por enfermedad, después de todo, el muchacho parecía comprender que era el devorador con exactitud…
Se sentó entonces tan derecha como pudo, con las piernas bien apretadas y las manos en sus rodillas, tratando de evocar algún libro que no hablara de líquidos.
No, no funcionaba. Su cabeza no dejaba de ponerle en frente el recuerdo de libros sobre hidráulica, reacciones en líquidos y recetas de bebidas refrescantes, además de datos sobre las diversas cataratas existentes en su mundo… no estaba ayudando.
¿Tal vez cantar? ¿Y qué canción podría cantar para desviar la imagen de agua corriendo ahora? ¿Y si alguien entraba y la encontraba cantando en inglés o en japonés? Debería tararear en lugar de cantar entonces y eso hizo. Empezó con el tema de apertura de pokemon, pasando pronto al tema de apertura de Juego de Tronos, para que el sacerdote de túnica gris entrara junto al Sumo Sacerdote justo cuando estaba a la mitad de tararear uno de los endings de Dragon Ball GT, Hitori Janai para ser más exactos, notando demasiado tarde que los dos muchachos la miraban con los ojos muy abiertos desde la puerta.
Dejó de tararear entonces y el muchacho de cabello y hábito azules caminó hasta ella, sentándose en una silla para poder mirarla un momento.
—No conozco esa canción. ¿Dónde la escuchaste?
'Si le dijera, no me lo creería' pensó antes de sonreír y apretar más las piernas. Las ganas de orinar habían vuelto y trataban de vengarse por ser ignoradas.
—No puedo recordar si la escuché aquí —fue su escueta respuesta antes de mirar al sacerdote de túnicas grises y luego al Sumo Sacerdote, apenada al no tener idea de cómo abordar su predicamento.
—¿Sucede algo? —preguntó el antiguo comandante como si acabara de captar que estaba incómoda y en problemas… bueno… estaba en problemas.
—Ahm… ¿cómo decir esto?... tomé demasiada agua antes de venir… temo que el calor me afecta más de lo que debería y…
—Entiendo —respondió el muchacho frente a ella con una expresión carente de emociones antes de voltear a decirle algo al otro muchacho, dejándola ver que tenía la punta de sus orejas un poco sonrojadas.
—Por aquí, señorita Myne —le dijo el otro sacerdote tratando de ayudarla a bajar, optando por cargarla.
—Lamento mucho darles tantas molestias.
El chico la llevó a una habitación contigua, indicándole que se sentara en una especie de banca con un agujero y dejara salir todo sin preocuparse… también le pidió que se abstuviera de asomarse dentro del agujero en cuestión.
Así lo hizo al menos hasta que dejó de sentirse incómoda, jalando la enorme ropa interior que tenía que usar en ese lugar antes de buscar una palanca para echar agua que no encontró por ningún lado, lo que la llevó a asomarse al final y descubrir que… al fondo de aquella letrina… no había agua, sino extrañas criaturas parecidas a caracoles o babosas enormes, translúcidas y carentes de caparazón alguno, haciéndola gritar.
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Atendida su pequeña urgencia, Fran tuvo la amabilidad de devolverla al interior de la habitación, ofreciéndoles un poco de té y sentándola esta vez en una silla con una pequeña mesa redonda como las de las cafeterías entre ella y el Sumo Sacerdote.
El muchacho le pidió que tocara por un momento un enorme escudo y ella no pudo dejar de sorprenderse al notar como una a una, las hermosas gemas que adornaban aquella reliquia comenzaban a brillar. El Sumo Sacerdote hizo que le retiraran entonces el escudo y Fran lo colocó en un pequeño escritorio al fondo de la habitación.
Té y un par de dulces fueron colocados frente a ella, así que agradeció, soplando un poco su taza antes de llevársela a los labios y dar un pequeño sorbo, sintiéndose relajada por el sabor nostálgico. Sabía como a té de jazmín.
Un carraspeo llamó su atención, entonces abrió los ojos y volvió a sentarse tan derecha como pudo, mirando al chico que no paraba de dedicarle miradas cargadas de curiosidad… en serio, era como si Tetsuo la estuviera mirando como a un conejillo de indias… de nuevo… y no es que eso la molestara ahora, la estaba poniendo de nervios recibir ESA mirada de alguien que NO era su Tetsuo.
—Debo admitir que pensé que tenías tres o cuatro años, a lo mucho cinco cuando te sacamos de ese trombe —fue lo primero que dijo su anfitrión. Podría parecer grosero, pero eso explicaba que la estuviera mirando con tanta curiosidad.
—He sido muy enfermiza toda mi vida. Mi crecimiento es más lento que el crecimiento de los niños de mi edad. Ni siquiera puedo caminar igual de rápido, ya no digamos correr. Pero puedo asegurarle que tengo siete, Sumo Sacerdote.
—Ya veo… por otro lado, pensé que eras una niña de la zona sur… ¿promovieron a tu padre durante el tiempo que no nos vimos?
—Temo que no, mi padre sigue siendo un soldado de la puerta sur y nosotros seguimos viviendo justo ahí. Aunque comprendo su confusión, Sumo Sacerdote. Mi madre y mi hermana se esforzaron mucho para preparar mi atuendo del día de hoy, incluido el adorno en mi cabello. En cuanto a mi cabello, uso un tratamiento especial para mantenerlo limpio. Si no me lavara todos los días, corro el riesgo de enfermar de un modo más severo todavía.
Lo dijo todo sonriendo, antes de tomar una golosina y llevársela a la boca, dando un pequeño bocado y tratando de no mostrar su descontento al encontrarse con que, al igual que el resto de la comida… era insípido.
—Entiendo. Eso lo explica.
—¿Puedo hacer preguntas?
El joven frente a ella pareció sorprenderse, sin embargo, no se negó, asintiendo despacio para luego llevar su propia taza con té a la boca.
—Agradezco que no cortara mi dedo con ese… cuchillo que seguro es más pequeño de lo que se ve, pero que desde mi perspectiva no deja de parecer un cuchillo de carnicero… pero… ¿no se supone que debía poner un poco de sangre en una de esas piedras como los demás?
Ahora la estaban mirando como si le hubiera salido una segunda cabeza o algo así, en todo caso, el chico debía tener un excelente autocontrol sobre sus gestos porque pronto no quedó rastro alguno de la extraña mirada que le había dedicado.
—Ese es el asunto, Myne. ¿Sabes lo que es el devorador?
—Me enteré cuando me obsequiaron esto —respondió levantando un poco su mano para dejar que se viera la joyería que llevaba puesta—. El devorador es una enfermedad en la que el calor me devora por dentro, ¿cierto? Para controlarlo tengo que usar una de estas joyas mágicas hasta que se convierta en polvo dorado o bien, puedo utilizar piedras fey para calentarlas hasta que se desmoronen. También tengo la opción de… va a sonar tonto, pero si imagino ese mismo calor como una enorme manta y que lo doblo y lo comprimo para encerrarlo en una caja… parece controlarse.
—¡Oh, dioses! —se lamentó el Sumo Sacerdote cubriendo sus ojos—. Eso explica que hayas crecido tan poco.
—¿¡Bwuhu?!
Estaba confundida ahora.
Fran, de pie detrás del Sumo Sacerdote hizo un leve sonido de carraspeo y con eso, el Sumo Sacerdote se recompuso, tomando bastante aire antes de mirarla de nuevo en una posición que le recordó un poco a Genji Ikari de Evangelion… o al señor Burns de los Simpsons.
—Eso que tú llamas calor es maná. Es lo que hace nobles a los nobles. Tienes razón en que puedes controlarlo con artefactos mágicos para niños o bien usar piedras fey para drenar el exceso de maná en ti. En cuanto a tu imagen del calor doblándose y comprimiéndose para guardarse en una caja, no es una tontería, es una técnica que usamos los nobles para mantener nuestro maná controlado en todo momento. Claro que no lo hacemos antes de los diez años. Demasiada compresión evita que uno crezca como es debido.
'¿Mi calor es maná? ¿El maná que menciona el libro de botánica?... Entonces el libro no estaba incompleto, el trombe me atacó porque tengo maná y ya.'
Sus ojos se abrieron. Estaba tan conmocionada, que si Fran no hubiera vuelto a carraspear no se habría dado cuenta que se puso de pie sobre la silla, sosteniendo su cuerpo sobre la mesa para mirar al Sumo Sacerdote desde demasiado cerca.
Se sintió de lo más avergonzada, pidiendo disculpas en lo que regresaba a su lugar para disimular su mal comportamiento. ¿Cuántas veces llamó la atención a sus hijos por hacer eso?
—Te falta refinamiento, Myne. Por fortuna eres joven, es algo que puede corregirse.
—Aun no me responde a mi pregunta. ¿Por qué no me registró?
—Porque quiero que consideres algo antes… entiendo que quien te… obsequió esa herramienta deficiente, te habló sobre los contratos con los nobles, ¿me equivoco?
—No. Me dejaron claro que si quiero llegar al siguiente invierno debería venderme como concubina o esclava con algún noble. Prefiero utilizar las piedras fey que quedan tras matar algunos animales, gracias.
—Entiendo… sin embargo, hay otra opción diferente. ¿Te gustaría escucharla?
'¿Más opciones? ¡Lo sabía! ¡Sabía que debía haber más opciones! ¡Parece que no tengo que venderme después de todo para seguir con vida!'
Estaba emocionada, por suerte, recordó que no podía solo brincar y gritar y correr, así que bebió un poco de té para calmarse, manteniendo el pequeño sorbo en su boca por un rato para saborear el líquido. En cuanto tragó, le hizo un gesto al Sumo Sacerdote para que pudiera continuar.
—Una adopción —dijo el sacerdote y ella tuvo que mirarlo, no muy segura de lo que estaba oyendo—. Conozco a alguien que podría adoptarte, solo necesitas esperar a que termine el invierno para que sea mayor de edad… de hecho, si pudieras esperar hasta el verano próximo, ella se habrá casado y podrá adoptarte bajo la excusa de que eres su hermana menor y que ambas quedaron huérfanas hace tiempo.
—Pero yo ya tengo una familia —respondió ella con tranquilidad, dejando el té y bajando sus manos, aferrándolas para sostener su determinación—. No deseo separarme de mis padres o de mi hermana, además, no hay garantías de que pueda aguantar hasta el invierno.
—Comprendo. Para que puedas aguantar, me gustaría que vinieras al templo como una aprendiz de doncella. Aquí podremos drenar tu mana para evitar que acumules demasiado, de modo que no tengas la necesidad de seguir utilizando piedras fey o herramientas mágicas que, estoy seguro, son más que inaccesibles para tus padres.
Aquello era tentador en realidad. Demasiado bueno y demasiado tentador. Y si algo había aprendido al ser ama de casa y madre era que siempre que algo sonaba demasiado bien o demasiado tentador era porque tenía una trampa. Necesitaba conocer las letras pequeñas al pie del contrato antes de tomar una decisión.
—Agradezco que puedan hacerse cargo de mi maná, ¿pero que ganan ustedes con ello?
El hombre sonrió apenas, reajustando su postura y acercándose más, tomándola en serio a pesar de ser una niña de siete que parecía de cinco.
—El maná que se recolecta en los artefactos divinos es utilizado después para fertilizar la tierra. A más maná donamos, más abundantes son las cosechas. Por supuesto, no espero que entres como una huérfana de hábito gris. Si lo que me has dicho hasta ahora es cierto, no podrás servir como lo hacen ellos, además de que no tendría sentido que vistas hábitos grises para lo que tengo planeado.
'Así que tiene un plan estructurado. No pierdo nada con escuchar, supongo.' Pensó mientras recargaba sus manos en la mesa para acercarse también, mostrando que estaba interesada, pero manteniéndose alerta a cualquier trampa que pudiera estar pasando por alto.
—Estarías bajo mi supervisión directa durante ese tiempo. Como tal, puedo darte permiso para visitar a tu familia o volver a casa durante la noche. Por supuesto, tendrías que aprender a comportarte, así que incluso te estaría dando algunas clases. Música, lectura, escritura, matemáticas y oración para empezar.
—Todo eso suena muy bien, pero no entiendo porqué la necesidad de educarme, Sumo Sacerdote.
—Porque la pareja que quiero que te adopte son archinobles. Están un paso por debajo en estatus con respecto a la familia archiducal. Si logras pasar desapercibida en el Templo y llegar a salvo al próximo verano, serás considerada una noble de nacimiento que fue ocultada en el templo tras la muerte de sus padres. Dejarías de ser una plebeya con el devorador.
Lo comprendió entonces. Planeaba lavar su identidad con la promesa de no cortar del todo sus lazos con su familia en la ciudad baja. No sonaba mal, pero… sus padres…
—Es demasiado bueno, Sumo Sacerdote. Perdóneme si dudo y no digo que sí, necesito pensarlo y hablarlo con mis padres. Solo por curiosidad, ¿cuál es su intención al… protegerme de este modo? No creo que sea solo por su buen corazón.
De pronto dejó de parecerle solo un chico de cabello azul para parecerle más un hombre astuto y peligroso, mirándola con el ceño fruncido y una diminuta sonrisa escalofriante, agachándose más para quedar todavía más cerca de ella, como si le divirtiera que una niña tan pequeña hubiera visto detrás de todos esos dulces y juguetes tentadores.
—Tienes mucho maná. Incluso con las piedras fey que tu familia pueda conseguirte en el bosque o esa vieja herramienta laynoble al borde del colapso, no deben quedarte más de dos meses de vida. Haz estado comprimiendo demasiado. No falta mucho para que el maná te desborde de manera inevitable y te haga estallar en cientos de pedazos junto a cualquiera que esté cerca tuyo.
Y hablando de métodos psicológicos extremos para convencer a alguien mediante el miedo…
—Tu maná beneficiará a nuestro ducado más de lo que imaginas y a cambio te salvaremos la vida y te daremos un lugar. ¿Lo entiendes ahora?
Ella también arrugó el ceño. No, no, había algo más ahí, podía verlo con claridad. Al parecer tenía imán para los bichos raros.
—Quiere estudiarme, ¿cierto?
Eso tuvo que descolocar al Sumo Sacerdote, quien pareció dar un salto diminuto antes de hacerse un poco para atrás, poniendo distancia entre ellos, mostrando más molestia y desagrado que otra cosa para ocultar su ofuscación.
—¿Cómo estás tan seguro de que estoy interesado en una simple plebeya con el devorador?
—Porque conocí a alguien que miraba de esa misma manera cualquier cosa que quisiera desarmar para ver como funcionaba… Hablaré con mis padres. Si accede a no cortarme en pedacitos, tal vez acepte su ofrecimiento.
El sacerdote frente a ella se cubrió la boca, temblando y soltando ese ruido extraño que produjo antes para contener la risa. Myne solo suspiró con fastidio.
'Tetsuo se habría reído como loco antes de burlarse con bastante sarcasmo… al menos este loco de aquí trata de contenerse.'
—Es un trato entonces. Nos veremos de nuevo junto con tus padres dentro de cinco días. Si decides permanecer junto a los tuyos, te registraré como plebeya, corte de carnicero y todo —le explicó el hombre con una diminuta sonrisa socarrona y una actitud tan arrogante y divertida, que en serio estaba a punto de pararse en la mesa para jalonearle el cabello y exprimirle los ojos con la esperanza de que fuera Tetsuo usando una peluca de fantasía y pupilentes dorados para jugarle una broma—. Por otro lado, si accedes a nuestro trato, te estaré presentando a tu futura hermana mayor tres días después y tendrás que fingir que tienes seis años en lugar de siete para que pueda bautizarte dentro de un año, después de la unión de las estrellas de ella. ¿Te quedó claro?
—Como el agua del pozo.
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Esa noche, Myne habló con sus padres, los cuales parecieron oponerse al inicio, llorando y abrazándola al final. Al día siguiente se encontró con el señor Benno para plantearle la situación.
Como hija, no quería alejarse de la amorosa familia en la cual había nacido en esta vida… pero como madre, habría vendido su alma a cambio de que sus hijos fueran saludables de saber que les quedaban solo dos meses de vida.
Con los días pasando, no tardó en prepararse para el encuentro con el Sumo Sacerdote. No solo iba a aceptar, se iba a vender a un costo adecuado. Ella no era solo una niña con un maná demasiado alto, ella era la dueña de empresas que cambiarían al mundo y se aseguraría de que este hombre que todo lo que quería era estudiarla de cerca entendiera que ella iba a mejorar la vida de los plebeyos sin importar que. Ella era la gansa de los huevos de oro y el Sumo Sacerdote no parecía un estúpido que pudiera cortarla en dos para sacar todos esos hermosos huevos.
Chapter Text
Ferdinand había aprobado con las máximas notas el curso de archiduque, el curso de erudito y el curso de caballero, logrando que su padre le dijera que era su mayor orgullo, tal como lo había hecho durante los últimos seis años.
La sensación agridulce era casi insoportable.
Orgullo y felicidad de contar con las palabras, el cariño y las felicitaciones de su padre.
Pánico e incertidumbre de saber que ya no podía huir de esa mujer perversa como en años anteriores. Aquel fatídico conocimiento le resultaba más opresivo de lo esperado. Al menos había dejado de percibir el maná de Chaocipher el invierno anterior... por desgracia también dejó de percibir el maná de su padre. Al menos podría relajar su compresión ahora que debía permanecer en su ducado sin escapatoria alguna.
El Comandante de la Orden de los Caballeros de Ehrenfest no podía pasar la mayor parte de su tiempo en la Real Academia ni en la Soberanía, sino en Ehrenfest para cumplir con los deberes de su cargo. Al menos su padre le permitiría vivir en su finca y no en el castillo. Esperaba que eso fuera suficiente para evitar los intentos de asesinato que la primera dama, Verónica, nunca se dignó detener desde que su padre lo reclamara como propio.
No pasó mucho tiempo y cumplió dieciséis años al poco de graduarse con honores. Para entonces su antecesor, Lord Bonifatius, hermano de su padre, había terminado de entrenarlo para ejercer su cargo y retirarse de la escena política.
Ferdinand estaba terminando de organizar algunos informes y preparar algunas órdenes para abastecer los armarios del cuartel de caballería cuando un pequeño pájaro de papel aterrizó en su escritorio, convirtiéndose inmediatamente en un pergamino.
Lo tomó y lo leyó. Su padre pedía verlo con la máxima discresión posible esa misma tarde.
—Al menos no tendré que ayudar a Karstedt a atrapar a Sylvester para que pase más tiempo en el despacho.
Sylvester era su hermano mayor… medio hermano en realidad. Era hijo del archiduque y de Lady Verónica y a diferencia de esta última, Sylvester le tenía aprecio. Sonrió pensando en el alborotador que tenía por hermano mayor y miró por la ventana, esperando que su primo Karstedt no tuviera que estar persiguiendo a su hermano de nuevo para obligarlo a ayudar a su padre con la papelería.
—Milord —llamó su asistente Justus desde la puerta—, le traigo su comida. Ya la he revisado.
—Adelante.
El hombre de cabellos grises y ojos caídos que fuera su asistente desde que ingresara a la Academia Real entró entonces, cargando una bandeja con lo que parecía una pequeña hogaza de pan, un tazón con sopa en la que nadaban varios cubitos de verdura y carne además de un vaso de agua, tal vez jugo fresco y cítrico.
—Gracias Justus. Déjalo por ahí. Verifica de nuevo que esté todo limpio y luego retírate. Todavía tengo que terminar con estos documentos.
—Como ordene, milord.
La mirada de aprehensión de su asistente no le pasó desapercibida. Decidió ignorarlo. No necesitaba comer, necesitaba terminar con el trabajo en turno antes de que llegara más documentación que no pudiera ignorar.
Como Comandante de la Orden de Caballeros de Ehrenfest era su deber supervisar todos los reportes de actividades y misiones, verificar que todos en la orden realizaran los ejercicios y entrenamientos diarios adecuados, administrar sus recursos de manera efectiva y asegurar que todo estuviera en orden. No parecía mucho, sin embargo, era más de lo que uno esperaría.
Todos los días sus capitanes debían hacerle llegar informes de rendimiento y actividad. En caso de algún accidente, misión o eventualidad, los caballeros involucrados debían prepararle informes. Si hubiera alguna subyugación, entonces él mismo debía participar y hacer sus informes correspondientes. Todo esto debía ser enviado al despacho del Aub para mantenerlo informado y por eso era tan importante que revisara incluso los estados de cuenta de la orden. No iba a permitir que nada se desestabilizara mientras él estuviera a cargo. Era lo menos que podía hacer por su padre y en algún momento por su hermano.
La comida podía esperar. Veneno aparte, no era como que el sabor fuera a mejorar sin importar a que temperatura la consumiera.
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La hora llegó. Con el mayor sigilo que pudo conseguir, Ferdinand se dirigió a la alcoba de su padre, siguiendo al hombre a su habitación oculta.
Luego de hacerle un examen médico de rutina que lo dejó bastante preocupado por su estado de salud volvió a sentirse frustrado cuando su padre volvió a negarse a dejarlo hablar al respecto con los médicos. Lo escuchó toser y carraspear un poco, preocupándolo, mirando al hombre que cubría su boca con un pañuelo blanco con círculos mágicos bordados. Su padre se limpió la boca, negando con la mano en un intento de calmarlo sin lograr nada.
—¡Ni una palabra de esto a tu hermano, Ferdinand!
Ferdinand asintió, esperando a que su padre le dijera la razón de llevarlo ahí si no lo dejaría atenderlo como era debido. Que Ferdinand desconfiara de los médicos de la corte y de la esposa de su padre no significaba que su padre también lo hiciera. Lady Verónica podía decir que lo amaba, pero él sabía la verdad. Una bestia venenosa y llena de rencor como ella no podía amar como clamaba ni preocuparse como decía. Si su padre le dejara revisarlo de manera adecuada, ¡si al menos le permitiera verificar que no estaba siendo envenenado por esa maldita mujer…!
Sacudió la cabeza apenas un poco, escuchando todavía las toses de su padre y recordando de pronto la última conversación que tuvo con su minúsculo séquito la semana anterior, cuando intentó devolverles su nombre a todos.
Justus, el más viejo de todos se negó a aceptar su nombre de vuelta. Si el Aub se llevaba a Ferdinand a las alturas, entonces él saludaría también a la Pareja Suprema.
Lazfam y Eckhart también se negaron a aceptar sus nombres de regreso a pesar de ser todos tan jóvenes todavía.
—¿Entienden que podríamos morirnos todos en uno o dos años?
—¡Si usted cae, nosotros también caeremos! —fue la apasionada respuesta de Eckhart, su sobrino.
—¿No iban a atar sus estrellas ustedes dos? —preguntó entonces señalando a la única mujer de su séquito a quién no le había exigido el nombre y al joven aprendiz de caballero.
—Las ataremos ante la pareja suprema bajo la supervisión misma de Sterrat, milord —dijo esta vez Heidemarie, provocándole que un dolor de cabeza comenzara a surgir—. Si ustedes mueren, los vengaré a todos y luego los alcanzaré.
—¿Lazfam?
—Lo lamento, milord. Pero yo también me niego a recibir mi nombre —respondió el laynoble de su edad—. Mi familia no tiene ningún uso para mí y yo no deseo servir a ningún otro señor.
—¿Qué hay de la joven que aceptó tu escolta?
El joven aprendiz de asistente se sonrojó. Sus orejas y su nariz tomando el noble color de Geduldh mientras bajaba los ojos, tomando su pecho con una mano antes de respirar profundo, soltarse y volver a mirarlo de frente.
—Ella puede encontrar a cualquier otro, milord. Yo, en cambio, jamás encontraría un mejor hombre para servir.
Ferdinand se tomó el puente de la nariz, recordando de pronto las burlas de su hermano cuando se refería a su séquito como el cuarteto de fanáticos… porque eso parecían, fanáticos de alguien que, además, no merecía tanta pompa o pleitesía.
—Heidemarié, ¿estás segura de esto? —insistió una vez más—. ¿Quién va a recuperar las cosas de tus padres de manos de tu madrastra si mueres?
La joven levantó la vista con un rostro serio que pocas veces le veía, dejando en su lugar una mirada amarga y decidida.
—Si es decisión de los dioses que usted suba la imponente escalera, entonces no tendré que volver a preocuparme por recuperar los libros de botánica de mi madre o la casa y el apellido de mi padre, milord. En cuanto a mi madrastra, esa diosa del agua se quedará sin nada dentro de dos o tres años. ¿Qué mejor castigo para una Chaocipher que ver perdido aquello por lo que estuvo armando tanto alboroto y complot?
—¿Qué hay de tu medio hermano?
El rostro de su futura erudita se volvió todavía más serio y su mirada más resentida.
—Por mí puede volverse una flor masculina del templo o pudrirse en una cloaca de slime. Que sea tres años menor que yo no significa que esté libre de culpas ese pequeño ladrón.
Se soltó el puente de la nariz, negando despacio sin poder creerlo. Su padre se llevaría consigo una semilla destinada a volverse tan solo una piedra fey… y cuatro nobles prometedores a pesar de sus excentricidades.
—Que así sea, entonces —murmuró resignado antes de enviarlos a todos a sus casas.
–Ferdinand, voy a morir pronto y lo sabes tan bien como Verónica –dijo al fin su padre, trayéndolo de nuevo al presente–. Sé que tienes al menos dos juramentados. ¿Saben que tú y yo podríamos subir la imponente escalera muy pronto?
–No, padre. Intenté devolverles sus nombres alegando que podría morir cumpliendo mi deber. Se rehusaron a recibirlos de vuelta.
Su padre le sonrió, dejando escapar una risita seca que le hizo fruncir el ceño.
–Tienes tanto potencial, gente dispuesta a subir contigo la altísima… no muchos pueden decir lo mismo de su gente.
Ferdinand observó al hombre en silencio. Él estaba dispuesto a seguir a su padre, ¿de qué se trataba todo esto?
–Dime, Ferdinand. ¿Hay alguna otra cosa que te gustaría hacer? ¿Estás seguro de poder conformarte con ser Lord Comandante en un ducado bajo?
–Soy tu hijo. Si tu deseo es que sea ministro, entonces seré un ministro. Si tu deseo es que sea Comandante, entonces eso seré. Servirte a ti y a Ehrenfest es todo lo que necesito, padre.
El hombre en lugar de verse complacido solo suspiró, cansado y… decepcionado según parecía. Aun así, los ojos de su padre lo alcanzaron de tal modo, que por poco se pierde de la mano del hombre yendo a la jaula en su cadera, acariciando una de las pocas piedras en su interior.
–¿En verdad es eso todo lo que deseas, Ferdinand?
–Lo es, padre.
Otro suspiro cansado y una diminuta sonrisa fue todo lo que recibió antes de que se le solicitara ayudar al viejo Aub a volver a la cama para luego despedirlo.
Una sensación amarga llenó la boca de Ferdinand cuando salió de ahí cobijado por el manto del Dios de la Oscuridad, perdiéndose en la memoria de una semana atrás de nuevo.
—¿De verdad estás seguro? –preguntó a Justus, el mayor de su séquito–. ¿No me habías dicho que tu esposa tuvo un hijo contigo hace un par de años?
—También le dije que me había divorciado de ella el año pasado, milord. No iba a permitir que esa sierva de Chaocipher entrara aquí a contaminarlo todo por órdenes de ese trombe viejo y velado.
—¡Por todo lo sagrado! Te he dicho que no te expreses de esa manera de ella. ¡Si alguien te escucha, podrían ejecutarte!
Su asistente sonrió de ese modo travieso y extraño que tenía en ocasiones, muy en especial cuando le estaba tomando el pelo o planeando algo repulsivo.
—¿Porqué? No estaba hablando de nadie en específico. Revelar quien es la maestra de la mujer que robó mi casa y usó mi apellido sería lo mismo que obtener pruebas de traición a varios dioses, milord.
Ferdinand solo suspiró, dejando la mitad de la comida y tomándose una poción nutritiva de las que llevaba en su cinturón.
A pesar de que la comida no llevara veneno, no era muy afecto a consumirla de todos modos y siempre era más efectiva una poción para suprimir el hambre.
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Para principios del verano estaba más que habituado a su nuevo puesto.
A diferencia de su hermano mayor, su escritorio estaba en orden y pocas veces se le acumulaba el trabajo. Las alacenas del edificio de caballeros también estaban siempre abastecidas y en sí, se sentía orgulloso de mantener a los caballeros de la orden en forma y actividad.
Durante ese tiempo condujo un par de investigaciones en algunos pueblos rurales y territorios Leisegang y Veronicanos en un intento de mitigar la descompensación de maná. También atendió a la ceremonia de unión de las estrellas de algunos de sus compañeros de generación y la posterior socialización de solteros, soltando un suspiro de aburrimiento al constatar que, de nuevo, ya no quedaba una sola mujer en Ehrenfest que tuviera el suficiente maná para que él pudiera tomar una esposa.
También tuvo que sacudirse a muchas mujeres desvergonzadas y malintencionadas de la facción veronicana a lo largo de ese tiempo. Ya fuera por su estatus, su dinero o la oportunidad de ser quien le llevara su piedra fey a Lady Verónica, las jóvenes alrededor de su edad no dejaban de darse una vuelta por su oficina o el edificio de caballería para tratar de seducirlo. Una incluso había tenido el descaro de tocar su trenza y pasear su dedo cargado de mana viscoso y desagradable por su mejilla por el tiempo que a él le tomó sujetarla y darle una descarga de maná que la hizo doblarse de dolor.
—¡No voy a tomar una criatura tan débil ni como diosa ni como flor! —rugió en esa ocasión, harto de tener que interrumpir sus obligaciones para lidiar con esas criaturas de Chaocipher misma—. Dile a tu dueña que puede dejar de tentarme, las encuentro a todas igual de repulsivas.
No era para menos. Durante su infancia, Lady Verónica se aseguró de que algunas mujeres del séquito de ella lo avergonzaran y manipularan debajo de las ropas para burlarse cada vez que lo notaba con suficiente fiebre, volviendo el toque de cualquier mujer algo repulsivo para él.
Pronto las mujeres dejaron de llegar, sin embargo, para su sorpresa y desgracia, algunos jóvenes comenzaron a intentar… seducirlo también.
Ineptos, estúpidos y flojos. Ese era el perfil de los muchachos que comenzaron a desfilar ahora en busca de su favor, dejándolo asqueado al descubrir que algunos tenían el descaro de seguirlo al cuarto de servicio donde intentaban tocar su espada a pesar de estar tratando de hacer sus necesidades. Al menos a uno lo dejó atascado en la fosa de los slimes aprovechando que ya no era un pequeño niño "enfermizo" e indefenso al que pudieran manosear a su antojo.
Para principios del otoño, tanto hombres como mujeres lo dejaron al fin en paz. Debía ser el último plan de su terrible madrastra porque no imaginaba como era siquiera posible que algo como eso pudiera pasarle.
Fue entonces que el aviso del avistamiento de un trombe temprano llegó.
—¿Un trombe? ¿Están seguros?
Apenas confirmar la información, tomó a cinco caballeros de Leisegang para alcanzar al que envió el ordonanz y partió.
No tardaron mucho en llegar.
El temible árbol estaba ubicado en el centro del Bosque de los Plebeyos, rodeado por soldados que no paraban de intentar cortarlo sin éxito a pesar de que no tenía un tamaño demasiado grande. Algo extraño estaba sucediendo. ¿Sería el último plan de su madrastra para eliminarlo?
—¡Informe! —ordenó apenas descender junto al que parecía el jefe de los soldados plebeyos, sorprendido de que los hombres no dejaran de lanzarse a enfrentar el árbol que no paraba de defenderse y que tenía apenas el tamaño de un hombre adulto, quizás un poco más alto que él mismo.
—¡Lo sentimos mucho, Lord Comandante! El árbol tiene una rehén.
—¿Qué?
Pensaba que existían pocas cosas que pudieran sorprenderlo a esas alturas. ¡Qué equivocado estaba!
Ferdinand se acercó entonces al área donde se encontraban los soldados plebeyos, notando que uno bastante parecido a Leidenshaft, el dios del fuego, no dejaba de embestir una y otra vez gritando algo. No tuvo que concentrarse demasiado para comprenderlo.
—¡Myne!... ¡Suéltala! ¡Maldito trombe! ¡Devuélveme a mi hija! ¡Myyyyyyyyyne!
Era la primera vez que veía a alguien tan desesperado por salvar a otra persona. Entonces puso más atención al árbol en sí. Usando mejoras físicas para notar que, en efecto, rodeada por gruesas ramas que no dejaban de moverse y engrosarse, una niña pequeña cuyo rostro apenas se alcanzaba a ver, estaba ahí como muerta.
No supo que fue. La desesperación en la voz del soldado. El esfuerzo de los plebeyos. Los niños que parecían aterrados un poco más atrás en dirección a la puerta que conectaba el bosque con la ciudad… o el hecho de que fuera una niña pequeña e indefensa, pero comenzó a gritar órdenes con la cabeza fría, dando la bendición del Dios Oscuro a sus caballeros antes de lanzarse él mismo al ataque.
—¡Dejen de estorbar! ¡Sacaremos a la niña! —prometió.
Fue difícil. A pesar de que el suelo no mostraba mucha erosión por parte del maldito árbol devorador de maná, el trombe seguía resistiéndose y luchando. Cortarlo o atravesarlo siquiera estaba siendo muy difícil y no comprendía bien porqué si no estaba tomando el maná de la tierra… a menos…
No tuvo tiempo para considerarlo, se concentró en usar su enorme guadaña y mejorar su cuerpo con magia para cortar las raíces del árbol, sintiéndose un poco más tranquilo al notar esas mismas raíces cediendo, convirtiéndose en ceniza a pesar de que las ramas se seguían moviendo.
La niña debía tener maná… o algo con maná en sus manos.
Dio sus instrucciones entonces. Los caballeros de Leisegang se apresuraron a seguirlo y pronto liberaron a la pequeña.
La tomó entre sus brazos entonces, alejándola lo más que pudo de un salto y observando como sus subalternos terminaban de cortar aquella abominación, la cual comenzó a ponerse negra y a desintegrarse poco a poco.
Al observar la carga en sus brazos se encontró con una pequeña niña con la ropa desgarrada aquí y allá. Ropa desgastada y remendada una y otra vez, con parches de diferentes colores, algunos incluso encima de otros parches. Una niña pobre del sur, con el cabello azul tan oscuro como el cielo nocturno y tan brillante como si tuviera estrellas. Tan frágil como un shumil.
Recordó entonces a Blau, la difunta mascota de su hermano mayor. Recordó la suerte del animal. Su pelaje era del mismo exacto color que el cabello de esta niña, sin embargo… Blau no tuvo tanta suerte. Él lo curó un par de veces de los abusos del cariño asfixiante de su hermano… solo no pudo curarlo la última vez, había llegado demasiado tarde para eso.
—¿Cómo pudo crecer tan rápido ese trombe? —se preguntó en voz alta.
La pequeña en sus brazos no parecía portar nada que tuviera suficiente maná… a menos que fuera ELLA quien tenía un excedente de maná.
—¡Déjenme pasar! —exigió a gritos el soldado de hacía un momento, el mismo que había llamado su atención— ¡Es mi hija! ¡Myne!
El hombre gritaba y se resistía en tanto cuatro de sus caballeros tenían problemas para mantenerlo contenido. ¡Cuánta fuerza tenía ese soldado! Y qué desperdicio de bendiciones. Si hubiera nacido noble y con suficiente maná habría sido un excelente activo para la orden.
—¡Díganle al soldado que voy a examinar a su hija! —ordenó, observando como los dos soldados más cercanos a él deshacían la transformación de sus schtappes y corrían donde el soldado para informarlo de la situación.
Si este fuera un caso normal ni siquiera se tomaría la molestia de revisar a la criatura. Su curiosidad era mayor a su sentido común.
Tragándose un suspiro por la insistencia del hombre de cabellos azul medianoche, Ferdinand se retiró el casco y un guantelete y llevó la mano a la frente de la menor. Tenía fiebre.
A continuación, miró sus manos diminutas, tomando una con cuidado de no romperla hasta sentir el pulso y comenzar a contar. Parecía que su pulso estaba bien, si acaso algo rápido por la fiebre, o al menos eso creía. No tenía idea si el pulso de los plebeyos debía medirse bajo los mismos parámetros que el pulso en los nobles.
Quizás por la desesperación del hombre o por lo frágil que se veía la criatura, su mano comenzó a peinarla y pronto incluso a limpiarla con un pañuelo que había comprado hacía años. Por alguna razón no deseaba entregar a la pequeña toda desaliñada… bueno, exceptuando por la ropa rota que no tenía manera de recomponer. Además, tenía que constatar que esta seguiría viva luego de entregarla o sus esfuerzos por talar el trombe sin dañarla a ella habrían sido inútiles e infructuosos y no había nada que odiara más en el mundo que gastar su tiempo y su energía en causas perdidas… salvo por Lady Verónica. A ella la odiaba más que a ninguna otra cosa.
Estaba ocupado con la pequeña cuando la notó siseando, moviéndose como si fuera un pequeño zantze intentando escapar.
—Estate quieta, ya casi he terminado de revisarte.
Un par de orbes dorados y un poco febriles se asomaron entonces en el pequeño rostro de la niña, desvelando lo que parecía una pequeña Mestionora que lo descolocó por un momento. No era usual encontrar ese color exacto de ojos combinado con ese tono de cabello.
La niña dejó de removerse, mirándolo entonces y balbuceando.
—¿Dijiste algo?
La pequeña Mestionora plebeya parpadeó un par de veces. Pronto notó algo de vida en sus ojos y curiosidad. Una diminuta sonrisa emergió en sus pequeños y delicados labios rosados y una angustia que no había notado pareció desaparecer en ese momento.
—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó sin dejar de mirar a la niña, esperando que se diera cuenta de que estaba en brazos de un desconocido y comenzara a hacer preguntas o a tratar de bajar. Incluso podría esperar gritos o un sonrojo.
—Si, gracias —murmuró la niña más calmada de lo esperado—. Solo estoy cansada y, tssss. Mi dedo. La planta esa se coló en un pequeño corte en mi dedo y lo rasgó más.
Apenas escucharla comenzó a inspeccionar sus manitas. Primero la que usó para tomarle el pulso y luego la otra, encontrando un corte bastante largo que lo hizo preocuparse y desconfiar un poco. Decidió curarla primero con una bendición y averiguar después. Si la sangre de esta niña fue suficiente para fertilizar un trombe hasta ese punto, entonces debía tener más maná de lo normal en un niño plebeyo con devorador. ¿Quizás su maná alcanzaba la media de un mednoble?
De ser el caso, era un alivio que fuera una niña tan pequeña. Todavía tendría oportunidad de vivir calgunos meeses más antes de que no fuera capaz de contener el maná en su interior y explotara. Podría investigarla con ayuda de Justus y quizás sacar un poco de partido. Con la guerra todavía en curso, la falta de maná a causa de los nobles caídos durante los enfrentamientos bélicos sería un problema terrible a futuro.
El dedo de la pequeña estaba curado por completo. Todavía tenía un poco de fiebre, pero sus ojos se veían bien, al igual que su pulso, sin embargo…
—Demasiado pálida —murmuró Ferdinand pensando en lo poco que le gustaba como se veía. Enferma—. Dime, niña. ¿Tienes el devorador?
Necesitaba confirmarlo de algún modo.
—¿Qué? —le respondió ella con voz cansada e infantil—. ¿Cuál devorador? ¿qué es eso?
Así que no lo sabía… bueno, era una plebeya de la parte más pobre de la ciudad. Su ignorancia era de esperarse. Lo malo es que eso solo le dejaba una manera de verificarlo.
—Entiendo. ¿Me permitirías verificar algo?
—¿Qué?... supongo.
La niña estaba exhausta, sin embargo, no se movió, temblando apenas un poco como si tuviera escalofríos cuando introdujo un poco de su maná en ella para revisarla.
En efecto, tenía maná. No sabía cuánto con exactitud, pero debía ser una cantidad considerable. También podía percibir algunos topes en su interior, como piedras en un río. Cúmulos de maná. Si al menos pudiera llevarla a su finca podría ponerla en el círculo médico para revisar sus conductos y verificar que tan grandes eran… pero el padre se notaba nervioso, la niña muy débil y, en definitiva, no tenía un buen motivo para seguirla estudiando por más tiempo.
Soltó un suspiro cansado. Nunca había tenido la oportunidad de revisar un niño con el devorador. Podría ser una investigación interesante, quizás hasta podría ayudar a que el ducado saliera a flote con lo que se les venía encima, pero… volviendo su atención al problema a mano, dudaba de que la niña pudiera siquiera ponerse en pie.
—Parece que te drenó demasiado. Eso explica el crecimiento inusual.
Demasiado maná para un plebeyo tan pequeño. Ese era su diagnóstico.
¿Pero cuánto era demasiado? Quizás si encontraba un modo de hacerse con la niña y conseguía un modo de medir su maná… claro que antes de medir su nivel tendría que verificar su edad, medirla, pesarla y verificar que no hubiera ningún noble en su familia o si había otros devoradores con ella… ¿podría estar comprimiendo? No, era una niña demasiado pequeña para eso… pero el tamaño del trombe…
—Voy a darte algo muy, muy valioso, así que asegúrate de beber un pequeño sorbo. Te hará sentir mejor, lo prometo.
La niña debía estar todavía asustada a juzgar por sus ojos llorosos y el sonrojo cubriendo sus mejillas de manera parcial. Aun así, la notó asintiendo y él se apresuró a sacar un vial con una de sus pociones de recuperación. Una de intensidad más baja que las que solía usar para sí mismo. No estaba muy seguro de la dosis, pero se hacía una idea.
—Un pequeño sorbo, niña —comenzó a advertir, recordando que muchos de sus compañeros lo habían acusado de intentar envenenarlos cuando les vendía pociones—. Tu familia no podría pagar el contenido completo ni siquiera trabajando cinco años seguidos.
La criatura tembló y apretó los labios, abriendo mucho los ojos como si temiera por su vida. Estaba comenzando a impacientarse cuando forzó la boca de la niña con un poco más de fuerza de la necesaria, dejándole caer apenas una cuarta parte del vial en cuanto abrió un poco la boca. Ferdinand guardó la poción y devolvió su mirada a la paciente en turno.
Si bien estaba haciendo un gesto demasiado exagerado por el mal sabor, algo de color volvió a su rostro, dejándolo más tranquilo.
—Está listo —le anunció comenzando a caminar con ella todavía en brazos.
—¡Myne! —gritó el soldado, tratando todavía de lanzarse sobre él y la niña, la cual entregó de inmediato al hombre de cabello azul.
—¡Myne! ¡Myne, ¿estás bien?! —exclamó un niño rubio con el cabello tan limpio y brillante como el de la pequeña. ¿Serían hermanos?
—Niño, ¿tú estabas aquí con ella?
Con lo pequeña que era esa plebeya, estaba seguro de que alguien debía estarla cuidando ahí. El rostro serio del muchacho fue suficiente confirmación, que asintiera diciendo que sí solo terminó de confirmarlo.
—¿Qué pasó?
Y entonces escuchó cómo la niña estuvo pidiéndole que la llevara más adentro para… ¿ver las plantas? Al parecer quería buscar frutos que pudieran comer en casa, así que el chico aceptó. Cuando se dio cuenta, la niña pareció caer entre un par de matorrales y luego comenzó a pedir ayuda.
El niño vio como la planta crecía y se enredaba con rapidez en el cuerpo de la pequeña. Intentó cortar los germinados sin mucho éxito y cuando la niña estaba de verdad atrapada, decidió ir a buscar a los soldados para pedir ayuda… resultó que no era su hermano, sino su vecino.
Cuando los soldados llegaron les fue imposible subyugar el trombe que creció tanto como un adulto más bajo que él. La niña estaba desmayada para ese momento. Cuando los soldados notaron que no podían cortar las ramas fibrosas y cada vez más fuertes, optaron por invocar a la orden… fue entonces cuando ellos llegaron, con el trombe que casi había terminado de cubrir a la niña para hacerse con el maná de su sangre y su cuerpo.
—Entiendo, muchas gracias.
A continuación fue donde la niña, sorprendiéndose cuando su padre la ayudó a bajar y se mantuvo de rodillas resguardándola, esperando con paciencia a que ella terminara de confirmar que fue su culpa sin tambalearse ni una vez a pesar del cansancio que implicaba erguirse, confesando que estaba tan emocionada ante la cantidad de plantas nuevas que no pudo evitar tocarlas todas. La niña relató cómo se había hecho una pequeña herida accidental con un árbol de pomme y luego como el trombe parecía decidido a tomar su sangre e incluso sus lágrimas. El niño le tuvo que instruir para que dejara de llorar cuando notaron que las ramas de la planta estaban reptando hacia su cara. Se desmayó en algún punto luego de ser estrujada y lastimada por el siniestro árbol.
—Muy bien. Gracias por confirmarlo —le dijo a la niña, aguantando las ganas de darle un par de palmadas en la cabeza. No sería correcto que la tratara con tanta familiaridad y de todos modos no tenía idea de cómo hacerlo.
Ferdinand formó su bestia alta y dio la orden para irse. Estaba por montar cuando el soldado llamó su atención con esa voz potente con que había estado clamando por su pequeña.
—¡Muchas gracias por salvar a mi hija, Lord Comandante! —dijo el soldado entonces y todos los plebeyos se postraron ante él agradecidos… era algo extraño ver gente desconocida actuando como lo haría su séquito.
La niña, sin embargo, no se arrodilló, solo lo miró estupefacta con esos grandes ojos de luna y él, para no sentir que necesitaba tomarla para llevarla a su casa y seguirla estudiando, se colocó el casco y se preparó para subir a su montura.
—¡Muchas gracias por salvarme, Lord Comandante! ¡Mi nombre es Myne!
Eso lo tomó desprevenido y un sentimiento cálido se apoderó de él. Volteó entonces para mirarla una última vez. Myne. Un nombre de plebeya sin duda alguna para una pequeña Mestionora.
En definitiva, apenas tuviera un poco menos de trabajo enviaría a Justus a la parte norte de la ciudad baja a investigar, por mientras, se conformó con solicitar un registro de los soldados en la puerta sur y el nombre del que se parecía tanto al dios del fuego.
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–¡Ferdinand! Acércate, hijo… ¡Los demás, fuera! ¡Incluso tú, Verónica! Déjenme solo, con mi hijo.
Estaba peor de como lo recordaba. No era extraño que su hermano fuera en persona a sacarlo de las barracas para llevarlo junto al lecho de muerte de su padre… porque estaba muriendo.
Adalbert Aub Ehrenfest parecía una cáscara rota y casi vacía. Tan delgado que temía romperle algo si lo tocaba. Su piel estaba tan reseca y arrugada que parecía un pergamino viejo, a punto de desintegrarse en el viento. Sus ojos hundidos en cuencas demasiado oscuras lo miraban con… arrepentimiento y dolor. ¿Lo había decepcionado de algún modo?
Estaba por preguntar, arrodillado al lado de la cama cuando notó que el hombre sacaba una piedra de entre sus cobijas… no una piedra, un capullo blanco… un nombre.
–Ferdinand… yo… con mi última voluntad… te devuelvo tu nombre… y te ruego… que protejas Ehrenfest y ayudes a tu hermano.
El maná de su padre lo soltó de un modo doloroso… no, no era la magia la que lo estaba lastimando sino la situación en sí. Lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas y bajó la cabeza, avergonzado por mostrarse tan débil frente a un moribundo.
–Padre, puedes estar seguro de que daré mi vida por el ducado y por mi hermano, incluso si no deseas llevarme contigo, incluso si no es tu última voluntad.
Cuando levantó la mirada encontró vergüenza en el rostro de su padre, quién suspiró con cansancio antes de adelantar la mano, ofreciendo la piedra de nombre a su legítimo dueño.
–Se lo dije… pero ella nunca me creyó. Mi Ferdinand… es un buen hijo… y un excelente hermano… no importa que seas un gran estratega… o los apodos por los que te llamen… tú siempre serás mi más grande orgullo… eres la bendición que no merecía, Ferdinand… y por ello, te pido perdón.
Ferdinand tomó su nombre y la mano de su padre sin comprender. ¿Perdón? ¿Porqué?
–¿Padre? ¿Quieres que te examine o te dé alguna poción? Estás comenzando a desvariar.
Una sonrisa se formó en los labios de su padre. Era por mucho el gesto más sincero y transparente que el hombre le hubiera dedicado nunca.
–No, Ferdinand… no estoy desvariando… solo acepto, mis culpas. Te vi como un activo… un apoyo potencial… cuando debí mirarte como a Sylvester. Un hijo amado, colmado de bendiciones… Debí protegerte de su ira… de sus celos… Fui afortunado, de ser escogido para fungir como tu padre, Ferdinand… pero nunca estuve a la altura… yo no…
–Padre, basta, por favor.
No podía dejar de llorar ni soltar la mano que buscaba con desesperación y un hambre insana de afecto. Luego sonrió para su padre.
–No importa eso, padre. Estaba destinado a morir para alimentar otras tierras… tú me acogiste cuando nadie más lo hizo. Me diste una educación y un propósito, a mí, un simple fruto fallido. Será un honor nutrir tus tierras y ser un pilar para mi hermano, padre. No hay nada que perdonar.
La sonrisa de Adalbert se desvaneció y lágrimas gruesas y brillantes comenzaron a correr por el rostro del hombre que envejeciera veinte años en cuestión de un par de semanas.
–¿Lo ves, Ferdinand?... Eres un mejor hombre, que todos nosotros… Por favor, sin importar cuánto te bendiga Glükitat con sus pruebas… nunca pierdas esa amabilidad… busca algo, que sea solo tuyo… ahora abrázame, hijo mío… No me dejes subir solo.
Y así lo hizo.
Tenía diecisiete años y era la primera vez que el hombre al que llamaba padre se mostraba tan sincero y compungido por su destino. Eso era lo menos importante. Había un poco de afecto ahí para él y a eso se aferró mientras envolvía el cuerpo cansado y moribundo con tanto cuidado como pudo, conteniéndose un poco para no aplastarlo bajo la fuerza de su propio afecto.
–Descansa, padre. Descansa. Yo estaré aquí.
No recordaba cuando fue la última vez que se deshizo en llanto, lo cierto es que cuando se dio cuenta, Sylvester estaba acostado en la cama, llorando al otro lado de su padre que aún respiraba de manera superficial para abrazarse a ambos.
Así fue como Adalbert Aub Ehrenfest subió la imponente escalera. Entre los brazos de los dos jóvenes a quienes alguna vez llamó hijos, bañándose en el llanto de ambos.
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Una semana después, Ferdinand no paraba de tocar su cuello y su nuca en busca de la larga trenza que otrora portara con orgullo sin encontrarla, aguantando con su máscara noble, observando desde lejos y portando las túnicas azules del templo.
Era el funeral de su padre y no tenía permitido acercarse ahora que ya no era un noble.
Dolía mirar todo como lo veía Verónica… con él sin formar parte de esa familia, sin tener derecho a mirar el cuerpo de su padre una última vez o estar de pie a su lado conforme el Sumo Obispo llevaba a cabo los ritos funerarios, atravesando al final el órgano de maná de su padre para dejar tan solo una piedra fey sobre la base de piedra en que su cuerpo estuviera momentos atrás… incapaz de ofrecerle su hombro a Sylvester o aceptar el hombro de su hermano.
Cuando todo terminó, Verónica lo miró a lo lejos. Parecía conmocionada y rota… tragándose todo para dedicarle una sonrisa venenosa de burla y triunfo. Al fin lo había removido de la sociedad noble y de la corte… o eso debía pensar. La realidad de las cosas era que Sylvester estuvo escuchando a su madre las últimas dos semanas echando toda clase de pestes sobre él, asegurando que Ferdinand intentaría robarse el ducado, que mataría a Sylvester… en sí, que era un monstruo que debía ser removido a toda costa del jardín de los dioses.
—No tengo idea de que pueda hacer mi madre, Ferdinand. ¡Está demasiado perturbada por la muerte de nuestro padre!... temo que cometa una locura. Sabes que te aprecio y que confío en ti por sobre todo, pero… no creo que pueda protegerte de mi madre… Lo entiendes, ¿verdad?
—¿Qué propones entonces? Le prometí a nuestro padre que te ayudaría con el ducado.
—Escóndete en el Templo, Ferdinand. Encontraré la manera de traerte de regreso cuando las cosas se calmen, por mientras, toma los hábitos de sacerdote para que mi madre salga de su idea errónea sobre ti. Un simple sacerdote no puede hacer nada para reclamar un ducado.
Lo consideró un poco, mirando con desconfianza la copa con ese líquido llamado vize que tanto amaban Sylvester y Karstedt antes de dar un pequeño sorbo, sintiendo como el líquido abrazaba su garganta como si fuera el fuego de Leidenshaft, recorriéndolo hasta llegar a su estómago donde lo dejó de quemar.
—Si eso te ahorra problemas, entonces lo haré, Sylvester. Encontraré una forma de ser tu pilar desde el Templo si no hay más opción.
—¡Gracias, Ferdinand! ¡Perdóname por ser tan incompetente con esto! ¡Pero es que es mi madre! Yo…
Los cánticos estaban llegando a su final y Ferdinand volvió al presente.
Estaba hecho.
Ya no era el Lord Comandante de la Orden de Caballeros. No era un ministro. No era un erudito. No era un noble… ahora no era nada más que un sacerdote de hábito azul… uno al que el Sumo Sacerdote no tardó en tomar bajo su ala dentro del templo para educarlo.
Ambos hombres lo sabían, la guerra terminaría pronto y entonces rodarían cabezas por todas partes y no sabían cómo les afectaría aquello… el Sumo Sacerdote creía que la Soberanía comenzaría a reclamar personal para llenar sus templos, sus oficinas y cualquier puesto que hubiera quedado vacío sin importarles dejar a los demás ducados desprotegidos y cortos de personal y de maná, las familias nobles comenzarían a reclamar a sus hijos abandonados para reemplazar aquellos que se perdieran durante el pleito entre los príncipes soberanos… y Ferdinand estaba de acuerdo con él. Tenía mucho que aprender ahora.
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Tal y como habían temido, las casas nobles comenzaron a tomar de vuelta a algunos de los sacerdotes azules con más maná en el Templo. En el proceso se descubrió que la hermana Margareth, directora del orfanato, fue rechazada de manera contundente por su familia luego de que ella intentara llevarse consigo a un par de niños menores a doce años y a Fran, el sacerdote gris que el Sumo Sacerdote le otorgara como asistente apenas llegar… y por alguna razón, la encontraron muerta a la semana siguiente, su cuerpo colgando sin vida de una de las ventanas.
El Sumo Sacerdote anterior, quien lo estuvo entrenando, se aseguró de guiarlo para que conociera todos los rituales, siendo su último acto como Sumo Sacerdote de Ehrenfest tomarle el juramento a Ferdinand. Después de eso le advirtió que mantuviera los ojos abiertos y la boca cerrada ante los excesos del Sumo Obispo. El viejo y agradable sacerdote fue solicitado para el Templo de la Soberanía ya que Ehrenfest se mantenía neutral todavía, de modo que lo único que podían sacarles eran sacerdotes para el Templo Soberano.
El inicio de su vida como Sumo Sacerdote fue… curioso.
Beezewants, el insufrible hermano menor de Lady Verónica intentó convencerlo toda la primavera de tomar algunas flores o bien aceptar beber vize con él como si fueran viejos amigos. Desdeñó ambas, por supuesto. El vize no le gustaba demasiado, las únicas personas con las que estaba dispuesto a beber aquel brebaje ardiente eran su hermano mayor y su primo que ahora era el Lord Comandante de la Orden de Caballeros además de Capitán de la Guardia de Aub Ehrenfest.
El viejo y gordo inútil que no hacía más que botarle todo el trabajo de escritorio no pareció tomarse muy bien su negativa. Ferdinand encontró veneno en su comida dos días después de la fecha en que debería cumplir los diecisiete, aunque la dosis y el tipo de veneno le provocaron más risa que malestar. Verónica acostumbraba alimentarlo con venenos mucho más potentes y peligrosos, esto parecía la broma de un niño mimado en comparación.
Por supuesto, tuvo que reciprocar, consiguiendo el mismo tipo de veneno y asegurándose que lo vertieran en la comida del Sumo Obispo y sus asistentes unos cinco días después. El viejo mantenido pasó dos días indispuesto al igual que el resto de su servidumbre. Ferdinand no podía estar de mejor humor luego de eso. La siguiente vez que se topó con el hombre, no dudó en burlarse de él de forma desdeñosa con una de las tantas frases que Verónica solía murmurarle luego de alimentarlo con veneno y verlo revolcarse de dolor, sosteniendo su estómago con lágrimas en los ojos a punto de vomitar.
Luego de eso, su tiempo en el templo fue… tranquilo. Demasiado tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo tenía espacio en su agenda para leer o hacer algunas investigaciones sencillas acorde a sus propios intereses, después de todo, los documentos del templo eran tan sencillos como los de las barracas, con la diferencia de que aquí solo entrenaba a sus asistentes y no tenía que cuidarse de hombres o mujeres desvergonzados. Luego de envenenar a Beezewants, ni siquiera las doncellas grises con peor reputación se acercaban a él y lo agradecía, por supuesto. Apenas Sylvester se coló en el Templo disfrazado de sacerdote para pasar un rato con él, le comentó que con tan pocos ingredientes y material de formulación además de obligaciones se sentía aburrido. Su hermano sonrió de manera desvergonzada, preguntándole si estaría bien enviarle un poco de documentación del castillo para que lo atendiera.
La promesa a su padre resonó en su interior y aceptó. Podía serle de utilidad a Sylvester con esa documentación, la cual no tardó ni tres días en empezar a llegarle… y multiplicarse con rapidez.
Para cuando llegó el verano estuvo ayudando con el registro de los plebeyos que iban a bautizarse. Regañó a algunos que no dejaban de platicar en la fila, relajándose cada vez que conseguía un silencio relativo, al menos, hasta toparse con una pequeña mano decorada con una herramienta mágica para niños.
Ferdinand levantó la mirada sin saber muy bien qué hacer con la daga que había usado para registrar a los otros niños cuando se encontró con un rostro conocido… mucho más limpio y con ropa en mejor estado, sin hablar del adorno en el cabello tan similar a los adornos que observó esa temporada y la anterior en el cabello de las niñas de la zona norte de la ciudad baja… aun si la dueña de este adorno no parecía haber crecido ni un poco.
—Buenos días, Lord Comandante. Es una extraña coincidencia verlo aquí. Mi padre me dijo una vez que ustedes son… quienes mantienen el orden y hacen investigaciones. ¿Está haciendo una investigación de jimitsuno?
La última palabra no la comprendió, así que no estaba seguro si era un insulto, una broma o un halago.
—¿Jimitsuno? ¿qué significa eso?
La pequeña comenzó a reír apenas con nerviosismo, sonrojándose al darse cuenta de lo que había dicho.
—Ahm… que está… ¿disfrazado para que los malos no lo vean?
'¡Cuanta imaginación! Seguro que Schlatraum tiene sus favoritos.'
Prosiguió conversando con la pequeña Mestionora que ayudó a rescatar de un trombe. Recordó entonces que envió a Justus a investigarla en la ciudad baja sin encontrar demasiada información… información que no tuvo ocasión de usar.
Su plan original era rastrear a la niña, confirmar su nivel de mana y asegurarla como una noble. Incluso estuvo pensando que podría hacerla pasar como familiar de alguno de los miembros de su séquito. Iría lo suficientemente lejos como para conseguir un asistente, caballero o erudito mednoble en caso de que ese fuera el rango de mana de esta niña… pero eso nunca se pudo llevar a cabo, no con la salud de su padre deteriorándose a esa vertiginosa velocidad.
Con la muerte de su padre, su retiro como Lord Comandante, como noble y posterior enrolamiento al templo, seguido del entrenamiento recibido como Sacerdote Azul y la diferencia entre ser un noble y un sacerdote, la niña quedó relegada en el fondo de su mente con tantas otras preocupaciones que dejó junto a su armadura.
Tras reencontrarse con la curiosa plebeya decidió que no la bautizaría todavía. Luego de todo el tiempo que pasó en el Templo, encontró un modo de protegerla y aprovechar su mana al máximo, en especial luego de hablar con ella. Si no contaba la extraña palabra de hace rato, la niña se dirigía al hablar como un adulto… lo cual era algo fuera de lugar.
La observó entonces durante la ceremonia de bautizo, serena y atenta, algo molesta también, como si hubiera descubierto que Beezewants los menospreciaba tanto que se quedó bebiendo y recibiendo ofrendas de flores toda la noche anterior, presentándose con resaca y arrastrando un poco las palabras sin que le importara en lo más mínimo.
Cuando se les enseñó la pose de oración, la niña cayó al piso, retorciéndose como si tuviera mucho dolor. Un alivio que le hubiera ordenado a Fran que la vigilara y encontrara un modo de conducirla a una de las habitaciones vacías del ala de los azules porque de ese modo, su asistente fue capaz de sacarla de inmediato.
No sabía si preocuparse de que la niña hubiera tenido una subida repentina de mana o felicitarla por fingir para poder encontrarse con él porque sus ojos se cruzaron con los de ella mientras Fran la llevaba en brazos y no parecía enferma en modo alguno.
Cuando al fin pudo alcanzarla y luego de que la niña fuera al baño, comenzaron a hablar.
La niña era graciosa en un sentido único. Era como hablar con una mujer adulta de corta estatura, lo que la hacía más interesante. Que pudiera leer sus verdaderas intenciones lo sorprendió un momento, pero también lo liberó de un peso sobre los hombros. Si ella aceptaba la oferta, no tendría que andarse por las ramas. Saciaría su curiosidad y ayudaría al ducado y a Sylvester tal y como había prometido a su padre en su lecho de muerte… si ella aceptaba.
Esa noche llamó a Justus para que investigara de nuevo, recordando la información del padre de la niña para pedirle que investigara esta vez a la familia de la pequeña, consiguiendo mucha más información de lo esperado.
Lo sopesó un par de días. Estaba bastante tentado a hablar con Heidemarie y Eckhart al respecto, sin embargo, no tenía caso llamarlos si la niña y sus padres preferían que ella explotara y dejara un agujero ahí donde debía estar su casa. No. Llamaría a Heidemarie después de hablar con la pequeña Mestionora y sus padres. Los tentaría tanto como le fuera posible y para esto habló con Justus para refinar la mejor manera de convencer a un hombre que se había mostrado más que desesperado por que salvaran a su pequeña hija enferma y a la mujer que, según parecía, solo logró dos embarazos exitosos con al menos cuatro abortos espontáneos a lo largo de los últimos diez años.
Notes:
Notas de la Autora:
Para que se emocionen más, de vez en cuando tendremos estos Ss de Ferdinand hablando un poco de cómo la está pasando o que cosas hace fuera de escena. También temo avisar que esta semana es la última que subiré dos capítulos por semana, nos estamos engolosinando, damas y caballeros, y engolocinarse nunca es bueno.
Sin más por el momento, cuídense mucho y que tengan un excelente inicio de semana.
SARABA
Chapter Text
"Toma todo lo que puedas, cuando puedas y donde puedas", fue lo primero que le enseñó el señor Benno y lo que llevaba en mente aquel día.
Era el momento de negociar con el Sumo Sacerdote. Era hora de asegurar que le servirían una enorme rebanada del pastel porque si iba a negociar con su vida, más le valía sacarle el máximo provecho posible.
Sus padres la miraron de nuevo y ella solo les sonrió echando un último vistazo a la canasta con obsequios para el Sumo Sacerdote.
–Myne, ¿estás segura de querer darle todo esto? –preguntó su madre un poco preocupada, mirando también el interior de la cesta.
Papel vegetal, tinta y un folder con hojas parecidas a las de mapple para que el tipo curioso pudiera hacer y guardar sus anotaciones, además de un par de lápices con una goma de borrar. Dos muestras de rinsham con escencia a maderas y a cítricos para que pudiera probarlos. Una bolsita con galletas y algunos diminutos hotcakes con bayas. Un pastel de libra de los que había refinado y mejorado la cocinera de su socia en el ámbito de cocina y un par de velas con flores esculpidas por Sasha, además de la propia canasta con asas móviles.
–Si, mamá. Si se da cuenta de que le conviene más mantenerme viva y en contacto continuo con ustedes me dará mas libertades, además él solía ser un noble. Podría encontrar a alguien que nos ayude a vender mis productos en el barrio de los nobles.
Tenía poco que había descubierto que la mejor manera de conseguir más dinero era vendiendo productos premium a gente con influencia y en ese mundo, ¿quién podría tener más influencia y dinero que los nobles?
–Myne –dijo su padre entonces, deteniéndose para mirarla a los ojos antes de entrar en los terrenos del templo–. No quiero entregarte a los nobles, pero tampoco quiero que mueras. Si no estás segura o te das cuenta de que ésta decisión solo te hará sufrir, puedes decírmelo. Yo me encargaré de llevarte de vuelta a casa.
–Pero… pintaste el Templo como un lugar espantoso para los huérfanos, papá… si veo que es inútil y que nada de lo que diga o haga tendrá peso alguno, te tomaré la palabra.
–Ya verás, no dejaré que nadie haga menos a mi preciosa hija. Cómo nuevo capitán de la puerta Este, te protegeré con mi vida si es necesario.
Sonrió. Tenía unos padres excelentes en esta vida que la hacían pensar que no lo hizo tan mal cuando fue su turno. Esperaba no olvidarlo y hacerlo tan bien como ellos cuando volviera a ser madre.
–Gracias, papá. Si esto sale bien y logro volverme una adulta, espero casarme con alguien igual a ti. Dispuesto a protegerme a mi y a mi familia. Alguien dispuesto a darlo todo por que seamos felices.
Su padre la abrazó entonces con ojos llorosos y demasiado emocionado. Estaba bien. Sentía que este hombre la estaba compensando por su falta de un padre en su vida anterior sin dejar de darle el afecto que le tocaba en esta.
–Myne, deberías decir que quieres casarte conmigo, no con un hombre como yo.
–¡Pero, papá! Si me caso contigo, ¿dónde quedaría mamá? –bromeó ella, sintiendo como los tres se relajaban a través de la risa antes de seguir adelante, entregando la tablilla que indicaba su cita con el Sumo Sacerdote.
.
No era la recámara donde habló con el Sumo Sacerdote y lo agradecía. Estaba segura de que su padre se infartaría tres veces, golpeando al Sumo Sacerdote entre un infarto y el otro si los recibían en una habitación que les diera una idea equivocada… porque esperaba que de verdad nadie intentara pasarse de listo con ella y usarla de entretenimiento para adultos.
Esta era… una habitación para conferencias o algo así.
Tenía algunas imágenes de los dioses alrededor, amplias ventanas para dejar que la luz natural inundara el lugar, una mesa de madera con un par de sillones a cada lado y una chimenea además de cuatro farolas similares a los quinqués pendiendo de las paredes. El espacio excedente era suficiente para que varias personas caminaran alrededor sin problemas.
Apenas sentarse los tres, el sacerdote gris al cual reconoció como Fran ingresó a la sala con un carrito de servicio y comenzó las preparaciones del té.
Myne frunció un poco el ceño al notar un platón con varios dulces que, imaginó, estaban tan insípidos como los que le ofrecieran cinco días atrás.
¿Quizás debería presentar los dulces que ella había llevado para que notaran la diferencia? Bueno, Tetsuo siempre decía que era mejor tener varias muestras presentes para hacer comparaciones, así que aprovecharía las muestras que le iban a proporcionar de forma tan amable.
El Sumo Sacerdote ingresó y Myne se apresuró a recitar el saludo que le enseñara Freida durante esa semana para prepararla. Cuando terminó de intercambiar sus saludos, tomó asiento igual que sus padres, quienes la estaban siguiendo en ese momento.
–Sumo Sacerdote, antes de comenzar con nuestra reunión, quisiera entregarle estos obsequios como una tardía muestra de agradecimiento por haberme rescatado de ese trombe hace tres temporadas. Le estoy muy agradecida.
El hombre la miró con sorpresa, haciéndole una seña a Fran, quién se apresuró a recibir las cosas y revisarlas por alguna razón. Ella solo lo ignoró y comenzó a explicar cada uno de los obsequios, su uso y con quién estaba asociada para presentar dichos productos, así como una parte del proceso de producción.
Fran no tardó mucho en tomar un plato donde colocar las galletas y los pequeños hotcakes, dejando que la tela con la que estaban envueltos fungiera como un improvisado mantel para los platos, además de sacar y acomodar con mucho cuidado el pastel.
Una vez terminada esta explicación de los presentes, Fran se apresuró a servir las tazas con té humeante de un aroma floral que le recordó un poco al té de manzanilla.
El Sumo Sacerdote habló entonces del té, pasando su dedo alrededor de la taza antes de dar un pequeño sorbo y repetir el proceso con los dulces que Fran acababa de colocar en la mesa. No mucho después, el asistente colocó pequeños platos y sirvió uno de los dulces del templo en el plato del Sumo Sacerdote, quién procedió a pasar de manera delicada y demostrativa su dedo sobre la superficie de la golosina antes de tomarla y dar una mordida pequeña sin dejar de observarlos.
–Oh, vaya. Imagino que debo hacer lo mismo con las galletas y el pastel que he traído, ¿verdad?
El Sumo Sacerdote la observó complacido con una sonrisa diminuta, así que ella miró al asistente, el cual se apresuró a servirle una muestra de cada cosa y una delgadísima rebanada de pastel. Myne imitó lo que había visto y entonces el Sumo Sacerdote le solicitó a su asistente que le sirviera un poco de cada cosa también.
Ver el asombro en sus ojos o notar como se llevaba la mano a la boca con un aire contemplativo para luego encargarle a su asistente que le sirviera más, la hizo sonreír bastante. Los dulces insípidos no eran rival para los que habían preparado ellos con antelación.
–Veo que los obsequios son de su agrado, Sumo Sacerdote.
No pudo evitar regodearse, sintiéndose orgullosa antes de mirar a sus padres y sonreír al verlos sorprendidos por un segundo o dos, devolviendo su atención a su anfitrión en turno.
–Esto es… muy interesante. La textura de cada uno de estos postres es distinta, pero ninguna es desagradable. Por no hablar de los sabores. No son demasiado dulces y en realidad hacen parecer los dulces normales como algo insípido. Habría que trabajar un poco más en la presentación para que sean adecuados para una socialización noble… ¿Le pusiste té a estás galletas?
–Admito que no pude usar un té de mejor calidad, pero espero que sea de su agrado.
Una tras otra, las galletas y los pequeños hotcakes desaparecieron del plato del Sumo Sacerdote. El pastel de libra también quedó reducido a la mitad. Por muy delgadas que Fran cortara las rebanadas, el Sumo Sacerdote no dejaba de pedirle más.
Cuando el joven que los había citado pareció recordar el motivo de que estuvieran ahí reunidos, se limpió el rostro con bastante elegancia, aclarando su garganta con un poco de té, agradeciendo por los dulces y haciéndole otro ademán a su asistente.
Pronto un aparato extraño se colocó en la mesa y tanto Myne como sus padres miraron sorprendidos como una barrera de un color tenue en forma de cubo salía de ahí bajo el toque del Sumo Sacerdote envolviéndolos como si se tratara de una carpa u otra habitación. La chica no tardó mucho en calmarse, recordando que Gustav y Benno le habían hablado de esos aparatos, otro indicativo de que este hombre solía ser un noble.
–Myne, me cuesta trabajo creer que seas la autora intelectual de esta comida o de estos objetos.
–Mi hija es una niña enfermiza y algo débil, pero lo compensa con su inteligencia, milord. Aprendió a leer, escribir y hacer cuentas en las oficinas de los soldados de la puerta sur en apenas un mes durante el año pasado.
–También mejoró mucho las comidas que hacemos en casa. Al principio eran pequeñas sugerencias en platos que ya había comido antes. Cuando le permití comenzar a ayudar en la cocina comenzó a inventar platillos también, como estos que le hemos traído. Por no hablar del tratamiento para el cabello.
Myne miró a sus padres sin dejar de sonreír. Ellos le devolvieron la mirada y la sonrisa. Parecían muy orgullosos de poder presumirla un poco frente a un noble.
–Parece que su hija ha sido muy bendecida, señor Gunther.
–Mis hijas son mi orgullo, milord. Ambas son hermosas y talentosas, cada una a su manera.
Tenía ganas de tomarle el pelo a su padre, pero se contuvo pellizcando con fuerza una de sus rodillas por sobre la ropa. Las cosas iban bien, mejor tomar control de sus impulsos infantiles antes de estropear el asunto.
–Eso puedo verlo. Imagino que Myne ya les explicó la situación.
–Así es –confirmó Effa–. Cómo padres, nos duele saber que le queda tan poco tiempo entre nosotros. Hemos hecho todo lo que podemos para alargar su estancia, milord y en verdad, estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio necesario por ella, pero…
–No estamos dispuestos a abandonarla en el Templo –rugió su padre con tanta calma como podía manejar.
Myne observo al Sumo Sacerdote asentir, considerando las palabras dadas y observando los regalos junto a él antes de mirarla a ella.
–Lo entiendo. Es por eso que le he ofrecido a Myne asistir al templo como una aprendiz de doncella azul a cambio de que acepte una adopción en una familia noble de mi entera confianza para que puedan ayudarla a sostener sus gastos.
Sus padres escuchaban todo con seriedad, mirándola a ella y luego a él. Su madre se veía un poco asustada. Su mano no tardó en rodearle la espalda para apoyarse en su hombro de un modo protector. El Sumo Sacerdote no pareció perder ese detalle y luego prosiguió hablando.
–Entiendo su reticencia a dejarla aquí como una huérfana. Las doncellas grises deben trabajar muy duro para poder estar en el Templo, donde se les forma como asistentes. Las doncellas azules, en cambio, tienen más libertades. Por lo general solo donan su mana a las herramientas divinas para nutrir a la tierra y asegurar que las cosechas sean mejores. En el caso de Myne, tengo entendido que es buena en trabajo burocrático, así que espero que sea de ayuda en el templo en ese ámbito. También recibirá una educación aquí mismo, claro que nada de eso es gratis. Ya sean asistentes, ropas nuevas o instructores, Myne requeriría de alguien que pueda ser su soporte económico como doncella azul.
Ese era el momento. La niña se cruzó de brazos, dejando escapar una pequeña risa orgullosa similar a la que Shuu solía hacer cuando él sabía algo que ella no o alguien había activado una carta trampa durante sus torneos de cartas, atrayendo la atención del Sumo Sacerdote y provocando que su madre se riera un poco, divertida.
–Cómo le he dicho, Sumo Sacerdote, los obsequios que le he traído los he creado y empezado a vender junto a mis socios comerciales. Soy dueña del taller encargado de crear los aditamentos de escritura que le he obsequiado, además, por cada botella de rinsham, cesta y flor de hilo vendida, tengo un convenio firmado con la Compañía Gilberta para que se me dé una parte pequeña de la ganancia. En cuanto a los dulces que le he presentado, me he embarcado en un pequeño proyecto con la nieta del jefe del gremio de comerciantes para abrir un restaurante especial en la zona norte de la Ciudad Baja. Por el momento solo estamos vendiendo estos dulces, sin embargo, es solo un sondeo para estar seguras de cuales postres servir una vez abierto nuestro restaurante… de más está decir que también obtengo ganancias de este otro proyecto.
Los ojos del Sumo Sacerdote parecían brillar cargados de interés, no por la traducción en monedas de lo que acababa de decir sino por… curiosidad científica.
–Ya veo. ¿Debo entender que eres económicamente independiente?
–Y pronto lo seré todavía más, Sumo Sacerdote. Tengo planeado introducir tantas ideas revolucionarias como sea posible para mejorar la vida de la gente en la ciudad baja, lo cual incluye a mis padres y a mi hermana. Por supuesto, ningún proyecto puede llevarse a cabo sin suficiente capital, de ahí la importancia de mis socios comerciales y las regalías que obtengo por cada venta.
Parecía que lo tenía en la palma de su mano, sin embargo, no estaba del todo segura. El chico estaba de verdad interesado en tenerla ahí… pero estar interesado y estar comprometido con algo eran dos cosas muy diferentes.
–Entiendo. Tienes mucho que ofrecer al Templo con o sin el respaldo de una familia noble.
–Debe comprender, Sumo Sacerdote, que no hay nada más importante para mí que mi familia. Teniéndolos a ellos no hay meta que no pueda alcanzar, ni obstáculo que no pueda superar. Ellos son mi fuerza.
Lo observó dándose golpecitos en la sien. Si se quedaba en el templo tendría que acostumbrarse a que por mucho que este hombre repitiera ese gesto… no era su esposo.
–Como le ofrecí a Myne, en caso de que acepte podrá ir y venir entre el Templo y la Ciudad Baja. Se le tratará como un caso especial y estará bajo mi supervisión directa.
–¿Podría ser más específico sobre las libertades que tendría mi hija para ir y venir, Milord? –solicitó su madre–. Le agradecería saber con exactitud cuál es su idea al respecto.
El Sumo Sacerdote dio un sorbo a su té, comió un poco más de pastel y se reacomodó en su lugar. Myne imaginaba que estaba ordenando sus ideas y escogiendo sus palabras.
–Su hija tendrá que estar aquí desde la tercera hasta la sexta campanada exceptuando el invierno en que preferiría que la dejaran aquí. Si su condición es tan mala como han venido diciendo, estarán de acuerdo en que no podemos arriesgarnos a qué se enferme a causa del frío y la nieve o salga herida durante la tempestad provocada por el Señor del Invierno. Por supuesto, ustedes tendrían permiso para venir a verla durante esa temporada.
–¿No sería mejor dejarla quedarse en casa durante el invierno y traerla solo cuando el clima lo permita? –preguntó su padre con preocupación.
–Temo que no. El invierno es la temporada en que se hace la recolección de mana por medio de una ceremonia ritual que toma algunas semanas. Si ella no pudiera estar presente por enfermedad o por el clima, su estancia como aprendiz de sacerdotisa no tendría caso alguno. Es por esto que el Templo le proveerá de aposentos adecuados y un chef personal que se encargue de mantenerla alimentada.
–Ya veo. ¿Qué hay del recorrido que tendría que hacer a diario para venir? –cuestionó Gunther de nuevo–. Mi hija apenas consiguió la resistencia necesaria para cruzar la ciudad entera, me preocupa que tenga que hacerlo dos veces todos los días. Si se esfuerza demasiado en el templo, podría colapsar de camino a casa.
–Se le asignará un asistente adulto que pueda escoltarla de ida y vuelta. Alguien que pueda traerla en brazos de ser necesario y que se asegure de dejarla en su casa.
Su padre pareció aliviado con eso, su madre, sin embargo, no había olvidado lo más preocupante del trato.
–Milord, con respecto a la adopción de la que habló…
El Sumo Sacerdote sonrió con confianza, llevando su taza a sus labios, mirándola a ella y luego a su madre, retomando su expresión estoica y seria de inmediato.
–Ella seguiría viviendo con ustedes, por supuesto, aunque algunos días se quedaría aquí en el templo y otros iría al barrio noble para socializar con su nueva familia y aprender. Tengo la intención de ennoblecer a su hija para que pueda ser un apoyo al ducado y la forma más efectiva de hacerlo es esta. Cómo noble, Myne tendrá derecho a asistir a la Academia Real con los hijos de otros nobles alrededor de todo Yurgensmith durante el invierno cuando cumpla diez de manera oficial. Recibirá también un schtappe y aprenderá a usar su maná… eso que ustedes llaman calor, para hacer magia. Su vida mejoraría considerablemente y se alargaría de manera exponencial.
–¿Podrá formar su propia familia? –preguntó su madre, haciéndola voltear, preguntándose si su madre conocía su deseo o era solo la preocupación de una mujer plebeya por el futuro de su hija enferma.
El Sumo Sacerdote asintió.
–Podrá casarse con un noble y tener sus propios hijos o seguir dando peso a sus proyectos e industrias. Incluso podrá formar una familia y mantenerse activa como erudita prosiguiendo con sus innovaciones desde lo alto. No tendrían que preocuparse por su futuro y ella podrá elegir su camino.
Su padre la miraba ahora con asombro y esperanza.
–¿Podría ser una caballero? –murmuró su padre extasiado, provocando que los ojos del Sumo Sacerdote brillarán como los ojos de un zorro astuto.
–Si su salud y su cuerpo lo permiten y si ese es su deseo, podría serlo.
Su padre la miraba con orgullo y admiración ahora. Podía comprenderlo. Ella tendría la oportunidad que él no tuvo. Podría alcanzar cualquier sueño que se planteara en lugar de conformarse con lo más parecido. El Sumo Sacerdote debió leer también a su padre porque comenzó a sonreír divertido antes de ladear la cabeza y simular que estaba pensando.
–Los nobles que la adoptarían son una erudita especialista en sanación y botánica en tanto su pareja es un caballero de la orden, salido de una familia de caballeros. Cómo verán, su hija ganaría una sanadora y un guardián además de la posibilidad de alcanzar sus metas con sus propias manos.
'¡Muy astuto, Sumo Sacerdote! ¡Muy astuto! Puedo ver lo que haces y yo también puedo jugar.'
–Entonces, solo para estar seguros –inició ella ahora, apoyando su índice en su barbilla y mirando a la mesa antes de dirigir su vista a su anfitrión–, no voy a perder el contacto con mi familia, tampoco se me obligará a hacer trabajo pesado aquí mismo, evitarán que explote por una sobrecarga de mana y me darán la posibilidad de llegar aún más lejos.
–Así es.
–¿Podré seguir perteneciendo al gremio de comerciantes como jefa de taller, Sumo Sacerdote?
–Dado que te volverás una sierva de los Dioses, no sería lo más adecuado, sin embargo, no veo porque no. Podemos negociar al respecto de manera posterior. Es seguro que el Sumo Obispo evitará poner objeciones si se maneja de manera adecuada.
–Es comprensible. Sobre la vida en el Templo, sé que tienen sus reglas y que deberé ceñirme a ellas, sin embargo, tal y como le expliqué, mi sueño es mejorar vidas. ¿Se me permitirá hacer algunas mejoras aquí también?
Lo vio dudar. Quería saber que podría ayudar a los huérfanos si era necesario. Quería estar segura de que la escucharían si tenía quejas o sugerencias dentro del templo para seguir adelante en paz.
–Pregunto esto porque… además de que podría dar trabajo a los huérfanos en mi taller para que colaboren con una parte de su propia manutención, hace poco me embarqué en un nuevo proyecto con el gremio de carpinteros, herreros y el de lauderos. No conozco muchos instrumentos de música, solo he visto tambores, flautas y un instrumento de cuerdas algo grande y pesado que suelen tocar los juglares y los trovadores cuando visitan la ciudad baja. Pensé que sería interesante crear un instrumento al que he decidido llamar piano. Debería estar listo para probarse la próxima temporada. Es un instrumento algo grande, pero creo que haría maravillas en el arte, Sumo Sacerdote. Temo que no podría probarlo o tocar las canciones que a veces se me ocurren en él si no pudiera traer uno cuando esté terminado.
Apenas tomar su taza de té para llevarla a sus labios sin dejar de mirar a su objetivo, Myne lo notó. Había ganado.
Sus padres hicieron parecer al templo como un lugar terrible, en especial para los niños, y si había niños en apuros quería salvar a tantos como fuera posible, después de todo, los niños son el futuro de cualquier nación.
–Cualquier… mejora o cambio que desees proponer para el templo, deberás discutirla primero conmigo para que podamos encontrar el modo más pacífico de hacer la transición necesaria en caso de que sea posible. Los sacerdotes y las doncellas no están acostumbrados a ejercer o vivir la violencia en este lugar y eso incluye cambios. Así que, si acudes a mí para hablar, pondré de mi parte para ayudarte.
Sonrió sin más, mirando a uno y otro lado para recibir las sonrisas orgullosas de sus padres y sus mimos afectuosos, recordando que en este sitio la gente no se daba la mano para sellar un trato.
–En ese caso –dijo su padre ahora–, queremos conocer a las personas que van a adoptarla y saber que preparar si la otra familia acepta estos términos.
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–¿Desde cuándo estás diseñando instrumentos de música, Myne?
Era normal que su madre preguntara ahora que estaban a medio camino a casa. Si bien Myne solía comentar con su familia sobre las cosas que se le ocurría hacer, en ningún momento dijo nada sobre estar metida en la música.
–Ahm… creo que desde esta tarde, jejeje.
–¡¿Qué?! –su padre se detuvo en ese momento, gritando tan fuerte que Myne notó como todos los transeúntes se detenían a mirarlos con curiosidad.
Su padre pareció notarlo también, riendo un poco para disimular antes de seguir caminando unos segundos después, mirándola a los ojos sin dejar de cargarla, como exigiendo una explicación.
–El día de los bautizos, cuando me llevaron a descansar, tenía demasiadas ganas de hacer pis… pero no había ningún orinal cerca y el asistente que nos sirvió el té me dijo que no saliera de ahí, así que empecé a tararear algo de música para distraerme conforme se me ocurría y… el Sumo Sacerdote entró mientras estaba con eso. Parecía muy interesado.
–Myne, ¿eso que tiene que ver con todo esto de crear instrumentos de música? –la redireccionó su madre para volver al punto.
–Bueno… es que el Sumo Sacerdote no parecía muy dispuesto a cumplir todas nuestras exigencias, necesitaba algo más para convencerlo de que puedo ser un activo bastante útil… así que opté por mostrarme también como una persona con ideas interesantes para él. En cierto punto parecía más que interesado, pero reticente a aceptar todo y…
–¿Myne, mentiste con lo del instrumento? –preguntó su padre en tono huraño.
–¡Yo no iba a ceder con mis exigencias y él estaba listo para poner algunos peros!
–¿Estás segura de eso? Yo no lo vi cambiar de expresión en ningún momento, de hecho… estaba tan serio que dudé que pudiera sentirse interesado de modo alguno. –comentó su madre.
–¿Qué? Pero estoy bastante segura de que lo vi sonreír con un gesto diminuto y mostrar curiosidad, también estaba divirtiéndose cuando habló sobre caballería para convencer a papá, estoy segura.
Sus padres la miraron con sorpresa y ella trató de hacer memoria de los gestos. Eran en verdad diminutos, pero estaban ahí, claros como la luz del día. Luego recordó que conocía una persona difícil de leer.
Tetsuo, su esposo, solía mostrar solo aburrimiento, arrogancia, concentración y enfado. Así ocultaba cuando se estaba divirtiendo, cuando la estaba pasando mal y quería ayuda, cuando estaba avergonzado… y cuando quería divertirse con ella en la alcoba. El rostro de su esposo era mucho más fácil de leer, era cierto, pero tras algunas décadas viviendo con él aprendió a leer en su rostro los gestos más diminutos, esos que su esposo no tenía forma de enmascarar… y parecían los mismos que el Sumo Sacerdote tampoco podía esconder tras ese rostro serio al extremo.
–Y si no tienes ese famoso instrumento enorme del que estabas alardeando, ¿cuál es el plan ahora? –inquirió su madre, haciéndola sonreír con suficiencia.
–Preparar los planos hoy mismo y solicitar al señor Benno que me prepare una reunión con los tres gremios que he mencionado para hacer el encargo. Si fueras tan amable de dejarme donde la Compañía Gilberta, papá, me harías un enorme favor. Un piano va a tomar más de tres meses, en especial siendo el primero que se fabrica y seguro que ese Sumo Sacerdote decide acompañarme en algún momento para inspeccionar el proceso de construcción.
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Tres días después conoció a quien sería su hermana ficticia y futura "madre" bautismal además de al futuro esposo de la misma.
Heidemarie Tochter Liljaliv era una hermosa chica cuyos lacios cabellos en tono borgoña permanecían sueltosc con un par de bonitas trenzas que nacían detrás de sus orejas para encontrarse detrás de su cabeza y mantenerlo todo a raya, enmarcando un par de brillantes ojos verdes cercanos al ocre. Sus movimientos mostraban una elegancia refinada y algo fría, al menos al inicio, provocando que Myne se preguntara si era su forma natural de conducirse o era una conducta aprendida tras algún tipo de entrenamiento.
Por otro lado, un gallardo y joven caballero de cabello verde y ojos azules de nombre Eckhart Sohn Linkberg esperaba en el diván de la sala de té donde hablarían ese día en una sala algo más grande que la anterior y con más gente. Por los atuendos de las otras peersonas en la sala y el hecho de estar de pie detrás del diván y fuera del alcance de la barrera antiescuchas, Myne supuso que estos eran más asistentes, aunque no sacerdotes ni doncellas.
El Sumo Sacerdote estaba también ahí en ese momento, de modo que no tuvieron que esperar.
Luego de intercambiar saludos y escuchar los nombres de los dos individuos, su madre entregó la cesta con obsequios a Fran. Su padre la ayudó a sentarse en una orilla del diván junto al Sumo Sacerdote, quién se ubicaba en una silla a la cabecera de la mesa.
Era una táctica un poco sucia disfrazada de humilde amabilidad, pero era mejor dar un pequeño, delicioso e interesante soborno a su futura familia noble que no hacerlo. Las cosas gratis solían poner de buen humor a toda la gente, incluso a los que nadaban en dinero.
–Así que, Myne –abrió la charla su futura hermana mayor luego de relajarse con un par de galletas y un pequeño bocado de struddle de pomme–. Lord Ferd… El Sumo Sacerdote insiste en que hacerte pasar por mi hermana sería muy beneficioso para todos aquí. Él no suele exagerar las cosas y aun así, pienso que tal vez Grammarature le ha jugado una broma.
–Gramara… ¿quién?
La chica miró a sus padres que parecían tan confundidos como ella y luego al Sumo Sacerdote. El hombre soltó un suspiro apenas notorio y procedió a traducir.
–Lady Heidemarie insiste en que he comprendido mal tus palabras, Myne. En cuanto a Grammarature, es la diosa de las palabras.
'¿Diosa de las palabras? ¿Cómo Toth, el dios egipcio de la escritura? De pronto este mundo me parece mucho más reconfortante.'
–Comprendo. Los nobles tienen una forma… interesante de expresarse –dijo sonriendo antes de llevar un pequeño pedazo de su propio struddle a su boca–. Sin embargo, dudo que el Sumo Sacerdote haya comprendido mal o hecho exageraciones. Para comprobarlo, estoy dispuesta a explicar sobre mi taller y los proyectos que tengo en asociación con otros comerciantes si con eso se queda más tranquila, Lady Heidemarie.
La joven asintió satisfecha y Myne procedió a comentar sobre los obsequios llevados, explicando parte de los procesos para crear uno u otro, permitiendo que sus padres hicieran pequeños paréntesis con comentarios respecto a la recepción de productos en la ciudad o la forma en que los había incluido en uno u otro proyecto.
Para el final de la explicación, tanto Lady Heidemarie como Lord Eckhart parecían más que impresionados y tranquilos. Ambos tuvieron una amena y agradable charla con sus padres sobre lo que esperaba cada quien en la relación entre ambas familias o los planes que los nobles tenían para atenderla y encontrar momentos para que ella pudiera ver a su familia biológica.
Mientras eso pasaba, el Sumo Sacerdote le pasó una especie de cascabel con discreción diciéndole que tratara de canalizar un poco de mana en el objeto, entonces, sin dejar de observar cómo se llevaba a cabo la conversación entre sus padres y la joven pareja, lo escuchó hablar fuerte y claro.
–¿Crees que podrías hablarme un poco más de ese… nuevo instrumento al que has denominado piano?
Suprimir una sonrisa arrogante como las de Tetsuo fue difícil. Al parecer, el Sumo Sacerdote no solo era un fuerte y hábil combatiente, sino que también guardaba interés por la música.
–Es grande, muy grande. Se toca presionando teclas del grueso de los dedos de un adulto, las cuales van unidas a pequeños martillos de madera que golpean cuerdas enormes de metal o bien de otros materiales dentro de la caja de resonancia. También le incluí unos pedales en la parte de abajo para modular el volumen y la reverberación. Si gusta, puede acompañarme a revisar el progreso del mismo en mi próxima inspección.
El Sumo Sacerdote pareció considerarlo, llevando un último bocado de struddle y haciendo un gesto a Fran, quién le sirvió más de inmediato con una sonrisa luminosa que dejó a Myne un poco perpleja.
–Nunca he inspeccionado la creación de instrumentos de música. Sospecho que será interesante. ¿Cómo se te ocurrió?
Respingó ante ello. No estaba segura de cómo se tomaría un adulto la información de qué tenía memorias de otro mundo, así que optó por la explicación que solía dar en los talleres.
–Lo vi en un sueño y eso me inspiró.
La mirada cargada de curiosidad y sospecha que el chico le estaba dirigiendo la puso algo nerviosa. Que él intentara ocultar todo eso bebiendo su té era casi como las gafas de Clark Kent. Inútil al menos para ella.
–Ya veo. ¿Qué hay del resto de tus invenciones?
Ella sonrió sintiéndose un poco acorralada. Una suerte que Lutz le había preguntado cómo iba a explicar todos sus "inventos" a un adulto que ahora era un sacerdote, pero había sido el Comandante de los Caballeros y a dos nobles más.
–¿Para qué es está cosa?
–Es una herramienta mágica para prevenir que los demás nos escuchen.
Miró al resto de los "invitados" a la fiesta de té y asintió despacio, notando que nadie parecía recordar que estaban ahí.
–Dado que mi nueva familia me va a interrogar en algún momento y no quiero volver a dar la explicación, ¿le importaría preguntarme sin esta cosa?
–Por supuesto.
El cascabel desapareció de su mano como por arte de magia, o mejor dicho, de prestidigitación y el Sumo Sacerdote esperó una pausa adecuada para volver a preguntar. Myne sonrió. Estaba más que preparada para responder con la atención de todos sobre ella.
–Cómo mis padres han explicado, solía ser tan frágil y enfermiza que ni siquiera podía salir de la cama. Cuando tenía cinco años me di cuenta de que me sentía mejor cuando podía estar aseada, así que encontré un modo de hacer este producto de aquí para mejorar mi higiene. Después me percaté de que la comida olía diferente según el modo de prepararla, así que empecé a experimentar con ayuda de mi madre y mi hermana. Las horquillas para el cabello se deben a que no lograba mantenerlo fuera de mi rostro del modo tradicional y noté que mi madre usa una aguja para mantener ordenados los hilos con que cose. Las flores de hilo nacieron luego de jugar con algunos hilos y soñar que hacía flores hermosas con ellos. A veces recibo inspiración en mis sueños. Las asas que se mueven en esa canasta son resultado de ello. También el papel.
–¡Inspiración divina! –musitó Fran sin que nadie lo contradijera.
–¡Ahora me pregunto de cuántos dioses has conseguido ser bendecida, pequeña?
–¿Cuántos dioses? ¿No eran solo siete u ocho?
La joven pareja que la adoptaría se volteó a ver entre sí, desconcertados, luego miraron al Sumo Sacerdote, el cual estaba más que tranquilo ante su ignorancia y después a ellos.
–Tendré mucho trabajo enseñándole los nobles eufemismos y los dioses, según parece –se quejó Heidemarie en voz baja antes de mirarla a ella en particular–. Además de eso, necesitarás un nombre noble, Myne.
–¿Qué tiene de malo el mío?
–Tu nombre es tan pequeño como tú en este momento –comenzó a explicar Eckhart–. Los nombres de las mujeres nobles suelen ser más largos. Te escogeremos uno. ¿Alguna sugerencia?
Lo consideró un momento, mirando a sus padres y sintiendo que estaba entrando a algún programa de testigos protegidos como los que aparecían en algunas películas norte americanas.
–Me gustaría conservar mi nombre dentro del nombre nuevo, por favor. Es el nombre que mis padres me han dado, después de todo.
Sus padres le sonrieron y el Sumo Sacerdote asintió como si fuera la cosa más lógica.
–Una decisión prudente. Si llegaras a encontrarte con algún conocido de la ciudad baja en el futuro y este te llamara por tu nombre, podría cubrirse como un apodo o algo así.
Ella asintió tratando de pensar en nombres para ella, a punto de sugerir uno cuando Heidemarie hizo un sonido curioso, llamando la atención de todos que la notaron con una enorme sonrisa.
–¿Qué tal Myneira? Era el nombre de la difunta madre de nuestra difunta madre. Es un nombre fuerte que habla de protección y ayuda. Nosotros te brindaremos protección y tú podrás cumplir tu sueño de brindar ayuda al ducado. ¿Qué opinas, hermanita?
Sonaba un poco extraño, pero la historia que venía detrás le gustaba mucho. Le permitía conservar su antiguo nombre y recordarle su propósito y el de la adopción.
Miró a sus padres entonces, solo para darse cuenta de que ellos también sonreían complacidos.
–En ese caso, hermana mayor Heidemarie, futuro hermano Eckhart, es un placer presentarme de nuevo. Mi nombre es Myneira Tochter Liljaliv. Cuento con ustedes, estoy a su cuidado.
Notes:
Notas de la Autora:
Myneira = Myne Mía, Eira Protección o Ayuda. Myneira Tochter Liljaliv
Debo decir que me estoy divirtiendo con esto… ¿por qué? Bueno, llegaremos a eso de manera eventual, pero en sí… me emociona tener una Myne que no será nada borde con sus sentimientos como la del canon y ustedes no saben cuánto he fantaseado con eso por más de un año.
Chapter Text
La primera semana que estuvo en el Templo se sintió… extrañada e indignada por decir lo menos.
Por un lado, el Sumo Sacerdote y su nueva familia tuvieron la gentileza de acompañarla a la compañía Gilberta justo el día siguiente a su "entrevista" para que le tomaran medidas y le confeccionaran sus nuevos hábitos, con todo el mundo abriendo mucho los ojos cuando, de la nada, se "inventó" un nuevo tipo de costura para que los hábitos le siguieran quedando de manera adecuada a pesar de estar creciendo.
—Coucoucaloura, Grammarature, Mestionora y también Ventuhite y Seheweit… en serio, querida hermanita, ¿cuántos dioses te han dado su divina protección?
—Hermana Heidemarie, temo que no puedo responder a tu pregunta porque todavía no has comenzado a instruirme en nobles eufemismos y el Sumo Sacerdote tampoco me ha instruido aun en los nombres de los dioses y sus historias.
Ese había sido un día encantador. No solo la estaban mimando a ella, Heidemarie insistió en obsequiarle un juego de ropa a cada persona de su familia y confesó su esperanza de que en algún punto se mudaran a la parte norte de la ciudad, lo que volvería mucho más sencilla la comunicación entre ambas familias.
No estaba segura de donde, pero el Sumo Sacerdote le proveyó de unas túnicas azules bastante bonitas a las que Corina hizo solo algunos ajustes para que pudieran ser usadas de inmediato aun si eran bastante lisas, a diferencia de las que su hermana mandó a hacer, las cuales contaban con el escudo de su taller, ahora llamado Taller de Papel y Tinta Myneira con un bonito libro, un tintero y una pluma al cual se agregó el escudo de la familia Liljaliv… una corona de hojas que parecían olivo y laurel además de lirios a ambos lados del libro abierto…
Para el día del agua, sus túnicas provisionales estaban listas y ella despidiéndose de su madre y su hermana en tanto su padre y Lutz la escoltaban al Templo donde Fran los esperaba.
Gunther se negó a abandonarla en la puerta, entrando también para encontrarse con el Sumo Sacerdote, el cual parecía un poco fastidiado de ver a más gente de la que esperaba aun si no decía nada. ¿Cómo lo sabía? Porque Tetsuo ponía esa exacta misma mirada cuando se sentía fastidiado y no quería hacerla enojar.
—Myne, esta es la última vez que usamos tu viejo nombre de plebeya en el templo, a fin de que te acostumbres al nuevo lo antes posible —comenzó a instruirla el Sumo Sacerdote, lanzando una breve mirada a su padre y a Lutz—. Te llevaré frente a tus nuevos aposentos donde tus asistentes podrán cambiarte con ropa noble que ha traido Heidemarie para ti. Te presentaré con ellos también y les daré algunas indicaciones para que te den un breve recorrido por el templo mientras te conducen a tu toma de juramento con el Sumo Obispo. Estaré esperando por ti ahí. Espero que el señor Gunther se sienta tranquilo de dejarte antes de que comience el recorrido.
Su padre asintió un tanto enfurruñado. Al menos no lo habían corrido de madera violenta o grosera en ese mismo instante.
—¿Puedo preguntar quién más te acompaña? Me parece haberlo visto antes de la ceremonia de bautizos.
Lutz dio un paso al frente, dando un saludo tal y como el señor Benno le había enseñado para presentarse.
—… soy uno de los socios comerciales de Myne…eira. Suelo ser quien la ayuda a que sus ideas tomen forma en el taller, también vigilo su salud y su desempeño dentro de la Ciudad Baja.
—Entiendo.
El Sumo Sacerdote pareció considerarlo un momento antes de mirar a Fran y luego a Lutz.
—Fran, ya que te dejaré a cargo de Myneira como su asistente principal, debes saber que el joven Lutz tiene permiso de permanecer en el Templo junto a tu nueva señora el día de hoy y de mañana. Confío en que aprenderás todo lo que puedas de él sobre el control de su salud para que seas de ayuda a la hermana Myneira.
La niña miró a su nuevo asistente, el cual parecía confundido. A pesar de todo, el chico asintió, cruzándose de brazos en una reverencia, aceptando su nuevo puesto y sus nuevas obligaciones.
—Muy bien, empecemos entonces. El hilado de Dregarnuhr nunca se detiene.
Era una frase curiosa, pero Myne imaginaba que se refería al tiempo que no iba a detenerse para nadie, así que guardó silencio y se limitó a observar y seguir.
Cuando llegaron a su nueva habitación, en efecto, tenía cuatro jovencitas con hábitos grises esperándola.
Jenni, Rossina, Willma y Hanna, quienes habían servido a otra doncella azul hasta finales de la primavera, cuando la joven llamada Christine fue llamada de vuelta a la sociedad noble.
Myne sonrió divertida al notar a su padre sonrojarse apenas un poco y sonreír bastante contento, recordándole con una mirada de no darle demasiados problemas a sus asistentes y tener mucho cuidado de no sobre esforzarse, luego de lo cual, su padre se fue.
—Fran, cuando hayan terminado el recorrido ve al orfanato y escoge a un chico que pueda ayudar con el trabajo pesado de asistente. Myneira, las jóvenes asistentes que dejaré bajo tu cargo van a instruirte también en diferentes áreas. Jenni está bien versada en poesía y nobles eufemismos. Rossina es una música talentosa que te enseñará a tocar el harspiel. Willma fue bendecida con el don del dibujo, también te dará clases. En cuanto a Hanna, va a ayudarte a que te muevas con algo más de gracia y refines tus modales.
—Entiendo. Le agradezco mucho por conseguirme estas asistentes, Sumo Sacerdote.
En realidad, no sabía si sentirse satisfecha o no. Las niñas que la estarían enseñando y atendiendo tenían entre trece y dieciséis años, siendo Rossina la más joven y Hanna la mayor.
Las cuatro doncellas grises se apresuraron a despedirse del Sumo Sacerdote y en ese momento comenzó su educación, con Hanna corrigiendo su postura y el cruce de sus brazos, además de darle pequeños golpes en la espalda al caminar para que se mantuviera más derecha.
Jenny y Wilma se apresuraron a cambiarla y a hacerle un pequeño arreglo en el cabello para que pareciera de mayor estatus en tanto Fran y Lutz esperaban afuera. Cuando salió, encontró a Lutz dando instrucciones bastante detalladas sobre que observar en ella para determinar cuando estaba demasiado cansada y era peligroso dejarla seguir caminando o haciendo experimentos.
El recorrido dio inicio en ese momento. Sus asistentes parecían un poco conflictuados por la lentitud con que ella caminaba. No era como que pudiera avanzar más rápido, en realidad. Sus piernas eran muy cortas y sus pasos más cortos aún, además de lentos. Si intentaba dar pasos más largos o mover sus piernas más rápido, corría el riesgo de enfermar antes de que pasara una campanada, así que recorrer el templo les llevó una buena parte del día, con Fran llevándola en brazos cuando Lutz le indicó que ella se veía demasiado pálida y podría terminar con fiebre si caminaba más.
Así fue como recorrieron las pocas salas de té para recibir visitas; la sala de lectura, de la cual le costó mucho trabajo respetar la estúpida barrera invisible que le impedía entrar a oler y hojear esos preciosos, enormes y desconocidos libros. Fran tuvo que prometerle que agendarían un tiempo para que pudiera leer y memorizar las escrituras haciéndole más facil alejarse de ahí sin llorar. La sala de oración donde haría el ritual de dedicación y al que asistiría todos los días para dedicar su maná a las herramientas divinas estaba ocupado cuando al fin lograron llegar, de modo que les tocó esperar unos cuantos minutos.
El Sumo Obispo parecía en mejor estado ahora. No veía rastros de ebriedad o enfermedad en él, solo los rasgos de una vida llena de abundancia y despreocupación en tanto el Sumo Sacerdote estaba a su lado haciendo más obvio que el tipo parecía mal pasarse de manera continua.
–Señorita Myneira –saludó el Sumo Obispo con una sonrisa amable y las manos sobre su gran panza, tamborileando sus dedos de modo perezoso. De ser más joven se habría dejado llevar por su pinta de amable Santa Claus–, bienvenida al Templo de Ehrenfest. El Sumo Sacerdote me ha informado que hará su juramento de lealtad en este momento.
–Así es, Sumo Obispo. Estoy a su cuidado –respondió tomando la pose de sumisión que había aprendido desde que comenzó a interactuar con la gente del templo y los nobles.
–Sin embargo, señorita Myneira, temo que el Sumo Sacerdote no ha sido capaz de decirme a cuánto ascenderá su donación al Templo.
Estaba a punto de llamarle la atención debido a que su avaricia se filtraba bastante a través de sus palabras y sus gestos, casi como un vendedor de seguros, un cobrador… o un prestamista. No tardó mucho en recordar a las pocas personas que la menospreciaron por ser una simple bibliotecaria o a todos aquellos que intentaron llevarse a Tetsuo a sus empresas y denigrarla a ella al mismo tiempo, después de todo, su esposo tuvo varias pretendientes, muchas en realidad, casi todas provenientes de familias adineradas. Ellos por supuesto amasaron una buena suma de dinero a lo largo de sus vidas debido a los descubrimientos e inventos de su esposo. Con ese dinero pudieron darle una vida digna a sus hijos conforme crecían. Hacer regalos continuos a sus nietos. Viajar por todo el mundo al retirarse. Cubrir los gastos funerarios de sus padres… de Tetsuo y de ella misma, además de dejar una herencia aceptable para sus vástagos y sus nietos, así que podía diferenciar a la perfección a la gente con amor por el dinero de la gente que no sentía apego alguno por el mismo.
–El Sumo Sacerdote acordó hablar conmigo al respecto, Sumo Obispo. Justo acabo de hacer un recorrido por el Templo para darme una idea de cuánto sería una cantidad adecuada para hacer una donación inicial.
La sonrisa del viejo sacerdote se profundizó aún más. Incluso sus mejillas y nariz se tornaron de un tono rosado que le desagradó un poco justo cuando terminó de decir la palabra inicial. Seguro estaba más interesado en donaciones constantes que nada.
–Bien, bien, dejaré esa negociación en manos del Sumo Sacerdote. Solo recuerde que los dioses le darán su bendición en la medida en que usted esté dispuesta a donar algunas pocas monedas para ellos.
Se mordió la lengua para no burlarse de como este hombre parecía manipular la fé de los demás a fin de conseguir más dinero. Supuso que no sería buena idea, después de todo, este hombre era el responsable oficial del templo.
–Lo tendré en mente, Sumo Obispo.
–Muy bien. Empecemos entonces. Muchacho, arrodíllate junto a tu nueva hermana en el Templo para que la guíes. Le explicaré ahora la relación entre los colores del altar y los dioses.
Dicho esto, el Sumo Sacerdote se arrodilló en el tapete colocado frente a un altar con diferentes armas y ropajes, flores y frutas, además de incienso que el Sumo Sacerdote había estado columpiando.
Cuando el Sumo Obispo terminó de hablar, el Sumo Sacerdote le indicó que repitiera después de él.
Cuando terminaron el juramento, se le indicó que pasara a otra habitación para que Hanna y Jenni pudieran retirarle el engorroso vestido de noble y colocarle las túnicas prestadas y recién ajustadas, haciéndola salir de inmediato para que se pusiera en la pose de oración. Le costó trabajo mantener la posición, pero pudo lograrlo gracias a todo el tiempo que había pasado con sus ejercicios de yoga durante el último año.
Luego de acordar que estaría en la oficina del Sumo Sacerdote para decidir lo de las donaciones, el Sumo Obispo le volvió a dar la bienvenida y se retiró, en tanto el Sumo Sacerdote la escoltó hasta el pasillo donde la dejó al cuidado de sus propios asistentes.
Por último, visitaron el orfanato para que la joven pudiera seleccionar a alguno de los sacerdotes grises que habían sido devueltos luego de que los sacerdotes azules a los que servían volvieran a la nobleza o fueran enviados a otro lugar.
Fran le explicó cómo estaban divididas las habitaciones, así que la llevó a la entrada en la zona de los hombres para que pudiera elegir a uno de los chicos. A final de cuentas, tomó a un chico llamado Luka.
A petición de Myneira, Fran la escoltó también al ala de las mujeres. Tenía curiosidad por saber en qué estado vivían, así que se sorprendió al ver la cantidad de niñas y jóvenes en hábitos grises que residían ahí, todas flacas y con sus ropas y cabello en mal estado. Estaban saliendo cuando la joven notó una pequeña cabeza asomada desde las puertas que daban al sótano, apresurándose y pidiendo al chico Luka que abriera la puerta de inmediato, con varias caritas sucias y desgreñadas de niños demasiado delgados portando harapos o nada encima.
—¿Fran? ¿Qué le pasa a esos niños?
—Lo lamento, hermana Myneira. Le habría advertido de no acercarse, pero no tuve tiempo. Me encargaré de que el niño responsable de llamar su atención sea enviado al cuarto de castigo.
–¿Cuarto de castigo? ¡Son niños, Fran! No se enviará a nadie a ninguna habitación de castigo.
Sin decir más, entró de inmediato para verificar el estado de salud de las pequeñas criaturas encerradas ahí abajo, encontrando un bebé de algunos meses completamente muerto y en los huesos en una esquina.
¿Cómo era posible que el Templo fuera tan negligente con los niños a su cargo? ¿Dónde estaba el responsable? ¿Cuándo fue la última vez que habían dado de comer a esos niños o los habían bañado? ¿Y la limpieza del lugar? Podía ver moho seco y manchas amarillentas en algunas partes de aquel sótano. Estaba más que furiosa cuando alcanzó a una niña pelirroja de ojos azules que debía tener cinco o seis años con la ropa agujereada y tiritando de frío.
—¡Laidy Myneira, en verdad lamento que tuviera que verlos…!
Se disculpó una de sus doncellas entrando de inmediato.
—El problema no es que los esté viendo, el problema es el estado en el que se encuentran. ¡Son niños! ¿Cómo pueden permitir que apenas sobrevivan?
—¡Myneira, cálmate! —intervino Lutz de inmediato—. Da mucho miedo cuando tus ojos cambian de color de ese modo.
—¿Mis, mis ojos?
Eso la tranquilizó lo suficiente para sentir como el calor intentando escapar de su contenedor comenzaba a regresar poco a poco. En ese momento volteó a ver a Fran y a sus asistentes esperando una explicación o al menos una respuesta a sus múltiples preguntas. Wilma se adelantó entonces, tomando a la pequeña niña para revisarla.
—¿Delia, estás bien?
—Wilma… tengo mucha hambre.
Myneira sentía que rompería a llorar de un momento a otro, saliendo de ahí junto con Lutz, sintiéndose mareada a tal grado, que cayó sobre sus rodillas, evitando el impacto con el suelo gracias a Lutz.
—Lady Myneira, lo sentimos mucho —se disculpó Hanna—. Desde que la hermana Christine se fue, Wilma y yo solíamos cuidar en lo posible de los pequeños… el problema es que no hay suficiente comida en el templo para alimentarlos a todos y, mientras que la mayor parte de los sacerdotes grises fueron devueltos al orfanato, muchas de las doncellas grises fueron entregadas a los sacerdotes azules más leales al Sumo Obispo. Algunas fueron vendidas a algún noble. De las que quedamos, la mayoría está siempre en labores de limpieza. Lamentamos mucho que tuviera que ver el estado del orfanato.
—¿Y qué no hay nadie a cargo? –preguntó luego de que Fran la levantó del suelo.
—La hermana Margareth solía encargarse como directora del templo, Lady Myneira —le explicó Fran con algo de aprehensión en la voz.
—¿Y qué está haciendo en este momento? ¿Cómo que solía ser la directora?
—La hermana Margareth murió hace dos temporadas, hermana Myneira —confesó Wilma, saliendo del orfanato con una mirada triste—. Hay tan pocos sacerdotes azules en este momento, que no se ha decretado todavía un reemplazo para ella. En cuanto a nosotras, el Sumo Sacerdote nos pidió para entrenarnos luego de los bautizos. Dijo que tal vez nos necesitaría para atender a una Sacerdotisa nueva.
—Quiero hablar con el Sumo Sacerdote –pidió, dándose cuenta de pronto que ya estaban dentro del templo otra vez–. ¿Cómo se supone que aprenda a comportarme tranquila o pueda disfrutar de los libros de la sala si sé en qué condiciones están estos niños?
—Lady Myneira, no creo que… —dijo Fran de inmediato, a quien Myneira cortó de tajo.
—¡Hice un trato con él! –recordó con todas sus fuerzas antes de sentirse exhausta y bajar la voz–. Dijo que podía hacer todas las modificaciones que deseara siempre y cuando lo hablara con él primero… bueno, pues en este momento quiero hacer algunas modificaciones con respecto a esos pobres niños. ¡No voy a tolerar que estén en semejantes condiciones!
Y así lo hizo.
Hanna la llevó cargando a su cuarto para que pudiera descansar en lo que Fran se adelantaba para hacer una cita con el Sumo Sacerdote.
A la hora previamente pactada para negociar sus donaciones al Templo, tanto ella como Lutz fueron recibidos en la habitación y despacho del Sumo Sacerdote donde los sentaron a comer.
La comida era insípida y sosa, pero era lo de menos. Ambos niños veían el desfile de platillos con mala cara, comiendo apenas un poco.
Hanna le había instruido en las Limosnas Divinas y su distribución.
—Myneira, come. Si te desmayas no habrá manera de que ayudes a nadie —le llamó la atención el Sumo Sacerdote.
—Lo lamento, solo estoy siguiendo el ejemplo de mi tutor en el Templo —respondió ella mordaz, notando que el hombre casi no comía en realidad—. No es como que tenga mucho apetito luego de ver las condiciones inhumanas en que tienen a todos esos pobres e indefensos niños del orfanato.
—¿Inhumanas? —repitió el antiguo Comandante con una mirada un tanto amarga y un toque algo sarcástico—. Los niños que viste ahí son niños antes del bautismo. No se les considera humanos antes de que cumplan siete.
Estaba en shock a un grado tal, que incluso Lutz tuvo que tomarla del hombro para moverla un poco y hacerla reaccionar. Era en verdad perverso.
—¿No puede asignar a alguien como Director del Orfanato? —preguntó un poco después de que les retiraran todos los platos a medio comer para servirles té y galletas, de lo cual apenas y probó el té.
—No hay nadie que quiera hacerse cargo.
—¿Por qué no?
—Porque el director del orfanato no gana nada en absoluto y en cambio tiene que hacer bastante trabajo registrando a los niños que están por cumplir los siete, entrenando y asignando trabajos a los que han cumplido diez que no estén atendiendo ya a algún sacerdote azul, administrando las Limosnas sagradas que se dan a los niños que no están en servicio y los que están antes del bautismo, además de gestionar el darles ropa y verificar que el mobiliario alcance, entre otras responsabilidades.
Estaba furiosa. ¿Por qué tendrían que ganar algo además de la satisfacción de ver que no tenían niños al borde de la muerte ahí dentro?
—¿Si me convierto en Directora del Orfanato, puedo hacer lo que quiera con los niños?
Una de las cosas que Fran explicó antes de llevarla ante el Sumo Sacerdote era que el Templo no tenía suficiente dinero ni alimento para todos y que en ocasiones no llegaba comida alguna a los niños prebautismales. Solo se le ocurría una solución que además le sería beneficiosa a ella.
—En teoría sí. Sin embargo, como tu tutor aquí dentro, no puedo permitir que hagas lo que quieras sin determinar antes si es adecuado o no.
La niña se cruzó de brazos entonces, demasiado segura de lo que quería.
—Lutz no va a poder solo con el taller de papel o el de tinta cuando comencemos a introducirlo entre los nobles. Ya habíamos analizado la posibilidad de contratar más gente, sin embargo… ¿qué tal que doy ese trabajo a los huérfanos para que trabajen? Les asignaría un salario, por supuesto, de modo que puedan conseguir su propio dinero para alimentarse y conseguir ropa. Además, Hanna me dijo que ella y Wilma eran quienes se encargaban de los huérfanos luego de que la hermana Christine se fue, así que ellas podrían ayudarme a manejar el orfanato cuando no me estén dando clases de… noble. Además de eso donaré dinero al Templo para que los niños puedan comer y vestir de manera adecuada mientras comienzan a generar dinero en el taller.
Observó como el ceño del Sumo Sacerdote se fruncía cada vez más y más. ¿No dejarían trabajar a los niños? Estaba bien, se sentía incómoda poniendo a trabajar a niños de todos modos, siempre podía solicitar que los sacerdotes grises que no tenían nada que hacer se dedicaran al taller.
—Tú sola no puedes hacer una donación suficiente —fue la seca respuesta del Sumo Sacerdote, descolocándola de inmediato.
—¡¿Qué?! ¿Por qué no? ¿Sabes cuánto dinero tengo ahorrado?
Una diminuta sonrisa burlona y arrogante, apenas una fracción, pero con el mismo aire de esa sonrisa demasiado pagada de si misma que Tetsuo solía utilizar para desdeñar a alguien, apareció en los labios del hombre de cabellos azul claro haciéndola temblar y sentir un nudo en su garganta. Vivir ahí iba a ser difícil si seguía encontrando semejanzas como esa entre ambos hombres.
—No sé cuánto dinero tienes o crees tener, yo solo sé que, si haces una donación, el 50% se irá a las manos del Sumo Obispo, de ahí una parte irá a mis manos, otra parte a los sacerdotes azules que siguen residiendo aquí y apenas un 10 o 5% al orfanato. ¿Todavía estás segura de querer donar dinero de ese modo?
Se estaba burlando de su inocencia y su ingenuidad sin duda alguna. Lo pensó un momento. Debería haber una manera civilizada y astuta de suavizar el impacto.
—Con la finalidad de apoyar al orfanato, ¿qué tal una donación en especie?
—¿Donación en especie?
No era lo más adecuado, pero era una solución. Su capital todavía no era suficiente para que luego de repartir su limitado presupuesto, el orfanato recibiera suficientes ingresos para vestir y alimentar a todos esos niños ni siquiera por dos días.
—Compraré ropa del sur para niños. Verduras y carne. Zapatos en talla pequeña además de algunas cajas de bebida y daré algunos oros, además de dar un 5% de las ganancias mensuales de mi taller. ¿Eso es posible?
El muchacho frente a ella pareció considerarlo, golpeando su sien y haciéndole doler el pecho antes de mirarla de nuevo a los ojos con una micro sonrisa diabólica y ojos cargados de una diversión malsana y curiosa ahora.
—Eso te aseguraría que los niños reciban la ropa y los zapatos, no así el total de los alimentos. Por supuesto, ninguno vería una sola gota de alcohol y a pesar de ello, es posible que llegaran muy pocas monedas a sus manos. Por no hablar del donativo mensual que planeas hacer. El Sumo Obispo no parará de hacerte la vida imposible si solo das un 5% de tus ganancias al mes, podría incluso exigirte entregarle tu taller o renunciar a él y dárselo a alguno de sus contactos fuera del Templo.
–Bien. En cuanto a la donación mensual de mi taller, daré un 10% mensual de MIS ganancias.
Myneira miró a Lutz, quién asintió en acuerdo con ella. Todavía estaba ahí el problema del futuro inmediato.
—Usted dijo que después de darle su parte al Sumo Obispo y otra aparte a usted, se dividirá ese dinero entre los sacerdotes azules y luego se entregará lo que quede al orfanato. ¿Me darían una parte a mí también?
—Es muy posible. Sin importa que estés en entrenamiento, recibirás un porcentaje de todas las donaciones por estar afiliada.
Asintió tratando de sacar cuentas de cuanto tendría que invertir, mirando a Fran para pedirle que averiguara cuantos niños y de qué edades había en el orfanato, luego inquirió con el Sumo Sacerdote cuantos sacerdotes y doncellas azules quedaban en el templo, sorprendiéndose al escuchar que solo quedaban ocho contándola a ella.
—No son tantos como pensaba —dijo sintiéndose un poco aliviada de repente.
—Esa es la razón de que los niños estén muriendo de hambre ahí dentro. A menos azules haya en el templo, menos donaciones son recibidas y menos comida es enviada al orfanato. Sin contar con todos los grises que fueron devueltos y que tienen prioridad a la hora de comer.
Era mucho más complicado de lo que parecía, igual miró a Lutz, quien sacó el díptico que acababan de rellenar con cera dos días atrás para que hiciera anotaciones, ganando con esto la atención y curiosidad del Sumo Sacerdote.
—Comprendo. Si fuera tan amable de decirnos los porcentajes exactos en que se dividen las donaciones y si hay alguna variable específica en la que tenga que poner atención, me encargaré de hacer los cálculos para verificar cuanto de mi capital puedo invertir para que tenga algún impacto benéfico en esos niños.
Fue en ese momento que se dio cuenta de que mientras el Sumo Sacerdote la miraba como un bicho raro por un par de segundos antes de comenzar a darle los datos que le solicitaba, los sacerdotes grises que se encontraban en el lugar trabajando con diferentes tablas de madera, rollos y pergaminos la miraban ahora con los ojos muy abiertos, inmóviles incluso, como si se hubieran congelado bajo algún hechizo extraño.
Para cuando tuvieron todos los datos, no tardó mucho en sacar sus cuentas y pedirle a Lutz que las anotara. Necesitaban ir al gremio de comerciantes para verificar cuánto dinero tenía ella en su cuenta.
—¡Myne! —la llamó Lutz luego de un momento.
—Myneira, joven Lutz. Por favor llámela por su nombre completo cuando estén en el Templo —llamó la atención el Sumo Sacerdote y ambos niños miraron con recelo a su alrededor.
—Myneira —suspiró Lutz de inmediato, recomponiéndose y retomando su idea inicial—, ¿está bien que te dé una parte de mis ahorros? Es mucho el dinero que vas a necesitar si consideramos los costos de mudar el taller al Templo. No estoy seguro de que te alcance.
—¡No pienso aceptar tu dinero!
—¿Y si es una donación conjunta del taller? Soy parte del Taller, ¡soy tu socio! Yo también los vi y me siento igual que tú. Como parte del taller de papel y tinta quiero dar una contribución.
—No vas a ganar nada con ello, Lutz.
—Comeré tranquilo cuando vuelva a casa, eso es lo que voy a ganar… y tendré menos trabajo cuando consigas mudar el taller para acá, por supuesto. Es casi una inversión personal.
Él tenía razón le gustara o no. Se cruzó de brazos y soltó un suspiro, llevando su índice a su barbilla en consideración, mirando al Sumo Sacerdote un momento al notar que los miraba con curiosidad. Una idea le vino a la cabeza entonces, tomando las anotaciones de su amigo por un momento y mostrándoselo al Sumo Sacerdote.
—¿De casualidad estaría interesado en comprar uno de estos? Por supuesto, me encargaré de que tenga una apariencia más ostentosa.
—¿Qué es?
—Un díptico. Puede usarlo tantas veces como quiera para registrar información que luego podrá pasar a papel, tablillas o incluso pergamino. Lo que es más, podríamos venderle más de ese bonito papel blanco que le obsequié hace unos días para que pueda usarlo en sus anotaciones. Se dará cuenta de que es menos voluminoso que las tablillas de madera y mucho más económico que el pergamino. Puede hacer anotaciones sin demasiada importancia con los lápices de carbón para luego borrarla o con la tinta especial para que la información perdure. De hecho, puede usar tinta normal sin mayor problema, aunque la nuestra es más barata y apta para el papel.
Y ahí empezó a tratar de sacarle al Sumo Sacerdote todo el dinero que pudo por medio de productos. A ojos de Myneira, el hombre parecía estarse divirtiendo con dicha estratagema, regateando y mostrando poco interés en algunos productos en tanto de otros se mostraba mucho más serio y dispuesto a soltar algunas monedas.
–¡Ha sido un placer hacer negocios con usted, Sumo Sacerdote! Sus productos serán entregados en…
–Podemos tener todo en cinco días –intervino Lutz.
–Cinco días, como ha dicho mi socio. La receta de galletas de té se la puedo entregar mañana mismo para que pueda disfrutarlas lo antes posible.
Lutz estaba terminando de anotar los pedidos cuando el Sumo Sacerdote dejó de mirarlos a ambos con curiosidad.
–¿Los dos aprendieron todo eso con los comerciantes o con los soldados?
–Myneira aprendió letras y números con los soldados en las oficinas y me enseñó a mí. En cuanto a negociación, el señor Benno y el jefe Gustav se han encargado de entrenarla con ahínco.
Ella solo sonrió orgullosa antes de volver al tema que la preocupaba.
–¿Puedo reformar el orfanato entonces?
–Hablaré con tu hermana mayor al respecto. Ahora, ve a tus habitaciones. Temo que debes acomodarte un horario con tus asistentes y maestras. ¡Fran! –subió su tono para dirigirse al silencioso asistente–, agenda que iré mañana a aplicarle un par de exámenes para verificar que tanto hay que nivelarla durante este año y en qué áreas. Tendrá su bautizo y su debut el próximo año.
–Como ordene, Sumo Sacerdote.
Notes:
Notas de la Autora:
A pedido de algunos lectores, debo explicar un par de cosas sobre el nuevo nombre de Myne:
1) No tenía idea de que suena igual que una palabra en portugues... aunque luego que lo mencionaron, tiene sentido para mí. Por favor, si hablan portugues tómenlo como la pose de oración de Yurgensmith... es una rara y graciosa coincidencia.
2) Yo hablo español, de modo que para mí el nombre se pronuncia Maineira... temo que no me sé muy bien el alfabético fonético inglés para tratar de escribirlo en ese, pero siempre pueden pedirle a algún lector configurado en español latino que lo pronuncie para ustedes tal cual he anotado su pronunciación.
Sin más por el momento, espero de corazón que hayan disfrutado tanto como yo con la entrada de nuestra protagonista al Templo.
Saraba
Chapter Text
Las visitas de Lutz al templo duraron más de lo esperado por el Sumo Sacerdote, por supuesto, pronto se volvieron más breves, ya que debía enseñarle a Fran como monitorearla antes de poder centrarse en montar del todo el taller de papel dentro del Templo. Myne esperaba encontrarse con problemas de algún tipo para tomar control sobre el orfanato o que tomaría un par de semanas… sin embargo, la documentación que acreditaba su toma de posesión como directora estaba lista para su segundo día en el Templo.
Por órdenes de Ferdinand, Fran le mostró las habitaciones que ocuparía ahora y sus doncellas se encargaron de limpiarla, con Rossina suspirando y quejándose todo el tiempo de que el trabajo de limpieza afectaría sus manos y las estropearía para tocar el harspiel.
"Rossina, limpiar es parte de tus responsabilidades" amonestó Fran en un tono extraño aquel primer día en los nuevos aposentos.
De hecho, a pesar de no conocerlo mucho, Myne consideraba que Fran se ponía pálido cada vez que entraban a esa habitación. Su postura demasiado rígida. Su voz sonando un poco más fuerte y casi una octava más alta y aguda. El muchacho de catorce años parecía asustado, lo cual solo se sumaba a la obvia incomodidad que detectaba en él desde que le fue asignado como asistente.
Al cabo de una semana, cuando el cuarto estuvo limpio y se cambiaron la ropa de cama y las cortinas por unas enviadas por Heidemarie, Myneira le pidió a Fran que se sentara con ella un momento, notando el estrés que la petición le causaba al chico.
–No quiero importunarte de modo alguno, Fran. Solo noté algunas cosas que quiero resolver y de verdad me siento conflictuada si tú estás de pie y yo me mantengo sentada. Soy tan pequeña que mi cuello comenzará a dolerme pronto, je je, eso sin contar con que siento que vas a regañarme porque eres mayor que yo.
Eso pareció tranquilizar al chico, el cual se acomodó entonces en una de las sillas. Aún así, se negó a aceptar dulces o una taza de té.
–Sería inadecuado, Lady Myneira. Por favor…
–Entiendo –musitó ella sin entender del todo antes de mirar a su alrededor. El Sumo Sacerdote le había pedido esperarlo ahí, así que llegaría en media campanada más, por lo que encargó a las chicas preparar la recámara en el piso de arriba a fin de tener un poco de intimidad–. Fran, ¿te molesta o preocupa algo? Imagino que no es fácil volverte el asistente de una niña, pero…
–No, no es nada, Lady Myneira.
Estaba sudando. Podía ver las pequeñas perlas traslúcidas comenzar a salir por los poros en la piel del cuello y las sienes de Fran, preocupándola.
–Fran, quizás no lo parezca porque no me han bautizado, pero puedo ser muy perspicaz –pasé por un esposo demasiado arrogante, dos hijos que no siempre estaban dispuestos a hablar conmigo y tres nietos que se fastidiaban con facilidad con sus padres… además de observar gente sacando libros de la sección de autoayuda por más de treinta años–... Me parece que no has estado a gusto desde que te asignaron como mi asistente y algo te incomoda mucho a últimas fechas. Si no me dices que te molesta, no podré ayudarte y terminaremos cayendo en malos entendidos.
La niña puso su mejor sonrisa maternal. Lo habría tomado de las manos para darle más confianza si Fran no la hubiera estado amonestando toda la semana por tomar a Lutz de la mano cuando estaban en el Templo o cuando lo llegaba a abrazar cerca del final del día para recargarse, después de todo, sus nuevas actividades la dejaban más cansada de lo esperado debido a su cuerpo débil y enfermizo.
Myneira tomó un pequeño sorbo a su té para darle tiempo a Fran a acomodar sus ideas, esperando paciente hasta que el joven se dejó caer un poco al frente, encorvándose como si cargara un gran pesar en la espalda.
–Lamento mucho que mi actitud la preocupa, Lady Myneira. Yo solía ser el principal asistente del Sumo Sacerdote desde que la hermana Margareth murió y él ascendió de sacerdote azul a Sumo Sacerdote.
Ella asintió, comprendiendo un poco del descontento de Fran. Cuando este no dijo nada, ella tomó aire sin dejar de sonreírle.
–Fran, yo pienso que el Sumo Sacerdote te tiene en muy alta estima. Yo no conozco bien el sistema dentro del Templo y mi salud es precaria desde siempre. Necesito de un apoyo especial, alguien que sea responsable, diligente y que además aprenda con rapidez. En pocas palabras… soy un montón de problemas. El Sumo Sacerdote no podía poner a cualquier persona como mi jefe de asistentes si además planea llevarme a la sociedad noble. ¿Entiendes que te han dado este cargo debido a cuánto confían en ti, Fran?
Los ojos del muchacho se abrieron con sorpresa y el entendimiento no tardó mucho en llegar a su rostro junto con una pequeña sonrisa de satisfacción y un pequeño sonrojo en su cuello y sus orejas. Ella también sonrió entonces, dando otro sorbo a su té para permitirle a su asistente saborear las implicaciones de su descubrimiento.
–Fran, necesito saber si hay algo malo con mis habitaciones nuevas o con mi puesto como directora del orfanato. El Sumo Sacerdote nos informó que no podré salir del templo durante el invierno, así que necesito saber si hay fantasmas o algo así.
Lo que intentó ser una broma solo desconcertó por completo al asistente que la miró más confundido que nada.
–Lady Myneira… ahm… ¿qué es un oba-ake?
De algún modo, Myne suprimió las ganas de llevarse la mano a la cara por su pequeño desliz. No tenía idea de cuál era la traducción de la palabra que utilizó en japonés como si nada, de hecho, hasta ese momento se dio cuenta de que cada vez que desconocía una palabra, la decía en japonés como si fuera lo más normal. Tendría que cuidar más su discurso de ahora en adelante.
–¡Era una broma, Fran! Me refería a que no hay, ahm, personas muertas deambulando sin sus cuerpos por esta habitación o por el orfanato, je je je –intentó reír, sonando demasiado estúpida ante aquel sonido cargado de nerviosismo.
Fran la miraba ahora con los ojos muy abiertos, mirando a uno y otro lado antes de mirarla a ella y acercarse tanto como la mesa lo permitía para hablarle en voz muy baja.
–¿Ha visto alguna vez una abominación como esa, Lady Myneira?
–No, pero alguna vez escuché historias sobre… ese tipo de cosas. No sé si eran invento o realidad, pero pensé que rompería un poco de tu… reticencia a hablar.
Ambos se hicieron de nuevo para atrás. Fran la miraba primero como a un bicho raro y luego le sonrió divertido antes de soltar un suspiro y volver a un semblante más abierto, dejando ver algo más que miedo o preocupación.
–La hermana Margareth solía ser la Directora del Orfanato… –fue como Fran comenzó su explicación.
Myne recordó en ese momento que Fran mencionó antes que la hermana Margareth había muerto, haciéndola pensar que tal vez estaba de luto por ella todavía, sorprendiéndose cuando Fran admitió que no la había pasado bien sirviéndola y que asistir al Sumo Sacerdote, aunque pesado, fue una bendición para él.
La niña se preguntó que pasó entre ambos con exactitud para que el chico se mostrara tan nervioso, incómodo y asustado, renunciando a preguntar conforme el relato de Fran avanzaba–. Nunca esperé volver a servir… a una mujer… en estos aposentos. Lamento mucho estarle causando inconvenientes con mis problemas.
No importaba que le hubieran hecho, solo sabía que lo que fuera, Fran fue lastimado.
Determinada ahora a apoyarlo hizo lo único que pudo. Sonrió con calidez en lo que se ponía en pie y caminó hasta Fran con determinación.
–Fran, yo no soy la hermana Margareth ni pretendo ser como ella. Mi meta es mejorar las vidas de todos los que pueda, ya sea la gente de la ciudad baja, los huérfanos del templo o mis asistentes. Si alguna vez te pido que hagas algo que te incomode, por favor infórmame para que pueda asignar a otra persona o cambiar mi petición. No podré descansar tranquila sabiendo que mi gente está resentida, incómoda o lastimada. ¿Lo entiendes?
Su asistente la miró con ternura y una sonrisa, bajando de la silla para poder arrodillarse frente a ella y cruzarse de brazos en sumisión.
–Sus palabras son un bálsamo, milady. Prometo atesorarlas y esforzarme por sacudir los malos recuerdos que empañan mi rendimiento a fin de servirla como es debido.
No pudo evitar posar su mano en la cabeza de Fran, acariciando sus cabellos y enredándolos un poco. Apenas darse cuenta de lo raro que debía verse una niña pequeña tratando a un adolescente como si fuera su abuela, retiró la mano y la escondió detrás de su espalda, sonriendo de forma tonta cuando Fran la miró desconcertado.
–Espero no haberte insultado de modo alguno –dijo con rapidez, demasiado avergonzada y hablando de manera atropellada–, es solo que, en verdad quiero protegerte a ti y al resto de mis asistentes…
Fran sonrió, haciéndola detenerse de hablar y respirar antes de quedarse sin aire.
–Muchas gracias, milady. Nos esforzaremos mucho para que no tenga que preocuparse por nosotros.
.
La inspección del Sumo Sacerdote estaba por terminar.
El chico era un perfeccionista sin remedio, verificando la luz, el acomodo de los muebles, incluso el nivel de limpieza y la cantidad de polvo en cada superficie ignorando de forma magistral el carrito de servicio con té y galletas que le tenían preparado.
Myne no sabía si sentirse aliviada o incómoda. Parte de su tiempo lo invirtió en entrenar a los chefs que le consiguió el señor Benno: Elah y Hugo, para mejorar la comida. Si bien era mejor ahora, todavía no llegaba al nivel de Effa o Tuuri… por no hablar de los postres. Liesse, la cocinera personal de su amiga Frieda estaba por alcanzar el equivalente al nivel de un repostero profesional japonés… por supuesto, el muchacho que cocinaba para ella no estaba ni cerca de alcanzar a Liesse.
–Tus asistentes han hecho un buen trabajo. Es una pena que no cambiaras los muebles como te indiqué, salvo por el escritorio y esa mesita de ahí, no veo que cambiaras nada.
–Agradezco su atención a los detalles, Sumo Sacerdote, sin embargo, tal y como les expliqué a mi hermana Heidemarie y mi futuro padre adoptivo, Eckhart, los muebles están en buen estado. Salvo por cambiar esos dos muebles por los que tenía en la habitación anterior, no veo necesidad de hacer un gasto tan grande en este momento. Además, hacer muebles lleva bastante tiempo. Imponerme en el gremio de carpinteros para que me tengan todo para amueblar esta habitación con demasiados detalles no hará más que quitarles tiempo de sueño, de comida y con sus familias.
El muchacho la miraba ahora con algo de fastidio y sin comprender del todo. Era como si estuviera a punto de decirle '¡Tonta! Los problemas de los plebeyos ya no son tu problema. Deja de darnos problemas a nosotros y haz las cosas como se te pide.'
–De todos modos, debes cambiar el mobiliario de esta zona al menos. Ya que aquí es donde estarás recibiendo visitas, tu mobiliario debe reflejar el estatus de un archinoble, no el de un mednoble.
–Archinoble, mednoble… esto es un poco discriminatorio, pero lo entiendo. Sigue pareciéndome un despilfarro innecesario. Buscaré un modo de mejorar los muebles sin gastar tanto y que pueda ser más rápido sin causar demasiado estrés al gremio.
Ahora sí se veía molesto, pero no podía hacer nada. Comprendía que el Sumo Sacerdote usara la planta baja de su nueva habitación como una recepción empresarial y que, por lo tanto, estuviera tan empeñado en que se viera más presentable, pero también sabía que exigirle muebles nuevos en menos de una semana al gremio de carpinteros mataría a más de uno por trabajo extremo, por no hablar del dinero. No tenía idea de cuánto tenían Heidemarie y Eckhart, solo estaba segura de que ese dinero deberían usarlo en ellos, en sus propios muebles y en su propia casa. Después de todo serían una pareja de recién casados dentro de casi un año.
Myne devolvió su atención al Sumo Sacerdote, el cual dejó de deambular por la zona de visitas para quedarse de pie junto a la escalera, descolocándola y haciéndola preguntarse si también iba a inspeccionar la zona de dormitorio que no estaría usando hasta el invierno y que nadie más iba a ver de todas maneras.
Cuando el peliazul la miró, estaba tan serio como un oficinista al que se le ha asignado un nuevo proyecto de trabajo.
–Myneira, ven aquí. Ya que pronto serás una noble reconocida, es mejor que te preparemos una habitación oculta.
–¿Una, qué?
Por el rabillo del ojo notó a Fran tensarse, haciéndola respingar también.
Más allá de notar que maestra y asistente estaban ahora preocupados, el Sumo Sacerdote solo se mostró impaciente cuando ella no se movió de su lugar.
–¡Myneira!
Su cuerpo tembló en ese momento, saltando fuera de la silla y casi cayendo al suelo por el impulso. El Sumo Sacerdote se cubrió el rostro entonces, mascullando lo que a todas luces, era una oración o una súplica para no matarla y luego tomó aire para recomponerse.
Sus otras asistentes notaron aquello de inmediato, siendo Hanna la primera en llegar junto a ella.
–Hermana Myneira, debería ir. Nada malo le pasará en compañía del Sumo Sacerdote, además, tener una habitación oculta puede ser muy divertido.
La niña miró a sus otras tres asistentes y todas le sonrieron convencidas, asintiendo también.
–La hermana Christine solía usar la suya para afinar su harspiel o tomar un descanso luego de un mal día –intervino Jenni–. Una habitación oculta es un honor que solo consiguen quienes tienen familias nobles.
Miró a Fran una vez más. El chico solo suspiró con tanto disimulo como pudo antes de sonreírle de nuevo.
–Como bien ha dicho, usted no es la hermana Margareth, milady, así que debería estar bien.
Ella asintió y luego caminó donde el Sumo Sacerdote.
Ambos subieron las escaleras seguidos por Jenni y Rossina. Su habitación pasó por una inspección bastante rápida y luego ambos se detuvieron frente a un muro cuya única decoración era lo que parecía una piedra o un pequeño domo de cristal grisáceo y redondo.
–Myneira, escúchame muy bien. Quiero que imagines una habitación. La altura del techo. Su tamaño total. Imagínala como si pudieras verla.
Ella cerró los ojos y trató de hacerlo antes de detenerse para pedir más explicaciones.
–¿Para qué usaré esta habitación?
–Como tus asistentes han explicado, tu habitación oculta es un lugar donde puedes descansar luego de un día difícil, sin embargo, también puedes ocuparlo para otras cosas.
–¿Usted tiene una habitación oculta, Sumo Sacerdote? –el muchacho asintió–. ¿Y para qué lo usa, además de descansar?
–Guardo en él mis cosas valiosas, ya que nadie más que yo puede ingresar. En ocasiones la ocupo para formular pociones que pueda necesitar y guardar ingredientes.
'¿Pociones? ¿Es un brujo o algo así?'
Myne agitó apenas la cabeza para sacarse la idea del Sumo Sacerdote en una túnica negra con un sombrero de ala ancha terminado en punta, riendo de forma malvada sin dejar de mover un enorme cucharón dentro de un caldero burbujeante del tamaño de una tina con una escoba detrás de él, para centrarse en pensar qué tipo de espacio necesitaría ella.
Un lugar donde descansar al que nadie más tuviera acceso. Le gustaría poder escribir en japonés de vez en cuando, así que debería caber un pequeño escritorio. Por otro lado, ya que no se le permitía interactuar demasiado con la comida dentro de las cocinas y cuando llegaba a casa la cena ya estaba hecha, podría instalar ahí una alacena y una pequeña caldera como la que tenían en casa para tratar de preparar ella misma algunas comidas, de modo que fuera más fácil explicar a su cocinero las cosas que deseaba. Quizás debería considerar también colocar un sofá de tres plazas para recostarse y luego tradujo todo en medidas de tatami.
Ella misma nunca fue muy tradicionalista al momento de vivir como Urano, y Tetsuo tampoco… de todas formas, con el paso de los años una de las habitaciones de su antiguo hogar terminó teniendo una pequeña salita de té, con tatamis en el suelo y todo. Era un área de lo más tranquila y acogedora para conversar con su madre, su suegra, sus amigos o con Tetsuo cuando estaban pasando por algún momento importante y necesitaban reflexionar. La boda de su hija con el hijo de Shuu se planeó ahí. En esa salita de té le informó a su familia sobre el estado de Tetsuo antes de ingresarlo al hospital. Invirtió tiempo en esa habitación con sus nietos durante un par de veranos para practicar caligrafía.
Pensando en ello decidió que una habitación de tres tatamis estaría bien. Preguntó antes, usando la habitación de arriba como referencia dimensional.
–Myneira, es demasiado pequeña. Es muy posible que debas colocar una tina para jureve en ese lugar. Quizás si la hicieras de este modo –sugirió el Sumo Sacerdote mostrándole cuánto más añadir al espacio.
La niña trató de imaginar entonces las cosas que deseaba meter ahí y como podría acomodarlas junto con la dichosa tina y quizás un biombo detrás del cual guardar un poco de ropa y poder cambiarse. Quedaría demasiado apretado si lo dejaba en tres o cuatro tatamis.
–¿Entonces algo como desde donde está usted hasta… aquí, estaría bien?
Era el equivalente a seis tatamis. El Sumo Sacerdote se tomó la barbilla para considerarlo y luego solo asintió. Considerando lo exagerados que parecían los nobles con los espacios, decidió hacerla tan alta como su dormitorio conforme caminaba hasta alcanzar al Sumo Sacerdote.
–Escúchame muy bien, Myneira. Vas a mantener la imagen en tu mente mientras colocas tu mano en esta piedra y empujas tu mana en ella. No te detengas hasta que yo te lo indique.
Así lo hizo, sorprendiéndose al sentir que la piedra en el muro jalaba algo de ella con fuerza y sintiéndose un tanto incómoda cuando el muchacho colocó su propia mano sobre la de ella, haciéndola respingar por la presión y la sensación extraña de aquella mano contra la suya. Eso no podía ser del todo normal, ¿o si?
—¡Eso es todo! —anunció el chico retirando su mano y mirándola.
Myneira también retiró la mano entonces, mirando el dorso para examinarlo como si fuera la primera vez que la veía, flexionándola y pasando un dedo con suavidad por encima de la piel que tuvo contacto con la del Sumo Sacerdote.
—¿Myneira?
Todavía sujetando su mano levantó la mirada, ladeando su cabeza con suavidad antes de bajar sus manos y sonreír al notar la confusión en los ojos oro pálido que la miraban desde tan arriba.
—Tuve una sensación un poco incómoda y algo extraña hace un momento. Me preguntaba si eso era normal.
Las orejas del hombre se tiñeron de rosa y él abrió una puerta que antes no estaba ahí, haciéndole señas para entrar.
—Te lo explicaré dentro. Necesitamos inspeccionar primero que tengas suficiente espacio.
Ella solo asintió y ambos entraron, con la puerta cerrándose a su espalda. Volteó apenas un segundo o dos antes de devolver su vista a la habitación que acababan de crear. Muros, suelo y techo, todos blancos con una pequeña ventana similar a las hermosas ventanas con cúpula en pico que alguna vez vio en la India junto a su esposo dejaba entrar algo de luz al interior al fondo de la habitación.
—Rossina, Hanna, ¿pueden escuchar afuera? —preguntó el Sumo Sacerdote, haciéndola voltear de repente y encontrarse con que… el Sumo Sacerdote estaba tocando una piedra amarillo pálido como si fuera un intercomunicador a una altura que incluso ella podía alcanzar.
—¡Podemos oírlo, Sumo Sacerdote!
Respondieron ambas chicas, sorprendiéndola.
—¿Qué es eso?
—Esa es tu forma de comunicarte con el exterior. Sin importar cuanto grites, llores, rías o hagas aquí dentro, nadie podrá escuchar a menos que toques esa piedra y pongas un poco de mana. Tampoco podrá entrar nadie aquí, solo tú y yo.
—Eso puede ser muy conveniente o muy preocupante —reflexionó un momento, sosteniendo su barbilla sin dejar de mirar la piedra, acercándose para inspeccionarla más de cerca—. No se ve como las piedras de mi brazalete. Estas son opacas.
—Es porque tiene el mana de ambos, lo que me lleva a otra cosa.
Lo miró a los ojos, un poco fastidiada porque no tenían donde sentarse. La habitación de momento solo contaba con un par de estantes de la misma piedra blanca que el resto de la habitación, los cuales parecían haberse creado de su imagen mental de hacía un rato igual que la ventana. Quizás debió haber visualizado también una banca en la pared del fondo.
Suspirando un momento, levantó los brazos, notando como el ceño del Sumo Sacerdote se fruncía de repente.
—¿Qué quieres, Myneira?
—Quiero que me cargues, Sumo Sacerdote. Comprendo que no es lo ideal, pero me está comenzando a doler el cuello de tener que mirarte hacia arriba y sospecho que sería aun más incómodo pedir que te arrodilles. Podríamos sentarnos en el suelo, pero sospecho que esa no es una conducta muy "noble", ¿o me equivoco?
—¡Por todos los dioses! —se quejó el muchacho antes de agacharse y levantarla en brazos, mirándola con detenimiento, de nuevo, como si fuera un conejillo de indias—. Parece que has subido muy poco de peso… tendré que llamar a Heidemarie después para poder hacerte un examen médico en regla.
—Ahm, ¿le importaría dejar de mirarme como su próximo proyecto de investigación y mejor explicarme qué le pasó a mi mano hace un rato? Se sentía un poco incómodo y no lo entiendo.
—¿Sólo incómodo?
—Si.
Él la miraba con atención, ya no como un científico loco y desquiciado pensando que parte disectar ahora, sino como esperando a que siguiera elaborando su explicación. Lo consideró un momento, sin comprender que tanto debería de decir, tratando de recordar la sensación exacta.
—Era… incómodo, pero no desagradable… un poco frío, pero no demasiado… me produjo cosquillas a decir verdad, nunca había sentido cosquillas en el dorso de mi mano.
Cuando volvió a mirarlo a los ojos lo notó confundido y congelado. Suspiró esperando a que el joven se recompusiera, lo que sucedió pronto. El Sumo Sacerdote tosió apenas en su mano libre mirando hacia otro lado. Las puntas de sus orejas estaban rojas ahora. Iba a preguntar al respecto cuando el muchacho volvió a mirarla antes de abrir su mano frente a ella con su rostro serio.
—Lo que sentiste es mi maná. Debes saber que el maná tiene diferentes colores, basado en tus afinidades y bendiciones. Si no fue una sensación desagradable y solo sentiste… cosquillas… es posible que tu color sea uno cercano al mío propio.
—¿Qué pasaría si no fueran colores… cercanos?
—El contacto habría sido desagradable o incluso repulsivo para ti, dado que tu mano estaba en medio de la mía y la piedra de creación de la habitación oculta. Ya que vienes de una familia plebeya nunca has experimentado o tocado el maná de alguien de tu familia que debería ser lo más parecido al tuyo.
—Eso es… interesante —respondió ella mirando su propia mano y luego la del Sumo Sacerdote, colocando su palma extendida sobre la de él y empujando un poquito de calor, notándolo respingar y alejar su mano con rapidez—. ¿Pudo sentir las cosquillas?
El hombre miró su mano un par de segundos. Sus orejas estaban más rojas que un momento atrás. Luego la miró a ella entre fastidiado, molesto y… ¿asombrado?
—Ahora que lo pienso, Sumo Sacerdote… el día que me salvó del trombe… sentí algo extraño cuando puso su mano en mi cuello.
—Usé mi maná para revisar tus conductos. Si no tenías maná, tampoco tendrías conductos que pudiera revisar.
—Pero resultó que tengo maná y por tanto conductos… ¿encontró algo interesante en ellos?
Lo observó llevando sus dedos a su sien, golpeando un poco antes de soltar un ligero suspiro que no habría notado de no estarle poniendo tanta atención.
—Si… pero, necesitaré que Heidemarie esté presente para revisarte a fondo. Aun si soy tu tutor en el Templo, se supone que ella es tu familiar, así que…
—Entiendo.
Imaginó que al ser tan pequeña, era como si su hermana mayor la tuviera que llevar al pediatra. Por supuesto no la dejarían entrar sola a revisión, un adulto responsable tenía que estar presente para supervisar la revisión médica, dar información y escuchar las explicaciones del pediatra… claro que en este caso… no había información que su "hermana mayor" pudiera dar porque en realidad, apenas y se conocían.
—Sumo Sacerdote, quizás podría permitir que mi madre o mi verdadera hermana mayor asistan a esta… revisión médica que desea hacerme, después de todo, ellas son quienes han vivido conmigo desde que fui concebida. Heidemarie no podría contestar a ninguna pregunta que le surja.
El hombre pareció considerarlo conforme comenzaba a caminar con ella todavía sentada en su brazo, hasta quedar ambos de pie frente a la ventana. Era una ventana de lo más extraña. Parecía de cristal y daba la impresión de que el sol de la tarde entraba por ahí con fuerza, sin embargo, no se podía ver nada al otro lado. Era como un vidrio tintado de ámbar, tan grueso, que a pesar de dejar pasar la luz no dejaba pasar ninguna vista, lo que le evitaba constatar en qué parte del edificio había hecho crecer aquella habitación.
Con cuidado de no caerse, sosteniendo la ropa del Sumo Sacerdote con una mano para asomarse y apoyarse del vidrio con la otra, Myneira trató de ver algo al otro lado sin éxito alguno.
—Myneira, ¿qué estás haciendo ahora?
—Intento mirar afuera. Quería saber si podría ver el orfanato desde aquí o…
—Esta ventana no da a ningún lado… es más una decoración para asegurar iluminación suficiente para toda la habitación. Esta parte extraña no debería estar aquí. Los marcos de las ventanas de nuestro ducado no tienen esta forma.
Eso la hizo tensarse, volteando para mirar al Sumo Sacerdote quien dejó de mirar la ventana para mirar ahora los estantes, caminando hacia allí con ella en brazos.
—Esto tampoco debería estar aquí. ¿En qué estabas pensando con exactitud cuando te pedí que pusieras tu maná en la piedra?
—Pues… yo, estaba pensando en la habitación… con una ventana para que entrara luz y un par de estantes en la pared para poner mis libros.
—Tú… Dioses, me pregunto que encontraría si abro esa cabeza tuya —por poco se cae al tratar de alejarse de él, encontrando una mano sosteniéndola de forma sólida de la cintura y la espalda, evitándole caer o alejarse—. No dije que fuera a abrirte… todavía.
Esa debía ser una broma, porque el Sumo Sacerdote estaba sonriendo de una forma horrible y mirándola como un loco… una broma aterradora y demasiado negra en su opinión.
—No es gracioso que un tipo gigante que me está cargando diga que no va a abrirme todavía, ¿sabe?
Lo escuchó soltar ese sonido extraño cuando parecía estar conteniendo la risa antes de recomponerse y devolver su atención a los estantes, soltándola para verificar que fueran reales.
—Dijiste que esto es para poner tus libros. ¿Cuántos tienes?
—Por el momento solo tengo uno.
—¡Oh! —exclamó el hombre con curiosidad, sin mirarla ni una sola vez—. Pensé que los plebeyos no tenían acceso a libros. Son demasiado caros.
—No lo tenemos, sin embargo, el año pasado, después de nuestro nada agradable encuentro con ese horrible árbol carnívoro, conseguí suficiente dinero para comprar un libro que tenían a la venta desde hacía tiempo en uno de los puestos del mercado.
Eso pareció picar el interés del Sumo Sacerdote, quien estaba a punto de preguntarle algo cuando la voz de Jenni brotó de la piedra junto a la puerta.
—Sumo Sacerdote, Lady Myneira, imagino que estarán ocupados discutiendo los nuevos muebles que van a colocarse dentro y su distribución, sin embargo, el Sumo Sacerdote comentó que esta sería una visita rápida. El hermano Arno está afuera esperando por usted, Sumo Sacerdote.
Ambos se acercaron entonces a la puerta. El Sumo Sacerdote estaba por abrir cuando se detuvo, como si acabara de recordar que todavía la estaba cargando, mirándola un momento para luego bajarla con cuidado y sacudirle un poco su túnica azul antes de volverse a incorporar.
—Te agradecería que comas un poco más. Eres tan ligera como un shumil.
Luego de eso el hombre abrió la puerta y ambos salieron.
Lo siguiente que le dijo fue que la estaría esperando apenas llegar al día siguiente para enseñarle a preparar algunos broches para que sus asistentes pudieran entrar a su habitación oculta en caso necesario y luego de eso, se fue.
Myne lo despidió antes de mirar su mano de nuevo. Si lo consideraba un poco, la sensación del maná del Sumo Sacerdote le pareció incómoda porque era la primera vez que sentía algo como eso de forma consciente… en realidad, no le parecía una sensación tan mala.
Sonrió antes de seguir con su agenda del día. Tal vez podría experimentar un poco más con el maná del Sumo Sacerdote o de su futura hermana Heidemarie para acostumbrarse a la extraña sensación.
'En definitiva, creo que le pediré a la hermana Heidemarie y al hermano Eckhart que me dejen sentir sus manás la próxima vez. Me pregunto cómo se sentirán.'
Notes:
Notas de la Autora:
Por Navidad... y porque releer todo en orden me está ayudando bastante a continuar con la historia, estaré subiendo otro capítulo de regalo para todos xD
Chapter 10: La Casa Linkberg
Notes:
¡Feliz Navidad! ¿Ya leiste el capítulo anterior que subí por Nochebuena? Si no lo hiciste, ve pronto al capítulo anterior y aquí te espero para continuar con la historia.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
–¿Qué haces, Myneira?
La pequeña levantó los ojos de su díptico para mirar a su hermosa y noble hermana mayor, la cual tenía una sonrisa complicada en el rostro.
–Estuve comparando la movilidad de los carruajes en la Ciudad Baja y en el Barrio Noble, querida hermana… que los caminos aquí estén tan bien hechos hacen más tolerable el viaje, pero en serio, necesitamos un sistema que ayude a que el rebote de las ruedas interfiera menos con la estabilidad interior del vehículo. Creo que debería hablar con la gente del gremio de herrería para hacer algo al respecto… si logro que esto funcione, podré aplicar el mismo principio para crear camas y asientos más cómodos. Incluso mi cama en el templo es… demasiado dura e incómoda.
Cuando terminó su explicación buscó el rostro de Heidemarie, encontrándola tan confundida como si hubiera tratado de explicarle cómo usar series de Furier para resolver un problema… o como si le hubiera hablado en un idioma que no fuera el de Yurgensmidt.
–Oh… entonces… ¿Qué tiene que ver…? –el carruaje se detuvo y con él la pregunta.
Myne cerró su díptico y lo volvió a guardar en el pequeño bolso que Tuuri le cosiera con algo de tela sobrante del taller de Corina para que estuviera a juego con el vestido que le habían hecho de emergencia.
Técnicamente era fin de semana. Su padre lloró a mares poco antes de dejarla en el Templo, provocando que Lutz le llamara la atención al hombre y no le permitiera acompañarla. No era para menos. Estaría dos días en la casa frente a la cual estaban estacionados.
La puerta se abrió y pudo ver una mano enguantada esperando afuera. Heidemarie se apresuró a moverse para apoyarse y bajar. Cuando fue su turno, descubrió que era Eckhart quien se encontraba al otro lado ayudándolas a ambas… con más gente detrás de él.
Un hombre con bigote y cabellos castaños y bien peinados esperaba con su uniforme de caballero junto a una hermosa mujer de cabello verde con un atuendo exquisito. Al lado de ambos se encontraba un muchacho de cabello castaño y un niño de alrededor de su edad con cabello verde.
–Estos de aquí son mis padres y mis hermanos –explicó Eckhart con total solemnidad, como si estuviera presentándole a sus jefes y no a su familia–. Lord Karstedt Sohn Linkberg, mi padre. Lady Elvira Frau Linkberg, mi madre. Lord Lamprecht Sohn Linkberg y Lord Cornelius Sohn Linkberg, mis hermanos.
Ella miró a Heidemarie un momento y la chica solo le sonrió, asintiendo antes de agacharse un poco.
–¿Memorizaste las tablillas que te envié con los nobles saludos? Solo debes arrodillarte y cruzar los brazos mientras lo recitas.
–Entiendo.
Myneira miró a toda esa gente con la que pasaría el fin de semana, le gustara o no. Sonrió lo mejor que pudo y siguió las indicaciones de su hermana, pidiendo permiso para dar un saludo formal, recitando una bendición y luego presentándose como Myneira Tochter Liljaliv.
Cuando se puso en pie volvió a mirar a Heidemarie, quién le sonrió de nuevo, dándole un par de palmadas en el hombro como única felicitación.
–Tu hermana menor es una niña muy hermosa, Heidemarie –comentó Lady Elvira adelantándose algunos pasos–. ¿Cómo es que no nos comentaste de ella antes?
–Bueno, Lady Elvira… temo que fue la última voluntad de mi madre mantener a mi hermana tan oculta cómo fue posible. Lo ideal habría sido dejarla en el templo cuando nació, pero…
–Lo entiendo, querida. Yo tampoco habría dejado a ninguno de mis hijos bajo la supervisión del Sumo Obispo… aunque dejarla en la Ciudad baja…
La mujer no parecía muy convencida y a juzgar por todo lo que Heidemarie le estuvo comentando sobre la historia de su familia por el camino, alguna idea tenía de lo que se esperaba de ella.
–Lady Elvira, agradezco su preocupación, pero la familia que estuvo cuidando de mí hasta que el Templo se volvió un poco más seguro han hecho todo lo posible por mantenerme oculta y en buenas condiciones –luego de eso, evocó las emociones del recuerdo ante la muerte de cada miembro de su familia como Urano hasta que sus ojos se humedecieron lo suficiente–. Ha sido terrible no poder conocer a mis verdaderos padres, pero, estoy muy agradecida de que mi querida hermana no se olvidara de mí.
–¡Oh, dioses! Lamento tanto recordarte algo tan doloroso, Myneira.
La mujer parecía de verdad arrepentida mientras se inclinaba con un pañuelo para limpiarle los ojos.
Ella solo tomó aire de manera ruidosa, lo retuvo un momento y volvió a sonreír.
–Es una carga que mi hermana y yo tendremos que seguir llevando, sin embargo, espero que se vuelva más liviana con el paso del tiempo y la amabilidad de todos ustedes.
Lady Elvira y Heidemarie se llevaron las manos al pecho con sonrisas conmovidas en tanto los hombres las miraban sin saber que hacer, optando por quedarse congelados en sus lugares.
–¿Qué les parece si entramos? –comentó Lord Karstedt con un tono de voz extraño y algo tenso–. Deben estar cansadas luego del viaje desde el templo.
Myneira jaló un poco la manga de Heidemarie antes de hacerle señas hacia el carruaje con la mirada y la chica asintió sin dejar de sonreírle.
–Lord Karstedt, Lady Elvira; mi querida hermanita, quien ha sido más que bendecida por Cuococalura y varios otros dioses, insistió en traer algunos dulces y otros obsequios para ustedes en agradecimiento por hospedarnos estos dos días.
El niño de su edad y el otro jovencito parecieron más interesados en aquello que los adultos, mirando del carruaje a sus padres.
Pronto un par de asistentes fueron comisionados para cargar las dos cestas con bocadillos, rinsham, lápices y papel, además del pequeño harspiel con que había estado practicando los últimos dos días.
Para cuando se dio cuenta, estaba siendo escoltada por los dos pequeños igual que Heidemarie era escoltada por Eckhart.
–Entonces, ¿qué tipo de dulces trajiste, Lady Myneira? –inquirió el niño llamado Cornelius con una enorme sonrisa en el rostro.
.
Llevar dulces y muestras fue más que un acierto. Adultos y niños estaban bastante felices por los sabores del pastel, las galletas y el struddle luego de que realizó la demostración de veneno. Una pena que no confiaran lo suficiente en ella como para ir a dar instrucciones a los cocineros, porque la comida que tuvo que comer antes de los dulces eran tan insípida que casi dolía tragarla.
El rinsham fue bastante bien recibido por quienes pasarían a ser sus abuelos, sin olvidar que Lady Elvira y los dos chicos se mostraron bastante interesados en los lápices y las gomas.
–¿Con esto no tendré que repetir todos mis ejercicios de matemáticas? ¿Solo borrar los resultados erróneos?
–Debería darte vergüenza ser tan torpe, Cornelius. No vayas a decir que eres mi hermano cuando entres a la Academia Real, por favor.
El peliverde se mostró molesto con el castaño y Lord Karstedt no tardó mucho en darle una palmada algo fuerte a cada uno en la nuca.
–Oigan, compórtense un poco ustedes dos. Tenemos visitas.
Los tres voltearon a verla en ese momento y ella solo sonrió juntando sus manos, tratando de verse tan adorable como su amada nieta cuando estaba tratando de manipular a sus padres.
–No se preocupen mucho por mí. Incluso el jefe del gremio se emocionó por algo similar cuando le mostré lo prácticos que son los lápices y las gomas sobre el papel. ¿Hermana Heidemarie, hoy también estaré tomando clases? El Sumo Sacerdote dijo que debo practicar el harspiel por una campanada completa.
–¿No te encargó ejercicios sobre tus números o tus letras?
–No. El Sumo Sacerdote me hizo un par de exámenes hace unos días. Dijo que podía centrarme en el harspiel por el momento, ya que no tengo mucho tiempo con él.
Hubo un breve silencio roto de inmediato por Cornelius, a quien poco le faltó para saltar sobre la mesa y señalarla.
–¿Solo harspiel? ¿Por qué ella puede brincarse el resto de sus estudios y nosotros tenemos que seguir adelante con ellos incluso teniendo visitas?
Myneira miró a todos lados confundida. Heidemarie, Eckhart y Lady Elvira parecían asombrados de un modo distinto. Lord Karstedt fue el primero en reaccionar.
–¿Con Sumo Sacerdote te estás refiriendo de casualidad a Lord Ferdinand?
Ella solo ladeó la cabeza antes de mirar a Heidemarie, quién le sonrió y asintió, contestando por ella.
–Así es, Lord Karstedt. Lord Ferdinand es el actual Sumo Sacerdote y el tutor oficial de mi hermana mientras yo alcanzo la mayoría de edad y uno mis estrellas con las de Eckhart. A pesar de lo curioso que suene que Lord Ferdinand le haya pedido que se centre en su estudio del harspiel este fin de semana, mi hermanita es excepcional. A su corta edad ella se las ha ingeniado para crear todos los obsequios que ha traído hoy e incluso algunas cosas más. Cómo dije, ha sido muy bendecida por los dioses.
Tanto Lamprecht como Cornelius la miraron incrédulos un momento, luego, en tanto el peliverde miraba a sus padres con los brazos cruzados y un puchero en el rostro, el castaño parecía confundido, sonriendo al no saber que más hacer.
–Hermana Heidemarie, ¿crees que sea buena idea que tome lecciones con Lord Cornelius y Lord Lamprecht el día de hoy? Mientras tenga mi práctica de harspiel estaré cumpliendo con la petición del Sumo Sacerdote.
Su hermana miró a los dos niños. Era bastante obvio que Cornelius estaba más que entusiasmado con aquella propuesta… lo que no le gustó tanto fue la sonrisa burlona y algo venenosa de su nueva hermana.
–¡Por supuesto, Myneira! Cuando termines las asignaciones que te den los profesores, y tu práctica, puedes seguir trabajando en los planos que me mostraste. A menos que haya alguna otra cosa que te gustaría hacer.
–Bueno… ¿tendrán algunos libros que pueda leer? Temo que ya he memorizado el libro que tengo conmigo sobre botánica, y en el Templo solo me permiten leer copias de la biblia. Disfrutaría mucho leer alguna cosa más.
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Fue una tarde de lo más curiosa. Después del almuerzo compartido le prepararon un asiento con Cornelius y Lamprecht. El profesor asistente le puso primero los mismos ejercicios que a Cornelius, los cuales terminó con bastante rapidez y sin errores. Después le pusieron ejercicios un poco más complejos y luego más complejos y cuando se dio cuenta, estaba resolviendo los mismos ejercicios que Lamprecht.
La siguiente media campanada la pusieron a repasar las letras y su caligrafía, luego la pusieron a hacer la misma copia que Cornelius, subiendo la complejidad hasta alcanzar a Lamprecht. Estaba de verdad sorprendida de que el niño castaño tuviera que realizar ejercicios tan sencillos. La escuela japonesa había sido mucho más complicada en realidad.
–¡No es justo que puedas hacer lo mismo que Lamprecht! ¡Eres un año menor que yo!
Cuando la clase terminó, ambos niños parecían bastante frustrados. En realidad, se sintió algo mal por ellos, no podían esperar ser mejores que una abuela aún si estaba en el cuerpo de una niña de siete que decía tener seis y parecía de cinco o cuatro.
–No se sientan mal, Lord Cornelius, Lord Lamprecht. Dado que llevo un año completo conviviendo con los comerciantes de la ciudad baja, he tenido que practicar demasiado mis números y letras para levantar pedidos, hacer informes o verificar inversiones y ganancias además de cómo repartirlas con mis socios. Si no pongo atención incluso a los contratos que debo firmar, los comerciantes podrían robarse mis inventos o estafarme y dejarme sin una sola moneda por mi arduo trabajo. Técnicamente… llevo todo un año practicando números y letras desde la segunda hasta la quinta campanada.
–¿Ganancias?
–¿Informes y contratos?
La niña tomó su díptico para abrirlo, luego sacó una hoja de papel y comenzó a redactar una petición para el gremio de herrería adjuntando el diagrama con todas sus indicaciones para realizarlo, así como una tabla en la cual ponía cantidades de material, tiempo de trabajo y número de productos que esperaba recibir.
–Este es un ejemplo de lo que debo hacer cada vez que… encuentro inspiración para crear algún producto nuevo. Si mi redacción no es clara, el jefe de herrería no podrá explicar a sus subordinados como trabajar o que deben hacer. Estas casillas de aquí me ayudan a saber cuanto dinero debo pagar por los productos terminados, ya sea que funcionen o no. Si funcionan y son aptos para su venta, debo tener en cuenta todos estos números para asignar un precio que me asegure que obtendré de vuelta el dinero que pagué y un extra que sería mi ganancia.
La siguiente media campanada la pasó respondiendo preguntas de parte de ambos niños, sonriendo contenta, recordando cuando solía ayudar a sus hijos y de vez en cuando a sus nietos con las tareas escolares o con algún proyecto de vacaciones. Para cuando terminó de explicar, se dio cuenta de que tenía más público del que esperaba. Los adultos parecían más asombrados ahora.
–Eso explica que Lord Ferdinand solo te encargara practicar en el harspiel, querida hermana.
–¡Entonces es seguro que lo haré mucho mejor que ella cuando sea hora de practicar! –se animó Cornelius de repente.
–Lady Myneira, solo por curiosidad –dijo Lamprecht en ese momento–, ¿lleva mucho tiempo practicando el harspiel?
–Temo que no… ese acabo de empezar a aprenderlo hace algunos días.
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A la insípida comida le siguió la clase de harspiel. En tanto los chicos practicaban interpretación de alguna melodía, ella estaba todavía practicando y memorizando la escala musical en las cuerdas además de la manera correcta de hacer arpegios. Eso pareció calmar bastante a Cornelius, quién se ofreció a ayudarla a mejorar un poco cuando terminó su propia asignación. Ella solo sonrió y agradeció, poniéndole atención y haciéndole preguntas aún cuando ya había comprendido. Lamprecht no tardó en unirse a ambos para darle también algunas indicaciones y enseñarle algunos ejercicios para mejorar en sus escalas. Para el final de la clase, ambos hermanos se mostraban muy orgullosos.
–Cornelius, tendrás que esforzarte más si no quieres que nuestra futura sobrina te deje atrás en su debut o cuando entremos a la Academia Real –comentó Lamprecht mientras los tres salían de la sala de estudios.
–¡No tienes que decírmelo, Lamprecht! Seré un tío confiable que Myneira pueda admirar y a quien pueda acudir cuando tenga problemas con algo.
Myneira solo se cubrió la boca para no reírse demasiado. Este niño arrogante era una cosita tan adorable que moría de ganas de palmearle la cabeza y ofrecerle galletas por esforzarse tanto. Se contuvo lo mejor que pudo, imaginando que un niño de siete años se sentiría muy ofendido si una de seis lo tratara como si fuera su abuela.
–Por cierto, Myneira, ¿en serio quieres leer? ¿no preferirías salir a jugar con nosotros? Tenemos entrenamiento con espadas un rato con nuestro padre y nuestro hermano Eckhart –ofreció el peliverde.
La imagen de su nieto más pequeño invitándola a sus nuevos videojuegos le llegó a la memoria, enterneciéndola bastante y haciéndola sonreír.
–Gracias Cornelius, pero temo que debo declinar. Ya he realizado mis ejercicios matutinos antes de venir hoy. Quizás puedas acompañarme a hacerlos mañana a la segunda campanada.
–¡Pero…!
–Cornelius –intervino Eckhart de inmediato–, Myneira te ha dicho que no. Si tantas ganas tienes de pasar tiempo con ella, ¿por qué no la escoltas a la sala de libros? Solo asegúrate de caminar a su paso. Es muy enfermiza.
Los dos niños la miraron entonces un poco preocupados. Ella solo sonrió antes de asentir.
–Lord Eckhart tiene razón, me temo. Llevo tiempo ejercitando para construir mi resistencia, pero todavía no puedo caminar muy rápido o por mucho tiempo. Si es mucho pedir, siempre puedo permanecer en la sala de estudios para seguir trabajando en mi díptico.
Cornelius parecía a punto de decir algo cuando una mano amable se posó en su hombro, llamando su atención. Heidemarie estaba ahí sonriendo y un poco agachada para quedar más cerca de ella.
–Querida hermana, ¿por qué no dejamos que los chicos entrenen mientras nosotras tenemos una agradable fiesta de té con Lady Elvira? Ya que Eckhart va a bautizarte como su hija, sería bueno que te relaciones también con quién será tu futura abuela, ¿no lo crees?
–Es una idea encantadora, hermana Heidemarie. Si fueras tan amable de mostrarme el camino… Cornelius, Lamprecht, ha sido un placer estudiar con ustedes. Espero que su entrenamiento de frutos.
Y ambas se fueron, escuchando como los chicos corrían al patio de inmediato.
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Estaba sonrojada todavía a pesar de que la asistente de su hermana Heidemarie terminó de ponerle su pijama. Aún no lograba acostumbrarse a que otra persona la bañara, peinara y vistiera como si fuera una niña de dos o tres años. Saber que Heidemarie y Lady Elvira también eran bañadas, vestidas y peinadas por asistentes solo la hizo sentirse más incómoda, recordando de pronto que en la historia de Francia hubo un tiempo en que el rey designaba a un noble que le limpiara el trasero después de hacer sus necesidades. Al menos no era una práctica común en Yurgensmidt… o eso quería creer.
Alguien tocó a su puerta entonces.
–¿Puedo pasar? –llegó la voz amortiguada de Heidemarie desde el otro lado.
–Si, por favor.
Su supuesta hermana entró entonces, dando algunas indicaciones a su asistente antes de que cerraran la puerta detrás de ella. Heidemarie no tardó nada en colocar una herramienta antiescuchas y sentarse en la cama ella también, dejando bastante espacio entre ambas.
–¿Cómo te sientes, Myneira? ¿Esta visita era lo que esperabas?
Ahí estaba ese tono cauto y algo frío que la chica usó el día que se conocieron. Al menos no la estaba viendo con el mismo nivel de desconfianza.
–Agradezco tu preocupación y en realidad… no sé qué era lo que esperaba. El Sumo Sacerdote me instruyó para que fuera cortés, incluso estuvo comiendo conmigo para corregir mis modales en la mesa.
–Ya veo… Lord Ferdinand parece preocuparse mucho por ti.
Podía notar una cierta tensión ahora, como si fueran celos… unos celos un poco extraños, a decir verdad.
–No sé qué le dijo el Sumo Sacerdote cuando le propuso adoptarme, Lady Heidemarie… lo cierto es que me considera más un sujeto de experimentación, supongo que soy su oportunidad de estudiar un niño con devorador o algo así.
Eso pareció desconcertar a Heidemarie, quién dejo de sonreír y comenzó a mirarla con diferentes niveles de preocupación y confusión.
'Me gustaría saber que tanto le dijo sobre mí el Sumo Sacerdote… y porque está tan desconfiada de mí. Ella y Eckhart se refieren al Sumo Sacerdote con tanta reverencia, que cualquiera pensaría que es su ídolo, solo falta que me estén adoptando un par de fanáticos.'
Observó a la chica un poco más, esperando a que terminara de murmurar a una velocidad extraordinaria, o que al menos bajara un poco la velocidad para carraspera un poco la garganta y llamar su atención.
–Lady Heidemarie… ¿El Sumo Sacerdote le dijo cómo fue que me conoció?
Eso llamó la atención de la chica, cuya mirada se dirigió de inmediato a la herramienta para niños a punto de romperse que descansaba en su muñeca.
–Mencionó algo sobre el día de tu bautizo, pero no mucho más.
Myne tomó aire entonces antes de mirar la mano donde debería tener una cicatriz en uno de sus dedos, sonriendo al recordar cómo había confundido al entonces Lord Comandante con Tetsuo.
–El año pasado, cuando el Sumo Sacerdote era todavía Lord Comandante, me salvó de ser devorada por un trombe… –inicio con su explicación, relatando todo lo que recordaba de ese hecho y saltando hasta el día de su bautizo, rememorando un poco de su conversación previa a entrar al templo y la que tuvieron después–. En cierto modo, no voy a tardar mucho en estar en deuda de por vida con el Sumo Sacerdote. Si lo que me dijo es cierto, voy a deberle mi vida, la de mi familia y tal vez la de mis vecinos.
Eso pareció relajar a Heidemarie, quién comenzó a hablar de lo maravilloso que era Lord Ferdinand.
Le contó un poco sobre cómo fue que lo conoció un invierno en la sala de juegos del castillo. Cómo los niños de la facción de la entonces primera dama lo ignoraban por no ser hijo de esa misma primera dama. Le contó también sobre su perfeccionismo y de cómo fue el primer alumno en completar tres cursos a la vez con las mejores calificaciones.
Myne sonrió sin dejar de mirar las mejillas sonrosadas de Heidemarie o como sus ojos parecían mostrar con fuerza las emociones evocadas por cada recuerdo y anécdota.
–Heidemarie… ¿Por qué vas a casarte con Lord Eckhart y no con el Sumo Sacerdote? Parece que lo amaras demasiado.
La chica se puso pálida en ese momento, dedicándole una mirada severa de inmediato.
–¿Yo? ¿Con Lord Ferdinand? ¡Por supuesto que no! Yo no he nacido para atenderlo de ese modo, no estoy a su altura de ninguna manera. ¡Ni siquiera podría considerarme de la misma especie que mi señor! Si me estoy casando con Eckhart es porque no solo es mi igual, sino que además piensa lo mismo que yo sobre nuestro señor y esta era la única forma para seguirlo si llegaba a irse de Ehrenfest. Ambos consagraremos nuestras vidas a serle de utilidad… bueno…
El ferviente discurso digno de un verdadero fanático de pronto perdió su fuerza. Los ojos de Heidemarie se suavizaron también y su semblante pasó del horror al desánimo y luego a uno más bien… agradecido cuando volvió a mirarla con una sonrisa diminuta y triste.
–Los sacerdotes no pueden tener sequitos de nobles, ¿lo sabías? Cuando mi señor nos anunció sobre sus planes de dejar de ser un noble para volverse sacerdote, le ofrecimos seguirlo al templo… pero nos lo prohibió. Dijo que no podía arrastrarnos con él.
Era curioso, pero podía ver las lágrimas asomarse a los ojos de Heidemarie. Era algo doloroso ver a aquella joven orgullosa y elegante doblándose sobre sí misma como si no pudiera soportar el peso de su decepción.
–Lord Ferdinand se ha esforzado tanto por ser un pilar para el ducado, nosotros nos hemos esforzado tanto para poder seguirlo... este iba a ser el año que al fin podríamos ir con él a las barracas para servirlo como es debido y… ¡Esa maldita mujer se encargó de bloquearnos el camino a todos!
'¿Mujer? ¿Debería preguntar de quién habla?... Tal vez no, creo que necesita ventilar toda su frustración por ahora… pero… ¿Por qué lo hace conmigo?'
Cómo si la chica hubiera escuchado sus pensamientos, Heidemarie guardó silencio un momento, sacando un pañuelo y cubriendo su cara con él. Myne estaba más que perdida sin saber bien que hacer cuando notó que la otra chica de verdad estaba llorando, entonces se acercó a ella, no muy segura de que Heidemarie no la mandaría a volar si la abrazaba.
–Pensé que no podría servir a mi señor nunca más… y eso no es lo peor del caso… mi madre murió envenenada hace seis años, le faltaban unos días para dar a luz a mi hermanito, ¡pero ambos murieron por culpa de la estúpida diosa del agua que me lo robó todo…! Si mi hermanito hubiera tenido una oportunidad, yo, yo…
Tuvo que abrazarla. La joven estaba llorando a gritos ahora. En verdad que había sufrido demasiado. Para su alivio no la apartó, solo se acurrucó un poco contra ella, limpiando su cara con el pañuelo sin dejar de llorar, pero bajando la voz.
–Lo estuve pensando, y, jamás habría escondido a mi pequeño hermano en el templo o en la ciudad baja. Habría confiado en mi padre… y solo por eso… mi hermanito habría muerto cuando yo estuviera estudiando… esa maldita flor envenenó la mente, el cuerpo y el corazón de mi padre por años hasta que lo mató, cuando yo tenía trece… si no me hubiera comprometido con Eckhart en aquel entonces…
–No podías hacer nada, Heidemarie. Eras solo una niña. Estoy segura que habrías sido la mejor hermana mayor para tu hermanito por el tiempo que él hubiera estado vivo.
Los brazos de Heidemarie se aferraron a ella en ese momento. La sintió negar y limpiarse las lágrimas también conforme ella le peinaba el cabello sin dejar de abrazarla, dándose cuenta de que tan lastimada estaba esta chica.
Cuando Heidemarie se sintió mejor y pudo dejar de llorar se enderezó, soltándose de paso para mirarla a la cara con sus ojos hinchados.
–Myne, ¿puedo confiar en que jamás traicionaras a Lord Ferdinand ni le darás la espalda luego de toda la ayuda que te está prestando?
–Puedes –prometió ella con una sonrisa sincera–. Sería incapaz de darle la espalda a las personas que me están ayudando tanto. Eso te incluye a ti. Gracias por permitirme ser tu hermana menor y darme la oportunidad de seguir con vida.
Los ojos de Heidemarie se llenaron de lágrimas de nuevo a tal grado, que tuvo que cubrir sus ojos con el pañuelo que llevaba consigo.
–No, no, gracias a ti, Myne… por ti es que puedo serle de utilidad de nuevo a Lord Ferdinand… y además tengo la oportunidad de redimirme como una hermana mayor… al menos podré cuidar de ti como no pude cuidar de Mynard.
Un poco después, Heidemarie se despidió de ella con un mejor semblante, recordándole que, si necesitaba algo, ella estaba en la habitación de al lado. Myne solo le agradeció una vez más y trató de dormir… era difícil dormir sola en una cama tan grande. Extrañaba a su familia plebeya, dormir rodeada por ellos evitaba que pensara en los brazos de Tetsuo tomándola de la mano en aquella pequeña e incómoda cama de hospital en que había muerto.
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–¿Qué quieren que haga qué? ¿Están locas?
Myne suspiró con cansancio. Era apenas la segunda campanada y parecía que tendría que volver a explicar de nuevo que solo quería familiarizarse un poco con la sensación del maná de otras personas, no tener una orgía o algo así.
'¿Pero que les pasa a todos estos nobles? ¡No les estoy pidiendo que me dejen ver porno!'
–¡No, no, y definitivamente, NO!
–Pero, Eckhart –empezó a suplicar Heidemarie, la dueña de la habitación en la cual estaban los tres bajo una herramienta antiescuchas siendo vigilados por la asistente de Heidemarie, quién se encargara de vestirlas a ambas más temprano, cuando Myneira entró en la habitación.
–Ahm… Lord Eckhart, Heidemarie ya me explicó que no es una petición muy decente por sentido común, pero, como le dije a ella más temprano, el sentido común es una construcción social. Temo que yo solo cuento con el sentido común de los plebeyos y los comerciantes que carecen de maná porque es a lo que me he visto socialmente expuesta.
Eckhart se detuvo en ese momento, rascando detrás de su cabeza de manera ansiosa y con un obvio conflicto en su rostro.
–¿Tú eres una adulta demasiado enana o de verdad eres una niña prebautismal? ¿Qué tipo de explicación es esa para empezar? ¿Y cómo es posible que puedas dar explicaciones como un adulto y crear todo tipo de… Cosas, pero no sepas que es de mala educación pedir tocar el maná de otras personas? ¿Tienes idea de lo indecente que es eso? ¿Cómo te las ingeniaste para convencer a Heidemarie?
De pronto sentía que estaba hablando con un niño pequeño y no con un joven a punto de llegar a la adultez… de hecho, ¿no era Eckhart mucho más joven que ese chico que fungía como Sumo Sacerdote?
Una mirada a Heidemarie y se dio cuenta de que la chica estaba pensando algo bastante similar a lo que ella misma estaba pensando.
Eckhart se descubrió el rostro de pronto, volviéndose a sentar en la silla que su prometida le había preparado cuando lo llamó con el avecilla de piedra mágica de más temprano.
–A ver. Otra vez. ¿Quieres tocar mi maná?
–¡Y el de mi hermana Heidemarie! Bueno, ya toqué el suyo…
–¡¿Pero, por qué?! ¡Es indecente!
Estaba segura de que ella misma estaba haciendo un puchero ahora. En serio no entendía porque armaban tanto alboroto.
–Toqué el maná del Sumo Sacerdote el otro día y no armó tanto escándalo, incluso lo estuve sintiendo el resto de la semana mientras me hacía algunos breves chequeos de salud. Dijo que era obvio que me sintiera un poco incómoda porque nunca había sentido el maná de nadie más y…
–¡¿Tocaste el maná de milord…?! –preguntó el muchacho con una cara de absoluta locura que la aterrorizó lo suficiente como para tratar de esconderse a espalda de Heidemarie, siendo interceptada antes por el loco caballero de cabellos verdes que la sacudía ahora como si ella fuera algún tipo de juguete–. ¿Por qué lo hiciste? ¿Qué carajos pasa contigo? ¿Cómo osaste tocar de ese modo a Lord Ferdinand, tú, engendro descarado?
–¡ECKHART!
El grito de Heidemarie fue suficiente para que la soltara, aunque el chico la había agitado tanto que ahora se sentía tan mareada como si hubiera subido con Akane y Shuu a uno de esos juegos de los parques de atracciones que lo ponen a uno de cabeza y los dejan ir casi en caída libre.
Mientras ella lograba recomponerse, Heidemarie explicó lo que ella le dijo más temprano sobre la habitación oculta que construyó con el Sumo Sacerdote en el templo y el comentario sobre que los niños nobles podían reconocer el maná de sus padres porque estaban más habituados a sentir maná afín.
Cuando su cabeza dejó de dar vueltas, Eckhart estaba cubriendo su rostro con una mano, encorvado en su silla y con las orejas y los pómulos rojos por completo.
–Entonces… ¿esto es básicamente porque vamos a adoptarla?
–Si, así es –repuso Heidemarie.
–¿Y será solo está vez? No puede ir por ahí pidiendo tocar el maná de otras personas, Heidemarie, en especial cuando se sepa que viene del templo.
–Me encargaré de explicarle eso después, ahora, ¿te importaría dejar de actuar como Cornelius, ¡y ayudarme con esto, por favor?!
Eckhart soltó un enorme suspiro antes de dedicarle una mirada de advertencia. Heidemarie apagó un momento la barrera antiescuchas y volteo a ver a su asistente.
–Ariadne, ¿podrías traernos un poco de jugo de alpseigue, por favor? El asistente de Eckhart debe estar afuera, que te ayude con eso.
–Si, milady.
La asistente salió y la pareja de prometidos se miró con determinación antes de mirarla a ella.
–Myneira, extiende tu mano por favor y no grites. Lo haré solo una vez, ¿lo entiendes?
Ella asintió a las palabras de Eckhart estirando su mano.
Tal y como Heidemarie había hecho un rato atrás, con menos discreción al no estar la asistente, el joven pasó un dedo sobre su dorso. Las cosquillas estaban ahí, pero había algo más. A diferenciaq del maná de Heidemarie, la sensación, aunque distinta, tenía un toque similar al maná del Sumo Sacerdote, llevándola a mirar su mano antes de sonreír para Eckhart.
–Gracias. Esto ha sido muy educativo. ¿Puedo darte un poco yo también?
Las orejas y los pómulos del chico se pusieron tan rojos, que por un momento pensó que él tenía fiebre. A diferencia de hacía un rato, Heidemarie tomó la mano de Eckhart y lo obligó a abrirla frente a ambas, riendo divertida cuando uno de los ojos de Eckhart se asomó alarmado por entre sus dedos.
–Eckhart, va a ser nuestra hija en unas cuantas temporadas, además de que encontrarás esto bastante interesante.
No estaba segura de porque, pero luego de empujar un poquito de maná en Heidemarie, tal y como hiciera con el Sumo Sacerdote, la joven se mostró más que feliz con ella. No lo entendía.
Con la enorme mano de Eckhart frente a ella, tan llena de callos y cortes como la del Sumo Sacerdote, Myneira acercó su propia mano y dejó escapar una pequeña cantidad de calor, haciendo que el chico respingara antes de mirar su mano y luego a ella misma con algo… extraño en los ojos.
Eckhart miró a Heidemarie y la chica le devolvió la misma mirada cargada de algún tipo de locura que no le pasó desapercibido.
–Es curioso, ¿no lo crees?
–Muy curioso en realidad.
Ambos la miraron sin que ella alcanzara a comprender lo que estaba viendo, asustándola por un momento antes de que la puerta se abriera y los asistentes de la pareja les entregaran la bebida solicitada en vasos de porcelana.
Ninguno le explicó nada al menos en ese momento.
Poco antes de despedirse y volver al templo escoltada por Heidemarie, Myneira sintió algo bastante repulsivo luego de tropezar, justo cuando Cornelius alcanzó a tomarla de la mano para evitar que impactara contra el suelo apenas salir de la casa.
–¡Lo siento, Myneira! No fue mi intención, es, bueno, yo, me asusté de que pudieras lastimarte y solo pasó.
La chica miró el interior de su mano buscando que pudo haberle dado esa descarga eléctrica sin alcanzar a comprender. Solo más tarde, escuchando la explicación de Heidemarie sobre porque intercambiar maná se consideraba desvergonzado comprendió que esa pequeña y dolorosa descarga era, de hecho, el desagradable maná de Cornelius.
Notes:
Notas de la Autora:
¡Feliz Navidad a todos! ¡Feliz Navidad a todos! ¡Feliz Navidad a todos...! Y espero que disfrutaran con este pequeño capítulo. Recuerden que fue un capítulo por Nochebuena (el anterior) y este de regalo de Navidad ^_~
Chapter 11: Los Cúmulos de maná
Chapter Text
Era día del fuego. Estaban a mitad de semana. Todavía se estaba acostumbrando a su nueva rutina cuando el Sumo Sacerdote la llamó a su despacho pasada la quinta campanada. Que Heidemarie estuviera ahí sin esa aura fría de cada vez que la miraba por primera vez, sonriéndole de verdad, no hizo más que ponerla de buen humor.
–Hermana Heidemarie, me alegra mucho verla aquí el día de hoy.
–También me alegra verte, querida Myneira, sin embargo, acabas de recordarme que debemos trabajar más en tus nobles saludos.
No supo cómo contestar a eso. Los nobles eran como los Ents de Tolkien cuando se saludaban… demasiado tiempo invertido solo en eso.
–Ya que… sospecho que no has venido a corregir mis pobres expresiones y modales, ¿puedo preguntar a qué debo tu agradable presencia en el Templo, querida hermana?
Heidemarie volteó a ver al Sumo Sacerdote y este dio un último visitazo al trabajo de escritorio en su lugar. Hasta ese momento Myneira notó la cantidad estúpida de papeles y tablillas que el hombre había estado revisando sin terminar, según parecía.
–Hoy tendrás un chequeo médico completo. Veo que Fran ya ha llegado también, imagino que la habitación de la hermana Myneira estará lista entonces.
–Así es, Sumo Sacerdote. La hermana Jenni y la hermana Wilma han terminado ya con las preparaciones solicitadas.
Myneira volteó a ver a su asistente principal. De pronto comprendía porque la instaron a realizar el trabajo de oficina en la sala de libros… en definitiva no era un complot para distraerla de sus cuentas y documentos del orfanato y los pedidos a los diferentes gremios para preparar su nuevo taller de papel.
–Ahm, Sumo Sacerdote, acerca de lo que hablamos al respecto el otro día.
–Las he citado para el siguiente día de la hoja.
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–Myneira, si necesitas que te envíe algunos muebles para tu habitación oculta…
–Te agradezco el ofrecimiento, querida hermana, pero, creo que esto es suficiente por el momento.
La puerta se cerró, dejando solas a las dos chicas con el Sumo Sacerdote dentro de la habitación que parecía demasiado grande en ese momento. Por ahora lo único con que contaba era con un banco y un par de cojines junto a un biombo sencillo, una silla, una mesita pequeña y un único libro en el estante… mismo que Heidemarie no tardó mucho en tomar en sus manos para observarlo con asombro y algo más.
–Myne… ¿de dónde sacaste este libro?
–Lo encontré por casualidad en el mercado del sur. Me costó dos oros grandes, una suerte que tuviera suficiente capital en ese momento, aunque es el único libro que tengo por ahora. Lo he leído tantas veces que me sé de memoria cada página. Ahm… Sumo Sacerdote, ¿qué es eso?
En el medio de su habitación oculta se encontraba una especie de tapete con un complicado bordado circular que le recordaba a un mándala… y a sus amigos otakus. Ambos dirían que eso era, sin lugar a dudas, un círculo mágico.
–Eso es un círculo mágico especial para visualizar tus conductos de maná. Ahora, ve detrás del biombo y quítate la ropa.
Sus ojos se abrieron con horror antes de mirar a Heidemarie, la cual estaba sonrojada y confundida, mirando igual de horrorizada al Sumo Sacerdote y escondiéndola detrás de ella de inmediato.
–Milord, solo para estar seguros, no se está refiriendo a qué se retire toda la ropa, ¿cierto?
El Sumo Sacerdote dejó de revisar los viales que acababa de sacar de la bolsa en su cadera para mirar a Heidemarie y luego a ella, frunciendo el ceño lo suficiente para mostrar que estaba molesto y ofuscado.
–¡Por supuesto que no! Basta con que se retire los calcetines y deje su espalda al descubierto, Heidemarie. Debieron enseñarte al respecto en la especialidad de sanación.
Heidemarie soltó un suspiro de alivio y volvió a sonreír, guiándola hasta el biombo y sentándose en el banco para comenzar a ayudarla con su ropa.
–Lo hicieron, mi señor. Sin embargo, el modo en que dio la indicación nos hizo pensar otra cosa.
El Sumo Sacerdote pareció ignorarlas, o al menos Myneira no tenía forma de saberlo porque estaba ocupada quitándose las botas y peleando con sus calcetas, amarradas con listones a su ropa interior por la parte interna.
'¡Estúpida ropa noble! Debería introducir los diferentes tipos de ligueros que había en mi mundo… o por lo menos las pantimedias… no, con este tipo de calzones largos sería más engorroso ponerse y retirarse las pantimedias.'
Estaba terminando cuando Heidemarie le hizo señas de acercarse para poder ayudarla con los botones traseros de su túnica.
–Myneira, quizás sería mejor retirarte la túnica y dejarte solo con tu ropa interior. Es blanca de todas maneras. Sé que podría ser un poco incómodo, pero nos daría una lectura más precisa del estado de tu maná.
La niña solo suspiró con fastidio. La ropa interior noble era casi como un vestido primaveral japonés, perfecto para caminar por el parque o deambular por la playa.
–Voy a seguir vestida de todos modos. No tengo problemas si es para verificar mi estado de salud.
Heidemarie la ayudó entonces a retirarse la túnica y luego le abrió los botones de su camisola interior hasta la cintura, asegurándose de enrollarla hacia adentro para que no se moviera durante la revisión.
–¿Debería hacer algo con mi cabello? Entiendo que no pueda levantarlo todo mientras sea una menor de edad, pero, si se están tomando tantas molestias con mi espalda.
–Tienes razón. Lo trenzaré rápido. Por suerte tengo un par de listones para sostenerlo en su lugar.
Heidemarie recién estaba terminando de trenzarla cuando el Sumo Sacerdote comenzó a apurarlas.
Ambas salieron de detrás del biombo y Myneira fue colocada en el centro del círculo mágico. Heidemarie colocó sus manos en él y de pronto líneas de color rojo fueron visibles sobre la piel y la ropa de la niña, quién observaba aquello con mucha curiosidad.
–¡Es como si pudiera ver las venas de mi cuerpo!
De pronto sintió que alguien la estaba mirando demasiado fijo, congelándola un momento en su lugar.
–¿Qué significa esa palabra de recién? –la interrogó el Sumo Sacerdote–. ¿Yomiaku?
Una de sus manos voló a su rostro. De nuevo estaba hablando en japonés sin darse cuenta. Suspiró resignada antes de volverse a colocar tal y como Heidemarie le explicara antes.
–Son los conductos por los que viaja la sangre por todo el cuerpo para llevar nutrientes y oxígeno.
–Más palabras extrañas –suspiró el chico de inmediato–. ¿Tienes demasiada imaginación o solo inventas palabras conforme las necesitas?
–No estoy inventando palabras y puedo explicar que significa todo lo que digo… es solo que no sé… que palabras usar aquí.
Se mordió el labio cuando sintió un dedo sobre su espalda, guardando silencio para no meterse en más problemas.
–Nunca había visto tantos cúmulos de maná antes –murmuró Heidemarie–, en especial tan desproporcionados. Este de aquí es enorme, pero ella es tan pequeña.
–Parece como si hubiera muerto una vez, de ahí la cristalización. Debió de estar a nada de saludar a la pareja suprema… estos otros de aquí hablan de experiencias cercanas a la muerte por enfermedad… apenas su recipiente volviera a crecer, ella habría estallado sin duda alguna.
'¿No estaba exagerando cuando habló de que yo podría estallar? ¿Qué demonios soy? ¿Una especie de bomba de tiempo?'
–Myneira, quédate quieta por favor. –la regañó el Sumo Sacerdote.
La niña tomó aire entonces, dejándolo salir despacio para calmarse. La idea de volverse una niña bomba la tenía temblando. Necesitaba calmarse.
–No puedo creer la cantidad de cúmulos que tiene por todos lados… o el tamaño de cada uno. ¿Es por eso que parece tan pequeña?
–Así es, Heidemarie. No podrá crecer como sus pares ni hacer demasiado esfuerzo con tantos cúmulos. Hay que deshacerlos todos para que comience a crecer y mejore su salud.
–¿Podré ser una niña normal y correr como los demás?
De pronto el rostro del Sumo Sacerdote apareció frente a ella en tanto las líneas se desdibujaban y Heidemarie comenzaba a abotonarle la camisola de nuevo.
–Es probable. Con el tratamiento adecuado, podrías tener la estatura adecuada y la resistencia suficiente para cumplir incluso con las obligaciones de un sacerdote gris.
Sonrió sin más. Si Heidemarie no estuviera abotonándole la ropa, seguro habría saltado sobre el Sumo Sacerdote para abrazarlo debido a la esperanza que acababa de darle. No solo iba a sobrevivir, de hecho, podría tener una vida normal… nunca deseó más tener un cuerpo saludable y normal como en ese momento.
–Habrá que planearlo con cuidado. Tendremos que llevarla a recoger materiales para un jureve de la más alta calidad y…
–Lord Ferdinand, lamento discrepar, pero… con el tamaño de esos cúmulos y el tamaño de ella… ¿no sería mejor someterla a varios jureves de calidad media?
Su ropa estuvo lista y el Sumo Sacerdote de nuevo erguido en toda su estatura observando a Heidemarie e ignorándola tan fastidiado como Tetsuo cuando las cosas no se hacían a su modo.
Myneira volteó a ver a Heidemarie, esta solo le hizo un ademán de ir atrás del biombo en la misma postura que el hombre frente a ella. Myneira salió tan rápido como pudo a colocarse las calcetas y la túnica. Si los dos eran igual de tercos, esa discusión iba a ser acalorada.
–Precisamente por eso es por lo que un jureve de la más alta calidad es la mejor opción. Debería estar sumergida una o dos temporadas y sus cúmulos habrán desaparecido por completo.
–Eso solo en caso de que sobreviva a la recolección, milord. Entiendo que para usted recolectar ese tipo de materiales sería casi un juego de niños, estoy segura de que incluso para Justus sería una empresa sencilla y divertida, pero estamos hablando de una pequeña niña prebautismal y enfermiza… por no hablar del riesgo de tenerla sumergida dos temporadas, milord.
–Es la opción más rápida, Heidemarie.
–¡No, no lo es! No si tenemos en cuenta que le llevará un año entero, cuando menos, ir a recolectar todos sus ingredientes. Si usamos varios jureves de calidad media, podremos comenzar a sumergirla antes de que se termine el verano o durante la segunda mitad de viento bajo, milord.
–¿Tienes idea de cuantos jureves habría que prepararle?
Hubo un silencio ahí. En realidad, no tenía idea de sobre qué estaban discutiendo y no estaba segura de que salir para que Heidemarie la ayudara con los botones de su túnica fuera una buena idea, aún si ya tenía bien amarradas las calcetas, las botas puestas y la túnica encima.
–No, pero tengo confianza en que puedo ser yo quien la acompañe junto con Eckhart para su recolección. Podríamos utilizar ingredientes vegetales para evitar exponerla a bestias fey peligrosas.
No pudo mantenerse por más tiempo detrás del biombo, saliendo de inmediato para encontrar a Heidemarie con los brazos cruzados viendo hacia arriba y al Sumo Sacerdote con una mano en la cintura y la otra pellizcando el puente de su nariz.
–¿Bestias fey peligrosas? –preguntó la pequeña asomada desde el biombo.
El Sumo Sacerdote soltó un pequeño suspiro y Heidemarie relajó un poco su postura sin quitarle los ojos de encima a la persona frente a ella.
–Si hacemos lo que pide Lord Ferdinand, tendrás que ir con la orden de caballeros a cazar al Señor del Invierno, entre otras cosas.
Heidemarie parecía molesta.
El Sumo Sacerdote parecía igual de molesto.
Ella solo estaba asustada. MUY asustada de solo recordar la enorme tormenta de nieve del año anterior… o cuántos días estuvo en cama debido a la fiebre y el malestar de su cuerpo frente al frío infame.
–Sumo Sacerdote, a pesar de que confío en sus conocimientos… creo que preferiría intentar primero con la sugerencia de mi hermana Heidemarie, por favor.
El Sumo Sacerdote la miraba ofendido y fastidiado en cuanto Heidemarie parecía bastante orgullosa y feliz, caminando hacia ella para ayudarla a abotonar la túnica, llevándola de regreso detrás del biombo.
–Lord Ferdinand, le ruego que me deje probar lo que resta de la temporada, por favor. Si luego de sumergirla dos veces por mes no vemos ninguna mejoría notable, le informaré a Eckhart de que va a necesitar caballeros para ayudarla y protegerla en su recolección.
–¿No crees que estás arriesgando demasiado, Heidemarie?
–Usted me pidió que la acogiera como si fuera mi hermana y eso es justo lo que planeo hacer, mi señor. Por favor, permítame entonces preocuparme y tratarla como si en verdad lo fuera.
–¡Dioses!... Bien, pueden llevarla a recolectar los dos días que debe ir con ustedes al Barrio Noble. Si no hay señales de una mejoría considerable pronto, lo haremos a mi modo.
–Le agradezco, milord. Myneira, estás lista. ¿Quieres que vuelva a peinar tu cabello como lo tenías antes?
La pequeña tomó una de las trenzas en que su cabello estaba recogido, volteando y sonriendo a Heidemarie, sintiendo que empezaba a apreciar más a esta chica que conocía tan bien como ella el dolor de perder a los suyos.
–Me gusta así. Gracias, hermana. ¿Podrías solo colocar mi horquilla en este lugar, por favor?
La joven hizo como solicitó y luego le dio la mano para conducirla fuera del biombo y de la habitación oculta. Apenas salir, dos de sus doncellas grises se apresuraron a entrar para tomar de nuevo el tapete con el círculo mágico y el biombo para doblarlos y transportarlos.
–Hermanita, me encargaré de planear nuestro pequeño viaje de recolección y de mandarte a hacer una tina adecuada. También veré qué te traigan un equipo de formulación y una mesa para ello… quizás un banco pequeño para ayudarte a alcanzar la mesa. Estaremos muy ocupadas las próximas semanas. Será divertido. Lo prometo.
Tanto Heidemarie como el Sumo Sacerdote le dieron sus palabras de despedida, ella contestó lo mejor que pudo y luego siguió con su agenda.
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Al día siguiente estableció un horario para trabajar en el despacho del Sumo Sacerdote para hacer su propio trabajo de oficina y ayudarlo a él con el trabajo del templo. Para el final de la semana se dio cuenta de que la iba a utilizar ahora como una calculadora humana debido a los documentos que le tocó revisar.
El fin de semana, en efecto, pasó la mayor parte del tiempo explorando el bosque noble y recolectando una buena cantidad de frutos con ayuda de Eckhart y Heidemarie, quienes no dejaron de compartir con ella algunas anécdotas de cuando asistían junto a Lord Ferdinand a la Academia Real, volviendo a la casa Linkberg a tiempo para compartir la comida y las clases con Cornelius y Lamprecht.
Para cuando terminó el primer mes del verano la sumergieron en jureve por primera vez. Tardó tres días ahí dentro, siendo recibida por el Sumo Sacerdote.
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–Myneira, ¿puedes encargarte de verificar estás tablillas de aquí?
–¡Por supuesto, Sumo Sacerdote!
Gil, su nuevo asistente le llevó las tablillas indicadas y Myne confirmó por enésima vez en lo que iba de la temporada que no solo estaban usándola para hacer cuentas y verificar el balance de gastos e ingresos del Templo. Tenía un par de días que se dio cuenta de que algunas de las tablillas eran cuentas de otro lugar. Aun así, no dijo nada, solo realizó el trabajo lo mejor que pudo.
Estaba terminando las últimas cuentas cuando la puerta se abrió, dejando pasar a Fran y a uno de los asistentes del Sumo Sacerdote. Era hora de detenerse para comer.
Sonriendo, Myneira terminó de acomodar los documentos en su lado del escritorio del Sumo Sacerdote y luego se sentó en su lugar en la mesa de comida. El Sumo Sacerdote no tardó nada en acompañarla.
Al principio, el hombre se quejaba de tener que detenerse para comer con ella, sin embargo, luego de que comenzó a introducir mejoras en la comida y a presentar platillos inspirados en la gastronomía de su vida pasada, el Sumo Sacerdote dejó de protestar.
–¿Qué plato inventaste está vez? –preguntó el Sumo Sacerdote con curiosidad, luego de que terminaron la ensalada y sirvieron el siguiente platillo.
–Consomé. A Hugo le tomó mucho refinarlo hasta tener la confianza de poder servirlo. Le agradeceremos mucho sus comentarios.
Fran no tardó mucho en pararse a un lado con su díptico para hacer anotaciones. En cuanto al Sumo Sacerdote, Myneira jamás lo había escuchado hablar tanto sobre el mismo tema en un tiempo tan reducido… estaba incluso asombrada por lo rápido que el hombre terminó de comer… o de que pidiera repetir.
–A pesar de que parecía bastante quisquilloso al principio, parece que le ha gustado el consomé, Sumo Sacerdote.
El joven asintió antes de llevarse la cuchara a la boca para su segunda tanda antes de volver a hablar.
–A pesar de su pobre presentación inicial, debo admitir que me ha sorprendido bastante la profundidad del sabor en este líquido dorado que parece tan simple y sin embargo esconde semejante complejidad.
Otra cucharada y el Sumo Sacerdote siguió hablando tanto, que Myneira tuvo que tomar mucho aire para no reírse cuando la idea de que el Sumo Sacerdote se había enamorado perdidamente de un plato de comida se asentó en su mente. El hombre estaba creando todo un ensayo sobre el consomé, una verdadera oda a las promesas ocultas por el hábil cocinero en un plato de aspecto tan sencillo y a la vez refinado.
–Intercambiemos chefs –sugirió el Sumo Sacerdote en cuanto notó que su plato estaba vacío denuevo–. Te pagaré cinco oros grandes por él.
–Hugo no está a la venta, sin embargo, estoy dispuesta a venderle la receta por esos mismos cinco oros grandes.
–Si es solo la receta, entonces no estoy dispuesto a darte más de dos oros grandes.
–Cuatro oros grandes y uno pequeño junto con la promesa empresarial de no dejar que la receta se conozca por un año después de que sea estrenada en mi restaurante.
–Dos oros grandes y uno pequeño entonces.
El siguiente platillo fue servido y ambos dejaron de regatear debido al aroma. Un sentimiento de nostalgia la lleno de inmediato. Acaban de servir a cada uno un ave de corral pequeña bañada en vize con pequeñas verduras de temporada asadas y cortados de tal manera que parecía que el ave estuviera en una cama de flores y pasto. Incluso encontró un pequeño nido de germinados bañados en vinagreta con un par de diminutos huevos duros en su interior. El plato era tan hermoso que tenía miedo de probarlo, sin embargo, la mirada insistente del Sumo Sacerdote la hizo soltar un pequeño suspiro de tristeza antes de tomar sus cubiertos y comenzar a comer.
–Tres oros grandes si incluyes esta receta –insistió el Sumo Sacerdote en cuanto se pasó el primer bocado del ave y el primer bocado del acompañamiento.
–Cinco oros grandes por entrenar a su chef para preparar esos dos platillos. Aún si le doy la receta no podrá igualar el sabor si no se le educa primero. Temo que mis técnicas de cocina son… demasiado vanguardistas para la mayoría de los chefs ya formados.
El Sumo Sacerdote lo consideró un momento, llevándose algunos bocados más antes de mirar a Arno, su asistente en turno y hacerle una seña. Ni cinco minutos más tarde, Myneira observó como Arno entregaba las monedas a Fran sin que ella dejara de poner lo que Lutz llamaba, su sonrisa comercial.
–Como siempre, es un verdadero placer hacer tratos con usted, Sumo Sacerdote. Me sorprendió que fuera usted el que iniciara con el trato por su cuenta.
–Hay cosas que sé que debo tener en el momento en que las veo.
–En el momento en que las prueba, en este caso –se burló ella sin poder evitarlo, haciendo un esfuerzo por no reír a carcajadas ante la actitud demasiado digna y ofendida del Sumo Sacerdote a quien no tardó nada en pasarle una herramienta antiescuchas que su hermana Heidemarie le acababa de obsequiar luego de su último jureve.
El Sumo Sacerdote observó el aparato apenas un segundo y luego lo aceptó sin dejar de mirarla, ignorando el té y las galletas que estaban colocando frente a ambos.
–¿Vas a ofrecerme algo más? No sueles dejar de actuar como comerciante antes de exprimir al menos diez oros grandes de mi bolsa.
–Ojojojo, aunque admito que es muy tentador, en realidad me preguntaba sobre lo que acaba de decir.
–¿Qué cosa? –preguntó el joven llevando la taza de té a sus labios.
–Dijo que hay cosas que debe tener en el momento en que las ve. Alguien estuvo investigando sobre mí después del incidente con el trombe y usted arregló lo de mi adopción muy rápido, así que me preguntaba… si yo no seré una de esas cosas que quería apenas verla.
Lo observó sonreír apenas, divertido, en lo que dejaba la taza en el plato y sus orejas se coloreaban de un rosa tenue, demasiado notorio en la pálida piel del peliazul. Si no hubiera tardado tanto en explicarse, seguramente el pobre noble se habría atragantado o escupido su té en la taza.
'Habría dado lo que fuera por ver cómo se zafaba para verse elegante mientras escupía su té.'
Sonrió un poco en lo que se llevaba la taza a los labios. Heidemarie le explicó en su última visita que usar su taza de té era una excelente forma de enmascarar su boca cuando no podía controlarla.
–Antes de que me pregunte como estoy tan segura de que fue usted, le recuerdo que sé bastante bien que no ha dejado de mirarme como un proyecto de investigación desde que nos conocimos. Que estuviera febril no me impidió notarlo, Sumo Sacerdote.
Su oponente le dedicó una sonrisa de lo más venenosa en ese momento, relajando los hombros incluso antes de adelantar su cuerpo un poco sobre la mesa y descansar los brazos en ella.
–Debo admitir, señorita Myneira, que está resultando un proyecto de investigación de lo más caro. ¿Debería diseccionarla luego de comprar todo lo que pueda venderme o sería mejor optar por experimentos de otra índole?
La actitud irónica de villano de historieta de tercera debería asustarla, el problema es que Tetsuo solía portarse igual en ocasiones, incluso con ella… y solo recordar a dónde los habían llevado esas interacciones, o que su segunda hija fue concebida luego de una discusión similar, estaba haciéndola que se sonrojara demasiado, tanto que el muchacho frente a ella dejó su actitud insolente junto con la herramienta antiescuchas para acercarse más y comenzar a hacerle un chequeo. Su maná entrando en su pequeño cuerpo para revisarla antes de salir ya no se sentía alienígena ni la hacía temblar, era una sensación reconfortante que no esperaba sentir en ese momento y que, de hecho, solo sirvió para profundizar su sonrojo.
–No pareces tener fiebre, pero tienes el pulso demasiado rápido y tu maná está un poco descontrolado.
–Lo siento –murmuró cubriendo su rostro de inmediato, volviendo a la realidad y sintiendo sus ojos llenándose de lágrimas–, yo… lo siento, de veras. ¿Puedo retirarme?
La mirada de científico loco que esperaba ver ahí luego de su comportamiento errático no estaba, en cambio, podía notar preocupación y confusión en los ojos y los gestos del antiguo amo de su hermana adoptiva.
–Fran, asegúrate de que descanse. Ya sabes quehacer.
–¡Entendido, Sumo Sacerdote! –respondió su jefe de asistente antes de tomarla en brazos y llevarla a paso veloz a su recámara y acostarla en el lecho para luego dar algunas indicaciones.
Ahí, oculta en la enorme cama fría e incómoda tomó la herramienta antiescuchas con ambas manos antes de girarse para abrazarse a la almohada y llorar. Era injusto que siguiera de luto luego de tanto tiempo. Era de verdad injusto sentirse así de triste y nostálgica cuando se había estado divirtiendo… o que deseara recuperar todo lo que había perdido.
Ella era una niña de siete simulando tener seis que luego de tener una charla animada deseaba ser abrazada con fuerza por un muchacho diez años mayor. No estaba segura entonces si lo que la había puesto tan mal era el dolor de perder a Tetsuo o darse cuenta de que deseaba el afecto de otro hombre.
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El otoño llegó y con él la nueva temporada de bautizos.
Igual que las veces anteriores, lo primero que vio luego de pasar algunos días regando enormes rocas con una pequeña regadera con agua rosada, fue el rostro del Sumo Sacerdote inclinado sobre ella. Las manos y los brazos del tipo estaban más frías que el cálido y agradable líquido en qué estuvo sumergida, a pesar de ello, una especie de alivio la llenó mientras lo sentía dando palmadas en su espalda para ayudarla a toser.
A diferencia de las veces anteriores, Heidemarie no estaba ahí para recibirla con ese hechizo tan útil o una toalla para llevarla donde sus asistentes para que la bañaran de inmediato. Eran solo ella y el Sumo Sacerdote.
–¿Y Heidemarie? –preguntó más que nada por curiosidad.
–Debería llegar en cualquier momento. Te despertaste antes.
Asintió sin comprender del todo, disfrutando demasiado de ser sacada de la tina por esas manos enormes que no tardaron en convocar la varita que llamaban schtappe y dejarla seca de nuevo.
El Sumo Sacerdote la miraba ahora sin dejar de darse golpecitos en la sien, pensando conforme su mirada brincaba de ella a la tina y a otra cosa más.
–¿Sucede algo, Sumo Sacerdote?
–Heidemarie debería estar aquí para hacerse cargo de ti con tus asistentes en lo que el resto de tus grises se encargan de acomodar las cosas bajo mis indicaciones.
Una segunda mirada y comprobó que el tapete que dejaba ver sus conductos de maná estaba ahí.
–¿Quiere esperar a mi hermana? Podría decirme cuánto extrañó a su calculadora humana estos días.
El Sumo Sacerdote soltó un suspiro de fastidio y ella sonrió. Tenía poco que había hecho las paces con el hecho de saber que ese tipo le gustaba. No era amor, solo una atracción infantil al formar un vínculo de confianza. Por alguna razón, el antiguo Comandante de Caballeros la hacía sentir segura y cómoda más allá de que tuviera gestos que le recordaran a Tetsuo, estaba segura de que se sentiría igual incluso si no notara el parecido.
–Deberías entrenar a algunos grises para resolver cuentas matemáticas con tanta rapidez sin equivocaciones –replicó él al fin–. Haría menos correcciones cuando te ponemos a dormir.
Sonrió sin más, observando al muchacho que acababa de cruzarse de brazos mirándola con un extraño tipo de reproche.
–Puedo enseñar a algunos de los grises que han sido devueltos al orfanato. De hecho, los huérfanos y algunos de los grises mayores hace poco han empezado a reconocer letras y números, incluso los que están a dos años de ser bautizados.
Eso pareció picar la curiosidad del Sumo Sacerdote y el interrogatorio empezó.
Le habló de cómo todos aprendieron muy rápido a crear papel. Le habló también de los juegos de tarjetas de madera que Sasha, uno de los hermanos mayores de Lutz, le ayudó a desarrollar con Wilma decorando hasta dejar dos juegos con las letras e ilustraciones de los dioses y dos juegos más con números y símbolos que parecían ser de los instrumentos divinos, según los niños.
Estaban conversando sobre el interés que mostraban los grises por los juegos que les enseñó con los cuatro mazos de cartas y sus planes para que aprendiera a leer con rapidez utilizando otros juegos, cuando fueron interrumpidos por la voz de Heidemarie en la piedra intercom en la pared. Myneira se sentía un poco fastidiada, como cuando llegaba a la mejor parte del capítulo que estaba leyendo y alguien la interrumpía.
Soltando un suspiro de desagrado, la niña se bajó de la banca desviando la mirada un momento antes de posarla de nuevo en el enorme muchacho sentado en la única silla en su habitación oculta.
–Supongo que retomaremos esta discusión en otro momento.
–Supones bien. Ahora ve con tu hermana. Es hora de decidir si seguirás recolectando flores para formular o si te llevaré conmigo a cazar un par de bestias fey y a recolectar materiales en algunas zonas agrícolas.
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–Milord, le dije que los cúmulos de maná se desharían bien de esta manera.
No podía ver a Heidemarie, pero solo por su tono podía percibir que estaba bastante orgullosa.
–Eso veo… a este paso, debería estar libre de cúmulos dentro de un año, justo a tiempo para su bautizo.
–También lo creo, milord. Puede que los deshagamos antes si la llevo a recolectar ingredientes nuevos un poco más lejos.
–¿Qué tan más lejos?
No estaba segura porque, pero podía notar cierta tensión en la voz tenora del Sumo Sacerdote.
Hubo un pequeño silencio que la hizo voltear, devolviendo su mirada al círculo bajo sus pies casi de inmediato, cuando la enorme mano del Sumo Sacerdote la obligó a mantenerse en la misma posición.
–¡Heidemarie!
–¡Handelzen, milord! Lady Elvira desea llevarnos a conocer a su familia un poco antes de mediados del otoño, dijo algo sobre hablar con usted sobre los planes para Myneira durante la cosecha.
El silencio que siguió no le gustaba demasiado.
Pronto sintió como su ropa era cerrada de nuevo. A juzgar por la breve sensación de una mano cargada de maná sobre la piel de su espalda, estaba segura de que había sido el Sumo Sacerdote.
–Myneira permanecerá en el Templo al igual que yo. Al ser una doncella antes del bautizo, el Sumo Obispo no puede enviarla a ninguna provincia. En cuanto a mí, todavía no sé si se me enviará a alguna ruta o si deberé permanecer aquí para supervisar el Templo.
–Comprendo, milord. Se lo comentaré a Lady Elvira… por cierto, llevo tiempo preguntándome si ha estado tomando algunas opciones nuevas. Se ve mejor que nunca.
No pudo contenerse, volteando de un salto con una sonrisa enorme.
–El Sumo Sacerdote es un glotón, querida hermana. A veces incluso come una ración extra de toda la comida que mis chefs prepa, aaaaghhh, ¡Asilio! ¡Anana! (¡Auxilio! ¡Hermana!)
No entendía porque, pero el Sumo Sacerdote de pronto la tomó de las mejillas, jalando y estirando la piel bajo sus dedos sin dejar de estrujarla.
–¿Pero a ti quién te ha dado permiso de voltear o inmiscuirte en esta conversación, eh?
–¡Aahhhh! ¡Suo sacelote! ¡Luele! (¡Sumo Sacerdote! ¡duele!)
Sus mejillas fueron sacudidas y estrujadas un poco más hasta que Heidemarie comenzó a quejarse del maltrato que su pobre y pequeña hermanita estaba sufriendo, momento en que el chico la soltó.
Myneira llevó ambas manos a sus mejillas, frotándolas con cuidado para ayudar a que la sangre volviera a circular por ellas sin dejar de ver con un puchero al responsable de su dolor.
–¡Torturador de mejillas! ¡Abusivo! ¡Yo solo le estaba respondiendo a mi hermana! ¡Malvado! ¡Feo! ¡Tonto!... ¡Deje de burlarse de mí!
El hombre estaba intentando por todos los medios no reírse a carcajadas sin mucho éxito, provocando que Heidemarie la tomara en brazos y la sacara, curándole las mejillas con una breve bendición para luego empezar a dar indicaciones a los grises bajo su cargo.
Apenas Jenni y Rossina comenzaron a prepararle ropa limpia y un baño, su hermana soltó una breve risita que la hizo voltear.
Se cruzó de brazos e infló las mejillas volteando a otro lado. Tenía la apariencia de una niña de cinco, podía portarse tan infantil como le viniera en gana, aún si eso significaba que Heidemarie también se burlara de ella.
–¡Querida hermanita! ¡Eres tan adorable cuando te enfadas! –comentó su hermana adoptiva entre pequeñas risas que la hicieron sentirse incómoda.
–¿Qué es tan gracioso?
–¡Oh, nada! Además de que tengo una hermana preciosa y adorable, solo estoy feliz de que mi pequeña hermanita ponga de tan buen humor a Lord Ferdinand. Nunca lo había visto reír antes de ese modo. Eckhart morirá de la envidia cuando le cuente.
–¡No soy el bufón particular del Sumo Sacerdote! ¡No me gusta cuando se burla así de mí! ¡Se supone que lo estaba insultando, no entreteniéndolo!
Estaba de verdad molesta y frustrada de nuevo. Que Heidemarie pasara una de sus manos sobre una de las mejillas ofendidas con dulzura la hizo soltar su enfado, obligándola a voltear.
–Imagino que no es la primera vez que lo haces reír, ¿o sí?
Myneira negó despacio, rememorando todas y cada una de las veces. Por lo general el muchacho se reía de las bromas que parecían lanzarse entre ironías y sarcasmos, sentados en el mismo escritorio para revisar documentación y cuentas del Templo y solo los dioses sabían de donde más.
–Por favor, sigue llevándote igual de bien con él, Myneira. La vida de Lord Ferdinand no ha sido fácil. Sospecho que fuera de su hermano mayor, no hay nadie con quien pueda divertirse a sus anchas.
No pudo responder. Jenni la tomó en brazos para comenzar a preparar todo para asearla.
Cuando estuvo lista se despidió de Heidemarie y cenó con el Sumo Sacerdote, el cual evitó a toda costa hablar acerca de lo que ocurrió dentro de su habitación oculta.
Chapter 12: El Asqueroso Sumo Obispo
Chapter Text
La reunión de los sacerdotes azules llegó sin que comprendiera del todo lo que estaba pasando. Las miradas que algunos de los hombres en túnicas brillantes le daban eran de fastidio, a pesar de todo, ella siguió andando con la cabeza en alto y un paso firme. Pocos eran los que la miraban con curiosidad.
—Bien, bien, veo que todos estamos aquí… incluso la pequeña Myneira —comentó de repente el viejo hombre de cabello cano y barriga considerable mirándola con una sonrisa bonachona que la hizo dudar de su primera impresión—. Escuché hace poco que eres hija de la familia Liljaliv.
—Así es, Sumo Obispo. Mi hermana mayor, Heidemarie lamenta no poder llevarme a casa hasta no unir sus estrellas con su prometido para poder adoptarme como su hija.
—Tu hermana es… una mujer extraña. Podría haberte dejado al cuidado de Caroline para que crecieras junto a Estefan.
Myneira miró al Sumo Sacerdote, el cual solo negó un momento antes de responder por ella.
—Temo que Lady Heidemarie temía que la segunda esposa de su difunto padre estuviera demasiado ocupada siendo la Wiegenmilch de Estefan, en especial luego de que dicha mujer sacara de la casa a Heidemarie a pesar de ser la heredera del nombre y la propiedad de los Liljaliv.
—¡Son solo detalles, Ferdinand! —desestimó el Sumo Obispo con una mirada cargada de fastidio dedicada al Sumo Sacerdote antes de mirarla de nuevo a ella con esa sonrisa falsa y zalamera de hacía un rato—, tengo entendido que la vida de los huérfanos y las mejoras en el Templo son debido al dinero que has estado donando cada mes, Myneira. No puedo menos que agradecer a los dioses por traerte a nosotros y alejarte así de las intrigas que tu hermana mayor pudiera estar complotando en contra de la honorable Lady Caroline.
No estaba muy segura de que responder. Se sentía incómoda por el cambio tan marcado de actitud que este hombre mostraba. De pronto se encontró deseando que estuviera ebrio y en medio de una resaca para que sus facultades mentales estuvieran tan nubladas como para pasar por alto cualquier desliz.
—Yo también estoy agradecida —respondió con una sonrisa nerviosa antes de mirar al Sumo Sacerdote, recibiendo un asentimiento de cabeza y nada más, reconfortándola de algún modo.
—Esperamos poder tenerte con nosotros por mucho tiempo más, pequeña Myneira. Aun si logras volver a la sociedad noble, puedes considerar el Templo tu hogar tanto como lo desees.
De pronto estaba sintiéndose mal. El hombre parecía un abuelo amable y dispuesto a proteger a su pequeña nieta caída en desgracia tal y como ella habría dado asilo y apoyo a sus propios nietos cuando todavía eran pequeños… sin embargo, algo en el hombre la hacía seguir pensando que todo ese bonito discurso era una forma velada de decirle que esperaban contar con su dinero en los años por venir. Una mirada al Sumo Sacerdote y comprendió que él había captado también ese último significado. Parecía molesto a pesar de estar tan serio como de costumbre.
El Sumo Obispo procedió a felicitar a algunos azules. Myneira notó que eran los mismos que la habían mirado de manera despectiva. Para quienes la miraron con curiosidad no hubo felicitación o regaño alguno.
Pronto una doncella de hábito gris extendió un mapa sobre la mesa y el Sumo Obispo procedió a nombrar uno por uno a cada sacerdote azul junto con una cantidad dispar de lo que ella pensaba eran pueblos o algo así. Tuvo que estirar su cuello tanto como pudo para poder leer el mapa. En efecto, los nombres dados por el Sumo Obispo eran nombres de diferentes zonas agrícolas, villas y un par de ciudades.
—Ferdinand, ya que estás… apoyando a Lady Heidemarie con la hermana Myneira, espero que comprendas que deberás quedarte aquí por esta ocasión para asegurarte de que la niña… esté bien protegida.
—Cómo usted ordene.
Las miradas preocupadas que le dedicaron al Sumo Sacerdote algunos de los sacerdotes con menos asignaciones y las sonrisas desdeñosas, cargadas de burla de todos los otros, no le pasaron desapercibida. ¿Exactamente qué estaba pasando ahí?
—Bien, bien, de momento es todo. Nos reuniremos de nuevo una semana después de terminar con el festival de la cosecha. Hermana Myneira, espero que disfrutes tu estadía en el Templo durante nuestra ausencia.
Ella solo asintió sin atreverse a decir nada, confundida todavía por lo que acababa de pasar.
Más tarde, cuando ella y el Sumo Sacerdote estuvieron de nuevo a salvo en la habitación/despacho del Sumo Sacerdote, la niña no pudo seguir conteniendo sus dudas por más tiempo, colocando la herramienta antiescuchas entre las tablillas que estaban revisando en ese momento.
—¿Qué ocurre?
—Eso es lo que quisiera saber. Parecía que algunos de los sacerdotes lo estaban viendo con lástima y otros con burla por no ir al Festival. ¡No lo entiendo!
El Sumo Sacerdote soltó un suspiro un poco cansado sin dejar de revisar, escribir o atreverse a soltar el pequeño cascabel que ella le pasó.
—Los sacerdotes azules deben ir a las provincias agrícolas para recolectar impuestos y realizar los ritos de bautizo, mayoría de edad y unión estelar. De los impuestos recolectados, se les asigna un porcentaje como pago por su trabajo.
Myneira dejó de escribir en ese momento, asustándose cuando una gota grande y gorda de tinta cayó en su tablilla, limpiándola con apuro antes de mirar al Sumo Sacerdote más preocupada al captar el significado de su explicación.
—¿Va a quedarse sin dinero por cuidarme? ¡Eso no está bien!... y… si a los sacerdotes se les da un porcentaje de lo que recauden… a menos que el Sumo Obispo haya repartido las provincias en base a la cantidad de impuestos que van a pagar…
—Myneira, no digas ni una palabra más. Las cosas son tal como imaginas desde hace mucho tiempo y no hay nada que podamos hacer.
—Pero…
—¡No hay nada que puedas hacer! ¿O pretendes usar tu fondo personal para equilibrar la diferencia de entradas de dinero a los azules? ¿O a mí?
Quizás debido a que habitaba en el cuerpo de una pequeña niña enferma que apenas volver a su casa por las noches era mimada y consentida con abrazos, besos y sonrisas hasta el hartazgo cuatro o cinco días a la semana, no estaba segura, solo sabía que tenía ganas de gritar y llorar y darle una patada entre las piernas al Sumo Obispo cuando notó que acababa de inflar las mejillas sin poder leer o escribir nada de lo que tenía en frente.
—Te preocupas demasiado. —comentó el Sumo Sacerdote sin darle una segunda mirada, afanado con el trabajo de escritorio que tenía sin hacer.
—Pero… no entiendo si el Sumo Obispo lo está dejando de verdad para cuidarme o si es por desprecio… y si es por cuidarme me siento terriblemente responsable por dejarlo sin el dinero que debe necesitar y…
—No moriré de hambre ni dejaré desprotegidos a mis grises por no asistir al Festival de la Cosecha de este año. No te preocupes. Tengo dinero suficiente para mantenerme algunos años sin tener que mover un dedo.
Eso la dejó bastante confundida. ¿Tanto dinero ganó como Lord Comandante?
No, por más que lo pensaba, no tenía sentido. Estaba tentada a preguntarle cuando notó que el muchacho frente a ella estaba de verdad inmerso en su trabajo. En circunstancias normales estarían terminando en ese momento, la junta de hace un rato, sin embargo, les había robado poco más de media campanada y ahora estaban atrasados. Que el Sumo Sacerdote y ella misma tuvieran tan poco personal capacitado para trabajar en la oficina lo volvía todavía más tedioso.
—Entiendo. Aunque eso no me deja claro si soy responsable o no de que lo excluyeran de una actividad necesaria.
—No lo eres. Ahora concéntrate antes de que llenes más cosas de manchas.
Myneira se concentró tanto como pudo. Apenas sacar las cuentas de tres tablillas más, su mente volvió a insistir. Si ella no era responsable, significaba que el Sumo Obispo lo estaba haciendo adrede… eso explicaba la manera en que se refería a él.
No lo llamaba Sumo Sacerdote. Tampoco Hermano Ferdinand, ni Lord Ferdinand… era solo Ferdinand a secas y con un tono de voz extraño que la hacía pensar en un yakuza de las películas tratando de intimidar a algún oficinista con estudios, pero sin suficiente poder para quitárselo de encima.
—¿El Sumo Obispo es así de… desagradable todo el tiempo o solo cuando alguien le hace algo y en realidad es rencoroso?
La pluma del Sumo Sacerdote se detuvo entonces y los ojos dorado pálido abandonaron las letras para mirarla a ella al mismo tiempo que un suspiro de cansancio apenas disimulado escapaba de él.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno… no estoy muy segura si el Sumo Obispo lo trata como si fuera una mascota o si solo siente algún tipo de rencor hacia usted, Sumo Sacerdote.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Además de que se refiere a usted sin honoríficos, ni títulos y que parece que escupiera su nombre cada vez que habla con usted… por no mencionar el cambio de actitud tan drástico que tiene cuando le habla…
—No es algo que te incumba o en lo que deberías meterte, Myneira. Por favor, concéntrate en la parte que te toca el día de hoy para que puedas irte a estudiar. Heidemarie dijo que vendrá en tres días para empezar a darte clases de historia y geografía.
‘¿Clases con Heidemarie? ¡Eso debe significar que me traerá libros!’
Sabía que estaba sonriendo porque de pronto su humor estaba mucho mejor que un momento atrás. Por supuesto, apenas terminó la siguiente tablilla le lanzó una pequeña amenaza al Sumo Sacerdote.
—Esperaré a que el Obispo se haya ido entonces para retomar el tema. No me gusta que traten mal a las personas que no lo merecen y usted claramente no lo merece.
Lo escuchó soltar una ligera risilla sarcástica que la hizo tensarse. Tetsuo se reía igual cuando se daba cuenta de que alguno de sus proyectos iba a fastidiar a alguno de sus colegas que, además, no le agradaba.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que no lo merezco? ¿O de que estoy siendo maltratado?
—Tengo dos ojos y dos oídos que funcionan a la perfección. Además, no soy tan tonta cómo para no darme cuenta de las cosas. Voy a conseguir respuestas, eso puede apostarlo.
—Deja de meter las narices donde nadie te llama y concéntrate en ti misma. Tienes mucho que aprender todavía y muchas tablillas que calcular por lo que veo.
Frunciendo el ceño y la boca para mostrar cuan enfadada estaba, la niña dio un jalón a la cadena de su herramienta mágica, enfurruñándose un poco más al notar que el Sumo Sacerdote estaba dejando escapar una risa burlona muy pequeña.
‘Usted no es el único que puede ser bastante molesto cuando quiere, así que me concentraré en mis libros nuevos. ¡Libros, libros, libros, libros, libros! ¡Libros, libros, libros, libros, libros! ¡Tendré, libros nueeevos! ¡ow!’
—¿Qué tarareas, Myneira? No recuerdo haber escuchado antes esa melodía.
—Me encantaría decirle, Sumo Sacerdote, pero le recomiendo que se concentre en usted mismo. Tiene muchas responsabilidades que cumplir y muchos documentos que revisar todavía.
Esta vez no fue el Sumo Sacerdote, sino los asistentes grises que los estaban apoyando quienes soltaron pequeñas risitas mal disimuladas a su alrededor.
Podía sentir con claridad la mirada cargada de reprobación del Sumo Sacerdote, pero en serio, ella no iba a dudar en devolverle sus palabras, después de todo, ella no era su hermana Heidemarie ni Lord Eckhart para ponerlo en un altar inalcanzable.
.
Estaba orgullosa y feliz.
Su padre y Lutz la estuvieron apoyando al llevar a los huérfanos al bosque a recolectar provisiones y material para hacer papel una vez por semana.
La semana anterior, tanto su familia como la familia de Lutz la apoyaron para que los huérfanos pudieran participar en la matanza del cerdo… aun si ella terminó con náuseas debido al aroma. Estaba más que consciente sobre de dónde venía la carne que comía y el proceso por el que debía pasar, pero como buena japonesa, ella siempre había comprado la materia prima muerta, limpia y lista para su consumo, así que, ver la sangre, las vísceras y soportar el hedor de aquello fue demasiado abrumador.
Justo ahora estaba volviendo del despacho del Sumo Sacerdote con una sonrisa enorme por haber recibido permiso de su guardián en el Templo para que los grises del orfanato pudieran preparar cera para hacer velas a las que se les quitaría el hedor y pegamento, además de que su mimeógrafo llegó esa misma mañana y funcionaba a la perfección, por lo que podría comenzar a imprimir de inmediato el primer tomo de la Biblia para niños. Estaba más que segura de que, así como las cartas de karuta, los naipes, la lotería y el memorama, los libros de la biblia infantil serían un éxito comercial que podrían utilizarse para mejorar la lectura.
—Hermana Myneira, que alegre coincidencia encontrarla aquí justo ahora.
La voz del Sumo Obispo la hizo detenerse y dejar de sonreír del todo, dejando solo una sonrisa amable y formal.
—Sumo Obispo, espero que este teniendo un buen día.
—Parece que no hace más que mejorar. Dime. Escuché que serás bautizada en el verano.
—Así es.
El Sumo Obispo seguía sonriéndole, lanzando una mirada despectiva a Fran y luego otra que no le gustó nada a Jenni.
—Escuché que has estado educando a tus grises para que sean capaces de leer, escribir y llevar a cabo la contabilidad del Templo entre otras tantas cosas.
—Así es –respondió de inmediato.
—Me preguntaba si podrías prestarme a Jenni para que me ayude. Mis asistentes actuales no están tan bien educados y necesito que revisen algunos documentos y hagan cotejos con el material que estaré llevando conmigo. De hecho, ¿por qué no me permites llevarla a ella o a Hanna como apoyo para el Festival de la Cosecha? Tendrían la oportunidad de salir del templo y ganarían una propina por sus servicios.
Algo en el modo en que estaba mirando a Jenni no le gustaba para nada, de echo le estaba provocando náuseas que tuvo que tragarse antes de mirar a Jenni y notar la mirada cargada de terror o la sonrisa vacía con que intentaba cubrir su desagrado.
–Sumo Obispo, aunque comprendo su petición, temo que no puedo prestarle a ninguna de mis doncellas, ya que todas son malas en cálculo. Si tanto necesita ayuda y está dispuesto a dar una compensación, podría prestarle a Fran. Es excelente en todo aspecto y…
—Creo que no lo comprende, hermana Myneira. Fran no me sirve para esto. Necesito el toque femenino que solo una doncella bien educada puede dar.
Era peor de lo que pensaba. Volteó a verlos a ambos antes de ordenarle a Fran que le entregara las cosas que llevaba cargando a Jenni para que llevara todo a su habitación a fin de preparar sus lecciones, justo antes de voltear.
—Cómo usted dijo durante la reunión, soy demasiado joven para ser de ayuda durante el Festival de la Cosecha, sin embargo, me parece que puedo auxiliarlo antes de que se vaya. No hay necesidad de darle a mis doncellas sabiendo que no van a cubrir sus expectativas en este momento.
El viejo gordo respingó sin cubrir muy bien su enfado, cambiando pronto su cara a una que la hizo temblar, luego de ello volteó a ver a sus asistentes.
—Fran, conmigo. Jenni, ve que mis lecciones sean reagendadas para mañana y asegúrate de que Hugo y Elah preparen la comida para enviarla al orfanato. Avisa que hoy tomaré la cena con el Sumo Obispo, por favor.
No quería ir. Tenía la ligera impresión de que estaba yendo directo a la boca del lobo, pero tampoco iba a poner en riesgo a la gente bajo su cargo, así que tomó aire, levantó la barbilla y comenzó a caminar fingiendo que estaba tranquila conforme escuchaba la perorata incesante del Sumo Obispo sobre lo maravilloso que era tener una joven tan hábil en el Templo y lo mucho que le sería su ayuda esa tarde.
Cuando llegaron, el Sumo Obispo le ordenó a Fran que cerrara la puerta y le dio algunas asignaciones que, para sorpresa de Myne, debería cumplir fuera de la habitación, en la cual solo había doncellas grises. Una de ellas tenía un moretón asomando apenas por la manga de su hábito y de otra podía ver a la perfección un chupetón que parecía doloroso, asomando demasiado cerca de su cuello.
—¿Y bien? ¿Cómo puedo serle de ayuda con sus preparaciones?
—Hermana Myneira, es usted una niña tan preciosa y responsable. ¿Seguro quiere iniciar con algo tan aburrido como las preparaciones y el trabajo? ¿No preferiría sentarse un momento y descansar?
La pequeña miró en derredor, caminando hacia la mesa vacía y no hacía la cama llena de almohadones que el Sumo Obispo había señalado.
—Le agradezco, Sumo Obispo. Ya que Fran se fue, ¿podría una de sus doncellas ayudarme a subir? Mi hermana suele decirme que mi tamaño no es un pretexto para perder la gracia de mis movimientos.
El fastidio y la desilusión asomaron a las facciones del Sumo Obispo por un segundo o dos antes de que volviera a colocar su rostro de amable Santa Claus, caminando despacio hacia ella y haciéndole una seña a las doncellas, las cuales corrieron de inmediato a abrir las sillas. Una de ellas la tomó en brazos con cuidado para sentarla.
Apenas Myneira estuvo en su asiento, intentó tomar su díptico, recordando de pronto que Fran se lo había llevado consigo al ir a atender las múltiples tareas que el Sumo Obispo le encomendara.
—¿Y dime, Myneira? ¿puedo llamarte solo por tu nombre?
El tono empalagoso y santurrón que el hombre estaba usando no le agradaba, menos aún que quisiera tutearla, sin embargo, en ese preciso momento llevaba las de perder.
—Aunque me honra su proposición, Sumo Obispo, temo que no podría pedirle que se saltara las reglas de ese modo.
—Tú puedes llamarme Beezewants, de ese modo, ninguno estaría rompiendo las reglas.
La falta de té o galletas para cubrir su incomodidad fue algo que en verdad echó de menos. Esta persona parecía no tener nada de modales, según veía.
—No me atrevería, Sumo Obispo. Usted es… demasiado importante y talentoso para que pueda llamarlo por su nombre, después de todo, usted es la cabeza del Templo. El líder religioso de Ehrenfest.
El viejo pareció comenzar a brillar ante los halagos, enderezándose más e incluso sumiendo un poco la panza sin dejar de sonreírle.
—Myneira, Myneira —dijo el Sumo Obispo entre risitas extrañas—, ahora me explico que Ferdinand te haya tomado bajo su ala. Eres una nenita tan inteligente como atractiva. Seguro que en unos años estarás nadando en oros.
Sonrió como pudo, no muy segura de estar comprendiendo correctamente a qué se refería ese hombre con aquello de nadar en oros.
—El Sumo Sacerdote ha sido muy amable en tomar a una niña como yo bajo su custodia. Sé que cuando aceptó ayudar a mi hermana Heidemarie a criarme estaba tomando una enorme responsabilidad. El Sumo Sacerdote tiene, por tanto, todo mi agradecimiento.
—Oh, vamos. Era natural que aceptara. Un simple bastardo como él no podría aspirar a algo más. Es una desgracia saber que no llegarás muy lejos si te quedas como su pupila, Myneira preciosa. Marca bien mis palabras. Yo sería un guardián más adecuado para ti y tus pequeños emprendimientos.
‘¿Pequeños emprendimientos? ¿Mejor guardián? ¿Bastardo? ¡¿Qué demonios está pasando aquí?!’
Desesperada por no tener con qué disimular sus pensamientos, la pequeña cerró su puño para toser dentro de él un par de veces. Esto pareció poner al Sumo Obispo sobre aviso porque de inmediato comenzó a ordenar a gritos nada educados o amables a las chicas en su habitación que sirvieran agua y llevaran algo para picar.
Apenas tuvo una copa llena de agua para refrescarse, se apresuró a tomarla con cuidado y tomarse su tiempo, simulando beber cuando en realidad no lo estaba haciendo.
Algo que había notado muy pronto, tanto en el Templo bajo la guía del Sumo Sacerdote, como cuando iba a la casa de los Linkberg era que los nobles siempre probaban la comida y bebida que estaban ofreciendo y este hombre no había hecho nada de eso. Algunos libros de novela histórica y datos curiosos comenzaron a aparecer con rapidez en su mente sobre la historia de la Europa medieval en la Tierra. ¿Cuántos nobles murieron envenenados en la antigüedad porque la comida iba alterada? ¿Cuántos otros hacían que sus lacayos probaran todo antes de ponerse a comer?
Recordó cuando estuvo leyendo “Canción de Hielo y Fuego” y lo sorprendida que estaba por la muerte del primogénito de la reina Cersei.
Estaba segura de que no había veneno en su copa, pero ¿quién le aseguraba que no habría otras sustancias ocultas ahí?
Por suerte, la manera de beber que el Sumo Sacerdote, Heidemarie e incluso Lady Elvira le estuvieron taladrando una y otra vez no solo servía para comer de una manera elegante, también para simular estar bebiendo uno o dos sorbos iniciales cuando la taza ya estaba vacía o cuando no se deseaba probar de verdad. En ese momento cayó en la cuenta de porqué los nobles pasaban el dedo por encima de sus tazas de té o de la comida que ofrecían luego de probarla. Eran pruebas de que sus alimentos no estaban envenenados.
—Le agradezco su atención, Sumo Obispo. Entonces, ¿con qué desea que le ayude?
El hombre parecía un tanto incómodo e impaciente ahora. La forma en que evitaba tomar de su copa o como se limpiaba las manos sobre las rodillas cada tanto no le pasó inadvertida, poniéndola más nerviosa aún.
—Antes de que nos pongamos serios y comencemos a trabajar, tú eres solo una pequeña niña, Myneira. Estoy seguro de que mueres de ganas por jugar y divertirte como otros niños de la nobleza, sin embargo, ese odioso de Ferdinand no ha parado de utilizarte y ponerte a trabajar como si fueras un adulto. Y encima de todo están todas esas clases que te están dando. Estoy seguro de que debes desear un descanso más que nada y hacer cosas divertidas, por supuesto.
Le daría la razón si de verdad fuera solo una niña de seis años sin preocupaciones por su familia. Le daría algo de razón si no se fuera todas las noches a su casa para bañarse en el afecto de su hermana o de sus padres. Incluso clamaría que deseaba divertirse si no se divirtiera tanto abrazando a su madre y contándole historias al vientre donde residía su próximo hermano o hermana menor. Estaba tan entusiasmada con el prospecto de ser la hermana mayor de alguien, que todos los días, mientras caminaba de vuelta a casa, no paraba de pensar en los juguetes que haría y los libros que produciría, repasando una y otra vez el material que tenía disponible y a su alcance.
—Bueno, le agradezco por su preocupación, sin embargo, de vez en cuando juego con los huérfanos a mi cuidado, cuando mi salud me lo permite, por supuesto. También descanso muy bien cada noche. En cuanto al trabajo con que ayudo al Sumo Sacerdote, me parece entretenido, sin olvidar que estoy aprendiendo bastante y contribuyendo con el Templo que me ha recibido y resguardado a la vez.
El Sumo Obispo fingió una risa divertida que, para su desgracia, sonó como un extraño Jo jo jo.
El hecho de que las doncellas ahora evitaran mirarla a toda costa no le gustaba en lo absoluto.
—Eres una niña muy buena, Myneira. Te diré con qué necesito que me ayudes, pero solo si juegas antes un juego conmigo. A los adultos también nos gusta jugar en ocasiones. Verás que es divertido, querida.
Tuvo que fingir que tomaba otro sorbo sin que la copa o el líquido llegaran a tocar sus labios de verdad, pensando en cómo negarse. No le gustaba nada.
—Sumo Obispo… yo… tengo algunos juegos nuevos que estuve desarrollando con los niños del orfanato. Son divertidos y pueden jugarse sentados en una mesa.
—¿Juegos en una mesa? Myneira, no puedes encontrar eso realmente divertido. Los niños necesitan moverse. Correr, saltar. Tocar y probar cosas nuevas…
‘¿Tocar y probar cosas nuevas? ¡Este hombre suena más y más como un, un…’
—Si, he visto a muchos niños jugando de esa manera, Sumo Obispo… ahm… lamentablemente mi salud es muy precaria. Usted sabe. Mi madre murió poco después de que yo nací y Heidemarie tuvo que encontrar un modo de mantenerme con vida. Creemos que eso fue lo que me llevó a tener un cuerpo tan frágil, que podría desmayarme si corro o salto así sea un poco.
La respiración se le cortó. Los vellos de la nuca y de sus brazos se levantaron en punta. La sensación inequívoca de que estaba caminando en hielo demasiado delgado la invadió provocando que su corazón latiera demasiado rápido. Todo a causa de la mirada de descarada depravación y la lengua rosada asomada por entre la barba y el bigote blancos del Sumo Obispo que parecía estar por tirar a la basura su máscara de buen Santa Claus.
—Oh. No puedes correr ni saltar. No te preocupes, querida, no dejaré que corras o saltes. Te enseñaré un juego divertido que puedas llevar a cabo sin tener que moverte demasiado.
El hombre se puso en pie en ese momento, caminando sin dejar de mirarla como si fuera un montón de dinero o un apetitoso plato de comida. Myneira se removió en su asiento sin saber que hacer. No podía escapar. La puerta estaba cerrada y las doncellas estaban a su alrededor sin atreverse a mirarla, pero en lugares estratégicos para atraparla en cuanto bajara de la silla o tratara de escabullirse.
—Dime, linda Myneira —preguntó el hombre luego de agacharse un poco, pasando un dedo rechoncho por su mejilla como si fuera lo más natural del mundo sin dejar de mirarla—, ¿no te gustaría jugar conmigo? Me pondré muy triste solo de pensar que juegas con el Sumo Sacerdote todos los días, pero no conmigo. ¿No te gustaría ser mi amiga, también?
Iba a vomitar. Estaba más que segura de que iba a vomitar. Volteó a todos lados a punto de comenzar a gritar para llamar a Fran cuando sonaron algunos golpes en la puerta de a dos en dos hasta que contó ocho.
Para su alivio, el Sumo Obispo se enderezó sin ocultar su furia y una de las doncellas se aproximó a la puerta para abrir. El Sumo Sacerdote entró en ese momento.
—¡¿Ferdinand?! ¡¿Qué estás haciendo aquí?! ¡¿No se suponía que estabas ocupado con los documentos de viaje de los otros azules?!
Los ojos del Sumo Sacerdote se posaron en ella por un par de segundos. Su ceño frunciéndose y su boca más tensa de lo normal antes de esconderlo todo detrás de una sonrisa brillante.
—Lamento mucho interrumpirlo, Sumo Obispo. Temo que no logro encontrar las tablillas con las rutas de uno de sus preferidos. Pensé que alguna de sus asistentes lo habría tomado por error y vine a buscarlo antes de que me quede sin tiempo para revisarlo.
El Sumo Obispo pareció gruñir por un momento. Las dos doncellas que estaban detrás de ella emitieron breves chillidos de miedo en ese momento, antes de comenzar a correr como locas por la habitación, buscando las dichosas tablillas.
El Sumo Sacerdote desvió su mirada apenas un momento, mirando la copa y luego a ella. No fue demasiado difícil dejarse engullir por el miedo, tirar la copa y caer de espaldas contra el respaldo de la silla.
—¡Fran! —llamó el Sumo Sacerdote con una voz de trueno que no escondía para nada su descontento.
—¡¿Qué crees que estás haciendo, maldito bastardo?!
El Sumo Sacerdote ignoró al Sumo Obispo, entrando de inmediato y caminando hacia ella cuando Fran no apareció, llegando en menos de un segundo a su lado y comenzando a hacerle un examen médico.
—¡Tú! La que sigue en la puerta perdiendo el tiempo, ¡trae algo para limpiar este desastre de inmediato y busca a Fran! —ordenó el Sumo Sacerdote antes de colocar su mano sobre la nuca de ella, dándole una descarga de mana algo mayor a la usual sin soltar la mano en que debía estarle tomando el pulso.
—¡Maldita sea, Ferdinand! ¡Que seas el bastardo de Adalbert no te da ningún derecho a entrar de ese modo a mi habitación y darle órdenes a mis asistentes! ¡Tú no eres nadie en este lugar! ¡¿Me oyes?! ¡No eres más que otro asistente para MI, igual que esa niña Liljaliv! ¡Maldito bastardo!
Estaba tan asustada que comenzó a temblar. Una nueva descarga de maná entró en su sistema y luego el Sumo Sacerdote comenzó a presionar algo sobre su frente, algo frío que le trajo recuerdos de la primera vez que vio esos inquisitivos ojos oro pálido mirándola con atención.
—La hermana Myneira está bajo MI protección. No tengo idea de qué le dio o que estaba haciendo aquí, pero tiene fiebre en este momento. Debo llevarla a su habitación de inmediato.
—¡No puedes hacerlo, Ferdinand! ¡Y esa mocosa no puede estar tan mal! ¿Qué es un poco de fiebre de todos modos? Si te preocupa tanto solo retírale el hábito y acuéstala en mi cama para que descanse y le baje la fiebre.
Una tercera dosis del maná de Ferdinand entró en ella justo antes de que la soltara.
Los temblores ya eran incontrolables. Le costaba trabajo respirar. El maná que tenía en su interior estaba saliendo a raudales, mezclándose con las tres dosis de maná ajeno sin que pudiera doblarlo o guardarlo de nuevo en su caja debido a la certeza de lo que el Sumo Obispo quería hacer con ella. Podía sentir lágrimas gruesas y ardientes a punto de escapar de sus ojos en tanto el Sumo Sacerdote colocó otra de esas piedras frías en su frente para drenarle el maná.
—¿Quieres volverte un cráter en el suelo, Sumo Obispo Beezewants? —amenazó el Sumo Sacerdote con una voz gélida y apenas alterada por la ira—. Si esa es tu intención, bien, haré lo que deseas. El maná de la hermana Myneira se está descontrolando demasiado a causa de la fiebre. Si no recibe el tratamiento adecuado va a estallar… pero tal y como usted ha dicho, yo no soy nadie en este Templo, solo uno más de sus sirvientes, así que, dígame, ¿recuesto a la hermana Myneira entre sus almohadones para que estalle en menos de un cuarto de campanada o me permitirá llevarla a un lugar adecuado donde tratarla?
No supo si fue la amenaza de que moriría junto con ella o la seriedad en las palabras del Sumo Sacerdote, lo cierto, es que el Sumo Obispo palideció de inmediato, dando varios pasos atrás.
—¡Llévatela! No podemos permitir que una doncella con sangre archinoble suba la altísima por falta de cuidados. Hablaría demasiado mal del templo.
Sin esperar ni un segundo más, el Sumo Sacerdote la tomó en sus brazos del mismo modo que el día en que la sacó del trombe y salió con ella tan apurado como lo permitía el decoro.
Sabía que no estaban corriendo, pero también sabía que iba caminando con bastante rapidez.
Con las pocas fuerzas que tenía se aferró a la túnica del Sumo Sacerdote, notando la voz de Fran demasiado cerca de ambos y cómo abrían una puerta demasiado pronto.
—¡Todos fuera, ahora! ¡Fran! ¡Que nadie entre!
Su cuerpo le picaba. Sentía como si sus manos estuvieran en llamas ahora. De pronto ya no era solo el calor de su maná desbocado o una fiebre por miedo o enfermedad sino algo más.
Una puerta se abrió y pronto ambos se encontraron en una habitación llena de estantes con frascos y libros… estaba segura de que ahí dentro había más libros que en la sala de lectura y más frascos que en la cocina del orfanato donde estaban enseñando a cocinar a algunos niños que mostraron suficiente habilidad dos semanas atrás.
El Sumo Sacerdote la depositó con cuidado en algo más acolchado que la cama de sus padres o el sofá del Jefe Gustav. No pudo soltarlo, estaba aterrada a pesar de saber que se había salvado de ser abusada por muy poco.
—Myneira, necesito buscar algunas cosas para tratarte. Tienes que soltarme ahora.
La voz del Sumo Sacerdote era reconfortante y preocupada. Aun así, comenzó a negar desesperada, sintiendo lágrimas hirvientes mojarle el rostro sin que pudiera detenerlas.
—Me dieron algo… Traté de no beber… nada… pero… tuve que sostener la copa… mis manos me arden… por favor… por favor… no me deje morir… Lord Ferdinand.
El entendimiento no tardó en llegar a los ojos que la miraban. Lo observó asentir. Lo sintió tomarle las manos para ayudarla a abrirlas despacio hasta que lo liberó, luego lo notó yendo y viniendo, bajando frascos y una piedra negra de un tamaño considerable.
Sintió que sus manos eran frotadas contra algo y luego un waschen en ellas y en su ropa, dándose cuenta hasta ese momento que algo del agua que tiró había salpicado sus ropas y alcanzado las palmas de sus manos.
Lord Ferdinand se apresuró a colocar la enorme piedra con cuidado sobre su frente, sosteniéndola todo el tiempo mientras ella sentía como el maná era succionado con rapidez hasta que pudo comenzar a manejarlo para doblarlo, alisarlo, enrollarlo y guardarlo dentro de la caja hipotética.
Se sentía menos cansada, pero moría de sed. Las palmas de las manos le seguían ardiendo y pronto comenzó a sudar.
—Ordonannz. Justus, necesito que vengas al templo de inmediato con los reactivos y las herramientas especiales para… eso. Date prisa.
Ya no temblaba, pero su respiración era superficial y su corazón seguía latiendo con fuerza. Aun así, pudo escuchar pasos alejándose y luego la voz del Sumo Sacerdote de nuevo.
—Fran, Lord Justus viene en camino, ve a esperarlo y tráelo en cuanto llegue. No importa si alguien lo ve, es una emergencia.
Los pasos volvieron y entonces notó algo extraño. En medio de su visión semi cristalizada por las lágrimas, el tono azul de las túnicas del Sumo Sacerdote se veía diferente. Cuando estiró su mano no pudo encontrar la tela holgada o las mangas colgantes sino tela más ajustada.
—No te haré nada, lo prometo. Parece que la copa de la que bebiste tenía algún veneno que no puedo reconocer. Tuve que retirar la parte superior de mi túnica para no exponerte más.
—Yo… lo entiendo… confío… en usted.
Su mano siguió avanzando hasta tomar la tela que debía ser la camisa interior del Sumo Sacerdote, esa que asomaba por entre su túnica siempre. Necesitaba algo a lo que aferrarse.
—Myneira, ¿qué hacías ahí dentro? ¿No tienes sentido de la autopreservación?
No sabía si eran los efectos del supuesto veneno o si se veía tan mal que el Sumo Sacerdote la estaba intentando regañar con más compasión y preocupación que reproche en el tono.
—Lo siento… él… me encontró… quería llevarse... a Jenni… dijo que… era para poner… documentación en orden.
—¡Tonta! Él no tiene ninguna documentación con la que puedan ayudarle, siempre deja toda la documentación para que nosotros dos nos hagamos cargo. ¿No lo habías notado?
—Lo sé… tenía que… protegerla… le ofrecí a Fran… pero… dijo que… necesitaba… el toque femenino…
—¿Y decidiste irte con él? —podía notar la preocupación debajo de la furia y la indignación. No lo culpaba. Ella se habría sentido igual de haber salvado a su hija o a su nieta de algo como lo que estuvo por pasarle… y de igual modo, se habría lanzado a tomar el lugar de sus hijas como lo había hecho con sus asistentes—. ¿Es que no piensas? ¿Por qué no lo dejaste llevarse a Jenni?
—Ella es… mi responsabilidad… si no la protejo… ¿quién va a protegerla?
Estaba tan cansada que no podía mantener los ojos abiertos ahora. Su mano se negaba a soltar la ropa del Sumo Sacerdote. De pronto sintió un peso sobre su vientre y mana que la hizo soltar un gemido lastimero y… extraño… si tenía dudas, ahora sabía exactamente que había sucedido, porqué el Sumo Obispo ni siquiera tocó su copa a pesar de todo, sonriendo de ese modo despreciable al verla bebiendo.
Soltó la ropa, levantando la mano hasta alcanzar lo que estaba sobre su vientre, suspirando de nuevo ante la textura sedosa y agradable entre sus dedos.
—Myneira, deja mi cabello por favor. Es desvergonzado.
—¿Es su cabello?... ¿qué hace… recostado en mí?
—… Te estoy revisando.
Esa era una mentira, pero no quería señalarlo. Era reconfortante de un modo extraño, tan reconfortante que cuando se separó de ella su mano cayó sobre su vientre en un intento de atrapar su cabeza y devolverla o al menos mantener la sensación agradable de tenerlo encima.
—Es peor de lo que pensé —susurró el Sumo Sacerdote—. ¿Cómo se atrevió a darte algo como eso? Por todos los dioses, ¡eres una niña tan pequeña…!
Había algo más que indignación en la voz del Sumo Sacerdote. No dijo nada, fingió que no lo escuchaba.
La sensación solo empeoró. El calor en sus palmas no dejaba de expandirse hasta alcanzar su intimidad, asustándola. Había estado segura de que no sentiría eso de nuevo mientras fuera una menor de edad… o al menos, mientras las hormonas del crecimiento no dieran la orden a sus hormonas sexuales de comenzar con su ciclo… porque tendría un ciclo, ¿cierto? Su madre tenía uno después de todo. Sabía a la perfección para qué era que su madre usaba esos largos jirones de tela que guardaba en hatillos enrollados y que desaparecían de manera misteriosa cada mes.
Su respiración debía ser demasiado ruidosa mientras recuerdos de su difunto marido aparecían y desaparecían una y otra vez, como una respuesta a lo que su pequeño cuerpo estaba experimentando. Su mano fue sujetada de nuevo. Su frente también. Cuando sintió la descarga de maná en su nuca no pudo evitar soltar un jadeo y le nombre de Tetsuo… no… la súplica por tener a su amante de regreso escapó con total descaro de sus labios.
—Myneira… ¡Myneira!
Sabía que era la voz del Sumo Sacerdote, pero se sentía cada vez más y más lejana… igual que su vida como plebeya, doncella del templo y futura noble.
Tetsuo… ¿estás ahí?... te necesito tanto… te necesito tanto justo ahora, Tetsuo.
Estaba llorando. Su cuerpo ardía y dolía. La sensación en su nuca volvió una vez más haciéndola tensarse y buscar con las manos a alguien que no estaba ahí. Podía escuchar una conversación amortiguada sin lograr comprender nada de lo que estaban diciendo… lo peor es que ninguna era la voz de su esposo. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no iba a buscarla?
—¡Tetsuo!
Alguien la tomó de la espalda, obligándola a sentarse. Sintió que frotaban algo contra sus labios que parecía un vaso muy pequeño. Negó con la cabeza y apretó los labios. No quería más estimulantes. No quería más de esa cosa, solo quería que Tetsuo llegara a protegerla y a hacerla sentir bien.
Lo que fuera que intentaban poner en su boca desapareció por un momento. Sintió algo suave frotando su boca. Algo un poco frío pero aterciopelado y con un aroma familiar. Dejó de apretar los labios y notó que parecía ser la piel de alguien. La sensación de cosquillas agradables la llevó a dejar de moverse, abriendo la boca y adelantando su cara para succionar de inmediato.
Un segundo dedo enorme fue agregado y lo tomó de inmediato, notando de repente que había algún líquido resbalando entre ellos. Bebió todo sin dejar de succionar mientras una de sus manos comenzaba a jalonear la ropa que tenía encima y que le estaba estorbando demasiado. Era demasiado áspera y voluminosa, no podría recibir a Tetsuo como era debido con todo eso encima. Necesitaba retirársela, pero no podía. Cada vez que intentaba arrancarla, alguien le arrebataba la tela de las manos.
El líquido dejó de ingresar a su boca y los dos dedos que había estado succionando comenzaron a retroceder. Se aferró con ambas manos, incapaz de dejar ir aquel sabor dulce y delicioso que le recordaba tanto a un postre de su tierra natal, lloriqueando luego de que volvieran a acostarla y sus manos perdieran fuerza, dejando escapar los dos deliciosos dedos que había estado succionando.
—No… Tetsuo… Tetsuo, vuelve… por favor.
Sabía que estaba llorando. Se sentía patética y demasiado necesitada, demasiado vestida. Por fortuna ni el llanto ni las emociones abrumadoras duraron demasiado. Pronto se quedó dormida, sumida en una profunda oscuridad fresca y liberadora.
.
Tres días.
Su pequeña incursión a esa habitación de mala muerte le costó tres días en cama. El afrodisíaco que el Sumo Obispo coló en su copa para que la absorbiera por la piel y a saber si en el agua, la dejó tan cansada, que Fran tuvo que envolverla en una tela negra para llevarla a casa con la ropa plebeya que le había comprado a él y a sus doncellas al poco tiempo de ingresar al templo.
Su padre estaba preocupado y furioso de que ella cayera tan enferma. Su madre y su hermana estaban preocupadas. Ella no se atrevió a decirles lo que había pasado, optando por culpar al polvo en el aire y decir que estuvo demasiado tiempo supervisando las preparaciones en el orfanato para hacer las velas y el pegamento. Por suerte sus padres no dudaron en llamarle la atención por sobre esforzarse e incluso se ofrecieron a ir en su lugar para ayudar a los niños y los jóvenes de túnica gris con sus proyectos de otoño.
Cuando volvió al templo, el Sumo Sacerdote no paraba de evitar mirarla, con las orejas rojas. La sensación de que había hecho algo indebido frente a él no dejó de darle vueltas conforme hacia cuentas una tras otra hasta que Fran y Arno los interrumpieron para comer.
La comida habría pasado en el mismo silencio incómodo si el Sumo Sacerdote no hubiera sacado uno de esos aparatos de rango específico para acomodarlo sobre la mesa en cuanto les sirvieron té y galletas de mantequilla.
–Tengo demasiadas preguntas que hacerte, pero lo primero es informarte sobre lo que te dieron en la alcoba del Sumo Obispo.
Ella asintió sin atreverse a mirar a su guardián a pesar de que su tono era amable y tranquilo.
Tal y como pensaba, le administraron una droga en polvo para estimularla. Viendo los resultados de esa exposición sencilla, el Sumo Sacerdote le confirmó que, de haber bebido, su cuerpo no habría soportado el exceso de estimulación y ella, en efecto, habría volado fácilmente la mitad del Templo.
–Tu maná estaba tan fuera de control… sospecho que el estimulante provocó que tu cuerpo generara mucho más maná del que puedes contener… aunque esa fuera tal vez una terrible coincidencia y tu maná se anticipara a tu propio crecimiento. También debo disculparme, te di algo de mi maná para forzar una fiebre que me permitiera sacarte de ahí. Cómo sea, debes jurar que no volverás a entrar a esa habitación jamás, bajo ninguna circunstancia, ni siquiera para proteger a tus doncellas.
Se aferró a su túnica, arrugando la ropa. Casi parecía que la estaba culpando por lo que pasó.
–Mis doncellas y los huérfanos son mi responsabilidad. Incluso Fran, Luca y desde hace poco, Gil, son mi responsabilidad. No puedo prometerle que no me pondré en peligro de nuevo para salvarlos a ellos.
Hasta ese momento se dio valor para mirarlo. El muchacho de diecisiete de pronto parecía haber envejecido varios años, luciendo como Benno, sino es que más grande que él. Debía haberse preocupado demasiado por ella para dejar de verse como un muchacho.
–¡Tú, en serio! Si ese es el caso, entrega a quien sea que te pidan y luego ven a buscar ayuda conmigo. ¡No puedes volver a exponerte de ese modo, bajo ninguna circunstancia!
Se tragó las lágrimas. Se sentía impotente y aliviada a la vez, recordando de pronto las palabras dichas dentro de aquella habitación infernal.
–El Sumo Obispo dijo que usted era un sirviente sin poder aquí… y lo llamó… lo llamó…
–Eso no importa, puede llamarme como quiera ¡y en verdad no importa, Myneira!
Estaba furiosa. Con todo lo que había pasado no se dio cuenta de cuánto le molestaba todo eso. De pronto quería la cabeza de ese asqueroso viejo gordo y vicioso colgada en una pica a la entrada de la ciudad. Si le decía a su padre, seguro estaría de acuerdo en adornar la puerta Este, donde ahora era capitán, con la cabeza de ese cerdo inmundo.
–¡Myneira, contrólate! Estás dejando que tu maná escape.
Con el regaño vino una piedra que pegaron a su frente, luego una segunda y una tercera hasta que ella estuvo más serena.
–¡Por todo lo sagrado! A veces pienso que es más sencillo lidiar con el Señor del Invierno que contigo.
Eso la hizo sentir bastante ofendida pero no dijo nada. Tenía derecho a estar furiosa por como lo trataban. Estaba segura de que, sin el Sumo Sacerdote, el Templo sería un verdadero caos para ese momento.
–Dijo que tenía demasiadas preguntas que hacerme. Creo que puedo imaginar la razón.
El Sumo Sacerdote asintió y luego dijo algo que la descolocó por completo.
–¿Qué o quién es Tetsuo?
Se quedó congelada ahí mismo. De pronto recordó que había estado llamándolo antes de perder la conciencia y que incluso había… había…
Se sintió sonrojar al darse cuenta de que no imaginó los dedos que estuvo chupando… cuando se dio cuenta de quién eran y como debió verse en ese momento.
El color y todo rastro de calor debieron abandonarla entonces porque el Sumo Sacerdote forzó una galleta en su boca luego de tomarle la temperatura.
–Tenía la intención de leer tu mente, pero Heidemarie vino ayer en lugar de las herramientas necesarias a rogarme que no lo hiciera, así que, en lugar de interrogante con ellos, jurarás por la diosa de la Luz. Si ya terminaste de comer, levántate. Voy a interrogarte en el cuarto de oración.
Ella solo asintió con un nudo en la garganta y en el corazón. Esto no iba a ser como confesarle la verdad a Lutz y no estaba segura de que le creyeran incluso si juraba por todos los dioses, que eran en serio demasiados.
Una vez en el cuarto de oración, nadie más entró. El Sumo Sacerdote la obligó a arrodillarse y luego tomó la corona del altar para hacerla jurar que respondería con la verdad a todas sus preguntas. La corona brilló luego de eso, robándole un poco de maná y el Sumo Sacerdote retiró la reliquia para devolverla a su lugar en el altar. Luego de eso, llevó un par de sillas y la ayudó a sentarse.
–Sumo Sacerdote, antes de comenzar a responderle… ¿qué pasaría si yo mintiera?
–Morirías incinerada por romper el juramento hecho con la diosa. Solo quedaría tu piedra fey.
Asintió, considerando las implicaciones de aquello.
–¿Y si me niego a responder algo?
–Morirás igual. Si fuera tú, no me arriesgaría a guardar silencio, no importa qué tipo de secreto estás guardando o a quién creas que estás protegiendo.
Myneira suspiró entonces para tranquilizarse, cerrando los ojos un momento y tomándose de las manos para darse algo de valor, abriendo los ojos al final y mirando al Sumo Sacerdote con una mirada decidida.
–En ese caso, debo presentarme de nuevo. Mi nombre es Myne, pero antes fui Urano Miyamoto, esposa de Tetsuo Miyamoto. Morí a los 76 años durante un accidente de tráfico.
Chapter 13: SS2. Urano y el Mundo de las Maravillas
Chapter Text
No sabía cómo, pero desde que acordara con Heidemarie ser el guardián de la extraña plebeya en el templo, tenía la impresión de que Ventuchte y Dregarnuhr hilaban a una velocidad impresionante.
Las mejoras al orfanato fueron lo menos impresionante, incluso luego de ver la velocidad a la que la niña recuperó el dinero invertido, sin contar con cómo había negociado con él hasta exprimirle casi todo el dinero que recibiría de la donación inicial. Observarla desarrollar e introducir nuevas mejoras para la ciudad baja, la comida del Templo e incluso la contabilidad era algo alucinante, por no hablar de sus conversaciones.
Cada vez que compartía alimentos con ella se olvidaba por completo que era una plebeya de siete años, dándole la impresión de que estaba hablando con una mujer adulta educada en diferentes campos sin lograr ponerle una edad específica, de modo que escucharla o verla actuar como una niña pequeña era la cosa más divertida, graciosa y estúpida que pudiera recordar.
Que fuera tan franca la mayor parte del tiempo o que leyera muchas de sus intenciones era un plus. Casi como jugar un gweginen contra alguien de Drewanchel narrando la partida.
Si bien convivir con Myneira era divertido y novedoso, no podía bajar la guardia con ella por completo, en especial cuando explicaba sus extraños balbuceos que sonaban más como un idioma que como balbuceos en sí… y eso era lo que más lo desesperaba de todo.
¿Qué era esa mocosa fuera de serie? ¿Una espía de Verónica? ¿Una mutación de la Ciudad Baja? ¿Una de las tantas "bendiciones" que Glücklität se ensañaba en poner en su camino para hacerlo tropezar? Lo que fuera, no terminaba de sentirse tranquilo con ella, en especial cuando debía soltarla para volver a casa de sus supuestos padres plebeyos o dejarla bajo la supervisión de Heidemarie y Eckhart en las tierras de su primo Karstedt. Incluso su maná era una trampa mortal. No solo era casi tanto, si no es que tanto como el que tenía su propio hermano mayor, la experiencia de recibirlo luego de crear la habitación oculta de la niña le dio mucho en qué pensar porque por lo general el maná de otras personas, en especial de otras mujeres, le parecía asqueroso, molesto y hasta doloroso, nada que ver con el maná de esta niña que parecía tan cálido y familiar.
Lo peor del caso era que por muy leal que fuera Heidemarie, la niña se las había ingeniado para ganársela por completo. Estaba considerando con seriedad exigirle el nombre a su erudita debido a que la idea de que parecía serle más leal al gremlin mercantil que a él mismo lo ponía muy nervioso.
Por supuesto, era en ocasiones como la que vivió tres días atrás que en verdad no sabía que pensar.
No tenía mucho que acababa de darle permiso a Myneira de hacer lo que quisiera para velas y pegamento con los huérfanos en cuanto se fuera el último carruaje. Ella recién había donado su maná a las herramientas sagradas y él acababa de hacerle un pequeño examen de harspiel, dejando algunas indicaciones a Rossina para subir el nivel de dificultad en las clases de la niña cuando se fue a su propia habitación para hacer algo de trabajo extra que acababa de llegar del castillo.
No había pasado ni siquiera un cuarto de campanada cuando Jenni entró nerviosa a pedirle que fuera a ayudar a Myneira, quién había tomado su lugar para ir donde el Sumo Obispo.
"Sé que está muy ocupado, Sumo Sacerdote… pero ella podría necesitar… algún tipo de asistencia mientras ayuda al Sumo Obispo con su documentación para el Festival de la Cosecha.'
Todavía estaba regañando a Jenni por dejar ir a esa idiota cuando Fran entró llevando entre sus manos la apestosa ropa sucia del Sumo Obispo.
"Sumo Sacerdote, intenté mantenerme al lado de Lady Myneira, pero el Sumo Obispo comenzó a darme demasiadas encomiendas para mantenerme fuera de sus habitaciones mientras habla con ella… por favor vaya a auxiliarla, ¡es demasiado joven!"
No entendía como es que una cosa tan pequeña podía meterse en tantos problemas con esa facilidad. Apenas el año anterior tuvo que ir hasta el bosque plebeyo para sacarla de un trombe y ahora esto… ¿Qué estaba pensando esa niña?
Sacarla de las habitaciones del Sumo Obispo fue menos complicado de lo que esperaba, aunque tuvo que insistir.
Agradecía que Myneira fuera tan rápida siempre para comprender sus intenciones. Apenas insinuarle con la mirada, la niña simuló un desmayo y tiró la copa con agua junto a ella, dejándolo entrar y dándole una excusa para hacerle un falso chequeo médico que él utilizó para ayudarla a elevar su maná lo suficiente para que una pequeña fiebre controlada brotara y le permitiera sacarla de inmediato. El problema fue que de repente Myneira no estaba actuando y la fiebre controlada estaba fuera de control… como si en realidad hubiera estado conteniendo demasiado para luego dejarlo salir.
Tuvo que correr con ella hasta su propia habitación oculta y llamar a Justus en cuanto la sospecha de que la estuvieron estimulado con drogas para llamar a las bendiciones de Bremwärme y Beischmacht hizo eco en él. Esperaba estar equivocado, pero era lo único que tenía sentido luego de tomar muestras de las manos de la pequeña para hacerles pruebas rápidas para todos los venenos que conocía sin encontrar una respuesta clara.
"Mi señor, sin importar la cantidad de estimulantes… no debería estar reaccionando de este modo" murmuró Justus luego de constatar con cual estimulante cutáneo fue drogada.
"Había escuchado que es demasiado frágil, pero todos la protegen tanto que no tenía idea de hasta qué grado."
Darle el antídoto fue un verdadero dolor de cabeza. La niña no solo estaba desvariando de un modo ininteligible, para su desgracia se negaba a beber del vial.
"¿Por qué no intenta abrirle la boca de forma manual, milord? Si lo prefiere, yo puedo hacerlo."
"¡No!... Yo lo haré."
Se sentía demasiado culpable por no prevenirla luego de la reunión para entregar las rutas del festival. Se sentía aún más culpable por darle tanto maná a fin de ayudarla a fingir un desbordamiento. De modo que, estaba seguro de que su intervención aunada a las drogas fueron el desencadenante de la situación en qué se encontraban.
A pesar de ello, nada lo preparó para que la niña que estaba negándose a tomar un antídoto en medio de sus desvaríos, abriera la boca para succionar su dedo haciéndolo sentir más allá de la incomodidad. Que Justus palideciera solo hizo que el asunto empeorara.
"Milord… parece que está niña tiene… o demasiado apego a su madre y no ha sido debidamente destetada… o ha sido entrenada como flor… eso… eso no es un reflejo normal."
"¿Cómo la hago beber el antídoto? Drené todo el maná que pude, pero sin el antídoto…"
Justus parecía conflictuado y demasiado avergonzado antes de darle la solución.
"Milord… quizás si introduce un segundo dedo podríamos usar el espacio entre ambos como una canaleta para hacerla beber la poción."
No le gustaba nada. Toda esa succión le estaba trayendo recuerdos que estuvo suprimiendo por años. Aun así, luego de tomar suficiente aire y prepararse mentalmente, hizo lo que su erudito y asistente sugirió. Para sorpresa de ambos hombres, estaba funcionando. El siguiente problema fue notar que mientras la niña bebía de a poco, estaba intentando desnudarse frente a ellos.
"¿Quiere que averigüe que le hicieron, milord? Esa conducta… en verdad parece como si estuviera habituada a hacer ofrendas florales."
Estaba asqueado. Verónica al menos había esperado a que él cumpliera los diez años antes de atormentarlo con ayuda de las mujeres de su séquito, dejándolo tan sucio que sentía repugnancia por las mujeres en general.
Cuando Myneira terminó de tomarse la poción y él intentó retirar sus dedos, se sorprendió al notar a la niña aferrándose a él. Peor aún, la pequeña empezó a llorar y a balbucear esas palabras extrañas, siendo "Tetsuo" la única que había escuchado antes… justo el día que la sacó del trombe.
"No investigues. Me encargaré de sacarle la verdad."
Cuando la niña dejó de llorar y balbucear la envolvió en una sábana negra y le ordenó a Fran cambiarse de ropas, ver que le pusieran ropa plebeya de inmediato y prepararse para llevar a la niña a la casa de sus supuestos padres. No podía hacer otra cosa.
Los días que siguieron en ausencia de la cría los usó para reflexionar sobre la extraña naturaleza de la plebeya. Su forma de pensar y todas las salidas que parecía tener a cada problema se repitieron una y otra vez en su mente.
Cuando supo que Myneira volvería al día siguiente, contactó a Eckhart para que solicitara las herramientas de lectura de mente con ayuda de su padre. Lo que no esperaba, era que Eckhart comentara aquello con su prometida en lugar de cumplir la orden.
"¡Milord, sin importar la razón, no puede teñir a una niña tan pequeña!"
Suprimir un suspiro de cansancio fue difícil. Al menos su erudita tuvo la inteligencia de pasarle una herramienta antiescuchas.
"Heidemarie, ella…"
"¡Es solo una niña, milord! Confío en usted más que en nadie, los dioses saben que sí, pero para leer la mente de Myneira debe teñirla con pociones, milord. ¡Teñirla! Si está tan deseoso de asegurarse de que ella no es una amenaza, prepáreme a mí y yo leeré su mente en su lugar. ¡Jamás podría mentirle a usted!"
No podía pedirle eso. Por más que le explicara la situación, estaba seguro de que Heidemarie no comprendería el verdadero alcance y, por lo tanto, no haría un interrogatorio adecuado, dejando demasiados cabos sueltos, demasiadas variables fuera. Pensar en una alternativa fue complicado, decidiéndose en la noche por utilizar la corona de la diosa de la luz.
Por desgracia, ver a Myneira al día siguiente fue incómodo. La sensación de la pequeña boca de la niña succionando sus dedos no dejaba de hacer eco en él. Era una sensación fantasma que lo ponía demasiado nervioso.
Cuando terminaron de comer la convenció de ir a la sala de oración. De nuevo, era como hablar con un adulto.
Ferdinand la hizo arrodillarse y jurar, sintiéndose apenas un poco más tranquilo cuando notó el brillo del maná que sellaba sobre ella la sentencia de morir si mentía o se negaba a dar información. Que ella le preguntara lo hacía más fácil. A pesar de ello, se había encargado de instruir a Fran y sus asistentes de mantener a todos los grises tan alejados como le fue posible de esa habitación en caso de que la niña mintiera y volara en pedazos. Él podría protegerse con un getilt… pero no los grises.
–En ese caso, debo presentarme de nuevo –dijo la niña enderezándose en su asiento con el porte digno de una vieja dama archinoble–. Mi nombre es Myne, pero antes fui Urano Miyamoto, esposa de Tetsuo Miyamoto. Morí a los 76 años durante un accidente de tráfico.
Era imposible lo que estaba diciendo… imposible y, de todas formas, no solo no estaba estallando, sino que además explicaba algunas cosas, como esa palabra, Tetsuo, o su intento por desvestirse.
–¿A qué te refieres con que moriste a los 76 años?
La pequeña solo acomodó sus manos sobre los reposabrazos con calma, soltando un suspiro de alivio por alguna razón. Debía estar consciente de que esa simple frase era algo que nadie le habría creído.
–Nací en lo que creo es otro mundo llamado Chikiuu, en un reino llamado Nihon. Tecnológicamente hablando era un lugar varios cientos de años más avanzado que este, tal vez debido a que ahí no existen el maná o la magia.
–¿Un mundo sin magia, dices?
–Así es. Es como… un mundo donde solo existen los plebeyos, usando sus conocimientos y su ingenio para solventar cualquier problemática o inquietud. Esas piedras que ustedes transforman en animales para transportarse volando no existen allá, en cambio tenemos otro tipo de vehículos hechos de metal, vidrio y otros componentes para poder viajar por tierra, por aire, por sobre o debajo del mar, en casos especiales, incluso fuera del planeta. Ese mundo es redondo con miles de idiomas y cientos de religiones.
No solo era impensable, sino que además sonaba absurdo… pero de nuevo, ella no estaba explotando ni retorciéndose de dolor, así que todo lo que decía, pensaba que era verdad. Estaba convencida de que era verdad.
–¿Qué puedes decirme sobre Lady Verónica?
–¿Quién? –preguntó la niña sin ocultar su confusión–. No sé qué respuesta esperaba, pero no conozco a ninguna Verónica… y no creo que se esté refiriendo a una persona de mi mundo anterior.
Eso lo dejó un poco más tranquilo. La primera dama no parecía conocerla.
–¿Quién te ordenó acercarte a mí?
La niña movió la cabeza como si se tratara de un shumil en lo que su entrecejo se fruncía.
–No comprendo su pregunta, Sumo Sacerdote. Lo conocí por casualidad al quedar atrapada por un trombe… aunque si mentí esa vez. Lutz y yo no podíamos decirle que estábamos buscando árboles nuevos para experimentar y hacer diferentes tipos de papel.
–¿Diferentes tipos? ¿Te refieres al papel blanco y al papel con flores que sirve para guardar los otros?
Ella negó sin dejar de mirarlo.
–Quiero reproducir muchas de las cosas a las que tenía acceso en Nihon. Papel para cocinar. Papel para decoraciones. Papel especial para pinturas diversas y arte. Papel para cartas. Papel para calcar. Papel traslúcido. Entre muchos otros. Por eso terminé dentro de ese trombe. Mi entusiasmo y mi curiosidad me expusieron a un peligro del cual no estaba al tanto. En mi mundo anterior no había plantas que coman personas. Digo, teníamos plantas carnívoras, pero esas solo consumían insectos.
–Ya veo –suspiró Ferdinand ante aquella vastedad que no terminaba de imaginar siquiera–. Entonces no tenías planeado acercarte a mí el año anterior. ¿Qué me dices del día de los bautizos? Estoy seguro de que te vi cambiar de fila.
Ella le sonrió con un brillo travieso, el mismo que notaba en sus ojos cuando estaba por ofrecerle productos y comenzar así a regatear.
–Usted era una cara conocida en un mar de extraños. ¿Qué tendría de raro acercarme al muchacho que me salvó de una muerte segura?
'¿Muchacho? ¡¿Muchacho?! ¡Soy un adulto, por todos los dioses! ¡Y ella no es más que una niña antes del bautizo! ¡Ni siquiera debería considerarla humana!"
–Ahem… entiendo… por cierto, soy un adulto como todos los que tienen más de quince años.
Ella respingó un momento antes de sonreírle con amabilidad… como una mujer mayor hablando con una persona todavía en su verano.
–Me disculpo entonces. En Nihon se consideraba adultos a los mayores de 18. Recuerdo que había países donde la mayoría de edad era a los 22… y yo morí demasiados años después de alcanzar esa edad. Estuve casada la mayor parte de mi vida, Sumo Sacerdote. Tuve dos hijos y después tres nietos a los que amaba demasiado. Mi nieto más joven no era mayor que usted la última vez que lo vi. A él también le molestaba que le dijera "muchacho" o que lo tratara como a un niño pequeño… y eso que en aquel entonces me veía de mi edad.
No sentirse menos incómodo luego de eso era difícil… un nieto de su edad… era la cosa más absurda que podía haberle dicho.
–Así que… un mundo diferente con mejor tecnología y la gente alcanzando la mayoría de edad mucho después. Es algo… complicado de creer.
–Lo sé, es por eso que no le dije nada a ningún adulto. ¿Quién me creería? En especial cuando a veces tengo arrebatos como una niña cualquiera. Creo que es debido a este cuerpo nuevo. Al principio pensé que mi tamashii había asesinado a la dueña original, pero… según lo que mis padres me han comentado o han dicho entre ellos, yo renací en este cuerpo desde un inicio, mi consciencia era la que no había despertado.
Era complicado y demasiado… fantasioso, pero explicaba muchas de sus excentricidades.
La cuestionó más sobre sus inventos, sobre la política y la sociedad de ese otro mundo, los avances tecnológicos de los que había hablado, escuchando con asombro sobre cómo el conocimiento se compartía de manera libre y a la vez se protegía. El tiempo que invertían estudiando también salió a relucir así como el interés de las personas en consumir alimentos deliciosos y/o saludables… en verdad era un mundo distinto por dónde lo viera.
–Voy a cambiar un poco el tema ahora… antes, cuando decidiste dejar que mis antiguos vasallos te adoptaran, dijiste que conocías a alguien que miraba igual que yo cuando quería estudiar algo.
–Así es. Conocí a alguien muy parecido a usted mejor que nadie… mi esposo. Tetsuo, era uno de los hombres más inteligentes de Nihon. Se podría decir que era un erudito con demasiadas especialidades. Contribuyó a nuestro país con muchos descubrimientos y aplicaciones en diferentes áreas, por supuesto, no en todas. Su arrogancia lo hacía desdeñar la medicina y el estudio de la mente humana, por eso no incursionó en ello también a pesar de mis intentos de convencerlo… él murió por una enfermedad años antes que yo… si soy sincera, todavía lo extraño en ocasiones. Estoy segura de que se volvería loco de curiosidad por estudiar las cosas que tienen aquí.
Recordó muchas cosas en ese momento. La mirada cargada de nostalgia que le dedicaba en ocasiones, como lo había llamado Tetsuo a él tanto en aquella ocasión del trombe como hacia pocos días… entonces…
Tuvo que carraspera un poco para sacar de su cabeza la imagen de la niña que tenía enfrente succionando sus dedos, demasiado deseosa de quitarse las ropas y solo los dioses sabían que más. Justus tenía razón, ella estaba habituada a hacer ofrendas… solo no con ese cuerpo y no en Yurgensmith.
–¿Qué hay sobre tu… deseo insano y peligroso de poner a los demás antes que a ti misma? Eso no puede ser normal.
El rostro infantil que lo veía se endureció y por un segundo le pareció que era una mujer adulta a punto de darle el regaño de su vida… era casi como tener a Rihyarda a punto de llamarle la atención, lo que lo hizo temblar de miedo por un latido o dos.
–Los niños son el futuro de cualquier nación, Lord Ferdinand. ¡Si no hay niños, la nación se acaba cuando muere el último de sus ancianos! Por otro lado, si soy responsable de la gente que trabaja bajo mi mando, significa que debo protegerlos de todo sin importar nada. Una vida es demasiado valiosa, por lo tanto, mi deber como su superior es protegerlos hasta el límite de mis fuerzas.
Podía notar que esa era una mentalidad demasiado arraigada en ella. ¿Se debía a ese otro mundo o era solo parte de su personalidad?
–Dejar que el Obispo tome una de tus doncellas para divertirse nos habría ahorrado mucho…
–¡No puede estar hablando en serio!
Estaba en shock. En verdad le estaba alzando la voz como si fuera Rihyarda, haciéndolo sentir como si tuviera ocho años de nuevo.
–¡Mis doncellas son humanas, no objetos! Lo mismo aplica para los grises y los plebeyos. ¡¿Es que en este mundo retrógrada no conocen los derechos humanos?!
–¿Derechos...? ¿Retrógrada?
No estaba muy seguro de comprender, pero tal parecía que se protegía mucho más a las personas en ese mundo del que ella hablaba.
La observó cruzarse de brazos y desviar el rostro de un modo tan rígido y cargado de desprecio, que le recordó a Lady Verónica por un momento… no era algo que pudiera imitar, lo cual significaba que, en ese momento, esa pequeña niña en verdad lo miraba como a un niño indefenso, ignorante y sentía repudio hacia él… o al menos, hacia lo que estaba insinuando.
Lo más curioso era que por muy difícil que fuera creer en sus palabras, la cantidad de detalles en su discurso y sus respuestas hacía que fuera cada vez más y más creíble incluso si no hubiera jurado por la Diosa de la Luz.
—Tengo muchísimas preguntas todavía —se lamentó—, por desgracia, Dregarnuhr no parece estar de mi lado.
La niña no dijo nada, solo soltó un suspiro como dándole la razón.
De pronto comprendía que fuera tan receptiva a aprender con tanta facilidad. Ya fuera que vivió más allá que la mayoría de las personas en Yurgensmith como clamaba o por la cantidad de años que debió pasar estudiando en su mundo, en verdad estaba tomando todas las herramientas y habilidades a mano para aprender y salir a flote en un lugar que debía parecerle tan alienígena a ella como le parecía a él lo que ella describía.
—¿Qué hacías tú en aquel otro mundo? ¿cuál era tu función?
—Era bibliotecaria.
'¿Bibliotecaria? Solo una selecta cantidad de eruditos tienen permitido servir a Mestionora y proteger así el conocimiento acumulado. ¿Aplicaría la misma regla en ese lugar?'
—Imagino que tu… esposo y tú eran nobles entonces.
—Tal y como le dije hace un rato, en mi mundo anterior la nobleza se abolió casi por completo varios siglos atrás. Los que quedaban son más como… algo simbólico o decorativo. En cuanto a mi marido y a mí, yo era solo una chica normal, común y corriente. Poco más que los plebeyos que viven en la zona central de la ciudad. Mi esposo, por otro lado, fue más afortunado que yo. Su padre se hizo de un nombre como… dirigente de un… gremio de farmacéuticos, así que tenían dinero suficiente para invertir en su educación. Con el tiempo, Tetsuo se hizo de su propia fortuna al comenzar a hacer innovaciones antes incluso de alcanzar la edad adulta.
Ese tal Tetsuo comenzaba a parecerle similar a si mismo incluso a él. Con sus fondos siendo interceptados y reducidos por la primera dama de Ehrenfest, Ferdinand tuvo que utilizar su intelecto desde su tercer año para desarrollar todo tipo de herramientas mágicas, algunas solo por diversión, otras más para su venta, de modo que pudiera sobrevivir solo cuando su manutención comenzaba a escasear.
—Si no eras una noble y tampoco eras… afortunada, ¿cómo es que terminaste trabajando para la diosa de la sabiduría?
Ella le sonrió entonces, recargándose contra el respaldo de la silla cómo si llevara más años viva que Rihyarda y Bonifatius.
—Estaba obsesionada con los libros. Para mí, los libros eran la cristalización de todo el conocimiento descubierto a lo largo de cientos de años. Pensaba que sin libros la vida no valía la pena, así que, en cuanto cumplí la mayoría de edad y tuve que seleccionar una… especialidad, me inscribí en donde pudieran prepararme para ser bibliotecaria. Estaba tan obsesionada, que incluso le dije a mi mejor amigo que sería increíble morir rodeada de libros… casi me pasa, ¿sabe?
"El día que iban a entrevistarme en una de las tantas bibliotecas de la ciudad, estaba leyendo dentro de mi sala favorita de lectura cuando ocurrió un temblor. Libros y repisas me cayeron encima. Me rompí algunos huesos y poco faltó para que muriera asfixiada. Al parecer, no todos los estantes estaban bien sujetos del suelo y los muros."
Eso era una verdadera locura. Que tuvieran tantos libros como para que ella estuviera a punto de morir aplastada, sepultada por ellos hablaba de demasiados libros… que esa fuera solo una de muchas bibliotecas solo en su ciudad… Ferdinand en verdad no lograba imaginar el monstruoso alcance de algo como eso.
Todavía estaba procesando aquello cuando ella soltó un suspiro y siguió hablando… sin mirarlo a él.
—Estaba muy nerviosa ese día. No por la entrevista, estaba segura de que iban a seleccionarme para trabajar ahí… yo me estuve negando a estar en una relación con otra persona y al final, mi madre y mi mejor amigo se las ingeniaron para comprometerme con Tetsuo.
"Se suponía que nos conoceríamos esa noche en una cena… Él parecía demasiado para mi cuando me dieron su información… Demasiado para una simple ratona de biblioteca como yo… Y entonces sucedió el temblor y me llevaron al hospital, me atendieron y luego me colocaron en una habitación con un desconocido estúpido que estuvo a punto de morir por inanición… Era él.
"El increíble genio que no dejaba de tomar una especialidad tras otra y de hacer dinero con cuanta idea se le paraba en frente estuvo tan metido en una de sus investigaciones que estuvo a punto de morir por dejar de comer…"
Los ojos dorados se llenaron de lágrimas entonces. Los pómulos infantiles y regordetes se tiñeron con el noble color de Geduldh. Podía notarla temblando mientras escapaba un sollozo de entre sus pequeños y finos labios y ella se inclinaba para cubrir sus ojos, demasiado consiente de su vulnerabilidad.
—¡Había estado tan ciega! ¡Tan absorta en mis libros! Ni siquiera me di cuenta de que me estaba enamorando de él mientras nos recuperábamos y nos dejaban volver a casa… Lo tuve conmigo por más de cincuenta años y no fue suficiente tiempo… ¡cien años no habrían sido suficiente tiempo!
No comprendía que pudiera llorar con tanto sentimiento, o que su discurso se cortara… tampoco pudo comprender que de pronto la niña frente a él bajara con apuro de la silla para correr hasta él y subir, abrazándolo con fuerza sin dejar de llorar.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó incómodo, tratando de quitársela de encima hasta que la escuchó quejarse y la sintió temblar.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Es solo que…! ¡Yo…! ¡No puedo…! ¡A veces es una tortura estar con usted!
Estaba al tanto de que no le agradaba a la mayoría de las personas, pero al grado de decir que estar con él era una tortura…
La imagen de Magdalena apareció en su mente. Su antigua prometida debió sentirse igual si terminó obligando a un príncipe a casarse con ella a punta de messer.
—Lamento mucho que te desagrade hasta ese punto, pero no tiene sentido que me abraces entonces.
Sintió como la niña se aferraba más a él, frotando el rostro en su hombro por un momento sin dejar de llorar.
—¡No lo entiende! ¡Es tan parecido a él! ¡Pero no es ÉL!... Tan perfeccionistas, tan inteligentes, tan fríos con los otros… y sus gestos… tiene tantos gestos que él tenía… la forma en que mira a los demás… la forma en que golpea su sien para pensar… como sostiene su nariz cuando se siente fastidiado… es como tener un pedacito de mi Tetsuo sabiendo que NO es Tetsuo y que NO es mío… sabía que sería difícil vivir con usted aquí… solo… solo no esperaba que fuera tan difícil.
Tuvo que devolverle el abrazo en ese momento. Lo más cercano que tenía a alguien por quien sintiera tanto afecto eran su padre y Sylvester… no podía imaginar saber que ambos estuvieran muertos y luego encontrar a alguien que fuera así de parecido, sabiendo que no podía llevar la misma relación que llevó con ambos hombres.
Tenía sentido.
Ese tal Tetsuo fue la familia de esta niña por más de medio siglo, tenían toda una historia a cuestas… quizás verla tan dolida por eso, atestiguar como pasaba de estar divirtiéndose a apagarse solo de repente le decían que era real… el abrazo en el que estaba atrapado ahora le decía lo mismo, así como los sonoros sollozos que poco tenían de noble y demasiado de tristeza y pena.
No estuvo seguro de cuánto tiempo pasó, pero agradecía realizar aquella investigación cuando no hubiera otros sacerdotes azules en el Templo. Nadie podría entrar y molestarlos mientras intentaba consolarla… dándose cuenta de que alguna vez él mismo había llorado de un modo similar en el regazo de su guardiana Irhumilde, la difunta hermana de su padre.
.
—¿Quiere que yo lea su mente, mi señor? ¿Está seguro?
Nunca había estado más seguro de nada en su vida. Ya que Heidemarie era la otra persona de la nobleza con la responsabilidad de Myneira encima y la posibilidad de leer su mente, era natural que quisiera corroborarlo.
—Lo haría yo mismo, pero… tal y como has dicho, ella es una niña demasiado pequeña todavía.
—Entiendo, sin embargo… ¿cómo consigo las herramientas mágicas? Le pertenecen al archiduque, después de todo.
—Ya he enviado un informe con Justus al Aub, solicitándole el permiso para usar los anillos. Le he informado también que serás tú, y no yo, quien corrobore esta noche la información conseguida.
—¿Entonces no le creyó a mi hermana?
—Por el contrario… Myneira… me habló de cosas que no puedo empezar a imaginar ni siquiera. Podría desestimarlo como delirios provenientes de los dominios mismos de Schlätraum, sin embargo… sé que todo lo que me dijo es real.
"Necesito alguien que pueda hacer una comparativa objetiva y hacer un informe del alcance real de todo lo que ella sabe. Al parecer sus inventos no son más que innovaciones que para ella eran de uso cotidiano. Confío en que no tendrás problemas para mirar en su memoria y hacer un informe.
"Los documentos que te acabo de entregar son, de hecho, una copia del informe que le envié al archiduque para solicitar los anillos y una copia de todo lo que ella me dijo durante el interrogatorio… todo lo que necesito que corrobores, al menos. Karstedt debería tener el artefacto en su poder justo ahora."
Heidemarie asintió. Lucía feliz de serle de ayuda. Él, por otro lado, estaba avergonzado por su reticencia actual a mirar. Temía enfrentarse al famoso Tetsuo y los sentimientos que Myneira albergaba todavía por ese sujeto. Esos no eran los sentimientos de una niña, sino el raffel enraizado y floreciente de una mujer adulta… En verdad que no podía enfrentarse a algo así, menos aun sabiendo cuanto la hería sin darse cuenta.
—¿Algo más, milord?
—Ya le expliqué a Myneira sobre el proceso. Espero que puedas explicarle de manera eficiente porque no puedo ser yo quien mire en su memoria.
Eso pareció sorprender a Heidemarie. La joven no dijo nada en absoluto, solo asintió, cruzando sus brazos en deferencia antes de enderezarse de nuevo y caminar hacia la puerta de su despacho.
—Iré por ella entonces. Debe de estar por llegar para poder irnos a la mansión Linkberg.
—Adelante. Recuerda pedirle a Karstedt que no hable acerca del segundo informe. El Aub debe pensar que solo estamos confirmando que tu hermana no haya sido expuesta a aberraciones cómo un favor especial de mi parte.
La joven sonrió divertida, de pie junto a la puerta sin atreverse a abrir todavía, mirándolo de pronto con un aire que no le había visto antes… parecía aliviada.
—Sospecho que mi pequeña hermanita tiene la habilidad de ganarse el afecto de otros con facilidad. No se preocupe, milord. Me encargaré de protegerla.
Estaba seguro de que sus orejas se sonrojaron ante el comentario, sin embargo, no dijo nada, solo asintió. Podía ahorrarse la explicación si con eso Heidemarie se tomaba el trabajo en serio.
Chapter 14: Operación "Acabar al falso Santa"
Notes:
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Chapter Text
El fin de semana con Heidemarie y Eckhart fue diferente de nuevo.
Por un lado, los dos tenían información de rumores sobre el Sumo Obispo Beezewants. Enterarse de que el cerdo aquel era en realidad el hermano menor de la primera dama o que ella se llamaba Verónica fue todo un shock y una revelación a la vez. Eso explicaba porque un hombre tan inútil, vicioso y depravado estaba al mando del Templo y al igual que a Heidemarie y Eckhart, le parecía que era algo intolerable.
También se enteró de que Lady Verónica se encargó de que Lord Ferdinand fuera segregado y sufriera bullying y todo tipo de maltratos durante su infancia… lo cual supuso otro shock, porque ahora tenía una idea de porqué le preguntó por Lady Verónica durante el interrogatorio.
A diferencia de la historia antigua de muchos países de la Tierra, en Yurgensmith el fratricidio era poco usual. El Aub era quien tenía la última palabra en cuanto a quien lo sucedería, de hecho, el anterior Aub tuvo cuatro hijos. Tres con Lady Verónica y a Lord Ferdinand, de modo que, al no tener una madre, Lord Ferdinand terminó atrapado bajo el yugo de la despiadada mujer.
Por supuesto, eso no fue lo más curioso de su fin de semana en la casa de los Linkberg… luego de que vaciaran la herramienta para niños que llevaba en la muñeca, se sorprendió al notar que las piedras fey del interior tomaban una coloración más definida y opaca, quiso preguntar al respecto, sin embargo el asunto pronto quedó relegado al olvido cuando Heidemarie le mostró la famosa herramienta para leer la mente.
—¿No era más fácil que el Sumo… que Lord Ferdinand leyera mi mente? Creo que nos habríamos ahorrado mucho tiempo en la sala de oración.
—¡No! —gritaron juntos Heidemarie y Eckhart.
—¡Por todos los dioses, Myneira! —comenzó a quejarse Eckhart—. ¿Por qué tienes que ser tan desvergonzada?
La niña estaba confundida, mirando a Heidemarie en busca de una explicación, notando que ella se sonrojaba de inmediato antes de sentarse junto a ella en el sillón de la habitación oculta donde los tres estaban hablando.
—¿Recuerdas lo que te explicamos del maná, querida hermanita?
—Si, lo recuerdo.
—Bueno, para poder leer tu mente, hay que teñir tu maná del color de quien va a leerte… con una poción sincronizante. Esa poción se utiliza para… poder recibir al invierno y concebir hijos con tu pareja.
Myneira miró de uno a otro antes de captar las implicaciones. Al parecer, volver el maná de otra persona del mismo color que el propio se consideraba algo sexual… o debía de tener algo que ver, algo muy relacionado, lo cual explicaba que los nobles evitaran el contacto físico tanto como fuera posible a partir de cierta edad y en especial con personas ajenas a la familia.
—O sea… que si… Lord Ferdinand leyera mi mente… ¿podría considerarse como una violación?
Eckhart tenía las orejas rojas y el rostro lívido. Heidemarie estaba bastante abochornada sin dejar de asentir como una demente. Myneira bajó la cabeza para considerar las implicaciones, dando un silencioso vistazo rápido a las piedras fey al interior de esa especie de farol donde descargaban el maná que le hubiera succionado su pulcera cada semana. Si ese era el caso…
—Hermana Heidemarie —preguntó entregando de inmediato su herramienta antiescuchas a su hermana y dejando un poco de maná en el aparato para hacerlo funcionar—, ¿eso quiere decir que tú vas a teñirme en su lugar? ¿Eso no se considera también como una…?
—¡Por supuesto que no! —gritó la joven a punto de pararse con el rostro demasiado colorado—. Una mujer no puede teñir a otra mujer, eso es… ¡es antinatural! ¡No tendría sentido! Además… soy tu hermana mayor, lo más lógico es que sea yo quien revise tu memoria para que esto no sea algo demasiado intrusivo para ti.
La verdad es que Myneira tenía mucho que decir al respecto. De pronto toda la revolución sexual y de género que le tocó vivir en su época como Urano llegó a su mente. La marcha del orgullo gay, las diferentes representaciones del amor entre gente del mismo género a través de la historia, las diferentes denominaciones de las inclinaciones sexuales así como todos los nombres que se les había dado… el enfado que Tetsuo sufrió meses antes de su enfermedad al enterarse de que uno de sus nietos se estaba declarando bisexual y que si en Japón no podía vivir una relación poliamorosa con su novio y su novia, entonces se iría a un país de mentalidad más abierta apenas terminara sus estudios…
Tenía un montón de cosas para comentar al respecto y, sin embargo, guardó silencio, notando que Heidemarie no tenía ni la madurez ni la apertura para hablar de algo así de grande, y al parecer, así de incómodo.
Un último vistazo a las piedras y decidió que era mejor no decir nada al respecto. Heidemarie podría desmayar si sabía que estuvo a punto de ser violada por el Sumo Obispo y que Lord Ferdinand le inyectó maná varias veces para ayudarla a fingir una fiebre… ahora no sabía si debería comentarle al muchacho que la había teñido por accidente… si es que estaba teñida por él ahora. Al menos él no pondría el grito en el cielo… y no quería pensar en lo que haría el fanático de Eckhart si preguntaba al respecto en este preciso momento.
Myneira se tragó un suspiro cansado lo mejor que pudo, llevándose la mano al mentón de forma contemplativa.
—Ya que vas a… usar una poción especial que, creo entender, va a cambiar mi maná… ¿cuánto tiempo dura el efecto? ¿O será permanente?
'Quizás Heidemarie prefiera que tengamos maná parecido para tener un modo de clamar que somos hermanas. Si al menos comprendiera mejor cómo funciona todo esto…'
—Los efectos en tu maná deberían desvanecerse a lo largo de este mes. Si no te administro más de ella y evito darte una cantidad de mana que supere la que tengas en el momento, además de evitar compartir maná contigo, volverás a tu color usual dentro de un mes sin falta, así que no debes preocuparte.
'¿Un mes? Supongo que si una pareja no quiere estar tomando pociones a cada rato debería tener… Tetsuo y yo habríamos tenido que estar tomando de esas antes de mi segundo embarazo, supongo. En cuanto al color de mis piedras… supongo que lo dejaré pasar. Si se va a acabar el cambio dentro de un mes, no tengo porque alarmarme.'
—Entiendo, entonces… ¿qué sigue? ¿cómo leerás mi mente?Lord Ferdinand me dio una explicación rápida y muy… tosca. Estoy segura de que dio por hecho alguna cosa cuando me dijo que leerías mi mente, hermana.
—Iremos a tu habitación, no podemos permanecer demasiado tiempo en una habitación, en especial mientras no haya atado mis estrellas a las de Eckhart. En cuanto a la seguridad, Eckhart montará guardia afuera para que nadie pueda entrar e interrumpirnos. Tú beberás una de mis pociones de sincronización y después de que nos hayamos colocado las herramientas, vas a sentir mucho sueño. Una vez te quedes dormida, me acostaré a tu lado y juntaré mi herramienta a la tuya, entonces estaré dentro de tu mente. Podré ver y escuchar todo lo que me muestres. En el caso de emociones muy fuertes, podré experimentar tus que estaré comprobando algunos artefactos y conocimientos que me solicitó Lord Ferdinand, es posible que no lleguemos a eso.
—Comprendo. ¿Es posible que yo vea tus recuerdos también?
Pudo notar que Heidemarie hacía un gesto de incomodidad por un momento, luego de lo cual le sonrió con nerviosismo.
—Hay una pequeña posibilidad de que eso pase, sin embargo… espero que no sea así.
Myneira asintió, tomando de regreso su herramienta anti escucha y mirando de Heidemarie a Eckhart con toda la serenidad que pudo.
—Estoy lista entonces. Quedo a tu cuidado, Eckhart.
El peliverde asintió con la misma solemnidad y luego las escoltó a la recámara donde se llevaría a cabo el procedimiento.
Si evocar el recuerdo de Tetsuo en un interrogatorio hablado le removió algo en su interior, la lectura de mentes de Heidemarie la dejó más dolida e indefensa que nada. Lo peor es que cuando ambas despertaron de la lectura, estaban aferradas la una a la otra llorando tanto, que Eckhart no tardó en entrar, cerrando la puerta y colocando un aparato antiescuchas de rango específico exigiendo una explicación.
—¡Solo sal de aquí, Eckhart! —gritó Heidemarie sin soltarla ni un poco, todavía llorando sin parar—. ¡Sal y no dejes que nadie entre!
Heidemarie no debía alzar la voz muy a menudo porque Eckhart salió de inmediato y sin hacer más preguntas.
Esa noche, aun si no estaba bien, durmió con Heidemarie en la habitación oculta de la chica en cuestión. No era para menos. Ver a Tetsuo, escucharlo de nuevo, sentir sus manos soltándola despacio al exhalar su último aliento de nuevo… era demasiado… no podía creer que su corazón pudiera romperse de nuevo, pero pasó.
Por fortuna, para cuando volvió al templo estaba más tranquila. Ahora tenía dos personas con las que podía hablar de Japón. Dos personas adultas que tenían un mayor rango de entendimiento que Lutz, quien solo le pedía que le explicara a detalle que se suponía debía hacer cada uno de sus nuevos "inventos" sin atreverse a preguntarle más allá.
Por otro lado, su relación con Heidemarie pareció fortalecerse tanto como su relación con Tuuri o Effa. Sabía que contaba con Heidemarie de manera incondicional. Estaba segura de que la jovencita la veía ahora como un miembro más de su familia, aunque no estaba segura de sí la miraba como una hermana menor o como otra cosa.
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Era el día del brote. Myneira había estado haciendo todo tipo de recapitulaciones y observaciones para sí misma sobre las personas viviendo en el templo y decidió que era hora de hacer una pequeña "limpieza" en el lugar.
Ya fuera por accidente o por verse demasiado afectada por sus propias emociones, algunas imágenes atestiguadas por Heidemarie sobre la infancia del Sumo Sacerdote destellaron durante la lectura de mentes, así que podía sentirse todavía más indignada por lo que aquel joven amable, trabajador y preocupado tuvo que pasar y debía seguir aguantando.
—Fran, envía por favor algo de comida a las asistentes del Sumo Obispo.
—¿Lady Myneira, está hablando en serio?
Fran, Gil, Luca y sus doncellas parecían consternados. Luego de deambular por el templo el día anterior y hacer su trabajo como si nada pasara estuvo pensando en la mejor manera de herir a Lady Verónica y deshacerse de su incompetente hermano menor.
—Por completo. El Sumo Obispo podría no haber dejado suficiente alimento para ellas, sin olvidar que la comida de Hugo y Elah es todavía mejor en todo sentido.
—Pero… Lady Myneira —esta vez fue Gil quien se apresuró a cuestionarla—, ¿está segura? ¡Usted dijo que quien no trabaja, no come!
—Y lo sostengo, Gil, sin embargo, ¿no te parece injusto que estén trabajando tanto ellas solas en la enorme habitación del Sumo Obispo y solo ganen esa insípida comida y además poca?
Gil, el más nuevo de sus asistentes tenía poco de haber salido del orfanato. El niño debía estar familiarizado con las limosnas salidas de esa habitación, o eso dedujo debido a la mueca de asco que puso el niño de inmediato.
—Hanna, acompaña a Fran, por favor. Pregúntales si necesitan algo más. Medicamentos, ropa nueva, productos de aseo. Lo que necesiten, estoy dispuesta a dárselos.
—¡Si, Lady Myneira!
Empezó ofreciendo comida y bienes a las doncellas del Sumo Obispo, pero pronto se encontró ofreciendo lo mismo a los asistentes de los sacerdotes azules que habían mostrado su abierto desprecio hacia el Sumo Sacerdote durante la reunión previa al Festival de la Cosecha.
La voz no tardó mucho en correrse y pronto los asistentes grises de todos los azules, adeptos o no adeptos del Sumo Obispo, comenzaron a preguntarle a sus asistentes por algún postre pequeño, alguna prenda de ropa o incluso algún remedio para el dolor en el caso de los más viejos… todos menos las doncellas del Sumo Obispo. No estaba segura de si las jóvenes eran muy leales o estaban aterrorizadas por el hombre, lo cierto fue que su plan no tardó mucho en dar frutos.
—Lady Myneira, le agradezco tanto que me permitiera usar esa pomada. Si hay algo que pueda hacer por usted…
—Me alegra que te sirviera. No planeo pedirte nada a cambio, solo me interesa que estés bien.
Lo que empezó con uno de los grises de mayor edad agradeciéndole en el pasillo dos días antes de que comenzaran a regresar los sacerdotes azules, pronto se volvió en algo cotidiano.
Poco a poco, los grises de los otros sacerdotes se las comenzaron a ingeniar para buscar excusas para ir a verla. No siempre era para pedirle cosas, por supuesto. Muchos comenzaron a ventilar todo tipo de deslices y malos tratos por parte de los azules, en su mayoría, los de la facción del Sumo Obispo.
—Lord Egmont suele golpearnos con una vara cuando está demasiado fastidiado por el poco trabajo que se le exige. Su pomada nos ha ayudado a todos a aliviar el dolor de los golpes y los cortes que tienen nuestras espaldas marcadas.
—Lord Egmtont es tan brusco con nosotras, Lady Myneira… si no fuera por los obsequios que usted nos hace por nuestro esfuerzo, no podría seguir adelante.
—Lamento tanto importunarla con mis problemas, Lady Myneira… pero no tiene idea de lo terrible que es ser una flor masculina en la habitación de un hombre como Lord Timotheo.
Ese mismo fin de semana le pidió a Heidemarie que le explicara lo que era una flor masculina, terminando horrorizada al darse cuenta de que el Templo era un burdel disfrazado. Lo peor del caso es que parecía que el regenteador era el mismísimo Sumo Obispo… eso explicaba que la drogara para intentar aprovecharse de ella cuando le negó a sus ese tipo, la gente del Templo eran solo juguetes a su disposición. Su hermana debía encargarse de que no se le negara nada y a ese tipo de personas en algún momento bajaban más en cuanto a la decadencia moral, encontrando más satisfacción en actos morbosos y cada vez más atroces que en las cosas sencillas de la vida.
—Hermana Heidemarie, ¿podrían tú y Eckhart recabar información sobre el Templo y el Sumo Obispo? Todavía no comprendo muy bien cómo funcionan las leyes en este lugar, de lo único de lo que estoy segura es que, si vamos a deshacernos de ese cerdo en túnica, necesitaremos pruebas sólidas de sus faltas.
Era una suerte que la estuvieran adoptando personas más que leales al Sumo Sacerdote, porque ambos estuvieron de acuerdo en ello… demasiado ávidos por ayudarla, a decir verdad.
Pronto comenzaron a volver todos y cada uno de los Sacerdotes Azules. No tuvo que hacer mucho para extender sus "premios por todo su esfuerzo" a los asistentes recién llegados. Ni siquiera tuvo que recordarles de no decir ni una palabra de ello a los azules, era obvio que ninguno de los grises quería perder su favor por decir demasiado.
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Hacía algo más de un mes que el Sumo Obispo intentó propasarse con ella y que Ferdinand la llevara a un desbordamiento en un intento de ayudarla a fingir una fiebre, las piedras en su aparato para niños no volvieron a parecerse a y traslúcidas piedras de ámbar. Su maná había cambiado por completo sin regresar a su coloración original. Quería abordar el tema con el muchacho que fungía de su tutor, claro que tenía cosas más importantes en la cabeza. Si no volvían a ser traslúcidas, tendría tiempo para debatir las implicaciones de aquello cuando se hubiera deshecho del Sumo Obispo.
A pesar de todos los esfuerzos puestos en premiar a los grises, las doncellas del Sumo Obispo seguían sin aceptar los obsequios o acercarse a ella. De hecho, parecían evitarla como si fuera la peste o algo así… al menos, hasta que el falso Santa volvió, casi dos semanas después que el resto de los azules.
Podía recordarlo con asco y claridad. Fran llegó corriendo a la oficina del Sumo Sacerdote con apuro, solicitando que ella lo acompañara al orfanato para atender un asunto urgente.
Fran era un asistente excelente en toda regla, así que no fue muy difícil conseguir que el Sumo Sacerdote la dejara ir bajo la promesa de volver más tarde a reponer el tiempo invertido.
Al llegar se encontró con dos de las asistentes sosteniendo en brazos a una de las dos que se habían ido con el Sumo Obispo.
—¿Pero que le sucedió?
Estaba atónita mientras comenzaba a dar instrucciones a diestra y siniestra para llevar a la recién llegada a las habitaciones de sus propias asistentes para poder examinarla.
No era médica, o sanadora como los llamaban ahí, a pesar de ello podía reconocer a la perfección el daño en la chica.
—Gil, Luca, traigan agua caliente, Wilma, trae toallas limpias por favor. Jenni, ve al orfanato y que te den medicamento para el dolor y los golpes, debe haber suficiente en la bodega. Rossina, consigue ropas limpias para ella, por favor. Fran… dile al Sumo Sacerdote que necesito ayuda para tratar a una paciente con urgencia. Ustedes dos, ¿cómo se llama su compañera?
—Lili… se llama Lili —respondió una chica con el cabello rosado y la piel demasiado pegada a los huesos. Tenía ojeras muy marcadas y el cabello en pésimo estado.
La otra chica, una muchacha de tal vez dieciséis años con el cabello rubio miró de un lado al otro sin saber que hacer. Se veía en mejores condiciones.
—¿Y tú eres?
—Lola… mi nombre es Lola, Lady Myneira —respondió de nuevo la pelirosada.
Apenas un vistazo y Myneira se dio cuenta de que esa chica también había asistido al Sumo Obispo durante el Festival de la Cosecha… parecía horrorizada.
—¿Y ella? Temo que no he podido familiarizarme con ella, solo sé que es tu compañera.
—Ella es Rosseth, Lady Myneira.
La niña miró a la joven rubia y asustada en la esquina. Empezaba a pensar que solo estaba demasiado asustada y por eso ni ella ni las otras habían aceptado ninguno de sus obsequios.
—Rosseth, dile al Sumo Obispo que me haré cargo de curar a Lola y Lili para que no tenga que preocuparse por ellas. Incluso me encargaré de alimentarlas y darles ropa adecuada, por favor.
—Si… si, milady.
La rubia salió de inmediato y Myneira comenzó a examinar a Lili.
Era terrible. No estaba segura de cómo la habían dejado en ese estado y pensar en la posibilidad la tenía temblando de asco y frustración.
—Lola, ¿Lili y tú son hermanas?
Lola asintió con nerviosismo. Lola debía ser la mayor. Lili no parecía mayor de catorce… cuando preguntó tuvo que aguantar las ganas de vomitar. Lili tenía doce en realidad.
Para cuando el Sumo Sacerdote llegó, Lola lloraba en silencio, echa un ovillo en una esquina de la recámara de las doncellas luego de confesar que el Sumo Obispo las había obligado a ambas a hacer ofrendas florales a todos los Giebes y nobles que visitaron. Lili terminó en ese estado luego de resistirse a ser tomada por dos de los amigos del Sumo Obispo a la vez. A Lola también la obligaron a tomar a dos o tres hombres cada noche, pero al ser mayor y haber sido usada por más tiempo que su hermana, su estado era menos lamentable.
—¿Qué hacen las asistentes del Sumo Obispo en tus aposentos, Myneira?
—Están heridas. ¡Muy heridas! Mi hermana Heidemarie estuvo curando algunos cortes y raspones que me hice durante la primera recolección de materiales para mi jureve con oraciones, pero… por más que intento, no logro curarla.
—¡Tonta! Necesitas un anillo de bautizo o un schtappe para dar una bendición de curación.
Ambos estaban enfadados el uno con el otro, lo sabía porque estaba segura de que lo estaba mirando con el mismo ceño fruncido que él le estaba dedicando.
—Si no puede curarla, présteme entonces uno de esos anillos de bautizo. Solo será para curarlas a ambas.
—¡No puedes gastar tu maná en ellas! ¡No son tus asistentes!
—¿Y solo por eso debo abandonarlas? ¿De verdad? ¿Cree que podré dormir tranquila si las dejo en ese estado?
El Sumo Sacerdote no le contestó, en especial cuando Jenni le entregó un frasco con ungüento que comenzó a colocar en la cara y los brazos de la chica sin esperar una respuesta.
—Muy bien. ¿Qué es lo que estoy curando?
—Golpes y cortes básicamente… ahm… es posible que tenga algunos huesos rotos y un par de desgarres internos en la zona baja de su vientre, pero no he podido comprobarlo más allá del hueso en su muslo izquierdo.
—Entiendo —respondió el Sumo Sacerdote con un asentimiento de cabeza antes de colocar su mano sobre Lili y comenzar a orar.
Una luz verde comenzó a salir del anillo del Sumo Sacerdote, lloviendo sobre la joven en la cama y devolviéndole poco a poco la coloración normal de su rostro. Myneira incluso se asomó bajo las sábanas a la pierna rota, tocándola por encima de la tela para constatar que, de hecho, el hueso estaba soldado y en su lugar correcto.
—Le agradezco mucho, Sumo Sacerdote. ¿Me prestaría un anillo para sanar a Lola también? No está tan lastimada como su hermana, pero…
—¿No te basta con esto?
—¿En serio tiene que preguntarme? ¡Dioses! ¿Por qué tienen que ser tan poco humanitarios en este estúpido mundo?
El Sumo Sacerdote respingó antes de soltar un bufido de exasperación y comenzar a pellizcarse el puente de la nariz. Estaba por decirle algo cuando lo escuchó llamando a Fran y dándole indicaciones para traer algo de su recámara. Apenas Fran volvió con una pequeña caja, el mocoso la tomó de la mano de forma violenta y empujó en su dedo anular un anillo demasiado grande que no tardó nada en adaptarse al tamaño de su dedo, todo sin dejar de mirarla como prometiendo que habría consecuencias. Por supuesto que le devolvió la misma mirada cargada de enojo, luego solo lo ignoró.
Tras curar a Lola y terminar de curar el interior de Lili, revisando que ambas estuvieran bien, sus asistentes la sacaron de la habitación alegando que ya había hecho suficiente.
—Lady Myneira, sabemos que usted es muy compasiva, pero, por favor no nos quite el trabajo. Nosotras las bañaremos. Vaya al despacho del Sumo Sacerdote a hacer su trabajo de escritorio —le solicitó Wilma de inmediato.
—La comida está lista y esperándola en el despacho del Sumo Sacerdote, Lady Myneira —pidió Hanna—. Vaya a comer, por favor. ¡Se pondrá muy enferma si sigue esforzándose tanto con ellas!
—Pero…
—Lady Myneira —interrumpió Luca ahora, acercándose con un paño limpio con el que comenzó a limpiarle la frente—, le informaré de inmediato cuando la hermana Lili y la hermana Lola estén aseadas y hayan comido. Por favor, vaya con el Sumo Sacerdote AHORA.
No tuvo más opción que cansada aun si no quería reconocerlo.
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—¿Puedo saber qué interés tienes en los grises? No creas que no he notado todos estos "premios" que le estás dando incluso a mis asistentes a escondidas.
Era una suerte que el Sumo Sacerdote le hubiera dado una herramienta anti escuchas y que Lady Elvira y Heidemarie no hubieran descuidado sus lecciones nobles porque a punto estuvo de escupir su té.
—Ni siquiera te atrevas a mentirme, Myneira. Esto no ha salido de tu "buen corazón" o de tu predisposición a ser misericordiosa.
Suspiró dentro de su taza para que no fuera demasiado obvio, luego la bajó, tomando una galleta y jugando con ella un momento.
—Tratan a los grises como muebles, así que, salvo por usted, nadie se cuida de lo que dice o hace con ellos. Los grises conocen cada pequeño secreto de todos los azules, incluyendo al Sumo Obispo.
—Oh, así que estás consiguiendo información a cambio de todos estos obsequios.
—Ellos no lo saben. Yo no les exijo nada a cambio, pero sí. Las personas suelen buscar alguien con quien hablar de sus penas para poder continuar, por lo general hablan con gente en la que confían. Los obsequios y el trato amable me ganan la confianza de los grises y a cambio, ellos me buscan para decirme sus tribulaciones.
—¿Puedo preguntar con qué fin estás llenando el Templo de espías?
Sonrió sin poder evitarlo, llevándose la galleta a la boca y sintiéndose de pronto como una villana o uno de los personajes de Canción de Hielo y Fuego. Solo le faltaba un gato blanco, gordo y esponjoso en su regazo para tener el cuadro completo de villana.
—Tejo una trampa para alguien que no debería estar aquí. Por supuesto no es usted, solo alguien despreciable que debería estar encerrado bajo llave sin sirvientes o algo mucho peor.
El Sumo Sacerdote la miraba ahora con curiosidad, a pesar de todo, ella se negó a decir nada. No estaba segura de poder compartirle sus planes sin ser regañada… o sin que sus mejillas sufrieran las consecuencias de un adolescente enfadado. Desde el interrogatorio que había sufrido y el consecuente abrazo, el Sumo Sacerdote la llamaba tonta cuando el sentido común de ambos chocaba o le jalaba las mejillas si se sentía más exasperado que de costumbre… y luego de casi obligarlo a curar a una gris y a que le prestara uno de sus anillos, bueno, el muchacho no estaba del mejor humor, a decir verdad.
—Deja de jugar a las intrigas políticas y enfócate en tu taller, el orfanato y llevar las cuentas. No vale la pena llenarse los oídos con cosas que no puedes solucionar.
—Alguien dijo una vez que no hay nada más valioso que los secretos, Sumo Sacerdote. Imperios enteros cayeron solo por desvelar algunos secretos clave, yo solo los estoy coleccionando, eso es todo.
El Sumo Sacerdote no parecía muy convencido y, aun así, no dijo nada. Quizás su curiosidad y la intriga de lo que haría con su pequeña colección de secretos sucios era demasiado para poder suprimirla y su orgullo demasiado para forzarla a responder. No importaba, para el día siguiente Rosseth estaba esperándola en la entrada de la recámara de la directora del orfanato, tan nerviosa que no dejaba de mirar de un lado al otro.
—¡Rosseth, que sorpresa verte por aquí! ¿Quieres pasar a ver a Lili y Lola? Deben estar desayunando justo ahora. Le dejé instrucciones a mis chefs de darles de desayunar temprano, aun si yo no estaba.
—¿Puedo… puedo verlas? ¿de verdad?
—¡Por supuesto! Son tus compañeras, después de todo. Debes estar preocupada, solo, debo pedirte que no le informes al Sumo Obispo de su estado de salud todavía. Necesitan descansar al menos una semana más… tres en el caso de Lili.
La rubia asintió y Fran abrió la puerta para que ambas pudieran pasar. Las dos entraron a la habitación de mujeres ubicada en sus aposentos acompañadas por Hanna. Tal y como había dicho, las dos chicas estaban comiendo en una de las camas. Lola no paraba de alimentar a su hermana sin dejar de hablarle con afecto en tanto Lili solo abría la boca con la mirada perdida.
—Cómo dije, están bien, pero necesitan descansar. No estoy muy segura de que el Sumo Obispo pueda comprenderlo.
—Ahm… respecto a eso… Lady Myneira, el Sumo Obispo me pidió que le avisara que va a devolver a Lili al orfanato y que necesitará a otra asistente para tomar su lugar.
No podía creer tanto descaro. Ese maldito cerdo solo descartó a la pequeña como si fuera un juguete roto después de…
—Entiendo. Hanna, ve al orfanato y habla con todas las doncellas grises que sean mayores de edad. Exponles la situación, no vayas a guardarte detalles sobre lo que se espera que hagan en las habitaciones del Sumo Obispo.
—¿Está al tanto? —preguntó Rosseth horrorizada y con el rostro coloreado de rosa.
—Lo estoy y lo comprendo, esa es la razón por la que empecé a ofrecerles alimentos, ropa y medicamentos a ustedes, Rosseth… no puede ser fácil servir a alguien como el Sumo Obispo.
—Pero, nosotras… yo puse las cosas que la enfermaron… Yo fui la responsable de que usted se pusiera así de mal y…
—Solo cumplías órdenes, Rosseth. No te guardo rencor, ni a ti ni a ninguna de tus compañeras. Ahora que has visto a Lola y Lili, ve con Hanna, por favor. Me niego a obligar a otra chica a pasar por todo esto. Que ellas decidan quien se ofrece como sacrificio, me encargaré de la documentación y el informe.
Rosseth pareció perder la facultad de hablar, retirándose junto con Hanna de inmediato. Myneira se quedó ahí con las dos hermanas un poco más.
—¿Pudieron descansar?
—Si… espero que no le moleste que hayamos compartido una cama. Lili no podía dormir. Lo intentó, pero se despertó al poco tiempo dando de hermanas Wilma, Rossina, Hanna y Jenni también necesitaban descansar, así que, pensé que sería mejor asegurarme de que no haría ruido en la noche.
—Está bien, no te preocupes. Les dije que podían descansar aquí. Si lo deseas, puedo prestarles una herramienta antiescuchas y algunas piedras con maná para que no te sientas incómoda con tu hermana gritando. Lamento no poder conseguirte más de una semana para permanecer a su lado.
Lola solo negó. Sus ojos le hablaban de cuanto se estaba esforzando por no llorar antes de ofrecerle una sonrisa de alivio, una sonrisa sincera y un tanto triste.
—Le agradezco. Desde que mi padre nos abandonó en el Templo nadie nos había mostrado piedad. No sé cómo voy a pagárselo.
Era hora. Le dolía mucho aprovecharse de esa pobre chica a la que tendría que devolver a la cueva de ese falso Santa monstruoso, sin embargo, era de verdad necesario si quería deshacerse de ese tipo de una vez por todas.
—Lola, no tienes nada que agradecerme. Protegeré a tu hermana mientras permanezca en el orfanato. Puedes venir a verla todas las veces que lo desees o tengas la oportunidad. Lo único que lamento es no poder protegerte a ti también. Si al menos tuviera pruebas de que el Sumo Obispo es un monstruo… pero… no tengo manera de demostrar nada. Como él dijo el día previo al Festival de la Cosecha, nadie tiene más autoridad que él aquí dentro… excepto… no importa.
—Lady Myneira, dijo que si tuviera pruebas… pero al mismo tiempo dice que nadie tiene más autoridad que él, pero también que si hay alguien.
Sonrió más. La doncella había picado el anzuelo, era momento de jalar despacio.
—Mi hermana mayor, Lady Heidemarie, me estuvo explicando hace poco que, dentro de Ehrenfest, nadie tiene más autoridad que el Aub, ni siquiera el Sumo Obispo. El Aub puede tomar a los monstruos y alejarlos de nosotros, claro que, antes debe estar convencido de que han transgredido alguna ley o que son un peligro real para la comunidad… por desgracia, eso solo se logra con pruebas.
—¿Qué tipo de pruebas?
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Una semana después Lola fue devuelta a las habitaciones del Sumo Obispo.
Para ese momento Rosseth y las otras asistentes estaban aceptando sus pequeños sobornos, pidiéndole ropa o medicamentos a cualquiera de sus asistentes más que nada. También comenzaron a comentar sobre los nobles que entraban y salían de los aposentos del Sumo Obispo para conseguir favores o incluso a ellas a cambio de oro, licor, especias y otras amenidades que de otra manera estarían vedados al Sumo Obispo… incluidos los afrodisiacos. Por supuesto, nada de eso era de tanta utilidad como el material que Lola comenzó a dejarle escondido entre las ropas de Lili.
La primera vez, el Sumo Sacerdote fue llamado por el Lord Comandante en turno, Lord Karstedt, llevándola con ellos para un sometimiento de trombe. Por supuesto, a ella y Fran no les permitieron acercarse, dejándolos a ambos con un par de caballeros para que los protegieran.
El Sumo Sacerdote le volvió a prestar el anillo que usó para curar a Lola y las heridas internas de Lili, usándolo ahora para darle a los caballeros la bendición de Angriff a pesar de ser regañada de inmediato por gastar maná de manera innecesaria. Cuando el sometimiento terminó, fue su turno de usar el bastón de Flutrane para curar la tierra, notando por primera vez el interés de Lord Ferdinand en ella el año anterior.
Cuando volvieron al Templo, Wilma la llevó al orfanato para que viera a Lili. La jovencita estaba empezando a hablar y no había parado de llamarla desde que su hermana se fuera, entregándole algunas cartas.
—Fran, busca al Sumo Sacerdote de inmediato —pidió Myneira cuando tuvo las cartas aseguradas entre las dos cubiertas de su díptico—, dile que una mosca repugnante parece estar cayendo en mi red y necesito su apoyo.
No mucho después los dos estuvieron dentro de la habitación oculta de ella revisando las cartas.
—¿Puedes copiar el contenido de esta y guardarla? —inquirió el Sumo Sacerdote.
—Puedo. ¿No deberíamos retenerla? Es evidencia después de todo.
No intentó decir nada más después de eso. La mirada del Sumo Sacerdote era una advertencia que fue imposible ignorar.
—No me dijiste que estabas cazando al Sumo Obispo.
—Me drogó. Abusó de sus doncellas. Se deshizo de una demasiado joven como si fuera basura y no le tiene a usted ningún respeto a pesar de que estamos haciendo su trabajo. En lo que a mí concierne, estaremos mejor sin él.
—Aun no me dices como conseguiste esto. ¿Sabes lo peligroso que es entrar a su habitación para sacar estas cosas?
Suspiró con fuerza, imitándolo a modo de burla y desquiciándolo lo suficiente para que le jalara las mejillas.
—Deja de estar jugando, Myneira. ¿Quieres terminar igual que la doncella que rescataste?
—Aww… ¡Awww! ¡Feilang!... ¡Bárbaro! ¡desalmado! ¡Mis mejillas no son bolitas antiestrés!
—Sabes que no entiendo cuando hablas nihongo.
Estaba dejando de frotar sus mejillas cuando sacó una hoja de papel de la canastilla de madera que tenía en el estante junto a la mesa de formulación llevada por Heidemarie y comenzó a copiar de inmediato.
—Yo no entré a ninguna habitación. De hecho, no he hecho nada fuera de mi agenda con excepción de llamarlo aquí.
—Bien, digamos que te creo. ¿Cómo es que un gremlin creador de problemas consiguió ESTO si no estuvo metiéndose a robar cartas?
Habría sonreído con sarcasmo si las mejillas no le dolieran tanto. El Sumo Sacerdote debió notar que se le había pasado la mano porque se agachó para curar sus mejillas con una bendición sin dejar de quejarse por lo bajo.
—Lola se ofreció a ser mi espía. Rosseth y las otras han comenzado a dejar los secretos del Sumo Obispo en mis oídos, pero eso solo me dice dónde y qué buscar… ninguna de ellas quiere seguir tolerando los abusos del Sumo Obispo.
—Así que… conseguiste que una joven inocente arriesgue su vida para conseguir con que sacar al Sumo Obispo del Templo. ¿Qué pasará cuando el Obispo la descubra y la mate o la venda? ¿Pensaste en eso? ¡¿Tú que no puedes dormir tranquila cuando te llevan una niña lastimada?!
—Yo no le pedí que me trajera esto, ella lo decidió por su cuenta… yo, solo la guie un poquito. Arriesgarse así es su responsabilidad, no la mía.
El Sumo Sacerdote no parecía nada convencido ahora… igual no la rebatió, solo la apuró a transcribir y luego le exigió que encontrara un modo de devolver todas esas cartas a su lugar. En realidad, no fue muy difícil. Jenni se encargó de interceptar a Lola para entregarle una bandeja llena de pequeñas rebanadas de pastel de libra con rumtoft y las cartas debajo de la misma.
La chica no tardó nada en comprender lo que debía hacer.
Cada tres días, Lola iba al orfanato para ver a su hermana y dejarle cartas, mismas que recogía ese mismo día en la noche. Mientras tanto, Myneira y el Sumo Sacerdote revisaban las cartas dentro de la habitación oculta de alguno de los dos… no le gustaba nada revisarlas cuando era en la habitación oculta de él porque el Sumo Sacerdote aprovechaba esas ocasiones para llamarle la atención por algo que hubiera hecho mal en los dos o tres días previos, llevándola dentro de su habitación con la excusa de reprenderla como era debido… por supuesto, apenas entrar sus mejillas sufrían por todo el estrés acumulado del muchacho y luego, cuando ya estaba más tranquilo, ambos comenzaban a leer con rapidez, copiando de inmediato cualquier carta que pareciera prueba de alguna infracción.
.
El tan temido invierno llegó. Myneira tuvo que despedirse de su familia, aferrándose a su madre y hablándole sin descanso al vientre abultado de Effa para recordarle una y otra vez cuanto le amaba y cuanto esperaba verle en la primavera.
Fue difícil salir de casa escoltada por su padre. Fue todavía más difícil pedirle a su padre que la acompañara a su habitación oculta para poder abrazarlo con todas sus fuerzas sin romper a llorar.
—Tuuri y yo vendremos a visitarte tan seguido como podamos, ¿si, Myne?
—¡Si, papá!
—No des problemas a tus asistentes ni al Sumo Sacerdote. No salgas ni siquiera con los nobles que te adoptaron, por favor. Esto es para evitar que te enfermes, así que, por favor, por favor, Myne… ¡cuídate mucho!
—Lo haré, papá. Cuida de mamá y de Tuuri, también de ti, por favor.
—Lo haré —le respondió su padre con una sonrisa brillante y sincera—. Escríbenos todo lo que quieras. Tuuri y Lutz nos han estado enseñando a leer y a escribir para que tu madre pueda comunicarse contigo. No podrá venir a causa del bebé.
—Lo entiendo, papá. De verdad que lo entiendo. Estaré feliz de recibir cartas de mamá. Gracias.
Después de eso fue más fácil seguir con su pequeña operación.
El frío seguía siendo su peor enemigo. Solo el primer mes tuvo que quedarse en cama con fiebre por lo menos dos veces, aunque nada de eso fue tan malo como conciliar el sueño. Su habitación y su cama eran demasiado grandes para ella, así que terminó en la habitación del Sumo Sacerdote cada noche del invierno hablando con él hasta caer dormida en un sillón, en una silla o incluso en su habitación oculta.
A veces le narraba las historias que recordaba haber leído en los libros que hablaban de folklore y mitología. Otras, le comentaba sobre alguna de las tantas guerras que modificaron el mapa mundial desde tiempos inmemoriales. En ocasiones se dedicaba a responder a las preguntas del Sumo Sacerdote sobre la tecnología o el comercio. Todas esas veces, Fran se encargaba de cargarla dormida hasta el otro lado del Templo para acostarla en su cama y que pudiera descansar. Quizás por eso terminó enfermando algunas cuantas veces más.
Cuando llegó la Ceremonia de Dedicación, Lola se las ingenió para ir a ver a su hermana más a menudo y ellos comenzaron a utilizar la sala de oración para revisar los documentos en cuanto terminaban de ofrendar maná a la enorme cantidad de cálices desplegados en el altar. No podían hacerlo antes porque el Sumo Obispo solía entrar junto con ellos o inmediatamente después que ellos para obligarlos a llenar uno o dos cálices más. La ironía del asunto fue encontrar una carta donde se le solicitaba que llenara esos cálices… aun si Myneira no lo había notado.
—¿Está seguro, Sumo Sacerdote?
—Si. Esto es obra de Georgine… es la tercera esposa de Aub Ahrensbach. Es un delito grave, sin embargo… no estoy muy seguro de que podamos usar del todo esta información con el Aub para que venga al Templo con el Lord Comandante actual —explicó el muchacho con incomodidad—. Esto nos ayuda solo de manera parcial a deshacernos de la mosca.
Con la finalidad de no ser descubiertos, terminaron apodando "mosca" al Sumo Obispo. Era mejor que arriesgarse a que alguien se diera cuenta de lo que estaban haciendo y los delatara.
—Lo copiaré en mi díptico de inmediato.
—Muy bien.
Podía sentir sus mejillas estirarse a causa de una sonrisa y parte de sus pómulos y su pecho calentarse con esa sola palabra.
Tetsuo no dudaba en premiarla con palabras de afecto cuando le seguía el paso durante una conversación, cuando hacía una comida más que deliciosa… o siempre que se estaba divirtiendo con ella en la alcoba.
El Sumo Sacerdote, por otro lado, era demasiado tacaño con las palabras de aliento. Sacarle un "muy bien" era de veras difícil. Conseguir uno cuando no lo estaba buscando era un incentivo increíble.
Para cuando el invierno terminó, tenían bastantes transcripciones de cartas y listados que tachaban al Sumo Obispo no solo como un tratante de esclavos con el devorador para ciertos Giebes y para el ducado de Ahrsenbach, además tenían pruebas de que era un verdadero traidor. Por supuesto, la cereza del pastel fue algo que ninguno esperaba encontrar.
Oculta en el orfanato había una doncella que, igual que Lili, recibió más abuso del que podía soportar, dejándola lisiada de una pierna y con dos dedos menos en una mano cuando solo tenía once años de edad. Sara.
—¿Si el Lord Comandante o el Aub te preguntan, les dirías lo que acabas de decirme?
Luego de todo ese invierno recibiendo clases de política y leyes por parte del Sumo Sacerdote, Myneira estaba bastante familiarizada con los procedimientos llevados a cabo por los nobles para juzgar a alguien.
—Si eso hace que cambien al Sumo Obispo, lo haré. No soportaría ver a otra doncella pasar… por lo que pasamos Lili y ía hay noches en que… puedo sentir todo lo que me hicieron.
Esa misma semana Lord Karstedt se presentó en el templo junto con Heidemarie bajo la excusa disfrazada de ir a visitar a Myneira debido al frío en el exterior y la condición frágil de la pequeña.
Por supuesto, tanto Myneira como el Sumo Sacerdote le entregaron a Lord Karstedt todas las transcripciones. Heidemarie se encargó de pagar por la pequeña hermana Sara con el pretexto de estarla comprando para que fuera la asistente de Myneira en la mansión Linkberg cuando el clima fuera más cálido y con la premura de estar festejando su graduación la siguiente semana.
Dos días después, el alboroto en el ala noble hizo imposible que Myneira pudiera cumplir con sus obligaciones. Fran le impidió salir según las órdenes del Sumo Sacerdote. No fue si no entrada la noche, cuando la niña fue llevada con el Sumo Sacerdote, que pudo enterarse de lo que pasó.
—El Aub vino en persona con la orden de caballeros a visitar al Sumo Obispo. Lola fue de mucha ayuda al mostrarnos todos los lugares donde ese desperdicio de espacio escondía las cartas y las peticiones incriminatorias. Incluso las otras jóvenes comenzaron a hablar con los ó que había más cartas, ocultas en la sala de lectura.
—Entiendo, así que por eso todo el ruido… lo que no entiendo es porque Fran no me permitió salir de mi recámara.
—No puedo permitir que el Archiduque sepa que estás aquí. Eres un fenómeno. Si sabe que estás aquí hará lo posible por escapar de sus obligaciones solo para venir a verte y jugar contigo. Podría incluso exigir leer tu mente para ver de dónde sacas todas tus empresas y no puedo permitirle tener ese tipo de distracciones, es demasiado nuevo en su puesto.
Myneira tembló de inmediato. El Archiduque actual no parecía una persona muy responsable o confiable.
—Ya veo… gracias. ¿Lo que dijo Sara sirvió de algo?
—Si. Karstedt puso a un laynoble a leer la mente de Sara para corroborar su declaración. Que fuera ella quien se encargó de envenenar mi comida el año pasado bajo las órdenes de Beezewants fue justo lo que necesitábamos para hacer venir al archiduque. Sentenciar a ese inútil a subir la imponente escalera con todas las evidencias de sus crímenes contra el ducado fue más sencillo de lo que pensé.
—¿No le dije que hay secretos capaces de destruir imperios completos?
—Deja de regodearte tanto y trata de dormir. Tengo demasiado trabajo que terminar.
Era cierto. Había más tablillas, pergaminos e incluso papeles en el escritorio del Sumo Sacerdote.
Curiosa como estaba, no tardó mucho en ponerse en pie y subir a su lugar usual en el escritorio para mirar, notando de pronto que algunas de las tablillas eran órdenes de reasignación de mobiliario y un par de órdenes de venta para el gremio de telas y otro para el gremio de carpintería.
—¿Qué es todo esto? ¿Necesita túnicas nuevas?
—Así es. Se necesita un nuevo Sumo Obispo.
—¿Bwuhu? ¿Usted es ahora el nuevo Sumo Obispo? Pero, entonces ¿quién va a ser el Sumo Sacerdote ahora?
Una sonrisa ladina y venenosa apareció en el rostro del joven de cabellos azules, haciéndola temblar. No podía estarse refiriendo a ella, ¿cierto?
—Apenas logre convencer a Heidemarie y a Eckhart, te convertirás en la Suma Sacerdotisa del Templo. Ya que me has dado el asiento del Sumo Obispo tan amablemente, pensé que sería adecuado darte a ti mi puesto.
De más está decir que esa noche casi no pudo dormir de la preocupación, demasiado consciente de las toneladas de trabajo que hacía Lord Ferdinand cuando era el Sumo Sacerdote.
Notes:
Notas de la Autora:
Dado que estaré fuera de casa y lejos de mi laptop los próximos días, adelanto el capítulo del lunes... bueno, también porque hoy cayó nieve y estoy muy feliz, hacía mucho que no disfrutaba de hacer un muñeco de nieve y tener una batalla de bolas de nieve con alguno de mis hijos xD así que, espero que lo disfruten. Nos leemos luego.
Chapter 15: Primavera complicada
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La primavera resultó en días arduos y laboriosos.
Ferdinand fue investido como Sumo Obispo por órdenes del Aub durante la fiesta para vivir la primavera y ella como Suma Sacerdotisa al día siguiente por órdenes de Ferdinand. Si bien su carga de trabajo real no se vio afectada, de pronto era responsable de muchas más cosas.
—¡Es un dolor de cabeza, Tuuri! ¿Por qué no puso a un adulto responsable y que llevara más tiempo en el Templo?
Era fin de semana, pero no podía dejar de quejarse por lo injusto de su nueva posición aun si se encontraba zurciendo calcetas y bordándoles todavía sus frases favoritas de libros entrañables en japonés.
—Bueno, eres muy lista. ¿Estás segura de que no viste eso venir, Myne? —le preguntó su madre con una sonrisa en tanto limpiaba algunas verduras. No faltaba mucho para que diera a luz, así que no podía ir a trabajar y tampoco podía hacer mucho esfuerzo dentro de casa.
—Vi varios otros adultos en la junta de otoño portando túnicas azules. No pensé que tomaran una niña sin bautizar en cuenta para nada.
Estaba bufando todavía cuando ya no hubo más ropa que arreglar en la canasta, de modo que dejó la ropa a un lado de la puerta y se paró en un banco junto a Tuuri para verificar la comida.
—¿De verdad no quieres que te ayude? Debe ser difícil hacerte cargo de todo esto sin mamá.
—Estoy bien, Myne. Un día voy a casarme y tendré que hacerme cargo de mi casa cuando vuelva del trabajo. No puedo quejarme si tengo la oportunidad de prepararme para eso.
—Ya veo —sonrió ella buscando que hacer.
—Me pregunto si de verdad podrás casarte algún día, Myne —comentó su madre entonces, estirándose un poco para descansar—. Aun cuando has estado creciendo sin falta y pareces más fuerte, todavía eres muy enfermiza… ¿qué harás si no te conviertes en una esposa elegible?
—Si no encuentra a nadie, puede casarse con Lutz, mamá.
La más joven miró a su hermana remover la olla y dar una probada pequeña a la comida antes de añadir unas cuantas especias, suspirando molesta por alguna razón.
—Lutz no está obligado a quedarse conmigo. No podría sentirme a gusto sabiendo que mi marido me hizo el favor de casarse conmigo.
—¿Te casarás con un noble entonces? —preguntó su madre con una sonrisa divertida que la hizo suspirar, sacando su enfado con todo el aire.
—Yo… no lo sé. Es posible.
Se sintió sonrojar por un momento. Le gustaba Lord Ferdinand, ahora Sumo Obispo, pero no lo amaba y no estaba segura de sí las personas del clero podían casarse, pero le parecía que no tendría problemas casándose con alguien así de inteligente. Su vida con Tetsuo le había demostrado que ese era el tipo de hombres que le gustaban.
'Claro que… si pudiera encontrar a Tetsuo de nuevo, haría todo lo posible por casarme con él otra vez. Sería como colocar más leña y fuego en una fogata ya encendida.'
—¿Qué buscan los nobles en una buena esposa? —preguntó Tuuri con curiosidad, tapando la olla y enjuagando sus manos en lo que comenzaba a limpiar la precaria cocina y la mesa para poder servir el platillo preparado cuando estuviera lista y su padre llegara del trabajo.
—Veamos… por lo que me explicaron Heidemarie y Lady Elvira, una buena esposa es una mujer con buenos modales y suficiente maná para estar al nivel de su marido y concebir. Si no tiene el maná suficiente o tiene maná en exceso, entonces tiene que ser alguien que pueda dar algo de valor a la casa de su marido. Una erudita de renombre. Una asistente de excelencia. Una mujer caballero táctica o bastante fuerte para trabajar en el castillo. A menos que ella sea la cabeza de su familia, en ese caso es el hombre el que tiene que aportar algo para merecer casarse con ella.
—¡Oh, cielos! ¿Hay mujeres que sean cabeza de familia en la nobleza?
Su madre parecía un poco en shock. Myne sonrió y asintió.
—No me parece tan extraño, mamá. El señor Benno me dijo una vez que su hermana, la señorita Corina, es quien debería ser la cabeza oficial de su taller debido a que la Compañía Gilberta se hereda de forma matrilineal.
—Pensé que el señor Benno ayudaba a la señorita Corina mientras la entrenaba y se hacía de su propia compañía —acotó Tuuri.
—Bueno… me parece que su hermana le estaba permitiendo llevar el negocio hasta que ella tuviera una hija que pudiera entrenar o algo así, debido a que el señor Benno sigue soltero y no tiene hijos… por otro lado, la semana pasada el señor Benno me dijo que estaba considerando abrir un negocio propio con lo del negocio del papel y dejarle la Compañía Gilberta a Corina. El señor Otto pronto estará haciéndose cargo de llevar la Compañía Gilberta para que la señorita Corina pueda seguir centrándose en el taller y en criar a Renate.
Estaba entusiasmada. Después de la comida iría al taller de herrería para supervisar las letras encargadas a su herrero particular y luego al de carpintería para verificar como iba la creación de su primera imprenta, basada en lo que recordaba de la imprenta de Gutenberg.
—Por cierto, Myne. ¿Qué pasó con ese instrumento enorme que ofreciste al Sumo Sacerdote en el verano?
Miró a su madre de repente, sorprendida de que la mujer recordara ese detalle.
—Bueno, quedó terminado durante la última semana del otoño, pero con todos los problemas que hubo para sacar al Sumo Obispo y luego el invierno que se vino encima… el piano fue entregado apenas hace una semana. Todavía no he podido tocarlo.
Su padre llegó entonces y ambas niñas se afanaron en recibirlo, poner la mesa y compartir los alimentos.
Su madre acababa de retirarse a descansar a su recámara cuando su padre la llamó.
—¿Vas a ir mañana a visitar a tus futuros padres, Myne?
—Si, papá. Estoy aprendiendo mucho de la que será mi futura abuela y la que se hace pasar por mi hermana mayor.
Su padre le acarició la cabeza entonces con una sonrisa, asintiendo.
—Pórtate bien con ellas y aprende todo lo que puedas. Yo me estoy esforzando en la puerta este para que en algún momento me den mi cambio a la puerta norte. Estaré más tranquilo si soy yo quien le permite ir y volver a tu carruaje.
—¡Tú puedes, papá! ¡Cuento contigo!
Ambos se sonrieron con camaradería, golpeándose el pecho sin dejar de sonreírse el uno al otro antes de que su padre la mirara con seriedad.
—Myne, sé que es para curarte, pero… ¿Cuándo volverán a ponerte a dormir?
Lo pensó un momento.
Durante el invierno no pudieron salir a conseguir más materiales y con todos los problemas en el Templo durante el otoño, la estuvieron dejando en jureves de menor calidad los fines de semana, quedando sumergida por espacio de día y medio hasta que se terminó el primer mes del invierno.
—No aun, papá. Están buscando un momento adecuado para llevarme a la provincia de Haldenzel a conocer a la familia de Lady Elvira y a recolectar más ingredientes para hacer la medicina. Heidemarie dijo que al ser un jureve de mejor calidad que el inicial, es posible que duerma una semana cada vez en lugar de algunos días. Desean curarme lo antes posible.
Su padre suspiró antes de mirarla con una emoción que no estaba segura de reconocer, entre la resignación y el alivio, a decir verdad.
—Recuerda avisarnos cuando irás a hacer esa recolección y cuando empezarán a meterte ahí. Fue muy duro no tenerte en casa durante el invierno, será muy duro no saber de ti por una semana entera.
—Lo prometo, papá. Tal vez logre ser una niña normal para cuando sea el momento de bautizarme como noble a mediados de Fuego medio.
En realidad, no creía que pudiera ser normal, después de todo, una niña de siete años con industrias propias y la responsabilidad de los huérfanos de la ciudad y parte del funcionamiento del Templo no podía considerarse normal en modo alguno… por no hablar de sus memorias… o de las clases de japonés que estuvo dándole al nuevo Sumo Obispo durante el otoño e invierno.
La niña sonrió divertida al recordar al Sumo Obispo quejándose de que debió comenzar a enseñarle ese idioma antes de empezar a tejer su trampa porque habría hecho mucho más sencillo comunicarse para atrapar a Beezewants… No era como que pudiera hacer mucho al respecto ahora.
.
–Escuché que has creado una melodía nueva –comentó el Sumo Obispo, Ferdinand, con su seriedad habitual, tomando asiento en la sala de música apenas ella asintió.
–Bueno, sí. Algo así –confesó de pronto a la mitad de su práctica de harspiel.
A pesar de ser ahora la Suma Sacerdotisa, nadie le acortó el tiempo que tenía para practicar harspiel, dibujo o modales. Por desgracia, tanto Lord Ferdinand como Heidemarie decidieron que su letra había mejorado suficiente, de modo que sus clases de caligrafía, poesía y nobles eufemismos con Jenni era lo único que se acortó a un cuarto de campanada en lo que las otras disciplinas abarcaban media campanada cada una.
–Me gustaría escucharla. Tal vez pueda ayudarte a escribir una letra adecuada.
Por supuesto, después de practicar media campanada en el harspiel solía practicar media campanada en el piano. Todavía no era tan buena tocando como cuando era Urano, pero de momento era la mejor intérprete de dicho instrumento en todo el país, de ahí que estuviera "creando" nuevas melodías de manera constante, mismas que Rossina se encargaba de adaptar al harspiel de inmediato.
Myneira sonrió. Tal y como sospechó durante su primer encuentro en el templo, este hombre amaba la música y sentía cierta fascinación por ella.
Tetsuo solía mostrar su agrado por escuchar cierto tipo de piezas, pero nunca intentaba cantar. Podía interpretar bien un instrumento porque su madre lo había obligado a tomar lecciones de niño, igual que su propia madre la obligó a ella a aprender el piano. Al menos le terminó sacando provecho a esas lecciones y a los libros sobre instrumentos que estuvo leyendo durante el tiempo que duró su instrucción en esa vida. Justo ahora tenía la patente del piano con acceso a un porcentaje de las próximas ventas cuando se presentara el nuevo instrumento durante su bautizo y otro instrumento en proceso de fabricación. Una guitarra
A pesar de su pequeña campaña de comercialización, el harspiel seguía siendo el instrumento de los nobles, así que estaba obligada a practicar en ambos, dando mayor peso al harspiel para prepararse para su debut.
–En realidad… ya tiene letra, Sumo Obispo, aunque no la he practicado de manera adecuada todavía en el harspiel. Espero no tropezar mientras lo intento.
El chico asintió para ella, dándole una señal de que podía comenzar, mostrando su interés y curiosidad a flor de piel.
Myneira sonrió confiada.
Esta era una de esas pocas canciones de películas infantiles que habían encantado a su familia entera. Sus hijos solían hacerse bromas cantándola a dueto. Shuu y Akane incluso asistieron disfrazados de vikingos a una de sus convenciones de anime solo para bailarla frente a un montón de extraños y rematar con un beso apasionado. El vídeo de ambos circuló por mucho tiempo en la red y ella comprendió porque sus amigos se esmeraron tanto en el maquillaje y los detalles de sus disfraces en aquella ocasión… recordó que siempre quiso cantarla con Tetsuo, una pena que él no supiera cantar… o ella en aquella vida anterior.
Tomando aire, sus dedos se colocaron sobre las cuerdas, rasgando despacio la lenta introducción, suprimiendo la parte del silbido. Tenía poco que constantó que los nobles no consideraban los silbidos como algo… noble.
Por bravo mar navegaré.
Ahogarme yo no temo.
Y sortearé la tempestad.
Si eres para mí.
Un rápido vistazo a su audiencia y sonrió. Fue una buena idea repasar la traducción realizada.
Ni ardiente sol, ni frío atroz
Me harán dejar mi viaje
Si me prometes, corazón
Amarme por la eternidad
Estaba sonriendo. La canción cargaba con recuerdos agradables incluso con el cambio de idioma, y tal como en la lejana sala de cine, parecía tener hechizados a sus oyentes que la disfrutaban por primera vez.
Myneira tomó aire entonces y subió un poco el volumen, agudizando su voz para interpretar la parte correspondiente a la voz femenina.
Mi buen amor, tan dulce y leal
Me asombran tus palabras
No quiero una empresa audaz,
Es bastante si me abrazas.
Alguien se aclaró la garganta y la hizo levantar la vista, notando de inmediato las orejas de Lord Ferdinand poniéndose rojas, además de Rossina cubriendo la mitad de su rostro sonrojado.
Los ignoró un poco, sonriendo divertida y subiendo un poco más la velocidad y cambiando su voz a un tono un poco más bajo ahora, jugando con el ritmo y la idea del dueto.
Sortijas de oro te traeré
Poemas te voy a cantar
Te cuidaré de todo mal
Si siempre me acompañas.
.
¿Sortijas de oro para qué?
Poemas no me importan ya
Tu mano solo sostener
Mejor que eso no hay más.
.
Con tus abrazos y tu amor
En las danzas y en los sueños
En pena y alegría igual
Conmigo yo te llevo.
.
Por bravo mar navegaré
Ahogarme yo no temo
¡Y sortearé la tempestad
Si eres para mí!
Dio un último rasgueó definitivo, cortando con ello la canción y tomando aire, sintiendo su corazón latiendo tan rápido como si pudiera correr y jugar como una niña normal, levantando el rostro lleno de orgullo luego de poder cantar y tocar con todos los cambios de velocidad y tono que implicaba ese dueto cantado en solitario, encontrándose con rostros sonrojados y una mirada incrédula y… ¿horrorizada? del Sumo Obispo.
¿Tan mala había sido su interpretación?
–¡Myneira, a mi habitación oculta, AHORA!
'¿La canción no fue de su agrado? Estoy segura de que no desafiné nada y tampoco fallé las notas.'
Una mirada confundida a Rossina y notó que su joven maestra de harspiel estaba más que sonrojada… casi como si hubiera escuchado una canción vulgar.
'¿Pero qué demonios está pasando aquí?'
Luego de entregar su instrumento y despedirse, se dirigió a lo que ella y todos sus asistentes llamaban "cuarto de castigo" o "habitación de los regaños" desde que pusieran en marcha el plan para acabar con el falso Santa y de vez en cuando, solo para que el mocoso imberbe pudiera jalarle las mejillas y llamarle la atención de verdad.
.
Estaba sentada con las manos protegiendo sus mejillas sin quitarle los ojos de encima al apuesto muchacho que hacía de guardián para ella, el cual no dejaba de caminar de un lado al otro con lentitud, golpeando su sien antes de sentarse en su silla habitual frente a ella. Notó los ojos de él en sus manos, o más bien en sus mejillas cubiertas y luego de hacer un puchero de lo más extraño con sus labios, Ferdinand se cruzó de brazos con el rostro serio, dejando que un poco de su incomodidad se deslizara por su rostro.
–¡¿Qué, en el nombre de todo lo sagrado, fue eso?!
–¿Una canción para niños?
–¡¿De dónde sacas la perversa idea de que algo así de descarado es apto para niños?! –lo escuchó gritar, notando que tenía las orejas bastante rojas para ese momento–. ¿Abrazos? ¿La mano en la otra? ¡¿Tienes idea de lo descarado y carente de vergüenza que es todo eso?! ¡Por los siete! Si alguien te escucha cantar eso pensaran que te hemos estado obligando a…
–¿Cómo puede un abrazo o sostenerse las manos ser algo descarado?
Él se detuvo de sus quejas en voz baja mirándola incrédulo y ella solo se sintió más confundida, observándolo sin comprender, como si la respuesta fuera a aparecer escrita en la cara de Ferdinand por arte de magia.
–¿Qué?
–¡Es que no entiendo porque se molestan y sonrojan tanto! Lutz y Tuuri solían llevarme de la mano por la ciudad baja para que no me perdiera cuando era más pequeña y lenta. En cuanto a los abrazos, siempre recibo muchos abrazos de mis padres plebeyos… de Heidemarie también… incluso recibí un par de abrazos suyos cuando me sentí mal en el invierno y cuando le hablé de mi vida anterior y…
–¡Basta!
El joven estaba sonrojado incluso en el cuello y los pómulos ahora, lo cual le parecía sorprendente.
–Entre los plebeyos puede ser algo "normal" entonces, pero no entre los nobles, Myneira. ¡Nunca verás a un noble dándole la mano a otro o abrazando a otro en público!
–¡¿Pero, por qué?!¡No es cómo si uno estuviera intercambiando maná cada vez que…!
–¡Sigue siendo indecente!
Podía notarlo frustrado y escandalizado… casi como si ella hubiera estado cantando sobre sexo anal y tener orgías… ¡Que mente tan sucia era la mente noble si se ponían así por un abrazo y tomarse de las manos! ¿O debería más bien tacharlos de excesivamente inocentes? Cuando vivía en Japón, era cierto que no se veían muchas muestras de afecto físico en la calle, y de todos modos podía ver madres abrazando a sus hijos o algunas parejitas de estudiantes caminando tomados de la mano e incluso amigas muy cercanas para no perdeerse en la multitud. Quizás su poca familiaridad con la opción de estar intercambiando maná ante cualquier contacto físico le estaba jugando en contra, no estaba segura, pero eso la iluminó un poco en otro sentido.
–¿Por eso Heidemarie y Eckhart nunca me tocan a menos que esté enferma o necesite ser confortada? ¿No es porque no soy hermana biológica de Heidemarie?
El Sumo Obispo soltó un suspiro de alivio en ese momento y se tapó los ojos, haciéndola recordar la frustración que llegó a sentir las veces que ella intentó modelar la conducta de sus hijos tras sorprenderlos haciendo cosas indebidas según su cultura.
–Eso es correcto. Incluso entre madres e hijos, no es común que tengan tanto contacto una vez que los niños se acercan a su bautizo.
–¿Pero por qué? —volvió a preguntar un poco exasperada—. Los niños necesitan sentir el afecto de sus padres.
–¡Por el maná!
Lo miró más que incrédula y confundida.
Comprendía la repulsión por maná luego de experimentarlo con Cornelius, pero también comprendía el confort brindado por esa sensación de cosquilleo y de estar a salvo que experimentaba durante sus chequeos médicos que le hacían él y Heidemarie o las pocas veces que Heidemarie estaba dispuesta a darle un poco de afecto físico para resarcirla.Y tenía bien en mente lo que significaba compartir su maná o teñir a otro. De hecho, debería estar más preocupada por averiguar si era normal que su maná siguiera tiñendo las piedras en su herramienta para niños en un amarillo opaco en lugar de translúcido o no, pero eso parecía algo que ya no tenía ningún remedio y que tampoco le estaba causando ningún tipo de problemas reales.
Encima de todo, no parecía que Ferdinand fuera a explicarle más. Tendría que preguntarle a Heidemarie o a Lady Elvira cuándo tuviera ocasión de visitar la casa de los Linkberg. Por mientras, una idea de lo más graciosa se apoderó de ella.
Bajó de su asiento. Caminó los pocos pasos que la separaban de su víctima y tomó una de esas enormes manos entre las suyas, observándola con ojo crítico, comparando su temperatura, tamaño y grosor con las propias antes de levantar la mirada, encontrándose con que Ferdinand tenía un error de procesamiento y olvidando en ese momento su satisfacción por haber crecido un poco.
Decidió ir algo más lejos. No podía evitarlo. Sus ganas de fastidiar a este noble en particular eran demasiadas para ignorarlas, así que colocó la enorme mano bajo una de sus mejillas para ser acunada, presionando sin dejar de mirar como él se sonrojaba de nuevo de forma notoria, sintiendo una ligera descarga de mana agradable contra su rostro.
–Fuera de sentirme reconfortada, no encuentro nada desvergonzado en esto y seguro esa pequeña descarga fue más por la sorpresa que por otra cosa.
Lo soltó entonces, aprovechando la confusión creada por sus palabras para mover los largos brazos de Ferdinand a los lados y escalar hasta quedar arrodillada sobre él para abrazarlo con fuerza, frotando su rostro en el hueco de su cuello y constatando que el hombre olía a rinsham de maderas y no a pociones apestosas.
–Esto también es reconfortante. Mi energía incluso comenzaría a recargarse si me devolviera el abrazo, Lord Ferdinand.
Eso pareció traerlo de vuelta a la realidad porque sintió con claridad como intentaba tomarla de la cintura para alejarla. Ella se hizo para atrás entonces sin soltar sus hombros, sonriendo para contener la risa burlona que escaparía si se desconcentraba aunque fuera un poco.
–¿No te sientes reconfortado cuando te abrazo luego de un día muy duro? ¿O que la felicidad puede controlarse cuando estás muy exaltado y alguien te abraza?
–¡No tengo idea de lo que estás hablando, pero tomarse de las manos y abrazarse en la sociedad noble son actos reservados para intercambiar maná en la alcoba!
–¿Es como intercambiar saliva con un beso francés?
Nunca había visto a Lord Ferdinand tan rojo o incómodo en lo que llevaba de conocerlo. Le habría dado un beso en la mejilla si no creyera que eso era ir demasiado lejos, en cambio solo sonrió, dejando que el Sumo Obispo la bajara de su regazo.
–Preguntaré a mi familia noble el próximo día del agua. Les explicaré que intentaste advertirme de que las acciones que para los plebeyos son normales, para ustedes son desvergonzadas y que no entiendo la razón de ello si se supone que tienen tan buen control de su maná, ¿está bien?
Una vez estuvo en el suelo, notó a Lord Ferdinand desmoronarse en su asiento por un par de segundos, tapando sus ojos más que frustrado… haciendo que su corazón se estrujara.
Tetsuo hizo exactamente lo mismo la primera vez que su hija les llevó un novio a la casa para presentarlo cuando estaba en preparatoria… un motociclista de cabello rubio artificial que a Tetsuo no le agradó en lo más mínimo.
–Si lo has comprendido, vete de aquí.
Eso la desconcertó más. Ella no era una mala influencia… ¿cierto?
–¿Bwuhu?
–¡Fuera de mi habitación, Myneira!
Ella solo soltó un suspiro sin medir sus palabras.
–¡Con razón sigues soltero a pesar de ser tan apuesto y hábil! –susurró con fastidio al bajar, cubriéndose la boca apenas notar que las palabras se le habían escapado, mirando aterrorizada como un ojo dorado pálido asomaba por entre los dedos del hombre abatido en su silla, cuya comisura del labio se desvío hacia abajo con lo que parecía dolor y resignación.
–Eso ya lo sé –le respondió una voz carente de vida que la hizo respingar.
–¡Lord Ferdinand! ¡Lo siento! ¡Lo siento de veras! No fue mi intención insultarlo así, yo…
–Myneira…
El tono era imposible de confundir. Una súplica.
Lo había lastimado y ahora se sentía culpable.
No intentó escalarlo de nuevo, solo se aferró a lo que podía alcanzar del brazo que sostenía al Sumo Obispo, frotando su rostro en él para evitar llorar. De verdad estaba acongojada ahora.
–Me enojé porque me corrió. ¡Perdón! ¡No era en serio! No sé porque sigue soltero, pero yo me casaría con usted si no fuera tan pequeña y…
Una enorme mano comenzó a palmearle la cabeza de manera torpe, como si fuera la primera vez que hacía algo como eso, obligándola a mirar la cara de un hombre al que acaban de lastimar y que está dispuesto a perdonar el insulto de todos modos… aun si sigue lastimado.
–No tienes que casarte conmigo, Myneira… ya te dije que yo no soy tu anterior esposo y nunca lo seré. No necesitas forzarte a decir cosas que en realidad no sientes.
Se mordió el labio. Había metido el pie hasta el fondo.
–Lord Ferdinand es un hombre muy apuesto, inteligente y hábil… como mi Tetsuo, pero también es amable y gentil. Siempre tan controlado y atento, fuerte como para ser llamado por la orden de Caballeros a pesar de que ahora es un sacerdote… esas cualidades no son las de mi Tetsuo.
"Él era arrogante y burlón. Jamás se metía en peleas físicas y solo hacia ejercicio para mantenerse en buena forma porque su arrogancia lo hacía hasta cierto punto vanidoso. Si bien era gentil conmigo, no lo era con las demás personas, ni siquiera con su madre. Y nunca cuidaba lo que decía. Podía ser muy hiriente con sus palabras… además de que él no sabía cantar y no le gustaba mucho interpretar música. Cuando llegaba a tocar algo era porque los niños o yo lo obligábamos a ello…
"Usted de verdad disfruta la música. No son la misma persona. Eso lo tengo claro. No sé con quién me casaré cuando sea una adulta, pero si no es con usted, espero que sea con alguien parecido."
Lord Ferdinand parecía en shock. Su rostro descubierto ahora, inmóvil, como procesando lo que acababa de decir sin poder creerlo por algunos segundos. Luego, cuando volvió en línea, la miró otra vez, con las orejas rojas y los ojos muy abiertos.
–¿Por qué…?
–Porqué sé que puedo enamorarme de alguien como usted…creo, que usted es mi tipo. Me iré ahora. Lamento mucho haberlo lastimado.
Y eso hizo. Huyó pensando una y otra vez que nunca, jamás, debería hacer alusión a las razones de que un hombre tan excepcional estuviera solo.
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Con la primavera en su apogeo, tanto ella como los otros sacerdotes azules comenzaron a salir a las diferentes provincias para realizar los rituales de la primavera. En su caso, a pesar de no estar bautizada todavía se hizo una excepción por dos razones. En primer lugar, iría a Haldenzel escoltada por Elvira, Eckhart y su hermano Lamprecht. En segundo lugar, ahora que era Suma Sacerdotisa no podían dejarla fuera sin una buena razón dado que Ferdinand no era un Sumo Obispo corrupto como lo fue Beezewants.
Por supuesto que a su regreso a la ciudad se encontró con un científico loco mirándola como si durante el viaje le hubiera crecido una tercera cabeza o algo así.
—Entonces… ¿Myneira revivió un viejo ritual para llamar a la primavera?
El Sumo Obispo parecía estar considerando por donde comenzar a cortarla. Heidemarie parecía orgullosa. Myneira seguía de pie junto a su mesa de formulación colocando el blenrus y los otros materiales recolectados en el caldero donde estaba haciendo su jureve.
—¡Debió verla en el escenario de piedra, Lord Ferdinand! Eckhart dijo que fue de verdad impresionante de ver como el círculo mágico se elevaba en lo que cantábamos y seguíamos los pasos de la danza que acababan de efectuar los hombres… ¡Y la tormenta que siguió esa noche! Nunca había visto esa provincia más verde. El hermano mayor de Lady Elvira estaba tan complacido, ¡que me dejó tomar algunas muestras del blenrus y hacer dibujos y bocetos!Quizás haga un libro para mi querida hermanita en agradecimiento. Así tendrá dos libros de la familia en su repisa.
El jureve estuvo listo en ese momento y Myneira pudo voltear al fin, arrepintiéndose de inmediato cuando sus mejillas fueron apresadas y estiradas con un poco más de salvajismo del que ya estaba acostumbrada.
—Solo tenías que entregar los cálices y convivir con la familia de Elvira como una noble normal. ¿Cómo es que terminaste en el centro de algo tan grande?
—¡Awwww! ¡Awwww!... ¡Mis mejillas se van a desprender un día!... y en cuanto a lo que pasó… ¡No es mi culpa que la canción se pareciera tanto a los versos que vienen en una de las secciones de la biblia que tan amablemente me estuvo dejando leer durante el invierno y después de endilgarme su puesto anterior!
Tenía los brazos cruzados, mirando como Heidemarie estaba a punto de curarla cuando se sorprendió por ver una luz verde demasiado cerca de ella, notando que la curación fue ejecutada por el Sumo Obispo.
—En ese caso, el próximo día del fuego vas a mostrarme con exactitud EN DONDE dice eso dentro de la Biblia.
—Por ahí hubiéramos comenzado —se quejó la pequeña todavía sobando sus mejillas antes de correr a buscar refugio entre los brazos de Heidemarie, volteando un momento a verlo para mostrarle la lengua e ignorarlo.
—Myneira —la llamó entonces Heidemarie, despegándose un poco de ella—, Lady Elvira y yo deseamos reunirnos con la señora Effa, con Tuuri y con la señorita Corina lo antes posible. ¿Crees que puedas preguntarles cuando es un buen momento para ellas?
—¡Por supuesto! —comentó extrañada antes de soltarse del todo y lanzar una mirada ansiosa al jureve que el Sumo Obispo estaba colocando en un frasco especial—. Hablando de ellos… Gunther me pidió que les avisara cuando vaya a ser metida de nuevo en el jureve. Dijo que quieren prepararse… ¿podría ser hasta dentro de una o dos semanas? ¡Kamil acaba de nacer hace medio mes y es tan adorable cómo Dirk, el bebé con devorador que llegó hace poco al orfanato!
Estaba de verdad extasiada. Desde que naciera su hermano menor volvía tan pronto como su cuerpo lo permitía para poder ayudar a cuidar de Kamil, vigilándolo, dándole un baño, sacándole el aire o cambiándole el pañal. La verdad no sabía que extrañaba esa parte de ser madre aun si en su momento le pareció un poco engorroso.
La risita de Heidemarie y el suspiro de fastidio de Lord Ferdinand la pusieron en alerta, mirando de uno a otro antes de ladear un poco su cabeza.
—¿Qué te parece si me pongo de acuerdo con Effa al respecto? Creemos que estarás una semana en el nuevo jureve, pero… debido al blenrus que te obsequiaron, no estoy tan segura.
Myneira soltó un leve suspiro y luego volvió a poner la sonrisa noble con la que tanto insistían Hanna, Rossina, Heidemarie, Lady Elvira e incluso el Sumo Obispo. Le parecía increíble que a Eckhart fuera al único de los nobles adultos a quien no le molestara para nada si no ponía esa mueca en su rostro.
—Entiendo, le comentaré a Gunther sobre la variable en la ecuación.
—La… ¿qué?
El Sumo Obispo le dedicó una mirada cansada conforme la tomaba de la mano y la dirigía a la salida.
—Ve con tus asistentes a terminar tus obligaciones AHORA, yo le explico lo que acabas de decir.
Estaba a punto de hacer algún comentario al respecto cuando se dio cuenta de que estaba fuera de su habitación oculta con la puerta cerrada casi en su nariz.
'¿En serio era necesario que me sacara de ese modo de MI propia habitación? ¿Y por qué está explicando esas palabras a Heidemarie? ¡No pudo haber aprendido tanto japonés tan rápido, ¿o sí?!'
Estaba a punto de comparar a Lord Ferdinand con Tetsuo de nuevo cuando sus asistentes le llamaron la atención, haciéndola suspirar. Al parecer todos habían escuchado la orden dada por el Sumo Obispo.
Increíble.
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—¿Por qué no puedo llevármela a casa para vigilarla? ¿Se supone que es mi hermana?
No estaba segura de la razón, pero le parecía que Heidemarie, quien ahora se peinaba con un elegante moño en la nuca, se estaba volviendo más y más protectora con ella, al grado de estar discutiendo en ese preciso momento con el Sumo Obispo.
—Cómo su hermana puedes venir a verla. No sabemos cuánto tiempo va a dormir o cómo afectara este nuevo jureve a su recuperación, así que seré yo quien la vigile.
—Lord Ferdinand, con todo el respeto que usted merece como mi señor y el objeto de mi admiración… ¿no le parece que es un poco inapropiado que usted esté entrando y saliendo de la habitación oculta de mi hermanita en el templo mientras ella duerme en ropa interior ahí dentro?
—¡Heidemarie! —la regañó Eckhart para incomodidad de Myneira—. Si Lord Ferdinand cree que lo mejor es que él la vigile, entonces debemos confiar en él y dejarlo que la vigile.
—¿Qué? Pero… ¿por qué justo cuando necesito que te portes como Cornelius no lo haces? ¡Es inapropiado! ¿No lo ves?
El Sumo Obispo parecía empezar a tener una de sus jaquecas cuando las cosas no salían como esperaba. Heidemarie estaba cada vez más y más molesta y Eckhart… no podía importarle menos lo que pasara con ella siempre que la voluntad de su señor se cumpliera. Eso no iba a terminar bien. Myneira se puso en pie, rodeando la mesa del té donde estaban reunidos bajo la herramienta antiescuchas de rango específico. Tomó la mano de su hermana entre las suyas, sonriéndole de pronto, descolocando a la erudita lo suficiente para que dejara su enfado en el olvido por un momento.
—¿Qué ocurre, Myneira?
—Ahm… entiendo que estés preocupada por… el decoro y todo eso, querida hermana, pero confío en los conocimientos del Sumo Obispo. Además, me siento más tranquila cuando lo veo al despertar del jureve. Es como asegurarme de que el mundo sigue como debe de estar y en realidad no es la primera vez que voy a usar el jureve en el Templo. ¿Podrías dejarme aquí solo esta vez? Estoy segura de que en cuanto el Sumo Obispo esté seguro del comportamiento de mis cúmulos con este nuevo jureve y la duración del mismo, te permitirá llevarme contigo para el siguiente.
Heidemarie parecía asombrada antes de mostrar un leve sonrojo en sus mejillas, dedicándole una mirada curiosa al Sumo Obispo, quien, por su parte, solo soltó un suspiro de cansancio antes de decir que, en efecto, cuando estuviera seguro de las variables la dejaría ir a donde quisiera para su jureve. Eckhart solo miraba a Heidemarie con una pequeña risa burlona y a ella con aprobación.
—¿Estás… estás segura?
Myneira arrugó un poco el cejo antes de soltar un suspiro rápido sin soltar a Heidemarie. En realidad, no quería ir hasta la casa de los Linkberg y gastar ahí dos días, uno al llegar y otro al regreso, que bien podría pasar con Kamil o con su madre.
—¡Por completo, querida hermana! Me dijiste que confiara en Lord Ferdinand y lo escuchara con atención y es lo que he estado haciendo.
Más tarde, cuando Heidemarie y Eckhart se retiraron y el Sumo Obispo le dijo, con las orejas todavía muy rojas, que apreciaba su confianza, ella le dedicó una sonrisa demasiado arrogante.
—Si bien lo que dije no era mentira, le prometí que me dejaría estudiar como una buena cobaya. Y dos días lejos de Kamil son dos días que jamás podré recuperar, así que… ¡Awww! ¡Awww! ¡Awww! ¡is ejiias! (¡mis mejillas!)
—¡Tú, en serio…! Te voy a agradecer que dejes de darle a todo el mundo la impresión equivocada.
Sus mejillas fueron liberadas y una bendición de curación le llegó de inmediato. Podía sentir las miradas de lástima y confusión que sus asistentes y los del Sumo Obispo debían estarle dedicando ahora, sin saber que estaban diciendo debido a que Lord Ferdinand no solo no retiró la herramienta antiescuchas, sino que la llevó con él dentro del rango.
—Tu hermana cree que tienes un raffel por mí, ¡tonta!
—¿Raffel? No creo que se esté refiriendo a la fruta, entonces… Ahm… ¿le importaría explicarme eso o debo preguntarle a Jenni?
El rostro del Sumo Obispo se coloreó de rosa mientras sus dedos se movían de manera peligrosa, poniéndola sobre aviso para cubrir sus mejillas de inmediato, observándolo rechinar los dientes apenas un poco antes de cruzarse de brazos y mirar a otro lado, recomponiéndose.
—Pregúntale a Jenni y ni una palabra de todo esto. ¿Entendido?
—¡Si, sensei! —respondió ella cuadrándose de inmediato y haciendo un saludo militar antes de salir huyendo por la pequeña broma. Sus mejillas ya habían sufrido demasiado por el estrés del mocoso.
Notes:
Notas de la Autora:
Espero estén disfrutando con la dinámica de estos dos. Si alguien se lo pregunta, Heidemarie shippea a Myneira con Lord Ferdinand, a diferencia de Eckhart, que solo quiere complacerlo.
Dado que soy una auténtica desesperada, voy a cambiar la fecha de publicación a los domingos, después de todo, mis hijas ya volvieron a la escuela xD.
En fin, que tengan un excelente domingo e inicio de semana. Nos estamos leyendo.
SARABA
Chapter 16: El abuelo musculoso y el bautizo de la Santa
Chapter Text
Cuando al fin despertó del jureve descubrió que estuvo sumergida por más de dos semanas. El Sumo Obispo, con ella todavía en brazos, se lo explicó. Si bien la ayudó a salir de la tina, le hizo un waschen y luego la cubrió con una capa pequeña para sentarse a conversar bajo su ventana, no hizo ademán alguno de sacarla de la habitación.
Poco después, Heidemarie estaba ahí deshaciéndose en abrazos para con ella antes de guiarla a qué la asearan en tanto Lord Ferdinand supervisaba que su bañera fuera drenada y colocaran el círculo médico.
Esta vez la vistieron toda de blanco con un diseño que dejaba descubierta su espalda antes de dejarla pasar a su habitación oculta sin sus calcetas.
–Este sería un diseño muy útil para examinación de enfermos –comentó Heidemarie antes de agacharse para encender el círculo, dejando los conductos de maná de Myneira a la vista.
–Tienes razón. El diseño parece descarado y provocativo a primera vista, pero sería más que útil para revisar la salud de otros a profundidad.
La niña sonrió de pronto, calculando costos de materia prima, mano de obra y transportación.
–¿Estaría bien vender de estos? –preguntó de pronto–. Es un diseño bastante sencillo, podría usarse incluso como ropa interior. Creo que podría diseñar una camisa con la misma abertura para hombre, ¿cuánto estarían dispuestos a pagar por uno de estos?
A su espalda, el Sumo Obispo soltó un suspiro de desesperación y su hermana un par de risillas divertidas. Que no vieran el valor comercial de esto le iba a dar algo.
'¿Los nobles no tienen idea de los beneficios que se pueden hacer por dar a las cosas un precio acorde o es solo porque no parecen ser pobres?'
Myneira tuvo que hacer de lado sus pensamientos cuando ambos sanadores comentaron sobre cuánto habían disminuido sus cúmulos. Si bien quería hacer dinero y buscar nuevas formas de que su familia consiguiera los fondos para mudarse al norte, si no tenía salud y moría, nadie más vería por sus padres y sus hermanos.
–Los tres que tenía de este lado desaparecieron por completo –musitó Heidemarie.
–Y el que está arraigado a su órgano de mana parece haber disminuido de manera considerable… los cúmulos que tenía en esta área tampoco están.
Sonrió recordando como lo último que recordaba antes de despertar era el apacible paisaje en qué estuvo deshaciendo piedras con su regadera de agua rosada, felicitándose a sí misma por un trabajo bien hecho.
–¿Qué opinas, Heidemarie?
–Hmm… quizás con dos tratamientos más de la misma calidad… aunque no estoy del todo segura. Puede que necesite menos tiempo.
–Estoy de acuerdo contigo. Habrá que sumergirla dos veces más. Es posible que la segunda dure menos tiempo. Posiblemente una semana. Deberíamos programar entonces una sesión más durante el primer mes del verano y la segunda sesión para el tercer mes.
–Entiendo. En ese caso, la estaríamos bautizando en Fuego medio. Es una excelente idea, milord.
Las líneas rojas desaparecieron entonces y ella se apresuró a meterse detrás de su biombo para comenzar a colocarse las calcetas y los ligueros experimentales de correa en tanto los dos adultos seguían afinando detalles.
Para cuando Heidemarie la alcanzó para ayudarla a colocarse la túnica azul notó que su hermana se veía contenta.
–Hermana… ¿Cuándo van a casarse tú y Eckhart?
–Supongo que no te lo han explicado aún debido a que no has sido bautizada, Myneira. Cómo Suma Sacerdotisa deberías estar informada, de todos modos.
A continuación, Heidemarie comenzó a explicarle los pormenores del Enlace Estelar que se llevaba a cabo al atardecer y la subsecuente socialización que se realizaba por parte de los solteros. Ese día, al volver a su casa y sostener un libro grueso frente a Kamil, sus padres le recordaron sobre los festejos y los juegos con agua llevados a cabo con frutas de Taue por todos los solteros durante el Festival de las Estrellas y del verdadero significado de dicha celebración.
–¡Los niños del orfanato se divertirían bastante jugando así! –comentó Myne cerrando el libro para guardarlo antes de cargar a Kamil y llevarlo con su madre, un poco cansada de que su hermano menor siguiera llorando cada vez que ella lo cargaba.
–¿Tenías hambre, Kamil? –preguntó su madre, sonriendo luego de retirarse la mitad de la blusa para amamantar al bebé, el cual se prendió de inmediato a su pecho.
–Sospecho que no le agrado –suspiró Myne sosteniendo su cabeza entre sus manos, con los codos en la mesa y dejando sus pies balancearse bajo el banco sin dejar de mirar–. Le leo libros, le saco el aire, le cambió el pañal, le canto… ¿Por qué sigue llorando cuando lo cargo?
Tuuri y su padre se rieron de ella desde el otro lado de la habitación, cada cual sin dejar lo que hacían en ese momento.
–Es solo un bebé, Myne –le sonrió Tuuri–, no puede ser que le desagrades.
–¡Contigo no llora! –reclamó la peliazul haciendo un puchero.
En realidad, no entendía que pasaba. Ni los hijos de Shuu, ni sus hijos, ni sus nietos se comportaban así con ella. Por supuesto no todo eran hermosas risas de bebé, en especial con su hija que tenía un temperamento más fuerte que el de ella o el de Tetsuo… aun así.
–No le des tantas vueltas, Myne –intentó consolarla su padre–. En este momento es un bebé muy pequeño. Conforme crezca y se dé cuenta de que tiene un par de hermosas hermanas mayores, y que una de ellas le hace esos bonitos libros que cada día mira con más atención, dejará de llorar contigo. Solo ten paciencia.
–Supongo que le rezaré entonces a Duldsetzen para que me ayude a esperar hasta que Kamil deje de llorar cuando me ve.
Algo en que se dejara caer sobre la mesa como si se estuviera escurriendo o en su mueca debió ser muy gracioso por qué sus padres comenzaron a reír de inmediato. Ella solo suspiró. En ocasiones como esas era liberador recordar que solo tenía siete años.
–Por cierto, el Sumo Obispo y Heidemarie decidieron cuando me meterán de nuevo en jureve. El siguiente parece que será tan largo como este, esperarán un mes y luego volverán a meterme. El Sumo Obispo cree que el último durará un poco más de una semana.
Cuando terminó de hablar, notó que solo escuchaba el crepitar de la hornilla, obligándose a levantar la cabeza y notarlos a todos mirándola como si se hubiera convertido en un mapache o en un panda rojo.
–¿Eso… eso qué significa? –preguntó su padre sin moverse o dejar de mirarla.
–Que seré una niña sana cuando llegue el otoño.
El cuchillo de su padre y el juguete de madera quedaron relegados al olvido, así como las verduras que Tuuri había estado pelando. Ambos la abrazaban ahora. Su padre parecía sollozar sobre su hombro y su hermana sonreía sin soltarla.
–¡Es una gran noticia, Myne! –exclamó Tuuri.
–¡Es la mejor noticia que pudieron darnos! ¡Mi preciosa Myne podrá disfrutar de estar sana!
Sonrió tratando de devolverles el abrazo a ambos, mirando a dónde se encontraba su madre, la cual la veía con una cálida sonrisa, limpiando sus ojos con su ropa.
–¡Es un alivio! ¡Podremos verte crecer! ¡Podrás tener tu propia familia, Myne!
Ella solo sonrió más, regodeándose en el calor y el afecto esa noche, antes de ir a dormir.
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Con el fin de semana llegó su visita semanal a la casa de los Linkberg. Para ese momento estaba tan habituada como lo había estado a ir a trabajar a la biblioteca de la universidad.
Cómo cada fin de semana, tomó el almuerzo con Heidemarie y la familia de Eckhart. Practicó el harspiel con los chicos y luego estudiaron juntos por una campanada, usando los materiales experimentales que recién fueron fabricados según sus instrucciones.
Un mapa de madera de Ehrenfest que podía desarmarse en zonas Giebe y la capital. Flashcards sobre personajes históricos, un memorama de dioses e instrumentos divinos. Una larga línea del tiempo en papel plegable donde iban colocando anotaciones e imágenes de los sucesos importantes del Ducado debajo de la línea del tiempo y los del país por encima de la misma.
Para ayudar a Lamprecht y a Cornelius con sus números podían jugar 21 con las cartas o un basta numérico que trajera operaciones sugeridas por el profesor.
Cuando terminaron su sesión de juegos y estudios, sus futuros tíos parecían bastante felices de haberle ganado algunas galletas en varios juegos. Entonces pasó algo que no se esperaba de modo alguno.
–¡Karstedt! ¡¿Qué significa esto?! –bramó un hombre musculoso y de aspecto similar a Lord Karstedt aunque parecía varios años mayor–. ¡¿Desde cuándo tienes una hija y porque no se me informó de esto?! ¡¿Es que acaso me odias?! ¡Sabes cuánto tiempo llevo esperando por una linda niña entre mis descendientes y me la escondes!
Myneira miró a un lado y a otro antes de señalarse a sí misma, aterrada, notando como Lamprecht y luego Cornelius se pusieron de pie frente a ella, como escudándola del aterrador viejo.
–¡Abuelo, ella no es nuestra hermana! –reclamó Cornelius de inmediato.
–¿Qué no es tu hermana? Eso significa que no es hija de Elvira… ¿Entonces… es hija de Rozemary? ¡Esa víbora con piel de shumil te dio una hija, ¿y no me informaste de nada, Karstedt?!
Myneira tenía los ojos muy abiertos por aquel arrebato de furia. Los otros Linkberg rodearon al hombre para tratar de calmarlo. Incluso Eckhart estaba ahí tratando de explicar la situación cuando Elvira y Heidemarie entraron detrás de ambos y ella hizo lo único que parecía tener lógica para que el ruidoso viejo se dignara escuchar… fingió estar llorando y corrió a esconderse tras las faldas de Heidemarie.
–¡Hermana, auxilio! ¡Tengo mucho, mucho miedo! ¡Buaaaaa!
El acto fue tan bueno… o tan malo, que todo pareció congelarse en tanto ella seguía llorando con todas sus fuerzas, evocando en su mente la frustración de que a pesar de haber pasado casi una temporada, Kamil solo llorara con ella y se riera con Tuuri. ¡Cuan injusta podía ser la vida!
–¡Oh, dioses! ¡Suegro, asustó a Myneira! –regañó Lady Elvira sacando una piedra de su saco en la cadera para presionarlo contra la frente de la pequeña–. ¿Cuándo aprenderá a escuchar antes de empezar a gritar y hacer rabietas como un bruto dunkelfergiano?
Lady Elvira y Heidemarie estaban ahora de pie junto a ella haciendo de escudo. Heidemarie incluso comenzó a palmearle en la cabeza con afecto, dejándola permanecer escondida un momento más.
–Lord Bonifatius, lamento mucho la confusión. Esta es mi hermanita menor, Myneira, a quien mi madre me pidió esconder en la ciudad baja y que ahora permanece oculta en el templo. Eckhart y yo vamos a bautizarla a mediados del verano.
Lady Elvira le dio un par de palmaditas en el hombro y ella se limpió los ojos y la nariz con el pañuelo que le estaban ofreciendo. En realidad, quería llorar más por su desgracia como hermana mayor, pero eso era imposible. Su pequeño momento de desahogo se terminó, según parecía.
–Tranquila, Myneira. Todo está bien ahora –la consoló Lady Elvira arrodillada a su lado–. Limpia bien tu rostro y preséntate como te hemos enseñado. El hombre que entró gritando insensateces es el padre de Karstedt, Lord Bonifatius. No te hará daño. Lo prometo.
Ella solo asintió, guardando su frustración como guardaba su maná y se calmó lo mejor que pudo, esperando a que Heidemarie curara sus ojos para poder salir de entre ambas mujeres y contemplar al enorme gorila en armadura salido solo los dioses sabían de dónde.
Si bien estaba teniendo dificultades para acercarse y arrodillarse no era debido a que fuera tímida o a qué necesitara cerca a Heidemarie… solo estaba preguntándose si no tendría que ofrecerle primero papayas y plátanos al hombretón aquel que no dejaba de mirarla como si planeara usarla para golpearse el pecho.
Tomando aire y cerrando los ojos para desechar aquellas estúpidas ideas dio el largo y tedioso saludo de primer encuentro que le estuvieron taladrando desde que fue adoptada por Heidemarie hacía tres temporadas. Cuando el intercambio casi estilo Ent concluyó, se puso de nuevo en pie, sosteniendo sus manos y mirando al hombre, asegurándose de parecer asustada todavía, con la esperanza de no terminar estampada cuál calcomanía en alguna pared. El hombre la observó con atención, arrodillándose frente a ella y luego agachándose como si quisiera hacerse tan pequeño como ella. Una tarea casi imposible.
–Entonces, ¿dices que es tu hermana menor, Heidemarie?
–Así es, milord.
–¿Y tú y Eckhart van a bautizarla?
–¡Por supuesto, abuelo! –respondió ahora Eckhart a su espalda, como si intentara respaldarlas a las dos–. Ya que la cabeza de mi familia será Heidemarie, Myneira no tendrá que perder el nombre de su casa.
–¿Están seguros de que es una buena idea? –preguntó el hombre rascando su barba sin dejar de mirarla a ella y a Heidemarie
–¡Abuelo! –se quejaron Eckhart y Cornelius a la vez, cosa que la desconcertó bastante.
–No estoy hablando contigo, Eckhart, sino con tu prometida –ladró el gorila castaño ignorando de forma olímpica a Cornelius–. Tu madre y luego tu padre murieron. Tu casa la controla una diosa del agua veronicana que está a nada de acabarse hasta el último cobre de valor de los Liljaliv y ahora resulta que tienes una hermana pequeña que ha tenido que ser ocultada en la ciudad baja… y luego en el templo.
El modo en que el hombre escupió las dos ubicaciones no le gustó nada. Su pequeño acto de niña asustada se desvaneció en ese momento y alguien de los adultos a su espalda debió notarlo porque sentía con claridad una mano apretando su hombro como un recordatorio de que debía calmarse. La expresión del viejo solo se agudizó.
–Veo que tiene agallas, pero eso no será suficiente para mantenerla a salvo –murmuró el hombre con un brillo repentino en los ojos antes de mirar a los adultos tras ella–. ¿Por qué no dejan que yo la bautice?
–Padre, piense un poc…
–¡Seguirá siendo parte de tu familia, y yo las protegeré a las dos! ¿Qué tendrían que perder? –insistió el hombre de pronto, regalándole una enorme sonrisa bonachona que, suponía, intentaba calmarla y ponerla de su lado.
–Lord Boni…
–¡Incluso podemos cambiarle el nombre para ocultarla! –continuó el hombre ignorando ahora a Heidemarie como si ella no fuera quien tuviera que decidir.
'Sigo sin entender de dónde salió este gorila en armadura, pero algo me dice que ya lo perdimos' pensó Myneira sin saber cómo actuar ahora, volteando atrás para pedir ayuda. El mensaje debió ser recibido porque tanto Eckhart como Heidemarie se plantaron entre ella y el gigante raro y gritón.
–¡Lord Bonifatius, le agradezco mucho su intención, pero…
–ADEMÁS, una pareja de recién casados no tiene ni idea de cómo criar a un niño. Deberían estar ocupados rezando a Entrinduge con ayuda de Bremwärme y Beischmacht en lugar de estar cuidando de una niña de cinco años… ¿Cuándo dijeron que van a bautizarla?
En serio no entendía que demonios estaba sucediendo y necesitaba un traductor de eufemismos con urgencia para comprender porque su hermana y su futuro padre bautismal se habían tensado y ahora parecían tener un error de procesamiento.
'¡¿Y se supone que estos son los nobles más confiables que me podía conseguir como padres, Lord Ferdinand?! ¡Me siento tan decepcionada que no sé ni cómo actuar!'
La siguiente media campanada se les fue en discutir con el hombre sobre porque no podían dejarlo bautizar a la niña, a lo que luego vino la comida… junto con un montón de explicaciones, preguntas y halagos por parte del hombre. Al menos era un alivio saber que no vivía a base de plátanos, papayas y mangos porque no estaba segura de en donde conseguir las últimas dos frutas.
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–¿Qué haces?
La segunda campanada tenía rato de haber sonado en la lejanía. Myneira estaba por terminar con su sesión de yoga
–Ejercito –respondió con calma luego de elongar hacia el otro lado en la postura del guerrero con su "ropa de montar" como llamaban todos a la túnica que la obligaban a colocarse.
–Ese es un ejercicio muy curioso. Nunca lo había visto. ¿Para qué sirve?
–Me ayuda con mi equilibrio, elasticidad y concentración –dijo en un respiro antes de deshacer la postura y comenzar con sus ejercicios de radio calestenia.
–Estos si los conozco, pero no te harán más fuerte. No si quieres ser una mujer caballero.
Estaba por responder cuando notó que Lord Bonifatius la estaba imitando ahora con bastante facilidad. Decidió ignorarlo y seguir un poco más.
–No quiero ser una mujer caballero. Seré una erudita como mi hermana y Lord Ferdinand.
–Ferdinand solía ser el Lord Comandante, ¿sabías? No es solo un erudito.
–Lo sé –respondió con calma–. Fue él quien me puso esta rutina.
–¿También los movimientos de hace rato?
–No. Esos los hago yo desde hace más de un año. Antes era tan enfermiza, que no podía salir por mucho tiempo de la cama. Mi hermana dice que es porque mamá murió poco después de que yo nací.
–Eso es posible –le respondió el hombre de inmediato, mirándola de nuevo sin dejar de imitarla–. Esto te fortalecerá un poco, pero no lo suficiente para protegerte. Su madrastra podría intentar cazarte si cree que tenerte le dará algún beneficio extra.
–Mi hermana dice que nuestros abuelos murieron. No quedan más Liljaliv que nosotras y el otro hijo de papá. El que vive en la finca.
El hombre gruñó una afirmación y ella dio gracias a qué Heidemarie se empeñara en contarle la historia de su familia cada noche de fin de semana desde que empezaron a montar el circo aquel. Myneira se sabía tantos detalles y datos curiosos de los Liljaliv, que estaba más que tranquila hablando con el padre de Lord Karstedt.
–Así que… has estado sobreviviendo oculta entre plebeyos. ¿Te hicieron algo esas ratas?
Se detuvo en ese momento, mirando con desprecio al hombre que seguía todavía con los ejercicios.
–Los plebeyos NO SON ratas. De no ser por la familia que me acogió, yo habría muerto muchos años atrás.
Bonifatius se detuvo también, mirándola con el ceño fruncido y una ceja levantada. Ella lo imitó en el acto, cruzándose de brazos y torciendo la boca en una obvia mueca de fastidio. King Kong no la iba a intimidar solo por hacerle una mueca.
–Bien. Te creeré si estás tan dispuesta a defenderlos. De todas maneras, no debieron dejarte con ellos… de hecho, no deberían dejarte en el templo justo ahora, deberías estar aquí con tu hermana, rodeada de caballeros archinobles que pueden protegerte.
–Mi hermana dice que no es apropiado que yo también viva aquí por el momento, además, Lord Ferdinand se está haciendo cargo de mi educación como mi guardián provisional. Tener al anterior Lord Comandante protegiéndome no puede ser poca cosa.
Por un momento temió haber hecho enfadar al abuelo de Eckhart, sin embargo, el hombre pronto estalló en carcajadas, doblándose sobre sí mismo antes de arrodillarse de nuevo para mirarla a los ojos.
–Bendecida por Angriff y Mestionora además de por Cuococalura según puedo ver. Serías una excelente hija de caballeros archiducales si me dejas adoptarte.
–Gracias, pero no gracias. Estoy feliz de poder seguir al lado de mi hermana mayor hasta alcanzar la adultez.
–¡Y obstinada también! Hermelinda estaría más que feliz de adoptarte.
–¿Quién es Hermelinda?
–Mi segunda esposa. La madre de Karstedt murió, sin embargo, Hermelinda le tiene tanto aprecio como a nuestro otro hijo, Caspian. Siempre quisimos una hija, pero los dioses solo nos concedieron varones. Esperaba que alguno de ellos me daría una hermosa nieta a la cual mimar, pero los dioses se nos resistieron de nuevo. Karstedt solo ha producido varones, y lo mismo pasa con Caspian y su esposa. Solo un niño.
Lo pensó un momento antes de sonreír de pronto, tratando de adoptar un aire adorable y acercándose un paso a él.
–Bueno, dado que Eckhart será mi padre bautismal… ¿eso no lo convierte a usted en mi bisabuelo, Lord Bonifatius?
Ya fuera por su táctica ladina o por las ansias de este hombre de tener descendientes femeninas, no importaba. El rostro de Bonifatius se cruzó de carmín en ese momento y sus ojos volvieron a chispear.
–¡Y como bisnieta de la casa Linkberg debo protegerte, Myneira!
Este hombre era un tanto frustrante y bastante terco.
Cómo bibliotecaria y madre de dos había lidiado con hombres como él toda su vida. Peor aún, estuvo casada con uno… o sea, amaba a Tetsuo con locura, pero no podía negar que el hombre solía ser bastante terco en ocasiones.
Pensando en esto, la pequeña sonrió para esconder un diminuto suspiro. Hacía un tiempo que logró hacer las paces con la idea de que tal vez no podría encontrar a Tetsuo en esa vida, ¡pero eso no significaba que además de atraer bichos raros quisiera rodearse también de bisabuelos musculosos y tercos!
–Querido bisabuelo –dijo tratando de imitar el aire refinado y elegante de Elvira, viendo como eso daba por completo en el blanco–, agradezco mucho su preocupación, pero me sentiría mal si tuviera que abandonar tan de repente a mi hermana mayor. Lo entiende, ¿verdad?
Era una suerte que no estuvieran en el Templo ni Lord Ferdinand a su alrededor o ya le estarían jalando las mejillas por ser "tan desvergonzada".
'En mi defensa, debo usar las armas a mi disposición. Soy pequeña y tierna por tener siete años. Lo siento, pero lo tenía que hacer, algo me dice que un abrazo suyo me rompería las vértebras y su furia me dejaría hecha pomada.'
–Entiendo… de verdad entiendo… –murmuró el hombre antes de soltar un suspiro y mirarla de nuevo–. Bien. Dejaré que ellos te bauticen y te eduquen, pero si no me gusta cómo se dan las cosas, te adoptaré en invierno. ¿Estás de acuerdo?
'¡No! ¡Solo tengo siete años! ¿Cómo porque me está proponiendo esto? ¿Estamos en una corte de divorcios o algo así?'
–Querido bisabuelo, temo que eso debería hablarlo con mi hermana mayor y con Eckhart, no conmigo. Apenas van a bautizarme.
El hombre se cruzó de brazos, soltando un largo suspiro con los ojos cerrados.
Para su sorpresa, después de ese día, Bonifatius se aparecía para comer cada fin de semana.
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La primavera llegó a su fin. Con el inicio del verano llegaron los bautizos de los plebeyos, el festival de las estrellas y el enlace estelar de su hermana y Eckhart.
Si bien por la mañana los niños del orfanato se divirtieron lanzándose taues como los niños plebeyos, también descubrieron que esas semillas absorbían mana y brotaban trombes.
Aunque Myne seguía asustada por esas terribles plantas come maná, también era cierto que tenía curiosidad por saber qué tipo de papel saldría de utilizar las ramas y troncos menudos que brotaron del suelo. Cuando la actividad terminó, solicitó a Fran que reuniera a algunos asistentes grises del orfanato para remover todas las raíces que quedaron y recolocaran las baldosas del suelo. Sería peligroso si alguno de los niños corría o transportaba algo por el patio y tropezaba debido al desperfecto.
Por la tarde asistió al Sumo Obispo para aprender sobre el enlace estelar y presenciar la unión de su hermana y de Eckhart. Al principio se sorprendió mucho de que las parejas se vistieran en diferentes colores y no en blanco, crema o rojo… después comprendió que, para esa cultura, la temporada de nacimiento era tan importante que por eso todos se bautizaban, festejaban la mayoría de edad y se casaban portando los colores de su estación. Era una forma de agradecer al Dios del que tomaban influencia y buscar su beneficencia… o al menos eso era lo que pensaba.
La mayoría no creía en los dioses, aún si los nobles obtenían respuesta inmediata al rezar. Incluso el Sumo Obispo se mostraba huraño al respecto.
Ese fin de semana no fue a la finca Linkberg. Se quedó en casa con su familia y por primera vez, Kamil sonrió en sus brazos, haciéndola sentir que no era una hermana mayor fallida.
A la semana siguiente se despidió de sus padres y sus hermanos antes de retirarse al barrio noble por dos o tres semanas. Que el ruidoso abuelo de Eckhart estuviera ahí fue solo un poco desconcertante. Al menos ese día Lord Ferdinand la acompañó desde el Templo en lugar de su hermana para sumergirla en jureve.
–¡Ferdinand! ¡¿Cómo tuviste el descaro de evitar que viera a mí preciosa bisnieta la semana pasada?! ¡¿Tienes idea de cuánta ilusión me hacía verla?!
El Sumo Obispo soltó un suspiro, pellizcando un poco el puente de su nariz y ella lo imitó. ¿Por qué lo primero que salía de la boca del viejo caballero era un reclamo?
–Heidemarie y Eckhart estaban ocupados con su propio vínculo como para imponerles la estancia de Myneira, Bonifatius. Además, yo no la retuve, se habló y acordó esto con su hermana de antemano.
–¡Pudiste traerla de todas formas para que socializara con el resto de su familia! ¡¿No pensaste que querríamos verla?!
Los otros hombres Linkberg intervinieron de inmediato para tratar de controlar a Bonifatius. Myneira miró a Lady Elvira y a Heidemarie, las cuales parecían un poco fastidiadas a pesar de estar sonriendo. Myneira casi podía adivinar que el hombre estuvo acosándolos toda la semana. Si era sincera, llevaba algún tiempo tratando de comprender al hombre, cosa difícil ya que ella tuvo un hijo y una hija, incluso con sus nietos tuvo de todo.
–Sumo Obispo, por favor recuerde que para todos aquí solo tengo siete años. –advirtió en japonés, notando la mirada de Lord Ferdinand cargada de curiosidad sobre ella en tanto daba algunos pasos cautelosos al frente.
Tomando aire, Myneira sonrió lo mejor que pudo imitando a su nieta cuando era pequeña y hacia lo que le venía en gana con el pobre de Tetsuo. Siempre era divertido burlarse del genio que corría en círculos alrededor del meñique de su nieta sin siquiera darse cuenta de ello. Podía parecer algo ladino, pero era el modo más rápido de tranquilizar al hombre que intentaba un vínculo de familia con ella por todos los medios.
–Abuelo Bonifatius, por favor, por favor no estés enojado con el Sumo Obispo.
Los hombres Linkberg dejaron de forcejear en ese momento, ya que Bonifatius los lanzó a todos lejos antes de acortar la distancia y arrodillarse frente a ella.
–¡Pero él…!
–El Sumo Obispo es mi guardián, querido abuelo. Cuando se hicieron los arreglos sobre la semana pasada yo aún no había conocido a mi maravilloso futuro bisabuelo Bon. No sabía que te extrañaría tanto, abuelito. ¡Pero ya estoy aquí! ¿Podrías perdonar al Sumo Obispo y a mi hermana Heidemarie? Ellos solo deseaban mantenerme a salvo.
A lo largo de todo su discurso hizo algunos pucheros para enfatizar, sonrió e incluso tomó las manos del hombre con cuidado de no soltar ni un poco de maná a pesar de estar nerviosa. Bonifatius solo quería una nieta que lo quisiera y ella podía ayudar con eso. ¿No se había propuesto mejorar la vida de todos?
En cuanto a Lord Bonifatius, el hombre estaba conmovido. Por un momento pensó que no había alcanzado a escuchar su súplica de no enfadarse con sus guardianes, sin embargo, el hombre solo sonrió, encerrando con cuidado las manitas de ella al colocar una mano gigantesca sobre ambas y haciéndole difícil suprimir un ligero temblor. ¿Era su imaginación o las manos del hombre eran tan grandes que bien podrían aplastar su cabeza como un huevo si no tenía cuidado?
–Mi linda Myneira, tienes toda la razón. Ellos solo trataban de cuidarte. No te pongas triste. Tu abuelo no les guarda rencor alguno.
Ella sonrió con tanta inocencia como pudo antes de sacar sus manos de dónde estaban atrapadas para abrazarse con rapidez al enorme brazo de Bonifatius para luego alejarse un par de pasos, como si acabara de recordar que ese tipo de contacto era inapropiado, notando al hombre mirándola con un enorme sonrojo y sus ojos cristalizados y brillantes. La misma reacción que Tetsuo. Bien, si actuar como su propia nieta hacía feliz a este hombre, ella encantada.
–Ahm, querida hermana, ¿alguien le ha explicado a mi futuro bisabuelo que haré hoy?
Todos salieron de su estupor. Lady Elvira y Heidemarie se adelantaron para comentar sobre el jureve y Myneira regresó a su lugar al lado de Lord Ferdinand sin dejar de sostener la sonrisa ingenua que estaba fingiendo, aceptando de inmediato la herramienta antiescuchas que el muchacho a su lado le deslizó.
–¿Qué, en el nombre de todo lo sagrado, fue eso?
–Mi actuación como la nieta perfecta. Si actúo como siempre, su deseo de tener una linda y tierna nietecita jamás se hará realidad. Estaré imitando a mi propia nieta para él. Lord Bonifatius será feliz y ustedes también porque el hombre estará tranquilo con la experiencia.
–Es demasiado desvergonzado… pero supongo que, en este caso, el fin justifica los medios.
–Sobre eso… sospecho que tendremos que retrasar un par de campanadas mi tratamiento. Una vez que me pongan a dormir no podrá interactuar conmigo y mi querido bisabuelo no parece una persona muy paciente.
Lord Ferdinand comenzó a darse algunos golpes en la sien antes de asentir, recuperando su herramienta antiescuchas sin dejar de mirar con atención al problemático jubilado que parecía demasiado lleno de vida en ese momento.
–Asegúrate de aplacar a tu "querido" y "maravilloso" abuelo. Te meteremos en jureve a la quinta.
–Un placer ser su sacrificio humano, por cierto, Lord Bonifatius quiere adoptarme, esforcémonos por hacerlo sentirse tranquilo con la idea de que usted, Eckhart y Heidemarie van a educarme.
–¡Espera un momento! ¿Cómo que quiere…?
–¡Mi linda nietecita no sería capaz de saludarme solo para meterse en una habitación oculta por más de dos semanas! –gritó Bonifatius de pronto, mirándola y suavizando su tono–. ¿Tengo razón, Myneira?
–Sería impensable, querido bisabuelo. ¿Me acompañarás a hacer mis ejercicios? El Sumo Obispo me puso unos ejercicios nuevos la semana pasada que podrías ayudarme a perfeccionar. Después podríamos leer algún libro en la sala de libros y…
En realidad, prefería enfrentarse a ese gigante bonachón antes que soportar que Lord Ferdinand tirara de sus mejillas con singular alegría solo porque nadie le dijo que el retirado Comandante de Caballeros estaba buscando el modo de adoptarla o algo así. Y si era sincera, en realidad disfrutaba jugar a ser su nieta ya que ella no tenía recuerdo de sus abuelos como Urano o como Myne. Si conseguía un poco de calma para todos pasando un poco de tiempo con él, ¿por qué no hacerlo? Lamprecht y Cornelius ya habían corrido a su lado para resguardarla de todos modos.
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A diferencia de su intento de bautizo como Myne, su bautizo como Myneira era… quizás demasiado.
Para empezar, Heidemarie y Lady Elvira no lograron elegir un solo vestido, así que le mandaron a hacer dos, blancos con detalles en azul oscuro… y azul celeste. No sabía de dónde habían salido esas decoraciones en azul celeste, pero se veían bien. Le gustaba el contraste.
A una señal del Sumo Obispo, salió a una sala en la mansión Linkberg llena de gente que no conocía y de gente que sí, sintiéndose de alguna manera, incómoda.
'Una reunión pequeña, por supuesto, ¿de dónde demonios sacan que una reunión de trescientas o quinientas personas es pequeña? ¿Qué es esto?'
Por suerte el trabajo de un año enseñándola a controlar sus reacciones dentro y fuera del templo parecieron dar frutos porque siguió sonriendo de algún modo mientras caminaba junto a Eckhart y Heidemarie.
El Sumo Obispo, Lord Ferdinand dijo algunas palabras, la presentó y Heidemarie le entregó un anillo azul similar al que usara el año anterior para la ceremonia posterior al exterminio del trombe y para sanar a la pequeña Lili y a su hermana.
Siguiendo las indicaciones de Lord Ferdinand, dio una bendición a todos los que estaban ahí reunidos, sorprendiéndose al ver la escandalosa cantidad de luces que escaparon de su anillo, comprendiendo que algo estaba de veras mal con ella cuando empezó a escuchar murmullos por toda la sala tras el silencio inicial.
–¡Esa es mi bisnieta para ustedes! –exclamó Lord Bonifatius de inmediato, mirando a una mujer de aspecto frágil que intentaba sonreír y que tenía ojos dorados y cabello púrpura–, mi esposa y yo estamos considerando con seriedad adoptarla, así que espero que NADIE se atreva a ponerle un solo dedo encima.
En realidad, no entendía de dónde había salido eso último. ¿Por qué alguien querría dañarla? ¡Ella no era más que una niña de "siete años" que acababa de ser bautizada, ¿verdad?!
–Myneira, ¿por qué no vamos a cambiarte de ropa? –dijo Heidemarie con apuro y una sonrisa nerviosa y un poco torcida en su rostro.
–Es una excelente idea, Heidemarie –comentó Eckhart de inmediato–, yo iré a hablar con mi abuelo para ver qué se le metió ahora.
En verdad que no entendía nada de lo que estaba pasando, así que solo se dejó conducir con docilidad a una habitación lateral donde su ahora abuela Elvira y varias asistentes, la esperaban con enormes sonrisas y ojos cargados de antelación.
–¡Por todos los dioses, Myneira! Esa fue una hermosa bendición –premió Elvira agachándose para tomarla de ambas manos, luciendo nerviosa de algún modo–. Vamos a cambiarte ahora y… ¿estás, estás segura de que quieres tocar ese enorme instrumento que han traído desde el Templo?
Ella solo ladeó la cabeza sin comprender el nivel del alboroto, pero segura de su decisión.
–De nada sirve inventar un piano si nadie lo compra. Por no hablar de componer música para el piano o hacer arreglos de canciones tradicionales para interpretarlo. Prometí a mis socios que me encargaría de aprovechar este día para hacer promoción sobre el instrumento.
Tanto su nueva madre bautismal como su abuela se miraron a los ojos antes de mirarla y sonreír.
–Yo ya he encargado uno para esta casa, Myneira –aseguró su hermana con un ligero sonrojo–, me gustaría que los demás te escuchen cuando vienes a casa, pero…
–¿Hice algo malo?
Eso pareció tomar a ambas mujeres desprevenidas. Las dos se apresuraron a negarlo, tratando de calmarla, haciéndola pensar que estaban hablando muy fuerte porque necesitaban calmarse ellas mismas. Al final, le cambiaron la ropa y el peinado, manteniendo el mismo adorno de flores tejidas que Tuuri hizo para ella como obsequio de su segundo bautizo.
Cuando volvió a entrar a la sala, su piano había sido instalado en la enorme sala donde acababan de bautizarla y el Sumo Obispo ya no lucía sus ropas ceremoniales, sino ropas que no le había visto antes… a juego con su propia ropa.
No estaba muy segura de como tomar aquello. Los mismos tonos de azul cubrían los pantalones y la túnica del hombre en tanto ropa blanca sobresalía del cuello y los brazos del muchacho.
–¿Y esa ropa? –susurró ella en japonés, caminando al lado de su guardián, quién parecía guiarla al piano en lo que Lord Karstedt, su actual abuelo, hacía la presentación del instrumento y de Rossina, quién estaría acompañándola con el harspiel.
–Un obsequio de tus "padres". ¿Entiendes ahora porque te pido que tengas cuidado con las cosas que dices?
Una mirada rápida y notó que las puntas de las orejas del antiguo Comandante asomaban entre sus cabellos en un tono rosado. Suprimir la risa fue difícil, pero lo logró, sentándose entonces y esperando a que Hanna le acomodara la partitura de la primer pieza que tocaría en tanto Rossina la anunciaba como una Oda a Kunstzeal.
'No me dejaron ponerle "Himno a la Alegría", pero ya qué.'
Myneira miró a su acompañante en el harspiel, ambas movieron la cabeza tres veces en el mismo ritmo y luego de una respiración, comenzaron a tocar a dueto.
Cuando la pieza terminó, temió por un segundo o dos que la pieza no hubiera sido del agrado de nadie, sin embargo, apenas voltear se dio cuenta de que, en lugar de aplausos, todos los asistentes tenían varitas levantadas en alto, iluminadas en su punta.
'¡Es verdad! Ahora vivo en un mundo de magia y fantasía. Solo espero que no haya dementores ni mortifagos aquí.'
Tras pararse y agradecer, Myneira comentó sobre el piano y su versatilidad a pesar de ser un instrumento tan grande. Presentó también a su socio comercial en ese ramo, el jefe del gremio de lauderos, el señor Horace, con quién estaba planeando introducir poco a poco más instrumentos nuevos. Luego de esto, Rossina y ella volvieron a acomodarse en tanto Hanna se posicionaba frente al aparato amplificador de voz para cantar una versión editada del Ave María, ahora dedicada a Geduldh, la Diosa de la tierra y madre de los nobles según la biblia.
Para finalizar, las dos doncellas del templo se despidieron y quedó ella sola para tocar "Para Elisa" de Beethoven, ahora renombrada como "La danza de Bluanfah" y finalmente, el "Canon" de Pachelbel al cual tuvo que rebautizar también como "Oda a Mestionora", la cual estaba tocando a cuatro manos con Lord Ferdinand, quién en algún punto había mostrado tanto interés en el nuevo instrumento, que pronto lo encontró haciéndose de media campanada diaria para practicar. Ni siquiera Rossina tenía el nivel que el hombre adquirió luego de estar practicando por casi dos temporadas.
Cuando su pequeño recital de piano concluyó, muchos nobles parecían interesados en hacerse de un piano.
En realidad, de pronto ya no le importaba si su hermana y Eckhart, en su fanatismo, la habían hecho vestirse a juego con el Sumo Obispo, si lo pensaba, la mayor parte del tiempo iban a juego debido a la ropa del Templo.
–¿No es mi bisnieta una verdadera joya? –rio Bonifatius caminando hacia ella cuando la mayor parte de los nobles terminaron de acercarse a felicitarla y conocerla.
–Lo es –comentó un hombre con ropa elaborada, cabello índigo atado a la espalda y un aire de bromista difícil de ignorar, así como el hecho de que el Sumo Obispo se tensara un poco–, hasta parece haber ablandado al gruñón de Ferdinand, ¡solo míralo!
El bisabuelo Bon les dedicó una mirada a ambos y luego se agachó un poco frente a ella.
–Myneira, lo hiciste muy bien. Ya he hablado con tu abuela y con tu socio para ordenar un piano para tener en mi casa. Espero que puedas visitar a este pobre viejo para que toques algo para él.
'¡¿Ah?! ¿De dónde saca la idea de que es un pobre viejo? ¡Tiene más energía y mejor semblante que Tetsuo y yo cuando éramos jóvenes!'
–Abuelo, tú no eres nada viejo. –dijo emulando de nuevo a su antigua nieta para sincerarse un poco, viendo como el hombre volvía a reír de manera escandalosa, sonrojándose un poco.
–¡Es tan adorable y pequeña! No me sorprendería que cualquiera intentara robársela –pareció bromear el viejo caballero lanzando una mirada de lo más venenosa al Sumo Obispo–. Bendecida por Mestionora, Kunstzeal, Cuococalura, Greifechan y Seheweit. No dudaría que Efflorelume y Geduldh la carguen de bendiciones cuando alcance la mayoría de edad.
–¿En verdad? ¿Tantas bendiciones? –dijo el tipo misterioso que acompañaba a su bisabuelo, observándola como tasando ganancias.
–Sylvester, ¿dónde está Florencia? –habló Lord Ferdinand ahora, haciéndola notar que había cierta familiaridad entre ambos.
–Está por allá felicitando a Heidemarie y organizando una fiesta de té con Elvira. Algo sobre, practicar con Myneira.
Por alguna razón, no le agradaba como la estaba mirando ese hombre… y al parecer, al Sumo Obispo tampoco.
–Por cierto, Ferdinand, ¿crees que podrías ayudarme con la contabilidad de…?
–¿No tienes suficientes eruditos en el castillo, querido sobrino? –interrumpió Bonifatius en lo que ella miraba de un lado a otro confundida.
–Bueno, yo…
–Sylvester, guarda silencio. Este no es el lugar.
Las presentaciones continuaron, luego un pequeño banquete en su honor tuvo lugar y después tuvo que despedir a todos los invitados, saltando aturdida cuando un pelirrojo de la edad de Cornelius se aproximó a ella, mirándola como si fuera… una santa o algo así.
–Mi nombre es Harmuth. No puedo creer que seas la sobrina de Cornelius. Debo admitir que has llenado toda la sala de luz no solo con tu singular parecido con Mestionora, la diosa del conocimiento, sino además con ese despliegue de ingenio en honor a Kunstzeal y la hermosa bendición derramada para todos nosotros, simples mortales y…
–¡Harmuth, por favor! –intervino un hombre igual de pelirrojo, pero con el cabello liso y corto–, es de mala educación lo que estás haciendo, jovencito.
–¡Pero quiero servirla!
–¡Harmuth! –llamó la atención la mujer que iba del brazo del hombre pelirrojo y el chico pareció tragarse una rabieta antes de mirarla de nuevo de un modo incómodo.
–En ese caso, espero con ansias que Dregarnuhr, la diosa del tiempo, teja con ayuda de Steiferise para que nuestros hilos se entrecrucen con fuerza bajo el duro juicio de Ewigeliebe y que la diosa tenga a bien no volver a separarlos aún si Liebeskuhilfe, Sterrat o Gebotordnung no llegan a anudarlos.
–¡Harmuth! –gritaron los padres del chico y Cornelius en el mismo tono de advertencia.
El niño solo los ignoró, arrodillándose sin dejar de sonreírle para luego ponerse en pie y salir junto a su familia, los cuales se disculparon por su conducta extraña antes de irse.
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Esa noche, luego de que todos se fueran, incluido el Sumo Obispo y el bisabuelo Bonifatius, Myneira al fin pudo preguntar a Heidemarie, que exactamente había sucedido ese día, sintiéndose extraña al enterarse de que el sujeto llamado Sylvester era en realidad el Archiduque, el cual había expresado interés en adoptarla él mismo luego de la bendición colosal que había dado, convenciéndose aún más cuando la escuchó tocar el piano y que esto había desencadenado una especie de discusión con Bonifatius. Sin olvidar que el niño llamado Harmuth técnicamente había rogado por ser su esposo, su amante, su asistente o lo que ella deseara siempre y cuando le permitiera servirla.
Myneira nunca se había sentido tan perdida, ni en esa vida, ni en la anterior.
¿Lo peor del caso?
Solo se levantaron tres pedidos para el piano. Apenas enterarse de que los únicos músicos capaces de enseñar a los nobles como tocar dicho instrumento se encontraban en el templo, nadie más que su familia y el Archiduque se atrevieron a comprar uno.
'¡Pero que gente tan clasista! ¡El Templo es la casa de los Dioses! ¿Por qué evitarla?'
Para cuando Myneira volvió al Templo, el Sumo Obispo tiró de sus mejillas con singular alegría por más tiempo del usual en su habitación oculta sin dejar de sonreír de esa forma macabra y radiante que le veía a veces. Que el hombre terminara confesando por accidente que estaban llevando la contabilidad del archiduque y que el tipo les envío algunos documentos más, solo la hizo enfadar.
'¡Pero me voy a cobrar esta!' pensó la niña '¡Que sea la calculadora del Templo no significa que puedan usarme todos para sacar sus cuentas! ¿Y porque se desquita de mi si llamé mucho la atención con esa bendición! ¡Fue él quien me dijo que diera una bendición a todos los asistentes! ¡Aghhhh! ¡Estúpido mocoso!'
Chapter 17: Desplantes musicales
Notes:
El domingo tuve una terrible confusión con los capítulos, apenas pude subir el capítulo anterior, que era el correspondiente a esta semana. Por favor, ve un capítulo atrás si aun no lo has leído o te perderás del bautizo de Myneira y un par de inconvenientes bastante graciosos.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La siguiente vez que Myneira se sintió molesta y frustrada por todas las exigencias de Ferdinand o por el hecho de no poder deambular tranquila por los pasillos del Templo cuando salía de la habitación que ocupaba como Jefa del Orfanato, se aseguró de practicar una canción bastante específica en el piano.
Ni tres días después de sacar toda la canción y tararear la letra que aún estaba traduciendo, Ferdinand se apareció en la sala de música para preguntarle por su nueva composición. Sin duda, Rosina estaba tan extasiada que no tardó en hablarle de ello porque esta no era una pieza de música clásica como las otras que estuvo "componiendo" para el enorme instrumento del que se estaban construyendo uno para Bonifatius, otro para Heidemarie y uno más para el Archiduque.
–¿Quiere escucharla, Sumo Obispo?
–¡Por supuesto! –dijo el jovencito sin sospechar nada.
Myneira simuló empezar a tocar, deteniéndose luego de unas cuantas notas para mirarlo con toda la inocencia que pudo.
–¿Le gustaría sentarse a mi lado para ver qué teclas toco?
La idea pareció ser del agrado de Ferdinand y pronto estuvo sentado en una silla junto a ella.
Myneira sonrió. Era hora de vengarse por sus mejillas, algunas reprimenda injustificadas y el excedente de trabajo que el mocoso a cargo del Templo se negaba a dejar en manos de los eruditos del castillo con una buena tomada de pelo, cortesía de la serie de Tsubasa Chronicles del estudio Clamp.
La niña dejó que sus dedos volarán por las teclas, jugando con la dulce y triste balada antes de tomar aire y comenzar a cantar la traducción en qué estuvo trabajando.
Bésame, yo duermo en silencio
Sola estoy en nieve y hielo
Soñaré, convocándote
Eres mi amor
La reacción fue inmediata una vez que el hombre regresó en línea tras el shock inicial.
Lord Ferdinand la sostenía de la mano con una cara amarga y descalificante en tanto ella tenía problemas para aguantar la risa.
Cómo Urano, nunca le dio problemas a su madre al llegar a la adolescencia. Todo eran libros. Libros y las quejas usuales de "¿Por qué disminuyes mi tiempo de lectura con esto, mamá? ¡No me interesa esta actividad en lo absoluto!" pero ella siempre cedía y su madre siempre la sacaba antes de que pudieran terminar los proyectos más largos, como si luego de medio curso se rindiera ante su falta de interés.
Sabía que su vecina tenía la suerte de una madre normal. Podían escucharla a ella y a su esposo amonestado a Shuu cada vez que el chico se escapaba de casa para meterse de manera ilegal a los arcades y los había visto resoplar y mirarlo con fastidio cada vez que el muy idiota decía algo inadecuado durante sus reuniones.
"¡A veces no puedo evitar querer molestarlos! ¿Sabes?" le confesó su amigo una vez, luego de escaparse de casa para colarse a su habitación, arrebatarle lo que estaba leyendo y darle en cambio un par de mangas shoujo "Es como si necesitara tomarle el pelo a ese par de ancianos que tengo por padres para que se relajen un poco. ¡Son tan anticuados!"
Y de pronto, por primera vez, se sentía identificada con lo que decía su amigo.
–¿Por qué insistes con canciones desvergonzadas? –le murmuró con las orejas tan rojas que parecían artificiales, fastidiado y sin comprender–. Primero eran abrazos y tomarse de las manos, ahora besos, hielo y… ¡¿nieve?! ¿Es que Elvira y Heidemarie no te aclararon las cosas cuando las visitaste la última vez?
–¡Oh, si! Me dieron una parte de mi… ¿Cómo llamaron a eso? ¿Educación de dama? Educación sexual sería más adecuado…
–¡Myneira!
–Ustedes son una bola de aguafiestas, en serio.
–¡Myneira! –elevó su tono en volumen a uno de advertencia… demasiado tentador.
–¿Qué debería cantar entonces? ¿Toca mi boca con la tuya en lo que pintas mi piel con tu mana porque me siento sola como Geduldh en el hielo de Ewigeliebe? ¿Lléname con tu semilla luego de hacerme…?
–¡Se acabó! –dijo el muchacho, soltando la mano de la niña y poniéndose en pie con algo más que las orejas rojas y cubriendo sus ojos, avergonzado, caminando a la salida y deteniéndose junto a Rosina–. Envíame las partituras de la melodía para que componga una canción adecuada con ella y dile a Jenny que le dé una campanada entera de clases en poesía y nobles eufemismos a esa descarada.
Ferdinand se fue y Rossina se cubrió el rostro con sorpresa a lo que Myneira solo sonrió demasiado satisfecha.
'¡Así que menos tiempo de lectura y más tiempo de estudios! Muy bien. Puedo hacerlo mejor.'
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Pronto llegó el momento de ser puesta en su último jureve. Tal y como Heidemarie y el Sumo Obispo sospechaban, no duró ahí las dos semanas y el examen final arrojó que ya no tenía un solo cúmulo en su sistema. Se sentía feliz. De nuevo era una persona saludable.
Por supuesto, su familia plebeya no tardó mucho en festejar su condición actual.
Todavía se cansaba si hacía demasiado esfuerzo, pero ya no le daban esas fiebres tremendas, además, Heidemarie y Eckhart le obsequiaron una pulsera nueva para ayudarla con su maná, mostrándole la otra parte de dicha herramienta para niños. La especie de farol de vidrio y oro era mucho más grande ahora y que contenía piedras fey nuevas que, estaba más que segura, no volverían a ser ámbar, sino amarillo pastel. Quizás lo más curioso de todo fue que ni su hermana, ni su padre de bautizo dijeran una sola palabra al respecto. Decidió hacer cómo que nada pasaba, igual que ellos.
Por supuesto, no todo era felicidad y festejos.
Tal y como aseguró con el jefe del gremio de lauderos, pronto tuvo un prototipo de un arpa y una guitarra, mismas que enseñaría a tocar a Rossina y a los niños del orfanato hasta encontrar a alguien adecuado para especializarse en ellos. Ella solo sabía lo más básico porque recordaba haber leído algunos instructivos sobre instrumentos de cuerda cuando su hija menor se interesó en ellos.
Su restaurante en la zona norte de la Ciudad Baja seguía en preparaciones, pero al menos sus chefs y algunos chefs nuevos ya podían manejar la mayor parte de las recetas que les había dado, pizza incluida. Que su abuelo Bonifatius se ofreciera como su socio comercial para abrir otro en el Barrio Noble no le sorprendió demasiado.
El hombre estaba en serio enamorado de sus platillos, al igual que su esposa, la única de las dos esposas que seguía con vida. Luego del bautizo, Heidemarie y Eckhart tuvieron que prometer que pasarían al menos un día de cada mes en la finca de Bonifatius para que la niña conviviera con la pareja como lo hacía con los otros Linkberg.
Así fue como conoció a su tío Traugott, quién estaba a un año de su propio bautizo y que parecía fascinado con las historias de viejas hazañas narradas por el retirado y viejo Lord Comandante.
–Vaya que tienen mucha energía en esa casa –comentó una tarde mientras compartía el almuerzo con Lord Ferdinand.
–Mucha energía es poco decir. Escuché que Bonifatius rompió un templo por accidente durante su tiempo en la Academia Real.
Eso picó la atención de Myneira, quién pidió que su "adorado bisabuelo" le contara sobre el incidente la siguiente vez que lo visitó. El hombre no tardó nada en contarle, aún si la historia le suponía que su esposa le diera un sonoro golpe en la espalda que solo lo hizo reír.
–¡Bonifatius, destrozar los Templos no es algo de lo que jactarse!
–¡Mujer, no seas así! ¡Myneira quería escuchar la historia! –respondió el hombre todavía sonriendo en una actitud casi tan tonta como la que ponía con ella–. ¿Debo negarme si nuestra hermosa bisnieta nos pide una historia?
Hermelinda suspiró derrotada, dándole otro sonoro golpe a su esposo antes de dar una señal para que su asistente moviera la silla en qué estaba sentada para acercarla a Myneira, de modo que pudiera darle algunas caricias en el cabello sin dejar de sonreírle.
–No es necesario que te aburras con las historias absurdas de ese viejo bobo, Myneira. ¿Por qué no nos hablas un poco más de ese restaurante que vas a poner con él?
La bisabuela Hermelinda le agradaba bastante, lo suficiente para lamentar que no existieran las sillas de ruedas electrónicas ahí. Le daba pena que una mujer de su edad estuviera incapacitada para caminar, así que su siguiente invento fue una silla de ruedas que pudiera moverse con maná.
En momentos como ese, agradecía que Lord Ferdinand fuera un científico loco como Tetsuo porque apenas mencionó que sería perfecto que Hermelinda pudiera mover las llantas con maná, el muchacho se dedicó a experimentar con diversos círculos mágicos.
–¿Era esto lo que tenías en mente, Myneira? –preguntó el Sumo Obispo mostrándole una silla de madera y metal con dos grandes ruedas atrás, dos más pequeñas al frente, un par de estribos donde descansar los pies y círculos grabados en los reposabrazos.
–¿Cómo funciona?
Ferdinand se sentó entonces, poniendo sus dedos en los círculos y explicando como pasar el maná para dar dirección y movimiento. Myneira caminó hacia él con una enorme sonrisa, preguntándole algo respecto a los círculos para que él se agachara a mostrarle y ella pudiera poner una mano entre sus cabellos, despeinándolo como habría hecho con cualquiera de sus nietos.
–¡Buen trabajo, Ferdinand! Te has esforzado como un buen chico.
Ferdinand se enderezó de inmediato con sus orejas rojas y los ojos muy abiertos.
–¿Qué crees que estás haciendo?
–Felicito al muchachito que ha hecho un muy buen trabajo, tal como haría una buena abuela.
–¡Tú no eres mi abuela y yo no soy un muchachito!
–¡Claro, claro! –respondió ella como si él tuviera siete años y ella fuera la adulta ahí–, eres todo un hombre, Lord Ferdinand.
–¡Myneira!
–Si, si –respondió ella suprimiendo una risita traviesa, encorvándose un poco y caminando con las manos a la espalda–, ya no soy una anciana. Perdón por tratarte como a un mocoso problemático, mis mejillas clamaban venganza.
Acto seguido, sus mejillas lamentaron la broma, sin embargo, las orejas de Ferdinand ya no volvieron a la normalidad durante la siguiente campanada.
Para cuando llegó el Festival de la Cosecha, Myneira fue enviada a Haldenzel junto al erudito personal de Lord Ferdinand, el mismo tipo raro que la estuvo estalkeando antes. La silla estuvo lista para ese momento y la bisabuela Hermelinda más que agradecida por recuperar un poco de movilidad.
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El invierno estaba a una semana de distancia y con ello su debut.
Su vestido para tal evento estaba listo. Diseñado por Elvira y Heidemarie que parecían extasiadas por poder jugar con ella a las muñecas, de nuevo. La tela teñida por su madre y el vestido cargado de flores de hilo tejidas por su hermana hacían que esperara con ansias el momento de cargar todo ese afecto filial sobre su pequeño cuerpo que ya era casi del tamaño de un niño normal de siete años.
Según sabía, el día de su debut, el Aub aprovecharían para anunciar su adopción por parte del abuelo Bonifatius y la abuela Hermelinda. Luego de obsequiarle la silla a Hermelinda no hubo forma de rechazar el ofrecimiento de la anciana para adoptarla y protegerla de esos "trombes olvidados por los dioses" que abundaban por Ehrenfest, según la pareja de jubilados.
Myneira comprendía que, debido a su nuevo estatus, Ferdinand debía ser mucho más estrictos con ella dado que pasaría de ser como la hija de un empresario reconocido a una princesa. Aun así, no se explicaba que Ferdinand estuviera tan gruñón. El chico necesitaba saber que ella también estaba molesta porque se le despreciara de ese modo en lugar de alabarla por su buen trabajo y su esfuerzo continuo como empresaria, directora del orfanato, Suma Sacerdotisa y alumna.
Así fue como redobló sus esfuerzos por componer una canción.
Estaba más que segura de que no la cantaría completa. De todos modos, se aseguró de prepararla entera, con nobles eufemismos para que el chico que tenía como tutor notara el excelente trabajo que Jenny había hecho con ella a lo largo de la última temporada y media.
Cuando Ferdinand entró a tomar la comida con ella, tal y como ya era costumbre, conversaron un poco, con él más enfurruñado de lo que esperaba. Luego puso su plan en marcha.
–Compuse una canción, Sumo Obispo ¿Le gustaría oírla luego de asegurarse de que la canción que ofrendaré a Leidenshaft está bien trabajada?
–¡Por supuesto! Tengo un poco de tiempo.
'¡Ay, Ferdinand, Ferdinand! Para ser tan inteligente y tener una memoria eidética, me sorprende que ni siquiera sospechas lo que voy a hacer.'
Procedió entonces a instalarse e interpretar lo que cantaría para su debut, luego sacó una herramienta antiescuchas de rango específico y la activó, contenta cuando notó que alcanzaba a cubrir a Ferdinand también.
–¿De dónde sacaste eso?
–La bisabuela Hermelinda fue muy amable de dármela para que mis secretos comerciales no vayan desparramándose por ahí cuando hablo con mis socios o discuto las ideas contigo después de la comida –explicó ella, dejándolo creer que esta era una canción para venderse.
Sin más preámbulos, se acomodó bien el harspiel y comenzó con la introducción de su composición, sintiéndose orgullosa porque esta melodía, esta letra, no eran algo que hubiera escuchado antes. Era suya, de verdad suya y eso le encantaba.
La niña sonrió visualizando a Tetsuo antes de enfermar, arrogante como un pavo real y envuelto en su curiosidad usual mientras le comentaba sobre el último proyecto de investigación que planeaba llevar a cabo con el hijo de ambos. No tenía nadie más a quien dedicársela aún.
Con la imagen en mente y una gran sonrisa, la chica comenzó a tocar la introducción en el harspiel, tomando aire para comenzar a cantar.
Tíñeme con tus colores
Quiero recibir junto a ti el invierno.
Píntame con tus caricias
Y enciende conmigo
El fuego de Beischmacht.
Deja que bese tus labios
Mientras Bluanfah baila por nosotros
Toma
Ya
Éste raffel.
Estaba a la mitad de un arpegio algo complejo y más que gratificante cuando sintió como le retiraban el harspiel de entre las manos.
Miró arriba con inocencia fingida, encontrando un adorable sonrojo cruzando el rostro de Ferdinand de oreja a oreja así como una mueca amarga en su boca.
–¿Qué significa esa… esa canción desvergonzada?
Sonrió como si nada, ignorando por completo sus ganas de dejar escapar una carcajada por un trabajo tan bien hecho. El hombre debió hacer corto circuito nada más empezar la canción porque la dejó cantar más de lo que esperaba.
–Es una canción romántica con nobles eufemismos, por supuesto. Cuando morí, se escuchaban cosas más crudas en muchas canciones que no tenían nada de romántico, si debo ser sincera. Esto sería considerado… tierno en mi mundo de sueños, Sumo Obispo.
–¡Es más que desvergonzado! ¡Es libidinoso y perverso!
–¡Pero metí a Bluanfah para hacer hincapié en que no es una petición nacida de la lujuria sino del amor!
–¡Y aun así es más que descarado y retorcido!
Lo observó con cuidado. El mocoso debía sentirse tan incómodo como cuando ella y Tetsuo asistieron con sus hijos de dieciocho y veintiún años al cine a ver una película en la que mostraban desnudos y una pareja haciendo el amor a medias… muy desconcertante, pero sus hijos ya eran adultos según la ley.
Solo sonrió sin darle importancia al asunto.
–Supongo que tendré que reservarla para mi futuro Dios Oscuro, ¿o me equivoco?
Ferdinand soltó un suspiro exagerado. El jovencito se mostraba tan compuesto y en control que verlo sin saber qué hacer con ella resultaba refrescante en ocasiones.
–¿Por qué me torturas de este modo? ¡Sabías que me iba a parecer… perversa e incómoda!
–¡Upsy! –se mofó un poco al verse descubierta–. Has estado tan gruñón que pensé que tomarte el pelo sería una manera divertida para que te relajes.
–Tengo a mi cargo una niña de supuestamente siete años cantando sobre el invierno, ¡¿cómo es que eso me va a relajar?!
–No lo sé, pero me siento contenta de que se entendieran bien los eufemismos –dijo ella con la misma arrogancia con que Tetsuo se habría burlado de ella en el pasado–. Será mejor que encuentres un pasatiempo o algo que te ayude a relajarte, Ferdinand, o en lugar de componer más canciones desvergonzadas, me pondré a traer y traducir la música romántica y la de flirteo que sonaba en mi país en mi mundo de sueños… y te obligaré a escucharlas, por supuesto.
Lo vio tragar con dificultad, observándola incrédulo.
'¿No es una ternura cuando está abochornado? Quizás por eso no se ha casado todavía, dudo que otras chicas aparte de Rosina y yo lo hayan visto así… debería invitar a Wilma a ver esto la próxima vez que le juegue una broma. Quiero ver cómo reacciona una chica normal.'
–¡Tú, en serio…! –se quejó él, haciéndola sonreír aún más.
–Bueno, sé que tengo siete años, supuestamente, pero recuerda que viví lo suficiente para ser una abuela, así que no dudes en contarme si algo te preocupa. Los problemas son más pequeños cuando se comparten.
El Sumo Obispo solo soltó un largo suspiro cansado, apretando su hombro en lugar de su mejilla antes de despedirse y retirarse.
Al día siguiente, durante sus horas de trabajo de escritorio, Ferdinand la llevó a su habitación oculta para enfrascarse en una acalorada discusión sobre como esperaba que ella se comportara en la sala de juegos o lo que implicaba para el Archiduque que ninguno de sus hijos fuera a alcanzar la edad del bautizo los próximos tres años.
–¡¿Quieres que lo jure por la Diosa de la Luz?! No pondré a nadie en ridículo por hablar del invierno, mantendré una sonrisa noble en mi rostro todo el tiempo e incluso calmaré al abuelo si se exalta demasiado.
–También trata de mantenerte lo más alejada que puedas del Archiduque… y de su madre, llevará un velo en la cabeza. Siempre lleva uno.
Ambos suspiraron con algo de fastidio. Myneira estaba considerando lo último, notando al chico luciendo más exhausto de lo usual.
No estaba segura de que lo tenía tan agobiado, si la preocupación de que ella no se comportara o tener que enfrentar a la tal Verónica, de cuyas fechorías le habían estado informando sus padres nobles y sus próximos padres de adopción.
–Ferdinand.
–¿Dime?
Myneira sonrió al darse cuenta de que era hora de salir a terminar con el trabajo de escritorio del castillo, todavía preocupada por el pobre muchacho que debía cargar con ella, el Templo y la contabilidad del castillo.
–Gracias por ser mi amigo y mi guardián. De verdad me alegra que me salvaras dos veces.
No alcanzó a escuchar la respuesta, notando las orejas de Ferdinand sonrojadas y viéndola con los ojos muy abiertos, incrédulo por alguna razón.
–Por cierto, entiendo que el Archiduque es el que manda y que ambos se llevan muy bien, pero ya no aceptes más trabajo del castillo. "A Dios lo que es de Dios y al Hombre lo que es del Hombre". Recuérdalo la próxima vez que nos quieran colgar con más trabajo extra. Nos van a dejar sin tiempo para dormir o tocar el piano si esto sigue así.
No tuvo que decir más, solo bajar con cuidado de la banca donde ya era usual que se sentara para tomarle la mano y apretarla un poco, sonriéndole cuando al fin volteó a verla. Ferdinand asintió y ella se fue a terminar con su trabajo del día y sus asignaciones.
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–¡Es una pena que no estaremos ahí para verte, Myne! –suspiró su madre cepillándole el cabello en tanto Kamil gateaba frente a ellas, con Tuuri terminando de servir la comida y su padre levantando los juguetes que su hermano menor iba dejando a su paso.
–Es verdad. ¡Vas a verte como una princesa con el vestido y el adorno nuevos! Mi preciosa hijita será una visión.
Su padre tomó a Kamil en brazos y pronto todos estuvieron sentados a la mesa, charlando de forma animada, cenando la deliciosa comida que su madre y su hermana mejoraron de e las recetas que les había dado y apenas Kamil se durmió y su padre lo acostó a dormir, todos la tomaron de la mano, mirándola con algo de aprehensión y sonrisas nerviosas.
–Así que… no podremos verte en todo el invierno, ¿eh? –dijo su padre tratando de sonar calmado y fallando de forma miserable.
–El Sumo Obispo prometió avisarles cuando esté en el Templo por medio de Fran o de Luca.
–¿Estarás quedándote en la finca de los nobles que te adoptaron, Myne?
En realidad, no lo sabía. No estaba muy segura de nada. Dentro de lo poco que logró sonsacarle a Ferdinand esa semana, tendría que quedarse en el Castillo, sin embargo, ni él ni los Linkberg se sentían seguros dejándola ahí, así que la estarían llevando a alguna de las fincas por la noche, poco antes de la hora de cenar y la devolverían poco después del desayuno. Cuando fuera la hora del Ritual de Dedicación, sin embargo, volvería al Templo, que tan antes volvería, eso lo decidiría el clima, así que bien podría estar quedándose en el Templo un mes y medio o solo dos semanas. Pero no podía decirle esto a sus padres.
–Me quedaré en el Castillo con los otros nobles, parece que debo quedarme en una… sala de juegos o algo así para conocer a otros niños de mi edad y aprender más cosas. Dependiendo del clima será el tiempo que regrese al Templo. Lamento mucho que no podré verlos ni a ti, ni a Kamil, mamá.
–Está bien, Myne. No te preocupes –la calmó su madre sonriendo de un modo más sincero–. El Sumo… Obispo ha cuidado muy bien de ti y ha cumplido con todo lo que ofreció. Es cierto que es difícil cuando tienes que irte de casa tanto tiempo, pero hemos podido apreciar como creces y sanas. Te has vuelto mucho más enérgica e incluso tienes un mejor semblante. Te estás esforzando mucho, Myne, así que, lo he estado pensando. Voy a prepararme mucho este invierno y durante la primavera para la certificación de beruf.
Tanto ella como su hermana se mostraron sorprendidas y emocionadas. Myne se puso de pie sobre su silla en tanto Tuuri bajaba corriendo para abrazar a su madre. Ambas la felicitaron luego de que Myne recordara que no debía pararse en las sillas y bajara de ella para abrazar a su madre también. Su padre comenzó a reír, tomando a su madre del mentón para depositar un pequeño beso en su frente y felicitarla en un medio abrazo, pidiendo luego a las dos niñas que guardarán silencio un momento.
–Su madre no es la única que ha tomado la decisión de prepararse para dar el siguiente paso –comentó Gunther y las dos hermanas se tomaron de las manos sin dejar de mirarlo–. Estaré practicando mucho mi lectura y escritura, entrenaré un poco más todos los días y pediré permiso para ser transferido a la puerta norte.
En medio de la emoción general y el orgullo que debían sentir todos, pronto los cuatro acabaron inmersos en un abrazo familiar.
Cuando los ánimos bajaron un poco, Myne se alejó un par de pasos, mirando a sus padres con afecto y curiosidad.
–Mamá, papá… ¿puedo preguntar porque todos estos cambios?
–¿No lo adivinas, Myne? –preguntó Tuuri con las pequeñas risillas de su madre de fondo–. Mamá tratará de poner un taller de teñido en el norte y papá busca un puesto más cerca del Templo, uno donde pueda ganar más dinero. Así será más fácil que podamos vernos.
Su corazón latía con fuerza y una sensación cálida y reconfortante la cubrió.
Ella también lo habría hecho. Se habría esforzado mucho para mudarse si de ese modo garantizaba estar con sus hijos, viéndolos saludables y creciendo luego de luchar por sus vidas.
–Aunque, no solo nosotros nos mudaremos, Myne.
Las palabras de su padre le llamaron la atención. El hombre seguía sonriendo de forma apacible ahora, tomándola en brazos y sentadilla en una de sus piernas para poder acomodarle su cabello y acariciar su rostro.
–La madre de Lutz se ha vuelto muy buena haciendo velas aromáticas, ¿sabes? Sasha y Ralph de verdad han mejorado mucho en el grabado de velas. La madre de Lutz planea prepararse para tomar la certificación beruf. En verano buscaremos un lugar donde colocar ambos talleres con ayuda del señor Benno, de ese modo será más sencillo para todos.
Sus ojos se iluminaron entonces. Sus esfuerzos comenzaban a dar frutos, pronto las dos familias que la vieron padecer su enfermedad tendrían una vida mejor. Su hermanito Kamil crecería en la zona norte o bien en la zona central y ella podría pasar más tiempo con todos.
Estaba demasiado emocionada y la vida en el Templo en definitiva debía haberla influido más de lo que esperaba, porque justo después de abrazarlos, todavía sentada en las piernas de su padre recitó una oración dando las gracias a los dioses pidiéndoles fuerza, perseverancia y fortuna, misma que salió de su anillo como una bendición. Cientos de hermosas luces bañaron a sus padres, a su hermana y, estaba segura, a la familia de Lutz. De eso último no estuvo segura porque el hermano Fran y la hermana Hanna estaban esperando por ella en la puerta al día siguiente, a eso de la segunda campanada y media. Era hora de partir para terminar de afinar las preparaciones para su debut, su adopción por parte del abuelo Bonifatius y para conocer la famosa sala de juegos.
Notes:
Notas de la Autora:
De antemano pido disculpas porque SI QUE HUBO errores la primera vez que publiqué este capítulo... empezando por el hecho de que... perdón, perdón, perdón, me confundí y me salté un capítulo, el cual ya está colocado en su lugar. Por lo mismo, este capítulo no tenía ni siquiera la revisión previa a la final, así que tenía errores, cómo el ehcho de que Myneira estuviera viendo por primera vez la otra parte de su herramienta para niños (ya sabemos que la conocía) o que ahora deben prepararla como candidata a archiduquesa (que me enteré en Discord hace un par de semanas que no es posible si Bonifatius es quien la adopta), errores que ya están corregidos.
De nuevo una disculpa. Semana larga. Domingo aun más largo porque teníamos festejo en casa, con gente ajena a la familia y yo soy super lenta para todo lo de la casa, así que todavía teníamos hasta sellador de paredes por aqui, ya se imaginarán.
En todo caso, espero que disfruten este involuntario 2x1 en capítulos. Les deseo a todos un feliz inicio de semana.
Chapter 18: Invierno con los Nobles
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
–Myneira, deja de sonreír de ese modo –la amonestó Ferdinand entrando a la habitación donde la abuela Elvira, la abuela Hermelinda y Heidemarie estaban terminando de arreglarla con ayuda de su nueva asistente, Otillie y algunas asistentes más–. ¡Es desvergonzado!
Estaba tentada a sonreír de forma más "desvergonzada y alegre", pero había prometido comportarse al menos ese día. Que su guardián estuviera hecho un manojo de nervios, gruñón y más estricto y perfeccionista de lo usual terminaría estresándola, así que cerró los ojos, tomó aire y moderó su sonrisa por aquella que no dejaban de exigirle en todos los lugares con nobles.
–¿Mejor así, Sumo Obispo?
Ferdinand pareció relajarse entonces, dejando caer apenas un poco sus hombros y asintiendo sin más. Myneira volteó a ver a su asistente y le pidió que entregara eso. Una caja alargada de madera bastante sencilla salió de entre sus cosas en ese momento.
Si bien sus padres la dejaron en el Templo con antelación, Ferdinand estaba tan ocupado que muy apenas la recibió antes de dejarla con Heidemarie y Eckhart, quienes la llevaron de inmediato a la finca de los Linkberg donde también la esperaban Bonifatius y Hermelinda. Según entendió, estaría quedándose en la finca de los Linkberg con regularidad, pasando el fin de semana completo con Bonifatius y Hermelinda al menos hasta que fuera hora de volver al Templo. Por supuesto, entregó todos los regalos que envió su familia plebeya. Para este momento, todos los Linkberg sabían que una familia plebeya la acogió, cuidó y escondió hasta que fue momento de darse a conocer mucho antes de lo planeado gracias a qué Lord Ferdinand entrara al Templo, así que no fue raro para nadie recibir sus cajas de obsequios… excepto para Ferdinand, que no supo de ello sino hasta que Otillie le entregó la caja a Heidemarie y ella a Ferdinand.
–¿Y esto?
–Un obsequio por protegerme y guiarme hasta el día de hoy, Sumo Obispo. Gracias por ser mi Erwachleren. Espero seguir contando con su guía a pesar de lo ocupado que se encuentra.
Ferdinand abrió la caja, observando con atención el contenido y llevando una mano a su boca por un par de segundos antes de acercarla a su rostro como para observarla mejor, mostrando curiosidad antes de mirarla a ella.
–Ese no es el aroma usual de las velas.
–Son velas aromáticas, milord –explicó Heidemarie–. Al parecer, los artesanos de velas de mi querida hermanita se esmeraron mucho para crear velas para nosotros. Sólo no deje que Lord Bonifatius vea su vela.
Una mirada interrogante cayó sobre ella y la pequeña sonrió divertida.
–Mis artesanos crearon velas de Wiegenmitch para mi hermana Heidemarie, la abuela Elvira y la abuela Hermelinda. Para Eckhart, el abuelo Karstedt y el abuelo Bonifatius crearon velas de Erwachleren y para Cornelius y Lamprecht, velas de Anwasch… sin embargo, la de usted es un poco diferente.
Ferdinand miró de nuevo su regalo, sacándolo de su caja y haciéndolo girar con ojo crítico en lo que un par de suspiros y un "¡Oh, dioses!" escapaban de las mujeres en la sala.
La vela para Ferdinand era un poco más grande que las otras. La figura principal era, en efecto, Erwachleren, sin embargo, bajo sus brazos abiertos estaban pequeños tallados de Anwasch, Heilschmerz, Duldsetzen, Kunstzeal, Mestionora, Angriff, Ordoschnelli, Chaosfliehe, Anhaltung y Greiffechan, en tanto los instrumentos divinos de Flutrane, Leidenshaft y Schutzaria aparecían a la altura de la cabeza de Erwachleren.
–Myneira… pusieron muchos dioses en la de Lord Ferdinand –comentó Heidemarie con un ligero sonrojo y una sonrisa complacida–. Me alegra ver qué otros noten su importancia.
–¡Myneira! –gruñó el Sumo Obispo con las puntas de sus orejas rojas.
–Yo no les pedí que pusieran tantos dioses, además, la de Heidemarie también tiene varios dioses.
La nombrada se sonrojó todavía más sin dejar de sonreír, asintiendo y explicando en cuanto los ojos de Ferdinand cayeron sobre ella.
–Es cierto, milord. La mía, además de Wiegenmitch tiene a Verbergen, Heilschmerz, Duldsetzen, Grammarature, Forsernte y Geduldh, además de las plantas del escudo de armas de mi familia.
Eso pareció tranquilizarlo, devolviendo la vela a su caja y tapándola bien.
–Si esto es lo que perciben tus artesanos, supongo que no hay mucho que pueda hacer al respecto. Además, casi es hora de empezar.
Ferdinand soltó un suspiro corto disfrazado de mera exhalación conforme se agachaba hasta postrarse en una rodilla para quedar a la misma altura que la niña, quién no dejaba de sonreírle.
–Subirás al escenario antes de los bautizos para hacer oficial tu adopción por parte de Bonifatius y Hermelinda, después de eso, vendrás aquí de nuevo para cambiarte por las ropas adecuadas y te formarás al final de la fila de los debutantes. Dado que este año no hay candidatos a Archiduques y te está adoptando uno, tocarás al final. Espero que estés preparada. Esta vez ni Rossina, ni Hanna ni yo podremos apoyarte.
–Entiendo. Gracias por las indicaciones y la advertencia.
Ferdinand salió entonces y Myneira volteó con una mirada suplicante que Lady Elvira supo interpretar de inmediato, haciendo que todas las asistentes se retiraran para que la niña pudiera dar un abrazo a las mujeres de su familia noble.
Estaba nerviosa y ansiosa a partes iguales. No estaba segura como iban a funcionar las cosas después de esto porque de sobra sabía que habría demasiadas miradas sobre ella juzgando cada paso, gesto y palabra durante toda su estadía.
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'No creo que pueda cansarme de ver esto o acostumbrarme del todo'
Estaba maravillada viendo cómo se prendía en llamas doradas el contrato de adopción. De pronto su nombre había cambiado de nuevo. Ya no era solo Myneira Tochter Liljaliv sino Myneira Tochter Liljaliv Adotie Linkberg.
Apenas llegar a la salita donde la vistieron para su adopción, le colocaron un vestido rojo con blanco un poco más impresionante que el anterior. Un cambio simbólico para indicar su nuevo estatus entre los archinobles, convirtiéndose en hermana adoptiva del Lord Comandante, prima de Ferdinand… y del archiduque en persona.
Myneira se observó un poco más de lo usual en el espejo, apreciando la tela teñida por su madre y adivinando las partes del diseño de las que Tuuri era responsable. Sus flores tejidas y su palillo fueron cambiadas y de pronto alguien tocó a la puerta. Otillie fue a abrir. Heidemarie se quejó de que debían haber muy pocos niños bautizándose si ya los estaban apresurando cuando un hombre de cabello gris y ojos caídos demasiado familiar entró en ese momento con una pequeña caja lacada en las manos.
–¿Justus? ¿Ocurre algo? –inquirió su hermana.
–Nuestro señor está algo ocupado ahora. Faltan dos niños más por bautizar, así que me encargó que viniera a avisarles y a entregarles esto. Un obsequio para la señorita por su adopción en la casa Linkberg. Muchas felicidades.
Heidemarie abrió la caja, saltándose por completo el protocolo y abriendo mucho los ojos, logrando que Lady Elvira se asomara también, curiosa, abriendo bastante los ojos antes de mirar a Myneira y luego a Heidemarie, ambas acunándose una mejilla.
–¿Justus… estás seguro de que…?
–Milord dijo que la señorita va a necesitar toda la protección posible ahora que ha sido expuesta a la mirada de Chaocipher. Deberías comprenderlo, Heidemarie.
–¿Por qué tanto alboroto? –levantó la voz la abuela Hermelinda desde su silla, sentada a un lado de Myneira para supervisar su arreglo–, ¿el muchacho le envió un amuleto o una piedra?
Myneira no entendía muy bien, sonriendo de que su abuela también viera a Ferdinand como un muchachito, al menos hasta que Heidemarie se paró frente a ambas y extrajo una bonita pulsera con varias piedras de colores que refulgían como si fueran gemas a pesar de su opacidad.
–¡Por todos los dioses! Esa mujer debe tener traumatizado al chico –murmuró Hermelinda antes de acercar las manos, soltando un ligero siseo, como si algo la acabara de picar, riendo divertida por lo bajo y dedicándole una mirada satisfecha al objeto–. Bonifatius va a aprobar esto, en definitiva. Sólo lo mejor para nuestra hermosa Myneira. Anda, querida. Póntelo. Quiero ver qué alguien intente pasarse de listo contigo y luego pida piedad.
Myneira tomó la pulsera, deslizando su mano dentro sin problema alguno y soltando un sonido de sorpresa cuando la pulsera se encogió, abrazando su muñeca con suavidad, haciéndola sentir segura y cálida ante las conocidas cosquillas. Quería preguntar si eso tenía el maná de Ferdinand, pero con tantas personas ahí, podría generarse un malentendido.
–¡Y milord luego se pregunta porque su obsequio fue el más elaborado! –suspiró Heidemarie tratando de no reír demasiado en el momento justo en que Justus abría la puerta para que todas pudieran salir.
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Sentada en el escenario, sintiendo el cálido maná de su guardián en la muñeca, el palillo con las flores tejidas por Tuuri en el cabello y envuelta en la tela teñida por su madre para el vestido diseñado por sus abuelas y su supuesta hermana mayor, Myneira no podía dejar de sentirse más tranquila, como cobijada por todos en lo que escuchaba las interpretaciones de los niños mednobles. Ahora estaba segura de que no podría hacerlo mal… su preocupación real llegó cuando la primera niña archinoble terminó de tocar.
'¿Pero qué es esto? ¿cuánto tiempo dedica un niño noble normal a practicar? Ferdinand no pudo haber planeado que me adoptara el hermano del Archiduque anterior… ¿o sí?'
Lo notaba a la perfección, como el nivel de ejecución iba aumentando según el rango de cada uno de los niños, siendo los laynobles los que mostraban menos habilidad. No fue sino hasta escuchar a la primera archinoble debutando, una niña llamada Leonore, que se dio cuenta de algo… los superaba a todos con creces. Tal vez esa fuera la razón de que de pronto Cornelius y Lamprecht dejaran de ayudarla a practicar el harspiel los fines de semana desde que salió de su último jureve. Luego recordó que Ferdinand no dejaba de exigirle más y más en el harspiel… si no invirtiera una mitad del tiempo de sus prácticas de música en el piano…
'Van a mirarme como si tuviera tres cabezas. ¡Ese mocoso imberbe acaba de convertirme en Mozart!'
Por un momento consideró tocar un poco más rápido para parecer un poco torpe… luego decidió que tocar más lento podría evitar que notaran el nivel excepcional que tenía, entonces fue su turno de pasar.
Myneira se levantó y caminó, sentándose en el lugar de honor y recibiendo el harspiel de manos de Rossina, quién la miraba con una sonrisa sincera y una mirada llena de expectativa. Cómo su maestra, una mera doncella gris, éste era el momento de demostrar al mundo cuan entregada estaba Rossina a la música y a enseñarla a ella. Hacerlo mal dejaría en mal a Rossina… o al menos... no tan arriba como merecía.
Los ojos de Myneira se cruzaron entonces con los de Bonifatius. El hombre no ocultaba lo expectante y orgulloso que se sentía de verla ahí arriba, en tanto Hermelinda le dedicaba miradas de afecto.
Entonces Ferdinand la llamó, indicándole que dedicara su canción a los dioses para agradecerles y notó que, a pesar de tener su usual rostro estoico, estaba tenso y algo más.
No podía dejarlo en ridículo, no sabiendo que la mujer que lo orilló a buscar refugio en el Templo estaba mirando junto a la pareja archiducal.
Porque Myneira lo sabía ahora.
Eckhart y Heidemarie le advirtieron la noche anterior de cuidarse de ella. La mujer del velo. Lady Verónica.
Myneira mostró un rostro serio entonces, asintiendo a Ferdinand y acomodándose el instrumento en las piernas. Se concentró entonces en dedicar la canción a los dioses del verano bajo cuyo auspicio pudo encontrarse con su guardián. Estaba agradecida. Sin él, ella habría muerto llevándose solo los dioses saben a cuántas personas más.
Sus dedos comenzaron a bailar. No necesitaba mirar las cuerdas para saber cuál traste pisar o que cuerda rasguear. Después tomó aire y comenzó a cantar la canción seleccionada. Un agradecimiento a Leidenshaft por sus rayos, a Anwasch por su crecimiento y a Erwachleren por bendecirla con un guía.
Si, estaba más que agradecida con los dioses del verano. Tal vez por eso su maná comenzó a fluir hacia su anillo sin que ella lo deseara. Quizás su oración sincera al cantar fue lo que desembocó en una enorme bendición azul.
A pesar de la sorpresa, no se detuvo. Siguió tocando tal y como fue instruida, abriendo los ojos cuando pudo terminar, notando como las últimas luces de bendición se derramaban sobre Ferdinand, Bonifatius, Hermelinda y todos los Linkberg presentes.
Cientos de luces destellaron entonces debajo del escenario. Una ovación mágica y silenciosa por aquel súbito despliegue la acompañó mientras devolvía el harspiel y su abuelo Bonifatius se ponía en pie.
–¡Esa es mi bisnieta y actual hija menor! ¡Amada y bendecida por los dioses sin duda alguna!
Ferdinand no tardó nada en llegar hasta ella, levantándola sobre sus hombros y levantando la voz, desconcertándola por completo.
–La Suma Sacerdotisa de Ehrenfest ha sido elegida por los dioses como una Santa. ¡Contemplen a la Santa de Ehrenfest!
Las luces de los schtappes comenzaron a moverse entonces y las manos en su cintura la apretaron un poco más. Pronto se encontró sentada en el hombro de Ferdinand, transportada entre los nobles hacia la salida y sintiendo algo que le causó un escalofrío difícil de resistir. Estaban por llegar a la puerta cuando la notó. La terrible mirada de Lady Verónica y una sonrisa torcida asomando por debajo de su velo.
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–¡¿Qué fue lo que hiciste allá afuera?! ¡¿Estás loca?! ¡¿Es que no aprecias tu vida?!
–¡Hice exactamente lo que me dijiste! ¡Le dediqué la canción a los dioses y les di las gracias!
–¡Y de dónde salió entonces esa bendición sin sentido!
–¡¿Y yo cómo voy a saberlo?! ¡Awww! ¡No eh ii wulwa! (¡No es mi culpa!)
La puerta se abrió entonces, pero no podía importarles menos. Quién fuera que hubiera entrado en ese momento a la pequeña sala donde la cambiaron se encontró a Myneira y a Ferdinand jalándose las mejillas uno al otro, cada cual aplicando algo más de fuerza… al menos, hasta que el intruso comenzó a carraspear.
–Milord, señorita, ahm… la familia Linkberg está a nada de entrar por la puerta.
Ambos se soltaron entonces. Ferdinand parecía molesto. Myneira estaba ofendida y furiosa.
–¡Mocoso!
–¡Gremlin!
–¡Tonto!
–¡Descuidada!
–¡Ignorante!
–¡Irresponsable!
Justus, el hombre que entró para anunciarles de la inminente invasión de Linkbergs juntó sus manos con fuerza en un aplauso y ambos se cruzaron de brazos, mirando a lados contrarios de la habitación para no mirarse entre ellos. Quizás porque ella volteó a la puerta pudo notar que Justus estaba tratando de contener la risa o el momento en que la puerta se abría de nuevo, dejando pasar a Bonifatius, hacia quien corrió en ese momento, dejándose llevar por sus impulsos infantiles.
–¡Abuelo Bon! ¿Me viste? ¿Viste como los dioses mostraron su agrado por mi canción?
Bonifatius comenzó a reír, cargándola de inmediato con sumo cuidado para sentarla en su brazo y dejar espacio para que los demás entraran.
–¡Claro que te vi! ¡Mi dulce y lista Myneira es sin duda la niña más amada por los dioses en todo Yurgensmith! ¡Eres una bendición enorme para esta familia!
De haber tenido un abuelo siendo Urano, le habría encantado que fuera como este hombre al cual se abrazó de inmediato, recibiendo afecto y felicitaciones en lugar de preguntas y recriminaciones.
–Bonifatius, ¡no la acapares para ti solo! ¡Yo también la adopté!
Bonifatius soltó una risa tonta y la bajó con delicadeza, sentando a Myneira en las piernas de su esposa, la cual no tardó nada en abrazarla de forma maternal, besándola incluso entre los cabellos antes de voltear a ver a Ferdinand.
–¡Muchacho! Ven aquí por favor.
Tal vez los demás no lo notaran, pero Ferdinand volteó a ver a Hermelinda con fastidio por ser llamado "muchacho". Aguantar la risa fue demasiado difícil para Myneira, al menos, hasta que la mujer le hizo una seña y Ferdinand se arrodilló a fin de quedar a la misma altura que ambas.
–¡Gracias por poner tanta dedicación en cuidar de Myneira! Si su canción ha alcanzado a los dioses, es en parte porque tiene un excelente mentor, Lord Ferdinand. Nunca dejaremos de estar agradecidos con usted. ¿No es cierto, Heidemarie?
La aludida asintió de inmediato y en silencio en tanto Hermelinda le daba un par de palmadas en el hombro a Myneira para que pudiera bajar.
Ella solo soltó un diminuto suspiro, notando de pronto el rojo en las mejillas de Ferdinand a quien se apresuró a curar.
–Como dije antes… gracias por cuidar de mí, Sumo Obispo Ferdinand –lo notó relajarse entonces y se apresuró a susurrar en japonés–, lamento mucho haberte jalado las mejillas.
–También lo lamento –respondió él con calma, pasando sus manos con una bendición de curación sobre las castigadas mejillas de ella antes de palmearle la cabeza de forma torpe–. Tendremos que protegerte el doble a partir de ahora. Chaocipher ha puesto sus ojos en ti. Lo lamento.
Ella negó antes de mirar atrás, encontrando que los adultos miraban con rostros serios, demasiado conscientes de lo que esto podría significar para todos.
–Milord –intervino Justus–, ¿cree que sea necesario poner eso en la vajilla de la señorita?
Ferdinand asintió y luego miró a Heidemarie, la cual abrió mucho los ojos junto con Eckhart, ambos mirándose entre si antes de poner una mirada cargada de determinación.
–¿Qué están planeando todos ustedes? –los cuestionó Bonifatius, para quien el breve intercambio no pasó desapercibido.
–Lord Bonifatius –llamó Ferdinand poniéndose en pie y encarando al fiero caballero retirado–, ya que es usted el actual padre de Myneira, le pido que me permita enseñarle a hacer una bestia alta. Es posible que debamos enseñarla incluso a escapar en caso necesario.
–Así que no soy el único que teme lo peor. Ese viejo trombe impredecible podría buscar deshacerse de mi nieta o usarla.
El tono era de preocupación y determinación. El viejo caballero miró a Myneira como quien mira un tesoro y luego a Ferdinand con una sonrisa salvaje y una mirada de mando que no dejaba lugar a dudas ni reclamaciones.
–No solo tienes mi permiso, Ferdinand, te aviso que voy a intervenir en sus entrenamientos. Heidemarie, imagino que algo aprendieron tú y Eckhart sobre venenos mientras servían a Ferdinand.
Los dos asintieron y luego de dedicarle una mirada de disculpa a Myneira, salieron de inmediato.
–Justus, ya que no puedo usar tus servicios por ahora, espero que apoyes a tus compañeros. Van a tener que educar a algunos niños.
–Como milord ordene –aseguró el peligris cruzándose de brazos y saliendo de inmediato del lugar.
Elvira se arrodilló entonces frente a ella, tomándola de las manos con sus ojos brillantes de preocupación.
–Myneira, vas a tener que ser muy valiente a partir de ahora. Todos nosotros haremos lo posible por protegerte, sin embargo, eres tú quien más puede protegerse a sí misma. Tendrás que ser prudente en todo momento. Y… ahm…
–Lady Elvira.
Todos miraron a Ferdinand, el cual les hizo un gesto. Bonifatius no parecía muy complacido, a pesar de ello, todos se despidieron de ella, diciéndole que la estarían esperando para la comida y que hablarían más cuando estuvieran de vuelta en la finca de los Linkberg. Incluso Hermelinda la miraba con algo de aprehensión antes de hacer girar su silla de ruedas para salir tratando de recomponer su rostro desencantado.
Apenas la puerta de cerró, Ferdinand le entregó una herramienta antiescuchas y la guió a un sillón donde casi se dejó caer con bastante elegancia, haciéndola pensar en las princesas Disney de la era dorada.
–¿Qué sucede, Ferdinand?
–Tus padres, los plebeyos, van a molestarse mucho con esto. Pensé que tendríamos hasta que cumplieras los diez años, pero con lo que acaba de pasar…
–¿Mis padres? ¿Qué va a pasar con mis padres? ¿Por qué estaban todos tan preocupados, Ferdinand?
Un silencio pesado y cargado de tensión cayó sobre ellos por un par de segundos que a Myneira le parecieron años, con Ferdinand pellizcando el puente de su nariz y evitando mirarla a toda costa.
–Lo lamento.
–¿Y ahora te estás disculpando? ¿Por qué te estás disculpando? ¿Qué…?
–No podremos dejar que regreses con tus padres –fue la seca respuesta casi susurrada y tan mortal como una daga en el corazón.
–Les avisé que no podría regresar durante el invierno y…
–Tal vez no puedas volver incluso después del invierno. Ellos pueden seguir asistiendo al templo… como tus artesanos, pero no cómo tu familia, al menos por un tiempo.
No pudo decir más. Ni siquiera pudo controlarse como era debido. Lágrimas y un calor terrible comenzaron a desbordar de ella a pesar de sentir que se estaba congelando por dentro. Fue como perder la vista, el oído y casi todo el sentido del tacto. Podía notar algo posándose en su frente una y otra vez como si se tratara de un insecto, sin embargo, no fue sino hasta sentir el maná conocido de Ferdinand mientras le hacía un chequeo médico que pudo volver en sí.
El chico estaba estresado. No dudaría nada que él fuera el siguiente en sufrir una crisis de ansiedad.
–Parece que has vuelto en ti. Me aseguraré de informar a Gunther y Effa. Incluso encontraré el modo de hacerles saber cómo y dónde estás pero, hasta que sea seguro, no deberías volver a verlos.
–Son mi familia, Ferdinand. ¡Por favor, no me los quites!
Lo vio tragar con dificultad. Culpa y decepción desfilando en esos ojos dorado claro la transportaron al día en que nació su primer hijo, cuando Tetsuo al fin se disculpó con sus padres en el hospital por ser un mal hijo con ellos por tantos años… haciéndola notar que esto era más profundo.
Lo tomó del rostro entonces, limpiando sus propias lágrimas sin importarle si este era un comportamiento apropiado o no.
–No es tu culpa, Ferdinand. Nada de esto es tu culpa, yo… haré lo que pidan. Sólo explícame porque debo renunciar a ellos. Por favor.
Su voz se rompió en esa última palabra. Contener las lágrimas estaba siendo más que complicado y doloroso.
Ferdinand acunó la mano en su mejilla con delicadeza, retirándola despacio antes de verla a los ojos, sabiendo que no era una niña, sino una adulta la que estaba suplicando por una explicación.
–En la sociedad noble, aquello que amas puede volverse tu mayor debilidad. Ahora que te ha visto… podría tratar de envenenarte. Podría dejarte abandonada en el ostracismo. Podría lograr que otros abusen de ti… o darse cuenta de a quienes atesoras y tomarlos de rehenes… o acabar con ellos para doblegarte.
No era algo que él estuviera inventando. La certeza de que Ferdinand había pasado por ello… por TODO ello se volvió tan claro y perturbador como la luz del sol de medio día.
De pronto los relatos de Heidemarie y Eckhart sobre la vida de Ferdinand cobraron un nuevo peso. No era la lejana fábula de un niño desconocido, quizás exageradas. De pronto eran reales. De pronto podían convertirse en SU historia y no en una historia ajena. De pronto se daba cuenta que ni siquiera Eckhart o Heidemarie sabían toda la historia ni conocían todo el daño que este pobre chico tuvo que soportar.
Ferdinand, el hijo menor del anterior Archiduque, antiguo Comandante de Caballeros, sufrió envenenamiento, abuso, ostracismo y había perdido a alguien valioso por órdenes de esa mujer, la madre del actual Archiduque, dejando una marca imborrable en su alma que debía ser lo que determinaba su conducta.
Era doloroso e insoportable ser consciente de ello. Era doloroso saber que quería protegerla de pasar por lo mismo debido a que comprendía a la perfección todo lo que implicaba estar en la mira de Lady Verónica.
Myneira ya no pudo soportarlo más, abrazándolo de inmediato, depositando un beso en su mejilla a pesar de sentirlo tensarse como si se hubiera vuelto de madera, escondiendo su rostro pequeño e infantil en el hueco del hombro de aquel adolescente que pronto se terminaría de convertir en hombre.
–Yo… gracias por explicármelo. Seré paciente. Incluso les explicaré que es por nuestro bien, solo déjame ver a mi padre y a Tuuri una última vez en el Templo.
–¡Si alguien se entera…!
–Aun me quedarás tú, y Eckhart, y Heidemarie, y el abuelo Bonifatius y la abuela Hermelinda, incluso la abuela Elvira, el abuelo Karstedt, Cornelius y Lamprecht. Por favor. Déjame despedirme, haré lo que quieras.
Debía estar demasiado emocional si Ferdinand la tomó de los hombros entonces para separarla de él, mirándola a los ojos y cubriéndolos antes de soltar un suspiro largo y curarla.
–… debemos regresar. Que seas una niña no justifica que te quedes tanto tiempo a solas con un hombre adulto.
Ella solo asintió, soltando la herramienta antiescuchas y bajando del sillón para salir de ahí, descubriendo en el proceso que lo que había tenido tan estresado a Ferdinand era saber que tendría que enfrentarse de nuevo a su torturadora… y ahora ella también tendría que enfrentarla de un modo u otro.
Notes:
Notas de la Autora:
¡Feliz día de la Candelaria! Que me den mis tamales porque este año no saqué muñeco en la rosca de reyes, jejejeje.
Espero que disfrutaran mucho este episodio. La próxima semana tendremos el ss de Ferdinand que abarcará... pues poco más de un año, a decir verdad. Algunas dudas serán respondidas con él. Por otro lado, la semana pasada publiqué DOS capítulos en lugar de uno por un pequeño descuido, así que si no leyeron el bautizo de Myneira, bueno, pueden regresar dos capítulos y ahí lo encuentran.
Chapter 19: SS3. El Caballero de Schutzaria.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Nada lo había preparado en realidad para cuidar de otra persona, en especial de una como la que tenía a su cargo.
Entre el interés y la conveniencia, convenció a su protegida de enseñarle el idioma de su mundo de sueños… uno al menos. Habría sido muy útil antes de darse cuenta a tiempo de que esa idiota estaba tendiéndole una trampa a Beezewants.
–¿Si sabes que no es tu obligación hacer esto? –le preguntó por enésima vez mientras comían juntos en su habitación/despacho, luego de trabajar en la papelería del Templo y la del castillo toda la semana.
–¿Si sabes que, si nadie hace nada, la situación no va a cambiar? –contra atacó ella, tomando su copa de agua para dar un sorbo y diciéndole algo distinto en su lugar–. Mañana es otro día, Ferdinand. No importa lo oscura que sea la noche, no hay noche que no termine, ni lluvia que no pare.
Sonaba como un proverbio o un dicho que en realidad no podía recordar, dándole la certeza de que eso era parte del sentido común del mundo de la señora Urano.
–Sigues siendo solo una niña. Terminarás vendida y usada si esa mosca fastidiosa se da cuenta de lo que haces.
¿Qué más podía hacer además de advertirle? Poco valía que hubiera vivido setenta, cien o quinientos años en ese otro mundo, en este tenía siete... Seis si mantenía en la mente el hecho de que la estaban haciendo pasar por alguien menor.
–Una niña, una doncella o lo que sea, lo que debe hacerse, debe hacerse. Tampoco me estoy arriesgando tanto como mis mariposas.
Mariposas. Ella intentó llamar "abejitas" a las grises que le estaban pasando información de un modo u otro, sin embargo, cuando le dijo que no existían las abejas más que en Klassenberg y alguna otra pequeña zona de otro ducado, optó por llamarlas mariposas sin mayor explicación.
–¡Dioses! Más vale que la campana no suene en nuestra contra.
Era un viejo dicho en el ditter de velocidad. Casi no había jugado ese en la Academia Real ya que se favorecía el ditter de robo de tesoros en las apuestas y para el final del año, en tanto el ditter de velocidad se utilizaba solo en algunas prácticas del curso de caballería.
–¿Irá a verificar que mis estudios sigan adelante como estaba planeado, Sumo Sacerdote?
Los platos de comida estaban siendo retirados, de modo que Fran y otro gris estaban dentro del campo antiescuchas.
–¡Por supuesto! Que ayudes en el trabajo de oficina no significa que podamos descuidar tu educación.
Y era cierto. La única forma de que sobreviviera y sus talentos y maná fueran aprovechados era convirtiéndola en noble. El Templo la dejaría demasiado indefensa y le impediría alcanzar su máximo potencial, potencial que estaba más que ansioso por atestiguar.
–Entiendo. Calculadora en la mañana y estudiante en la tarde. Por favor avise a Fran en qué momento estará visitando el orfanato para recibirlo como es debido.
Lo que se traducía como "dame tiempo a copiar tanto como pueda para que no pases demasiado tiempo conmigo y no levantemos sospechas". Era lo justo, después de todo, no siempre podía llevarla a su habitación oculta con la excusa de castigarla y llamarle la atención por su falta de sentido común.
Lo que quedaba del otoño y buena parte del invierno, Ferdinand no pudo dejar de sorprenderse por dos cosas. La facilidad que tenía su protegida para confiar en otros y la forma escandalosamente sencilla en qué conseguía la confianza de los demás. De no ser por esos dos factores, quizás habrían tardado mucho tiempo más en desterrar a Beezewants del Templo y del Jardín.
Lo que sí comprendía era que no debía dejar que ese pequeño gremlin con la apariencia de una pequeña Mestionora se alejara demasiado. Myneira no dejaba de mostrar una y otra vez lo eficiente y útil que podía ser para el ducado. Tampoco podía dejarla a sus anchas, esa criatura bien podría poner patas arriba todo Yurgensmith si se le permitía ejercer su extraño sentido de la justicia y su alocado sentido del desarrollo tecnológico.
.
–Sumo Obispo, soy Fran –dijo la persona llamando a su puerta a primera hora de la mañana, momentos después de que hubiera terminado su desayuno.
–¡Adelante!
Los grises que le ayudaban ahora a llevar la documentación del Templo como la Voluntad Divina (comida), las Ofrendas a los Dioses (donaciones al templo así como pago de impuestos), Flores de los Dioses (renta y venta de hombres y mujeres para el dormitorio), Agua de los Dioses (Agua bendita, vinos y licores comprados y utilizados) y la Compasión de los Dioses (Pago a Azules por su trabajo en el Templo) no tardarían mucho en llegar. Myneira se las había ingeniado para convencerlos a todos de que debían darle un cuarto de campanada extra a él antes de comenzar a llegar a trabajar.
Resultó que ese cuarto de campanada no solo les ayudaba a relajarse antes del trabajo, sino que además los mantenía a todos enfocados, logrando que terminaran un poco antes de la hora de la comida. Una ventaja para ambos, ya que él podía tener algo de tiempo para sus investigaciones un día a la semana y ella seguía avanzando en sus lecciones.
–¿Qué sucede, Fran?
Fran, el asistente principal de Myneira en el Templo estaba encargado no solo de entrenar a los asistentes de la niña y ocuparse de los asuntos más importantes de la pequeña, también tenía la obligación de darle un informe diario de las actividades de la joven... Por eso era curioso tenerlo ahí ese día. Myneira se fue el día anterior a Haldenzen, llevando consigo a Jenny para que pudiera servirla.
–Llegaron dos notas para usted, Sumo Obispo. Una es de parte de los asociados de la hermana Myneira y la otra…
Ferdinand aceptó las misivas, agradeciendo a Fran y revisando el contenido de inmediato, tranquilo de que el señor Benno le facilitara el hacer negocios y encargos al visitar el templo con regularidad y preocupándose apenas leer el otro mensaje.
Sylvester, Archiduque de Ehrenfest y su hermano mayor, estaba buscando el modo de escapar de su oficina para colarse en el Templo, provocándole a Ferdinand el inicio de un dolor de cabeza.
Su hermano era el responsable de todo el ducado… pero le faltaba diligencia. Confiaba demasiado en sus asistentes que eran, en su mayoría, inútiles funcionarios corruptos dedicados a su propio enriquecimiento y a servir a esa perversa Chaocifer y primera esposa del Aub anterior… por no hablar de cuanto le gustaba a Sylvester fastidiarlo a él. Ferdinand insistía en pensar que se debía a la poca experiencia de su hermano, quien no tuvo la oportunidad de ser entrenado por su padre para llevar el Ducado. Por eso estaba ocultando a Myneira. Lo que menos necesitaba Sylvester en ese momento era la curiosidad por las novedades que esa chiquilla fuera de serie podía crear.
Por lo que Ferdinand sabía, Sylvester le tenía pánico a su hermana mayor, Georgine, debido a que ésta intentó envenenarlo cuando era todavía pequeño; llevaba una relación amistosa con su segunda hermana mayor, Constance, la primera dama de Freblentag… y con él… bueno, era como si Sylvester solo pudiera relajarse y bromear con él por alguna extraña razón que desconocía.
En ocasiones cómo aquella, el antiguo Comandante y actual Sumo Obispo se preguntaba donde había quedado el confiable hermano mayor que conoció cuando su padre decidió acogerlo y reconocerlo como propio.
Dos días después verificó con Benno la posibilidad de contratar al menos cinco músicos dispuestos a aprender a ejecutar el nuevo y enorme instrumento en el Templo. Sin importar cómo o cuánta propaganda se hiciera del novedoso instrumento, Ferdinand fue un noble y, cómo tal, estaba más que consciente de cuánto repelía el Templo a los nobles. Si bien encargó a las doncellas grises en el orfanato estar atentas a qué niños mostraban cualidades musicales y de coordinación para prepararlos como pianistas, un reciente aprendiz de Kuntzeal tardaría varios años en dominar este nuevo instrumento, en tanto músicos más experimentados como Rossina y él mismo deberían aprender mucho más rápido, lo cual significaría que tendrían maestros dispuestos a ir a las fincas y casas de los nobles que compraran un piano en menos tiempo. Esto repercutiría en la cantidad de pianos vendidos y esas ventas, a su vez, en la cantidad de monedas que Myneira podría invertir en diversos ámbitos. Estaba seguro de que sería necesario a futuro.
–Cómo bien sabe, Sumo Obispo –intervino el sirviente del comerciante cerca del final de la conversación–, la señorita Myneira ha hecho más que movilizar la cantidad de monedas pasando de mano en mano. Sus ideas han estado modificando incluso el modo en que se realizan algunos trabajos entre los artesanos que trabajan para ella. Es como la lluvia que barre la nieve y la miseria de un encarnizado invierno para traer las flores más brillantes que darán su vez los frutos más jugosos de de ello es que varios de los artesanos han solicitado hablar con la señorita Myneira a la brevedad.
'Greifechan, Fortsente, Flutrane, Coucoucaloura, Mestionora, Kuntzeal… comienzo a cuestionarme si sus recuerdos son un intento de los dioses por interferir en el jardín.' Pensó el joven al tiempo que asentía y miraba a sus invitados.
—Haré lo posible por apoyar entonces para estos encuentros, sin embargo, les ruego recuerden a los artesanos de la hermana Myneira que ella es todavía muy joven. Dejarla salir del Templo y corretear como una mera plebeya podría poner en riesgo su seguridad. Deberán aprender algunos modales para poder venir al Templo donde se les recibirá por el tiempo que requieran.
—Lo entendemos, Sumo Obispo —respondió Benno de nuevo—. De hecho, es por eso por lo que hemos tenido a bien traerle algunas tablillas respecto a las maneras nobles para que nos dé su opinión. Planeamos que cada taller donde la señorita Myneira haga encargos cuente con al menos una persona letrada que pueda instruir a los demás, sin embargo, contar con la ayuda de un noble para verificar que se les enseña lo suficiente, sería de gran ayuda.
—Comprendo. Seré Anhaltaung para ustedes.
La reunión terminó poco después con algunas correcciones que Mark se apresuró a anotar. Cuando Ferdinand preguntó por el aprendiz que a menudo hacía de recadero entre el Templo y la Ciudad baja, Benno le informó que el chico estaba teniendo algunos problemas en casa y por ello no estaban muy seguros de llevarlo para esa reunión en específico.
Ferdinand se tragó un suspiro. Ese chico era un socio y algo similar a un amigo para Myneira. Seguro la chica terminaba interviniendo… y arrastrándolo consigo para interferir, eso era seguro, sería mejor que se fuera haciendo a la idea.
.
—¿Y dónde está tu pequeña Suma Sacerdotisa, Ferdinand?
Fran apenas y arrugó un poco el ceño sin dejar de servirle al "hermano Syl" un poco de vize en una copa. Ferdinand no dudó en apretar el puente de su nariz.
—¿No deberías estar ocupado preparándote para el verano? —respondió Ferdinand, sonriendo al ver a su hermano mirándolo con mala cara.
—Trabajo, trabajo, trabajo. ¡Tú y Karstedt no saben hacer nada más que no sea trabajo! Y hablando de Karstedt, ¿de verdad era necesario leerle la mente cómo una criminal a la hermanita de la nuera de Karstedt?
Esperaba que eso pasara en algún punto. Solo no tan pronto.
—Temo que sí. Heidemarie estaba muy preocupada de que su hermana hubiera presenciado actos indebidos cuando se enteró que la familia de acogida con quienes la dejó estaba esperando la visita de Entrinduge.
—No veo cómo podría ver algo inadecua…
—Viven en la parte sur. Solo tienen una recámara.
Sylvester se detuvo en ese momento, bajando el brazo con un movimiento rígido y mirándolo con los ojos demasiado abierto… igual que su boca.
—¡No es cierto!
—Si, lo es. Según tengo entendido, los plebeyos de la zona Sur no pueden permitirse más de una habitación para dormir que ocupa la familia completa. No tienen baños tampoco y la higiene es bastante dudosa, como podrás darte cuenta por el hedor si deambulas por ahí. ¡Fran!
El gris se paró a su lado entonces, haciendo una reverencia y luego dando más información respecto a la vivienda de Myne, permitiendo que Sylvester los viera cada vez más y más horrorizado.
—¡Es un milagro que siga viva!
—Lo es —admitió Ferdinand—. Comprenderás entonces porqué mi antigua erudita mostró tal preocupación. La niña no tendría idea de si había presenciado algo que no debería. Tengo entendido que el interrogatorio fue complicado por lo mismo. A pesar de guiar a Heidemarie sobre el procedimiento, hubo cosas que no estuvo muy segura de cómo preguntar.
Ferdinand dio un pequeño sorbo a su copa y se relajó. La mejor forma de mentir era con la verdad y la verdad era que Myneira tenía un sentido común excéntrico y retorcido porque su antiguo sentido común nipón no dejaba de chocar con el inculcado por los plebeyos, el de los comerciantes, el del Templo y el de los nobles. Ella misma se lo explicó en alguna ocasión durante el invierno para que comprendiera porque le costaba tanto trabajo saber cómo comportarse en ocasiones, o discernir lo que estaba bien de lo que no lo estaba.
—Vaya —suspiró Sylvester—. No sé qué haría si hubiera tenido que esconderte a ti en una casa plebeya… o a mis hijos. No sé si podría hacerlo.
Agitando un poco su copa, mirando cómo el líquido comenzaba a girar debido al movimiento, Ferdinand pensó con amargura que igual decidió esconderlo a él en el Templo. No tenía sentido quejarse ahora, al menos ya tenía algo de tiempo para sus propias aficiones, como las llamaba Myneira y, en definitiva, ya no necesitaba preocuparse por ser envenenado ahí.
—¿Cómo están Florencia y tus hijos?
Su hermano dio un largo trago a su copa, moviéndola en dirección de Fran para que la rellenaran, todo sin dejar de mirar a Ferdinand de una forma… incómoda.
—Supongo que tan bien cómo pueden estar. Florencia se ha estado distrayendo bastante con Charlotte. Está en la edad en la que solo quiere correr, tomar cosas y decir "No" a todo. Más que una bestia, pero menos que un humano.
—¿Y tu hijo?
Sylvester apretó la boca en una fina línea, encorvándose y sosteniendo su copa con ambas manos entre sus piernas disimuladas por un hábito falso. Su mirada amarga le hizo saber a Ferdinand que su hermano estaba sufriendo porque no tenía idea de cómo actuar.
El archiduque se tomó todo el contenido de su copa de un largo y sonoro trago antes de azotar la copa de plata en la mesa que tenían entre ellos, soltando el aire cómo si estuviera haciendo un enorme esfuerzo por mantener bien las cosas.
—Mi madre se está encargando de él. Es difícil no poder verlo crecer junto a su hermana…
—Su hermana nació para consolar a Florencia de que se llevaron a tu hijo, si mal no recuerdo.
Sylvester se aclaró la garganta, recargándose en el sillón y cruzándose de brazos en una actitud demasiado arrogante ahora. Un escudo para no mostrar cómo se estaba sintiendo.
—Sé que mi madre y tú no se llevan bien, Ferdinand, pero ella me educó a mí. Sabrá cómo educar a mi hijo para que sea mi heredero.
Quería quejarse. Quería señalarle que no debería confiar en esa viciosa mujer, contarle todas las pruebas que Glückität colocó en su camino a causa de esa misma madre a la que Sylvester tanto amaba y en la que tanto se apoyaba… pero sus palabras caerían en oídos sordos. Además, el niño no era problema de Ferdinand a menos que lo colocaran en el Templo y de verdad esperaba que no lo colocaran ahí. Una cosa era tratar con una niña con memorias de adulta y otra muy distinta era lidiar con un niño cuyos recuerdos correspondían a la poca experiencia que su edad le hubiera dado.
—Entiendo.
—Si —suspiró Sylvester estirando ambos brazos sobre el respaldo del sillón y reclinando su cabeza hasta dejarla descansando ahí mismo en una posición extraña—. Ojalá Florencia también pudiera entenderlo.
Era una fortuna que Myneira no estuviera ahí. Ferdinand estaba seguro de que ese pequeño gremlin no tardaría en saltarle a Sylvester a la yugular, darle un sermón tamaño Rihyarda, gritarle un par de consejos y luego… luego caería con fiebre un par de campanadas por el esfuerzo. A pesar de los jureves, su cuerpo todavía se estaba fortaleciendo y no parecía que fuera a lograrlo pronto.
—Entonces —murmuró Sylvester cómo si acabara de despertar luego de algunos latidos en completo silencio, enderezándose y dedicándole una de esas sonrisas que solo auguraban problemas—, ¿dónde metiste a tu pequeña Suma Sacerdotisa?
La rapidez con que su hermano se anteponía a la frustración y cambiaba de objetivo debía ser una retorcida bendición de Steifebriese… una retorcida y molesta bendición ni más ni menos.
—Es la hermana pequeña de Heidemarie. La conocerás en su bautizo.
—¡Oh! ¿Así que le leyeron la memoria para saber si había atestiguado las bendiciones de la alcoba y si era competente para apoyarte?
—¡Disparates! La niña ha mostrado ser más competente que muchos de los azules aquí dentro. Su capacidad para hacer cuentas sin una calculadora, por ejemplo, es algo que solo se esperaría de uno de los discípulos de la misma Greifechan.
Ferdinand devolvió su copa vacía a Fran para dejar de beber en ese momento, sintiendo un pequeño escalofrío y notando, para su desgracia, la mirada cargada de sorpresa, diversión y curiosidad en su hermano.
—¡Ojojoh! ¿Ferdinand alabando a alguien? Debe ser en serio muy buena con los números. ¿Y va a bautizarse cuando?
—A mediados del verano. Karstedt debería de poder avisarte, ya que Heidemarie y Eckhart van a adoptarla como su hija luego de su unión de las estrellas.
Sylvester cubrió su cara con ambas manos, tallándola en un gesto bastante curioso. Fran observó a Ferdinand un poco asustado y bastante perdido. Ferdinand le hizo señas para traer algunas de las galletas que Myneira le dejó reservadas en algunos frascos de las alacenas para asegurarse de que comiera algo de dulce en su ausencia.
El asistente gris estaba retirándose por uno de los pasillos del servicio cuando Sylvester soltó su rostro de forma dramática dejando salir un sonido extraño y molesto, luego de lo cual procedió a mirar a Ferdinand con un rostro suplicante y… bueno, era la misma mirada que solía poner cuando lo invitaba a jugar y él debía negarse para terminar con todos los interminables deberes extra que le ponía Verónica cuando recién llegó al castillo.
—¡No pueden estarla adoptando tan pronto! ¡¿Cómo se supone que disfruten de su matrimonio si tienen de inmediato a una niña que hay que bautizar apenas media temporada después?!
—Myneira dijo algo por el estilo, por eso Heidemarie le leyó la mente y la están bautizando a mediados del verano y no al día siguiente de atar sus estrellas.
Su hermano estaba más que sorprendido, recuperándose de inmediato para ponerse demasiado cómodo en el sillón, pensando sin dejar de mirar algún punto en el techo, a la derecha de Ferdinand.
—Es buena con los números, sabe que una pareja recién casada necesita algo de tiempo y su propio espacio apenas casarse y Ferdinand la alaba… podría ser una excelente ministra para Wilfried… y solo le lleva tres años… incluso podría ser una buena primera o segunda esposa y…
—Sylvester, lo que sea que estés tramando, te recomiendo que te detengas, justo AHORA.
—¿Qué? ¡¿Por qué?! ¿De pronto te sientes como el orgulloso padre de esa niña y no quieres separarte de ella?!
El rostro de Sylvester era más que odioso y burlón para ese momento. Ferdinand se sentía ahora bastante inclinado a no advertirle, pero viendo cómo Bonifatius estaba cada vez más y más apegado a la niña…
—Bonifatius quiere adoptarla.
—Espera, espera, espera… ¡¿Qué?!... bueno, entiendo eso, digo, nuestro tío siempre quiso una niña en su familia y… ¿No es eso ir demasiado lejos? ¡Es la hermana de tu erudita! ¡La niña podría jugar a ser su linda bisnieta y ya!
—La niña ha jugado TAN bien a ser la linda y adorable bisnieta, que Bonifatius está empecinado en adoptarla si Heidemarie y Eckhart no alcanzan sus expectativas cómo padres para ella... cosa que dudo que suceda con lo, irreflexivo que puede ser Bonifatius. Tampoco le gusta que esté aquí en el templo, sin embargo, Myneira ha sido muy…
—¿Myneira?... Así se llama entonces, ¿por qué me parece un nombre tan familiar? ¿dónde lo escuché?
—La nombraron en honor a la abuela de Heidemarie y ella. Bonifatius dijo algo de haber lamentado mucho la muerte de la mujer. Parece que fueron amigas de escuela ella y una de sus esposas.
Sylvester estaba frotando su barbilla sin dejar de asentir, subiendo uno de sus pies al sillón en una actitud demasiado relajada para cualquier noble, no se diga para el archiduque. Ferdinand solo soltó algo de aire sin decirle nada. Karstedt y Chaocifer bien podrían amonestarlo hasta dejarlo sin orejas en el castillo.
—Supongo que, si el tío Bonifatius la adopta, no me va a quedar más remedio que tratar de convencerlo de prepararla para casarse con Wilfried y ser uno de sus pilares. Así como tú, pero mejorado.
—¿Mejorado?
Una sonrisa divertida apareció en los labios de Ferdinand. De hecho, era irrisorio que ese gremlin fuera mejor que él en algo más que ganar aliados. Demasiado inestable en realidad.
—¡Claro que sí! Imagino que, al igual que tú conmigo, podrá dar consejos certeros y exterminar la mayor parte del trabajo de oficina en poco tiempo. A diferencia tuya, ella bien podría traer algunos cuantos herederos para la casa archiducal. ¿Es linda?
El ceño de Ferdinand se frunció. Se sentía incómodo por la pregunta. Estaba pensando en un modo mordaz de contestar cuando Fran llegó con una fuente llena de galletas y algo de té en un carrito de servicio, sirviendo de inmediato.
Sylvester miró los postres con curiosidad… demasiada curiosidad para el gusto de Ferdinand, quien procedió a explicar las galletas y hacer una demostración de veneno, dejando que Fran le sirviera una buena cantidad en el plato.
—¡Esto está buenísimo! Con razón llenaron tanto tu plato. ¿Siempre comen así de bien aquí?
No planeaba responder, para su desgracia, Sylvester miró a Fran y le hizo un ademán para que él le respondiera a su pregunta.
—La Suma Sacerdotisa ha sido bendecida por Coucoucaloura, milord. Ella ha creado estas galletas, al igual que la mayor parte de los platillos que se sirven actualmente en el orfanato. El Sumo Obispo come con ella a menudo.
Su hermano estaba más que sorprendido ahora, mirando de Fran a Ferdinand antes de reír de esa manera traviesa que tanto le preocupaba a Ferdinand, posando sus ojos de nuevo en Fran.
—¿Y dime, la Suma Sacerdotisa es linda?
Fran lo miró contrariado y Ferdinand no tuvo más opción que asentir. Disfrazado o no, Sylvester seguía siendo el archiduque y Fran un mero sacerdote gris. Estaba obligado a responderle a Sylvester.
—La Suma Sacerdotisa es algo más pequeña que los niños de su edad debido a su constitución frágil y enfermiza, sin embargo, los huérfanos muestran mucho respeto y admiración por ella. Su cabello ha sido bendecido por el Dios de la Oscuridad y sus ojos por la Diosa de la Luz, todo para enmarcar su fresca piel de porcelana y su alegre sonrisa, milord.
—¿Cómo la diosa de la sabiduría? —preguntó Sylvester.
—Se parece bastante a Mestionora —respondió Ferdinand de mala gana—, se parece demasiado.
Sylvester volvió a mirar a Fran, haciéndole un gesto para que ahondara más en su respuesta y Ferdinand asintió para darle permiso de hablar.
—La Suma Sacerdotisa encuentra más que atrayente la sala de lectura y los libros en general, milord. Ella… ama el conocimiento casi tanto como ama toda forma de vida. Los huérfanos se han estado esforzando en aprender letras y números para ganarse algunos elogios sinceros de parte de la Suma Sacerdotisa.
Sylvester se llevó otra galleta a la boca, masticando sin dejar de considerar las palabras de Fran. Ferdinand no sabía cómo sentirse o qué esperar. Su hermano, a pesar de tener un sentido noble bien arraigado podía ser bastante impulsivo e impredesible debido a su exceso de curiosidad y sus bastas bendiciones por parte de Willkürspab, el dios de los juegos y las bromas.
Al final su hermano se puso en pie, preguntándole si podría dar un vistazo al orfanato, a lo que Ferdinand se negó. Si quería entrar al orfanato y ver a los huérfanos debería de pensar en una buena explicación y esperar a que la Suma Sacerdotisa fuera bautizada y autorizara la visita, después de todo, ella era la directora del orfanato.
Para cuando Sylvester volvió al castillo, Ferdinand estaba tan exhausto, que se tomó una siesta de apenas una campanada luego de tomarse una de esas terribles pociones para obtener el descanso de una noche entera de sueño en una campanada, aun si significaba revivir algunos de sus peores traumas para despertar. Todavía necesitaba dar otro vistazo a esos diarios que su hermano y Karstedt acordaron dejar bajo su supervisión. Todavía no lograba entender todo el maldito código de Georgine a pesar de la ayuda de los sacerdotes que sirvieron cuando Beezewants era más joven y que ahora residían en la Soberanía.
.
Myneira no dejó de meterse en todo tipo de problemas y situaciones problemáticas ni siquiera durante su viaje a Haldenzen.
La niña revivió un antiguo ritual que acabó temprano con el invierno en la región, llevándoles no solo una fuerte tormenta y una primavera temprana, sino que además provocó el resurgimiento de una rara planta fey llamada Blenryus que tenía años que no formaba parte de las bendiciones de Fortsentse en Ehrenfest. También se dedicó a molestarlo con canciones de lo más indecentes y llamó la atención de demasiados nobles durante su bautizo por el enorme desplante de bendiciones que lanzó. Menos mal que el hecho de que era omnielemental solo lo mencionó a Eckhart y Heidemarie.
Ferdinand no podía decidir que lo tenía más escandalizado, o si soportaría que la supuesta niña de siete recién bautizada decidiera fastidiarle la existencia con letras cada vez más sugerentes. Era una forma atroz de pervertir las bendiciones de Kuntzeal.
No mucho después del bautizo del gremlin, la curiosidad le ganó y decidió preguntarle cómo se veía ella en su vida anterior o a la sugerente canción que lo llevó a acortar el tiempo de estudios de Myneira y aumentar el tiempo que dedicaba a aprender sobre los dioses y los nobles eufemismos.
Myneira no dudó nada en describir su forma anterior, cómo se veía de joven… cómo se veía de vieja.
Quizás por esa razón soñó con ella, solo no con la versión que encajaba con la edad de Ferdinand. Una abuela tan mayor como Rihyarda, con una sonrisa suave no solo en sus labios, sino también en sus ojos, asomados por detrás de un par de monóculos elegantes, caminando con calma y comentando sobre cuanto estaban creciendo sus nietos con tanto orgullo, que cuando Ferdinand se despertó, no pudo evitar preguntarse si era debido a la cháchara interminable sobre lo increíbles que eran los huérfanos y lo fácil que estaban aprendiendo con todos los juegos que les estaba poniendo al alcance o a sus incesantes preguntas sobre agrandar su séquito del templo al tomar a una de las niñas en el orfanato apenas fuera bautizada. Delia, si mal no recordaba Ferdinand.
El otoño pasó al mismo ritmo que sus preocupaciones respecto a Verónica crecían. La mujer no toleraba que nadie destacara más que ella y no tenía idea de qué podría hacer contra su protegida.
¿La usaría en contra de él o intentaría acabar con ella cómo hizo con tantas otras jóvenes? ¿Sabría de las intenciones de Sylvester para atar las estrellas de Myneira a las de Wilfried?
Si lo estaba, era más que seguro que haría lo posible por acabar con la niña. Una princesa Leisegang era algo que no podría tolerar, de eso estaba seguro. No era de extrañar que estuviera fastidiado y más demandante de lo usual. Sabía cómo protegerse a sí mismo, confiaba en su propia resistencia al veneno y en sus estudios como erudito, pero… ¿Dónde quedaba Myneira en el gran esquema de las cosas? ¿Qué haría Bonifatius si la niña moría o era envenenada o debía vivir en el ostracismo en la sala de juegos de invierno?
Quizás por eso Myneira decidió casi enviarlo a saludar a la Pareja Suprema con otra canción, una mucho peor que las dos anteriores, provocando que se sintiera avergonzado y sucio… muy sucio, en especial durante la noche, cuando Ferdinand se sorprendió soñando con una mujer de lacios cabellos negros y almendrados ojos castaños escondidos detrás de un par de gruesos monóculos de algún material desconocido, quien lo llevaba por en medio de estantes llenos de libros sin dejar de sonreírle, hablándole de cada uno de ellos sin llegar a dar demasiadas explicaciones debido a su enorme emoción, besándolo con afecto en algún punto antes de que pudiera visualizarla sudando debajo de él con un sonrojo cruzando su rostro encantado de tener su espada dentro de su cáliz, recordándole un poco el rostro febril que Myneira le mostrara un año atrás, cuando Beezewants la drogó con la intención de obligarla a ofrendarle flores.
Esa mañana se levantó desorientado, sintiendo que su órgano de maná explotaría por su fuerte retumbar, preguntándose si debería castigarse a sí mismo, a ella, o a los dioses por el vívido e impuro sueño que le supuso tener que lanzar un washen para borrar todo rastro de nieve de su pijama y sus ropas de cama.
Por extraño que pareciera, se sintió más ligero ese día y los que siguieron, aun si no hubo más sueños de nieve y cabello negro.
El día que tan angustiado lo tenía no tardó en llegar. Myneira sería presentada en la sociedad durante su debut, adoptada por Bonifatius y dejada en la sala de juegos.
Al ser la de mayor rango entre los archinobles, tendría que cumplir con ciertas funciones que, Ferdinand estaba seguro, cumpliría sin mayor problema. De hecho, fue bueno para ambos hablar respecto a lo que se esperaba de ella la semana previa, aun si parecía emocionada e incómoda a la vez.
—¿Te queda alguna duda, Myneira? —preguntó Ferdinand la noche previa a dejarla volver a su casa en la Ciudad Baja, justo media campanada antes de que la niña abandonara el templo por dos días.
—No… si… ¿estás bien, Ferdinand?
Estaban en la habitación oculta de Myneira con la excusa de darle una revisión médica completa para asegurar que podía presentarse ante los nobles en tres días.
El recuerdo de la pequeña Mestionora dándole las gracias por ser su amigo se le pasó por la mente, con Grammarature cosquilleándole palabras que solo lo dejarían vulnerable frente a ella y a cualquier enemigo que pudiera tomar ventaja de la pequeña.
—Yo… solo haz las cosas cómo te he indicado. Evita al archiduque y a su madre tanto como puedas. Avísame si alguien te falta al respeto en la sala de juegos o si te hacen… bromas demasiado pesadas. Los Linkberg y yo podríamos ser tus únicos aliados en ese lugar, mejor que te prepares.
En realidad, quería hablarle de su propia experiencia, terrible y angustiante en la sala de juegos. Los intentos de asesinato que sufrió a manos de Verónica. Cómo su cuerpo fue usado por las asistentes de la mujer para burlarse de él y exponerlo tanto como les fue posible sin que su padre pudiera castigarlas por tocarlo sin llegar a teñirlo. El inmenso miedo que tenía a que Verónica la viera como una amenaza y decidiera acabar con ella por ser una princesa Leisegang… pero no podía decir nada, no podía cargarla con todo eso sin importar cuan sincera y confiable pareciera el día que le dijo que podía contarle todo lo que deseara.
Ella era una niña recién bautizada. Él era un adulto sin importancia alguna iniciando su otoño. Era obvio quien debía proteger a quien. Era obvio quien debía callar y servir de escudo para el otro.
Notes:
Notas de la Autora:
La imaginación puede hacer cosas super interesantes mientras uno sueña, en especial si ha sido sugestionada de algún modo, influyendo de inmediato al inconsciente y a los sueños. ¿Los sueños son entonces recuerdos perdidos? ¿o son el producto del estrés, las pláticas y un par de detalladas descripciones?
Espero que tengan un excelente domingo y un muchísimo mejor inicio de semana.
Chapter 20: La Sala de Juegos y los Niños Nobles
Chapter Text
Su adopción fue tal y cómo se esperaba, justo después de los bautizos de invierno, pero antes de los debuts, con Bonifatius y la abuela Hermelinda acompañándola por un lado en el escenario, Eckhart y Heidemarie del otro.
Los debuts, sin embargo, fueron… no lo que esperaba, en realidad.
Pasaron de los laynobles, que daban algo de pena a los mednobles, que, como esa pequeña llamada Liesseleta, ya eran escuchables; y luego a los archinobles que lo hacían bien, haciéndola preguntarse qué clase de programa espartano e insano la obligaron a tomar a ella.
Por lo menos no tendría que "competir" contra alguno de los hijos del archiduque. No estaba muy segura si no sería lo suficientemente buena o si dejaría en mal a los pobres niños si ese fuera el caso. Lo que nadie esperaba era que su maná comenzara a moverse con la canción, siendo absorbido por su anillo en la parte más álgida de la melodía para estallar en cientos de luces sobre los nobles ahí reunidos… o que el insufrible niño pelirrojo de su bautizo estuviera ahí, poniéndose en pie y gritando que ella era en definitiva la Santa de Ehrenfest, Amada por los Dioses y su futura señora mientras Ferdinand la sacaba de ahí en hombros.
'Ese niño es en serio muy intenso. Solo le faltó sacar barritas luminosas, un taiko y una enorme pancarta para gritar a todo pulmón.'
Por supuesto, el curioso despliegue provocó un par de problemas.
Por un lado, el mocoso la regañó luego de que ella siguiera sus indicaciones, lo que terminó en una pelea de insultos y mejillas jaladas. Por otro lado, la terrible Lady Verónica se había fijado en ella, lo que, luego de un afectuoso despliegue de apoyo por parte de los Linkberg dio lugar a una terrible noticia para ella, por parte de Ferdinand.
No podría ver a su verdadera familia lo que quedaba del invierno.
Podía sentir su corazón a punto de romperse, por fortuna, Ferdinand estaba ahí para apoyarla y cuidar de ella hasta que se sintió mejor. Incluso él parecía un poco aliviado luego de su pequeña interacción, bajándola de su regazo justo a tiempo. Un par de toques en la puerta los alertaron y en nada, Bonifatius estaba de nuevo dentro de la habitación caminando hacia ella.
–¿Myneira? ¿estás bien?
–Lo estoy ahora. Gracias por preguntar, abuelo. Yo… lamento mucho mi comportamiento. Creo que todavía soy muy mala para controlar mis emociones y…
–No hay nada por lo que debas avergonzarte, mi niña –explicó el enorme y bonachón abuelo tomándola en brazos de inmediato–. El arte de controlar nuestras emociones para evitar que nuestro maná se desborde lleva tiempo, por eso es que seguirás utilizando la herramienta para niños por un par de años más. Ahora, no te preocupes por nada, ¿si? Sylvester se está encargando de todo allá afuera, así que, solo sonríe y disfruta del día.
Santa Claus, el verdadero Santa Claus que vivía en algún lugar de la Europa del norte, debía haber tenido un carácter similar al de Bonifatius, o eso pensó Myneira, sintiendo cómo se iba calmando poco a poco, hasta que pudo relajarse del todo y mirar a Ferdinand de nuevo desde los brazos de Bonifatius.
–Gracias, Ferdinand.
El muchacho solo asintió a la genuina gratitud del viejo, todavía un poco conmocionado por lo que acababa de pasar, aun si era difícil de ver.
–No hay nada que agradecer –respondió el Sumo Obispo en un suspiro antes de mirarla a ella–. Anda, debes ir con Bonifatius afuera. Ya hemos gastado demasiado tiempo aquí.
–Ferdinand tiene razón –dijo su padre de adopción–. Vamos a comer algo, ¿sí? Hermelinda está ansiosa de sentarse contigo a la mesa para compartir las bendiciones de Coucoucaloura.
Ambos sonrieron y ella fue dejada en el suelo para poder caminar fuera de la sala.
.
La comida tuvo lugar antes de la ceremonia del regalo en que se entregarían capas y broches de un tono amarillo muy oscuro a los nuevos alumnos de la Academia Real. Su bisabuela y ahora madre adoptiva le explicó con una enorme sonrisa que el ocre era el color heráldico de Ehrenfest, de modo que los nuevos estudiantes podrían ser reconocidos como parte del ducado con facilidad por los otros alumnos y profesores, en tanto los broches les garantizaban entrar al dormitorio.
'Al menos no tienen que decirle alguna contraseña extraña a una dama gorda y algo despistada en una pintura' pensó ella con diversión, preguntándose si la Academia Real sería como Howgarts. De ser así, esperaba que no tuviera un Bosque Prohibido o un director atolondrado enviando a los niños desobedientes a internarse en dicho Bosque Prohibido. Una sala de escaleras, con escaleras que se mueven sería divertido en realidad… o un Comedor con el techo encantado y largas mesas con los colores y emblemas de los ducados. Aunque lo mejor sería una enorme biblioteca con una sección prohibida. De haberla, idearía formas que enorgullecieran a los gemelos Weasly para colarse a leer tanto que la misma Hermione Granger sentiría envidia.
—Myneira, ¿qué estás tramando ahora? —le preguntó Hermelinda con una sonrisa sincera y controlada.
—Solo me preguntaba cómo es la Academia Real, abu… ¿madre?
Hermelinda soltó una ligera risilla divertida y Bonifatius no tardó en voltear a verlas con una sonrisa enorme y sincera, tan similar a la sonrisa de su padre Gunther, que la pequeña se sintió un poco más tranquila.
—Myneira, Bonifatius y yo estamos de acuerdo en que puedes seguir llamándonos "abuelos" o "madre" y "padre" si lo prefieres. No te forzaremos a nada, querida. Solo queremos protegerte tanto como sea posible.
—Hermelinda tiene razón, Myneira —interrumpió Bonifatius—. Hija o nieta, nada nos hace más felices que poder tenerte cerca, criarte y protegerte.
Myneira sonrió recordando la cálida alegría que le brindaban las visitas de sus nietos cuando eran muy pequeños, o cómo se había sentido más que extasiada las raras ocasiones en que alguno de sus hijos le pedía permiso para dejarle a sus nietos por más tiempo debido al trabajo o a alguna eventualidad que les impidiera estar ahí. En esas ocasiones Tetsuo solía quejarse de que el trabajo de un abuelo debería ser solo malcriar a sus nietos, no ocuparse de ellos, y aun así, el hombre disfrutó de cada una de esas visitas, yendo al extremo de bañarse y dormir con sus pequeños nietos, darles golosinas o supervisar sus tareas y corregirlos con mucha más paciencia que con sus propios hijos.
Tuvo que sonreír ante los recuerdos. Nada le gustaría más que volver a tener una gran familia unida y feliz con Tetsuo, solo debía encontrarlo… sobrevivir siendo noble y encontrarlo, si es que había renacido en ese lugar él también.
'¿Qué pasa si ese científico loco no tiene sus recuerdos, pero renació aquí también? ¿Seguiría siendo mi Tetsuo? ¿Sería capaz de encontrarlo? Quizás debería averiguar si hay un dios o diosa del matrimonio y rezarle para que me devuelva a Tetsuo. Con más de setenta dioses en el panteón de Yurgensmith...'
La pequeña se pellizcó un brazo por debajo de la mesa y volvió a sonreír, concentrándose en desenvolverse en su papel de adorable nieta recién adoptada y no en la preocupada novia que ha perdido a su contraparte.
—¿Entonces puedo seguir llamándolos abuelo Bon y abuela Linda?
La pareja le devolvió la sonrisa, con Bonifatius palmeando con cuidado su cabeza y Hermelinda apretando con afecto uno de sus hombros.
—Por supuesto, Myneira.
La dulce mujer estaba intercambiando sonrisas con ella cuando una sensación de lo más extraña la hizo tensarse, sintiendo como se ponían de punta los vellos de su nuca, llevándola a mirar primero a Bonifatius y luego a seguir la mirada del hombre hasta encontrarse con la mujer del velo.
Su rostro, al encontrarse más cerca debido a la posición de Bonifatius, era más fácil de mirar a través de la tela semitransparente, aunque no demasiado.
Decidió ignorarla y seguir comiendo, haciendo lo posible por no mostrar su desencanto ante la desabrida comida que les estaban dando a los nobles en ese enorme comedor.
El festín podía verse muy bonito y algunos de los platillos llevaban especias que hacían destacar sus colores todavía más y, de todos modos, a pesar de tener pescado a su disposición, todo tenía un sabor plano o desequilibrado al que le faltaba mucho trabajo.
–La comida de tu restaurante va a ser toda una revelación, querida –comentó Bonifatius luego de un rato, con una enorme sonrisa traviesa que pronto fue contagiada a Hermelinda.
–Ya estoy deseando que inauguren el restaurante en la zona noble –afirmó Hermelinda emocionada–. ¡La comida que nos trae nuestra hermosa nieta siempre es tan deliciosa!
La pequeña sonrió complacida, recordando cómo sus dos proyectos culinarios estaban tomando forma poco a poco y que, de hecho, debido a esto tenía cinco chefs en el Templo desde el verano. Hugo y Elah, los más avanzados, estarían trabajando en la zona de los nobles, en tanto Renge y Polo atenderían a los comerciantes en el restaurante de la ciudad baja junto con Liesse, la repostera de Frieda. Amelie se quedaría en el Templo como su chef personal por el momento en lo que entrenaba a Arabella, una de las grises que salvó del Obispo anterior y que en realidad tenía mucha facilidad para la cocina.
'Quizás debería rotar a mis chefs entre los restaurantes y el templo. Podría usar la cocina del Templo como una escuela para entrenar a algunos cuantos chefs. Si aprendieran de todos los que tengo ahora en diferentes momentos, podría haber una rivalidad tan sana como la de Hugo con Liesse, lo que podría terminar en más platillos únicos que no se me hayan ocurrido… incluso podría arreglar estos terribles platillos.'
Estaba pensando en futuros platos y la rotación del personal, considerando el valor nutricional de algunos de los platillos presentados en ese momento cuando se dio cuenta de algo. Mirando en derredor con muchísima atención antes de mirar a su abuelo y luego a su abuela, dejó que la pregunta saliera en voz baja.
—Por cierto, ¿dónde está Lord Ferdinand?
—Él…
—Ya no es necesario que le llames "Lord" Ferdinand, Myneira —interrumpió Bonifatius a Hermelinda—. Tu estatus se ha vuelto más elevado que el suyo fuera de ese… sucio templo. A menos que su hermano le permita regresar a la sociedad noble, tú eres una archinoble de la casa Linkberg, mientras que él… es SOLO un sacerdote.
Estaba a punto de decir algo, a punto de reclamar incluso. Ella también era parte del Templo y de verdad no podía comprender que tenía de malo. Más aún, físicamente era uno de los lugares más pulcros que hubiera visto jamás. En cuanto a la moral, se estaba enderezando poco a poco. Si bien, Myneira estaba al tanto del desvergonzado y poco respetuoso uso que los nobles le daban al templo, también era cierto que lo había estado reformando poco a poco con la ayuda de Ferdinand.
En la actualidad, solo aquellos sacerdotes y doncellas grises que desearan servir cómo flores podían dar dicho servicio, además de que se estaba planteando la posibilidad de abrir algún establecimiento cercano tanto en la zona noble, como en la zona plebeya, para que cualquier individuo solicitando servicios no aptos para menores de edad pudieran realizar sus actividades fuera de la casa de los dioses. De momento solo necesitaban conseguir la aprobación del Aub, cosa de la que Ferdinand aseguró que se encargaría, solo que… ¿cómo iba a encargarse si no estaba ahí?
—Ahora que hemos comulgado con las bendiciones de Coucoucaloura —sonó la voz fuerte y clara del archiduque, consiguiendo que todos guardaran silencio—, es hora de iniciar con la Ceremonia del Regalo, luego de lo cual, nuestros niños irán a la sala de juegos en tanto los adultos damos la bienvenida a la socialización del invierno y disfrutamos de las bendiciones de Vantolé.
Myneira tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para recordar a ese Dios. Memorizar tantos dioses, además de rituales y oraciones, no era una tarea sencilla, menos aún si además era la calculadora del Templo y del castillo, la encargada del orfanato y de varias empresas que debía supervisar cada semana, ya fuera por medio de reportes o con visitas, por no hablar de sus estudios cómo noble.
–Myneira, ¿me permitirías escoltarte a la sala de juegos?
La niña miró a sus abuelos, con Hermelinda asintiendo desde su silla de ruedas mánica y haciéndole señas de aceptar. Myneira le sonrió al abuelo y permitió que la ayudara a bajar del asiento, colocando su mano en el dorso de la mano del hombre que todavía tenía que agacharse para que ella no caminara de puntitas.
–Myneira, mientras estés en la sala de niños este año, serás la persona de mayor rango. Cómo una Linkberg y sin ningún candidato a archiduque por el momento tienes algunas tareas y responsabilidades específicas ahí –le instruyó Bonifatius sin dejar de caminar–. Sé que estarás a la altura, además, tengo una sorpresa para ti.
El camino a la sala de niños era largo y su estatura no ayudaba. Estaba agradecida de que trataran sus cúmulos de maná y que tanto el abuelo como Ferdinand estuvieran supervisando su régimen de ejercicio de manera constante, de modo que fuera capaz de hacer todo el camino por sus propios pies, aún si iban a un paso bastante lento que el abuelo parecía disfrutar al ser capaz de conversar con ella y darle toda clase de recomendaciones.
Cuando llegaron a la puerta, cuatro rostros familiares estaban ahí, esperándola en tanto varios niños de diversas edades entraban en la habitación.
–¡Hermana Heidemarie! ¡¿Y todos los hermanos Linkberg?!
La niña miró a su abuelo en busca de respuestas y el hombretón dejó escapar una sonora carcajada de inmediato, guiándola hasta dejar que Eckhart la escoltara usando su armadura de caballero mientras Heidemarie portaba una especie de vestido negro que parecía alguna especie de uniforme.
–Myneira –dijo su hermana mayor arrodillándose frente a ella para quedar a la misma altura con una sonrisa cargada de felicidad–, el señor Justus me ha estado preparando para que pueda servirte como asistente personal mientras estés en la sala de juegos, luego de lo cual estaré fungiendo cómo tu erudita, al menos, mientras Lord Ferdinand siga en el Templo.
–Pensé que la señora Otilie sería mi asistente, hermana.
–Solo en alguna de las fincas. Aquí en el castillo, seré yo quien me encargue de eso.
–Lord Ferdinand nos pidió cuidar de ti por el momento –explicó Eckhart agachándose apenas un poco–, así que en este momento somos parte de tu séquito. Recuerda que este arreglo es temporal. Una vez nuestro señor pueda volver a la nobleza, regresaremos a su lado.
–Se los agradezco mucho, Eckhart, Heidemarie. Aprovecharé que puedo tenerlos a mi lado hasta entonces.
Luego miró a los hermanos menores de Eckhart que la miraban sonriendo.
–Te ayudaré a que te adaptes pronto a la sala de juegos, Myneira. Al menos, hasta que deba irme a la Academia Real –ofreció Lamprecht–. Ya he pedido permiso a mis padres para servir cómo tu caballero de escolta, así que cuando cumplas los diez, me encargaré de mostrarte todo y escoltarte a tus clases. El abuelo desea que tengas un caballero adecuado a tu lado, así que Cornelius será quien se encargue del heredero del Aub.
–¡Yo también te ayudaré a adaptarte y te protegeré mientras esté en la sala de juegos! –ofreció Cornelius con toda seriedad–. Solo no me hagas llamarte "tía Myneira", sería muy incómodo. Y no le des mucha importancia a mi trabajo con… bueno, mi futuro señor. Mientras no sea bautizado, no importa.
Myneira se cubrió la boca antes de reír un poco, divertida ante el entusiasmo y la preocupación de Cornelius. Imaginaba que el niño que estuvo tan orgulloso de tener cosas que enseñarle a su nueva sobrina debía sentirse algo perdido ahora que ella era técnicamente su tía.
–Cornelius y Lamprecht siempre serán mis amados y confiables tíos en mi corazón. Estaré a su cuidado.
Los dos niños sonrieron con ganas, asintiendo antes de ofrecerle los brazos para escoltarla. Ella no tardó en aceptarlos antes de voltear a ver a su abuelo para despedirse con una enorme sonrisa. En realidad, quería abrazarlo, pero estaba segura de que alguien de cabello azul claro y mal genio le daría un sermón, aún si se enteraba por terceros de su "vergonzosa" actitud y "falta de decoro".
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'¡Cierto! El niño raro se llama Harmuth y es amigo del tío Cornelius.'
Myneira sonrió, tomando la manga de Cornelius para que dejara de regañar al pelirrojo que parecía ser su mejor amigo y ahora, además, un fanático de ella misma que no solo no había dejado de alabarla, sino que ya había expresado en más de cinco formas diferentes su deseo de servirla solo a ella.
Cornelius guardó silencio con el ceño fruncido sin dejar de ver a Harmuth con desdén.
–Temo que debo evitar aceptar por el momento, Hartmuth. Fuera de aquellos que vienen de mi propia familia, no voy a tener subordinados de nuestra edad este invierno. Debo conocerlos a todos para considerar con cuidado a quienes tomaré y a quienes no. El hijo del Archiduque estará aquí dentro de tres años y su hermana dentro de cuatro. Ambos van a necesitar los servicios de nobles adecuados, puede que yo misma termine en el séquito de alguno de ellos cómo el tío Cornelius. Aun así, agradezco tu entusiasmo, Harmuth. Espero que podamos conocernos mejor, así como interactuar con los otros chicos.
–¡Por supuesto! ¡No cabe duda de que la misma Anhaltaung debe haber murmurando a su oído, mi señora, porque tiene toda la razón! ¡Esperaré ansioso por su veredicto mientras Dregarnuhr tiene a bien permitir que nuestros hilos, y todos los de los aquí presentes, se entrecrucen para formar un tejido hermoso y adecuado para la pequeña Santa de Ehrenfest, quien merece tener su propio séquito solo por ser amada por los dioses!
De pronto sintió bastante agradecimiento por esas clases extra que le estaban dando en nobles eufemismos porque, de verdad, se habría perdido de inmediato en la larga perorata de ese friki sobre pasar el tiempo conviviendo con todos en la sala.
Poco a poco fue conociendo a todos los niños. Mientras los otros archinobles como Leonore la trataban como a una igual, los de menor rango fueron pasando a presentarse y ofrecerle sus largos saludos tanto a ella cómo a los otros archinobles, algunos con una cara de pocos amigos, otros con caras desconcertadas.
Los nobles saludos se reanudaron luego del descanso que se aprovechó para mover a los alumnos de sexto año a la sala de teletransporte y Myneira tuvo que mantener una sonrisa noble que no le supusiera un dolor de mejillas después.
Guiada por su hermana, Eckhart y los otros Linkberg, pronto se enteró de a qué facción pertenecía cada uno de los niños, notando que su familia no tenía en muy alta estima a los veronicanos.
Cuando los saludos al fin se terminaron, Myneira miró a sus guardianes, notando que Eckhart se posicionaba en la puerta mientras Heidemarie la seguía como una sombra, cosas que aprovechó para entregarle una herramienta antiescuchas.
–Querida hermana, ¿podrías explicarme de nuevo porque todos ustedes parecen tan ansiosos con ciertos niños recién bautizados y niños que aún no han entrado a la Academia Real?
–Son niños veronicanos, Myneira. Sus familias sirven a Chaocipher, por lo tanto, nada bueno puede salir de asociarse con ellos.
La pequeña suspiró. Muchos de los veronicanos más grandes le pusieron mala cara, era cierto, pero no todos.
–¿En verdad debo cuidarme de ellos aún si fueron sus padres quienes tomaron malas decisiones? Los niños no deberían cargar con los pecados de sus padres, querida hermana. No en tanto no se les haya dado la oportunidad de decidir su propio camino. O al menos, eso es lo que pienso. Imagino que estando en un séquito sin un solo veronicano no ayuda a que vean las cosas cómo yo.
El breve silencio entre ambas la hizo voltear. Heidemarie parecía estar considerando sus palabras, logrando que sus rasgos se suavizaran un poco antes de mirarla de nuevo.
–Te equivocas en algo, hermanita. Tenemos a alguien que provino de una familia veronicana en el séquito de Lord Ferdinand.
–¡Buwhu! ¡¿En serio?!
–Si –Sonrió Heidemarie un poco divertida–. Su nombre es Lasfam. Se graduó junto con nuestro señor. A pesar de ser un asistente laynobles de una casa veronicana, Lord Ferdinand confía tanto en él cómo en el resto de nosotros. Es el único que pudo seguir sirviendo a Lord Ferdinand a pesar de que lo enviaran al Templo…
Parecía que quería decir algo más sin llegar a hacerlo, boqueando un momento antes de cerrar la boca con fuerza y mirar a otro lado con disimulo, tomando aire despacio para dar paso, de nuevo, a una bella sonrisa social.
–¿Sabes qué? Creo que deberíamos eliminar la etiqueta de "veronicano peligroso" a los niños que no te pusieron mala cara hace un rato. Si Lasfam pudo rectificar su camino y renegar de su familia, alguno de estos pequeños podrá hacer lo mismo por ti.
–¿Qué hay de Eckhart? No lo veo dejando que los niños veronicanos se me acerquen demasiado este invierno.
–Déjame la domesticación de mi "querido" esposo a mí, Myneira. Estas dos temporadas como marido y mujer me han sido de lo más didácticas cuando se trata de poner quieto a Eckhart.
La risa salió contenida a medias en ambas hermanas, las cuales solo atinaron a mirar al peliverde en la puerta y notar el momento exacto en que ponía una cara rara, sin sospechar que era el blanco de la última broma.
La niña devolvió el aparato y se dedicó a deambular un poco y observar, al menos hasta que entró un noble que se presentó como profesor y ordenó a todos sentarse en unos pupitres para darles una clase de números que resultó tediosa… y aburrida. Mirando a su alrededor se dio cuenta de que su percepción no se debía a qué las ecuaciones que le pusieron fueran en exceso fáciles para su capacidad, sino que de verdad, el profesor parecía estarlo haciendo la sesión lo más aburrida posible para que nadie hablara.
–Profesor –llamó Myneira estirando la mano arriba–, ya he terminado. ¿Puedo leer un poco o hacer algunos ejercicios más desafiantes?
Todos se quedaron callados de inmediato, mirándola incrédulos. El profesor se acercó a ella con los ojos desmesurados y algo de nerviosismo sin dejar de sonreír, revisando sus cuentas y tratando de disimular con poco éxito su horror.
–Ya, ya veo. Las tiene todas correctas, Lady Myneira. Ahm, le, le pondré algo un poco más desafiante entonces.
Lamprecht y Cornelius levantaron las manos de inmediato y el profesor empalideció, mirándolos sorprendido y con la pizarra de Myneira todavía en las manos.
–¿Si, Lord Lamprecht, Lord Cornelius?
–Nuestra sobrina puede hacer cuentas de sexto año sin problemas, profesor –comentó Lamprecht con calma.
–Dado que tiene sus propias empresas y está acostumbrada a llevar la contabilidad del Templo, esto es un juego de niños para ella. Incluso nos estuvo enseñando algunos trucos durante el verano y el otoño –presumió Cornelius cómo si esos fueran sus propios méritos, haciéndola sonreír.
–Ya… ya veo –dijo el profesor
–¿Empresas? ¿Contabilidad? ¡Incluso Greifechan la ha llenado de sus bendiciones! –dijo Harmuth demasiado emocionado para contenerse–. ¡Alabada sea nuestra Santa!
Myneira quería taparse la cara y salir corriendo. Cornelius no tardó nada en pellizcar a su amigo en el brazo para que se callara en tanto Lamprecht soltaba una risilla divertida y Eckhart se paraba todavía más derecho, con la frente bien en alto como a punto de gritar "¡Esa es mi cuñada! Criada por el mismísimo Lord Ferdinand." Por suerte Heidemarie le lanzó una mirada de advertencia y el caballero ya no dijo nada. El profesor, sin embargo, volteó a verla.
–¿Es eso cierto, Milady?
–Lo es, profesor. Tengo un par de empresas a mi nombre y todavía estoy trabajando en la construcción y apertura de dos establecimientos para enaltecer a Van-tolé y Coucoucaloura.
Myneira se tragó un suspiro de alivio cuando Heidemarie le asintió con una sonrisa. Lo había dicho bien.
–Bueno… supongo que ponerle unos ejercicios más elevados y luego permitirle un descanso no son una mala idea.
El profesor borró su pizarra, comenzó a escribir algo y la puerta se abrió y volvió a cerrarse. Heidemarie ya no estaba.
Para cuando Myneira terminó de responder las ecuaciones, su hermana estaba de vuelta con un enorme libro en las manos… un libro envuelto en telas que resultó ser un libro sobre remedios hechos con plantas fey y los hallazgos y observaciones de Heidemarie sobre los blenryus que Myneira disfrutó leyendo más de lo que habría esperado.
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El día siguiente, Myneira llegó a la sala de juegos con material didáctico que le llevaron desde el templo, mostrando el karuta de los dioses, las tarjetas de lotería y unos pocos mazos de naipes al profesor, el cual se notaba sorprendido.
–Espero que no le moleste que me tomara la molestia de traer todo esto hoy, profesor. Es el material didáctico que se ha fabricado y utilizado durante el último año en el orfanato del Templo para instruir a los huérfanos. En este momento, todos los pequeños de más de cinco años saben leer, los de seis saben escribir y los de cuatro pueden hacer sumas sencillas de un dígito y menos de diez elementos.
El profesor verificó con cuidado el material antes de mirarla a ella y luego al resto.
–Es un material interesante, Lady Myneira, pero no estoy muy seguro de cómo pueda utilizarse.
Myneira sonrió con confianza, pidiendo a su hermana mayor que se acercara con la caja de madera en que guardaba un montón de galletas, ofreciéndole una al profesor.
–Si no es mucha molestia, ¿puedo repartir una de estas a cada estudiante en la sala antes de iniciar la clase, profesor? Cuando su primera clase termine, explicaré a los demás cómo se juega este juego, ofreciendo más galletas a quienes ganen un juego. Después de eso podemos tener otra clase y al terminar, explicaré el segundo juego con las mismas reglas.
El profesor asentía con una sonrisa enorme en el rostro y sus ojos clavados en la caja de galletas.
–Estas son las mejores golosinas que he probado, Milady. ¿No será demasiado obsequiar una a cada alumno y luego a cada ganador en cada uno de sus nuevos juegos?
Myneira sonrió, ofreciendo una segunda galleta al profesor.
–Admito que ha sido algo complicado tener tantas galletas listas, en especial con lo cara que está la miel con que las han endulzado mis chefs, sin embargo, creo que motivar a mis compañeros de forma adecuada valdrá la pena.
El profesor lo pensó un momento antes de asentir, tratando de comer poco a poco su segunda galleta para alargar el sabor lo más posible.
–Podemos hacer la prueba, Lady Myneira. Si funciona, quizás esté interesada en hablar conmigo y los otros profesores al final de la jornada.
Myneira asintió y volvió a lo suyo.
'Se llama sala de juegos, pero no tenían ni libros, ni juegos. ¡Ni uno solo, siquiera! Y que lo llamen sala de juegos de invierno es bastante perturbador si me guío por lo que el mocoso considera indecente. Bueno, cambiemos lo primero. Los chicos suelen aprender más cuando se divierten.'
La mañana pasó tal como la planteó y pronto los rostros serios y aburridos de los otros niños comenzaron a brillar, provocando que diversas conversaciones florecieron por toda la sala.
Las clases parecieron mucho más amenas y para la hora de la comida del día siguiente, el ambiente era agradable ahí dentro. Los niños no dejaban de comentar sobre las galletas y los juegos con más ánimo del que esperaba, haciéndola preguntarse qué otros materiales didácticos debería llevar al día siguiente y cuáles otros diseñar.
–Myneira, hermanita, ¿puedo preguntarte algo? –le dijo Heidemarie en cuanto ella aceptó el aparato antiescuchas, asintiendo sin dejar de comer–. ¿Cómo has hecho para derribar las facciones?
–¿Derribar? No entiendo, hermana Heidemarie. ¿Ha pasado algo extraordinario?
La erudita no tardó mucho en explicar su punto sobre cómo solía ser aquella sala. El ambiente. La férrea división entre niños de diferentes facciones. Algunos maltratos entre los niños, por no hablar del bajo rendimiento académico del ducado en sí.
–Bueno, es que los niños no deberían estar obligados a compartir la filiación de sus padres. Ellos no eligieron nacer en tan difícil situación. Si les damos una motivación distinta a la de ver caer a las facciones rivales, es seguro que trabajen como un frente unido. Pensé que todos querrían hacer brillar a nuestro ducado en la Academia Real luego de lo que me explicaste sobre los ratings ducales. Supongo que las viejas rencillas de sus padres no pudieron ser eclipsadas antes.
Para cuando terminó de comer, Myneira le pidió a Heidemarie que le ayudara a enviar un mensaje a Bonifatius. Juntas enviaron un bello pájaro de piedra blanca llamada ordonnaz y pronto otro volvió.
–Si mi linda y querida nieta quiere hacerlo, entonces tiene mi respaldo. Solo permite que Heidemarie te ayude a planear esos pagos tuyos, querida.
Sonriendo confiada, Myneira pidió ayuda para llamar la atención de todos. Los chicos de quinto año estaban por irse. Debía actuar de inmediato.
–Queridos compañeros. Luego de pasar estos dos días en compañía de todos y con el permiso de mi padre, Lord Bonifatius, he decidido ofrecer premios a los chicos que estén en la Academia Real.
Los susurros y conversaciones que comenzaron a desvanecerse despacio se cortaron de inmediato, en parte, debido a que la mayoría de los chicos deberían partir para la Academia Real durante la semana.
–Yo voy a seguir aquí, entregando premios a nuestros compañeros que, al igual que yo, no pueden ir todavía a la Academia Real, pero ¿no es algo triste dejar a todos nuestros compañeros que sí asisten sin un premio por su dedicación y constancia?
Hubo algunos murmullos. Muchos de los chicos grandes rieron en aprobación. Myneira se puso de pie en su asiento con ayuda de Heidemarie, ignorando el intento de llamarle la atención por hacer algo tan poco noble o femenino. Myneira se paró firme de todos modos, mirando a todos con una sonrisa triste antes de retomar la palabra.
–He decidido, entonces, que obsequiaré la receta de mis galletas al grupo de alumnos que obtenga las mejores calificaciones, ya sea todo primer año, todo segundo o todo el grupo de asistentes de sexto año. También obsequiaré la receta de los dulces que les he dado a probar hoy al grupo que termine sus clases más rápido con buenas calificaciones, así que, por favor, agradecería que nuestros amables compañeros de quinto año pasen esta información a los de sexto y se aseguren de repasar y estudiar de manera adecuada.
Hubo un murmullo general que Myneira permitió, contando despacio hasta diez en su mente antes de tomar aire y juntar sus manos en un aplauso para llamar la atención de los de hasta adelante y volver a hablar, provocando que la sala entera guardara silencio.
–Además de esto, estoy interesada en comprar relatos, ya sean cuentos, leyendas o historias de nuestro ducado o de otros para hacer libros. Dependiendo la extensión, rareza y utilidad de tales transcripciones, estaré pagando un precio justo, además de dar insumos adecuados de tinta y papel a quienes estén interesados en conseguir algunas monedas extra para el final del ciclo escolar, mismos que pueden solicitar a mi muy apreciado tío Lamprecht.
Los dejó hablar de nuevo, notando al instante cómo todos los niños portando capas comenzaban a hablar entre ellos de forma animada, algunos sorprendidos, otros más entusiasmados.
'Bueno, supongo que las tareas de invierno del orfanato van a volverse rentables muy pronto. Si podemos vender todos los juegos que mis protegidos están haciendo en este momento, podré recuperar mi inversión antes de lo esperado.'
Mirando en derredor, aprovechando que los ánimos estaban un poco exaltados, tomó aire de nuevo, dando otro fuerte aplauso para llamar la atención con el sonido generado. Era hora de dar el golpe final.
–¡Somos los nobles de Ehrenfest, el ducado de Schutzaria, la diosa del viento! ¡Demostremos a todo el país lo que podemos hacer cuando trabajamos juntos! ¡Traigamos honor y orgullo a TODAS las casas de nuestro ducado!
Hubo algunos gritos de "Hurra" y la actitud de muchos de los chicos cambió de inmediato. Myneira se sentó entonces con una sonrisa confiada, terminando de comer y disfrutando de su pequeña victoria antes de que Heidemarie regresara de su error de procesamiento.
'Tendría que agradecerle a mi linda y hermosa nieta que me hablara tan bien del poder de las animadoras que tanto idolatraba… o a mi hijo por pedirme que revisara los discursos y presentaciones que daba en la escuela, o sus discursos cómo presidente del consejo estudiantil desde la secundaria. Esto ha salido bastante bien, o eso parece.'
–Myneira… ¿qué fue eso?
–Oh, nada especial, solo un poco de dulce motivación para centrarse en lo que de verdad importa. Nuestro ducado no puede sobrevivir si nos estamos atacando unos a otros cuando tenemos rivales más grandes que superar. ¿No estás de acuerdo, querida hermana?
–Si, pero… Lady Verónica…
–Si esto no le gusta… bueno, veamos que hace. La gente suele cometer errores cada vez más grandes cuánto más enfadada y ansiosa la pones. ¿No te gustaría tenderle una trampa, hermana?
Cuando miró a Heidemarie, la cara de sorpresa era imposible de suprimir.
Más tarde, cuando estaba por partir a la finca de los Linkberg para dormir, sentada entre los brazos de su hermana para no caer del bonito animal de piedra con forma de pegaso, Heidemarie le entregó un aparato anti escuchas sin perder de vista la nevada de la que la joven intentaba protegerla con su capa.
–Myneira, hoy me has provocado una sensación muy extraña.
–¿De verdad?
La joven debió asentir, porque Myneira podía sentir un movimiento similar sobre su cabeza.
–Cuando me propusiste lo de la trampa… estabas sonriendo de la misma exacta manera que Lord Ferdinand cuando está furioso y a punto de tender una trampa temible en ditter.
No supo si eso era un halago o no, lo cierto es que estaba segura de que su amigo no sería libre mientras su torturadora siguiera caminando y dando órdenes cómo si nada, sin olvidar que toda su amada familia estaría en peligro… y eso, eso era algo que no iba a tolerar por mucho tiempo.
Chapter 21: Coucoucaloura y Schlagziel
Notes:
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Chapter Text
–¿Qué es una lista negra, Myneira?
Estaba sentada con los Linkberg, incluidas Hermelinda y Heidemarie, en el comedor de la finca de Karstedt para tomar un desayuno temprano cómo todo lo ha hecho durante todo el primer mes en la sala de juegos. Por las historias que Heidemarie le contara y a juzgar por los dibujos raros que estaban grabados en la base de todos sus platos, vasos, copas y tazas, muy parecidos al círculo de una chica mágica, suponía que estaban evitando a toda costa que ella desayunara o cenara en el castillo. La idea de que temían que la envenenaran le provocó un escalofrío ligero cuando lo pensó, haciendo que en su mente comenzara a sonar el tema de Game of Thrones cada vez que se sentaba a la mesa de la comida en el castillo.
Si alguna vez deseó vivir dentro de un libro, ahora mismo daba gracias a que su deseo no se hiciera realidad. No se veía sobreviviendo en Westerios y tampoco deseaba tener el poder del ducado… o del país. Parecían más problemas de los que estaba dispuesta a enfrentar
–Es una lista de gente o cosas que no son bienvenidas en un establecimiento –explicó mientras le servían un poco más de jugo de phrere en su copa–. Yo soy todavía muy pequeña y apenas he sido bautizada, así que mis socios comerciales, los que son adultos al menos, serán quienes tengan mayor influencia en mis restaurantes por el momento. Supongo que no soy la única que quiere evitar que gente poco adecuada entre y arruine el ambiente en mis negocios.
Sus padres adoptivos, su "hermana mayor" y la familia de su padre de bautizo la miraron con diferentes grados de asombro y entendimiento. La abuela Elvira incluso le sonrió, acercándose un poco más a la mesa sin parecer descortés o poco agraciada.
–Es comprensible, Myneira. Uno siempre prefiere que sus proyectos marchen de la forma más tranquila posible, sin embargo, muchas veces nos encontramos rezando con fervor a Duldzetzen, a Verdraos y Gebotornung para recobrar el ambiente pacífico incluso en casa.
Le costó algo de trabajo comprender bien, pero según parecía, Lady Elvira había necesitado mucha paciencia para que una persona de su casa se comportara, respetara las normas y dejara de ser una molestia en su casa. Myneira miró alrededor pero solo notó que Lord Karstedt se tensaba un poco, mirando a otro lado en tanto sus hijos lo miraban de forma acusatoria y algo… cansada.
'¿Qué hizo este chico para que todos parezcan tan cansados de repente?'
–¿Y tienes a alguien en mente para esta lista negra, Myneira querida? –intervino la abuela Hermelinda de inmediato con su voz suave, haciéndola sonreír.
–Un par de personas, por el momento. He escuchado de cierta… noble que no ha parado de causar problemas incluso a los comerciantes. Da la impresión de que le parece divertido provocar desgracias a otros por medio de la comida y no tiene idea de lo que es un sabor refinado y de buen gusto. ¿Por qué querría a alguien tan terrible en mi establecimiento dando problemas? Tampoco quiero a nadie de su séquito en mi local, así que, estaba pensando si podríamos hacer que mi restaurante del barrio noble pueda funcionar como el de la ciudad baja desde su inauguración.
Heidemarie le sonrió a Eckhart y éste se acomodó cómo si estuviera más curioso de lo que en realidad estaba. El tipo se notaba expectante, sí, pero también estaba siguiendo el plan.
–¿Y cómo funciona o va a funcionar ese local de la ciudad baja, Myneira? –preguntó Eckhart del modo más natural que pudo.
–Con un sistema de invitación. Solo gente recomendada, que haya recibido una invitación y cuyo nombre no se encuentre en la lista negra, tendrá acceso. Ferdinand dijo que podía ayudarme a crear algún artefacto que me permita repeler personas no gratas por medio de las invitaciones cuando plantee esa preocupación para el local de la ciudad baja a finales del otoño, imagino que podría hacer lo mismo para el del barrio noble… cuando pueda hablar con él.
–De pronto, no tengo nada de ganas de estar en esa lista –comentó Cornelius.
–Así que, ¿quieres que Lady Hermelinda y yo te ayudemos a ver qué esa lista sea respetada, Myneira? –inquirió Elvira, descubriendo su intención de inmediato.
–¡Si, por favor! Si mi amado y siempre atento abuelo pudiera ser incluido entre los responsables, sería de gran ayuda. Hija de un candidato a archiduque o no, temo que soy solo una niña pequeña y débil que sigue recuperándose de una larga enfermedad. ¿Quién le haría caso a una pequeña niña que cuelga un cartel de "prohibido el paso" a una puerta o a un local comercial?
Mientras los adultos le sonreían y asentían, Cornelius miraba a todos lados antes de tomar la palabra.
–Pensé que tu socia de la ciudad baja también era una niña cómo tú.
–¿Freida? Si, somos de la misma edad, sin embargo, nuestros tutores legales ante el gremio se harán cargo de la lista negra.
–¿Y quiénes son esos tutores legales, mi niña?
Myneira le sonrió a Bonifatius con toda la inocencia que pudo juntar, cerrando incluso los ojos antes de mirar al techo con la cabeza ladeada, apoyando su mejilla en su dedo para enfatizar la imagen.
–El jefe del gremio de comerciantes y el dirigente de la compañía Gilberta, el señor Benno. La abuela Linda y tía Elvira le han comprado rinshan, velas aromáticas con forma de esculturas e incluso materiales de escritura y algunos accesorios durante las últimas dos estaciones al señor Benno, así que no es un desconocido para la familia.
Cornelius la miraba ahora sorprendido, Eckhart parecía bastante orgulloso y Heidemarie no hacía más que sonreír divertida por los rostros de los hermanos Linkberg. En cuanto a sus abuelos, ambos parecían convencidos, igual que Elvira. El único que la miraba con sospecha ahora era Karstedt.
–Solo por curiosidad, Myneira… ¿A quién deseas poner en la lista negra de los nobles?
–A Lady Verónica y su séquito, por supuesto –sonrió la pequeña con toda la inocencia que pudo reunir ante la pregunta de Karstedt.
–¡No pueden! ¡Es la madre de Aub!
–¿Y eso qué? ¿Abuelo Karstedt, es que no probaste la terrible sopa que nos sirvieron después de mi debut? ¿O los platillos desabridos que nos hacen comer cada día entre clases? La pobre Coucocalura lloraría si la hicieran probar algo tan picante y carente de otros sabores. Ni siquiera la familia que me dio asilo en la ciudad baja me daba alimentos tan carentes de sabor –murmuró lo último para dar énfasis y dramatismo, aprovechando para ventilar algo de su frustración por no verlos antes de tomar aire y levantar la cara–. Yo estaba tan entusiasmada por probar ese legendario pescado que nos sirvieron el día de mi debut y adopción, pero lo único que mi lengua detectó fueron un montón de especias cuyo sabor no solo NO era armónico, sino que además carecía de otra cosa. ¡Y esa mujer parecía tan orgullosa de eso!
»Lo siento, pero no puedo permitir que una persona tan ignorante sobre cómo debe saber la comida pruebe mis recetas. ¡Sería un insulto a las bendiciones que he recibido de la diosa de la cocina! ¿Qué tal que la diosa decide retirarme su bendición por permitir que gente como esa pruebe mis creaciones? ¿Y si pierdo mi sentido del gusto por eso? Lo lamento, pero como doncella del templo y Suma Sacerdotisa no puedo arriesgarme a algo tan aterrador.
El hombre la veía incrédulo, igual que el pequeño Cornelius y el abuelo Bon, que parecían más sorprendidos por la última parte de su discurso que por otra cosa.
–¡Pero, ella…!
–Si mi linda nieta e hija adoptiva prefiere mantener a esa mujer alejada de su mesa, entonces YO la respaldo, Karstedt –vociferó Bonifatius de inmediato, saliendo con demasiada rapidez de su asombro inicial–. Sigo siendo el que se hace cargo del gobierno y la fundación cuando el Aub está ausente, además, es SOLO un restaurante. No es cómo que impedirle el paso vaya a sumir a nuestro ducado en la desgracia o a matar a… Lady Verónica.
Karstedt ya no dijo nada y la conversación de sobremesa se desvió al tipo de dulces que la pequeña llevaría ese día a la sala de juegos. Cornelius era el más entusiasmado con ello, alegrándose en voz alta de no ser Lamprecht, quien se encontraba en la Academia Real en ese momento.
–¿Dónde estuviste? ¡No te había visto desde mi debut y…!
–¡Hermana Myneira, compórtate!
Que Ferdinand dijera eso con su tono usual y su rostro serio mientras le jalaba las mejillas en la entrada del Templo no era algo agradable, aunque sí efectivo. La niña tomó aire antes de dedicarle una mirada cargada con promesas de revancha por ese pellizco sin recibir la usual sonrisa brillante que Ferdinand usaba para ocultar su molestia, preocupándola.
–Además de encargarme del trabajo de ambos en el Templo durante tu ausencia y entrenar algunos sacerdotes, estuve ocupado recabando la información que me solicitaste –respondió Ferdinand luego de soltarla, avanzando a su paso y guiando el camino a través de los familiares y piadosos pasillos–. Encontré a alguien que puede ayudarte con lo de la tinta, también me encargué de un par de problemas que surgieron junto con tu nuevo gremio de papel vegetal y tinta. En cuanto al noble con el que tu socia Freida tiene un contrato de concubinato, es una familia laynoble de eruditos, podrían adoptarla, pero temo que tendríamos que pensar en una buena excusa sobre porqué la niña no hizo su debut este año y quizás patrocinarla nosotros. Por otro lado, Fran tiene noticias para ti de parte del jefe Gustav sobre tus empresas y yo tengo algunas preguntas por esto.
El hombre de cabellos azules y ropas blancas le entregó entonces una tabla de madera en lo que esperaba a que les abrieran la puerta a una habitación. Myneira sólo se dejó guiar en tanto leía un par de veces la tablilla en sus manos, deteniéndose luego de leer por cuarta vez para mirar a Ferdinand con algo de angustia.
–¿Esto…?
–Lo discutiremos en mi habitación oculta. Más vale que me expliques cómo fue que conseguiste eso a pesar de todas mis advertencias.
La joven tragó con dificultad. Mocoso o no, Ferdinand podía hacerla sentir muchísimo más incómoda que Benno cuando trataba de aleccionarla o elevaba la voz para llamarle la atención por un desliz.
Mirando en derredor, la pequeña encontró solo miradas de pena y de simpatía por parte de los sacerdotes grises y azules concurridos ahí. No eran muchos, pero si algunos más que la primera vez que ayudó a llevar las cuentas en esa habitación.
La puerta de la habitación oculta de Ferdinand se cerró tras ella. La anticipación la tenía con el corazón cada vez más acelerado y la respiración un poco entrecortada, así que ni siquiera reparó en el desorden de tablillas, papeles, pergaminos, tinta y calderos escurriendo entre la mesa y el suelo sino hasta sentarse en su lugar habitual, esperando a que Ferdinand terminara de atravesar la habitación para acomodarse en la silla de enfrente.
–¿Y bien? –exigió el muchacho con voz potente e intimidante.
Myneira miró de nuevo la tablilla. Una invitación a tomar el té con el Aub.
–No lo sé. Traté de pasar desapercibida. ¡Hice todo lo que me indicaron!
–Ajá, corregir el plan de enseñanza de los profesores no fue algo que se te indicara hacer, tampoco introducir tus materiales de juego o dejar en vergüenza a los chicos que ya están cursando la Academia Real.
Soltando un sonoro suspiro, aferrando todavía la tela cubriendo sus rodillas, Myneira miró un momento al suelo antes de mirar al frente, lanzando una única mirada de reojo al desastre en la entrada.
–Parece que no soy la única que hizo cosas que le dijeron ESPECÍFICAMENTE que no hiciera.
Levantó la mirada. El muchacho se cruzó de brazos y volteó a la ventana tratando de mostrar su molestia y esconder la vergüenza de ser descubierto.
–¡No eres mi madre!
–¡Tampoco soy tu hija! Y por si no me escuchaste, traté de mantener un perfil bajo. ¿También debía fingir idiotez? ¡No es culpa mía que las clases sean tan fáciles y aburridas! Y el abuelo Bonifatius dijo que era mi obligación como la archinoble de mayor rango en ausencia de un candidato a archiduque dirigir la sala de juegos. Por otro lado, se suponía que debías comer y descansar de manera adecuada. Estoy agradecida de todo tu apoyo, pero ESO de ahí me dice que hiciste exactamente lo contrario a lo que te pedí y que por eso no te vi todo este tiempo, además apestas a pociones, ¡hippie! ¡Deberías cuidarte más o morirás de forma estúpida!
La mirada de desdén que estaba recibiendo era idéntica a la de su nieto mayor cuando lo regañó por irse a patinar sin casco y rodilleras… demasiado igual.
–No soy el único que podría morir de forma estúpida si no atiende indicaciones.
–¿A qué le temen tanto? Hay unos círculos raros en mi vajilla, Heidemarie, Eckhart y todos los Linkbergs han estado haciendo de todo para que no coma seguido en el castillo, soy la última en llegar a la sala de juegos y la primera en irse… ¡Y tú estás trabajando solo los dioses saben en qué más!
Su fastidio debía ser contagioso porque no tardó nada en notar el mal humor en el chico frente a ella, lo tensó que estaba su cuerpo entero o cómo su mano no tardó en dirigirse al puente de su nariz, obligándola a mirar al suelo con una punzada de angustia en el pecho.
–Solo estamos tratando de mantenerte a salvo… y fallamos según parece. La nota es clara, lo que es peor, dado que el Aub es quien te está invitando, no tenemos forma de rechazarla esta vez.
–¿Esta vez?
Ferdinand soltó un fuerte suspiro, se puso en pie y caminó hasta su escritorio, moviendo un par de cosas hasta tomar algo, deteniéndose junto a ella y entregándole una serie de tablillas que ella leyó de inmediato.
Todas eran invitaciones a tomar el té con Lady Verónica. Por las fechas, dedujo que la primera llegó a la mansión de Bonifatius al día siguiente de su debut, luego una cada semana, todas solicitando su presencia tres días después de ser enviadas. Había al menos cinco ahí.
Estaba por levantar la vista y preguntar cuando un collar con una piedra bastante bonita apareció frente a sus ojos.
Siguiendo las manos que sostenían aquella joya notó el rostro serio con aquel par de ojos oro pálido cargados de preocupación y cansancio. Dejando las tablillas de lado, Myneira adelantó la mano para tocar el collar un momento y mirarlo mejor.
–Es un amuleto especial. Purificará tu cuerpo si eres envenenada.
Se quedó sin aire, atónita al confirmar sus sospechas.
Un movimiento de Ferdinand la trajo a la realidad. La pequeña se apresuró a retirar su cabello para permitir que le colocara aquella pieza de joyería delicada y cálida, haciéndole pensar en los exámenes médicos que le practicaba aquel muchacho y que la hacían sentir tan cómoda como los chequeos de Heidemarie, aunque de modo diferente.
Cuando soltó de nuevo su cabello y volvió a mirar, el peliazul miraba algo en su mano, luego a ella.
–¿Cómo se siente el amuleto?
–Me siento… confortada, segura también. Muchas gracias.
–¿Puedo ponerte un amuleto más? Aún si confío en el Archiduque, no confío en Lady Verónica y dos amuletos me parecen insuficientes… uno en cada brazo y cada pierna siguen pareciéndome insuficiente pero tampoco sería adecuado ponerte tantos, yo solo...
–Lo sé. Si darme más protecciones te deja más tranquilo, adelante, Ferdinand.
No tuvo que decir más. Él le mostró un brazalete y ella le ofreció su mano izquierda, sintiendo el metal que debería ser frío envolverla con un calor agradable, ajustándose a su muñeca de inmediato cómo su anillo de bautizo alrededor de su dedo anular o la muñequera que llevaba en la derecha.
–Esto va a repeler a cualquiera que intente tocarte con malas intenciones. El que te di antes puede repeler ataques mágicos, pero…
–Gracias, Ferdinand. Haré lo posible por tener cuidado. Estaré bien, lo prometo. Incluso volveré al templo en cuanto acabe la fiesta de té, siempre puedo decir que tengo algo de trabajo pendiente aquí.
Apenas Ferdinand se sentó en la silla para descansar un poco, ella bajó del sillón para escalar hasta quedar de rodillas en la silla y abrazarlo con fuerza, acunando aquella cabeza dura y llena de preocupaciones antes de comenzar a peinarle el cabello.
–¿Myneira…?
–Necesitas un abrazo y luego una buena comida y una noche de descanso. Has hecho todo lo que has podido, Ferdinand. Gracias por tu tiempo y las molestias. ¿Puedes relajarte ahora, por favor?
Lo sintió suspirar y tratar de despegarla de él antes de rendirse y devolverle el abrazo, tomando una enorme bocanada de aire antes de relajarse solo un poco entre sus brazos. Myneira sonrió, apoyando su mejilla en el brillante cabello con aroma a maderas y pociones sin dejar de peinarlo despacio, lamentando no poder jugar del todo a ser la madre que este joven tanto necesitaba.
El día del fuego llegó. La quinta campanada sonaba en la lejanía y Myneira era escoltada de la sala de juegos al ala dónde residía la Chaocipher que tanto daño causó a sus tutores de un modo u otro.
El camino fue lento y tortuoso. El castillo era mucho más grande que el Templo y sus pequeñas piernas junto a su cuerpo frágil no la ayudaban para nada, teniendo que hacer al menos tres altos para tomar un poco de poción reconstituyente y descansar antes de proseguir.
–Sería bueno que ya pudieras usar una bestia alta para transportarte, hermanita. Por desgracia, las alas estorbarían mucho en los pasillos y todavía no conseguimos un permiso especial del Aub.
–¿Bestia alta?... ¿Las monturas de los caballeros? ¡¿De verdad puedo tener una antes de entrar en la Academia?!
La risita divertida de Heidemarie y la diminuta sonrisa de Eckhart la hicieron sonreír más, emocionándose ante la perspectiva y sintiendo que la anticipación por conocer a su siguiente objetivo disminuía lo suficiente para que los nervios dejaran de comerle el estómago.
–Lord Ferdinand va a enseñarte cuando vuelvas al Templo para el ritual de dedicación. Estoy segura de que aprenderás en un abrir y cerrar de ojos.
Myneira asintió, sonriendo antes de continuar su camino hasta llegar a la sala donde alguien la presentó y se le permitió el acceso tanto a ella, cómo a sus familiares que de momento hacían de séquito para ella. Aún si Bonifatius y Hermelinda estaban valorando todavía a posibles asistentes, eruditos y caballeros femeninos para ella, la verdad era que solo la pareja de recién casados permanecía a su lado fuera del Templo y de la Ciudad Baja, dándole una sensación de tranquilidad que apreciaba bastante.
Apenas un vistazo a Heidemarie para confirmar y la niña se arrodilló de brazos cruzados frente al Aub de Ehrenfest y su madre. A diferencia del Archiduque, la mujer se mantuvo sentada en su lugar, con el rostro velado cómo una novia de occidente… aún si sus ropas eran rojas y no blancas.
–Lo permito.
–Oh, Ewigeliebe, Dios de la vida, bendice al Archiduque Sylvester de Ehrenfest.
Su anillo le succionó el maná y una pequeña lluvia de luces cayó entonces sobre el hombre que no tardó en sonreír siguiendo los brillos con la mirada, complacido e interesado en el pequeño despliegue de magia y cortesía.
–Toma asiento, por favor. Veo que has traído algo para la fiesta de té. ¿Puedo saber si son galletas?
Sin dejar de sonreír, Myneira se sentó con ayuda de su hermana mayor, la cual no tardó en presentar la fuente con mini hotcakes, miel y pequeños frutos del bosque rebanados con cuidado para simular flores sobre ellos.
Centrándose en imitar a Elvira, Myneira pasó a hacer una prueba de veneno y a explicar la comida. Le habría encantado llevar postres hechos con parue, sin embargo, temía que el Archiduque se encaprichara en quedarse con todos los frutos de invierno, además de que en ese momento no había ni uno. El Señor del Invierno todavía no hacía acto de presencia, aunque según sus abuelos, Eckhart, Heidemarie y Ferdinand, la bestia que desataba la ventisca no tardaría mucho en reaparecer. Esa era, de hecho, la última semana que asistía a la sala de juegos de invierno, luego de lo cual permanecería encerrada en el Templo hasta que la caza de la temible bestia tuviera lugar y el Ritual de Dedicación hubiera terminado.
–Así que tú eres la pequeña que tiene encantado a Ferdinand –inició el Archiduque con una sonrisa que parecía sincera sin perder su porte cómo líder del ducado–. Eres más pequeña de lo que esperaba, ahora que te veo de cerca.
–No deberías hacer tanto alboroto por eso, Sylvester –se quejó de inmediato la mujer del velo sin probar ni uno de los pequeños postres que el Aub estaba devorando con elegancia–. Ese tipo solo busca cómo quitarnos a todos de en medio, ¡solo ve lo que le hizo a mi pobre hermano menor!
–Madre, ya te dije que mi hermano no estaba tratando de quitar del poder al tío Beezewants. Lo que pasó fue solo resultado de los malos manejos del templo por parte de tu hermano.
–¡¿Cómo puedes ponerte del lado de ese bastardo, Sylvester?! ¡Soy...
–Disculpen –intervino Myneira poniendo su mejor cara de inocente y depositando con cuidado su taza de té sobre el plato, imitando los movimientos que Elvira le enseñara los últimos meses e ignorando la repentina sed de sangre a sus espaldas–, ¿el Sumo Obispo Ferdinand es su hermano, Aub?
Sylvester sonrió de inmediato, hinchando el pecho y enderezando la espalda, contrario por completo a la reacción de Lady Verónica, cuya boca lucía torcida detrás de su velo, el cual casi ni se movió cuando su cuerpo entero se tensó antes de que los hombros se le erizaran cómo un gato a punto de atacar.
–Así es. Ferdinand es mi querido hermano menor, ¿no lo sabías? Me sorprendió bastante cuando eligió una pequeña niña para ser la Suma Sacerdotisa, desde entonces he tenido mucha curiosidad por conocerte, Myneira. Impresionar a mi hermano para que confíe en otros es... Bueno, sería más sencillo que Ewigeliebe derrotara a Leidenschaft para secuestrar antes a Geduldh.
Myneira tomó un sorbo de su té en lo que traducía aquella alegoría. Si se guiaba por las santas escrituras cómo cada vez que le enseñaban un nuevo eufemismo, Lord Sylvester estaba diciendo que era más fácil tener una nevada en verano a encontrar a alguien en quien Ferdinand pudiera confiar. La pequeña bajo la mirada un poco hacia su humeante taza de té sintiendo una calidez inusual inundando su pecho, orgullosa de ser alguien especial y feliz de conseguir algo tan difícil cómo lograr que ese mocoso gruñón la tuviera en alta estima de modo tan abierto.
–El Sumo Obispo Ferdinand es una persona demasiado capaz e inteligente, milord, además de amable a su modo. Imagino que ahora que ha cumplido su trabajo puede deshacerse de su disfraz y volver a su legítimo lugar como Lord Comandante de los nobles caballeros de Ehrenfest.
–¿Disculpa? ¿Disfraz?
Myneira sabía que no era una farsa la estadía de Ferdinand en el Templo. Heidemarie y Eckhart fueron muy claros al explicarle lo que sucedía. Bonifatius y Hermelinda también le habían dejado bastante clara la impresión que tenían los nobles sobre el Templo.
Aquello fue una verdadera revelación en su momento. Mientras que en la Tierra los templos eran el corazón de las religiones y, por tanto, lugares de reverencia (en algunos países más que en otros), aquí no era más que un tiradero para los indeseables.
Prostitución, esclavitud, podredumbre... El Templo de Ehrenfest era considerado por los nobles un lugar sucio y turbio mientras que para los plebeyos era donde uno dejaba sus pequeños pecados previos al matrimonio o a los niños demasiado enfermos para que murieran lejos del hogar... Devoradores o no. En lo que llevaba ahí se enteró de varios niños abandonados que no tenían maná, cómo la pequeña Delia a quién tomaría a su cargo en cuanto fuera bautizada, o Dirk, el único bebé con devorador asilado por el momento en el Templo.
No importaba que ella se sintiera a gusto y en paz trabajando en el Templo y levantando sus empresas desde ahí, pocos podían tener una buena opinión del Templo y no sabía si era un problema local o de todo Yurgensmith, lo cierto es que los nobles que caían en el Templo dejaban de ser nobles.
'Hora de jugar a ser Daenerys Targaryen' pensó la joven mirando a los dos adultos frente a ella con toda la falsa inocencia que pudo fingir.
–¿No fue idea suya que el talentoso Lord Ferdinand se disfrazara de sacerdote para descubrir todas las faltas a la ley que se estaban cometiendo ahí para comenzar a limpiar y mejorar el ducado? ¡Qué mejor modo para obtener pruebas y hacer respetar la ley que colocar a un hombre tan inteligente y astuto en el Templo! Tengo entendido que usted ha tenido que tomar el mando de nuestro ducado debido a la prematura muerte del Archiduque anterior. De verdad pensé que era una genialidad tomar a uno de sus más leales y confiables súbditos para comenzar a limpiar la ciudad de malhechores sin levantar sospechas y que en cuanto Lord Ferdinand terminara de dejar todo en orden volvería a la nobleza para retomar su cargo y sus obligaciones previas.
–¿Ese bastardo...? –siseó Lady Verónica con saña, siendo interrumpida por la fuerte risotada del Aub, quien perdió su porte de inmediato, convirtiendo su postura en la de un niño grande y despreocupado, acercándose más a Myneira por sobre la mesa cuando pudo dejar de reír.
–¿De dónde has sacado semejante idea? No sabía que el tío Bonifatius tuviera un sentido del humor que heredar.
El hombre siguió riendo un poco más. Myneira, por su parte sonrió un poco antes de mirar hacia Lady Verónica y luego al Aub, soltando un pequeño suspiro y poniendo la cara que puso su hija a los ocho años, cuando descubrió que Tetsuo era el hada de los dientes.
–¿Entonces no fue por eso por lo que mandó a Lord Ferdinand al Templo?... Bueno, supongo que una niña pequeña e ignorante cómo yo no puede comprender en realidad las verdaderas intenciones de los adultos, así que tendré la enorme fortuna de seguir teniendo un tutor digno de la realeza si no va a ser devuelto a la nobleza pronto.
Un breve silencio la acompañó a dar un pequeño sorbo a su té, roto por el delicado sonido de una taza azotada contra un plato y la voz de Lady Verónica.
–Ese... Ferdinand está donde debe estar. En el Templo, con el resto de la escoria del ducado. Un usurpador sediento de poder debe ser retenido en lo más bajo a como dé lugar.
–¡Madre! –interrumpió Sylvester retomando su porte anterior, pareciéndole un perro apaleado a Myneira en cuanto Verónica giró su rostro velado hacia él.
La pequeña tomó aire, incrédula y algo decepcionada por lo que veía.
–El Sumo Obispo Ferdinand es un excelente combatiente, inteligente y hábil en muchas áreas. Si bien las tierras del ducado solo pueden beneficiarse al contar con su enorme capacidad de maná donado durante el Ritual de Dedicación, pienso que sería benéfico para el ducado permitirle regresar a su puesto anterior. Lord Ferdinand es un hombre leal a su ducado. No hay una sola gota de sangre traidora en él. Lord Sylvester, no estoy muy segura de que usted aprecie a su hermano cómo afirma, pero puede quedarse tranquilo. ¡Yo me aseguraré de hacerle comprender su valor y lo haré sentirse apreciado hasta el final de mis días!
El sonido de porcelana quebrándose al tocar el suelo la hizo mirar con atención.
Madre e hijo tenían la boca abierta, mirándola cómo si una segunda cabeza acabara de brotar de su vestido. Lady Verónica ya no tenía taza alguna en su mano o frente a ella y una de las mujeres que fungía como su asistente se notaba atareada limpiando el desastre desde las sombras en tanto otra se apresuraba a servir y depositar una nueva taza de té humeante con el mismo diseño de la anterior. De pronto Myneira comprendía que su propio juego de té tuviera solo dos tazas a pesar de que Ferdinand siempre usaba su propia taza para acompañarla... Igual que todos los otros nobles con los que tenía contacto.
–¿Gracias?
El tono inseguro y desconcertado del Aub casi la hace reír. Se aguantó mirando a la mujer que tantas desgracias parecía causar por todos lados, luego devolvió su mirada, de nuevo, al Archiduque.
–No me agradezca, soy yo quien debe agradecerle. Mi tutor puede parecer despiadado, gruñón y exigente de manera anormal, a pesar de ello estoy muy agradecida por ser tan afortunada de que esté encargándose de mi educación. No pensé que los otros niños del ducado estarían tan atrasados cuando ingresé a la sala de juegos de invierno o que la currícula que manejan los profesores fuera tan lamentable. Supongo que es una suerte que el abuelo Bonifatius me adoptara porque de ese modo puedo reformar y corregir un poco ese pequeño error.
»Claro que no es culpa suya, Aub, usted tiene poco tiempo gobernando. Seguro ha estado más que ocupado manteniendo a flote el ducado y estabilizándolo. Debe ser complicado evitar una guerra civil debido al terrible desabasto de maná y alimentos en zonas como Handelzen o regatear los impuestos de importación y exportación con los otros ducados para que el nuestro pueda gozar de los beneficios adecuados. Eso sin olvidar que, de momento, no hay un candidato a Archiduque en la sala de juegos de invierno. ¿Cómo podría usted saber de las deficiencias en él con todo lo anterior?
Un sorbo a su taza y sintió un pequeño pellizco en su hombro, proveniente de Heidemarie. Al parecer acababa de pasarse con su plan de picar en el orgullo al Archiduque y su madre.
–¿Estamos seguros de que eres una niña recién bautizada y no una adulta de muy baja estatura? –bromeó el Archiduque haciendo señas para que le sirvieran una tercera tanda de hotcakes en tanto su madre seguía picando con movimientos robóticos lo que parecía un puñado de galletas tipo crackets.
–Mi hermana puede atestiguar mi edad real, milord. Lo mismo el Sumo Obispo Ferdinand.
–Supongo que debo agradecerte por todas tus… notables observaciones. Recibir ayuda para mejorar las vidas de los ciudadanos siempre es bien recibida.
Ella asintió y sonrió tal cómo las mujeres de su familia noble le enseñaran, tomando un pequeño bocado de postre con su tenedor para mantener el silencio un poco más. Estaba preparándose para interrogar a Lady Verónica sobre la razón de su insistencia contra Ferdinand cuando el Archiduque mostró una cara decepcionada al no encontrar más de los pequeños hotcakes, carraspeando un poco y retomando su papel de buen anfitrión.
–Pequeña Myneira, debo admitir que mi hermano es… difícil de apreciar. Por una razón el pobre hombre sigue soltero. ¿Si lo devuelvo a la nobleza, te casarías con él?
Lady Verónica rompió una segunda taza de té, ahogándose de una forma muy poco digna en tanto Myneira se quedaba en shock por un momento. Su propia taza todavía en sus manos y su sonrisa social a punto de desaparecer.
–Disculpe, milord. Creo que no le escuché bien. ¿Quiere que me comprometa en matrimonio con su hermano?
–¿Por qué no? Si se mantiene en el Templo, que siga siendo soltero no es algo que deba preocuparme. En cambio si lo devuelvo a la nobleza, temo que va a necesitar una esposa que lo aguante y…
–¡Sylvester! ¡¿Es que acaso eres estúpido?! ¡¿Cómo, en el nombre de la pareja suprema, se te ocurre regresar a ese bastardo sus títulos robados y ofrecerle una esposa?! ¡Y una princesa Leisegang, además! ¡¿Es que quieres que esos…?!
–¡Madre, ¿te importaría comportarte, por favor?!
–¡No, Sylvester! Estás empujando la espada de la vida contra tu propio pecho. ¡Ese maldito bastardo va a robarte el asiento del Aub con ayuda de esos despreciables Leisegang si, además de dejarlo regresar, le das una esposa con sangre de esos…!
Myneira se mordió el labio, respiró hondo y tiró su plato al suelo, sosteniendo su rostro con sorpresa y fingiendo que aquello era un accidente, llamando de inmediato la atención de sus anfitriones.
–Lo lamento. No suelo escuchar tantos gritos e improperios en casa o en el Templo, así que ruego disculpen mi desliz.
Heidemarie estaba ya recogiendo el plato. Eckhart un paso más cerca de ella, el Archiduque un poco pálido y su madre cruzada de brazos con una abierta muestra de desdén.
–No te preocupes. Mi madre es algo mayor y debe estar muy cansada, así que descuida.
–¡Sylvester!
–Por otro lado, no me has respondido a mi pregunta.
Mirando primero a Eckhart, luego a Heidemarie y por último a sus manos entrelazadas en su regazo, Myneira tuvo que poner un esfuerzo extra para seguir sonriendo a pesar de todo, ignorando a la mujer que era escoltada por el tío Karstedt y un par de mujeres caballero fuera de la sala de té.
No estaba segura de sí podría encontrar a Tetsuo. Quería creer que tal vez estaría en la Academia Real porque ninguno de los chicos en la sala de juegos se parecía a él en lo más mínimo. Comprometerse justo ahora podría cerrarle la posibilidad de volver a casarse con Tetsuo si llegaba a encontrarlo… y en verdad extrañaba a ese genio idiota y terco.
Soltando un suspiro pequeño, Myneira miró al Aub tratando de no llorar y haciendo su mejor imitación de niña pequeña e ingenua.
–¿Está seguro de que es correcto preguntarle algo así a una niña recién bautizada? No estoy muy segura de que Lord Ferdinand quiera seguir lidiando conmigo por el resto de sus días.
Una mirada seria por parte del Aub seguida de una fuerte risotada que lo hizo perder su fachada por completo, la descolocó un poco. Con algo de dificultad, Lord Sylvester dejó de reír lo suficiente para enderezarse de nuevo, tomar un sorbo a su té y responder con tranquilidad.
–Tienes razón. Ferdinand podría tomárselo a mal, jajajaja. Se lo propondré después, mientras tanto, te agradeceré que sigas apoyando a mi pequeño hermano en el Templo. Por cierto, ¿crees que podrías mostrarme el orfanato después del ritual de dedicación? Me gustaría mucho ver lo que has hecho con todos esos plebeyos sin hogar.
–Será un placer recibirlo, Aub.
Notes:
Notas de la Correctora:
Daenerys Targaryen, personaje principal de la saga de la novela Epica Canción de hielo y fuego, del escritor estadounidense, George R R. Martin.
Notas de la Autora:
Para todos aquellos que estaban preocupados de que Sylvester quería casar a Myneira con Wilfried... el hombre solo tenía que hablar con la niña para cambiar de opinión. Espero que con esto se queden un poco más tranquilos.
Nos leeremos la próxima semana.
Chapter 22: Obispo y Sacerdotisa.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
–¿Por qué los dioses insisten en fastidiarme juntando a un par de idiotas cómo ustedes?
Ferdinand estaba furioso, eso era evidente. Si seguía pellizcando el puente de su nariz iba a arrancarlo, pero Myneira tenía miedo de señalarlo justo ahora, luego de recibir tremenda reprimenda por los reportes recién recibidos sobre su desempeño en la fiesta de té.
'Al menos parece menos frustrado por mi actuación y más contrariado porque su hermano quiere casarlo conmigo.' pensó la niña, incómoda y dolida por la reacción.
'Supongo que me sentiría igual de desgraciada si trataran de comprometerme con un mocoso diez años menor que yo físicamente. Sería casi como llamarme pedófila.'
–Lamento que quieran tenerte de niñero para siempre. Quiero pensar que tú hermano no estaría preocupado por tu situación si tuvieras alguna linda chica con la cual hacer cosas desvergonzadas.
'¡Si las miradas mataran, ya estaría renaciendo en mi siguiente vida!' pensó Myneira sin mucho entusiasmo al notar a Ferdinand actuando como un animal herido y arrinconado.
–No tengo ningún interés en hacer cosas desvergonzadas con nadie, así que ese idiota hermano mayor debería dejar de preocuparse por estupideces y poner más atención al ducado.
–Quizás necesita clases de contabilidad forense. Así notaría cómo le están robando en su cara y podría hacer algo al respecto.
Si Ferdinand no fuera tan bien educado y controlado, seguro ya la habría abofeteado o insultado por ese comentario. La verdad le daba igual. El Archiduque era todo fachada y nada seriedad y trabajo duro, haciéndola preguntarse si de verdad eran hermanos porque no les encontraba parecido alguno.
Igual no preguntó. No quería enfadar más a su guardián.
–Sé que estás preocupado por mí, pero deberías hablar con ese mocoso que está casado con Heidemarie.
Una especie de risa nasal se escapó de Ferdinand y lo observó luchar contra las comisuras de sus labios para no sonreír y mantener esa mueca de enfado dándole un aire menos aterradora que un segundo atrás. Myneira solo se recargó en el respaldo del sillón, poniéndose más cómoda.
–¡Es en serio! Estuvo a punto de brincar a la yugular de la madre de tu hermano al menos unas tres o cuatro veces durante toda la fiesta de té. Si tu hermano no la hubiera mandado de vuelta a su habitación bajo la excusa de que debía estar muy cansada por ser una anciana, Eckhart la habría degollado sin miramientos.
–Hablaré con él después –suspiró Ferdinand luciendo cansado y algo… complacido por un segundo o algo así.
–Deberías hacerlo a primera hora de la mañana o Heidemarie no dejará nada vivo a lo que llamarle la atención.
De nuevo ese sonido nasal y extraño acompañado por un leve temblor en la espalda del hombre. Reprimir emociones no debía ser tan fácil como él lo hacía ver, pero bueno. El muchacho no había llegado todavía a la veintena, así que era de esperar.
–¡No estoy bromeando! No sé qué le hizo la noche entre mi segundo y tercer día en la sala de juegos, pero Eckhart parecía a punto de morir, cómo si su… hilo… hubiera dejado solo una cáscara vacía imitando a un caballero de escolta. ¡El poder de esposa que tiene mi hermana está a otro nivel!
Esta vez no hubo ninguna risa contenida, solo una media sonrisa microscópica antes de un suspiro igual de pequeño y dedos que al fin estaban liberando el puente de la nariz de Ferdinand, dejando tras de sí piel tan roja cómo el cabello de Hartmuth.
Myneira suspiró, bajó de su lugar y se subió al regazo de Ferdinand de un salto, aprovechando la sorpresa del hombre para poner una mano pequeña sobre los ojos de él y darle una bendición de curación. Ferdinand le había lastimado tanto las mejillas con sus pellizcos que para este momento la oración la tenía grabada a fuego en su memoria. Podría recitarla incluso dormida.
–Listo. Si no lo curaba ahora, mañana ibas a tener una enorme mancha violeta con bordes verdes justo en medio de los ojos… no quiero que los pobres grises y azules del despacho sufran por ello.
Él soltó un fuerte y ruidoso suspiro y ella se sentó, acurrucándose y soltando un bostezo. Estaba exhausta luego de esa bendición y sabía que no podría ver a sus padres o a Lutz, menos aún contarles lo que estaba sucediendo en el castillo.
–¿Podrías bajarte de encima de mí? ¡No soy una cama!
–¡Oh, por favor! Mi cuerpo tiene ocho, fingiendo siete y con la estatura de un niño de cinco o seis. Sólo dame un abrazo y déjame descansar. ¡Me esforcé mucho ahí para tratar de abrirle los ojos al Archiduque y protegerte!
–¡Nadie te pidió que me protegieras!
–Nadie te pidió tampoco que me protegieras a mí o asegurarte que llegara a mi siguiente cumpleaños… así que gracias. Ahora, sé un buen chico y… llévame a mi cuarto, por favor. No tengo fuerzas para seguir discutiendo contigo.
–¡¿Crees que todo esto es un juego?! ¿Sabes lo que pasará si Lady Verónica decide que eres un peligro?
–Si, sí, me drogará, o venderá, o asesinará. Eckhart me lo dijo de camino aquí. No va a hacerlo hoy. ¿Puedes llevarme a dormir ahora? No quiero llenar tus ropas de saliva.
–Eso… ¿qué?
–Papá dijo… que dejo charcos de saliva… cuando duermo sentada… ¡Por favor, Ferdinand! Me estoy cayendo de sueño.
–¡Por todos los dioses! En verdad deben odiarme. Entre tú y esas cartas…
No pudo poner atención o preguntar, solo sentir cómo sus ojos se cerraban en tanto era envuelta y reconfortada por los brazos de su guardián. No supo si el chico decidió quedarse ahí un poco más y tratarla cómo un gato gordo, mimado y dormilón o si se puso de pie de inmediato para llevarla a su habitación, lo único de lo que estaba segura era de que gozó de un sueño reparador, con Tetsuo conversando con ella de forma animada, riendo a pierna suelta y bebiendo sake sin dejar de preguntarle por sus pequeños complots que parecían salidos de alguna novela de época para adolescentes.
"–¿En serio, Urano? ¿Qué fue de mi linda e ingenua bibliotecaria evitando enfrentamientos hasta con las madres de los compañeritos de nuestros hijos y nietos? Ni siquiera con los infractores de tu amada biblioteca eras así. ¡Casi no te reconozco, mujer!
"–Debe ser la cultura de aquí, o quizás todo lo que me han estado metiendo en la cabeza.
"–O todas esas novelas de misterio e intriga política al fin te afectaron. Te dije que leyeras más ciencia y menos literatura.
"–También me dijiste que fuera más estricta con los niños y luego los consentías a mis espaldas.
"Tetsuo se rio un poco más, bebiendo otra copa de sake y mirándola contento, sentado junto a ella en el suelo de su viejo jardín, tomando su mano con esas manos heladas, pero haciéndola sentir cálida al fin.
"–¿Y tú también estás ahí, Tetsuo? No sé si podré encontrarte. No sé si estás en Yurgensmith o fuera de él… ¿Y si renaciste en otro mundo? Yo, no quiero pasar la vida entera sin ti.
"–¡No seas tonta! ¿Crees que yo quiero estar lejos de tí? Eres la única a mi medida, Urano. Confía más en ti. Aún si no puedo recordarte, no te dejaré. Eres mía y yo soy tuyo, así que no te preocupes. Disfruta de tu pequeña aventura porque no hay Dios o fatalidad que pueda mantenernos lejos mucho tiempo. ¿De acuerdo?
"–... ¿Tenías que esperar ocho años para venir a verme en esta vida? Te extraño.
"–¿Quién dijo que es la primera vez que sueñas conmigo en esta vida? En serio, mujer. Que no puedas recordar las otras veces no significa que no lo hayas hecho. Ahora, ¿por qué no descansamos un poco? El cerezo que plantamos con los niños casi está en flor, ¿no lo ves?
"Urano sonrió, abrazando a su esposo y refugiándose entre sus brazos, aspirando ese aroma familiar que emanaba de Tetsuo y de su laboratorio, sonriendo y pasando el resto del sueño en silencio."
Myneira aprendió a hacer su bestia alta, a la que Ferdinand llamó "aberración nada hermosa" cuando la niña se inspiró en el gatobus, dándole a la cabeza la forma de un lobo tierno y esponjoso llamado Moro en honor a los Linkberg y a un personaje de los estudios Ghibli poco antes del Ritual de Dedicación debido a su incapacidad para volver a salir.
El invierno y las constantes nevadas le hicieron imposible asomarse siquiera fuera de los terrenos del Templo, incluso cuando algunos grises invertían tiempo en limpiar las entradas y salidas poco antes de la segunda campanada. Myneira hubiera querido recompensarlos con raciones extra de carne por tan duro trabajo, pero era imposible.
Según sus últimas cuentas, apenas terminara el invierno tendrían que reabastecerse del todo porque no quedaría comida suficiente para el orfanato y los grises que no tenían ningún azul al cual servir. Que ella y Ferdinand tomaran dos grises más cada uno tampoco ayudaba demasiado a sortear aquel problema… y se aseguró de que el invitado al que ella y Fran escoltaban lo entendiera.
–¡No pueden tener tantos problemas de dinero! Solo mira este lugar. Está caliente y confortable, los pequeños se ven delgados, pero saludables y no dejan de hacer cosas. ¿No deberían vender todo eso que están produciendo para subsistir?
–"Hermano Syl" –suspiró Myneira–, todo lo relacionado con papel y juegos de mesa lo producen para mí. Si bien un porcentaje es para ellos, eso fue antes de que sacaran más azules y, por tanto, dejáramos de recibir el apoyo de algunas familias. Encima de todo, me gustaría poder variar un poco la alimentación de estos pequeños para que tengan todo lo necesario para desarrollarse, pero algunos artículos como pescado y especias están demasiado caros, ya sea porque no hay suficiente maná para ellos en las provincias lacustres* o porque son importados. Incluso si están pensados cómo artículos para consumo por parte de los nobles, me parece excesivo.
–¿En serio? Imagino que el Archiduque podría negociar con Ahrsenbach, apoyado por su madre, en la siguiente conferencia de archiduques.
–Hermano Syl, dada mi poca experiencia en la comunidad noble, ¿podría explicarme porque la madre del Aub debería ayudarle a negociar con los otros ducados? ¿No debería ser ese el trabajo de su esposa?
El "hermano Syl" soltó una risa nerviosa, despeinándose un poco con la mano antes de detenerse en su camino a la salida del orfanato, agachándose para verla mejor.
–No lo sé, hermana Myneira. Tengo entendido que será su tercera conferencia oficial, además, una persona tan joven siempre requiere de la guía de alguien más experimentado.
Myneira asintió, picando un poco su mejilla y hundiendo un dedo en ella de forma pensativa.
–Supongo que tiene razón –afirmó la niña sonriendo, retomando el camino a la salida y hablando una vez más en cuanto pudieron refugiarse del todo en el Templo, dejando el orfanato y el patio atrás–. ¿Sabe una cosa, hermano Syl? Creo que mi abuelo estaría muy feliz de servir cómo un guía al Archiduque. Conmigo siempre es muy paciente y asertivo en sus observaciones, también es menos exigente que el Sumo Obispo. La madre del Archiduque podría concentrarse entonces en guiar a la esposa del Aub actual así como la abuela Hermelinda, la abuela Elvira y mi hermana Heidemarie se concentran en guiarme a mí en las cuestiones de la sociedad femenina. Imagino que, si el Archiduque requiere apoyo, su esposa también.
Otra risa nerviosa y pronto los dos llegaron a un pequeño salón donde Fran y Hanna les sirvieron el té en tanto Rossina tomaba asiento para tocar un par de piezas en el piano.
La conversación sobre el Aub y su familia se detuvo entonces, dando paso a una pequeña discusión sobre música y el enorme instrumento. El hermano Syl parecía encantado con la idea de aprender a tocarlo él mismo, además de todo lo que deseaba comprar, dejándole en claro a Myneira que este hombre era curioso cómo un niño pequeño y amaba las novedades, claro que luego de encargarse tanto tiempo de su contabilidad, dudaba de que él contara con la disciplina para aprender a tocar un instrumento musical… o fondos excedentes.
La interpretación terminó y Syl sacó un aparato antiescuchas de rango específico. Myneira lo observó con curiosidad.
Ferdinand tuvo que salir más temprano, así que no estuvo para acompañarlos cuando el visitante llegó, dejándola sola con el Archiduque disfrazado de sacerdote azul.
–Myneira, debo disculparme por el exabrupto de mi madre. Ella sufrió mucho en su infancia, ¿sabes? A manos de los Leisegang. Su hermano mayor y su madre murieron. Su hermano menor no pudo recibir maná suficiente para volverse archinoble y fue abandonado en el Templo. Por si fuera poco, mi padre, quien juró no tomar otras esposas para protegerla… bueno, trajo a Ferdinand. De alguna manera, creo que mi madre ve en Ferdinand algún tipo de traición, así que, suele perder un poco la compostura cuando se trata de él.
–¿Un poco? Milord, temo que ese tipo de rabietas solo las he visto con los más pequeños del orfanato y con algunos de los niños con los que crecí en la ciudad baja. Yo misma solía hacer rabietas terribles antes de cumplir los cinco años debido a la frustración de estar siempre en cama, sin poder salir o jugar como lo hacía mi hermana mayor. Si hiciera algo un poco cómo lo que ha hecho su venerable madre, Ferdinand me dejaría sin orejas y sin mejillas.
Lady Verónica es una mujer adulta y además la madre del Archiduque. ¿Qué pasaría si se comportara de ese modo frente a los Aubs de los otros ducados?
–¡Oh, vamos! Ella nunca…
–Si yo fuera una laynoble y me comportara de ese modo con un candidato a Archiduque… bueno, Eckhart no habría dudado en enviarme a saludar a la pareja suprema y mis abuelos tampoco. Por otro lado, es la primera vez que veo a una noble adulta portándose de modo tan deshonroso.
Sylvester no dijo nada y Myneira decidió tomar un poco de té. Debía ser difícil escuchar a una niña pequeña hacer ese tipo de comentarios sobre la madre de uno.
La pequeña terminó su bebida, miró su taza y recordó las lecciones que las mujeres de su familia y el propio Ferdinand le dieran sobre etiqueta. Un gesto y tanto Hanna como Fran entraron de inmediato a cambiar el té y el servicio, incluso colocaron un postre distinto en la mesa y lo sirvieron conforme ella explicaba y demostraba que estaba libre de veneno a pesar de notar que la atención del hombre estaba tan aferrada al nuevo alimento cómo los ojos de sus hijos y nietos ante los novedosos dulces en las vitrinas de los distritos que visitaban ciertos fines de semana por diversión.
–¿Entonces, estaría interesado en comprar algunos juguetes didácticos para sus hijos? Ya ha visto todo lo que los huérfanos han aprendido con ellos.
–¡Por supuesto que voy a comprar! Espero que me vendas los primeros que salgan.
–Tiene mi palabra. Incluso jugaré cada uno de ellos con usted para mostrarle cómo usarlos con sus hijos y responder a todas sus dudas. En cuanto a Ferdinand… si no lo envió aquí para limpiar el Templo y encontrar el problema con el severo desabasto de maná en las tierras de los Leisegang y de algunas facciones neutrales, ¿por qué lo hizo?
–Eso… solo intento ganar tiempo para ver el modo de que mi madre deje de molestarlo tanto.
–Ella ha hecho más que molestarlo. Y no solo a él. Tengo entendido que la diosa del agua que envenenó a mi madre y por poco acaba conmigo, se casó con mi padre por órdenes de Lady Verónica.
–¡Esos son solo…!
–Lord Karstedt también tiene una diosa del agua impuesta por Lady Verónica. Abuela Elvira cree que esa mujer tuvo algo que ver con la muerte de la tercera esposa de Lord Karstedt y de su hijo no nato. Por no hablar del señor Justus, quien tuvo que divorciarse de la esposa que Lady Verónicas le impuso sin siquiera saber si tuvo un hijo, una hija o si la criatura tenía suficiente maná para sobrevivir. Al parecer la mujer intentó adulterar el equipo de detección de limpieza del hombre.
Hubo un silencio algo incómodo. Myneira subió la mirada y observó el desasosiego en el Archiduque. Un ligero parecido entre él y Ferdinand apareció ante sus ojos, así que decidió bajar un poco el tono de su regaño.
–Quiero pensar que aprecia mucho a Ferdinand…
–¡Lo hago!
–Por supuesto. Cómo hermano mayor, debe sentirse responsable de él hasta cierto punto… pero también está su madre. Pareciera cómo si usted tuviera que elegir entre uno y otro, ¿o me equivoco?
–No, no te equivocas. En cierto modo, me reconforta que lo entiendas. Yo siempre he querido a Ferdinand, desde que llegó. Incluso deseaba que me tratara de modo informal cómo mi hermana Constance, pero… bueno, a mi madre nunca le gustó, ya he explicado la razón. En verdad quiero proteger a mi hermano y mantener a mi madre cómo haría un buen hijo…
–Y usted confía en Ferdinand, ¿cierto? No enviaría papelería tan importante al templo si no confiara en él.
–Bueno, cuando lo hice venir aquí, dijo que se estaba aburriendo mucho. Ya debes saber cuánto disfruta trabajar y…
–Lo lamento, pero Ferdinand no disfruta trabajando en ese tipo de documentación. Ferdinand adora investigar y hacer experimentos. Disfruta mucho tocando música y, por lo que he visto, es un caballero diligente y responsable. ¿Sabe que aún entrena un par de veces por semana antes de la tercera campanada?
Sylvester sonrió, enderezándose con tanto orgullo que la hizo sonreír.
–Sin embargo, Ferdinand de verdad parece dispuesto a todo para protegerlo a usted. Si lo trajo al Templo para ganar tiempo, ¿cuándo piensa devolverlo a la nobleza? Estoy segura de que me quedaría con una carga inmensa de trabajo aquí en el Templo, sin embargo, él debería estar entre los demás nobles sintiéndose útil para con usted y Ehrenfest. Si ese fuera el caso, estoy dispuesta a afrontar toda la carga de trabajo que él tenía en lo que preparamos a un nuevo Sumo Obispo para cubrirlo o a un nuevo Sumo Sacerdote para cubrirme a mí.
–No es tan sencillo, pequeña. Entre las facciones, mi madre y todos esos giebes codiciosos… bueno, hay demasiadas cosas que considerar.
–Puede empezar por pedir a mi abuelo que lo acompañe cómo guía a la Conferencia de Archiduques y dejar a Ferdinand cómo su suplente aquí. Ayudaría a que él y los demás no les sepan que usted confía en él y que va a regresar. Usted ES el Aub. Su madre tiene que acostumbrarse a que es usted quien manda, no ella.
Sylvester suspiró y asintió, ella ya no dijo nada más, dejando que aquel niño grande comiera algunas golosinas y tomara el té, sonriéndole sin más.
–Tengo una duda. ¿Ha visto algo más que la capital del ducado? ¿Conoce la ciudad baja?
Todavía con un pastelillos en la boca, Sylvester negó despacio, tomando un poco de té para despejar su garganta sin dejar de mirarla en ningún momento.
–No, en realidad no. Fui un niño enfermizo, igual que mi padre, así que nunca he visto nada más que el castillo, el barrio noble y el Templo dentro de Ehrenfest.
–Ya veo. ¿Le gustaría ver su ducado, de verdad?
Estaba segura de que estaba poniendo una mueca traviesa porque el joven Archiduque sonrió divertido, acercándose en medio de un aire conspirativo que la hizo sonreír más todavía.
–He invertido junto a una vieja amiga mía algo de dinero en un local donde sirven comida tan sabrosa cómo ésta en la ciudad baja. Mi abuelo me está ayudando a abrir uno de mayor nivel en la zona noble, así pues, ¿qué le parece si consigue avanzar lo suficiente en su trabajo en el castillo para hacerse con una campanada dos días después de que termine el Ritual de Dedicación y hayan cazado al Señor del Invierno para acompañarnos a Ferdinand y a mí disfrazado de comerciante? Podrá ver el estado de la ciudad baja con sus propios ojos y degustar una buena comida. Si funciona, lo ayudaré a planear cómo escabullirse de su oficina para recorrer el ducado disfrazado de sacerdote después de la Fiesta para Recibir a la Primavera y antes de la Conferencia de Archiduques.
La sonrisa en el hombre de cabello azul índigo no hizo más que ensancharse conforme la propuesta avanzaba. Myneira notó que la idea de esforzarse en el trabajo no le había hecho gracia, pero sí la recompensa, de modo que pronto estaban cerrando el trato.
La comida se terminó al igual que el té. Myneira estaba por solicitar a Syl que desactivara la herramienta antiescuchas cuando el hombre adelantó una mano para evitarlo, mirándola con algo de seriedad y lo que parecía una enorme sonrisa a punto de florecer. Ella solo volvió a sentarse derechita, a la espera de lo que el hombre tuviera que decir.
–¿De verdad no te gustaría casarte con mi hermano? La diferencia de edad es grande pero no tanto como para que sea mal visto por los otros nobles. Podrías ser también una ministra para el Aub, ya sea para mí o para Wilfried y mantener a mi hermano contento, interesado y en buen estado.
–¿En serio le ha pedido su opinión a Ferdinand? Considerando que tan seguido me jala de las mejillas y me grita, dudo que esté muy conforme con semejante arreglo.
Sylvester soltó una enorme carcajada sincera, dejándose caer sobre el respaldo de su asiento antes de mirarla de nuevo, complacido y demasiado relajado a pesar de todo lo que acababan de hablar.
–Se casará contigo si se lo ordeno. Incluso tendrá hijos gruñones si se lo exijo. Tienes la última palabra aquí.
Myneira se tomó las mejillas con ambas manos, abriendo mucho los ojos y tomando aire por la boca, tratando de verse por completo adorable e inocente en ese momento.
–¿En verdad? Pero Ferdinand no estaría muy feliz con esas órdenes, ¡soy solo una niña pequeña! Y no veo que muestre interés en ninguna de las jóvenes de mi edad, de la suya o de la de usted. En realidad, no me gustaría mucho casarme con alguien solo por obligación, sería muy triste, ¿no lo cree?
Sylvester sonrió divertido, agachándose lo suficiente para estirar su mano y despeinarla un poco antes de retirar su mano.
–¡Eres tan adorable y pequeña! Si no fueras la hija adoptiva del tío Bonifatius te pediría que dijeras "puhi". ¡Pareces un pequeño shumil! Bueno, debo marcharme, y tienes razón. Yo mismo no pude tolerar la idea de un matrimonio por obligación. Ya te enterarás, supongo. Solo debes preguntarle a mi querido hermano menor y no dejará de quejarse al respecto.
Ella asintió, sonriendo al tiempo que la herramienta era retirada y la despedida entonada en voz alta por ambos.
El Archiduque se fue y tanto Fran como Hanna la detuvieron.
–¿Qué sucede?
–Lady Myneira, ahm –titubeó Hanna mirando al suelo y juntando sus manos cómo si tratara de evitar arrugar el bajo de su túnica o juguetear con sus dedos–, llegó otra de esas cartas.
La pequeña soltó un suspiro y extendió la mano. Fran le entregó una carta bastante similar a las que estuvieran recibiendo cada dos meses sin falta desde que el Sumo Obispo anterior fuera arrestado y destituido.
No tenía remitente alguno; ni nombre ni dirección a la cual enviar una respuesta, y teniendo en cuenta las cartas y documentos incriminatorios que usaron para destituirlo, nadie se había atrevido a responder una sola de las cartas que llegaban. Por lo general le entregaban las cartas a Ferdinand. La mayor parte, las que contaban con remitente, hacía meses que dejaron de llegar, pero éstas…
–Fran, por favor asegúrate de dársela en la mano al Sumo Obispo cuando vuelva del gremio de comerciantes. Dile que, si llega una sola carta más, voy a abrirla y a resolver el asunto por mi cuenta.
–Por supuesto, Suma Sacerdotisa.
El Ritual de Dedicación llegó pronto, poco después de la caza del Señor del Invierno.
Por preocupación de Myneira ante el terrible clima que casi derriba un par de árboles según observó desde su ventana, y el vendaval envolviendo a Ferdinand cuando acudió al llamado, los caballeros recibieron una bendición de parte de ella. Por supuesto, apenas Ferdinand volvió de aquella cacería, se encargó de reprenderla porque "¿Quién más tendría la ridícula idea de gastar su maná en el rezo?" A lo que, por supuesto, Myneira se defendió con un muy sincero y fastidiado "¡Estaba MUY preocupada por Eckhart, el abuelo Karstedt y por ti!" A lo que siguió un "¡¿Tienes idea de la ridícula cantidad de maná que nos enviaste?!" seguido por un enorme puchero, al menos cuatro jalones de mejillas, tanto infantiles cómo adolescentes y en el entremedio un intercambio de insultos tan bobo y ridículo cómo largo, dejándolos a ambos exhaustos y renuentes a intercambiar más palabras de las absolutamente necesarias por al menos una semana entera, en parte porque no hubo ningún noble que los distrajera o separara en esa ocasión, solo dos personas ansiosas y molestas en una habitación oculta por más tiempo del socialmente aceptable.
Para cuándo el Ritual de Dedicación terminó y Myneira pudo escapar de noche para ir a pasar el fin de semana con sus verdaderos padres, Effa no tardó nada en notar que algo andaba mal con su pequeña.
–Ara, ara. Myne, ¿te peleaste con el Sumo Obispo?
–No.
Su madre soltó una risilla sin dejar de abrazarla conforme caminaba con ella en las cobijas de Kamil hasta la puerta Norte.
–¿En verdad? Siempre pones una cara característica cuando discutes con él.
–Porque no es más que un mocoso arrogante y terco.
Su madre soltó una enorme carcajada y eso terminó de desarmarla, llevándola a prestar atención a su acompañante.
–Mamá, ¿dónde está Kamil? No lo habrás dejado solo en casa, ¿cierto? ¿Por qué me estás llevando en sus cobijas?
–Ralph y Tuuri se están encargando de cuidarlo hoy. Ambos tuvieron su día libre. Además, el Sumo Obispo nos advirtió de que no podríamos verte todo el invierno y quizás tampoco en la primavera porque sería peligroso. Que enviaras a uno de tus sacerdotes grises a pedir que alguien viniera por ti me dejó pensando sobre ello.
–Ya veo –contestó la pequeña algo incómoda por ser descubierta en su escapada, buscando el modo de cambiar el tema y agradeciendo por una vez la estatura que tenía–. ¿Iremos por papá?
–Sabes que sí. Te ha extrañado mucho, así que será él quien te cargue hasta la casa. Estaba muy emocionado ayer por la mañana, ¿sabes? Se encargó de conseguir tres parues bastante grandes para enviártelos mañana que tuviera su día libre.
Su sonrisa se ensanchó, sus manos se juntaron y su corazón comenzó a latir con rapidez mientras trataba de no moverse demasiado por la emoción, olvidando de pronto todos los problemas de nobles.
Ésta escapada sería su fin de semana libre de problemas. Mejor disfrutarlo con su familia en lugar de amargarse por esa última discusión. Ya la arreglaría en cuanto volviera al Templo, justo antes de ser lanzada de vuelta a la Sala de Juegos de Invierno en el Castillo y después de despedirse de sus mejillas.
–Y Myne.
–¿Sí mamá?
–Aunque adoro tenerte en casa y te extraño cómo no tienes una idea… no vuelvas a escapar del templo. El Sumo Obispo estaba tan preocupado por ti cuando nos dijo que no podrías venir a casa, que todos pudimos notarlo en su expresión. Tu padre le reclamó, por supuesto, pero cuando se fue… me dejó muy preocupada por ambos. Trata de no pelear con él. Sé que es mucho pedir para una niña tan pequeña, pero trata de ponerte en su lugar, ¿de acuerdo?
–Si, mamá –respondió avergonzada.
–Bien. Tu padre te devolverá al templo mañana en la noche.
–¡¿Qué?! ¡Pero, mamá…!
–Nada de peros. Si el Sumo Obispo dijo que era muy peligroso que anduvieras merodeando por la ciudad baja, entonces tendremos que devolverte cuanto antes… después de dormir con nosotros, por supuesto. No imagino lo duro que debe ser para ti dormir sola en ese enorme edificio.
Todavía avergonzada, Myne se acurrucó contra su madre, sosteniendo sus rodillas todavía y sonrió.
Ella habría hecho lo mismo con sus hijos.
'Bien, me disculparé con ese mocoso imberbe después de que me haya jalado las mejillas hasta el hartazgo. Aunque seguro que sabe dónde estoy. Ese chiquillo tiene más ojos y oídos que un dios hindú.'
Notes:
Notas de la Correctora:
*Lacustre se refiere a cosas pertenecientes o relativas a las zonas de lagos.
Notas de la Autora:
Pues la semillita del cambio ha sido plantada, ¿germinará o la abuela tendrá que darle otro jalón de orejas a Sylvester? ¿Y dónde estaba Ferdinand durante la conversación? ¿Tendrá consecuencias la pequeña escapada a la Ciudad Baja? SUpongo que lo averiguaremos la próxima semana.
Chapter 23: Rotos y descosidos
Chapter Text
Cuando Myneira volvió de la Ciudad baja, la noche siguiente a su pequeña escapada, por supuesto, recibió un tremendo jalón de mejillas y un regaño enorme que le dejó las orejas retumbando. El mocoso jamás le había gritado de ese modo en todo lo que llevaban de conocerse.
Por supuesto, lo único que ella dijo fue un sincero "Lo lamento, Ferdinand. No era mi intención poner a nadie en riesgo, yo solo… necesitaba un respiro. Lamento mucho haberte preocupado de ese modo. Aceptaré cualquier castigo que me des.'
Incluso habría aceptado pasar una campanada o dos en el cuarto de castigos, pero el clima era todavía muy frío y Ferdinand no parecía dispuesto a arriesgarse, así que su gran castigo fue desayunar, comer y cenar sola toda la semana, sin posibilidad de ir al cuarto de Ferdinand por la noche para charlar hasta caer dormida y sin poder recibir visitas.
Fue un castigo mucho peor que ser encerrada sola en ese pequeño cuarto donde dejaban a los niños del orfanato cuando se portaban de verdad mal. Mucho peor incluso que alguno de los castigos físicos de los que había escuchado que hacían tanta burla los latino americanos con el asunto de pegarles a sus hijos con una sandalia.
Cuando Ferdinand al fin le mandó un aviso de que volverían a compartir alimentos tuvo que pedirle que la dejara entrar con él a la habitación oculta antes, lanzándosele encima apenas cerrar la puerta, llorando sin poder soportarlo más. Por fortuna el muchacho pareció comprender cuánto le había pesado este castigo porque la abrazó en silencio, peinándole el cabello con suavidad y soltando alguno que otro suspiro durante todo el incidente, hasta que estuvo lo suficientemente repuesta para dejar de llorar, ser curada y salir a desayunar cómo si no hubiera estado llorando cómo una viuda joven un momento atrás.
El tiempo pasó, los dos asistieron a la inauguración del restaurante italiano en la ciudad baja acompañados por Sylvester, que de verdad se las ingenió para dejar su trabajo al día antes de la comida para sorpresa y desgracia de Ferdinand, quien tuvo que recordarle una y otra vez que se comportara, uniéndose a él un poco después para regatear por las recetas de los diferentes platillos servidos. Esa fue una tarde de lo más divertida para Myneira y los grises de ambos séquitos, a decir verdad.
Por supuesto, la pequeña tuvo que regresar a la finca de los Linkberg el día anterior a su reingreso en la sala de juegos de invierno.
–¿Estás nerviosa, hermanita?
–Un poco –reconoció Myneira conforme Ottilie y Heidemarie la ayudaban a bañarse–, aunque debo admitir que extraño estar entre personas de mi edad que no van a servirme. Jugar con los niños del orfanato es lindo, pero ninguno me deja hablarle cómo a un igual. Es casi como si todos ellos fueran mis hijitos.
Heidemarie soltó una risita divertida mientras Ottilie le daba indicaciones sobre cómo frotarle el cuero cabelludo poco antes de que le pidieran cerrar los ojos y aguantar la respiración para comenzar a enjuagarla con agua caliente.
–¿En verdad no puedo bañarme sola? No debe ser tan difícil.
–Myneira, un archinoble no debe asearse solo, ya te lo dije.
"A veces siento que los archinobles son unos verdaderos inútiles… aunque no lo sean, pero… bueno, supongo que debería agradecer que no me dan de comer en la boca, ¡eso sería ir demasiado lejos!"
Tanto Heidemarie como Ottilie comenzaron a reír un poco y Myneira notó que estaba haciendo un puchero, así que tomó algo de aire para relajar su rostro y volver a poner su sonrisa noble.
–Además, Lady Myneira no podría asearse de forma correcta usted sola. ¿Cómo se aseguraría de lavar bien su espalda? ¿Y qué hay de su constitución delicada? Podría pescar un resfriado mientras se lava el cabello.
Le costó trabajo tragarse todo lo que tenía que decir al respecto, enfocándose de pronto en qué materiales necesitaría para crear artículos de baño que permitieran eliminar la preocupación de si uno ha tallado bien su espalda o no, rememorando un par de cosas que observó dentro y fuera de su país para dicho propósito.
–Si hubiera un modo de mantener el agua fluyendo de manera contínua, sin necesidad de que alguien sostenga una jarra… –comenzó a mascullar cuando estaba pensando en el problema del cabello.
–Lady Myneira, ¡no me diga que va a inventar algo para evitar que la ayudemos a bañarse!
–Ah… bueno, yo…
Heidemarie comenzó a reírse con ganas en lo que la ayudaba a salir de la bañera y la envolvía en una toalla, secando con pequeños toquecitos en tanto Ottilie se encargaba de secarle el cabello a Myneira sin dejar de explicar el proceso entero para evitar enredarlo o dañarlo.
"Bueno, debo admitir que no podría tener el cabello tan bien cuidado por mi cuenta. En mi vida como Urano nunca pude tenerlo así de largo debido a la orzuela. ¿Sería acaso porque me secaba el cabello sin cuidado?"
Cuando se dio cuenta, ya estaba lista para acostarse a dormir, con Ottilie cepillándole el cabello y terminando de explicar la aplicación de aceites y la forma correcta de cepillarla para que el cabello pudiera secarse con ayuda de una pequeña herramienta mágica de aire, llevando a Myneira a voltear.
–¿No sería más sencillo usar un waschen?
Heidemarie y Ottilie guardaron silencio un par de segundos, mirándose entre ellas. Luego le sonrieron con ternura, reacomodando su cabeza para que Heidemarie pudiera retomar la labor donde Ottilie acababa de dejarla.
–Quedaría más seco en un instante, querida hermana, pero no se sentiría tan sedoso ni olería tan bien. Tu pequeño invento ha vuelto este paso algo indispensable.
Myneira suspiró sin estar segura de cómo tomarlo.
–Por otro lado, Lady Myneira, el lavado de cabello puede funcionar igual que un masaje capilar, ayudando a que se relaje luego de un largo día y preparándola para dormir. Este tipo de rutina suele ser eficaz para mantener un buen ritmo de sueño.
La niña comenzó a asentir al recordar las rutinas de sueño que ella misma tuvo que implementarle a sus hijos en algún punto. Eso tenía bastante más sentido, porque el rinsham tenía poco de haber sido "inventado" por ella, sin embargo, los nobles llevaban bañándose y lavando su cabello con ayuda de otros desde mucho antes de que ella hubiera renacido.
–Entiendo. Igual me gustaría poder lavarme yo sola de vez en cuando.
Las dos mujeres volvieron a soltar algunas risillas divertidas y luego Ottilie las observó a ambas, provocando que Heidemarie guardara silencio conforme ambas mujeres se paraban enfrente de Myneira.
–Lady Myneira, lo que voy a decir ahora me apena muchísimo. Sé que puede ser una solicitud algo egoísta, y…
–Está bien. ¿Qué sucede?
La mujer pareció conflictuada por un par de segundos antes de mirarla de nuevo, acuclillándose para quedar a la misma altura que ella antes de hablar.
–¿Podría considerar tomar a Hartmuth como su erudito en el futuro?
La pequeña se quedó sin palabras, con los ojos muy abiertos antes de mirar a su hermana, la cual solo le hizo una seña de seguir escuchando.
–Sé que solo la estaré sirviendo en lo que Lady Heidemarie termina de aprender a atenderla para acompañarla a la Academia Real y que en algún momento tomará a alguna mednoble o laynoble adecuada para ser su asistente, aun así… me sentiría más tranquila si pudiera decirle a mi hijo que lo tomará en consideración más adelante. Por más que su padre y yo hablamos con él, el chico no deja de insistir en… bueno, esto es vergonzoso pero imagino que recordará su comportamiento el día en que usted fue bautizada.
–Si que lo recuerdo. También recuerdo que Hartmuth estuvo comportándose bastante mejor en la sala de niños.
–Por desgracia, su ausencia en la sala de juegos lo ha dejado un poco… fuera de control.
–Eso es verdad –intervino Heidemarie cuando Myneira la miró –. Cornelius no ha dejado de quejarse al respecto.
–Entiendo, sin embargo, pensé que los archinobles no podían tomar a otros archinobles a su servicio.
–No es lo usual –le explicó su hermana –, aunque llega a haber algunas excepciones. Si tú fueras a servir al Aub cuando seas mayor, Hartmuth podría asistirte con el trabajo de erudición, sirviendo al archiduque de manera indirecta.
–Entiendo –suspiró la niña recordando al hermano mayor de Ferdinand–. Hablaré con él mañana, Ottilie. Le explicaré que es posible que yo misma termine trabajando para el archiduque en el futuro para que comprenda lo que implicaría servirme.
–Se lo agradezco mucho. Que Schlatraum la bendiga con un descanso reparador esta noche.
Myneira se acostó a dormir y Heidemarie se sentó en la silla de siempre junto a su cama para conversar. En realidad Myneira preferiría asegurarse de que sus empresas funcionaban bien y que empleaba a muchos plebeyos para asegurarles una mejor calidad de vida… claro que tenía que aceptar que podría terminar trabajando para el Aub, lo cual serviría a su propósito de mejorar la vida de todos a largo plazo, solo tenía que recordarse al respecto cuando fuera mayor.
Myneira regresó al cuarto de juegos al día siguiente, reunificó a los niños de nuevo y, por supuesto, aceptó a Hartmuth cómo su futuro erudito.
–¡Alabada sea la Santa que me permite servirla! ¡Dichosos los oídos que…!
–Y tu primer trabajo como mi erudito va a ser moderarte, Hartmuth. No puedes ir escribiendo versos poéticos sobre mi todo el tiempo. Es… incómodo.
–¡Oh! Yo… Lo último que deseo es incomodar a mi señora y corromper la santidad de sus oídos con una cháchara poco útil y trivial que…
–Hartmuth –suspiró ella en el mismo tono que usaba Ferdinand cuando ella le tomaba el pelo–, ¿qué te pedí que evitaras?
–¡Cierto! Lo, lo lamento, milady… haré lo posible por controlar mejor mi comportamiento, pero es que es usted una persona tan increíble y bendecida por los dioses que mi ser vibra de emoción de solo pensar en…
–¡Hartmuth!
El pelirrojo sonrió y luego de eso, trató de guardar silencio, limitándose a hablar cada vez que creía necesario explicarle algo dentro de la sala de juegos o solicitarle permisos de lo más variopintos.
Ni siquiera como Urano había conocido a alguien como él. Myneira estaba bastante segura de que ni Shuu ni Akane habrían sido tan intensos de conocer a alguno de sus ídolos en persona.
Por extraño que pareciera no tuvo más enfrentamientos con Lady Verónica ni tuvo problema alguno con ninguno de los niños ahí reunidos. Aunque sí notó a varios de los pertenecientes a las familias veronicanas llegar lastimados a la sala de juegos. Por supuesto los curó a todos, dándoles incluso alguna golosina a escondidas de los demás a pesar de las quejas de Hartmuth, Cornelius y Eckhart.
"–Sus padres ya los han castigado suficiente por no hacer lo que ellos les dicen, ¿también debo castigarlos por tratar de comportarse como gente civilizada?"
Ni su erudito ni los hermanos Linkberg volvieron a quejarse por su actuar.
Cuando pudo volver al templo, Ferdinand solo suspiró fastidiado por su manera de llevarse en la sala de juegos aun si eligió no decir nada al respecto.
Para el final del invierno las cosas parecían estar calmadas en el Templo tras el desayuno usual y la noticia de que algunos azules más serían devueltos a la sociedad noble.
Ferdinand y Myneira estaban tomando sus lugares en el despacho cuando la puerta se abrió de forma violenta dejando entrar a una muy enfadada Heidemarie, seguida de cerca por un pálido Eckhart y un asustado gris.
–¡Lord Ferdinand! ¡Tenemos que hablar sobre mi hermana antes de que Lord Bonifatius se entere!
–¿Enterarse de qué, Heidemarie?
Hubo un silencio sobrecogedor. Incluso los sacerdotes que asistieron a trabajar esperaban en ascuas. Quizás eso fue lo que hizo que Heidemarie notara que su presencia era intempestiva en ese momento porque la joven no tardó nada en sonrojarse y agachar la cabeza con los brazos apenas cruzados sobre su pecho.
–Le ruego que me disculpe… Sumo Obispo, pero nuestro hermano Lamprecht, que volvió ayer en la tarde con los padres de Eckhart, nos comentó algo que me tiene demasiado inquieta y que va a afectar a mi querida hermana dentro de tres años. Ruego perdone mi descortesía, pero la preocupación no me permitió acceder a la bendición de Dultzenzen.
–Comprendo –suspiró Ferdinand mirando de Heidemarie a Myneira y luego a Eckhart–. Hermana Myneira, queda a cargo por el momento. Eckhart, Heidemarie, conmigo.
Los tres "adultos" ingresaron de inmediato a la habitación oculta del hombre en tanto Myneira permanecía en su lugar, dando algunas indicaciones, corrigiendo el papeleo de algunos de los grises y verificando su propia carga de trabajo contable, señalando de inmediato los desfalcos que seguía hallando en las cuentas del castillo y realizando algunas anotaciones a parte en su díptico sobre los ajustes para mantener el Templo a flote ahora que dos familias nobles estaban por dejar de donar al templo.
No mucho más tarde la puerta se abrió y Myneira recibió la indicación de entrar, sintiendo las miradas de todos en el despacho sobre ella.
No tardó mucho en poner los pies en la conocida habitación del Sumo Obispo, la cual se encontraba más ordenada de lo usual… también más llena, quizá porque todos estaban de pie.
–Myneira, no sé si lo sabías, pero hasta hace poco el país estaba en guerra –le comunicó su hermana mayor–. Ante la falta de sacerdotes en el Templo de la Soberanía, terminamos enviando algunos de todos los ducados. Algunas pocas familias comenzaron a solicitar permiso para enviar a sus familiares del Templo a la Academia Real para ser reconocidos cómo verdaderos nobles que pudieran ocupar el lugar de los que estaban muriendo en la guerra. Al parecer, debido a ésta medida, se hizo un cambio en la currícula escolar poco después de que la guerra terminó. No pensamos que fuera a afectar a quienes entraban a la Academia a la edad estandarizada, pero Lamprecht comentó hoy que el nuevo Zent dejó establecido que a partir de éste invierno, todos los que ingresan a la Academia Real por primera vez, obtendrían su schtappe en el primer año.
–Ahm… ¿y el problema es…?
Heidemarie bufó, perdiendo todo rastro de femenino recato, cubriendo su rostro entero con frustración que ocasionó que Eckhart tomara a su esposa de los hombros y Ferdinand le diera la espalda a la pareja, acomodándose sobre una rodilla para quedar a su altura.
–Heidemarie me ha señalado que cuando nosotros ingresamos, primero hacíamos una ceremonia para obtener bendiciones por parte de los dioses en tercer año y luego obteníamos el schtappe.
–Y debe haber una MUY buena razón para que se hiciera de ese modo desde la fundación de la Academia Real, milord. Todos nosotros obtuvimos diferentes bendiciones acordes a nuestro color de nacimiento, pero Myneira… es diferente. Su maná cambió poco antes de la lectura de mentes y…
–¿Cómo qué cambio?
Hubo un pequeño silencio. Eckhart y Heidemarie se miraron entre ellos, luego a Lord Ferdinand que no había dejado de mirarla a ella y entonces recordó que nunca comentó nada sobre el cambio.
–Ahm… yo, hubo una situación algo traumática aquí antes de que mi hermana pudiera leer mi mente. Sospecho que mi maná cambió de color por eso. No dije nada para evitar malos entendidos y porque no noté nada diferente en mí, así que, solo lo olvidé. No parecía algo importante.
Ferdinand la tomó con fuerza de los brazos sonriendo de ese modo brillante que la desconcertaba por saber que estaba furioso. Que el hombre hablara en japonés la preocupó más.
–¿No que serías una buena cobaya? ¡Este es el tipo de cosas que se supone debes reportarme!
–Si, lo sé, pero estuvimos todos tan ocupados todo el año pasado y, de verdad, no noté diferencia alguna en mi maná y… no quería que me gritaran cuando se dieran cuenta de que estoy completamente teñida por usted… de manera permanente.
Las orejas, el cuello y los pómulos de Ferdinand se colorearon de rojo. Su sonrisa brillante y tétrica se desvaneció. Sus manos la soltaron y el jovenzuelo se puso en pie, sosteniendo su nariz y dándole la espalda a todos.
–¿Myneira? –cuestionó Eckhart un poco en guardia luego de ver a Ferdinand.
–¿Les digo? –preguntó ella sin dejar de mirar al peliazul, el cual negó de inmediato, abochornado todavía según indicaban las puntas de sus orejas.
–Yo les digo. Heidemarie, continúa. Estábamos hablando sobre la relación entre la adquisición de bendiciones y la adquisición temprana del schtappe.
Heidemarie pareció ponerse de inmediato en el mismo modo preocupado de hace un rato y prosiguió.
–Sobre eso, ¿qué pasa si Myneira obtiene demasiadas bendiciones durante la ceremonia DESPUÉS de conseguir un schtappe? Por muy interesante que podría ser esa investigación, preferiría no arriesgar el futuro de mi hermana.
–¡Heidemarie…! –suspiró Eckhart.
–¡Ella es mi hermana! Sin importar quien la haya cargado en su vientre o dónde creció los últimos años, Myneira es mi familia. Milord, por favor, se lo suplico. Myneira ya ha probado demasiadas veces que es extraordinaria, no permita que obtenga su schtappe antes de la adquisición de bendiciones, por favor. Por alguna razón es omnielemental, no quiero pensar lo que va a suceder si consigue demasiadas bendiciones luego de obtener su schtappe. ¡Por favor!
Ferdinand volteó a pesar de que sus orejas volvieron a sonrojarse, evitando mirarlos mientras se golpeaba en la sien y Myneira miró a otro lado, preguntándose que tan malo podría ser aquello sin terminar de comprenderlo e ignorando por completo que Ferdinand era el responsable de que ella fuera omnielemental.
Si al menos ese terco gruñón la dejara leer los libros de magia que envió fuera del Templo, quizás tendría una idea de porque parecía ser un problema… más allá de la malinterpretación del teñido.
–Muy bien. Espero que tengan tiempo para bordar ustedes dos, con guantes. Por casualidad memoricé el círculo en el tapete del ritual. Debe permanecer cómo un secreto, así que lo harán en sus tiempos libres, en especial tú, Heidemarie. Espero que no te hagas pronto con la carga de Geduldh o retrasarás el proyecto.
Tanto su hermana como Eckhart se sonrojaron de inmediato, fingiendo que no lo estaban mientras Heidemarie se cruzaba de brazos de inmediato con un ligero sonrojo cruzándole el rostro.
–Por supuesto, milord. No podría pensar en iniciar una familia en este momento. No mientras Myneira siga tan frágil.
–Bien. El tapete deberá estar listo antes del final del otoño dentro de tres años. No espero menos que perfección en la tarea.
–¡Por supuesto, milord! Juntaremos los materiales necesarios durante la semana y usaré esta oportunidad para enseñar a Myneira sobre los hilos de maná. Va a necesitar ese conocimiento cuando empiece a bordar para su futuro Dios Oscuro.
La pequeña solo miró de un lado al otro, cayendo en la cuenta de que, de alguna manera, había terminado con más trabajo encima y menos tiempo para leer. Solo suspiró luego de cubrir su cara. No es que leer las diferentes traducciones de la Biblia o la biblia de Ferdinand fueran las lecturas más entretenidas del mundo, pero en verdad estaba disfrutando hacer correcciones en los tomos más nuevos y poner a prueba su conocimiento del lenguaje antiguo. Algo le decía que el tiempo que invertía en ello y en revisar las salas de lectura de los Linkbergs se iba a reducir de manera considerable.
–¿Algo más?
Su hermana y cuñado se miraron entre ellos, luego a Myneira, después a Ferdinand antes de negar.
–Bien, Myneira, puedes regresar. Yo les explico "eso".
Ella asintió, deseándole suerte con la mirada y saliendo para volver a trabajar.
Al menos quince minutos después, o eso le pareció a Myneira, Eckhart salió de ahí pálido y Heidemarie radiante de un modo extraño… ambos seguidos por Lord Ferdinand, cuyas orejas seguían rojas en las puntas en tanto su ceño estaba más que fruncido, arruinando su semblante de estatua de mármol o noble perfecto, cómo lo llamaba la abuela Elvira a menudo.
–Myneira –la llamó Heidemarie con una enorme sonrisa.
La niña se puso en pie, extrañada, sintiendo el pequeño artefacto en forma de cascabel entrando a una de sus manos en tanto su hermana la tomaba de ambas todavía sonriendo.
–¿Has pensado con qué tipo de noble te gustaría casarte?
–¿Bhuwu?
La sonrisa de Heidemarie se profundizó más y un escalofrío recorrió la espalda de Myneira, dando un vistazo impulsivo a Lord Ferdinand, quien la ignoró de forma más que abierta.
–No, no lo sé, hermana.
–Bien. Teñir totalmente a alguien puede ser un buen alegato para un matrimonio. Solo esperaba que lo supieras.
Myneira miró con los ojos muy abiertos a Heidemarie, sintiendo cómo sus mejillas y su cuello se calentaban de inmediato, sin poder creer el ambiente, la enorme y brillante sonrisa y el comentario… al menos hasta que Heidemarie la abrazó.
–Teñir a alguien y no atar sus estrellas también puede ser justificación suficiente para… desafortunados accidentes, siempre que estos no lleven a la muerte de quien tiñó al otro. Claro, ese tipo de cosas solo pasan cuando el responsable se niega a tomar responsabilidad. Por supuesto, tú eres libre de decidir, querida hermana. Y yo te voy a apoyar en todo.
Heidemarie al fin soltó el abrazo, poniendo algo de distancia entre ambas sin dejar de sonreír y entonces Myneira se dió cuenta de algo.
Su hermana estaba furiosa, ofendida y mostraba la misma brillante sonrisa homicida de Lord Ferdinand.
–Yo… lo voy a pensar muy bien hermana. Aunque no deberías preocuparte, en serio. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
–Si, claro. Igual no le he dado mi nombre a nadie, a diferencia de Eckhart. Considera muy bien lo que quieres hacer con esta información, ¿de acuerdo?
No entendió en absoluto lo del nombre, solo que el bienestar de Ferdinand parecía estar por completo en la palma de sus manos.
Ambas se despidieron entonces. Heidemarie se levantó, le retiró con habilidad el aparato antiescuchas y dejó de sonreír para lanzarle una mirada de advertencia a Lord Ferdinand que dejó a Myneira todavía más preocupada.
Un poco más tarde, cuando intentó hablar con Ferdinand por medio de su propio artefacto antiescuchas, el chico solo le dijo en una especie de gruñido masticado algo así cómo…
–Te voy a agradecer que dejes de robarme a mi séquito.
Luego de lo cual le devolvió el artefacto sin mayor explicación.
Chapter 24: SS4. Conspiraciones y Tropiezos
Chapter Text
–¡Sumo Obispo! La Suma Sacerdotisa está de camino para acá.
Ferdinand solo resopló, dedicando una mirada airada a los papeles plagando su escritorio y otra a los viales vacíos. Myneira podía ser muy exasperante cuando le llamaba la atención por dormir poco, pero no tenía otra opción.
Georgine había estado enviando cartas mágicas en código poco tiempo después de que apresaran y eliminaran a Beezewants, el mismo código que encontraron en los documentos ocultos en los libros falsos que aquel gordo pervertido e inútil tuvo bajo llave en la sala de libros. Las cartas actuales ya no lo empleaban, pero seguían llegando.
Ferdinand logró desentrañar un par de secretos de dichas cartas para atrapar a Beezewants y un par más a lo largo del año, cómo los planes de Georgine de aprovechar la purga de la segunda esposa de su marido para tomar ese puesto y hacerse con el apoyo de algunos nobles caídos de Werkestock, de dónde provenían los cálices pequeños que el Sumo Obispo anterior los obligó a llenar.
Era información demasiado nueva. El código parecía no ser tan complicado, pero solo parecía. Al no tener todas las piezas para descifrarlo, seguía encontraba cosas nuevas entre las cartas que ese viejo estuvo intercambiando en lo que podrían pasar cómo cartas de amor, por no hablar de las entradas similares a una especie de diario donde el hermano menor de Chaocipher parecía hacer anotaciones para sí mismo.
Estaba seguro, el código debía ser un invento de Georgine porque no veía que el Obispo anterior tuviera la inteligencia necesaria para un cifrado tan refinado cómo aquel. Utilizar viejos recuerdos compartidos entre ambos lo hacía todavía más complicado y tedioso porque casi no quedaban grises de la época en que Georgine visitaba a Beezewants en el Templo, antes de ser casada y enviada a Ahrsenbach. En ese sentido era una suerte que Ferdinand todavía se mantuviera en contacto con el Sumo Sacerdote que lo instruyó, porque el hombre presenció buena parte de los encuentros entre tío y sobrina.
Ferdinand tomó algo de aire, luego uno de esos pequeños caramelos de benryus que creó por equivocación al experimentar con la planta. Si Myneira tardaba solo unos latidos más, los caramelos disfrazarían por completo el aroma a poción antes de que la sensible nariz de la niña pudiera detectarlo y disimularía los círculos negros alrededor de sus ojos.
Alisando sus ropas con un waschen, Ferdinand salió de su habitación oculta con rumbo a su escritorio. Los azules estaban comenzando a llegar. Myneira debía estar ya de camino a verlo luego de su fiesta de té. Si Ferdinand cerraba los ojos, todavía podía ver al señor Gunther refunfuñando en la puerta de los plebeyos por el tiempo que la niña estaría lejos de casa.
–¡Sumo Obispo, ya he vuelto! –anunció la pequeña con ese raro saludo que usaba cuando volvía de la Ciudad Baja.
–Ese no es el saludo adecuado y lo sabes –se quejó él cómo era costumbre.
–Estamos en el Templo. Preferiría obviar los largos y nobles saludos al menos aquí –dijo Myneira, cómo si tuviera la respuesta memorizada.
Ferdinand ni se molestó en ocultar el suspiro de cansancio que salió de lo más profundo de su ser, dedicándole una sola mirada de censura que no borró la enorme sonrisa en el rostro de Myneira.
–Quizás debería enviarte a rezarle a Gramarature y Dultzenzen en cuanto vuelvas a quedarte en el Templo.
–¡Oh! ¿Quiere una oración sincera o solo que repita como un perico las oraciones, Sumo Obispo?
Una pequeñísima sonrisa se le escapó al comprender la palabra extranjera. Seguía siendo extraño escucharla usar palabras de otro mundo, pero debía admitir que, entre la costumbre de oírla y el interés de ir aprendiendo palabras nuevas, ya podía sortear bastante bien el traducir esas mismas palabras.
–Quiero que te comportes y te mantengas a salvo. ¿Cómo te fue en esa fiesta de té? Pareces estar en una pieza.
La niña soltó un suspiro y miró en derredor. Casi no quedaban asistentes a esa hora, de todas maneras la guió a su habitación oculta donde ella se encargó de darle un reporte detallado que lo sacó un poco de sus casillas.
‘¡Tiene nulo sentido de la auto preservación! ¿Y porqué Sylvester quiere casarla conmigo? ¿No que quería casarla con Wilfried? ¿Es esta otra prueba de Glükität o solo una forma de Liebeskuhilfe para molestarme?’
Por supuesto que comenzó a discutir con ella, guardando silencio por la sorpresa cuando la niña se le subió encima para curarle la nariz, luego de lo cual ella se dejó caer sobre su regazo, abrazándolo y recargándose en él.
La preocupación de verla tan cansada y el recuerdo de ella tratándolo cómo un niño pequeño que necesita ser consolado la última vez que se vieron lo hizo sonrojar apenado. Discutieron un poco más, por suerte, ella dijo una verdadera estupidez entre bostezos y cayó dormida.
–¡Por todos los dioses! En verdad deben odiarme. Entre tú y esas cartas van a acabar conmigo un día de estos, ¿sabes?
No hubo respuesta, solo la suave respiración despreocupada de Myneira abrazada a él cada vez con menos fuerza.
Ferdinand le hizo un chequeo médico por pura costumbre y luego la acunó, tomando aire y dejándose caer en esa incómoda posición que le viera a Sylvester la última vez que charlaron cómo hermanos en el templo.
Estaba incómodo, muy incómodo por sostener a Myneira y dejar que su cabeza colgara un poco a su espalda, aun así, se sentía más relajado que en el último mes.
–¿Qué voy a hacer contigo? Tus padres no dejan de agradecerme por cuidarte incluso cuando me reclaman por no poder verte por tiempo indefinido. Y tú tienes el descaro de tratarme cómo si fuera un niño indefenso… ni siquiera mis juramentados me producen esta extraña sensación de calma, ¿sabes?
Recordó el pequeño beso que la niña le diera en la mejilla el día de su debut, y el beso que Lady Hermelinda le diera a la niña entre los cabellos con satisfacción y se enderezó, mirándola un momento y sonriendo sin más. Eso que sentía debía ser ternura. No recordaba haberlo experimentado antes.
Ferdinand imitó a la vieja esposa de su tío Bonifatius entonces, depositando un pequeño beso en la coronilla de la niña cómo quien hace un pequeño experimento, observándola sonreír todavía sin soltarlo y sin mostrar ni un ápice de preocupación en su rostro. La inocencia era una bendición envidiable… y peligrosa. Si él se hubiera dado el lujo de actuar de ese modo a esa edad, no estaría aquí ahora. Estaba seguro.
–Hora de llevarte a dormir. Debería darle a Fran un vial para darte mañana en la mañana o vas a tener fiebre.
No hubo respuesta alguna, si acaso el rostro de la niña frotándose un poco contra él… y luego ese nombre escapando de sus labios.
Tetsuo.
Cómo envidiaba a ese sujeto.
Cómo le incomodaba también.
Siempre que ella lo mencionaba o le hacía recordar que ese hombre existió, Ferdinand se preguntaba cómo se sentiría ser amado de ese modo. Tan leal. Con tanta fuerza que superara incluso a la muerte.
Suspirando con algo de decepción porque seguro jamás podría experimentarlo, Ferdinand acomodó a Myneira en brazos, se puso en pie y se dispuso a llevar a cabo sus planes. Era pasada la séptima campanada y él todavía tenía un par de cosas que hacer.
.
Cuando la fiebre bajó y él estuvo seguro de que Myneira estaba en condiciones, aprovechando que la niña no podía salir, Ferdinand la enseñó a hacer una bestia alta, tal y cómo acordó con Bonifatius… ganando otro dolor de cabeza por el desconcierto y la curiosidad.
Tras hacer explotar su piedra para montar, reunificar todos los pedazos e intentar darle formas bizarras y grotescas, Myneira terminó creando una cosa extraña con una supuesta cara de lobo deforme, aspecto peludo y, por si fuera poco, imposible de montar de forma tradicional. No sabías cómo, pero Myneira se las ingenió para que la abominación se abriera y ella pudiera montarla por dentro. Incluso le dió un nombre.
‘¿Moro? Un nombre absurdo para una montura horrenda, no cabe duda.’
Dos días después se encontró hablando con el Jefe del Gremio de comerciantes.
Se sentía incómodo portando ropas plebeyas, a pesar de ello, no podía andar por ahí con su hábito de Sumo Obispo y tampoco con ropas de noble. Además, estar consciente de que Sylvester debía estar en el Templo en ese preciso momento lo tenía demasiado preocupado. A saber lo que ese par de idiotas que debía cuidar, tramarían en su ausencia. Con algo de suerte, no sería su compromiso con ese gremlin que recién acababa de debutar como noble.
–Es aqui, milord. –informó Justus al abrirle la puerta para permitirle bajar del carruaje.
A pesar de su ropa de plebeyo adinerado, el jefe del gremio sabía a la perfección quién era él y eso explicaba el porque ninguno de los empleados lo entretuvo demasiado, todos mostrándose nerviosos e incluso algo torpes en lo que lo recibían y guiaban al despacho del viejo comerciante, el cual parecía angustiado debajo de su sonrisa zalamera, con pequeñas arrugas inquietas y preocupadas aquí y allá en un rostro marcado por las constantes vueltas en el telar y más arrugas en sus ropas recién planchadas.
–Sumo Obispo, pase, pase, por favor. Ahm. Lamento tanto que tuviera que desplazarse hasta aqui. ¿No habría sido mejor que se me convocara al Templo?
–Aunque yo mismo lo habría preferido, temo que no es algo posible esta vez.
–Oh, comprendo.
No, el hombre de verdad no lo comprendía, pero eso carecía de importancia.
Luego de que Myneira lo obligara a intervenir en un pleito sobre quién debería fungir como el padre de Lutz durante el verano, lo que Ferdinand menos deseaba era volver a tener ese tipo de conversaciones demasiado emocionales en su despacho. Era incómodo sentir envidia por los plebeyos y dudas sobre sus propias relaciones familiares, más aún con Myneira observándolo todo desde algún lugar oculto para luego volverse por completo emocional y contagiarlo. Sin olvidar que, de estar su hermano ahí, la reunión se alargaría demasiado debido a la curiosidad extrema de Sylvester.
–Jefe Gustav…
–Solo Gustav está bien, Sumo Obispo. No es necesario que…
–Usted es el jefe del gremio, así que está bien. Volviendo a nuestro asunto, me gustaría preguntar por su nieta, la socia de Myneira.
–Tiene fiebre, así que tuvo que quedarse en cama, milord. El frío del invierno ha sido bastante malo para ella este año.
–Comprendo –suspiró Ferdinand pensando en la tobillera apresando el pequeño pie de su propia protegida para mantenerla un poco más caliente dentro del Templo, del cual ya no pudo volver a salir luego de la pequeña fiebre que le dio al día siguiente de su fiesta de té–. También quisiera verificar algunos de los contratos de Myneira, así cómo la papelería de los gremios de papel y tinta vegetal, por favor.
–Por supuesto, milord. ¿Le gustaría un poco de té en lo que le traen la papelería solicitada?
–... si no es mucha molestia, mi asistente Justus estaría encantado de ayudar con los preparativos del té.
–Por supuesto, milord.
La siguiente media campanada la invirtieron en hablar sobre las empresas de Myneira, sus ingresos, la generación de algunas nuevas profesiones en tan poco tiempo, el personal que solía atender a Myneira por parte de los diferentes gremios e incluso la alfabetización obligatoria en todos ellos.
Ferdinand estaba algo sorprendido por la eficiencia de los plebeyos para este punto y del impacto tan fuerte de Myneira en la Ciudad Baja.
–Esto sería todo sobre las industrias de Lady Myneira, milord. Este informe lo envían mi nieta y Liesse, la cocinera que trabajará en los postres del restaurante. Cómo se acordó, ya está entrenando a otra cocinera de postres para el restaurante de los nobles.
–Gracias. Ahora bien, es sobre su nieta que quería hablar. Tengo entendido que la niña firmó un contrato de concubinato con una casa laynoble.
–Así es, milord. Al principio no estaba muy a gusto con ello, en especial luego de que Lady Myneira… diera a conocer su verdadero origen, claro que mi nieta ha realizado sus propias investigaciones y ahora mismo está a gusto con su elección de vida.
–Comprendo. Aun así, Lady Myneira ha comentado que quizás deberíamos ofrecerle a la señorita Freida la oportunidad de cambiar ese contrato de concubinato por uno de adopción, ya sea por parte de la familia laynoble con que ya mantiene contacto o con alguna familia más adecuada en caso de que su maná sea superior.
–Milord… ¿qué tanto se me permite hablar?
Ferdinand miró a todos lados y luego de exigirle a Justus que volteara a la pared, sacó una herramienta antiescuchas de rango específico y la encendió.
–Puede hablar con libertad. No será castigado por nada de lo que diga.
–Le agradezco mucho Sumo Obispo. Cuando nos enteramos de que esa era una posibilidad, se lo planteamos tanto al prometido de mi nieta cómo a mi nieta. Ella no quiere ser adoptada, no luego de darse cuenta de que Lady Myneira debe mantener sus interacciones con la Ciudad Baja tan limitadas.
>>Su prometido dijo que, en caso de adoptarla cómo hermana menor o hija, tendría que abandonar nuestra casa para ser educada del todo a fin de debutar este año, haciéndola pasar como un año menor… igual que su socia. Tampoco tendría la facilidad para ser la socia de alguien porque la familia en la que va a entrar carece de la influencia o el capital para ello. Además, mi nieta opina que si va a ser solo una subordinada de Lady Myneira a pesar de ser concubina o laynoble, prefiere conservar tanta libertad cómo le sea posible. Ella desea pasar tanto tiempo con nosotros cómo pueda, en este caso, hasta su mayoría de edad.
–Entiendo. Le informaré a Myneira, estoy seguro de que ella comprenderá. Nada es más importante para ella que la familia… ni siquiera sus preciados libros.
–Acerca de los libros, milord, a pesar de que suelen ser artículos exclusivos debido a su alto valor, los que ella ha producido podrían ser accesibles para los plebeyos de la zona norte debido a su… aspecto humilde, por ponerlo de algún modo y la forma en la que son producidos.
>>Con el implemento de esta exigencia de tener al menos un plebeyo letrado en cada gremio y en cada uno de los talleres haciendo tratos con Lady Myneira, me surje la idea de si podríamos abrir algún tipo de institución para letrar a más personas. Empezaríamos con la zona norte, por supuesto, buscando darle acceso también a los plebeyos de la zona central y tal vez, a aquellos que se vean más prometedores de la zona sur. Estaríamos creando clientes para los libros de la señorita Myneira, aunque este sería un proyecto a largo plazo. No creo que fuera de verdad rentable antes de cinco años.
Ferdinand lo consideró. Myneira ya le había explicado antes que en su antiguo mundo, el índice de alfabetización era altísimo, al grado que podían utilizarlo para denominar a los diferentes países en una especie de top similar a los rangos ducales, donde un país inferior tenía una taza baja de alfabetización mientras que en los países con mejor reputación el índice era casi del cien por ciento. Sin olvidar que existían más plebeyos que nobles en Ehrenfest, en parte debido a la guerra. No sería un mal experimento a largo plazo ver cuánto influía esta moda entre los plebeyos tanto en la venta de libros, cómo en otros ámbitos.
–Muy bien. Le agradecería que me mantenga informado sobre los avances, las necesidades que se encuentre al respecto y la reacción de los plebeyos. Estoy seguro de que tanto Myneira como el Archiduque estarán más que interesados en ello.
–¿El, el archiduque?
El viejo jefe del gremio se puso pálido de inmediato, su repentina angustia provocándole una serie de temblores en uno de los dedos que parecía no poder controlar del todo.
–Myneira está intentando mejorar la educación de los nobles bajo la atenta mirada del archiduque. Imagino que los resultados de este pequeño experimento de cinco años le serían de interés a nuestro Aub para decidir si valdría la pena invertir o no en ello. Si lo prefiere, puedo comenzar a informar al respecto cuando el experimento comience a lanzar los primeros resultados.
–Sería todo un honor trabajar solo con usted por ahora, milord –comentó el hombre mucho más tranquilo–. Le agradezco enormemente su comprensión.
Hablaron todavía un poco más sobre el posible programa, materiales idóneos y la forma de promocionar dicho emprendimiento, llegando a la conclusión de que podrían dar una pequeña retribución a los gremios dispuestos a prestar una sala para enseñar a la población, igual que un pequeño salario extra a los maestros que pudieran presentarse entre los mismos trabajadores de los talleres.
Una vez terminada la reunión, Ferdinand se despidió y se retiró, intercambiando sus impresiones con Eckhart y Justus, tranquilo de que ninguno de los dos hubiera detectado a ningún potencial enemigo durante la campanada que estuvieron ahí.
Cuando llegó al Templo, Zahm le informó que el archiduque se había retirado unos cuantos latidos antes de que Ferdinand volviera. Apenas estuvo de vuelta en sus hábitos sacerdotales, Fran se presentó con una nueva carta de Georgine y un ultimátum por parte de Myneira. Al parecer la terrible abuela en cuerpo de niña al fin había perdido la paciencia con algo.
–Dile que me encargaré de esto, por favor. Si llegaran a recibir alguna otra correspondencia para el anterior Sumo Obispo, déjenlo en mis aposentos. Zahm puede encargarse.
–Cómo ordene, Sumo Obispo.
Fran hizo una reverencia y Ferdinand se encerró de inmediato en su habitación oculta, notando que Fran le entregaba también una tablilla con el informe hecho a toda velocidad sobre la visita de su hermano. Una pena que el par de descarados erigieron un área antiescuchas en algún punto porque tendría que preguntarles a ambos que tanto habían tramado en su ausencia. Solo esperaba que no fuera nada grave.
En cuanto a la carta de Georgine, Ferdinand la revisó cómo con las otras, decidiendo que no podía seguirlas ignorando como Sylvester le solicitó.
Un poco de maná y se dio cuenta de que la carta volvería al destinatario, que obviamente era Georgine, y comenzó a redactar, teniendo sumo cuidado de que la carta fuera lo suficientemente vaga para dar a entender que el Sumo Obispo Beezewants ya no trabajaba en la casa de los dioses, pero sin explicar la razón o si seguía con vida.
Para terminar, Ferdinand afirmó al final de la carta que cómo nuevo Sumo Obispo estaba a cargo de las misivas que llegaban al templo y que lamentaba no ser de más ayuda, usando la escasez de sacerdotes cómo excusa para no responder antes.
Consideró poner algo más, pero decidió no arriesgarse. Él no era cómo el gremlin maniático que tenía a su cargo como para arriesgarse a soltar información clasificada por accidente al buscar conseguir información a cambio o incluso el favor de Georgine. No tenía idea de qué tipo de persona era, solo sabía que la mujer intentó envenenar a Sylvester luego de torturarlo en múltiples ocasiones durante la infancia y que al final su padre la envió a Ahrsenbach cómo una mera tercera esposa. También que la mujer era inteligente y calculadora, no solo por lo complejo del código, sino por los mismos comentarios de Karstedt y Justus cuando les preguntó.
Según ellos, Georgine podría haber sido una Aub competente y fiera de no haber nacido Sylvester… y era eso último lo que no le permitía confiar en ella. Si, la mujer fue educada por Chaocipher en persona, igual que Sylvester, así que lo que en verdad lo mantenía en guardia era la forma en la que Sylvester se refería a ella.
Prefería no hacerse de una enemiga, así fuera lejana, y mantenerla tan ciega en estos asuntos cómo le fuera posible.
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–¿Hizo qué?
–Lo lamento mucho, Sumo Obispo. Pensé que lo mejor sería avisarle en cuanto volví de darle el mensaje a… la señora Effa.
Fran se veía más que apenado y frustrado. Ferdinand tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no golpear algo o salir corriendo a la habitación de Myneira al otro lado del Templo.
–Está bien, no tenías más opciones que obedecer, Fran. Gracias por informarme. ¿Cuándo planea escaparse… Lady Myneira?
–Ahm… la señora Effa me pidió que la esperara, luego vino junto conmigo. Al principio pensé que traía a su hijo más pequeño en una de esas mantas gruesas que Lady Myneira les obsequió a mediados del otoño, después me dí cuenta de que traía un saco de harina para ocultar a Lady Myneira a su regreso. Le prometí devolverle el alimento cuando devolvieran a mi señora mañana por la noche.
Ferdinand se estrujó el puente de la nariz con desesperación. Esa niña no podía ser más idiota, no importaba si mentalmente tenía la edad de una anciana pervertida.
–Gracias, Fran. Envía a Luca mañana temprano a la compañía Gilberta para que hable con Lutz. Necesito asegurarme de que ningún noble o plebeyo los siguió.
–Sumo Obispo, respecto a eso, le pedí a la señora Effa que usara a los niños de su casa y de la casa del joven Lutz para mantenernos informados. Mañana nos estarán llegando algunas muestras de formatos y manuscritos de educación para corregir junto con informes al respecto, y quizás un par de horquillas florales y velas.
Ferdinand se sorprendió entonces, dando la vuelta y mirando a Fran cómo si no pudiera creerlo, notando que su antiguo asistente estaba tan preocupado por Myneira como él mismo, dejándolo un poco más tranquilo.
–Gracias, Fran. Te has vuelto un asistente excelente. Sabía que no me equivocaba al entrenarte.
Se sintió desconcertado al notar la enorme sonrisa y los ojos cargados de asombro en el rostro de Fran, quien se apresuró a corregirla a pesar de no poder hacer desaparecer las lágrimas haciendo brillar sus ojos mientras el gris se cruzaba de brazos y se arrodillaba frente a él cómo Lasfam el día que lo aceptó en su séquito. Ni siquiera pudo registrar las palabras del gris, solo sentir la satisfacción de saber que, por mucho que Fran apreciara a Myneira y le fuera leal, también seguía siendo leal a él, confiando ciegamente en su juicio.
–Avísame cuando Lady Myneira regrese y esté presentable. Tengo que hablar con ella sobre este… pequeño acto de rebeldía de su parte.
–Por supuesto, milord… ahm, ¿podría no ser demasiado duro con ella? Las palabras del Sumo Obispo suelen pesar en Lady Myneira tanto cómo en nosotros.
Ferdinand se tragó un suspiro cansado y aceptó.
Claro que cuando vio a la niña y la dirigió a su habitación oculta para hablar a la noche siguiente, ni siquiera su memoria perfecta le recordó de aquella súplica.
–¡¿Se puede saber qué tienes en la cabeza?! ¡¿Era necesario que te pusieras en peligro de ese modo?! ¡¿Sabes todo lo que te pudo haber pasado?!
–Lo lamento, yo…
–¡Nada de “lo lamento”, Myneira! –gritó exasperado, jalando de sus mejillas sin dejarla terminar siquiera–. Escapar de ese modo fue la cosa más idiota, despreocupada y egoísta que pudiste haber hecho. ¡Pudiste hacer que los mataran a todos anoche! ¡Tu padre, tu madre, tus hermanos! ¡Todos pudieron haber muerto anoche o el día de hoy! ¡¿Eso te parece justo?!
–Lo lamento, Ferdinand –dijo ella cuando él al fin la soltó, mirándolo con lágrimas escurriendo por sus mejillas castigadas y una actitud cargada de vergüenza–. No era mi intención poner a nadie en riesgo, yo solo… necesitaba un respiro. Lamento mucho haberte preocupado de ese modo. Aceptaré cualquier castigo que me des.
Algo se retorció en su interior.
Habría preferido que Myneira gritara, le dijera esos estúpidos insultos que le dedicó la última vez que hablaron o le jalara las mejillas de vuelta antes que verla así. Deshecha y avergonzada.
Ferdinand tuvo que cruzarse de brazos, darle la espalda y caminar despacio por su habitación oculta para que ella no notara lo alterado que todo esto lo había dejado, lo cansado mental y emocionalmente por su pequeña escapada. La necesidad de abrazarla y reconfortarla lo hizo preguntarse si no le estaría afectando demasiado tenerla cerca… y eso lo llevó a recordar la súplica de Fran de no ser demasiado duro con ella.
Todavía sin mirarla a pesar de tener la imagen de ella cabizbaja y arrepentida en el sillón grabada en sus párpados, Ferdinand tomó una gran bocanada de aire mirando a sus estantes para no flaquear… porque igual que cuando se negó a leer su mente, dudaba poder soportar mirarla a ella ahora.
–Bien. No vamos a compartir ni una sola comida el resto de la semana y no puedes venir en la noche bajo la estúpida excusa de que no puedes dormir. A menos que sea para hacer el trabajo del Templo, no quiero verte toda esta semana, ¿queda claro?
–Si.
Sabía que estaba llorando. Lo sabía por la forma en que pronunció esa única palabra. En serio no podía voltear. Esa idiota iba a desarmarlo en cuanto la mirara.
–Le enviaré un informe de esto a Heidemarie. Tienes prohibido recibir visitas. Diremos que caíste enferma y que tienes una fiebre muy alta para que nadie cuestione tu ausencia en la sala de juegos.
–... ugh…
–¿Lo entendiste?
–Si.
Ahora en serio quería voltear y consolarla, pero si lo hacía, el castigo no iba a funcionar.
–Bien. Vete entonces. Tus asistentes me estarán informando sobre tus progresos en tus clases, tu salud y tu desempeño. Usa esta semana para reflexionar y que ni se te ocurra traer tu aparato antiescuchas al trabajo.
–Si, Ferdinand… De verdad lo lamento.
Él ya no respondió y ella salió de la habitación, permitiendo con ello que Ferdinand se derrumbara en el sillón con la cara entre las manos, dando gracias a que no tenía esposa ni hijos porque esto de actuar como Erwachlehren era lo más difícil que se le había exigido.
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Una semana después estaba de nuevo en su habitación oculta, justo antes de tomar el desayuno con ese pequeño gremlin alborotador que lloraba entre sus brazos.
Él no dijo nada, solo la abrazó en silencio y la dejó desahogarse sintiendo que un peso se le iba de encima. Esa semana sin hablarle a pesar de verla todos los días fue difícil, casi tanto cómo dejarla asistir a la sala de juegos por primera vez con la preocupación encima.
Cuando la sintió dejar de hipar, le curó los ojos y la ayudó a bajar de su regazo. Le habría dado un beso en la cabeza si no lo considerara indecente al no ser una de las mujeres de su familia… o un familiar de sangre, confundido por el alivio de verla sana, salva y extrañándolo. Nunca había sentido algo cómo eso.
Su plática usual, lo reconfortante de tocar con ella y corregirla en el harspiel antes de probar algunas melodías en el piano lo relajaron tanto ese mismo día, que temiendo que Schlatraum le jugaría una broma desagradable, Ferdinand terminó bebiendo una de sus terribles pócimas, reviviendo una de sus mayores traumas justo antes de despertar vomitando, recomponiéndose luego de un waschen y un rápido cambio de ropa antes de meterse a su habitación oculta para trabajar en la decodificación del código de Georgine hasta que alguien tocó a su puerta para avisarle que casi era hora del desayuno.
Para cuando Myneira volvió al castillo, él se sentía un poco más tranquilo que cuando inició el invierno. Quizás que su hermano le enviara una carta mágica, en lugar de escaparse de su despacho, para preguntarle que opinaba de un compromiso con Myneira y asegurarle que evitaría que su madre y la niña se vieran en el castillo tuvo algo que ver.
Igual prefirió no responder. Seguía fastidiado de que su hermano se tomará en serio lo de comprometerlo con una niña recién bautizada.
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La inauguración del restaurante italiano lo sorprendió, no solo por las recetas presentadas, sino por la presencia de su hermano… y el hecho de que Karstedt no estaba nervioso, enviando indirectas a Sylvester sobre abandonar el despacho. También se sorprendió pagando dinero por “educar” a sus propios chefs para que aprendieran a prepararle el consomé doble y la carne con pasta que degustaron aquel día.
Aunque nada comparado a la pequeña omisión de su protegida, casi un mes después, luego de que terminara el ciclo escolar y los jóvenes comenzaran a volver a casa tras el Torneo Interducados.
Luego de discutir con Heidemarie sobre el problema que podría suponer para Myneira recibir un schtappe sin la previa adquisición de bendiciones y entrar a la niña a la habitación oculta, la pequeña soltó un pequeño secreto devastador.
No solo la había teñido por completo la noche que tuvo que sacarla de la habitación del finado Beezewants para evitar que fuera por completo abusada… el teñido nunca se deshizo.
–Bien, Myneira, puedes regresar. Yo les explico “eso”.
Apenas la niña salió, el hombre estuvo seguro de dos cosas con una certeza tan clara, cómo que iba a morir algún día.
Había perdido por completo la lealtad de Heidemarie. Y su ex erudita podía ser una mujer tan aterradora cómo la misma Verónica y las desagradables mujeres de su séquito.
–¡Heidemarie, cálmate! Lord Ferdinand ya nos explicó que fue algo necesario para…
–¡Le cambió por completo el color del maná, Eckhart! ¡COMPLETO! No fue un producto de estar conviviendo con todos nosotros de manera regular cómo pensamos en un inicio. No fue un accidente. ¡Lord Ferdinand tiñó a mi hermana más que si hubieran estado recibiendo al invierno todas las noches del año!
–Pero…
–¡EL EQUIVALENTE A UN AÑO! ¡A mí hermana, QUE ES SOLO UNA NIÑA!
–Heidemarie, no fue a propósito. Tenía que sacarla de ahí antes de que…
–¡No me importa! ¡Pudo solo sacarla de ahí! ¡Pudo haber desarmado a ese maldito cerdo adorador de capullos! ¡Pudo…!
–¡¿Y arriesgarla a qué Beezewants convenciera a Verónica de darle caza?!
–¡Si, maldita sea! ¡Si! Habría preferido mil veces que tuviéramos que urdir un plan para acabar con esa vieja Chaocipher y su corrupto hermano menor a… ¡Dioses!
Era la primera vez que veía a Heidemarie luchando contra las lágrimas, agitada, frustrada y furiosa… contra él.
Recordaba a la perfección cuando la madre de la joven murió envenenada. Lo impotente y dolída que parecía, la furia que casi no podía contener; la sed de sangre dirigida a su madrastra, la frustración y la traición; el resentimiento dirigido a su propio padre… y ahora todo ello parecía dirigido a él.
Si hubiera aceptado el nombre de Heidemarie cuando se lo ofreció, en este momento ella estaría retorciéndose de dolor debido al vínculo entre amo y juramentado, pero él se negó a aceptar el nombre de una mujer debido al teñido y luego la convenció de fingir que era la hermana mayor de Myneira… perdiendo su lealtad en el proceso.
–Esa fue la única solución que pude encontrar en ese momento –se justificó él tratando de ocultar su fastidio, su desencanto y lo traicionado que se sentía ahora.
–Si, bueno. Pues espero que piense en una solución a ESTE escandaloso problema, milord, o voy a ser yo quien se lo plantee.
–Heidemarie, por favor –intentó calmarla Eckhart de nuevo, recibiendo por toda respuesta una mirada tan mortal de su esposa, que por el rostro sorprendido y luego de concentración de Eckhart, junto al destello de colores en los ojos de ambos, Ferdinand supo que Heidemarie estaba tratando de aplastar al caballero al que estaba atada.
–¡Basta!
Intervino él, logrando que Eckhart cayera al suelo sobre una rodilla antes de que el mismo Ferdinand se parara en medio de ambos, recibiendo el aplastamiento y constatando que, por una razón, era incapaz de percibir el maná de Heidemarie.
–Esto no se va a quedar así, milord. Espero que se haga responsable.
–¿Y sí ella no quiere?
Hubo un silencio incómodo. Heidemarie trató de aplastarlo con su maná una última vez antes de soltar un suspiro, mirar al suelo cómo una niña regañada que se niega a admitir su culpa y luego de mirarlo con una pizca de desprecio de los pies a la cabeza, la vió sonreír con la misma sonrisa brillante y falsa con que estuvo sonriendo la semana de la muerte de su madre en la sala de juegos de invierno siete años atrás.
–Ya veremos. ¡Eckhart! Creo que el Sumo Obispo y mi hermana tienen mucho trabajo que hacer. No me gustaría seguirlos importunando.
El mal sabor de boca al perder a su valiosa erudita frente al gremlin del que era responsable no disminuyó en todo el día, ni en toda la semana.
Que Heidemarie lo tratara como si fuera uno de los veronicanos que solían hacerlo menos en la Academia el día que fue a recoger a la pequeña para llevarla a la finca Linkberg no hizo más que estresarlo lo suficiente para que no pudiera conciliar el sueño esos dos días.
–Lord Ferdinand, ¿está bien? –preguntó Myneira cuando regresó al Templo.
Por supuesto, él no respondió. Se limitó a desviar el tema, preguntándole por sus estudios y optando por darle de manera verbal los informes que llegaron esa semana de sus industrias.
Dos días después, la niña decidió pasarle su artefacto antiescuchas mientras hacían el trabajo de oficina del Templo.
–¿Cuánto tiempo van a seguir molestos usted y mi hermana?
–Ella no es tu hermana y no creo que “molestos” sea el adjetivo adecuado.
–... solo espero que puedan dejar de estar resentidos el uno con el otro. Usted solo intentaba ayudarme y Heidemarie solo está preocupada de que se sepa que… bueno. No veo cómo alguien podría averiguarlo o descubrirlo.
Prefirió no instruirla acerca de cómo podría darse a conocer la extraña situación. La niña debió notarlo porque solo soltó un fuerte suspiro antes de volver a su trabajo sin soltar o jalar todavía su herramienta.
–Dregarnhur puede ser como Heilschmerz en ocasiones cómo esta. Ambos son un par de chiquillos, después de todo.
Ferdinand se mordió la lengua y le devolvió el aparato mágico de inmediato, haciendo lo imposible por suprimir la diminuta sonrisa burlona que intentaba asomar.
¿Sabría Heidemarie que la dulce y frágil hermanita menor falsa a la que tanto protegía la veía como una niña pequeña y berrinchuda?
No lo sabía, pero disfrutaría mucho viendo la reacción de la erudita cuando se enterara de ese pequeño detalle.
Chapter 25: Ventuhite y Fortsente
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Era casi la cuarta campanada, estaba ocupada haciendo sus verificaciones y las correcciones del trabajo de Frietack cuando decidió pasarle su cascabel mágico a Ferdinand, quien lo tomó a pesar de todo.
–¿Te molesta algo, Ferdinand?
–... La primera dama va a empezar a buscar un modo más eficaz de atacarte ahora que no vas a estar en el castillo.
–¡Qué halago! –respondió ella entre irónica y sarcástica.
–Es posible que veamos veronicanos o asesinos deambulando por el Templo. No tienes idea de cuánto la hiciste enfadar.
La niña se detuvo en ese momento, guardando la pluma en su base con cuidado de no tocar el papel en que estuvo trabajando.
–¿Yo? Pero si ni siquiera estuve en la fiesta para…
–Ella no es tonta, Myneira. Alguien convenció a su hijo de llevarse a Bonifatius como consejero para que ella pueda apoyar a Florencia en la Conferencia de Archiduques mientras me deja a mí a cargo del ducado. ¿Cuánto tiempo crees que le tome averiguar a dónde ha estado huyendo Sylvester y quien le metió semejantes ideas en la cabeza?
La sacerdotisa sonrió de inmediato cómo se le había enseñado antes de verificar que no hubiera pelusa o motas de polvo en su ropa.
–Sylvester tiene la edad y la inteligencia para tomar sus propias decisiones. Acusarme de convencerlo sería cómo admitir que la opinión de una niña recién bautizada pesa más que la suya.
–Y justo por eso estás en problemas. Tus padres y tu hermana ya fueron recordados de no acercarse al Templo, ni ayudarte a escapar de él. Luego de cómo Sylvester ordenó que la sacaran para evitar una rabieta mayor antes de empezar el festín de primavera, es imposible que esa mujer no busque venganza.
Myneira infló las mejillas y dirigió su atención al documento, soltando la herramienta antiescuchas y dándole sus hojas de trabajo a Fran.
–¿Puedo comer hoy con usted, Sumo Obispo? Me gustaría verificar los avances de su chef con las recetas que me ví obligada a venderle.
Cuando volteó de nuevo notó dos cosas.
Fran estaba nervioso de pronto y Ferdinand tenía una brillante sonrisa cargada de fastidio y desdén.
–Hermana Myneira, ese tipo de invitaciones se hacen con tres días de antelación.
–Y usted hará una excepción conmigo porque, en primera, estamos en el Templo, y en segunda, un raffel crece en su interior por el perfectamente ejecutado consomé que diseñé. Por supuesto que estará más que encantado de que lo pruebe para dar las recomendaciones pertinentes para ajustarlo, ¿o me equivoco?
Ferdinand se tragó un suspiro sin dejar de sonreír. Ella hizo lo mismo.
Ferdinand volteó para darle indicaciones a Zahm. Zahm salió corriendo, nervioso y en verdad apurado a las cocinas del Sumo Obispo.
Myneira solo apoyo los codos en el escritorio para juntar las puntas de sus dedos y comenzar a jugar a juntar y separar las palmas sin dejar de sonreír.
–Haré una excepción. Una ÚNICA excepción.
–No esperaba menos de mi jefe.
–No soy tu jefe.
–Maestro, guardián, jefe, casi es lo mismo en esta situación, aunque si lo prefiere, déjeme replantearlo. No esperaba menos de mi Erwachlehren, mi Anhaltaung, mi Heilschmerz, mi…
–CREO que ha quedado claro, Myneira. Ahora SE UNA BUENA NIÑA y ve a terminar con tus propias obligaciones.
–De acuerdo –respondió ella bajando con ayuda de Fran sin dejar de sonreír–. Hasta la hora de la comida.
No hubo respuesta, por supuesto, así que solo salió de ahí, agobiada porque ahora, además de las clases de historia, las de modales, las de eufemismos, geografía y música, tenía también clases de bordado y por muchas palabras en japonés que hubiera bordado mientras zurcía ropa en casa de sus verdaderos padres, no era para nada lo mismo que estar bordando círculos raros, letras y símbolos religiosos en pañuelos con exactitud milimétrica… usando guantes de cuero. Al menos no se había picado aún, eso no evitó que casi se sacara un ojo o cosiera por accidente a la pobre de Wilma.
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–Muy bien, ya estás aquí. ¿De qué querías hablar ahora, que no puedes esperar a que pasen tres días?
La verdad es que estaba disfrutando demasiado de esa comida. Ferdinand estaba comiendo con mucha elegancia… y mucha velocidad, pidiendo un segundo plato de consomé y recordándole esa opinión poética que diera al respecto en el restaurante, haciéndola sonreír divertida y orgullosa por su logro.
'¿Debería rellenarlo cómo los cerdos que matan a finales del otoño en la ciudad baja? Seguro que incluso con unos kilos de más sigue viéndose bien, aunque supongo que lo primero es obligarlo a ganar un peso decente. Al menos ya no se ve raquítico como cuando llegué, pero…'
–¿Myneira?
–Lo lamento. Estaba poniendo en orden mis ideas.
La pequeña tomó una servilleta de tela para limpiar las comisuras de sus labios cómo solía hacer Elvira en lo que le colocaban el siguiente plato, el cual observó y olió un momento, para luego retomar la conversación cuando los grises estuvieron fuera del área antiescuchas.
–¿Recuerdas cuando te hablé de la guerra fría y todos esos espías yendo y viniendo con información?
–Una de las conversaciones más entretenidas que hemos tenido. Por supuesto que la recuerdo.
–Me preguntaba si aquí existen micrófonos o cámaras espía en miniatura que puedan guardar todo lo que observan con poca energía.
–¿Para qué querrías algo así?
Ambos se llevaron un pedacito de carne a la boca, disfrutando de sus jugos, la consistencia y el sabor antes de retomar la conversación.
–Bueno, es que tal vez a Sylvester le haría bien escuchar o ver las cosas que su madre dice o hace cuando nadie la ve. Estoy segura de que no tiene ni un poco de cuidado.
–Como si pudieras conseguir a alguien dispuesto a colocarlos.
–También sería idóneo colocarlos en el Templo. Mucha de la tecnología espía se convirtió en tecnología de uso cotidiano para cualquiera. Podías irte de vacaciones a otro país y saber si alguien intentaba entrar a tu casa.
–¿En serio?
–Si. Nosotros teníamos una en cada entrada a la casa… y un sistema de alarma en la puerta principal.
–Pensé que Nipón era un país muy seguro.
La niña se sonrojó de pronto jugando un poco con el cuchillo y cortando pedazos más pequeños de lo necesario.
–Si, bueno, eso hace uno cuando sus mejores amigos entran sin avisar a su casa y lo encuentran tratando de rezarle a los dioses de los esfuerzos nocturnos en la sala de la casa.
–¿Quién haría algo tan desvergonzado?
Prefirió no responder, subiendo los hombros un momento y concentrándose en la comida por un rato, al menos hasta que el calor desalojó sus mejillas y pudo volver a sonreír y mirar a su interlocutor.
–¿Y entonces, existen aquí? Me sentiría más tranquila si pudiera colocar de esos en los edificios de mi familia. De todas ellas. Y en el Templo.
Lo observó golpearse la sien, sopesando el problema y, con toda seguridad, buscando todas las situaciones posibles.
–Yo fabriqué una vez un aparato que grababa imágenes en la Academia Real y un proyector, aunque no creo que funcionen para lo que deseas. Gastaban mucho maná, no eran para nada tan pequeños cómo quieres y el costo de fabricación fue bastante alto.
–Ya veo –respondió ella con desánimo, comiendo un poco antes de soltar un suspiro–. Supongo que tendré que exprimir mis recuerdos. Estoy segura de que leí algunos libros sobre historia de la tecnología y otros sobre armado de esas cosas luego de casarme. Tetsuo tenía estudios en esa área, después de todo. Quizás mis Gutenberg podrían hacer algo similar, aunque, la tecnología aquí está tan atrasada que…
–Haz unos planos y pon todas las especificaciones que recuerdes. Me envías todo en cuanto lo tenga listo y veré que puedo hacer.
La joven ocultó una sonrisa orgullosa. La táctica de picarle el orgullo aún funcionaba.
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Era la quinta vez que la aguja se enganchaba en su guante, alcanzando su dedo esta vez, obligándola a detenerse, retirarse la aguja, el guante y llevarse el dedo ofendido a la boca sin preocuparse de corregir el puchero en su rostro.
–Hermanita, ¿de nuevo?
Que Heidemarie estuviera sentada a su lado soltando esas risitas bobas no la ayudaba.
–¡Odio bordar con guantes! Puedo hasta escribir versículos completos de mis historias favoritas con hilo y aguja, ¡pero no con estos horribles y tediosos guantes.
–Hermanita, calma. Toda dama de la nobleza debe aprender a bordar de manera adecuada. Es de las pocas labores cuya calidad no debe dimitir sin importar que seas una laynoble o una princesa. Mamá solía decir que la habilidad más importante de una mujer, sin importar a qué se dedicara, es el bordado.
–¡¿Pero con guantes?!
–¡En especial con guantes! No queremos contaminar el hilo de maná mientras bordamos círculos que podrían activarse de un momento a otro.
La niña suspiró exasperada antes de contar hasta diez y volverse a colocar el guante, observando a conciencia su pequeño pedazo de tela en el bastidor antes de mirar la enorme tela pesada y llena de líneas de carbón en manos de Heidemarie.
–¿No sería más fácil hacer tintura con maná y pintarlo todo con un pincel?
Su hermana comenzó a reír divertida, deteniéndose de pronto y considerando la idea, descartándola casi de inmediato sin dejar de sonreírle.
–Eso no existe, querida hermana. Además, aunque podría ser muy útil para una emergencia, el círculo podría no conservarse de manera adecuada en la tela tras múltiples lavadas, derivando en la pérdida de sentido del círculo mágico porque ya no serviría a su propósito.
Otro largo suspiro cargado de fastidio y la niña prosiguió, mostrando una enorme sonrisa cuando Otillie le colocó una taza de té y un plato con galletas a cada una, instalando a la abuela Elvira, quien no tardó nada en sacar lo que parecía una capa ocre de una canasta, guantes y el resto del material.
–Abuela, ¿por qué tenemos que bordar tanto? No es cómo si no tuviera otras cosas que hacer.
–Myneira, querida –sonrió Elvira dando la primera puntada–, aunque siempre tendrás muchas otras cosas que hacer, Heidemarie tiene razón. Un bordado de buena calidad deriva en una protección de por vida. Ya sea que quieras colocar protecciones en tu ropa o en la capa de alguien importante, un buen bordado te asegura que los círculos mágicos recibirán maná suficiente y de forma equilibrada para que funcionen cómo es debido. Puede ser protección contra magia, o un círculo para regular la temperatura corporal. Incluso un círculo purificador.
–... Saberlo no lo hace menos tedioso.
Las dos mujeres a sus lados soltaron pequeñas risitas y pronto Hermelinda se les unió también, llevando consigo una bonita tela blanca que comenzó a bordar con hilo del mismo color.
–Mi linda Myneira, poder sentarme aquí a bordar con las mujeres de mi familia es tan reconfortante. Veo que no te agrada demasiado, pero piensa que este es el momento para compartir con nosotras. Éste es nuestro grupo sagrado de mujeres, dónde podemos hablar más relajadas mientras nos aseguramos de proteger a nuestros seres queridos.
Lo pensó un poco, picando la tela varias veces hasta que la siguiente puntada quedó del largo adecuado y pudo continuar.
–Abuela Linda, ¿no es una prenda muy pequeña para el abuelo Boni? ¿Y qué protección podrías bordarle? El abuelo parece indestructible.
Las risas no se hicieron esperar. La aludida bajó su trabajo y la miró a los ojos sin dejar de sonreír.
–Mi querida niña, la diosa de la Luz no sólo bordó protecciones al manto del Dios Oscuro, también bordó con afecto la ropa de aquellos que trajo a la vida con su amor.
La pequeña guardó silencio, volviendo a su práctica en lo que desentrañaba el doble significado.
No estaban hablando de las estrellas en el cielo… sino sobre la capa de un esposo… y la ropa de los hijos.
En ese momento se detuvo, mirando su ropa y luego la tela de Hermelinda.
–¿Eso es para mí?
Las mujeres a su alrededor sonrieron con afecto, Hermelinda incluso reía contenta sin dejar de mover la aguja con habilidad.
–Un día vas a entrar a la Academia Real, querida. Ni Bonifatius ni yo podremos acompañarte cómo hará Heidemarie, así que ésta capa te protegerá en nuestro lugar. Odiaría que tuvieras que salir al mundo con una capa sin protecciones cómo hizo el muchacho, Ferdinand.
Tuvo que detenerse, no porque se le hubiera enganchado el dedo otra vez, sino por lo que acababa de escuchar.
–¿Lord Ferdinand no llevaba una capa bordada?
Heidemarie frunció el ceño y se mordió el labio, todavía molesta con el hombre por el asunto del teñido.
Elvira suspiró con tristeza, interrumpiéndose para sostener una de sus mejillas con una mano enguantada cómo quien acaba de atestiguar una desgracia que podría partirle el corazón.
–Dado que Lord Ferdinand fue bautizado sin una madre y Lady Verónica… nunca le ha apoyado en modo alguno, bueno… temo que pasó la mayor parte de su estancia en la Academia con una capa ocre y plana. Una mera decoración que algunos veronicanos usaban para burlarse de él.
Acababa de desenganchar la aguja de su guante de nuevo, estaba succionando la sangre del dedo castigado ahora y haciendo memoria, luego se dio cuenta de que algo ahí no cuadraba.
–Si las mujeres de la familia son las que bordan las protecciones, ¿quién bordó la capa azul de Lord Ferdinand?
Las dos mujeres mayores se detuvieron, mirándola a ella y luego a Heidemarie, quien seguía con ese gesto enfadado sin descuidar ni un poco su propio bordado.
–No lo sabemos. Se la ganó a un idiota fanático del ditter en cuarto año. Por eso usa el azul de Dunkelferger y no el ocre de Ehrenfest.
Myneira tenía los ojos muy abiertos, mirando a todos lados y luego a su intento de bordado, observando, quitándose los guantes del todo para frotarse la cara.
–O sea que lleva, ¿qué? ¿cinco o seis años con una capa de otro ducado? ¿una capa que fue bordada para otra persona?
Sus abuelas asintieron afligidas. Heidemarie solo gruñó una afirmación, cómo si el asunto no pudiera importarle menos.
–Si, querida –respondió Elvira con tristeza–. Lord Ferdinand ha sido protegido por el maná de una mujer desconocida con círculos diseñados para proteger a otro hombre por los últimos seis años.
–¿No podemos bordarle una?
Heidemarie se detuvo, mirándola de forma extraña, diferente a cómo la estaban mirando sus abuelas.
–Myneira –explicó Elvira con calma y una sonrisa triste–, temo que el bordado de una capa es el trabajo de una familiar. Ya sea una madre, una hermana, una esposa o una hija.
–¡Pero es mi Erwachlehren! ¿Eso no cuenta?
–Si decides que quieres casarte con él, por supuesto que tendrías que bordarle una capa, hermanita. Los dioses saben que te apoyaré con ello. Si en cambio el hombre va a seguir tan solo como Elpberg, bueno, por mí puede bordar su propia ropa.
El tono que cambió del neutro al mordaz no le pasó desapercibido a nadie. Myneira miró conflictuada a sus abuelas y ambas hicieron gestos de sentir el mismo desconcierto.
Myneira decidió cambiar el tema a los tipos de círculos que ella estaba practicando ahora. Ya hablaría después con Heidemarie. No podía seguir molesta para siempre por el teñido. No era cómo que el pobre mocoso hubiera querido hacerle daño y ella no estaba molesta, sino agradecida. Luego de tantas interacciones con los nobles ese invierno, notó que todas las piedras que llevaban encima tenían colores nítidos, no traslúcidos, así que en teoría las piedras que ella llegara a usar no destacarían del resto.
La niña sonrió apenas, bajando la mirada a la pequeña jaula en su cadera donde descansaba Moro. Sí, su bestia alta era inusual, carecía de alas, se montaba desde dentro y podía ajustar su tamaño cómo el gatobus de los estudios Ghibli, pero al menos no parecía echa de ámbar.
–¿Somos parientes del Aub por medio del abuelo Boni?
–Eso es correcto –respondió Hermelinda sin dejar su labor.
–Entonces somos parientes de Lord Ferdinand también, porque él y el Aub son hijos del Aub anterior, que es hermano del abuelo Boni y no pienso cambiar de idea. Le bordaré una capa a mi querido "primo" Ferdinand cuando deje de picarme con estos… fastidiosos guantes.
Su cara de enfado debía ser muy graciosa porque incluso Otillie y Samantha, la asistente de Hermelinda, comenzaron a reír. Eso no evitó que el hilo se le anudara de repente ni que cosiera los dedos del guante por accidente, teniendo que reiniciar todo el bordado. Al menos Heidemarie parecía menos molesta ahora, y eso era un buen avance para ella.
.
'Al menos el hermano Syl parece encantado con todo esto. Ojalá mi plan funcione y se dé cuenta de cómo son las cosas en realidad o el esfuerzo y la pelea con Ferdinand habrán sido para nada.'
Pronto llegó el evento que tanto esperó. La oración de primavera.
Organizar las rutas resultó un terrible dolor de cabeza, en parte porque Ferdinand no estaba de acuerdo con que Sylvester la acompañara y en parte, porque a pesar de que su hermano se hubiese apurado a dejar la documentación del castillo al día, Sylvester debía ser capaz de volver pronto al castillo en caso de emergencia.
–¿Está disfrutando con el paseo, hermano Syl?
No tuvo que gritar muy fuerte para que el hombre de hábito azul montado detrás de Karstedt en el enorme lobo alado volando cerca de Moro le respondiera.
–¡Cómo no tienes idea! Quizás debería vivir en el Templo cómo ustedes. Buena comida. Un horario de oficina relajado. Viajes por el Ducado. ¡Y no nos olvidemos de la recolección y cacería con los huérfanos!
–Si tuvieras ayudantes más competentes y fueras disciplinado, podrías hacer lo mismo, Sylvester –se quejó Ferdinand, quien volaba al otro lado de Moro con Eckhart volando detrás de todos.
Sylvester se rio divertido y Myneira miró los carruajes debajo de ellos.
La verdad es que le habría gustado mucho probar hasta qué punto podía agrandar a Moro para usarlo cómo un autobús de mudanzas y viajar con Fran y Jenny. Que Ferdinand se opusiera, alegando que ella iba a necesitar su maná para cosas más importantes solo le quitaba la diversión al asunto.
–Oye, Obispo gruñón, ¿porque los tres venimos en la misma ruta?
Myneira no pudo aguantar la risa por más que trató. Estaba disfrutando demasiado de ver las interacciones de ese par, en especial porque Ferdinand parecía el mayor, lo viese por donde lo viese.
–No estamos en la misma ruta y tú sabes muy bien porque estamos viajando juntos. Mis grises y yo nos desviaremos en la siguiente bifurcación. Por favor compórtense ustedes dos, vinieron a trabajar, no a divertirse. Nos veremos en la última finca al final del día.
–¡Si, jefe! –respondieron Myneira y Syl a la vez, golpeándose el pecho cómo los soldados plebeyos a forma de burla para hacerlo más divertido.
Ferdinand puso los ojos en blanco y se alejó de ellos lo suficiente para quedar a la vista del segundo carruaje.
–No he visto nada preocupante hasta ahora, hermana Myneira. Bueno, salvo por el terrible y agrio comportamiento del Sumo Obispo.
–Seguimos cerca de la capital, hermano Syl. Solo espere a que comencemos a visitar las tierras de los Leisegang. La personalidad del Obispo le parecerá tan radiante cómo la diosa de la luz en comparación.
El día fue mucho más largo y pesado que el año anterior debido a todas las mansiones donde se efectuó la ceremonia.
Sylvester disfrutó mucho atestiguar un partido de warf junto con ella a la hora de la comida y para cuando cayó la noche, a pesar del cansancio, estaba de tan buen humor cómo el propio Sylvester. Una pena que no pudieran decir lo mismo de Ferdinand.
–Vamos, Ferdinand. ¡Relájate un poco! No podré disfrutar las recetas que prepararon mis cocineros si tengo que ver esa cara amarga que tienes.
–No sé de qué estás hablando, Sylvester.
La cena transcurrió con tranquilidad. Una vez se terminó, Sylvester insistió en que Myneira o Ferdinand tocaran el harspiel. Jenny bailó para ellos, girando cómo ciertos sacerdotes de medio oriente en sus prácticas religiosas, y un poco después Eckhart y Karstedt mostraron una pequeña demostración de esgrima, a la cual Sylvester no tardó nada en unirse.
Fue una velada divertida y encantadora. Por desgracia, Myneira no pudo irse a dormir de inmediato. Antes de acostarse en su cama estuvo practicando su bordado con guantes por un cuarto de campanada. Por fortuna, no se picó, ni cosió los guantes por error, permitiéndole dormir con una grata sensación de triunfo en su interior.
Los siguientes tres días transcurrieron de forma similar, aunque el paisaje que observaban se volvía cada vez menos verde y Myneira se sentía más cansada.
–Mi padre va a querer aumentar tu entrenamiento matutino, Myneira.
–Y yo pensando que al fin había logrado incrementar mi resistencia.
Ferdinand sonrió un poco, disfrutando bastante con su consomé e interviniendo en cuanto terminó su segundo plato.
–La has incrementado, sin duda. Tengo entendido que el año pasado hiciste el recorrido a lomos de la bestia alta de Eckhart.
–Lord Ferdinand tiene razón, Myneira. Esta vez has recorrido el camino por tu cuenta.
Eso la hizo sonreír. Entonces notó que Sylvester parecía desanimado.
–¿Pasa algo, hermano Syl?
El hombre soltó un largo suspiro pesado, haciéndose un poco hacia atrás para permitir que le cambiaran su plato y rellenaran su copa, los cuales miró sin demasiado ánimo.
–La tierra y los plebeyos… no puedo sacarme de la cabeza las condiciones en que se veían todos el día de hoy, igual que las lágrimas de agradecimiento de algunos alcaldes plebeyos. Tenía entendido que el desabasto de maná de los Leisegang eran solo palabras llenas de odio. Rumores para tomar más de lo que tenían, pero ahora… no lo sé.
–Sin maná no puede fertilizarse la tierra, me temo. Menos maná deriva en cosechas menores y, bueno, sobre lo que ha visto hoy. Espero que lo tenga en mente.
–¡Myneira! –le llamó la atención Ferdinand en tono de advertencia.
–¡Oh, vamos! Hay cosas que no deberían permanecer bajo el manto de Verbenger si queremos obtener las bendiciones de Fortsente y Gebotordnung… espero haberlo dicho bien.
Ekhart y Karstedt le sonrieron de modo afirmativo, luego miró a los hermanos y ambos asintieron, uno bastante fastidiado y el otro tan serio cómo el día que se presentó con ella de manera formal.
Si el mensaje de poner al descubierto los problemas del ducado para alcanzar la abundancia y honrar la ley había sido comprendida, entonces ella no tenía nada más que agregar.
–Le ruego que recuerde lo que ha atestiguado estos días, hermano Syl, para que la próxima vez que haga un viaje, pueda atestiguar que el amor por su ducado nutre estas tierras cómo lo haría la misma Flutrane. Le aseguro que habrá cada vez menos voces molestas reclamando su atención.
Sylvester pareció tomarla en serio a pesar de que Ferdinand luciera un poco molesto por sus palabras, en tanto Karstedt solo estaba incómodo.
–Luego de este invierno y este inicio de primavera tan interesantes, creo que podría repetir la experiencia en el futuro. Ruego porque Seheweit te haya dado su bendición y tus palabras sean ciertas.
Myneira solo sonrió y asintió. Por supuesto que las cosas deberían mejorar a futuro si el reparto de maná se volvía justo y equitativo.
Dos días después estaban regresando al Templo cuando tuvieron un suceso inusual.
La carreta dónde viajaban los grises de Myneira fue atacada por una barrera del Dios de la Oscuridad.
Notes:
Notas de la Autora:
En la semana, comentando un poco en el discord acerca del teñido permanente de Myneira varios capítulos atrás, caí en la cuenta de que, al parecer, tengo un recuerdo alterado sobre los colores del maná.
No sé cuantos lo sepan, pero estuve cómo co escritora con Anemolti para "El Ascenso de un Científico Loco: ¡Descubriré cómo funciona el mundo!" y de vez en cuando la ayudo un poco con su historia principal "Volviendo a Tejer", pero desde el libro dos, en todo caso, creo que a partir de trabajar en estas historias me quedé con la firme convicción de que si un devorador tiñe una piedra fey, ésta se ve traslúcida cómo el ambar, por ejemplo, mientras que un noble de maná normal teñirá la misma piedra fey de un color nítido, uno que no permita que la luz le atraviese de un lado al otro. De ahí que pusiera que Myneira notaba el cambio en el color de sus piedras, las que tiene almacenada con su maná en el aparato para niños y que, por supuesto, desencadenara en Heidemarie estando furiosa contra Ferdinand por "abusar" de su hermanita. Pido una disculpa por la confusión, y advierto que esa idea, aún si no es parte del canon, va a mantenerse a lo largo de esta historia.
También es hora de avisarles que los capítulos que tenía escritos se me terminaron, jejeje. No tengo más por el momento, temo que la última quincena fue una locura completa que me impidió escribir nada. Espero tener el siguiente capítulo antes del próximo domingo, ahora que las cosas comienzan a estabilizarse de nuevo por aqui. En todo caso, si ven que empiezo a espaciar las publicaciones, no se me preocupen demasiado. A diferencia de "Dioses del Amor" y "Semillas de Bluanfah", tengo a dos escritoras encima para recordarme que necesito seguir escribiendo esta historia.
Espero que tengan un excelente inicio de semana y que hayan disfrutado con este capítulo.
SARABA
Chapter 26: Licencia para Espiar
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
No estaba muy segura de qué estaba pasando ahora. El pánico comenzó a apoderarse de ella al notar que varias personas con ropa de plebeyos agricultores salían del bosque con dirección al carruaje atrapado, ese en el que venían Fran y Jenny.
—¡Myneira! —La detuvo la voz potente de Ferdinand antes siquiera de que la mano del hombre entrara a su vehículo para detenerla del brazo sin dejar de mirar abajo.
—¡Suéltame, Ferdinand! ¡Tengo que hacer algo! ¡Van a lastimar a mis grises!
—¡Basta! —ordenó tajante el muchacho antes de hacerle una seña para que mirara al otro lado de Moro.
Sylvester y Karstedt estaban debatiendo ahora con Eckhart sobre qué hacer. Todos se lo estaban tomando con seriedad. Aquello que debería tranquilizarla no pareció funcionar por completo.
Se sentía patética e impotente. ¿De qué servía viajar tan bien resguardada con el archiduque si no podía proteger a las personas a su cuidado?
—Myneira, escúchame bien. Quiero que le reces a Schutzaria. Encierra el carruaje en el escudo de viento, es todo lo que puedes hacer por ahora, nosotros nos encargaremos de lo demás.
—Pero… ¿estás seguro? ¿Qué hay de Sylvester? ¿Qué pasa si matan al Aub aquí?
—Dijiste que querías probar a agrandar esta monstruosidad. El momento de hacer tu pequeño experimento parece haber llegado, solo temo que te quedes sin maná.
—¿Qué pasaría entonces?
—Moro se desharía y tú podrías desmayarte. Eso obligaría a Sylvester a usar su propia bestia alta y descubrir su identidad… No quiero llegar a eso, pero…
—¿Hay un modo de evitar que me desmaye?
Ferdinand suspiró justo antes de deslizar su mano por el brazo de Myneira para retirarle la pulsera de su herramienta infantil, esa que le drenaba un poco de maná cada tanto para que no le diera fiebre, luego la miró a los ojos.
—No tengo las piedras con tu maná aquí. Dudo que Eckhart haya traído alguna… puedo darte medicina para que recuperes tu maná antes de que te desmayes. En el peor de los casos… tendría que darte de mi maná para regularte y hacerte beber la medicina…
Esta vez fue ella quien lo tomó a él de la mano con fuerza, decidida y consciente de lo que iba a pedir.
—No puedes teñirme más, ¿cierto? Si lo ves necesario, solo hazlo. ¿Podrías dejarme un vial con esa asquerosa medicina tuya para recuperar el maná? Le pediré a Sylvester que me dé un poco si siento que no puedo más.
Ferdinand asintió de inmediato y ella comenzó a concentrarse en agrandar a Moro hasta crear un segundo asiento y abrir una puerta del lado del conductor. No tardó mucho en sentir que alguien subía, entonces sonrió mirando a Sylvester y entregándole el vial con el medicamento.
—¿Es la medicina de Ferdinand? —preguntó el archiduque mirando con recelo el pequeño tubo con su elegante tapón de plata y corcho.
—El mismo, le ruego que me ayude a beberlo si empiezo a palidecer demasiado.
Sylvester asintió y Myneira se concentró en recitar la oración con tanta rapidez cómo le fue posible conforme visualizaba el escudo de la diosa del viento protegiendo el carruaje, sintiendo cómo su maná era succionado de inmediato en forma contínua.
Por pura curiosidad miró a su acompañante. Sylvester estaba sentado y asomando la mitad de su cuerpo desde la ventana, observándola a ella cada tanto.
—¡Esta bestia alta es más increíble de lo que había pensado! Aunque el diseño deja mucho que desear… y ese escudo tuyo es bastante útil. Los atacantes salieron volando en cuanto intentaron atravesarlo. ¿Cómo te sientes?
—Un, un poco cansada, pero, creo que puedo resistir.
Podía sentir los ojos de Sylvester sobre ella en ese momento. Decidió no mirarlo a él, sino tratar de vigilar lo que pasaba debajo. El recuerdo de los barcos con el fondo de vidrio a los que llegó a subir durante uno de sus viajes con Tetsuo le pasó por la cabeza y pronto sintió que una cantidad considerable de su maná era succionado en dos direcciones diferentes en tanto el fondo de Moro se volvía cristal, permitiéndole mirar lo que pasaba debajo sin tanto esfuerzo.
—¡¿Cómo hiciste eso?!
—No estoy segura.
Ambos miraban ahora hacia abajo, notando a Eckhart, Karstedt y Ferdinand volando en diferentes direcciones, luego un par de explosiones en el bosque y a todos los atacantes huyendo despavoridos.
—Ferdinand nunca va a dejarte ir. Seguro ni te mira como a un humano, ahora que lo pienso.
—Soy su, espécimen de, experimentación. Estoy al tanto.
—¿No te molesta?
—No… Syl… la medicina, por favor.
—¡Por supuesto!
Observó cómo esa masa similar a humo negro iba desapareciendo casi en un parpadeo, luego sintió cómo la enderezaban y le vaciaban una cantidad considerable de ese líquido asqueroso y amargo que se forzó a tragar con la menor cantidad de arcadas y muecas posibles. El sudor escurriendo por su frente y su espalda se sentía menos asqueroso luego de tragar.
Myneira se dejó caer sobre su asiento entonces, perdiendo del todo la concentración y sintiendo que el escudo de Schutzaria se desvanecía y dejaba de succionarle el maná, el cual comenzaba a crecer de nuevo en su interior.
Había sido ambiciosa. Al menos no los emboscaron cuando estaban empezando la ruta o ella se habría desvanecido sin duda alguna, obligando a Ferdinand a despertarla con una descarga de su maná… frente a Sylvester.
—¿Cómo te sientes, pequeña?
Myneira sonrió. Sylvester sonaba tan preocupado cómo lo estaría un adulto normal por un niño a punto de vomitar y desmayarse por el esfuerzo.
—Mucho mejor, pero no creo que pueda mantener a Moro de este tamaño. Tengo mucho sueño.
—Aguanta un poco más, ¿si? Mi hermano y tu familia ya vienen.
Ella asintió. Estaba tan fatigada que sentía a la perfección la cantidad de maná que estaba gastando en mantener a Moro de ese tamaño.
Pronto escuchó voces, luego sintió unos brazos gentiles tomarla por la espalda y las piernas, así como una voz demasiado familiar en su oído.
—Lo has hecho muy bien, Myneira. Puedes deshacer tu bestia alta y descansar. Yo te llevaré el resto del viaje.
Por supuesto que asintió, abrazándose de inmediato al muchacho que tenía por guardián y dejándose transportar.
.
Cuando volvió a abrir los ojos, estaban en el Templo.
Eckhart se había quedado atrás para escoltar los carruajes en tanto Karstedt acababa de salir escoltando a Sylvester con rumbo al castillo.
—¿Te sientes mejor?
—Si. Gracias. ¿Fran y Jenny?
—Deberían llegar mañana por la tarde. Karstedt acordó enviar tres caballeros más para escoltar los carruajes.
—¿Pero, están bien?
—Lo están, no te preocupes. Tu escudo los salvó. Al parecer, mantener esa forma extraña y monstruosa mientras tu maná era succionado por esa niebla de oscuridad te llevaron al límite. Menos mal que tuvieras tanto maná.
—¿Crees que, fuera ella?
—No tengo dudas… pero tampoco pruebas, Myneira. Los soldados devorador que atacaron el carruaje estallaron antes de que pudiéramos atraparlos para interrogarlos. No estamos muy seguros, pero creemos que tú eras el objetivo.
Ella asintió, removiéndose un poco antes de poder sentarse y mirar alrededor. Estaba en su habitación oculta, recostada en su sillón en tanto Ferdinand trabajaba sin descanso en la mesa de formulación, haciendo algunos ajustes en un pergamino.
—¿Ferdinand? ¿Qué hacemos en mi habitación oculta?
La respuesta llegó pronto. La voz de Heidemarie se escuchó por el intercomunicador y Ferdinand le hizo una señal con la cabeza. Con un poco de esfuerzo, Myneira se levantó de su improvisada cama y llegó hasta la puerta para abrir. Heidemarie no tardó en abrazarla cómo una madre aterrorizada que ha recuperado a su hijo, haciéndola girar para revisarla de arriba a abajo con angustia antes de sonreír con algunas lágrimas en los ojos y abrazarla de nuevo, plantándole algunos besos cargados de alivio en la frente y la coronilla.
—¡Por todos los dioses! ¡Estaba tan preocupada cuando me llegó el ordonanz de Eckhart!
Myneira correspondió al abrazo y fue levantada de inmediato. Era cómo ser aferrada por Effa luego de un susto enorme. Reconfortante, seguro y lleno de afecto.
—Heidemarie, ahora que has constatado que está bien, por favor adminístrale lo que queda de esos dos viales en el sillón, acuéstala y ven a ayudarme con esto.
La joven miró con desdén a Ferdinand y comenzó a caminar al sillón sin responder nada, sentando a Myneira con cuidado y ayudándola a beber la medicina señalada, pero sin moverse de ahí hasta haberle hecho un chequeo médico.
—Gracias, hermana. No sé qué está haciendo Ferdinand, pero, ¿podrías ayudarle, por favor? Parece importante.
—¿Estás segura, hermanita? Todavía pareces algo alterada, aunque no es nada grave en realidad. Un baño y una comida caliente antes de ir a la cama a dormir deberían ser suficientes para que te recuperes.
Myneira suspiró entonces, mirando a Heidemarie y luego a Ferdinand, cruzándose de brazos y poniendo un poco de distancia.
Por mucho que había intentado hablar con ella al respecto, su hermana se había estado negando a tocar el tema de Ferdinand con una terquedad infantil digna de su nieta menor cuando estaba en el preescolar y juraba que jamás se casaría con un asqueroso niño.
—Ayuda al mocoso o voy a teñirlo. No puede ser tan difícil.
—¡Myneira! —gritaron los dos adultos en la habitación. Ferdinand con indignación y Heidemarie con pánico.
—Si tardas más, quizás me suba a la mesa y comience a succionar sus orejas para que se tornen de ese bonito color rosa que toman cuando está apenado. Hasta podría dejarle un par de besos en el cuello. Luego de rescatarme de caer exhausta por los aires y evitar que mi cabeza se estrellara en el suelo cómo una fruta madura, estoy bastante segura de que podría agradecerle con un poco de…
—¡Lo haré, lo haré! ¡Solo deja de decir todas esas vulgaridades!
Myneira sonrió victoriosa y cansada. Estaba un poco harta de esa pequeña guerra entre ambos, así que se sintió feliz cuando Heidemarie se paró también en la mesa de formulación y preguntó con amabilidad a Ferdinand que necesitaba que hiciera.
Más tranquila ahora, la pequeña se bajó con cuidado del sillón, sintiendo que sus fuerzas y su maná iban volviendo. Caminó entonces hacia la salida y abrió la puerta, mirando a los dos adultos dentro con una enorme sonrisa.
—Lo que sea que estén haciendo, espero que salga bien y puedan hacer las paces. Es muy frustrante tener que lidiar con dos chiquillos latosos, tercos y peleoneros teniendo este tamaño, si soy sincera.
—¿Chiquillos latosos? —preguntó Heidemarie sorprendida.
Ferdinand solo hizo un ruido extraño, diferente a la risa contenida y más similar a los tronidos que solía hacer Tetsuo con la boca cuando se sentía en extremo fastidiado.
—¿Y tú a dónde crees que vas mientras preparo esos artilugios que tanto deseabas plantar por todas partes?
La sonrisa de Myneira se ensanchó al darse cuenta de que estaban preparando micrófonos y cámaras espías.
—Haré lo que pidió mi queridísima hermana mayor. Veré que me den un baño, una comida caliente y luego me acostaré a dormir. Prometí ver qué mis grises les guarden comida a ambos, después de todo, los niños buenos siempre cenan antes de irse a la cama. Pórtense bien y nada de enojarse el uno con el otro o voy a hacer algo que incluso en Nipón podría considerarse desvergonzado.
—¡Pero, hermanita…!
—Heidemarie, sé que te preocupas por mi seguridad, mi bienestar, mi inocencia y mi reputación, pero deberías estar más preocupada por Ferdinand que por mí. Yo sé cosas que él no porque he vivido cosas que él ni se imagina. Es su inocencia la que debería preocuparte, no la mía. La mía es inexistente a nivel mental en los asuntos del dormitorio. ¡Qué tengan una buena noche de experimentos!
Acto seguido, salió de su habitación oculta, cerró la puerta y dio instrucciones.
Wilma y Hanna la bañaron de inmediato. Luca le llevó la cena cuando estuvo lista. Gil le dio un reporte oral sobre cómo habían marchado el templo y el taller durante su ausencia. Finalmente, Ferdinand y Heidemarie salieron de su habitación poco antes de que la acostaran a dormir. Ambos parecían en mucho mejores términos ahora, lo que la hizo sonreír. Quizás fue demasiado pronto. Un pájaro de piedra no tardó nada en alcanzar a Ferdinand, quien volvió a entrar a la habitación oculta para escuchar el mensaje.
En ese momento dio la orden a sus grises de preparar los dos servicios para sus invitados en su pequeño comedor y le recordó a Heidemarie que tenía que cenar con el mocoso antes de irse.
Cuando Ferdinand salió estaba pálido, mirándolas a ambas con apuro.
Myneira dio la orden a sus grises de dejarlos a todos solos mientras Heidemarie levantaba una barrera antiescuchas alrededor de los tres, solo entonces el muchacho se dignó a hablar.
—Más vale que encuentres a alguien capaz de plantar los artefactos en el castillo. Florencia fue envenenada, Justus está con ella, pero debo retirarme ahora para ayudar.
Las dos chicas en la habitación se quedaron sin habla mientras el Sumo Obispo salía de inmediato. Aquella fue una larga noche, porque Heidemarie se quedó formulando con apuro y Myneira, a pesar de todas las súplicas de su hermana, se dispuso a ayudarla.
Cuando amaneció estaban exhaustas, pero tenían dos grabadoras más de audio y otra de video.
.
'¿Debería probar a derretir mi maná en un horno imaginario para sacarle el agua? La cantidad actual no va a ser suficiente si solo formulamos nosotros tres.'
Decir que estaba preocupada, era poco. Atrapar a Beezewants fue más un ejercicio de paciencia y hacer uso de sus habilidades de bibliotecaria. Atrapar a Verónica, en cambio, estaba resultando en algo completamente diferente porque casi no tenían aliados, en especial en el castillo, donde la pobre esposa de Sylvester acababa de caer en el fuego cruzado un par de días atrás.
Avanzar con el trabajo del Templo era indispensable, no así sus clases, de las que solo estuvo tomando un par de repasos rápidos para no atrasarse demasiado. El resto del tiempo estaba en alguna habitación oculta formulando con Heidemarie y Ferdinand, los cuales apestaban a pociones y parecían haber perdido peso.
El señor Justus se había ofrecido a formular con ellos, sin embargo, necesitaban a alguien recopilando información en el castillo. Así fue cómo Myneira se enteró del pequeño pasatiempo de travestismo del erudito y asistente de Ferdinand.
'O no soy la única reencarnada de otro mundo en Ehrenfest, o Justus se parece demasiado a le Chevalier d'Éon*. Solo que aquí estamos todos bien seguros de que es un hombre… excepto la gente a la que espía.'
Decir que Ferdinand parecía más fastidiado que preocupado en tanto Heidemarie se mostraba incómoda al saber que su compañero de séquito andaba pavoneándose por el castillo disfrazado de criada era poco. Y encima la producción de artefactos iba con lentitud. Demasiada lentitud para su gusto, en especial tras un par de ajustes luego de probar los primeros que habían creado.
Los grises ya estaban todos en el Templo para ese momento, más agradecidos que asustados, a decir verdad. En todo caso, la prueba realizada con el último juego de aparatos espías funcionaban bien; grababan por campanadas enteras y podían colocarse en un reproductor especial, bastante más grande, al cual podían manipular para adelantar, atrasar, borrar y, en el caso del vídeo, reproducir en cámara lenta o cámara rápida. Ahora sólo necesitaban hacer suficientes para vigilar la ciudad baja, la finca Linkberg, la mansión de Bonifatius, la sala de té de Florencia, la sala de té de Verónica y algunos pasillos clave en el palacio… y conseguir que todos gastaran un poco menos maná o se recargaran solos con el maná del ambiente, cosas en la que estaban trabajando Heidemarie y Ferdinand en ese momento, mientras ella estaba a cargo de cubrir tanto su propio puesto cómo el de Ferdinand en la oficina.
'¿Debería preguntar a las abuelas si conocen a alguien del personal del castillo? Sería más rápido preguntarle a Sylvester o al abuelo, pero… no estoy muy segura de que pudieran contener su curiosidad o evitar decirle a alguien lo que estamos haciendo. El abuelo Boni hasta podría escandalizarse e ir directo por la cabeza de Lady Verónica. Para él soy solo una niña pequeña… y el abuelo Karstedt me ve exactamente igual. Una niña pequeña, frágil y algo precoz, pero nada más.'
–Milady, terminé los informes del día, ¿podría verificarlos?
–Por supuesto, hermano Frietack. Déjeme ver.
'También está el asunto de quién soltó la sopa con nuestra ruta… aunque el mocoso me dijo que no me preocupara, a pesar de todo, estoy segura de que debió ser alguno de los azules que no trabajan en esta oficina, pero ¿quién de ellos tiene contacto con Verónica? Se supone que sin el falso Santa aquí, ella no debería tener forma de enterarse… y ahora que lo pienso… faltan dos grises en el templo.'
–Está todo correcto, hermano Frietack. ¡Lo felicito! Si esto continúa, quizás vea que se le dé una pequeña recompensa por su esfuerzo.
–Me halaga, milady. Pero, es, es mi trabajo, y no creo que el Sumo Obispo…
–Déjeme al Sumo Obispo a mí y usted siga haciendo un excelente trabajo. El esfuerzo merece ser recompensado de vez en cuando, ¿no está de acuerdo?
El azul sonrió con timidez, Myneira estuvo a nada de soltar un 'awwww, ¡que ternura!' por cómo el hombre se había sonrojado y actuado con timidez, sin embargo, se abstuvo. Cualquier adulto lo tomaría como una burla aún si para ella no eran más que adolescentes en crecimiento.
El resto de los grises y azules parecieron guardar silencio en ese momento y concentrarse el doble en sus propios trabajos, buscándola de a poco para que revisara cada documento y diera el visto bueno.
Era un pequeño truco que aprendió mientras daba cursos de verano en la biblioteca a sus hijos junto a otros niños y luego a sus nietos. Felicita bastante al primero que muestre resultados positivos, ofrécele una recompensa mientras explicas en voz fuerte y clara que el esfuerzo debe ser recompensado de vez en vez y listo, la mayor parte del grupo comienza a esforzarse más y centrar su atención.
Eso la llevó a recordar el fin de semana reciente. Los muchachos de la Academia Real estaban encantados de recibir los premios por su esfuerzo y las monedas por las transcripciones que recién terminó de verificar, canalizando algunas al escritorio mismo de Sylvester con ayuda de su abuelo para que la información fuera utilizada de la mejor manera posible.
Para cuándo llegó la hora de la comida y obligó a los dos jóvenes a salir de la habitación oculta de Ferdinand para comer con ella, todo el trabajo de oficina estaba concluido.
–Ferdinand, necesito preguntar. Noté que faltan dos grises, uno de los que estaba a tu cargo y otro que atendía las habitaciones de uno de los azules que se niegan a esforzarse demasiado. ¿Están enfermos, fueron vendidos o…?
–Hay cosas que es mejor no preguntar, Myneira.
La llamada de atención de su guardián la desconcertó un poco, claro que no pudo indagar más puesto que Heidemarie la tomó de la mano de inmediato.
–¿Puedes notar cuando falta un gris?
–¡Por supuesto! Cómo directora del orfanato conozco no solo a todos y cada uno de los huérfanos, sino también a todos los grises que trabajan en el Templo. Sus nombres, edades, los trabajos que realizan aquí, a cuál azul están sirviendo e incluso qué tipo de curaciones requieren con más frecuencia y cuáles son sus recompensas preferidas.
–¡Pero esa es demasiada información, hermanita! ¿La memorizaste toda?
–Myneira tiene unos cuantos folders en su habitación oculta con todos esos datos. No te engañes. Sólo le falta colocar retratos de cada uno para tener toda la información que maneja en papel.
–Se llaman "expedientes", Ferdinand. Y por supuesto que necesito tener toda esa información a mano, podrían devolver más grises al orfanato en cualquier momento. Debo estar preparada para recibirlos de vuelta. Además, dijiste que toda esa información ayudaría a calcular el valor de venta de cada uno en caso necesario… aunque me sigue pareciendo una barbaridad que vendamos personas como si fueran muebles.
–Son propiedad del Templo y punto.
–Si, bueno, suerte vendiendo flores letradas. Voy a incrementar tanto el valor de los demás huérfanos que quien los compre se olvide de lastimarlos solo por la cantidad de oros que gastó en ellos.
–¿De qué está hablando? –preguntó Heidemarie a Ferdinand consternada.
El chico solo dejó su cuchara a un lado del plato antes de soltar un fuerte suspiro, ladear la cabeza y apretarse el puente de la nariz con fastidio.
–Nuestra anciana disfrazada de niña tiene un aprecio insano por el bienestar de los grises. No deja de horrorizarse cuando compran a alguna de las grises cómo concubina.
–Porque es denigrante y enfermo, Ferdinand. Lo que me recuerda, ¿has podido hablar con el Archiduque sobre el edificio anexo para que compren las atenciones de los grises dispuestos a servir de entretenimiento fuera del Templo? El Templo no debería ser dónde un montón de pervertidos va a saciar sus necesidades carnales fuera de casa. ¡Es ofensivo para los dioses!
–Ya te dije que no debería preocuparte si se les ofende o no.
–¡Y yo ya te expliqué que sus dioses son bastante reales! Deberían tenerle más respeto a las entidades que, de hecho, responden de inmediato cuando les rezas. Hasta parece que no creen en ellos, sólo utilizan sus nombres para ser vagos al hablar. ¡Es estúpido!
Ferdinand suspiró cansado, Heidemarie miró de uno a otro cómo si se tratara de un juego de tennis y luego miró a Ferdinand.
–¿Lleva mucho con ése… fervor religioso?
–Desde que volvimos de la oración de primavera. Ahora reza cuando menos me lo espero.
–Porque los dioses existen, Ferdinand, ¡y nos escuchan de verdad! Si hubiera sido así en Nipón…
'... Yo no habría crecido sin un padre, ni habría encontrado a Tetsuo por la fuerza.'
Heidemarie la tomó de la mano, consternada. Ferdinand solo soltó otro suspiro pesado y soltó su nariz, cubriendo sus ojos con cansancio.
–Los dioses no son tan maravillosos cómo piensas. Y las ofrendas de flores llevan siglos realizándose dentro del Templo.
–¡Si, pero está mal!
–¡No te toca a ti decidir eso!
–¡¿Entonces a quién?!
–¡No es de tu incumbencia!
–¡Ferdinand malo!
–¡Metiche!
–¡Tonto!
–¡Idiota!
–¡Cara de…!
–Muy bien, basta ustedes dos. Actúan cómo niños recién bautizados peleando por tonterías.
Ambos se cruzaron de brazos y ambos dirigieron sus rostros y miradas a lados diferentes. Heidemarie soltó una risita divertida casi de inmediato.
–Si Lady Elvira los viera peleando de este modo, no sé si diría que ambos son adorables o que actúan cómo un par de niños bobos. Seguro le sorprendería de usted, Lord Ferdinand.
Myneira devolvió su atención a la mesa para espiar al muchacho, sonriendo divertida al verlo todavía girado y de brazos cruzados sin darle nada de importancia al hecho de que les estaban retirando los platos de comida y colocándoles el de postre.
Heidemarie le preguntó que era y apenas ella dijo flan, Ferdinand tomó un bocado, mirando todavía a la pared frente a Heidemarie.
–Lord Ferdinand, ¿no debería esperar a la prueba de veneno?
–¿Para qué? Esa idiota es incapaz de matar a nadie, ya no digamos de usar sus amadas recetas para envenenar a otros.
Myneira sonrió divertida en tanto Heidemarie parecía desconcertada por un par de segundos, antes de volver a su semblante usual y pedirle que terminara de hacer la demostración de veneno.
.
Un poco más tarde, cuando ambas caminaban a la puerta de los nobles sosteniendo un aparato antiescuchas, Heidemarie retomó el tema.
–No desconfío de ti, pero sabes que tienes que practicar las demostraciones de veneno hasta que puedas hacerlas de forma elegante y sin apenas pensar en ello, ¿cierto?
Myneira suspiró cansada y asintió.
–Y aun así, no las has hecho aquí en mucho tiempo, ¿o me equivoco?
–Las hice por un par de meses, hasta que un día le pregunté a Ferdinand si podía descansar de tanta formalidad en el Templo. Que dejara de hacerlo con la comida no le molestó en absoluto, de hecho, tampoco le molestó demasiado cuando dejé de practicar los saludos. Solo me recuerda de hacerlo la primera semana de cada temporada. Dice que sería una vergüenza que no sepa cómo dar un saludo adecuado en el futuro.
Las dos llegaron a la puerta y Heidemarie se arrodilló frente a ella, tomándola de las manos y mirándola a los ojos.
–No voy a seguir insistiendo en que te cases con él, aunque deberías tener todo esto en mente cuando sea hora de comprometerte con alguien, hermanita. Ya ni siquiera estoy molesta por lo del teñido, solo quiero que entiendas que este nivel de confianza viniendo de Lord Ferdinand es inusual. Solo lo tiene con sus juramentados y hasta cierto punto.
Myneira ladeó la cabeza sin terminar de comprender y Heidemarie le sonrió.
–Un juramentado es alguien que entrega su nombre y su vida a un noble al que admira mucho. Es el máximo símbolo de devoción y lealtad. Un juramentado no puede atentar contra la vida de su señor o ir contra sus órdenes sin importar cuánto lo desee.
–¿Cómo Eckhart?
–Justo así, hermanita. Espero que lo recuerdes, estoy segura de que en el futuro habrá nobles dispuestos a entregarte sus nombres y confiarte sus vidas. Tú podrás decidir si aceptas o no su devoción y les entregas tu absoluta confianza, así como Lord Ferdinand parece sentirla hacia ti.
Ella solo asintió, jalando a Heidemarie para abrazarla, feliz de constatar que el problema entre ella y Ferdinand al fin estaba resuelto.
–Lo tendré en mente, querida hermana. Gracias por todo el apoyo.
Ambas se soltaron sin dejar de sonreír y Myneira recordó algo importante en ese momento.
–Por cierto, ¿sabes de alguien que pueda ayudarnos a colocar nuestros aparatos especiales en el Castillo? Es importante que recolectemos evidencia para convencer al Archiduque.
–De hecho, conozco a alguien que conoce a alguien perfecto para el trabajo. Deberías hablar con ella en dos días, cuando vayas de visita a la finca.
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Instalar una cámara y un micrófono en la entrada de su casa y la de Lutz resultó pan comido con ayuda de Fran. La de la compañía Gilberto requirió del apoyo de Justus. Ver las primeras imágenes grabadas al día siguiente y escuchar a toda su familia de la ciudad baja la emocionó tanto, que Ferdinand tuvo que llamarle la atención y amenazarla con sacarla de su habitación oculta e interrumpir la revisión de las cámaras si lanzaba una bendición más.
No era su culpa. Extrañaba verlos a todos y escucharlos.
Su siguiente proyecto sería encontrar un modo de transmitir todo al Templo, quizás crear algunas pequeñas pantallas y bocinas para vigilar las cámaras en tiempo real, aunque eso tomaría algo de tiempo… y tendría que contratar a alguien para vigilar las cámaras de manera continua a fin de detectar amenazas y evidencias de inmediato. Quizás podría encargarle esto a alguno de los grises. O a algunos de ellos.
Cuando el fin de semana llegó y ella se retiró a la finca de los Linkberg, justo después de saludarlos a todos, abrazar a los abuelos, tomar las clases usuales y bordar un poco con esos odiosos guantes, el momento que tanto estaba esperando llegó.
–Otillie, ¿puedo hablar contigo de algo?
–Lo que desee, milady.
La mujer se cruzó de brazos haciendo una leve reverencia, deteniéndose de intentar desvestirla para bañarla junto a Heidemarie. Ese sería el último mes que lo harían de ese modo.
–No sé si mi hermana te lo dijo, pero uno de mis carruajes fue atacado por asaltantes cuando venía de regreso de la oración de primavera.
–¡Oh, mis dioses! ¿Milady está bien? ¿Sus padres lo saben?
Asintió con una sonrisa triste y luego dejó que la mueca se le escurriera de la cara antes de mirar al suelo con preocupación, levantando el rostro casi de inmediato para tomar las manos de la asistente.
–¡Estuve muy asustada, Otillie! ¡Tenía tanto miedo!
–Puedo comprenderlo, milady. Es usted tan pequeña y ya se ha visto forzada a encarar ese tipo de situaciones.
–En todo caso, el Sumo Obispo y mi hermana estuvieron de acuerdo en ayudarme con un pequeño proyecto. Temo que algo así pueda pasarle a mi amada familia, sin saber quién los atacó o porqué. ¡Podría pasar una verdadera tragedia! Y yo… no podría perdonarme el no hacer nada.
Lo aceptaba, soltar algunas lágrimas estaba volviendo su pequeña actuación un tanto dramática, pero se suponía que ella solo tenía siete años y los niños a esa edad podían ser de verdad dramáticos cuando estaba asustados.
Otillie debía creer lo mismo porque no la regañó, sino que se apresuró a sacar un pañuelo para limpiarle los ojos y asentir en silencio, pensando con toda seguridad en un modo de confortarla.
–Lo siento, mi hermana me ha dicho que no llore fuera de mi habitación oculta, pero…
–Está bien, milady. Es usted tan joven, debe estar más asustada de lo normal y lo ha sobrellevado tan bien todo el día.
Myneira asintió, dejándose limpiar y consolar un poco más antes de tomar bastante aire y sacarlo despacio, cómo para mantener la compostura.
–Gracias, Otillie. En todo caso, estoy preocupada también por ti.
–¿Por mí, mi señora?
Otillie parecía confundida y sorprendida a la vez. Fue solo un segundo o dos, pero la mueca era inconfundible.
–Si, así es. Eres una persona muy valiosa para mí, Otillie. Nos has ayudado tanto a mi hermana y a mi…
–Solo hacía mi trabajo, milady…
–Y te estoy muy agradecida por ello, Pero de verdad me preocupa que algo te pase cuando vienes hacia acá, o cuando estás en tu casa o… acepta estos, por favor.
No tardó nada en tomar la pequeña caja preparada y entregarla.
Otillie la aceptó confundida, luego la abrió y observó el contenido antes de mirarla a ella y luego al interior una vez más. La mujer hizo una revisión rápida para descartar veneno y luego sacó una de las diminutas cámaras todavía perpleja.
–Gracias, milady. ¿Qué son estas… estás herramientas?
Myneira sonrió entonces, guiando a Otillie a la mesita para mirar el contenido y vaciarlo ahí.
Le había entregado seis cámaras, de las cuales tres eran fijas y tres más parecían grandes botones enjoyados para la ropa, además de ocho micrófonos camuflados cómo decoraciones para marcos de pinturas de esas que había por todas partes.
Procedió entonces a explicarle que eran y cómo funcionaban, ignorando un poco el rostro asombrado y confundido de la mujer.
–Pero, ahm, milady, ¿esto no le parece un poco… excesivo?
–Otillie, no sé quién me atacó, no sé si querían dinero o venderme o algo peor. ¿Y sí te atacan a ti también por asociarte conmigo? ¿O es una banda de secuestradores de niños y tratan de llevarse a Hartmuth? ¿O que tal que es una estúpida pelea de facciones? ¡No puedo protegerlos, Otillie! ¡No puedo ir volando y enfrentar a los tipos malos y luego encarcelarlos para que ya no hagan cosas malas! Esto es todo lo que puedo hacer, darles un modo de vigilar que todos estén bien.
Comenzó a llorar. Cada vez era más difícil sacar esas lágrimas falsas, sin importar cuánto pensara en la muerte de Tetsuo o en la familia que dejó atrás. Todavía podía fingir un llanto sincero si pensaba también en los hubieras… si Ferdinand no la hubiera sacado del trombe o de la habitación de Beezewants, si Heidemarie hubiera enfurecido y atacado a Ferdinand con algún arma, si Verónica hubiera decidido envenenarla durante la única fiesta de té a la que asistió con ella, si esa malvada mujer se hubiera enterado de su escapada a la ciudad baja…
Su acto dio resultado. Otillie estaba tratando de calmarla con algunas palmaditas en el hombro sin dejar de limpiarla y llamarla con una voz dulce y bajita.
Decidió que era suficiente. Myneira sorbió con fuerza por la nariz, dejando que la mujer la dejara un poco presentable y luego siguió mucho más tranquila.
–El Sumo Obispo y mi hermana están trabajando todavía en crear algo que pueda enviar las imágenes y los sonidos a aparatos especiales en el Templo o en alguna casa para poder monitorear en tiempo real y pedir ayuda. Por supuesto, cuando logren crearlos y probar que funcionen te entregaré las cosas para que puedas monitorear a tu familia desde tu casa, en el Templo solo monitorearíamos la entrada a tu casa para poder enviarles ayuda si algo pasa. No sé si tú casa tiene más entradas, por eso no pude traer más para ti, pero quiero que estés a salvo, Otillie. Quiero que tú y tu familia estén a salvó en todo momento. Quiero que, si algo pasa, los dioses no lo permitan, podamos auxiliarte de inmediato. ¿Los usarás, verdad?
La mujer parecía confundida, pero asintió. Myneira sonrió contenta, deteniéndose a medio salto para abrazar a Otillie y tomándole las manos en cambio sin dejar de mostrarle la sonrisa más feliz y brillante que pudo crear, relajando a la asistente que no tardó en devolverle la sonrisa y asentir.
Algo más tarde, Heidemarie entró a su habitación. Ninguna había podido dormir, según parecía.
Cuando ambas estuvieron sentadas en la cama, rodeadas por la oscuridad y resguardadas por la herramienta antiescuchas de Heidemarie, fue que comenzaron a hablar.
–¿Crees que lo haga?
–Estoy más que segura. Tu actuación fue tan convincente, que Otillie no tardó nada en ir a consultarme preocupada si era cierto lo del asalto y si de verdad funcionaban los aparatos.
–¿Pero dijo algo de dárselos a su marido para vigilar a la esposa del Aub?
–Dijo que, si logramos crear los receptores y entregarle algunos, quizás te tome la palabra y pida más para "vigilar" las ventanas de su casa. Estoy bastante segura de que le mostrará los artefactos a Leberetch mañana.
–Eso no garantiza que los use para vigilar a Lady Florencia.
–No conoces a Leberetch. Es un claro ejemplo de alguien dispuesto a darle su nombre a su amo. Si no hubiera descubierto al hombre desviando la atención de Lady Verónica a Lord Ferdinand un par de veces para que lo atacara a él y no a Lady Florencia, también dudaría sobre si usará los artefactos de vigilancia que hemos hecho para él y Hartmuth en vigilar a Lady Florencia.
Y con eso dicho, ninguna más siguió hablando.
No tenía idea de cuanto iban a tardar, pero la trampa para este pez gordo iba a tener que ser mucho más elaborada si querían que las cosas salieran bien.
Cuando Heidemarie se retiró a su propia habitación a dormir, Myneira decidió rezarle a los dioses. Necesitaban estrategia, suerte, protección y que la malvada mujer diera uno o varios pasos en falso.
Notes:
Notas de la Autora:
Le Chevalier d'Éon, cuyo verdadero nombre fue Charles-Geneviève-Louis-Auguste-André-Thimothée d'Éon de Beaumont, fue un espía de la corte de Versalles en la época de Luis XV que influyó mucho para conseguir el apoyo de Rusia durante la guerra de los siete años. La particularidad de este singular y promiscuo personaje es que nadie sabía su género, ni siquiera sus amantes, entre los que se contaban tanto hombres cómo mujeres.
No fue sino hasta su muerte, en mayo de 1810 en Londres, que se reveló que era un hombre.
Este personaje es uno muy querido para muchas jugadoras del juego de celular Dress Up!: Time Princess, en el que el primer libro/misión, es salvarte de ser guillotinada mientras encarnas a la reina María Antonieta y eres ayudada por el simpático espía.
Por otro lado, una disculpa por la tardanza... han estado pasando cosas desde hace más de un mes y, en verdad, no he podido escribir mucho. Espero que el siguiente de esta (o de mis otras historias de Honzuki) esté listo en tiempo, para la siguiente semana. Cuídense y si están de vacaciones, espero que las disfruten.SARABA
Chapter 27: SS5. Intrigas y Venenos
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Tenía que admitir para sí mismo que a pesar de la preocupación que le supuso dejar al par de idiotas a cargo de una ruta, la oración de primavera estaba resultando un éxito.
La verdad es que no quería dejar a Myneira sola con Sylvester, pero que la niña le echara en cara que tendía a sobre proteger a su hermano mayor… no encontró suficientes argumentos para rebatirla, así que aún si era pesado, aceptó ir en una ruta paralela para vigilarlos a ambos durante las noches y por las mañanas.
La treta pareció menos sospechosa. Nadie tenía idea de que el Archiduque en persona estaba visitando algunas tierras de los Leisegang y de los neutrales.
La sensación de satisfacción al ver los rostros preocupados de los alcaldes y nobles apoyando a Verónica tras recibirlo a él, Ferdinand, el bastardo del archiduque, era bastante placentera. Nada cómo dar a sus enemigos el mensaje fuerte y claro de que los estaba vigilando y que tenía el respaldo de su hermano. Ni siquiera tuvo que amenazar a nadie y los giebes que visitaba al final del día tampoco se quejaban ni hacían preguntas de porque no se quedaba a dormir en sus fincas, muy por el contrario, parecían aliviados de no tener que mostrarle ningún tipo de amabilidad, solo lo mínimo necesario a sus grises, y eso estaba bien.
Quizás bajó la guardia demasiado pronto, confiado en que nadie les prestaría atención en el camino de vuelta.
¡Cuán equivocado estaba!
Soldados devoradores y lo que parecían agricultores aterrorizados atacaron el carruaje con la insignia del taller de Myneira durante la tarde y por más que intentaron atrapar al menos a uno para interrogarlo, fue imposible.
—¡Quedan tres, Ferdinand! ¡Eckhart, ve por el del noroeste! ¡Ferdinand, el que va hacia el sur!
Karstedt voló siguiendo a su propio objetivo, Ferdinand y Eckhart se separaron en cuanto tuvieron sus órdenes. La persecución no fue demasiado larga, a decir verdad. Con la capacidad de maná de Ferdinand, alcanzar al hombre fue casi un juego de niños, por desgracia, apenas el Sumo Obispo atrapó al sospechoso con una soga de maná.
Hubo una explosión que lo sacudió, dejándolo con una soga vacía y manchas de sangre, tela chamuscada y restos de cabello en el pasto. Nada que le sirviera para una investigación, lo suficiente para confirmarle la muerte del pobre miserable.
Los cuatro sospechosos volaron en mil pedazos. Los anillos de sometimiento debían tener algún círculo mágico especial para evitar que fueran capturados. De haberlo sabido antes, les habría cortado los brazos con flechas.
—Al menos ninguno de los nuestros salió herido, Ferdinand —consoló Karstedt luego de que volvieron a reunirse, mientras comenzaban a elevarse con las manos vacías.
—¡Esto debe ser obra de esa maldita…!
—¡Eckhart! — ¡Eckhart!
El caballero con el que estaba tan familiarizado desde la sala de juegos de invierno guardó silencio de inmediato, la mandíbula tensa y los puños igual. Siempre era lo mismo con Eckhart, cualquier sospecha de que Verónica estaba involucrada en algo turbio que afectaba a Ferdinand llevaba a que el hombre perdiera la compostura y el autocontrol.
'Entre tener que evitar que este idiota nos meta en líos por su sed de sangre y que la otra idiota nos meta en líos por meter las narices donde no la llaman, voy a acabar muerto antes de poder servir al ducado cómo prometí.' se lamentó el Sumo Obispo luego de dirigir una mirada de advertencia a Eckhart, cambiando su atención a la espantosa y esponjosa bestia alta sobrevolando todavía los carruajes.
Myneira tenía más maná que Sylvester, quizás la misma cantidad, estaba bastante seguro de su estimación… y de todos modos, no era cómo que una pequeña niña de siete años sin preparación o experiencia en batalla, ya no digamos volando sola por varios días en una bestia alta propia, pudiera sostenerlo todo sin caer desmayada, no importaba cuánto maná tuviera… y eso sin contar con que su cuerpo todavía carecía de resistencia.
Ferdinand sospechaba que quizás debieran meterla a algún jureve más poco antes de ingresar a la Academía Real. Esa idiota podría caer desmayada por alguna estupidez que a nadie se le ocurriera y generar problemas para todo el ducado, pero ya se encargaría de prevenir eso más adelante.
—Eckhart, escolta las carrozas el resto del viaje y protege tanto los transportes cómo el contenido. Karstedt, es hora de devolverte a Sylvester. Llévalo directo a tu casa para que se cambie de ropas y de ahí al castillo. Ella no debe saber que estuvo aquí.
—Por supuesto. ¿Qué harás tú, Ferdinand?
—Encargarme de la hermana de Heidemarie. Por favor, Karstedt, envíala al Templo en cuanto llegues a casa. Es posible que Myneira colapse luego de tanto esfuerzo. Estoy seguro de que tu nuera querrá hacerse cargo de su hermana.
—Cuenta con ello.
Los tres hombres volaron entonces. Ferdinand felicitó apenas a Myneira y la tomó en brazos, atrapando la piedra de su horrible bestia alta para guardarla en la jaula que la pequeña cargaba en la cadera. Luego de asegurar que no habría accidentes de ningún tipo con ella o con su hermano, se fue al Templo.
'Es solo cuestión de tiempo antes de que esa perversa mujer idee un modo de lastimar a Myneira. Si no tenemos una forma de adelantarnos a sus planes, tendré que actuar desde la posición de sanador en lugar de prevenir nada… y con una niña tan pequeña, tan débil y tan escurridiza, podríamos encontrarnos de nuevo con la posibilidad de que Daoerleben le niegue su bendición.'
No se atrevió a seguir por ese camino. Darle más vueltas al asunto sería enfrentar un par de verdades que no estaba dispuesto a reconocer.
La confianza es una debilidad. El aprecio es una debilidad… y esa niña con mente de anciana perversa se estaba convirtiendo en una debilidad terrible, cuya pérdida no quería imaginar… porque solo los dioses sabían lo que ocasionaría perder a alguien tan valioso para el ducado, alguien que él mismo estaba preparando para servir a su hermano y al ducado en sí.
Acelerando un poco, Ferdinand comenzó a entretenerse haciendo un recuento de todo lo que tenía a disposición que pudiera usarse cómo un arma de prevención y no un remedio para una desgracia. No tardó mucho en llegar a la memoria de los planos que la niña entre sus brazos le entregara poco antes de salir a la oración. Eran imágenes algo burdas y con explicaciones que carecieron de sentido para él.
No tenía idea de qué era esta "electricidad" que requerían, o los principios que venían mencionados, sin embargo, empezaba a comprender un poco mejor el funcionamiento, en especial al estar consciente de qué se suponía que debían hacer estas cosas y el tamaño que deberían tener.
El camino se le hizo muy corto a Ferdinand, quien apenas llegar ordenó que se le permitiera la entrada a Heidemarie a la Habitación de la Suma Sacerdotisa, a la cual entró de inmediato, abriendo la puerta a la Habitación Oculta sin responder a una sola de las preguntas o de las miradas que los grises le estuvieron haciendo desde que puso un pie en el lugar con la niña en brazos.
'Si pudiera replicar este comportamiento en todo el ducado, sería una excelente primera dama… sería una excelente Aub.'
Fue todo lo que el hombre pensó antes de dejar su carga en el asiento del fondo, colocar el vial para el maná a medio tomar en la mesita de al lado junto con una poción nutritiva que la ayudara a recobrar la fuerza física y luego se asomó al estante de su protegida.
Tomó varias hojas, uno de esos grafitos que la niña tanto insistía en utilizar para diseñar cosas que necesitara borrar y afinar, entonces comenzó a trabajar con círculos mágicos, una lista de los ingredientes que podría necesitar y algunos ajustes aquí y allá. Apenas terminar esta primera lista, se asomó a la puerta para entregar el listado a Luca junto con un amuleto para entrar a su Habitación Oculta, indicándole a quién debería solicitarle los materiales y luego entregárselos.
Todavía no estaba muy seguro sobre los círculos mágicos, a pesar de ello, debía empezar de inmediato para hacer las pruebas. Necesitaba verificar cuánto maná utilizaba cada herramienta, el modo de reproducir la información que guardaran y el tamaño que tendrían.
En cuanto Luca le entregó su encargo, Ferdinand cerró la puerta y comenzó a medir, pesar, cortar y moler los materiales, sacando un caldero de inmediato para formular. Myneira despertó pocos latidos después de ello y Heidemarie apareció.
Si el hombre no hubiera estado tan ocupado, habría visto el modo de castigar a su descarada aprendiz. Al menos sus palabras y el obligar a Heidemarie fueron suficientes para que la mujer comenzara a trabajar, mirándolo y rindiéndose ante las indicaciones de ese gremlin pervertido.
—¿Siempre actúa de ese modo?
—Deberías escuchar las cosas que canta para mí cuando quiere fastidiarme. Los castigos que le doy suele voltearlos para torturarme un poco más tiempo después.
—Lamento escucharlo.
Hubo un silencio entre ambos, interrumpido solo por las indicaciones de Ferdinand y pronto quedó listo el primer aparato para grabar imágenes.
El hombre no perdió tiempo y comenzó a preparar el aparato de audio con ayuda de la erudita que alguna vez le jurara lealtad. Casi era cómo volver a la Academia Real, antes de Myneira, antes de volverse Sacerdote, antes incluso de fungir cómo Lord Comandante.
—Esto es nostálgico —afirmó Heidemarie sin perder el paso—. Parece que fue ayer cuando lo ayudaba con sus experimentos en el laboratorio de la profesora Hirschur.
—Pensaba lo mismo.
Otro silencio cómodo cayó entre ambos. Ferdinand levantó la mirada y dedujo que la niña estaba cenando ahora. El recuerdo de la comida preparada por los chefs de ella lo asaltó con la misma imprudencia con que Myneira lo asaltaba con preguntas y comentarios insensatos de vez en cuando y su estómago gruñó. Ferdinand siguió adelante sin prestarle atención, Heidemarie, en cambio, pareció congelarse por un momento antes de soltar una risita divertida y continuar.
—Parece que mi hermana le ha puesto orden a su estómago, Lord Ferdinand.
Él solo asintió sin decir nada. Que no se refiriera a él como "milord" lo estaba molestando.
El aparato estuvo listo pronto. Debían trabajar ahora en algo que los ayudara a mirar y escuchar las grabaciones.
—Heidemarie, yo…
—No. Mi hermana tiene razón. No puedo seguir enfadada con usted para siempre… yo no estaba aquí cuando las cosas pasaron. No tuve que enfrentarme a lo mismo que ustedes, así que me disculpo. Sin embargo, Lord Ferdinand… Espero entienda que, incluso si usted vuelve a la sociedad noble, no volveré a su séquito.
Asintió. Lo supo en el momento en que Heidemarie lo desafió. Lo supo en el momento en que ella intentó aplastarlo.
—¿Le darás tu nombre?
—Solo si ella lo acepta. Cómo dije, sin importar de dónde haya salido, ella es mi familia ahora, y la persona a la que deseo proteger y servir. Espero que no tenga problemas con esto.
—No. Eres libre de elegir, Heidemarie. Aunque deberías prepararte, es posible que tengamos que trabajar juntos por más tiempo del que podrías esperar.
Fue el turno de la erudita de asentir sin dejar de moverse para apoyarlo. Ya discutirían después los resultados del prototipo y el mejor modo de introducirlos al castillo. Colocarlos solo en el Templo y la Ciudad Baja no sería suficiente para proteger a Myneira. De eso estaba seguro.
.
—¿Entonces, Florencia está bien?
Sylvester estaba desquiciado. Sacarlo de la habitación de su esposa para poder revisarla resultó imposible, de modo que Ferdinand le hizo la revisión médica y luego la revisión por venenos con su hermano asomándose cada dos por tres antes de volver a dar vueltas de un lado al otro, cómo si intentara crear un enorme y largo surco en la habitación de su esposa.
—Lo está por ahora. Parece intoxicación alimentaria, sin embargo, ha sido veneno, uno que conozco, por fortuna. Ya le he administrado un antídoto, así que debería estar mejor en una campanada…
—¿Una campanada entera?
Ferdinand miró con mala cara a su hermano y este se tapó la boca de inmediato con la mano para callarse, asintiendo con frenesí para pedirle que continuara con la explicación.
—Que evite la comida demasiado condimentada o condimentada con algo más que sal. Nada de carnes rojas, huevo o lácteos, que consuma jugo de sanguinas y de preferencia algunos cereales con raffel y miel horneados o hervidos. El alcohol queda descartado el resto de la semana. Déjala que descanse el día de hoy y el de mañana también. Le dejaré un par de viales con una poción nutritiva y otra para depuración con su asistente.
Sylvester alargó la mano de inmediato y Ferdinand solo pudo soltar un largo y cansado suspiro antes de sacarse de encima los dos viales de emergencia que cargaba desde niño para entregárselos.
Hubo algunas expresiones de asombro de los sirvientes apostados alrededor de ellos, sin embargo, ninguno de los hermanos les prestó atención. Sylvester estaba muerto de preocupación y Ferdinand no tenía intención de lastimar a su paciente.
Apenas Sylvester terminó de verificar que los viales estaban llenos y al parecer el aroma y el color de ambos, los entregó a la asistente de Florencia, la cual ya esperaba con algo de angustia a que le entregaran los medicamentos.
—Éste vial azul plateado es el depurante. Dénselo dentro de una campanada antes de que la comida sea enviada hacia acá desde las cocinas. El vial con la poción nutritiva debe dosificarse. La mitad antes de dormir. La otra mitad en cuanto se haya levantado mañana. Si llegara a darle fiebre esta noche, deberán colocarle paños mojados en agua fría sobre la frente, debajo de las axilas y atar otros en sus codos y rodillas. Si la temperatura no comienza a bajar antes de que un cuarto de campanada diurna haya transcurrido, habrá que enfriarla en su tina con agua fría. Enviaré a Justus con una pócima especial y algunas recomendaciones más tarde.
Los asistentes de Florencia, así cómo su erudito principal ya estaban haciendo una reverencia en agradecimiento cuando Sylvester lo tomó por los hombros, con los ojos llorosos y una sonrisa que no terminaba de llegarle a los ojos.
—Gracias, hermano.
—No hay nada que agradecer. Mi deber es apoyarte y mi lealtad está contigo. Por favor, déjala descansar y permite que su gente la atienda. Ella estará mejor aquí dentro. Si te parece bien, le ordenaré a Justus que haga una revisión exhaustiva de sus aposentos para asegurar que no esté expuesta a más veneno.
—Gracias, Ferdinand.
Su hermano mayor lo soltó y él se dispuso a salir. Estaba en la puerta cuando escuchó a su hermano preguntar cómo fue envenenada su esposa o quién había estado encargado de preparar o entregarle sus alimentos.
No recibió respuestas de inmediato y Ferdinand supo la razón con exactitud.
Ese era uno de los pocos venenos que Verónica acostumbraba a servirle a él cuando era más joven. La dosis habría sido fatal si no la hubieran sacado de inmediato para obligarla a vomitar. Según el informe de Leberetch, la mujer estaba por tomar una merienda ligera en el comedor principal cuando Lady Verónica apareció y le ofreció acompañarla y servirle algunos postres de los que ella llevaba preparados. Quizás para no buscarse más problemas con la mujer o por simple educación, Florencia había aceptado, solicitando que le sirvieran lo mismo que comería Lady Verónica.
Por supuesto, sin importar cuanto buscara Sylvester, no llegaría a ubicar a su madre cómo la perpetradora por una simple y sencilla razón. Verónica tenía de su lado al 70% de los nobles del castillo. Era posible que ya tuviera preparado a un chivo expiatorio, no tenía idea de cómo lo hacía, pero si una idea. Seguro ordenaría por medio del nombre a algún pobre laynoble a confesar que había colocado algún tipo de veneno en la base del plato en la punta del cubierto para explicar porqué, si ambas habían comido lo mismo, solo una había salido envenenada. Por supuesto, ya no habría evidencia alguna para este momento, si acaso el servicio de Florencia que estaría contaminado por el contacto con el veneno en la comida. Verónica habría hecho que cambiaran o lavaran de inmediato su propio juego, y habría evitado el envenenamiento al consumir ella misma un antídoto justo antes de aparecerse en el comedor… y sí, todos los postres habrían estado envenenados con lo mismo… claro que ya no debía quedar rastro alguno de ninguno de ellos. Alguien del séquito de Chaocipher seguro ya se habría encargado de destruir las pruebas, quizás hasta tuvieran postres extras para hacerlos pasar por los originales.
Ferdinand solo negó apenas antes de salir del todo y dirigirse al balcón más cercano donde envió un órdonanz con sus órdenes para Justus, luego creó su bestia alta y salió de ahí, de vuelta al Templo.
Si los dispositivos que estaba creando funcionaban, tendrían pruebas sólidas y contundentes de lo que estaba pasando en el castillo.
'Solo espero que no le queden secuelas a Florencia o Sylvester va a enloquecer. Soportar sus abusos cuando ha decidido atentar contra uno no es algo sencillo… Aunque, quizás esto sea lo que necesitamos para que Sylvester invoque finalmente a Gebotordnung y a Verdraos. Lo lamento mucho, Florencia, pero tu sacrificio solo puede beneficiar al ducado.'
En realidad no tenía nada contra la esposa de su hermano, por el contrario, la compadecía bastante, sin embargo, era hora de que la vida de Florencia valiera de algo para el ducado y no solo para engendrar posibles herederos. Con esto en mente, Ferdinand regresó al templo, dispuesto a proseguir y esperando que la maldita mujer siguiera atentando contra Florencia para conseguir las pruebas que tanto necesitaban ahora.
.
Algunos días después, no solo tuvo listos y mejoradas varias herramientas más con ayuda de Heidemarie y Myneira, incluso logró crear una herramienta para reproducir los sonidos y proyectar los audios. Con cuidado, y luego de comprobar que de verdad funcionaban, envió al personal encargado de colocar las herramientas a cambiarlas por unas nuevas. En cuanto tuvo las viejas en su poder llamó a Myneira a la habitación oculta de él para que ambos pudieran ver las primeras imágenes y escuchar los audios.
Si bien el experimento fue todo un éxito, no contaba para nada con lo que su pequeño proyecto iba a desatar.
Myneira parecía conmovida, sus mejillas rosadas cubiertas de lágrimas y una sonrisa triste y melancólica en su rostro sin apenas parpadear. Por supuesto que aquello lo preocupó cuando del anillo de la niña comenzaron a salir una bendición tras otra, sin importar que la pequeña solo hubiera puesto la pose de oración para agradecer a los dioses una vez.
—Myneira, te sugiero que te controles mejor o te mandaré de vuelta con Hana para que verifiquen tus modales. Y si sales de aquí ya no te voy a permitir entrar a verificar nada.
—... ¡No, Ferdinand! ¡Por, por favor!... agh… ¡Mira, mira! ¡Ya no estoy llorando! ¡En serio! ¡Y estoy controlando mi maná lo mejor posible! ¡Por favor, déjame ver a mi familia un poco más! ¡Por favor!
Sintió un nudo en la garganta, otro en el estómago y una culpa pesada y creciente en su interior.
Si la había separado de todos ellos era para que ella pudiera seguir viviendo… y para que ayudara al ducado. No la habría separado de todos ellos de no ser absolutamente necesario y justo en este momento, prefería verla llorar de emoción por poderlos ver y oír en un artefacto mágico que verla llorarlos sin poder asistir a los funerales de ellos… aunque lo mismo no aplicaba a sus bendiciones. Estaba siendo demasiado llamativa. Alguien notaría a dónde llevaban todas esas luces de colores y terminaría en tragedia, estaba seguro.
—Contrólate, entonces. Sé que es difícil, sin embargo, estoy más que seguro de que puedes aguantar un poco más para protegerlos, ¿o me equivoco?
—¡No te equivocas, Ferdinand! ¡Puedo hacerlo! ¡Puedo protegerlos…! aun si significa que este es el único modo que tengo para verlos… ¿Podrías abrazarme mientras revisamos, por favor! Me comportaré, solo… ¿Por favor? ¿Por favor?
Ferdinand dejó salir un sonoro y largo suspiro al tomarla con cuidado para sentarla sobre su regazo en el sillón donde ambos estaban verificando las grabaciones, rodeándola por la cintura y dejando que ella se recargara contra él y descansara las manos y brazos en los suyos. La notó sonriendo casi de inmediato y ajustó la presión de su agarre, apretando poco a poco hasta oírla suspirar satisfecha, regresando su atención a las imágenes y los audios.
—Es una pena que no tengamos antenas de transmisión —dijo ella luego de un rato, más que cómoda en su regazo y bastante tranquila a pesar de lo rápido de sus latidos—, podríamos tener una habitación especial para observar todo esto en tiempo real.
—¿Y quién observaría todo esto en tiempo real? Tú y yo tenemos demasiado que hacer en el Templo. Los azules renegados no tardarían en notar nuestra ausencia.
La sintió asentir, luego voltear tratando de que sus ojos no se desviaran demasiado hacia las imágenes en la pared.
—Ya pensé en ello. Puedo conseguir que tres de los huérfanos que fueron regresados al orfanato se turnen para verificar las imágenes. Con el entrenamiento adecuado podrían notar cuando suceda algo extraño y colocar el audio adecuado, tomar notas al respecto e incluso informarnos.
—¿Cuánto tiempo te tomaría prepararlos?
Ella lo consideró y él esperó con paciencia. Los ojos y la atención de Myneira seguían dirigiéndose de nuevo hacia la imágen de su hermana mayor saliendo de la compañía Gilberta junto con Lutz.
—Necesitamos mirar las imágenes más rápido para deducir si hay algo que nos sirva para explicarle a los grises. También voy a necesitar una herramienta que pueda reproducir varias señales de manera simultánea o centrarse en una seleccionada en caso necesario.
—¿Eso es posible?
Ella lo miró confiada y procedió a explicarle. Los términos eran algo complicados debido a que estaban en japonés, aunque nada que no pudiera captar con rapidez, ajustando su propia comprensión del dispositivo y comenzando a considerar diferentes soluciones.
Crear varias herramientas podría ser complicado. Lo de las antenas ya tenía su propio nivel de dificultad, aun así, en cuanto terminaron de mirar la grabación de la Compañía Gilberta en cámara rápida pasaron al escritorio, donde Myneira comenzó a explicarle conforme dibujaba algunos bocetos de las herramientas que solía utilizar en su mundo de sueños, el funcionamiento y algo sobre ondas viajando en el aire.
Relacionar la explicación de las ondas con el comportamiento de la luz y el sonido, así cómo con los mitos de la Diosa de la Luz y de Ordonsnel lo ayudaron a poner más orden en sus ideas para el nuevo prototipo. Tendría que apresurarse con ello, porque la niña ya tenía un plan para introducir las herramientas espías al castillo por medio de la asistente que la estaba apoyando en la mansión Lindberg. La esposa de Leberetch.
Notes:
Notas de la Autora:
Me habría encantado subir que pasaba ahora con Myneira, sin embargo... estoy tratando de ir haciendo las anotaciones pertinentes en los capítulos de Ferdinand mientras escribo los de la abuela, y de pronto me di cuenta de que si seguía iba a quedar excesivamente largo el de Ferdinand... o sea, me iba a pasar de mi máximo de 15 páginas para capítulos largos y preferí intercalar por el momento.
Myneira va a seguir con sus cosas, es verdad, pero hay muchas cosas que van a estar sucediendo tras bambalinas sin que la abuela/niña se entere, pero que son necesarias así que, ustedes deciden, intercalo uno de la abuela y uno de Ferdinand o nos seguimos con la abuela por cuatro o cinco capítulos más y luego suelto los SS uno tras otro hasta alcanzar a Myneira.
Los leo en los comentarios.
SARABA
Chapter 28: Herramientas de Otro Mundo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Lady Myneira, es hora de comer. ¿Podría por favor…?
Myneira levantó la vista de lo que estaba haciendo para mirar a Fran, luego al gris que estaba asomado en la puerta llamándola, Zahm, quien trabajaba para Ferdinand.
—Por supuesto. Fran, prepara todo para comer en la habitación del Sumo Obispo.
—Cómo ordene.
No le puso mucha atención a que se cruzara de brazos, tan solo terminó de ordenar su material de estudios, dejó que Wilma la ayudara a bajar de su asiento y se fue hacia la puerta, creando a Moro de inmediato para poder desplazarse a la rapidez deseada por el jovencito que fue a buscarla hasta llegar a la habitación casi desprovista de otros seres humanos. Una vez ahí bajó de su bestia alta y procedió a caminar hasta el intercomunicador, presionándolo.
—Ferdinand, soy Myneira. Sé que estás en algo importante justo ahora, pero necesitas comer. Voy a contar hasta ciento veinte, si no has salido para entonces, voy a entrar.
Dos minutos. Sin importar que estuviera más que entretenido explorando diferentes modos de transmitir y captar ondas de audio y sonido en el aire para las herramientas espías, no iba a dejarlo mal pasarse.
Comenzó a contar.
También terminó sin que el hombre saliera. Es más, contó un minuto extra y nada.
'Supongo que no tengo opción. Yo se lo advertí.' Pensó la abuela tocando una vez más el intercomunicador para avisar que entraría y luego solo abrió la puerta e ingresó.
Dentro pudo encontrar algunos aparatos nuevos y bastante polvo dorado, todo sobre la mesa de formulación junto a un Ferdinand ojeroso, pálido y todavía revolviendo en el caldero cómo un brujo de halloween. Solo le faltaba el sombrero de ala ancha y que su túnica fuera negra en lugar de azul.
—Te ves horrible, Ferdinand.
—Mhm —respondió el hombre sin siquiera mirarla.
—¿Necesitas ayuda? No he donado maná a las herramientas divinas aun.
—Un círculo de tiempo, por favor. Ahora dos cucharadas de polvo de oro. Los pedazos de effon…
—¿Effon?
—Las tiras púrpuras que tengo cortadas.
La pequeña hizo justo lo que se le pedía y luego de un rato, algo hizo ruido dentro del caldero y los dos se asomaron a ver.
Ferdinand sacó algo bastante similar a una antena miniatura y suspiró con cansancio justo después de comprobar algo.
Myneira notó que el sacerdote estaba a punto de comenzar a conectarlo, le tomó de la manga de inmediato, llamando la atención de Ferdinand y arrebatándole despacio la pequeña antena de lo que fuera.
—Comida y descanso primero.
—Sabes que esto es…
—Si, si, es urgente, pero tu salud me preocupa. Te ves más viejo que el señor Benno… de nuevo. Por favor sal a comer conmigo, toma una siesta y luego podemos ponernos juntos a trabajar en esto. Podemos llamar a Heidemarie y al señor Justus si es necesario.
—No creo que…
—Voy a traer a una flor y a pedirle que se desnude frente a ti y se acueste en la mesa si no haces caso. La haré que succione los dedos de tu mano izquierda mientras yo succiono los de tu mano derecha y tal vez ambas te dejemos algunas marcas de mordida en las orejas, Ferdinand.
El hombre estaba tan cansado que ni siquiera se sonrojó, solo no pudo seguir del todo erguido, acercándole la mano para que ella lo guiara fuera de la habitación.
—Te estás volviendo más que vulgar, Myneira.
—Lo que sea que funcione y no sea demasiado traumático, mocoso. Imagino que sería peor si me desvisto yo misma, además, no creo que eso tendría efecto alguno. No parece que encuentres atractivo mi cuerpo plano e infantil.
—Que consideres siquiera que alguien pueda encontrar eso atractivo me parece repulsivo y preocupante.
—El asqueroso Obispo anterior parecía interesado en todo tipo de niñas… y en jovencitas también. Ahora, sé un buen chico y siéntate a la mesa. Prohibido levantarse antes de haber terminado de comer de manera apropiada.
—¿Qué tanto te parece apropiado?
—Entrante, ensalada, plato fuerte y un postre… y no me pongas esa cara, Ferdinand. Tu cerebro necesita dulce para seguir funcionando. Luego una siesta.
—Estoy de acuerdo con la comida, pero no tengo tiempo para dormir, lo haré en la noche.
La niña se cruzó de brazos apenas la terminaron de sentar en su silla, sin dignarse a ocultar el enorme puchero en su rostro.
—Claro, y yo tengo dos cabezas.
Tanto Ferdinand cómo los grises la miraron de inmediato, Ferdinand con asombro y los grises tratando de no reirse.
El primer plato fue servido y tras un par de cucharadas de consomé, Myneira procedió a explicarse.
—Tú no eres muy afecto a consumir dulces, sin embargo, has estado oliendo dulce estos días… lo que me ha parecido bastante sospechoso. Estás comiendo o usando algo para que no pueda notar el aroma a pociones apestosas.
Ferdinand frunció el ceño y redirigió su atención a su plato, centrándose en comer y negándose a responder.
—Y según los nobles el silencio es afirmación, además de que mi comentario te molestó, lo cual significa que estoy en lo correcto. Si no quieres dormir en tu cama, está bien, pero debes tomar una siesta después de la comida.
—No es necesario…
—Le envié una carta mágica a Heidemarie, debería estar llegando aquí en cuanto hayamos terminado de comer… ¿Qué? No puedo hacer esos útiles y lindos pájaros de piedra, así que me arreglé para llamarla con lo que tenía a mano.
—Tu hermana tiene sus propias obligaciones.
—Y está tan metida en este proyecto cómo tú y yo. Nosotras probaremos los dispositivos que creaste, veremos cómo ajustar las herramientas. Convertiré en polvo dorado lo que no funcione, y no pongas esa cara, Ferdinand. Mi preocupada y amada hermana me prestó un libro sobre círculos mágicos y otro sobre herramientas mágicas, así que empiezo a comprender un poco mejor cómo creas tantas cosas. Por favor, no me obligues a experimentar con una oración para hacerte dormir. Puedes elegir tomar una siesta de media campanada o arriesgarte a que te ponga a dormir mucho más tiempo.
—¡No te atreverías!
—¡¿Quieres probar?!
Ambos se miraron a los ojos de forma desafiante y pronto el hombre desvió la mirada, aceptando el plato fuerte y llevándose la comida a la boca con mayor rapidez y la elegancia usual. Al parecer, Ferdinand estaba tan cansado que no podía quejarse de manera adecuada, no sin decir algo frente a los grises de lo que podría arrepentirse, así que solo terminaron de comer en silencio.
Heidemarie llegó poco después y los tres ingresaron a la habitación oculta del hombre, el cual se apresuró a hacer algunos diseños, bocetos y dibujos en sus hojas con el grafito para luego irse directo al sillón a donde Myneira lo siguió para peinarle el cabello un rato, tratar de aplanarle la arruga que tenía entre las cejas y darle algunas palmaditas en el pecho, tarareando una nana hasta notarlo respirando con calma.
–¿Qué fue todo eso? –le preguntó Heidemarie en cuanto la pequeña subió a un banco para comenzar a trabajar.
–Ferdinand va a enfermarse si no lo obligo a cuidar de sí mismo cómo un humano normal. Detesto eso.
Heidemarie examinaba algunos de los aparatos en la mesa, luego los diagramas, regresando su atención a las diversas piezas que comenzó a tratar de ensamblar con delicadeza y calma sin dejar la conversación.
–Querida hermana, no sé qué pensar de ustedes cada vez que actúan así.
Myneira estaba verificando el flujo de maná en otro de los aparatos, girándolo despacio para tratar de identificar los círculos mágicos grabados y su función, sonriendo cuando estuvo segura de que ese debía ser un artefacto para el sonido.
–¿Tan raro es que lo cuiden?
–Además de eso, bueno, no estoy muy segura de si pareces una madre aprehensiva cuidando de su hijo travieso o una esposa preocupada… con la estatura de una niña de seis. No importa desde qué ángulo lo vea, sigue siendo extraño.
Myneira suspiró. Podía imaginar a la perfección cómo de raro se veía porque, de hecho, le tocó ver a una niña muy pequeña cuidando de su padre borracho en alguna ocasión de camino a su casa. No solo era bizarro, era preocupante.
–No voy a casarme con ese idiota, no importa cuánto me recuerde al otro idiota con el que estuve casada.
–¿En serio crees que tú esposo también renació aquí?
Hubo un silencio breve. Se sentía algo incómoda de pronto. Sería tan fácil ceder y solo tomar lo que tenía al alcance…
–No está en Ehrenfest. Ya tuve la oportunidad de hablar con todos los niños de la Academia Real… la abuela Elvira me dijo que habrá niños de los demás ducados en la Academia. Solo debo esperar a cumplir los diez de manera oficial y podré buscarlo.
–¿Y sí no lo encuentras ahí tampoco? Él podría no tener sus recuerdos, ¿qué pasa entonces? ¿cómo vas a reconocerlo?
–... no lo sé. Solo estoy segura de que no estaba en la sala de juegos.
Entre ambas lograron ensamblar uno de los aparatos, por desgracia, no lograron hacerlo funcionar. Heidemarie solo suspiró antes de golpetear en los esquemas con uno de sus dedos sin dejar de analizar las instrucciones, luego le indicó con gestos a su hermana que harían algunos más y procedieron a comenzar a preparar el material.
–¿Has pensado que podría no ser un niño?
Myneira se detuvo, con el cuchillo que tenía en manos a nada de comenzar a picar el material que su hermana le había entregado, respirando y pensando antes de proceder.
–No te enfades, hermana, pero no me molestaría si Tetsuo nació cómo mujer. Podría ser bastante divertido, en especial si fue bendecida con unas enormes…
–¡Myneira!
La niña intentó no reírse demasiado, con poco éxito, respirando sin dejar de sonreír en lo que terminaba de cortar y procedía a poner los trozos en una balanza.
'No se me había ocurrido, pero de verdad no me molestaría casarme con una mujer. Si tiene unos senos grandes y suaves, sería bastante agradable usarlos de almohada de vez en cuando.'
–Me refiero –retomó Heidemarie la palabra tratando de disimular su sonrojo–, a qué tal vez ya sea un hombre adulto. Podría haberse graduado el año pasado… o el anterior a ese. Podría llevarte algunos años más de los que esperas, hermanita.
La sonrisa se le escurrió del rostro y por poco se lleva una uña con el cuchillo. En realidad, lo había pensado y analizado antes.
–No me importaría ser su segunda o tercera esposa… supongo que tendría que acostumbrarme a la idea de que… tenga… otras mujeres.
Hubo otro silencio, Heidemarie estaba terminando de dibujar un par de círculos mágicos y luego suspiró, dejando todos los materiales en la mesa antes de mirar a Myneira con fijeza.
–Podría ser un adulto, soltero, hábil y estar más cerca de lo que imaginas.
La ignoró un momento. No sé le había pasado esa posibilidad por la cabeza. Ferdinand era un adulto sin casar y no se debía a que fuera parte del clero, así que Tetsuo podría estar allá afuera, soltero y estúpido por estar demasiado metido en sus investigaciones, justo igual que en su vida anterior… ¡el hombre podría haber nacido cuarenta años atrás en este mundo y haberse negado a tomar una esposa!
–Ya veo… ¿se vería muy mal si me caso con alguien demasiado mayor?
–No en realidad –respondió su hermana con una sonrisa afable.
–¿Incluso si tiene la edad para ser mi padre, o… mi abuelo?
Heidemarie se detuvo de lo que estaba haciendo, mirando a Myneira horrorizada en tanto la niña seguía preparando más y más materiales de forma casi ausente.
–De verdad espero que no me lleve treinta, o cuarenta o cincuenta años esta vez. El abuelo Bonifatius seguro trataría de matar a ese idiota y en realidad no tendríamos mucho tiempo para estar juntos o formar una familia… de hecho, ¿de cuánto es la esperanza de vida aquí? ¡Oh, dioses! Si ese maldito estúpido volvió a descuidarse cómo antes, nos va a dejar con muy pocos…
–¡No creo que te lleve tantos años!
Myneira se quedó estática por un par de segundos, mirando a Heidemarie con sorpresa no solo porque le levantara tanto la voz, también por la forma en que la tomó de los hombros con fuerza y la zarandeó por un momento.
–¿Hermana?
La preciosa jovencita con ropas de erudita estaba respirando para… para no matarla tal y como hacía cuando Eckhart cometía algún error social que la había enfurecido.
Myneira la miró interrogante, tratando de pensar que error acababa de cometer para que su hermana se pusiera así.
'¿Tenía que picar esa cosa blanda mucho más delgada? ¿O será que corté demasiado de ese famoso effon? ¿Y si resulta que estoy desperdiciando materiales difíciles de conseguir?'
Heidemarie miró al suelo sin soltarla, tomó una respiración profunda y luego soltó el aire demasiado despacio, de forma más que ruidosa, entonces levantó su rostro con una sonrisa bastante forzada, mirándola.
–Hermanita, aunque tienes las memorias de la señora Urano, creo que sigues conservando algo de inocencia… o solo te falta la bendición de Seheweit. Supongo que podemos retomar el tema cuando seas un poco mayor, ¿no lo crees?
Ahora en verdad estaba desconcertada, igual se limitó a asentir despacio y esperar a que su hermana la soltara y le diera indicaciones.
No mucho después, Ferdinand despertó.
El hombre durmió un poco más que media campanada, pero cuando se incorporó a la mesa de formulación con ellas estaba tan enfocado, que no tardó nada en ajustar todos los aparatos, consiguiendo al fin una antena adecuada y un receptor con frecuencias sencillas.
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Para la tarde siguiente ya estaban creando un segundo juego para Otillie e instalando las antenas en sus lugares, conectando el receptor a los aparatos reproductores y enseñando a seis de los grises cómo deducir que alguien estaba en peligro y mostrándoles cómo utilizar un par de piedras fey en un aparato diferente para grabar cualquier situación incriminatoria.
—¿Por qué seis grises y no los tres que habías mencionado antes?
Estaba caminando fuera de su habitación oculta con Ferdinand, justo después de dar una instrucción rápida a los seis seleccionados que pronto pondrían a trabajar en tres turnos diferentes.
—Porque si usted y mi hermana están en lo cierto, Otillie va a solicitarme más herramientas y a gente que pueda operar todo desde una habitación oculta. Necesitará tres grises que puedan verificar y grabar a Lady Verónica.
Ferdinand asintió, dándose algunos golpecitos en la sien. Myneira prefirió mirar al frente y tratar de avanzar con rapidez. Ferdinand y su hermana le habían prohibido usar a Moro en los pasillos si no tenía que desplazarse de emergencia.
–Tiene sentido.
–Creo que también deberíamos enseñarles a usar alguna herramienta mágica que les permita comunicarse con gente que pueda actuar de inmediato, no sé, caballeros o soldados para…
–Lo haremos solo con los grises que se quedarán aquí a vigilar a los plebeyos.
–¿Por qué?
–Porque vamos a necesitar pruebas de que Chaocipher merodea libre y con demasiado poder mientras el Dios de la Oscuridad mira hacia otro lado.
La pequeña suspiró. Le tomó un poco de tiempo captar que Chaocipher era Lady Verónica y el Dios Oscuro hacía referencia al Archiduque.
–Alguien va a salir herido si adoptamos esa postura.
–Su sacrificio no será en vano si eso nos permite invocar a Gebordnung y a Chaosfliehe.
Alguien iba a tener que sufrir para que pudieran tener pruebas sobre la malicia de Lady Verónica y que esta recibiera su justa sentencia… si, eso fue lo que había entendido.
Sin detenerse, Myneira sacó el cascabel mágico antiescuchas y levantó la mano para tomar la de Ferdinand cómo una niña asustada que busca el consuelo de su guardián. Por suerte, Ferdinand comprendió de inmediato porque, tras una mirada algo molesta, accedió a tomarla de la mano.
Myneira sonrió. Ya no tenía que caminar en puntas para alcanzar su mano.
–¿No es injusto para la pobre víctima?
–No. Se necesitan pruebas para que Sylvester tenga armas con las cuales mirar la realidad sobre su madre y retirarla del poder. No creo que le dé una sentencia de muerte… así que tal vez solo la encierre. Eso dependerá de la víctima.
Estaba tan tentada a patearle la pantorrilla, esto era cómo ver una de esas angustiantes series policíacas que tanto le gustaban a la madre de Tetsuo. Solo que esos no eran los personajes ficticios de una historia inexistente.
–¿De verdad no hay otra forma? ¿No podemos anticiparnos y proteger a la víctima? ¡No entiendo porque tendríamos que sacrificar a alguien!
Ambos llegaron a la habitación de Ferdinand, el cual le devolvió su aparato antiescuchas, la soltó, abrió la puerta de su habitación secreta y miró a los seis grises que caminaron detrás de ellos todo el camino.
–La Suma Sacerdotisa y yo debemos organizar un poco lo que harán a continuación. Por favor, esperen aquí hasta que los haga pasar. Hermana Myneira.
La pequeña suspiró y entró de inmediato. La puerta no tardó nada en cerrarse y Ferdinand hizo algo que la desconcertó por completo.
La sentó sobre la mesa de formulación y le mostró esa escalofriante sonrisa brillante y homicida que ponía cuando estaba de veras enojado.
–¿Eres idiota? ¿Crees que tenemos opciones o que podemos darnos el lujo de salvar a todos los que están bajo el yugo de esa maldita, perversa y viciosa mujer sin exponer a alguien?
–¡Es que no es justo!
–¡Gebordnung y la Diosa de la Luz pueden decidir lo que es justo y lo que no lo es! Y puedes creerme, los asuntos de meros mortales cómo nosotros no son algo que les parezca de interés si no se alinea con sus propios intereses.
Estaba furiosa. Una cosa era que ese mocoso insolente no creyera en los dioses y otra que se burlara de ella de ese modo.
Myneira se cruzó de brazos entonces, dedicándole a su guardián la mirada más molesta y cargada de furia que pudiera producir, recibiendo a cambio que el tipo se quitara su estúpida máscara de felicidad y mostrara al natural cuan fastidiado y enfadado estaba con ella.
–¡Sacrílego! –lo acusó ella.
–¡Ingenua! –contra atacó él.
–¡No estoy de acuerdo en sacrificar a nadie!
–Sacrificar a otros no parecía importarte mientras cazabas a Beezewants, ¿o debo recordarte que pusiste en peligro a esa pobre sacerdotisa gris?
–¡No le pasó nada en absoluto! ¡Y eso fue diferente…!
–¡Y en eso tienes toda la maldita razón! ¡Estamos cazando a Lady Verónica, no a su estúpido hermano menor! Y puedes creerme, ahí donde Beezewants no recibió bendiciones significativas, esta mujer recibió bastantes. Maná suficiente para darle hijos al Aub anterior, el Sudario de Verbenger para ocultar todas sus huellas, el poder de la misma Diosa de la Luz para que sus palabras tengan el peso de asfixiar a sus enemigos, a las personas que le parecen meros estorbos sin importar si son nobles o plebeyos y todo un ejército de personas dispuestas a hacerlo todo por ella. Si crees que derrocarla no va a requerir de AL MENOS un sacrificio, es que eres más ingenua de lo que esperaba.
Quería abofetearlo, patearlo, morderlo y obligarlo a retractarse. En verdad quería dejarse llevar por sus impulsos y hacer una auténtica pataleta, por más infantil que fuera, pero se contuvo.
Ella no era cómo Lady Verónica, que hablaba sin filtro y rompía cosas cuando sus deseos no eran escuchados.
Era cruel y doloroso. Las posibilidades eran infinitas. Lo peor es que Ferdinand parecía saber a la perfección a quien iban a sacrificar y no le gustaba. ¿Iba a ponerse en peligro?
–Espero que no estés pensando en dejarme aquí sola en el Templo.
–No, ese es tu propio plan, hasta donde sé.
–... No me refiero a regresarte a la nobleza, me refiero a sacrificarte por el ducado.
El muchacho pareció relajarse ante sus palabras, volviendo al semblante estoico usual.
–Lo haría sin dudarlo, pero es posible que no se concentre en mí.
–¿Así que sabes a quien estamos por sacrificar?
–Tengo mis sospechas, sí. Aunque no es algo que pueda asegurar.
La niña suspiró, agachando su cabeza hasta ocultarla entre sus brazos, por encima de sus rodillas y luego volvió a enderezarse, mirando a Ferdinand a los ojos con un poco más de alivio.
–¿Es menor de edad?
–No lo es.
Eso la hizo sentirse un poco mejor. No deseaba exponer inocentes a esta guerra fría con la madre del Aub.
–Por favor, prométeme que no vas a sacrificarte y que no vas a dejar que se sacrifique a ningún menor, ¿sí?
Fue el turno de Ferdinand de pellizcarse el puente de la nariz y respirar para calmarse, agachándose apenas un poco para quedar del todo a la misma altura que ella.
–Haré lo que pueda, pero no voy a prometerte nada más.
–Eso es suficiente para mí –dijo la niña alcanzando el rostro demasiado cansado frente a ella, acunándole las mejillas con afecto y preocupación, sonriendo al notar el error de procesamiento de Ferdinand–. Tú podrás ser mi guardián legal, pero sigo preocupándome por tí, así que, por favor, cuídate, Ferdinand.
El jovencito entre sus manos volvió en línea. Podía ver algo de asombro y luego aceptación en sus ojos, así cómo una sonrisa microscópica elevar apenas las comisuras de sus labios.
–Haré lo que pueda. Ahora deja de tratarme cómo si fuera uno de tus amados nietos. Tenemos trabajo que hacer.
Ella sonrió y lo soltó. Estaba tentada a revolverle el cabello y darle palmaditas en la cabeza, pero se abstuvo. Ya tendría oportunidad de tomarle el pelo en otra ocasión.
Luego de eso, Ferdinand bajó a Myneira de la mesa y permitió la entrada a los seis seleccionados para terminar de instruirlos, darles el orden de rotación y ponerlos a prueba por los siguientes tres días.
.
La semana se volvió un caos con rapidez.
La familia de Myneira estaba bien. No parecía que tuvieran que preocuparse de nada y sus rutinas seguían tranquilas. Por desgracia no podía decirse lo mismo de la compañía Gilberta y del propio Lutz.
Hubo al menos dos intentos aparentes de robo a diferentes horas y en diferentes días, uno dentro de la tienda que acabó con mercancía rota por todos lados y una fuera que a Myneira le pareció más un intento de secuestrar al señor Benno que otra cosa.
Por suerte Eckhart y Lamprecht estuvieron en el Templo esa semana para ayudarla por órdenes de Bonifatius, así que ambos acudieron de inmediato junto con soldados a reestablecer el orden y a atrapar a los perpetradores.
Benno no deseaba cerrar, sin embargo, la compañía Gilberta se mantuvo cerrada la semana siguiente por petición de Myneira.
Lutz acabó con un par de golpes durante el primer ataque y Ralph, quien había ido a entregar velas esculpidas y a escoltar a Tuuri de vuelta a casa perdió la mitad de la oreja y recibió algunos cortes tras dejar la mercancía y salir con Benno a esperar.
Hubo algunos otros afectados, por supuesto, aunque ninguno tan mal cómo esos dos.
Notes:
Notas de la Autora:
Una disculpa por la demora, el capítulo al fin quedó listo.
El siguiente también será desde el punto de vista de Myneira, dudo que quieran esperar dos capítulos para saber qué pasó con los atacantes de Benno... de hecho yo tampoco quiero esperar... aunque Ferdinand no deja de interferir, motivo por el cual no lograba terminar este, ya saben, como cuando escribes dos capítulos más o menos al mismo tiempo para que tengan coherencia.
En fin, espero que lo hayan disfrutado y que tengan un excelente inicio de semana.
SARABA
Chapter 29: La Venda en el Templo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
–¡Ferdinand!
Sentía los ojos llorosos mientras entraba al despacho/habitación de Ferdinand de manera intempestiva montando a Moro. Le faltaba de aliento y sentía un terrible nudo en la garganta y el estómago a causa de la preocupación y la furia. Neil, el gris que estaba vigilando en ese momento, venía corriendo detrás de ella.
–¡Eckhart, Lamprecht, vayan con el hermano Neil de inmediato! –ordenó el Sumo Obispo con el ceño fruncido.
Ninguno se quejó esta vez. Ambos salieron de inmediato siguiendo a Neil en tanto Myneira deshacía la bestia alta para correr hacia Ferdinand.
Sin demora alguna, el hombre abrió su habitación oculta, la tomó de la mano y la jaló dentro antes de cargarla, llevarla a su sillón y comenzar a pegarle una piedra tras otra en la frente. Myneira podía sentir cómo el calor aminorando la iba relajando un poco, aunque no lo suficiente. Estaba temblando.
–¿Qué sucedió?
Las lágrimas caían a raudales ahora, empapando sus mejillas, ahogándola casi en la desesperación de no poder salir ella también. Los recuerdos del llamado de Neil y las pocas imágenes que observó de lo que sucedía frente a la Compañía Gilberta antes de salir corriendo a buscar ayuda parecían más vívidas ahora.
–¡Atacaron al señor Benno! ¡Parecía que intentaban llevárselo, Ferdinand! Y Tuuri, ¡mi Tuuri por poco es golpeada también en la entrada de la Compañía Gilberta!
Lo sintió drenarle un poco más de maná con esas piedras antes de suspirar dándose por vencido y sostenerla en brazos. Ella se aferró al cuerpo cálido y grande de inmediato, incapaz de contener sus emociones por más tiempo, llorando desconsolada.
‘¡Es mi culpa! ¡Es mi culpa! Si al menos hubiera planeado mejor mi estrategia, esto no estaría pasando.’
Unas palmadas más. Unas respiraciones más. El llanto decreciendo y pronto solo quedó una sensación de vacío y un dolor sordo en su interior. Ya no hipaba ni temblaba. Los brazos de Ferdinand debían ser sanadores porque se sentía un poco mejor ahora.
–¿Estás más calmada?
La niña solo asintió. Sus pequeñas manos al fin aflojaron el agarre sobre la túnica de su guardián haciéndola sonrojar un poco porque no se había dado cuenta de con cuánta fuerza lo estaba sosteniendo.
–Ferdinand, ¿puedes traerlos?
–Los atacantes serán llevados a…
–No, ellos no. El señor Benno, Tuuri, el señor Mark… quiero revisarlos y curarlos. Necesito saber que están bien. ¿Puedes traerlos, por favor?
‘Necesito abrazarlos y tocarlos a ellos también. Necesito constatar que están a salvo.’
–Le pediré a Justus que los revise y…
–¡Necesito ver que están bien! ¡Por favor! Los atacaron por mi culpa, ¿verdad? ¡Los puse en peligro! ¡Dejé de ir a verlos para que estuvieran a salvo y aun así… aun así…!
Se derrumbó de nuevo. Más lágrimas y la sensación de impotencia apoderándose de ella con rapidez al recordar el miedo reflejado en los ojos de Benno y el rostro de Tuuri contorsionándose por el terror. La imagen se negaba a salir de su mente, transmitida a su aparato especial en tiempo real. Podía recordar cómo llamó de inmediato a Aaron a pesar de que su turno comenzaría en un par de campanadas para que grabara y monitoreara en lo que ella y Neil salían corriendo a buscar ayuda.
–Le pediré a Justus que los revise. Si alguno necesita alguna curación con urgencia, entonces haré que le traigan para que puedas curarlos.
–Pero…
–¡¿Quieres llamar más atención sobre todos ellos?!
La niña guardó silencio de inmediato, apretándose contra él y negando sobre el hombro empapado de Ferdinand, quien dejó de darle golpecitos, manteniendo un brazo alrededor de ella y alejando el otro. Seguro se estaba apretando el puente de la nariz, pensando que ella no era más que un manojo de problemas… y el pensamiento le dolió más de lo que la habría molestado en otras circunstancias.
–Si los traemos al Templo así cómo así, todo el mundo va a darse cuenta de lo que está pasando. Aliados, enemigos y neutrales. Todos en la ciudad baja sabrán que la Compañía Gilberta es más que un simple comercio con buenas relaciones con el Templo y esto llegará de inmediato a oídos de Chaocipher. ¿Eso quieres? ¿Llamar más la atención sobre tu familia?
‘¡No quiero! ¡No quiero que esa malvada bruja los siga atacando! ¡No quiero que ellos sean un sacrificio!’ No podía hablar, solo mantener su rostro escondido en aquel hombro que parecía ser lo único que la sostenía por ahora, negando de inmediato para poder expresar algo.
–Tenemos enemigos aquí mismo en el Templo, ¿lo entiendes? Necesitas respirar, controlarte y volver a tus actividades normales. Ellos van a informar de lo que sea que hagamos, así que trágate lo que sea que estés sintiendo y mantén la compostura. Qué nuestros enemigos crean que esto no te ha afectado en nada. Es más, en cuanto termines con tus obligaciones del día ve a leer a la sala de libros y…
–¿En serio crees que puedo leer tranquila sabiendo que mi familia está en peligro?
‘¿Cree que soy un robot? ¿Es en serio? ¿Cómo puede pedirme que esté tan tranquila mientras mi familia está en peligro? ¡Maldito desalmado!’
–... finge, entonces –indicó el hombre tras un suspiro que fue incapaz de ocultar ante la cercanía de su abrazo–. No van a tardar mucho en empezar a atacar a tus artesanos exclusivos o a tu supuesta familia de acogida si te descontrolas ahora. ¿Lo entiendes?
Fue como un baldazo de agua fría. Él tenía razón. Si en verdad querían lastimarla, lo harían apuntando a las personas que le eran importantes. ‘¿No me había advertido Ferdinand que usarían a mi familia cómo si fuera mi debilidad?’ Tomó aire. Incluso Bonifatius y Heidemarie le habían advertido de controlar sus demostraciones de afecto y preocupación para prevenir… esto.
–¡Lo entiendo! ¡Lo entiendo, Ferdinand! ¡Pero me duele! ¡estoy asustada! ¡estoy preocupada y me siento tan impotente!
Los brazos de Ferdinand la tomaron de los hombros para separarla de él en ese momento y mirarla a los ojos. No era una mirada resentida o exasperada. No era la mirada de un niño harto de cuidar a un bebé incapaz de razonar o comprender. Esta era la mirada de un adulto preocupado que intenta proteger a un igual.
–No eres impotente –dijo Ferdinand en cuanto ella se calmó–. Aparentar que todo está bien mientras buscas un modo de ponerle fin a lo que te atormenta es cómo vas a proteger a tu familia, ¿lo entiendes?
Ella asintió haciendo un esfuerzo enorme para dejar de llorar, sorbiendo la nariz cuando sus lágrimas intentaron salir justo por ahí. Ferdinand debió decidir ignorar su acción tan poco femenina porque ni siquiera le dedicó una mirada de asco cómo habría hecho en cualquier otra ocasión y solo continuó explicándole.
–Es difícil, sin embargo es lo mínimo que puede hacer una dama noble, así que más vale que lo entiendas y lo hagas o voy a mandarte con Bonifatius antes de que el día termine y entonces no tendrás modo alguno de saber qué está pasando con tu familia, ¿entendido?
Myneira asintió y Ferdinand soltó un breve suspiro de alivio en tanto ella se enderezaba, fortalecida por la determinación y por su pequeña amenaza, luego el hombre la ayudó a bajar de su regazo, curó sus ojos y la escoltó fuera.
Tenía que poner su mejor rostro, actuar normal y decidir cuál sería el mejor modo de descubrir a los espías enemigos en su propia casa. Haría un carnaval sangriento con cualquiera que se atreviera a ponerle un dedo encima a su familia. Eso era seguro.
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–Sumo Obispo, ¿qué tanto puedo interferir en el trabajo de los Sacerdotes Azules? Porque enviarlos al cuarto de castigo me parece insuficiente.
Unas cuantas campanadas, una carta de Tuuri y el informe de Lutz fueron suficientes para calmarla y solicitarle a Benno por medio de Lutz que mantuviera la Compañía Gilberta cerrada hasta la siguiente semana por seguridad de Corrina, Renate y de ella misma. Casi no durmió debido a la fiebre ligera generada por la preocupación. Lamentaba mucho que Ralph perdiera la mitad de su oreja y que todos fueran golpeados, pero también estaba agradecida de que el señor Justus los hubiera curado a todos… así que había tenido tiempo para pensar en lo que vendría después.
–¿Tramas algo? De otro modo, no veo la necesidad de darme tu herramienta antiescuchas mientras verificamos las listas de insumos del Templo.
Sonrió sin más. Estaba furiosa y emocionada. Iba a llevar a cabo su Carnaval Sangriento para asegurarse de que no volvieran a herir a los suyos con ayuda de la información del Templo.
–Estuve recolectando susurros ayer. Tenemos dos trombes que bien podría usar en beneficio de todos.
Notó la pluma de Ferdinand detenerse un par de segundos antes de continuar con su trabajo, cómo si no estuviera planeando algo malo contra otros.
–Yo ya sé quienes son los trombes, pero creo conveniente escuchar tu plan antes de confirmar si tu trabajo de investigación se fue en la dirección correcta o no.
Myneira asintió sin dejar de hacer anotaciones sobre los insumos que necesitarían reabastecer, las correcciones en las cantidades que necesitarían para subsistir ese mes y verificar el cotejo de donaciones y dinero en el templo.
–Me parece que los encargados de hacer sufrir a mi gente vienen de familias afines a Lady Verónica. Me gustaría mucho cambiarles a absolutamente TODOS sus asistentes grises e imponer un sistema de multas monetarias a aquellos que maltraten a los grises o cualquier mobiliario del Templo.
Se detuvo en ese momento para mirar al hombre cuya mirada podía sentir sobre sí misma y…
‘¿Me está viendo con ternura?’
–Apenas estoy empezando, Ferdinand. ¡Soy la Suma Sacerdotisa!, quizás deba tomar tus responsabilidades de Sumo Obispo cuando seas convocado al castillo para ayudar a gestionar el ducado en ausencia del Aub.
–Estoy al tanto de eso. Y sí, puedes interferir en todo eso, aunque el asunto de las “multas monetarias” vamos a tener que discutirlo primero. ¿Qué más?
–Quiero hacer un pequeño estudio sobre cuánto tiempo tarda un sacerdote azul en recuperar su maná, para lo cual necesitaré ayuda. Las herramientas de los dioses siempre requieren maná, ¿por qué no utilizar a nuestros hermanos veronicanos para dicho estudio? después de todo, no ayudan con la gestión del Templo, solo beben, usan a las sacerdotisas grises cómo entretenimiento y se quejan de estar aburridos.
Al observarlo notó que no parecía impresionado. Ferdinand solo asintió, incitándola a dar más ideas para castigar a los hermanos.
–Me gustaría mucho ponerlos a hacer trabajo manual también, pero ese es el trabajo de los grises, ¿cierto?
Lo observó suspirando y apartando la mirada de ella, de vuelta al trabajo a mano. Era cómo si estuviera un poco decepcionado y eso la molestaba.
‘¿Esperaba que los torturara cortándoles la lengua o las manos? ¿Qué quería? ¿Qué les pusiera algún hierro caliente en el cuerpo o los latigueara? ¡No soy una persona incivilizada!’
–Supongo que dejarlos sin maná por un periodo largo de tiempo los tendría algo cansados, en cuanto a ponerles trabajo manual, no veo cómo podrías obligarlos a ello.
–¿Entonces no puedo…?
–Nadie ha dicho que no puedas.
Su rostro se iluminó. Incluso sonrió un poco al pensarlo, mirando a Ferdinand.
–Dime, Ferdinand, ¿podemos poner una huerta fuera del Templo? El bosque de los plebeyos parece tener tierra muy fértil y poder sembrar y cosechar nuestras propias verduras disminuiría los costos de mantenimiento del Templo.
–Puedo pedir permiso al Aub para reclamar una zona de tierra…
La miró ceñudo y eso fue suficiente para hacerla sonreír.
–Bueno, no queremos sacerdotes ineptos y estúpidos ayudando con el trabajo de escritorio, y estoy segura de que todos deberíamos contribuir con algo más que monedas para que el Templo pueda sostenerse durante estos duros tiempos de necesidad en que muchos azules han sido desplazados del Templo. Sé que tenemos muchos grises, pero ellos ya tienen suficientes tareas de limpieza y trabajo manual en mi taller, así que…
–Entiendo. ¿Qué harás con los que se nieguen a trabajar en tu huerta?
Sonrió más. Ya lo tenía pensado.
–Bueno, me gustaría un par de habitaciones subterráneas para conservar más alimentos frescos. Por supuesto, apenas estamos recuperándonos del largo invierno y no podemos comprar los insumos de todo el año porque podrían pudrirse. Los azules que se nieguen a trabajar en la huerta bien podrían permanecer en las habitaciones subterráneas comprobando que estén bien insonorizadas y que no les entre luz. No necesitan saber cuánto tiempo las van a inspeccionar.
–Pensé que el cuarto de castigos no funcionaba, según tú.
–Este no será el cuarto de castigos, solo un par de alacenas subterráneas en las que podrían recibir o no alimentos de manera aleatoria en total oscuridad. Sin luz de día, nada que hacer y sin saber si en verdad les estamos dando comida en el horario normal, bien podrían pasar un par de campanadas o un par de días o semanas ahí abajo.
–No puedes meter a todos los veronicanos en dos alacenas separadas si esperas meterlos en solitario.
–Estoy consciente. Estoy pensando en un modo de mantener a los otros sin la posibilidad de dormir un par de días. Sin pociones, por supuesto. Alimentados, pero sin poder dormir. ¿Cuánto tiempo crees que tardarían en empezar a trabajar en lugar de quejarse con tal de que los dejemos ir a dormir?
Ferdinand todavía no parecía muy convencido. De todos modos asintió, volviendo a sus anotaciones de inmediato.
–Haz lo que quieras. Si resulta que todavía tenemos fugas de información dentro de una semana, voy a tomar mis propias medidas disciplinarias.
No le gustaba cómo sonaba eso. Asintió igual, recibiendo su herramienta antiescuchas.
Primero se encargaría de limpiar el Templo de topos, luego vería cómo mejorar su plan para deshacerse de Lady Verónica. Sin ojos en el Templo, quizás debería proceder a cortarle ciertos suministros de sus amadas especias, aunque no estaba del todo segura acerca de cómo cortarlos.
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–¿De verdad debo ir hoy?
Heidemarie la miraba suplicante, sosteniéndola todavía de las manos y asintiendo.
–Se supone que te quedas cinco días aqui en el Templo y dos en casa de Lord Bonifatius o en la casa Linkberg, hermanita. Lo hemos estado haciendo así desde antes de tu debut.
Suspiró con cansancio. Su vida había cambiado demasiado en menos de dos estaciones. Más de lo que esperaba cuando cerró el trato con Ferdinand para sobrevivir.
–Lo sé, pero estoy en medio de algo aqui, ¿sabes?
Su hermana miró en derredor. No estaban usando herramientas mágicas, así que sus grises lo estaban escuchando todo. Fran terminó de dar indicaciones a Luca y caminó hacia ellas, pidiendo permiso para hablar con la misma calma y educación de siempre.
–Suma Sacerdotisa, si gusta, puede dejar a alguien asignado para observar el taller y a alguien más para observar que los azules lleven a cabo los trabajos que les han sido confiados por usted. Estoy seguro de que alguno de los otros azules y más de uno de los grises estarán encantados de ayudarle con esa última tarea por los próximos dos días.
Lo pensó un momento.
Dos de los azules de la facción de verónica estaban de camino a donar maná a los instrumentos divinos en ese momento, usando hábitos viejos y raídos para seguir con el trabajo de retirar piedras, rocas y plantas del terreno que el Aub les obsequió la tarde siguiente al asalto en la Compañía Gilberta. Según los informes de los nuevos grises atendiendo a los dos hombres, ambos habían entrado a sus aposentos para ser bañados y alimentados en completo silencio antes de recostarse en sus camas y no volverse a mover hasta esa mañana. Esperaba que un día más de tortura psicológica llevaría al resto de los veronicanos a servir con docilidad y mantenerse alejados de cualquier intento de entregar información a sus familias.
–Muy bien. Necesitaré escribir al respecto antes de irme.
Heidemarie le sonrió y la acompañó a su escritorio, dándole un poco de espacio mientras preguntaba a las doncellas por los avances académicos de la semana.
Cuando terminó de escribir, talqueó ambas cartas y se las entregó a Fran.
–Por favor, entrégalos al Sumo Obispo para solicitar su opinión en el asunto. Si no está de acuerdo, puede reestructurar esto. Si lo encuentra aceptable, entrega cada documento al hermano azul nombrado en cada documento para informarles de sus nuevos roles los siguientes dos días.
–¡Por supuesto, Lady Myneira!
Fran se cruzó de brazos antes de recibir las dos hojas de papel enrolladas y luego se fue. Ella se despidió, dejó algunas indicaciones a sus asistentes y dejó que Heidemarie la ayudara a cambiarse por ropas nobles, luego abordaron el carruaje que ya esperaba afuera y se fueron.
–¿Lista para otra sesión de bordado?
–¿Sin guantes o con guantes?
–Ambas –declaró Heidemarie con una sonrisa enorme y divertida en el rostro–. Hoy me gustaría que practicáramos algún círculo mágico sencillo en pañuelos. Te dejaré que escojas la función. Luego, en la tarde, continuaremos con nuestro proyecto secreto del tapete.
–De verdad espero que esa cosa funcione –se quejó ella con pesadez–. Es duro bordar con guantes, pero es más duro bordar sobre ese material.
–Si, pero es necesario. No queremos contaminar los hilos con nuestro maná…
–Pero yo no estaría contaminando ningún hilo hecho con el maná de Ferdinand, ¡lo sabes!
Heidemarie le dedicó una mirada furibunda y Myneira se mordió la lengua para guardar silencio. Su maná y el de Ferdinand debían ser idénticos, no habría ninguna contaminación de maná por parte de ella… claro que eso parecía seguir siendo un tema sensible para su hermana.
–¿Vas a casarte con él?
–Sabes que no. Él no quiere casarse con una niña y yo quiero casarme con Tetsuo de nuevo.
–Entonces usarás guantes para bordar esa alfombra. De todos modos, hemos avanzado mucho en las últimas sesiones. Lo terminaremos antes de que te des cuenta.
Se abstuvo de decir nada y solo asintió. Su hermana era terca con ciertas cosas, imaginaba que era debido a su crianza, a los valores que su madre o alguien más le había inculcado hasta dejarlos bien grabados en su interior.
–Supongo que tienes razón. Gracias por trabajar tan duro en esa cosa cuando tienes tiempo. Cada vez que la tomamos, noto que está más avanzada de cómo la dejamos la semana anterior.
Su hermana sonrió con ternura y Myneira le devolvió el gesto.
Notes:
Notas de la Autora:
Me complace informarles que el próximo capítulo ya está terminado, es el Pov de Ferdinand sobre las cosas que han estado pasando aqui y allá, así que el siguiente domingo el capítulo está garantizado.
Sin más por el momento, ojalá hayan disfrutado con este capítulo.
SARABA
Chapter 30: SS6 Buscando a Verdraeos
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
–"Ferdinand, soy Myneira. Sé que estás en algo importante justo ahora, pero necesitas comer. Voy a contar hasta ciento veinte, si no has salido para entonces, voy a entrar."
La ignoró. La voz saliendo de su intercomunicador mágico no era más que una molestia bien al fondo de lo que podía percibir. Un mero ruido de fondo con menos peso que el de su schtappe transformado para poder formular dentro del caldero, sus ojos verificando cada tanto sus fórmulas, indicaciones y listados de ingredientes. Incluso el sabor del caramelo de benryuus le parecía más nítido y fuerte que la voz que pareció dejarlo en paz.
Estaba extenuado y fascinado a la vez. El placer de formular con el estrés de necesitar esta herramienta sí o sí era un fuerte y dulce suplicio con el que estaba más que comprometido a estas alturas. Las posibilidades de uso para estas nuevas herramientas eran infinitas. Uno podría tener el poder de aplastar a sus enemigos antes incluso de que tuvieran la oportunidad de levantar un dedo y poner sus maquinaciones en acción… aunque también podrían ser el medio perfecto para planear como asesinarlo a él, tomar el ducado o purgar a la familia archiducal de Ehrenfest.
Teniendo eso en cuenta, apenas tuviera todas las herramientas necesarias y corregidas, memorizaría todo el proceso y luego quemaría sus anotaciones. Nadie podía tener acceso a esto. Era tecnología demasiado peligrosa para dejarla suelta, a la mano de cualquier idiota como parecía estarlo en el mundo de la señora Urano.
'¡Si tan solo pudiera encontrar un modo de lidiar con la recepción de múltiples ondas de luz! ¡¿Y cómo se supone que uno puede escoger cuál de todas las recepciones mirar?! ¿Tendré que crear otra herramienta diferente para controlarlo todo? Pero eso podría ser en serio masivo y Myneira insiste en que debe ser ligera y caber en la palma de la mano. ¡Esta gremlin y sus demandas irrazonables! Apenas puedo creer que le tenga más consideración a los plebeyos.'
—Te ves horrible, Ferdinand —dijo su protegida luego de meterse en su habitación, por desgracia no tenía tiempo para llamarle la atención o fijarse siquiera en dicha invasión a su habitación oculta
—Mhm —respondió Ferdinand todavía inmerso en su proyecto.
—¿Necesitas ayuda? No he donado maná a las herramientas divinas aún.
Habría dicho que no, pero no tenía caso hacerlo, de modo que aceptó la ayuda, por supuesto, no vino sin un costo. El gremlin que tenía a su cargo no tardó en amenazarlo y ordenarle que comiera y tomara un descanso. Él en verdad no quería detenerse. Fórmulas, ingredientes, expectativas y círculos mágicos seguían ahí, flotando en su mente con la velocidad de Steiferbise sin que pudiera detenerlas del todo. Sabía que faltaba algo, que no estaban del todo correctos sus cálculos, pero la respuesta lo seguía eludiendo, como si volara un poco más rápido para burlarse de él cada vez que se sentía a punto de descifrar el enigma que suponía la petición de Myneira.
'Si al menos no estuviera tan cansado…' se lamentó el Sumo Obispo cuando se dio cuenta de que su protegida había descubierto su pequeña treta para mantenerse a base de pociones.
No le gustaba.
No podía negarlo.
Tampoco se le ocurría como desviar la atención de la pequeña del asunto, así que solo se resignó a no responder y terminar la comida frente a él para darle gusto a ella… y a su estómago traidor que parecía ansioso de la comida diseñada por el fenómeno que ahora le llamaba la atención y le exigía que descansara mientras ella y su hermana falsa se encargaban de avanzar. Al menos, hasta que la niña amenazó con ponerlo a dormir con una oración.
—¡No te atreverías!
—¡¿Quieres probar?!
No, no quería. Las oraciones de Myneira siempre tenían resultados inesperados, en especial los menos ortodoxos que terminaban por convertirse en bendiciones… o maldiciones, dependía como se vieran y el efecto que tuvieran.
'No piensa dar su brazo a torcer con esto… y de verdad no sé si quiero averiguar que tan bien funcionaría cualquier estúpida bendición creada por esta idiota.' pensó Ferdinand antes de resignarse a su destino y seguir comiendo.
Como si hubiera estado esperando por una señal, Heidemarie se apareció apenas los grises terminaron de recoger los dos servicios.
Ferdinand planeaba ignorar a su protegida y comenzar a formular de inmediato o bien probar la eficacia de las herramientas que estuvo creando las últimas campanadas, claro que no pudo hacerlo. Un pequeño jaloncito de esa malvada abuela en piel de niña le recordó sus amenazas… todas ellas, y la estúpida lealtad absoluta de Heidemarie para con Myneira, así que se resignó a hacer todas las anotaciones que pudo para guiarlas a ambas. Ya se encargaría de deshacerse después de la información.
—¡Qué buen niño eres, Ferdinand! —lo felicitó esa desvergonzada en cuanto él se recostó en el sillón.
—No sé de qué hablas —gruñó él en un susurró para evitar que Heidemarie los escuchara.
Myneira solo sonrió y comenzó a peinarle el cabello. Si al menos no hubiera estado tan fatigado y su mano hubiera obedecido, podría haber dado una fuerte palmada a esa mano intrusa que no dejaba de acomodarle su cabello.
—Ferdinand, deja de arrugar el entrecejo. Por eso terminas viéndote tan mayor. A este paso te vas a volver un anciano antes de cumplir los veinticinco.
—Como si eso me importara —respondió el hombre sintiendo la otra mano pequeña y delicada de Myneira comenzar a acariciarle la frente, justo donde debía estar la famosa arruga.
—¡Solo relájate y descansa! —le murmuró ella—, ¿o necesitas una canción de cuna?
Podía sentir sus orejas sonrojarse por el ofrecimiento y la vergüenza luchando por hacerse presente junto a una ira que no alcanzaba a sentir. Solo pudo soltar un suspiro de cansancio y voltear apenas la cabeza hacia la pared.
—¡No soy un niño pequeño! —masculló Ferdinand.
—No necesitas ser un niño para relajarte cuando se preocupan por ti, ¿sabes?
Otro suspiro pesado y fulminante escapó de entre sus labios y al fin pudo subir una de sus manos para cubrir sus ojos. Se sentía exhausto, molesto, avergonzado… y tentado, por alguna razón, a seguirle el estúpido juego a esa loca.
Tal vez fue por eso por lo que no dijo nada cuando sintió una mano pequeña apoyarse en su pecho, justo sobre su órgano de maná y comenzar a golpear apenas, marcando un ritmo tranquilo. Pronto al suave tamborileo sobre su pecho y el cepillado de su cabello se unió un suave y musical murmullo. La sensación de que ya había vivido algo similar lo embargó y pronto se sintió relajar en contra de su voluntad, cayendo en una oscuridad tranquila y relajante; cálida incluso.
Cuando volvió a abrir los ojos no podía recordar lo que había soñado, tampoco le importaba, solo estaba agradecido de no tener pesadillas con esas dos mujeres tan cerca como para escucharlo quejarse o verlo luchar en sueños. Su mente también estaba más enfocada y, por primera vez en días, sintió que podía alcanzar las respuestas a todas sus dudas con solo estirar un poco las manos.
—Creo que pueden descansar ahora —dijo Ferdinand a manera de saludo en tanto se ponía de pie.
—¿Seguro, Ferdinand?
No respondió, solo asintió mientras tomaba un par de piezas creadas la noche anterior para observarlas y comenzar a juntarlas, revisando de nuevo sus anotaciones, esquemas y círculos antes de tomar una goma para borrar un par de anotaciones, cambiarlas, deshacerse de las pocas piezas que no estaban calibradas de manera adecuada y volverlas a hacer.
Para cuando terminó, estaba bastante seguro de que acababa de terminar las primeras dos antenas de recepción de audio de la historia, y quería probarlas.
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–Milord, Lady Florencia está aterrada.
Ferdinand podía imaginar bien lo que la mujer de su hermano estaba viviendo ahora que era el principal blanco de la ira de Verónica dentro del castillo.
En el pasado, sin importar cuánto aborreciera Verónica a su insufrible e insignificante nuera producida de una segunda esposa por parte de un ducado que no era su grandioso Ahrsenbach, siempre dirigía su ira contra él, Ferdinand, el Bastardo que el Archiduque trajo un día. Al inicio no estaba seguro si Verónica lo odiaba por ser un hombre con posibilidades de tomar el asiento de Aub o si veía en él la marca de alguna clase de traición, después de todo, su padre solo tomaría a su media hermana Irhumilde cómo esposa para que lo educara a él, además la identidad de la madre biológica de Ferdinand era un misterio. Fuera lo que la motivara, Verónica estuvo tan determinada a hacerle la vida miserable que Sylvester terminó suplicándole a él que se ocultara en el Templo cuando bien podría haberlo degradado a archinoble y darle un apellido para que formara una familia colateral al servicio del ducado.
Al parecer, Chaocipher estaba tomándose mucho peor el ser reemplazada al fin por la esposa de su hijo como la mujer más importante del ducado que el hecho de que él, el bastardo de Adalbert, se haría cargo del ducado y la fundación por dos semanas.
–¿Fue Lady Verónica la causante?
–No hay pruebas, milord. De hecho, una de las medasistentes de Chaocipher aseguró que solo estaba tratando de vengarse por una falta de respeto de Lady Florencia a su señora.
–Entiendo. ¿Qué sentencia dictó mi hermano?
–Eso ya no importa, milord. La encontraron muerta al día siguiente de detenerla. Se colgó con sus calcetas. Justo después de golpearse con fuerza en la cabeza. Cualquier intento de leer su memoria se ha perdido.
Ferdinand comenzó a golpearse la sien. Sabía que la despiadada mujer convencería a alguna de sus asistentes para aceptar la culpa y el castigo. No sabía cómo, aunque tenía sus sospechas.
–Mi hermano debió llevarla a interrogar en el momento en que la joven se declaró culpable –susurró solo para ventilar un poco de su frustración.
Justus no dijo nada, asintiendo en silencio, señal de que además de oírlo estaba de acuerdo con él.
–¿Algo más que hayas observado?
–La pequeña Lady Charlotte se ha mantenido recluida con su niñera en sus aposentos. Solo permiten que el Aub o su esposa visiten a la señorita. Escuché también que Lady Verónica ha estado susurrando cosas muy desagradables cada vez que se cruza con Lady Florencia, ya sea en los pasillos o en el comedor. Alguien de las cocinas se quejó por el incremento de especias que entraron al castillo y un par de doncellas parecían incómodas de ser enviadas a las cocinas principales y las del ala otorgada a Lady Verónica.
Como siempre, parecía información inútil, claro que tratándose de las observaciones de Justus…
–¿Algo más que hayas notado?
–Si. Lady Verónica ha estado convocando a algunas personas desde que se dio el anuncio sobre la organización para la conferencia, milord. Logré conseguir los nombres de sus visitantes –respondió el peligris entregando de inmediato un trozo delgado, casi traslúcido, de madera enchinado con algo anotado–. Encontrará de interés que hay dos familias en el listado con cierta… afiliación de lo más conveniente, milord.
Ferdinand aceptó la lista, leyendo con rapidez y detectando casi de inmediato a las familias con sacerdotes azules flojos e inútiles todavía en el Templo del ducado.
No le sorprendía. Esa emboscada contra su protegida solo podía ser orquestada por una persona ahora que Beezewant no estaba.
Claro que esto no probaría nada ante su hermano. Él podría mostrarle la lista. Señalar el parentesco. Insinuar, incluso, que alguna de esas dos familias Veronicanas debían haber complotado en contra de él y de Myneira. No importaría, su hermano correría a quejarse con su madre por el comportamiento de los miembros de su facción y la perversa mujer encontraría un modo de zafarse y hacer pagar a alguien más. No tenía mucho caso, pero igual informaría de ello a Sylvester. Solo un granito más a la montaña de arena que estaba juntando.
–Interesante en verdad. Trata de mantenerte dentro del castillo. Usa mi nombre si es necesario. Informa a Lazfam que estaré en mi finca durante la conferencia archiducal. Debe estar lista para recibirme por dos semanas.
–Por supuesto, milord.
Ferdinand suspiró. Solo quería atrapar a Verónica, desenmascararla y ver qué su hermano le diera algún castigo que la dejara sin influencia alguna, si lo demás cambiaba o no, no era algo que le preocupara.
–¿Desea que le encargue ropas nuevas?
Lo consideró. Aunque su ropa estuviera intacta y le siguiera quedando, las tendencias podrían haber cambiado un poco. Por otro lado, necesitaban excusas para ponerse en contacto con la compañía Gilberta y la familia plebeya de Myneira.
–No. Lleva mi ropa a la compañía Gilberta y pide que la actualicen. Apóyalos de ser necesario para planear los ajustes. Dudo que el tiempo que tengan sea suficiente para ordenar suficiente ropa nueva.
–Comprendo, milord. ¿Me permitiría tomar sus medidas? No creo que haya que ajustar su talla, pero nunca se sabe.
El hombre se puso de pie, permitió que su asistente le retirara la túnica y le tomara todas las medidas que consideró necesarias, luego lo vistió de nuevo. Los ojos de Justus brillaban a juego con una sonrisa complacida y casi aliviada. Lo descartó. A saber que estaba pasando por la cabeza de su sirviente más antiguo.
–¿Algo más en lo que pueda servirlo, milord?
–Eso es todo, Justus. Vete ahora.
Tal vez por el suspiro al final de su última orden o quizás fuera alguna otra cosa lo que lo delatara, pero Justus dejó escapar una risilla burlona, perdiendo la postura al instante.
–¿Lady Myneira ha hecho algo, milord?
'¡Tratarme como un niño pequeño y amenazarme con castigos vergonzosos si no duermo al menos tres campanadas diurnas!' pensó el hombre con fastidio mientras negaba con su usual rostro serio.
La sonrisa de Justus se ensanchó y luego de despedirse, salió de ahí mucho más entusiasmado.
–¡Estoy rodeado de idiotas! –se quejó el sacerdote en un suspiro antes de retirarse a dormir.
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El armado del primer "monitor" de vigilancia fue un éxito que no tardaron en instalar y enlazar a la casa de Myne, la entrada al complejo de edificios de su familia plebeya, el Gremio de Comerciantes y la Compañía Gilberta. Ferdinand de pronto se preguntó si Dregarnhur les estaría dando su bendición o solo acababan de evitar una desgracia mayor tras una serie de desgracias pequeñas que ninguno de los allegados de Myneira se atrevía a confesar porque los grises detectaron de inmediato un par de actos violentos que lo forzaron a agradecer el tener a Eckhart y Lamprecht al templo.
En realidad, Ferdinand no deseaba tenerlos ahí haciendo nada, sin embargo, Bonifatius les dio la orden de ir a "vigilar y proteger a su adorable hija adoptiva" ahora que Gebordnung intentaba recomponer su balanza y restaurar el orden.
–¿De, de verdad tenemos que ayudar con el papeleo del Templo, Eckhart?
–Deja de lloriquear y trabaja, Lamprecht. No se supone que haya caballeros en el Templo, y si Lord Ferdinand considera que de este modo somos de más utilidad, entonces haremos este trabajo.
–Pero el abuelo dijo…
–¿Lamprecht? –intervino Myneira ese primer día, levantando la vista desde su lugar para mirar al menor de los hermanos.
–Lo lamento mucho, Myneira… es solo que… el abuelo dijo que quería que estuviéramos aquí para protegerte.
Por fortuna, la niña no tardó nada en sonreír con dulzura, bajar su lápiz un momento y señalar algo.
–Tío Lamprecht, paso la mayor parte de mi tiempo haciendo papelería del templo o estudiando, así que supongo que este es el mejor modo de mantenerme vigilada y a salvo, ¿no lo crees? Además, estoy segura de que estos ejercicios te ayudaran a elevar tus notas escolares. Seguro tus profesores te llenan de felicitaciones y el tío Cornelius se sentirá muy celoso de no poder venir a practicar sus números.
Lamprecht comenzó a sonreír de un modo estúpido, irguiéndose un poco más en su asiento y actuando de un modo un tanto errático para el gusto de Ferdinand.
–¡Tienes razón, Myneira! Voy a mejorar tanto que Cornelius no va a tardar nada en pedir que lo dejen venir a cuidar de ti.
Ferdinand tuvo problemas para tragarse un suspiro ese día.
'¡Los dioses no lo permitan! Lo último que necesito es tener a todos los Lindberg deambulando por el Templo. Aunque debo admitir que es reconfortante que el viejo se dé cuenta de cuan peligrosa se ha vuelto esta situación para Myneria'
Al día siguiente hubo una pequeña trifulca al interior de la compañía Gilberta de la cual avisaron los dos grises en turno, logrando así que Ferdinand movilizara de inmediato a los dos hermanos. Ver la misma emoción centelleando en los ojos de ambos Linkberg le arrancó una pequeña sonrisa a Ferdinand. Los asaltantes no tenían idea de que serían el blanco de un par de caballeros aburridos… No fue de extrañar que ambos se extralimitaran un poco al sacar a los perpetradores de la tienda y los entregaran atados, amordazados y con algunos moretones y cortes un poco después.
–¿Qué hacemos con ellos, milord?
Estaban en el bosque de los plebeyos fuera de la puerta del Templo. Lo último que Ferdinand deseaba era poner sobre alerta a los espías veronicanos que tenía merodeando por ahí.
–Lamprecht, regresa al Templo para que puedas vigilar a Myneira. Eckhart, llévalos a mi finca. Sabes qué hacer. Llama a Justus.
–¡Ja! –respondieron ambos Linkberg antes de ir, cada uno, a cumplir con sus obligaciones.
Esa fue la primera noche que Lamprecht durmió en el templo, también la primera que Justus apareció en sus aposentos en algún punto de la primera campanada con una cara horrible.
–¿Qué descubrieron?
–Plebeyos de una de las zonas agrícolas, milord. Aquí anoté el nombre y adjunté un par de pruebas sobre la familia del contratante.
Ferdinand recibió de inmediato la pequeña caja con un anillo de sometimiento y un rizo de madera con el nombre de una familia noble anotada ahí. Ambos coincidían. Ferdinand tomó nota mental de inmediato, dejó la cajita en uno de los estantes cercanos de su habitación oculta y continuó con la investigación. Al parecer, se le había pagado a los hombres para destruir tanto como fuera posible de los activos de la Compañía Gilberta poniendo especial atención en los productos creados por Myneira.
–Los artículos de papelería llevan el escudo del taller de Myneira, así que es comprensible que intenten enviar un mensaje claro de cortar lazos con ella al destruir sus productos. El rinsham, los bálsamos faciales, las horquillas de hilo y las velas esculpidas los han estado promoviendo tanto Elvira como la señora Hermelinda por ser inventos de Myneira. ¿Cómo supieron de los aceites esenciales y las barras de jabón para plebeyos?
–Alguien debió hurgar de manera reciente en los archivos del castillo, milord. Más exactamente, en los archivos comerciales del Aub o bien forzaron la entrada a los archivos del gremio de comerciantes. Es una coincidencia sospechosa que solo trataran de destrozar los artículos creados por la señorita.
–Ve a buscar al jefe Gustav. Quiero saber si personal no autorizado ha tenido acceso a la documentación del gremio y que reporte si el restaurante o alguno de ellos se ha visto afectado con visitas no deseadas estos días.
Justus sonrió, se cruzó de brazos y tras recitar un –Como ordene, milord– salió de la habitación oculta y del Templo.
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La noche siguiente Justus entregó un nuevo reporte.
Uno de los plebeyos arrestados por los Linkberg acababa de fallecer luego de que Eckhart se emocionara un poco de más en su intento de disciplinar al delincuente durante el interrogatorio. Los otros ya habían sido entregados a los soldados con órdenes de mantenerlos encerrados en los sótanos del muro de la ciudad por al menos un mes antes de recibir el justo castigo indicado para ladrones y alteradores del orden.
En cuanto al jefe Gustav…
–Nadie ha tenido acceso a los archivos, milord. El jefe contrató algunos guardias y personal extra para permanecer en el gremio durante la noche, a pesar de mantener cerrado el edificio entero.
–¿A si?
Justus asintió, luego una sonrisa divertida y perspicaz asomó de él.
–Dijo que contrató más gente en cuanto le llegaron noticias sobre que la señorita no podría ir a visitar a su familia plebeya o siquiera a sus trabajadores. También me entregó una lista de los talleres que mantienen tratos con la señorita, así como de los plebeyos trabajando como sus exclusivos. ¿Desea que consiga gente que los vigile?
–No es necesario. Parece que el señor Gustav se nos ha adelantado. 'Si al menos mi hermano hubiese sido tan bendecido por Sehweit…'
–¿Hay algo más en lo que pueda ser de utilidad?
–¿Noticias sobre el castillo?
El rostro de Justus cambió de nuevo a uno serio. Ferdinand ya se lo esperaba.
–Lady Verónica ha estado insistiendo en enviar parte de su séquito a ayudar a Lady Florencia con la excusa de "prepararla" de manera adecuada para presentarse como la primera dama de Ehrenfest. En cuanto a la misma Lady Florencia, no he podido verla mucho, milord. Leberetch ha estado haciendo hasta lo imposible porque su señora tenga el menor contacto posible con todos aquellos que no trabajamos para ella. La mujer casi no sale de su ala, ya no digamos de sus habitaciones.
Ferdinand asintió, considerando la información a mano.
–Comprendo. En ese caso, entrega a Otilie estas herramientas de aquí. Dile que van de parte de Myneira, que ya han sido probadas y ofrécele tres grises para vigilar. Que comprenda que Myneira está bastante preocupada ahora que la tienda de uno de sus exclusivos ha sido atacada.
–Por supuesto, milord. Le enviaré un mensaje para solicitar vernos en cuanto suene la segunda campanada.
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El siguiente ataque no tardó nada en suceder. Myneira estaba tan estresada que Ferdinand tuvo que meterla a su habitación oculta para consolarla y calmarla, sosteniéndola cuando se dio cuenta de que era imposible drenarle el llanto con piedras fey y sintiéndose incomodo y miserable por alguna razón.
Cuando la niña se calmó, con Ferdinand todavía abrazándola y dándole algunas palmadas amables a un ritmo lento en la espalda, supo la razón de su propio descontento.
Estaba celoso.
No importaba si podía comprender o no que ella se preocupara de ese modo tan poco refinado por personas específicas, dolía saber que su hermano y su padre nunca se preocuparon por él a ese grado. Las dos personas que alguna vez lo llamaron "familia", que alguna vez dijeron amarlo… no eran capaces de preocuparse así o enfurecerse por él como Myneira por su propia familia. Incluso recordó el incidente con Benno y los padres de Lutz, su desconcierto ante las palabras del padre del chico descalificando a Benno como padre.
La niña se calmó y volvió a perder la compostura apenas pedirle que le llevaran a las personas afectadas.
'¿De dónde saca todas esas lágrimas?' pensó Ferdinand aferrándola de nuevo para poder calmarla. Estaba seguro de que Myneira acababa de derramar más lágrimas en ese momento que él en toda su vida.
Le tomó tiempo tranquilizarla, pero lo logró. También le habló sobre el mejor modo de actuar en esa situación y la amenazó para asegurarse de que pusiera todo su empeño en fingir. Ambas cosas funcionaron, aunque al verla caminar con paso decidido y una enorme sonrisa brillante y perfecta sintió una punzada de orgullo.
'Casi siento lástima por el par de idiotas que están espiándonos para Verónica. ¿Debería darle los nombres en cuanto verifique cual familia es responsable de esto o la dejo que se entere por sus propios medios?'
Se habría sentido bastante divertido ante la perspectiva de ver que haría la pequeña abuela con toda esa furia contenida de no ser por el ordonanz que se paró en su brazo un par de latidos después de que Myneira abandonó sus aposentos. Por supuesto, él tuvo que volver a entrar a su habitación oculta para escuchar.
–¡Aquí Eckhart! Tuvimos que cortar algunas manos para evitar una explosión, milord. El señor Gunther vino de inmediato y tiene a todo el personal de la compañía recluidos al interior del edificio. Envié un ordonanz a Justus para pedirle ayuda. Uno de los niños que hacen velas fue herido antes de que llegáramos y perdió media oreja en el forcejeo, además de que los señores Benno y Mark están muy golpeados. La señorita Tuuri también tiene un golpe, aunque es el menos severo de todos. Lamprecht y yo ya tenemos atados a los… ¡Deja de moverte, maldita escoria!... ¿cuáles son sus órdenes, Milord?
Ni siquiera esperó a que el ordonnanz repitiera el mensaje dos veces más. Estaba seguro de que Eckhart acababa de golpear a alguien con fuerza. Si no lo contenía de inmediato mataría a alguien, o a todos, por accidente.
–Ordonanz, ¡Eckhart, no mates a nadie! Tráelos donde la vez pasada, que Lamprecht permanezca con los plebeyos hasta que Justus esté listo para venir a dar su informe.
El pájaro de piedra voló de inmediato y Ferdinand salió a seguir con sus actividades usuales en lo que planeaba como deshacerse de los molestos enemigos que tenía bajo su techo, a la espera de que Eckhart llegara con los atacantes.
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Con los detenidos ahora en interrogatorio y los anillos con sellos de casas veronicanas decomisados, Ferdinand pidió un informe completo a Justus sobre el asunto. Por supuesto, esa noche recibieron también a Lutz, quien dio su propio informe a Myneira. La niña parecía de verdad enferma por la preocupación, intercambiar unas palabras con su socio debería ayudar. Eso no evitó que la pequeña tuviera un brote de fiebre.
El reporte de Justus fue rápido. Nada que no supieran salvo que tres de los siete atacantes eran soldados devorador, lo cual explicaba los anillos que pudieron haber explotado.
–¿Cómo van las cosas en el castillo?
Justus suspiró, su rostro cambiando sin guardarse nada en absoluto. El hombre parecía más feliz de trabajar en la ciudad baja que en la casa de su hermano mayor.
–El Aub ha estado bastante ocupado haciendo arreglos y siguiendo las indicaciones de Lord Bonifatius. Ha habido cambios de personal dentro de su oficina, de hecho, me puso a investigar posibles desfalcos y desvíos de fondos para justificar los despidos. Debo agradecerles a usted y a la señorita, milord. Su hermano no estaba consciente de que ustedes dos han estado señalando todo esto desde hace meses.
Ferdinand podía sentir que un dolor de cabeza inminente se apoderaba de él.
'¿Para qué me esfuerzo tanto si solo va a archivar los documentos?'
–Por otro lado, Lady Verónica ha estado quejándose de que Lady Florencia no le permite el paso a su ala para poder instruirla como es debido, de modo que Lord Sylvester las ha tenido practicando en su oficina los últimos dos días.
–¿Cómo ha ido eso?
–No muy bien, milord. Da la impresión de que están tranquilas tomando el té mientras Lady Verónica da consejos, uno tras otro, sin embargo, apenas Lord Sylvester se ausenta de su oficina para buscar documentación o hablar con algún noble en privado, Lady Verónica comienza a insultar a Lady Florencia con eufemismos. Lady Florencia sale bastante cansada de estas sesiones. Tengo entendido que Lady Elvira ha estado asistiéndola con regularidad estos días.
–¿Has detectado más cosas extrañas entre el personal?
Por supuesto que lo había hecho. Apenas preguntar, el rostro de Justus, aunque serio, mostró genuino interés.
–Algunas de las medasistentes de Lady Florencia han renunciado o desaparecido. Dos de ellas parecían asustadas el día que renunciaron. Uno de los chefs de Lady Verónica renunció hace dos noches y uno de los chefs de Lady Florencia fue encontrado en… estado deplorable en una de las alacenas del castillo. Algunos de los guardias de Lady Verónica parecen mucho más entusiasmados y felices de lo usual. Leberetch ha estado haciendo entrevistas y contratando nuevas asistentes para su señora desde hace unos días. Hoy en la mañana estaba furioso porque debía encontrar un reemplazo para el chef que encontramos en estado inconveniente. Lord Sylvester solo ha visitado a Lady Florencia y a Lady Charlotte dos noches esta semana, también ha ido a visitar a Lord Wilfried y a Lady Verónica dos días esta semana.
'Por favor, que no deje preñada a su esposa de nuevo. Es el peor momento posible para traer a otro miembro a la familia archiducal.'
–¿Algo más?
–Si milord me lo permite, me gustaría hacerme pasar por una medasistente para averiguar qué es lo que está desplazando poco a poco a las asistentes de Lady Florencia, milord.
–Si puedes engañar a Leberetch con tu cantidad de maná, adelante entonces. Solo evita disfrazarte de tu hermana. Leberetch se dará cuenta de inmediato.
El rostro de su erudito se iluminó de inmediato y Ferdinand estuvo a nada de darle la orden contraria. Luego cambió de opinión. Si el bicho raro de Justus quería jugar a ser una doncella nada se lo iba a impedir en realidad, solo lo llevaría a fastidiarlo una y otra vez.
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Para el día siguiente, su protegida estaba de mucho mejor humor. La razón era sencilla, tenía un plan para lidiar con los espías que tenían en el templo.
Cuando Myneira le entregó un aparato antiescuchas le puso atención. Esperaba que la vieja desvergonzada fuera sanguinaria y decisiva… para su decepción, era una niña en cuestión de tomar represalias contra aquellos que se oponían a ella.
'Es demasiado blanda. Si la dejo seguir interfiriendo en esta rencilla contra la primera dama terminará ascendiendo la imponente escalera demasiado pronto.'
Multas monetarias. Privación de maná. Trabajos manuales. Eran niñerías para él. Incluso el insulso intento de Beezewant de envenenarlo fue mucho más contundente y serio que lo que ella estaba proponiéndole… hasta que habló de encerrar a unos y negarles las bendiciones de Schlatraum a otros para obligarlos a desempeñar sus nuevas funciones.
'Puede que tenga algo de potencial en esto. Quizás sea lo mejor. Si la dejo jugar con los veronicanos del Templo podría mantenerse tan ocupada como para no meterse en problemas con el castillo. Estaría a salvo.'
–Haz lo que quieras. Si resulta que todavía tenemos fugas de información dentro de una semana, voy a tomar mis propias medidas disciplinarias.
No planeaba intervenir de modo alguno. Solo entretenerla. Tendría que informarle de esto a Eckhart cuando fuera a verificar en qué estado se encontraban sus prisioneros para que Heidemarie les asistiera. Él ya no tenía poder alguno sobre la erudita, Eckhart, por otro lado, podría ser de ayuda para convencer a su mujer de mantener a Myneira tan alejada e ignorante como les fuera posible.
Sospechaba que Lady Verónica estaba deshaciéndose del personal de Florencia para aprovecharse de la falta de nobles en el ducado y meter a sus propias asistentes. Ya fuera que Justus averiguara o no qué estaba pasando con las mednobles, necesitaba que Chaocipher sacara las garras y mostrara sus verdaderos colores lo antes posible. Florencia debía importarle lo suficiente a Sylvester para tomar medidas, o al menos eso esperaba. Si su hermano, el que no tenía problema alguno con los castigos físicos y las sentencias de muerte, amaba a Florencia la mitad de lo que Myneira amaba a su familia, entonces necesitaban que Verónica la atacara por completo y la dañara en algún grado para abrirle los ojos a su hermano.
Un vistazo a Myneira concentrada sobre su propio trabajo y recordó los ojos de la niña cambiando con todos los colores del arcoíris la tarde anterior debido a la furia de no poder proteger a su familia.
Necesitaba eso en Sylvester. Necesitaba que su devoción por su esposa fuera mayor que su devoción por su propia madre o esto no iba a funcionar.
Notes:
Notas de la Autora:
Dicen que en la guerra y en el amor todo se vale... parece que Ferdinand lo escuchó porque, bueno, ya podemos estar bien seguros de a quien está usando de sacrificio y carnada. ¿Será que le funciona?
Chapter 31: El Peso del Templo
Notes:
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Chapter Text
–¡Hermana Myneira, esto es excesivo!
La niña soltó un suspiro cansado, meneando la cabeza a un lado y otro con disgusto en lo que ponía los brazos en jarras sin dejar de mirar hacia arriba.
–En primer lugar, soy la Suma Sacerdotisa. En segundo lugar, su familia no lo envió aquí a relajarse ni a qué se diera vida de príncipe carente de responsabilidades. Ahora, bien, o paga la moneda de oro grande de multa por lo que le hizo a Belle o lo envío de vuelta al sótano del huerto.
El azul frente a ella palideció de inmediato, encorvándose y abriendo tanto los ojos, que bien se habrían podido salir de sus cuencas al tiempo que un notorio estremecimiento recorría la espalda del hombre en cuestión.
–No es necesario, herma… Suma Sacerdotisa. Yo… pagaré la multa. No volveré a golpear a Belle, yo, yo solo… ¡ella no me estaba obedeciendo!
Myneira le dedicó su mejor mirada de "no me impresionas" y dejó escapar un sonoro suspiro de boca cerrada, cruzando sus brazos y sonriendo de pronto, consiguiendo que un pequeño grito y un diminuto salto hacia atrás delataran el miedo que le tenía el azul.
–Te dejé a Belle para que te ayude a arreglar ese estropicio de libro contable que llevas. Prometí a todas las familias de azules enviarles un informe detallado del balance de gastos e ingresos de cada uno de ustedes cada temporada. Uno que puedan comprender. ¿Lo entiendes? Te di una erudita matemática de Greiffechan, ¡no una flor de Bremwarme!
–Lo entiendo, herma… Suma Sacerdotisa. Lo entiendo. Pero Belle es tan hermosa y…
–Y dijo que NO. ¿Comprendes siquiera lo que significa la palabra no?
–Bueno, yo…
–Haré que te encierren allá abajo por…
–¡No! –gritó el hombre de inmediato, temblando y comenzando a caer sobre sus rodillas–. ¡No, por favor! ¡Suma sacerdotisa, no! ¡Todo menos volver a esa oscuridad carente de Dregarnhur! ¡Por favor!
Myneira seguía en la misma posición, observando al hombre sin cambiar su rostro severo.
–Belle también suplicó y dijo que NO en reiteradas ocasiones, según sé.
–¡Pero es diferente! ¡Ella es una simple gris!
–Una que tiene mejor manejo de los números y las monedas que tú. De ahí que golpearla, romperle la ropa y tratar de obligarla a ofrendar flores cueste tanto. ¿Qué valor tienes tú? ¿Qué es lo que puedes ofrece que te hace pensar que tienes derecho a dañar a mis valiosos grises?
–¡Yo SOY un noble de nacimiento!
Myneira observó al hombre decir aquello con una convicción y un convencimiento que fue menguando a medida que hablaba. Ella solo se mantuvo en silencio un poco más hasta verlo confuso, asustado y nervioso.
–Un noble sin anillo y sin schtappe, con un nivel de maná tan bajo que embarazó a una gris hace un par de meses. Tu maná no puede hacerte tan valioso si eres capaz de embarazar a una plebeya.
–¡Eso no es…!
–¡Escríbele a tus padres y pregúntales si es posible que un verdadero noble tenga descendencia con una plebeya! Por mientras, vas a pagar la multa y vas a prescindir de tus grises los próximo tres días.
–¡¿Qué?!
–¡Lo que oíste! Ya que te crees mejor que ellos, veamos cómo te arreglas para hacer tu parte del trabajo sin su apoyo.
El azul parecía muy asustado, molesto también, pero más que nada, asustado.
–Hermana Myneira –dijo Ferdinand a sus espaldas, haciéndola voltear de inmediato–, entiendo que estás… corrigiendo a uno de nuestros sacerdotes azules, sin embargo, no veo conveniente que moleste a su familia con información tan poco importante.
La niña soltó un suspiro de cansancio, llevando un dedo a su barbilla para comenzar a golpetear ahí de modo contemplativo.
–Tiene razón, Sumo Obispo. Me disculpo por ello. ¿Tenemos algún libro que pueda ayudar a nuestro hermano a obtener un poco de cultura básica?
Lo notó sonriendo. Una de esas sonrisas milimétricas que le mostraba cuando parecía divertirse con alguna de sus bromas.
–Creo que puedo solicitarle uno a mi hermano mayor. Los libros del castillo de Ehrenfest tienen información interesante, aunque dudo que le quede tiempo para leer si va a dejarlo sin el apoyo de sus grises.
Myneira arrugó la nariz cómo si estuviera por tomar una de esas amargas pociones que Ferdinand solía darle al inicio o cuando estaba febril. No le gustaba nada tener que referirse a las personas cómo si fueran objetos.
–Dañó propiedad del templo, así que lo justo es que sus grises ayuden en la recuperación de Belle. Tres días deberían ser suficientes para cuidarla y asegurarse de que no he perdido a una erudita.
Ferdinand la miró primero a ella, luego a él. Myneira se le unió en esto último y pronto el sacerdote estaba dando las gracias y pidiendo disculpas con la frente casi tocando el suelo. Una palabra de Myneira y Fran se encargó de que todos los grises sirviendo al hombre salieran y fueran conducidos al orfanato. Luego ambos se dirigieron a la sala de lectura.
–Debo admitir que el método que usaste ha tenido resultados sorprendentes.
–¡Ugh! No me agrada, pero pensé que un poco de tortura [psicológica] no les haría demasiado daño. Necesitamos que se mantengan ocupados y sean útiles en lugar de estar metiéndonos el pie.
–¿Es así?
Se sintió sonrojar. Estaba furiosa por lo que habían provocado en la ciudad baja y sabía de sobra que no podían encerrarlos en la cárcel ni llevarlos a juicio.
Los nobles tenían maná que alimenta a la tierra y mantiene el mundo funcionando. Los plebeyos son incapaces de aportar maná al gran esquema de las cosas, de modo que su valor se ve mermado a "casi de otra especie". Podía comprenderlo, pero en definitiva, no estaba para nada de acuerdo con ello. Podía comprender también que el uso de métodos medievales de castigo fuera algo de lo más común para los nobles, incluso el control de las emociones tenía sentido luego de experimentar desbordamientos de maná y escuchar las lecciones de Elvira, Hermelinda y Heidemarie… y de todos modos…
–Tiene que serlo, Ferdinand –suspiró ella–. Si solo buscara venganza… conozco demasiados métodos de tortura que se usaron en diferentes partes de mi mundo anterior porque forman parte de la historia antigua de allá… ¡podría infringirles tanto dolor en un intento egoísta de hacerles pagar por el dolor que causaron!
–¿Qué te detiene? Son casi plebeyos, cómo has señalado ahí atrás. Podrías castigarlos cómo te plazca solo porque se han opuesto a tí, que estás más arriba en la escalera de poder en el Templo y del ducado.
Tuvo que detenerse y cubrir su rostro.
–Lo sé, Ferdinand. Pero es una forma de pensar demasiado cruel, demasiado inmadura y muy poco práctica. No. Si voy a hacerlos que paguen, que el pago sirva de algo. Que aprendan a ser útiles y que sirvan de verdad a la gente viviendo en el Templo, de ese modo van a pagar de verdad por lo que han hecho.
–¿Y si hubieran tenido éxito? ¿Y si sus acciones hubieran llevado a la muerte de alguien?
Podía sentir su maná intentando escapar solo de imaginar que se hubieran llevado a Benno, que hubieran matado a su hermana o a Lutz.
Tomó aire y lo contuvo, apretó sus manos y se recordó una y otra vez que todos estaban a salvo. Ferdinand debió notar su problema porque sintió que le presionaba una piedra fey en la frente, misma que ella hizo a un lado con cortesía en cuanto sintió que empacaba todo su maná de vuelta en la caja.
–Mi cuerpo es el de una niña. No siempre tengo el control sobre él… podría haberlos matado… o podría haber muerto yo de puro dolor… gracias a los dioses, no tengo pérdidas que lamentar. No tengo que exponerme a… arrepentirme de mis actos, de romper mis convicciones en un arrebato.
Una mano enorme y fría se posó en su cabeza con menos torpeza de la usual, dando pequeños golpes antes de alejarse y permitirle que volteara.
Se sentía tan vulnerable en ese momento que un abrazo le caería increíble. Pero no estaban en una habitación oculta, y para los nobles, con el asunto del maná y todo eso, no era algo que pudiera hacer o solicitar con libertad en el templo.
–Bien. Sigue manejando el Templo cómo veas conveniente y dime si necesitas algo. Si no quieres ensuciarte las manos, lo haré por tí.
Si no se sintiera tan cansada le habría llamado la atención, en cambio, solo asintió, agradeció y le pidió a Fran prepararle algo de té en cuanto Ferdinand salió de su campo de visión.
–¿Está bien, Suma Sacerdotisa?
–No, Fran. En realidad me siento muy cansada. ¿Podrían prepararme un baño y algo de té? Me gustaría ir a la sala de visión después de relajarme un poco.
–Se hará cómo ordene.
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Quizás por el estrés que su incapacidad de salir a la Ciudad Baja le estaba provocando, tal vez porque Ferdinand había estado saliendo cada vez más seguido para atender su propiedad en el Barrio Noble cómo preparación para hacer de relevo del Aub durante la Conferencia Archiducal o simplemente por un cargo de consciencia luego de castigar a los azules veronicanos, Myneira comenzó a citar a diversas personas de los gremios para venderles ideas.
De este modo, durante los días subsecuentes comenzó a patrocinar la experimentación con tinta vegetal de diversos colores, la creación de pantallas de papel y madera para dividir las habitaciones de las familias plebeyas de los diferentes barrios, técnicas "antiguas" de teñido de tela, de las cuales se guardó una para cuando su madre pusiera su propio taller, así cómo la fabricación de sartenes, ollas y cacerolas especiales de cocción rápida, aunque bastante pesadas, que serían implementadas en sus restaurantes.
Los últimos artesanos que mandó llamar fueron herreros.
–Me alegra que su santidad me encargue otra cosa que no sean letras –respondió Johann en cuanto terminó de escuchar la explicación de la pequeña junto con los otros herreros presentes–, Lady Myneira… ¿Pero por qué tienen que ser agujas raras?
–Es necesario para crear una máquina de costura.
Los herreros no tardaron en comenzar a debatir al respecto. Ninguno estaba seguro de cómo hacer que aquello funcionara. Johann se encontraba más que fastidiado debido a que no parecía existir otro herrero capaz de crear las piezas más pequeñas de la dichosa máquina, sin olvidar que ninguno de ellos parecía comprender cómo harían para que la máquina funcionara.
–¡Disculpe, su Santidad! –gritó de pronto un chico tan joven como Johann, el cual se acercó de inmediato a pesar de tener a un herrero mayor llamándolo con fastidio–, ¿tendrá una pizarra donde dibujar? Creo que sería más fácil si pudiéramos visualizar lo que está diseñando.
–Por supuesto. ¡Fran, Luca!
Pronto los grises colocaron una mesa frente a Myneira y el joven oji gris, una pizarra de buen tamaño, gises con diferentes grosores de punta y un par de trapos doblados y cosidos a una base de madera.
El muchacho comenzó a hacer dibujos y Myneira a hacerle señalamientos aquí y allá, atrayendo al instante la atención del resto de las personas del gremio. Al parecer, lo único que habían comprendido era que Myneira quería agujas con el ojo en la punta y no en la base.
Para cuando los dos terminaron el dibujo hubo bastantes exclamaciones de "¡oh!" y "¡Ah!" por parte de los hombres ahí reunidos. Myneira sonreía sintiendo que estaba haciendo algo que mejoraría muchísimo la vida de todos en la ciudad baja y asintió.
–Has entendido el concepto mejor de lo que esperaba.
–¡Por supuesto! Todo sea por obtener un reconocimiento de Gutemberg igual que el chillón de ahí atrás. Me llamo Zack, santidad.
Myneira lo miró admirada, luego al dibujo, solicitó entonces que Luca y Gil llevaran una de las hojas grandes, tinta y pluma, además de una regla especial de dibujo. Pronto el muchacho estaba rehaciendo el dibujo entero con tinta para la satisfacción de todos, que no dejaron de hablar hasta que el dibujo estuvo terminado, empolvado y levantado con ayuda de Fran y Hanna para que todos pudieran mirar.
–Este es el tamaño que debería tener la máquina de coser y cada una de sus partes. Si están todos de acuerdo, me gustaría firmar un acuerdo con el señor Zack sobre los derechos de propiedad intelectual para que los planos puedan ser impresos y distribuidos entre los jefes herreros aquí congregados.
Hubo algunos comentarios y muchas palabras bien intencionadas, algunas incrédulas. Al final todos estuvieron de acuerdo en que el muchacho que lograba dar forma a las palabras de la Suma Sacerdotisa tenía tanto mérito cómo la pequeña Diosa del Agua enviada a ellos por medio del Templo.
–Por otro lado, dijiste que te gustaría ser parte de mis Gutembergs, así que, bienvenido a mi grupo de diseñadores e inventores –comentó Myneira con una enorme sonrisa.
'Con este chico ayudándome podré crear diversas imprentas e incluso mejorar el sistema para hacer papel. ¡Traer el concepto de baterías de cocina de hierro de varias capas habría sido mucho más rápido con él!'
–¡No puedo creer que me dieran el reconocimiento de mejor herrero con tanta facilidad! ¡Ahora sí te he vencido, Johan!
El herrero mayor que le había estado regañando desde atrás estaba ya de camino a jalarle la oreja o sacarlo, Myneira no estaba segura, cuando Johann soltó un suspiro de cansancio extremo y tomó a Zack de los hombros, mirándolo con unos ojos carentes de vida que preocupó a Myneira.
–Felicidades por ser tan idiota. Ser un Gutemberg significa que la Suma Sacerdotisa va a explotarte hasta que no sientas tus dedos, con tanta frecuencia y regularidad que estarás haciendo piezas extravagantes para ella incluso en tus sueños. ¡Felicidades por acabar exitosamente con tu vida!
Los ojos de Zack se abrieron de forma desmesurada. Fran estaba a punto de llamar la atención a Johann cuando Myneira lo miró preocupada. Deseaba saber si en verdad estaba abusando tanto de ellos cuando Fran carraspeó, agradeció a los herreros por su presencia y les informó que pronto les llegaría el ofrecimiento formal de trabajo junto con la cuota que deberían pagar por utilizar el diseño creado por Zack. Los herreros se despidieron de inmediato bastante felices, comentando entre ellos cuánto deberían cobrar por cada una de estas máquinas y preguntándole a Johann en qué momento sería prudente ofrecerlas a los gremios de costura cuándo Myneira dejó de verlos, escoltados por Gil y Luca a la salida del Templo.
–¿En serio estoy siendo tan exigente, Fran?
–No, mi lady. Pienso que el señor Johann solo está molesto porque no ha dejado de crear piezas metálicas para hacer letras. Una vez se quejó conmigo sobre lo monótono de su encargo. Cuándo le pregunté si deseaba pasar su encargo a otro compañero herrero dijo que no. Por muy monótono que fuera, comentó algo de tener una fuente de ingresos fija.
–Por cierto, ¿hay alguna noticia del Sumo Obispo?
–Parece que vendrá a dormir esta noche, mi lady. ¿Desea agendar una cita para cenar con él?
–Te lo agradecería mucho, Fran. Sé que está muy ocupado con sus propios preparativos y que siempre puedo pedir verlo cuando voy con mi hermana mayor, pero…
–Lo entiendo, Lady Myneira. Me encargaré de todo, no se preocupe.
En realidad esperaba ver a ese mocoso gruñón y poco expresivo aquella noche… no pudo hacerlo. Al parecer, hubo algún tipo de problema entre los nobles que lo mantuvo fuera del Templo el resto de la semana, llevándola a pedirle a Heidemarie que entrara con ella a la habitación oculta apenas llegó a recogerla para suplicarle que la abrazara.
Necesitaba contacto físico con desesperación. Sentía que se marchitaría de inmediato si no recibía una dosis adecuada de afecto.
Heidemarie soltó una leve risita en algún punto, con Myneira sentada en su regazo y abrazándola con fuerza todavía.
–Hermanita, te estás sobre esforzando con todo esto. ¿Quieres que venga a apoyarte al Templo mientras el Sumo Obispo está fuera?
–Tiene que volver pronto. La Conferencia es hasta dentro de…
–Myneira, Lord Ferdinand no va a volver pronto al Templo. No a menos que haya una emergencia aqui.
La pequeña tuvo que hacerse para atrás y mirar a su hermana mayor a los ojos, preocupada de pronto por la certeza en las palabras de Heidemarie.
–¿Sucedió algo?
–Parece que Lady Verónica ha caído en la trampa de Lord Ferdinand. El Castillo es un caos en este momento, de hecho, he venido para llevarte con Lord Bonifatius. Él y la señora Hermelinda desean verte y asegurarse de que estés bien.
–Entiendo… ¿No te hará mal quedarte aquí conmigo en el Templo, hermana? He notado que los nobles solo ven el Templo cómo un… un lugar para los indeseables y para la decadencia.
Heidemarie sonrió de inmediato, negando con la cabeza sin que su mirada dejara de brillar.
–Eres la hermanita más considerada e inteligente que existe, ¿lo sabías? No debes preocuparte por mí. Soy tu erudita y asistente. Mi esposo ha estado trabajando aquí junto a Lamprecht para ayudar a cuidar de tí y del Templo, así que no debes preocuparte, estaré bien… Bueno, quizás debas preocuparte un poco.
Myneira miró a su hermana sin entender del todo lo que sucedía. Heidemarie no tardó en soltar un largo y sonoro suspiro, desviando la mirada hacia el techo sin soltarla del todo.
–Ottilie dijo que su hijo Hartmut descubrió el equipo de espionaje. Estuvo haciendo preguntas de manera incesante hasta que le confesaron que esas herramientas fueron cosa tuya, y que Lamprecht está aquí para servirte, así que no ha dejado de insistir en que quiere venir al Templo cómo un Sacerdote Azul para empezar a servirte de inmediato. Comprenderás que sus padres están desconcertados y un poco desesperados porque Lamprecht no deja de hablar de lo deliciosa que es la comida, lo mucho que está aprendiendo en el Templo y lo divertido que es ayudar con los niños del orfanato.
Myneira se abrazó con fuerza a Heidemarie, ocultando su rostro sonrojado en su hombro, preocupada por la cantidad de problemas que parecía estar provocando ahora con la gente a su alrededor.
–¡Oh, dioses!
–Ottilie irá a verte a casa de Lord Bonifatius. Habla con ella y luego decide si estás dispuesta a tener aquí a ese niño pelirrojo o no. Es posible que Lord Ferdinand tarde en volver. Tener algunas manos y ojos más podría serte de ayuda, en especial si vas a tener a ese niño cómo tu erudito personal en algún momento.
La pequeña suspiró de nuevo, asintió y al fin se decidió a bajar del regazo de su hermana, agradeciéndole y tomando mucho aire para dejarlo salir con todo su reciente malestar.
–Bien, supongo que hay que caer siete veces para levantarse ocho.
–¿Cómo dices?
–Lo lamento –se disculpó la pequeña–. Es un antiguo dicho de mi mundo de sueños. Nanakorobi yaoki. Cae siete veces, levántate ocho.
Estaban ya en la puerta de la habitación oculta, con Heidemarie repitiendo y considerando el dicho cuando la jovencita sonrió sin más, asintiendo.
–Es un dicho interesante hermanita. Supongo que debemos ser perseverantes y apurarnos con esto, ¿o no?
–Supones bien, hermana. Ahora, vayamos a ver al abuelo. Muero porque él también me de un buen abrazo y que la abuela Hermelinda me deje pasear con ella en su silla mánica.
Ambas sonrieron divertidas y luego salieron de ahí, sin volver a hablar de intrigas políticas, trampas o peligros afuera del Templo.
Notes:
Notas de la Autora;
¿Les ha pasado que cuando saben que está pasando algo grande, feo y desastrozo para lo que no pueden hacer nada en absoluto, deciden comenzar a moverse y poner las manos en lo que si pueden? Bueno, pues la abuela está movilizando a los gremios de Ehrenfest por pura ansiedad.La próxima semana, Ferdinand podrá decirnos que es lo que ha estado sucediendo tras bambalinas. Ese capítulo aun no está terminado, pero casi, así que habrá capítulo seguro la siguiente semana.
Chapter 32: SS7. Sacrificios por Ehrenfest
Chapter Text
Tenía que admitir que las técnicas de intimidación de Myneira eran más efectivas de lo esperado.
La niña no solo se aseguró de que ninguno de los ineptos azules que los espiaban sufrieran algún tipo de problema o dolor físico, sino que los desorientó a tal grado, que pronto estuvieron trabajando sin siquiera rechistar.
Además de eso, Ferdinand nunca había visto a los grises trabajando con más diligencia en su vida. Era como si la pequeña abuela los hubiera reeducado a todos con éxito castigando solo a unos cuántos.
Por desgracia las cosas no iban tan bien en todas partes.
–... Quizás usted podría hablar con su hermano al respecto, milord. Lady Florencia se ve bastante enferma. Incluso cuando sonríe es imposible no notar su cara amarga o cansada. El maquillaje tiene sus propias limitaciones, después de todo.
–¿Lady Verónica ha estado hablando con mi hermano?
–A diario, milord… más que nada, para tratar de convencerlo de que tome una primera esposa más adecuada. Apenas se le da oportunidad, la mujer no deja de señalar que Lady Florencia tiene un temperamento frágil y una mente incapaz de llevar a cabo las tareas necesarias.
'Y pensar que de haber sucedido todo esto hace dos años, le estaría dando la razón a Chaocipher.' pensó Ferdinand, cuya visión sobre educar y reeducar había cambiado mucho desde que Myneira tomara el control del orfanato, impulsara sin saberlo la alfabetización del personal en los distintos gremios y lograra un cambio de actitud en los azules Verónicanos.
'Si bien, no todos están hechos para ejecutar ciertos cargos, la educación adecuada puede acercarlos bastante a la meta.'
Ferdinand dio otro sorbo a su copa de vize, alargando la mano para que Lazfam pudiera rellenarla. Observó a su asistente laynoble en ese momento y se convenció todavía más. El hombre afable de cabellos verdes y poco maná era tan capaz de llevar toda la finca él solo cómo si fuera el más capacitado archiasistente del ducado. Quizás su maná era escaso, pero sus esfuerzos, su dedicación y su entrega lo volvían más competente que muchos de los asistentes de Chaocipher y de su hermano. Florencia, por quién su hermano se esforzó tanto en sus estudios cómo en la compresión de maná, muy a pesar de ser hija de una segunda esposa, también tendría que ser capaz de aprender y adaptarse… con la guía adecuada.
—¿Algo más que deba saber, Justus?
—Los preparativos para trasladar al archiduque a la Academia Real ya han dado inicio, milord. También he estado supervisando que se amueble de manera adecuada una habitación para usted en el castillo…
—Solo lo indispensable, Justus. No pienso dormir ahí.
—Por supuesto, milord. La cama que se ha colocado en sus aposentos es más por las apariencias, no se preocupe.
—¿Y tus observaciones?
Los ojos de Justus se iluminaron de inmediato. El hombre amaba su trabajo de inteligencia tanto cómo la abuela amaba sus libros… aunque Myneira tenía mucho más autocontrol que su juramentado, según parecía.
—Los hombres de Chaocipher han estado acosando a las asistentes de Lady Florencia cómo pude comprobar yo mismo, milord. Sus insinuaciones sobre ofrendar flores para asegurar que no va a pasarles nada dentro del castillo son asquerosas y vulgares, por no hablar de la forma tan impúdica que tienen de proceder cada vez que encuentran a las doncellas de camino a las cocinas. He estado tentado a quemar la mano de más de uno solo esta semana.
Ferdinand suspiró. Al parecer la gente de Chaocipher estaba instigando las renuncias masivas. Si la abuela se enterara de esto, tendría suficientes para decir cómo para provocarle a él una enorme jaqueca.
—También se ha incrementado el flujo de especias a las cocinas del ala de Chaocipher y del ala principal, milord. Temo que entre las especias vayan otras cosas. Por desgracia no he podido colarme para examinar si mi teoría es cierta o no. Varios Leisegangs han estado enviando cartas para agradecer por el maná entregado durante la oración de primavera, aunque casi ninguna de estas cartas ha llegado a manos del Aub. Por cierto, Leberetch me ha contactado para solicitar algunas herramientas extras, ya sabe, para espiar a la gente a su alrededor. Preguntó si sería posible hacer pasar algunas por adornos un poco más sofisticados.
—Dile que espere al final de la semana. Myneira se los hará llegar por medio de Otillie.
—Entendido, milord. Me parece que de momento es todo. ¿Hay algo más con lo que pueda serle de ayuda?
Lo consideró apenas un segundo, bebiendo de su taza de té para enjuagar sus labios y refrescar un poco su garganta.
—¿Leberetch sabe que estás jugando a ser una doncella?
—Se dio cuenta ayer, milord. Lo lamento. Me colé a los aposentos de Lady Florencia cómo parte de las asistentes nuevas para verificar su estado de salud. Leberetch estaba fuera haciendo un recado, por eso pensé que no me atraparía.
Ferdinand se tragó un suspiro y apretó el puente de su nariz. Sabía que la idea no era tan buena, pero quería tanta información cómo le fuera posible conseguir.
—Entiendo. ¿Dijo algo?
—Bueno, luego de golpearme contra la pared por tener la osadía de hacerme pasar por una de las asistentes al servicio de una dama, me preguntó si podría conseguirle más aparatos. Prometió no decir nada, evitar matarme por mi osadía y dejarme seguir "vagueando" si podía conseguirle las herramientas.
No esperaba menos. Un hombre asistiendo a una mujer podría desatar un verdadero alboroto social. Lady Florencia no sería la primera en ser acusada de meter hombres a su alcoba bajo un disfraz de asistenta con tal de conseguirse un amante o dos. Leberetch debía estar más que horrorizado ante las posibles consecuencias que un rumor cómo ese levantaría de inmediato.
—Ya veo. Por favor, no vuelvas a ingresar a la habitación de Lady Florencia mientras estás travestido. Necesitamos el apoyo de Leberetch, no su ira ni su desconfianza.
—Cómo Milord ordene.
Ferdinand terminó su té y Justus salió de inmediato de la habitación. Lazfam se apresuró entonces a retirar el servicio sin hacer apenas ruido.
.
La semana pasó con rapidez.
Entre la formulación de más herramientas de espionaje y recepción, sus obligaciones en el templo, las preparaciones para hacerse cargo del castillo y los reportes de Justus, Dregarnhur pareció hilar con una rapidez inusitada.
Faltaba una semana para la Conferencia Archiducal cuando tuvo la oportunidad de volver al Templo para pasar la noche y alistar algunos insumos, verificar que todo marchara bien y recibir algunos informes en persona en lugar de solo leerlos.
Decir que se alegraba de que Fran le enviara una solicitud para cenar con Myneira en cuanto anunció que volvería por la noche era poco.
No lo había notado por la carga de trabajo que llevaba encima, pero extrañaba a esa pequeña abuela perversa y desvergonzada. No solo la sorpresa de probar platillos nuevos, en realidad extrañaba sus conversaciones que pasaban de lo filosófico a lo estúpido con facilidad. Sus pequeños debates sobre tecnología y sociedad, las comparativas históricas entre un mundo y el otro, sus anécdotas raras sobre el templo, la ciudad baja y su vida cómo bibliotecaria; la enorme sonrisa con que era recibido en cada ocasión. Extrañaba sus peleas cuando su protegida intentaba salirse con la suya en alguna empresa bizarra o fuera de lo común, sus disertaciones sobre los libros que acababa de leer, sus preguntas sobre círculos mágicos y eficacia mánica, por no hablar de los intentos de la pequeña para venderle cosas a un costo mayor y los subsecuentes regateos.
Con todo aquello en la cabeza aminorando de alguna forma su carga psicológica y emocional, Ferdinand llegó al templo, dejó que le cambiaran la ropa, verificó los documentos cómo tenía planeado y alistó algunos ingredientes para formular en su casa o en el castillo. Cambió algunos viales para protegerse y depurarse en caso necesario, luego se dispuso a dar algunas indicaciones a Zahm. Estaba por salir a encontrarse con la deliciosa cena y la discusión que lo entretendrían para el resto de la semana cuando fue llamado de inmediato al castillo.
—Zahm, ve a disculparme con la hermana Myneira. Temo que no podré asistir.
Las palabras le pesaron más de lo que habría esperado. Su asistente gris asintió, saliendo de inmediato en lo que él volvía a entrar a su habitación oculta para tomar un par de instrumentos que, sospechaba, iba a necesitar. Luego salió al balcón de su habitación y saltó formando su bestia alta con todo lo que necesitaría bien guardado en una bolsa de viaje.
.
—¡Justus, informe! —exigió apenas mirar a su asistente esperando por él en uno de los balcones del ala de Florencia.
—Ha recibido una dosis letal de venenos, milord. Al parecer estuvo consumiendo diferentes tipos de venenos durante las últimas dos semanas sin que nadie lo notara. Venenos especiales a los que el cuerpo no puede ser acostumbrado si se los ingiere con tanta frecuencia. Hoy, sin embargo…
Justus no pudo decirle nada más. Karstedt ya los había alcanzado. Estaba pálido y sudaba de forma notoria, además de estar teniendo problemas para controlar su respiración.
—¡Ferdinand, tienes que apurarte!
—Justus me estaba dando el informe. Lady Florencia fue envenenada.
—Lady Verónica aseguró que Lady Florencia debió haber atrapado alguna enfermedad de temporada. Incluso envió a dos de sus sanadores para que la revisaran en conjunto con el sanador particular de Lady Florencia. El Aub estaba complacido y preocupado, hasta hoy.
—¿Justus?
—Lady Florencia amaneció convulsionando en la cama, había espuma saliendo de su boca. Pude detectar al menos trece venenos diferentes, pero solo he identificado diez de ellos. Ya le administré los antídotos correspondientes. Su fiebre ha bajado, también dejó de lanzar espuma por la boca, pero sigue teniendo convulsiones repentinas y es incapaz de hablar por el momento.
—Comprendo. ¿Su jureve?
—Listo para ser usado, milord. Los sanadores de Lady Verónica deseaban que la metieran de inmediato en cuanto comenzó a convulsionar. Leberetch fue quien detuvo a las asistentes y me mandó traer para ayudar al sanador de Lady Florencia a revisarla. El hombre tiene poco conocimiento de venenos, así que solo detectó uno causado por comer cierta mezcla de condimentos en su comida.
—¿Qué hay de mi hermano?
—Está en el cuarto de su esposa gritándoles a todos y llamándoles la atención —respondió Karstedt ahora. Nunca lo había visto más asustado o furioso.
Ferdinand asintió de inmediato. Era justo lo que esperaba que sucediera. Su esperanza. Ahora faltaba ver si Leberetch haría su parte o no.
—Justus, voy a necesitar que te asegures de que el jureve es seguro en lo que la reviso y…
Apenas llegar al pasillo que daba a la recámara de Lady Florencia se notaba el más absoluto caos ahí. Asistentes corriendo de un lado al otro llevando mantas, paños y viales. Guardias apostados en todas las puertas y bloqueando el paso a ciertos sirvientes sin dejar de gritarles por no estar autorizados a pasar. Lo más sobresaliente era la voz de su hermano insultando cómo si se tratara de un plebeyo pendenciero de la zona sur. No era algo especialmente importante, solo algo curioso de lo que Ferdinand tomó nota de inmediato.
—¡Aub, Lord Ferdinand está aquí!
—¡Gracias a los dioses que mi hermano no es un maldito inepto o un estúpido! ¡Oren para que pueda curar a mi esposa o me encargaré personalmente de entregarles sus piedras fey a sus familias! ¡Todos fuera, ahora!
Los recién llegados entraron y se mantuvieron a un lado de la puerta de inmediato. El pequeño ejército de asistentes y sanadores que pululaban entre el mobiliario femenino no tardaron en salir de ahí en tropel, pálidos y con rostros cargados de preocupación. Algunos incluso tenían problemas para respirar y al menos dos parecían al borde del colapso, todo debido al maná que su hermano acababa de liberar en medio de su angustia y su enojo.
Leberetch y una asistente de edad avanzada eran los únicos que permanecían ahí. Ferdinand estaba seguro de que era la misma mujer que acompañó a Florencia desde Freblentag luego de su unión estelar.
—¡Ferdinand, por favor, sálvala! Tu erudito dice que Florencia está envenenada. Su sanador dijo que solo era una intoxicación alimentaria, pero…
—Justus ya me ha puesto al tanto, Aub, no se preocupe. De momento harías bien en revisar la habitación oculta de Florencia junto con Leberetch, por si hay alguna evidencia de con qué fue envenenada o quien lo hizo. Justus y la asistente principal de tu esposa son todo el apoyo que necesito para examinarla.
—Gracias, pero no quiero dejarla y…
—¡Sylvester, escúchame y ve con Leberetch ahora!
Su hermano cerró la boca de inmediato, lanzó una breve mirada ansiosa a la cama cerrada y asintió, retirándose junto con Leberetch por la puerta oculta a un lado del escritorio de Florencia.
Cuando la asistente principal corrió el dosel y le permitió observarla se preocupó bastante. El olor era terrible ahí dentro. La piel de Florencia estaba pálida y pegajosa. Sus pupilas no respondían. Su pulso era errático. Había rastros de diversos venenos bajo las uñas, en las raíces de su cabello e incluso en las encías, justo entre sus dientes. Sin olvidar que la mujer, más que convulsionar, temblaba y emitía un sonido extraño y horrible.
Le tomó un rato examinar todo con rapidez. En efecto, había doce venenos y al menos tres afrodisiacos ahí, mezclados en diferentes dosis, algunos ya contrarrestados, otros actuando de manera extraña por la forma en que parecían mezclarse y reactivarse entre sí.
—Justus, ¿el jureve?
—Contaminado, milord. No tengo idea de qué compuesto es, pero le han colocado algo que no debería estar ahí.
Un rápido examen y constató lo que ya sabía. Más veneno. Uno que conocía, al menos, y que no habría imaginado que alguien se atreviera a colocar en un jureve.
—¿Tenemos un poco del jureve original?
La asistente se apresuró a entregarle un vial que colgaba de su cadera antes de ir corriendo al escritorio de Florencia, activar un mecanismo secreto y sacar algunos viales más.
Revisó el primero, constatando que estaba limpio y administrándolo de inmediato en ojos, nariz, oídos y luego forzando a Florencia a beberlo.
Necesitaba tiempo para crear un antídoto. Se apresuró con los materiales que Justus había dejado al cuidado de la única otra mujer en la habitación, terminando en tiempo record y probando de inmediato en una de las muestras de veneno de Florencia.
No estaba seguro de la dosis necesaria así que le administró la mitad de un vial, observando cómo los ojos de Florencia, que se habían estado moviendo en espasmos cada vez más rápidos, comenzaban a moverse más despacio. Preparó un poco más y empapó un trapo con él, entregándoselo a la asistente.
—Pásele esto por todo el cuerpo. Que no quede ni un solo rincón sin frotar. Luego habrá que administrarle más jureve de esta misma forma. Por favor, avíseme apenas termine de administrarle ambos. Debo verificar sus canales de maná.
—¡Por supuesto, milord!
Ferdinand se apresuró entonces a sacar el resto de los aditamentos que llevaba dentro de su bolsa, sacando el tapete de examinación que solía utilizar con Myneira para colocarlo en a un lado de la cama. Luego siguió preparando un poco más de antídoto, auxiliado por Karstedt.
La asistente acababa de asomarse cuando Sylvester salió de la habitación oculta de su esposa, furioso a rabiar y teniendo serios problemas para controlar su maná, según podía observar Ferdinand.
—¿Cómo está mi esposa?
—Llegas a tiempo para observar la examinación de sus conductos de maná. Ya le he administrado un antídoto. Parece estar funcionando. ¿Me ayudarías a colocar a tu esposa aquí, por favor?
Sylvester no dijo nada, solo apretó la mandíbula y se apresuró a obedecer sin quitarle los ojos de encima a su esposa en ningún momento.
Ferdinand activó el tapete y observó a consciencia.
El veneno, el que estaba atacando los circuitos mánicos, estaba desapareciendo, contrarrestado por el antídoto y el jureve a una velocidad adecuada. Ferdinand ubicó de inmediato algunos pocos cúmulos de maná aquí y allá hasta comenzar a examinar las piernas de Florencia. No le gustaba. No solo tenía algunos cúmulos de maná, los circuitos se notaban tan delgados… algunos, los que deberían ser los más finos, no estaban ahí. Era como si alguien los hubiera borrado.
—¿Qué pasa, Ferdinand? ¿Cómo está mi esposa? ¡HABLA!
Ferdinand suspiró, se frotó la cara un momento y, de algún modo, se sintió menos culpable. Florencia no iba a morir, pero…
—El veneno está dando marcha atrás. Sería mejor si pudiéramos meterla en su jureve, sin embargo, ha sido comprometido. Solo quedan unos cuantos viales. No alcanzan para meterla y…
—¡Ferdinand!
—... Esto de aquí… tengo la impresión de que tu esposa no podrá volver a caminar ni a engendrar hijos. Sus circuitos de maná… ¿Sylvester?
—Dijiste que el veneno está dando marcha atrás. Veneno. No una intoxicación. Entonces no ha sido un accidente. ¿Es eso lo que me estás diciendo?
Controló sus gestos lo mejor que pudo. Asintió y miró a su hermano a los ojos, captando toda la rabia y el odio en esos ojos tan familiares.
—Al menos doce venenos diferentes y tres afrodisiacos. La combinación ha resultado ser casi letal. Aunado al veneno que Justus encontró en su jureve, estoy bastante seguro de que tu esposa habría perdido toda facultad para moverse y hablar. Lo lamento mucho, Sylvester. A pesar de mis esfuerzos…
—Lo entiendo y te lo agradezco. No te muevas de aquí, por favor. Asegúrate de que mi esposa sobrevive en la mejor condición posible. ¡Leberetch, Karstedt, conmigo!
Los observó salir. Escuchó a su hermano gritando que no quería a nadie en ese pasillo que no fuera aprobado por Ferdinand, luego un sin fin de pisadas y al último, un silencio abrumador.
Ferdinand revisó a Florencia un poco más. Le administró más del antídoto y más jureve con ayuda de la asistente, sin embargo, a pesar de notar cómo poco a poco sus síntomas iban desapareciendo y su maná comenzaba a tomar la ruta normal, también notó cómo los canales de maná en sus piernas y en algunos dedos de la mano desaparecían por completo.
Florencia jamás volvería a caminar y tendría serios problemas para escribir o comer. Era posible que necesitase de toda la ayuda de sus asistentes incluso para comer, pero de esto último no estaba del todo seguro, solo esperaba que Chaocipher recibiera su merecido de una vez.
.
El despacho del Aub jamás le había parecido tan lúgubre como en ese preciso momento.
Papeles reposaban en desorden junto con algunos libros de contabilidad. Al menos una mesita de luz seguía volteada con su contenido roto. El reposa pluma y la larga pluma ocre con que viera a su padre y luego a Sylvester firmar todo tipo de papelería estaba en el suelo también con una larga y gruesa mancha de tinta negra por el frente del enorme escritorio. Y encima de todo aquello, agachado en una actitud patética y dolorosa se encontraba su hermano, con el cabello desgreñado y el rostro oculto entre sus manos que reposaban sobre aquel desorden de papeles que latidos antes fueran dos sólidas pilas de documentos, revisados y por revisar.
Al menos el vaso con vize que Karstedt le sirvió a Sylvester seguía intacto al lado del hombre… a diferencia del suyo y el de Karstedt, a los que ya les faltaba una parte, ambos colgando al final de brazos cansados y lánguidos. Ninguno se dignó sentarse cuando Sylvester lo tiró todo, vociferando, corriendo a los pocos asistentes y eruditos pululando por ahí, dejándose caer y "morir" sobre su silla y luego el escritorio.
—Sylvester, hiciste lo que era necesario —se aventuró a decirle Karstedt en un susurro.
El aludido solo gruñó. Fue entonces que Ferdinand notó la espalda de su hermano, las leves y rápidas convulsiones que indicaban que el hombre estaba llorando en ese preciso momento, si era por furia, frustración o ambas cosas, el actual sacerdote no tenía forma de saberlo.
—La buena noticia es que el jureve que preparaste está funcionando. Florencia será depurada y curada gracias a ti —informó él, logrando que los ojos de su hermano se asomaran.
—Ferdinand tiene razón, Sylvester. Por una vez, me alegra que invocaras el invierno con Florencia de manera regular. Su cuerpo todavía tenía una parte considerable de tu color en ella.
Lo observó asentir, limpiar sus ojos y suspirar antes de dignarse a darles la cara, todavía agazapado sobre el escritorio, sin mucho ánimo de nada.
—Si… una verdadera bendición, ¿no?
El tono sarcástico no se le pasó inadvertido. Asintió a pesar de todo.
—Es solo… no puedo creer que ella, mi madre…
No tuvo que decir más, solo sacar el capullo blanco cómo marfil para mirarlo con angustia y dolor.
Mientras Ferdinand se quedaba atrás para sanar a Florencia y darle indicaciones a la asistente sobre los materiales que debería buscar en la habitación oculta, Sylvester irrumpió en el ala de su madre, la escuchó preguntar con angustia simulada por Florencia, diciendo con falsa preocupación que tendría que ir como primera dama para apoyar a Sylvester en la conferencia… haciendo enfurecer a Sylvester, quien acababa de mirar y escuchar el trato de Verónica a su esposa.
Sylvester debió obligar a su madre a entregarle su nombre de algún modo, Ferdinand no tenía idea de cómo porque ni Karstedt ni ninguno de los caballeros cercanos o asistentes dijo nada. Justus solo sabía que el aub entró a la habitación oculta con su madre y luego de salir de ahí, no solo tenía la piedra del nombre de ella, sino que ordenó vaciar la habitación, encerrar a Verónica en la Torre Blanca y colocar un guardia Leisegang y otro veronicano para cada ronda. Chaocipher salió de ahí pálida, lloriqueando y suplicando perdón mientras era llevada en vilo por la mano derecha de Karstedt y dos caballeros más.
—Todos esos nombres robados. Todas esas casas purgadas… ¡por mi propia madre!
Ferdinand siempre supo que la mujer debía manipular usando nombres, solo no esperaba que la cantidad fuera tal, que tuvieran que sacar al menos cuatro canastas llenas de piedras de nombre.
—Y tú, Ferdinand —dijo su hermano con una voz de disculpa y arrepentimiento imposibles de ignorar, los ojos rojos y llorosos ahora—… ¡perdóname, por favor! No pensé que ella… ¡Oh, dioses! ¿Cómo es que nuestro padre lo permitió?
Tuvo que dar un sorbo grande a ese líquido ardiente y ambarino que reposaba en su brazo, porque por más que hubiera deseado que lo protegieran de Verónica, hacia mucho que renunció a la fantasía de que el abuso de la mujer fuera reconocido… por alguien más que no fueran su séquito, o Myneira.
—Estoy bien, Sylvester. No debes preocuparte por…
—¡Es que no lo entiendes! Ella en verdad deseaba matarte… no podía hacerlo por alguna razón que ni ella comprende, así que optó por lastimarte tanto cómo pudiera… por despecho y por… ¡Incluso dudo de seguirla llamando madre!
—¿Sylvester? —preguntó Karstedt dejando su propio vaso en la charola de plata donde descansaba la vieja licorera de vidrio de su padre, apoyando una mano reconfortante en el hombro del Aub.
—Ella planeaba usarme para seguirse saliendo con la suya. Incluso estuvo consintiendo a Wilfried para que fuera incapaz de tomar decisiones sin que ella las aprobara primero… para que él me reemplazara en cuanto cumpliera los quince. ¡Karstedt, ¿solo éramos herramientas para ella?! ¡Y todo por una estúpida venganza!
Ferdinand se sentó al fin.
Chaocipher había sido desenmascarada. Su hermano veía ahora el temible monstruo que estuvo manejando la casa archiducal durante el reinado de su padre y lo que llevaban del reinado de Sylvester.
Quería señalarle que él nunca confió en ella. Que nadie se atrevió a defenderlo o a admitir que la mujer era un peligro… no lo hizo. No tenía idea de lo que debía estar sintiendo su hermano, aunque mirar el estado en que se encontraba era una pista enorme y demasiado obvia.
Prefirió dejarlo bañarse en su pena un poco más en lo que él mismo giraba lo que quedaba de vize en su vaso para observar el resplandor de la lámpara reflejándose en el líquido.
Sylvester hizo un ruido cuando pareció estar listo. Ferdinand levantó entonces el rostro, encontrando a su hermano bebiendo hasta la última gota de su vazo antes de azotarlo con tanta fuerza en el escritorio que era un milagro que no estuviera hecho añicos.
—Bueno, ya me encargaré de ella después. ¿Cuándo crees que despierte Florencia?
Ferdinand sonrió. Era más fácil lidiar con la preocupación de su hermano por Florencia que lidiar con su culpa por ser negligentes con él.
—No estoy seguro, pero quizás un par de semanas. Te avisaré si muestra signos de despertar.
—Te lo voy a agradecer mucho. Mientras tanto… Karstedt, ¿crees que Elvira pueda acompañarme en calidad de representante de Florencia?
—Le diré… ¿cuál será el pretexto que daremos para su ausencia?
—Diremos… diremos que está enferma y que no pudo asistir. Si los demás piensan que ha recibido de nuevo la carga de Geduld o no, es irrelevante. En cuanto a… Verónica… diremos que se encuentra incapacitada para salir de sus aposentos. Karstedt, necesito que selecciones al personal que va a acompañarnos. Necesito personal que mantenga silencio si cualquiera intenta conseguir más detalles.
—¡Por supuesto, Aub!
—Y, Ferdinand…
Los ojos de Sylvester se abrieron demasiado cuando se posaron en Ferdinand, recorriéndolo de cabeza a pies, haciéndolo temblar por un latido o menos. Al parecer, su hermano no lo había visto realmente en medio del caos creado por Verónica y por las mismas maquinaciones de Ferdinand.
—¡Oh, dioses! —se quejó su hermano agachando la mirada, ocultando sus ojos en una mano en tanto alargaba con timidez la otra para que Karstedt le sirviera un poco más de vize que no tardó nada en tragar—. En verdad lamento mucho… todo lo que te hemos hecho.
—No pienses más en ello, Sylvester. Estoy aquí para apoyarte, ¿recuerdas? Dime lo que deseas y veré que se haga.
Su hermano pareció tener algunos problemas para hablar o mirarlo de nuevo, cuando al fin lo hizo parecía más resuelto.
—¿Quién se está haciendo cargo del Templo?
—¿Quién crees? —preguntó entre sarcástico y divertido, acomodándose menos erguido para que su hermano pudiera relajarse.
Debió funcionar porque Sylvester pasó de la incredulidad a una enorme carcajada que intentó suprimir al cubrir su cara por un momento, luego se enderezó, bebiendo un poco más y tranquilizando a Karstedt lo suficiente para que el hombre pudiera sentarse en la silla al lado de la de Ferdinand.
—No puedo creer que hablara en serio. Debes haberla entrenado con mano de hierro, ¿no?
—Te sorprenderías —suspiró Ferdinand llevando su vaso a los labios, sorprendiéndose de encontrarlo vacío, aceptando de buen grado cuando Karstedt le acercó la botella con la risa de Sylvester de fondo.
—Esa pequeña debe haber sido enviada por Verdräos. ¿Crees que resista dos semanas más?
—Lo hará. Heidemarie y Lamprecht están apoyándola. Me parece que hay un niño archinoble que debería estarse mudando al templo para servirla en un par de días, así que no te preocupes. Ella estará bien. Mantendrá a todos en el Templo en cintura.
—… sigo lamentando mucho todos los problemas que te he causado, Ferdinand. Espero que puedas perdonarme y… que limpies este desastre que acabo de armar.
—Lo hará Justus, no te preocupes.
Karstedt y Sylvester comenzaron a reír. El ambiente parecía más tranquilo que un rato atrás. Ferdinand pudo relajarse un poco.
—¿Algo más que necesites de mí?
—Si, toma de vuelta el puesto de Lord Comandante. Kastedte ya tiene las manos llenas jugando a ser mi niñera.
—¿Así que lo sabías? —se quejó el aludido en broma. Sylvester solo asintió y levantó su vaso para que los tres bebieran de nuevo.
—Si es tu deseo que vuelva a la sociedad noble…
—Sacarte de ella es un error que puedo remediar. ¿Crees que podrás? Te devolveré a la nobleza antes de la ceremonia de enlaces estelares para que puedas buscar una prometida adecuada… si es que encuentras a una que te aguante.
—Gracias — 'Pero preferiría no tener nada que ver con mujeres' pensó Ferdinand llevando el vaso a sus labios para no hablar, ocasionando algunas risas extras de parte de su primo y su hermano.
—Tienes razón, tienes razón. Simularemos que buscas, aunque solo estés esperando.
—¿Esperando?
—A mi dulce y tierna hermanita, Ferdinand —bromeó Karstedt de inmediato.
Más risas. Ferdinand solo los miró mal y bebió otro poco, levantándose en ese momento y dejando su vaso en la charola de donde había salido.
—Dado que ya no hay nada urgente y pasa de la octava, me retiro. Deberían hacer lo mismo, tenemos preparativos que hacer. Gracias.
Ferdinand salió entonces, alcanzando a escuchar que Sylvester le llamaba "Cobarde" con más alegría de la debida. Ferdinand solo pasó al ala de Florencia a recibir un reporte por parte de Leberetch, quien agradeció demasiado por los instrumentos de espionaje que esperaba mantener consigo. Ferdinand lo permitió. Luego se retiró a su finca junto con Justus a quien le dio un breve resumen de la conversación antes de pedirle que se presentara en el castillo a la primera o segunda campanada para limpiar el desorden en la oficina archiducal. Necesitaba estar al tanto de qué tipo de problemas le esperaban en ese despacho y prepararse de manera adecuada.
Chapter 33: Ohana significa familia
Chapter Text
–Myneira, ¿de verdad no puedes quedarte aquí con tu abuela las próximas dos semanas?
Era hora de volver al Templo para que el abuelo Bonifatius se dirigiera al Castillo, dónde pasaría la noche antes de viajar a la Conferencia de Archiduques con el Aub.
Los cambios de esa última semana fueron tan sutiles fuera del Castillo y el Templo que, si Heidemarie no le hubiera comentado las nuevas compartidas por Eckhart, ella no estaría enterada de que Lady Verónica se encontraba en una especie de prisión succionadora de maná, la esposa de Sylvester dormida en un jureve y que por esa razón la abuela Elvira viajaría cómo representante de la primera dama.
–Le prometí a Ferdinand y al Aub que me haría cargo del Templo estas dos semanas. No puedo dejar a los azules sin supervisión, en especial con el chico nuevo que acaba de entrar.
No supo cómo suprimió su necesidad de hacer una mueca de disgusto y desesperación. Tal como su hermana le advirtió, ese niño pelirrojo e intenso, ahora conocido como el hermano Hartmuth, se mudó al Templo, hizo el juramento y tomó los hábitos tras conseguir la misma concesión que tenía ella.
Servir en el Templo sin perder su título de nobleza o su rango.
–Pero ¿quién cuidará de tu abuela mientras yo no estoy?
Casi se ríe del comentario. Era más que consciente de sus limitaciones físicas… demasiado consciente en realidad. La sensación de ser demasiado baja para todo era una constante a la que no lograba acostumbrarse, menos si recordaba tener el tamaño de una adulta nipona normal en sus sueños cada tantas noches.
–Bonifatius, deja de molestar a Myneira. ¿Cómo crees que va a caer con tu cuento de "cuidarme"? No es tan inocente cómo nuestros otros nietos.
El viejo caballero hizo una mueca de enfado, seguida de una especie de puchero extraño y Myneira dejó escapar una risilla antes de levantar los brazos para ser cargada, correspondiendo de inmediato el abrazo cuidadoso del cuál era víctima ahora.
–Heidemarie y yo estaremos viniendo con los tíos Lamprecht y Cornelius dos días cada semana, abuelo. Por favor, haz un buen trabajo guiando al Aub, después de todo, le dije que serías un maestro increíble y confiable.
Ambos se separaron un poco y notó con dulzura las mejillas cambiando a un tono sonrosado en tanto el gesto de Bonifatius mostraba cuán halagado se sentía, incapaz de negar nada. El rostro de un abuelo amoroso que ha sido felicitado por sus nietos y ha escuchado cuánto confían en él por algo importante.
–Bien, bien, tú ganas, Myneira. Cuídate mucho y recuerda acompañar a tu abuela a recogerme cuando sea hora de volver. Enviaré un aviso con el tiempo suficiente para que puedan estar en el castillo.
–¡Por supuesto! ¡Nada me hará más feliz que estar ahí con la abuela Hermelinda para darte la bienvenida de vuelta al ducado!
El hombre sonrió cómo un bobo antes de abrazarla una última vez, arrodillarse todavía con ella en brazos frente a la silla de ruedas mánica y adelantar su cuerpo para juntar su frente a la de su esposa, tomándole la mano en un gesto de lo más afectuoso.
–También cuídate, Hermelinda. No te atrevas a buscar a Kasandra sin mí.
–Puedes estar seguro, mi Dios Oscuro, que el día que suba la imponente escalera para reencontrarme con mi vieja amiga, vas a estar sosteniendo mi mano cómo hiciste con ella.
Myneira los observó mirarse a los ojos, darse un apretón de manos algo más largo de lo normal, sonrojarse un poco y luego soltarse cómo si nada hubiera pasado.
'¿Habrán intercambiado maná?' se preguntó de inmediato, mirándolos a ambos con curiosidad antes de aceptar la ayuda de ambos para bajar de la rodilla del caballero, quien se paró de inmediato, viéndose algo más joven en su ropa de noble.
–Heidemarie, cuida mucho de todos aquí, por favor. Contáctame si es necesario.
–Lo haré, abuelo –respondió Heidemarie cruzándose de brazos y agachando un poco la cabeza–. Gracias por la confianza.
–Lamprecht es demasiado joven para confiarle a las mujeres de la familia. Eckhart estará en el castillo y Karstedt en la Soberanía conmigo. Puedo irme tranquilo sabiendo que la persona que pudo proteger a Myneira con tan pocos recursos a una edad tan temprana es quien se quedará al mando.
Su hermana sonrió divertida y asintió, aceptando el cumplido de un modo tan impecable, que Lady Elvira estaría orgullosa y encantada.
Pronto el hombretón subió a su bestia alta y partió seguido de su diminuta escolta de dos caballeros, el resto de los hombres a su servicio se quedarían en la finca, de ahí su insistencia todo el fin de semana de que Myneira permaneciera en la propiedad.
–Myneira, Heidemarie, ¿les gustaría cenar conmigo antes de regresar al Templo?
–Será un placer –respondieron al unísono, luego de lo cual ingresaron a la mansión donde fueron escoltadas por Lamprecht y Cornelius cuando pasaron por la puerta y Hermelinda les dijo a sus nietos que podían dejar su rol de guardianes con una sonrisita divertida.
Myneira podía entenderlo. Ambos eran niños, no creía que pudieran hacer mucho contra un atacante, de todos modos se tomaban muy en serio los roles de guardianes cuando se les permitía adoptarlos.
–Abuela, ¿de verdad tengo que permanecer aquí contigo esta noche? ¿No puedo ir al Templo con mi hermano, Myneira y Heidemarie?
Cornelius estaba haciendo un puchero adorable mientras se acomodaban en el comedor. A diferencia de Myneira, el niño de cabellos verdes no necesitaba ayuda alguna para alcanzar las sillas de la mesa.
–¿Me dejarás sola, querido? Pensé que contaría al menos contigo para no estar sola.
Los asistentes comenzaron a servirles la cena y Cornelius hizo un pequeño puchero, avergonzado e indeciso, cómo si le acabaran de poner un problema demasiado complicado de resolver. Era enternecedor al grado de derretir el corazón de Myneira y el de Hermelinda.
–¿Sería solo esta noche, Cornelius?
Esa simple frase le devolvió al niño su enorme sonrisa y el brillo a sus ojos, provocando que las tres féminas en el comedor soltaran discretas risitas divertidas.
–¡Por supuesto! Me gustaría conocer el Templo donde mis hermanos y Myneira pasan tanto tiempo. Prometo volver aquí contigo… ahm… bueno… quizás a la…
–Abuela Linda, ¿podría el tío Cornelius quedarse en el Templo hasta la quinta campanada de mañana? Le daría el tiempo suficiente para conocer el templo y saber qué hacemos. Hasta podría ayudarme a revisar una de las clases de letras de los huérfanos.
Cornelius no tardó nada en asentir con entusiasmo, poniendo una cara de súplica imposible de pasar por alto que le robó un suspiro de pena y cansancio a Lamprecht pero que hizo sonreír todavía más a Hermelinda.
–¿Estás muy preocupado por Myneira, Cornelius?
El niño se sonrojó de inmediato, tensándose y desviando la mirada sin dejar de mostrar ahora una sonrisa de lo más forzada en tanto la abuela de todos sonreía más, divertida por poder molestar un poco al más joven de sus nietos.
–Bueno, si… digo, hace unos meses la escolté a la sala de libros de la casa y ella, se desmayó. Es tan frágil y debe quedarse al frente de TODO EL TEMPLO… y ahora Harmuth está ahí también… me preocupa… un poco.
Myneira miró a su hermana y a su abuela/madre con una sonrisa enternecida, y las tres parecieron concordar entonces.
–Muy bien, Cornelius. Tienes mi permiso para ir, pero debes volver aquí apenas suene la quinta campanada, ¿de acuerdo? Si tus padres no te dieron el permiso para ir al Templo, temo que no tengo el poder para darte dicho permiso… solo para dejarte dar un pequeño vistazo y visitar a tu hermano mayor.
La mujer guiñó el ojo y Cornelius agradeció feliz, sin dejar de comer a partir de ahí.
Para cuando volvieron al templo estaba tan cansada, que en verdad estaba tentada a irse directo a la cama. No era para menos. El día resultó ser uno bastante complicado a pesar de estar en casa de Bonifatius desde el día anterior.
Si bien se relajó un poco, no dejó de enviar cartas mágicas cada media campanada para solicitar informes de la sala de visión, relajándose apenas recibir el informe de que todo estaba bien y tranquilo en la ciudad baja. Cuando Heidemarie intentó convencerla de enviar menos mensajes, Myneira contra atacó con que no podía ser sospechoso que intercambiara correspondencia con el Templo cuando ni ella ni Ferdinand estaban ahí. Resultó que estar al pendiente de un lugar lejano podía ser más estresante que resolver cualquier eventualidad en el lugar en cuestión… y todavía más estresante cuándo era necesario recurrir a un intermediario, Fran, en este caso.
–Hermana, ¿podrían tú y Lamprecht mostrar a Cornelius dónde va a cenar y dormir el día de hoy?
–Por supuesto, Myneira.
–Luca, por favor prepara una cama en la habitación de hombres para mi tío Cornelius. Si es posible que le consigan túnicas azules prestadas para que pueda estar en el templo el día de mañana estaría en verdad muy agradecida.
–¡Cómo ordene, Suma Sacerdotisa!
Estaba por dar otra indicación cuando Fran se agachó, susurrándole algo que la hizo cambiar de opinión de su súplica de ir corriendo a la ahora denominada Sala de Visión a verificar que la gente de la ciudad baja estaba bien.
–Si me disculpan, parece que debo atender algo en el despacho del Sumo Obispo. No tardaré demasiado.
Heidemarie parecía a punto de reclamar, sin embargo, ella fue más rápida, dejándola a cargo de Lamprecht, Cornelius y los grises en la habitación de la Directora del Orfanato.
.
La última vez que se sintió así, fue cuando Akane le informó que Shuu acababa de morir.
Era una noche fría de inicios de primavera. Estaba por acostarse a dormir, charlando con Tetsuo, bromeando sobre algunas de las travesuras de sus nietos cuando la llamada entró a su celular y el mundo se le vino abajo una tercera vez.
Fue una muerte inesperada.
No esperaba la muerte de su padre, pero de esa no tenía recuerdos, solo sabía que ese evento fue el detonante de su obsesión con los libros, que la mantenían unida a él. La muerte de su madre fue una muerte largamente anunciada con un luto que inició antes de que el corazón de la mujer que la gestó y educó con tanto amor se detuviera. En realidad, era algo que ya esperaban y a lo que tuvieron tiempo de resignarse, el cáncer puede ser así… la muerte de Shuu fue algo más rápida. Su amigo tenía algunos problemas en el hígado y los riñones, motivo por el cual lo ingresaron una semana al hospital. A pesar del estrés de saber que su amigo estaba enfermo, su muerte la tomó por sorpresa.
Esa lejana noche de marzo, Urano lloró en los brazos de Tetsuo, con su marido guardando silencio mientras ella sollozaba entre sus brazos, incrédula y necesitando afecto ahora que sabía que el hombre que fue cómo su hermano ya no volvería a hacerles bromas, a aparecerse por sorpresa en la propiedad ni a hacerle llamadas desde lugares curiosos.
Este abrazo en la habitación oculta de Ferdinand se sentía similar. No había muerto nadie cercano a ella esta vez, aun así, necesitaba ese contacto con tanta necesidad cómo una vida atrás.
–¿Estás bien? –escuchó la voz tenora del mocoso reverberando al lado de su oído y por todo su pecho.
Ferdinand debía haberse estirado otra vez, era tan grande que aun si extendía sus brazos por completo no podía abarcarlo, forzándola a colgarse del cuello del adolescente al que había echado de menos por más de un mes.
–Si, solo… ¿puedes abrazarme un poco más fuerte, por favor?
–Te vas a romper si hago eso.
La risa se le escapó y el pecho se le aligeró de alguna manera. De pronto se sentía calmada y tranquila. Al fin, luego de todo lo que estuvo pasando y lo que no había sucedido de nuevo, teniéndola en vilo de día y de noche, sentía que podía relajarse.
–¡Ferdinand! –suspiró suplicante a pesar de la enorme sonrisa asomando entre sus mejillas mojadas.
–Bien, pero un solo quejido y te voy a bajar. Desvergonzada.
Myneira asintió, aferrándose más al cuello del muchacho y disfrutando de la presión extra sobre ella.
Olía a pociones. Sabía que Ferdinand no estuvo durmiendo bien, pero al menos no parecía desnutrido en modo alguno. También lo sintió relajarse casi de inmediato en cuanto entraron a la habitación y ella se le lanzó encima, hambrienta cómo estaba de un poco de contacto con él. Por alguna razón, los mejores abrazos seguían siendo los de Ferdinand y por alguna otra razón, su pequeño cuerpo necesitaba mucho más contacto físico con las personas que le preocupaban que su cuerpo anterior.
Cómo Urano podía pasar meses sin tocar a nadie en absoluto… salvo por Tetsuo cuando se enamoró de él, aun así, su necesidad de contacto no era ni de cerca tan voraz cómo el que sentía ahora.
–Por cierto, estoy mejor ahora que puedo verte. ¿Tú estás bien? Puedo notar que has estado tomando las horribles pociones de descanso.
Lo sintió tensarse apenas un par de segundos, luego relajarse con uno de esos suspiros cansados que producía para ella con regularidad antes de embarcarse en su pequeño complot para liberarlo de Lady Verónica.
–Las "horribles pociones" son un mal necesario si quiero estar lúcido y alerta.
–Al menos has estado comiendo de manera regular… incluso parece que has estado ejercitando, tal vez esa sea la razón de que te estiraras.
Tensión. Relajamiento. Ferdinand debió voltear el rostro y ocultarlo en una de sus manos sin dejar de aferrarla con la otra, haciéndola sonreír.
–Pervertida –lo escuchó susurrando, dejando que la risa escapara de ella aun si eso significaba el fin de su abrazo.
Para su sorpresa el abrazo no se cortó, solo se relajó un poco.
–Y a pesar de ello, parece que me extrañaste tanto cómo yo a ti. Espero que no te hayas puesto en peligro estos días fuera del Templo, Ferdinand. No tengo manera de protegerte allá afuera, cómo bien me señalaste la última vez que pudimos hablar.
–¿Disculpa? –sonaba ofendido y… divertido. Que comenzara a peinarle el cabello en lugar de quitársela de encima solo la confundió un poco más–. Yo podría decirte lo mismo sobre ponerte en peligro, y hasta donde recuerdo, te estaba advirtiendo de tu incapacidad para protegerte a ti misma allá afuera.
No pudo detener la carcajada estallando o su impulso de ocultar su rostro en el hombro de Ferdinand un poco más apenas tomó aire para reír a pierna suelta.
Lo extrañaba. Él era… como Shuu, suponía. No eran familia sanguínea o legal, sus intereses ni siquiera parecían coincidir en ocasiones, y sin embargo ya era una parte importante de las personas que le importaban.
Cuando se calmó decidió que había tenido suficiente de abrazos y se separó despacio, mirándolo sin dejar de sonreírle para que supiera lo feliz que le hacía verlo ahí, a salvo y en una mejor condición de la esperada.
–¿Cómo ha ido todo con los nobles? Heidemarie y la abuela Linda me han dicho muy poco. La abuela Elvira tampoco me dijo mucho al respecto, solo que tenga cuidado porque habrá grandes cambios. Ni siquiera me permitieron abrir el restaurante para nobles cómo tenía planeado, ¿sabes?
–Están protegiéndote. Es natural que no te permitieran abrir tu restaurante todavía, sin olvidar que no necesitas saber todos los detalles de lo que está pasando.
Poco le importó lo infantil que debía verse con las mejillas infladas, el ceño fruncido, la boca en puchero y los brazos cruzados. Incluso se volteó ofendida cuando el mocoso dejó escapar un sonido raro y estrangulado que tenía que ser una risa casi contenida.
–¡No soy TAN joven cómo parezco! –reclamó de un modo demasiado infantil… tampoco le importó.
–Lo sé. Heidemarie también lo sabe y de todas maneras, estamos tratando de protegerte.
–Si, bueno. No inicie todo esto para protegerme a mí misma.
–¡Oh! ¿Es así?
Se enfadó en serio ante la pregunta un poco incrédula y carente de seriedad. Miró a Ferdinand a los ojos e incluso dejó escapar un poco de su maná para que el chico entendiera que hablaba en serio.
–Empecé todo esto para que esa malvada mujer pagara por TODO lo que te ha hecho, Ferdinand. ¿Envenenamientos? ¿Abuso físico? ¿Abuso verbal? ¿Abuso emocional y psicológico? Sé que le hizo daño también a otras personas, pero no pienso perdonar a nadie que se meta con niños inocentes… o que lastimen a las personas que me importan.
–¿De dónde…?
–Sé que estás aquí en el Templo porque esa malvada mujer no dejaba de decir que eras un peligro. Sylvester no tenía idea de cómo lidiar con ella para mantenerte a salvo, así que te mandó aquí… él me lo dijo, estaba preocupado. Él puede tener todos los problemas del mundo al no saber cómo lidiar con la censurable conducta de su madre, pero yo sí sé cómo lidiar con ella. Por eso hice lo que pude para abrirle los ojos a tu hermano. Por eso empecé toda esta campaña para que esa arrogante, vanidosa, estúpida, egocéntrica, narcisista y mal portada Chaocipher viera cómo se le cerraban todas las puertas y pagara ante la ley. Si el veredicto es encerrarla y usar su maná para fertilizar la tierra lo que le quede de vida, ¡perfecto! Si el veredicto es matarla, entonces bien también.
–... ¿Sigues tan molesta porque atacó a tu familia?
–No solo por eso. Había algo distinto en ti cuando eras Lord Comandante, ¿sabes? Algo que te arrebataron cuando te enviaron aquí… y la responsable es ella. Solo pensé que era hora de que alguien hiciera algo al respecto. Y antes de que me llames la atención por actuar de manera "irreflexiva" o alguna idiotez como esa, Ferdinand, ya llevaba tiempo considerando qué podía hacer. Sabía que habría consecuencias… solo, no esperaba que dolieran tanto.
–Debiste dejar las cosas como estaban entonces. No valgo tanto.
Eso la enfureció. Se arrodilló y enderezó para tomarlo de las mejillas y pellizcarlo cómo hacía él cuando la regañaba o estaba molesto con ella, luego tomó aire para asegurarse de que sus palabras salían fuerte y claro.
–¡Pero lo vales, Ferdinand! No importa cuántas veces te lo repita, pareces no poder creerlo y eso también es culpa de ella y de que nadie le pusiera un alto para protegerte. Así que lo voy a poner de un modo distinto. ¡No perdonaré a nadie que lastime a mi familia, nunca, y eso te incluye, Ferdinand!
Lo observó con atención. Cómo empezaba a desestimar sus palabras al principio. Cómo aceptaba su lado protector… y cómo se sorprendía por ser incluido.
Lo observó tener un error de procesamiento y luego comenzar a regresar, mirándola de un modo extraño e incrédulo. Decidió que ese era el mejor momento para bajar de su regazo y salir. Era tarde y él necesitaba descansar. Ambos necesitaban descansar.
A pesar de todo, se detuvo en la puerta, con la mano estirada para tomar la manija, girando el rostro para verlo todavía en shock, tratando de aceptar sus palabras.
–Eres importante para mí, Ferdinand. Así que sí, voy a protegerte a ti también con todas mis fuerzas, cueste lo que me cueste. Porque la familia está ahí para protegernos y vernos crecer. Quiero verte crecer. Quiero ver hasta dónde eres capaz de llegar con esa mente brillante y ese instinto de protección. Y también quiero que vayas a dormir, después de todo, sigues en crecimiento todavía, así que sé un niño bueno y duerme, aunque sea esta noche. Nada de pociones, por favor. Espero que nos veamos mañana, y si de nuevo no es posible… cuídate mucho, Ferdinand. Recuerda que no soy la única persona en este mundo que se preocupa por ti.
Luego de eso salió de la habitación, cerró la puerta y le dio indicaciones a Zahm de avisarle al día siguiente si Ferdinand salió de su habitación oculta o si durmió.
Tal y como suponía, no lo vio al día siguiente, aunque se alegró bastante de encontrar un reporte de que el hombre durmió la noche entera.
Chapter 34: Memoriza ese Cielo Azul
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
–¿Con qué así es cómo viven los plebeyos de la zona sur?
Myneira sonrió a su hermana mayor, observando junto con ella las imágenes de su vieja casa, de la compañía Gilberta, el edificio del gremio y el taller donde su madre trabajaba.
–Si, esa parte de ahí y esa otra son de la zona sur. Esta que estoy por priorizar es de la zona central.
Justo en ese momento estaban observando a Benno entregando un par de cuadernillos delgados a Tuuri y a Ralph, dándoles indicaciones sobre qué partes eran más importantes. Al parecer, el hombre había creado un instructivo guía para que Effa pudiera estudiar para su examen, ahora que estaban comenzando a solicitar que las personas fueran capaces de leer cierta cantidad de palabras para poner talleres propios.
–Es una lástima que no esté más aseado, a pesar de todo, extraño ir a verlos. Me encantaría apoyar a mamá y cargar a Kamil.
Heidemarie asintió mientras ambas observaban a los dos niños salir de la imagen. Deberían estar saliendo ellas mismas del cuarto de visión, solo que Myneira insistió en quedarse un poco más, al menos hasta constatar que su hermana y Ralph volvían a casa. Por esa razón ambas vieron el momento en que Lutz se despedía de todos en la compañía Gilberta, mirando directo a la "cámara" y asintiendo con una sonrisa, para luego alejarse igual que su hermano mayor y la hermana de Myne.
–¿Qué fue eso?
–Lutz sabe desde dónde lo estoy observando. Conoce varios de los puntos, pero no todos. Parece que le insistió mucho al señor Justus para comprender cómo supimos que necesitaban ayuda.
Ambas estaban comentando al respecto, listas para levantarse cuando notaron a la señora Effa llegando a casa con Kamil en brazos.
Ambos sonriendo.
Luego vieron a Tuuri y Ralph, tomados todavía de la mano y llegando a la puerta de la diminuta casa donde se demoraron conversando un poco más antes de que el chico le regalara una enorme sonrisa a Tuuri y volviera a bajar al trote, permitiendo que Tuuri entrara a casa con el cuadernillo en mano sin dejar de sonreír.
–Parece que tienes un cuñado asegurado.
–¿Quién? ¿Ralph? –preguntó la pequeña, recibiendo una afirmación y una sonrisita divertida de parte de Heidemarie–. Supongo que no estaría mal. Recuerdo que él siempre ha sido protector con Tuuri. Espero que se siga esforzando cómo hasta ahora. Mi preciosa Tuuri no puede quedarse con cualquiera, en especial cuando logren mudarse a la zona norte.
Se sentía orgullosa y feliz de su hermana.
Heidemarie comenzó a reír divertida y Myneira se puso en pie, observando a la mayor de ambas poniéndose también de pie, a su lado.
–Esperemos que Tuuri y tú se queden con hombres que valgan mucho la pena, entonces.
–Me gustaría decir lo mismo de ti, hermana, pero te me has adelantado. Así que, en su lugar, espero que Eckhart esté siendo un MUY buen esposo contigo o veré el modo de desquitarme por ti.
Heidemarie comenzó a reírse un poco más fuerte ahora, cubriendo su boca con un pañuelo para amortiguar un poco el sonido, deteniéndose a tiempo para que ambas salieran y dieran las gracias al gris en turno de vigilar a los plebeyos.
–No tienes que preocuparte, yo sola puedo meter a Eckhart en cintura.
Myneira asintió, sintiéndose orgullosa de alguna forma y caminando con su hermana, dándole un vistazo más y sonriendo. Heidemarie se veía preciosa con la ropa de las doncellas azules.
–Hablando de Eckhart, ¿ha dicho algo de que estés viviendo aquí?
–No mucho –contestó su hermana, mostrando un leve sonrojo y una sonrisa soñadora.
–¡Oh! –exclamó Myneira captando de pronto por qué su hermana insistía en volver a casa cada dos noches con las ropas del templo todavía encima.
Lamprecht comenzó a escoltarlas apenas salieron. Fran las guio a la pequeña mesa en la habitación y a dar un reporte rápido sobre todas las tablillas y folders con papeles que acababan de llegar.
La máquina de coser era casi un hecho. Los colchones con resortes estaban listos, de hecho el de Myneira acababa de ser cambiado por uno de estos para que la niña pudiera probar su efectividad. Un par de telas con las nuevas… antiguas, técnicas de teñido fueron obsequiadas por el gremio de tintoreros y se encontraban desplegadas para ella con Hanna comentando sobre los patrones únicos en ellas, por último, la comida fue servida y Fran le comentó que toda fue cocinada en las nuevas ollas y sartenes de acero inoxidable en un tiempo menor al usual.
Estaba feliz.
–¿Alguna noticia sobre las importaciones de Ahrsenbach?
–Tal y cómo solicitó, los comerciantes han subido tanto el coste que es casi imposible para la mayoría de los nobles comprarlas. El jefe Gustav incluso envió una nota al respecto, mi lady.
–¿Puedes dármela cuando terminemos de comer, Fran?
–¡Por supuesto, Suma Sacerdotisa! Por último, aquí están los informes de la huerta y sobre el maná de los hermanos que han estado donando a los instrumentos divinos de manera constante. Es posible que encuentre interesantes estos últimos, mi lady.
Myneira los aceptó, mostrándole a Heidemarie los informes sobre el maná de los azules veronicanos en tanto Jenny y Wilma comenzaban a servirles a ambas el primer plato.
–¡Interesante, hermana! ¿Me permitirías formular un poco esta tarde? Me gustaría hacerles algunas pruebas, pero para ello requiero un par de herramientas de medición.
–¡Por supuesto, hermana!
–Por otro lado… me intriga esta máquina que mandaste hacer. ¿Es para coser, cierto?
–¡Así es! Si funciona cómo debe, entonces dará puntadas perfectas y reducirá el tiempo de costura en una cuarta u octava parte del tiempo. Crear ropa debería ser más sencillo. Es una pena que no recuerde cuál era el mecanismo para cambiar de línea recta a otras líneas de costura… espero que alguno de mis artesanos pueda dilucidar la solución a dicho problema, porque entonces, incluso podremos tener una máquina para bordado.
Heidemarie la miraba ahora con una sonrisa que la tenía un poco preocupada. Ambas comieron sus caldos de shumil, dejaron que les introdujeran el siguiente plato con la ensalada fresca de verduras y frutas de verano y Heidemarie activó la herramienta anti escuchas de rango específico que acababa de colocar en la mesa de forma delicada y elegante.
–¿No estarás pensando en hacer trampa con esa máquina para los bordados, o si?
–Bueno… admito que lo pensé… En serio lo estuve considerando hasta que recordé la sensación de los pañuelos bordados que me han estado obsequiando abuela Hermelinda, abuela Elvira y tú. Supongo que, si logro que alguien pueda modificar la máquina de coser para crear una máquina de bordar, esta podría usarse solo para bordados estéticos y no para bordados mágicos. Esos deberían seguirse haciendo a mano. La carga emocional en las puntadas no es algo que pueda imitarse con maquinaria.
Su hermana pareció aliviada en ese momento, retirando el aparato y continuando con su comida.
Para cuando terminaron de tomar el té, ambas dieron un último vistazo a todo el Templo para luego retirarse a bordar el tapete que tantos problemas estaba dando. Igual Myneira se sintió bastante animada cuando Heidemarie señaló que ya solo les faltaba menos de la mitad para terminar. Estaba resultando ser un trabajo muy duro, pero al menos podía ver el avance y sentirse muy orgullosa. Con la velocidad de bordado actual, deberían estar terminando ese encargo a finales del verano y, por lo tanto, deshaciéndose del mismo.
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–¡Harmuth, te he dicho que no les grites de esa manera a los azules!
–Pero, mi señora, ¡esos fastidiosos adeptos del caos no dejaban de mirarla hacia abajo! ¡es enervante que sean incapaces de notar su grandeza y…!
–¡No me importa! Sigue insultando a los azules o viendo menos a los grises y ordenaré que vuelvas a tu casa, ¿entendido?
El pelirrojo parecía a punto de llorar, luego a punto de llorar y sonreír con fascinación, después se cruzó de brazos y se arrodilló con una elegancia y una presteza que casi la marean por lo perfecto y profunda de esa reverencia que hablaba de sumisión absoluta, provocándole unas ganas terribles de vomitar.
–Si mi señora es tan magnánima, no tengo más opción que seguir su sagrado ejemplo. Ruego disculpe mi falta de dones por parte de Mestionora, tendré en cuenta su magnanimidad en el futuro.
'¿Es mi imaginación o acaba de insultarse a sí mismo?'
Lo miró un momento, luego hizo lo posible por disimular un suspiro de cansancio y verificó algo en su díptico en un intento curioso de disipar la incómoda atmósfera causada por el hijo menor de Otillie.
–Parece que debo ir a verificar las regletas que encargué.
–¿Deguen ta pu?
Se llevó una mano a la cara sin ser consciente de ello, pero sí de que acababa de decir una palabra en japonés… y Ferdinand no estaba ahí para auxiliarla.
Myneira sonrió con calma, respiró profundo e hizo una seña a Hartmuth para que se pusiera en pie de una vez y se acercara.
–Ahm… he creado un nuevo material para ayudar a los más pequeños a comprender con más facilidad cómo interactúan los números en las distintas operaciones matemáticas. He notado que para ellos es más fácil aprender abstracciones cuando pueden convertirlas en recuerdos de cosas tangibles…
–¿Así que de ahí el karuta de los dioses, la lotería de muebles, la de partes del cuerpo y los rompecabezas de silabarios?
Myneira asintió sonriendo de modo un poco más sincero. A Ferdinand le había tomado algo de tiempo comprender la relación y la importancia de ilustrar dichos materiales en un principio, así que era un alivio no tener que profundizar más en la explicación de esto.
–Luego de escucharte pronunciando, es posible que el nombre que les estaba dando sea… demasiado complicado o carente de sentido para los pequeños. ¿Te gustaría acompañarme a esta junta para verificar las piezas y ponerles un nombre más adecuado?
–¡Será un verdadero honor para mí ser parte de la creación de nuevos e increíbles materiales que acerquen a los demás a conseguir las bendiciones de Mestionora, mi lady! ¡Nada me haría más feliz que…!
–Y por favor, Hartmuth, no necesitas alabarme tanto, ni adornar tanto tus palabras cuando te hago una pregunta o te pido tu opinión. Es… cansado y temo que Dregarnhur no va a detener el tejido para que yo pueda escuchar todas tus palabras y completar todas mis tareas, ni me dará tiempo extra para leer, así que…
–¡Oh! ¡Por supuesto, mi lady! Yo… ahm… creo… creo que puedo alabarla cómo es debido en silencio para que no detenerla en modo alguno.
'¡Dioses! Este muchacho es demasiado intenso. ¿Cómo demonios le hacían los líderes de culto para lidiar con sus fanáticos? ¿O será que existen personas que en verdad disfrutan este tipo de situaciones tan… vergonzosas?'
Myneira solo asintió sin dejar de sonreír, dio media vuelta y permitió que Fran los guiara hasta la sala de té dónde ya esperaba Heidemarie con un par más de grises.
Apenas Myneira tomó asiento, Luca permitió entrar al padre de Lutz y Ralph en tanto Gil lo guiaba y le ofrecía galletas y té. Lutz iba con él, susurrándole cada tanto lo que debían ser indicaciones de etiqueta y recordatorios.
Una vez intercambiados los saludos y las cortesías habituales, el hombre sacó una caja de la cual extrajo con cuidado algunas piezas que ya se encontraban acomodadas y clasificadas por cantidad.
Diez cubitos perfectos de color blanco fueron los primeros en salir de la caja para ser examinados. Myneira los observó de uno por uno, tratando de verificar el peso con las manos, sonriendo al notar el número 1 esculpido en una cara y el pequeño agujero en la otra. Al final tomó uno de los cubos, lo acercó a la boca y sopló despacio, escuchando con atención cómo un silbido con la nota sol salía del pequeño cubo.
–¿Para eso eran las ranuras? –inquirió el viejo Deeds.
–Si –respondió Myneira tomando ahora diez piezas que parecían dos cubitos perfectos y pegados en negro, con los número esculpidos en una de las caras–. Es importante que los pequeños noten la diferencia en el peso, el color y el sonido de cada pieza para que puedan asociarlos con las diferentes cantidades representadas. Hacer cuentas será mucho más rápido y fácil para ellos de este modo.
–¿Puedo probar? –preguntó Heidemarie con interés.
–¡Por supuesto, hermana!
Pronto los tres azules estuvieron manipulando las piezas en los diez tamaños y colores distintos. Myneira no tardó en explicar entonces el concepto de multiplicación, tomando cuatro barritas de 6 para formar con ellas una superficie rectangular sobre la cual luego colocó seis barritas de 4, demostrando así la equivalencia y la importancia de memorizar los resultados.
Fue una sesión divertida, además de que las barritas eran casi perfectas, solo faltaba mejorar las ranuras para que pudieran hacer sonidos en la escala musical sin saltarse ninguna o tocar bemoles.
–Si a la Suma Sacerdotisa le parece bien, llevaré la muestra al gremio de lauderos para que sean ellos quienes se encarguen de las ranuras musicales.
–Por supuesto. Si todas quedan según las especificaciones, podremos negociar un precio adecuado y cómo dividir las ganancias entre los dos gremios por su colaboración.
Deeds asentía, Heidemarie seguía manipulando algunas de las barritas de madera, maravillada por la versatilidad tanto para las cuentas como para usarlas de manera lúdica, Hartmuth miraba a Myneira con más admiración (si eso era posible) y Lutz tomaba notas junto con Fran en sus respectivos dípticos sin dejar de sonreír.
–Lady Myneira, ¿tiene una idea de cuántos de estos juegos serían necesarios para el Templo? Tener un aproximado podría motivar mucho a los dos gremios para su cooperación, además nos ayudaría a visualizar cuánto tiempo se necesitaría para pedidos de cierto tamaño.
Myneira le sonrió a Lutz. Estaba contenta de ver qué su amigo estaba bien y de vuelta en el negocio.
–Estoy interesada en comprar unos veinte juegos, sin embargo, creo que verificar cuánto tardarían en hacer cinco sería suficiente por el momento.
Lutz asintió sin dejar de hacer anotaciones, luego miró a Heidemarie, con quién ya estaba familiarizado.
–Lady Heidemarie, ¿hay alguna observación que podría darnos para ofrecer el material a los nobles?
Su hermana miró a Lutz un momento, dejando de armar una casa con las piezas que tenía, desmoronando su pequeña creación de inmediato para tomar una de las piezas con el número 8 y observarla por todos lados.
–Si logran que todas las piezas suenen igual según la cantidad, pienso que serán un éxito, aunque habría que hacer hincapié de no permitir que los niños las traguen. En cuanto a la presentación, pienso que están bien, a lo sumo podrían buscar un modo de mejorar la presentación de la caja donde se almacena cada juego.
Myneira asintió, mirando la sencilla caja de madera en crudo con las divisiones. Su hermana preguntó si sería posible vaciar del todo la caja/estuche y tanto Deeds, cómo Luca y Lutz comenzaron a sacar las piezas haciendo pequeños montones en la mesa donde ya no había rastro alguno de comida.
Heidemarie tomó la caja y la inspeccionó junto con Myneira. Una caja demasiado sencilla con separaciones y una bisagra para mantener la tapa en su lugar. Myneira habría querido colocar una manija en la tapa o a ambos lados para que fuera fácil de transportar, pero temía incrementar demasiado el coste. Igual lo comentó con Heidemarie, quien asintió de inmediato.
–El estuche es adecuado para guardar y transportar las piezas, que son la parte importante, sin embargo, algo tan crudo podría provocar reacciones negativas entre los nobles. Sería bueno que pusieran los números labrados en esta zona de aquí y de aquí, estimularía mucho el sentido de orden en los niños. Por supuesto, imagino que el interior irá lacado así sea solo con barniz. Si pudieran colorear cada área del mismo color que las piezas que van dentro, facilitaría aún más la sensación de orden. Por otro lado, creo que además de decorar el exterior con labrados de Mestionora y Greiffechan, podrían colocar un par de agarraderas de metal aquí y aquí para los clientes archinobles, así como una sola agarradera metálica en la tapa para los clientes mednobles. En el caso de los laynobles, podrían colocar una agarradera de madera suave en la tapa. No olvidemos grabar el apellido familiar y el escudo de armas en esta parte…
Heidemarie siguió dando algunas indicaciones con respecto a la presentación de las cajas en tanto Lutz anotaba, hacía comentarios al respecto y Luca se dedicaba a guardar de nuevo las piezas junto con Gil.
Myneira y Deeds observaron todo en silencio. La niña estaba segura de que el hombre era tan práctico cómo ella en cuanto a la presentación, de hecho, en opinión de Myneira menos adornos volvía la caja mucho más fácil de transportar. Estaba de acuerdo con la numeración y el barniz de colores interna para el Templo, pero eso era todo. Las imágenes de Mestionora y Greiffechan podría imprimirlas en las tapas o en el frente con el mimeógrafo para que no fueran tan pesadas. En cuanto al pequeño seguro en la tapa, también estaba de acuerdo. Eran piezas pequeñas, después de todo. Lo mejor era evitar tantos accidentes cómo fuera posible.
–Suma Sacerdotisa –dijo Deeds cuando Heidemarie terminó de dar sus indicaciones–, tomaremos todo esto en consideración para hacerle el ofrecimiento del material a los nobles la próxima primavera, sin embargo, ¿qué tipo de presentación deberíamos darle al material del Templo?
–¡Por supuesto que el material solicitado por la Santa Suma Sacerdotisa debería ser mucho más llamativos y grandilocuente que…!
–Hermano Hartmuth, le ruego que espere a que se le solicite su opinión y le recuerdo que el material del Templo va a ser utilizado por los huérfanos y los grises, no por mí.
Hubo un breve silencio. Hartmuth tuvo la decencia de sonrojarse en ese momento, asentir y disculparse de inmediato.
–Un diseño más simple y ligero sería mejor para el templo e incluso para ofrecer entre los hijos de los comerciantes y la población de la zona norte. Me gustaría entonces retomar…
Y así, lo único que quedó por discutir fue el nombre del nuevo material. "Barritas numéricas", "reglas de conteo", "cintas equivalentes", "los santos, musicales y maravillosos números de Lady Myneir"a, "regletas de cantidad".
A fin de cuentas, el material fue nombrado cómo "cintas equivalentes" y tanto Lutz cómo su padre, pudieron retirarse en ese momento.
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–¡Los dioses no dejan de bañarla en todo tipo de bendiciones, milady! Afirmar que es usted la Santa de Ehrenfest es muy poco. ¡Usted es la Santa de todo Yurgensmith! ¡Y pensar que es más joven que yo y ya ha creado tantos materiales, herramientas y música novedosa! ¡Soy tan afortunado de servirla!
–Si, gracias, Hartmuth… ahm… ¿te importaría tomar un descanso en tus aposentos mientras verificas que tu mobiliario sea el adecuado?
El pelirrojo no tardó nada en ponerse serio, mirándola incrédulo por alguna razón en tanto ella pedía disculpas mentales a los artesanos encargados de amueblar la habitación del chico.
–Pero, mi lady, ¿qué tal que me necesita mientras me encuentro en mi alcoba perdiendo el tiempo con preocupaciones banales? ¿La he molestado de algún modo para ser privado de esta manera de su santísima…?
–Lord Hartmuth –se aventuró Jenny a intervenir a pesar del ceño fruncido que el muchachito le acababa de dirigir–, temo que Lady Myneira ha trabajado demasiado esta semana. Estará de acuerdo conmigo en que un baño y una siesta serían de gran ayuda para su constitución frágil.
Hartmuth levantó una ceja, luego ambas. Las puntas de sus orejas se tiñeron de rosado y una sonrisa de lo más extraña, y al parecer, incómoda, se instaló en su rostro.
–Es verdad. Nuestra señora es tan maravillosa e increíble que olvidé por completo que todavía no tiene una resistencia sobrehumana. Ruego disculpen mi terrible, terrible y despreciable olvido y falta de consideración hacia nuestra Santa Suma Sacerdotisa. Iré a mis aposentos ahora, mi lady, después haré una ronda para asegurarme de que los otros cumplen con sus funciones y verificaré que la sala de libros está limpia y en orden para que pueda usted disfrutar de un merecido descanso en compañía de la Diosa de la sabiduría. Espero que Leidenshaft y Anwasch no tarden en bendecirla con una mayor resistencia para que pueda seguir iluminando nuestras vidas por más tiempo.
Hartmuth hizo una reverencia exagerada de brazos cruzados y salió.
Myneira se dejó caer en el asiento más cercano, aceptando de inmediato la taza de té que Fran acababa de prepararle para relajarla.
–Gracias, Fran, Jenny. No es ni la quinta campanada y estoy muy, muy tentada a aceptar ese baño y esa siesta.
Sus grises no tardaron en sonreírle divertidos. Hannah comenzó entonces a masajearle los hombros en cuanto ella bajó la taza de té.
–Usted siempre ha sido humilde y práctica al grado de ver incluso por nosotros, simples grises sin apellido alguno, mi señora. Podemos comprender lo cansada que debe ser lidiar con Lord Hartmuth, aunque estamos de acuerdo con él en que usted es extraordinaria.
–¡Hannah, por favor, no tú también!
Su asistente comenzó a reír divertida sin descuidar el masaje en sus hombros. Gil fue el siguiente en pararse frente a ella con un plato con gajos de fruta para acompañar su té.
–Nosotros también estamos honrados de asistirla, Lady Myneira, sabemos que el mejor modo de demostrarlo es esforzarnos con nuestras asignaciones y vigilar que esté usted tan cómoda cómo sea posible. Así que no se preocupe, sabemos cuánto le desagradan las muestras excesivas de admiración.
Se sintió sonrojar. Estaba a punto de decir algo cuando Wilma le entregó un libro con el escudo de armas de los Liljaliv en la portada. Debía ser uno de los obsequios de Heidemarie que le escondían para dárselos en momentos como este en que necesitaba relajarse más que nada.
–Además, ninguno de nosotros desea desatar su ira, mi lady. Solo con ver lo pálido que se ponía el Sumo Obispo ante las bromas de usted nos ha quedado claro que es mejor dejarla tranquila.
Hubo algunas risas divertidas y Myneira se sintió sonrojar a pesar de su sonrisa social.
Se imaginó tratando de jugarle una broma a Hartmuth con las canciones que Ferdinand denominó como "descaradas" y "perversas", llegando a la conclusión de que era imposible que eso funcionara con alguien cómo Hartmuth.
'Eso solo serviría para que el bebé fanático me ofreciera ofrendas florales, ¡Eugh! No, gracias. El mocoso suele disminuir bastante su mal humor y sus exigencias luego de oír una… y se ve adorable con el cuello y las orejas sonrojadas… quizás debería traducir una canción para cuando él vuelva, va a necesitar relajarse luego de lo que sea que esté haciendo en el castillo… espero que esté bien, ese mocoso tiende a sobre exigirse hasta casi enfermar y no tiene el más mínimo tacto para dar críticas… ¿Debería pedirle a Heidemarie que vea cómo se encuentra? Podría pedirle que le pregunté a Eckhart, pero ese es otro tipo de fanático. No. Le enviaré sus galletas favoritas. ¡Podría pedirle a mi hermana que me ayude a hacerle llegar un poco del consomé de shumil con verduras! Eso podría levantarle el ánimo, estará menos gruñón y será algo más amable con los demás si tiene el estómago bien lleno con un platillo que sea de su agrado… tal vez debería enviarle una botella nueva de rinsham también. Tengo entendido que su asistente laynoble es un experto en masajes antiestrés y el mocoso debe estar más que estresado.'
–¡Eso haré!
–¿Mi lady? –preguntó Fran, que estaba retirando la vajilla de té ahora vacía.
–Je je. Lamento el exabrupto. Estaba pensando en enviar algunas cosas al Sumo Obispo para volver su estancia en el castillo un poco más fácil. Tiene muchos problemas para relajarse, después de todo.
Fran sonrió, algunos otros de los grises también le sonrieron con comprensión en tanto Rossina y Wilma se tomaban las mejillas con unas sonrisas distintas.
Cuando miró a Jenny la sorprendió haciendo el mismo tipo de mueca.
–Debe extrañar mucho a su guardián. Pero descuide, la ayudaremos cuanto podamos, mi Lady.
Myneira solo asintió, hizo algunas anotaciones a lápiz en una hoja y se la entregó a Fran, quien parecía bastante feliz de ser encomendado con los preparativos para ayudar a Ferdinand, luego aceptó el libro que su hermana dejó para casos de estrés extremo y se relajó en su silla.
Tenía media campanada para leer. Ya se encargaría de lo demás en cuánto el tiempo terminara.
Notes:
Notas de la Autora:
En el capítulo anterior alguien me preguntó sobre el personaje de Kassandra, mencionado por Hermelinda.
Para esta historia, Kassandra perteneció a una de las ramas familiares de los Leisegang y fue la primera esposa de Bonifatius, madre de Karstedt. Kassandra era dos años mayor que Hermelinda, ella personalmente escogió a Hermelinda, que venía de una casa neutral y con quien ya se llevaba bien desde la Academia Real. Ambas fueron grandes amigas y aliadas que compartieron la crianza de sus hijos desde un par de años antes del bautizo de cada uno, tranquilizaron a Bonifatius cuando fue necesario hacerlo y trataron de convencerlo de que hablara con Aub Adalbert cuando era necesario... aunque esto último terminara por caer en oídos sordos cuando Bnoifatius notara que su hermano solo escuchaba a una persona... Verónica.
Kassandra murió un par de meses después del bautizo de Cornelius por causas naturales. Fue una muerte tranquila. Estaba ya muy debilitada por la edad y su propia genética, de modo que tanto Bonifatius cómo Hermelinda estuvieron a su lado en sus últimos momentos. Hermelinda pierde la movilidad en las piernas poco después, más que nada por inicios de artritis y debilidad en las líneas de maná de sus piernas por la edad. La mujer no pudo utilizar la joyería especial que le dan a Rozemyne para que pueda caminar y moverse en la Academia Real, eso requería demasiado maná y la mujer, dada su edad, no tenía suficiente.
En fin, espero que este pequeño dato haya sido de su agrado e interés. Nos vemos en el siguiente capítulo, posiblemente con un SS del mocos... de Ferdinand.
SARABA
Chapter 35: SS8. Contención
Chapter Text
Lidiar con la movilización final del séquito de su hermano y el mínimo de Elvira para despedirlos a ambos, recibir las últimas indicaciones de Bonifatius y las súplicas del viejo de mantener a Myneira alejada del castillo en lo posible, además de las miradas cargadas de resentimiento de los veronicanos que seguían pululando por el lugar no fue, ni de cerca, tan abrumador como su pequeño regreso al Templo.
Necesitaba despejarse del estrés del día, refugiarse en su pequeño oasis de tiempos más calmos para enfrentar lo que se venía ahora que desataron la tormenta.
Quizás por eso no tuvo problemas cuando Fran le pidió permiso para informarle a Myneira de que él estaba ahí cuando la niña llegara… y tal vez por eso mismo la llevó a su habitación oculta en cuanto ella se lo solicitó.
Fue un reencuentro emotivo que le sabía a tranquilidad y descanso por alguna razón.
La niña podía ser un cofre de dolores de cabeza, sin embargo, también se había vuelto alguien importante para el ducado. O eso quería pensar.
–...¡No perdonaré a nadie que lastime a mi familia, nunca, y eso te incluye, Ferdinand!
La vehemencia en esas palabras. La certeza en esos ojos dorados que le mostraban vistazos del arco iris creados por la furia causada por la posibilidad… ¿No era eso lo que tanto anhelaba? ¿Ser atesorado con fiereza por su familia? ¿Tener a alguien que se enfureciera por él de esa manera?
‘¡No es posible! ¡Le arrebaté a su familia! ¡La condené a una vida noble con poco contacto físico y lejos de sus padres! ¡¿Cómo puede contarme entre la gente que atesora?!’
–Eres importante para mí, Ferdinand. Así que sí, voy a protegerte a tí también con todas mis fuerzas, cueste lo que me cueste. Porque la familia está ahí para protegernos y vernos crecer. Quiero verte crecer. Quiero ver hasta dónde eres capaz de llegar con esa mente brillante y ese instinto de protección…
No estaba seguro de cómo sentirse o cómo tomar las palabras de la pequeña abuela. Era mucho que procesar tras años de negligencia.
Quizás por eso obedeció en silencio, dejando que Zahm lo preparara para dormir en lugar de quedarse en su habitación oculta, formulando cómo era su deseo.
La segunda campanada lo encontró fresco y renovado, con una especie de flama nueva ardiendo en su pecho. Un propósito.
Protegería al ducado y protegería a Myneira. No la dejaría retractarse ahora que la niña lo había nombrado parte de su círculo importante de personas, aquellas por las que lo daría todo.
Ferdinand sonrió con naturalidad mientras formulaba los amuletos que planeaba llevar encima las próximas dos semanas, también preparó un aparato de recepción de audio y video y entregó a Zahm y Fran unos lindos “botones” azules que pudieran mostrarle cómo iba todo en el templo. Dejó algunos extra para Luca y Gil. Estaba tentado a dejar también para las doncellas sirviendo a Myneira, sin embargo, lo descartó. Se odiaría si tuviera a la niña grabada por error tomando un baño o siendo vestida. No, los ojos y oídos de los asistentes varones deberían ser más que suficientes para cumplir la promesa hecha a Bonifatius de mantenerla vigilada y a salvo.
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No llevaba ni cuatro días en el puesto de apoyo cuando Rihyarda solicitó permiso para tomar el té con él. Conocía demasiado bien a la mujer. La vieja asistente de la familia Archiducal nunca traspasaba sus límites, jamás buscaba el beneficio propio y, por supuesto, solo pedía tomar el té bajo ciertas circunstancias.
Con un estremecimiento que gritaba la sensación de incompetencia aparente en Ferdinand, el hombre aceptó, de modo que al día siguiente estaba sentado en la pequeña salita que, sabía, Lady Verónica estuvo utilizando para “instruir” a Lady Florencia semanas atrás.
–Te veo con un mejor semblante, mi niño. No sabes cuánto me alegra esto.
–Gracias. ¿A qué debo esta inusual petición? ¿Hay algo que desees reportar a Sylvester sobre sus hijos?
La mujer sonrió, probando una galleta y mirándola con desconcierto, luego observándolo a él y bajándola, tomando un poco de té sin soltar la galleta de té en ningún momento.
–Los pequeños están bien atendidos. Si acaso, me gustaría que avisaras al archiduque de que el pequeño Wilfried ha dejado de llorar por las noches llamando a su abuela y que la pequeña Charlote ha sanado por completo sin marca alguna en la piel.
La notó llevarse la galleta a la boca para dar varias mordiditas rápidas dejando apenas una pequeña porción en sus dedos.
‘Las galletas de Myneira le han encantado, va a pedir la receta apenas pueda. Y quiere quejarse del trato que recibió Charlotte, según parece, pero no se atreve. Me pregunto si alguna vez intentó quejarse con mi padre del trato que yo estuve recibiendo.’
–Le avisaré.
La mujer agradeció, tomó una galleta más y comenzó a mirar en derredor con disimulo.
–Creo que mi madre desea hablar con usted sin tantos ojos encima, milord –susurró Justus mientras le servía algunas galletas más, aprovechando que su plato estaba vacío.
Ferdinand asintió y dio la orden, dejando que Rihyarda desplegara un aparato antiescuchas de rango específico de inmediato.
–Mi niño… gracias. No sé cómo has hecho para que tu hermano pusiera atención y escuchara. Yo intenté que tu padre escuchara mis ruegos una vez… pero solo terminaron alejándome de tí.
Asintió. No esperaba ese tipo de confesiones.
–Y ya que tu hermano te escucha más que a los demás, hay algo que deseo que le propongas, si no es extralimitarme.
–Por supuesto. Escucharé lo que tengas que decir y lo consideraré. Si es algo inadecuado…
–¡No lo es! Lady Florencia sigue dormida en su jureve. No sabemos cuando va a despertar, pero, una vez lo haga, va a necesitar todo el apoyo posible para guiar al ducado junto al Aub.
Aquello era cierto. Elvira podía ayudarla hasta cierto punto. La mujer era una maestra moviéndose en la sociedad femenina, después de todo. No por nada estuvo encabezando la facción de Florencia desde que la misma se formó… y a pesar de todo, era limitado lo que una archinoble excepcional podía enseñar a la primera esposa de un Archiduque.
–Escucho.
Rihyarda pareció considerarlo un momento, masticando despacio la galleta que acababa de observar de manera ausente, luego se enjugó la boca con un diminuto sorbo de té y pareció repasar sus próximas palabras en la mente antes de levantar los ojos para verlo a él, no cómo un niño, sino cómo una figura de autoridad.
–Sé que no se fue en muy buenos términos, pero ella está más que capacitada para instruir a Florencia sobre el trabajo de una primera dama. Incluso podría dar algunos consejos a tu hermano sobre cómo llevar el ducado.
Una sensación de alerta se encendió en su interior. Se sentía incómodo ahora, sin embargo, toda historia tenía dos lados y Rihyarda, ahora que lo pensaba bien, era de las pocas personas que alguna vez se preocuparon por él y que era más fiel al ducado que a alguna persona en sí. Haciendo uso de todo su autocontrol, Ferdinand dio un sorbo pequeño a su té y asintió, preparándose para lo que la mujer tenía que decir.
–Quisiera poder recomendar a Constance, pero sé de primera mano que ella no está preparada para instruir a alguien a lidiar con todos los cambios que encerrar a Lady Verónica van a traer, así que… mi niño, pídele a tu hermano que hable con Aub Ahrsenbach para solicitar una visita aquí de parte de su hermana Georgine. Después de todo, ella fue llevada al límite durante su educación para volverse Aub.
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No podía creer que en verdad estaba transcribiendo la conversación de Rihyarda para enviársela a su hermano. Menos aún todo lo que la mujer le compartió sobre la educación de Georgine.
Sabía que la mujer era brillante y tenaz, pero también le preocupaba lo que había descubierto de ella por las cartas que estuvieron recibiendo por un tiempo en el Templo. Las cartas a Beezewants en clave.
Por supuesto, tras escuchar la historia que le contaba Rihyarda se sentía un poco confundido.
Quemaduras con carbones al rojo y con hielo durante sus lecciones. Ahogamientos y envenenamientos por parte de Verónica a Georgine. Golpes en las manos hasta que le sangraban los dedos si era incapaz de redactar de manera adecuada y hermosa. Campanadas enteras de pie bajo el sol del verano con libros en la cabeza y cubetas en las manos para corregir la postura de una niña que ni siquiera había ingresado todavía a la Academia Real. Palabras hirientes que exigían reciprocidad y perfección para justificar los costos de instruirla a ella y no a Constance.
Ferdinand no comprendía si Verónica estuvo educando a Georgine para convertirla en una excelente Aub o si solo se estaba desquitando con ella porque Constance no era un varón. Lo que sí comprendió fue que a la niña la obligaron a cederle todo a Sylvester a cambio de ver cómo su hermano no necesitaba esforzarse ni una porción de lo que se le exigió a ella.
De pronto muchas de las cartas que leyó e inspeccionó hasta el cansancio tomaban un nuevo significado.
Georgine solo tuvo dos personas en las que buscar consuelo tras la educación abusiva y cruel de Verónica que rayaba en lo salvaje… y luego, solo tuvo a Beezewants para soportar la enorme deshonra que debió ser perder el propósito de aguantar aquella crianza y a la asistente que atesoraba cómo una madre afectuosa y comprensiva. De pronto estaba más que tentado a presentarse en la torre y exigir una explicación al respecto.
A Verónica solo le faltó enviar hombres a las habitaciones de su hija a que la manosearan a placer para que el trato a ambos fuera idéntico.
Tal vez fuera por todas esas similitudes que, además de transcribir la conversación, le solicitó a su hermano considerar aquel consejo y quizás, solicitar una audiencia con su hermana.
‘Chaocipher o Verdrena, ¿con quién podrías encontrarte si llegaras a aceptar ver a Georgine, Sylvester?’
La tablilla fue enviada de inmediato a su hermano, con Justus haciendo de mensajero para asegurarse de que la información no era siquiera vista por alguien que no fuera el Aub. El resto de la noche fue… difícil. Decidió observar de nuevo las grabaciones del Templo, acelerando las cuatro imágenes para observar a Myneira estudiando, llevando la documentación del Templo, dando indicaciones a los azules y, según parecía, llamando la atención al nuevo sacerdote azul una y otra vez, suspirando con cansancio tras cada interacción, haciéndolo reír apenas un poco.
No funcionó. Seguía estresado a pesar de todo, de modo que el hombre dio vueltas y vueltas en la cama hasta que se decidió a tomar un vial y bebérselo todo. Fue una campanada entera de Verónica observando cómo era golpeado, envenenado y tocado sin dejar de sonreír de forma asquerosa y perversa a cambio del descanso de una noche entera.
Con todo y eso, cuando Ferdinand despertó se lamentó por no haber ido al Templo a descansar. Se sentía a salvo en su finca, era cierto, pero por más que lo intentaba no lograba descansar y relajarse cómo la noche en que Myneira le dijo que él también era parte de su amada familia.
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–¿Y por qué debería rendirle cuentas a un simple sacerdote azul del templo si no estoy ni comprando una flor, ni recluyendo a uno de mis hijos en ese sucio lugar?
Eckhart estaba tenso y con una mano en el mango de su espada. Justus tomaba nota en completa seriedad. Ferdinand hizo una pequeñísima señal con las manos y Eckhart soltó la espada sin bajar la guardia en modo alguno.
–Cómo he venido explicando desde que el Aub salió a la Conferencia, he sido encomendado con el trabajo de Aub de relevo hasta que la Conferencia Archiducal llegué a su final. Temo que el ducado no puede seguirse dando el lujo de llenar los bolsillos de cualquier noble sin justificar ese enriquecimiento bajo los estatutos de Gebotordnung.
El mednobles Verónicano en su presencia resopló, se cruzó de brazos, masculló lo que debía ser un elaborado insulto a su persona y su falta de madre cuando el hombre en cuestión revisó de nuevo el folder con las hojas donde venía descrita la deuda que este hombre y su familia tenían con el ducado, además de los extractos exactos de los libros contables de dónde se tomó la información con fecha, número del libro y de la página exacta.
–Eso parece, si ni siquiera pueden entregar informes en pergamino o una tabla decente. ¿Qué se supone que es esto?
–Ese material grueso es un “folder” de una excelente calidad. En cuanto al material utilizado para el informe, es papel. Ahora bien, los eruditos están esperando a que deje de desviar la atención de su pequeño… abuso de monedas que no le pertenecen y podamos llegar a un acuerdo sobre cómo y cuándo va a restituir el dinero que ha tomado por “equivocación”.
–No tengo porqué pagarle nada a un… sacerdote –escupió el tipo aquella última palabra.
–Bien. Supongo que debo ordenarle a los caballeros aquí apostados que lo escolten a la Torre Blanca. Veré qué se envíe un ordonanz adecuado a su fa…
–¡No puede estar hablando en serio!
Que le levantara la voz mientras su tono se elevaba una octava era molesto y divertido a la vez. Miedo y nerviosismo.
Ferdinand entrelazó sus dedos para dejar que sus manos reposaran con suma elegancia en el escritorio, sentado más derecho que antes sin dejar de mirar a este noble con poco sentido de la autopreservación.
No era el primer veronicano que se resistía a pagar, sin embargo, tal y cómo Justus le sugirió luego del segundo tipo al que citaron por la misma razón que a éste, analizar sus reacciones era un buen ejercicio sobre comportamiento social de los nobles en diferentes estratos frente a un mismo problema.
–¿Qué le hace pensar que no?
Observó el ligero tic en el dedo índice del tipo que ahora no dejaba de golpearse el brazo y el muslo cada que cambiaba de posición. La mirada evasiva, incapaz de quedarse en un solo lugar por mucho tiempo o sostenerle la mirada. La tensión en los hombros. El surco cada vez más pronunciado entre las cejas. La mandíbula apretando, soltando e incluso rechinando. El sudor oculto entre las patillas de su interlocutor y, por supuesto, el repentino aumento en la frecuencia respiratoria.
‘El pequeño insecto parece creer que tiene una mínima oportunidad de salvarse. ¿Qué excusa usará de escudo?’
Ferdinand no dijo nada. Justus dejó de escribir en su díptico, mirando al hombre con fijeza. Eckhart no se había movido ni un ápice, cómo una bestia fey preparándose para saltar contra la yugular de su presa o su órgano de maná a la menor provocación. Eso sin olvidar que el silencio se acababa de apoderar de aquel despacho, por lo general bullicioso con discusiones susurradas, comentarios en voz baja y el arrullo de papeles, plumas arrastrándose sobre placas de madera y pies desplazándose de un lado a otro.
Un vistazo breve y Ferdinand constató que no era el único esperando por la respuesta, haciéndole preguntarse si no era el único tomando nota de todas y cada una de las excusas usadas por los nobles de la facción de Verónica.
–¡Lord Gutesged dijo que no había ningún problema! ¡Exijo hablar con Lord Gutesged! ¡¿Dónde está?!
De pronto la voz dejó de temblarle al mequetrefe aquel, su cara tomó el noble color de Geduldh y sus manos se cerraron en puños a ambos lados de su cuerpo antes de cruzarse de brazos de forma altiva y retadora.
‘¿Otro de esos? Pensé que este sería un poco más divertido y original?’ pensó Ferdinand con algo de decepción y aburrimiento. Debía ser un sentimiento compartido porque poco a poco el ambiente comenzó a llenarse de los sonidos usuales.
Incluso los dos eruditos de pie junto a Justus comenzaron a hacerse gestos entre ellos sin apenas mover los labios o las manos.
–Temo informarle que Lord Gutesged ha ascendido la altísima escalera cómo pago por sus crímenes contra el ducado el día previo a que nuestro Aub partiera a la Conferencia Archiducal junto con sus dos esposas y sus cuatro hijos. ¿Desea alcanzarlo para exigirle una explicación?
Igual que con los otros mednobles y laynobles solicitando la presencia de Lord Gutesged, éste se puso pálido, encorvándose de pronto cómo si las palabras de “un mero sacerdote” pesaran lo mismo que un grun, con los ojos abiertos y el labio inferior desaparecido en una fina línea recta.
Ferdinand se recargó en el espaldar de la silla archiducal, se soltó los dedos y consideró si sería demasiado descarado descansar la cabeza en uno de sus puños o no. Él no era el Aub y tampoco Sylvester para comportarse de ese modo… aunque la abuela seguro se habría cruzado de brazos haciendo un puchero de lo más infantil, batiendo los pies en el aire, incapaces de alcanzar el suelo y luego habría suspirado algo referente a lo decepcionante que eran las personas incapaces de asumir sus responsabilidades con la cabeza en alto a pesar de ser jefes de familia.
Solo un pequeño suspiro cansado por parte de Ferdinand y los tres eruditos a su lado se pusieron más erguidos, mirando en silencio al tipo frente a ellos, con Justus aclarando su garganta de inmediato para intervenir en tanto Ferdinand daba un ligerísimo asentimiento.
‘¡Por favor, Justus! No tenemos tanto tiempo para lidiar con gente inútil.’
–Ahem… Lord Grauehaus, si no tiene nada más que añadir a su caso, mis compañeros y yo…
–¡Es culpa de ese maldito bastardo sin madre!
Ferdinand entrecerró los ojos en ese momento. No le gustaba el sobrenombre, aunque debía admitir que tener a un mednoble insultándolo de forma tan abierta era toda una novedad.
–¡Todos saben lo que es él! ¿O ya se les olvidó? Porque yo todavía lo recuerdo, con esa cara de niña sentado en un rincón oscuro de la sala de juegos mientras todos lo señalábamos y nos reímos de él. Nada más que el fruto de un desliz cuya madre seguro era una vil y sucia doncella del Templo ofreciendo flores al mejor pastor.
Eckhart tomó su espada de inmediato. Justus estaba por invocar su schtappe. Ferdinand los detuvo de inmediato con un gesto claro y firme de esperar.
Era la primera vez que un simple mednoble se le oponía de forma tan abierta y él tenía mucha curiosidad por ello.
–¿Y? Aub Adalbert me trajo y me bautizó, invirtiendo en mi educación. Aub Sylvester me ha dejado encargado con su trabajo por dos semanas con toda la libertad de hacer lo que crea conveniente con todos los deudores.
No entendía qué era lo que movía a este tipo, lo cierto es que de pronto recordó haberlo visto solo dos años en la sala de juegos. El hombre se había graduado durante el segundo invierno de Ferdinand en la sala de juegos.
–¡Un bastardo sin madre no tiene derecho al asiento del Aub!
–¿Y un mednoble inútil, cuya existencia no ha producido más que un par de niñas y deudas tiene derecho a hacer lo que le plazca?
Sabía que estaba sonriendo, podía notar confusión y miedo creciendo en las facciones antes cargadas de desesperación y falso valor. Ferdinand volvió a entrelazar sus dedos, apoyando los codos en el escritorio y adelantando su rostro, sus hombros y su pecho hasta que el escritorio le impidió acercarse más. Justus tomó la palabra entonces.
–Svante Sohn Grauehaus, cabeza actual de la familia Grauehaus. Es el mayor de tres hermanos. Maná mednoble promedio.Casado con Gerda Tochter Blumenfleger. Padre de Halliette y Jensine de ocho y seis años. Tanto él cómo su esposa son med asistentes de una de las casas bajo sospecha de traición al Ducado. Sin méritos. Sin modas. Calificaciones promedio en todas sus asignaturas escolares. Dispensable en toda regla, milord. Enviarlo a saludar a la pareja suprema sería más piadoso que tratar de darle la oportunidad de devolver al ducado todo lo que ha usado para conseguir insumos medicinales que dudo sepan usar él, su esposa o cualquiera de las personas de la casa en la cual sirve dado que no hay registros de eruditos en dicha familia desde hace cinco generaciones. También estuvo movilizando objetos de un lugar a otro del Ducado. Y… ah, sí. Según ciertos informes, era parte de los “amigos” del finado Beezewants del Templo de la misma manera en que su amo lo era.
–Entiendo. Nada más que un desperdicio de recursos. Uno con una boca demasiado grande y unos modales demasiado pequeños para serle de utilidad a nadie.
–¡¿De dónde…? ¿Cómo es qué…?!
–A diferencia suya, el personal actual del castillo hace un trabajo impecable que vale cada cobre, plata y oro que se les paga. Tomando en consideración la recomendación del erudito que acaba de leerme su… brevísimo historial, se le concederá una muerte rápida.
–¡Espere! ¡No puede hacerme ésto! ¡Yo no hice nada malo! ¡Solo seguía órdenes! ¿Qué hay de mi familia? ¡¿Qué hay de mis hijas?!
El hombre que acababa de insultarlo sin pensárselo dos veces ahora estaba pálido, derrotado y a nada de perder el equilibrio, tratando de azotar las manos en el escritorio pero sin llegar a hacerlo por la espada que Eckhart acababa de desenfundar y que ahora colgaba del cuello del hombre, el cuál se detuvo de inmediato, con las manos todavía en el aire.
–Vaya con los eruditos, dé una confesión completa sobre éstas acciones sospechosas que, dice usted, estuvo realizando por órdenes de alguien más. No puedo perdonarle la vida a usted, pero puedo ver si su esposa y sus hijas tienen la capacidad de pagar la deuda que tiene con el ducado y si son aptas para aportar algo. En el mejor de los casos, a ellas se les permitirá seguir sirviendo a la misma familia y recibir la educación de noble. En el peor y solo cómo un reconocimiento por el afecto que parece tener por los suyos, se le perdonará la vida a su hija menor y se la enviará al Templo donde será reeducada con el fin de pagar ella la deuda familiar. No puedo hacer más. Conoce las reglas. Ellas deberían morir junto con usted.
Observó al hombre caer de rodillas, derrotado, incrédulo y silencioso. Un pestilente aroma invadió de pronto sus fosas nasales y miró a Justus, sin embargo, no fue su erudito sino otro de los eruditos quien se adelantó a invocar un waschen sobre el hombre que ahora lloraba en silencio, su mirada vacía y muerta al igual que su voz monótona y carente de cualquier emoción o volumen.
–Confesaré lo que quieran. Dejaré que lean mi mente, pero perdonen a mi familia… por favor.
Un gesto más y la espada de Eckhart se alejó del cuerpo del hombre, permitiendo que otro par de caballeros levantaran al infeliz del suelo, seguidos de cerca por el erudito que limpió los orines para llevarlo a una de las salas de interrogatorio.
Era el octavo noble que ofrecía confesar y señalar a otros. El décimosegundo que citaban en lo que llevaban de la semana. De momento, Eckhart solo había matado a un archinoble en el acto y otro fue enviado a la Torre Blanca junto a su familia entera.
Si, estaba resultando ser una semana larguísima y la siguiente auguraba seguir el mismo rumbo. No importaba. Le entregaría el ducado a su hermano en un mejor estado del que estaba cuando se fue.
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‘Las líneas de sus piernas siguen sin reestablecerse. Podríamos intentar ponerle herramientas de maná en los muslos para que pueda caminar, pero… no estoy seguro de que tenga el maná suficiente para usarlas el día entero o el manejo adecuado… podría prepararle una silla de ruedas mánica, pero… cómo primera dama de Ehrenfest ella no…’
–¿Lord Ferdinand?
–Lo lamento. Estaba pensando en soluciones para cuando despierte del jureve. Tampoco creo que vuelva a caminar.
Los dos sanadores se miraron uno al otro antes de mirarlo a él.
Ferdinand miró a la puerta donde Leberetch y la asistente principal de Florencia se encontraban observando y escuchando todo con la puerta abierta.
–Mi colega y yo creemos que Lady Florencia no será capaz de ejercer sus funciones cómo primera dama de manera satisfactoria, sin embargo…
Ambos estaban preocupados… por sus cabezas y no por su paciente. Era obvio. Sylvester ordenó que ejecutaran a los tres sanadores que estaban revisando a Florencia cuando ella comenzó a tener convulsiones y el jureve se vio comprometido.
–Hablaré con el Aub. Le mandaré un informe con las observaciones y recomendaciones para Lady Florencia. Pensaré a fondo en posibles soluciones para apoyarla en cuánto despierte.
–Gracias, Lord Ferdinand.
–Le agradezco, Lord Ferdinand.
Él asintió, luego los tres salieron para dejar solo a la asistente y discutir las opciones fuera de la habitación oculta de la mujer de su hermano.
Cuando volvió a su finca estaba agotado. Todavía le quedaban ocho días más por delante.
–Milord –le llamó Lazfam, sosteniendo un servicio de comida desde la entrada a la sala.
–Lo siento, pero no tengo apetito, Lazfam. Dispón de las sobras cómo consideres adecuado.
–Pero, milord… la comida llegó esta mañana desde el Templo. Ya la he revisado toda y está limpia.
Sus ojos se abrieron de inmediato. Su asistente se acercó hasta dejar la charola junto a él para levantar la campana de plata que cubría todo, dejando escapar un aroma relajante y embriagador en tanto un menú de cuatro tiempos comenzaba a llamarlo con su variedad de colores, formas y texturas.
Se acercó más. Aquella comida, sin duda, la enviaba Myneira.
–¿Trajeron algo más con la comida?
–Lo hicieron, milord, pero… temo… que son solo garabatos alineados de alguna forma en un papel. Imagino que están en vertical porque el nombre de usted aparece en la parte más alta del papel en cuestión.
Ferdinand estiró su mano y Lazfam sacó una hoja doblada de sus ropas. Ferdinand la abrió y leyó con un poco de esfuerzo. Todavía no terminaba de aprender del todo japonés escrito.
“Ferdinand:
Espero que estés bien allá arriba en el castillo. No sé cuánto estás durmiendo, pero pensé que enviarte algo de comida podría ayudarte a mejorar tu ánimo y a descansar.
Por favor, disfruta de la comida y recuerda que no todos son super hombres perfectos y rápidos al momento de trabajar, así que no seas muy severo y deja que se relajen un poco. Felicítalos al final de un buen día de trabajo, no necesitas decirles mucho. Un gracias podría hacer maravillas en el desempeño de cualquiera.
Una cosa más. Sé un buen mocoso y descansa tú también de vez en cuándo.
Aquí en el Templo todo está en orden, no te preocupes por nada.
Que Schlatraum, Coucoucaloura, Gebotordnung, Dauerleben, Seheweit y la Diosa de la Luz te den sus bendiciones mientras pasas esta dura prueba de Glükität. Por cierto, usa este pañuelo si necesitas un descanso. Esa asquerosa poción que tomas va a terminar por freírte el cerebro o algo peor, Heidemarie ya comprobó su eficacia.
Espero que nos veamos pronto.
Con cariño, tu familia.”
–¿Milord? ¿Está, está todo en orden? Está sonriendo.
Ferdinand se tocó la cara, notando de inmediato la sonrisa suave que de noble tenía poco.
No respondió, solo dobló la hoja, la guardó entre sus ropas y dio un primer bocado al consomé frente a él, deleitándose en el aroma, el sabor y la sensación de las pequeñas verduras deshaciéndose en su boca.
–¿Enviaron algo más con la nota y la comida, Lazfam?
–Ahm… sí, milord. Enviaron esto, pero… no, no estaba seguro de que lo querría.
Ferdinand observó a detalle el pañuelo desplegado frente a él. El bordado era muy bueno a pesar de carecer de adornos o puntadas para despistar. El círculo mágico tenía la firma de Heidemarie en su diseño. Y el color azul del hilo contrastaba bastante con el color blanco de la tela a pesar de ser un hilo de color claro.
‘Esa idiota.’ pensó el hombre, divertido.
La pequeña abuela debió bordar eso cómo parte de alguna práctica y decidió solo enviárselo así en lugar de camuflar el hilo de maná con hilos de otros colores o por lo menos teñir la tela del mismo color que el pañuelo.
–Ponlo en mi cama, por favor. Y tráeme algo de té y galletas para cuando termine con esto.
Los ojos de su asistente se iluminaron. Una enorme sonrisa conmovida adornaba su rostro. Por no hablar de la fluidez de sus movimientos al retirarse con la prenda cuidadosamente doblada en sus manos.
No era solo que la niña se hubiera preocupado por enviarle cosas triviales cómo comida, un pañuelo de práctica y un regaño velado, era el hecho de que se estuviera preocupando por él de verdad. Buscando una forma de apoyarlo y al mismo tiempo quitarle cualquier preocupación que pudiera tener sobre el estado del Templo.
En realidad, no tenía ninguna preocupación que mitigar en cuestión del Templo porque miraba las grabaciones cada noche al volver a su finca, pero eso la abuela no lo sabía.
‘Quizás le comente sobre el estado de Florencia, a ver si tiene alguna sugerencia que no se nos haya ocurrido. Después de todo, esa pequeña abuela perversa y descarada nunca deja de pensar de formas inesperadas’.
Cuando Ferdinand terminó de cenar, dejó que Justus lo aseara, luego de lo cual se acostó a dormir con el pañuelo debajo de su cabeza a manera de experimento, cayendo dormido de inmediato en lo que solo pudo calificar después cómo un sueño profundo y reparador.
No recordaba para nada lo que había soñado, solo sabía que despertó a la primera campanada sintiéndose fresco y fuerte, listo para enfrentar al mismísimo señor del invierno si era necesario.
Chapter 36: El Final de la Primavera
Chapter Text
Los pasillos del castillo lucían más vivos e iluminados de lo usual mientras se desplazaba al salón donde llegaría su abuelo junto a Karstedt, Elvira y el Archiduque.
Apenas deshacer a Moro, su bestia alta, la mano de Myneira no tardó nada en tomar la de la abuela Hermelinda en la silla de ruedas antes de mirar a la mujer con una enorme sonrisa, girar el rostro para sonreírle a su hermana que usaba el uniforme de erudita en ese momento y a Lamprecht detrás de ellas, escoltándolas junto a Cornelius, los cuales le sonrieron un momento antes de volver a sus semblantes serios de caballeritos.
El círculo del suelo estaba comenzando a iluminarse cuando unos pasos conocidos llamaron su atención, llevándola a voltear de nuevo, sonriéndole a Ferdinand, quien traía ropa noble en tonos de verde muy oscuro de telas de gran calidad por cómo jugaban las luces y sombras conforme el mocoso las alcanzaba.
Ferdinand le dedicó una sonrisa minúscula y apenas un asentimiento de cabeza que ella correspondió, contenta de encontrarlo en buen estado, felicitándose a sí misma por haberle enviado comidas para asegurar su nutrición y ese pañuelo bordado. Después de todo, las ojeras bajo los ojos de Ferdinand eran mínimas.
–¡Ahí están! ¡Mi adorada Hermelinda y mi preciosa Myneira!
–¡Bonifatius! –murmuró Ferdinand con algo de fastidio a la par que el hombretón bajaba corriendo cómo un niño pequeño que acaba de ver a su madre esperando por él en la puerta de la escuela el primer día de clases.
Myneira no podía encontrarlo más divertido. Su abuelo acababa de bajar casi corriendo, a nada de lanzarse un clavado al suelo cuando se apresuró a caer sobre una rodilla frente a ambas para tomarlas de la mano.
Al menos no intentó hacerlas puré en medio de un abrazo descomunal.
–Bonifatius, calma. Solo dejaste de vernos dos semanas, no actúes cómo un bebé –susurró Hermelinda tan divertida cómo Myneira.
El Aub bajó también. Al parecer, el despliegue de impaciencia le hizo gracia porque su rostro serio no tardó nada en convertirse en una sonrisa genuina.
–Ojalá pudiera hacer lo mismo –comentó Sylvester revolviéndole el cabello a Myneira para luego saludar a Hermelinda, Heidemarie y a Ferdinand, a quien le dedicó un rostro de expresión más preocupada que nada.
–¿Y Florencia?
La niña examinó el rostro del Aub. Su piel se notaba algo pálida, llevaba maquillaje cubriendo los círculos negros que sin duda enmarcaban sus ojos y parecía un poco más delgado que la última vez que lo vio. Exudaba cansancio en sus movimientos, aunque no pudo determinar nada más. Ferdinand se apresuró a disculparlos a ambos en lo que guiaba a su hermano dentro del castillo, pasándole uno de esos cascabeles mágicos para que nadie escuchara lo que, sin duda, debía ser un informe detallado sobre la salud de la primera dama, sus hijos y el estado actual del ducado y el castillo.
Unos segundos después, justo cuando Bonifatius la tomó en brazos y se puso en pie, el círculo volvió a brillar, dejándola ver a Karstedt y Elvira, a quienes no dudó en saludar de inmediato.
–Papá, sé que las extrañaste, pero vienes cómo el guía del Aub y…
–¡Oh, vamos, Karstedt! ¡Eso ya fue! Sylvester dijo que podía relajarme una campanada entera antes de ir a su despacho.
–¿Vas a seguir trabajando, abuelo Bon?
La risita de Hermelinda y Elvira la hicieron voltear, notando que todos la estaban viendo con ternura, cómo si acabara de preguntar si le crecerán más flores a los cerezos o si debía ir a la escuela mañana otra vez.
–Después de cada conferencia archiducal es normal celebrar una pequeña junta para verificar los resultados de las interacciones con los otros ducados, lo que ha sucedido en el propio ducado y comenzar a preparar un plan de acción para el resto del año –explicó el viejo caballeero–, incluso se discuten algunos planes para los niños en el invierno, Myneira.
La pequeña asintió comprendiendo de pronto que fuera algo de lo más obvio. Se sintió sonrojar un momento, luego volvió a sonreír y mostrarse optimista y enérgica por el regreso de su familia.
–En ese caso, ¡le daré galletas y un gran abrazo al abuelo para que esté lleno de energía y pueda terminar su trabajo de apoyar al Aub!
–Ja ja ja ja, ¡esa es mi adorable Myneira!
Pronto sintió cómo la llevaban todavía en brazos por los pasillos en tanto los adultos comentaban acerca de aquello que no fuera clasificado o demasiado delicado sobre lo ocurrido en la Academia Real, donde se llevaba a cabo la Conferencia. También Heidemarie dio su propio reporte sobre el comportamiento de los niños Linkberg, incluyendo a Myneira, quien recibió bastantes cumplidos por los recientes inventos.
Cuando llegaron a una salita de té, Bonifatius se puso demasiado serio, esperando con paciencia a qué les terminaran de servir té con galletas y pastelillos decorados con crema batida de reciente “invención”. Los sabores y formas, tanto nuevas cómo conocidas relajaron el ambiente, aunque no demasiado.
Una herramienta antiescuchas de rango específico fue desplegada entonces y tanto Karstedt como Bonifatius se miraron, cómo acordando quien hablaría a continuación, siendo Bonifatius el que se enderezó, cambiando su postura a una de negocios.
–Debido a ciertas circunstancias, tendremos la visita de la hermana mayor de Sylvester. Lady Georgine de Ahrsenbach. Si fuera una situación normal me abstendría de debatir esto en presencia de los niños, sin embargo, esto también les atañe.
La mirada del caballero recorrió toda la mesa. Myneira no tenía idea de quién era Georgine, pero podía imaginar que los demás sí sabían y estaban preocupados en cierto modo. También que Eckhart se estaría enterando junto con Ferdinand.
–El esposo de Georgine, Aub Ahrsenbach, ha concedido un permiso especial para que Georgine venga cómo apoyo todo el verano y parte del otoño… junto a su hijo Wolfram. Sylvester cometió el error de hablar de más y ahora Aub Ahrsenbach desea que Wolfram pase una temporada aquí… en el Templo.
–Lo lamento mucho, Myneira –se disculpó Karstedt mirándola con seriedad–. Aun cuando el chico no estará durmiendo en el Templo, va a estar bajando con toda su comitiva desde el castillo a diario, más que nada para conocer el taller y el trabajo que haces con los huérfanos.
–Según Aub Ahrsenbach, Wolfram es un muchacho brillante que salió con el mejor promedio de su generación este año. Estuvo en primero. A pesar de ello, quiere que el chico indague sobre los juguetes que has creado para estudiar y los métodos por los cuales estás educando a los grises –explicó Bonifatius con una cara amarga que intentaba ser de disculpa–. Es posible que parte de su interés venga de mí… Sylvester dijo que yo había adoptado a una niña increíble y pues… no me pude contener de presumirte. Lo lamento, no debí caer en esa trampa para desviar la atención del hombre hacia mí.
–Está bien, abuelo. No te preocupes –respondió ella segura de que Sylvester estaba tan nervioso, que mencionó aquello con toda la intención de salir del foco de atención–. Imagino que tengo algo de tiempo para prepararme y preparar el Templo antes de la llegada de las visitas.
–Poco más de dos semanas, me temo –informó Elvira con una disculpa en la mirada–. Imagino que Heidemarie y Lady Hermelinda te siguieron instruyendo en tus modales durante el tiempo que no nos vimos, así que deberías poder enfocarte en revisar el Templo y el orfanato con ayuda de Heidemarie y Lamprecht.
–¿Yo también, madre?
Todos miraron a Cornelius, quien parecía entre ansioso y angustiado, como si estuviera esperando una importantísima misión de vida o muerte igual a la de su hermano mayor y su sobrina.
Elvira sonrió, mirando de pronto a Karstedt, cuyo rostro se relajó también.
–¿Crees que puedes serles de ayuda, Cornelius?
–¡Por supuesto! Además, aunque los sacerdotes y los huérfanos son muy amables y trabajadores, estoy seguro de que Lamprecht y Myneira necesitan… bueno… yo…
Suprimir su risa fue de lo más difícil. Al parecer Cornelius acababa de confesar que estuvo en el Templo el tiempo suficiente para conocer a sus habitantes a pesar de no contar con el permiso de sus padres, los cuales no parecían molestos, solo algo sorprendidos mientras miraban a Hermelinda en busca de una explicación.
La mujer sonrió desde su silla de ruedas con afecto antes de mirar a su nieto y luego a los padres del mismo.
–Cornelius quería asegurarse de que Myneira y Lamprecht estarían bien, así que le di permiso de ir de visita unas cuantas campanadas.
‘¡Bien jugado, abuela! No es necesario decir que se quedó a dormir en el Templo… en una habitación de asistentes junto con Luca y Gil.’
–Es verdad –confesó Heidemarie–. El hermano Cornelius se comportó a la altura. Prestó mucha atención a todas las indicaciones, fue cauto durante toda la visita e incluso ayudó a explicar algunas materias a los huérfanos durante su estancia y dio una excelente retroalimentación a los cocineros luego de la comida. Los chefs de Myneira estaban muy agradecidos de sus opiniones.
Myneira disimuló cómo pudo otra risa divertida. Era cierto que sus chefs estaban felices por las palabras de Cornelius, más que nada por sus incesantes felicitaciones y sus preguntas constantes sobre si podía comer más y cuánto faltaba para la comida… apenas un cuarto de campanadas posterior al desayuno.
–Ya veo –respondió al fin Elvira, dedicándole a sus hijos una sonrisa de aprobación–. Me alegra mucho saber que ambos pudieron comportarse de manera adecuada… solo lamento que nadie me informara en tiempo sobre esta pequeña visita por parte de Cornelius. Supongo que se me dará un informe completo cuando vuelva a casa, ¿cierto?
Myneira notó cómo los dos hermanos se ponían rígidos, incapaces de decir nada mientras asentían de inmediato.
El resto del descanso fue igual de encantador, al menos, hasta que llegó la hora de que los mayores asistieran a su junta con el Aub y ella escoltara a Hermelinda a su finca.
Pasaría esa noche con ellos según lo pactado, luego volvería al Templo de dónde le estaban llegando informes cada media campanada sobre la ciudad baja, alegrándola porque todo parecía en orden.
.
Ferdinand tardó al menos dos semanas más en volver al Templo. Si bien se anunció que volvía a la sociedad noble, también se le otorgó un permiso especial para permanecer en el Templo cómo Sumo Obispo y Ministro del Aub en cuestiones de la administración de maná.
La noticia, por supuesto, se la entregó Lady Elvira el día que fue de visita a la casa de los Linkberg.
“–Es tan bueno que Verdraös y Chaosfliehe hayan permitido que Lord Ferdinand fuera devuelto a la nobleza… aunque es una pena que no le permitieran retomar su puesto como Lord Comandante. Me preguntó por qué si Karstedt estaba más que de acuerdo en devolverle su puesto.”
Fueron las palabras de la elegante e inteligente mujer durante su hora de bordado, que al menos ahora pasaba de forma más rápida y eficiente sin esos horrorosos guantes de por medio.
“–Quizás le pregunte a Ferdinand cuando tenga la ocasión de verlo–” respondió Myneira esa lejana tarde “–me alegra que pueda permanecer en el Templo un poco más, pero también me preocupa que no lo reasignaron a su puesto anterior. Algo debe haber cambiado.”
Por supuesto, el día que Ferdinand volvió a sus ocupaciones en el Templo, Fran le avisó de ello a Myneira.
–¿Cuándo llegó?
–Anoche, mi lady. Pidió que hoy llegara usted una campanada más tarde de lo usual a hacer sus deberes burocráticos. Dijo que necesitaba tiempo para revisar el trabajo de la oficina y verificar algunos pendientes, que por favor aproveche el tiempo con sus clases.
–¡Oh! Ya veo. Gracias, Fran. ¿Dijo qué materia debo repasar o puedo elegir la asignatura?
–Recomendó ampliamente que repasara sus clases de etiqueta e historia, de ser posible.
Myneira asintió. Etiqueta no era su asignatura favorita, pero historia lo disfrutaba bastante.
–¿Qué hay de mi hermana mayor y el tío Lamprecht?
–Su tío está resguardando la puerta, en cuanto a su hermana, se disculpó. Dijo que debía ir a casa hoy para recibir a su esposo.
Myneira asintió, tratando de que la sonrisa de conocimiento no se le notara en el rostro.
‘A este paso, mi hermana y Eckhart me darán un precioso sobrino.’
Con ayuda de Fran, toda su agenda fue actualizada.
Cuando se presentó en la oficina de Ferdinand, el hombre la esperaba con su habitual túnica blanca y su rostro serio… además de la habitación vacía.
–¡Ferdinand, bienvenido de vuelta! ¿Está todo bien?
El hombre asintió, todavía sentado en su escritorio en lo que Zahm y Fran la escoltaban al interior de la habitación, cerrando la puerta tras ellos.
Una señal de Ferdinand y pronto estuvo sentada frente a él.
–Revisé el trabajo que estuvieron realizando. Me sigue sorprendiendo que mantuvieran el Templo en perfecto funcionamiento.
–El hermano Frietackt se ha vuelto bastante hábil con los números… luego tenemos al hijo de Otillie. El hermano Hartmuth se ha encargado de mantener a todos los sacerdotes en cintura, pero, gracias a los dioses todavía es pequeño. De ser un adulto me sería imposible evitar que abuse de los otros.
Ferdinand sonrió para ella y siguieron conversando de un modo más relajado sobre los diversos inventos que Myneira produjo en ausencia de Ferdinand. Por supuesto le reclamó un poco sobre la máquina de coser y su verdadero motivo para crearla… igual que Heidemarie.
‘¡Odio bordar con guantes! Eso no significa que me voy a saltar todo lo que sea bordado… no la parte importante, al menos.’
La conversación, aunque amena, fue bastante rápida. Ferdinand se puso de pie entonces y Fran no tardó nada en ayudarla a bajar de su asiento, luego el Sumo Obispo se acercó a la puerta que daba a su habitación oculta y ella solo caminó hacia él.
–Fran, Zahm, no tardaremos más de media campanada. Que nadie entre. Tendremos un invitado especial las próximas dos temporadas. Hay asuntos de suma relevancia que debo discutir con la Suma Sacerdotisa y algo importante que mostrarle.
–¡Cómo ordene! –repusieron ambos sacerdotes cruzándose de brazos al instante.
‘Es cierto. El abuelo Boni dijo que vendría un candidato a Archiduque llamado Wolfram desde Ahrsenbach… me preguntó si debo tener cuidado con… ¡¿Bwuhu?!’
Myneira entró con la cabeza en alto, sumida en sus pensamientos, lista para pedirle a Ferdinand un abrazo en cuanto la puerta se cerrara, como era costumbre, sin embargo, cambio de opinión de inmediato, mirando incrédula al interior y luego al dueño de aquella habitación, el cual tan solo le mostró una sonrisa diminuta y asintió antes de cerrar la puerta y dejarla correr.
–¡Mamá, papá, Tuuri!
Risas, llantos, gritos de emoción y los gorgoritos de Kamil la recibieron junto a un abrazo masivo.
Al interior de la habitación oculta estaba su familia esperando por ella.
‘No debió ser nada fácil para Ferdinand meterlos aquí sin que los vieran.’
–Mi pequeña, te ves tan grande y saludable –dijo Effa con esa sonrisa maternal y una mirada cargada de alivio y orgullo.
–Te dije que ella estaría bien, mamá —interrumpió Tuuri jalando a Myne en un abrazo posesivo y asfixiante que la pequeña aceptó con gusto–. Con todas las cosas que estuvo inventando ahora, no podía estar enferma o lastimada.
––¡Mis hijas son las niñas más hermosas de todo Ehrenfest! –gritó Gunther abrazando a sus hijas sin dejar de llorar–, ¡Ambas son tan hábiles en lo que hacen!
–Gunther, basta –le llamó la atención Effa entre pequeñas risas antes de tomar de nuevo a Kamil, que estaba intentando bajarse por todos los medios al suelo.
–Mamá, ¿puedo cargar a Kamil? Se ha puesto tan grande y adorable y…
–Jajajaja, Myne, no podemos dejar a Kamil suelto aquí dentro –comentó Gunther–. No va a tardar nada en comenzar a escalar los muebles y tratar de caminar para alcanzar las cosas del Sumo Obispo.
Myne miró a su hermanito con los ojos muy abiertos, impactada.
–¡¿Ha crecido tanto?! ¡¿Sin mí?! –’¡¿Cómo es que no ví eso en la sala de visión?!’– ¡Qué alguien detenga a Dregarnhur! ¡Me estoy perdiendo lo mejor de la vida de Kamil!
Hubo más risas, más abrazos y pronto, justo antes de que sus padres pudieran comenzar a contarle cómo estaba todo en casa, la niña se fijó en varias cosas.
La habitación, a pesar de notarse más apretada de lo usual, estaba más grande, lo suficiente para que hubiera un gran banco de piedra al fondo con algunos cojines sobre un colchón individual, al lado de su sillón de los regaños… y era ahí donde sus padres estaban sentados con Kamil.
Un servicio rudimentario de té y algunas pocas galletas descansaban en una mesita que no había estado ahí antes.
Y lo más importante… Ferdinand seguía mirando todo desde la puerta.
–Ferdinand, ¿qué haces ahí atrás? ¡Ven aquí!
–No creo que sea…
–¡Me organizaste una reunión familiar, ¿y no te unes?! –entonces volteó a ver a sus padres con su mejor rostro afligido–. Ferdinand estuvo esforzándose mucho aquí dentro. Me ha cuidado y educado. Se ha asegurado de que ustedes estén bien. Más aún, se ha vuelto parte de la familia para mí. ¿Está bien que se siente con nosotros?
Su padre le lanzó una mirada severa y analítica a Ferdinand, luego sonrió divertido.
–Le pediría que bebiera algo de vino conmigo para hacerlo oficialmente de la familia, pero no parece que este sea el lugar adecuado, ¿cierto?
–Además, sabemos cuánto se ha preocupado por ti, Myne –dijo Effa reacomodando a Kamil en su regazo–. Se ha tomado demasiadas molestias por todos nosotros. Por supuesto que es parte de la familia.
La pequeña sonrió con ganas, corriendo hacia el hombre de pie en la puerta para jalarlo de inmediato, guiándolo hasta el sillón que ella solía utilizar. Luego jaló la silla donde él solía sentarse y se acomodó ahí para conversar de manera animada sobre los pormenores en la ciudad baja y en el Templo.
Sus padres ya habían aprendido a leer… con dificultad, pero podían leer todo. Ambos estaban avanzando en su escritura, aunque todavía no era una letra refinada cómo la de Tuuri, quien estaba instruyendo a la familia de Lutz junto con el mismo Lutz.
Además de eso, estaban ahorrando para poder mudarse a la zona central la siguiente primavera, después de que su madre tomara el examen que le daría la oportunidad de poner su propio taller.
Por otro lado, Kamil amaba sus libros. Amaba también los juguetes que Myne le envió antes de meterse con Verónica y se mostraba de lo más curioso. El niño la sorprendió cuando comenzó a exigirle galletas tanto a su madre, cómo a Tuuri y a su padre, haciéndola reír y llorar un poco.
–¡Mi precioso y tierno Kamil no sabe cómo me llamo, pero ya puede hablar!
Hubo risas. No duraron mucho. Ferdinand la miraba ahora de un modo de lo más raro. Alguna preocupación debía tener porque no estaba hablando en tono duro o insidioso, sino usando un tono suave que casi nunca empleaba.
–Quizás sea mejor que Kamil tarde en aprender tu nombre. Es muy pequeño todavía.
–Es cierto –suspiró Myneira con pena en la voz–. Estará más a salvo si desconoce mi nombre por el momento, pero… ¿podemos enseñarlo a llamarme “hermana Myne” cuando sea un poco más grande?
–¡Claro que sí, Myne! –respondió su madre, peinándola un poco antes de bajar a Kamil al suelo, ayudándolo a ponerse en pie–. Kamil, ella tiene galletas. Ve con ella.
–¡Galleta, galleta! –balbuceó el pequeño caminando hasta ella, abrazándose a la silla y elevando la mano para golpear la pierna colgando de Myne.
La sacerdotisa rio complacida, entregándole una galleta a su hermano luego de tomar una de la mesita para entregársela.
Ferdinand no habló mucho, limitándose a responder algunas preguntas de la familia y sin agregar casi nada. Hasta que casi se terminó la media campanada.
–Estoy seguro de que todos ustedes apreciarían pasar más tiempo juntos, pero temo que el tiempo se nos ha agotado.
El silencio se hizo de inmediato. Myneira, su hermana y sus padres miraban a Ferdinand con atención. La pequeña abuela podía leer la pena que sentía el hombre de tener que dar aquel reencuentro por terminado.
–Tuuri, tú y Gunther serán escoltados por Zahm primero. Effa, tendrá que esperar junto con Kamil para que Fran los escolte. Preparé algunas cosas que pueden llevar cómo excusa para su visita prolongada.
Sabía que estaba a punto de darles todo tipo de indicaciones para protegerse unos a otros, todo tipo de advertencias con la intención de mantenerlos a salvo, sin embargo, Ferdinand se tragó el aire y sus palabras cuando la mano de Kamil le sostuvo uno de sus dedos, mirándolo con su adorable sonrisa de cuatro dientes.
–¿Hemano?
Todos se quedaron callados, más que desconcertados por aquello.
Ferdinand levantó a Kamil en brazos, poniéndolo de pie sobre sus piernas sin dejar de mirarlo a los ojos.
–No. Soy Ferdinand, pero no deberías…
–¿Dinand?
Tuuri fue la primera en reírse, luego Effa, después Myne y Gunther al último en tanto Kamil no dejaba de señalar a Ferdinand diciendo “Dinand” y “hemano” una y otra vez.
–¡Baja de ahí, Kamil! Ferdinand no es nuestro hermano –corrigió Tuuri en lo que tomaba al pequeño en brazos y se paraba para entregárselo a su madre.
–¡Dinand hemano! –se quejó Kamil de inmediato, haciéndolos reír a todos.
Ferdinand solo se puso de pie, tomó una galleta y se la mostró a Kamil, arrodillándose para quedar a la misma altura que el bebé en brazos de Effa.
–No me llames “hermano”. Es peligroso.
–¡Hemano Dinand! ¡Galleta!
Gunther le palmeó el hombro tratando de no reír, llamando la atención de Ferdinand y de Myneira.
–Creo que sería más peligroso que llamara hermana a Myne, Dinand.
Tuuri trató de no reírse mucho en ese momento, palmeando también el hombro de Ferdinand.
–Cuídate mucho, Dinand. Hermano o no, ahora somos familia. Espero que nos veamos pronto.
Ferdinand soltó un tremendo suspiro, luego de lo cual se puso en pie y se acercó a la puerta, esperando con paciencia a qué Tuuri y Gunther terminaran de despedirse de Myne para guiarlos fuera.
Myne observó a sus familiares hasta que salieron juntos con Ferdinand, luego miró a su madre, quien se estaba limpiando algunas lágrimas de los ojos a pesar de que no había reído a carcajadas.
–¿Sabes, pequeña? Me deja más tranquila todo esto. Espero que el Sumo Obispo no se haya molestado con tu hermano.
–Está un poco confundido, mamá. Kamil lo tomó desprevenido y no sabe cómo actuar.
–Ya veo. Nuestro pequeño Kamil también va a hacer cosas sorprendentes según parece.
Ambas sonrieron y Myne se sentó en el sillón junto a su madre, observando cómo Kamil se abrazaba a Effa de pronto, frotando su rostro en los brazos de su madre de forma curiosa antes de caer sentado en su regazo.
–¿Tiene sueño?
–Es tan joven todavía. Todo esto debe haberlo cansado demasiado.
Myne se estiró para acariciar con afecto el cabello y la cara de su hermano, sonriendo bastante cuando el bebé bostezó, se acomodó y comenzó a dormir.
–¡Kamil es adorable! –susurró ella–. ¡Descansa bien, hermanito! Prometo mandarte más juguetes y libros en cuanto pueda.
La puerta se cerró de pronto con algo de ruido y tanto Effa como Myne voltearon a ver a Ferdinand, quien se acercaba ahora a ellas.
–Respecto a eso. Luca y Gil dejaron unos “prototipos” de libros y juguetes que comentaste querías producir para su venta. Le entregué una parte a tu hermana y a tu padre.
–¡Ferdinand! –suspiró ella con molestia y algo de cansancio.
Effa comenzó a reír un poco, peinándola antes de mirar al hombre que se acababa de sentar frente a ellas en la silla.
–¡Gracias por esto y por todo lo que ha hecho por nosotros! Tenía razón al confiarle a mi pequeña. Imagino que se siente algo… incómodo con la exigencia de Myne de tratarnos cómo familia.
Ferdinand solo asintió con su rostro usual. Myne soltó un suspiro y Effa volvió a reír.
–Está bien. Va a tomar tiempo acostumbrarnos todos a este nuevo arreglo. Espero que no le molestara el sobrenombre que mi hijo le acaba de poner.
–No me molesta– respondió Ferdinand y Myne supo de inmediato que el hombre se había tragado un “pero” y una explicación.
–¿Podemos referirnos a usted cómo Dinand, entonces? No sé por qué razón se ha vuelto tan peligroso para Myne ir a visitarnos. No termino de entenderlo, después de todo, solo somos una familia humilde de la parte más humilde de la ciudad. A pesar de ello, aprecio mucho su preocupación y todo lo que ha hecho hasta ahora. No tengo problemas en considerarlo uno más de mi familia, igual que Gunther y mis hijos, así que, por favor, no dude en buscarnos cuándo lo requiera.
Myne sonreía contenta mirando de uno a otro. Ferdinand parecía considerar el ofrecimiento. Effa se agachó para besar a Myne en la frente, darle un medio abrazo apretado con su brazo libre y luego se puso en pie, seguida de inmediato por Ferdinand.
–No tenemos mucho que ofrecer, a decir verdad. No tenemos una educación sofisticada o riquezas. Carecemos mucho de bienes materiales. A pesar de ello, espero que pueda aceptar nuestros consejos y nuestras preocupaciones por usted también si no tiene problema en formar un vínculo con más plebeyos.
Y entonces, pasó.
Ferdinand estaba sonriendo. No esa sonrisa aterradora y brillante que ponía cuando estaba furioso. Tampoco era una de esas sonrisas microscópicas ni una sonrisa de negocios. Y no, no era ni de cerca tan grande o notoria como la que tenía Effa en la cara, pero era una sonrisa sincera y cargada de nostalgia y algo más.
Ferdinand miró a Myneira sin dejar de sonreír, luego a Kamil, por último, a Effa.
–Es un vínculo que prometo honrar y proteger. Muchas gracias.
Myneira se puso en pie, feliz de que el mocoso estuviera dando su brazo a torcer y entonces Effa levantó su mano libre, despeinó un poco a Ferdinand, a pesar de que él era más alto que ella, y le sonrió.
–En ese caso, cuídate mucho, Dinand. No solo cuides a Myne, cuídate de verdad. Hasta que nos volvamos a ver.
Los ojos de Ferdinand se abrieron enormes por un par de segundos, luego se cerraron y él asintió, girando para guiar solo a Effa y a Kamil.
Se tardó un poco, luego volvió, se sentó en la silla de siempre y, para sorpresa de Myneira, mientras se cubría los ojos con una mano, abrió su otro brazo en lo que sin duda era una clara invitación que la niña no tardó nada en tomar, subiendo de inmediato para abrazarlo.
–¿Estás feliz?
–No lo sé.
–¿Entonces incrédulo?
–Posiblemente.
–Mi familia es la mejor, Ferdinand. A una niña tan enferma cómo yo, cualquier otra familia la habría abandonado en el Templo o en el bosque mucho tiempo atrás, en especial proviniendo de la zona sur. Aun así se esforzaron por alimentarme y cuidarme lo mejor que pudieron. No encontrarás una familia más dispuesta a dar amor y afecto que ellos.
–... Solo una cosa.
–¿Qué cosa?
–Dinand está bien, pero... Nunca, ¡jamás!, se te ocurra decirme “hermano”, “primo” o algo así.
Myneira se rio con fuerza, tanto que se habría caído de la silla si Ferdinand no la hubiera apretado contra él sin dejar de mirarla ahora con cansancio.
Cuando al fin se calmó, Ferdinand la obligó a bajarse y entonces de verdad hablaron de la visita que llegaba, de hecho, en dos días.
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lectorafan89 on Chapter 2 Wed 20 Nov 2024 02:07PM UTC
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sarhea on Chapter 2 Wed 20 Nov 2024 11:01PM UTC
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RollyPollyColey11 on Chapter 2 Sun 24 Nov 2024 01:22AM UTC
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