Chapter Text
No recordaba exactamente en qué momento había comenzado a trabajar. Solo que, en algún punto después de cenar — algo liviano, lo único que su estómago irritable toleraba a estas horas — había terminado en la cama con la laptop sobre el regazo.
Y ahora estaba aquí.
Con los ojos fijos en la pantalla, la espalda rígida, sin preocuparse demasiado por lo despierto que seguía ni intentando hacer algo para arreglar su horario de descanso.
Shen Qingqiu solo movió el cursor hasta la siguiente línea del documento y siguió escribiendo, sus dedos desplazándose con precisión automática sobre las teclas. En algún punto, su pie había comenzado a frotarse contra el borde del colchón.
Izquierda. Derecha.
Izquierda… Derecha…
Para cuando registró la sensación, la cama estaba completamente revuelta, una almohada caída en el suelo y la sábana extra deslizándose lentamente hasta tocar la alfombra.
Tal vez... debería recoger el desorden en su habitación...
Pero el pensamiento se evaporó tan rápido como llegó.
Su pie siguió con el roce automático, como si su cuerpo necesitara algún tipo de alivio sensorial. La fricción, la calidez efímera después de acosar su piel hasta dejarla sensible y dolorida.
No era algo que hiciera por frío.
O tal vez sí.
Sus huesos siempre habían sido fríos. Es solo que nunca ha prestado suficiente atención a todas sus manías como para entenderlas.
No pensó en detenerse.
Seguramente tendría que cuidar la piel de su talón irritada con algunas cremas después.
Cuando una presión extraña contra su lengua se volvió demasiado presente, Shen Qingqiu parpadeó. Había algo entre sus dientes. Separó los labios con lentitud, sintiendo la ligera resistencia del objeto al desprenderse de la humedad de su boca. Un hilo fino de saliva quedó suspendido entre su lengua y la superficie pulida antes de romperse.
¿Un palillo para el cabello?
Los bordes estaban marcados por hendiduras irregulares, pequeñas fracturas en la pintura donde su mandíbula había ejercido demasiada presión.
¿Cuánto tiempo llevaba mordiéndolo?
Giró el palillo entre los dedos, curioso, recorriendo con la yema la textura desgastada de la madera, antes de volver a colocarlo de nuevo en su boca. La madera cedió bajo sus dientes con un crujido suave, las marcas de presión encajando con facilidad en las antiguas cicatrices de mordidas previas, y siguió escribiendo, ignorando el sabor tenue de la laca.
No recordaba en qué momento lo había tomado de su cabello ni en qué punto de la noche lo había convertido en parte de sí mismo.
Solo que estaba ahí.
Un objeto cualquiera, convertido en hábito.
Así que lo dejó donde pertenecía. Como las otras veces. Sin pensar en el desgaste del objeto. Sin pensar en lo sensibles que estarían sus dientes después.
…
El cursor parpadeó en la pantalla cuando terminó de redactar el documento.
Shen Qingqiu se frotó los párpados con lentitud, sintiendo el ardor acumulado de sus ojos acosados.
Pensando si era buena idea dejar descansar su vista, miró de reojo el reloj digital de su laptop.
11:35 p. m.
Uh.
...
Bueno… tal vez podría adelantar algo de trabajo.
Un par de correos respondidos. Otro documento que necesitaba ser revisado y aprobado. Actualización de agenda del próximo año. Revisión de presupuestos…Trabajo que podía esperar hasta mañana. Trabajo que, en teoría, no tenía que hacer hasta la otra semana. Pero, ¿qué más iba a hacer? Su insomnio ya era un problema crónico cuya única solución no era factible por el momento.
Así que trabajó.
Y trabajó aún más. Y cuando terminara de trabajar, tal vez buscaría algo más que hacer. Aunque dudaba mucho de que eso llegara a suceder alguna vez.
...
Para cuando el reloj marcó las 2:15 a. m., un movimiento sutil en la esquina inferior de la pantalla captó su atención.
…
Notificación del clima:
Nevada ligera durante toda la semana.
...
Le tomó un segundo más de lo normal reaccionar.
Con un movimiento casi imperceptible, abrió el calendario.
…
14 de Noviembre.
...
Shen Qingqiu se quedó quieto.
…
Ah.
Así que por eso estaba inquieto.
...
Hace frío. Mucho frío.
…
Sí. Era una observación inútil, sin relevancia. Hace frío, igual que todos los años. Como era natural en estas épocas del año.
Era solo que...
...
Llevó el palillo de vuelta a su boca sin haberse dado cuenta del momento en que lo había desalojado. Lo presionó entre los dientes con mucha más fuerza que antes, mordiéndolo en intervalos pequeños, arrancando pequeños fragmentos del material solido en el proceso.
Todo con la intención de distraerse, de sofocar el extraño sentimiento que comenzaba a roer sus entrañas.
Pero, sin importar que hiciera, su vista volvía a dirigirse al mismo lugar.
El cursor en la pantalla siguió parpadeando encima del calendario.
...
3:59 a. m.
Y luego 4:43 a. m.
Y luego 5:27 a. m.
Y luego—
El sonido de la alarma perforó el silencio.
...
Shen Qingqiu parpadeó.
Afuera, el amanecer teñía el horizonte de un azul grisáceo.
La nevada comenzó a caer.
Apenas tuvo tiempo de reconocer el peso en su pecho antes de ignorarlo por completo. Dejó que sus pies descalzos descansaran brevemente sobre el suelo antes de levantarse y cerrar su laptop sin apurarse.
El sonido de tacones y zapatos de cuero resonaba contra el mármol con un ritmo monótono, un acompañamiento perpetuo al murmullo de conversaciones ahogadas en la oficina.
El aire olía a café recién hecho, a tinta de impresora, a hojas de papel recién salidas de la copiadora. Y, sobre todo, a estrés acumulado, impregnado en las paredes de cualquier entorno corporativo como un perfume rancio que nadie notaba después de haber trabajo suficiente tiempo allí.
Shen Qingqiu avanzaba sin desviar la vista del expediente que sostenía en una mano, mientras que con la otra equilibraba su taza de té. Sus pasos eran medidos, precisos, su espalda recta y en una postura que exudaba despreocupación. Parecía que nada a su alrededor existía.
O, al menos, nada que valiera la pena notar.
Sabía, a raíz de años quebrándose la espalda trabajando en este lugar, dónde exactamente se encontraba cada obstáculo sin necesidad de dedicarle una mirada.
La esquina del escritorio de recepción, que siempre sobresalía lo suficiente para atrapar a los distraídos. El florero que alguien cambiaba de lugar todas las semanas, siguiendo un patrón tan predecible que ya ni se molestaba en cuestionarlo. El reloj de pared, inútilmente ruidoso, cuyo tictac, aunque innecesario, parecía retumbar más fuerte conforme avanzaba el día.
Todo, relativamente, era lo mismo.
La misma aburrida monotonía que había aprendido abrazar en sus peores días.
“¡Sr. Shen!”
A excepción, claro, de las nuevas caras de los pasantes que veía todos los años.
Pocos de ellos convirtiéndose parte de las constantes dentro de su vida. Y sospechaba fuertemente que este rostro en específico sería sin lugar a dudas una de estas.
Suavemente, pero sin pausa, Shen Qingqiu detuvo su marcha justo antes de alcanzar la puerta de su oficina.
Ning Yingying venía a paso apresurado, sujetando una carpeta contra su pecho con ambas manos. Su expresión era radiante, la de alguien que aún no había sido moldeada por la burocracia ni reducida a un autómata sin alma. Adorable, a decir verdad.
La observó de reojo por encima del hombro antes de girarse del todo.
“No grite en la oficina, pasante Ning.” No lo dijo con dureza, pero la corrección quedó flotando en el aire, tan filosa como siempre.
“¡Sí! Lo siento. Es solo que… terminé de organizar los reportes, como usted me pidió.”
Le extendió los documentos con ambas manos, espalda levemente encorvada, casi como si presentara una ofrenda.
Resopló.
Shen Qingqiu los tomó sin apurarse.
Que reacción tan exagerada. El entusiasmo era algo que nunca había entendido del todo, pero suponía que era normal en los jóvenes pasantes.
Así que abrió la carpeta y comenzó a hojearlo con la misma meticulosidad con la que inspeccionaba cualquier informe.
Recordaba los primeros reportes que Ning Yingying le había entregado meses atrás.
Precario sería una palabra demasiado amable para describirlos.
Desempeño mal canalizado, errores de formato horrorosos — En serio. ¿Qué les enseñaban en la universidad estos días? —, un exceso de detalles innecesarios que solo te generaban jaquecas, y, por supuesto, una evidente falta de pragmatismo.
Ahora, aunque aún había margen de mejora, su progreso era innegable. La chica se esforzaba por mejorar cada vez que resaltaba sin filtros sus errores, algo que otros pasantes resentían de él. Algo que Shen Qingqiu apreciaba de su parte.
“Hm. Apropiado.”
La sonrisa de Ning Yingying apareció de inmediato, lo suficientemente evidente como para que varias miradas se desviaran en su dirección.
Después de todo, era cumplido de Shen Qingqiu. Nada menos.
Ning Yingying seguramente se pavonearía frente a sus compañeros pasantes, proclamando con orgullo que no solo ha recibido asesoramiento y atención, sino que también había recibido una aprobación explícita de su infame superior, el cual seguramente veía gran potencial en ella como futura empleada de la empresa — lo cual mentira no era — provocando en consecuencia la envidia de aquellos que en teoría, eran su competencia.
Suspiró lentamente.
Si algo debía aprender esa chica era cuándo guardar sus pensamientos para sí misma.
Este lugar no premiaba realmente el esfuerzo. Era una cueva de serpientes disfrazadas de colegas. La gente aquí no celebraba el éxito ajeno; lo destrozaba, incluso si no lo necesitaban para su propio ascenso.
Entrecerró los ojos en consideración antes de dejar escapar un suspiro nasal apenas perceptible.
No era su problema.
No era quién para decirle qué hacer con su vida social o cómo manejar su espacio de trabajo.
Ya lo averiguaría por su cuenta. Como todos.
La experiencia no se recogía gratis.
“¡Gracias, Sr. Shen! Haré mi mejor esfuerzo en los siguientes informes.” La chica garantizó de una manera que prometía resultados prometedores, siendo fácil creerle pese a ese entusiasmo suyo que le hace dudar de si realmente se lo tomaba en serio.
Pero en el fondo, sabe que era así.
Shen Qingqiu pasó la última página sin cambiar de expresión antes de cerrar la carpeta con un gesto preciso.
“Eso espero. Me gusta la gente competente.”
Ning Yingying rió, su orgullo notablemente inflándose.
Y por un segundo, solo por un segundo, Shen Qingqiu vio un destello de alguien más en su expresión.
De un recuerdo viejo, de una historia que ya no consideraba parte de su vida.
Aunque la risa que recordaba era algo diferente.
Menos agraciada, menos ingenua, más curtida por los años y la realidad. De esas risas que surgían luego de experimentar las peores desgracias del mundo y, en lugar de doblegarse en un autodesprecio indefinido, han decidido seguir adelante con la cabeza en alto.
De ese tipo de risa que emergían cuando se usaba sus penurias personales como anécdotas de tragos, con la naturalidad de quien ha hecho las paces con la vida.
Ning Qian no era el tipo de mujer que la gente llamaba respetable. Pero había sido una de las pocas personas a las que Shen Qingqiu respetaba sin reservas.
Prostituta y orgullosa, madre soltera y ferozmente determinada, Ning Qian había sido una mujer que no se disculpaba por existir.
Había criado a Ning Yingying prácticamente con las uñas destrozadas y ensangrentadas por el esfuerzo, trabajando hasta el amanecer, aceptando cualquier empleo que le permitiera pagar la educación de su hija y mantener un techo sobre sus cabezas, aun si las personas no consideraban sus acciones honestas.
Nunca pidió disculpas, nunca se dejó aplastar por la vergüenza que otros intentaban imponerle. Ella sabia lo que necesitaba y los medios que se lo darían.
Las miradas despectivas, los susurros a sus espaldas, la hipocresía repugnante de aquellos que consumían con una mano lo que despreciaban con la otra.
Ning Qian los ignoraba con la misma elegancia con la que encendía un cigarrillo.
“¿Qué te importa lo que digan? ¿Te están pagando el alquiler? No, ¿verdad? Pues entonces que se metan su opinión por el culo.”
Directa. Áspera. Sin paciencia para tonterías.
Algo que aprendías a querer y extrañar de una persona. Por sorprendentemente que sea ese hecho.
Shen Qingqiu pestañeó, apartando la imagen antes de que se instalara demasiado en su mente.
Ning Yingying ciertamente no tenía la dureza de su madre. Sí, le traía cierta nostalgia cada vez que la veía, pero había márgenes de distinción que era imposible para él no destacar.
La joven no había crecido —gracias a los esfuerzos de Ning Qian— con esa característica desesperación que moldea a alguien hasta hacerlo irreconocible. Esa necesidad de construirse una coraza para sobrevivir a las adversidades inesperadas.
No. Nada de eso.
En su lugar, había heredado algo más valioso. Algo que no necesitaba adquirirse a base de golpes y lágrimas.
Determinación.
Ning Yingying nunca había pasado hambre. Nunca había deambulado por las calles vendiendo mercancías baratas, o sentido el filo de la desgracia siguiéndola de cerca con cada deuda pendiente. Tampoco había aprendido a medir la hora por la ansiedad que se acumulaba en el pecho cuando se acercaba el momento de pagarle a los acreedores del barrio.
Pero sabía lo que costaba la vida que tenía. Porque ella lo vio con sus propios ojos.
Ning Qian jamás le había ocultado de dónde venía el pan que comían en la cena. Y Ning Yingying, por supuesto, nunca lo olvidó. Por eso se esforzaba tanto. Por eso no se rendía cada vez que resaltaban sus fallos.
Porque sabía que su madre había dado su piel y su carne joven para asegurarle un futuro sin carencias.
Y aunque Shen Qingqiu jamás lo admitiría en voz alta, respetaba eso.
Ning Qian lo había ayudado una vez, cuando su orgullo y su miseria se enredaban demasiado en su cabeza como para ver con claridad, y la bofetada de realidad que ella le dio lo obligó a despertar de la ensoñación en la que se había sumergido por su cuenta.
Así que, cuando vio en la lista de pasantes el apellido ‘Ning’, no dudo en arrebatar la chica de los otros departamentos para resguardarla bajo su ala. A su manera, él también había decidido ayudar a la hija de su vieja amiga para devolverle el favor de hace tantos años.
Pero una cosa era ayudar.
Y otra muy distinta ser blando.
Shen Qingqiu jamás desestimó los valores de la empresa ni permitió que nadie confundiera su imparcialidad con favoritismo.
Si alguien no podía soportar el peso de sus responsabilidades, entonces no tenía idea de qué hacía desperdiciando el calcio joven de sus articulaciones bajo su mandato.
Ning Yingying no era una excepción.
Las noches de insomnio revisando documentos, los mechones rebeldes escapando de sus trenzas después de correr de un departamento a otro con los informes al día. Su esfuerzo por hacerse un lugar entre personas con años de privilegios y contactos que ella jamás tuvo. Todo sin dejar escapar una sola queja de sus labios.
Y, su camaradería bien calculada con sus compañeros de trabajo.
Esa astucia para sobresalir socialmente, para abrirse puertas en el mundo laboral sin la arrogancia ni la falsa modestia de otros que creían merecerlo todo sin esfuerzo.
Pero la gente no veía nada de eso.
No .
La gente solo veía que él era más amable con ella por su potencial.
Y, como todo en esta maldita empresa, era más fácil asumir lo peor de él.
Porque según su reputación, su 'amabilidad' solo podía provenir de intereses mal intencionados. Entonces, era el momento donde aparecían los murmullos en el fondo del pasillo.
“Es raro, ¿no? Siempre es más amable con las mujeres de su departamento… Especialmente esa pobre muchacha… quien sabe qué tipo de depravaciones se le pasa por la cabeza.”
“Ni lo digas… Me da escalofríos…”
“Ya sabes cómo son esos tipos… ¡Oh, nos está viendo! Miren a otro lado antes de que ese ogro nos llame la atención.”
Las palabras se disiparon antes de que Shen Qingqiu pudiera identificar de dónde venía exactamente.
Aunque no necesitaba hacerlo.
No era como si importara. No era la primera vez que escuchaba comentarios así. Ni tampoco la primera vez que reconocía las bocas que los difundían.
Así que no se molestó en girar la cabeza en su dirección para seguir sus siluetas. No dejó que sus hombros se tensaran por la momentánea incomodidad de sus insinuaciones.
No reaccionó en absoluto.
En cambio, miró de reojo a Ning Yingying, que no parecía haber escuchado nada, demasiado ocupada asegurándose de que los otros informes de sus socios de trabajo estuvieran en orden una vez más.
Sabía que en este punto ella ya debía haber oído algún comentario despectivo sobre él y su carrera en la empresa.
En almuerzos corporativos, en conversaciones de pasillo, los recesos durante la hora del café, en las despedidas nocturnas, en miradas que duraban un segundo más de lo necesario sobre ella cuando él la convocaba.
Pero, inteligentemente, la chica se sumergía en la ignorancia. Mantenía la cabeza gacha. No respondía y evadía las preguntas con un toque sutil de inocencia. Incluso si la crítica iba dirigida a al trato 'inapropiado' de Shen Qingqiu hacía ella, Ning Yingying simplemente miraría a otro lado y fingiría no entender las implicaciones de los demás.
Bien. Era mejor así.
Le ahorraría los problemas a los que él se enfrentaba a diario en esta oficina.
No era fácil lidiar con las personas que tenían una opinión y puntos de vista diferentes a ti.
“No holgazanees y ve a trabajar, pasante Ning. Espero los informes de la próxima semana a no más tardar el lunes en la mañana en mi escritorio.”
“¡Sí, Sr. Shen!”
Con un leve movimiento de la cabeza, le indicó que podía retirarse. Ella sonrió una vez más y asintió antes de girarse, desapareciendo entre los cubículos con un ligero rebote en su paso.
Shen Qingqiu la vio marcharse y, solo entonces, exhaló con lentitud en la seguridad de su oficina.
Demasiada energía.
Apretó los dedos contra el lomo del expediente.
No valía la pena. No había motivo para desgastarse por algo tan predecible.
Lo único que le sorprendía era que la gente aún no se cansara de repetir lo mismo.
Y podía apostar su sueldo a que eso el día de mañana le traería problemas.
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La oficina de Shen Qingqiu no era un espacio particularmente acogedor, pero tenía algo que la diferenciaba de la monotonía corporativa estándar.
Las estanterías estaban organizadas con precisión quirúrgica, los archivadores alineados con la exactitud de alguien que se negaba a vivir en el caos. Sin embargo, entre toda esa estructura rígida, había pequeños rastros de individualidad, lo justo para darle algo de color a las paredes grises que lo rodeaban a diario.
Una litografía enmarcada de un artista independiente. Un par de libros sobre teoría del arte, esparcidos sin demasiado orden en la mesa baja de té. Varios cuadros que había sacado del almacén porque solamente se estaban allí para arruinarse por el polvo. Una pequeña escultura de mármol negro, regalo anónimo de alguien con detalles vagos y firma ausente, demasiado linda como para tirarla.
Pero, en realidad, nada de eso le importaba demasiado. Aunque le trajeran cierto confort.
Nunca se había permitido sentir apego por su entorno laboral. Sería estúpido si lo hiciera.
Había aprendido, con suficiente experiencia, que depender demasiado de tu lugar de trabajo — o cualquier cosa en general — solo terminaba por erosionar tu identidad.
No había necesidad de construir comodidad en un lugar diseñado para devorarte a cambio de productividad.
Nunca se sabía cuando debías abandonar todo e irte sin aviso.
Era menos doloroso de esta manera.
Fácil y rápido.
Esto le había ahorrado suficientes dolores de cabeza para determinar que, efectivamente, lo mejor era separar tu vida personal de la laboral.
Aunque.
Eso no significaba que, de vez en cuando, no se dejara arrastrar por el estrés más allá de su jornada.
Realmente lo intentaba.
Lo hacía.
Pero no era su culpa tener compañeros de trabajo tan imbéciles.
Liu Qingge, del departamento jurídico, iba a provocarle una crisis nerviosa un día de estos.
¿Dónde quedaba el ámbito profesional? ¿Por qué demonios había tenido que interceptarlo en los baños para gritarle? ¿MIENTRAS saciaba una de sus necesidades básicas?
Dios sabe que no era su culpa que su hermana viviera más en las nubes que en la realidad.
Sus reportes parecían malditos manuscritos de novelas Xianxia. Estaba tan impacientado que si la situación persistía, iba a lanzarla directo a las editoriales que le deben un favor y darle algo con que entretenerse por un tiempo.
Tal vez debió rechazarla en su departamento en su momento, aunque eso le hubiera costado una pelea física con ese bruto sin cerebro.
La puerta se abrió con un clic suave.
Ming Fan entró con igual de callado de lo habitual, portando una tableta en una mano y una carpeta en la otra. Y con ese aire de malas noticias que Shen Qingqiu conocía lo bastante bien como para anticipar un dolor de cabeza antes de que el tarde siquiera comenzara.
La anticipación se cernía encima suyo.
¿Ahora qué?
Tal vez, si lo ignoraba lo suficiente, vería lo ocupado que está y le ahorraría el agotamiento adicional.
“Le envié un correo con la lista de museos y editoriales que solicitaron reuniones con usted para discutir las colaboraciones del siguiente trimestre.” Fue directo al grano mientras dejaba la carpeta sobre el escritorio. “Algunos buscan inversores o patrocinadores.”
Shen Qingqiu no levantó la vista de la pantalla de su computadora. Siguió tecleando y moviendo las imágenes del portafolio de su cliente más reciente, que carecía tanto de estética y agrado visual que le parece increíble que este tipo hubiese llegado tan lejos.
“¿Alguno vale la pena o es la misma basura conceptual de siempre?”
Ming Fan sonrió con absoluta neutralidad.
“Hay una mezcla interesante. Un par de editoriales independientes están ganando reconocimiento y podrían ser útiles para futuras colaboraciones.” Shen Qingqiu hizo una nota mental al respecto. “También hay un museo que planea realizar una exhibición exclusiva sobre arte digital interactivo.”
Shen Qingqiu arqueó una ceja.
“¿Interactivo?”
“Según la descripción, buscan explorar la relación entre la percepción sensorial y la identidad en el mundo digital.”
Shen Qingqiu exhaló con el cansancio de alguien que ya podía imaginar el tipo de 'arte' que eso implicaba.
“Proyecciones de luces y audios inquietantes a los que alguien llamará experiencia inmersiva.” Concluyó.
Ming Fan asintió con la compostura, había aprendido que discutir con su jefe no era productivo. Y bien sabio que era ese chico.
“Es lo que más vende. También hay propuestas más clásicas, si lo prefiere.”
Shen Qingqiu dejó el teclado de lado y hojeó la carpeta, revisando nombres y cifras con rapidez. Frente a él, Ming Fan permanecía de pie con las manos detrás de la espalda, una postura profesional pero relajada, esperando pacientemente a que su jefe descartara la carpeta entera con el mismo desinterés de siempre.
O, si estaba de suficiente humor, tal vez rescataría uno o dos trabajos del montón para dejarle después todo el trabajo encima. Pero Ming Fan no estaba ahí solo por eso. Era fácil notar cuando tenía algo que decir. En la manera en que fruncia el ceño en consideración, en como sus ojos se movían sutilmente a sus hombros para medir su rigidez y temperamento.
Su expresión era la misma de siempre, impecable y profesional, pero Shen Qingqiu conocía bien la dinámica.
Su asistente lo estaba probando y esperando el momento perfecto para arruinarle el día.
Shen Qingqiu prefirió seguir ignorante un poco más. Su paz momentánea no duraría demasiado, así que bien podía estirarla hasta donde le diera el brazo.
Ming Fan no tenía más de dos años trabajando con él, pero se había ganado su lugar con una rapidez inusual. A diferencia de otros que entraban por conexiones familiares y desperdiciaban su tiempo (y el de los demás), él tenía los pies bien puestos sobre la tierra.
Sí, venía de una familia acomodada.
No, no parecía haber pasado incomodidades financieras en su vida. Pero no era incompetente ni un holgazán. Sabía hacer su trabajo y lo hacía bien.
Y, aunque Shen Qingqiu nunca lo mencionaría en voz alta, como muchas cosas en su vida que sabía que era mejor guardarse para sí mismo, sabía que Ming Fan lo veía como una figura a seguir.
Lo encontraba casi divertido.
Ese esfuerzo por replicar su actitud, por adoptar su mismo desinterés afilado y su paciencia selectiva. No en el sentido de que le importara, claro. Pero si el chico quería aprender a moverse en esta jungla, que tomara apuntes.
Más aún cuando su eficiencia le ahorraba bastantes dolores de cabeza.
Si había caos en la oficina, Ming Fan lo detectaba primero. Y le avisaba con la precisión de alguien que sabía exactamente cómo esquivar problemas.
Llegaba con rumores. Con actualizaciones de estado de otros departamentos. Con información que le permitía a Shen Qingqiu dar media vuelta antes de que fuera demasiado tarde y echarle la culpa al tráfico por su retraso.
Así que sí, no tenía ninguna queja con él como su asistente.
“Por cierto Sr. Shen, tiene una reunión a las tres en punto.”
Shen Qingqiu detuvo el movimiento de su mano sobre el informe.
Oh.
Con que ahí estaba.
La mala noticia del día.
“¿Reunión? ¿Con qué departamento?” Alzó la vista lentamente.
Ming Fan, con la cara perfectamente neutral, deslizó su tableta de su brazo y leyó con naturalidad:
“Departamento de Estrategias Creativas y Desarrollo de Marca.”
Shen Qingqiu sintió un pequeño tic en la sien.
“¿Desde cuándo su departamento tiene un nombre tan pretencioso?”
“Desde que él se hizo cargo, al parecer. Hace aproximadamente dos años, tres meses y quince días, si se habla de precisión.”
Shen Qingqiu cerró la carpeta con un golpe seco.
“¿De verdad? ¿Ha pasado tanto tiempo? No lo había notado.”
“Sí. Por desgracia.”
Ming Fan no cambió su expresión, pero Shen Qingqiu notó el leve tirón en la comisura de sus labios.
Oh, claro.
Él también encontraba esto entretenido.
Maldito mocoso.
“¿Cuál es el tema esta vez?” Resignado, preguntó.
“Actualización del proyecto de desarrollo interno. Al parecer el departamento desea sugerir algunos cambios en la logística para hacer de la experiencia más amena posible luego de consultar con el departamento jurídico al respecto.”
Silencio.
“… ¿Eso no es básicamente su manera de hacer que todos escuchen sus ideas sin que nadie pueda discutirle.”
Ming Fan alzó ligeramente los hombros.
“Yo no lo diría así.”
“No, pero yo sí.”
Shen Qingqiu suspiró pesadamente.
“Muy bien. Si tenemos que hacer esto, que sea rápido.”
Ming Fan, con una expresión absolutamente neutral, deslizó su tableta bajo el brazo una vez más y se inclinó ligeramente.
“Como desee.”
Shen Qingqiu frunció el ceño.
“No lo digas así, Ming Fan.”
“¿Cómo qué?”
“Como si disfrutaras mi sufrimiento.”
“Oh, nunca. Este Ming Fan jamás se atrevería.”
Sonrió. Y no fue una de sus muchas sonrisas falsas. Definitivamente lo estaba disfrutando.
Maldito asistente eficiente.
---
Llegó unos minutos antes.
Como era de esperar, la sala estaba casi vacía.
La mayoría de los asistentes y miembros de los departamentos solían quedarse afuera hasta el último momento, intercambiando bromas y charlas intrascendentes, cualquier excusa para no sofocarse aquí dentro antes de tiempo. Un espacio breve de respiro antes de la reunión. En su caso, perfecto para evitar interacciones innecesarias.
Excepto que, nuevamente, la sala no estaba vacía del todo.
Luo Binghe ya estaba ahí.
Por supuesto que el desgraciado estaba ahí.
Shen Qingqiu sabía que debería haber fingido una excusa, dejar que Ming Fan se las arreglara por su cuenta y ahorrarse el mal rato.
Pero no. Él era un profesional.
Y, lamentablemente, ser un profesional implicaba soportar este tipo de torturas.
Luo Binghe estaba sentado en la cabecera de la mesa. Con una taza de café en la mano, la postura relajada, los documentos desplegados frente a él. Fingiendo descaradamente no haber notado su presencia.
Un espectáculo innecesario.
Como si Shen Qingqiu no supiera que ese bastardo tenía un radar especial para él. Solo alzó la vista cuando Shen Qingqiu estuvo lo suficientemente cerca como para no poder seguir ignorándolo sin que fuera obvio.
Tranquilo. Medido. Justo lo suficiente como para dejar claro que lo había estado esperando.
“Shen-Laoshi. Llegas tarde. Este Luo Binghe estaba preocupado por usted.”
¿Tarde? ¿¿Tarde??
Que se joda ese hijo de-
No respondió. Ni siquiera mentalmente. Apoyó los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y dejó su reloj bien visible, comenzando a contar los minutos que faltaban para que esta reunión terminara.
Los otros miembros del equipo entraron de a poco, ocupando sus asientos con la calma inconsciente de quienes no tenían idea del infierno silencioso que se desarrollaba en el intercambio de miradas asesinas entre los jefes de departamento.
La reunión comenzó con unos minutos de retraso.
Como siempre, Luo Binghe adoptó un tono educado, su voz perfectamente modulada mientras exponía las actualizaciones del proyecto. Sus sugerencias, aunque disfrazadas de simples ideas al aire, no tenían grietas.
Todo estaba sustentado en datos sólidos.
Proyecciones de mercado. Un análisis tan impecable que no dejaba espacio para la objeción.
Una trampa.
Shen Qingqiu lo entendió con un solo vistazo a los gráficos.
Si alguien intentaba contradecirlo, solo demostraría que no había prestado suficiente atención. O, peor aún, que quería desestimarlo únicamente por ego. Una jugada demasiado hábil.
Exhaló despacio, forzándose a concentrarse en las palabras y no en la forma en que Luo Binghe lo miraba. Como si esperara algo. Como si esperara que reaccionara. Como si fuera a ceder solo para satisfacer su maldita mente de perro.
Sabía lo que estaba haciendo. Y Shen Qingqiu no iba a dárselo. Tal vez hace un año y medio, esto le habría sacado de sus casillas.
Luo Binghe podría haber dicho cualquier tontería con su falso tono de loto blanco y Shen Qingqiu se habría levantado allí mismo, señalándolo con el dedo y enumerando cada uno de sus defectos sin importarle lo irrelevante que fuera para la discusión. Solo por el placer de desquitarse con la bestia. Solo por hacerle saber que veía a través de su maldita actuación.
Pero ahora… Ahora, ni siquiera valía la pena. Ni la energía. Ni el esfuerzo de hacer algo al respecto.
Sabía exactamente lo que Luo Binghe estaba haciendo.
Sabía que, desde que se consolidó como gerente de su propio departamento, había estado socavando su trabajo deliberadamente. Sabía que movía hilos allá arriba. Sabía que desviaba proyectos enteros y los reformulaba bajo su departamento. Que gracias a sus contactos, los transformaba en algo completamente distinto a la intención original.
Y que nadie iba a defenderlo. Porque quien cargaba con la responsabilidad en su departamento inicialmente era, en esencia, la escoria de la compañía.
Shen Qingqiu.
Sabía que Luo Binghe le estaba robando los proyectos desde que ingresó a la compañía como trabajador a tiempo completo y no solo como un pasante del montón.
Pero sinceramente, le daba igual.
Si quería cargar con esa montaña de trabajo, que lo hiciera. No iba a llorar por ello. Mas bien, le agradecería apenas tuviese la oportunidad.
Pero eso no significaba que tuviera que disfrutarlo.
Y definitivamente no significaba que tuviera que soportar la forma en que Luo Binghe lo miraba durante las reuniones.
Como si esto fuera un juego. Como si se estuviera divirtiendo. Como si disfrutara cada segundo de verlo en esta posición. Como si lo alentara a reaccionar a la provocación.
Casi cedió.
Shen Qingqiu cerró los ojos un segundo.
Imaginó. Solo un instante.
Él, poniéndose de pie. Dando la vuelta a la mesa.
Superando por fin esas malditas pulgadas de altura que Luo Binghe le llevaba.
Y dándole un puñetazo directo en la cara.
Sin importarle las consecuencias. Sin importarle su despido ni la mancha en su expediente laboral. Solo para alimentar ese fuego interno que llevaba años tratando de sofocar desde que vio a esa pequeña bestia de pasante en su departamento. Lo deseaba lo suficiente como para que su mandíbula se tensara y sus dedos se crispasen levemente sobre la mesa.
Pero al final, como siempre, empujó la idea lejos, muy, muy, muy lejos. Junto con todos los pensamientos intrusivos y violentos del día a día.
“¿Algún comentario al respecto, Sr. Shen?”
La voz de Luo Binghe lo sacó de su ensoñación con una suavidad casi perezosa. Como si supiera perfectamente que no había estado prestando atención. Como si no quisiera asustarlo demasiado y darle tiempo para recomponerse antes de que perdiera la cara.
Vaya. Qué considerado.
Shen Qingqiu alzó la mirada y, en el mismo instante, sintió los ojos de todos sobre él. No permitió que su incomodidad se notara.
Nunca la permitía.
Con un profesionalismo pulido a lo largo de los años, respondió con tono mesurado:
“No encuentro ningún punto de objeción. A menos que algún miembro de mi departamento tenga algún comentario al respecto.”
No voy a pelear por esto, bestia. Corta el acto.
Mantuvo la vista fija en Luo Binghe, pero de reojo miró a los miembros de su departamento.
Esperó.
Nada. Inquietantemente en silencio.
Gracias por el apoyo, imbéciles.
Su mirada volvió a Luo Binghe. Sus ojos apenas entrecerrados. “Espero una copia del informe en mi escritorio con los detalles para proceder a la ejecución del proyecto.”
Preciso. Inapelable.
Y Luo Binghe, maldito fuera, sonrió al punto en que sus ojos se cerraron en medias lunas. "Esta sesión se da por finalizado."
La reunión continuó con los saludos y despedidas corteses de siempre. Una excusa miserable para enredarlo en conversaciones innecesarias.
Shen Qingqiu esperó.
Esperó a que fuera seguro levantarse sin parecer demasiado ansioso por huir. Y apenas sintió la invasión de su espacio personal, supo que era el momento. Huyó tan rápido como la etiqueta social le permitía, siendo seguido por Ming Fan a solo unos pasos de distancia, pero pudo sentir que algo más lo seguía.
No giró la cabeza. No lo necesitaba.
Sabía que tenía su mirada pegada en la nuca. Sabía lo que encontraría si se atrevía a voltear.
Una sonrisa llena de cinismo. Una sonrisa que, inexplicablemente, siempre lograba ponerlo de los nervios.
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La noche ya había caído.
Shen Qingqiu repasaba el informe con la meticulosidad de quien no encontraba fallas, pero seguía dispuesto a destrozarlo. Frente a él, Luo Binghe esperaba, apoyado contra el borde de su escritorio con la misma postura relajada de siempre.
Cómodo. Paciente. Como si tuviera todo el tiempo del mundo.
“No está mal.” comentó finalmente, cerrando la carpeta con un gesto vago antes de deslizarla en el cajón. “Casi parece que te esforzaste.”
Por la forma en que Luo Binghe ladeó ligeramente la cabeza, sabía que estaba sonriendo internamente.
“¿Shen-Laoshi me ha dado un cumplido?”
Shen Qingqiu giró la llave del cajón con deliberada lentitud, asegurándose de no mirarlo. “Es una observación.”
“Ajá. Y la observación que no dices es que te molesta que lo haya hecho bien.”
Shen Qingqiu apoyó un codo sobre la mesa y sostuvo su mentón con la mano, mirándolo con una calma que sabía que no estaba ahí.
Pero que al menos valía la pena intentar disimular.
“¿Necesitas algo más, bestia?” Luo Binghe bajó la mirada un segundo, sus dedos jugueteando con el borde de la mesa como si estuviera reconsiderando sus palabras.
Luego, sonrió de lado.
“No. No realmente. Estoy libre el resto de la semana.”
El silencio se extendió entre ellos por un momento. Un intercambio mudo de miradas, calculando.
Midiendo.
Hasta que finalmente Shen Qingqiu exhaló, dio por perdida la batalla y recogió su teléfono de la mesa.
“Si no hay más que discutir, me voy. Con tu permiso.”
“¿Tan temprano?” murmuró, echando un vistazo al reloj de la pared con una expresión que solo podía describirse como desinteresada. Aunque veía algo de genuina sorpresa en sus ojos.
Shen Qingqiu le dedicó una mirada breve, tan vacía de emoción como le fue posible. “Algunos de nosotros preferimos no vivir en el trabajo.”
Luo Binghe giró lentamente la taza de café entre sus manos.
“¿Sí? Porque juraría que tu idea de diversión es corregir informes hasta la madrugada.”
Shen Qingqiu se limitó a recoger su chaqueta del perchero.
“Nos vemos el lunes.”
“Te veré esta noche.”
Shen Qingqiu se detuvo en seco. Chaqueta en una mano. La otra aún apoyada en la manija de la puerta. Giro lentamente la cabeza en su dirección.
Luo Binghe ni siquiera lo estaba mirando. Seguía revisando su teléfono con absoluta indiferencia, como si su afirmación hubiera sido una observación sin importancia, algo dicho sin ninguna segunda intención. Como si realmente no estuviera esperando una respuesta.
Shen Qingqiu consideró hacerlo. Algo cortante, tal vez, que le dictara rápidamente que se sacara la idea de la cabeza.
Pero no dijo nada.
Simplemente se tomó su tiempo para acomodar la chaqueta sobre sus hombros y empujar la puerta para salir.
Y, aún sin necesidad de mirar, supo que Luo Binghe lo seguiría.
No necesitaba escucharlo. No necesitaba verlo.
Porque siempre lo hacía. Siempre estaba ahí.
Como si estuviera atado a su sombra.
No recordaba en qué momento exactamente de la noche había terminado en el auto de Luo Binghe.
Quizá porque siempre pasaba así.
Un instante estaban en la oficina, ignorándose con elegante desprecio; al siguiente, estaban aquí, atrapados en la misma burbuja claustrofóbica que hacía parecer más pequeño el espacio entre ellos.
Era irritante.
Lo suficiente como para que Shen Qingqiu se cuestionara si no debería hacerse un chequeo e internarse en un psiquiátrico.
Binghe conducía con una facilidad casi perezosa, una mano en el volante, la otra descansando contra la caja de cambios. La luz de la ciudad se filtraba a través del parabrisas en destellos intermitentes, reflejándose en la curva relajada de su sonrisa.
“Estás muy callado, Shen-Laoshi.”
Shen Qingqiu apoyó la sien contra la ventana, observando los edificios pasar.
“Estoy cansado.”
“¿De qué? Si hoy te quité la mitad del trabajo.”
Shen Qingqiu entrecerró los ojos.
“Más bien diría que me robaste la mitad del trabajo.”
Binghe soltó una risa baja.
“Los detalles son irrelevantes.”
Shen Qingqiu exhaló con lentitud, negándose a morder el anzuelo. De todas maneras, tiene razón. Además, en este punto de su extraña ‘relación’, lo conocía demasiado bien como para saber que no estaba tratando de discutir. No realmente.
Estaba buscando algo más.
“¿Qué es?” preguntó finalmente, sin molestarse en ocultar su impaciencia.
“Nada.” La bestia ladeó un poco la cabeza, sin dejar de mirar al frente. “Solo me preguntaba cuánto más te vas a hacer el desentendido.”
“¿De qué demonios hablas?”
Binghe detuvo el auto en un semáforo, y por un segundo, su sonrisa pareció ensancharse apenas un milímetro más de la cuenta.
Shen Qingqiu sintió un pequeño tic en ojo izquierdo.
Luo Binghe apoyó un brazo contra la ventanilla, girándose lo justo para mirarlo de reojo.
“¿Cuánto más piensas ignorarme en la oficina?”
Shen Qingqiu no apartó la vista del parabrisas, no cambió su expresión, no permitió que la pregunta le tocara ni en la superficie. El semáforo cambió. El auto volvió a moverse.
“Escuché que Liu Qingge intentó matarte en los baños de la oficina.”
Shen Qingqiu cerró los ojos con fuerza. Contó hasta tres.
Uno.
Porque, por supuesto, Liu Qingge no podía simplemente hacer un escándalo sin que terminara convertido en un chisme barato.
Dos.
Porque Binghe estaba deliberadamente disfrutando esto, consciente de su nefasta relación de trabajo.
Tres.
Porque, honestamente, lo único que lamentaba era no haberle roto algo a Liu Qingge mientras tenía la oportunidad cuando todavía iban a la universidad.
“Déjame adivinar.” Su voz era plana, carente de emoción. “¿Te contaron que lo provoqué, que me lo merecía y que al final fue un gran malentendido?”
“Oh, no. Esta vez fue algo diferente.” Binghe corrigió con la satisfacción de quien tiene la mejor anécdota en una reunión de borrachos. “Escuché que Liu Qingge te gritó que eras un incompetente, que solamente querías desquitarse con su hermana porque eras un cobarde y que tú intentaste ahogarlo en un lavabo del baño como respuesta.”
Shen Qingqiu inhaló tan fuerte que su propia paciencia hizo un sonido de fractura.
Binghe notó la tensión en su mandíbula.
Y lo saboreó.
Shen Qingqiu, con los labios apretados y los hombros tensos, se preguntó si golpearlo con la guantera sería suficiente para dejarlo inconsciente.
“Ming Fan no sabe contar chismes.”
“Tu pequeño asistente no me lo contó. Al menos no él, directamente.” Luo Binghe giró el volante con suavidad, la vista fija en la carretera, pero con ese tono ligero que nunca presagiaba nada bueno. “No es como si habláramos en primer lugar. Parece tener un genuino resentimiento contra mí sin siquiera haber interactuado una sola vez en nuestras vidas, pero supongo que tu odio hacia mí es contagioso.”
“No me digas.” Shen Qingqiu resopló.
“En realidad, lo escuché de tus pasantes.” Luo Binghe lo miró de reojo con la expresión más inocente posible. “Según ellos, fue tan intenso que casi hicieron apuestas sobre quién iba a ganar.”
Shen Qingqiu bufó. El tráfico avanzaba lento, las luces de los autos iluminaban intermitentemente el interior del vehículo.
“Deberían invertir su tiempo en trabajar en vez de estar atentos a lo que hacen sus superiores…” Su voz escupió las palabras con evidente desprecio. “Malditos mocosos. Siempre es lo mismo… Un grupo de inútiles que cree que por respirar el mismo aire que yo se volverán competentes por ósmosis.” Susurró, con toda la intención de guardarse la opinión para sí mismo.
Y Luo Binghe sonrió.
...
Ahí estaba.
Esa manera de hablar.
Con esa facilidad absoluta para pisotear a cualquiera por debajo de su estándar. Lo que Luo Binghe no había esperado era que fuera justo eso lo que hiciera brotar un rastro de amargura en su propia garganta.
“Esas palabras son demasiado amables. No recuerdo que lo fueran cuando todavía era tu pasante.”
Shen Qingqiu sintió el escalofrío recorrerle la espalda antes de que pudiera evitarlo.
No.
...
No quería seguir esa línea de conversación.
No otra vez.
...
Pero la pequeña bestia no sabía cuando era el mejor momento para cerrar la boca.
“Sabes, escuché esta mañana que elogiaste el trabajo de esa chica nueva que está haciendo sus pasantías en tu departamento. Ning Yingying era su nombre, si mal no recuerdo... Sus ojos se iluminan cada vez que habla del ti… cada vez que hablaba sobre como valoras su esfuerzo y lo paciente que eres con sus informes… y que no eras como los rumores te pintaban...”
Pudo observar por el rabillo del ojo como el hombre hundió la espalda en el asiento, cerrando los ojos un segundo antes de exhalar con lentitud. “Me pregunto qué habrá hecho tan bien para que el magnífico Shen Qingqiu le diera tales beneficios.”
“Ni lo intentes, bestia. Sé lo que estás haciendo y no va a funcionar esta vez.”
Luo Binghe tamborileó los dedos contra el volante, su voz arrastrándose con una ligereza estudiada.
“Aunque ahora que lo pienso… es raro. Cualquiera que recibe un mínimo de respeto humano de tu parte suele ser una mujer.”
Shen Qingqiu apretó la mandíbula.
“Bestia, suficiente.” Su tono fue nada menos que amenazante. Pero aún así continuó hablando. "Esto no es divertido."
“Uno pensaría que esos rumores son ciertos.”
Finalmente. Luo Binghe vio el instante exacto en que su paciencia se rompió. Los nudillos de Shen Qingqiu se marcaron levemente sobre su propio muslo, su postura rígida, su mirada afilada.
Sonrió, satisfecho. Pero entonces, decidió avanzar un poco más para explorar los límites.
“Los tratas con mucha dulzura... Shen-Laoshi...” El tono era casi pensativo. “Si lo comparo con la época en la que yo era pasante… Puedes ver la diferencia…”
El cambio fue instantáneo. El ligero tirón en la comisura de sus labios, la manera en que su barbilla se alzó apenas unos milímetros.
Una respuesta automática de alguien acostumbrado a estar por encima de los demás.
“Si no callas ahora mismo, me bajo del auto en medio de la maldita carretera.” Dijo, como si fuera la peor condena a la que pudiera someterlo.
Luo Binghe sintió la presión de su agarre en el volante volverse más fuerte, pero no se detuvo.
No ahora.
“Dime, Shen-Laoshi…”
Su voz bajó un tono.
“¿Ella es tan buena haciéndotelo como yo?”
Silencio. Por apenas un instante.
Y luego-
“Realmente todavía preguntas porque nunca me agradaste, Luo Binghe... Vete al infierno.”
Susurró, apenas audible, escondiendo su rostro de disgusto al otro.
Y Luo Binghe no supo como reaccionar a eso.
...
No fue su típica respuesta irritable. Tampoco fue la exasperación de siempre, ese desdén afilado con el que se acostumbraba a jugar como un gato con un ratón.
No. Esto fue genuino.
Honesto.
Y eso, por alguna razón, le molestó. Le molestó de verdad.
...
No volvió a decir nada en el resto del camino.
Y Shen Qingqiu, sin mirarlo una sola vez más, tampoco.