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En el corazón del Japón feudal, bajo la luna sangrienta del séptimo mes, la Casa Tsugikuni gobernaba. Su riqueza, cuidadosamente protegida, fluía desde las minas de plata ocultas en las montañas. Michikatsu, el patriarca, era un Alfa temido y obsesionado con la pureza de su linaje.
Sumido en la lectura de los documentos que quedaban pendientes, un golpeteo en la puerta lo sacó de su concentración. Al abrirla, encontró a un sirviente que aguardaba con reverencia.
—Disculpe la interrupción, señor, pero su hermano ha venido a visitarlo —anunció con voz contenida.
Michikatsu apenas desvió la mirada de los escritos, su respuesta fue breve y distante.
—En un momento saldré —murmuró, apartando las cartas con un gesto deliberado.
A pesar de la frialdad con la que se conducía, en lo más profundo de su ser sentía un afecto genuino por Yoriichi. Su hermano regresaba de un largo viaje por tierras lejanas, siempre impulsado por su insaciable deseo de conocer el mundo más allá de las fronteras familiares.
Cuando finalmente llegó al salón de los huéspedes, lo vio. La tensión imperceptible en su cuerpo se disipó con alivio: Yoriichi había vuelto sano y salvo. Sin demora, se sumergieron en una conversación sobre los acontecimientos que marcaron el viaje.
En un momento, Yoriichi extrajo un objeto de entre sus pertenencias y lo sostuvo con orgullo.
—La región que visité es famosa por la producción de un carbón especial, usado para forjar katanas que nunca se rompen, una técnica reservada para el shogunato —dijo mientras desenfundaba una de las armas que había traído consigo.
Michikatsu sostuvo la katana entre sus manos, analizando cada detalle con una mirada crítica. La hoja era impecable, con un filo tan pulido que reflejaba la luz de las velas como un espejo. Era difícil de creer que su fabricación proviniera de una región aparentemente ajena a los conflictos bélicos.
—Jamás hubiera sospechado que su fabricación tuviese tal origen —murmuró, aún inspeccionando la empuñadura, sintiendo el peso equilibrado de la espada.
Yoriichi asintió con calma, su expresión serena reflejando el respeto que sentía por aquellos artesanos anónimos.
—Sí. Por lo general, prefieren mantenerlo en secreto. No participan activamente en la guerra, evitan atraer demasiada atención —explicó, cruzando los brazos con aire pensativo.
Michikatsu deslizó los dedos por la hoja, sopesando las implicaciones de aquel conocimiento.
—Entonces deben haber acumulado una gran fortuna —comentó, con la calculadora frialdad que lo caracterizaba.
Yoriichi sonrió con discreción, como si la riqueza de aquella región le resultara un asunto trivial.
—Supongo que sí —respondió con naturalidad, antes de sacar otro objeto de entre sus pertenencias—. También se dedican a la producción de medicinas. Comercian hierbas medicinales exclusivas y han desarrollado múltiples fármacos con propiedades avanzadas.
Michikatsu recibió el pequeño frasco que su hermano le entregaba. Contenía un líquido ámbar con un tenue aroma a raíces silvestres. Lo giró entre sus manos, observando su textura con interés.
—Interesante… —musitó, mientras su mente evocaba una deuda pendiente con el clan Kibutsuji. A pesar de la relación cordial entre ambas casas, sabía que cualquier oportunidad de fortalecer sus lazos debía ser aprovechada. Muzan, conocido por su insaciable deseo de poder, era un comprador ávido de armas y sustancias que reforzarán su influencia.
Una posibilidad se formó en la mente de Michikatsu. Quizá, con la información que ahora tenía, sería capaz de negociar un acuerdo que expandiera su control más allá de la plata y los metales preciosos.
—¿Cómo ha estado tu esposa? — El ambiente se tornó más pesado cuando Yoriichi cambió de tema con cautela.
Michikatsu no levantó la mirada, sus dedos aún rozaban el filo de la katana, como si el metal pudiera distraerlo de la realidad.
—Volvió a perder al bebé —dijo sin más, su tono frío, pero cargado de un peso innegable.
Yoriichi sintió un nudo en el pecho. Conocía bien el dolor silencioso de su hermano, aunque jamás lo expresara con palabras. Se sintió culpable por traer el tema a la conversación, pero era inevitable.
—Oh… Lo siento mucho —musitó, bajando la mirada con respeto. Sabía que Michikatsu atravesaba una tormenta invisible.
El silencio se mantuvo unos instantes, hasta que el patriarca de los Tsugikuni retomó el aire calculador que lo caracterizaba.
—¿Sabes si esa familia estaría interesada en formar alianzas? ¿Tienen hijos en edad de matrimonio? —preguntó.
Yoriichi parpadeó, aún procesando el abrupto cambio de tema, pero decidió seguir el hilo.
—Ahora que lo pienso… Sí, el mayor está por entrar en edad —respondió, con la certeza de que su hermano ya trazaba un plan en su mente.
La conversación, aunque breve, había sido suficiente. Yoriichi se despidió con una inclinación respetuosa, y Michikatsu volvió a sumergirse en sus asuntos. Sus ojos recorrieron los papeles sobre la mesa hasta detenerse en una carta en particular.
"El último Omega de la rama secundaria de los Tsugikuni ha presentado su primer celo. Muichiro, con tan solo once años, lo ha manifestado esta mañana."
Michikatsu deslizó la mirada sobre las palabras escritas con precisión en el pergamino. La noticia no lo sorprendió, pero sí despertó una nueva serie de pensamientos estratégicos en su mente. Los gemelos Yuichiro y Muichiro habían sido relegados a una hacienda lejana tras la muerte de sus padres, criados por una tía viuda cuyos recursos menguaban con el paso de los meses.
Muichiro, el menor, era frágil como el cristal, con ojos azules que reflejaban el cielo en su más puro estado. En cambio, Yuichiro, su hermano mayor por escasos minutos, poseía una mirada afilada, endurecida por la necesidad de proteger lo único que le quedaba en el mundo. A pesar de su corta edad, cargaba sobre sus hombros el peso de la supervivencia.
Michikatsu contempló la carta por un instante más antes de tomar una decisión. Se irguió y, con la misma frialdad calculadora de siempre, alzó la vista hacia uno de sus guardias.
—Lleven a los gemelos a la mansión —ordenó con voz firme—. Que su llegada sea discreta, pero inmediata.
Los hombres asintieron y, sin más, se dispusieron a partir hacia la hacienda. Mientras tanto, Michikatsu entrecerró los ojos, repasando mentalmente los posibles beneficios que la situación podría traerle. Un Omega joven en la familia… Aquello, si se manejaba correctamente, podía abrir nuevas oportunidades.
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La estancia se extendía con amplitud, envuelta en una luz cálida que emanaba de los faroles de papel suspendidos del techo. Sus suaves destellos proyectaban sombras inquietas sobre las paredes, figuras fugaces que parecían danzar al compás del tenue susurro del viento colándose por las rendijas. La mesa, dispuesta con meticulosa precisión, aguardaba en silencio mientras los sirvientes servían té sin pronunciar palabra. El aroma del té recién servido impregnaba el aire, una fragancia herbal que se mezclaba con el leve perfume a madera envejecida.
Yuichiro, un niño de cabello negro con puntas aqua, permanecía rígido, su mirada afilada se desplazaba de un rincón a otro, escudriñando cada detalle con recelo. A su lado, Muichiro, que compartía su misma apariencia, pero su expresión era más relajada. Sus ojos vagaban de una columna ornamentada a los intrincados grabados en la madera de las puertas corredizas, su expresión reflejando tanto asombro como cautela. Nunca habían visto un espacio tan imponente, tan meticulosamente ordenado. Aunque sus padres poseían cierta riqueza, jamás podrían haber soñado con ostentar la opulencia contenida en cada pequeño lujo de esa casa.
El sonido de pasos resonó en el pasillo. La puerta se abrió, y la silueta de un hombre de porte imponente se alzó ante ellos. Vestía elegantes ropajes violetas, y su cabello, recogido en una cola de caballo, enmarcaba un rostro.
Michikatsu Tsugikuni había llegado. Su mirada se posó sobre los gemelos, evaluándolos con detenimiento.
—Bienvenidos a la Casa Tsugikuni —pronunció con voz serena, pero cargada de autoridad.
Yuichiro permaneció en silencio. Su mandíbula apretada, sus manos cerradas en puños sobre su regazo. Muichiro, percibiendo la tensión de su hermano, bajó la mirada y realizó una reverencia en señal de respeto.
Michikatsu tomó asiento frente a ellos, con una postura relajada pero dominante.
—Espero que el viaje no haya sido demasiado agotador —continuó, tomando su taza de té con calma.
Yuichiro soltó una risa seca, carente de cualquier atisbo de humor. La crispación de su mandíbula delataba su irritación.
—¿Nos trajo aquí para preguntarnos sobre el viaje? —espetó, su voz afilada.
Muichiro, atento a la creciente tensión, le lanzó una mirada de advertencia, pero Yuichiro no pareció inmutarse. Por otro lado Michikatsu mantenía su expresión imperturbable, casi como si ya esperara aquella reacción.
—Los traje aquí porque pertenecen a esta familia. Es mi deber asegurarme de que reciban lo que les corresponde —respondió con una tranquilidad.
—¿Lo que nos corresponde? ¿Desde cuándo le importa lo que nos pase? —su voz temblaba de furia contenida—. Nos dejaron en esa hacienda como si fuéramos un problema que nadie quería resolver.
Michikatsu dejó su taza sobre la mesa con un movimiento pausado, su mirada permaneció impasible.
—Las circunstancias han cambiado —fue todo lo que dijo, sin añadir explicación.
Yuichiro exhaló un bufido desdeñoso. Ya sabía exactamente a dónde quería llegar. No podía ser una coincidencia que, justo un día después de que su hermano empezara a presentar su celo, los hubieran venido a buscar.
—¿Circunstancias? No me haga reír —murmuró, su voz impregnada de desconfianza y desprecio.
Michikatsu observó a los gemelos con detenimiento. Yuichiro seguía rígido, endurecido por la cautela y el resentimiento, mientras Muichiro, más frágil, parecía debatirse entre la incertidumbre y una tímida curiosidad.
Tsugikuni tomó un sorbo de té antes de hablar, y aunque su tono era suave, contenía una firmeza inquebrantable.
—Hay algo que deben entender —comenzó, su tono sereno pero implacable—. La Casa Tsugikuni no toma decisiones sin propósito. Su llegada aquí no es un acto de caridad. Es una oportunidad.
Yuichiro se tensó aún más, su mandíbula apretada. Lo sabía desde un principio.
—¿Oportunidad? —repitió con desprecio—. ¿Para quién? Porque no creo que sea para nosotros.
Michikatsu ignoró la provocación y dirigió su atención a Muichiro.
—Muichiro, tu llegada a la madurez ha abierto puertas que antes estaban cerradas. Hay familias poderosas que buscan alianzas con la Casa Tsugikuni, y tú eres la clave para fortalecer esos lazos.
Muichiro parpadeó, confundido.
—¿Alianzas…? —susurró.
El golpe seco de la mano de Yuichiro contra la mesa resonó en la estancia, sacudiendo el delicado equilibrio de la conversación.
—¡Lo quiere comprometer! —espetó, su voz cargada de furia—. Eso es lo que significa, ¿verdad? Muichiro apenas tiene once años. Es un niño. Y quiere forzarlo a un compromiso.
Michikatsu mantuvo su expresión imperturbable.
—Es un acuerdo que beneficiará a ambos —corrigió con calma—. Muichiro tendrá estabilidad, protección, una vida asegurada. Se casará con alguien de una familia de buenos recursos y disfrutará de una vida que pocos logran conseguir. Y tú, Yuichiro, no tendrás que cargar solo con el peso de su bienestar. Incluso podrías encontrar tu propio camino a un compromiso.
Muichiro sintió un nudo en el estómago. La idea de no ser una carga para su hermano… de tener un lugar asegurado… tenía sentido.
—No necesita que lo "aseguren". No necesita que lo usen como moneda de cambio.
Michikatsu exhaló con calma, como si estuviera tratando con un niño testarudo.
—No puedes protegerlo para siempre, Yuichiro. Algún día, necesitará más que tu presencia. Y esto es lo mejor para él.
Muichiro tragó saliva, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos. Yuichiro, por primera vez, parecía afligido, sin saber qué hacer.
—No lo escuches, Muichiro. No quiere ayudarte. Quiere controlarte.
Michikatsu esbozó una leve sonrisa.
—No quiero controlarlo. Quiero que entienda que tiene un lugar en este mundo. Que no tiene por qué vivir a la sombra de nadie.
Muichiro bajó la mirada, su mente atrapada por la incertidumbre. Yuichiro, en cambio, ya tenía su respuesta.
—No vamos a aceptar esto.
Michikatsu entrecerró los ojos, evaluando la reacción de los gemelos.
—Eso dependerá de ustedes.
Con la conversación concluida, Michikatsu se levantó con la misma calma imperturbable con la que había hablado. Sin añadir más palabras, salió del salón, dejando atrás a los gemelos en un silencio tenso y cargado de emociones contenidas.
Yuichiro permaneció inmóvil, sus ojos fijos en la mesa y su mandíbula apretada. Muichiro, por su parte, miró de reojo a su hermano, sintiendo el peso de la incertidumbre en su pecho. Ninguno habló. No querían—o quizás no podían—enfrentar lo que acababan de escuchar.
Las horas pasaron en silencio. La mansión, continuó con su rutina, mientras los gemelos se sumergían en un mutismo inquebrantable. No fue hasta que la noche cayó y la luz de la luna se filtró por la ventana de su habitación que Muichiro, incapaz de seguir conteniendo sus pensamientos, se atrevió a romper el silencio.
—Yuichiro… —murmuró, con voz baja.
Su hermano tardó en reaccionar, como si estuviera en otra realidad, atrapado en la maraña de su propia indignación. Cuando finalmente lo hizo, su expresión reflejaba el mismo conflicto que había estado cargando todo el día.
—No quiero hablar de eso —respondió con sequedad.
Muichiro apretó los labios, sabiendo que la ira de su hermano no desaparecería con facilidad. Aun así, debía decirlo.
—No podemos ignorarlo —insistió en voz baja.
Yuichiro exhaló con irritación y se pasó una mano por el rostro, como si intentara disipar un peso insoportable.
—¿Qué quieres que diga, Muichiro? ¿Qué todo esto es una farsa? ¿Qué no deberíamos estar aquí? Porque si es eso, ya lo sabes. No necesitamos discutirlo.
Muichiro tragó saliva, sintiendo la presión en su pecho. Sabía que su hermano sería difícil de disuadir.
—Michikatsu dijo que esto nos beneficiaría… —musitó.
Yuichiro lo fulminó con la mirada.
—Eso es mentira —espetó—. No nos trajo aquí por nuestro bienestar. Quiere usar a alguien, y ese alguien eres tú.
Muichiro no apartó la mirada a pesar de la dureza de sus palabras.
—Pero si es verdad… que esto podría ayudarme —dijo finalmente, con cautela—. Además… en algún momento tendremos que tomar nuestro propio camino, y no siempre podrás estar ahí para mí.
Yuichiro se levantó de golpe, sus manos crispadas a los lados, su expresión reflejando una furia contenida.
—¡No digas eso! —exclamó—. Mientras yo esté aquí, nunca nos separaremos.
Muichiro bajó la mirada, sus manos apretando las sábanas con fuerza. Sabía que su hermano nunca pensaba en un futuro donde estuvieran separados.
—Algún día tendrá que ser, Yuichiro… —susurró—. Y no me molesta aceptarlo si esto también te beneficia a ti.
Yuichiro respiró hondo, luchando contra la tormenta en su interior. Se pasó una mano por el cabello, cerró los ojos un instante y luego habló con más suavidad, tratando de contener la angustia que se filtraba en cada palabra.
—Lo único que Tsugikuni quiere es venderte —espetó Yuichiro, su voz impregnada de rabia contenida—. Quiere hacerte parte de un acuerdo para que su familia tenga más poder. No le importa lo que tú quieras, y menos lo que te pase después. ¿Has pensado en lo peor? ¿Qué pasa si te casan con alguien mucho mayor, alguien que solo te vea como un recurso? Crees que es un escenario improbable, pero así es como funcionan estos acuerdos. No puedes cerrar los ojos y esperar que todo salga bien.
Muichiro sintió un escalofrío recorrer su espalda. La crudeza en las palabras de su hermano le caló hondo. Y lo peor… es que tenía razón. Todo esto parecía inevitable.
—Entonces… ¿qué hacemos? —murmuró.
Yuichiro apretó los puños y miró hacia la puerta
—Encontraremos una forma de salir de esto— declaró con firmeza—. No te dejaré solo.
Muichiro exhaló lentamente. Lo que su hermano decía tenía sentido. Pero el problema era que Michikatsu también tenía razón. Y eso hacía que todo fuera más complicado.
Si aceptaba el compromiso, tendría estabilidad, seguridad… un lugar en el mundo. ¿Era eso tan malo? No quería ser una carga para Yuichiro, no quería ser alguien que solo dependiera de su hermano. Michikatsu lo había visto con claridad: el destino de los gemelos estaba en juego, y él tenía el poder de decidir si quedaban atrapados en su sombra o si tomaban el control de su propio futuro.
La conciencia de Muichiro pesaba sobre sus hombros como una losa. Su hermano estaba dispuesto a luchar, a desafiar lo que parecía inevitable. Pero, ¿y él? ¿Podía realmente hacer lo mismo?
El aire en la habitación parecía más denso, más pesado. La tensión no hacía más que crecer…
Athi on Chapter 1 Thu 05 Jun 2025 03:08AM UTC
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