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Hubo una temporada, hace cientos de años, donde la cacería de omegas era algo recurrente. Eran acusados de brujería, actividades paganas, delinquir, seducir. Cuando el o la omega cruzaba la línea de lo apropiado, era acusado de conspirar con el Diablo y terminaba siendo asesinado.
La población omega, que ya era reducida, se vio casi exterminada. En especial los omegas masculinos, que en algunos pueblos eran vistos desde el nacimiento como el pecado encarnado. Los bebés eran tirados a la hoguera para que ardieran, o abandonados en medio del bosque para que un animal se alimentara con sus cuerpos, o sostenidos debajo del agua hasta que la marea se llevara sus restos.
Cuando la cacería de omegas se prohibió en todos lados, ya era muy tarde. Para ese entonces podrían verse dos o tres omegas por región, principalmente mujeres. Pero, con el tiempo, la cantidad fue disminuyendo hasta reducirse a cero. La última noticia de la existencia de un omega se localizó en la Antigua Valyria, donde falleció durante La Maldición. Después de eso, no hubo susurro alguno sobre la casta, solo en cuentos de hadas, en obras de teatro o en retratos de casas que se enorgullecían por tener incluso un solo omega en su árbol.
Fue deprimente.
A partir de ahí, la mayoría de religiones incluyeron prácticas de protección para los omegas. "Por si ocurre el milagro", dijeron. La Fe de los Siete fue la más exigente, era muy bien sabido que La Madre era la representación divina de los omegas. Era lo mínimo que podían hacer después de ser los principales en instigar su extinción.
Así, la humanidad solo se vio sostenida por alfas y betas.
Aunque a veces se tenía la sospecha de algunas personas, que lucían rasgos más suaves y actitudes más dulces, al final terminaban siendo betas. Lucerys caía en ese grupo.
Todavía no se presentaba, pero estaba más que claro. Nadie esperaba que Lucerys se presentara como alfa, no cuando temía alzar una espada y prefería encerrarse en la guardería con sus hermanitos. Lucerys ya lo había aceptado, aunque fuera una evidencia más en su acusación de bastardía.
Todos los Velaryon eran alfas.
Todos los Targaryen también.
Sí, había un que otro beta en ambas casas, pero salían de la unión directa con una beta (y no pertenecían a la línea principal). En el caso de Lucerys, tanto Rhaenyra como Laenor eran alfas.
¿Saben quién no lo era? Harwin Strong.
Lucerys estaba que volaba de los nervios. Su hermano mayor, Jacaerys, se salvó al heredar los genes de su madre y presentarse como un alfa. Pero la misma suerte no se aplicaría a él, de eso estaba seguro. Temía el día de su presentación. Lucerys no soportaría ver la decepción en la mirada de su kepapa Corlys. A diferencia de la princesa Rhaenys, su kepapa lo miraba con afecto y proclamaba con orgullo que era su heredero.
Lucerys no quería perder eso; el único amor que le quedaba de los Velaryon después de la muerte de su kepa.
Ocurrió una helada noche de invierno. Por eso sabía que algo malo estaba pasando cuando se despertó hirviendo. Se recordaba delirante. Sus manos y dedos no dejaban de temblar, y sus ojos lagrimeaban tanto que sus mejillas estaban empapadas. Pero lo que más recuerda fue el horrendo dolor entre sus piernas y abdomen. Pasó horas retorciéndose en la cama, apenas capaz de emitir sonido alguno hasta que amaneció. Para ese momento, el dolor se había transformado en un sordo latido y su cama estaba empapada de sudor, sangre y otros fluidos.
Lucerys creyó que iba a morir.
Perfectamente, pudo haberlo hecho, según el maestre Gerardys.
Cuando el sol salió, las sirvientas lo encontraron hecho un miserable montón en la cama. Estaba acurrucado con sus sábanas, pijama y almohadas, tan débil que ni un dedo movía. Su madre entró con las trenzas a medio hacer y, cuando jadeó, Lucerys supo que su vida había cambiado para siempre.
Ahora olía a brisa marina y limón.
Era como una combinación de lo que más amaba Lucerys: Marcaderiva y los pastelitos de limón.
Su kepa Daemon ordenó que abandonaran los aposentos de Lucerys y los alrededores, solo su familia lo atendería hasta que mejorara. Su muña lo bañó y lo vistió, y Daemon se encargó de que la comida llegara en perfectas condiciones mientras lo vigilaba (según le contó su hermano, Jacaerys, pues para Lucerys solo había sido una presencia constante en su estado medio inconsciente. Por visto, Daemon estuvo aterrorizando las cocinas hasta que Lucerys completó con éxito su presentación). Estaba tan débil que su muña tuvo que alimentarlo como cuando era un pequeño niño.
Fue un impacto saber que se había presentado como omega. El primero en cientos de años. El maestre Gerardys le informó con ternura todos los cambios que se presentaron y que podrían presentarse en su cuerpo. El primero y el más importante: tenía un coño entre las piernas. Tan angustiante como era ver sus genitales desaparecidos, Lucerys le tomó cariño rápidamente y se sintió cómodo en su piel como nunca antes. Era como si por fin se hubiera arrancado la capa extra de piel que tenía y ni siquiera sabía que existía.
Además, tenía que admitir que (su coño) era bonito.
Los otros cambios eran menos angustiantes y mucho más rápidos de aceptar. Como el extra de grasa en sus caderas y su vientre, el cual dejó de ser plano para lucir una pequeña curva. A veces su muña colocaba su mano y le decía con ternura que ahí crecería su bebé. Lucerys no sabía cómo sentirse con la implementación de un útero a su cuerpo, tal vez no entraba en pánico porque no podía ver el útero, pero no tenía ni idea de su reacción cuando se embarazara.
Esperaba haberlo aceptado para aquel momento.
Con su presentación de omega, también llegaron cambios agradables. Por ejemplo, muña y kepa ya no lo obligaban a practicar con la espada. Si bien Daemon se ofreció personalmente a mejorar su manejo con dagas, también le expresó que prefería no volver a verlo en el campo (suponía Lucerys que se debía a su estado omega, aunque sentía que también tenía que ver con su desastrosa habilidad). Tal vez Lucerys debió sentirse mal e impotente, pero, desde aquella noche donde le sacó un ojo a su tío, no le iba tan bien con cosas puntiagudas en las manos. Lo aterraban.
Otro ejemplo fueron las cocinas.
No exactamente la cocina, sino lo que se hacía en ellas.
Lucerys se vio sumergido en todo tipo de platillos ricos y nutritivos, diseñados por el maestre Gerardys y otros profesionales mandados a traer por su muña, alegando que su Lucerys merecía comer solo lo mejor. Por visto, los cuerpos omegas requerían más nutrientes y proteínas que los de betas y alfas; era más fácil caer en una eterna tristeza si no se alimentaban debidamente.
Ahora nadie le reprochaba las horas que se la pasaba en la guardería o en la biblioteca. Todos parecían contentos mimándolo. Claro que Lucerys jamás se quejaría de eso. Las sirvientas le llevaban te y pastelitos a donde estuviera, aunque su muña alegó que no debía comer tantas delicias de limón, Lucerys siempre se salía con la suya con uno o dos.
Un cambio desagradable fue el tener que untarse hierbas y aceites en sus glándulas aromáticas. Los betas no lo necesitaban en absoluto, si bien sí tenían olor, este no era tan potente. Los alfas, por otra parte, encontraban asquerosa la mezcolanza, así que solo la usaban en torneos o eventos de alta estima. Lucerys se encontró haciendo huelga cuando le dijeron que tenía que frotarse esa asquerosa sustancia en su piel todos los días, negándose a salir de sus aposentos a menos de que lo obligaran. Al final, quedó en que tenía que usarlo antes y después de su celo, donde el olor era más fuerte que nunca, y en eventos importantes.
Así, la vida de Lucerys siguió su curso normal.
O lo más normal posible.
Jacaerys había encontrado un nuevo pasatiempo en pasear con él por los jardines, el brazo de Lucerys enganchado de forma obligatoria con el suyo o con sus manos entrelazadas como cuando eran pequeños. Por visto, que Lucerys se presentara como omega facilitaba los actos de cariño de Jacaerys. Lo agarraba de la mano, le besaba el dorso o las mejillas, lo abrazaba por la cintura con mayor frecuencia y sacaba la silla de la mesa para él.
Había momentos donde se colaba en su habitación, o si Lucerys estaba leyendo en la biblioteca, o sentado debajo de un árbol en los jardines, realmente no importaba dónde estuviera porque Jacaerys apoyaría su cabeza en sus piernas y se quedaría profundamente dormido.
Sus hermanos menores eran más adorables.
Joffrey se disputaba el asiento a su lado y se enfurruñaba cuando Lucerys no lo dejaba alimentarlo (jamás permitiría que alguien le hiciera "el avioncito" como si fuera un bebé), además le exigía que fuera a verlo a sus entrenamientos. Cuando Lucerys se asomaba por el balcón para verlo, Joffrey se emocionaba y lo saludaba con la mano. Si lograba vencer al caballero, corría hacia Lucerys y le exigía un beso por su arduo trabajo. Si no lo lograba, le exigía un beso como premio de consolación. Lucerys no podía evitar pensar que, si lo hubiera besado en la mejilla antes de su presentación, especialmente frente a los guardias, Joffrey hubiera enrojecido de la vergüenza y hubiera armado la rabieta de su vida.
Por como estaban las cosas, ahora se miraba presumido cada que conseguía un beso.
El pequeño Aegon, de seis años recién cumplidos, amaba enseñarle los dragones de juguetes que su kepa le compraba. Se sentaba en su regazo con timidez y podía hablar por horas sobre lo que había hecho ese día, sobre lo mucho que amaba a Nube de Tormenta o sobre por qué el cielo era azul y no de cualquier otro color. Después de que se presentara como omega, Aegon se volvió tímido y sonrojado cuando estaba cerca, pero eso no lo detuvo de acercarse y pedirle compañía.
Viserys, por otro lado, se volvió igual de demandante que Joffrey. Apenas un bebé de 4 años, pero armaba las rabietas más grandes si Lucerys estaba en la habitación y él no estaba en sus brazos.
El maestre Gerardys les explicó a todos que era normal ver alteraciones en la dinámica con una presentación omega, especialmente cuando ninguno de los miembros de la familia (y en este caso, todo el mundo) habían estado en contacto con uno. Era normal que los bebés se volvieran pegajosos y que los omegas respondieran de la misma forma. Se supone que estaba en su naturaleza ser un cuidador y, aunque Lucerys no tenía ninguna queja con esa parte, no estaba completamente seguro de la otra parte.
Durante días, Lucerys sintió un incómodo dolor en sus pechos. Sus pezones estaban increíblemente sensibles y hasta dormir bocabajo le causaba dolor. No ayudaba que el pequeño Viserys amaba tallar su cara contra su pecho, recogiendo su olor, y luego acomodara su cabeza para dormir. Cuando no pudo más y muy preocupado, se acercó al maestre Gerardys.
Este le explicó con calma que había comenzado a lactar. Era un fenómeno normal en los omegas, hombres o mujeres. Antes, cuando la sociedad estaba conformada por grupos pequeños y las condiciones de vida eran extremas, la lactancia de los omegas se utilizaba para alimentar a los niños de la manada, incluso si no eran los tuyos o nunca estuviste embarazada. Era una capacidad desarrollada desde la necesidad, cuando las madres omegas morían y sus bebés también porque nadie podía amamantarlos.
El maestre Gerardys le explicó que no tenía por qué amamantar a nadie, pero que tampoco podía detenerlo. Le recomendó extraer la leche dependiendo la necesidad y le dijo que podía regalarla o hasta venderla. Por visto, la leche de los omegas era mil veces más nutritiva y estaba diseñada para abastecer a bebés alfas demandantes y bebés omegas que necesitaban más nutrientes de lo normal. Las personas pagarían cantidades exorbitantes por tener la leche del único omega en el mundo.
Cuando su muña y su kepa se enteraron, porque le tenían prohibido al maestre esconder cualquier cambio derivado de la presentación de Lucerys, ambos tuvieron reacciones diferentes. Su muña, preocupada por su comodidad, lo instruyó sobre cómo extraer la leche y mandó a hacer ropa suave que no le irritara más los pechos (se dio cuenta después, cuando la ropa llegó, que encargó puros vestidos. Hermosos, pero vestidos). Sin embargo, Daemon puso el grito en el cielo cuando el maestre les dijo que podían regalar o vender la leche.
Ni regalar, ni vender.
Para Daemon estaba claro el peligro que representaba vender la leche. Cualquiera que la obtuviera podría jactarse de tener un bebé alimentado con leche de omega, que el bebé sería el más fuerte y más sano, el más inteligente y que, por lo tanto, el que debería gobernar.
No. Se quedaba dentro de la Casa Targaryen.
En lo que a él respectaba, pertenecía a la familia.
Lucerys, por otro lado, no lo tenía tan seguro. No le gustaba la idea de desperdiciar la leche. Le hacía sentir incómodo. ¿Por qué tirar comida a la basura? Especialmente, comida que podía salvar la vida de un bebé. Si el maestre Gerardys tenía razón, la leche que produciría sería tan milagrosa que podría salvar a un bebé enfermo o desnutrido. No quería tirarla como aconsejó Daemon, pero tampoco podía no extraerla de sus pechos.
Entonces, cuando un día Viserys volvió a tallar su carita en su pecho, se le ocurrió una idea.
¿Por qué no alimentar a sus hermanitos? ¿por qué no alimentar al bebé que su muña tenía en el vientre cuando naciera?
Primero, lo habló con sus padres. No sabía si lo que proponía estaba fuera de lugar, así que lo dijo con vergüenza. Pero ninguno reaccionó mal. Su muña solo sonrió con dulzura y le dijo que era una buena idea. Su kepa solo asintió, pero parecía complacido.
Supuso que estaba feliz de que la leche quedara "dentro de la familia" como había exigido.
Con ayuda de su muña y una nodriza, pudo amamantar a Viserys. Aunque ya tenía cuatro años y hace mucho no lo amamantaban, se prendió feliz al pezón de Lucerys. Al principio, su cara era de duda, pero cambió rápidamente a gozo. Sus ojitos se cerraron, pestañando lento, y se quedó flojo en el abrazo de Lucerys. Su boca no dejó de moverse hasta que cayó dormido.
Por otro lado, Lucerys estaba encantado.
Nunca en su vida había pensado en esto.
Ahora no podría vivir sin ello.
Era raro de explicar. Solo podía decir que estaba complacido y que su corazón estaba tan suave por la dulzura de un cachorro atendido.
Viserys se volvió más confiado con los días, a veces exigiendo más de dos veces al día, incluso si comía solidos. No le importaba realmente dónde estuvieran, alzaría su mano y estiraría la ropa de Lucerys, justo donde se escondían sus pechos que cada día crecían más. A veces estaban en los jardines, donde había guardias, pero la indecencia no parecía importarle a un bebé de cuatro años.
Viserys solo se detuvo cuando Daemon le llamó la atención.
Y de paso regañó a Lucerys también por "ser demasiado indulgente".
Bueno, Lucerys no sabía que era un crimen amamantar a su hermanito cada que lo pidiera. Sí, a lo mejor lo había hecho en los jardines. Si, a lo mejor no le importó dejar sus pechos al descubierto. Sí, a lo mejor no usó una manta para cubrirse. Pero no entendía cuál era el verdadero problema. Viserys solo estaba comiendo.
Lucerys ya no tenía vergüenza con ese tipo de cosas. Si era indecente, qué importaba. La gente ya lo consideraba un bastardo.
Así que, cuando un día Aegon subió a su regazo y le pidió que lo alimentara como a Viserys, por favor, Lucerys lo hizo. Estaban en la biblioteca, así que solo acomodó su cuerpo más grande en sus brazos, se bajó el tirante del vestido azul Velaryon (hecho por pedido especial de su kepapa) y lo acercó a su pezón. Aegon estaba más confundido que Viserys aquella primera vez, sin embargo, agarró el ritmo bastante rápido. No cayó dormido, pero sí estuvo sospechosamente tranquilo el resto del día.
Aegon no era exigente.
Solo se acercaba, sonrojado como doncella, y le explicaba que había cumplido con sus deberes de príncipe, todo mientras colocaba su pequeña mano en el pecho de Lucerys. Sin jalar o apretar como Viserys. Solo la dejaba ahí hasta que Lucerys sonreía, le daba un beso en la nariz y entonces Aegon se acomodaría rápidamente en sus brazos, esperando que la tela se moviera y dejara de estorbar.
Eran adorables.
Solo podía pensar en lo adorable que sería el bebé que su muña tenía en el vientre.
Mirando hacia atrás, Lucerys solo podía sentirse satisfecho con su nueva vida.
Notes:
Por cierto, por si estabas preocupado, no habrá sexo con Aegon III y Viserys II. Lo de la lactancia no tiene nada de sexual, lo leí varias veces intentando que no pareciera erótico. No tengo ni idea de si lo conseguí, pero no se asusten.
Edades hasta el momento:
Jace: 17.
Luce: 15.
Joff: 12.
Aegon: 6.
Viserys: 4.
Solo para que se den una idea. Estas edades pueden variar con el paso de los capítulos.
Chapter 2: Lucerys
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La noticia se extendió como la pólvora.
Aunque su muña fue muy cuidadosa al avisarle a su kepapa por medio de una carta, las acciones de Lucerys fueron bastante obvias. Primero, no querer aplicarse la mezcolanza asquerosa provocó que su olor dulzón se extendiera por el aire; y, segundo, amamantar a su hermanito en el patio levantaba varias sospechas. Por visto.
Claro que también estaban otras cosas que se escapaban de su control o que no eran culpa de Lucerys. Como los cambios en su cuerpo, que era más suave y femenino de lo que había sido nunca, y los vestidos hermosos que usaba, que era culpa directa de su muña y su kepapa.
Kepa Daemon no pareció preocupado, molesto sí, pero no preocupado.
"Iban a enterarse en algún momento," fue lo que dijo antes de pasar su mano cariñosamente por el cabello de Lucerys.
Sus rizos estaban más largos que nunca. Siempre había mantenido su cabello corto porque los rizos le picaban los ojos y le dificultaban ver. Sin embargo, desde que se presentó, su muña creyó que sería buena idea probar nuevos estilos de peinados. Las damas de compañía de su muña se pusieron manos a la obra y comenzaron a experimentar con todo tipo de trenzas, mantuvieron su cabello tan lejos de sus ojos que Lucerys apenas se dio cuenta de lo mucho que había crecido.
Hasta esa mañana.
Había un escándalo cuando se despertó. Por visto, los habitantes de Rocadragón tocaron las puertas del castillo con demandas y preguntas sobre el supuesto nuevo omega. La agitación evitó que Lucerys consiguiera su cabello trenzado y estuvo andando todo el día con sus rizos libres. Su cabello era salvaje, rebotando con cada paso que daba y sin quedarse quieto hasta estando sentado.
Su kepa Daemon enroscó uno de sus dedos en un mechón oscuro, que le llegaba casi a los hombros. Lucerys estaba maravillado de lo rápido que creció. No sabía si fueron las trenzas, su presentación o todos los platillos nutritivos que le obligaban a comer. Tal vez fueron los aceites que frotaban religiosamente en su cabeza todas las noches y todas las mañanas.
Afuera, se siguieron escuchando gritos.
Su muña se llevó una mano a la frente, apoyada desde la ventana. Jacaerys, al lado de ella, lucía preocupado. Lucerys se sintió culpable. Su presentación estaba causando más problemas de los que pensó en un principio.
Los dedos de su kepa se retiraron de su cabello y le tocaron suavemente la mandíbula antes de alejarse.
"Yo me haré cargo".
Entonces marchó fuera de la sala, dejando una estela de feromonas con sabor a pólvora. Su kepa estaba enojado.
***
Lucerys pasó sus manos por la tela del vestido. Era hermoso. Suave, brilloso y con perlas; era un regalo de su kepapa. Desde que le enviaron una carta avisándole de la presentación de su heredero, su kepapa no había dejado de mandarle regalos caros.
Tan caros que Lucerys sospechaba valieron una gran parte de la fortuna Velaryon.
En la última carga, una nota de su kepapa le decía que estaba navegando de regreso y que esperaba verlo pronto. Lucerys estaba emocionado. Siempre amó estar con Corlys, su kepapa lo llevaba por todos lados y le contaba mil historias sobre sus aventuras. Aunque sospechaba que exageraba en algunos detalles, disfrutaba cada minuto.
Suspiró y siguió admirando su reflejo en el espejo. No sabía qué le ocurría. Antes jamás pasaba más de un minuto viéndose en el espejo, pero ahora no podía parar. Giró suavemente su torso y sintió la tela de su vestido rozar sus piernas. Algo hizo cosquillas en su vientre y no pudo detener la sonrisa. Incluso no podía dejar de ver su peinado. Era una media cola trenzada, algunos rizos caían sobre su rostro y los demás se esponjaban detrás de su cabeza. Era sencillo, nada comparado con los hermosos peinados que su muña llevaba, pero Lucerys lo amaba.
Cuando pudo calmar su corazón, se dirigió a la biblioteca. Hoy tenía lecciones como futuro Señor de las Mareas. Lucerys estaba, francamente, sorprendido de que no hubiera sido destituido todavía. Pero no se quejaría. Amaba aprender sobre las rutas marítimas y sonsacarle alguna historia interesante al maestre sobre naufragios o barcos desaparecidos.
Enfocado como estaba en sentir sus rizos rebotando con cada paso, casi se pierde la mirada del resto. Los caballeros endurecían sus posturas, estancándose en un posición de firmes que parecía dolorosa. Las sirvientas parecían deslumbradas antes de bajar la mirada y saludarlo con una reverencia. Los demás señores se le quedaban viendo sin pena alguna como si hubieran visto algo divino.
Cuando llegó a la biblioteca, encontró un polizón sentado en la mesa. El polizón volteó a mirarlo en cuanto su aroma le llegó a la nariz y se sonrojó. Era Aegon, quien sostenía un barquito de madera.
Lucerys sonrió, divertido y enternecido a partes iguales.
"¿Viniste a aprender también, Egg?" Acarició su cabeza y se sentó a su lado, su vestido vaporoso cayendo alrededor de sus piernas. El maestre todavía no estaba por ningún lado.
Aegon asintió antes de colarse en su regazo.
"Mi kepa me lo trajo ayer en la noche. Quería enseñártelo, pero kepa dijo que estabas durmiendo y que los omegas debían dormir para estar bien." Su boca hizo un puchero y lo miró por debajo de su flequillo. Su barco de juguete alzado entre ambas manos para que Lucerys pudiera apreciarlo.
"Oh, es maravilloso, Egg. El barco más bonito que he visto."
Aegon sonrió, complacido, y colocó el barquito sobre la mesa antes de volver a mirarlo.
"Hoy me comí toda la fruta en el desayuno e hice caso a los guardianes cuando Nube de Tormenta tenía que comer." Aegon comenzó a relatar todas las cosas que había hecho bien desde que se despertó hasta ese momento.
Lucerys sospechaba que su muña y las cuidadoras estaban agradecidas por este cambio de actitud. Tal vez debería de cobrarles con más pastelitos de limón para la cena.
Regresó a la carita esperanzada de su hermano cuando sintió su pequeña palma contra su pecho.
"¿Por favor, Lu?"
Lucerys ladeó la cabeza.
"Pensé que estarías lleno por el desayuno."
Los pies de Aegon se movieron con emoción cuando Lucerys llevó su mano a una de las mangas de su vestido.
"Visitar a Nube de Tormenta siempre me da hambre."
Esta vez no acurrucó a Aegon contra su brazo. El cachorro se acomodó a horcajadas sobre el regazo de Lucerys y, en cuanto su pecho rojizo y lleno de leche se liberó, se prendió como un mono a su madre. Lucerys llevó una mano a la cabecita llena de cabello blanco. Con Aegon, no tenía que preocuparse por un poquito de dolor. El cachorro era bastante dulce, incluso en la forma en que parpadeaba y se echaba a dormir todavía mamando.
Con Viserys, por otro lado, siempre tenía que estar calmándolo cuando succionaba más duro de lo que tragaba. La leche se derramaba por las comisuras de su boca y hacía un desastre. Incluso maltrataba el otro pezón con su mano, aunque no mamara de él. Su manita se prendía y apretaba, y miraba feo cuando intentaba alejarlo. Era un peligro con mejillas gordas y ceños fruncidos.
Cuando la puerta crujió detrás de él, Lucerys estiró la tela que caía de su espalda y cubrió a Aegon con ella. Solo podías decir que había alguien en su regazo por los pelitos blancos que sobresalían y el sonido de succionar y tragar.
"Parece que alguien se nos adelantó, mi príncipe." Era el maestre Gerardys. Lucía divertido por encontrar de nuevo a Aegon colado en las lecciones.
Lucerys sonrió, apenado.
"Lo siento, maestre."
Gerardys desestimó su comentario y se sentó.
"Espero que algo se le quede de todas estas clases."
Lucerys dudaba. Aegon parecía ajeno al mundo cuando estaba prendido a su pezón, solo parecía reaccionar cuando la leche se acababa o el olor de Lucerys cambiaba. De otra forma, solo se concentraba en comer.
La clase fue entretenida. Pudo responder todas las preguntas del maestre y sonsacarle una buena historia. Cuando llegó el momento de cambiar a Aegon, solo tuvo que bajar la otra manga y el pequeño volvió a mamar. Lucerys no sabía si debía preocuparse de lo normal que le era esto, pero, como el maestre no reaccionó, se mantuvo calmado.
Al acabar, Lucerys salió con un Aegon regordete de leche y prácticamente muerto para el mundo sobre su hombro. Caminó hacia la guardería y dejó que las cuidadoras le quitaran a su hermanito de encima. Ellas se encargaron de acostarlo y arroparlo en su cama.
***
Lucerys se levantó del escritorio y salió de su habitación apresurado. Afuera, guardias corrían hacia la misma dirección. Pudo ver un alboroto cerca de la entrada principal. Voces alarmadas y cuchicheos llegaban a los oídos de Lucerys mientras caminaba rápido por los pasillos.
La tela de su vestido bailaba alrededor de sus pies. Quería recogerla con sus manos, pero le enseñaron que no podía hacer eso, porque directamente no debería ni correr. Tenía miedo de tropezarse con sus propios pies y que su muña lo obligara a tomar más clases de etiqueta. ¿Qué libro se pondría sobre la cabeza esta vez?
El escándalo se extendía hasta las habitaciones de sus papás. Había una pequeña bola de gente siendo mantenidos a raya por los guardias. Al estirar un poco más el cuello, Lucerys pudo ver cómo el maestre entraba rápidamente. Se sintió frío. ¿Alguien estaba herido? ¿fue su muña? ¿el bebé ya venía en camino?
Con la mano en el pecho, Lucerys se abrió paso entre la gente. Cuando se dieron cuenta de que era él quien intentaba entrar, se quitaron de su camino como si fuera la reencarnación de Daemon. Los caballeros le abrieron la puerta y entró al desastre.
Pero el desastre era solo Daemon retenido en la cama, o las sirvientas intentando retenerlo, mientras bufaba y se removía. Su muña estaba al otro lado de la cama, lucía preocupada y molesta.
"¡Estoy bien, maldita sea!"
"Daemon, por favor." Su muña llevó una mano a su vientre hinchado. "Te apuñalaron un costado."
"Lo he tenido peor," murmuró.
"Deja que el maestre te cure."
Su muña siguió intentando convencerlo. Lucerys, más calmado pero temblando, se acercó a su muña y la tomó del brazo. Sin decir nada, su mamá entrelazó sus manos.
Después de un minuto ininterrumpido de Daemon siseando y teniendo que afrontar su orgullo herido, el maestre por fin pudo acercarse. Las sábanas debajo estaban manchadas de sangre y, cuando retiraron las prendas, una fea cortada adornaba su piel.
No era larga, pero sí profunda.
"Tendrá que guardar reposo, mi príncipe," recomendó el maestre Gerardys.
Para ese momento, incluso Jacaerys ya estaba en la habitación. Su hermano llegó sudado y con tierra en el rostro y en las manos. Estaba entrenando, seguramente, cuando escuchó el escándalo y tuvo que correr hasta acá. Se dejó caer en uno de los sofás, no sin antes arrancar a Lucerys de los brazos de su muña y llevárselo con él, como un goblin robando oro. Cuando notó sus intenciones de recargar su cabeza en la hermosa tela de su vestido, Lucerys lo paró de golpe.
"Primero date un baño, apestoso."
Arrugó la cara con asco. Jacaerys abrió la boca, ofendido, y le picó un costado como represalia. Lucerys se rio, el picante aroma de su hermano invadía todo el espacio. Jacaerys decidió mejor agarrar su mano entre las suyas y se quedaron así durante toda la curación de kepa.
Cuando le recomendaron reposar fue como si maldijeran a toda su descendencia. Lucerys sospechaba que su kepa se tomaría mejor una escupida a los pies que la idea de quedarse en cama.
Kepa iba a renegar, pero la mirada de muña lo calló. Suspirando, kepa se dirigió al maestre con otra pregunta.
"¿Cuándo puedo salir de la cama?"
"Dentro de unas semanas, suponiendo que la herida sigue su curso normal, mi príncipe."
"¿Semanas? No puedo quedarme en cama tanto tiempo."
"Entonces recomiendo seguir al pie de la letra mis recomendaciones."
El maestre empezó a relatar todos los cuidados que kepa debía seguir. Entre más hablaba, más siniestro se volvía el rostro de kepa.
"Debería estar de pie para la llegada del Señor Corlys."
Lucerys compadeció a su kepa. Eso sería dentro de dos semanas. Si fuera él, reposaría felizmente rodeado de pastelitos de limón y libros de mitología marina. Pero para kepa, que siempre estaba haciendo algo, debía ser difícil.
Lucerys se propuso hacerle feliz estas dos semanas.
Chapter 3: Lessie
Summary:
El punto de vista de Lessie, una sirvienta.
Notes:
Todavía no empieza lo bueno, perdón. 🧍♀️
Pero casi, lo juro.
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Las mañanas en Rocadragón siempre han sido tranquilas.
Lessie lo sabría bien porque lleva toda su vida viviendo ahí. Rocadragón siempre se ha mantenido imperturbable. No hay mucho que mueva las aguas de esta gente cuando viven de cerca con los dragones. Incluso en el nacimiento de los hijos de la princesa Rhaenyra, el escándalo y los rumores duraron poco antes de que todos volvieran a lo suyo.
Es como si vivieran en un estado continuo de indiferencia. Así vivía Lessie. ¿Qué más le daba si los príncipes eran bastardos cuando tenía un piso entero por fregar? ¿acaso que la Princesa Heredera tuviera poca moral, como susurraba la Reina, le impediría comer esa noche? ¿que el príncipe Daemon limpiara las calles de forma brutal y sanguinaria, como desaprobaba la Mano, la conduciría a ella a su propia destrucción?
Desde luego que no.
Entonces ¿qué más daba?
La indiferencia se volvía parte de tu vida cuando el pan no estaba asegurado en tu mesa. Los errores no existían en sus días, solo la perfección; su concentración iba para sus tareas entonces.
Lessie venía de una larga línea de sirvientas. Todas al pie de los herederos al Trono de Hierro. Así que, sabía qué hacer, a dónde ir, cómo hacerlo y cuándo detenerse. Conocía cada detalle del castillo, cada habladuría aburrida y chismes inútiles. Sabía todo y nada le interesaba.
Tan acostumbrada estaba a su monotonía que tardó en darse cuenta de que se sentía sorprendida, impactada si lo pensaba mejor, la primera vez que el príncipe Lucerys salió de su recámara después de estar confinado por una fea enfermedad.
Vaya enfermedad. Debían anunciarla por los periódicos si esta te hacía cambiar de casta. Pero, claro, ¿se debe llamar enfermedad a algo tan maravilloso como convertirse en omega? Lessie estaba segura de que no.
Aunque, la princesa Rhaenyra y el príncipe Daemon intentaron mantenerlo en secreto los primeros días, el dulce aroma del príncipe se expandía por todo el castillo como un llamado. Lessie no estaba tan segura de si le gustaba. El aroma le hacía cosquillas en la nariz y le calentaba el pecho. No sabía qué pasaba, pero sí sabía que se sentía diferente. Era extraño. A veces recordaba la comodidad de los brazos de su madre o el chocolate caliente que le traía de las cocinas en tiempos de invierno, cuando los habitantes del castillo estaban profundamente dormidos.
Su madre había muerto por una fea fiebre hace unos años. Mantuvo su mano agarrada hasta que dejó este mundo y, desde entonces, no se volvió a sentir igual.
Lessie carraspeó. Estaba parada a unos metros en el patio, bajo la sombra de un gran árbol y con las manos detrás de su espalda. Frente a ella, el príncipe Lucerys yacía sentado en una sedosa manta. Usaba un vestido blanco con detalles rojos esta vez. Si prestabas atención, parecía que el príncipe vestía una flor por la forma en que caía sobre sus pies. Era hermoso, fue uno de los vestidos pedidos por la Princesa Heredera para su hijo. Al principio, el vestido era cerrado en la parte de arriba, la tela debía cubrir sus hombros y mitad del cuello; pero, debido a los hábitos del príncipe por desabrocharlo para pasar tiempo de calidad con los principitos, tuvo que remodelarse. Los hombros y el cuello fueron dejados al descubierto, pero las mangas se mantuvieron, formando un escote recto.
Seguía siendo hermoso.
A lo mejor porque el príncipe lo vestía.
Era tonto sentir envidia por alguien, en especial por un cachorro que apenas se había presentado, pero la sentía.
Todas las personas aquí sentían envidia por los Targaryen. Algunos por su obvio estatus de poder, por sus riquezas, por los inmensos dragones o por su magnífica belleza. Lessie creía que la magia corría por las venas de los Targaryen. Cuando era una niña, atribuyó la maravilla al color de su piel, de sus ojos y de su cabello. Eran personas muy diferentes y por eso le llamaban la atención.
Podía comprender la envidia hacia ellos. Eran reyes, reinas, príncipes y princesas. Lo eran todo en este lugar. Lo que a veces no podía comprender, y que la tenía mordiéndose la boca de la culpa, era la envidia hacia... un bastardo.
La sangre del príncipe estaba corrompida por los placeres de la Princesa Heredera, todos lo sabían y, aun así, seguía viéndose encantador. No tenía la piel porque esta era más dorada, no tenía los ojos porque estos eran de un azul vibrante, y no tenía el cabello porque caía marrón en rizos sobre su espalda. Lucerys no tenía ningún rasgo distintivo de los Targaryen y, por lo tanto, debía de ser como todos los demás: aburrido.
Pero no lo era.
Podía poner al príncipe entre una camada de personas con sus mismos colores y resaltaría como la Luna en el cielo. La forma de sus rasgos, cómo sus labios se curvaban, el rizo en sus pestañas, su forma de caminar, el cómo hablaba, la manera en que su cabello se dejaba soplar por el viento, y cómo su pecho subía y bajaba con una rojez natural. Todo era debido a la magia, como ahora sabía Lessie. ¿De qué otra forma un bastardo se presentaría como un omega? Porque estaba bendecido, por supuesto. Era esa magia Targaryen que lo hacía superior al resto y con la que podía montar a su dragón de perlas.
¿Y no era eso chistoso? El mundo entero aborrecía a los bastardos. Ella misma era una bastarda y odiaba lo que representaba. Pero el primer omega en cientos de años se terminó manifestando en uno.
Lessie puede tener sus propias ideas, eso no significa que dejará de servir a la casa de los dragones. En especial, al príncipe Lucerys. Ella lo vio crecer. Era un chico dulce, amable e inteligente. El pronunciar una sola palabra contra su concepción cuestionable sería como escupirse en la cara. Además de causarle angustia al príncipe que era innecesaria. A nadie le importaría ya eso. Por lo que respecta al pueblo, la princesa Rhaenyra podría abrir las puertas de su cama a todo el mundo y, aun así, la seguirían queriendo por traer al mundo a un omega.
Respiró profundo y se enderezó cuando el príncipe volteó un momento a verla.
"Puede tomar asiento, señorita Lessie, está bien." No sabía cómo le hizo, pero el príncipe la miró por debajo de sus pestañas y se vio encantador.
Ella parecería que sufre una convulsión.
"No se preocupe por mí, príncipe Lucerys. Sus lecciones son más importantes."
"De hecho, lo son." La septa asintió con la cabeza y atrapó la atención del príncipe.
El príncipe Lucerys estaba en clases de etiqueta, le gustaba tomarlas en el patio y la septa no tenía problemas (dudaba que alguien tuviera problemas con sus peticiones). Así que, Lessie y sus chicas acomodaban el espacio para que fuera cómodo para todos. Los mantenían bajo la sombra, con alimentos y bebidas a la distancia, y Lessie se mantenía de pie por si algo ocurría. Era importante estar preparada.
Apenas habían pasado diez minutos de la interrupción cuando unos piecitos golpearon el césped con rapidez. Al príncipe Lucerys se le iluminó la cara y abrió los brazos al pequeño Viserys, que traía detrás de él un séquito de niñeras sudorosas. El príncipe Viserys se lanzó a los brazos de su hermano como si fuera su salvación (o el tesoro que había estado buscando y ahora podía ponerle sus garras encima) y gritó de placer.
La risa del príncipe Lucerys resonó como campanillas por todo el patio. Lessie se sintió impresionada de lo que la sola risa de un omega podía causar en los estoicos caballeros, quienes dirigieron su mirada como un águila fijando su presa. Por supuesto, ellos jamás harían nada indebido; era demasiado el respeto que tenían por el príncipe Daemon.
Lessie, sin esperar otro accidente, tomó la manta (siempre cerca para estos casos) y cubrió el pecho del príncipe como una experta justo cuando el principito ponía una cara macabra. Ella conocía bien esa cara. Era la misma cara que podía ver en su padre, el príncipe Daemon, cuando estaba a punto de hacer algo que no debía. Y, como si fuera una vidente, la mano regordeta del principito estiró el escote del vestido (seguro que para él valía lo que un mantel y no algo que podía sacar de pobre a medio Rocadragón) y liberó los pechos del príncipe Lucerys.
Nada fue expuesto a ojos curiosos. La piel luminosa del omega cubierta con decoro por la manta, como exigió la septa en cuanto se enteró de las travesuras del príncipe Viserys. Pero no siempre hubo una manta para mantener la dignidad del príncipe. Lessie todavía recuerda bien los pequeños, pero redondos pechos; por completo encantadores con los pezones rojizos.
Era un poco injusto que, alguien con el pecho plano toda su vida, de repente desarrollara las redondeces cremosas que ahora lucía.
Lessie apartó su mente de ese recuerdo y regresó su atención a las necesidades del presente. La septa estaba recitando un sermón para los príncipes ("estas no son las formas...", "hay que mantener el pudor...", "para nada el comportamiento que espero de ustedes..."), pero Lessie podía decir que estaba cayendo en oídos sordos por la forma en que el príncipe Lucerys apretaba cada vez más a su hermanito contra su pecho, y por cómo los ruidos de chupón no habían parado. Es más, podía decir que se habían vuelto bastante exigentes.
Lessie se apartó un momento para pedirle a una de sus chicas que tuviera listo el ungüento calmante. El príncipe Lucerys siempre lo necesitaba después de pasar por las exigencias del principito. Aunque, sus brazos siempre se mantienen abiertos para él.
La lección siguió. La septa trajo consigo herramientas de bordado, y el príncipe Lucerys parecía bastante entretenido bordando el emblema de su casa. La septa lo seguía con su propio trabajo, en sus ojos brillaba la satisfacción cada que revisaba el progreso del príncipe.
Cuando el príncipe Viserys acabó, no se dejó persuadir por sus niñeras para irse. El principito se quedó acurrucado en su regazo, con el ceño fruncido y siendo una copia al carbón de su padre. El príncipe Lucerys se rio y sus mejillas se pusieron rojas.
"Está bien," calmó a las niñeras, "debe seguir enojado por lo de esta mañana."
Lessie lo recordó. Hace unos días, un bandido del pueblo se las ingenió para apuñalar al príncipe Daemon. Malamente, no pudo ingeniárselas para escapar del castigo: un par de manos amputadas. Como consecuencia, el príncipe Daemon fue obligado a mantener reposo, y el príncipe Lucerys se propuso como candidato para acompañarlo.
A diferencia del príncipe Jacaerys, que hacía hasta lo imposible para evitarlo en estos momentos.
Las visitas fueron normales, o eso supuso Lessie. Todas las mañanas, ayudaban al príncipe a vestirse y lo acompañaban al dormitorio de sus padres, donde desayunaban juntos. Como el príncipe Daemon no tenía permitido ir al comedor, la princesa Rhaenyra decidió trasladar sus comidas a la recámara también. Por lo tanto, los tres compartían el desayuno.
En las visitas, Lessie solo se aseguraba de que el príncipe estuviera cómodo antes de salir de la habitación a esperar. Cuando la visita acababa, el príncipe salía como si nada. Por eso supuso que las visitas eran normales, pero debió de saber que no todo era común y corriente cuando, una de esas mañanas, el príncipe Lucerys terminó su visita antes de tiempo más rojo que un tomate. Esa visita en especial había coincidido con la revisión del maestre Gerardys.
Lessie no supo qué pasó, pero se lo imaginaba.
Se lo imaginaba muy bien por culpa del príncipe Viserys. Esa misma mañana, el príncipe Viserys se escabulló como una rata de sus lecciones y entró a la habitación de sus padres. No era su tarea detenerlo, así que no lo hizo. Si el principito quería ser un visitante más, adelante.
Pero entonces el príncipe Lucerys la llamó. Lucía sonrojado otra vez, se miraba apenado por el niño que se aferraba a su ropa y estaba haciendo un berrinche. Lessie no quería decir que estaba sorprendida, pero lo estaba. El principito podía ser muchas cosas, entre ellas la encarnación de la maldad, pero no hacía rabietas como aquella. Con ayuda de sus niñeras, despegaron al príncipe Viserys de las faldas de su hermano y se lo llevaron. Lessie no fue ciega a las miradas traicionadas que le echaba el principito a su padre, ni a sus pequeñas manos estirándose hacia su hermano como garras codiciosas. Tampoco se perdió la famosa mueca macabra que adornaba el rostro del príncipe Daemon.
El principito fue una fuerza de la naturaleza mientras, prácticamente, lo arrastraban por el pasillo. Lessie no sabía qué pensar con esta nueva faceta. La mayoría de los habitantes del castillo coincidían en que se debía a la leche del omega, que creaba alfas fuertes y viriles. Pero Lessie no creía que esa fuera la razón. Mira al príncipe Aegon por ejemplo. El príncipe Aegon seguía siendo todo modales y una boquita dulce cuando quería ser amamantado; jamás haría rabietas como esas.
El príncipe Viserys era un malcriado y ya.
Y eso los llevó a esto. A un principito pegajoso, que seguía viéndose como si le hubieran cambiado sus caballitos de oro por unos de papel.
"¿Qué pasó esta mañana para tenerlo tan molesto?", preguntó la septa.
El príncipe Lucerys bajó la vista y besó los cabellos blancos de su hermano. Murmuró algo.
"¿Perdón?" La septa se inclinó más para escucharlo.
El príncipe Lucerys levantó los ojos y apretó sus labios antes de decirlo un poquito más alto.
"Estaba ayudando al príncipe Daemon a recuperarse," dijo por fin.
"Oh, pero eso no es motivo para enojarse."
La septa pareció confundida, pero Lessie no lo estaba.
Sabía qué clase de tratamiento estaban llevando a cabo. Sabía que una sola cosa dispararía tal rabieta en el príncipe Viserys.
Lessie lo sabía.
Notes:
Estoy pensando en escribir POV de otras personas, me gusta mucho cuando conocemos la opinión de los no involucrados. 🤭
Lughjk on Chapter 1 Thu 17 Jul 2025 05:40AM UTC
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