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Noche de Chicas

Summary:

Una noche cualquiera en el Santuario, un grupo de guerreras decide dejar las armaduras colgadas y los deberes divinos en pausa. Copas en mano, se reúnen para reír, recordar... y confesar.

Entre miradas cómplices y risas nerviosas, salen a flote nombres, detalles, pasiones, errores y encuentros que ninguna pensó compartir. Pero cada historia deja huella… y algunas no pueden contarse sin revivirlas.

¿La primera vez? ¿Un amor que no fue? ¿Un desliz con alguien prohibido?

No hay juicios. Solo secretos, deseo, y la certeza de que las diosas también arden.

Una historia de confidencias femeninas, encuentros intensos, amores ocultos y cuerpos que recuerdan lo que el corazón intenta olvidar.

Notes:

Antes de que me reclamen... ¡lo sé! Tengo un fic de zombis abandonado por ahí, pero en mi defensa —y aquí va mi mejor cara de inocencia— muchas de las escenas que van a leer aquí en este nuevo fic nacieron originalmente para aquel otro.

¿Qué pasó? Muy simple: algunas eran demasiado subidas de tono para encajar con la seriedad que pide un apocalipsis. Y como no estaba dispuesta a dejarlas guardadas para siempre, decidí darles su propio espacio. Un universo paralelo, sin muertos vivientes… pero con mucho pecado.

Así que sí, este no es el mismo universo del fic de zombis, aunque varios momentos, personajes y dinámicas vienen de allí. Piensa en esto como una versión sin culpa, sin reglas, sin drama existencial... y con más vino.

Aquí no hay una línea de tiempo clara ni canon estricto. Tampoco voy a explicar cómo llegó tal pareja a estar junta. Lo importante es que la copa esté llena, la lengua suelta y la memoria activa.

Este fic es un desvío feliz. Una velada íntima entre guerreras, donde se relajan, hablan sin filtros y reviven momentos que jamás confesarían con la armadura puesta. Si no ves a tu personaje favorito en este primer capítulo, no te preocupes: puede llegar más adelante.

Y si tienes una pareja crack que te gustaría ver aquí —y me sirve para meterle picante a la trama—, con gusto la añado. Ya sabes que yo no me cierro a nada.

Y sí… bien podría decirse que esto es una porno. Así que…

Bienvenidos a Noche de chicas.

Tomen asiento. El vino está servido. Las confesiones… también.

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: Primera Ronda - No debí hablar de más

Chapter Text

Capítulo 1: Primera Ronda — No debí hablar de más

 

La sala estaba en penumbra, iluminada apenas por algunas velas y el reflejo ámbar del vino en las copas. Almohadones por el suelo, incienso encendido, una bandeja de frutas y chocolates en el centro. La noche prometía desde el silencio.

—Esto huele a trampa —dijo Marín, acomodándose el cabello sobre un hombro.

—Trampa deliciosa —replicó June, metiendo una fresa en la boca—. Nadie sale de aquí sin hablar.

—O sin beber —añadió Geist, levantando su copa.

Tethis tomó asiento como si fuera un trono, con una sonrisa apenas visible bajo la sombra de su cabello.

—Muy simple: cada una suelta una verdad que no diría con la armadura puesta. Si se niega... doble trago.

—¿Y si solo lo insinuamos? —preguntó Shaina con fingida inocencia.

—Depende de qué tan bien sepas insinuar —rió Geist.

Hubo un murmullo de risas contenidas. Las primeras copas se llenaron, las primeras defensas cayeron. Las palabras empezaron a fluir como el vino.

—Sinceramente, no sé a qué estamos jugando —comentó Shaina, bebiendo de su copa—. Yo he estado entrenando. Como siempre. Aferrada a la rutina. No tengo tiempo para otras cosas.

—Pero tú tienes mucho por decir —insinuó Marín—. Por experiencia... académica.

—¿Académica? —Shaina arqueó una ceja.

—Digamos que alguien te vio estudiando muy de cerca con cierto dorado. En la biblioteca. Sin libros.

June casi se atraganta con el vino. Shaina, por su parte, se congeló con una mirada de sobresalto y vergüenza.

—¿Biblioteca? —repitió Geist, interesada.

—Estaba investigando un manuscrito griego muy… antiguo —Shaina cruzó las piernas fingiendo que no sentía. 

—¿Antiguo o bien dotado? —susurró Marín.

—Tú… —Shaina dudó antes de continuar—. ¿Qué tanto viste?

—Vi lo suficiente. No me interesaba el espectáculo, solo necesitaba un libro.

Shaina suspiró con fuerza, completamente apenada. Sentía sus mejillas rojas, no solo por la bebida sino por las miradas curiosas sobre ella en ese mismo momento. Jamás imaginó que alguien la hubiese visto. Aunque, si era sincera, tampoco es que se hubiesen escondido muy bien que digamos.

—Fue solo una vez —se apresuró a contestar, tal vez demasiado rápido—. Solo sexo. Él estaba frustrado, yo también. Ni siquiera sé cómo llegamos a eso. No hablamos más desde entonces. No fue importante.

—Tranquila —ofreció Marín con voz serena y sin juzgar—. No estoy aquí para hacer preguntas.

—!¿Cómo que no estamos aquí para hacer preguntas?¡ —se precipitó Geist—. Yo tengo muchas preguntas. ¿Quién fue el afortunado?

—En mi defensa —aclaró Shaina—, siempre pensé que nadie nos había visto. Pensaba llevarme ese secreto a la tumba.

—Lo siento, Cobra —dijo Marín, no lo había mencionado por maldad, pero las palabras simplemente fluyeron—. Pero debes tener en cuenta que siempre hay alguien en las bibliotecas. No te preocupes. De mi boca no saldrá más información al respecto.

—¡Malditas! —Geist se puso de pie con evidente euforia—. A mí no me van a dejar así. Me dicen quién es el susodicho… ¡les ordeno que lo digan! —Las otras dos se miraron con complicidad, pero ninguna dijo palabra alguna—. ¿En serio?

—Tal vez lo que necesitamos es más alcohol —sugirió June, llenando las copas. En algún momento, el nombre de aquel afortunado tendría que salir a la luz.

—Y pensar que creí que ustedes dos tenían algo más serio… —continuó Marín, ignorando la vena a punto de reventar en la frente de Geist.

—Yo también creí que entendía lo que sentía —ofreció Shaina con una sonrisa divertida—. Hasta que me di cuenta de que no sentía nada.

Las risas llenaron la sala. Incluso Thetis sonrió, más interesada de lo que quería admitir.

—¿Quién fue, Shaina? —insistió la sirena, pero Shaina solo levantó su copa.

—No voy a ser la primera en hablar —expuso con seriedad—. Si alguna de ustedes confiesa algo bien sabroso, con gusto les digo todo. —Todas se quedaron en silencio. Ninguna quería ser la primera. ¿Valía la pena saber el secreto de Shaina a cambio de los propios?—. Vamos, no sean tímidas. Yo hablaré si ustedes hablan.

June suspiró con fuerza, y por un momento dio la impresión de querer hablar, pero luego se acomodó mejor en su sillón. Parecía que la pequeña amazona tenía mucho que decir, y no se equivocaban. Por una fracción de segundos, Camaleón estuvo dispuesta a contar sus secretos, pero también sospechaba que Shaina podría estar tejiendo una trampa… y ella no iba a caer ahí.

—Entonces tú, Marín —dijo June, desviando hábilmente la atención. Que empezara otra, tal vez una con mayor experiencia—. Si eres tan buena observando, también debes tener historias que no has contado.

—Oh, sí —alentó Thetis—. Escuché que sales con cierto caballero que es muy irresistible.

Marín se encogió de hombros. Intentó fingir, pero sabía que era inútil. Su relación era un secreto a voces.

Shaina se acercó con los brazos cruzados, con esa actitud que usaba cuando estaba por atacar con elegancia. Marín lo supo apenas la vio acomodarse a su lado. Ofiucos le iba a cobrar haber hablado de más sobre la biblioteca.

—Me sorprende que hayas caído —dijo Shaina, con una sonrisa entre divertida y perversa.

—¿Caí? —Marín ladeó la cabeza.

—Ante los encantos de Géminis —soltó con sorna—. Pensé que eras inmune. Pensé que eras inmune a todos estos adonis que habitan en el Santuario.

Marín rió con esa risa suya, medio irónica, medio suave.

—Bueno… aquí más de uno es irresistible —aceptó Águila—. Aunque te confieso… ni siquiera sé cómo llegamos a eso. A veces siento que alguien jugó con mi mente.

—Cuidado, que así empiezan los cuentos de horror —dijo Geist—. Nunca imaginé verte con uno de los gemelos malvados. Recuerda que intentó apoderarse del mundo.

—Algo malo tenía que tener… —Marín se encogió de hombros con una sonrisa—. Porque en lo demás, está muy bien. Muy bien.

—¿Qué tan bien? —Shaina alzó una ceja.

—Más de lo que esperaba.

—La verdad —comentó June, entrecerrando los ojos—, siempre creí que tu personalidad era demasiado cerrada para caer por alguien como Saga. Y menos para dejarte enamorar.

—No estoy enamorada —respondió Marín de inmediato, y luego bajó la voz—. Pero me gusta. Mucho. Es… diferente. No puedo explicarlo.

—Entonces, ¿estás con él porque te hace temblar? —preguntó Thetis, con demasiada curiosidad.

—Estoy con él porque aprendí a dejar de comparar… pero sí. Me hace temblar —respondió Marín, sin mirar a nadie.

—¿Y él fue…? —Shaina la observó de reojo, divertida. Marín la miró sin entender—. ¿Tu primera vez?

La pregunta cayó como una piedra. Marín se quedó en silencio unos segundos, parpadeando, mientras todas se inclinaban ligeramente hacia ella esperando una respuesta.

—¿Qué? No. —Soltó una risa corta Águila—. ¿De verdad piensan eso?

—La verdad… no sabía qué pensar —explicó June—. Eres tan… discreta. Y por cómo hablás, pareces una experta. Pero ya sé que sueles usar tus encantos como ruta de escape. Y realmente, dejas a todos confundidos.

Marín sonrió con un poco de vergüenza.

—No. Saga no fue el primero.

—¿Y quién fue? —quiso saber June. La primera botella estaba vacía y el calor del momento era perfecto para que los secretos empezaran a salir.

Marín las miró una por una. Ya no eran niñas, ni siquiera estaba segura de que alguna lo hubiera sido alguna vez. En el Santuario solo había guerreras. Pero ahora... ahora eran adultas, mujeres. Y por una noche, ¿por qué no hablar como tales?

—Espero que mi confesión sea la antesala para que ustedes me cuenten sus secretos.

Las demás parpadearon. Y luego, como si se hubiesen puesto de acuerdo, asintieron al mismo tiempo. Marín sonrió con triunfo y se preparó para hablar:

—Fue hace años… con Mu… y una botella de vodka.

—¿Mu? ¿El de Aries? —Shaina abrió los ojos—. ¿¡El calmado!? ¿El zen? ¿Ese Mu?

Marín solo bebió, con una sonrisa en los labios y un brillo en los ojos que decía hay más, y me tomaré mi tiempo para contarles.

—¿Fue romántico o salvaje? —preguntó Thetis.

—Depende de cuánto bebimos. Lo que sí puedo decir es que… aprendí muchas cosas esa noche. Algunas... aún las agradezco.

—¿Y él? ¿También las recuerda?

—Mu no olvida —dijo Marín, acariciando el borde de su copa—. Aunque tampoco habla. Es lo que más me gusta de él.

Shaina la miró de reojo, entre divertida y sorprendida.

—¿Y tú crees que Saga no sabe eso?

—Saga no solo lo sabe. —Marín soltó una risa baja y no pudo evitar morderse los labios por un recuerdo momentáneo—. Lo usa a su favor.

La habitación se llenó de murmullos, risitas, miradas curiosas.

—Bien —dijo Shaina—. La noche recién comienza. Danos detalles.

Marín sonrió con evidente diversión y malicia. Pidió que le llenaran la copa y se preparó para iniciar con su historia.

—Mu de Aries, sí señoras —se recostó un poco hacia atrás, usando las manos como apoyo y mirando al techo como si hablara de cualquier cosa—. Como les mencioné, hubo una botella de vodka. Al principio no me vio el rostro, tenía los ojos vendados. Charlamos mucho… y bueno, se me ocurrió besarlo. Pensé que me iba a rechazar. Pero no.

—¿Y entonces…?

—Entonces nos dejamos llevar. Toda la noche. Al otro día, llegué tardísimo al entrenamiento y me gané un castigo —rio—. Aún lo recuerdo porque, para ser mi primera vez, me divertí muchísimo. No fue perfecto, ni especial… pero fue ligero. Sin drama. —Marín volvió a observar a sus compañeras, sus mejillas sonrojadas y el brillo en sus miradas—. Está bien, vamos a hablar sin miedos… ¿Están seguras de esto?

Todas asintieron, sabiendo que esa era apenas la primera historia entre muchas. Las copas se alzaron. Las confesiones esperaban. Y mientras Marín bebía otro sorbo, sus pensamientos ya la arrastraban a esa noche de besos acalorados y susurros silenciosos…

Continuará…

Chapter 2: Segunda Ronda - Cosmos y Piel

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Capítulo 2: Segunda Ronda — Cosmos y Piel

Marín mordió su labio inferior. Las demás la observaban con atención, expectantes, como si ya supieran que lo que vendría no era cualquier historia. Los recuerdos regresaron con fuerza. No difusos, no borrosos. Como si todo hubiese ocurrido apenas ayer.

—Sinceramente, no sé qué estaba haciendo —empezó—. Estaba atravesando por una tormenta de emociones que no sabía cómo manejar. Frustración, agotamiento, tristeza, aburrimiento… todo junto, atrapado dentro de mí. Y entonces, apareció él.

Flashback

Marín suspiró pesadamente mientras observaba la botella entre sus manos. La había robado de la reserva especial de Misty. Y sí, sabía que el Lagarto iba a armar un escándalo si se enteraba de que fue ella, pero entre todo lo que estaba pasando en el Santuario, aguantar una rabieta por licor le parecía un juego de niños.

Se preguntó, sin embargo: ¿Qué demonios hago con esto?

Nunca había bebido. No entendía por qué, pero esa noche sintió la necesidad de hacerlo. Ya la tenía, y devolverla sería más complicado que robarla. Quizá podría intercambiarla por información. O por silencio.

Caminó por los senderos antiguos del Santuario, envuelta en su capa, rumbo a una bodega vieja de armas. Era un lugar que usaba cuando necesitaba desaparecer del mundo… aunque no esperaba cruzarse con alguien justo en ese momento.

Mu de Aries la vio. Su mirada clara descendió a la botella, luego se posó en la máscara sin expresión de Marín. Ella no se molestó en ocultarla. Solo esperó.

—¿No eres algo joven para beber? —preguntó él con calma, casi sin tono.

Ella tragó saliva. ¿Por qué tenía que ser justo ese día? Mu rara vez estaba en el Santuario, y de todas las noches posibles, había escogido esa.

—No entiendo —replicó finalmente, reuniendo más valentía de la que sentía—. ¿Soy muy joven para beber, pero no para matar? Hay un poco de doble moral en eso. No soy una niña, señor Aries.

Él parpadeó. No esperaba una respuesta tan directa ni tan cargada de razón, ni mucho menos tan descarada. Estaba acostumbrado al respeto, al silencio de los rangos menores. La respuesta de Águila no solo lo desarmó, lo dejó sin palabras. ¿Debía castigarla? ¿Ignorarla? Decidió no complicarse. Él estaba lidiando con asuntos más importantes. No valía la pena entrar en una batalla verbal con una adolescente armada de sarcasmo y rabia.

—Sigue tu camino, Águila —dijo al fin, sin rastro de molestia—. No te metas en problemas y no hagas un espectáculo. Esperemos que no haya ninguna invasión mientras te embriagas en algún rincón del Santuario. Y no descuides tus deberes por el alcohol. 

Marín soltó el aire que ni siquiera había notado que contenía. Pero antes de moverse, escuchó su propia voz decir algo que no había planeado:

—Podrías supervisarme —ofreció. Mu alzó una ceja. Ella sintió el calor en las mejillas, pero ya estaba dicho—. Así te aseguras de que no haga un espectáculo. Quizá tú también necesitas un trago.

Él la miró en silencio. Luego, sin responder aún, observó la botella, después los templos a lo lejos. Había algo en ella que no terminaba de entender, pero que le intrigaba. Sabía que era fuerte. Que no se dejaba tocar. Que infundía respeto incluso sin decir una palabra. Una mujer con una reputación feroz en un mundo de hombres. Y sin embargo, ahora parecía cansada. Como él.

Un trago. No era bebedor, pero tampoco un santo inmaculado. Había compartido sake con Aldebarán alguna vez, y años atrás, también fue joven.

—¿Conoces un buen lugar? —preguntó, antes de pensar demasiado.

—Sí. Hay una bodega abandonada más adelante —dijo ella, recuperando la compostura—. Está en buen estado. Yo la mantengo limpia. Me gusta ir de vez en cuando.

—¿A embriagarte?

—Es mi primera vez —confesó, bajando la mirada. Hubo un segundo de silencio. Ella se adelantó sin esperar más—. ¿Vienes o no?

Mu asintió. Le cedió el paso. Marín caminó con pasos firmes aunque el corazón le martillaba el pecho. Finalmente llegaron a la bodega.

—Es aquí —dijo, abriendo la puerta con un empujón de cadera.

Mu dio un vistazo. No estaba mal.

El aire olía a piedra húmeda, la luz apenas entraba por una rendija en la pared. Marín entró como si la bodega fuera su guarida secreta. Buscó entre una caja escondida y encontró un par de vasos de metal. Luego miró a su alrededor, como si esperara que algo —o alguien— le diera una señal.

Mu se sentó en un cajón de madera, tranquilo, observándola con esa calma suya que parecía eterna.

—Ponte esto en los ojos —dijo ella, sacando la pañoleta que llevaba atada a la cadera—. No tengo otra cosa para vendarte.

Mu no protestó. Sabía de las reglas de las amazonas y, aunque no creía que ella le fuera a reclamar por mirar, prefirió no tentar la suerte. Se colocó la venda sin decir una palabra.

Marín lo observó con detenimiento. Por un momento pensó en jugarle una broma, en empujarlo o hacerle alguna travesura tonta, pero se contuvo. Él podía tener los ojos cubiertos, pero no dejaba de ser un Santo Dorado. Y ella no quería parecer una niña.

Tomó la botella, le quitó la tapa con algo de dificultad, y lo oyó reír suavemente. Sintió que se burlaba de su torpeza, y no le gustó. Así que sirvió dos vasos y el de él lo llenó de más.

“Veamos si el dorado mantiene la compostura con un poco más de vodka”, pensó con una sonrisa maliciosa. 

El tiempo empezó a fluir distinto. Entre estantes de armaduras oxidadas y espadas olvidadas, hablaron. De la vida. De las guerras. De lo que se espera de un guerrero. De las cosas que no se pueden decir en voz alta, ni siquiera entre hermanos de armas. Marín, con las mejillas encendidas por el trago, se acercó a él. Se sentó más cerca. Lo observó. Y en ese instante, entre los vapores del alcohol y el calor de la bodega, le pareció hermoso.

Así que lo besó, y ni siquiera supo porque lo hizo, pero cuando razonó ya tenía su lengua entre su boca. No hubo aviso, ni pausa, ni permiso. Fue torpe, atrevido, instintivo. Pensó que él se apartaría, que le haría un comentario paternal o que la pondría en su sitio, pero no. Recibió un suspiro y un beso de vuelta. Un beso lento. Profundo. Como si también lo hubiera estado deseando sin atreverse a pedirlo. 

Sus bocas se abrieron. Las manos también.

Marín se subió a su regazo con naturalidad, acariciándole el cuello, mientras sus dedos exploraban la tela que cubría su pecho. Mu tembló apenas. No se detuvo. Su mano buscó su cintura, deslizándose con cuidado, como si temiera romperla.

Ella le guió los dedos. Él era gentil. Demasiado gentil.

—No quiero que creas que te estoy usando —susurró él con la venda aún puesta.

—¿Y qué si yo quiero usarte a ti? —respondió ella, rozando su nariz con la de él—. Estamos solos, Mu. Nadie manda aquí.

Él sonrió. Ella también.

Volvieron a besarse, esta vez con más deseo, con menos miedo. Y fue ella quien alzó las manos para quitarle la venda. Quería verlo. Quería ver lo que había detrás de esa calma, y quería que él la viera. 

Mu parpadeó cuando la luz tenue lo alcanzó. Y al mirarla, se quedó sin aliento. Su cabello rojo cayendo en cascada por los hombros, sus labios entreabiertos, sus ojos verdes fijos en los suyos. Su piel cálida, sus mejillas encendidas. Nunca imaginó que bajo esa máscara viviera una mujer tan hermosa y tan peligrosa.

Ella, por su parte, ya lo había visto todo. Había aprovechado su venda para memorizar cada trazo de su cuerpo. Ya no necesitaba más. Ahora solo quería sentir.

—¿Estás segura de lo que haces? —preguntó él.

La pregunta la irritó. Otra vez tratándola como a una niña. así que le respondió con un beso cargado de rabia. Hundió los dedos en su cabello, lo apretó contra ella con fuerza. Ni siquiera sabía si besaba bien, pero él no pareció quejarse. Todo lo contrario: la atrajo con más deseo que antes.

Las prendas superiores cayeron al suelo sin preámbulos, entre risas contenidas y caricias torpes. No hubo dramatismo. Solo la verdad de dos cuerpos jóvenes que sabían bien lo que querían, aunque jamás lo admitieran. 

Mu le acarició los pechos con dedos precisos, recorriendo su espalda con ternura. Marín, algo temblorosa, dejó que sus manos bajaran hasta su abdomen firme, descubriéndolo centímetro a centímetro. Estaban desnudos, sin máscaras ni títulos entre ellos.

Mu echó un vistazo a su alrededor, buscando un lugar para recostarla. Ella entendió su intención, pero negó con la cabeza.

—No —dijo con voz suave, pero firme—. Déjame hacer esto a mí. 

La pelirroja se puso de pie sin pudor, bajando lentamente sus pantalones, y lo miró. Él la imitó sin despegar los ojos. Marín volvió a sentarse sobre él, a horcajadas, con el corazón palpitando como si fuera a saltarle del pecho.

—No digas nada —ordenó ella.

Él sonrió, mientras su erección se alzaba entre ellos, cálida, firme. Marín la observó con una mezcla de fascinación y nerviosismo. Lo tocó. Lo sostuvo. Era dura y suave. Y al ver la expresión de él —entre gozo y rendición—, supo que iba a seguir adelante.

Se alzó un poco, posicionándolo en la entrada de su cuerpo. Dudó un segundo. ¿Dolería? ¿Estaba lista? No pensó más. Se dejó caer sobre él. Mu se aferró a su espalda mientras ella lo recibía por completo, con un suspiro que le escapó del alma. Sintió su cuerpo llenarse, estirarse, abrirse a él. No hubo dolor, solo una presión intensa y cálida.

—Estás húmeda —murmuró él, sorprendido por la facilidad con la que la había invadido.

—Eso es bueno, ¿no? —respondió ella, sin aliento.

Marín comenzó a moverse con lentitud, aún adaptándose a su presencia dentro de ella. Sentía cada centímetro, cada pulsación, como si su cuerpo lo reconociera a pesar de ser la primera vez.

Mu tenía los ojos fijos en los suyos, pero no decía nada. Sus manos estaban firmes en su cintura, como si se contuviera de tomar el control, respetando su ritmo, su impulso. Ella apoyó las manos en su pecho, lo sintió latir con fuerza. Se inclinó un poco, rozando sus labios sin besarlo del todo, sintiendo el aliento caliente de ambos fundirse.

Subió las caderas, lo sintió deslizarse hasta el borde y luego volvió a bajarlas, en un vaivén que fue lento al principio, pero que pronto se hizo más fluido, más decidido. El roce era profundo, cálido, delicioso.

Mu deslizó una mano por su espalda, acariciándola hasta sus nalgas, apretándola con un gruñido contenido. Marín rio suave, jadeó al oído de él, y volvió a moverse. Su cuerpo empezaba a vibrar. El calor subía. El vodka, la adrenalina, el deseo todo se mezclaba en una sola cosa: libertad.

Mu la besó. Lento, profundo, húmedo. Sus lenguas se buscaron mientras sus cuerpos ya no podían separarse. Ella lo cabalgaba con ritmo, con hambre, con un fuego que no sabía que tenía. Él jadeaba. Sus caderas empezaban a responder, elevándose para encontrarse con ella a medio camino. El sonido de la piel contra la piel se volvió más fuerte. Más crudo. Más salvaje.

Marín apoyó la frente en su hombro. Se aferró a él. Cada embestida la hacía estremecer. Sabía que se acercaba. Lo sentía en el vientre. En la espalda. En las piernas que ya le temblaban. Mu se impulsó con las caderas desde abajo y le robó el aliento. Un golpe seco, profundo, certero, que hizo que Marín se aferrara con fuerza a sus hombros.

—¿Mu…? —murmuró entre jadeos. Nunca había estado con otra persona, pero había aprendido a conocerse a sí misma, así que sabía lo que venía y se lamentó por que todo terminará tan pronto e intentó contenerse, sin embargo, no tuvo que esforzarse demasiado. 

Él no respondió con palabras. La tomó por la cintura con firmeza y empezó a moverla sobre él, marcando el ritmo, haciéndola descender y elevarse al compás de sus embestidas. Ya no se contenía. Ya no era el caballero sereno. Había fuego en sus ojos, aunque no gritara. Deseo en sus manos, aunque fueran precisas.

—Yo… creo… que… 

—No tan rápido, mi niña —dijo él. Su tono cambió perversamente, sorprendiendo a la amazona. ¿Dónde estaba el sereno Mu de Aries? 

Su sonrisa fue suficiente para darle una respuesta. Había desaparecido la paciencia en el caballero de Jamir. La sostuvo con fuerza, se levantó con ella entre sus brazos y la llevó contra la pared de piedra. Su espalda chocó contra la roca y el frío le erizó la piel. Él la apretó de las piernas con firmeza, como si no pesara nada y volvió a hundirse en ella, esta vez con un ritmo más rápido, más intenso. El sonido de su respiración entrecortada llenó la bodega. Ella se aferró a su cuello, entrecerrando los ojos, sintiendo cómo la estocada perfecta la partía en dos… una y otra vez, y no pudo evitar jadear entre dientes. 

—Eres hermosa —murmuró él, besándola descaradamente. 

Ella se echó hacia atrás, arqueando la espalda, entregada al vaivén que la hacía vibrar entera. El roce de sus cuerpos era húmedo, feroz, y aun así, no había nada vulgar en él. Era instinto, cosmos y deseo fundidos en uno solo. Aries soltó un gemido bajo, ronco, cuando la sintió temblar entre sus brazos.

—Mu… —jadeó ella, perdiendo el aliento.

—No voy a dejar que termines sin mí —sonrió, recostandola, esta vez en el suelo, sobre la capa que había tirado Marín horas antes. Se acomodó encima de ella, entrando en un ritmo firme, profundo, ella lo observó con asombró. 

Jamás imaginó que el más calmado de los dorados pudiera ser así. Tan dentro de ella. Tan dueño de su cuerpo. Tan entregado. Tan posesivo. Las uñas de ella le marcaron la espalda y sus piernas temblaron al borde del orgasmo. Sintió como él la tomaba más fuerte, como si quisiera fundirse dentro de ella. Gritó, no su nombre. Solo un gemido rasgado, roto, decidido. 

Él la besaba con hambre, con deseo, con reverencia. Y entonces el clímax llegó.

Ella lo sintió en una oleada que la desgarró desde adentro, estallando en un gemido entrecortado. Su cuerpo se contrajo a su alrededor, y él la siguió un instante después, con un suspiro tembloroso y profundo, empujando una última vez hasta hundirse por completo.

Se quedaron así. Abrazados. Agitados. En silencio.

Marín con la cara contra su cuello. Mu con la respiración aún desbocada. Por un instante, el mundo se detuvo. El cuerpo de Marín se tensó al principio, con esa punzada breve que no esperó, pero pronto la invadió un calor que no tenía nada que ver con el vodka.

—¿Te sientes bien? —preguntó él.

—Me siento… libre.

Fin del Flashback

Las chicas seguían atentas, algunas todavía con las mejillas encendidas por el vino y otras por la historia. Marín se estiró hacia la copa, tomó un sorbo, y soltó con total naturalidad:

—La noche no terminó ahí, por supuesto. 

—¿Entonces te saboreaste a ese bizcocho hasta más no poder? 

—Yo no perdí mi tiempo —confesó Marin divertida—. Fue una noche larga y placentera. Al final nos venció el cansancio y al otro día nos despertó la realidad. Aunque antes de despedirnos, lo volvimos a hacer.  

—Y luego de eso, ¿qué pasó? —saltó Geist, llevándose la mano al pecho como si acabara de presenciar un milagro.

—La siguiente vez que nos vimos —respondió Marín, sin disimulo—, él quería hablar. Ya saben… lo típico que dice un hombre que no quiere compromisos.

—“No quiero que te confundas” —soltó June, rodando los ojos.

—“Esto fue hermoso, pero no puedo darte lo que mereces” —suspiró Thetis con una mueca.

—“No quiero hacerte daño” —añadió Shaina en tono burlón.

—“No estoy listo para una relación, pero me importas” —remató Geist, tomando de golpe.

Marín rio, alzando una ceja.

—Sí. Así. Tal cual. Pero yo lo miré fijo y le dije: “El amor es para niños. Conmigo no tienes que preocuparte por eso”. Y antes de que intentara hacerse el tonto, se lo dejé claro: Si alguien va a terminar cayendo aquí, seras tú. —Hizo una pausa—. Y honestamente… creo que lo dejé un poco confundido. Y en esa oportunidad no necesitamos del alcohol. —Guiñó un ojo. 

Las chicas soltaron una carcajada. Shaina le dio un golpecito en el hombro. 

—Eres una salvaje, amiga. Ni en eso te dejas ganar. 

—No —corrigió Marín, con una sonrisa tranquila—. Solo no me gusta que me subestimen. 

—Vaya… no me lo esperaba —admitió Shaina—. Pero tiene sentido. Siempre fuiste distinta. Silenciosa, pero intensa.

—No me interesa que me recuerden por eso. Pero hay cosas que uno hace y que no se olvida. Mu fue eso: un recuerdo bonito. ¿Saben qué es lo que más me gustó de todo eso? Que no me dejó heridas. Solo una buena historia.

—¿Hubo más encuentros? —preguntó June curiosa. 

—Sí… cada vez que nos veíamos, terminábamos en lo mismo —admitió con una sonrisa placentera. Tomó un trago largo, como quien recuerda algo demasiado sabroso para decir en voz alta—. Estuvimos juntos más veces de las que creí. Y no me arrepiento. Fue una época de exploración. Aprendí sin pudor todo lo que quería saber… y mucho más. —Se acomodó mejor, con aire de quien va a confesar un pecado dulce—. Mu fue un maestro. En todo el sentido de la palabra. Si tenía curiosidad sobre algo, si quería probar o entender algo nuevo… él me lo enseñaba. Sin burlas. Sin prisas. Solo... me guiaba. Con paciencia. Con esas manos suyas que parecían leerme mejor que yo misma. Nunca me hizo sentir torpe. Me enseñó a dejar de pensar. Me enseñó a reír en medio del deseo. —Suspiró, y su mirada se perdió un instante en la copa—. Y entonces, un día… se acabó. Como si el hechizo se hubiera roto.

—¿Cómo así? —preguntó Thetis.

—Simple. Dejamos de vernos. Nadie lo dijo, nadie se despidió. Solo… pasó. —El aire se volvió un poco más denso. No triste, pero sí nostálgico—. Después vino la Guerra Santa, el caos, la muerte, el silencio. Y todo lo demás quedó atrás.

—¿Y ahora? —susurró June, como si temiera romper algo.

Marín ladeó la cabeza. Sonrió con calma.

—Ahora, cuando nos cruzamos, nos miramos distinto. Como si compartiéramos algo que nadie más sabe. No nos decimos nada… pero está ahí. —Hubo un segundo de silencio—. Y fue por esas miradas —agregó, con malicia—, que Saga supo que entre Mu y yo… hubo algo.

Las otras soltaron un coro de “¡aaaahh!” y palmas contra las piernas. Geist fingió escandalizarse.

—¡Maldita! ¿Y él qué hizo?

—Nada. Sonrió. Y luego… me hizo entender que no había necesidad de mirar a nadie más.

—¡Uy! —expresó Tethis—. Tú gemelo malvado no se anda con cuentos. 

—Digamos que las cosas que aprendí con Mu, las he desaprendido con Saga. 

—Vaya —suspiró Tethis—. Debes contarnos eso, tambien.

—Disculpen, pero ese no fue el trato —hizo ver Marin, en lo que todas las miradas caían en la Cobra, quien observó para otro lado como si no fuera con ella. 

—Vamos, Ofiucos —dijo Geist, tamborileando con los dedos en su copa—. Ya nos diste pistas. Ahora, cuéntalo todo.

Shaina bebió un sorbo y se encogió de hombros.

—Lo siento… pero lo de Marín, aunque interesante, no es suficiente.

—¡Maldita traidora! —exclamó Geist, riendo—. ¡Dijiste que si alguna hablaba tú lo harías también! 

—Yo sabía que era una trampa —razonó June. 

—Si quieren mi historia —respondió, la italiana cruzando las piernas con tranquilidad—. Tendrán que trabajar un poco más por ella.

—¿Y bien? —preguntó Thetis, ya con las piernas enredadas en un cojín—. ¿Alguien más piensa hablar… o vamos a seguir esperando que Cobra cumpla su palabra?

—Yo ya cumplí mi parte —dijo Marín, acomodándose el cabello—. Y con detalles, por si no lo notaron.

Geist levantó una ceja y miró a Shaina como si quisiera hipnotizarla.

—Vamos, Cobra. Sabemos que tienes una historia digna de escándalo.

Shaina alzó su copa, bebió lentamente, y luego sonrió con ese gesto que no prometía nada… pero tampoco negaba.

—Tal vez. Pero aún no estoy convencida.

Las otras gimieron entre quejas y risas.

—Maldita —murmuró Geist—. Lo tuyo debe haber sido en llamas.

—Tal vez sí. Tal vez no —dijo Shaina, sin dejar de sonreír.

Hubo un silencio tenso, como si alguien fuera a ceder… pero nadie lo hizo.

—Entonces, ¿cerramos la ronda aquí? —preguntó June, estirándose—. ¿O abrimos otra botella?

—Definitivamente… otra botella —dijo Marín—. Porque esto apenas está comenzando. Y no me voy a ir de acá sin saber sus secretos. Yo tengo muchos más que contar, pero depende de qué tan comprometidas están ustedes. 

Continuará...

Chapter 3: Tercera Ronda - Entre el deber y el pecado

Notes:

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Capítulo 3: Tercera Ronda - Entre el deber y el pecado

 

Las risas llenaron el aire. June fue por una bandeja de botanas, todas hablaban al tiempo y reían divertidas. Marín volvió a tomar la palabra, no iba dejar que esa noche acabará así no más sin conocer todos los chismes. 

—Geist, tú —dice Marín—. ¿Algo que decir? Porque estás haciendo muchas preguntas, estás muy ansiosa, quieres saberlo todo, pero… tienes algo bueno que contar. Yo me imagino que sí. 

—Oh, yo también imagino lo mismo —alentó Shaina—. Siempre has sido una mujer salvaje, que no se deja amedrentar. Impetuosa e intuitiva. Estoy segura que tienes un buen secreto. 

—¿Te vas a salir por la tangente? —insinuó June entrecerrando los ojos. 

—No es eso… —respondió Geist, con una sonrisa seca—. Es solo que... no es fácil hablar de alguien que no debería significar nada… pero sí lo significa.

Ante las palabras ninguna pudo evitar inclinarse un poco hacia adelante.

—¿Quién? —quiso saber June, abriendo los ojos. 

Geist miró su vino, hizo girar la copa lentamente, y su voz bajó un poco. 

—Fue un amor prohibido. Alguien que nunca estuvo disponible. Que siempre estuvo allá arriba, inalcanzable. Pero a veces, solo a veces… uno quiere tocar el cielo, aunque sepa que no debe.

Marín arqueó una ceja y Shaina observó por la ventana ahogando un suspiro. 

—¿Lo supo? ¿Él supo lo que sentías? —preguntó June, susurrando como si invocara un secreto.

—Digamos que lo sentía... —Geist se limitó a sonreír—. Pero nunca hizo nada al respecto. Él era demasiado recto, demasiado sabio para mancharse por una simple mujer como yo.

La confesión se quedó flotando en el aire con un dejo de tristeza, pero también con orgullo. Nadie hizo más preguntas, pero en medio de ese silencio denso, Shaina se recostó hacia atrás, y su mente se fue lejos… 

Amores prohibidos, hombres prohibidos… 

Flashback

Era una noche sin luna. El Santuario dormía con una calma extraña, una que no se sentía del todo pacífica. Shaina recorría los templos en su guardia habitual, alerta como siempre, aunque más por hábito que por urgencia. Fue entonces cuando lo vio. A la distancia, entre las columnas del templo de Virgo, una figura alta y serena parecía flotar más que caminar. El dios del Inframundo, el mismísimo Hades, se movía con la gracia de quien no pertenece a este mundo. Nadie más lo notó. Nadie se atrevió a mirar. Solo ella.

Su cabello negro era azotado por el aire, sus ojos observaban el firmamento con demasiada calma, y su tunica apenas era levantada por la brisa. Ella lo siguió con la mirada durante unos minutos. No lo espiaba exactamente… solo quería entender qué hacía allí, por qué no se marchaba luego de haber entregado las almas que le debía a Athena. El acuerdo estaba cumplido. Y sin embargo, él seguía merodeando, como si buscara algo más.

Shaina se dispuso a alejarse cuando su voz la alcanzó con una claridad gélida. Se había firmado un pacto, y él ya no era una amenaza, y aunque sintiera un poco de temor, no debía generar ninguna alarma ante un “aliado”. 

—¿Te marchas sin dar tus respetos? —Ella se detuvo. El tono no era agresivo, pero sí imperioso. Como si el mismísimo viento obedeciera sus órdenes.

—Patrullo esta zona —respondió al acercarse, firme, pero tensa.

—No pregunté qué hacías —dijo él, girando lentamente hacia ella. La noche pareció más oscura a su alrededor. Su mirada, insondable y profunda, se clavó en ella con un interés casi depredador—. Ten más respeto, guerrera de Athena… —continuó, observándola con detenimiento, como si la desnudara con los ojos—. Esa máscara que llevas puesta, quitatela. —Ella no respondió, pero su postura habló por sí sola: no obedecería—. ¿Ignoras la orden de un dios? 

—No es desobediencia, señor. Las guerreras de Athena, tenemos prohibido mostrar nuestros rostros a los varones. 

—¿Y eso por qué? —preguntó él con genuino interés. 

—Por convicción —contestó ella—. En un mundo de hombres, sacrificamos la feminidad tras una máscara para ser tratadas como iguales.

Hades soltó una breve carcajada. Un sonido suave, pero cargado de burla.

—¿Iguales? No hay igualdad detrás de una máscara. ¿De qué sirve esconder tu rostro si no ocultas… otras partes? —sus ojos descendieron sin pudor por su figura—. ¿Es un juego, acaso? ¿Dejar que los hombres imaginen si ese rostro es tan hermoso como el resto del cuerpo que muestran sin reparos? —Shaina apretó los puños, pero no retrocedió. El dios dio un paso más—. Quizá… —murmuró mientras extendía una mano y alzaba su mentón con un gesto lento, casi delicado—. Quizá lo hagan para confundirnos. Para provocarnos. Para que deseemos lo que no podemos ver. Un juego donde sus cuerpos hablan más fuerte que sus rostros. 

Ella tragó saliva. Quiso dar un paso atrás, pero no lo hizo. No podía mostrar miedo. Y sin embargo…

—No se burle de nosotras —expresó con firmeza.

—No lo hago —replicó él, inclinándose hacia ella. El roce de su aliento heló el espacio—. Simplemente, intento encontrarle lógica a este asunto. Intentó comprender cuál es la estrategia de Athena al imponerles una máscara. 

—No es algo que a usted le competa, finalmente, señor del inframundo. Le agredezco seguir su camino, me está haciendo sentir incomoda y no quiero que el reciente tratado de paz se disuelva por algo tan banal. 

—¿Te sientes incomoda o expuesta? —susurró él, omitiendo el resto del mensaje—. Es curioso, no te veo dispuesta a huir. 

—Porque yo no huyo, señor. Enfrento mis batallas con valentía y tenacidad. No importa quien sea mi adversario. 

Hades, sonrió ante esas palabras audaces y con un movimiento tan suave como rápido, le quitó la máscara. No fue violento. Fue preciso. Inapelable. Como si le estuviera arrebatando un secreto que siempre le perteneció. Los ojos de Shaina se abrieron un instante, pero volvió a controlarse. Él no dijo nada, solo la miró.

—No sabe quién soy —dijo ella, intentando retomar el control.

Hades sonrió, esta vez con una intensidad peligrosa.

—Sé exactamente quién eres, Shaina de Ofiuco. Conozco a cada alma que habita este mundo. Tus miedos, tus cicatrices… tus pasiones. ¿Crees que Athena los entiende mejor que yo? —Se inclinó aún más, sus labios apenas rozaron los de ella, en un gesto cargado de poder y promesa—. Y tú… también sientes curiosidad por mí. ¿No es así?

Ella no se movió. No protestó cuando su máscara cayó al suelo con un leve "clic", apenas audible en la noche densa. Su rostro quedó expuesto ante el dios del Inframundo, pero no hubo burla ni burdo deseo en sus ojos… había fascinación. Fuego contenido. Y Shaina, por un instante, se sintió peligrosa, deseada, venerada.

—Eres hermosa —dijo él, tan simple como si declarara una ley cósmica—. Pero no es tu belleza lo que me atrajo. Fue tu silencio. Tu fuerza. Tu rabia contenida. La forma en que intentas domar tu deseo.

Ella no supo si era un cumplido o una sentencia, pero tampoco importaba. Porque cuando sus labios rozaron los de ella esta vez más cerca ya no hubo claridad. Fue una conquista, para él y para ella. 

El beso fue lento al principio, pero no suave. Hades no era un hombre, era un dios. Y su forma de besar lo decía todo: no pedía permiso. Shaina respondió con los puños cerrados, empujándolo primero, mordiéndole el labio. Pero él no se detuvo. Sonrió contra su boca. Ella le devolvió el beso con más fiereza, porque si iba a caer, no lo haría con sumisión, sino con guerra.

Sus cuerpos chocaron contra una columna. Las manos del dios encontraron los nudos de la armadura con facilidad. En segundos, el pecho de Shaina quedó al descubierto, y los labios del señor del inframundo descendieron sobre sus senos como si fueran una ofrenda. 

—Vamos a ver, que tienes para mí, guerrera de Athena —comentó quitándose la capa y dejando al descubierto su abdomen marcado, mientras que el resto de su cuerpo estaba cubierto por un pantalón de tela negra

Shaina no pudo evitar observarlo, era divino, perfecto. 

La lengua de Hades descendió por su cuello, como una serpiente lenta y devota, la besó con intensidad, como si le robara el aliento, el alma, todo. Sus manos recorrieron sus costados como si la leyera en braille, con precisión y autoridad. Shaina se aferró a él, a sus hombros, a su cuello. La piedra fría del templo no lograba apagar el fuego que él había encendido dentro de ella. 

El cuerpo de la italiana ya no respondía a la lógica. Su orgullo se debatía con su carne. No hubo palabras innecesarias. Solo miradas que ardían, y el aire cargado de electricidad que ya no podía disimularse más. Shaina lo vio alzarse como si el mismo pecado se acercara hacia ella. Y aún así no se movió. No por miedo. Sino porque su cuerpo ya había decidido quedarse.

Jadeó, sin pudor. No había espacio para el decoro. Se aferró a su nuca, tirándole del cabello, exigiendo más. Y él le dio más.

Shaina apenas tuvo tiempo de apoyar las manos tras ella cuando lo sintió arrodillarse. Hades llevó los dedos a sus muslos con una lentitud deliberada, como si disfrutara cada temblor involuntario que provocaba. Le apartó la tela con la misma devoción con la que se abriría un altar prohibido y, sin darle espacio para pensar, enterró el rostro entre sus piernas.

Su lengua fue directa, segura, húmeda. No había vacilación, solo hambre. La recorrió con movimientos firmes, primero trazando el contorno, luego centrando toda su atención en el punto donde sabía que más la haría perder el control. La sujetó por las caderas cuando la sintió estremecerse, y la intensidad de su boca se volvió aún más despiadada. Succionó, lamió, se hundió más.

—Por los dioses… —susurró entre dientes, pero él se rio contra su centro.

—No invoques a otros. Esta noche, solo existo yo.

El placer era tan afilado que la dejaba sin aire. Él no solo la comía, la dominaba con la lengua, como si el infierno entero estuviera dispuesto a devorarla para arrancarle hasta el último gemido.

—Mírame —le exigió, levantando apenas el rostro, con la boca húmeda.

Cuando sus ojos se encontraron, él le dio una última lamida lenta y profunda que la hizo gemir con una mezcla de frustración y éxtasis. La hizo temblar. La llevó al clímax, con el puro poder de saber que tenía a una mujer tan feroz completamente deshecha por él. Hades, dejó de besarla y se levantó para mirarla los ojos, ella tenía el cabello en la cara y el rostro empapado.

—No estoy seguro de que puedas soportar más. Eres tan frágil. 

Shaina frunció el ceño, y con fuerza se dio rápido la vuelta y lo hizo quedar de espaldas a la columna, pasó sus largas uñas trazando líneas en el abdomen del dios, quien solo la miró con perversión. Las manos de la cobra llegaron rápidamente hacia el pantalón, donde la erección del dios del inframundo era apenas evidente. Hades se arqueó ligeramente cuando ella le liberó con una sola mano, sin apuro, sin prisa, Se arrastró entre sus piernas con la elegancia de una cazadora. Observó su reacción al rodear la base con la palma, al deslizar la lengua apenas por la punta, jugando, provocando.

El dios no pudo evitar sonreir, se había salido con la suya. Sabía que al retar a una guerrera de Athena, tendría exactamente lo que quería, aunque no se imaginó semejante triunfo, la lengua de la cobra era precisa y caliente. 

—No estoy segura de que puedas aguantar más —le dijo ella con una sonrisa cínica.

Él sonrió al recibir esas palabras de vuelta. 

—Demuéstrame que tanto sabes hacer, guerrera de Athena. 

Él no iba a ganar esa batalla así que lo tomó por completo, lento al inicio, dejándolo sentir el calor de su boca húmeda, la presión exacta de sus labios al deslizarse hacia abajo. Subió y bajó con un ritmo perfecto, manteniendo los ojos fijos en él, observando cómo sus párpados caían y la mandíbula se tensaba. Ella sabía cómo hacer feliz a un hombre, lambiendo desde el tallo y pasando su lengua por la punta de su miembro, quedándose de vez en cuando en esa parte, como evitando que su esencia se perdiera en otro lado. Con una mano lo sostenía, y con la otra masajeaba suavemente más abajo, sin perder el compás.

No tardó en cambiar el ritmo. Alternaba succiones profundas con caricias suaves, dejando escapar de vez en cuando un pequeño sonido gutural que vibraba en su garganta y lo enloquecía. Lo sentía endurecerse aún más, y no se detuvo. Lo quiso así: temblando, jadeando, maldiciendo su nombre.

Cuando Hades trató de hablar, de advertirle que estaba cerca, Shaina simplemente lo sostuvo más fuerte, profundizó el movimiento, y lo llevó hasta el final. Solo cuando él terminó entre sus labios, jadeando con el cuerpo tenso, se retiró despacio, con una sonrisa satisfecha y el brillo del poder en la mirada.

—No pensé que un dios se rindiera tan fácil.

Y él, aún jadeando, sonrió como si acabara de descubrir que había subestimado a una mortal... y que no le molestaba en absoluto.

—No juegues con fuego, mujer —aconsejó acercandola hacia él—. Esto aún no acaba. 

La observó con esa maldita mezcla de poder y devoción, y ella temblando no desvió la mirada. No podía porque quería más. 

Él no esperó ninguna invitación, la levantó como si no pesara nada y la apoyó contra la columna, penetrándola de un solo golpe, con la certeza de un dios que reclama lo que desea. Fuerte. Hondo. Ella gritó. No de dolor, sino de furia y placer. Él la embistió con la violencia medida de un dios que ha contenido sus deseos durante siglos. No había ternura. Solo deseo, posesión, dominio. Shaina gimió contra su oído, su aliento temblando entre placer y furia. Sus movimientos eran lentos, luego rápidos, como si quisiera adorarla y castigarla al mismo tiempo. Cada movimiento era un golpe entre mundos, entre el deber y el pecado.

—No tienes idea de lo que provocas —susurró ella.

—Tú tampoco —replicó él—. Pero ahora lo sabrás.

Shaina terminó una vez. Luego otra. Y otra. Y aún así, no era pasiva. Lo rasguñaba. Lo mordía. Le gemía el nombre con rabia. Quería marcarlo también. Que supiera que ella tampoco era cualquiera. Hades la sostenía como si fuera liviana, como si nada en este mundo pudiera separarlos. El mármol crujió bajo su espalda. La noche misma pareció detenerse. Cuando acabó dentro de ella, lo hizo con un gruñido grave, como si el cielo mismo rugiera a través de él. 

Ella tembló. Toda ella.

Y lo supo. La llevó al límite más de una vez. Su cuerpo se arqueó y se rompió en un gemido que no tuvo nombre. Shaina no recordaba haber temblado así nunca, ni siquiera en sus batallas más duras. Y cuando todo acabó, cuando su cuerpo yacía vencido pero orgulloso en los brazos del dios, sintió que había cruzado una frontera sin retorno. ¿Qué había hecho? 

Quedaron jadeando, pegados, piel con piel, transpiración con transpiración. Él la dejó de pie, acarició su rostro y le devolvió la máscara.

—No necesitas esconderte. Pero si quieres que nadie sepa… —sonrió con malicia—. Guardaré tu secreto en el Inframundo.

—No pienses que puedes venir acá y que cualquiera de nosotras calmará tus ansias.

Hades la observó detenidamente, intacto, como si lo que acababa de pasar no lo hubiera tocado. Pero Shaina sabía que sí. Lo sintió. En la forma en que la había tomado. En cómo se aferró a ella al terminar.

Se acercó un paso. Lo miró con la barbilla en alto, aún altiva pese a las marcas en su piel.

—Tuviste suerte —continuó ella, con voz ronca pero firme—. Cualquiera que hubiera pasado por aquí habría terminado contigo esta noche.

El dios sonrió. Despacio. Con esa maldita expresión de superioridad que no necesitaba gritar.

—No. —Se inclinó apenas hacia ella, sus ojos parecían contener el universo entero—. No fue suerte. Yo sabía que estarías aquí.

—¿Ah, sí? —Shaina apretó la mandíbula.

Él le acarició el mentón con un dedo, apenas tocándola.

—Te conozco, Shaina de Ofiuco. Lo sabes. Ya te lo dije. —Su voz fue un susurro ligero.

Ella no respondió. No podía. Porque en el fondo... sabía que era cierto.

Hades se inclinó, le robó un último beso: breve, cínico, profundamente posesivo. Como si le dijera “eres mía” sin pronunciarlo. Y luego se alejó con calma, como si no hubiera hecho temblar el suelo con su presencia. Solo dejó su olor. Su sombra. Su huella quemando en la piel de Shaina.

Ella lo siguió con la mirada hasta que desapareció entre los templos. Y por primera vez en años… se sintió marcada. No sabía si odiarlo, o querer que la reclamara otra vez. Lo único que tenía claro era que esa noche no sería fácil de olvidar, ni de borrar ni de negar. 

Fin del Flashback

—¿En qué piensas, Shaina? —le preguntó Geist, sonriendo, pero con cierta curiosidad.

—Te ves feliz. Demasiado feliz —añadió Marín con malicia.

Shaina parpadeó, sorprendida de que sus propios recuerdos la hubieran puesto en evidencia de esa manera, intentó recomponerse. No estaba segura de su expresión, pero de seguro era una que hablaba por sí sola, debía corregir eso. 

—Estaba pensando en una vieja anécdota con…, con un idiota.

Las otras sonrieron entusiasmadas, pero la atención no se había desviado del todo, ni siquiera en su propia cabeza, debía buscar una salida para evitar más preguntas. Porque ese recuerdo, ese cuerpo, ese dios, esa noche, no era para compartir. Era solo suyo.

—¿Hablas del idiota de la biblioteca? 

Shaina estaba tan desesperada por buscar una salida, que había olvidado esa anécdota, era la excusa perfecta y agradeció mentalmente a June, por haberle recordado ese hecho, pero no afirmó ni negó nada.

Geist había hablado de amores prohibidos. Marín ya no sabía si quería más vino o más respuestas. Todo parecía a punto de acabar, pero June se acomodó el cabello con una sonrisa muy, muy peligrosa.

—Está bien —dijo, tomando la copa entre los dedos—. Haré que la Cobra hable. Pero solo si ustedes me escuchan a mí primero.

—¿Tú? —preguntó Marín, arqueando una ceja—. ¿Y tú qué tanto tienes para contar, eh? ¿Algo muy tierno de Andrómeda? ¿De cómo él te hace el amor?

—Vaya, parece, señoritas, que ustedes subestiman mucho a Shun… Podrían llevarse una sorpresa, yo les puedo asegurar, que él las dejaría a todas con la boca abierta. 

—Uy, picaste mi curiosidad —se acomodó Shaina—. Vamos, cuéntanos qué tan bueno es Shun en la cama. Tal vez me anime a buscarlo, únicamente, para comprobar lo que dices. Ya saben, por cuestiones académicas. 

Las carcajadas estallaron. June, por su parte, sonrió divertida. 

—Primero te diré, Ofiuco, que no te vas a decepcionar con Andrómeda, y segundo, niñas, no es de él de quien iba a hablar. 

—¡¿Qué?! —Geist se levantó como un resorte—. ¿Estoy escuchando bien? Espera, espera… ¿no tienes un romance con Shun? Esto pasó antes o después de Shun… Espera, ¿qué? 

—Pasó después de Shun. Mucho después —respondió—. Y sí, tuve algo con Shun, pero eso fue hace mucho… En fin, ya no importa. 

—Claro que importa —sostuvo Marín, acomodándose nuevamente en su lugar—. Sinceramente, no sé que quiero escuchar primero. 

—Bueno, iré con lo que más las va a sorprender. —June las miró fijamente, de una en una y con la tranquilidad de quien suelta una bomba atómica y se va caminando, dijo—: Estuve con Deathmask.

…Silencio. Mortal. Una copa cayó al suelo. No se rompió, pero el sonido fue suficiente.

—¿Perdón? —susurró Marín.

—¿QUÉ? —repitió Geist, casi atragantándose.

Shaina se giró en seco. 

—Lo que escucharon. —June bebió un trago como si nada.

—No… no… —Marín negó con la cabeza, visiblemente escandalizada—. Tú… ¡¿DEATHMASK?! ¡El mismo que pone cráneos en las paredes! ¡Ese Deathmask!

—Ajá. —June soltó una sonrisa ladeada—. El mismo.

—¡JUNE! —gritó Shaina con ojos desorbitados—. ¿¡Estás hablando en serio!?

—¿Parezco estar bromeando?

Otra pausa.

—¿Pero cómo pasó? —murmuró Geist, ya en modo chismosa nivel máximo.

June se recostó contra el respaldo, cruzó las piernas, y sonrió con calma.

—Una noche. Una misión. Nadie más quiso ir con él. Yo acepté. Terminamos atrapados por una tormenta, empapados, congelándonos… y él me miró como si yo fuera la última cosa viva que valía la pena. Me besó. Yo lo dejé. Y después…

—¡Después qué! —gritaron todas al unísono.

June bajó la voz. Su sonrisa no se fue.

—Después hizo que me olvidara del frío. Y del miedo. Y de todo.

—No puede ser… —Marín se tapó la cara—. Esto es oficialmente lo más enfermo y excitante que has dicho, Camaleón… Yo… bueno, siempre he pensado… 

—Que eres una santurrona —terminó la frase Shaina. 

June no se ofendió y levantando su copa les dio la razón. 

—Y si les dijera que también hubo un sillon del amor —añadió, bajando la voz un poco más—. ¿Me seguirán creyendo una santurrona? —Todas contuvieron la respiración. ¿Estaba hablando enserio? —Se ven muy sorprendidas e interesadas. Haré una cosa. Les contaré todo solo sí la Cobra se atreve a abrir la boca, y eso también va para ti Geist… no nos vas a dejar con el misterio de tu hombre prohibido. 

Todas voltean a mirar a Shaina. Y Ofiuco, por primera vez en toda la noche, se quedó sin palabras. Geist intentó irse, pero fue rápidamente detenida por las hábiles manos de Tethis. 

—No vas a ninguna parte.

Geist apretó los labios y suspiró, observando a Shaina quien fue la primera en hablar. 

—Está bien —dijo finalmente la peliverde—. Si nos cuentas lo de Cáncer, prometo para la próxima, hablar de la biblioteca. 

—¿Sin trampas? —quiso saber Marín. 

—Tienen mi palabra. Solo espero, que lo tengas que decir Camaleón, valga la pena. 

—Oh, creeme que lo valdrá —aseguró June—. ¿Qué hay de ti, Geist? 

—Solo si realmente vale la pena —aceptó la morena—. El nombre de este hombre, es casi sagrado. Así que lo que tengan que decir, debe ser impactante, tanto que me haga hablar. 

—¡Uy! Casi sagrado —comentó Marín—. ¿Acaso fue un dios? 

Geist sonrió de medio lado y Shaina agradeció que nadie la vio cuando casi se atraganta con el vino al escuchar la palabra ‘dios’. 

—No tanto, pero casi… —susurró Geist con misterio. 

—Yo creo tener una ligera idea. —Tethis lo meditó por un momento—. Pero no creo, ¿o sí…? —Geist se alzó de hombros, pero no dijo más—. ¡Desgraciada! En fin, June, tú tienes el poder en este momento. Hazles hablar a estas dos.  

—De acuerdo —aceptó el desafío la rubia tomando una largo trago para continuar con su relato—. No fue un romance. Fue deseo. Puro. Violento. Impensado.

Las chicas contuvieron la respiración. La risa de antes se había ido. Hasta Marín estaba sentada derecha, como si temiera perderse una palabra. June miró el fuego. Sus ojos se enturbiaron por un momento, no de tristeza… sino de calor.

—Como les mencione, estábamos en una misión. Algo rápido. Pero el clima cambió y quedamos atrapados en un refugio improvisado en las montañas. Solo él y yo. Y créanme, estar encerrada con ese hombre era una tortura.

—Imagino —susurró Geist.

—No. No como creen. Tortura porque él es insoportable. Grosero. Burlesco. Cada vez que hablaba me daban ganas de golpearlo. Pero había algo más… algo en su forma de mirarme. Como si ya supiera que tarde o temprano me iba a tener.

Las otras se miraron, sin saber si querían escuchar lo que seguía… o si no podían dejar de hacerlo.

Continuará...

Notes:

Hola a todos, aunque dije que esto podría ser una línea alterna del fic del zombi, como me hizo notar Nyan, sí, también está ligada a Amores Vedados, solo que, no saldrán todas las parejas que aparecieron allá, y como pueden ver, ¡esto ya se salió de control!

Shaina y Hades, sí que sí, un gusto culposo de Ivoncito, y ahora Deathmask y June. ¿No se lo esperaban? Pues yo tampoco. La pareja fue sugerida por Natalita, aplauso para ella, y bueno, mi mente está al borde de un colapso nervioso y necesitaba distraerme, así que esta historia sigue, y si ustedes me siguen dando tan buenas ideas, habrá pa rato XD

Chapter 4: Cuarta Ronda - Tormenta y Pasión

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Capítulo 4: Cuarta Ronda  - Tormenta y Pasión

 

—Estábamos empapados. —June tenía la palabra—. La ropa no se secaba. El fuego casi no calentaba. Y él... me miró. Yo lo sentí. Era como si sus ojos me recorrieran la piel, aunque estuviera cubierta. Me dijo: “Ya que vamos a morir de frío, podrías al menos dejarme tocar algo caliente antes de congelarme el alma”.

—¡Qué desgraciado! —gritó Marín.

June sonrió.

—Le dije que se fuera al infierno. Y él se rio. Una risa ronca… como si supiera que ya me tenía.

Flashback

La cabaña chirrió al cerrarse la puerta detrás de ellos. La lluvia afuera no daba tregua. Las goteras golpeaban el techo de zinc, el viento silbaba por las rendijas. June se sacudió el cabello mojado y dejó caer su mochila en el suelo.

—Espero que esto no se derrumbe mientras dormimos —murmuró.

—Dormir no es precisamente lo que tenía en mente —dijo Deathmask, escaneando el lugar con una sonrisa torcida.

Ella lo ignoró. Caminó hacia el fondo de la cabaña y sacó una cobija vieja de un armario. No había calefacción, pero al menos el lugar estaba seco.

—No empieces —dijo sin mirarlo—. No estoy de humor para tus jueguitos.

—¿Jueguitos? —repitió él, siguiéndola con las manos en los bolsillos—. Yo no juego. Yo actúo.

—¿Ah, sí? ¿Y qué esperas lograr esta vez?

Él se encogió de hombros, como si no tuviera prisa.

—Nada. Solo pensé que... ya que estamos solos, atrapados por la tormenta, sin nada más que hacer… Y ya que vamos a morir de frío, podrías al menos dejarme tocar algo caliente antes de congelarme el alma

—Cállate, Cáncer —interrumpió ella, tajante.

Él rió. Le gustaba cuando ella se mostraba hostil. Tenía filo. Tenía garras.

—Dime una cosa, Camaleón —susurró, dando un paso más cerca—. ¿Siempre estás así de tensa, o solo conmigo?

—¿Tensa? Estoy mojada, congelada y atrapada contigo. ¿Tú cómo crees?

—Mmm… mojada, congelada y atrapada suena a una invitación —dijo, con la voz más baja.

Ella lo miró con expresión asesina. Él no se movió. Era un juego que ambos conocían, aunque a ella le costara admitir que lo disfrutaba.

—De verdad, ¿no tienes otra cosa que hacer, Cáncer?

—Podría pensar en algo. Aunque... —hizo una pausa, mirando por encima de su hombro— eso que tienes ahí atrás me estuvo distrayendo todo el día. Tú armadura no deja nada a la imaginación. 

June se giró con lentitud, sabiendo que él estaba mirando. Le lanzó la manta en la cara.

—¡Idiota!

—Gracias, hermosa.

Ella bufó y caminó hasta una esquina donde había un sillón inconfundible. Se detuvo. La cabaña era vieja, perdida entre las montañas, usada por los miembros del Santuario como refugio, por lo que era normal encontrar provisiones. Las reglas con los refugios eran las mismas. Usar y dejar, por eso no le sorprendía encontrar muebles, mantas, medicina. Pero eso.. 

—¿Y esto?

—Ah —dijo él, acercándose como un depredador, también sorprendido por el hallazgo y se preguntó qué pervertido había llevado eso hasta ese lugar. Seguro algún antiguo soldado que no sabía lo que era—. Es un sofá del amor.

June lo miró, confundida. 

—¿Un qué?

—El sofá del amor. Lo usan las parejas para... prácticas.

—¿Prácticas? —repitió ella, con una ceja alzada.

—Sí. Y te puedo enseñar cómo funciona. Con demostración incluida, claro.

—¿Sabes qué creo? —dijo June, cruzándose de brazos—. Que eres un imbécil con suerte. Porque si no fuera por esta tormenta, estarías solo, rascándote el ego frente a un espejo.

—Tal vez. Pero el ego no se moja como tú —respondió, ya muy cerca.

Ella lo empujó con una mano en el pecho. Él retrocedió solo un paso.

—Ni se te ocurra, Cáncer… no quieres que la única persona que apenas te tolera se vaya de tu lado. 

—¿Apenas me toleras? Yo pensé que no me tolerabas nada. 

—Pues vas a arrepentirte de continuar así. 

—¿Y si eso es lo que quiero? 

Hubo un segundo de silencio. Un latido contenido. Ella desvió la mirada, pero él ya había visto ese microgesto: un temblor leve en su mandíbula, un brillo inconfundible en sus ojos.

Él dio un paso más. No la tocó. Solo bajó la voz.

—¿No te pica la curiosidad, June? Tú, con esa boca tan lista... ¿no te interesa saber qué más puedes hacer con ella? Se supone que eres una guerrera, ¿no? ¿Por qué actuar como una doncella en apuros? 

Cáncer sonrió complacido, o ella se había quedado sin palabras o le estaba dando la razón y solo había una forma de averiguarlo. Levantó la mano con un delicado movimiento, y sin resistencias retiró la máscara de metal del rostro de la joven. Ella ni parpadeó y le sostuvo la mirada. Hubo un instante de guerra silenciosa. Una lucha de voluntades. Un silencio tenso. Y luego, sin decir nada, June se acercó más, él esperó un golpe y estaba dispuesto a recibirlo con gusto por haberse pasado de listo, pero contrario a eso, lo que llegó fue un besó con rabia. June lo besó como si odiara querer hacerlo.

—Sabía que te intrigaba el sofá… —comentó él apartándose un poco—, y debo decir, que eres bastante bonita para ser tan mojigata. 

—¡Cállate!

Hubo un momento de duda, pero no le daría la satisfacción. Cáncer no le era indiferente, sino era porque cada vez que abría la boca quería romperle los dientes hacía tiempo se hubiera acercado a él con otras intenciones.

—Ya empezaste, termina lo que sea que quieras hacer… o… lo tuyo es puro bla bla… —Él no respondió tan rápido como ella hubiera querido, solo la observó con una sonrisa cínica—. ¿Te quedaste sin palabras, Cáncer? —insistió, y esta vez fue ella quien lo desarmó. 

Luego despacio, con los ojos fijos en él, empezó a despojarse de la ropa, prenda por prenda. No por impulso, ni por rabia, ni por presión: lo hacía porque quería. Porque podía. Lo hizo con delicadeza, con elegancia, con el poder de una mujer que sabe lo que quiere y que puede salirse fácilmente con la suya. Él no dijo nada, pero su expresión cambió. June sonrió de lado.

—¿Qué pasa, Cáncer? ¿Nunca te habías quedado callado frente a una mujer de verdad?

No se había detenido a pensar cuando las prendas cayeron, pero ya lo había hecho y no iba a salir corriendo como una niña asustada. 

—Me encanta esa osadía, Camaleón —contempló él escaneandola como tratando de conservar en su mente cada mililitro de su piel, June se sintió expuesta pero no retrocedió—. Aún tienes oportunidad de salir corriendo. Yo no diré nada.  

—¡Ja! Esa faceta de caballero no te queda bien… es curioso, pareciera que el que no sabe qué hacer ahora eres tú. ¿De verdad te preocupa que me arrepienta? ¿O estás tratando de evitar que se note que el asustado eres tú? —June lo observó de arriba abajo con dejo de superioridad—. Te temblaron las piernas apenas me viste sin ropa, ¿no es así? ¿Quién es la doncella ahora? 

Él abrió la boca, pero no dijo nada. Solo la observó como si no supiera por dónde empezar a tocarla. June sentía el corazón latiendo con fuerza, no solo por el deseo sino por el poder. Porque lo tenía rendido. Porque, por una vez, no era ella la que reaccionaba, era él que no sabía cómo contener lo que veía. 

Sin embargo, se recuperó muy rápido, como todo un guerrero que se ha enfrentado a las más peligrosas batallas. Aquello, bien podría ser un juego de niños para Deathmask de Cáncer.

—Con qué quieres jugar, ¿no, nena? De acuerdo. —Cáncer caminó hasta el sofá deshaciéndose de la camisa, y acomodó su cuerpo en la curva del sillón, recostando su espalda hacia atrás con las piernas abiertas, dejando que la forma ondulada del mueble lo abrazara en un ángulo tan cómodo como indecente—. ¿Y bien? ¿Vienes o no? 

June se lo pensó un momento, ¿se le había pasado la mano? Estaba temblando y no estaba segura si era por los nervios o por el frío que se filtraba por el lugar. El maldito Cáncer tenía un cuerpo condenadamente apetecible. Decidida marchó hacia él. La intención del dorado era clara. Ella sabía exactamente lo que él le pedía con esa posición. No hacía falta ser un oráculo para adivinar que el dorado le pedía una felación. 

Se acomodó entre los muslos del guerrero, con las rodillas sobre la parte más plana del sillón, mientras sus manos se apoyaron a ambos lados de sus caderas. La espalda de June se arqueó con elegancia, y su cabello cayó como una cortina sobre sus hombros mientras se inclinaba para recibirlo en la boca. Cáncer tembló apenas sintió los labios de June envolverlo. No fue solo el calor, ni la humedad perfecta de su lengua. Fue la forma en que ella lo miraba, como si supiera que lo tenía dominado, como si se alimentara de cada jadeo que le arrancaba. Él intentó decir su nombre, pero solo logró soltar un gruñido ronco. El sillón servía como trono, y él, entregado al placer, apenas logró mantener los ojos abiertos. 

En esa posición June tenía el control total. 

—Mmm... cómo sabes usar esa lengua... —murmuró él, con una sonrisa placentera, sintiendo su erección aumentar. 

—Ni una palabra más —advirtió ella—. O terminarás el trabajo solo. 

—Tú vuelve a lo tuyo —jadeó—. Yo prometo guardar silencio. 

Los labios de June se deslizaron con ritmo, jugando con la punta y descendiendo poco a poco, mientras una de sus manos sujetaba la base con firmeza. Cada vez que lo tomaba más profundo, él soltaba un suspiro gutural que parecía alimentar su entusiasmo. La curvatura del sofá le permitía a Deathmask disfrutar sin tensión, con el cuello recostado hacia atrás, los músculos relajados, pero con el deseo completamente despierto. 

Su pelvis se movía sutilmente, guiando el vaivén, pero era ella quien dictaba la intensidad. En ocasiones lo sacaba de golpe para lamer con provocación, otras lo devoraba con hambre. El sofá crujía apenas bajo sus cuerpos, testigo mudo de esa devoción húmeda, íntima y lenta que ella derramaba en cada movimiento. Pero la tranquilidad, no duró mucho. 

—¡Cielos! —expresó él encantado, June levantó la vista justo en el momento en el que él la observaba de regreso—. ¿Eso lo aprendiste con Andrómeda?

Ella se detuvo al instante. Levantó la cabeza, con la mirada afilada.

—Te lo advertí —acotó ella tratando de levantarse. 

—¡Oye, oye! Fue una broma... —suavizó, y al notar que ella no hizo el intentó de irse, se echó para atrás—. Te voy a mostrar una forma en la que puedes callarme. 

Con una mirada intensa y la respiración agitada, él la tomó por la cintura y la condujo hacia la parte más alta del sofá, justo donde la curva se eleva con suavidad como una ola a punto de romper. June se acomodó boca arriba, con la espalda ligeramente arqueada por la forma del mueble. Sus muslos se abrieron sin resistencia, apoyando los pies sobre los laterales, como si ya supiera lo que venía.

Deathmask se colocó entre sus piernas, de rodillas sobre la sección baja del sofá. Desde ahí, tenía el ángulo perfecto. Se inclinó hacia ella sin prisa, sus manos acariciaron el interior de sus muslos y sus labios descendieron con una calma que enloquecía.

Cuando su boca la encontró, el primer contacto fue un suspiro, luego un gemido. Él la besó con hambre y precisión, jugando con su lengua en círculos suaves, luego presionando justo donde la hacía temblar. La parte alta del sillón sostenía sus caderas elevadas, obligándola a ofrecerse por completo, sin escapatoria. Era vulnerable, pero jamás se había sentido tan adorada.

Sus dedos se aferraron al borde acolchado, y sus caderas comenzaron a moverse con instinto propio, guiadas por el ritmo que él imponía con lengua y labios. Él, por su parte, no se detenía. La devoraba con la devoción de quien encuentra un tesoro en medio de la guerra. Su lengua la recorrió como quien busca una respuesta, y sus ojos no se apartaron de los de ella, deseoso de ver el momento exacto en que se deshiciera por completo.

Ella se arqueó, fascinada, con la cabeza echada hacia atrás, perdiéndose en el placer. Pero él no era paciente. La quería para él, quería sentirla, tenerla cerca. La soltó apenas unos segundos después, arrancándole un gemido de descontento. Quiso preguntarle porque se detenía cuando estaba a punto de estallar. Él pareció leerle el pensamiento, sonrió con ese cinismo suyo que ya se le hacía encantador, la hizo descender, acomodandola entre sus muslos, apoyando una rodilla sobre el borde alto del mueble, y desde allí la penetró con lentitud, saboreando cada centímetro del contacto. 

—Así es que te quería. Solo para mí. 

—No lo arruines —dijo ella abrazándolo con fuerza, subiendo y bajando, sintiéndolo entrar y salir—. Cada vez que abres la boca, lo arruinas todo. 

Él quiso decir algo, June lo observó molesta. Entendiendo que lo hacía para sacarla de quicio, así que antes de que abriera la boca, lo besó con rapidez, enterrando sus uñas en su espalda. 

—No me equivoqué contigo —dijo él pese a que June intentaba ahogar las palabras con besos—. Eres una delicia. 

—No tienes remedio. 

—Pero eso te encanta —respondió bajando por su cuello para atrapar uno de sus senos, haciéndola gemir aún más. 

Por un momento se sujetaron de los bordes del sofá, medio tumbados, el vaivén creando una fricción exquisita. El cuerpo de June se arqueaba con elegancia sobre la curva del sofá. Sus piernas reposaban flexionadas a los lados, abiertas como si aguardaran una revelación. Era una posición perfecta, demasiado perfecta. 

El ángulo profundo que permitía el sofá lo tenía completamente dentro de ella, y cada movimiento suyo generaba un roce distinto, más intenso, más preciso. Cáncer no se apartaba de su rostro; sus bocas apenas se rozaban con alientos compartidos y sus manos se enredaban como si buscaran no soltarse nunca.

La curva del sillón los obligaba a mantenerse pegados, frente a frente, sus torsos casi fundidos. Los ojos de ella se cerraban en cada embestida, como si estuviera recibiendo un mensaje secreto desde lo más hondo. Y él... él juraría que en ese momento ella leía cada pensamiento suyo con solo sentir cómo la llenaba.

Cuando el sudor comenzó a perlar sus espaldas, él la giró con cuidado, invitándola a acomodarse sobre el vientre, sus senos quedaron aplastados suavemente contra la curva baja del sofá. June dobló una pierna a un lado y estiró la otra, cediéndole la entrada.

Deathmask se posicionó detrás de ella, apoyando una de sus manos en la base del sillón, mientras la otra rodeaba su cintura. Desde esa perspectiva, la tenía toda para él. La visión de su espalda curvada, la forma en que se tensaban sus nalgas con cada empuje, lo enloquecía. 

Las manos del italiano temblaron con urgencia. No por duda, sino por la necesidad de seguir tocándola, de hacerla suya en cada ángulo posible. Las embestidas eran profundas, pausadas al principio, como si él estuviera buscándole el alma en cada movimiento. June ahogaba gemidos en la curva del sofá, aferrándose al tapizado mientras su cuerpo se entregaba por completo al ritmo que él marcaba.

Y mientras la tomaba así, con firmeza y deseo, Deathmask se inclinó sobre su espalda para besarla en el cuello, susurrando algo que ella no alcanzó a comprender del todo… pero que encendió cada rincón de su piel. Luego, él se dejó caer, dejando que fuera ella quien llevará el ritmo ahora, encima de él.  

Y lo cabalgó con una fiereza nueva, y él se dedicó a acariciar su clítoris con precisión. El placer fue intenso difícil de contener, se vio obligada a inclinarse hacia adelante, apoyándose sobre la base del sofá, mientras él seguía detrás, empujando con fuerza, tocándola, apretando sus pezones, murmurando cosas al oído.

—No te detengas —ordenó ella, robándole una sonrisa, quien se movió con más urgencias. 

Los gemidos se hicieron más fuertes, y el sonido de sus cuerpos chocando contra el otro ambientaron el lugar, los dos se movieron demasiado rápido, con una sincronización perfecta, al compás del deseo, subiendo y bajando, entrando y saliendo. 

—Eso, muévete así, no te contengas, pequeña. 

June respondió con más: empujó las caderas hacia atrás, buscando más profundidad. Él se la dio. Las manos del dorado no dejaban de explorar. Ella sudaba, temblaba, gimiendo sin contención. Sus mejillas se encendieron y le era imposible cerrar la boca para ahogar los gemidos. 

—¡Así, así! —exclamó ella, no le importa el tono, no le importó nada. Las piernas le fallaron y, justo cuando el clímax los alcanzó a ambos, el sofá crujió bajo ellos—. ¡Ay, maldita sea! Eso fue genial. 

Deathmask sonrió, besó su espalda sudada, y dijo con una voz ronca:

—Buena, chica. 

—¡Idiota! 

—Gracias, hermosa. Te recomiendo que descanses... soy más juguetón en la madrugada.

Ella apenas podía respirar. Todo le dolía, temblaba, y solo podía preguntarse cómo diablos él tenía fuerzas para levantarse como si nada y cuando estaba por quedarse dormida, él soltó:

—Por cierto... en mi templo tengo un sillon de estos. Por si te interesa.

Fin de Flashback

—Yo quiero ese maldito sofá —expresó Tethis. 

—Es un buen mueble, recomendado —acotó June, divertida. 

—No puedo creer lo que acabó de escuchar —comentó Marín—. Y parece que te trae loca. ¿No?

—Bueno, es que la forma en que él se acercó sin pedir permiso —suspiró la rubia. 

—Hombres como Deathmask, no necesitan pedir permiso —guiñó un ojo Geist. 

—Yo estoy sorprendida —tomó la palabra Shaina—. Fuiste tú la que prácticamente inició todo. 

—Ese tonto, siempre me subestima. De alguna forma, siempre lograba hacerme ver como una niña asustada, y bueno, me lo tomé personal, y quise darle una cucharada de su propia medicina. 

—Es una excusa muy vacía —continuó Tethis—. Sé sincera, solo querías que te diera una buena revolcada. 

—Papas, patatas —contestó June—. Yo lo gocé y mucho. Y no me arrepiento de nada. 

—¿No estarás exagerando, Camaleón? —inquirió Agulia—. ¿Qué tal ese oral? Sé sincera. 

—Me lamió como si no hubiera probado carne viva en años. Como si yo fuera el último cuerpo tibio que quedaba en el mundo.

—Con un simple: ‘estuvo bien’, habría sido suficiente —señaló la Cobra. 

—Lo siento, es mi forma retorcida de justificar, sobre porque lo busqué una semana después. 

Esta vez Marin escupió el vino. 

—¡NO!

—Te gusta el peligro, ¿no, niña? —dijo Geist. 

—¡Le hizo un trabajo! —sostuvo Shaina. 

—Oh, sí. Le hizo un buen trabajo —cambió el sentido Tethis—. Por eso lo volvió a buscar. Ella, no él. ¡Ella!

June solo levantó la copa, sin pudor.

—Y esa, queridas… fue la vez que Deathmask me hizo gritar y no fue precisamente de miedo. 

Todas estallaron en carcajadas, gritos, protestas y preguntas.

—Bueno, bueno —calmó Tethis—. Y ese segundo encuentro, ¿cómo fue? 

—Incluso más sabroso —contestó June—. Yo estaba más deshinibida. Sabía lo que él hacía y bueno; como estuvimos mejor preparados, los juguetes no faltaron. Niñas —continuó mientras todas abrían sus ojos—. En el templo de cáncer no solo hay un sofá del amor… 

—¡Vaya! —soltó Shaina entre risas—, que, 50 sombras de Deathmask.

—¡No! —rió Marín, tapándose la cara con las manos—. ¡Imagínenlo diciendo “te voy a castigar por desobedecerme”! Se me revuelve el estómago.

—Ay, a mí no me molestaría un poquito de ese estilo —murmuró Tethis, provocando risitas.

June alzó una ceja, divertida.

—Miren, yo no critico si a alguien le excita ese tipo de historia… pero lo mío con él fue otra cosa. Cáncer no necesita guiones planos ni palabras infladas para ser dominante. No hay contratos, ni salas de tortura decoradas por catálogo. Lo suyo no es un performance, es… instinto puro. Y lo siente. Cada toque, cada orden, cada mordida... todo viene de él, no de una fantasía prefabricada. 

—Suena a que te dejó sin alma —bromeó Shaina.

—Me dejó sin rodillas, que es mejor —replicó June, sin pudor.

Estallaron las carcajadas. Incluso las que no pensaban igual no pudieron evitar sonreír.

—A eso yo le llamo literatura vivida —dijo Marín, con un guiño—. Tienes que contarnos todo.

—No, claro que no —sentenció June con rostro serio—. Primero… ustedes, niñas… Shaina, Geist. 

Ambas se miraron a los ojos, ¿quién iba a narrar primero su historia?

 

Continuará… 

Notes:

Hola, a todos, espero que les haya gustado el capítulo, por ahora, me despido, no sin antes preguntarles, ¿qué historia esperan para el siguiente capítulo?

Muchas gracias por su apoyo. Nos estamos leyendo.

Chapter 5: Quinta Ronda - Entre Pergaminos y Libros

Notes:

No se me malacostumbren. Sí, es muy probable que publique el próximo capítulo este viernes… y otro más el lunes. Peeero eso no significa que me voy a poner en plan productiva y publicar seguido siempre. La única razón por la que esto está pasando es porque ya tengo esos capítulos escritos y, cuento con un poquito de tiempo libre que estoy aprovechando para canalizarlo en mis historias (y no en procrastinar, que también es tentador XD ).

Así que aprovechen mientras dura… pero no se ilusionen demasiado.

Chapter Text

Capítulo 5: Quinta Ronda

Entre pergaminos y libros

 

Las miradas pasaron de una en una, Geist intentó poner su mejor cara, no estaba segura de querer hablar, aunque todas las demás estuvieran tan ansiosas de escuchar su versión. 

—Yo pienso que deberíamos cambiar de tema —mencionó con un tono distraído—. Invité a las princesas de Asgard y no pienso que estas conversaciones sean del agrado de estas señoritas. 

—¿Por qué las invitaste? —quiso saber Marín. 

—Estaban en el Templo Principal —contestó Shaina—. Y nos escucharon hablando del tema. Hilda solo dijo que le parecía un evento divertido y… 

—Y yo y mi gran bocota —continuó Geist—. Las terminé invitando a la fiesta. Tenían una cena con la diosa, pero no deben tardar en llegar. Así que mejor, cambiemos de tema. 

—No, claro que no. —Marín llenó las copas—. Ambas prometieron hablar después de la anécdota de June, la cual valió la pena. Trato es trato. 

—Si brujas —corroboró Tethis—. Además, las princesitas, también son mujeres, de seguro esta conversación les gustara y podrán contarnos sus experiencias y aprender de las nuestras. 

—¿En serio crees que esas damas tan finas vayan a hablar de sexo? —inquirió Geist, intentaba huir a como dé lugar. 

—Podemos emborracharlas —sugirió June—. Nos dirán lo que queramos y lo olvidaran al otro día. ¡Ya no más excusas! Hablen. 

—¿No es un hablen ahora y callen para siempre? —preguntó Geist. 

—¡No! —gritaron las otras en lo que Geist reía divertida. 

—Está bien, lunáticas —tomó la palabra Shaina—. Les voy a contar lo de la biblioteca. 

—¡Por fin! —corearon las demás. 

—Y el afortunado fue… —June observó expectante. 

—Aioria de Leo —soltó la Cobra sin ceremonias. 

—¿En serio? —preguntó Geist—. ¿En serio? De verdad pensé que el tipo te odiaba. 

—Y lo hace —contestó Shaina—. Eso es lo más bizarro de todo esto, porque tampoco es mi santo favorito —Las demás se echaron a reír—. Solamente pasó. 

—¿Cómo que solo pasó? —Tethys intentó entender—. ¿Estabas abierta de piernas y él cayó sobre tu vagina? 

Las chicas no pudieron evitar reírse a carcajadas. 

—Bueno, voy a contarles como fue todo… —inició Ofiuco en lo que las otras se mantenían bien atentas—. Fue hace bastante tiempo. 

Flashback 

—¡Shaina! —llamó Aioria, apurando el paso tras ella. La vio cruzar el umbral de la biblioteca sin detenerse. Ella no respondió. Caminó con paso firme entre las estanterías, envuelta en la penumbra—. ¿Estás de acuerdo con los actos de Argol? 

—Lo que hizo Argol es exactamente lo que se debe hacer con todos los cobardes.

—¿Estás justificándolo? —le espetó él, entrando detrás, completamente irritado—. ¿De verdad crees que eso estuvo bien?

Shaina recorrió los libros como si buscara algo, aunque sus dedos apenas rozaban los lomos. 

—La traición se paga con la muerte. —Su tono fue frío, calculado—. Tú lo sabes bien, Aioria. O acaso... ¿tu hermano no corrió la misma suerte?

La frase fue como un látigo.

—¡No te atrevas a hablar de él! —bramó Aioria, con la voz cargada de ira contenida.

—Todos saben lo que hizo Aioros —respondió ella sin inmutarse—. Incluso tú lo despreciaste por traidor.

Aioria sintió el estómago contraerse. ¿Por qué todos insistían en recordárselo? Se obligó a contenerse.

—Eso ya quedó atrás…

—Lo mencioné porque quería que entendieras a Argol. —Finalmente, Shaina se giró para encararlo—. Aquí no hay cabida para la compasión. Las normas son claras. ¿Qué te sorprende?

—Me sorprende que sigas escondiéndote detrás de tu deber para justificar una venganza personal —espetó él, cruzando los brazos—. Tu obsesión con Seiya ya no tiene nada que ver con el Santuario.

—¡Seiya es un desertor! ¡Un traidor! —espetó ella con demasiada rapidez.

Aioria sonrió apenas. Había tocado una fibra.

—¿Deber, dices? —La miró de arriba abajo, su tono fue más calculado—. No. A mí me pareces una niña despechada porque el hombre al que ama no le hace caso.

—¡No sabes nada! —gritó ella, y sin pensarlo, atacó.

Las garras cortaron el aire, pero él la atrapó en seco, tomándola de la muñeca con firmeza. La mirada de Aioria estaba encendida, pero no por furia. Por algo más primitivo. Algo que ni él reconocía del todo.

—No me subestimes —le susurró—. No puedes ni controlar tus emociones… ¿y pretendes vencerme? —La soltó con un empujón. Ella trastabilló y golpeó una estantería. Un par de libros cayeron al suelo con ruido seco—. No vales la pena. Solo eres un capricho mal gestionado.

Pero apenas dio un paso, Shaina volvió a embestirlo. No lo pensó. Aioria la bloqueó con otro movimiento certero. En el impacto, la máscara de Shaina se agrietó y se partió en dos. Cayó al suelo con un leve tintineo. Aioria se quedó helado. No por el golpe. Por lo que acababa de ver. Por lo que eso significaba.

Ella también se detuvo. Los dos respirarón agitados.

—¿Así que esto es lo que escondías con tanto empeño? —dijo él, con la voz enronquecida—. Una cara hermosa… desperdiciada en una fiera como tú.

Ella lo fulminó con la mirada y se lanzó otra vez. Esta vez, él la atrapó antes de que lograra tocarlo y la estampó contra la pared. La piedra retumbó con el impacto, y más libros cayeron de los estantes. Shaina forcejeó, con los dientes apretados. Su respiración chocó contra la de él.

—¡¿Sabes lo que esto significa?! —gritó ella, con los ojos desorbitados—. ¡Ver el rostro de una amazona tiene consecuencias!

Aioria no retrocedió. Se acercó más, hasta que sus narices casi se tocaron.

—¿De verdad crees que puedes matarme por eso? —murmuró—. ¿Tan fanática eres?

El peto de ella se había quebrado en el impacto. El borde del metal estaba roto, y parte de su busto asomaba entre los fragmentos. Aioria bajó la mirada apenas un instante. Pero fue suficiente para que ella lo notará. 

—Suéltame —exigió Shaina, con la voz rasposa, contenida, temblando entre la rabia y otra cosa que no podía nombrar.

—¿Y si no quiero? —susurró él y con una media sonrisa la besó.

Ni siquiera supo por qué lo hizo, pero quería hacerlo.  No hubo aviso, ni ternura. Sólo furia. Deseo contenido. Un choque violento de bocas, como si quisieran despedazarse. Shaina reaccionó con igual rabia. Le mordió el labio, él gruñó, pero no se apartó, al contrario la sujetó con más fuerza.

En un arranque, ella lo empujó, pero sus manos se quedaron en su pecho, en su camisa, y la arrancó como si ardiera. Aioria bajó al cuello, lamiendo, mordiendo, dejando su marca. Ella jadeó con el cuerpo tenso. Sus uñas surcaron la espalda de él, profundas, sin cuidado, marcándolo con rabia. Aioria gruñó, pero ignoró el dolor en lo que sus ojos buscaban un lugar más cómodo para lo que seguía. 

Observó un escritorio cerca, y de un manotazo limpió el mueble. Pergaminos y libros volaron. La tomó por la cintura y la subió sobre la superficie, con la brutalidad de alguien que ya había cruzado todos los límites. Ella apenas alcanzó a agarrarse del borde. Cuando él bajó la mirada, ya no había marcha atrás.

Le desgarró el leotardo sin cuidado, en lo que el sonido de la tela rota desencajó el rostro de la Cobra. 

—Eso no era necesario —dijo ella, jadeando.

—No quiero escucharte más —respondió él, cubriéndole la boca con la mano.

Ella rió divertida, en lo que él le levantó las piernas, exponiéndose sin pudor, mientras él bajaba sus propios pantalones con una urgencia desesperada. Las prendas de ambos dejaron de ser un estorbo, y Aioria gimió bajo al sentir su miembro palpitando con fuerza. No supo en qué momento se calentó tan rápido, pero la razón ya no estaba del todo presente, sin embargo, por un segundo dudo, se detuvo.

—Solo mételo —dijo ella. No fue una súplica. Fue una orden. Y Aioria obedeció como un condenado.

La penetró de golpe, hasta el fondo. El cuerpo de ella se arqueó, con un gemido ahogado que vibró en la madera de la mesa. Las embestidas fueron rudas, salvajes. Él se aferró a sus muslos, la miró temblar bajo su peso. Con sus hombros le sostenía las piernas con firmeza, mientras se deslizaba dentro de ella con una mezcla de fuerza y control. Cada embestida la hacía aferrarse más a la mesa, arqueando el cuerpo sin poder contener los gemidos. 

Lo vio sonreír, complacido, como si disfrutara tenerla a su disposición. Como si hubiera logrado vencerla, entonces ella se reincorporó, bajando las piernas de sus hombros. Lo jaló del cabello y lo besó con desesperación, ahora siendo ella quien marcara el ritmo, subiendo y bajando. Él descendió hasta sus pechos y los devoró con ansias. En lo que ella enterraba esta vez más profundo sus uñas en su piel, dejando marcas que al día siguiente aún dolerían. 

—¡Demonios, Shaina! —gruñó él, pero cada arañazo encendía su lujuria. 

—Así… dame más… —murmuró ella, ronca, con los labios húmedos y entreabiertos.

Entonces ella tomó la mano de Aioria, y se llevó un dedo a la boca. Lo chupó con descaro, mirandolo a los ojos, lamiendo con delicadeza. 

—¿Dónde aprendiste eso? —jadeó él, exaltado por aquella visión tan placentera. 

—Esa pregunta debería hacerla yo —sonrió ella, peligrosa—. Siempre pensé que eras demasiado… casto.

La mueca de él fue de puro orgullo herido. En respuesta, la giró. La sujetó de las caderas y volvió a penetrarla con fiereza.

—Así… así… —gimió ella, estremeciéndose.

Él le levantó una pierna sobre la superficie, buscando más profundidad. La forma en la que entraba la hizo temblar de inmediato. Jadeó entrecortadamente, y él desde atrás, la tomó por la cintura, empujando más hondo, más lento, como si lo provocara a propósito. 

La adrenalina estaba en lo más alto, ella quería más, necesitaba más, y se llevó los dedos hacia su centro, guiados por el ritmo de sus caderas y por el fuego que se expandía con cada embestida. Cerró los ojos perdida entre el tacto propio y la fricción ajena. 

—Más te vale no dejarme a medias, Leo —lo desafió entre jadeos.

Eso fue gasolina.

Él gruñó, rugió, la embistió con fuerza hasta que el sonido de su cuerpo chocando contra el de ella se volvió constante, salvaje. La mesa crujió a punto de romperse. Ella apretó los dientes. Cada embestida era fuego. Ella se giró el rostro para verlo, quería ver sus ojos, que él la viera a ella, que supiera que estaba con Shaina de Ofiuco, para él aquello fue impactante, esa mirada esmeralda y desafiante, los labios apretados, y ese gesto lujurioso alimentaron su entusiasmo.

—Voy a… —susurró ella, sacudida—. Estoy por…

Ella no estaba fingiendo, no lo haría y mucho menos con él. Su cadera se movió con mayor rapidez, Shaina rodó los ojos en completo éxtasis, lo agarró del brazo para no caer y enterró nuevamente sus uñas en su piel. 

—Aioria… ¡ay, maldita sea, no te detengas!… —jadeó—. ¡No te atrevas a parar!

Él sonrió. Una sonrisa sucia, rendida.

El sonido que soltó ella fue más alto, más sincero, él la apretó más fuerte por las caderas cuando sintió que ya no podía más, aceleró el paso y se hundió hasta lo más profundo de ella, sintiendo su carne envolverlo, apretándole con fuerza, ella estaba tan húmeda que la fricción era fascinante. 

Los movimientos se aceleraron. Shaina intentó sostenerse lo suficiente para no caer, la pierna que tenía apoyada en el suelo tembló, mientras que la otra aún en la borde del escritorio le sirvió para subir y bajar su cadera aumentando su propio placer en lo que el miembro de Aioria entraba y salía con rapidez. 

Ella no pudo sostenerle por más tiempo la mirada, echó la cabeza hacia adelante, apretó las nalgas y empujó hacia atrás. En lo que Aioria la apretaba hundiéndose con desespero. Ambos se tensaron al mismo tiempo, como si sus cuerpos hubieran pactado rendirse juntos. El final llegó como un estallido. Juntos. Gemidos, sudor, carne. El universo se apagó un instante, sólo para estallar de nuevo en un alarido de placer. Ella con la frente apoyada y con la piel ardiendo, él detrás aferrado a sus caderas, jadeando contra su espalda. 

Luego, el silencio. Solo la respiración agitada. Los temblores. El sudor.

Aioria se separó. La razón volvió como una bofetada. Se pasó una mano por el rostro. Shaina se acomodó como pudo la ropa rota  y el pelo. Lo miró con furia. Y se fue sin decir palabra.

Él se quedó allí. Solo. Escaneó el lugar. No percibía ningún cosmos cercano.

Suspiró.

Pero no logró calmarse. Porque la pregunta no dejaba de martillarle la cabeza: ¿Por qué ella? ¿Por qué así? ¿Qué acaba de hacer? 

Fin del Flashback

—Recuerdo que esa mesa, una semana después, se rompió —comentó Marín con una sonrisa divertida.

—¿Se rompió la mesa? —quiso saber Shaina.

—Sí, de la nada se vino abajo. Shaka dijo que era un mueble viejo, pero yo no pude evitar pensar… bueno, ustedes saben por qué podría haber cedido.

—Antes aguantó el pobre mueble —dijo June—. ¿Y tú qué hacías en la biblioteca con Shaka, Marín? ¿Lo mismo que Aioria y Shaina?

—Claro que no. Simplemente coincidimos. El ruido del escritorio cayendo atrajo nuestra atención.

—¿Y luego…? —dejó la pregunta en el aire Camaleón.

—Y luego nada —respondió Águila con tono sereno, aunque el brillo en su mirada contaba otra historia.

—Ya no te creemos, Marín —dijo Tethis—. Te comiste al hombre más sereno de la orden, y te estás tirando al más serio de todos. No se me hace raro, que el intocable de Shaka, haya caído en tus garras. Se me hace que tienes talento para seducir a estos hombres. 

—Añadimos a tu lista a Camus, Águila. 

—No tienen que añadir a nadie a mi lista, June. —Marín las observó con desdén—. Y no olviden lo importante. —Señaló a Shaina. 

—A mi me sorprende que con toda la conmoción en la biblioteca, nadie más los haya visto —comentó Tethis—. Además de Marín, claro. 

—Sinceramente —continuó Shaina—, yo no estaba prestando atención, y creo que él tampoco… ¿Crees que alguien más nos vio? —le preguntó a Marín.

—No sabría decirte —contestó Águila—. Yo me fui tan rápido como entré apenas vi lo que estaba pasando. Pero la biblioteca nunca está tan sola como uno cree.

—¿Y volvieron a hacerlo? —quiso saber Geist.

—Por supuesto que no —respondió Shaina—. Ya les dije, no sé ni cómo llegamos a eso. Fue pura rabia. Un desahogo… recomendado, pero después queda doliendo todo. Y todo es todo.

—Yo creo que Aioria todavía tiene marcadas esas uñas en la espalda —comentó Geist, haciendo reír al grupo.

—Estoy sorprendida con lo rápido que se dieron las cosas —comentó Marín—. Nunca me imaginé verlos así. Al principio pensé que fingían. Luego vi que no.

—Entiendan —explicó Shaina—. No fue amor, no creo que haya sido deseo tampoco. Fue solo un desahogo. En vez de coger a alguien a golpes…

—Te cogiste a alguien —remató Tethis, provocando carcajadas.

—Eso sí fue hacer el amor con rabia —dijo June, sirviendo otro trago—. Ahora entiendo esa expresión. Al menos fue placentero.

—Increíblemente placentero —acotó Shaina—. Ambos estábamos enfocados en conseguir nuestro propio placer, pero sin defraudar al otro. Fue como una batalla… deliciosa. Sinceramente, me gustaría volverlo a intentar con él, pero con menos rudeza… ya saben.

—Y con un poco más de tiempo. Y en un lugar más privado —dijo Marín, con una leve mirada enigmática que no pasó desapercibida.

—Exacto —concedió la Cobra.

—En fin. Geist, es tu turno —anunció Shaina.

—Oh, sí —aplaudió Marín—. Voy a salir de acá más caliente que un volcán.

—Saga nos lo va a agradecer de verdad —rió June.

—Exacto. ¡Quiero más! —contestó Águila.

Continuará…

Chapter 6: Capítulo 6: Sexta Ronda - Lo dijo una Vez

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Capítulo 6: Sexta Ronda - Lo dijo una vez

 

—Bueno, Geist —tomó la palabra June—. Estamos listas para escucharte. 

—Chicas, la verdad no sé si deba contarles esto. 

—Vamos amiga —alentó Shaina—. Confía en nosotras. No diremos nada a nadie. 

—¿De verdad me prometen que esto no saldra de acá? —Geist las observó de una en una, en lo que las otras con la copa el alto firmaban su promesa—. De acuerdo. Fue hace un par de años y fue con… con el maestro Shion. 

Marín se movió demasiado rápido por la sorpresa y sin darse cuenta tumbó la botella de vino que se derramó sobre la alfombra. Shaina observó fijamente a Geist, viendo cada uno de sus gestos en busca de una grieta, de algo que le dijera que aquello era una broma. June se quedó con la copa a medio camino, con la boca bien abierta y los ojos prácticamente en blanco, en lo que Tethis suspiró profundo incapaz de soltar el aire. 

—Sí. Fue él —continuó la pelinegra el silencio fue tan denso que Geist tuvo la urgencia de decir algo—. No me miren así. Simplemente, pasó. 

—¿Dijiste Shion o Shun? —Shaina estaba perpleja. 

—Dije Shion. El maestro Shion —repitió Geist—. El Patriarca, el que está por encima de todos. 

—Pero…¿qué? —Marín intentaba unir aunque sea una palabra—. Espera… ¿qué? ¿Por qué él? ¿Qué? 

—Porque me hablaba con una calma que me desarmaba —explicó Geist bebiendo suavemente de su copa—. Porque jamás me gritó, ni me menospreció. Porque cuando yo alzaba la voz, él bajaba la suya. Porque cuando yo quería provocar, él simplemente sonreía. No sé cuándo empezó. Solo sé que me gustaba estar cerca de él. Que buscaba excusas para ayudarlo, para quedarme un rato más. A veces pasábamos horas en silencio, solo revisando textos antiguos, y aun así, yo sentía paz. Me hacía sentir... en casa. Y sí. Fui yo. Fui yo quien cruzó la línea. No fue una noche de copas ni una situación extraordinaria. Fue un día común. Él me estaba enseñando una lectura que se me resistía, y yo lo miré… y sentí que no podía más. Que quería saber qué se sentía ser deseada por alguien así. Por alguien bueno. Por alguien que, por una vez, no viera mis sombras. 

Todas miraron expectantes, Geist había adquirido un tono triste, y empezaron a cuestionarse cada una a su manera el haberla obligado a contar su secreto, pero para que las cosas sanen a veces es necesario hablarlas en voz alta. 

—¿Después qué pasó? —inquirió June sin borrar su gesto de sorpresa. 

—Después se alejó. No con desprecio, no. Me dijo que no debía pasar. Que no podía repetirlo. Y ya está. No hay más que decir. …Aunque mi mente no olvida. Todavía puedo recordar sus manos rozando mi espalda con una delicadeza que parecía pedir disculpas por existir. Su aliento temblando junto al mío. Su voz suave, cuando dijo mi nombre. Fue solo una vez. Pero nunca volví a sentirme así con nadie.

Flashback 

El salón del templo estaba envuelto en penumbra. Afuera, la tarde comenzaba a morir, proyectando líneas de luz cálida sobre los muros de piedra. Shion leía en voz baja, explicando con paciencia el contenido de un manuscrito antiguo. Su voz acariciaba el aire como una brisa leve, y Geist ya no escuchaba el contenido… solo su tono.

Había algo hipnótico en él. En su serenidad. En la forma en que se inclinaba sobre el texto con devoción. En su olor: sutil, limpio y casi etéreo. En sus manos largas y firmes, que pasaban las páginas con respeto.

Geist no lo planeó. Solo se acercó, empujada por un deseo silencioso, profundo, inevitable.

—¿Te cuesta seguir esta parte? —preguntó él, sin levantar la vista.

—Un poco —respondió ella, con una voz más baja de lo esperado.

Shion alzó la mirada. Sus ojos eran tranquilos, como el agua profunda. Y ahí, en esa calma, Geist se inclinó sobre la mesa, cruzó el espacio y lo besó. Sintió sus labios tibios y suaves. Al principio él no se movió, pero luego, sin aviso, le correspondió con lentitud. Se incorporó para tomarle el rostro con ambas manos, como si lo que hacían fuera algo precioso. Inadmisible, pero precioso. Geist lo sintió temblar. Sintió que contenía años de algo que ni él sabía que llevaba dentro.

Ella se sentó sobre la mesa. Él se puso de pie. Sus cuerpos se buscaron como si se recordaran de otra vida. Geist lo rodeó con las piernas, sintiendo su respiración acelerarse contra su cuello. No decía nada, pero sus manos hablaban por sí solas: recorrieron su cintura, deshicieron el nudo de su prenda, bajaron la tela con una reverencia casi religiosa. La desnudó con calma, sin apuro. Cada caricia fue una pregunta. Cada beso una ofrenda. Una dulzura que Geist jamás había conocido. 

Sus ropas fueron retiradas sin apuro, como si cada prenda quitada fuera parte de un ritual. Y cuando no hubo ninguna barrera, los dedos de él la exploraron sin prisa, con una mezcla de hambre y reverencia. Sus caricias la hacían estremecer —no solo por el contacto físico, sino por lo que comunicaban—. Cada toque decía “te he deseado tanto”, y cada respuesta de su cuerpo respondía “yo también”.

Él no fue brusco, en ningún momento. Nunca lo sería. Sus manos, grandes y cálidas, recorrieron su cuerpo con una devoción. La acarició como si tuviera miedo de olvidar cada centímetro de su piel, como si fuera a esfumarse apenas parpadeara. 

Ella jadeó, tembló, se perdió entre sus dedos, sintiéndose —por fin— amada. Él la besó en el cuello, descendiendo con lentitud, con la boca abierta, con pequeños gemidos que estremecían su espalda. La empujó suavemente hacia atrás, recostándola sobre la mesa, y cuando su boca encontró sus pechos, la saboreó con devoción. Cada movimiento era profundo, firme, entregado. Geist soltó un suspiro tembloroso que rebotó en las paredes del templo porque él la besó con una ternura devastadora, como si cada gesto fuera una oración.

Sus manos se deslizaron por sus muslos, acariciándola como si memorizara su forma. Geist contuvo el aliento cuando él la abrió con los dedos y la miró como si se tratara de un secreto por descubrir. La primera presión de su sexo la hizo gemir, un sonido bajo y tembloroso que se le escapó sin querer. No era solo el roce: era la tensión, la entrega, el saber que ya no había vuelta atrás. Entonces él sintió la humedad en sus dedos, y no pudo evitar deslizar uno dentro de ella. Geist ardía, lo llamaba con urgencia. 

Él la miró como si la estuviera viendo por primera vez, con una mezcla de asombro y ternura que a ella le quebró algo adentro. Volvió a besarla, con una rapidez suave, como si necesitara convencerse de seguir. Su lengua fue un soplo, tan lento y medido que la hizo gemir sin contenerse.

Ella lo necesitaba, lo deseaba con rabia, así que bajó su mano hasta tocarlo sin pudor, sintiéndolo duro, erecto y firme. Lo atrajo con delicadeza, lo guió hacia sí, arqueandose hacia él, buscando más, no fue por impulso, fue por necesidad. Una necesidad antigua, contenida durante demasiado tiempo, que por fin tenía permiso para estallar.

Entró sin resistencia, lo hizo lento, con un gruñido ahogado que nació en su pecho. La sintió caliente, apretada, recibiéndolo como si hubiera sido hecha para él. La estrechez de su interior lo envolvió de inmediato, arrancándole un temblor en las piernas, un estremecimiento en la base de la espalda. Geist también lo sintió: la plenitud, la presión deliciosa que la hizo cerrar los ojos y soltar un suspiro cargado de fuego. Lo sintió avanzar más, más profundo, y se aferró a sus hombros con fuerza, necesitándolo por completo.

Él no se detuvo ni un instante, entrando en ella hasta el fondo, respirando contra su cuello, como si el simple hecho de estar dentro fuera suficiente para hacerle perder el control. El calor de su cuerpo lo consumía, lo apretaba con cada pequeño movimiento, como si su interior lo reconociera, como si no quisiera soltarlo.

Comenzó a moverse con lentitud. Las embestidas eran suaves, profundas, buscando más que placer físico: buscaban confirmación, consuelo, redención. Pero ella respondió con fuerza, moviéndose contra él, aprisionandolo, haciéndolo gemir junto a su oído. Cada vez que lo apretaba de esa forma, él se perdía un poco más, incapaz de sostener el ritmo sin acelerar.

El vaivén se volvió más urgente, más húmedo, más real. Los gemidos de ella eran un mantra, su piel una hoguera, su interior un templo cálido y salvaje que lo arrastraba sin remedio. Y cuando ella se aferró a él con piernas y cuerpo, apretándolo al punto de hacerlo ver estrellas, Shion dejó de contenerse.

El roce de sus cuerpos era íntimo, profundo. Cada movimiento la llenaba por completo, no solo en lo físico. Lo sentía en el pecho, en los huesos. Era como si él la amara con todo lo que era, sabiendo que no habría una segunda vez. Geist cerró los ojos. Se dejó ir. Lo sintió completo dentro de ella, moviéndose con ritmo cálido, cadencioso.  Él entraba en ella en un vaivén lento, reverente. No era una posesión. Era una despedida antes de haber empezado. No hubo mundo. No hubo reglas. Solo dos almas que, por una vez, se habían permitido encontrarse.

Geist arqueó la espalda, lo llamó por su nombre en un susurro entrecortado, y se dejó ir entre jadeos. Él no se detuvo hasta verla quebrarse bajo su cuerpo, temblando, derritiéndose contra la piedra. Ella gimió con los labios entreabiertos, el cuerpo arqueado, estremeciéndose bajo él. Y él se hundió una última vez, entregándose por completo, dejándose llevar por el pulso salvaje de su unión. El placer la tomó con fuerza, como una ola cálida que la arrastró al borde del abismo. Se quebró con un gemido suave, entrecortado. Shion la siguió poco después, con un suspiro ahogado, enterrando el rostro en su cuello, aferrado a ella como si el mundo fuera a acabarse. 

Y por un momento, todo fue silencio.

Sus cuerpos seguían unidos. El calor de él aún dentro de ella. Sus pechos subían y bajaban al mismo ritmo. Geist lo abrazó por la espalda y sintió algo que jamás había sentido con otro hombre: paz… y miedo de perderla en el mismo instante.

Shion no se movió. Pasaron minutos así, respirando en sincronía. Luego, con lentitud, él se apoyó en un codo, la miró… y le acarició la mejilla con el dorso de los dedos. Ella sintió el corazón apretarse. Por primera vez, quería quedarse en ese lugar, en ese instante. Que él no se levantara. Que no lo deshiciera con palabras.

Pero él lo sabía.

Shion bajó la mirada, besó su hombro y luego se incorporó con lentitud, como si cada movimiento pesara más de lo debido. Se sentó al borde de la mesa, aún en silencio. Ella se incorporó detrás.

—Perdón… —murmuró ella, sin atreverse a mirarlo del todo—. Me excedí…

Hubo un silencio breve, apenas roto por su voz grave y suave:

—No, mi niña… —dijo, con esa calidez que solo dolía más—. Fui yo quien debió detenerlo. —Ella no dijo nada. ¿Qué podía decir? Ya lo entendía todo—. Sabía lo que sentías. Lo supe desde hace tiempo… y aun así —hizo una pausa, tragando saliva—, aun así lo permití.

Geist lo observó en silencio. Por dentro, algo se rompía. No era rabia. Ni siquiera reproche. Era solo esa verdad que duele sin necesidad de ser cruel.

—No te aprovechas de alguien cuando también lo deseas —susurró ella, rozando apenas su brazo.

Shion negó con la cabeza, todavía sin mirarla.

—Tenía que ser más fuerte. No porque no te deseara, Geist… sino porque debí cuidar lo que tú sentías, no alimentarlo.

El silencio fue espeso. Denso.

—¿Te arrepientes? —preguntó ella, aunque ya conocía la respuesta.

Shion por fin giró el rostro. Sus ojos, siempre serenos, estaban turbios de dolor. Levantó una mano temblorosa y le acarició la mejilla con esa dulzura que la había enamorado desde el principio.

—Me arrepiento de no haberte detenido a tiempo —dijo—, pero no me arrepiento de haberte tenido entre mis brazos.

Las lágrimas no cayeron. Pero los ojos de Geist se enrojecieron.

Shion no se apartó de inmediato. Permaneció a su lado unos segundos más, como si su cuerpo aún no aceptara lo que su mente ya había decidido. Luego bajó la cabeza y dejó un beso en su frente. Fue un roce leve, un susurro de labios, pero bastó para romperla por dentro. Ese gesto no hablaba de deseo ni de promesas. Hablaba de un adiós.

Geist cerró los ojos, luchando con el nudo en la garganta. Sintió cómo él se apartaba con cuidado, como si aún quisiera protegerla desde la distancia que él mismo imponía. Cuando los abrió, Shion ya le daba la espalda, ajustándose el manto como si no quisiera dejar huellas. Pero cada paso era una cicatriz que solo ella podía ver.

—No puedo darte lo que mereces, mi niña —dijo él—. Ni siquiera puedo quedarme cerca. Pero siempre vas a ser importante para mí.

—Entonces, ¿esto se queda aquí?

Él giró apenas el rostro.

—Aquí —dijo, llevándole la mano al pecho—. Y solo aquí.

Ella bajó la mirada y sonrió, apenas. Una sonrisa rota y triste, pero real.

—¿Me vas a evitar?

—Lo intentaré —respondió—. Pero no prometo tener éxito.

Shion se alejó. Ella no lo detuvo. Lo miró vestirse con lentitud, como si al volver a cubrirse, recuperara también la dignidad de su cargo. Ambos sabían que el hechizo se rompería al cruzar esa puerta. Volverían a ser lo que se esperaba de ellos: la mujer que todos temen… y el hombre que nunca se permite fallar.

Antes de irse, él volvió. Le acarició el rostro por última vez. 

—Guárdalo como algo bueno, mi niña. No como una herida… sino como algo que te sostuvo, aunque fuera solo una vez.

Geist no lo detuvo. No lloró. No entonces. Pero el silencio que quedó, y el frío repentino, le bastaron para saber que nada volvería a sentirse igual. Lo vio marcharse, con esa compostura que no podía evitar. Supo que no lo tendría cerca otra vez. No como antes. Y aunque le dolía el alma, no lo odiaba. No podía.

Se quedó sola, sobre la mesa, con el cuerpo aún caliente y una herida nueva latiendo en el pecho. No lloró. Pero por dentro, algo se rompió. Algo que no se volvió a reparar. Porque, mientras su silueta se desvanecía en el umbral, ella aún sentía el cuerpo de Shion unido al suyo. Cálido. Entregado. Lleno de una ternura prohibida… y real.

Fin del Flashback 

Geist parpadeó un par de veces, como si acabara de regresar de un sueño largo y tibio. Las miradas de sus amigas estaban fijas en ella, algunas con el ceño fruncido por la tensión del relato, otras simplemente sin palabras. La hoguera crepitaba suavemente, como si respetara también ese momento.

Se limitó a sonreír con ironía, levantar la copa y decir:

—¿Y qué? Al menos una vez, lo tuve para mí.

—Pero te quiere, ¿cierto? —insistió Shaina, ladeando el rostro—. Ese hombre no hizo todo eso solo por... pasar el rato.

Geist desvió la mirada hacia el fuego. No respondió de inmediato. No dijo ni que sí ni que no. Pero en su mente, lo recordó con una nitidez dolorosa: la forma en que él la sostuvo al final, el roce de su boca junto a su oído, y ese susurro que solo ella escuchó: ‘Te amo’

Él lo había dicho. Bajo la respiración, con el mundo desmoronándose a su alrededor. No supo si él fue consciente de sus palabras. No le pidió explicaciones. Solo se quedó con eso, pero él lo pronunció. Lo dijo una sola vez, pero lo dijo. 

—Fue lo que fue —murmuró al fin Geist, con voz suave—. Y no necesito más.

—Honestamente —tomó la palabra June para aligerar un poco el ambiente —. Quisiera saber, ¿queda algún escritorio en este Santuario que no haya sido profanado por algún trasero?

Todas estallaron de risa.

—Ay, por favor —dijo Shiana—, que alguien ponga eso en una placa conmemorativa.

—Sí, como: "Aquí cayó el último escritorio virgen del Santuario.” —añadió Marín, casi escupiendo el trago.

Las demás rieron, pero Geist no se unió a la burla. Tampoco lo necesitaba. Guardó el momento como quien guarda una joya en el rincón más oculto del alma: sabiendo que nadie más debía tocarlo.

—¿Crees que…? —Tethis intentó ser medida con sus palabras para no hablar más de la cuenta—. ¿Crees que sí él deja de ser el Patriarca, se iría contigo? 

—Quisiera no pensar en eso. En eso y en nada… ¿Qué les puedo decir, niñas? A veces me gustan los hombres prohibidos, si no es el Patriarca termina siendo un juez del inframun… do… pero, miren nada más la hora…

—¿Dijiste juez? —preguntó Shaina. 

—¿Dijiste Inframundo?  —inquirió June. 

—¿Dije Inframundo? —quiso hacerse la tonta—. No, era un juez. Uno de…. un juez… 

—¿Te tiraste a un juez del Inframundo, Geist? —interrogó Tethis—. ¿Quién fue el afortunado? —La pelinegra no contestó de inmediato—. De acuerdo. Yo también estuve con un juez. 

—¡Un momento, ¿que?! —Marín se puso de pie sin darse cuenta—. ¿Qué está pasando aquí? 

—Fue hace mucho —le restó importancia la sirena—. No creo que haya sido el mismo, ¿o si Geist? Mi encuentro fue con Aiacos. 

Un ¡uy! se escuchó por toda la cabaña, Geist sonrió despreocupada, ya había contado lo difícil porque no hablar de lo más sencillo. 

—Mi encuentro fue con Radamanthys —dijo al fin la pelinegra.  

—Creo que de todos ese es el más lunático —acotó Shaina—. Quiero saber —señaló a ambas—. Quiero saber eso. 

—Bueno ya veremos —respondió Geist poniéndose de pie—. Por ahora iré por las princesas. Si el ambiente se presta para esa historia con gusto la contaré. ¿Quién me acompaña? 

—Yo voy —se ofreció June. 

—Yo iré por más alcohol —comentó Tethis—. Tenemos que embriagar a esas princesitas. Deben tener historias sucias con esos guerreros de Asgard. 

—Y todos están como quieren —alentó Shaina—. Aunque yo he visto a Hilda, muy pero muy cerca al templo de Acuario. 

—¿También lo notaste? —inquirió June caminando hacia la puerta con Geist. 

—Todo el mundo se ha dado cuenta —respondió Marín—. Y pronto sabremos qué tanto hace la princesita en ese templo.  

Todas se echaron a reír. Aquello iba a ser divertido. 

Continuará…

 

Chapter 7: Séptima Ronda - No vas a rogar

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Capítulo 7. Séptima Ronda - No vas a Rogar 

 

Shaina observó por la ventana, viendo a June y a Geist alejarse. El sonido de la botella al chocar contra la mesa la hizo girarse. Tethis volvía a llenar las copas, pero la noche no se terminaba.

—A ver, Marín —dijo Shaina tomando asiento frente a ella—. Quiero un chisme real. Carnal. Tú me entiendes.

Marín arqueó una ceja, divertida.

—¿Chisme carnal? Creo que ya hemos dicho suficiente. Interroga a Tethis. Hasta ahora, no nos ha contado casi nada.

—Cuando lleguen las demás, les cuento —se desentendió la rubia.

—Vamos, Marín —insistió Shaina—. Quiero saber en qué Mu era bueno, pero que Saga le ganó. Así, con detalles, sin censura. Me debes eso por haber hablado de Aioria.

—Yo ya conté mi parte con Mu. Pensé que eso estaba saldado.

—¡Pero eso suena delicioso! —alentó Tethis—. Yo también quiero saber. ¿En qué era bueno Mu y cómo Saga lo superó?

—¡Dioses! —Marín las miró con fingida resignación—. ¿No han tenido suficiente? Qué preguntas hacen… Está bien. —Shaina y Tethis aguantaron la respiración. Marín había cedido muy rápido—. Algo que siempre me ha gustado mucho… es el sexo oral.

—¡Anda ya! —comentó Shaina—. A todas nos gusta.

—Pero a mí me fascina —explicó Marín—. Si no me hacen un buen oral, dudo que llegue a haber algo más.

—Tan exigente la niña —acotó Tethis.

—Lo juro. Lo aprendí con Mu. Ese hombre tiene una boca… absurda. Besa como si estuviera recitando un poema con los labios. Siempre, siempre que íbamos a hacerlo, él empezaba por ahí. Era como su ritual. Yo ya sabía… y terminaba suplicando. Hubo veces que, literal, me le subía encima, le ponía la entrepierna en la cara, y él ya sabía qué hacer. No decía nada. Solo agarraba fuerte y… ¡uf!

Shaina se tapó la boca para no soltar una gran carcajada.

—¡¿Se la ponías en la cara así nomás?!

—Así nomás. Y él, feliz. Casi como si yo le estuviera haciendo un favor. Tenía una lengua que parecía hecha para eso. Suave, precisa y tan paciente. Podía pasarme media hora ahí, y ni un segundo se aburría.

—Espera, espera —dijo Tethis animada—. Y dices que Saga… ¿es mejor?

—Ya les dije que con Mu aprendí muchas cosas. Y con él no había límites. Y si les estoy contando esto, es porque ya estoy ebria, pero si alguna vez lo repiten fuera de estas paredes… lo voy a negar.

—Marín, no sabía que eras así —soltó Shaina—. Jamás imaginé nada de lo que dices.

—Pero no has contestado —hizo notar Tethis—. Dices que Mu es un máster en lenguas, ¿y Saga?

—Superior.

Las otras dos se echaron a reír, entre escandalizadas y fascinadas.

—Marín, te ganaste la lotería entonces —bromeó Shaina—. ¿Le hiciste prueba de calidad desde la primera vez?

—Desde luego —respondió Águila—. La primera vez que estuve con Saga, antes de cualquier cosa, me lancé sobre él y, sin rodeos, le puse la entrepierna en la cara. Directo. Sin aviso. Y ese hombre, ni corto ni perezoso, me la devoró. Como si hubiera estado esperando ese momento toda su vida.

—¡Nooooo! —rugieron las otras.

—Fue intenso, voraz, experto. Me agarró como si no pensara soltarme nunca. Me hizo temblar tanto que tuve que quitarme… porque de verdad pensé que me iba a desmayar. Quería aguantar, ¿saben? Quería disfrutarlo más rato. Pero él no daba tregua.

—Cielos, Marín —continuó Shaina—. Con razón se te ve tan feliz últimamente. Yo pensando que era porque estás locamente enamorada. Y no: es porque estás bien cogida.

—Cualquier mujer es feliz cuando su hombre cumple como se debe —razonó Tethis.

—Sí… pero eso no fue nada. En algún punto de nuestra historia, le dije que me gustaba mucho el sexo oral, y él sonrió… como si hubiera estado esperando escuchar eso. Ese día me hizo terminar tres veces. Con la boca. Tres. ¡Saga! Es que… qué boca. En serio, me dan ganas de ir a buscarlo ahora mismo.

—¡Estás loca! —soltó Shaina entre risas—. Pero entiendo… qué delicia. Me alegra que te soltaras así. Jamás imaginé que ibas a ser tú la que me diera este tipo de confesiones.

—Tú preguntaste. Y yo nunca niego información valiosa… si me la piden bien. Además, como dije hace un rato, estoy muy ebria ya.

—¿Y esas son de las cosas que Saga sabe que hacías con Mu? —preguntó Tethis, levantando una ceja.

—Sí, querida. Una vez lo usó a su favor. A veces es perverso. Pero yo no me dejo ganar.

Todas rieron, brindando por más buenas experiencias. Pero mientras las voces seguían resonando entre copas, la mente de Marín no pudo evitar viajar a uno de esos encuentros. Uno que todavía podía sentir en la piel.

Flashback  

Estaban en la cama de Saga, bajo la tenue luz del cuarto. La conversación se deslizaba entre bromas y tensión.

—Entonces... —murmuró Saga, acariciando la curva de su cintura— ¿Mu te hacía rogar por un poco de lengua?

Ella lo miró sin alterar el gesto.

—Prometiste no hacer preguntas, Géminis.

Saga se encogió de hombros y se acercó a su oído.

—Siempre contestas mis preguntas —susurró con suavidad, haciéndola suspirar—. Ya sabes que soy curioso. Aunque debo admitir, no imaginaba que el hombre de Jamir tuviera esos talentos. Tanta paz contenida, tenía que estallar en algún lado.

Marín le dio un leve golpe con la mano, divertida.

—No te burles. Era bueno.

—Lo sé. Pero no mejor. Porque conmigo no se trata solo de técnica, Marín. Conmigo, no es simple placer. Es rendición.

—¿Ah, sí? ¿Estás seguro?

—Desde la primera vez que me la pusiste en la cara —le susurró al oído con una sonrisa peligrosa—, supe que eras mía. Toda tú. Y que todo lo que aprendiste con él, me lo ibas a entregar a mí. Para superarlo. Para hacerte olvidar que hubo alguien antes. Y no solo él… todos los que alguna vez te tocaron, siquiera en sueños.

—Solo eres un fanfarrón —respondió ella, con media sonrisa—. Apenas es la segunda vez que dormimos juntos y ya estás alardeando. No te voy a negar que la noche anterior hiciste un buen trabajo… pero tampoco para tanto.

—¿Sabes qué? —musitó, con los ojos encendidos—. Voy a hacerte pedirlo hasta que no recuerdes quién te lo enseñó. Hasta que mi nombre sea lo único que pronuncies cada vez que abras las piernas. Hasta que lo hagas solo por mí.

—Eso promete —desafió ella—. Quiero ver qué tienes para mí.

Saga sonrió, entusiasmado, y la besó con una mezcla de determinación y ternura que hizo vibrar cada fibra del cuerpo de Marín. Sus labios, al principio firmes, se volvieron más suaves, más exploradores, como si buscaran memorizar cada trazo de su boca. Sus manos no tardaron en deslizarse por su espalda, delineando el contorno de sus curvas con una caricia que parecía tener la intención de quedarse impregnada en su piel.

Descendió con lentitud, como si no tuviera prisa alguna, como si cada movimiento fuera un regalo que deseaba desenvolver con sumo cuidado. Se detuvo apenas un instante frente a sus pechos, admirándolos como si los viera por primera vez, y luego se inclinó para rozar con los labios el pezón izquierdo. Lo besó con devoción, apenas un roce al inicio, y luego, con más intención, lo envolvió con la lengua, acariciándolo con movimientos pausados, circulares, casi reverentes.

Marín jadeó, sintiendo cómo una corriente cálida le recorría el vientre. Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, entregándose a esa sensación deliciosa que crecía dentro de ella con cada lamida, con cada succión cuidadosa. La boca de Saga se movía con experiencia, pero también con deseo sincero, como si encontrara placer en cada una de sus reacciones.

Él la recorría con la boca como si dibujara un mapa. Se detenía largo rato entre sus pechos, besando, mordisqueando suavemente, y justo cuando parecía que bajaría más, cuando su aliento tibio rozaba el borde de su abdomen, regresaba a su punto de partida. El ir y venir se repetía, creando una anticipación que la desesperaba en secreto, que la hacía apretar los labios y arquear ligeramente la espalda.

Pero no iba a pedírselo. No todavía. Había algo en ese juego, en esa espera, que la mantenía al borde del abismo y, al mismo tiempo, deseando no caer. Aún no.

No obstante, no pudo evitar arquear la espalda cuando la mano de él se deslizó entre sus piernas. Fue un roce sutil al principio, casi una promesa apenas susurrada contra su piel. Pero bastó para que su cuerpo reaccionara con un temblor involuntario, como si lo hubiera estado esperando. Saga no la apuraba. La acariciaba con una calma peligrosa, como si tuviera todo el tiempo del mundo para descubrirla, como si ya conociera cada pliegue de su cuerpo, cada músculo tenso, cada rincón que la hacía temblar.

Sus dedos trazaban círculos suaves, apenas rozándola, explorándola con una precisión reverente, como si fuera algo sagrado. No buscaba invadirla, sino provocarla, llamarla al borde, sostenerla allí con maestría. Marín apretó las sábanas, respirando entrecortadamente, sintiendo cómo se encendía poco a poco bajo el toque firme y al mismo tiempo delicado de su amante.

A Saga le fascinaba verla así, entregada sin rendirse del todo, expuesta pero aún en control. Había una especie de poder silencioso en su forma de abandonarse: no era sumisión, era confianza, y eso lo enloquecía.

Y aunque disfrutaba ese juego, esa tensión creciente como una cuerda que vibra a punto de romperse, su paciencia no era infinita. Hubo un instante en que sus ojos se encendieron, como los de un depredador que ya ha probado la presa, y sin más, se colocó entre sus piernas.

La devoró sin piedad.

No hubo titubeos ni miramientos. Su lengua se deslizó con firmeza de abajo hacia arriba, abriéndose paso con descaro y precisión, y luego se hundió sin aviso, envolviéndola con una calidez húmeda y eléctrica que le arrancó un gemido ahogado. Marín llevó una mano a su boca, como si temiera que alguien más la escuchara, pero ya no podía disimular nada. Su cuerpo se arqueaba, se agitaba, se entregaba sin reservas.

Saga besaba y lamía cada rincón como si se tratara de una ofrenda. A veces lo hacía rápido, urgente, como si necesitara arrancarle el alma con la lengua. Otras, se detenía, la miraba desde abajo, y la torturaba con un ritmo lento y preciso, sabiendo exactamente dónde presionar, cuánto durar, cómo arrastrarla de nuevo hasta el borde.

No dejó escapar ni una gota de su placer. Cada gemido era una victoria. Cada estremecimiento, una respuesta. Y aunque Marín trataba de mantener el control, de contener el clímax que se avecinaba como una marea, su voluntad se deshacía con cada embestida de su lengua.

Saga no se detenía. 

Marín se perdió en el frenesí. Dejó de pensar, dejó de contenerse. Sus caderas se movían al compás que él marcaba con la lengua, pero también empezaban a buscar su propio ritmo, ese pulso íntimo que solo ella podía sentir desde dentro. Los dedos se le enredaron en su cabello azul, sujetándolo con fuerza, guiándolo, suplicando sin palabras que no se detuviera.

A veces cerraba las piernas en un reflejo involuntario, como si quisiera atraparlo allí, mantenerlo contra su centro palpitante, pero la mayor parte del tiempo las abría aún más. Se anclaba al colchón con los talones, aferrándose a las sábanas, mientras levantaba la pelvis con desesperación, como si buscara que él se hundiera más profundo, que la alcanzara desde lugares que ni ella sabía que existían.

Sus pechos subían y bajaban con cada respiración agitada, su piel brillaba por el sudor, y su garganta soltaba jadeos cada vez más incontrolables. Estaba temblando. Entera. Se abría para él con una libertad feroz, cruda y hermosa.

Saga la observaba entre cada caricia, cada movimiento calculado. Sentía el modo en que su cuerpo se tensaba bajo su boca. Escuchaba sus jadeos volverse cortos, urgentes, entrecortados. El vientre de Marín comenzó a temblar, anunciando lo inevitable. El clímax se acercaba como una tormenta y él lo sabía. Lo sentía. Era suya.

Y justo entonces, se detuvo.

Se apartó de golpe, apenas un segundo antes de que ella cruzara ese umbral.

Marín soltó un grito ahogado, mitad frustración, mitad incredulidad, y alzó la vista para encontrar sus ojos. El aliento le temblaba entre los labios. Tenía el cuerpo encendido, el deseo latiéndole en la garganta, las piernas temblorosas por todo lo que no había llegado y él la miraba desde abajo, con esa media sonrisa peligrosa que lo hacía parecer un dios cruel y encantador a la vez.

Saga se incorporó despacio, con el rostro aún cubierto de su humedad, y la contempló como quien admira una obra de arte en pleno proceso de destrucción.

—No pares —susurró ella, sin aliento, con los labios aún temblorosos de deseo.

Saga la miró desde la penumbra, con los ojos encendidos por la lujuria. Su sonrisa fue tan sensual como cruel, como si disfrutara demasiado del control que tenía sobre ella y del que estaba a punto de perder.

—Tengo algo que hacer… dejemos esto para mañana —dijo con calma, cada palabra estaba cargada de provocación.

Marín alzó una ceja. No mordió el anzuelo. No se enojó, no suplicó. Su orgullo estaba intacto, incluso cuando el cuerpo le gritaba por más.

—¿En serio? ¿Tienes algo mejor que esto?

—No es mejor —admitió él, mientras se ponía de pie—, pero sí requiere mi presencia.

Ella lo observó en silencio durante un segundo, con los ojos entornados y los labios aún húmedos por sus propios jadeos. Entonces se incorporó levemente, se acercó a él con la gracia de una fiera felina, y le plantó un beso suave, casi inocente, en los labios.

—Pues si tú no terminas el trabajo, lo haré sola.

Volvió a recostarse con la naturalidad de quien sabe perfectamente lo que vale, estirando el cuerpo desnudo sobre las sábanas revueltas. Sin perderlo de vista, llevó una mano entre sus piernas, allí donde todavía ardía el recuerdo de la boca de Saga. Estaba húmeda, palpitante, lista. Se acarició sin vacilar, con movimientos precisos, como si cada caricia fuera parte de un ritual aprendido en muchas noches solitarias.

Su otra mano subió lentamente por su abdomen, rozando su piel erizada, hasta alcanzar sus pechos. Sus dedos comenzaron a jugar con sus pezones, pellizcándolos y acariciándolos con ese ritmo sincronizado que hablaba de conocimiento profundo y absoluto de su cuerpo.

Saga no podía apartar la vista.

Marín era un espectáculo de poder y deseo. Su boca entreabierta, los suspiros que escapaban sin contención, sus caderas moviéndose con un ritmo delicioso que subía y bajaba con la intensidad de su propio placer. No lo hacía para provocarlo. No fingía. Se tocaba para sí, para su disfrute, como si él ya no estuviera allí, y eso era lo que más lo enloquecía.

Se veía hermosa. Desatada. Dueña absoluta de su placer.

Saga sintió cómo su garganta se secaba. Quiso hablar, decirle algo, pero no encontró las palabras. Solo pudo observarla, fascinado, con los puños cerrados a los costados, luchando entre marcharse o rendirse. Su cuerpo le pedía volver a ella, hundirse en su piel y no salir jamás, pero su ego le decía que esperara, que resistiera.

Y entonces Marín gimió, largo, profundo, quebrado, mientras se arqueaba sobre el colchón, persiguiendo su propio clímax con una pasión feroz.

La imagen se le quedó grabada en la retina. Y en el alma.

—No esperes ayuda —dijo ella, con una sonrisa desafiante, señalando el bulto perfectamente delineado bajo su pantalón.

Saga ya era consciente de su erección, la sentía pulsar con cada latido, pero solo cuando Marín la mencionó, algo en él se encendió de nuevo. Como si sus palabras lo obligaran a rendirse ante lo inevitable.

Sin apartar los ojos de ella, se desabrochó el pantalón y lo dejó caer, dejándose ver sin vergüenza, erguido, expectante, tenso.

—Tampoco la necesito —respondió con voz ronca, cargada de deseo contenido.

Marín soltó una carcajada suave, burlona y sensual, como si supiera que tenía el control incluso ahora. Lo miraba con lujuria, sí, pero también con poder. Él comenzó a masturbarse frente a ella, lento al principio, como si quisiera prolongar la agonía. Sus movimientos eran firmes, precisos, y sus ojos no se apartaban de su cuerpo extendido sobre el colchón.

Ambos se tocaban. Frente a frente. Sin pudor. Sin máscaras. Cada uno concentrado en su propio placer, pero profundamente conectado al otro.

Saga se apoyó con los brazos a cada lado de su cuerpo, invadiendo su espacio sin tocarla, encerrándola entre su presencia y su mirada intensa. La observaba con devoción y hambre, como si verla tocarse fuera un privilegio reservado solo para él.

El aire entre ellos se volvió espeso, cargado de deseo. La habitación parecía más caliente, más densa. Sudaban. Jadeaban. Se buscaban con los ojos como si quisieran devorarse.

Los movimientos de ambos se aceleraban, reflejo del otro, como si sus cuerpos estuvieran sincronizados en esa danza íntima que compartían sin rozarse. Sus respiraciones eran cada vez más feroces, más urgentes, llenas de necesidad.

Marín se tocaba con fuerza y ritmo, sin contención. Sus dedos mojados brillaban bajo la tenue luz, deslizándose sobre sí misma con precisión experta. Su cuerpo se arqueaba en pequeños espasmos, su boca entreabierta soltaba gemidos dulces y rotos. Sabía que la miraban. Sabía lo que causaba. Y disfrutaba cada segundo.

Eso a Saga lo enloquecía. Cada gemido, cada espasmo, cada mirada que ella le dirigía con esos ojos entrecerrados y brillantes de placer era una estocada directa a su voluntad.

Quería devorarla. Y al mismo tiempo, quería seguir mirándola así para siempre.

—Lo quieres —susurró ella sin detenerse, alzando aún más las caderas, ofreciéndose con descaro, con decisión. Su voz era apenas un aliento, pero bastó para prender fuego en su vientre—. Lo deseas.

—Sí —gruñó él, ronco, como si esas sílabas le salieran desde lo más profundo del cuerpo—. Definitivamente, sabes cómo jugar.

No hubo advertencia. Se posicionó sobre ella, sus cuerpos sudorosos se encontraron con una tensión eléctrica contenida. En un solo y profundo movimiento, la penetró. Fue fácil, no solo por el deseo que los consumía, sino por la creciente humedad que la preparaba desde hacía rato. Ella jadeó con fuerza, con los ojos entrecerrados y las piernas rodeándolo con un impulso instintivo.

Pero ella no detuvo su mano. Al contrario. La intensificó. Sus dedos seguían su danza íntima mientras él permanecía dentro, profundo, caliente, tenso. No se empujaban. No se movían. No lo necesitaban. El roce no era físico, sino interno. El latido compartido. El calor de sus vientres tocándose en ese punto exacto que los mantenía anclados, conectados.

La fricción era mínima, y aún así, desbordante. El ritmo lo marcaban los dedos de Marín, el temblor de sus cuerpos, el peso del deseo sostenido, como un hilo a punto de romperse.

Sus frentes se tocaron, y se quedaron así, sudorosos, respirando el mismo aire. Sus respiraciones se volvieron más animales que humanas. Jadeaban como si hubieran estado corriendo. Como si el placer que se contenían fuera una criatura que les rugía por dentro.

—Estoy muy excitado —murmuró él contra sus labios, casi sin aire, como si apenas pudiera sostenerse.

Ella no respondió con palabras. Lo besó con urgencia, sin poder contenerse más. Un beso húmedo, profundo, que sabía a desesperación y a promesa.

—Igual yo… —alcanzó a decir entre jadeos, con la voz quebrada—. Pero no pares… aún no...

Saga cerró los ojos y apretó los dientes. Sentía cada milímetro de ella envolverlo con fuerza, con calor, como si su cuerpo fuera el único lugar donde él quería estar. Pero seguía quieto, latiendo dentro de ella, bebiéndose el instante.

Hasta que Marín lo miró a los ojos, mordiendo su propio labio inferior, y susurró:

—Muévete —susurró, con la voz cargada de deseo, los dedos aún entre sus piernas, empapados, insistentes.

Y él obedeció.

Saga comenzó a moverse dentro de ella con una cadencia lenta, pesada, profunda. Cada embestida era medida, calculada para que la sintiera en lo más hondo, sin apresurarse. Marín jadeó con fuerza, pero no detuvo su mano. Sus dedos seguían trabajando sobre sí misma, creando una fricción doble que la volvía loca: la llenura de su cuerpo dentro de ella, el roce de sus dedos sobre ese punto que conocía a la perfección.

Sus movimientos se complementaban, se entrelazaban en una sinfonía de placer que parecía no tener fin. Saga la sentía temblar bajo él, sus músculos contrayéndose a su alrededor, la piel erizada, la respiración entrecortada. Y verla así, tan entregada, tan salvajemente sensual, manteniendo el control de su propio placer incluso mientras él la tomaba, lo volvía loco.

Ella no era una espectadora. Era la directora de esa sinfonía.

Marín mantenía los ojos entreabiertos, fijos en él. Su boca húmeda se entreabría para soltar gemidos profundos, rotos, que lo hacían empujar más fuerte. Pero aun cuando él aceleraba, ella no dejaba de tocarse. Su mano se movía con un ritmo implacable, más veloz ahora, buscando ese momento, rozándose sin descanso mientras sus caderas subían para recibirlo con más fuerza.

Saga la sostuvo de la cintura con una mano, enterrando los dedos en su piel mientras se impulsaba dentro de ella con más urgencia, como si no pudiera evitarlo más. La otra mano la apoyó sobre el colchón, firme, temblorosa.

Ella estaba gloriosa. Brillaba de sudor, jadeaba con la voz rota, y su cuerpo se agitaba como una llama viva bajo él. Pero su mano no paraba. Nunca. Se tocaba como si el mundo dependiera de ello, como si no existiera nada más que el calor que se acumulaba entre sus piernas.

—Diablos, Marín... —susurró Saga, sintiendo cómo el control se le deshacía entre los dedos.

—No pares. No te detengas... —ella apenas podía hablar, pero su voz era clara. Firme. Ardiente.

Y él no se detuvo.

La penetraba con fuerza, cada vez más profunda, mientras ella misma llevaba su placer a su límite. El roce de sus dedos era constante, mojado, desesperado. La mezcla entre su toque y el suyo era abrumadora, brutal, perfecta.

Y aún así, no había urgencia. Había intensidad. Fuego sostenido. Ganas de arder, sin consumirse todavía.

Sus cuerpos chocaban con ritmo feroz. Sudaban. Se sentían. Se escuchaban. Eran el eco del otro.

Y la mano de Marín nunca dejaba de moverse.

Saga sentía que cada segundo era una batalla contra el límite. Contra ese deseo primitivo de abandonarse por completo, de empujarla hasta romperla, de perderse en su cuerpo sin pensar, sin medir. Pero no. Aún no. Se sostenía, mordiéndose por dentro, porque había algo en verla así —con los ojos húmedos, las mejillas encendidas, los dedos aún moviéndose entre sus piernas— que lo hacía querer alargarlo, extender ese fuego, dejar que los dos ardieran hasta no poder más.

Los movimientos eran cada vez más profundos, más lentos, pero cargados de tensión. Cada embestida se sentía como una ola que se retiraba para volver con más fuerza. Marín lo recibía con las caderas alzadas, con la espalda arqueada, con la boca entreabierta soltando gemidos que parecían clavos en su espalda. Y, aun así, no dejaba de tocarse. Su mano era constante, feroz, conocedora. Cada roce la hacía apretar las piernas, contraerse alrededor de él con una fuerza deliciosa.

Saga jadeaba contra su cuello, con el rostro hundido en su piel, sintiéndola temblar, estremecerse, convulsionar bajo sus caricias. El calor entre ellos era insoportable. Las sábanas estaban empapadas. El aire, saturado por sus jadeos, por el sonido de sus cuerpos encontrándose una y otra vez.

Marín abrió los ojos, buscó su rostro, y lo obligó a mirarla. Lo atrapó con esa mirada encendida, mezcla de ternura feroz y lujuria pura. Su voz tembló al hablar, pero no vaciló.

—Quiero acabar mirándote... —susurró.

Él bajó el rostro, pegó su frente a la de ella, y siguió embistiéndola con fuerza medida, con una profundidad que la hacía aferrarse a él con las piernas. Los dedos de Marín no paraban. Se frotaba con una urgencia brutal, jadeando contra su boca, sintiendo cómo su cuerpo ya no podía más. Estaba al borde. Los dos lo estaban. Y lo sabían.

Saga gruñó con fuerza, empujando una vez más, sintiéndola temblar, contraerse, romperse por dentro. Sus músculos lo apretaron con una violencia deliciosa y fue ahí, justo ahí, cuando Marín soltó un gemido agudo, desgarrador, hermoso. Su cuerpo se arqueó como un arco tenso, su espalda se curvó, su mano aún en movimiento incluso cuando el primer espasmo la sacudió por completo.

Y entonces, Saga la siguió.

El clímax lo alcanzó como un golpe seco en el pecho. Se dejó ir dentro de ella con una fuerza que le arrancó el aire, mientras su cuerpo temblaba contra el de ella, mientras gemía su nombre contra su boca. No hubo palabras, solo sonidos primitivos, suspiros rotos, movimientos desordenados.

Ambos quedaron jadeando, unidos, agotados, temblorosos.

La intensidad del momento aún vibraba entre sus pieles, como si la habitación no pudiera contener la electricidad que habían desatado. El sudor les resbalaba por el cuerpo, sus corazones seguían desbocados, y el aire entre ellos tenía ese aroma inconfundible de sexo, piel y algo más… algo que no se podía nombrar tan fácilmente.

Marín dejó caer su mano sobre el colchón, con una sonrisa satisfecha en los labios, el cuerpo brillando de sudor, el pecho aún agitado.

—Eso sí fue terminar el trabajo —susurró, con voz ronca y triunfante.

Saga soltó una carcajada suave contra su cuello, aún sin fuerzas para separarse de ella. La abrazó, hundiendo el rostro en su cabello, respirándola como si pudiera retenerla en los pulmones.

—Definitivamente… lo hiciste sola —murmuró, rendido, acariciándole la cadera.

Hubo un silencio cómplice, cargado de ese calor denso que sigue a los cuerpos satisfechos. Pero no era calma. Era pausa.

Saga alzó el rostro, aún sin aliento, y la miró con intensidad.

—Entonces… —murmuró, con una sonrisa torcida—, ¿no vas a rogar nunca, verdad?

Marín lo miró de vuelta, sin bajar la guardia. Acarició su rostro con la yema de los dedos, su piel aún caliente, con la mirada fija, segura y feroz.

—No —dijo con suavidad—. Pero tú sí.

La sonrisa de Saga se ensanchó. Sus ojos brillaron como llamas encendidas. Se inclinó hasta rozar su oreja, hablándole con voz baja, lenta, grave, como una promesa grabada con fuego.

—Lo harás. 

—Aún no me has demostrado bien qué puede hacer esa boca tuya —susurró ella, sin dejar de mirarlo.

Saga acercó sus labios a los de ella, sin tocarlos, dejando su aliento rozarla.

—Entonces prepárate, Marín… porque voy a dejarte muda.

Y sin darle tiempo de responder, bajó por su cuello con una intención que prometía guerra, y de un solo movimiento otra vez quedó entre sus piernas. 

—No me provoques —susurró él, acercandose peligrosamente hacia su intimidad—. Ya no voy a contenerme.

Ella arqueó la espalda, ofreciendo más piel.

—¿Y quién te pidió que lo hicieras?

Saga rio entre dientes, y después se lanzó.

Sus manos la sujetaron de las caderas, con firmeza, con hambre, y su boca descendió sin saltarse nada. Esta vez, no hubo contemplación. No buscaba complacerla: la devoraba. Cada movimiento de su lengua era una provocación nueva, más profunda, más precisa. No tenía apuro. Tenía un plan. Era meticuloso, cruelmente exacto. La tensión se acumulaba como un mar al borde del desastre. No era una ola. Era un maremoto.

Y entonces, justo cuando ella creía que no podía más, sintió cómo uno de los dedos de él se abría paso dentro de ella. Entró lento, profundo, y con una naturalidad que le robó el aliento. Un segundo después, lo movió con la misma cadencia con la que su lengua la lamía, trazando círculos y presionando justo donde sabía que la haría desarmarse. No se detuvo ahí: añadió otro dedo, y el estiramiento, la fricción, el calor, todo se volvió insoportable. Pero también glorioso.

El ritmo se volvió un castigo dulce. Dedo y lengua, una danza coordinada, un asedio perfecto. La boca succionando, la lengua provocando, los dedos acariciando por dentro, curvándose con precisión milimétrica.

Saga la sostuvo cuando su cuerpo empezó a sacudirse. La sintió contraerse alrededor de sus dedos, sintió cómo se rompía bajo su boca, y no la soltó. No la dejó escapar del clímax, ni caer. La obligó a quedarse ahí, suspendida en ese borde, temblando.

—Saga… —gimió, con la voz rota, como un aviso, como una súplica, como una amenaza.

Pero él no paró. Hasta que la sintió estallar contra su boca.

Marín gritó. Un sonido salvaje, sin pudor ni vergüenza. Su espalda se arqueó con violencia, las piernas se cerraron sobre su cabeza, los dedos se crisparon sobre las sábanas. Pero Saga no se apartó hasta que no quedó ni un vestigio del espasmo. Solo entonces, con la boca húmeda y los ojos incendiados, alzó el rostro.

Se limpió con el dorso de la mano, aún con una sonrisa satisfecha dibujada en los labios.

—Ahora sí estás más callada —susurró, antes de volver a subir sobre ella.

Ella lo miró con los labios entreabiertos, exhausta, hermosa y furiosa.

—No has terminado —le dijo, aún jadeando—. No pienso quedarme atrás.

Saga la besó profundo, tomándola de la nuca, como si necesitara fundirse con ella. Y la penetró otra vez, sin aviso, sin lentitud.

Esta vez, sí se empujaron.

Esta vez, sí se movieron.

Ya no era juego. Era guerra.

El vaivén de sus cuerpos no tenía pausa. Marín se le aferraba con fuerza, con piernas y uñas y dientes. Lo mordía, lo jalaba, lo retaba con cada gemido ronco que salía de su garganta.

—¿Así piensas superarme? —susurró ella contra su oído, con la voz desgarrada por el placer—. Vas a tener que hacerlo mejor.

Saga le gruñó. No respondió con palabras, sino con una embestida tan profunda que la hizo jadear, golpeando el colchón con la palma abierta.

—¿Mejor así? —le devolvió.

Marín rio. Un sonido entrecortado, caliente, delirante.

—Todavía puedes más…

Y él pudo. La sujetó por la cintura, levantándola solo un poco, lo justo para inclinarla, para entrar con más fuerza, más hondo. Cada golpe de cadera sacudía el lecho, las paredes, su respiración. No había pausa. No había espacio. Todo era ritmo, contacto, fuego.

Y en medio de ese caos, Marín se llevó una mano entre los cuerpos, sin dejar de tocarse. Era feroz. Era libre. Y él la miraba como si fuera un espectáculo destinado solo para él. La boca entreabierta, el sudor recorriéndole la sien, los ojos dilatados de deseo. Se mordió el labio con fuerza, conteniéndose, temblando por ella.

—Saga… —murmuró entre jadeos.

Él se inclinó, apoyando la frente contra la suya, la respiración tan agitada que parecía rugir entre sus labios. El aliento le quemó la piel.

—No acabes todavía —le pidió, ronco, al borde del abismo—. Aguanta un poco más… conmigo.

Su voz era grave, rasposa, cargada de deseo contenido. Y entonces se lo susurró justo al oído, jadeando con una mezcla de urgencia y adoración. Ese sonido —su jadeo masculino, áspero, tan cerca, tan íntimo— la atravesó como una descarga y la hizo mojar más de lo que ya estaba. 

Saga la tomó con más fuerza. La embistió con profundidad y ritmo casi reverente, los gemidos escapando de su garganta sin contención, entrecortados, bajos y guturales. Se inclinó aún más, murmurando palabras rotas contra su oído entre jadeo y jadeo. Le dijo su nombre. Le dijo que era suya. Que no podía más. Que nunca nadie le había hecho sentir así.

Ella lo apretó con fuerza cuando sintió que él se deshacía dentro de ella. El jadeo final, áspero, casi animal, resonó en su oído y fue lo que la arrastró consigo. Entonces, por fin, se dejó ir.

El clímax los envolvió a los dos como una ola que arrasa con todo. Fue intenso, largo y perfecto. Ella se arqueó bajo él, con los labios entreabiertos y los ojos perdidos. Él se sostuvo sobre sus brazos, temblando, enterrado dentro de ella, como si no quisiera soltarla jamás.

Cuando los temblores se calmaron, cuando la respiración volvió a parecer humana, cuando el mundo dejó de girar tan violentamente, Marín le acarició la mejilla. Todavía ardía. Ambos ardían.

—Aún puedes hacerlo mejor —murmuró, con una sonrisa torcida.

Saga, agotado, empapado en sudor, le sonrió de vuelta. Se acercó a su oído y le dijo, con la voz grave y pausada:

—Eso fue solo el principio. —Le mordió suavemente la oreja, y agregó—: Prepárate para rogar.

Fin del Flashback  

—¿Se fueron hasta Asgard? —preguntó Shaina desde el sillón, sin molestarse en girarse, cuando escuchó la puerta abrirse con una ráfaga de aire frío.

—Más o menos —respondió June, entrando con una sonrisa divertida y el rostro encendido por el viento.

—Tardaron —añadió Marín, con voz tranquila, aunque por dentro aún sentía el eco de su respiración agitada, por aquellos recuerdos que llegaron de la nada. 

—¿Y nosotras qué culpa tenemos? —dijo Geist mientras entraba detrás de June—. Las reinas nórdicas se tomaron su tiempo.

Hilda cruzó la puerta con elegancia serena, el abrigo blanco cubriéndole hasta las muñecas, y Freya la siguió con una sonrisa dulce y algo de rubor en las mejillas.

—Lamentamos el retraso —dijo Hilda, con tono cortés—. Saori insistió en que cenáramos con ella antes de venir.

—Casi nos secuestra para una segunda copa de vino —añadió Freya en voz baja, divertida, pero se notaba que ya había bebido de más. 

Y justo entonces, como si hubiera sido invocada por el comentario, una figura más apareció detrás de ellas, iluminada por la nieve exterior.

—¿Puedo pasar un momento? —preguntó Saori desde el umbral.

Todas se quedaron en silencio por un segundo, no porque no esperaran verla, sino porque su presencia, incluso sin quererlo, imponía.

—Claro —dijo Marín, recuperando el ritmo con una sonrisa sutil—. Aunque puede que lo que oigas no sea muy… apropiado para una diosa.

Saori dejó escapar una risita ligera, apenas un suspiro.

—No se preocupen —respondió, con ese tono suave y firme que dominaba sin esfuerzo—. Solo vine a dejar a las chicas y desearles una buena noche. Me retiro antes de que alguien se sienta demasiado observada para confesar sus pecados.

—¿Demasiado tarde? —susurró June.

Shaina soltó una carcajada. Freya sonrió, un poco más ruborizada. Hilda inclinó la cabeza en señal de despedida. Saori cerró la puerta con elegancia, y con su salida, el ambiente volvió a calentarse, pero de otro modo. Ahora sí estaban todas.

—Bueno… —dijo Geist, dejando su abrigo sobre una silla y sentándose en el suelo, cerca del fuego—. ¿En qué iban?

Marín se recostó hacia atrás, mirando el techo con media sonrisa.

—En nada. Solo recordaba… una noche.

—¿Una o varias? —preguntó June, arqueando una ceja, mientras se acomodaba junto a Shaina.

—Depende de cuánto quieran saber. —Águila observó a las nuevas invitadas—. O de cuánto quieran contar. 

 

Continuará…

Notes:

Esta escena entre Saga y Marín no solo es el corazón de esta historia: fue el punto de partida de todo este fanfic. En serio. Este encuentro (y otro más que aún no han leído, de la primera vez de ellos dos) fue lo que me llevó a crear “Noche de chicas”.

Como ya saben, ambas escenas iban a salir originalmente en el fic de zombis… pero al ver lo que provocaban, supe que necesitaban un espacio aparte. Y así nació esta noche de copas, enredos y confesiones.

Sí, todos por culpa de este par XD

También tengo lista una escena de Geist y Radamanthys, pero hasta no avanzar con las otras chicas, esas historias van a esperar.

Por ahora, no tengo muy claro el rumbo de lo que sigue, así que las próximas actualizaciones podrían tardar un poco. Por otro lado aún no sé si incluir a Saori en esta fiesta, pero quién sabe, tal vez la diosa también tenga su secreto (no prometo nada).

Gracias a todos por leer, y por dejarse atrapar por estos encuentros inesperados.

Chapter 8: Capítulo 8: Octava Ronda - Mirada Helada y Ardiente

Chapter Text

Capítulo 8: Octava Ronda — Mirada helada y ardiente

 

—¿Y de qué estaban hablando, chicas? —preguntó June, sirviendo el vino con una sonrisa que prometía confidencias.

—De lenguas —contestó Shaina, divertida.

—¿Algún idioma en particular? —preguntó Freya, con aparente inocencia.

—Sí, el del amor —respondió Tethis, jugando con el tallo de su copa.

—¿Entonces están hablando de chicos? —intervino Hilda, captando rápidamente el hilo.

—Vaya… —sonrió Geist—. Tú eres de las nuestras. ¿Algo que contarnos, princesa?

—No lo sé… —Hilda se acomodó mejor en su asiento y, con una mirada afilada, preguntó—: ¿Qué tan picante está la conversación?

Las demás se echaron a reír. Hilda no era cualquier princesa.

—Por ahora Tethis nos debe una historia —comentó June, agitando la mano como quien no sabe por dónde empezar—. Tuvo un romance con un juez del inframundo. 

—¿Perdón? —Hilda arqueó una ceja, dejando ver su sorpresa—. Ese tipo de… relaciones, ¿están permitidas?

Un silencio breve, roto por la carcajada de Shaina.

—Bueno… no es que estén permitidas —dijo, encogiéndose de hombros—, pero tampoco están prohibidas.

—Exacto —añadió Marín con una sonrisa cómplice—. Aquí no hay reglamento que te diga con quién puedes o no acostarte.

Freya intercambió una mirada con su hermana; ambas mantenían esa elegancia contenida que parecía ajena al tono de la charla.

—No sabía que estos temas se hablaban así… tan abiertamente —comentó Freya, acomodándose el vestido.

—Pues bienvenida al club —bromeó Geist, alzando su copa—. Aquí todo se habla… y a veces se demuestra.

Las risas crecieron, junto con el calor que daba el vino y la complicidad.

—Entonces… —retomó Hilda, con un toque de recato—, ¿qué pasó exactamente con Tethis y ese juez?

—Digamos. —Tethis sonrió como quien guarda un arma secreta—. Que nos encontramos en territorio neutral… pero nada fue realmente neutral esa noche.

—¿Y qué más pasó? —Marín arqueó las cejas—. Aquí hemos entrado en detalles, y yo quiero los detalles.

Tethis bebió un sorbo lento y dejó el resto a la imaginación.

—Bueno, si ella no quiere… yo sí —intervino Geist, dejando su copa sobre la mesa—. Ya hablé antes, pero creo que puedo hablar de Radamanthys.

Eso levantó varias cejas.

—¡Pero bueno! —Marín se inclinó hacia ella—. ¿Te gustaban los jueces en serie o qué?

—Digamos que —sonrió Geist con picardía— me gustan los hombres que no se intimidan por nada. Y Radamanthys… tenía una manera muy directa de dejarlo claro. Su mirada no da opción a una escapatoria. 

—Vaya… —suspiró Freya, con una mezcla de nervios y curiosidad—. Espero que estas historias sirvan para subir un poco la temperatura. Hace demasiado frío.

—Esta niña… —bromeó Shaina—. Tal vez tenga mucho que contarnos.

Las risas siguieron, pero Hilda ya no escuchaba del todo. Jugaba con el borde de su copa, y las palabras “mirada”, “sin escapatoria” y, sobre todo, “frío” le encendieron un recuerdo muy distinto. Uno en el que la nieve golpeaba los ventanales y Camus estaba tan cerca que no había diferencia entre el hielo y el fuego.

Flashback 

El aire en la habitación era frío. Como si el invierno hubiera decidido instalarse allí para presenciar lo que estaba a punto de ocurrir.

Afuera, la nieve caía lenta y silenciosa, iluminada por una luz azulada que se filtraba a través de los ventanales.

Camus estaba sobre ella. Erguido e imperturbable. Tan sereno que parecía una extensión de aquel paisaje helado, y tan cercano que su sola presencia alteraba el compás de su respiración.

—¿Confías en mí? —preguntó él, con esa voz grave y baja, cargada de una calma peligrosa que siempre lograba vaciarle la mente.

Hilda asintió antes de pensarlo. Su cuerpo respondió primero, con un escalofrío que no provenía solo del frío.

Camus se acercó y, en un gesto casi imperceptible, hizo aparecer en su mano un delgado carámbano que destelló como cristal. Lo sostuvo un instante, a medio camino entre un arma y una caricia antes de posarlo sobre su clavícula.

La primera gota helada se deslizó por su piel, arrancándole un jadeo breve e involuntario. El hielo crujió suavemente en su mano. Un sonido pequeño que amplificó la tensión.

Avanzó despacio. Siguiendo un trazo estudiado por la pendiente de su cuello y la curva suave de su pecho. El contraste era exquisito: un pulso entre el estremecimiento y el calor que comenzaba a florecer bajo su piel.

Camus no tenía prisa. Cada movimiento era calculado. Como si quisiera memorizar el instante exacto en que ella se rendiría. Su respiración, aunque controlada, se volvió un poco más áspera cuando la escuchó gemir.

El carámbano se fue derritiendo en gotas perezosas. Algunas las atrapaba con la yema de los dedos. Otras, con un roce apenas húmedo de sus labios.

Ella no sabía qué la enloquecía más: el frío inicial, el calor que lo seguía o el modo en que él la miraba mientras lo hacía. Como si no existiera nada más importante que aprender el lenguaje de sus reacciones.

Cada toque era un desafío. Una prueba de que él tenía el control. Y de que ella empezaba a querer perderlo.

Luego en su mano apareció una fina lámina de hielo, frágil como un secreto. La colocó justo en el centro de su pecho, allí donde el pulso latía rápido. El contacto le arrancó un temblor visible y un gemido ahogado que él escuchó con peligrosa atención. Su propio aliento se volvió irregular.

—Demasiado… —susurró, intentando apartarlo. Pero sus manos no obedecieron.

—Apenas estamos empezando —replicó él.

Su paciencia solo avivaba la tensión que la consumía.

Dejó que el hielo descendiera lentamente, marcando un trazo sinuoso hacia su vientre. El agua tibia que quedaba atrás se mezclaba con el calor de sus manos, atrapando cada gota como si fuera un tesoro.

Cuando el rastro alcanzó el borde de su abdomen, se inclinó. Su aliento, frío pero intencionado, le erizó la piel de pies a cabeza. El leve chasquido del hielo quebrándose en sus labios hizo que su estómago se contrajera de anticipación.

La tomó por la cintura, acercándola hasta borrar el espacio entre ambos. En su otra mano, un nuevo fragmento brillaba con luz fugaz. Lo colocó entre sus labios y, sin apartar la mirada, la besó, entregándole la pieza.

El frío dentro de su boca, mezclado con la calidez insistente de su lengua la hizo jadear contra él, perdida en un choque de sensaciones imposibles de ordenar.

—Ahora sí… —susurró contra su oído, con un tono que no admitía réplica—. Siente lo que es arder en medio del invierno.

Camus descendió con precisión, siguiendo con sus labios el camino que antes había marcado el hielo. Cada beso, cada caricia era medida como un ritual antiguo para empujarla hacia un final inevitable.

Alternaba el roce húmedo de su boca con la punzada breve de pequeños cristales que creaba y destruía a su antojo.

Al llegar a la línea interna de sus muslos, dejó un trozo de hielo y lo sostuvo con sus labios. El contacto le arrancó un jadeo involuntario. Luego lo arrastró lentamente hacia arriba, obligándola a contener un grito que se mezcló con un temblor que recorrió toda su espalda.

Cuando el hielo desapareció su lengua ocupó su lugar, explorando con un calor abrasador. Ella se retorció, hundiendo los dedos en la colcha. Él no le dio tregua.

Sus manos trazaron un nuevo sendero helado desde su cadera hasta el vientre, atrapando la última gota con un beso lento, como si bebiera de ella.

Sus ojos claros la inspeccionaron con un brillo que mezclaba frialdad y deseo. Repitió el juego en su otro muslo: primero calor luego hielo. Cada cambio de temperatura era un latigazo exquisito que le robaba el aliento.

Hilda sintió, en un destello lúcido, que Camus era tanto un refugio como un peligro. Lo que le daba podía salvarla o romperla. Y, de cualquier forma, ya había decidido quedarse, porque le encantaba todo de él. 

A cada caricia descendía un poco más, sin prisa, dedicándose a besar, morder y recorrer con el hielo la cara interna de sus muslos, acercándose a su centro pero apartándose en el último instante. Esa tortura suave la dejaba tensa, respirando rápido, como si su cuerpo ya supiera lo que iba a pasar y no pudiera esperar más.

Cuando por fin la sostuvo con ambas manos y se inclinó sobre ella, lo hizo con una calma peligrosa. El primer contacto de su boca contra su sexo fue cálido, húmedo, preciso. El segundo, helado, cuando dejó que un cubo pequeño se derritiera entre sus labios y lo empujó con la lengua sobre ella. El contraste fue tan agudo que un gemido escapó de su garganta. Ella se tensaba, intentaba retener el aliento, pero la mezcla era demasiado: cada vez que creía acostumbrarse, él cambiaba el ángulo, la presión, la velocidad.

Él alternaba mordiscos suaves con roces fugaces del hielo, manteniendo un juego que encendía y enfriaba al mismo tiempo, como si quisiera marcarla con dos temperaturas opuestas.

Sus jadeos graves, apenas contenidos, se filtraban entre los sonidos húmedos de su boca, y eso la encendía tanto como el contacto mismo. Hilda sintió cómo el placer crecía rápido, casi sin aviso, y cuando se rompió la primera vez lo hizo con un estremecimiento agudo, sacudida por el contraste de frío y calor.

Pero Camus no se apartó. La sostuvo más fuerte y continuó, ahora sin hielo, solo con su lengua y labios, aprovechando que estaba todavía sensible. Cada caricia la empujaba a un borde más alto, más agudo, y él no le dio respiro: besó alrededor, mordió suavemente, volvió al centro con movimientos más firmes y precisos.

—Camus… —su voz era un gemido quebrado, incapaz de pedirle que se detuviera.

Él sonrió contra ella y aumentó el ritmo, succionando con la intensidad exacta para hacerla perder cualquier control. El segundo clímax llegó como una ola ardiente, más profunda, más larga, y él lo prolongó con una paciencia cruel, bebiendo cada espasmo, grabando en su memoria cada sonido, cada temblor.

Cuando por fin él se apartó, no le dio tiempo de recuperar el aliento. Subió por su cuerpo besando cada tramo, dejando pequeños rastros de humedad y frío residual sobre su piel hasta llegar a sus labios. La besó despacio, con el sabor helado todavía en su boca, mezclado con el de ella, obligándola a probarse y sentir de nuevo el contraste.

El beso se volvió más intenso, más demandante. Su mano bajó a guiarse hacia ella, y cuando la penetró fue con una lentitud calculada, haciéndola sentir cada centímetro que la llenaba. Hilda jadeó contra sus labios, sin poder decidir si lo que más la estremecía era la invasión lenta o el beso que no rompía.

Camus se movió despacio al principio, como si quisiera que su cuerpo se adaptara, como si el sexo oral no hubiera sido más que la apertura de un juego mayor. El calor entre ellos creció, y con cada embestida medía su respiración, su respuesta, controlando el ritmo para mantenerla en ese estado de placer suspendido que parecía no acabar nunca.

La sensación aún llevaba el eco del hielo: un contraste invisible que ardía y enfriaba a la vez, grabando en ella que, con él, nada sería jamás tibio.

Camus mantuvo el ritmo lento, cada embestida profunda y medida, como si quisiera memorizar el interior de ella. Hilda lo sentía llenándola, estirando el momento, empujándola hacia un lugar donde el placer no tenía prisa.

Pero cuando notó que sus uñas se aferraban a su espalda, que su respiración se quebraba igual que antes, su control se volvió más afilado. Aceleró apenas, aumentando la presión en el punto exacto que la hacía temblar, y sus labios buscaron de nuevo los de ella, devorándola con el mismo hambre que antes había mostrado entre sus muslos.

Cada movimiento era más firme, más seguro. El sonido de sus cuerpos encontrándose llenaba el espacio, mezclándose con el jadeo grave de él y los gemidos que ella ya no podía contener. Las manos de Camus la sujetaban como si no fuera a dejarla escapar, guiándola para que recibiera cada embestida en la profundidad exacta.

El calor crecía rápido, como una ola que no se podía detener. Hilda sintió que se acercaba al borde otra vez, y él lo notó. La penetró más rápido, más hondo, sin darle respiro, su respiración enredada en su oído mientras la empujaba a romperse una vez más.

—Mírame —ordenó con voz baja, y cuando ella lo hizo, su mirada helada y ardiente a la vez la atravesó por completo.

El ritmo se aceleró apenas, pero lo suficiente para que el control meticuloso de Camus empezara a deshacerse, como hielo quebrándose bajo el soplo de una llama.

Sus manos, antes frías y calculadas, se aferraron a su cintura con una fuerza que la obligó a seguir su compás. Los cuerpos se encontraron una y otra vez, en un choque cada vez más urgente: una fusión imposible de frialdad y hambre que se consumía a sí misma.

Ella lo envolvió con las piernas, atrayéndolo más cerca, empujándolo a hundirse más hondo, a llevarla más allá.

Su respiración se volvió áspera; sus gemidos se perdían en el aire helado y, por primera vez, su voz grave se quebró.

—Hilda… —su nombre escapó como un suspiro cargado de rendición.

El orgasmo la sacudió, intenso, prolongado, y él siguió moviéndose hasta que la sintió apretarlo con cada espasmo. Apenas un latido después, su propio clímax lo alcanzó; se hundió profundamente en ella, reteniendo el aire mientras la llenaba, y luego dejó que sus cuerpos se quedaran juntos, temblando, unidos todavía por el calor y el pulso acelerado.

Camus no se apartó de inmediato. La sostuvo contra él, respirando sobre su cuello, como si no quisiera romper el vínculo que habían creado. Y aunque el hielo ya se había derretido hacía mucho, Hilda juraría que todavía lo sentía sobre su piel, frío y fuego mezclados en un solo hombre.

Permanecieron así, fundidos, respirando entrecortadamente, mientras el vapor de sus bocas se mezclaba con el frío de la habitación. 

Fin del Flashback 

Hilda pestañeó lentamente, como si emergiera de un sueño espeso. El calor aún la recorría en oleadas, palpitante bajo la piel, aunque afuera la sala seguía intacta: risas, copas que tintineaban, el chisporroteo tranquilo de la chimenea.

—¿Y tú, Hilda? —la voz de Shaina cortó el aire, inquisitiva, sin dejar espacio para esquivar la pregunta—. Sigues muy callada…

Ella se acomodó en el sillón, cruzando las piernas con calma ensayada, mientras sus dedos jugueteaban con el borde de la copa para mantenerlos ocupados.

—Sólo escucho —dijo con una sonrisa tenue—. Pero quién sabe… quizá más tarde me anime.

—Seguro que lo que tienes para contar no es poca cosa. —Marín la miró de reojo, intentando leer lo que había detrás de esa serenidad impecable.

Hilda bebió un sorbo de vino, dejando que el cristal frío disimulara el leve temblor de sus labios.

—Algunas historias se disfrutan más en silencio.

Las demás rieron, creyendo que hablaba de alguna anécdota juguetona. Ninguna advirtió el sutil rubor en sus mejillas ni la forma en que sus ojos se desviaron hacia la ventana, donde el reflejo de la nieve encendió otra vez la sensación de un frío que ardía y de un calor que no se apagaba.

Continuará…

Chapter 9: Novena Ronda - Bajo el rumor del mar

Notes:

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Capítulo 9: Novena Ronda - Bajo el rumor del mar

 

—A ver, Tethis —dijo Marín con una sonrisita—, tú fuiste la que soltó la bomba primero; ahora nos vas a decir cómo empezó eso con Aiacos.

—Ya les dije que no hubo nada planeado —respondió Tethis, alzando las manos—. Simplemente, siempre nos encontrábamos en un punto medio.

—¿En un punto medio? —repitió Geist, arqueando una ceja.

—Sí. Ni en su territorio ni en el mío, siempre por ahí, en un lugar donde ninguno de los dos tenía por qué estar. Al principio era solo un saludo un “hola” rápido.

—Y luego ese “hola” se volvió más largo —comentó Shaina, dándole un sorbo a su copa—. Y luego llegaron las miraditas.

—Y las conversaciones —añadió June, con tono pícaro.

—Exacto. —Tethis sonrió de medio lado—. Sin darme cuenta ya me buscaba con la mirada, o yo a él. Era como… inevitable.

—Hasta que dejaron de quedarse en la plática —intervino Marín, guiñándole un ojo—. Y pasaron a bueno… ya saben.

Las carcajadas fueron generales. Tethis no negó nada, solo bebió de su copa con una expresión que decía más que cualquier palabra.

—Para apenas tratarse, se pusieron de acuerdo muy rápido, ¿no? —bromeó Shaina.

—Es que a veces no hace falta tanto tiempo —contestó Tethis, con esa calma que solo tienen las que ya han cruzado cierta línea—. Solo estar en el lugar y momento exactos.

Flashback

El cielo se teñía de tonos naranjas y púrpuras cuando Tethis llegó a “su” playa. Allí no había arena suave ni turistas curiosos, solo rocas oscuras y la espuma blanca explotando contra ellas. Le gustaba ese rincón: el estruendo de las olas, el olor a sal y la sensación de estar lejos de todos.

La brisa marina le azotaba el cabello y le acariciaba la piel húmeda por el rocío. Estaba sentada sobre una piedra plana, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en el horizonte, cuando una sombra se proyectó frente a ella.

—¿Por qué siempre estás tan sola? —la voz grave de Aiacos la envolvió como una caricia oscura.

Tethis ladeó una sonrisa sin apartar los ojos del mar.

—¿Qué te hace pensar que lo estoy? El mundo entero me hace compañía.

—Por lo menos hoy no estás a la defensiva —dijo él, caminando hacia ella con una media sonrisa. Su mirada recorrió sin pudor el vestido de encaje blanco que se ceñía a las curvas de la sirena—. Y no estás de guardia.

Ella soltó una risa suave, casi musical.

—El hecho de que no lleve mi armadura no quiere decir que haya bajado la guardia. Incluso así soy peligrosa. —Sus labios se curvaron con picardía antes de devolverle la mirada—. Aunque debo admitir que no verte con ese horrible sapuri me resulta agradable.

—¿Acaso mis ropajes te impresionan tanto? —replicó él, acercándose lo suficiente para que sus sombras se fundieran en la roca.

—No —negó con un movimiento lento de cabeza.

—Simplemente he dejado mi faceta de juez. Aquí no hay enemigos. —Sus ojos se entornaron, deslizándose otra vez por la tela blanca que apenas ocultaba la piel de la chica—. Pero debo admitir que ese vestido me da escalofríos… deberías quitártelo.

Ella arqueó una ceja, divertida.

—¿Oh? ¿Eso te gustaría?

—¿Y por qué no? —la sonrisa de Aiacos fue de puro cinismo.

Tethis se incorporó despacio, acortando la distancia hasta que el encaje rozó la tela de su ropa. Por un instante, ambos se limitaron a mirarse, como si todo lo dicho antes no hubiera sido más que un preámbulo.

—Si tanto te aterra mi vestido… —murmuró ella contra su boca— ¿por qué no me lo quitas tú?

Aiacos no respondió con palabras. Su calor se impuso al viento helado y la estremeció. La invitación estaba hecha, y él selló la respuesta con un beso demandante.

—Vamos a un lugar más cómodo —sugirió él con la voz áspera por el deseo.

Ella negó suavemente, rozando sus labios con los de él:

—No quiero que nadie me vea contigo. Aquí está bien.

Aiacos recorrió el entorno con un vistazo rápido: rocas irregulares, piedras húmedas y el mar rugiendo detrás. Sonrió con una chispa traviesa.

—Entonces será aquí.

La carcajada de Tethis se ahogó en un nuevo beso, más profundo, más impaciente. La brisa fría azotaba la playa, pero sus cuerpos desprendían un calor que parecía desafiar al viento. Sus dedos se deslizaron por el costado de ella, rozando la piel bajo la tela hasta aferrarse a su muslo con fuerza posesiva.

Los labios de Aiacos abandonaron los suyos solo para recorrer el camino de su cuello, aspirando su aroma antes de hundir los dientes suavemente en su piel. El escalofrío que le arrancó la hizo acercarse a él con más fuerza.

Tethis lo aferró por los hombros, arqueándose apenas cuando él comenzó a explorar con calma torturante, dibujando círculos lentos sobre su piel. Aiacos se deleitaba con cada reacción: besó su cuello, dejó un rastro húmedo y ascendió de nuevo para morderle la oreja con suavidad cruel.

—Aiacos… —susurró, entrecortada, al sentir cómo él la apretaba más contra su cuerpo.

—Dilo otra vez —pidió él con la voz grave, casi como una orden.

El gemido que escapó de sus labios fue su respuesta. Él bajó de nuevo, dejando besos húmedos por su garganta hasta perderse en el escote. Sonrió contra su piel antes de atrapar el borde del vestido y levantarlo, lenta pero inexorablemente, despojándola del encaje que cayó como una ofrenda a sus pies.

La miró con detenimiento, devorándola primero con los ojos antes de inclinarse. Ella no llevaba sostén y aún así sus pechos eran firmes. Se agachó sin romper el contacto visual, y con un gesto decidido apartó la tela que aún se interponía entre sus piernas. El primer golpe de aire frío erizó la piel de Tethis, pero fue el calor abrasador de la boca de Aiacos lo que le arrancó un jadeo ahogado.

Él la sostuvo firme por las caderas, presionándola contra su boca mientras su lengua trazaba círculos lentos, calculados. Luego cambiaba el ritmo, rápido, insistente, arrancándole respiraciones entrecortadas. Cada movimiento era un juego de control, una tortura deliciosa que la hacía arquearse con la sensación de que el mar entero rugía dentro de ella.

El sonido de las olas quedó atrás. Lo único que llenaba el aire eran sus jadeos y la respiración pesada de Aiacos, que no le dio respiro, hundiendo el rostro entre sus muslos y sujetándola con fuerza para que no escapara del placer que la consumía. Su lengua la recorría con precisión despiadada, jugando con el ritmo hasta sentir cómo su cuerpo se tensaba entero, temblando al borde del descontrol.

—Aiacos… —su voz temblaba, rota entre placer y necesidad. Cuando él se incorporó, sus labios húmedos se curvaron en una sonrisa satisfecha—. Vamos allá… —susurró, señalando la roca donde minutos antes había estado sentada.

En la roca, Tethis lo empujó suavemente hasta hacerlo sentar. Se acomodó sobre él, besándolo con hambre, y mientras sus labios devoraban los suyos, sus manos se encargaron de abrirle la camisa, deslizándola por sus hombros hasta dejar al descubierto su pecho.

Con una sonrisa traviesa, se coló bajo su pantalón y lo envolvió con la mano. Lo masturbó lentamente al inicio, disfrutando del calor y el grosor, apretando con ritmo constante hasta sentirlo estremecerse contra ella. El gruñido ronco que escapó de Aiacos encendió todavía más su deseo.

Él no quiso quedarse quieto. Sus dedos recorrieron los muslos de Tethis hasta deslizarse entre ellos, acariciándola justo donde estaba más sensible. Hundió un dedo, luego dos, moviéndolos dentro de ella con firmeza mientras su pulgar masajeaba su clítoris. Ella gimió ahogada, empujando la pelvis contra su mano, y en respuesta apretó más su agarre sobre él, acariciando su miembro con mayor fuerza.

El vaivén de ambos se volvió frenético. Tethis, incapaz de esperar más, apartó el pantalón de Aiacos con ayuda de sus manos temblorosas. Él mismo colaboró, deshaciéndose de la prenda de un tirón. Ella lo sujetó con firmeza, guiándolo hacia su entrada, y lo montó de golpe, hundiéndoselo entero en un gemido desgarrado.

El choque de sus cuerpos resonó con la misma intensidad que el mar a su alrededor. Tethis comenzó a moverse sobre él, primero lento, saboreando cada centímetro, luego cada vez más rápido, más profundo, mientras lo miraba con los ojos entrecerrados y los labios abiertos en puro placer.

Aiacos la sostuvo de las caderas, marcando el ritmo con embestidas ascendentes que la hacían gemir más alto en cada encuentro. Sus manos subieron a sus pechos, amasándolos con fuerza, pellizcando los pezones hasta arrancarle un jadeo tembloroso. Ella se inclinó hacia adelante, besándolo con desesperación, mientras seguía cabalgándolo con un vaivén húmedo y voraz.

El sonido de sus cuerpos chocando, el jadeo entrecortado de ambos y el rugido del mar se mezclaban en una sinfonía salvaje. Cada embestida los llevaba más alto, hasta que ya no supieron quién dominaba a quién: ella cabalgaba con furia, él embestía con fuerza desde abajo, y los dos se aferraban como si fueran a romperse en mil pedazos.

La fricción era sofocante, un choque húmedo y rítmico que se mezclaba con sus jadeos cortados y el golpe constante de las olas contra las rocas.

Aiacos gruñó contra su boca y le sujetó la cintura, obligándola a marcar el ritmo que él quería. Cada vez que la bajaba sobre él, lo hacía más profundo, más intenso. Sus labios descendieron hasta uno de sus pechos, atrapándolo con la boca. La lengua lo recorrió con insistencia antes de atraparlo con un mordisco que arrancó un espasmo de todo el cuerpo de Tethis.

Ella gimió con fuerza, inclinando la cabeza hacia atrás, ofreciéndose aún más. El movimiento de sus caderas se volvió un vaivén desesperante, como si buscara alargar la tortura de sentirlo dentro sin darle el alivio que él buscaba con urgencia.

—Así… —murmuró él con voz ronca, marcando el ritmo con sus manos firmes en su cintura.

El choque de sus cuerpos se volvió más intenso, húmedo, con cada movimiento. Los dedos de Aiacos se clavaban en su piel como queriendo fundirla contra él, mientras Tethis se arqueaba, perdida en el calor que los envolvía. El mundo alrededor desapareció: no había playa, ni viento, ni mar, sólo la urgencia abrasadora de dos cuerpos devorándose en la penumbra naranja del atardecer.

El calor se volvió insoportable, pegajoso, sofocante. Aiacos la levantó sin esfuerzo, sosteniéndola por los glúteos como si no pesara nada. De pie, la ayudaba a subir y bajar sobre él, hundiéndose en cada movimiento con una fuerza que la hacía gemir contra su cuello. Tethis se aferró a él con desesperación mientras sentía sus jadeos roncos, ese “mmm” grave que vibraba en su oído y la hacía apretarse aún más alrededor de él, como si su cuerpo quisiera retenerlo dentro.

El cambio llegó con un movimiento fluido y decidido: la bajó, la giró y la colocó contra la roca. Tethis apoyó las manos sobre la superficie húmeda y áspera, y antes de que pudiera inhalar, él la tomó desde atrás, penetrándola de golpe. Un gemido agudo, casi un grito, se escapó de su garganta mientras sus rodillas temblaron.

Las manos de Aiacos se aferraron con dureza a sus caderas, marcando un ritmo implacable. Cada embestida era un choque profundo y constante, que la hacía perder el aliento. Su pecho se pegó a su espalda, todo su peso cayó contra ella, y le mordió el hombro, arrancándole un estremecimiento que recorrió la columna.

El vaivén de sus cuerpos se acompasaba con el rugido de las olas, como si el mar entero golpeara junto con ellos. Tethis estaba atrapada entre la roca y el cuerpo ardiente de Aiacos, sin escapatoria, sometida al ritmo que él imponía. Una de sus manos descendió hacia la base de su espalda, empujándola con más fuerza contra él, asegurándose de hundirse hasta lo más profundo; la otra se deslizó hacia arriba, encontrando el punto exacto que la hizo gemir con un estremecimiento descontrolado.

—No pares… —rogó ella, jadeante, con la voz quebrada.

Aiacos gruñó bajo, como una bestia satisfecha, respondiendo con embestidas más intensas, más crudas, arrancándole gemidos que se mezclaban con el estruendo del mar y la respiración entrecortada de ambos.

—Aiacos… —su voz salió temblorosa. Un ruego quebrado que se perdió entre sus jadeos.

Tan encendida estaba que lo buscó con la mirada y, en un gesto impulsivo, giró para encararlo. Levantó una pierna y la apoyó en su cadera, ofreciéndose con descaro. Él la sostuvo con fuerza, sujetándola para no dejarla escapar, y la penetró de nuevo con un movimiento certero. El ángulo la hizo gemir con un sonido desgarrado, que vibró entre ellos como un chispazo.

La intensidad creció sin tregua. Sus respiraciones se volvieron rápidas, entrecortadas, y el sudor comenzó a resbalar por sus pieles ardientes, mezclándose con la humedad salada del mar. Aiacos se movía con un ritmo implacable, cada embestida más profunda, cada choque más brutal, como si buscara grabarse en ella desde dentro.

Tethis se arqueaba contra su cuerpo, aferrándose a su cuello, sintiendo cómo el aire frío en su espalda contrastaba con el calor abrasador de él dentro de ella. Sus labios se rozaron, chocaron en besos húmedos y desesperados que interrumpían sus gemidos solo para encenderlos aún más.

El mar rugía como un eco salvaje de lo que sucedía entre ellos; las olas golpeaban contra las piedras al mismo compás de sus cuerpos, como si la naturaleza celebrara su unión violenta. El viento les azotaba la piel, llevando consigo el olor a sal y deseo, impregnándolo todo.

De pie, envueltos en ese torbellino, Tethis se rindió por completo a la fuerza de Aiacos. Ya no había soledad, ni refugio, ni pensamientos. Solo la sensación cruda de ser poseída, de arder con él hasta que todo lo demás desapareciera. El mar, eterno y testigo, guardaba el secreto de cómo la calma con la que ella había llegado se había convertido en pura vorágine de placer.

El ritmo era ya insoportable, un vaivén frenético que la dejaba sin aire. Aiacos gruñó contra su boca, y con una fuerza brutal la levantó de nuevo, sujetándola con firmeza bajo los glúteos. Tethis lo rodeó con las piernas al instante, anclándose a él como si fueran una sola criatura.

La penetración fue más profunda, más intensa. Cada vez que la alzaba y la hacía descender sobre él, el choque de sus cuerpos resonaba como un latido desesperado, más fuerte que el rugido de las olas. Ella se aferró a su cuello, jadeando contra su oído, con la sensación de que el mundo entero se derrumbaba en cada embestida.

Los gemidos de ambos se mezclaron, ásperos y quebrados, hasta perderse en el viento salado. El sudor corría por sus pieles, uniendolos aún más, mientras él la sostenía sin descanso, devorándola con el cuerpo y con la mirada.

El clímax llegó como una tormenta: Tethis tembló en sus brazos, arqueándose, con un grito ahogado que se perdió en su boca cuando él la besó con ferocidad. Aiacos no tardó en seguirla, hundiéndose en ella con un último gemido ronco, liberando toda la tensión en un estallido que los sacudió al unísono.

Quedaron abrazados, respirando con violencia, con el mar rugiendo detrás como un eco salvaje de su encuentro. Ella seguía aferrada a él, con las piernas temblando alrededor de su cintura, mientras Aiacos la sostenía con firmeza, como si aún quisiera fundirla contra su cuerpo.

El mundo entero había desaparecido. Solo quedaban ellos, la roca, el mar y el fuego que aún ardía bajo su piel. Con el corazón latiendo desbocado, ella apoyó la frente contra la de él. Sus labios todavía temblaban por los ecos del placer y su cuerpo entero vibraba con el pulso acelerado.

—Pareces a punto de desmoronarte… —murmuró él con una sonrisa torcida, acariciándole la espalda húmeda con sus manos aún tensas.

Tethis rió con ligereza, con un sonido suave y ronco, y le mordió el labio inferior antes de apoyarse en su hombro.

—Tú tampoco estás tan entero como presumes —susurró, aún sin aliento.

Él soltó una carcajada baja y oscura, enterrando el rostro en su cuello antes de volver a mirarla a los ojos.

—Si seguimos aquí, el mar terminará reclamándote para sí.

—¿Y eso te preocupa? —Ella arqueó una ceja, juguetona.

—No. —su sonrisa se volvió más intensa—. Me preocupa que aún tengo ganas de ti; y esta roca no es precisamente el mejor lugar para seguir.

Tethis se rio encantada, mordiéndose el labio mientras lo miraba con descaro.

—Entonces llévame a un sitio más cómodo, pero no pienses que voy a descansar todavía.

Aiacos gruñó satisfecho, apretándola más fuerte contra sí, como si con ese gesto ya estuviera reclamándola de nuevo.

—Perfecto —murmuró, y con paso firme comenzó a alejarse de la roca, cargándola sin esfuerzo, mientras las olas seguían rompiendo a sus espaldas.

Ella lo rodeó con los brazos, apoyando la cabeza en su cuello, sonriendo con deleite ante la promesa de lo que vendría después.

El mar había sido testigo de su fuego… pero la noche apenas comenzaba.

Fin del Flashback

La voz de Tethis se apagó en el aire, como si el mar mismo hubiera sellado su confesión. Hubo un silencio breve, pero cargado de miradas cómplices entre las demás.

—Eso no fue un encuentro, fue un cataclismo —soltó Geist, con media sonrisa torcida.

—¡Y con público de lujo! —añadió Marín, divertida—. El mar, las olas, el viento. Si yo contara algo así, nadie me creería.

Shaina arqueó una ceja, cruzándose de brazos:

—Yo digo que más que olas, fue un tsunami.

Todas rieron, y Tethis se cubrió el rostro con una mano, colorada pero también divertida.

—Bueno, admito que fue… intenso —dijo al fin, con una sonrisa ladeada.

—¿Intenso? —repitió Hilda, casi ofendida, inclinándose hacia adelante—. Mujer, eso sonó como una saga épica, no un simple recuerdo.

Freya, que había escuchado atenta, se tapó la boca para disimular su risa.

—Y yo que pensaba que los guerreros de Hades eran fríos —comentó June—, parece que no todos.

El ambiente se llenó de carcajadas, y fue entonces cuando Geist, con tono inocente pero ojos chispeantes, lanzó la pregunta que todas pensaban:

—¿Y entonces… tú y Aiacos están saliendo?

—¡No! Para nada —replicó Tethis de inmediato, agitando las manos.

—Ajá… —Marín arqueó una ceja y sonrió con malicia—. ¿Y me vas a decir que se han visto para algo que no termine en sexo? ¿Como, no sé… almorzar?

Tethis dudó un segundo, bajando la mirada antes de admitir con un encogimiento de hombros:

—Bueno… sí.

El silencio fue mínimo. Todas se miraron entre sí y, como si estuvieran sincronizadas, exclamaron en coro:

—¡Están saliendo!

—¡No, no estamos saliendo! —protestó Tethis, llevándose las manos al rostro.

—Ya caíste, nena. —Shaina rió con fuerza—. Si te lo estás almorzando y además almuerzas con él… eso tiene nombre.

Geist le apuntó con el dedo, divertida:

—¡Exacto! Y no es “amigos con derecho”, es otra cosa.

—A ti te brillan los ojos solo de nombrarlo —añadió Marín, entre risas suaves.

—¡Mentira! —dijo Tethis, aunque el sonrojo la delató.

—Ay, Tethis, ni lo niegues —dijo June—. Estás encantada con él. —Camaleón suspiró teatralmente, llevándose la mano al pecho—. Qué romántico, y tú aquí haciéndote la dura.

Todas estallaron en carcajadas mientras Tethis murmuraba entre dientes, roja como nunca:

—No estamos saliendo…

Pero el coro de “¡sí están!” volvió a levantarse, más fuerte que el rugido del mar. Y Shaina, con una sonrisa pícara, señaló a Hilda y Freya.

—Mírenlas, tan calladitas siempre, y hoy no paran de reír. Creo que alguien por aquí también debería soltar una confesión.

Hilda y Freya se miraron de reojo, sonrojadas al instante.

—¿Confesión? ¿Nosotras? —balbuceó Freya, llevándose una mano al cabello.

—No hay nada que contar —añadió Hilda con un gesto rápido, demasiado rápido, lo que encendió aún más las risitas del grupo.

Marín, sin perder oportunidad, disparó directo:

—Dime, Hilda ¿tú y Camus están saliendo?

El rubor subió hasta las mejillas de la princesa de Asgard, pero mantuvo cierta compostura.

—Digamos que… sí. —Lo soltó como si no pesara, aunque sus ojos brillaban y evitaba mirar a nadie directamente.

El grupo entero hizo un “¡oooh!” cargado de picardía.

Entonces Shaina apoyó la barbilla en su mano, con media sonrisa traviesa y tomó la palabra con seguridad:

—Camus, siempre con su hielo. Frío en todo, menos cuando quiere quemar.

Las demás soltaron risitas, tomándolo como un comentario casual sobre el caballero de Acuario. Pero Hilda parpadeó, sorprendida, y sintió un cosquilleo incómodo en el pecho. Ese hielo. Esa manera tan única de contrastar lo gélido con el calor abrasador. Shaina lo había dicho con demasiada precisión.

Hilda no dijo nada. Sonrió, fingiendo indiferencia, aunque en su interior se preguntaba: ¿Cómo lo sabe ella? ¿Realmente sabe algo?

La guerrera de Ofiuco, en cambio, ya había apartado la mirada, como si no notará el peso de lo que había soltado. ¿Había hablado de más sin darse cuenta o solo era un chiste pasajero de compañeros en el Santuario? Hilda no preguntó. Se limitó a sonreír en silencio, aunque por dentro la duda la mordía como un secreto envenenado.

Antes de que pudiera darle más vueltas, June carraspeó y se inclinó hacia adelante, rompiendo la tensión:

—Geist. Siguiendo la línea de jueces. ¿Qué nos dices de Radamanthys?

—¿Me toca a mí nuevamente?—Su voz sonó ligera, pero sus ojos tenían un brillo mucho más profundo.

—Sí. ¿No quedamos en eso? —preguntó Tethis. No estaba segura en que habían quedado. El trago ya estaba causando estragos en su mente.

—Primero quisiera escuchar algo de las princesas. —Geist señaló a las Asgardianas y ambas hicieron el mismo gesto de incomodidad. Tan similar que por primera vez se les notó el parecido—. De acuerdo, de acuerdo. Entonces sigo yo.

—¡Yeah! —soltaron las otras en unísono.

Continuará…

Notes:

Cosas que quizás no sabían… pero igual se las voy a contar: aquí en Colombia no celebramos San Valentín como en otros países. En cambio, tenemos septiembre, el mes de Amor y Amistad. Y claro, siempre nos reímos diciendo que en realidad es el mes en que se le hace el amor a la amistad.

Y qué mejor pareja para demostrarlo que Tethis y Aiacos. Dos que empezaron jugando con la tensión, con la cercanía, con ese coqueteo disfrazado de amistad… hasta que, bueno, ya saben cómo terminó la cosa.

Mil gracias para los que aún siguen aquí. No me he olvidado de la historia, pero si ando un poco bloqueada con las ideas. Así que tengan un poquito de paciencia… y por si algo, tampoco me he olvidado del fic de zombis. El problema con ese, es que me está costando demasiado trabajo.

Chapter 10: Décima Ronda - Aquel trago

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Capítulo 10: Décima Ronda - Aquel trago 

 

—Chicas —dijo June, levantando una botella—. Tranquilas, todavía hay suficiente vino para toda la noche.

—Qué bueno, aunque creo que ya estoy ebria —rió Marín—. Pero vamos a servirle más a las princesas. Quiero escucharlas.

—Pero… —Freya parpadeó, confundida, mirando a todas—. ¿No era Geist la que iba a contarnos algo?

—Oh, sí lo voy a hacer —respondió la aludida con una sonrisa ladeada—. Pero no me molestaría un poco de motivación antes.

—No nos malinterpreten —apresuró a explicar Hilda, notando las miradas—. No es que no queramos participar, es solo que nos educaron con ciertas… etiquetas. No siempre es tan fácil hablar tan abiertamente como lo hacen ustedes.

—Para ustedes no hay problema —añadió Freya, con un gesto tímido—. Son guerreras extraordinarias. Si no le temen a los dioses, mucho menos a estas cosas…

—“Guerreras extraordinarias”… suena bonito —intervino Marín con diversión—. Pero en realidad somos asesinas. Bien entrenadas, sí, pero asesinas al fin. Igual entiendo lo que quieren decir.

—Yo también —continuó Shaina, sirviendo copas para las princesas—. No se preocupen, pueden echarle la culpa al alcohol.

—Exacto —apoyó Tethys con picardía—. Mañana pueden fingir que no recuerdan nada y nosotras les creeremos.

—Eso es muy gentil de su parte —comentó Freya, sonriendo—. Pero ahora quiero escuchar a Geist. En serio.

—¿Quieres escucharla para aprender? —preguntó June con un guiño.

—Tal vez —contestó ella, sonrojándose apenas.

—De acuerdo —se ofreció Geist, inclinándose hacia adelante—. Pero aclaremos algo: aprende los tips íntimos, no aprendas a aceptar tragos de un extraño en un bar.

—¿Así fue como pasó? —preguntó Shaina, interesada.

—Así fue como pasó —confirmó Geist, y todas la miraron expectantes.

Flashback 

La copa giró entre sus dedos, como si el vino pudiera darle respuestas. Geist no miraba a nadie. Su cuerpo estaba allí, en ese bar lleno de humo y voces, pero su mente seguía anclada a una imagen que no conseguía borrar: los labios de Shion susurrando que aquello había sido un error, que lo suyo solo fue un instante de debilidad. La frase se repetía como una daga, una y otra vez. El enojo y la negación luchaban en su interior. 

Llevaba una blusa negra sin mangas, ajustada, y un pantalón de cuero que resaltaba su figura sin proponérselo. El cabello suelto apenas estaba domado por una trenza que caía sobre un hombro. En aquel lugar, nadie la reconocería como guerrera. Nadie, salvo alguien con buen ojo.

Y él lo tenía.

Radamanthys entró al bar como si todo le perteneciera. No necesitaba alzar la voz ni moverse con brusquedad: su sola presencia ocupaba espacio. El abrigo largo, oscuro, con las mangas dobladas, parecía hecho para él. Observó el lugar con aire desinteresado, hasta que la vio. Una mujer sola, con el ceño levemente fruncido, rodeada de un aura que gritaba “no te acerques”, pero al mismo tiempo susurraba “inténtalo, si te atreves”.

Se sentó en la barra, a un par de asientos de distancia.

—¿No es tarde para beber sola? —preguntó sin girar del todo la cabeza.

—¿Y no es temprano para ser tan molesto? —replicó Geist, suspirando sin mirarlo.

La comisura de los labios de Radamanthys se curvó. La respuesta le gustó: directa y filosa.

—Quizás —dijo él con calma—. Pero me aburren las noches tranquilas.

Ella lo observó de reojo por primera vez. Algo en su postura, en la manera en que no intentaba impresionarla, despertó su curiosidad.

—Entonces busca otro lugar. Este está ocupado por mi mal humor.

—Brindemos por eso —propuso él, y pidió al cantinero dos tragos del licor más fuerte. Geist lo miró con desconfianza, pero aceptó el vaso cuando se lo extendió.

—Espero que no estés intentando seducirme —advirtió ella, arqueando una ceja.

—¿Y si lo estuviera?

—Entonces tendrías que esforzarte más —replicó, con una sonrisa ladina antes de vaciar el contenido de un solo trago—. Gracias. Y buena suerte para la próxima.

Ella se levantó con elegancia y avanzó hacia la salida. El bullicio, el olor a licor y el murmullo constante llenaban el aire. Geist estaba tan absorta en sus propios pensamientos —entre la rabia y la negación— que no anticipó lo siguiente: un hombre, al pasar demasiado cerca, le soltó una fuerte nalgada. La carcajada sucia del agresor se mezcló con los silbidos y aplausos de su mesa.

Geist se detuvo en seco, con los puños cerrados, el rostro endurecido. Pero antes de que pudiera girarse, el tipo ya estaba estampado contra el suelo: Radamanthys lo había derribado de un solo movimiento, seco y contundente.

—No necesito tu ayuda —le espetó ella, apretando los dientes.

Radamanthys se encogió de hombros, sonriendo.

—No te ayudé. Solo ajusté cuentas. El imbécil también me agarró el culo cuando entré.

El comentario inesperado la tomó por sorpresa; contra su voluntad, una mueca parecida a una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Oye, chico rudo —intervino uno de la mesa—. ¿Estás buscando problemas? Porque los encontraste.

Radamanthys giró la cabeza con esa tranquilidad de quien podría destrozar a todos sin despeinarse. Sin embargo, apoyó un codo en la barra con una calma insultante.

—Adelante, muchachos. Ella dice que no necesita mi ayuda.

Geist dio un paso al frente. El hombre la miró con sorna, como si aquella “frágil niña” fuera inofensiva. Sin embargo, no alcanzó a entender qué había pasado: su nariz explotó bajo el puño de la amazona, un chorro de sangre salpicó la mesa y lo derribó de espaldas. Los demás rieron al verlo caer, convencidos de que había sido un golpe de suerte.

El segundo se abalanzó sobre ella con un vaso en la mano, intentando romperlo contra su cabeza. Geist giró apenas el cuerpo, lo dejó pasar de largo y le incrustó el codo en las costillas. El crujido fue seco, acompañado de un grito ahogado.

—¡Perra! —rugió otro, levantando una silla para golpearla.

Geist no retrocedió; dio un paso adelante y lo recibió con una patada ascendente que le dobló el mentón hacia atrás. La silla cayó de sus manos mientras él se desplomaba como un saco de harina. El cuarto intentó sujetarla por detrás, envolviendo sus brazos en torno a su torso. Geist arqueó la espalda con fuerza, clavó el talón en la espinilla del hombre y, con un movimiento de cadera, lo lanzó por encima de sí misma. El borracho aterrizó sobre la mesa, haciéndola crujir y desmoronarse en pedazos.

El último dudó. La valentía que mostraba un segundo antes se evaporó en cuanto la vio avanzar hacia él, con la mirada fría y la respiración tan tranquila como si nada hubiera pasado. Retrocedió un paso, luego otro hasta que tropezó con una silla. Geist lo tomó del cabello y lo estrelló contra la barra. El golpe resonó en todo el lugar.

Silencio.

Los hombres yacían en el suelo, gimiendo o inconscientes. Geist apenas se acomodó la trenza que se había soltado y sacudió el polvo invisible de sus manos y sin ni una gota de sudor en su frente.

—¡Bravo! —bramó el juez, divertido—. Resulta que la “simple mujer” que bebía sola no era tan simple.

Geist apenas lo miró y salió del bar como si nada hubiera pasado. El cantinero, atónito, miraba los destrozos. Radamanthys, aún sonriendo, dejó unos billetes sobre la mesa.

—Esto es por los daños. —Le ofreció al cantinero y  salió tras ella—. ¡Oye! —la llamó en cuanto la vio, alcanzándola con pasos largos. Geist rodó los ojos.

—No necesito escoltas —dijo sin mirarlo.

—Y yo no necesito dormir temprano —respondió él, siguiéndola a medio metro, con las manos en los bolsillos.

—No soy una persona gentil.

—Ya lo vi. —Soltó con una leve carcajada—. Puedo jurar que esos tipos todavía están tratando de entender qué los golpeó.

Geist rodó los ojos.

—Entonces no tienes por qué seguirme.

—No estoy siguiéndote. —La voz de Radamanthys sonó casi burlona—. Estoy caminando en la misma dirección.

Ella se detuvo en seco, girando con una mirada helada.

—¿Y hasta dónde piensas caminar?

—Hasta donde tú me dejes. —Su sonrisa era insolente, pero no había burla en sus ojos.

Geist apretó los labios, conteniendo un impulso que no sabía si era rabia o curiosidad. Dio media vuelta y reanudó la marcha.

—No me interesa.

—¿Qué no te interesa? ¿Un trago más? ¿Una charla? ¿O la idea de que alguien te mire sin pretender que eres frágil?

Las palabras la tocaron como un aguijón. Geist fingió no escucharlo, pero el paso se le volvió un poco más lento.

—Deja de hablar como si me conocieras —escupió ella. 

—No lo hago. Pero sé reconocer cuando alguien se aferra a su enojo como si fuera un escudo.

—¿Y a ti qué demonios te importa? —Geist lo miró de reojo, fulminante.

—Nada. —Radamanthys se encogió de hombros—. Solo que el vino es un mal compañero para ciertas noches. Yo prefiero whisky. Y una buena compañía.

—No soy buena compañía. Ni siquiera para mí misma. 

—¿Y si solo por un momento te olvidas de todo? Ven conmigo —dijo él—. Mi hotel queda cerca. No tienes que inventar excusas. Solo caminar.

Geist lo observó largo rato, con la ceja arqueada.

—¿Y cómo sé que no quieres asesinarme? No soy tonta, sé que eres un espectro. 

Él alzó las manos, divertido.

—Y tú eres una protegida de Athena. Eso es obvio. Y bien podría pensar lo mismo. Dime. ¿Cómo sé yo que no eres tú la que planea asesinarme?

Geist chasqueó la lengua, ofendida aunque entendiendo la burla. 

—Eres tú el que insiste.

—¿Y cómo sé que esa no es tu estrategia? —replicó él, con una sonrisa descarada.

—Si planeo matarte, no lo sabrás hasta que sea tarde. —Geist le sostuvo la mirada, ladeando la cabeza.

Él soltó una risa baja, genuina.

—Entonces será un final interesante.

Por un segundo, Geist no supo si mandarlo al demonio o reírse en su cara. No era una dama en apuros, nunca lo había sido. Y el tipo, maldita sea, estaba bueno. Pero la imagen de Shion regresó como un cuchillo bajo las costillas, recordándole lo sola que estaba, lo rota que se sentía. Sus labios se curvaron en una media sonrisa amarga.

—Está bien… ¿qué puedo perder en una noche? Aunque, con mi suerte, lo único que me queda es desilusionarme más.

Radamanthys soltó una risa breve, aceptando el reto.

—Entonces no pierdas tiempo y averígualo.

Geist apretó los labios. No sabía si le irritaba más su tono seguro o el hecho de que en verdad no quería detenerse. No había ternura en su decisión, solo un impulso voraz de apagar lo que llevaba quemando por dentro. Su nombre y su recuerdo, le pesaban como una daga en el pecho. Esa noche no quería pensarlo. Esa noche quería callar a su propio corazón.

Llegaron al hotel. Radamanthys no hizo un gesto de más: no intentó tocarle la cintura, ni tomarle la mano, ni rozarle el hombro. Simplemente la dejó caminar delante, como si respetara ese filo de rabia que la mantenía erguida.

La puerta de la habitación se cerró detrás de ellos sin un solo ruido. Radamanthys se quitó el abrigo con calma, dejándolo caer sobre el respaldo de una silla. Geist se detuvo en medio del cuarto, sin decir una palabra. Él no se acercó de inmediato. Ella tenía los brazos cruzados, como si aún debatiera consigo misma. Por un lado estaba su amor por aquel hombre inalcanzable y por el otro le preocupaba si estaba cometiendo alguna falta, una afrenta a su diosa al relacionarse con un espectro. 

—Si vas a arrepentirte, este es el momento —dijo él, con tono neutro.

Geist alzó la mirada, y en sus ojos había más rabia que duda.

—De lo único que me arrepiento es de no haberte asesinado tres cuadras atrás.

Radamanthys sonrió socarronamente con deje de ternura ante la ingenuidad de la amazona. 

—No creo que puedas vencerme, niñita. 

Ella le cedió eso, no sabía frente a quien estaba, pero era obvio que él no era un espectro de bajo rango y que de haber querido ya la hubiera mandando a dar una vuelta por el inframundo. Y aunque posiblemente no podría ganarle en una pelea, existían muchas formas de ganar una batalla. Entonces caminó hacia él.

No lo besó con suavidad. Lo tomó del cuello de la camisa y lo atrajo con fuerza, chocando sus labios contra los suyos como si quisiera romper un silencio demasiado largo. Radamanthys respondió sin reservas, sin juegos. Sus manos se posaron firmes en su cintura, pero no la guiaron. No intentó dominarla. La dejó llevar el ritmo.

Geist se aferró a su boca como si fuera un grito contenido. Lo mordió apenas y lo empujó hacia atrás, obligándolo a retroceder hasta la cama. Él cayó sentado. Ella se montó a horcajadas, con las piernas firmes y el cuerpo vibrando de tensión.

—No soy de las que se entregan —murmuró, con la frente pegada a la suya.

—No luces como alguien que se deje poseer —susurró él—. Pero sí como alguien que arde por dentro.

Ella lo besó de nuevo, más lento esta vez. Sus manos recorrieron el torso de Radamanthys con precisión, buscando cada línea de músculo bajo la tela. No buscaba ternura. Quería piel, calor, contacto real. Quería dejar de pensar. Él la recibió con la misma intensidad contenida. Le subió la blusa con las palmas abiertas, deslizándola por su espalda con una lentitud que contrastaba con la urgencia en sus labios.  

Geist respiró rápido, con el cabello cayéndole sobre la cara. Le apartó la camisa a tirones, exponiendo su torso, y lo miró como si quisiera memorizar cada detalle antes de hundirse en él. Radamanthys no dijo nada. Solo sostuvo su mirada, como un desafío silencioso. Y en ese instante, la furia, el despecho y el deseo de ella se mezclaron en una sola cosa: un fuego que lo devoraba todo.

Geist lo empujó hacia atrás hasta acostarlo. Radamanthys cayó con la espalda sobre el colchón, pero en lugar de intentar voltearla, se quedó quieto, observando cómo ella tomaba el control. Jamás había sido tan paciente y no lograba comprender porque le estaba cendiendo tanto terreno a ella, pero su curiosidad era mucho más grande y su instinto le decía que podía obtener todo de ella si mantenía la calma y la dejaba desahogarse a su gusto. 

Con manos seguras, ella desabrochó su propio pantalón y lo deslizó por sus piernas hasta dejarlo caer al suelo. No había pudor en sus gestos, sólo una determinación feroz. Subió sobre él con las piernas firmes a cada lado de su cadera, nada le cubría el torso y su piel relucía bajo la luz tenue del cuarto. 

Radamanthys gruñó bajo cuando la sintió rozar contra él, aún separados por la delgada tela de su ropa interior. La presión era clara, provocadora. Ella se movió apenas, frotándose contra su erección con un ritmo lento y cruel, como si probara cuánto podía hacerlo perder la calma. Geist sonrió de lado, esa sonrisa suya que era casi un desafío, y llevó una mano hasta su cintura para quitarse la prenda que la cubría. La deslizó sin prisa, dejando que él la viera desnuda, con esa mezcla de orgullo y vulnerabilidad que pocas veces se permitía.

Radamanthys no apartó los ojos. No la miró como un trofeo, sino como a un animal salvaje que había decidido dejarse ver. Levantó las caderas apenas cuando ella, sin dudar, abrió el cierre de su pantalón y lo empujó hacia abajo, liberándolo. El contacto fue directo, caliente, urgente. Geist lo tomó con una mano, firme, y lo guió hacia ella. Se acomodó sobre él con un movimiento controlado, lento al inicio, sintiendo cómo la invadía centímetro a centímetro. El aire se le escapó en un jadeo ahogado que intentó disimular mordiendo su labio.

Radamanthys cerró los ojos un instante, conteniendo el impulso de embestirla de inmediato. Cuando volvió a mirarla, la vio erguida sobre él, con la espalda arqueada y la respiración entrecortada. Un cuadro de fuerza y deseo en la misma piel.

Ella empezó a moverse con decisión, marcando el ritmo con un vaivén poderoso, casi desafiante, como si cada descenso fuera un golpe directo a todo lo que había querido callar. Sus movimientos eran intensos, sí, pero no caóticos. Había en ellos un orden extraño, una sincronía que él siguió con naturalidad, encontrando el compás exacto para acompañarla.

Radamanthys la sujetó por la cintura, dejándola dominar, pero hundiendo sus dedos en su piel como recordándole que estaba allí, firme, sosteniéndola. Ella lo besó con rabia, con la boca húmeda, lo mordió en el cuello, en la mandíbula, buscando su sabor como si quisiera arrancarlo a pedazos.

En un momento, dejó caer la frente contra su hombro. Su respiración era un incendio, su cuerpo un latido constante contra él. Y fue entonces cuando él deslizó una mano por toda su espalda, acariciándola de arriba abajo con un gesto sorprendentemente suave en medio del frenesí. Geist cerró los ojos, pero no fue dulzura lo que la quebró. Fue el peso de todo lo que cargaba y lo que no podía decir. Y aún así, siguió moviéndose sobre él, más rápido, más profundo, buscando perderse en esa urgencia, en ese fuego que no pedía explicaciones.

Radamanthys la siguió, acelerando el ritmo, respondiendo con estocadas firmes que arrancaban de ella gemidos que no pudo contener más. No eran gritos agudos, sino sonidos graves, rotos, como si cada uno cargara un pedazo de lo que sentía.

Se aferraron el uno al otro, sudor contra sudor, piel contra piel, hasta que el mundo afuera se borró. No había bar, no había nombres, no había recuerdos de otros hombres. Solo el incendio de dos cuerpos que ardían por despecho, por deseo, por necesidad. Y en medio de ese fuego, Radamanthys la sostuvo como si fuese un secreto que estaba dispuesto a guardar con su vida.

Geist se movía con una mezcla de rabia y deseo, cada descenso sobre él era un golpe calculado, un castigo y un placer al mismo tiempo. Radamanthys se dejó guiar al principio, observándola como un guerrero que admira a otro en pleno combate, pero pronto su paciencia se convirtió en urgencia.

Él levantó las caderas con fuerza, encontrando su ritmo, penetrándola más hondo, arrancándole un gemido ronco que se le escapó entre dientes. Geist lo cubrió con una mano sobre la boca, como si odiara mostrarle ese sonido, pero Radamanthys sonrió contra su palma y la mordió suavemente.

—No… —susurró ella, temblando de rabia contenida.

—Sí… —gruñó él, sujetándola con más fuerza de la cintura y hundiéndose en ella con un golpe seco que la hizo arquear la espalda.

El choque de sus cuerpos llenaba la habitación, un ritmo húmedo y contundente que se mezclaba con respiraciones entrecortadas. Ella apoyó las manos en su pecho, tratando de mantener el control, pero cada embestida la arrancaba de ese frágil dominio. Su cabello oscuro caía sobre su rostro, pegado por el sudor, y sus labios entreabiertos dejaban escapar jadeos cada vez más incontrolables.

Radamanthys deslizó una mano entre sus cuerpos, encontrándola húmeda y sensible. Su pulgar acarició con firmeza, sincronizado con el movimiento de sus caderas. Geist abrió los ojos de golpe, sorprendida, y un gemido roto escapó de su garganta.

—Basta… —intentó decir, pero su voz se quebró en medio del placer.

—No, claro que no —susurró él, jadeante, clavando la mirada en sus ojos.

Geist apretó los dientes, resistiéndose a esa entrega, pero su cuerpo la traicionó. El placer se acumulaba, tensando cada músculo, haciéndola temblar aunque tratara de ocultarlo. Radamanthys lo notaba todo: cómo su respiración se volvía errática, cómo sus caderas lo buscaban cada vez con más fuerza, cómo sus uñas dejaban marcas rojas en su piel.

Él la sostuvo firme, aumentando el ritmo, golpe tras golpe, hasta que su resistencia se quebró. Geist soltó un grito ahogado, inclinándose hacia adelante y aferrándose a su cuello. Su cuerpo entero se sacudió contra él en oleadas, contrayéndose alrededor de su dureza con espasmos intensos que parecían no terminar.

Radamanthys la siguió segundos después. Un gruñido profundo escapó de su pecho cuando la tomó por la cadera y la atrajo con fuerza contra sí, descargándose dentro de ella en una embestida final que lo dejó arqueado bajo su cuerpo.

Geist jadeaba aún, con el rostro escondido en su hombro, su cuerpo vibrando por los últimos ecos del clímax. Radamanthys la sostuvo allí, con una mano firme en su espalda, respirando con dificultad pero sin soltarla. No hubo palabras en ese instante. Solo el sonido de su respiración mezclada, el sudor en su piel, el peso compartido en la cama. Era fuego consumido, un incendio que los había arrasado a ambos sin dejar espacio para promesas, solo para el ardor del momento.

No era la primera vez que se entregaba a alguien, pero sí la primera que lo hacía sin esperar nada a cambio. Con Shion había habido un instante, un instante que se rompió en cuanto terminó. Radamanthys no le pedía promesas, y eso era exactamente lo que ella necesitaba. El silencio cayó sobre la habitación como un manto pesado. Solo se escuchaba la respiración entrecortada de ambos, mezclada con el crujido tenue de las sábanas bajo sus cuerpos. El aire aún olía a sudor y deseo, pero entre ellos había algo más: la certeza de que aquello no iba a repetirse con facilidad.

Geist se apartó despacio, todavía con la piel erizada y el pulso acelerado. No lo miró. Se levantó de la cama como si cada movimiento fuera una orden a su propio cuerpo. Tomó la blusa, el pantalón, la ropa interior, y se vistió, sin vacilar, sin regalarle un solo segundo de indecisión. Quería que todo pareciera tan limpio como antes de entrar, aunque por dentro aún ardiera como una hoguera.

Radamanthys encendió un cigarro desde la cama, reclinándose contra las almohadas, observándola en silencio. El humo ascendió en espirales perezosas mientras ella se ajustaba las botas, sin mirarlo ni una sola vez.

—¿Volveré a verte? —preguntó él, con un tono que no sonaba ansioso, sino seguro de que la respuesta era solo un juego más.

Geist se detuvo en la puerta. No volteó.

—Espero que no.

No lo dijo con frialdad. Lo dijo con esa tristeza elegante que cargan quienes saben que desear algo es, precisamente peligroso. Ella pasó una mano rápida por su cabello, acomodándolo como si nada hubiera pasado. La amazona volvía a estar impecable, inexpugnable, la misma mujer que había entrado al bar con el ceño fruncido. Solo su respiración, aún un poco acelerada, la delataba.

—¿No me dirás tu nombre? —inquirió él. 

Geist se detuvo en el marco de la puerta. No giró del todo, pero sí lo miró por encima del hombro, arqueando una ceja con la misma ironía con la que había enfrentado a sus rivales en el bar.

—Tú primero.

Radamanthys soltó una risa baja, como si disfrutara demasiado del reto. No respondió. Solo sostuvo su mirada, seguro de que el silencio valía más que cualquier palabra. Geist asintió despacio, con una media sonrisa que no era dulce, sino filosa. Luego se llevó dos dedos a la sien e hizo un gesto de despedida militar, cargado de sarcasmo y orgullo.

Y se fue, cerrando la puerta con un chasquido firme.

Radamanthys dio una calada lenta al cigarro, mirando cómo el humo se deshacía en el aire. La sonrisa en sus labios se ensanchó apenas.

—Mentira… —murmuró para sí—. Claro que quieres volverme a ver.

Fin del Flashback

—¡Geist, por los dioses! —June se cubrió la boca, sin poder contener una carcajada—. ¿Dormiste con él sin saber que era Radamanthys?

—Sabía que no era un tipo cualquiera —respondió ella, encogiéndose de hombros con estudiada indiferencia—. Tenía algo... distinto. Y me gustó. Lejos de imaginarme que era un juez del Inframundo. Aunque las señales estaban ahí. 

Tethys la miró con media sonrisa, pero con los ojos entrecerrados.

—¿Y siempre haces eso? ¿Irte con extraños solo porque te gustan?

Geist dejó su copa sobre la mesa y la observó como quien evalúa si vale la pena gastar saliva. Luego sonrió con calma.

—No. Pero esa vez sí lo hice. Me gustó el tipo. Me lo quise tirar. Y ya. 

—¿Y lo hiciste solo por las ganas… o había algo más detrás? —preguntó Marín con sutileza.

Geist bajó la vista a su copa. La giró en la mano, como si buscara la palabra exacta.

—Digamos que ya sabía lo que era quemarse con alguien y salir herida. Esa noche no quise pensar en eso. Quise pensar en mí.

—¿Y cómo supiste que se trataba de Radamanthys? —quiso saber Hilda.

—Oh —resopló Geist como si apenas recordara un detalle trivial—. Fue al otro día. Sentí una energía poderosa proveniente del Inframundo. Me acerqué, y allí estaba él con otros espectros. Uno de ellos lo llamó por su nombre. Entonces lo supe.

Un murmullo recorrió al grupo.

—¿Y él supo que estabas ahí? —preguntó June con ojos brillantes.

—Me aseguré de que lo notara —contestó con descaro, como quien deja caer una carta ganadora.

—Claro… y él no supo quién eras tú. —Freya la observó con una sonrisa.

Geist inclinó apenas la cabeza.

—Digamos que encontró la manera de averiguarlo. La segunda vez que lo vi, ya sabía mi nombre.

Todas alzaron la mirada al unísono.

 

—¿Lo buscaste tú? —inquirió Marín.

—No. Me encontró él. Pero no pasó nada esa vez. —Se adelantó, anticipando sus pensamientos—. Pasó por mi lado y me llamó por mi nombre con una sonrisa de santurrón.

El silencio cayó pesado hasta que June lo rompió:

—Bueno, no todos los días alguien se acuesta con un juez infernal y vive para contarlo con tanto estilo.

Las risas volvieron. Shaina, en cambio, se quedó pensativa.

—¿Qué harás la próxima vez que lo veas? —preguntó la Cobra.

Geist arqueó una ceja.

—Lo enfrentaría… o me lo volvería a tirar. Depende del día. —Las demas se echaron a reir. 

—¿No te arrepientes? —insistió Shaina.

Geist recogió su copa, se la llevó a los labios y, con una sonrisa elegante, respondió:

—De lo que uno se arrepiente... es de lo que no se hace.

Y bebió hasta el fondo. Luego dejó la copa sobre la mesa con un leve chasquido, se recostó en el respaldo de la silla y pasó un dedo por la comisura de sus labios, como si sellara el secreto.

—Tiene razón —dijo Marín, alzando la copa—. Aquí no estamos para arrepentimientos. Ahora… ¿quién sigue? Hilda, ¿quieres un poco más de vino para animarte a hablar?

—¿No dicen que el trago causa estragos? —bromeó la peliplata.

—Por eso, nena, bebe —rio Tethys mientras llenaba su copa—. Anda, cuéntanos algo de tu delicioso cubo de hielo.

Hilda giró el vaso en la mano, con un aire más sereno de lo que sentía.

—No sé… —dijo despacio—. No quisiera incomodar a alguna ex de Camus.

Las carcajadas no se hicieron esperar.

—¡Aquí no hay ninguna ex de Camus! —aseguró Tethys con picardía—. Aunque, bueno… tampoco pondría las manos al fuego. Estas chicas son tenaces. Capaz alguna ya se lo merendó en secreto.

—¡Tethys! —protestó June entre risas—. ¿Cómo dices eso?

—Lo que escucharon —replicó la sirena, encogiéndose de hombros con descaro—. A ustedes les gusta el peligro. 

—Mira quién habla… —añadió Geist, con una sonrisa ladeada.

Hilda sonrió también, aunque con una calma estudiada.

—¿Y si sí? —preguntó de pronto, en voz baja pero clara—. ¿Quiero saberlo?

El comentario dejó un instante de silencio. Shaina fue la primera en hablar, con naturalidad, como si respondiera a una broma sin peso:

—Consejo gratis: no hagas preguntas de las que no quieres la respuesta.

El ambiente se alivianó enseguida. Las copas tintinearon, las risas volvieron y el tema pareció desvanecerse en la algarabía. Hilda rio junto a las demás, aunque en medio del bullicio sus ojos se desviaron apenas hacia Shaina. La Cobra bebía tranquila, como si nada de aquello la rozara.

Continuará… 

Notes:

Y bueno… este fue apenas el primer sorbo de lo que se viene. Si todo les pareció muy tranquilo, no se preocupen: las verdaderas escenas empiezan en los próximos capítulos. Todo lo que se insinuó aquí será contado con lujo de detalles y sin censura, en forma de flashbacks candentes, íntimos, y en más de una ocasión… algo escandalosos.

Así que acomódense, respiren hondo y prepárense, porque esta Noche de chicas recién comienza. Y lo que se dijo con una copa en la mano… se vivirá con piel en la memoria.

Gracias por leer.