Chapter 1: Epígrafe
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Ella era la verdad vestida de ficción. Él, la mentira que aún se creía necesaria.
Chapter 2: Jodido
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Tumbas Esmeraldas, Imperio de Orlais, 9:41 del Dragón
Solas abrió sus ojos azules antes que el día, con los ecos del bosque golpeando en su pecho.
La humedad de la mañana se filtraba por las telas de la tienda, y junto a él, el cuerpo tibio de la Inquisidora seguía respirando con la paz que a él le era negada. La rodeó con un brazo, deslizándose entre los mechones oscuros de su cabello, y hundió el rostro en su cuello.
Ese aroma perfumado. Ese calor...
Una sensación que empezaba a asociar con un tiempo más lento, menos cruel. Un tiempo que no existía. Que jamás existió.
Y, sin embargo, había mañanas en las que se mentía con descaro, diciéndose que podría quedarse a vivir en uno de estos instantes para siempre.
Esta era una de ellas.
Ella carraspeó levemente, sin despertarse del todo.
- Mmm... - fue un murmullo apenas audible. Él sonrió contra su piel, y la estrechó con un poco más de fuerza.
Sabía que no debía.
Sabía que estaba jugando con los límites que él mismo se había prometido no cruzar.
Pero las paredes se resquebrajaban. Día a día. Como ahora. Y solo era capaz de desear sentir cómo ella lo ansiaba, cómo anhelaba su cercanía, su contacto. Una experiencia que había olvidado (o tal vez enterrado) entre los escombros de guerras que ya nadie parecía recordar...
¿Acababa de pensar en Elvhenan como su pasado?
No. No.
Eso era una mentira peligrosa.
Él era elvhen. Ella, thedestre.
Por mucho que, a veces, se permitiera jugar a que no.
Elentari dio un suave suspiro.
- Buen día... - susurró con la voz aún ronca, y se apretó más contra él. Una risa breve, casi coqueta, se le escapó al notar su erección matutina. Lo miró por encima del hombro, luego se giró y lo besó.
Fue un beso vivo, como todo lo era en ella.
Elentari trepó sobre él con la soltura de quien no teme al deseo, cruzó una pierna sobre sus caderas y lo envolvió como si fuera suyo por derecho.
Solas se estremeció. La sostuvo a pesar de que, a poca distancia, Dorian emitía suaves ronquidos, completamente ajeno a lo que sucedía a su alrededor...
... porque esa audacia suya, esa libertad feroz con que se dejaba arrastrar por el fuego sin pudores ni máscaras... también lo encendía a él. Sentía cómo su maná ancestral parecía cobrar vida cuando ella lo reclamaba como suyo y el Lobo se entregaba...
Cuando se apartó, le acarició la mejilla. Ella lo miró con esos grandes ojos dorados, aún entornados por el sueño, y por un instante él deseó besarla otra vez. Suspender la boca sobre la suya y detener el tiempo.
Pero no lo hizo.
Por todas las razones que conocía de memoria.
Dorian era solo la más inmediata.
- ¿Has descansado? - preguntó Elen, aún cerca.
Solas asintió. No estaba cansado. Estaba enamorándose... como un idiota.
Ella se sentó encima de él y acomodó sus cabellos revueltos, dejando entrever el vendaje en su abdomen y los hematomas oscuros que todavía hablaban por sí solos: cicatrices vivas de la caída de Refugio, tan solo veinte días atrás.
Su cuerpo aún no se había recuperado.
El suyo tampoco... aunque sus heridas eran de otra clase.
Una vez que la Heraldo de Andraste fue devuelta a los fieles andrastinos, Solas había cedido a la Inquisición su antigua fortaleza élfica: Tarasyl'an Te'las, hoy llamada Feudo Celestial.
Allí, el Consejo la proclamó Inquisidora. Y desde entonces, su nombre rivalizaba con los más nobles de todos los reinos. Lo correcto era llamarla Ilustrísima.
A Solas le importaba menos de lo que debería.
El peso de ese nombramiento era otro ladrillo en la torre que los demás estaban construyendo a su alrededor. Él solo deseaba, por momentos como este, que esa torre jamás terminara de erigirse. Aunque sabía que su construcción ya había comenzado por encima de sus deseos personales. Ella era símbolo de fe.
Él...
... su adversario y mentor.
Elentari, ajena a sus pensamientos, rodó hacia un costado y empezó a buscar su ropa para arrancar el día.
Solas la observó vestirse. Y en ese gesto silencioso, se permitió una mentira más: la mentira de la cotidianidad. La ilusión de que tal vez podría habitar un día común. Que podría pertenecer a ese mundo de cuerpos tibios, de mañanas suaves, de palabras sin peso.
La miró como si ella fuera suya. Y él, de ella.
Quizás, en otro mundo... en un sueño del Más Allá pudieran serlo, algún día.
Elentari se acercó al mago de Tevinter y comenzó a sacudirlo con insistencia.
- ¡Dorian, despierta!
- Hacedor bendito... - gruñó el mago desde su rincón, cubriéndose con la capa. - ¿No enseñan modales entre los tuyos?
Ambos rieron.
Solas los observó sin intervenir. Dorian y Elen se entendían bien, tal vez demasiado bien. Y él no era ajeno a lo que eso podía significar.
- Solas - dijo el tevinterano con una sonrisa ladeada, mientras ahora era el apóstata quien se vestía. - ¿Me toca sacarla a mí o vas a seguir fingiendo esa encantadora neutralidad tuya?
Por supuesto que el shemlen sospechaba. Sabía que entre ellos dos había más que respeto o admiración. De momento, reservaba sus comentarios a situaciones privadas como esta. Pero era solo cuestión de tiempo antes de que los lanzara frente al resto del grupo. Dorian no sabía callarse por mucho tiempo.
- Te concedo el privilegio, Dorian. Es tu turno de contener a nuestra indómita líder.
- ¿Ya te ha dejado exhausto?
- Exacto.
Elentari le arrojó una almohada que Solas atrapó con facilidad, sin quitarle la mirada al mago.
Los tres rieron.
Aunque no era complicidad. Era cálculo.
Solas estaba jugando con el relato... una vez más.
Una Inquisidora interesada en un tevinterano era escandalosa. Más escandalosa que cualquier insinuación con un apóstata del sur.
Y para él, eso era un respiro.
Una jugada.
Las miradas se alejaban de Fen'Harel.
Y eso... era necesario.
Solas se levantó antes que los demás y abandonó la tienda con paso firme, dejando atrás el calor del cuerpo que aún no podía olvidar.
- ¿Sabes? Una dalishana corre peligro con un tevinto - le dijo el Toro al verlo salir de la tienda.
- Posiblemente - respondió, sin inmutarse. Pero su tono dejó abierta la posibilidad de que la cercanía entre aquellos dos escondiera las mismas intenciones que ella y él ocultaban al resto.
- Fairbanks nos espera en el Tramo del Vigilante. Ya hicimos nuestra parte...
- ¿Harding confirma que hemos derrotado a los Libres?
- Exacto. - sonrió Toro. - Ni uno quedó en pie.
El grupo liderado por la Inquisidora se encontraba en las Tumbas Esmeraldas, sitio de trágica memoria élfica.
En estos bosques, los legendarios Caballeros Esmeralda habían defendido contra la Capilla las tierras que Andraste había otorgado a los elfos que, liderados por Shartan, se habían rebelado contra el yugo tirano del Imperio de Tevinter.
Solas pensó durante un instante en la historia de su pueblo desde el día en que él mismo cayó en su letargo milenario.
Los elfos que habían sido arrasados por la Segunda Marcha Gloriosa en los Valles habían sido elvhen. Como él. Y había sido Mythal (en su envase mortal como Andraste) quien los guió hacia la libertad, al lado del valiente Shartan.
Los elfos asesinados en estas tierras fueron los supervivientes de Arlathan tras la caída de su imperio, después de que él dividiera el mundo y lo rompiera.
Y esos elfos ancestrales, los últimos vestigios del orgullo élfico, fueron los mismos que, siglos más tarde, volvieron a adorar a los falsos dioses que él mismo había desenmascarado bajo la insignia del Lobo Terrible.
Aun así, Solas no los juzgaba. Incluso podía comprenderlos.
Después de su desaparición tras la creación del Velo, después del colapso de Arlathan... ¿qué otra opción les había quedado?
Consideraron la decadencia del imperio como un castigo divino por haberse rebelado, y el silencio del Gran Lobo como una traición.
¿Habían nacido en esa época las leyendas que lo pintaban como el gran traidor de Elvhenan?
Todo indicaba que sí.
Y aun así... si Andraste había sido receptáculo de Mythal...
¿Por qué ella no defendió su nombre? ¿Por qué permitió que los elfos lo recordaran como un traidor? ¿Por qué eligió hablar en nombre de un dios único (el "Hacedor") e impartir sus enseñanzas a los hombres, mientras los suyos maldecían al Lobo Terrible?
¿Cuál había sido el plan? ¿Qué era verdad?
¿Qué la había motivado a mirar a un costado cuando su nombre se cubrió de oprobio, cuando las historias lo redujeron a un monstruo, cuando su pueblo olvidó que él también los había amado?
Que él aún los amaba...
Que se había despertado, finalmente, y volvía a luchar por ellos.
El sonido de la tienda abriéndose lo hizo estremecer.
Pensar en Mythal... y tener a Elentari cerca... aún le provocaba una sensación incómoda en el cuerpo.
La Inquisidora y Dorian emergieron, riendo como ya era habitual cuando pasaban tiempo juntos.
Él la miró. Y el sonido de su risa le quitó el aliento.
En momentos como este se sentía un tonto.
Un tonto deseando refugiarse entre sus brazos y fingiendo que no era el Gran Lobo... Y que era capaz de olvidar a los suyos.
Sabía que nunca podría.
Sabía que su vida estaba atada a la de ellos.
Porque él había condenado Arlathan.
Y era justo que su sacrificio les devolviera aquello que el Velo les arrebató.
- ¡Por fin deciden dejar el calor de esa tienda! - bromeó Varric al lado de la pequeña fogata en el centro del campamento.
El enano les sonrió, y el qunari levantó varias veces las cejas, insinuando sin disimulo la posibilidad de un romance entre la Inquisidora y el tevinterano.
Elentari desvió la mirada hacia Solas, y en ese gesto compartido, ambos se profesaron una promesa silenciosa: mantener las apariencias era necesario.
La vio descender los párpados, intentando disimular lo que sentía por él. Aun así, notó el leve rubor que teñía sus mejillas tan solo por volver a verlo.
Y él sintió cómo su cuerpo respondía a ese pequeño gesto, acelerándole los latidos.
- No digas tonterías... - respondió la Inquisidora, y caminó con paso resuelto en dirección a la exploradora Harding para ponerse al tanto de los avances de la Inquisición.
Por su parte, Solas desvió la mirada hacia Dorian y lo encontró sonriéndole, con esa media sonrisa de quien cree saber toda la verdad... y elige callarla.
Ambos se sostuvieron la mirada unos segundos. Luego, el elvhen decidió que no valía la pena iniciar una guerra fría. Simplemente desvió el cuerpo, girando sobre sus talones, y fijó los ojos en el paisaje: los árboles que lo rodeaban, erguidos como testigos mudos de cada elfo asesinado en estas tierras.
Chapter 3: ¡A la gloria, y al caos!
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"Que entre el invitado de honor... cuando se digne", pensó Nolan mientras esperaba que Solas se apersonara en el Más Allá.
Esta noche el Reino de los Sueños olía a incienso, deseo y desdén.
O... al menos lo hacía este sitio en particular.
Columnas de mármol levitaban sobre una laguna de nenúfares cristalinos, y alfombras imposiblemente rojas flotaban sin tocar el agua, como si el suelo mismo no fuera digno de sostener tanta pompa.
En el centro, un escenario: velas suspendidas, un cuarteto de músicos fantasmales (fantasmalmente desnudos) afinando instrumentos que nadie oyó jamás, y sobre un trono bajo de terciopelo púrpura, reclinado con teatral fastidio, Nolan, librando una tragedia en tres actos contra una copa de vino etérea a la que amenazaba con romper si no respondía a su voluntad.
Vestía demasiado bien para estar solo (bueno, "solo" era una forma de decir... considerando el circo de durmientes copulando alrededor de él).
Demasiado oro en los bordes, demasiada pulcritud en los pliegues.
Esperaba. Desde hacía rato.
Y eso no le sentaba bien.
Chasqueó los dedos.
La copa de vino etéreo flotó hasta sus manos, pero la rechazó con un bufido cuando la tomó, haciéndola explotar con su mente.
- Tarde como siempre... Gran Lobo... - dijo al aire, sin dirigirse a nadie. Después hizo una mueca. - No como siempre... como últimamente...
Los ecos le devolvieron la frase en qunlat, en lengua común y en élfico antiguo. Una burla poliglota, cortesía del ambiente.
Suspiró.
- Antes... llegabas puntal...
- Antes... tenías dignidad... - respondió Solas, que acababa de ingresar al rincón pactado.
Nolan desvió la mirada hacia el portavoz de los espíritus y, por supuesto, lo vio emerger entre los vapores del Más Allá, transformando el aire en niebla helada que se adhería a su andar como una capa invisible. Siempre impecable. Siempre él. Como si el propio Más Allá se alisara los pliegues para no desentonar.
Solas sabía representar el Orgullo con soberbia...
Por supuesto, el nuevo clima arruinó toda la atmósfera cuidadosamente construida: calor, deseo, cierto desorden teatral... y ahora glifos de protección que lanzó parpadearon con pulcritud disciplinaria.
Nolan soltó una risotada sarcástica.
- No me digas que esos glifos son para proteger a estos durmientes depravados que, con un solo espíritu del Deseo, arman una orgía.
- Los glifos son para disminuir las chances de que termines en el Vacío esta noche, mi querido Nolan.
- Oh, no sabía que estabas de humor homicida. ¿O solo con los que se te parecen demasiado?
Esta vez fue Solas quien sonrió, una media sonrisa que no alcanzó a sus ojos, y se acercó con su andar de siempre... tranquilo, medido, casi ceremonial. Al llegar junto al trono bajo, alzó una mano y conjuró con elegancia una copa de vino. Porque claro... hasta en los gestos más triviales, Solas era una sinfonía de control.
- ¿Ya no bebes? - preguntó justo cuando se dejó caer a su lado con total comodidad... como si no lo hubiera plantado en este sitio por tiempo indeterminado... y como si no encontrara fastidioso el escenario que Nolan había montado mientras lo esperaba.
Le tocó al rubio devolver la sonrisa, inclinando la cabeza apenas.
- Te estaba esperando para hacerlo. Ya sabes... aborrezco beber solo...
Fue entonces cuando los músicos espectrales comenzaron a tocar una melodía indecisa: un vals entrecortado, con notas que tropezaban entre sí como los pasos de un elfo que acaba de descubrir el vino y el poder al mismo tiempo.
Solas bebió en silencio sin mostrar una pizca de emoción. Nolan, en cambio, no le quitaba los ojos de encima. El portavoz que conocía detestaba cuando se jugaba con entidades espirituales o personas y, sin embargo, aquí estaba, fingiendo desinterés y apatía...
¿Qué era lo que venía ocultando desde el último mes?
- He estado en Ostwick. - dijo el rubio de pronto, sin adornos. Era peligroso jugar con la paciencia de Fen'Harel. Todos sus agentes lo sabían...
Solas se giró casi de inmediato.
- ¿"Has estado" o "estás"?
Nolan le sonrió con complacencia.
- He estado, mi querido Lobo Rebelde.
- ¿Y ahora?
- En las Llanuras Exaltadas. - respondió con suficiencia.
Solas sonrió, iba entendiendo hacia dónde iba la charla.
- Cuando dices que "has estado", ¿de cuánto tiempo estamos hablando?
El rubio, sin dejar de sonreír hizo aparecer una copa soberbia en elegancia, bebió un sorbo del excelso vino antes de responder y luego, confesó:
- Del tiempo exacto que los eluvians permiten ese tipo de viaje, mi Lobo Terrible.
Solas acercó la copa y ambos chocaron en un brindis cómplice. La comisura de los labios de Fen'Harel dibujaron una media sonrisa de satisfacción y, esta vez, el brillo de complacencia en aquellos ojos azules acompañó el gesto.
- Bien hecho, Nolan.
El rubio dejó escapar una carcajada seca.
- Hace un instante amenazaste con matarme.
- Eso porque pareció que habías perdido tus habilidades. - bromeó Fen'Harel. - ¿Ya tienes la clave para comandarlos?
- No, mi querido Lobo... Briala no confía taaaanto en mí. Pero lo suficiente para haberme facilitado la opción de moverme a través de éstos y contarme acerca de ellos.
Entonces, lo vio suspirar algo desilusionado. Después, acercó la copa y bebió también en silencio.
Sin mirarlo, transcurrido unos segundos, el Lobo preguntó:
- ¿Ya eres uno de sus rebeldes?
- No, aún tengo que deslumbrarla. ¿Se te ocurre alguna idea? Porque déjame recordarte que mi papel de multiple-agente infiltrado en todos los rincones de Thedas me agota, Solas...
- Esas son solo excusas...
Nolan rio con rabia contenida.
- Entonces conviértete tú al Qun...
Solas no respondió.
- Pensé que tendrías algunas de tus brillantes ideas para ayudarme con Briala.
El Lobo dio otro sorbo sopesando las palabras de su compañero... Se le ocurría alguna idea, pero...
El elvhen rubio lo contempló en silencio, intentando comprender ese silencio en el Lobo Terrible.
- Solas... - dijo, y ahora el tono cambió. - Hay algo más.
El Gran Lobo lo miró de soslayo, sin moverse. El silencio entre ellos adquirió peso.
- Estuve también con la Viddasala.
Solas no reaccionó de inmediato, pero el gesto sutil, esa forma de sostener la copa más fuerte, casi imperceptible, bastó para que Nolan supiera que lo había captado.
- ¿Y?
- Está perdiendo el control. - bebió. - Ya no habla como agente. Habla como una fanática del Qun. De las peligrosas. Con rabia. Con nombre propio. Está obsesionada con la Brecha y convencida de que la única forma de "purificar el sur" es con fuego. O, bueno... con la "senda de la espada."
Consideró que mencionar el hecho de que había sido una broma de él la semillita que dio origen a aquella idea era un detalle minúsculo... y no iba a molestar a Solas con aclaraciones innecesarias...
- ¿Quiere atacar al Sur? ¿Qué dice el Triunvirato a todo esto?
- No saben que ella planea atacar. Por el momento, ellos la ignoran. Prefieren la cautela. Pero ella ya tiene seguidores. Y fanáticos. Y armas... e intención.
Solas se quedó quieto. Eso no era bueno...
- Entonces se adelantará. - sentenció, finalmente. Esa vez, no bebió, solo apretó la copa.
- Sí. Y no lo hará de forma elegante. Por suerte... también estoy infiltrado ahí.
Solas chasqueó la lengua y dejó la copa suspendida a su lado. - Maldición.
- Te lo advertí, ¿recuerdas? - dijo Nolan, y su tono volvió a vestir ironía. - Que si no matabas el relato, el relato te mataría.
El Lobo asintió, sombrío.
- ¿Has rastreado a sus contactos en Ferelden? ¿Sus ideas ya tienen alcance?
- Algunos. Pero no tengo ojos en los bosques del sur. Por eso vine. Porque eres tú quien camina esas tierras... - silencio. - Solas... si me das un nombre, uno solo, puedo ofrecérselo a Briala. Y entonces...
- ... serás su héroe... - completó Solas, aunque sin burla... comprendiendo que era necesario intervenir... a pesar de todo.
Se hizo un silencio denso...
Profundo.
Nolan no le quitaba la mirada de encima. Solas no era el mismo... había algo... algo que no alcanzaba a entender.
- Fairbanks - dijo finalmente Fen'Harel, con sequedad.
- ¿Fairbanks? ¿El líder de refugiados y campesinos orlesianos que los protege de la Guerra de los Leones? ¿¡Y qué demonios hago con eso, Solas!?
- Lo está protegiendo la Inquisición... - respondió Solas. No, Fen'Harel.
Suspiró, tomó la copa de vino, dio otro sorbo y aguardó solo por un instante.
- Ese nombre es un velo... un disfraz. Fairbanks es de origen noble... - Nolan lo escuchaba con atención... esa información era la que pondría a Briala en su bolsillo... - De la familia Lemarque... Hemos encontrado la documentación que lo demuestra... se encuentra en manos de la Oficial de Requerimientos de la Inquisición.
Fen'Harel probó otro sorbo.
- ¿Mi recomendación? Obtenla antes de que llegue a manos de Leliana.
Nolan dejó escapar una risotada.
- ¡Claro! Porque no tengo al Gran Lobo durmiendo en esas tiendas, ¿verdad? Porque no sería más fácil que él, ¡que se dice mi amigo!, me las entregue.
- Yo no haré tu trabajo, Nolan. Si quieres esa documentación, sabes donde está. Si quieres seguir mis recomendaciones... el tiempo corre... Tic, tac... querido Nolan.
- Eres un idiota...
- Entrega esa documentación a Briala... - dijo Fen'Harel cuando se puso de pie. Sus palabras adquirieron el peso de una orden. - Y que sea tuya la gloria.
Nolan alzó su copa y brindó en el aire con sorna.
- A la gloria... y al caos... Fen'Harel.
Solas no brindó. Solo se volvió hacia el vacío y abandonó aquel sitio.
- A la gloria y al caos... amigo de mierda... - murmuró Nolan y se bebió todo el contenido de su copa en solo acto.
Chapter 4: Los que no encajan en ningún relato
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Todas las mañanas en este sitio solían ser calurosas. Ese tipo de calor pegajoso que se te adhería a la piel y te hacía sudar con solo existir.
Excepto, claro, cuando eras mago... como lo era Dorian.
Llevaban ya un buen tiempo recorriendo las Tumbas Esmeraldas y habían logrado derrotar a los Libres que causaban problemas a Fairbanks.
Lo interesante era lo que habían descubierto por la mañana: el hombre que protegía a los refugiados era de orígenes nobles y había optado por renunciar a sus raíces y fingir ser un plebeyo más con un corazón valiente. Y Dorian podía entenderlo. No porque él estuviera dispuesto a renunciar a su estatus de altus (¡por los antepasados imperiales, jamás!), sino porque sabía lo que era huir del peso sofocante de un apellido. ¿Acaso no era eso lo que había estado haciendo desde que decidió habitar el sur de Thedas?
No... no exactamente.
Era más complejo que eso. Siempre lo era.
Esa mañana caminaba en medio del grupo. Elentari iba al frente, marcando el paso con esa energía infatigable que agotaría incluso a un espíritu de la Voluntad. Y exigía, por supuesto, más de lo necesario (como siempre). Sin embargo, en los últimos días, Dorian había notado un detalle revelador: Solas ya no se quedaba en la retaguardia. Ahora caminaba más cerca de ella. No lo suficiente como para generar habladurías, pero sí lo bastante como para dejar claro que la estaba... vigilando. O quizás protegiendo. ¿De qué? Pues solo el elfo lo sabía...
Porque para Dorian era obvio, aunque ellos lo disimularan, que allí había afecto.
Él recordaba (oh, sí, lo recordaba bien) el rostro vacío de Solas cuando creyeron que ella había sido tragada por la avalancha en Refugio. Recordaba la rabia, la forma en que su magia había cortado el aire como un látigo. El modo en que su mirada había vagado sin ancla, día tras día, hasta que la Heraldo de Andraste resurgió, otra vez, de entre los muertos. Porque así era ella, inmortal por terquedad.
A veces, Dorian se preguntaba qué veía Elentari en él. Porque, seamos honestos, lo que Solas veía en ella era evidente hasta para el mabari del campamento. Era preciosa, sí, pero también audaz, incisiva, increíblemente capaz y, lo más frustrante de todo, genuina. Era poderosa sin parecerlo, lúcida sin ser cruel, y tenía esa habilidad tan injusta de resolver dilemas en menos tiempo del que él tardaba en peinarse el bigote.
Pero luego estaba el apóstata errante...
Solas era un elfo melancólico con un gusto por lo estético que, ¡por las pelotas de Maferath!, dejaba muchísimo que desear. Para empezar, esos harapos que usaba a diario. Sí, se le ajustaban al cuerpo con una precisión insultante, y sí, su complexión física era suficientemente atractiva como para causar tropiezos... pero aun así: ¡harapos!
Se movía como si hubiera nacido para ser príncipe de una corte que nunca existiría. Caminaba con la solemnidad de un rey desterrado que consideraba que cada piedra del camino le debía reverencias. Un ego monumental enfundado en la modestia de un mendigo.
Era, esencialmente, una contradicción imposible.
Un elfo, ¡por todos los viejos dioses!
Un elfo con la arrogancia y la inteligencia para humillar al más sabio de los archimagos de la Gran Biblioteca del Círculo de Minrathous, y aun así... un errante. Nacido en una aldea decrépita, en un reino salvaje lleno de campesinos sin modales y adoradores de perros.
Dorian frunció los labios.
Demasiado racismo.
Demasiado Tevinter.
Tendría que trabajar en eso.
Esta mañana, Elentari caminaba con una soltura hipnótica. Dorian la veía sonreír mientras aquellos hermosos ojos dorados contemplaban la fauna local, y sus pies ligeros esquivaban raíces y obstáculos sin que ella pareciera prestarles atención.
Todos los días en este sitio habían sido así. Ella parecía haber robado vitalidad de los árboles ancestrales desde que había pisado el bosque y sentido su historia élfica. Estaba feliz. Y eso la volvía radiante.
Hasta que, claro, sus pies la traicionaron.
Trastabilló al toparse con una raíz pequeña (pero bien aferrada a la tierra) y su tobillo se dobló con un gesto que hizo a Dorian contener la respiración. Pero no llegó a caer...
... porque Solas la sostuvo.
Y fue en ese momento en el que el tevinterano comenzó a entender a la dalishana...
El movimiento del apóstata fue rápido, preciso, automático. La mano del elfo reaccionó con la misma velocidad con la que conjuraba hechizos en batalla, pero esta vez no hubo violencia ni contundencia, la tomó con una delicadeza que rozaba lo reverente.
Y entonces ocurrió.
Se miraron.
Y al hacerlo, los mismos bosques parecieron reaccionar, como en los cuentos antiguos donde los pajaritos cantan y los pimpollos florecen...
Todo muy perfecto para un par de elfos empalagosos.
Ella giró el rostro y sus ojos se encontraron con los de su sombra protectora.
- ¿Te encuentras bien, Inquisidora?
Solas no la soltó. Y Elentari no pareció interesada en que lo hiciera.
- Sí... solo... me torcí un poco el tobillo, pero puedo seguir caminando. Gracias, Solas...
Dorian continuó observando. Testigo de una mirada que no requería palabras. El elfo la contempló con una intensidad que volvió sus ojos más profundos, más oscuros.
En esa forma de mirarla, él podría jurar que el apóstata confesaba (sin abrir la boca) que pasarían décadas antes de que se cansara de ser testigo de su belleza.
Una corriente eléctrica lo atravesó.
Nadie lo había mirado a él así nunca.
Y sintió, sí, un poquito de envidia.
Sana, claro.
Se alegraba por su preciosa Inquisidora. Por haber logrado cautivar a ese elfo testarudo, arrogante, contradictorio...
Un elfo que, aunque no lo supiera, ya no tenía ojos para nadie más.
Y fue ese día cuando a él también comenzó a gustarle lo mal que encajaban en aquel cuento de amor.
Ella, una dama. Él, un vagabundo.
Solas era rutina. Elentari, caos.
Él, su calma. Ella, su tormenta.
Poco a poco, se dejó atrapar por esa imagen: la de la pareja improbable, que no debería encajar en ningún relato...
Y que por eso mismo parecían tener derecho a inventarse el suyo.
Y Dorian, por supuesto, decidió estar allí para verlo.
Si Solas necesitaba una coartada para su romance, que vinieran todos...
... porqué él sería el telón de fondo. El cómplice. El testigo encantado de ese desastre glorioso. Oh, ¡cómo le gustaba las historias imposibles!
Este par de elfos... acababan de encontrar un aliado inesperado. Ya que, Dorian, por el momento, eligió creer que podía hacer posible este cuento de amor.
Chapter 5: Una máscara de Nolan
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Habían pasado dos días desde que la Inquisidora y su equipo se habían reunido con Fairbanks en el Tramo del Vigilante para discutir las actividades sospechosas en las Tumbas Esmeraldas. El hallazgo de templarios rojos en la zona era inquietante por sí solo, pero lo que verdaderamente la desvelaba era la creciente presencia del lirio rojo.
Fairbanks, líder de un grupo de refugiados y campesinos orlesianos, había hecho lo imposible por proteger a su gente de la guerra civil que arrasaba Orlais. Durante la investigación, la Inquisición había recuperado una serie de documentos que revelaban su linaje noble. Cuando ella se lo mencionó, él se limitó a encogerse de hombros y negó con la cabeza. "Rumores", había dicho. Y con eso bastó.
Elentari sabía que su verdadero nombre era Evariste Lemarque. Sabía, también, que podría haberlo usado como recurso político. Pero eligió no hacerlo, por respeto, ya que ella misma conocía lo que significaba no querer cargar con una historia que otros te imponían.
Caía la tarde cuando Elentari divisó a lo lejos a Fairbanks, enfrascado en una conversación con un hombre de cabellos rubios que le daba la espalda. Parecían inmersos en una discusión tensa.
Como era habitual, la dalishana se había adelantado al resto del equipo, dejándolos rezagados hacía ya un buen rato. Con su andar ágil, se aproximó a los hombres, y a medida que se acercaba pudo notar la rigidez del orlesiano: brazos cruzados, ceño fruncido, mandíbula apretada. El otro, en cambio, contrastaba por completo. De postura relajada, con un laúd colgando despreocupadamente a su espalda y un tono de voz ligero, casi musical, parecía inmune a cualquier urgencia.
Sin intención de interrumpir, Elentari se detuvo a una prudente distancia. Aun así, sus pasos captaron la atención del desconocido, que giró hacia ella con curiosidad.
Notó que se trataba de un elfo, mejor aún, dalishano. De rasgos marcados y viriles, lucía sobre la piel la vallaslin de Mythal. Sostenía unos documentos en la mano y parecía, al menos en apariencia, completamente ajeno al caos de guerra y lirio rojo que impregnaba esa zona.
- Andaran atish'an, lethallan. - saludó el elfo con una sonrisa serena.
Elentari, sorprendida por la calidez que le provocaba escuchar su lengua madre, no pudo evitar corresponder con una sonrisa.
- Aneth ara...
Hacía mucho que no interactuaba con los suyos, y encontrar a un hermano dalishano le sentó como una brisa fresca tras días de tensión. Los problemas que había tenido con los suyos el año anterior parecieron no existir y solo fue capaz de recordar los buenos momentos.
- Oh, veo que se conocen. - interrumpió Fairbanks, seco. Había una nota de molestia en su voz que no pasó desapercibida.
- Para nada, Evariste. - replicó el elfo sin siquiera mirarlo, y aquello hizo que Elentari alzara levemente las cejas. No muchos conocían el nombre verdadero del líder rebelde. ¿Acaso eran viejos conocidos? - Simplemente es un placer encontrar a uno de los míos...
- El placer es todo mío. - aseguró Elentari, sin perder el gesto amable, pero ya con cierta cautela asomando detrás de los ojos.
- ¿Cómo es tu nombre, lethallan?
Fairbanks soltó una risa sarcástica a su lado. Elentari lo vio desviar la vista al suelo y contener el aire antes de responder:
- Vienes hasta aquí con bravuconería y pedantería, pero no sabes quién es ella.
El rubio frunció levemente los labios y giró la mirada hacia Elentari. La examinó de arriba abajo, con descaro medido, hasta que sus ojos se detuvieron un instante en su palma izquierda. No había allí ningún brillo ni marca evidente, pero tras las palabras del orlesiano, el elfo pareció deducirlo.
- ¿No irán a decirme que me encuentro frente a su Ilustrísima, Inquisidora Lavellan?
Lo que la sorprendió no fue tanto el tono irónico como el hecho de que conociera el nombre de su clan. Ella había creído que "elfa dalishana" bastaría como identificación.
- Sí, soy la Inquisidora. Y como he dicho, es un placer conocerte... - repitió, esta vez dejando que su tono marcara con claridad que no lo conocía.
- Soy Nolan del Clan Adahlen. - respondió él con una sonrisa mucho más amplia que la ofrecida en el primer saludo.
Fue un gesto extraño, que no pasó desapercibido. Elentari se preguntó qué lo había motivado. Por un segundo se reprochó la sospecha, tal vez solo estaba siendo paranoica por prestar atención a detalles tan nimios... tal vez no había segundas intenciones.
Pero no.
No era paranoia. Era instinto.
Aquella sonrisa demasiado amplia no había sido casual. Formaba parte de un juego sutil, uno que ella aún no alcanzaba a comprender... pero que Solas, si tan solo estuviera allí, sí entendería.
Porque el Clan Adahlen... ya no existía. Había sido arrasado por Fen'Harel durante su despertar en Nevarra, apenas un año atrás.
Nolan había elegido usar ese nombre por dos razones.
La primera, evidentemente, para fastidiar a Solas. El muy bastardo ni siquiera se había molestado en facilitarle la documentación que, la noche anterior, el elvhen rubio había tenido que ingeniárselas para robarle a la Inquisición por su cuenta... Y sí: más le valía a la Inquisidora agradecer que solo había dominado mentalmente a su Oficial de Requerimientos y no la había asesinado.
Y la segunda razón era, sin embargo, aún más pragmática: un clan inexistente no dejaba cabos sueltos.
- Este hombre es un mentiroso profesional, Inquisidora. - espetó Fairbanks, justo cuando el resto del equipo de Elentari llegaba a su lado.
Ella fue testigo de cómo el elfo dalishano los inspeccionó con la misma impertinencia con que la había mirado a ella.
Dorian. Solas. Varric. El Toro.
Todos, uno por uno, sometidos a un escrutinio descaradamente teatral.
- ¿Sabes, Evariste? - comentó Nolan mientras sus ojos se demoraban en los brocados de Dorian. - Eso mismo dijo mi última amante... Lástima que ella también mentía bastante, así que no sé si cuenta - añadió, llevándose una mano al corazón, dramático.
Dorian soltó una risita sin querer, y contagió a la Inquisidora, que tampoco pudo contenerse.
- ¡Oh! Pero miren nada más... - exclamó el rubio con tono burlón. - ¿No será mi día de suerte? Otro hermano mío... Aneth ara, lethallin...
Varric no se aguantó y estalló en carcajadas.
- Eh, no... Creo que ese elfo no se consideraría tu hermano - comentó.
- Bueno, en eso tienes razón - concedió Nolan con elegancia. - Carece completamente de mi buen porte...
Esta vez, la carcajada fue de Toro.
El único que no reía era... por supuesto: Risitas.
- Por favor... no le preguntes si es dalishano o de elfería... - bromeó Dorian, lanzando una mirada a Solas con regodeo.
Nolan respondió con una media sonrisa cargada de complicidad venenosa, como si hubiese disfrutado cada segundo de aquella incómoda insinuación.
Sin más, retiró su atención del grupo y extendió con soltura los papeles que sostenía hacia Fairbanks.
- El mentiroso profesional, al parecer, tiene documentación probatoria que lo respalda...
Y fue en ese momento en el que Elentari reconoció aquellos papeles...
¡Eso le pertenecía a la Inquisición!
Sin pensarlo, empuñó el báculo y el relámpago brilló con fuerza eléctrica.
Nolan sonrió. Y se escurrió con una gracia casi teatral hacia un costado, sacando dos dagas afiladas con un movimiento elegante y preciso.
Solas hizo lo propio. Alzó su báculo con lentitud premeditada, apuntándolo con un deleite apenas disimulado. Por un instante, le regaló a su "amigo" una sonrisa torcida, esa que siempre venía con advertencia... "Aquí no nos conocemos, tendré que atacarte."
Toro, Dorian y Varric tomaron posición de inmediato, como piezas de un engranaje que conocía muy bien el peligro.
- ¿No te parece estúpido enfrentar a la Inquisidora? - quiso saber el qunari, imponente, con la sombra de su torso cubriéndolo todo.
- Estúpido sería que mi presentación a su Ilustrísima fuera una de esas bienvenidas corteses y olvidables - replicó Nolan, alzando una ceja mientras jugueteaba con una de sus dagas. - Si no lo hago con estilo, ¿cuál sería el sentido?
Dorian volvió a reír, encantado. Definitivamente, sería una pena tener que asesinar a un elfo tan... exótico, como atractivo.
- ¿Pueden detenerse... solo por un segundo?
La voz de la razón fue, para sorpresa de todos, la de Fairbanks. Se interpuso entre la Inquisidora y el trovador élfico con los brazos extendidos, lanzando una mirada de fastidio a ambos bandos.
- ¿Qué demonios significa todo esto?
- Oh... las voces razonables siempre lo arruinan todo - suspiró Nolan con fingido pesar, y guardó las dagas en un movimiento elegante. Luego elevó ambas manos, palmas visibles, como gesto de tregua.
Elentari, sin embargo, no bajó su báculo.
- ¿Cómo es que tienes esa documentación en tus manos?
El elfo la miró con fingida inocencia, luego lanzó una rápida mirada a Solas (tan solo disfrutando de su incomodidad) y regresó a Elentari con una sonrisa ladina.
- Oh, ¿cómo te confieso esto sin arruinar el misterio? - murmuró con tono melodramático. Bajó la mirada como si midiera sus palabras... y luego, con estudiado desenfado, añadió:
- En realidad... creo que nuestro buen Evariste tenía razón desde el principio.
Hizo una pausa.
- He mentido - dijo Nolan, con aire teatral. - Profesionalmente, además.
Y, en honor a la verdad... - aquí su tono se tornó más suave, casi sincero - siempre supe quién eras, Ilustrísima.
Otra pausa.
- De hecho... estoy aquí por ti.
Y aunque el tono fue ligero, Elentari sintió cómo esas palabras la atravesaron como una advertencia disfrazada de galantería.
¿Cómo demonios se había hecho con aquella documentación el elfo?
Julia Andrew (Guest) on Chapter 5 Sat 06 Sep 2025 04:39PM UTC
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