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En la tranquila y aburrida Lenora en California
La mesa estaba llena, pero el aire se sentía vacío.
La familia Byers (Joyce, Jonathan, Will y Eleven) compartía la cena con sus improbables acompañantes: Mike, Argyle y Murray.
Todos masticaban el risotto de Murray sin ganas, cada quien fingiendo que aquello era una noche común, el silencio pesaba.
Los más jóvenes evitaban cruzar miradas; los dos mayores, Jonathan y Argyle, apenas disimulaban lo distraídos (y drogados) que estaban, Joyce, por su parte, intentaba llenar los huecos de conversación con un entusiasmo nervioso -bueno, veran, mañana yo y Murray debemos...-
En ese momento, el timbre de la puerta sonó.
Mike, incómodo, se levantó, casi agradeció la excusa para escapar de aquella mesa, aunque lo que encontró al abrir la puerta lo dejó helado, frente a él, un reflejo viviente.
Ambos se miraron con la misma expresión de desconcierto, el recién llegado pregunto -Mike ¿cierto?-
Mike tragó saliva y asintió agregando -y tú solo puedes ser… Miles, vaya… siempre pensé que E…Jane, exageraba en sus cartas al decir “idéntico”-
El silencio que siguió fue tan extraño como incómodo, se estudiaron el uno al otro, incrédulos, hasta que Mike rompió la tensión con torpeza -¿Qué marca de acondicionador usas?-
Miles frunció el ceño y pregunto -¿Está Will?-
Empezó Mike -estamos cenando, si esperas un mome…- pero Miles ignoro al campesino de la camisa ridícula y entro a la casa.
Todos en la mesa lo miraron sorprendidos, Joyce fue la primera en reaccionar -Oh, hola, Miles no te esperábamos… ¿quieres unirte a nosotros?- señalando una silla vacía.
Él sacudió la cabeza algo incomodo y respondió -no gracias Joyce, solo venía a darle algo a Will- ganándose una mala mirada de Mike por usar su nombre y no "señora Byers"
Will se levantó con dudas, el corazón latiéndole con fuerza, Miles parecía incómodo, como si cargara un peso invisible.
Finalmente se quitó el estuche que llevaba colgado del hombro y lo extendió hacia él diciendo -sé que ya es muy tarde y no quería interrumpir nada, pero… bueno… feliz cumpleaños-
El silencio fue total.
Casi todos ahogaron un gemido de sorpresa, Mike, que observaba desde atrás con desaprobación, dio un traspié y estuvo a punto de caer al suelo, Joyce, Jonathan y Eleven intercambiaron miradas horrorizadas hacia el calendario en la pared: 22 de marzo.
En la otra punta de la mesa, a Argyle y Murray no les importó en lo más mínimo, el primero seguía picando pan, el segundo bebía vino como si no hubiera pasado nada.
Will, con las manos temblorosas, abrió el estuche, tragó saliva y forzó una sonrisa mientras murmura -es una… ¿guitarra?-
Miles aclaro -un bajo, en realidad- con una seriedad que volvió el silencio aún más espeso.
Will asintió, inseguro y dijo -Gracias-
Miles, incómodo con la falta de entusiasmo y con el ambiente enrarecido, pensó en pedir una rebanada de pastel para suavizar la escena.
Pero al recorrer la mesa con la mirada noto que no había pastel, ni globos, ni otros regalos, solo platos a medio vaciar, vino barato y el risotto frío de Murray.
El aire se volvió irrespirable y pregunto -¿Podemos hablar en privado?- dirigiéndose solo a Will.
Will no dudó ni un segundo -Sí- más desesperado por huir de las miradas de culpa que lo taladraban desde la mesa que por interés en la conversación.
Se levantó, y Miles lo siguió hasta el patio trasero.
El frío de la noche los envolvió. La puerta se cerró detrás de ellos, amortiguando las voces que quedaban adentro, por un momento solo escucharon el crujir de la madera bajo sus pasos y el zumbido lejano de los grillos.
Miles se frotó las manos, buscando las palabras -al principio pensé en comprarte pinturas y pinceles… pero luego asumí que todo mundo te regalaría eso-
Will bajó la mirada, sintiendo que un nudo le apretaba la garganta, Miles continuó, un poco más seguro -y… recordé que dijiste que querías probar cosas nuevas, así que pensé que podía enseñarte a usarla y… podríamos tocar juntos de vez en cuando-
El silencio que siguió no fue incómodo, sino expectante, Will levantó apenas los ojos hacia él, sorprendido, como si de pronto la idea de un bajo entre sus manos abriera una ventana a algo un poco diferente en su vida.
Desde la casa se escuchaba un caos de trastos moviéndose y gritos, como si alguien hubiera decidido reorganizar todo de golpe, Will, consternado, rodó los ojos y prefirió ignorarlo y pregunto -entonces… ¿aún quieres ser mi amigo…? incluso luego de… lo que pasó-
Miles negó con la cabeza con rapidez y dijo -mira… eso estuvo incómodo… muy incómodo, y en serio lamento si te di alguna señal de que…-
Will lo interrumpió -no... no fue culpa tuya, es solo parte de mis problemas- claramente avergonzado.
Miles sonrió tímidamente, con un ligero rubor en las mejillas parra responder -Will… hemos dormido en la misma cama de cuchara al menos tres veces… no puedo decir que no fue culpa en parte mía… pero lo importante es que eres mi mejor amigo en toda mi vida, y por muy incómodos que nos podamos sentir al principio, no quiero renunciar a eso… si tú quieres- con determinación.
Will, con los ojos húmedos, asintió apenas.
Miles le dio un amistoso golpe en el hombro, y Will lo devolvió con la misma fuerza. Miles se alejó por el patio hasta la calle, dejando a Will con una mezcla de alivio y tristeza.
Al volver a entrar a la casa, un coro improvisado los recibió -¡FELIZ CUMPLEAÑOS!-
Frente a él había un “pastel” improvisado: un hotcake gigante con la inscripción “feliz cumpleaños” escrita torpemente en crema batida. Will suspiró huraño:
-por favor, no sean hipócritas-
Sin decir más, tomó el estuche que había recibido de Miles y se dirigió a su habitación, cerró la puerta con fuerza, dejando atrás a Joyce, Jonathan, Eleven, Mike, Argyle y Murray, quienes suspiraron resignados.
El silencio que quedó en la casa era pesado, solo roto por el zumbido del refrigerador y el ocasional crujido de la madera vieja del piso, como si todo reconociera la incomodidad y el cariño que Will había decidido refugiar detrás de su puerta.