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I'm starving, darling (Let me wrap my teeth around the world)

Summary:

"Campeón, mi campeón… esto es lo que eres. Lo que serás. Tómalo todo. Quémalo todo si es necesario."
El tono no era una reprimenda.
Era adoración.
Sintió como algo eléctrico le recorría la columna.
***
WDC 2025 (CHAOS VERSION)

Notes:

Esta es una forma extraña de lidiar con este final de temporada, ESPECIALMENTE después de lo que sea que fue Qatar 2025.
Así que en esta historia es eso, mi deseo escrito del desenlace de esta temporada.
Perdón a las fans de not-oscar. Era esto o una crisis, o un shopping spree, o terapia. Esto salía más barato.

Gracias, gracias a Miss. S que se leyó todo este plot sacado de quien sabe donde y me estuvo apurando a que quede lo antes posible.

Ahora lo normal, lo de siempre.
Esto es una fragmento de imaginación, no posteen esto fuera de aquí. Sean educados, si tienen alguna afiliación con alguno de los involucrados, no le enseñen lo que repta aquí en los confines del internet.
:)

Chapter 1: I.

Chapter Text

I'm starving, darling

 (Let me wrap my teeth around the world)

 

“¿Vas a dejar que las cosas terminen así?”, susurró la voz, suave como un hilo de humo que se enroscaba en su mente. “Teniendo tanto potencial… tanta hambre… tantas ganas…”

“Basta.”
Apenas pudo pronunciarlo. Su garganta estaba seca.

“Aún recuerdas el sabor de tu último campeonato, ¿no? Ese vértigo. Esa gloria. ¿Quieres que se quede así? ¿Convertido en un sueño que dejaste que un niño mimado y un equipo mediocre te arrebataran?”

Oscar cerró los ojos un instante. Solo uno.
Y aun así, la habitación pareció inclinarse.

La voz estaba en su cabeza. ¿Verdad? Tenía que estarlo.
No había sonido de pasos, no había sombra bajo la puerta, no había respiración ajena.
Había cerrado con llave.

Estaba solo.

“¿Y si así fuera?”, murmuró la voz, como si respondiera a sus pensamientos. “¿Si solo estuviera en tu cabeza, qué harías? ¿Se lo dirías a Mark? ¿A Andrea? ¿A Tom?”

Un leve tono burlón, como una sonrisa invisible.

“Ellos te enviarían directo al médico de tu equipo, que con auténtico placer redactaría un informe detallado sobre cómo la presión por fin te quebró. Le escribiría  a Zack que no eres apto para correr.”

Un escalofrío le recorrió la columna.

“¿Qué quieres de mí?”, preguntó, intentando sostener su propia voz.

“Lo que puedas ofrecerme, Oscar. Tan solo eso.”

Basta. Basta.
No es real.

Es el estrés, se dijo. La tensión del campeonato. La sensación de que todo podía escaparse entre sus dedos como arena fina. Tan sólo quedaban dos carreras, dos oportunidades.

“Oh, Oscar…” suspiró la voz, ahora cerca. Demasiado cerca. “Soy más que el resultado del estrés de esta temporada. Más que tus frustraciones… o tu dolor.”

BASTA.

“Tú me llamaste”, dijo la voz, esta vez con una firmeza que le heló la sangre. “Desde tu odio. Desde tu rencor. Desde tus deseos de venganza. Desde cada emoción reprimida que finges no sentir.”

NO.

Chapter 2: II.

Summary:

“Tú me llamaste”, dijo la voz, esta vez con una firmeza que le heló la sangre. “Desde tu odio. Desde tu rencor. Desde tus deseos de venganza. Desde cada emoción reprimida que finges no sentir.”

NO.

Notes:

Faltan 7 horas para el inicio de la FP1 de Abu Dhabi.
Enjoy the ride.

Chapter Text

“¡SÍ! Y ASÍ COMO LLAMASTE… RESPONDÍ.”

Oscar retrocedió, tropezando con la esquina de la cama. Necesitaba silencio, oscuridad, algo que lo desconectara. Entró tambaleándose al baño. Tenía pastillas para dormir en su neceser. Todo estaba negro, silencioso, como si la casa entera contuviera el aliento.

Pero la voz no se alejaba.
Estaba con él.
Cerca de él.
Dentro de él.

En la oscuridad, sus manos temblorosas buscaron la bolsa. Escuchó el ruido seco de los frascos golpeando el piso cuando los derramó. Maldijo entre dientes, encendió la luz, y ahí estaban: inocentes, alineadas dentro del frasco naranja. Un objeto común. Un salvavidas. O un arma.

Las tomó con dedos que no sentía del todo suyos y se incorporó.

Entonces lo vio.

Su reflejo en el espejo no estaba solo.

Alguien estaba detrás de él y sonreía, con ojos tan azules y una expresión tan conocida que, aun reconociéndola, no podía recordar su origen.

Se giró por puro instinto, sabía que no habría nada; pero el espejo no mentía: un par de manos grandes, de dedos largos y blanquecinos, como arañas dóciles, descendían sobre su pecho.

Un frío agudo le atravesó la camiseta, penetrante, exquisito de un modo que lo asustó más que la propia visión. Se quedó inmóvil, clavado ante la superficie pulida. Su reflejo se curvaba bajo caricias que él no sentía… y sin embargo, sentía. Una presión aquí, un pellizco allá; un hormigueo que subía como una corriente eléctrica desde el vientre hasta la nuca.

El calor lo traicionó. Le trepó por el cuello, por las mejillas y la espalda.

“Tú me llamaste” 

La voz no sonaba fuera ni dentro, vibraba en un punto intermedio, como si su propio pensamiento hablara con acento y voz ajenos.

“No”

Oscar apretó el frasco de pastillas con una fuerza inútil entre sus dedos, como si el plástico pudiera atarlo a algo real, intentando que fuese un ancla. Quería cerrar los ojos, pero su atención estaba secuestrada por la coreografía hipnótica del espejo.

Ahí, en la pared de cristal, su reflejo se entregaba a la sombra que lamía y mordía su cuello con una intimidad que rozaba lo obsceno. Era como ver una proyección distorsionada de sus sueños más íntimos. Las manos de la criatura se deslizaron bajo la camiseta del Oscar del espejo, y el Oscar real sintió un escalofrío al percibir algo helado sobre su piel.

“Claro que sí” 

Esos ojos azules lo miraban desde el espejo mientras las manos recorrían el cuerpo de su reflejo. Tan azules. Tan familiares. El reflejo ladeó el cuello, ofreciéndolo, suplicante. Y la criatura hundió los dientes en esa piel ilusoria. 

Oscar sintió la descarga como un latigazo de placer y adrenalina que le hizo temblar las rodillas.

Bajo la luz fría del baño, el cabello rubio de la presencia brillaba como algo sacado de un santuario pagano; demasiado puro para estar allí, demasiado luminoso para no ser una amenaza.

“Sabes lo que deseas”, susurró la voz.

Oscar quiso negar, quiso gritar, quiso correr. Sólo consiguió ahogar un gemido que le ardió en la garganta.

Estoy soñando. Estoy delirando. Estoy…

“¿Y entonces por qué me sientes? ¿Por qué me deseas? Tú me llamaste. Pronuncia mi nombre y te daré lo que anhelas”

El aire le faltaba. 

Su cuerpo lo traicionaba sin pudor alguno, estaba duro, tembloroso y febril. Una parte de él, una racional y muy pequeña, analizaba todo con brutal lucidez: estaba experimentando un episodio psicótico inducido por el estrés extremo de la temporada. Otra parte, la que latía entre sus piernas, no estaba tan segura.

“No. Eres. Real” escupió las palabras con la mandíbula apretada.

“Pero puedo serlo”

En el espejo, su reflejo se arqueaba con un placer tan feroz que parecía doloroso. La criatura lo sujetaba por las caderas, marcando un ritmo salvaje, primitivo, que resonaba en la habitación como un eco que no existía.

“Tsk, tsk… Oscar. Tan obediente. Tan perfecto. ¿Y de qué te ha servido?”

La voz se volvió un siseo venenoso.

Los ojos azules del reflejo se encendieron un instante, rojizos, como brasas apretadas en puños invisibles. El rostro era un borrón caótico, líneas que intentaban definirse sin lograrlo.

“Oscar, Oscar… Solo tienes que dejar de contenerte. Tomar lo que es tuyo. Defender lo que te pertenece.”

Estaba al borde del colapso. Su cuerpo vibraba con un doloroso impulso de necesidad.

“¿Qué quieres de mí?”, sollozó. Era demasiado, la vergüenza, la confusión, el deseo.

“Sólo tomaré lo que quieras darme. Nada más.”

La voz era dulzura afilada, ternura peligrosa, casi paternal.

Oscar nunca había deseado a un hombre. Nunca había imaginado algo como esto.Pero su mente había decidido mostrarle un reflejo siendo poseído por algo o alguien que era innegablemente masculino.

“No te mientas, Oscar… no te queda bien.”

En el espejo, su reflejo lamía los dedos de la criatura con un fervor indecoroso, abandonado por completo a las caricias implacables.

“Puedo ayudarte”

¿Puedes?

“Nadie puede ayudarme” murmuró Oscar, vencido “Estoy perdido. El campeonato está perdido”

“Por eso estoy aquí Oscar, me llamaste. Todo estará a tu alcance. Seré el brazo ejecutor, la sombra que te sostendrá. Solo déjame entrar.”

Oscar dejó caer la cabeza contra la pared.
Estaba cansado.
Rendido.

La superficie fría del mármol le besó la nuca.


“Está bien…” murmuró, apenas audible “Ven.”

La criatura del espejo sonrió de forma antinatural. Una de sus manos se deslizó en el short del reflejo, y Oscar sintió una ola de placer indescriptible. El corazón le latía a mil por hora

El rostro de la cosa, así como los contornos del reflejo comenzaron a temblar. Una sucesión de caras pasó rápidamente ante sus ojos. Lando. Carlos. Charles. Logan. Todos ellos, copias casi perfectas pero con inquietantes ojos azules casi violetas, danzaban en el rostro de la criatura como si intentara sintonizar un canal incierto. Finalmente, el rostro de  Max Verstappen le devolvió la mirada desde la pulida superficie del espejo.

Oscar gimió contra su voluntad, y el eco resonó en el baño. La cosa que ahora llevaba la cara de Max sonrió mientras el reflejo de Óscar se movía frenético contra el cuerpo de la criatura que vestía los rasgos del cuatro veces campeón. Esos labios finos, ese lunar.

El Oscar del espejo alcanzó el clímax y él también. El placer fue tan intenso que su visión se volvió blanquecina de golpe, y lo último que sintió antes de perder la conciencia fue el frío del mármol del piso bajo su cuerpo.

El frasco de pastillas rodó lejos del cuerpo inconsciente de Oscar, todavía con la tapa puesta.


Qatar, noviembre 2025

 

Un sonido espantoso le taladraba el cerebro. Oscar abrió los ojos con un sobresalto, desorientado, con la sensación viscosa de haber salido de un sueño profundo… o de haber sido arrancado de él. Durante un instante no supo dónde estaba.

La alarma insistía, implacable, mientras el cuarto todavía giraba levemente a su alrededor. 

El cambio de horario lo había dejado triturado.
Cuerpo y mente se movían a destiempo, como piezas sueltas intentando volver a encajar. Buscó a tientas el teléfono, lo apagó, y sólo entonces vio la hora: 6:45 a.m.

Había quedado en jugar pádel con Lando, George y Max. La idea le pareció súbitamente absurda, remota, como si perteneciera a la vida de otra persona. Apenas tenía tiempo para bañarse y desayunar antes de llegar a la cancha a las 8:00 a.m.

Mientras se levantaba, descubrió con horror que había tenido un sueño húmedo. Y la evidencia seguía ahí, tibia, manchando sus bóxers. 

Ugh.

Llevaba soltero desde Silverstone. Meses sin pensar realmente en el sexo. Meses sin que su cuerpo respondiera por sí mismo. Pero lo más perturbador era que no recordaba absolutamente nada del sueño.

Ni una imagen.

Ni un destello.

Nada.


La cancha de pádel estaba iluminada por una luz blanca y antinatural, que hacía que las siluetas parecieran más nítidas de lo debido.

“Lando y yo contra Oscar y Max”, anunció George.

Oscar calentaba los hombros, intentando liberar la tensión que lo había perseguido toda la mañana. Al terminar, se acercó hacía Max que también se estiraba a pocos metros de distancia.

“Soy pésimo en el pádel, te advierto”

Max lo miró. Sus ojos se veían azul hielo bajo las luces artificiales del lugar. El neerlandés le sonrió con calma.

“Soy lo bastante bueno por los dos. No te preocupes, Oscar. Seré el brazo ejecutor. Tú sólo sígueme.”

Un escalofrío lo recorrió entero, algo que le descendía por la columna como un hilo de agua helada. 

 


Oscar sostenía la placa que lo proclamaba como el ganador de la carrera sprint. 

8 puntos. 

Lo suficiente para volver a poner su nombre en la conversación del campeonato.

Había largado tercero, con Lando delante y Max en la pole. En la tercera vuelta, Lando había tomado el DRS y buscado el interior de la curva 12 para intentar un sobrepaso tardío. Un movimiento agresivo; un divebomb ligeramente fuera de cálculo.

El Mclaren #4 tocó la llanta delantera del RB21 con el borde del sidepod. Oscar estaba a 1.5 segundos de ellos, lo bastante cerca para ver el coche de Lando levantarse apenas unos centímetros antes de caer sobre la nariz del Red Bull, pero lo bastante lejos para reaccionar, evitar el caos y pasar a ambos por la línea exterior mientras los comisarios desplegaban banderas amarillas.

Max logró mantener el auto encendido y volver a pista.

Lando no.

El británico quedó detenido en la grava, frustrado, golpeando el volante.

Max terminó sexto; Lando, DNF.
Y el ambiente se cargó aún más cuando coincidieron en el área de pesaje.

“¿Qué carajos fue eso, Max?” la voz de Lando temblaba entre furia y agotamiento.

“Lando, no es mi culpa que entres sin espacio en un wheel-to-wheel.” la respuesta de Max fue seca, técnica, adecuada para un cuatro veces campeón.

Los comisarios ya se acercaban. Las cámaras estaban fijas en ellos.

Carlos observaba desde atrás; había terminado cuarto, Lando tenía los ojos rojos, la mandíbula tensa, el mono desabrochado hasta la cintura.

“Siempre es así contigo.” el comentario, más desesperado que agresivo, escapó de la boca de Lando.

Carlos avanzó hacia ellos.

“Lando, ya, déjalo” dijo poniendo una mano en el hombro. Pero el británico se sacudió su mano.

“No. No voy a dejar que me gane en mi cabeza también. Aún tengo el liderato.”

Max cruzó los brazos y sonrió con burla.

“¿Seguro que lo tienes?”

Fue suficiente para que Lando se diera la vuelta y se marchara sin mirar atrás. Personal de la FIA tenía los ojos sobre ellos. Carlos suspiró y se volvió a Max.

“No deberías provocarlo. Está al límite.”

“Todos lo estamos,” respondió Max sin alterar el tono. “Y tú no deberías cargar con su desgaste. Te puede arrastrar si no tienes cuidado.”

“No es mala persona. Solo… es mucha presión.” dijo Carlos bajando la mirada.

“Carlos.”

“¿Sí?”

“Eres demasiado bueno. Eso puede jugarte en contra.”

Carlos guardó silencio, incómodo. Max añadió, casi con curiosidad:

“Es extraño. Tienes más en común con Oscar que con Lando. Me sorprende que no sean amigos.”

Carlos exhaló, mirando la pista vacía.

“En este punto del campeonato,” dijo con cierta melancolía “Nadie tiene realmente amigos.”


 

Lando estaba en su habitación: la suite más lujosa del Hilton, pero ni el mármol ni las vistas del puerto conseguían calmarle el pulso.

“¿Lo tienes?”

La voz sonó en su cabeza como un pensamiento intruso, demasiado parecido a la de Max para ser coincidencia. Cerró los ojos.

Estrés. Es solo estrés. Sophie te lo advirtió.

Sophie lo había mandado a descansar con la orden explícita de no entrar a redes. Después del desastre de la sprint había clasificado P9, con un coche medio reparado y detrás de Charles, Lewis y Kimi.
Mañana arrancaría Oscar en la pole, Max segundo e Isaak tercero.
Un maldito VCARB delante de él.

Un ruido seco vino del baño. Lando lo vio por el rabillo del ojo: una sombra, un movimiento. Cuando miró de frente… nada. Demasiada tensión.
Andrea ya le había hablado de esto.
Zack le consiguió un psicólogo y cuando perdió el liderato del campeonato contra Oscar… un psiquiatra.

Mañana tenía que recuperar puntos. Confiaba en el plan de McLaren… o en que Ferrari arruinara el suyo, como siempre.
Todo iba a salir bien.
Solo eran ocho puntos los que había recortado Oscar.
Quedaban cincuenta.
Podía hacerlo.

Debía hacerlo.

*

El sueño llegó sin avisar.

Lando corría por un pasillo largo.
Era el MTC.
El pasillo silencioso que conducía a la sala de trofeos.

Sentía pasos detrás.
No sabía si de alguien… o de algo en su propia cabeza.

Dobló una esquina.

“¿Daniel?”

Daniel Ricciardo estaba allí, apoyado contra la pared, con los ojos hundidos y una sonrisa tensa, demasiado triste para ser auténtica.

“¿Valió la pena?”

Lando retrocedió. Giró. Corrió otra vez.

Tomó el camino hacia la sala del simulador.

“Muppet.”

Se volteó.

“¿Carlos…?”

Carlos Sainz lo miraba como si lo evaluara.

“¿Alguna vez fuiste realmente mi amigo?”

“Carlos, ¿qué dices?”

“Sabes perfectamente de qué hablo.”
Una pausa.
“Cuando Zack decidió que tú serías el proyecto… yo dejé de existir.”

“Yo no -”

“Te enseñé lo que sabía.”
Las palabras pesaban.
“Todo lo que necesitabas para ser un mentor.”
Su tono cambió. Más duro.
“Pero no hiciste lo mismo por Oscar.”

Lando tragó saliva y retrocedió hacia la sala de exhibición.

Senna. Hunt. Lewis.

Los autos campeones brillaban bajo las luces.
Al fondo, el MCL39.

El motor estaba encendido. Sin piloto.

Era su coche. Su auto ganador.
Solo que el número en la trompa estaba mal.

Donde debía estar el 4… había otra cifra. Retrocedió. Chocó con alguien.

Pato O’Ward. “No es agradable ver el auto del campeón, ¿verdad, Lando?”

“O’Ward-”

“Pudo ser mío. De Rossi. De Daniel. De Carlos.”
La sonrisa de Pato tenía un filo extraño. “Pudo ser de Alex.”

Lando sintió el vértigo. El motor vibraba detrás de él, pegándosele a la columna.

“Pudo ser tuyo.”

Y entonces lo vio.

El coche llevaba el número 81.

*

Despertó bañado en sudor.

Había tenido terrores nocturnos de niño: sueños insoportablemente reales que se mezclaban con la oscuridad de su habitación.
Esto se sentía igual. O peor.

La habitación estaba sumida en sombras.
El corazón le retumbaba en el pecho.
Se sentía observado.

“Eres un adulto, por Dios”, murmuró, dándose la vuelta para demostrarse que estaba solo.

Error.

Porque allí, sentado en uno de los sillones, mirándolo con una calma imposible, estaba Max Verstappen.

 


“Tienes una cara horrible”, dijo Will horas después.

“Buenos días a ti también”, respondió Lando, intentando sonar normal.

Había tenido sueños terribles.
Pero ¿soñar que su rival del campeonato lo observaba desde un sillón de su habitación?

Eso era un nuevo nivel de estrés.
Tenía que serlo.
Tenía que.


George lo encontró en el baño cerca del salón donde se llevaban a cabo las reuniones de pilotos antes de la carrera, una luz blanca demasiado fría cayendo sobre el mármol como si quisiera revelar lo que no debía verse.

Lando estaba frente al espejo.
Pero no se estaba mirando a sí mismo.
No exactamente.

Sus labios se movían en un murmullo febril, la respiración acelerada, los nudillos blancos sobre el lavabo.

“No. No me vas a quitar esto… No lo que es mío” susurraba, como si el reflejo le hablara desde el otro lado del cristal.

George dio dos pasos, lo suficientemente cerca para escuchar el temblor en su voz. Había visto a Lando en todo tipo de estados: eufórico, furioso, derrotado. Pero nunca así. Nunca así, de una manera que no sabía nombrar.

“Lando…”intentó, con cautela.

El británico no respondió.
Solo apretó los dientes.

Y entonces, sin aviso, levantó el puño y lo estrelló contra el espejo.

El golpe retumbó en las baldosas como un disparo.
El vidrio vibró, pero no se rompió del todo.
La piel de Lando sí.

“¡Hey! ¡Hey, basta!” George lo sujetó del brazo sano, intentando evitar que lo intentara de nuevo “¿Qué diablos haces? ¡Te vas a joder la mano para la carrera!”

Lando respiraba agitado, como un hombre que acababa de escapar de algo invisible. George lo sintió temblar.

“Él…”Lando tragó saliva, sin apartar la mirada del espejo “Él no va a quitármelo."

“¿Quién?”George buscó su mirada, preocupado. “¿Quién no va a quitarte qué?”

Lando parpadeó como si despertara de un trance.
Como si, por un instante, hubiera olvidado dónde estaba. No respondió.

George lo guió hacia la puerta, con la intención de llevarlo directo con alguien de su equipo, antes de que la situación se volviera peor.

Pero al abrir, se detuvo en seco. Max Verstappen caminaba por el pasillo del hotel con una calma antinatural, las manos en los bolsillos, el gesto relajado… demasiado relajado.

Como si el caos siempre se organizara para dejarle paso.

“¿Todo bien?” preguntó Max, con ese tono neutro que nunca revelaba nada… salvo cuando quería hacerlo.

George sintió que Lando se tensaba a su lado.

Max pasó entre ambos con absoluta naturalidad.
Ni siquiera miró la mano ensangrentada de Lando.
Solo sonrió apenas, como si estuviera disfrutando de un chiste que solo él conocía.


 

Informe confidencial médico / Documento 16227-1

Dr. Laurel Richmond

Driver: #4

Subject: Psychological Evaluation

(REDACTED)


 

Qatar 2025, día de la carrera.

 

Durante el desfile de pilotos, Lando se sentía observado.Una presión en la nuca que no se disipaba. George estaba preocupado; Alex  lo miró de reojo al notar la mano vendada del británico. Lando sonrió forzado, sabiendo perfectamente que no tenía nada bajo control.

*

Oscar llegó al circuito con una calma que no encajaba con la tensión de un fin de semana decisivo. No era soberbia; era una claridad interna que no recordaba haber sentido nunca. Respiraba mejor. Pensaba mejor.

En las entrevistas mantuvo un tono neutral, casi analítico. No provocó a nadie. Cuando le preguntaron por el campeonato, respondió con una serenidad que descolocó a los reporteros

“Es posible. Sólo tengo que hacer mi trabajo”

Mark, cerca, lo observó con una ceja alzada.

Ese no era el niño nervioso que había recibido en Fórmula 3. Ese chico ya no existía.

Antes de salir al track walk, Mark revisó su teléfono:

Un mensaje de Sebastian.

“Tu chico ha cambiado.”

Y era verdad. La gente del paddock lo observaba con una mezcla de expectativa y cautela.

Mark había visto ese fenómeno dos veces en su vida.
Dos pilotos.
Ambos, en Red Bull.
Ambos… especiales.

Sacudió la cabeza. No debía hacerse ideas.

“Hey” saludó Max cuando se cruzaron camino a la ceremonia del himno

“Hola” respondió Oscar, amable.

“¿Listo para que sea tu sombra toda la carrera?”

Oscar parpadeó.

“¿Cómo?”

“Nada. Broma.” Max sonrió, esa sonrisa afilada que nunca decía solo una cosa “Estaré ahí, detrás de ti. Me verás en tus espejos.”

Oscar soltó una risa breve.

Por un segundo, bajo las luces de Qatar, los ojos de Max reflejaron un matiz violáceo.
Oscar creyó que era un efecto del panel LED.

Quiso creerlo.