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El bailarín del circo

Summary:

[OS] |Día 4: Máscaras| El Espiritu Azul cela entre la multitud el número de aquel bailarín, porque sabe que todos han quedado hechizados por los movimientos de su cuerpo...

Notes:

Sinceramente, este OS se me ocurrió al ver a Esmeralda (película de "El jorbado de Notre Dame") bailar en "El festival de los bufones". Y le encontré semejanza cuando Aang bailo para motivar a los niños de la Nación del Fuego. Una cosa llevo a la otra y termine escribiendo esto.
Lastimosamente no puede terminar a tiempo la dinámica, por andar de viaje y por el huracán Nora que golpeo a la ciudad (todo bien, pero si hubo destrozos y varias pérdidas inmobiliarias), quiero terminar de publicar lo que falta durante está semana.
Espero que lo disfruten...

(See the end of the work for more notes.)

Work Text:

Hoy no solo era un festival cualquiera, sino uno importante.

Se volvían importantes cuando sabe que él estará.

No fue hace mucho tiempo de su encuentro, pero se siente como una eternidad, esto de ser príncipe y portarse recto era agotador. Zuko también le gusta divertirse en la noche y por ese tiempo con él, puede fingir ser otra cosa y olvidarse de su título.

Hace ya años que lo conoce, pero siente la misma chispa que recorre cada hueso de su columna; como lo fue la primera vez.

No había tiempo que perder, pronto sería de noche, así que agarro su máscara y se fugó del palacio sin dejar su sombra.

Aquel festival se dividía en dos fracciones, con los de estrato alto y el civil. El festival siempre fue aburrido para él, una máscara siempre rígida en el rostro que fingía interés en los invitados políticos y sus intereses vacíos. El festival para los civiles era mil veces más divertido y se dio cuenta de ello cuando aquel circo ofreció una función en el palacio.

Así fue como lo conoció.

Los puestos se están preparando y las lámparas se alzan para alumbrar la noche, Zuko se sabe la calle de memoria y la recorre como un ciudadano cualquiera con la máscara puesta. El Espirita Azul era uno de sus personajes favoritos, con ella se puede perder entre las personas al ser un personaje popular, se dirige con tranquilidad hasta la costa con suma ilusión de estar con él; los cascabeles se escuchan a lo lejos y reconocen la armonía de inmediato.

En aquella plaza, una multitud de gente se ha reunido ante el escenario improvisado de ese lugar.

«Damas y caballeros. Me complace anunciarle a nuestro talentoso y atractivo bailarín…»

« ¡Harikēn! »

Su entrada se anunció entre el humo rosa del improvisado escenario, aquel bailarín de piel casi de oro adornado con flechas color larimar, a pesar de lo llamativo de su traje y como este acentúa cada movimiento de su baile.

Su máscara era completamente distinta.

Un recordatorio del porqué de su nombre.

El espíritu de un huracán oculta su verdadero rostro y gran parte de su cabeza.

Lo único visible para el público, además de su cuerpo que se mueve a la voluntad de la música, es aquella sonrisa traviesa que deja sin aliento a Zuko.

Todos están atentos ante los movimientos del joven bailarín, maravillados por la interpretación como si tuviera la intención de funcionarse con la música y convertirse en una nota más de la canción.

Aunque también está el encanto de sus movimientos sugestivos que provoca gritos y chiflidos ente el público.

El Espíritu Azul cela entra la multitud el número de aquel bailarín, porque sabe que todos han quedado hechizados por los movimientos de su cuerpo. Él era un claro ejemplo de caer ante la tentación de Harikēn la primera vez que lo vio.

Aunque el baile no fue tan provocativo cuando el circo se presentó al palacio, si logro que el príncipe tuviera sentimientos ajenos que llevaron a la impulsividad de un encuentro intimo entre él y el bailarín.

Encuentros que seguían sucediendo cada vez que se vuelven a topar.

Y aquella noche no sería la excepción.

Su paciencia estuvo en juego, en la espera que Harikēn termine su número y que deje de ser presa de ojos ajenos. Zuko conoce la dinámica al pie de la letra, pero el anhelo es demasiado fuerte junto con el sentimiento, que se volvió una rutina esperar en la carpa de Harikēn para poder tener estar ellos solos.

Una rutina que sigue casi como ritual espiritual desde hace dos años que empezó esta relación.

¿Podría considerarla relación?

No lo sabe con certeza, incluso si las cartas son de ambos lados, los regalos eran recibidos y la intimidad es recíproca, ¿Qué le asegura que sea el único en la vida de Harikēn?

Es por eso que por mucho que lo desea, nunca le pide que se quite la máscara, Zuko no conoce el rostro de su amado, aunque anhela por saber su identidad y su verdadero nombre… no debe saberlo.

Porque sabe que Harikēn puede hacer lo que quiera con él con su mera presencia.

A pesar que el bailarín nunca pide nada a cambio de él, refiriéndose a estatus social, riquezas o territorios por el silencio de no revelar su identidad. Harikēn lo único que ofrece es darle un trato de lo más humano y quitarle la corona por una noche.

Una noche lejos de las responsabilidades.

Una noche donde Zuko, solo era Zuko.

Sin títulos, honores o el trato especial.

Y un silencio que calma momentáneamente sus problemas.

Saber la identidad de Harikēn solo traería decepciones a Zuko, quiere que la ilusión permanezca con él. Que sea tan único y natural aunque sea de mentira.

― ¿Te gustó mi función?―aquella voz lo hace temblar.

El bailarín al fin llegó a su carpa y la cierra con discreción, hay sudor por su cuerpo a causa de la danza, pero la imagen del sudor aperlado que adorna las flechas solo causa tentación.

Traga en grueso y se acerca en lentitud.

― ¿De verdad es tu última función?―pregunta con cuidado el príncipe mientras posa una mano en el hombro del bailarín.

Sus dedos se deslizan sobre la piel, la cercanía se vuelve evidente, como si una pieza de baile comienza a surgir entre los dos. Harikēn posa sus manos con cuidado sobre las caderas de Zuko y aprieta con delicadeza en lo que su boca se posiciona en besar el borde su mandíbula hasta la oreja de su cicatriz.

Zuko es accesible, la máscara podría obstaculizar el procedimiento, pero solo acorta más la distancia al poner sus manos detrás la espalda para quitar el chaleco del vestuario.

―Ya estuve mucho tiempo de viaje―responde al fin a la pregunta.

Lo sabía, Harikēn parecía ser un nómada aire, pero no un desertor; la cultura de ellos era viajar por el mundo, pero en algún momento él tenía que regresar a casa.

No volvería a saber de él.

No habría forma de comunicarse.

Está era la última noche…

Hace oídos sordos a la parte que anhela saber el nombre y su rostro, se concentra mejor en los movimientos de la rodilla del bailarín que masajea con lentitud su entrepierna y su boca siendo devorada; con la intensidad de privarle el derecho a respirar.

Él le enseñó a disfrutar el momento.

Después se arrepentiría y lloraría por las noches.

Lo importante es el calor que surge en su pecho y lo quiere quemar vivo por las manos ágiles del bailarín.

No desea pensar en que no es el único que recibe este trato con Harikēn.

Que es uno de montones.

Porque quiere un trato normal, no especial, complacer el calor que se arremolina en su pelvis y dejar un poco la lógica de lado. No desaprovechará el don de las caderas de Harikēn que tiene al bailar, tiene que usar aquellos movimientos dentro de él.

En esta última pieza de baile.

Donde el aliento y su voz forman las notas musicales.

Que su último recuerdo sea aquella risa traviesa que hace tartamudear su cuerpo.

[…]

Cuando se despierta, ya han pasado seis meses y el recuerdo de él sigue persiguiéndolo en sueños.

Ya no hay manera de lamentarse, ambos tenían que seguir su camino por muy distinto que fuera.

Ese día llegarían varios representantes de distintas naciones, entre ellos, había monjes por parte de los Templos Aire.

Fue raro ver a los monjes con ropas grandes y holgadas, minimalistas y decorados con tonos lisos; era una imagen completamente distinta al exótico bailarín del circo. Intento no darle tantas vueltas a su cabeza y enfocarse en recibir a sus invitados.

―Espero que encuentren su estadía agradable―anunció con voz firme.

Todos los monjes agradecieron y se presentaron de cada uno de forma respetuosa, siempre son primeros los más viejos y al último los más jóvenes.

El último fue un joven maestro con ojos brillando de alegría y entusiasmo, era de los más altos del grupo.

―Mi nombre es Aang, encantado de conocerlo, Príncipe Zuko.

Sus oídos zumbaron, incrédulo de reconocer la voz y saber el nombre junto al rostro del amor que se fue hace meses.

La sonrisa traviesa se ha transformado en una amable.

Y es lo suficiente para que el calor nuevamente se instale en su pecho.

Notes:

Harikēn: Es huracán en japonés, creo que le queda bien como seudónimo a Aang. Ya he usado este seudónimo con Aang en otro fic, para otro week que paso.

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