Chapter 1: La leyenda del hada y el mago
Summary:
Todo comenzó como una aventura más, Scrooge y sus sobrinos irían por un tesoro, sin embargo cometieron un error y tendrán que afrontar las consecuencias.
Chapter Text
Cinco veces en las que Donald ocultó su magia y dos en las que no la hizo
Capítulo 1: La leyenda del hada y el mago
I
A Donald le gustaban las aventuras. Disfrutaba explorar tierras desconocidas, de las batallas, encontrar tesoros y de aprender algo nuevo, pero no disfrutaba de cargar todo el equipaje. Su tío Scrooge solía hacerlo cargar bolsos que lo superaban en tamaño. Lo que más odiaba era cuando lo usaban a modo de carnada.
—Escuché que en estos bosques hay unicornios —comentó Della con ilusión.
—Espero que podamos encontrar uno —Della no era la única a la que le gustaban los unicornios.
—¡Tonterías! —se quejó Scrooge —. En este bosque no hay unicornios, de lo contrario, estaría en uno de mis zoológicos. Lo que buscamos es algo más valioso.
—¿Qué puede ser más valioso que un unicornio? —exclamaron Donald y Della al unísono.
Donald se mostró avergonzado al ser consciente de que había mostrado más entusiasmo del que le hubiera gustado. Su molestia se hizo mayor al escuchar la risa de su hermana.
—El collar de la reina de las hadas.
—¡¿Existen las hadas?! Donald y Della no pudieron ocultar su emoción.
Nuevamente Donald pretendió estar desinteresado y nuevamente fracasó en el intento.
—¿Eso les sorprende? Creo que ya hemos visto cosas más extrañas en nuestras aventuras. Las hadas son seres mágicos que habitan en el bosque —esto lo dijo con una leve expresión de fastidio —. Protegen los bosques, curan a los animales heridos, pero lo que es más importante, poseen grandes riquezas. El collar de la reina de las hadas es una de las joyas más valiosas y será una importante adquisición para mi colección.
—¿Estás seguro de que la reina de las hadas te lo dará?
—Sobrino de poca fe —murmuró Scrooge por lo bajo.
Donald y Della comenzaron a teorizar sobre las hadas y a imaginar cómo se verían. El entusiasmo desaparecería después de unas pocas horas. No habían encontrado nada, ni siquiera animales y Donald estaba cansado, el equipaje pesaba demasiado y sus pies le dolían.
—Tío Scrooge —se quejó —. ¿Falta mucho?
—Sobrino perezoso —Scrooge lo golpeó con su bastón —, durante mis tiempos en el Klondike podía pasar días sin siquiera encontrar una pepita de oro, pero nunca me quejaba.
Donald no dijo nada, no quería arriesgarse a ser golpeado una vez más. El grupo continuó con el recorrido y, una hora después, se detuvieron a comer por sugerencia de Della.
La mirada de Scrooge se posó sobre lo que sus sobrinos se habían preparado. Tiempo atrás Scrooge les había dicho que debían cooperar con los quehaceres domésticos y, tanto
Donald como Della, resultaron ser un desastre en la cocina. Ambos eran buenos cuando seguían una receta, pero cuando no, preparaban cada platillo que lo dejaban confundido. Los dos hermanos disfrutaban de las combinaciones un tanto extrañas. Della solía usar demasiada azúcar o mucho picante, Donald combinaciones un tanto extrañas.
En esa ocasión Della se había preparado un sándwich con palomitas de maíz, malvaviscos, dulce de leche, gomitas, chocolate y un polvo, que en opinión de Scrooge, debería estar prohibido, algo que pasaría años después.
Donald llevaba una tostada con sardina, huevo frito y mostaza.
—Comienzo a pensar que no sería una mala idea pagarles un curso de cocina.
Donald y Della intercambiaron miradas, compartiendo un único pensamiento. Scrooge solía evitar todo tipo de gastos. El que se ofreció a pagarles un curso de cocina era… extraño.
La búsqueda continuó. Donald y Della se sintieron un tanto decepcionados al no ver nada que pudiera considerarse como mágico. De las aventuras que habían tenido, esa era la que parecía ser la más normal.
—Las hadas no suelen dejarse ver por los humanos, al menos no cuando no buscan esposo. En ese caso no sólo se dejan ver, sino que también ofrecen tesoros y fortuna al humano que pretendan.
La mirada de Della se posó sobre Donald y luego sobre Scrooge. Luego se dejó caer sobre el suelo y su rostro mostró una expresión de fastidio.
—Entonces podemos asumir que no veremos a ningún hada.
Donald se mostró indignado.
—¿De qué hablas, Dumbella? Soy buen material de esposo.
Della no respondió, al menos no con palabras. Ella comenzó a reírse a carcajadas, algo que hizo enojar a su hermano. Ambos comenzaron a discutir y aquello hubiera continuado por más tiempo de no ser porque Scrooge McDuck encontró lo que buscaba.
El collar de la reina de las hadas estaba situado en una pequeña cueva, rodeado de flores y al lado de un manantial de agua.
—¡Lo encontramos!
Ambos hermanos dejaron su pelea para ver el tesoro. Donald lo tomó, cautivado por su belleza, sin saber las consecuencias de sus acciones.
La reina del bosque apareció. Su expresión era de molestia y su mirada estaba posada sobre Donald.
—Ese es mi collar.
Donald lo devolvió y era evidente que estaba un tanto avergonzado.
Scrooge no estaba dispuesto a dejar el tesoro y lo dejó saber cuando volvió a tomarlo.
—¿Qué podríamos hacer para llegar a un acuerdo?
La reina del bosque negó.
—Puede que para usted este collar sólo posea un valor monetario, que sólo represente un adquisición más para su colección, una prueba más de que ha estado en sitios inexplorados o que ha reescrito la historia, algo que pueda usar para presumir que es el aventurero más grande de todos los tiempos, pero para nosotros es algo más. Este collar representa pertenece Titania, reina de las hadas, y es necesario para nosotros.
Donald y Della bajaron la cabeza avergonzados. Scrooge se mostró inalterable, aunque en su interior era consciente de lo que había querido hacer. Al igual que Donald, él solía tomarse muy en serio su imagen ante el mundo, especialmente frente a sus sobrinos.
—Espero que entiendan que no puedo dejarlos ir después de lo que hicieron —la reina señaló a Donald—. Él se quedará conmigo y me ayudará a proteger el bosque.
Donald, Scrooge y Della no se mostraron de acuerdo con la idea.
—¡No puede quitarme a mi hermano!
—Ustedes quisieron robar el corazón de este bosque así que me parece lo justo.
—El collar está allí así que no se ha robado nada.
—La intención es suficiente. No puedo dejarlos ir sin consecuencias. Podrían volver o peor aún, inspirar a otros a que lo intenten y en ese caso mis esfuerzos podrían no ser suficientes.
La reina del bosque tomó su collar y a Donald del brazo y antes de desaparecer, sin dejar ningún rastro. Scrooge y Della lo buscaron durante semanas, pero todos los intentos fueron en vano.
—Debemos volver a casa.
—¡Me niego a abandonar a Donald!
—Yo también, es por eso que debemos regresar a la mansión. Necesito revisar mi biblioteca, sólo allí podremos encontrar una forma de vencer a la reina del bosque.
—¿Crees que funcione si digo que no existen las hadas?
—Incluso si esas palabras tuvieran esa consecuencia, no podemos asegurar que podamos recuperar a Donald. Necesitamos la autorización de la reina del bosque.
II
Los primeros días fueron tensos, para todos. Donald obedeció todas las órdenes de la reina del hada, pero no le dirigió la palabra a menos que fuera absolutamente necesario. Le molestaba haber sido tomado como tributo y extrañaba a su familia.
La reina cuidó de las flores, pero no mostró más interés por Donald del que sentía por el suelo que pisaba. Ocasionalmente le daba alguna orden y eso confundía a Donald.
Él no podía entender por qué la reina lo había tomado como prisionero si la mayor parte del tiempo se dedicaba a pretender que no existía. La idea de escapar pasó por su cabeza, pero no la puso en práctica de inmediato. Donald no sabía dónde estaban y se dijo que lo mejor era esperar el momento adecuado.
Esa oportunidad llegó después de la segunda semana. Donald reconoció el lugar en el que se encontraban y supo que podría dar con una forma de dejar el bosque. Sin embargo algo lo detuvo. Él pudo ver a un pájaro, un ruiseñor, si no se equivocaba, que había caído del nido.
Donald buscó unas hojas, recordando un consejo que su abuela le había dado en el pasado, y lo envolvió. El adolescente tuvo mucho cuidado para no tocarlo, pues su abuela le había dicho que eso podría provocar que sus padres fueran incapaces de reconocer su aroma, luego lo depositó con mucho cuidado sobre el nido.
Donald se sorprendió en cuanto vio a la pequeña reina detrás de él. Ella no estaba enojada, al contrario, sonreía y eso le pareció extraño.
—Sabía que no me equivoqué contigo, tienes un corazón muy noble ¿Te gustaría aprender magia y convertirte en un verdadero protector de los bosques?
Donald solía controlar sus emociones, o al menos intentarlo, le gustaba pretender que era alguien frío, fallando muchas veces en el intento. En ese momento sólo podía pensar en lo mucho que amaba la magia y en cuanto le ilusionaba convertirse en un mago de verdad.
—Tomaré eso como un sí —la reina de las hadas se rió —, pero antes debes prometerme que no usarás tu magia para el mal y que respetarás a la naturaleza en todo momento.
—Lo prometo.
—¿Prometes regalarme una flor todos los días y prepararme mis postres favoritos a diario?
—Lo prometo.
—El bosque y yo somos testigos de tu juramento y te castigaremos si faltas a tu palabra.
Donald permaneció callado, no sabía si debía hacer algo o si era preferible que guardara silencio.
La expresión severa de la reina del bosque desapareció, siendo reemplazada por una sonrisa que, en opinión de Donald, era cálida y hermosa.
—Descuida, no es un juramento formal. Tendría que hacerse por la Laguna Estigia y morirías. Confío en que cumpliras tu palabra y que eres digno de ser un mago.
Soy Reginella.
—Y yo, Donald. Un gusto conocerla, su Majestad.
III
—¡Soy uno con el pasto, puedo sentir el bosque!
A Reginella parecía divertirla las reacciones de Donald. Ella no lo había despertado de forma brusca, al contrario, lo sacudió con suavidad y no le gritó en ningún momento.
—Volviste a quedarte dormido —comentó Reginella entre risas.
Donald sintió como su rostro enrojeció.
—No me quedé dormido, solo estaba… meditando ¡Sí, meditando!
—Te escuché roncar.
Donald se sintió aún más avergonzado de lo que ya estaba. Amaba la magia, pero le.era inevitable dormirse poco después de cerrar los ojos. Varios pensamientos negativos llenaron su mente, se sentía incapaz de poder concentrarse y dudaba que pudiera siquiera realizar el más sencillo de los encantamientos.
—¿Esto es necesario?
—Muy necesario. El mundo está hecho de energía y un mago es capaz de transmutar esa energía con su alma y poder controlarla, pero eso sólo es posible si estás en armonía con el mundo que te rodea. Por ejemplo, puedo crear figuras de luz y manipularlas con la energía para que parezca que están vivas y obedezcan mi voluntad.
Reginella extendió su mano e hizo que se materializaran un grupo de mariposas. Estas se elevaron hasta desaparecer en un montón de chispas de colores.
—Es hermoso ¿Crees que yo pueda convertirme en mago?
Donald había observado el hechizo con ilusión e incluso había intentado tocar las mariposas. Scrooge solía decir que la magia sólo provocaba problemas, pero él no entendía cómo era posible odiar algo tan bello.
—Cualquiera puede convertirse en mago, sólo que es más sencillo para quienes tienen antepasados mágicos. Sólo necesitas aprender a concentrarte sin quedarte dormido.
Donald sonrió avergonzado.
—Mis padres solían tener un pésimo temperamento, discutían incluso cuando estaban de acuerdo, pero nunca nos hicieron daño. Ellos nos amaban y nosotros los amamos, incluso si ya no están con nosotros.
—Las personas a las que amamos nunca nos abandonan. Vivirán por siempre en nuestros corazones.
—Mi hermana Della se parece mucho a mamá. Las dos son orgullosas y siempre hacen lo que quieren.
Donald hizo una pausa, hablar de sus padres era difícil y dudaba que dejara de serlo en algún momento. Quackmore fue el primero en morir, víctima de una enfermedad, Hortense no tardó en seguir el mismo rumbo, incapaz de vivir sin el hombre al que más amaba.
También extrañaba a Scrooge y a Della. Su tío había cuidado de ambos, incluso cuando sus padres vivían y Della, ella era su hermana, su mitad. Ambos nacieron del mismo huevo y, según palabras de Della, eso los hacía un equipo inseparable. Mentalmente se preguntó si lo buscarían y tuvo sus dudas. Donald recordó cada vez que una aventura se complicaba por su mala suerte y se preguntó si estarían mejor sin él. El sólo pensar en ello era doloroso.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, yo… sólo pensaba en mi familia.
Reginella calló y su rostro mostraba tristeza. Donald se preguntó si ella se sentía culpable o si había dicho algo que la lastimara.
—Puedo conseguirte unos espejos mágicos. No podrás dejar el bosque, pero al menos podrás hablar con ellos cuando quieras.
Donald se sintió bastante animado al escuchar esas palabras. El genuinamente quería estar al lado de Reginella, pero odiaba la idea de no volver a ver a su familia y eso incluía a sus primos. Donald amaba a Fethry y a Gladstone a pesar de todos los problemas que solían provocarle.
—Vamos a intentarlo de nuevo, pero esta vez, procura no dormirte. Concéntrate, olvídate todo y sólo enfócate en mi voz. La energía está en todas partes, está dentro de ti ¿Puedes sentirla? Va desde la punta de las plumas hasta la punta de tus pies. No te quedes dormido, intenta darle forma a esa energía ¿Lo estás logrando?
—Eso creo. Es extraño, me siento más ligero, casi como si flotara.
—Debes ser uno con el bosque, sentir el pasto, conectarte con todo lo que te rodea. Siente la energía del universo y deja atrás todas tus preocupaciones.
Donald sentía su cuerpo ligero. Entonces lo vi, una luz de un color que no conocía, parecía ser la mezcla de todos los colores y a la vez un color completamente diferente. Donald estiró su mano e intentó alcanzar esa luz, estaba tan cerca.
Donald se cayó. Su cara se estrelló contra el suelo y él era incapaz de saber si lo había logrado. Al ver la expresión preocupada de Reginella procedió a contarle lo que había experimentado.
—Lo lograste. Ahora técnicamente eres capaz de hacer magia.
IV
—Y si organizamos un concurso de belleza —sugirió Della —. La reina del bosque podría dejar ir a Donald si le consiguiera a alguien que quisiera casarse con ella.
—No creo que funcione, incluso si encontráramos a alguien que sea capaz de renunciar a todo e irse a vivir con ella.
Della bufó por lo bajo. Meses atrás había dicho que Donald no era material para esposo, pero lo había dicho a modo de broma. Ella sabía que su hermano era valiente, noble y fuerte, cualidades que enamoraría a cualquiera y dudaba que la reina del bosque fuera la excepción.
—Debe haber alguna forma en que podamos recuperarlo.
Scrooge había descubierto que Donald no podía dejar el bosque si la reina del bosque no lo autorizaba. Ellos habían cometido un grave error al intentar robarle y ella se había cobrado la ofensa tomando lo que más querían.
—¿Por qué debemos convencer a la reina del bosque? Sólo debemos engañarla y rescatar a mi hermano.
—Imposible. Donald moriría si deja el bosque sin su permiso.
—Lo sé, me refería a hacerle creer que tenemos algo que ella quiere y que sólo se lo daremos si nos devuelve a mi hermanito.
—Es demasiado arriesgado. La ira de las hadas es peligrosa y no podemos exponer a Donald.
Della se dejó caer sobre la mesa. Extrañaba a su hermano y sabía que su tío se sentía del mismo modo, incluso podría apostar a que su hermano los extraña y que quería volver a casa.
—Debe haber una forma, prometimos que no volveríamos a pasar una Navidad separados.
—Entonces iremos a visitarlo. Llevaremos una ofrenda de paz.
V
Della se sobresaltó cuando Donald la abrazó. Si bien era cierto que estaba buscando a su hermano, también lo era que no lo había visto llegar. Ella le devolvió el abrazo, feliz de poder verlo una vez más.
Un vistazo a Scrooge bastó para saber que él se sentía del mismo modo.
—Suficientes abrazos —comentó Scrooge un tanto avergonzado.
Donald y Della se rieron al ver esa reacción, ambos sabían que Scrooge los amaba, era algo de lo que fueron conscientes desde el incidente del papiro del nexo y que comprobaban con cada aventura, pero eso no evitaba que encontraran graciosos sus intentos por mostrarse como un viejo avaro al que sólo le importaba aumentar su fortuna.
—¿Por qué tienes un arco?
Della se mostró horrorizada. Donald había sido tomado como tributo porque intentaron robarle a la reina de las hadas y Della temía que el castigo fuera mayor si cazaba.
—¿Tienes idea de lo que pasaría si la reina del bosque te viera con algo así?
—Ella lo sabe. No se preocupen, tomé todas las medidas necesarias. Le he ofrecido una ofrenda a Artemisa y he estado usando estas flores. Se llaman Lycoris radiata o Red Spider
Lily y son usadas para saber si Artemisa aprueba o no la caza. Se colocan en la presa y sólo podremos comerla si florece.
—Es extraño. Creí que ser vegetariano era un requisito para ser un guardián del bosque.
—Yo también, pero luego supe que la protectora de los bosques también es la diosa de la cacería. El arco es su arma favorita y yo aprendí de uno de los pajes de Oberón, rey de las hadas.
—Me alegra no haber estado cerca —comentó Della de forma burlona.
—No habría pasado nada. Aprendí con rapidez. Reginella dijo que tengo el corazón de un guerrero.
Scrooge y Della se rieron a carcajadas. Ambos habían visto a Donald escapar de muchas situaciones peligrosas por lo que tenían problemas para creerle.
No estaban del todo equivocados, Donald era valiente y noble, pero su aprendizaje no había sido tan fácil como aseguraba y varios de sus tiros causaron desastres.
Donald se mostró un tanto ofendido, algo que intentó disimular cambiando de tema.
—¿Qué hacen aquí?
—Cualquiera diría que no te alegra vernos.
—No es eso, es sólo que no los esperaba.
—Hace tres años prometiste que no volveríamos a pasar una Navidad separados y vine a asegurarme de que cumplieras tu promesa.
Scrooge le extendió a Donald una mochila y tomó el arco.
—Yo vine a asegurarme de que no te convirtieras en un vago. Logré que pudieras estudiar por distancia así que no tendrás problemas cuando regreses a Duckburg.
—¡No es justo! ¡Apenas tengo tiempo para mis lecciones de maa… cacería y con mis deberes de guardián.
—¡Tonterías! A tu edad, yo ya me había convertido en capitán de mi propia embarcación.
—¿Cuenta si se trataba de un barco heredado?
Donald se arrepintió de sus palabras después de que Scrooge lo golpeara con su bastón. Mentalmente se reprochó por no haberlo visto venir.
—Sobrino irrespetuoso. Yo nunca traté de esa forma a mis mayores.
—¿Qué les parece si buscamos un lugar para tener la cena navideña? Apuesto a que la reina estaría feliz de acompañarnos.
—Se llama Reginella y me alegra que se lleven bien.
—¿Por qué? ¿Te gusta?
Donald no dijo nada, pero su sonrojo decía lo que él no podía expresar en voz alta.
VI
La mirada de Scrooge se encontraba posada sobre la reina. Si bien era cierto que no había encontrado algo con lo que negociar también lo era que estaba dispuesto a todo con tal de recuperar a su sobrino. Él había jurado frente a la tumba de su hermana que protegería a sus hijos, pero no era el único motivo por el que lo hacía. Scrooge McDuck amaba a Donald y a Della. No eran sus hijos de sangre, pero los amaba como si lo fueran.
—Trajimos pastel navideño y mucha comida.
—Eso sí que es un milagro navideño ¿Qué planeas, tío Scrooge?
—Celebrar la Navidad con mi familia.
No era del todo mentira, pero había otro motivo y Scrooge estaba dispuesto a todo con tal de recuperar a su sobrino. Della también pensaba del mismo modo.
—¿Puedo invitar a Reginella?
—Por supuesto. Tenemos que hablar con ella.
—Reginella no es mala, ella sólo cumple con su deber.
—Es la reina, ella te secuestró porque quiso.
—Ella nos protegió. Artemisa es la protectora de estos bosques y ha maldecido a todos los que han robado algo de sus dominios. Creo que el último hombre fue convertido en un reno.
Scrooge sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo.
—Bueno, al menos podemos intentarlo.
Donald y Della se encargaron de la cena. Scrooge estaba sorprendido por las habilidades de Donald. Orgulloso y sorprendido en igual medida.
—Pueden llevarse algo de carne. La he salado bien por lo que se conservará en un buen estado por un largo tiempo.
Donald los guió hasta la casa que compartía con Reginella. Esta se encontraba bajo tierra. Para entrar se debía atravesar un túnel oculto bajo unos arbustos. Contrario a lo que se podría esperar, estaba iluminado en su interior. Había varias flores que colgaban del techo. También había varios muebles, todos ellos de madera y de aspecto rústico.
La cena transcurrió con tranquilidad. Donald y Della charlaron de lo que habían hecho durante el tiempo separados.
—Estamos muy avergonzados por lo ocurrido durante nuestra visita anterior, pero extraño a mi hermano y nos gustaría que regresara con nosotros.
—Me temo que eso no depende de mí.
Scrooge no podía creer lo que escuchaba. Reginella parecía sincera, pero no podía ni quería aceptar la posibilidad de que sólo pudiera ver a su sobrino cuando visitara el bosque.
—Artemisa es la protectora de estos bosques. Suele maldecir a todos aquellos que la ofenden. Ella odia a los intrusos y no puedo autorizar la salida de Donald sin su permiso.
—Entonces hablaremos con Artemisa ¿Sabes dónde encontrarla?
—En Ithaquack. Pero les advierto, los dioses son orgullosos y se sentirán ofendidos si llegan con las manos vacías.
Donald sirvió un postre que había preparado especialmente para la ocasión. Si bien era cierto que él no se esperaba la visita de sus parientes, también lo era que quería sorprender a Reginella con algo especial.
—¡Tengo regalos!
—Creí que no sabías que veníamos.
Donald les extendió los espejos gemelos, luego se alejó. No pudo evitar reírse al ver la reacción de Della en cuanto lo vio reflejarse en el espejo.
—Con esto podremos comunicarnos en cualquier momento. Sólo tienen que activar el espejo y listo.
Scrooge y Della compartían la felicidad de Donald. Si bien era cierto que ambos preferían poder estar personalmente con él, sabía que debían conformarse con hablar con él de esa forma, al menos temporalmente.
VII
Donald cerró los ojos, enfocándose en su propia energía e imaginando cómo sería su varita. Reginella le había dicho que una varita mágica no era indispensable, pero que lo ayudaría a canalizar su magia y él consideraba que eso lo haría verse cool.
El mago abrió los ojos cuando sintió un cosquilleo en los dedos. Una sonrisa apareció en su rostro al ver un cetro en sus manos. Era una vara larga con un sombrero azul en la punta.
—¡Asombroso!
—Es una varita mágica muy hermosa.
Donald deslizó la varita mágica entre sus dedos. Él se sentía orgulloso por su hechizo de invocación y no veía el momento para poder usar su varita. Estaba seguro de que a partir de ese punto las cosas resultarían mucho más sencillas.
—Creo que ya podemos empezar con magia de curación. Si avanzas con rapidez, podré pedirle a Hécate que te enseñe magia ofensiva.
Al mago le entusiasmó la idea de aprender magia ofensiva, pero le desanimó saber que esas lecciones no serían con Reginella. No le hacía ilusión separarse de ella.
—Es la primera vez que veo una varita mágica así, estoy segura de que serás muy poderoso.
Donald se sonrojó al escuchar esas palabras. No era la primera vez que la reina de las hadas hacía un comentario similar.
—Puedes tomarte el resto del día libre.
Donald observó los libros que Scrooge le había llevado y suspiró con pesar. Sus lecciones de magia habían terminado, pero él no había acabado con todas sus responsabilidades. El mago conocía a su tío lo suficiente para saber que tendría problemas si reprobaba, aunque no estaba seguro de cómo haría los exámenes.
VIII
La llegada de Scrooge y de Della a Ithaquack no fue algo que pasara desapercibido. La mujer piloto exigió ver a Artemisa, pero eso no fue lo único que hizo para hacerse notar.
Scrooge y Della se enfrentaron a las gárgolas que custodiaban la entrada, derrotandolas no sin algo de dificultad.
Scrooge usó su bastón para bloquear los ataques y para devolverlos. Tuvo que correr para esquivar a su enemigo. En más de una ocasión tuvo que agacharse o saltar para esquivar las garras de la gárgola, pero al final lo que le permitió ganar fue su astucia y la ayuda de Della.
Della no usó ningún tipo de arma, sólo su fuerza y su ingenio. Ella corría y saltaba con tanta rapidez que logró evitar todos los golpes e incluso marear a su objetivo.
Donald y Scrooge no hablaron, pero no fue necesario establecer un plan. El mayor aprovechó la maniobra de Della para hacer que la gárgola a la que se enfrentaba fuera quien diera el golpe final a su enemigo.
Zeus se presentó ante ambos, su actitud era desafiante, no obstante su sorpresa era visible. Scrooge y Della fueron los primeros mortales en visitar Ithaquack en siglos y sobrevivir a los guardias.
Los dioses detuvieron la fiesta momentáneamente. Todos encontraban a los dos mortales más fascinantes que la fiesta que celebraban.
—¿Qué es lo que buscan?
—Queremos una audiencia con Artemisa.
Hubo un silencio que pareció eterno.
—Han llegado muy lejos y vencido a dos de nuestras gárgolas. Ambos se han ganado ese privilegio.
Artemisa los convocó en su templo. La diosa no hizo ningún intento por disimular la curiosidad que sentía.
—Mis sobrinos y yo hemos cometido un error imperdonable. Faltamos el respeto a uno de sus bosques. Mi sobrino está pagando nuestra ofensa, pero queremos que él vuelva con nosotros ¿Qué podemos hacer para tener su gracia?
—¿Trajeron una ofrenda?
Scrooge asintió y Della le entregó un cofre. Este contenía varias joyas como esmeraldas, zafiros, rubíes, amatistas, perlas y diamantes.
Artemisa los observó de manera analítica durante varios minutos, para finalizar con una sonrisa satisfecha.
—Si quieren recuperar al tributo, deberán encontrar y liberar a los unicornios. También deberán asegurarse de que al menos uno llegue al bosque donde cometieron la ofensa.
—¿Cómo los encontraremos?
—Eso es algo que ustedes deberán descubrir por sí mismos.
—Necesitaremos la ayuda de mi sobrino.
—Consigan el permiso de la reina de las hadas. Si ella lo autoriza, yo les daré una autorización, pero recuerden que es temporal. Fallen a su palabra y serán maldecidos.
Scrooge y Della agradecieron a la diosa y se marcharon de forma respetuosa. Ambos se convirtieron en el centro de las miradas de todos los dioses, pero ninguno lo detuvo.
Della se sintió feliz al saber que había una posibilidad de rescatar a su hermano. Si bien era cierto que no tenían ninguna pista, también lo era que en ese momento tenían una esperanza y un plan a seguir.
—Y tú que decías que los unicornios no existen.
IX
Donald deslizó su varita sobre el pequeño conejo, curando su para rota al instante. Este se había asustado y eso había provocado que sus extremidades inferiores resultaran heridas. Era algo que solía pasar con frecuencia, los conejos eran animales asustadizos y frágiles.
El mago regresó a su casa. Estaba agotado, pero sabía que debía continuar con sus lecciones. En esa ocasión tenía una motivación extra, Reginella se mostró interesada por lo que hacía y deseosa por aprender más de los humanos.
—¿Qué estudiaremos hoy?
—Historia, matemáticas, química y también literatura. Tío Scrooge me dijo que vendría pronto y le he pedido varios libros. Estoy seguro de que te gustará Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, La historia sin fin de Michael Ende, El Jardín Secreto de Frances Hodgson Burnett y Coraline de Neil Gaiman.
—Confío en tu buen gusto.
Donald comenzó a leer en voz alta el libro de historia. Leyó sobre los conflictos que desencadenaron en la firma del acta de independencia.
—No apoyo la guerra, pero me parece admirable la forma en que lucharon por la libertad y por el derecho a ser tratados como seres humanos.
A Donald no le gustaban las matemáticas, pero a Reginella sí.
—Las matemáticas están en todo lo que nos rodea.
—Las matemáticas son para locos.
Reginella se rió al escuchar esa respuesta. Donald se sintió un tanto molesto y muy avergonzado. Su opinión no había cambiado ni un poco, pero odiaba pensar que el hada pudiera tener una mala opinión de él. Era ella quien más deseaba que tuviera una buena impresión de él.
—Yo amo las matemáticas ¿Piensas que estoy loca?
Donald se sonrojó.
—No.
—Sé de un amigo que podría hacer que cambies de opinión.
La reina se puso de pie, dibujó un mapa para Donald y creó un portal.
—Te enseñaré a crearlos cuando regreses.
Donald terminó de hacer la tarea antes de seguir las instrucciones del mapa. El mago transformó sus ropas en las de un aventurero y su arco en una escopeta. Si bien era cierto que el arco era su arma favorita también lo era que consideraba que la escopeta le daba más estilo.
Donald supo que no estaba en el bosque de Reginella cuando encontró huellas con forma de números. Muchas cosas a su alrededor tenían esa forma.
—¡Vaya! Debe ser un animal muy raro.
Era un animal con cabeza de lápiz que lo desafió a un juego de «gato», el cual perdió.
—¿Qué clase de tontos vivirán aquí?
Donald se dirigió al río y vio que números fluían en sus aguas. No le dio importancia y siguió con su recorrido. Luego encontró raíces de árboles con forma cuadrada y un pájaro con formas geométricas diciendo el número Pi, algo que no pudo ignorar. Comenzó a llamar a cualquiera que pudiera contestar su llamado y su petición fue escuchada por alguien que parecía conocerlo.
—¡Hola, Donald!
—Ese soy yo ¿Dónde estoy?
—Estás en la tierra de las matemáticas.
—¿Matemáticas? ¡Bah! Eso no existe.
Donald había visitado toda clase de lugares en compañía de su tío Scrooge. Había visto un papiro que hacía realidad lo que se escribiera en su interior, conocido a una hada, visitado el Dorado, explorado las ruinas de Pompeya y visto unas gomitas capaces de hacerlo regresar al pasado, pero La idea de que existiera la tierra de las matemáticas le parecía absurda.
—Es un lugar muy interesante.
—¿Y usted quién es?
—Soy un espíritu, el espíritu de la aventura.
Donald pensó que Scrooge y Della se morirían de envidia si llegaran a enterarse. Su tío presumía de ser el aventurero más grande de todos los tiempos, pero dudaba que en algún momento se hubiera encontrado con el espíritu de la aventura, de lo contrario, estaba seguro de que se lo habría dicho. Scrooge amaba hablar de sus aventuras.
—¡Fantástico! ¿Qué haremos?
Donald amaba la aventura y estaba ansioso por explorar el extraño lugar en el que se encontraba.
—Vamos a recorrer la maravillosa tierra de las matemáticas.
—¿Matemáticas? Eso es para locos.
Donald se sintió estafado. Él esperaba mucho más del espíritu de la aventura, soñaba con explorar tierras fascinantes y las matemáticas no se acercaban siquiera a su concepto de diversión.
—¿Locos? Espera un momento, Donald ¿Te gusta la música?
Eso llamó la atención de Donald. Amaba la música. Uno de sus mayores sueños era convertirse en un músico famoso, conocido por sus canciones y por sus grandes hazañas.
—Bueno, sin matemáticas no podría haber música.
Y Donald perdió el interés una vez más.
—¡Bah! Vamos a la antigua Grecia, a la época de Pitágoras.
La ropa de Donald se transformó en la que solía usarse en esa época y de repente él se encontraba en Grecia, mucho tiempo atrás.
X
Scrooge McDuck se sentía frustrado. Habían pasado varios meses desde que había viajado a Ithaquack y le molestaba no haber encontrado una forma de traerlo de vuelta a casa. Él le había dado el material didáctico a su sobrino como una forma de desviar sospechas, nunca creyó que fueran necesarios.
La semana pasada, él, Della y un profesor viajaron al bosque por motivo de los parciales. Della había insistido que quería apoyar a su hermano y él no encontró ningún motivo para quejarse, reafirmando su decisión al enterarse de que los mellizos habían obtenido mejores calificaciones.
El día anterior había leído varios artículos que confirmaban la existencia de los unicornios, pero estos afirmaban que nadie ajeno al mundo de la magia podría verlos y eso era lo que más le frustraba. Él era Scrooge McDuck y le frustraba saber que estaba tan lejos de lograr su objetivo.
Escuchar el sonido de la puerta al ser golpeada lo hizo pensar en la última persona a la que deseaba ver, siendo, irónicamente, uno de sus empleados de mayor confianza.
Bradford se había quejado. Él solía hacerlo con frecuencia así que no era nada nuevo por lo que no le daba importancia. El problema era que los números lo avalaban y él tuvo que firmar varias alianzas para mantener su estatus como el pato más rico del mundo.
Flintheart Glomgold había demostrado ser un rival de temer. Era extravagante, lo había confirmado desde esa vez en que lo vio ingresar a una cueva acompañado de periodistas, pero no era un inepto. Él se había enriquecido con rapidez, expandiéndose a muchos mercados y convirtiéndose en alguien a que no debía descuidar.
Scrooge se sintió aliviado al ver que no se trataba de Bradford, sino que eran sus sobrinos.
—Queremos ver a Donald —le dijo Della.
La mirada de Scrooge se posó sobre los papeles en su escritorio. Faltaban dos horas para su reunión con el presidente de Relox, un negocio que no podía perder y que no le molestaría cancelar.
—Imposible, tengo asuntos que resolver con Relox y no puedo cancelar.
Scrooge confiaba en que la suerte de Gladstone haría que no fuera necesario hacer ningún compromiso. El sonido de su teléfono bastó para que Scrooge supiera que su plan había sido exitoso. La reunión fue pospuesta por dos semanas y él no tenía ningún compromiso durante ese tiempo.
—Partimos en cinco minutos, no esperaré a nadie.
Esas palabras fueron innecesarias. Della, Fethry y Gladstone estuvieron listos en tres minutos.
Chapter 2: El último unicornio
Summary:
Donald ama la magia y a Reginella, pero extraña a su familia. Scrooge y Della lo extrañan y harán todo lo posible por traerlo de vuelta.
Chapter Text
Capítulo 2: El último unicornio
I
Fethry había corrido al encuentro de Donald en cuanto lo vio. Lo abrazó con fuerza y no lo dejó ir hasta que fue consciente de que su primo tenía problemas para respirar.
—Solo Donald podría terminar de una forma así —comentó Gladstone de forma burlona.
Donald sopló el mechón de cabello que cubría su ojo y fingió estar molesto. Si bien era cierto que Gladstone solía hacerlo enojar la mayor parte del tiempo, también lo era que lo había extrañado y que ver a su familia una vez más lo llenaba de felicidad. Pero había otro motivo por el que no podía sentirse ofendido por el comentario de su primo, él no se sentía desafortunado.
Donald amaba la magia y genuinamente disfrutaba de sus lecciones. Amaba las aventuras y había explorado toda clase de lugares. Pudo conocer al espíritu de la aventura y este cambió la forma en que veía las matemáticas. Había conocido a Reginella y poder estar a su lado era algo que lo hacía muy feliz. Sí, extrañaba a su familia, pero le era imposible ver su situación actual como un castigo o una maldición.
Della, por el contrario, sí parecía molesta y lo demostró cuando le dio un codazo a su primo.
—Solo bromeaba —respondió fingiendo inocencia.
—Este lugar no es tan malo y si quieren hablarme, pueden pedirle a Della que les preste el espejo de doble cara.
Donald y Della les mostraron a sus primos la forma en que se usaba el espejo de doble cara.
—¿Qué has estado haciendo?
—No parece que se pueda hacer mucho en este lugar.
—En eso te equivocas. He estado cazando, cultivando, curando a los animales, estudiando y componiendo canciones. Aunque casi no tengo tiempo para dormir.
Donald sonrió al recordar la canción que le estaba escribiendo a Reginella. Ella le gustaba y deseaba que su guitarra le expresara lo mucho que le gustaba.
—Pero no tienes ningún instrumento.
Donald omitió el hecho de que días atrás había usado su magia para transformar unas ramas en una guitarra, hacerlo sería admitir que era un mago. En lugar de eso optó por mentir, afirmando que se trataba de un obsequio de la reina del bosque.
Poco después él se enfocaría en la energía de sus familiares y descubriría que no era el único que estaba relacionado con la magia, algo que Reginella le confirmaría.
—¿Qué hacen aquí?
—Fethry quería verte y yo estaba aburrido. Ganar tantos premios puede ser agotador e incluso los cruceros de lujo pueden ser aburridos.
Gladstone estaba mintiendo, pero su orgullo le impedía admitir lo mucho que había extrañado a su primo.
—¿Acaso necesitamos una excusa para visitar a la familia?
—No, es solo que me sorprendió verlos aquí.
—Además te trajimos los libros que pediste.
Fethry notó la forma en que Donald veía a Reginella y supo de inmediato el motivo por el que su primo había pedido varios libros y cómics.
—Suficiente de presentaciones —Scrooge pretendió estar enojado —. El viaje ha sido largo y tengo hambre.
—Llegaron en buen momento, hace poco hubo una cosecha de manzanas y he preparado varios postres.
Gladstone se alegró al escuchar esas palabras. Si bien era cierto que todos los primos solían pasar tiempo con Elvira, también lo era que Donald era el único que se había tomado un tiempo en aprender sus recetas. Abner era el mayor, pero era Donald quien solía cuidar de ellos. El ganso extrañaba a su abuela y los momentos que solía pasar en compañía de su familia. Siempre habían discutido, pero no pasaban tanto tiempo como solían hacerlo en el pasado.
Gladstone recordaba que Abner se dedicaba a ayudar con la granja. Él solía cortar la leña, recoger la cosecha o alimentar a los animales, Donald cocinaba junto a la abuela, mientras que él, Della y Fethry limpiaban la casa y planeaban hacer bromas, la mayoría de veces a Donald. De los cinco, era el más ingenuo y fácil de manipular.
Donald guió a sus parientes hasta la casa que él y Reginella compartían. Gladstone estuvo hablando durante todo el recorrido, comentando sobre los premios que había ganado.
—Tú debes ser el favorito de la Dama Fortuna.
Gladstone sonrió orgulloso. Sus parientes no estaban nada sorprendidos y es que el ganso había sido bendecido con la buena suerte desde el día en que rompió el cascarón del mismo modo en que había pasado con su madre.
—Ten cuidado. Tyche te cuidará en todo momento, pero Némesis haría todo lo posible por destruirte si llegara a enterarse de tu existencia o si considerara que has sido demasiado afortunado. No sería la primera vez que lo hace.
Fethry no fue el único que pensó en Daphne y en Gustave, los padres de Gladstone. Ambos habían muerto años atrás, durante un picnic que Daphne había ganado. Eso había tomado por sorpresa a toda la familia y les hizo pensar a muchos que la familia Duck había sido maldecida. Eider y Lulubelle habían muerto poco antes, también de una forma un tanto inusual, aplastados por un dinosaurio cubierto de desayuno. Meses después Hortense y Quackmore también tendrían un fatídico destino, víctimas de un robo fallido.
—Confío en que mi suerte siempre me protegerá.
Fethry hizo grandes esfuerzos para disimular su tristeza. Recordar a sus padres siempre era doloroso. Pensó en Abner, su hermano, quien se había mudado al bosque poco después del funeral. Había pasado meses desde la última vez que supo de él y tampoco es que supiera mucho. Solo le había enviado una tarjeta de felicitaciones por su cumpleaños.
Fethry extrañaba a su hermano.
—Los dioses parecen más ocupados con la fiesta de Zeus.
—Además no siempre soy afortunado —Gladstone dejó de sonreír y su rostro mostró una expresión de terror —. Hace poco gané unas flores en un sorteo, pero no las plantaron para mí. ¿Acaso Némesis está detrás de mí?
—Lo dudo, ella te habría hecho más daño. Siglos atrás hizo que un rey lo perdiera todo, incluyéndose a sí mismo.
La expresión de Gladstone no cambió ni un poco. Para Fethry era evidente que consideraba su tragedia igual de grave que la del rey de la que Reginella hablaba.
—La jardinería suele ser muy gratificante si le das una oportunidad.
—Puedes quedarte con ellas, yo no las necesitaré.
—Solo aceptaré una. A cambio te daré un poco de abono. No plantará las plantas por ti, pero ayudará a que crezcan fuertes y hermosas, incluso si están a cargo de un flojo como tú.
—Yo puedo cuidar de un jardín si me lo propongo y te aseguró que haré que te retractes de tus palabras.
—Seguro —Donald hablaba de forma sarcástica.
Fethry se rió. Conocía a sus primos y sabía lo competitivos que podían llegar a ser por lo que no le sorprendió la reacción de Gladstone. Lo que no se imaginó fue que el ganso genuinamente llegara a interesarse por la jardinería o que el abono que Donald le hubiera obsequiado hubiera sido elaborado con magia.
Reginella llegó minutos después. Ella los recibió con una sonrisa amable que luego se transformó en sorpresa.
II
Scrooge se sorprendió al ver la comida que Donald había preparado. Tenía un buen aspecto, la probó y comprobó que no solo se veía bien, sabía incluso mejor. Su sobrino lo había sorprendido una vez más y para bien.
Scrooge McDuck no era consciente de que Donald estudiaba magia, pero sí que había estado aprendiendo muchas cosas y que esas habilidades le servirían de mucho durante sus aventuras.
Estaba orgulloso y tenía la sospecha de que él podría seguir aprendiendo más de quedarse en el bosque, pero no lo quería. Donald era como un hijo para él y lo extrañaba. Quería que lo volviera a acompañar en sus aventuras, reescribir la historia y ser el que le enseñara sobre la aventura y la vida en general.
—¿Y bien, Gladstone? ¿No tienes nada que decir?
—He probado mejores.
Donald hizo el amago de quitarle el plato a Gladstone, siendo detenido por su primo. Scrooge sonrió al ver eso, feliz de que ambos siguieran siendo los mismos de siempre.
—Reginella ¿podemos hablar?
La reina del bosque asintió y lo guió hasta su habitación. Ese cuarto era exactamente lo que había imaginado del hada. Una cama que colgaba de lianas, paredes cubiertas de flores y una ventana sobre el techo que iluminaba la habitación.
—¿Qué es lo que le preocupa?
—Hablé con Artemisa, ella me dijo que Donald podría ser libre si lograba encontrar a los unicornios.
Scrooge notó la expresión de tristeza en el rostro de la mujer y eso hizo que sospechara. una parte de él temía que el hada hiciera algo para retener a Donald a su lado, incluso si esa no había sido su intención inicialmente.
—¿Qué sabe de los unicornios?
—No mucho. Un día simplemente desaparecieron. Recuerdo que huían del toro rojo, pero mi magia no es ofensiva por lo que no pude hacer nada.
—¿El toro rojo?
Scrooge maldijo su suerte. Encontrar una pista no había hecho que estuviera más cerca de recuperar a su sobrino.
—No creo que el toro rojo sea un animal normal, pero tampoco sé qué pueda ser. Solo lo he visto una vez y debo admitir que es aterrador.
A Scrooge no le preocupaba el hecho de que el toro rojo fuera aterrador, tampoco le hubiera preocupado si se tratara de un dragón, solo le molestaba el no tener información.
—Es probable que el toro sirva a un amo. El toro no solo quería asustarlos, los estaba guiando fuera del bosque.
Scrooge y Reginella regresaron a la sala de estar. Los primos se encontraban jugando cartas. No fue difícil saber cuál era el resultado, Gladstone tenía muchas galletas de manzana, era el único que las tenía. Donald era el que estaba más enojado y no hacía nada para ocultarlo.
—Y yo gano otra vez.
Scrooge pensó que era momento de acudir al plan B. Gladstone era el pato más afortunado del mundo y él realmente necesitaba de suerte para poder dar con el toro rojo y más importante aún, localizar a los unicornios.
—Recuerda lo que dijo Reginella, podrías hacer enojar a Némesis.
—No tienes qué preocuparte, soy adorable.
Donald se rió por lo bajo, algo que hizo enojar a su primo.
III
Para Donald fue una sorpresa muy grande el ver a Hecate. Reginella le había dicho que la diosa le ayudaría a practicar la magia, pero no creyó que eso ocurriera tan pronto, menos que ella estuviera acompañada por Storkules, Dios de los héroes.
—Han pasado décadas desde la última vez que se me pidió que enseñara a un humano. Reginella me ha dicho que tienes potencial con la magia, pues bien, quiero comprobar si eres digno. Para ello deberás derrotar a Storkules.
Donald se dijo que no sería fácil derrotar a Storkules. Su adversario era un dios, lo superaba en tamaño y en fuerza. También en experiencia, después de todo era el dios de los héroes. Pero él era Donald Duck, había acompañado a Scrooge McDuck en muchas de sus aventuras y se había enfrentado a un wendigo años atrás. No podía perder y menos frente a Reginella.
—¿Eso es todo? —preguntó con una seguridad que no sentía.
Storkules rió de forma burlona.
—Quiero ver qué tan fuerte eres.
Donald fue el primero en atacar. Storkules logró bloquear su golpe con mucha facilidad y lo lanzó al aire.
El mago se puso de pie con algo de dificultad y volvió al ataque. No le hacía daño al dios, pero se movía con tal velocidad que este no podía detenerlo.
Donald se dijo que la fuerza no sería suficiente así que tendría que optar por la magia. No conocía ningún hechizo de ataque, pero tenía un plan.
El mago creo un portal detrás del dios, en el suelo. Si bien era cierto que sólo podía mantener pocos portales abiertos a la vez y que estos no podían ser usados para recorrer largas distancias o llegar a zonas que él no conociera, también lo era que no necesitaba de ello.
Donald barrió el suelo con una patada e hizo que Storkules cayera en el portal. Abrió otro portal, unos dos metros por encima y se dedicó a observar como el dios continuaba cayendo sin posibilidad de detenerse.
—La batalla ha terminado. Donald Duck es el ganador.
Donald movió su varita y ambos portales se cerraron. Storkules aterrizó sobre sus piernas y, contrario a lo que Donald esperaba, no estaba enojado.
—¡Wow! ¡Hace décadas que no tenía un enfrentamiento así! —Storkules comenzó a reír a carcajadas —. Tienes que convertirte en mi pupilo.
—Él será un mago.
—Descuida, Hecate, serán pocas aventuras, no más de una al mes.
IV
Scrooge había logrado dar con el toro rojo gracias a Gladstone. Lo había hecho elegir entre varios mapas y él confiaba en que su suerte le haría dar con el lugar correcto, incluso si ni siquiera lo estaba intentando.
El pato más rico del mundo estudió ese reino, un pueblo abandonado, o al menos eso era lo que decía la versión oficial, y confiaba en poder ir al lugar, pero para ello necesitaba que Donald lo acompañara.
Si de él dependiera, partirían de inmediato, pero Bradford lo tenía de manos atadas y debía reunirse con el encargado de su fábrica de chocolate.
Duckworth lo llevó hasta su fábrica en las afueras de Duckburg. Su mayordomo le había advertido que el lugar se había convertido en una zona de desastre, pero él no se imaginó que tan grave era la situación.
—¡Maldigo mis gaitas! ¿Qué está pasando aquí?
Toda la fábrica se encontraba cubierta de chocolate. Los Beagle Boys, también estaban cubiertos por el dulce, sin tener alguna oportunidad de escapar.
J. Gander Hooter y Vladimir Gryzlikoff los habían aprisionado y detenido antes de que pudieran concretar su robo.
Scrooge McDuck supo qué eran lo que buscaban cuando vio un barco a escala sobre un montón de chocolate. Sabía que se trataba de una pieza de gran valor, pero no tenía ni idea de porque los criminales estaban tan interesados en esa pequeña pieza de madera.
—Lo estudiaremos en los cuarteles de S.H.U.S.H —le dijo J. Gander Hooter.
Scrooge le extendió el barco.
—Solo asegúrate de devolverlo intacto, es una pieza valiosa de mi colección. Pero te advierto, los Beagle Boys no son los criminales más listos de la zona.
V
A Gladstone no le gustaba estudiar, de hecho, aborrecía todo lo que implicaba un esfuerzo, pero allí estaba, estudiando en compañía de sus primos, incluso si Donald no estaba presente físicamente.
—¡Odio las matemáticas! ¡Son aburridas!
—No lo son cuando las entiendes.
Gladstone observó a su primo con incredulidad y no fue el único en hacerlo. Fethry y Della compartían la misma expresión, incluso Reginella, aunque ella no era visible a través del espejo.
—¿Quién eres tú y qué hiciste con mi primo Donald?
—Donald no es bueno con las matemáticas y es quien más las odia de los cuatro.
La expresión de Donald denotaba enojo. Sabía que sus parientes tenían razón, siempre se quejaba cuando tenía tarea de matemáticas y muchas veces ni siquiera la terminaba, pero no por ello se sentía menos ofendido.
—He cambiado. Estuve en el Reino de las Matemáticas y no fue tan malo como pensé.
Donald tomó una cuerda y la fue tensando de tal forma que cada vez tocaba una nota diferente.
—Las matemáticas están en todas partes, incluso pueden usarse en la música y yo amo la música. Hace poco hice una lira solo con varias cuerdas y un trozo de madera.
Gladstone no estaba sorprendido cuando vio la lira que Donald había hecho. No le parecía especialmente llamativa, aunque debía admitir que sonaba bien y que cumplía con su propósito.
—Es increíble lo que se puede hacer con las matemáticas.
—Entonces dinos cómo se hace la tarea, si es que sabes.
—Yo puedo ayudarlos con eso —comentó Reginella.
—Ella sabe mucho de matemáticas —agregó Donald.
—¡Aburrido!
Gladstone no se estaba aburriendo. Si bien era cierto que las matemáticas no eran su materia favorita, también lo era que se estaba divirtiendo. Pensaba que era entretenido poder charlar con sus primos, especialmente con Donald.
—Podemos jugar cuando terminemos la tarea.
—Suena como una buena idea. También podría enseñarles unos cuantos trucos de magia.
Reginella cumplió con su palabra. Ella usó su magia para crear varias mariposas e hizo que estas volaran a su alrededor, dejando un rastro de luz detrás.
A Gladstone le gustó ese hechizo. Mantuvo su mirada fija en todo momento.
—¿Puedes hacerlo con un trébol de cuatro hojas?
Reginella movió sus manos y las mariposas se transformaron en un trébol, luego hizo que explotaran en pequeñas luces de colores.
VI
Reginella posó sus manos sobre la semilla, estiró sus manos haciendo que esta germinara y, cuando extendió sus dedos, hizo que creciera hasta convertirse en un árbol que la superaba en estatura y que se elevaba varios metros por lo alto. Comenzó a silbar y un grupo de ardillas comenzó a trepar sobre este.
El hada pudo sentir como un portal se abría detrás de ella y sonrió al sentir la energía de Donald.
—¿Cómo te fue?
Donald se dejó caer sobre la hierba. Parecía más cansado que enojado.
—Storkules y yo pasamos todo el día persiguiendo a las yeguas de Tracia. Los portales no sirvieron del todo porque cambiaban de dirección a cada rato y lo peor es que nadie me dijo que comían carne humana.
—Puedo curarte.
Reginella posó sus manos sobre Donald, haciendo que una luz emanara de estas. Podía notar que Donald estaba herido, tenía varios raspones, marcas de mordidas, pero nada de gravedad.
—Creo que con eso es suficiente.
Reginella no se apartó y Donald no hizo ningún intento por alejarse. Sus rostros estaban muy cerca, faltaba poco para que se rozaran.
La hada podía sentir como su rostro se teñía de rojo y su corazón se aceleraba. Ella no entendía por qué la cercanía del mago le afectaba tanto o por qué era incapaz de alejarse.
Quería besarlo.
Era la primera vez que se sentía de ese modo y le asustaba. Ella era un hada bajo el mando de Artemisa y Donald era guardián de los bosques. Ambos debían permanecer castos y puros si no querían despertar la ira de la diosa.
Artemisa había enviado a un jabalí contra Eneo de Calidón ya que se negó a pagar tributo lo que había provocado la muerte del rey. El caso de Aura no fue mejor. La ninfa se rió de Artemisa, asegurando que su cuerpo era demasiado voluptuosa para ser pura. Artemisa hizo que Eros flechara a Aura para que se enamorara de Dionisio. Ellos tuvieron muchos hijos. Aura enloqueció y se comió a uno de ellos. Agamenon provocó la ira de la diosa al decir que era mejor cazador que Artemisa. La diosa maldijo al rey, deteniendo sus barcos. Agamenon planeaba sacrificar a su hija, algo que la diosa evitó al reclutarla.
Ese pensamiento bastó para que el hada se apartara. Disfrutaba la compañía del mago y él le gustaba, pero no estaba dispuesta a intentar algo si no era amor y aún en ese caso tenía sus dudas.
Donald se mostró un tanto decepcionado. Reginella se preguntó si él esperaba algo más y eso la hizo feliz, aunque no debería. Su mirada se posó en su pico y el deseo por besarlo regresó con más intensidad. Una vez más sus rostros se acercaron, pero el beso no llegó a concretarse.
Reginella no sabía si debería sentirse aliviada o molesta con la llegada de Hecate, pero sí que debía poner en claro sus sentimientos y tomar una decisión en base a ellos.
VII
Della amaba las aventuras, saber que estaba por tener una aventura que la ayudaría a recuperar a su hermano la hacía feliz. Ella deseaba que las cosas volvieran a ser lo que eran y más importante aún, extrañaba a su hermano.
La aventurera notó algo extraño cuando llegaron al bosque. Donald y Reginella que parecían llevarse bien, estaban un tanto distanciados. Su instinto le decía que no era una pelea, ambos se veían tristes, pero era incapaz de dar con el motivo de ese distanciamiento.
—Tenemos buenas noticias. Tío Scrooge ha dado con el escondite de los unicornios.
—No es nada seguro y necesitaré de la ayuda de Donald. Tengo la sospecha de que los unicornios siguen con vida, encerrados en un reino decadente.
La mirada de Della se posó sobre Donald y por unos instantes parecía que se negaría, pero luego su actitud cambió.
—Donald puede acompañarlos. Regresen con los unicornios… y él será libre de sus responsabilidades como guardián.
Della no entendía por qué su hermano parecía decepcionado y se preguntó si acaso él no extrañaba a su familia y las aventuras que solían tener.
Poco después se encontraban en el aeroplano. Della estaba conduciendo mientras que su hermano y tío dormían. La piloto no pudo resistir la tentación y le dibujó un bigote a su mellizo.
—¿Qué haces, Dumbella?
Della no esperó que su hermano despertara con tanta facilidad. Donald solía tener el sueño tan pesado y era tan fácil hacerle bromas.
—Conduzco un aeroplano ¿Acaso no es obvio?
—Sabes que no me refiero a eso.
—Entonces no sé a qué te refieres. Deberías ser más claro, hermanito.
Donald hizo la misma expresión que solía hacer cada vez que caía en una de sus bromas. Della tuvo que hacer grandes esfuerzos para no reírse.
Della no encontró un aeropuerto, pero sí un campo despejado y lo suficientemente espacioso para aterrizar. Ella había observado varios campos de cultivos, todos descuidados, casas, en un estado deplorable y calles desiertas. Eso le dio un mal presentimiento.
—¡Qué lugar más horrible!
—Es un pueblo abandonado por su rey, en el mejor de los casos. Hubo un tiempo donde se comportó como un verdadero tirano.
Della se sobresaltó al escuchar la voz de su tío. No lo había escuchado llegar y creía que seguía dormido. Donald se mostró molesto.
—¿Cómo se supone que sepa que se trata de un pueblo abandonado? Ni siquiera me han dicho a dónde nos dirigimos.
—Solo necesitas saber que estamos buscando unicornios y que debes tener cuidado con el toro rojo.
No encontraron nada ese día. Buscaron por todos los sitios, pero fueron incapaces de dar siquiera con una pista. Della se preguntó si acaso era posible que la suerte de Gladstone hubiera fallado, idea que le pareció demasiado ridículo para tomar en cuenta.
—¿Creen que este lugar se encuentre protegido por magia?
—Hay magia en su interior, pero nada que nos impida entrar. El lugar está tan vacío… no, hay gente, pero muy pocos.
La mirada de Della se posó sobre Donald y Scrooge hizo lo mismo. La piloto no podía entender por qué su hermano parecía tan convencido de que ese lugar no estaba protegido por la magia y Scrooge… él sospechaba.
—¿Por qué estás tan seguro?
Donald se puso nervioso de inmediato y murmuró varias excusas que sonaron incomprensibles, algo que no era extraño tratándose de él.
VIII
Habían pasado tres días desde que Donald se había marchado Reginella lo extrañaba. Se había acostumbrado a su presencia, a su mala suerte, a las conversaciones que solían mantener, a observalo convertirse en un un gran mago y a cuidar del bosque a su lado.
La reina tenía la certeza de que Donald encontraría a los unicornios, sabía que era capaz de eso y mucho más. Ella quería que los unicornios fueran rescatados, pero no quería alejarse de Donald. Lo quería más de lo que debería.
A Reginella le preocupaba lo que pudiera pasar si Artemisa se enteraba de lo que sentía. Ella había convertido a Calisto en osa cuando se enteró de que se había convertido en madre. Ella había hecho un voto de castidad y sentía que lo rompía al enamorarse de la forma en que lo hacía.
Una parte de ella quería acudir ante Titania, la reina de las hadas y pedirle ayuda, pero temía no ser correspondida y defraudar a todos aquellos que confiaron en ella. Era la reina del bosque y tenía un deber que cumplir.
IX
—Soy Scrooge McDuck, el pato más rico del mundo y ellos son mis sobrinos, Donald y Della. He venido hasta aquí en busca de una audiencia con el rey Haggard.
El segundo centinela esperó a que hablara el primero, pero el más joven sólo tenía
ojos para Della por lo que se mostró impaciente.
—¿Qué es lo que buscan del rey Haggard?
—Eso es algo que sólo discutiré con el rey Haggard personalmente.
El primer centinela calló por varios instantes. Luego se dirigió al castillo y entró por la puerta. No dijo ninguna palabra, pero todos entendieron el mensaje.
El centinela más joven, sin darse cuenta, imitó todos los movimientos de Della,algo que parecía molestar a la piloto.
Caminaron a través de un patio empedrado. La ropa recién lavada colgaba por lo que les rozaba el rostro y, atravesaron una puerta más pequeña y finalmente llegaron a un salón tan inmenso que no podían ver las paredes ni los techos en la oscuridad. Scrooge no estaba sorprendido, pero Donald y Della sí pese a que no era la primera vez que veían algo similar.
Cruzaron otra puerta y subieron por una escalera estrecha. Había pocas ventanas y ningún tipo de iluminación además de los débiles rayos de sol que lograban colarse a través de la ventana. La escalera cada vez se volvía más angosta, algo que daba la sensación de que cada peldaño giraba sobre sí mismo y que la torre se cerraba sobre ellos como si fuera una trampa.
Donald escuchó un ruido sordo de un lugar que no pudo identificar. La torre tembló como si se tratara de gelatina. Donald tuvo que hacer grandes esfuerzos para no mostrar su nerviosismo, había sentido algo inusualmente oscuro y retorcido junto al estruendo. El guía, no obstante, ni se inmutó. El hombre más joven susurró con seriedad a la única mujer del grupo:
—No tienes que tener miedo. No es más que el Toro.
Donald no estaba seguro de ello. El toro le provocaba escalofríos. Scrooge sonrió con malicia, seguro de que estaba muy cerca de lograr su objetivo.
—¡No tengo miedo! —Donald sopló el mechón de cabello que caía sobre su ojo —. Soy un aventurero y he visto cosas peores.
—Y también te has asustado con cosas más pequeñas.
Donald observó a su hermana con reproche.
—Siempre eres el primero en huir.
—El que no me arriesgue de forma innecesaria no significa que sea cobarde.
El sonido no se repitió.
Ambos centinelas habían prestado atención a esa discusión y ambos parecían interesados, por motivos diferentes. No obstante, ninguno dijo siquiera una palabra.
El segundo centinela se detuvo bruscamente, Donald lo vio extraer una llave, no sabía si esta provenía de su bolsillo o si el centinela la ocultaba en otro lugar, no era un pensamiento que le quitara el sueño. Tampoco supo lo que hizo, sólo que parecía que la había hundido en la pared que tenía delante, parte de la cual se abrió
hacia dentro.
Poco después entraron en una cámara baja y estrecha con una sola ventana y una silla en el extremo opuesto. No había nada más: ni más mobiliario ni alfombra ni colgaduras ni tapices. La luz de la luna creciente se colaba a través de la única ventana de la habitación.
—Esta es la sala del trono del rey Haggard —anunció el centinela.
Donald y Della no estaban del todo convencidos. Ambos pensaban que ese lugar se parecía más a una celda e incluso a una tumba que a la sala del trono del rey.
—No veo al rey Haggard.
—¿Estás seguro? —respondió la voz escurridiza del centinela, que se desató el yelmo, se lo quitó de la cabeza cana y dijo—. Yo soy el rey Haggard.
Sus ojos tenían el mismo color que los cuernos del Toro Rojo. Era más alto que Scrooge, su rostro estaba surcado por arrugas amargas, pero no había en él
nada de indulgencia ni de demencia. Tenía mandíbulas largas y frías, mejillas duras y el cuello delgado, lleno de energía. Podía tener setenta años, ochenta o tal vez más. Muchas de sus plumas tenían un tono grisáceo.
El segundo centinela mostró su rostro, uno muy diferente al del rey. Era el rostro de un joven, sus ojos, de un azul intenso y enmarcados por gruesas pestañas, reflejaban amabilidad y algo de curiosidad, su pico tenía una pequeña fractura, producto de una antigua batalla, sus mejillas suaves y su cuello grueso, lleno de energía. Era tan alto como el mayor y tenía el semblante de un caballero.
—Este es Lír.
—Hola —saludó el príncipe Lír—, es un placer conocerlos. Su sonrisa era gentil y su mirada se posó sobre Della.
—¿Eres el príncipe Lír que ha aparecido en la revista Little Ducks? ¿El que ha cazado dragones y ganador tres veces consecutivas del título a la mejor sonrisa?
Donald se arrepintió en cuanto dijo esas palabras, especialmente cuando escuchó la risa de Della.
—Solo he visto la portada cuando buscaba cómics y revistas sobre música, motocicletas y cosas tan rudas como yo.
Era evidente que estaba mintiendo y también que nadie de su familia le creía.
—¿Qué quieres de mí?
Scrooge comenzó a toser y se notaba que era fingido.
—He venido a hacer negocios. Un pato como yo podría hacer de este un lugar próspero.
—No me interesa.
El rey se dio la vuelta. A simple vista podría parecer indiferente, pero Scrooge era alguien observador y pudo notar cierta curiosidad en el rey. Estaba seguro que de no ser así, ni siquiera les hubiera permitido entrar a ese salón.
—Le aseguro que en pocas semanas podré multiplicar su fortuna actual. Este reino será mejor de lo que pudo haber sido durante sus días de gloria.
—Me aburres —volvió a interrumpirlo la voz crujiente— y eso, te lo advierto, es muy peligroso. Dentro de un instante me habré olvidado de ti y jamás
recordaré lo que ha pasado durante este encuentro. Lo que olvido no sólo deja de existir, sino que jamás ha existido. No necesito de un reino poderoso y no lo quiero. Mi corte —continuó—, si se puede llamar de ese modo, está compuesta por cuatro hombres de armas, de los cuales prescindiría, si pudiera, ya que cuestan
más de lo que valen, como todo lo demás, pero se turnan para hacer de centinelas y
cocineros.
—¿Qué hay de la diversión?—Donald estaba escandalizado —. La música, la conversación, las fuentes, las cacerías y las máscaras y los grandes
banquetes ¡La comida y la música dan felicidad!
—Eso no me hace feliz. Lo he tenido y nunca me han importado. No quiero tener cerca nada que no me haga feliz.
Donald se acercó a la ventana. No fue sigiloso ni sabía porqué lo hacía. El mar tenía algo que le parecía extraña e incluso inquietante.
—En eso coincidimos. Todo lo que mi sobrino ha mencionado no son más que trivialidades. La felicidad está en la aventura, en enfrentar al peligro y reírse en su cara, reescribir la historia e ir hasta donde ningún pato ha ido antes.
—Tampoco me gusta la aventura.
La mirada del príncipe se posó sobre Scrooge, él parecía un poco más interesado, pero no era su atención la que Scrooge buscaba.
—Dame una semana y lo haré cambiar de opinión. Mi propuesta es algo que no se puede rechazar y si el dinero no le convence, está Donald. Mi sobrino es un desastre, estoy seguro de que podrá sacarle alguna risa.
—¿Cómo está tan seguro?
Scrooge sacó una tira de fotografías de su billetera, la mayoría eran de momentos vergonzosos de Donald, algunos provocados por su mala suerte y otros por sus propias acciones. Su temperamento sacaba lo peor de él.
Donald se sintió ofendido cuando vio que el rey hacía el amago de sonreír.
—Además Donald puede encargarse de los quehaceres domésticos.
—Padre, debería considerarlo.
El rey Haggard se mostró sorprendido.
—¿Cuál fue la última vez en que me llamaste padre? ¿Cuándo tenías cinco años?
—Seis años.
—No importa —La mirada de Haggard se posó sobre Donald —. Debo admitir que no me es del todo indiferente. Nada se escapa a mi vista y sin embargo… Quietos. Quiero ver sus rostros.
Su respiración raspaba como el cuchillo en la piedra de afilar cuando los observaba, de todos ellos, Donald era quien mostraba mayor incomodidad.
—¡Más cerca! —refunfuñó, entrecerrando los ojos en la oscuridad—. Acérquense, he dicho que quiero verlos.
—En ese caso, puede encender las luces —comentó Della con fastidio —. Demasiado oscuro para mi gusto.
—Nunca enciendo lámparas —respondió el rey—. ¿Para qué sirve la luz?
Se apartó de ellos, murmurando para sí. No parecía enojado, pero sí curioso.
—Por ahora pueden irse. Mañana se les dirá lo que espero de ustedes.
X
Zeus estaba cansado de Scrooge y sus sobrinos, incluso si estuvieron en Ithaquack por muy poco tiempo y uno de ellos ni siquiera había pisado sus dominios. Si dependiera de él, los destruiría, pero sabía que eso dañaría su reputación y para él la reputación lo era todo.
Zeus había dejado de ser el dios que solía ser antes de derrotar a Kronos. Cambió su riguroso entrenamiento por la búsqueda de una pareja y eso no cambió cuando se casó con Hera. Todos lo sabían, muchos de sus hijos se habían convertido en héroes, algunos en dioses, pero todos solían pretender que nunca pasaba. Hera ni siquiera le reclamaba y preferiría culpar a sus amantes, castigandolas con crueldad pese a que muchas veces fueron víctimas de un engaño o de la manipulación.
Scrooge y su familia no lo desafiaron abiertamente, aunque Donald había vencido a Storkules en un combate, pero, por la forma en que se comportaban los demás, parecía que eso hubiera sido lo ocurrido.
Los dioses no dejaban de hablar de Scrooge y de Della, de lo valientes que eran al dar con la tierra de los dioses, de cómo vencieron a las gárgolas y la situación empeoró cuando Storkules regresó del bosque de Artemisa.
—Es la primera vez que dos mortales logran superar nuestras defensas. No creo que alguien más pueda compararse a ese par.
—En eso te equivocas. Tuve un enfrentamiento con Donald. Él me venció sin ningún hechizo de combate y me acompañó a cazar a las yeguas devoradoras de personas que aterrorizaban el pueblo sin nombre.
Era la primera vez en muchos años que lo veía tan interesado por alguien.
—Ese Donald ¿Realmente es especial?
—Tiene el espíritu heroico de Yolao y también su astucia. Donald es fuerte y valiente. Su ira, al igual que la de Megara, es peligrosa y destructora. Lo he visto enfrentar a enemigos que lo superan en tamaño y derrotarlos a todos. Lo he visto correr, lo he visto tener miedo, pero aún así sobreponerse ante la adversidad.
Zeus no recordaba haber visto a Storkules comportarse de ese modo antes. Yolao y Megara solían ser sus favoritos y las personas con las que solía referirse con mayor cariño.
—Han pasado décadas desde la última vez que tuve un aprendiz como él, tal vez siglos. Donald tiene el potencial para convertirse en el mago más poderoso de este universo.
Zeus no hacía nada para disimular su fastidio y no era necesario. Los demás dioses no le prestaban la misma atención que en el pasado y eso era algo que no podía tolerar.
El dios del trueno era un experto en el engaño y la manipulación, habilidades que usó en el pasado y que solían provocar la ira de Hera. El dios sospechaba que su hijo estaba enamorado, algo que planeaba usar a su favor eventualmente.
Zeus se demoró tres días en trazar un plan y usó una estrategia similar a la que usó con Pandora, un regalo que, aunque en apariencia era inofensivo, desataria el caos.
El dios necesitó la ayuda de Eris. No fue difícil convencer a la diosa del caos. Ella no odiaba a Scrooge o a Della, pero tampoco los admiraba y Donald le era indiferente. Zeus conocía a su nieta y sabía que ella cooperaria siempre que pudiera divertirse.
Eris se demoró tres semanas en terminar su pedido y se mostró orgullosa del resultado.
—Atenea me ayudó con el contenido. Descuida, ella no sabe nada. Piensa que es una broma muy elaborada para molestar a papá así que no creo que haga muchas preguntas.
Zeus también pensaba lo mismo. Atenea era una diosa vengativa y para nadie era un secreto su enemistad con su hermano Ares.
—Bien hecho. Es hora de pasar a la siguiente fase.
Hermes fue el encargado de entregar el libro a Scrooge. El dios mensajero no tuvo problemas para localizarlo pese a que se encontraba en los dominios del rey Haggard. Cumplió con la orden de su padre, pero no se marchó de inmediato. Scrooge y Della le intrigaban, Donald también y verlo le hizo entender el porqué Storkules lo admiraba tanto.
«Solo es cuestión de tiempo», pensó Zeus con malicia.
Chapter 3: La noche de Walpurgis
Summary:
Donald ama la magia y quiere convertirse en un mago. Su entrenamiento ha sido riguroso, pero eso no es suficiente. Un mago necesita de un aquelarre y la noche de Walpurgis es la oportunidad perfecta para conocer más de ese mundo.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Capítulo 3: La noche de Walpurgis
I
Scrooge McDuck sabía que los unicornios estaban en el castillo y no lo hacía únicamente porque Gladstone se lo hubiera dicho y él sabía que la suerte de su sobrino nunca se equivocaba. Había algo en Haggard que lo hacía sospechar y no era únicamente su falta de interés por todas las cosas. Scrooge solía tener un comportamiento similar con aquello que no le generaba interés. Era algo más, algo que el pato más rico del mundo no podía explicar.
—Comienzo a creer que la suerte de mi primo no es infalible. Donald estaría feliz de saberlo.
—Especialmente porque podrá pasar más tiempo con esa hada —comentó Scrooge de forma pensativa. Él también tenía sospechas sobre Donald y tenía el presentimiento de que le ocultaba algo.
—¡Tonterías! Donald ama a su familia y tenemos muchas aventuras y lugares que explorar.
—Nunca dije lo contrario. Es solo que… Donald podría estar interesado en tener su propia aventura.
Scrooge pudo notar cierta incomodidad en Della y creía saber el motivo. Donald y Della solían ser inseparables desde niños y parecía ser la más afectada por la separación.
—Pero no creo que sea el caso. El rey Haggard oculta algo.
—A mí me parece que oculta muchas cosas.
Scrooge también pensaba del mismo modo.
—Me refería a los unicornios.
Della no dijo nada en esa ocasión, pero se mostró un tanto sorprendida.
—Hemos buscado por todo el castillo y no sabemos cuánto tiempo tenemos antes de que el rey Haggard se aburra de Donald.
—Creo que tenemos más tiempo del que imaginas y que debemos usar otras alternativas, unas más… mágicas.
—Creí que odiabas la magia.
Scrooge se mostró un tanto sorprendido.
—Solo cuando es usada en mi contra.
II
Para Donald fue una sorpresa enterarse de que el reino contaba con un mago real. Haggard no lo había mencionado y no parecía ser la clase de persona que tuviera contacto con la magia, o al menos eso era lo que él pensaba.
Donald conoció a Mabruk en una de esas raras ocasiones en las que lograba alejarse del rey Haggard. El mago se acercó a él y parecía intrigado.
—En este castillo ya hay un mago real.
—No estoy aquí por el trabajo de mago, de hecho el rey ni siquiera sabe que soy un mago.
Mabruk comenzó a reírse a carcajadas.
—Ese lo sabe todo. Probablemente también haya visto el potencial mágico que hay en ti y espera el momento en que pase algo.
—Tengo mala suerte, lo único que le he mostrado es mi capacidad para meterme en problemas.
Mabruk comenzó a estudiar a Donald. Su mirada lo recorría en su totalidad, como si se tratara de un objeto de estudio muy extraño.
—¿A qué aquelarre perteneces?
—¿Qué es un aquelarre?
—¿Cómo puedes ser un mago y no saber lo que es un aquelarre? Los aquelarres lo son todo, son nuestros puntos de encuentro, fuentes de trabajo y conocimiento. En el aquelarre nos ayudamos todos y compartimos secretos.
—Suena como una secta.
—Te aseguro que no lo es, pero descuida, podrás comprobarlo por ti mismo.
El mago cumplió con su palabra dos días después. Mabruk apareció en su habitación poco antes de la medianoche y le pidió que lo siguiera al bosque. Lo más sensato hubiera sido rechazar su invitación, pero Donald era curioso y no pudo resistir la tentación.
Ambos caminaron durante un tiempo que para Donald fue una eternidad. El adolescente no tenía ni idea de a qué sitio se dirigían, pero sí cómo regresar. Había dejado varias marcas, algo que había aprendido durante las expediciones con su tío.
—¿Falta mucho?
—Lo sabrás cuando lleguemos.
Donald obtuvo una respuesta muy diferente cuando volvió a hacer esa pregunta. Mabruk movió unos arbustos, revelando un pequeño claro en el bosque. En el centro había una fogata y un grupo numeroso de brujas que charlaban amenamente o se entretenían bailando.
—Bienvenido a la noche de Walpurgis.
III
Scrooge tuvo un mal presentimiento en el momento en que vio a Hermes. No era por el hecho de que se tratara del dios de los ladrones, sino porque era el dios mensajero y tenía la sospecha de que estaba en ese lugar por orden de Artemisa. Donald era guardián en uno de sus bosques y temía que no estuviera dispuesta a dejar ir a Donald tan fácilmente.
No estaba del todo equivocado.
Hermes estaba de visita en el castillo de Haggard por mandato de los dioses, pero no de Artemisa.
—Tengo un regalo para ustedes.
—¿Un regalo?
—De parte de Zeus, dice que es una recompensa por todas sus hazañas. Los dioses somos justos y generosos, Zeus lo es más y aquí hay una prueba de ello.
Scrooge no le creía, pero consideraba que aceptar el regalo era el peor de los males. Había leído varios de los poemas escritos sobre los dioses y, aunque era consciente de que no todo era verdad, sabía leer entre líneas.
—Se trata de un libro que lo sabe todo. Pregúntenle y obtendrán la respuesta que necesitan.
—Me siento muy agradecido por este regalo y le aseguró que sabré usarlo de la mejor manera.
—Estoy seguro de eso. Pocos mortales han mostrado tanto valor como el que usted y Della mostraron.
El dios mensajero se marchó antes de que Scrooge pudiera responder. El pato más rico del mundo no confiaba en él y no lo hacía únicamente por lo que había leído, era el dios de los ladrones y eso bastaba para que desconfiara.
Scrooge pensó en preguntar por los unicornios, pero recordó que era un regalo de Zeus y eso lo hizo cambiar de opinión. El pato más rico del mundo sospechaba de una trampa y sus sospechas no eran infundadas. Decidió esconderlo y ocultarlo de sus sobrinos, temerosos de lo que podrían hacer con un regalo como ese.
IV
La mirada de Donald se posó sobre el cielo, sintiéndose fascinado por lo que veía. La vista que tenía era hermosa, pero en su opinión, no tan bella como los atardeceres que había visto en compañía de Reginella. Pensar en el hada fue doloroso y eso era algo que el mago no entendía. Donald había intentado comunicarse con ella a través del espejo, pero todos sus intentos terminaron en fracaso. El mago necesitaba saber que estaba bien y poder ver su rostro una vez más.
La extrañaba.
—¿En qué piensas?
Donald se volteó al escuchar esas palabras. Frente a él se encontraba una bruja de cabellos negros y vestido rojo. El mago se sonrojó al sentirse descubierto.
—En alguien a quien extraño —respondió, no conocía a esa mujer y preferiría no dar detalles.
La sonrisa de la mujer se hizo mayor.
—Una novia, supongo… o tal vez sea un novio. No tengas pena, aquí nadie te juzgará.
Donald se sonrojó aún más y es que él ni siquiera estaba seguro de cuáles eran sus sentimientos. Reginella, pero no estaba seguro de llamarlo amor. La bruja había mencionado la posibilidad de un novio y no lo podía descartar del todo. El príncipe Lir y Storkules le parecían muy atractivos y en varias ocasiones habían hecho que se sintiera un tanto nervioso.
—Mi nombre es Morgana. Tú debes ser nuevo. Estoy segura de que no olvidaría un rostro como el tuyo.
Donald sintió como sus mejillas se encendían y una pregunta se formuló en su mente. «¿Le estaba coqueteando?». Rápidamente descartó esa idea al considerarla poco probable.
—Lo soy. De hecho, tengo poco tiempo en el mundo de la magia.
—¿Cómo te enteraste de la noche de Walpurgis?
Donald señaló a Mabruk.
—Él me invitó.
—¿Has pensado unirte a un aquelarre?
Donald negó con un gesto de cabeza.
—Es la primera vez que escucho de los aquelarres.
La sonrisa de Morgana se hizo mayor. Ella comenzó a hablarle de su aquelarre, en especial de sus compañeras de equipo. Donald la escuchaba fascinado, sintiendo por primera vez el deseo de poder unirse a un aquelarre. Lo único que le molestaba era el hecho de que no podría contarle nada a su familia, especialmente a su tío Scrooge.
—El gremio Black Moon es uno de los mejores y no lo digo porque sea el gremio al que pertenezco. Nuestra líder, Eda, es asombrosa. Si te unes a nosotros, aprenderás cosas útiles como estafas y a ganar los juegos de cartas.
Eso le interesaba a Donald. La última vez que había jugado a las cartas con sus primos y Della lo había perdido tanto por lo que quería la revancha. Pensó en Scrooge y tuvo sus dudas. Él solía decir que había hecho su fortuna honradamente, pero Donald no le creía. No porque pensara que fuera una mala persona, sino por lo tacaño y ambicioso que era. Él estaba seguro de que su tío se había valido de muchos vacíos legales para conseguir lo que se proponía.
Muchos magos se unieron a esa conversación, no todos del mismo aquelarre, pero todos con el mismo propósito, convencerlo de unirse al suyo.
—Deberías unirte a Fairy Tail. Están los magos más poderosos y te aseguro que nunca te aburrirás.
—Tonterías. Black Moon ni siquiera debería ser considerado un aquelarre. Está formado por brujas y magos oscuros, por algo lo llaman el aquelarre de las brujas rebeldes. Fairy Tail es famoso, por los motivos equivocados. Siempre está causando problemas y destruyendo todo a su paso. Tu única opción son los Hijos de la luna, si sabes lo que te conviene.
V
—¿Qué puedo hacer por usted?
Della bufó por lo bajo. El príncipe Lír había ido a su habitación para contarle los detalles sobre su última misión y eso había hecho que su humor empeorara considerablemente. No se arrepentía de haber viajado a ese castillo, era consciente de que era la única forma de recuperar a su hermano, pero sí le molestaba estar encerrada y no haber obtenido ningún avance en días.
—He matado al dragón y tengo su cabeza como prueba.
Della se limitó a mirarlo de forma despectiva. Ella quería ir a aventuras, liberar a los pueblos de los males que le acechaban, explorar lo desconocido, no escuchar las historias de un príncipe que ni siquiera era su amigo.
—¿Acaso no te sorprende mi valentía? ¿No ves la nobleza de ese acto?
—¿Debería? ¿Por qué no vas a hablar con Donald? Apuesto a que mi hermano valoraría más esos relatos. No sé si lo has notado, pero él es tu fan.
El príncipe bajó la cabeza, notablemente decepcionado. Era la misma expresión que solía tener cada vez que dejaba la habitación de Della.
La aventurera no experimentó ningún tipo de culpa pese a que consideraba que su forma de hablar había sido cruel. Ella consideraba que era necesario y es que no sabía cómo hacerle entender al príncipe que ella no era una damisela en apuros, que no quería escuchar épicas historias sobre batallas entre caballeros y dragones, que quería vivirlas y que pasar tanto tiempo encerrada le estaba haciendo daño.
—Donald debe ser alguien fascinante. Han pasado años desde que mi padre se vio tan interesado por algo. Creo que es la primera vez que lo veo tan atento.
—Mi hermano no es el aventurero más grande de todos los tiempos, pero sí es muy divertido. Supongo que el rey vio eso y sabe que es un potencial para los desastres.
—O tal vez fue algo más —comentó el príncipe de forma pensativa.
Poco después, Lír dejó la habitación. Della nunca pudo saber qué era lo que pasaba por su mente, aunque tampoco era algo que le interesara. En ese momento estaba más preocupada por recuperar su antigua vida, por volver a tener aventuras en compañía de su tío y hermano. Tiempo después lo habría olvidado, más no por voluntad propia.
VI
—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó el príncipe Lír.
La mirada de Donald se posó sobre el príncipe. Poco antes había celebrado que el rey había decidido dejarlo a solas, felicidad que terminó con la llegada de Lír. No obstante debía admitir que su presencia no era tan molesta. Lír no lo observaba atento, deseoso de verlo cometer una torpeza. Solo se había sentado a su lado y se limitó a suspirar mientras que él preparaba la cena.
—Puedes pelar las papas.
—No, no me refería a eso. Quiero decir que sí, que lo haré, si es lo que quiere, pero estaba pensando en ella. Es lo que le digo cada vez que conversamos.
—Siéntate y ponte a pelar las papas.
Estaban en la cocina, una habitación fría, pequeña y húmeda con un fuerte olor a verduras podridas y remolachas fermentadas. En un rincón había apilada una docena de platos de barro y una lumbre muy pequeña que se estremecía bajo un trípode, tratando de hacer hervir una olla grande de agua gris. Donald estaba sentado frente a una mesa
cubierta de papas, puerros, cebollas, zanahorias y otras verduras, que, en su mayoría, estaban llenas de manchas. El príncipe Lír estaba de pie delante de él, balanceándose lentamente sobre los pies y retorciéndose los dedos grandes, suaves y emplumados.
—Esta mañana he matado a otro dragón —comentó de una forma que trataba de parecer casual.
—¿Cuántos llevas ya? —preguntó Donald sin poder disimular su curiosidad.
—Tres. Este era más pequeño que los demás, pero en realidad me dio más trabajo. No podía acercarme caminando por lo que tuve que atacar con la lanza y mi caballo se llevó unas cuantas quemaduras.
El príncipe Lír se sentó frente a Donald. Sacó una daga del cinturón y se puso a pelar las papas con aire taciturno. Donald lo observaba con una sonrisa leve y lenta. Él había leído mucho sobre ese joven y conocerlo no había hecho que se sintiera defraudado pese a que no todo lo que se decía sobre él era verdad.
—Le he traído la cabeza. Ni siquiera quiso verla —el príncipe suspiró y se cortó el dedo con la daga—. ¡Caray! Eso no me importó. Cuando subía las escaleras, era una cabeza de dragón, el regalo más soberbio que se le puede hacer a alguien, pero, cuando se negó a verla, de pronto se convirtió en un amasijo triste y maltrecho de escamas y cuernos, la lengua cartilaginosa, los ojos sanguinolentos… Me sentí como un carnicero de pueblo que le hubiese llevado a su novia un bonito trozo de carne fresca como prueba de su amor —Acuchilló una papa y volvió a cortarse.
—Corta hacia fuera, no hacia ti —le aconsejó Donald mientras que tomaba sus manos y limpiaba sus heridas —. ¿Sabes una cosa? Creo que deberías dejar de matar dragones para Della. Si cinco no la han impresionado, no creo que seis hagan la diferencia.
—Lo he intentado todo por ella —el príncipe Lír se veía desesperado. A Donald le dolía ver la tristeza en su mirada —. He atravesado nadando dos ríos, todos totalmente crecidos y de más de un kilómetro y medio de ancho. He escalado una montaña que nunca antes había sido escalada, he dormido tres noches en el Pantano de los Ahorcados y he salido vivo de aquel bosque en el que las flores te queman los ojos y los ruiseñores cantan veneno. He puesto fin a mi compromiso con la princesa con la que había aceptado casarme y, si piensas que eso no es una hazaña, es que no conoces a su madre.
El príncipe alzó la cabeza. En su mirada podía notarse la confusión y la tristeza.
—Y todo para nada —se lamentó —: No puedo tocarla sin importar lo que haga. Por ella me he convertido en un héroe, yo, Lír el Soñoliento, solaz y vergüenza de mi padre... Aunque bien podría haber seguido siendo el mismo idiota aburrido, porque mis grandes hazañas no significan nada para ella.
Donald no sabía cómo reaccionar ante esa información. Las revistas que había leído hablaban de grandes hazañas, de un príncipe que logró hacer que un rey tirano dejara de maltratar a su pueblo, de un joven con la sonrisa más hermosa, mas la realidad parecía ser muy diferente.
Una parte de él se sentía traicionada, pero podía dejarlo pasar. Lír le agradaba y podía notar que, al menos en ese momento, sí era el pato que describían las revistas, que su sonrisa era aún más hermosa en persona, que él era mucho más atractivo de lo que parecía en fotografías. O al menos eso era lo que él pensaba.
Donald cogió su propio cuchillo y se puso a cortar las papas.
—¿Qué hay de las revistas? ¿Acaso mienten?
—Exageraciones. Creí que si fingía ser alguien importante mi padre podría notarme y sería digno de decirle “papá”. No funcionó. Ahora quise probar con ser un héroe de verdad.
—Entonces puede ser que a Della no se la conquiste con grandes hazañas.
El príncipe lo miró fijamente, frunciendo el ceño con desconcierto.
—¿Hay alguna otra manera de conquistar a una doncella? —preguntó y era sincero —. Donald, ¿sabes si hay otra manera? ¿Me lo dirás? —Se inclinó sobre la
mesa para cogerle la mano—. Me gusta mucho ser valiente, pero volvería a ser un
cobarde perezoso si eso es lo que ella quiere. Cada vez que la veo quiero luchar contra
todo lo que es malo y feo, pero también quiero quedarme quieto y ser desdichado. ¿Qué debo hacer, Donald? ¿Tú sabes cómo conquistar su corazón?
—Della es una aventurera. Ella no quiere escuchar sobre grandes hazañas, quiere vivirlas. Ella no necesita de un príncipe que la salve. Tal vez te sorprenda esto, pero es más probable que ella te salve a que tú la salves a ella. Conozco a mi hermana y sé que no la conquistaras del mismo modo en que podrías conquistar a otra doncella. No conozco a muchas mujeres, pero sé que generalizando solo estás cometiendo un error. Cada mujer es diferente, hermosa a su manera.
Una gatita cobre y ceniza con el pecho blanco a su regazo de un salto,
ronroneando con estruendo y apoyándose en su mano.
Pero el príncipe Lír miraba fijamente al gatito de la oreja torcida.
—¿De dónde ha salido? ¿Es tuya?
—No, sólo le doy de comer y a veces lo cojo en brazos —Donald se había alegrado al escuchar esas palabras y es que él se había encariñado con esa gatita, incluso había pensado en un nombre. Acarició el cuello fino del gato, que cerró los ojos—. Pensé que vivía aquí.
—Imposible, mi padre odia los gatos.
—Me alegra oír eso.
—¿Por qué?
—Porque eso significa que él no se da cuenta de todo.
—¿Acaso tienes algo que ocultar?
—¿Acaso te guste que te vigilen las veinticuatro horas del día?
—Supongo que tienes razón.
Lo cierto era que Donald tenía muchos secretos y que con el tiempo la lista se haría cada vez mayor.
VIII
La mirada de Scrooge se posó sobre el obsequio de Zeus. El pato más rico del mundo se sentía tentado a usar el libro, pero no lo consideraba apropiado. Su instinto le decía que el dios del trueno planeaba algo y su instinto rara vez se equivocaba. También estaba su orgullo. Él consideraba imperdonable el perder y menos si era contra alguien como el rey Haggard.
Su plan para restaurar el reino era estable. No lograría convertirlo en uno de los lugares más prósperos, Haggar le había hecho mucho daño y no solo cuando estaba en su época de tirano. Cuando quiso ser un rey cruel hizo encerrar a muchos inocentes solo porque estaba aburrido, mandó a destruir cultivos enteros, cerró fábricas por capricho. Los aldeanos tenían miedo, pero abandonar el reino era imposible. El rey Haggard había cerrado las comunicaciones, permitiendo que solo se dijera lo que él quería que se dijera y eso incluían las historias sobre Lír, hazañas que, antes de la llegada de Della, estaban muy lejos de la realidad.
Su plan para recuperar a Donald estaba muy lejos de lo que a él le gustaría. En teoría debería ser sencillo. Solo debía rescatar a los unicornios y él sabía que estaban en ese castillo, pero el toro rojo, o quizás el mismo rey, los habían escondido bien y comenzaba a creer que sería imposible encontrarlos.
Al menos usando medios convencionales.
El rey Haggard había decidido dejarlos quedarse por más tiempo. Ninguno de los planes que Scrooge le mostró fue efectivo, pero Donald le hacía reír y eso era suficiente.
Era por eso que el regalo de Zeus resultaba tan tentador. Un libro que lo supiera todo era justamente lo que él necesitaba.
“Quizás si le hecho un vistazo. Nada pasará si lo usó solo por un instante, una única vez”, pensó mientras que sus manos se deslizaban sobre la portada.
Scrooge abrió el libro y las páginas estaban en blanco. Eso le pareció extraño. Hermes le había dicho que ese libro contenía todas las respuestas del mundo, sin embargo él no podía ver nada. La idea de que esa fuera la trampa pasó por su mente e incluso se imaginó a Zeus riéndose de él al imaginarse su desesperación al ver que su única esperanza no era más que un engaño. Esa idea desapareció tan rápido como llegó. Zeus era un dios y dudaba que todo lo que hiciera fuera algo tan pequeño e inofensivo. Cerró el libro y probó con algo diferente.
—¿Dónde están los unicornios?
Scrooge abrió el libro una vez más y las páginas no estaban en blanco. Leyó el contenido y se sintió aún más frustrado de lo que ya estaba, pensando una vez más que había sobrestimado al dios, que no era un genio vengativo, sino solo un niño caprichoso, incapaz de aceptar que no era el mejor en todo.
“Están en el mar”
Scrooge ya había visto el mar y todo lo que vio fueron las olas chocando contra la costa.
IX
—Esta sopa tiene un olor delicioso, Donald.
—Huele demasiado deliciosa para este lugar —comentó otro mientras todos se sentaban en torno a la mesa—. A Haggard no le gusta la buena comida. Dice que
ninguna comida es lo bastante buena como para justificar el dinero y el esfuerzo que se invierten en prepararla. “Es una ilusión”,dice él, “y un gasto. Vivid como yo, sin
engaños” —el hombre se estremeció e hizo una mueca y los demás rieron.
—Vivir como Haggard —comentó otro hombre de armas, mientras Donald le servía una porción de sopa—, ese será mi destino en el otro mundo si no me porto bien en este.
—Entonces ¿por qué siguen a su servicio? —preguntó Donald. No pretendía ser grosero, solo sentía curiosidad. Se sentó con ellos y apoyó la barbilla en las manos—. No les paga ningún salario, la comida no es buena, los hace salir incluso si hay tormenta a robar para él. Lo prohíbe todo, lámparas y laúdes, fuegos y ferias, cantar y pecar; desde libros y cervezas y hablar de la primavera hasta los juegos.
Los cuatro ancianos se miraron nerviosos entre sí, tosiendo y suspirando.
—La edad. ¿Adónde iríamos? Somos demasiado viejos para buscar otro trabajo y un lugar donde vivir.
—La edad —dijo el segundo hombre de armas—. Cuando eres mayor, lo que no te molesta te resulta cómodo. El frío, la oscuridad y el aburrimiento hace mucho que dejaron de molestarnos; en cambio, el calor, las canciones y la primavera… No, no serían más que molestias. Hay cosas peores que vivir como Haggard.
—Haggard es mayor que nosotros —comentó el tercero—. El príncipe Lír se convertirá en el rey de este país y no me iré de este mundo hasta haberlo visto. El muchacho siempre me ha gustado, desde que era pequeño y tengo grandes expectativas sobre él, especialmente ahora.
—Sí, el amor lo ha convertido en otro hombre, una mejor persona.
Donald notó que ninguno tenía hambre. Miró los rostros de los ancianos que la rodeaban y escuchó los ruidos que hacían al comer y de pronto se alegró de que el rey Haggard prefiriera comer solo.
Con cautela les preguntó:
—¿Alguna vez han escuchado que el príncipe Lír no es un sobrino al que Haggard haya adoptado?
Los hombres de armas no se mostraron sorprendidos. Donald se preguntó qué tan seguido habrían escuchado esa pregunta. No creía que fueran muchas así que pensó en la posibilidad de que lo hubieran escuchado cuando iban a la aldea a robar provisiones o a escarbar de la basura.
—Sí —respondió el mayor—, conocemos la historia. Puede ser cierto porque el príncipe no se parece en nada al rey, pero no podría importarnos menos. Es preferible que gobierne el reino un extraño secuestrado que un hijo legítimo del rey Haggard.
—Tiemblo al pensar en esa posibilidad.
—Dudo que alguien sea peor que el rey Haggard, pero este reino ya ha sufrido demasiado. No podría soportar a alguien igual.
—Pero si el príncipe fue traído de Hagsgate ¡es el hombre que hará realidad la maldición que pesa sobre este castillo!
Y repitió el poema que el hombre llamado Drinn había recitado en la posada de Hagsgate, el cual había escuchado mientras que viajaba con Storkules: “Pero sólo alguien que en Hagsgate haya nacido podrá echar abajo su castillo.”
Los ancianos sacudieron la cabeza, enseñando al sonreír unos dientes tan descuidados como sus vestimentas.
—No el príncipe Lír —dijo el tercero.
—Imposible.
—El príncipe puede matar un millar de dragones, pero no arrasará ningún castillo ni derrocará a ningún rey, especialmente si ese rey es Haggard. Él es un hijo responsable que, tristemente, sólo quiere que el hombre al que considera como su padre esté orgulloso de él.
—Y también desea conquistar el corazón de la joven que los acompaña, no lo olvides.
—Pero ¿y si el poema trata sobre él?
—Incluso si tratara sobre el príncipe Lír —añadió el segundo—, aunque la maldición lo hubiese marcado a él como hombre de la profecía, sería inútil, porque entre el
rey Haggard y cualquier fatalidad se interpone el Toro Rojo.
Un silencio incómodo se instaló en la habitación. La expresión en el rostro de los hombres se tornó sombría y Donald temió haber dicho algo imprudente.
—Esa es la verdadera razón por la que seguimos al servicio del rey Haggard. Él no quiere que nos marchemos y los deseos del rey Haggard son lo único que le importa al Toro Rojo. Nosotros trabajamos para el rey Haggard, pero somos prisioneros del Toro Rojo.
No era la primera vez que Donald escuchaba sobre el toro rojo. Reginella había dicho que el toro rojo era responsable de que los unicornios desaparecieran y el toro rojo parecía estar muy relacionado con el rey Haggard.
—¿Qué significa el Toro Rojo para el rey Haggard?
El hombre de armas más anciano fue quien respondió.
—No lo sabemos. El Toro Rojo ha estado siempre aquí. Sirve a Haggard como ejército y como baluarte; es su fuerza y el origen de su fuerza. Apuesto a que es su único
compañero, porque estoy seguro de que él desciende a su guarida a la hora de acostarse, bajando por alguna escalera secreta… no sabría decirte el motivo por el que el Toro Rojo lo sigue, de hecho, creo que Haggard es el único que lo sabe, pero él nunca lo diría.
El cuarto hombre, el más joven, se inclinó hacia Donald y sus ojos mostraban ansiedad. —El Toro Rojo es un demonio, ahora obedece al rey Haggard, pero es solo cuestión de tiempo para que también le cobre las cuentas a él.
—El Toro Rojo es un esclavo del rey Haggard y no hará nada hasta que pueda ser liberado.
—Tonterías. El Toro Rojo es solo una extensión del rey Haggard, nunca haría nada en su contra.
Aquella conversación habría terminado en pelea de no ser por la intervención de Donald.
—¿Saben qué es un unicornio? ¿Alguna vez habéis visto alguno?
Los cuatro hombres parpadearon, eructaron y se frotaron los ojos, solo el gato parecía mirarla con entendimiento.
X
Della no estaba segura del motivo por el que había aceptado la invitación del príncipe Lír. Admitía que no lo odiaba, pero tampoco le gustaba y mucho menos entendía porque su hermano le tenía tanta simpatía. Su hermano incluso le había confesado que todo lo que había leído sobre él no eran más que mentiras.
—¿Y bien? ¿Qué tienes en mente?
—Escuché que te gustaba la aventura y pensé que te gustaría acompañarme a Swanville. Escuché que tienen problemas con un gigante.
Della no disfrutaba de la desgracia ajena, pero enterarse de que le esperaba una aventura la había hecho muy feliz. Saber que podría dejar el castillo y luchar contra un enemigo que la superaba en tamaño era algo que le emocionaba y mucho.
Lír y Della se demoraron tres días en llegar a Swanville. Ninguno había estado antes en ese lugar, pero aún así tuvieron la certeza de que habían llegado al lugar señalado. La destrucción a su alrededor era una señal inequívoca.
—Solo tenemos que seguir el rastro de la destrucción para dar con el gigante.
Della salió corriendo. Ella no era alguien que acostumbrara seguir planes y esa ocasión no fue la excepción. Lír la siguió sin dejar de verla en ningún momento. Su mirada era la de un pato enamorado.
El gigante dejó de destruir una de las casas en cuanto vio a Della y la forma en que sonrió hizo que la aventurera tuviera un escalofrío.
“Desagradable”, pensó con fastidio.
—Hola, linda ¿te gustaría tener una cita conmigo?
—No.
—Respuesta equivocada.
El gigante intentó capturar a Della, pero ella fue más rápida y logró escapar. Para ella fue decepcionante ver que él era fuerte, pero muy lento. Derrotarlo no representó ningún desafío ni nada de lo que ella hubiera deseado.
Della corrió hasta el gigante, quien no hizo ningún intento por esquivarla, quizás porque pensó que ella no era una amenaza o porque creyó que iba a abrazarlo. La aventurera no lo sabía y ciertamente no podía importarle menos.
El gigante tropezó y esa fue la oportunidad que Lír necesitó para derrotarlo. Un solo movimiento de su espada bastó para decapitarlo.
Los aldeanos salieron de su escondite, todos felices al ver a su verdugo derrotado. Della se sintió decepcionada, pero eso no evitó que se uniera a la celebración. Ella amaba las fiestas y consideraba que siempre era un buen momento para tener una. Especialmente cuando la otra opción era regresar a un castillo que la sofocaba.
Notes:
Referencias del capítulo.
*La noche de Walpurgis (Webtoon)
* El libro que lo sabía todo (Pitufos)
Chapter 4: El libro que todo lo sabe
Summary:
Scrooge no quiere usar el obsequio de Zeus, Donald encuentra respuestas en un lugar inusual y Della conoce al príncipe Lír.
Chapter Text
Capítulo 4: El libro que todo lo sabe
I
Donald y Della estaban sorprendidos. Scrooge les acababa de contar todo lo que sabía sobre el libro que todo lo sabe y ellos tenían problemas para creer que algo así pudiera existir.
Era demasiado bueno para ser verdad.
—¿Por qué lo ocultaste?
—¿Acaso no es obvio? Los dioses no son confiables.
Donald pensó en Storkules y se dijo que él era digno de confianza. El dios de los héroes no solo era atractivo, sino que también era dueño de un corazón muy noble. Acompañarlo en varias de sus misiones le había permitido comprobar su disposición a ayudar, lo desinteresados de sus gestos y la nobleza de sus actos.
Pero eso era algo que no podía decir. Storkules estaba muy involucrado con su entrenamiento de mago y no quería que nadie de su familia supiera que era capaz de hacer magia o lo mucho que amaba ser un mago.
—Apuesto a que ese libro sabe donde están los unicornios.
“Apuesto a que ese libro sabe dónde está Reginella o por qué no me contesta”
Donald se arrepintió por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Reginella había demostrado que le quería y dudaba que tuviera algún motivo por el que desconfiar de su afecto. Ella era la guardiana del bosque de Artemisa y quería creer que todo estaba bien y que tenía sus motivos para ignorar sus llamadas.
—Hermes me dijo que el libro lo sabía todo y no creo que mintiera. Pero también pienso que hay una trampa oculta.
Si Della hubiera prestado más atención habría notado cierta impaciencia en Donald y como este se debatía entre si debía o no usar el libro.
—Los libros son aburridos, pero no peligrosos.
—Te sorprendería el daño que se puede hacer solo con información y no solo cuando esta es incorrecta. Eso sin contar las maldiciones que pueden colocarse en estos.
—¿Qué quieres decir?
—La información puede hacer la diferencia entre un buen o mal negocio. No sería el pato más rico del mundo si no lo supiera. Hace tiempo escuché de un libro envenenado, todo aquel que lo tocaba moría y otro hecho con una madera capaz de matar vampiros.
Donald no estaba del todo convencido y un simple vistazo bastó para que supiera que su hermana también pensaba lo mismo.
—¿Preguntaste por los unicornios? —preguntó Della. A ella no le importaba si Zeus planeaba o no algo en su contra, solo deseaba terminar con esa aventura cuanto antes y volver a su rutina habitual.
—El libro dice que los unicornios están en el mar.
Della se apoyó en el balcón y permaneció allí por varios minutos.
—Pero no hay nada.
—Lo mismo pensé. Apuesto a que solo es una broma de mal gusto de Zeus.
—Los dioses están sobrevalorados. No son tan asombrosos como dicen los relatos, de hecho son muy infantiles.
—Dudo que permitan relatos que los retraten de mala forma.
—Eso explica muchas cosas.
—No todas ¿Qué hay de todas las historias sobre las infidelidades de Zeus? Dudo que Hera las apruebe.
—Pero Zeus sí. Su ego es tal que siempre quiere intervenir.
—Supongo que eso tiene sentido.
Donald suspiró. No sabía si lo que sentía era alivio por el hecho de que no tendría que dejar el lado de Reginella o tristeza porque su misión cada vez parecía más distante.
Amaba a su familia, especialmente a su hermana por lo que el distanciamiento resultaba doloroso.
Estaba tan confundido.
II
Fethry era un pato de aficiones, una nueva cada semana y en ese momento estaba interesado en la magia. Su interés surgió de un libro, la historia de un niño que sobrevivió a una maldición asesina y que creció debajo de una alacena, ignorante de lo que el destino le deparaba.
En la novela se hablaba de magos que no poseían una ascendencia mágica por lo que creyó que él también podría intentarlo. Si bien era cierto que la historia que leyó era de fantasía, también lo era que Fethry no lo sabía y que el conocer a una hada le había hecho pensar que todo lo que leyó era real.
Fethry no podía esperar para viajar al bosque mágico. Él quería aprender magia, convertirse en un mago al igual que su personaje favorito y poder pasar tiempo con su familia, especialmente con Donald. El joven ignoraba lo que había pasado con su primo y el castigo que debía cumplir, tampoco era consciente del entrenamiento de Donald, aunque lo sospechaba. Para él era impensable que Donald estuviera en un ambiente mágico sin que se viera involucrado. También ignoraba lo que Scrooge pensaba de la magia, aunque, probablemente, no le hubiera importado.
III
Cuando Donald se quedó a solas, él apoyó la cara en el pelaje indefinido de la gatita. Podía sentir la forma en que su magia envolvía al felino, aunque no estaba del todo seguro.
—Es fácil, solo deben seguir el camino del rey para llegar al Toro Rojo.
Donald lo sujetó con tanta fiereza que ella lanzó un chillido de protesta, como el de un ratón. Estaba feliz, pero también preocupado ante la idea de dejar el bosque mágico, en especial a Reginella.
—¿Conoces el camino?
Donald colocó a la gata encima de la mesa y le quitó las manos de encima.
La gata estuvo un buen rato sin responder, pero sus ojos se fueron volviendo cada
vez más brillantes: el dorado se estremecía para ocultar el verde. Su oreja torcida
tembló y la punta negra de su cola y nada más.
—Cuando el vino se beba a sí mismo —dijo mientras que se sentaba en el regazo de Donald —, cuando hable la calavera, cuando el reloj dé la hora correcta… Sólo entonces encontraréis el túnel que conduce a la guarida del Toro Rojo. —Se metió las patas debajo del pecho y añadió—. Aunque tiene truco, por supuesto.
—Puedo imaginarlo —comentó Donald pensativo, en su interior luchaban dos sentimientos contradictorios —. Sé que hay una calavera vieja, parece a punto de desmenuzarse en lo alto de una columna en el salón, pero hace tiempo que no tiene nada que decir y dudo que pueda hacerlo. El reloj que está cerca está loco y da la hora cuando le da la gana: la medianoche a toda hora, las diecisiete a las cuatro o no suena por una semana. Y el vino… ¡Vamos, gata! ¿No sería más sencillo que me enseñaras el túnel? Tú lo sabes dónde está, ¿cierto?
—Por supuesto que lo sé —respondió la gata, con un bostezo brillante y ondulado —. Por supuesto que sería más sencillo que te lo enseñara; eso nos ahorraría mucho tiempo y dificultades.
Su voz empezaba a arrastrarse con somnolencia y Donald se dio cuenta de que, al igual que el rey Haggard, estaba perdiendo interés.
—Dime una cosa, entonces. ¿Qué ha sido de los unicornios? ¿Dónde están?
La gata volvió a bostezar.
—Cerca y lejos, lejos y cerca —murmuró—. Se están acercando y se están alejando.
Cerró los ojos y se quedó dormida.
—¿Es necesario hablar con acertijos? ¿Por qué lo haces?
Un ojo se abrió lentamente, verde y dorado como la luz del sol en el bosque. La gata respondió:
—Soy lo que soy. Te diría lo que quieres saber si pudiera, porque has sido amable conmigo, pero soy una gata y no existe ningún gato que haya dado a alguien una respuesta directa.
La gata se quedó dormida con el ojo abierto en parte. Donald la tenía en su regazo y la acariciaba mientras que ella ronroneaba en sueños. El mago cerró los ojos, preguntándose qué haría y mentalmente se dijo que era lo mejor, que si encontraba a los unicornios podría regresar al bosque y saber qué había sido de la pequeña reina.
En el fondo no estaba tan seguro.
IV
—No puedo ver nada —dijo Della un tanto molesta —. Donald, ¿puedes hacer luz?
—¿Cómo podría? No soy mago.
Scrooge y Della mostraron una expresión un tanto confundida.
—Nunca insinúe que lo fueras. Un Joven Castor podría improvisar una antorcha con lo que tiene a la mano.
—Pero yo no lo soy ¿recuerdas que me expulsaron por culpa de Jones?
—¿En serio creíste que te creerían esa historia tan absurda?
—Yo pensaba que era real.
—Eso es porque eres un tonto.
—Dumbella.
—Niños —los regañó Scrooge —. Este no es el momento para una de sus estúpidas discusiones. Además no importa, una luz solo nos delataría.
—¿Cómo se supone que encontraremos a la calavera?
—Allí —dijo el mago. Se acercó a zancadas a la calavera y estuvo escudriñando un buen rato el interior de las cuencas rotas, casi deshechas de los ojos, asintiendo lentamente y murmurando cosas solemnes para sí.
Della lo miraba con la misma gravedad, pero a menudo echaba una ojeada a su tío Scrooge.
—¿Qué se supone que esperamos?
—A que la calavera hable ¿no es obvio?
—¿De verdad existen hechizos para hacer hablar a una calavera?
—Sí, de hecho existen hechizos para hacer hablar cualquier cosa. A los grandes magos siempre les ha gustado escuchar, así que han inventado formas de encantar todas las cosas del mundo, tanto las vivas como las muertas, para hacer que les hablaran. En esto consiste fundamentalmente en ser mago: en ver y escuchar.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Scrooge de forma acusadora.
Donald se sintió un tanto nervioso. Había hablado sin darse cuenta y no estaba seguro de cómo responder a esa pregunta. El mago sabía que su magia podría serles de mucha ayuda en ese momento, no solo para facilitar las cosas, pero seguía temeroso de la reacción de su tío y lo último que deseaba era que este lo despreciara.
—Lo escuché de Reginella.
—¿Ella te ha dado lecciones de magia?
—Me ha enseñado todo lo que necesito para ser un guardián. Escuché que hay un mago real en el castillo, podríamos buscarlo.
—Dudo que quiera ayudarnos e incluso si quisiera, es demasiado arriesgado.
—El rey es quien usa este camino y él no es mago así que debe haber una forma no mágica de viajar —Donald no estaba seguro de sus palabras, pero necesitaba de una excusa para poder actuar sin que su familia sospechara.
El reloj dio las veintinueve… Al menos fue en aquel punto cuando Della perdió la cuenta. Ella fue la primera en alejarse, buscando cualquier cosa que pudiera servirle. Donald se quedó a solas con la calavera y comenzó a recitar diversos encantamientos en voz baja, no más alta que un susurro.
Una luz cubrió a la calavera, pero no pasó nada más. Las campanadas mohosas resonaban todavía en el suelo cuando de pronto Donald amenazó a la calavera con los dos puños y le gritó:
—¿Qué te pasa, montón de huesos mohosos? ¡Habla o te haré hablar por las malas! —gritó Donald mientras que hacía una de sus usuales rabietas.
Scrooge y Della estaban sorprendidos, pero no por el arrebato, sino por el hecho de que Donald se hubiera tardado tanto en tenerlo.
—Muy bien —dijo la calavera—, grita, despierta al viejo Haggard. —Su propia voz sonaba como ramitas que crujían y chocaban al viento—. Grita más fuerte— insistió con algo de burla—. Total, seguro que el viejo anda por aquí, en alguna parte. No acostumbra dormir mucho.
Donald se calmó un poco, más tranquilo al pensar que su secreto estaba a salvo y que podrían llegar hasta los unicornios. Scrooge parecía intrigado mientras que Della se mostró curiosa.
—Vamos, pregúntame cómo encontrar al Toro Rojo, o mejor aún, cómo derrotarlo. No te puedes equivocar pidiéndome consejo. Soy el vigilante del rey y me encargo de custodiar el camino que conduce al Toro. Ni siquiera el príncipe Lír conoce el camino secreto, pero yo sí.
Con un poco de cautela, Donald preguntó:
—Si de verdad estás de guardia aquí, ¿por qué no das la alarma? ¿Por qué te ofreces a ayudarnos?
La calavera comenzó a reírse.
—Llevo mucho tiempo en este lugar —respondió—. En el pasado fui el principal esbirro de Haggard, hasta que me cortó la cabeza porque sí. Esto pasó durante sus días como tirano y quería averiguar si era lo que realmente le gustaba. No fue así, pero probablemente pensó que mi cabeza le sirviera para algo, de modo que la clavó aquí arriba para hacerle de centinela. Creo que tengo motivos para no ser del todo leal al rey.
Scrooge no estaba del todo convencido.
—Entonces nos dirás cómo llegar hasta el Toro Rojo.
—No —dijo la calavera y comenzó a reírse a carcajadas.
—¿Por qué no? —gritó Donald furioso—. ¿Qué clase de juego…?
Las largas mandíbulas amarillas de la calavera no se movían, pero pasó algún tiempo antes de que aquella risa despreciable se detuviera.
—Estoy muerta —dijo la calavera—. La única diversión que tengo es fastidiar y sacar de quicio a los vivos, no es como que pueda hacerlo con frecuencia. Es una pérdida triste, porque, cuando vivía, tenía un carácter bastante exasperante. Seguro que me perdonáis si me doy un poco el gusto con vosotros. Pero no se desanimen, tal vez les diga mañana.
—¡Pero no tenemos tiempo! —suplicó Della. Donald le dio un codazo, pero ella se acercó corriendo a la calavera y apeló directamente a sus ojos deshabitados—. La aventura no espera y yo tengo muchos planes.
—Yo tengo tiempo —respondió la calavera con aire pensativo—. En realidad, tener tiempo no es tan maravilloso. Prisas, rebatiña, desesperación, te falta una cosa, has dejado atrás otra, aquello es demasiado grande y no cabe en un espacio tan reducido… Así es como tiene que ser la vida. Se supone que te has de perder algunas cosas. No te preocupes por eso.
Della habría seguido suplicando, pero Scrooge la llevó a un lado. No parecía del todo molesto y eso era un tanto extraño.
—No insistas ¿No ves que esa cosa ha hablado? A lo mejor es suficiente.
—No lo es —le informó la calavera—. Hablaré todo lo que quieras, pero no te diré nada. Qué asco, ¿verdad? Deberías haberme visto cuando estaba viva.
La expresión de Scrooge no cambió.
—¿Dónde está el vino? —preguntó a Donald—. Déjame ver lo que puedo hacer con el vino.
Donald dudó antes de sacar una alforja de su bolso. Había buscado por todo el castillo sin encontrar nada por lo que había optado por un hechizo de transformación que había estado practicando con anterioridad.
—Encontré este, pero no creo que sea muy bueno.
Scrooge lo tomó de mala manera.
—Tiene buena consistencia, algo extraño tratándose de algo sacado de la alacena de Haggard.
Donald se sintió un tanto nervioso. Había usado magia para conseguir ese vino y lo último que deseaba era darle motivos a su tío para que sospechara.
—Probablemente lo robó de algún pueblo no tan cercano —Scrooge lo inclinó para beber; después lo agitó e hizo el amago de tirarlo —. Es una pena, porque no me gusta el vino y mis sobrinos son muy jóvenes para beberlo.
—No, espera… ¡Eh, no! —protestó la calavera, provocando que Scrooge se detuviera —. ¡No lo hagas! —gimió—. Solo un monstruo desperdiciaría el vino. Dámelo a mí, si no lo quieres, ¡pero no lo tires!
La calavera se balanceaba y se sacudía sobre la columna, gimoteando.
Una sonrisa burlona se dibujó en el rostro de Scrooge.
—¿Y para qué quieres tú el vino, si no tienes lengua para probarlo ni paladar para
saborearlo ni gola para tragarlo? Llevas cincuenta años muerto ¿Qué puedes hacer?
—Recordar —dijo—, recuerdo más que el vino. Dame un trago, eso es todo, dame
un sorbo, y lo saborearé como tú no lo harás jamás. Yo he tenido tiempo para pensar, para recordar.
Scrooge sacudió la cabeza, sonriendo, y dijo:
—Es cierto, pero últimamente yo también me siento algo rencoroso.
Por tercera vez, alzó el frasco vacío y la calavera gimió, con un sufrimiento mortal.
—Por favor —suplicó la calavera.
—Claro que, si recordaras la entrada a la cueva del Toro Rojo tan bien como recuerdas el vino, tal vez podríamos negociar.
Scrooge hizo girar el frasco con indiferencia entre sus dedos.
—¡Trato! —exclamó la calavera al instante—. ¡Todo sea por una copita, per dámela ahora mismo! Me ha dado más sed de pensar en el vino de la que he tenido incluso cuando estaba con vida. Dame el vino y te juro que hablaré.
Las mandíbulas oxidadas empezaban a rechinar entre sí. Los dientes apizarrados de la calavera temblaban y se deshacían.
—Te lo daré todo —respondió Scrooge — después de que nos digas cómo podemos encontrar al Toro.
La calavera suspiró, pero no dudó ni por un instante.
—Se entra por el reloj. Simplemente atraviesas el reloj y ya está ¡El vino! ¡Dame el vino ahora!
—A través del reloj. —Donald se volvió para escudriñar el ángulo opuesto del salón, donde estaba el reloj. Era alto, negro y delgado, la sombra crepuscular de un reloj. El vidrio que cubría se había roto y le faltaba la manecilla de las horas.
Detrás del cristal gris apenas se veía el mecanismo, que se movía y giraba tan inquieto como los peces—. ¿Quieres decir que, cuando el reloj da la hora correcta, se abre y entonces hay un túnel, una escalera escondida?
—Yo no sé nada de eso —respondió la calavera—. Si esperas a que este reloj dé la hora, perderás todas tus plumas. ¿Para qué complicar un secreto sencillo? Atraviesa el reloj y el Toro Rojo está del otro lado. Solo dame el vino.
—Pero la gata dijo…
—¿Hablaste con una gata?
Donald no supo qué responder ante esa pregunta. Su hermana lo veía con desconfianza y su tío parecía preocupado por algo más.
—¿Esperas que me crea eso?—comentó Scrooge con frialdad —. ¿Crees que puedes engañarnos? Es posible que el camino hacia el Toro atraviese el reloj, pero falta saber algo más. Si no hablas, tirare el vino al piso y así podrás disfrutar de su aroma, pero no su sabor.
Pero la calavera volvía a reír, en aquella ocasión haciendo un ruido reflexivo, casi amable.
—Recuerda lo que te he dicho sobre el tiempo —dijo—. Cuando estaba vivo, pensaba, al igual que tú, que el tiempo era tan real como yo. Decía «la una en punto», como si pudiera verlo, y «lunes», como si pudiera localizarlo en un mapa, veía el paso del tiempo como si realmente me estuviera moviendo de un lugar a otro. Ahora sé que podría haber atravesado las paredes.
Scrooge y Della se mostraron confundidos, pero Donald asentía con la cabeza.
—Sí —dijo—, así lo hacen los magos de verdad; pero el reloj…
—El reloj jamás dará la hora correcta —dijo la calavera—. Haggard se encargó de eso, pero lo importante es que entiendas que da igual si el reloj va a dar las diez o las siete o las quince en punto. Tú puedes tú puedes fijar cualquier hora será la hora correcta para ti.
En aquel momento, el reloj dio las cuatro. Antes de que dejara de resonar la última campanada, Se escuchó un sonido que provenía de abajo del salón. No era un bramido ni
el rezongo violento que solía hacer el Toro Rojo cuando soñaba, sino un sonido grave, inquisitivo, como si el Toro hubiera despertado al notar algo nuevo en la noche. Todas las piedras del suelo zumbaron como serpientes y la propia oscuridad pareció estremecerse cuando las resplandecientes criaturas nocturnas corretearon como locas hacia los bordes de la sala. Donald lo supo, de pronto y con total seguridad, que el rey Haggard andaba cerca.
—Dame el vino —dijo la calavera—. Yo he cumplido mi parte del trato.
—Hazlo —le dijo Donald a su tío en su surro —, el rey está cerca, puedo sentirlo.
Scrooge obedeció y eso era extraño tratándose de él. La calavera gorgoteó, suspiró, se relamió y finalmente dijo
—¡Ah! ¡Ah, esto sí que es vino de verdad! ¿Entiendes ahora lo que te decía acerca del tiempo?
—Sí —respondió Donald—, creo que sí— El Toro Rojo repitió aquel sonido curioso y la calavera tamborileó contra la columna. Donald se mostró nervioso—. No, no lo sé. ¿No hay otra manera?
—¿Cómo podría haberla?
Della oyó pasos; después, nada; después, el débil y cauteloso vaivén de una respiración, pero no podía determinar su procedencia y eso le parecía tan frustrante. Donald la buscó con su mirada y su rostro mostraba temor y confusión, pero también había una chispa de esperanza en sus ojos.
—Creo que lo comprendo —dijo él—, la verdad no estoy seguro, pero se me ocurre algo que podríamos intentar.
—Es un reloj de verdad —afirmó Della—. Y yo puedo atravesar un reloj de verdad. Sé adonde tenemos que ir —dijo— y eso es tan bueno como saber la hora.
La calavera la interrumpió:
—Les daré un pequeño consejo, ya que el vino era tan bueno. Destrozame. Solo debes tirarme al suelo y me haré pedazos. No pregunten, solo haganlo.
La calavera hablaba muy rápido y su voz no era más que un susurro.
Donald y Della se mostraron incrédulos.
—¿Cómo? ¿Por qué?
La calavera repitió su petición y Scrooge preguntó:
—¿Por qué haría algo así?
—¡Hazlo! —insistió la calavera—. ¡Tienen que hacerlo!
El sonido de la respiración se iba acercando desde todas partes, cada vez más cercano.
—No —comentó Donald, horrorizado —, estás loco.
Scrooge le dio la espalda y se encaminó por segunda vez hacia el reloj oscuro y raquítico.
Donald tomó la mano de Della y ambos siguieron al mayor.
—Está bien —dijo la calavera con tristeza—. Solo no me digan que no se los he advertido. —la calavera comenzó a gritar y su voz era horrorosa —. ¡Socorro! ¡El rey! ¡Guardias! ¡Han entrado ladrones, bandidos, salteadores, secuestradores, rateros, asesinos, difamadores! ¡Rey Haggard! ¡Atención, rey Haggard!
Scrooge y su familia observaron a Donald con incredulidad.
—Lo lamento; es mi naturaleza, pero lo he intentado.
Donald no quiso quedarse a esperar por respuestas, él tomó la mano de su hermana y tío antes de alejarse corriendo. A lo lejos pudieron escuchar el sonido de pasos y la voz de la última persona a la que deseaban ver.
Entonces, la voz del rey crepitó con violencia por encima del tumulto:
—Idiota, traidor, ¡tú se lo dijiste!
V
La mirada de Fethry se posó sobre Gladstone y esperó a que este respondiera su pregunta. Su primera opción había sido Della, pero cuando fue a visitarla ella no estaba en casa. Scrooge tampoco así que asumió que Gladstone era el único que podía acompañarlo.
—¿Sabes que tío Scrooge odia la magia?
—Sí —respondió Fethry un tanto confundido —, pero sé que cambiará de opinión en cuanto vea lo que podré hacer.
El rostro de Gladstone adquirió una expresión de terror, pero él no dijo nada. Fethry tampoco hizo ninguna pregunta, estaba acostumbrado a obtener esa reacción la mayoría de veces en que hablaba de sus proyectos, en especial de las ideas más alocadas.
Donald no era una excepción. Él solía mostrarse enojado y varias veces se negaba a participar, pero él solía tener un carácter explosivo y lo que era más importante en la opinión de Fethry era que su primo siempre lo apoyaba.
—¡Será divertido! Además hace mucho que no vemos a nuestros primos.
—¿Sabes dónde estás? —preguntó Gladstone y Fethry supo que había logrado convencerlo.
—No, es por eso que necesito de tu ayuda.
—Supongo que tendré que dejar que mi suerte se encargue.
Gladstone comenzó a caminar de forma despreocupada y tres minutos después había encontrado la solución. A sus manos llegó un volante sobre un viaje de aventura extrema, la oportunidad de visitar un reino en decadencia. El volante no ofrecía ninguna clase de descuento, pero tampoco lo necesitaban pues, una vez más, la suerte de Gladstone le había entregado el dinero que necesitaba. Fue el día anterior, cuando visitó una feria.
—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Fethry sin poder sin poder disimular su emoción.
—¿Para qué esperar si podemos irnos ahora?
VI
Cuando llegaron delante del reloj, no tenían tiempo para dudar o para comprender qué era lo que pasaba. Los hombres de armas se encontraban en el salón y el eco de sus pasos resonaba con estruendo entre las paredes, mientras el rey Haggard continuaba maldiciéndolos.
Della fue la primera en atravesar el reloj, ella no dudó ni un segundo en hacerlo. A través del cristal opaco y moteado, Donald alcanzó a ver las pesas y el péndulo y el carillón ulcerado: todos oscilaban y ardían mientras que él se dedicaba a observar. No había ninguna puerta del otro lado, sólo la avenida oxidada del mecanismo, que conducía su mirada hacia la lluvia. Las pesas se mecían de un lado al otro, al igual que las algas marinas.
A lo lejos, el rey Haggard gritaba:
—¡Detenganlos! ¡Destrocen el reloj!
Donald buscó a Scrooge con la mirada, quería decirle que tenía la sospecha de que había entendido las palabras de la calavera, pero su tío ya no estaba, el salón del rey Haggard había desaparecido y el reloj ya no estaba. Donald se encontraba junto a su hermana, en un lugar frío.
Escuchó la voz del rey y esta venía desde un lugar lejano y, más que oírla, la recordó. Siguió girando la cabeza y encontró mirando el rostro del príncipe Lír. Detrás él caía una
neblina brillante, que se estremecía como las ijadas de un pez y no se parecía en nada
a un mecanismo de relojería corroído.
El príncipe Lír inclinó la cabeza con seriedad ante Donald, pero se dirigió en primer lugar a Della:
—¿Acaso planeaban irse sin mí? —dijo—. ¿Es que no escucharon nada?
—Planeaba regresar, aunque no estoy segura del motivo.
—No —dijo el príncipe—, ambos sabemos que eso no es cierto.
Antes de que tuviera la oportunidad de agregar algo, Donald lo interrumpió.
—¿Qué importa todo eso? ¿Dónde está tío Scrooge?
—¿Dónde está? —preguntó Della, quien compartía la misma preocupación que su hermano.
Scrooge surgió de la niebla con la cabeza gacha, como si se apoyara contra un viento
fuerte. Con una mano se tocaba la sien y, cuando la retiró, salió un poquito de sangre.
—No pasa nada —dijo, al ver que la sangre caía en las manos de Donald.
VII
“¡Qué lugar tan desagradable!”, pensó Gladstone en cuanto hubieran llegado a su destino.
Una mirada bastó para saber que la opinión de Fethry era diferente.
—¡Debemos explorar este lugar!
—¡No! Es horrible y muchas casas parecen a punto de derrumbarse. Preferiría encontrar a Donald lo más pronto posible.
Gladstone se alegró al ver que esas palabras bastaron para que Fethry desistiera.
—¿Cómo haremos para encontrarlo?
Gladstone se rió y podía notarse la arrogancia en su rostro.
—¿Acaso dudas del poder de mi suerte? Estaremos con Donald y con Della antes de que puedas pensar en otro proyecto alocado.
—Yo no pienso en proyectos alocados.
—Lo que tú digas, F-plumas.
VIII
El camino era tan ancho que todos podían caminar al lado, no obstante ellos optaron por no hacerlo. Scrooge iba delante, por decisión propia. El príncipe Lír, Donald y Della lo seguían, aún cuando la única iluminación con la que contaban era con un encendedor que cargaba el mayor del grupo.
Della no sabía en qué lugar se encontraban, pero sí que todo se sentía tan real. El viento frío hacía que temblara de frío y la oscuridad le dificultaba caminar. El sendero se sentía tan real, especialmente por las piedras que lastimaban sus pies.
—Mal momento para no usar zapatos —comentó Della en tono de broma.
Lo demás se sentía algo irreal. El curso seguía la dirección imposible de un sueño; inclinado y sesgado, girando sobre sí mismo; primero cayendo en pico y después, subiendo un poco; con un momento dado saliendo y bajando poco a poco, para después regresar con tranquilidad para llevarlos una vez más, probablemente, bajo el salón donde era muy probable que el viejo rey Haggard debía estar furioso frente a un reloj caído y una calavera estremecido.
Della comenzó a hablar acerca de sus aventuras, de los muchos viajes que había hecho en compañía de su tío y de su hermano. Le habló de todos sus intentos por atrapar a Santa Claus, del wendigo y del misterioso niño que venía del futuro. Ella también habló de la ocasión en que su hermano se encogió y de cómo lograron conseguir a una gallina muy especial, de su encuentro con un supuesto profeta y de los dulces que les permitía regresar en el tiempo. Della esperaba que el príncipe estuviera más interesado en enterarse de su nacimiento heroico que del verdadero motivo por el que se encontraban en ese sitio.
El príncipe Lír se maravilló de forma sospechosa.
—Hace mucho que sé que el rey no es mi padre —dijo—, pero me he esforzado para ser su hijo, de todos modos. Soy enemigo de quienquiera que conspire contra él y haría falta algo más que una tonta profecía para hacerme provocar su caída. En cuanto a lo otro, no creo que haya más unicornios y sé que el rey Haggard tampoco ha visto alguno. ¿Cómo es posible que un hombre que hubiese visto un unicornio siquiera una vez esté tan triste como el rey Haggard? Si yo los hubiera visto, aunque solo fuera una vez y nunca más, sería muy feliz.
El príncipe hizo una pausa, un tanto confundido al darse cuenta de que la conversación derivaba hacia algo doloroso. Donald escuchaba atentamente, pero Della se mantenía al margen, ignorando lo que pasaba.
—Sin embargo, el rey debe ocultar algún suceso feliz de su vida —señaló Donald — ¿Notaste algún indicio… un rastro en sus ojos?
El príncipe permanecía en silencio, mientras que se hundían en la oscuridad. Donald no sabía si subía o si bajaba, pero sí que varias veces chocó contra la pared y sospechaba que lo mismo le pasaba a sus acompañantes. No les llegaba el menor sonido del Toro Rojo, ni destellos de su maligna luz, pero cuando Donald se tocó la cara húmeda, pudo sentir el olor del toro rojo entre sus dedos.
—A veces, después de haber estado en la torre —comentó el príncipe Lír—, hay algo en su rostro, en su expresión. que no sabría explicar. Es una claridad que no es del todo una luz. Recuerdo que, cuando era pequeño, no pasaba cuando me miraba, o cuando miraba a otra persona. En ese entonces yo tenía un sueño. —Hablaba muy lentamente, arrastrando los pies—. Siempre era el mismo sueño, yo me asomaba a mi ventana en mitad de la noche y veía al Toro, veía al Toro Rojo… —el príncipe calló, incapaz de terminar la frase.
—Veías al Toro conduciendo a los unicornios hacia el mar —comentó Donald de forma pensativa —. No era un sueño. Haggard los tiene a todos, los tiene prisioneros para su disfrute.
El príncipe bajó la mirada, no parecía sorprendido por esas palabras.
—Donald, ahora debes caminar. Está allí, está allí.
Lo primero que Donald vio fueron los cuernos. Se cubrió la cara para rehuir la luz, pero no fue suficiente, los pálidos cuernos se abrieron paso implacablemente a través de las manos y de los párpados hasta alcanzar el centro de su cerebro. Él vio al príncipe Lír y a su hermana de pie frente a los cuernos, mientras el fuego florecía en las paredes de la caverna y se elevaba hasta la oscuridad sin límites.
El príncipe Lír desenvainó la espada, pero esta adquirió un tono rojizo y comenzó a arder en su mano como si fuera fuego. La dejó caer y se rompió como el hielo. El Toro Rojo golpeó el suelo con una pata y todos se desplomaron.
Scrooge había confiado en que se encontrarían al Toro esperando en su guarida o en algún lugar con el espacio necesario para presentar batalla, pero había subido silenciosamente por el pasadizo hasta dar con ellos; y ahora se extendía ante su vista, no sólo de una pared en llamas a la otra, sino, de alguna manera, en las mismas paredes y más allá de ellas, expandiéndose de forma infinita.
No obstante, aquello no se trataba de un espejismo, era el Toro Rojo, el cual echaba humo, respiraba con tremendo estruendo y agitaba su ciega cabeza. Donald se puso de pie lentamente, ignorando al Toro, escuchando sólo a su oculto yo como a una concha marina, recordando las lecciones de magia que había tenido con Reginella. Pero ningún poder se insinuó o habló en él. Solamente oyó el lejano y tenue aullido del vacío en su oreja, el mismo sonido, el único sonido que el viejo rey Haggard había oído jamás al despertar o en sueños.
IX
Fethry colocó una marca en el árbol, confiado en que esta le serviría en el futuro. Él y Gladstone llevaban más de una hora vagando sin poder encontrar algún rastro que los llevara con su familia.
—No lo entiendo —se quejó Gladstone —. ¿Acaso he perdido mi toque? ¡Es imposible! ¡Mi suerte es infalible!
—Tal vez Donald se encuentra en otra dimensión y por eso no podemos llegar a él.
Fethry notó la forma en que lo veía su primo, pero prefirió dejarlo pasar. Muchos lo habían mirado de esa forma y él siempre solía actuar como si no hubiera pasado nada.
—Puede ser —comentó después de un largo silencio —. Y yo dudando de mi suerte ¡Qué tontería! ¡No hay nada que pueda vencer a mi suerte y siempre podré contar con mi suerte! Después de todo soy Gladstone, el pato más afortunado del mundo.
X
El Toro Rojo se encogió y cargó. Llegó sin avisar, acompañado del ruido de los cascos al arañar la tierra; y, de haberlo querido, podría haber aplastado a los cuatro con un solo ataque, pero les permitió dispersarse y apoyarse en las rugosas paredes. Pasó de largo sin dañarles y luego se lanzó sobre ellos por segunda vez, con el hocico casi a ras del suelo y el cuello hinchado como una ola.
Fue entonces cuando bramó. Huyeron y él les siguió; no tan rápido como cuando había cargado, pero sí lo suficiente para que cada uno de los perseguidos pudiera sentirse solo en la salvaje oscuridad.
Donald podía sentir como la tierra vibraba bajo sus pies, pero no podía escuchar ni al príncipe ni a sus parientes. Cada bramido del Toro Rojo hacía que tierra y piedras se desprendieron y se derrumbaran sobre ellos, pero eso no impidió que pudieran trepar, aunque con algo de dificultad. El que el toro no dejara de perseguirlos hacía todo más complicado.
El toro rojo atacó una vez más y el príncipe se colocó en su camino, usando su cuerpo para proteger a Della. El Toro Rojo pasó de lado, pero no sin lastimarlo. Lir se golpeó contra la pared y se mostró un poco mareado.
Donald estaba aterrado. El toro resultó ser más fuerte de lo que había imaginado y comenzaba a pensar que sería necesario emplear su magia. El pensar en su tío lo detenía, no quería que lo odiara y quería creer que podría salir de esa situación de otra forma. De repente, Donald pudo notar el olor a mar.
El camino se ensanchó de repente y desembocaron en una especie de gruta. “La madriguera del toro”, pensó Donald. El hedor de su sueño era tan espeso y antiguo que contenía una nota de repugnante dulzor. La caverna adquirió tintes rojizos, como si su luz hubiera frotado las paredes hasta desgastarlas y se hubiera engastado en las grietas y en las hendiduras.
El Toro Rojo bufó de nuevo. El príncipe Lír cayó de bruces y se levantó, estaba sangrando. El bramido del Toro fue creciendo y bajó súbitamente la hinchada y ciega cabeza y colgó como una de las balanzas del destino. El valiente corazón de Lír estaba suspendido entre los cuernos, como si ya goteara de sus puntas, como si el mismo príncipe estuviera aplastado y descuartizado; su boca estaba torcida en una mueca de dolor, pero continuaba sin moverse.
Della se lanzó contra el toro, sujetándose con fuerza de sus cuernos. Donald no tardaría en imitarla. Fueron solo minutos los que necesitaron para inmovilizarlo.
Scrooge no parecía sorprendido, Lir, por el contrario, los veía con fascinación. Su mirada era de amor.
Por encima de sus cabezas, desde lo alto del acantilado, el castillo del rey Haggard se elevaba hacia el cielo verde y gris de la mañana, salpicado de nubes delgadas y lechosas. Scrooge estaba segura de el rey los estaba espiando, aunque nunca pudo verlos.
Algunas estrellas brillaban sobre el cielo azul que se extendía sobre el mar. No había marea, y la playa desierta tenía el brillo gris y húmedo de un crustáceo desnudo, pero en el extremo de la orilla el mar se doblaba como un arco, indicando que el reflujo había terminado.
Donald y Della se acercaron al príncipe, pero Donald fue el único que trató sus heridas. Era algo que solía hacer durante sus aventuras con Scrooge. Era frecuente que alguien terminara herido y casi siempre ese alguien era él.
Ninguno notó el momento en el que el toro se puso de pie.
El Toro pasó sobre el príncipe Lir y le dejó tirado en tierra. Un costado de su cabeza chocó con demasiada violencia contra la arena y una pierna pataleó tres veces antes de inmovilizarse. Se desplomó sin un grito. Un mazazo de dolor paralizó a Donald y a Della, que se quedaron tan silenciosos como el príncipe. El Toro Rojo se detuvo también y maniobró para atacar a los gemelos. Reanudó su afectado y coreográfico avance, pero los hermanos le prestaron la misma atención que a un pájaro galanteador.
Donald observó el cuerpo retorcido del príncipe Lír, inconsciente, pero vivo.
La marea arreciaba con gran estrépito. La playa se había reducido a una franja cada vez más estrecha. Cabrillas de mar y otros peces se derramaban en el naciente amanecer, pero Scrooge no podía ver a ningún unicornio.
El cielo se teñía de escarlata sobre el castillo y, en la torre más alta, el rey Haggard se recortaba tan nítido y negro como un árbol de invierno. Scrooge podía ver la recta cicatriz de su boca y sus uñas oscuras. Pero el castillo ya no podía caer. Sólo Lír lo habría conseguido.
Donald gritó y adquirió una pose firme. Él y Della se abalanzaron sobre el Toro Rojo, el cual fue esquivado. Los ojos de Donald brillaban y todo en él mostraba la actitud de un guerrero. Donald volvió a la carga y el Toro cedió más terreno, pesado y confundido, pero todavía rápido como un pez. Sus cuernos eran del color y la apariencia del rayo, y el más ligero balanceo de su cabeza le hacía tambalear, pero continuaba retirándose directamente hacia el mar, sin oponer resistencia.
Una vez que estuvo allí, se inmovilizó, con la espuma remolineando entre sus patas y, la arena que se escurría entre ellas. No pretendía luchar ni huir, y Donald comprendió que jamás podría destruirle. Pese a ello, se preparó para atacar una vez más, mientras que el Toro mugía sordamente, estupefacto.
Para el príncipe, el mundo se había detenido en ese momento. Como si estuviera situada en una torre más alta que la del rey Haggard, contemplaba una pálida cáscara de tierra en donde un hombre y una mujer de juguete, con ojos de lana, seguían las evoluciones de un toro de arcilla y de una delicada unicornio de marfil. Había otros juguetes abandonados, un muñeco medio enterrado y un castillo de arena con un rey de madera apuntalado en una torre inclinada.
La marea lo arrastraría todo dentro de un instante, y sólo quedarían los flácidos pájaros de la playa volando en círculos.
—Niños —los llamó Scrooge. Podía escuchar las olas del mar acercándose.
Las encrespadas, grandes, pesadas olas que irradiaban bucles blancuzcos de su corazón verde, estas se disolvían en humo al chocar contra los bancos de arena y las rocas viscosas y que raspaban la playa con el fragor del fuego.
Los pájaros comenzaron a levantar el vuelo, chillando de forma estrepitosa, pero su enérgica protesta se perdía como un alfiler en el lamento de las olas. De la blancura se veía cómo florecían cuerpos adoloridos, estos brotaban del agua deshilachada, cuerpos doloridos por los choques contra los huecos de mármol listado de las olas, cuyos crines y colas, junto a las frágiles barbas de los machos que centelleaban al sol. Poseía unos ojos oscuros que parecían engastados en joyas, similares al fondo del mar. Sus cuernos tenían el resplandor de concha marina de sus cuernos y se erguían como los mástiles irisados de bajeles de plata. Pero estos no podrían pisar la arena mientras que el Toro Rojo estuviera cerca.
Los unicornios se revolcaban en los bajíos, girando de forma alocada, estaban asustados como un pez cuando son izadas las redes, ya no en el mar, sino a punto de perderlo. Centenares eran arrebatados en cada oleaje y eran lanzados contra los que pugnaban por evitar ser empujados a tierra firme, y quienes se debatían desesperadamente, se levantaban y caían y estiraban sus largos y nublados cuellos hasta el límite.
Donald y Della se arrojaron sobre el Toro Rojo, ambos con los puños en alto y la misma expresión desafiante. Si el Toro Rojo hubiera sido de carne real o un fantasma, el golpe lo habría reventado como si fuera una fruta podrida. En lugar de eso dio la vuelta como si no se diera cuenta de nada y caminó hacia el mar.
Los unicornios que estaban en el agua se atropellaron salvajemente para dejarle paso, pataleando y azotando el oleaje que era reducido a un trémulo velo. Sus cuernos vestían con los colores del arco iris; pero en la playa, en la cumbre del acantilado y a lo ancho y a lo largo del reino de Haggard.
La tierra respiró con alivio cuando se sintió libre de su peso. El toro se adentró en un largo trecho antes de comenzar a nadar. Las olas de mayor tamaño se rompían a la altura del corvejón y la tímida marea que se batía en fuga. Pero cuando al fin se sumergió en la corriente, una gran porción del mar se alzó tras él; un oleaje verde y negro, profundo, uniforme y duro como el viento. Creció en silencio, abarcando toda la anchura del horizonte, hasta que cubrió las gibosas espaldas del Toro Rojo y se derramó de nuevo.
Scrooge soltó al príncipe herido y corrió con sus sobrinos hasta que la pared del acantilado les cortó el paso. La gran ola se derrumbó como un diluvio de cadenas.
Fue en ese momento cuando los unicornios salieron del mar. Della no pudo verlos claramente, todo lo que podía percibir era una luz que saltaba hacia ella y un grito que deslumbraba los ojos. La imagen que tenía le hizo llegar a la conclusión que ningún mortal estaba destinado a ver todos los unicornios del mundo. No era algo que le molestaba, ella prefirió enfocarse en tratar encontrar a su propio unicornio para poder contemplarle a placer. Pero eran demasiados y demasiado bellos.
Donald colocó su mano sobre su hombro, impidiendo que corriera detrás de los unicornios.
—Miren arriba —dijo Scrooge.
El castillo se estaba derrumbando. Donald y Della obedecieron. Ambos vieron como las torres se fundían a medida que los unicornios escalaban el acantilado con gigantescas zancadas y la manera en que se dispersaban en torno a ellas, era como si estuvieran hechas de arena y el mar las estuviera socavando.
El castillo se desmenuzó en enormes y helados pedazos que se iban reduciendo de tamaño y adquirían el color de la cera mientras giraban en el aire, hasta que desaparecieron. Todo se desmoronó y se desvaneció sin un ruido. Ni siquiera quedaron ruinas, ya fuera en la tierra o en la memoria de quienes fueron testigos de la caída.
Un minuto después, no conseguían recordar su emplazamiento o su aspecto. No pasó lo mismo con el rey Haggard. El monarca, que era completamente real, cayó entre los restos de su castillo desencantado como un cuchillo arrojado a través de las nubes.
Donald le oyó reír una vez, como si se hubieran cumplido sus esperanzas y eso no le pareció tan extraño como creyó que sería.
Una vez el mar hubo borrado las huellas en forma de diamante de los unicornios, no quedó rastro de su paso ni del castillo del rey Haggard, pero Della podía recordar a los unicornios y no era la única que podía hacerlo.
—Deberíamos llevarlos al pueblo. Lir necesita atención médica y los unicornios son libres —comentó Scrooge..
—Supongo que tienes razón.
—Siempre la tengo, no sé porqué lo dices como si fuera extraño.
Donald cargó al príncipe sobre su espalda y siguió a sus parientes a través del camino que habían tomado para llegar a ese sitio. No se podía decir lo mismo del reloj por el que entraron.
El mago aprovechó que estaba detrás para recitar pequeños conjuros. Él iba tratando las heridas más graves, asegurándose de que su amigo pudiera recibir la atención médica que tanto necesitaba.
—¡Date prisa! —le dijo Della y su mirada se posó sobre Lír —. ¿Crees que esté bien?
Donald asintió.
—Él es fuerte, estará bien.
“Y he tratado sus heridas más graves, solo necesita descansar”, pensó Donald, aunque la sangre que lo empapaba le hacía difícil sentirse tranquilo.
—Es demasiada sangre.
—Confía en mí, ninguna herida es profunda.
—¿Cómo puedes saberlo? ¿Eres doctor?
—Reginella me ha enseñado medicina.
Della lo miró fijamente y Donald no supo cómo interpretar esa mirada.
—Supongo que no me queda más opción que confiar en ti. Ten cuidado, la vida de Lír está colgando de tus manos.
—Lo sé y créeme cuando te digo que yo también me preocupo por él.
Los hombres de Haggard estaban fuera del castillo. Donald bajó la mirada al ver al mago real. Esperaba que le reprocharan, pero no fue así. Todos se veían aliviados y eso no le pareció tan extraño cuando recordó las conversaciones que había tenido con ellos.
Cuatro jovenzuelos, cubiertos con oxidadas y rotas armaduras, vagaban atolondradamente por los pasillos ausentes, dando vueltas sin cesar en el espacio vacío donde se ubicaba el gran vestíbulo.
El mago real se encargó de atender el príncipe. Solo quedaban heridas superficiales por tratar, pero él no hizo ningún comentario al respecto.
No pasaría mucho tiempo antes de que Lir despertara. El príncipe buscó a Della con la mirada, mas el alivio que sintió fue corto al ver lo que había pasado con el palacio.
—¿Fui yo el causante? La maldición afirmaba que yo derribaría el castillo, pero nunca habría sido capaz. Haggard no era bueno conmigo, pero eso era mi culpa. Si tan solo hubiera sido que él deseaba. ¿Provoqué yo su ruina?
—Salvaste a Della y ella y su hermano fueron quienes expulsaron al Toro Rojo al mar —replicó Scrooge—. El Toro Rojo provocó la subida de las aguas y, de paso, puso en libertad a los unicornios, fueron ellos quienes demolieron el castillo. Ahora que lo sabes, ¿seguirás pensando lo mismo?
El príncipe Lír negó con un movimiento de cabeza.
—Pero ¿por qué huyó el Toro? ¿Por qué no les plantó cara y luchó?
—El Toro Rojo nunca lucha —respondió el mago real—. Conquista, pero no lucha — el mago posó una mano sobre la espalda del príncipe Lír—. Ahora, tú eres el rey.
Los hombres cayeron de rodillas ante Lír y gritaron a la vez:
—¡Su Majestad! ¡Viva el rey Lír!
El rostro de Lír se tiñó de rojo y trató de obligarlos a que se pusieran de pie.
—No importa —refunfuñó—, no importa. ¿Quiénes son ustedes?
Scrooge y Della tenían la misma pregunta. Donald no, su magia le había dado las respuestas que necesitaba.
El príncipe examinaba con asombro las caras, una a una—. Los conozco, estoy seguro, pero ¿cómo es posible?
—Es verdad, Su Majestad —dijo con gran alegría el primero—. Somos los hombres de armas del rey Haggard…, los mismos que le servimos durante tantos fatigosos y fríos años. —Nosotros huimos del castillo en cuanto desapareció el reloj, porque el Toro Rojo bramaba y todas las torres temblaban y estábamos asustados. Supimos que la antigua maldición se iba a cumplir por fin.
—Una gran ola cayó sobre el castillo —dijo el tercero—, tal como la bruja había profetizado —. La vi derramarse por el acantilado, con tanta lentitud como la nieve, pero no puedo explicaros por qué no nos arrastró. —La ola se dividió para rodearnos —dijo otro—, algo que jamás había visto. El agua parecía extraña, como el fantasma de una ola, bullía con una luz irisada, y por un momento me pareció que… —Se frotó los ojos y encogió los hombros, sonriendo con la indecisión pintada en el semblante—. No lo sé, todo se sentía como si fuera un sueño.
—Pero ¿qué les pasó? —preguntó Lír—. Eran viejos cuando nací, y ahora son más jóvenes que yo —. ¿Qué clase de milagro es éste?
Los tres que habían hablado contuvieron la risa e intercambiaron miradas.
—Usted lo ha dicho, es un milagro
La mirada del príncipe Lír se posó sobre y Della y podía notarse la ternura en su mirada. Sin embargo no tuvo la oportunidad de decir ninguna palabra, Scrooge se lo impidió. Lo tomó del hombro y se lo llevó a un lugar apartado.
—Eres el rey de un país devastado, un lugar en donde no ha habido más rey que el miedo. Tu auténtica tarea acaba de empezar ahora. Es probable que nunca sepas si tienes éxito, pero sí podrás saber si fracasas. Pero no te preocupes, le dije a Haggard que haría de este reino un lugar próspero y mantengo mi palabra si deseas trabajar conmigo.
—Lo haré, ustedes tres han demostrado ser dignos de confianza.
—Será mejor que vayamos al pueblo. Este lugar no parece seguro.
Chapter 5: Fethry vs el libro que todo lo sabe
Summary:
Fethry quiere aprender magia, Lír no sabe qué le deparará el destino y Donald está preocupado por Reginella.
Chapter Text
I
Gladstone no podía creer lo que veía. Un grupo de caballos con cuernos corrían, destruyendo todo a su paso. Ellos no se comportaban como enemigos, sino como si huyeran de algo, o al menos eso era lo que le parecía.
Afortunadamente nadie salió herido. El pueblo quedó destrozado, eso era algo que nadie podía negar, pero solo hubieron daños materiales.
Los cultivos fueron aplastados casi en su totalidad al igual que las casas. Varios establos fueron destruidos por lo que los animales huyeron, siguiendo a los unicornios y destruyendo aún más el lugar.
No todos pudieron ver a los unicornios. Muchos creían que era un numeroso grupo de caballos y eso fue algo que descubrió cuando escuchó a su primo discutiendo con algunos aldeanos.
—No le hagan caso, mi primo tiene mucha imaginación.
Para Fethry era extraño el que Todos estuvieran tan tranquilos. Sus rostros mostraban tristeza, pero no parecían demasiado preocupados. Él pensó en los sitios que había visitado antes de llegar a ese pueblo y se sintió aún más confundido. Aquel pueblo, a diferencia de los demás, había estado en mejores condiciones que sus vecinos.
—Debe estar loco. De lo contrario no le explico cómo alguien podría confundir un terremoto con una manada de unicornios.
—Eso es absurdo, creo que es bastante obvio que fue un oleaje.
Fethry no se sintió ofendido por esas palabras, estaba demasiado acostumbrado a esa clase de comentarios como para darle importancia.
—¿Tú los vistes?
—¿A nuestros primos? No, pero si mi suerte nos trajo aquí es porque debe haber un motivo.
Gladstone tomó a su primo y se lo llevó a otra zona. Aquel lugar no le gustaba y esperaba poder irse muy pronto.
La rabia se convirtió en tristeza y la ira en resignación. Los aldeanos solo tomaron asiento, como si esperaran un milagro o estuvieran demasiado cansados para hacer algo.
II
Donald y su grupo llegaron a Hagsgate poco antes del anochecer, encontrándose con un escenario tan extraño como desolador.
Los campos arados se encontraban destrozados. Los huertos y viñedos, ricos en el pasado, fueron arrasados y no quedaba ni un triste arbolillo en pie. Aquello parecía obra del Toro Rojo, pero Della pensó que cincuenta años de calamidades contenidas se habían abatido sobre Hagsgate de una vez, al mismo tiempo que otras tantas primaveras confortaban por fin al resto del reino. La tierra pisoteada tenía un aspecto ceniciento a la luz del ocaso.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó con calma el rey Lír.
—Siga cabalgando, Lír —replicó Scrooge—. Sigue cabalgando.
El sol se había ocultado cuando traspasaron las derruidas puertas de la ciudad, y guiaron sus caballos lentamente, a través de las calles destruidas.
Sembradas de tablas, enseres, cristales rotos y restos de paredes, ventanas, chimeneas, sillas, útiles de cocina, tejados, bañeras, camas, repisas y tocadores cubrían el suelo. Todas las casas de Hagsgate se habían derrumbado y no quedaba nada por romper.
Los habitantes de Hagsgate estaban sentados en los umbrales de sus puertas, si es que aún existían, pensando en la tragedia. Siempre habían tenido el aspecto de ser pobres, aun en medio de la abundancia, y la ruina les hacía sentirse casi aliviados, pero en modo alguno más pobres.
Della sintió pena por ellos.
Apenas advirtieron la llegada de Lír, hasta que éste habló:
—Soy el rey. ¿Qué ha sucedido aquí? —Fue un terremoto —murmuró un hombre perdido en sus ensoñaciones.
—Fue una tempestad que llegó del mar, del noreste —le contradijo otro—. Hizo añicos la ciudad y llovió granizo, piedras grandes como puños.
Otro hombre insistió en que un poderoso oleaje había caído sobre Hagsgate, un oleaje blanco como el cornejo y pesado como el mármol, que no ahogó a nadie pero lo destrozó todo.
El rey Lír les escuchó con una sonrisa inexorable. Della pensó que era algo digno de admirar y que podría convertirse en un gran rey.
—Escuchen con atención porque no pienso repetir nada de lo que les diré. El rey Haggard ha muerto y su castillo ha sido destruido. Yo soy Lír, aquel niño de Hagsgate que fue abandonado al nacer para evitar que se cumpliera la profecía de la bruja. —Con un gesto de la mano abarcó las casas destrozadas —. Gente estúpida y miserable, los unicornios han vuelto, esos que fueron cazados por el Toro Rojo y que ustedes ignoraron. Fueron ellos los que destruyeron el castillo y la ciudad. Pero ellos no son son los culpables , fueron ustedes con su avaricia y Temos quiénes provocaron esto.
Los ciudadanos suspiraron con resignación, pero una mujer de mediana edad se adelantó hacia el rey y dijo con cierto temple:
—Discúlpame, mi señor, pero todo parece algo injusto. ¿Qué podríamos haber hecho para salvar a los unicornios? Temíamos al Toro Rojo. ¿Qué podríamos haber hecho?
—Con una palabra habría bastado —replicó el rey Lír—, pero eso es algo que nunca podrán saber.
La mirada de Della se posó sobre el rey y notó que estaba a punto de marcharse. Ella estaba de acuerdo con él, pero sospechaba que la opinión de su hermano era diferente y no estaba equivocada.
—¡Lír…, pequeño Lír, mi hijo, mi rey!
Della se volteó y pudo ver a un individuo que llegaba corriendo, con los brazos abiertos, jadeando y cojeando como si fuera más viejo de lo que realmente era.
—¿Quién eres? —preguntó el rey—. ¿Qué quieres de mí?
—¿No me conoces, hijo mío? —el rostro del hombre mostraba una mezcla de tristeza y algo más que Della no supo reconocer —. No, claro, ¿cómo podrías conocerme? Es probable que ni siquiera lo merezca. Soy tu padre…, tu pobre, viejo y muy feliz padre. Fui yo quien te abandonó en la plaza del mercado una noche de invierno, hace muchos años, y te condujo así hacia tu heroico destino. ¡Fue una decisión dura, pero necesaria porque gracias a eso cumpliste con tu heroico destino! ¡Mi niño, mi bebé! ¡No tienes idea de lo orgulloso que estoy ahora!
Della pudo ver qué, aunque no lloraba, su nariz moqueaba como si llorara con sinceridad.
El rey no dijo nada, tan solo tiró de las riendas del caballo y se apartó de la multitud.
El viejo dejó caer los brazos extendidos a los costados.
—¡Cría cuervos! Hijo ingrato, ¿abandonarás a tu padre en la hora del desastre, cuando una palabra de tu brujo favorito habría puesto las cosas en su sitio otra vez? ¡Despréciame si quieres, pero he tenido mi parte al ponerte donde estás, y puedes negarlo! La maldad también tiene sus derechos.
Della quería golpear a ese hombre. Había dicho “criar cuervos”, pero él ni siquiera había criado a Lír. Lo había abandonado poco después de que rompiera el cascarón y nunca se hubiera mostrado de no ser porque podía beneficiarse. O al menos eso era lo que Della pensaba. En su opinión recompensar a ese hombre tenía tanto sentido como sentirse en deuda la amante de un ex esposo porque te hizo darte cuenta que esa relación no valía la pena o agradecer a quien te hizo la vida imposible porque eso ayudó a forjar el carácter.
El rey quiso retroceder, pero Donald le detuvo. Su rostro mostraba un gesto amable y eso bastó para calmar a Lír.
—¿Podemos hablar a solas?
Lír asintió con un gesto de cabeza y lo siguió a un lugar un tanto apartado.
III
—¡Lo sabía! —gritó Gladstone en cuanto vio a sus parientes —. ¡Siempre supe que mi suerte no me fallaría! Deberías disculparte, primo de poca fé.
Fethry corrió hasta donde estaban sus familiares y los abrazó con fuerza.
—¿Y Donald? Apuesto a que estará feliz de ver a su primo favorito.
—Es cierto, pero con lo orgulloso que es, no admitirá lo feliz que le hace verme.
Della y Scrooge se mostraron un tanto confundidos. Ninguno de los dos esperaba ver a Gladstone o a Fethry en un lugar como ese.
—¿Tienen algún problema?
—Me gustaría aprender magia y pensé que Reginella podría enseñarme.
—Apuesto a qué ella le gustaría —comentó Della con amargura —. Ella es una experta separado familias.
—La magia solo causa problemas y más en manos de alguien tan caótico.
Fethry prefirió ignorar el hecho de que su tío hablaba de él.
—¿Y Donald? ¿Dónde está?
—¿Por qué tanta insistencia?van a hacer que me ponga celosa.
—Solo es curiosidad, sabes que te queremos, primita.
Della los abrazó. La verdad es que solo estaba bromeando.
IV
—No es tu culpa —le dijo en un susurro mientras le extendía el libro que todo lo sabe —, pero si quieres, puedes preguntarle al libro. Admito que parece un libro como cualquier otro, pero posee la bendición de los dioses. Es un obsequio de Zeus y posee el poder de responder cualquier pregunta. Es el libro que todo lo sabe.
Lír siguió el consejo de Donald. Si bien era cierto que le parecía absurdo un libro que tuviera las respuestas a todas las preguntas, también lo era que había visto cosas más extrañas y que confiaba ciegamente en Donald.
“Ese hombre y los demás realmente piensan lo que han dicho. Es probable que las cosas habrían sido diferentes, pero es improbable que hubieran tenido un final feliz. Debes ser su rey y gobernar con tanta bondad como si fueran los más valientes y más fieles, porque forman parte de tu destino.”
Donald desvió la mirada, mostrándose un tanto incómodo. Donald no quería que abandonaran a los aldeanos, pero no quería que Lír cargará con un peso tan grande.
—Yo no creo en el destino. El libro podrá saberlo todo, pero hay casos en donde en más importante ser leal a uno mismo que seguir las reglas de un libro sabelotodo.
—Será mejor que regresemos con los demás.
—Lír, no tienes que…
—Gracias por tu ayuda. Ese libro no ha dicho nada en lo que yo no haya pensado antes. Mentiría si dijera que no le guardó rencor a ese hombre que dice ser mi padre ¿Cómo puede hablar con tanto orgullo sobre abandonar a un hijo? Pude haber muerto y no creo que le importara.
—No le debes nada a nadie, incluso el libro afirma que no hay nada que asegure que les debes algo o que todo era parte de un plan superior.
Entonces el rey se reunió con sus súbditos. Lír alzó la mano en dirección a la gente de Hagsgate. Los presentes se empujaron y se dieron codazos.
—Debo partir con mis amigos y acompañarles. Pero dejaré aquí a mis hombres de armas y los ayudarán a reconstruir vuestra ciudad. Cuando vuelva, dentro de poco, yo también colaboraré. No empezaré a erigir mi nuevo castillo hasta que vea a Hagsgate de pie una vez más.
—¿Qué hay del mago real? Un movimiento de su varita y Hagsgate volvería a su antigua gloria.
—No podría aunque quisiera. Hay leyes que gobiernan las artes mágicas, como hay leyes que rigen las estaciones y el mar. La magia les dió riquezas en otro tiempo, mientras la demás gente del país era pobre; pero los días de prosperidad han terminado y ahora les toca comenzar de nuevo. Está tierra tendrá una existencia tan miserable como los corazones que la habitan. Trabajarán duro, pero no recobrarán la gloria de antaño, nunca… hasta que aprendáis a disfrutar de ellos sin motivo alguno. Yo, en su lugar, tendría hijos —aconsejó, con la mirada desprovista de ira, pero llena de piedad.
Fue en ese momento que Donald vio a sus primos y su expresión fue la misma que Della. No tuvo tiempo para hablar, Fethry corrió hasta su lado y lo abrazó.
—¿Vas a enseñarme magia?
—¿Cómo podría? No soy un mago.
Nadie notó la forma en que el mago real veía a Donald.
V
—¿Tenemos un trato?
—Nunca trabajaría con un ser tan vil y cruel como tú.
La hechicera sonrió al escuchar esas palabras. No era la respuesta que hubiera deseado, pero sí la que se esperaba.
—No lograrás nada con tus cumplidos. Lo único que quiero es lo que todos quieren, poder. Pero si tú no quieres cooperar, tendrá que ser por las malas.
La hechicera tomó el espejo de dos caras y comenzó a acariciar el borde. Mentalmente se preguntó qué haría su hermano de estar en su lugar. Ella la habría convertido en una cabra o en un chocolate, pero de hacerlo estaría limitando sus opciones.
—Sé lo de tu aprendiz y es nauseabundo, pero podría ser útil.
—Él nunca te ayudaría.
—Eso ya lo veremos. Apuesto a que él se mostrará más colaborativo en cuanto se entere de lo que haré contigo.
—No te tengo miedo.
—Deberías, porque a diferencia de ti, yo no temo lastimar a nadie para conseguir lo que quiero.
VI
Donald esperó a que todos estuvieran dormidos antes de buscar el espejo mágico. La última vez que había intentado conectarse con Reginella tampoco obtuvo resultados, pero él no perdía las esperanzas.
Donald había consultado el libro que todo lo sabe tres días antes de la liberación de los unicornios y este le había dicho que la reina estaba ocupada y que no podía contestar el teléfono. Aquello le había dolido, pero le alegraba saber que no lo había ignorado porque estuviera en serios problemas.
O al menos eso era lo que pensaba hasta que alguien tomó el espejo de dos caras y contestó a su llamado. La persona del otro lado era Mágica de Spell, aunque eso era algo que él no sabía en ese momento.
—¿Quién eres tú y que haces con el espejo de Reginella?
—Soy la poderosa hechicera Mágica de Spell y quiero hacer un trato contigo. Si quieres volver a ver a tu hada, deberás traerme la primera moneda de Scrooge McDuck.
Donald se rió de forma burlona. El libro que todo lo sabe le había dicho que Reginella estaba bien y él confiaba en poder verla cuando regresara al bosque de Artemisa.
—¿Por qué tendría que creerte? Ella está bien.
El rostro de Mágica fue sustuido por una imagen de Reginella. Donald no pudo reconocer el lugar en el que se encontraba, pero estaba seguro de que no era el bosque de Artemisa.
—Ella está bien y lejos de tu alcance . Si quieres volver a verla tendrás que aceptar mis condiciones. Usa este espejo cuando estés listo para hacer un trato, pero no te recomiendo tomarte mucho tiempo.
Mágica desapareció y Donald corrió en busca del libro. Él quería creer que la hechicera mentía, pero necesitaba confirmar algo primero.
—¿Es cierto que esa mujer se ha llevado a Reginella lejos?
—Sí.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Donald furioso y preocupado por el hada.
—Porque no me lo preguntaste. Querías saber si ella está bien y tomando en cuenta que no presenta lesiones físicas o enfermedad alguna, puedo concluir que está bien. Debes ser más específico con tus preguntas?
Donald masajeó sus sienes en un intento por calmarse. Scrooge se lo había advertido, pero no quería darle la razón ni perder la oportunidad de salvarla.
—¿Cómo puedo encontrarla?
—Reginella se encuentra en un lugar fuera del espacio y tiempo por lo que solo podrás encontrarla si cuentas con el permiso de alguien dentro de ese reino o si tienes la llave y Magica de Spell es la única que tiene esa llave. En ambos casos es de gran importancia que sepas la ubicación.
—Magica de Spell ¿Qué es lo que planea?
—Encontrar a su hermano y el dominio total.
Donald tuvo un escalofrío al escuchar esas palabras. Él no sabía quiénes eran Magica y Poe de Spell, pero podía percibir cierta maldad en ella y temía lo que pudiera hacer. El mago pensó en Reginella y supo de inmediato que ella estaría en contra de trabajar con la hechicera.
—Típico de los villanos ¿Es que acaso no pueden ser más originales?
—Los humanos son seres sencillos. En cuanto satisfacen en…
—No era una pregunta para ti y no me interesa la respuesta.
—Como dije antes, ten cuidado con lo que preguntas.
—¿Podrías callarte?
—Sí.
—Entonces ¿Por qué no lo haces?
—Soy el libro que todo lo sabe, fui creado para hacer preguntas. Yo seguiré hablando mientras hagas preguntas.
—¿Qué pasaría si te destruyo? Podría colocar mis manos a ambos extremos de tus páginas y romperte.
—Eso funcionaría con un libro ordinario, pero yo soy el libro que todo lo sabe. Fui creado por los dioses, bendecido por la diosa Atenea y su sabiduría. Amenazas con destruirme, pero solo existe una forma de hacerlo, en la lava del volcán del fin del mundo.
Donald se acostó sobre el suelo, preguntándose mentalmente que haría. El libro no me agradaba, pero no le había dado motivos para pensar que mentía. Magica de Spell le había dicho que lo ayudaría a volver a ver a Reginella y él quería hacerlo, pero dudaba que fuera lo correcto.
—Dime, libro ¿Qué diría Reginella si supiera de esto?
—Diría que no vale la pena el riesgo, que Magica de Spell podría traicionarte y que ella estará bien, incluso si no te recuerda y nunca se volverán a ver
Donald cerró los ojos, imaginando a Reginella, preguntándose qué haría si estuviera en su lugar. Él también había pensado en eso.
—¿Dices que ella está bien?
—Sí.
—¿Magica de Spell le haría daño?
—No la asesinaría, matar a un hada te maldice de por vida, pero sí puede hacerle daño. Ella ha borrado su memoria, pero eso es todo. Ninguno de los dos podrá volver a verse y eso es suficiente para ella.
Donald suspiró. La idea de no volver a ver a Reginella era dolorosa, pero era una posibilidad que había considerado. Aceptar el trato de Magica de Spell ni siquiera era una opción. Donald no la conocía, pero sus acciones bastaban para ganar su antipatía y desconfianza.
VII
Las hadas y los unicornios eran criaturas sagradas. Matar a cualquiera de ellos era sinónimo de una maldición y Magica lo sabía. Sin embargo la negativa de Donald había hecho que Magica de Spell lo considerara.
“Es un idiota. Me habría hecho perder el tiempo incluso si hubiera aceptado”, pensó Magica con fastidio. En ese momento consideraba que era más importante terminar de saquear la casa de Reginella y retomar su búsqueda.
La hechicera no sabía que había estado tratando con el sobrino de Scrooge McDuck, probablemente de haberlo sabido, habría sido más insistente. Tiempo después volvería a verlo y se arrepentiría de haberlo subestimado.
VIII
Fethry se encontró con Donald mientras que esté consultaba el libro que todo lo sabe. Él vió a su primo haciéndole algunas preguntas y eso bastó para llamar su atención.
—¿Qué haces?
—Respondo las preguntas de este mortal porque, como mi nombre lo indica, yo lo sé todo.
—Quiero intentarlo.
Donald cubrió su rostro en un intento por ocultar su risa. El libro aseguraba conocerlo todo, pero él conocía a su primo y sabía lo caótico que podía llegar a ser.
—Es inútil que lo hagas, no existe pregunta que no pueda resolver.
—¿De qué color es mi ropa interior?
VIII
Scrooge McDuck estaba despierto cuando recibió la visita de Lír. Había recibido una llamada de S.H.U.S.H por lo que comenzó a investigar sobre el galeón que quisieron robarle. No entendía por qué este parecía ser tan importante, pero estaba dispuesto a averiguarlo.
—¿Es cierto que partirán mañana?
—Sí.
Lír suspiró con tristeza y Scrooge estaba seguro de conocer el motivo. Para nadie era un secreto que el rey estaba enamorado de Della. Lír ni siquiera había hecho el intento de ocultarlo.
—¿Puedo consultar el proyecto que le iba a presentar a mi padre? Creo que Hagsgate debe trabajar para compensar el daño que hicieron al ser ocultar lo que sabían de los unicornios, pero el resto de mi reino es inocente y ellos han sufrido durante tanto tiempo.
—Puede contar con ello. Soy un pato de negocios, jamás desecharía un proyecto en el que he trabajado durante tanto tiempo y mucho menos cuando se trata de algo rentable.
—Me alegra escuchar eso. No me gustaría perder el contacto con ustedes.
—Especialmente con Della.
—Y Donald. Ambos son importantes para mí.
Scrooge no se esperaba esa respuesta. Él podía notar que Lír era sincero, pero nunca imaginó que Donald pudiera importarle tanto.
—No me malinterprete. Amo a Della, pero Donald, él es mi mejor amigo.
IX
—¿Qué pasaría si Pinocho dijera que le va a crecer la nariz?
—Eso depende de lo que piense Pinocho. Si Pinocho piensa que no le va a crecer la nariz, estaría mintiendo, por lo tanto le crecería, de lo contrario, no le crecería.
—Pero la nariz de Pinocho solo crece cuando miente.
—Se califica como mentira cualquier afirmación o negación hecha por alguien que piensa o sospecha que pueda ser falsa. El que esa afirmación sea correcta o no es un punto aparte. Podemos tomar como ejemplo los detectores de mentiras, generalmente registran las variaciones de la presión arterial, el ritmo cardíaco, la frecuencia respiratoria y la respuesta galvánica o conductancia de la piel.
—Cuando te haces una foto junto al Súper Snooper de la ComCon ¿el señor que está dentro del disfraz también está sonriendo?
—Eso depende de la persona que esté dentro del disfraz. Al estar oculto no existe ninguna regla que lo obligue a hacerlo.
—¿Por qué apretamos más fuerte los botones del mando a distancia cuando se está quedando sin pilas?
—Porque los mortales son seres irracionales y sus acciones no siempre…
—¿Estás viva?
—No. Mi voz no es mi voz. Lo que escuchas es la voz de Atenea y yo solo soy un eco de su grandeza.
—¿Cómo se escribe el cero en números romanos?
—De ningúna…
—No lo sabes.
—Yo lo sé todo y sé que no existe un equivalente al cero en los números romanos.
—Si la lana se encoje al mojarse, ¿por qué las ovejas no encojen cuando llueve?
—Porque la lana de las ovejas no ha pasado por los procedimientos…
Fethry había interrumpido al libro que todo lo sabe una vez más y Edo hizo que Donald se preguntará qué pasaría primero, si su primo encontraría una pregunta que no pudiera responder o que el libro se enojara. Tratándose de Fethry ambas opciones le parecían igual de probables.
—¿Cuál fue tu gran amor de la infancia?
—Soy un libro, esos conceptos no aplican para mí. Pero si tuviera que elegir una cita, el necronomicon parece ser interesante.
—Si los dioses existen ¿Quién los creo?
—Claro que existen, yo fui creado por varios de ellos y, aunque peque de orgullo, debo admitir que soy su más grandiosa obra. Y la respuesta a tu pregunta, los dioses son hijos de los Titanes quienes a su vez descienden de Urano y Rea.
Donald se distrajo en cuanto sintió algo rozando su pierna. Él bajó la mirada y encontró a la gata con la que había hablado poco antes.
—Lír me dijo que no eras del rey Haggard ¿Te gustaría venir conmigo?
Donald sabía que Scrooge no quería mascotas, se lo había dejado claro cuando no le permitió llevar a sus mascotas a la mansión, pero esperaba que fuera diferente esa vez o que Elvira accediera a cuidar de ella en lo que conseguía una casa propia.
La gata no respondió con palabras. Ella se sentó sobre el regazo de Donald y se quedó dormida al instante.
—Te llamaré Tabby.
—¿Cuánto tiempo te recordarán después de existir?
—Eso es diferente para cada persona y depende del impacto que tenga. Si hablamos de tu caso, yo no podré olvidarte tan fácilmente.
—¿En serio?
—Sí, eres molesto.
—¿Quién prueba las nuevas marcas con mejor sabor de comida de perros?
—Los perros y se toma una decisión en base a la observación.
—¿Cómo sabríamos si una palabra estuviera mal escrita en el diccionario?
—Puede consultarse otro diccionario o a alguna de las entidades que recopilan y aprueban las reglas del idioma en que se escribió esa palabra.
—¿Por qué bajas el volumen de la música del coche cuando aparcas?
—Ya lo dije, los mortales son irracionales.
X
Gladstone despertó después de escuchar el sonido de golpes y explosiones. La curiosidad lo llevó hasta la sección de carga, encontrándose con Scrooge, Della y Lír en el camino.
—Donald estará en serios problemas si es responsable de esto.
—Tío S, tratándose de Donald, es obvio que es su culpa.
Ellos encontraron al libro que todo lo sabe en medio del desastre, lanzando chispas y rayos. Fethry y una gata que no reconocieron se escondían detrás de un asustado Donald.
Una caja pasó cerca de Gladstone, pero tuvo suerte de que esta chocara pasará a pocos centímetros de su hombro.
—¿Qué está pasando aquí?
—El libro que todo lo sabe…
Fethry no terminó de hablar pues las explosiones se hicieron más grandes.
Scrooge empuñó su bastón, listo para atacar, pero no fue necesario. Una campana de oro, la cual habían encontrado durante una aventura, cayó sobre el libro, conteniendo todos sus ataques.
—Y mi suerte una vez más salva el día.
Gladstone no estaba del todo equivocado. Había sido una afortunada coincidencia el que la campana estuviera en el avión, pero ese no era el motivo por el que se habían salvado. Donald se había aprovechado de la confusión para crear uno de sus portales y asegurarse de aislar al libro que tantos problemas les estaba provocando.
—Por ahora, pero debemos destruirlo cuanto antes. La campana no podrá contenerlo para siempre.
Chapter 6: Los dioses deben estar locos
Summary:
Donald y Della inician el viaje para destruir el libro que todo lo sabe, Scrooge lidia con Glomgold y la apuesta que hicieron. Los tres deben hacer un viaje y, por supuesto, las cosas nunca resultan ser fáciles para ellos.
Chapter Text
Capítulo 5: Los dioses deben estar locos
I
Inicialmente Donald y Della serían los únicos que llevarían el libro que todo lo sabe al volcán del fin del mundo, pero Gladstone y Fethry decidieron unirse. En el caso de Fethry, él había dicho que su nuevo sueño era convertirse en un explorador, Gladstone se limitó a decir que estaba aburrido.
Donald quiso quejarse, pero Della logró convencerlo. Gladstone podría ser molesto, pero lo necesitaban, él era el único que contaba con un permiso de conducir y su suerte podría ser de mucha ayuda. Ninguno tenía ninguna excusa para impedir que Fethry los acompañara.
Las primeras horas fueron tranquilas. Fethry se había quedado dormido, Donald estaba escuchando música y Della jugaba su videojuego favorito. Gladstone no se había quejado pese a que llevaba horas conduciendo.
—Donnie, deberías buscar un lugar donde podamos descansar.
—¿Por qué? ¿Acaso estás cansado de conducir?
—Sí y si soy sincero, también me duele el trasero. Conducir es más difícil de lo que imaginas.
Donald y Della hicieron una mueca de desagrado.
—No necesitábamos saber eso —dijeron al unisono.
—Puedo decir más cosas si no tomamos un descanso. Por ejemplo, mi trasero…
—De acuerdo, tú ganas. Tomaremos un descanso, solo cállate.
Della reconoció la zona como el vecindario en el que vivía Abner y sugirió ir a visitarlo, idea que fue bien recibida.
Abner no era alguien con el que tuvieran problemas, pero sí alguien que apreciaba la soledad. Él se había ido a vivir a un rancho en cuanto cumplió la mayoría de edad.
Abner los recibió con una sonrisa y los hizo pasar de inmediato.
—¡Abner, tu casa! —comentó Fethry y no era el único sorprendido.
—¿Hay algún problema?
—¡Está ordenada!
La expresión en el rostro de Abner denotaba fastidio.
—¡Y huele bien!
—Huele a… limón.
—¿Por qué les sorprende? Soy un adulto responsable.
Donald no pensaba lo contrario, Abner era el mayor de los primos y desde pequeño había sido uno de los más independientes, sin embargo el orden no era una cualidad que los escribiera.
—Sin ofenderte, primo, pero la última vez que te visitamos tenías el hacha a un lado del televisor, los platos sucios en el lavadero y los calcetines en la sala.
—Es diferente. Acabo de ir a cortar la leña y ahora…
Abner se sonrojó ligeramente, algo extraño tratándose de él.
Donald sonrió de forma maliciosa, viendo una oportunidad.
—¿Acaso hay alguien que te guste?
El sonrojo de Abner se hizo mayor.
—No lo puedo creer, nuestro primo está enamorado.
—Se llama Donna, creo que es la hermana de alguien que estuvo en el campamento de verano contigo. Donna me dijo que ustedes eran muy cercanos, los mejores amigos, incluso me mostró unas fotografías ¿Recuerdas a alguien con una gorra rosa?
Donald supo de inmediato de quién hablaba su primo. Años atrás él y Della habían ido a un campamento de verano. Fue una gran experiencia para ambos y, pese a que quisieron volver, no pudieron hacerlo. Hortense y Quackmore murieron poco después.
"D" lo había acompañado en muchas de sus bromas y él estaba convencido de que no podría haber tenido un cómplice mejor, incluso si nunca supo su verdadero nombre. Ambos se metieron en muchos problemas juntos y no hubo ni un solo campista o instructor que no se hubiera convertido en víctimas de sus bromas.
—Pero ya hemos hablado suficiente de mí ¿Qué les parece si le cuentan de sus vidas en lo que servimos el almuerzo? Deben estar hambrientos.
Poco después, los cinco se encontraban en medio de la carretera, encontrándo el primer incidente del viaje.
—¿Por qué debemos empujar el carro?
—Porque se acabó la gasolina.
—¿Por qué Gladstone no hace nada?
Gladstone levantó sus lentes de sol y los colocó sobre su frente. Su rostro mostraba indignación.
—Me ofendes, Donnie. Yo estoy haciendo lo más importante, enfocando mi suerte para que podamos encontrar una gasolinera ¡Es agotador!
Donald bufó por lo bajo y no dejó de quejarse hasta que dieron con una gasolinera, lo cual para buena suerte del grupo, fue muy pronto.
—Siempre puedes contar con la suerte de Gladstone Gander.
Donald estaba demasiado feliz como para prestarle atención a esas palabras, algo que sí llegó a molestar a su primo.
—¡Qué bien! ¡También tienen un minisuper!
Donald se encargó de abastecer el carro de gasolina mientras que sus parientes compraban comida. Ellos optaron solo por snacks, algo que Donald no solo esperaba, sino que también aprobaba.
Poco después se arrepintieron de esa decisión. Habían salido de la ciudad y no había ninguna tienda cercana.
—Es oficial, nos hemos quedado sin comida.
—Y sin dinero, aunque lo raro es que hubiéramos llegado tan lejos con el dinero que nos dió tío Scrooge.
Donald se sentó en una piedra. Una parte de él deseaba poder usar el libro que todo lo sabe, otra recurrir a su magia o esperar a que la suerte de su primo los ayudara.
—¡Oye, Donnie! ¡Tú eres un cazador y estamos en un bosque! ¿Podrías cazar algo?
Donald asintió. No tenía su arco, pero podía usar su magia para transformar unas ramas.
—Gladstone te acompañará. Con su suerte y tus habilidades tendremos una buena cena esta noche.
Donald pensó que no era necesario, él podía localizar a cualquier animal usando únicamente sus habilidades como cazador, pero temía que si lo decía, Della pudiera sospechar de sus habilidades mágicas.
—¿Qué harán ustedes?
—Fethry y yo cuidaremos el campamento, Abner irá por leña.
—Suena agotador y horrible. Yo quiero pizza.
—Gladstone, estamos en medio del bosque. No hay una pizzería cerca y dudo que él pronóstico del clima sea lluvia de pizza.
—Primo de poca fé. No hay nada imposible cuando se trata de mi suerte. Solo debo esperar y la pizza llegará a mí.
—No. Tú y Donald irán a cazar. Con tu suerte y las habilidades de mi hermano eso no será ningún problema.
—¡Es agotador!
—Para tí, todo es agotador. Será mejor que nos apresuremos o se hará de noche.
II
Scrooge observó el pequeño barco de madera. Él había sido consciente de su valor inclusive antes de enterarse de que se trataba del mapa de un tesoro, también era consciente de que estaba en clave, pero por más que lo intentaba, no lograba descifrarlo.
—¿Qué significa “Gannawondat”?
—Dudo que esa palabra exista en el español. Si esa palabra no significa nada, debe estar en clave.
—¿Qué tipo de cifrado cree que usaron?
Scrooge se dejó caer sobre el sillón y comenzó a masajear sus cienes. Su primera opción había sido el cifrado de César, pero no había llegado a ninguna conclusión convincente.
—Tengo una sospecha. La letra A equivale a uno. Las letras representan números, como latitud y longitud.
La señora Beakley revisó el mapa y encontró el lugar señalado por las coordenadas, un lugar llamado Ronguay.
—Buenas noticias, señor McDuck, parece que tenemos algo.
III
Glomgold se encontraba en una reunión con sus asesores financieros. Los resultados obtenidos esa semana fueron buenos, pero no los que él esperaba. Las ganancias, pese a ser buenas, eran insuficientes para superar a su rival.
Su mal humor era evidente y una vez más eran sus empleados los que debían tratar con él.
Zan Owlson estaba considerando la idea de renunciar. No era la primera ni la última vez en que tendría esa clase de pensamientos. Trabajar con Glomgold había hecho que tuviera migrañas y dolores de cabeza a diario.
—Los resultados obtenidos son superiores a los esperados. Glomgold era el jefe más difícil con el que había tratado, pero no podía renunciar. Ella era orgullosa y consideraba que trabajar para el segundo pato más rico del mundo tenía sus ventajas.
—Pero no bastan para convertirme en el pato más rico del mundo. Debe haber algo que pueda hacer.
—Dudo que alguien llame para ofrecerle la solución a su problema.
Una llamada telefónica interrumpió esa reunión, cosa que apaciguó un poco el mal humor del millonario.
—El dinero habla, yo escucho.
—Señor Glomgold ¿Le gustaría ser el pato más rico del mundo?
Esas palabras bastaron para llamar la atención de Glomgold. A él no le importaba si se trataba de algo ilegal o no, para él era suficiente con que le permitiera superar y humillar a Scrooge McDuck.
—¿El más rico dijo?
IV
Donald no esperaba encontrar a un boy scout en medio del bosque. Al principio pensó que se trataba de un cazador, pero descartó esa idea cuando vio el uniforme de los Jóvenes Castores y el cuaderno en sus manos.
—¡Hola!
El saludo de Gladstone provocó que el boy scout se asustara y tropezara con su equipo de exploración.
—¿Sabes? Si vas a estar en medio del bosque, deberías ser más cuidadoso y permanecer en alerta constante. Nunca sabes con qué peligros podrías encontrarte.
El boy scout se sonrojó levemente.
—Lo sé, pero me distraje estudiando a las ardillas de ese árbol. Suele pasarme cuando encuentro algo que me apasiona.
—Aburrido.
Donald golpeó suavemente a su primo en los costados. No era doloroso, pero sí molesto.
—Donnie sabe mucho de animales, él podría ayudarte con la investigación si tú nos ayudas a conseguir comida. Quiero pizza.
Donald golpeó a Gladstone una vez más, obteniendo el mismo resultado.
—Puedo ayudarles si no les molesta la pizza vegetariana.
—Es pizza y eso es todo lo que necesito saber.
—También tengo agua y comida enlatada.
—Entonces tenemos un trato.
Donald bufó por lo bajo. Conocía a su primo lo suficiente para saber que nada lo haría cambiar de opinión y había visto al boy scout muy ilusionado por lo que consideró cruel rechazarlo.
—Yo me quedaré comiendo pizza mientras que ustedes pueden jugar a los niños exploradores.
Gladstone tomó la mochila de Bertie, sin molestarse en preguntar primero. El ganso encontró una caja con pizza, no se sorprendió al ver que seguía caliente.
—¿Qué esperan? Pronto se hará de noche.
Donald se preparaba para hacerle una broma a su primo, cuando fue detenido por el boy scout.
—¿Eres un Junior Woodchuck?
—Fui miembro de los Junior Woodchucks, luego integrante de los Little Boneheads. Hace poco estuve viviendo en uno de los bosques de Artemisa y aprendí mucho sobre la naturaleza y la vida silvestre.
Donald optó por ignorar la expresión del joven scout cuando mencionó a los Little Boneheads. Él era consciente de la reputación que tenía ese grupo, de hecho él había sido transferido por su mal temperamento, pero aún así se sentía orgulloso.
—Siempre he soñado con viajar a uno de los bosques de Artemisa, pero dicen que es una diosa vengativa y recelosa de sus dominios.
—Yo estuve allí. Hay dos cosas que ella valora mucho, la castidad y el espíritu de un guerrero. No puedes entrar a sus dominios sin su autorización o cazar sin antes hacer un tributo. Es importante clavar una flor especial en tu presa y si está florece, significa que tienes la bendición de Artemisa.
—¿Qué clase de flor?
—No recuerdo el nombre, pero sí me das tu número de teléfono podría averiguarlo.
Donald no mentía, pero ese no era el único motivo por el que hacía esa propuesta.
—¿Eres un investigador?
—No, un aventurero. Mi tío Scrooge, mi hermana y yo hemos viajado a toda clase de lugares y descubierto toda clase de tesoros.
Donald cerró sus ojos y se concentró en la energía del bosque. Pudo sentir la presencia de varios animales, ninguno que pudiera servir para preparar la cena, pero que consideraba que podrían ser del interés de su compañero.
—¿Te gustaría estudiar un unicornio?
—Me gustaría, pero es imposible. Sé que son reales, aparecen en el Manual de los Junior Woodchucks y el Manual de los Junior Woodchucks nunca se equivoca, pero han pasado años desde la última vez que se vio a uno. Temo decirlo, pero es probable que se extinguieran.
—Encontré uno a diez metros de distancia.
Donald comenzó a hablar sobre su aventura en el castillo del rey Haggard y de cómo habían rescatado a los unicornios. Sin embargo cayó de pronto, sintiéndose avergonzado al notar un pequeño detalle.
—No te he preguntado tu nombre. Yo soy Donald Duck.
—Y yo soy Bertie McGoose, un placer conocerte.
V
—Es una pena que no pueda enviarles dinero.
Scrooge estaba mintiendo. Donald había comentado que su tío les había dado poco dinero y no estaba equivocado, sin embargo no había tomado en cuenta que esa cantidad era mayor a la que su tío había considerado en un principio y que solo lo había hecho por sugerencia de Duckworth.
—Estoy segura de que podrías encontrar una forma si te lo propusieras. Eres Scrooge McDuck, no hay nada imposible para ti.
—Lo siento… estoy pasando por un túnel… no escucho nada.
Scrooge había tomado una bola de papel para imitar el sonido de la interferencia, un truco que había usado en muchas ocasiones como esa.
—Sé que estás usando una bola de papel y me decepcionas, es el truco más viejo del manual…
Scrooge colgó. Él conocía a sus sobrinos y sabía que podrían completar la misión con facilidad, independientemente de la suerte de Gladstone.
Encontrar a Glomgold del otro lado de la puerta era algo que él no se esperaba.
—Veo que eres tan tacaño que no lavas la ropa.
Para Scrooge no era nada inusual el que Glomgold lo insultara. Había sido de ese modo desde que él había intentado robarle en África. Scrooge no podía perdonar su traición y Glomgold no podía olvidar la humillación por la que le había hecho pasar.
—¿Qué quieres, Glomgold?
—Quiero comprar tu fábrica de dulces.
—Seguro. Dame un precio, duplicalo y agregale…
Scrooge dejó de hablar, pensando en lo extraño de esa petición. Su fábrica de dulces ni siquiera era su negocio más rentable, especialmente después del incidente con los Beagle Boys. Limpiar el chocolate costaría una fortuna y él estaba considerando si lo valía.
—Espera ¿Por qué la quieres?
—Olvida eso, te daré dos millones de dólares.
La insistencia de Glomgold debió haber hecho que Scrooge desconfiara, pero no fue así. La oferta de su rival era tentadora y eso era suficiente para él.
—Hecho. Te costará más que eso limpiarla. Siempre fuiste un mal negociante.
—Tengo más habilidad en un dedo de la que tienes en todo ese cuerpo mojado.
—Eso no es verdad. El día en que no pueda nadar en monedas de oro, me comeré tu tonto sombrero.
—¿Por qué no pones tu dinero donde pones el pico? Te triple reto.
Scrooge le devolvió la mirada desafortunadamente a su rival. Él no era un niño, sabía que Glomgold lo estaba provocando y que no era bueno ceder, pero su orgullo era mayor y no estaba dispuesto a perder.
—¿Cuál es el reglamento?
Glomgold se rió de forma burlona, gesto que hizo enfadar aún más a Scrooge.
—¿Reglamento? Sin reglas, el que haga más dinero de la nada en dos semanas gana, el perdedor se come mi sombrero.
Scrooge conocía a Glomgold y sabía que no era alguien de confianza. Él le había robado poco después de que se conocieran, lo había traicionado a pesar de que él lo había ayudado. Scrooge sabía que no era sensato aceptar una apuesta sin reglamento, pero su orgullo era mayor y no pudo evitar caer en la trampa.
VI
Della y Fethry no cumplieron con su tarea. Ambos se habían alejado del campamento y se dedicaron a explorar el bosque.
—Estas ramas parecen ser de buena calidad. Dime, Fethry ¿Tienes la insignia por tejido de cestas?
Fethry negó con un movimiento de cabeza y no fue necesario el que agregara otra palabra. Ambos comenzaron a recoger ramas y otros materiales, tarea a la que le dedicaron varias horas.
Abner fue el primero en regresar al campamento, llevaba un cargamento de madera bastante pesado. Él mayor de los primos encendió una fogata de inmediato. Donald y Gladstone llegaron poco después, acompañados de un joven al que Della y Fethry reconocieron de inmediato.
—Della, Fethry ¿También vinieron por la insignia al observador de aves?
—No tengo esa insignia así que podría aprovechar la ocasión.
—Lo mismo.
—Tenemos una misión ¿Acaso lo olvidaron?
Donald no podía creer lo que decían sus parientes. El libro no había dado problemas durante el viaje, pero dudaba que eso continuará durante mucho tiempo. Las protecciones de Scrooge y su magia no parecían ser suficiente para contenerlo.
—Puede esperar, ahora nuestra insignia es más importante.
—Y falta poco para el anochecer.
—Exacto, tendremos que esperar a que amanezca para continuar con el viaje.
Gladstone bostezó. Hasta ese momento él y Abner se habían limitado a ser testigos de la discusión.
—Yo cuidaré el campamento.
—Iré a dormir, no me despierten.
Donald bufó por lo bajo. Él se dirigió a la cajuela del carro y reforzó los hechizos de protección. Sus parientes estaban conversando con Bertie por lo que no le preocupó el que pudieran descubrirlo.
—Hay un nido de petirrojos cerca, 100 metros al este.
Della observó a su hermano con desconfianza.
—¿Cómo lo sabes?
Donald estaba nervioso. Él sabía que su hermana era muy observadora, cualidad que su tío solía resaltar con algo de frecuencia, y le preocupaba el que pudiera sospechar.
—¿Acaso no es obvio? Soy un Little Bonehead.
—Yo no presumiría sobre eso. Todos saben que los Junior Woodchucks somos mejores. En segundo lugar están las Little Chickadees y por último los Little Boneheads.
—¡Tonterías! Apuesto a que puedo encontrar a más especies primero.
—¿Es una apuesta?
—Es una apuesta.
Fethry era el único que no estaba interesado en participar en el desafío de los mellizos, pero terminó haciéndolo. Él solo quería obtener una insignia más y pasar tiempo con su familia.
Las reglas eran sencillas, todos tomarían caminos separados y se reunirían en el campamento poco antes del anochecer. Reunir evidencia no sería ningún problema, todos ellos tenían una cámara fotográfica.
Bertie la había llevado para su investigación y Gladstone había ganado varias durante al inicio del viaje.
—Donald, es decir, el perdedor, tendrá que hacer el baile de la derrota.
—No voy a perder. Yo defenderé el honor de los Little Boneheads.
—No se puede defender lo que no existe.
—No creo que piensen lo mismo cuando yo gane.
VII
La mirada de Bentina se posó sobre el avión. Ella sabía que no debería sorprenderse, que tratándose de Scrooge McDuck esa era la norma, no obstante no podía quedarse callada.
—¿Alguna vez ha considerado comprar su propio aeroplano?
—¿Por qué haría algo así? Los aeroplanos son caros.
Bentina señaló el aeroplano, haciendo especial hincapié en su estado.
—Estoy seguro de que funciona perfectamente y que viajaremos muy cómodos entre toda esa carga.
Bentina había viajado en peores condiciones por lo que realmente no le preocupaba la comodidad.
—Usted es un aventurero, estoy segura de que un aeroplano personal es algo más que necesario.
Scrooge habría estado muy enojado si esas palabras hubieran provenido de alguien más, pero Bentina era una de las pocas personas en las que confiaba por lo que decidió darle una oportunidad.
Ambos subieron al aeroplano poco después y se quedaron dormidos casi de inmediato. Aquel era un largo recorrido y no había mucho por hacer.
Scrooge fue el primero en despertar y cuando lo hizo se dedicó a revisar el mapa. Bentina posó su mirada en la ventana y solo necesitó de unos pocos minutos para llegar a una alarmante conclusión.
—Señor McDuck, dudo que esté avión nos llevé a Ronguay.
—¿Está segura?
Bentina señaló la ventana.
—Como puede ver por la posición del sol, estamos volando en la dirección opuesta.
—Imposible. Es el vuelo más barato a Ronguay, pero es seguro. Iré a hablar con el piloto.
Scrooge se dirigió a la cabina y llamó al piloto, pero no obtuvo respuesta. Intentó usar el comunicador, pero lo único que obtuvo fue un mensaje pregrabado, algo que lo hizo enojar.
—Supongo que es momento para cambiar de estrategia.
Scrooge golpeó con fuerza la puerta y logró derribarla, pero no fue lo único que hizo. El impacto lo había hecho perder la consciencia.
A simple vista no había nada inusual en la cabina. El piloto estaba en su asiento, ignorando lo que ocurría a su alrededor.
Bentina notó que era un robot por lo que se apresuró a desenchufarlo. Un análisis superficial le permitió descubrir quién había intentado sabotearlos.
Scrooge, quien había recuperado la consciencia, se situó a su lado, encontrando con rapidez la firma del culpable.
—No me sorprende que Glomgold esté detrás de esto, pero sí cómo se enteró.
—Eso no importa ahora, el aeroplano está cayendo.
Bentina se sentó en el asiento del piloto y se apresuró en maniobrar el aeroplano. Ella no tenía una licencia de aviación, pero no era la primera vez que pasaba por una situación similar por lo que sabía exactamente qué era lo que tenía que hacer.
El aeroplano aterrizó en una pieza y eso era suficiente para que Scrooge lo considerara un aterrizaje exitoso. Ver a los habitantes del poblado tan desesperados por abandonar el lugar era algo que no se esperaban.
Ninguno le dió importancia. Scrooge estaba más preocupado por ganar la apuesta y por localizar a Glomgold.
—Será mejor que vayamos por provisiones.
VIII
Para Donald la apuesta no fue ningún desafío. En el bosque había una gran variedad de especies de pájaros y su magia le permitía dar con ellos con gran facilidad. Sin embargo eso no fue lo único que encontró.
—¿Qué pasa, Bertie? Te ves pálido ¿Listo para admitir la supremacía de los Little Boneheads?
Bertie tomó a Donald y lo empujó hacia los arbustos.
—Él no es el gran mogul. Es Sam Boga, líder de una banda de guerrilleros. Lo ví en las noticias, el gobierno los busca por un atentado terrorista. Es mejor que regreses a tu campamento y busques ayuda. Yo protegeré a mis compañeros.
Donald se concentró en el campamento de los Junior Woodchucks.
Donald se concentró en el campamento.
—Son once niños y cuatro adultos. Los niños y el mogul están encerrados en la tercera tienda de campaña, uno de los terroristas los vigilan. Dos están en la segunda tienda y el último está frente a nosotros.
Bertie suspiró aliviado.
—Están vivos. Iré a liberarlos.
—Yo puedo ayudarlos.
Rescatarlos no era debatible, aunque Donald no sabía cómo. La idea de usar por su mente y lo habría hecho de no ser por Bertie. Él tenía una idea.
—Acabo de ver unas flores de medianoche, pueden usarlas para preparar un potente somnífero. Podría hacer una bomba y lanzarla, pero nos delataría.
—Soy un cazador, yo puedo dispararles si puedo conseguir flechas más pequeñas.
—Hace poco conocí a un bosquimano y me enseñó un par de trucos. Busca a tus parientes mientras que yo fabrico las flechas tranquilizantes.
—No pienso dejarte solo.
—Della y Fethry no saben nada, podrían encontrarse con los terroristas y estarían en problemas.
Donald no pudo contradecir a su compañero. Su mirada se posó en el campamento, los Jóvenes Castores seguían atados, pero dudaba que les hicieran daño pues los necesitaban con vida si es que deseaban negociar con el gobierno.
—Supongo que tienes razón. Volveré pronto, no hagas nada imprudente.
IX
El aterrizaje fue violento. Scrooge y Bentina incluso habían terminado cayendo, pero él aeroplano seguía siendo funcional y ellos estaban vivos por lo que Scrooge consideraba que fue un aterrizaje exitoso.
El pato más rico del mundo analizó el lugar con la mirada. Él no encontró ningún rastro de Glomgold, pero sí vió a una multitud que parecía tener prisa.
—¿Acaso dijo… Monzuppes?
—Eso me pareció ¿Sabe qué es?
—Probablemente sea una fiesta.
—Lo dudo. Esas personas parecían asustadas, incluso diría que aterradas.
—Tonterías. La gente suele reaccionar
de esa forma cuando se trata de una fiesta, especialmente si hay licor.
Bentina no parecía del todo convencida, pero prefirió no insistir con el tema. Ambos se dirigieron a la tienda más cercana, descubriendo que había poca mercancía y que el dueño parecía tener prisa por cerrar. Esos detalles habrían preocupado a Scrooge si no hubiera un tesoro y una apuesta involucrados.
El primer incidente fue con unas arenas movedizas. Scrooge había caminado sobre estas y no fue consciente de ello hasta que era demasiado tarde.
Ninguno de los dos había visto una señal de advertencia, pero no fue por descuido. Glomgold había estado en ese sitio poco antes y la había quitado.
Bentina conocía a Scrooge McDuck y sabía que era capaz de grandes hazañas, pero por un momento llegó a creer que ese era su fin y que no había nada que pudiera hacer por él.
El pato más rico del mundo logró salir gracias a su equipo de buseo. Él no presentaba ninguna herida, pero sí se veía molesto. El motivo, el cartel en sus manos.
—Esto apesta a Glomgold.
—¿Cree que pueda estar cerca?
—Estoy seguro, aunque ignoro cómo se enteró del tesoro. Bentina, debemos estar alerta. Conozco a Glomgold y no se detendrá tan fácilmente.
X
Donald necesitó unos pocos minutos para poder usar el arma que Bertie había fabricado. Él había usado una similar cuando estaba en el campamento de verano por lo que no representaba ningún problema.
El mago se concentró y dejó que su magia fluyera.
Podía sentir a sus parientes cerca, sus miradas sobre él y lo tensos que estaban. Donald podía sentir a los pandilleros y lo molestos que estaban. Esto último le preocupaba pues temía que los rehenes fueran quienes pagaran las consecuencias.
—¿Qué esperas?
Donald esperaba un descuido. Sabía que el somnifero era efectivo, pero no quería hacer nada que pudiera alertarlos.
—No hables, me distraes.
Donald disparó y dió en el blanco. Él notó cómo uno de los pandilleros reaccionaba y le disparó de inmediato.
Él mago buscó a los otros criminales y fue tan sencillo dejarlos fuera de combate. Ellos no sospechaban nada por lo que no tuvieron ninguna oportunidad de defenderse.
—Ese era el último. Ahora podemos ir al campamento.
—¿Estás seguro?
—No escuchó nada, si alguien estuviera despierto, nos estaría buscando.
—Vamos por mis compañeros, deben estar aterrados.
Bertie corrió hasta el campamento y confirmó lo que Donald había dicho. Él buscó a sus compañeros en lo que Donald, Della y Fethry se encargaban de atar a los guerrilleros.
—Bertie…
—Lo sé y no se preocupen. Ellos están inconscientes y la policía viene en camino.
Él mogul se mostró sorprendido y aliviado.
—¿Cómo…?
—Tuve ayuda.
Bertie sonrió al recordar a Donald, realmente estaba impresionado por el valor que había mostrado.
La policía no se demoró en llegar. Ellos sabían que los guerrilleros estaban cerca por lo que se encontraban en los alrededores de la zona.
—Lo que hicieron fue imprudente y muy arriesgado.
—Y muy impresionante.
—Cierto, muy impresionante. En toda mi carrera como Joven Castor nunca he visto algo así. Todos ustedes se han ganado varias insignias.
—Yo soy un Little Bonehead.
Los Junior Woodchucks no disimularon el desagrado que sentían al escuchar esa frase, pero ninguno dijo siquiera una palabra al respecto.
—Supongo que hablaré con uno de los encargados para que puedas recibir tus insignias.
Chapter 7: El tesoro de los soles dorados
Summary:
Scrooge busca un tesoro y Della lucha contra el aburrimiento.
Chapter Text
Capítulo 7: El tesoro de los soles dorados
I
La mirada de Scrooge se posó sobre el cielo, podía notar como el cielo comenzaba a nublarse. No parecía tratarse de una simple llovizna.
—Deberíamos buscar un refugio antes de que comience a llover. Parece que habrá una tormenta.
Scrooge sabía que la señora Beakley tenía razón. El cielo comenzaba a oscurecerse pese a que faltaba mucho para el anochecer y podía reconocer las señales de una tormenta. No obstante su opinión era muy diferente a la de su compañera.
—Glomgold no buscará un refugio y yo tampoco.
Bentina suspiró por lo bajo. Ella conocía a Scrooge lo suficiente para saber que era inútil intentar hacerlo cambiar de opinión.
No obstante, Scrooge y la señora Beakley decidieron hacer una pausa. La llama necesitaba descansar y comer algo por lo que ambos decidieron aprovechar esa ocasión para revisar el mapa.
—No tenemos mucho tiempo.
Bentina recordó la apuesta entre los dos millonarios y supuso que ese era el motivo por el que Scrooge estaba impaciente. Ella no creía que su jefe necesitara de ese tesoro para ganar la apuesta.
—Recuerdo que hace años escuché una historia muy curiosa en un bar. Era sobre un extraño evento que ocurría cada cien años, fuertes lluvias y tormentas que ocurren cada 100 años y que inundan el desierto.
Scrooge y Bentina intercambiaron miradas. Ambos compartían una opinión similar.
—El mapa tiene un siglo de antigüedad, pero no coincide con el paisaje.
—¿Cree que nos hemos equivocado de lugar?
Normalmente Scrooge era incapaz de admitir que estaba equivocado, pero en esa ocasión era diferente. Ambos habían buscado durante horas y la falta de resultados lo comenzaban a desmotivar.
—Creo que Monozobi no es una fiesta, sino ese fenómeno del que escuchó en el bar.
La mirada de Scrooge se posó sobre el cielo, prestando especial atención a las nuevas. Podía presentir que lo que estaba por comenzar no era una simple lluvia, pero aún así tenía sus dudas. Le parecía poco probable que una historia escuchada tanto tiempo atrás tuviera la respuesta a la situación en la que se encontraba.
Ver a la llama intentando escapar con las provisiones bastó para que Scrooge abandonara sus pensamientos. El billonario comenzó a perseguir a la llama, no estaba dispuesto a perder el dinero invertido.
Scrooge sonrió cuando montó a la llama. Había resultado más sencillo de lo que había imaginado. O al menos eso fue lo que pensó. La llama lo lanzó al suelo y escapó antes de que pudiera ponerse de pie.
El billonario maldijo por lo bajo. Bentina no le dio mucha importancia.
—Debemos encontrar a esa llama cuanto antes. Gasté mucho dinero en esas provisiones.
II
—Me aburro.
Della se acostó sobre el asiento del carro. Normalmente ella disfrutaba molestar a su hermano y las aventuras, pero ese no era el caso.
—Estamos en una misión ¿recuerdas?
Della se quejó por lo bajo. Esa no era la respuesta que quería escuchar.
—Hemos estado conduciendo durante horas y no ha pasado nada.
—Yo no veo el problema. Es un buen cambio después de habernos encontrado con una pandilla de guerrilleros.
Della se lamentó una vez más.
—Aburrido. Yo quiero aventura, peligro, emoción, drama.
—Yo quiero descansar —comentó Abner con aburrimiento.
—¡Aburridos!
—¡Tengo una idea! —comentó Fethry y todas las miradas se posaron sobre él. Donald tenía algo de desconfianza.
—¿Qué les parecen unas reglas? Regla número uno, no usar carreteras, regla número dos, tomar cada desvío que aparezca, sin importar lo repentino que sea. Regla número tres, solo visitar lugares oscuros y desconocidos y regla número cuatro, nos divertiremos y reiremos sin gastar dinero.
—Suena divertido, pero estamos en una misión. Debemos ir al volcán del fin del mundo.
Della y Gladstone se mostraron más emocionados que Donald y Abner.
—Todos los caminos llevan al fin del mundo así que no veo el problema ¡Hagámoslo!
—Pero…
—¡Será divertido!
—Podríamos hacerlo después.
—¡Y lo haremos!
—Te preocupas demasiado, Donnie. Con mi suerte guiándonos podremos hacer ambas cosas.
Donald suspiró por lo bajo, consciente de que era una batalla perdida.
—En ese caso yo tengo una regla. No debemos desviarnos demasiado de nuestra ruta.
—¡Aburrido!
—Della, es en serio. No sé por cuánto tiempo podré contener el libro.
Todas las miradas se posaron sobre Donald y él supo que había cometido un error.
El artefacto que Scrooge les había dado no era suficiente por lo que Donald tuvo que recurrir a varios hechizos de contención. El mago no sabía si era una forma de detenerlos o si el daño que había sufrido el libro era demasiado grande, pero sí que debía ser destruido. El libro roto era incluso más peligroso de lo que había sido cuando estaba en buenas condiciones.
—No es como si yo estuviera haciendo algo, es que me preocupa que el maletero o que el artefacto de Scrooge pueda contenerlo.
III
La lluvia había empezado. Lo que inició como una pequeña llovizna amenazaba con convertirse en una tormenta.
—Aprendí a hacer esto cuando fui de cacería a Borneo. Se llama el paraguas Malasia.
El agua había formado varios charcos. Scrooge y Bentina sospechaban que él lugar podría inundarse en cualquier momento.
—Será mejor que busquemos un refugio.
—¿Qué hay de Glomgold? Sé que él sigue allá afuera, planeando algo en nuestra contra.
—Entonces nosotros haremos lo mismo. Descuide, tengo un plan.
IV
—La ciudad se ve desierta. Quizás los locales están almorzando.
Della tenía sus dudas. Una parte de ella creía que estaba pasando algo extraño, otra que era solo su deseo por una aventura.
—¿Todos al mismo tiempo?
—¿Y qué? lo que importa es que estamos juntos.
Della pensaba que su hermano tenía razón y se sintió culpable por no haber pensado en ello. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había pasado tiempo con sus parientes y esa parecía la oportunidad perfecta para divertirse.
—Cierto, Don, ahora busquemos un lugar para descansar y continuar.
Donald se encargó de buscar un lugar donde dejar el carro, oportunidad que aprovechó para reforzar los hechizos de contención.
El grupo de primos continuó avanzando. Gladstone fue el primero en encontrar un lugar donde pudieran descansar.
—Este hotel no se ve mal.
Abner, Fethry y Della pensaban lo mismo que Gladstone. Donald, sin embargo, tenía una opinión diferente.
—Y quizás caro.
Donald fue el primero en alejarse en busca de otro hotel. No tardaron en encontrarlo.
—¿Qué hay de este?
Las reacciones fueron las mismas que en el hotel anterior.
—No. Encontré el lugar perfecto.
En esa ocasión Donald fue el único que se mostró conforme. Gladstone, Fethry, Abner y Della no parecían del todo convencidos.
—¡Buenas tardes! ¿Cuánto cuesta una habitación para tres?
—Si son lo suficientemente valientes, cinco dólares por persona, por noche.
Esa respuesta bastó para que la opinión de Della cambiara. El hotel parecía carecer de muchas comodidades, pero las palabras de la recepcionista sonaban a desafío.
—Lo tomamos.
La mujer los vio con pesar, gesto que únicamente Della notó.
—Este lugar es tranquilo y toda la ciudad también.
Della esperaba que su hermano estuviera equivocado.
—¿Y qué? Llegaron cuando me voy a la cama.
—¿Te acuestas a las siete? ¿Es algún estilo de vida saludable?
Los primos se rieron al escuchar las palabras de Gladstone. La recepcionista, por el contrario, parecía molesta.
—¡Bah! tomen las llaves y váyanse.
Los patos se dirigieron a la habitación que se les había asignado. Gladstone se horrorizó al ver la habitación que tendrían que compartir.
—El otro hotel se veía mejor.
—Y costoso.
—Pero…
—Gladstone, recuerda las reglas.
Gladstone se quejó por lo bajo.
—La habitación no es tan mala.
Abner se acostó en una de las camas. A él no parecía molestarle la habitación. Tenía un lugar donde dormir y eso era todo lo que quería.
—Eso es lo que tú piensas.
—Lo que Donald quiere decir es que no hay nada peor que esto.
Gladstone estaba de acuerdo con Fethry, pero ese no era el problema. Él estaba acostumbrado a los lujos y estaba seguro de que podrían haber conseguido algo mucho mejor.
—¿De dónde viene la música?
Donald y Della se apoyaron en el balcón. Los rostros de ambos reflejaban sorpresa.
—¡Wow!
Había mucha gente en las calles. Algunos bailaban, otros conversaban o comían, pero resultaba evidente que se estaba celebrando un festival.
—Tal vez todos usan el mismo despertador.
Todos se voltearon al escuchar los ronquidos. El mayor de los primos se había quedado dormido en cuanto su cabeza tocó la almohada.
—Yo también quiero dormir —comentó Donald antes de acostarse en uno de las camas desocupadas.
—Pero no quiero dormir —se quejó Gladstone. El festival era lo único que le interesaba de ese lugar.
Donald y Abner estaban roncando.
—Paciencia, Glady, saldremos en una hora.
La música continuaba. Gladstone pensaba que aquella celebración duraría todo la noche.
—Tienes razón, algo de descanso nos mantendrá despiertos.
—¡Ese es el espíritu! Iré a tomar un baño y nos vemos luego.
V
Para Glomgold era frustrante ver cómo todos sus planes terminaban en fracaso. Había logrado apoderarse del aeroplano en el que viajaría Scrooge, pero eso no evitó que él y Bentina pudieran llegar a su destino. Había logrado engañar a Scrooge para que cayera en las arenas movedizas, pero él había logrado escapar. Del último plan no sabía que pensar, por culpa de una llama había tenido que salvar la vida de su némesis.
Glomgold nunca creyó que una llama pudiera causar tantos problemas. El animal se había comido la copia del mapa, dejándolos sin ninguna pista.
—¿Qué propones? ¿Seguir a Scrooge hasta que encuentre el tesoro?
—Ese viejo fósil no conseguiría ni siquiera un resfrío en el polo norte. No, yo tengo una mejor idea.
Encontrar el refugio de Scrooge y Bentina no fue difícil. Era de noche por lo que ambos asumieron que estaban dormidos y que robar el barco sería muy sencillo.
La oscuridad hacía que desplazarse fuera complicado. Ninguno podía ver algo y encontrar el mapa parecía casi imposible.
—¿Dónde está el barco?
—El barco no está aquí.
Glomgold y compañero caen en la trampa de la señora Beakley. Ambos terminaron colgando de cabeza.
—Adiós al factor sorpresa.
VI
—Fethry, Donald y Abner despertaron, vámonos.
Gladstone y Della estaban ansiosos por unirse al festival.
—Ahora que descansé, puedo ir de fiesta.
—Genial. Espero que la fiesta duré hasta el amanecer.
Los primos salieron a la calle, pero lo que encontraron era muy diferente a lo que habían imaginado.
—¿Qué…? ¿Qué es este desierto?
No había música y tampoco había gente celebrando.
—Sabía que esto pasaría.
Donald y Abner se mostraron confundidos. Ninguno recordaba haber dormido durante tanto tiempo.
—¿Tal vez se fueron a la cama…?
—¿¡Todos?! ¡¿A las nueve?!
Los primos suspiraron. La fiesta había terminado y no había nada que pudieran hacer para cambiarlo.
—No hay tiendas abiertas y tengo frío.
—Hora de pedir asistencia a mi suerte.
Gladstone caminó unos cuantos pasos y estiró sus manos a los lados. Su rostro mostraba una concentración que era poco común en él.
—¡Oh, mi gran estrella! Encuentra un lugar divertido… no muy lejos.
—¿Qué está diciendo?
Fethry estaba confundido.
—Déjalo trabajar.
—Vamos por este camino… siento que encontraré algo.
Los patos caminaron durante varios minutos, pasando a través de varios locales cerrados.
—Aquí, veo un restaurante abierto.
Era el único restaurante abierto en la zona.
—Increíble.
Fethry fue el primero en salir corriendo, no obstante sus parientes no se quedaron atrás.
—¡Hola! Quiero una pizza de piña, crema agria, chocolate, frijoles, helado de vainilla y cebolla.
—¿Junto?
El camarero se veía confundido y un poco asqueado por lo que Gladstone decidió intervenir.
—No lo escuche, queremos cinco pizzas con salsa de tomate, hongos y mozarella.
—Yo quiero con piña y anchoas.
—Que la quinta pizza tenga piña y anchoas.
—¿Desean algo para tomar?
—Cinco Duckcolas.
Los patos buscaron una mesa en la que pudieran sentarse. No tardaron en encontrar una, convenientemente situada al lado de la ventana.
—Gladstone, tu suerte siempre me sorprende.
—Tú tienes que ayudar a tu suerte, siendo optimista y confidente.
VII
Lo primero que notó Scrooge cuando dejó la cueva era que todo estaba inundado. Lo que antes eran montañas, ahora eran pequeñas islas.
—Supongo que esta era la vista que tenían hace 100 años.
Scrooge comenzaba a recuperar el optimismo. Él y la señora Beakley continuaron caminando, adentrándose en la cueva y encontrándose con algo muy improbable.
En ese lugar se encontraba un barco hundido y el tesoro. Era mucho oro, Scrooge calculó más de tres toneladas de oro.
—¡Gané, Glomgold!
Scrooge casi se lamentaba por el hecho de que Glomgold estuviera atrapado. Él quería ver su expresión derrotada, pero sabía que debía conformarse con el momento en que terminara la apuesta.
—¿Alguna idea de cómo salir de aquí?
Scrooge señaló el oro. No había dejado de sonreír en ningún momento.
—Creo que tenemos el material suficiente para unas cuantas reparaciones.
Scrooge y Beakley reparan el barco usando oro. Ninguno tenía experiencia manejando el oro, pero consideraban que habían hecho un trabajo decente.
—Miren, todas las montañas son islas. Tiene sentido que no las conociéramos.
Scrooge y la señora Beakley usaron el cañón para abrirse paso. Ambos avanzaron hasta dejar la cueva, seguros de la victoria. Ese sentimiento no tardaría en desaparecer.
El capitán y Glomgold habían logrado escapar y estaban dispuestos a llevarse el oro, incluso si para ello debían recurrir a la violencia.
Scrooge y la señora Beakley no tuvieron más opción que abandonar la nave y subir a un pequeño bote salvavidas.
—Me lo pagarás, Glomgold.
Scrooge estaba molesto y se sentía humillado. Él quería venganza, anhelaba que su enemigo sintiera lo que él estaba sintiendo. Quería venganza.
Glomgold se rió de forma burlona, lo que alimentó la ira que sentía.
—Ahora soy el pato más rico del mundo, trata de superarme cuando quieras, pero no quiero que te vayas con las manos vacías. Toma, no digas que no soy un buen ganador.
Glomgold lanzó una moneda a Scrooge, golpeándolo directamente en el rostro. Ese gesto no solo provocó la ira de Scrooge.
—Has tirado mi oro mi oro. Baja del bote. No me sirves para nada.
El capitán intentó bajar a Glomgold del bote, pero el billonario no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. Ambos comenzaron a forcejear, hundiendo el barco en el proceso. Un disparo del cañón fue todo lo que hizo falta para destruir una embarcación con más de un siglo de antigüedad.
Scrooge logró salvar a Glomgold, pero no encontró ningún rastro del capitán.
—Parece que nadie ha ganado.
Scrooge no pudo evitar sonreír. Él podía saborear la venganza y lo amaba.
—¿De qué hablas?
Glomgold se mostró confundido. El capitán se había hundido con el barco y el tesoro. Su rostro pasó de confusión a indignación conforme se entendió lo que pasaba.
Scrooge le mostró la moneda que le había dado poco antes, lo último que quedaba del tesoro.
—¿Sigues pensando lo mismo?
Glomgold tomó su sombrero y comenzó a comérselo.
VIII
El carro se había quedado sin combustible por lo que decidieron hacer una parada y tomar un descanso. Fethry estaba comiendo un helado cuando vio a un grupo de adolescentes correr. No parecían asustadas, sino todo lo contrario.
—¡Un mago famoso en la ciudad!
—¡Es Red Diamond!
Fethry no sabía quién era Red Diamond, pero había escuchado que era un mago famoso y eso era suficiente para llamar su atención.
—¡Vamos a ver!
Della era la única que parecía compartir el entusiasmo de Fethry.
—¿Te refieres al mago que controla la magia del fuego que puede ser comprado en tiendas…?
—¡Oh, es muy popular! Me preguntó cómo será.
Encontrar al mago no fue difícil. Había una multitud bastante numerosa alrededor de un hombre alto y con una abundante barba. El vestía una capa y un bastón adornado con detalles de llamas rojas.
—Mi corazón está latiendo demasiado rápido —comentó Donald, quien había llevado sus manos hasta su pecho —. ¿Es porque es un mago famoso? ¿Es por eso que mi corazón está latiendo tan deprisa?
Della notó el comportamiento de su hermano, pero no le pareció extraño. Ella solo se limitó a reírse y prestar atención al mago.
—Tendremos una fiesta en el barco esta noche. Por favor, venid. Será en mi yate privado.
—¿Una fiesta en un yate? Tenemos que ir.
Fethry, Abner y Della estaban de acuerdo con Gladstone. Donald había desaparecido.
IX
—No, no puede ser. Es una moneda del tesoro de los soles dorados.
Scrooge se apresuró en recuperar su moneda. Era la respuesta que esperaba, pero prefería pretender desconfianza.
—No puede ser. Ese tesoro es solo una leyenda.
Scrooge necesitaba estar seguro antes de actuar. Había mucho dinero de por medio y a él no le gustaba perderlo.
—Puede ser. Esta es la segunda moneda que ha salido a la luz.
—Encontré un barco lleno de monedas. Si la leyenda es verdad podría encontrarlo. ¿Dónde está la otra moneda?
Scrooge sujeta el abrigo del experto, necesitaba respuestas y dudaba que pudiera conseguirlas de otro modo.
—Escondida en una montaña de los Andes y el dueño odia a los turistas.
Scrooge deshizo el agarre sobre el hombre. Por la reacción del anticuario, parecía creer que ese era un problema.
—Sí, pero jamás se ha enfrentado a Scrooge McDuck.
X
Donald estaba desaparecido.
Sus parientes habían intentado llamarlo, pero no obtenían ninguna respuesta. Les preguntaron a todas las personas que se encontraron, pero nadie sabía nada.
—¡Imposible! Donald no pudo solo desaparecer sin dejar rastro.
Della estaba preocupada. Ella quería pensar que su hermano era fuerte, pero sabía de su mala suerte y de su temperamento por lo que no le extrañaría que tuviera problemas o que se hubiera involucrado en algo con lo que no podía lidiar.
—Estábamos a su lado. Es imposible que desapareciera.
—¡Oh, mi estrella! Guíame hasta el gruñón de mi primo.
Gladstone caminó al frente, guiando a sus primos. La seguridad que sentía desapareció cuando llegaron a un yate.
—¿Es enserio? —le reclamó Della.
Ella también quería asistir a la fiesta del yate, pero consideraba que ese no era el momento.
—Estoy preocupado por Donald. Si mi suerte nos guió hasta debe haber algún motivo.
Della consideraba que la suerte de Gladstone era infalible, pero tenía sus dudas. No sería la primera vez que su primo anteponía sus deseos egoístas ante las necesidades de los demás.
—Me pareció que Donald estaba muy interesado en el mago.
Abner, Gladstone y Della se mostraron sorprendidos ante las palabras de Fethry. Ninguno había considerado esa opción.
—A Donald no le gusta la magia. Conozco a mi hermano y sé que él la odia casi tanto como Scrooge.
—Pero tal vez sí le gusta el mago. Parecía… enamorado.
Della comenzó a reírse.
—Eso es absurdo, él no…
—Quizás no conoces a tu hermano tanto como piensas.
Chapter 8: El gran viaje de los primos
Summary:
El viaje de los primos continúa, pero comienza a tornarse aburrido. A Della le preocupa eso. Fethry está feliz de pasar tiempo en familia.
Scrooge se encuentra con Goldie y no logra evitarla. Aunque, quizás, no sea lo que él quiere.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Capítulo 8: El gran viaje de los primos
I
Minnie tomó asiento y comenzó a revisar su mapa. Un maullido de Fígaro bastó para llamar su atención. Ella tomó una galleta de su bolso y se la entregó a su mascota. La bruja había previsto que su viaje podría ser largo por lo que llevó algunos bocadillos, desafortunadamente, ese era el último que le quedaba.
La idea de regresar a su departamento pasó por su mente, pero rápidamente la descartó. Su pueblo contaba con ella y había pasado tanto tiempo desde la última vez en que tuvo alguna información relevante.
—Si nuestra información es correcta, Red Diamond debe estar en esta ciudad ¡Vamos!
Aquel era un pueblo dedicado a la pesca, menos del 10% se dedicaba a la magia, pero varios rumores señalaban que ese sitio era el lugar en donde se encontraba el mago al que buscaba.
El sonido de un grupo de mujeres hablando llamó su atención. No fue difícil localizarlas, la multitud era bastante ruidosa y crecía con rapidez.
—¿Acaso dijeron Red Diamond?
Minnie sonrió al escuchar el maullido de su mascota. Esas jóvenes hablaban de un mago de fuego y ella solo podía pensar en su maestro cuando escuchaba esas palabras.
Su corazón se llenó de alegría y esperanza. Ella creía firmemente que Red Diamond era el único que podía ayudarla, pero ese no era el único motivo de su felicidad. Lo extrañaba y realmente le preocupaba el motivo de su desaparición.
—¿Te refieres al mago que controla la magia del fuego que puede ser comprado en tiendas…?
—¡Oh, es muy popular! Me preguntó cómo será.
Las mujeres se alejaron corriendo, uniéndose a la multitud. Era imposible ignorar el lugar en donde se encontraba el mago. Había una multitud bastante ruidosa que lo ignoraba.
—Parece que finalmente lo hemos encontrado.
Minnie se acercó al grupo. Ella vio a un hombre mayor, alto y con una barba poblada, alguien que no coincidía con la descripción del mago que buscaba. Su corazón se aceleró pese a la decepción que sentía.
Ella no lo entendía. Debería estar furiosa, había un mago haciéndose pasar por su maestro, probablemente ensuciando su nombre, pero solo podía sentir algo muy parecido al amor. Ese mago le gustaba y mucho.
Un pato la empujó provocando que cayera al suelo. Minnie estaba por reclamarle cuando notó lo sonrojado que estaba y la forma en que sostenía su pecho. Todo cobró sentido para ella en ese momento. Sus sentimientos contradictorios tenían una razón de ser y se sintió tonta por no haberlo considerado.
No obstante, ese no era el momento para pensar en ello. La expresión de adoración absoluta en el rostro del pato que la había empujado la hacían pensar lo peor.
—¡Espera!
Las palabras de Minnie fueron ignoradas, pero no importaba. Ella sabía a dónde se dirigía y él motivo de su comportamiento.
—Lo siento, Figaro, pero parece que tendremos que cambiar de planes. Ese mago nos necesita.
II
Scrooge McDuck visitó los cuarteles de S.H.U.S.H temprano en la mañana. Su objetivo, conseguir un aeroplano que le permitiera viajar al lugar en donde se encontraba la segunda moneda y quería conseguirlo cuánto antes. A Scrooge McDuck no le gustaba esperar, menos cuando había un tesoro involucrado.
—Señor McDuck, que agradable sorpresa tenerlo por aquí.
No era usual que Scrooge McDuck ingresara a las instalaciones de S.H.U.S.H, pese a que era un miembro activo. Oficialmente no era parte de la organización, él no era un espía, pero sí un amigo cercano de J. Gander Hooter, director de la sección de Saint Canard y Ludwig von Drake, director de la sección de Duckburg.
—He venido por algo de equipo. Necesito un aeroplano que se parezca a un cóndor.
—¿Se puede saber el motivo de esa extraña petición?
—No.
No era desconfianza, simplemente Scrooge consideraba que brindar esa información era innecesario y él odiaba perder el tiempo.
—Entiendo. Síganme, nuestros científicos terminarán con su pedido en pocas semanas.
El rostro de Scrooge denotaba fastidio. Esa era la respuesta más lógica, pero no la que él quería.
—¿Semanas? Lo necesito para mañana.
El billonario no quería darle una oportunidad a Glomgold. Él había sido especialmente cuidadoso para evitar cualquier filtración de información, pero sabía que nunca se era lo suficientemente cuidadoso cuando se trataba de su rival. Su última aventura era prueba de ello.
El rostro del agente 55 se mostró horrorizado, reacción que no le era desconocida a Scrooge McDuck. No era algo que le molestara, al contrario, pues era una reacción que él buscaba de forma intencional.
—Pero…
La mirada de Scrooge se intensificó, su gesto era amenazante. Las palabras no fueron necesarias.
—Puedo esperar hasta el fin de semana, pero eso es todo.
El agente tuvo un escalofrío. Él había tenido que lidiar con el billonario en el pasado por lo que sabía que no era buena idea hacerlo esperar. Todos en S.H.U.S.H lo sabían.
—Entiendo. Comenzaremos a trabajar de inmediato. Tenga por seguro que dispondrá de su aeroplano mañana.
—Eso espero.
Scrooge McDuck se retiró sin esperar una respuesta.
III
Abner odiaba a las multitudes. Ese era uno de los principales motivos por los que se había ido a vivir a un bosque. Él disfrutaba de la soledad y de la pacífica vida en el campo. No obstante, su primo había desaparecido sin decir nada y eso le preocupaba.
—Mi suerte es infalible, estoy seguro. Si no hemos encontrado a Donnie es porque no hay nada de lo que debamos preocuparnos.
Abner tenía sus dudas. Él quería a su primo, pero sabía que Gladstone muchas veces solo pensaba en sí mismo y que su suerte no era perfecta.
Pensar en Daphne fue doloroso. Ella y su esposo habían muerto en un picnic, muchos aseguraban que la suerte de la que estaba tan orgullosa había sido la causa de su trágico destino. Algunos incluso aseguraban que la Dama Fortuna la había abandonado en favor de Gladstone o que había sido él quién le robó la suerte. Abner odiaba esa clase de comentarios.
—Pero la suerte de Donald es la peor. A veces pienso que es más fuerte que tu buena suerte.
—Imposible. No hay nada más poderoso que mi suerte.
—Tal vez esté en el puesto de Duck-Colas.
Gladstone levantó una ceja con incredulidad, incluso parecía ofendido.
—¿Por qué habría un puesto de Duck-Colas en un yate?
—Porque son deliciosas.
—Sí, pero no es la clase de bebidas que tendría un mago como Red Diamond.
Abner, Della y Fethry parecían tener una opinión diferente.
—¿Conoces a Red Diamond?
—Es la primera vez que escucho su nombre, pero un pato elegante como yo sabe de estilo, elegancia y de lujos. Apuesto a que Donald no pudo esperar y debe estar por allí divirtiéndose.
Gladstone sonrió con suficiencia. Él no solo estaba orgulloso de su suerte, sino también de los lujos a los que solía acceder. En más de una ocasión había aparecido en revistas de moda y siempre presumía de ello cuando tenía la oportunidad.
—Sé de lo que hablo, después de todo hace un mes hice una colaboración con Gucci y aparecí en la portada de la revista Ducks.
Abner bufó por lo bajo. No estaba de humor para ese tipo de conversaciones y conocía lo suficiente a su primo para saber que podía extenderse durante horas.
—O consiguiendo una cita. Yo lo ví muy interesado en ese mago.
Todas las miradas se posaron sobre Fethry y, por primera vez, no eran miradas de incredulidad. Abner se dijo que eso tenía sentido. Si bien era cierto que le preocupaba el que Donald hubiera desaparecido sin decir nada, también debía admitir que su primo solía evitar las responsabilidades. Muchas veces se había escapado de la granja para evitar las tareas de la abuela y recordaba que Della le había contado de la ocasión en que Donald se había convertido en el rey de la gente calabaza.
Fethry fue el primero en ver a Donald e incluso intentó llamar su atención. Donald lo ignoró. El pato continuó caminando al lado de Red Diamond.
—Nunca lo había visto así, parece embobado.
Era imposible ignorar la forma en que Donald veía al mago. Los gestos nerviosos, el rubor de sus mejillas y la admiración en su mirada, todo delataba un sentimiento de amor intenso.
—No me sorprende. Opino que si mi hermano quiere buscar novio, nosotros deberíamos hacer lo mismo.
Todas las miradas se posaron sobre Della.
—No quiero un novio, quiero divertirme y estamos en una fiesta.
—En un yate de lujo. Les propongo algo, reunamos aquí a la medianoche.
—¿Por qué a la medianoche?
—Porque el hotel cierra diez minutos después.
IV
Duckworth repasó su lista. Una sonrisa se dibujó en su rostro al ver que había terminado con la mayor parte de sus deberes, pero esta se borró al ver lo que seguía. Conocía a su jefe lo suficiente para saber lo que le esperaba.
—¿Señor McDuck, está listo para el baile?
El billonario levantó la mirada, su rostro denotaba aburrimiento.
—¿Qué baile?
Esa era la respuesta que Duckworth esperaba, pero no la que deseaba. El billonario parecía ignorar todo lo que no estuviera relacionado con las aventuras o aumentar su ya considerable fortuna.
—El baile Flor de Lis.
El rostro de Scrooge no cambió siquiera un ápice. Nuevamente, esa era la respuesta que Duckworth esperaba. El mayordomo consideraba irónico la poca importancia que su jefe le daba al club de billonarios, especialmente si tomaba en cuenta todo lo que hizo para formar parte del mismo.
—El baile de caridad del club de los billonarios.
El rostro de Scrooge adquirió una expresión de desagrado.
—¿Caridad? Esos viejos no conocen esa palabra. Lo único que buscan es una excusa para pagar menos impuestos y de paso limpiar su imagen pública. Solo son unos hipócritas.
Duckworth tenía una opinión similar a su jefe. Scrooge no era el primer billonario con el que había tratado. La escuela de mayordomos le había dado una gran cantidad de malas experiencias y fortalecido la mala imagen que tenía de los integrantes de ese club.
—Glomgold estará allí.
Duckworth conocía a Scrooge lo suficiente para saber que no podía ignorar sus palabras. La aversión que Scrooge McDuck sentía por Flinheart Glomgold era mayor al desagrado que le provocan las fiestas del club de billonarios.
—Apuesto a que está planeando algo. Duckworth, prepara mi mejor traje para la gala de esta noche.
Duckworth no dijo nada. Había conseguido lo que quería y eso era suficiente para él. Su sonrisa lo decía todo.
V
Donald estaba nervioso. Red Diamond le había pedido que lo esperara en una de las muchas habitaciones del yate. El mago le había dicho que quería hablar con él a solas y no pudo evitar crear miles de escenarios en su cabeza, cada uno más fantasioso que el anterior.
Donald tomó la Revista semanal “La hechicera” en un intento por distraerse y hacer la espera menos agobiante. Una sonrisa se dibujó en su rostro al ver que era una revista especializada en magia. Él era un mago, pero no podía conseguir muchos artículos debido a su limitado presupuesto y a Scrooge McDuck.
Donald era consciente de lo mucho que su tío odiaba a la magia y no quería que lo odiara a él también.
—Fairy Tail ha vuelto a causar problemas. Destruyeron la guarida de la gran familia de ladrones. Pero también destruyeron otras siete casas de ciudadanos.
Donald comenzó a reírse. No porque le divirtiera que siete familias hubieran perdido sus casas, sino porque él estuvo cerca del lugar de los hechos y sabía lo que había pasado en realidad.
En esa ocasión no había podido ver a ningún mago, pero sí las consecuencias de sus acciones. Scrooge se había alegrado tanto al saber que la guarida destruida pertenecía a los Beagle Boys que se ofreció a pagar por los daños.
Donald sabía que no fue gratis, su tío nunca regalaba nada, pero debía admitir que fue un trato en el que ambos ganaban.
—¡Hay un póster de Samantha de Fairy Tail! Me pregunto si una chica como ella será temeraria.
La mirada de Donald se posó sobre la puerta. Red Diamond le había dicho que debía cumplir con unos cuantos deberes de anfitrión antes de reunirse con él.
—¿Qué se necesita para entrar en Fairy Tail? ¿Tendré que aprender alguna magia muy fuerte? Me pregunto si tendré que ir a alguna entrevista.
—Yo puedo ayudarte. No sé si lo sepas, pero soy Red Diamond de Fairy Tail.
Donald se sobresaltó, había estado tan concentrado en la revista que no lo había visto llegar.
Si bien era cierto que solo sentía curiosidad por ese aquelarre, las palabras de Red Diamond hicieron que lo deseara más que nada en el mundo.
—¿En serio? Me han dicho que los aquelarres son indispensables para un mago y yo apenas estoy empezando con mi entrenamiento.
—Es en serio. Sé reconocer el talento cuando lo veo y tú eres mucho más que una cara bonita.
Donald se sonrojó al escuchar esas palabras. No sabría explicarlo, pero había algo en él, un deseo que no lograba explicar, que lo hacían desear recibir halagos de ese hombre, que lo impulsaba a buscar su compañía.
—¿Cómo te llamas?
Donald bajó la mirada. Su corazón se había acelerado y él se sentía inusualmente tímido.
—Donald, señor.
—Donald ¿eh? Es un bonito nombre.
La sonrisa en el rostro del pato se hizo más grande. El joven cubrió su rostro en un intento por ocultar su estado.
—Gracias.
Red Diamond sacó una copa y una botella de vino del mini-bar. Al principio Donald no le dio importancia. Sabía que el mago era mayor de edad por lo que asumió que eran solo para él.
—Tomemos unas tostadas con vino primero.
—Pero soy menor de edad.
Donald se arrepintió en cuanto dijo esas palabras. Negarle algo al mago frente a él se sentía tan incorrecto.
—Está bien, está bien. Solo sentía que quería beber contigo.
Donald se sintió culpable. No quería tomar, pero había una voz en su interior que le incitaba a obedecer sin preguntar.
—Prueba abriendo tu boca. Las perlas de vino entraran lentamente.
El mago acercó la copa a su pico. Era evidente que no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta y Donald no estaba seguro de poder negarse una vez más.
—¡Es tan genial!
Esas palabras habían bastado para romper todas sus esperanzas. Donald se había preparado para aceptar la bebida cuando la vio caer al suelo y romperse en mil pedazos.
La copa cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.
—¿Qué estás planeando?
Minnie estaba gritando. Donald estaba seguro de que era la primera vez que la veía y Red Diamond se veía inusualmente feliz.
—Mi niña, lamento haberte descuidado. Si quieres puedes quedarte aquí y hacernos compañía.
Red Diamond se preparó para servir otras copas. No obstante, la respuesta que obtuvo no fue la esperada.
—¿Por qué haría algo así?
Red Diamond no dejó de sonreír, pese a que sus ojos denotaban enfado. Era evidente que esa no era la respuesta que esperaba. Donald no sabía quién era Minnie, pero ya sentía que la odiaba.
—Porque si no lo haces, me pondré triste.
Red Diamond simuló estar llorando. Donald se puso de pie, era más de lo que podía tolerar. El mago no podía entender por qué esas palabras le afectaron tanto y ciertamente no le importaba. Solo podía pensar en que alguien estaba lastimando los sentimientos de Red Diamond y que debía actuar.
Donald reparó el vaso con un hechizo y se puso de pie.
—Deberías ser más amable. El señor Red Diamond solo le ofreció una bebida.
—Eso es un somnífero ¿no?
Red Diamond se mostró ofendido.
—Eso es absurdo ¿Por qué haría algo así?
Donald no solo le creyó a Red Diamond, sino que también adoptó una pose ofensiva.
—Usar un hechizo para conseguir admiradoras es horrible, mezquino e ilegal.
Donald estaba de acuerdo con Minnie, pero pensaba que era imposible que Red Diamond pudiera hacer algo así.
—Donald, ella quiere interponerse entre nuestro amor. Capturala.
Donald obedeció. Él invocó su varita y conjuró su primer hechizo, Megaflare. Minnie no hizo ningún intento por esquivarlo. Eso lo tomó por sorpresa.
—Eres una chica mala. Si simplemente lo hubieras dejado dormir, no tendrías que salir herida.
Donald se sintió un tanto culpable al ver a Minnie rodeada de llamas. Él no quería lastimarla, pero todo su ser le exigía obedecer a Red Diamond, no podía pensar en nada que no fuera su felicidad.
Un grupo de hombres ingresó a la habitación. Ellos sonrieron en cuanto lo vieron, ignorando por completo a la mujer en llamas.
—Oh, buen trabajo, Red Diamond. No hemos tenido a un chico desde hace tiempo y este es especialmente guapo.
—Y las jovencitas allá afuera son unas bellezas.
—Él es mío. No puedo dejar ir a un mago tan poderoso.
Donald quería confiar en Red Diamond, pero era difícil ignorar esas palabras. No había espacio para malas interpretaciones. Su mirada se posó en Minnie una vez más y notó que ella… se estaba comiendo el fuego.
—Gracias por la comida, estaba hambrienta.
Todos los presentes se mostraron confundidos. Donald se sintió un tanto aliviado y también confundido. Todo en lo que podía pensar era que nada tenía sentido.
—¡¿Quienes sois vosotros?!
—Ellos deben ser cómplices de ese mago y él te está usando.
La mirada de Donald se posó sobre Red Diamond. Él podía sentir como sus sentimientos disminuían e incluso como la admiración que sentía se convertía en desagrado.
—¿Sientes como el amor disminuye? Eso es porque ese hechizo tiene una debilidad, es más débil mientras más sepas de él.
El amor desapareció. Donald estaba seguro de que todo lo que había experimentado era culpa de la magia y no podía sentir más que desagrado y repulsión por el hombre frente a él. Se sentía usado y lo odiaba.
—Bienvenidos a nuestro barco de esclavos. Te tendré que pedir que estés en silencio hasta que estemos en Bosco.
—¿Eh?
—Ya te dije que es un barco de esclavos. Te traje como una mercancía desde el principio. Solo ríndete.
—¿Qué?
Eso era mucho más de lo que Donald esperaba. Sabía que Red Diamond no era bueno, pero seguía teniendo problemas para comprender su nivel de maldad.
—¿Ah?
—Tuviste una buena idea, Red Diamond, cuando las chicas están influenciadas por la magia, ellas nos alabarán solo para que las convirtamos en nuestra mercancía.
Minnie y Donald adquirieron poses ofensivas. A Red Diamond no parecían importarle las acciones de sus subordinados. era evidente que él seguía confiando en su hechizo.
—Parece ser que el hechizo ha perdido efecto… tendremos que adiestrarlos un poco.
Ambos secuaces rieron de forma siniestra. Donald aumentó el agarre que ejercía sobre su varita. Minnie, a su lado, también se veía furiosa.
—Déjame marcarte como esclava que eres, primero estará un poco caliente, pero debes soportarlo. Hazlo por mí.
—¿Sabes que el hechizo ya no funciona, verdad?
La sonrisa en el rostro de Red Diamond desapareció y, por primera vez, parecía preocupado.
—Soy Red Diamond de Fairy Tail ¿estás seguro de que quieres enfrentarte a mí? Es inútil oponer resistencia.
—Soy Minnie de Fairy Tail y nunca antes te había visto.
Minnie mostró una marca en su hombro. Donald la reconoció al instante, era la misma que había visto en la revista. Los hombres frente a él también lo hicieron. Ellos se veían notablemente asustados.
—¡¡¡Qué…!!! ¡¡¡Esa marca!!
—¡¡Es cierto, Merlock!!
—¡¡¡Idiota!!! ¡¡¡No me llames por ese nombre!!
Minnie cubrió sus manos de llamas y se lanzó al ataque. Sus puños noquearon a los secuaces con facilidad.
Donald sabía que ella podía derrotarlos con facilidad, pero no podía quedarse sin hacer nada. Gritó uno de los pocos hechizos de combate que conocía y lanzó un bloque de hielo al impostor. Ningún ataque fue mortal, pero los enemigos resultaron heridos de gravedad.
VI
Scrooge estaba aburrido. La fiesta había resultado ser todo lo que esperaba y más. Varios de los socios subieron al podio, hablaron durante horas sobre las donaciones que hacían y la manera en que estas beneficiarían a muchas personas.
La llegada de Goldie lo cambió todo. Lo primero que notó fue su ropa. Un vestido amarillo, con varias joyas incrustradas e hilos de oro. Scrooge estaba seguro de que sus zapatos eran de oro. Su cabello estaba atado en un moño, sujetado con varios diamantes. Todo en ella era glamoroso.
Scrooge pensó que Goldie siempre se veía hermosa, independientemente de lo que vistiera, pero que ella era peligrosa y que no podía permitirse bajar la guardia.
No sería la primera ni la última vez en que lo engañara.
Scrooge también notó que ella no estaba sola. Fue una sorpresa muy desagradable verla sujetando el brazo de su enemigo. No era algo que le sorprendiera, incluso podía imaginar el motivo detrás de esa acción.
El ver como los dos se acercaban solo confirmó lo que ya sospechaba.
—Hola, Scrooge ¿Qué te parece mi linda novia?
—Me decepcionas, Goldie. Creí que podrías conseguir algo mejor.
Goldie se rió divertida, Glomgold se mostró indignado.
—¿Celoso, Scrooge?
—Ya te lo he dicho, Glomgold, no eres mi tipo.
La reacción de Glomgold fue la que Scrooge esperaba. El billonario estaba furioso, su rostro enrojecido era prueba de ello.
—¿Bailamos, Goldie?
Goldie aceptó, pero su mirada no se apartó de la de Scrooge. Ella estaba esperando una reacción que nunca llegó.
VII
Donald y Minnie se alejaron antes de que llegara la policía o alguna de las jóvenes que habían asistido a la fiesta. Ambos sabían que estarían en problemas si los encontraban, pero ese no era el único motivo. Fígaro estaba hambriento y Donald quería agradecerle a Minnie por su ayuda.
Los tres se dirigieron al restaurante más cercano. Afortunadamente se permitían mascotas y los precios eran económicos.
—Ese tipo, Red Diamond estaba usando un hechizo. Es un tipo de magia que hace que la gente se enamore de quien la use. Y está prohibida desde hace muchos años… Pero tratar de captar la atención de chicas usando magia… es repugnante. Así que… gracias por interrumpir. La magia se deshizo cuando apareciste.
Donald se rascó la cabeza de forma nerviosa.
—Yo no hice nada… ni siquiera era consciente de lo que hacía. Solo quería… verlo a él. Puede que no lo parezca, pero yo también soy un mago.
—Lo sé, la magia de ese mago tiene un efecto mayor en brujas y magos con un gran poder mágico... Aunque dudo que todas las mujeres en el yate fueran brujas. Admito que no conozco cómo funciona el hechizo en su totalidad.
Ambos callaron durante varios segundos. Parecían incómodos.
—¿Buscabas a alguien?
—A Red Diamond.
—¿Red Diamond?
—Al verdadero Red Diamond. Ese era un impostor. He oído que estaba visitando la ciudad. Por eso vinimos, pero no era él. Ese Red Diamond no parece una salamandra.
Donald estaba confundido.
—¿Cómo puede un humano parecerse a una salamandra?
—¿Eh? Él no es humano. Red Diamond es un dragón.
Donald no se esperaba esa respuesta, pero tampoco pensaba que Minnie estuviera mintiendo. Él era aventurero por lo que ese tipo de cosas no eran inusuales para él.
—Red Diamond me enseñó la magia del fuego. Gracias a él pude modificar mi cuerpo para poder ser resistente al fuego y también para poder comerlo.
Donald bajó la cabeza.
—Lo siento. Habrías muerto si no tuvieras ese tipo de magia.
—No tienes que disculparte. Todo es culpa de Merlock. Él te estaba controlando.
Donald no se sintió mucho mejor.
—Merlock es un ser vil y despreciable, alguien así jamás sería miembro de Fairy Tail. Por cierto ¿A qué aquelarre perteneces?
—Aún no soy miembro de ningún aquelarre. Hay muchos tipos de aquelarres en todo el mundo y es muy difícil entrar a uno.
Minnie parecía sorprendida.
—Tú eres poderoso, probablemente uno de los magos más poderosos que he conocido. Fairy Tail tiene sus puertas abiertas, si es que quieres unirte a nosotros.
IX
Goldie logró engañar a Scrooge pese a que este no había apartado la mirada en ningún momento. El billonario no lo entendía. En un momento ella estaba bailando con Glomgold y al siguiente estaba burlándose de él mientras que le mostraba la moneda del tesoro de los Soles Dorados.
—Linda moneda.
—No es más que una baratija.
La sonrisa en el rostro de Goldie se hizo más grande.
—No sé qué debería ofenderme más, el que intentes engañarme con una mentira tan absurda o el que insinues que no sé reconocer un tesoro cuando lo veo. Es una moneda del tesoro de los soles dorados.
—No creí que pudieras ser tan crédula. Ese tesoro es solo una leyenda.
—Scroogey, cariño, yo hice mi tarea. Esta es la segunda moneda que ha salido a la luz.
Scrooge comenzaba a sentirse nervioso. Durante ese tiempo había creído que Goldie asistió al baile porque quería provocarle celos, pero comenzaba a entender cuáles eran sus verdaderas intenciones.
—Eso no es todo, yo sé dónde está la otra moneda.
Scrooge pretendió reírse. Conocía a Goldie y sabía que no era una buena idea involucrar a Goldie. Ella lo amaba, sentimiento que era correspondido, pero ambos amaban más al oro.
—Está escondida en una montaña de los Andes y el dueño odia a los turistas.
—Supongo que si hiciste tu tarea ¿Por qué me dices esto?
—¿Acaso no es obvio? Necesito tu ayuda
Notes:
Este capítulo está inspirado en:
Fairy Tail (manga)
Ducktales 1987(cartoon)
El gran viaje de los primos (cómic)
Chapter 9: El volcán del fin del mundo
Summary:
Donald y su grupo siguen su camino al volcán del fin del mundo. Scrooge se acerca cada vez más al Tesoro de los Soles Dorados.
Chapter Text
Capítulo 9: El volcán del fin del mundo
I
Había ocasiones en las que Reginella pensaba que su vida había empezado dos meses atrás, incluso si en una parte de ella pensaba que era absurdo.
Ninguno de sus recuerdos era anterior a los dos meses y Reginella era incapaz de imaginar su vida fuera de la burbuja en la que se encontraba, no obstante, era incapaz de sentir ese lugar como un hogar.
Todo allí era desconocido, ajeno y, a veces inquietante, pero ese no era el mayor de sus problemas. Ella sentía que le faltaba algo y que ese algo era muy importante, incluso si no podía recordar qué era.
La soledad era dolorosa. Reginella podía ver a las criaturas marinas que habitaban los alrededores, pero no podía interactuar con ellos. En más de una ocasión se preguntó si estaba atrapada en el interior de una burbuja, si ese era el castigo por algún crimen que cometió.
La hada había intentado salir en numerosas ocasiones, ella quiso buscar lo que le faltaba, pero todos sus intentos terminaron en fracaso.
II
Scrooge decidió llamar a sus sobrinos antes de su aventura con Goldie. Había pasado mucho tiempo desde que se había comunicado con ellos por última vez y consideraba prudente hacer una llamada.
—Estamos aburridos. Todo lo que hemos hecho es viajar y buscar provisiones.
Scrooge tenía sus dudas. Él sabía que Donald solía ser el más sensato de los gemelos, pero también lo fácil que era manipularlo y lo imprudente que podía llegar a ser Della. Ella siempre terminaba en problemas, incluso si no los buscaba.
—¿Me estás diciendo la verdad, Donald? Porque todo lo que puedo escuchar son mentiras.
Donald calló y eso hizo que las sospechas de Scrooge aumentarán. Últimamente tenía la sospecha de que su sobrina le ocultaba algo y que era algo grande.
—Donald, enciende el altavoz.
Donald calló durante unos instantes, algo que hizo que las sospechas de Scrooge aumentaran. Della y Donald no eran sus hijos, pero los conocía y quería como si lo fueran.
—Donald, enciende el altavoz.
—Donald nos dejó para ir a divertirse. Fethry creyó que quería impresionar a un mago, pero estaba coqueteando con alguien más.
La palabra “mago” llamó la atención de Scrooge, pero lo dejó pasar cuando escuchó que solo era un mal entendido.
—¡Eso no es cierto!
Scrooge sonrió al escuchar la respuesta de Donald. Él se escuchaba avergonzado, algo que le recordaba a Hortense cuando le preguntaban por Quackmore.
—Te fuiste sin decir nada, pero me alegra que no te involucraste con ese mago, no era de confianza.
—Ningún mago es de confianza.
Tiempo después, Scrooge se arrepentiría de esas palabras.
—Pero él era mucho peor. Hablé con uno de los policías que llegó al yate. Creo que su nombre era Merlock y lideraba una pandilla de tráfico de personas.
Scrooge se horrorizó y por primera vez consideró ir por sus sobrinos. Si bien era cierto que ellos habían demostrado su valor en las muchas aventuras que tuvieron, comenzaba a creer que no estaban listos para la misión que les había encomendado.
—¿Merlock? Ese nombre me parece conocido ¿Acaso no es un adulto?
Los adolescentes callaron por unos instantes, algo que Scrooge tomó como una señal de que no estaba equivocado.
—Sí.
—¿Y no les pareció extraño o peligroso?
Scrooge podía intuir la respuesta y no le gustaba. Era en momentos como ese que recordaba que sus sobrinos eran adolescentes.
—Ese mago parecía ser una celebridad, no creímos que le prestara atención a Donald.
—¿Dónde están?
Los sobrinos se demoraron en responder. Scrooge podía imaginar el motivo de la demora.
—Gladstone y Abner están con nosotros.
Esas palabras bastaron para convencer a Scrooge. El saber que habían dos adultos involucrados, incluso si Gladstone no era el más maduro, hacía que sintiera mayor confianza.
—Dijeron que Donald estaba coqueteando con alguien más… por favor, díganme que no era un adulto.
—Era una linda ratoncita, no parecía ser mucho mayor.
III
Minnie regresó a Fairy Tail poco después de su encuentro con Donald. Ella sonrió al ver a todos sus compañeros de aquelarre charlando amablemente. Una de las cosas que más amaba de Fairy Tail era que la hicieron sentir como parte de una familia desde el primer momento.
—Estamos en casa.
—Minnie, Figaro, bienvenidos —la saludó Samantha con una sonrisa sincera, la cual se borró al ver la expresión de su amiga —. Ven, siéntate, te invitaré una bebida.
Minnie acompañó a Samantha hasta la mesa que ella compartía con Mickey, Daisy y Goofy.
—Pareces desanimada ¿Qué fue lo que pasó?
—No encontré a Red Diamond. El mago del que hablaban era un impostor.
Samantha, Mickey, Daisy y Goofy se mostraron indignados en cuanto escucharon esas palabras. Minnie sabía que el enojo sería mayor en cuanto escucharan el resto de la historia y que la sabrían incluso si ella no decía nada.
—Creo que se llama Merlock. Él usaba un hechizo de amor para reclutar brujas.
—¿Merlock?
—¿Lo conoces?
—No, pero creo que he escuchado ese nombre antes. Debe ser alguien horrible si usaba ese hechizo para engañar a brujas inocentes.
—Un monstruo, lo bueno es que tú te encargaste de él.
Minnie pensó en Donald. Ella sabía que no lo habría logrado sin él y, estaba segura, de que solo el jefe podría competir con su nivel de poder.
—¿Cómo fue que lo descubriste?
—Un mago me empujó. No fue su culpa, a él le afectó más que a nadie.
—¿Era poderoso?
—Muy poderoso. Él invocó unas llamas y su fuego no solo era ardiente, también muy delicioso.
Samantha y Daisy intercambiaron miradas cómplices. Minnie ignoró ese gesto.
—Admito que intentó matarme, pero estoy segura de que no lo habría logrado sin Donald.
—Así que Donald. Lindo nombre.
Minnie una vez más ignoró lo que insinuaba Samantha. Daisy no lo hizo, ella incluso cubrió su sonrisa.
—Probablemente. Donald me pidió que nos reunieramos en el muelle mañana.
Minnie calló al recordar su encuentro con el mago. Donald se mostró nervioso en el momento en que llegaron sus parientes. Minnie no podía entender por qué el pato ocultaba su magia, pero lo respetaba por lo que decidió que no intervendría.
—¿Es una cita?
—No realmente. Donald dijo que conocía a alguien que podría ayudarme.
IV
Scrooge podía notar la impaciencia en el rostro de Goldie, algo que él encontraba divertido. Si bien era cierto que inicialmente no quería fastidiarla, estaba preocupado por sus sobrinos, también lo era que lo estaba disfrutando.
—Cuento contigo, Bentina. Avísame en cuanto descubras algo de Merlock.
—¿En serio, Scroogey? No es propio de ti perder el tiempo con noviecitas cuando hay un tesoro involucrado.
—¿Celosa?
—Sueña con ello.
Scrooge estaba seguro de que Goldie mentía, pero lo dejó pasar. Ella tenía razón al decir que no era propio de él posponer la búsqueda de un tesoro. Ambos ingresaron a la pirámide, encontrándose con algo que no esperaban ver. Parecía tratarse de una ceremonia religiosa.
—Miren cómo nuestro padre el sol vigila a sus hijos y nos bendice con la moneda dorada de nuevo.
Esas palabras fueron ovacionadas, pero eso no fue lo que llamó la atención de Scrooge. El hombre frente a la multitud mostraba una moneda de oro.
—Mira, Scroogey, es igual a la tuya.
Goldie tomó una fotografía, acción que tuvo consecuencias opuestas a las que ambos hubieran deseado.
—¡Intrusos!
Todas las miradas se posaron sobre ellos. Scrooge recordó las advertencias que le habían hecho sobre ese sitio y se dijo que no deseaba verificar que tanta verdad había en ellos.
—A correr.
—Por el poder de la moneda, les ordeno que los destruyan.
Scrooge y Goldie no pudieron llegar demasiado lejos. Ellos eran rápidos, pero estaban frente a un precipicio por lo que sabían que no tenían muchas opciones.
—Vamos cabeza de chorlito, estamos preparados para pelear.
El que la moneda terminará en el suelo no era algo que Scrooge planeara, solo fue un afortunado accidente.
—Sol dorado.
Todos los nativos comenzaron a arrodillarse, algo que llamó la atención del líder de ese poblado.
—¿Por qué están arrodillados? Les ordené que los destruyeran.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Scrooge. Él comenzaba a entender qué era lo que estaba pasando.
—Sol dorado —repitieron los nativos.
—Pero, hijos míos, son enemigos.
Nadie parecía estar de acuerdo con lo que decía el líder. Scrooge no estaba seguro de si esa actitud se debía a la lealtad por la moneda o por el hecho de que los nativos estaban cansados de la actitud del líder. El pato se dijo que esa información le sería útil.
—Bienvenido, sacerdote. Soy Juanin Flori, su honorable anfitrión.
La gente apoyó esa frase con una ovación y un banquete.
Goldie parecía divertida con la situación. Scrooge estaba seguro de que solo era cuestión de tiempo para que ella se robara algo.
Lo primero que hizo fue solicitarle al líder una reunión privada, la cual fue aceptada.
—¿Qué es lo que quieres?
Scrooge le mostró la moneda que le había robado poco antes. La reacción del hombre fue la que él esperaba, era evidente que estaba furioso.
—Bien, anciano entrometido. Quiero esa moneda antes de que arruines mi teatrito con esos salvajes retrasados.
Scrooge decidió ignorar esas palabras. Él pensaba que era despreciable, pero en ese momento tenía otras propiedades.
—Tengo algunas preguntas.
—Todo comenzó hace 400 años, cuando mi antepasado y su compañero robaron un tesoro del valle de los soles dorados. El capitán se fue con el tesoro y dejó a Mark con su compañero atrás con una sola moneda de oro.
—Entonces sabes dónde está el valle.
—No necesariamente, Mark y Juan Taramara hicieron un mapa y lo partieron en dos antes de tomar caminos separados. Juan navegó por el mar y jamás se le volvió a ver. Mi ancestro llegó a la tierra de los adoradores del sol. Está moneda es lo realmente importante, con ella puedo controlar a esos supersticiosos.
—Usted es despreciable.
Al hombre no parecía que le afectaran esas palabras.
—La moneda por el mapa.
—Ese mapa ha estado en mi familia por generaciones.
Scrooge sintió deseos de reírse. No conocía a ese hombre, pero dudaba que la familia significara algo para él.
—Con esta moneda será doblemente poderoso.
Scrooge no necesitó de más palabras para convencerlo e ingenuamente creyó que no había ningún motivo por el que preocuparse.
—Miren, hijos míos. Ese sacerdote era un charlatán, ahora soy el único sacerdote. Vayan y destruyanlo.
V
Donald se había retirado con la excusa de que necesitaba algo de tiempo a solas. Él pretendió tener problemas estomacales para asegurarse de que nadie lo siguiera, incluso si se demoraba. Él le había prometido a Minnie que la ayudaría, pero ese no era su único motivo. Donald quería volver a verla.
Minnie se presentó puntual al encuentro. Una simple mirada bastó para notar la ilusión en su rostro.
—¿Puedes ayudarme?
—Soy un mago novato , pero conozco a una bruja poderosa, capaz de romper cualquier hechizo. Ella es mi profesora, Hécate.
—¿Hécate? ¿Se llama como la diosa de las artes místicas y de la hechicería?
Donald no disimuló lo orgulloso que estaba. Esas palabras habían bastado para que su ego creciera.
—No, ella es la diosa de las artes místicas y de la hechicería.
El rostro de Minnie reflejaba sorpresa y algo de incredulidad. Ella no conocía a Hécate, pero estaba segura de que solo tomaría como pupilo a un mago que fuera realmente excepcional. El recuerdo de la batalla contra Merlock le hizo cambiar de opinión.
—Tuve la sensación de que eres un mago poderoso desde la primera vez que te ví, pero supongo que te he subestimado. Hécate no aceptaría a cualquiera como su pupilo.
—Lo sé —respondió Donald con orgullo, pero su sonrisa se borró al recordar a Reginella.
El libro que todo lo sabe le había dicho que ella estaba bien, pero no confiaba del todo en el libro, tampoco en Magica de Spell. Una parte de él temía que ella quisiera vengarse de él, otra parte temía lo que pudiera ser de la pequeña hada.
—¿Donald, estás bien?
Donald pudo notar la preocupación en el rostro de Minnie.
—Pensaba en Reginella. Ella fue quien me introdujo al mundo de la magia y quién me presentó a mi maestra, Hécate. Sé que ella está bien, pero…
—Te entiendo. Mi maestro también se fue sin decir nada. Él es fuerte y sé que está bien, pero no puedo evitar preocuparme. Especialmente después de lo que ocurrió en mi reino.
Donald se sentía temeroso de preguntar. Él podía notar la tristeza en el rostro de Minnie, pero, al igual que el día anterior, temía decir algo inapropiado. Della solía decir que él tenía el tacto de una cucharita de té y comenzaba a creer que era cierto.
—Puedo llevarte con mi profesora ahora.
La tristeza desapareció del rostro de Minnie, siendo reemplazada por la preocupación.
—¿Debería hacer algo antes de verla? Temo hacer algo que pudiera hacerla enojar.
—Hécate no suele recibir visitas, pero dijo que haría una excepción por su alumno favorito. Solo debes llevar un tributo ¿Qué te parece una estatua de piedra?
La expresión en el rostro de Minnie le hizo sospechar a Donald que sus palabras habían sido inapropiadas, aunque no podía entender el motivo.
—O podríamos buscar algo más. Te ofrecería el libro que todo lo sabe, pero mi primo Fethry lo rompió y ahora es algo… inestable. El libro, mi primo Fethry ha sido inestable incluso cuando estaba en el huevo.
—Creo que mi amiga Daisy podría ayudarme, ella es muy buena escogiendo regalos.
Donald le extendió un trozo de papel a Minnie.
—Este es mi número de teléfono. Llámame cuando estés lista.
VI
Reginella no supo de su magia antes del naufragio del barco cerca de su burbuja. Ella podía presenciar la tragedia y cómo la gente luchaba por sobrevivir, pero no podía hacer nada.
O al menos eso era lo que ella pensaba.
La burbuja se abrió y los náufragos pudieron ingresar a su refugio. Reginella podía notar como la vida regresaba a la mayoría y eso le hizo saber que las cosas estaban lejos de terminar.
La reina se movió impulsada por el instinto. Ella se acercó a los náufragos que se encontraban en peores condiciones y usó su magia para curarlos.
El proceso demoró horas y Reginella estaba exhausta, pero nadie había muerto y solo eso bastaba para sentir que había valido la pena.
La reina pudo notar varias miradas sobre ella. Hombres y mujeres que se veían asustados y algo confundidos.
—Bienvenido a… Pacificus.
Reginella ignoraba el nombre del sitio donde se encontraba y ni siquiera sabía porqué había dicho esa palabra. Simplemente fue lo primero que pasó por su cabeza.
—¿Alguno recuerda cómo llegaron aquí?
La respuesta fue la misma para todos. Pero no era solo el hecho de que nadie recordaba el naufragio, todos habían olvidado su identidad y todo lo que habían vivido antes de ingresar a la burbuja.
—¿Hay alguien que sepa lo que hará a partir de ahora?
Todos negaron. Reginella tampoco sabía qué hacer, pero no estaba dispuesta a dejar que nadie muriera. Ella le dió un vistazo al lugar donde vivía y pensó que él espacio no sería un problema.
—Pueden quedarse conmigo, si están dispuestos a trabajar para convertir este lugar en un verdadero hogar.
En aquel entonces Reginella creía que sería algo temporal, sin embargo esa opinión cambiaría con el tiempo y varios eventos.
VII
El primer lugar que Bentina visitó fue el poblado en el que Donald había conocido a Merlock. Scrooge le había dicho sobre él, aunque no fue necesario. Muchos periódicos hablaban acerca de cómo Fairy Tail había destruido un muelle y de cómo la policía había capturado a tres de sus integrantes.
La espía escuchó a un grupo de adolescentes hablar sobre el incidente y decidió que podían ser una fuente valiosa de información, incluso si ellas no eran del todo confiables.
—¿Qué saben sobre Merlock?
—¿Quién?
Las adolescentes se veían confundidas, algunas incluso parecían incómodas.
—Mi error. ¿Qué saben de Red Diamond?
Bentina no sabía quién era Red Diamond, pero sí que esa era la identidad que Merlock había suplantado. Scrooge se lo había dicho y ella lo confirmó cuando leyó el periódico.
Las expresiones de las adolescentes cambiaron. Algunas de ellas parecían orgullosas por la información que tenían.
—Es una basura, afortunadamente los magos de Fairy Tail lograron detenerlo.
—¿Qué detuvieron? ¿La mejor fiesta del mundo?
—A un traficante de mujeres.
—Tonterías. Red Diamond no es un criminal, es un mago apuesto y poderoso.
—Yo escuché que Red Diamond es miembro de Fairy Tail.
—¿Sigues bajo su hechizo o eres tonta?
—¿A quién le dices Tonta, tonta?
—A la única tonta que hay aquí, tonta.
Bentina respiró profundo. No estaba de humor para lidiar con adolescentes, pero su instinto le decía que podría conseguir información útil o al menos una pista.
—¿De qué hechizo hablan?
Esas palabras bastaron para calmar a las adolescentes.
—Un hechizo de amor, aunque no sé cómo funciona. Los magos de Fairy Tail lo detuvieron antes de que nos secuestraran y vendieran.
—Los periódicos dicen que destruyeron el muelle.
—Los periódicos no son de fiar. Fairy Tail detuvo a un criminal que se dedicaba a la trata de mujeres.
—¿Está segura de que fueron los magos de Fairy Tail quienes lo detuvieron?
—Sí, pude reconocer a Minnie de Fairy Tail. Ella es asombrosa.
—¿Qué hay del pato que la acompañaba?
—Probablemente su novio y compañero de aquelarre.
—Lo dudo. Conozco a todos los integrantes de Fairy Tail y sé que no olvidaría a alguien tan lindo.
Bentina no estaba segura de si hablaban de Donald o de Gladstone. Su instinto le decía que era probable que se tratara del primero, después de todo el pato parecía tener un don para meterse en toda clase de problemas, algo que no ocurría con Gladstone.
—Y poderoso. Escuché rumores de que fue él quién derrotó al falso Red Diamond y quien destruyó su yate.
Esas palabras bastaron para que Bentina descartara a los sobrinos de Scrooge. Ella no creía que ninguno de ellos tuviera poderes mágicos y eso incluía a Gladstone, cuya suerte podría parecer mágica.
La agente 22 se dijo que Fairy Tail parecía ser una valiosa fuente de información por lo que se dispuso a visitar el aquelarre. Varias horas después, la espía fue recibida por el líder. Un simple vistazo a Nereus bastó para ver lo tenso que estaba.
—Buenos días ¿Puedo ayudarle en algo?
—Buenos días. Sí, busco información sobre Merlock y el incidente del muelle?
—¿Qué muelle?
Bentina le mostró el periódico que había comprado en el lugar de los hechos. No hicieron falta más palabras.
—Me disculpo por las acciones de…
—No vengo a reclamar —lo interrumpió Bentina —. Como dije antes, estoy interesada en información. Quiero saber quién es Merlock.
—Solo conozco a un Merlock y espero que este mago no sea ese Merlock.
La espía podía notar cierta preocupación en el mago y eso le preocupó. Ella sabía que Nereus era un mago poderoso, el más fuerte de Fairy Tail y, según rumores, Fairy Tail era uno de los aquelarres más poderosos. Merlock debía ser alguien especialmente poderoso si reaccionaba de ese modo por la posibilidad de su regreso.
—Quisiera saber más sobre ese Merlock.
—Me temo que no tengo mucha información. Hasta hace poco yo creía que Merlock había muerto.
—No importa, solo dígame lo que sepa.
Bentina tenía un mal presentimiento. Scrooge le había dicho que le preocupaba el que su sobrino se involucrara con un hombre mucho mayor, pero comenzaba a creer que eso solo era la punta del iceberg.
—Merlock y Felldrake son los fundadores del aquelarre Jinx y ninguno de ellos es conocido por buenas razones. Ambos eran dictadores y ambos fueron derrocados hace muchos siglos.
Era poco lo que Bentina sabía sobre Jinx a pesar de que lo había investigado en el pasado. A diferencia de Fairy Tail, Jinx no solía aparecer en los medios y sus miembros solían ser reservados.
—Escuché que este mago se dedicaba a la trata de personas.
Nereus parecía algo sorprendido, pero no dijo nada al respecto. Bentina no sabía si estaba siendo prudente o si ignoraba lo que ocurría. Ella se inclinaba por lo primero. Bentina, al igual que Scrooge, no confiaba en los magos.
—En ese caso, esperemos que no retome el poder. Merlock es uno de los magos más crueles de la historia.
Bentina se despidió y se preparó para regresar a Duckburg. Su hija, Bianca, participaría en la obra escolar y ella le había prometido asistir.
VIII
Donald estaba preocupado. El libro cada vez se volvía más inestable. Su comportamiento errático le recordaba al microondas que Fethry había dañado tiempo atrás. El microondas lanzaba chispas y el libro ondas de energía que resultaban peligrosas y que no habían dañado a nadie gracias a sus hechizos de contención.
—¿Qué haces, primo?
Donald se sobresaltó. No había escuchado a Fethry y se reclamó por ello. Como mago, consideraba que había sido un descuido demasiado grande.
—¿Por qué estás asustado?
—¿Quién, yo? —Donald notó el libro en las manos de Fethry, aunque sabía que se arrepentiría después, le preguntó por él.
—Lo compré durante nuestra última parada. Es un libro de magia.
La sonrisa en el rostro de Fethry le hizo saber a Donald que había logrado su objetivo.
—No sabía que querías ser mago.
—No lo quería, pero ví este libro en una tienda y sentí cómo me llamaba. Es mi destino ser un poderoso mago.
Donald lo dudaba. No era que pensara que su primo carecía de las habilidades necesarias para aprender magia, pero sí de disciplina. Donald había visto a Fethry tener tres intereses diferentes en una sola semana y en cada uno de ellos afirmaba sentir una gran pasión. {El estaba seguro de que esta vez no sería diferente.
Y no estaba equivocado.
—¿De qué trata ese libro?
—Hipnosis ¿puedo intentarlo contigo?
—Puedes, pero no te garantizo que funcione.
—Sé que puedo ser un mago poderoso, el mejor.
—No eres tú. La hipnosis solo funciona en mentes débiles y siento decirte que mi mente no es nada débil.
Donald se sentó frente a Fethry y lo vio sacar un reloj, que suponía, había comprado en la misma tienda en la que había comprado el libro de hipnosis. Su primo comenzó a moverlo frente a él.
—Tienes sueño, mucho sueño.
Donald quiso reírse e incluso consideró que lo único que sentía era aburrimiento, pero no pudo. Sus ojos se cerraron y él cayó en un profundo sueño.
IX
Scrooge dudó antes de permitirle a Goldie avanzar sin él. No era preocupación, la conocía lo suficiente para saber que podía cuidarse sola, sino desconfianza. Esa mujer le había robado la primera vez que lo vio y lo había engañado muchas veces en el pasado, más de las que podía contar. No obstante sabía que no tenía otra opción.
Los aldeanos los estaban persiguiendo y estaban demasiado cerca para su gusto.
Scrooge se quedó atrás para distraerlos, dándole una oportunidad a Goldie de llegar al aeroplano. Verla encender y alejarse le hizo pensar que confiar en ella fue un error. El billonario tuvo que correr con las pocas fuerzas que le quedaban y saltar para poder agarrarse de las “extremidades” del vehículo.
Goldie no lo dejó subir hasta que ambos se encontraron a muchos kilómetros de ese poblado, lejos de cualquier amenaza.
—¿Acaso pensabas irte sin mí?
Goldie pretendió estar ofendida.
—Tu desconfianza me ofende. Yo sabía que lo lograrías.
Scrooge le mostró el mapa del tesoro.
—Creo que ambos sabemos el verdadero motivo.
Scrooge maldijo por lo bajo.
—¿Por qué estás tan molesto? Tenemos el mapa.
—Ese idiota nos ha traicionado y…
Scrooge se calló al ver dos monedas en la mano de Goldie. Él sonrió de forma maliciosa. Ese hombre se había aprovechado durante mucho tiempo de esa gente y ellos finalmente podrían cobrar justicia por sus propias manos.
X
—¿Cómo te fue en tu cita?
Minnie estaba confundida.
—No era una cita.
Daisy, Samantha y Clarabella se mostraron un tanto decepcionadas.
—Donald dijo que me presentaría a Hécate y sí, hablo de la diosa.
Daisy, Clarabella, Samantha se mostraron sorprendidas, pero ninguna la acusó de mentirosa.
—¿Por qué pareces preocupada?
—Estoy segura de que Hécate podrá ayudarte.
Minnie suspiró.
—Donald me ha dicho que debería llevar un obsequio para Hécate y temo ofenderla.
Daisy, Clarabella y Samantha intercambiaron miradas. Ninguna había interactuado con un dios antes, pero ambas habían estudiado sobre el tema y sabían que los dioses no solo eran orgullosos, sino que eran vengativos y que sus venganzas eran algo de temer.
—Supongo que solo tenemos una opción. ¡Ir de compras al centro comercial!
Chapter 10: La melancolía de Minnie
Summary:
Minnie es la princesa de Dolmen. Su vida era relativamente normal hasta que ocurrió ese incidente. Con excepción de ella, todos los habitantes del palacio, han sido convertidos en estatuas de piedra. Ella dejó el palacio en búsqueda de su maestro Red Diamond, convencida de que era el único que podía ayudarla.
Chapter Text
Capítulo 10: La melancolía de Minnie
I
Reginella solía ser la primera en levantarse. Lo primero que solía hacer era ir al hospital improvisado y verificar el estado de los heridos. Nadie había muerto, pero muchos habían resultado lastimados y habían algunos que necesitaban cuidados específicos.
—¿Problemas para dormir?
La mujer negó con un movimiento de cabeza. Ella había sido encontrada protegiendo a una niña pequeña, su hija. La mujer había usado su cuerpo como escudo, evitando que su hija se lastimara, pero rompiéndose varios huesos en el proceso.
—¿Algún cambio?
La respuesta de la mujer fue la misma.
—¿Cómo está mi hija?
Reginella pensaba que era algo muy curioso. La mujer no recordaba su nombre, ni tampoco el de la niña a la que protegía, pero no había olvidado el lazo que las unía ni había dejado de preocuparse por ella en ningún momento.
—Ella está bien. Ha estado ayudando con algunas pequeñas tareas.
La mayoría de los náufragos eran adultos, pero ese no era el motivo por el que se les había asignado tareas menores a los más pequeños. Reginella había considerado que los adultos sanos eran los que debían encargarse de las tareas más pesadas.
No todos estuvieron de acuerdo, pero todos obedecieron.
—Gracias.
Reginella sonreía, sin embargo sus ojos reflejaban tristeza. El hada había usado su magia para curar las heridas más graves, pero sus problemas de memoria y la cantidad de heridos había dificultado en gran medida su trabajo, algo que le había provocado una sensación de impotencia.
Después de ello solía visitar los campos de cultivos. Muchos de los náufragos no sabían sembrar la tierra por lo que ella tuvo que enseñarles. Su magia había resultado ser de gran utilidad.
Al principio fue duro. Muchos se negaron, alegando que no deseaban ensuciarse. Reginella se mantuvo firme. Una mirada severa fue todo lo que necesitó para hacer que accedieran a trabajar.
—Todo está tan lleno de vida. Estoy segura de que dentro de poco tendremos una gran cosecha.
Todos se alegraron al escuchar esa respuesta. La comida comenzaba a escasear y muchos temían que dentro de poco no fuera suficiente.
—¿Le gustaría probar un tomate? Yo lo cultivé.
La mirada de Reginella se posó sobre el hombre que le había ofrecido una parte de su cultivo. La reina sonrió, orgullosa por su dedicación y conmovida por su gesto.
—Será un placer.
Reginella solía visitar la zona de construcción hasta el final. Esa era la tarea más demandante y la que requería más tiempo. Muchos no tenían un lugar donde vivir y el hada sabía que los restos del barco solo era una solución temporal.
—Usar los restos del barco fue una buena idea.
—Sí, definitivamente nos ahorró mucho trabajo.
—Aunque hubiera sido mejor si hubiéramos podido reparar el barco y regresar a nuestras casas.
Todas las miradas se posaron sobre el ganso que había dicho esas palabras. Reginella no había prohibido que se hablara sobre la superficie, de hecho ella no había hecho ninguna prohibición y solo había pedido dos cosas: vivir en paz y trabajar por el bien de la comunidad. Sin embargo ese era un tema tabú. Muchos habían perdido la esperanza de volver y algunos, la mayoría, habían optado por pretender que no existía nada más allá de la burbuja.
—¿Qué? Yo solo dije lo que todos pensamos.
Las miradas se tornaron más severas, algo que logró intimidar al ganso.
—¿Quién tiene hambre?
II
Bentina no pudo asistir a la obra de teatro de su hija. Ella pensó que podría hablar con la policía y con Merlock antes de la presentación, pero nada resultó como ella hubiera esperado.
El primer incidente ocurrió en la entrada a la prisión. Era día de visita y no había muchas personas por lo que no tuvo que esperar mucho tiempo. Los problemas empezaron en cuanto fue atendida por uno de los guardias.
—Quisiera ver al prisionero Merlock.
El guardia se mostró sorprendido. Bentina se preguntó si esa reacción era porque había usado el nombre real del falso Red Diamond o porque ella se había enterado de la captura del mago, algo que consideraba absurdo porque había aparecido en varios periódicos.
—¿Es pariente o amiga del privado de libertad?
—No.
—En ese caso me temo que no es posible.
Si bien era cierto que Bentina no esperaba que la dejaran entrar, también lo era que esperaba un mayor nivel de seguridad. La información que había reunido le hacía sospechar que Merlock era peligroso, pero las medidas usadas no parecían ser diferentes a las que se usaban con cualquier recluso.
—Creo que esto podría hacerlo cambiar de opinión.
El guardia mostró una expresión de enojo, era evidente que estaba ofendido. Bentina no estaba segura si estaba frente a una persona honesta o si el guardia temía ser descubierto. No era algo que realmente le importara a la espía.
—¿Sabe que intentar sobornar a un funcionario público es un crimen que se paga con cárcel?
—Si prestara más atención a lo que le estoy mostrando sabría que no es un intento de soborno.
El guardia obedeció y su expresión cambió al ver la identificación de S.H.U.S.H. El enojo se convirtió en vergüenza, reacción que Bentina consideraba que podría serle muy útil.
—Lamento el malentendido. Llamaré a alguien para que pueda atender su caso.
Bentina fue llevada a la oficina del director. Contrario a lo que ella esperaba, el hombre no se veía molesto, parecía aliviado.
—Me alegra que S.H.U.S.H decidiera intervenir. Al principio pensábamos que era solo un caso de disturbio público, pero hemos descubierto algunas cosas muy inquietantes.
—Merlock se dedica a la trata de personas.
—¿Cómo… ? No importa, usted es una espía, creo que lo extraño sería si no lo supiera. Hemos decidido hacerle creer a la prensa que es otro caso más de Fairy Tail creando caos para no causar pánico y evitar que se filtre la información.
—¿Cree que Merlock tenga algún cómplice? ¿O es que acaso le preocupan sus posibles clientes? ¿Sospecha que sea gente influyente?
El director se mostró un tanto incómodo, algo que bastó para confirmar las sospechas de Bentina.
—Los secuaces de Merlock no parecían ser muy listos, hablaron fácilmente. Lástima que no podamos decir lo mismo de Merlock. Estamos más interesados en rescatar a todas las víctimas.
—Tal vez debería hablar con él.
El director parecía tener un debate interno. La Agente 22 sabía que él no sabía nada de ella, eran pocos los que lo hacían, pero confíaba en que ser parte de S.H.U.S.H fuera suficiente para convencerlo.
—Supongo que no perdemos nada con intentarlo.
III
A Della no le gustaba levantarse temprano, era un rasgo que compartía con su hermano. Ella solía tener el sueño pesado, sin embargo no pudo ignorar lo que estaban haciendo Donald y Fethry.
Gladstone y Abner también se despertaron y ellos también estaban molestos. Si bien era cierto que Abner solía levantarse temprano, también lo era que no le gustaba que lo despertaran.
—¿Qué está pasando aquí?
—¡Quack!
Della pensó que esa era la cuarta cosa más extraña que le había pasado hasta que notó que Donald había puesto un huevo y no un huevo cualquiera.
—¿Ese es un huevo de oro?
—¡Quack!
—Nunca me habría imaginado que Donnie tuviera un don así.
Della se acercó a su hermano. Ella colocó una de sus manos sobre el huevo, confirmando lo que ya sospechaba. Della intentó levantarlo, sorprendiendose al notar que no solo era el cascarón.
—¿Deberíamos llamar a tío Scrooge?
Della tenía sus dudas. Ella confiaba en que su tío pudiera encontrar una solución incluso si odiaba la magia, pero no creía que quisiera hacerlo. Della no dudaba del cariño de Scrooge, pero sabía que era ambicioso y que no podría ignorar un huevo de oro, especialmente uno tan grande.
—Gran idea. Conociendo a tío Scrooge buscaría formas para que ponga más huevos.
—Yo lo haría —Gladstone cargó el huevo de oro —. Apuesto a que esto debe valer una fortuna.
—¡Quack!
Todas las miradas se posaron sobre Donald. Della se preguntó si Donald podía entender lo que decían. Hasta el momento su comportamiento había sido demasiado errático por lo que tenía sus dudas.
—Creo que es mi culpa, pero no importa. ¡Yo puedo solucionarlo!
Fethry mostró un libro rojo en el que se leía la frase “Magia y diversión”. Della y Gladstone intercambiaron miradas. Abner era el único que parecía considerar la propuesta de Fethry.
—¡Quack!
—¿Estás seguro? Como dice Tío Scrooge, nada bueno puede salir de la magia.
—¡Quack!
Della llevó su mano hasta su frente, los sonidos que hacía Donald comenzaban a irritarla.
—Si la magia causó esto, la magia también puede solucionarlo.
—A mí me preocupa más que Fethry haga algo, él podría empeorarlo todo.
Della estaba de acuerdo con su primo. Ella quería a Fethry, pero no podía negar su comportamiento excéntrico y su habilidad para causar problemas.
—No hables así de mi hermano. Lastimaras sus sentimientos.
—¡Quack!
—Donald, reacciona.
—Supongo que nada perdemos con intentarlo. Fethry, adelante.
Pasaron varios segundos antes de que ellos fueran conscientes de que Donald había desaparecido.
IV
La primera tienda que visitaron fue la boutique de moños del centro comercial. Daisy fue quien tuvo la idea. Ella no dijo nada, solo corrió hasta la entrada del local y no se detuvo allí. Ella ingresó a la tienda y comenzó a ver los moños que estaban en exhibición.
Clarabella y Samantha no corrieron, pero también se mostraron emocionadas. Minnie las conocía lo suficiente para saber que ellas amaban los moños.
Minnie también amaba los moños.
—Estos moños son hermosos. Me gustaría tenerlos todos.
La mirada de Minnie se posó sobre Daisy, preguntándose qué debería decirle a su amiga. Ella confiaba en Daisy, no le habría contado la verdad sobre su reino si no lo hiciera, pero tenía sus dudas.
No eran solo los moños, Minnie dudaba que el centro comercial pudiera ser el lugar que buscaba.
—No estoy segura. Hécate es una diosa y…
—¿Y? Cómo tú siempre dices. “No hay nada como un buen moño”.
Minnie pensó que Daisy tenía un punto. En el pasado los moños la habían ayudado a resolver muchos de sus problemas.
—Yo… estaba pensando en ir a… mi casa y… usar una de mis joyas. Tal vez mi corona…
—Es demasiado arriesgado. No puedes ir hasta que descubramos qué fue lo que sucedió y él origen de todo.
Minnie suspiró. Ella no había visitado el castillo durante varias semanas, pero no lo hacía únicamente por lo que decía Samantha. Minnie aún podía recordar como si hubiera sido ayer el día en que dejó el castillo, prometiendose a sí misma encontrar una cura. Las imágenes de sus parientes y de los trabajadores del castillo seguían frescos en su memoria, atormentando sus sueños y recordandole su misión.
—El moño violeta es perfecto —Daisy lo colocó sobre su cabeza —. Es como si hubiera sido hecho para mí. Lo llevaré.
Esas palabras llamaron la atención de Minnie.
—Un moño personalizado, eso puede ser lo que necesitamos.
—¿En qué estás pensando, Minnie?
A Minnie no le gustaba usar sus privilegios como princesa, pero sabía que tendría que hacerlo, pues de lo contrario la persona que tenía en mente podría negarse a recibirla.
—Conozco a una diseñadora que podría hacer un moño personalizado para Hécate, uno que, sin duda, ella amara.
Clarabella, Daisy y Samantha se mostraron curiosas.
—¿Ustedes saben quién es Coco Versace?
V
Normalmente las visitas solían hacerse en el salón de la prisión, pero la Agente 22 no estaba allí por motivos sociales y Merlock no era un recluso convencional por lo que se optó por hacer una excepción.
El oficial Black acompañó a la Agente 22 hasta la celda de Merlock, la cual compartía con un hombre que estaba acusado de estafa.
La celda de Merlock estaba vacía.
—¿Señor Black, está seguro de que esta es la celda?
El oficial buscó la tarjeta en su bolsillo, confirmando lo que ya sospechaba.
—Sí. Aquí dice claramente, pasillo “J”, celda número seis.
—¿Qué hay de su compañero?
—En el salón de visitas.
—¿Verificó que realmente fuera quien decía ser?
—Obviamente, no somos idiotas.
La Agente 22 no pensaba que fueran idiotas, pero sí que su trabajo dejaba mucho que desear. El oficial llamó a sus compañeros, notificando la desaparición y ordenando la búsqueda inmediata.
—Puede que este no sea un pueblo dedicado a la magia, pero aún así contamos con varios magos entre nosotros y nos tomamos nuestro trabajo con seriedad.
La espía comenzó a estudiar la celda. La ventana estaba cerrada, la cama estaba hecha. No había ningún indicio de que esa celda hubiera sido usada poco antes. —Escuché que Merlock es un mago poderoso, el fundador de Jinx.
—Imposible. Si lo fuera, tendría varios siglos. El Merlock del que usted habla solo es un mito urbano.
La Agente 22 pensó en Scrooge. Él era un hombre que había vivido más de los 100 años y que no aparentaba esa edad. Bentina pensaba que sí Scrooge había alcanzado esa longevidad, no sería una locura pensar que un mago tan poderoso como Merlock también pudiera hacerlo.
—¿Han considerado pedir la ayuda de un aquelarre? Los de Fairy Tail parecen saber mucho sobre Merlock.
VI
—Lo hemos estado pensando y creo que necesitamos una reina.
—¿Una reina?
Reginella no consideraba que la idea de tener una reina fuera una locura. Al contrario, ella pensaba que el floreciente reino de Pacificus necesitaba de alguien que asumiera el liderazgo. Su reacción se debía a algo más, algo que Reginella no lograba entender.
La reina del bosque no recordaba a su reino ni el título que ostentó durante mucho tiempo, pero no lo había olvidado de todo y esa sombra hacia que sintiera una especie de Dejá vu.
—¿Han pensado en algún nombre? Paulette me parece alguien muy capaz. Monique es muy gentil, ella podría ser una asombrosa líder.
Todos se pusieron un poco tensos al escuchar esas palabras. El más joven del grupo, un niño que probablemente tenía once años, fue el primero en hablar.
—De hecho, estábamos pensando en usted.
—¿En mí?
—Sí, en usted.
—Nadie conoce Pacificus mejor que usted.
—Usted nos ha cuidado desde… desde que llegamos aquí.
—Sin contar todo lo que nos ha enseñado.
—Tal vez en otra vida fue una reina.
—En esta también lo es. Solo falta hacerlo oficial.
VII
Coco Versace era una de las diseñadoras más importantes de la actualidad. Ella había diseñado para las celebridades más importantes del mundo del espectáculo y también para gente de la realeza. Sus diseños habían estado presentes en las películas más taquilleras y en los eventos más prestigiosos.
No cualquiera podía conseguir una cita con ella, menos sin una cita previa, pero Minnie Mouse no era cualquiera. Ser una princesa había hecho que ella tuviera la oportunidad de conocer a la famosa diseñadora, pero fue algo más lo que la convirtió en alguien cercana.
Minnie Mouse amaba los moños. Había sido de ese modo desde que tenía uso de la memoria y estaba segura de que lo sería hasta el último día de su vida. Coco Versace también amaba los moños y pudo ver en la princesa un talento que rara vez se veía.
—¿Diseñar para un dios? Tendría que estar loca para rechazar un privilegio como ese. Sería asombroso si pudiera conseguir mi propia constelación.
Daisy suspiró. Era evidente que ella compartía el mismo anhelo.
Si bien era cierto que Coco Versace era quien estaba a cargo, Minnie y Daisy también aportaron ideas, las cuáles fueron bien recibidas.
—Tal vez debería tomarlas como mis pupilas. Ambas, sin lugar a dudas, son excepcionales y eso no es algo que se lo digo a cualquiera.
VIII
Donald se sentía enojado. Él era consciente de lo que pasaba a su alrededor, o al menos lo había estado después de que Fethry le ordenara que reaccionara. Sin embargo no podía hablar. Cada vez que lo intentaba, lo único que podía hacer era graznar. Pero esos no eran los únicos sonidos que emitía. Esos sonidos incluían silbidos, arrullos, yodels e incluso gruñidos.
Donald intentó recordar lo que había hecho Fethry, pero no podía. Tenía varias lagunas mentales.
Ver a Minnie lo hizo sentirse aliviado. Ella era una bruja y, en la opinión de Donald, la única persona que podía ayudarlo en ese momento.
—¡Quack!
—¿Donald, estás bien?
Donald utilizó un cuaderno y un lápiz para explicar su situación de una forma muy resumida.
—Lo siento, pero no sé mucho de hipnosis. Nunca la he practicado.
—¡Quack!
Donald se sentía decepcionado. Mentalmente comenzó a pensar en los magos que conocía, pero no estaba seguro de poder llegar a ellos.
—Pero podría darle un vistazo a ese libro.
Esas palabras bastaron para animar a Donald. El pato creó un portal que los llevaría a ambos al lugar en donde Donald acampaba con su familia.
La felicidad que Donald sentía desapareció en cuanto vio a su familia. Su hermana y primos lo veían con asombro y tenían motivos, pues lo habían visto atravesar un portal en compañía de una bruja.
—¡Quack!
—Yo he creado el portal.
La mirada de Donald se posó sobre Minnie, agradeciéndole silenciosamente por su intervención y esperando que sus parientes lo creyeran.
—¿Por qué?
Donald maldijo la astucia de su hermana y lo perspicaz que podía llegar a ser.
—Quería ver a Donald, eso es todo.
Donald observó a sus parientes intercambiar miradas. Él los conocía lo suficiente para saber que ya no sospechaban de él, pero que tendría que responder a varias preguntas y no estaba seguro de querer que pensaran que Minnie era su novia.
Tampoco estaba seguro de porqué la idea lo hacía tan feliz.
—¡Quack!
Donald tiene razón. Ahora lo importante es deshacer la hipnosis.
Donald no había dicho eso, pero estaba de acuerdo con Fethry. Él quería volver a hablar con normalidad.
—¿Puedo ver el libro de hipnosis?
Fethry le extendió el libro a la bruja.
—Lo he intentado todo, pero no sé si exista alguna manera de deshacerlo. Debo ser más poderoso de lo que imaginé.
Donald se sintió preocupado al ver la expresión en el rostro de Minnie. Él podía notar cierta preocupación y algo más que no lograba identificar.
—¡Quack!
—¿Qué pasa? ¿Es grave?
—Este no es un libro de hipnosis real.
Minnie señaló la contraportada, lugar en donde se confirmaba lo que ella había dicho poco antes.
Todas las miradas se posaron sobre Donald.
—Pero logré hipnotizar a mi primo. Eso debe significar algo.
Minnie comenzó a jugar con sus dedos.
—Tal vez solo significa que Donald es muy manipulable.
—¡Quack!
Donald estaba muy ofendido. Él no se consideraba manipulable y menos débil mental. Ver las expresiones de sus parientes hizo que Donald se sintiera aún más molesto.
—Podríamos decirle que deje de graznar.
Todas las miradas se posaron sobre Gladstone, pero no había reproche. Incluso Donald parecía estar considerando esa alternativa.
—Supongo que no perdemos nada con intentarlo.
IX
La mirada de Scrooge se posó sobre Goldie y no pudo evitar reírse. Para él resultaba evidente que ella estaba temblando de frío y que no estaba acostumbrada a sitios tan inhóspitos. Él también tenía frío, pero era demasiado orgulloso como para demostrarlo.
—Deberías volver a tu casa. Apuesto a que te sentirías más cómoda entre las cobijas y disfrutando de un chocolate caliente o un buen Whisky.
Goldie se mostró ofendida. Scrooge pensó que si las miradas mataran, él habría dejado de respirar antes de haber terminado de hablar.
—Eso quisieras, Scroogey. Apuesto a que sería mucho más fácil para ti quedarte con el tesoro si yo me hiciera a un lado.
—No soy como tú. A diferencia de otros, yo he hecho mi fortuna limpiamente.
Goldie se rió de forma burlona.
—Ambos sabemos que no es así, Scroogey. Tus manos están manchadas. Tú has hecho cosas horribles, deshonestas. Eres tan malo como yo o tal vez peor, porque yo, a diferencia de otros, no niego lo que soy.
Scrooge se sintió avergonzado al recordar la aldea que había ordenado destruir décadas atrás y que había sido el motivo por el que sus hermanas habían dejado de hablarle durante varios años. No había justificación para lo que él había hecho y Scrooge lo sabía.
—Eso no es asunto tuyo.
Goldie se rió de forma burlona.
—Típico de Scrooge, siempre alejando a todos los que lo rodean. Pero ¿Sabes algo? Tienes razón. Eso no es asunto mío. En lugar de perder tiempo hablando de tonterías deberíamos buscar ese tesoro.
Scrooge pensó en la última vez en que había visto a su hermana menor.
En aquel entonces sus hermanas trabajaban en la bóveda. Ambas siguieron haciéndolo pese a lo decepcionadas que habían estado después de verlo destruir un poblado. Todos los trabajadores le habían hecho una fiesta para celebrar su regreso y que se había convertido en el pato más rico del mundo, pero a Scrooge no le importó.
Scrooge no se enteraría de nada hasta después de leer el periódico sobre su escritorio. Su opinión no había cambiado. Él pensaba que las fiestas eran una pérdida de tiempo y estaba enojado con Donald. El patito solo tenía diez años, pero no había dudado en patearlo después de ver la manera en que le gritaba a su mamá. El enojo de Scrooge se convirtió en admiración. El pato nunca lo diría en voz alta, pues su orgullo se lo impedía, pero él encontraba digna de admirar la forma en que Donald protegía a su familia. Sentimiento que fue acompañado de uno mucho más amargo, el remordimiento.
—Llamaré a Bentina. Le pediré que me traiga algunas provisiones.
X
Della nunca imaginó que su viaje al Volcán del fin del mundo terminara de una forma tan simple. Ella ni siquiera sabía si debería alegrarse o no por ello.
Viajar con sus primos había sido divertido. Ella genuinamente había disfrutado del tiempo que pasaron juntos, incluso de los contratiempos. Capturar a un grupo de guerrilleros había sido emocionalmente, estar sentada en un carro durante varias horas muy aburrido, siendo lo último el motivo por el que le había pedido a Minnie que creara un portal hasta el volcán del fin del mundo.
—Deberíamos hacerlo el próximo año.
—No gracias, no quiero volver a lidiar con objetos malditos.
—No lo decía por eso, primo. Yo me refería a que viajaremos todos juntos una vez más.
Todas las miradas se posaron sobre Fethry, pero en esa ocasión no eran de reproche, sino de aprobación.
Della estaba de acuerdo con la sugerencia de su primo y se culpaba por no haber pensado en ello. Un viaje tranquilo con la familia parecía ser un buen plan.
—¿Nos llevas a casa? —Gladstone se dirigió a Minnie.
La mirada de la bruja se posó sobre Donald, algo que Della encontró sospechoso.
—Supongo que no hay ningún problema. Espero que no les moleste que me robe a Donald un rato.
—¿Estás segura de querer a Donald? Yo podría mostrarte lugares más divertidos.
Donald no disimuló el enojo que sentía al escuchar esas palabras, pero no dijo nada.
—Tal vez después. Por ahora quiero conocer mejor a Donald. Creo que podremos ser buenos amigos.
Della entrecerró los ojos. Ella no odiaba la magia, pero no podía evitar sentir cierta desconfianza. Ella había pasado meses separada de su hermano y no quería que algo así ocurriera de nuevo.
—No se preocupen, lo devolveré antes de que lo extrañen.
—¿Es una promesa? Porque hace tiempo un hada se llevó a Donald y no tenía intenciones de devolverlo.
Donald bajó la mirada. Pensar en Reginella era doloroso. No era solo el hecho de que la extrañaba, también estaba preocupado por ella.
—Podría jurarlo por el río Estigia.
Della no sabía nada sobre juramentos sobre el río Estigia, pero podía entender la gravedad del asunto.
—No es necesario. Donald, solo asegúrate de alejarte de los problemas.
Donald y Minnie intercambiaron miradas. Della se sintió un tanto preocupada al ver cierto reproche en el rostro de Minnie.
—Solo iremos a charlar y a tomar el té.
—Aburridos.
Minnie se colocó al lado de Donald. Si Della hubiera sido más observadora habría notado que el brazo de Minnie estaba cubriendo el de su hermano y que era él quien realmente estaba abriendo el portal.
Pero no fue así y pasarían muchos años antes de que se enterara de la verdad.
Chapter 11: La visita a Hécate
Summary:
Minnie busca la salvación para su gente, Donald necesita saber qué debería hacer por Reginella.
Chapter Text
Capítulo 11: La visita a Hécate
I
Reginella se levantó temprano en la mañana. Ella era la primera en levantarse, algo que solía hacer diariamente. Lo primero que solía hacer era ir al hospital, el cual había sido remodelado recientemente, y verificar el estado de los heridos. La mayoría se había recuperado, pero todavía quedaban algunas heridas por tratar.
—¿Problemas para dormir?
—No realmente, es solo que no puedo dejar de pensar en mi hija.
—Mantenga la esperanza. Sé que solo es cuestión de tiempo para que la vuelva a ver.
—¿Está segura de eso?
Reginella se enfocó en la mujer. Ella usó su magia para analizarla, confirmando que sus palabras no estaban lejos de la realidad. Eso la hizo sentirse aliviada.
—Sí. Su recuperación ha sido milagrosa.
—Gracias.
Reginella sonreía, sin embargo sus ojos reflejaban tristeza. A ella le alegraba la felicidad de su pueblo, pero no podía deshacerse del sentimiento de que ella no pertenecía a ese pueblo y sabía que no era la única que se sentía de ese modo. Nadie decía nada y todos preferían fingir que todo estaba bien, pero ese era un secreto a voces.
Después de ello solía visitar los campos de cultivos. Una sonrisa se dibujó en su rostro al ver que los resultados eran mejores a lo esperado.
—Creo que la cosecha estará lista en cuatro días.
Reginella se preguntó si el pato frente había sido agricultor antes de llegar a Pacificus. La forma en que se desenvolvía en el campo le hacía pensar que así era.
—Deberíamos hacer una fiesta.
Reginella no pensaba que el ganso que había hecho esa propuesta hubiera sido granjero. Él tenía manos delicadas y solía sobrereaccionar cuando encontraba un insecto o debía arrancar la hierba mala con sus manos.
—Suena maravilloso.
Reginella se dijo que una fiesta era necesaria. Todos habían pasado por tanto y habían trabajado tan arduamente que se merecían un descanso.
II
—Tu familia no me parece tan mala.
La mirada de Donald se posó sobre Minnie, incapaz de creer lo que había escuchado.
—Eso es porque no lo conoces bien. Gladstone es el peor, siempre presumiendo su ridícula buena suerte y haciendo que yo me vea mal.
Donald se arrepintió en cuanto dijo esas palabras. No porque su opinión sobre Gladstone hubiera cambiado, sino por la expresión de Minnie. Ella parecía dolida.
—Ellos te quieren y no creo que cambie algo si se enteran de tu magia.
Donald pensó en Scrooge y de inmediato sacudió su cabeza. Para nadie era un secreto lo que él opinaba de la magia y ciertamente no lo quería decepcionar.
Abandonar la magia habría sido lo más sensato, o al menos eso pensaba Donald, pero no podía. La magia era parte de él y realmente significaba mucho.
—Dices eso porque no conoces a mi tío Scrooge. Él me mataría, o peor aún, me repudiaría.
—No creo que sea capaz de hacer algo así. Son familia.
—Haría eso y más. Tío Scrooge odia la magia.
—Mago o no, tú eres un sobrino. Estoy segura de que nunca podría odiarte.
Donald quería creer en las palabras de Minnie, pero no podía.
—Tal vez pienses que soy indiscreta, pero creo que lo que estás haciendo te puede lastimar. Le estás mintiendo a tu familia y lo que es peor, te estás mintiendo a ti mismo.
Donald no pensaba que Minnie fuera imprudente, pero no pensaba que ella pudiera entenderlo. Él no creía que estuviera lastimando a alguien y, aunque en ocasiones deseaba compartir su secreto, sentía que las cosas estaban mejor tal y como estaban.
III
Lo primero que hizo Clinton cuando vio un teléfono público fue llamar a su esposa. La extrañaba y mucho.
—¿Clinton? ¡Qué agradable sorpresa! No esperaba que llamaras tan pronto.
Clinton se sintió un tanto culpable. Él le había prometido a su esposa que la llamaría con frecuencia, pero solía viajar a lugares inhóspitos.
—Extrañaba escuchar tu voz.
—Yo igual. ¿Qué has estado haciendo? Debes tener muchas historias que contar.
—Las tengo. Hace poco visité la biblioteca perdida de Alejandría. Isabella y yo hemos terminado de rescatar la información almacenada en sus libros y de actualizar el manual de los Jóvenes Castores.
Clinton conoció a Isabella Finch cuando él tenía quince años, durante la firma de su primer libro “Las aventuras completas de Isabella Finch”. El amor por la aventura los unió de inmediato. Clinton se había sentido muy afortunado cuando ella lo invitó a una de sus excursiones e incluso llegó a creer que estaba enamorado de ella.
Conocer a Elvira lo cambió todo.
Elvira no era una aventurera, pero Clinton supo que era amor la primera vez que la vio. Ella genuinamente disfrutaba de escuchar sus historias y él amaba contarlas. Con el pasar del tiempo ambos comenzaron a ir a citas con más frecuencia y él lo supo, ella era la mujer con la que quería compartir su vida.
—Dile a Isabella que le envío saludos.
Clinton se volteó y le comunicó a su compañera el mensaje de su esposa.
—Dile “Hola” de mi parte.
Clinton hizo lo que le pidieron. Él no sabía si Elvira sabía que Isabella había sido su primer amor, pero nunca pareció molesta por la cercanía entre ambos. Ellos eran buenos amigos y nunca existió la posibilidad de que se convirtieran en algo más.
—Pronto estaremos de vuelta en Duckburg. Pienso dejar la versión actualizada del manual en el Cuartel General.
—Me alegra escuchar eso. Los Jóvenes Castores estarán agradecidos por ello.
Clinton estaba de acuerdo con Elvira, pero en ese momento había otro tema del que también quería hablarle. No estaba seguro de cómo se lo tomaría.
—Hace poco ví a nuestros nietos. Supongo que estaban en esa aventura con Scrooge de la que me hablaste. Quise acercarme a ellos, pero el yate explotó y cuando me acerqué era demasiado tarde. No te preocupes, hablé con la policía y me dijeron que no hubo heridos.
Clinton podía imaginar la expresión en el rostro de Elvira y estaba seguro de que ella no estaba feliz. Para nadie era un secreto que ella nunca estuvo de acuerdo con el hecho de que Scrooge McDuck tomara la custodia de los mellizos. Ella tampoco había apoyado la decisión de Daphne pese a que su relación con Matilda era mucho mejor.
—Típico de Scrooge McDuck, siempre provoca caos a donde quiera que vaya.
Clinton suspiró, recordando aquellos tiempos en los que tenían una buena relación. Scrooge y Elvira no eran mejores amigos, pero se podría decir que eran amigos.
—No creo que sea culpa de Scrooge. Escuché que sólo era Fairy Tail creando disturbios una vez más.
—¿Qué es Fairy Tail?
—Creo que un aquelarre de magia.
IV
Minnie se sintió algo confundida al ver a Coco. Ella parecía ansiosa, pero la princesa no creía que se hubiera demorado tanto tiempo.
—¿Sabes? Si no fueras mi amiga estaría muy enojada contigo por hacerme esperar.
Minnie se sintió culpable.
—Estaba tan emocionada ante la idea de diseñar para una diosa que pospuse mis otros proyectos. Tus amigas se ofrecieron como mis asistentes y debo admitir que lo agradezco. Ellas tienen un gran talento y pudimos terminar antes.
Donald podía notar la felicidad en el rostro de Minnie y se alegró por ella, aunque hubiera deseado poder conocer a las amigas de Minnie.
La diseñadora se dirigió a su taller y, pocos minutos después, regresó con una caja decorada de forma elegante. Minnie pudo reconocer varias joyas de gran valor.
El pago no era algo que le preocupaba. Si bien era cierto que en ese momento ella no andaba dinero, Coco Versace solía diseñar para la corona y ellos tenían un acuerdo.
—Tus amigas se disculpan por no poder venir, pero pidieron que las llamaras en cuanto tuvieras alguna noticia. Yo te pido algo parecido. Necesito saber qué piensa Hécate de mi trabajo.
—Lo haré.
Coco se retiró de inmediato, alegando que tenía mucho trabajo pendiente. Minnie le creía. Coco Versace era una de las diseñadoras de moda más importantes a nivel mundial.
Minnie se dirigió a Donald y pudo notar cierta tristeza en su expresión.
—Descuida, Donald, podrás conocerlas en Easton.
El rostro del mago mostraba confusión.
—¿Easton?
—Sí ¿No sabes qué es Easton?
Minnie podía notar que Donald estaba avergonzado. Ver esa reacción hizo que ella se sintiera avergonzada y culpable. La bruja recordó que, pese a que Donald era un mago poderoso, él era un neófito en el mundo de la magia.
—¿Debería?
—Es la mejor escuela de magia. Se encuentra en Dolmen, mi reino.
—Yo vivo en Duckburg. Suerte que puedo crear portales.
Minnie se rió, era una sonrisa sincera.
—Deberías enseñarme cómo se hacen.
Donald sintió como sus mejillas se teñían de rojo. El pensar que Minnie quisiera pasar más tiempo con él lo hacía muy feliz.
—Lo haré. Es una promesa.
Donald respiró profundo en un intento por calmarse. Reginella le había enseñado que la magia estaba fuertemente conectada con las emociones y temía hacer algo peligroso en su estado.
Minnie no notó el nerviosismo en el rostro de su amigo, pero sí lo sonrojado que estaba.
—¿Estás bien? Parece que tienes fiebre.
—Sí, es solo… un golpe de calor.
Minnie creyó en las palabras de Donald, pero fue verlo abrir un portal lo que terminó de convencerla. Ninguno de los dos volvería a retomar ese tema.
V
La Agente 22 se sintió un tanto sorprendida cuando recibió una llamada de Scrooge McDuck. Ella pensó que podría querer información sobre el caso que le había pedido investigar, pero tenía sus dudas. Ella sabía que Scrooge estaba en una aventura por lo que esperaba entregar un reporte cuando estuviera de regreso en Duckburg.
—¿Ha descubierto algo sobre Merlock?
—Confirmé lo que me dijo antes, que se dedicaba a la trata de personas. También que es un mago poderoso, escapó de la cárcel sin dejar ningún rastro. No creo que deba preocuparse, por lo que he escuchado, él estaba interesado en el poder mágico y mujeres hermosas.
Scrooge se calló por unos instantes.
—Supongo que mis sobrinos no mintieron cuando dijeron que Donald estaba interesado en alguien más.
El rostro de Bentina denotaba fastidio. Ella no entendía porqué Scrooge le había pedido investigar un caso cuando resultaba evidente que ese hombre no tenía ningún interés en su familia.
—Típico de adolescentes.
—Típico de Donald, él es un profesional escapando de las responsabilidades.
La Agente 22 pensó en su hija. Ella era una adolescente, pero su comportamiento era muy diferente al de Donald y Della. Su hija solía ser muy responsable y rara vez eludía sus responsabilidades. Un vistazo a su reloj le bastó para saber que no podría llegar a la función de teatro.
Una parte de ella se sintió culpable, otra parte de sí misma se dijo que había hecho lo correcto. La Agente 22 se dijo que ella era una espía antes que una madre y que su hija lo entendería. En el fondo sabía que no era así.
—¿Debería dar por finalizado el caso?
—Aunque admito que debe ser muy bueno si te engañó, no creo que sea prudente que continues investigando.
La Agente 22 se sintió un tanto molesta al escuchar esas palabras. Ella sabía que Scrooge no la culpaba, pero odiaba el rumbo que habían tomado los hechos.
—Ya se había escapado cuando llegué.
—Eso explica muchas cosas. Pero eso no importa ahora. Bentina, necesitó que regrese a la mansión y me traiga unas provisiones.
—¿En dónde está?
—En la Antártida.
VI
Donald sonrió con tristeza cuando ingresó a los dominios de Hécate. El mago recordó su visita anterior. Hécate lo había convocado para que aprendiera el Megaflare y ambos habían entrenado durante más de una hora. En aquella ocasión Donald le había preguntado por la reina del bosque y volvió a hacerlo en esa ocasión.
—Me temo que no tengo buenas noticias. Titania le ha encomendado a sus hadas buscar a Reginella, pero no ha habido resultados. Es como si simplemente hubiera desaparecido.
Donald bajó la cabeza. Una vez más se sintió culpable por las decisiones que había tomado. En ocasiones como esa le era inevitable pensar que pudo haber hecho las cosas mejor.
—¿Debería hacer un pacto con Magica de Spell? Quizás todavía pueda hacerlo y…
—No lo hagas. Conozco a Reginella y eso la mataría. Tal vez no literalmente, sé que le dolería y se sentiría culpable. Negociar con un secuestrador no es una buena idea.
Donald había pensado en ello muchas veces, pero escucharlas de alguien más hacía que se sintiera un poco mejor. El mago posó su mirada sobre Minnie, recordando uno de los motivos por los que se encontraba en ese sitio.
—Ella es la amiga de la que te hablé. Se llama Minnie.
Hécate estudió a Minnie con la mirada, parecía intrigada.
—Magia de fuego, eso es bastante inusual, incluso para los magos.
Minnie sonrió con orgullo.
—Gracias. Fui entrenada por Red Diamond.
—¿Red Diamond? ¿Acaso es un dragón?
—Sí.
Para Minnie hablar de Red Diamond era motivo de orgullo. El dragón le había enseñado todo lo que sabía y era uno de los seres a quien más admiraba.
—Los dragones son muy recelosos con sus secretos.
Hécate no agregó nada más. Ni Minnie ni Donald retomaron la conversación.
—Cuéntame más, quiero saber el motivo por el que has decidido visitarme. Debes saber que soy fan de las buenas historias.
Chapter 12: El reino de Dolmen
Summary:
Minnie habla sobre lo que le pasó a su gente.
Chapter Text
Capítulo 12: El reino de Dolmen
Recuerdo que ese día había empezado como cualquier otro. Eran las siete de la mañana por lo que estaba en mis lecciones de etiqueta. Mi hermana, Maggie, también debía tomar esas lecciones, pero mis padres la habían convocado a una reunión especial. No recuerdo si me dieron los detalles, pero es probable que no lo hicieran.
No es inusual que Maggie se reúna con nuestros padres. Ella es la hija mayor y la heredera al trono por lo que suele participar en ese tipo de reuniones.
No me malinterprete, no es algo que me moleste, solo lo menciono porque creo que podría ser relevante para entender lo que sucedió en mi reino.
Recuerdo que escuché unas voces en el pasillo. Conozco a todo personal que trabaja en el castillo, pero no me pidan que les diga quiénes eran. No estaba prestando atención a lo que decían.
Recuerdo que hablaban sobre algo que habían encontrado en el jardín, algo enorme.
Yo tenía curiosidad. Recuerdo que quería ver de qué se trataba ese obsequio, de hecho todavía siento curiosidad a pesar de saber que esconde algo maligno, pero creo que me estoy adelantando demasiado.
Mi maestra, la señorita Miel, llamó mi atención. Ella es una mujer bondadosa, pero a veces puede ser algo firme y no le gustan las distracciones en su clase. No noté que algo estaba mal hasta que llegó la hora del almuerzo. La señorita Miel y yo nos dirigimos al comedor. Los pasillos estaban vacíos y la comida no estaba servida. Esto último fue lo que me pareció más extraño. En el castillo todos tenemos un horario bastante estricto y los retrasos no son tolerados, ni siquiera cuando se tratan de minutos.
Un vistazo a la señorita Miel me bastó para saber que ella pensaba lo mismo. Mi profesora se disculpó, diciendo que iría a investigar a la cocina. Innecesario decir que ella no regresó.
Mi primer pensamiento fue buscar a alguien que pudiera ayudarme. Afortunadamente decidí usar la magia, porque de lo contrario temo que hubiera sufrido el mismo destino que mi gente. Es doloroso solo recordar lo que ví antes de dejar el castillo.
Cerré mis ojos y pude sentir la energía vital de todos, pero esta era débil y eso le preocupaba. Pensé lo peor. Dolmen no tiene enemigos, ni siquiera un ejército por lo que la idea de una invasión me pareció ridícula, pero no podía negar que algo estaba pasando.
No sé qué me impulsó a recorrer los pasillos con los ojos cerrados. Mantuve mis manos al frente en todo momento, guiándome por el tacto y por la energía que sentía.
En aquel momento actuaba impulsada por un presentimiento y me alegra haberlo escuchado. Encontré a todos los habitantes del castillo en la sala del trono. Aquello me hubiera parecido extraño de no ser porque había encontrado el epicentro, una fuente de energía tan oscura que incluso el día de hoy me provoca escalofríos.
Admito que fue cobarde de mi parte, pero salí corriendo a mi habitación. Ver a Fígaro me hizo sentir aliviada. Fígaro es mi mascota, un gato negro que he tenido desde niña. Ambos dejamos el castillo en busca de ayuda. Llamar a Red Diamond me pareció que era lo más sensato.
No sé dónde está Red Diamond. Él desapareció hace años. No tengo motivos para pensar lo peor. Red Diamond es un dragón y los dragones aman la libertad, pero a veces me preocupo. Red Diamond nunca se había demorado tanto tiempo en comunicarse conmigo.
Recuerdo haber ido a mi aquelarre. Esperaba que hubiera alguna novedad y sí, la había. Daisy, Clarabella y Samantha me dijeron que habían escuchado ciertos rumores sobre mi maestro.
Yo quería partir de inmediato, pero mis amigas notaron que yo estaba alterado y no me dejaron salir.
Samantha preparó un té, no recuerdo de qué era, pero sí que me ayudó a sentirme mejor.
Al principio no quería hablar de lo ocurrido, pero podía ver que mis amigas estaban preocupadas y una parte de mí deseaba hablar de lo que había pasado. Les conté todo lo que pasó después de que me separé de la señorita Miel hasta que me reuní con ellas. Ninguna podía explicar lo que había pasado, pero hablar con ellas había sido de gran ayuda. Se sentía como si me quitara una carga de encima.
Los rumores eran falsos. Recuerdo que no me importó mucho enterarme que alguien estaba usurpando el nombre de mi maestro, pero no pensó realmente en ello hasta que alguien tropezó conmigo. Fue en ese momento que Donald y yo nos conocimos. Él estaba completamente bajo el poder de Merlock. Quise llamarlo, pero Donald estaba tan afectado que solo podía pensar en el supuesto amor que sentía.
Fígaro y yo seguimos a Merlock hasta un yate. Me sentí asqueada. Merlock no solo estaba suplantando el nombre de mi maestro, sino que lo usaba para un propósito tan vil. Enterarme de que estaba involucrado en la trata de personas aumentó aún más mi enojo.
Afortunadamente Donald recuperó sus sentidos. Experimentar en carne propia su Megaflare hizo ser consciente de dos cosas. Una, que fui afortunada de que él usará magia de fuego. Dos, que no tenía ninguna oportunidad contra alguien con tanto poder.
Merlock está en la cárcel y eso me hace sentir más tranquila, pero no puedo evitar pensar que él puede estar relacionado con lo ocurrido en el castillo.
Donald, Fígaro y yo escapamos en cuanto vimos llegar a la policía. Yo no creo haber hecho algo por lo que deba ser encarcelada, pero Fairy Tail cuenta con… cierta reputación y preferí no arriesgarme.
Donald y yo fuimos a un restaurante cercano. Él me invitó a comer a mí y a Fígaro. Recuerdo que Fígaro estaba muy feliz y él suele ser un gato desconfiado y un poco… ¿Cómo decirlo?... Especial. Fígaro no es alguien que confíe fácilmente, sin embargo se nota que aprecia a Donald. Supongo que también pudo ver lo especial y maravilloso que es. Ambos charlamos un rato y él me dijo que conocía a alguien que podría ayudarme.
Saber que conocería a una diosa es un gran privilegio por lo que sabía que no podía llegar con las manos vacías. He visitado a Coco Versace, una de las mejores diseñadoras de moda y ella le ha dado un obsequio muy especial, según sus palabras, el mejor moño de su colección.
Chapter 13: Escape
Summary:
Donald y Della han hecho una broma y deben escapar de las consecuencias.
Chapter Text
Capítulo 13: Escape
I
—¿Un moño?
Minnie se sintió un poco nerviosa al ver la reacción de la diosa. Ella sabía que los dioses podían ser orgullosos y que hacerlos enojar podría llegar a ser trágico. Había muchas historias que lo confirmaban, anécdotas de mortales que sufrieron terribles destinos por imprudencia o por mala suerte. Si bien era cierto que esas anécdotas no eran del todo reales, Minnie lo sabía, también lo era que ella no quería tentar su suerte.
—Siempre he dicho que no hay nada mejor que un buen moño de color.
La diosa sonrió y Minnie se sintió más tranquila.
—Sabias palabras.
Minnie le extendió a Hécate el paquete que Coco Versace le había dado poco antes. Ver a la diosa probándose el accesorio le hizo saber que había tomado la decisión correcta.
Hécate movió su mano y frente a ella apareció un libro de apariencia antigua. La diosa arrancó una página de este, la cual volvió a aparecer de inmediato.
—Yo, Hécate, diosa de la hechicería y de las artes místicas acepto tu ofrenda. A cambio te entrego las instrucciones para elaborar la poción que salvará a tu gente. Te recomiendo no regresar a tu castillo hasta que yo me haya encargado de retirar la estatua maldita.
Minnie sonrió. Si bien era cierto que las pociones no eran su fuerte, también lo era que, por primera vez, tenía la certeza de que todo estaría bien.
—Gracias.
II
—La mamá de Bernadette le ha regalado rosas blancas, probablemente una docena. Cualquiera diría que ella era la protagonista, pero no, solo estaba interpretando a un tonto árbol.
—Puedo comprarte rosas, docenas si quieres.
La mirada de Bianca se posó sobre su madre. La adolescente se veía furiosa, era evidente que la propuesta de su madre solo la había ofendido.
—No necesito de tu lastima. Tengo fans que saben apreciar lo que realmente es importante.
La agente 22 no creía que una obra de teatro fuera importante, pero prefirió no decírselo a su hija. Ella estaba tan orgullosa de su papel protagónico y Bentina no quería hablar sobre su trabajo. Cómo espía sabía que la confidencialidad era su mejor arma.
—Date prisa y cámbiate de ropa. Iremos a la mansión McDuck.
—La mamá de Bernadette nos invitó a comer pizza y yo no puedo faltar. Soy la protagonista. Estarían perdidos sin mí.
La agente 22 le dedicó una mirada severa a su hija. No hizo falta nada más.
III
A Reginella le gustaban las flores y ella sabía que muchos en su reino compartían ese sentimiento, por lo que consideró que lo más natural era decorar el salón de eventos con muchas flores.
La pequeña reina había usado su magia para que crecieran muchas flores y poder recolectarlas para el picnic. Ella hizo que crecieran muchos arbustos y que estos tomaran forma de arco.
Las niñas fueron las que más disfrutaron de ese gesto. Muchas de ellas recogieron las flores y las usaron para crear pequeñas coronas.
—Son hermosas —comentó Reginella y no mentía. Ella se colocó una corona sobre su cabello y la usó con orgullo.
Sin embargo, no todos apoyaban la idea. Muchos niños se mostraron incómodos e incluso se negaron a usar las coronas.
—No es justo. Nos esforzamos tanto para que todos pudieran tener una linda corona de flores.
—¿Por qué tenemos que usar algo tan tonto? Nos veríamos ridículos.
Reginella se sorprendió al ver a una niña sacando la lengua. No era la primera vez que era testigo de una discusión, pero sí que tenía la sensación de que resolver dicho conflicto no sería fácil.
La reina se preguntó si debería usar una mirada severa, pero no estaba segura de quiénes deberían recibir esa mirada. Ella podía entender a las niñas, se habían esforzado tanto en hacer esas coronas.
Pero Reginella también podía entender a los niños y porque muchos de ellos parecían avergonzados.
—Les propongo un trato. Cómo todavía faltan muchas coronas, cada uno hará un adorno para un amigo y tendrá que usar el adorno que esa persona le haga.
Reginella sonrió al ver la reacción de los niños. Todos ellos parecían apoyar la idea de la reina. La realidad no podía ser más diferente y es que muchos habían encontrado la oportunidad de conseguir lo que más querían, venganza.
IV
Duckworth estaba leyendo un libro cuando escuchó el sonido de la puerta al ser golpeada. Su instinto le decía que debía ignorar el llamado, pero su sentido del deber le decía que debía acudir al llamado. Ver las ventanas de su habitación romperse en miles de pedazos le hizo pensar que no escuchar a su instinto había sido una mala idea.
Para Duckworth era evidente quiénes eran los responsables, así que decidió actuar. El mayordomo se dirigió a la habitación que compartían los gemelos, pero no pudo entrar. Era evidente que Donald y Della lo estaban esperando y que se habían preparado.
Duckworth golpeó la pinza e inmediatamente supo que había cometido un terrible error. El mayordomo pudo ver cómo la pinza empezó a generar un temblor, el cual destruyó todo lo que tenga vidrio.
Duckworth respiró profundo en un intento por calmarse. Él había actuado de manera impulsiva lo que lo convirtió en víctima de una de las bromas de los gemelos. No era la primera vez que hacían algo así y Duckworth sabía que debía ser más astuto para poder lidiar con ellos.
El mayordomo comenzó a repasar sus opciones. Delatarlos con Scrooge McDuck no era una alternativa. No era solo el hecho de que su jefe ni siquiera se encontraba en Calisota, sino el hecho de que no haría nada. Scrooge siempre estaba del lado de Della cuando ella y Donald hacían sus bromas.
La llegada de la Agente 22 bastó para sacarlo de sus pensamientos. Duckworth pudo ver cómo ella comenzaba a recoger varios objetos, pero lo que más llamó su atención fue la presencia de Bianca.
—El señor McDuck me ha pedido que le lleve algunas provisiones a la Antártida. ¿Podrías cuidar de Bianca en lo que cumplo con esa tarea?
A Duckworth no le molestaba cuidar de Bianca. Ella era una joven con buenos modales y, por lo general, permanecía callada.
—Iré por algo de ropa. Bianca, puedes ir a la biblioteca y leer lo que gustes. Solo recuerda mantenerte alejada de la sección privada del señor McDuck.
V
Clinton se acomodó en su saco de dormir. Él amaba la aventura, pero su cuerpo no era el de un joven y eso comenzaba a pasarle factura. La situación de Isabella no era muy diferente.
—¿Sabes? Hay algo que siempre he querido preguntarte. Cuando nos conocimos estabas firmando tu primer libro, pero ya habías publicado otros. ¿Por qué elegiste ese título?
Isabella comenzó a reírse. No había burla en ese gesto.
—Es una historia bastante curiosa, me alegra que preguntaras. Recuerdo que en ese entonces mi editor no tenía fe en mí, incluso me sugirió que publicara bajo un seudónimo. Sé porque lo hizo, soy una aventurero y era un campo dominado por hombres. Yo tenía fé en mis aventuras y en quién soy por lo que decidí publicar con mi verdadero nombre. Al principio mi libro no fue bien recibido, recuerdo que solía estar en la sección de descuentos, pero nunca perdí la fé. Ese libro fue el principio de todo, presentarlo es una forma de honrar mi pasado.
Clinton no sabía eso. La Isabella que él conoció era una mujer que había viajado a los sitios más inhóspitos del mundo, enfrentado a toda clase de enemigos y salido victoriosa de situaciones que creía imposibles. Pensar que hubo un tiempo en el que nadie creía en ella o que no siempre fue la aventurera y cronista más famosa era absurdo.
—Aunque admito que ahora tengo otro libro que ocupa el primer lugar en mi vida, el manual de los Jóvenes Castores.
Clinton sonrió con nostalgia al recordar el día en que le había propuesto a Isabella la creación de los Jóvenes Castores. Había sido años atrás, antes de que nacieran sus hijos. Él había comenzado a investigar sobre los Tres Caballeros y su amiga estaba preocupada pues no podía hacer que su nieto se interesara por la aventura. Ellos habían fracasado. Bradford no solo había renunciado a los Jóvenes Castores, sino que también se mudó muy lejos en cuanto cumplió la mayoría de edad y cortó todo tipo de comunicación con Isabella.
—Es una pena que nunca pudiera enseñarle a Bradford mi amor por la aventura. Él se parece tanto al inútil de su padre.
Isabella suspiró con pesar. Clinton no sabía qué pensar, era la primera vez que la veía comportarse de forma vulnerable.
—¿Clinton, prometes que no vas a juzgarme?
—Imposible, yo nunca podría juzgarte.
—A veces me gustaría que Donald y Della fueran mis nietos. Ellos son tan intrépidos y audaces. Mi nieto se parece demasiado al inútil de su padre. No importa lo mucho que me esfuerce, él siempre prefiere para su tarde rodeado de números y no desafiando a la muerte y riendose en la cara del peligro.
Clinton no sabía qué pensar. Él prometió no juzgar a Isabella y no lo haría, pero no podía entenderla. Él amaba a sus nietos y no podía siquiera considerar la posibilidad de cambiar algo en ellos.
—¿Sabes qué es lo peor de todo? Bradford me odia. Ese ingrato me puso una orden de restricción. Dijo que le provoqué traumas y que no soy una adulta funcional.
Un sonido llamó la atención de ambos aventureros. Clinton buscó con la mirada el origen de aquel ruido tan peculiar, encontrándose con un manchón de colores que se movía a gran velocidad.
Isabella y Clinton se pusieron de pie. El cansancio había sido reemplazado por algo más, la promesa de una aventura.
VI
Donald y Della se apresuraron a escapar por la ventana. Ambos estaban seguros de que Duckworth encontraría la forma de entrar en cualquier momento y ciertamente ninguno quería estar cerca cuando ese momento ocurriera.
Esconderse en el aeroplano fue idea de Della. Ninguno de ellos notó a Bianca hasta que fue demasiado tarde. La adolescente también había subido al aeroplano.
—¿Qué haces aquí?
—¿Planeas delatarnos?
—¿Por qué preguntan? ¿Acaso planean comprar mi silencio?
Donald y Della intercambiaron miradas. No era lo que esperaban, pero era algo con lo que podían lidiar.
—¿Qué tienen para ofrecerme?
Ambos hermanos intercambiaron miradas. Scrooge era el pato más rico del mundo, pero la mesada que ambos recibían era muy baja y rara vez los dejaban conservar algún souvenir. Ninguno esperaba que Bianca comenzara a reírse a carcajadas.
—Solo bromeaba. No diré nada si me dejan quedarme con ustedes.
Donald y Della se apartaron, algo que le molestó a Bianca. Ella no había tenido un buen día y la desconfianza de los gemelos le parecía insultante. Pensar en la fiesta que había organizado la madre de Bernadette hacía que se sintiera aún más molesta.
—¿Qué dices?
—No lo sé. ¿Crees que pueda seguirnos el ritmo?
—¿Saben algo? Puedo escucharlos.
La discusión terminó con el sonido del aeroplano al despegar.
VII
Reginella había estado muy ocupada con los preparativos de la fiesta. La reina había tenido que tomar muchas decisiones, la mayoría relacionadas con las decoraciones, las actividades y la comida. No era algo que realmente le molestara, a ella le gustaba ayudar y esas decisiones no eran pesadas.
Pero también tenía que tomar decisiones más complicadas. La repartición de casas era una de esas decisiones. Ella era consciente del trabajo de los constructores y ella pensaba que merecían ser los primeros en disfrutar de su trabajo, pero también era consciente de que habían personas que necesitaban de un hogar. Reginella no sabía si debería tomar en cuenta la meritocracia o la empatía.
La llegada de Cerucico fue tan inesperada como oportuna.
—Señorita, parece preocupada. ¿Sucede algo?
Reginella suspiró. Mentalmente se preguntó si sería una buena idea confiar en el hombre frente a ella. Un vistazo fue todo lo que necesitó para saber que podía hacerlo.
VIII
La Agente 22 suspiró con pesar. Ella pensaba que era predecible el que Donald y Della se hubieran infiltrado en el aeroplano, pero no sabía qué pensar de Bianca. Ella tenía instrucciones de quedarse en la mansión McDuck y le había desobedecido.
—Estoy esperando una respuesta.
Bianca parecía nerviosa.
—Yo me perdí. Pensé que si los seguía, ellos podrían ayudarme.
Bentina le creyó.
—¿Tendré que regresar a la mansión McDuck?
La Agente 22 negó con un movimiento de cabeza.
—Imposible, el señor McDuck nos está esperando.
Bianca sonrió de forma maliciosa, pero eso fue algo que su madre no pudo ver.
IX
Clinton se detuvo un momento para regular su respiración. Él había estado corriendo durante varios minutos y, aunque odiaba admitirlo, debía reconocer que ya no era joven. Isabella también se detuvo, aunque ella no se veía tan cansada.
El excéntrico pájaro desapareció de la vista de ambos, volviendo a aparecer en pocos segundos y los observó fijamente.
—¿Viste eso?
—Sí. ¿Crees que quiera que lo sigamos?
El aracuan cantó su canción y comenzó a moverse mientras que corría de un lado a otro. Ni Isabella ni Clinton podían dejar de verlo. Era la primera vez que presenciaban algo así.
X
Bentina había visto muchas cosas extrañas, irónicamente la mayoría de ellas no habían ocurrido durante su trabajo como espía, sino cerca de la familia McDuck. Ver una pingüina siendo perseguida por una morsa que cargaba el equipo de McPato no era una de ellas.
Donald y Della se encargaron de la morsa en pocos minutos. Ambos decidieron intervenir poco después de ver a la morsa y no necesitaron de palabras para saber que compartían la misma idea.
—¿Ven eso? Deben ser las pertenencias del señor McDuck. Apuesto a que si las seguimos podremos encontrarlo.
El grupo empezó la caminata. El rastro los llevó hasta una cueva, la cual tenía un río congelado.
—Tengo una idea —comentó Della.
La Agente 22 no entendió esas palabras hasta que vio a la adolescente tomar una bengala, Bentina no sabía de dónde la había tomado y ciertamente no quería saberlo. El río había sido destruido y la marea se estaba llevando a Donald y a Della lejos.
La pingüina, Bianca y la Agente 22 se habían quedado solas.
Chapter 14: Demasiado oro
Summary:
Scrooge sigue desaparecido, Clinton ha encontrado un libro que podría cambiar toda su investigación, Reginella solo quiere que reine la paz.
Chapter Text
Capítulo 14: Demasiado oro
I
Donald y Della se encontraban complementa empapados. Ambos estaban temblando de frío y de enojo.
—Bien hecho, Dumbella.
El rostro de Della mostraba indignación. No era solo el hecho de que ella era incapaz de aceptar que se había equivocado, sino el hecho de que ella consideraba que era su hermano el que se había equivocado.
—Necesitábamos algo de luz.
—Y ahora estamos empapados.
—Hice lo que tenía que hacer y eso es más de lo que tú hiciste.
—Causaste problemas, así que no cuenta.
—¡Sí cuenta!
Ambos voltearon al escuchar el sonido de una tos. No tardaron en darse cuenta de que ese sonido provenía de Bentina Beakley.
—No es momento de discutir. Él señor McDuck nos está esperando y no falta mucho para que anochezca.
Donald y Della perdieron cualquier deseo de discutir en cuanto vieron el rostro de la espía. Su gesto severo era aterrador.
La Agente 22 tomó algunas prendas de la maleta. Scrooge le había contado sobre Goldie por lo que había conseguido algunos artículos femeninos. Donald y Della obedecieron de inmediato.
—Puedo llevarlos a la ciudad —comentó la pingüina, esas palabras bastaron para animar a todos los presentes.
—¿Cree que tío Scrooge está allí?
—Es lo más probable, pero incluso si no está, podríamos encontrar a alguien que nos ayude a buscarlo.
Bianca no dijo nada, pero ella también estaba de acuerdo con la propuesta de la pingüina. Ella, a diferencia de sus acompañantes, tenía otros motivos.
II
—Usted es alguien muy noble y gentil.
Reginella no sabía porqué esas palabras no sonaban como un cumplido, incluso se sentía un poco ofendida.
—Gracias.
—Lamentablemente no todos son como usted y los niños pueden ser maliciosos.
—No lo entiendo.
Cerúsico suspiró. No parecía decepcionado, pero sí algo triste.
—Lo que quiero decir es que le ha dado una oportunidad a esos pequeños de hacer una maldad. Sé que no fue su intención, pero hay ocasiones en las que se debe desconfiar de los demás.
Reginella suspiró. Ella comenzaba a entender las palabras de su amigo, pero no sabía qué hacer.
—No creo que los niños sean crueles y despiadados.
—Yo tampoco. No creo que sean malos, pero sí traviesos. Ellos están enojados y probablemente vean una oportunidad. Si no hacemos algo, tendremos muchos problemas.
Reginella no quería problemas. Ella realmente quería mantener la paz en su reino y también deseaba que todos se divirtieran. La reina consideraba que era lo que se merecían después de haber trabajado tan arduamente.
—¿Qué me sugieres?
—Me alegra que pregunte porque tengo un par de ideas.
—Te escucho.
III
—Tengo sueño.
La mirada de la Agente 22 se posó sobre el cielo. Ella podía entender las palabras de su hija, ya era de noche, pero no había nada que pudiera hacer.
—Falta poco para que lleguemos a la ciudad.
—Eso fue lo que nos dijo hace cinco minutos y yo no veo ninguna señal de que estemos cerca.
—Entonces, ¿Por qué preguntas de nuevo?
Bianca suspiró. Ella tenía frío, hambre y odiaba ese lugar. Pensar en la fiesta que habían organizado para sus compañeros hacía que su amargura creciera. Bianca no odiaba a su madre, ella no quería hacerlo, pero en ocasiones sentía que ella era demasiado estricta y que le estaba quitando todo lo que ella quería.
—Me preocupa tu resistencia. Donald no se ha quejado y Della tampoco.
Fue en ese momento que todos fueron conscientes de que Donald no estaba. El único pato del grupo se había escapado poco antes y se encontraba durmiendo no muy lejos.
—¿Deberíamos dejarlo allí?
—No es una mala idea, pero no creo que él señor McDuck lo apruebe.
—Tío Scrooge lo haría.
—No voy a dejar a nadie atrás y esa es mi última palabra.
Bianca pensó que Bentina lo habría hecho si hubiera sido ella, pero rápidamente descartó esa idea.
“La Agente 22 ni siquiera me habría buscado”, pensó Bianca con amargura.
Ellos llegaron a la ciudad al anochecer. Varios de los pingüinos se acercaron para saludar a los recién llegados. Esa curiosidad no tardaría en convertirse en hostilidad.
Della se aferró a las provisiones, pero todos sus intentos fueron en vano.
—Me preguntó dónde estará tío Scrooge.
Todas las miradas se posaron sobre los mellizos. La amabilidad que habían mostrado en un principio se transformó en hostilidad.
—¿Qué? ¿Fue algo que dije? ¿O acaso tengo algo en la nariz?
IV
—Propongo un cambio de planes. Cada uno usará el adorno que ha creado.
Reginella se sintió un tanto decepcionada al ver las reacciones de los niños. Algunos parecían asustados, otros se mostraron culpables, pero ninguno se mostraba indiferente.
Era evidente que todos habían visto en ese adorno una oportunidad para lastimar a los demás. Cerucico tenía razón.
—¿Por qué están tristes? No se supone que esto es una fiesta?
V
—Lamento no haber podido hacer nada por Donald o por Della.
—No había mucho que pudieras hacer. Nos ayudaste y eso es más que suficiente.
Bianca desvió la mirada. Para ella ver a su madre comportarse de ese modo era extraño y la hacía sentir incómoda. Bianca lo odiaba.
—Quisiera poder hacer más.
—No es el momento para preocuparse por ello, es el momento de actuar.
La pingüina lleva a la Agente 22 y a Rosita hasta su casa. En el camino ven una morsa lanuda por lo que se aseguraron de no hacer ningún ruido.
De los tres, Bianca era quien estaba más nerviosa. La Agente 22 la observó decepcionada.
—Tendremos que reforzar tu entrenamiento y lo haremos cuando regresemos a Duckburg.
—Pero, mamá…
—No quiero excusas, tampoco te estoy preguntando. Iremos a entrenar y esa es mi última palabra.
Bianca bajó la cabeza. Ella sabía que esa era la reacción más propia de su madre, Bentina solía preocuparse más por su trabajo como agente que por su rol como madre, pero eso no hacía que se sintiera menos molesta.
—Sí, madre.
Las tres lograron llegar a la casa sin ningún contratiempo. Bianca buscó un lugar donde sentarse, encontrando uno casi de inmediato.
—Tengo algo de maquillaje, creo que esto puede servirnos.
VI
“Es hermoso”, Clinton llevó una de sus manos hasta sus ojos y comenzó a retirar las lágrimas.
El aventurero sujetó el libro contra su pecho y lo apretó con fuerza. Su instinto le había dicho que seguir al aracuan lo llevaría a algo grande, pero no imaginó que ese pájaro lo guiaría hasta su más grande ambición.
—El libro es de oro, pero no creo que ese sea el motivo por el que estás tan emocionado.
—Y tienes razón. ¿Ves las constelaciones en la portada? Tengo la sospecha de que este puede ser el Atlas de Xandra.
—¿Xandra? ¿La diosa de la aventura?
—Y guía de los Tres Caballeros.
El rostro de Isabella mostró una expresión de sorpresa y también algo de orgullo.
—Debemos abrirlo cuanto antes, solo así podremos verificar que es auténtico.
VII
La Agente 22 se tomó varios minutos para observar a su hija. Ella se sentía satisfecha con el maquillaje, pero no con los resultados.
—Creo que le falta algo.
La pingüina se alejó corriendo y no se demoró en regresar con un abrigo negro.
—Creo que esto puede servir.
Bianca se apresuró a ponerse el abrigo. Una sonrisa se dibujó en el rostro de la espía en cuanto vio los resultados.
El sonido de la puerta al ser golpeada bastó para acabar con la calma del lugar.
—¿Lucy, estás bien?
—Sí, ¿por qué preguntas?
—No es normal que te encierres en tu habitación.
—Quería enseñarle algo a mi amiga.
La Agente 22 sabía que debía actuar rápido, pues de lo contrario estarían en graves problemas. Ella dio con un armario por lo que pudo esconderse con gran velocidad.
—En seguida te abro.
La madre de la pingüina se mostró feliz en cuanto vio a Bianca. Si ella seguía sospechando o no, no dijo nada.
—¿Quién es tu amiga?
—Se llama Bianca.
—Un gusto conocerla. Mi nombre es Hilda. Espero que tú y mi hija sean buenas amigas.
Hilda se marchó de inmediato y la Agente 22 pudo dejar su escondite. Estaba cubierta de hielo e incluso temblaba, algo que era inusual en ella.
—Iré por ropa y provisiones. Necesito que las dos se porten de forma juiciosa y que se alejen de cualquier problema. ¿Entendido?
—Señora, sí, señora.
VIII
La mirada de Isabella se posó sobre el cielo. Ella podía notar como el cielo comenzaba a nublarse y el aumento en la intensidad de los vientos. La aventurera se dirigió a su habitación y buscó sus instrumentos.
—¿Qué te preocupa?
—Es el cielo, sospecho que hay una probabilidad muy alta de tormenta.
Clinton imitó a Isabella, llegando al mismo resultado.
—Será mejor que busquemos un refugio cuanto antes.
IX
Reginella se sintió más tranquila al ver a los niños divirtiéndose. Ella pudo notar como al principio se mostraron incómodos y algo molestos, pero también como esos motivos comenzaban a desaparecer conforme se iban integrando a la fiesta.
—Sabía que ellos no eran malos.
—No lo son, pero necesitan un guía y a veces también necesitan ser tratados con severidad.
—Gracias.
Cerúsico se mostró confundido.
—Por ayudarme. No sé qué habría hecho si no tuviera su ayuda.
El hombre sonrió.
—Eres una buena reina, sé que eventualmente hubieras encontrado la manera.
Chapter 15: El mapa
Summary:
Scrooge cada vez está más cerca del tesoro.
Chapter Text
Capítulo 15: El mapa
I
El cielo había oscurecido más rápido de lo que Clinton había esperado. Las nubes grises habían cubierto el cielo en su totalidad, siendo la única fuente de luz los relámpagos ocasionales. Los vientos eran intensos y las lluvias fuertes.
Clinton e Isabella intentaron buscar un refugio, pero no había nada cerca y ellos estaban lejos de la costa. Estaban solos y el radio estaba dañado por lo que pedir ayuda no era una alternativa.
—¿Tienes algún plan en mente?
—Usar cubetas para sacar el agua y usar cuerdas para atarnos al barco. Todo lo que tenemos que hacer es resistir hasta que pase la tormenta.
Ambos sabían que eso no funcionaría. La lluvia era más veloz que ambos y el viento estaba destruyendo la estructura.
Isabella y Clintón tenían grandes problemas para permanecer dentro del barco.
Ninguno fue capaz de hacerlo. Ambos cayeron al mar pocos minutos después se habrían hundido de no ser por los chalecos salvavidas.
—¿Quieres hacer una competencia hasta la costa? —preguntó Isabella en un tono burlón.
Clinton sonrió con tristeza. Él genuinamente admiraba la determinación de su compañera, incluso cuando él era incapaz de creer que todo estaría bien.
—Hagámoslo. Pero te lo advierto, no tendré piedad contigo.
—No lo hagas. Me sentiría ofendida si lo hicieras.
II
Bentina había regresado a la prisión poco después de la medianoche. Bianca dormía en compañía de Lucy y ella esperaba que los guardias de la prisión también estuvieran dormidos.
No era porque estuviera asustada, La Agente 22 estaba segura de que ninguno podría rivalizar contra ella. Simplemente quería evitar problemas.
La Agente 22 había decidido estudiar el lugar. Ella había notado la actitud hostil de los pingüinos, pero no creía que fueran monstruos terribles por lo que no consideraba que el tiempo fuera la mayor de las preocupaciones. No obstante sí le preocupaba cometer un error. La forma en que habían reaccionado cuando supieron de su cercanía con Scrooge le hacía pensar que las consecuencias serían peores si descubrían un intento de escape.
Bentina usó un mensaje en la botella para hacerle saber que ella no los dejaría solos.
Scrooge le respondió poco después. La Agente 22 reconoció dos estilos de letra diferentes, el de Scrooge y el de Della.
Scrooge le había dado la ubicación del mapa y Della le pedía una lista de cosas. La espía reconoció varias de ellas y eso le hizo sospechar qué era lo que necesitaban los gemelos.
III
Clinton estaba sorprendido. Tiempo atrás había pensado que todo estaba perdido. Tanto él como Isabella habían luchado con todas sus fuerzas y no se detuvieron hasta que sus cuerpos no podían más.
El aventurero había perdido la consciencia y cuando despertó, creyó que había muerto. Encontrarse en medio de una fiesta no ayudaba a que cambiara de idea. No obstante, no tardaría en descubrir que estaba equivocado.
—Bienvenido a Pacificus.
Clinton buscó el origen de la voz y se encontró con una bella señorita. Era un hada, una joven de cabellos oscuros y sonrisa gentil. Él no la conocía, pero una voz en su interior le decía que podía confiar en ella, que el peligro había terminado.
—Mi nombre es Reginella y soy la reina. Por favor, siéntanse como en casa.
—¿Dónde está Isabella?
Reginella sonrió. No había ningún ápice de malicia en ese gesto.
—¿Isabella es la mujer que lo acompañaba?
Clinton asintió con un movimiento de cabeza.
—Ella está en la habitación de al lado. No se preocupe, está bien, herida y cansada, pero en condiciones estables.
—Me gustaría verla.
Reginella se acercó a el aventurero y posó su mano sobre su frente. Clinton pudo sentir como una sensación cálida se extendía por todo su cuerpo y el dolor desaparecía.
—En este momento estamos celebrando, nos honraría contar con su presencia. Verificaré que Isabella se haya recuperado por completo y ambos podrán reunirse.
—Gracias.
—Será un honor para nosotros acompañarlos.
IV
—Es una pena que no puedas conocer el museo en otras circunstancias. Estoy segura de que lo amarías.
Bianca sonrió.
—Quizás para la próxima. Si tengo suerte podría convencer a mamá de que regresemos pronto.
Bianca no pensaba que pudiera regresar pronto. A ella genuinamente le agradaba Lucía, pero conocía a su madre y sabía que ella no tenía mucho tiempo libre. La Agente 22 siempre tenía un caso nuevo en el que trabajar y raramente la veía a ella como una prioridad.
“Tal vez si logro convencer a los gemelos”, pensó la niña, pero rápidamente descartó esa idea.
Los gemelos no eran sus amigos y dudaba que quisieran regresar a ese sitio, especialmente después de que fueron tomados como prisioneros por conocer a Scrooge McDuck.
—Yo podría visitarte y podríamos tener una pijamada.
Bianca sonrió. Ella también lo deseaba.
Poco después, ambas niñas se encontraban en el museo. Bianca sabía que ella tenía una misión, pero no le importaba posponerla.
—Este lugar es asombroso.
—Y eso que no has visto nada. La sala de las muñecas es mi lugar favorito.
Bianca también amó la sala de muñecas. La sala de las muñecas estaba formada por muñecas de varias celebridades, siendo la mayoría figuras locales.
—Interesante.
—El mapa debe estar cerca.
—Podemos buscarlo después. Quiero ver todas las muñecas y leer las historias detrás.
—¿Qué pasará con tus amigos?
—Ellos solo son conocidos y estarán bien. Mamá está a cargo de todo.
V
Isabella y Clinton se unieron a la fiesta en compañía de Reginella y ninguno de los dos pudo ignorar los sombreros tan coloridos que estaban usando. Esos accesorios eran demasiado vistosos como para ser ignorados.
—¿Crees que sea una tradición local?
—Los niños no parecen molestos, así que supongo que es parte de la fiesta.
—¿Deberíamos usarlos?
Isabella y Clinton intercambiaron miradas. Ninguno de los dos deseaba vestir esos adornos, pero temían ofender a los residentes locales.
—No veo a ningún adulto usarlos.
—Y no tenemos sombreros. Qué pena.
Ambos callaron en cuanto vieron a la reina, temerosos de que ella pudiera malinterpretar sus palabras.
—¿Se están divirtiendo?
Ambos asintieron con un movimiento de cabeza. Si bien era cierto que no se habían integrado del todo bien, también lo era que genuinamente se estaban divirtiendo. Clinton e Isabella no solo eran aventureros, ambos amaban explorar lugares desconocidos y conocer nuevas culturas.
—Pueden integrarse si pueden.
—Nos gusta ver. ¿sabe? Nosotros somos cronistas.
Reginella sonrió al escuchar esas palabras.
—En ese caso les tengo buenas noticias. Pacificus es un reino joven, no tiene más de un año y estoy dispuesta a compartir su historia.
VII
—Ese debe ser el mapa.
Bianca se acercó al mapa, teniendo especial cuidado de que nadie la viera. La niña no pudo hacerlo. No fue porque hubiera llamado la atención de los pingüinos, sino porque el mapa estaba mojado.
—Creo que puedo arreglarlo, pero necesitaré algunos minutos.
—Yo puedo encargarme de eso.
Lucy se dirigió al pasillo por lo que Bianca se dijo que era el momento de actuar. Ella logró secar el mapa, pero no pudo hacer que fuera del todo legible. Afortunadamente Bianca tenía sus lápices de color, los había necesitado durante la obra, y ella sabía de cartografía, su madre había insistido en ello.
VIII
Clinton nunca veía las noticias. No había ningún motivo especial, simplemente no le generaban ningún tipo de interés. Sin embargo en ese momento era diferente. Reginella le había hablado de un naufragio, uno en el que desaparecieron muchas personas. Clinton estaba seguro de que al menos un noticiero debió haber dado cobertura a lo ocurrido.
—Hemos tenido algunos problemas, pero quiero creer que todo está bien.
—Es un lugar hermoso y la gente parece feliz..
—Lamentamos no ser de ayuda. Ninguno de nosotros tiene idea alguna de quiénes puedan ser esas personas.
Reginella no parecía enojada, pero sí un poco decepcionada.
—No tienen por qué disculparse, no han hecho nada malo.
Reginella era sincera y Clinton lo sabía, pero eso no hacía menos doloroso él haberle fallado a esa hada. Todos habían sido gentiles y él quería compensarlos por la ayuda recibida.
—Si tan solo hubiera algo en lo que pudiéramos ayudar.
—Tal vez lo hay, tal vez. No lo sabemos y no creo que sea algo de lo que debe preocuparse. Todo está bien.
IX
La sra. Beakley llegó a la prisión. Ella le entregó un bolso a los niños, el cual almacenaba la ropa y la pinza que los ayudaría a escapar.
—¿Qué tienen en mente?
—Lo descubrirás muy pronto —Della sonrió con malicia. Donald, a su lado, compartía la misma sonrisa.
Donald y Della necesitaron de pocos minutos para recrear la broma que le habían hecho a Duckworth poco tiempo atrás.
La vibración hizo que la cárcel se derrumbara, pero no fue lo único que hizo. El hielo en el que estaba atrapada la morsa lanuda se rompió y la morsa fue liberada.
El ruido no pasó desapercibido para nadie.
Los pingüinos llegaron a la prisión con rapidez.
—Della, enciende el avión. Bentina, Donald, nosotros iremos por el mapa… y por Bianca.
Chapter 16: El pato congelado
Summary:
Donald y Della buscan a su tío, Bianca tiene otros planes.
Chapter Text
Capítulo 16: El pato congelado
I
A Donald no le gustaba la celda en la que lo habían encerrado, pero le gustaba aún menos la idea de que Scrooge pudiera ocultar algo. No sería la primera vez que algo así ocurría y él se temía que no sería la última. Della también se sentía del mismo modo.
—Bentina me dijo que Bianca y Lucy estarían en el museo. Espero que las niñas puedan encontrar el mapa.
Donald y Della intercambiaron miradas. Ellos conocían muy poco a Bianca, pero la habían visto colarse en el avión por lo que consideraban que tenía ciertas habilidades que podrían ayudarla en esa situación.
—¿Acaso me están ocultando algo?
—No realmente, sólo estamos preocupados.
—Sería difícil si descubren su disfraz.
Scrooge se mostró más tranquilo.
—Bentina es la mejor espía de la historia. No dudo que ella haya entrenado a Bianca para que siga sus pasos.
Donald no estaba del todo convencido. Él no sabía de las habilidades de la Agente 22, ni siquiera la había visto en acción. Tampoco sabía de las habilidades de Bianca, pero, por lo que había visto, dudaba que fueran excepcionales. Un vistazo a Della bastó para saber que ella pensaba lo mismo.
—Tío Scrooge, ¿qué fue lo que pasó? ¿Cómo terminaste aquí?
La expresión en el rostro de Scrooge cambió. Él ya no estaba sonriendo, pero tampoco se mostró enojado. Si Della y Donald hubieran prestado mayor atención, habrían notado que su corazón se había roto al recordar su más reciente traición.
—Goldie.
Donald y Della intercambiaron miradas. Ellos no necesitaban más palabras, conocían a Goldie y sabían que ese tipo de acciones eran habituales en ella, que ella era la única capaz de provocar ese tipo de reacciones en él.
—¿Dónde está ella?
Scrooge suspiró. Él quería mostrarse fuerte, pero había algo en su mirada y en su voz que lo delataban.
—Ella desapareció después de hacer eso en lo que es una profesional.
—Típico de Goldie.
Della golpeó los costados de su hermano. Donald no podía entender por qué su hermana estaba tan molesta y ciertamente no le importaba. Él estaba enojado y quería venganza. Ver a la hija de Bentina bastó para distraerlo.
—Encontré a Bianca.
Ella estaba disfrazada, pero Donald era un buen observador y pudo notar que su pico era diferente al de los demás. Ese no fue el único motivo por el que pudo identificarla. Bianca y la pingüina a la que habían ayudado era perseguida por un grupo de pingüinos.
—Será mejor que actuemos rápido. Vayan por el mapa.
Los pingüinos comenzaron a correr, aparentemente sin motivo alguno. Donald no tardaría en entender sus motivos hasta que vio a la morsa. Él podía sentir el peligro, motivo por el que empezó a correr. Scrooge y Della también corrieron e incluso la Agente 22.
La señora Beakley no huía por miedo, sino porque era necesario, ella tenía un plan. La espía usó su bufanda como si fuera una cuerda, inmovilizando a la morsa con suma rapidez. Aquello fue una solución temporal.
II
Reginella tomó asiento. sus pies le dolían y mucho, pero no se quejaba. La fiesta había sido un éxito y eso le causaba gran felicidad. El cansancio solo era una molestia menor que podía ignorar con facilidad.
Clinton se sentó a su lado, también parecía cansado.
—Isabella y yo estamos agradecidos de que nos permitiera quedarnos en su reino.
—Hicimos lo que cualquiera habría hecho en nuestro lugar.
—Desafortunadamente no siempre pasa. Isabella y yo hemos conocido a toda clase de personas durante nuestros viajes y desafortunadamente hay algunas personas que podrían tener comida de sobra y preferirían tirarla antes que compartir.
Reginella estaba sorprendida. Ella nunca había visto esa clase de comportamiento en su gente y tampoco recordaba haberlo visto antes. El hada se sentía decepcionada. Las palabras de Cerúsico y de Clinton le hacían pensar que su reino peligraba.
—Pero no se equivoque, no todas las personas son crueles. También he conocido a gente de gran corazón. He visto personas que regalan lo poco que tienen, héroes que arriesgan su vida por ayudar a los demás. Mi antepasado, Don Dugo, junto a sus amigos, el caballero Gonzalez, el caballero Carioca y Xandra, viajaron por el mundo, luchando contra las fuerzas del mal.
—Interesante.
La expresión en el rostro de Reginella mostraba auténtico interés.
—Cuéntame más.
Clinton sonrió. Por su expresión era evidente que estaba esperando esa pregunta.
—Ellos se llamaban los Tres Caballeros…
III
Donald fue el primero en subir al aeroplano. Della no tardó en seguirlo, ella estaba acompañada de Scrooge, de Bianca, Lucy y de la señora Beakley.
La morsa, la cual había logrado deshacerse de la bufanda de la espía, estaba detrás de ellos y ninguno la notó hasta que fue demasiado tarde.
—¡Della, has algo!
Della activó un interruptor de emergencia y la morsa cayó al mar, congelándose una vez más. Pasaría mucho tiempo antes de que la morsa pudiera ser libre una vez más.
—¡Eso fue divertido!
Los niños comenzaron a reírse. Bentina y Scrooge no estaban del todo contentos. Ellos no parecían enojados, pero sí preocupados. No pasaría mucho antes de que los niños pudieran entender el motivo de esa preocupación.
—La niña debe regresar a su casa.
Lucy y Bianca fueron las que mostraron más tristeza. El tiempo que habían compartido era breve, pero había bastado para formar una amistad.
—Descuiden, volveré y podrán acompañarme.
Bianca y Lucy se mostraron felices, Donald y Della, por el contrario, tenían sus sospechas. Ellos no sabían cuál era el motivo por el que la gente de ese pueblo estaba enojada con Scrooge, ni siquiera si estaba justificado y ciertamente no les importaba. Tiempo atrás, Hortense y Daphne lo habían acompañado a una de sus aventuras y ellas les contaron sobre la crueldad que había mostrado en ese viaje. Ni Donald ni Della querían que se repitiera, incluso si ellos también estaban un poco enojados.
—¿Por qué quieres regresar?
—¿Acaso planeas vengarte?
Scrooge no parecía ofendido, al contrario. El pato más rico del mundo comenzó a reírse a carcajadas, como si aquello no fuera más que una broma.
—¿Por qué lo haría? Tengo lo que vine a buscar.
—Entonces, ¿Por qué quieres regresar?
Scrooge dejó de reírse, pero no se mostró ofendido.
—¿Acaso no es obvio? Porque tiene un negocio en mente.
Todos se voltearon al escuchar esa voz. Scrooge no estaba sorprendido, Bentina tampoco. Donald y Della tardaron varios segundos en reconocerla, pero estaban confundidos. Ninguno la había visto ni sabía el motivo de su regreso.
—¿Quién es ella? —susurró Lucy. Ella no sabía qué estaba pasando, pero podía notar la tensión en el ambiente.
—No lo sé —respondió Bianca.
—Es la novia de tío Scrooge.
—Glittering Goldie.
—¿Por qué regresaste?
—¿Acaso hacer preguntas obvias es un rasgo familiar? No planeo renunciar a mi tesoro.
IV
Minnie no esperaba ver a Hécate, especialmente tan pronto. La diosa se había dirigido a su nevera y tomado su helado de fresa. Ella no parecía tener prisa por lo que Minnie sospechaba que se trataba de una visita casual. La idea de que pudieran ser amigas la hacía feliz.
—Pienso visitar Ithaquack pronto y el moño que me obsequiaste es perfecto para la ocasión, pero quiero algo más. Afrodita estará en esa fiesta y necesito algo que me haga destacar.
—¿Cómo sabrá que habrá una fiesta?
—Es Ithaquack, siempre hay una fiesta.
Minnie no estaba defraudada. El saber que Hécate había amado su ofrenda era algo que la hacía muy feliz, casi tanto como el saber que podría ayudarla.
—Hablaré con Coco Versace de inmediato. Apuesto a que ella estará fascinada de poder trabajar con usted.
—Bien. Pero ese no es el único motivo por el que vine. Tengo información relacionada con lo que ocurrió en su reino.
Eso era algo que Minnie no se esperaba. Ella ni siquiera sabía que la diosa estuviera investigando lo ocurrido. La princesa se sentía agradecida por lo que consideraba, un gesto noble y desinteresado.
—¿Quién fue? ¿Acaso un enemigo del reino?
—Error. No fue nada personal, solo una broma más de Eris.
Minnie sabía quién era Eris, aunque nunca había interactuado con ella personalmente. Como princesa y como bruja había estudiado sobre el tema y Eris, ciertamente no era su diosa favorita. Enterarse de que todo su sufrimiento había sido por culpa de una broma no hacía que su opinión sobre la misma fuera mejor.
—¿Zeus lo sabe?
—Probablemente no y pienso que sería inútil decirle. Zeus es un idiota y no hará nada a menos que le parezca divertido o que sirva para conseguir lo que desea y todos sabemos que es lo que Zeus desea más que a nada.
Minnie no sabía qué era eso que Zeus tanto deseaba. Hécate lo notó y comenzó a reírse a carcajadas.
—Eres tan dulce e ingenua. Mantente lejos de Zeus y te lo diré cuando crezcas.
—No soy una niña.
—Sí, por supuesto, lo que tú digas.
V
La mirada de la Agente 22 se posó sobre Goldie. A ella no le gustaba la idea de que esa mujer los acompañara, pero sabía que no podía hacer nada para evitarlo. Goldie era astuta y obstinada, especialmente cuando había un tesoro involucrado.
“Supongo que será mejor tenerla cerca, así al menos la podré vigilar”, pensó la espía, sin siquiera disimular el enojo que sentía. Ella era uno de los mejores elementos de S.H.U.S.H y ciertamente odiaba perder, especialmente si se trataba Goldie.
Goldie la miró de forma burlona, algo que hizo enojar a Bentina. Ella tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no hacer nada.
La Agente 22 había trabajado con toda clase de criminales, estafadores, asesinos, ladrones, mafiosos, pero ninguno de ellos podía compararse con Goldie, nadie más podía hacerla reaccionar del modo en que ella lo hacía. Y Bentina lo odiaba, porque para ella lo más importante era su trabajo como espía y ella se consideraba como la mejor en su trabajo.
—No puedo aterrizar.
—¿Estás segura, Dumbella?
—¿Acaso ves algún lugar? Porque yo solo veo agua y dudo que Lucy quiera nadar en aguas tan frías.
—Podría resfriarme.
—Entonces deja que la señora Beakley conduzca.
—¿Por qué? ¿Acaso eso hará que mágicamente aparezca una pista de aterrizaje?
Bentina comenzó a masajear sus sienes, ella consideraba que había dejado que esa discusión se extendiera demasiado tiempo.
—Hay un paracaídas. La niña podrá usarlo.
—Pero, ¿y sí se lastima?
—Estará bien, ¿cierto?
Lucy asintió de forma energética moviendo su cabeza. No se discutió más del tema.
Bianca tomó una caja de su bolso.
—Quiero que tengas esto.
La adolescente le entregó su caja de crayones, los cuales había usado para su obra de teatro. Lucy los aceptó, sintiéndose agradecida por ese detalle y deseosa de verla una vez más.
Él aterrizaje fue seguro. Poco después, Lucy se encontraría en compañía de su madre.
VI
Bertie abrió el sobre con nerviosismo. Pocos días antes él se había postulado para la prueba de ascenso de los Jóvenes Cástores y finalmente había obtenido una respuesta.
—No deberías preocuparte —le dijo su madre —. Eres un Joven Castor talentoso, un hijo maravilloso y un héroe. No puedo pensar en nadie más digno de esa promoción.
Bertie sonrió. Una parte de él creía que su madre no mentía solo por calmar sus nervios. Él abrió el sobre y lo que encontró no fue lo que se esperaba.
Bertie era considerado digno de una promoción, pero no era el único. Había alguien más, una chica llamada Clarissa quien también era considerada apta.
Su madre tomó el sobre, su rostro también mostraba enojo.
—Aquí dice que tendrás que pasar varias pruebas. No importa, solo tendrás que demostrarle a todos que eres el mejor y yo confío en que lo lograrás. Ve y hazme sentir orgullosa.
VII
Contrario a lo que muchos pensaban, el Capitán no había muerto. El odio y la ambición se habían convertido en los motores de su vida y no estaba dispuesto a detenerse hasta obtener lo que él consideraba como suyo por derecho natural.
El Capitán había sido el primero en llegar al río Waka Waka, pero no pudo buscar el tesoro, incluso si era lo que más deseaba. El hombre sabía que el tesoro estaba cerca, pero desconocía su ubicación y sabía que encontrarlo sería imposible sin un mapa.
El Capitán tenía sus recursos por lo que sabía que Scrooge McDuck tenía el mapa y que estaba en camino por lo que debía esperar. Las trampas estaban instaladas por lo que no había nada más que pudiera hacer.
VIII
La mirada de Della se posó sobre Scrooge y sobre Goldie. Ella estaba enojada y los culpaba por obligarla a hacer un aterrizaje de emergencia. La Agente 22 los había salvado. Ellos pudieron navegar gracias a una balsa que ella llevó y a sus habilidades.
—Mira el lado positivo, Della, no caímos a la cascada y no tuviste que bañarte.
—Sí, gracias a mis increíbles reflejos. Si solo hubiera sido Goldie habría creído que fue un intento de sabotaje.
—Tonterías. Ahora nuestra prioridad es buscar el valle.
—Yo creo que huir de los cocodrilos es más importante.
Della planeaba burlarse de su hermano y decirle que no había ningún cocodrilo cerca, pero se dió cuenta de lo equivocada que estaba. No era un cocodrilo, tampoco dos, sino muchos. Ellos estaban rodeados de cocodrilos.
—Yo me encargo de eso.
Scrooge usó un cuchillo para desinflar la balsa, llevándolos a un sendero.
—Sigan el sendero.
El grupo caminó durante varios minutos de forma ininterrumpida y solo se detuvieron cuando llegaron al final del sendero.
—¡Qué extraño, hay unas escaleras! —comentó Della de forma pensativa.
—Parecen llevar hasta la cima de una montaña —añadió Donald, su tono de voz era similar al de su hermana.
Ambos hermanos intercambiaron miradas, ellos compartían un pensamiento similar.
—¿Qué esperan? ¡Vamos a subir esas escaleras!
IX
Samantha se sorprendió al ver a Mickey. No era que le molestara su visita, era solo que no lo esperaba tan pronto.
—¿Cómo te fue con tu misión?
Mickey levantó los hombros con desinterés e ingresó a su departamento.
—Bien, supongo, es solo que… todo fue tan aburrido.
Samantha tomó asiento al lado de su novio. Ella colocó su cabeza sobre su hombro, pensando en lo mucho que lo había extrañado.
—¿Te quedarás?
—Probablemente. Shedlock Jones me dijo que me avisaría si teníamos un nuevo caso.
Samantha no pudo evitar el ceño. Ella amaba a Mickey y sabía lo mucho que él amaba ser un detective, pero no podía evitar sentirse molesta cada vez que se marchaba, especialmente si sus misiones se prolongaban por mucho tiempo.
—Tendrás que compensarme.
Mickey sonrió.
—Supongo que tienes razón. ¿Te gustaría ir conmigo al parque? Escuché que habría un concierto al aire libre.
Samantha cerró los ojos. Aquel podía parecer un plan sencillo, pero eso era lo que ella más deseaba.
—Te amo, ¿lo sabías?
—Lo sé.
Chapter 17: La leyenda de los Tres Caballeros
Summary:
Clinton habla con Reginella sobre las personas a las que más admira, Los Tres Caballeros.
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Capítulo 17: La leyenda de los Tres Caballeros
Cuando pienso en los Tres Caballeros suelo pensar en muchas cosas, aventura, tesoros, leyendas, pero principalmente en amistad. Los Tres Caballeros no solo eran amigos y compañeros de aventura, eran una familia, tal vez no de sangre, pero sí del corazón.
Yo siempre he admirado ese lazo y, admito, que es esa gran amistad lo que me hizo admirarlos tanto. Agradezco a Isabella por su gran apoyo, gracias a ella he podido progresar con mi investigación e incluso he escrito varios libros.
Los Jóvenes Cástores es uno de mis mayores orgullos, pero admito que me sigue doliendo haber perdido el instituto de New Quackmore a manos de quien creí mi amiga y compañera.
Pero suficiente de divagaciones, probablemente solo te estoy aburriendo y tú quieras saber más sobre Los Tres Caballeros.
Ellos fueron elegidos por Xandra, diosa de la aventura y juntos tuvieron toda clase de aventuras. Los he investigado durante años, pero mentiría si dijera que sé cuál fue la última. Quiero pensar que ellos tuvieron una vida larga y próspera. Yo soy descendiente de Don Dugo y estoy tras la pista de los descendientes de los caballeros Carioca y Gonzalez por lo que puedo asegurar que sí pudieron formar una familia y conocer las delicias del amor.
Recuerdo que Los Tres Caballeros conocieron a Xandra en medio de una aventura. La diosa había sido secuestrada por Lord Felldrake, un horrible hechicero con terribles poderes.
Es curioso como hay tan poca información sobre un hombre que provocó tantos estragos. Lord Felldrake no solo se limitó a un reino, gracias a los poderes de Xandra el cielo era su límite y gracias a sus poderes, no había nadie quien pudiera rivalizar con él.
Fueron tiempos oscuros, terribles en verdad.
Yo creo que él no estaba solo. Sé que él y Merlock fundaron un aquelarre, Jinx, pero no he encontrado pruebas confiables de que trabajaron juntos. Tampoco he encontrado pruebas de que ambos murieran, pero ellos vivieron hace siglos así que si no fueron alcanzados por las consecuencias de sus acciones, debieron morir por la edad.
Los Tres Caballeros atravesaron desiertos, navegaron ríos y escalaron montañas para poder encontrar la guarida de Lord Felldrake. Ellos pasaron por numerosos obstáculos e incluso se enfrentaron con los numerosos secuaces del dictador, pero nada los prepararía para lo que estaban por encontrar.
Como dije anteriormente, los poderes de Lord Felldrake eran terribles. Ese horrible hechicero podía crecer a voluntad y adquirió el tamaño de una montaña. Él usó su báculo para disparar láser, pero los Tres Caballeros eran rápidos y lograron esquivarlo.
Aquella batalla parecía perdida. Lord Felldrake no solo era grande, fuerte y poderoso, parecía invulnerable, pero Los Tres Caballeros eran más fuertes. Ellos usaron sus amuletos mágicos y lo sellaron. No me preguntes por los amuletos mágicos, que solo sé que existieron. Yo sería tan feliz si pudiera encontrarlos, esos amuletos y el Atlas de Xandra son de las reliquias más importantes de la humanidad.
Xandra fue liberada, pero desafortunadamente, el maleficio que la mantenía prisionera no pudo ser roto. Don Dugo le entregó el Atlas, prometiendo que nadie lo usaría en su contra y que no volvería a estar atrapada, incluso si seguía atada a ese libro. Yo quiero creer que él cumplió su promesa, pero si mis sospechas son ciertas, él no pudo hacerlo, siendo la última batalla la que le quitó todo.
Xandra estaba fascinada por los Tres Caballeros y no lo culpó, así que ella hizo lo más sensato, los nombró sus caballeros y los tres comenzaron su épico enfrentamiento contra las fuerzas del mal.
Chapter 18: Fiebre del oro
Summary:
Scrooge y Goldie son débiles cuando se trata del oro.
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Capítulo 18: Fiebre del oro
I
—¿Eso es un muro? —comentó Donald con algo de incredulidad.
—Sí, definitivamente es un muro —agregó Della, ella estaba igual de sorprendida que su hermano.
Ambos hermanos intercambiaron miradas antes de empezar a correr. Scrooge se mostró feliz al ver el entusiasmo de sus sobrinos, pero esa felicidad desapareció cuando vio que Goldie no estaba. Él empezó a correr, temeroso de lo que pudiera hacer su ex novia.
—Ve con ellos —le dijo la Agente 22 —. Yo me quedaré reparando la nave. Tengo el presentimiento de que lo vamos a necesitar.
Bianca se mostró un tanto insegura al principio, pero terminó obedeciendo a su madre.
—¡Hay una apertura!
Goldie fue la primera en abrir la apertura. Sus ojos brillaron al ver lo que estaba del otro lado, era una gran cantidad de monedas de 2.3 kilates. La reacción de Scrooge fue similar y es que ambos compartían el mismo amor por el oro.
Una moneda se soltó y cayó dentro del valle. Todos saltaron cuando la moneda golpeó en el centro. Scrooge y Goldie intercambiaron miradas. Ambos reconocieron el sonido de inmediato y eso les hizo correr sin pensarlo. Donald y Della también corrieron, sin embargo a ellos los motivaba algo más, el amor por la aventura.
Ninguno pudo entrar, pero ambos podían ver lo que había del otro lado, una pirámide de oro sólido.
—Es hermoso.
—¡Es mío!
Scrooge y Goldie se mostraron desafiantes. Ambos estaban pendientes del otro, esperando el momento apropiado para quedarse con todo el oro.
II
Clinton había estado tan enfocado en su historia que no fue consciente del momento en que varios niños comenzaron a reunirse a su alrededor. Muchos habían escuchado la historia y todos ellos se habían sentido intrigados.
—Los Tres Caballeros son asombrosos.
—A mí me hubiera gustado poder ser su amiga.
—¿Puedes contarnos más historias?
Clinton pretendió pensarlo durante unos segundos, aunque él había tomado una decisión desde el primer momento. Él era alguien que disfrutaba ayudando a los demás y los Tres Caballeros eran su mayor pasión por lo que no era algo que realmente tuviera que pensar.
—Supongo que podría contar una historia más, o tal vez dos.
—Insensatos —comentó Isabella Finch de forma burlona —. Clinton ama a los Tres Caballeros y una vez que empieza a hablar de ellos, es imposible que se detenga.
—No suena como algo terrible —comentó Reginella —. De hecho, creo que yo también podría convertirme en fan de los Tres Caballeros.
—Yo intenté advertirles, nadie puede acusarme de lo contrario.
—Isabella está exagerando.
III
—¡Qué garabatos más extraños!
—Es obvio que un Little Bonehead pensaría así. Yo, como Joven Castor sé exactamente qué es.
—Seguro. Apuesto a que no puedes leerlo sin tu tonto manual.
—Retráctate. El manual de Los Jóvenes Cástores es una fuente de infinita sabiduría y el mejor libro de todo el mundo.
Donald respondió con un gesto burlón.
Della sacó su manual de la mochila y de inmediato comenzó con la traducción. Dicha tarea no le tomó mucho tiempo. Lo que descubrió la horrorizó.
—Malas noticias para tío Scrooge y para Goldie. Ese lugar no es apto para personas codiciosas. Aquí dice que si alguien es muy codicioso y abre las tres puertas, estará en peligro.
Era demasiado tarde. Scrooge y Goldie la ignoraron y abrieron la puerta antes de escuchar siquiera su advertencia.
—Honestamente, no estoy sorprendido.
—Yo tampoco y lo prefiero de ese modo. ¿Qué es una aventura sin un poco de peligro?
La primera puerta tenía polvo de oro. Scrooge y Goldie se mostraron decepcionados, Bianca, por el contrario, parecía fascinada. Era la primera vez que ella se mostraba de ese modo desde el aterrizaje.
Detrás de la segunda puerta había una pila de monedas de oro. Scrooge pudo identificarlas de inmediato, eran similares a la moneda que había empezado esa aventura.
—Vaya, parece que finalmente hemos encontrado algo interesante.
La mirada de Scrooge se posó sobre Goldie, la desconfianza en su mirada era más que evidente. Goldie no se sintió ofendida, pues el sentimiento no era mutuo y ella era más que consciente de que las sospechas de Scrooge no eran infundadas.
—No ha pasado nada malo —comentó Bianca. No había burla en su voz, pero sí algo de temor.
Donald y Della se sentían de ese modo. Los mellizos e incluso Bianca, sabían que solo era cuestión de tiempo para que la avaricia de Scrooge y de Goldie los metiera en problemas.
Detrás de la tercera había lingotes. Scrooge se acercó demasiado, atraído por el oro y un lingote le cayó en la cabeza dejándolo inconsciente.
—¿Quieres que me quede con todo el oro? Oh, Scroogey, eres tan considerado.
Goldie sonrió de forma burlona y comenzó a cargar los lingotes de oro.
—Suban a ese canasto. ¡Ahora!
El capitán los había encontrado y ellos estaban en problemas.
IV
—¡Mickey! ¡Mickey!
Mickey podía notar la angustia en la voz de Samantha y eso le pareció extraño. Él conocía a Samantha, sabía que ella era fuerte y que no se asustaba fácilmente.
—¿Qué ha pasado? ¿Necesitas ayuda?
Samantha señaló una de las bancas situadas al lado de un basurero. Mickey necesitó de varios minutos para poder entender de lo que ella hablaba y compartir su preocupación.
Debajo de la banca se encontraba una perra moribunda. Ambos se acercaron y notaron que ella no solo sufría por el frío y por el hambre.
—Está embarazada.
Samantha usó su magia para curar al animal, pero el estado en el que se encontraba era tan grave que requería una gran cantidad de energía. Mickey lo notó por lo que posó sus manos sobre ella, compartiendo algo de su energía.
—Eso es todo lo que puedo hacer, debemos llevarla al veterinario cuanto antes.
V
Las órdenes del capitán fueron obedecidas. El grupo de Scrooge subió al canasto y el capitán los hizo descender hasta el fondo del pozo.
Bianca y Donald estaban asustados. Los demás no parecían considerar que el Capitán fuera realmente una amenaza.
—Ese olor, lo reconocería en cualquier lugar… ¡Es oro!
Scrooge encontró oro fundido al final del pozo y no fue sutil con su nuevo descubrimiento. El capitán lo escuchó todo y los hizo subir de inmediato.
—Eres demasiado ingenuo si crees que te dejaré quedarte con mi oro —le amenazó Scrooge McDuck.
El capitán se rió de forma burlona.
—¿Estarías dispuesto a morir por ese tesoro?
—Estoy dispuesto a eso y a mucho más. Tú no sabes de lo que soy capaz cuando hay un tesoro involucrado.
—No se olviden de mí —comentó Goldie, su tono de voz era burlón, pero dejaba entrever que su orgullo había sido herido.
El capitán no dijo nada, él se limitó a atacar. El primer golpe fue efectivo, impactó contra el rostro de Scrooge. El segundo golpe fue esquivado e impactó contra uno de los muros.
Scrooge McDuck era un hombre mayor, el capitán también, pero ninguno de los dos parecía demostrarlo. Los movimientos de ambos eran fluidos y los golpes denotaban una fuerza que no parecía propia de alguien de esa edad.
El capitán era agresivo. En cada uno de sus golpes resultaba evidente que ese hombre tenía intenciones de matar. Scrooge no tenía esas intenciones, pero sus ataques no eran solo una forma de defenderse.
Donald, Della, Goldie e incluso Bianca llegaron a pensar que uno de los dos pudo haber asesinado al otro de no ser porque el templo comenzó a derrumbarse.
—Tío Scrooge — le llamó Donald —. No nos queda mucho tiempo. Dime, ¿qué es lo que te importa más? ¿El tesoro o la vida?
Esas palabras bastaron para que Scrooge reaccionara. El pato parpadeó y parecía haber salido de un trance.
—Síguenos, tío Scrooge —insistió Donald —. Si tenemos suerte, la señora Beakley habrá terminado de reparar el avión.
VI
Bertie se sintió perdido cuando le dijeron que no podría usar su manual de los Jóvenes Cástores. Él había memorizado todas sus páginas, incluyendo las anotaciones que había tomado durante la última visita de Clinton y de Isabella, pero aún así necesitaba del manual. El libro no sólo era fuente de conocimiento, también le generaba seguridad.
—¿Qué pasa, Bertie? ¿Estás asustado?
La mirada de Bertie se posó sobre su compañera y su rostro mostró una expresión de enojo. Ambos eran bastante competitivos por lo que ese tipo de acciones no era nada inusual en ellos.
—En tus sueños. Espero que no me odies cuando sea yo quien consiga el ascenso.
Clarissa no respondió, al menos no con palabras. Ella le sacó la lengua de forma burlona.
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Capítulo 19: Decisiones
I
La Agente 22 supo que era el momento de intervenir cuando vio que un geiser explotó por culpa del oro. Ella estaba sorprendida, pero no preocupada. Sabía que Scrooge McDuck podía lidiar con algo así, pero le resultaba extraño que las cosas terminaran de ese modo, después de todo, Scrooge era un aventurero excepcional.
“Goldie”, pensó con amargura. Las cosas nunca resultaba sencillas cuando ella estaba involucrada.
La espía ya había terminado las reparaciones del aeroplano por lo que realmente no tuvo ningún inconveniente.
Encontrarlos no fue difícil gracias al géiser de oro, pero aterrizar fue imposible. El suelo se encontraba cubierto de oro. La espía dejó caer la escalera. Bianca y Donald fueron los primeros en subir. Della no parecía tener prisa, Scrooge y Goldie ni siquiera parecían tener intenciones por dejar el lugar. Ambos seguían cegados por el oro.
—Ambos pueden quedarse y convertirse en uno solo con el oro si tanto lo desean.
Esas palabras bastaron para que Scrooge y Goldie reaccionaran. Ambos subieron al aeroplano, pero no lo hicieron solos. Los dos se aseguraron de cargar todo el oro posible.
Bentina suspiró con pesar. Esa era la reacción que esperaba de ambos, pero no por ello se sentía menos decepcionada. Ver a Bianca y a los mellizos hizo que se sintiera mejor. Ellos eran lo que realmente importaba.
Un chorro de oro golpeó el aeroplano y eso provocó que perdiera el equilibrio. La Agente 22 hizo todo lo posible para mantener el equilibrio, pero no fue suficiente y una gran parte del tesoro cayó al río.
—¡El oro!
Scrooge y Goldie habían gritado y no fueron los únicos en hacerlo. El Capitán, quien había subido al aeroplano sin que nadie fuera consciente de ello, había saltado en un intento por recuperar el oro.
II
Samantha le extendió un vaso de café y unos panecillos dulces a Mickey antes de tomar asiento a su lado.
—Come, lo necesitas.
—Gracias.
Samantha podía notar la tristeza en el rostro de su novio. Ambos habían acudido a la veterinaria para que ayudaran al animal y el parto se había extendido más de lo que imaginaron.
—¿Ha habido alguna noticia?
Mickey negó con un movimiento de cabeza. A Samantha no le gustaba verlo tan triste.
Una de las veterinarias se acercó a ambos. El rostro de la mujer era inexpresivo, algo que Samantha interpretó como un mal augurio.
—No pudimos hacer nada por la perrita, ella sufría un cuadro severo de desnutrición y maltrato. Logramos salvar al cachorro, pero no sobrevivirá por mucho tiempo si no recibe los tratamientos adecuados.
Samantha sabía que ella no podría mantenerse indiferente y un vistazo a Mickey le bastó para saber que su opinión era similar.
—Nosotros cuidaremos de él.
—En ese caso, síganme. Les diré todo lo que necesitarán saber.
III
Scrooge McDuck intentó salvar al Capitán, pero su mano solo logró rozar el aire. Si bien era cierto que ese hombre le había provocado muchos problemas, también lo era que Scrooge podía entenderlo. Él también había experimentado la fiebre del oro en carne propia por lo que podía entender la desesperación con la que se aferraba a ese tesoro.
—Bentina, debes buscar un lugar seguro para aterrizar.
—Y rápido, es probable que podamos recuperar el oro.
La Agente 22 suspiró por lo bajo. Era por comentarios como ese que ella sentía tan poca simpatía por Goldie.
—Honestamente, no creo que sea posible. A juzgar por la erupción del géiser y las altas temperaturas, ese tesoro está perdido para siempre.
La Agente 22 no estaba equivocada. El valle había sido destruido en su totalidad y el tesoro se encontraba varios metros bajo tierra.
Scrooge y Goldie aceptaron de inmediato que hacer algo sería inútil, pero el Capitán parecía tener una opinión diferente.
Ese hombre se encontraba de rodillas, usando sus manos desnudas para escarbar.
La espía casi sintió pena por él y casi era la palabra clave.
—Bien, creo que es hora de volver a casa.
Fue en ese momento que Bentina fue consciente de que Goldie había desaparecido. No era algo que realmente le molestara, al contrario, se sentía más tranquila sabiendo que ella no estaba cerca.
—Rápido, revisen sus cosas. Conozco a Goldie y sé que ella no se iría con las manos vacías.
IV
La fiesta había terminado y Clinton se encontraba listo para volver a su casa. Pacificus era un lugar hermoso y tranquilo, pero él extrañaba su hogar y a su familia.
—Espero que podamos volver a verlos pronto —les dijo Reginella y fue sincera.
—Yo igual.
Ninguno sabía que ese sería un adiós definitivo, nadie podría haber predicho lo que pasaría después.
V
Donald y Della estaban aterrados. Ellos habían regresado tres horas atrás y Duckworth no había hecho nada. Si bien era cierto que el mayordomo nunca los había maltratado, también lo era que se trataba de alguien a quien no convenía hacer enojar y ninguno de ellos quería asumir las consecuencias de sus actos.
—¿Crees que Duckworth esté planeando algo?
—Probablemente solo está esperando el momento adecuado para devolvernos la broma.
El descubrir que Duckworth había reemplazado los vidrios no hizo que ambos hermanos se sintieran mejor.
—Parece que no va a dejarnos con tío Scrooge.
—O tal vez ya lo hizo y fue así como cambió los vidrios rotos.
El comportamiento de Duckworth no cambió siquiera un poco durante el resto del día. El mayordomo se limitó a hacer su trabajo y rara vez les miraba.
—Es hora de cenar.
Donald y Della intercambiaron miradas.
—¿Crees que le puso veneno a nuestra comida?
—No, eso sería demasiado, pero tal vez le puso algo más. No me extrañaría si hubiera escupido.
Donald y Della hicieron una expresión de asco.
—Creo que perdí el apetito —dijeron ambos hermanos al unísono.
Ninguno notó la sonrisa maliciosa en el rostro de Duckworth.
VI
Elvira tomó asiento al lado de su esposo. Ella respiró profundo, preguntándose una vez más si estaba haciendo lo correcto.
—Dime, Clinton, ¿Alguna vez has pensado en dejar las aventuras?
Clinton se mostró sorprendido. Ambos habían estado casados durante años y era la primera vez que ella hacía esa clase de comentarios. Elvira siempre lo había apoyado por lo que ese cambio de actitud le parecía extraño.
—Admitámoslo, Clinton, ya no somos jóvenes. Tus aventuras son peligrosas y yo necesito ayuda con la granja.
Ese no era el único motivo por el que Elvira le había hecho esa sugerencia a su esposo. Ella lo extrañaba y deseaba poder pasar más tiempo a su lado. Clinton tomó asiento a su lado y su rostro mostraba una mezcla de tristeza y de culpa.
—Supongo que tienes razón, te he descuidado durante tanto tiempo. Hablaré con Isabella, no creo que a ella le moleste.
Elvira sonrió al escuchar esas palabras.
—No tiene que ser permanente, solo quiero pasar más tiempo contigo —Elvira suspiró —. Me enteré que Scrooge regresó de su última aventura y creo que es el momento perfecto para una reunión familiar.
VII
A Della le desagradaban los quehaceres domésticos y solía evitarlas lo mayor posible. Por lo general solía engañar a Donald para que se encargara de sus responsabilidades, pero en esa ocasión decidió que debía hacer una excepción.
Su abuela había organizado un almuerzo familiar y necesitaba ayuda con los preparativos. Duckworth seguía sin hacer nada y, tanto ella como Donald, querían pasar el menor tiempo posible en la mansión.
—Ayer vi a Duckworth escondiendo una botella en la alacena.
Della sintió un escalofrío.
—¿Crees que sea salsa picante?
—Muy probablemente. Tío Scrooge la ama por lo que eso no le causaría problemas.
Donald y Della suspiraron.
—Será divertido pasar algo de tiempo en la granja.
—Definitivamente. Además un poco de trabajo en la granja no suena tan mal.
VIII
Mickey revisó la temperatura de la leche, era la correcta. Él se acercó al cachorro y, con mucho cuidado, comenzó a alimentarlo.
Samantha tomó asiento a su lado. Ella parecía cansada y sus ojos mostraban unas ojeras bastante marcadas.
—Deberías descansar un poco. Yo puedo encargarme de Pluto.
—¿Estás seguro?
Mickey asintió con un movimiento de cabeza.
—Sí. Tú preparaste la fórmula para Pluto así que creo que a mí me corresponde alimentarlo.
Samantha sonrió y se despidió con un beso. Aquello fue solo un roce de labios, pero era un gesto significativo para ambos, uno en el que ambos se expresaban lo mucho que se querían.
IX
Della nunca imaginó que escapar de los quehaceres domésticos fuera tan sencillo. Solo tuvo que quemar un par de platillos y ni siquiera fue intencional.
—Lo siento, abuela. Supongo que la cocina no es lo mío.
—Eso es cierto. Mi hermana es la peor cocinera del mundo. Es la única persona que conozco que podría quemar el agua.
Della se habría sentido muy ofendida si las circunstancias hubieran sido diferentes.
—Clinton acaba de regresar de una aventura y él desea actualizar el Manual de los Jóvenes Castores.
—¿Puedo ayudar?
Della ni siquiera intentó ocultar el entusiasmo que sentía. Trabajar en el manual de los Jóvenes Castores era un gran honor para ella.
—Por supuesto, pero te lo advierto, Isabella y yo hemos reunido mucha información.
El grito de Della llamó la atención de sus parientes.
—Por favor y no quiero que te guardes ningún detalle. Lo quiero saber todo, incluso los detalles más aburridos, aunque dudo que tus aventuras tengan algo aburrido. La vida de un aventurero está llena de emoción y de cosas fascinantes.
Clinton sonrió. El entusiasmo de su nieta era algo que lo hacía sentirse orgulloso y feliz.
—Donald y yo estaremos en la cocina. Conozco a mi familia y sé que estarán hambrientos.
—Especialmente el primo Gus.
—Especialmente el primo Gus.
X
Bertie comenzó a correr cuando comenzaron a caer las primeras gotas de agua. A él no le asustaba la lluvia, pero esa lluvia no era normal, tenía una carga eléctrica. El joven trató de recordar cualquier tipo de información que pudiera serle útil, pero le era difícil pensar con claridad. Ver unas plantas de hule lo hizo sentirse más tranquilo. Él sabía que el hule era un buen aislante de la electricidad por lo que le pareció sensato usarlas como material para fabricar una sombrilla.
—Apuesto a que Clarisa no sabe qué hacer.
Bertie supo que estaba equivocado cuando vió a su rival corriendo delante de él. Ella no solo había hecho una sombrilla, sino que había obtenido mejores resultados.
—Eres muy lento, Bertie.
Lerans123 on Chapter 5 Sun 02 Jun 2024 06:22AM UTC
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Alendarkstar on Chapter 5 Sat 31 Aug 2024 07:45PM UTC
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Valera04 on Chapter 16 Fri 27 Jun 2025 08:41PM UTC
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