Chapter 1: Prologo #1
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Rhaenyra despertó con tristeza había soñado con su dulce niño con su Lucerys, su gentil y amable hijo se encontraba caminando hacia la luz, más que intento llamarlo, gritar y suplicándole para que no se fuera su hijo no se detuvo y camino hasta que la luz se lo llegó, allí fue cuando despertó.
Sabía que el otro lado de la cama no estaría Daemon por eso ni siquiera volteo para ver a su esposo dormir porque él no estaría allí, noto sin mucha alegría como su ropa de dormir estaba manchada de leche materna, leche que Visenya habría disfrutado devorar.
Se cambió rápidamente y salió de sus aposentos, Sir Erryk estaba allí cuestionando su puerta.
-Mi Reina- el Sir hizo una reverencia rápida.
- ¿Y mi esposo, Sir?
-En la guardería, Mi Reina.
Asintió, girando la cabeza por el pasillo en donde al final de este en donde estaba la puerta de la guardería abierta y en donde estaba Daemon apoyado en el marco de esta, camino lentamente hasta llegar a su lado, le puso su mano en el hombro de forma delicada, Daemon no la volteo a ver, pero hizo saber que sabía que era ella tomando su mano.
-Sabes lo que sería volver a casa con buenas noticias pero ser recibido con una noticia...
La voz de Daemon sonaba distante, como si divagara.
-Por eso te levantaste de la cama- dijo con una sonrisa triste- ¿para hablar con Jace?
-Sir Harwin está muerto- susurro- Laenor está en algún lugar de Essos... Solo quedo yo para hablar, no por todo también es mi hijo al igual que Joffrey y...
-Luke- termino lo que Daemon iba a decir, pero que no podía decir.
Dentro de la habitación estaban todos los niños sobre un montón de mantas y almohadas acostados y bien dormidos, Jace tenía un brazo sobre Joffrey mientras este dormía sobre su pansa, Rhaena tenía a Viserys este dormía sobre la sabana ella tenía su mano sobre el pecho de Viserys que ya debería estar babeando y por último Baela y Aegon esta los tenía en sus brazos rodeándolo como si quisieran robárselo de estos.
-Él era una cría tranquila y amble, pero que tenía su propio fuego.
Ella asintió y pudo ver por un instante a Luke dentro de la guardería junto a Aegon, Joffrey y Viserys mientras jugaba con ellos con dos medías que había transformado en marionetas que el mismo había hecho, ahora veía a ambas marionetas sobre las cunas de Aegon y Viserys, sabía que Luke había pasado por la guardería antes de irse... Lo sabía porque sus hijos le preguntaban cuando volvería Luke para jugar como se los había prometido.
-Vermithor y Silverwing ha sido visto junto con los demás dragones rodeando el ala de Arrax.
-Se están despidiendo a su manera.
Lo sabía había visto como su dama dorada y Caraxes había estado vigilando el ala de Arrax al instante que toco la arena de la isla, Vermax junto con Jace habían vuelto a casa esa misma mañana después de una medialuna fuera y al instante que Jace puso sus dos pies en tierra Vermax había desaparecido para ir a ver lo que quedaba de su hermano menor, le dolía que los dragones si tuvieran algo de Arrax para despedirlo, pero ellos no tenían el cuerpo de su dulce niño.
-¿Y los huevos de la nidada de Arrax?
Había sido una sorpresa gigante que una dragona tan joven como Arrax tuviera su nidada tan joven, ya que las nidadas las hacían como de los 20 a 80 años de un dragón, pero Arrax tenia 14 años y tampoco se sabía con cuál dragón Arrax se había apareado.
-El huevo perlado enfrío hace horas, pero el rosa todavía sigue caliente.
-Dáselo a Rhaena.
Daemon la miro por fin con una sonrisa triste.
-Creo que Rhaena se te adelanto.
Lo miro con una ceja alzada.
-Rhaena a tomado el huevo rosa esta misma mañana, después de saber la noticia del otro huevo.
<<Por supuesto que lo hizo>> dijo una voz en la cabeza
Rhaena y Lucerys siempre había sido el confidente del otro, algo les decía que ambos terminarían comprometidos talvez por eso ambos estudiaban tanto sobre barcos, los mares y Essos, para ser una buena pareja cuando dirigieran Driftmark, una vez había escuchado a Luke y Rhaena discutir que solo querían dos hijos y cuando Arrax tuvo esos dos huevos Luke le dijo a Rhaena.
"Esos serán los huevos de nuestros hijos"
Ahora uno de los huevos se había enfriado y Rhaena se aferraría a lo único que le quedaba de esa vida que Luke y ella habían hablado por mucho tiempo.
-Rhaenyra- susurro Daemon asombrado dejando de verla y vio dentro de la habitación ella también lo hizo.
Ser quemada vivos por el fuego de un dragón le dolería menos ver como TODOS sus hijos simplemente habían desaparecido de las mantas, Daemon la soltó y corrió dentro de la habitación, pero también cuando toco las sabanas para buscar a los niños este desapareció en una luz brillante trato de llamar a Sir Erryk, pero la luz brillante la alcanzo.
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- ¡Rhaenyra! - la voz de Daemon sonaba distante, como si estuvieran a mucha distancia entre ambos.
- ¡Rhaenyra! - ahora sonaba más cerca y su tono parecía ser de preocupación pura.
- ¡RHAENYRA!
Abrió los ojos de golpe, la luz la molesto al instante cosa que la hizo volver a cerrarlos, pero no totalmente, sintió como la levantaban del suelo y la ponían en sus dos, por un instante sintió que volvería a caer, pero sintió los fuertes brazos de Daemon rodearla y sostenerla.
Por fin pudo adaptarse a la luz y ver en donde estaba, casi volvió a caer de la impresión cuando vio que estaban en la sala del trono en King’s Landing.
- ¡ASESINO DE PARIENTES! - grito Jace y se giró para ver a su hijo junto a Baela mientras eran retenidos por Corlys, pero este tenía una mirada asesina.
Mientras Rhaenys trataba de que Joffrey hiciera algo y Rhaena tenía a Viserys en brazos y a Aegon apretada a ella, pero su mirada estaba llena de fuego.
-El príncipe Lucerys no habría muerto si hubieran aceptado los términos de rendición del REY Aegon- exclamo Otto.
Jace y Baela volvieron a intentar saltar sobre Corlys al igual que Joffrey. Allí fue cuando se dio cuenta de que estaban los verdes también, todos en piyamas.
- ¿Qué está pasando? - pregunto susurrando. - ¡Yo te diré que está pasando, Rhaenyra Targaryen!
Sentado en el Trono de Hierro había un hombre alto, de piel pálida como la de un muerto, ojos rojos como la mismísima sangre y su cabello negro como la noche, vestía una capa negra muy holgada, pero lo más impactante era su aura, un aura que daba miedo pero a la vez paz.
- ¿Cómo sabes quién soy?
El hombre se fijó en ella y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
-Sé quién eres, yo estuve y estaré allí cuando todos den su último respiro en este mundo terrenal.
-Balerion- exclamo con asombro.
Balerion sonrió de una forma tétrica.
Daemon se puso rígido a su lado, pero apretó más su agarre.
- ¿Balerion? - exclamo Aegon su hermano- ¿el Dios de la muerte?
- ¿Quién más sería?
-El desconocido- exclamo Alicent con valentía- el ÚNICO Dios de la muerte que existe.
Balerion soltó una macabra risa.
-Siempre entendiendo todo mal- Alicent intento replicar, pero Otto la miro para que se callara y así lo hizo- el desconocido son uno de mis tantos nombres pero, solo en este mundo.
- ¿En este mundo? - pregunto Aemond, ignoro intensamente a su hermano para no intentar saltar sobre ese chico- ¿Hay más mundos?
-Claro que los hay y por eso vine.
Eso los dejo sorprendidos y sin palabras.
-Al parecer hubo una equivocación- apoyo sus brazos en la porta brazos del trono, pero ninguna espada lo daño- y Lucerys Velaryon termino en otro de esos mundos.
- ¿Disculpe? - hablo- ¿mi hijo…?
-Tu hijo debería estar en este momento en otro cuerpo y con otra vida que YO había predestinado… PERO MI ASISTENTE.
Se pasó la mano por la cara con fastidio.
-Se equivocó y envió a Lucerys Velaryon a otro mundo.
-¡¡¡¿QUÉ?!!!- chillo Jace ¡¡¡¿POR QUÉ?!!!
-Cada cierto tiempo los Dioses de la muerte y yo intercambiamos almas- comento como si eso fuera la cosa más normal del mundo- ya sabes, para tener nuevas almas en nuestros mundos… bueno al parecer el alma de Lucerys se mezcló con un cargamento que no debía.
-Oh, Dioses- clamo Rhaena- ¿Está perdido?
-No, ya lo encontré.
- ¿Entonces qué espera? - pregunto un angustiado Daemon- tráigalo de vuelta.
-Lucerys Velaryon ya reencarno en su tercera vida- comento con seriedad- si es una buena persona su alma se irá con los buenos aventurados y ya no poder traerlo más.
- ¿Los buenos aventurados? - pregunto Aemond
- ¿Su tercera vida? - pregunto Jace.
Balerion asintió hacía Jace pasando por alto a Aemond.
-Tu hermano ya había vivido una vida antes de renacer como Lucerys.
- ¿Quién fue? - pregunto Corlys esperanzado, Lucerys siempre fue su nieto favorito- ¿Tuvo una buena vida?
-Ustedes saben sobre ella y como murió en Dorne junto con su dragón.
Quiso vomitar, su dulce niño, había tenido un final igual de trágico en sus dos vidas. Daemon formo una mueca como si le hubiera encantado no haber sabido sobre eso, Jace se puso pálido, Baela apretó los puños con rabia, Rhaena aparto la mirada, mientras Joffrey corrió hacia ella para ocultar su cara en sus faldas.
- ¿Por qué nos cuentas esto? – pregunto Jace- ¿Te divierte saber que mi hermano tuvo destinos trágicos?
-Solo me parece interesante.
- ¿Interesante? - pregunto Aemond.
-Cuando murió Rhaenys la era de los conquistadores termino, después de su muerte la era de los conquistadores no volvió a ser igual, al igual con la muerte de Lucerys con su muerte la era de los dragones cambio y con su última vida buena en su era volvería a la gloria a los dragones, pero las personas ya habían olvidado lo que era un verdadero dragón.
Helaena se abrazó los brazos y cerrando los ojos con fuerza empezando a susurrar algo que no podía escuchar, pero vio a Alicent regañarla para que se comportara mientras Aegon soltó una risita y Aemond apretó los puños con furia. Aegon soltó una risita, todavía debía estar medio ebrio.
-Lucerys esta destino a cambiar las eras, por eso en su nueva vida me sorprendió que volviera a cambiar las eras, pero esta vez sin morir para que hubiera un cambio… por eso los llame, quiero que lo veamos juntos triunfar en su nueva vida en forma de perdón por haber perdido su alma.
Daemon soltó una risita sarcástica.
- ¿Pero quieres algo a cambio? - pregunto al Dios con una ceja alzada- ¿no es así?
-Eres muy inteligente, Daemon- los vio a todos como si los analizara- pero lo diré hasta el final, porque no quiero arruinar este momento, pero primero deberían ponerse más presentables, ya que recibirán a varias personas a lo largo de este tiempo.
Chasqueo los dedos y aparecieron varios sirvientes con ropas y varias cabinas para cambiarse, todos se empezaron a mover para cambiarse, pero ella se quedó allí mirando al Dios que volvió a chasquear los dedos y una bebida apareció en sus manos.
- ¿Tienes una pregunta, verdad? - pregunto el Dios antes de dar el primer trago a su bebida.
Ella asintió y el Dios le hizo una señal para que la hiciera.
-Usted dijo de que ya tenía determinada la próxima vida de mi hijo- el Dios asintió talvez ya viendo por donde iba la pregunta- ¿Quién sería?
El Dios sonrió.
- La princesa prometida, Daenerys Stormborn de la casa Targaryen, La Primera de su Nombre, Reina de los Ándalos, los Rhoynar y los Primeros Hombres, Señora de los Siete Reinos y Protectora del Reino, Khaleesi del Gran Mar de la Hierba, Señora de Rocadragón y Reina de Meereen.
Notes:
Hice los cambios que me dijeron en Wattpad y ahora todos y todas felices.
Bueno nos vemos en el siguiente capítulo.
Gracias por leer
Chapter 3: (Libro 1) Los Dioses son crueles
Notes:
¡¡¡SORPRESA, CAPÍTULO TERMINO MÁS RAPÍDO DE LO USUAL, POR FAVOR DIFUNTENLO!!!
(See the end of the chapter for more notes.)
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Todos se sentaron en unos sillones que Balerion hizo aparecer junto a un aparato.
- ¿Qué es eso, señor Balerion? - pregunto Joffrey señalando el aparato.
-Eso querido Joffrey, se llama televisión- Balerion chasqueo los dedos y la televisión se encendió mostrando una imagen que le revolvió el estómago era Luke momentos antes de ser devorado por Vhagar- vamos siéntense no tenemos toda la vida.
Se sentó al lado de Daemon con Viserys en su regazo y Daemon tenia a Aegon, mientras Baela, Rhaena y Jace se fueron a otro sillón Corlys puso a Joffrey en medio de él y Rhaenys en otro sillón mientras Alicent y su familia en los sillones restantes.
Balerion asintió y la televisión siguió con la imagen viendo como su hijo era devorado por Vhagar.
Lucerys no sintió nada cuando Vhagar cerro sus dientes alrededor de él, pero si llego a escuchar como TODOS los huesos de sus cuerpo se rompieron en miles de pedazos.
Vio con horror como Vhagar masticaba el cuerpo de Lucerys y Arrax como si fuera un simple bocadillo de media tarde, le tuvo que tapar los ojos de sus hijos para que no vieran tal escena.
Ni siquiera grito simplemente acepto su muerte, después de eso todo se volvió oscuro.
La televisión se puso negra y la voz de Luce dijo:
Una vez había escuchado que lo último en apagarse de su cuerpo era los oídos que por unos instantes podías escuchar las cosas a tu alrededor, en su caso fue escuchar como Vhagar mordía sus restos con los de Arrax de una forma grotesca.
-Yo se lo dije- informo Aegon- fue para asustarlo sobre la muerte.
Vio como Baela, Jace y Rhaena le lanzaron una mirada de odio puro, mientras Aemond miraba a Aegon como si lo quisiera golpear, no pasaba de largo las noticias de King's Landing sobre Aemond golpeando a cualquiera que mencionara a Lucerys.
Aegon simplemente rio.
Hasta que soltó un chillido.
No era un chillido de un adolescente de 14 años sino de un bebé.
De alguna forma tuvo otra vez sus pulmones y chillo tan fuerte que su garganta le dolió como si le estuvieran metiendo metal hirviendo dentro de esta, como si ese grito lo llevara guardando desde hace muchos años... que talvez si lo llevaba guardado desde hace años.
Formo una mueca, esa noche en Driftmark había sido un cambio total para Luke que era algo que no le gustaba hablar, de hecho lo odiaba y solo se lo guardaba para él.
-Felicidades, señorita Jackson es un varón.
Mostraron a Lucerys ahora como bebé llorando en brazos de un hombre con ropas extrañas.
Exclamo una voz lejana pero que se acercaba lentamente.
-Déjame verlo.
-Por supuesto.
El hombre ponía a Lucerys en los brazos de una mujer desconocida pero no mostraron la cara de la extraña mujer.
Sintió como lo movían pero todavía seguía chillando podía sentir como estaba cubierto de algo pero debía ser sangre, la sangre de Arrax y la suya, hasta que sintió algo cálido, algo que le recordaba a su muña.
-Ya, ya dulce niño.
Las noches siguientes de Driftmark fueron difíciles para Luke despertándose, gritando por las pesadillas que le provoco fue más de una luna para que al fin esas pesadillas dejaran de atormentarlo.
Era lo que le decía muña cuando despertaba llorando por alguna pesadilla, muña lo estaba despertando de una horrible pesadilla, se aferró a esos brazos mientras dejaba de chillar dejando que lo cálido lo atrapaba y abrió los ojos esperando ver a su madre.
Pero no era su muña sino otra persona, una mujer con una sonrisa cansada.
-Hola Percy, soy mamá.
La televisión mostro a la mujer que ahora era la madre de su hijo, era hermosa, de cabello castaño, piel clara pero ligeramente pálida y ojos azules como el mar.
Los Dioses son seres crueles.
Sally Jackson era su nueva madre, una mujer encantadora, hermosa y amorosa, era como su muña pero en versión castaña y ojos azules, le gustaba mucho y tenía un olor a galletas de chocolate que le encantaba.
Ella sonrío, Luke siempre sería devoto a sus madres.
Aunque era raro tomar leche de los pechos de su madre mientras él tenía 13 años, estaba agradecido con el creador del biberón, una botella especial para bebés así no se sentía un pervertido.
Aegon susurro algo y vio como Otto lo golpeo y Alicent se horrorizaba, mejor no preguntaba porque talvez lo que siguiera es que Aegon terminaría sin cabeza.
A su madre también le gusto que estuviera feliz con el biberón ya que esta le dolía mucho los pechos cuando él bebía de ellos, también había algo llamado cochecito en donde su madre lo metía y salían a caminar.
Vieron con asombro lo que pasaba alrededor de Lucerys en el cochecito, carruajes de metal y sin ser jalados con caballos, edificios gigantes que llegaban hasta el cielo, la infraestructura y todo lo demás.
-Una ciudad impresionante- comento Daemon y ella asintió.
Su nuevo hogar era una ciudad muy interesante, se llamada Nueva York y estaba hecha de edificios que llegaban hasta el cielo, ellos también vivían en uno pero no llegaba hasta el cielo, también existían carruajes de metal pero sin ser jalados por caballos llamados autos, aunque en el parque si había visto algunos así.
Pero había algo que le incomodaba, ¿Dónde estaba su padre?
Vio de reojo como Alicent podía atención a lo que dijo su hijo, Otto también parecía listo sacar su veneno, tuvo que desviar la vista por la furia, Viserys no le interesaba lo que estaba pasando solo estaba interesado en un muñeco de dragón que Luke había hecho para su primer día del nombre.
Sally era su madre pero nunca había visto a su padre, talvez estaba lejos como cuando se fue a vivir a Dragonstone pero su padre no fue con ellos y solo venía a visitar por algunos días por lunas.
Corlys se puso rígido, había escucho por boca de Laenor como Rhaenys siempre lo regañaba de estar lejos de los niños y como personalmente lo iba a dejar pero no se quedaba por mucho tiempo ya que parecía que no quería saber nada de sus nietos cuando estos la recibían con grandes sonrisas pero esta simplemente le decía hola y se iba inmediatamente.
Pero su madre no dijo nada y él no pregunto... bueno tampoco sabía hablar pero ya lo entienden.
Eso la hizo sonreír al igual que a los niños y a Daemon por la ocurrencia de su hijo.
Los meses pasaron y fue creciendo, se convirtió el terror de su madre cuando aprendió a gatear.
Sally buscaba a Luke por todo el apartamento hasta que lo encontró debajo de la mesa, Luke soltó un grito de felicidad y empezó a gatear rápidamente mientras Sally lo seguía de cerca con una sonrisa y llamándolo.
Su madre lo llamaba Flash por lo rápido que gateaba, pero ¿Quién era Flash? ...se comía.
Balerion soltó una risita mientras terminaba de beber su bebida, Aegon parecía desesperado por un poco del trago que Balerion se estaba terminando de beber.
No importaba lo que le importaba era que su madre era una gran cocinera incluso mejores a los cocineros de Driftmark y Dragonstone.
Corlys levanto una ceja, Lucerys siempre le decía que la comida de Driftmark era la mejor.
Cada comida que ella le hacía él se comía hasta la última cucharada, cosa que hacía feliz a su madre .
Después empezó a hablar, era torpe pero su madre se emocionó hasta las lágrimas cuando la llamo mamá y le compro algo llamado helado un dulce frío que se convirtió en su favorito.
Soltó una risita como Luke se comía el helado llenándose toda la cara y Sally limpiándolo antes de volverse a llenar la cara con más helado.
Cumplió 5 meses y vio por la ventana como la nieve empezaba a caer, en su vida anterior solo había visto la nieve por unos meses ya que el invierno había llegado y se había ido rápido.
Vio a Jace y Rhaena sonreírse recordando ese invierno, Baela ya estaba en Driftmark así que solo quedaron ellos tres jugando con la nieve.
También noto como las personas empezaban a decorar todo con luces (algo como candelas que nunca se acaban y tenían buena iluminación y algunas eran de colores) y pinos decorados .
Sally puso un pino y empezó a decorarlo con las luces de colores, con objetos y esferas, mientras Luke estaba en aparato parecido a una mecedora admirando el brillante pino.
-Se llama navidad- le dijo su madre cuando señalo el pino decorado de azul y rojo.
Al parecer la navidad era por el nacimiento de Jesús un Dios que nació de una virgen y murió por los pecados de la humanidad.
Escucho a Alicent soltar una risita, todavía creía que los 7 eran los Dioses más importantes y tirarles cizaña a los creyentes de otros Dioses justamente cuando tenía a un Dios de otra religión sentado a unos metros de ella.
-Suena como un Dios muy interesante- comento Corlys a Balerion- ¿usted lo ha conocido?
-Claro que sí y tiene razón, Lord Corlys- Alicent parecía lista para hablar sobre los 7 pero Otto le dio una mirada de no hablar- Jesús es muy interesante lo que no me gusta mucho son algunos de sus seguidores, son muy...
Se fijo en Alicent y sonrió con descaro.
-Hipócritas.
Alicent pareció darse cuenta de algo y se puso roja como un tomate.
Pero también había personas que lo celebraban por alguien llamado Santa Claus un hombre de avanzada edad gordo y vestido de rojo que dejaba regalos a los niños buenos en su trineo volador, entraba a las casa en la noche por la chimenea y que venía del polo norte, a cambio de un regalo solo tenías que dar galletas y leche.
-Eso suena muy aterrador- declaró Rhaena- un anciano entrando a mitad de la noche por una chimenea para comer galletas y tomar leche para después dejar un regalo a un niño que no conoce pero que sabe de su existencia.
-Oh, chica- hablo Balerion poniéndose la mano en el pecho- esa es una descripción MUY aterradora sobre Santa Claus.
E incluso su madre lo llevo a conocerlo y le tomo una fotografía (una clase de pintura pero sin ser pintura), para después ir de compras como un mercado gigante decorado con navidad.
Cuando fueron al áreas de las comidas su madre se sentó en una mesa algo alejada cerca de las ventanas en donde se podía ver a la nieve caer, parecía nerviosa y lo sabía porque mecía su coche como cuando quería que durmiera en un lugar público, cosa que estaba logrando hasta que alguien se sentó enfrente de ella, dejo varias bolsas y dos platos de comida.
Daemon la miro de reojo, notando al instante el parecido abismal del hombre con Luke.
-Debe ser él.
Ella asintió.
Era un hombre muy apuesto, traía ropa de invierno pero con estampado de barcos, peces y olas, era alto y bronceado como si pasara todo el tiempo bajo el sol, su cabello era negro como el de un Baratheon y sus ojos eran verdes mar, era joven pero un poco mayor que su madre.
Rhaenys levanto una ceja, ver a Lucerys ahora parecerse a su sangre Baratheon la decepcionó, si se sorprendió que Luke fuera la Reina Rhaenys pero que tan bajo tuvo que caer para convertirse en un bastardo y ahora era un bastardo oficial en ese nuevo mundo.
-Sally- susurro su nombre lleno de amor.
-Hola- dijo su madre empezando a sonrojarse- es bueno verte.
El hombre sonrió enternecido.
- ¿Cómo ha ido todo? - su mirada se fijó en él preguntándole a su madre como estaba él.
-Es un bebé tranquilo... muy diferente a cualquier niño.
El hombre asintió y se fijó en él.
-Hola pececito- el hombre lo saludo con la mano moviéndola de un lado a otro otra nueva forma que se saludaban en su nueva vida y él se lo regreso cosa que hizo que el hombre sonriera.
- ¿Han estado bien?
-Todo bien.
- ¿Has notado algo extraño?
Daemon levanto una ceja mirándola de reojo antes de fijarse en Aegon que parecía señalar algo que pasaba en la televisión.
- ¿Qué tiene de extraño un bebé bastardo? - pregunto Aegon.
Todos lo miraron y él solo se recostó en el sillón con aburrimiento mirándose las uñas.
- ¡Aegon! - reprendió Alicent.
- ¡¿Qué?!- pregunto- se nota que sus padres no están casados y que ese hombre es su padre.
-En el mundo que Lucerys renació ya no existen los bastardos.
- ¿Por qué? - pregunto Rhaenys- es un niño fuera del matrimonio, eso debería ser mal visto.
-Al igual que nacen de la lujuria y...la mentira- Otto miro a Rhaenyra.
Ella apenas tuvo tiempo de sostener a Daemon para que no saltara sobre Otto.
Vio a Jace hacer una mueca, que su propia abuela le estuviera diciendo que era un pecado debía ser doloroso, Rhaena se movió levemente hacía Jace para darle fuerzas, Baela solo rodo los ojos con molestia, Joffrey miro sin entender a su abuela y Corlys se puso rígido lanzándole una mirada a su esposa para que no siguiera por ese camino, Rhaenys ni le hizo caso, Aegon parecía gustarle el fuego que provoco, Helena solo se concentró en un punto en específico y Aemond parecía listo para golpear a alguien.
-Porque ellos evolucionaron de esos pensamientos anticuados...ustedes están a AÑOS de evolucionar.
Su madre negó.
-Todavía es joven para que su olor sea perceptible.
- ¿Qué tan mal olor debe de tener Lucerys? - pregunto Baela.
-No es un mal olor...solo es un olor que tendrá para toda la vida.
Baela no parecía satisfecha por su respuesta.
¿Olor?, pero si su madre lo había bañado esa misma mañana con su jabón favorito que tenía olor a miel y no con el otro que olía a menta que hacía que su naricita se llenara de mocos y llorara por el intenso olor.
- ¿Qué puedo hacer para que no huela?
El hombre lo pensó un momento.
- ¿Puedes hacer que huela a una persona normal?
-Luke no es una persona normal es un jinete de dragón.
-Mezclado con magia...Ding...Ding...Ding... ¡Premio Mayor!
Daemon lo entendió al instante.
-Está en peligro... ¿ese olor...?
Corlys y Jace parecía listo para levantarse y exigirle a Balerion que hiciera algo, pero el Dios hizo una señal para que se tranquilizaran, cosa que lo hicieron pero no con gusto sino porque Rhaenys y Baela los sentaron en los sillones.
Su madre analizo un momento las palabras del hombre sin mucha emoción.
- ¿No puedes hacer algo más?
-Sabes que no puedo Sally...ni siquiera debería estar aquí y lo sabes.
El hombre parecía estarse poniendo cada vez más nervioso y mirando constantemente al cielo, un cielo nublado y en donde caía nieve.
Su madre parecía decepcionada del hombre pero no dijo nada.
-Si pudiera haría algo, pero lo único que puedo hacer es...
- ¿Pero por cuanto...?
-Sabes que esta la otra manera.
El hombre parecía listo para levantarse y alzarlo, pero su madre movió el carrito más para ella.
- ¡No! - contesto con furia, eso sí lo asusto un poco, su madre nunca se había enojado no cuando volvo el plato de comida por accidente o cuando se quedó atrapado bajo la cama cuando su pelota azul termino rodando bajo esta... era como ver a un madre dragón con sus crías.
Sally sería una buena madre dragón. Rhaenyra estaba contenta con la nueva madre de su hijo.
El hombre bajo la cabeza con vergüenza como si estuviera recibiendo una regañada fea, el silencio se volvió incomodo tanto que él ni siquiera quería hacer ruido.
-Hare lo que pueda, Sally, pero sabes que no podre protegerlos de ellos por siempre.
-Deja que crezca lo suficiente y después lo enviare lejos.
-Disculpa- exclamo Rhaena sorprendida- ¿lejos?
-Es un bastardo- mencionó Aegon mirando a Rhaena- por supuesto que lo quiere lejos.
Rhaena parecía lista para gritarle a Aegon pero Jace y Baela la detuvieron.
Lejos, no quería, quería estar de su madre, empezó a llorar y su madre lo tomo en brazos e intento calmarlo pero él solo lloraba aferrándose a ella.
-Sera mejor que me vaya- acerco las bolsas a su madre- nos vemos después, Sally.
Su madre solo asintió a su dirección y el hombre se levantó y desapareció en el mar de gente.
-A veces tu padre es un idiota.
Espera, ese hombre era su padre.
-Bastardo- susurró Aegon y Aemond solo lo miro con furia.
Santa Claus le trajo una andadera una muy bonita y de color azul, volviéndose un peligro ya que quería aprender rápido a caminar pero la andadera tenía ruedas y era normal que se terminaba golpeando con la pared ya que no frenaba a tiempo cuando empezaba ir más rápido, por dicha era seguro pero siempre escuchaba la risa de su madre cada que se estrellada en la pared.
Se preocupo cuando vio como Luke se golpeó con esa andadera en la pared pero su hijo simplemente no le daba importancia y seguía con sus cosas antes de volverse a golpear con algo más.
También descubrió lo muy obsoleto que eran los maestres al lado de los maestres o doctores de este mundo, ósea sus conocimientos eran superiores.
El doctor empezó a revisar a Lucerys con extraños aparatos mientras trataba de distraer a Luke que parecía encantado con los aparatos, mientras Sally lo sostenía y el doctor lo revisaba.
Cada mes su madre y él tenía que ir por chequeos medico cosa que le gustaba porque allí en el consultorio del doctor había un ala para él y le gustaba mucho los nuevos juguetes de este mundo, aunque no le gustaba mucho cuando le ponían una vacuna pero si la paleta que le daban después.
Ese mismo doctor le bajo el pantalón a Luke, cosa que la escandalizo al igual que a varios, Luke era un príncipe y que le hicieran eso, sería traición podría perder sus manos o su vida, vio con horror como el hombre saca un tubo y en la punta tenía una aguja llamas vacunas, le puso alcohol en un poco de algodón y después le metió esa vacuna por la pierna.
Escucho un jadeó antes que Luke empezara a llorar desconsolado no saco la aguja hasta que todo el liquido de esta fuera metida en su hijo y le pusieran una cosita de color azul para que la sangre no saliera, Sally lo abrazo con fuerza diciéndole que era muy valiente antes que el hombre le ofreciera un dulce.
-Apuñala a mi nieto y después le da un dulce.
-Es solo una vacuna para que no enferme de Polio.
Corlys quería replicar pero Rhaenys lo detuvo.
Antes de cumplir su primer onomástico o cumpleaños como ahora se llamaba, su madre se quedó sin dinero, al parecer habían estado viviendo de unos ahorros y ahora estaban llegando a su fin así que su madre tuvo que buscar un trabajo.
- ¿Por cuantas monedas crees que esa mujer se venderá? – le susurro Alicent a Otto.
-Por tener un bastardo, creo que ninguna.
Un día mucho antes de su hora de despertar su madre lo despertó, lo baño y vistió para dejarlo en una guardería.
-Dulce muchacho- le dijo su madre en brazos de una desconocida- te quedaras aquí hasta que yo vuelta.
- ¿Ponto?
-Luke debe estar pensando que su nueva mami lo va a abandonar como le dijo a su padre- comento el pequeño Joffrey mientras Corlys lo rodeaba protectoramente, no le gustaba que Luke ya no estuviera con ellos.
-Cuando ese reloj- un reloj de manecillas que estaba en su aula y señalaba una hora después de las 6- llegue después de las 4.
No entiendo mucho pero asintió y su madre se fue, la señora Willis, una señora mayor era su cuidadora junto con otros 9 niños, todos los niños de allí estaban a punto de cumplir el año, era divertido la señora Hill les contaba cuentos, jugaba con ellos, les cantaba y también les cambiaba el pañal... aunque eso último no era su cosa favorita.
Al parecer les agradaba a todos porque muchos se llegaban a pelear por su atención... más las chicas.
Daemon levanto una ceja de forma coqueta mirándola, ella soltó una risita.
Cuando Luke estaba con ellos muchos llegaban a decir que Luke sería la nueva delicia del reino no solo por su parecido con ella sino también con la reina Aemma, ambos eran idénticos solo que su hijo tenía el cabello castaño pero sus ojos grises azulados, piel clara y que parecía de porcelana y sus facciones valyrias eran idénticos a la Reina Aemma.
Talvez por eso su hijo siempre estaba siendo seguido por los demás niños ya que talvez nunca había visto esas facciones que podrían ser las únicas en su nuevo mundo... se preguntaba si la Reina Rhaenys también tuvo la misma cara que su hijo.
Aunque había una que no le agradaba nada, Lucy Garden una niña de cabellos rubios, piel clara y ojos verdes pero no como los suyos sino como los del pasto, le gustaba molestarlo, jalarle el cabello, botarle sus bloques e incluso llego a morderlo.
-No me agrada esa niña- informo Corlys de forma sería.
Joffrey asintió dándole la razón a su abuelo.
Pero algo paso después de su cumpleaños, la señora Willis los ubico en sus cunas, la suya estaba cerca de la ventana ya se estaba quedando dormido cuando sintió como que algo se movía dentro de su sabana, talvez la señora Willis le estaba moviendo la cobija que la agarro con fuerza en los lugares en donde sentía que se movía la cobija y se durmió. Despertó con los gritos de su madre, al parecer lo que tenía en sus manos no eran partes de su cobija eran dos serpientes muertas.
Se llevo la mano al corazón cuando vio a su hijo sosteniendo dos serpientes muertas agarradas directamente de las cabezas tan fuertes que las había dejado sin aire hasta matarlas.
-Eso es interesante- comento Daemon con interés.
Nunca volvieron con la señoría Willis y empezó su vida llena de misterios.
La televisión se detuvo con Sally llevándose a Luke mientras se aferrándose a él con fuerza.
-Oh, parece que se nos unirán unas personas más.
Las puestas de la sala del trono de abrieron solas y Criston Cole junto a Ser Westerling entraron a la sala del trono pero era la persona en el centro que la hizo levantarse con asombro.
-El Rey Viserys Targaryen, primero con el nombre, Rey de los Ándalos, Los Rhoynar y los Primeros Hombres, Señor de los Siete Reinos y Protector del Reino.
Notes:
En el próximo capítulo sabremos el punto de vista de Aemond.
Chapter 4: Pulverizo accidentalmente a mi profesora de álgebra
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La primera vez que supo sobre Lucerys, fue por parte de su madre ya que les había dicho que no tenían permitido acercarse a Rhaenyra ya que había dado a luz a otro bastardo y no quería que se contagiaran de algo que podrían tener esos niños, su hermana Helaena no le hizo caso y fue a ver al niño junto con un regalo, una cobija bordada de águilas, ciervos, caballitos de mar y dragones que había pasado bordando por semanas.
Cuando le pregunto el porqué, ella solo respondió:
-Las águilas son fuertes ante los caballitos de mar y los ciervos, pero no a los dragones.
Su hermana recibió una regañada de parte de su madre por acercarse a Rhaenyra y sus bastardos, su hermana ni siquiera se inmuto solo siguió bordando y metida en su propio mundo.
La segunda vez que supo sobre Lucerys fue esa misma tarde, Sir Leanor había vuelto a aparecer con un huevo de dragón y se lo puso al lado de su hijo, el bastardo había incubado su propio dragón y eso lo puso furioso mientras un bastardo tenía un dragón propio, él había visto como su huevo se enfrió lentamente.
Su padre había estado extasiado despidiendo a todo el consejo al instante que tuvo la noticia y se fue corriendo para verlo con sus propios ojos; cosa que fue verdad porque lo siguiente que supo de su padre fue que había sido visto cargando con orgullo a Lucerys y en sus hombros el dragón perlado de su nuevo nieto vigilando que no hiciera nada malo a su próximo jinete.
Ahora que sabía que Lucerys fue la Reina Rhaenys se preguntaba si Arrax también fue Meraxes, jinete y dragón juntos hasta el final, ambos con destinos trágicos... se preguntaba si cuando era Rhaenys, él y Lucerys se habrían conocido y Lucerys le habría quitado algo, ya que este le había quito el ojo y también...
Su padre le dio una cachetada cuando llego frente a él.
Parecía estar sano pero con su cuerpo actual, su mirada violeta era de pura furia, como esa noche en Driftmark.
- ¡Viserys! - chillo su madre preocupada y sorprendida al ver a su esposo que llevaba más de medialuna muerto levantarse entre los muertos y darle una cachetada.
Su padre se giró para ver a su madre con esa misma furia.
-Mas tarde me encargare de ti, Alicent.
Su madre formo una mueca y dio varios pasos para atrás por la furia de su padre.
-Su gracia, debe estar confundido- dijo su abuelo- Alicent solo hizo lo que le pidió sobre Aegon.
Su hermana Rhaenyra le lanzo una mirada a su padre pidiéndole explicaciones, pero su padre no la miro sino que miro a Otto.
-Que te hace creer que yo me refería a Aegon.
-Tú lo mencionaste, Viserys- declaró su madre intento acercarse a su padre pero este le negó su afecto- en tus últimos momentos.
-Estaba confundido y creí que habla con mi hija Rhaenyra... ¡MI UNICA HEREDERA! - su madre se detuvo y se quedó sin habla- sacaste de contesto a tu favor mis últimas palabras, Alicent y lo que hiciste fue traición... la más alta traición, debería cortarte la cabeza.
Su madre chillo y Sir Cole se acercó protectoramente.
-Su gracia, creo que se está pasando.
-AHH, el mata nobles- sir Cole se puso estático- matar a Sir Joffrey Lonmouth cuando era un invitado en nuestra casa y después matas a mi más viejo amigo a Lord Lyman Beesbury... que bajo caíste Cole gracias a que tuviste el favor de mi hija.
Sir Cole estaba ofendido.
Aegon estaba impactado... en serio su hermano había creído que su padre había cambiado de parecer antes de morir.
-Rhaenyra tampoco es una santa, Viserys- Viserys la miro con rencor.
-Podría decir lo mismo de ti Alicent- su padre dio unos paso hacía Alicent mientras su madre parecía querer gritarle que ella no era como la puta de Rhaenyra- acostarte con tu escudo juramentado desde hace años mientras le decías a mi hija donde está el deber y el sacrificio, al parecer mi hija tiene más deber y sacrificio que tú Alicent.
-Tu hija tuvo bastardos, Viserys.
- ¡MI HIJA NO TUVO BASTARDOS! - se giró para ver a Jacaerys y Joffrey- su sangre Arryn es mucho más fuerte que la de los Velaryon y Baratheon pero no a los Targaryen... Jace es idéntico a Lady Jeyne Arryn, mientras Luke era idéntico a mi Aemma, pero Joffrey es idéntico al príncipe Aemon pero con los colores Arryn, tuviste que verlo Otto, tú lo conociste, pero como siempre solo piensas en tu propia ambición.
Escucho la burlona risa de Daemon y vio como Rhaenys volteaba a ver a sus nietos varones con si buscara algo en ellos.
-Muy bien- Balerion se levantó del trono de hierro- creo que ya tendremos tiempo, para lanzarnos nuestras verdades... ahora es hora de continuar.
Su padre se fue al lado de su hermana junto a Sir Westerling mientras Sir Cole se quedaba con ellos, su padre abrazo con fuerza a su hermana dándole una disculpa y a su tío también le dio uno pero más corto sentándose a un lado de ellos y junto a ellos Sir Westerling en guardia como siempre.
La televisión volvió a cambiar ahora Lucerys no era un bebé de un día de nombre ahora parecía de cinco días de nombre que subía con entusiasmo las escares de un edificio llamado museo, hasta llegara a la último escalón y girar para ver a su nueva madre que las subida con tranquilidad hasta llegar a su lado.
Su madre tomó su mano y él le sonrió, dejándose guiar dentro del museo.
-Mi nieto siempre es devoto a sus madres.
Su hermana asintió.
-Eso mismo pensé.
Vieron el área de dinosaurios, donde se preguntó si los dragones eran la evolución del Pterodáctilo Quetzalcóatl, conocido también como la Serpiente Emplumada.
Era un esqueleto guindado al techo y pudo notar los parecidos de ese... dinosaurio a un dragón, Lucerys se le quedo viendo por mucho rato, mientras Sally leía una placa pegada a la pared con intriga.
Había leído muchos libros sobre el origen de los dragones, pero nunca sobre la evolución. Tal vez los dinosaurios existieron hace millones de años y cayó un meteorito llevándolos a la extinción al igual que en su nuevo mundo, excepto a los Pterodáctilo Quetzalcóatl, que pudieron esconderse en las 14 llamas, encontrándose con los gusanos de fuego y apareándose hasta llegar a los dragones que después serían encontrados por los Valyrios.
-Ese es una excelente teoría de como nacieron los dragones- comento su padre- creo que se la conté a él una vez.
Recordaba haberla escuchado esta teoría de su abuelo Viserys.
Su padre sonrió.
Él era quien lo ayuda a construir su maqueta cuando todavía vivían en Red Keep.
- ¿Era tu mejor constructor? - pregunto Daemon, levantándole una ceja como si quiera recordarle algo a su padre.
-Mi mejor constructor siempre será Aemma.
Daemon sonrió, Rhaenyra vio enternecida a su padre mientras su madre formo una mueca de molestia, siempre sera la sombra de Aemma Arryn.
A su abuelo le encantaba llevárselo cuando terminaba sus lecciones y él disfrutaba de sus consejos para tallar figuras, ya que había heredado su habilidad. Fue una tarde antes de que Joffrey naciera. Jace estaba en el campo de entrenamiento, ya que tenía la edad. Su abuelo lo había recogido después de una reunión de emergencia del pequeño consejo; se veía cansado y enfermo, ya que recientemente le habían quitado parte de su mano izquierda, dejándolo solo con tres dedos, y días antes del nacimiento de Joffrey, parte del antebrazo izquierdo.
Esa tarde también había estado presente su tía Helaena. Su abuelo parecía tener una debilidad por ella y por su madre.
Siempre a sus hijas nunca a sus hijos.
Aunque más por su madre. Les había traído sus dulces favoritos y les empezó a contar sobre esa teoría que tenía sobre el origen de los dragones mientras tallaban figuras, y su tía Helaena bordaba un paño con dos dragones, uno verde y el otro blanco, que parecían estar enojados el uno con el otro. Cuando lo terminó, se lo regaló a su abuelo.
Su hermana volteo a ver a Helaena con intriga.
—Es muy hermoso, Helaena —le dijo su abuelo con una sonrisa—. Gracias.
—Están danzando —comentó ella, con la mirada en sus útiles de costura mientras los guardaba en una caja.
—¿Por qué? —preguntó él antes de darle un gran bocado a su pastel de limón.
Su tía cerró la caja y lo miró.
—Porque el dragón blanco tiene un tesoro del dragón verde y este lo codicia con su vida.
-Lucerys y Aemond- susurro Baela.
Sus primas y sobrino miraron a su hermana con más intriga.
Cuando le iba a preguntar qué era lo que se llevó el dragón blanco, su madre hizo acto de presencia para llevárselo, ya que junto a Jace y su padre ahora irían a un vuelo en su dragón , que ya habían terminado su entrenamiento con la espada. Aunque su madre también le preguntó a su hermana si querían acompañarlos, ya que hacía unos meses había reclamado a Dreamfyre. Ella se negó, queriendo pasar más tiempo con el abuelo y sus historias de la vieja Valyria, pero le agradeció por la invitación y prometió que sería en otra ocasión.
—Percy —lo llamó su madre, y él la miró—. ¿Te gusta este dinosaurio?
Ya no estaban en la habitación de su padre sino de vuelta en el museo, Sally acariciaba el cabello negro de su sobrino.
Él asintió, pero también dijo:
—Se me parece a un dragón.
Su madre vio el esqueleto del Pterodáctilo Quetzalcóatl con interés y parecía captar su punto, porque le dio la razón unos segundos después. Siguieron viendo las exposiciones del museo hasta llegar a una nueva sección sobre la mitología griega.
A su madre le fascinaba contarle historias de los dioses griegos antes de que se fuera a la cama, con una intensidad que les recordaba a las historias de la vieja Valyria que su abuelo le contaba.
Su padre sonrió enternecido.
También le gustaba jugar a ser un monstruo de esa mitología y cómo lo derrotaba con los conocimientos de esos cuentos. Su madre debía ser una fan de la mitología griega, ya que Perseo no solo era su nombre, sino también fue un héroe de esa mitología.
-Solo son cuentos antiguos- comentó su madre con odio, debe odiar que los 7 no estuvieran en ese nuevo mundo para guiarlos con su sabiduría- no son tan importantes.
Balerion le dio una mirada a su madre como si no creyera lo que había dicho.
Vieron tapices, pinturas, estatuas e incluso una maqueta del Partenón, donde también estaba la Atenea Partenos. A veces se preguntaba cómo una estatua gigante haya desapareció en una sola noche... pero después recordaba la maldición de Valyria, que fue destruida en una sola noche, y se le pasaba.
-Ya se debe estar acostumbrando a no tener magia a su alrededor- Daemon le paso a Aegon el menor a su padre que lo sostuvo en sus brazos y le dio un beso en su cabecita ya que parecía que se estaba quedando dormido.
-Si hay magia alrededor de Lucerys- comento Balerion con una sonrisa- solo que no la nota.
Hasta que llegaron a una estatua de un hombre que sostenía una cabeza, la cabeza de Medusa, un monstruo.
—¿Qué ves? —preguntó su madre.
—A Perseo... también compartimos nombre.
Su madre asintió.
—Por eso te nombré así.
—¿Por eso me pusiste ese nombre... porque fue un héroe?
—¿Qué te hace creer que fue un héroe?
-Porque derroto a un monstruo- contesto Aegon como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Lo pensó por un momento.
—Porque derrotó a monstruos.
Aegon hizo un ruido con la boca como si tuviera la razón y Lucerys lo hubiera aprendido de él.
—¿Y por qué crees que ella era un monstruo?
—Mamá —exclamó como si fuera obvio.
Su madre le dio una mirada de "te lo explico".
—No todos los que se ven como héroes son héroes... y no todos los que se ven como monstruos son monstruos.
-Sabías palabras de Lady Sally- proclamo Sir Westerling.
-Estas en lo correcto, Sir- comento Balerion con una sonrisa.
Su madre tenía razón; ese fue su momento de darle la razón a ella.
—Te puse su nombre porque cuando él era pequeño, él y su madre fueron encerrados en un cofre y arrojados al océano por un malvado rey... solos y con temor, en las noches su madre le susurraba al oído.
Su madre se acercó a él.
—Sujétate fuerte, Perseo, soporta la tempestad que fue hecha para rompernos, pues somos irrompibles si nos tenemos el uno al otro... y contra todo pronóstico, pudo encontrar su camino a una vida feliz.
Lucerys miro a su madre Sally con tanta devoción como si ella fuera una Diosa, una estupidez, esa mujer no era nadie a comparación de él.
Su madre lo miró con una sonrisa y él también le sonrió.
La escena volvió a cambiar, Lucerys ya no era un niño pequeño ahora debía tener unos 11 o 12 días de nombre, estaba admirando la estatua de Perseo ignorando el montón de chicos a su alrededor.
—Señor Jackson... ¿Señor Jackson?
Dejó de mirar la estatua de Perseo y vio al señor Brunner, su profesor.
—Perdón, profesor —se debería estar poniendo rojo por ser tan despistado.
Escuchó risitas, pero el profesor hizo una señal para que se detuvieran.
—Le pregunté, señor Jackson —señaló una pintura—, ¿qué representa esta pintura?
Era la pintura más horrenda del mundo, era sobre un hombre casi anciano comiéndose a un bebé, escucho a su madre casi gritar del horror, Aegon se movió inquieto, Cole se puso más firme, Helaena ni siquiera estaba prestando atención solo bordaba en un paño lo que parecía ser un caballo con alas, algo insignificante, mientras al otro lado de la sala las gemelas y Jacaerys formaron muecas de asco, Rhaenys solo aparto la mirada, mientras Corlys te tapaba los ojos a Joffrey y tenía una cara de asco, Daemon tenía una mirada interesada en el cuadro, su padre parecía querer vomitar y Rhaenyra abrazaba a Viserys II contra su pecho como si tuviera miedo que ese hombre apareciera frente a ella y quisiera comérselo.
La miró y la reconoció al instante.
—Ese es Cronos devorando a su hijo.
- ¡Puaj! - exclamo su abuelo- que Dioses más horribles.
-Cronos no es un Dios- informo Balerion.
El señor Brunner asintió.
—¿Por qué lo hizo?
—Ehh... Cronos era el rey dios y...
—¿Dios?
—Perdón... titán —se corrigió, volviendo a sentirse nervioso—. Lo hizo porque su padre Urano le dio una profecía antes de derrocarlo... que uno de sus hijos lo iba a derrocar... y por eso se los comió... a todos, a excepción de Zeus, ya que su madre Rea lo cambió por una piedra... este... Zeus creció, engañó a su padre con una poción de vino y mostaza para que vomitara a sus hermanos y hermanas.
—¡Puaj! —exclamó una chica a sus espaldas.
Varios asistieron de acuerdo con la niña
—...hubo una gran lucha entre los dioses y los titanes —continuó— y los dioses terminaron victoriosos cuando destruyeron a Cronos en miles de pedazos y lo arrojaron al tártaro.
Detrás de él, Nancy Bobofit habló con sus amigas:
—Esto es una estupidez. ¿Para qué nos servirá esto en la vida real? No lo necesitaremos, ¿creen que nos preguntarán en nuestras entrevistas de trabajo: "Por favor, explique por qué Cronos se comió a sus hijos"? Una idiotez.
—¿Y para qué, señor Jackson —volvió a preguntar el señor Brunner, parafraseando la excelente pregunta de Nancy—, hay que saber esto en la vida real?
—Te han pillado —exclamó su amigo Grover a Nancy, pero esta le sacó el dedo del medio.
Miro con interés al nuevo amigo de Lucerys, un lisiado.
Su sobrino tenía un corazón amable para hacerse amigos de ese tipo de gente.
—Ehh... tal vez sus enseñanzas.
El señor Brunner lo vio con interés y le hizo una señal para que continuara.
—Cronos creó su propia destrucción al comerse a sus hijos, ya que ellos eran sus amenazas. Pero hay una frase: "Mantén cerca a tus amigos, pero aún más a tus enemigos". Si Cronos no se hubiera comido a sus hijos y hubiera sido un buen padre con ellos, tal vez nunca hubiera sido derrotado por sus propios hijos.
Rhaenyra parecía interesada en esa frase que dijo Lucerys. Ella creía que le interesaba estar cerca de ella.
El señor Brunner parecía sorprendido, pero notó sus fallos en lo que acababa de decir. Sabía que aunque Cronos hubiera sido un buen padre, alguno de sus hijos lo habría derrotado, tal vez junto a sus hermanos o solo.
Rhaenyra debía entender que en el bando de los verdes siempre estarían unidos .
—Interesantes palabras —exclamó mirándolo—, pero mal ejecutadas.
Asintió, admitiendo su error.
-Al menos lo intento- animo Jace.
Intentar no es lo mismo que ganar y por eso él gano en Storm's end.
—Bien, creo que ya es hora del almuerzo. Señora Dodds, ¿podría conducirlos a la salida?
La Señora Dodds los empezó a guiar. Cuando se estaba dando la vuelta, el señor Brunner exclamó:
—¡Señor Jackson! —formó una mueca de molestia.
<<Ahí vamos>>, exclamó una voz en su cabeza.
Se giró y vio al señor Brunner hacer una señal para que se acercara. Le dio una mirada a Grover.
—Busca una mesa para seguir jugando mitomagía.
Grover asintió y se fue. Se acercó al señor Brunner, que ahora miraba una estela de una chica.
—Señor.
El señor Brunner tenía una mirada que no podía dejar pasar: sus ojos eran de un castaño intenso, como los de Jace y Joffrey, pero estos parecían tener más de mil años viendo todo lo que pasaba a su alrededor.
Jacaerys y Joffrey sonrieron cuando fueron mencionados por su hermano, como si ellos fueran importantes en la vida de Lucerys, no... ese era Aemond.
—Señor Jackson, muy interesantes palabras— exclamo. — Pero la mitología griega es más importante de lo que piensas. Saber estas historias es lo que nos da identidad, conocimiento y sabiduría. Si no sabes de dónde vienes, difícilmente sabrás hacia dónde te diriges.
Pensó en lo que dijo.
—Está bien, señor. —Quería que terminara la conversación lo más pronto posible. Tenía hambre.
—Y... —agregó el señor Brunner mirándolo directamente a los ojos—. Cuando llegue el momento, debes saber que podrás tomar las decisiones correctas.
-El entrenador del caballo alado ha visto algo interesante en la perla- susurro Helaena.
Sintió una extraña incomodidad, como si esas palabras fueran más que un simple consejo académico. Pero asintió, porque no sabía qué más decir.
—Vete a almorzar, Percy. No te preocupes por lo que no entiendes ahora. Todo tendrá sentido en su momento... Solo voy a aceptar lo mejor de ti, Percy Jackson.
-Ese hombre sabe algo- comento Corlys con seriedad.
Asintió y se alejó mirando como el señor Brunner volvió a mirar la estela, como si hubiera estado en el funeral de la chica, sintiéndose un poco más ligero. Sin embargo, la inquietud no desapareció del todo. Algo en el tono del profesor Brunner le hizo pensar que había más de lo que parecía a simple vista. Pero porque al ser un estudiante de excelencia, todos los profesores le decían eso cada vez que se equivocaba en algo.
-Talvez porque quieren lo mejor de él- indico Rhaenys con indiferencia pero parecía ver con otros ojos a Lucerys, parecía como si viera algo que nunca había visto en él.
De verdad le gustaba mucho la clase del profesor Banner, más cuando eran los días de competición, cuando se disfrazaba con una armadura romana y gritaba: "¡ADELANTE!", y les hacía desafíos, espada contra tiza, corriendo hasta la pizarra y nombrando a todas las personas griegas y romanas que habían vivido alguna vez.
-Eso suena divertido- dijo Joffrey con entusiasmó.
También les enseñaba lo básico del griego antiguo y un poco de latín.
-Espero que también siga practicando su Valyrio- Daemon era exigente con sus hijastros.
Pero el señor Brunner siempre esperaba más, al igual que los demás profesores. Tenía una beca que mantener... la mejor beca, su madre no tenía que pagar ni un solo centavo por su escuela, cosa que la ayudaba a ahorrar. Por eso no le importaba pasar hasta la medianoche estudiando para que su madre no se preocupara por nada.
-Se esfuerza mucho...talvez más de lo que debería- balbuceó Rhaena mirando a su hermano.
Grover encontró una mesa al lado de la fuente y ya estaba allí con sus almuerzos y con las cartas listas para seguir jugando. Eso hicieron cuando se sentó en la silla; Grover ya había cambiado las cosas de sus almuerzos.
-Ósea que manoseo la comida de mi nieto- Su padre acomodo mejor a Aegon que al parecer le gustaba moverse cuando duerme.
El tráfico de la Quinta Avenida se veía feo, no por los muchos carros que estaban esperando para moverse, sino por la tormenta que se venía, con las nubes más negras que había visto... o si las había visto junto con Arrax.
<<Atrápalos Vhagar, no los dejes escapar>>
Sintió la mirada de odio de los negros, hasta cuando se dejarían de ser las víctimas de lo que sucedió, eso solo era entre su sobrino y él.
Odiaba las tormentas, pero no podía culpar al clima ni tampoco al cambio climático. Todo había estado raro desde la Navidad: las tormentas de nieve casi lo dejaron sepultado cuando salió a comprar algo, inundaciones e incendios provocados por rayos. No se sorprendería si la tormenta que se acercaba se convirtiera en un huracán, pero a nadie parecía interesarle. Algunos de sus compañeros apedreaban palomas con trocitos de galletas. Nancy intentaba robar algo del monedero de una mujer y, evidentemente, la señora Dodds hacía la vista gorda.
-Que niños tan malos- comento su madre.
—¿El señor Brunner te castigó? —Grover levantó la mirada de sus cartas para preguntarle.
—No, solo quiere lo mismo que los demás profesores.
Grover asintió, pero señaló su manzana y él asintió. Grover agarro su manzana y le dio un mordisco.
Siguieron jugando, pero solo podía pensar en su apartamento, que solo estaba a unas calles de allí. No veía a su madre desde Navidad, y le dieron ganas de subirse en un taxi para que lo llevara a casa en donde estaría su madre.
Rhaenyra sonrió enternecía por Sally, su hermana no notaba como Lucerys la había cambiado por otra madre, tan rápido como reencarno.
Ella le daría un abrazo y se alegraría por verlo, pero también se sentiría decepcionada y lo miraría con esa expresión de "¿Por qué estás aquí?" Tristemente, lo que le prometió a su padre se hizo realidad y lo mandó lejos.
Era lo que los padres debían hacer cuando tenía bastardos, ellos eran pecados andantes.
Yancy estaba muchos kilómetros de ella, y si él fuera a casa, su madre inmediatamente lo subiría a un taxi, le diría que se comportara, pero que lo quería de todo corazón, antes de dejarlo ir. Era lo extraño de su vida: su madre siempre lo enviaba lejos cada vez que veía algo extraño.
-Extraño- dijo Corlys mirando a Balerion.
Este solo le sonrió en forma de disculpa.
Más que los profesores y la administración rogaban para que no se fuera de sus escuelas, su madre nunca les hacía caso y lo enviaba a otra escuela aún más lejos. Él nunca decía nada porque no quería ver esa mirada otra vez.
El señor Banner apartó la silla de ruedas al final de la rampa para paralíticos. Masticaba apio mientras leía una novela. En la parte trasera de la silla tenía encajada una sombrilla roja, lo que hacía parecer una mesita de terraza motorizada.
-Creo que me gustaría una de esas- proclamó Aegon divertido.
Su madre le dio una mirada para que se callara.
Le iba ganando a Grover en mitomagía cuando apareció Nancy y sus desagradables amigas. Tal vez se había cansado de robarles a los turistas.
- ¡Puf!, ahora que quieren esas niñas- Baela se cruzó de brazos con molestia.
—Hola, Percy —habló con una voz melosa fingida. Vio cómo varias chicas se sonrojaban levemente.
Porque siempre las mujeres debían ser una promiscuas al lado de su sobrino. Cuando su sobrino solo debía tener ojos para él
—Nancy —saludó.
Nancy sonrió con sus dientes torcidos. Tenía pecas naranjas, como si alguien se las hubiera pintado con pintura naranja chillón.
—Percy, ¿por qué estás con este niño tonto? ¿Por qué no estás con nosotras, las populares?
—Yo también soy popular, Nancy —comentó mientras tomaba otra carta. Era la carta de Poseidón—. Solo debes revisar la sala de trofeos de la academia.
Era cierto: en ese año que había estado en Yancy, había ganado un premio en el torneo natación contra las mejores academias del país, cosa que lo hizo más popular de lo que ya era. Todavía seguía sin saber por qué muchas chicas y unos cuantos chicos siempre le hacían miradas o susurraban cada vez que caminaba por los pasillos. Pensaba que era por Grover, ya que era un blanco fácil para los brabucones, pero incluso cuando no estaba con su amigo, los susurros y las miradas no paraban y él no entendía nada.
-Luke siempre fue muy despistado en esos temas- hablo Baela.
Lo recordaba bien, cuando eran pequeños Lucerys siempre se llevaba las miradas de los nobles cada que salían, como los sirvientes siempre mimaban más a su sobrino o cuando la gente pequeña se quedaba perplejo por la belleza de su sobrino, pero Lucerys nunca pudo entender lo hermoso que era.
—Lo sabemos, pero creo que no deberías unirte a alguien como Grover —comentó con una sonrisa—. Él es lisiado y tú eres listo.
Varios empezaron a negar por la actitud de la niña.
Dejó sus cartas sobre la mesa, ignorando que Grover podría verlas y así ganarle.
—Creo que te estas pasando, Nancy —la chica le sonrió como si fuera un tonto.
—Solo quiero que veas que deberías cambiar tus prioridades y Grover no es una de ellas...es solo una carga.
Todos contuvieron la respiración cuando Lucerys se levantó de la silla lleno de furia y estaba listo para empujar a Nancy pero se quedaron sin habla cuando vieron que el agua de la fuente arrastrar a la niña.
Se quedó en blanco. Y lo siguiente que oyó fue un revuelo y un estrépito de agua. Ni siquiera la había tocado, pero Nancy estaba dentro de la fuente, chillando:
—¡Percy me ha empujado! ¡Ha sido él!
-Impresionante- murmuro Corlys con una sonrisa extraña y la mirada puesta en Lucerys- muy impresionante.
-Un peligro- susurro su Cole.
La señora Dodds se materializó a su lado, agarrándolo del brazo. Algunos de sus compañeros susurraban:
—¿Has visto...?
—...El agua...
—...La ha arrastrado...
Ni siquiera sabía de lo que hablaban, pero sí sabía que sería su primera vez en problemas.
-Perla corre... corre a los brazos de tu madre - susurro Helaena.
Él y la señora Dodds nunca se llevaron bien desde que llegó después de Navidad. Ella siempre quería atraparlo haciendo algo mal, pero nunca llegaba a nada. Siempre me señalaba y exclamaba "y ahora, cariño", pero ahora había perturbado a su alumna más querida y estaba en problemas.
—Y ahora, cariño... Ven conmigo —me empezó a jalonear el brazo con fuerza.
- ¡OYE! – exclamo Jacaerys con molestia- lo estas lastimando.
—¡ESPERE! —intervino Grover, intentando quitarle la mano de mi brazo—. Yo lo hice, yo empujé a Nancy.
-Ese si es un gran amigo- comento Corlys.
Amigo... ¡AMIGO! Ese chico era un idiota.
No lo podía creer; Grover estaba intentando encubrirlo cuando le tenía un miedo atroz a la señora Dodds. Ella lo miró con tanto odio que hizo que su amigo temblara.
—Me parece que no, señor Underwood —exclamó.
—Pero...
—Usted... se... queda... aquí.
Grover me vio con desesperación antes de que la señora Dodds volviera a jalonearme.
—No te preocupes —le dije con una sonrisa—. Gracias por el intento.
—En marcha, cariño —dijo la señora Dodds mientras me llevaba—. ¡En marcha!
- ¿Adonde se lo lleva? - pregunto Rhaenyra- si fue esa niña que lo empezó todo.
Escuché a Nancy reírse y señalar a Grover. Sentí cómo la señora Dodds me soltaba y, cuando giré, ella ya estaba en la entrada del museo, dándome una señal para que me diera prisa.
—Qué rápida es —se dijo a sí mismo, pero debía ser algo del TDAH; tal vez su cerebro estaba malinterpretando las cosas de su alrededor.
-TDAH, ¿eso que es? - pregunto Rhaenys a Balerion.
-Es un trastorno que hace que tenga una dificultar de prestar atención, sea hiperactivo y una conducta impulsiva.
-Ósea que el príncipe Lucerys está enfermo- su abuelo Otto parecía interesado en la revelación que había dado Balerion.
Balerion rio fríamente y su abuelo palideció.
-El niño no está enfermo, solo tiene dificultades para concentrarse en las cosas a su alrededor.
- ¿Hay una cura? - pregunto Rhaenyra con preocupación.
Balerion negó con la cabeza.
Se acercó a la mujer, dándole una última mirada a Grover, que estaba pálido y le lanzaba miradas al señor Brunner, que estaba muy concentrado en su novela.
-Si ese hombre estuviera atentó, Lucerys no estaría en problemas- Baela formaba muecas de furia como si en cualquier momento fuer a estallar por lo que le pasaba a Lucerys.
Cuando volvió a ver a la señora Dodds, ella ya no estaba en la entrada sino dentro del edificio, al final del vestíbulo, y él ya tenía una idea de lo que quería. Quería que le comprara una nueva camisa a Nancy.
-Creo que eso no solucionará el problema- Rhaena se estaba poniendo nerviosa.
Genial, pensó, perdería sus últimos dólares del mes en una estúpida camisa.
Lucerys parecía molesto mientras empezaba sacar el dinero de sus bolsillos, unas hojas rectangulares de color verde y unas monedas mientras seguía a la mujer.
Mientras buscaba el dinero, la mujer se adentraba más y más entre las salas, y él no notó que la tienda del museo ya estaba bastante lejos y que estaban otra vez en la parte grecorromana, que estaba completamente desierta.
-No me gusta esto- comento su Joffrey aferrándose a su abuelo y este lo rodeo protectoramente.
Ya cuando sacó su último billete y tenía un poco de 15 dólares en billetes sueltos y monedas para comprarle una camisa medio decente a Nancy, se dio cuenta de dónde estaba. La señora Dodds estaba de brazos cruzados frente al enorme friso de mármol de los dioses griegos, como si quisiera que ellos fueran testigos de su tremenda regañada. Él tragó seco y metió lentamente el dinero otra vez en sus bolsillos.
—Has estado dándonos problemas, cariño —dijo ella.
Todos se miraron sin entender a lo que se refería la mujer.
Tal vez si decía todo, la regañada terminaría más rápido.
—Sí, señora.
-Porque este niño sigue siendo igual- Rhaenys se tapó la cara con decepción.
La señora Dodds tenía un amor por las cazadoras de cuero, ya que siempre portaba una, y hoy no era la excepción, ya que estiró los puños de la cazadora.
—¿Creías que realmente te saldrías con la tuya? —Su mirada iba más allá del enfado, era perversa... la misma mirada que había visto de parte de Alicent Hightower antes de querer quitarle su ojo.
<<Tranquilo, es solo una profesora>>, se dijo con nervios. <<Ella tiene prohibido hacerte daño>>.
-Al igual que Lady Alicent- comento Daemon- solo que ella sí, se podía salir con la suya.
-Esa época termino- exclamo su Padre que le prestaba atención a Viserys II que señalaba la televisión y llamaba a Luke.
—No volverá a pasar —sonrió con nerviosismo—, ya saben lo que dicen: siempre hay una primera vez para todo.
Un trueno sacudió el edificio, lo que le hizo temblar de miedo.
<<Vhagar... ¡NO! ...Sírveme Vhagar>>
-Ya veo- exclamo Daemon mirándolo con una sonrisa loca- perdiste el control de Vhagar.
Sabía lo que ese significaba ya que su padre se lo había dicho.
Si pierdes el control de tú dragón, significa que no eres un buen jinete de dragón.
Apretó sus puños con molestia, él era un excelente jinete, no por todo había podido reclamar a Vhagar antes que Rhaena.
—No somos idiotas, Perseo Jackson —informó ella—. Descubrirte fue solo cuestión de tiempo. Ahora confiesa y no dolerá mucho.
—Disculpe.
-Si también estoy perdido- comento Aegon mientras se rascaba la cabeza-...en realidad no estoy entendiendo nada y ni me importa.
Oh, Dioses, había descubierto que vendía caramelos ilegalmente en el dormitorio. O se dio cuenta de que había falsificado la firma de su madre para ir al torneo de natación, ya que se le había olvidado pedírselo cuando estuvo en casa.
Daemon soltó una risa sarcástica.
-Ahora nuestro dulce niño hace cosas ilegales.
Rhaenyra golpeo levemente el hombro de Daemon pero a este no se le borro la sonrisa.
—¿Y bien? —insistió con furia.
—Señora, yo... perdón.
—Ya es tarde, cariño.
Con horror vieron como la mujer se empezó a cambiar su aspecto a algo no humano, Viserys II grito con horror y Rhaenyra lo cubrió con sus brazos para que no viera mientras no podía.
Helaena se cubrió los oídos mientras gritaba:
-¡¡¡PERLA CORRE...CORRE A LOS BRAZOS DE TU MADRE!!!
Su madre intento abrazarla pero Helaena la apartaba con brusquedad su hermana parecía como si estuviera loca.
Como si se tratase de una película de terror, los ojos de la señora Dodds empezaron a brillarle como carbones en una barbacoa, se le alargaron los dedos y se transformaron en garras, su cazadora se derritió hasta convertirse en alas como murciélagos.
Dio tres pasos hacia atrás con los ojos bien abiertos. Esa mujer no era humana... era un monstruo horrible.
- ¡HUYE DE ALLÍ MUCHACHO! - grito Corlys con voz ronca y con preocupación.
- ¡LUKE! - Jace se levantó listo para salvar a su hermano pero Rhaena y Baela lo detuvieron.
Daemon si parecía estar listo para saltar a través del televisor y salvar a Luke.
- ¡QUE HORROR! - exclamo Cole pero todavía atento a ver como esa cosa mataba a Lucerys.
Y de pronto las cosas se tornaron aún más extrañas: el señor Brunner, que ahora estaba dentro del museo, apareció en la galería y le lanzó un bolígrafo.
—¡Atrápalo, Percy! —gritó.
Entonces la señora Dodds se abalanzó sobre él.
-¡¡¡NO, LUCERYS!!!- chillo Jace mientras las lágrimas bajan por las mejillas.
Joffrey se tapó los ojos mientras gritaba con horror, Sir Westerling estaba en shock y Rhaenys solo veía hacía otro lado pero con la mirada perturbada.
Al último segundo pudo esquivarla y pudo sentir sus garras rasgar el aire junto a su ojo. Atrapo el bolígrafo que todavía estaba en el aire y en ese momento se convirtió en una espada. Era la espada de bronce que el señor Brunner utilizaba en el día de las competiciones.
Vio con asombro esa espectacular arma que ahora tenía su sobrino en manos.
La señora Dodds lo miró con una mirada asesina. Él empezó a temblar como un animal recién nacido y la espada casi se le cae de las manos.
Pero su sobrino todavía no estaba a la altura de pelear con una espada... talvez nunca lo esté.
—¡MUERE, CARIÑO! —rugió y voló directamente hacia él.
Su abuelo veía todo con asombro, su padre parecía no entender como una mujer se había convertido en un monstruo, su madre se tapaba la boca con las manos y Aegon se encorvaba en su asiento con miedo.
Lo invadió el pánico e instintivamente blandió la espada. La hoja de metal le dio en el hombro y atravesó su cuerpo como si estuviera relleno de aire. ¡Chsss!
Su sobrino dio un corte limpio en el hombro.
La señora Dodds explotó en una nube de polvo dorado y con olor a azufre, un alarido moribundo y un frío malvado alrededor, como si sus ojos siguieran mirándolo.
Jace cayó al suelo como si no pudiera creer que su hermano acaba de matar a es horrenda cosa mientras Baela lo abrazaba y le decía que todo estaba bien que Lucerys estaba bien.
Cayó de rodillas, respirando con dificultad, soltando la espada y tocándose el pecho, sintiendo que el corazón le iba a explotar.
¡¿QUÉ MIERDA HABÍA SIDO ESO?!
Levantó la vista para ver al señor Brunner, pero ya no había nadie en la sala, solo él y la espada, o eso creyó, ya que la espada había desaparecido y ahora era una pluma normal. Aún le temblaban las manos y sentía que su almuerzo ya venía para afuera. Tal vez su almuerzo tenía hongos alucinógenos o algo así.
¿Se lo había imaginado todo?
Daemon se levantó con furia de su asiento y miro a Balerion con ojos de loco.
- ¡¿QUÉ MIERDA A SIDO ESO?!... ¡¿POR QUÉ MI HIJO ACABA DE SER ATACADO POR ESA COSA?!
Balerion levanto las manos en forma de paz.
-Quisiera explicarles todo... aunque tendrán que esperar... pero pronto lo sabrán.
Daemon estaba listo para replicar pero Rhaenyra lo hizo callar y volver a sentarse mientras le entregaba a un sollozante Viserys que lo abrazo como si fuera a desaparecer y apoyaba a Rhaenyra en el pecho, Baela ayudado a Jace a levantarse y volverse a sentar.
Tuvo que tomarse unos segundos antes de volver afuera, donde ya había comenzado a lloviznar. Grover todavía seguía en la mesa con la sombrilla abierta. Nancy también estaba allí, aún empapada por su bañito en la fuente. Cuando lo vio, le dijo:
—Espero que la señora Kerr te haya dicho lo que es mejor para ti.
- ¿Quién? - pregunto un extrañado Aegon.
—¿¡Quién?! —preguntó confundido.
—Nuestra profesora.
Hizo memoria, pero no tenían ninguna profesora con ese nombre. Le preguntó de qué estaba hablando, pero ella solo rodó los ojos con molestia y se dio la vuelta. Llegó hasta Grover y le preguntó por la señora Dodds.
—¿Quién? —preguntó confundido, pero no lo vio a los ojos.
-Le está mintiendo- Corlys acariciaba la espalda de Joffrey para que parara de llorar mientras este se aferraba a sus ropas.
—Esto no es gracioso, Grover —le dijo asustado—. Esto es grave.
Resonaron truenos sobre sus cabezas. Cuando miró hacia arriba, vio a Arrax pasar seguido por Vhagar y tuvo que bajar la vista, tocando su vientre.
En medio de Nueva York mostraron como Vhagar perseguía a Arrax entre las edificaciones.
Debía tener una mirada loca porque Grover se estremeció. Miró al lado de la rampa y allí también estaba el señor Brunner, bajo la sombrilla roja, leyendo su libro, como si nunca se hubiera movido de allí. Se acercó casi volando. Este levantó la mirada y parecía distraído.
—Ah, mi bolígrafo. Le agradecería, señor Jackson, que en el futuro trajera su propio lapicero.
Se lo entregó, ni siquiera sabía que seguía sosteniéndolo.
—Señor —dijo con intranquilidad—, ¿dónde está la señora Dodds?
Él lo miró como si se estuviera volviendo loco.
-Que alguien le cuente la verdad- dijo Rhaena- oh, se volverá loco.
—¿Quién?
—Su acompañante... La señora Dodds, ¡la profesora de introducción al álgebra!
La mirada que tenía Lucerys lo hacía parecer a Helaena en su locura.
Lo miró extrañado y se inclinó hacia adelante, con un gesto de preocupación.
—Percy, no hay ninguna señora Dodds. Que yo sepa, jamás ha habido ninguna señora Dodds en la academia Yancy. ¿Te encuentras bien?
-Como va a estar bien si tú lo acabas de ayudar a matar a esa cosa- Baela soltó un suspiro de resignación y miro a Jace con preocupación
Ni siquiera respondió, solo se hizo a un lado y vomitó todo lo que se había comido ese día.
-Que asco- exclamo Aegon.
Notes:
Tristemente la 2° temporada de nuestra novela favoritas de los domingos terminara hoy, pero no nos pongamos triste ya que nos dio momentos increíbles y momentos desesperantes, tristes y graciosos, ahora a esperar por una tercera temporada.
Nuestro consuelo serán los fanfic hasta que salga la tercera temporada.
Chapter 5: Tres ancianas tejen los calcetines de la muerte
Notes:
Feliz cumpleaños a nuestro amado y querido Percy Jackson.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Corlys se levantó de su asiento mirando a Balerion, su mirada estaba llena de preocupación.
-Mi nieto...
-Su nieto estará bien, Lord Corlys...
-Usted puede hacer algo para que nada de...ESO le pase.
Balerion vio fijamente a Corlys como si fuera un niño y no un hombre adulto.
-Dos puntos Lord Corlys, el primero es que un Dios JAMÁS puede interferir en otro mundo que no sea los suyos, eso son leyes antiguas que jamás deben romperse y lo segundo...- tomo una pausa y miro a la televisión fijamente en donde mostraba a su hijo vomitando- estos son recuerdos.
-Entonces él no es el Lucerys actual- Daemon miro desafiante a Balerion.
-Así es, el Lucerys actual ya debe tener unos 17 o 18 días de nombre.
-Pero ¿mi hermano murió hace menos de una luna? - pregunto Jace girándose a Balerion.
-Los tiempos pasan diferente en los otros mundo, príncipe Jacaerys, aquí puede solo haber pasado una luna pero en otro mundo puede haber pasado ya unas 100 lunas, el tiempo es relativo en los otros mundos, mi príncipe.
- ¿Mi nieto estará bien? – Corlys se giró a la televisión mirando a Lucerys mientras era atendido por una mujer rubia.
-Solo puedo decir que la señora Dodds no es nada comparada a otras criaturas que Lucerys ha peleado.
- ¿Y esa habilidad con el agua?
-Una habilidad heredada de su padre.
- ¿Pero...?
-Corlys- le dijo Rhaenys con una mirada de regaño- te dijo que todo estará bien, ahora siéntate.
Corlys parecía querer decirle algo a Rhaenys pero se contuvo, talvez no quería hacer una escena enfrente de todos, así que solo se sentó pero se atrajo a Joffrey más para él.
Balerion miro las puertas.
-Parece que tenemos más compañía.
Las puertas se abrieron y un par de niños vestido de color negro entraron corriendo y gritando.
- ¡MAMI!
Helaena levanto la mirada del bordado que hacía y sus ojos brillaron, dejo sobre Alicent el bordado que hacía y estiro los brazos justo a tiempo para que esos dos cuerpitos chocaran en ella.
- ¡HAY ESTOS NIÑOS! - una voz más adulta hablo al girar otra vez a la puerta había otro chico también vestido de negro y en sus brazos llevaba a un bebé.
- ¡Daeron! – exclamo Alicent con asombro, Daeron se acercó lentamente mirando a alguien entre ellos con asombro, talvez a su padre ya que tuvo que ser notificado de la noticia de su muerte y ahora verlo con vida debía ser impactante.
-Madre- fue lo único que le dijo a Alicent y sin mirarla ahora viendo a Maelor que mordía un peluche de dragón muy parecido al juguete que tenía Viserys.
- ¿Qué haces aquí, muchacho? - pregunto Otto mirando a Daeron con enojo- deberías estar protegiendo Oldtown.
-Los dioses me llamaron- dijo acariciando con ternura el cabello plateado de Maelor- y respondí a su llamado.
- ¡Siete infiernos! - chilló Alicent pasándose la mano por la cara con disgusto- porque le haces caso a Dioses que TÚ no crees.
-Y tú porque no dejas de quejarte sobre las otras religiones- Daeron miro a Alicent con esos ojos marrones que heredo de ella- siempre... los 7 esto... los 7 aquello... me cansa, los 7 no son los Dioses superiores acéptalo, Madre.
Otto se aproximó a su nieto y apretó la mano, se preguntaba si Daeron no tuviera a Maelor en brazos le hubiera dado una cachetada por responderle a Alicent.
-Te has vuelto muy respondón desde la última vez que te vi.
-No me eh vuelto respondón, solo estoy decepcionado de mi familia.
Daeron rodeo a su abuelo y se acercó a Helaena con una sonrisa, pero Aegon se interpuso a Daeron se le borro la sonrisa.
-No te eh visto durante años- exclamo con una sonrisa y extendió los brazos- dale un abrazo a tu hermano mayor.
-Jamás.
Esquivo a Aegon cunado intento forzar un abrazo.
-Hermano- saludo Aemond sentado en un sillón individual.
-Matasandre- Daeron siguió recto y se acercó por fin a Helaena- hermana.
Helaena le sonrió a Daeron y tomo su mano en forma de saludo mientras Daeron se sentaba. Aemond apretó los reposabrazos con enojo.
-Bien- exclamo Balerion con una sonrisa divertida- es hora de continuar.
Cuando todos miraron a la televisión Daeron miro a su lado, pero no a todos en general sino solamente a Rhaena y esta se lo devolvió antes de desviarla ambos con ligeras sonrisas, miro con intriga a su hermano e hija... pero no dijo nada.
Un Targaryen solo en el mundo era una cosa terrible, y caer en la locura Targaryen era fácil. Por eso debían tener sus pilares para no caer en dicha locura. Siempre era recomendado tener más de uno, por si un pilar caía, todavía uno podía estar cuerdo... pero no tan cuerdo, y debían ser secretos para que nunca otro enemigo pudiera saber tu debilidad.
-Es bueno que recuerde lo que le enseñamos- proclamó Daemon y ella asintió de acuerdo a su esposo.
Todavía sin quitar la vista de Rhaena y Daeron.
O eso les había enseñado Daemon una noche en Dragonstone, junto con Jace, Rhaena y un pequeño Joffrey de 3 años que ya estaba en el mundo de los sueños. Muña había tenido recientemente a Aegon y todavía estaba en descanso, mientras Aegon estaba en la cuna junto a ella, y a su lado el huevo de dragón que Joffrey felizmente había escogido para su nuevo hermanito.
—Esto es una información que solo un dragón debe pasarle a otro dragón.
- ¿Qué son los pilares? - pregunto un confundido Aegon- yo no recuerdo que me enseñaran nada sobre eso.
-Algo que solo los verdaderos dragones pueden pasarles a sus crías- comento un sarcástico Daemon.
-Nosotros somos dragones- contrataco Aemond- tenemos dragones.
-Tener no es lo mismo que ser- comento Jaehaera mirando fijamente a Aemond.
Allí noto los ojos de su sobrina, uno era violeta parecido al de Aemond y otro era marrón como los de Alicent o los de sus hijos mayores, idénticos a los ojos de la princesa Alyssa pero a la vez tan diferentes. Daemon miro con interés a la niña.
-La niña me robo las palabras.
Los tres se habían mirado como si hubieran encontrado un tesoro en medio de un montón de mierda.
Muchos rieron ante las palabras de Luke incluida ella.
—¿Pero cómo sabemos quién es un pilar? —preguntó Rhaena.
-Pregunta del millón- dijo Balerion.
—Cuando tienes una conexión muy buena con esa persona. Puede ser un Targaryen o una persona común, eso es un pilar... pero si un pilar cae, jamás podrá volver a ser reconstruido.
-AHH- exclamo Aegon- entonces un pilar se cae significa que murió...ve gente no es tan difícil de explicar.
-Es mucho más complejo que eso, padre- dijo Jaehaerys que estaba sentado a un lado de Helaena muy interesado en lo que bordaba.
- ¿Y tú como sabes eso?
El niño miro a Aegon fijamente y sonrió de oreja a oreja.
-Es un secreto.
Ahora que era un dragón solo en un mundo en donde los dragones solo se podían ver a través de una pantalla, y que sus pilares ahora ya no existían, se tuvo que aferrar con cadenas muy pesadas a su nuevo pilar que tuvo que construir con desesperación para no caer en la locura: su madre Sally.
Sabía que no era suficiente. Daemon lo regañaría por no tener más pilares, pero de verdad que estaba solo en el mundo.
-No me enojaría- declaró Daemon con una sonrisa- me sorprendería que todavía no haya caído en la locura con un solo pilar.
Hasta que conoció a Grover, su primer amigo en esta vida. Ver cómo crecía un pilar entre ellos pudo ser el mayor alivio de su vida.
Por eso le dolía que Grover le mintiera.
-El pilar de Grover debe estar tambaleándose- Jace miro con preocupación a Luke mientras este último veía como Grover le mentía en la cara, aunque no era muy bueno mintiendo y por eso Luke se daba cuenta de la mentira de Grover.
Después de lo que pasó en el museo y de descubrir que no había ninguna profesora Dodds sino una profesora rubia y alegre llamada señora Kerr, a la que nunca había visto antes de que lo ayudara cuando terminó de vomitar, todos parecieron tener un pacto para molestarlo diciendo que nunca hubo una profesora Dodds.
Cada vez que la mencionaba, lo miraban como si estuviera loco.
-Pero existió- dijo Baela con molestia- todos la vieron y ahora juegan con Luke.
Casi les terminó creyendo que todo había sido cosa suya, hasta que miró a su amigo. Grover no sabía mentirle; cada vez que mencionaba a la señora Dodds, parecía que brincaba del temor, como si lo estuvieran pinchando con un tenedor.
-Es un mentiroso- Aemond miraba fijamente la Luke- debería alejarse de él.
-De ti es quien Luke debió alejarse- comentó Rhaena.
Daeron asintió levemente al igual que Helaena.
Eso lo hizo pasar casi todas las noches soñando terribles cosas con la señora Dodds, mientras era perseguido por sus aterradoras garras y sus alas de murciélago. Un día era en el museo, otro sobre la bahía de los naufragios. A veces era la señora Dodds montando a Vhagar, y otras era Aemond montado sobre Vhagar, pero con la cara de la señora Dodds. No importaba lo que soñara, siempre despertaba con sudores fríos y no podía volver a dormir.
Muchos se estremecieron al ver los horrendos sueños que tenía Lucerys con la señora Dodds, Aemond y Vhagar.
-Sueños muy aterradores - su padre tenía una mirada de lastima- para un niño tan pequeño.
Él no era el único que tenía problemas, porque el clima también parecía volverse loco. Un día, mientras terminaba una maqueta afuera de la academia Yancy, hubo un temporal tan fuerte que podía asustar a cualquier marinero. No se sorprendió cuando las ventanas reventaron por la presión del viento, el mismo viento que podría volcar un barco.
-Me gusta que recuerde que tipos de vientos podría volcar un barco- Corlys veía con orgullo a Lucerys- hubiera sido un gran señor de las mareas.
Rhaena desvío la mirada a Daeron y este se la correspondió aunque fue solo por unos segundos.
Trató de que nada le afectara, pero no lo logró. Terminó de mal humor, casi parecido al de Daemon cuando alguien hacía algo estúpido en su cara.
Si Daemon era todo un mundo estando enojado, se preguntaba cómo era Lucerys enojado, su calmado y dulce niño...solo esperaba a Sally nunca haya visto esa parte de Luke que ella nunca llegó a ver.
Sus notas empezaron a bajar porque los profesores ya no parecían encantados con él. Se dormía o estaba tan distraído que ya ni les prestaba atención. Fue expulsado del equipo de natación cuando empujó con brusquedad al capitán por haberlo llamado "mapache loco". Un profesor lo castigó sacándolo de clases por su mal comportamiento.
-Me agrada cuando se pone rebelde- exclamo Daemon.
A veces se sorprenda que Lucerys no fuera tan rebelde como Jace o Joffrey que habían crecido con Daemon como padre, pero Luke era tan tranquilo que talvez Daemon no quería que eso cambiara.
Llegó a su límite cuando el profesor de inglés, el señor Nicoll, le preguntó por milésima vez por qué estaba así, que él no era así y que debía esforzarse más para volver a ser el mejor. Saltó y empezó a insultarlo en Alto Valyrio, usando palabras que había escuchado de Daemon y que muña les había dicho que NUNCA repitieran.
Casi se le cayó la mandíbula al suelo cuando escucho a su dulce niño gritarle a ese hombre cosas tan horribles en Alto Valyrio que Luke había aprendido de Daemon, quien sabe cuándo, vio de reojo a Daemon para parecía pomposo que su hijo estuviera diciendo tales palabras, mientras le tapaba los oídos a Viserys para que no escuchara lo que Luke estaba diciendo.
-Que boca tiene ese niño- exclamo Rhaenys con desaprobación.
A la semana siguiente, el director le envió una carta a su madre diciéndole que si no cambiaba de actitud en los próximos días, lo expulsaría de la escuela.
-Veo que este hombre está aplicando el método Daemon- bromeo su padre mirando a Daemon de forma divertida.
- ¿Cuál es el método Daemon, abuelo? - pregunto Jaehaera con confusión.
-Exilio.
Quería que su madre le dijera que no debía volver, que estuvieran juntos en el pequeño departamento en el Upper East Side. No le importaría ir a un colegio público... solo quería estar otra vez con su madre, incluso si debía aguantar al tonto de Gabe.
- ¿Gabe? - ese nombre no le sonaba que hubiera sido mencionado por Luke.
-El padrastro de Percy- respondió Balerion.
Claro que extrañaría Yancy: las bonitas vistas de los bosques desde la ventana del dormitorio, el río Hudson en la distancia y el aroma a pinos. También extrañaría a Grover, aunque le preocupaba cómo sobreviviría el otro año sin él a su lado.
-Aunque le esté mintiendo- declaró Baela con una sonrisa- aún se preocupa por él.
-Es un gran amigo-proclamó Jace correspondiendo la sonrisa de Baela.
También extrañaría las clases de latín, que le recordaban al maestre Gerardys, quien les daba clases con esa pasión y paciencia, algo por lo que el señor Brunner le agradaba.
La semana de exámenes llegó más rápido de lo esperado, y le dio más prioridad al latín que a cualquier otra materia. Cada vez que leía sobre la mitología griega, las palabras del señor Brunner venían a su mente sobre cómo saber de la historia les daba identidad, conocimientos y sabiduría. No sabía por qué, pero comenzó a creerlo.
Ya casi era medianoche cuando dejó su quinta lata de bebida energética sobre la mesa, apretándola levemente y escuchando el rechinar del metal.
-Eso no se ve muy saludable- dijo Rhaena. Y varios le dieron la razón, si la lata se veía colorida no debía ser una buena señal, como esos dulces que Corlys les dio una vez a los niños y los puso tan imperativos que casi los volvió locos.
-Y ni lo es- respondió Balerion.
- ¿Y porque lo hace? - Balerion se encogió de hombros.
-Es para tener energía.
-Entonces debería dormir- Rhaenys miro a Balerion- así tendrá energía.
-Usted dormiría si tuviera horribles pesadillas, princesa- Rhaenys formo una mueca de molestia.
A Rhaenys nunca le gustaba cuando la desafiaban.
Debería estar durmiendo, pero en ese instante, dormir le parecía imposible. Dentro de unas horas sería el examen, y su cerebro ya no parecía recordar la diferencia entre Quirón y Caronte o entre Polidectes y Polideuces.
-Solo debes cerrar el libro y tomarte un descanso- regaño Rhaena.
Cuando Luke y Rhaena estudiaban para ser los señores de la marea, muchas veces Rhaena tenía que arrebatarle los libros a Luke porque este parecía obsesionarse con aprender todo lo que podía hasta qué punto que olvidaba incluso de comer o dormir y era tarea de Rhaena que no se saltara algo... pero ahora su hijo estaba solo y sin nadie que lo ayudara a relajarse en esos casos.
-Aunque se esfuerce, un bastardo nunca podrá llegar lejos- susurro Cole y Alicent asintió por lo dicho de su escudo juramentado.
Se puso las manos sobre la cara y soltó suspiros de frustración. Su mente le jugaba en contra, recordando la seria expresión del señor Brunner y su mirada de miles de años. <<Solo voy a aceptar lo mejor de ti, Percy Jackson.>>
Así que eso era, su hijo solo quería hacen sentir orgulloso al señor Brunner, quien parecía ser el único profesor de su agrado.
-Entonces debería esforzarse más- comento Rhaenys- si quiere lo mejor de él.
-Pero hay límites- Rhaena vio a su abuela con seriedad- míralo se ve cansado y solo bebe esas bebidas que son malas para él.
Rhaenys miro a Rhaena como si fuera una bebé que hacía una rabieta por un dulce.
-A veces es mejor apartarse y dejar que personas que si se lo merecen lo obtengan.
- ¡Rhaenys! / ¡Abuela! - chillaron Corlys y Rhaena con furia.
Bajó las manos y pensó en lo que haría. Tal vez si hablaba con el señor Brunner, podría darle algunas pistas. Y tal vez también podría disculparse por lo mal que le iría en el examen.
-Como siempre- susurro Alicent mientras negaba con la cabeza- los bastardos siempre son unos oportunistas.
Rodo los ojos con molestia.
Sabía que perdería la beca al final de los exámenes y que lo expulsarían por su terrible actitud, pero no quería irse sin que el señor Brunner supiera que lo había intentado.
Agarró su libro y salió de la habitación.
-Porque siento que debió quedarse en la habitación- Daeron miraba con preocupación a Luke antes de fijarse en Maelor que parecía un poco enojado porque Daeron no le estaba prestando atención, en forma de disculpa le dio un beso en la cabeza.
Bajó al ala de los profesores. La mayoría de las habitaciones ya estaban vacías y oscuras, pero la del señor Brunner estaba entreabierta y con la luz encendida. Iba a tocar la puerta cuando oyó voces dentro. El señor Brunner formuló una pregunta y la inconfundible voz de Grover respondió:
—...preocupado por Percy, señor.
-Preocupado pero hablando de él a sus espaldas- Aemond soltó una risa de descaro- que buen amigo.
-Grover es mucho mejor amigo que lo que tú podrías llegar a ser- Jace salió a defender a Grover- el por lo menos está preocupado por Luke mientras que tú jamás llegas a preocuparte por los demás...solo tú.
Aemond miro con furia a Jace.
Se quedó estático.
Muña le había enseñado que nunca era bueno escuchar conversaciones ajenas, pero Daemon le había dicho que no era malo escuchar una de vez en cuando.
Le dio un golpe a Daemon y este sonrió mirándola.
-Como si tú nunca hubieras escuchado una conversación a escondidas, mi amor.
-Pero no quiero que nuestros hijos aprendan ese tipo de cosas.
Daemon solo le restó importancia ya lo que estaba aprendido estaba aprendido.
Además, quería saber por qué Grover hablaba de él con el señor Brunner, así que se acercó un poco más a la puerta.
—...solo este verano —continuó Grover—. Solo quiero decir, ¡hubo una Benévola en la escuela! Y ahora que estamos seguros y ellos lo saben también...
- ¿Ellos? - Jace se giró para ver a Balerion- ¿Quiénes son ellos?
-Pronto lo sabremos- informo Balerion
—Si lo presionamos más, solo empeoraremos las cosas —respondió el señor Brunner—. Necesitamos que el chico madure más.
-Creo que mi sobrino es muy maduro para su edad- Aegon se recostó sobre Daeron- no te parece, hermanito.
Daeron no respondió solo miro con asco a Aegon.
—Pero no tiene tiempo. La fecha límite es hasta el solsticio de verano...
- ¿Qué es el solsticio de verano, señor Balerion? - pregunto Joffrey.
-Es un día que tiene la mayor duración de luz diurna del año, también se le conoce como el día más largo del año.
-Vaya- exclamo Joffrey con asombro.
—Tendremos que hacerlo sin Percy. Deja que disfrute de su ignorancia un poco más.
—Señor, él la vio.
—Un producto de su imaginación —insistió el señor Brunner—. La niebla sobre los estudiantes y el personal es suficiente para convencerlos.
—Señor, yo... sabe que no puedo fracasar en mis obligaciones —Grover sonaba preocupado—. Usted sabe lo que significa.
—No has fallado, Grover —el señor Brunner lo tranquilizó con amabilidad—. Yo también debí darme cuenta de qué era. Ahora solo debemos procurar que Percy llegue con vida el próximo otoño.
- ¡DISCULPE! - se llevó la mano al pecho y analizo lo que el señor Brunner- ¡vivo!
-Este hombre me está dando una espina muy extraña- comentó Corlys.
Otto, Alicent y Cole parecía encantados que eso ya pasara.
De la impresión, se le cayó el libro, resonando por todo el pasillo. El señor Brunner dejó de hablar, y con el corazón en la boca recogió el libro y retrocedió por el pasillo.
- ¡Escóndete muchacho! - exclamo Viserys con preocupación.
Una sombra cruzó el cristal iluminado de la puerta del despacho. Esa sombra era muy alta para ser el señor Brunner en su silla de ruedas, y parecía que tenía un arco en las manos.
Con torpeza, abrió la puerta contigua y saltó dentro de la habitación.
Al segundo, se escuchó un suave clop, clop, clop, como cascos amortiguados, seguidos de un animal oliendo el aire, justo delante de la puerta.
- ¿Un animal? - pregunto Daemon con extrañeza- allí parece en lugar que no tienen animales libres.
-Talvez Lucerys esta muy ebrio- exclamo Aegon- yo siempre imagino cosas cuando bebo.
-Mi hermano no es un bebedor empedernido como tu, primo- Baela miro con furia a Aegon.
Se tapó la boca con la mano para que no escucharan su respiración acelerada. Una silueta grande y oscura se detuvo un momento delante del cristal y prosiguió.
Sentía que su corazón iba a explotar, y aparte del miedo, debía ser también por las bebidas energéticas que se había tomado... tal vez bebió más de la cuenta.
Aegon soltó una risa sarcástica.
-Parece que ambos somos iguales con la bebida.
-Para nada- exclamo Jace con furia- Luke no se parece en ti con la bebida.
Al final del pasillo, el señor Brunner empezó a hablar de nuevo.
—Nada —murmuró—. Mis instintos no son los que eran desde el solsticio de invierno.
—Los míos tampoco... —explicó Grover—. Pero había jurado...
—Vuelve a tu cuarto —le dijo el señor Brunner—. Mañana tienes un largo día de exámenes.
—No me lo recuerde.
Las luces se apagaron en el despacho.
Esperó en la oscuridad lo que le pareció mucho tiempo. Luego salió al pasillo gateando y volvió al dormitorio. Grover ya estaba allí, tumbado sobre la cama, estudiando sus apuntes de latín como si llevara toda la noche haciéndolo.
—Hey —le dijo Grover con cara de sueño pero con una sonrisa—, ¿estás listo para el examen?
-Enserio- Aemond empezó a negar con la cabeza- le miente, habla a sus espaldas y ahora se preocupa por él.
Dejó el libro sobre la mesa notando como sus latas de bebidas energéticas habían desaparecido.
—Tienes un aspecto horrible... ¿Has estado durmiendo bien? Sé que los exámenes...
—Estoy bien —exclamó con descaro—, gracias.
-Valla Luke en modo descaro- comento Rhaena con una sonrisa- hacía mucho que no te veía.
Ni siquiera le dio tiempo de decir algo más porque se tiró en la cama dándole la espalda. No entendía nada de lo que había pasado allá abajo. Debía ser su cerebro ya cansado al extremo. Pero tenía algo muy certero, y era que Grover y el señor Brunner estaban hablando de él a sus espaldas y pensaban que estaba en peligro.
<<Genial, otra vez>> fue lo último que pensó antes de quedarse completamente dormido.
Su recorrido nocturno tuvo consecuencias. Al parecer, una profesora lo había visto en horas indebidas gateando por la academia y le avisó al director, quien le dio la noticia de que esos serían sus últimos días en Yancy.
-Mejor- dijo mirando fijamente como Luke era regañado por el director- que regrese con su madre.
Esa misma tarde fue el examen de tres horas de latín y fue un fallo total. Al final del examen, el señor Brunner lo llamó. Por un momento, pensó que sabía que él los había escuchado en la madrugada, pero no era eso.
—Percy —su voz calmada no lo tranquilizó ni por un instante—, no te desanimes por abandonar Yancy. Es... lo mejor.
—Está bien, señor —susurró.
—Lo que quiero decir es que...
El señor Brunner empezó a mecer la silla de ruedas hacia adelante y atrás, como si no supiera qué decir exactamente.
Le recordó a la mala maña que tenia Alicent con sus dedos.
—Este no es el lugar adecuado para ti. Era solo cuestión de tiempo.
—Claro.
—No... no me refiero a eso. Oh, lo confundes todo. Lo que quiero decir es que... no eres normal, Percy. No pasa nada por...
<<¡... SON BASTARDOS!>>
Se sobresalto cuando la voz de Vaemond Velaryon se hizo presente al igual que varios...era bueno que ese hombre ya no estuviera vivo, Luke apreto los puños con tanta fuerza que se pusieron pálidos.
-Que los 7 tengan a Sir Vaemond en su santa sabiduría- Alicent toco su collar de 7 puntas y miro al techo.
Que esperaba, que la madre bajara del cielo para tirarle flores por ser "piadosa", su ex-amiga debía bajar de las nubes en ese mismo instante.
—Gracias —interrumpió al señor Brunner—, muchas gracias, señor Brunner, por recordármelo.
-Mi dulce niño- susurro con pena- no se refería a eso.
Luke dio media vuelta listo para salir.
—Percy.
Ni siquiera volteó cuando lo llamó, pero sí azotó la puerta cuando salió.
En su último día en Yancy, hizo sus maletas. Ignoró olímpicamente a todos los que se le acercaron, muchos con cartas con invitaciones a lugares exclusivos,
-Es bueno que mantenga esos contactos- dijo Corlys- podría ser socios importantes.
Cosa que agradeció pero que terminó botando en un basurero.
-Retire lo dicho, Lord Corlys- Otto miro a Corlys y este le dio una mirada de odio puro.
La academia Yancy era un lugar de delincuentes juveniles... pero delincuentes juveniles ricos que se habían contactado con su madre para subir su estatus.
- ¿Y porque a él? - Alicent frunció el ceño- debía de haber mejores opciones.
-Lucerys es un estudiante de excelencia- respondió Balerion mirando con seriedad a Alicent- esta entre los mejores estudiantes de su país...cualquier escuela que lo tenga su estatus subirá y por eso Yancy lo contacto con esa tentadora beca.
-Entonces se aprovecharon de mi hermano- comento Baela con furia.
-A veces hay que hacer sacrificios para sobrevivir, querida Baela.
Mientras unos estarían en excursión por Suiza, otros en un crucero por el Caribe por unos meses. Él volvería a la ciudad para pasear perros o vender revistas y ver cómo varias academias lo contactarían, como cada año, para que fuera a verlas.
-Entonces mi sobrino es un sobreviviente- Aegon estaba listo para reirse de Luke y como lo había utilizado.
-Es el mejor de todos- exclamo Balerion.
La única persona de la que realmente quería despedirse era Grover. Aunque podía ser alguien que hablaba de él a sus espaldas, de verdad le gusto su amistad. Sin embargo, su despedida se pospondría, ya que Grover también había reservado un billete a Manhattan en el mismo autobús que él. Así que allí iba, otra vez de camino a la ciudad junto a Grover.
-Debería apartarse de ese niño- susurro Aemond.
Su amigo estaba extremadamente nervioso. Miraba cada tanto al pasillo, observaba a los demás pasajeros. Recordó que así se ponía siempre que salían de Yancy, como si temiera que algo malo fuera a pasar. Antes pensaba que era porque se metían con él, pero en ese autobús no había nadie que lo pudiera molestar.
—¿Buscas Benévolas? —preguntó divertido.
Grover casi pegó un brinco al techo del autobús.
- ¡Lucerys! – lo regaño, el pobre Grover había saltado como un saltamontes y se puso tan pálido como la nieve.
—¿Qué... qué... quieres decir?
—Los escuché hace unos días... a ti y al señor Brunner, hablando sobre mí.
-Porque lo confiesa-Aegon se recostó en el sillón.
-Porque quiere la verdad- Daeron miro a Aegon- ¿tú no quieres saber la verdad?
Aegon se encogió de hombros restándole importancia.
A Grover le tembló un párpado.
—¿Qué oíste?
—Oh... no mucho. ¿Qué es la fecha del solsticio de verano?
—Percy... mira —Grover se estremeció—, solo estaba preocupado por ti. Has estado muy extraño con esas alucinaciones sobre una profesora de matemáticas diabólica...
—Grover...
—Le dije al señor Brunner que el estrés por mantener esa beca ya te estaba sobrepasando. Hace unos días bebiste casi diez de esas bebidas energéticas, ya no dormías y...
- ¡¿10?!- chillo Jace mientras se pasaba la mano por la cara- este niño...
—Grover —Le puso la mano en el hombro—, gracias por preocuparte por mí.
Grover sonrió con alivio, como si él hubiera caído en esa mentira.
—...Pero como mentiroso no te ganarías la vida.
-Al igual que mentir esta mal- informo Jaehaera dejando de mirar el bordado que Helaena había hecho.
-Es cierto- Jaehaerys estuvo de acuerdo con su hermana.
Grover se puso rojo como un tomate. De la camisa sacó una tarjeta mugrienta.
—Toma esto, ¿de acuerdo? Por si me necesitas este verano.
Tomó la tarjeta y la leyó:
Grover Underwood
Guardián
Colina Mestiza
Long Island, Nueva York
(800) 009-0009
- ¿Guardian? - pregunto Aemond- ese chico no puede ni defenderse asi mismo.
-Talvez no pueda defenderse- Daeron miro a Aemond- pero es valiente.
Aegon soltó una carcajada.
—Uhhh —exclamó, entendiendo—, es una invitación para visitar tu mansión.
Grover asintió.
—O por si me necesitas.
—Claro.
Grover tragó saliva, lo hacía cuando quería confesarle algo.
—Mira, Percy, la verdad es que yo... Ehh, digamos que tengo que protegerte.
Aegon volvió a soltar una carcajada, Aemond levanto una ceja.
Lo miró a Grover sin entender. Había pasado todo el año defendiéndolo de los abusadores y allí estaba él, muy tonto, diciéndole que era su protector.
—Grover —le dijo—, ¿de qué crees que tienes que protegerme exactamente?
Grover abrió la boca para decir algo.
El autobús frenó bruscamente y comenzó a echar humo negro. El conductor maldijo en voz alta y apenas logró detenerse en el arcén. Bajó apresuradamente y comenzó a golpear y ajustar el motor, pero después de varios minutos volvió a subir y les dijo que tenía que bajarse para poder arreglarlo.
Grover le dio una mirada de despulpa a Luke antes de bajar, Daemon soltó un suspiro de frustración.
-Ya estaba a punto de decírselo.
Estaban en mitad de la nada, en una carretera ordinaria y tranquila, un lugar donde nadie querría tener una avería. A un lado de la carretera había arces y desechos arrojados por los coches. Al otro lado, cruzando los cuatro carriles de asfalto resplandeciente por el calor de la tarde, había un puesto de frutas antiguo.
Las frutas tenían una pinta fenomenal: cajas de cerezas tan rojas como la sangre, manzanas, nueces y melocotones, jarras de sidra y una bañera con patas de garra llena de hielo. Con el calor que hacía, él deseó meterse dentro de esa bañera. No había clientes, solo tres ancianas sentadas en mecedoras a la sombra de un arce, tejiendo un par de calcetines gigantes que tal vez le quedarían a Arrax. La mujer a la derecha tejía uno, la de la izquierda otro, y la del medio sostenía una enorme cesta de lana blanco grisáceo.
-Eso no es bueno- Daeron tenia una mirada de preocupación sobré Luke.
Lo más extraño era que parecían mirarlo fijamente, como si le estuvieran diciendo que no debería estar allí.
-Porque no debería estar allí- Daemon se cruzó de brazos.
Se giró para decirle a Grover sobre las tres ancianas y vio que él se había puesto tan pálido como la lana que tejían. Movía la nariz nerviosamente.
—¿Grover? —le dijo—. Oye...
—Dime que no te están mirando. No te están mirando, ¿verdad?
—Parece que sí. ¿Quieres algo? Se me antojaron unas cerezas.
-Este no es un buen momento para que pienses con el estómago, Lucerys- regaño Rhaena, conociendo lo a veces glotón que era Lucerys con la comida.
Grover lo miró como si quisiera golpearlo.
—Eso no tiene gracia, Percy. Ninguna gracia.
Su madre siempre le decía que debía ayudar a los pequeños puestos, sobre todo si eran atendidos por ancianos ya que podrían depender de esa venta para sobrevivir, ya que las grandes empresas podrían quitarles el sustento.
-Este no es un buen momento para que saques las lindas enseñanzas de tu madre, mi niño- un escalofrió entro a su cuerpo cuando las mujer parecían no solo mirar a su hijo sino también a ella.
La anciana del medio sacó unas tijeras enormes, de plata y oro, con filos largos como podadoras. Grover contuvo el aliento.
—Subamos al autobús —intentó empujarlo de vuelta—. ¡Vamos!
-—¿Qué? —replicó, intentando sacar dinero de sus bolsillos—. Déjame, les compraré algo... además, adentro hace como mil grados.
- ¡Sube al autobús! - exigió Corlys- hazle caso a tú amigo.
Grover tomo la mano de su hijo y lo empezó a jalonear con fuerza.
—¡VAMOS!
Abrió la puerta y Grover, pero él se quedó atrás. Rodeó el autobús y cruzó la carretera para acercarse al puesto con una sonrisa.
- ¡NOOO! - gritaron varios talvez ella incluida.
Balerion se puso rígido en el trono como si le temiera a esas tres mujeres.
—Buenos días, ¿cuánto cuestan las cerezas?
Las tres ancianas parecieron sorprendidas de que se acercara.
-Da media vuelta y regresa por donde viniste, Lucerys- exigió Rhaena, tenía bien apretadas las faldas de su vestido con sus manos y una mirada de pura preocupación.
—A 5, joven —dijo la mujer del medio con una voz áspera y anciana.
—Me llevaré dos cajas.
La mujer hizo un gesto para que cogiera las dos cajas.
—No deberías estar aquí.
-Estoy de acuerdo con la señora- Daemon tenia un mueca de furia.
Si Lucerys estuviera aquí Daemon ya lo estaría regañando junto con ella.
Abrió una bolsa de papel que tenían el puesto y comenzó a meter las dos cajas dentro.
—Mi madre dice que debemos ayudar a todos.
—Pero no podrás ayudar a todos.
Él encogió los hombros.
-No es momento de ser buena persona- susurro Balerion- vete, niño.
—Ya lo he hecho antes... creo que puedo hacerlo un poco más.
Las ancianas lo miraron interesadas.
—Llévate también tres manzanas —dijo la anciana de la derecha, sonriendo.
—Gracias, señora, pero no —dijo con una sonrisa—. Pero si me dicen el precio, las compraré. Siempre hay que apoyar a los pequeños puestos.
-Solo toma las manzanas y vete- Daeron apretó más a Maelor y a Jaehaera que estaba a su lado mientras Helaena estaba encorvada sobre Jaehaerys como si quisiera ocultarlo de las tres mujeres.
—Es un regalo —dijo la del medio—, para un joven tan interesante.
La mujer de la izquierda se levantó y examinó las manzanas con delicadeza para que no se cayera la pirámide de frutas. Sacó tres, dos rojas y una verde, un poco fuera de lugar entre tantas manzanas rojas, como si no perteneciera allí, y se las tendió.
—Son muy generosas, señoras, pero yo...
La mujer le arrebató la bolsa y metió las tres manzanas dentro, devolviéndole la bolsa.
—Buen viaje, príncipe Lucerys Velaryon... creemos en ti.
Todos abrieron los ojos como platos y ahogaron exclamaciones. Lucerys apretó la bolsa contra su pecho y formo una mueca.
La mujer del medio cortó el hilo, y el sonido resonó en el aire. y él se quedo estático.
-Dioses- susurro Balerion con preocupación.
El autobús arrancó después de que el conductor reparara el motor, y vio a las tres ancianas despidiéndose con una sonrisa extraña mientras él se alejaba corriendo por la carretera. Cuando regresó al autobús, Grover estaba visiblemente afectado, temblando y con los dientes castañeteando.
—Grover — lo llamó.
—¿Sí?
—¿Qué es lo que no me has contado?
-Es momento niño- Daemon miraba fijamente a Grover- cuéntaselo.
Grover sudaba profusamente, como si estuviera en Dorne muriéndose de sed.
—Percy, ¿qué te dijeron las ancianas?
—No mucho —respondió, observando la bolsa detenidamente—. No eran como la señora Dodds, ¿verdad?
Grover lo miró con una expresión que indicaba que eran algo peor que la señora Dodds.
—¿Qué fue lo que realmente viste?
—La anciana del centro cortó el hilo.
Grover cerró los ojos y movió los dedos en un gesto que parecía una señal de la cruz, pero era algo más antiguo.
—¿La viste cortar el hilo?
—Sí —respondió.
Grover parecía al borde de las lágrimas.
-Vamos Grover- animo Daemon- cuéntaselo... ¡Cuéntaselo!
—¿Quieres una manzana? —le ofreció con una sonrisa tranquilizadora—. Me dieron tres.
Abrió la bolsa y se sorprendió al encontrar en ella su billete de 10 dólares, sobre el cual había un post-it azul con palabras escritas en Alto Valyrio:
<<Te estaremos vigilando, Lucerys Velaryon>>
-Ya es muy tarde- Balerion empezó a negar con la cabeza- ella ya le pusieron el ojo encima.
—Percy —dijo Grover, mirándolo mientras guardaba rápidamente el dinero en su bolsillo—, déjame acompañarte hasta tu casa. Prométemelo.
—Está bien —aceptó con duda. Grover parecía casi horrorizado por la bolsa, como si quisiera arrojarla por la ventana—. Grover, el hilo que cortó esa anciana... ¿significa que alguien va a morir?
-No- susurro negando con la cabeza- por favor, no.
Grover lo miró con tristeza, como si ya supiera qué flores pondría en su ataúd.
Su padre tuvo a abrazarla y ella apoyarse en su hombro.
-Tranquila mi niña- le dijo con susurros- él va a estar bien.
Notes:
Cuando vuelvan a ver a Lucerys el pobre va a tener una larga charla de no hacer estupideces.
Todos: ...Solo piensa antes de hacer algo.
Lucerys:... *recuerdos de Vietnam* ... eh, claro.
//He decidido que voy a publicar cada dos semanas, ya le encontré el balance a la universidad y mis historias...¡BRAVO!, jaja//
Chapter 6: Hablar de los secretos no es buena idea
Notes:
Se me olvido decir que las letras en Italic son palabras en Alto Valyrio.
Con eso aclarado, por favor disfruten el capítulo.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El silencio en la sala del trono era pesado y horrible, la pantalla se detuvo en Luke y su mirada indescriptible hacía Grover mientras este último parecía estar viendo a un muerto. Aegon su hijo ya había despertado de su siesta y ahora se entretenía jugando con los dedos de su padre.
-Tía- la pequeña Jaehaera estaba enfrente de ella, estar frente a frente de su sobrina vio como esa niña no solo tenía los ojos de su abuela Alyssa, sino también el mismo tono de cabello de Aemond-
-Que pasa mi niña- se inclinó levemente para que niña se pudiera acercar para decirle lo que tenía que decirle.
Jaehaera así lo hizo con una sonrisa tranquilizadora, era casi la misma que tenía Luke , Daemon no estaba muy complacido de que Jaehaera estuviera cerca de ellos pero no dijo nada aunque miraba fijamente los ojos de la niña, casi idénticos a los ojos de su madre.
-Todo estará bien- dijo con voz dulce- primo Luke hace muchas locuras pero siempre sale ileso.
Jaehaerys se acercó a su gemela y entrelazaron los brazos. Jaehaerys era una copia masculina de Helaena pero con la nariz de Aegon.
-Bueeenooo- exclamo alargando la palabra- no siempre... recuerdas cuando se cayó de esa gran roca y se raspo todo el antebrazo.
Miro sin entender a su sobrino, hasta su conocimiento Luke nunca había vuelto a pisar King's Landing desde que se fueron hasta que volvieron por el intento de Vaemond Velaryon de quitarle a su hijo su derecho de nacimiento.
-Así- les dijo Daemon con una sonrisa- ¿y eso cuando paso?
Debía tener la misma duda que ella del cuando Luke visitaba a sus primos si casi nunca salía de Dragonstone solo cuando visitaba Driftmark junto con Rhaena; ambos niños se vieron y formaron grandes sonrisas.
- ¡Es un secreto!
Entonces corrieron a los brazos de Helaena mientras reían.
-Eso fue extraño- le dijo a Daemon mientras este le arrebata a Viserys para tenerlo en sus brazos- Luke...nunca.
Daemon le lanzo una de sus tantas sonrisas sarcásticas.
-Por favor Rhaenyra- le dijo antes de darle un beso en la frente a Viserys y este se arrecostada en el hombro de Daemon listo para tomar una siesta- todos tenemos nuestros secretos... incluso nuestro dulce niño tenia los suyos.
Estaba impactada, Luke ese niño que siempre había preferido decirle la verdad a ella ahora le estaba guardando secretos... oh sea, no se lo replicaba porque ella también los tenía pero simplemente era impactante descubrir que su hijo tenía contacto con los hijos de Helaena y ella no supiera nada sobre ello.
-Creo que los niños se están aburriendo- informo Balerion desde en trono- creemos una parte para ellos.
Chasqueo los dedos y al lado izquierdo de la pantalla apareció una alfombra negra junto con muchos juguetes, Aegon abrió la boca con emoción y Viserys que parecía que ya no quería tomar la sienta sino acercarse a los juguetes, sus dos hijos la miraban pidiendo permiso para acercarse.
-Vallan- ambos niños bajaron del sillón, Aegon tomo la mano de Viserys y ambos fueron con los juguetes.
Casi al instante que Aegon y Viserys llegaron, Jaehaera y Jaehaerys también, giro levemente la cabeza para ver en donde estaba Maelor, este estaba completamente dormido en los brazos de Daeron, Jaehaera les pregunto si podían jugar juntos y sus hijos asintieron.
-Abuelo, puedo ir- pregunto Joffrey, Corlys iba a asentir pero Rhaenys lo detuvo.
-Ya estas muy grande para que sigas jugando.
-Pero...
Rhaenys le lanzo una mirada de que no la contradijera. Corlys iba a decirle algo a Rhaenys pero ella se adelantó.
-Joffrey- llamo a su hijo del medio, este la vio con sus lindos ojos marrones ligeramente aguados- ve a jugar, tranquilo.
No tuvo de decirlo dos veces y su hijo se fue casi corriendo hacia los demás niños.
Rhaenys quería decirle algo pero Balerion hablo antes.
-Hay que continuar.
Ignoro a Rhaenys y miro fijamente la pantalla.
La pantalla cambio ahora Grover se veía peor al igual que Luke ambos pálidos y apretaba con fuerza esa bolsa casi como si fuera a vomitar hasta que todo se detuvo y todos empezaron a bajar.
Sabía que muña y Daemon lo regañarían por haber sido grosero y romper la promesa de irse con Grover, pero la ansiedad de su amigo se le había contagiado. Grover parecía convencido de que algo terrible iba a suceder, susurrando cosas como "¿Por qué siempre pasa lo mismo?" y "¿Por qué siempre tiene que ser en sexto?". Así que, cuando Grover fue al baño, aprovechó la oportunidad, agarró sus maletas y salió de la estación, tomando el primer taxi que encontró.
-Aunque lo esté poniendo nervio, creo que no debió dejar a Grover- Jace también se veía nervioso pero seguía estoico y con una buena postura.
-Concuerdo contigo- dijo Raena y Baela asintió de acuerdo dicho por Jace- pero creo... que yo también lo hubiera hecho lo mismo.
—Al East, calle 104 con la primera, por favor —dijo al conductor, quien asintió y empezó a conducir.
Trató de no mirar atrás por temor a ver a Grover corriendo tras el taxi o, peor aún, a las tres ancianas despidiéndose de nuevo... o algo mucho peor.
El tráfico era normal y pasaron cerca de la tienda donde su madre trabajaba. Pensó en pedir al conductor que lo dejara allí, pero al ver la larga fila fuera de la tienda, decidió no molestarla.
-Ella estaría feliz de verlo, aunque este muy ocupada- recordaba cuando Luke pasaba a saludarla cuando estaba escuchando las peticiones de las personas de Dragonstone pero ver a su dulce niño saludándola con una gran sonrisa hacía que tuviera más energía para seguir trabajando.
Reflexionó sobre su madre y su abuela Aemma, quienes parecían confirmar una teoría que había escuchado: las personas buenas tenían la peor suerte.
-Esa si es una horrenda teoría- balbuceó su padre mientras formaba una mueca de tristeza.
Los padres de su madre murieron en un accidente aéreo cuando ella tenía 5 años, y fue criada por su tío despreocupado. Quería ser novelista y ahorró para asistir a la universidad.
- ¿Universidad? – pregunto Rhaena- ¿qué es eso?
-Estudios superiores, la educación en este nuevo mundo se divide en diferentes 5 secciones la primera es el preescolar, la segunda es la primaria en donde están ambientados estos recuerdos, la tercera es la secundaria, la cuarta y en donde actualmente está estudiando Lucerys es bachillerato y la última es la universidad. Los estudios son obligatorios desde el preescolar hasta bachillerato ya si uno quiere ir a la universidad es decisión de cada uno.
- ¿Y las mujeres pueden ir? – pregunto Baela con emoción.
-Por supuesto, desde 1888.
-A ellas... las mujeres- exclamo Otto pero su voz sonaba como de chiste- ¿en serio?
- ¡Que!, Otto- exclamo Daemon mirando a Otto- no te cabe en esa pequeña cabeza que las mujeres pueden ser mucho más que simples vientres andantes.
-Las mujeres ya tienen su rol- exclamo Alicent- deben servir a sus esposos, así los dictan los Dioses.
-Y nosotros cuando dijimos eso- Balerion se apoyó en uno de los antebrazos del trono a centímetros de una espada extremadamente filosa y miro con interés, antes de que esta exclamara que así lo decían el libro de los 7, Balerion se le adelanto- y no utilices el argumento que eso dice el libro de los 7 ya que fue escrito por los hombres no por los Dioses, nosotros solo los creamos... nada más.
-Es bueno saberlo- dijo y se giró para ver a Lord Corlys- mi señor mano, cuando volvamos a la normalidad hablaremos más para iniciar escuelas por todo el reino para todos... hay muchos maestres errantes por el reino que estarán complacidos en enseñarles a los niños y niñas.
Lord Corlys le hizo una inclinación.
-Así se hará mi reina.
Su padre le dio una mirada de orgullo.
Pero su tío enfermó de cáncer, obligándola a dejar el instituto para cuidarlo. Después de su muerte, quedó sin dinero, sin familia y sin bachillerato.
-Tuvo que ser muy duro para Lady Sally- expresó Ser Westerling.
Conocía la historia de Ser Westerling, por los escalofríos más de la mitad de su familia había muerto, sus abuelos, padres, hermanos, tíos, primos y sobrinos, solo quedaron él, su hermana menor Kate y un tío que se convirtió en Lord Westerling pero que murió por la patada de un caballo cuando intentaba coquetear con una Lady y Kate de tan solo de 13 días de nombre se convirtió en Lady Westerling aunque muchos habían querido que Sir Westerling se convirtiera en el Lord este se negó ya que en ese tiempo ya era un capa blanca, Lady Kate Westerling se había mantenido neutral en su lucha por el reclamo al trono pero le deseo la mayor de la suerte.
El único buen momento fue cuando conoció a su padre. No le gustaba hablar de él porque ponía triste a su madre, pero sabía algunas cosas: era rico y les dio dinero para el primer año de vida de él para luego se perderse en el mar en un viaje importante. Su madre decía que no murió, sino que se perdió en el mar.
-Así que su padre ahora está perdido en el mar- Aegon parecía querer burlarse de lo dicho por Luke- solo no se quiso hacer cargo del pequeño Lucerys, punto final.
-Cuidado con tus palabras, sobrino- Daemon miro de forma amenazante a Aegon y este pareció tener un horrible escalofrió.
Ella trabajaba en empleos irregulares, asistía a clases nocturnas para obtener su título de bachillerato y lo crio sola, sin quejarse ni enfadarse. Él siempre trató de ser un buen niño para no molestarla.
El matrimonio de su madre con Gabe Ugliano, apodado "Gabe el apestoso" por él debido a su horrendo olor a pizza de ajo añejo y camisa sudorosa, solo complicó las cosas. Gabe había sido bueno los primeros 30 segundos que lo conoció, después se convirtió en un cretino como el tío Aegon.
Aegon se llevó la mano al pecho en forma de incredulidad.
Al llegar a casa, Gabe estaba en la sala jugando al póquer con sus amigos. El televisor estaba al máximo en ESPN, y había patatas fritas y latas de cerveza por toda la alfombra.
—Conque ya estás aquí, ¿eh niño? —exclamó Gabe sin levantar la mirada de las cartas.
—Sí, ya llegué —respondió con ligera molestia.
—¿Tienes dinero?
-Como puede ser esto posible- exclamo Baela- ni un bienvenido a casa o como estuviste... ¡NADA!
Baela recordaba cuando Luke y Rhaena visitaban Driftmark el abuelo organizaba un gran banquete por la bienvenida de sus dos nietos y hablaban hasta que la luna estaba hasta lo más alto del cielo nocturno, aunque su abuela no estaba muy complacida por la presencia de Luke se lo tragaba ya que Luke siempre traía consigo a Rhaena sobre Arrax. Aunque Luke utilizaba a Rhaena como escudo humano con la abuela le verdad le parecía una estrategia inteligencia de parte de su hermano para no llevarse las horrendas miradas que la abuela le daba.
Rodó los ojos con molestia. Siempre era lo mismo con Gabe, nunca un "Bienvenido a casa. Me alegro de verte. ¿Qué tal te han ido estos últimos seis meses?". Además, Gabe estaba más gordo que antes, parecía una morsa sin colmillos y vestía con ropa de segunda mano. Todavía tenía unos tres pelos en la cabeza, que se extendían por toda la calva, como si eso lo hiciera más guapo, pero ya no importaba.
- ¡Dioses! - exclamo Daeron con asombro- es como ver una versión adulta de Aegon.
- ¡Daeron! - regaño Alicent mirando con furia a Daeron, este se inclinó levemente sobre Helaena que parecía formar una sonrisa.
Jace, Baela y Rhaena también tenían ligeras sonrisas y sus hombros se movían levemente, Aemond miro con detenimiento a Gabe y luego a Aegon como si apenas notara su parecido.
Gabe trabajaba en Electronics Mega-Mart de Queens, pero pasaba la mayor parte del tiempo en casa. No entendía cómo no la despedían, ya que se gastaba su sueldo en puros con un olor horrible y en cerveza... más en cerveza.
<<Dioses, Daeron tiene razón, ese hombre es una versión más anciana de Aegon>>
Cuando él estaba en casa, Gabe esperaba que le diera dinero para seguir jugando al póquer. Lo llamaba "el secreto de machos", lo que significaba que si se lo contaba a su madre, no le iría bien.
-Este hombre no me está agradando ni un poco- manifestó Daemon mientras apretaba los puños.
—No tengo nada —respondió.
Gabe lo miró, sabiendo que mentía. Podía ser un sabueso con el dinero, lo cual era increíble dado que con ese olor debía anular eso.
-Que asco- exclamo Alicent.
—Has venido en taxi desde la terminal de autobuses —exclamó Gabe—. Probablemente pagaste con un billete de 20 y te han devuelto unos... 6 o 7 pavos. Si quieres vivir bajo este techo, debes dar dinero. ¿Tengo razón, Eddie?
Eddie, el portero del edificio, lo miró medio extraño, lo que hizo que se sintiera incómodo. Eddie ya debía estar borracho.
Daemon lo sabía no era una mirada de borracho era una mirada de lujuria, la puta misma mirada que muchas damas y lores le habían dado en toda su vida, incluso cuando estaba casado con la perra de bronce, Laena y Rhaenyra.
—Tal vez se lo gastó en lo que trae en la bolsa.
- ¡Rata delatora! - exclamo Aemond.
En menos de un segundo, Gabe le arrebató la bolsa. Intentó recuperarla, pero Gabe lo apartó de un empujón. Al abrirla, lo miró con furia.
—¡¿FRUTAS?! —sacó la manzana verde—. ¡¿Gastaste mi dinero en.... frutas?!
—¡ERA MI DINERO! —Gabe lo miró con furia y le dio un mordisco a la manzana verde—. ¡ESO ES MÍO!
Gabe hizo una mueca de asco y luego examinó la manzana con más atención. Lo agarró de la camisa y le escupió los pedazos de manzana verde en la cara.
Las exclamaciones no se hicieron esperar, se tapó la boca por el sombro que acaba de ver, por el atrevimiento que tuvo ese hombre hacía su hijo, Luke apenas tuvo tiempo de cerrar los ojos y la boca antes que esa escupida, ahora la tierna cara de su hijo estaba repleta de manzana pero también tenía un ligero color amarillento.
-Ese... hombre...no- Jace estaba en shock todavía sin poder creer lo que Gabe le había hecho a Luke, Baela parecía estarse conteniendo mientras Raena parecía horrorizada.
Corlys en otra parte parecía que pasaría por esa pantalla para darle una paliza, Rhaenys solo evito mirar la pantalla y se centró en donde estaban los niños metidos en su pequeño mundo de juegos y sin saber lo que en realidad pasaba.
-Dark Sister, tiene un nuevo objetivo- prometió Daemon.
-La muerte sería muy bondadosa para ese hombre, Daemon- informo Corlys.
-No te preocupen mucho - Balerion tenía un mirada llena de odio- ese hombre recibió algo peor de la muerte.
—¡ESTA MANZANA ESTÁ REPLETA DE GUSANOS! — le mostro la manzana.
Tenía razón, había varios gusanos dentro de la manzana.
—¿Y yo cómo iba a saberlo? —replicó.
Eso enfureció más a Gabe, quien le aplastó el pie con fuerza. Formó una mueca de dolor, sabiendo que si gritaba, iría peor.
<<Yo le daré el peor final de su vida, el fuego de dragón>> Aemond miro con repudio al hombre, solo ÉL podía atormentar a su sobrino.
Gabe lo arrastró hasta dejarlo de rodillas frente a la mesa. Sus amigos, ya borrachos, lo miraban con diversión. Gabe se inclinó y, con una sonrisa, le tendió la manzana.
-No lo hagas Luke- Jace empezó a negar con la cabeza- por favor...no.
—Dijiste que era tuya —le dijo Gabe—. Cómetela completa.
Las risas de los amigos de Gabe resonaron más fuerte que la televisión.
—Vamos, no tenemos toda la vida.
Gabe se quedó a su lado, mirándolo fijamente. Miró la manzana con gusanos y luego a Gabe.
—Te daré mis 17 dólares restantes —los ojos de Gabe brillaron—. Solo... no...
Gabe le tendió la mano para que le diera el dinero, cosa que hizo.
—Oh, vamos, Gabe —exclamó uno de los amigos—. Solo un mordisco.
—Vete, niño.
No lo tuvo que decir dos veces. Se levantó, agarró la maleta y la bolsa.
—¡Ha llegado más cartas, nerd! —exclamó Gabe justo cuando iba a salir de la sala—. ¡Todas cartas de reclutamiento para esas estúpidas academias!
- ¡¿También lee su correspondencia?!- Daemon estaba llegando al límite con ese hombre, si algún día tuviera la oportunidad de estar frente a frente con ese hombre lo haría sufrir tanto que hasta respirar sería doloroso.
Se giró para ver a Gabe.
—Leíste mi correspondencia.
Gabe no le respondió, solo abrió otra lata de cerveza, bebiéndosela de un trago. Golpeó la mesa con la lata y la aplastó con su mano, escuchando el rechinar del metal.
-Así que de allí lo saco- murmuro Rhaenys, siempre Lucerys debía sacar algo de sus figuras paternas y siempre eran las peores cosas de ellos.
Junto a la mesita del pasillo estaban todas sus cartas ya abiertas, también las de su madre. Él solo agarró las suyas y se fue a su habitación.
Su habitación había cambiado casi por completo. Había revistas de coches repartidas por todas partes, sus botas manchadas de barro sobre la alfombra y el horrible olor a colonia de "hombre", puros y cerveza rancia.
-Nisiquiera tiene una habitación para él- Daeron miro con asco la habitación de Lucerys.
-Ese hombre es peor que un parasito- Corlys recordaba cuando le había dado la mejor habitación de Driftmark a Lucerys y Rhaena, Lucerys era su heredero y Rhaena era su querida nieta, aunque Rhaenys no estuvo muy complacida ya que Baela había recibido la antigua habitación de Laena y no una con las mejores vistas de Driftmark... pero Baela se la había pedido cuando se mudó a Driftmark y le dejo a escoger su habitación.
Dejó la maleta y se sentó sobre la cama. Hogar, dulce hogar. Suspiró de cansancio y agarró la primera carta leyéndola sin mucho interés esta le pedía que les diera una oportunidad y que podría ir a una visita personalizada en agosto.
-Se arrastran por un bastardo- susurro Cole- patéticos.
Dejo sin muchas ganas la carta sobre la cama y miro el reloj despertador que había al lado de la ventana, su madre ya estaba por llegar.
Salió de su habitación en silencio. Entró al baño para lavarse la cara. No quería que su madre lo encontrara sucio y se preocupara. Mientras se secaba la cara, escuchó la voz de su madre.
—¿Percy?
Su madre se asomó con una sonrisa.
—Mamá —dejó a un lado el trapo y se acercó a su madre para abrazarla.
Mientras estaba en los brazos de su madre, se sentía bien y seguro. Ella le dio varios besos en la cabeza, lo que lo hizo sonreír y apretar más la delgada cintura de su madre. El olor a chocolate, regaliz y más dulces de la dulcería donde trabajaba lo rodeaba, por fin se pudo sentir en casa.
-Nisiquiera en su propia casa se siente en casa- recordó cuando Alicent la molestaba en su propia casa al punto que tuvo que escapar a Dragonstone para por fin estar en paz con sus propios hijos.
Mientras estaba en los brazos de su madre se sentía bien y seguro. Ella le dio varios besos en la cabeza, lo que lo hizo sonreír y apretar más la delgada cintura de su madre, inhalando el aroma a chocolate, regaliz y otros dulces de la tienda donde trabajaba.
—Percy... cariño... sin aire.
—Oh, perdón.
Se separó de su madre y la miró. Su sonrisa era cálida, ya le estaban apareciendo algunas canas, pero eso no la hacía verse vieja. Cuando lo miraba, era como si solo viera las cosas buenas en él, ninguna mala. Jamás la había oído levantar la voz o decir una palabrota a nadie, ni a él ni a Gabe.
-Ni se debería quejar- Otto miraba sin mucha importancia lo que pasaba- si ese fue el mejor prospecto que pudo encontrar con un bastardo, los dioses le sonrieron sin duda alguna.
Alicent asintió de acuerdo a su padre.
—Oh, mi niño.
Lo rodeó con un brazo por los hombros y lo sacó del baño para llevarlo a su habitación y sentarse en su cama.
—No me lo puedo creer. ¡Cuánto has crecido desde Navidad!
Solo habían sido unos centímetros, pero todavía seguía siendo muy bajo para su edad.
-Lucerys siempre será un niño muy bajo para su edad- informo Rhaena y Jace junto con Baela asintió de acuerdo a lo que dijo.
—Un día de estos llegaré al techo.
Su madre soltó una risita y le tendió su regalo de bienvenida a casa: dos bolsitas de muestras gratis de la tienda de dulces donde trabajaba. Se comieron con gusto las tiras de arándanos ácidos dejando de lado la otra bolsita. Mientras lo hacía, ella le pasó la mano por la cabeza y quiso saber todo lo que no le había contado por cartas. No mencionó su expulsión ni que estaba renqueando. Su torpe niño se había vuelto a caer.
-Porque no se lo dice- exclamo con desesperación.
-El mismo lo dijo- Cole le dijo como si fuera una niña tonta- si se lo dice a su madre no le ira muy bien... no debe de tener tanta confianza con su madre para decirle algo.
Le contó algunas cosas, pero otras se las guardó. Ella lo escuchaba encantada, feliz de tenerlo a su lado.
—Eh, Sally, ¡¿qué tal si nos preparas un buen pastel de carne?! —exigió Gabe desde la sala.
-Como este intento de hombre puede ser tan insoportable- Baela jamás había conocido alguien así... bueno si y de hecho estaba en esa misma sala.
Él formó una mueca. Su madre debía estar casada con un millonario, no con el estúpido de Gabe. Pero por su madre, intentó sonar optimista cuando le contó los últimos días en la Academia Yancy. Que casi ni le afectó la expulsión. Que había hecho nuevos amigos. Que le gustó Yancy. De verdad. Al final, lo pintó tan bien que casi se convenció a sí mismo. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en Grover y el señor Brunner. Ni siquiera Nancy Bobofit parecía tan mala.
Hasta que ella preguntó por la excursión al museo.
—¿Qué? —preguntó su madre, con dificultad para mirarla a los ojos—. ¿Te asustó algo?
-Es momento Lucerys Velaryon, cuéntaselo todo- le exigió a su hijo.
No le gustaba mentir. Quería contarle todo sobre la señora Dodds, pero tal vez sonaría como un loco.
—No es nada... solo que me vomité en el viaje —su madre lo miró preocupada y cuando iba a preguntar qué más pasó, él le tendió la bolsa—. También traje algo para ti.
-No la evadas- exigió Daemon- cuéntaselo.
Ella la agarró con una sonrisa y, al abrirla, lo miró con felicidad.
—Cerezas —sacó las dos cajas—. Mis favoritas.
—Lo sé... se las compré a unas ancianas que tenían un puesto en la calle.
Su madre las miró con felicidad. Su pinta se veía mejor y parecían mucho más ricas que esa manzana verde.
—Yo también te tengo una sorpresa —dijo—. Tú y yo nos vamos a la playa.
—¿A Montauk?
—Tres noches, en la misma cabaña.
—¿Cuándo? —solo quería salir de ese apartamento.
—En cuanto me cambie.
-Excelente- dijo Corlys- entre más lejos de ese hombre mejor.
No lo podía creer. Su madre y él no habían ido a Montauk en los últimos dos veranos porque Gabe decía que no había suficiente dinero.
-Si deben de tener dinero- dijo Ser Westerling- solo que ese tipejo se lo debe de quedar todo.
Harrold no podía creer que eso le estuviera pasando a un príncipe frente a sus ojos y no pudiera hacer nada para ayudarlo.
Entonces Gabe apareció en la puerta y dijo:
—¿Pastel, Sally? ... ¿no has oído?
-Con qué derecho tiene ese hombre de exigirle algo a Sally- Baela estaba a punto de cruzar esa televisión y darle unas golpizas a ese hombre.
-Es su esposo- Alicent tuvo el atrevimiento de mirarla como si fuera su igual- es la obligación de ella hacer las exigencias de él.
Baela miro con repudio a Lady Alicent y sus ocurrencias estúpidas.
Apretó los puños. Preferiría que Gabe le hablara así a él antes que a su madre. Su madre lo miró y comprendió: sé amable con Gabe un momento, solo hasta que estuviera lista para irse a Montauk.
—Un momento, cariño —le dijo a Gabe—. Estábamos hablando del viaje.
Gabe entrecerró los ojos.
—¿El viaje?... ¿quieres decir que lo decían en serio?
<<Lo suponía, ya no los dejaría ir>>, pensó.
—Por supuesto —le dijo su madre con una tierna sonrisa—. Sé que estás preocupado por el dinero... ¿qué te parece si te hago un pastel de siete capas y preparo mi salsa especial de guacamole y crema agria? Vas a ver cuánto te gustará.
-En donde encuentro una esposa así- se quejó Aegon recostándose en el sillón.
-Helaena es tu esposa, Aegon- le recordó Alicent- y la madre de tus hijos.
Aegon ni le dio importancia.
Gabe parecía pomposo por las palabras de su madre.
—Pero —dijo mirándolos con seriedad—, el dinero de este viaje saldrá de su presupuesto de ropa, ¿no?
—Por supuesto —aseguró su madre.
—Y llevarás mi coche allí y lo devolverás, no irán a otro sitio.
—Te lo devolveremos en una sola pieza.
Gabe se rascó la papada.
—Si te pones las pilas en ese pastel de siete capas... y el niño se disculpa por darme una manzana repleta de gusanos.
-Como iba a saberlo- Jace se cubrió la cara con las manos en forma de frustración.
Él formó una mueca de molestia, pero su madre lo vio y sus ojos le advirtieron que no lo hiciera enojar. ¿Por qué su madre estaba con Gabe? Tenía ganas de gritar. ¿Por qué le importaba lo que ese idiota pensara?
-Que lo grite- animo Daeron.
—Lo siento— murmuro— por... darte una manzana llena de gusanos. Por favor vuelve a tu importantísima partida de póquer...no volverá a pasar.
Gabe lo miró con una mezcla de satisfacción y desdén.
—Bien —respondió finalmente—. Entonces prepárame ese pastel, Sally.
Ella asintió, su sonrisa nunca flaqueando. La admiraba por eso, aunque también le dolía ver cómo se doblegaba ante las exigencias de Gabe.
Una vez Gabe se retiró a la sala, su madre lo abrazó de nuevo.
—Todo estará bien, Percy —le susurró al oído—. Solo un poco más de paciencia.
-Paciencia es lo poco que le queda a Luke con ese idiota- Baela se cruzó de brazos.
Asintió, aunque le costaba aceptar la situación. Sabía que su madre siempre veía lo mejor en las personas, pero Gabe era una excepción en todos los sentidos.
—Vamos, ayúdame a preparar la cena —dijo su madre con una sonrisa—. Así podremos cenar temprano y luego hablar más sobre Montauk.
Volvió a asistir y siguió a su madre hacia la cocina. Mientras ella sacaba los ingredientes para el pastel de 7 capas, él comenzó a lavar y cortar las verduras. La cocina se llenó rápidamente del aroma de la carne cocinándose y de las especias que su madre usaba con maestría.
—Montauk —dijo su madre de repente, como si quisiera darle algo más en lo que pensar—. ¿Te acuerdas del verano cuando encontraste aquella estrella de mar gigante?
Sonrió ante el recuerdo.
—Sí, la guardé en un frasco durante semanas hasta que empezó a oler raro.
Ambos rieron, y por un momento, la tensión en el aire se disipó. La cocina se llenó de recuerdos felices y lo que podrían hacer en esos días en Montauk.
Sonrió, ver lo feliz que era Luke con Sally le hacía que el corazón se le llenara sabiendo que su hijo estaba en buenas manos, talvez si pudiera convencer a Balerion que Luke y Sally vinieran a vivir a este mundo le daría un gran castillo y riqueza a Sally para que viviera en paz el resto de su vida, pudiera encontrar a un buen hombre y ser feliz, también debía estar cerca para que Luke la pudiera visitar cuando quisiera.
Cuando terminaron de preparar la cena, la ayudó a poner la mesa mientras su madre terminaba los últimos toques del pastel. Gabe y sus amigos seguían en la sala, gritando y riendo con la televisión de fondo. Trató de ignorarlos, concentrándose en la idea de estar en la playa, lejos de todo esto.
—Está listo —anunció su madre, trayendo el pastel a la mesa con una sonrisa.
Gabe y sus amigos se unieron rápidamente, atraídos por el aroma delicioso.
-Parecen salvajes- recordó cuando estuvo en el muro con Cregan y vieron a unos salvajes intentar matar a unos hermanos de la noche para robarles unos conejos que habían capturado ellos mismos.
Él y su madre se sentaron juntos, y aunque la presencia de Gabe era una sombra constante, la promesa de Montauk hizo que la cena fuera un poco más llevadera.
Después de la cena, mientras su madre limpiaba la cocina, fue a su habitación para terminar de empacar. Tenía la mente puesta en el viaje y en todo lo que podría significar: un descanso de Gabe, tiempo a solas con su madre, y tal vez, solo tal vez, un momento para encontrar respuestas a las preguntas que lo atormentaban.
Antes de terminar, miró por la ventana de su habitación hacia las luces de la ciudad. Pensó en Grover y en las ancianas del autobús, en la advertencia que había recibido. No podía sacudir la sensación de que algo grande se avecinaba, algo que cambiaría su vida para siempre.
Pero por ahora, solo podía concentrarse en Montauk y en hacer feliz a su madre. Todo lo demás podría esperar.
-Mientras más lo trate de ignorar más fuerte será el golpe- eso mismo le había dicho Daemon sobre los Hightower pero ella decidió ser como Luke y dejarlo esperar.
Soltó un suspiro. Porque su dulce niño tuvo que sacar eso de ella.
Una hora más tarde, estaban listos para irse. Gabe se tomó un descanso de su partida lo bastante largo para verlo cargar las cosas de su madre en el coche. No dejó de quejarse y replicar que perdería a su cocinera y, por supuesto, lo más importante, su Camaro del 78 durante el fin de semana.
-Trata a Sally como si fuera su sirvienta- se quejó Baela- que asco.
—No le hagas ni un rasguño al coche, nerd —le advirtió mientras metía la última bolsa—, ni el más mínimo rasguño.
Como si él fuera a conducir. Tenía 12 años, no sabía conducir... pero en su vida pasada, ya a esa edad, era jinete de Arrax y volaba junto a su madre, Jace y Daemon. Pero un dragón no era igual a un auto.
-Si los dragones son más interesantes que un simple auto- comento Joffrey desde la alfombra de juegos en donde estaban jugando con dragones de madera.
-Sabías palabras, príncipe Joffrey- Joffrey miro a Balerion y le dio una gran sonrisa.
Gabe llegó a la puerta e hizo la misma señal que había visto hacer a Grover en el autobús, una especie de gesto para alejar el mal: una mano con forma de garra hacia el corazón y después un movimiento brusco hacia afuera. Entonces, la puerta se cerró tan fuerte que lo golpeó en el trasero y lo envió volando dentro del edificio.
-Totalmente merecido- Daeron asentía con aprobación por lo hecho por su hijo.
Vaya, eso sí fue raro, pero no le dio mucha importancia.
Se subió al Camaro y le dijo a su madre que pisara a fondo mientras ponía la radio y ponía a todo volumen "Lean On" para poder cantarlo a todo pulmón. Fue tanta su emoción que por fin pudo dormir un poco.
Todo empezó a cambiar el auto empezó a llenarse de vapor, hasta el punto de que ya no podía identificar en donde estaban Luke y Sally, hasta que Luke con la apariencia de su vida pasada se hizo presente, su cabello ya no era negro sino castaño, sus ojos verdes mar ahora eran grises azulados y su piel bronceada ahora era clara y ya no vestía la ropa de su mundo sino con la última ropa que lo había visto.
El vapor hacía que su visión no estuviera en las mejores condiciones para guiarse, tampoco podía caminar mucho ya que había demasiada gente a su alrededor, había gritos, sollozos y lamentos. A lo lejos podía ver grandes estructuras que las personas atravesaban para después desaparecer también eran esas cosas que hubiera tanto vapor.
-Son los arcos de los mundos- dijo Balerion con impresión- él no debería ser capaz de recordar ese lugar.
Aferrándose a su capa había una niña, su cabello blancos con mechones castaños estaban atados en una simple trenza Valyria, vestía un vestido rojo y negro y lo miraba con sus grandes ojos violetas como el vino. Era su hermanita, Visenya.
-Visenya- susurro el nombre de su única hija, el parecido con sus hermanos mayores y menores casi la hizo llorar pero era sin duda alguna una versión femenina de Daemon, esas cejas, esa naricita y esos ojos, todo era Daemon- es hermosa.
Daemon la atrajo hacia su pecho y le dio un beso en la cabeza.
-La más hermosa.
—Hay que mantenernos juntos —le dijo en Alto Valyrio mientras trataban de moverse entre millares de personas.
—Quiero volver con la abuela —exigió—. ¡Ahora!
-Es una versión de Daemon en miniatura- aseguro Jace.
-Eso no es lo importante, Jace- le dijo Baela- a que abuela se está refiriendo nuestra hermana, a la abuela Alyssa o a la abuela Aemma.
Su padre pareció darse un golpe de realidad con lo dicho por Baela.
—Sabes que no podemos —le dijo mientras esquivaban a un hombre muy gordo—. Ella ya se fue en una de esas estructuras.
Visenya formó una mueca de tristeza y parecía querer llorar en ese mismo instante.
—¿Y Aemma?
Rhaena le dio una mirada a Daeron y este se la correspondió al instante.
- ¿Nuestra abuela o alguien...? - iba a preguntar un Jace bastante confundido.
-Debe ser su abuela Aemma- exclamo con rapidez Rhaena mientras se aferraba a las faldas de su vestido, Rhaena estaba nerviosa- porque no ha habido otra Aemma en nuestra línea.
Jace pareció captar lo que Rhaena dijo y asintió de acuerdo con lo dicho por Rhaena.
Fue su turno de formar una mueca de tristeza.
—Su nueva mamá se encargará de ella... ahora te tengo que llevar a tu lugar.
Visenya empezó a negar con la cabeza.
—¡Juntos! ¡Vayamos juntos... la sangre del dragón debe estar unida!
-Eso es algo que Daemon, sin duda diría- Rhaenys miro con indiferencia la televisión.
Miró fijamente a su hermana y sus ojos suplicantes.
Despertó casi sobresaltado.
—Percy —dijo su madre—, ya llegamos.
El vapor cubrió otra vez a Luke y este desapareció pero volvió a aparecer otra vez con la apariencia de Percy, este vapor empezó a desaparecer extremadamente rápido.
Tomó una gran bocanada de aire. Todavía podía sentir como Visenya le seguía jaloneando sus ropas. Miró por un momento a su madre, que parecía estarse limpiando una lágrima, y giró para ver dónde estaban. La playa estaba a un lado de una casita de tono pastel con cortinas descoloridas, medio hundida en las dunas y también estaba lloviendo a cantaros.
—¿Dónde...? —preguntó medio extrañado, volviendo a sentir como le jaloneaban la ropa.
¡Juntos! ¡Vayamos juntos... la sangre del dragón debe estar unida!
—...Visenya.
Su madre lo vio con extrañeza pero sonrió.
—Percy, todavía estás medio dormido.
—Creo... ¡uhhh!... Creo que sí, todavía sigo dormido.
—Pues con el baño que nos daremos te podrás despertar.
Soltó una risita.
—A las tres —su madre asintió—. Una... dos... tres.
Ambos salieron del auto riendo y subieron la pequeña cuesta para entrar a la cabaña.
El entro primero y casi se detuvo ya que su mirada se fijó en un espejo que estaba a un lado de la puerta. No era él, sino Lucerys Velaryon, y a un lado estaba Visenya mirándolo fijamente. Pero en sus brazos tenía un pequeño bulto, con una pelusa blanca asomándose y un par de manitas pálidas moviéndose como si quisiera que se acercara.
- ¿Un bebé? – Rhaena se puso estática y le lanzaba miradas a Daeron pero este no se las correspondió sino que formaba una mueca como si le doliera ver a Luke con un bebé.
Aemond se puso estático y miro más fijamente al bebé. Rhaenys pareció captar algo.
-Ese niño estúpido- exclamo con enojo- como se le ocurre hacer algo tan estúpido.
-Rhaenys- Corlys miro con enojo a su esposa.
-Hablaremos más tarde de tu amado heredero, Corlys.
Rhaena se iba a levantar para defender a Luke pero fue Helaena quien la miro del otro lado, simplemente negó con la cabeza y Rhaena se quedó quieta como estatua.
Su madre pasó frente a él riendo y todo cambió. Ahora no era Lucerys Velaryon, sino una mujer Valyria muy hermosa que vestía trajes de montar mientras sostenía a un niño no mayor de 2 años que sostenía un huevo plateado.
-Reina Rhaenys- susurro su padre admirando a la hermosa mujer- si se parece un poco a Lucerys.
Su padre si tenia razón, aunque casi no veía mucho de su hijo en la Reina Rhaenys, si podía decir que tenia algunas facciones parecidas a su hijo.
Su madre cerró la puerta frente a él y cuando se movió, ahora era él, medio mojado.
<<Vaya, todavía sigo medio dormido>> se dijo, y tomó su maleta para ponerla sobre la cama.
La cabaña tenía una chimenea propia al lado de los sillones, así que decidieron prenderla y comer malvaviscos.
—Compré los que se derriten más lentos —su madre sacó una gran bolsa de malvaditos azules.
—No es culpa de ellos que nunca les preste atención.
Su hijo se veía apenado como si no fuera la primera vez que pasaba eso. Oh, su dulce niño preocupándose por algo tan pequeño.
Al lado de la chimenea había un vaso de agua por si se distraía y este se terminaba incendiando... no era la primera vez. Su madre lo miró con preocupación.
—¿Qué fue lo que pasó... en esos días? —su madre quería ir directo al grano.
—Creo que...
—Viste algo —se acercó más a él—. Dime... algo que tú piensas que era real pero nadie podía ver.
-Como un loco que alucina cosas que no hay- Aegon soltó una de sus desagradables sonrisas.
-Oh, un borracho muy ebrio- contesto Jace.
Asintió y un trueno resonó a lo lejos. Su madre formó una mueca.
No era la primera vez que le había pasado. Después del incidente de las serpientes, cosas raras habían pasado. Una vez había visto a un hombre con un solo ojo, no como su tío Aemond, que tenía dos ojos pero en uno lo cubría con un parche... ese hombre LITERALMENTE tenía un solo ojo.
La escena cambio ahora mostraba a Luke no mayor de 7 años en un jardín completamente solo mientras se comía una manzana y veía a los demás niños jugar, hasta que se fijo en un hombre alto...MUY ALTO que estaba al otro lado del muro que rodeaba el jardín, con horror vio que su hijo tenia razón ese extraño hombre solo tenía un solo ojo.
- ¿Qué es esa cosa? - pregunto una asustada Alicent.
-Un monstruo- le respondió Otto- un horrendo monstruo.
Hacía unos siete años, cuando se quedaron en esa misma cabaña, vio en el mar a una mujer que lo saludaba. Creyendo que era alguna otra persona que estaba de vacaciones en esas mismas cabañas, la saludó, pero la mujer se hundió en el mar y no volvió a subir más.
La escena volvió a cambiar, ahora Luke sostenía un gran estrella de mar y miraba al mar a una hermosa mujer a la distancia que lo saludaba, Luke se lo correspondió antes de que la mujer se sumergiera al agua y nunca volvió a subir.
—¿Y... ella que te dijo?
-Sally, ya lo sabía- Daemon estaba asombrado y ella le sonrió.
-Una madre siempre lo sabe.
Se giró lentamente para ver a su madre.
—¿Ella...? —su madre pareció darse cuenta de su error—. ¿Cómo sabes que fue una ella?
Miró un momento al techo como si estuviera rezando.
—¿Sabes por qué venimos a esta cabaña?
—Porque está cerca de los tanques sépticos y es barata... mamá, ¿cómo sabes...?
—Venimos aquí —su madre le cortó— porque aquí conocí a tu padre.
Se quedó estático.
—¿Mi padre? —su madre asintió—. ¿Qué tiene que ver él con todo esto?
-Todo- susurró Balerion.
Su madre lo miró fijamente, como si buscara algo en él... algo que tal vez tenía y era su parecido a su padre. Le acarició el cabello, pero se alejó como si le quemara.
—Hace mucho tiempo... yo conocí a tu padre. Era astuto, valiente, tierno y noble... desde el primer momento que lo vi supe que... que nunca conocí a otro hombre igual en mi vida.
Bajó la cabeza y miró fijamente el fuego, como si este pudiera darle todas las respuestas que buscaba.
—Luego me di cuenta de que no era igual a otro hombre que conocí en mi vida... porque no era un hombre en sí... él era Dios.
El silencio reino en la sala del trono.
-Entonces... el hombre... que vimos, ¿era Dios? – Corlys estaba confundido.
-Dios no...UN Dios- corrigió Balerion.
-Que Dios quisiera tener una relación con ella- Alicent sacando su veneno.
-Pues según me contaron, ese Dios le prometió que si se iba con él le daría un hermoso castillo.
- ¿Y si se hubiera ido con él? - pregunto Otto con interés.
-Sally y Lucerys se hubieran convertido en Dioses.
Se quedo perpleja al igual que varios en esas sala.
Miró con confusión a su madre.
—¿Te enamoraste de Dios... de... de Jesús?
-Ja, Lucerys ya se sentía el mesías- Balerion rio por lo que dijo Lucerys
Su madre soltó un suspiro.
—No Dios... de un Dios —su madre por fin lo vio y se acercó más a él—. Las historias que te he contado sobre los dioses griegos, los héroes y los monstruos son reales...
Luke miraba a su madre como si quiera creerle eso, pero solo negó con la cabeza.
—Mamá...
—En esas historias te he contado cómo es que los dioses y los mortales tenían hijos, que se llamaban semidioses... ¿recuerdas? Los que combaten a los monstruos. Eso es lo que eres... eres un semidios.
Luke parecía que quería ponerse a llorar allí mismo, se veía pequeño...se veía indefenso ante esta gigante revelación.
Se levantó de un salto del sillón y miró a su madre, tal vez con la misma mirada que estuvo recibiendo durante todo su tiempo en Yancy.
—¡Esto es una locura!... Ok, no soy un semidios. Sé que hay algo malo en mi cerebro y... tengo miedo de que algo esté roto en mí.
-Mi dulce niño- susurro, recordando la última vez que ambos estuvieron juntos.
Admitió con desesperación y pudo sentir cómo los ojos le picaban.
—Mi amor —su madre intentó agarrarlo de las manos, pero él se alejó—. ¡No!
—Y ahora me cuentas locas historias como si eso me fuera a ayudar... ¡Ya no soy un bebé! Sé que los monstruos no son como tú me lo dijiste... son las personas quienes son los monstruos... sé que los héroes ahora son solo historias y... sé que los semidioses no son reales.
Su hijo necesitaba un descanso... uno muy largo.
—Percy...
—¡Basta... me iré a la cama... hoy he tenido un día MUY extraño! —empezó a caminar a su habitación, pero se detuvo—. Mejor... hablemos mañana.
—Percy...
No le hizo caso y cerró la puerta con fuerza.
-Así trata a su madre- dijo Alicent- pobre mujer.
La discusión había sido intensa, pero no podía ignorar la mezcla de curiosidad y temor que lo embargaba. Se dejó caer en la cama, mirando al techo. Las palabras de su madre resonaban en su mente, una y otra vez. ¿Cómo podía ser cierto? ¿Semidios? ¿Monstruos y dioses griegos?
El sonido de la lluvia contra la ventana lo tranquilizaba un poco, pero no podía dejar de pensar en lo que su madre le había dicho. Recordó los sueños que había tenido últimamente, las visiones de otra vida, de otro tiempo. Todo parecía encajar, pero era demasiado para procesar.
Se giró en la cama, tratando de encontrar una posición cómoda. ¿Y si su madre tenía razón? ¿Y si realmente era un semidios? Las dudas y el miedo lo invadían, pero también una extraña sensación de pertenencia. Como si finalmente, algo en su vida empezara a tener sentido.
-Esta solo- dijo Daemon- solo quiere un lugar en donde se sienta en casa.
Finalmente, cerró los ojos, decidido a enfrentar todo con la mente despejada al día siguiente. Mañana hablaría con su madre, intentaría entender lo que le estaba pasando. Pero por ahora, necesitaba descansar.
—Mañana —murmuró para sí mismo—. Mañana será un nuevo día.
Notes:
Se que este capítulo sería Grover pierde inesperadamente los pantalones pero se me hizo tan largo que preferí partirlo en dos y darle mis propios cambios.
Les gusta la nueva portada o nos quedamos con la anterior... también se me olvido decir que Grover también estará en el equipo.
Gabe y sus amigos son idiotas más horrendos del mundo y si Gabe no es lo peor que le ha hecho a Lucerys.
---*---*---*---
Rhaenyra con Daeron, Helaena y Rhaena: Ustedes lo sabían.
Los tres viéndose nerviosos y recordando la infalible táctica de los gemelos: ¡ES UN SECRETO!
*Proceden a huir*
Chapter Text
Rhaenys se levantó del sillón como si en ese mismo instante pudiera escupir fuego por la boca.
-Como pudiste permitir que Lucerys deshonrará de esta manera a Rhaena- Rhaenys señalo al televisor y la miro- tu hijo hizo la peor de las deshonras, apuesto que se acostó con una chica cualquiera en Dragonstone y ahora está embarazada.
- ¡RHAENYS! - grito Corlys- tú no sabes de lo que está hablando.
¡Podría ser que allá, en algún lugar, esté ella! ¡La chica con el hijo de Lucerys! ¡Tenía que encontrarla! ¡Ella tenpia lo único que le quedaba de Lucerys en este mundo!
- ¡¿Y tú sí?!- Corlys defendería a Lucerys de cualquiera incluso de su propia esposa.
-Lucerys no será ni el primero ni él último de esta familia en tener un bastardo.
Rhaenys miro con furia a Corlys pero este tenía un punto muy válido, Rhaena se puso de pie.
-Al igual, Lucerys no me deshonro porque yo lo hice primero...
-Rhaena no es el momento que lo defiendas con mentiras.
- ¡No es una mentira, me eh estado acostando con Daeron desde hace un año!
Las exclamaciones no se hicieron esperar. Baela tomo la mano de Rhaena y la vio para que no dijera tales tonterías pero Rhaena la ignoro. Rhaenys soltó una risa histérica, los niños dejaron de jugar para verlos confundidos.
-Rhaena, no me tienes que mentir.
-Es la verdad- todos miraron a Daeron- nos llevamos acostándonos desde hace un año.
- ¡Daeron! - chillo Alicent horrorizada.
Daemon apretó la empuñadura de hermana oscura y ella tuvo que ponerle la mano sobre esta, si las cosas se salían de control, Daemon sería un gran problema, Rhaenys la volvió a ver.
- ¡Vez los que haces, Rhaenyra! - Rhaenys señalo a Rhaena- ¡corrompes a las buenas niñas para crear...!
- ¡Lucerys estaba embarazada! - chillo Rhaena. Muchos la vieron confundidos todos menos cinco personas en la sala.
-Rhaena- la voz de Rhaenys se volvió suave- eso es imposible, los hombre no puedes tener hijos eso es solo de las mujeres.
Rhaena miro a Corlys seriamente.
-Lucerys es el portador de la maldición de Laemon.
Corlys se quedó sin palabras y miro a la televisión... una maldición, su hijo tenía un maldición.
- ¿La maldición de Laemon? - pregunto Jace con confusión.
Rhaena miro fijamente a Jace.
-Sabes por qué el símbolo de los Velaryon es un caballito de mar.
-Porque representa al mar- eso era lo que Laenor les había dicho a sus hijos cuando preguntaban el porqué.
-Una parte si... pero la otra es por la habilidad ancestral que tenían los Velaryon...
-Para poderse embarazar- le corto Corlys a Rhaena- creí que esa habilidad estaba extinta.
-Lo estaba hasta que Lucerys...
- ¡Entonces el príncipe Lucerys es un come espadas! - chillo Alicent con enojo- ¡ y con una habilidad inhumana!
Rhaena miro con furia a Alicent.
-Lucerys nunca hubiera sabido que tenía la maldición, si Aemond no lo hubiera...atacado.
Miro a Aemond que todavía seguía sentado cómodamente en esa silla como si fuera inocente de esa acusación.
- ¡Aemond! - llamo su padre con voz fuerte- ¡explícate!
Aemond giro lentamente la cabeza hacía su padre.
-No sé que hay que explicar, padre- dijo y en ese mismo instante quiso saltar sobre su hermano para arrancarle el otro ojo- solo consume mi matrimonio con mi esposo.
Miro sin entender a su hermano, ¿Cuándo Luke y Aemond se habían casado, si nunca se habían vuelto a ver desde Driftmark? ... ¿verdad?... ¡¿VERDAD?!
Rhaena soltó una chillido de furia.
- ¡Ustedes nunca se casaron! - Aemond la miro fijamente como si quisiera golpear a Rhaena por decir tales palabras.
-Intercambiamos sangre esa noche en Driftmark- su tono de voz se podía escuchar un poco de burla- él me corto la cara y yo le quebré la nariz, desde entonces somos esposos.
- ¡Tu... maldito! – Jacaerys trato de correr hacía Aemond, pero Rhaena y Baela lo detuvieron- ¡cómo se te ocurre hacerle eso a mi hermano!
Una furia castaña paso volando y salto sobre Aemond agarrándolo del pelo.
- ¡ESTO ES POR LUCERYS! - Joffrey empezó a jalonear el cabello de Aemond mientras este intentaba quitárselo.
-Vamos, Joffrey como te enseñe- susurro Daemon y apretaba los puños.
- ¡Ya basta, Joffrey! - exigió Rhaenys y volteo a Balerion- ¿no puede hacer algo?
Balerion parecía estar disfrutando lo que Joffrey le estaba haciendo de hecho parecía estar haciéndole animos, pero al notar que estaba siendo observado se recompuso y tocio levemente, movió la mano y Aemond y Joffrey aparecieron separados, Joffrey tenia varios mechones del cabello de Aemond en las manos.
Ambos parecían confundidos pero Joffrey reacciono rápido e intento volver a saltar sobre Aemond pero este se movió rápidamente.
-No, no- exclamo Balerion y movió la mano.
Algo invisible empezó a mover Joffrey esta ella, su hijo alzo los brazos y sus ojos se aguaron, ella lo recibió en sus brazos abrazándolo, Joffrey empezó a sollozar.
-Aemond, cuando terminemos aquí- su padre se puso serio- serás enviado al muro y Vhagar será traslada a Dragonstone.
- ¡Viserys! - Alicent se paro frente a Aemond, su voz era melosa pero firme- no puedes hacer esto, Aemond es un príncipe.
-¡Lucerys también era un príncipe y mira lo que le hizo Aemond!
-Por cierto, padre- dijo Aemond con una sonrisa media horrenda mientras se volvía a acomodar el cabello- tú estás muerto... ya no eres el rey.
-Aegon tampoco es el rey- dijo mirando a su hermano- yo soy la reina.
-Yo no te eh visto sentada en el trono de hierro, hermana.
-Y tú no eres esposo de mi hijo.
Aemond se le borro la sonrisa.
-Eres un ándalo, sobrino- exclamo Daemon- no sabes nada sobre los Valyrios... menos de los casamientos.
-Hay que intercambiar sangre, Lucerys y yo lo hicimos.
-Se cortaron la palma de la mano, se juraron en Alto Valyrio que siempre estarían entrelazados o lo hicieron junto con un sacerdote Valyrio... no hicieron nada de eso, así que tal matrimonio que proclamas no existe- Daemon estaba punto de desenvainar a hermana oscura.
-Pero aun así, Lucerys estaba esperando un hijo mío- Aemond se cruzo de brazos- no pasaría tanto tiempo para que volviera conmigo para casarse y que ese bebé no naciera como bastardo.
-Pero los mataste- exclamo Rhaena- los destostaste en miles de pedazos y ahora están muertos.
-Hay un Dios aquí- señalo a Balerion- que los regrese a la vida.
El silencio se hizo presente en la sala.
-Me crees tu sirviente personal, Aemond Targaryen.
Aemond no parecía notar que no tenia ni el poder no la autoridad para dirigirse así a un Dios. La mirada divertida que tenia el Balerion se fue apagando a una enojada.
-Tú tienes el poder para volver a la vida a Lucerys.
-Deja a los muertos descansen en paz, niño- exclamo el Dios- porque el día que se levanten será un caos, si levanto de entre los muertos a Lucerys... ese caos empezara antes de lo previsto.
-¿Pero trajiste a la vida a mi padre?- señalo a su padre con furia.
-Si, lo hice... pero sera por poco tiempo- Balerion miro con seriedad a Aemond- lo que tu quieres que haga es que resucite a Lucerys para que viva muchos años no lo puedo hacer.
Miro a su padre, este estaba pálido y triste.
<<Los caminantes blancos iban a volver, ¿Cuándo?, no lo sabía. Pero iban a volver... Pero su hijo nunca lo haría>>
-Sera mejor continuar.
Primero sentó a Daemon que parecía estar listo para sacar la espada y matar a Aemond pero de alguna forma pudo detenerlo y sentarlo, su padre se volvió a sentar a su lado parecía triste y muy deprimido pero murmuro:
-Porque nadie me lo dijo.
Acurruco a Joffrey en su pecho que todavía seguía sollozando y murmurando el nombre de Lucerys, ella le dio un beso en la cabeza para poder apaciguar sus llantos. Rhaenys y Corlys se sentaron muy separados en el sillón, Baela y Jace parecían querer tener respuestas de Rhaena pero esta le hizo una señal que fuera más tarde.
A veces tenía la suerte de volver a ver a su hija, como esa noche.
Mostraron un gran campo en donde estaba Arrax acurrucado en el pasto dormido, arrecostado a un lado estaba Luke con su cabello castaño mientras en sus brazos tenia a una bebé en sus brazos acariciándole la espalda de forma tranquila.
Estaban en Ruins Island, y una ligera brisa traía los olores del bosque, lo cual lo relajaba. Arrax estaba dormido sobre la hierba y él lo utilizaba como respaldo. Su hija dormía sobre su pecho, aunque no podía ver su cara por el cabello blanco. Verla dormir plácidamente era reconfortante.
-Nunca eh escuchado de ese lugar- exclamo Corlys, parecería poder recordar el dónde se encontraba ese lugar.
-En realidad es una isla que encontramos al sur de Dragonstone- informo Rhaena- un día simplemente Helaena ya estaba allí y al siguiente Daeron apareció.
-En realidad, Luke me invito- exclamo Daeron.
- ¿Desde cuento tenías contacto con él? – pregunto Alicent.
-Desde hace mucho tiempo- Daeron lo pensó por un momento- creo que fue cuando me felicito por mi día del nombre y yo le respondí por cortesía, después me respondió con otra y yo con otra hasta que... bueno me invito a Ruins Island.
- ¿Y no nos invitaron? - pregunto una ofendida Baela.
-Los invitamos varias veces pero ustedes nunca quisieron ir- le contesto Rhaena.
Sobre ellos, un dragón blanco perlado sobrevolaba ágilmente, dando vueltas y giros mientras soltaba silbidos de alegría. Era Arthax, el dragón de su hija, uno de los dos huevos de Arrax.
- ¿Arrax ya tuvo huevos? - pregunto curioso su padre.
-Dos- le dijo- aunque no sabemos con quien se apareo.
-Arrax se apareo con Grey Ghost- respondió Balerion.
- ¿Con un dragón salvaje? - pregunto Jace extrañado.
-Grey Ghost iba a tener un jinete, pero el niño murió y Grey Ghost no ha querido otro jinete, solo quiere a ese niño como jinete... Arthax también es un caso ya que el mismo se en frio para estar con su jinete cuando ya no sintió su conexión.
Aemond apretó los puños de las mano con molestia, no solo había matado a su hija sino que también ella tendría un dragón en su cuna... claro si hubiera vivido.
Le entristecía saber por qué Arthax estaba con ellos y solo esperaba que el huevo rosa no siguiera los pasos de su hermano.
<<Ese huevo va a eclosionar, incluso si es lo último que debía hacer>> se prometió Rhaena.
A lo lejos, estaban las ruinas con el estandarte Targaryen que Daeron y él habían colocado. Aunque estaba un poco deshilachado y descolorido, su tía Helaena y Rhaena lo habían hecho a escondidas durante tres lunas. Detrás de ese estandarte estaban los nombres de todos con las fechas de nacimiento, hasta Maelor.
Era el estandarte Targaryen pero con modificaciones, las tres 3 cabezas eran de diferente color, la primera cabeza era de color azul pálido, la segunda cabeza de color perlado y la tercera cabeza de color azul pero también en la parte superior había dos dragones verde agua y en la parte inferior había dos huevos de dragón.
- ¿Por qué? – pregunto Daemon mirando a Rhaena y ella solo se encorvo de hombros.
-Éramos solo niños- dijo con una sonrisa- solo queríamos tener algo para nosotros sin adultos.
Tristemente, su Aemma nunca formaría parte.
-Podemos volver un día y agregarla- Daeron miro a Rhaena y ella asintió con una sonrisa.
—Yo podría cambiar eso —dijo una voz áspera—. Lucerys Velaryon.
El viento se detuvo de golpe y Arthax empezó a soltar chillidos de molestia desde el cielo. Arrax se despertó y mostró los dientes de forma amenazante. Levantó la vista de su hija para ver a su nuevo acompañante.
—¿Disculpe? —preguntó, meciendo a su hija, que empezaba a moverse incómoda.
—Yo puedo ayudarte, mi príncipe.
Era un hombre alto con una túnica grande pero deshilachada. Tenía una capucha puesta, pero aun así se podían ver sus ojos dorados y brillantes.
- ¿Quién será? - susurro Daemon intrigado.
Joffrey se escondió en su pecho con temor.
-Nadie bueno- le dijo y su esposo asintió.
—¿En qué me puedes ayudar?
—Puedo hacer que vuelvas a casa, puedo hacer que tu hija nazca o ¡puedo hacer que tu madre sea la reina!... solo me tienes que ayudar.
Su hijo se puso más firme por lo que el hombre le dijo. Ese hombre estaba diciendo mentiras, Luke ya no podia volver a casa, su hija ya no podía nacer y ella ya era la reina, quería decirle a su hijo que tuviera cuidado con ese hombre misterioso y mentiroso.
—Eso es imposible —dijo con voz suave.
—Para mí no. —Trató de dar un paso hacia adelante, pero Arrax gruñó y el hombre se acobardó—. El mundo en donde estás varado es mío y se me ha sido arrebatado. Si me ayudas, yo te ayudaré.
Luke levanto una ceja, como si no creyera ni una sola palabra de lo que le decía.
Miró otra vez a su hija, que todavía estaba inquieta.
—Estás solo, mi príncipe —acarició la espalda de su hija—. La sangre del dragón no debería estar junta en su propio mundo. Yo puedo ayudarte. No te gustaría volver con tu familia que has dejado desamparada.
-Ni lo intentes- susurro Jace con enojo- no lo hagas sentir culpable por irse.
El hombre movió la mano y una ráfaga de viento atrajo la arena que formó un gran óvalo, mostrando a Syrax aterrizando terriblemente. Muña bajó de Syrax desesperada, espantando a unos pescadores. Corrió por la arena desalineada, con la cara manchada de ceniza y llena de lágrimas, murmurando:
—Por los dioses... por favor, no... por favor... por favor.
Había un ala de Arrax sobre la arena, rodeada por redes. La mirada de su madre estaba llena de desolación. Sus ojos vieron algo entre las redes y allí cayó. Con manos temblorosas, empezó a desenredar las redes hasta sacar una parte de su capa. Su madre se soltó a llorar desconsolada y Syrax soltó un rugido de dolor.
Luke formo una mueca de tristeza y apretó más cerca de su pecho a su hija.
—Tu amada madre desolada por tu muerte —el hombre lo miró con pena—. Pero ¿qué hay de tu prometida?
Ahora estaba Rhaena admirando el huevo blanco perlado de Arthax, que ahora era de piedra.
—Estaba bien esta mañana —dijo un guardián de dragones—, pero de un momento a otro se enfrió y se volvió piedra. Todo fue en menos de unos minutos... en mi vida había visto algo así.
—Ve a registrarlo —le dijo Rhaena, y el hombre asintió y se fue.
Rhaena acarició con cariño el huevo de Arthax como si eso pudiera hacer que volviera a estar caliente.
—Aemma... mi niña —susurró, y los ojos de Rhaena se llenaron de lágrimas—. ¿Cómo pudo tu propio padre matarte de una forma tan horrenda? Por favor, ten un tranquilo descanso junto con Arthax y tu padre.
-Hubieras aceptado al bastardo de Lucerys- dijo Rhaenys.
Rhaena miro a su abuela con seriedad.
-Incluso ya teníamos un plan- dijo Rhaena- para hacerla pasar por nuestra.
Rhaena apartó lentamente las manos del huevo de Arthax antes de mirar el huevo rosa, que seguía caliente y lleno de vida. Miró a todos lados antes de agarrarlo e irse, abrazando el huevo y derramando las primeras lágrimas.
—Por favor, regresa, Luke... no puedo... no puedo hacerlo sin ti.
Joffrey apareció en una esquina de su habitación. Todo parecía estar patas arriba, como si un tornado hubiera pasado por allí, lo cual no era normal, ya que Joffrey siempre había sido muy ordenado. Él le había enseñado a ser ordenado.
Eso debió ser después de que Corlys y Rhaenys lo encerraran en su habitación cuando supo la noticia de Lucerys y Joffrey quería ir a Bastion de Tormentas para quemarlo todo con Tyraxes.
—Lēkia, te vengaré, lo juro —la voz suave de su hermano ahora estaba rota—. Mataré a todos los Baratheon y a ese tuerto, incluso si es lo último que haga.
Su abuelo fue el siguiente en aparecer, admirando el cielo con ojos de esperanza, con la esperanza de que él volvería sobre Arrax en algún momento.
Jace apareció y las lágrimas bajaban salvajemente. Volaba sobre Vermax y la nieve caía lentamente a su alrededor. Vermax parecía sentir la tristeza de Jace, ya que soltaba chillidos de tristeza como un llamado... un llamado hacia Arrax.
Arrax siempre había respondido esas llamados al instante pero ahora ya no lo serían.
—Todo esto es mi culpa —Jace apretó las riendas de Vermax—. ¡Mi maldita culpa!
Jace soltó un grito desgarrador al aire, al igual que Vermax.
—Valonquar —susurró—... ñuha Valonquar... ñuha...
Daemon y Rhaenys aparecieron, parecían tener una conversación entre ambos. Rhaenys parecía indiferente, no había rastros de tristeza en ella, pero sí en Daemon.
—...Nunca te agradó, eso es cierto —exclamó Daemon con furia—. Pero si hubieras matado a Aegon y a toda su horrible familia, Luke estaría con vida... pero ¿qué puedo esperar de ti, Rhaenys, si nunca lo amaste?
La arena se disipó, cayendo al suelo.
Su hijo tenía gruesas lagrimas bajando por las mejillas, parecía querer derrumbarse en el suelo y apretaba con fuerza los labios con los dientes, su hija se movía y Luke la apretaba más a su pecho como si quisiera que volviera otra vez dentro de él.
Quería traspasar el televisor y darle un abrazarlo de consolación, él no debía sentirse mal por seguir su camino, más tarde ellos se volverían a encontrar y serían felices otra vez.
—Te aferras a un sueño que ni siquiera es real —señaló todo a su alrededor hasta llegar a él—. Tu familia sufre, pero tú... ¿lloras por ellos o estás muy feliz en tu nueva vida?
-Yo eh visto al príncipe Lucerys MUY feliz en su nueva vida- exclamo Otto.
-Otto- Daemon vio con furia a la mano- vuelve a decir eso y te cortare la lengua.
Arthax sobrevolaba sobre él en círculos, chillando ferozmente como si sintiera el peligro y quisiera que huyera de allí junto con su hija. Arrax estaba en modo alerta y listo para que le diera las órdenes para lanzar llamas. Apoyó a su hija en su brazo izquierdo y con el derecho tocó las escamas perladas de Arrax para tranquilizarlo.
—¿Cuánto tendré que inclinarme ante usted, mi señor? - le pregunto- si nunca lo eh hecho antes.
- ¡Estas cayendo en una trampa, Lucerys! - chilló Baela con intranquilidad y desesperación- ¡ese hombre solo te quiere utilizar!
—No tendrás que inclinarte mucho, chico.
Soltó una risa.
Era la misma risa que Daemon también soltaba cuando su paciencia se estaba acabando.
—Lo que quiero decir, mi señor —dio varios pasos al frente—, es que no me inclinaré ante usted. Puede ser el rey de este mundo, pero yo soy un dragón y nosotros no nos inclinamos ante nadie.
-Excelentes palabras, muchacho- Daemon tenía una mirada llena de orgullo.
—Deberías reconsiderarlo.
—No tengo que reconsiderar nada —Arrax empezó a mover la cola alrededor de él en forma protectora—. Utilizaste a mi familia para hacerme sentir culpa. Los extraño más de lo que puede imaginar, pero no dejaré que los utilice para sus fines... ¡Angōs, Arthax!
El hombre ni siquiera tuvo tiempo para reaccionar cuando Arthax voló hacia él, arañándole la cara con tanta fuerza que empezó a sangrar. Pero la sangre no era roja, era dorada.
-No es humano- Corlys parecía impactado como si recordara algo después de mucho tiempo- es un Dios.
Lo que susurro al final no pudo escucharlo por los gritos que el hombre de sangre dorada soltaba.
—¡Maldito dragón, te mataré!
El hombre siguió intentando quitarse a Arthax de la cara pero solo lograba que el dragón se enojara más y fuera más brusco.
—Umbas, Arthax.
Arthax voló hacía él posicionándose en su hombre para no solo observar al hombre sino también a su hija como si pidiera su opinión de lo que acaba de hacer, aunque no parecía contento de que lo detuviera de atacar al hombre.
-Hubiera sido un gran dragón- dijo Joffrey- para proteger a Aemma.
-Hubiera sido el mejor guardián para ella- beso la cabeza de su hijo pero fijos en el televisor.
—Crees conocerme —su hija giro su cabeza para ver al hombre—. Pero no me conoces. ¡Soy Lucerys Velaryon, príncipe de Westeros, jinete de Arrax y portador de la maldición de Laemon, pero ahora soy Percy Jackson... ¡Arrax, Dracarys!
Arrax abrió sus fauces y lanzó fuego al hombre, mientras este gritaba maldiciendo sus nombres.
Despertó y un horrendo trueno retumbó por todas partes.
Estaban devuelta en la habitación en Montauk, su hijo estaba respirando como si le costara hacerlo, sudaba a mares y tenia una mirada de horror.
Miró con horror por la ventana, olvidando que no había cerrado las cortinas. Afuera, la tormenta era de esas que podían derribar árboles y casas. No había ningún hombre extraño a lo lejos, solo relámpagos que iluminaban todo con destellos de luz, y olas de siete metros batiendo contra las dunas como si un gigante dragón batiera sus alas para crear esas grandes olas. Les temía a las tormentas.
Su dulce niño había muerto en una tormenta... por supuesto que les temería.
El siguiente trueno lo hizo caer al suelo, tapándose los oídos y gritando:
— ¡MAMÁ!
Su madre no tardó ni un minuto en llegar a su auxilio.
Aegon se rio.
-Niño de mamá- su tono era de burla y parecía querer llorar de la risa por la reacción de terror de su hijo.
-Por lo menos, mi hermano tiene una madre que se preocupa por él- Jace miro con furia a Aegon.
Aegon dejo de reír.
Ella sabía que él les temía a las tormentas más que a nada en el mundo. Lo envolvió en la sábana de su cama y lo atrajo a sus brazos. Con cada trueno, él gritaba y lloraba de pura desesperación. Su madre trataba de tranquilizarlo cantándole una canción pero con cada rayo, volvía a escuchar como sus huesos eran destrozados en millones de pedazos, el chillido final de Arrax y el llanto de un bebé... el llanto de SU HIJA.
-Así que ese no fue el llanto de Lucerys bebé- la mirada de Aemond estaba fijo en la hija de Lucerys- sino el de mi hija.
-La hija de Lucerys- exclamo Rhaena.
—Todo va a estar bien— su madre lo acunó más cerca de ella y le dio un beso en la cabeza antes de que otro rayo cayera y él chillara de horror— nada nos pasará, ya todo pasará... él nos protegerá.
-Su padre - Corlys tenía una mirada indescriptible pero parecía estar emocionado- el Dios.
Esa última parte no la pudo escuchar por el trueno y su grito. La puerta se abrió de golpe.
¡Dioses, la tormenta ya había llegado a ellos!
Pero no fue la tormenta la que abrió las puertas, sino Grover... aunque no era exactamente Grover.
Entró rápidamente en su habitación.
— ¡He pasado toda la noche buscándote! — exclamó con cansancio— ¿En qué estaban pensando cuando te largaste sin mí?
- ¡¿Qué hace ese allí?!- Aemond se cruzo de brazos con molestia.
Su madre lo miró regañándolo, como cuando pegó el trasero de Gabe a la silla del comedor con pegamento muy resistente y no se pudo separar de la silla por varias horas. También terminó con quemaduras, pero ese fue el menor de sus preocupaciones.
-Quiero ver eso- parloteo Daemon con una sonrisa.
— ¡Me estabas asustando! — chilló.
—O Zeu kai alloi theoi! — exclamó Grover— ¡Me viene pisando los talones!
-Como si pudiera correr- susurro Aemond.
Estaba demasiado aturdido para notar que Grover acababa de maldecir en griego antiguo... y que lo había entendido perfectamente. Estaba demasiado aturdido para preguntarle cómo había llegado allí solo, en medio de la noche, y por qué no tenía pantalones ni dónde estaban sus piernas... porque solo tenía pelo.
-Bueno sobrino- explicó Aegon- es parte de crecer, tu cuerpo se llenará de pelo en lugares que tú nunca creíste que te crecería... aunque bueno ni siquiera llegaste a la edad para experimentarlo.
Daemon chasqueo la lengua con molestia.
— ¿Qué tan cerca? - exclamó su madre.
—A unos minutos.
Su madre lo miró y vio su desolación, como si alguien la hubiera abandonado allí mismo.
—Grover, toma la maleta de mi hijo.
—Mamá— su madre no lo miró.
Ella se estaba poniendo pálida y parecía que iba a llorar allí mismo.
— ¡Hay que ir al coche!... ¡AHORA!
— ¡MAMÁ! — chilló, no saldría bajo una tormenta - ¡NO!
-Es muy peligroso salir en esas tormentas- explico Corlys- es mejor quedarse adentro hasta que pare.
— ¡Sin rechistar, Percy! — Ese tono de voz lo hizo casi volver a llorar— esto es de vida o muerte... ¿me entiendes, mi niño?
Por primera vez en su vida, quiso hacerle un berrinche a su madre, pero al ver esa mirada desamparada, simplemente asintió.
-Ya esta muy grande para que haga berrinches- dictó Rhaenys, como si no hubiera hecho un berrinche hacía unos minutos atrás.
— ¡Vamos!... ¡AHORA!
Su madre lo puso en dos patas y ambos salieron abrazados, con Grover detrás de ellos con su maleta. Miró para atrás hacia Grover y bajó la mirada hacia sus piernas, pero Grover no tenía piernas. Tenía pezuñas.
Enfocaron las piernas de Grover y ahogo un grito, el amigo de su hijo no tenia piernas sino pezuñas como de un animal.
-Siete infiernos- exclamo Alicent- es una abominación.
-Grover parece más un hijo de un hombre del Valle con una cabra- le dio un golpe a Daemon en el hombro.
-Daemon- regaño su padre, horrorizado por lo dicho por Daemon.
-Qué horror- exclamo Joffrey que había escuchado lo que Daemon había dicho.
Su madre se detuvo un momento en la puerta para agarrar su bolso y luego salir de la cabaña.
Otro trueno resonó, pero se tragó el grito y solo se cubrió los oídos mientras bajaban la pequeña cuesta hacia el auto. Temblorosamente abrió la puerta del copiloto y su madre la del piloto. Grover metió su equipaje en la parte trasera y entró de un salto al auto en la parte trasera.
Su madre ni siquiera le dejó ponerse el cinturón cuando pisó fondo y se fueron volando, dejando atrás la cabaña. Para su horror, vio cómo un fuerte viento la levantaba de una sola estocada. Solo miró al frente y sintió que en cualquier momento volvería a llorar.
-Si no hubiesen salido- Daeron tenía una mirada de horror-... hubieran muerto.
-El mar ya no puede proteger a la perla- susurro Helaena- la perla ahora está sola.
Atravesaron la noche a través de las oscuras carreteras a máxima velocidad.
-Van más rápido que un caballo- exclamo su padre con asombro.
-El Camaro puede ir tan rápido como si 335 caballos lo jalaran con toda su fuerza- informo Balerion- pero hay carros que pueden ir mucho más rápido.
-Que velocidad- Daemon parecía emocionado por lo rápido que iba Sally- ni los carruajes son tan rápidos.
El viento azotaba el Cámaro, pero ya no caían truenos, cosa que lo medio tranquilizó.
—Tú y mi madre, ¿se conocen? — no podía dejar de imaginar a su madre tomando un café junto a Grover en una cafetería a medio día para hablar de él... era escalofriante.
-Era lo mismo que hacia Lady Alicent con tu padre- le dijo Daemon- lo más raro es que Aegon nació 7 meses después de la boda.
Los ojos de Grover miraban cada tanto al retrovisor, aunque no había coches detrás.
—No exactamente — contestó — lo que quiero decir es que no nos conocíamos en persona, pero ella sabía que te vigilaba.
- ¿Vigilarlo? - Aemond parecía confundido- si era Lucerys quien lo vigilaba para que los demás no lo molestaran.
— ¿Por qué? — preguntó confundido, solo era un chico normal que entraría a la secundaria en el próximo ciclo escolar.
—Solo te seguía la pista. Me aseguraba de que estuvieras bien. Pero no fingía ser tu amigo— añadió rápidamente— de verdad me gustó serlo.
Miró a Grover y sonrió, él también lo hizo.
-Amistad recobrada- Jace estaba feliz.
—Pero ¿qué eres? — señaló sus pantalones peludos — ¿eres una cabra?
—Solo la mitad.
—¡¿Qué?! —Grover lo miró con desesperación.
—Soy mitad-cabra.
-Que los Dioses se apiaden del alma de este niño- resó Alicent.
—Sí, eso lo escuché, solo me sorprendí —su madre dobló en una calle y apenas tuvo tiempo de sostenerse—. Mi mejor amigo es mitad cabra.
—¡Bee-ee-ee! Sátiro.
—Como las criaturas de los mitos griegos —miró al frente, donde todo seguía desierto.
—Así es —su amigo sonrió, contento de no tener que dar una larga charla—. Lo que pasó con la señora Dodds...
- ¡LO SABÍA!- grito Baela- sabía que le estaba mintiendo, parecía feliz que Grover admitiera que si había visto a la señora Dodds.
—¡Lo sabía! —exclamó y volvió a mirar a Grover—. Sabía que la habías visto, me mentiste.
—Fue para protegerte —respondió—. Por lo general, puedo olerlo a millas de distancia, pero esta vez... la niebla la ocultó incluso de mí.
—¿Niebla? ¿Cuál niebla? — le sonaba que lo había escuchado antes.
-Que mala memoria tiene este niño- Rhaenys se puso la mano en la cara.
—La niebla —lo dijo de forma seria—. Es el velo que oculta las cosas del mundo mitológico de los humanos. La señora Dodds es un gran ejemplo... pero nunca debe ocultarme las cosas a MÍ, eso nunca pasa. Algo muy poderoso debe estar pasando aquí, cuando lleguemos al campamento.
Miró sin entender a Grover.
—¿Le contaste lo del campamento? —le preguntó Grover a su madre.
—No, casi no le pude contar nada.
-Dice que nunca le había hecho un berrinche a su madre, pero hacía unos minutos atrás le hizo uno- Alicent miro con pena a Sally- pobre mujer.
La hipocresía de Alicent no tenía límites.
Su madre giró bruscamente a la izquierda. Se adentraron a toda velocidad en una carretera aún más estrecha, dejando atrás granjas sombrías, colinas boscosas y carteles de «Recoja sus propias fresas» sobre vallas blancas.
—Ese era el sitio al que tu padre te quiso llevar cuando eras bebé.
Lo recordó al instante. Su padre, en esa navidad, no había intentado alzarlo, había intentado llevárselo a ese lugar.
—Tú no querías que fuera.
Su madre lo había movido hacia ella, evitando que su padre se lo llevara.
-Buena decisión de Lady Sally- dijo Ser Westerling- todo niño necesita a una madre en los primeros años.
—Lo siento, mi amor —dijo su madre—. Sé que es difícil, pero debes entenderlo. Estás en peligro.
- ¿De qué? - pregunto Aemond- una tormenta.
-De algo mucho peor que una tormenta- informo Balerion y ella se puso tensa.
—¿Entonces esas ancianas...?
—No lo eran —intervino Grover—. Eran las Moiras. No es muy recomendable acercarse a ellas.
—¡Percy! —lo regañó su madre.
—Allí fue donde te compré las cerezas...
-Pobre- dijo su padre- solo quería darle un regalo a su madre.
—Solo aparecen cuando alguien estás a punto de morir.
-Espera- Jace alzo una mano como si quisiera que detuvieran todo- estás... ¡Mi hermano morirá!
Jace se giró a Balerion, este se encogió de hombros.
-Todos moriremos, mi príncipe- Jace parecía que quería gritarle a Balerion que eso no fue la respuesta que esperaba- tarde o temprano, todos moriremos.
- ¿También los Dioses? – pregunto Otto con curiosidad.
-Dioses nacen y mueren todo el tiempo- Balerion se apoyo la cabeza en una mano como si volviera a recordar a todos lo que ya no estaban- todos tenemos un propósito cuando lo cumplimos dejamos de existir, algún día todo lo que conocemos volverá a ser negro antes de volver a empezar otra vez, es un ciclo sin fin.
El silencio reinó en el auto. Morir... él no quería volver a morir, no tan joven... Espera, Grover dijo algo importante.
—Un momento. Has dicho "estás".
—No, no lo he dicho. He dicho "alguien".
—Querías decir "estás". ¡Te referías a mí!
—¡Quería decir "alguien", no tú!
—¡Chicos! —regañó su madre.
Giró bruscamente a la derecha y vio por un momento a una figura que logró esquivar, una forma oscura y fugaz que desapareció detrás de ellos entre la tormenta.
-Viste eso- le dijo a Daemon con temor y este asintió lentamente.
—Mierda—exclamó en Alto Valyrio. Su madre y Grover lo miraron sin entender—. ¿Qué era eso?
—Ya casi llegamos —respondió su madre, haciendo caso omiso de su pregunta—. Un par de kilómetros más... por favor, por favor, por favor...
-Por favor...por favor...por favor- pidió, su hijo estaba de nuevo en peligro, solo lo quería a salvo.
Pero la cosa se acercaba poco a poco. Su respiración se cortó. Eso... no era... ¡ERA EL MINOTAURO!
—Niños —llamó su madre, parecía estar perdiendo la paciencia.
—De hecho, tengo 24 —exclamó Grover.
- ¡Imposible! - exclamo Cole- es un adolescente.
-Los sátiros envejecen más lento que un humano-Informo Balerion.
-Yo quiero ser un sátiro- proclamó Aegon en forma de burla.
-¡Antes muerta!- chillo Alicent.
—¡¿QUÉ?! —exclamó él... su mejor amigo era cuatro años mayor que su tío Aegon... ¡HABÍA DORMIDO CON UN HOMBRE DE 24 AÑOS, LOS DOS SOLOS!... Dioses, ¿qué hacía Alicent Hightower en su cabeza?
Varios rieron.
—¡SUJÉTENSE FUERTE!
Su hijo se aferró al asiento con fuerza mientras Sally parecía estar agarrando fuerzas de algún lugar.
Su madre apretó el volante antes de estrellar el amado Camaro de Gabe contra el minotauro... Esperen, el minotauro estaba usando calzones blancos... ¡ESO NO ES EL MOMENTO!, se regañó.
Entonces, la ventana del piloto estalló en pedazos y un cuerno enorme atrapó el volante. Su madre apenas tuvo tiempo de cubrirse la cara cuando una fuerte luz los cegó y unos fuertes pitidos se hicieron presentes.
¡¡¡UN CAMIÓN SE ACERCABA DE FRENTE A ELLOS!!!
Por impulso tuvo que agarrar la mano de Daemon para recordarse que no estaba en ese Camaro sino allí junto a su esposo, pero ver la cara de terror de su hijo también la hacía tener miedo y pensar si esa hubiera sido la cara que habría tenido Luke en toda esa persecución contra Aemond.
Sintió cómo se le erizó la piel y se quedó estático. Su madre agarró el volante, pero al estar ese cuerno atrapado, no podía moverlo al otro lado. Más y más fuerte se hizo el sonido del camión, su respiración le empezó a fallar... así era, así iba a morir, junto a su madre y Grover, que en realidad tenía 24 años.
-¡HAS ALGO, SALLY!- chillo con desesperación.
Su madre puso su mano sobre la palanca de cambio y la puso en reversa antes de pisar hasta el fondo, haciendo que el cuerno saliera y moviéndose al otro carril antes de que el minotauro fuera arrollado por el camión.
- ¡Gracias a los Dioses! - exclamo Jace, mientras Baela dejaba su pecho tranquilo y Rhaena abría un poco los dedos de los ojos para ver.
El camión se descarriló y cayó, soltando una gran explosión. Pero entonces ellos también se descarrilaron. Todo empezó a dar vueltas antes de sentir cómo la mano de su madre se puso sobre su pecho de forma protectora, como un segundo cinturón de seguridad. Solo la pudo ver por un segundo antes de sentirse aliviado, como si lo volvieran a aplastar, volar y levantar todo al mismo tiempo.
-Cantaron muy rápido victoria- se jacto Cole con una sonrisa.
Despertó sobresaltado con la respiración a mil por hora y exclamó un:
—¡Ay!
—¡Percy! —gritó su madre.
Su mundo todavía giraba cuando soltó un eructo.
—Percy —lo regañó su madre.
—Perdón.
-Lo viven regañando al pobre- Daeron parecía intranquilo por la escena que había pasado pero tenia un sonrisa medio chueca.
Escuchó algo ser golpeado hasta quebrarse: el parabrisas trasero. Grover lo había quebrado.
—Por aquí.
Con dificultad, se quitó el cinturón de seguridad.
—Ve tú primero.
-Siempre van primero las Damas- Alicent parecía indignada porque Sally le haya dicho que Luke saliera antes que ella.
Asintió y salió por el parabrisas. Luego salió su madre. Grover tambaleó y él apenas tuvo tiempo de agarrarlo en sus brazos.
—¿Estás bien? —miró a la pata de Grover. Allí había un gran cristal enterrado en la pata de su amigo—. ¿Tu pata...?
-Eso se ve mal- dijo Rhaena con pena.
—Estaré bien —aunque no sonaba muy convencido.
Admiró el Camaro, que estaba completamente destruido.
<<Sí, Gabe lo iba a matar>> pensó.
-Yo lo matare antes de que le toque un pelo- Daemon apretó a Dark Sister con fuerza.
Entonces su madre salió. Grover y él la ayudaron a salir. Cuando su madre tuvo sus pies sobre la tierra, encendió una linterna para alumbrar el camino.
—¿Todos están bien? —Grover y él asintieron. Su madre movió la linterna encontrando un pequeño camino—. Por acá.
Caminaron unos metros hasta que Grover señaló un árbol.
Era un pino tan grande que incluso a esa distancia se podía ver.
—Es allí —dijo y dio tres pasos renqueando—. Ese es el límite de la propiedad. Ningún monstruo puede pasar de ese árbol... Percy estará a salvo del otro lado.
-Ni creas que vas a abandonar a Sally- regaño Baela con enojo- con esa horrible criatura asechando por allí.
Le asustó lo que dijo su amigo.
—¿Cómo que Percy? —Grover evitó su mirada y él vio a su madre—. Todos tenemos que estar a salvo.
Su madre se acercó a Grover. Su mirada era de preocupación pero llena de determinación.
-Oh, no- dijo conociendo esa mirada.
—Grover, yo confío en ti para que protejas a mi hijo... mi único hijo.
—No se preocupe, señora Jackson... Percy va a estar a salvo en el campamento.
Su madre formó una mueca.
—Júramelo.
—¡¿Qué está pasando?! —exclamó con enojo.
-Si, ¡qué está pasando! - exclamo Jace- tienen que huir no quedarse parados como muñecos de práctica.
—¡Júramelo, Grover! —exigió su madre por primera vez sonando molesta—. De quien sea o lo que sea que lo quiera lastimar, el que busque o... hasta que lo vea de mala manera, ¿me entiendes?
<<Por favor, Sally, ve con él>> pidió en su mente.
Grover analizó lo que su madre dijo y empezó a asentir.
—Se lo juro, señora Jackson.
Un bufido de enojo se escuchó a lo lejos y él giró a ver por dónde lo había escuchado con temor. Ese monstruo venía hacia ellos.
- ¡Porque no corren! - Corlys parecía que en cualquier momento se arrancaría el cabello- ya estarían más cerca si corrieran.
—Tengo que irme ya, mi dulce niño.
Oh, la misma forma que él había llamado a su hijo, el fuego que tenia su hijo no era tan fuerte como el de ella, Daemon o sus hermanos, siempre más tranquilo como la marea, como una dulce marea en verano... aunque también podía ser peligrosa si no tenias cuidado.
—Muña —giró sorprendido esperando verla, pero era su madre con una sonrisa de tristeza. Su madre, en todos esos años, nunca lo había llamado así. Era como si se estuviera despidiendo—. ¿Irte? ¿Por qué?
—Ella es humana —exclamó Grover y su madre le dio una mirada para que no hablara, Grover levanto las manos en forma de disculpa.
-Dejen de hablar y corran- dijo su padre que también parecía querer gritar.
—Tendrás que ser valiente, no olvides lo que te enseñé... todos esos cuentos, mitos, juegos, todo...
—¡NO, MAMÁ, NO PIENSO DEJARTE!
—¡PERSEO! —eso lo hizo callar. Su madre casi nunca lo llamaba por su verdadero nombre. Ella se acercó poniendo sus manos sobre sus mejillas—. ¡Escúchame!... mi dulce niño.
Si no hubiera lluvia las lagrimas de Luke no se estarían mesclando entre ambas, pero lo que lo delataba era los ojos rojos de su hijo. Algo se lo estaba diciendo... que esa noche perdería a su madre.
Por un instante, todo olió a azufre y a flores. La última vez que él y Muña estuvieron solos, antes de que muriera, ella había estado a punto de contarle sobre Aemond, su embarazo... TODO, pero fueron interrumpidos.
La última vez que le pudo darle un beso a su hijo. Aemond solo levanto el mentón como si estuviera listo para proclamar ante todos que Luke era suyo.
—Mamá —susurró.
—Tú no estás roto, mi dulce niño... tú eres único... tú eres un milagro... y tú eres mi hijo —se acercó lentamente y le dio varios besos en la frente hasta poner su frente sobre la suya—. Sujétate fuerte, soporta la tempestad... Te amo...
Sus ojos picaban, esto no iba terminar bien para Sally y Luke.
Otro bufido se escuchó, pero esta vez más fuerte y cerca. Su madre se separó de él, aunque él no quería que lo hiciera.
—Tenemos que movernos —exclamó Grover con preocupación.
-Ya era hora- Aegon parecía cansado- muchas cosas sentimentales de mujer.
—Dame la cobija —se miró y se sorprendió al ver que en todo ese momento no había botado la cobija en alguna parte.
-Incluso a mi me sorprende que todavía la tenga- Daeron estaba sorprendido.
—¿Para qué la necesitas? —Se la quitó y se la dio.
—El minotauro es ciego... pero huele al semidios, ¿no es así? —le preguntó a Grover.
—Así es —confirmó Grover.
—Así que si te huele en dos direcciones, podré confundirlo y así tener tiempo para escapar.
—¡Mamá, por favor, no!
—Oye... todo estará bien, me he estado preparando para un ataque así por muchos años.
-Si es con una simple cobija, va a terminar perdiendo- Cole apretó el mango de la espada.
Ese bufido literalmente fue como tenerlo al lado. El monstruo los había encontrado.
El minotauro apareció entre los árboles en cuatro patas, pero tomó impulso y se puso en dos, se sorprendió, si Syrax el dragón de su madre se pudiera poner de dos patas el minotauro y la dragona de su madre serían del casi mismo tamaño.
Era la criatura más horrible que había visto en su vida, un toro gigante y en dos patas, listo para matar a su hijo, a Sally y a Grover y sin rechistar.
Un intenso olor a carne podrida inundó el lugar. Se quedó allí, paralizado por el miedo.
Su madre se volvió a acercar para darle un último beso en la frente y lo movió para que siguieran huyendo.
—¡Corran... YA!
Puso el brazo de Grover sobre sus hombros en forma de apoyo y empezaron a trotar. Se giró para ver a su madre, que caminaba con pasos rápidos hasta quedar al lado del minotauro.
-Que hace- exclamo Daemon- tienen que huir no acercarse.
—¡OYE! —agitó su cobija y soltó gritos—. ¡AQUÍ!
El minotauro olió el aire, buscándolos, hasta que se fijó en su madre. Ella parecía estar murmurando algo que no llegaba a escuchar. Entonces el minotauro se puso otra vez en cuatro y pasó como un huracán directo hacia su madre, pero ella lo esquivó ágilmente. Se arrepintió de dejar a su madre atrás.
-Si hubieran corrido, nadie se hubiera quedado atrás- sugirió Otto- es fue una deplorable estrategia.
—No, no, no, no, no —susurró, dejando a Grover en el suelo.
El minotauro intentó volver a embestirla, pero falló. Entonces su madre se tropezó.
- ¡NO!- el chillido salió de su boca, espantado a Joffrey que se aferro más a ella lleno de temor pero sin dejar de mirar al televisor.
—¡MAMÁ! —chilló con angustia.
El minotauro tomó en la palma de la mano el pequeño cuerpo de su madre y la levantó del suelo, suspendiéndola en el aire. Un trueno volvió a caer, empezando a escuchar el llanto de su hija y el grito de Arrax. Volvió a chillar:
—¡MAMÁ!
Su hijo gritaba como maniático mientras se acercaba al minotauro para ayudar a su madre, se tuvo que poner una mano sobre la boca para no sollozar.
Su madre pareció escuchar su grito porque lo vio y levantó el brazo en su dirección. Algo lo hizo resbalar y calló al suelo. Pero el minotauro apretó la mano alrededor de su madre, otro trueno cayó al igual que él escuchando claramente huesos romperse.
Varios ahogaron gritos por el horrible sonido, no mostraron a Saly ser apretada hasta la muerte pero si como Luke abria los ojos con horror por el sonido de los huesos quebrados de Sally.
y cuando levanto la vista para ver a su madre, ella... ya no estaba.
No había rastros de Sally solo algo dorado flotando, pero debía ser por la iluminación del carro con las gotas de lluvia.
—¡¡¡NOOO, MAMÁ...MAMÁ...MAMÁ!!!
Su hijo se llevo las mano al pecho, sus dedos temblorosos apretaban con desesperación, como si el dolor fuese una llama que consumía su interior. El color se le escapaba del rostro mientras sus ojos, en un pánico silencioso, buscaban alguna esperanza en el aire.
-El pilar- fue lo único que dijo Daemon con tristeza.
El miedo fue sustituido por la ira. Sintió una fuerza abrasadora que le subía por todas partes. El minotauro se volvió hacia Grover, que estaba indefenso en el suelo.
<<Ni te atrevas>>.
Se levanto de un salto.
—¡TÚ, MALDITO CIEGO! —gritó, mientras empezó a sacudirse locamente para atraer al monstruo—. ¡IMBÉCIL!
Un bufido se escuchó y el minotauro se volvió hacia él, sacudiendo los puños carnosos.
Una idea se le vino a la mente; una idea muy estúpida.
-Olvídate del Sátiro- Aemond parecía querer levantarse de la silla- vete de allí.
—¡Percy! —gritó Grover con temor—. ¡Vámonos, ya casi llegamos!
Lo ignoró y corrió hacia el minotauro.
- ¡Al lado contrario, muchacho! - grito Corlys con angustia, como si Luke no supiera que estaba yendo hacía el peligro.
El minotauro estaba olisqueando el aire cuando llegó hacia él. El minotauro intentó tomarlo con la mano, pero él se deslizó fácilmente bajo las piernas de este y saltó hacia arriba. Giró en el aire y aterrizó sobre el cuello.
Su respiración se entrecorto al ver el increíble salto que había hecho su hijo.
-Increíble- susurro Joffrey.
¿Cómo lo hizo? No tenía ni idea y no tiempo para pensarlo. Un mini segundo más tarde, la cabeza del monstruo se estampó contra un árbol y el impacto casi lo termina aplastando como una mosca con el matamoscas.
-Bájate de allí, Lucerys- exigió Jace con desesperación- te vas a matar.
El minotauro se empezó a sacudir, intentando derribarlo. Se aferró a los cuernos para no acabar en el suelo. Los rayos y los truenos eran abundantes, dándoles escalofríos. La lluvia era tanta que casi no podía ver bien y el olor a carne podrida le quemaba la nariz.
-Que asco- escupió Alicent mientras hacia una cara de asco.
El minotauro se movía girando como un toro de rodeo. Tendría que haberse estampado en el árbol y aplastarlo contra el tronco, pero al parecer aquella cosa solo tenía una marcha: hacia delante.
Grover seguía gritando su nombre espantado. Le quiso gritar que se callara, que lo estaba salvando, pero por las maneras en que se movía el minotauro, por suerte no se estaba mordiendo la lengua.
—¡PERCY! —insistió Grover.
El minotauro lo notó y bufó de nuevo, preparándose para embestir. Pensó en su madre y su final, y la rabia lo llenó como la gasolina a los autos. Le agarró un cuerno e intentó arrancárselo con todas sus fuerzas. El minotauro se quedó quieto, soltó un gruñido de sorpresa y entonces... ¡crack! Aulló y lo lanzó por los aires.
-Que fuerza- susurro Daeron impresionado viendo como Luke sostenía sobre su cabeza el cuerno del monstruo.
Aterrizó sobre la hierba, golpeándose la cabeza contra una piedra.
El golpe no sonó para nada amigable y Rhaena soltó un grito cubriéndose la boca como si no quisiera que el monstruo la notara.
Se la tocó y se miró los dedos... sangre... ¡Dioses! Se incorporó aturdido y con la visión empezándole a fallar, pero aún tenía el trozo de cuerno astillado en la mano, un arma del tamaño de un cuchillo.
¿Por qué siempre tenía que volver a Driftmark?
El minotauro embistió una vez más.
- ¡Escapa! - su padre se agarro los cabellos con desesperación- ¡estas herido!
Sin pensarlo, se hizo a un lado, se puso de rodillas y, cuando pasó junto a él como una exhalación, le clavó el asta partida en un costado, hacia arriba, justo en la peluda caja torácica.
El minotauro rugió de agonía. Se empezó a sacudir, se agarró del pecho y por fin empezó a desintegrarse, como la arena que se desmorona, como la señora Dodds. El viento y el agua se lo llevaron.
Estaba tan concentra del como el monstruo se desintegraba que casi se le cayo Joffrey cuando Baela salto del asiento victoriano a Lucerys.
- ¡ESO ES! - empezó a dar salto con mucha energía- ¡ESE ES MI HERMANO, SI...SI...SI!
Jace tuvo que volverla a sentar y tranquilizar aunque tenía una mirada intranquila y estaba temblando de miedo.
El monstruo se había desvanecido.
La lluvia cesó. La tormenta aún tronaba, pero ya muy lejos. Apestaba horriblemente y le temblaban las rodillas. Su cabeza se hubiera partido en dos y ni le hubiera importado. Se sentía débil, asustado y temblaba. Su madre se había ido. Quería tumbarse en el suelo y llorar, pero Grover necesitaba ayuda.
—¡Percy! —La voz de Grover cortaba el aire como un cuchillo mientras se acercaba cojeando lentamente.
Él tambaleándose, se dejó envolver en un abrazo que hablaba de miedo y alivio.
-Fue una noche loca- dijo Daemon parecer estarse recomponiendo pero su mirada tenia ligero miedo pero también de impresión- que no se vuelva a repetir.
—¿Estás bien? —preguntó Grover, con los ojos llenos de ansiedad.
—Me siento mareado —confesó, sintiendo cómo sus ojos comenzaban a cerrarse y el peso del cansancio se hacía insoportable.
-Debe estar perdiendo sangre por la herida- sugirió Cole como si fuera lo más obvio.
—Estamos cerca del campamento —dijo Grover, sosteniéndolo con firmeza—. Vamos, no te rindas.
A cada paso, miraban frenéticamente a su alrededor, esperando que no surgiera otro ataque. Sentía cómo su cuerpo le fallaba, cada músculo clamaba por descanso.
-Ya están por llegar, vamos- los animo mientras seguían subiendo esa interminable cuesta- vamos, no te rindas Lucerys.
Tropezó en el barro, casi cayendo. Grover fue quien lo atrapó y lo ayudo a ponerse en mejor posición para seguir caminando.
-Vamos ya casi- apretó el puño lista para darle un puñetazo a cualquier monstruo que se apareciera, mientras su hijo y Grover seguían subiendo, apoyándose uno con el otro.
Finalmente, cruzaron el árbol que marcaba el límite de la propiedad. Cayó de rodillas, incapaz de seguir. Grover lo volvió a atrapar, sosteniéndolo contra el árbol con desesperación.
—¡Percy! —La preocupación de Grover era palpable.
—Lo siento —dijo con una débil sonrisa—. Estoy... muy cansado.
—Tienes que quedarte despierto —imploró Grover.
—Pero quiero dormir —murmuró, sus ojos estaban muy pesados.
-Si duermes podrías no despertar- le aconsejó Corlys y Jace apretó los labios con fuerza.
Grover, desesperado, le dio suaves golpes en el rostro para mantenerlo consciente y gritó hacia la oscuridad.
—¡AYUDA... NECESITAMOS AYUDA!
- ¡Porque le grita a la nada! - Aemond estaba molesto- ayúdalo, tú lo metiste en eso.
—No te preocupes, amigo —dijo en una calma que parecía sobrenatural—. Si muero, tengo a mi hija y a mi madre esperándome al otro lado.
-No digas eso, Lucerys- lo regaño.
—¿Percy?... Percy, estás alucinando...
—¡Grover! —Una voz masculina resonó en la distancia.
—¡LEE! —Grover giró, lleno de esperanza—. ¡LEE, AYÚDAME, POR FAVOR!
Baela empezó a aplaudir en forma para que fuera más rápido.
- ¡Vamos, Lee...más rápido! - exigió había una chisca de miedo en los ojos.
—Grover —susurró Percy, su energía desvaneciéndose—. No... no me siento bien.
Cayó a un lado, y Grover lo sostuvo entre sus brazos, lágrimas rodando por su rostro.
—¡Percy, no me dejes...! —Miró su mano y vio algo oscuro goteando de su mano—. ¡PERCY!
-Resiste Luke- chillo Daeron- ya viene la ayuda.
—Estoy cansado, Grover.
Pasos acelerados se oían en la lejanía. Grover, en su desesperación, buscaba a Lee entre los árboles mientras gritaba y lloraba por auxilio.
—Aemma, Kepus ya va.
-No te duermas, Luke- le suplico.
Y entonces, todo se volvió negro.
Su hijo cerro lentamente los ojos cuando varias personas llegaron a su auxilio mientras Grover les gritaba por ayuda. La pantalla se tornó negra.
Se aferro a Joffrey mientras soltaba las primeras lágrimas, Oh, Sally pobre mujer, su sacrificio jamás debía ser olvidado y su hijo que podría estar ahora al borde de la muerte... oh solo quería volverlo a ver una última vez.
El silencio era palpable, hasta que Balerion hablo:
-Ah, veo que llegaron los demás... porque no tomamos un descanso.
Movió la mano y la puerta se abrió dejando escuchar varios pasos y unas ligeras risas, quienes reían en una situación así.
- ¡LUKE! - gritaron los más pequeños y se levantaron de la alfombra de juegos hacia la puerta.
Ella levanto la vista y allí, con el cabello negro un poco más largo, piel más bronceada y un par de ojos verde mar más serios estaba Luke abriendo los brazos hacia la pequeña manada de niños para recibirlos con un abrazo.
Joffrey se le safó de sus brazos y corrio al encuentro de su hermano.
Su hijo había vuelto con ellos, pero con la apariencia de Percy Jackson.
Nuestro hermoso Arthax:
Notes:
Nuestro dulce niño regreso con su familia... pero por un corto tiempo, pero ellos no desperdiciaran esa oportunidad.
Chapter 8: La Dinastía Targeryan
Notes:
Este capítulo no tendrá reacciones ya que son los sueños que tuvo Lucerys cuando estuvo inconsciente, pero lo que quiero dejar claro es que Lucerys YA SABE lo que le pasara a su familia, pero Balerion no se lo dejara contar a su familia hasta más tarde
Chapter Text
Hola a todos y todas, no me maten ya que subí el capítulo que no era y estaba incompleto, por favor perdóname.
Este capítulo no tendrá reacciones ya que son los sueños que tuvo Lucerys cuando estuvo inconsciente, pero lo que quiero dejar claro es que Lucerys YA SABE lo que le pasara a su familia, pero Balerion no se lo dejara contar a su familia hasta más tarde.
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Dragonstone, la playa que había sido escenario de tantas prácticas con Jace estaba ahora transformada en un lugar de luto. La pira funeraria estaba lista para ser encendida, rodeada de gente con cabello plateado, sus rostros reflejando una tristeza colectiva. La escena, una mezcla de recuerdos y duelo, era casi irreal en su intensidad.
A su izquierda, una niña captó su atención. Era una visión hermosa, su presencia parecía familiar, pero el recuerdo se le escapaba. Vestía un luto sutil, un vestido negro con detalles rojos, el escote cuadrado adornado con bordados plateados. Las mangas largas y acampanadas caían como cortinas de terciopelo, mientras su cabello rubio platino, con ondas sueltas y trenzas intrincadas, caía en cascada. Sus ojos, de un violeta intenso, contrastaban con la tristeza del entorno.
Sobre los riscos, varios dragones observaban la escena. El más cercano era un anciano dragón morado y gris que emitía chillidos tristes, como una melodía de lamento que llenaba el aire con una melancolía palpable. Era un dragón tan viejo que parecía haber conocido la grandeza de Valyria, añorando tiempos que ya no volverían.
Un hombre adulto, vestido con un traje negro meticulosamente diseñado, se encontraba al lado de la niña. Su chaleco de cuero alto y su capa roja no podían ocultar la angustia que lo embargaba. En sus brazos, sostenía unas mantas rojas con detalles azules que envolvían a un bebé. Susurró con voz quebrada:
— Ya es tiempo, Rhaenys. Papi debe irse con los Dioses.
Colocó una mano en el hombro de la niña, pero su firmeza no podía ocultar las lágrimas que luchaba por contener. La niña, sin embargo, no podía entender el adiós. Miró con desespero a su padre.
— ¡Todavía no quiero que papi se vaya! — exigió Rhaenys, sus lágrimas caían sin cesar. — ¡Quiero que vuelva y que vea creer a Laemon!
El hombre, quebrado por la desesperación de su hija, la abrazó mientras buscaba ayuda con la mirada. Solo el pelinegro se acercó para ofrecer su apoyo. Tomó al bebé Laemon en sus brazos mientras la niña se aferraba a él, buscando consuelo en su hombro. Los otros niños peliblancos también se acercaron, pero la tristeza era palpable.
— ¡URRAX, VEN! — el hombre gritó hacia el dragón, pero Urrax, en un acto de desafío, gruñó y se adentró en la cueva. Parecía que el dragón estaba dispuesto a resistir, su rechazo palpable mientras se negaba a atender a su jinete.
La mujer de edad avanzada, descalza en la arena y con un vestido negro, se acercó al grupo. Su cabello corto plateado, con una pequeña trenza decorada con rubíes, resaltaba en el contraste de la oscuridad. Su vestido, con un escote amplio y un broche de oro en forma de dragón y cangrejo, estaba bañado en sombras. Sus ojos morados reflejaban una confusión y firmeza temblorosa.
— No te enojes con un dragón tan viejo, querido — dijo la mujer con un tono que parecía un consuelo tardío. — Urrax ha vivido demasiado y añora su hogar en Valyria. Tal vez por eso está tan... cascarrabias.
El hombre, avergonzado por el regaño, asintió con tristeza y entendimiento.
—Deja que yo lo haga... mi dragón es más joven, aunque ya tampoco estoy en mis mejores años.
—No digas eso, abuela Elaena — dijo el niño peli plateado mirando a la mujer— todavía tienes muchos años por delante.
—Muchas gracias, Aelyx— el niño vio con peña a su padre pero este negó con la cabeza— ¡BALERION, VEN, PEQUEÑA SOMBRA!
Una sombra negra se asomó por los riscos, unos ojos rojos llenos de curiosidad observaron directamente a la mujer, soltando un chillido que parecía estar diciendo "Presente" como si estuviera en una escuela, Elaena le indico que bajara y como si se tratara de una lagartija Balerion bajo los riscos hasta llegar a la playa, la mujer se tomó su tiempo para llegar hasta el dragón que dentro de unos años sería conocido como el "Terror negro" ahora parecía ser un gato sumiso por las caricias que Elaena le daba, de hecho parecía encantado mientras Elaena le susurraba cosas bonitas y lo llamaba pequeña sombra.
— Ven, pequeña sombra... necesito tu fuego — como un perrito obediente Balerion siguió a Elaena hasta una distancia necesaria para lanzarle fuego a la pira funeraria — ¡DRACARYS!
Balerion abrió sus fauces y lanzó un torrente de fuego hacia la pira funeraria, las llamas envolviendo el cuerpo de Vael con una voracidad casi desesperada. El calor del fuego parecía abrazar el dolor de la pérdida, mientras el dragón se mantenía firme, su fuego llevando al difunto hacia los Dioses en una última despedida ardiente.
Despertó y deseó no haberlo hecho. Su cuerpo ardía en un dolor tan intenso, como si una aplanadora lo hubiera aplastado sin piedad. El sufrimiento era tan insoportable que rogó en silencio por el fuego de Balerion, deseando que las llamas lo consumieran y lo liberaran de su miseria. Incluso mover los ojos era un tormento, así que se quedó inmóvil, atrapado en el dolor, con la mirada clavada en un ventilador que giraba rápidamente sobre su cabeza. A lo lejos, se oían risas, risas burlonas que parecían clavarse en su alma. Quiso gritarles, decirles que el dolor lo estaba matando, pero sus párpados se hicieron pesados una vez más, pero antes de caer de nuevo en la inconciencia escucho que alguien toser con molestia y las risas se detuvieron de golpe, pero no le dio importancia y volvió a cerrar los ojos.
Seguía a una sirvienta que corría con desesperación por los pasillos oscuros y silenciosos de Dragonstone. Cada pisada resonaba en el suelo de piedra, el eco de su prisa amplificando su creciente desesperación. La sirvienta abrió la puerta de una habitación con una delicadeza pero el sonido de la puerta se abrió como un grito en la quietud de la noche, despertando a Visenya de un sueño inquieto.
Visenya se levantó de un salto, sus movimientos frenéticos mientras tomaba la daga bajo la almohada, el mismo cuchillo que le pertenecerá a su abuelo Viserys. Sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y terror, anticipando lo peor.
— Mi señora — dijo la sirvienta con un tono que revelaba más sorpresa que miedo, como si estuviera acostumbrada a que Visenya la amenazara con esa daga.
— ¿Qué pasa? — La voz de Visenya era un susurro ahogado por el pánico.
— Ha habido un incidente con Lady Elaena y su hermano menor, Laemon.
El rostro de Visenya se tornó pálido, sus ojos se agrandaron como si Balerion, el Dios, hubiera descendido para reclamar su alma en ese instante. Saltó de la cama, colocándose apresuradamente una bata de azul pálido y salió de la habitación con la velocidad de un espectro.
— Dime qué pasó — susurró Visenya mientras avanzaba por los pasillos desolados de Dragonstone.
La sirvienta bajó la cabeza, su expresión reflejaba una desesperanza palpable.
— ¡DIMELO! — exigió Visenya, su tono estaba cargado de una furia desesperada, mientras sus ojos brillaban con una preocupación intensa.
— Lady Elaena ha desaparecido junto con Lord Laemon.
Visenya quedó paralizada por el impacto de la noticia. El silencio del castillo parecía atragantarse con su respiración acelerada y el rugido distante de los vientos que se colaban por los ventanales. Urrax, el dragón, había alzado vuelo desde los acantilados, su rugido desgarrador era un eco de desesperanza en la noche oscura.
— ¿Dónde estaban los guardias de mi abuela y mi hermano? — exigió saber Visenya, sus palabras estaban teñidas de angustia.
— Nadie lo sabe — respondió la sirvienta, su voz era casi un murmullo de resignación.
Los pasos apresurados en el castillo se intensificaban, un caos de órdenes y movimientos. La playa estaba llena de personas corriendo con antorchas, los botes se preparaban para zarpar. Otro rugido desgarrador resonó desde las sombras mientras el dragón Urrax se perdía en la noche... pero ese rugido no fue de Urrax.
— ¿Crees que mi abuela haya tenido otro de sus ataques?
La sirvienta asintió, su rostro reflejaba un temor compartido.
Dragonstone vibraba con una tensión palpable, el aire cargado de miedo. Justo antes de llegar a la escalera que descendía a la playa, pasos apresurados se escucharon detrás de ellos. Orys y Aegon, con espadas colgando de sus caderas y batas desordenadas, llegaron con una preocupación que parecía palpable.
— Orys... Aegon.
— Es cierto — dijo Aegon, su voz rota por la tristeza — La abuela y Laemon han desaparecido.
Visenya asintió con dolor, su mente corría a una velocidad frenética.
— ¿Hace cuánto? — preguntó Orys, su cabello negro estaba tan desordenado que parecía un nido de pájaros.
— No lo sé, acabo de enterarme... he visto a padre volar con Urrax...
— ¡LO ENCONTRARON! — gritó una voz desde las escaleras — ¡ENCONTRARON A LORD LAEMON!
Sin intercambiar palabras, los tres corrieron hacia las escaleras, su prisa desenfrenada, cada paso un grito desesperado contra el tiempo. El aire frío los golpeó cuando salieron a la playa, el viento helado se hacía sentir en cada rincón. Orys exhaló vapor y se frotó los brazos, Visenya se ajustó su bata y Aegon maldijo contra el frío.
Se lanzaron hacia la orilla donde un bote se aproximaba. Visenya vio a Rhaenys ya allí, con una antorcha en la mano, su mirada fija en el bote pero reflejando un miedo palpable.
— ¡RHAENYS! — gritó Visenya, pero Rhaenys no se volvió, solo miraba al bote con una expresión aterrorizada.
El mundo parecía ralentizarse, su respiración se volvió entrecortada y las lágrimas comenzaban a fluir por sus mejillas. Visenya abrazó a Rhaenys con una fuerza desesperada.
— No deberías estar aquí.
— Tenía que verlo con mis propios ojos.
— No debiste verlo.
— La abuela se soltó de Balerion... Laemon intentó agarrar las riendas de Balerion pero la abuela se lo llevó.
Visenya se llevó a Rhaenys de vuelta al castillo, envolviéndola en su bata con ternura, mientras caminaban hacia el refugio. Aegon cayo de rodillas al lado del bote, acariciando el cabello blanco de Laemon, el niño que no pasaba de los 4 años. Las marcas en su cuerpo eran evidentes; la caída al mar le había roto el cuello y había muerto ahogado.
Orys miró al cielo, donde Balerion y un dragon gris giraban en círculos, sus llantos resonaban en la noche, un llamado a sus jinetes. Luego, se volvió hacia los sirvientes que estaban observando la tragedia como si fueran meros espectadores.
— ¡Súbanse a los botes y sigan buscando a Lady Elaena, AHORA!
La desesperación llenaba el aire, cada grito y cada gesto eran una mezcla de miedo y urgencia que se desmoronaba en la noche oscura de Dragonstone.
Volvió a despertar, pero el dolor había disminuido, aunque aún sentía un dolor persistente en la parte trasera de su cabeza. Su brazo estaba incómodo, y al mirar hacia abajo, vio el catéter que le colgaba, conectado a una bolsa de sangre que goteaba lentamente. La sensación de debilidad y confusión era abrumadora.
— ...Podría ser hijo de Afrodita — dijo una voz masculina, la cual sonaba algo humorística. — Es muy lindo.
Una risa ligera siguió a la observación, con un tono agudo que parecía de una niña.
— Buena esa, Lee — dijo la niña, acomodándose en su asiento, su voz cargada de un sarcasmo infantil. – Pero Grover nos dijo que tenía madre, así que Afrodita queda descartada.
— Entonces Eros — respondió otra voz masculina que se le hizo familiar, con un tono que mezclaba admiración y burla. — Lo veo capaz de romper muchos corazones.
— Entonces Luke tendra otro campista — replicó la niña, con un toque de dureza. — Ya que nunca será reconocido.
La voz concida suspiró con frustración y ansiedad.
— Por favor, Annabeth, no le recuerdes eso... Cada vez son más y la cabaña se está quedando sin espacio.
El silencio se estiró como una cuerda tensa, cada palabra resonaba con un eco de desesperanza. Intentó hablar, pero su boca estaba seca como el desierto, y ningún sonido salió.
— Oh, tal vez no lo logre — susurró Annabeth con un tono sombrío.
— ¡ANNABETH! — reprendió Lee, su voz dura y llena de preocupación.
— Lleva inconsciente varias horas — continuó Annabeth, con un tono que desbordaba una inquietante frialdad. — Esa bolsa de sangre ya es la tercera, y además, por su culpa, Grover está herido.
— El me salvo la vida, luchando contra el minotauro — lo defendio la voz conocida, su voz cargada de un dolor genuino.
— Solo es alguien tonto que se quiso hacer el héroe e hirió a otros — Annabeth respondió con una indiferencia brutal. — Sabes que no muchos semidioses llegan al campamento... Oh, tal vez él sepa algo.
— No lo creo — intervino la voz conocida rápidamente, con un tono que buscaba cambiar el tema. — Creo que... está despierto.
— ¡QUÉ! — alguien se levantó de un salto, su voz un grito de incredulidad y desesperación. — ¡No puede ser!
Los rostros se acercaron a él, las sombras de sus preocupaciones y temores reflejadas en sus miradas. Pero antes de que pudiera decir algo más, el mundo se desvaneció de nuevo a la inconsciencia, llevándose consigo las últimas esperanzas de comprensión y alivio. La oscuridad volvió a reclamarlo, envuelto en un silencio opresivo que le parecía casi tangible, un manto de desesperación que lo mantenía prisionero en viejos recuerdos de Dragonstone.
Orys estaba sentado en una silla de madera, su pierna herida lo obligaba a permanecer quieto, aunque cada palabra que su padre, Aerion, decía era como un peso que caía sobre él. Orys asentía lentamente, como si cada promesa que hacía fuera una carga que apenas podía soportar. A su lado, un sirviente escribía con mano temblorosa la última voluntad de Aerion, mientras Rhaenys, Aegon, y Visenya permanecían en silencio, escuchando como si las palabras de su padre fueran una verdad inescapable. Pero algo estaba mal, terriblemente mal. Aerion, con los ojos entrecerrados y la respiración entrecortada, miraba fijamente más allá de ellos, como si pudiera ver algo que los demás no podían, lo veía a él.
Cuando terminó de hablar, todos se retiraron lentamente, como sombras que intentaban escapar del inminente abismo que se avecinaba. Pero él, la figura invisible en la habitación no pudo mezclarse entre ellos. Justo cuando pensaba que podría desaparecer, Aerion comenzó a toser, un sonido desgarrador que llenó la habitación de una tensión insoportable. Se giró para mirarlo, y Aerion, con una señal débil pero insistente, lo llamó hacia él. Temblando, se acercó y se sentó en la silla que Orys había dejado vacía.
— ¿Eres Balerion? — susurró Aerion, su voz quebrada por el dolor y la tristeza, apenas un eco de lo que una vez fue. — ¿Vienes a llevarme?
— No soy Balerion — le informó, su propia voz resonando con una calma que no sentía.
— Pero te he visto... tantas veces — Aerion lo miraba como si tratara de descifrar un enigma doloroso. — Te vi cuando mi Vael se fue con los Dioses, cuando mi hijo Laemon murió... y ahora aquí... ¿Quién eres?
— Soy el príncipe Lucerys Velaryon, uno de tus descendientes — respondió con dulzura, aunque el ambiente pesaba sobre él como una niebla espesa.
— Casi no tienes características Valyrias... — Aerion lo observaba con desconcierto, como si estuviera tratando de aferrarse a la realidad. — Menos te pareces a un Velaryon.
— Debe ser por mi sangre Arryn — explicó Lucerys suavemente. — Ellos tienen el cabello castaño y ojos grises azulados... en raras ocasiones, ojos marrones. Mis hermanos Jace y Joffrey los tienen.
— Arryn — murmuró Aerion, como si estuviera tratando de recordar algo lejano y casi olvidado. — ¿Los reyes de la montaña?
Asintió lentamente, Aerion estaba perdido en sus pensamientos. Su mirada, antes tan llena de vida, ahora parecía vacía, atrapada entre el presente y los recuerdos.
— Te pareces a mi Rhaenys... — la voz de Aerion era débil, como si estuviera intercambiando lugares con su hija, atrapado en un ciclo interminable de despedidas.
— Muchos dicen que me parezco a mi abuela Aemma Arryn... — Lucerys esbozó una sonrisa triste, acariciando su vientre con la misma melancolía que invadía el ambiente. — Así también se hubiera llamado mi hija.
Aerion lo entendió de inmediato, la tristeza en sus ojos reflejaba el dolor compartido, el dolor que solo aquellos que han perdido a un hijo pueden comprender.
— Eres portador de la maldición de Laemon — murmuró Aerion, su voz apenas audible.
— Así es — confirmó Lucerys, la calma en sus palabras era solo una fachada.
— Nunca entendí por qué lo llamaron "maldición" — dijo Aerion, su voz se suavizó, como si intentara consolarse a sí mismo. — Para mí siempre fue un regalo de los Dioses.
Sonrió, pero la desesperación colgaba en el aire, pesada y opresiva.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? — la voz de Aerion tembló, llena de una desesperación palpable. — ¿Mis hijos...?
Él se inclinó más cerca, tomando la mano de Aerion con cuidado, como si sostuviera algo frágil y quebradizo.
— Pasarán a la historia de nuestra Dinastía, conquistarán Poniente y se convertirán en reyes.
—Reyes— Aerion susurró con asombro, sus ojos llenos de una emoción desbordante. — ¿Nietos?
— Cinco nietos, diez bisnietos... y más descendientes de los que podrías contar.
Aerion miró al techo, como si pudiera ver más allá, hacia un futuro que nunca conocería. Sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas, pero su cuerpo estaba demasiado cansado para seguir adelante.
— Me gustaría verlo... pero estoy tan cansado — su voz era apenas un susurro ahora, casi inaudible.
Ajustó las sábanas, como lo habían hecho muña y su madre en su infancia, con una ternura que solo hacía que la desesperación creciera.
— Descansa... ellos estarán bien.
Sostuvo la mano de Aerion hasta que la última respiración escapó de su cuerpo. El sol ya se había escondido en el horizonte, dejando la habitación sumida en una penumbra inquietante. Afuera, el rugido de Urrax resonó en la distancia, un sonido profundo y desgarrador, mientras los pasos apresurados se acercaban, rompiendo el silencio con una urgencia aterradora.
Despertó de golpe, sintiendo algo frío y viscoso invadiendo su boca. Al principio, su mente estaba nublada, pero cuando intentó tragar, el pánico se apoderó de él. Estaba siendo forzado a tragar lo que parecía ser pudin de caramelo, y su primer instinto fue escupirlo, pues sentía que iba a ahogarse.
— ¡Deja de quejarte! — La voz de una niña resonó impaciente, y antes de que pudiera rechazarla, otra cucharada de pudin fue empujada hacia su boca. — Es solo pudin.
Ni siquiera había terminado de tragar el primer bocado cuando ella insistió con otra cucharada, más grande que la anterior. Su furia creció, pero el pudin espesaba en su garganta, dificultando su protesta.
— ¿Qué es lo que tramas? — logró soltar con furia entre bocados. — ¿Sabes lo que pasó en el Olimpo?
La niña, con la boca llena de pudin también, murmuró algo ininteligible.
— Pedon... no che de que me hablas.
La miró con una mezcla de frustración y asombro. Pero la niña, irritada por su falta de comprensión, le metió la cuchara aún más profundamente en la boca, obligándolo a tragar una cantidad aún mayor de pudin.
— ¿Porque Grover te defiende a capa y espada? — escupió ella, claramente molesta. — Si solo eres un tonto suicida. ¿Por qué Quirón está tan impaciente por verte? ¿Por qué hablas en una lengua extraña?
— ¿Qué? — respondió él, confuso y asustado. ¿Había estado hablando en sueños? Nada tenía sentido en su mente aturdida.
En ese momento, alguien llamó a la puerta, interrumpiendo la escena. Sin perder un segundo, la niña aprovechó para meterle otra cucharada de pudin en la boca, llenándola rápidamente antes de que pudiera protestar. Las palabras quedaron atrapadas en su garganta junto con el pudin, y sin poder luchar más, la inconsciencia volvió a tomarlo por sorpresa, llevándolo de nuevo a la oscuridad.
Algo lo llamaba. Era un susurro persistente, una voz que parecía suplicar, arrastrándolo hacia su origen. Miró una última vez a Rhaenys y Visenya, ambas dormían tranquilamente en la misma cama, sus respiraciones suaves y tranquilas. Con cautela, traspasó la pared hacia la habitación contigua, donde Aegon y Orys también dormían. La ropa estaba esparcida por el suelo, y los dos hombres descansaban en brazos del otro, como si llevaran años compartiendo ese espacio de intimidad y paz.
— Ven — susurró la voz con eco, tan cerca que pareció resonar en su oído. Sintió un escalofrío y, sin poder resistirlo, se acercó a Aegon. — Toca su frente.
Con un temor latente, extendió la mano y, apenas rozando con las yemas de los dedos la frente de Aegon, sintió un cambio instantáneo. El mundo a su alrededor comenzó a desvanecerse, como si las paredes y los muebles se disolvieran en la nada.
De repente, ya no estaba en la habitación. Ahora estaba de pie en una calle, una calle que reconocía de innumerables relatos. Ante él se extendía la majestuosa ciudad de Valyria.
El aire nocturno era cálido, y las llamas que iluminaban la ciudad creaban un resplandor hipnótico. Dragones volaban en lo alto, sus sombras cruzando la ciudad mientras sus jinetes de cabello plateado cabalgaban con una gracia serena. La ciudad estaba llena de vida. Pasó junto a personas vestidas con trajes deslumbrantes, adornados con gemas, oro y plata. Conversaban en Valyrio, la lengua fluida y musical que resonaba en sus oídos como una melodía familiar. Niños y niñas jugaban con dragones bebés, sus risas llenando el aire con una alegría despreocupada.
Se sintió como uno más, un ciudadano más de Valyria, perdido en la belleza y la magia de la ciudad. Caminó por las calles, cruzó puentes bajo los cuales, en lugar de agua, corría lava. Las plazas estaban llenas de actividad, y los comercios emitían ricos aromas que llenaban sus sentidos. En algún momento, se dejó llevar por la emoción y comenzó a correr, maravillado por todo lo que veía. Había tanto que absorber, tanta vida, tanta perfección. Necesitaría siete pares de ojos para captar cada detalle.
Finalmente, se detuvo frente a un comercio que exhibía espejos en su fachada. Jadeante, cansado de su carrera, se acercó a uno de los espejos y se miró. Pero el reflejo que lo devolvió no era el suyo. Era una mujer muy hermosa. El reflejo lo observaba con una intensidad que lo perturbó.
La mujer, o al menos su reflejo, pareció captar algo en el espejo. Su expresión cambió, y el temor se apoderó de él. Fue entonces cuando lo vio: un volcán, a lo lejos, que temblaba amenazante.
Se giró rápidamente, pero no pudo evitar lo inevitable. El volcán explotó con una fuerza devastadora, y la onda expansiva lo lanzó por los aires, junto con miles de personas, dragones y edificios. La ciudad de Valyria, la hermosa Valyria, se desmoronaba ante sus ojos en un cataclismo de fuego y destrucción.
Despertó sobresaltado, el sudor perlaba su frente mientras su respiración era acelerada. Se giró rápidamente para ver a Orys, pero la cama estaba vacía. Se cubrió la cara con las manos, tratando de procesar lo que acababa de experimentar. ¿Había soñado con Valyria? La sensación era tan real, tan vívida. Bajó las manos y sintió cómo la emoción crecía dentro de él. Tenía que contarles a sus hermanas. Ellas estarían tan emocionadas como él por haber soñado con la legendaria ciudad.
Salió de la habitación casi corriendo, el corazón palpitando con anticipación. Abrió la puerta de la habitación donde sus hermanas debían estar durmiendo, pero al cruzar el umbral, el suelo desapareció bajo sus pies.
Cayó, cayó y cayó, como si el mundo se hubiera desvanecido. La caída terminó abruptamente cuando se estrelló contra un árbol. Aturdido, alzó la mirada y vio a un hombre mayor de pie frente a él. El hombre vestía de negro, su cabello platinado contrastaba con su piel pálida como la leche. Tenía una marca roja en la cara, que parecía la silueta de un cuervo, y lo observaba con una intensidad inquietante.
Cuando el hombre abrió la boca, un cuervo de tres ojos salió de su garganta y voló hacia él. Con un miedo instintivo, se cubrió el rostro, esperando el ataque del pájaro... pero nada ocurrió. Lentamente, bajó las manos y se dio cuenta de que el entorno había cambiado nuevamente.
Ahora estaba de pie sobre un suelo de piedra, frente a un imponente trono hecho de espadas. Se vio a sí mismo, mucho más mayor, sentado en ese trono. A su lado estaban Rhaenys y Visenya. Rhaenys sostenía a un niño platinado que, a pesar de su noble porte, se veía enfermo. Visenya, en cambio, tenía a un niño robusto con una expresión de enfado. Al lado de Rhaenys estaba Orys, de pie junto a una mujer muy hermosa, quien se acariciaba el vientre con una sonrisa de felicidad.
Giró la cabeza y vio ocho banderas ondeando en la sala del trono. La primera mostraba un lobo huargo, la segunda un león, la tercera un calamar, la cuarta un águila, la quinta una trucha, la sexta una rosa, y la última, inclinada de lado, mostraba un sol atravesado por una lanza.
Volvió la vista hacia sí mismo en el trono y, de repente, todo cambió. Ahora se veía mucho más viejo. Rhaenys ya no estaba, y en su lugar, su hijo permanecía junto a una mujer vestida de azul que sostenía a un niño que parecía ligeramente molesto. A su lado, el hijo de Rhaenys sostenía una niña en brazos. Orys ya no tenía manos y estaba visiblemente enfadado, mientras la mujer trataba de calmarlo con la ayuda de tres niños. Visenya también parecía enfurecida, pero sus ojos estaban llenos de tristeza. Junto a ella, un hombre musculoso lanzaba miradas furiosas hacia la mujer de azul.
Un rugido atronador resonó detrás de él. Se giró y ahora estaba en una cueva en Dragonstone, observando cómo su dragón, Balerion, surcaba los cielos, mucho más grande que antes. En la silla de montar, una niña gritaba con entusiasmo pero con ligero enojo:
— ¡VAMOS A CASA, BALERION!
Su dragón rugió en respuesta y desapareció en el horizonte, volando hacia el este, dejando atrás la cueva y a él sumido en una mezcla de asombro y confusión.
La voz de una niña resonó en su mente, suave pero insistente:
—Cántame una canción.
De repente, todo cambió. Ahora estaba en una habitación infantil, donde una niña pequeña de cabello platinado estaba siendo arropada por su madre, quien tenía la misma melena plateada.
—¿Qué le gustaría escuchar a Daenerys Targaryen, la próxima reina de Westeros? —le preguntó la mujer, su voz llena de cariño.
—¡Una nueva! —exigió la niña con una sonrisa de emoción—. ¡Una que nadie haya escuchado nunca!
El mujer sonrió suavemente antes de responder:
—¿Qué te parece una que me cantó mi padre hace muchos años? Se llama "La canción de hielo y fuego". Pero debes prometerme que no se la contarás a nadie.
Daenerys asintió con entusiasmo, los ojos llenos de curiosidad.
—Lo prometo... Ahora cántamela.
—Sus deseos son órdenes, mi reina Daenerys.
De repente, los aplausos retumbaron a su alrededor. Se encontraba en una enorme sala que parecía haber sido consumida por el fuego en algún momento. Miles de personas aplaudían y vitoreaban. Al girar, vio varias figuras con cabello blanco. A la izquierda, un hombre ligeramente gordo y una mujer que se parecía mucho a su hermana Rhaenys, solo que con un gran vientre. En el centro, un hombre sentado en una silla de oro, portando una corona, y a la derecha, un hombre Velaryon con largos cabellos que parecían serpientes. Junto a él, una mujer muy sería.
—¡SE PROCLAMA COMO PRÍNCIPE DE DRAGONSTONE! —una voz masculina retumbó en la sala—. ¡AL PRÍNCIPE VISERYS TARGARYEN!... ¡FUTURO REY DE WESTEROS!
La mujer, apartó la mirada con molestia. Se notaba en su rostro que estaba furiosa por haber sido pasada por alto para la corona, solo por ser mujer. Sabía que tanto sus hermanas Rhaenys como Visenya estarían indignadas.
La mujer al lado de Visenya abrió la boca y un horrible grito emergió de lo más profundo de su ser. Él se cubrió los oídos, cerrando los ojos para bloquear el espantoso sonido.
—Tenemos que abrirla, mi señor —escuchó decir a una voz cercana.
—Háganlo —respondió otra voz, llena de tristeza pero con determinación.
Cuando abrió los ojos nuevamente, se encontró en una sala de parto. La mujer de antes estaba siendo sometida por sirvientas y una hombre se acercaba con un cuchillo en mano, mientras gritaba desesperadamente:
—¡NOOOO!... ¡VISERYS, TENGO MIEDO!... ¡VISERYS!... ¡AHHHH!
Le abrieron el vientre y sacaron a un bebé. Él se quedó paralizado, horrorizado por la escena que presenciaba. Viserys recibió al recién nacido, un niño.
—Baelon, mi heredero —susurró Viserys con orgullo y pesar.
Aturdido por lo que acababa de ver, salió corriendo de la habitación, su corazón palpitando con terror. No dejó de correr hasta que chocó contra una pared. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que estaba de vuelta en la gran sala del trono, solo que esta vez, Viserys estaba sentado en ese trono de espadas.
—¡PROCLAMO A RHAENYRA TARGARYEN! —una voz resonó en la sala. Frente al Trono de Hierro, una hermosa joven vestida de rojo, negro y dorado, con una corona tipo diadema, se alzaba ante la multitud—. ¡PRINCESA DE DRAGONSTONE Y HEREDERA AL TRONO DE HIERRO!
Un vasto bosque apareció frente a él, sus sombras profundas y misteriosas. De entre los árboles emergió un majestuoso ciervo blanco, su pelaje brillando bajo la luz del sol. Una voz resonó a su alrededor, suave pero llena de poder:
<<Antes de que los dragones llegaran a Westeros, el ciervo blanco era la señal de los Dioses>>.
Rhaenyra, cubierta de sangre, estaba de pie al lado de un hombre con armadura, ambos observando con asombro al ciervo blanco. El hombre comenzó a desenvainar su espada con cautela, pero Rhaenyra lo detuvo con una palabra:
—No.
El ciervo se desvaneció y la escena cambió de nuevo. Ahora estaba en una habitación, donde Viserys y Rhaenyra conversaban en voz baja. El tono de la conversación era grave, cargado de un peso ancestral.
—...Como Daenys soñó con la destrucción de Valyria, Aegon el Conquistador soñó con el fin del mundo de los hombres —dijo Viserys, su voz profunda y solemne.
Por un momento, sintió que estaban hablando de él, como si esa profecía lo conectara con algo más grande y antiguo.
Del fuego, Viserys sacó una daga. Era la daga de Visenya, la misma que su padre, Vael, le había regalado. Había algo inscrito en la hoja, y Rhaenyra lo leyó en voz baja:
—"De mi sangre vendrá el príncipe que fue prometido" —murmuró, con los ojos fijos en las palabras grabadas—. "Y suya será la canción de hielo y fuego."
Viserys volvió a meter la daga en el fuego, sus ojos reflejando la luz de las llamas.
—Todo comenzará con un terrible invierno desde el lejano norte —continuó—. Y cuando eso ocurra, todos debemos formar un gran ejército para evitar la destrucción de los hombres. Pero también, un Targaryen debe estar sentado en el Trono de Hierro.
Las palabras de Viserys resonaron en el aire, llenas de una urgencia que no podía ignorar. Todo estaba conectado, y la responsabilidad de lo que estaba por venir pesaba sobre ellos, como si cada acción, cada decisión, estuviera destinada a cambiar el curso del mundo.
La escena cambió de nuevo, revelando una imagen más madura de Rhaenyra, con un vientre abultado que acariciaba con ternura. A su lado, dos niños de cabello castaño jugaban con un dragón perlado que emitía suaves rugidos. Rhaenyra murmuró con una voz apenas audible:
—De mi sangre, vendrá el príncipe que fue prometido...
Pero de repente, su rostro se crispó en una mueca de dolor, soltando un quejido que atrajo la atención de los dos niños. El menor, con ojos llenos de terror, miró a su madre con preocupación.
—Madre, ¿estás bien? —preguntó con una voz temblorosa.
Rhaenyra esbozó una sonrisa para calmarlo, aunque sus manos se aferraban con fuerza a los brazos de la silla.
—Solo cosas buenas, mi dulce niño —dijo suavemente—...Tu hermano ya viene.
Mientras hablaba, el niño mayor salió corriendo por la puerta, seguramente en busca de ayuda. El menor, en cambio, se acercó a su madre, tratando de ser valiente, aunque el miedo seguía reflejado en sus ojos.
De repente, la escena se transformó. Ahora, una niña con apariencia Velaryon, llena de furia, gritaba a un niño vestido con un horrendo atuendo verde:
—¡¿CÓMO SE TE OCURRE RECLAMAR EL DRAGÓN DE MI MADRE EL MISMO DÍA QUE LA LLEVAMOS CON LOS DIOSES?! —su voz resonó con la furia de una tormenta.
El niño de verde sonrió con descaro y respondió con veneno en su tono:
—¿Y por qué no lo reclamaste antes? —espetó.
Recordaba bien las enseñanzas de su padre: un dragón debía tener un tiempo de luto, y solo después de un año se podía reclamar. ¡Quién hubiera criado a ese mocoso no tenía idea de respeto ni de honor!
La tensión se desbordó, y de repente, estalló una violenta pelea. El niño de verde, con fuerza inesperada, le rompió la nariz al hijo de Rhaenyra, y en un arrebato de rabia, levantó una gran roca, claramente con la intención de golpear al hijo mayor de Rhaenyra.
—¡MORIRÁN COMO LO HIZO SU PADRE! —gritó, su voz llena de odio— ¡BASTARDOS!
El hijo mayor de Rhaenyra, con el rostro lleno de furia, intercambió una mirada con su hermano menor, quien gateaba detrás de él. En un rápido movimiento, el mayor lanzó arena a los ojos del niño de verde, cegándolo momentáneamente. El menor, aprovechando la distracción, se levantó y, con un cuchillo en la mano, hizo un corte limpio en la cara del niño, hiriéndolo justo en el ojo.
El grito del niño verde resonó por toda la habitación, mientras el caos envolvía la escena.
Todo se oscureció a su alrededor, todo era paz pero cuando empezó a caminar empezó a escuchar:
<<... ¡DONDE ESTA EL DEBER, DONDE ESTA EL SACRIFICIO... PISOTEADOS POR TU LINDO PIE!>>
<< ¡DEBE SER DIFICIL, NO... COMO TE CUBRES CON ESE MANTO DE HONRADEZ, PERO AHORA TODOS TE VEN COMO RALMENTE ERES!>>
Empezó a correr con desesperación no quería ver o escuchar más, pero mientras más corría más rápido iba todo.
<<Tengo la maldición de Laemon>>
<<El honor y la decencia prevalecerán cuando Aegon sea rey >>
<<Si es niño Laemon y si es niña Aemma >>
<<Los verdes han repudiado la sucesión y han proclamado a su tío como rey>>
<<Rhaenyra dio a luz a un bebé deforme, la llamo Visenya>>
<<...Debemos cuidar esos mensajes, enviamos...>>
<<Dile a la perra de Dragonstone que valla a chupar la verga de otros hombres para que tenga su ejército>>
<<Presta atención, mírame Arrax, calmado, obedece y escucha ...volvamos a casa>>
<<Taoba regresa aquí y dame a mi hijo>>
<<...El príncipe Lucerys fue devorado por Vhagar junto a su dragón Arrax>>
<<Quiero a... Aemond Targaryen>>
<<A la Reina Helaena le dieron a escoger entre a su hijo mayor Jaehaerys o su hijo menor Maelor, ella escogió a su hijo menor, Queso le dijo al oído a Maelor: escuchaste eso niño, tu mami te quiere muerto, entonces sangre le corto la cabeza al príncipe Jaehaerys>>
<<Cres que yo quería hacerle eso, a mi dulce hermana Helaena>>
<< ...Estos huevos son aún más frágiles, pero si todo lleva a la ruina aquí, llevas la esperanza para el futuro>>
<<La princesa Rhaenys Targaryen, La reina que nunca fue, murió como el lema de su casa>>
<<Lady Rhaena logro eclosionar un huevo rosa, lo llamo Morning>>
<<El príncipe Aegon el menor llego a la costa de Dragonstone en su dragón Stormcloud pero sin su hermano menor Viserys, habían sido emboscados por la Triárquica que trabajan para los verdes>>
<< ¡QUEDATE ALLÍ VISERYS, NO TE MUEVAS!... ¡MÁS ABAJO VERMAX! >>
<<...Miles de hombres habían muerto, pero ninguno igualo al príncipe Jacaerys, el príncipe de Dragonstone y heredero del trono de hierro>>
<< ¡HEMOS VENIDO A MORIR POR LA REINA DRAGÓN!>>
<<El bando negro reclamo King's Landing>>
<<...Rhaenyra descubrió que los verdes se habían desaparecido casi todo el tesoro real>>
<<El rey Meagor con tetas>>
<<Cortaron al príncipe Maelor en pedazos para que cada uno pudiera reclamar el oro>>
<< Helaena Targeryan, se tiro por la ventana cuando le dieron la noticia de la muerte de su hijo Maelor>>
<<Nadie se salvó en la ciudad de Ladera a manos de los verdes, las mujeres de todo el pueblo fueron violadas, incluidas las ancianas y las niñas de hasta ocho años, y ni siquiera las septas y las hermanas silenciosas se salvaron. Los soldados borrachos mataron a todos los hombres que encontraron, incluidos los ancianos y los niños. Las casas y las tiendas fueron saqueadas por bandas de los Verdes y los habitantes más acaudalados del pueblo fueron torturados para revelar fortunas ocultas. Incluso los bebés fueron empalados en lanzas.>>
<<Mi hijo volverá con fuego y sangre>>
<<...Nos narran las leyendas, cuando el príncipe Daemon Targaryen desmontó y salto de su dragón al otro. Empuñando a hermana oscura, la espada de la reina Visenya. Mientras Aemond el Tuerto lo miraba aterrado, sacudiendo las cadenas que lo ataban a su silla, Daemon arrancó el yelmo de su sobrino y le introdujo la hoja por el ojo ciego... muchos llegan a decir que esa fue la venganza final por la muerte de su hijo Lucerys Velaryon>>
<<Lo siento, Lucerys>>
<< ¡NO DIJAS SU NOMBRE, TUERTO MATA SANGRE!>>
<<Floris Baratheon me dará herederos más dignos que los que me dio mi esposa>>
<<Una revuelta se llevó y los cuidados atacaron Poso Dragón>>
<<Quiero luchar por ti, madre, tal como hicieron mis hermanos. Déjame demostrar que soy tan valiente como ellos>>
<<El príncipe Joffrey resbaló del lomo de Syrax y cayó a tierra>>
<<Madre, perdóname>>
<<Es indescriptible lo que los habitantes de King's Landing le hicieron al pequeño cuerpo, del príncipe Joffrey Velaryon, heredero al trono de hierro >>
<<El asalto a Pozo Dragón termino con la vida de cinco dragones>>
<<Existen tres narraciones contradictorias sobre la muerte del príncipe Daeron, pero hay una cosa que está claro, murió por el fuego>>
<< Adam Velaryon demostró que los bastardos también pueden tener honor y cumplir su palabra, una palabra fue puesta en su lapida por su hermano Alyn fue "Leal">>
<<No era un danza sino una lucha a muerte entre los dragones>>
<<Lady Baela humillo a Aegon en su batalla en Dragonstone, aunque tristemente no pudo hacer su cometido de resguardar Dragonstone para su Reina y fue encadenada en las celdas de Dragonstone por órdenes de un asustado Aegon>>
<<Aegon embosco en Dragonstone a Rhaenyra>>...
<< ¡MADRE, HUYE!>>
<<Al principio Sunfyre no estaba interesado en Rhaenyra, hasta que Sir Arthur Broome le corto un pecho a Rhaenyra>>
<<Rhaenyra tuvo solo un momento para alzar la cabeza al cielo, gritar una maldición a su medio hermano, antes que las fauces de Sunfyre tiraran fuego, el único hijo vivo de Rhaenyra lo presencio todo>>
<<Aegon Targaryen había muerto envenenado por sus propios vasallos por un vino>>
<<La Danza de los Dragones había concluido; empezaba el melancólico reinado del rey Aegon hijo de Rhaenyra Targaryen>>
Cayó al suelo exhausto, cubriéndose los oídos en un intento desesperado por detener las visiones que lo atormentaban. Estas no eran solo visiones, sino el trágico destino de su familia, una maldición que no podía soportar. Estaba parado en un pasillo de Dragonstone en donde había tapices. No quería verlo, pero una fuerza invisible lo hizo pararse y ver los tapices.
El primero había un niño en ese trono de hierro.
<<Solo dos niños asustados quedaron de la danza; El Rey Aegon y su esposa la Reina Jaehaera, dos niños asustados que recitaron un juramento que el par no comprendía del todo>>.
En otra parte había una niña siendo tirada por un hombre por una ventana
<<La Reina Jaehaera se suicidó tirándose por la ventana>>
En la otra parte había un baile en donde Aegon le besaba la mano a un niña.
—Gracias por venir, mi Lady; eres muy hermosa — escucho la voz del niño, sonaba desolada y triste.
En otra parte abrazaba a un niño con mucha fuerza y felicidad.
<<Su hermano Viserys volvió sano y salvo, pero el rey nunca dejo de ver al horizonte por si sus hermanos mayores pudieran volver con vida>>
Y la última parte dragones cayendo por todo el tapiz.
<<Aegon será recordado como 'el veneno de dragón', ya que todos los dragones supervivientes de la Danza de Dragones murieron en su reinado. Murió a los 36 años, siendo su hijo Daeron el siguiente Rey de Westeros>>
Algo lo movió al siguiente tapiz en donde se veía a un gran ejercito marchar por arena, los soldados se veían cansados, sudorosos y al borde del colapso, pero estaban firmes siguiendo a un joven
—¡Mañana doblegaremos a los Dornienses! —gritó una joven voz decidida.
Las palabras finales retumbaron en su mente:
<<Daeron I pasará a la historia como 'El Joven Dragón', ya que logró someter a los Dornienses, pero su conquista fue efímera. Al regresar a Dorne, fue traicionado y asesinado, dejando que su hermano Baelor como el nuevo Rey de Westeros>>
El otro tapiz era de un hombre caminando descalzo, en otra parte ayudaba a un muchacho de cabello platinado a huir de las víboras.
<<Baelor pasará a la historia como "Baelor el Santo" por su devoción extrema hacia la Fe de los Siete, prohibiendo la prostitución y salvando a su primo Aemon de un nido de víboras en Dorne, atribuyéndosele numerosos milagros>>.
En otra parte se vía encerrando a tres mujeres en una bóveda. Pero en otra se veía a una de esas mujeres escapar a los brazos de un hombre.
<<Baelor encerró a sus tres hermanas en la Bóveda de las Doncellas, un acto que decía preservar su inocencia, pero que rozaba la locura. Sin embargo, su hermana Daena, antigua esposa de Baelor, logró escapar de su encierro y mantener una aventura con su primo Aegon. De esa unión nacería Daemon Waters, quien más tarde sería conocido como Daemon Blackfyre>>
Baelor estaba inclinado en una lugar con 7 estatuas y en la parte final estaba tirado en la estatua de una mujer.
<<Por el nacimiento de Daemon, Baelor el Santo pasó 41 días arrodillado en el septo de la colina de Visenya, donde finalmente falleció frente al altar de la Madre>>
El grito de una mujer rompió el silencio de la visión. Estaba llena de ira y determinación, proclamaba con fuerza:
—¡Yo soy la Reina, ahora que mi hermano Baelor está muerto!
Lo movieron al siguiente tapiz en donde había una mujer desafiando a un hombre mayor.
—No tienes aliados en la corte, ni un heredero digno —le respondió el hombre con frialdad—. Por eso, yo seré el rey.
Las palabras finales resonaron en su mente:
<<Viserys Targaryen, hermano del Rey Aegon, fue nombrado rey y sería recordado como "El rey de un año". Fue un buen rey, pero una enfermedad repentina lo arrebató antes de poder dejar un legado duradero>>.
Viserys bebida un vino mientras otro hombre... el mismo hombre que había estado la antigua mujer ponía un polvo blanco en el vino.
Lo movieron al siguiente tapiz en donde había un hombre gordo y horrible... pero que era igual al hombre que le puso algo al vino de Viserys.
<<Aegon, el hijo mayor de Viserys es considerado el peor rey de la dinastía Targaryen y será recordado como "El Indigno">>.
Al lado había una pareja que se abrazaba con amor y entre ellos un niño.
<<Abuso de su autoridad cada vez que se le complacía, aunque estaba casado con su hermana Naerys, tomó hasta un total de 9 amantes, con sus amantes tuvo hijo como el antes mencionado Daemon Blackfyre, el mítico Aegor Rivers o Brynden Rivers>>
Había varios niños parados al lado del trono de hierro a uno no lo podía ver bien ya que tenía una capucha negra que le cubría toda la cara.
<<El mismo esparció un rumor que su hijo Daeron, no era su hijo sino de su hermano Aemon, pero eso solo eran rumores>>
Ahora se vía a un hombre con armadura siendo apuñalado y a una mujer muriendo en una cama de parto.
<<El resentimiento que tenía el monarca a su hermano Aemon lo hacía pagar con su hermana esposa Naerys, sabiendo que Aemon lo amaba, aun así el caballero dragón murió defendiendo el honor a su hermano y un año más tarde Naerys murió en la cama de parto gracias a Aegon. Antes de morir Aegon, legalizó a todos sus hijos bastardos en cada rincón de los 7 reinos>>
El siguiente tapiz había un hombre con una ligera sonrisa.
<<El mayor logro de Daeron fue la unión de Dorne al reino que perturbaría hasta el fin de los días gracias al dos matrimonios con los Martell y los Targaryen, fue conocido como "Daeron el bueno">>
Pero también había un chico con una espada con una mirada no muy amable.
<<En su reinado se llevó la primera rebelión Blackfyre, en donde murió Daemon junto a sus dos primeros hijos, terminando así la primera rebelión Blackfyre, murió en la gran epidemia primaveral que asolo a muchas ciudades de Westeros>>
El hombre del nuevo tapiz tenía grandes libros y pergaminos.
<<Su segundo hijo Aerys ascendió al trono ya que su hermano mayor Baelor había muerto por una lanza, aunque gobernó por 12 años dejo que todo fuera llevado por su tío Brynden Rivers ya que el solo estaba interesado en los libros que a su reinado y su esposa>>
En una parte del tapiz había una gran sequía y varias personas enojadas y al otro un gran ejército.
<< Hubo una fuerte sequía que provoco un gran molestar y al año siguiente la segunda rebelión Blackfyre, en donde el hijo de Daemon Blackfyre reapareció en Westeros para reclamar el trono de hierro>>
Sobre el gran ejercito había un gran cuervo que veía todo fijamente.
<<Esa revuelta fue interrumpida por Brynden Rivers o conocido como el "Cuervo de Sangre">>
Pero también había otro gran ejército.
<<Se llevo la tercera rebelión Blackfyre en torno a Haegon el 4° hijo de Daemon Blackfyre, gracias al príncipe Maekar y su hijo Aegon, la rebelión Blackfyre fue sofocada, sin engendrar hijos Aerys murió y su hermano Maekar subió al trono.>>
El siguiente tapis había un hombre con una gran garrote de hierro y una corona con picos de hierro.
<<Maekar era más un guerrero que un monarca; pero nunca llevó al reino a una guerra innecesaria. Fue un reinado pacífico y tenía sus peleas con su tío Brynden Rivers, pero siguió dejando que siguiera siendo mano del rey>>
El mismo niño que había visto antes con la capucha ahora estaba de espaldas con un cuervo en el hombro.
<< El único conflicto destacable fue la rebelión de Peake, el propio Rey viajo hasta Dorne en donde tuvo el lugar la batalla de Peake, en donde el Rey Maekar perdería la vida>>
Lo movieron al siguiente en donde había un niño calvo, junto a un hombre alto.
<<Una gran sucesión paso y el cuarto hijo de Maekar se hizo con la corona, paso a la historia como "Aegon el improbable", lo mejor que hizo Maekar por su hijo Aegon es que permitió que Aegon en su juventud, recorrieras los 7 reinos como escudero de Sir Duncan the tall, gracias a eso, Aegon pudo conocer de primera mano los problemas de nobles y plebeyos>>
<<Es considerado como uno de los mejores reyes de Westeros, envió a Brynden Rivers al muro que desaparecería años más tarde por matar a Aenys Blackfyre>>
El hombre que le daba la espalda ahora se giraba levemente en donde se podía ver su cabello plateado. Al otro lado del tapiz también había un invierno pero también otro ejercito
<<Llego el invierno en sus primeros años de reinado y también tuvo la cuarta rebelión Blackfyre, por Daemon III Blackfyre a la cabeza, sir Duncan the Tall fue quien acabo con el pretendiente en un combate singular>>
Un niño castaño bailaba con una mujer y varias libélulas volaban a su alrededor, en otro había una pareja peliblanca besándose mientras una chica pelirroja los veía con horror. Pero también había algo que no podía evitar ver y ese era el fuego alrededor del tapiz.
Gritos llegaron de pronto y también el olor a quemado.
— ¡EGG! — grito un hombre con desesperación y escucho como algo caía en sus brazos.
—Solo... quería...traer a... a los dragones... de...de nuevo.
— ¡CORRE, JENNY, VOY A BUSCAR A PADRE!
<<Hubo un gran incendio en refugio estival, donde murieron Ser Duncan the Tall, el príncipe Duncan y el rey Aegon... pero entre las llamas de la tragedia nació Rhaegar Targaryen el nuevo nieto del nuevo rey Jaehaerys>>
El nuevo tapiz ahora tenía un hombre enfermo pero utilizando la corona de Maekar mientras una mujer con mirada preocupada lo ayudaba para que no cayera. Alrededor de ellos había otros gran ejercito pero esta vez mucho más grande.
<<El reinado de este nuevo Rey solo duraría 3 años, pero lo único destacable de este reinado fue la 5° y última rebelión Blackfyre o conocida como "la guerra de los reyes nuevepeniques">>
Había un hombre matando brutalmente a otro.
<<El rey murió dos años después y tras su muerte su hijo Aerys se hizo con el trono de hierro>>
El siguiente tapiz era de un hombre con una mirada de loco y largas uñas muy feas, en esta había muchas cosas que no podía dejar de ver con horror.
<<Sería el último rey de su dinastía y sería conocido como "el rey loco">>
Al lado había un hombre que tenía un león bordado en su ropa y una insignia de la mano del rey con una gran sonrisa pero con otra mano un gran cuchillo.
<<Tywin Lannister mano del rey quito muchas leyes que el Rey Aegon había redactado en favor del pueblo llano ganándose a los señores de la corte>>
Había un escudo de rombos de sable sobre campo de oro y escudos blancos sobre una franja de gules.
<<El rey fue tomado prisionero por la casa Darklyn y pudo salir con vida gracias al gran rescate de Sir Barristan Selmy>>
<<La relación de rey y su mano ya estaba fracturada y todo el reino considera a Tywin como el verdadero rey>>
Había hogueras repletas de personas, cosa que lo lleno de temor.
<<Se empezaba a decir que algunos lores querían derrocarlo y los rumores se decían que se querían reunir en el Torneo de Harrenhall>>
En una parte había un chico agarrando a una mujer castaña y llevándoselo en un caballo mientras un hombre furioso de cabello negro agarraba con fuerza un martillo.
<<La rebelión de Robert Baratheon estallo un año después que el príncipe Rhaegar desapareció con Lyanna Stark, la prometía de Robert>>
En otra parte se veía al tal Robert golpeando la armadura de Rhaegar y este en el suelo mientras joyas rojas saltaban por todas partes.
<<El rey fue asesinado por la espada de su Guardia real, por el joven Jaime Lannister. Los hijos de Rhaegar y su esposa Elia Martell fueron asesinos de una forma horrenda y Robert Baratheon fue proclamado el nuevo rey de los 7 reinos, poniendo fin a casi 300 años de la dinastía Targaryen>>
En la parte final del tapiz había una niña siendo sacada debajo de la cama y un hombre alzando la espada lista para matarla mientras a la mujer con un niño peliblanco en brazos le quitaban la ropa, pero también había un barco con un niño y un bebé mientras huían en un barco de algo...o de alguien.
—Nuestra historia todavía no termina, hermano.
Se giró rápidamente, solo para encontrarse frente a una Rhaenys mucho mayor. Ella le ofreció una sonrisa tierna, cálida y llena de serenidad, como si las muchas batallas que habían enfrentado juntos no hubieran sido en vano.
— ¿Rhaenys... qué es este lugar? —señaló los tapices que colgaban en las paredes, cada uno narrando una historia— ¿Quiénes son ellos?
La respuesta de su hermana resonó con la familiaridad de la verdad que ya intuía.
—Creo que ya sabes quiénes son... o, bueno, quiénes serán.
Su descendencia. La realización lo golpeó con fuerza mientras volvía a mirar los tapices, llenos de historias que se desplegaban a través de los siglos. Cada escena contaba la vida de aquellos que llevarían su legado, sus luchas, victorias y derrotas.
—Ven, todavía debemos buscar a alguien. Él lleva mucho tiempo recorriendo los recuerdos.
Miró a su hermana cuando ella le tendió la mano. Él la tomó, confiando en su guía.
—Pero ya es hora a que despierte.
Caminaron juntos por los desolados pasillos de Dragonstone, pero lo que vio a su alrededor lo sorprendió. Pasaron junto a personas de cabello platinado, pero ellos no los notaron. Parecían recuerdos, sombras de otro tiempo, imágenes de vidas que se habían vivido antes que ellos. Río cuando un grupo de niños pasó corriendo a su lado: dos niños castaños y dos niñas de cabello blanco. Sonrió aún más cuando una niña de ojos desiguales le hizo una zancadilla a otro niño que llevaba una espada de madera, antes de subirse a su espalda como si nada.
Incluso vio a su padre, Aerion, caminando de la mano de Laemon, ambos compartiendo sonrisas, en el hombro de su hermano estaba su dragon color gris que su hermano no había querido nombrar hasta encontrar el nombre perfecto, un momento de paz antes de la tormenta.
—Aquí es —dijo Rhaenys, deteniéndose frente a una puerta de roble.
— ¿A quién buscamos, Rhaenys? —preguntó, observando a su hermana, quien evitó su mirada mientras abría la puerta.
Lo que encontró dentro era una habitación peculiar. Había un único tapiz de un dragón de tres cabezas que eran de diferente color, la primera cabeza era de color azul pálido, la segunda cabeza de color perlado y la tercera cabeza de color azul pero también en la parte superior había dos dragones verde agua y en la parte inferior había dos huevos de dragón. La cama tenía las cobijas corridas, como si alguien hubiera dejado su descanso recientemente, pero lo que más llamó su atención fueron los ocupantes de la habitación.
Una mujer mayor de piel oscura, vestida en un elegante vestido negro y rosa, se sentaba con serenidad. Su cabello, trenzado al estilo valyrio, estaba cubierto por un velo rosa. A su lado estaba un hombre alto y castaño, fuerte en apariencia, y dos niños. Uno de ellos, sin cabello, observaba con admiración a la mujer, mientras el otro, castaño como el hombre, tenía la mirada fija en ella, pero les daba la espalda.
Los reconoció al instante.
—Aegon y Sir Duncan —dijo con una mezcla de sorpresa y respeto.
Rhaenys asintió con una sonrisa.
—...Cuéntanos más sobre los dragones, Lady Rhaena —pidió el niño calvo con emoción en su voz.
Lady Rhaena soltó una risita suave mientras se apoyaba en su bastón, y Ser Duncan le servía un poco más de té. La mujer, pensativa, miró por un momento hacia la ventana, como si estuviera viendo algo en el cielo que ya no existía. Algo perdido en el tiempo.
—Ya sé —dijo finalmente Lady Rhaena, volviendo la mirada hacia los niños—. La vez en que mi hermano Lucerys y yo casi nos matamos volando sobre Arrax.
Ser Duncan y Aegon intercambiaron una mirada rápida, y luego observaron con emoción a Lady Rhaena, ansiosos por escuchar la historia.
—¿Nos la puedes contar? —pidió Aegon con entusiasmo.
Lady Rhaena soltó otra risita y asintió con la cabeza.
—Fue en los primeros vuelos de Arrax. Lucerys quería llevarme a visitar a mi hermana, Lady Baela, ya que recientemente se había mudado a Driftmark para vivir con nuestros abuelos. Así que ambos nos subimos a lomos de Arrax...
— ¿Y cómo era Arrax? —interrumpió Aegon con curiosidad— ¿Era bonito? ¿Tenaz, como Caraxes, o como...?
—Egg —lo regañó Ser Duncan con suavidad, pero Lady Rhaena no pudo evitar reírse de nuevo.
—No te preocupes, ser —dijo con calma—. Arrax era un dragón muy hermoso, pero también muy juguetón. Recuerdo a Lucerys y a Arrax persiguiéndose en la playa de Dragonstone, cuando Arrax mordía en broma la mano de Lucerys, y él le correspondía el juego. Oh, cómo dramatizaba Arrax cuando Lucerys dejaba de mimarlo. Parecía una niña caprichosa.
Los tres rieron con esa imagen, excepto el niño que les daba la espalda. Lady Rhaena tomó un largo trago de té justo cuando la puerta se abrió, revelando a una mujer adulta, similar a Lady Rhaena, pero más joven y vestida en tonos grises y rosas.
—Así que aquí están mis invitados —dijo la mujer con diversión. Ambos niños se levantaron de inmediato, haciendo una reverencia.
—Lady Hightower —dijo sir Duncan con respeto.
La mujer hizo un gesto para que se relajaran y añadió con una sonrisa:
—Perdónenos, no queríamos incomodar a Lady Rhaena en su descanso.
—No se preocupen —respondió Lady Hightower con amabilidad—. Hace mucho que mi madre no recibe visitas desde King's Landing aparte de Aemon... ¿De qué hablaban?
La mujer cerró la puerta detrás de ella y se sentó junto a Lady Rhaena, pero la anciana la miró con una expresión interrogante.
—¿De quién estás escapando ahora, Lucenys? —preguntó Lady Rhaena, con una ceja levantada.
Lucenys, visiblemente impactada por la pregunta, replicó con asombro:
—Madre, no estoy escapando de nadie.
Lady Rhaena solo levantó otra ceja, y Lucenys soltó un suspiro de frustración antes de rendirse.
—Del septón... —confesó con cansancio—. Solo quiere hablarme de misas y esas cosas aburridas. Estoy cansada de escuchar sus quejas todo el día.
—Eres Lady Hightower, la que dirige Antigua cuando tu esposo no está—le recordó su madre con firmeza.
Lucenys se recostó en su asiento con una mezcla de resignación y agotamiento.
—Lo sé... pero creo que puedo dejar mis deberes por unos minutos para visitar a mi maravillosa madre.
Lady Rhaena miró a su hija con una expresión de regaño, mientras Lucenys le devolvía una gran sonrisa, un destello de amor y complicidad entre madre e hija. En ese instante, Rhaenys soltó su mano y se acercó al niño castaño, tocando suavemente su hombro.
—Lucerys —le dijo con una voz dulce y reconfortante—, ya es hora de irnos. Has pasado demasiado tiempo dentro de los recuerdos.
El niño castaño se quedó quieto por un momento, como si reflexionara las palabras de Rhaenys. Luego, habló con una calma que parecía saber algo más allá de este mundo:
—Ella vivirá hasta los cien años, y una noche se irá a dormir y nunca despertará.
Rhaenys suspiró, entendiendo el peso de esas palabras.
—Los dioses fueron duros con Lady Rhaena —dijo con suavidad—, pero darle una muerte tranquila fue lo mejor que pudieron hacer por ella.
—Nunca me olvidó, ni a Daeron... —respondió Lucerys, con melancolía en la voz—. Se casó con Corwyn Corbray porque físicamente se parecía un poco a mí, y después con Garmund Hightower porque se parecía a Daeron en su personalidad. Tuvo seis hijas y muchos nietos.
Mientras los recuerdos fluían, Lady Rhaena continuaba narrando su historia. Hablaba de cómo casi se estrellaron en un bosque durante uno de los primeros vuelos sobre Arrax. Su hija Lucenys, Ser Duncan y el joven Aegon escuchaban con asombro, maravillados por la emoción en cada detalle de la historia.
—Vamos —dijo Rhaenys suavemente, ayudando a Lucerys a levantarse de la silla. Con ternura, lo guio hacia la puerta—. Tenemos que terminar antes de que despiertes.
Lucerys asintió lentamente, tomando un último vistazo a Lady Rhaena, a esa mujer que había sido una figura tan importante en su vida. Luego, sin más palabras, salió por la puerta detrás de su hermana.
Él se quedó un momento en el umbral, dejando que el peso de los recuerdos se asentara en su corazón antes de seguir a Rhaenys.
Apareció en un inmenso bosque nevado, y cada paso era una lucha contra las intensas ventiscas de nieve. Rhaenys y Lucerys avanzaban con facilidad, mientras él se esforzaba por mantener el ritmo, pero al final los perdió de vista. Gritó el nombre de su hermana, pero no hubo respuesta. Siguió caminando hasta que el resbaladizo hielo lo hizo caer, respirando con dificultad, agotado tras lo que sentía como una interminable caminata.
Escuchó la nieve crujir bajo el peso de pasos, sonrió, convencido de que Rhaenys había vuelto por él. Pero al levantar la mirada, se dio cuenta de que lo que se acercaba no era su hermana, ni siquiera un ser humano.
Era una figura alta, con un cabello blanco y largo. Su piel era de un tono grisáceo pálido, demacrada y llena de arrugas. Sin embargo, lo más aterrador de aquella criatura eran sus ojos, un azul eléctrico que vibraba con una profundidad antinatural.
La criatura extendió su mano hacia él, agarrándolo por la camisa. Intentó alejarse, pero el hielo resbaloso le impedía moverse. Desesperado, cubrió su rostro con los brazos, como si eso pudiera protegerlo, hasta que escuchó un silbido, un sonido que cortó el aire y terminó impactando en la criatura.
Cuando se atrevió a mirar, vio que una flecha había atravesado el corazón de aquella cosa.
—El invierno se acerca.
Un aullido, como el de un lobo, resonó en el aire, y todo a su alrededor comenzó a cambiar. Ahora estaba en medio de un desierto, y en el cielo un gran cometa rojo cruzaba con intensidad.
<<Este cometa solo significa una cosa, niño>> dijo una voz femenina. <<Dragones.>>
<<Pero los dragones llevan años extintos>> dijo la voz de un niño.
Frente a él, Rhaenys sostenía con delicadeza un huevo de dragón de un intenso color verde, mientras que Lucerys sujetaba uno blanco, reluciente como la nieve. En el centro de ambos había una chica desconocida con un velo negro que le impedía verle la cara sostenía un huevo negro, oscuro como la noche. Rhaenys y Lucerys veían con orgullo a la chica. A su alrededor, las llamas se alzaban en un círculo ardiente, rugiendo con fuerza, pero el trío permanecía ileso, como si el fuego no los quemaba.
Todo cambió de nuevo, y esta vez estaba observando a una mujer desnuda de cabello plateado que, aunque parecía haber entrado en las llamas, no estaba quemada sino ilesa, aunque llena de ceniza. Lentamente, tres cabezas de dragones se asomaron tras ella, soltando chillidos agudos.
—Ella ya viene —susurró Rhaenys. Trató de encontrarla con la mirada, pero ahora estaba solo entre la nieve.
—La princesa que fue prometida —añadió Lucerys—, la última dragón de la dinastía Targaryen.
—De mi sangre —continuó Rhaenys—, vendrá el príncipe que fue prometido, y suya será la canción de hielo y fuego.
—La larga noche regresará, pronto —dijo otra voz masculina, cansada pero cargada de secretos—. Debemos estar listos.
Los gritos de batalla resonaron, y de repente estaba rodeado por miles de hombres en armaduras. La nieve caía, y en el cielo volaban tres dragones, lanzando rugidos de furia. Entre las tropas, reconoció las banderas que había visto antes, ondeando en la lucha contra aquellas criaturas.
—¡DRACARYS! —gritó una voz femenina desde lo alto de un dragón negro que se asemejaba a Balerion.
Los tres dragones comenzaron a lanzar llamas por todas partes, hasta que una de esas llamaradas se dirigió directamente hacia él.
Chapter Text
Luke apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que cinco pequeños cuerpos lo derribaran al suelo. El impacto fue inevitable, y tanto él como los cinco niños cayeron en una maraña de risas y brazos entrelazados. Los demás chicos que estaban cerca rieron, disfrutando del caótico reencuentro.
—¡LUKE, VOLVISTE! —chilló Joffrey, aferrándose a Luke con fuerza—. Te extrañé mucho.
—Yo también, Joff... —respondió Luke con una sonrisa mientras Joffrey hundía su cabeza en su pecho.
—Primo Luke —llamó Jaehaera con curiosidad mientras se acercaba a oler algo extraño cerca de Luke—. ¿Por qué hueles tan raro?
De repente, todos los demás niños comenzaron a olfatear a Luke como si fueran un grupo de cachorros curiosos. Luke también intentó olfatear el aire, confundido por la situación.
—Debe ser por los químicos de la piscina —explicó un chico rubio al lado izquierdo de Luke, esbozando una sonrisa amistosa.
—¿Químicos? —preguntó Jaehaerys, frunciendo el ceño.
—Son sustancias que se usan para eliminar bacterias en el agua.
—¿Bacterias? —intervino Aegon, también intrigado.
—Son organismos diminutos, unicelulares, que obtienen nutrientes del ambiente en el que viven —aclaró el chico rubio.
—Lo que quiere decir —interrumpió Luke con una sonrisa—, es que huelo así porque el agua en la que estuve tenía algo que ayuda a que no me enferme.
Los niños asintieron, aparentemente satisfechos con la explicación.
—¿Qué les parece —propuso el chico rubio— si dejamos que Percy se levante?
Los niños soltaron carcajadas, pero Jaehaera frunció el ceño, señalando a su hijo.
—Él se llama Luke, no Percy —parecía molesta por la confusión.
Entonces, un chico castaño de ojos azules y una sonrisa sarcástica se acercó, rodeando con un brazo los hombros del chico rubio, que lo miró con una expresión no muy divertida.
—Pero mi hermano también se llama Luke —comentó el chico castaño con tono de preocupación—Esto será tan confuso
Luke, su hijo, se levantó lentamente con la ayuda de Joffrey, suspirando.
Los niños todavía no comprendían del todo que varias personas podían compartir el mismo nombre. Aunque, claro, Luke solo era un apodo para su hijo, dado que Jace no había podido pronunciar Lucerys correcta y simplemente lo llamaba Luke cuando ambos eran bebés. Ahora, los niños discutían con Luke y su hermano sobre el asunto. Una chica de cabellos castaños y rizados le hizo una señal a Luke, y él asintió con una sonrisa.
Lucerys se acercó a ella con una dulce expresión.
—Muña... —susurró su hijo, con un hilo de voz tembloroso— yo...
No lo dejó terminar. En cuanto escuchó esa palabra que tantas veces había salido de sus labios cuando era pequeño, lo rodeó con sus brazos como si el tiempo se hubiera detenido. Lo abrazó con una intensidad que solo una madre conoce, sintiendo el latido de su corazón como una melodía que había temido haber olvidado en algún momento. Lucerys ya era unos centímetros más alto, pero en ese instante volvió a ser aquel bebé frágil que llegó al mundo una luna antes de lo esperado, el mismo que había sostenido por primera vez con miedo a que no sobreviviera. Cada respiración suya en esos primeros días había sido un milagro, y aún recordaba cómo a cada rato se aseguraba de que seguía respirando, pero Lucerys estaba tan tranquilo y sereno, como si el mundo fuera un lugar seguro solo por estar en sus brazos.
—Los niños tienen razón —murmuró, sin soltarlo, mientras hundía su rostro en su cabello, buscando ese aroma familiar que siempre la reconfortaba—. Hueles diferente.
Lucerys soltó una risita suave, como cuando era pequeño y algo la hacía sonreír en los días más oscuros.
—He olido peor, Muña… o bueno eso me han dicho.
Se separó levemente para observar a su hijo. Su cabello negro había crecido un poco más, su piel estaba más bronceada, y sus ojos verdemar ahora mostraban una madurez que antes no había visto, aunque aún brillaban con esa chispa infantil que siempre había caracterizado a Lucerys. No pudo evitar volver a acercarse para darle varios besos en la cabeza, como la última vez que estuvieron solos.
—No sabes cuánto te he extrañado —exclamó su hijo, con la voz cargada de emociones—…a todos.
—Nosotros igual, dulce niño —respondió ella, con una calidez en su tono que sólo él conocía.
Ambos se sonrieron con complicidad, un momento de reconexión profundo, lleno de amor y alivio.
—Pues "nosotros" también queremos un abrazo del niño —interrumpió Daemon, cruzándose de brazos con fingida molestia—. Si es para hoy, Rhaenyra, todo sería perfecto.
—No seas codicioso, Daemon. Soy su madre —respondió ella con una sonrisa juguetona—. Yo lo traje al mundo, con sudor y lágrimas.
—Y yo lo terminé de criar —declaró Daemon con orgullo, mientras la apartaba suavemente—. Ahora, quítate.
Soltó una risa antes de dejar que Daemon abrazara a Lucerys con fuerza. Fue un abrazo tan apretado que, cuando por fin lo soltó, su hijo tuvo que tomarse un momento para recuperar el aire perdido.
—Estás en muchos problemas —le regañó Daemon, aunque en su tono se percibía una ligera diversión—. Pero ya hablaremos de eso más tarde.
—Por supuesto —respondió Lucerys, con una sonrisa.
Daemon le dio un último abrazo antes de que Jacaerys saltara sobre él.
—Tonto suicida —murmuró Jacaerys mientras lo apretaba fuerte—. Casi me da algo con las locuras que has hecho.
—Perdón —dijo Lucerys, conteniendo una risita mientras miraba el cabello rizado de Jace—. ¡Pero, bueno, mira qué tenemos aquí!
Con fingida incredulidad, tomó un mechón del cabello de Jace, examinándolo como si fuera una rareza.
—Por fin te deshiciste de ese corte horrible —comentó, soltando el mechón y observando a su hermano con una sonrisa traviesa—. Este nuevo estilo te queda mucho mejor.
Jace entrecerró los ojos, fingiendo molestia, y respondió con una sonrisa burlona:
—¿Ah, sí? Pues al menos alguien aquí tiene estilo —dijo, dándole un suave empujón en el hombro—. A ver cuándo tú aprendes.
Lucerys soltó una carcajada, antes de saltar sobre Jace y darle un abrazo. Sus dos primeros se separaron y Baela se acercó rápidamente.
Baela, con una mezcla de cariño y picardía, lanza un golpe juguetón al hombro de Lucerys. Este, sorprendido, se frota el lugar con una pequeña mueca de dolor. Pero antes de que pueda protestar, Baela lo envuelve en un cálido abrazo, dejando de lado toda rudeza. Ella lo llama "Valonquar" con una voz suave y llena de ternura, un apodo que resuena con años de complicidad y afecto entre ambos. En ese abrazo, las palabras sobraban.
Baela miró a Lucerys con ojos brillantes de curiosidad y emoción.
—Tienes que contarme todo de ese nuevo mundo— Baela le pidió con entusiasmo— quiero saber hasta el más mínimo detalle.
Lucerys sonrió, con una promesa en los labios.
—Será más tarde— dijo suavemente, antes de inclinarse y darle un rápido beso en la frente.
Baela asintió, satisfecha, y lo dejó ir, sabiendo que su hermano siempre cumplía sus promesas.
Rhaena se acercó lentamente, pero antes de que pudiera decir algo, Lucerys ya la había envuelto en un abrazo. La sorpresa inicial dio paso a la risa compartida entre ambos, una risa que resonaba con recuerdos de travesuras pasadas y el lazo inquebrantable entre ellos.
— ¿Cómo es que todavía sigues siendo tan pequeño? — bromeó Rhaena, con una chispa de picardía en los ojos.
Lucerys soltó una exclamación de incredulidad ante la audacia de su hermana, aunque sabía que, en el fondo, ella tenía razón: todavía era un poco más pequeño que ella.
Rhaena, con una sonrisa juguetona, extendió la mano y tocó suavemente el mechón blanco que destacaba en el cabello de Lucerys.
— ¿Y este mechoncito? — preguntó, su tono rebosante de curiosidad y cariño.
Al principio, Lucerys pareció no entender de qué hablaba su hermana, frunciendo el ceño brevemente. Pero luego se llevó la mano al cabello, y una chispa de reconocimiento iluminó su rostro.
— ¡Ah! — exclamó, dejando escapar una pequeña risa. —Solo me lo teñí.
Hubo un momento de silencio mientras Rhaena lo observaba, una mezcla de diversión y complicidad bailando en sus ojos. Ella captó algo más allá de las palabras, algo en su hermano le contaría en privado, y eso le arrancó una sonrisa aún más amplia.
—Se te ve bien— le dijo con sinceridad, su voz suave pero llena de afecto.
En esa simple afirmación, había un reconocimiento no solo del mechón, sino por lo que Lucerys le contaría cuando ambos estén solos, un reflejo de la conexión entre ellos, que seguía siendo tan fuerte como antes.
Rhaena sonrió divertida y le susurró al oído:
—Ve a saludar al abuelo, parece que en cualquier momento te subirá a un barco para irse lejos.
Lucerys esbozó una sonrisa y respondió con un tono de ligera burla:
—Estará más encantado cuando se entere que ya no me mareo en ellos.
Ambos compartieron una mirada cómplice, sabiendo lo mucho que ese detalle alegraría a la serpiente marina que no duraría en llevarse a Lucerys a una aventura. Rhaena dejo ir a Lucerys pero ahora a los brazos de su abuelo.
Corlys le puso las manos en los hombros de Lucerys con una sonrisa cálida, sus ojos llenos de afecto y nostalgia. Lo observó por un momento, como si tratara de capturar cada detalle de aquel joven que tenía frente a él.
—Mi perla… —dijo con ternura, acariciando suavemente una de la mejillas—, mira lo grande que estás. ¿Cuántos tienes ya, 15… 16?
Lucerys levantó la vista, fingiendo sorpresa, y dejó escapar una risa ligera y divertida.
—¿De verdad me veo tan joven, abuelo? —sonrió con picardía, sus ojos brillando con complicidad.
Corlys lo miró con orgullo, sus arrugas se acentuaron por la amplia sonrisa que ahora iluminaba su rostro.
—Tú siempre serás mi niño —respondió con cariño, sin dejar de mirarlo con esa mezcla de admiración y amor que solo un abuelo puede sentir.
—Pues, para tu información, cumpliré 18 en unos días —dijo Lucerys con aire de triunfo—, la mayoría de edad.
Corlys lo contempló, esta vez con una mezcla de sorpresa y profundo orgullo. Era como si en ese instante viera todo el futuro que aguardaba para su nieto, todo lo que él era y lo que llegaría a ser. Una risa profunda y sincera brotó de su pecho, llena de satisfacción.
—Dieciocho… —repitió Corlys, sacudiendo ligeramente la cabeza, conmovido, mientras sus ojos brillaban con un toque de nostalgia—. La última vez que te vi tenías 14, y ahora... peleas contra monstruos.
Lucerys se encogió de hombros con una sonrisa humilde, aunque en sus ojos bailaba un destello de orgullo juvenil.
—No es la gran cosa —respondió, como si aquello no fuera más que un día común en su vida.
Corlys lo miró, incrédulo, casi indignado por la modestia de su nieto. Se apartó ligeramente para observarlo de pies a cabeza, como si no pudiera creer lo que escuchaba.
—¿¡Que no lo es!? —exclamó Corlys, su voz llena de asombro y admiración. Dio un paso hacia atrás y alzó las manos en un gesto de incredulidad—. ¡Mi nieto, luchando contra monstruos! No solo eso, sino que eres hijo de un dios, con esas habilidades increíbles con el agua... ¡No puedes decir que no es la gran cosa!
Lucerys río suavemente ante la reacción de su abuelo, pero había un brillo de gratitud en sus ojos. Le gustaba verlo así, tan lleno de orgullo.
—Abuelo… —comenzó, con tono más suave—. Sólo hago lo que tengo que hacer. Al final, somos lo que nos enseñaron a ser, ¿no? Y tú… tú fuiste quien me mostró cómo enfrentarme al mundo, a mis miedos. Si peleo contra monstruos, es gracias a ti.
Corlys lo observó con una mezcla de ternura y orgullo, como si su corazón no pudiera contener tanto amor por aquel joven que había crecido más allá de lo que él había imaginado. Colocó una mano firme en el hombro de Lucerys, apretándolo ligeramente.
—No, mi perla, tú siempre fuiste más fuerte de lo que crees —dijo Corlys, su voz más suave ahora, llena de emoción—. Yo solo te di las herramientas. Tú decidiste cómo usarlas. Ver en lo que te has convertido… verte ahora, tan decidido, tan valiente… Es más de lo que podría haber soñado.
Lucerys agachó un poco la cabeza, sintiendo el peso de las palabras de su abuelo, y sonrió, esta vez sin rastro de la picardía que había mostrado antes.
—Gracias, abuelo —susurró, con una sinceridad que atravesó el espacio entre ambos.
Corlys asintió, conmovido, y lo atrajo hacia sí en un abrazo fuerte, paternal, lleno de cariño.
—Nunca dejes de ser quién eres, Lucerys. Pase lo que pase —le dijo con voz firme—. Eres capaz de cosas extraordinarias.
Lucerys, atrapado en el abrazo cálido de su abuelo, cerró los ojos por un momento, sintiendo la seguridad que aquel gesto le transmitía. Era más que palabras, era un lazo que iba más allá de lo que podían expresar.
—Lo prometo, abuelo —respondió con convicción.
Corlys lo soltó lentamente, pero sin dejar de observarlo con ese brillo de orgullo que parecía iluminar su rostro.
—Los monstruos no tienen ninguna oportunidad contigo —añadió con una sonrisa cómplice.
Lucerys sonrió de vuelta, con una chispa en los ojos, listo para lo que fuera.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —Corlys levantó una ceja, su tono era curioso.
—Claro —respondió Lucerys, un poco extrañado.
—¿Qué son esos pantalones? —Corlys señaló los pantalones negros y rasgados que Lucerys llevaba puestos.
Ella también había notado el detalle, pero no había dicho nada. Lucerys miró hacia abajo, intrigado, como si no entendiera de lo que Corlys se refería. Comenzó a examinar los pantalones con atención, pasando las manos por los desgarrones.
—¿Qué? ¿Están sucios? —preguntó Lucerys, mientras seguía buscando algún defecto oculto.
—Están rotos, Lucerys —lo regañó Rhaenys con una mezcla de enojo y desaprobación—. ¡Qué! ¿Te volviste a caer y ni siquiera te cambiaste de ropa?
Lucerys finalmente entendió de lo que estaban hablando y miró sus pantalones rasgados con una sonrisa traviesa.
—¡Ah... no! —soltó una carcajada, lo que solo pareció aumentar la molestia de Rhaenys—. Los pantalones rotos son la nueva moda en mi mundo.
Rhaenys lo miró con incredulidad, cruzando los brazos.
—¿Ropa rota como moda? —respondió, sacudiendo la cabeza, claramente no convencida—. Tu mundo es muy extraño, Lucerys.
—Lo sé —contestó, aun riendo—, pero te acostumbras.
Rhaenys iba a seguir regañándolo, pero su padre se adelantó.
—Ya déjalo, prima— Su padre intento tranquilizar a Rhaenys, cosa que parecía imposible— es la ropa de moda… como cuando tener plumas en las ropas fue la moda cuando éramos niños.
Daemon empezó a sacudir la cabeza, fingiendo horror.
—Ah, los peores años para los bailes —dijo con una expresión de sufrimiento teatral, como si reviviera recuerdos dolorosos.
—No te pases, hermano —replicó su padre, con una sonrisa traviesa—. Recuerdo perfectamente la vez que te pusiste ese sombrero lleno de plumas. Parecías un pavo real.
Daemon alzó una ceja y contraatacó sin perder el ritmo:
—Y yo recuerdo esa camisa roja que usaste. Parecías una guacamaya, listo para extender las alas y echar a volar.
Ambos se miraron durante un segundo antes de estallar en carcajadas, mientras los demás intentaban imaginar esas escenas cómicas.
—Familia— Luke hizo una señal a sus compañeros.
Los chicos que estaban con su hijo se acercaron lentamente.
—Quiero presentarles a mis amigos — dijo Luke, señalando a la primera persona. Era una chica de piel color caramelo, con el cabello rizado recogido en un moño alto adornado con un pañuelo rojo. Sus ojos eran marrones oscuros, pero brillaban con determinación, y tenía una leve sonrisa. Al igual que su abuela Alyssa, ella también tenía una nariz ligeramente torcida.
—Ella es mi mejor amiga — dijo Luke, colocando una mano en el hombro de la chica — Clarisse la Rue.
Clarisse sólo asintió con la cabeza.
—Este es Will Solace — continuó Luke, señalando a un chico rubio y bronceado que les sonrió amablemente. — Y él es Nico di Angelo.
Nico llevaba una camiseta negra con una calavera y un abrigo de cuero. Aunque su expresión era algo seria, les hizo un leve gesto con la cabeza.
—Jason y Thalía Grace — Luke indicó a un chico rubio y una chica de cabello negro. Ambos compartían unos llamativos ojos azul eléctrico. — Piper McLean.
Piper era realmente hermosa. Su ropa parecía desafiar la moda actual y llevaba plumas en el cabello. Lo más fascinante de ella eran sus ojos, que cambiaban de color.
—Hazel Levesque y Frank Zhang— dijo Luke, señalando a una chica y un chico que hicieron una reverencia algo torpe. — Y Chris Rodríguez.
Chris levantó la mano en un saludo, intentando detener la discusión que tenía lugar entre el chico junto a Luke y los niños cobres que estaban presentes.
—Travis y Connor Stoll — dijo Luke, señalando a dos chicos idénticos. — Aunque no lo crean, no son gemelos. Tienen un año de diferencia... Yo también me sorprendí cuando lo descubrí.
El hijo de Luke parecía algo avergonzado por no haber notado antes la diferencia entre los Stoll.
—Leo... ¿Dónde está Leo?
De repente, un chico con cara de duende apareció detrás del televisor.
—Ah, Leo Valdez — dijo Luke, mirando al chico que volvió a centrarse en el televisor. — Pero hay alguien más que quiero que conozcan.
Al instante, a su lado apareció Luke. Era alto, de piel oscura, con el cabello rizado y oscuro, similar al de Lucerys cuando era niño. Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran sus ojos: uno celeste y el otro gris.
—Familia, quiero presentarles a mi novio, Luke Castellan —anunció con una mezcla de nervios y emoción.
El silencio que siguió fue inmediato y pesado, como si el tiempo se hubiera detenido por completo. Las miradas de todos los presentes se volvieron hacia Luke, quien, sin perder la compostura, esbozó una sonrisa amplia y confiada. Se inclinó en una perfecta reverencia. A pesar de la presión del momento, no soltó la mano de su hijo, sosteniéndola con una firmeza que parecía más significativa ahora.
—Mucho gusto —dijo con una voz suave pero claramente audible, su sonrisa agradable, como si nada en el mundo pudiera sacudir su calma—. Soy Luke Castellan, y como mencionó este niño, soy su novio.
El silencio volvió a envolver la sala, esta vez con una tensión palpable. Todos intercambiaban miradas, algunos con sorpresa, otros claramente incómodos, y algunos incluso con una mezcla de asombro y confusión. Nadie parecía saber qué decir, ni cómo reaccionar ante aquella presentación tan… inesperada.
El silencio se estiró como una cuerda tensa a punto de romperse, llenando el aire con una incomodidad palpable. De repente, Aegon, su hermano, rompió esa atmósfera con una carcajada fuerte, casi desmesurada, que rebotó en las paredes como si no perteneciera a la situación, distorsionando el momento. Luke y Lucerys no lo vieron venir. Aegon apareció detrás de ellos con movimientos pausados, deliberados, como si disfrutara de lo inevitable. Sus pasos eran casi inaudibles, pero la sensación de su presencia pesaba en el ambiente.
Antes de que pudieran reaccionar, sintieron las manos de Aegon posarse sobre sus hombros. No era un toque amistoso. Sus dedos se cerraron con una fuerza calculada, lo suficientemente firme como para que ambos sintieran una punzada de inquietud, como si en cualquier momento pudiera apretar más, demasiado. Su risa seguía suspendida en el aire, pero ahora tenía un eco burlón, cargado de intenciones.
—Mi querido sobrino —dijo Aegon, con una sonrisa torcida que no llegaba a sus ojos—. Es un placer verte.
Luke, con una mirada que destilaba burla, volteó hacia Lucerys, pero este solo le devolvió un asentimiento casi imperceptible, como si estuviera demasiado acostumbrado a este tipo de escenas. La tensión era palpable, cada segundo parecía prolongarse en una eternidad incómoda.
En un movimiento rápido, Luke envolvió los hombros de Aegon con un brazo, apretando con una fuerza inesperada que hizo que Aegon soltara un ligero gruñido de dolor, aunque intentó disimularlo. Su mueca lo delataba.
—Así que tú debes ser Aegon —dijo Luke, con una sonrisa que no tenía nada de cordialidad.
—El mismo —respondió Aegon, recuperando su compostura y devolviendo la sonrisa, aunque cargada de su acostumbrada arrogancia.
—Percy me hablo del banquete que hiciste en su honor cuando murió.
La sonrisa de Aegon se desvaneció de golpe, como si alguien hubiera arrancado la máscara de su rostro, dejando al descubierto algo mucho más vulnerable y perturbado. Su mirada, normalmente segura y burlona, se tornó de repente en una mezcla de sorpresa y desconcierto. No esperaba esa respuesta. Giró la cabeza lentamente hacia Lucerys, tratando de recomponerse, pero el cambio en su expresión era imposible de ocultar.
—Tú... ni siquiera estuviste allí —balbuceó Aegon, su voz cargada de incredulidad, como si tratara de aferrarse a una verdad que se le escapaba entre los dedos.
Pero Lucerys no retrocedió. Su expresión, hasta ahora contenida, había cambiado. En sus ojos brillaba una chispa que nunca había visto antes, algo oscuro, casi desafiante, que la descolocaba. Lucerys lo miró con una intensidad que la dejó sin palabras por un instante.
— ¿Y tú no proclamas que Aemond pertenece a la legítima sangre del dragón? —dijo Lucerys, su voz suave pero cargada de veneno—. ¿No fuiste tú quien anunció que ese fue un gran comienzo, el primero de muchos?
Aegon retrocedió un paso, con horror en su mirada, como si no pudiera comprender lo que estaba ocurriendo, como si la realidad misma hubiera comenzado a distorsionarse. ¿Cómo sabía Lucerys algo tan privado, algo que había ocurrido en un lugar y tiempo donde él no estaba presente?
La chispa en los ojos de Lucerys se intensificó, una luz peligrosa que pareció encender algo en el aire entre ambos, volviendo la tensión casi insoportable.
—Tú... no estuviste allí… —susurró Aegon, su voz ahora más baja, temblorosa, mientras su mente luchaba por encontrar una explicación lógica—. Tú ya…
No pudo terminar la frase. Había algo en la manera en que Lucerys lo miraba, como si supiera mucho más de lo que debería. Aegon entonces, sintiendo cómo el control sobre la situación se le escapaba por momentos, giró la cabeza hacia Aemond. El desconcierto y el horror que lo habían invadido segundos antes comenzaron a desvanecerse, reemplazados por esa confianza arrogante que siempre pareció encontrar su camino de regreso a él. Con un movimiento calculado, su sonrisa volvió a aparecer, más descarada que nunca, como si las palabras de Lucerys no hubieran hecho efecto en él.
—Ah, pero mira quién está aquí —dijo, con un tono burlón, sus ojos clavados en Aemond—. ¿Ese no es Aemond, tu esposo?
La sonrisa de Aegon creció aún más, como si el simple hecho de ver a Aemond le devolviera la sensación de control. A pesar del momento de incertidumbre, se apoyaba en su descaro habitual, descubriendo que la amenaza velada en las palabras de Lucerys no le había afectado en absoluto. Pero sus ojos, por un segundo, revelaban algo más profundo, algo que aún lo inquietaba aunque intentara ocultarlo.
—¡¿Qué?! —exclamó Leo, el amigo de su hijo, con una mezcla de sorpresa y confusión—. ¡¿ESTÁS CASADO?!
El hijo se giró bruscamente para mirar a Leo, con una expresión que dejaba claro que no podía creer lo que estaba escuchando. Lo miró como si estuviera completamente loco, sus ojos entrecerrados en incredulidad.
Mientras tanto, Aemond no apartaba la mirada de Lucerys, con una intensidad que le revolvía el estómago. No había dejado de observarlo ni un solo segundo desde el momento que apareció por esa puerta, como si cada movimiento que hacía Lucerys solo fuera para él, no para nadie más. Como si Lucerys fuera la puta personal de su hermano, solo para para su entretenimiento.
Lucerys, por su parte, permanecía en silencio, pero había un peso en ese silencio, una tensión latente.
—Me crees loco —exclamó su hijo, horrorizado por la acusación que pendía sobre él—. ¡Leo, no estamos en un libro de Dark Romance! ¡Bájale tres rayitas, amigo!
Eso pareció encender una chispa de ira en Aemond. Su expresión, que hasta entonces había sido controlada, se transformó de repente en una máscara de furia contenida. Dio un paso adelante, acercándose a Lucerys con una intensidad casi palpable. Cada movimiento suyo era cargado de una amenaza latente, como si estuviera a punto de desatarse un torrente de emociones reprimendas.
Aegon, siempre perceptivo a las reacciones de su hermano, lo notó de inmediato. Con su habitual desprecio por la gravedad del momento, sonriendo con descaro, como si todo aquello fuera solo un juego para él. Sin pensarlo dos veces, en un gesto aparentemente despreocupado, empujó a Lucerys hacia Aemond de forma burlona, como si estuviera jugando, aunque había una crueldad sutil en él.
—Ten hermano, tu esposo—dijo Aegon, soltando una risa nerviosa, pretendiendo que la tensión no estaba alcanzando un punto de peligro
Lucerys tropezó ligeramente, pero logró recuperar el equilibrio justo un tiempo para encontrarse cara a cara con la furia de Aemond. La mirada de Aemond, cargada de odio y algo más, lo atravesó como un puñal, y por un momento pareció que el aire mismo se había vuelto irrespirable.
Aemond se acercó un poco más, la tensión en su postura era evidente.
—Lucerys —dijo Aemond, su voz vibrando con una mezcla de molestia y algo más profundo, algo que parecía estar bajo control, pero a punto de desbordarse.
Por un instante, los ojos de Lucerys se encontraron con el ojo de Aemond, y en ese segundo fugaz, el tiempo pareció detenerse. Podía sentir el peso de la mirada de Aemond sobre él, cargada de emociones reprimidas que no lograba descifrar. Era un equilibrio precario, una fina línea entre el afecto disfrazado y la ira que apenas lograba contenerse.
Pero antes de que Aemond pudiera decir algo más, Lucerys reaccionó. En un movimiento rápido y decidido, su cuerpo se tensó, y sin dudarlo, lanzó un puñetazo directo al rostro de Aemond. El golpe fue veloz, casi inesperado, con una fuerza que hablaba de toda la rabia y frustración acumulada en su interior. El puño de Lucerys se conectó con la mandíbula de Aemond, haciendo que su cabeza girara bruscamente por el impacto.
El sonido del golpe resonó en el aire, cortando cualquier palabra que pudiera haber surgido, dejando solo un eco del choque entre ambos.
Alicent soltó un grito desgarrador de horror al ver a su hijo, Aemond, recibiendo el golpe de Lucerys. El sonido de su voz reverberó en la sala, haciendo eco del caos que estaba a punto de desatarse. Su rostro palideció mientras sus manos temblaban, llevándolas instintivamente a cubrirse la boca, como si pudiera contener el horror que la invasión.
Los amigos de su hijo empezaron a reír y empezaron a hacerle porras a Lucerys.
Cole, siempre atento, reaccionó al instante. Su mano fue directa hacia la empuñadura de su espada, sacándola con un movimiento fluido y certero. Sin embargo, a pesar de la tensión que lo recorría y su mirada fija en Lucerys, no avanzó. El acero brillaba en su mano, pero algo en él lo detuvo de correr en ayuda de su pupilo.
Por otro lado Daeron soltó una carcajada y Helaena estaba completamente absorta en su bordado, los hilos de colores formando el contorno de un caballo con alas, como si el caos a su alrededor no existía. No levantaba la vista, pero una ligera sonrisa jugaba en sus labios, apenas perceptible, como si en el fondo de su mente ya hubiera previsto que algo así sucedería.
Lucerys, con la respiración agitada y las manos aún tensas después del golpe, fijó su mirada en Aemond, cuya mandíbula aún ardía por el impacto. Su voz sonó grave y cargada de una rabia contenida:
—Esto es por mi hija.
Las palabras de Lucerys parecieron atravesar a Aemond como una espada invisible. Su cuerpo, rígido por la furia, se estremeció al escuchar la frase. Sin embargo, en lugar de responder con ira, su voz salió baja, casi un susurro, pero cargada de una intensidad que hizo que el aire pareciera más denso.
—Nuestra hija —replicó Aemond, sus ojos clavados en los de Lucerys con una mezcla de dolor y poses
Ese "nuestra" fue lo que ascendió a Lucerys de nuevo. Apenas le dio tiempo a Aemond de procesar la palabra antes de que otro puñetazo volara en su dirección, esta vez con más fuerza, más rabia. El golpe fue directo, contundente, y el sonido del impacto resonó.
Aemond no pudo mantener el equilibrio esta vez. El puño de Lucerys lo alcanzó con tal violencia que su cuerpo se tambaleó hacia atrás, y antes de poder reaccionar, se desplomó en el suelo. El golpe lo había derribado, y por un breve instante, el mundo pareció detenerse mientras Aemond yacía en el suelo, tratando de recomponerse, la sombra del dolor surcando su rostro.
Lucerys lo miró desde arriba, su pecho subiendo y bajando con fuerza mientras la rabia seguía ardiendo en su interior, como un fuego que no podía apagarse.
Lucerys, con el rostro encendido de furia y la respiración agitada, se agachó hacia Aemond, quien aún yacía en el suelo. Sin pensarlo dos veces, agarró el cuello de la camisa de Aemond con fuerza, listo para asestarle otro golpe en la cara. Su puño temblaba con la rabia que lo consumía, y la tensión en sus músculos hablaba de la violencia que estaba a punto de desatarse nuevamente.
Pero justo cuando estaba a punto de golpear, una mano firme lo detuvo. Sorprendido, Lucerys giró la cabeza, encontrándose cara a cara con Luke. La mirada de Luke era serena, pero en sus ojos había una mezcla de comprensión y firmeza que lo hizo vacilar.
—Él no vale la pena —dijo Luke en voz baja, sus palabras cargadas de una verdad que atravesó la ira de Lucerys como un cuchillo. Algo en esas palabras lo tocar con fuerza, como si lo hubiera sacado del trance de su furia. Lucerys titubeó por un momento, luego soltó el agarre de la camisa de Aemond, dejando que esta cayera de nuevo al suelo, sin oponer resistencia. —Creo que a tu hija no le gustaría verte involucrado en una pelea innecesaria.
Lucerys abrió la boca, dispuesta a replicar, pero antes de que pudiera decir nada, algo interrumpió el momento. Desde el trono de hierro, Balerion apareció una vez más, sentado con aire imponente, su presencia llenando la sala.
—Es hora de continuar —dijo Balerion, su voz resonando en el espacio mientras movía la mano con un gesto despreocupado.
De repente, aparecieron más sillones alrededor del televisor, como si fueran llamados desde el mismo aire.
Los amigos de Lucerys, sin decir una palabra, se sentaron en los sillones, acomodándose como si todo esto fuera lo más natural del mundo. Joffrey, con su energía habitual, corrió hacia Lucerys y, con un impulso casi infantil, lo hizo sentarse en uno de los sillones, justo entre él y Luke.
Por un momento, el caos parecía haber pasado. Lucerys se quedó quieto, aún sintiendo la tensión en su cuerpo, pero algo en la paz que lo rodeaba comenzó a calmarlo. Miró a Luke de reojo, como buscando un indicio de lo que estaba pensando. Al notar la mirada de Lucerys, Luke le devolvió la mirada y, después de una breve pausa, le dio una pequeña sonrisa, una que parecía decirle que todo estaba bien.
Notes:
Se me terminaron las vacaciones de la universidad 😭😭, por eso pude actualizar más rápido pero ahora tengo que bajarle a mis horas de escribir para pasar mis materias.
Chapter 10: Juego a las cartas con un caballo
Notes:
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Chapter Text
El televisor volvió a encenderse, mostrando a su hijo ya despierto, con el ceño ligeramente fruncido, acostado en una silla.
—Oh, vaya... —murmuró Clarisse, cruzándose de brazos con un leve puchero—. Yo quería ver cómo derrotabas al Minotauro.
Lucerys la miró, con un toque de diversión en su expresión.
—¿Aún no me crees? —preguntó con una sonrisa traviesa.
—Ver para creer —respondió ella, sonriéndole dulcemente.
Lucerys resopló, divertido, y le sacó la lengua antes de romper a reír. Joffrey, al lado, miró a Clarisse con ojos brillantes.
—¡Fue increíble! —dijo emocionado—. Mi hermano es un héroe de verdad.
Los amigos de Percy asintieron con entusiasmo, mientras Lucerys, sonrojado, bajaba un poco la mirada, sintiendo el cariño y la admiración que lo rodeaban.
Sintió como si hubiera despertado de un sueño profundo. Todo a su alrededor le resultaba extraño, como si el mundo hubiera seguido sin él. ¿Cuánto tiempo había pasado para que contemplar un ventilador que solo giraba y giraba se le hiciera tan fascinante? Su único propósito, aliviarle el calor.
—Percy, a veces duermes tan profundo que podría haber un desastre natural y ni siquiera te darías cuenta —bromeó Grover con una sonrisa.
—¡Eso no es cierto! —protestó su hijo, frunciendo el ceño.
Grover le lanzó una mirada divertida que decía "¿en serio?".
—Bueno... tal vez a veces, pero no siempre —admitió Lucerys, soltando una pequeña risita, mientras los demás reían suavemente a su alrededor, haciendo que el ambiente se sintiera cálido y ligero.
Estaba sentado en una vieja silla de playa en un amplio porche. Frente a él, un prado de colinas verdes que se extendían hasta el horizonte. La brisa traía consigo el dulce aroma a fresas. Tenía una manta sobre las piernas y una almohada apoyada en su cabeza, pero su atención seguía fija en el ventilador, deseando, con una melancolía pesada, volver a ese sueño del que lo habían arrancado.
El televisor comenzó a parpadear, revelando una imagen inquietante: la sala del trono cubierta de nieve y completamente destruida. Su hijo observaba desde un gran hueco en la pared cómo un imponente dragón negro, similar a Balerion, surcaba los cielos con majestuosidad. A su lado, un hombre de cabello plateado y una marca rojo sangre en forma de cuervo en la cara, contemplaba la escena con seriedad con sus ojos rojos. Junto a ellos, Rhaenys Targaryen también admiraba al dragón, con una mano suave y protectora descansando sobre el hombro de Lucerys.
—Tu trabajo ha terminado —dijo Rhaenys en un tono maternal.
—Por ahora —respondió el hombre, con firmeza.
El televisor parpadeó nuevamente y la escena desapareció, devolviendo la imagen a su hijo, quien ahora tenía una mirada pesada y pensativa, como si no le hubiera agradado lo que había soñado.
—¿Quiénes eran ellos? —preguntó Will, señalando a las dos figuras que habían aparecido en el televisor.
Su hijo parecía ensimismado, mirando el televisor con una expresión distante, pero rápidamente se recompuso.
—La antigua reencarnación de Lucerys, La Reina Rhaenys y Brynden River, uno de los grandes bastardos.
—Bastardos... —Alicent prácticamente escupió la palabra, visiblemente disgustada—. ¿Qué tiene de importante ese bastardo?
Lucerys la observó con seriedad, sus ojos reflejaban una mezcla de pensamientos que parecía querer contener. Justo cuando abrió la boca para responder, un graznido rompió el silencio. Un cuervo oscuro entró a la sala de tronos, pero lo más inquietante era hacia dónde volaba: directo hacia Alicent.
Ella apenas tuvo un segundo para reaccionar antes de que las garras del ave se dirigieran hacia ella. Sus gritos llenaron la sala, mientras Otto se levantó para ahuyentar al cuervo, solo para recibir un picotazo feroz lleno de furia.
—¡Ya basta! —dijo Balerion con una voz profunda y autoritaria, que resonó en toda la sala.
Al escuchar su comando, el cuervo detuvo su ataque al instante. Voló rápidamente hacia lo alto, encontrando una viga en el techo donde posarse. Desde allí, lanzó un graznido feroz, su mirada oscura llena de resentimiento hacia los verdes, pero ahora contenida, como si solo la presencia de Balerion pudiera dominar su furia.
Su hijo observaba al cuervo con una intensidad que hablaba de algo más profundo. Lentamente, una suave sonrisa se dibujó en sus labios, y, para sorpresa de ella, el cuervo respondió agitando sus alas con una especie de reconocimiento. Era como si hubiera una conexión silenciosa entre ellos, un entendimiento que no necesitaba palabras. Parecía claro que su hijo y ese cuervo se conocían desde antes.
Los minutos se deslizaban lentamente, y cuando finalmente aceptó que el sueño no volvería, decidió buscar ayuda con la mirada. A su lado, sobre una mesa de madera, había un vaso alto con lo que parecía ser jugo de manzana helado, adornado con una pajita verde y una sombrillita de papel. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que bebió o comió algo? Se sentía como si hubieran sido siglos, aunque quizá solo habían sido unas cuantas horas.
Estaba tan débil que apenas pudo sostener el vaso, sus dedos temblaban y, cuando estuvo a punto de caer, una mano ágil lo detuvo en el último instante.
—Cuidado —dijo una voz que le resultaba familiar.
—¡Dioses! —exclamó Grover, con los ojos muy abiertos y una expresión de asombro—. ¡Qué joven me veía!
Miraba la pantalla como si no pudiera creer lo que estaba viendo, sus manos temblando ligeramente. Clarisse, a su lado, soltó una pequeña risa y le dio unas suaves palmaditas en el hombro.
—Todos nos veremos más jóvenes, no te sorprendas tanto, chico cabra —bromeó, intentando aliviar su sorpresa con un toque de cariño.
Grover esbozó una sonrisa nerviosa.
Era Grover. Su rostro mostraba el peso de noches sin dormir; sus ojos apagados, casi huecos, y el cabello desordenado, como si el cansancio lo hubiera desgastado hasta los huesos. Bajo su brazo, llevaba una vieja caja de zapatos. Vestía una camiseta naranja con letras desteñidas que decían: CAMPAMENTO MESTIZO.
—¿Y mi madre? —preguntó, con una chispa de esperanza en la voz, buscando que apareciera de entre las sombras, como si todo fuera solo una pesadilla de la que pudiera despertar. Pero Grover frunció los labios, formando una mueca de dolor.
—Quirón envió un grupo para buscarla... lo que quede de ella.
Su hijo apartó la mirada, y en ese instante todo en él pareció quebrarse. La desolación en sus ojos era tan profunda que se sintió un nudo en el pecho al verlo así. Había algo en su expresión, en la forma en que bajaba la mirada, que le hizo sentir una tristeza inmensa. Su hijo lo había perdido todo.
—¿Quirón? — se sonaba el nombre, pero todavía estaba tan confundido que se le escapa de quien estaba hablando.
—Me has salvado la vida —dijo Grover con una voz quebrada por el cansancio—. Y yo... bueno, lo mínimo que puedo hacer es volver a la colina y traerte tus cosas.
Señaló con un gesto débil hacia la maleta, que estaba justo frente a la silla de playa. Pero lo que más llamó la atención fue el objeto que dejó con gran cuidado sobre su regazo, como si llevara consigo un peso más grande que lo que aparentaba.
Dentro, un cuerno de toro blanquinegro, astillado en la base, donde lo había partido. La punta, aún marcada con sangre reseca, parecía contar una historia que ninguno de los dos quería recordar.
—¡PREMIO DE BATALLA! —proclamaron al unísono Daemon, Clarisse y Corlys, con voces llenas de solemnidad y fuerza.
—Guárdalo bien, Lucerys —le dijo Daemon, mirándolo con orgullo, sus ojos brillando con aprobación.
—Oh, lo tiene —respondió Luke con una pequeña sonrisa—, en su cabaña.
Daemon observó a Luke con una mezcla de interés y curiosidad, como si intentara leer algo más allá de sus palabras. Sin embargo, después de un momento, se giró hacia ella en silencio, esperando alguna señal. Ella simplemente negó con la cabeza, su gesto suave pero firme, indicando que no era el momento.
Grover lo miraba en silencio, como si ese cuerno fuera un recordatorio de algo que ya no podían cambiar, un eco de una batalla que se había llevado más de lo que podían soportar. La brisa seguía soplando suavemente, pero ahora todo parecía más lejano, más vacío.
—¿Y tú pierna? —preguntó con una voz temblorosa, mirando hacia la puerta y luego bajando la vista hacia la peluda pierna de Grover. A simple vista parecía estar bien, aunque una cicatriz destacaba en la piel rapada. Su corazón se encogió.
—Qué rápido —comentó Rhaenys con una ligera sorpresa—, una herida así tarda días en cerrarse, incluso con el mejor curandero.
Algunos chicos soltaron risitas, lo que molestó ligeramente a Rhaenys, que frunció el ceño.
—Will es nuestro mejor curandero —dijo Lucerys, mirando a su amigo con orgullo—. Si no fuera por él, muchos de nosotros no estaríamos aquí.
Esas palabras no le gusto, pero no dijo nada... pero más tarde hablarían con su hijo.
—Aquí tenemos a los mejores curanderos, no te preocupes —intentó consolarlo, pero su voz apenas lograba esconder la angustia—. Aunque... sí nos preocupó mucho el golpe que te diste. Perdiste mucha sangre... tuvimos que ponerte más.
Miro su brazo en donde había un moretón, ese era el lugar excepto en donde le habían puesto la intravenosa.
—Has estado inconsciente por tres días. ¿Qué recuerdas?
"Todo", quiso decirle a su amigo, pero las palabras no salieron. Solo bajó la mirada, evitando el contacto visual, enfocándose en el vaso de jugo de manzana que descansaba en sus manos.
—No mucho —respondió en un murmullo—. Aún estoy recordando. Creo que el golpe en la cabeza me dejó mal.
—Así que por ese golpe te volviste tan idiota—comentó Thalía, levantando una ceja con un toque de humor en su voz.
—Y ese mal humor —le contraatacó Lucerys con una sonrisa pícara—, estas molesta porque todavía no le echan abono a tu pino.
Thalía levanto una ceja.
—Cuidado con tus palabras, Jackson —advirtió Thalía, su tono desafiador.
—Cuidado con las tuyas, Grace —respondió Lucerys, sin amedrentarse.
La tensión en el aire se volvió chispeante, como si una corriente eléctrica recorriera la habitación. Ambos se miraron, una mezcla de desafío y diversión en sus ojos, dejando claro que, aunque las palabras fueran afiladas, el respeto que se tenían era mutuo... Aunque parecían que no sería la primera vez que se quisieran llevar a los golpes.
Mentía. Sabía perfectamente lo que había pasado: la persecución, las últimas palabras de su madre, correr hacia ella sin ver cómo el minotauro la mataba, la pelea, el golpe... pero a partir de ahí, su memoria se volvía confusa. Recordaba vagamente cómo lo atendieron, pero sus sueños... oh, esos recuerdos nítidos de los sueños. Y sin embargo, todo se había esfumado, dejándolo en un mundo oscuro y frío. Nada debería parecerle hermoso. Pero, de algún modo, todo se veía demasiado bonito.
—¿A qué te refieres? —preguntó Pipper, con curiosidad en la voz.
Lucerys abrió la boca para responder, pero un graznido cortó el aire. El cuervo agitó sus alas, como si estuviera enviando una advertencia o recordatorio. Lucerys detuvo sus palabras, sus ojos fijos en el cuervo, como si ambos estuvieran en medio de una silenciosa confrontación. Pero, de alguna manera, el cuervo ganó. Lucerys bajó la mirada, su expresión más contenida.
—No... no es nada —respondió, forzando una sonrisa, pero algo en su tono traicionaba la verdad.
Luke, observando la escena, no estaba tan convencido. Lentamente levantó la vista hacia el cuervo.
—Lo siento —sollozó Grover, rompiendo el silencio—. Soy un fracaso. El peor sátiro del mundo.
—Nunca digas eso —le dijo Lucerys a Grover con firmeza—. Eres un muy buen sátiro.
Antes de que Grover pudiera responder, Aemond soltó una risa burlona desde el otro lado. Lucerys le lanzó una mirada afilada, visiblemente molesto.
—No le hagas caso al Mike Wazowski —dijo Lucerys con una sonrisa traviesa.
La sala estalló en carcajadas. Los amigos de Lucerys no pudieron contenerse, mientras Aemond, con el rostro endurecido de furia, apretaba los puños, claramente irritado.
El llanto de su amigo resonaba como un eco en su pecho, haciéndolo sentir más solo que nunca. Era como si presenciar ese sufrimiento lo empujara también al borde de las lágrimas. Pero no podía. No quería. Porque ya no había consuelo para él. Estaba completamente solo, huérfano. ¿Ahora qué? ¿Vivir con Gabe el Apestoso? No, nunca. Prefería vagar por las calles o fingir tener diecisiete años para alistarse en el ejército. Haría lo que fuera para no regresar con él.
—¡No! —exclamó Jace, visiblemente exaltado—. Jamás volverás con ese hombre.
Lucerys le dirigió a su hermano una sonrisa tranquilizadora, llena de calma.
—No te preocupes, Jace —dijo suavemente, mientras su sonrisa se ensanchaba apenas un poco—. Ese hombre lleva años muerto.
Un escalofrío recorrió el aire, helando la sala. Ella sintió un nudo en el estómago ante la tranquilidad de Lucerys, mientras Daemon lo observaba intrigado, su mirada fija en la extraña felicidad que parecía irradiar su hijo. Algo no terminaba de encajar en esa calma inquietante.
—¿Él ya no te hace daño? —preguntó Joffrey en un susurro, mirando a Lucerys con preocupación en sus ojos.
Lucerys negó suavemente con la cabeza, y al instante Joffrey sonrió aliviado. Sin decir nada más, se acurrucó en el pecho de Lucerys, buscando consuelo. Su hijo, conmovido por el gesto, sonrió tiernamente y empezó a acariciar con delicadeza el cabello de Joffrey, como si quisiera protegerlo por cualquier cosa.
—Tranquilo —dijo en un susurro, más para consolarse a sí mismo que a Grover—. No ha sido tu culpa.
—Sí, sí lo fue. Era yo quien debía protegerte, pero tú me protegiste a mí.
—Somos amigos, Grover —le afirmó, con la voz quebrada—. Los amigos hacen eso.
—¡MEJORES AMIGOS... MEJORES AMIGOS! —comenzó a cantar Leo con entusiasmo, levantando las manos de forma exagerada y divertida—. ¡SÍ!
Su energía era contagiosa, y pronto varios comenzaron a reír, dejándose llevar por la alegría del momento.
—Pero ese era mi trabajo... soy un guardián. O al menos... lo era.
Trato de decirle algo a Grover pero de pronto un mareo lo invadió y su vista comenzó a nublarse.
—No te esfuerces más de la cuenta. Toma.
Grover le quitó el vaso de las manos y, con cuidado, acercó la pajilla a su boca.
— ¿Qué es eso? —preguntó Aegon, con curiosidad.
—Néctar —respondió Will—, el licor de los Dioses.
Al escuchar la palabra "licor", los ojos morados de Aegon brillaron con entusiasmo.
—Quiero beberlo —dijo, levantando la mano como si una copa de aquel licor fuera a aparecer en el aire de inmediato... pero nada sucedió.
Lucerys lo miró como si fuera el chico más tonto del mundo.
—Tío, si tomaras el Néctar de los Dioses, te prenderías fuego.
Aegon soltó una risa sarcástica, seguro de sí mismo.
—Pero tú lo hiciste.
—Yo soy el hijo de un Dios —respondió Lucerys con tranquilidad, y la sonrisa de Aegon desapareció al instante—. Tú solo eres un mortal.
a chispa en los ojos de Aegon se apagó, quedando solo una mirada de molestia.
El sabor lo tomó por sorpresa. Esperaba jugo de manzana, pero lo que probó no era eso. Sabía a pasteles de limón... los mismos que habían sido los favoritos de muña y también los suyos. ¿Cuándo había olvidado ese sabor?
—Bueno —dijo Corlys, tratando de suavizar el ambiente—, has vivido 12 años sin comer ese postre, ya debes haber olvidado algunas cosas.
—Tiene razón—respondió Luke con una sonrisa—. Pero también el pie de limón es tu favorito.
—Sí, pero no sabe igual —comentó su hijo en voz baja, una leve melancolía asomando en sus palabras—. Aunque creo que sí... ya he empezado a olvidar algunas cosas.
Lucerys bajó la mirada, visiblemente apenado. Había una tristeza sutil en su tono, como si aquellos pequeños detalles que antes parecían insignificantes ahora quisiera recuperarlos.
Mientras bebía, una cálida sensación lo envolvía, extendiéndose por todo su cuerpo como una oleada de energía. Por un momento, sintió como si su madre le hubiera dado un beso en la cabeza, tal como lo hacía antes. Otra vez.
Eso la hizo sonreír enternecía.
Antes de darse cuenta, ya había vaciado el vaso. Miró confuso el recipiente, convencido de que había tomado algo caliente. Pero ahí estaban los cubitos de hielo, intactos, sin derretirse.
—¿Estaba bueno? —preguntó Grover, con una curiosidad genuina.
Él asintió lentamente.
—¿A qué sabía? —preguntó Grover de nuevo, pero esta vez su voz sonó tan dolida que lo hizo sentir culpable.
—Perdona —dijo con pena—. Debí dejarte un poco.
—Si quieres que se queme, por supuesto —dijo Thalía, lanzando una mirada molesta a su hijo.
Lucerys simplemente rodó los ojos, pero su expresión mostraba una mezcla de diversión y leve irritación, como si estuviera acostumbrado a esas tonterías.
—¡No! —exclamó Grover rápidamente—. No quería decir eso. Solo... solo tenía curiosidad.
—Pastel de limón.
—¡POR LOS DIOSES! —exclamó Hazel, sobresaltando a varios a su alrededor—. ¡Percy, tu pastel de cumpleaños!
Hazel sacó apresuradamente una hoja de papel color rosa de su bolsillo, sus ojos llenos de preocupación.
—Tenía que ir a recogerlo hoy —dijo, claramente intranquila—, para dejarlo en la nevera del campamento.
La angustia en su voz se notaba, como si el pastel fuera algo crucial
—No te preocupes, Hazel Levesque —le dijo Balerion con una sonrisa amable—. Los regresaré al momento en donde estaban. Solo procura no perder ese recibo... ese pie de limón le fascinará.
Las palabras de Balerion, acompañadas de su serena sonrisa, parecieron calmar la ansiedad de Hazel. Poco a poco, su respiración se normalizó y un suspiro de alivio escapó de sus labios.
Grover asintió, con una expresión que mostraba que entendía más de lo que decía.
—¿Y cómo te sientes?
—Podría correr un triatlón y quedar de primero.
—¿Qué es eso? —preguntó Rhaena, mirando curiosa.
—Es una competencia de tres actividades deportivas: nadar, correr y bicicleta —respondió Lucerys.
—¿Qué es una bicicleta? —preguntó Baela, con su habitual curiosidad.
—Una bicicleta es un vehículo con dos ruedas que te ayuda a moverte rápido. Tiene pedales que giras con los pies para que las ruedas avancen, y un manubrio que usas para dirigirla hacia donde quieras ir. ¡Es como si estuvieras conduciendo un pequeño coche solo para ti, pero con tus piernas haciendo el trabajo!
Joffrey parecía maravillado por la descripción; sus ojos brillaban de emoción.
—¡Muña, quiero una bicicleta para mi onomástico!
—Lamento desilusionarte, cariño —le dijo con pesar—, pero no tenemos planos para construirte una.
—Yo le puedo construir una —declaró Leo con confianza—, una bonita y segura.
—¿Con ruedines? —preguntó Lucerys, y Leo asintió con una sonrisa.
La expresión de Joffrey se iluminó, y saltó del sillón para abrazar a Leo con alegría.
—¡Gracias!
—De nada, pequeño —respondió Leo, sonriendo.
Joffrey volvió a su sitio, lleno de entusiasmo, y comenzó a hacerle preguntas a Lucerys sobre las bicicletas, que este respondió con gusto, disfrutando del interés de su hermano.
—Eso está muy bien —respondió Grover con una sonrisa ligera—. Pero no deberías arriesgarte a beber más.
—¿Qué quieres decir?
-Talvez no quieres que te incendies- dijo Pipper
Grover, con cuidado, le retiró el vaso de las manos, como si estuviera manejando explosivos, y lo dejó en la mesa.
—Iré a buscar a Quirón —dijo Grover mientras se levantaba, con una mirada preocupada—. Quédate aquí, yo ya vuelvo.
—Oh, no lo hará —comentó Clarisse con una risa divertida, disfrutando del momento.
—¿De cuántas cosas nos habríamos salvado si Percy no se moviera? —añadió Jason, su tono lleno de humor.
Lucerys les lanzó una mirada de molestia, sus cejas fruncidas en un gesto de desagrado. Sin embargo, las risas de los amigos de su hijo solo aumentaron. A pesar de su irritación, Lucerys no pudo evitar que una pequeña sonrisa asomara en sus labios, sabiendo que la camaradería de sus amigos era parte de lo que hacía esos momentos tan especiales.
-Deberíamos preocuparnos- le dijo Daemon.
-Debemos.
Le acomodó las sábanas con cuidado, como si tuviera miedo de que algo se rompiera. Lo observo en silencio, mirando su nerviosismo, la forma en que evitaba mirarle directamente a los ojos. Sabía que estaba preocupado, pero no podía quedarse ahí, quieto.
Espero a que Grover cruzara la puerta, sus pasos resonando cada vez más lejos. En cuanto el sonido se desvaneció, se levanté de un salto, sintiendo la adrenalina correr por las venas.
—Allí vamos —dijo Will, comenzando a negar con la cabeza en señal de desaprobación.
—Te acabas de despertar y ya estás caminando —lo regañó Corlys, frunciendo el ceño—. Deberías quedarte en cama.
—Abuelo, eso ya pasó —respondió Lucerys con un tono tranquilo, intentando calmarlo.
Corlys no parecía convencido, sus ojos llenos de preocupación mientras observaban a su nieto. A pesar de la determinación de Lucerys, el amor y la inquietud de Corlys reflejaban la cercanía que tenían, dejando claro que, aunque la juventud traía energía, Lucerys parecía que iba a hacer una tontera que lo dejaría peor.
Las sábanas cayeron al suelo, olvidadas, mientras me deslizaba hacia la otra salida, con el corazón latiendo rápido. No iba a quedarme esperando, no cuando sentía que algo más grande me llamaba allá afuera.
—Creo que ese "más grande" lo pudiste hacer desde la cama —lo regañó Jacaerys, su tono firme pero lleno de preocupación—. Estás en recuperación.
Lucerys soltó un suspiro de intranquilidad, sintiéndose un poco abatido. Luego miró a Luke, como si esperara que él le diera la razón.
—Tu hermano tiene razón —le dijo Luke con un tono sereno—, y no pienso discutirlo.
Las palabras de Luke hicieron que Lucerys se sintiera dolido. La decepción se reflejaba en su rostro, y aunque sabía que sus amigos y su hermano solo se preocupaban por él, esa sensación de no ser comprendido lo hacía sentir aún más vulnerable en ese momento.
La galería del porche rodeaba toda la Casa Grande. Al recorrer una distancia tan larga, las piernas comenzaron a fallarle, pero siguió adelante.
—Deberías volver a la cama —dijo Daron, mostrando una expresión de preocupación por Lucerys.
Lucerys miró a Daron, reconociendo la seriedad en su voz. Aunque prefería mantenerse activo, sabía que las personas a su alrededor solo querían lo mejor para él.
Estaba en la orilla norte de Long Island, podía deducirlo por la posición de la casa. El valle se deslizaba suavemente hasta encontrarse con el agua, que brillaba en la costa bajo el sol. Pero había algo más... algo impresionante que captó toda su atención. En medio del paisaje, se alzaban edificios con una arquitectura griega antigua, como si hubieran sido transportados desde otro tiempo: un pabellón al aire libre, un anfiteatro, y, a lo lejos, una arena enorme. Las columnas de mármol blanco relucían bajo el sol, como si acabaran de ser construidas.
Empezaron a mostrar el lugar donde estaba su hijo, un paisaje tan hermoso que hacía que cualquiera deseara visitarlo.
—¡Qué bonito lugar! —comentó Rhaena, con una sonrisa de admiración.
—Lo es —respondió Lucerys, sintiendo una oleada de orgullo al ver el lugar que tanto apreciaba. Su voz estaba llena de calidez, recordando las memorias y momentos especiales que había vivido allí.
En la arena, una docena de chicos y sátiros jugaban al voleibol, mientras otros disparaban flechas a dianas. Y, aún más sorprendente, algunos montaban a caballo por un sendero boscoso. Pero no eran caballos normales... ¡tenían alas! Los vio desplegar sus alas enormes y, con un batir elegante, despegar y elevarse hacia el cielo.
—¡Caballos con alas! —comentó una asombrada Alicent, sus ojos brillando con determinación.
—Impresionante —exclamó Otto, con una mirada analítica, como si estuviera planeando traer algunos caballos alados.
—Se llaman Pegasos —intervino Grover, con una sonrisa—. Son muy cariñosos... pero siempre le hacen más caso a Percy.
Otto le lanzó una mirada a Lucerys llena de molestia, quien rápidamente le devolvió una expresión que decía que olvidara cualquier plan sobre conseguir un Pegaso.
—Así es —dijo Lucerys con una voz cálida pero llena de determinación—. Si les digo que no suban a una persona a su espalda, no lo harán.
Giró la cabeza y encontró una pequeña sala iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de una ventana. En el centro de la habitación, un hombre descansaba en una silla, aparentemente ajeno a todo. Se acercó lentamente, cuidando cada paso para no hacer ruido, sintiendo cómo sus pisadas resonaban en el silencio. El hombre tenía la cabeza inclinada, como si estuviera dormido o despierto, no podía saber por los lentes oscuros que tenía el hombre.
—Disculpe —dijo casi susurrando—, soy Percy Jackson, soy nuevo aquí.
Su hijo parecía un pequeño perrito perdido, eso la hizo sonreír con ternura.
El hombre, que parecía estar a medio despertar, lo miró como si intentara enfocar una imagen borrosa a través de los lentes oscuros que tenían. Luego, sin más, se acomodó en la silla, como si él acabara de anunciar el estreno de una película que él esperaba ver.
—¡PETER JOHNSON YA LLEGÓ! —gritó a la nada, como si estuviera presentando una celebridad.
—Clásico del señor D —dijo Luke, pareciendo cansado.
—¿Quién es él? —preguntó Jace, frunciendo el ceño—. ¿Y por qué dice mal el nombre de mi hermano?
—Es el señor D, el director del campamento —respondió Chris—. No le gusta, así que para divertirse nos llama con otros nombres.
—¿Y por qué está allí, si no le gusta? —preguntó una disgustada Baela, cruzando los brazos.
—Porque está castigado —explicó Nico, con un suspiro.
—Como un niño pequeño —murmuró Baela, aún sin convencerse.
—Es peor que un castigo de un niño pequeño... ya lo verás —agregó Nico, con un aire de misterio que aumentó la curiosidad de todos. La conversación dejó a todos intrigados, imaginando las travesuras que el señor D pudo haber hecho para terminar en el campamento.
Parpadeó, sintiéndose ridículamente fuera de lugar. No sabía si debía decir que ese no era su nombre o simplemente desaparecer.
—Disculpe... —volvió a hablar, esta vez sintiéndose más tonto que nunca—, estoy buscando a mi padre. No sé cómo encontrarlo, ni siquiera sé cómo se llama... ¿me podría ayudar?
El hombre lo miró con una sonrisa perezosa, como si se le acaba de ocurrir una gran idea. Se quitó los anteojos lentamente, revelando unos ojos morados como el vino, que, por alguna razón, le recordaban a los de Aerys el loco.
—Aerys —se dijo a sí misma, frunciendo el ceño—. Nunca hemos tenido a alguien así llamado.
—Pero suena Valyrio —intervino Daemon, con una sonrisa astuta—. Creo que nuestro dulce niño sabe algo que nosotros no.
Dirigió una mirada a Lucerys, quien parecía más entretenido hablando con Joffrey que mirando el televisor. Sin embargo, cuando se mencionó a Aerys, el cuerpo de Lucerys se tensó de inmediato, y el cuervo a su lado también se movió inquieto, como si no le gustara que lo nombraran.
—De hecho... —el hombre se inclinó hacia adelante, como si estuviera a punto de levantarse, pero luego decidió que era mucho esfuerzo y se hundió de nuevo en la silla—, creo que puedo ayudarte... hijo.
—Caíste en esa broma —comentó Travis, o quizás era Connor, mirando a Lucerys con diversión.
—No sé, ya no me acuerdo —respondió su hijo, encorvándose un poco, ese tic de encorvarse apareciendo cuando mentía.
—¡MIENTES! —chilló el otro hermano—. ¡Caíste en la broma del señor D!
—Y caíste redondito —añadió el primero, riéndose.
Lucerys no dijo nada, pero la risa de Connor y Travis era contagiosa. Sin embargo, su diversión se detuvo abruptamente cuando Luke les lanzó una mirada seria.
Su cerebro sufrió un cortocircuito. Lo miró como si hubiera escuchado el anuncio más inesperado del universo. Recordaba vagamente a su padre, había visto los ojos de su padre que eran como los suyos. Pero... ¿podría haber cambiado tanto en 12 años? Quizás, ¿algún tipo de cosa extraña con los ojos? Leyó una vez sobre eso... ¿no?
—Sí, se le puede cambiar de color —aclaró Will, su tono serio—. Pero es una señal de que está enfermo.
—Papá —dijo, pero no pudo evitar fruncir el ceño mientras lo examinaba de arriba abajo.
Varios rieron.
—Sí, Peter.
—Percy —corrigió, pero el hombre le restó importancia con un ademán.
—Eso, lo que sea.
—Percy hasta te dio las señales de que no era tu padre, y tú fuiste como un perro tras de él —comentó Hazel, con un tono de preocupación.
—Son mis momentos que me mantienen humilde, Hazel —declaró Lucerys con una sonrisa.
Eso hizo que ella sonriera aún más por lo que había dicho su hijo, pero luego él añadió:
—Son las veces que me han visto la cara de payaso.
La risa estalló entre los demás.
—Suenas como si te pasara todo el rato —le dijo Jace, frunciendo el ceño.
Lucerys miró a Jace con una tristeza fingida, como si estuviera compartiendo un secreto doloroso.
—Todo el tiempo —respondió, con un tono que combinaba humor y melancolía.
—Es bueno que lo admitas —dijo Nico, su voz seria.
Lucerys lo miró con asombro, sorprendido por la sinceridad de su amigo.
—Gracias, Nico —respondió Lucerys, pero parecía dolido.
—De nada, Percy.
El hombre lo miró con una expresión solemne, como si estuviera a punto de encargarle una misión de vida o muerte.
—Antes de que empecemos a conocernos —dijo con una voz seria, pero evidentemente fingida—, necesito que hagas algo muy... MUY importante por mí, ¿de acuerdo?
—Porque siento que se va a aprovechar de ti —comentó un molesto Corlys, frunciendo el ceño.
—Porque es el señor D —respondió Lucerys con un suspiro—. Daría lo que fuera por un vino.
—¡Vino! —exclamó Aegon, derritiéndose en el sillón como si la idea de una copa lo hubiera hipnotizado—. ¡Yo quiero!
Asintió lentamente, sin estar del todo seguro de lo que estaba a punto de aceptar.
—Y caíste en su trampa del ratón —dijo Luke, negando con la cabeza, una sonrisa divertida asomándose en su rostro.
Lucerys se encogió de hombros, un brillo travieso en sus ojos, como si ya no le importara haber sido víctima de la broma.
Aquel gesto hizo que el hombre sonriera, como si acabara de ganar la lotería, y señaló una pequeña cabaña a unos metros.
—En el sótano —dijo, señalando con entusiasmo desmesurado—, hay una botella de Château Haut-Brion del '85. ¿Podrías traérmela?
Miró al hombre, luego a la cabaña, y volvió a mirar al hombre con una ceja arqueada.
—¿Solo eso?
Varios rieron, contagiados por la tremenda inocencia de su hijo.
El hombre asintió complacido, como si acabara de darle el secreto para salvar al mundo.
—Cuando regreses con ese vino —sonrió aún más ampliamente—, hablaremos de lo que quieras, mi niño. De ti, de mí, de los grandes misterios del universo...
—Como si ese hombre supiera algo —susurró Otto, su tono lleno de desdén—. Solo es un idiota.
Su comentario hizo que algunos intercambiaran miradas.
Suspiró, preguntándose si su padre era así de raro o simplemente había ganado algún tipo de premio a la excentricidad. Iba a empezar a caminar cuando alguien lo llamó:
—¡Percy! — Grover apareció en la puerta, con la mirada llena de preocupación. —Te dije que no te movieras, deberías estar descansando.
—Salvado por la campana —comentó Thalía con una sonrisa burlona—. Ya ibas a cumplir tu primera misión como un tonto.
Lucerys levantó las manos en forma de perdón, como si quisiera explicar que no podía evitarlo. Su expresión mostraba una mezcla de diversión y resignación, sabiendo que la situación era tan ridícula como inevitable.
—Estoy bien —le aseguró, aunque el tono de su voz no parecía convencer a su amigo. Grover lo miró como si estuviera a punto de llevarlo de regreso a la cama a la fuerza.
—¡Hazlo! —exigieron varios a coro.
Y Lucerys rodo los ojos con molestia.
Entonces vio algo detrás de Grover y su expresión cambió.
—Señor Brunner.
—¡El maestro! —exclamó con asombro Rhaenys—. ¿Qué hace allí?
—Es nuestro entrenador —comentó Clarisse.
—¿Un lisiado? —Rhaenys ni podía creerlo, su expresión mezcla de incredulidad y desaprobación.
Eso no pareció hacer feliz a ninguno de los chicos.
Grover se movió a un lado, dejando paso al señor Brunner, quien se acercó con una mezcla de alivio y alegría en el rostro. Al ver a Percy, una chispa de felicidad iluminó sus ojos, y le dedicó una sonrisa cálida y amplia.
—¡Oh, Percy! —exclamó con alegría, como si realmente se alegrara de verme—. Es un gusto volver a verte, ven siéntate, ya somos cuatro para jugar a las cartas.
—Déjame decirte que Quirón estaba muy preocupado —comentó Luke a Lucerys—. Parecía que en cualquier momento llamaría a Apolo para que te sanara.
—¿Quién es Apolo? —preguntó Joffrey, sus ojos llenos de curiosidad.
—Es el Dios de la medicina —le respondió Lucerys, sonriendo al ver la fascinación en la cara de su hermano.
El señor Brunner movió la silla motorizada a un lado de la mesa y le ofreció la silla que estaba en medio de su padre y el señor Brunner. Grover se sentó en la última silla solitaria.
—¿Annabeth? —llamó el señor Brunner a la chica rubia mientras nos presentaba—. Annabeth cuidó de ti mientras estabas inconsciente, Percy. Annabeth, querida, ¿por qué no vas a ver si está lista la litera de Percy? De momento lo pondremos en la cabaña once.
Luke y Thalía miraban tan fijamente al televisor que parecía que quisieran que Annabeth cruzara la pantalla en ese mismo instante. Sus expresiones eran una mezcla de anhelo y recuerdos, como si cada segundo que pasaba parecía que aumentara su deseo de que ella apareciera.
Nisiquiera la había notado que esa chica también estaba allí.
estar agradecido por haberte protegido.
Lucerys miró a Alicent, y el cuervo graznó en respuesta, como si compartiera su descontento.
—Bueno, Annabeth no se aprovechó de mi vulnerabilidad para hacer cosas malas en mi nombre, como usted y su padre hicieron en todos esos años que mi abuelo estuvo enfermo, Lady Alicent.
La cara de Alicent se puso roja de ira, y la tensión en la sala se intensificó.
—Debe haberlo olvidado —dijo Otto con orgullo—. Es reina Alicent.
—La reina es mi abuela, la Reina Aemma —replicó Lucerys con seriedad—, no una mujerzuela que sube a la cama de un viudo y el papá de su mejor amiga.
Las exclamaciones de sorpresa y asombro no se hicieron esperar por parte de los amigos de su hijo.
—¡Dioses! —exclamó Pipper, con los ojos muy abiertos—. Si mi amiga hace eso... en su vida le vuelvo a hablar.
—Es como Camila Parker —añadió otro con una mezcla de incredulidad y burla, sacudiendo la cabeza— pero mucho peor.
—Claro, Quirón —respondió ella, con un tono casi militar.
Annabeth era de su edad, aunque le sacaba unos centímetros de altura y tenía un aspecto mucho más atlético. Su piel estaba besada por el sol, y llevaba unas trenzas que le recordaban a las de Rhaena, aunque Annabeth daba la impresión de que en cualquier momento podría tirarle al suelo en una pelea. Annabeth lo observo con esos ojos grises que se les parecía a los suyos en su pasada vida.
—Lucerys tiene razón —dijo su padre, Daemon, con una leve sonrisa—. Se parecen mucho a los ojos de los Arryn.
—Incluso tienen ese tinte de orgullo —añadió Daemon con un tono ácido.
Lo empezó a escanear de arriba abajo, hasta que lo miro con furia.
—Hablas una lengua extraña cuando duermes —dijo sin más, y antes de que pudiera pensar en una respuesta, salió corriendo hacia el campo.
—¿Esa lengua extraña que hablas a veces con tu pegaso? —preguntó Pipper con curiosidad.
Lucerys asintió con una sonrisa.
—¡¿Tienes un pegaso?! —exclamó Joffrey, asombrado—. ¿Me dejas subirme contigo un día de estos?
—Claro —respondió Lucerys, sin pensarlo dos veces.
Los ojos de Joffrey se iluminaron con emoción, y la promesa pareció llenar la habitación con un cálido aire de expectativa. La idea de volar en un pegaso junto a Lucerys era algo que Joffrey no olvidaría pronto.
Lo había hecho... había hablado en lenguas extrañas o había hablado Alto Valyrio y ya que nadie conocía ese idioma sería denominada como una lengua extraña, se concentró tanto que ni siquiera noto que el señor Brunner ya había empezado a repartir las cartas.
—Bueno —dijo, todavía un poco confundido—, ¿trabaja aquí, señor Brunner?
—No soy el señor Brunner —dijo el ex "señor Brunner", con una media sonrisa—. Mucho me temo que ese era solo un seudónimo. Puedes llamarme Quirón.
—Ah, claro, claro —respondí, como si fuera lo más normal del mundo que su profesor de latín resultara ser un mítico centauro.
—También veo que conociste al señor D —dijo Grover, su voz teñida de una tristeza silenciosa.
—Se refiere a mi padre —respondió, sintiendo que cada palabra era un peso en su lengua.
Varios rieron y Lucerys se sonrojó levemente, tratando de ocultar su vergüenza de creer que ese hombre era su padre.
La sonrisa de Quirón se desvaneció, como un rayo de sol cubierto por nubes oscuras. Sus ojos, usualmente llenos de calidez, ahora se posaron con seriedad en el señor D. Este, por su parte, solo ofreció una sonrisa sarcástica, un reflejo de desdén que parecía cortar el aire entre ellos.
—Me temo, Percy —le dijo Quirón, su sonrisa cargada de disculpa—, que el señor D te ha engañado, y tristemente, no eres su primera víctima.
—Vamos, viejo amigo —replicó el señor D con una ligereza que sonaba hueca—, solo es un vino.
Quirón, sin perder su compostura, le devolvió la mirada con una sonrisa tenue, pero firme.
—Y yo te debo recordar, también, viejo amigo —respondió Quirón— que tienes prohibido tomar vino.
—¿Qué tortura es esa? —exclamó Aegon con indignación, frunciendo el ceño como si no pudiera creer lo que escuchaba.
El señor D se quejó con molestia y, con un gesto de su mano, hizo aparecer una copa de vino de la nada, como si fuera un mago en un espectáculo de magia fallido. Se quedó boquiabierto, pero Quirón apenas levantó la vista, como si ya estuviera acostumbrado a esos trucos.
—¡Wow! —exclamó Aegon—, quiero esa habilidad.
—Ni lo pienses, Aegon —lo regañó Alicent, lanzándole una mirada severa.
—Igual sería un gran peligro si lo hiciera —comentó Daeron, molesto, cruzando los brazos.
El cuervo graznó desde arriba, como si estuviera de acuerdo con Daeron. Lucerys miró al cuervo y no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, mientras Aegon fruncía el ceño en un puchero infantil.
—Señor D, sus restricciones —le recordó, con una mezcla de paciencia y exasperación.
El señor D miró la copa de vino con una expresión de falsa sorpresa, como si se hubiera encontrado con un viejo amigo inesperado.
—¡Madre mía! —exclamó, elevando los ojos al cielo y gritando—: ¡Es la costumbre! ¡Perdón!
Sin más preámbulos, volvió a mover la mano, y la copa de vino se transformó en una lata fresca de Coca-Cola light. Con un suspiro resignado, abrió la lata y volvió a concentrarse en sus cartas.
-Usted es Dionicio- exclamo asombrado- el dios del vino.
—No, Percy —dijo uno de los gemelos no gemelos con una sonrisa burlona—, es tu papá.
Lucerys levantó una ceja y rodó los ojos, claramente sin paciencia para las bromas. Los demás comenzaron a reír, mientras Lucerys suspiraba, resignado a las constantes ocurrencias de los hermanos.
El señor D dejó caer las cartas y lo miró con sus ojos inyectados en sangre.
—Jovencito, los nombres son poderosos. No se va por ahí usándolos sin motivo.
—Mucha razón tiene —comentó Luke con seriedad.
—Los nombres son solo eso, nombres —dijo Otto, restándole importancia como si fuera algo trivial.
—En nuestro mundo no —intervino Hazel con seriedad, su mirada fija en Otto—. Los nombres son poder, y hay que respetarlos.
—Claro, perdón —respondió, un poco intimidado.
Quirón intervino con una sonrisa.
—Debo decir, Percy, me alegra verte sano y salvo. Hacía mucho tiempo que no hacía una visita a domicilio a un campista potencial. Detestaba la idea de haber perdido el tiempo... pero me alegra que eso no haya pasado.
—¿O sea que ese hombre solo fue para enseñarte? —exclamó Corlys con una mezcla de escepticismo y desconfianza.
—Quirón es conocido como el maestro de los héroes —intervino Luke con confianza, como si estuviera recitando una lección aprendida hace mucho—. Ha entrenado a héroes desde la antigua Grecia hasta nuestros días.
— ¿Visita a domicilio? —pregunté, sorprendido.
—Mi año en la academia Yancy, para instruirte. Obviamente, tenemos sátiros en la mayoría de las escuelas para estar alerta, pero Grover me avisó en cuanto te conoció. Sentía que en ti había algo especial, así que decidí subir al norte. Convencí al otro profesor de latín de que... bueno, de que pidiera una baja
De repente recordó lo que había pasado al inicio del curso, aunque ya parecía tan lejano que apenas recordaba al otro profesor de latín.
—Vaya, es un honor que haya ido a Yancy solo para enseñarme a mí —exclamé, todavía asombrado.
—Claro —exclamó Clarisse con una molestia fingida, cruzando los brazos—, si Quirón solo tiene ojos para ti.
Lucerys se volteó rápidamente hacia ella, la señaló con una sonrisa divertida.
—Eso no es cierto, y tú lo sabes —respondió, entrecerrando los ojos en un gesto de complicidad, como si intentara desarmar la tensión con humor.
Quirón lo vio con una chispa en los ojos.
—Francamente, al principio no estaba muy seguro de ti. Nos pusimos en contacto con tu madre, le hicimos saber que te estábamos vigilando, por si estabas listo para el Campamento Mestizo. Pero todavía te quedaba mucho por aprender. No obstante, has llegado aquí vivo, y esa es siempre la primera prueba por superar.
—Grover —interrumpió el señor D, visiblemente impaciente—, ¿vas a jugar o no?
—¡Sí, señor! —dijo Grover, temblando mientras se sentaba.
—¿Sabes jugar al pinacle? —El señor D le lanzó una mirada recelosa.
—Tristemente, no, señor —admitió.
—Bueno —dijo, observándome de arriba abajo—, junto con la lucha de gladiadores y los Comecocos, es uno de los mejores pasatiempos inventados por los humanos. Todos los jóvenes civilizados deberían saber jugarlo.
—¿Gladiadores? —preguntó Daemon, su tono lleno de curiosidad mientras cruzaba los brazos, esperando más detalles.
—Sí, en la antigua Roma, los gladiadores eran combatientes entrenados para luchar entre sí o contra fieras salvajes en enormes arenas —dijo Jason, haciendo un gesto amplio como si dibujara el tamaño del coliseo con sus manos—. Se enfrentaban en combates a muerte, y el objetivo era simple: el último que quedaba en pie era el ganador. No solo luchaban por su vida, sino también por la gloria y, a veces, incluso por su libertad.
Daemon parecía estar imaginando la escena, sus ojos se iluminaron con una mezcla de emoción y fascinación.
—Eso me encantaría verlo —dijo, dejando entrever una sonrisa casi cruel, como si disfrutara de la idea de tal espectáculo.
Alicent, que había estado escuchando en silencio, frunció el ceño y habló con desaprobación evidente.
—Para mí, eso suena a pura barbarie —comentó, sacudiendo la cabeza—. No puedo imaginar cómo alguien podría disfrutar viendo a hombres matarse entre ellos.
Daemon la miró de reojo, pero no dijo nada, claramente no compartiendo su opinión
—Estoy seguro de que el chico aprenderá —intervino Quirón con una sonrisa tranquilizadora— siempre aprende rápido.
—Gracias por la confianza, Quirón —dijo Lucerys con una sonrisa, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
Intentando juntar los pensamientos, se atrevió a preguntar:
—Perdón por la interrupción, pero... ¿qué es este lugar? ¿Qué estoy haciendo aquí? Señor Brun... Quirón, ¿por qué fue a la academia Yancy solo para enseñarme?
—Algún día, esa curiosidad será la que te mate —regañó Thalía, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño. Su mirada era severa, pero había un rastro de preocupación en sus ojos.
Lucerys, sin inmutarse, se encogió de hombros con indiferencia, mirando hacia el horizonte como si no le afectara.
—Como dice el dicho, Thalía —respondió con una media sonrisa, sin mirarla directamente—, la curiosidad mató al gato.
Thalía soltó un suspiro de exasperación.
El señor D resopló y se cruzó de brazos.
—Yo hice la misma pregunta.
—Uy, el señor D está celoso —bromeó uno de los gemelos no gemelos, con una sonrisa traviesa mientras cruzaba los brazos detrás de la cabeza.
El otro, sin perder el ritmo, añadió con voz burlona:
—Sí, pobrecillo. Debe ser difícil ver cómo los demás reciben atención mientras él se queda con su refresco light.
El grupo soltó una risa suave.
Quirón le sonrojó de esa manera que solía hacer en las clases de latín, le decía la repuesta correcta, la misma sonrisa que se daba cuando sacaba la nota más alta.
—Percy, ¿es que tu madre no te contó nada? —preguntó.
—Me dijo algunas cosas... pero yo le hice una rabieta, bastante fea —recordó la horrible rabieta que le había hecho—. Me dijo que no quería enviarme aquí, aunque mi padre intentó traerme una vez, pero ella no lo dejó. Solo quería tenerme cerca.
Sonrió enternecida.
—Lo típico —interrumpió el señor D—. Así es como los matan. Jovencito, ¿vas a apostar o no?
—Todavía es muy joven para que aprenda a apostar —lo regañó su padre, lanzándole una mirada severa.
Lucerys hizo una mueca de inocencia, levantando las manos en señal de rendición.
—En mi defensa diré que esos años—dijo Lucerys con tranquilidad—ya tenía 26 años.
—Aun así—lo siguió regañando su padre, alzando una ceja—eres muy joven para estar metido en ese mundo.
—¿Qué? —pregunté, completamente confundido.
—Tu palabra más utilizada, Percy —comentó Nico con desdén, arqueando una ceja como si ya hubiera escuchado lo mismo un millón de veces.
Lucerys, sin perder la calma, soltó una pequeña risa nerviosa.
—Bueno, es que funciona, ¿no? —respondió, encogiéndose de hombros. Nico rodó los ojos, claramente poco impresionado.
Le explicó con impaciencia cómo se apostaba en el pinacle, y trató de seguir el juego, aunque claramente era el novato en la mesa.
—Me temo que hay demasiado que contar —dijo Quirón con un aire de paciencia—. Diría que nuestra película de orientación habitual no será suficiente.
—¡Quieres decir que no viste la película! —exclamó Clarisse, abriendo los ojos como platos, incrédula ante la revelación.
—¡Qué indignación! —intervino Nico, cruzando los brazos con un gesto de desdén—. Yo sí tuve que verla.
—Lucerys era un caso especial —lo defendió Luke, tratando de calmar la tormenta que se avecinaba.
—Luke, tú siempre vas a defender a tu novio —le dijo Clarisse, dándole un pequeño empujón. —Así que, calladito.
—¡Pero si la vi! —protestó Lucerys, alzando las manos en señal de rendición—. Más tarde... pero la vi.
— ¿Película de orientación? —pregunto, con curiosidad, porque si había algo que le gustaba de su nueva vida eran las películas.
—Olvídalo —respondió Quirón, agitando la mano como si fuera algo sin importancia—. Bueno, Percy, ya sabes que tu amigo Grover es un sátiro, y también que ha matado al Minotauro. Y ésa no es una hazaña menor, muchacho. Lo que quizás no sepas es que grandes poderes actúan en tu vida. Los Dioses viven entre nosotros.
Pensó por un momento. Los Targaryen se habían considerado casi dioses en Poniente por su capacidad de volar dragones, pero eso no había impedido que los mataran. "Grandes poderes" sonaba bien y todo, pero tampoco se sorprendió tanto.
—¿Por qué dices "se habían considerado"? —preguntó Daemon, mirándolo fijamente con una expresión que mezclaba curiosidad y sospecha.
Lucerys sintió un ligero escalofrío recorrer su espalda, y el cuervo, que estaba posado cerca, comenzó a graznar inquieto, como si percibiera la tensión en el aire.
—Creo que hace referencia a esos Targaryen que han muerto con sus dragones —intervino Balerion con seriedad, intentando desviar la conversación hacia un tema menos espinoso.
—¡Sí, a eso me refiero! —confirmó Lucerys, encorvándose un poco en su asiento, sintiendo la necesidad de respaldar su mentira.
Daemon lo observó con una mirada penetrante, como si intentara leer entre líneas. Sin embargo, al ver que Lucerys se mostraba cada vez más incómodo, decidió dejarlo pasar
—Muy bien —admitió, sin mucho entusiasmo.
—Sobrino, qué poco entusiasmo —dijo Aegon, mirándolo con una media sonrisa, como si disfrutara del espectáculo. Sus ojos brillaban con un tono burlón—. ¿No es increíble saber que los dioses andan por ahí, vivos y coleando?
Lucerys se encogió de hombros, intentando disimular su desinterés.
—No es tan divertido como parece, tío.
Aegon soltó una risa ligera, disfrutando de la oportunidad de provocar a su sobrino.
—¡¿Qué no es divertido?! —exclamó, como si hubiera escuchado la mayor herejía del mundo—. Yo me emocionaría cruzarme con un dios cualquiera en la calle... oh, imagina una hermosa diosa.
Lucerys frunció el ceño y formó una mueca de asco.
—¿Y qué les diría? ¿Cómo es ser un dios? ¿Es divertido? —preguntó con un tono sarcástico, intentando desviar la conversación hacia un terreno menos incómodo.
Aegon se inclinó, como si fuera a confesar un secreto jugoso.
—Te diría que lo mejor es la inmortalidad... y las fiestas épicas, claro. ¿No te gustaría vivir así?
—No —admitió Lucerys, cruzando los brazos con desdén—. No sé, parece más una carga que otra cosa.
—Vamos, sobrino —replicó Aegon, riéndose de nuevo—. Imagínate: fiestas interminables, aventuras por doquier... no tener que preocuparte por envejecer.
—Es mucho más que eso, tío— admitió Lucerys— pero no creo que lo entiendas.
Antes de que pudiera procesar más, Grover levantó tímidamente la mano y preguntó:
—Señor D, si no se la va a comer... ¿puedo quedarme su lata de Coca-Cola light?
El señor D lo miró como si acabara de pedirle la luna, luego dejó escapar un largo suspiro y deslizó la lata por la mesa, sin dejar de observarlo con recelo. Grover la tomó con una mezcla de gratitud y alivio, como si hubiera ganado un trofeo.
Me reí por dentro. Definitivamente, esto iba a ser más raro de lo que pensaba.
-Si aquí esta, Dionicio- señalo levemente al Dios- me estás diciendo que Zeus, Hera, Apolo... todos ellos existen.
En ese instante, un trueno retumbó a lo lejos, y un escalofrío le recorrió la espalda.
—Dramático— susurro Thalía con enojo.
—Jovencito —intervino el señor D, con voz cansada—, si fuera tú, me plantearía muy seguramente dejar de decir esos nombres tan a la ligera.
—Lo tendré en cuenta —respondí con una sonrisa, tratando de aparentar tranquilidad—. Gracias por el consejo.
El señor D dejó caer las cartas sobre la mesa y, suspirando, dijo:
—Me encantan los mortales. No tienen ningún sentido de la perspectiva. Creen que han llegado taaaan lejos. ¿Es cierto o no, Quirón? Mira a este chico y dímelo.
Miro de reojo a Grover, que seguía concentrado en sus cartas, masticando la lata de Coca-Cola con tal devoción que parecía que su vida dependía de ello, sin atreverse a decir ni una palabra.
Claramente, no era el único que sentía la tensión en el aire.
"Entonces, ¿qué sentido tendría vivir?" Pensó. La muerte era el único seguro para todos los seres de este mundo. Ser inmortal debía ser un tormento constante, una carga que nadie podría desear de verdad. Él ya había muerto y vuelto a la vida, pero incluso para él, a veces aquello parecía más una maldición que un regalo.
—¿Una maldición? —exclamó Aegon, asombrado, levantando las manos como si estuviera presenciando el espectáculo más increíble del mundo—. Sobrino, casi eres un dios y crees que la inmortalidad es tonta. ¡De verdad que lo mereces!
Lucerys lo miró fijamente, parecía como si sintiera como la ira comenzaba a burbujear en su interior.
—Tú tampoco lo merecerías —respondió, con un tono helado que contrastaba con la risa despreocupada de Aegon.
Aegon arqueó una ceja, sorprendido por la respuesta de su sobrino.
—¿Oh, de veras? ¿Y eso por qué? —inquirió, su voz cargada de desafío, como si disfrutara del nuevo giro en la conversación.
—Porque la inmortalidad no es solo diversión y juegos. Es un peso. Siempre estarás ahí, viendo cómo todos a tu alrededor envejecen y mueren —replicó Lucerys, sintiendo que sus palabras resonaban con más fuerza de lo que esperaba—. ¿Te gustaría ser el último de tu familia?
Aegon lo pensó un momento.
—Podría vivir con eso.
—¿En serio? —preguntó Lucerys, arqueando una ceja, intentando no mostrar su sorpresa. La actitud despreocupada de Aegon siempre le había parecido extraña, pero en ese momento le daba un ligero escalofrío.
—Claro —respondió Aegon, encogiéndose de hombros—. ¿Quién no querría un poco de acción eterna? Imagínate la cantidad de fiestas a las que podría ir. ¡La diversión nunca se acabaría!
El señor D me miró, divertido, con una chispa maliciosa en los ojos.
—En un caso muy, muy hipotético —dijo con una burla evidente—, si fueras un dios, ¿qué te parecería que te llamaran un mito, una vieja historia para explicar algo tan mundano como un rayo? —Sonrió con descaro y añadió—: ¿Y si te dijera, Perseus Jackson, que algún día serás considerado un simple mito, una fábula inventada para ayudar a los niños a superar la muerte de sus madres?
—Eso esta muy fuera de lugar — exclamo furiosa, viendo a su hijo como parecía dolido por esas palabras.
Sus palabras me golpearon como un balazo. La idea de ser reducida a una historia, una moraleja para consolar a otros me revolvió el estómago. Pero más allá de la burla en su tono, había algo inquietante en lo que dijo. ¿Es eso lo que les pasa a todos, incluso a los dioses? ¿Ser olvidado, convertido en una historia, un eco de lo que alguna vez fuiste?
—A todos nos pasará, muchacho —dijo Corlys, con un tono reflexivo y comprensivo—. Al final del día, solo somos personas.
Se quedo callado, sin saber cómo responder.
Pensó en Aegon, su hermanito. Aegon nunca olvidó a Muña, y los años que vivió sin ella fueron un tormento constante. "El rey roto" lo habían llamado. Pero ¿qué hubiera pasado si Aegon hubiera sido inmortal? "El dios roto". El solo pensarlo le dio un vuelco al corazón. El dolor de perder a alguien para siempre, un dolor que no cesa, eternamente grabado en el alma.
Daemon se levantó y señaló a Lucerys con un dedo acusador.
—Tú sabes algo —dijo Daemon, frunciendo el ceño—, ¿no es así?
Lucerys parecía que quería decir algo, pero el cuervo bajo del techo para graznar con histeria y volar alrededor de todos.
—Yo no sé nada —respondió Lucerys, encorvándose, mentía.
—Mientes —dijo Daemon, con una mirada intensa que podría hacer temblar a cualquiera—. Mientes con descaro. Al inicio, te vimos en esta sala con la reina Rhaenys y ese tal Brinden...
—Brynden —corrigió Lucerys, aunque su voz sonó más como un intento de defensa que de corrección.
—Como sea —exclamó Daemon, desestimando la corrección con un gesto de la mano—. Después dijiste "se habían considerado" ... eso es sospechoso. Pero ahora hablas de Aegon como rey, cuando sabes que Aegon es el tercero en la línea del trono. Eso significa que Jace y Joffrey ya no deben estar. Luego mencionas a tu madre, que Aegon nunca la olvidó y que fue tormento. Así que dime, niño, ¿sabes lo que pasó?
Lucerys tragó saliva, parecía como si las palabras se atoraban en su garganta.
—Lucerys —dijo Jace, su voz seria y directa—. ¿Tú sabes algo?
—No —respondió Lucerys, su voz sonando baja, pero llena de arrepentimiento.
—Lucerys, —insistió Jace—, si tienes algo que decir, ahora es el momento.
—¡Ya basta! —dijo Balerion, interrumpiendo la tensión que se había acumulado en el aire—. Yo le dije que no contara nada.
—¿Usted? —cuestionó Daemon, su mirada aguda centrada en el anciano. La incredulidad estaba pintada en su rostro.
Balerion, con su porte majestuoso, se mantuvo firme, pero su tono era más calmado.
—Lo hice para protegerlo, Daemon. Lucerys, cuando quedó inconsciente por el minotauro... entró a un lugar donde no debía.
—Como siempre —intervino Clarisse, con una sonrisa sarcástica.
—Ahora no es un buen momento, Clarisse —dijo Luke, levantando la mano en señal de advertencia.
—¿En dónde entró mi hijo? —preguntó Daemon, con una mezcla de preocupación y curiosidad en su voz.
—En los recuerdos de la Dinastía Targaryen, desde que eran simples granjeros hasta el final de esta —respondió Balerion, con un tono grave.
—¿Quiere decir que Lucerys... —dijo Daeron, asombrado—. ¿Vio toda la historia de la familia?
—De inicio a fin —afirmó Lucerys, sintiéndose expuesto bajo las miradas atónitas de los presentes.
—¿Qué viste, Lucerys? ¿Qué es lo que te mostraron esos recuerdos? - cuestiono Daemon.
Joffrey, que todavía estaba al lado de Lucerys, parecía un poco asustado ante la repentina explosión de emociones de su hermano. Esa expresión de temor fue el detonante que Lucerys necesitaba, y sin previo aviso, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, mientras abrazaba a un incómodo Joffrey con fuerza.
—¡Es horrible! —chilló Lucerys, su voz temblando por el peso de las revelaciones que había presenciado—. ¡Horrible!
Todos se quedaron estáticos, Jace fue el primero en acercarse y arodillarse antes Lucerys.
—Lucerys, ¡calma! —intento decir, aunque su voz apenas era un susurro—. No tienes que... no tienes que sentirte así.
Lucerys negó la cabeza, sintiendo que las palabras se le atascaban en la garganta. Sin embargo, Jace, siempre el más comprensivo, lo abrazó con fuerza. Lucerys se aferró más a él, como si el abrazo pudiera protegerlo de la verdad que lo abrumaba.
Daemon estaba quieto, un poco impactado por la situación. Era la primera vez que hacía llorar a Lucerys, y la sensación de culpabilidad comenzaba a asentarse en su pecho.
—Mejor terminemos esto más tarde —dijo a su esposo, intentando suavizar el ambiente.
Luke, observando la escena, se acercó con una mirada comprensiva.
—Creo que sería mejor llevarlo afuera para que tome aire —les aconsejó—. Necesita aire... mucho aire.
Jace asintió rápidamente, reconociendo que su hermano realmente necesitaba un respiro.
—Vamos, Lucerys. Te llevaré afuera.
Lucerys se levantó, acompañado por Joffrey, mientras ambos caminaban hacia la salida. Aegon y Viserys, intrigados por la repentina salida de sus hermanos, también se levantaron y decidieron seguirlos. La curiosidad los movía, y a pesar de que los llamo, los niños ignoraron las advertencias y continuaron su camino, sin mirar atrás.
El cuervo, los siguió volando bajo, graznando suavemente como si quisiera ser parte de la pequeña comitiva.
Daemon se sentó en el sillón, dejando escapar un suspiro que parecía llevar el peso del mundo. Su mirada se dirigió al suelo, como si buscara respuestas entre la desgastada.
—Perdón —dijo con un tono de voz que no solía usar, uno que reflejaba vulnerabilidad y arrepentimiento. —No debería haberlo presionado así.
—Tendrás que hablar con él más tarde —le dijo Clarisse con un tono suave pero firme—, pero ahora déjalo respirar un poco.
Daemon asintió, sabiendo que tenía razón.
No, mejor no debía pensar en eso.
—No me gustaría —murmuró, sintiendo el peso de la tristeza aplastarlo aún más.
—Entonces yo tengo mala suerte —confesó el señor D, con una mueca amarga—. Ya es bastante malo estar confinado en este triste empleo, ¡y encima tengo que trabajar con chicos que ni siquiera nos respetan!
—¡Sí respetamos al señor D! —exclamó Pipper con un suspiro, cruzando los brazos—, pero es muy desesperante.
Clarisse se río, asintiendo con la cabeza.
—Es como un abuelo gruñón que no puede dejar de dar órdenes.
—O como ese maestro que siempre tiene una historia aburrida que contar —agregó Luke, poniendo los ojos en blanco.
Quirón lo miró y le guiñó un ojo. Eso le hizo darle una pequeña sonrisa.
—El señor D ofendió a su padre hace algún tiempo. Se encaprichó con una niña del bosque que había sido declarada de acceso prohibido.
—Sí —reconoció el señor D con fastidio—. A Padre le encanta castigarme. La primera vez, prohibición. ¡Horrible! ¡Diez años absolutamente espantosos! Y la segunda vez... bueno, la chica era una preciosidad, no pude resistirme. Así que me envió aquí, a la Colina Mestiza. Un campamento de verano para mocosos como tú. «Será una mejor influencia. Trabajarás con jóvenes en lugar de despedazarlos», me dijo. ¡Ja! Es totalmente injusto.
—Si la chica es linda, no entiendo por qué lo castigaron, yo también lo haría —comentó Aegon con una sonrisa despreocupada.
Todos lo miraron con asco, sus expresiones reflejando la indignación.
—Pareces un delincuente sexual en potencia— exclamo con asco Pipper— oh ya eres un delincuente.
—Eres un egocéntrico —lo interrumpió Baela, cruzando los brazos—. No deberías pensar que el aspecto de alguien justifica que lo traten como un objeto.
Aegon rio.
—Prima, para eso los Dioses crearon a las mujeres—exclamo Aegon— fue para complacer a los hombres.
Los amigos de su hijo soltaron exclamaciones de asco.
—Ojalá Artemisa estuviera aquí —dijo Thalía, mirando con furia a Aegon—, así te convertiría en el cerdo que eres.
Criston se irguió más firme, como si la autoridad le recorriera la espina dorsal.
—Debe tener cuidado con lo que dice, chica —dijo con voz grave y autoritaria—. Está ante el rey.
Thalía soltó una carcajada seca.
—Me importa una mierda quién sea ese tipejo —escupió Thalía—. Solo es un cerdo disfrazado de hombre.
—Podría cortarle la lengua por ofender al rey —continuó Criston, con furia contenida.
—Y yo podría convertirlo en pollo quemado con mis rayos —respondió Thalía, mientras movía los dedos y pequeños destellos eléctricos surgían entre ellos—. ¿Quieres intentarlo?
Criston no se movió. Entonces Thalía apago sus dedos con rayos, pero con una mirada amenazante.
El señor D parecía ahora un niño enfurruñado, como si estuviera haciendo un berrinche.
—Está hablando de Zeus— el señor D lo miró con una expresión que parecía decir "que le pasa a este chico".
—Percy no le tiene miedo a la muerte —dijo Jason, con una sonrisa de satisfacción.
—La muerte le teme a Percy —exclamó Thalía, con orgullo, alzando la cabeza.
Todos los vieron con curiosidad, estaban tratando de comprender si hablaban en serio o si solo era una broma entre amigos... pero parecían que decían la verdad y le entro un escalofrió.
—Chico, en serio —le advirtió, dejando entrever su enojo—, no me sorprendería que un día de estos te cayera un rayo solo por andar diciendo el nombre de mi padre a todo volumen.
—El día que a Percy le caiga un rayo —dijo Nico con una sonrisa maliciosa— ese rayo morirá al instante.
Thalía soltó una pequeña risa y todos asintieron con complicidad.
—Hablan de mi nieto como si fuera un ser inmortal —dijo Corlys, observando a los jóvenes con interés.
—Tal vez ustedes lo ven como un niño —respondió Hazel, con un tono más solemne—, pero para nosotros, es completamente diferente. Percy es el mayor héroe de nuestra generación, quizá incluso de la historia.
Una chispa de orgullo iluminó los ojos de Corlys, pero se quedó en silencio, procesando esas palabras.
Volvió a sentir un escalofrío recorrerle la espalda, como si pudiera escuchar el regreso lejano de un trueno. La advertencia del dios le parecía más una broma de mal gusto que una amenaza seria, pero el tono de voz del señor D lo hizo dudar. La última cosa que quería era convertirse en el próximo objetivo de la ira divina.
El señor D volvió su vista a las cartas pero había esa mirada violeta que estaba muy molesto.
—Me parece que he ganado —anunció el señor D con satisfacción.
—Un momento, señor D —intervino Quirón, mostrando una escalera y contando los puntos—. El juego es para mí.
Quirón tiro las cartas a la mesa en donde se veía claramente que había ganado el juego.
Pensó por un segundo que el señor D iba a pulverizar a Quirón, liberándolo de esa silla de ruedas, pero se limitó a soltar un resoplido de frustración, como si ya estuviera acostumbrado a que el profesor de latín le ganara en las cartas.
—El señor D siempre pierde a las cartas con Quirón —exclamó Grover, aunque su mirada seguía preocupada, fija en la puerta.
—Me sorprende que todavía no haya pulverizado al lisiado —comentó Aemon con desdén, sin medir sus palabras.
—Quieres que yo lo haga contigo niño— dijo Thalía con furia pero Aemond la ignoro.
Se levantó pesadamente, y Grover, quien parecía haber encogido aún más, lo imitó con una mezcla de temor y resignación.
—Estoy agotado —dijo el señor D, bostezando como un niño malhumorado—. Creo que voy a echarme una siestecita antes de la fiesta de esta noche. Pero antes, Grover, tendremos que hablar.
—S-sí, señor —murmuró, claramente aterrorizado.
—Pobre Grover —dijo Will con una sonrisa compasiva.
Grover suspiró, pero no dejó de observar la puerta, aún con la preocupación evidente en sus ojos.
El señor D se volvió hacia mí con una mirada indiferente.
—Cabaña una vez, Percy Jackson. Por los dioses del Olimpo, no me hagas repetirlo.
—Esos modales son muy descorteses —comentó Alicent, levantando una ceja con desdén— para ser un dios.
—Vamos, Alicent —dijo uno de los gemelos no gemelos con una sonrisa traviesa—, ¿acaso no sabes que los dioses son conocidos por su arrogancia?
Alicent vio con furia a los chicos, sintiendo cómo la irritación burbujeaba en su interior.
—Es, reina Alicent —corrigió con firmeza, intentando mantener la compostura.
—Alicent está mejor —replicó el otro gemelo, con un tono que desbordaba picardía.
Alicent se puso roja de la ira, y sus ojos brillaban con desafío, antes de que los chicos se rieran de ella, disfrutando de la reacción que habían provocado.
Y con eso, desapareció en la casa principal, seguido de un Grover que parecía cargar el peso del mundo en los hombros.
—¿Crees que Grover estará bien? —le preguntó a Quirón, con preocupación en la voz.
—Es lindo que se preocupe por su amigo —dijo su padre—. No muchos amigos se llegan a preocupar así por uno.
Espera se estaba refiriendo a Otto Hightower.
Quirón avanzaba lentamente, aunque pude notar que también estaba preocupado.
—El señor D no está loco de verdad. Simplemente odia este trabajo. Lo han... castigado, como tú dirías, y no soporta tener que pasar otro siglo más aquí antes de poder regresar al Olimpo.
—El monte Olimpo... —dije, tratando de digerir todo—. ¿Me estás diciendo que realmente existe un palacio allá arriba, en Grecia?
Quirón sonreía con amabilidad, como lo hacía en las clases de latín cuando daba una respuesta correcta.
—Bueno, está el monte Olimpo en Grecia, claro, pero el verdadero Olimpo, el hogar de los dioses, se mueve, igual que ellos. Antes estaba en Grecia, luego en Roma, y ahora... —se detuvo para darme tiempo de procesarlo—. Ahora, Percy, el Olimpo está en Estados Unidos.
Lo pensó por un momento, tratando de similar la idea.
—Los dioses griegos? ¿Aquí? ¿En... Estados Unidos?
Quirón me dio una palmadita en el hombro, como si estuviera explicando algo evidente.
—Pero también, a veces es un poco lento —exclamó Nico, ya cansado de la conversación.
—Oye, no es culpa de Percy si a veces necesita un poco más de tiempo para procesar las cosas. Todos tenemos nuestro propio ritmo, ¿verdad? —defendió Luke, cruzando los brazos.
—Claro, pero hay momentos en los que una reacción rápida sería útil —respondió Nico, rodando los ojos.
—¿Y qué hay de ti, Nico? —preguntó Thalía, levantando una ceja. —¿Acaso no eres el rey del drama? No te quejes si tú también necesitas tu tiempo para hacer un comentario sarcástico.
Nico se encogió de hombros, intentando parecer indiferente.
—Mis comentarios son siempre brillantes y bien pensados —dijo, tratando de mantener su aire de misterio, aunque una pequeña sonrisa se asomaba en sus labios.
Todos los amigos de su hijo giraron los ojos con molestia.
—Así es. Los dioses se mueven con el corazón de Occidente, donde brilla la llama con más fuerza.
—¿La llama...?
—Sí, la llama del poder y la civilización. Los dioses siempre han seguido la civilización más poderosa. Pasaron de Grecia a Roma, luego a Europa, y finalmente a Estados Unidos. Es por lo que el Olimpo está aquí ahora. Los símbolos están por todas partes, Percy. Mira el águila de Zeus en tus emblemas, las fachadas griegas de los edificios gubernamentales en Washington... Los dioses no han desaparecido, simplemente se han adaptado.
Su mente divagó, pensando en Valyria. ¿Qué habría pasado si los dioses hubieran abandonado esa tierra? ¿Fue su ausencia lo que trajo la maldición y la destrucción a los dragones ya su gente?
—¿Me estás queriendo decir que Valyria fue destruida porque los dioses se fueron? —preguntó Daeron, su voz llena de incredulidad. Todos se volvieron a mirar a Balerion, quien parecía haber lanzado una afirmación más impactante de lo que se esperaba.
Balerion se encogió de hombros, su expresión tan imperturbable como siempre.
—Es una posibilidad —respondió con calma, como si estuviera hablando del clima y no de la caída de una civilización entera.
—Bueno —dijo finalmente, sacudiendo esas ideas—, creo que necesito descansar. Me dijeron que había una literata esperándome, y esto es demasiada información para un cerebro pequeño como el mío.
—A veces me pregunto si hay un cerebro ahí adentro o solo hay un pez dando vueltas —dijo Clarisse, con una expresión de exasperación en su rostro. Acompañó su comentario con un gesto que simulaba abrir la cabeza de su hijo para ver si había algo que valiera la pena encontrar.
—Mi hermano no es tan tonto —defendió Rhaena, entrelazando sus dedos con una determinación que no podía ocultar. A pesar de la crítica de Clarisse, estaba decidida a proteger a Lucerys.
—¿Ah, sí? —replicó Clarisse, arqueando una ceja con escepticismo—. La semana pasada jugamos a un juego en el que le preguntaron por un animal y dijo "limón".
Rhaena se quedó callada, mirando a Baela con una mezcla de incredulidad y confusión.
—Bueno, quizás no fue su mejor momento —admitió Baela, tratando de encontrar una excusa.
Quirón soltó una carcajada y se dispuso a levantarse de su silla de ruedas, pero sabía que era imposible. Estaba paralizado de cintura para abajo... o al menos eso pensaba. Sin embargo, algo extraño ocurrió.
Con un movimiento suave, se deslizó fuera de la silla, y vio cómo la manta que cubría sus piernas caía al suelo. Lo que pensé que eran piernas paralizadas resultaron ser las patas delanteras de un caballo, y la silla no era más que un contenedor mágico. Lo que emergió ante mí no era el profesor de latín que conocía, sino un centauro. Un hermoso semental blanco que ahora se alzaba mucho más alto que cualquier hombre.
—¡Por los Dioses! —exclamó Aegon, con horror, sus ojos desorbitados ante la revelación.
Todos en la habitación se quedaron en silencio, mirándolo, expectantes. Aegon sacudió la cabeza, como si intentara despejarse de una pesadilla.
—¡Qué alivio! —exclamó Quirón, estirando sus patas—. Llevaba tanto tiempo ahí dentro que se me habían dormido las pezuñas.
Todavía en shock, lo miré con los ojos muy abiertos mientras sacaba las patas traseras y se estiraba completamente, quedando al descubierto como un enorme centauro.
—Vamos, Percy Jackson —dijo con una sonrisa—. Es hora de conocer a los demás campistas.
Notes:
Tristmente nuestro Lucerys no pudo aguntar la tensión y ya que Daemon nunca le había gritado tambien fue un desencadenate... no se preocupen ambos estaran bien en el proximo episodio.
Tambien como notaron tengo más libros, que se que les encantaran, por si quieren más de Lucerys o de Percy pueden leerlos.
Chapter 11: Mi deber es protegerlos
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Entendió su papel en el mundo desde que era muy pequeño: un segundo hijo destinado a ser el reemplazo de Viserys, una sombra silenciosa que debía protegerlo. La vida le había enseñado lecciones crueles desde el principio. Su madre se fue, dejando un vacío que nunca se llenaría del todo. Luego fue Aegon, cuyo adiós resonó en su corazón como un eco interminable. Esos golpes lo soportaron, pero no de manera irremediable. La pérdida de su tío Aemon fue otro gran golpe, fracturando aún más su ya frágil familia. Sin embargo, en medio de esa desolación, llegó Aemma desde la cima de es montaña solitaria en medio de la nada, como un rayo de luz en la penumbra. Por un instante, todo pareció mejorar, como si la esperanza pudiera renacer entre las sombras.
Entonces Aemma sangró, y Viserys, en un momento de más estupidez, no pudo esperar más; dejó a Aemma embarazada. Ese primer bebé se grabó en su memoria como una herida imborrable. No llegó a término, y con solo 13 años, Aemma sufrió su primer aborto, un dolor que resonó en su corazón como un eco desgarrador. Mientras tanto, Gael y su padre estuvieron al lado de Aemma durante todo el proceso, ofreciendo consuelo y compañía en su momento más oscuro. Él, en cambio, permaneció junto a Viserys, quien se sumía en un ciclo de bebida y negación, incapaz de enfrentar la realidad de su dolor y la tragedia que los envolvía.
Viserys ni siquiera se dignó a acompañar a Aemma en su duelo; se recluyó en su cuarto, ahogándose en la bebida, como si el alcohol pudiera borrar la culpa que lo consumía. Aemma, sin embargo, decidió nombrar al niño Maexon, aferrándose a la esperanza de que, al hacerlo, no dejara a su primer hijo sin un nombre, una identidad en un mundo que parecía haber olvidado su existencia.
Fue su padre quien, lleno de furia, la sacó de su aislamiento, insistiendo en que Viserys debía hacerle compañía en sus momentos de soledad ahora que comenzaba a sanar. Pero esa noche, la situación dio un giro trágico; Viserys, ciego por su deseo y su desdén por las advertencias de los demás, volvió a tener relaciones con Aemma, dejándola embarazada una vez más.
A pesar de que muchos le habían aconsejado que esperara unos años para que Aemma pudiera madurar y recuperarse adecuadamente, él ignoró sus palabras. Varias lunas después de perder a Maexon, Viserys volvió a dejarla en la misma incertidumbre, arrastrándola a un ciclo de esperanza y desilusión que la marcaría para siempre.
La llegada de Maekar al mundo fue como un rayo de luz en medio de la tormenta que había envuelto a Aemma y su familia. Nació robusta y saludable, y aunque le hizo un desgarro a su madre, Aemma se recuperó rápidamente, impulsada por la alegría renovada que su hijo trajo consigo. La felicidad se desbordaba, y su abuelo, el rey, celebró la ocasión con una cena opulenta en honor a Aemma y su nuevo bebé.
Lord Rodrik Arryn, encantado con el pequeño, no podía dejar de sostener a Maekar, como si temiera que se desvaneciera. La noche fue una de risas, brindis y sueños renovados, un momento en que la familia pudo dejar de lado sus penas y simplemente disfrutar del presente.
Pero el amanecer trajo consigo una sombra inesperada. Se enteró de que debía casarse con su “perra de bronce”, una decisión que la llenó de desolación. Esa noticia, tan abrupta y cruel, amenazaba con romper la frágil felicidad que habían encontrado. Los preparativos para la boda se organizaron con una rapidez que dejaba sin aliento, todo listo en menos de un mes. Consciente de la carga que este nuevo compromiso significaba, intentó con todas sus fuerzas evadir la inevitable unión. Pero su abuela, firme y decidida, la arrastró hasta el septo, despojándolo de cualquier posibilidad de resistencia.
Tuvo que trasladarse a RuneStone, un lugar desolado que le resultaba insoportable, pero allí estaba con Caraxes, el único ser que le brindara un atisbo de alegría en medio de aquella tristeza. Los idiotas de los clanes de la montaña le molestaban, y no podía evitar pensar en la dulce satisfacción de quemar un poco a esos tontos. Pero la verdadera tragedia llegó cuando Maekar murió con solo cinco lunas. Fue a ese funeral donde, por fin, vio su oportunidad de escapar.
Después de rendir homenaje a su sobrino, se marchó hacia Essos, un lugar que superaba cualquier maravilla que pudiera haber imaginado en Westeros. Las calles estaban llenas de vida, mujeres hermosas, los colores eran más vibrantes y la libertad flotaba en el aire como un perfume exótico. Las cartas de sus abuelos y su padre no tardaron en llegar, instándole a regresar junto a su esposa, pero él haría apostado a Caraxes que ella estaba mucho más feliz sin él allí.
Pero volvió a Westeros cuando su hermano le avisó que Aemma estaba otra vez embarazada. El mensaje llegó como un rayo en medio de su libertad, cortando la brisa fresca de Essos. Con un corazón reticente pero lleno de anhelo, se apresuró a regresar, decidido a conocer al nuevo hijo de su hermano, debía conocer a...
—Daemon—una voz lo sacó de sus pensamientos y unas suaves manos lo tomaron de la muñeca.
—Rhaenyra—respondió, alzando la vista para encontrar la mirada de su esposa, llena de luz.
—Balerion dice que seguiremos mañana—comentó, girándose para ver el trono de hierro, que ahora se alzaba vacío, como si un Dios hubiera abandonado su asiento tras un largo día de decisiones pesadas.
Volvió a ver a su hermosa esposa.
—Les iré a mostrar el castillo a nuestros invitados junto a Rhaena y Baela—continuó, su voz llena de entusiasmo—. ¿Quieres acompañarnos?
Daemon se sintió atraído por la alegría que emanaba Rhaenyra, como un faro en la oscuridad de sus pensamientos. La idea de explorar su hogar junto a ella y sus hijas era tentadora, una oportunidad para dejar atrás los recuerdos pesados y sumergirse en el presente.
—Me gustaría, pero debo disculparme con Lucerys por haberle gritado—dijo, su expresión tornándose más seria.
Rhaenyra lo entendió de inmediato. Sabía que él nunca había alzado la voz ante los niños. Había sido estricto, sí, y se había molestado por algunas travesuras, pero gritarles eso era algo completamente diferente.
—Está bien, amor—respondió Rhaenyra suavemente, sintiendo un destello de orgullo por su esposo. Su deseo de corregir sus errores reflejaba su amor y cuidado por la familia que habían construido juntos. —Tómate tu tiempo. Yo les mostraré el castillo y, cuando estés listo, nos reuniremos.
Asintió, agradecido por su comprensión. Se despidió de Rhaenyra con un suave beso en la frente, un gesto de ternura que ella correspondió con una sonrisa. Luego, se dio la vuelta y partió en busca de sus hijos, esperando que no hubieran ido al otro lado del castillo, donde el viento frío azotaba las ventanas y los pasillos eran interminables.
Mientras caminaba, su mente estaba en Lucerys. No era común que perdiera el control de esa manera, y mucho menos con él. Había sido una tontería, pero el remordimiento lo carcomía. Sus pasos resonaban por las piedras del castillo, cada uno más pesado que el anterior, pero no se detuvo. Sabía que lo encontraría, y esta vez, haría las paces.
Ojalá los niños no se hubieran alejado demasiado.
Los encontraron en el bosque de los Dioses, sentados en las raíces del viejo arciano, Jacaerys tenia a Viserys en brazos, Joffrey estaba en medio y Lucerys tenia a Aegon sobre su regazo. Hablaban susurrando, bueno solo Lucerys hablaba no sabía de que hablaba pero Jacaerys parecía muy intranquilo.
Lucerys hablaba en voz baja, su suave tono llenando el aire, aunque no alcanzaba a entender de qué. Aegon, relajado, parecía escuchar con los ojos entrecerrados, pero Jacaerys no podía ocultar su nerviosismo.
Se acercó despacio, sin hacer mucho ruido, respetando la atmósfera que sus hijos habían creado, dispuesto a pedir perdón por lo que había sucedido.
Lucerys fue el primero en notar que se acercaba. Algo en la mirada de su hijo siempre lo sorprendía, pero esta vez fue diferente: los ojos de Lucerys, que solían reflejar las nubes grises del cielo que había obtenido de Aemma, ahora brillaban con un profundo verde mar. A pesar de ese cambio, la sonrisa de Lucerys seguía siendo la misma de siempre, suave y llena de afecto.
—Kepus—dijo al unísono los tres más pequeños, sus voces un eco dulce en el tranquilo bosque.
Joffrey y Aegon sonreían, inocentes, mientras se acomodaban más cerca. Pero Jacaerys, el alcalde, guardaba silencio. No había reproche directo en su mirada, pero su cuerpo tenso y su rostro grave revelaban la incomodidad que sentía.
—Terminaremos más tarde— dijo Lucerys suavemente, su mirada llena de comprensión mientras se dirigía a sus hermanos más pequeños.
Aegon y Joffrey hicieron pucheros, pero obedecieron, levantándose con reticencia.
Jacaerys, en cambio, permaneció sentada, con la mandíbula tensa.
—Daemon, no se puede más tarde—insistió con una seriedad que no solía tener a su corta edad.
Lucerys lo miró con la misma serenidad que tanto lo caracterizaba.
—Déjalo, Jace—dijo, como si entendiera la urgencia de su hermano, pero sabiendo que no era el momento—. Más tarde hablaremos.
—Quiero hablar a solas con Lucerys— dijo con su voz firme pero sin perder la calma.
—Y yo quiero seguir hablando con mi hermano— replicó Jacaerys, su tono autoritario y decidido, como si no estuviera dispuesto a ceder.
Se sintió ligeramente frustrado, comprendiendo la lealtad de Jacaerys hacia su hermano menor. Lucerys siempre era el pacificador, los miraban a ambos con esa calma que parecía mantener la situación en equilibrio.
—Jace...—dijo Lucerys suavemente, intentando suavizar la tensión, "hablaremos luego. Solo será un momento".
Observa cómo Jacaerys se alejaba, claramente no del todo conforme, pero respetando la decisión de su hermano menor. A lo lejos, Jacaerys seguía mirando de reojo, como si aún esperara que Lucerys cambiara de parecer, pero Lucerys no lo hizo. En lugar de eso, le hizo un gesto a su padre, invitándolo a sentarse junto a él bajo el viejo arciano.
Daemon aceptó la invitación, con pasos lentos y medidos, sintiendo el peso de la culpa por haber levantado la voz contra Lucerys. Se sentó al lado de su hijo, el ambiente entre ellos cargado de silencios que parecía decir más que las palabras.
—Lo siento— dijo Daemon finalmente, su voz baja pero clara, rompiendo el aire denso entre ellos—. No debí haberte gritado.
Lucerys se acomodó mejor entre las raíces del árbol y dirigió su mirada hacia la popa. Él también lo hizo y se percató de que un cuervo lo observaba fijamente. Al verlo, un escalofrío le recorrió la espalda. Ese cuervo no era como los demás... tenía tres ojos.
— ¿Quieres saber cómo será? —dijo una voz, profunda y susurrante.
—Saber qué? —preguntó, sintiendo el peso de lo desconocido.
—Nuestro final.
Sintió un nudo formarse en su garganta al escuchar esas palabras de Lucerys. La familiar calidez de su hijo había desaparecido, reemplazada por una frialdad inquietante. Los ojos del cuervo de tres ojos parecían perforarlo desde las sombras, pero era la transformación en Lucerys lo que más lo inquietaba.
—¿Nuestro final?— preguntó con seriedad.
Lucerys lo miró, pero ya no era la mirada del niño dulce al que había protegido toda su vida. Había algo más profundo, más antiguo y oscuro en esos ojos.
—Será feo —dijo en un susurro, como si las palabras le pesaran en los labios.
—Mucho —le respondió su hijo, con una voz que sonaba extrañamente calmada, casi resignada, el sabía lo que estaba por venir.
Lucerys lo miró, buscando en sus ojos una chispa de esperanza, algo que contradijera lo que ambos sabían. Pero no encontré nada, solo la fría certeza de un destino ineludible.
—Dilo —insistió a su hijo, con una gravedad que lo hacía parecer mayor de lo que realmente era.
Apretó los puños cuando Lucerys comenzó a hablar, su voz baja pero firme, describiendo cada momento con una precisión que parecía imposible. Los detalles que su hijo compartía eran horribles, dolorosos, ya medida que las palabras fluían, podía sentir el peso de lo inevitable.
Cuando Lucerys terminó de hablar, se levantó de las raíces del arciano, aturdido. Estaba impactado por la claridad de lo que acababa de escuchar, un frío que le recorría la espalda. Tenía que hacer algo. No podía permitir que su familia terminara así, no podía dejar que todo lo que amaba se desvaneciera en el caos. Su deber era protegerlo, protegerlos a todos.
—Lo hiciste —dijo su hijo, mientras también se ponía de pie y se acercaba. Su mirada, antes llena de incertidumbre, volvía a ser la misma de siempre, la que había llegado a conocer tan bien.
—¿Qué quieres decir?
—Nos protegiste hasta el final —respondió el hijo, su voz ahora más segura, resonando con una fuerza que lo sorprenderá.
—¿Tú estuviste allí? —preguntó a su hijo, y una sonrisa triste se dibujó en su rostro.
—Tú saliste del ojo de los dioses —respondió Lucerys, había una mezcla de nostalgia y dolor en su forma de hablar—. Pero estabas tan confundido por la caída que te perdiste en la isla de los Rostros. Yo estuve allí contigo, cada paso del camino, hasta que diste tu último aliento, sentado en un viejo arciano... los Hombres verdes encontraron tu cuerpo y te dieron una digna sepultura.
Apretó el mango de su espada con fuerza, sintiendo el frío del metal contra su piel. La idea de luchar a muerte contra su sobrino tuerto lo invadía de una mezcla de confusión y enojo. ¡Dioses!, ni siquiera sabía qué pensar. La lealtad y el amor por su familia chocaban con el peso de una decisión que podía cambiarlo todo.
Miró a Lucerys, buscando respuestas en sus ojos, pero encontró un reflejo de su propio tormento. Sin poder contenerse más, levantó las manos y lo abrazó con fuerza, como si en ese gesto pudiera protegerlo de lo que estaba por venir.
—Lo siento —le dijo, la voz ahogada por la emoción—. Lo siento por lo que viste.
Lucerys lo sostuvo con firmeza, su mirada fija en su rostro, como si tratara de transmitirle una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.
—Aún hay tiempo —dijo Lucerys, sintiendo una renovada determinación fluir a través de él—. Podemos encontrar la manera de cambiar el destino.
Las palabras de su hijo resonaron en su mente como un eco, y aunque la incertidumbre lo envolvía, había algo en su fe inquebrantable que lo animaba. Juntos, podrían enfrentar cualquier desafío, incluso el enfrentamiento más doloroso.
—Pero, ¿cómo? —preguntó, su voz temblando levemente—. ¿Cómo podemos luchar contra lo que está escrito?
—A veces, los destinos se forjan en el fuego de la voluntad —respondió Lucerys, separándose un poco para mirar a su padre a los ojos—. No somos prisioneros de nuestro futuro. Podemos elegir cómo actuar, cómo enfrentar lo que se nos viene.
El corazón comenzó a latir con más fuerza. Quizás, solo quizás, había una salida. Un camino que no conducía al final que temían. Y mientras el viento soplaba a su alrededor, sintió que el futuro aún estaba en sus manos, y que juntos, podrían desafiarlo.
—Entonces lucharemos juntos —dijo, su voz ahora más firme—. No solo por nosotros, sino por todos aquellos a quienes amamos.
—Por eso estamos aquí —dijo su hijo, su voz firme y resonante—, para cambiar ese futuro.
Sus palabras resonaron por el aire, un recordatorio de su propósito. Miró a su hijo, sintiendo que la carga de la incertidumbre comenzaba a aligerarse. Había una chispa de determinación en su mirada, una promesa de que no todo estaba perdido.
--*--*--*--*--*--*--
Conocía el castillo mejor que nadie. Cada puerta, cada pasillo y cada pasadizo secreto eran suyos, grabados en su memoria como el mapa de su propia piel. Sabía qué escaleras crujían bajo el peso de los pasos, qué ventanas se abrían al susurro del viento, y qué caminos tomar para moverse sin ser vista. Esa habilidad, perfeccionada a lo largo de los años, fue la que la llevó a la habitación de su esposo aquella noche, deslizándose por las sombras como un fantasma en su propio hogar.
Mientras avanzaba con sigilo, se topó con un pasillo secreto, uno que siempre había utilizado cuando quería observar sin ser notado. Era un pequeño corredor que se extendía detrás de las paredes, oculto a los ojos de quienes no conocían los secretos de la piedra. Desde allí, pude ver lo que sucedió en el bosque de los dioses, donde su sobrino se encontraba junto a los hijos de su hermana.
Lo que vio la dejó sin aliento.
Observó a su esposo, y junto a él, estaba Daemon. Su silueta era inconfundible incluso en la penumbra podría saber la silueta de Daemon, estaba inclinada sobre su esposo, rodeándolo con los brazos en un abrazo.
Su mente se nubló con preguntas. ¿Por qué estaba Daemon allí? ¿Qué significaba ese gesto? La sorpresa la mantuvo inmóvil, observando desde su escondite, mientras su corazón latía con fuerza en su pecho.
Entonces, lentamente, se separaron.
—Iré a buscar a tu madre— dijo Daemon, su voz era baja pero firme, rompiendo el silencio.
Lucerys asintió, aunque la respuesta tardó en llegar. Era como si algo lo retuviera en ese lugar, una mezcla de pensamientos y emociones que aún no lograba ordenar.
—Vienes? —preguntó Daemon, cargando la cabeza con una leve preocupación en su mirada.
—No... —respondió su esposo, después de una pausa—. Quiero quedarme un rato más. Necesito un poco más de aire fresco.
Daemon lo observaba por un momento más, pero al final termino asintiendo, sus ojos cargados de comprensión y cierta tristeza que no se reflejaba en sus gestos.
—Está bien —dijo suavemente—. Te esperaremos adentro.
Y con esa promesa silenciosa, se dio la vuelta y salió de la habitación, sus pasos apenas resonando por el césped del Bosque.
Su esposo esperaba pacientemente, observando cómo la figura de Daemon desaparecía por completo en la penumbra del pasillo. Sólo entonces, cuando ya no quedaba rastro de él, se giró lentamente hacia el arciano, sus ojos recorriendo las rojizas hojas que se mecían suavemente con la brisa.
—Sé que estás aquí —dijo su esposo, con un tono dulce, casi cálido, como si hablara a un viejo amigo—. Ya puedes salir, Brynden.
Por un instante, no hubo respuesta, solo el crujido de las hojas y el susurro del viento entre las ramas. Entonces, con un graznido arrepentido, el cuervo salió volando de las ramas más altas del arciano, sus negras plumas contrastando con el vibrante rojo del árbol. Dio tres vueltas alrededor del tronco, su vuelo elegante y calculado, como si marcara el final de algún antiguo ritual.
El cuervo desapareció detrás del árbol, y el silencio se hizo más profundo por un momento, como si el mismo aire contuviera la respiración. Entonces, de entre las sombras, donde antes solo había hojas y raíces, surgió una figura.
Allí estaba ese tal Brynden.
El hombre apareció como si hubiera surgido de las raíces del arciano, su presencia era imponente pero tranquila, envuelta en un aire de misterio. Su cabello platinado como el suyo caía sobre los hombros pero muy desordenados y mal cortados, su marca roja como la sangre era la silueta de un cuervo y sus ojos rojos eran profundos y astutos, parecían brillar con un conocimiento que excedía lo terrenal.
—Nunca esperé volver a verte —dijo Brynden, su voz suave, pero cargada de una sabiduría antigua que parecía haber sobrevivido a los siglos. Mientras hablaba, avanzaba lentamente hacia su esposo, sus pasos ligeros, casi como si flotara entre las sombras del arciano.
Los ojos de su esposo se encontraron con los de Brynden, y durante un largo momento, las palabras parecieron innecesarias. Había una historia no contada entre ellos, una mezcla de recuerdos y secretos hechos en el silencio del pasado.
—También estoy feliz de verte, Brynden —respondió su esposo con una leve sonrisa, aunque en su tono se podía percibir la mezcla de sorpresa y algo más profundo, como si aquella aparición trajera consigo emociones encontradas.
Brynden se detuvo a pocos pasos, mirándolo con una intensidad que no le gusto, sus ojos pareciendo ver más allá de la piel y el tiempo, como si intentara desentrañar todos los secretos que su esposo guardaba. La brisa movía suavemente las hojas rojas del arciano, el único sonido en medio de la tensión creciente que flotaba en el aire.
—Sabes que no vengo por placer —murmuró Brynden, su voz impregnada de una ligera molestia, que esta vez no pudo ocultar del todo—. Pero cuando todo por lo que trabajé se está deshaciendo, tengo que venir a verlo con mis propios ojos... Mi sorpresa es grande cuando veo que eres tú, Lucerys, intentando cambiar el futuro.
Lucerys lo miró con desafío. Sabía que las palabras de Brynden eran más que una simple advertencia. Pero Lucerys no cedería tan fácilmente
—Lo que está por venir no puede ser detenido —respondió Lucerys con una confianza renovada—. Volaremos incluso más alto que el propio sol, y no caeremos. No esta vez.
El rostro de Brynden se endureció, sus ojos oscurecidos por la furia contenida. Se acercó un paso más, su expresión ahora cargada de frustración, como si la obstinación de Lucerys fuera un espejo que le devolvía todas las veces que había fallado.
—Pero cuando caigan, será peor. —Las palabras de Brynden resonaron con fuerza, su tono cargado de rabia. Era como si en ese instante todo el control que usualmente mantenía se hubiera roto—. Mucho peor.
Lucerys frunció el ceño, su paciencia al borde. Algo en esas palabras lo hirió profundamente, y su corazón, lleno de frustración, estalló en palabras que hacía tiempo había querido decir.
—¿Peor que tu caída? —escupió Lucerys, la molestia reflejada en cada sílaba—. Un cuchillo, Brynden. Pusiste fin a nuestra dinastía por un cuchillo.
El rostro de Brynden se endureció aún más.
—No hables de lo que no comprendes, Lucerys. —Su voz era ahora baja, fría, pero con un filo que cortaba—. No estaba en mis manos cambiar lo que vino después, como no lo está en las tuyas ahora. El destino tiene una forma cruel de recordarnos nuestras limitaciones.
—No cuando tienes a un Dios a tu lado.
La incredulidad se dibujó en el rostro de Brynden, sus ojos abiertos por la sorpresa, su semblante endurecido al comprender la gravedad de lo que Lucerys acababa de decir.
—¿Balerion? —susurró, incrédulo, casi sin aliento. Se quedó mirando a Lucerys, tratando de asimilarlo—. ¡¿Qué hiciste, Lucerys?!
Lucerys, sin embargo, mantuvo la calma, aunque la mirada de Brynden parecía perforarlo.
—Yo no hice nada —dijo con un tono firme, pero sin rastro de arrepentimiento—. Fue Rhaenys.
El nombre de Rhaenys cayó como una piedra en un lago de silencio. Brynden dio un paso hacia atrás, el desconcierto pintado en su rostro. Rhaenys,la primera reencarnación de Lucerys,se había atrevido a desafiar las fuerzas que incluso los más poderosos temían.
—Rhaenys... —susurró Brynden, más para sí mismo que para Lucerys—. ¿Qué ha desatado?
—Ella vio lo que tú no querías ver —continuó Lucerys, su voz fría pero contenida—. El futuro que tú fallaste en proteger. La caída de nuestra dinastía, la sombra que tú dejaste crecer. No era suficiente observar y esperar. Ella decidió actuar.
Brynden, atrapado entre la comprensión y el miedo, se quedó inmóvil. Todo lo que había trabajado por preservar, todo lo que había intentado detener, ahora estaba en manos de otros.
—Volaremos juntos, y no caeremos —otra voz habló, suave pero firme, cargada de autoridad. Una voz femenina que resonó con la misma intensidad que el viento entre las hojas del arciano.
De las sombras detrás del gran árbol apareció una figura majestuosa. Era una mujer de impresionante belleza, con cabellos platinados que caían como una cascada de luz, su piel clara como la crema, y unos ojos morados que parecían brillar con un fuego interior. La Reina Rhaenys, había llegado.
—¡Rhaenys! —chilló Brynden, el asombro y el pánico dominando su rostro—. ¡¿Qué has hecho?!
La furia y el miedo vibraban en cada una de sus palabras. Para él, esta aparición no era solo inesperada, sino una abominación de todo lo que había intentado evitar. Rhaenys no era una simple reina; era una fuerza indomable, una voluntad que había roto las cadenas de la resignación y se había atrevido a desafiar lo inmutable.
Rhaenys lo miró con serenidad, su expresión calma y decidida, como si las palabras de Brynden fueran poco más que un eco lejano.
Brynden dio otro paso hacia atrás, como si el peso de las palabras de Rhaenys fuera demasiado para soportar. La incredulidad seguía dibujada en su rostro, sus pensamientos acelerados intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—¿A que precio? —exclamó, con la voz quebrada, incapaz de comprender la magnitud de lo que estaba sucediendo.
Rhaenys lo miró fijamente, su mirada llena de una calma sombría, pero cargada de propósito. No había espacio para el arrepentimiento en sus ojos, solo una fría determinación.
—Mi vida —respondió ella, sus palabras cayeron como una sentencia, dejando a Brynden en blanco. La respuesta lo paralizó.
La Reina Rhaenys estaba determinaba a salvar el futuro, ella estaba dispuesta a sacrificar, su propia existencia por el futuro.
Vio a Brynden temblar, como si le hubieran puesto nieve en la parte trasera de la camisa. Su mirada de desció hacia Lucerys. Buscando respuestas, pero lo único que encontró fue la misma convicción en su rostro que había visto en los ojos de Rhaenys.
—Sin tu primera vida, tendrás que reencarnar otra vez— dijo Brynden, casi con desesperación, parecía querer encontrar una grieta en esa locura que estaba ocurriendo a sus ojos—. No puedes romper las reglas del tiempo y la vida sin consecuencias
—Te olvidaste de algo, Brynden —dijo Lucerys, su voz baja pero con una certeza implacable—. Ya fui Daenerys... mis tres vidas ya están completas.
Brynden abrió la boca para hablar, pero se quedó sin palabras, atrapado en su propia confusión y miedo.
—¿En serio creías que no dejaría al niño asegurado? —continuó Rhaenys, con una sonrisa fría, sus ojos morados brillando bajo la luz tenue del arciano—. Hice lo necesario para proteger nuestra sangre. Para asegurar nuestro linaje, incluso si eso significaba romper las reglas que tú te has pasado toda la vida intentando preservar.
Brynden, en ese instante, comprendió completamente la magnitud del sacrificio y la ruptura de las leyes naturales que Rhaenys había cometido. Su expresión cambió de incredulidad a algo más sombrío, algo resignado.
—No hay vuelta atrás por lo que hiciste —murmuró, su voz cargada de un pesar profundo.
Rhaenys negó con suavidad, sin apartar la mirada.
—Te has condenado, Rhaenys... —insistió Brynden, casi suplicante.
Ella, sin embargo, permaneció impasible, su mirada firme, impenetrable.
—Él salvó a mi familia, y eso es todo lo que me importa.
Las palabras finales de Rhaenys resuenan en el silencio del lugar como un juicio inapelable. Brynden exhaló un largo suspiro, uno que parecía haber estado acumulándose durante siglos, como si todo el peso del tiempo y el destino cayera sobre sus hombros de repente.
—¿En qué te puedo ayudar? —dijo finalmente, su tono cargado de una melancolía resignada, pero aún así dispuesto a prestar su fuerza.
Rhaenys esbozó una sonrisa, ligera y llena de una confianza peligrosa, justo antes de responder. Pero antes de que pudiera hablar, un grito rompió el aire, desgarrando la tensión de la conversación.
—¡PERCY! —se oyó la voz desesperada.
Giro de inmediato, sus ojos buscaban el origen del grito. En su movimiento rápido, perdió de vista tanto a Brynden como a Rhaenys. Luke corría hacia su esposo, su rostro iluminado por una sonrisa despreocupada, completamente ajeno a la gravedad de lo que había interrumpido.
—Luke...— murmuró SU esposo.
—Te he buscado por todas partes —respondió Luke, con la energía de un niño emocionado—. Debemos entrar, Balerion nos dijo que la cena se servirá pronto.
Con esas palabras, su esposo se acercó y se dejó llevar por Luke, desapareciendo por un pasillo entre las sombras del castillo.
Su esposo solo se fue con Luke, desapareciendo por un pasillo.
Al volver la vista, lo que había sido un bosque vibrante y lleno de misterio se había convertido en un paisaje desértico, como si toda la vida y el espíritu que habían poblado el lugar hubieran sido borrados de un solo golpe. La atmósfera que antes vibraba con la tensión de la revelación y el sacrificio ahora era plana, vacía, como si una gran conspiración no hubiera tenido lugar allí en absoluto.
“Que mierda había pasado allí”.
Notes:
La Reina Rhaenys no dejara que su decendencia sufra más.
Chapter 12: Un paseo tranquilo con mi ex profesor caballo
Chapter Text
Deberían estar dormidos, pero caminar bajo la luz de la luna siempre había sido su pequeño ritual. Era en esos momentos, lejos de las miradas vigilantes, donde se permitían hablar de sus sueños, sus miedos y aquellos secretos que sus padres nunca deberían descubrir. Caminaban juntos, sus pasos silenciosos sobre las piedras frías del castillo, sintiendo la libertad que solo la noche podía ofrecerles.
Esa noche, cuando todo el castillo se sumía en el profundo sueño, ellos volvieron a escabullirse como lo hacían antes. Las sombras les envolvían, pero la tenue luz plateada de la luna iluminaba su camino. El silencio que reinaba en los pasillos vacíos les daba la seguridad de que, al menos por unas horas, podían ser ellos mismos, sin miedo a ser escuchados o juzgados.
— ¿Cómo es él? —preguntó, rompiendo el silencio con curiosidad.
Su hermano la miró, extrañado por la arrepentida pregunta.
— ¿Quién? —repitió, aún sin entender.
—Luke, tu novio —aclaró con una pequeña sonrisa, esperando una respuesta.
El rostro de su hermano cambió al escuchar el nombre, y una suave sonrisa se dibujó en sus labios. Parecía haber captado finalmente a lo que se refería.
—Él... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas— es único. Lo amo, Rhaena.
Lo observó en silencio por un momento, viendo cómo los ojos de su hermano menor brillaban con una ternura especial. Aquello la llenaba de felicidad. Su hermano había encontrado algo tan significativo en su vida.
—Me da risa que tengas un novio con el mismo nombre de cómo te llamábamos... antes —dijo Rhaena con una sonrisa traviesa.
—Créeme, cuando llamaban a Luke, a veces yo también me volteo —respondió su hermano con una risa ligera, casi avergonzada.
—Es raro que ahora tengas otro nombre —comentó ella, inclinando la cabeza, reflexionando sobre cómo habían cambiado las cosas.
Él se encogió de hombros, algo avergonzado.
—No digo que esté mal tu nuevo nombre... —continuó, buscando suavizar el comentario—. Solo que es extraño. Te conocemos como Lucerys, o Luke, y ahora tus amigos te llaman Percy.
Su hermano soltó una pequeña risa, consciente de lo confuso que podía parecer todo aquello.
—Debe ser confundido —admitió.
Rhaena asintió, sonriendo.
—Un poco —dijo con una sonrisa amable—. Pero al final, siempre serás tú, con el nombre que sea.
—Eso espero —respondió él, con una mirada que reflejaba gratitud.
—¿Ya no sientes que eres Lucerys? —preguntó, su voz reflejaba curiosidad, pero también una preocupación sincera.
Su hermano la miró por un momento, considerando su respuesta antes de hablar.
—Ahora soy una mezcla de todo —dijo finalmente—. Rhaenys, Lucerys, Percy... Dany... tantas personas. Ya entiendo por qué a los renacidos se les borra la memoria. Esta carga es... horrible.
Lo observó en silencio, su preocupación creciendo al ver el peso en las palabras de su hermano. Sabía que estaba lidiando con algo más grande de lo que alguna vez había imaginado. Él había cambiado, de maneras que ella apenas comenzaba a comprender.
—No tienes que llevar esa carga solo —murmuró, intentando ofrecerle consuelo—. Todavía eres mi hermano, y mi mejor amigo.
Él la miró, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y cansancio.
—Gracias, Rhaena —susurró—. Eso significa más de lo que puedes imaginar.
Subieron las escaleras desde algún rincón del pasillo, sus pasos resonando suavemente en el silencio. Con la mirada perdida, rompió el silencio.
—Cuando Balerion nos dijo que existen más mundos... —confesó, su voz tenue mientras miraba a su hermano—. Me imaginé un mundo donde nosotros huimos para tener a Aemma.
Lucerys se detuvo un momento, sus ojos fijos en ella, conmovido por lo que acababa de decir.
—¿No te hubiera importado...? —preguntó en voz baja—. Que no fuera tu hija, que fuera la hija de Aemond.
Lo miró con ternura, una suave sonrisa iluminando su rostro.
—Sería 50% tú —respondió, con una sonrisa cálida y segura—. ¿Cómo la odiaría? Hubiera hecho cualquier cosa por ella.
Lucerys la miró, sintiendo una mezcla de gratitud y melancolía.
—Nunca llegaré a merecerte, Rhaena —murmuró, casi con culpa en sus palabras.
Ella negó con la cabeza, y una chispa de cariño brilló en sus ojos.
—Tú le quitaste el ojo a Aemond por robar el dragón de mi madre. —Su tono era firme, pero lleno de afecto—. Te estaré eternamente agradecida por eso.
Lucerys esbozó una leve sonrisa, aunque el recuerdo de ese incidente seguía pesando en su conciencia. Para ella, ese acto era más que un gesto impulsivo o violento. Había sido una prueba de la lealtad y el amor incondicional de su hermano, un lazo que el tiempo y los sacrificios solo habían fortalecido.
—Lo haría un millón de veces, si con eso te puedo proteger —dijo él, casi en un susurro.
Rhaena le desarrolló una mirada cargada de determinación.
—Y yo te protegería a ti —aseguró—. Siempre.
Siguieron subiendo las escaleras hasta que se detuvieron frente a una gran ventana, desde donde se podía ver las estrellas brillando en el cielo nocturno. El aire fresco entraba por la ventana, dándoles una sensación de calma en medio de todo lo que cargaban sobre sus hombros.
Lucerys sonriendo de lado, su tono volviéndose juguetón.
—No pude evitar notar las miradas que Daeron y tú se dieron durante todo el día... —dijo con un toque coqueto—. ¿Cuándo me harán tío?
—¡Lucerys! —exclamó, empujándolo suavemente en broma, aunque sus mejillas se sonrojaron un poco.
Ambos estallaron en carcajadas, las risas resonando en el pasillo vacío. Se dio cuenta de cuánto se había extrañado esos momentos de ligereza con su hermano. Por un instante, el peso de los secretos, las preocupaciones, y las responsabilidades desaparecieron, y fueron simplemente ellos, dos hermanos disfrutando de una conexión que el tiempo y las circunstancias no pudieron romper.
—Te extrañé tanto, Luke —murmuró Rhaena entre risas, su sonrisa permaneciendo mientras miraba las estrellas.
—Yo también te extrañé, Rae —respondió él, con una voz suave pero llena de sinceridad—. Sabes que tendrás seis hijas.
—¡¿QUÉ?! —exclamó, deteniéndose en seco, sus ojos muy abiertos mientras lo miraba incrédula.
Lucerys soltó una pequeña carcajada, disfrutando de su reacción.
--*--*--*--*--*
Seis hija, seis hermosas hija.
Su primera hija, Lady Lucenys, se convertirá en Lady Higtower.
Su segunda hija, Lady Aemma, se convertirá en Lady Tyrell.
Su tercera hija, Lady Alyssa, se convertirá en Lady Redwyne.
Sus hijas gemelas, Las septas Aerea y Rhaella.
Y su última hija, Lady Mae, se escapo con un comerciante que conoció en los puertos de Antigua.
Lucerys le aseguro que todas sus hijas tuvieron vidas excelentes y esposos muy buenos. Eso la tranquilizo, pero no podía creer que se casaría con un Higtower, pero algo tuvo que llamarle la atención para que quisiera casarse con él después de todo lo que había pasado... o talvez había buscado en ese hombre algo... algo que tenia Daeron y que hizo que ella lo amara.
—Llegaste tarde a tu habitación —dijo Baela mientras se sentaba a su lado. Estaban en la sala del trono en donde esperaban a Balerion después de desayunar.
Intentó no sonreír, pero la mirada de su hermana mayor la delataba.
—Llegaste a la hora del murciélago —añadió Baela, con un tono de regaño que escondía su curiosidad—. ¿Puede saber tu hermana mayor dónde estuviste... o con quién?
Se removió en su asiento, tratando de no parecer demasiado interesada en la conversación.
—Solo... caminaba —respondió, mirando de reojo a su hermana.
Baela arqueó una ceja, claramente aún no satisfecha con la respuesta.
—¿Caminando? —repitió, con un tono escéptico—. ¿Con quién?
Pudo notar la inquietud de su hermana. No hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que Baela no quería escuchar de sus labios que había estado con Daeron. Era un tema que su hermana prefería evitar, aunque no lo decía en voz alta. Suspiró, sabiendo que las preguntas de Baela no pararían hasta que diera una respuesta que la tranquilizara.
—Estaba con Lucerys —admitió finalmente—, hablando un poco.
Baela la miró fijamente por un momento, y luego su expresión se suavizó, esbozando una sonrisa.
—Eso me gusta más —dijo Baela, claramente más relajada, aunque sus ojos seguían brillando con curiosidad—. ¿De qué hablaron... del futuro?
Bajó la mirada por un momento antes de responder, intentando mantener la calma.
—De mis hijas —contestó en voz baja.
Baela parpadeó sorprendida, inclinándose un poco hacia adelante, como si no hubiera escuchado bien.
—¿Tus hijas? —repitió, claramente intrigada—. Plural
Asintió lentamente.
—Sí, me dijo que tendré seis hijas. Cada una tendrá una vida diferente, pero... todas estarán bien —respondió con una pequeña sonrisa, recordando las palabras tranquilizadoras de Lucerys.
Baela la observó en silencio por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. Luego sonrió, un tanto divertida.
—Seis hijas... vas a estar muy ocupada, Rae —bromeó, aunque había un toque de asombro en su voz.
Rió suavemente, aunque una parte de ella todavía no podía creerlo del todo.
—Sera mejor continuar.
Se sentó junto a Baela y Jace, Lucerys se sentó junto a Luke y otra vez Joffrey se sentó con Lucerys pero también Viserys se fue con él, Jaehaera intento ir con él pero Otto no la dejo, de hecho parecía molesta en el regazo de Otto. Aegon se sentó junto a su padre, Maelor estaba en los brazos de Helaena y Jaehaerys era el único niño en el tapete con los juguetes.
El televisor se volvió a encender en donde se podían ver a Quirón en forma de centauro y a su hermano caminando al lado mientras escuchaba atentamente algo que decía Quirón.
Después de superar la sorpresa inicial de que su profesor de latín era un centauro, el paseo que siguió fue, en muchos aspectos, agradable. Sin embargo , se mantuvo siempre vigilante, asegurándose de no caminar directamente detrás de Quirón.
—Buena idea —dijo su abuelo con una leve sonrisa—. Nunca hay que confiar en la parte trasera de un caballo… si no quieres terminar mal.
Una vez, en Driftmark, había presenciado cómo un sirviente caminó demasiado cerca de un caballo y recibió una patada que lo envió volando por el aire. Por suerte, el hombre sobrevivió, pero terminó con varias costillas rotas. Esa escena siempre quedaba en su mente como advertencia.
Además, él mismo había formado parte de la "patrulla boñiga" varias veces durante el desfile de Acción de Gracias que organizaban los almacenes Macy's .
Aegon soltó una carcajada y se llevó una copa de vino a su boca.
—Boñiga... digno trabajo para un bastardo —exclamó divertido.
Lucerys lo observó en silencio, sus ojos fijos y calculadores, hasta que levantó la mano hacia Aegon. De repente, el vino se derramó de la copa, empapando el suelo en un carbón oscuro. Aegon giró bruscamente hacia él, perplejo, con la diversión desvaneciéndose de su rostro.
—Ups, perdón… no me gustan los borrachos —dijo Lucerys con una sonrisa tranquila, aunque sus ojos reflejaban una firmeza inesperada.
Casi todos los amigos de su hermano rieron mientras otros solo negaban la cabeza divertidos. Aegon frunció el ceño, sin saber si acababa de ser desafiado o simplemente humillado, mientras la sonrisa de Lucerys permanecía, silenciosa y afilada como una advertencia. Alicent miraba la mancha del vino en el piso como si fuera una amenaza que tenia que detener con sus rezos. Los ojos de su abuelo brillaron con asombro y Joffrey y Viserys señalaban el vino asombrados... bueno todos lo veían.
L o cual reforzaba su desconfianza hacia la parte trasera de cualquier criatura con cascos, incluida la de Quirón. Aunque le caía bien, no podía evitar cierta incomodidad cuando caminaba a su lado, siempre con un ojo precavido.
—Este lugar, Percy —dijo Quirón, señalando el paisaje que se extendía ante ellos —, es un valle sagrado. Los humanos no lo ven, los monstruos no entran, y el mundo no lo toca.
Sus ojos recorrieron el entorno, maravillado por su belleza. Las colinas verdes se alzaban majestuosas, ondulando en la distancia, como si los mismos dioses las hubieran modelado con sus manos. Los árboles, altos y antiguos, parecían custodios de secretos ancestrales, y entre sus hojas danzaban suaves rayos de sol, creando patrones dorados en el suelo también lechuzas sobrevolaban las ramas hasta encontrar una rama de su agrado . Las estructuras de mármol blanco, con columnas y esculturas que evocaban la Grecia clásica, se integraban de manera natural con el paisaje, como si siempre hubieran sido parte de él.
—Esa es la idea, que nos sentimos más cerca de nuestras raíces —comentó Clarisse con tono seguro, como si fuera lo más evidente del mundo.
—Pues algunas raíces deberían desaparecer —añadió Alicent en voz baja, mirando de reojo a su padre y a Rhaenyra, la tensión evidente en su expresión.
—Es una gran hipocresía de tu parte, Alicent- dijo Lucerys, su voz sonaba curiosa- tu no dijiste que los Targaryen tenían ciertas costumbres... pero tu casaste a Aegon y a Helaena dos hermanos, eres la reina de la hipocresía
Hubo un silencio pesado tras sus palabras, bueno solo su padre hizo algo y fue soltar su clásica carcajada.
Pasaron junto a un campo de voleibol, y algunos chicos comenzaron a darse codazos entre sí. Uno de ellos, con los ojos muy abiertos, lo señaló asombrado.
—¡Es él! —exclamó.
— ¿No tienen mejores cosas que hacer? —dijo una molesta Clarisse, rodando los ojos—. Había pasado todos estos días escuchando de ti, y ya estaba más que cansada.
—Bueno, es que mi nieto se enfrentó a un monstruo y salió victorioso —respondió su abuelo con una sonrisa orgullosa—. Era obvio que iban a notarlo.
Clarisse soltó un suspiro exasperado, aunque sus labios esbozaron una pequeña sonrisa.
Otro, que parecía aún más impresionado, añadió:
—¡Es muy guapo... debe ser hijo de Afrodita!
—¿Quién es Afrodita? —preguntó Baela, con una expresión curiosa.
—Afrodita es la diosa del Amor y la Belleza —informo Pipper—. Y también es mi madre.
Baela la miró con asombro.
—No es, como tú lo imaginas.
La mayoría de los campistas eran mucho más alto que él , pero la edad esa era otra historia. Sus amigos sátiros, incluso más grandes que Grover, trotaba por allí con sus típicas camisas naranjas del campamento mestizo, sin pantalones, como si fuera la cosa más normal del mundo.
N o era tímido por naturaleza... bueno, tal vez un poco. Pero en ese momento, se sentía como si todos lo estuvieran observando, esperando que hiciera algo espectacular, como dar piruetas o mostrar alguna habilidad especial.
—Irónicamente, sabes hacer piruetas muy buenas —dijo Chis, con una expresión asombrada, como si recordara una increíble acrobacia de Lucerys—. Podrías ser un gran gimnasta olímpico.
—Gracias, mi mami me llevó a clases de gimnasia —respondió Lucerys con una voz dulce.
Luke se le acercó y le susurró al oído con una sonrisa cómplice:
—Y siempre te ves guapo con esas mallas.
El comentario dejó completamente sonrojado a Lucerys, Aemond pareció no gustarle porque se cruzo de brazos con mucha molestia y justo entonces Viserys, con su voz infantil, lo miró preocupado.
—Luke, te pusiste rojo —dijo—. ¿Estás enfermo?
—Enfermo de amor —exclamó Leo, provocando una risa general.
Lucerys solo se sonrojó más, cubriendo el rostro mientras el eco de las risas de sus amigos llenaba el lugar.
Eso lo hizo sonrojarse levemente y trataba de mantener la compostura.
—Lucerys —susurró una voz en su oído, haciéndolo volverse.
La voz sonaba que era de una mujer, pero que parecía que tenia la voz ronca y misteriosa.
—¿Y ahora qué? —exclamó su padre, con una mezcla de furia y cansancio—. ¡Ya deja al niño en paz de una vez!
—Cuando eso pase —añadió Grover con un toque resignación—, haremos una gran fiesta en el campamento.
Lo que encontró detrás de él fue la casa, que resultó ser mucho más grande de lo que parecía a primera vista. Se alzaba con cuatro plantas, pintada de un azul cielo que contrastaba con la madera blanca, y tenía un balneario de gran escala que se veía impresionante. E staba observando la veleta con forma de águila que adornaba el tejado cuando notó una sombra en la ventana más alta del desván. Algo había movido la cortina, aunque solo fuera por un instante, y sintió una extraña certeza de que lo estaban observando.
—¿Hay alguien allí arriba? —preguntó su abuela, su mirada clavada en las cortinas.
—Lo hay —respondió Nico, su tono serio y sombrío—, pero… no está vivo.
Eso no sonaba para nada agradable.
El escalofrío que recorrió su espalda .
—¿Qué hay ahí arriba? —indagó, señalando la ventana del desván.
Quirón miró hacia donde él apuntaba, y la sonrisa del centauro se borró de inmediato.
—Creo que fue allí donde notó que era un niño especial —dijo Grover, con una sonrisa nostálgica, mirando a Lucerys con un brillo en los ojos.
—Pero si yo soy muy normal —comentó uno de los gemelos no gemelos, fingiendo inocencia y en tono burlón.
—Sí, claro, tan normal como un pegaso en plena ciudad —respondió Lucerys, rodando los ojos, lo que provocó unas risitas entre el grupo.
—¡Pero eres hijo de un dios, hermano! —exclamó Joffrey con emoción, casi saltando en su lugar—. ¡No eres normal!
Lucerys soltó un suspiro, un poco cansado, mientras revolvía suavemente los cabellos de Joffrey con una sonrisa resignada.
—No me lo recuerdes, Joffrey...
—Sólo un desván —respondió, su tono tajante.
—¿Vive alguien ahí? —insistió, sintiendo que había algo más detrás de esa respuesta.
—No —replicó Quirón, con una firmeza que parecía dejar poco lugar a dudas—. Nadie .
T uvo la impresión de que, aunque estaba siendo sincero, había algo que Quirón no estaba diciendo. Después de todo, algo había movido la cortina, y esa sombra fugaz lo inquietaba.
—Bien, Percy, no le creas al centauro que quiere mantenerte a salvo —dijo uno de los gemelos no gemelos con una sonrisa pícara.
—Y después dicen por qué eres el favorito de Quirón —añadió su hermano, lanzándole una mirada acusatoria a Lucerys.
—¡No SOY su favorito! Soy UNO de sus favoritos —exclamó Lucerys, tratando de sonar lógico mientras cruzaba los brazos—. ¿Notan la diferencia?
Los hermanos se miraron entre ellos por unos segundos, frunciendo el ceño como si intentaran resolver un acertijo, y finalmente gritaron al unísono:
—¡NO!
—Vamos, Percy —le urgió Quirón con demasiada premura—. Hay mucho que ver.
—Primero, las preguntas incómodas que hace Percy —dijo Thalía, y Lucerys soltó una exclamación llevándose la mano al pecho como si hubiera recibido un golpe inesperado. Thalía lo señaló con un gesto de enojo—. Sí, tus preguntas son incómodas... y segundo, lo que vive en el sótano llevaba años sin moverse. Que lo primero que haga después de años sea ver a Percy, obvio que Quirón quisiera salir corriendo.
—Faltaba que lo agarre del brazo y se lo llevara a rastras —dijo Baela, con una mueca divertida en su rostro.
—Ni con eso —exclamó Thalía, dejando escapar un suspiro de cansancio—. Seguiría haciendo sus preguntas... lo que hay que hacer es despistarlo, eso siempre funciona.
Varios asintieron, y Lucerys volvió a soltar otra exclamación de sorpresa.
Quirón ya lo estaba dejando atrás, así que tuvo que correr tras él para no perderse.
—Ves? Siempre funciona —dijo Thalía con una sonrisa satisfecha, disfrutando de la complicidad del grupo.
Pasearon por unos campos donde los campistas recogían fresas mientras un sátiro tocaba una melodía alegre en una flauta de junco, llenando el aire con una música vibrante que hacía que el ambiente se sintiera aún más animado.
Mientras caminaban, Quirón le explicó que el campamento producía una buena cosecha que exportaba a los restaurantes neoyorquinos y hasta al Monte Olimpo.
—Cubre nuestros gastos —aclaró, sonriendo nuevamente—, y las fresas casi no dan mucho trabajo.
—Tienen al Dios del vino entre ustedes, ¿por qué no producen vino? —preguntó Aegon, con una sonrisa despreocupada.
—Claro, chico, hagamos vino junto al Dios del vino que tiene un castigo divino de no beber vino, rodeados de un montón de adolescentes —exclamó Clarisse, su enojo evidente—. Lo siguiente que sabemos es que todo el campamento está en llamas.
—Vamos, no podemos dejar que el pánico los detenga —dijo Aegon, haciendo un gesto con la mano como si desestimara la preocupación de Clarisse—. ¡La diversión es lo que cuenta!
—Mejor prevenir, que lamentar— dijo Lucerys, con seriedad.
Aegon se cruzo de brazos.
—Que aburrido eres sobrino.
Lo escuchaba atentamente, disfrutando del ambiente y la energía que lo rodeaba. Quirón continuó contándole que el señor D tenía un efecto peculiar en las plantas frutales: se volvían locas cuando él estaba cerca.
—Funcionaba mejor con los viñedos —dijo Quirón, con una leve mueca—, pero le prohibí cultivar uvas. Así que plantamos fresas.
Rió suavemente, imaginando a las plantas bailando ante la presencia del señor D, saltando emocionadas como si estuvieran dentro de pequeños trampolines .
Varios rieron por lo dicho por su hermano.Pero en medio de la diversión, Jace, con su curiosidad característica, se inclinó hacia Baela y le susurró:
—¿Qué es un trampolín?
Baela y ella intercambiaron miradas, como si ellas supieran.
—No tengo idea —respondió Baela en voz baja, sacudiendo la cabeza con una sonrisa—. ¿Y tú?
—Ni la más mínima —admitió ella.
La imagen era tan divertida que no pudo evitar sonreír. Podía ver cómo las fresas se movían al ritmo de la música, mientras los campistas recogían la cosecha entre risas, como si estuvieran participando en un espectáculo en lugar de realizar un trabajo diario.
Notó que, mientras el sátiro tocaba su melodía, los animalitos y bichos comenzaban a abandonar el campo de fresas en todas direcciones, como refugiados huyendo de un terremoto.
—Horrible comparación, amigo —dijo Jason, arrugando la nariz en una mueca de desaprobación.
—Es lo primero que se me ocurrió —exclamó Lucerys, mientras un leve rubor se ponían en sus mejillas, un poco apenado por el comentario.
Se preguntó si Grover también podría hacer ese tipo de magia con la música; a su madre siempre había amado las plantas y la naturaleza, y le encantaría ver algo así.
Sin embargo, de pronto recordó que ya no tenía madre. La idea lo golpeó como un balde de agua fría, y la alegría de antes se desvaneció momentáneamente.
—Grover estará bien, Percy —dijo Quirón, notando su tristeza , aunque creyendo que pensaba en Grover.
—Quirón estaba muy perdido en lo que estás pensando —dijo, con una sonrisa divertida.
—¡La voló del estadio! —exclamó su hermano con una sonrisa, claramente encantado.
Aunque no entendió del todo lo que quiso decir su hermano, le sonrió de vuelta.
—Grover ha sido un buen protector —dijo, con convicción.
Quirón suspiró. Dobló su chaqueta de tweed y la apoyó sobre su lomo, como si fuera una pequeña silla de montar.
—Grover tiene grandes sueños, Percy. Quizá incluso más grandes de lo que sería razonable. Pero, para alcanzar su objetivo, primero tiene que demostrar un gran valor y no fracasar como guardián. Debe encontrar un nuevo campista y traerlo sano y salvo hasta la colina Mestiza.
—¡Pero eso ya lo hizo ! —exclamó, sin poder contenerse.
-Percy tiene razón- dijo Luke.
Y los amigos de su hermano asintieron. Aemond rodó los ojos con molestia.
—Estoy de acuerdo contigo —respondió Quirón—, pero no me corresponde tomar esa decisión. Es Dioniso y el Consejo de los Sabios Ungulados quienes deben juzgarlo. Me temo que podrían no ver este encargo como un logro. Después de todo, Grover te perdió en Nueva York, y está también el desafortunado... destino de tu madre. Sin mencionar que Grover llegó contigo casi al borde de la muerte. El Consejo podría poner en duda que eso demuestre valor por parte de Grover.
Todo aquello era su culpa, y ahora estaban culpando a Grover por sus errores. Si no se hubiera escapado de la terminal, nada de eso habría sucedido, y su madre...
—Siempre son los demás quienes tienen que sufrir las consecuencias de sus acciones, príncipe —dijo Otto, con voz firme—. No por todo, le quitaste un ojo a mi nieto.
—Aemond se lo merecía —replicó Lucerys, sin titubear—. Robar un dragón sin haber tenido su propio duelo fue como asistir a un funeral, escupirle al difunto en la cara, robarle lo más preciado que tenía y esperar que no haya consecuencias.
—Pues los dragones no se heredan —respondió Aemond, con furia en sus ojos—. Querido.
Lucerys formo una cara de molestia y asco cuando Aemond lo llamo querido.
—Eso es cierto —intervino Balerion, con una seriedad que hizo que todos guardaran silencio—, pero es la intención con la que se enlazan lo que realmente importa. Y tú forzaste ese vínculo en un dragón en duelo y eso está muy mal.
Aemond parecía que en cualquier momento saltaría sobre Balerion para pelear pero al final no hizo nada, solo se cruzo de brazos.
—¿Le darán una segunda oportunidad, verdad? —preguntó, con cierta desesperación.
—Tú eres mi segunda oportunidad —dijo Grover, con una tristeza profunda en su voz.
Lucerys le devolvió una sonrisa triste, casi una disculpa en su mirada.
—Eso no fue tu culpa, fue mía —murmuró—. Lo siento, de verdad.
—Eso ya paso, así que esta en el pasado.
Quirón se estremeció.
—Me temo que tú eras su segunda oportunidad, Percy. El Consejo no estaba precisamente ansioso por dársela, después de lo que sucedió la primera vez, hace cinco años. El Olimpo lo sabe, le aconsejé que esperara antes de volver a intentarlo. Aún es joven...
—Tiene 24 años y sigue en sexto —señaló, incrédulo.
—Los sátiros tardan el doble de tiempo en madurar que los humanos. Grover ha sido el equivalente a un estudiante de secundaria durante los últimos seis años.
—Eso es horrible —dijo, sintiendo lástima por su amigo.
—¿Por qué sientes lástima? —dijo Aegon con una sonrisa burlona—. Mejor siente envidia... tu amigo monstruo es casi un ser inmortal.
Lucerys frunció el ceño, respondiendo con firmeza.
—Es un sátiro, y no siento envidia por algo que no quiero que me suceda.
Aegon soltó una risa, como si Lucerys no pudiera entender la magnitud de lo que decía, pero Lucerys lo miró, sereno y seguro. Daeron le dio una mirada tipo “Mira lo que tengo que soportar” y ella le dio “Pobre de ti”.
—Pues sí —asintió Quirón—. En cualquier caso, Grover es torpe, incluso para la media de los sátiros, y aún no está muy adiestrado en la magia del bosque. Además, se le ve demasiado ansioso por perseguir su sueño. Tal vez ahora pueda encontrar otra ocupación...
—Qué positivo, Quirón —dijo Nico con una mezcla de aburrimiento y sarcasmo—. Sigue motivando así a tus estudiantes.
“ El legado que creaste, Corlys, se echará a perder si ese niño se sienta en el Trono de Pecios. Dáselo a Baela o a Rhaena... él encontrará otra cosa en la que ocuparse, y sin echarlo a perder. ”
La voz de su abuela resonó en la sala, y en un instante, la incredulidad cruzó su rostro mientras observaba a Lucerys con una mezcla de asombro y desconcierto.
—Tú nunca pudiste escuchar eso... tú ni siquiera estabas en Driftmark —murmuró, sus ojos llenos de confusión.
Lucerys la miró con firmeza, sin perder la calma.
—Sí estuve allí... aunque tú nunca lograrías verme. Recuerda, yo he visto todo, he sido testigo de nuestra dinastía desde el principio.
El rostro de su abuela palideció y se tensó, sus manos temblaban levemente mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.
—Al igual —dijo Baela, cruzándose de brazos—, ¿por qué dices que Rhaena o yo deberíamos heredar Driftmark si estamos lejos de la línea de sucesión? De hecho, debería ser Joffrey quien lo herede.
Su abuelo frunció el ceño, claramente molesto, y se levantó bruscamente de su asiento.
—¡Hablaremos de sucesión más tarde! —declaró con firmeza, su voz resonando en la sala.
Baela abrió la boca para replicar, pero él levantó la mano con una mirada severa, cortando cualquier intento de discusión.
—He dicho... más tarde.
Quirón le puso una mano en el hombro, ante su silencio.
—Será mejor continuar —dijo con suavidad.
—Quirón, si los dioses y el Olimpo existen...
—Oh, no —suspiró Thalía con cansancio—, ya se le metió una idea a la cabeza.
—Mis ideas no son tan malas —replicó Lucerys, dejando de acariciar el cabello de Joffrey para mirar a Thalía con ligera molestia.
Thalía soltó una risa sarcástica, sus ojos llenos de ironía.
—No, Percy, claro que no —respondió, esbozando una sonrisa irónica—. Son mortales.
Lucerys soltó un resoplido, alzando las cejas mientras intentaba no sonreír.
—¿Sí? —respondió él, prestando atención.
—¿Significa que también es real el Inframundo?
—¿Qué es el Inframundo? —preguntó Alicent, con una mezcla de curiosidad y temor en la mirada.
—Es el lugar a donde van las personas al morir —respondió Nico con voz tranquila, como si hablara de algo tan cotidiano como un mercado.
La expresión de su padre se endureció al oírlo, y con una mirada firme, se giró hacia Lucerys, señalándolo con un dedo como si quisiera fijar su advertencia en él.
—Jamás pongas un pie en ese lugar.
Lucerys intentó contener una sonrisa, pero al final dejó escapar una respuesta calmada, como quien confiesa una travesura infantil.
—Siento decepcionarte, padre... pero ya estuve en el Inframundo. Tres veces.
El cansancio y la resignación se apoderaron de la expresión de su padre, quien soltó un largo suspiro y se apoyó en Rhaenyra en busca de un poco de consuelo. Ella, sin embargo, estaba paralizada, el color huyendo de su rostro al escuchar las palabras de su hermano. La idea de que Lucerys hubiera caminado en tierras de los muertos, y no una, no dos, sino tres veces, la dejó sin palabras y llena de temor.
Su hermanito Viserys lo miró con ojos grandes y curiosos, su inocencia brillando en medio de la tensión.
—¿Y cómo es? —preguntó, como si Lucerys pudiera revelarle un secreto maravilloso.
Lucerys se encogió de hombros, parecía estar recordando esas experiencias.
—No sé. Oscuro, lúgubre. Y lleno de muertos, para variar.
La expresión de Quirón se ensombreció.
—Así es —hizo una pausa, como si pensara cuidadosamente sus próximas palabras—. Hay un lugar al que los espíritus van tras la muerte. Pero por ahora... hasta que sepamos más, te recomendaría que te olvidaras de ello.
—¿A qué te refieres con «hasta que sepamos más»?
—Vamos, Percy. Visitaremos el bosque.
—Eso, distráelo —animó Daeron—. No hay necesidad de que se preocupe por esas cosas.
El bosque sin duda era gigante. Ocupaba por lo menos una cuarta parte del valle, con árboles tan altos y gruesos que parecía posible que nadie lo hubiera pisado desde los nativos americanos.
—Los bosques están bien surtidos, por si quieres probar —comentó Quirón de repente, su tono casual, aunque con una advertencia escondida—, pero ve armado.
—¿Probar con qué? —preguntó su tío Viserys, frunciendo el ceño con confusión.
—Monstruos —respondieron varios al unísono, compartiendo miradas cómplices.
—Te acabas de enfrentar a un minotauro y ya te están enviando con otro monstruo —dijo Frank, asombrado y con un aire de incredulidad en su voz—. ¿No tienes suficiente?
—Nunca voy allí; ni loco me meto —replicó Lucerys, con un tono decidido, aunque una chispa de desafío brillaba en sus ojos.
—Ah, ahí sí —dijo su padre con sarcasmo.
Lucerys se encogió de hombros, intentando restarle importancia al comentario.
L o miró con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Bien surtidos de qué? —preguntó, tratando de ocultar su creciente incomodidad—. ¿Y armado con qué?
—Ay, cosita —dijo Baela con una sonrisa tierna—. Todavía estaba pequeño.
—Ahora ya no —soltó Clarisse, cruzándose de brazos y mirando a Lucerys con una mezcla de admiración y desafío—. Ahora es un monstruo con la espada.
Lucerys bajó la mirada, un poco apenado
—No soy tan bueno—murmuró.
Los amigos de su hermano lo miraron con escepticismo, como si acabara de decir la mentira más grande del mundo. Algunos se cruzaron de brazos, y otros alzaron una ceja, claramente sin creer una palabra de lo que había dicho.
—Sí, claro, y los dragones tampoco vuelan —comentó Jason, rodando los ojos.
—Modesto como siempre, pero todos sabemos que si hay un duelo, queremos a Lucerys de nuestro lado —añadió Thalía, mirándolo con una sonrisa cómplice.
Padre miraba a Lucerys, la conversación le había traído su atención con un brillo en los ojos, su interés cada vez más evidente. Era como si estuviera midiendo a Lucerys y a punto de saltar sobre él con hermana oscura desfundada para probarlo.
Quirón soltó una suave risa.
—Ya lo verás —respondió, sin dar más detalles—. El viernes por la noche hay una partida de "captura la bandera". ¿Tienes espada y escudo?
—Oh espera reviso mis bolsillos— dijo uno de los gemelos no gemelos y no saco nada—. No tengo nada.
Varios rieron, aunque no entendía el porque tendría su hermano una espada en su bolsillo.
Sintió que su estómago se encogía. Hacía 12 años que no tocaba una espada o un escudo .
—¡¿12 años?! —exclamó su padre, incrédulo—. ¿Llevas 12 años sin levantar una espada o un escudo?
—¿Para qué la necesitaría? —respondió Lucerys con naturalidad.
Su padre lo miró como si estuviera perdiendo la razón.
—Tu mundo... es muy extraño.
12 años en los que había estado felizmente lejos de todo lo relacionado con combates y armas. Todavía recordaba como le había sacado un ojo a su tío y eso todavía le revolvía el estomago. Recordaba también las horas agotadoras de práctica, los golpes, el sudor, y la frustración cuando no lograba dominar una técnica. La espada había sido pesada en sus manos, y el escudo aún más, siempre dificultándole el movimiento. Con el tiempo, el entusiasmo infantil se había transformado en resentimiento, en el deseo de escapar de esa vida marcada por las expectativas y la violencia.
—¿Por qué los dioses se burlan de mí? —se preguntó en voz baja, casi para sí mismo, pero Quirón lo escuchó y le lanzó una mirada comprensiva.
El centauro se detuvo por un momento y se giró hacia él , su expresión más seria de lo habitual.
—Percy, sé que esto puede ser abrumador. El campamento, los dioses, las expectativas que te han puesto... —su voz se suavizó—. Pero no te preocupes. No tienes que cargar con todo de golpe. Aquí te enseñaremos a manejar lo que te toque, y no estarás solo. Además, tienes un don natural que ya has demostrado. No es casualidad que estés aquí.
La palabra “ don ” no existía en su vida. Claro, había cosas raras que le habían pasado, pero eso no significaba que quisiera empuñar una espada de nuevo o liderar una batalla en "captura la bandera".
—Tampoco es que Quirón te esté pidiendo eso —dijo Thalía, arqueando una ceja.
—Pero... lo sentía —admitió Lucerys, encogiéndose de hombros, como si fuera una carga que llevaba en silencio.
—No soy... —empezó a decir, pero se detuvo. ¿Cómo explicarle a Quirón lo que sentía? ... Quirón no era muña.
Rhaenyra sonrió enternecida.
Quirón lo observó por un momento, le puso la mano en el hombro y siguieron caminando.
Vieron el campo de tiro con arco, donde los campistas lanzaban flechas hacia el blanco con una precisión sorprendente. El lago relucía bajo el sol, con canoas alineadas en la orilla, listas para que los aventureros se deslizaran por el agua. También pasaron por los establos, aunque Quirón no parecía muy entusiasmado. El campo de lanzamiento de jabalina estaba lleno de jóvenes esforzándose por demostrar su fuerza y habilidades. Al fondo, el anfiteatro del coro resonaba con risas y melodías, mientras que el estadio, donde se celebraban lides con espadas y lanzas, atraía la atención de muchos.
—¿Lides con espadas y lanzas? —preguntó, una mezcla de curiosidad y temor en su voz.
—Competiciones entre cabañas y todo eso —respondió Quirón, restándole importancia—. No suele haber víctimas mortales.
—No suele —se burló Cole, esbozando una sonrisa irónica.
Quirón tuvo que ver algo en su cara porque señalo algo rápidamente.
—Ah, sí, y ahí está el comedor —dijo Quirón, señalando un pabellón exterior rodeado de blancas columnas griegas sobre una colina que miraba al mar. Había una docena de mesas de piedra de picnic, dispuestas de manera informal, invitando a los campistas a sentarse y disfrutar de sus comidas. El lugar carecía de techo y paredes, lo que le daba un aire de libertad, pero también dejaba a los comensales expuestos a los caprichos del clima.
—¿Qué hacen cuando llueve? —pregunt o , incapaz de evitar la curiosidad.
Quirón me miró como si me hubiera vuelto tonto.
—Eres un tonto, sobrino —dijo Aegon con una sonrisa burlona.
—¿Por qué no se lo dices a mis premios de sobresaliente académico? Ahí verás que el tonto eres tú —replicó Lucerys, alzando una ceja con confianza.
Aegon se quedó en silencio por un momento, mientras los demás soltaban algunas risas contenidas.
—Tenemos que comer igualmente, ¿no?
Al final me mostró las "cabañas", que en realidad eran más como bungalows, aunque con un aire antiguo y extravagante que nunca antes había visto. Había doce en total, ubicadas junto al lago y dispuestas en forma de U. Dos al fondo y cinco a cada lado, creando un semicírculo que rodeaba una gran zona comunitaria en el centro. Pero lo que más me sorprendió fue lo distintas que eran entre sí. Cada cabaña parecía tener su propio carácter, su propio estilo, como si reflejaran la personalidad de quienes vivían en ellas.
—Es interesante volver a ver cómo eran las cabañas antes —exclamó Thalía, observando los alrededores con nostalgia.
—¿Cambiaron? —preguntó Rhaenyra, curiosa.
—No, ahora hay más... para los hijos de los demás dioses —respondió Thalía, con un leve tono de orgullo—. Fue una de las demandas que Percy hizo a los dioses, que todos tuvieran un lugar en el campamento.
Rhaenyra asintió, impresionada, mientras miraba las cabañas.
Salvo que todas tenían un número de metal encima de la puerta (los impares a la izquierda, los pares a la derecha), no había ninguna semejanza entre ellas. La cabaña número 9, por ejemplo, parecía una herrería, con chimeneas humeantes que salían por el techo, como si dentro forjaran armas y armaduras todo el día. La número 4, por otro lado, estaba cubierta de plantas de tomate que crecían libremente por las paredes exteriores, y su techo era de hierba, como si la naturaleza la hubiera reclamado como suya .
La número 7, sin embargo, destacaba sobre todas. Estaba hecha, o al menos lo parecía, de oro puro.
Aegon silbó, impresionado.
—Ahí sí me gustaría vivir —comentó con una sonrisa.
—Tendrías que ser hijo de Apolo para eso —respondió Will, cruzando los brazos con una media sonrisa—, pero eres un simple mortal, así que jamás podrías vivir en esa cabaña.
Aegon rodó los ojos con molestia y soltó un suspiro exasperado.
Brillaba tanto a la luz del sol que apenas podía mirarla sin entrecerrar los ojos. Cada vez que un rayo de luz se reflejaba en sus paredes doradas, todo el lugar se iluminaba, dándole un aire de majestuosidad que te hacía sentir pequeño al pasar cerca.
Habían áreas comunitarias entre las cabañas. Eran enormes, posiblemente del tamaño de un campo de fútbol y estaban llenas de estatuas que parecían observar a los campistas que pasaban por ahí. Fuentes de agua cristalina se alzaban entre arriates de flores, y en las esquinas, un par de canastas de baloncesto daban un toque moderno al lugar.
—Oh, recuerdo cuando jugamos baloncesto —comentó Clarisse con una sonrisa traviesa—. Percy lanzó el balón hacia la canasta, pero terminó rebotando y dándole directo en la cara.
Todos estallaron en carcajadas, algunos sujetándose el estómago de tanto reír.
—¡Dioses, ya me había olvidado de eso! —chilló Percy entre risas, poniéndose rojo—. No sé qué fue peor, el golpe o la vergüenza.
—Definitivamente la vergüenza —agregó Will, secándose una lágrima de la risa—. Nunca habías visto a todos reírse tanto.
—Gracias por recordármelo, Clarisse —dijo Percy, intentando sonar molesto pero sin lograr ocultar la sonrisa.
—De nada, para eso están los amigos.
En el centro de la zona comunitaria, destacaba una gran hoguera rodeada de piedras lisas, cuidadosamente dispuestas en un círculo. Aunque la tarde era cálida y no parecía necesario un fuego, las llamas ardían con intensidad, lanzando chispas que se elevaban hacia el cielo, dándole al lugar un ambiente casi místico. El crepitar del fuego era constante, y el calor que irradiaba se sentía a pesar de la distancia.
Cerca del fuego, una niña de no más de nueve años se inclinaba hacia las llamas, atizando los carbones con una vara larga. Su rostro reflejaba una ligera sonrisa, como si estuviera feliz de estar allí.
—¿Viste a Lady Hestia? —comentó Nico, con asombro en los ojos—. A mí me costó mucho verla.
Lucerys asintió, recordando con cierta nostalgia.
—Lady Hestia no se muestra ante cualquiera —dijo Nico, admirado—. Se dice que solo los de corazón puro pueden verla. Eso dice mucho de ti.
Lucerys bajó la mirada, incómodo pero agradecido por las palabras de Nico.
—No sé si es eso… tal vez solo tuve suerte —respondió Lucerys con una sonrisa tímida, mientras los demás lo miraban con una renovada admiración.
Las dos enormes construcciones del final, las números 1 y 2, destacaban del resto como si fueran mausoleos dedicados a una pareja real, su arquitectura imponente y solemne. Ambas eran de mármol blanco, con columnas griegas que adornaban su fachada, transmitiendo una sensación de poder y autoridad.
La cabaña número 1, era la más grande y voluminosa de todas. Sus puertas de bronce estaban tan pulidas que reflejaban la luz del sol como si fueran un holograma, dando la ilusión de que rayos de tormenta recorrían su superficie desde distintos ángulos. El aire alrededor de la cabaña parecía más pesado, como si el propio cielo la vigilara, esperando que alguien digno cruzara su umbral.
La número 2, en cambio, tenía un aire más elegante y refinado, con columnas más delgadas que la hacían parecer menos intimidate que la de Zeus. Estaba rodeada de guirnaldas de flores que parecían florecer perpetuamente, y las paredes estaban delicadamente grabadas con figuras de pavos reales. Su diseño transmitía gracia y nobleza, pero también una cierta frialdad.
—Zeus y Hera —dij o , observando fijamente las dos estructuras.
—Correcto —respondió con un tono solemne, como si aquellas palabras solo confirmaran lo evidente.
—¿Quiénes son? —preguntó ella, mirando a los demás con curiosidad.
—Zeus y Hera son los reyes del Olimpo… también son hermanos —respondió Thalía, no sonaba muy emociona de decir eso.
—¿Y Lady Hestia? —intervino Joffrey, mirándolo con ojos brillantes de interés.
—Es la diosa del hogar y del fuego sagrado —respondió Lucerys, con un tono suave, como si le contara un secreto importante—. Ella es la que queda a cargo cuando los Dioses no están en el Olimpo.
Joffrey asintió con un suspiro, fascinado, como si pudiera imaginar la luz de ese fuego sagrado
—Parecen vacías —coment o , sintiendo que había algo extraño en la quietud que las rodeaba, casi como si las cabañas mismas estuvieran esperando algo o a alguien.
Quirón volvió a asentir, su rostro serio.
—Algunas de estas cabañas lo están, en especial la 1 y la 2. Pero nadie se queda para siempre en ellas —dijo con un toque de misterio en su voz .
Siguió caminando, pero se detuvo al llegar a la primera cabaña de la izquierda, la número 3.
A diferencia de la imponente cabaña de Zeus o la elegante cabaña de Hera, esta era alargada, baja y sólida, construida con una crudeza que parecía sacada. del propio fondo del mar. Las paredes estaban hechas de tosca piedra gris, tachonadas con conchas marinas, corales y otros restos del océano, como si los bloques hubieran sido arrancados directamente de las profundidades. El aire que la rodeaba olía a sal, y al mirarla, no pudo evitar recordar Driftmark .
El abuelo se giró hacia Lucerys con una sonrisa cálida, sus ojos llenos de afecto.
—Sabes que Driftmark siempre será tu hogar... no importa que ahora ya no compartamos sangre, tú siempre serás mi nieto —dijo, su voz cargada de cariño.
—Gracias, abuelo —respondió Lucerys, devolviéndole la sonrisa con gratitud.
El abuelo asintió, y después, con una chispa traviesa en los ojos, añadió:
—Y bueno, si no funciona esa relación con ese chico... sabes que conozco a otras chicas que podrían ser de tu agrado. O incluso podrías casarte con Rhaena.
—¡Abuelo! —gritaron Lucerys y ella al unísono, sonrojados y escandalizados, mientras su abuelo levantaba las manos en señal de rendición, riendo por sus reacciones.
—Era solo una idea, chicos —dijo entre risas—. No se lo tomen tan en serio.
S e inclinó para echar un vistazo por la puerta entreabierta, intrigado por lo que pudiera haber adentro. Quirón, que lo seguía de cerca, levantó una mano de inmediato, su tono cauteloso.
—¡Uy, yo no lo haría! —le advirtió Quirón, con una sonrisa nerviosa .
No le importancia y entro.
Al cruzar el umbral, lo envolvió una esencia salobre, grabándole al viento marino. El aire dentro de la cabaña era pesado y triste. Las paredes, adornadas con conchas y perlas que brillaban tenuemente, reflejaban una luz azulada. Seis letras, cubiertas con sábanas de seda intactas, parecían no haber sido usadas en mucho tiempo. El lugar irradiaba abandonado, como un eco de lo que alguna vez fue.
Recorrió el lugar con la mirada, y de repente una extraña nostalgia lo tocó. El sonido del mar, que retumbaba suavemente en el fondo, era idéntico al que grababa de Driftmark. Una ligera brisa rozó su piel, y en su mente resonó el rugido de Arrax, interrumpido por los sonidos de Meleys y Moondancer, quienes siempre lo callaban por molestar.
—Arrax era demasiado inquieto con Meleys y Moondancer; las pobres solo querían paz, y ahí llegaba Arrax para molestar —exclamó Baela con una sonrisa divertida.
—Arrax era todavía muy pequeña… —intentó justificar Lucerys.
—Moondancer también es pequeña y no anda molestando a los demás solo porque quiere —respondió Baela, levantando una ceja con un tono de leve reproche.
Lucerys soltó una risa resignada y asintió, sabiendo que su Baela tenía razón.
Si se concentraba un poco más, casi podía escuchar la risa de Rhaena y a Baela ajustando su ballesta mientras charlaban y se ponían al día.
—Mi perla... —escuchó una voz familiar y sintió una mano posarse suavemente en su hombro.
Su corazón dio un vuelco, y giró rápidamente, esperando encontrar a su abuelo Corlys, sonriéndole con esa expresión cálida y orgullosa que siempre tuvo para él. Pero cuando se dio la vuelta, no fue su abuelo lo que encontró. Frente a él estaba Quirón, con una expresión preocupada.
—Hay que seguir, Percy —dijo el centauro con suavidad .
—Quirón debió preocuparse cuando te quedaste en blanco —comentó Grover.
—Claro que se preocupó —añadió Clarisse—. Sin sus preguntas incómodas y sin que estuviera haciendo alguna tontería, Percy no era él mismo.
—Hablas como si siempre estuviera haciendo tonterías —exclamó Lucerys con una ligera molestia—. O sea, sí hago tonterías, pero no tantas.
La brisa desapareció junto con las voces de su pasado, dejándolo solo con el presente. S e acercó en silencio, sin decir una palabra, mientras Quirón lo guiaba fuera de la cabaña.
La siguiente cabaña, el número 5, hizo fruncir el ceño. La pintura era un caos, como si hubieran arrojado cubos de color sin cuidado. El techo estaba rodeado de alambre de espinas, y una grotesca cabeza disecada de jabalí colgaba sobre la puerta, sus ojos vidriosos siguiendo cada movimiento.
—Me gusta ese lugar —dijo su padre con una sonrisa descarada, mirando a su alrededor como si ya estuviera imaginando cómo se vería a gusto en medio de todo.
—Yo sí lo creo, hijo de Ares —admitió Clarisse, mirándolo con aprobación—. Tienes esa vibra que llevamos en la sangre.
Dentro, el ambiente era peor. Campistas feroces se echaban pulsos, peleaban y reían ruidosamente, mientras una canción de rock tronaba. Entre ellos destacaba una chica de unos 13 años, enorme para su edad, con una camiseta XXL y una chaqueta de camuflaje. Su cabello rizado y su risa malévola, resonando sobre el bullicio, le erizaron la piel . Lo miró fijamente y lanzó una carcajada malévola.
—Mira, qué joven te veías —dijo Chris—. Muy guapa.
Clarisse le dio un rápido beso a Chris en los labios, disfrutando del momento. Entonces vio cómo Daeron le enviaba un pequeño beso, lo que la hizo sonreír. Sin embargo, escucho la voz molesta de Baela.
Se apresuró a seguir caminando, manteniendo la distancia de los cascos de Quirón, mientras dejaba atrás la cabaña con una sensación de alivio.
—¿No hay más centauros aquí? —preguntó, intentando distraerse de lo que acababa de presenciar.
—No —replicó Quirón con tristeza—. Los de mi raza son seres salvajes y bárbaros, me temo. Puedes localizarlos en la naturaleza o en grandes eventos deportivos, pero aquí no verás ninguno.
—Los ponis fiesteros sin duda son los mejores —dijo Lucerys, sonriendo mientras parecía estar recordando cosas.
—¿Fiestas? —comentó Aegon, con los ojos brillantes—. Yo quiero ir a una.
—Lo dudo —respondió Thalía, encogiéndose de hombros—. Los ponis fiesteros no aceptan a cualquiera.
—Pues yo soy un príncipe... me aceptarán al instante —insistió Aegon, alzando la barbilla con aire confiado.
Otto le dirigió una mirada furiosa, y Aegon simplemente se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.
—Claro, porque eso te garantiza entrada a todo —murmuró Thalía con ironía.
—No sería la primera vez que mi título sirve para algo —Aegon le guiñó un ojo a Thalía y esta saco un cuchillo de sus mangas.
Se preguntó cómo los centauros podrían entrar a esos gigantescos eventos deportivos donde había millas de personas sin que nadie se diera cuenta de que había un hombre mitad caballo entre ellos. La imagen era casi cómica, pero también le resultaba inquietante. ¿Acaso los espectadores estaban tan absortos en la emoción del juego que no notaban la presencia de seres míticos entre la multitud? La idea de un centauro animando a su equipo desde las gradas le sacó una sonrisa involuntaria .
—Doce cabañas, Percy —dijo Quirón con un tono calmado—. Para doce dioses del Olimpo. Cada cabaña es un hogar para ese niño que ha sido reclamado, un lugar donde se encuentran la esperanza y el destino.
—Tú me dijiste la cabaña 11, ¿no? —preguntó.
Quirón asintió.
—¿Y esa cabaña es...?
Los gemelos no gemelos empezaron brincaban como locos, gritando a todo pulmón.
—¡Hermes! ¡Vamos, hermanos! —victoreaban, mientras Chris se unía al entusiasmo, gritando también: —¡Hermes... Hermes!
Luke, sin embargo, solo levantó el puño, aunque no parecía tan emocionado como los demás. Su mirada permanecía seria, casi distante, como si su mente estuviera en otro lugar.
Incluso Joffrey, contagiado por la energía, empezó a levantar las manos, pero Luke rápidamente se las bajó con suavidad.
Quirón le señaló una cabaña muy particular.
—Hermes, dios de los viajeros. Te quedarás allí mientras te reclaman.
—Y eso, ¿cuándo será? —su voz se tornó vacía.
—Los dioses revelan sus decisiones a su tiempo, nunca antes. Tu padre puede reclamarte mañana, la próxima semana o tal vez...
—Jamás... estoy aquí y, aun así, no quiere nada de mí. —Las palabras se le escaparon con un susurro quebrado, como si un peso insoportable se posara sobre su pecho.
Alicent soltó una risita desdeñosa, mirando a Lucerys con burla.
—Es obvio que tu padre no quiere nada de ti, tú eres una mancha en su honor.
Lucerys apretó los puños, su expresión endureciéndose mientras respondía con furia contenida.
—Sí, fui yo quien recuperó su honor, y aun así tiene los hue...
Dejó la frase en el aire, y algunos de los amigos de su hermano se quedaron mirándolo, sorprendidos por la intensidad en sus palabras, como si no creyeran que diría algo tan fuerte. Ella también estaba sorprendida... nunca, ni siquiera cuando le quito el ojo a Aemond había visto tan enojado a su hermano.
Antes de que continuara, Luke se acercó, colocando una mano en su hombro en un intento de calmarlo.
—Basta, Percy —dijo Luke con suavidad—. Él no vale la pena.
Lucerys soltó un suspiro, la ira en sus ojos suavizándose un poco al escuchar a su novio, aunque el resentimiento seguía latente.
Eso pareció entristecer a Quirón, quien, con un gesto casi desesperado, señaló a alguien como si ella fuera su única esperanza.
—Ah, mira —dijo—. Annabeth nos espera.
Volver a ver a esa tal Annabeth hizo que Thalía y Luke se les iluminara los ojos.
La chica que había conocido en la Casa Grande estaba sentada delante de la última cabaña de la izquierda, la 11, absorta en un libro que parecía exigir toda su atención. Cuando nos acercamos, lo examina con una mirada crítica, como si ya conociera todos mis defectos y estuviera lista para enumerarlos. Cerró el libro con un golpe sordo, revelando que era uno de arquitectura.
—Annabeth —dijo Quirón—, tengo clase de arco para profesores a mediodía. ¿Te encargas tú de Percy?
—Sí, señor —respondió ella, sin apartar la mirada de mí.
—Cabaña 11 —le indicó, señalando la puerta desgastada—. Estás en tu casa.
—Gracias, Quirón —musité, sintiendo cómo la calidez de su apoyo se desvanecía.
—Buena suerte, Percy. Te veré a la hora de la cena.
Con esas palabras, se alejó al galope hacia el campo de tiro.
La 11 era la que más se parecía a la vieja y típica cabaña de campamento, con especial hincapié en lo de vieja. El umbral estaba muy gastado; la pintura marrón, desconchada. Encima de la puerta había uno de esos símbolos de la medicina, el comercio y otras cosas, una vara con dos culebras enroscadas. ¿Cómo se llama? Un caduceo.
Estaba llena de chicos y chicas, muchos más que el número de literas. Había sacos de dormir por todo el suelo. Parecía más un gimnasio donde la Cruz Roja hubiera montado un centro de evacuación .
—Qué viejos recuerdos —comentó Chris con una sonrisa nostálgica—. Y honestamente, no los extraño.
Rhaenyra observó el televisor, notando la gran cantidad de niños en la cabaña.
—¿Por qué hay tantos niños aquí? —preguntó con curiosidad—. ¿No deberían estar en las cabañas de sus padres divinos?
Luke asintió y le explicó.
—Muchos de ellos son hijos de dioses menores, y antes no tenían cabañas propias.
Rhaenyra frunció el ceño, perpleja.
—¿Y por qué no crearon una cabaña solo para ellos?
Los semidioses intercambiaron miradas, como si nunca se hubieran planteado la idea.
—Nunca lo pensamos —admitió Luke con una pequeña risa—. Pero ya no importa, ahora todos tienen su propia cabaña.
Al entrar, todos los ojos se volvieron hacia él. Él se quedó en el umbral, sintiéndose como un extraño en tierra desconocida, observando a los chicos que lo miraban con curiosidad, algunos con desdén, otros con simple desinterés. Annabeth rompió el incómodo silencio, haciendo una presentación rápida:
—Percy Jackson, te presento a la cabaña once.
—¿Normal o por determinar? —preguntó alguien al fondo, su tono impregnado de una mezcla de escepticismo y aburrimiento.
S e quedó en blanco, sin saber muy bien qué significaba, pero antes de que pudiera preguntar, Annabeth respondió con firmeza:
—Por determinar.
Todo el mundo se quejó.
—¿Qué es esa falta de respeto hacia mi nieto? —dijo el abuelo con un tono severo, mirando a todos los presentes con una ceja alzada.
Lucerys sonrió un poco, claramente halagado por la defensa inesperada de su abuelo, pero también algo apenado.
—Abuelo, está bien —murmuró, intentando suavizar el ambiente—. Ya sabes cómo son aquí, a veces se pasan un poco, pero es solo broma.
El abuelo asintió, pero no parecía del todo convencido.
—Bueno, que sea la última vez —advirtió, mirando a los demás—. Mi nieto merece respeto.
Un chico de unos catorce años se acercó con una sonrisa amistosa.
—Bueno, campistas. Para eso estamos aquí —dijo, con una facilidad que contrastaba con las miradas de los demás pero no lo miro —. Bienvenido, Percy .
— Éste es Luke — lo presentó Annabeth, y su voz sonó distinta. La miro y había jurada que estaba levemente ruborizada. Al ver que la miraba su expresión volvió a endurecerse — es tu consejero por el momento.
—¡Eres tú! —exclamó Joffrey, señalando emocionado el televisor donde aparecía una versión mucho más joven del novio de Lucerys.
Luke se rió y asintió, su sonrisa cargada de cariño.
—Así es, amiguito —dijo, revolviéndole el cabello con ternura—. No he cambiado tanto, ¿verdad?
Joffrey lo miró de arriba abajo y luego al televisor, evaluándolo seriamente.
—Bueno... ahora eres un poquito más alto —comentó con una sinceridad que hizo reír a todos.
Viserys pareció aburrirse porque se bajo del sillón y fue corriendo a la zona de juegos en donde empezó a jugar con los bloques.
Luke... el mismo nombre que lo habían llamado en su vida pasada, su apodo. Ahora sabía que Luke significaba “Luz” y que era de origen griego. Al verlo ahí, con sus ojos dispares y una cicatriz su nombre ahora tenía un nuevo portador.
—¿No te confundes cuando alguien dice el nombre de Luke mientras estás con él? —preguntó Jace, con curiosidad.
Lucerys soltó una risa ligera.
—Muchas veces... pero ya me terminé acostumbrando —admitió, encogiéndose de hombros—. Al principio era confuso, sobre todo cuando alguien decía "Luke" y pensaba que hablaban de mí o viceversa, pero ahora es más fácil.
Luke le dio un golpecito en el hombro, sonriendo.
—Y cuando no te acostumbras, siempre puedes echarme la culpa a mí —bromeó, lo que hizo reír a todos aún más.
Entonces, Luke lo miró y pareció quedarse congelado, como si todo a su alrededor hubiera dejado de moverse. Sus ojos permanecían fijos, intensos, atrapando cada detalle con una atención casi irreal.
—¡PI... PI... PI! —chilló Pipper— ¡ALERTA DE AMOR!
Todos voltearon a ver a Pipper con asombro, mientras Lucerys y Luke se sonrojaban al instante.
—¡Pipper! —protestó Lucerys, medio riendo, medio avergonzado—. ¿Quién te dio permiso de activar esa "alerta"?
—Es que es obvio —dijo Pipper, encogiéndose de hombros con una sonrisa traviesa—. ¡Amor a primera vista!
Luke se cubrió la cara con una mano y sonriendo
Aemond, visiblemente molesto, se levantó de su silla, sus ojos fijos en Lucerys y Luke con una intensidad amenazante. Dio un paso hacia ellos, pero Daeron se interpuso rápidamente, extendiendo un brazo firme y bloqueando su avance.
—Aemond, cálmate —susurró Daeron, empujándolo suavemente hacia atrás mientras mantenía una expresión seria.
Aemond forcejeó un poco, intentando resistirse, pero después de un momento de tensión, suspiró con frustración y se dejó caer de nuevo en su silla, aunque claramente aún enfadado.
Luke era alto y musculoso, con el cabello castaño muy corto y una sonrisa cálida. Vestía una camiseta sin mangas naranja, pantalones cortos, y sandalias, que dejaban ver un collar de cuero adornado con cinco cuentas de arcilla de colores diferentes, marcando los años que había pasado en el campamento. Pero lo que realmente destacaba eran sus ojos: uno gris, como el de Annabeth, y el otro de un celeste profundo, que casi parecía brillar.
—¡Baja un poco más y te podría describir…! —comenzó a decir Leo con una sonrisa pícara.
—¡LEO! —gritaron varios al unísono—. ¡Hay niños presentes!
Leo levantó las manos en señal de rendición, tratando de contener la risa.
—Me refería a sus pectorales… pectorales, gente —dijo, haciendo una expresión de asombro exagerado—. Ustedes tienen la mente cochina, no yo.
Sin embargo, la cicatriz en su rostro captaba la atención de cualquiera. Comenzaba justo debajo de su ojo derecho y se extendía hasta la mandíbula, una marca clara y precisa que reconoció de inmediato. Aquella era una herida hecha por un dragón; la forma, la profundidad… conocía demasiado bien esas cicatrices . El había tenido una en el hombro, fue culpa de Arrax por jugar brusco.
—Muña casi se vuelve loca cuando te vio con esa camisa toda manchada de sangre —comentó Jace, recordando el momento con una sonrisa.
—Creo que fue el abuelo quien peor reaccionó —añadió Luke, echando una mirada al anciano.
El abuelo asintió con gravedad, frunciendo el ceño.
—Pensé que te habían dejado en pedazos —dijo con una mezcla de preocupación y reproche—. Ni siquiera pude dormir esa noche.
—Es un gusto conocerte, Luke —dijo, extendiéndole la mano.
Luke pareció salir de sus pensamientos, mirándolo como si no esperara que se digiriera a él . Pero luego, una sonrisa se formó en su rostro, y estrechó la mano con firmeza. Durante un instante, notó un leve tono rojizo en sus mejillas, que contrastaba con su expresión segura.
Vaya, pensó con una media sonrisa, pobre chico, debía estar pasando mucho calor con todo ese sol.
Toda la sala estalló en carcajadas ante el comentario de Lucerys.
—Sí, claro —dijo Balerion con una sonrisa—, el calor.
—Eras tan inocente en esos años —añadió Clarisse, entre risas y nostalgia, mientras se “secaba” una lagrima falsa.
Lucerys rodó los ojos, pero una leve sonrisa delataba su diversión.
—El gusto es todo mío, Percy —respondió Luke, sonriendo con una calidez genuina.
Ambos continuaron estrechándose la mano, como si ese simple gesto significara algo más profundo. Sin embargo, la tensión se disipó cuando Annabeth tosió suavemente, y al mirarla, Luke rápidamente retiró la mano, visiblemente un poco apenado.
—Ay, qué lindo —dijo Chris con una sonrisa amplia—, qué es el amor.
—Más el amor gay —añadió Pipper con entusiasmo, levantando las manos como si celebrara una victoria.
—Bienvenido a la cabaña 11 —dijo Luke, ajustando su tono—. Eres un campista por determinar, así que debes quedarte con nosotros. La cabaña 11 acoge a los recién llegados; Después de todo, Hermes, nuestro patrón, es el dios de los viajeros.
Percy arqueó una ceja, captando la insinuación.
—Tuve que echarle un ojo a tus cosas... —continuó Luke, con una sonrisa pícara.
A rqueó una ceja, captando la insinuación.
—Porque Hermes también es el dios de los ladrones... gracias .
—Tristemente, llegaste un poco tarde —continuó Luke, con una expresión de disculpa—. El camarote que se te iba a dar ya estaba ocupado por alguien más. Espero que no te moleste dormir en el suelo...
—He dormido en peores lugares —dijo Lucerys, encogiéndose de hombros como si no fuera la gran cosa—. No me importa… mientras no me salga una cucaracha o una rata, todo bien.
—Eso es tener prioridades —comentó Thalía, tratando de no reírse.
S intió un ligero hormigueo de incomodidad cuando Luke lo vio.
—Sabes qué —dijo Luke, como si una idea arrepentida lo hubiera golpeado—. Mejor te doy el camarote que teníamos reservado para ti.
—Irónicamente ese camarote era el mismo en donde dormía Luke— dijo el gemelo no gemelo.
—¡Luke! —chilló Leo, señalándolo dramáticamente—. ¡Ya lo estabas apartando para ti… niño malo!
Luke se llevó una mano a la frente, tratando de contener la risa.
—No es lo que parece, Leo —dijo entre risas—. El destino es así, simplemente.
Lucerys, divertido, le dio un codazo.
Luke se giró, listo para llamar a alguien, pero lo detuvo al tomarlo del brazo, sintiendo la necesidad de aclarar la situación.
—No, tranquilo —dijo con una sonrisa, tratando de restaurarle importancia—. Estoy bien en el suelo. En realidad, no quiero causar problemas.
—Hubieras dormido en un lugar cómodo —dijo el abuelo—. ¿Por qué no lo dejaste?
—Porque no quería causar problemas —respondió Lucerys.
—Pero si siempre causas problemas —dijo Thalía, cruzándose de brazos y mirando a Lucerys con una sonrisa divertida.
—¡¿YO?! —exclamó Lucerys, llevándose la mano al pecho—. Un ser inocente.
Joffrey, con un gesto protector, añadió:
—Sí, mi hermano no causa problemas.
Thalía rodó los ojos y soltó una risa suave.
—Claro, inocente como un dragón en una tienda de porcelana —bromeó, haciéndolos reír a todos.
Luke lo miró, sorprendido por su respuesta. Había algo en su mirada que parecía expresar aprecio por su humildad. Era claro que la mayoría de los campistas no se conformarían tan fácilmente, y eso parecía cambiar la dinámica en el grupo.
—Eres un tipo bastante tranquilo —murmuró Luke, dándole una palmada en la espalda—. Estoy seguro de que aquí te sentirás como en casa. Y, sinceramente, el suelo no es tan malo. Te acostumbrarás. Además, si llegas a necesitar algo, no dudes en decírmelo.
Con ese gesto, Luke dejó caer su brazo y se dirigió a un lado de la cabaña, moviendo algunos objetos para despejar un espacio en el suelo. Mientras tanto, los otros campistas murmuraban entre ellos, algunos lanzando miradas curiosas hacia él , como si intentaran averiguar qué tipo de persona era realmente.
Iba a empezar a caminar, pero Annabeth lo detuvo de repente, agarrándolo del brazo y arrastrándolo hacia fuera de la cabaña.
—Jackson, eres tonto —dijo Annabeth con un tono de frustración, mientras se separaban unos metros de las cabañas .
—¿Qué? —respondió, confundido y un poco aturdido por la abrupta interrupción.
—La palabra universal de Percy —dijo Nico con una sonrisa burlona.
—Puedes parar —respondió Lucerys, levantando una mano como si intentara detenerlo.
—¿Qué? —exclamó Nico en tono de broma.
Annabeth puso los ojos en blanco, claramente exasperada. Murmuró algo entre dientes que él no pudo escuchar, pero el tono de su voz dejaba claro que estaba molestando.
— ¿ Puedo saber qué te pasa? —preguntó, intentando entender la razón detrás de su reacción.
—Empiezas a enfadarme —replicó ella, cruzándose de brazos, lo que solo aumentó su confusión .
—¿Yo? ¿Por qué? Solo estoy tratando de adaptarme aquí. No sé qué esperabas que hiciera —contestó él, sintiendo que la incomprensión se acumulaba entre ellos.
— ¿Sabes cuántos chicos en este campamento desearía haber gozado de la oportunidad que tú tuviste?
—Annabeth tiene un poco de razón, muchos desearían haber gozado de esa oportunidad... pero casi nadie hubiera vuelto con vida —admitió Clarisse.
—Creo que nadie hubiera regresado con vida si se enfrentara uno a uno con todas las cosas con las que Percy ha peleado —dijo Hazel, y Frank asintió de acuerdo.
—Nadie en esta sala lo hubiera hecho —dijo Balerion con un tono frío, y eso le provocó un escalofrío.
Nadie... ni siquiera su padre.
El silencio se apoderó de la habitación, el peso de sus palabras flotando en el aire.
— Crees que yo quería pelear...¡No!, quería tener un fin de semana tranquilo junto a mi madre; pero ahora ella esta muerta, por dicha pude vengar a mi madre al matar a esa...cosa.
Annabeth rió, como si él fuera el tonto más grande del mundo.
—Los monstruos no mueren, Percy.
—¡¿Cómo que no mueren?! —exclamó su abuela, visiblemente sorprendida.
—Los monstruos no mueren, se regeneran y vuelven al juego, es el tiempo lo que varía —explicó Lucerys, con calma. —Muchos se pueden regenerar en unas horas, días, meses, años... o hasta eones.
—Pero siempre regresarán —terminó su abuelo.
Lucerys asintió.
—Dioses —murmuró su abuelo.
—Gracias, chica. Eso lo aclara todo —respondió él, sarcástico.
—No tienen alma, como tú o como yo. Puedes deshacerte de ellos por un tiempo, tal vez por toda una vida, si tienes suerte. Pero siempre encuentran la forma de regresar —explicó Annabeth .
—¡Qué horror! —exclamó Daeron, con los ojos abiertos de par en par, claramente afectado por la revelación.
L a miró, algo incrédulo , esperaba que dijera que era una broma, pero cuando no dijo nada.
El televisor empezó a fallar. Lucerys se encontraba en una calle desierta de King's Landing, bajo la tenue luz de las farolas que apenas iluminaban el frío asfalto. A su lado, una mujer rubia, de rostro preocupado y angustiado, sostenía a Joffrey en su regazo. El pequeño hermano de Lucerys, pálido y débil, susurraba con una voz quebrada y llena de dolor:
—Madre... perdóname.
Lucerys, de pie junto a ellos, estaba completamente en shock. Joffrey, con el rostro lleno de lágrimas, luchaba por respirar, y su cuerpo parecía demasiado frágil, para ser ese niño lleno de energía que era. Entonces, su pequeño hermanito dejó de respirar.
Lucerys ocultó a Joffrey en su pecho, tratando de calmarse, pero él no dejaba de mirar la pantalla.Jace, a su lado, parecía perder el color de su rostro, con los ojos llenos de horror, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder.
—¡Allí está! —gritó una voz—. ¡Vamos, el príncipe debe de tener cosas valiosas!
Pero en el momento en que las palabras salieron, todo se detuvo, y la atmósfera se tornó aún más sombría. Ella aparto la mirada, no quería ver lo que esos hombres le hacían al pequeño cuerpo de su hermanito.
De repente, los gritos de horror resonaron en la sala. Las voces parecían provenientes de todas partes, pero lo único que quedaba claro era el miedo y el asco.
—¡POR LOS DIOSES, QUÉ HORROR!
—¡¿POR QUÉ HACEN ESO?! ¡ES SOLO UN NIÑO!
—¡POR LOS DIOSES, BASTA! ¡ES MI BEBÉ!
Eso último había venido de parte de Rhaenyra.
—No llores —dijo Annabeth, con un dejo de molestia—, no es para tanto.
La atmósfera en la sala estaba impregnada de una tristeza palpable, una pesadez que parecía aplastar el aire. La voz de la chica, que había hablado sin pensar, la hizo volver a mirar el televisor, pero al hacerlo, la sensación de horror no desapareció. Todo había vuelto a la "normalidad", pero nada en este momento podría llamar a eso normal. La realidad que se proyectaba era una herida abierta que ninguno de los presentes podría ignorar.
Rhaenyra estaba en los brazos de su padre, llorando en silencio, su cuerpo temblando, mientras él y su hermano Viserys trataban de consolarla en un esfuerzo por apaciguar su dolor. Baela tenía una mano en el rostro, incapaz de mirar más. La incredulidad y el horror seguían reflejándose en su rostro, como si no pudiera asimilar lo que acababa de suceder. Jace, por otro lado, parecía completamente en shock, como si la imagen de la muerte de su hermano menor se hubiera grabado en su mente, dejándole sin aliento.
La abuela, con las lágrimas corriendo por su rostro, parecía rota. Su cuerpo se sacudía con el llanto, como si también estuviera muriendo por dentro. El abuelo, con la mirada vacía y derrotada, su postura de derrota indicaba que la tragedia había dejado una marca profunda. Parecía como si lo hubieran golpeado una y otra vez, y cada golpe lo hubiera dejado más vulnerable.
Los amigos de su hermano, aquellos que siempre habían estado bromeado, estaban igualmente horrorizados. Lucerys, abrazando a un pequeño Joffrey en sus brazos, trataba de consolarlo, pero su hermano parecía incapaz de hacer. Luke, los envolvía en su abrazo, tratando de darles algo de consuelo, pero la angustia era tan profunda que nada parecía ser suficiente.
Daeron, incapaz de procesar lo que acababa de ver, se movió un poco antes de caer al suelo, vomitando, el miedo y el asco claramente visibles en su rostro. Helaena, por su parte, tenía a Jaehaera en brazos, cubriéndola con su cuerpo como si intentara protegerla de la brutalidad que acababa de presenciar. Los ojos de Jaehaera estaban llenos de miedo y confusión, tratando de comprender lo que acababa de suceder.
Sin embargo, los únicos que parecían indiferentes, incluso un poco aliviados eran Otto, Alicent, Aemond y Aegon.
S intió cómo sus palabras se clavaban en él como una ráfaga helada. Su visión se nubló, pero no esperó a que Annabeth dijera algo más. Sin pensarlo, la dejó atrás y comenzó a correr. Escuchó su voz llamándolo, la urgencia en su tono, pero él solo siguió corriendo, ignorando todo. El peso en su pecho se hacía cada vez más profundo, aplastante. Quería escapar de ese dolor, de esa soledad que lo perseguía, pero cuanto más corría, más parecía atraparlo, como si estuviera huyendo en un laberinto sin salida.
El aire fresco del campo le golpeó la cara mientras corría. Los árboles se desdibujaban a su alrededor, y su mente giraba en un torbellino de recuerdos y emociones. La risa de Annabeth, el eco de su propia voz, el rostro de su madre y de su familia lo estaban persiguiendo.
Finalmente se detuvo cuando vio que estaba en un claro y la mitad de su cuerpo estaba sumergido en el agua. Camino unos pasos hacia atrás casi angustiado.
Su pobre hermano, ahora solo, en un mundo desconocido con el conocimiento de lo que le pasó a todos... su hermano tenía razón, eso era un tormento horrible.
Se dejó caer al suelo, siendo golpeado por las ligeros movimientos del agua, quien parecía ajena de su dolor. Cerró los ojos y trató de calmarse, pero las palabras de Annabeth resonaban en su mente: “Los monstruos no mueren”
—¿Qué hago, mamá? —susurró, sintiendo que la soledad lo envolvía como una manta pesada. Recordaba las historias que ella le contaba, las promesas de un mundo seguro, donde él podía ser feliz y tranquilo. Pero ahora, cada sombra parecía amenazarlo o querer enloquecerlo.
El chapoteo de alguien más entrando al agua lo hizo sobresaltarse. Giro la cabeza, listo para enfrentarse a cualquier cosa que se acercaba. Pero no era un monstruo. Era Luke, tenía una expresión preocupada.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz suave y tranquilizadora.
—Lo eh perdido todo.
Su hermano lo había perdido todo.
Luke se acercó y se sentó a su lado, mirando al horizonte y parecía no importarle mojarse todo. El silencio se instaló entre ellos, pero no era incómodo. Era una especie de entendimiento mutuo, como si Luke supiera lo que estaba sintiendo sin necesidad de palabra.
—El sacrificio que hizo tu madre —dijo Luke finalmente, rompiendo el silencio. — es algo admirable que no muchos padres o madres de aquí lo harían.
Soltó un sollozo.
—Se que tu madre, lo haría un millón de veces con tal que estés a salvo.
Miro el horizonte, esperando ver algo o a alguien.
—La verdad es que todos hemos perdido algo —dijo Luke. —Este lugar, el campamento, es un refugio, pero también es un recordatorio de lo que hemos dejado atrás.
Lo miró, sorprendido. A menudo, la gente esperaba que los demás se olvidaran de su pasado, que lo dejaran atrás, como si nunca lo hubieran vivido.
Aunque su hermano quería olvidar, sabía que nunca sería capaz de permitir olvidar... de olvidarlos, por su propia voluntad.
—Siento que no pertenezco, a este mundo...es tan...abrumador.
Un Targaryen solo en el mundo es una cosa terrible.
Luke asintió, como si lo entendiera... pero talvez tenía todo el contexto de esa conversación.
—Es normal sentirse así. Este lugar puede parecer una locura al principio. Pero con el tiempo, encontrarás tu lugar. A veces, solo necesitas dar un paso atrás y respirar.
Quería corregirlo, decirle que en realidad él no era de ese mundo... que el venía de otro, con reinas, guerras y dragones... pero solo dijo.
—Gracias. Eso significa más de lo que puedes imaginar .
Luke sonrió, una expresión genuina que iluminó su rostro.
—No hay de qué. Todos necesitamos un amigo en este lugar. Ahora, ¿quieres regresar?
—Quiero quedarme aquí...un poco más.
—Te acompaño, también quiero ver el horizonte un poco más.
—Necesitamos un descanso —dijo Balerion, su voz grave y calmada, como si la tensión en el aire fuera demasiado para todos.
Notes:
Perdon por no actualizar, los exámenes en la universidad fueron devastadores.
Todo lo que hizo Lucerys/Percy por Poseidon y este solo le escupió en la cara cuando le pidio un favor para la universidad.
Lucerys/Percy ah tenido varios padres en su vida y sin duda Poseidon lo considera uno de los peores, ya que Poseidon lo llama cuando quiere algo y cuando Lucerys/ percy le pidio un favor para la universidad Poseidon practicamente le escupio en la cara y Lucerys/ Percy todavía esta muy recentido por eso.
¿Que creen que le haya pasado a Annabeth?
¿Notaron mi referencia al Legado de Hades?... jaja, habrá capítulo pronto.
Hay que proteger al pequeño Joffrey de los habitantes de King’s Landing.
Chapter 13: Mi cena se desvanece en humo
Chapter Text
Sostuvo a Joffrey con una mezcla de amor y desesperación cuando Lucerys lo puso en sus brazos, sus manos temblaban mientras lo acunaba contra su pecho. Podía sentir sus pequeños hombros estremeciéndose mientras sollozaba, y cada lágrima que empapaba su ropa era como un peso añadido a su propio corazón roto.
—Shh, mi bebé... estoy aquí —susurró, aunque sabía que esas palabras no podían borrar lo que habían visto.
Lucerys estaba a su lado, con la mirada fija en el suelo, apretando los puños tan fuertes que los nudillos se le habían puesto blancos. Jace, por otro lado, no paraba de caminar de un lado a otro, su rabia contenida apenas controlada.
Daemon permanecía en silencio, pero su mandíbula estaba tan tensa que parecía que sus dientes podrían romperse. Había una oscuridad en sus ojos que Rhaenyra conocía demasiado bien, una furia que podría desatarse en cualquier momento.
—No puedo quedarme aquí sin hacer nada, Rhaenyra —dijo Daemon finalmente, su voz baja pero cargada de amenaza.
—Daemon, por favor... —respondió ella sin mirarlo, enfocada completamente en Joffrey, acariciándole suavemente el cabello.
—¡No puedo! —gruñó él, su tono elevándose mientras daba un paso adelante—. Nuestra sangre, tratada como si no valiera nada.
—Y cree que arrasar con todo solucionará algo —replicó Rhaenyra, con una mezcla de tristeza y firmeza en su voz, finalmente alzando la mirada para enfrentarlo—. Lo único que lograrás es hundirnos más.
Jace, que hasta ese momento no había hablado, se detuvo en seco.
—Entonces ¿qué hacemos, muña? ¿Dejamos que esto pase? ¿Permitimos que esto pueda salir impune?
Rhaenyra sintió el peso de sus palabras, el fuego en los ojos de su hijo mayor reflejaba la furia de su linaje. Pero al mirar a Joffrey en sus brazos, recordó que el propósito de todo era protegerlos, no alimentarse del ciclo interminable de odio.
—No lo olvidaremos, Jace —dijo con firmeza, mirando a cada uno de ellos—. Pero podemos evitarlo.
Daemon exhaló con frustración, pero no dijo nada más. Sabía que, aunque su sangre clamaba venganza, ella tenía razón.
Rhaenyra inclinó la cabeza y susurró al oído de Joffrey:
—Somos dragones, pequeño. Y los dragones no se rompen tan fácilmente.
Jace la miro con los labios apretados, sus ojos llenos de una mezcla de incredulidad y desesperación.
—¿Evitarlo? ¿Cómo, muña? —preguntó Jace, su voz cargada de frustración y dolor.
Rhaenyra mantuvo la calma, aunque podía sentir el mismo fuego que ardía en su hijo quemándole el pecho.
—Con estrategia, Jace. Con inteligencia. No podemos permitirnos actuar desde la ira.
Jace apretó los dientes, su mirada desviándose hacia el salón, donde Aegon se encontraba entre los Verdes, riendo como si el dolor de su familia fuera un entretenimiento.
—¿Y mientras tanto? —espetó Jace, su voz apenas un susurro envenenado—. Aegon se sienta en tu trono, burlándose de todo lo que nos pertenece.
Su padre, que hasta ahora había permanecido en silencio, se giró lentamente hacia donde estaban los Verdes. Sus ojos eran dos pozos oscuros de peligro contenido.
—Cuando esto termine —dijo con voz baja pero gélida—, me encargaré de ellos personalmente.
Lucerys levanto la vista posándose en el Trono de hierro, y por un momento, su rostro reflejó al más... algo oscuro.
—Si les hace sentir mejor —dijo finalmente Lucerys, con una calma inquietante y un leve tinte de ironía en su tono—, yo quemé todo King’s Landing cuando fui Daenerys.
El comentario de Lucerys cayó como un trueno en la sala, silencioso pero ensordecedor en su impacto. Rhaenyra lo miró con el ceño fruncido, tratando de descifrar si aquello era una broma de mal gusto o un eco de algo más profundo.
—¿Qué dijiste, Luke? —preguntó Baela, rompiendo el silencio, su tono mezcla de incredulidad y curiosidad.
Lucerys desvió la mirada hacia el trono de hierro, su expresión serena, pero con un atisbo de algo más, algo que no encajaba con su juventud.
—Lo que escuchaste —respondió con voz baja, casi un susurro, pero cargada de una intensidad que hizo que incluso Daemon lo mirara con atención—. Lo quemé todo hasta los cimientos.
Daemon entrecerró los ojos, intrigado pero también receloso.
—No estamos para bromas, mi niño —dijo su padre, el tono grave.
—¿Por qué habría de hacer bromas, abuelo? —replicó Lucerys, con un leve destello de algo más en su mirada—. El King’s Landing que tú conoces no es el mismo que yo conocí.
El silencio se hizo más espeso. La atmósfera se tensó al máximo, y el aire parecía vibrar con la verdad no dicha que colgaba entre ellos.
—Un Targaryen fue quien construyó esta ciudad, y será un Targaryen quien la destruyera —dijo Lucerys, con una seriedad que heló el ambiente—. Lo dijo Rhaenys a Aegon y Visenya cuando comenzaron a construir la capital. Es irónico, ¿verdad? Que fuera ella misma, pero en otra versión, quien la destruyera.
El eco de sus palabras resonó en la sala, como si el peso de la historia misma estuviera sobre sus hombros. Rhaenyra lo miró con los ojos entrecerrados, intentando comprender la magnitud de lo que había dicho su hijo, mientras la atmósfera se volvía más densa, cargada de un presagio oscuro.
Daemon soltó una risa baja, casi inaudible, pero cargada de admiración.
—Me impresionas, pequeña marea.
Lucerys, con una calma que desbordaba su juventud, solo levantó las cejas en un gesto de indiferencia.
Un intenso frío se sintió de repente en la sala, y al instante, Balerion volvió, su presencia imponente llenando el espacio. La temperatura pareció descender, el aire más denso, casi palpable.
—Es hora de continuar —dijo con voz grave y autoritaria, su mirada fija en el grupo reunido.
Lucerys dio una última mirada a todos antes de dirigirse a su asiento junto a Luke. El peso de la conversación aún flotaba en el aire, pero por un instante, todo se desvaneció cuando un grito desgarrador les hizo girar hacia los Verdes.
—¡Jaehaera, regresa aquí! —gritó Otto, pero la joven ya había escapado de sus brazos.
Lucerys se inclinó ligeramente, sin perder su compostura, y en un movimiento ágil la tomó en sus brazos, su risa llena de diversión y despreocupación. Era como si el tono tenso de minutos atrás no hubiera existido en absoluto.
—¿Quieres pasar un rato conmigo? —le preguntó con una amplia sonrisa, la calidez en su voz contrastando con la frialdad de la situación.
—¡Sí! —respondió Jaehaera, con una alegría inocente.
Mientras la niña se acurrucaba en los brazos de Lucerys, ella no puedo evitar pensar en Aemma, la bebé que su hijo estuvo apunto de contarle que existía. ¿Qué hubiera pasado si Aemma y Visenya hubieran vivido? Sin duda habrían sido las mejores amigas, compartiendo la misma sangre, la misma fuerza, la misma visión.Esa idea jamas la dejaría tranquila.
De repente, el televisor en la sala se encendió, y la imagen de Lucerys caminando junto a Luke apareció en la pantalla.Lucerys se sentó al lado de Luke. Su rostro se suavizó, y en un gesto de cariño, le dio un beso en los labios, como si esos minutos que pasaron separados hubieran sido una pequeña eternidad. Vio a Aemond molestarse ya que apretó los puños hasta que estos se volvieron blancos.
La historia de su ataque de locura se extendió rápidamente como la pólvora. Dondequiera que iba, los campistas lo señalaban y susurraban entre risas o miradas de asombro, comentado sobre su episodio. O quizás simplemente miraban a Luke, quien, empapado de pies a cabeza, parecía una fuente ambulante mientras él, ya estaba completamente seco, lucía como si nada hubiera pasado.
—Parecía más que Luke había dado un chapuzón y tú solo te quedaste en la orilla mirando —comentó Chris con una sonrisa divertida, cruzándose de brazos mientras observaba a Lucerys con curiosidad.
—De verdad, ¿cómo es eso posible? —añadió Daeron, mirando a Lucerys con el ceño fruncido—. ¿Quién se seca tan rápido? Yo tardo al menos veinte minutos, incluso con el sol. Pero tú... ni bien sales del agua, y ya estás como si nada.
—Es extraño, ¿no? —insistió Chris, dando un paso hacia Lucerys con una expresión inquisitiva—. Quiero decir, Luke parecía haber salido de una tormenta, y tú ni rastro de agua en el cabello.
Lucerys, con su típica actitud despreocupada, se encogió de hombros.
—Supongo que tengo suerte —dijo Lucerys con calma, aunque el brillo travieso en su mirada sugería que había algo más que no estaba diciendo.
Thalía no pudo evitar reírse, cruzándose de brazos mientras lo observaba con esa mezcla de incredulidad y diversión tan propia de ella.
—Suerte, Percy, tú nunca tienes suerte —replicó, enfatizando cada palabra con una sonrisa burlona.
Lucerys se giró hacia ella, levantando una ceja en desafío.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabes?
—Porque siempre que algo puede salir mal contigo, sale mal —respondió Thalía, inclinándose hacia él con aire juguetón—. Pero claro, ahora tienes suerte
Lucerys entrecerró los ojos y, como si fueran niños pequeños, ambos se sacaron la lengua al mismo tiempo.
—¿De verdad? ¿Eso es lo mejor que puedes hacer? —se burló Chris, observando el intercambio con una sonrisa divertida.
—Es un lenguaje universal —dijo Lucerys con una sonrisa de suficiencia—. No necesitas explicarlo, se entiende perfectamente.
—Idiotas, los dos —murmuró Daeron, llevándose una mano al rostro, aunque no podía ocultar la sonrisa que se formaba en sus labios.
—¿Idiotas? —repitió Thalía, girándose hacia Daeron con una ceja alzada—. Ten cuidado, que podríamos unir fuerzas.
—Eso sí sería un desastre de proporciones épicas- advirtió Luke hacia Daeron y este solo levanto las manos en señal de rendición.
A pesar de las muradas curiosas, Luke seguía caminando junto a él, sin inmutarse, devolviendo ocasionalmente un saludo o una sonrisa.
—El pobre de Luke tuvo que mantener la compostura por las tonterías de su noviecito —dijo Leo con una voz melosa, exagerando cada palabra como si estuviera narrando una tragedia romántica.
Luego, con una sonrisa traviesa, le envió una serie de besitos al aire, alternando entre Lucerys y Luke. Ambos se sonrojaron instantáneamente, incapaces de evitarlo, aunque intentaron mantener la dignidad.
—¡Leo! —exclamó Lucerys, llevándose una mano a la cara para cubrir su creciente rubor—. ¿Puedes comportarte aunque sea una vez?
—¿Y perderme este espectáculo? Ni loco —respondió Leo, llevándose una mano al pecho como si estuviera ofendido ante la sugerencia.
Jaehaera, que había estado observando la escena con atención, soltó una risita que resonó como campanas, sumándose al ambiente de camaradería.
—Son tan graciosos juntos —comentó Jaehaera, con la inocencia que solo un niño podía tener.
Luke miró a Lucerys con una mezcla de vergüenza y diversión.
—Bueno, al menos alguien lo está disfrutando...
Leo le lanzó otro besito exagerado, haciendo un ruidoso "mwah" mientras guiñaba un ojo.
—No te preocupes, Luke, lo hago con amor —dijo Leo entre risas.
Lucerys rodó los ojos, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa.
—A veces me pregunto por qué te toleramos.
—Porque en el fondo saben que soy irresistible —respondió Leo, alzando las cejas con una expresión descarada.
Luke negó con la cabeza, intentando ocultar su sonrisa mientras Jaehaera se reía aún más fuerte.
Luke le mostró la herrería, en donde Charles lo dejo ayudarlo.
—Muy bien, Percy —dijo Charles, extendiéndole unas pinzas y un martillo con un gesto desafiante—. Vamos a ver si tienes talento para crear armas.
El ambiente en la sala se tornó extraño, como si una sombra hubiera pasado por encima de todos. Algo en la mirada de Lucerys y varios de sus amigos se oscureció, una mezcla de tristeza y melancolía que contrastaba con el momento anterior lleno de risas.
Cuando Charles apareció en pantalla, caminando con un aire despreocupado, todos parecieron contener la respiración.
—Vaya —susurró Clarisse, con un tono cargado de asombro y nostalgia—, qué joven se veía.
Nadie respondió de inmediato, pero la tensión en el aire hablaba por sí sola.
Lucerys bajó la mirada por un instante, como si algo en aquella imagen despertara recuerdos que preferiría olvidar. Luke, sentado a su lado, le dio un leve apretón en el brazo, un gesto silencioso de apoyo que Lucerys agradeció con una pequeña sonrisa.
M iró las herramientas con algo de duda y luego echó un vistazo a la fragua, donde el calor era casi sofocante. Se giró para ver a Luke, que había decidido pararse junto a una chimenea cercana, disfrutando del calor para secar su ropa. Luke, notando su mirada, le sonrió y le levantó el pulgar en señal de apoyo.
Aegon soltó una risa burlona, cargada de veneno.
—Querido sobrino —dijo con sarcasmo mientras alzaba una copa de vino—, dices no ser bastardo, pero haces trabajos de bastardo.
El comentario cayó como un golpe, y la tensión en la sala aumentó. Lucerys apenas levantó la mirada, pero sus ojos brillaban con una calma peligrosa. Antes de que pudiera responder, fue su abuelo Corlys quien intervino.
—Por lo menos mi nieto hace algo —replicó con tono cortante, mirando directamente a Aegon—. No es un príncipe que solo bebe y está siempre en la calle de seda.
La sala quedó en silencio por un instante, excepto por el chasquido de la lengua de Aegon, quien intentaba disimular su irritación. Alicent abrió la boca para decir algo, pero Daemon habló primero, con una sonrisa afilada.
—No puedes culparlo, Corlys. —Daemon inclinó la cabeza, fingiendo empatía—. Quizá esté tratando de encontrar algo en lo que destaque... aunque no creo que lo encuentre en la calle de seda.
Alicent abrió la boca, claramente lista para alzar la voz, pero Pipper se adelantó con su habitual curiosidad infantil.
—¿Qué es la calle de seda? —preguntó, inclinando la cabeza con un aire de inocencia.
Todos se detuvieron por un momento, y fue Daemon quien respondió con una sonrisa sarcástica.
—Es el lugar donde hay muchas casas de placer, querida niña.
Aegon, viendo una oportunidad para recuperar su orgullo herido, se enderezó en su asiento y añadió con entusiasmo.
—Las mejores prostitutas de King’s Landing están allí. Deberíamos ir esta noche, no saben lo que es lo mejor del mundo hasta que...
Antes de que pudiera terminar, una ola de exclamaciones de asco lo interrumpió.
—¡Por los dioses! —exclamó Thalía, llevándose una mano al pecho como si hubiera escuchado la cosa más repugnante—. ¿De verdad acabas de decir eso?
Jason no pudo contener su disgusto.
—Eres un asqueroso y degenerado.
—Y pensar que este hombre cree que puede gobernar un reino —murmuró Lucerys en tono bajo, aunque lo suficientemente alto como para que todos lo oyeran.
Aegon apretó los puños, la ira y el orgullo combatiendo en su interior, mientras todos los ojos se volvían hacia él. Lucerys, con la calma de siempre, lo miraba fijamente, su voz cargada de desdén.
—Yo por lo menos sería un mejor rey que...mi hermana.
—Sabes que los habitantes de King’s Landing celebrarán tu muerte con mucha alegría —dijo Balerion, dejando caer las palabras como una sentencia, una verdad incómoda que lo dejó aún más expuesto.
Aegon se quedo sin palabras.
T omó la hoja con ambas manos, algo nervioso, y la llevó al yunque para empezar a darle forma, tal y como Charles le había indicado. Sujetó las pinzas con firmeza y levantó el martillo, decidido a impresionar... pero no pudo ni siquiera dar tres golpes antes de que la hoja saliera volando de las pinzas y cayera directamente sobre un montón de paños. En segundos, el calor residual del metal hizo que los paños comenzaran a arder, y una pequeña columna de humo se alzó en el aire.
—Tu suerte solo empeora, Percy —dijo Thalía, observando a Lucerys con una sonrisa burlona.
Lucerys soltó un suspiro y se pasó una mano por el cabello, mirando lo que había pasado con mucho cansancio.
—¡ Hay no ! —exclamó con horror , mirando el desastre con los ojos bien abiertos.
Sin perder tiempo, Luke se plantó a su lado, mirándolo con una mezcla de preocupación y diversión mientras le hacía una señal de "mejor vámonos ahora." Justo entonces, un a hij a de Hefesto entró corriendo, extinguidor en mano, y comenzó a apagar las llamas con movimientos rápidos y eficaces.
Leo levantó los brazos en señal de victoria, su rostro iluminado por una expresión de pura emoción.
—¡Esa es mi hermana! —exclamó, mirando al televisor con orgullo—. Siempre al cuidado de los desastres. Nyssa, te quiero.
Charles, quien había visto todo desde una distancia prudente, soltó un suspiro y, cruzando los brazos, les dedicó una sonrisa resignada.
—Un gusto conocerte, Percy —dijo Charles con un tono que era una mezcla de broma y paciencia.
—Igualmente —respondió Percy, antes de volverse hacia Luke—. ¡Vamos!
Ambos salieron corriendo de la herrería, echando miradas hacia atrás mientras trataban de contener la risa.
Luke también l e mostró el taller de artes y oficios, donde varios sátiros estaban trabajando con esmero en una estatua gigante de mármol. La figura de un hombre con piernas y cuernos de cabra se alzaba en el centro del taller, cada detalle cuidadosamente esculpido hasta capturar una expresión casi viva en el rostro de la estatua.
Lucerys paseó lentamente alrededor de la estatua, absorto en la magnificencia de la figura que se alzaba ante él. La luz del atardecer iluminaba las líneas detalladas, haciendo que la estatua cobrara vida de alguna manera. Mientras caminaba, su pie golpeó algo metálico, haciendo un sonido sordo. Al agacharse para recogerlo, vio que era algo de metal con la palabra "Spam" escrita en ella.
Lucerys la observó por un momento, luego sonrió, metiéndola en su bolsillo con un aire de indiferencia.
—¡Así que fuiste tú! —exclamó Grover, sorprendido, mirando a Lucerys con los ojos bien abiertos—. ¡Leneo estuvo toda la tarde culpando a todos los demás por comerse esa lata!
Lucerys se giró hacia Grover, con una sonrisa traviesa y una chispa de diversión en su mirada.
—Será una Mouskeherramienta que nos ayudará más tarde.
Grover soltó un suspiro de cansancio.
—Pan —dijo, sin poder evitar el asombro. La estatua era, sin duda, una obra de arte impresionante, casi divina.
Luke lo miró, levantando una ceja, mientras unos sátiros alrededor intentaban secarlos con grandes abanicos de hojas.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó, visiblemente intrigado.
Percy sonrió un poco avergonzado y explicó:
—Grover... a veces habla dormido y menciona su nombre. Al principio pensé que soñaba con pan, la comida , ya sabes. Pero ahora se ... que refería a Pan, el dios.
Luke soltó una risa ligera, y uno de los sátiros cerca de ellos también sonrió, asintiendo con nostalgia. Los sátiros que trabajaban en la estatua pulían con devoción cada centímetro de mármol, como si estuvieran poniendo toda su esperanza en cada pulida.
Thalía miró a Grover con una mezcla de curiosidad y compasión.
—¿Los sátiros ya superaron su muerte? —preguntó con suavidad, como si temiera herir algún sentimiento.
Grover suspiró, bajando la mirada mientras se removía incómodo.
—No, muchos todavía creen que anda por allí —respondió con un dejo de tristeza en su voz—. Lo buscamos por muchos años. Muchos todavía creen que sigue vivo... que solo está escondido o esperando el momento adecuado para regresar.
Thalía inclinó ligeramente la cabeza, sus ojos reflejando una tristeza contenida.
—Pobres —murmuró con tristeza.
Luego, Luke lo condujo hasta el rocódromo, una estructura que él observó con una mezcla de fascinación y terror. Se trataba de dos enormes muros de piedra enfrentados, cada uno repleto de salientes y grietas, pero también de trampas bastante intimidantes. Los muros se agitaban violentamente, arrojaban piedras, escupían lava por las grietas, y, si alguien no alcanzaba la cima a tiempo, ambos muros se movían hacia el centro para chocar entre sí, amenazando con aplastar a quien fuera demasiado lento.
Para su horror vio como un chico que subía esa trampa mortal caía, el chico grito con horror pero era salvado por un viento inesperado que lo depositó suavemente en el suelo. La mezcla de horror y asombro en el ambiente era palpable.
—¡Qué peligro! —exclamó su padre, con una voz tensa, sus ojos reflejando un miedo genuino.
Daemon, por el contrario, dejó escapar una risa baja y casi fascinada, sus ojos brillando con emoción.
—¡Qué emoción! —exclamó su Daemon, con una voz emocionada, sus ojos reflejando fuego.
—¿Vas a subir? —preguntó una chica con una flor en el cabello, parándose junto a él con una sonrisa juguetona.
Uno de los chicos idénticos cayó al piso de rodillas, extendiendo los brazos dramáticamente mientras exclamaba a todo pulmón:
—¡KATIE, MI HERMOSA NOVIA!
Las risitas estallaron entre los presentes como un coro. Jaehaera, que observaba la escena con ojos llenos de diversión, se aferró a la camisa de Lucerys, tironeándola levemente para señalar al enamorado con un dedo pequeño, claramente divertida por el espectáculo.
Lucerys, contagiado por la inocencia de la niña y la comicidad del momento, se inclinó para darle un beso en la cabeza, sonriendo ampliamente.
—Hoy no, Katie —se adelantó a responder Luke rápidamente—. Aún está en recuperación... pero en unos días, tal vez.
—Tiene razón —dijo Jace con el ceño fruncido y los brazos cruzados—. Deberías estar en cama, recuperándote, no caminando por allí como si nada.
—Es lo que siempre le digo —intervino Will, levantando las manos al aire con exasperación—, pero es como hablar con una pared.
Baela se unió a las quejas, señalándolo con un dedo acusador:
—Te has vuelto muy terco, Lucerys.
Lucerys alzó ambas manos en un gesto defensivo antes de soltar una exclamación teatral.
—¿A quién llamas terco? Tengo muchas cosas que hacer, no puedo simplemente quedarme acostado como si el mundo se detuviera.
Rhaena negó con la cabeza, cruzando los brazos.
—Un día de estos vas a caer de cansancio, y entonces, ¿qué harás?
Lucerys rodó los ojos y respondió con un tono desafiante, aunque una sonrisa traviesa se asomaba en sus labios.
—Dile eso a los dioses, Rhaena. Si no me detienen ellos, ¿por qué habría de detenerme yo?
Jace bufó, claramente frustrado, pero también preocupado.
—Esto no es un juego, Luke. Si te sigues esforzando más allá de tus límites, terminarás lastimándote.
Will aprovechó la oportunidad para unirse al ataque.
—Escucha, te estoy diciendo esto como tu amigo: tu salud es más importante que cualquier cosa que tengas que hacer.
Thalía levantó una ceja, con un gesto de reproche.
—Por una vez, podrías escuchar a la razón.
Lucerys levantó las manos en señal de rendición, aunque todavía con esa chispa desafiante en su mirada.
—Está bien, está bien. Me lo pensaré... algún día.
—Algún día no es suficiente —replicó Rhaena, apuntándolo con un dedo como si estuviera regañando a un niño pequeño.
Jace suspiró, como si ese suspiró pudiera transmitirle su preocupación.
—Tienes que descansar.
Lucerys se encogió de hombros, su sonrisa todavía presente.
—Lo tendré en cuenta. Ahora, ¿alguien quiere seguir discutiendo o podemos seguir viendo mis recuerdos?
Katie asintió, aparentemente satisfecha con la respuesta, y lanzó una última sonrisa antes de correr hacia el rocódromo. Con una agilidad impresionante, comenzó a trepar el muro, esquivando con gracia las piedras que salían disparadas y manteniéndose un paso adelante de la lava que comenzaba a escurrir de las grietas.
L a observó, impresionado por la facilidad con la que esquivaba los peligros y se balanceaba entre las rocas. Cada vez que parecía que una piedra caliente la iba a alcanzar, Katie la eludía con una destreza casi acrobática, como si el rocódromo fuera parte de un juego más que una prueba mortal.
—¿Ella de quien es hija ? —preguntó en un murmullo a Luke, sin apartar la vista del rocódromo.
—Es hija de Deméter —respondió Luke—. Katie es una de nuestras mejores esca ladoras . Si algún día tienes una misión que implica escalar, ella es tu mejor opción.
Durante el camino a las cabañas pasaron por el lago , se encontraron nuevamente con Annabeth, quien tenía el ceño fruncido y una expresión que sugería que no estaba de buen humor.
—Annabeth, casi nunca estaba de buen humor —comentó Thalía, mirando al frente con una sonrisa irónica.
—Eso no es cierto —replicó Luke con una ligera risa—, solo que su buen humor suele ser... más bien selectivo.
Thalía se encogió de hombros.
—Quizás, pero definitivamente era la persona más alegre cuando estaba trabajando en sus proyectos de arquitectura.
—Annabeth —dijo Luke con una sonrisa amigable—, te lo encargo. Tengo que ir a entrenar, pero asegúrate de que Percy llegue a la cabaña y descanse un poco.
—Claro, Luke —respondió Annabeth con una voz melosa, aunque su mirada hacia él se endureció en cuanto Luke dejó de mirarla.
— ¿Cuál es su problema? —exclamó Baela con furia, su mirada estaba puesta en Annabeth
Chris se encogió de hombros, adoptando un tono casi despreocupado:
—El problema era que Percy le estaba quitando la atención de Luke. Ya sabes, ellos dos eran como uña y mugre, pero cuando Percy llegó... eso cambió.
Baela bufó y cruzó los brazos.
—Volveré antes de las siete y media, Percy —le aseguró Luke—, para llevarte ...llevarlos al comedor.
Chillidos emocionados resonaron en el aire, rompiendo cualquier intento de mantener la compostura.
—¡Llevarte! —exclamó uno de los chicos idénticos, señalando a Luke con un dedo acusador y una sonrisa pícara—. ¡Querías llevarlo a una cita bajo la luna!
—¡No, no! —replicó el otro, riendo a carcajadas—. ¡A una cita bajo las velas y con chocolates!
La sala estalló en risas, y Luke, totalmente rojo como un tomate, balbuceó algo, mientras intentaba ocultar su rostro entre las manos. Lucerys, en cambio, soltó risitas despreocupadas, su hombro temblando suavemente mientras contenía la diversión.
Jaehaera, que estaba en los brazos de Lucerys, lo miró con una expresión de curiosidad infantil, ladeando la cabeza como si intentara entender lo que eso significaba.
Él asintió y le devolvió la sonrisa.
—Claro, Luke. Gracias por enseñarme lo que quedaba del campamento.
Luke sonrió de oreja a oreja, y mientras se alejaba, lo vio dar un pequeño salto de emoción, como si llevarse una misión tan simple como mostrarle el campamento fuera lo mejor del día. N o pudo evitar sonreír ante el entusiasmo .
—Parecía un niño en una dulcería cuando llegó al entrenamiento —comentó Chris con una sonrisa burlona, recibiendo algunas risas de los demás.
—¡Muy meloso! —exclamó Clarisse con un bufido, cruzándose de brazos—. ¡Patético!
—Tienes que hablar con el Oráculo —dijo Annabeth de repente.
—¿Con quién? —preguntó Rhaenys.
—Con la momia que vive en el sótano de la Casa Grande —respondió Leo, con una sonrisa burlona que hizo reír a varios.
—A Rachel no le gustaría que la llamaras momia —intervino Will, claramente molesto por el comentario.
—No me tiraría su cepillo azul, ¿verdad? —replicó Leo, como si fuera lo más obvio del mundo.
Jace frunció el ceño, como si estuviera tratando de conectar algo en su mente.
—Espera... —dijo, con tono pensativo—. ¿Esa momia? ¿Fue la que viste moviendo las cortinas en la Casa Grande?
Grover asintió, rascándose una oreja con nerviosismo.
—El Oráculo parecía estar obsesionado con Percy —admitió—. Desde el instante en que pisó el campamento, se volvió completamente loca.
—Como si tuviera un sexto sentido para el drama —añadió Leo, riendo—. Porque, sinceramente, Percy siempre trae el espectáculo.
—No soy tu telenovela personal, Leo— exclamo Lucerys con cansancio.
C asi saltó del susto; se había olvidado de que Annabeth estaba justo ahí.
—¿Con quién? —preguntó, todavía desconcertado.
Annabeth lo miró con exasperación.
—No con quién, sino con qué. El Oráculo. Le pediré a Quirón que te lleve a verlo.
D irigió la mirada al fondo del lago, deseando que, por una vez, alguien le diera una respuesta directa. Mientras intentaba aclarar su mente, algo capturó su atención en el agua. Dos adolescentes estaban sentadas en el fondo, con las piernas cruzadas en la base del embarcadero, a unos seis metros de profundidad. Llevaban pantalones vaqueros y camisetas verde brillante, y sus cabellos castaños flotaban alrededor de sus cabezas como algas. Pececillos nadaban entre ellas, y las dos le sonrieron y saludaron como si fuera un amigo que no veían desde hacía mucho tiempo.
Aegon soltó un silbido, claramente impresionado.
—Esas sí que son chicas.
Lucerys rodó los ojos y, sin perder la compostura, respondió con tono seco:
—Chicas que te ahogarán si no les caes bien.
Aegon, todavía con su sonrisa arrogante, replicó con un tono insinuante:
—No me importa... mientras sea en sus brazos.
Lucerys soltó una risita sarcástica.
—No te ahogaran no de la forma que crees, querido tío.
La sala estalló en carcajadas, mientras Aegon fruncía el ceño, intentando captar el significado de las palabras de Lucerys. Baela, se recostó en el sillón, añadió con diversión:
—Conociendo a esas chicas, seguro prefieren lanzarte al fondo del océano atado a una roca.
—Y sinceramente, no culpo su lógica —añadió Luke, sonriendo mientras observaba a su hermano manejar la situación con maestría.
Aegon bufó, aunque el rubor en sus mejillas lo delataba.
L es devolvió el saludo.
—No las animes —le advirtió Annabeth—. Las náyades son terribles como novias.
—Solo estoy tratando de ser cortés —dijo—. ¿No te enseñaron a ser cortes ?
Un gran "¡Ohhh!" resonó en la sala, acompañado de risitas y miradas llenas de expectativa.
—¡Percy 1... Annabeth 0! —exclamó uno de los chicos idénticos, alzando ambos brazos y mostrando un 1 en una mano y un cero en la otra.
Annabeth lo miró como si acabara de decir la cosa más estupida del mundo.
—¿Qué eres, un príncipe azul? —exclamó, cruzándose de brazos — ¿Que con su espada dorada matara al dragón?
—No, lo montaría —respondió con seriedad .
El "¡Ohhh!" en la sala se volvió ensordecedor mientras Leo fingía que su cabeza explotaba en un gesto exagerado, provocando aún más risas entre el grupo.
—¡Percy 2... Annabeth 0! —exclamó otro de los chicos idénticos, alzando ambos brazos y mostrando un 2 en una mano y un cero en la otra.
—¿Qué? —preguntó Annabeth, claramente desconcertada.
—Nada —dijo rápidamente—. Olvídalo.
Empezó a caminar, se empezó a tocar el dedo indice donde imaginariamente tendría una anillo dando vueltas y vueltas.
Oh, su dulce niño. Había heredado ese pequeño gesto de ella, ese hábito que se manifestaba cuando los nervios comenzaba a salir. Lo miro con ternura mientras giraba y giraba los dedos sobre ese anillo invisible. Era como mirarse en un espejo.
Quería ir a casa, no le importaba donde: Dragonstone, Driftmark, el apartamento con su madre, incluso a Red Keep... aunque allí estaban los Hightower, podría ignorarlos... bueno podría quedarse con su tía Helaena y sus hijos...Pero ÉL estaba allí también...¡PERO QUERÍA VOLVER A CASA!
Esa última parte Lucerys no la pensó sino que grito.
Rhaena levantó una ceja y lo miró con una mezcla de diversión y reproche.
—Deberías encontrar otra forma de ordenar tus pensamientos,Lucerys.
Baela, siempre dispuesta a disfrutar del drama, no perdió la oportunidad de intervenir.
—¿Por qué dices eso? —preguntó con una sonrisa curiosa.
Rhaena se cruzó de brazos, mirando de reojo a su hermano con una expresión traviesa.
—¿Cómo crees que me enteré de que Lucerys estaba embarazado?
Hubo un momento de silencio absoluto, seguido de un estallido de risas. Lucerys se puso rojo como el fuego de un dragón y enterró la cara en sus manos mientras los demás se desternillaban.
—¡Eso no es justo! —gritó Lucerys, su voz ahogada por las risas.
Baela se recostó en su asiento, disfrutando de la situación.
—Por los dioses, Lucerys, gritar tus pensamientos es un don y una maldición.
—Más maldición que don —masculló Lucerys, mientras Jace se inclinaba con una sonrisa burlona.
—Al menos así nos mantienes informados, ¿no?
Will levantó la mano para pedir calma, su expresión completamente seria.
—Si tú te puedes embarazar siendo hombre... ¿por dónde sale el bebé?
El rostro de Lucerys se tiñó de un rojo intenso, mientras algunos de los presentes intentaban contener las risas, y otros esperaban la respuesta con genuina curiosidad.
—Por el recto —respondió Lucerys finalmente, con un tono que mezclaba cansancio y resignación—. Tienen dos funciones...
Alicent soltó una exclamación de asco y vio que varios verdes tenían caras de asco. Antes de que Lucerys pudiera terminar de explicarse, Pipper saltó emocionada, interrumpiendo todo el ambiente con su habitual entusiasmo.
—¡Como en el Omegaverse! —exclamó con los ojos brillando de emoción.
Lucerys cerró los ojos, apretando el puente de su nariz como si estuviera intentando invocar toda la paciencia que le quedaba. Claramente, deseaba estar en cualquier otro lugar en ese momento.
—Sí, Pipper... como en el Omegaverse. —Su tono era plano, resignado.
Pero Pipper no terminó ahí; al contrario, su emoción se intensificó aún más.
—¡Entonces serías un Omega! —añadió, dejando caer la palabra como si fuera la revelación más importante de su vida—. Siempre creí que serías un Alfa.
Nico soltó una risa ahogada y, mirando a Lucerys, añadió con un toque de sarcasmo:
—Por favor, Pipper, míralo. Es obvio que Luke se lo...
—¡Basta! —chilló Lucerys, visiblemente exaltado y con las mejillas encendidas. El grito silenció cualquier comentario adicional, atrayendo las miradas sorprendidas de los presentes. Se cruzó de brazos con determinación, mirando fijamente a todos—. Hablaremos otro día sobre cómo iba a tener a mi hija, ¿queda claro?
Will, con la mano levantada, hizo una mueca de descontento.
—Pero...
—¡Otro día! —insistió Lucerys, su tono firme. Sus ojos recorrían al grupo como si desafiara a alguien a contradecirlo.
Will bufó, bajando la mano con resignación.
—Como quieras. Pero no esperes que se me olvide.
Pipper asintió con entusiasmo, aparentemente sin captar la tensión en el aire.
—¡Sí, otro día! Tengo tantas preguntas...
Lucerys suspiró, derrotado.
—¿Por qué yo? —murmuró para sí mismo.
—¿Todavía no lo entiendes, Percy? —dijo Annabeth, caminando a su lado, con una mirada seria. —Ya está s en casa. Este es el único lugar seguro en la Tierra para los chicos como nosotros.
—Y el Campamento Júpiter —añadió Frank con calma, cruzando los brazos mientras observaba a los demás—. Claro, pero en ese entonces no sabíamos de la existencia del otro... así que, sí, en su contexto serían los únicos.
Concluyó encogiéndose de hombros.
—¿Por qué no se conocían? ¿No sería mejor? —preguntó Daeron, confundido, con el ceño ligeramente fruncido.
Los semidioses se miraron entre sí, como si intentaran decidir quién debía explicar primero.
—Los romanos y griegos tienen una historia... complicada —dijo Hazel con delicadeza, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—"Complicada" es quedarse corto —interrumpió Leo con una sonrisa torcida—. Básicamente, éramos como perros y gatos. Peleas por todos lados.
—Eramos como los Bracken y los Blackwood —intervino Lucerys con un aire de entendimiento, mirando a Daeron—. Pero nosotros ya logramos dejar nuestras diferencias.
—¿Y cómo lo hicieron? —preguntó Corlus, con curiosidad genuina.
Lucerys sonrió de lado, como si estuviera recordando algo.
—Una profecía, tuvimos que trabajar de codo a codo, así logramos dejar nuestras diferencias.
—Interesante— dijo un Daemon pensativo.
— Hablas de los semidioses.
Annabeth asintió.
— Tu padre no está muerto, Percy. Es uno de los Olímpicos.
— Lo sé, mi madre y Quirón me lo dijeron.
— ¡Entonces porque actúas como si no supieras!
—Por favor, es su primer día, nadie nace sabiendo todo —dijo Corlys con un tono firme, pero amable, mirando a los demás para reforzar su punto.
Varios asintieron en señal de acuerdo, y algunos murmuraron palabras de aprobación.
—Sí, los primeros días son difíciles —añadió Will, encogiéndose de hombros—. Yo tropecé con mi propia espada durante mi primer entrenamiento.
—¿En serio? —preguntó Nico con una ceja levantada y una pequeña sonrisa burlona.
—¡Oye! No todos nacemos con gracia natural, Nico —replicó Will, haciendo reír a los presentes.
S e detuvo en seco, sorprendido por la intensidad de las palabras de Annabeth. La rabia y la frustración en su voz lo hicieron girar para mirarla .
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, tratando de mantener la calma.
Annabeth lo observó un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—Actúas como si te hubieran dejado atrás, como si no tuvieras un lugar al que pertenecer, como si estuvieras... perdido.
—Bueno, Lucerys no debería estar allí, y también recuerda su antigua vida... —comentó Balerion, su tono era calmado pero cargado de seriedad—. Así que es normal que sienta que ese no es su lugar, que esté perdido, que sienta que no debería estar allí... porque, en realidad, Lucerys no debería estar allí.
Lucerys arqueó una ceja con una sonrisa traviesa y respondió con un tono lleno de diversión:
—Creo que deberías agradecer a tu asistente.
Balerion lo miró de reojo y soltó un suspiro lleno de cansancio, como si estuviera acostumbrado a las bromas de Lucerys pero no tuviera la energía para discutir.
—A veces me pregunto si haces esto a propósito para agotarme —murmuró Balerion, sin perder del todo su semblante estoico.
—¿A propósito? —replicó Lucerys—. Yo jamás haría algo así.
Los que estaban cerca no pudieron evitar reír, mientras Balerion cerraba los ojos un momento como si estuviera reuniendo paciencia.
— Y aún así, estaré aquí el resto de mi vida — susurro.
— Eso depende. Algunos campistas se quedan sólo durante el verano. Si eres hijos de Afrodita o Deméter, probablemente no seas una fuerza realmente poderosa.
—Perdón —exclamó Pipper, visiblemente molesta, con una chispa de determinación en su voz—, ¿por ser hija de Afrodita cree que soy inferior?
La sala quedó en un silencio incómodo. Todos intercambiaban miradas, sorprendidos por su arrebato. Pipper dio un paso al frente, cruzándose de brazos.
—Siempre es lo mismo —continuó, con un tono cargado de frustración—. “Afrodita es solo amor y belleza”. Como si eso no tuviera fuerza ni importancia.
Otto la miró con desaprobación, sus labios torciéndose en una mueca de desdén.
—Eres solo una mujer...
Pero antes de que pudiera terminar, Pipper levantó la mano con un gesto rápido y dijo con firmeza:
—¡Silencio!
Al instante la boca de Otto se cerro, Otto se llevó las manos a la boca, sus ojos desorbitados por el pánico al darse cuenta de que no podía hablar. Trató de abrir su boca desesperadamente, pero fue inútil. Alicent, alarmada, corrió hacia él.
—¡Padre! ¿Qué sucede? —preguntó con voz angustiada mientras intentaba ayudarle. Aemond se levantó de inmediato para asistirla, mientras Daeron y Helaena observaban la escena, sorprendidos. Aegon se empezó a reír.3.
—¿Qué le hiciste? —chilló Alicent, girándose hacia Pipper con furia en los ojos—. ¡Eres una bruja!
Pipper, con la tranquilidad de alguien que ya había lidiado con ese tipo de insultos, levantó una ceja.
—Relájate —dijo con un tono seco—. Es solo embruja-habla de "silencio". Desaparecerá en unos segundos.
Tal y como prometió, Otto logró abrir la boca de nueva, soltando un jadeo profundo mientras recuperaba el habla.
—Debería ser permanente —murmuró Daemon.
Ella golpeo levemente el hombro de su esposo, aunque sabía que tenía razón.
Los monstruos podrían ignorarte, y en ese caso te las arreglarías con unos meses de entrenamiento estival y vivirías en el mundo mortal el resto del año. Pero para algunos de nosotros es demasiado peligroso marcharse. Somos anuales. En el mundo mortal atraemos monstruos; nos presienten, se acercan para desafiarnos. En la mayoría de los casos nos ignoran hasta que somos lo bastante mayores para crear problemas, ya sabes, a partir de los diez u once años. Pero después de esa edad, la mayoría de los semidioses vienen aquí si no quieren acabar muertos. Algunos consiguen sobrevivir en el mundo exterior y se convierten en famosos. Créeme, si te dijera sus nombres los reconocerías. Algunos ni siquiera saben que son semidioses. Pero, en fin, son muy pocos.
—No me refiero a eso... mejor olvídalo, iré a descansar, me duele la cabeza —dijo, mientras empezaba a caminar, dejando a Annabeth atrás.
—Bueno, no tendrías conversaciones extrañas si dieras toda la información —lo regañó Nico, cruzándose de brazos.
Lucerys soltó un suspiro, antes de responder en tono burlón:
—Claro, Nico, les diré que soy un príncipe que murió junto a su dragón en una persecución con su tío y su dragón de guerra, y que renací como un niño semidiós. ¿Dónde está la camisa de fuerza?
La sala estalló en risas, aunque algunos intercambiaron miradas llenas de curiosidad y desconcierto. Luke, sentado a su lado, levantó la mano como si estuviera en clase.
—Cuando me lo contó, ni siquiera yo le creí —admitió Luke con una sonrisa torcida—. Y mira que he visto cosas...raras.
Lucerys le devolvió la mirada con una expresión que parecía decir: “¿Ves? Gracias por probar mi punto”.
—Es que lo cuentas como si fuera lo más normal del mundo —añadió Will con una risa incrédula.
—Porque para mí, ya lo es —replicó Lucerys, encogiéndose de hombros.
—Debes hablar con el Oráculo, algo importante pasó en el solsticio de verano.
S e detuvo en seco, sorprendido por lo que acababa de escuchar. Se giró rápidamente para mirar a Annabeth, su rostro lleno de confusión y un creciente malestar.
—Repite eso —dijo, intentando que sus palabras tuvieran sentido.
—Hablar con el Oráculo —respondió Annabeth, sin titubear.
—¡No! ... Lo último, ¿el solsticio de verano?
Annabeth lo miró fijamente, claramente sorprendida por su reacción .
—¡Así que sabes algo! —chilló Annabeth con entusiasmo, como si acabara de descubrir una pista crucial.
Él trató de mantener la calma, pero estaba completamente desconcertado.
—Annabeth estaba emocionada porque tenías información —comentó Jason con una sonrisa de medio lado—, mientras Percy parecía que en cualquier momento se volvería loco.
Lucerys soltó una risa baja y se pasó una mano por el cabello.
—Típico Percy —añadió Thalía con una risa—. Siempre listo para la acción, pero cuando se trata de usar el cerebro, se frustra en segundos.
Varios rieron.
—Bueno... no —dijo con una leve confusión—. En mi antigua escuela, oí hablar de ello. Grover y Quirón mencionaron el solsticio de verano en una conversación. Grover dijo algo acerca de que no nos quedaba demasiado tiempo para la fecha límite. ¿A qué se refería?
—Ojalá lo supiera. Quirón y los sátiros lo saben, pero no tienen intención de contármelo. Algo va mal en el Olimpo, algo importante. La última vez que estuve allí todo parecía tan normal…
—¿Has estado en el Olimpo?
—¿Tú has estado en el Olimpo? —preguntó Corlys con una mezcla de emoción y asombro en sus ojos.
—Sí, abuelo —respondió Lucerys con una sonrisa tranquila—. Incluso he tomado vino con el rey de los dioses.
Rhaenys abrió los ojos de par en par, claramente impresionada.
—¿En serio?
Lucerys soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—No, para nada. Ese hombre me odia a muerte. Lo único que realmente quiere es lanzarme un rayo y rostizarme.
La sala estalló en risas. Su padre se inclino hacía ella.
—Aveces me asusta sus chistes de como lo quieren matar.
Ella asintió de acuerdo con su padre.
—Algunos de los anuales hicimos una excursión durante el solsticio de invierno. Es entonces cuando los dioses celebran su gran consejo anual.
—Pero… ¿cómo llegaste hasta allí?
—En el ferrocarri l de Long Island, claro. Bajas en la estación Penn. Edificio Empire State, ascensor especial hasta el piso 600 .
—¿Pero si el Empire State tiene 102 pisos? —preguntó, frunciendo el ceño mientras trataba de comprender lo que le decía Annabeth.
—¡Es muy alto! —exclamó Jaehaera con los ojos brillando de asombro.
—Sí, es enorme... —respondió Lucerys con una sonrisa—, pero hay otro edificio aún más alto, uno donde puedes sentir que tocas las nubes.
Los ojos de Jaehaera se agrandaron aún más, su expresión ahora completamente maravillada.
—¡¿De verdad?!
Lucerys asintió, divertido por su reacción.
—De verdad. Aunque necesitarías un poco de valor para subir tan alto.
—Yo podría hacerlo —declaró Jaehaera con determinación, alzando la barbilla, lo que hizo que todos a su alrededor sonrieran.
Annabeth soltó un suspiro de cansancio, como si no fuera la primera vez que lo escuchaba.
—Déjame hablar —lo interrumpió, con la voz firme—. Después de nuestra visita al Empire State, el tiempo empezó a cambiar, como si hubiera estallado la furia de los dioses. He escuchado a escondidas a los sátiros un par de veces, dicen que han robado algo importante. Y si no lo devuelven antes del solsticio de verano, todo irá mal. Cuando llegaste, esperaba... Quiero decir... Atenea se lleva bien con todos, menos con Ares, claro, y está la rivalidad con Poseidón, pero aparte de eso, quiero que trabajemos juntos.
—Me pregunto —susurró Lucerys, inclinándose ligeramente hacia Luke mientras sus ojos reflejaban un pensamiento lejano—, si hubiéramos trabajado juntos...
Luke lo miró por un momento, su expresión suavizándose con una mezcla de melancolía y comprensión.
—La historia sería diferente... —respondió en un murmullo que muy pocos pudieron oír—. Muy diferente.
S e quedó en silencio por un momento, procesando sus palabras. Todo lo que decía sonaba serio y cargado de tensión, pero aún no entendía bien la conexión entre todo.
—¿Robaron algo? —preguntó finalmente, aún desconcertado.
Annabeth asintió, su mirada intensa.
—Sí. Algo valioso, algo que podría cambiar el rumbo de todo, Percy. No sabemos qué exactamente, pero no podemos dejar que pase. El solsticio de verano está cada vez más cerca y si no lo solucionamos, las consecuencias serán devastadoras.
S e mordió el labio, mirando a Annabeth, notando el peso de su voz. Podía ver lo decidida que estaba.
—¿Y qué esperas que haga yo? —preguntó, aunque ya intuía la respuesta.
—Salvar el día —dijo Grover con una sonrisa cansada—, como siempre lo haces.
Lucerys alzó una ceja, mirándolo con un toque de sarcasmo.
—¿Siempre? No creo que "casi destruirlo todo antes de arreglarlo" cuente como siempre salvar el día.
—Detalles —replicó Grover, encogiéndose de hombros.
Annabeth lo miró fijamente, sin vacilar.
—Quiero que trabajemos juntos. Si logramos entender qué fue lo que robaron, quizás podamos evitar lo peor. Este no es solo un problema de los dioses, Percy, también es nuestro.
Negó con la cabeza. Ojalá hubiera podido ayudarla, pero me sentía demasiado hambriento, cansado y sobrecargado mentalmente para seguir haciendo preguntas.
—Tengo que conseguir una misión —murmuró Annabeth para sí misma, como si lo estuviera procesando en su mente—. Ya no soy una niña. Si sólo me contaran el problema…
Comenzó a caminar de vuelta a la cabaña 11.
—¡A dónde vas! —preguntó ella , alarmad a al ver que él comenzaba a alejarse.
—Como te dije, me duele la cabeza —respondió él sin detener su paso, sin girarse para mirarla—. Iré a cerrar los ojos un momento. Gracias por la información.
—Eso fue muy desconsiderado de tu parte —lo regañó Rhaenys, cruzando los brazos con desaprobación.
—Me recuerda a padre —comentó Baela en voz baja, dirigiéndose a Rhaena.
Ambas hermanas asintieron al unísono, compartiendo una sonrisa cómplice.
—Perdón, a veces se me sale lo descarado... más cuando estoy cansado —admitió Lucerys con una sonrisa culpable, rascándose la nuca.
—Eso no es excusa —replicó Rhaenys con firmeza, aunque su expresión suavizó un poco ante la sinceridad de su sobrino.
Había logrado descansar unos diez o quince minutos cuando toda la cabaña se convirtió en un caos absoluto. Voces alzadas resonaban por doquier mientras algunos jugaban, otros cantaban a todo pulmón "See You Again" de Wiz Khalifa, y unos cuantos más simplemente corrían de un lado a otro. Por primera vez, notó que muchos de los chicos y chicas de la cabaña compartían ciertos rasgos: narices afiladas, cejas arqueadas, sonrisas maliciosas. Eran exactamente el tipo de jóvenes que los profesores de su antigua escuela etiquetarían como "problemáticos".
—Mi hermano necesita descansar —exclamó Jace con enojo, mirando a Lucerys con una mezcla de preocupación y frustración.
—Hubiera descansado, si se hubiera quedado en la enfermería —lo regañó Will, con tono firme, cruzando los brazos.
Lucerys solo se encogió de hombros, como si la discusión no tuviera importancia para él.
—Estoy bien —dijo con una sonrisa tranquila, aunque su cansancio era evidente—. Ya descansaré después, como siempre.
Jace y Will soltaron suspiros de resignación.
Afortunadamente, nadie pareció prestarle mucha atención mientras él se desper taba , todavía algo somnoliento.
Como prometió, Luke regresó antes de las siete y media, llevando algo en sus brazos.
—Te he encontrado un saco de dormir —anunció con una gran sonrisa, mientras lo dejaba junto a él —. Y toma, te he robado algunas toallas del almacén del campamento.
—Gracias —respondió, aunque algo desconfiado.
—Percy, estás saliendo con un hijo de Hermes, obvio que te ha regalado cosas robadas —dijo Will con una sonrisa traviesa.
Lucerys soltó una risa nerviosa, mientras Luke lo miraba sorprendido.
—Lo sé —respondió Lucerys, con tono divertido—. Luke, cariño, sé cuando me regalas algo robado...
Luke frunció el ceño, sorprendiendo aún más a los demás.
—¿De verdad? —preguntó, aunque su voz denotaba que no estaba tan seguro de si debía sentirse halagado o preocupado.
Clarisse miró a Chris, quien estaba igual de sorprendido por la revelación.
—Clarisse también lo nota, Chris —dijo Lucerys, mientras ella parecía con una sonrisa maliciosa.
Chris, por un momento, pareció procesar la información, antes de soltar una risa incrédula.
—No lo puedo creer.
—De nada —respondió Luke, acomodándose en la cama junto a la suya.
D ecidió guardar las toallas en su maleta. No quería arriesgarse a que, en cuanto él se descuidara, alguien ya se las hubiera robado.
—De hecho, sí me robaron, fue una camisa, y al día siguiente, el muy descarado la usada en mi cara —dijo Lucerys, cruzando los brazos y mirando a Luke con una sonrisa burlona.
Luke frunció el ceño, claramente molesto.
— ¿Quién fue? —preguntó con ojo, mirando a su alrededor.
—Connor —exclamó Lucerys, señalando a uno de los chicos idénticos, quien levantó las manos en forma de rendición, como si ya supiera que iba a ser señalado.
—Debo declarar que esa camisa fue la mejor camisa que he robado —dijo Connor con una gran sonrisa en su rostro, levantando una ceja y mirando a Lucerys como si fuera un logro.
Varios se rieron por el descaro de Connor, pero Lucerys solo negó con la cabeza, resignado.
Sin embargo, al abrir su maleta, algo llamó su atención. Había un pequeño paquete envuelto cuidadosamente. Al sacarlo, se dio cuenta de que era una bolsita de dulces azules que su madre por su regreso a casa.
Su plan había sido compartirlos con su madre en una caminata por la mañana, disfrutando juntos del amanecer. Ahora, ese recuerdo se sentía tan distante como su propio hogar. Se las guardo en el bolsillo.
— ¿Alguna vez has visto a tu padre? —preguntó a con curiosidad, observando cómo la sonrisa de Luke desaparecía de golpe.
—Allí vamos —exclamó Thalía con una sonrisa traviesa—. Una pregunta incómoda.
Por un momento, el ambiente entre ellos parecía volverse más pesado. Luke buscó algo en su bolsillo y sacó una navaja automática. T uvo un instante de alarma; Por un segundo, pensó que Luke saltaría sobre él como un gato para apuñalarlo. Pero en lugar de eso, simplemente us o la navaja para quitarse el barro seco de las sandalias, con movimientos precisos y distraídos.
—Sí, una vez —respondió Luke con voz monótona, sin mucho entusiasmo.
E speraba, que tal vez contaría algo más. Pero Luke no dijo nada, dejando que el silencio llenara el espacio entre ellos.
—¿Qué te esperaba que te dijera? —preguntó Luke, mirando a Lucerys con una mezcla de curiosidad y diversión.
—No sé —declaró Lucerys, encogiéndose de hombros—, algo más...
—Algo tipo, "odio a mi padre y siempre lo haré" —sugirió Luke con una sonrisa irónica.
—Sí, como algo así —respondió Lucerys, asintiendo con tono serio pero con una leve sonrisa en los labios.
—¿Y tú? —preguntó Luke finalmente, sin levantar la vista.
Pasó una mano por el cabello, buscando en su memoria.
—También una vez —dijo al fin—, pero era muy bebé... siento que fue siglos atrás.
Luke lo miró de reojo, como evaluándolo.
—Entonces no lo recuerdas realmente.
—No. Pero a veces me pregunto cómo habría sido si se hubiera quedado. Si hubiera crecido con él.
Luke soltó una risa seca, sin humor.
—No te pierdas de nada, créeme.
Entonces Luke levantó la cabeza y, aunque su sonrisa fue un poco forzada, parecía sincera.
—No te preocupes, Percy. Los campistas son mucho mejores. Después de todo, somos familia... lejana... pero somos familia. También nos cuidamos unos a otros.
—Familia disfuncional —dijo Thalía con una sonrisa, observando a los demás con un brillo de complicidad en los ojos—, pero seguimos siendo familia.
A sintió, intentando corresponder con una sonrisa, pero también lo forzó se sintió forzado.
—Eso suena... bien —murmuró, aunque no estaba seguro si lo decía por cortesía o porque realmente quería creerlo.
Luke le dio una palmadita en el hombro.
—Lo entenderás con el tiempo. Solo... mantente cerca de los tuyos. Y, bueno, mantente alejado de las cabañas de Ares. No son precisamente amistosos.
—Somos amistosos —declaró Clarisse, cruzándose de brazos con una sonrisa traviesa—, solo que nuestra forma de dar amor no es con un beso, sino con golpes.
S oltó una pequeña risa, pero la sensación de incomodidad persistía.
—Hoy Annabeth me dijo que debía hablar con el oráculo.
—¿Tenías que delatar a Annabeth de esa forma? —preguntó Thalía, levantando una ceja.
—Tenía que sacarlo —exclamó Lucerys—, me tenía carcomiendo de la curiosidad.
—¿Pero con Luke?
—¿Y con quién más, Quirón? —exclamo Lucerys exasperado—. Me hubiera dado toda una charla sobre eso, y yo necesitaba respuestas rápidas, no una charla que durara media hora.
Luke cerró la navaja con un clic seco y la guardó en su bolsillo.
—Odio las profecías —dijo con amargura.
—¿Qué quieres decir?
Un leve tic apareció junto a la cicatriz en su labio, algo que no había notado antes.
—A veces se me olvida lo bueno que eres leyendo a la gente —dijo Clarisse, admirada.
—Vive en un nido de víboras y podrás leer a la gente como si tuvieran un gran cartel sobre ellos que te dice lo que realmente quieren de ti —respondió Lucerys con una sonrisa irónica.
—Por eso no confiaste tan rápido en Annabeth.
Lucerys asintió con seriedad.
—Las señales eran muy evidentes.
—Digamos que la lié en una misión. Desde que fallé en mi viaje al Jardín de las Hespérides, hace dos años, Quirón no ha vuelto a permitir misiones importantes.
— ¡ El Jardín de las Hespérides ! — repitió, sorprendido.
—¿Qué es el Jardín de las Hespérides? —preguntó Daeron, con curiosidad.
Lucerys se inclinó ligeramente hacia adelante, como si estuviera a punto de contar un secreto muy importante.
—Es un lugar misterioso y alejado, donde se encuentra un árbol que da manzanas doradas, capaces de otorgar la inmortalidad a quien las consuma —explicó Lucerys, con tono grave. —Pero no es tan fácil acceder a él. El jardín está custodiado por Ladón, un dragón gigantesco de cien cabezas.
Un murmullo de asombro recorrió la sala.
—¡¿Cien cabezas?! —exclamaron todos al unísono, mirando a Lucerys como si hubiera soltado una locura.
Lucerys asintió, manteniendo su expresión seria.
—Sí, cien cabezas. Un dragón gigantesco que no solo es enorme, sino que es increíblemente peligroso. Y lo peor de todo es que, además de ser una criatura temible, Ladón no se limita a morder. Tira ácido, un ácido tan corrosivo que podría derretir casi cualquier cosa. Su hedor... —Lucerys frunció el ceño, recordando el olor nauseabundo—, es como el de una rata muerta, pero cien veces más fuerte.
Un escalofrío recorrió a todos los presentes, que no podían evitar imaginarse la monstruosidad que describía Lucerys.
—¡Qué espanto! —chilló Alicent, horrorizada—. Los dragones son criaturas horribles.
Lucerys la miró con una sonrisa irónica y se cruzó de brazos.
—Son majestuosas —respondió con calma—. Pero, claro, ¿cómo lo entendería una andala como tú...?
Un murmullo recorrió la sala por la provocación, y los ojos de varios se centraron en la tensión que comenzaba a formarse. Alicent frunció el ceño, dispuesta a replicar, pero no fue la reina quien habló primero.
—¡Cuidado con cómo le hablas a la reina Alicent! —intervino Sir Criston Cole, con una mirada feroz y la mano apretando el mango de su espada, dispuesto a intervenir.
Lucerys no pareció inmutarse ante la amenaza. Mantuvo su postura desafiante, mirando fijamente a Sir Criston.
—Le hablaré como me dé la gana, Sir Criston —dijo con voz firme y desafiante—. Si ella me habla con descaro, entonces yo le hablaré igual. Recibes lo que das. Ahora, quédate quieto junto a tu aventura con patas.
El ambiente se tensó aún más con sus palabras. Sir Criston apretó los dientes, claramente molesto, pero Lucerys no dio ni un paso atrás. Alicent, por su parte, se quedó en silencio, su rostro rojo de ira, mientras algunos miembros de la sala observaban en silencio.
Luke asintió, pero desvió la mirada.
—Annabeth se muere de ganas de salir al mundo, ¿sabes? Ha estado esperando su oportunidad desde que era una niña. Quirón le prometió que, algún día, alguien especial llegaría al campamento con una misión que cambiaría todo.
—¿Alguien especial? —preguntó Percy, sintiéndose incómodo con la idea.
—No te preocupes —dijo Luke, encogiéndose de hombros—. Annabeth siempre cree que cada nuevo campista que llega es "el elegido" que está esperando. Pero no siempre funciona así.
Antes de que pudiera responder, un cuerno sonó a lo lejos. El sonido era fuerte y profundo, como un caparazón de caracola, algo que recordaba vagamente. Una vez, su padre Laenor había traído uno para jugar.
—Recuerdo ese día —dijo Jace, riendo mientras se recostaba en el sillón—. Tocamos tan fuerte esa caracola dentro del castillo que Muña tuvo que sacarnos de allí para que siguiéramos jugando sin molestarla.
Lucerys sonrió al escuchar la anécdota.
—Estaba embarazada de Joffrey —comentó con una expresión divertida—. Así que necesitaba paz, y Kepus se le ocurrió darnos una caracola.
Soltó una pequeña carcajada al recordar lo que pasó después.
—Casi les tiró esa caracola por la ventana, pero al final decidí sacarnos del castillo para que siguieran jugando con ella afuera.
Lucerys asintió, aún sonriendo.
Luke le puso la mano en el hombro, con una sonrisa que intentaba ser reconfortante.
—Venga, vamos. Es hora de la cena.
Ambos se levantaron, y Luke se giró hacia los demás campistas que estaban en la cabaña.
—¡Once, formen una fila! —ordenó con voz firme, pero sin perder ese tono amistoso que parecía natural en él.
En cuestión de segundos, la cabaña al completo, que contaba con unos veinte chicos y chicas, comenzó a organizarse. Cada uno ocupó su lugar en una fila que atravesaba el espacio común. La fila se formaba por orden de antigüedad, lo que significo que él iba de último, Luke lo guio hasta el final.
—No te preocupes. Ya te acostumbrarás a esto.
Con eso dicho y le guiño un ojo. Luke camino al frente, liderando la fila como el hermano mayor que todos respetaban.
—Vamos todos... que nadie se separe —dijo Luke, asegurándose de que todos los campistas de la cabaña Once estuvieran en fila antes de salir.
S iguió al grupo, echando un último vistazo al interior de la caótica cabaña antes de cruzar la puerta. Al salir, vio que las demás cabañas también comenzaban a vaciarse. Algunas eran silenciosas y organizadas, mientras que otras parecían competiciones de quién hacía más ruido.
N otó que había tres cabañas que permanecían vacías, igual que cuando las había visto en su recorrido con Quirón . Sin embargo, su atención fue capturada por la cabaña número 8, que parecía completamente normal durante el día, pero que ahora, con la puesta de sol, empezaba a brillar tenuemente, como si estuviera hecha de plata líquida.
—Artemisa, mi patrona —exclamó Thalía con entusiasmo, sus ojos brillando al mencionar el nombre de la diosa.
Varios en la sala no pudieron evitar reír al ver la expresión tan fervorosa de Thalía
La multitud subió por la colina hacia el pabellón del comedor. V io a los sátiros abandonar el prado y unirse al flujo de campistas. Más allá, las náyades emergían del lago con movimientos gráciles, sus cabellos brillando como si estuvieran hechos de agua. Algunas le sonrieron y el se las devolvió.
Desde el bosque surgieron algunas chicas, pero no era de forma no había sido de forma figurativa . O bservó asombrado cómo una niña, que no debía tener más de la edad de Joffrey, emergió directamente del tronco de un arce cercano. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras se movía con pequeños saltos .
Al llegar al pabellón, q uedó impresionado. Las antorchas ardían alrededor de las columnas de mármol, iluminando el lugar con una luz cálida y oscilante. En el centro, una hoguera brillaba intensamente en un brasero de bronce tan grande como una bañera. Las llamas parecían cambiar de color, pasando de dorado a verde y luego a un azul brillante, como si reflejaran la energía mágica que impregnaba todo el campamento.
Las mesas estaban dispuestas en filas ordenadas, una para cada cabaña. Cada una estaba cubierta con un mantel blanco bordeado en morado, dando al lugar un aire de elegancia ceremonial. Sin embargo, notó que cuatro mesas permanecían vacías, un recordatorio mudo de las cabañas que no tenían ocupantes.
La mesa de la cabaña 11, por otro lado, estaba abarrotada. Había tantos campistas que no parecía haber suficiente espacio para todos. T uvo que apretujarse en el borde de un tronco, medio colgado, mientras trataba de mantener el equilibrio.
—¿Por qué no se sientan en las otras mesas desocupadas? —preguntó Rhaena, mirando las mesas vacías que rodeaban el gran comedor.
—Está prohibido —respondió Luke con una leve sonrisa, claramente acostumbrado a la tradición del campamento. —Cada mesa está asignada a los hijos de un dios específico. Si te sientas en una de esas mesas, estarías insinuando que eres hijo de ese dios, y digamos que eso no los haría muy felices.
—¿Siempre es así? —le susurró a Luke, quien se sentó a su lado con una sonrisa resignada.
—Siempre —respondió Luke, partiendo un trozo de pan y ofreciéndoselo—. Bienvenido al lugar más concurrido del campamento.
Varios rieron por lo que dijo Luke.
O bservó el pabellón mientras intentaba hacerse espacio en la abarrotada mesa de la cabaña 11. Su mirada se posó en Grover, sentado en la mesa 12 junto al señor D. A su lado, algunos sátiros charlaban animadamente y dos chicos rubios, que parecían versiones más jóvenes del dios del vino, devoraban racimos de uvas como si fuera su última comida.
Quirón permanecía de pie junto a la mesa, ya que su imponente forma de centauro hacía imposible sentarse en los bancos diseñados para humanos. Parecía tranquilo y observador, como si analizara cada detalle del comportamiento de los campistas.
Annabeth estaba en la mesa 6, rodeada de un grupo de chicos y chicas que exudaban confianza y determinación. Todos compartían el mismo aire atlético, ojos grises que parecían escudriñar hasta el alma y un cabello rubio color miel que brillaba bajo las antorchas. Percy se sintió un poco intimidado al ver la manera organizada y casi militar en la que conversaban.
Finalmente, el sonido de cascos golpeando el suelo de mármol llamó la atención de todos. Quirón había coceado suavemente para pedir silencio. Al instante, las conversaciones y risas cesaron, y todos se volvieron hacia él.
El centauro levantó su copa de néctar con una expresión solemne y alzó la voz:
—¡Por los dioses!
El grito resonó en el pabellón y fue seguido por un estruendoso coro de voces que repetían el brindis. Las llamas de la hoguera central se alzaron en un destello brillante, cambiando de color a un rojo intenso como si respondieran al homenaje.
Él alzó su copa de manera tímida, sin estar seguro de cómo sentirse.
Las ninfas del bosque comenzaron a rondar las mesas, llevando bandejas de comida que parecían sacadas de un festín celestial: uvas brillantes como pequeñas joyas, manzanas que relucían como si hubieran sido enceradas, fresas maduras que exhalaban un aroma dulce, quesos de diferentes tipos, panes recién horneados con la corteza crujiente, y un montón de carne a la barbacoa que humeaba tentadoramente.
—Todo eso se ve delicioso —comentó su padre, observando la variedad de platos que se encontraban sobre la mesa.
—Lo es —respondió Lucerys con una sonrisa, tomando un bocado—, pero no supera la cocina de mi mami.
Varios amigos de Lucerys asintieron de acuerdo, con sonrisas cómplices y miradas de aprobación.
E staba bajando su copa cuando Luke, sentado a su lado, le dio un codazo amistoso y le susurró:
—Háblale. Pide lo que quieras de beber. .. Sin alcohol, por supuesto.
L o miró confundido por un momento, pero decidió probar.
—Coca-Cola de cereza —dijo al vaso vacío frente a él.
Para su asombro, el recipiente se llenó de inmediato con un líquido burbujeante de color caramelo. Se inclinó para tomarlo, pero entonces una idea le cruzó por la mente.
—Coca-Cola de cereza azul.
—Tú y tu comida azul —dijo Nico, mirando a Lucerys con una ceja levantada.
—La comida azul es superior a cualquier otra —respondió Lucerys con convicción, como si no hubiera duda alguna en su afirmación.
—Pero, ¿de verdad crees que cualquier cosa azul sabe mejor? —preguntó Clarisse, dudosa.
—Absolutamente —respondió Lucerys, sin pensarlo dos veces.
El líquido en el vaso cambió instantáneamente a un azul cobalto intenso, casi luminoso. D io un sorbo, y el sabor era exactamente lo que esperaba, una mezcla perfecta de su refresco favorito y un toque único que sabía a casa.
Sonrió, satisfecho, mientras Luke reía ligeramente.
—Eso es nuevo. Azul, ¿eh? —comentó Luke .
— A mi madre ya mí nos gusta la comida azul —dijo con una sonrisa.
Luke también escuchó y le tendió una bandeja de jamón ahumado. Llenó su plato y estaba a punto de comer cuando vio que todo el mundo se levantaba y llevaba sus platos al fuego en el centro del pabellón. Se preguntó si irían por el postre.
—Goloso —dijo Baela con un tono divertido, mirando a Lucerys mientras él se servía más comida.
—Tenía hambre —se escudó Lucerys, levantando las manos en señal de inocencia. —Después de todo, no es mi culpa si todo se ve tan delicioso.
—Claro, claro —respondió Baela, sonriendo. —La "hambruna" que te ataca a ti siempre llega en el momento perfecto para más comida.
—Es una necesidad vital —añadió Lucerys con una sonrisa traviesa—. ¿Cómo puedo concentrarme si no estoy bien alimentado?
—Siempre con excusas —rió Baela, pero no pudo evitar sentirse un poco contagiada por la energía positiva de Lucerys.
—Ven —le indicó Luke.
Al acercarse, vio que todos tiraban parte de su comida al fuego: las fresas más hermosas, el trozo de carne más jugoso, el pan más crujiente y con más mantequilla.
—Es la mejor parte —se quejó Aegon, cruzando los brazos con una expresión de frustración. —Porque tiran esa rica comida.
Luke le susurró al oído:
— Son ofrendas para los dioses. Les gusta el olor.
Todos giraron para mirar a Balerion, que permanecía inmóvil, con una expresión indescifrable en su rostro. Sin inmutarse, se encogió de hombros.
—No, a mí no me gusta el olor de la comida quemada... y me gusta la sangre. —su voz, tranquila pero llena de una intensidad palpable, hizo que todos se quedaran en silencio por un momento.
Clarisse, con una mezcla de asombro y diversión, arqueó una ceja.
—Oscuro, pero interesante —dijo, un toque de sarcasmo en su voz, aunque no pudo evitar sonreír ante la respuesta de Balerion.
El ambiente se tensó brevemente, pero Lucerys rompió el silencio con una risa nerviosa.
—Bueno, al menos eso aclara algunas cosas —dijo Lucerys, intentando suavizar la atmósfera.
Aegon, con una mueca de desdén, cruzó los brazos y agregó en tono sarcástico:
—Nunca pensé que Balerion fuera el tipo de persona que disfrutara de un buen festín... pero la sangre explica mucho.
Rhaenys, sin embargo, parecía más intrigada que asustada.
—¿Qué clase de sangre? —preguntó, curiosa y con un brillo de interés en sus ojos.
Balerion la miró brevemente, y con una sonrisa enigmática respondió:
—La sangre... de los enemigos. Eso hace que todo tenga mejor sabor.
M iró el fuego, intrigado. Las llamas chisporroteaban con un tono cálido, cambiando de naranja a azul y luego a un blanco brillante mientras los campistas ofrecían sus porciones. Un aroma embriagador llenó el aire, una mezcla de dulce y salado que casi podía saborear.
—¿Todo esto por el olor? —preguntó, aún sosteniendo su plato lleno.
—Es una forma de mostrar respeto. Todo lo que tenemos viene de ellos. Así que les damos las mejores partes.
O bservar cómo los campistas, uno por uno, ofrecían sus alimentos con seriedad. Incluso los niños más pequeños parecían entender la importancia del gesto.
—Y ¿qué pasa si no ofreces nada? —preguntó.
Luke se rió por lo bajo.
—Bueno, digamos que no querrías probarlo. A los dioses no les gusta que los ignoren.
Luke se acercó al fuego, inclinó la cabeza y arrojó un gordo racimo de uvas negras.
—Hermes —dijo.
Él era el siguiente. Ojalá hubiera sabido qué nombre de dios pronunciar, si los dioses griegos, los dioses Valyrios o algún otro dios en particular. Él ya no era creyente de nada, desde el primer momento que reencarno, él era un agnóstico, pero ahora solo quería...
—¿Qué es un agnóstico? —preguntó Alicent, su tono curioso pero ligeramente molesta de que Lucerys no hiciera esa ofrenda a los Siete.
Lucerys se acomodó en su asiento, levantando la vista hacia ella mientras respondía con calma.
—Es una persona que no afirma ni niega la existencia de Dios o dioses.
Alicent frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Daeron intervino.
—Eres hijo de un dios, Lucerys —dijo con un tono que denotaba una mezcla de incredulidad y algo de fascinación.
Lucerys soltó un suspiro profundo, dejando escapar un leve murmullo de frustración.
—Tal vez, si me niego a aceptar que soy hijo de un dios, los Dioses me dejen en paz —exclamó, su cansancio evidente en su voz.
— Para cualquiera que lo quiera —y tiró una gruesa rodaja de jamón al fuego, y afortunadamente no se asfixió con el denso humo que desprendía la hoguera.
—Así menos te iban a reclamar —dijo Nico, levantando una ceja con una ligera sonrisa.
Lucerys le restó importancia, mirando al frente con indiferencia.
—No necesito su aprobación —respondió con firmeza, su tono claro y decidido.
No olía en absoluto a comida quemada, sino a chocolate caliente, bizcocho recién hecho, hamburguesas a la parrilla, flores silvestres y otras cosas deliciosas que no deberían haber combinado bien, pero que, sin embargo, lo hacían. Casi llegó a creer que los dioses podían alimentarse de aquel humo.
Cuando todo el mundo regresó a sus asientos y terminaron sus comidas, Quirón volvió a cocear el suelo para llamar nuestra atención.
El señor D se levanto con un gran suspiro.
—Sí, supongo que es mejor que os salude a todos, mocosos. Bueno, hola. Nuestro director de actividades, Quirón, dice que el próximo capturar la bandera es el viernes. De momento, los laureles están en poder de la cabaña cinco.
En la mesa de Ares se alzaron vítores amenazadores.
—Personalmente —prosiguió el señor D—, no podría importarme menos, pero os felicito. También debería decirles que hoy tenemos un nuevo campista. Peter Johnson.
—Sería muy divertido si algún día llegara al campamento alguien llamado Peter Johnson —dijo Luke con una sonrisa traviesa.
—Creo que el Señor D se divertiría mucho molestándonos —añadió Lucerys, con una mirada burlona.
Varios de los presentes rieron ante la idea.
Quirón se inclinó y le murmuró algo
—Esto… Percy Jackson —se corrigió el señor D—. Pues muy bien. Hurra y todo eso. Ahora pueden sentarse alrededor de nuestra tonta hoguera de campamento. Venga.
Todo el mundo vitoreó con entusiasmo, sus voces elevándose en un coro alegre mientras las llamas devoraban las ofrendas. El ambiente se llenó de una energía vibrante . L uego, todos comenzaron a moverse hacia el anfiteatro .
—Vamos, Percy—dijo Luke, con un gesto hacia el grupo que ya avanzaba en dirección al lugar.
—Solo querías acapararlo para ti, Luke —dijo Thalía con una sonrisa traviesa.
—Déjalo —intervino Pipper, riendo—, está enamorado y solo quiere tenerlo a su lado.
Luke se sonrojó un poco, pero se encogió de hombros, mostrando que no le molestaba en absoluto la broma.
Percy, sin embargo, se detuvo un momento. Miró alrededor, sintiendo la presión del momento, y finalmente dijo:
—Iré al baño antes.
Luke le lanzó una mirada rápida, como si no lo hubiera esperado, pero luego avanzó con comprensión.
—No esperabas a que te rechazara —dijo Thalía, con una mirada de burla mientras cruzaba los brazos.
—Oh, claro… ¿ya sabes dónde está?—preguntó, su tono tan casual como siempre, pero con un leve atisbo de preocupación por si él se pudiera perder en el bullicio.
—Sí, gracias —respondió con una sonrisa tranquila—. Más tarde te alcanzo.
—Hay que decirlo —dijo Connor a Travis, quien asintió con entusiasmo.
—Lo estuvo esperando todo ese rato que no estuvieron juntos —continuó Travis con una sonrisa burlona—. Nuestro querido hermano mayor, enamorado.
—Giraba a todas partes para ver si llegabas —agregó Connor, imitando a Luke, cruzando los brazos y levantando una ceja con una sonrisa traviesa.
Travis se dejó caer dramáticamente sobre Connor, como si fuera una escena de una obra de amor trágico.
—¡Pero nunca llegaste! —exclamó con voz de exagerada desilusión—. ¡Oh, qué desilusionado estaba!
Los dos se echaron a reír mientras Lucerys se ruborizaba, sin saber si reírse con ellos o esconderse por la vergüenza.
Tenía que admitir que había mentido, al menos un poco. No fue al baño, sino que se adentró en el bosque. No fue demasiado profundo, solo lo suficiente para encontrar un rincón apartado donde nadie pudiera interrumpirlo. Allí, encendió una pequeña fogata y, sobre las llamas, colocó una lata que había robado del taller de artes y oficios. Esperó pacientemente, observando cómo el fuego chisporroteaba, hasta que la lata comenzó a calentarse. Saco la bolsa con los dulces y puso unos cuantos dentro de la lata.
—Hace su propia ofrenda a su madre —dijo con ternura, observando cómo Joffrey se acurrucaba en sus brazos, envuelto en un sueño profundo.
Joffrey se acomodó mejor, buscando la calidez y el consuelo en los brazos de su madre. Desde hacía varios minutos, el pequeño se había quedado dormido, ajeno al bullicio a su alrededor. Sonrió, acariciando suavemente su cabello, disfrutando de la paz que brindaba ese momento de tranquilidad. Aegon también dormía en los brazos de Daemon y Viserys en los brazos de su padre.
—Hola, mamá—dijo en voz baja, con un tono dulce y lleno de nostalgia—. No sé si lo estoy haciendo bien, pero espero que me puedas oír.
El fuego de la fogata chisporroteó una vez más, creyó que era una señal de su madre, un susurro lejano que le aseguraba que ella lo escuchaba. Sonrió, aunque el nudo en su garganta no desapareció.
—Ya debes saber que... no soy tu hijo del todo. Debes estar con Muña, mis hermanos, mis padres, y mi abuelo... bueno, con todos. Debes estarles contando TODAS mis historias de mi niñez y comiendo pasteles de limón azules...—hizo una pausa, recordó algo que quería que su familia ni se enterase por nada en el mundo —. Por favor, no cuentes la historia de los pantalones blancos.
—Oh, sí, esa anécdota es muy embarazosa —dijo Thalía, con un tono divertido, mirando a Lucerys con una sonrisa traviesa.
—¿Por qué no la cuentas? —dijo Corlys, con una sonrisa de complicidad.
—¡NO! —chilló Lucerys, levantando las manos en señal de protesta—. ¡Jamás, sobre mi cadáver, dejaré que sepan esa anécdota!
D ejó escapar una pequeña risa, aunque se sintió algo culpable al recordar esa historia. Los pantalones blancos. Claro que su madre no diría nada, pero no podía evitar sentir esa incomodidad.
—Debiste odiar cuando llegaba a casa y te decía que no hablaba con nadie, cuando los profesores te decían alabanzas de mí, pero siempre mencionaban que mi gran problema era que no hablaba ni estaba con nadie. Y después, algo extraño pasaba, y teníamos que cambiar de escuela. Y tú... tú te volvías a ilusionar, pensando que, tal vez, allí tendría a alguien. Pero el círculo continuaba... una, otra y otra vez.
—¿Por qué no hablabas con nadie? —preguntó Jace, mirándolo con curiosidad y un toque de preocupación.
Lucerys bajó la mirada por un momento antes de responder.
—Me sentía raro, fuera de lugar —admitió—. Eran niños, y yo... ya era prácticamente un adulto entre ellos.
Jace frunció el ceño, comprendiendo un poco más de lo que su hermano había estado enfrentando en silencio.
—Pero eso no significa que no pudieras conectar con ellos. Seguro que alguno... —intentó argumentar, pero Lucerys lo interrumpió con una sonrisa cansada.
—Lo sé, pero imagina ser alguien que ya había vivido otra vida, y de repente estar rodeado de niños que no saben nada de dragones, guerras, o reinos. No era fácil.
Jace asintió, tocándole el hombro con suavidad.
—Bueno, al menos ahora tienes a personas con las que sí puedes hablar... y te escuchamos.
Lucerys esbozó una sonrisa genuina.
—Sí, y eso hace toda la diferencia.
Se calló, el nudo en su garganta apretándose mientras sentía cómo sus ojos se aguaban. Cerró los párpados, dejando que el dolor lo atravesara. Pero, incluso en medio de ese silencio, algo se mantuvo firme en su interior.
—Pero debes estar feliz —dijo al fin, su voz más firme, aunque temblorosa—. Ahora tengo amigos. Ya conociste a Grover, y también está Luke... Te va n a caer muy bien. Espero que mañana pueda hablar con más campistas.
Se llevó uno de los dulces azules a la boca, dejando que lo ácido y lo dulce le distrajeran, aunque fuera solo por un momento. Pero lo que tenía que decir después pesaba demasiado. Lo sabía. La verdad iba a doler.
—Él no está aquí. No ha aparecido, ni dado una señal. Entiendo que quiera ignorarme, mamá... pero que te ignore a ti...
A pretó los puños, sintiendo cómo la rabia subía desde el centro de su pecho.
—Jamás se lo perdonaré.
—Yo también jamás entenderé por qué tu padre ignoraría a Sally —dijo Balerion, con un tono que parecía reflexivo—. Ella sin duda es única.
Lucerys se giró hacia él, arqueando una ceja con curiosidad.
—¿No te hubiera molestado que ya tuviera una bendición? —preguntó, estudiando la expresión de Balerion.
El Dios se encogió de hombros con tranquilidad y respondió con una sonrisa.
—Entre más, mejor.
Lucerys rió por lo bajo, mientras negaba con la cabeza.
—Sabes, hay veces en que no sé si deberías asustarme o inspirarme.
—Un poco de ambos es siempre saludable —replicó Balerion con un guiño.
Su voz se quebró, pero no retrocedió. Se levantó, con los ojos encendidos por una mezcla de furia y determinación.
—Lo obligaré a que venga. Lo obligaré a que nos vea, mamá. A ti y a mí. Lo haré, aunque sea lo último que haga.
—Eres un bastardo, príncipe Lucerys —dijo Alicent con frialdad, sus palabras cargadas de veneno—. Obvio que no quiere saber nada de ti.
Lucerys alzó una ceja, cruzando los brazos con calma, aunque en sus ojos brillaba un destello de desafío.
—Pues ahora está desesperado porque le dé mi atención —respondió, con una ligera sonrisa—. Es, sin duda, su karma.
—¿Karma? —repitió Alicent con incredulidad, aunque su expresión delató un leve titubeo.
Lucerys inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera explicándole algo obvio a un niño.
—Sí, karma. Algo que ocurre cuando tus acciones regresan para enseñarte una lección. Y creo que, en este caso, él está aprendiendo la suya.
Al final sí fue al baño. Mientras se lavaba las manos, escuchó pasos detrás de él. Giró la cabeza con curiosidad y vio que tres chicos entraban al lugar: dos de ellos eran increíblemente musculosos, como si pasaran horas levantando pesas, y la tercera era una chica que caminaba al frente con una actitud que no dejaba lugar a dudas de que ella estaba al mando.
—Mira lo joven que me veía —dijo Clarisse con asombro, sosteniendo una vieja fotografía entre sus manos. Su tono, aunque sorprendido, llevaba un dejo de orgullo.
Chris, que estaba sentado junto a ella, se inclinó ligeramente para mirar la foto.
—Te veías muy hermosa —dijo con una sonrisa cálida antes de inclinarse hacia ella y darle un pequeño beso en la boca.
Clarisse rodó los ojos, pero una sonrisa apareció en su rostro.
—No seas cursi, Chris.
—No es cursi si es verdad —respondió él con tranquilidad, dejando que su mano descansara sobre la de ella.
Los demás alrededor de la mesa se miraron, algunos ocultando sonrisas, otros fingiendo desinterés, pero todos conscientes del momento entre ellos.
—Qué lindos —murmuró Pipper, dándoles una mirada burlona pero afectuosa.
Clarisse resopló, aunque el leve rubor en sus mejillas traicionó su aparente desdén.
—Ya, dejen de mirar y vuelvan a lo suyo. Aquí no hay nada que ver.
—Claro, Clarisse, nada que ver... —dijo Travis con una risa mientras se giraba hacia Connor, quien ya estaba aguantándose las ganas de bromear.
C erró el grifo con calma y se giró hacia ellos, esbozando una sonrisa amistosa.
—Hola. ¿Saben si la fogata ya terminó? —preguntó con despreocupación. Quizá aún tenía tiempo de conseguir un poco del chocolate que Quirón le había mencionado.
Pero no hubo respuesta. Lo siguiente que supo fue que estaba en el suelo, con un golpe que le dejó la cabeza dando vueltas. La chica del medio se acercó a él, su sonrisa ahora cargada de sarcasmo.
—Oye, ¿qué te pasa? —preguntó Aemond, girándose para mirar a Clarisse con una expresión de incredulidad y molestia.
Clarisse, cruzando los brazos con una sonrisa de superioridad, le devolvió la mirada sin inmutarse.
—Vamos, amigo, tampoco es como si tú no le hubieras pegado a Percy en algún momento —respondió con un tono burlón, inclinándose ligeramente hacia él.
Aemond frunció el ceño, formando una mueca de enojo.
—Eso fue... diferente.
—¿Ah, sí? —replicó Clarisse, alzando una ceja—. Porque desde donde yo lo veo, parece que ambos tenemos problemas con el temperamento y con Percy.
—No metas a Lucerys en esto —gruñó Aemond, desviando la mirada como si tratara de recuperar la compostura.
Del otro lado de la sala, Lucerys, que había estado escuchando la conversación con una mezcla de diversión y resignación, alzó las manos en señal de rendición.
—Por favor, sigan hablando de mí. No me molesta en absoluto.
Los demás rieron, mientras Aemond y Clarisse intercambiaban miradas de desafío. Clarisse finalmente se encogió de hombros y sonrió.
—Relájate, parche. Solo estoy diciendo que, si vas a repartir golpes, al menos ten el valor de admitirlo.
Aemond apretó la mandíbula, pero no respondió. Clarisse se recostó sobre Chris, satisfecha con haber tenido la última palabra.
—Todos los nuevos llegan pensando que son especiales… —dijo con una voz que imitaba el tono meloso que se usaría con un bebé—. ¿Te crees especial?
—No —respondió sin entusiasmo, ya cansado de esa actitud.
—Ten un poco de amor propio, Percy —dijo Hazel, cruzando los brazos y mirando a Lucerys con una mezcla de ternura y exasperación.
—Lo tengo —respondió con una sonrisa traviesa—, pero sabía que si terminaba rápido, ellos también lo harían.
—Tampoco es como si no supieras defenderte —comentó Baela, mirando a Lucerys con una ceja levantada.
Su hijo suspiró y se encogió de hombros, como si estuviera acostumbrado a justificar este tipo de cosas.
—Baela, no puedo andar quitándole el ojo a cada persona que me molesta. Si lo hiciera, no tendría tiempo para nada más.
Los presentes soltaron unas risas, mientras Baela ladeaba la cabeza, divertida.
—No digo que tengas que enfrentarte a todos, pero al menos podrías intentarlo con los más insoportables —replicó con un tono burlón.
—Ah, claro —dijo Lucerys con sarcasmo—, y mientras estoy en eso, también podría hacer un listado de “los que más molestan” para hacerlo más eficiente.
—Esa lista sería más larga que el río Estigia —murmuró Hazel, ganándose más risas de los demás.
Los dos chicos musculosos avanzaron hacia él, y suspiró resignado. Lo sujetaron de los brazos con fuerza. "Genial", pensó, "ahora oleré a inodoro el resto de la noche".
—¡Qué asco! —exclamó Pipper.
—Dime qué inventaste, TODO sobre el minotauro… —ordenó la chica, inclinándose hacia él con una mirada cargada de malicia—. Y te dejaré ir.
P arpadeó, confundido. ¿Esto era por el minotauro? ¿De verdad? Por un momento deseó que terminara rápido, aunque no parecía que fuera su noche de suerte.
—Ojalá lo hubiera hecho… —dijo finalmente, encogiéndose de hombros—. Pero es real.
La chica dejó escapar un bufido de frustración y, sin decir nada más, hizo un gesto hacia los dos chicos, quienes lo arrastraron hacia un inodoro cercano. S e tensó, sabiendo perfectamente lo que planeaban hacer. Levantaron la tapa del inodoro y comenzaron a empujarlo hacia el agua.
—Algunos aprenden por las malas —se burló uno de los chicos mientras las risas maniáticas de los tres llenaban el baño.
—¡Lo van a ahogar! —exclamó Rhaena horrorizada.
Jaehaera, temblando,se escondió en su pecho de Lucerys, aferrándose a él con fuerza.
—Tranquila, Jaehaera —murmuró Lucerys, abrazándola con ternura mientras acariciaba su cabello para calmarla—. Todo estará bien.
—¿Cómo pueden permitir algo así? —continuó Rhaena, mirando con indignación al grupo a su alrededor—. ¡Es inhumano!
—Rhaena,ahora lo entenderán a las malas.
Rhaena lo miró con desconfianza, pero sus manos temblaban al aferrarse al borde de su vestido.
—No debería ser así —susurró, más para sí misma que para los demás—. No debería.
Jaehaera sollozó suavemente, y Lucerys la apretó un poco más contra él.
—Estoy aquí contigo —le susurró—. No tienes que mirar si no quieres.
Rhaena se cruzo de brazos molesta, pero no dejó de observar con preocupación mientras Jace y Baela intentaban calmarla.
Él s e resistió con todas sus fuerzas, pero era difícil pelear contra dos gigantes que prácticamente lo levantaban como si no pesara nada. Entonces, algo extraño ocurrió. El agua del inodoro desapareció de repente, como si alguien hubiera tirado de la cadena, pero nadie lo había hecho. Un sonido grave y ominoso resonó desde las tuberías.
Los dos chicos lo soltaron de golpe, retrocediendo instintivamente. Antes de que pudieran reaccionar, el inodoro explotó.
Tres potentes chorros de agua brotaron con furia del inodoro destrozado, llevándose por el aire a los tres atacantes. Las corrientes de agua los empaparon de pies a cabeza, cubriéndolos con el agua sucia del baño. Él sorprendido, apenas tuvo tiempo de procesarlo antes de que la chica cayera al suelo con un golpe sonoro, mientras los dos chicos salían corriendo despavoridos como si hubieran visto un fantasma.
—¡Eso, corran, matones! —exclamó Baela, con los puños en las caderas y una sonrisa de triunfo en el rostro—. ¡Y no se vuelvan a meter con mi hermano!
La chica, sin embargo, permaneció en el lugar, empapada, con el cabello chorreando y los ojos encendidos de ira. Por un momento pensó que le daría una paliza ahí mismo, pero en lugar de eso, simplemente lo fulminó con la mirada y, sin decir una palabra, salió corriendo detrás de los otros dos.
Su corazón latía con fuerza mientras sus ojos recorrían el desastre. Por un momento, esperaba que la chica volviera, lista para vengarse, pero no lo hizo. Todo estaba en silencio, salvo por el goteo constante del agua que escapaba de las tuberías rotas. S e levantó lentamente, sacudiendo el polvo de la ropa y mirando los restos destrozados del inodoro. La puerta, partida en dos, flotaba entre el agua sucia y la cerámica rota que cubrían el suelo como los restos de una batalla.
No podía evitar sentir una extraña mezcla de satisfacción y miedo. Satisfacción porque, de alguna forma, había salido de esa situación ileso, y miedo porque no entendía cómo había ocurrido. Ese poder… ¿había sido él?
—Un gran poder conlleva una gran responsabilidad —dijo Nico, como si acabara de revelar una verdad profunda.
—Una excelente frase —comentó Corlys, asentando con seriedad.
—Gracias —respondió Nico.
Lucerys, que había estado observando la escena, arqueó una ceja y sonrió con una mezcla de diversión y sarcasmo.
—Ni siquiera es tuya —dijo, cruzándose de brazos—. ¿Por qué le estás quitando mérito al pobre tío Ben?
Nico lo miró, un poco confundido al principio, pero luego la comprensión apareció en su rostro.
—¡Oh, por favor! ¿Es que nadie puede decir algo sabio sin que lo vinculen con alguna cita famosa?
—La vida no es tan fácil, Nico —respondió Lucerys con tono burlón—. Si vas a decir algo profundo, mejor asegúrate de que no sea un clásico.
Todos los presentes se rieron, mientras Nico bufaba, resignado a la broma.
—¡Está bien, está bien! —dijo Nico, levantando las manos en señal de rendición—. No volveré a robar frases de películas.
Corlys sonrió, divertido por la interacción.
—Eso es, muchacho. —Se giró hacia Lucerys—. Aunque hay que admitirlo, el "Tío Ben" tiene razón.
Se inclinó hacia los escombros, tratando de procesar lo que acababa de pasar, cuando un ruido detrás de él le heló la sangre. Giró rápidamente, su mente imaginando lo peor: ¿la chica había vuelto? ¿Había traído refuerzos?
Casi dio un brinco del terror cuando vio que alguien estaba allí.
—¡ Hen jaes ! (¡Por los Dioses!) —exclamó llevándose una mano al pecho.
—Miedoso —susurró Otto, con una mirada desafiante hacia Lucerys.
Lucerys lo miró fijamente, sin inmutarse por el comentario. Su expresión era calmada, como si las palabras de Otto no tuvieran el impacto que él esperaba.
—¿Miedoso? —repitió Lucerys, su tono ligeramente burlón—. Lo que pasa es que no pierdo el tiempo discutiendo con personas que buscan solo crear conflicto. Eso no es miedo, es simplemente inteligencia.
Era Annabeth, de pie junto a la entrada, con los brazos cruzados y una ceja arqueada en una expresión que mezclaba sorpresa y desaprobación. Su camiseta tenía unas pocas gotas de agua, lo que indicaba que había llegado justo a tiempo para presenciar la explosión o, al menos, parte de sus consecuencias.
— ¿Que hacer aquí? — Pregunto con cansancio.
S uspiró, descartando mentalmente cualquier excusa complicada. Lo mejor era olvidarse del chocolate e ir directo a la cama.
—Solo creando mi próxima estrategia —respondió con una sonrisa despreocupada, como si lo que acababa de ocurrir fuera lo más normal del mundo.
—Porque siento que va a utilizar a mi nieto como un arma— dijo Corlys, mirando a Lucerys con preocupación.
—Porque lo hará— respondió Lucerys, su voz grave y seria, sin dudar en su respuesta.
A lzó una ceja aún más, claramente incrédul o .
—¿Estrategia? —repitió.
Annabeth asintió, como si estuviera completamente convencido de su respuesta.
—Para la captura la bandera… esa habilidad nos llevará a la victoria.
—Lo hará —dijo Corlys con cansancio, su voz cargada de resignación.
—¿Me piensas utilizar como una... cosa, para ganar la bandera? —preguntó, sus ojos entrecerrándose ligeramente mientras lo observaba con un interés calculador.
La chica le sonrió entonces, como si él acabara de entender algo muy obvio y estuviera confirmando un plan que ella ya tenía en mente desde antes. F runció el ceño, sintiendo un leve calor de irritación subiéndole por el cuello.
—Buenas noches, Annabeth —exclamó con un tono que delataba su enojo, aunque intentó mantener la calma.
Salió del baño respirando hondo, dejando que el aire fresco de la noche llenara sus pulmones y, con suerte, limpiara parte del horrible enojo que aún burbujeaba en su interior. Caminó despacio, intentando calmarse, mientras el sonido distante de las hojas susurrando al viento le ofrecía algo de consuelo.
Dejó que sus pasos lo llevaran a la cama , pero con un único objetivo en mente: dejar atrás el caos del baño y a Annabeth, otra vez.
Notes:
Se me ah olvidado decirlo, Lucerys/Percy esta peleado con Poseidon, eso lo sabremos más adelante.
No se porque cada vez mis capítulos son más largos, oh sea de dos semanas ahora necesito más tiempo para hacerlo.
Chapter 14: Captura la bandera
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Jace echó un vistazo discreto hacia donde Lucerys estaba sentado. Su hermano parecía estar hablando con ternura a Luke, mientras Jaehaera jugaba alegremente con los dedos de su hermanito, riendo con la inocencia de un niño. Aún le costaba asimilar la idea de que Lucerys estuviera saliendo con un hombre.
Recordó la conversación que habían tenido bajo el arciano, cuando Lucerys le explicó que, en su nuevo mundo, los matrimonios entre personas del mismo sexo eran legales en muchos lugares. Claro, también mencionó que aún existían quienes no lo aceptaban, pero Lucerys lo había dicho con una indiferencia tan tranquila que dejó claro que no le daba importancia a las opiniones ajenas.
Ahora, al verlo allí, sentado junto a Luke y compartiendo ese momento tan simple pero lleno de armonía con Jaehaera, no podía evitar sentirse intrigado. Su hermano realmente había logrado adaptarse a su nueva vida, de una manera que Jace nunca habría imaginado. Y aunque todo esto le parecía extraño, no podía negar que Lucerys parecía, por primera vez en mucho tiempo, realmente en paz.
Después de lo que había vivido su hermano, era un alivio verlo en paz, aunque parecía que había tenido que atravesar los abismos de la locura para llegar allí.
De repente, la televisión parpadeó y se oscureció, llenando la sala con un inquietante silencio. No pasó mucho tiempo antes de que los gritos comenzaran a resonar, primero suaves y lejanos, luego más fuertes, como si las voces estuvieran emergiendo de todos los rincones. Podía oír cómo las personas corrían, el estruendo de pies apresurados y el eco desgarrador del llanto.
El caos era cada vez más ensordecedor, como si el sonido mismo intentara invadir sus pensamientos, volviéndolos locos. Por un momento, pareció que la tensión alcanzaría su punto de ruptura, arrastrándolos a un pozo insondable.
Y entonces, de golpe, todo cesó.
El silencio que quedó en su lugar era más aterrador que el ruido.
—¡TOQUEN LAS CAMPANAS! —gritó una voz desconocida, cargada de pánico.
—¡TOQUEN LAS CAMPANAS! —chilló una mujer, su grito rasgando el aire como un lamento desesperado.
—¡TOQUENLAS!
—¡POR LOS SIETE, TOQUENLAS!
— ¡LA MADRE DE DRAGONES ESTA AQUÍ!
—¿Quién? —preguntó Aegon, la intriga dibujada en su rostro mientras el eco del silencio pesaba en la sala del trono.
Lucerys sostuvo su mirada, una chispa de orgullo y desafío en sus ojos. Su sonrisa era ligera, casi juguetona, pero cargada de significado.
—La última Targaryen —respondió con calma, dejando que sus palabras se asentaran como un relámpago en una noche tranquila—. Yo.
Un rugido rompió lo que dijo Lucerys, un rugido que heló la sangre de todos los presentes.
El televisor se encendio. Aparecio un dragón negro, inmenso y aterrador, posando sobre la muralla de King’s Landing. Sus ojos rojos brillaban como brasas ardientes mientras sus alas, parcialmente desplegas, proyectaban sombras mosntruosas sobre la ciudad. Su mera presencia parecía congelar el aire, llenándolo de un silencio cargado de miedo y expectación.
Junto al dragón, Lucerys estaba de pie en la muralla. Su silueta era firme contra el horizonte teñido por las llamas y el humo. Su rostro, que él apenas reconocía, estaba marcado por una furia fría y contenida, una expresión de enojo profundo que nunca antes había visto en su hermano.
—¿Oye, qué haces allí? —preguntó Thalía, su voz cargada de confusión y algo de preocupación mientras observaba la imagen en la pantalla.
Lucerys, se giró para ver a su amiga. Una leve sonrisa, carente de alegría pero llena de algo mucho más oscuro, se dibujó en sus labios.
—Admirando la caída de King’s Landing —respondió con una voz tranquila
Sobre el dragón negro, allí estaba ella, la última dragón. Su cabello plateado caía trenzado al estilo valyrio, y sus ojos, de un púrpura brillante, estaban llenos de una rabia tan pura que parecía capaz de consumirlo a e l lla y a todo lo que lo rodeaba. Desde lo alto, vio de reojo cómo las tierras más allá de las murallas de King’s Landing estaban reducidas a cenizas, un paisaje de destrucción y fuego. A lo lejos, un estandarte rojo y dorado con un león aún ondeaba, medio quemado pero resistiendo.
—¿Por qué no hay ningún estandarte Targaryen? —preguntó Daemon, sus ojos recorriendo con furia la escena proyectada en el televisor, como si buscara desesperadamente un símbolo que representara su linaje.
Lucerys, aún mirando fijamente la pantalla, respondió con frialdad:
—Porque King’s Landing ya no pertenece a los Targaryen, sino a los usurpadores.
Daemon se giró bruscamente hacia él, con incredulidad y enojo reflejados en su rostro.
—¿¡Usurpadores!? —exclamó, su voz resonando como un latigazo.
Lucerys dejó escapar un suspiro, como si el peso de siglos de traición recayera sobre sus palabras.
—La Rebelión de Robert Baratheon acabó con los últimos Targaryen que quedaban en King’s Landing. Solo dos sobrevivieron y tuvieron que esconderse en Essos, ella es la última de esos sobrevivientes. Vino a buscar lo que le pertenece con fuego y sangre.
Lucerys mismo lo dijo antes:
<< El King’s Landing que tú conoces no es el mismo que yo conocí>>
Entonces, las campanas comenzaron a sonar.
El repique era ensordecedor, un lamento que parecía pedir clemencia a los cielos. Pero el sonido, lejos de calmarlo, solo avivó la tormenta dentro de él.
<< Si la ciudad se rinde, tocarán las campanas y levantarán las puertas. Por favor. Si los escuchas tocar las campanas, cancela el ataque >>
La voz de Tyrion resonó en su mente, como un eco lejano.
Otra voz pero esta vez femenina hablo.
<< Pero ¿por qué detenerse? ¿Por qué, cuando todo lo que le habían arrebatado seguía ardiendo en su corazón como brasas? >>
Cersei.
Cersei Lannister todavía estaba allí.
—¿Lannister? —murmuró Daemon, sus ojos brillando con una mezcla de furia y desconcierto—. ¿Fueron ellos... ellos fueron los usurpadores?
Lucerys negó lentamente con la cabeza, pero su mirada permaneció fija en la pantalla, donde el dragón negro seguía imponente.
—Uno de los tantos ejércitos que participaron —dijo con voz grave—. Pero fueron los Baratheon quienes iniciaron la rebelión.
Rhaenys, que había permanecido en silencio hasta ahora, se giró hacia Lucerys con una expresión de incredulidad.
—Imposible —exclamó, su voz quebrándose con una mezcla de negación y dolor—. La casa de mi madre...
Lucerys finalmente apartó los ojos del televisor y la miró, su rostro marcado por una tristeza profunda, pero también una resolución inquebrantable.
—Es la responsable de la rebelión —afirmó con firmeza, su voz impregnada de amargura—. Todo por un capricho... uno que costó el Trono de Hierro, y las vidas de incontables personas.
Por ella, Rhaegal había muerto. Por ella, Missandei había sido ejecutada ante sus ojos.
<< Dracarys >>
Las últimas palabras de su querida amiga se entrelazaron con el estruendo de las campanas, el rugido del dragón y el grito de su propio corazón. Las imágenes de la Montaña cortando la vida de Missandei se mezclaron con las llamas que ahora lo rodeaban.
<< Tú lo pediste, amiga, >> la voz femenina murmullo quebrad a por la ira y el dolor. << Tomaré todo lo que es mío… con fuego y sangre. >>
El dragón desplegó sus enormes alas, como si se estuviera preparando para envolver a toda King’s Landing en su sombra. El sonido de las campanas resonantes quedó opacado por los gritos de pánico que surgían desde las calles. Era un caos absoluto: los habitantes corrían en todas direcciones, y el estruendo de las puertas cerrándose y los pasos apresurados llenaba el aire como una sinfonía de desesperación.
En la sala, todos parecían contener el aliento, atrapados entre la incredulidad y el terror de lo que estaban presenciando. Incluso los más experimentados, como Daemon y Rhaenys, no podían apartar la vista de la pantalla.
El dragón rugió de nuevo, un sonido desgarrador que resonó como un grito de guerra y un lamento por igual. Entonces, Drogon alzó el vuelo, sus alas negras cubriendo el cielo como un presagio de muerte, y la ciudad tembló bajo el peso de su sombra.
—No dijo soves —murmuró Baela, incapaz de ocultar su asombro.
Sus palabras rompieron el silencio en la sala. Todos giraron la cabeza hacia Lucerys, esperando algún tipo de explicación. Pero él permaneció inmutable, con los ojos clavados en la pantalla, donde su dragón, sin ninguna orden, había extendido las alas y comenzado a alzar vuelo.
El majestuoso dragón negro parecía una sombra viviente contra el cielo de King’s Landing, sus movimientos cargados de intención, como si supiera exactamente lo que tenía que hacer. El sonido de sus alas al cortar el aire fue suficiente para hacer que los gritos en las calles aumentaran aún más, una mezcla de horror y desesperación.
Baela lo miró con preocupación, sus ojos buscando alguna señal en su rostro.
—Lucerys... —dijo Daeron con su voz temblorosa—. ¿Qué está pasando?
Él finalmente rompió su silencio, su tono grave, cargado de una extraña calma que solo hacía la situación más inquietante.
—No necesita órdenes —respondió, su mirada fija en el dragón—. Él sabe lo que tiene que hacer.
Gritos de terror se alzaron mientras pasaba sobre las calles atestadas. Tal vez había inocentes entre ellos, pero también estaban los soldados Lannister, los violadores, los asesinos, los estafadores, los ladrones y los traidores. Todos ellos, entremezclados, eran ahora una sola multitud que corría n por su s vida s .
Por primera y última vez, ella se envolvió en el manto de la reina de cenizas.
Drogon abrió sus fauces, y el fuego estalló como una ola implacable, devorando todo a su paso. Las llamas danzaban, alimentándose de madera, piedra y carne por igual. Los gritos se hicieron más agudos, más desesperados, pero ella no se detuvo.
Las llamas eran un juicio, un castigo y un recordatorio: el fuego y la sangre no discriminaban.
—Qué horror —murmuró Alicent, llevándose una mano al pecho, incapaz de apartar la mirada de la escena en el televisor—. Esa chica está completamente loca.
Daemon soltó una risa seca, casi burlona, mientras la observaba de reojo.
—No —corrigió, su tono gélido pero cargado de convicción—. Ella no está loca. Es un dragón... mostrando al mundo el verdadero lema de nuestra casa.
Sus palabras flotaron en el aire, pesadas como el plomo.
Alicent lo miró con el ceño fruncido, ofendida y desconcertada al mismo tiempo.
—¿Un dragón? ¿Llamas a esto... lucir el lema? Quemar y destruir sin piedad... eso no es honor, principe Daemon, es barbarie.
Daemon se giró lentamente hacia ella, su mirada ardiente como las llamas que su familia tanto veneraba.
—No creo que lo entiendas, Alicent —dijo, con una sonrisa amarga que no alcanzó sus ojos—. Tú nunca fuiste un dragón.
Despertó de golpe, su respiración entrecortada mientras el olor a fuego y ceniza todavía parecía aferrarse a su piel, impregnando el aire a su alrededor. Cerró los ojos por un momento, pero el eco de los gritos y el rugido de Drogon seguían resonando en su mente.
—Dragón... Drogon —murmuró Leo, frunciendo el ceño mientras parecía hacer una comparación mental entre los nombres. Su tono era irónico, como si estuviera tratando de entender la elección. —No fuiste muy original, Percy.
Lucerys le lanzó una mirada fulminante antes de responder, su voz baja pero llena de desdén.
—Drogon fue nombrado por mi esposo —dijo, el nombre de su compañero resonando en el aire con una intensidad que no podía ignorarse. —No fue porque quería llamar a mi dragón... "Dragón" pero con otra letra.
Leo alzó las manos, como si se diera por vencido, sabiendo que no ganaría esa discusión.
—Tienes razón —dijo, con una pequeña sonrisa en los labios—. No puedo discutir eso. Pero, bueno, ya sabes... podría haberse llamado algo más... ¿No sé? ¡Más épico!
Lucerys no pudo evitar sonreír, aunque solo fuera por un segundo.
Su cuerpo temblaba, no de miedo, sino de una energía tan desbordante que sentía que podría montar otro dragón en ese instante y terminar lo que había empezado, quemarlo todo hasta que no quedara más que cenizas.
—Creo que muchos lo haríamos si tuviéramos un dragón —dijo Pipper con una sonrisa traviesa, mirando a su alrededor. —Sin duda, quemaría a las que miran feo.
Las carcajadas se hicieron eco en la sala, algunos asintiendo con la cabeza.
Se llevó las manos al rostro, tratando de calmarse, pero su piel aún parecía arder como si las llamas de King’s Landing estuvieran tatuadas en su ser. No era solo un sueño, era algo más profundo, algo que lo devoraba desde dentro.
—Está bien —otra voz lo hizo sobresaltarse, suave pero firme. Giró la cabeza y vio a Luke acostado en su cama, observándolo con una calma que parecía cortar la tensión como un cuchillo.
—¿Preocupado por tu amorcito, Luke? —dijo Connor, haciendo un gesto con la boca y levantando una ceja con diversión.
Luke no se inmutó, su expresión se mantenía seria mientras miraba a su compañero con una mezcla de cansancio y determinación.
—Connor —dijo Luke con voz firme—, tú también has tenido sueños extraños, así que perdóname por preocuparme por mis campistas nuevos.
Connor, con una molestia fingida rodó los ojos.
L a luz tenue del lugar hacía que los rasgos de su compañero se vieran casi etéreos.
—Es solo un sueño —dijo Luke, con una media sonrisa que parecía cargada de complicidad.
—¿Qué? —preguntó, todavía intentando separar la realidad de las imágenes que lo habían invadido momentos antes.
—Es normal que aquí tengas sueños extraños —continuó Luke con un tono casi despreocupado, como si estuviera explicando algo tan cotidiano como el clima.
—No... yo... —se quedó en silencio, acomodándose mejor contra su almohada, que en realidad era su mochila. Cerró los ojos un segundo antes de abrirlos nuevamente—. Fue raro, sí. Pero no es la primera vez que tengo sueños extraños.
Luke soltó una pequeña risa, casi un susurro.
—Bienvenido a la vida de un semidiós —dijo con un toque de diversión en su voz, como si estuviera contando un chiste que solo ellos dos entenderían.
Y entonces sonrió, permitiendo que ese instante de normalidad desterrara los últimos rastros de ceniza y fuego que aún pesaban en su mente.
—Sí, bienvenido a lo peor de ser semidiós: tener sueños extraños —comentó Thalia, con una ligera sonrisa sarcástica.
—De hecho, dormir era una de mis cosas favoritas —admitió Lucerys con un suspiro—. Pero supongo que los sueños semidioses hicieron que dormir ya no fuera lo mismo.
Se acostumbró a una rutina que, para alguien más, podría parecer casi normal. Lo extraño, sin embargo, era que sus clases eran impartidas por sátiros, ninfas y un centauro.
—Tan normal como siempre— dijeron varios de los amigos de su hermano.
Cada mañana comenzaba con lecciones de griego antiguo a cargo de Annabeth. Ella tenía una forma meticulosa de explicar, mezclando datos históricos con historias de los dioses y diosas que, para su sorpresa, siempre mencionaba en tiempo presente. Al principio, eso lo confundía. Pero que termino aceptando.
Durante esas clases, se dio cuenta de lo afortunado que había sido al no haber nacido con dislexia, un rasgo casi universal entre los semidioses debido a su conexión con el griego antiguo.
—Te sacaste la lotería, sin duda alguna —comentó Chris, con una sonrisa burlona.
—No, el que se la sacó fue Frank —Lucerys giró para ver a su amigo, su rostro iluminado por una sonrisa traviesa—. Sin dislexia ni TDAH, eso sí es sacarse la lotería.
Frank frunció el ceño, con una leve sonrisa en los labios.
—Soy intolerante a la lactosa —comentó con tono tranquilo, pero se notaba que estaba ligeramente sonrojado.
—Un problema menor —admitió Lucerys con un encogimiento de hombros.
Aun así, no se había librado de otro de los “regalos” de su linaje: el TDAH. Era como una constante chispa de energía e inquietud que nunca lo dejaba en paz, pero que, según Luke , también era lo que hacía que sus reflejos fueran más rápidos y estuviera siempre alerta. Una desventaja que, en su mundo, podía convertirse en su mayor ventaja.
En las actividades al aire libre, siempre encontraba la manera de esquivar las clases de espada.
Daemon miró a Lucerys con una mirada de reproche, pero Lucerys solo se encogió de hombros, indiferente ante el regaño.
Prefería quedarse en las lecciones de tiro con arco, donde podía pasar horas perfeccionando su puntería. Los hijos de Apolo comenzaron a bromear con que quizá era un hijo del sol, impresionados por su habilidad innata con el arco. Algunos incluso lo habían empezado a llama r "hermano", algo que, aunque lo hacía reír, también le llenaba de ciert a felicidad .
—Recuerdo que mis hermanos me hablaron de eso —comentó Will, mirando a Lucerys con una ligera sonrisa. — Muchos ya estaban esperando que Apolo te reclamara, incluso ya estaban preparando el paquete de bienvenida para Percy... Estuvieron muy tristes cuando te reclamaron para otra cabaña.
Lucerys sonrió suavemente.
—La cabaña de Apolo siempre tendrá un lugar en mi corazón.
Will sonrió de vuelta y asintió con una mirada comprensiva, como si entendiera perfectamente lo que su hermano se refería.
En las carreras, sabía que no era el más rápido, pero sí el más ágil. Tenía un talento especial para esquivar los obstáculos en la pista, una habilidad que le había salvado más de una vez de terminar en el suelo. Sin embargo, eso no lo libraba de las bromas de las ninfas del bosque, quienes parecían disfrutar haciéndolo morder el polvo una y otra vez.
—No te preocupes —le dijeron una vez entre risas—, nosotras llevamos miles de años escapando de dioses enamorados.
Él no pudo evitar reír ante esa explicación. Había algo irónicamente divertido en perder siempre contra un árbol .
—Si suena divertido perder contra un árbol —comentó Daeron, con una expresión juguetona.
—Es hilarante, mi príncipe —respondió Cole — Un príncipe perdiendo una carrera contra un árbol.
—¿Y tú le podrías ganar una carrera a una ninfa? —dijo Clarisse, con una sonrisa desafiante. Cole iba a decir algo, pero ella se adelantó. — Déjame responder por ti... No, así que mejor cállate.
Varios rieron.
Y la lucha libre... bueno, digamos que no era su fuerte. Siempre terminaba en el piso, sin importar cuánto intentara. Las clases eran impartidas por Clarisse, la misma chica que él le había lanzado agua de inodoro el primer día, así que, como era de esperarse, la misericordia no figuraba en su vocabulario. Cada llave que le enseñaba era acompañada de un "¿Ves? Así es como se hace , renacuajo ", seguido por su inevitable derrota.
El televisor mostró cómo su hermano caía al piso mientras Clarisse parecía que en cualquier momento lo volvería a golpear. Pero, en lugar de eso, lo agarró de la camisa naranja y lo sacudió mientras le gritaba.
—Un poco brusca —comentó Rhaenys— para una dama.
—¿Crees que los monstruos tendrían misericordia si fuera... menos brusca y más una dama? —respondió Clarisse sin perder la compostura, su tono firme y desafiante.
Rhaenys no respondio.
Sin embargo, en las carreras de canoa, ahí era donde destacaba . Siempre cruzaba la meta antes que los demás, ganándose las ovaciones y las bromas de los demás campistas. El remo había sido una parte crucial de su entrenamiento como heredero de Driftmark. Aunque nunca tuvo la oportunidad de remar un pequeño barco hasta Driftmark como había soñado, su abuelo se había negado rotundamente, alegando que era demasiado peligroso.
—Y tengo razón —dijo su abuelo, mirando a Lucerys con una mezcla de sabiduría y firmeza—. Aunque el recorrido de Dragonstone a Driftmark sea corto, las aguas son muy fuertes para un pequeño barco.
Después descubrió que la razón detrás de la negativa de su abuelo era mucho más seria de lo que había imaginado: la Triarquía rondaba cerca de Driftmark. Si él se aventuraba en un pequeño barco y era capturado por ellos... bueno, prefería no pensar en lo que podría haber pasado. Aquello le dio una nueva perspectiva sobre la preocupación de su abuelo y un mayor respeto por las decisiones que, aunque restrictivas, buscaban protegerlo.
—¿La Triarquía estaba cerca? —preguntó el abuelo Viserys, su tono grave y preocupado.
—Más cerca de lo que esperábamos —respondió el abuelo Corlys con un suspiro de frustración—. Su gracia.
—Empezaron a atacar tierras de la tormenta que tenían costas, estaban subiendo rápido. Antes de tu muerte, abuelo, ya habían comenzado a atacar Wendwater —Cominuco Lucerys, mirando a Viserys con una seriedad palpable.
—Estaban atacando las costas de la Tierra de la Corona —dijo Viserys, asombrado y desconcertado—. ¿Por qué nadie nos lo dijo?
—Pregúntales a Otto y a Alicent —replicó Lucerys con desdén—, ellos lo sabían y no hicieron nada.
El abuelo Viserys se giró hacia Otto y Alicent, su mirada fulgurante de furia.
—Daemon, cuando salgamos de aquí, pongamos a Rhaenyra como la verdadera reina —ordenó Viserys, con voz decidida—. Quiero que tomes a tantos hombres como puedas y destruyas hasta los cimientos a la Triarquía.
—Muy bien, hermano —respondió Daemon con una sonrisa maliciosa, mirando a los Hightower con una expresión que reflejaba tanto su alegría como su intención de venganza.
A pesar de todo, le gustaba el campamento. Había algo tranquilizador en la neblina matutina que cubría la playa como un manto, en el aroma dulce de los campos de fresas al mediodía, y hasta en los sonidos extraños que los monstruos del bosque emitían al caer la noche. Las rutinas, aunque diferentes de las que conocía, se habían vuelto una parte de él. Cenaba con la cabaña 11, como era tradición, y echaba su ofrenda al fuego cada noche, más por obligación que por verdadera devoción.
—Me sorprende que todavía sigas vivo, con tanto desdén hacia los dioses —dijo Balerion, su voz grave llena de reproche—. Los dioses griegos odian mucho eso.
—Que lo pongan en un papelito y lo metan en mi caja de quejas... mi basurero —respondió Lucerys con una sonrisa burlona, mientras hacía un gesto con las manos como si estuviera tirando algo a un lado.
Balerion soltó una risa, mostrando su desprecio con descaro, pero algo en sus ojos indicaba que, a pesar de las palabras, estaba disfrutando de la provocación.
Sin embargo, cada noche intentaba hablar con su madre. L e contaba sobre su día, asegurándole que estaba comiendo bien y compartiendo pensamientos más personales. Pero nunca mencionaba a su padre. Era un tema que prefería evitar.
Entendía la amargura de Luke y cuánto le dolía el abandono de su padre, Hermes. Tal vez los dioses tenían asuntos más importantes que atender, pero ¿acaso costaba tanto enviar una pequeña señal? Un simple "hola" en el viento, un mensaje en las brasas del fuego.
—Hace muchos años atrás, yo tuve una hija —dijo Balerion, su voz cargada de nostalgia, un brillo raro en sus ojos—. Una vez a la semana la iba a visitar.
Travis frunció el ceño, cruzando los brazos con una mirada desafiante.
—Me ofende —dijo con desdén—. Un dios que ni siquiera conozco es mejor padre que el nuestro.
Si Dionisio podía aparecer con una Coca-Cola light de la nada, ¿por qué los dioses no podían hacer algo similar para sus propios hijos? Esa falta de atención pesaba en muchos de ellos, y él no era la excepción.
Tres días después de escabullirse con éxito de las clases de espada, Luke finalmente lo encontró. Su paciencia parecía haberse agotado, y sin darle tiempo para excusas o protestas, lo tomó firmemente del brazo y lo arrastró directamente hacia la arena de entrenamiento.
Fue un poco divertido observar cómo Luke arrastraba a Lucerys, mientras este último hacía todo lo posible por resistirse a ser llevado al entrenamiento con espadas. La escena tenía un aire de familiaridad; Después de todo, en más de una ocasión, él mismo había tenido que hacer exactamente lo mismo con Lucerys, prácticamente obligándolo a cumplir con sus lecciones con espadas.
Allí, la rutina comenzaba como siempre: tajos y estocadas básicas contra muñecos de paja, cada uno equipado con una armadura griega que parecía más decorativa que funcional. Mientras intentaba mantener la postura y recordar las correcciones de Luke, su atención vagaba casi de reojo a algo que había presenciado de pequeño y fue ver la paliza que le dio Sir Harwin a Cole mientras varias capas blancas intentaban deter al rompe huesos. El hombre que todos susurraban que era su padre ya que no se parecia a su padre Laenor.
—Parece que la genética les jugó una buena broma —comentó Will, medio divertido.
—¿Por qué sería una broma? —respondió Alicent, con el ceño fruncido—. Los hijos mayores de Rhaenyra son hijos de Harwin Strong.
De inmediato, varias miradas furiosas se dirigieron hacia Alicent. Sin embargo, Will negó con la cabeza mientras sonreía, claramente entretenido.
— ¿Qué es tan divertido? —preguntó Alicent, ahora visiblemente molesto.
—Que creas que todos los hijos deben ser idénticos a sus padres —explicó Will con paciencia—. Parece que ignoras la inmensa variedad de otros genes que hay detrás de cada persona. ¿Alguno de los ancestros de ellos tenía cabello castaño?
Lucerys, sin perder la calma, intervino.
—Mi bisabuelo tenía cabello castaño y ojos del mismo color.
Will ascendiendo, dándole la razón.
—Exacto. Imagina que todos los genes están guardados en una caja —dijo, formando un rectángulo con sus manos—. Cada vez que alguien aporta nuevos genes, estos se almacenan en esa caja. Cuando un bebé empieza a formarse en el vientre de su madre, esta caja se abre y los genes que serán más beneficiosos para el bebé son seleccionados.
Hizo una pausa antes de continuar, mirando a Alicent directamente.
—A veces, los niños heredan las características de sus padres, pero otras veces toman la de sus abuelos, bisabuelos, o incluso tatarabuelos. Es como una caja de sorpresas. Que no hayan nacido con cabello plateado, ojos morados y piel oscura no significa que no sean sus hijos. Simplemente, otros genes dominaron en esta ocasión.
Alicent frunció el ceño, visiblemente contrariada, pero no añadió nada más.
Otro problema que tenía era que no lograba encontrar una espada adecuada para él. Cada una que probaba parecía tener algo mal: demasiado pesada, demasiado ligera o demasiado larga.
—¿Y cuántas probaste, Percy? —preguntó Hazel con una sonrisa curiosa.
Lucerys soltó una pequeña risa.
—Tal vez... —respondió, pareciendo perderse en sus pensamientos— como unas 50.
—Tenían una herrería —intervino Aemond con su tono característico—. ¿Por qué no fuiste a que te hicieran una?
Lucerys rodó los ojos, visiblemente molesta por el comentario de Aemond.
—Porque no quería volver a aprender a usar una espada —respondió con cansancio—. ¿Para qué iba a hacerles perder el tiempo en algo que no usaría por gusto?
—¡Exacto! —exclamó Leo, cruzándose de brazos con expresión satisfecha—. Tenemos cosas mucho mejores que hacer aparte de fabricar espadas.
Incluso habían ido juntos al cobertizo de armas, donde Luke insistió en buscar dentro de un barril lleno de opciones, pero ninguna terminaba de convencerlo.
—Para no querer una espada, eres muy selectivo con ellas —dijo Daemon, divertido, con una leve sonrisa maliciosa.
—Si iba a volver a usar una espada, para mi disgusto —respondió Lucerys, cruzándose de brazos y emulando el mismo tono juguetón de Daemon—, al menos puedo pedir la mejor.
Daemon levantó las cejas, sorprendido pero también divertido. Finalmente ascendió, como si estuviera concediéndole la victoria a Lucerys.
Mientras Luke seguía hurgando en el barril, su atención se desvió hacia una hilera de cuchillos apilados a un lado. Uno en particular llamó su atención. Era un cuchillo de bronce, cubierto de polvo y aparentemente olvidado. Al limpiarlo con un movimiento rápido, algo en el arma lo sobresaltó, haciendo que la soltara de inmediato.
—Creo que te refieres a este cuchillo —dijo Pipper mientras sacaba un cuchillo de la funda, mostrando su hoja reluciente.
Por un momento, él notó cómo su tía Helaena comenzaba a temblar levemente. Murmuraba palabras ininteligibles, casi como un cántico, mientras intentaba concentrarse en su bordado, aunque sus manos temblorosas la traicionaban. Lucerys desvió la mirada del cuchillo hacia Helaena por un instante, sus ojos llenos de preocupación.
—Sí —confirmó la abuela, impresionada—, es el mismo cuchillo.
—¿Es mágico? —preguntó el abuelo Corlys, también intrigado.
Pipper asintió.
—Se llama katoptris, que significa espejo. Este cuchillo tiene el poder de mostrar fragmentos de acontecimientos futuros. —Todos exclamaron sorprendidos. —Perteneció a Helena de Troya…
—Esparta —interrumpió Helaena, susurrando con voz temblorosa—. Esparta, no Troya.
Las palabras de Helaena atrajeron la atención de todos, especialmente de Otto, que la miró con intensidad, como si esperara que revelara algo más.
—¿Cómo sabes eso, Helaena? —preguntó Otto, su tono incisivo.
Pero Helaena solo repitió, casi en trance:
—Esparta, no Troya.
—Disculpen a mi hija —intervino Alicent, con un tono que pretendía ser de modestia pero sonaba artificial—. Ella solo dice tonterías.
Alicent se giró hacia Helaena, regañándola en voz baja. Sin embargo, Helaena no pareció prestarle atención y siguió con su bordado, sus manos todavía temblorosas, mientras continuaba murmurando palabras sin sentido.
En su hoja vio que se encontraba en un balcón, al lado de una mujer de cabellos castaños que le daba la espalda. Ella hablaba con él. Ambos miraban algo que pasaba a lo lejos pero que él no podía ver.
—¿Adónde vas?—preguntó Luke, sacándolo de su ensimismamiento. Al voltear, notó que él tenía medio cuerpo fuera de la puerta.
—Te dije que me va mejor con el arco que con la espada—respondió evasivo, intentando apartar los recuerdos que el cuchillo parecía haber despertado.
—¿Te asustaste, sobrino? —dijo Aegon con una voz burlona, casi infantil, mientras una sonrisa maliciosa se formaba en su rostro.
Lucerys lo miró fijamente, con furia ardiendo en sus ojos.
—Ten visiones del futuro y después hablamos, tío —respondió con un tono cortante, lleno de cansancio y frustración.
—Podrías ser un buen espadachin —insistió Luke, dejando de lado el barril con un suspiro—. Solo necesitas encontrar la espada correcta.
—Luke tiene razón —dijo el abuelo Corlys, con una sonrisa sabia—. Solo necesitas encontrar una buena espada.
—¿Ves? Te lo dije —dijo Luke mientras se inclinaba hacia Lucerys, acercándose lo suficiente como si fuera a besarlo.
Lucerys, con una mirada coqueta, se apartó suavemente y dijo con un tono juguetón:
—Tal vez sí la tenías.
Luke soltó una risa divertida, mientras él noto de reojo a Aemond al otro lado de la sala. Su expresión era de puro enojo, tan intenso que parecía que podría sacar humo por las orejas en cualquier momento.
Sin embargo, después de probar al menos doce espadas diferentes, ninguna cumplía con lo que buscaba.
—Mejor me quedaré con el entrenamiento por ahora—le dijo a Luke, agotado por la búsqueda infructuosa—. Más tarde buscaremos una.
Luke resopló, pero no insistió más. Parecía saber que encontrar "la espada correcta" no era algo que sucediera fácilmente.
Otro día llegó el temido entrenamiento con parejas. Mientras los demás se organizaban, él seguía esperando un compañero. Entonces, Annabeth apareció, habiendo terminado su clase de griego temprano, y anunció con una sonrisa decidida que sería su compañera.
—Qué amable —exclamó Baela con evidente ironía, mientras rodaba los ojos con molestia.
—¿ Quien yo ?—preguntó sorprendido, mientras los demás campistas miraban con algo entre lástima y burla.
—¡No! —bromeó Travis con una sonrisa traviesa—. Peter Johnson.
Los amigos de su hermano estallaron en carcajadas, mientras Lucerys se cubría la cara con cansancio. Jaehaera, notando su incomodidad, se recostó sobre él en un gesto silencioso de apoyo.
—Parece que eres el único sin pareja—respondió ella con tranquilidad, mientras tomaba una espada al alzar.
Chris, el hermano menor de Luke paso junto a él, le lanzó un comentario nada alentador.
—Buena suerte. Aunque Annabeth usa un cuchillo, es excelente con la espada. Yo diría que es la segunda mejor... solo detrás de Luke en los últimos 300 años.
—Ironicamente, ahora el segundo mejor espadachín es Luke y Percy es el primero —comentó alguien, haciendo que Daemon girara la cabeza, una ceja alzada en desafío.
—Ya lo pondremos a prueba —dijo Daemon, su tono firme y desafiante.
Lucerys sonrió, pero su nerviosismo era evidente.
—Gracias por los ánimos—murmuró con una mueca.
Annabeth le lanzó una mirada afilada, como si hubiera oído el comentario y estuviera lista para demostrar por qué era cierto.
—Mantén la guardia alta, Percy —decía, y me asestaba un golpe en las costillas—. ¡No, no tan alta!
—¡Zaca!-. ¡Ataca!
—¡Zaca!-. ¡Ahora retrocede!
—¡Zaca!
Cole soltó una risa burlona al ver a Lucerys tendido en el suelo, mientras Annabeth lo golpeaba con la espada en las costillas para luego volver a comenzar el entrenamiento.
—Como alguien que entrenó a ese chico... —exclamó Cole, en voz alta— no creo que se haya convertido en el mejor espadachín de su tiempo.
Nico soltó una fría risita y se dirigió a Cole con una mirada desafiante.
—Oh, tal vez nunca fuiste un buen entrenador para Percy.
Cole lo miró con furia, mientras las palabras de Nico parecían clavarse más profundamente en su orgullo.
Cuando pararon para el descanso, sus manos temblaban y las costillas le dolían con cada respiración. Todos los campistas se agruparon junto al refrigerador de bebidas, empujándose en un bullicio por alcanzar algo frío. Luke, al verlo rezagado fuera del tumulto, le pasó una botella de agua con una sonrisa c ariñosa .
Varios de los amigos de su hermano comenzaron a quejarse ante lo que sucedía en el televisor.
—¿Por qué no van y buscan una habitación? —exclamó Clarisse, claramente agotada—. Saben lo tedioso que era ir a misiones con estos dos, siempre coqueteando.
—Luke era el que coqueteaba —declaró Grover, mirando a ambos—. Percy... nunca lo captaba.
Lucerys no pudo evitar rodar los ojos con molestia.
—Yo siento que no es una buena idea —declaró Frank, claramente nervioso—. La última vez que los encontré solos, no fue nada agradable de ver.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Aemond, visiblemente molesto—. ¿La última vez?
—Bueno... los encontré en los establos, dormidos...
—¡Frank! —exclamó Lucerys, con la cara ligeramente roja—. No... no digas nada.
—¿Entonces tuvieron sexo? —preguntó Thalia, directamente.
—¡No! —chilló Lucerys—. Solo queríamos ponernos al día...
—Aunque sí tuvimos sexo antes —confesó Luke, y Lucerys lo miró con furia, como si pudiera matarlo en ese instante—... después desapareciste seis meses.
—Porque siempre sacas eso a flote —dijo Lucerys, cruzándose de brazos con una expresión molesta.
—Porque tuvimos sexo muy romántico y luego desapareciste —respondió Luke sin inmutarse—. Me pareció que no te gustó que lo hiciéramos.
—¿Tal vez eso fue lo que pasó? —Aemond intervino, como si tuviera algún derecho a meterse en la conversación.
Lucerys lo señaló con furia.
—Tú, cállate. Me violaste y me mataste con mi hija en el vientre, así que no puedes opinar.
Aemond se calló, pero no dejó de mirar a Lucerys con una mirada lujuriosa. En ese momento, el abuelo Corlys se levantó, visiblemente alterado por la revelación que tal vez nunca quería volver a escuchar.
—¡Ya basta! —dijo Corlys con tono firme—. No quiero saber cómo ambos deshonraron a mi querido nieto. ¡Olvídense de tener sexo en este castillo, ustedes dos!
Señaló a Lucerys y Luke, quienes se quedaron callados, claramente incómodos.
—Y tú... —su dedo apuntó a Aemond—. Alejate de mi nieto o te mataré de la peor forma posible.
—Yo te ayudo, Corlys —añadió Daemon con una sonrisa maliciosa.
Aemond no se inmutó ante las amenazas, solo esbozó una sonrisa desafiante, sin mostrar el más mínimo temor.
Sin decir nada, Luke destapó su propia botella y se echó agua helada sobre la cabeza. Parecía una idea tan refrescante que no dudó en imitarlo. Al instante, el alivio fue increíble. Las fuerzas comenzaron a regresar a sus manos, y de repente la espada ya no parecía tan extraña ni pesada.
—Con una sola gota de agua y ya tienes otra vez energía —dijo el abuelo Corlys, claramente impresionado.
—Energía ilimitada —añadió Grover, recordando algo—. Rachel una vez hizo un experimento con Percy.
Lucerys se giró hacia Grover, sorprendido.
—¿Rachel? ¿Qué hizo?
—Le hizo jugar al voleibol, y cuando se cansaba, “accidentalmente” le lanzaba agua encima para ver cuánto podía aguantar —explicó Grover con una sonrisa traviesa.
—Entonces, solo hay que mantenerlo lejos del agua para vencerlo —dijo Cole, esbozando una sonrisa maliciosa, como si hubiera encontrado una estrategia infalible.
Lucerys respondió sin titubear, cruzándose de brazos y con una mirada desafiante.
—Yo no necesito agua para vencerte.
—¡Muy bien, todo el mundo en círculo, arriba! —ordenó Annabeth con la voz firme de quien está acostumbrada a ser obedecida—. Si a Percy no le importa, haceros una pequeña demostración.
Se detuvo a medio trago, algo desconcertado por la mirada que Annabeth le lanzó.
<< Ok — pensó con resignación— vamos a ver cómo le van a dar una paliza >>
Los chicos de Hermes se reunieron a su alrededor formando un semi c írculo, y aunque intentaban disimular, apenas podían contener las risitas. Por lo visto, todos ellos habían estado antes en su lugar y estaban ansiosos por verlo sufrir bajo la espada de Annabeth.
—Voy a hacerles una demostración de una técnica de desarme —anunció Annabeth con un tono tan profesional que casi le hizo olvidar lo que se avecinaba—. Se trata de girar el arma del oponente con un golpe preciso usando el plano de tu espada, obligándolo a soltarla.
—Espera... espera... espera —dijo él, intentando procesar lo que Annabeth acababa de decir—. Esa técnica es de nivel avanzado... muy avanzado. Si mi hermano no ha tocado una espada en años, deberían entrenar con otras posiciones, algo menos complejo.
—Oye, no te preocupes tanto —intervino Clarisse, con una sonrisa confiada mientras cruzaba los brazos—. Percy es capaz de hacer llorar como un bebé a cualquier espadachín que se cruce en su camino, incluso si es mucho más fuerte que él.
Lucerys arqueó una ceja, aún algo escéptico, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa al escuchar la defensa de su amiga.
Los chicos comenzaron a murmurar emocionados, pero Annabeth levantó una mano para silenciarlos.
—Es complicado —remarcó con una sonrisa traviesa que no hizo más que ponerlo más nervioso—. A mí me lo han hecho, y créanme, no es nada divertido. No se rían de Percy. La mayoría de los guerreros tardan años en dominar esta técnica.
—Si dices que no se rían, se reirán más —dijo Luke con una sonrisa pícara—. Los griegos somos muy burlones.
Varios de los amigos de su hermano asintieron, algunos incluso dejando escapar pequeñas carcajadas.
—A veces odio que los romanos seamos tan... serios —comentó Frank con un suspiro, cruzándose de brazos y mirando al grupo con una mezcla de envidia y resignación.
—Los romanos no son tan cool como los griegos —comentó Chris con una sonrisa traviesa.
Los griegos no pudieron evitar soltar risitas, algunos incluso chocando los puños en señal de apoyo.
—¿Ah, sí? —dijo Hazel, cruzándose de brazos mientras levantaba una ceja—. Bueno, los griegos tampoco son tan organizados como los romanos.
—¡Es cierto! —intervino Frank, recuperando algo de orgullo—. Nosotros al menos sabemos cómo trabajar en equipo sin intentar matarnos cada cinco minutos.
—Eso depende de a quién le preguntes —replicó Clarisse, rodando los ojos—. Pero, ¿quién ganó más guerras importantes, eh?
El ambiente se llenó de murmullos de desafío y sonrisas pícaras, mientras Luke levantaba las manos en un gesto de paz.
—Tranquilos, tranquilos, no es una competencia... aunque si lo fuera, los griegos ganarían, obviamente.
Eso desató otra ola de risas entre los griegos, mientras los romanos se limitaban a mirarlos con exasperación.
A penas pudo esbozar una sonrisa tensa.
Con calma, Annabeth realizó una demostración a cámara lenta, explicando cada movimiento. A pesar de que todo parecía calculado, la espada se le resbaló de las manos con una rapidez que no se esperaba.
—Parece que se te reinició el Windows, amigo —comentó Jason, riéndose mientras miraba la televisión y observaba la expresión de Lucerys, claramente confundido al intentar procesar cómo Annabeth lo había desarmado tan rápido.
—No —exclamó Clarisse, burlona—, parece que está agarrando señal.
Lucerys les dirigió una mirada molesta, con las cejas fruncidas, mientras Jason y Clarisse simplemente le sonreían con aire de superioridad y diversión.
—Ahora en tiempo real —anunció Annabeth mientras recuperaba su arma y volvía a su posición—. Atacamos y paramos hasta que uno de los dos desarme al otro. ¿Listo, Percy?
No, no lo estaba, pero asintió de todas formas.
—Te darán una paliza, querido —dijo Aemond, con un tono medio coqueto, mientras él apretaba los puños, intentando contenerse de hacer algo impulsivo a Aemond por volver a ver a Lucerys.
Lucerys, sin siquiera dignarse a mirarlo, mantuvo los ojos fijos en el televisor, con una expresión tranquila y algo desafiante.
—Ya lo veremos —respondió con indiferencia, como si el comentario de Aemond apenas le importara.
En un parpadeo, Annabeth vino por él, rápida como un rayo. Apenas logró evitar por poco que le golpeara la empuñadura, sus sentidos se encendieron en alerta máxima. Podía ver cada movimiento suyo con una claridad que no esperaba. Contó mentalmente, sintiendo el ritmo de sus ataques, y dio un paso adelante para intentar la técnica que le había enseñado.
Annabeth desvió el golpe con facilidad, pero algo cambió en su mirada. Fue un destello, una ligera sorpresa que se desvaneció tan rápido como apareció. L o notó, y con ese impulso, decidió presionar más.
La espada le pesaba en las manos, desequilibrada y poco familiar. Cada segundo que pasaba era un segundo más cerca de que Annabeth se diera cuenta de su fatiga y lo desarmara, así que se dijo: <<A la mierda, al menos inténtalo >>
Con un esfuerzo desesperado, ejecutó la maniobra de desarme. La hoja de su espada golpeó la base de la de Annabeth y la giró con más fuerza de la que sabía que tenía. Luego, lanzó todo su peso hacia adelante en una estocada.
El sonido metálico de la espada de Annabeth chocando contra las piedras llenó el aire. S e quedó allí, con la punta de su espada a apenas tres dedos del pecho indefenso de Annabeth.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Los demás campistas lo miraban con la boca abierta, incapaces de procesar lo que acababan de ver.
—Nada mal —bromeó Clarisse, con una sonrisa socarrona, mientras veía la pantalla.
El abuelo Corlys se giró hacia ella con una expresión de asombro.
—¿Nada mal? ¡Eso fue...!
—Impresionante —interrumpió el abuelo Viserys, mirando a Lucerys con evidente orgullo—. Muy impresionante.
Lucerys, que aún estaba algo agitado por lo que se veía en la pantalla, le dedicó una pequeña sonrisa a su abuelo.
—Gracias, abuelo —respondió, inclinando levemente la cabeza como señal de respeto.
Daemon, que había estado observando todo con una media sonrisa, cruzó los brazos y añadió con un tono juguetón:
—Aún no lo ha hecho contra mí, pero supongo que fue... aceptable.
Lucerys rodó los ojos, pero no pudo evitar una pequeña risa.
—Cuando quieras, padre. Pero no vale llorar después.
La sala estalló en risas, incluso el abuelo Corlys esbozó una sonrisa orgullosa mientras seguían observando la escena en la televisión.
Annabeth apartó la espada de su pecho con un movimiento brusco, sus ojos llenos de molestia y algo que no lograba descifrar.
—Lo siento... Perdona —dijo rápidamente, retrocediendo un paso.
—¡¿Por qué te disculpas?! —gruñó Daemon, con el ceño fruncido, mirando fijamente a Lucerys.
—Es Percy —respondió Nico, con una sonrisa fría mientras cruzaba los brazos—. Se disculpa hasta por respirar.
Lucerys soltó un suspiro cansado, llevándose una mano a la cara.
Annabeth le lanzó una mirada de furia pura antes de darse la vuelta y marcharse sin decir una palabra.
Los chicos de Hermes rompieron el silencio con silbidos burlones y aplausos, aunque no iban dirigidos a él , sino a Annabeth. Luke se acercó, colocándole una mano en el hombro. Sus ojos brillaban como un par de estrellas, llenos de orgullo y algo más que no podía descifrar.
—Sabía que lo tenías —dijo Luke con una sonrisa de felicidad que, por alguna razón, hizo que se sintiera menos fuera de lugar.
—Sé cuándo un mestizo tiene el don para la espada —dijo Luke, con una ligera sonrisa—, y Percy lo tenía... solo tenía que quitarse el terror de usarla.
Lucerys le devolvió una sonrisa enternecida, sus ojos reflejando gratitud y algo más profundo. Luke parecía ser el único capaz de entenderlo sin necesidad de palabras.
Jaehaera, los observaba en silencio, con una leve sonrisa que mostraba calma y aceptación.
—Ustedes dos realmente tienen algo especial —comentó Jaehaera con suavidad, sin dejar de mirar cómo interactuaban.
Lucerys giró hacia ella, algo sonrojado, pero antes de que pudiera decir algo, Luke intervino.
—¿Lo dices porque nos miramos como si el mundo alrededor no existiera? —bromeó Luke, ganándose una mirada divertida de Lucerys.
—Algo así —respondió Jaehaera, con una tierna sonrisa.
M iró en dirección a donde Annabeth se había marchado, con el ceño fruncido.
—¿Annabeth estará bien? —preguntó, todavía preocupado.
—Estará bien. Es hija de Atenea. Tenemos ese orgullo.
—¿Tenemos? —repitió extrañado , ladeando la cabeza.
Luke asintió y se señaló el ojo gris que parecía brillar aún más bajo la luz del sol.
—Soy un legado de Atenea, de parte de mi abuela. Nunca la conocí, pero me dejó esto como herencia —dijo, tocándose el ojo con un leve toque de nostalgia.
Él s e sorprendió, sintiendo un nudo en el estómago. A él también le había pasado eso, pero en su antigua vida . Había heredado los ojos grises de su propia abuela Aemma , a quien nunca tuvo la oportunidad de conocer. Y quería que su hija portara ese nombre.
—Qué tierno —comentó con una sonrisa y la sonrisa de Luke se volvio aún más grande.
El viernes por la tarde, estuvo con Grover a orillas del lago, ambos descansando tras una experiencia que había estado demasiado cerca de convertirse en tragedia en el rocódromo. Grover, con la agilidad propia de una cabra montañesa, había llegado a la cima saltando entre las rocas, pero a él la lava casi lo había dejado como un chicarrón. Su camiseta tenía agujeros humeantes, y el vello en los antebrazos había desaparecido por completo.
Lucerys se remangó la camisa con curiosidad, inspeccionando atentamente sus brazos.
—Ves? —le dijo a Luke, inclinándose un poco para que pudiera observar más de cerca—. Desde entonces no me ha vuelto a crecer vello en el brazo.
Luke arqueó una ceja y, con una sonrisa traviesa, comentó:
—Te volviste lampiño… como un gato egipcio.
Lucerys hizo una mueca de desagrado, frunciendo el ceño.
— ¿Qué es un gato egipcio? —preguntó Jaehaera, genuinamente intrigada.
—Es un gato que no tiene pelo y está lleno de arrugas —explicó Luke con tono casual.
Jaehaera lo pensó por un momento y luego hizo la misma expresión de desagrado que había hecho Lucerys segundos antes.
—Eso suena horrendo —murmuró Jaehaera, mirando a Lucerys como si intentara visualizarlo como uno de esos gatos.
—Gracias, Luke, por la imagen mental —replicó Lucerys con sarcasmo, bajándose las mangas de nuevo.
—De nada, gato egipcio —respondió Luke con una sonrisa burlona, mientras Jaehaera soltaba una risita disimulada.
Estaban sentados en el muelle, observando cómo las náyades tejían cestas submarinas con movimientos elegantes, cuando él reunió el valor para preguntar:
—¿Cómo te fue con el señor D?
Grover suspiró, claramente incómodo.
—Bien... genial.
—¿Así que tu carrera sigue en pie?
—¿Te ha dicho Quirón que quiero una licencia de buscador?
—Bueno... no.
Él frunció el ceño, sin saber exactamente qué era una licencia de buscador, pero entendiendo que no era el mejor momento para preguntar.
—Milagro de los Dioses —exclamó Thalía con fingido asombro, levantando las manos dramáticamente—. ¡Lucerys no hace preguntas incómodas!
Lucerys chasqueó la lengua, visiblemente molesta, mientras cruzaba los brazos.
—No seas dramático, Thalía —replicó con un tono seco, aunque su mirada traicionaba un leve toque de diversión.
—¿Dramática? Yo solo digo la verdad —contestó Thalía, encogiéndose de hombros con una sonrisa burlona.
—Bueno, todavía hay tiempo para arruinar tu milagro —dijo Lucerys, mirando a Thalía con una sonrisa desafiante.
La respuesta hizo que varios se rieran, mientras Thalía lo miraba como si lo estuviera retando a intentarlo.
—Solo me dijo que tienes grandes planes, ya sabes... y que necesitas ganarte la reputación de terminar un encargo como guardián. ¿La conseguiste?
Grover miró hacia abajo, a las náyades.
— El señor D ha suspendido mi valoración. Dice que no he fracasado ni logrado nada aún contigo, así que nuestros destinos siguen unidos. Si te dieran una misión y yo te acompañara para protegerte, y los dos regresámos vivos, puede que considerara terminado trabajo.
—Pan comido —exclamó Aegon con una sonrisa confiada.
—Si fuera tan fácil como dices, la mortalidad promedio de un semidiós griego no sería de 16 años —respondió Luke con seriedad.
—¿¡16 años!? —dijo Rhaenys, visiblemente asombrada y preocupada—. ¿Por qué tan jóvenes?
—Por el olor —explicó Luke con un suspiro—. A medida que cumplimos años, nuestra esencia se intensifica, y los monstruos pueden detectarnos más fácilmente. Pero desde la guerra, la edad promedio ha comenzado a subir, aunque sea poco a poco.
—Mientras que los romanos podemos llegar a ancianos —añadió Frank con un tono orgulloso.
—Sí, pero ustedes tienen Nueva Roma —dijo Clarisse, rodando los ojos—. Nosotros solo tenemos el Campamento Mestizo. Ustedes tienen toda una ciudad para protegerse... así que no estamos en igualdad de condiciones, Frank.
— Bueno, ¿no está tan mal, no?
— ¡Beee-eee! Habria sido mejor que me traladaran a limpieza de los establos. Las oportunidades de que te den una misión... Además, aunque te la dieran, ¿Por qué ibas a quererme a tu lado?
—Yo también me hago la misma pregunta —dijo Aemond con su característico tono cargado de insinuaciones, poniendo cizaña como de costumbre.
Los amigos de Lucerys lo fulminaron con miradas de furia, claramente molestos por su actitud. Sin embargo, Aemond los ignoró por completo, luciendo una sonrisa altanera mientras se recargaba despreocupadamente en su asiento.
Miro con seriedad a Grover.
—Grover, eres mi amigo. Tal vez el único amigo de verdad que he tenido. Viví en un mundo donde las personas solo se acercaban a mí buscando beneficios, siempre con segundas intenciones. Pero contigo es diferente. Por primera vez, tengo a alguien cuya amistad es genuina, alguien que está a mi lado y no me apuñalara por la espalda . Y eso significa más de lo que puedo expresar.
Grover, con los ojos brillantes de emoción, no pudo contenerse y se lanzó a abrazarlo.
—Gracias por la confianza, Percy —dijo con voz quebrada—. Prometo que no voy a desperdiciarla.
Lucerys se giró hacia Grover con una sonrisa cálida y sincera.
—Y no lo has hecho —dijo con gratitud evidente en su voz.
Grover lo miró con la misma intensidad y le respondió sin titubear:
—Preferiría cortarme una pierna antes de traicionarte, Percy.
Ambos compartieron una sonrisa que hablaba más que mil palabras, reflejando la profunda lealtad y el vínculo inquebrantable que los unía.
L e devolvió el abrazo con una sonrisa.
—Sé que no lo harás , amigo —respondió con firmeza, dándose cuenta de lo bien que se sentía decir esas palabras y creerlas de verdad.
Hablaron un rato sobre temas diversos, dejando que el tiempo pasara con tranquilidad. Finalmente, señaló las cabañas vacías.
—¿ Porque esta vacía ? —preguntó con curiosida.
Grover señaló hacia la número ocho, de un color plateado.
—Esa es para Artemisa —explicó, aunque no pudo evitar notar cómo un leve sonrojo le coloreaba las mejillas .
—Oh, cabrita pervertida —soltó Clarisse con una sonrisa burlona, provocando risas entre sus amigos.
Grover se puso rojo como un tomate, moviendo nerviosamente sus pezuñas mientras intentaba responder.
—¡No es lo que parece! —exclamó, claramente avergonzado, mientras las carcajadas aumentaban a su alrededor.
Chris le dio una palmada en el hombro, tratando de calmarlo.
—Tranquilo, Grover. Solo están bromeando... creo.
Clarisse soltó otra risita.
—Juró mantenerse doncella por la eternidad, así que… nada de hijos. Pero tiene a sus Cazadoras, que son como su familia. Si no tuviera una cabaña donde alojarse con ellas cuando viene de visita, se enfadaría. Y créeme, nadie quiere enfadar a Artemisa. .. Pero tambien es honoraria.
A sintió, mirando hacia la cabaña. La plata brillaba tenuemente bajo la luz del sol.
—Ya veo —dijo, volviendo la vista al paisaje—. ¿Y la de Hades? —preguntó, señalando otra cabaña vacía—. No se supone que los tres grandes deberían tener cabañas aquí también, ¿no?
—Yo también me lo pregunté —dijo Nico, cruzándose de brazos—. Mi padre también merece respeto.
—Pero ahora tienes tu cabaña —comentó Pipper, intentando suavizar la conversación.
—Pero antes no la tenía —respondió Nico, negando con la cabeza—. Eso fue una gran falta de respeto hacia él.
Al mencionar el nombre de Hades, Grover empezó a temblar visiblemente, como si un viento helado le recorriera la espalda.
—Hades no tiene cabaña aquí —susurró—. Tampoco tiene un trono en el Olimpo. Digamos que... se mantiene ocupado con lo suyo en el Inframundo. Si tuviera una cabaña aquí… Bueno, no sería exactamente un lugar acogedor. Dejémoslo en eso.
F runció el ceño, inconforme con la explicación.
—Aunque no sea acogedor, debería tener algo —replicó—. Un santuario, una estatua... Hades es un dios, y debería ser reconocido como tal.
—Para no "creer" en los dioses —dijo Balerion con una sonrisa socarrona—, estás muy preocupado por un lugar para ellos.
—Todos merecen un lugar donde ser respetados —respondió Lucerys, mirándolo con desafío—. Dime, ¿acaso no extrañas tu templo en Valyria?
Balerion inclinó ligeramente la cabeza, reconociendo el punto de Lucerys, como si no pudiera negarlo del todo.
Mientras hablaba, un recuerdo le vino a la mente. El Dios Balerion, tenía su propia sala en Dragonstone, un lugar donde ellos iban a hacer sus oraciones y a dar sus respetos , cerca de allí tambien estaba la cripta de Dragonstone donde descansaba sus ancestros bajo su cuidado . Incluso el Desconocido, la figura más temida en la Fe de los Siete, tenía una estatua en cada septo, recordándole a todos su inevitable destino.
—Si Zeus y Poseidón tienen cabañas, Hades también debería tener la suya —insistió, mirando a Grover con firmeza—. Como dijiste con la cabaña de Artemisa, debería ser algo honorario. No importa cuánto miedo inspire; sigue siendo un dios.
Grover lo miró con algo de aprehensión, pero también con un atisbo de respeto, como si estuviera viendo algo en él que no había esperado.
—Bueno, tampoco podríamos construirle una cabaña porque ya no puede tener hijos —comentó Grover, como si esa fuera la solución a todo.
—Y eso ¿qué tiene que ver? —dijo el abuelo Viserys mientras acomodaba mejor al pequeño Viserys, que se había deslizado a un lado durante su siesta de la tarde—. Tú mismo dijiste que la cabaña de Artemisa es honoraria. Entonces, Hades también puede tener su cabaña como honorarios.
Grover pareció meditarlo un momento antes de asentir lentamente.
—Tienes razón, fue mi error —admitió con sinceridad, bajando la cabeza un poco en señal de arrepentimiento.
—No te preocupes, muchacho— Su abuelo le sonrio a Grover—. Es bueno que admitas tus errores.
A lzó una ceja.
—¿Por qué no?
Grover se inclinó hacia adelante, bajando aún más la voz, como si el viento pudiera llevar sus palabras a oídos no deseados.
—Tras la Segunda Guerra Mundial, los Tres Grandes hicieron un pacto: no engendrarían más hijos con mortales. Sus hijos son extremadamente poderosos, Percy, tanto que influyen en el curso de los acontecimientos de la humanidad. Y eso… eso trae problemas. Mucho derramamiento de sangre. La Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, fue básicamente una pelea entre los hijos de Zeus y Poseidón por un lado, y los de Hades por el otro.
—¿Qué tan mortal fue esa Segunda Guerra Mundial? —preguntó Baela con genuina curiosidad.
—Devastadora —respondió Clarisse con un tono inusualmente serio—. Se estima que más de 80 millones de personas perdieron la vida durante la guerra. Posiblemente representaban alrededor del 2% de la población mundial en ese entonces.
Un silencio pesado cayó sobre el grupo mientras procesaban lo que acababan de escuchar. Gritos ahogados y expresiones de asombro surgieron entre ellos.
Ochenta millones... ni siquiera combinando la población de Essos y Westeros podrían alcanzar una cifra semejante, pensó él, sintiéndose abrumadora. Y aún más impactante, que esos 80 millones de vidas solo representan el 2% de la población total.
¿Cuántas personas podrían estar viviendo en el nuevo mundo de su hermano? La magnitud era inimaginable.
A brió los ojos con sorpresa. No había pensado en los dioses implicados de esa manera.
—¿Y qué pasó? —preguntó, cada vez más interesado.
Grover suspiró.
—El lado ganador, Zeus y Poseidón, obligó a Hades a jurar junto con ellos que no habría más hijos. Lo hicieron sobre el río Estige.
Un trueno resonó a lo lejos, haciendo eco de sus palabras.
—¿El Estige? —Percy frunció el ceño, intrigado—. Ese es el juramento más serio que puede hacerse, ¿no?
Grover asintió con gravedad.
—Exacto. Un juramento sobre el Estige no puede romperse sin consecuencias graves.
—¿Y los hermanos mantuvieron su palabra?
La expresión de Grover se endureció, como si la pregunta tocara un punto delicado.
—Lo hicieron… por un tiempo. Hasta hace diecisiete años. Zeus fue quien rompió el pacto.
—Ni me sorprende —dijo Balerion con una sonrisa socarrona—. Zeus tiene tantos amantes que ni siquiera hay suficientes estrellas en el cielo para contarlos.
—Vaya... —comentó Daeron, parpadeando con asombro—. Sí que son muchas.
Los demás intercambiaron miradas, algunos conteniendo risas, mientras otros rodaban los ojos ante el descarado comentario sobre el rey de los dioses.
Parpadeó incrédulo.
—¿Zeus? ¿Qué pasó?
Grover bufó, como si la historia fuera casi demasiado ridícula para contarla.
—Se enamoró de una estrella de televisión con un peinado ochentero… No pudo resistirse. Cuando nació su hija, Thalia… bueno, el Estige no perdona las promesas rotas .
S intió un nudo en el estómago.
—Pero Zeus es inmortal, ¿no?
Grover asintió, su rostro reflejando algo más que simple seriedad.
—Exacto. Zeus se libró, pero fue su hija quien pagó el precio. El Estige no olvida, Percy.
C hasqueó la lengua, su mirada fija en el agua del lago.
—¿Por qué siempre son los hijos los que tienen que pagar por los pecados de sus padres? —murmuró, más para sí mismo que para Grover.
Thalía comentó en tono medio enojado:
—A veces me pregunto por qué tuve que ganar esa carrera de espermatozoides... ¡Menuda estafa!
Los amigos de su hermano rieron y asintieron, deacuerdo con la chica.
—Percy, los hijos de los Tres Grandes tienen mayores poderes que el resto de los mestizos. Tienen un aura muy poderosa, un aroma que atrae a los monstruos. Cuando Hades se enteró de lo de la niña, no le hizo ninguna gracia que Zeus hubiera roto el juramento. Hades liberó a los peores monstruos del Tártaro para torturar a Thalia. Se le asignó un sátiro como guardián cuando tenía doce años, pero no había nada que pudiera hacer. Intentó escoltarla hasta aquí con otro par de mestizos de los que se había hecho amiga. Casi lo consiguieron. Llegaron hasta la cima de la colina. —Señaló al otro lado del valle, el pino junto al que él había luchado con el Minotauro—. Los perseguían las tres Benévolas, junto a una horda de perros del infierno. Estaban a punto de echárseles encima cuando Thalia le dijo a su sátiro que llevara a los otros dos mestizos a lugar seguro mientras ella contenía a los monstruos. Estaba herida y cansada, y no quería vivir como un animal perseguido. El sátiro no quería dejarla, pero Thalia no cambió de idea, y él debía proteger a los otros. Así que se enfrentó a su última batalla sola, en la cumbre de la colina. Mientras moría, Zeus se compadeció de ella. La convirtió en aquel árbol. Su espíritu ayuda a proteger las lindes del valle. Por eso la colina se llama Mestiza.
Miró el pino en la distancia, una sombra imponente en la colina, y no pudo evitar sentir asombro.
—¿Te convertiste en un árbol? —preguntó Daeron con curiosidad—. ¿Cómo se siente ser un árbol?
—No lo sé, caí en coma... y cuando desperté, este tarado —señaló a Lucerys con el dedo— estaba a mi lado.
—¿¡A quién llamas tarado, cara de árbol!? —exclamó Lucerys, fingiendo ojo.
—A ti, cerebro de pez —respondió Thalía con una sonrisa descarada.
—Le diré a mamá que me llamaste tarado —amenazó Lucerys con una expresión desafiante.
Thalía abrió la boca, incrédula.
—¡No te atreverías!
Lucerys sacó un objeto rectangular de su bolsillo.
— ¿Quieres que la llame?
—¡No te atrevas! —gritó Thalía, algo alarmada.
Lucerys empezó a toquetear la cosa y se lo puso en el oído, pero al instante se lo dejó y lo miró con extrañeza.
—Qué raro... no me contesta.
—Es que ambos son tarados —interrumpió Nico, mirando a Thalía ya Lucerys con una mezcla de burla y paciencia—. Mamá no te contesta porque aquí no hay servicio, estamos en otro mundo.
—Ahhhh —exclamaron ambos al unísono, como si acabaran de descubrir algo revelador.
—Lo intentaste anoche, ¿verdad? —preguntó Thalía, mirando a Nico con suspicacia.
—Me dejó a la mitad de un chisme —respondió Nico con seriedad—. Solo quería saber si la señora Quill descubrió si su esposo la engañaba con su prima.
—Niño chismoso —dijo Thalía, rodando los ojos.
—Pero ¿se enteró la señora Quill? —preguntó Lucerys, ahora visiblemente interesado.
—¡No lo sé! —chilló Nico, alzando las manos con frustración—. Por eso quería llamarla anoche, pero aquí no hay señal.
Lucerys chasqueó la lengua, decepcionada.
—Qué mala suerte —dijo mientras guardaba la cosa rectangular en el bolsillo—. Yo también quería saber.
La historia de Thalia lo había dejado impresionado. Una chica de su edad se había sacrificado para salvar a sus amigos, enfrentándose a un ejército entero de monstruos. Eso no solo le resultaba heroico, sino que también lo hacía sentirse un poco culpable.
Recordó el momento en el que intentó proteger a su hermano. Su tío, el mayor peligro que habían enfrentado, no era un ejército ni un monstruo temible. Era solo un niño con una piedra en la mano. L o había enfrentado con valentía, sí, y le había dejado una marca imborrable, cegándolo de un ojo. Pero al compararlo con Thalia… su lucha parecía pequeña, casi insignificante.
—No deberías sentirte menos por proteger a tu hermano de un loco con una piedra —dijo Thalía, regalándole a Lucerys una dulce sonrisa—. No muchos hermanos están dispuestos a hacer eso.
Lucerys le devolvió la sonrisa con ternura.
—Hace un instante se estaban peleando y ahora se están diciendo cosas lindas —comentó Aemond con descaro, rompiendo el momento.
—Tú cállate —respondió Lucerys, mirándolo con evidente molestia—. Ni siquiera darías tu vida por ninguno de tus hermanos.
Aemond entusiasmado con arrogancia.
—Solo la daría por ti.
Lucerys frunció el ceño con disgusto, su expresión claramente asqueada.
—Percy —llamó Thalía—. Debiste cortarle el cuello
—Lo sé —respondió Lucerys, apretando los dientes, pero dejándolo pasar con un suspiro.
Aemond le lanzó a Lucerys una sonrisa extraña, casi burlona, que hizo que el ceño de disgusto de Lucerys se profundizara aún más.
Luke, al notar la interacción, frunció el ceño y le lanzó a Aemond una mirada de puro odio. Sin decir nada, presionó el hombro de Lucerys con firmeza, atrayéndolo más hacia él como un gesto protector.
Al igual que después de la batalla con el Minotauro, se preguntó si habría actuado de manera diferente, ¿habría podido salvar a su madre? El peso de esa duda lo seguía como una sombra, y no podía evitar darle vueltas en su mente.
—Grover —dijo con un tono casi inseguro—, ¿hay algún hombre que haya cumplido misiones en el inframundo?
—Allí está —dijo Will con un suspiro cansado—, si tienes una idea loca, no te detendrás hasta lograrla.
—Pues muchas ideas locas me han salvado la vida, así que no me puedo quejar —respondió Lucerys con una sonrisa despreocupada.
Will rodó los ojos con molestia, cruzando los brazos.
—Solo digo que un día una de esas ideas te va a meter en problemas tan grandes que ni tú podrás salir.
—Eso suena como una idea loca que podría intentar resolver —bromeó Lucerys, lo que solo hizo que Will soltara otro suspiro frustrado.
—Algunos —respondió Grover tras un momento de reflexión—. Orfeo, Hércules, Houdini…
—¿Y… han traído de vuelta a alguien de entre los muertos?
Grover lo miró con seriedad antes de sacudir la cabeza.
—No. Nunca. Orfeo casi lo consiguió, pero… Percy, ¿no estarás pensando seriamente en…?
—No —mintió rápidamente, desviando la mirada—. Solo me lo preguntaba.
Decidió cambiar de tema con rapidez.
—Así que, ¿siempre hay un sátiro asignado para velar por un semidiós?
Grover lo miró de reojo, claramente dudando de que hubiera dejado atrás la idea del inframundo.
—Siempre que dices una tontera así —dijo Clarisse con un tono seco—, tenemos que ponerte un ojo encima para que no vayas a hacerlo.
—Gracias por cuidar a mi hijo y sus tonteras —intervino Muña con una sonrisa tranquila.
Lucerys la miró, completamente asombrado.
—¡MUÑA! ¡No estás de mi lado! —chilló, visiblemente ofendido.
—Cariño, con las locuras que he visto de ti —respondió ella con toda la seriedad del mundo—, preferiría encerrarte en tu habitación y no dejarte salir nunca.
Los amigos de Lucerys no pudieron evitar reírse, mientras él abría la boca indignado.
—¡No puedo creerlo! ¡Traición familiar en vivo y en directo! —exclamó, llevándose una mano dramáticamente al pecho.
—Cálmate, que no es para tanto —bromeó Thalía, riendo junto a los demás.
—No siempre —respondió finalmente—. Acudimos en secreto a muchas escuelas, intentando detectar mestizos con potencial para ser grandes héroes. Si encontramos alguno con un aura muy poderosa, como un hijo de los Tres Grandes, alertamos a Quirón. Él intenta vigilarlos, porque podrían causar problemas realmente graves.
L o observó en silencio un momento antes de murmurar:
—Y tú me encontraste. Quirón dice que crees que yo podría ser alguien especial.
—Podrías serlo... pero esas cosas se descubren a su tiempo —respondió Grover, encogiéndose de hombros—. Además, conseguir una misión no es algo fácil, y sinceramente, a este paso creo que jamás obtendré mi licencia.
—Como dice la canción de Justin Bieber —dijo Leo, y con una voz medio quebrada comenzó a cantar dramáticamente—: Nunca digas nunca...
—Deberíamos ver Karate Kid en el viernes de películas —sugirió Piper, entusiasmada—. Ya me dieron ganas de volver a verla.
—¡Sí! —exclamaron varios semidioses al unísono, mirándose entre ellos con emoción, como si acabaran de decidir la mejor idea del día.
—Leo, anótalo en la lista —ordenó Luke, señalando a Leo con una sonrisa.
—Ya está —respondió Leo, sacando una pequeña libreta de su bolsillo y escribiendo rápidamente—. Película para el viernes: Karate Kid.
—Espero que sea la versión original —murmuró Clarisse, cruzándose de brazos.
—Obvio, la mejor —aseguró Leo con una sonrisa, mientras varios semidioses asintieron enérgicamente, emocionados por la idea.
—Pero la de Jaden Smith tampoco está tan mala —comentó Lucerys, encogiéndose de hombros.
Un murmullo de desacuerdo recorrió el grupo, seguido de una exclamación indignada de Clarisse.
—¡No compares! La original es insuperable. Daniel LaRusso es el Karate Kid.
—Pero tiene buenos momentos, y Jackie Chan como el señor Han es genial —insistió Lucerys con una sonrisa tímida.
—Es verdad, Jackie Chan sí es increíble —admitió Piper, intentando mediar—, pero la vibra ochentera de la original es única.
—Podemos ver las dos y debatir cuál es mejor —propuso Leo, anotando rápidamente en su libreta—. Eso sí, necesito más palomitas si hacemos doble función.
—Lo siento, Percy, pero la nostalgia siempre gana —bromeó Luke, dándole una palmada en el hombro mientras el grupo reía y seguía discutiendo cuál versión era superior.
Él quería animarlo, pero Grover siguió hablando.
—He escuchado que te llevas muy bien con los hijos de Apolo y que eres bueno con el arco. Quizás el Dios del Sol te reclame pronto. No te preocupes, ¿está bien?
—Sí, lo está —respondió, aunque ya había empezado a levantarse ya sacudir la arena de sus pantalones—. Ahora tengo que ir a esconderme. Si no, Luke me encontrará para más clases con la espada.
Grover soltó una carcajada.
—Buena suerte con eso.
Ambos se despidieron .
La noche llegó rápidamente, y el campamento se llenó de una energía vibrante. Finalmente había llegado el esperado momento de capturar la bandera . Cuando retiraron los platos tras la cena, la caracola sonó de nueva, y todos se pusieron de pie con entusiasmo.
Los campistas vitorearon y gritaron cuando Annabeth junto a dos de sus hermanos, entró al pabellón portando un estandarte de seda imp onente . Media unos tres metros de largo y relucía en un tono gris brillante, con la imagen de una lechuza posada sobre un olivo. Desde el lado opuesto del pabellón, Clarisse y sus hermanos marcharon con su propio estandarte, igual de imponente pero teñido en rojo fuego, decorado con una lanza ensangrentada y una cabeza de jabalí feroz.
S e giró hacia Luke , levantando la voz por encima del bullicio:
—¿Son esas las banderas?
—Sí —respondió Luke sin mucho entusiasmo.
N otó su tono corto. Probablemente seguía molesto por volver a esquivar su entrenamiento con la espada y terminó siendo víctima de las hijas de Afrodita, quienes lo habían utilizado como modelo para sus nuevas confecciones de ropa .
—El último lugar donde esperaba encontrarse sería en la cabaña de Afrodita— dijo Luke, apoyandose sobre su hermano con una expresión de cansancio.
—Lo bueno es que terminé con ropa nueva— respondió Lucerys, con una sonrisa coaqueta—. Valió la pena.
Luke suspiro y se froto las sienes.
—No puedo creer que dejaras que Silena y las demas te convencieran de hacerte un cambio de imagen.
—¿Convercerme?— Lucerys arqueó una ceja con una sonrisa—.Por favor, Luke, les dije exactamente qué colores me quedaban mejor.
Luke lo miró incrédulo antes de soltar una carcajada.
—¿Ares y Atenea dirigen siempre los equipos?
—No.
—Entonces, si otra cabaña captura una bandera, ¿qué hacen? ¿La repintan?
Luke le dirigió una mirada rápida, como evaluando si la pregunta era seria.
—Si. Pero primero, hay que ganarla.
—¿De qué lado estamos? —preguntó, mirando los estandartes rivales.
—Atenea —respondió Luke, volviendo a enfocar su atención en el estándar gris.
Los equipos se anunciaron. La cabaña de Atenea se había aliado con Apolo y Hermes , las dos cabañas más grandes del campamento. Pronto descubrió que estas alianzas venían con ciertos "beneficios", como horarios privilegiados en la ducha, menos tareas asignadas y mejores turnos en las actividades del campamento.
Ares se había aliado con todos los demás: Dionioso, Deméter, Afrodita y Hefesto. Por lo que había visto atravez de los días que llevaba allí, los dos chicos de Dioniso eran buenos atletas. Los de Deméter poseían sus habilidades con la naturaleza y cualquier actividad en el aire libre ellos eran los mejores. Los hijos de Afrodita, que a primera vista parecían inofensivos y poco interesados en las actividades del campamento, eran en realidad valientes e increíblemente ingeniosos cuando las circunstancias lo requerían . Los hijos de Hefesto eran muy corpulentos por su trabajo en la herrería. Y los hijos de Ares eran como pequeños Daemon en potencia.
—Qué observador —dijo Aegon con una sonrisa burlona—. ¿Por qué no dejas de ver tonterías y te concentras en cosas más importantes? Mujeres, por ejemplo.
Aemond giró lentamente hacia Aegon, su mirada encendida de furia contenida. Si las miradas pudieran matar, Aegon ya estaría enterrado. Parecía que Aemond estaba a segundos de lanzarle un puñetazo por sugerir que Lucerys debería dirigir su atención hacia otras personas y no hacia él.
—Porque no me gustaría que me llamaran pervertido —respondió Lucerys, su tono cargado de sarcasmo mientras cruzaba los brazos—. Pero dudo que lo entiendas, Aegon, con ese diminuto cerebro que tienes.
Aegon abrió la boca, probablemente para replicar, pero luego cerró los labios, claramente buscando una respuesta ingeniosa que no llegaba.
Cuando Quirón tocó el suelo de mármol con su pezuña, el bullicio del pabellón se redujo hasta que todo quedó en silencio.
—¡Héroes! —anunció con voz autoritaria—. Conocen las reglas: el arroyo marca la frontera. Vale todo el bosque. Se permiten todo tipo de artilugios mágicos. El estándar debe estar claramente expuesto y no tener más de dos guardias. Los prisioneros pueden ser desarmados, pero no heridos ni amordazados. ¡Y por supuesto, no se permite matar ni mutilar! Yo haré de árbitro y médico de urgencia. ¡Armaos!
Con un gesto de sus brazos, las mesas se cubrieron mágicamente de equipo: cascos, espadas de bronce, lanzas y escudos de piel de buey reforzados con metal.
S uspir o , sintiendo un nerviosismo familiar.
—Aquí vamos —murmuró, resignado.
Mientras inspeccionaba el equipo, no pudo evitar comparar las armaduras griegas con las que había conocido en Westeros. Estas eran más ligeras y exponían más el cuerpo, diseñadas para movilidad y velocidad, mientras que las de Westeros cubrían hasta el último rincón con acero. Aun así, se sorprendio que todavía recordara como ponerse una armadura.
—Diferentes culturas —dijo Daeron con entusiasmo—. En Antigua he conocido a muchas personas con diferentes armaduras y costumbres, todas de lugares distintos. Sus historias son realmente fascinantes.
Otto Hightower negó con la cabeza, claramente decepcionado.
—En lugar de dedicarte a proteger Antigua, pierdes el tiempo hablando con extraños.
—Oye, tenle respeto —intervino Rhaena con enojo, mirando a Otto con severidad—. De entre tus tres nietos varones, Daeron es el mejor precisamente porque vivió lejos de su madre.
—Disculpe —replicó Alicent, visiblemente ofendida.
—Disculpada —respondió Rhaena con una sonrisa descarada—. Qué bueno que enviaron a Daeron lejos, porque es el único de tus hijos que realmente vale la pena conocer.
Lucerys, observando la interacción, asintió de acuerdo con lo que dijo Rhaena, sin molestarse en ocultar su satisfacción.
Daeron miró a Rhaena, sorprendido y agradecido por su apoyo, mientras Alicent apretaba los labios con furia contenida. Otto, por su parte, se quedó en silencio, aparentemente sin palabras ante la franqueza de Rhaena.
Luke se acercó a él con paso decidido y, con un movimiento rápido, colocó una espada en su funda.
—Sé que no te gusta —dijo con seriedad, mirándolo directamente a los ojos—, pero es por si acaso. Ah, también… Quirón pensó que esto te iría bien. Estás en la patrulla de la frontera.
—Me recordó a la señora Papa, metiéndole las cosas al señor Papa en la espalda —dijo Travis, soltando una risa divertida.
—Sí, pero en vez de meterle unos ojos de furia —añadió Connor con una sonrisa burlona—, te dio unas espadas.
Los demás rieron ante el comentario, mientras Lucerys rodaba los ojos, intentando mantener la compostura.
—Muy graciosos —respondió Lucerys con tono sarcástico, cruzándose de brazos—. La próxima vez, les meteré algo a ustedes en la espalda… como unas botas para que se callen.
Travis y Connor fingieron ponerse serios, llevándose las manos al pecho como si hubieran sido heridos por las palabras de Lucerys, lo que solo provocó más risas entre los presentes.
A penas tuvo tiempo de procesar las palabras antes de que Luke le entregara un escudo... un escudo tan enorme que parecía hecho de un tablero de la NBA . El peso casi lo hizo caer a un lado por el peso.
—Eso ni parece un escudo cómodo —dijo Sir Westerling, observando con atención—. Parece que solo incomodará en vez de ayudar.
—No se trata de comodidad, sino de funcionalidad —respondió Chris con una mirada seria—. Este escudo ha salvado más vidas de las que puedes imaginar.
—Pero, ¿realmente puedes maniobrar con eso? —preguntó Westerling, aún escéptico.
—Lo que importa no es cómo se ve, sino cómo se usa —intervino Clarisse, golpeando el suelo con su lanza—. Si no confías en tu equipo, entonces ya perdiste la batalla antes de empezarla.
—Exacto —añadió Luke, cruzando los brazos con una sonrisa confiada—. Además, Percy puede usar un simple tenedor como si fuera un arma legendaria, ¿verdad?
—¿Un tenedor? —preguntó Daeron, incrédulo.
—Larga historia —murmuró Lucerys, encogiéndose de hombros mientras los demás reían.
El escudo era tan grande que se podría utilizar como trineo de nieve. Se lo ajustó como pudo, luego tomó el arco y el carcaj con flechas. Si lograba dar en el blanco a la perfección, talvez esta noche su padre podría reclamarlo.
—Irónicamente, sí lo hizo —dijo Grover con una sonrisa—, pero no fue Apolo.
—Irónicamente, Frank —dijo Lucerys girándose hacia él con una sonrisa juguetona—, también pensó que sería reclamado por Apolo… y no por Marte.
—Descendientes de Poseidón teníamos que ser —respondió Frank entre risas, recordando la conexión.
Lucerys asintió varias veces, igual de divertido.
—Al menos no terminamos con un conflicto de identidad divina —añadió Daeron con humor—. Aunque ser hijo de dioses debe ser interesante… en teoría.
—O un dolor de cabeza constante —intervino Clarisse con sarcasmo—. Imagina la presión. "Papá quiere que seas el mejor guerrero; mamá, el mejor artista." Qué desastre.
—Por suerte, yo solo tengo que preocuparme por sobrevivir a mis días —bromeó Lucerys, provocando risas entre todos.
Se puso el carco que coincidia con el equipo de Atenea, tenia el penacho azul encima. Ares y sus aliados lo llevaban color rojo.
—¡Equipo azul, adelante! —gritó Annabeth, su voz firme resonando como una orden de guerra.
El equipo respondió con vítores ensordecedores, agitaciones de armas y un entusiasmo contagioso mientras avanzaban hacia la parte sur del bosque. Del lado contrario, el equipo rojo no perdió la oportunidad de provocarlos con gritos burlones y desafíos que se desvanecerían en la distancia mientras se dirigían al norte.
La noche era cálida, tranquila y engañosamente pacífica. El bosque parecía ajeno al bullicio humano; las luciérnagas bailaban en el aire , iluminando el aire oscuro con su tenue resplandor. Sin embargo, la calma solo acentuaba la tensión en el aire.
Luke lo ubicó junto al pequeño arroyo, señalando el lugar con un gesto breve.
—Suerte —dijo antes de marcharse rápidamente hacia el frente con Annabeth y los demás.
—Oye —dijo Travis, con tono dramático—, ¿y su beso de despedida?
—Sí —continuó Leo, siguiendo el juego—, ese apasionado beso que es una promesa de que se volverán a ver.
Luke y Lucerys se miraron por un instante, casi como si recordaran algo lejano pero significativo.
—Nuestro primer beso —dijo Luke con una leve sonrisa melancólica— fue así... Después pasó toda una tragedia.
La mirada de Lucerys se perdió un momento en el vacío mientras una sombra de tristeza se dibujaba en su rostro. Jaehaera, quien había estado observándolos en silencio, inclinó la cabeza con curiosidad, sus ojos brillando con interés, como si quisiera que Lucerys le contara la historia.
—¿Qué tragedia? —preguntó Jaehaera suavemente, rompiendo el silencio.
Lucerys sospechó, mirando brevemente a Luke antes de responder con una voz apenas audible:
—No es una historia que me guste recordar… pero creo que la veremos más adelante.
Luke tomó la mano de Lucerys con cuidado, ofreciéndole un gesto silencioso de apoyo.
O bservó cómo se alejaban y, con un suspiro, se sentaban bajo la sombra de un árbol. Dejó la espada y el escudo a un lado, preparados "por si acaso".
—Pues ese “por si acaso” —dijo Daemon con el ceño fruncido, su tono cargado de irritación— podría hacer que el enemigo entre en tu frontera.
Lucerys lo miró con calma antes de responder:
—Tenía un arco y flechas. La espada y el escudo me estaban incomodando... necesitaba poder moverme libremente, y eso me estaba costando hacerlo.
Daemon presionó la mandíbula, claramente molesto, pero al final soltó un largo suspiro de resignación.
—Eres igual a tu padre —murmuró, pasando una mano por su rostro, como si tratara de calmarse—. Siempre confiando más en tu instinto que en lo que dicta la estrategia.
Lucerys esbozó una leve sonrisa.
—Y, sin embargo, sigo aquí, ¿no? —respondió con un dejo de picardía.
Daemon lo miró fijamente, evaluando sus palabras, antes de dejar escapar una pequeña risa seca.
—Suerte. Eso es lo que tienes. Mucha suerte.
—Y un buen instinto —agregó Lucerys con una sonrisa divertida.
Sabía que este puesto era tan importante como cualquier otro, pero no podía evitar sentirme aislado.
Poco después, el sonido de la caracola resonó en la noche, marcando el inicio del juego. Los vítores y gritos comenzaron casi de inmediato, mezclándose con el eco de espadas chocando y ramas quebrándose. Era como si el bosque entero se hubiera transformado en un campo de batalla viviente.
—¡Hola, Percy! —gritó Lee Fletcher al pasar corriendo junto a él, su arco listo en mano.
A penas tuvo tiempo de responder.
—¡Buena suerte, Lee!
Lee cruzo el arroyo y desaparecio rápidamente entre los árboles, dejando tras de sí un rastro de hojas moviendose en la oscuridad.
Entonces, cerca de donde estaba, escuchó un ruido distinto al bullicio lejano de la batalla. Era un gruñido desgarrador que parecía vibrar en el aire. A pretó el arco con fuerza, su pulso acelerándose. Con manos firmes, colocó una flecha en su lugar, tensando la cuerda mientras seguía el sonido entre la penumbra.
Los gruñidos cesaron abruptamente, dejando un silencio pesado a su alrededor. Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir una presencia cercana, como si unos ojos invisibles lo observaran desde las sombras. Sin dudarlo, soltó la flecha.
El proyectil surcó el aire, cruzando el arroyo, y desapareció en la maleza del otro lado. Un grito desgarrador resonó al instante, seguido por el sonido de alguien cayendo al suelo. S e quedó inmóvil, con el arco preparado, mientras observaba cómo un chico del equipo rojo emergía de los arbustos, sujetándose el codo donde la flecha había quedado clavada.
No estaba solo. Clarisse y otro de sus hermanos aparecieron tras él, sus rostros contorsionados de furia.
Varios hicieron muecas de dolor al ver cómo el chico se retorcía en el suelo, claramente sufriendo, mientras una joven Clarisse, visiblemente preocupada, intentaba atenderlo. Sus manos se movían con rapidez, tratando de aliviarlo de alguna manera.
Mientras tanto, otro chico, con una expresión cargada de furia, se acercaba rápidamente, claramente dispuesto a atacar a su hermano.
—Veo que tienes buena puntería, solecito —se burló Clarisse, con una sonrisa torcida.
A rqueó una ceja, sin bajar el arco.
—No me puedes llamar "solecito", porque no estoy reclamado por Apolo.
—También, porque solecito, es Will —dijo Nico, con una sonrisa traviesa—. Tú, en cambio, serías cara de trucha.
Lucerys lo miró con furia, sus ojos brillando con irritación.
—Como tú digas, aliento de muerte —respondió con desdén, dejando escapar un suspiro.
—Al menos mi "aliento de muerte" no huele tan mal como tu actitud, Percy —respondió con sarcasmo, cruzándose de brazos.
Lucerys le lanzó una mirada fulminante, pero antes de que pudiera decir algo más, Will intervino.
—¡Vamos, basta! —dijo Will, tratando de calmar la tensión. —Dejen de pelear, no estamos aquí para eso.
Clarisse soltó una carcajada áspera, como si aquello le divirtiera aún más.
—Como digas —respondió, haciendo un gesto con la cabeza hacia su otro hermano, quien avanzó con cautela hacia él , sosteniendo una espada , mientras ella ayudaba a su hermano.
El hermano de Clarisse avanzó primero, cargando con decisión. La hoja de su espada brillaba bajo la luz de la luna, buscando lo con cada paso. L o esquivó con un giro rápido, su agilidad instintiva salvándolo del ataque. En el mismo movimiento fluido, disparó una flecha que rozó la pierna del chico, arrancándole una mueca de dolor. El oponente giró sobre sí mismo y lanzó otro corte al aire donde él había estado apenas un segundo antes.
La pelea se convirtió en un baile peligroso, una coreografía de vida o muerte. El chico presionaba con su espada, sus golpes contundentes obligando lo a retroceder cada vez más. A pesar de eso, él mantenía la compostura, disparando flechas con rapidez y precisión. Cada proyecto buscaba los puntos vulnerables de la armadura del enemigo, aunque los movimientos constantes de ambos hacían difícil averiguarlo completamente. Casi grito de dolor cuando el chico lo corto con la punta de su espada en el brazo, esa fue su oportunidad porque él lo pateo en el pecho que lo hizo caer.
Cayo al suelo , pero apenas tuvo tiempo de reaccionar. El espadachín alzó su espada, listo para asestar un golpe decisivo. La hoja descendió con fuerza, y él , con reflejos desesperados, levantó su arco para bloquear el impacto. El choque fue brutal, y el arco comenzó a astillarse bajo la presión. S upo al instante que no duraría mucho más.
Entonces, una idea loca, peligrosa, le cruzó la mente. No tenía otra opción, así que actuó rápido.
—Una de tus pocas ideas locas que sí resultaron bien —comentó Clarisse con un tono de enojo evidente.
Lucerys se movió con una ligera sonrisa, como si disfrutara del reproche.
—Lo que escucho son celos.
—¿Por qué tendría celos de tus locas ideas...? —dijo Clarisse, cruzando los brazos y mirándolo con severidad—. Lo que siento es preocupación por esas ideas que tienes en tu mente.
Lucerys se encogió de hombros, divertido.
—Admitelo, Clarisse, mis locuras siempre tienen un toque de genialidad.
Clarisse resopló, negando con la cabeza.
—Solo espero que no nos exploten en la cara la próxima vez.
Apretó el arco con toda su fuerza, haciendo que se quebrara a la mitad con un crujido seco. Justo en ese momento, esquivó la espada, que quedó atrapada en una roca. El hijo de Ares forcejeaba para liberarla, su atención distraída por completo. A provechó la oportunidad: con la cuerda del arco rota, ató rápidamente las manos del chico en un solo movimiento fluido.
—Conozco ese nudo —dijo el abuelo Corlys con una sonrisa nostálgica al verlo.
—El nudo del tridente —respondió Lucerys, devolviéndole la sonrisa—. Tú me lo enseñaste el día antes de navegar por primera vez en la Serpiente Marina .
El abuelo Corlysparecio perderse en sus pensamientos, como si reviviera aquel momento en su memoria.
—Y lo aprendiste rápido —comentó con orgullo—. No cualquier marinero joven lo logra a la primera.
—Tenía al mejor maestro —respondió Lucerys, con sinceridad y admiración en su voz.
Antes de que el hijo de Ares pudiera reaccionar, U só toda la fuerza de sus piernas para catapultarlo hacia atrás. El chico voló por el aire, aterrizando con fuerza en el suelo. Un golpe seco resonó cuando su casco chocó contra un a gran piedra, dejándolo inmóvil. Se quedó inmóvil por un segundo, su respiración entrecortada mientras evaluaba la situación. El oponente no se movía.
—¡Esto no es posible! —exclamó Clarisse con furia mientras se acercaba, su lanza centelleando con energía mágica.
L evantó la vista justo a tiempo para verla cargar contra él. Se levantó rápidamente, apenas esquivando un ataque que pasó peligrosamente cerca. El aire a su alrededor chisporroteó como si una tormenta eléctrica estuviera a punto de desatarse. La lanza de Clarisse no era un arma común; era mágica, y cada golpe parecía cargar el ambiente con una electricidad inquietante.
—¿Ves? Podrías conseguirte algo así —dijo Daemon con una sonrisa maliciosa, señalando la lanza de Clarisse en el televisor—. Una espada que lance rayos, sería impresionante.
—Gracias por la idea —respondió Lucerys con calma—, pero ya tengo mi propia espada... y me gusta mucho.
Daemon levantó una ceja, intrigado.
—¿Seguro? Porque no suena tan emocionante como lanzar rayos.
Lucerys le dedicó una sonrisa confiada mientras sacaba su espada y la sostenía con orgullo.
—No necesito rayos para demostrar mi habilidad.
T uvo que lanzarse al suelo cuando Clarisse intentó darle un puñetazo en la cara. Rodó ágilmente, su instinto de supervivencia al máximo, y alcanzó el escudo y la espada que había dejado atrás. La espada fue fácil de agarrar, pero el escudo, con su tamaño y peso, le costó un poco más acomodarlo correctamente.
—Parece que en cualquier momento se caerá por el peso —comentó Baela, notando con claridad lo que sus ojos le mostraban.
Lucerys, siempre más pequeño y delgado que los demás, ahora parecía desproporcionado bajo el enorme escudo que cargaba. Su cuerpo tambaleante daba la impresión de que sucumbiría al peso en cualquier momento. Pero, al observarlo con más atención, él recordó algo que casi había olvidado de su hermano.
Esa mirada. Esa determinación inquebrantable que no veía desde aquella noche en Driftmark. Era como si el antiguo Lucerys, el que había admirado tanto, estuviera de vuelta, desafiando al mundo una vez más.
Clarisse se giró hacia él, con una sonrisa feroz en su rostro. A pesar de su respiración agitada, intentó calmarse.
—No nos hemos presentado cordialmente —dijo con un tono que mezclaba desafío y sarcasmo—. Soy Percy... es un placer .
—Espera —dijo Piper, mirando a Lucerys con curiosidad—, ¿llevaste varias clases de lucha con Clarisse y hasta ahora te presentaste formalmente ante ella?
—Sabía cómo se llamaba —respondió Clarisse, encogiéndose de hombros—, pero siempre lo llamaba renacuajo.
Lucerys se giró hacia ella, visiblemente confundida.
—Pensé que no sabías cómo me llamaba?
Clarisse soltó una risa corta y algo burlona.
—El señor D te presentó ante todos, era obvio que sabía tu nombre. También están los rumores... ¡Por los Dioses, cómo no iba a saberlo! —Luego se cruzó de brazos, mirándolo con aire crítico—. Al principio pensé que eras un tonto presumido, pero ahora veo que solo eres un tonto.
Lucerys la miró incrédulo, mientras los demás trataba de contener la risa a un lado.
Clarisse solo gruñó. Caminó lentamente hasta su lanza y la sostuvo con determinación. El arma lanzaba destellos de electricidad que bailaban como serpientes azules a lo largo de la hoja afilada.
Él levantó su espada y escudo, aunque le pesaban demasiado; el escudo era una carga, y la espada seguía estando mal equilibrada.
Clarisse fue la primera en moverse, arremetiendo con un grito que resonó como un trueno en la distancia. Su lanza emitió un chasquido eléctrico, lanzando una descarga al suelo frente a él. Levantó su escudo justo a tiempo, deteniendo el relámpago, aunque el impacto lo hizo retroceder varios pasos.
—Esto es por ridiculizar a nuestra cabaña.
—No fue mi intención.
—¡Cállate!
Clarisse giró sobre sus talones, lanzando un arco horizontal con la lanza, de la cual saltaron chispas en todas direcciones. Él levantó el escudo de nuevo, pero esta vez la lanza impactó con tal fuerza que una vibración casi lo hizo soltarlo.
Aprovechó esa pausa para atacar. Avanzó un paso rápido, deslizando su espada en un movimiento ascendente que buscaba desarmarla. Sin embargo, Clarisse reaccionó con rapidez, esquivando el ataque con un salto hacia atrás. No tardó en lanzarse al ataque de nuevo, pero él logró esquivarla y, con una maniobra desesperada, agarró con fuerza el asta de la lanza. Tiró de ella con todas sus fuerzas. Clarisse no la soltó, pero se giró para intentar liberarla. Algo crujió, y ambos cayeron al suelo.
—Oh, no —dijo Leo,con preocupación mientras ponía una mano en su pecho dramáticamente—. Clarisse va a hacer algas a la parrilla.
<<Oh, no>>, pensó cuando vio lo que tenía en las manos.
Sostenía un trozo de la lanza de Clarisse. Escuchó un grito furioso a sus espaldas. Clarisse se levantó con tanta furia como un dragón, y él comenzó a retroceder, asustado.
—¡Corre, perra, corre! —gritaron Travis y Connor, mientras reían y apuntaban a la situación que se desarrollaba en el televisor.
De repente, se escucharon chillidos y gritos de alegría. A lo lejos, vio a Luke correr hacia la frontera, cargando el estandarte del equipo rojo. Travis y Connor lo cubrían, mientras varios de los hijos de Apolo enfrentaban a los de Hefesto.
Clarisse murmuró, aún más enojada:
—¡Una trampa! —exclamó—. ¡Era una trampa!
Clarisse le quito lo que quedaba de su lanza y se fue corriendo a detener a Luke, pero ya era demasiado tarde. Todos se reunieron junto al arroyo cuando Luke cruzó a su territorio. El equipo azul estalló en vítores. El estandarte rojo brilló y se volvió plateado. El jabalí y la lanza fueron reemplazados por un enorme caduceo, el símbolo de la cabaña 11.
Los del equipo alzaron a Luke en hombros, mientras él buscaba a alguien con la mirada.
—Era obvio que te buscaba a ti —dijo Chris, con una sonrisa traviesa—. Estuvo toda la captura de la bandera más preocupada por ti que por la bandera misma.
Lucerys le devolvió la sonrisa a Luke, una expresión llena de afecto y complicidad, mientras sentía cómo el aire se volvía un poco más ligero a su alrededor.
Luke, aunque se sonrojaba ligeramente, no pudo evitar sonreír también. — ¿Qué puedo decir? Siempre estoy dispuesto a protegerte, incluso si eso significa ignorar la bandera.
Aemond los observaba en silencio, su mirada se fijo primero en Luke, que estaba llena de celos, antes de posarse en Lucerys con una mezcla de anhelo y amor enfermizo. La imagen de su tío mirando así a su hermano lo enfermada, Aemond sabía que él había provocado eso, fue él quien mato a Lucerys a su hija, si Aemond no hubiera hecho nada loco en esa tormenta, ahora su hermano todavía seguiria vivo y con su sobrina en el vientre. Pero Aemond se lo busco.
Clarisse, con el rostro rojo de furia, pateo una roca y desaparecio. Quirón salió del bosque al trote, tocando la caracola que anunciaba el final del juego.
Habían ganado.
Se estaba levantando cuando la voz lo hizo casi saltar del susto, su corazón latió con fuerza, pensando que Clarisse había regresado para golpearlo.
—No está mal, héroe.
Miró a su alrededor, pero no había nadie.
—¿Dónde demonios has aprendido a luchar así?
El aire se estremeció, como si algo oscuro y pesado lo rodeara, y Annabeth apareció de la nada a su lado, quitándose la gorra de los Yankees.
Él si se susto cuando Annabeth apareció de la nada junto a su hermano. Lucerys, igualmente sobresalatado, dejó caer el escudo y la espada, el ruido del metal chocanto contra el suelo llenó el aire. Tambien sobresaltando algunos.
—¡Por los dioses! —exclamó, dando un salto y dejando caer la lanza de Clarisse. Se giró, el miedo helado se apoderó de él—. ¿De dónde saliste, mujer?
Annabeth miró su gorra, una sonrisa jugando en sus labios.
—Un regalo de mi madre... —su tono era calmado, pero algo había en su mirada que lo inquietaba—. Ahora, quiero saber... ¿cuándo y cómo aprendiste a pelear así?
—Con Daemon como padrastro —dijo Baela con una media sonrisa—, no creas que te escaparás de aprender a defenderte.
Luke levantó una ceja divertido.
—Eso, explica muchas cosas.
Lucerys solto una risita divertida.
Él soltó un suspiro, su cuerpo aún temblando por la adrenalina que no se había disipado.
—Ahora no, Annabeth, voy a ...
Annabeth no le dio tiempo para más que un parpadeo.
—Solo quiero saber algo, quieto.
Annabeth tomó con firmeza la mano de su hermano y lo guió hacia el lago. Su expresión era una mezcla de duda y determinación, como si estuviera debatiendo consigo misma pero al mismo tiempo convencida de seguir adelante. Había algo en su postura, en la manera en que sus ojos analizaban el agua, que sugería que estaba a punto de suceder algo interesante.
La acercó a él con una firmeza que no aceptaba objeciones, guiándolo hacia el lago. Un escalofrío recorrió su espalda al sumergirse en el agua. A los pocos segundos, abrió los ojos, sorprendidos. El agua estaba refrescante, pero no era eso lo que lo sorprendió. Sentía algo más, algo... extraño. Como si su energía se estuviera recargando , como un celular.
—Mira cómo se cura con el agua —dijo el abuelo Viserys, su voz llena de asombro mientras observaba con atención.
El agua, cristalina y resplandeciente, parecía emanar una energía propia. Lentamente, las heridas de su hermano comenzaban a sanar ante sus ojos, como si una magia antigua y poderosa fluyera a través de él. Cada corte, cada rasguño, se cerraba con un brillo suave, dejando atrás solo cicatrices difusas que pronto desaparecerían por completo.
—Es increíble... —murmuró el abuelo Corlys, incapaz de apartar la vista. Los demás, igualmente sorprendidos, intercambiaron miradas de incredulidad.
—Percy, sal del agua.
—¡Pero fuiste tú quien me metió!
—Solo hazlo y calla.
—Lo andan regañando por algo que ni siquiera hizo —comentó Hazel, cruzándose de brazos con una expresión de desaprobación.
—Me recuerda cuando Clarisse lo regañó aquella vez que aparecimos en medio de la jungla durante su misión —añadió Luke, esbozando una leve sonrisa ante el recuerdo.
—¡Exacto! —exclamó Lucerys, alzando las manos en señal de frustración—. ¿Por qué, cuando pasa algo malo, siempre soy yo el que termina regañado?
—Porque casi siempre es tu culpa —respondió Thalía con una sonrisa burlona.
Lucerys suspiró teatralmente y levantó la palma de la mano frente a Thalía, como si estuviera pidiendo un alto.
—No quiero escuchar a la "experta en ser un árbol" opinar sobre culpas.
Lo hizo, pero al salir, la fatiga lo golpeó con una fuerza brutal. La adrenalina que había subido tan rápido se desvaneció, dejándolo tambalear como si el suelo estuviera a punto de tragárselo. Antes de caer, Annabeth lo sujetó con firmeza.
—Oh, Estigia... —maldijo, su voz baja y tensa—. Esto no es nada bueno... creí que estaba equivocada... pensé que había sido Zeus...
—Zeus se ofendería muchísimo —comentó Thalía con una sonrisa sarcástica— si escucha que confundieron a Percy como su hijo.
—Bueno... Perseo es el nombre de uno de sus hijos —replicó Lucerys, encogiéndose de hombros—. Y que yo me llame así es... bueno, hilarante.
Nico arqueó una ceja mientras una sonrisa burlona se formaba en su rostro. Y dijo:
—Hilarante no es exactamente la palabra que usaría. Más bien... irónico. Especialmente porque Zeus no tiene paciencia.
Lucerys rió entre dientes, cruzándose de brazos.
—Gracias por el cumplido. Aunque dudo que Zeus vea la ironía igual que tú.
Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, el gruñido volvió a escucharse, pero esta vez mucho más cerca. El sonido fue tan profundo y gutural que pareció paralizar todo el bosque.
Los vítores de los campistas se apagaron en un instante, como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones. Quirón gritó algo en griego antiguo, y sólo más tarde pudo entender lo que dijo:
—¡Apartados!... ¡Mi arco!
Annabeth sacó su cuchillo con una rapidez casi sobrenatural.
De entre los árboles, unos ojos rojos brillaron, y luego, un enorme perro negro emergió de las sombras. Sus colmillos parecían dagas afiladas, destilando una oscuridad palpable que lo rodeaba.
Jaehaera soltó un grito de horror y, sin pensarlo, se aferró al pecho de Lucerys, temblando de miedo. Él, instintivamente, la rodeó con sus brazos en un gesto protector, su postura firme pero reconfortante. Era un abrazo que recordaba perfectamente: el mismo con el que calmaba a sus hermanitos durante las noches de tormenta, cuando los truenos retumbaban y sus pequeños hermanos lloraban aterrados.
—Tranquila, no tienes que temer —susurró con voz suave, inclinándose para besarla con ternura en la cabeza—. Estoy aquí, y no voy a dejar que nada te pase.
Jaehaera respiró profundamente, intentando calmarse, gracias a las palabras de Lucerys.
Ese perro gigante tenia su mirada puesta solamente en él.
Nadie se movió. El silencio fue absoluto, pesado, tenso. Luke gritó, con el miedo reflejado en su voz:
—¡Percy, corre!
Annabeth trató de interponerse entre el monstruo y él , pero el perro era demasiado rápido. Saltó por encima de ella —una sombra llena de dientes— y se abalanzó directamente sobre él . De repente, el peso de su cuerpo me derribó hacia atrás, y vio como el perro estaba listo para perforar la armadura. Sintio cómo sus garras afiladas perforaban la armadura, desgarrándola con una fuerza brutal.
—¡Por los dioses! —chillaron algunos al presenciar lo que el perro estaba a punto de hacerle a su hermano.
Incapaz de soportar lo que veía, se cubrió el rostro con ambas manos. Su pecho se tensó, y el recuerdo del dolor regresó como un puñal afilado. No quería, no podía, volver a presenciar cómo su hermano era llevado nuevamente al borde de la muerte. Era un miedo visceral, una mezcla de impotencia y desesperación, que lo paralizaba mientras el caos continuaba a su alrededor.
Un sonido espantoso llenó el aire, como el desgarrar interminable de una pila de papeles siendo rota una y otra vez. El dolor fue inmediato, intenso, como si cada fibra de su cuerpo se tensara en un grito silencioso. Pero antes de que la desesperación pudiera tomar control, algo inesperado ocurrió.
Un grito de guerra resonó, cortando la tensión como un rayo. El enorme perro soltó un chillido desgarrador cuando, de repente, la punta de una lanza se hundió con precisión en su costado. Allí estaba Clarisse, con el rostro endurecido por la determinación, su lanza vibrando aún por el impacto.
—¡Clarisse, a un lado! —rugió una voz autoritaria, y sin dudarlo, ella dio un salto ágil hacia la retaguardia.
Un silbido cortó el aire, agudo y mortal. En un instante, un enjambre de flechas brillantes surcó el cielo, cada una encontrando su objetivo con una precisión letal. Se clavaron profundamente en el cuello del perro, dejando un rastro de sangre oscura que goteaba como aceite negro.
El gigantesco animal dejó escapar un último rugido sordo antes de desplomarse con un golpe pesado. El eco de su caída se extendió por el campo, mientras su cadáver yacía inmóvil, muerto a sus pies. Un silencio tenso envolvió a todos por un breve instante, antes de que la realidad de lo ocurrido se asentara.
—¡Rápido, necesita ayuda! —chilló Rhaenys con horror, su voz temblando mientras señalaba la gravedad de la situación—. ¡Necesita uno de esos curanderos especiales que tienen allí!
Con el corazón latiendo como un tambor en su pecho, abrió ligeramente los dedos frente a su rostro, queriendo mirar pero temiendo lo que encontraría. Al instante, se arrepintió. Allí estaba su hermano, tirado en el suelo, con una parte de su costado izquierdo completamente cubierta de sangre. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejaban un horror palpable, como si el dolor no solo fuera físico, sino también emocional.
Miró alrededor, para ver sus reacciones. Los amigos de su hermano estaban petrificados, sus rostros pálidos. Su abuelo Corlys parecia que vomitaría en cualquier momento. Su madre, que nunca perdía la compostura, parecía tambalearse al borde del desmayo. Daemon estaba ayudandola al igual que el abuelo Viserys, auqnue era complicado con sus tres hermanos menores bien dormidos, Rhaena estaba con las manos en la boca pareci ano creer que eso estuviera pasando y Baela estaba a punto de hecharse a llorar. Solo algunos verdes parecia feliz que eso estuviera pasando, pero Daeron y Helaena parecia igual de conmocionados. Y Aemond parecia estar volviendo a revivir esa tormenta.
Sin embargo, lo que más desconcertó fue la actitud de su hermano actual. Allí estaba él, sentado tranquilamente, su mirada fija en el televisor como si nada estuviera ocurriendo a su alrededor. La indiferencia en su rostro era casi aterradora, una desconexión total del caos que los rodeaba. Él sintió un nudo en la garganta mientras trataba de entender cómo alguien podía mantenerse tan sereno en medio de aquella pesadilla.
Por algún milagro, seguía vivo. No se atrevio a mirar debajo de la armadura destrozada. Sentía el calor de la sangre empapaba su pecho, el hpumedo peso de la herida lo racía recordar la sensación de estar cerca de la muerte... Era como regresar a las fauces de Vhagar, un segundo más y habria vuelto a hacer parte del libro de recetas abuelita Vhagar, platillo principal picadillo fino.
—Este no es un buen momento para tus chistes —dijo Grover, con un tono serio y preocupado.
Lucerys, sin embargo, se encogió de hombros, como si no fuera la primera vez que alguien le regañaba por hacer un chiste en un mal momento.
Escuch o los pasos apresurados de Quirón y Luke acercándose, y los vi o aparecer en mi campo de visión. Luke llevaba la espada en mano, su rostro lleno de determinación y miedo a partes iguales. Quirón, con el arco aún en su mano, se acercaba con una expresión sombría . Clarrise se había levantado y ahora gritaba instrucciones de traer a Lee que al parecer estaba en los rehenes del equipo rojo.
— Di immortales! —exclamó Annabeth, su voz temblando entre incredulidad y terror—. Eso era un perro del infierno de los Campos de Castigo. No… se supone que…
—Alguien lo ha invocado —dijo Quirón, su tono cargado de enojo y preocupación, sus ojos clavados en la criatura muerta.
—Hay un traidor entre ellos —dijo el abuelo Corlys, su voz grave y cargada de certeza. Sus ojos, oscuros y penetrantes, se pasearon por cada rostro con un aire de desconfianza—. Fue él quien lo ha invocado.
La habitación quedó en silencio, tensa como una cuerda al borde de romperse. Cada palabra del abuelo Corlys resonaba con peso, llenando el espacio de una sensación de inminente peligro. Algunos intercambiaron miradas nerviosas, otros evitaron hacer contacto visual, pero todos sabían que el abuelo rara vez hablaba sin razón.
—¡No importa ahora quién lo invocó! —chilló Luke, su voz rompiendo el silencio—. Necesitamos curarlo… o se desangrará.
Un murmullo escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo:
— No quiero volver a morir — susurro en alto Valyrio co n temor .
—¿¡Qué dijiste, Percy!? —preguntó Quirón, girándose hacia él con una expresión de asombro, casi de temor.
—Está alucinando por la pérdida de sangre —interrumpió Luke, señalando con urgencia a los hijos de Apolo que apenas parecían salir de su estado de shock. Talvez podian hacer tiempo mientras liberaban a Lee.
—Hay que llevarlo al agua, Luke —dijo Annabeth con firmeza.
—¡Llévenlo al agua! —exigió, mirando a los presentes con intensidad.
El abuelo Viserys, con una expresión de preocupación, recostó a su madre sobre Daemon, quien rápidamente la sostuvo con firmeza, mirando a la anciana con una mezcla de inquietud y determinación. La piel de Rhaenyra había adquirido un tono tan pálido como su cabello plateado, lo que hizo que el ambiente se volviera aún más tenso.
Joffrey, quien parecía medio despierto hasta ese momento, observó a su madre con los ojos abiertos de par en par, notando su palidez extrema. El miedo comenzó a instalarse en su rostro al darse cuenta de lo grave que estaba la situación.
—Madre... —susurró Joffrey, su voz temblorosa. No estaba seguro de qué hacer, pero algo dentro de él le decía que el momento era más serio de lo que sus ojos podían comprender.
Lucerys miró a Will con seriedad y dijo:
—Will... ¿puedes ver a mi madre? Necesita ayuda.
Will, al escuchar la solicitud, asintió con rapidez. Sin dudarlo, se levantó de su asiento y, con pasos firmes, se acercó a la madre de Lucerys. Su rostro, normalmente sereno, mostraba un leve rastro de preocupación, pero su profesionalismo le daba claridad en el momento crítico.
—¿¡Qué!? —exclamó Luke, girándose hacia ella con incredulidad—. Annabeth, no puedes estar hablando en serio.
—Confía en mí, Luke.
Se miraron por un instante, sus ojos sosteniendo un diálogo silencioso que sólo ellos podían entender. Finalmente, Luke asintió, aunque la duda seguía en su rostro.
Lo tomó por los hombros, pero el simple movimiento desató un grito desgarrador.
Ese era un grito que no quería volver a escuchar en su vida.
S intió cómo el dolor se intensificaba, como si su pecho estuviera siendo abierto nuevamente, y escuchó el inconfundible sonido de su sangre fluyendo más rápido, empapando el suelo con cada segundo que pasaba.
—Tranquilo, Annabeth sabe lo que hace —murmuró Luke, aunque su propia voz temblaba.
Con cada paso hacia el lago, el rastro de sangre que dejaban tras de sí parecía absorber la atención de todos. Los campistas comenzaron a reunirse alrededor, sus rostros pálidos y ojos abiertos de par en par, incapaces de apartar la mirada de la línea roja que se alargaba, como si marcara el camino hacia algo que no terminaban de comprender.
El agua seguía helada, su respiración un desastre, entrecortada y pesada. Cada latido de su corazón resonaba en sus oídos como un tambor distante. A pesar de todo, no pudo ignorar la expresión de asombro en el rostro de Luke. Este miró rápidamente a Annabeth y luego a Quirón, quien les hizo una señal para que salieran del lago.
Will, con una calma inesperada, colocaba su mano sobre la frente de su madre. Un brillo suave comenzó a emanar de su mano, iluminando la oscuridad de la sala como si una luz cálida estuviera infiltrándose en el aire. Will comenzó a cantar en un idioma que él no conocía, pero la melodía era profunda, cargada de una energía tranquila pero poderosa.
Era como si la magia misma estuviera siendo tejida en el aire, con cada palabra de Will fortaleciéndose, dando vida a una especie de escudo de energía que rodeaba a su madre. El brillo en su mano parecía moverse y danzar, como si respondiera a su canto, mientras una calma inexplicable comenzaba a envolver la figura de su madre.
No sabía cuánto tiempo pasó: segundos, minutos, horas... Pero de pronto sintió que su fuerza regresaba, como si un poder antiguo lo estuviera llenando. Una energía nueva recorrió su cuerpo y, antes de darse cuenta, ya estaba de pie. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Sus heridas, que apenas momentos antes parecían mortales, estaban cerrándose ante sus propios ojos. La sangre que había empapado su pecho desaparecía como si nunca hubiera existido. Algunos campistas, que no podían apartar la mirada, se quedaron boquiabiertos.
—Bueno, yo... —intentó disculparse, tambaleándose ligeramente—. La verdad, no sé... Perdón...
Pero no estaban mirando sus heridas. No. Miraban algo por encima de su cabeza.
Observó en silencio, sintiendo una mezcla de alivio y gratitud al ver cómo su madre, aunque débil, comenzaba a recuperar la fuerza que había perdido. La magia de Will había funcionado, al menos en gran parte. El brillo había desaparecido, pero el cambio en la apariencia de su madre era evidente. Su piel recuperó su tono normal y su respiración se estabilizó. Aunque intentó levantarse, Will intervino rápidamente, como si conociera la fragilidad de la situación mejor que nadie.
—Debe descansar —dijo Will con voz firme, tambien notando la seriedad en su tono, como si estuviera completamente comprometido con el bienestar de su madre—. Todavía estás débil. Orden del doctor.
Su madre, aunque reticente, asintió lentamente, aceptando la necesidad de reposo. Observó la interacción con cierta admiración. Will no solo había sanado a su madre, sino que también estaba demostrando una gran sensatez y madurez al asegurarse de que no se sobrecargara.
Daemon intercambió algunas palabras con su madre, su rostro tenso, pero algo en sus ojos mostraba un rastro de alivio. Cuando Will volvia a su asiento junto a Nico, Lucerys le hizo un gesto con la cabeza a su amigo, Will respondió con una leve inclinación de cabeza, manteniendo su usual compostura.
—Percy... —susurró Luke, su voz temblando mientras señalaba algo sobre su cabeza .
Levantó la mirada, y ahí estaba. Aun señal aún brillaba con una intensidad que parecía imposible ignorar: un holograma de luz verde, girando majestuosamente en el aire. Una lanza de tres puntas. Era u n tridente.
—Tu padre... —murmuró Annabeth, dando un paso atrás. Su tono era más de preocupación que de asombro—. Esto no es nada bueno.
—Ya está determinado —anunció Quirón, con un aire solemne.
El aire pareció volverse más pesado cuando, uno a uno, los campistas comenzaron a arrodillarse. Incluso los hijos de Ares, aunque lo hacían con los labios apretados y miradas llenas de rencor, no pudieron evitar inclinarse ante lo inevitable. Los hijos de Apolo parecia decepccionados.
—¿Mi padre? —pregunt o , perplejo, mi voz apenas un susurro.
Quirón inclinó la cabeza levemente, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar fueran una sentencia.
—Has sido reclamado por... Poseidón —anunció, su voz resonando como un trueno lejano—. El Agitador de Tierras, Portador de Tormentas, Padre de los Caballos... Salve, Perseo Jackson, hijo del dios del mar.
El televisor se detuvo en la cara de su hermano, mientras el tridente flotaba sobre su cabeza. Notó cómo su hermano parecía totalmente desubicado, casi como si no entendiera qué estaba sucediendo a su alrededor.
Las puertas se volvieron a abrir, y esta vez entraron más personas que él no conocía. La atmósfera se cargó de una tensión extraña, y el ambiente pareció hacerse más denso a medida que nuevos rostros aparecían en el salón.
Balerion se levantó del trono de hierro con una solemne elegancia y se acercó al grupo, haciendo una leve inclinación, gesto que fue correspondido por los demás. El hombre que los lideraba, de piel oscura, se adelantó con mucha seriedad.
—Es bueno volverlos a ver, a todos —dijo Balerion con una voz profunda y cálida.
—Podemos decir lo mismo —respondió el hombre.
Balerion se giro a todos los presentes.
—Todo el mundo —anunció con un tono de autoridad—, quiero presentarles a los Dioses Griegos, los padres y madres de algunos de los amigos del príncipe Lucerys.
En ese momento, el mismo hombre que habían visto al principio, se adelantó con los brazos abiertos, sonriendo ampliamente.
—¡Mi pecesito! —gritó con entusiasmo, mientras sus ojos brillaban.
Lucerys se tensó y, al ver la escena, murmuró en voz baja y molestio:
—¡Ay, no!
Notes:
Feliz año nuevo a todos (bien atrasado), espero que les haya gustado y perdón por la tardanza, mis clases de la universidad volvieron a comenzar y yo solo quiero que ya terminen.
Rhaenyra y Lucerys casi se nos van con San Pedro y Jace en cualquier momento le dará una paliza a Aemond si vuelve a ver a su hermano otra vez con esos ojos de amor.
Chapter 15: El niño de mamá
Notes:
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Chapter Text
Malcriado. No había mejor palabra para describir al segundo bastardo de Rhaenyra.
Si sus hijos fueran descendientes de dioses, lo proclamaría con orgullo en cada oportunidad. ¿Qué eran los señores dragón en comparación con los dioses? Pero estos semidioses, alejados de sus padres y madres divinos, parecían ignorar la grandeza de su linaje. Malagradecidos, sin duda.
Aunque, pensándolo bien, también eran bastardos. Quizá por eso sabían cuál era su lugar en la pirámide. Muy por debajo. Porque sus propios hijos, ellos si eran legítimos, estaban mucho más arriba.
El nuevo padre del hijo de Rhaenyra lo envolvía en un abrazo fuerte y efusivo, mientras el chico se tensaba, con una expresión de incomodidad evidente. Su rostro reflejaba molestia ante la muestra de afecto inesperada. El dios, ajeno a su incomodidad, exclamó con entusiasmo:
—¡Mi pececillo! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¡Estás más grande!
—¡Ya sueltame! —exigió el chico, forcejeando en el abrazo, pero Poseidón lo abrazo más fuerte.
—Vamos, suéltalo, Poseidón —intervino Balerion con tono relajado—. O terminarás por enfadarlo aún más.
—¡¿Y qué harías tú si no vieras a tu hijo durante un año?! —exclamó el dios del mar, fulminando a Balerion con la mirada.
Balerion apenas alzó una ceja antes de responder con calma:
—Para empezar, le daría su espacio. Y, sobre todo, evitaría decirle algo tan ridículamente tonto como lo que acabas de soltarle.
Poseidón frunció el ceño, pero finalmente cedió y dejó al chico en el suelo.
—¿Tonto? —repitió con indignación, cruzándose de brazos—. ¡Es mi hijo! No hay nada de tonto en demostrarle cariño.
El chico se sacudió la túnica, alejándose un par de pasos con el ceño fruncido.
—Eso no significa que puedas asfixiarme —gruñó, aún molesto.
Balerion suspiró con paciencia, mirando a Poseidón con una mezcla de diversión y cansancio.
—Mira, viejo, lo que quiero decir es que si no lo has visto en un año, quizá empezar con un "hola" en lugar de un apodo ridículo hubiera sido más sensato.
Poseidón resopló, pero no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.
—Siempre tan serio, Balerion.
—Siempre tan impulsivo, Poseidón —replicó el otro con una media sonrisa.
Debía presentarse, así esos nuevos dioses podrían llevarse una buena impresión de ellos, y tal vez verían que Aegon era mucho mejor opción para el trono de hierro que Rhaenyra.
Ni siquiera pudo caminar porque Rhaenyra ya se había adelantado y ahora estaba haciendo una delicada reverencia.
—Bienvenidos a Westeros —dijo con voz amable—. Soy la reina de los Siete Reinos, Rhaenyra Targaryen.
Ella sintió cómo la ira le ardía en el pecho. No podía permitir que Rhaenyra dominara la situación. Esta era su oportunidad de demostrar que Aegon era el verdadero rey de los Siete Reinos.
—Muchas gracias por recibirnos —dijo un hombre de piel oscura, con un traje muy extraño pero evidentemente de una excelente calidad.
—El placer es todo mío por tener a tan importantes personas en nuestros salones —respondió Rhaenyra con una sonrisa forzada.
—Déjame presentarlos —dijo Balerion—. Después de todo, soy el intermediario de ambos.
Señaló a Rhaenyra y a su familia.
—La reina Rhaenyra, su esposo, el rey consorte Daemon Targaryen, el ex rey Viserys Targaryen.
Ambos hicieron una reverencia a los dioses griegos.
—Jacaerys Targaryen, el nuevo heredero al trono, Joffrey Velaryon, las gemelas e hija de Daemon con Lady Laena, Baela y Rhaena, y por supuesto, los pequeños Aegon y Viserys.
A excepción de los dos pequeños hijos de Rhaenyra, todos hicieron una reverencia.
—La princesa Rhaenys y su esposo, Lord Corlys.
—¿La serpiente marina, ¿verdad? —dijo Poseidón—. El dios ahogado siempre habla de usted, sin duda es un gran placer conocerlo.
El orgullo de Lord Corlys parecía a punto de estallar, pero se mantuvo sereno, con la espalda recta.
—El placer es todo mío, aún más por conocer al padre de mi amado nieto.
—La princesa Jaehaera— Balerion presento a su nieta, quien aun estaba al lado del chico Luke.
La niña hizo un torpe reverencia. ¡Una torpe reverencia! Que importaba que una hermosa diosa, vestida con un atuendo muy provocativo y que podría confundir con una puta, emitió un sonido de ternura, eso no era ternura en absoluto.
Le había dicho a Jaehaera que esa reverencia debía mejorar. Ella no era una plebeya de baja cuna, sino una princesa, y ahora la estaban avergonzando ante los dioses griegos. Tendría que castigarla tan pronto como tuviera la oportunidad. Un mes sin ver a ese monstruoso dragón... Sí, ese sería un castigo excelente.
Balerion finalmente los señaló para presentarlos, aunque, en su opinión, ellos debieron haber sido los primeros.
—Otto Hightower y la reina viuda, Alicent Hightower —anunció con rapidez.
Tanto su padre como ella ejecutaron una reverencia impecable, con la elegancia y precisión que correspondía a su rango.
—El príncipe Daeron y el príncipe Maelor.
—La princesa Helaena y el príncipe Jaehaerys.
—Y los príncipes Aegon y Aemond.
Aegon abrió la boca para hablar, pero, conociéndolo, seguramente soltaría alguna imprudencia. Antes de que pudiera hacerlo, ella se adelantó, tomando el control de la conversación antes de que su hijo cometiera una torpeza frente a los dioses griegos.
—Es un honor recibir a deidades tan ilustres en nuestra corte. Espero que la hospitalidad de Westeros esté a la altura de sus expectativas —dijo con tono dulce, pero cargado de intención.
Poseidón sonrió con diversión, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Bueno, hasta ahora no hemos sido devorados por dragones ni apuñalados en la espalda. Para un reino que se desangra en una guerra civil, diría que la hospitalidad no está del todo mal.
Su sonrisa flaqueó.
—Eso... fue un accidente.
Poseidón soltó una risa sarcástica, idéntica a la que ahora lucía el hijo de Rhaenyra.
—Claro, un accidente —dijo con descaro, mirándola con esos ojos verdes mar cargados de furia—. Tu hijo mató al mío... junto con mi nieta, aún en su vientre.
—Eso no habría ocurrido si Lucerys hubiera venido conmigo por su propia voluntad.
—Ni en un millón de años me habría ido contigo —informo el chico, de pie junto a su "pareja" y su nieta.
Aemond apretó los puños. ¿Qué veía su hijo en ese bastardo?
Balerion avanzó con paso firme hasta colocarse entre los dos bandos, su mirada severa exigiendo silencio.
—Será mejor que los detenga antes de que esto termine en otro derramamiento de sangre —dijo, lanzando una mirada significativa a Aemond y al chico. Luego, se dirigió a todos—. Ahora, permítanme presentarles a los dioses.
Comenzó señalando a un hombre imponente, cuya mera presencia parecía electrizar el aire.
—Este es Zeus, dios del trueno y rey de los dioses.
Su porte era majestuoso y sus ojos contenían la furia de la tormenta. A su lado, una mujer de cabellos castaños y piel lechosa lo observaba con la elegancia propia de una reina.
—A su lado, su esposa y hermana, Hera, diosa del matrimonio y reina del Olimpo.
Los ojos de Hera destellaban juicio, como si ya hubiera decidido quiénes de los presentes eran dignos y quiénes no.
Balerion continuó, señalando al dios con la mirada más tempestuosa de todos.
—A este ya lo conocieron: Poseidón, dios del mar.
El dios marino no apartó su mirada de Aemond, su expresión endurecida por el rencor. A su lado, una mujer de piel bronceada mantenía un gesto sereno, aunque en sus ojos danzaba un conocimiento ancestral.
—Deméter, diosa de la agricultura.
Balerion pasó al dios de semblante más sombrío, cuya presencia parecía absorber la luz a su alrededor.
—Aquí está Hades, dios del Inframundo.
Su expresión era inescrutable, su presencia un recordatorio de que la muerte observaba en todo momento. Junto a él, una mujer de belleza etérea sonreía con dulzura contenida.
—Su esposa, Perséfone, diosa de la primavera... e hija de Deméter.
El aire entre madre e hija pareció tensarse por un instante, pero Balerion continuó sin detenerse, señalando a tres diosas de auras completamente distintas.
—Atenea, diosa de la sabiduría; Artemisa, diosa de la caza; y Afrodita, diosa del amor.
Atenea los observaba con una expresión impasible, como si ya estuviera calculando quiénes eran aliados y quiénes una pérdida de tiempo. Artemisa los miró con indiferencia, como si el asunto no le concerniera en absoluto. En cambio, Afrodita sonrió con picardía y les lanzó un beso.
Aegon casi se desplomó de rodillas.
—Apolo, dios de la medicina y la luz; Hermes, dios de los viajeros y los mensajeros; Ares, dios de la guerra; y Dionisio, dios del vino.
Apolo y Hermes parecían entretenidos con la situación, sus sonrisas reflejaban un deleite travieso. Ares, sin embargo, dejó claro su desprecio por Lucerys con una mirada fulminante. Dionisio, por otro lado, apenas les prestaba atención, absorto en un extraño libro repleto de imágenes de botellas de vino.
Por último, Balerion hizo un gesto hacia los dos dioses restantes.
—Y por supuesto, el dios Hefesto, señor de la forja, y la diosa Hestia, guardiana del hogar y el fuego sagrado.
El dios copia del Dios herrero era el hombre más horrible que había visto jamás, todo lleno de cicatrices y su rostro deformado. A su lado había una niña con ojos resplandecientes como llamas danzantes, los observaba con una calidez que contrastaba con la tensión en la sala.
Los dioses comenzaron a moverse, acercándose a sus hijos para saludarlos. Algunos lo hicieron con sonrisas cálidas, mientras que otros parecían menos entusiasmados por el reencuentro. Unos pocos incluso intercambiaban bromas ligeras, como si el tiempo y la distancia no hubieran significado nada.
Ella los observaba con una mezcla de incredulidad y desprecio. ¿Acaso los dioses no veían lo malagradecidos que eran sus hijos? Esos semidioses, en lugar de postrarse con gratitud, se comportaban como si el favor divino les fuera un derecho en lugar de un privilegio. Para ella, eran una mancha en el honor de sus progenitores, una vergüenza que cualquier gobernante sensato habría desechado.
Si alguna vez tuviera un bastardo, ni siquiera se molestaría en mirarlo dos veces.
-Sería mejor continuar- dijo la Diosa niña, con una sonrisa cálida- más tarde nos podemos poner en al día.
-Tiene razón Lady Hestia- dijo Balerion moviendo la mano y haciendo aparecer más sillones alrededor del televisor- por favor tomen asiento.
Todos volvieron a tomar asiento y vio de reojo como Rhaenyra intercambiaba palabras con Viserys quien asentía entusiasmado, ella debía estar allí escuchando lo que Rhaenyra le decía a Viserys no por todo ella seguía siendo una reina.
El televisor se encendió y la imagen empezó a moverse y cambiar como si tuviera mala visión.
—¿Por qué tengo que hacer esto? —gruñó Gabe. Era la mañana de Navidad y ya estaba borracho.
— ¿Qué tanto bebe ese tipo? —preguntó Apolo, mirando al chico con curiosidad.
—Lo suficiente como para que su hígado ya estuviera pidiendo clemencia —respondió el chico con un tono seco, sin molestarse en disimular su disgusto.
Apolo hizo una mueca de asco, frunciendo los labios como si acabara de probar un vino barato.
—Puaj, qué desperdicio. Si iba a autodestruirse, al menos pudo haber elegido un veneno más cómodo . Algo con buen cuerpo, buen aroma... No cualquier porquería de supermercado.
El chico parpadeó, incrédulo.
— ¿Ese es tu mayor problema con esto?
El dios se encogió de hombros con indiferencia.
—Oye, soy el dios de la medicina... pero también el del buen gusto.
—Porque es mi tradición más linda, Gabe —respondió mamá con su tono calmado de siempre.
Lo sentó en el sofá con delicadeza colocándole un gorro de santa y se acomodó a su lado también con un gorro , esbozando una sonrisa cálida, como si aún creyera que podía salvar ese momento.
—Todavía no entiendo por qué se casó con ese hombre —gruñó Daemon, frunciendo el ceño con evidente desprecio—. ¿Por qué no buscó un mejor prospecto? Enamoró a un dios, creo que podría haber conseguido a otro hombre mucho mejor.
—Fue por el olor —intervino Grover con total seriedad—. Gabe tenía un hedor horrible, completamente mundano. Sally se casó con él para que ese olor se impregnara en Percy y así los monstruos no lo rastrearan con tanta facilidad.
Jaehaera arrugó el entrecejo y olió disimuladamente al chico, como si intentara detectar aquel supuesto mal olor. Luego miró a Grover con evidente confusión.
—Pero si huele bien —dijo, ladeando la cabeza—. No huele mal.
Grover suspiró y se señaló la nariz con paciencia.
—Nuestro olfato es diferente, princesa. Aunque pasen años, Percy sigue oliendo a Gabe.
El hijo de Poseidón puso una expresión de puro asco.
—¿Todavía huelo al tarado de Gabe? ¡Qué asco!
—Bien —resopló él—. Terminemos con esto ya. Quiero ver el partido.
—Solo toma la foto, Gabe —insistió su madre, sin perder la paciencia.
—Uno, dos, tres...
El sonido de la cámara llenó la habitación. Apenas terminó, Gabe dejó caer la cámara con desgana.
—Listo, mujer. Ahora tráeme otra cerveza. El partido está por empezar.
—Y él no tiene patas para traerlo por sí mismo —espetó la diosa Artemisa, furiosa, con una mirada llena de desprecio hacia aquel que osaba hablar con tal insolencia.
—Es obligación de esa mujer servir a su esposo —replicó ella, dirigiéndose a Artemisa con una firmeza que creía indiscutible. Desde donde estaba, pudo ver la fuerza indomable que emanaba de ella. Tal vez podría iluminarla... Y si lo lograba, quizás ella le concedería su favor, permitiendo que Aegon se convirtiera en el verdadero rey.
Artemisa entrecerró los ojos, su expresión endureciéndose con el brillo frío de quien ha oído una herejía.
—¿Servir? —su voz cortó el aire como el filo de una daga deslizándose sobre piedra—. ¿Acaso crees que las mujeres existen para inclinarse ante los caprichos de los hombres?
La tensión se volvió palpable, casi insoportable, pero ella no se dejó intimidar.
—Es el orden natural —replicó con una seguridad que rozaba la arrogancia—. Un esposo debe ser obedecido. Es la voluntad de los dioses.
Artemisa soltó una carcajada, pero no era una risa de humor. Era helada, cortante, como si todo lo que había dicho fuera un chiste sin gracia.
—¿De qué dioses hablas? —le espetó—. ¿De los mismos que temen a una mujer fuerte?
Sus ojos plateados brillaron con furia cuando dio un paso adelante, la arrogancia de su rival pareciendo derretirse ante su presencia.
—Escúchame bien, mujer de Westeros, porque no lo repetiré: no hay honor en la sumisión impuesta, ni en la servidumbre disfrazada de deber. La verdadera fuerza no se encuentra en doblar la rodilla, sino en levantarse por voluntad propia.
Como dijo, indomable y feroz. Sería difícil iluminar su camino, si es que aún quedaba algún camino por recorrer para ella.
Mamá comenzó a levantarse, pero él se adelantó, poniéndose de pie de inmediato.
—Yo la traigo, mamá —dijo antes de que ella pudiera dar un paso.
No iba a permitir que Gabe la tratara como a una sirvienta. No en Navidad.
—¿Por qué tengo la sensación de que ya tienes un plan? —preguntó Thalía, arqueando una ceja, con la intuición de alguien que ya ha visto demasiadas travesuras en su vida.
—Porque es un plan que he usado durante AÑOS —comentó el chico, con una sonrisa que no auguraba nada bueno—. Como mamá siempre dice, es mi tradición favorita.
Nico arqueó una ceja, cruzándose de brazos mientras lo observaba con una mezcla de malicia y desconfianza.
—¿Tu tradición favorita? —repitió, su tono cargado de escepticismo—. Eso suena sospechoso.
El chico le dedicó una sonrisa aún más divertida, el brillo travieso en sus ojos como un faro que anunciaba caos inminente.
—Oh, sí —asintió con fingida inocencia, como si estuviera contando un secreto inofensivo—. Dice mamá que no hay nada como una buena dosis de justicia navideña.
Thalía suspiró, llevándose dos dedos al puente de la nariz, como si estuviera conteniendo un ataque de pánico.
—Por los dioses, ya me estoy arrepintiendo de preguntar...
—¡Pero rápido, muchacho! —gruñó Gabe, acomodándose en el sillón con evidente molestia.
Mamá, ignorando su tono, tomó la cámara para ver la fotografía, como si aún intentara encontrar un momento de felicidad en medio de todo aquello.
Él se dirigió a la cocina, agarró un abrebotellas y abrió la nevera. Tomó una de las cervezas de Gabe y, con un rápido movimiento, la destapó. Luego, levantó la vista con cautela.
Gabe no lo estaba mirando.
Aprovechó el momento para sacar un pequeño frasco de su bolsillo y verter unas gotas de leche de amapola en la botella. No mucho, solo lo suficiente para que el cerdo roncara durante varias horas.
Will frunció el ceño, claramente desconcertado.
—¿Leche de amapola? —repitió, como si le hubieran mencionado algo de otro planeta. —Nunca había escuchado sobre eso.
El Dios Apolo sonrió, esa sonrisa con aire de alguien que siempre sabe algo que los demás no.
—Es porque la leche de amapola es exclusiva de este mundo, hijo —explicó, como si estuviera revelando un secreto antiguo—. Es como la anestesia... pero menos potente.
Will se giró hacia el chico, sus ojos brillando de curiosidad y con una chispa de entusiasmo.
—Tienes que enseñarme a hacerla.
Percy le dedicó una sonrisa ladeada, como si no hubiera nada más natural que compartir ese conocimiento.
—Cuando quieras.
El dios del sol soltó una carcajada, su tono cargado de diversión.
—Ay, hijo, nunca cambias.
—¡¿Qué demonios haces, muchacho?! ¡Tráeme mi cerveza ya!
R odó los ojos y tomó una galleta azul del frasco antes de cerrar la nevera.
—Un segundo —respondió con fingida paciencia.
Caminó de regreso y le tendió la botella con brusquedad.
—Toma tu tonta cerveza.
Gabe se la arrebató sin mirarlo y bebió un largo trago.
—Se dice "gracias" —espetó Clarisse, cruzándose de brazos y fulminándolo con la mirada—. Maldito cerdo malagradecido.
Estaba tan borracho que ni siquiera reaccionó al sabor.
Perfecto.
Unos diez minutos después, Gabe roncaba como un cerdo en el sillón. Él lo movió varias veces con brusquedad, pero el hombre ni se inmutó. Aprovechando la oportunidad, le arrebató el control remoto y cambió el canal de deportes por algo más interesante.
Luke soltó una risa incrédula, claramente sin poder creer lo que escuchaba.
—Prácticamente lo drogaste.
El chico ni siquiera levantó la vista, sus manos moviéndose con destreza mientras enredaba los mechones dorados de su nieta en esas trenzas valyrias que tanto detestaba.
—Quería una Navidad tranquila —respondió con total indiferencia, como si fuera lo más normal del mundo—, y él solo estaba estorbando.
—Creí que este año iba a durar más —comentó su madre con una sonrisa, entrando a la sala con una gran bandeja de huevos revueltos, tocino y bagels, acompañados de jugo de naranja.
—Es un borracho —dijo él, deteniendo su búsqueda en un canal de música donde sonaban villancicos navideños—. No se despertará hasta la tarde... o hasta la noche. ¿Quieres abrir tu regalo?
Su madre dejó el desayuno en la mesa y lo miró con ternura.
—Traelo, cariño.
Él se levantó con entusiasmo , tomó el pequeño paquete bien envuelto que estaba bajo el árbol de Navidad y se lo entregó. Su madre lo desenvolvió con calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y soltó una risita al ver el contenido.
—Chanel N°5... Vaya. ¿Dónde lo compraste?
—En Macy's. Nos dieron un cupón del 10% después desfile de Acción de Gracias.
—Vaya —dijo la diosa Afrodita, con asombro—, esa fragancia es exquisita.
—Y cara también —agregó Hera, cruzándose de brazos con una mirada que podría perforar una roca—. ¿La robaste?
Lord Corlys se irguió de inmediato, visiblemente ofendido por la insinuación de que su "nieto" fuera un ladrón, como si eso fuera lo peor que pudieran decir sobre él.
—Para nada —respondió el chico con absoluta calma, como si hablar de su pequeño truco fuera la cosa más normal del mundo—. Ahorré muy bien, y ese cupón me vino de maravilla... Además, lo compré en el Viernes Negro. Solo tuve que esconderlo en una vasija para que nadie más lo tomara y volver por él cuando reuní todo el dinero.
La diosa Hera chasqueó la lengua con fastidio, como si no le agradara que su pequeño intento de desvelar la trampa hubiera fallado tan estrepitosamente.
Su madre lo miró con los ojos brillantes de emoción y lo atrajo para darle un beso en la frente.
—Eres el mejor hijo del mundo.
Sonrió con ternura y abrazo con más fuerza a su madre.
Todo había cambiado. El chico avanzaba por la oscuridad, cubierto con una sábana azul, su mirada determinada guiándolo hasta la cabaña, que más bien parecía una forja que un simple refugio.
Tocó la puerta de la cabaña de Hefesto, consciente de que debería estar en la cama de la enfermería, donde Lee lo había terminado de curar y donde lo habían dejado descansando.
—La próxima vez te ataremos a la cama —gruñó el bastardo mayor de Rhaenyra, su tono amenazante llenando el aire.
—Atrápalo si puedes —respondió Will con una sonrisa desafiante, sus ojos brillando con diversión—. Una vez lo intenté y corrió más rápido que un hijo de Hermes.
—No —intervino Clarisse, soltando una carcajada como si se estuviera divirtiendo mucho con la situación—, fue más rápido que el correcaminos.
—Lo que pasa es que ninguno de ustedes sabe cómo hacerlo —dijo Rhaena con suficiencia, como si tuviera la respuesta a todos los problemas del mundo—. Tienen que usar algo que le guste en su contra... La última vez que se raspó la mano y no paraba de moverse, le dimos unos pasteles de limón y, como arte de magia, se quedó quieto.
Pero no podía quedarse quieto. Había regresado al bosque a buscar algo, algo importante.
—¡Te atacó un horrible monstruo en el bosque! —exclamó Daeron, mirando al chico con preocupación genuina—. ¿Y aún así se te ocurre volver allí?
—No me pasó nada —respondió el chico con indiferencia, como si estuviera hablando de una excursión común—. Además, necesitaba recuperar algo que alguien dejó ahí.
Lanzó una mirada significativa hacia Clarisse, la chica salvaje, sin perder la oportunidad de añadir un poco de picante a la conversación.
Ella bufó, restándole toda importancia.
—Sí, sí, lo que digas —resopló, claramente más interesada en otra cosa.
Le tomó casi media hora encontrarlo. Cuando finalmente lo tuvo en sus manos, caminó hasta la cabaña de Hefesto con determinación. Al tocar la puerta, esta se abrió lentamente, y uno de los hermanos de Charles Beckendorf apareció en el umbral. Apenas lo vio, el chico dio un respingo, retrocediendo como si hubiese visto a un fantasma.
—Ay, Jake, es solo el pequeño Percy —dijo el chico de orejas extrañas, lanzando una sonrisa burlona.
—Ah, el pequeño Percy... —suspiró Chris con tono nostálgico, como si estuviera recordando a un niño de otra era—. Sin duda, esa fue la versión más tranquila de Percy.
—Ninguna versión de Percy ha sido tranquila —gruñó Clarisse, con esa mirada desafiante que siempre la caracterizaba—. Esa versión lo que es...
—Tierna —interrumpió Grover, con un toque de dulzura que solo él podría permitir.
—¡¿Percy, tierno?! —exclamó Thalía, cruzándose de brazos con una expresión que dejaba claro lo que pensaba—. Percy no es tierno.
—Vamos, Thalía Grace —intervino una mujer de vestido provocativo, con una sonrisa que bien podría derretir el hielo—, ¿no te enternece esa versión de Percy? Esas mejillas regordetas que dan ganas de pellizcar hasta dejarlas rojas...
—Lady Afrodita —respondió Thalía con una mueca, su sarcasmo palpable—, lo único que veo es un chico mitad pez, muy tonto.
Percy, sin pensarlo dos veces, se giró hacia ella y, en un acto exageradamente infantil, le sacó la lengua.
Sin dudarlo, Thalía le devolvió el gesto, tan rápido y con tanta fiereza que hasta los dioses podrían haberse sentido avergonzados.
El Dios Zeus soltó un aire burlón, girando los ojos con visible molestia.
—Claro, tierno.
—Hola. ¿Está Beckendorf? —preguntó con voz calmada, intentando no sonar amenazante.
El chico lo miró con nerviosismo, como si temiera que en cualquier momento él invocaría un perro del infierno frente a la cabaña. Retrocedió varios pasos más, con las manos temblando, y luego, sin responderle directamente, giró sobre sus talones y gritó a todo pulmón:
—¡Beckendorf! ¡Te buscan!
—Pero si él no invocó a ese perro —dijo el bastardo mayor, frunciendo el ceño como si estuviera resolviendo un rompecabezas.
—Lo sabemos —respondió el chico de ropas negras con una seriedad que solo él podía mantener—, pero así es como reaccionan los campistas cuando aparece un hijo de los Tres Grandes.
Thalía suspiró profundamente, cruzándose de brazos con un gesto que parecía contener una vida entera de frustración.
—La paz que Percy tenía... —dijo con tono resignado, casi como si estuviera lamentando la pérdida de un futuro que nunca existió—. Nunca la volverá a recuperar.
Unos segundos más tarde, Beckendorf apareció en la puerta con su característico aire tranquilo y una sonrisa amistosa.
—¿Tú no deberías estar en la enfermería? —preguntó, cruzándose de brazos mientras lo miraba con una mezcla de incredulidad y diversión.
— Debería—dijo el dios Apolo, mirando al chico.
El joven simplemente se encogió de hombros, como si nada le importara.
Él se encogió de hombros, como si fuera lo más normal del mundo haber escapado de su descanso obligatorio.
—Necesito tu ayuda —dijo, mientras quitaba la manta que llevaba, revelando el objeto que había recuperado del bosque—. Quiero devolvérselo a su dueña.
Beckendorf observó que sostenía durante unos segundos, evaluándolo con ojos expertos. Luego levantó la vista hacia él , su rostro mostrando una mezcla de asombro y respeto por el gesto.
—Está bien —dijo finalmente, con determinación en su voz—, pero necesitar e tu ayuda para arreglarlo.
—Fue un verdadero golpe de suerte que la herrería no se incendiara —comentó Chris, lanzando una mirada irónica hacia el chico.
—Oye, no soy tan torpe —replicó el chico con una sonrisa descarada, mientras terminaba de trenzar el cabello de su nieta, como si lo que acababa de decir no tuviera nada que ver con la reciente casi-catástrofe.
—La que necesit es —respondió sin dudarlo, con una sonrisa que mostraba su sincera disposición.
Beckendorf asintió, satisfecho con la respuesta, y con un gesto de su mano le indicó que lo seguía. L o hizo de inmediato, sintiendo que finalmente estaba haciendo algo bien.
Por la mañana, Quirón lo trasladó a la cabaña 3.
El centauro y el chico caminaban juntos, pero no había mucha comunicación entre ellos. Quirón le decía algo, pero el muchacho apenas le prestaba atención, lanzando miradas furtivas hacia los demás, que susurraban entre sí. Mejor así. Aislarlo era lo correcto, tal como había hecho con Rhaenyra. No permitiría que su hijastra esparciera su deshonra entre las demás damas del castillo, y este chico no debía ser una excepción.
Pasó de una cabaña bulliciosa, llena de risas, discusiones y camaradería, a una completamente silenciosa. La soledad lo envolvió como un manto pesado. Ahora compartía el espacio con nadie más que sus pensamientos.
Tenía espacio de sobra para todas sus cosas: su maleta, el cuerno del Minotauro, un nuevo juego de camisas naranjas del campamento y una pequeña bolsa de aseo. La cabaña entera era suya.
Podía disfrutar de lo que muchos considerarían privilegios: una mesa exclusiva en el comedor, la libertad de elegir sus actividades sin interferencias, gritar «luces fuera» cuando quisiera y, si lo deseaba, no hacer absolutamente nada. Pero nada de eso parecía compensar el peso que sentía en su pecho.
Se sentía completamente deprimido.
Justo cuando comenzaba a sentirse feliz, cuando había encontrado un hogar en la ruidosa cabaña 11 con los demás, Poseidón decidió reclamarlo. En lugar de sentirse especial o orgulloso, todo se sentía como un castigo. Ahora estaba confinado en una cabaña solitaria, como si ser hijo de Poseidón lo convirtiera en un portador de la peste.
—Ser mi hijo no te convierte en un portador de la peste —dijo Poseidón con firmeza.
—Pues así es como me sentía —respondió el chico, sin mirarlo.
Aunque nadie mencionaba directamente el incidente del perro del infierno, podía sentir las miradas furtivas, los murmullos apenas disimulados a sus espaldas. El ataque había asustado a todos en el campamento. Hasta Quirón parecía medio asustado, pero era más por los mensajes que envió el perro del infierno:
El primero, que había un hijo del dios del mar, en el campamento.
El segundo, y más aterrador, que los monstruos no iban a detenerse ante nada para alcanzarlo, para matarlo. En un lugar en donde todos lo consideraban seguro.
—También estábamos nerviosos —admitió Chris, visiblemente incómodo, mirando al chico con un aire de disculpa—. La última vez que hubo un hijo de los Tres Grandes... fue hace tantos años que no sabíamos cómo reaccionar. Muchos ya dábamos por hecho que eras hijo de Apolo.
—No te preocupes, mi niño —intervino Apolo, su voz suave como si estuviera acariciando el aire—, yo te reconozco como mi hijo.
—¡Apolo! —bramó Poseidón, el rojo de ira comenzando a teñir su rostro—. ¡No te apropies de mis descendientes!
—No es mi culpa que seas un padre tan ausente —replicó Apolo, su sonrisa burlona desplegándose con toda su arrogancia.
El dios del mar se puso completamente rojo de ira, como si estuviera a punto de hacer que el océano entero se tragara a Apolo.
Cuando se reunió con los hijos de Apolo para practicar tiro con arco, algunos parecían contentos de verlo... pero otros no tanto. Lee el líder de la cabaña siempre los terminaba regañando por comportarse tan mal con él. La desconfianza estaba allí, palpable, como una sombra que lo seguía a todas partes.
Después de lo que pasó con los chicos de la cabaña de Ares, la cabaña 11 comenzó a ponerse nerviosa con él. Ya no le permitirían entrenar con ellos . Sus lecciones OBLIGATORIAS de espada pasaron a ser individuales, solo con Luke.
—Creo que alguien disfrutó pasar tiempo a solas con su novio —dijo Connor con una sonrisa traviesa, su tono meloso y lleno de picardía.
—Connor, sé cuándo debo ser un maestro de espada y cuándo un novio enamorado —respondió Luke con total seguridad, como si estuviera enseñando una lección más allá del combate.
—Tiene mucha razón —murmuró el chico, mirando al suelo como si quisiera evitar que se notara lo avergonzado que se sentía.
Pensar que entrenar con Luke sería más tranquilo fue un error. Luke resultó ser igual de exigente que Daemon, si no es que más. Entrenaban después del almuerzo, y el sonido del acero chocando contra el acero llenaba el aire hasta que la luna ascendía lo suficientemente alto para indicar que ya era muy tarde.
—Vas a necesitar todo el entrenamiento posible —dijo Luke una noche, mientras practicaban bajo la tenue luz de las antorchas que los rodeaban, ardiendo como pequeños faros en la oscuridad—. Vamos a probar otra vez ese golpe para descabezar la víbora. Repítelo cincuenta veces.
Se quejaba mucho, el cansancio era mucho y sus músculos ardían por el esfuerzo . Pero al final, obedecía y lo hacía, porque sabía que no tenía otra opción.
—¿Por qué necesitas tanto entrenamiento? —preguntó Daeron, claramente intrigado, observando al chico con curiosidad.
—Es hijo de los Tres Grandes —respondió Luke, con una mirada seria, como si todo tuviera una explicación lógica.
—¿Entrenamiento especial? —murmuró Ser Criston, soltando una risa entrecortada, su tono cargado de burla y desdén—. No es nadie especial.
Ella asintió, sus ojos llenos de desaprobación. No había nada que la convenciera de que ese chico fuera diferente a cualquiera de sus hijos, ¡NO!, sus hijos eran muy superiores a ese chico.
Por las mañanas, Annabeth continuaba enseñándole griego antiguo, pero el cansancio lo vencía a menudo. En más de una ocasión se quedó dormido durante las lecciones, lo que enfurecía a Annabeth. Ella lo despertaba con un empujón molesto, lista para darle una bofetada si fuera necesario. Después, se marchaba murmurando para sí misma: «Misión... ¿Poseidón?... Qué desgracia... ¿Qué puedo hacer?»
Poseidón le dirigió a Atenea una mirada nada amistosa, pero la diosa simplemente negó con la cabeza, como si estuviera profundamente decepcionada.
Intentó hablar con Clarisse en repetidas ocasiones, buscando al menos una palabra de reconciliación, pero ella lo ignoraba por completo. Lo entendía, en parte. Había roto su lanza, y aunque ahora estaba restaurada y guardada en su cabaña, Clarisse seguía enojada, y él sentía que su sola presencia era una molestia para ella. Finalmente, decidió dejarla en paz por el momento. Más tarde, le devolvería su lanza restaurada, pero por ahora, mantener la distancia parecía lo más sensato.
También tenia a su propio acosador, ya que una noche cuando volvió de su entrenamiento y encontró una pagina del periódico que habían dejado bajo su puerta, era una pagina del New York Daily News.
Madre e hijo siguen desaparecidos tras impactante accidente de tráfico
Por Eileen Smythe
Sally Jackson y su hijo Percy Jackson permanecen desaparecidos una semana después de un trágico accidente automovilístico. El incidente ocurrió cuando el Camaro del 78 de la familia chocó violentamente contra un camión y salió disparado hacia una zanja.
El conductor del camión, identificado como el principal sospechoso, también se encuentra desaparecido, y las autoridades han emitido una orden de captura en su contra.
La familia Jackson estaba de vacaciones en Montauk, donde también se reportó que la cabaña en la que se alojaban fue completamente destruida durante una fuerte tormenta que azotó la zona esa misma noche. Según las autoridades, madre e hijo podrían haber logrado escapar de la cabaña antes de sufrir el accidente mientras regresaban a casa .
Gabe Ugliano, esposo de la señora Jackson, expresó su consternación y dolor, rogando a las autoridades que encuentren tanto al responsable del accidente como a su amada esposa y su adorado hijastro.
—Amada esposa y su adorado hijastro —gruñó Rhaenyra, con un tono tan impregnado de veneno que casi parecía que podría escupir fuego como un dragón—. Qué ironía. Qué farsa. Qué patética hipocresía.
—Como dije anteriormente, Sally es una reina entre las mujeres —afirmó Poseidón con una convicción tan absoluta que ni siquiera se inmutó.
¿Una reina entre las mujeres? ¿Esa mujer? Sally Jackson, una reina... Por favor . Ella era una verdadera reina, ella inspiraba respeto, dominaba con su sola presencia, hacía que el mundo se inclinara a su paso. Sally Jackson, en cambio, no era más que una plebeya con un bastardo a cuestas. ¡Por los dioses! Que no la harían reír. JAMÁS sería una reina. Bueno... tal vez sí , pero solo en el único reino que le correspondía: el de las prostitutas.
La policía insta a cualquier persona que tenga información sobre el paradero de Sally y Percy Jackson o detalles sobre el incidente a comunicarse al número de teléfono gratuito proporcionado. Cualquier pista puede ser crucial para resolver este caso y llevar consuelo a los familiares.
Las imágenes siguientes es la foto más reciente de Sally y Percy Jackson.
La persona que había dejado esa página de periódico había rodeado el número de teléfono con un marcador rojo. Sin embargo, no le prestó atención. Sus ojos se enfocaron únicamente en la fotografía que acompañaba el artículo: era una imagen de su madre y él, abrazados y felices, tomada en la última Navidad, antes de toda esa locura.
Sin decir una palabra, arrugó el periódico y lo arrojó a la basura. Pero la fotografía... esa la guardó.
—¿Extrañabas mucho a tu mami, primo Luke? —preguntó su nieta, con una dulzura tan inocente que casi le resultaba ofensiva, como si no supiera lo que estaba realmente en juego.
El chico la abrazó con ternura, y aunque su gesto era genuino. No debía permitir que su nieta se contaminara con las miserias que cargaba ese chico, ni con la corrupción que corría en su sangre, aquella misma inmundicia que no debería estar cerca de algo tan puro.
—Sí... —murmuró Luke con voz triste, su mirada perdida en algún lugar que solo él podía entender, como si estuviera contemplando algo que los demás no podían ver—. La extrañaba mucho.
—Luces fuera —murmuró con tristeza .
Esa noche tuvo la peor pesadilla de todas.
Corría por una playa en medio de una tormenta feroz. El viento rugía, las olas rompían violentamente contra la orilla, y la arena le quemaba los pies desnudos. Detrás de él no estaba Nueva York; la ciudad que se alzaba a lo lejos era diferente. Los edificios estaban más dispersos, rodeados de palmeras, con colinas lejanas recortadas contra el cielo ennegrecido.
—Creo que te refieres a Los Ángeles —dijo Nico con total naturalidad, como si fuera lo más obvio.
—Lo único que sabía de Los Ángeles —dijo el chico, con un tono pensativo, como si estuviera revisando en su memoria—, era el centro, pero solo porque lo había visto en la televisión. Así que no tenía ni idea de que existía esa parte de Los Ángeles.
A unos cien metros de la orilla, dos hombres se enfrentaban. Eran como luchadores sacados de una película épica: enormes, musculosos, con largas barbas y túnicas griegas que azotaban el viento como estandartes. Uno llevaba una túnica azul; el otro, una túnica verde pero se le hacía ligeramente familiar .
—¿Cómo no pudiste reconocer a tu propio padre? —dijo Thalía, cruzándose de brazos, lanzando una mirada que no dejaba lugar a dudas sobre su desaprobación—. Creí que tenías buena memoria.
El chico apenas levantó la vista, como si no valiera la pena reaccionar.
—Era tan poco importante en mi vida que ya había olvidado cómo se veía.
Poseidón se tensó, pero no dejó de mirarlo, con esa autoridad de quien aún cree tener el control de la situación.
—Percy, soy alguien importante —declaró con gravedad, como si esas palabras fueran la justificación para todo—. Soy tu padre.
El chico soltó una risa amarga, cargada de ironía. No era una risa alegre, sino esa clase de risa que nace del resentimiento profundo.
—Claro —respondió, mirando a su "padre" como si fuera un completo extraño—. Durante esos 12 años estuve en tu lista de prioridades.
—Bueno, yo... no...
—No tienes excusas. Tuviste mil oportunidades para ser un buen padre y decidiste fallarme.
—Es por la carta...
—¡No es por la maldita carta! —chilló el chico, con la furia contenida durante años que parecía a punto de desbordarse.
Poseidón frunció el ceño, como si acabase de descubrir algo increíble, una revelación que lo dejaría sin palabras.
—Es porque soy un dios...
El chico bufó, su mirada llena de desprecio.
—Balerion también es un dios, y fue un padre decente.
—Balerion y yo somos dioses diferentes.
El chico lo miró, irritado, pero no había nada en su rostro que sugiriera satisfacción o alivio, solo una fría desilusión.
—Te respondiste solo, padre.
El silencio se apoderó de la sala. Algunos se sentían incómodos, otros observaban con fascinación, y muchos simplemente no sabían qué hacer ante la escena que se estaba desarrollando.
Forcejeaban con furia, lanzándose golpes, patadas y cabezazos. Cada vez que chocaban, el cielo se rasgaba con relámpagos, y el vendaval rugía más fuerte.
Sentía, de alguna manera, que debía detenerlos. Había algo en su lucha que no estaba bien, algo peligroso, algo que podía desatar el caos. Gritaba, pero el viento devoraba su voz. Intentó correr hacia ellos, pero cuanto más avanzaba, más resistencia ofrecía el aire, como si estuviera empujando contra una muralla invisible. Sus pies se hundían en la arena, y a cada paso, le resultaba más difícil moverse.
Incluso con la tormenta aullando a su alrededor, logró escuchar al hombre de la túnica azul gritar con furia:
—¡Devuélvelo! ¡Devuélvelo!
Había algo infantil en el tono de su voz, como si estuviera viendo a Aegon y Viserys peleando por un juguete.
—Qué malo que te compare con unos niños, hermano —dijo Deméter, lanzando una mirada casi traviesa hacia Zeus.
Zeus solo formó una mueca de molestia, frunciendo el ceño, como si la comparación le resultara particularmente irritante. No le gustaba nada la idea de ser reducido a algo tan trivial como la competencia con niños.
—No es una comparación justa —gruñó, su voz baja y cargada de desdén—. Los niños no tienen la experiencia de los dioses.
Deméter sonrió con ironía, disfrutando de la incomodidad de su hermano.
—Tal vez no, pero a veces tus decisiones parecen tan... infantiles —respondió, dejando caer una pizca de burla en sus palabras.
El silencio que siguió estaba lleno de tensión, como si ambos se prepararan para una disputa más seria, pero Zeus solo resopló y giró la cabeza, dejando que Deméter disfrutara de su pequeño triunfo.
Pero esto no era un juego. Era algo mucho más grande y mucho más terrible.
Las olas comenzaron a crecer, chocando contra la playa y empapándolo en agua salada. Los truenos retumbaban tan fuerte que la tierra temblaba bajo sus pies.
—¡Deténganse! —gritó con todas sus fuerzas, desesperado—. ¡Dejen de pelear!
Pero nadie lo escuchaba. La arena comenzó a tragárselo, lent o pero ine vitablemente . Primero sus talones, luego sus piernas, hasta que todo su cuerpo estaba atrapado. Solo su cabeza quedaba fuera, y aun así, el peso de la arena lo oprimía.
Una voz dijo en sus oídos:
—Baja, pequeño héroe. ¡Baja aquí!
Varios dioses parecieron tener un escalofrío, como si una sombra fría hubiera recorrido la sala.
—Uh, padre... —dijo Hades con un tono oscuro, apenas audible, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de horror y disgusto.
Entonces la arena lo arrastró por completo. Sintió cómo lo comprimía, cómo le robaba el aire. Intentó gritar, pero no había espacio para el sonido. Su pecho ardía, y cada vez le costaba más respirar.
Y justo cuando pensó que no podía soportarlo más, se despertó de golpe, jadeando, con la sensación de que estaba cayendo al vacío.
—Mi niño, no debes preocuparte, fue solo eso, una pesadilla —dijo Viserys, su voz temblorosa pero tratando de ofrecer consuelo, como si quisiera alejar la idea de que algo más siniestro pudiera estar acechando.
El chico lo miró fijamente, su rostro grave, como si estuviera atrapado en la dureza de la realidad que se negaba a disiparse.
—Ojalá fuera solo una pesadilla, abuelo —respondió el chico con un susurro que cargaba con una sabiduría oscura más allá de su edad. Las palabras flotaban en el aire, llenas de presagio y un temor que parecía más real que cualquier pesadilla.
Viserys frunció el ceño, su mente luchando por encontrar una respuesta que pudiera apaciguar la creciente ansiedad que sentía.
—¿Qué quieres decir, hijo? —preguntó Rhaenyra, su tono ahora más serio, sintiendo que algo en la atmósfera había cambiado. El chico, estaba demasiado quieto, demasiado consciente de lo que ocurría a su alrededor.
—No es solo una pesadilla, abuelo... —dijo el chico, mirando hacia la ventana como si esperara ver algo más allá de las sombras—. A veces, las pesadillas son solo el principio.
Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Pero seguía en su cama en la cabaña 3. Su cuerpo le indicó que ya era por la mañana, pero aún no había amanecido, y los truenos se escuchaban lejos: se acercaba una tormenta. Eso no lo había soñado.
Oyó como golpeaban su puerta.
—Pase.
La puerta se abrió y Luke entró con rapidez. Su expresión era tensa, claramente preocupado.
—El señor D quiere verte —anunció sin rodeos.
Él frunció el ceño.
—Creí que estaba en el Olimpo.
En la enfermería había escuchado murmullos sobre su partida. Según decían, el señor D había sido convocado urgentemente al Olimpo.
—Regresó hace unos instantes —dijo con seriedad—, y quiere hablar contigo ahora mismo.
El chico se quitó las cobijas y, de repente, todo cambió. Ahora se encontraba en la sala de la casa grande, acompañado de Quirón y el Dios del vino.
—Fuiste reclamado por Poseidón —anunció Quirón, como si quisiera que todos lo escucharan—, y ya que eres su hijo, eres único entre los semidioses. Y la única esperanza de tu padre para evitar que se desate una guerra.
Lord Corlys soltó un suspiro de frustración, mirando al chico con una mezcla de desdén y desconcierto.
—Claro, dejemos el destino del mundo en manos de un niño, como si eso fuera una brillante idea —dijo, cruzando los brazos con una mueca de desaprobación.
Daemon, con una sonrisa irónica, dijo:
—Oh, como si le debiera algo a su padre —comentó con sarcasmo, apuntando con la mirada a Poseidón. El tono de su voz estaba cargado de burla.
El chico, que había estado observando la conversación en silencio, finalmente giró la cabeza hacia Poseidón. Su mirada lo decía todo: una mezcla de enojo, frustración, y algo más profundo, algo que parecía venir de años de abandono.
Poseidón, por su parte, no pudo evitar sentirse incómodo bajo la intensidad de la mirada de su hijo. La forma en que lo miraba, como si fuera una carga, un recordatorio de todas las promesas incumplidas, lo hizo sentir una punzada en su pecho. El chico, sin palabras, continuaba observándolo, y eso era más doloroso que cualquier reprimenda.
Quirón c aminaba de un lado a otro, como un animal enjaulado, su expresión cada vez más tensa.
—En estos últimos meses, Zeus y Poseidón se han enfrentado en una disputa por el Rayo Maestro. El símbolo de la autoridad de Zeus ha sido robado.
<< ¿Qué tan despistado tiene que ser Zeus para que le roben su rayo? >> Pensó con irritación. << Y encima tiene que culpar a otros por no saber cuidar sus cosas >>
—El niño tiene un punto —dijo Balerion, mirando a los dioses con una expresión de desaprobación—. Yo nunca he perdido mi objeto de poder. Ni mucho menos utilizaría a un niño para que me lo recupere.
—Nuestras leyes son muy diferentes, Balerion —respondió Hera con frialdad.
—No quieres decir mejor restrictivas —replicó Balerion con burla—. Tú las creaste, ¿no, Hera? Parecen más hechas por despecho que por querer ayudar a los dioses... O sea, ¿qué es esa ley que los padres olímpicos no pueden tener contacto con sus hijos? Claro, Hera, como tú no tienes hijos semidioses, no quieres que ninguno de ellos te vea.
La atmósfera en la sala se volvió más tensa. Hera, normalmente tan segura de sí misma, se tensó ante la acusación de Balerion. Los murmullos entre los demás dioses aumentaron, algunos visiblemente incómodos, otros mirando a Hera con más atención.
—Eso no tiene nada que ver con el tema —respondió Hera, tratando de recuperar el control—. Las leyes existen para evitar conflictos innecesarios, no para que alguien como tú venga a hacer juicios.
Pero Balerion no se dejó amedrentar.
—Tal vez, Hera, pero es evidente que tus leyes no siempre están pensadas para el bien de los demás, sino para proteger intereses propios—respondió con una sonrisa irónica.
—¿Quién es el ladrón? —preguntó, cruzándose de brazos.
Quirón y el señor D intercambiaron una mirada. Finalmente, el dios del vino habló con indiferencia:
—Tú.
—Perdón —exclamo Rhaenyra, visiblemente impresionada—. Mi hijo no es un ladrón.
—Debió ser alguien más —intervino Lord Corlys con firmeza—. Y ahora lo están culpando a él sin pruebas suficientes.
—Deberían hacer una investigación más a fondo —agregó la chica salvaje de Daemon, mirando a todos con desconfianza—. No apunten a mi hermano, que no sabía nada de ese mundo.
Él parpadeó.
—¿Yo...? No digan tonterías. ¿Para qué quiero esa cosa?
—Zeus busca un ladrón —continuó el señor D con hastío—. Ve un hijo de Poseidón reclamado por su celoso hermano... tus cartas no son muy buenas, niño.
—O sea que apuntaron al primero que vieron —dijo Daemon, mirando a Zeus con escepticismo.
—Era muy obvio —respondió Zeus, como si su explicación fuera suficiente—. Un hijo de Poseidón después de tantos años, era muy obvio que él era el ladrón.
—¿Y tenías pruebas? —interrumpió Viserys, con una mirada crítica—. Si no hay pruebas, no hay culpable.
Zeus frunció el ceño ante la observación, su postura defensiva claramente puesta a prueba.
Levantó las manos en señal de rendición.
—No hice nada.
—No, por supuesto que no —se apresuró a decir Quirón—. Pero tu padre necesita tu ayuda.
<< ¿Y cuándo me ha ayudado él a mí? >> volvió a pensar.
—Zeus le ha dado un ultimátum —prosiguió Quirón—. Si el rayo maestro no regresa antes del solsticio de verano, habrá una guerra. Esa será tu misión... y debes partir de inmediato.
—Como ahora —dijo Rhaena Targaryen, con asombro—, no lleva allí ni una semana y ya lo van a enviar a ese mundo lleno de monstruos.
—Ni siquiera tiene una buena espada para defenderse —comentó Daeron, su hijo, con incredulidad—. ¿Cómo esperan que sobreviva?
—Y todavía no ha terminado su entrenamiento —añadió el bastardo mayor, mirando a los presentes con una mezcla de preocupación y frustración—. Es una locura.
R espondió, incrédulo.
—Guau, guau, guau... bájale al ritmo, caballito.
Varios se rieron por el apodo que había dicho el chico, pero para ella, era profundamente ofensivo.
Quirón lo miró con una mezcla de exasperación y advertencia por el apodo.
—Quieren que me largue, cuando llevo aquí menos de una semana, a resolver algo que ni siquiera es mi problema?
—Es tu problema —intervino el señor D, sirviéndose una copa de jugo con fastidio—, cuando se trata de tu padre.
—Falta que sea uno de tus hijos quien haya robado tu rayo —dijo Lady Rhaenys con molestia, mirando a Zeus con desdén.
Ares soltó un bufido de molestia.
—Un hombre que solo he visto una vez en mi vida —replicó Lucerys con frialdad.
—Zeus es el rey del Olimpo —dijo Quirón, tratando de llevar la conversación de vuelta al punto central—, y a Poseidón siempre le molestó. Pero hay un tercer hermano que los resiente a ambos.
—Hades —dijo con vacilación. Luego frunció el ceño—. No lo creo.
—¿¡Qué!? —exclamó Quirón, sorprendido.
—¡Quiero saber estos argumentos! —exclamó Nico con asombro, inclinándose un poco hacia adelante, claramente intrigado.
—Percy tiene muy buenos argumentos —asintió Frank, cruzándose de brazos—. No se puede negar que sabe defenderse con lógica.
El chico arqueó una ceja y sonriendo con un toque de diversión.
—No es tan difícil cuando prácticamente me lo ponen en bandeja —comentó con ironía, mirando de reojo a Zeus, quien frunció el ceño con evidente fastidio.
—¡No seas insolente, muchacho! —gruñó el dios del trueno.
—Solo estoy exponiendo los hechos —se encogió de hombros Percy—. Si no les gusta, tal vez deberían reconsiderar cómo manejan las cosas.
S uspiró y se metió las manos en los bolsillos.
—En el hipotético caso de que iniciara una guerra, sería contraproducente para Hades. Con cada batalla, más almas llegarían al Inframundo, y tendría que expandir su dominio.
Quirón pareció desconcertado por la respuesta. Pero él estaba seguro de su razonamiento. Había sido heredero de Driftmark una vez, y su abuelo le enseñó que todo territorio tenía un límite de capacidad. Cuando ese límite se excedía, el resultado era el caos. King's Landing era un claro ejemplo: una ciudad abarrotada, sin planificación ni orden, donde la sobre población había convertido las calles en un lugar repleto de enfermedades y crimen.
Si Hades provocaba una guerra por ese rayo maestro, se estaría disparando en el pie .
—¡Gracias! —exclamó Hades, alzando las manos—. Por fin alguien ve mi punto de vista.
—Mi nieto tiene razón —asintió Lord Corlys—. King's Landing ya ha sobrepasado su límite de capacidad.
—Me sorprende que aún no haya ocurrido algo parecido a la peste negra —comentó Nico con inquietud—. Cuando vi la ciudad desde el balcón, me impresionó lo desordenada y caótica que estaba.
—Lo mismo pensé esta mañana —añadió Will con horror—. Es increíblemente estrecha, insalubre... Han tenido una suerte enorme de que aún no haya surgido una epidemia devastadora.
—¿La peste negra? —preguntó Rhaenyra con el ceño fruncido—. ¿Qué es eso?
—Una enfermedad —respondió Apolo con gravedad—. Fue una de las peores pandemias de la historia de la humanidad. Murieron entre 75 y 200 millones de personas en Europa, Asia y el norte de África.
—Eso es muchas más víctimas que en la Segunda Guerra —exclamó Lady Baela con asombro.
—Así es —asintió el chico—. Solo en Europa, un tercio de la población murió. Todo por las condiciones insalubres, el comercio marítimo que transportaba enfermedades y las pulgas infectadas que viajaban en las ratas portadoras de la bacteria Yersinia pestis.
—¿Una bacteria? —preguntó Otto con desdén, como si buscara desacreditar al chico—. ¿Y eso qué es?
—Son organismos diminutos, tan pequeños que no podemos verlos a simple vista —explicó el chico con paciencia.
—¿Entonces son invisibles? —preguntó Jaehaerys desde el tapete.
—No exactamente —intervino Will con rapidez—. Son tan pequeñas que necesitas un microscopio, que es como una lupa mágica, para poder verlas.
—Todos tenemos bacterias —añadió Apolo—. En nuestras pestañas, en el estómago, en el aire... Son parte del reino Monera y están en todas partes.
—Entonces... ¿se podrían evitar pandemias como esa en nuestro reino? —preguntó Rhaenyra con interés.
—Sí y no —respondió Apolo, pensativo—. No pueden evitarlas completamente porque aún no tienen los avances médicos necesarios, pero sí podrían reducir la cantidad de muertes si fueran más higiénicos y mejoraran la infraestructura de King's Landing para que no fuera tan... —hizo una pausa, buscando la palabra adecuada—. Horrible.
—Eso haría que las arcas del reino se vaciaran —intervino Otto, cruzándose de brazos. ella estaba de acuerdo. Si gastaban dinero en los plebeyos, ¿con qué se quedarían ellos?
—¿Las mismas arcas que ya están casi vacías gracias a los festines de Aegon y tus regalos a los nobles que te apoyan? —replicó el chico con frialdad—. Prácticamente has empobrecido a la Corona, Otto.
—¡No lo hiciste, Otto! —bramó Viserys, dirigiendo una mirada furiosa a su padre antes de volverse hacia su hijo—. ¡Aegon! ¿Con qué derecho derrochas el dinero en festines cuando NUNCA te ha pertenecido?
—Vamos, padre, tú también celebrabas festines —replicó Aegon con indiferencia.
—Eso es completamente diferente —gruñó Viserys—. Yo no estoy en medio de una guerra por una usurpación.
—Otto —intervino Rhaenyra, fulminándolo con la mirada—, quiero una lista detallada de todos los nobles a los que les has entregado regalos para que devuelvan el oro de la Corona.
—¿Y por qué cree que lo haré? —contestó Otto con desafío.
Daemon se puso de pie con una expresión oscura, listo para desenvainar a Dark Sister, y Rhaenyra se tensó. No se atrevería a cortarle la cabeza a su padre frente a los dioses... ¿o sí?
—¡Ya basta! —la voz de Hestia resonó en la sala mientras se levantaba de su asiento con los brazos en alto—. No más violencia frente a los niños.
Sus ojos rojos brillaban como brasas ardientes.
—Príncipe Daemon, siéntese, por favor.
Daemon soltó un bufido, pero obedeció de mala gana, como un perro regañado.
—Sir Otto, no comprendo por qué tiene modales tan deficientes para dirigirse a una dama. ¿Acaso su madre no le enseñó modales?
Un sonoro ¡Ohhh! recorrió la sala. Varios semidioses y dioses ahogaron carcajadas.
—Mi señora... —intentó Otto, adoptando un tono meloso.
—No me interrumpa —lo cortó Hestia con firmeza—. Hablarán de este asunto después del almuerzo. Por ahora, dejen de pelear y avancemos. Si seguimos así, nunca terminaremos... y ya casi es hora de comer.
—Sé que puede intimidarte, Percy —dijo Quirón con calma—, pero no irás solo. Una misión siempre se hace en grupo.
A lzó una ceja.
—Ah, qué bien —exclamó con fingido alivio—. Entonces espero que elijan bien a los valientes que van a ir... porque yo no voy.
—Mejor déjenselo a alguien con experiencia —dijo Lord Corlys con firmeza—. Mi nieto necesita descansar.
—Sé que lo hará bien —intervino el bastardo menor—. Derrotó a ese Minitauro.
—Minotauro, cariño —corrigió la diosa provocativa con una sonrisa dulce.
—Ah, sí... gracias —dijo el niño, esbozando una sonrisa—. Minotauro.
—Gracias por la confianza, Joffrey —respondió el chico con una sonrisa sincera.
—¡Poseidón te reclamó, Percy! — insistió Quirón, como si quisiera recordarle que su ayuda no era opcional —. Esta es su voluntad.
S oltó una risa seca y sarcástica.
—Pues pásale esa "voluntad" —repitió con burla, marcando las comillas en el aire— a alguien que sí la quiera.
El señor D, que hasta ahora parecía aburrido, resopló con impaciencia y alzó la voz:
—¡Oye, eres su hijo!
Él s intió cómo la rabia le subía por la garganta, su voz estallando con la misma intensidad:
—¡Soy el hijo de Sally Jackson!
El dios del vino lo miró con total indiferencia y encogió los hombros.
—¿¡Y quién demonios es Sally Jackson!?
—Vamos, Dionisio —dijo Poseidón con evidente molestia—, no le digas eso a mi hijo, acaba de perder a su madre.
—Ah, claro... —respondió el dios del vino, cerrando su libro con aburrimiento—. Pero dime, ¿no fuiste tú quien me pidió que hiciera lo necesario para que Peter aceptara la misión?
—Percy —corrigió el chico con enojo—. Me llamo Percy.
—Ella es mi madre —dijo, su voz temblando de furia contenida—. La única persona en este maldito mundo que se preocupó por mí. A quien asesinaron. La que dio su vida para que yo llegara aquí a salvo.
Apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en la piel. Si ese... dios volvía a decir algo despectivo sobre su madre, él no respondería por sus actos.
—¿Que le quitarás un ojo? —dijo Aemond con burla.
—Quién sabe, tal vez sí —respondió con enojo—. Nadie habla mal de mis mamis y sale ileso.
—Tienes un poco de mamitis aguda —comentó Luke en tono de broma, acompañado de una sonrisa.
—Pues esa "mamitis aguda" va a hacer que hoy duermas en el sillón.
La sonrisa de Luke desapareció al instante.
—¡El destino del mundo pende de un hilo! —bramó el señor D, impaciente.
L o miró fijamente, sus ojos ardiendo con una determinación sombría.
—Bien. Que se vaya el mundo a la mierda.
—Wow, de verdad te afectó lo que dijo Dionisio —comentó Hermes, sorprendido.
—Son mis mamas —respondió el chico con firmeza—. Y las voy a defender, incluso cuando estén equivocada.
El dios del vino apretó la mandíbula, su rostro crispado de ira.
—Vas a aceptar esta misión —ordenó con voz gélida—. Sin replicar.
—Oblígame, perro —dijo uno de los chicos idénticos.
El comentario provocó risas entre algunos de los presentes.
Pero él no se doblegó.
—¡NO! ¡No lo haré! —rugió, su furia desbordándose como una ola salvaje.
—Hola a todos —dijo Grover al entrar en la habitación, con la expresión tensa de alguien que traía malas noticias... o quizás, noticias demasiado grandes para guardárselas.
—¡Grover! —exclamó Thalía, asombrada—. ¿Quieres que te conviertan en cabra cocinada?
—No me hubiera importado —respondió el niño, con sus horrendas piernas—. Tenía información importante.
—Que te pedimos que no divulgaras —añadió el señor D.
—No le hagas caso al señor del vino —dijo el chico—. Lo hiciste muy bien al decirme.
—Lo sé.
Quirón y el señor D lo fulminaron con la mirada.
—Grover —advirtió Quirón con voz firme—, este no es un buen momento.
—L o siento , señor —dijo el sátiro, tratando de calmar su respiración—, pero tengo noticias.
—Grover... —insistió Quirón, claramente perdiendo la paciencia.
Pero Grover lo ignoró. Lo miro y, con una mezcla de emoción y urgencia, soltó:
—Sally Jackson está con vida.
Exclamaciones de asombro se escucharon por todas partes.
—Pero ella murió —dijo ella—. Ese monstruo la aplastó.
—Hay un dicho —comentó la chica, con la nariz quebrada—. Si no hay cuerpo, no hay muerto.
—No entiendo cómo no se te ocurrió eso —dijo Jason.
—No lo sé —respondió el chico—. Supongo que, después de ver tantas cosas, simplemente di por muerta a mi madre sin pensar en eso.
Sin duda, ese chico era un pésimo hijo.
S intió cómo el suelo se desvanecía bajo sus pies. No, eso... eso no era posible.
Pero entonces, un pensamiento le golpeó con la fuerza de un rayo.
—Parecía que había muerto... pero no fue así.
Si, gracias. Él ya se había dado cuenta de lo que significaba.
El señor D lo fulminó con la mirada.
—Grover... —dijo en tono de advertencia.
El sátiro tragó saliva, pero no se detuvo.
—Tu madre fue tomada... por Hades.
S intió cómo el suelo bajo sus pies parecía tambalearse. Hades . El mismo dios al que acababa de defender segundos atrás. Era como recibir una bofetada en plena cara.
—Ups —fue lo único que dijo el dios, mientras todos lo miraban con molestia.
—Eso significa que está en el Inframundo —continuó Grover—. Y es ahí donde quieren que vayas... ¿no es cierto?
A lzó la vista y miró incrédulo a Quirón y al señor D. Ellos lo sabían . Lo sabían desde el principio y no habían dicho nada.
—Si vas y la encuentras... podrías traerla de vuelta.
Ahí estaba. La única razón que necesitaba. Por su madre, iría al Inframundo. No por los dioses, ni por una guerra absurda. Pero si Hades tenía el rayo maestro... tal vez pudiera recuperar ambas cosas. Aunque su madre tenía más prioridad.
—¿Tan poco te importaba mi rayo? —preguntó Zeus, visiblemente molesto.
—Sí —fue lo único que respondió el chico.
Zeus negó con la cabeza, decepcionado, pero el no pareció importarle en lo más mínimo.
Respiró hondo y se irguió.
—¿Cuándo nos vamos?
—Te cambia la personalidad muy rápido —comentó Hermes, divertido.
—Mi madre me estaba esperando —respondió el chico—. No la iba a dejar esperando.
La diosa pecaminosa soltó un suspiro, claramente cautivada.
—Vez no te costaba hacer lo mismo que hizo el chico Jackson cuando Hades te llevo al Inframundo— dijo Demeter con furia.
—¡Mamá, ya basta! —exclamó la diosa Perséfone, recostándose sobre el dios Hades.
—Antes de hacer oficial esta misión —dijo Quirón tomándolo por el hombro y guiándolo hacia las escaleras—, debes consultar al Oráculo. Ve arriba, Percy Jackson, al ático. Cuando bajes, si sigues cuerdo, seguiremos hablando.
—¿Cómo que cuerdo? —preguntó el bastardo mayor—. Ese Oráculo va a volver loco a mi hermano.
—No muchos... —respondió el chico, pero desvió la mirada un momento hacia Luke, quien también evitaba su mirada—. Vuelven a salir cuerdas.
—De todas formas —intervino Connor (o era Travis, no estaba segura)—, creo que estás a un paso de caer en la locura.
Luke giró rápidamente hacia su hermano.
—No digas eso —respondió con furia—. Ni en broma.
M iró a Grover, quien se había posicionado a su lado y le hizo una señal con una sonrisa. Tal vez sería lo último que recordaría antes de perder la cordura.
Soltó un suspiro, resignado, y comenzó a subir las escaleras. En el siguiente piso se detuvo para ver un largo pasillo con puertas cerradas y lleno de polvo pero había cosas tiradas por todas partes igual repletas de polvo. Tres pisos más arriba, las escaleras terminaban debajo de una trampilla verde. Tiró de la cuerda. La puerta se abrió, y de ella bajó una escalera que traqueteaba con cada peldaño que tocaba el suelo.
Al instante, un frío gélido lo envolvió, tanto que vio cómo el vapor salía de su boca, y comenzó a temblar.
—Sube, Lucerys, te eh estado esperando .
La voz hizo que tuviera un escalofrió, bueno a todos.
Casi como si su cuerpo no le respondiera, subió las escaleras. El aire estaba cargado de moho, madera podrida, y algo más, un olor familiar que le recordó a las clases de biología. Reptiles. Olor a serpientes. Practicó contener la respiración mientras ascendía.
El ático estaba lleno de trastos viejos de héroes griegos: armaduras cubiertas de telarañas, escudos que alguna vez habían sido relucientes, pero ahora manchados de hollín. Baúles de cuero envejecido, cubiertos con pegatinas que ya casi no podían leerse, pero aún se alcanzaba a distinguir: ÍTACA , ISLA DE CIRCE y PAÍS DE LAS AMAZONAS . Había una mesa larga llena de tarros con cosas encurtidas: garras peludas troceadas, enormes ojos amarillos, diversas partes de monstruos que no querrías ver en un plato.
En la pared, algo destacaba. Un trofeo polvoriento. Parecía la cabeza gigante de una serpiente, pero con cuernos y una fila entera de dientes de tiburón. La placa debajo decía: «Cabeza n.º 1 de la Hidra, Wo o dstock, N.Y., 1969.»
—Tienes cosas increíblemente importantes en un lugar que solo se está llenando de polvo —comentó Aemond.
—Entonces ve tú —replicó el chico—, coge una escoba y límpialo si no te gusta cómo se ve.
Aemond solo mostró una mueca de disgusto.
Pero lo que más le llamó la atención fue lo que había junto a la ventana. Sentada en un taburete de madera de tres patas, estaba la cosa más repulsiva que había visto en su vida: una momia. No era de esas envueltas en vendas, sino un cadáver auténtico, arrugado y encogido como una pasa. Llevaba un vestido teñido de nudos, muchos collares de cuentas y una diadema que reposaba sobre una larga melena negra. La piel del rostro era delgada y coriácea, los ojos eran dos hendiduras de cristal, como si hubieran sido reemplazados por dos diamantes , y por dicha no eran de zafiro, la sensación de estar observándolo lo inquietaba profundamente. Sin duda, esa mujer llevaba mucho tiempo muerta.
—No, en serio —exclamó Piper—, no me digas que esa momia lleva mucho tiempo muerta.
—Estaba asombrado —respondió el chico—, nunca había visto un cuerpo en tal estado de descomposición. Dime, ¿tú no reaccionarías igual si vieras algo así?
—Tal vez gritaría y saldría huyendo —admitió la chica—, pero no diría: "Sin duda, esta mujer lleva mucho tiempo muerta".
El chico rodó los ojos con molestia. ¡Por los dioses! Fue él quien le enseñó a Maelor a hacer eso.
De repente, sintió que la momia lo miraba. Y eso fue antes de que se retorciera en el taburete y abriera la boca.
—¡Qué horror! —gritó el bastardo
El chico observó cómo Rhaenyra comenzaba a acariciar el cabello del niño. No podía evitar pensar en lo indecoroso que era mostrar tanto afecto en público. Pero, viniendo de Rhaenyra, no le sorprendía en lo más mínimo que ignorara las reglas.
U n aire pesado y denso, de color verde, salió de su interior, enroscándose en el suelo como tentáculos gruesos, silbando como si veinte mil serpientes se enredaran en el mismo espacio.
Él tropezó, intentando llegar hasta la trampilla, pero esta se cerró de golpe con un ruido ensordecedor. La misma voz que le había hablado antes se deslizó en su oído, deslizándose lentamente hacia su cerebro, como una serpiente invisible, haciéndole sentir un frío penetrante.
"Sabía que llegarías aquí, Lucery s ...", susurró la voz en su mente. "Soy el espíritu de Delfos, degollador de la gran Pitón"
Tenia ganas de decir, No gracias, puesta equivocada, solo buscaba el baño.
Varios soltaron una carcajada.
—Típico —dijo Clarisse con una sonrisa burlona.
Sintió cómo la presión aumentaba en su cabeza, y su visión se nublaba. La niebla verde parecía apoderarse del aire, envolviéndolo en un abrazo letal, mientras sus pies resbalaban sobre el suelo polvoriento.
Reunio valor para preguntar:
— ¿Cuál es mi destino?
La niebla lo envolvió por completo, espesándose a su alrededor hasta que su respiración se volvió agónica. Se sentía como si estuviera a punto de ser tragado por las sombras, ahogado en la presión de la atmósfera espesa que lo rodeaba. Los pensamientos comenzaron a desvanecerse, la memoria se deslizaba fuera de su alcance, como un sueño que se disolvía al despertar. Todo lo que quedaba era la sensación de que estaba siendo arrastrado hacia algo oscuro y desconocido.
El televisor se llenó de un humo verde que se disipó rápidamente, revelando una nueva escena. Ahora mostró al chico cuando aún era Lucerys Strong, en Dragonstone. Aunque ella nunca había estado allí, reconoció la mesa con el mapa detallado de Poniente. El chico miraba fijamente la parte que marcaba Driftmark, su expresión era una mezcla de determinación pero también de preocupación.
Tocó la parte de la mesa pintada donde estaba grabado el nombre de Driftmark , mientras su otra mano descansaba sobre su vientre. Su embarazo de tres meses ya comenzaba a notarse. Faltaban solo unos días para que él y Rhaena se fueran a Essos, donde se casarían en las Ciudades Libres antes de que su hij a naciera.
—Para que no naciera bastarda —dijo ella con firmeza.
—Pues esa niña era nuestra nieta —replicó Poseidón, con una mirada penetrante.
Ella se giró, ofendida, fulminándolo con la mirada.
—Esa niña nunca hubiera sido mi nieta —dijo con asco, frunciendo los labios—. Los bastardos son monstruos... criaturas horribles.
El silencio se hizo denso, pesado como una tormenta a punto de estallar. Nadie dijo nada, pero las miradas en la sala hablaban por sí solas.
Solo esperaban la señal de Daeron para partir. Se reunirían en Ruins Island , el punto de encuentro acordado. Helaena también los acompañaría junto a los gemelos y el pequeño Maelor, pero su plan era mucho más definitivo: ella no tenía intención de volver jamás a Westeros. Se llevaría a sus hijos lejos, a algún lugar donde pudieran vivir en paz, libres y lejos del peligro.
—¡Te ibas a escapar con los niños! —chilló ella, con la voz temblando de furia—. ¡Te los llevarías!
—Sí. No me gusta aquí —respondió Helaena con frialdad.
—¡Estás casada con Aegon! —insistió ella, como si eso fuera razón suficiente para encadenarla a ese destino.
—Pero yo no quería casarme con él —la interrumpió Helaena, clavando en ella sus ojos violetas con una intensidad inesperada—. Tú me obligaste.
El aire pareció vaciarse de la habitación. Ella abrió la boca para gritarle algo más, para imponer su voluntad una vez más, pero las palabras murieron en su garganta. Algo en la mirada de Helaena la hizo callar.
Helaena se giró hacia Rhaenyra con una firmeza inesperada.
—Quiero divorciarme de Aegon.
—Claro, hermana —respondió Rhaenyra sin titubear—. Lo haremos más tarde.
Ella sintió la furia subirle por la garganta, dispuesta a soltar otra ráfaga de gritos, pero antes de que pudiera decir una palabra, su padre la silenció con una sola mirada.
—Aquí estás —dijo la voz de Muña.
Alzó la mirada y vio a su madre bajar las escaleras. Su embarazo avanzaba sin complicaciones. Hacía poco había anunciado con certeza que tendría una niña. Su intuición sobre el sexo de sus hijos nunca había fallado. Él también había empezado a tener esa intuición de que su bebé también sería un niña. Un nudo se formó en su garganta al pensar que no estaría allí para ver a su hermana nacer y que no la conocería hasta dentro de un año .
—¿O sea que ya tenían todo planeado? —preguntó Daemon, arqueando una ceja.
—Sí... algo así —admitió Rhaena—. Nos encontraríamos en Ruins Island, volaríamos a Pentos, nos casaríamos y luego recorreríamos Essos para que Helaena pudiera elegir dónde quería quedarse. Nos instalaríamos allí hasta que Lucerys tuviera a Aemma, y cuando ambos estuvieran bien, regresaríamos a Westeros.
Daemon la miró en silencio por un momento antes de repetir:
—O sea que ya todo estaba planeado.
—Sí, padre —respondió Rhaena con cansancio—, ya todo estaba planeado.
—¡¿Solos?! —intervino Rhaenys, claramente indignada—. ¿Sabes lo peligroso que es Essos?
—Abuela, yo nací en Essos —replicó Rhaena con una ligera molestia, cruzándose de brazos.
Pero porque sentía que no la veía hacía mucho tiempo a Muña, si la había visto en el almuerzo.
—Escuché que volviste a vomitar después de comer —dijo Muña con una mirada preocupada—. ¿Quieres que llame al maestre?
—No, estoy bien... —respondió con una sonrisa cansada—. Aún me siento un poco mareado por el viaje en barco que hice hace ayer .
Las nauseas de su embarazo habían hecho que tuviera que subirse a un barco para mentir que esos vómitos era por sus mareos del barco.
—Te subiste a los barcos solo para que nadie sospeche que estabas embarazado —dijo Hermes, con evidente diversión.
—Puedes cuestionar mis métodos, pero no mis resultados —replicó el chico con total seguridad.
Hermes soltó una risa entre dientes, claramente entretenido por la audacia del chico
—Bueno, no se puede negar que funcionó —agregó Hermes, aún con diversión en la voz—, aunque admito que es la primera vez que veo a alguien tomar semejante medida para ocultar algo así.
El chico se encogió de hombros con naturalidad, como si lo que había hecho fuera lo más lógico del mundo.
Muña parecía que estaba apunto de ordenarle que no volviera a subirse a un barco hasta que mejorara, pero sabía que tenía que seguir subiéndose a los barcos para su entrenamiento como heredero.
—El abuelo se habría levantado de la cama si se hubiera enterado de que le ordenaste eso a Lucerys —dijo Lady Rhaena con el ceño fruncido, su tono impregnado de desaprobación.
—Creo que Lord Corlys lo habría entendido si hubiera visto cómo Lucerys vomitaba todo lo que comía —respondió la voz con una nota de frustración.
Lord Corlys, que había permanecido en silencio hasta ahora, entrecerró los ojos y tamborileó los dedos sobre el brazo de su asiento. Su mirada era severa, pero su voz se mantuvo firme y controlada cuando habló:
—Si me hubieran enviado una carta, lo habría entendido.
—¿Ese será mi destino? —preguntó, mirándola con una mezcla de frustración y resignación—. ¿Marearme todo el tiempo en los barcos? ¡No puedo ser el Señor de la Marea! El abuelo fue el marinero más grande que ha existido... siento que voy a arruinar todo.
—No lo habrías hecho —replicó Lord Corlys con firmeza, cruzando los brazos—. Quien sí lo habría arruinado, habría sido Vaemond.
—Sir Vaemond era su sangre, Lord Corlys —dijo ella rápidamente, como si eso justificara algo.
La expresión de Lord Corlys se endureció, y su mirada se clavó en ella con una mezcla de decepción e irritación.
—Lucerys también lo es —dijo, su tono grave y cargado de reproche—. Pero claro, lo dice alguien a quien le gusta usurpar tronos y dárselos a quienes menos lo merecen.
Muña lo observó con ternura, pero con firmeza en la mirada.
—No elegimos nuestro destino , Lu cerys —dijo suavemente—. El nos elige.
—El abuelo Viserys te dejó escoger ser su heredera... tú nos lo contaste.
Ella guardó silencio por un momento, como si buscara la mejor forma de responderle. Sabía que su él tenía razón.
—Y... —dijo finalmente, acercándose hasta quedar a su lado—, ¿quieres saber la verdad?
Se detuvo frente a él, sus ojos color amatistas parecían reflejar el peso de los años y las decisiones tomadas.
—Estaba aterrada —confesó—. Tenía catorce años, igual que tú ahora. No estaba lista para ser reina de los Siete Reinos... pero era mi destino. Y con el tiempo, entendí que tenía que ganarme mi herencia.
Luke bajó la mirada.
—Yo no soy como tú —susurró.
Muña inclinó la cabeza, con una suave sonrisa.
—¿En qué sentido, mi dulce niño?
—Yo no soy... perfecto.
Vio a Rhaenyra sonriendo como si fuera la mujer más afortunada del mundo. Qué tontería. Ese chico no sabía nada, no entendía nada. Pero al final del día solo era un simple bastardo. Un error que jamás tuvo que existir.
El rostro de su madre cambió, volviéndose más cálido, lleno de amor incondicional. Se acercó lentamente hasta él, chocando su frente contra la suya antes de girar el rostro para llenarlo de besos.
Un leve movimiento la hizo detenerse y baj ar la mirada hacia el vientre abultado de Muña. Hubo otra pequeña patada. Su hermana Visenya estaba saludando a su h ija . Sonrió. Sin duda, ambas serían mejores amigas cuando se conocieran.
—¡Ay, qué tierno! —dijo Piper, con los ojos brillando y la voz temblorosa, como si estuviera a punto de llorar—. Amigas desde el vientre.
—Estoy lejos de serlo —susurró Muña , aún con una sonrisa melancólica.
—En serio, te sacaste la lotería con tu mamá, amigo —dijo Jason, cruzándose de brazos y sacudiendo la cabeza con algo de envidia.
El chico sonrió con ternura.
—Lo sé —respondió con orgullo, su mirada reflejando un cariño inmenso.
L e devolvió la sonrisa, pero algo cambió.
Muña se separó apenas unos centímetros, y su expresión se tornó sombría, desolada. Su mirada, antes llena de ternura, ahora parecía atrapada en una sombra insondable.
—¿Quieres saber tu destino? —preguntó, frotándose el vientre.
Su voz... su voz ya no era la suya. Se había vuelto ronca, misteriosa, casi irreconocible.
—Estoy muy feliz de que Rachel no haga eso —comentó Luke con alivio—. Cuando el Oráculo me dio mi profecía, me hizo recordar algo... no muy agradable.
Su expresión se ensombreció y un escalofrío recorrió su cuerpo.
El chico tembló levemente, como si un mal recuerdo intentara arrastrarlo de vuelta.
—Mucha razón tienes, amigo —dijo Clarisse, asintiendo con seriedad.
Un suspiro de incomodidad flotó en el aire antes de que una voz ofendida rompiera el momento.
—O sea que no les gustó mi antiguo Oráculo —exclamó Apolo, exagerando su tono de indignación.
Los tres chicos intercambiaron una mirada rápida, como si estuvieran poniéndose de acuerdo sin palabras, y entonces, sin dudarlo, respondieron al unísono:
—Si.
Apolo se llevó una mano al pecho, fingiendo estar profundamente herido.
—¡Qué insolencia! —exclamó dramáticamente—. ¡Ofender así a un dios! ¡Estos niños no tienen ni un gramo de respeto ni modales!
Los tres solo se encogieron de hombros, como si no le importara su opinión. Su opinión importaba, ¡ELLA ERA LA REINA!
—¿Muña? ¿Qué estás diciendo?
Muña abrió la boca, y un espeso humo verde comenzó a salir de ella, envolviéndolos.
—Cuatro irán al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado...
El frío le recorrió la espalda.
—Muña, si esto es una broma, no me está gustando.
Igual a un pequeño bebé llorón y un niño inmaduro. Eso era ese hijo de Rhaenyra, un crío incapaz de soportar la presión sin derrumbarse, aferrándose a cualquier excusa para justificar sus debilidades. Sus gestos, sus palabras, incluso su respiración temblorosa, todo en él gritaba fragilidad.
Era patético. ¿Cómo alguien así podía ser considerado un verdadero Velaryon o incluso un Targaryen? Su mera existencia era una burla al linaje que decía representar.
Pero ella no lo escuchó.
—Encontrarás lo robado y lo devolverás.
La niebla verde se arremolinaba en torno a ellos, como si tuviera vida propia.
—Serás traicionado por alguien que dice ser tu amigo ...
Muña avanzó de golpe y lo agarró de los hombros con fuerza, sus dedos clavándose en su piel. Él sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
—Al final... no conseguirás salvar lo más importante.
El humo lo envolvió por completo mientras él gritaba a Muña , rogándole que parara.
-Que se siente desatunar trauma todos los días- pregunto Leo medio en broma.
-Horrible- fue lo único que dijo
Despertó en el suelo del ático, su respiración agitada, su corazón martillando contra su pecho.
El aire seguía impregnado con el hedor a moho y madera podrida, pero la niebla verde había desaparecido.
Se incorporó lentamente, con las piernas aún temblorosas, y alzó la vista hacia la momia. Seguía sentada en el taburete, inmóvil... pero su expresión parecía distinta. La rigidez de su rostro seco y marchito ahora mostraba algo parecido a una sonrisa, una burla silenciosa.
Un estruendo rompió el silencio. La trampilla del ático se abrió de golpe.
—Espera —murmuró, volviendo la vista a la momia—. ¿Qué quieres decir? ¿Qué amigo? ¿Qué es lo que no podré salvar?
—Esto va de mal a peor —dijo Daemon, negando con la cabeza mientras su expresión se endurecía.
—Y se pondrá peor —respondió el chico, su tono carente de cualquier intención de suavizar la situación.
Daemon suspiró profundamente, pasándose una mano por el rostro.
—Mejor no me digas nada —dijo con resignación—. No quiero saber.
El chico simplemente se encogió de hombros, como si el desenlace fuera inevitable.
Pero no hubo respuesta. Solo el crujido de la madera envejecida y el eco de su propia voz.
Tuvo la sensación de que podía quedarse allí por toda la eternidad, hasta cubrirse de telarañas como los viejos trofeos del ático, y aún así no obtendría más respuestas.
Su audiencia con el Oráculo había terminado.
Dio un paso hacia la trampilla y, en cuanto descendió, la portezuela se cerró sola detrás de él.
Por un instante, creyó escuchar una risita burlona.
Notes:
Pobre Lucerys, la Oraculo que le gusta bromear y ahora él es su nueva victima.
Chapter 16: Preparados...listos...¡MISION!
Chapter Text
¿Cómo pudo ese maldito oráculo arruinar el último momento que ella y su hijo compartieron juntos? Su dulce niño, reducido a una simple ficha política.
Lanzó una mirada fugaz al dios Poseidón, quien parecía más emocionado por hablar con su hijo que preocupado por el desastre en el que lo había arrastrado. Ni siquiera parecía notar que Lucerys estaba a punto de cometer una locura, obedeciendo las órdenes de su padre.
Observó de reojo a su hijo. Lucerys estaba sentada junto a Luke y Jaehaera, tan tranquilo, tan despreocupado... como si no fuera el mismo niño al que estaban a punto de sacrificar en un juego de dioses y profecías siendo tan solo un niño.
—Alguien nuevo se nos unirá —anunció Balerion con voz grave.
La puerta se abrió, y dos figuras entraron. Uno de ellos era Quirón, a quien reconoció de inmediato. Pero la chica pelirroja que lo acompañaba le resultaba desconocida.
Lucerys, en cambio, la reconoció al instante. Sus ojos se iluminaron con emoción.
—¡Rachel! ¡Quirón!
Todos los amigos de su hijo se levantaron emocionados y corrieron hacia el dúo que acababa de entrar. La chica pelirroja ayudó a Quirón a bajar las escaleras con su silla de ruedas, mientras los campistas mestizos se apresuraban a asistirlo con una alegría contagiosa.
—Parece una mamá gallina con sus pollitos —susurró Daemon con diversión.
Joffrey soltó una risita por el comentario, seguido por las carcajadas de Aegon y Viserys. Incluso su padre no pudo evitar reírse. Ella también lo notó... Los chicos parecían más felices con Quirón que con sus propios padres divinos.
—Bienvenidos —dijo Balerion con una sonrisa—. Bienvenidos, Quirón, el entrenador de héroes, y Rachel Elizabeth Dare, la Oráculo del Campamento Mestizo.
—Espera un momento —intervino Baela, frunciendo el ceño—. ¿No se suponía que el Oráculo era un cadáver en descomposición?
—Lo era —respondió Apolo con tranquilidad—. Pero el espíritu de Delfos accedió a abandonar el antiguo cuerpo y eligió a Rachel como la nueva Oráculo.
—¿Y por qué ese antiguo Oráculo le tenía tanta manía a Lucerys? —preguntó Corlys, dirigiéndose a Rachel.
Rachel suspiró.
—No muchas personas pueden recordar sus vidas pasadas —explicó—. Algunos solo captan fragmentos, pero son muy pocos los que pueden recordarlo todo. Supongo que el antiguo Oráculo encontró eso... intrigante.
—¿Por qué no le dijo a Lucerys que Sally estaba viva? —espetó Rhaenys, con descaro y evidente enojo.
El ambiente cambió de inmediato. Los semidioses, que momentos antes se comportaban como adorables polluelos junto a Quirón, dejaron de sonreír y la miraron con desagrado.
—He conocido a miles de héroes, princesa Rhaenys —respondió Quirón con serenidad, moviendo su silla de ruedas hacia los sillones donde los semidioses estaban sentados. Antes, hizo una reverencia hacia los dioses—. Cuando me enteré de que Sally Jackson seguía con vida, supe que si Percy lo descubría, desaparecería esa misma noche para ir a buscarla solo.
—Y habría muerto —intervino el señor D, con evidente irritación—. No lo olvidemos.
—Exactamente. Gracias, señor D —asintió Quirón—. Por eso decidí mantenerlo clasificado... hasta que Grover se lo reveló. He visto héroes cometer ese mismo error y no me arriesgaría a que Percy corriera la misma suerte. Especialmente cuando su madre se sacrificó para protegerlo. Decirle la verdad habría sido un insulto a su valentía.
Rhaenys apretó los labios, aún molesta, pero no dijo nada más.
—¿Y qué hay de la profecía? —intervino Daeron, cruzándose de brazos—. ¿Por qué dejar que Lucerys cargue con un destino que ni siquiera le pertenece?
—El destino rara vez es justo, príncipe Daeron —respondió Quirón con paciencia—. Pero Lucerys... o Percy, como lo conocen ahora, tiene una fuerza que pocos héroes han demostrado. No es solo el hijo de Poseidón, es mucho más que eso. Y, aunque el oráculo lo haya marcado, él tuvo el poder de forjar su propio camino.
Alicent rodó los ojos con evidente molestia. Cole estaba a punto de soltar su veneno, al igual que Otto, pero Balerion se les adelantó con voz firme:
—Será mejor que continuemos. Pronto será la hora del almuerzo.
Todos retomaron sus lugares mientras el televisor volvía a encenderse.
Lucerys, pálido como su cabello,bajo las escaleras muy despacio. A pesar de ello, la presencia calmada de Quirón a su lado parecía anclarlo a la realidad.
Cuando volvió a bajar, Quirón lo esperaba con una taza de té humeante.
—Quien baja del ático nunca vuelve a ser el mismo —le dijo con tono comprensivo mientras lo guiaba hasta el pórtico, en la misma mesa donde antes habían jugado cartas.
S e dejó caer en la silla, sintiendo que las piernas aún le temblaban.
—Fue horrible —admitió, envolviendo la taza caliente con ambas manos.
—Es bueno que Rachel no hace eso —dijo Will con una sonrisa, intentando aliviar la tensión en la sala—. Oh, muchos estarían molestos con ella.
Rachel sonrió con timidez, pero el comentario no pasó desapercibido para Apolo, quien frunció el ceño ligeramente.
—Mi antiguo Oráculo solo era... juguetón —dijo Apolo, tratando de defender a su predecesor.
—¿¡Juguetón!? —exclamó Lucerys, con una mezcla de incredulidad y enojo—. ¡Parecía más bien que nos hacía bullying! ¿Y no fue por eso que Hades lo destruyó?
La mención del dios del Inframundo hizo que una sombra fría recorriera la sala. Apolo se cruzó de brazos, claramente ofendido, y le lanzó una mirada fulminante a Hades, quien, permanecía impasible, disfrutando de la incomodidad que había provocado.
—Ni me lo recuerdes —murmuró Apolo con molestia—. Aún no le perdono haber corrompido al espíritu de Delfos y convertirlo en esa... cosa.
—No te hagas el mártir, Apolo —intervino Hades con una sonrisa sombría—. Si tu Oráculo no hubiera jugado conmigo, yo no habría tenido que matarla.
—Bueno, al menos Rachel no nos atormenta con profecías crípticas y maldiciones —agregó Lucerys—. Eso ya es un gran avance.
Rachel sonrió con humildad.
—Solo intento ayudar... aunque las visiones no siempre son claras.
—Lo sabemos, Rachel —dijo Quirón, interviniendo con su sabiduría—. Y lo estás haciendo muy bien.
Apolo suspiró, aún molesto, pero resignado. Hades simplemente esbozó una sonrisa oscura, disfrutando del malestar que había sembrado.
—Lo sé —respondió Quirón, acomodándose en su silla de ruedas—. ¿Qué fue lo que te dijo?
T omó un sorbo largo del té, intentando aliviar la sensación de tener la garganta seca como el polvo del ático.
—Me... me dijo que cuatro irán al oeste para enfrentar al dios que se ha rebelado. Recuperaré lo robado y lo devolveré intacto.
Quirón asintió, pero sus ojos centellearon con una mezcla de expectativa y cautela.
—¿Algo más?
Él sintió que su estómago se revolvía. No quería decirlo. ¿Un amigo lo traicionaría? Apenas tenía amigos. ¿Y la última frase? Fracasaría en lo más importante. ¿Qué significaba eso? ¿Su madre? ¿El rayo maestro?
—Si dejas que la profecía te consuma —dijo Quirón con cautela, con esa voz suave y llena de sabiduría que siempre utilizaba cuando intentaba guiar a los héroes—, podrías volverte loco.
Lucerys soltó una ligera sonrisa, pero en sus ojos había algo roto, algo que ni los años de entrenamiento ni las victorias en batalla podían reparar.
—Quirón... —respondió con una risa amarga—. Ya estoy loco, solo que aprendí a disimularlo.
El centauro lo miró con preocupación, pero antes de que pudiera responder, Rhaenyra sintió cómo su corazón se encogía. Su hijo, su dulce niño, había cargado con tanto dolor y tantas responsabilidades que ahora hablaba de la locura como si fuera una vieja amiga.
Los otros semidioses intercambiaron miradas incómodas, pero nadie se atrevió a decir nada. Parecían que ellos ya lo sospechaban o ya lo sabían pero solo necesitaban que Lucerys lo dijera.
Bajó la mirada y apretó la taza entre los dedos.
—Eso es todo —mintió.
Quirón no dijo nada, pero su mirada dejó claro que no le creía. Aun así, no lo presionó para que hablara.
—No sería la primera vez que un héroe oculta partes de una profecía —dijo Quirón con serenidad, cruzando las manos sobre su regazo—. Pero la verdad siempre encuentra la manera de revelarse a su debido tiempo.
Aegon soltó una risa burlona, recostándose en su asiento con aire despreocupado.
—No es tan difícil —dijo con evidente sarcasmo—. Solo tienes que decir que un amigo te traicionará y que perderás la misión.
Thalía entrecerró los ojos, fulminándolo con la mirada.
— ¿Cuándo escuchaste que Percy fracasaría en su misión? —preguntó con irritación, su tono afilado como una flecha—. La profecía solo dijo que fracasaría en salvar lo más importante.
Aegon se encogió de hombros con desdén, sin perder la sonrisa de superioridad.
—Por eso —respondió, con esa misma burla en la voz—. Fracasará.
Quedó en silencio unos segundos, dejando que la información se asentara.
—¿Y Grover y el señor D? —preguntó finalmente.
—Grover tiene sus obligaciones —respondió Quirón—, y el señor D ha ido a informar a los campistas sobre la nueva profecía, para que haya candidatos entre los que puedas elegir a tus acompañantes.
—Claro —murmuró, sin mucho ánimo.
Permanecieron en silencio un momento, el único sonido era el suave tintineo de la taza cuando él la giró entre sus manos.
—¿A qué parte del oeste tengo que ir?
—Los Ángeles —dijo Quirón—. Allí es donde Hades reside.
Él frunció el ceño.
—¿Y por qué no le decimos a los dioses que Hades es el posible ladrón y que vayan ellos a recuperarlo?
—Porque somos dioses —dijo Zeus con autoridad, su voz retumbando como un trueno en la distancia—. Tenemos asuntos más importantes que
Lucerys arqueó una ceja, cruzándose de brazos
—Sí, claro… como pelear con tus hermanos por quien es el favorito de la abuela o celebrar festines interminables —espetó con sarcasmo.
El aire en la sala parecía cargarse de electricidad. Zeus giró lentamente la cabeza hacia él, su mirada ardiendo con el resplandor de la tormenta contenida. No necesitó decir una palabra; el enojo en sus ojos era suficiente para hacer temblar los cielos.
Pero Lucerys no apartó la vista.
—Sospechar y saber no son lo mismo, Percy —repuso Quirón con paciencia—. Además, aunque los dioses sospechen de Hades —y créeme, Poseidón no será la excepción—, ellos no pueden recuperar el rayo. Hay reglas antiguas. Los dioses no pueden invadir el territorio de otro sin invitación. Pero los héroes… Los héroes tienen ciertos privilegios. Pueden ir donde quieran y desafiar a quien quieran, siempre que sean lo bastante osados y fuertes para hacerlo. Ningún dios puede ser considerado responsable de las acciones de un héroe. ¿Por qué crees que los dioses siempre operan a través de los humanos?
—Prácticamente —espetó Daemon con enojo, sus ojos brillando con furia—, son solo sus marionetas.
El aire en la sala parecía tensarse, como si una tormenta invisible se estuviera formando. Los semidios intercambian miradas de indignación, y algunos incluso se pusieron de pie, listos para replicar.
Hera alzó la barbilla con altivez, sin inmutarse ante la acusación.
—Los semidioses saben por qué fueron creados —respondió con frialdad, su voz resonando con autoridad—, y deben quedarse donde pertenecen.
—¿Y dónde se supone que pertenecemos? —gruñó Aegon, cerrando los puños.
—A nuestras órdenes —sentenció Hera sin dudar.
Eso fue suficiente para encender la chispa.
Clarisse se cruzo, con los músculos tensos como si estuviera a punto de embestir, y Thalía chasqueó la lengua con desprecio. Percy entrecerró los ojos, sus labios fruncidos en una línea delgada.
—Así que solo somos herramientas para ustedes, ¿eh? —dijo Chris, su voz cargada de veneno—. Solo existimos para cumplir sus caprichos hasta que nos volvamos inconvenientes.
—Si no quieren cargar con el peso de la sangre divina —intervino Zeus con un trueno en su voz—, nadie los obliga a seguir vivos.
Eso fue demasiado.
Lucerys se levantó de un salto, su mirada ardiendo con rabia.
—¡¿Y qué hay de mi madre?! ¡¿Qué hay de todas las madres y padres humanos que abandonan después de divertirse con ellos?!
La sala entera se congeló.
—Cuidado con cómo hablas, muchacho —gruñó Zeus, su presencia volviéndose abrumadora.
Lucerys no retrocedió.
—No, tú cuida cómo tratas a los tuyos —dijo con fiereza—. Porque el día que los semidioses dejen de tolerar sus juegos, veremos a quien les pedirán que hagan sus tontas misiones.
El silencio que seguía era tan pesado que se podía escuchar la respiración agitada de algunos. Los dioses intercambiaron miradas de advertencia. La tensión era insoportable.
Luego, Balerion carraspeó.
—Será mejor que continuemos —dijo con voz medida—. Pronto será el almuerzo.
Parecía una excusa absurda para detener la pelea, pero lo logró. Uno a uno, los semidioses se sentaron de nuevo, aunque la indignación seguía ardiendo en sus miradas.
Pero Lucerys no apartó los ojos de Zeus. Y Zeus tampoco dejó de mirarlo.
L o miró fijamente.
—Me están utilizando.
—Estoy diciendo —corrigió Quirón con firmeza— que no es casualidad que Poseidón te haya reclamado ahora. Es una jugada arriesgada, pero está en una situación desesperada. Te necesita.
—Vaya, qué manipulador, señor caballo —soltó Aemond con una sonrisa burlona.
Quirón, con la paciencia de siglos a cuestas, mantuvo la compostura y lo miró con calma.
—Decir la verdad no es manipulación, príncipe Aemond —respondió con voz firme—. Es solo eso: la verdad.
Aemond dejó escapar una risa seca, cruzándose de brazos mientras miraba a Quirón con cierto desafío.
—Verdad? —repitió con ironía—. Yo lo llamaría conveniencia.
El centauro no se inmutó ante la acusación. Con su acostumbrada paciencia, inclinó levemente la cabeza.
—La verdad puede ser difícil de aceptar, príncipe Aemond, pero eso no la hace menos cierta —respondió con calma—. No es manipulación publicitaria sobre los peligros que enfrentan. Es prepararlos.
—Interesante cómo parece tener excusas para sus mentiras —dijo Aemond con una sonrisa torcida—. Dices que es por su bien, pero al final del día, solo son piezas en su juego.
Un nuevo silencio tenso cayó sobre la sala. Algunos de los dioses intercambiaron miradas, pero ninguno habló.
—No somos sus piezas —murmuró Lucerys, su voz apenas un susurro, pero cargada de firmeza.
Quirón lo miró con algo que parecía ser pesar.
—Nunca quise que lo fueran—dijo.
A pretó los labios y tomó otro sorbo del té, sintiendo cómo el líquido caliente le bajaba por la garganta, aunque no lograba calmar su nerviosismo.
—Usted sabía que era hijo de Poseidón desde el principio, ¿verdad?
—Tenía mis sospechas —admitió Quirón—. Como dije… también yo he hablado con el Oráculo.
A lzó una ceja.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Nada —respondió rápidamente, como si se hubiera arrepentido de hablar de más.
—Ves, Lucerys —espetó Aemond con una sonrisa cruel—. Solo te han estado mintiendo.
—¡Oh, claro! Y tú eres una santa paloma, ¿no, Aemond? —le replicó Lucerys, con la furia ardiendo en su mirada.
Daemon pareció casi reírse por lo dicho por Luke pero ella le dio un golpecito.
R esopló y se recargó en la silla.
—Bueno, a ver si lo he entendido. Se supone que debo bajar al Inframundo para enfrentarme al Señor de los Muertos.
—Exacto —asintió Quirón.
—Y encontrar el arma más poderosa del universo.
—Exacto.
—Y regresar al Olimpo antes del solsticio de verano.
—Exacto.
S oltó un largo suspiro y miró su taza casi vacía.
—Escuché que Maine es muy bonito en esta época del año.
—Oh, claro que lo es —dijo Grover con entusiasmo—. Conozco un gran lugar en Portland perfecto para acampar.
—Aprecio el dato, Grover —respondió Thalía, con un deje de diversión en su voz.
Un sátiro apareció en el pórtico de la cabaña grande, con el ceño fruncido y una expresión de solemnidad inusual en su rostro.
—Señor Quirón —dijo con voz profunda—, los candidatos están listos.
Él dejo la taza de té sobre la mesa y vio como Quirón se incorporaba con elegancia de la silla de ruedas.
—Vamos, Percy —dijo con tono grave—, nos esperan.
Él sintió que su estómago se revolvía. No sabía qué era peor: la profecía oscura que acababa de recibir o el hecho de que ahora tendría que elegir quién arriesgaría la vida con él.
Se levantó con un suspiro y siguió a Quirón .
Mientras caminaban, los campistas comenzaron a detenerse y susurrar , algunos señalándolo con curiosidad. Era una escena a la que ya se había acostumbrado en su antigua vida , aunque seguía resultándole incómoda.
—Así fue —dijo Dionisio con desgano—. Terriblemente tarde.
—Fueron solo cinco minutos, señor D —replicó Quirón con paciencia, aunque en su tono se notaba un leve reproche.
Lo guiaron hasta el anfiteatro , donde unos diez campistas aguardaban, formando una media luna . Frente a ellos, el Señor D tenía la expresión de alguien que estaba a punto de soltar una reprimenda por haber tardado demasiado.
—Son más de los que esperaba —dijo Quirón con asombro al ver la cantidad de candidatos—. Casi nunca alcanzamos el límite.
—Pero si es el más grande honor para un semidiós —dijo Atenea, con una sonrisa que dejaba entrever una falsa amabilidad—. Parece como si quisieran escupirnos en la cara por nuestra buena voluntad.
—¿Una misión en la que todos podrían morir? —preguntó Piper, levantando una ceja—. Eso es "buena voluntad"?
—Lo que ocurre en la misión no es nuestro problema —respondió Atenea con frialdad, dejando claro que su interés solo iba hasta el punto en que beneficiaba a los dioses—. Después de todo, si decidieron tomarla, será su carga, no la nuestra.
—Claro… —murmuró, deteniéndose frente al semicírculo, observando a los que se ofrecían a acompañarlo.
No conocía a todos, pero algunos rostros le resultaban familiares .
Annabeth estaba allí, con la barbilla en alto y la mirada segura, como si ya supiera que sería elegida. Clarisse permanecía con los brazos cruzados y el ceño fruncido, su actitud tan seria como siempre. Luke , en cambio, tenía una ligera sonrisa cuando sus miradas se cruzaron .
Afrodita soltó un pequeño grito emocionado.
—Son tan lindos —exclamó, como si estuviera en un estado de éxtasis.
Alicent, por su parte, resopló con enojo, su rostro reflejando una mezcla de indiferencia y desdén. Sin perder el compostura, rodó los ojos con visible molestia, claramente irritada por la escena.
Entonces, Quirón avanzó unos pasos y proclamó con voz solemne :
—El oráculo ha confirmado lo que sospechábamos. —Su tono era grave, dejando claro el peso de sus palabras—. Esta misión sera lleva da al Inframundo .
Dirigió su mirada hacia él con una intensidad que hizo que su estómago se encogiera.
—Allí confrontarás al dios que se ha rebelado contra sus hermanos … Hades .
—Falso —dijo Hades, su voz cargada de enojo—. Estoy muy tranquilo en mi reino. No me gustan los problemas.
—Mis disculpas —respondió Quirón, con una ligera inclinación de cabeza—. No era mi intención señalarlo erróneamente, señor Hades.
—Tranquilo, Quirón —respondió Hades, con un tono que mezclaba irritación y calma—. El pasado es solo eso, pasado.
Quirón recorrió con la vista a los candidatos antes de continuar:
—La entrada al dominio de Hades se encuentra bajo la ciudad de Los Ángeles . Ese es el destino de su viaje .
—Irónico —dijo Nico con burla—. Tienen una entrada al Inframundo en Nueva York y deciden viajar hasta Los Ángeles.
—2789 millas que se podrían haber resuelto en unas pocas —replicó Hades, su tono lleno de desdén—. Se nota que todavía no entienden mucho sobre el Inframundo.
—Sabes, señor Hades —dijo Lucerys, divertido—, ¿por qué no hace un folleto para la guía del Inframundo? Yo lo leería con mucho gusto.
—No quiero que el Inframundo se vea como un centro turístico —respondió Hades con firmeza.
—El Inframundo es un lugar de retiro para las almas —dijo Hazel, siguiendo el tono juguetón de Lucerys.
—Hazel, querida —dijo Hades, su voz algo más severa—, no me estás ayudando.
Hazel solo sonrió, claramente disfrutando de la situación.
Hizo una breve pausa antes de clavar los ojos en él nuevamente.
—El tiempo corre.
Luego miró de nuevo a los campistas reunidos.
—Estos candidatos han elegido seguirte en esta misión. Ahora, debes escoger a tres . Asegúrate de elegir bien… el éxito de la misión depende de ello . Empecemos las presentaciones de los candidatos.
Cada candidato le mostró el porque él o ella debía ser escogido para la misión, era sinceramente impresionantes, cada uno le había mostrado el porque debía acompañarlo, hasta el último chico que se presento, el dio un paso adelante.
—Esta misión es peligrosa , más de lo que imaginamos. Quizás por eso el oráculo ha decretado que solo tres me acompañen: para luchar a mi lado y proteger nuestro camino .
Hizo una pausa, recorriendo con la mirada a los campistas.
—Pero si dependiera de mí… los llevaría a todos . Cada uno de ustedes es digno de esta misión.
Los rostros de los candidatos reflejaban distintas emociones: asombro en algunos, orgullo en otros, y en unos pocos, pura emoción contenida .
—Les pediré más de lo que jamás se haya exigido a ningún mestizo en este campamento. No les ofrezco gloria sin sacrificio, ni victoria sin pelea .
Balerion soltó una risa profunda, casi burlona.
—Sin duda se nota que eres la reencarnación de Daenerys.
—Tenía unos discursos bastante buenos —dijo Lucerys con una sonrisa traviesa—. Dime, ¿no te sentiste emocionado por alguno de esos discursos?
Balerion lo miró por un momento, luego se encogió de hombros con indiferencia.
—No soy de los que se dejan llevar por palabras grandilocuentes —respondió, su tono seco y directo, como si realmente no le importara mucho el asunto.
Su voz se hizo más firme.
—Les pregunto: ¿Están dispuestos a arriesgarlo todo? ¿A cruzar el país sin descanso, sin rendición? ¿A recuperar lo que fue robado , aunque sea lo último que hagamos?
El silencio que siguió no era de duda, sino de tensión . De determinación.
Dio un paso adelante y los miró con intensidad.
— ¿Están conmigo? ¿Ahora y para siempre?
Los observó uno por uno antes de pronunciar los nombres.
— Luke Castellan y Clarisse la Rue.
Se detuvo, asegurándose de que ambos lo miraran directamente.
— ¿Están conmigo?
Luke y Clarisse intercambiaron una mirada, compartiendo la misma determinación , pero también se notaban sorprendidos . Luego, dieron un paso adelante y gritaron al unísono :
— ¡Sí, lo estamos!
Él asintió con firmeza.
—Bien. Ustedes serán mis acompañantes en esta misión.
Pero antes de que pudiera continuar, una voz interrumpió con impaciencia :
— ¡Espera!
Annabeth avanzó con el ceño fruncido, su frustración evidente.
—Te falta un candidato por escoger.
—Cierto, eran tres los que te podían acompañar —dijo Jace, asintiendo.
—Ya tenía en mente a mi tercer acompañante —respondió Lucerys, con una sonrisa confiada.
—Es Grover, ¿no? —dijo Baela, sin mostrar mucha sorpresa.
—Obvio que iba a ser Grover. No te sorprendas tanto, Baela —dijo Lucerys con un tono sarcástico, levantando una ceja mientras miraba a su hermana.
Él sostuvo su mirada por un momento y luego respondió con calma:
— Ya lo he escogido.
Por un instante, Annabeth pareció recuperar su compostura, cuadrando los hombros con esa autoridad natural que la caracterizaba.
—¿Quién? —preguntó con cautela , pero parecía tener la certera que diría su nombre.
Él esbozó una leve sonrisa antes de pronunciar el nombre con seguridad:
— Ya lo tengo en mente.
Todo cambió en el televisor, ahora mostrando un vasto campo verde, pero lo que realmente destacaba eran los majestuosos caballos alados, cuyos grandes y poderosos alas se extendían bajo la brillante luz del sol.
—¡Pegasos! —exclamó Joffrey con emoción, su rostro iluminado por el asombro.
Eso hizo que una sonrisa se dibujara en su rostro. Ver la fascinación en los ojos de Joffrey siempre conseguía arrancarle una sonrisa, especialmente cuando se trataba de algo tan impresionante.
A lo lejos, vio a Grover apaleando estiércol con una expresión de resignación. Estaban cerca del establo, y los pegasos descansaban bajo el sol del verano, disfrutando de un merecido descanso tras la clase de equitación que había terminado minutos atrás.
— Oye, ¿qué estuviste comiendo? —preguntó Grover a un pegaso negro.
Estaba demasiado lejos para escuchar la respuesta del animal, pero el tono en la voz de su amigo bastó para notar que la conversación no iba bien.
— ¡Oye, no te quiero regañar! —se apresuró a decir Grover, mientras el pegaso resoplaba con evidente enojo—. Es por mera casualidad…
Se acercó hasta donde estaba su amigo y, al verlo en apuros, comentó con tono divertido:
—Te doy un consejo : nunca le preguntes a un caballo qué ha comido, o terminarás con una pezuña en la cara. Créeme, lo he visto antes.
Grover se giró sorprendido.
—Ah, hola —respondió con desgana, lanzando una mirada de fastidio a la pila de estiércol a su lado—. Perdón por no haber ido a la ceremonia de los candidatos… ya sabes, recogiendo popo .
—Le dijo la verdad a Lucerys —dijo Daeron, claramente impactado—, y lo mandaron a recoger popó.
—Desobedeció órdenes directas —intervino Dionisio con impaciencia—, y eso no se deja pasar.
—¿Pero recoger popó? Dioses, qué asco —comentó Daemon, claramente disgustado.
Escuchó la risa de Aegon resonar por la sala.
—Querido hermano, ¿no recuerdas que nuestro sobrino recogía popó en ese desfile de las gracias? —dijo Aegon, con una sonrisa burlona.
—A mí me gusta ganar mi propio dinero —respondió Daemon, con desdén—. No me gusta gastar dinero que no me pertenece.
La sonrisa de Aegon desapareció de inmediato.
Grover s onrió con fingida alegría. El pegaso negro relinchó burlonamente.
—De verdad lo siento — dijo , esta vez en un tono más serio—. Al señor D no debió gustarle mucho que me contaras sobre mi mamá.
—No —suspiró él—. No le gustó nada.
Grover solto un largo suspiro. .
—Entonces… ¿quién va a acompañarte?
— Tú.
Grover soltó una risita, como si pensara que era una broma.
—No, en serio, ¿a quién escogiste?
— A ti.
Grover frunció el ceño, confundido.
—¿Por qué?
La voz del oráculo resonó en su mente, fría y ominosa:
«Serás traicionado… por alguien que dice ser tu amigo.»
—Así que solo los escogiste porque no fueron los mejores, sino porque tienes miedo a que te traicionen —dijo Cole con burla, levantando una ceja y cruzando los brazos, su tono claramente despectivo.
—Por supuesto —respondió Lucerys, la tensión palpable en su voz—. Si iba a ser traicionado, prefería tener al traidor cerca de mí para neutralizarlo rápidamente, en lugar de que me apuñalara por la espalda. Luke y Grover eran mis amigos más cercanos en ese entonces, así que los escogí porque, sinceramente, el traidor podría haber sido uno de ellos.
—Así que admites que tenías miedo —replicó Cole, con una sonrisa burlona, acercándose lentamente.
—Sí —respondió Lucerys, sin dudar—, tú también lo estarías si supieras que hay un traidor alrededor tuyo... aunque, claro, tú traicionaste a mi madre, Cole, pero supongo que me entiendes.
—¡Traicionar! —gritó Cole, su rostro enrojecido de ira—. Yo solo vi lo realmente maquiavélica que era ella.
—¿Sigues molesto porque mi madre no quiso ir a vender naranjas contigo a Essos? —dijo Lucerys, manteniendo la calma, su sarcasmo evidente.
—¡Cole! —gritó Sir Westerling, furioso, intentando contener la situación, pero la tensión en el aire era palpable.
Daemon soltó una risa que resonó en la sala, disfrutando de la tensión. Sir Westerling miró con desaprobación hacia él, mientras ella le lanzaba una mirada de disculpa.
—¿En serio creíste que mi hija dejaría todo por un caballero cualquiera? —dijo Viserys, su voz cargada de desdén—. Tenías muchos humos en la cabeza, Sir Criston.
—Rhaenyra tampoco es una santa, Viserys —interrumpió Alicent, defendiendo a Cole con una mirada desafiante.
—Tú tampoco eres una santa, Alicent —respondió Viserys, cortante, dejando caer el peso de sus palabras sobre ella.
El silencio que siguió fue denso. Alicent se quedó paralizada, como si esas palabras hubieran perforado algo en su interior.
—A la falsa santa no le gusta la verdad —susurró Helaena, con una sonrisa amarga, mientras balanceaba a un Maelor inquieto en sus brazos—. Solo le gusta su propia verdad.
—Helaena, este no es un buen momento —dijo Alicent, su voz tensa, pero con un toque de desesperación.
—Eso también va para ti, Alicent —dijo Viserys, su tono autoritario y firme—. Siéntate, no quiero perder más tiempo en esta conversación.
El aire se cargó de tensión. Cole, con una mirada desafiante, lanzó una rápida mirada a Lucerys, quien respondió con una ligera risa bajo, disfrutando del caos. Mientras tanto, Jaehaera, aparentemente ajena a la creciente tensión, parecía completamente absorbida en la pequeña caja rectangular que su hijo le había dado recientemente.
Sacudió la sensación y sostuvo la mirada de Grover.
— Porque somos amigos.
—Propósitos de doble sentido —dijo Hermes, con una sonrisa divertida, levantando una ceja. Su tono relajado y burlón—. Me agrada.
Eso pareció sorprender mucho a Grover. De hecho, parecía al borde de las lágrimas . Pero en lugar de eso, su expresión cambió a pura emoción y se acercó de un salto .
— Entonces, empacaré los mejores snacks.
Él soltó una risa divertida.
— Espero que sí.
Sin perder un segundo, Grover dejó caer la pala y salió corriendo, rebosante de entusiasmo .
— ¡Adiós, señor Popó! —se despidió el pegaso negro con tono burlón.
Él se giró para mirarlo con fastidio.
— Déjalo en paz.
—¡¿Puedes hablar con los caballos?! —chilló Daeron, completamente asombrado.
—Es mi hijo —dijo Poseidón con una sonrisa orgullosa—. Por supuesto que puede hablar con los caballos, yo los creé.
—¡¿Qué, también puede hablar con los peces?! —preguntó Daeron, incapaz de esconder su asombro.
—Sí —respondió Lucerys, encogiéndose de hombros con aire relajado—. Puedo hablar con todos los seres marinos.
—Un digno hijo del mar —dijo Lord Corlys, su voz llena de emoción y respeto.
—Estoy de acuerdo, Lord Corlys —afirmó Poseidón, su tono lleno de orgullo—. Un digno hijo del mar.
—También soy del cielo, papá —añadió Lucerys con una sonrisa traviesa.
Esas palabras parecieron provocar una ligera tensión en el aire, pues Zeus frunció el ceño. Aunque no dijo nada, su mirada fija en Lucerys dejaba entrever una incomodidad palpable.
—Pero ahora eres más del mar que del cielo —dijo Poseidón, con una mezcla de orgullo y satisfacción, mirando a su hijo como si fuera una extensión de su propio ser.
El pegaso lo ignoró y bajó la cabeza para seguir comiendo pasto.
— Como digas, hijo del jefe.
Rodó los ojos con molestia y también se alej ó .
—Espero que tus hijos no hereden eso —dijo Rhaenys, su voz llena de una mezcla de preocupación y escepticismo.
—Si lo saqué de Kepus —se defendió Lucerys, encogiéndose de hombros como si nada—. ¿Nunca lo notaste?
—Si Rhaenys, nunca lo notaste— dijo Lord Corlys con asombro.
Rhaenys solo rodó los ojos, de la misma manera que Lucerys y Laenor hacían. Enserio como nunca lo noto.
No tard o mucho en recoger sus cosas. Decidió que el cuerno del Minotauro se queda ría en la cabaña, lo que me dejaba sólo una muda y un cepillo de dientes que meter en la mochila que le había buscado Grover.
En la tienda del campamento le prestaron cien dólares y veinte dracmas de oro. Estas monedas, del tamaño de galletas de aperitivo, representaban las imágenes de varios dioses griegos en una cara y el edificio del Empire State en la otra. Los antiguos dracmas que usaban los mortales eran de plata, le dijo Quirón, pero los Olímpicos sólo utilizaban oro puro. Quirón también dijo que las monedas podrían resultar de utilidad para transacciones no mortales, fueran lo que fuesen .
Unos golpes en la puerta lo hicieron levantar la mirada. Allí estaba Lee, con una sonrisa y una bolsa en la mano.
—Hola, perdón por molestarte. Tengo un encargo de Quirón… ¿puedo pasar?
—Claro, pasó —respondió con una sonrisa—. Perdón por el desorden.
Lee río.
—Vivo con veinte hermanos, créeme, esto no es un desorden.
—Ah… claro.
Lee se sentó a su lado con una sonrisa amable.
—Mira, como eres nuevo en este mundo, supongo que no conoces esto —dijo, abriendo la bolsa y sacando un pequeño frasco de color verde.
—Esto es… —murmuró, tratando de recordar.
—Esto es néctar.
—Así es —dijo Lee con una sonrisa mientras giraba el pequeño frasco entre sus dedos—. La bebida de los dioses. Esto te servirá cuando estés herido o agotado, pero no abuses de ella.
—¿Por qué? —preguntó, inclinando la cabeza con curiosidad.
Lee dejó escapar una leve risa antes de responder:
—Porque si tomas demasiado, podrías… incendiarte.
Un escalofrío le recorrió la espalda .
El televisor comenzó a fallar, parpadeando con imágenes distorsionadas hasta que la escena cambió bruscamente. Apareció Rocadragón, el patio de armas donde sus hijos mayores solían entrenar. Pero algo estaba terriblemente mal. El suelo estaba manchado de sangre, como si una batalla acabara de tener lugar. El aire parecía cargado de cenizas y muerte.
Entonces lo vio. Aegon, su hijo, forcejeaba con desesperación, tratando de liberarse de los brazos de Sir Alfred Broome, sus gritos llenos de furia e impotencia. Y en el trono de oro, su hermano Aegon—marcado por cicatrices de quemaduras que le atravesaban el cuerpo—la observaba con una sonrisa cruel y sádica. Su mirada era la de un rey que había conquistado, pero a un costo inimaginable.
Sunfyre estaba allí también, su brillo dorado empañado por la brutalidad del momento. Y luego se vio a sí misma. De pie, ensangrentada, con el pecho cubierto de heridas abiertas, pero con la mirada encendida de una mezcla de dolor y rabia contenida. Era el rostro de alguien que lo había perdido todo, pero que aún se rehusaba a rendirse.
—Tus últimas palabras, hermana —gruñó el Aegon en el trono, su voz destilando burla y desprecio.
Ella apartó la vista por un instante, observando a su hijo, aún luchando contra su captor con una desesperación feroz. Luego, alzó el rostro y encaró al usurpador con una expresión de hierro.
—Tu sucia sangre, hermano —dijo con una firmeza inquebrantable, sosteniendo su mirada con desafío—, jamás prevalecerá. Ningún dragón volará en poco tiempo… hasta que la princesa prometida llegue.
El Aegon en el trono se crispó. Sus ojos se encendieron con rabia y su mandíbula se tensó en una mueca de ira absoluta.
—¡Dracarys, Sunfyre! —bramó, señalándola con furia.
El rugido del dragón llenó el aire, y mientras las llamas doradas descendían sobre ella, alzó la vista al cielo, aferrándose a su última esperanza antes de ser consumida por el fuego.
El grito desgarrador de su hijo Aegon fue lo último que escuchó antes de que todo se volviera fuego a su alrededor.
—¡MUÑA!
El rugido de Sunfyre quedó opacado por aquel alarido de desesperación, un lamento que atravesó el aire como una hoja afilada. Luego, el silencio fue abrumador.
Cuando la imagen en el televisor se desvaneció, la realidad se hizo insoportablemente pesada. Joffrey se aferraba a su cintura, temblando, su pequeño cuerpo crispado por el miedo. Su padre tenía el rostro desencajado, el horror grabado en cada arruga. Daemon, en cambio, no mostró sorpresa, solo una furia latente que se arremolinaba en sus ojos, oscura y asesina.
—Lo que faltaba —soltó con veneno, sin molestarse en ocultar su desprecio—. Un mata sangre que asesina a la legítima reina.
Los verdes no pudieron responder de inmediato. Incluso ellos parecían atónitos ante lo que acababan de presenciar. La imagen de las llamas, el juicio sin piedad, el eco de aquella última mirada.
Alicent abrió la boca, tal vez para justificar, tal vez para suplicar, pero su padre la cortó antes de que pudiera decir una sola palabra.
—Más tarde, Alicent… más tarde —dijo Viserys con voz pesada, cargada de enojo y algo más profundo, algo quebrado.
Ella cerró la boca, su expresión tensa. Sabía que no habría excusa que pudiera reparar lo que acababan de ver.
Sonrió de manera incomoda , sin estar seguro de si Lee hablaba en serio o solo intentaba asustarlo.
—Ah… claro. Me lo tomaré con calma, entonces.
Lee se acercó con aprobación y sacó una pequeña caja de su bolso. Al abrirla, vio lo que parecían brownies recién horneados.
—¿Brownies? —preguntó con extrañeza.
—Gracias, Percy —dijo Travis con fingido enojo, cruzándose de brazos—. Ahora se me antojaron unos brownies.
—¡Uf, unos brownies serían perfectos! —añadió Frank, llevándose una mano al estómago como si ya pudiera saborearlos.
—Bueno, ¿qué les parece? —intervino Hestia con su característico tono dulce—. Brownies como postre del almuerzo.
—¡SÍ! —gritaron varios semidioses con entusiasmo, algunos incluso aplaudiendo ante la idea.
Mientras tanto, su hijo no parecía compartir la misma emoción. Aunque su expresión era tranquila, había algo en su postura, en la forma en que mantenía la mirada baja, que lo hacía parecer distante. Sin embargo, seguía concentrado en enseñarle algo a Jaehaera sobre aquella cosa rectangular, como si prefiriera enfocarse en eso en lugar de unirse a la algarabía.
Lee volvió a reír, pero esta vez su expresión parecía más tierna, como si le hiciera gracia su reacción.
—Sí y no. Esto es ambrosía. Se parece a un postre común, pero en realidad es comida divina. Sirve para sanar heridas y reponer fuerzas —explicó, mirándolo con atención—. En tu caso, con tu afinidad al agua, podrías recuperarte más rápido con ella.
Él frunció el ceño mientras observaba los brownies con más interés.
— ¿Y también hay que tener cuidado con esto?
—Oh, sí —confirmó Lee—. Comer demasiada ambrosía es tan peligroso como beber demasiado néctar. Podría ser lo último que hagas en la vida.
—Vaya… —dijo Jace, cruzándose de brazos—. Parece un arma de doble filo.
—Bueno, todo en exceso tiene sus consecuencias —respondió Will con naturalidad—. Es como beber demasiada agua de golpe. Podrías sufrir hiperhidratación porque los riñones no serían capaces de filtrar toda el agua a tiempo. Ha habido casos de personas que han muerto por eso.
Hizo una pausa antes de continuar, mirando a los demás semidioses con seriedad.
—Para nosotros es lo mismo con el néctar y la ambrosía. No podemos consumirlos en grandes cantidades o de manera imprudente, pero en nuestro caso, el precio a pagar sería mucho más... extremo.
Él tragó saliva y cerró la caja con cautela antes de devolvérsela.
—Vale, me quedó claro: poco a poco.
Lee guardó nuevamente los frascos y la caja en su bolso. Justo cuando parecía que la conversación llegaba a su fin, su expresión cambió. Ahora lo miraba con una leve preocupación, como si quisiera decir algo más pero dudara en hacerlo.
— ¿Qué pasa? —preguntó , sintiendo un nudo de inquietud formarse en su pecho.
Lee titubeó un segundo antes de responder.
—Solo… ten cuidado en este viaje, ¿sí? ... no hemos tenido misiones desde hace mucho, todos estamos nerviosos.
—¿Qué pasó en la misión anterior para que todos estén tan nerviosos? —preguntó con curiosidad.
Lee tardó un segundo en responder, como si estuviera debatiéndose entre hablar o no. Finalmente, inclinó ligeramente la cabeza hacia él y murmuró en voz baja:
—Un grupo de tres semidioses fue al Jardín de las Hespérides.
Vio a Luke tensarse, pero él no dijo nada. Sus ojos se oscurecieron un instante, como si estuviera recordando algo que preferiría olvidar.
—Es donde está ese dragón de cien cabezas, ¿no? —preguntó Daeron con curiosidad, ajeno a la tensión que flotaba en el aire.
—Sí, ese lugar —respondió Hermes rápidamente, su tono más cortante de lo habitual. Sin embargo, su mirada permaneció fija en Luke, observándolo con cautela, como si intentara leer lo que estaba pensando.
S intió un escalofrío recorrerle la espalda. Ese no fue el lugar donde Luke dice que había ido y lo habían dejado con esa cicatriz en la cara.
—Tres semidioses fueron… y solo uno regresó. Gravemente herido —continuó Lee, bajando aún más la voz, como si temiera que alguien más pudiera escucharlo—. Desde entonces, nadie ha querido aceptar otra misión.
Él frunció el ceño, sintiendo un nudo formarse en su estómago.
—¿Esa misión también fue ordenada por un dios?
Lee asintió lentamente.
—Sí… Hermes la pidió.
El tono de su voz cambió, volviéndose más apagado, más dolido. Él no tardó en notar la tensión en su mandíbula y la manera en que apretaba los puños sobre sus rodillas.
—Mi hermano fue en esa misión —susurró al fin—. Colin.
S e quedó en silencio. No conocía a Colin, pero por la mirada sombría de Lee, entendió de inmediato lo que había pasado.
—Cuando se da una misión, todo semidiós quiere demostrar su valía —continuó, con la vista fija en un punto lejano—. Mi hermano lo quiso hacer… y murió en el proceso.
Un pesado silencio se instaló entre ambos. S intió el impulso de decir algo, cualquier cosa, pero las palabras se le atascaban en la garganta.
Lee se giró hacia él, con el ceño fruncido y la preocupación grabada en su rostro.
—Percy —dijo con seriedad—, si la misión se complica… vuelvan a casa.
—Pero la misión… —intentó objetar.
—Es mejor estar vivo que muerto, ¿no lo crees? —lo interrumpió Lee, con una expresión amarga.
—Prácticamente te dio una bofetada y ni siquiera lo notaste —soltó Clarisse con una sonrisa burlona, cruzándose de brazos.
Lucerys la miró de reojo, con una mezcla de resignación y diversión en su expresión.
—Tú misma dijiste que a veces soy medio ciego —respondió encogiéndose de hombros—. Creo que, por una vez, podrías tener razón.
Clarisse se infló de orgullo, sonriendo con satisfacción, como si acabara de ganar una pelea sin necesidad de levantar el puño.
Él abrió la boca para decir algo, pero Lee se le adelantó.
—Los dioses no lo entenderán, pero nosotros sí —dijo con un tono extraño, pausado, casi como si hablara consigo mismo—. Somos una familia. Entenderemos si no regresan con el rayo maestro… Nosotros…
Un golpe en la puerta interrumpió sus palabras.
Annabeth entró con el ceño fruncido, su expresión dura y llena de amargura. En sus brazos llevaba una caja de zapatos.
—Ya están a punto de partir —dijo en voz seca—, así que apúrate, niño de Poseidón.
S e levantó de la cama y terminó de meter lo que faltaba en su mochila. Annabeth, mientras tanto, fijó la vista en la lanza que descansaba sobre la mesa. Con el ceño fruncido, la tomó entre sus manos y la observó con asombro.
—¿Esta es la lanza de Clarisse? —preguntó con incredulidad.
—Sí, Beckendorf y yo la arreglamos —respondió encogiéndose de hombros—. Se la devolveré en unos instantes.
—¡Pudiste quedártela como premio de batalla! —rugió Ares, cruzándose de brazos con evidente irritación.
Lucerys le sostuvo la mirada con calma antes de encogerse de hombros.
—¿Y cómo iba a llegar a un acuerdo con Clarisse sin darle algo a cambio? —dijo con una media sonrisa—. Si no lo hacía, me habría golpeado… o algo peor en cuanto tuviera la oportunidad.
Clarisse soltó una risa corta, con los brazos cruzados y una expresión satisfecha.
—Tiene razón —admitió con un leve asentimiento.
Grover, que había estado observando la interacción con diversión, se inclinó un poco hacia adelante.
—Lo mejor de todo es que incluso se lo dijo —añadió con un tono medio divertido.
Annabeth lo miró fijamente, como si de repente hubiera entendido algo.
—Por eso la escogiste —afirmó con dureza—. Porque tenías una deuda con ella.
F runció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo, Lee intervino con evidente molestia.
—Annabeth… —su voz era tensa—, Percy tomó su decisión sobre quién lo acompañaría en la misión.
—Pues no estoy de acuerdo —soltó ella con frustración—. ¿Por qué un novato es elegido para liderar, cuando hay semidioses más experimentados que quieren demostrar su valía?
—¡Wow! Lee tenía razón sobre eso —dijo Daeron, aún impresionado.
Will frunció el ceño, ofendido.
—Mi hermano era muy inteligente —replicó con orgullo.
Daeron alzó las manos en un gesto de rendición.
—No dije que no lo fuera —se apresuró a aclarar—. Solo digo que es sorprendente que lo dijera y, segundos después, pasara exactamente lo mismo.
Quirón suspiró con un aire de resignación.
—Los semidioses siempre buscan demostrar su valía —explicó—, incluso si eso los pone en peligro.
Daeron frunció el ceño, intrigado.
—¿Por qué se pondrían en peligro a propósito?
—Aprobación —respondió Quirón con solemnidad—. Algunos semidioses anhelan la aprobación de sus padres divinos… aunque eso ha cambiado un poco en estos últimos años.
La habitación quedó en un incómodo silencio. Algo pareció hacer "clic" en la mente de Lee, quien se puso de pie con un gesto tenso y señaló la puerta.
—Annabeth, sal ahora —ordenó con voz firme.
Su tono no dejó espacio para discusión. Annabeth apretó los labios, golpeó el suelo con frustración y salió de la cabaña, murmurando en griego antiguo mientras cerraba la puerta con más fuerza de la necesaria.
La mirada de Lee se llenó de tristeza.
—Yo… Percy, perdona a Annabeth… ella…
Él negó con la cabeza antes de que Lee pudiera terminar la frase.
—Tranquilo, Lee. Lo entiendo.
Y lo decía en serio.
Jace había actuado exactamente igual cuando él murió. Durante un tiempo, Muña casi ni lo dejó salir de Dragonstone, tratando de mantenerlo a salvo . Pero Jace, aunque estaba enojado con todo y todos, terminó demostrando su valía. Se mantuvo firme cuando Muña cayó en una profunda depresión por su muerte, tomó su lugar junto al abuelo y dirigió el bando negro con la determinación de un verdadero heredero al Trono de Hierro y príncipe de Dragonstone . Hasta su último respiro.
—Mi nieto, sin duda, es el digno heredero del Trono de Hierro —dijo su padre con orgullo—. Y será un excelente príncipe de Dragonstone.
Otto abrió la boca, listo para decir algo, pero Jace se le adelantó.
—Gracias, abuelo —dijo con una sonrisa sincera—. Haré todo lo posible por ser un gran príncipe de Dragonstone.
Otto entrecerró los ojos, pero, por alguna razón, decidió guardar sus pensamientos para sí mismo.
Annabeth no era tan diferente. Solo debía encontrar su valía en otra parte.
—Y la encontró… en otra parte —dijo Atenea con evidente molestia, su voz cargada de desaprobación.
Lee soltó un suspiro y forzó una pequeña sonrisa.
—Gracias… Espero que tengas suerte, en serio, la mayor de las suertes.
Él asintió, pero no encontró palabras para responder.
Lee le dio una última mirada antes de darse la vuelta y salir de la cabaña, dejando tras de sí una sensación de melancolía que se quedó flotando en el aire.
Antes de salir de la cabaña, tomó la lanza de Clarisse y cerró la puerta tras de sí.
Annabeth tenía razón. Cuando miró hacia la colina, vio que casi todos ya estaban en camino. Se apresuró a alcanzarlos, y varios semidioses se apartaron para dejarlo pasar.
Luke y Grover ya estaban allí, solo faltaban él y Clarisse.
—De verdad, gracias, Annabeth —decía Luke con gratitud—. Creí que los había perdido.
—Muchos viven en la cabaña de Hermes —respondió Annabeth con un tono sorprendentemente dulce, ya sin rastro de enojo—. Es normal que las cosas se pierdan… aún más cuando son unos zapatos tan increíbles como estos.
—¿En serio no te preguntaste dónde los encontró? —insistió Lucerys, cruzándose de brazos mientras miraba fijamente a Luke.
Luke se encogió de hombros con una media sonrisa.
—Es que tenía sentido —respondió—. Muchas cosas se pierden en la cabaña y luego aparecen en otro lugar. No me pareció raro en ese momento… aunque, pensándolo bien, debí haberlo hecho.
Su expresión cambió por un breve instante, como si finalmente entendiera la gravedad de su descuido. Lucerys alzó una ceja, dándole una mirada que decía "en serio".
—Ya casi estamos todos —intervino Quirón—. ¿Esa es…?
—La lanza de Clarisse, así es —dijo, levantándola un poco para que Quirón vieran—. Está completamente reconstruida. Se la voy a devolver a su dueña.
Quirón sonrió con diversión.
—Pues ponte firme, porque ahí viene.
Él sintió que sus propios pies tropezaban entre sí, como si tuviera los cordones atados, y tuvo que girarse rápidamente para recomponer la postura. Se obligó a sonreír cuando vio a Clarisse acercarse, subiendo la colina con su habitual actitud desafiante.
—Por un segundo creí que te me ibas a declarar —dijo Clarisse con el ceño fruncido, su tono a medio camino entre la burla y la incomodidad.
—¡¿Qué estás diciendo?! —soltó Lucerys, claramente ofendido—. ¡Era un tratado de paz!
Clarisse suspiró, cruzándose de brazos.
—Lo siento, es que uno de mis hermanos insinuó que quizás me escogiste porque estabas enamorado de mí —confesó, mirando a un lado—. Dejé que esa idea se me metiera en la cabeza y cuando te vi con mi lanza, por un segundo pensé que lo harías.
Un incómodo silencio cayó sobre el grupo antes de que una voz cargada de falsa lástima lo rompiera.
—Pobre de ti… —soltó Alicent con fingida compasión—. Enamorada de un tragaespadas.
Lucerys sintió la furia burbujear en su interior y le dedicó una mirada fulminante.
—Soy bisexual, Alicent —declaró con voz firme—. Me gustan tanto los hombres como las mujeres.
El horror cruzó el rostro de Alicent como si le hubieran dado una bofetada.
—¡Eso es una abominación! —chilló con escándalo.
Un pesado silencio cayó en el lugar.
—Entonces yo también lo sería —intervino Apolo con voz helada, dando un paso al frente—. Porque yo también soy bisexual. ¿Me dirías a mí, a un dios, que soy una abominación?
Alicent abrió la boca, pero lo único que salió de ella fueron balbuceos incoherentes. Su rostro se tornó pálido y bajó la cabeza, sin saber cómo responder.
—Lo suponía —dijo Apolo con desprecio—. No te creas superior, porque no lo eres.
En cuanto sus ojos se posaron en la lanza, se quedó estupefacta.
D io un paso adelante y se la extendió.
—Clarisse —dijo con tono firme—. Sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero no quiero que eso arruine nuestra misión. Así que, como tregua, te devuelvo tu lanza. Sé que no es mucho, pero…
Clarisse lo interrumpió con una mirada entrecerrada.
—Pensaba ahogarte mientras dormías —soltó con franqueza—, pero esto hará que me lo aguante durante lo que dure la misión.
—Nos saliste bromista, Clarisse —dijo Nico, levantando una ceja con una sonrisa irónica.
Clarisse simplemente se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa, restándole toda importancia al comentario.
—¿Qué puedo decir? —respondió con indiferencia—. La vida es demasiado seria como para no hacer una broma de vez en cuando.
Tomó la lanza sin dudarlo, probando su peso con la mano. Luego, sin decir nada más, se quitó la espada del cinturón y la lanzó a uno de sus hermanos, quien la atrapó al vuelo.
R espiró hondo.
—Quiero que sepas por qué te escogí para esta misión.
—Porque me tienes miedo —dijo ella con una sonrisa burlona.
Él negó con la cabeza.
—Porque sé que, si alguna vez necesito que alguien me empuje por unas escaleras, tú lo harás con gusto . Y si me congelo de miedo, tú serás la primera en darme una bofetada para hacerme reaccionar.
Clarisse alzó una ceja, claramente divertida.
—¿Así que puedo darte una bofetada?
R econoció de inmediato esa chispa en sus ojos y levantó una mano en advertencia.
—Solo si me quedo paralizado de miedo.
—Buena salvada —comentó Daemon, con una sonrisa divertida mientras observaba a Joffrey, quien no pudo evitar soltar una risita contenida.
Ella chasqueó la lengua con decepción.
—Espero que sea pronto.
"Yo no" , pensó él , observando cómo Clarisse se alejaba para despedirse de sus hermanos.
Antes de que pudiera relajarse, sintió la mano de Quirón sobre su hombro.
—Ven conmigo —le indicó.
Lo guió unos pasos hasta donde los esperaba un hombre peculiar. L o reconoció de inmediato: el jefe de seguridad del campamento. Había oído hablar de él, pero rara vez lo había visto de cerca. Tenía ojos por todo el cuerpo, lo que hacía imposible sorprenderlo.
—Uy, Dioses —dijo Otto, visiblemente molesto—, ¿por qué tienen cosas tan raras?
Eso parecía molestar mucho a Hera, quien respondió con tono firme:
—Él es un gran guardaespaldas, nada se le escapa.
—¿Cómo se le va a escapar algo? —continuó Otto, con desdén—. Tiene ojos por todas partes.
—Y es más útil que tú, Otto —interrumpió Daemon, dejando caer sus palabras como dagas, con veneno en su voz—. Él sí hace su trabajo.
Otto formó una mueca de molestia, los músculos de su rostro tensos, pero se limitó a callar, sabiendo que retar a Daemon solo lo haría quedar en evidencia.
Hoy, sin embargo, vestía un uniforme de chófer, y solo se le veían unos pocos ojos en el rostro, las manos y el cuello.
—Él es Argos —dijo Quirón, presentándolo con un gesto de la mano—. Los llevará a la ciudad y… bueno, les echará un ojo.
A sintió con la cabeza.
—Es un gusto.
Argos imitó el gesto en silencio, sin pronunciar palabra. Entonces se fue colina abajo.
Quirón apretó con más firmeza su hombro, su expresión reflejando preocupación.
—Debería haberte entrenado mejor, Percy —dijo con pesar—. Si hubiera tenido más tiempo… Hércules, Jasón… todos ellos recibieron años de entrenamiento antes de enfrentarse a sus primeras misiones.
Él se encogió de hombros.
—No pasa nada…
—¡¿Cómo que no pasa nada?! —gritó Jace, los ojos llenos de angustia—. No llevas ni una semana allí, ¡y ya te mandaron a hacer una misión súper peligrosa sin siquiera un entrenamiento básico! Es para preocuparse hasta los huesos.
—Voy a estar bien —dijo Lucerys, tratando de tranquilizar a sus angustiados hermanos mayores.
—Lo sabemos —dijo Baela, pero su tono de voz estaba cargado de preocupación—. ¡Pero... ¡ay! Es muy estresante.
—Parece más que te están enviando a morir —comentó Rhaena, su voz temblorosa por la preocupación—, más que a hacer una misión.
La mirada en sus ojos era de pura ansiedad, y aunque Lucerys parecía intentar mostrar calma, que nada le pasaría. La preocupación de sus hermanos mayores era palpable, y él no podía ignorarlo, a pesar de que quería que le creyeran que todo estaría bien. Conocia muy bien a su hijo.
Pero Quirón lo interrumpió de golpe, como si de pronto hubiera recordado algo importante.
—¿Dónde tengo la cabeza? —exclamó, llevándose una mano a la frente—. No puedo dejar que te vayas sin esto.
Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un pequeño objeto, entregándoselo con solemnidad.
Él frunció el ceño al verlo.
Era un bolígrafo. Un simple bolígrafo desechable de tinta azul , con tapa. No tenía nada especial. Podría haber costado treinta centavos en cualquier tienda.
—Oh… gracias —dijo, sin saber muy bien cómo reaccionar.
—Hasta el niño del vídeo que le regalan un aguacate fue más agradecido que tú, Percy —dijo Chris en tono bromista, provocando una risa generalizada.
—¡Me estaban dando un simple lapicero Bic! —respondió Lucerys, un poco ofendido, pero con el intento de mantener la calma—. O sea, en la tienda más cercana podría costar menos de un dólar. ¡Me hubiera sorprendido más si me hubieran dado unas medias!
La risa fue aún más fuerte, los amigos de su hijo no pudieron evitar soltarse, y hasta Quirón dejó escapar una sonrisa. Lucerys se cruzó de brazos, intentando mostrar que no le importaba, pero sus ojos brillaban con diversión a pesar de su queja.
Quirón esbozó una leve sonrisa.
—Es un regalo de tu padre. Lo he guardado durante años, sin saber cuál sería su destino. Pero ahora, la profecía se ha manifestado con claridad.
Los ojos de Quirón se clavaron en los suyos con intensidad.
—Eres tú, Percy.
—¡Percy y su poderosísimo lapicero Bic! —dijo Jason, lanzando una mirada burlona a Lucerys.
—¡Eran ellos contra los monstruos! —respondió Leo con una sonrisa juguetona.
—Podría haber sido Harold y el crayón morado —añadió Pipper, siguiendo la broma—, pero no.
Las risas volvieron a estallar en la sala del trono. Lucerys giro los ojos con molestia fingida.
E l examinó con más atención el bolígrafo, se dio cuenta de que era idéntico al que Quirón le había lanzado para defenderse de la señora Dodds. ¿Podría ser…?
Con un ligero temblor de anticipación, retir o la tapa.
En un instante, el bolígrafo creció, alargándose y volviéndose más pesado en su mano. Antes de que pudiera asimilarlo por completo, sostenía una espada de bronce brillante, de doble filo, con una empuñadura de cuero tachonado de oro. Se sintió extrañamente familiar en su mano, como si siempre hubiera estado destinada a él. Era la primera vez que empuñaba un arma que parecía tan bien equilibrada.
—Eso sí es una espada —dijo Daemon, su voz llena de emoción—. Es bueno saber cuándo una espada es para ti.
Lucerys asintió con seguridad.
—Uno lo llega a sentir, como si la espada estuviera hecha para ti —respondió.
Daemon sonrió, observando a Lucerys con una mezcla de orgullo y respeto.
—Así es —dijo con firmeza—. Es como si hubiera sido hecha por y para ti. Como si todos los Dioses se hubieras alineado solo para entregártela.
—Esta espada tiene una larga y trágica historia que no hace falta que repasemos —dijo Quirón con un dejo de tristeza en su voz. Su mirada se oscureció, dejando claro que él sí conocía esa historia, pero que prefería guardarla. Después de un breve silencio, añadió—: Se llama Anaklusmos.
—Pero es importante conocer la historia de las espadas —dijo Daemon, mirando a Quirón con una seriedad palpable—. Es una extensión de ti, parte de tu alma.
Quirón lo miró, asintiendo lentamente, pero su rostro se tornó grave.
—Eso lo sé, príncipe Daemon —respondió rápidamente, casi interrumpiendo—. Pero es una historia larga y, sobre todo, muy trágica. No era el momento para que él conozca todos los detalles.
Daemon se quedó en silencio por un momento, evaluando las palabras de Quirón, antes de volver su mirada en Lucerys.
-Al final descubrí la historia de la espada- dijo Lucerys- y Quirón tenía razón no era tiempo de contarla, pero más tarde sabrán su historia.
—Contracorriente —tradujo sin pensar.
Quirón lo miró con sorpresa.
No era para menos. Apenas había comenzado sus clases de griego antiguo, así que su conocimiento del idioma debería ser muy básico . Pero para él nunca había sido así. De alguna manera, aprender idiomas siempre se le había dado con naturalidad.
A los nueve años ya hablaba Alto Valyrio con fluidez y, además, había comenzado a estudiar el idioma de Yi Ti. No lo hacía solo por interés lingüístico, sino porque tenía un propósito claro: quería que su hija naciera allí, lejos de todo, en un lugar donde podría encontrar a alguien que con el precio adecuado , guardaría el secreto sin hacer preguntas.
—Podrías haberla tenido también aquí —dijo Corlys, con un tono que dejaba entrever la tensión en su voz—. Si me lo hubieras dicho...
—Lo sé... pero hubiera sido mejor tenerla en otro lugar —respondió Lucerys, con una mirada firme y calculadora—. Aquí todos me conocen, pero en Essos nadie me ha visto, menos en Yi Ti... Podría esconderme por un tiempo, buscar a alguien confiable, pero que podamos callar con dinero, y tener a mi hija.
El silencio que siguió fue pesado, y la atmósfera se tensó aún más.
—Un plan muy elaborado —dijo Rhaenys, observando a Lucerys con una mezcla de preocupación y respeto.
—Los planes elaborados son los más efectivos, ves todos los puntos —intervino Rhaena, su tono grave denotando la complejidad del plan—. Si Lucerys se hubiera quedado aquí y alguien que no fuera de confianza lo hubiera visto... Podría haber ido directamente a la reina viuda, o a Otto Hightower, o incluso a Aemond. Todo podría haberse desmoronado. Es mejor ir a un lugar donde nadie lo conozca. Y si alguien hablara... nadie podría identificarlo. Podríamos hacerlo pasar por un loco.
Atenea no tardó en intervenir, su voz llena de aprobación, aunque la tensión seguía flotando en el aire.
—Es un plan muy inteligente.
—Nos costó casi una luna planearlo —admitió Rhaena, su voz ligeramente cansada, pero firme. La seriedad de su expresión mostraba cuánto había costado llegar hasta allí.
En su nueva vida, había ampliado aún más su repertorio lingüístico. Dominaba español, ruso y francés, y cuando comenzaba la secundaria, planeaba sumergirse en el estudio del chino. Ser políglota era algo que lo enorgullecía; Quería ser como Missandei, una maestra de lenguas capaz de comunicarse en cualquier rincón del mundo, sin importar las barreras del idioma.
—¿Quién es Missandei? —preguntó ella, mirando a su hijo con curiosidad, pero también con una leve preocupación en su voz.
—Una esclava que liberé... digo, que Daenerys liberó —respondió él rápidamente, su tono algo vacilante al mencionar a Daenerys—. Ella fue su mejor amiga, hablaba muchos idiomas... haría llorar al mejor políglota del mundo por saber tantos idiomas. De verdad que era muy inteligente.
Su voz, sonaba más suave, casi como si estuviera rememorando algo distante y querido. Sin embargo, sus ojos no podían esconder la tristeza que los nublaba, una tristeza profunda que no se correspondía con las palabras tan elogiosas que salían de su boca. Parecía que recordar a Missandei aún pesaban en su corazón, y aunque trataba de mantener la compostura, el dolor de la pérdida de Missandei se reflejaba en en sus ojos y en sus gestos.
Sostuvo la espada con más firmeza. Anaklusmos. Un nombre poderoso para un arma poderosa.
—Debes usarla solo en caso de emergencia —advirtió Quirón con gravedad—, y únicamente contra monstruos. Ningún héroe debe hacer daño a los mortales a menos que sea absolutamente necesario. Pero esta espada, en particular, no los lastimará en ningún caso.
Él frunció el ceño, inspeccionando la hoja brillante.
—¿Quieres decir que esta espada no puede herir a los mortales? ¿Cómo es posible?
—Sí —dijo Cole, su tono cargado de incredulidad—. ¿Cómo no puede herir a los mortales?
—Simplemente —respondió Poseidón, su voz tranquila pero firme—. Los mortales no son lo bastante importantes para que una espada de bronce celestial los lastime.
—¿Dice que no somos importantes? —soltó Aemond, su voz impregnada de desdén.
Poseidón lo miró de reojo, sin inmutarse. —Solo dije que a la espada de bronce celestial no le importa dañar a los mortales... Los mortales son importantes, claro, aunque algunos estarían mejor lejos de los hijos ajenos.
Aemond, que parecía que ya estaba al borde de la furia, apretó los puños con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. La ira se reflejaba en su mirada, y aunque intentaba mantener el control, era evidente que las palabras de Poseidón lo habían golpeado más de lo que podría admitir.
—Está forjada con bronce celestial —explicó Quirón, su voz teñida de respeto—. Fue creada por los cíclopes, templada en el corazón del monte Etna y enfriada en las aguas del río Lete. Es letal para los monstruos y cualquier criatura del Inframundo… siempre y cuando no te maten primero, claro.
Él tragó saliva.
—Pero a los mortales…
—A ellos los atraviesa como una ilusión. Sencillamente, no son lo bastante importantes para que la espada los dañe.
Él sintió un escalofrío. No estaba seguro de si eso era reconfortante o inquietante.
Quirón apoyó una mano en su hombro, mirándolo con seriedad.
—Ah, y hay algo más que debes saber —dijo, su tono bajando ligeramente—. Como semidiós, eres vulnerable tanto a las armas celestiales como a las normales. Eres doblemente frágil en este mundo, Percy. No lo olvides.
—Mejor me hubieras dado una cacheta, Quirón —dijo Lucerys.
—Perdón, Percy —respondió Quirón, su mirada seria—, pero tenías que saberlo antes de que hicieras algo tonto.
—Es bueno saberlo —dijo casi sin emoción, aunque en su interior aún sentía el peso de la espada en su mano.
—Ahora, tapa el bolígrafo —indicó Quirón.
M iró la espada durante un segundo más antes de hacer lo que le pedían. Con un ligero toque de la tapa contra la punta de la espada, el metal pareció vibrar por un instante antes de encogerse y encogerse hasta volver a su forma original: un simple bolígrafo azul.
Se lo metió en el bolsillo, aunque lo hizo con cierto recelo. Siempre perdía sus bolígrafos, era casi una ley de la naturaleza en su vida. ¿Cuánto tardaría en extraviarlo?
—No puedes —dijo Quirón con tranquilidad.
L evantó la mirada, confundido.
—¿Qué no puedo? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Perderlo —respondió Quirón, con una sonrisa enigmática—. Está encantado. Siempre reaparecerá en tu bolsillo. Inténtalo.
Él dudó. Sonaba como una de esas cosas mágicas que solo pasaban en los cuentos, pero decidió ponerlo a prueba. Sacó el bolígrafo de su bolsillo y, sin pensarlo demasiado, lo lanzó colina abajo con todas sus fuerzas. La pequeña figura azul voló en el aire y desapareció entre la maleza.
—Bueno, ya lo perdí.
—Puede que tarde unos instantes —dijo el centauro con calma—. Ahora, revisa tu bolsillo.
D eslizó la mano dentro de su chaqueta, sintió el familiar cilindro de plástico entre sus dedos. Lo sacó lentamente y lo contempló con asombro.
—¡Wow, yo quiero uno de esos! —dijo Daeron con emoción, incapaz de ocultar su fascinación.
—Una espada impresionante —comentó Lord Corlys con orgullo, observando el arma con admiración.
Ella notó el brillo en los ojos de Daemon. Claro, reconocía que era una gran espada, pero nada jamás lo haría cambiar a su amada Dark Sister. Desprenderse de ella sería lo último que haría.
Sin embargo, un movimiento llamó su atención. Aemond. Su mirada estaba cargada de rencor y envidia. No era sorpresa, una espada así era el objeto de deseo de cualquiera. Pero ella sabía bien cómo era su hermano: cuando Aemond quería algo, peleaba por ello, sin importar las consecuencias.
Incluso Criston Cole, siempre estoico, parecía incapaz de ocultar su emoción por un arma que jamás podría sostener en sus manos.
—La mejor espada para mi hijo —dijo Poseidón con orgullo, su voz llena de satisfacción.
—Vaya… eso es increíble —admitió, dándole vueltas entre los dedos.
Quirón sonrió.
—Es bastante útil, diría yo.
—Sí, pero… —frunció el ceño— ¿qué pasa si un mortal me ve sacando la espada de la nada? No es como si pudiera explicarlo diciendo "oh, sí, esto es solo un bolígrafo muy raro".
Quirón soltó una leve risa.
—La niebla siempre ayuda, Percy.
Él chasqueó la lengua, recordando algo que había escuchado antes.
—Oh, sí… la cosa que oculta todo lo mitológico, ¿no?
—Exactamente. Deberías leer la Ilíada , está llena de referencias a ese fenómeno —explicó Quirón, cruzando los brazos—. Siempre que los elementos monstruosos o divinos se mezclan con el mundo mortal, la niebla entra en acción, nublando la percepción de los humanos.
A lzó una ceja.
—¿Entonces los humanos simplemente ven lo que quieren ver?
—En cierto sentido, sí. La mente humana es increíblemente hábil para hacer que todo encaje en su visión de la realidad. Si un mortal ve a un cíclope, tal vez su mente lo distorsione y lo convierta en un hombre muy grande con un parche en el ojo. Si ven una espada materializarse en tu mano, quizás simplemente piensen que la sacaste de tu chaqueta sin darse cuenta.
—Pero los demás sí pueden ver a nuestros dragones —dijo Baela con el ceño fruncido.
—Los mortales del mundo de Percy tienen la Niebla para ocultar las cosas mitológicas —explicó Balerion con calma—. Ustedes, en cambio, no tienen la Niebla, lo que les da la libertad de ver todo lo que pertenece a lo mitológico sin restricciones.
Era extraño pensar que en el nuevo mundo de su hijo hay gente que podría caminar junto a criaturas mitológicas sin siquiera notarlo.
M iró el bolígrafo por última vez antes de volver a meterlo en su bolsillo.
—Bueno, supongo que tendré que confiar en la niebla.
Quirón le dio una palmadita en el hombro.
—Con el tiempo, lo entenderás mejor.
Se metió el bolígrafo en el bolsillo.
Esa simple conversación con Quirón casi logró que olvidara la locura que estaba a punto de cometer.
Estaba a punto de dejar la Colina Mestiza, el único lugar realmente seguro que conocía. El sitio donde su madre se había sacrificado para que él pudiera escapar con vida. Ahora, se dirigía al Oeste, decidido a salvarla y, con suerte, también a recuperar el rayo maestro.
No tenía ningún adulto que lo supervisara. No tenía un plan de respaldo, más allá de regresar al campamento si las cosas salían mal. Ni siquiera tenía un teléfono móvil, ya que Quirón le había advertido que los monstruos podían rastrear a través de las señales. Llevar un teléfono sería tan peligroso como encender una bengala en plena oscuridad. Y pensar que él solo quería uno para su cumpleaños, para no ser el único en la secundaria sin un móvil.
—¿Qué es un teléfono móvil? —preguntó Rhaena con curiosidad.
—Esto —dijo Lucerys, señalando el objeto rectangular en las manos de Jaehaera—. Esto es un teléfono. ¿Me lo devuelves un segundo?
—¿Después puedo seguir jugando Mario Kart Tour? —preguntó Jaehaera con una mirada esperanzada.
—Por supuesto —asintió Lucerys con una sonrisa, tomando el dispositivo—. ¡Familia, les presento el mejor invento de la humanidad… el teléfono! Inventado por Alexander Graham Bell en 1876, evolucionó hasta convertirse en esto: un teléfono inteligente. Puede hacer de todo y ha simplificado muchas tareas. La genialidad humana al alcance de tus manos.
—¿Y qué puedes hacer con ese cachivache? —murmuró Aegon, medio dormido, claramente habiéndose quedado dormido un rato.
—Este cachivache hace muchas más cosas que tú, tío Aegon —respondió Lucerys con una nota de fastidio—. Puedes escribir notas, tomar fotografías, ver vídeos, leer en digital, escuchar música, enterarte de las noticias de cualquier parte del mundo en el instante en que salen e incluso hacer una llamada desde un extremo del mundo al otro. Sería como llamar desde el Muro a King’s Landing en un parpadeo.
—Tienes razón, hermano —intervino Joffrey, conteniendo la risa—, el teléfono hace muchas más cosas que el tío Aegon.
Las carcajadas explotaron en la sala. Los semidioses reían a carcajadas, ella también dejó escapar una risa divertida, e incluso algunos dioses parecían entretenidos con la broma. Lucerys le volvió a dar el teléfono a Jaehaera que volvió a concertarse emocionada en ese Mario Kart Tour.
Pero no había vuelta atrás. No tenía más que una espada y su determinación para enfrentar monstruos, sobrevivir a dioses ofendidos y, de alguna manera, encontrar la entrada al Inframundo.
Miró a Quirón con seriedad, una pregunta rondando en su cabeza.
—Quirón, cuando dices que los dioses son inmortales… me refiero a que… hubo un tiempo antes que ellos, ¿verdad?
El centauro asintió lentamente.
—Hubo cuatro edades antes de los dioses olímpicos. La Era de los Titanes fue la Cuarta Edad, a veces llamada la Edad de Oro, aunque ese nombre no le hace justicia en lo absoluto. Esta, la era de la civilización occidental y el mandato de Zeus, es la Quinta.
—¿Y cómo era todo… antes de los dioses?
Quirón frunció el ceño, como si no le agradara demasiado la dirección que tomaba la conversación.
—Ni siquiera yo soy tan viejo como para recordar esa época, muchacho —dijo con un deje de solemnidad—, pero lo que sé es que fue un tiempo de oscuridad y barbarie para los mortales. Cronos, el señor de los titanes, llamó a su reinado la Edad de Oro porque los hombres vivían sin preocupaciones, sin conocimiento, sin ambiciones. Pero eso no era más que propaganda. La verdad es que a Cronos y a los suyos poco les importaban los humanos… salvo como entretenimiento o, en el peor de los casos, como comida .
S intió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Suena… acogedor —murmuró.
—Las cosas no cambiaron realmente hasta los primeros tiempos del reinado de Zeus —continuó Quirón—, cuando Prometeo, el titán que simpatizaba con la humanidad, entregó el fuego a los hombres. Fue entonces cuando vuestra especie empezó a progresar. Pero incluso en aquellos días, Prometeo fue considerado un pensador radical y un traidor a su propia raza. Zeus lo castigó severamente por su desobediencia, como recordarás.
A sintió, recordando la historia: Prometeo encadenado a una roca, con un águila devorándole el hígado día tras día. A los dioses no les gustaban los que desafiaban el orden establecido.
—Y, sin embargo, al final los humanos cayeron en gracia a los dioses —prosiguió Quirón, con una pequeña sonrisa—. Y así nació la civilización occidental.
Él dejó que la información se asentara un momento antes de preguntar:
—Pero ahora los dioses no pueden morir, ¿cierto? O sea, mientras la civilización occidental siga en pie, ellos también lo harán. Así que… aunque yo fracase, nada podría ir tan mal como para que todo se desmorone, ¿verdad?
Quirón le dedicó una mirada melancólica.
—Nadie sabe cuánto tiempo durará la Edad del Oeste, Percy —respondió en voz baja—. Los dioses son inmortales, sí. Pero también lo eran los titanes. Y aunque fueron derrotados, aún existen, atrapados en sus prisiones, condenados a un sufrimiento interminable. Su poder ha sido reducido, pero siguen ahí, vivos, esperando.
T ragó saliva.
—Entonces… ¿eso significa que los dioses podrían acabar igual que ellos?
—O peor —murmuró Balerion.
—Gracias, viejo amigo —replicó Poseidón con un tono de molestia contenida.
—Es la realidad, aunque a ustedes no les guste aceptarlo —sentenció Balerion con calma.
—¡Como si tú ya lo hubieras aceptado! —espetó Zeus, su enojo retumbando en el aire como un trueno distante.
—Por supuesto —asintió Balerion sin inmutarse—. Algún día, todo esto terminará y volverá a empezar, de una forma distinta. Ningún comienzo es igual al anterior.
—Pero todos regresamos —intervino Hestia con dulzura—. Diferentes, sí, pero volvemos. Aunque cada inicio sea distinto, de algún modo, siempre encontramos el camino de regreso.
Quirón fijó la vista en el horizonte, como si pudiera ver más allá del tiempo y del espacio.
—Las Parcas no permiten que los dioses sean destruidos tan fácilmente. Pero la historia ha demostrado que nada es eterno. Lo único que podemos hacer, Percy, es seguir nuestro destino.
Él solto un suspiró.
—Suponiendo que sepamos cuál es nuestro destino.
Quirón sonrió con complicidad.
—Por ahora, relájate y mantén la cabeza despejada. Recuerda: podrías estar a punto de evitar la mayor guerra en la historia de la humanidad.
Él soltó una risa seca y repitió con ironía:
—Relájate. Sí, claro. Estoy súper relajado.
—Tan tranquilo que pareces un chihuahua temblando —soltó Clarisse con burla.
—No parecía un chihuahua —intervino Luke en defensa de Lucerys. Su hijo le dedicó una sonrisa dulce antes de añadir—: Parecía una gelatina.
Lucerys le dio un golpe en el brazo.
—No digas tonterías.
—No digo tonterías, de verdad parecías una gelatina —insistió Luke, riéndose divertido.
Lucerys comenzó a golpearlo con molestia.
—¡YA, YA, YA! —gritó Luke entre risas y quejas hasta que Lucerys finalmente se calmó, resoplando, y se cruzó de brazos con visible irritación.
Cuando llegó al pie de la colina, Luke ya estaba allí, acariciando el tronco del árbol de Thalía con una expresión sombría. Parecía estar hablándole en voz baja, como si compartiera un secreto con el viejo pino. Por un momento, él sintió que estaba invadiendo un momento privado y apartó la mirada.
—¡Qué irrespeto! —exclamó Thalía con fingida indignación—. Mamá no te ha dicho nada sobre las conversaciones privadas.
—¿Y eso qué tiene que ver? —respondió Lucerys, aún molesto—. Igual solo los vi unos segundos, no me quedé como tonto mirándolos.
—Aun así, es una falta de respeto interrumpir una conversación... ¡Hey, no hagas eso!
Lucerys había levantado la mano y con los dedos imitaba una boca abriéndose y cerrándose en burla.
—Le voy a decir a mamá que eres un irrespetuoso.
—Ay sí, y tú eres una santa paloma.
—¡Cállate! —gritó Thalía con enojo.
—Santa paloma, santa paloma... —canturreó Lucerys, moviendo la cabeza de lado a lado con diversión.
—¡Ya basta los dos! —los reprendió Artemisa con severidad—. No estamos en el campamento para que comiencen a molestarse.
—¡Él/Ella empezó! —gritaron ambos al unísono, señalándose mutuamente.
—¡No me importa quién empezó! Ahora, silencio y continuemos... y nada de provocaciones —advirtió Artemisa—. Ahora, presten atención al frente.
No muy lejos, Clarisse regañaba a uno de sus hermanos menores, un niño de apenas diez años, pero con tanta musculatura que bien podría haber atravesado una pared de un solo puñetazo. Sin embargo, en ese instante, el chico sollozaba sin control, con lágrimas rodando por su rostro. Entre hipidos, le pedía a Clarisse que se cuidara. Ella bufó con impaciencia, pero su expresión traicionaba cierta preocupación. D ecidió no meterse en aquello y apartó la mirada una vez más.
Fue entonces cuando apareció Grover, trotando hacia él con emoción.
—¡Ya estamos listos! Argos nos está esperando en la camioneta.
—Bien —respondió—. Te alcanzo en un instante.
Grover asintió y empezó a descender la colina Mestiza, seguido de Clarisse. Apenas habían recorrido unos metros cuando ambos se enzarzaron en una carrera, gritando por el asiento delantero.
S e volvió hacia Quirón y le dedicó una mirada agradecida.
—Gracias por todo —le dijo con sinceridad—. Trataremos de hacer lo posible.
Quirón le puso ambas manos sobre los hombros, con una expresión grave pero afectuosa.
—Solo prométanme que volverán. Incluso si fracasan… traten de volver.
Él asintió.
—Por supuesto. Hasta luego.
Con eso, giró sobre sus talones y subió de nuevo hacia la cima de la colina, donde Luke lo esperaba junto al árbol de Thalía. Sin intercambiar palabras, ambos comenzaron a descender la escalera en silencio, caminando a un ritmo pausado.
Finalmente, Luke rompió el silencio con una risa seca.
—Nunca pensé que volvería a salir del campamento después de mi misión.
L o miró de reojo.
—¿Por qué me escogiste, Percy?
—No es obvio —dijo Aemond con burla—. Porque piensas que te va a traicionar.
—¿Y qué si esa fue una de las razones por las que lo elegí? —replicó Lucerys con calma—. Es leal, sabe manejar bien la espada, tiene experiencia en misiones y, a diferencia de otros, no anda matando gente inocente con su dragón de guerra.
Aemond se tensó de inmediato. Su rostro se endureció y, aunque no dijo nada, sus puños se apretaron con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos.
S e inspiró profundamente antes de responder.
—Voy a ser directo —dijo con seriedad—. Necesito a alguien con experiencia, alguien que haya visto el mundo mitológico en todo su esplendor… y en todo su horror. Tú lo hiciste, ¿no es así?
Luke soltó una risa breve y amarga.
—Al igual que Annabeth.
—Pero Annabeth nunca ha estado en una misión.
—Clarisse tampoco.
—Ya le expliqué a Clarisse por qué la escogí. Solo tenemos que confiar el uno en el otro. ¿Porque traes la gorra de Annabeth?
Atada a un lado de su bolso la gorra azul de Annabeth estaba allí.
— Annabeth me la presto todo lo que dure la misión, sera de mucha ayuda.
Ambos siguieron descendiendo . En silencio, mientras el viento sacudía las ramas del viejo árbol a sus espaldas.
—¡Apresúrense de una vez! —gritó Clarisse desde la parte trasera de la camioneta.
—¡Perdiste la carrera contra una cabra humana! —soltó Aegon, riendo con diversión.
—¿Por qué no vuelves a dormir, metiche? —gruñó Clarisse, claramente irritada—. Tú nunca has corrido contra un sátiro, así que no tienes idea de lo buenos que son para bajar una colina… aunque, pensándolo bien, dudo que sepas algo con ese cerebro de maní que tienes.
—No puedo creer que ni siquiera hemos salido y ya estás enojada, Clarisse —comentó Luke con una sonrisa burlona.
—Es Clarisse —dijo Leo encogiéndose de hombros—. Si no está enojada, entonces no es Clarisse.
—¡Cállate, niño duende, si no quieres que te dé una paliza por decir esas cosas! —gruñó Clarisse, fulminándolo con la mirada.
Leo, sin decir nada, hizo un gesto con los dedos como si cerrara algo en su boca, sellándola con una sonrisa burlona.
Clarisse lo fulminó con la mirada, pero no se molestó en responder. Él cerró la puerta corrediza. En cuanto todos se abrocharon el cinturón de seguridad, Argos arrancó sin decir palabra.
La camioneta avanzó hacia el oeste de Long Island, y él sintió un extraño cosquilleo en el estómago. Era raro volver a ver una autopista. La primera vez que había estado en una, apenas era un bebé. Se había sentido asombrado pero también llenado de envidia.
—¿Sentiste envidia por una autopista? —dijo Poseidón, medio sorprendido.
—¿Has visto las calles de Westeros? —respondió Lucerys, molesto—. Son horribles. Ahora mira eso.
Señaló el televisor, donde las autopistas se mostraban grandiosas y sorprendentes.
—¿Cómo no voy a sentir envidia? —continuó, con un tono frustrado.
Si en Westeros existieran carreteras como aquellas, la gente podría viajar mucho más rápido. Y los vehículos... eran impresionantes. Más velocidades que el mejor de los caballos entrenados. Se imaginó por un momento cómo sería recorrer Poniente con esa tecnología: cruzar desde el Norte hasta Dorne en una semana y media.
—¡Así de rápido! —dijo su padre, con una sonrisa de incredulidad—. De aquí a una semana estaríamos en las tierras de la casa Buckwell, a lo mucho.
Luego, se giró hacia su hijo, sus ojos fijos en él con una ligera sonrisa.
—Ya entiendo tu envidia.
Descubrió que quedaba embobado mirando cada McDonald's, cada valla publicitaria, cada centro comercial que pasaban. Era como si estuviera viendo un mundo completamente distinto al que había conocido en el campamento. Tal vez su madre tenía razón cuando le decía que, cuando era bebé, salía con él a pasear y todo lo miraba con la misma fascinación.
—Hasta tiene fotos de eso —dijo Lucerys, con una expresión algo avergonzada, mientras miraba hacia otro lado.
El tráfico de Queens comenzó a ralentizarlos. Para cuando llegaron a Manhattan, el sol se estaba poniendo y una llovizna fina cubría las calles con un brillo resbaladizo.
Argos los dejó en la estación de autobuses Greyhound del Upper East Side, no muy lejos del apartamento donde vivían Gabe y su madre. Justo al lado de un buzón, vio un cartel empapado con su foto:
¿Ha visto a este chico?
L o arrancó de un tirón antes de que alguien pudiera verlo y reconocerlo. Si eso pasaba, estarían en serios problemas.
—De hecho, sí lo vimos —admitió Grover.
—Entonces, ¿por qué no me dijeron nada? —dijo Lucerys, atónito por la confesión.
—No queríamos presionarte —dijo Luke—. Ya estabas presionado con la misión, y ahora con eso...
—Creímos que podrías explotar —dijo Clarisse.
Lucerys los miró, con una mezcla de gratitud y sorpresa. Era increíble lo considerados que eran los amigos de su hijo. No todos tenían la suerte de encontrar amistades así. Y ella lo sabía de primera mano.
Argos descargó su equipaje, se aseguró de que tenían los billetes de autobús y luego se marchó. Mientras salía del aparcamiento, el ojo en el dorso de su mano se abrió una última vez, echándoles un vistazo como si quisiera asegurarse de que estarían bien.
Se quedó mirando la ciudad a su alrededor, sintiendo un nudo en el estómago. Estaba tan cerca de su antiguo apartamento... En un día normal, su madre ya habría regresado de la tienda de golosinas. Gabe el Apestoso probablemente estaría allí en ese momento, jugando al póquer con sus amigos sin siquiera notar su ausencia. Y él... él estaría en la cocina ayudando a su madre o haciendo la tarea, como si su vida fuera completamente “ normal ”.
La voz de Grover lo sacó de sus pensamientos.
—¿Quieres saber por qué se casó con él, Percy?
Él frunció el ceño y lo miró con desconfianza.
—¿Me estás leyendo la mente?
Grover se encogió de hombros en un gesto de disculpa.
—Solo tus emociones. Supongo que olvidé mencionarte que los sátiros podemos hacer eso. Estabas pensando en tu madre y en tu padrastro, ¿verdad?
Él entornó los ojos, pero al final asintió. Que otra cosa le estaba ocultando Grover.
—No te estás ayudando con lo del traidor, Grover —dijo Daeron, con una sonrisa burlona.
Grover soltó una risa.
—Jamás podría traicionar a Percy —dijo con calma—, simplemente parecía que alguien tenía que explicarle por qué su madre se casó con... Gabe.
—Tu madre se casó con Gabe por ti —continuó Grover—. Lo llamas “Apestoso”, pero te quedas corto. Ese tipo tiene un aura… ¡Puaj! Lo huelo desde aquí. Huelo restos de él en ti, y ni siquiera has estado cerca de él en una semana.
Él arqueó una ceja, levantó el brazo y se olió la manga, esperando notar algo extraño. Pero solo olía… normal. Bueno, quizá un poco a sudor, pero nada del otro mundo. Aun así, si de verdad apestaba tanto, tal vez debería ir a Valyria y sumergirse en la lava de los catorce volcanes. Claro, eso seguramente haría que los dioses lo expulsaran por dejar semejante hedor en su tierra sagrada.
—Y lo haríamos —dijo Balerion, con voz grave—, por dejar semejante olor a inmundicia en nuestros preciados volcanes... y Arrax te maldeciría por hacerlo.
—Yo creí que era el favorito de Arrax —dijo Lucerys, indignado.
—Lo eres... pero hasta él tiene límites, sobre todo por tus tonterías.
Espera, su hijo conocía en persona al Dios Arrax y tenía su favor. ¿Y eso cuando había pasado?
—Tendrías que estar agradecido, Percy —dijo Grover—. Tu padrastro huele tan asquerosamente a humano que es capaz de enmascarar la presencia de cualquier semidiós. Lo supe en cuanto olfateé el interior de su Camaro: Gabe ha estado ocultando tu esencia durante años. Si no hubieras vivido con él cada verano, los monstruos probablemente te habrían encontrado hace mucho tiempo.
—Pero eso no cambia lo que hizo —dijo Daemon, mirando a Grover con furia.
—Yo nunca dije que lo fuera —respondió Grover, levantando las manos en señal de paz—, solo dije que su olor lo ocultó. Claro que eso no cambia por el trato que le dio a Percy, ¡Jamás!
S intió que su estómago se revolvía.
—¿Mi madre se quedó con él… por mí?
—Era una mujer muy lista. Debía quererte mucho para aguantar a ese tipo… por si te sirve de consuelo.
Apretó los labios. No estaba seguro de si aquello lo hacía sentir mejor o peor.
—Peor —dijo Lucerys—, me hizo sentir mucho peor.
—Con un padre así, ¿quién lo querría? —comentó Jace, mirando con desaprobación a la mención de Gabe.
—Y qué envidia que todavía no conozcas a Aegon, el hijo de Viserys —añadió Lucerys, señalando al pequeño Viserys que jugaba con Aegon, su hijo, y Jaehaerys, formando un castillo de juguete. —Ese tipo fue padre, hermano, esposo y rey terrible. ¡Hasta me enojo solo de pensarlo!
Miro a su tierno Viserys, tan pequeño y lleno de amor, como podría llegar a tener un hijo casi idéntico a Gabe, con solo pensarlo se le revolvió el estomago.
No pudo evitar pensar en Aemma, su pequeña niña. Él habría hecho cualquier cosa por ella. Habría cruzado todo el mundo, llegado hasta Yi Ti si era necesario, habría hecho una Odisea , peleado contra Aemond o a quien fuera, con tal de tenerla a salvo en sus brazos. Y su madre… su madre había hecho lo mismo por él.
Ese pensamiento lo golpeó como un puño en el estómago.
Se sintió… mal. Muy mal.
No sabía si Grover seguía leyéndole las emociones .
—Sí las sentí —admitió Grover—, pero no sabía qué decirle.
—A veces, el silencio es mejor que decir algo inapropiado —intervino Lord Corlys con serenidad.
—Sí, tiene toda la razón —asintió Grover, con un suspiro.
P ero si lo hacía, probablemente percibiría un torbellino de sentimientos arremolinándose en su interior, tan caótico como una licuadora . Miró a su alrededor, observando a sus compañeros. Le gustaba tener a Grover, Luke y Clarisse con él, pero al mismo tiempo, la culpa lo carcomía por dentro.
No les había dicho la verdad.
No les había contado lo que realmente escuchó.
La profecía.
El verdadero motivo por el que estaba en esa misión.
La realidad era que le daba igual recuperar el rayo de Zeus, salvar el mundo o limpiar el honor de su padre.
—Muy honesto, chico —dijo Hefesto, con una media sonrisa.
—Prefiero ser honesto a envolverme en mentiras —respondió Lucerys con firmeza.
Cada vez que pensaba en él, un resentimiento oscuro y profundo le hervía en el pecho. Su "padre", el gran dios del mar, el poderoso Poseidón, que ni una sola vez en todos esos años se había dignado a visitarlo. Que nunca había ayudado a su madre. Que ni siquiera se había molestado en pagar las malditas pensiones alimenticias que seguramente le debía por haberlo traído al mundo.
No. Poseidón solo se acordó de su existencia cuando lo necesitó para hacer su trabajo sucio.
Lo único que le importaba era su madre.
Hades se la había llevado injustamente. Y Hades iba a devolvérsela.
Incluso si tenía que destruir el mismísimo Inframundo con sus propias manos.
—Sé que serías capaz —dijo Hades, con un dejo de respeto en su voz.
—Creo que lo haría piedra por piedra —dijo Nico con frialdad— hasta que no quedara nada.
Eso le provocó un escalofrío… piedra por piedra, su hijo sería capaz de reducir el Inframundo a ruinas solo para salvar a Sally.
El viaje en autobús transcurrió en un silencio inquietante. Luke les advirtió que no se separaran de sus cosas, así que se mantuvo con su mochila prácticamente pegada al pecho. Si la perdía, estarían en problemas. Grandes problemas.
Y aunque intentó concentrarse en la carretera, en el sonido monótono del motor, en cualquier cosa que lo distrajera, su mente volvía una y otra vez a la misma imagen: la de su madre atrapada en la oscuridad.
Esperando.
Esperándolo a él.
Después de dos horas de viaje, el autobús hizo una parada en una estación de descanso.
Clarisse y Luke se pusieron de pie casi al mismo tiempo.
—¿A dónde van? —preguntó, sintiendo un leve cosquilleo de inquietud en la nuca.
Si algún monstruo los atacaba… podría perder a dos de una tajada.
—No sabía que supieras rimar —dijo Thalía con diversión.
—Claro que sé rimar… aunque solo sé rimas sobre cosas náuticas —dijo Lucerys, pensativo— no sé por qué.
—¿No te acuerdas? —intervino Lord Corlys con una sonrisa divertida— Yo te enseñé a rimar sobre temas náuticos. Había una en particular con malas palabras que era tu favorita. Se la cantaste a Joffrey cuando era un bebé y Laenor se enojó muchísimo.
Eso pareció despertar algo en la memoria de Lucerys, porque abrió los ojos con sorpresa.
—¡Por supuesto! Era:
"Los marineros, bien cabrones,
se enfrentan al mar sin cojones.
Con ron en mano y boca sucia,
se ríen del viento, que nada los asusta.
Si la tormenta los quiere joder,
le escupen al cielo y siguen a ver.
Porque en el mar, con putas y ron,
se vive mejor que en cualquier rincón."
—¡Corlys! —lo reprendió Rhaenys, escandalizada— ¡¿Por qué le enseñaste eso?!
—Vamos, Rhaenys, quería una rima más larga para aprender y yo se la di —dijo Corlys con naturalidad—. Aunque dejó de cantarla después de que Laenor le prohibiera decir rimas con malas palabras.
—Vamos por provisiones —respondió Luke con tranquilidad.
N o lo pensó dos veces.
—Voy con ustedes —dijo, levantándose de inmediato.
Pero antes de que pudiera moverse, Grover, Clarisse y Luke lo empujaron de vuelta a su asiento.
—Tú te quedas aquí —ordenó Clarisse con tono inapelable.
F runció el ceño, sintiendo que se le escapaba algo.
—¿Por qué?
—Porque —dijo Clarisse con una sonrisa burlona— eres un hijo de los Tres Grandes. ¿Te imaginas cuántos monstruos deben estar siguiéndonos ahora mismo? Dos semidioses normales apenas llaman la atención, pero tú… tú eres como un árbol de Navidad encendido en pleno marzo.
—No hay nada más llamativo que eso —dijo Hermes con una sonrisa burlona—, muchas luces de colores, decoraciones y cintas... si Percy fuera un árbol de Navidad en pleno marzo.
—Pero si el árbol de Navidad es Thalía —dijo Lucerys, sin perder la oportunidad de bromear.
—¡Que me hayan convertido en pino no significa que sea un árbol de Navidad, tonto! —exclamó Thalía con enojo, cruzando los brazos y mirándolo fijamente.
—Pero…
—Grover, cuídalo —dijo Luke, cortando cualquier objeción. Luego, ambos se alejaron por el pasillo del autobús.
L os vio marcharse con el ceño fruncido.
—¿En serio creen que están a cargo?
Grover suspiró.
—¿Quién creíste que lo estaría?
—No sé… pensé que votaríamos o algo así.
—Eso no era una democracia, Percy —dijo Clarisse, levantando una ceja con actitud desafiante—, era una dictadura.
—Oh, ¿o sea que mis opiniones no cuentan? —preguntó Lucerys molesto.
—Exacto —continuó Clarisse, sonriendo con suficiencia—, ahora calladito, más bonito.
Grover lo miró como si hubiera dicho la cosa más tonta del mundo.
D esvió la mirada y suspiró. Afuera, el cielo estaba despejado, con apenas unas nubes flotando en la distancia. Volar… cuánto lo extrañaba.
—Oye, ¿por qué Quirón no compró boletos de avión? Habríamos llegado mucho más rápido.
Grover lo miró horrorizado.
—¿En serio no te lo dijeron?
P arpadeó.
—¿Decirme qué?
Grover tragó saliva.
—No solo los monstruos intentarán capturarnos… Percy, eres un hijo de Poseidón, y él y Zeus… bueno, si te viera volando en un avión…
—¿Qué? ¿Me lanzaría un rayo o algo así?
Grover hizo una mueca.
—No "o algo así". Lo haría. El avión explotaría con todos adentro. Volar es básicamente darte en bandeja de plata.
—O sea que ya no puedes volar —dijo Aegon, medio divertido.
—Sí puedo volar, vuelo con mi pegaso —respondió Lucerys, con una sonrisa de confianza.
—Pero ¿por qué Zeus no te ha... —dijo Jace, mirando nervioso hacia Zeus— ya sabes, no...
—Porque lo hace con un caballo con alas —interrumpió Zeus, su tono lleno de enojo— si lo mato, Poseidón pelearía por su hijo, así que lo dejo pasar.
—Pero no lo dejó subir a ese tal avión —dijo Daemon, visiblemente molesto— cuando iba a recuperar su rayo maestro.
—El chico conoce su lugar —sentenció Zeus, cruzando los brazos con firmeza— que haga la vista gorda cuando está con su caballo con alas no significa que lo haga cuando está en un avión.
S intió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
No volar.
Desd e que tenía meses de vida en su otra vida, había volado. Había sentido el viento en su rostro, las nubes deslizándose bajo sus pies. Su última visión antes de morir había sido el cielo. Y ahora… ahora estaba encadenado a la tierra, porque si intentaba volar, moriría.
Era un niño del cielo y del mar. ¿Ahora solo sería del mar?
No… eso era imposible.
A lo lejos vio a Clarisse y Luke caminando rápidamente hacia el autobús, cargando dos bolsas repletas de chucherías. Tal vez comer algo lo haría sentir un poco mejor… tal vez así el hecho de no poder volar no le afectaría tanto.
—Volverás a ahogar tus penas con comida —dijo Luke, levantando una ceja.
—Tengo que bajarme la tristeza de alguna forma —respondió Lucerys con una media sonrisa—, tú lo haces golpeando muñecos de práctica y yo comiendo, así que no me juzgues.
—Nada mejor que unos chocolates para mejorar la tristeza—comentó Afrodita, sonriendo radiante.
—Así es, nada mejor que un chocolate para la tristeza —dijo Lucerys, asintiendo con entusiasmo a Afrodita.
Tal vez así se sintieron los demás miembros de la Dinastía cuando los últimos dragones, después de la Danza, murieron. Los huevos se enfriaron, y nada ni nadie parecía capaz de hacerlos eclosionar. Un silencio pesado cayó sobre todos, como si la esperanza misma hubiera dejado de existir. Hasta que Daenerys eclosiono los tres huevos de dragón ya fríos y de piedra que Muña envió a Essos junto a Aegon y Viserys.
—Eso es imposible —dijo Aegon con burla, mirando a Lucerys—. Ningún huevo frío y de piedra puede eclosionar.
Lucerys y Balerion rieron más fuerte.
—Entonces no sabes nada sobre los dragones y la magia —dijo Balerion, sin poder contener su risa.
—La magia no existe —dijo Alicent con furia, cruzando los brazos.
—Claro —dijo Lucerys, sonriendo con ironía—. Y las personas pelirrojas no existen.
Alicent abrió los ojos con sorpresa y, por primera vez, su rostro se puso rojo, igual que su cabello.
Clarisse avanzó por el pasillo con pasos apresurados, mientras Luke desaparecía bajo la gorra de Annabeth.
—¡Metan esto en las mochilas! —ordenó Clarisse, lanzándoles las bolsas con brusquedad—. Nos vamos. ¡Abre la ventana!
Sus manos temblaban mientras abría su mochila a toda prisa y metía las bolsas sin siquiera ver qué contenían. Entonces, Luke apareció de repente junto a Clarisse. Estaba pálido, con los ojos desorbitados.
—Nos encontraron —dijo con voz cortante.
Unos asientos más adelante, una mujer se puso de pie. Su estómago se hundió al reconocerla al instante.
La señora Dodds.
—¡¿Qué hace ella aquí?! —gritó Joffrey aterrado, buscando refugio en los brazos de Daemon—. ¡No estaba muerta!
— Los monstruos no mueren, joven Joffrey —dijo Afrodita con ternura, intentando calmarlo.
Joffrey se fijo en Aegon, su hermano.
— Entonces, si golpeamos al tío Aegon con esa misma espada que tiene Luke, ¿podríamos hacer que se vaya?
Todos estallaron en carcajadas.
— Ojalá, hermanito —dijo Lucerys con una sonrisa traviesa—. Cuando terminemos aquí, el tío Aegon jamás volverá a verte.
—¿Qué hace ella aquí?
—¡No hay tiempo! —gruñó Luke, corriendo hacia una ventana y tratando de abrirla. Nada. No se movía. Maldijo en voz baja, tomó su bolso y lo lanzó a Clarisse—. ¡Busquen una salida!
Su corazón empezó a latía con fuerza, sintiendo cómo la desesperación empezaba a cerrarle la garganta. Se lanzó sobre otra ventana y trató de abrirla con todas sus fuerzas. Estaba sellada. No cedió ni un milímetro.
— ¡¿Con una piedra?! —dijo Jace, sorprendido.
— Jace —dijo Lucerys, mirando a su amigo—, estamos dentro de un autobús, no hay piedras aquí.
— ¿Y en emergencias, cómo las abren? —preguntó curioso.
— Hay una palanca —respondió Lucerys—. Al lado del bus, para abrir la ventana de emergencia.
— Y ustedes están al final de esa cosa... y la señora Dodds se acerca por su único lugar para salir.
— Ya lo resolveremos, paciencia —dijo Lucerys, tratando de calmarlo.
— Lo que vas a lograr es que me dé un ataque al corazón —dijo Jace, visiblemente enojado.
—¡Esta no se abre! —jadeó, golpeándola con el puño. Una punzada de pánico lo recorrió cuando se dio cuenta de que estaba atrapado. No. No. No.
—¡Grover, patada! —gritó Clarisse, señalando una ventana detrás de ellos.
Grover saltó y la golpeó con una fuerza sorprendente. El vidrio cedió y cayó al suelo, disparando la alarma de un auto cercano.
— ¡Gracias a los dioses! —exclamó Jace—. ¡AHORA SALTEN!
— ¡YA, CÁLMATE! —le gritaron varios semidioses, incluido Lucerys.
—¡Atención! —tronó la voz mecánica del altavoz del autobús—. Todos los pasajeros, dejen sus pertenencias y salgan por la parte delantera.
El caos estalló. La gente se levantó de golpe, empujándose en un intento desesperado de salir, atrapando a la señora Dodds en medio del tumulto.
—¡Percy, tenemos que irnos! —Luke lo agarró del hombro, pero entonces un sonido espantoso vibró en el aire.
Un zumbido. Algo grande y pesado golpeando el viento.
G iró la cabeza justo a tiempo para verlo: algo enorme y alado venía disparado hacia la ventana abierta.
¡Una furia!
— ¡AL SUELO! —gritó Jace con desesperación.
— ¡JACE, CÁLMATE! —gritó Lucerys—. O te daré un calmante.
No tuvo tiempo de reaccionar antes de que Luke lo tirara al suelo y se cubriera sobre él. Un impacto estremecedor sacudió el autobús, y el sonido de cristales explotando llenó sus oídos. Su respiración se volvió errática. No se atrevió a mirar. Tenía miedo. Un miedo paralizante que lo dejó clavado al suelo.
—¡Oye! —la voz de Clarisse hizo eco y después se escucho un golpe —. ¡Muév anse!
L evantó la cabeza. La furia ya no estaba. Solo quedaba polvo dorado flotando en el aire y la lanza de Clarisse tirada en el suelo. Ella la agarró con una mano y les hizo una señal.
—¡Vamos, salten!
Grover fue el primero en lanzarse por la ventana, seguido de él , luego Luke y finalmente Clarisse. Apenas tocaron el suelo, un “click” heló su sangre.
Miró hacia la calle.
Una mujer con un vestido floreado estaba ahí, sosteniendo su teléfono.
Les había tomado una foto.
— ¿Y eso qué? —dijo Daeron.
— Que alguien tenga una foto de Percy cuando está "desaparecido" y la publique en las redes sociales. La policía podría identificarlo, y si logran atraparlo, lo llevarían de vuelta a Nueva York, sin posibilidad de regresar —explicó Quirón.
— Pero la misión... —dijo Daeron.
— Son mortales —dijo Clarisse—. Ellos no saben que están a punto de estar en medio de una posible guerra entre Zeus y Poseidón que podría matarlos a todos.
El pánico lo azotó como una ola gélida.
—¡Corre... CORRE! —rugió Clarisse, tirando de su brazo con fuerza.
E chó a correr, su respiración agitada, su mente aturdida.
Grover señaló algo entre los árboles, y sin pensarlo, él l o siguió. Pero su mirada se quedó fija en la mujer del vestido floreado.
Mierda.
Ahora sí estaba en problemas.
—Hora del almuerzo —dijo Balerion, levantándose del trono de hierro. — Nos vemos en una hora.
Con esas palabras, desapareció, dejando el trono completamente vacío.
Chapter 17: Déjà vu
Chapter Text
Otra vez estaban en extremos opuestos de la mesa.
Pero esta vez, Rhaena no estaba a su lado. Ahora era ese chico quien ocupaba su lugar. Esa mala imitación.
Lucerys, por alguna razón, había decidido reemplazarlo con una versión mala de él mismo.
Cabello rubio en lugar de plateado.
La cicatriz en el lado equivocado del rostro.
Ojos dispares… pero él solo tenía uno.
Era como si Lucerys hubiera intentado reconstruirlo pieza por pieza, pero sin el corazón, sin la esencia, como una copia mal hecha que solo lograba enfurecerlo más.
Lo miraba con una sonrisa, esa sonrisa, como si fuera suficiente. Como si pudiera hacerle olvidar que alguna vez existió en serio él . El original. El único.
Pero Lucerys ni siquiera lo miraba.
Cada mirada, cada risa, cada roce... todos deberían ser para él, no para ese chico. Cada vez que los veían juntos, sentía que algo estaba mal, que ese chico no debía estar allí. Era él quien debía recibir esas miradas, quien merecía esas risas compartidas, esos toques cálidos que parecían encerrar el mundo entero en un instante. Todo eso... solo para él.
Su esposo lo engañaba, con un fulano, no... con un tipo que ni siquiera era bueno para él. Solo él sabía ciudar de Lucerys, solo él era digno de él.
Ahora lo tenía frente a sus ojos, sentado en esa gran mesa, riendo y bebiendo con ese chico y su grupo de amigos idiotas. Lucerys parecía feliz... pero no le prestaba atención. Como si ya no existiera.
—Aquí viene el dragón —dijo Lucerys con una sonrisa, moviendo la cuchara en el aire como si volara, antes de llevarla suavemente a la boca de Maelor, sentado en su regazo.
Maelor, normalmente un bebé de carácter difícil, se dejaba guiar esta vez. Abría la boca con gusto, tranquilo bajo el cuidado de Lucerys, como si el simple juego bastara para calmarlo. Era una escena tierna, casi insoportablemente tierna.
Pero él no podía ver a Maelor.
Solo podía imaginar a Aemma en su lugar.
Aemma… entre todos los nombres posibles, Lucerys eligió justo ese. El de la antigua reina. La mujer con la que su padre siempre comparaba a su madre, como si no importara cuán distinta fuera, como si ninguna pudiera estar a su altura.
Si lo hubiera capturado. Si lo hubiera traído a King's Landing encadenado, como un premio, como un rehén.
Si hubiera obligado a Lucerys a tener a su hija… jamás le habría permitido ese nombre. Entre tantos, eligió el peor.
Pero Aemma ya no existía. Y él ni siquiera sabía si Lucerys aún conservaba esa capacidad de concebir. Tal vez… tal vez todavía era posible. Podría intentarlo de nuevo, cuando estuviera completamente dormido y solo, como la última vez. Claro que primero tendría que deshacerse del chico. Alejarlo de alguna forma. Pero algo se le ocurriría. Siempre se le ocurría algo.
Sus ojos se deslizaron con rabia contenida hacia el muchacho rubio, que en ese instante limpiaba con delicadeza la comisura de los labios de Maelor, como si fuera parte natural de su mundo.
Y Lucerys… Lucerys le sonrió. No a él.
A ese chico.
Sintió un nudo seco apretarle la garganta. Bajó la mirada, fingiendo interés en su copa, buscando consuelo en el sabor agrio del vino. Pero ni el ardor del trago fue suficiente para callar las carcajadas suaves de Lucerys que aún resonaban cerca.
Todo en él gritaba.
No era así como debía ser.
No era ese chico el que debía estar ahí.
Ese lugar le pertenecía a él.
“Él no te conoce como yo,” murmuró en su mente. “No sabe lo que te asusta, lo que te hace reír a carcajadas, lo que te rompe por dentro. No te ha visto llorar, no ha sentido tu cuerpo temblando en la oscuridad.”
Y aún así… era ese chico quien tenía todo. Todo lo que le pertenecía por derecho.
Él apretó la copa entre sus dedos.
¿En qué momento Lucerys se había convertido en eso?
Ese que alimentaba bebés con ternura, que sonreía con el orgullo sereno de un padre, que deslizaba los dedos por el brazo de otro como si el contacto le perteneciera.
¿Dónde había quedado el muchacho torpe que se sonrojaba con una sola mirada, el que buscaba su aprobación con los ojos bajos y una sonrisa temblorosa?
Lucerys no lo miraba. Ni una vez.
Ni cuando Maelor le tiró del cabello, no cuando el chico solto una carcajada ridícula. Y aún así, él lo observaba todo. Como un neúfragio desde la orilla, mirando cpomo su barco zarpaba sin él.
Se llevó la copa de nuevo a los labios, pero el vino sabía a ceniza.
Si tan solo pudiera volver atrás.
A las noches donde Lucerys lo seguía como un bebé patio a todas partes, donde su voz decía dulcemente su nombre, donde su mundo aún giraba alrededor suyo y de un amante de reemplazo.
A menos que…
Apretó con más fuerza el borde de la copa.
El futuro podía ser escrito de nuevo. Todo podía ser reescrito. Si era lo suficientemente astuto. Si jugaba bien sus cartas.
Porque Lucerys le pertenecía. Lo había amado primero. Y nadie iba a arrebatárselo tan fácilmente.
—¿En serio no le molesta, señor Poseidón? —preguntó la chica rayo, con una sonrisa ladeada y maliciosa—. Ver a su hijo enamorado del nieto de su enemiga...
Poseidón dejó con calma la copa sobre la mesa. Se tomó un momento para respirar profundamente antes de responder, su voz tan serena como una tormenta contenida:
—Prefiero a Luke —dijo Poseidón, sin apartar la vista del otro chico— antes que a ese tipejo.
La mirada que le dio Poseidón fue como la lanza lanzada con intención.
—¿Aunque sea nieto de Atenea? —preguntó la chica rayo, con una ceja arqueada.
La mención encendió la chispa. Atenea, giró el rostro hacia Poseidón y le lanzó una mirada afilada como una hoja recién forjada. Él la sostuvo sin titubear.
—Es algo con lo que ya hice las paces —respondió Poseidón con una calma irritante—. Además, no tiene tanto de Atenea... más bien, huele a Hermes.
—¡Culpable! —exclamó Hermes, levantando una mano con una sonrisa burlona.
—Hermes le limpió todo lo malo a la sangre de Atenea —añadió Poseidón, casi con sorna.
Atenea entrecerró los ojos. La furia no cruzó sus labios, pero ardía en su mirada. Otra mirada de odio silencioso, otra batalla no dicha entre ellos.
—Eres un imbécil, Poseidón —murmuró la diosa, apenas audible, pero no lo suficientemente bajo para que él no la escuchara.
Poseidón sonrió con una tranquilidad arrogante y alzó su copa con deleite antes de darle un largo sorbo, como si acabara de ganar una pequeña batalla silenciosa.
—¿Ves? —dijo con una media sonrisa, sin molestarse en disimular su diversión— Lo purificó por completo. Limpio de todo lo malo.
—Me sorprende que todavía no hayan tenido un bebé —comentó Baela con una sonrisa pícara.
Lucerys se sonrojó al instante y le lanzó una mirada medio avergonzada.
—¡No digas eso, mi lady! —intervino Poseidón, llevándose la mano al pecho, alarmado—. Mi hijo aún es muy joven para eso... claro que quiero nietos, pero sé que tengo que ser paciente.
—Igual ya tienen a Estelle para parezcan que son una pareja de padres homosexuales —dijo Rachel entre risas—. Una vez que los vi estaban en los juegos de Central Park con ella. De verdad, parecían unos papás jugando con su hija.
—¿Quién es Estelle? —preguntó Jacaerys, curioso, mirando a Lucerys.
—Estelle es mi hermana —dijo con una sonrisa—. Le encanta que la lleve al parque con Luke.
—Y que se parezca a ti —añadió Luke, divertido—. La gente de verdad cree que somos sus padres.
Lucerys soltó una risa y le dio un pequeño empujón juguetón en el brazo, mientras Luke apenas se tambaleaba, todavía sonriendo. Él, en cambio, apretó la copa entre los dedos, sintiendo el cristal frío como un recordatorio punzante.
Ese gesto. Esa complicidad. Esa risa fácil entre ellos.
No era para él. Eso lo hacía enfurecer.
—Parece que son unos padres orgullosos —comentó el chico rubio, señalando a Lucerys y Luke con una sonrisa traviesa. La cicatriz en su labio destacaba mientras hablaba—. Apuesto a que Percy un montón de fotos de ella, ¿no?
—Tiene toda una carpeta llena —confesó Luke, sin inmutarse, y se encogió de hombros con una sonrisa cómplice.
Lucerys soltó una risa nerviosa y se pasó una mano por el cabello, mirando a Luke con una mezcla de afecto y ligera incomodidad.
—No es para tanto —dijo Lucerys, aunque la tímida sonrisa que se dibujó en su rostro delataba el cariño genuino que sentía por su nueva hermanita—. Pero, sí, es cierto, tengo algunas fotos de ella. A veces, cuando no estoy con ella, me gusta mirar las que tengo.
—¿No se suponía que ese aparato… ese teléfono, era mortal para alguien como tú? —preguntó su madre con desconfianza al ver a Lucerys sacar su dispositivo para mostrar una foto de Estelle.
—Lo eran —intervino el chico de orejas puntiagudas—. Hasta que yo lo modifiqué. Ahora no pueden rastrearnos a través de ellos.
—Y lo agradecemos —dijo Lucerys, mientras pasaba el teléfono a Baela, quien estaba más cerca.
Pero antes de que ella pudiera verlo, la puerta se abrió con un leve crujido. Balerion entró con gesto serio, su mirada fija en Lucerys.
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó con voz grave—. Antes de que comencemos.
Lucerys frunció el ceño, sorprendido, pero asintió. No le entregó el teléfono a Baela, pero murmuró algo a Luke, quien comprendió de inmediato y tomó a Maelor en brazos. El bebé frunció el ceño, claramente molesto por el cambio repentino.
—Volveré en un minuto —dijo Lucerys, sonriendo para tranquilizar a todos.
Hubo un par de murmullos de protesta, pero Lucerys ya había salido del comedor. Balerion se quedó en la puerta, como si su presencia bastara para calmar —o controlar— la situación.
—¿Por qué te lo llevas, Balerion? —preguntó Poseidón, con el ceño fruncido y tono molesto.
Rhaenyra también parecía a punto de intervenir, pero Balerion se apresuró a hablar.
—Solo vamos a hablar —aseguró con una sonrisa forzada—. No se preocupen, se los devuelvo enseguida.
Y sin más, desapareció por la puerta. Miro al chico quien parecía desilusionado pero firme mirando a la puerta donde Lucerys se había ido, él debía de saber algo.
Chapter 18: Emporio de la tía M
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Por primera vez, los esfuerzos de Percy estaban a punto de ser recompensados. Ver los recuerdos de Percy no era más que una distracción, una tapadera orquestada por los dioses valyrios.
La primera vez que vio a Balerion fue una noche, justo después de haber estado con Percy de forma íntima. Siempre eran cuidadosos. Percy le había confesado que, en una vida pasada, había podido quedarse embarazado a pesar de ser un hombre, así que se aseguraban de tomar precauciones. No querían una sorpresa tan pronto. Además, no sabían si Percy —o Lucerys, que era un nombre realmente bonito— podría siquiera tener hijos.
A él, sinceramente, le encantaría tener hijos con Percy. Hijos propios. No quería involucrar a una tercera persona, aunque Percy a veces mencionaba que quizás, en algún momento, eso podría ser una posibilidad.
A veces se preguntaba cómo sería. Si el hijo que tuvieran se parecería más a Percy o a él. Si tendría esos ojos dispares, o la forma en que Percy fruncía el ceño cuando estaba concentrado. A veces lo imaginaba sosteniéndolo en brazos, dormido sobre su pecho, pequeño y cálido como cuando cuidaban a la pequeña Estelle. Percy siempre decía que quería tener una hija, y él también le gustaba la idea.
Pero esos eran pensamientos que solo se permitía tener en los momentos de calma. Porque, fuera de ese refugio íntimo, el mundo seguía siendo peligroso. Los dioses valyrios no hacían nada sin una razón, y si ahora estaban abriendo paso a los recuerdos de Percy, si Balerion se lo había llevado tan repentinamente, era porque algo grave estaba pasando.
Recordó esa noche como si fuera ayer. Al abrir los ojos, lo primero que notó fue el vacío a su lado en la cama. Percy no estaba. Un soplo de aire frío lo llevó a mirar hacia la puerta del muelle, que estaba entreabierta, dejando pasar el murmullo suave del muelle junto a la cabaña. Entonces lo comprendió: Percy había tenido otra pesadilla.
No era la primera vez que ocurría. A veces, en la madrugada, se escabullía en silencio y se quedaba allí, de pie junto al agua, como si buscara respuestas en la oscuridad.
Pero lo que no sabía era de qué soñaba ahora. ¿Eran recuerdos de su vida pasada, en esa era de fuego y sangre? ¿O eran ecos del Tártaro, de aquel lugar que lo había quebrado y reconstruido tantas veces?
Percy ya casi no hablaba de sus sueños. Ni siquiera con él. Y eso era lo que más le preocupaba. Porque conocía ese silencio. El tipo de silencio que crece como una grieta. El tipo de silencio que se parece demasiado a la locura.
La misma locura de la que Percy había hablado con temor… la locura Targaryen. A veces bromeaba con ello, como si fuera solo un mito, una sombra inofensiva del pasado. Pero otras veces, sus ojos decían otra cosa. Decían que lo había visto. Que lo había sentido.
El Tártaro le mostró la locura en su forma más pura. Y ahora, él temía que esa oscuridad hubiera regresado… y que Percy volviera a perderse en ella.
Se levantó sin pensarlo demasiado, arrastrando la manta consigo como si con eso pudiera llevar algo de calor a donde fuera que Percy se había refugiado. Atravesó la cabaña en silencio, sus pasos amortiguados por la madera vieja del suelo. Al llegar a la puerta, lo vio.
Percy estaba sentado en el borde del muelle, descalzo, con los pies colgando sobre el agua helada y los hombros encorvados hacia adelante. El viento jugaba con su cabello oscuro, y por un momento, parecía tan joven. Tan roto. Como si llevara siglos allí.
Pero no estaba solo. A su lado, de pie sobre las tablas del muelle, había un hombre. Vestía con ropas negras antiguas, casi ceremoniales, de un estilo que parecía arrancado de otra era. La tela ondeaba suavemente con la brisa, y su presencia tenía algo inquietante, algo solemne.
Ambos hablaban en Alto Valyrio. Las palabras flotaban en el aire como ceniza caliente. No entendía mucho, pero reconoció algunas frases sueltas —Percy le había enseñado fragmentos, palabras aquí y allá—, lo suficiente como para captar un cambio, un tú y un familia.
Esa conversación tenía a Percy al borde del llanto; sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. Quiso acercarse, consolarlo, pero algo en el ambiente lo detuvo. No era solo respeto… era la certeza de que estaba presenciando algo sagrado, algo que no le pertenecía.
¿Sería posible que, por fin, Balerion le ofreciera a Percy el descanso que tanto anhelaba? ¿Que le diera la oportunidad de reencontrarse con su familia perdida?
Esa sería la noche en que lo perdería.
Siempre lo había sabido, en lo más profundo. Percy sería el primero en irse. Había algo en él —quizá en su sangre antigua o en la manera en que cargaba con sus recuerdos— que lo hacía sentirse efímero, como si su paso por esta vida fuera prestado. Pero eso no significaba que estuviera preparado. Nunca lo estaría.
Él había soñado con una vejez compartida: con risas suaves al calor de una chimenea, con arrugas formadas por años de complicidad, con las manos entrelazadas incluso cuando sus cabellos se volvieran ceniza. Quería décadas. Quería verlo despertar al amanecer y dormirse a su lado cada noche. Quería hijos con sus ojos y su terquedad. Quería todo, y un poco más.
—...Esta es una oportunidad única —dijo el hombre con voz grave y en inglés—. Te estamos ofreciendo algo que podría cambiar tu antiguo mundo.
—¿¡Y por qué demonios no lo hicieron antes de que muriera... otra vez!? —rugió Percy, con los ojos encendidos de furia—. ¿Dónde estaban entonces? ¿Dónde estaban cuando me estaba muriendo y solo suplicaba por un segundo más de tiempo?
—Porque alguien lo alteró —respondió el hombre con calma—. Daenerys no tenía que morir. Alguien cambió el curso.
Percy soltó una carcajada seca, hueca, de esas que congelan la sangre y llenan el lugar de tensión.
—¿Quién fue? —espetó, cada palabra cargada de veneno.
—Bran Stark —dijo el hombre, y bastó ese nombre para que el rostro de Percy se torciera en una mueca de desprecio.
—¿Bran Stark? —repitió Percy, casi escupiendo el nombre—. El niño que no hizo nada... y terminó como rey. Siempre le dije a Brynden que ese crío no era de fiar. Pero nadie escuchó. Nadie. ¿Y ahora es un “dios”? No es más que un cobarde con una corona manchada de traición. ¿ahora que hizo?
—Alguien pagó el precio para que la historia de la dinastía Targaryen tuviera otro final... pero él no lo permite —respondió el interlocutor, con voz grave—. Cada vez que intentamos tocar los hilos del pasado para reparar lo que se rompió, él lo impide. Dice proteger el equilibrio, pero lo que está haciendo es pudrirlo desde dentro.
Percy miro fijamente a Balerion, este continuo diciendo:
—No hay orden sin caos, ni luz sin sombra. Y sin embargo, Bran Stark no busca equilibrio… busca dominio. Dice no querer cambiar la historia, pero en su afán de proteger su presente, está saqueando miles de otros mundos. Mundos que necesitaban esos recursos, esos futuros. Los está acaparando. Todo, para sí mismo.
—¿Y a qué precio? —preguntó Percy, la voz más baja pero cargada de furia contenida.
—A un precio que ni tú puedes imaginar —susurró el otro—. Miles de mundos reducidos a polvo. Ciclos rotos. Destinos arrancados. Todo en nombre de un falso dios que se niega a dejar que otros respiren.
—Por eso viniste conmigo, ¿verdad? Para que mate a ese chico.
—Tengo un plan. Un plan que sé que te encantará. Y cuando termine... podré darte algo que anhelas, algo que deseas más que nada.
Balerion sacó una pequeña bola azul brillante de una bolsa oculta en sus ropas. La esfera emitía un resplandor hipnótico, un destello tenue que parecía contener un poder inmenso.
—Tu hija, Aemma.
Dejó caer su peso en el sillón donde había estado antes, junto a Percy y Jaehaera. La niña, que había vuelto a acomodarse a su lado, se tensó cuando su abuela Alicent intentó tomarla para llevarla a su lado. Sin embargo, la pequeña esquivó con una agilidad impresionante, eludiéndola en el último segundo.
—Déjala, Alicent —dijo el abuelo de Percy, su tono firme y autoritario—. No la molestes con tus tonterías.
La niña, aliviada, se acomodó nuevamente a su lado, y él la rodeó con un brazo protector.
—¿Qué pasa, querida? —preguntó, suavemente, con una sonrisa llena de ternura.
La niña levantó la mirada, su voz cargada de una tristeza que no pasaba desapercibida.
—¿Por qué Balerion se llevó a Luke otra vez?
—Porque necesita su ayuda —respondió él, con calma—. Ellos están trabajando en algo muy importante.
—¿Pero volverá? —preguntó, con una curiosidad palpable.
—Lo hará —le aseguró—, aunque sea lo último que haga.
Eso pareció darle consuelo, porque la niña sonrió, y la alegría en su rostro hizo que él también sonriera, aliviado al ver que sus palabras habían logrado calmarla.
El televisor volvió a encenderse.
Si sus cálculos no le fallaban, debía tener unos veintiséis años en ese momento… y sin embargo, sentía que estaba a segundos de sufrir un infarto. No tenía antecedentes cardíacos ni factores de riesgo conocidos, pero su corazón latía con tanta fuerza que juraría que iba a estallar de un momento a otro.
—Ay, qué exagerado —bufó Clarisse, cruzándose de brazos—. Ni que hubiéramos corrido un maratón.
—Escaparon por los pelos de esos monstruos —replicó Daeron sin levantar la vista, entretenido mientras jugueteaba con los seis dedos de Jaehaerys, que dormía tranquilo en su regazo—. Cualquiera correría como alma que lleva el diablo… y terminaría igual de hecho polvo que Lucerys.
Clarisse se encogió de hombros con aire despreocupado.
—Tú no conoces lo teatral que puede ser ese chico —soltó con una sonrisa torcida—. A veces pienso que si no hubiera nacido semidiós, habría sido actor de tragedias. Es una drama queen con espada.
Y no, no era por las Benévolas que casi los habían convertido en rebanadas de pan vivientes, ni por la foto que alguien le había tomado —y que probablemente ya estaba circulando por alguna esquina de l Internet —, ni siquiera por haber corrido hasta que las piernas le temblaron. Era todo eso junto… y un poco más. Porque cuando todo parecía calmarse, su cuerpo aún no recibía el memo.
—Es como ver esos vídeos de gente después de correr un maratón —dijo Nico, medio divertido—. Parecen como si hubieran dejado el alma tirada en algún kilómetro.
—En el próximo maratón de Nueva York te voy a inscribir —replicó Will con una sonrisa traviesa.
Nico frunció el ceño como si acabara de oír una amenaza mortal.
Con lo flaco y pálido que era, cualquiera juraría que no llegaría ni al primer kilómetro antes de desplomarse.
—Quiero estar en primera fila para ver eso —dijo Thalía, divertida.
Nico le lanzó una mirada que podría haber marchitado una flor.
Sus dedos se clavaban en la madera como si fuera lo único que lo anclaba al mundo. Sentía las piernas tan frágiles como gelatina, como si el suelo pudiera tragárselo de un segundo a otro. El vértigo lo obligó a alzar la mirada. El cielo, inmenso y despejado, le ofrecía una calma que el suelo no podía. Si bajaba la vista, sabía que caería.
Respiró hondo, una vez. Luego otra.
Poco a poco, el temblor en sus rodillas fue cediendo. El zumbido en sus oídos se apagó, y el frío en sus manos se volvió apenas un cosquilleo.
—¿Dónde estamos, Grover? —le preguntó, aún aferrándose a la barandilla. Su voz era baja, cargada de cansancio, pero también de curiosidad. Grover, tan pálido como una hoja de papel.
—Grover se ve todavía peor —comentó Rhaena—. Parece que va a desmayarse otra vez.
—Un poco, sí —admitió Grover, llevándose una mano a la frente—. Pero también fue por todo lo que sentía
Percy. Eran tantas emociones… y tan intensas… que creo que se me contagiaron.
—¿Como una histeria colectiva? —preguntó Apolo, intrigado.
Grover asintió con lentitud.
—Algo así.
—Interesante —murmuró Apolo, con una sonrisa curiosa en los labios.
—Es un camino de sátiro —respondió mientras sacaba una lata de Dr. Pepper, la empezó a masticar como si fuera lo único que lo mantenía en pie—. Es difícil de rastrear.
—Me lo imaginaba —dijo Clarisse, guardando su botella de agua en el bolso con gesto seco—. Creí que no había n bosques en Nueva Jersey.
—Precisamente por eso lo construyeron aquí —explicó Grover, bajando la voz como si temiera que el propio bosque pudiera escucharlo—. Mi tío Ferdinand cruzó este camino una vez… cuando partió en su búsqueda.
Grover bajó la mirada mientras observaba a su versión más joven hablar sobre el tío Ferdinand. La tristeza volvió a instalarse en su pecho. Él también lo había conocido… había tenido el honor de compartir tiempo con ese sátiro antes de que partiera en su misión y desapareciera para siempre. Al menos, eso creyeron… hasta encontrarlo en aquel lugar, convertido en piedra.
L o miró con una ceja arqueada.
—¿Y al final… qué encontraremos?
—La autopista —intervino Luke, señalando hacia una dirección apenas visible entre los árboles—. Podemos hacer auto-stop hasta Trenton. Desde allí, tomar un tren hacia Los Ángeles.
—¿¡Saben lo increíblemente peligroso que es hacer auto-stop!? —exclamó Rachel, claramente alterada mientras los miraba a todos como si estuvieran locos—. ¿Tienen idea de cuántas personas han desaparecido, han sido secuestradas o han terminado en si vida por hacer exactamente eso?
Los demás intercambiaron miradas incómodas. Clarisse, como de costumbre, fue la primera en romper el silencio con una ceja alzada.
—Bueno, no todos tenemos acceso a un helicóptero privado, Rachel —dijo con ironía—. Algunos de nosotros seguimos siendo mortales de a pie. Mundanos. Pobres.
—¡Eso no es lo que quise decir! —replicó Rachel, fulminándola con la mirada—. Lo que digo es que subirse al auto de un desconocido es como firmar tu propia sentencia. No me importa si eres un semidiós, un sátiro o el mismísimo Apolo en persona. ¡Es peligrosísimo!
—Sí, claro… —murmuró Clarisse—. Como si los monstruos que nos quieren destripar cada semana fueran menos peligrosos que un conductor de Uber con malas intenciones.
Rachel chasqueó la lengua, frustrada.
—Clarisse, hablo en serio. Es un riesgo innecesario. Solo... piénsenlo. ¿Y si no llegan? ¿Y si desaparecen y nadie vuelve a saber de ustedes?
—Tienes razón, Rachel —interrumpió él, con una media sonrisa—.Pero que Percy no se entere. Si lo hace, jamás nos dejará en paz. Me lo recordará cada cinco minutos: "Te lo dije, hacer auto-stop es una idea estúpida". Ya lo estoy oyendo en mi cabeza.
—Y tendría razón —murmuró Rachel.
—No se lo digas —añadió él rápidamente—. Lo último que necesitamos es a Percy con complejo de profeta diciendo “se los advertí” mientras nos mira con esa cara de sabelotodo.
—Yo solo digo que la próxima vez, al menos intenten robar una bicicleta o algo menos suicida —añadió Rachel, cruzándose de brazos.
—¡Anotado! —dijo Clarisse con una sonrisa burlona—. Bicicletas antes que extraños en autos. Queda registrado en acta.
—¿Y qué nos asegura que la "persona" que nos recoja no sea un monstruo con forma humana o algo mucho peor ? —espetó, medio molesto—. Podría ser la señorita Dodds al volante de ese maldito auto, por lo que sabemos.
—Sí, mejor que no se entere que tenía razón— dijo Thalía, rodando los ojos con una sonrisa torcida—. Si lo hace, se pondrá en su “modo petulante”... no habrá nadie que lo aguante.
—¡Mi hermano no es petulante! —saltó Jace, visiblemente molesto, cruzándose de brazos como si acabaran de insultar su honor familiar.
Las risas no tardaron en surgir entre el grupo. Incluso Grover dejó escapar un pequeño bufido divertido.
—Jace —intervino Rhaena con voz suave pero firme—, tú conociste a Lucerys, al niño dulce que se reía de cualquier tontería.
Ella miro a Jace con ternura y algo de melancolía en la voz.
—Pero este niño, ahora es Percy, es alguien muy diferente al que conocimos.
—¿Y acaso tienes una mejor idea? —replicó Clarisse , frunciendo el ceño. También parecía estar al límite de su paciencia.
—Solo estoy diciendo lo que pienso —respondió, en un tono igual de irritado—. No porque tú y Luke se hayan autoproclamado líderes significa que no podemos cuestionar nada.
—¡Nadie se ha autoproclamado líder de nada! —intervino Luke, alzando la voz mientras se interponía entre ellos, con los brazos extendidos—. ¡Ya basta, los dos!
—¿Por qué no los dejaste? —preguntó Ares con una ceja levantada—. Estaban a punto de empezar la pelea a golpes. Habría sido divertido.
—Precisamente por eso los separé —respondió él con firmeza, cruzándose de brazos—. No iba a dejar que se hicieran daño… de verdad.
—Por supuesto, que debiste —intervino Baela con una sonrisa ladeada, en tono medio burlón—. Porque si no lo hubieras hecho, Clarisse podría haber acabado sin un ojo. Mi hermano tiene una habilidad casi artística para sacar ojos.
—¿¡Y eso qué se supone que significa!? —rugió Clarisse , la voz cargada de rabia—. ¡Perdón por salvarte la vida antes de que unas deidades locas intentaran hacernos puré! Pero claro, tú, el intocable, como siempre tan perfecto, ¿verdad?
—Al menos yo no estoy quejando cada cinco segundos — escupio él , dando un paso adelante con el ceño fruncido—. ¡Esto no es el Campamento, Clarisse ! Aquí no hay banderas, ni cabañas, ni privilegios. Aquí solo cuenta sobrevivir.
—¡Y tú te crees el maldito héroe de esta historia! —le gritó Clarisse , empujándolo con fuerza—. ¡Pero no eres más que un imbécil con complejo de líder! ¡Un arrogante que se cree superior!
—¡Tú no sabes una maldita cosa sobre mí! —escupió él, con los puños cerrados y el rostro encendido—. ¡Nada!
—Será mejor que los separen —dijo Lord Corlys con voz grave, sin apartar la vista de los dos muchachos—. Al ritmo que van, alguien va a terminar perdiendo un ojo.
Alicent, de pie un poco más atrás, soltó un suspiro exasperado y negó lentamente con la cabeza.
—Ese niño… —murmuró con desaprobación apenas contenida— siempre es un peligro andante, no importa dónde esté.
—Tiene el don de atraer el caos —añadió suavemente Otto, cruzando los brazos con gesto pensativo—. O quizá es el caos el que lo sigue.
—O lo lleva dentro —remató Cole con una mirada odiosa.
¿Como era que Percy había vivido tanto tiempo rodeado con esos idiotas, sin volverse loco?
—Solo digo que... es un gran honor caminar por el mismo sendero que recorrió mi tío Ferdinand —intentó Grover, con una sonrisa nerviosa, tratando de desviar la atención hacia algo menos explosivo.
—Y Grover solo quiere un poco de paz —comentó Rhaenyra con una sonrisa cansada, mirando al sátiro con sincera consideración—. Te pido disculpas por la actitud de mi hijo. Parece que olvido, que no todo se resuelve con gritos o desafíos.
Grover se apresuró a negar con las manos, nervioso pero amable.
—No se preocupe, mi señora —respondió con su habitual tono conciliador—. Es bastante común que los semidioses tengan… personalidades intensas. Supongo que viene con el paquete de tener sangre divina.
Rhaenyra soltó una leve risa, aunque en sus ojos aún brillaba una sombra de preocupación.
—Aun así, me gustaría que no olvidara la parte humana de ese linaje.
Grover asintió con comprensión.
Antes de que él pudiera responder o lanzar otro empujón, Luke se interpuso entre ambos, esta vez con más fuerza, poniendo una mano firme en el pecho de cada uno.
—¡Ya basta! — Luke tronó su voz, tan grave que ambos se congelaron por un segundo—. ¿De verdad quieren pelearse aquí mismo, cuando hay monstruos por ahí afuera que sí quieren matarnos?
R espiraba con dificultad, sentía una furia contenida. Clarisse también apretaba la mandíbula, con los puños aún tensos a los lados. Nadie decía nada, pero la tensión era tan espesa que parecía un hilo a punto de romperse.
Luke bajó la voz, aunque su tono seguía firme.
—Estamos cansados. Asustados. Y en desventaja. Pero si empezamos a pelear entre nosotros, ya perdimos. Ellos ganan. ¿Eso es lo que quieren?
B ajó la mirada, apretando los dientes. Clarisse soltó un bufido, girando la cara hacia otro lado.
—No —murmuró él al fin, su voz ronca.
Luke alzó la vista y la fijó en Clarisse.
—Clarisse —la llamó, su tono serio pero sin juicio, solo pidiéndole una respuesta sincera.
Ella tardó unos segundos. Después suspiró con resignación y murmuró, casi a regañadientes:
—No, no quiero que ganen.
—Por eso Luke es el líder de las misiones —dijo Hermes con orgullo, inflando el pecho—. Mi hijo sí sabe cómo manejar sus pequeños terremotos.
Poseidón y Ares intercambiaron una mirada cargada de fastidio antes de poner los ojos en blanco casi al unísono. Claramente, el comentario no les había hecho gracia.
Grover dio un paso hacia ellos, aún con la lata de Doctor Pepper en la mano, medio masticada de los nervios.
—Bueno... ahora que volvimos a no gritarnos —dijo, con una sonrisa nerviosa—, ¿podemos seguir antes de que algo nos huela y nos quiera convertir en cena?
Él se cruzo de brazos.
—Sigo pensando que auto-stop es una idea muy mala .
—Tal vez lo sea —dijo Luke, acomodando mejor la caja de zapatos en sus brazos —, pero quedarnos aquí peleando lo es aún más.
Él asintió, sin dejar de observar a ambos.
— Pero es nuestro mejor plan — dijo Clarisse — , tenemos que llegar a Trenton para tomar ese tren.
— ¿Y si aparece la señorita Dodds? — Ella debía andar por allí buscándolos.
—Entonces peleamos juntos —dijo Clarisse, sin mirarlo directamente—. Y dejamos la discusión para cuando no haya monstruos queriendo arrancarnos las cabezas.
L a miró. No era una disculpa, pero viniendo de Clarisse… era lo más cercano que iba a obtener. Asintió.
—Es cierto —dijo Leo, sin poder contener la risa—. Eso es lo más cercano que he escuchado a una “disculpa” saliendo de la boca de Clarisse.
—Leo —gruñó Clarisse, entrecerrando los ojos—. Cállate.
—Sí, Clarisse —respondió él de inmediato, bajando la mirada con fingido temor.
La risita de Jaehaera rompió el momento, ligera y contagiosa. Él la abrazo también divertido.
— Esta bien . Trato hecho.
—¡Genial! —exclamó Grover, visiblemente aliviado. Pero apenas dio un paso más, se detuvo en seco y alzó la nariz—. Esperen… ¿qué es ese olor?
—¿Qué olor? —preguntó Luke, frunciendo el ceño mientras también olfateaba el aire.
—¿Es un olor bueno o uno malo? —dijo Clarisse, entrecerrando los ojos y ajustando el agarre de su lanza, por si acaso.
Grover dio un par de pasos hacia adelante, olfateando con más insistencia. Sus ojos se iluminaron de repente.
—¡Huele... rico!
—¿Rico cómo? —inquirió, dudoso.
—¡Comida! —exclamó Grover, casi dando pequeños saltos de emoción como un niño que acababa de ver un puesto de dulces—. ¡Huele a comida de verdad!
—Después de tantas golosinas, es bueno que coman algo saludable —comentó Deméter, con ese aire de madre preocupada que nunca la abandonaba.
—Lady Deméter —respondió él, con una sonrisa cansada—, si existiera un restaurante de ensaladas en cada esquina, lo consideraríamos. Pero vivimos en un país donde las hamburguesas son baratas y están en todas partes.
—¿Entonces en sus misiones nunca comen bien? —intervino Daemon, frunciendo el ceño con evidente desaprobación—. Una buena alimentación forja grandes héroes.
—Mi príncipe —dijo Quirón con calma—, nadie lo duda. Una dieta adecuada es esencial. Pero debe comprender que vivimos en un país donde el 40% de los adultos y casi el 19% de los niños sufren de obesidad.
—¿Y por qué no hacen algo para cambiar eso? —espetó Daemon, indignado.
—Créame, no es tan sencillo —explicó Quirón con un suspiro—. Cuando una hamburguesa cuesta menos que una ensalada, la balanza se inclina sola. En el campamento hago todo lo posible para que coman bien, pero una vez que están en el mundo real… la comida rápida es muchas veces la única opción. Necesitan velocidad, no pueden detenerse a buscar opciones saludables.
Daemon chasqueó la lengua, claramente molesto, como si el propio sistema fuera un enemigo digno de enfrentar en el campo de batalla.
Clarisse alzó una ceja.
—¿Y eso es bueno o una trampa obvia con olor a tocino?
Grover se encogió de hombros, aún olfateando.
—No lo sé... pero después de casi morir aplastados, calcinados y perseguidos, una trampa con comida suena bastante tentadora.
Thalía lo miró fijamente, con los brazos cruzados y una ceja levantada.
—A veces me sorprende tu total falta de instinto de supervivencia.
Grover solo se encogió de hombros, como si la vida misma no fuera más que una serie de decisiones cuestionables.
—Cuando hay hambre… hay hambre.
—¿Y se ponen en peligro por una simple hamburguesa? —preguntó Rhaenys, visiblemente molesta, como si no pudiera comprender semejante locura.
—Princesa Rhaenys —respondió Grover con voz tranquila pero firme—, usted no sabe lo que es estar realmente hambriento. Cuando el estómago ruge, uno es capaz de hacer cosas impensables.
Rhaenys alzó una ceja, ladeando la cabeza con una sonrisa apenas perceptible, como si Grover acabara de contarle un cuento absurdo.
—¿Hambre? —repitió con incredulidad—. ¿Y no podían esperar a que alguien les trajera algo decente? No sé… ¿fruta fresca? ¿Un poco de pan? ¿Un pastelillo, al menos?
Grover parpadeó, desconcertado.
—No solemos tener acceso a pasteles en medio de una persecución con monstruos —respondió con cuidado.
—Vaya, qué rústico todo —dijo Rhaenys, llevándose un mechón de cabello tras la oreja mientras tomaba una copa de agua como si fuera champán—. En mis días, un guerrero de verdad podía sobrevivir con dátiles, nueces, y un sorbo de vino especiado.
—Rhaenys —la reprendió suavemente Lord Corlys, con el ceño fruncido.
Pero ella apenas le dedicó una mirada irritada, como si su comentario hubiese sido una ofensa menor e innecesaria.
—Pensamientos como ese —intervino Piper con una sonrisa ladeada— son exactamente los que hicieron que los franceses decapitaran a sus reyes.
Rhaenys arrugó la nariz como si acabara de oler algo desagradable.
—¿Plebeyos ejecutando a sus reyes? —repitió Alicent, incrédula—. Qué ridículo. Ningún reino verdaderamente civilizado permitiría algo así.
—Bueno —murmuró Thalía con los brazos cruzados—, depende. Si el reino está muy hambriento y los nobles se burlan... puede pasar cualquier cosa.
—Podría ser un restaurante de comida rápida —dijo Luke, su tono un tanto calculador—. Podemos ir, comer algo rápido y luego llamar un taxi que nos lleve directo a Trenton.
—¡Perfecto! —exclamó Grover, dando un salto hacia adelante—. ¡Vamos!
Sin perder tiempo, Grover se adelantó y comenzó a abrirse paso entre el espeso bosque, con paso decidido. Los demás lo siguieron, con el sonido de sus zapatos chocando contra las hojas secas y el crujir de ramas bajo sus pies.
La noche comenzó a caer rápidamente, sumiendo el bosque en la oscuridad, excepto por el resplandor tenue de sus linternas.
—¡Brillo, brillo! —exclamó el pequeño Viserys, extendiendo su manita hacia el televisor, fascinado por las luces que parpadeaban en la pantalla. Su entusiasmo provocó una ronda de risas suaves entre los presentes.
Rhaenyra, que lo sostenía con ternura en su regazo, se inclinó con una sonrisa y le depositó un beso en la frente.
Fue un gesto simple, pero familiar. Era exactamente como Percy le daba besos a la pequeña Estelle…y esperaba que, algún día también se los diera con sus propios hijos.
De repente, distraído mirando al cielo, se estampó contra un árbol. Un dolor agudo en la frente le indicó que acabaría con un buen chichón. Se frotó varias veces la zona afectada, esperando que, de algún modo, ese golpe desapareciera.
—¡Auch, ese golpe dolió! —exclamó Joffrey, llevándose instintivamente la mano al mismo lugar donde Percy se había dado el golpe.
Siguieron caminando por lo que pareció un kilómetro más, hasta que, en la distancia, comenzaron a ver luces parpadeantes. El brillo de un cartel de neón iluminaba la oscuridad. El olor que llegó a sus narices lo hizo suspirar: comida. Comida frita, grasienta y absolutamente deliciosa. Recordó que desde su llegada al campamento solo había comido frutas, pan, queso y las exquisitas barbacoas que las ninfas preparaban, pero nada como una buena hamburguesa doble con queso.
Luke tenía razón. Al dejar atrás el camino del sátiro, aparecieron ante ellos una autopista de dos carriles flanqueada por árboles. Al otro lado de la vía, una gasolinera cerrada y una vieja valla publicitaria de El Príncipe de Egipto estaban desmoronándose, pero lo que llamó su atención fue un local abierto, la fuente de esa luz de neón que los estaba llamando.
Era ese tipo de lugar que se encuentra en las carreteras, lleno de flamencos decorativos para jardín, figuras de indios de madera, ositos de cemento y otras chucherías inusuales. El edificio principal, largo y bajo, estaba rodeado por hileras interminables de pequeñas estatuas que parecían sacadas de un sueño extraño.
—Ay, no… —murmuró Poseidón, llevándose una mano a la frente—. Justo allí no.
—¿¡Cómo que "allí no"?! —exclamó el rey Viserys, claramente alarmado.
La familia del novio lo miró, confundida, mientras a Poseidón se le formaba una expresión de fastidio en el rostro.
—Es que… ahí vive mi ex —admitió con un suspiro resignado.
En ese instante, la familia de su novio contuvo la respiración. Otra locura se avecinaba.
—Es de nuestro mundo —afirmó Grover mientras avanzaban por la carretera.
—¿Por qué lo dices? —preguntó, ansioso por solo cenar algo delicioso.
—Alguien está cocinando hamburguesas al final de un camino de sátiro... es uno de nosotros.
—Qué rápido se dieron cuenta —comentó Apolo, sorprendido.
—¿Por qué lo dice? —preguntó Rhaenyra, con el ceño fruncido y la voz cargada de inquietud.
—Porque no es lo común —respondió Artemisa, seria—. Los semidioses suelen caer fácilmente en esas trampas. Los monstruos saben cómo atraer a los desprevenidos… y rara vez fallan.
Un escalofrío recorrió a la familia del novio, como si alguien hubiera abierto una puerta al invierno.
—Espero que dé media vuelta y se aleje —murmuró Jace, sin apartar la vista, dirigiéndose a Baela y Rhaena.
Ambas asintieron con lentitud, incapaces de apartar la preocupación de sus rostros.
Ojalá lo hubiera hecho.
Pasaron junto al cartel de neón que decía: «Imperio de Gnomos de la tía Eme» .
—Esto no puede ser —dijo Luke, visiblemente incómodo.
—¿Qué? —preguntó, sin entender la gravedad de la situación.
—La tía "Eme" —Luke hizo comillas en el aire— tiene un jardín lleno de estatuas de personas petrificadas.
—Sí, es alguien de nuestro mundo —dijo Clarisse, mirando a su alrededor con desconfianza, como si temiera ver a alguien convertido en piedra en cualquier momento.
—¿Y qué significa lo de "Eme"? —preguntó él , pero se quedó congelado en el acto.
A lo lejos, una figura petrificada llamó su atención: un perro infernal, feroz y amenazante, estaba congelado en una postura de ataque , un escalofrió le recorrió en todos lados , rodeado por otros monstruos, algunos de los cuales no pudo identificar del todo.
—Mejor vámonos —dijo Luke, tomándolo por el brazo y empezando a jalarlo en dirección contraria. Pero de repente se detuvo en seco.
Un par de alas enormes comenzaron a descender, y al girar, para su horror, allí estaba la señorita Dodds, en su forma monstruosa, con una mirada llena de odio.
—Los acorralaron —dijo su padre en voz baja, con el rostro sombrío—. Quedaron entre la espada y la pared.
C on rapidez, metió la mano en su bolsillo y sacó su nueva espada, la cual se materializó al instante, al igual que las armas de Clarisse y Luke .
La señorita Dodds fijó su mirada en Luke, como si estuviera profundamente decepcionada de él.
—Debiste haber aceptado mi oferta cuando tuviste la oportunidad —dijo, su voz impregnada de una frialdad penetrante.
—De verdad que nadie está ayudando con esto del traidor —comentó Daeron, claramente impresionado.
Él dejo escapar una risa baja mientras se dejaban caer en el sillón donde Jaehaera ahora jugaba con una muñeca.
¿Qué diablos estaba diciendo la señorita Dodds? Él frunció el ceño, mirando de reojo a Luke, que parecía medio incómodo, pero no dijo nada para defenderse. Sin embargo, cuando lo miró con más atención, pudo ver algo en la expresión de Luke que lo hizo girar hacia otro lado. Era como si, por un instante, Luke estuviera... triste. Algo en su mirada lo traicionó, como si estuviera lamentando algo, pero no dijo nada .
—Hoy no, amigos —dijo una voz suave como la seda, aunque con un filo oculto.
V io cómo la señorita Dodds retrocedía un paso y se cubría el rostro con una de sus alas.
—No en mi entrada —añadió la voz.
Lo vio de reojo: Poseidón se cubría la cara con una mano, claramente avergonzado. Al mismo tiempo, notó la mirada fulminante que Atenea le lanzó, tan cargada de desaprobación que podría haber hecho temblar el Olimpo.
Él se giró lentamente, aún confuso.
—Si Grover tiene tan poco instinto de supervivencia —dijo Thalía con una sonrisa burlona—, Percy ni siquiera lo tiene.
—¿Estás diciendo que mi hermano está vivo de puro milagro? —preguntó Jace, visiblemente horrorizado.
—Con las locuras que hace todos los días —intervino Will, cruzado de brazos y visiblemente frustrado—, lo realmente sorprendente es que no tenga una cama fija en la enfermería.
Jace se cubrió la cara con las manos, como si intentara bloquear la imagen mental, mientras Baela le daba unas palmaditas en el hombro y le susurraba que todo estaría bien.
Una mujer estaba allí, erguida con una elegancia inquietante. Llevaba un vestido antiguo color gris perla que caía con peso sobre sus tacones altos. Su piel era tan pálida que parecía no haber visto el sol en años. Un sombrero elegante adornaba su cabeza, pero era el velo el que capturaba la atención: cubría la mitad de su rostro, ocultando sus ojos, como si protegiera algo que nadie debía ver.
—¿O sea que Medusa pudo aparecer sin su sombrero y Percy Jackson la habría mirado directo a los ojos? —dijo Hefesto, claramente sorprendido—. Thalía Grace tiene razón, ese chico no tiene ni un gramo de instinto de supervivencia…
Hubo una breve pausa mientras Hefesto añadía en un susurro, casi para sí mismo:
—Eso también explica lo del volcán.
Por suerte, casi nadie lo oyó. Mucho menos Jace.
—¡¿O sea?! —exclamó Aegon, con los ojos brillando de diversión y la voz algo arrastrada por el alcohol—. ¡¿Que mi sobrino pudo haberse convertido en una estatua solo porque esa mujer decidió usar sombrero?!
Y entonces rompió en una carcajada descontrolada, tan desquiciada que varias personas lo miraron con incomodidad.
Noto como también Alicent parecía medio divertida que por un simple sombrero Percy no se haya convertido en una estatua.
Definitivamente, en ese instante entendió por que Percy odiaba a muchos de ese lado de su familia.
—¡Por los dioses! —exclamaron al unísono sus compañeros, apartando la mirada y cubriéndose los ojos como si su vida dependiera de ello.
Él los imitó por puro instinto, aunque todavía no comprendía del todo qué estaba pasando. Tal vez ese golpe en la cabeza sí lo había dejado medio atontado.
—Confirmo —dijeron varios de sus amigos al unísono, como si fuera un ritual ya practicado.
Si Percy hubiera estado presente, seguramente ya habría puesto los ojos en blanco.
Su novio podía ser impulsivo, testarudo y tener el sentido del peligro de una piedra… pero no era tan tonto. Al menos no siempre.
—Si tienen algo que resolver, ¿por qué no entran y les ayudo? —escuchó una voz femenina justo antes de que el sonido de unos tacones se detuviera—. ¿Alecto, no nos acompañas?
—¡No! —chilló Joffrey, alarmado—. ¡Lo va a rebanar en pedacitos!
—No... no... —repitieron sus hermanitos, imitándolo con voces temblorosas, como si la idea de ver a su hermano convertido en filetes fuera demasiado para procesar.
Echó un vistazo de reojo y vio cómo la señora Dodds se giraba ligeramente, dándole la espalda a la mujer.
—No… —murmuró, y la respuesta sonó más como una decepción que una negativa firme, como si no fuera la primera vez que la rechazaban— . Me lo imaginaba .
—¿Quién, en su sano juicio, querría entrar a la casa de una mujer que convierte a la gente en piedra? —preguntó Cole, claramente desconcertado.
—Percy —respondieron todos al unísono, con absoluta resignación. Jace soltó un quejido, frotándose el rostro como si le doliera la cabeza solo de pensarlo.
—Rhaenyra —susurró el rey Viserys con gravedad—, cuando regrese, deberíamos atarlo a una silla. Así tal vez deje de meterse en estas locuras.
Rhaenyra no dijo nada, pero por la expresión en su rostro, parecía que estaba considerando seriamente la propuesta.
El pudo sentir como ni el viento se movía, debía también estar asustado de pasar por ese lugar.
—Pero no se preocupen, no va a molestarlos si están conmigo.
—Ser convertido en piedra —dijo Daemon, alzando una mano como si pesara opciones en una balanza— o volver a ser carne molida… Ninguna suena particularmente atractiva.
—¡¡¡¡NINGUNA ES UNA BUENA IDEA!!!! —exclamó el rey Viserys, tan alarmado que le soltó un manotazo a Daemon por decir semejante tontería.
—No se preocupe, mi rey —intervino Lord Corlys, con una tranquilidad que parecía fuera de lugar—. Estoy seguro de que Lucerys saldrá bien de esta.
Rhaenys lo miró como si acabara de anunciar que el sol ahora saldría por el norte.
Hizo una pausa, y con una voz casi melancólica, añadió:
—Aunque tampoco creo que se vaya. Reportar que fracasó en capturar al hijo de Poseidón no es una opción para ella.
Él se giró hacia la mujer, aún sin abrir los ojos del todo.
—¿Cómo es que tú…?
—Un hijo de los tres grandes fue reclamado —lo interrumpió ella con suavidad, como si la verdad fuera inevitable—. ¿Cuánto tiempo creíste que duraría ese secreto?
—Vaya, pero qué chismosos resultaron ser los monstruos —dijo Leo, divertido, como si acabara de enterarse del último escándalo del Olimpo.
Hubo un breve silencio antes de que su voz cambiara, tornándose casi reverente.
—Es un placer estar frente a ti, hijo de Poseidón. Soy Medusa.
Se estremeció al escuchar el nombre, y abrió un poco más los ojos.
—Percy, no —le advirtió Luke con el ceño fruncido—. Es un monstruo.
—A veces me da risa cómo Luke regaña a Percy —comentó Rachel, entre risas—. Es como si estuviera entrenando a un perrito desobediente.
—Solo lo regaño cuando hace tonterías —se defendió Luke, cruzándose de brazos.
—O sea, todo el tiempo —añadió Jason con una sonrisa burlona.
—No es todo el tiempo… —dijo Luke, aunque no pudo evitar recordar su último arrebato. Había regañado a Percy por fingir que lo atacaba un tiburón mientras daba clases de natación. El resultado: diez niños traumatizados que ahora temían al agua y se negaban a nadar. Suspiró—. Bueno, lo regaño bastante.
—Todos elegimos quiénes son nuestros monstruos —dijo Medusa con voz dulce—. Pero ahora, ella quiere destrozarlos y hacerlos pedazos... y yo les ofrezco comida. Ustedes deciden.
No dijo nada más. Se dio la vuelta y se fue, mientras el sonido de sus tacones se desvanecía poco a poco en el aire. Los cuatro por fin pudieron abrir los ojos.
—Bueno —dijo él, acomodándose mejor la mochila—, ¿quién quiere entrar?
—Siempre me sorprende —comentó Deméter—. Lo dice con tanta seguridad, como si supiera que ella no lo atacará en cualquier momento.
—Tal vez no lo haga —intervino Ser Westerling—. Si él acepta comida bajo el techo de Medusa, estarían amparados por el derecho de huésped. Ninguno de los dos podría hacerse daño… al menos según nuestras leyes.
—Ustedes hablan de este mundo —replicó Hera con frialdad—. En el nuestro, las reglas son muy diferentes.
—¿¡Qué!? —exclamaron los demás, alarmados.
—Hay dos opciones —señaló hacia donde Medusa había desaparecido—: comer algo rico y estar protegidos... o...
Apuntó a la señorita Dodds.
—...que nos destrocen y nos hagan pedazos. Yo prefiero la primera opción.
—Faltó mencionar el pequeño detalle de ser posiblemente convertidos en piedra —añadió Daemon con una sonrisa.
El rey Viserys soltó un suspiro exasperado… y volvió a darle un golpecito en el brazo.
—¿Puedes dejar de decir estupideces por solo cinco minutos? —murmuró entre dientes.
—¿Estás loco? —gruñó Clarisse, cruzándose de brazos—. No vamos a entrar a su guarida como si estuviéramos de picnic.
—¿Y qué propones? ¿Que vayamos todos a pelear contra ese monstruo estando cansados, hambrientos y en desventaja? —replicó él , sin apartar la vista del pasillo por donde Medusa había desaparecido.
Grover, que temblaba visiblemente, alzó una mano con timidez.
—Yo digo que... tal vez podamos comer algo. No mucho. Solo... probar un poco.
—Estar tanto tiempo pegado a Percy —dijo Thalia mientras le daba golpecitos a la ropa de Grover, como si intentara quitarle algo invisible— te contagia sus tonterías. Es como una plaga.
Clarisse lo miró como si acabara de sugerir no pelear contra la señora Dodds.
—¿Qué te picó, Grover? —exclamó con furia— ¡Ese monstruo convierte a la gente en piedra!
—¡Solo con la mirada! —respondió Grover, al borde del pánico—. ¡Y todos cerramos los ojos! Además, tenía comida. Y... olía bien.
—¡Están todos locos! —exclamó Clarisse , girando sobre sus talones con frustración.
—Bueno, yo voy a entrar —proclamó él mientras comenzaba a caminar—. Ustedes hagan lo que quieran.
—En el capítulo anterior casi le da un ataque solo porque se separaron para buscar provisiones —dijo Daeron con ironía—. Y ahora... le da igual si se separan.
—Percy se transforma en alguien completamente distinto cuando no come —añadió él con un suspiro—. Se pone insoportable, de mal humor... de verdad, parece otra persona.
Al instante, escuchó los pasos apresurados de Grover siguiéndolo, con sus pezuñas resonando suavemente sobre el suelo. Detrás, la voz incrédula de Clarisse rompió el silencio:
—¿Qué haces...? ¿Luke...? —Se interrumpió a sí misma, y luego gruñó con fastidio—. Ugh, estos tarados...
—La única con algo de sentido común aquí es mi hija —dijo Ares con orgullo—. Es la única que parece tener los pies sobre la tierra.
Y sin decir más, comenzó a seguirlos.
Al abrir la puerta, una campanilla resonó por todo el lugar. Era un espacio amplio, decorado con extraña elegancia. En el centro, una enorme mesa estaba repleta de comida: hamburguesas humeantes, papas fritas doradas, malteadas bien frías y una montaña de postres tentadores. Sobre la mesa también había velas encendidas y un gran candelabro de hierro forjado colgando justo encima, lanzando sombras danzantes por las paredes.
—¿Tienen hambre? —preguntó la voz de Medusa desde algún lugar del fondo—. Dejé algo de comida mientras preparo algo más... nutritivo.
—Muchas gracias —respondió él mientras tomaba una papa frita y se la llevaba a la boca—. Listo estamos protegidos .
—Ay, sí iba a aplicar la ley de hospedaje—dijo Rhaena—. Qué lástima que en ese lugar no aplica.
—Ahora le tocará aprenderlo por las malas —añadió Baela, cruzándose de brazos.
Grover lo miro extrañado, pero s e giró justo cuando la puerta volvió a abrirse. Luke y Clarisse entraron con expresión recelosa y los brazos cruzados.
—Gracias por venir —dijo él con una sonrisa.
—Esto no es lo mismo que ti para mí —dijo Luke con tono molesto, clavando los ojos en Medusa.
—¿Por qué? —preguntó el rey Viserys, intrigado.
—Soy un legado de Atenea —respondió, señalando a la diosa—. Y fue ella quien maldijo a la mujer.
—Todo fue culpa de Poseidón —dijo Atenea con frialdad—. Se acostó con mi mejor sacerdotisa.
—¡Si alguien —replicó Poseidón, visiblemente molesto— le hubiera dado una mísera señal, no habría buscado atención en otra parte!
Atenea abrió la boca para responder, pero Zeus alzó la mano y se interpuso entre ambos.
—¡Basta! Nada de peleas. Terminemos con esto de una vez.
Atenea se cruzo de brazos al igual que Poseidón.
—¿Te preocupa que te guarde algún tipo de rencor? —preguntó ella mientras entraba con una jarra de limonada entre las manos. Todos bajaron la mirada ante la mención—. Solo por ser un legado de Atenea... No temas, yo no lo hago. Tal vez tengamos más en común de lo que crees.
Luke soltó una risa seca y burlona.
—Lo dudo mucho.
Medusa ignoró el comentario con una sonrisa paciente.
—Por favor, siéntense.
Les hizo un gesto invitándolos a la mesa, pero tanto Luke como Clarisse negaron con la cabeza. Él rodó los ojos y se dejó caer en la silla más cercana.
—Si no eres un monstruo... entonces, ¿qué eres? —preguntó mientras tomaba las pinzas y servía más papas fritas en su plato.
—Una sobreviviente —respondió Medusa, con el mentón en alto y una chispa de orgullo en la voz.
Escuchó la risa de Alicent, aguda y cargada de desprecio.
—Solo fue una mujer sin honra que obtuvo lo que merecía —dijo con altanería, mirando a Atenea como si esperara su aprobación, segura de que la diosa compartiría su juicio sobre Medusa.
Pero Atenea no dijo nada.
—Debes ser mucho más que eso —dijo mientras también servía papas fritas en el plato de Grover. Él era vegetariano, y las hamburguesas no parecían para nada vegetarianas .
—Porque sabe lo que pienso de ella —respondió Medusa, dándole la espalda mientras caminaba con elegancia hacia una silla—. No me gustan los abusadores. Si uno llega a mi puerta, se queda mucho más tiempo del que planeaba. El don que los dioses me dieron es que ya nadie puede hacerme bullying.
Medusa se sentó con calma, observándolos desde su lugar mientras comían.
Iba a decir algo, pero Luke se le adelantó:
—Lo que Atenea te dio no fue un don. Fue una maldición.
—Fue un castigo por su pecado —dijo Cole, lanzando una mirada apenas disimulada a Rhaenyra—. Las mujeres promiscuas deben pagar por sus actos.
Vio de reojo como Artemisa apretó los puños con fuerza, el temblor apenas visible en sus manos. Una palabra más como esa y no cabía duda, los transformaría en animales.
—Parece que le eres muy leal a Atenea —replicó Medusa, sin molestarse.
Luke chasqueó la lengua con frustración.
—Apuesto a que la sigues defendiendo. A que todavía la admiras.
Luke no respondió. Solo desvió la mirada, apretando los labios.
—¿Conocen la historia de cómo terminé así? —preguntó Medusa con voz suave, casi dulce.
—Yo sí —dijo Grover, con la boca llena de papas fritas.
—¿En serio? —cuestionó Medusa, arqueando una ceja, aunque el velo lo ocultara. Grover se puso rígido al instante, tragando con dificultad.
—Oh, no...
—Atenea lo era todo para mí —dijo Medusa, como si aún la venerara—. La adoraba, le hacía plegarias, ofrendas generosas... Jamás respondió. Ni siquiera un presagio, una señal mínima de que apreciaba mi devoción.
—De tal torre... tal dragón —susurró Helaena, acurrucando con más fuerza a Maelor entre sus brazos, como si así pudiera protegerlo de algo que solo ella comprendía.
Vio a Apolo entrecerrar los ojos claramente como si estuviera recordando algo.
—No somos iguales —respondió Luke, con frialdad.
Fue el turno de Medusa de soltar una risa baja y amarga.
—La habría venerado así toda una vida… en silencio.
Su expresión cambió. Una mueca amarga se dibujó en su rostro oculto bajo el velo.
—Pero entonces, un día, otro dios rompió ese silencio… tu padre.
Él alzó la mirada y la sostuvo, sin parpadear.
—El dios del mar me dijo que me amaba. Sentí que me miraba como nadie lo había hecho antes. Como si realmente me viera . Pero luego, Atenea declaró que la había avergonzado. Que debía ser castigada. .. No a él ... A mí .
Poseidon se puso muy incomodo.
—Ella decidió que yo no volvería a ser vista por nadie... y que viviera para contarlo —la voz de Medusa se quebró, aunque intentó mantener la compostura.
El trago las papas que se estaba comiendo con fuerza, ¿porque siempre tenía que volver él a atormentarlo?
—Eso no fue lo que pasó —dijo Luke con frialdad—. Estás exagerando las cosas.
—Los dioses quieren que creas eso —replicó Medusa, con la voz cargada de resentimiento—. Quieren que pienses que son infalibles, que todo lo que hacen es justo.
Pero en el fondo…
Quieren lo mismo que todos los abusadores
...
Que nos culpemos a nosotros mismos por sus defectos.
—Ella habla con sabiduría —dijo Hestia, su voz tranquila, pero cargada de una autoridad que hizo que el ambiente se tensara.
—Tía... / Hermana... —exclamaron Atenea y Poseidón, incrédulos.
—Ustedes la culparon por su caída, cuando en realidad ambos fallaron —continuó Hestia, con severidad—. Poseidón, jamás debiste haberte acostado con esa mujer. No en su templo. No en su altar. Fue un acto de arrogancia, no de deseo.
—Gracias —murmuró Atenea, sin poder ocultar cierta satisfacción.
Pero Hestia giró la mirada hacia ella, y sus ojos se endurecieron.
—Tampoco celebres tan pronto, Atenea. No estás libre de culpa. Tú no debiste maldecirla. Era tu sacerdotisa más devota, la que te ofrecía las oraciones más bellas, las ofrendas más cuidadosas. Y aun así, nunca le diste una señal. Nunca un “gracias”. Nunca la hiciste sentir escuchada. Eres brillante, sí, pero también orgullosa. Tan orgullosa que no supiste ver el valor de su fe, y por eso corrió a los brazos del primero que le prestó atención.
Atenea y Poseidón bajaron la mirada, enmudecidos. Hestia no alzó la voz, pero cada palabra fue un golpe certero que los dejó sin defensa.
—Eso no fue lo que pasó —dijo Luke con dureza—. Y tú eres una mentirosa.
Ese comentario pareció herirla. Medusa cerró los labios con fuerza, como si contuviera algo más que palabras. Entonces, giró levemente la cabeza, alzando el rostro como si oliera algo en el aire.
—Algo se está quemando —dijo de pronto, con rapidez. Luego lo miró a él—. ¿Podrías ayudarme en la cocina?
Él asintió varias veces, casi aliviado por la excusa. Se levantó, sintiendo las miradas sobre su espalda. De reojo vio a Luke y Clarisse negar con la cabeza, desaprobando, pero no se detuvo. Siguió a Medusa.
—Ahí va el Lucerys servicial —comentó Baela con una sonrisa—. Sin duda, hay cosas que nunca cambian.
Jace le dio una mirada a Baela para que parara. Baela solo se encogió de hombros.
La cocina era un lugar amplio, con estanterías altas llenas de frascos polvorientos, armarios de madera tallada y una gran estufa antigua. El aire olía a hierbas, especias... y algo más.
Medusa estaba de pie frente a una olla grande, removiendo con una cuchara de madera. Un aroma cálido y tentador flotaba en el ambiente, tan acogedor como desconcertante.
—Una vez conocí a alguien —dijo él, con voz baja, evitando su mirada—. Era amable, inteligente… y también fue víctima de bullying.
Vio cómo el ex de su novio se irguió en su silla, con esa expresión ridícula de quien cree que aún tiene algún tipo de protagonismo. Como si con solo al ser mencionado,Percy se iría a sus brazos. Le hervía la sangre de solo verlo creerse dueño de un pasado que ya no le pertenecía.
Hizo una pausa, apretando las manos contra sus pantalones .
—Excepto una vez. Solo una. Dudé, me callé… y me arrepentí casi al instante. Intenté disculparme, muchas veces, pero el daño ya estaba hecho.
Medusa seguía removiendo el contenido de la olla con movimientos suaves, rítmicos. No dijo nada, pero él sintió que lo escuchaba con atención.
—Él dejó de ser la víctima —continuó—. Y s e convirtió en el victimario. Cuando quise detenerlo, ya era demasiado tarde. Él pudo romper el circulo, pero no lo hizo.
—Creo que mi hijo aún guarda la esperanza de que algunos puedan redimirse de sus pecados —dijo Poseidón, con voz grave—. Y tiene razón… algunos pueden.
Se volvió lentamente hacia Aemond, con una mirada que cortaba como el mar en tormenta.
—Pero otros —añadió, con desdén— ya están podridos hasta la raíz, una manzana puede ser hermosa por fuera y estar llenas de gusanos por dentro.
Aemond le dio una mirada de puro odio a Poseidón y este también se lo devolvió.
Tragó saliva.
— Me recuerdas un poco a él.
Aemond soló una carcajada fría, arrogante, como si la sola comparación lo ofendiera hasta los huesos.
—¿Compararme con ese monstruo pecaminoso?— escupió con desprecio—.Por favor...yo soy muy superior en todo sentido.
Daemon arqueó una ceja, divertido pero con los dedos tensos alrededor del mango de su espada.
—¿Superior en qué?— preguntó Lord Corlys, claramente enojado.
Aemond alzó la barbilla con descaro, sin perder su tono arrogante.
—Soy un mejor pretendiente que ese niñato. Yo soy quien más merece a Lucerys. Hubiera sido mejor pretendiente que ese ridículo.
Vio como sus amigos empezaban a apretar los puños, listo para salir a defenderlos de tal escogia.
Esas palabras parecieron colmar la paciencia de Poseidón.
—Primero que todo, niño —rugió Poseidón, su voz retumbando como una ola rompiendo contra rocas—, ¿quién te dijo que eras digno de tocar siquiera a mi hijo?
Con un gesto violento de la mano, su tridente apareció, resplandeciendo con energía, y el aire comenzó a oler fuertemente a sal, como si el océano entero hubiera contenido la respiración.
—¡NADIE merece a mi pequeño! —tronó Poseidón, con furia en cada palabra—. Lo telero a él, porque sé que hace feliz a mi hijo.
Vio a Aemond desafiarlo con la mirada como si pudiera contra el dios de los mares.
—Él sabe que si algún día le hace algo a mi hijo, no habrá ni un rincón en el mundo donde pueda esconderse de mí. Me importa una mierda si es el hijo favorito de Hermes o sea el legado querido de Atenea.
Su mirada estaba llena de rayos y tormentas.
—Porque a diferencia de ti, él conoce su lugar. Tú, en cambio, ni siquiera sabes el tamaño de tu arrogancia.
Aemond no parecía tener el mínimo instinto de preservación.
—Oh, qué conmovedor —dijo con una sonrisa torcida—. El gran dios del mar defendiendo a su niñito dorado. ¿Y por qué no? Un muchacho dulce, tonto, obediente, demasiado bueno para este mundo. Tan fácil de manipular. Tan fácil de romper. Tan fácil de usar y deshacer.
Poseidón se puso de pie lentamente. No alzó la voz. No gritó. Pero el sonido que hizo el suelo al partirse bajo sus pies resonó como un presagio de muerte. Un crujido profundo, antinatural, que retumbó en sus huesos.... el de todos los presentes.
—¡Poseidón, no! —exclamó Hades, poniéndose de pie de golpe, pero ya era tarde.
El dios del mar se inclinó hacia adelante… y explotó en una sombra líquida.
De la espuma y el aire surgió una criatura nacida del abismo: un caballo negro como el vacío entre estrellas, sin reflejo, sin forma definida, solo una silueta oscura que absorbía la luz. Su melena era agua suspendida, ondulando como si flotara bajo el mar, y sus ojos… sus ojos eran dos faros verdes mar de furia eterna.
Una sonrisa monstruosa se extendía en su rostro que no era de caballo ni de hombre, sino de algo intermedio, algo antiguo. Algo que no debía existir en tierra firme.
Con cada galope, el salón temblaba. Los vitrales estallaban en pedazos, el aire se volvió salado, denso, casi irrespirable. El poder antiguo de los océanos había entrado en la sala, y lo hacía reclamando sangre.
Los gritos no tardaron en estallar.
Jaehaera, aterrada se hundió en sus brazos, por puro instinto, él la sostuvo con fuerza, protegiéndola con el cuerpo... pero sus ojos no le apartaron de Aemond, este solo desenfundó su espada con un chasquido metálico. Una chispa de desafío ardía en su mirada, como si aún creyera que podía desafiar al mismísimo océano.
Pero él no era Odiseo.
No tenía dioses que lo protegieran.
Y lo que se le acercaba no era una criatura que pudiera enfrentarse con acero.
Era el mar hecho carne.
Y venía por él.
Cada galope hacía temblar los cimientos, el aire estaba saturado de sal y miedo, y el caos reinaba en la sala. El caballo sombrío alzó la cabeza, sus ojos verdes mar ardían como faros de juicio. Con un bufido que sonó como el estallido de una ola contra los acantilados, inclinó la cabeza, listo para embestir y lanzar a Aemond por los aires.
Y entonces, entre el estruendo del desastre, una voz grito:
—¡Papá!
El caballo oscuro frenó en seco, resoplando con furia, las pezuñas resquebrajando el suelo, pero rodeando con ambos brazos por el cuello del monstruoso corcel, estaba Percy, estaba allí. Pero no lo abrazaba con incomodidad, sino como un hijo.
Poseidón bufó, el vapor salía de sus fosas nasales como niebla marina, sus músculos tensos por la rabia acumulada. El dios del mar no estaba acostumbrado a ser detenido. Y mucho menos a ser abrazado en mitad de una explosión de ira.
Pero así era Percy.
—Él no lo vale —murmuró Percy, cerrando más el abrazo—. No vale que te conviertas en eso por su culpa.
La figura del caballo tembló. Luego, poco a poco, comenzó a cambiar. Las sombras se deshicieron como niebla en la luz del amanecer, hasta que sólo quedó Poseidón, de rodillas en el suelo, con Percy abrazándolo por el cuello.
El dios del mar respiró hondo, el pecho aún agitado, sus ojos aún brillando con restos de furia.
—No puedo soportar que te miren como si fueras débil —dijo con voz ronca, apenas contenida—. No después de todo lo que has pasado. No después de cómo te hizo sentir.
Percy no lo soltó.
—No soy débil, papá. Estoy bien. No necesito que pelees mis batallas… solo que estés aquí. Conmigo.
Poseidón cerró los ojos.
Lo envolvió en sus brazos, por fin, y el caos en la sala comenzó a calmarse como un mar en retirada.
—Lo estoy, mi bebé—susurró él, con la voz menos de dios y más de padre—. Lo estoy.
Vio a Percy sonreír y allí lo supo. Percy por fin había perdonado a su padre.
—¡Por Valyria! —exclamó Balerion irrumpiendo por las puertas, los ojos desorbitados ante el caos—. ¿Qué demonios pasó aquí?
Sus palabras resonaron como un trueno cómico en medio de la tensión, y sin pensarlo, todos sus amigos alzaron la mano al unísono y señalaron en una sola dirección.
—Aemond, tarado —dijo Balerion con fastidio, y con un simple movimiento de la mano, el lugar volvió mágicamente a la normalidad: el suelo se recompuso, los adornos regresaron a sus pedestales, las columnas dejaron de sangrar agua salada. Como si el mar jamás hubiera estallado allí dentro.
Aemond abrió la boca, tal vez para defenderse, pero antes de emitir una sola sílaba, Alicent lo sujetó del brazo con fuerza. Sus uñas se clavaron en su túnica. Mientras Otto le daba una mirada que se callara.
Él la fulminó con la mirada, visiblemente irritado, y se zafó con un tirón seco. Sin decir nada, caminó con rigidez de vuelta a su asiento, como si el orgullo pudiera ocultar lo que acababa de vivir.
Poseidón estaba a punto de levantarse de nuevo, la furia todavía viva en sus ojos, pero Percy lo detuvo con una mano firme en el pecho. Se acercó a su oído y, en perfecto griego antiguo, le susurró con calma:
—No te preocupes, papá. Cuando todo esto termine… él será todo tuyo.
La sonrisa de Poseidón se torció al instante, aquella misma mueca oscura y salvaje que había mostrado cuando tomó forma de caballo. Sus ojos brillaron con un fulgor inquietante.
—Bien —dijo con un tono casi hambriento—. Lo esperaré con ansias.
Lo abrazó una última vez, fuerte y breve, antes de volver a su asiento. Zeus lo recibió con un severo regaño, y Hades con una mirada entre fastidiada y resignada. Pero Poseidón… Poseidón solo sonreía como un idiota satisfecho.
La misma sonrisa que ahora tenía Percy.
—Espero no haberme tardado demasiado —dijo Percy al volver.
Él sonrió con suavidad.
—Tal vez unos veinte minutos… aunque no sé cuánto tiempo fue para ti.
—Mucho más de lo que me hubiera gustado —respondió Percy, inclinándose hacia él para robarle un beso.
—¡Niño, siéntate de una vez! —exclamó Balerion, ya acomodado en el Trono de Hierro—. Tenemos que continuar con tus ridículas aventuras.
—Ay, pero qué humorcito el tuyo —replicó Percy mientras se sentaba a su lado y acariciaba con ternura el cabello de una dormida Jaehaera—. ¿Quieres que te dé un besito?
—Mejor cállate —gruñó Balerion.
Percy soltó una risita y se inclinó hacia él, recostando la cabeza en su hombro con confianza.
Medusa se tensó apenas. No en su postura, sino en el aire que la rodeaba.
—Él te va a traicionar —dijo ella, sin miramientos, como si la verdad le supiera a hierro—. Tarde o temprano, la gente como él siempre lo hace.
—No es así —replicó él, más rápido de lo que quería.
—Entonces prepárate. Porque cuando llegue el momento… tú serás su blanco más fácil.
—¡Antes muerto! —escupió con furia—. Jamás podría traicionar a Percy.
—¿Por qué te importa? —preguntó él, con un dejo de enojo en la voz.
Medusa esbozó una sonrisa suave, casi maternal.
—Tu madre y yo… somos como hermanas —dijo con dulzura—. Marcadas por el mismo monstruo. Por eso siento que debo protegerte.
—Esto no pinta nada bien… —susurró Rhaena—. Esto va a terminar muy mal, lo siento en los huesos.
—¿Un monstruo? Mi madre nunca se refirió a mi padre de esa forma.
Medusa finalmente dejó la cuchara a un lado. Su voz bajó un tono, más serena, más íntima.
—¿Y dónde está tu madre ahora? ¿Está a salvo?
—Al pobre Lucerys le están dando cachetadas imaginarias a cada rato —dijo Daeron, con una risa incrédula—. Denle un respiro a mi probre sobrino.
—Si Percy se toma un respiro —intervino Clarisse, rodando los ojos—, el mundo entero estaría hecho trizas en menos de un minuto.
Sintio como Percy tuvo un escalofrio... estaba evitando exactamente eso, pero con el universo.
—No debería ser así —murmuró Jace desde su asiento, sin mirar a nadie—. No deberían depender tanto de él.
—Pero lo hacemos —dijo Thalía con seriedad—. Porque cuando llega el caos, él no huye. Se queda. Pelea. Salva a todos.
El silencio cayó como una piedra.
—No... no lo está —admitió él, con la voz quebrada.
Medusa lo miró con compasión, como si ya supiera la respuesta.
—¿Y confías en tus "amigos" para ayudar a ponerla a salvo? —hizo una pausa, cargada de intención—. ¿Te dejarán hacerlo, si eso interfiere con su misión?
—Era algo que ya esperábamos —dijo Grover, con un dejo de tristeza en la voz—. En cuanto supimos que ella seguía viva, y que habría una misión al Inframundo, supe que Percy no lo pensaría dos veces. Haría lo imposible por salvar a su madre.
—¿También lo sentiste? —preguntó Rhaenyra suavemente, ladeando la cabeza.
Grover asintió.
—También. Pero fue su mirada… —hizo una pausa, como si reviviera el momento—. Cuando escuchó la noticia, la forma en que me miró… no hizo falta que dijera una sola palabra. En sus ojos ya estaba la promesa: iba a traerla de vuelta, sin importar el precio.
Él no respondió.
—Yo podría ayudarte —continuó Medusa, con suavidad venenosa—. Podría eliminar esa carga… esos obstáculos que te atan. Solo tienes que pedírmelo.
—Core... Core... ¡Core! —exclamó Poseidón con preocupación, haciéndole una seña para que corriera.
Entonces sus ojos se posaron en Percy, profundamente dormido, con la boca entreabierta. No tardaría mucho en dejarle un buen manchón de baba en la camisa. Le causaba gracia lo parecidos que eran Percy y Estelle al dormir: ambos babeando en paz mientras dormían
Y aunque esa no era la primera ni sería la última vez que su camisa terminaría empapada, no se quejaba. No cuando era su novio el que dormía sobre su pecho como si el mundo no pudiera tocarlo allí.
Volvió sobre sus pasos a toda prisa y llegó jadeando hasta donde estaban los demás.
—¡Tenemos que escondernos! ¡Ahora!
—Toma los zapatos, Grover —dijo Luke mientras abría la caja apresuradamente y se los pasaba.
—Prácticamente se los arrojaste en la cara —comentó Thalía, alzando una ceja al ver cómo él le había lanzado los zapatos a Grover.
—Perdón, estaba tan apurado que no calculé la fuerza —intentó justificarse, haciendo un gesto torpe con las manos. Luego se giró hacia Grover—. En serio, lo siento, no fue mi intención.
—Está bien —respondió Grover con su tono siempre sereno—. Sé que no lo hiciste con mala intención. Solo... la próxima vez apunta más abajo.
Grover se los puso con manos temblorosas, sin perder tiempo.
Sin hacer preguntas, todos dejaron sus mochilas al suelo. Luke localizó una puerta al fondo de la habitación y la abrió de golpe: tras ella, unas escaleras descendían hacia la oscuridad más densa. Sin pensarlo dos veces, comenzaron a bajar en silencio, uno tras otro.
La oscuridad era absoluta. Él no podía siquiera ver sus propias manos . Tropezó con algo duro y, antes de poder reaccionar, lo tiró al suelo con un estrépito que se rompió en mil pedazos.
—¡Percy! —le reprochó Clarisse en voz baja, furiosa—. ¿¡En serio!?
—Perdón… —susurró él, encogiéndose, asustado.
—¿Habrá algún día en que este niño no cause estragos? —suspiró Travis, sacudiendo la cabeza.
—Entonces no sería Percy —dijo Connor con una sonrisa—. Sería un impostor.
—O algo mucho peor… —añadió Leo con una voz tenebrosa, acercándose sigilosamente a Piper.
—¡No me asustes, idiota! —chilló Piper, dándole un golpe en el brazo—. Te juro que un día de estos te lanzo al lago.
—Valdría la pena —rió Leo, sobándose el brazo.
Entonces, la puerta volvió a abrirse con un chirrido seco y helado. Unos pasos firmes y meticulosos resonaron en la escalera: los tacones de Medusa bajaban, uno tras otro, como un reloj que marcaba el final.
En cuanto su pie tocó el último peldaño, los candelabros del techo comenzaron a encenderse uno a uno, como si despertaran ante su presencia. La luz se expandió lentamente, revelando la pesadilla que los rodeaba.
Él estuvo a punto de gritar cuando, a apenas unos centímetros de su rostro, descubrió una estatua de una mujer congelada en un grito de horror eterno. Tenía la boca abierta, las manos extendidas como buscando ayuda, y los ojos aún cargados de un terror palpable.
Y detrás de ella… decenas, no, cientos de figuras. Filas interminables de estatuas con expresiones de pánico absoluto: personas, animales, criaturas deformes, todos atrapados transformados en piedra.
—De verdad no puedo creer que te haya dado por coleccionar esas estatuillas —dijo Deméter, mirando a su hija con una ceja alzada.
—Fue una etapa, mamá —respondió Perséfone, claramente parecía agotada de tener que justificarlo otra vez.
La puerta se cerró con un estruendo seco.
—¡Rápido! —exclamó Luke, empujándolos con fuerza.
Corrieron, tratando de no tropezar con los cuerpos inmóviles, hasta el rincón más oculto de aquella cámara maldita. Pero no importaba a dónde mirara: en cada sombra, en cada rincón, había rostros congelados por el miedo.
—Eso suena como el guion perfecto para una película de terror —comentó Leo con una sonrisa.
Todos lo miraron con el ceño fruncido.
—¿Qué? —se defendió, levantando las manos— Tengo razón y lo saben.
—No le des ideas a los estudios de Hollywood —bufó Clarisse, cruzándose de brazos.
—Demasiado tarde —dijo Travis—. Seguro alguien ya vendió los derechos mientras hablábamos.
—Al menos que nos den regalías —añadió Connor—. Yo quiero mi parte en drachmas.
—¿Qué parte? —dijo Piper, arqueando una ceja—. ¿La de gritar y correr como gallinas?
—¡Oye! —protestó Travis—. Esa fue una estrategia de distracción muy bien pensada.
Leo soltó una carcajada y se dejó caer sobre el respaldo del sofá.
El estómago le dio un vuelco.
—Somos cuatro y ella está sola —dijo Clarisse, empuñando su lanza con firmeza—. Si nos separamos…
—¿¡Clarisse, alguna vez has visto una película de terror!? —le interrumpió él, con los ojos desorbitados—. ¡Siempre matan a alguien cuando se separa del grupo!
—Esa es la primera ley básica de cualquier película de terror —dijo Frank con seriedad—: nunca separarse.
—¿Y entonces por qué lo hacen? —preguntó Rhaena, frunciendo el ceño—. Si hay un monstruo persiguiéndolos, ¿no sería más lógico quedarse todos juntos? ¿A quién se le ocurre dividirse?
Connor alzó una ceja y la señaló con una sonrisa.
—Esta chica definitivamente sobreviviría en una película de terror.
—Y probablemente nos salvaría a todos —añadió Leo—. O al menos sabría no ir sola al sótano oscuro con una linterna que parpadea.
—¿Y tú sí? —dijo Piper, dándole un codazo.
—Obvio que no —respondió Leo—. Yo gritaría, haría una explosión y saldría por la ventana.
—El clásico Leo —murmuró Jason con una sonrisa.
—¿Entonces tienes una mejor idea? —espetó ella, frunciendo el ceño.
—Tal vez sí… —intervino Grover, levantando una mano con cautela—. Escuchen, este es el plan: yo la distraigo. Usaré los zapatos. Cuando escuchen que grito “Maia”, ustedes empiezan a…
Pero antes de que pudiera terminar, los zapatos cobraron vida por su cuenta. Un par de alas doradas brotaron de ellos y comenzaron a batir con fuerza.
—De todas las palabras posibles en el universo... y se te ocurre justo la que las activa —dijo Hermes, entre divertido y resignado.
Grover se encogió de hombros, notoriamente sonrojado.
—No lo pensé demasiado... —murmuró, apenado—. Fue lo primero que se me vino a la cabeza.
Hermes soltó una risita.
—Eso explica muchas cosas, querido sátiro.
—¡NO! —gritó Grover, intentando frenarlos—. ¡OK... OK, no aún!
—¡Grover! —gritó Clarisse, lanzándose hacia él para sujetarlo.
Pero ya era tarde. Ambos comenzaron a elevarse lentamente, sus cuerpos arrastrados hacia la oscuridad del techo mientras gritaban, luchando contra los zapatos desobedientes.
—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamó Ares, indignado—. ¿Vas a perderte una buena pelea por ayudar a alguien?
—Creí que, con mi peso, Grover no saldría volando por los aires —replicó Clarisse encogiéndose de hombros.
—¡Esos zapatos están diseñados para resistir toneladas! —bufó Ares, claramente molesto—. ¿Cómo crees que Hermes cargaba ese arsenal absurdo de cosas sin arrastrarse por el suelo?
—Con mis increíbles músculos —intervino Hermes con una sonrisa engreída, levantándose la manga y flexionando un brazo... que estaba lejos de impresionar a nadie.
El silencio fue inmediato. Todos se miraron de reojo, sin saber si debían reír o fingir admiración.
—Claro que sí, querido —dijo Hestia con dulzura, rompiendo el hielo.
Hermes infló el pecho con orgullo, convencido de que nadie dudaba de su fuerza divina.
—¡Bajen! ¡Bajen, por favor! ¡¡Aún no!! —chillaba Grover, pataleando en el aire.
Y entonces se perdieron de vista entre las sombras.
Hubo un silencio tenso.
—Necesitamos un nuevo plan —murmuró Luke, su voz grave, la mirada aún clavada en el techo oscuro que había engullido a Clarisse y Grover.
—¡No, cómo crees! —exclamó Jace, mirándolo con ligera burla.
—Me lo estaba diciendo a mí mismo —respondió él, desviando la mirada hacia el hermano de su novio—. A veces necesito hablar en voz alta para pensar.
—Yo pensaba que Lucerys era quien hacía los planes —comentó Baela, arqueando una ceja.
—¡¿Estás loca?! —saltó Clarisse, horrorizada—. ¡Los planes de Percy son una receta para el desastre! Prefiero enfrentarme a un monstruo con tres cabezas antes que seguir uno de sus “brillantes” planes.
—¿De verdad crees que soy una victimaria, Percy Jackson? —La voz de Medusa emergió de la penumbra, suave como terciopelo y demasiado cerca—. Cuando lo único que he hecho… es intentar ayudarte.
Él sintió que el corazón se le detenía por un segundo.
Luke reaccionó al instante. Lo agarró del cuello de la camisa y tiró de él con fuerza.
Vio cómo lo agarró por la camisa, con tanta fuerza que por un instante pareció que iba a ahogar a Percy.
—¡Oye, cuidado! —advirtió Lord Corlys con el ceño fruncido, su voz grave cortando el momento como una cuchilla.
—Perdón —dijo, con una sinceridad que no ocultaba la culpa en su voz—. No fue mi intención.
Corrieron agachados, sin hacer ruido, hasta esconderse tras unas cajas polvorientas con el sello descolorido de Hermes Express . Destino: el Inframundo.
Percy apenas pudo recuperar el aliento cuando Luke se volvió hacia él, los ojos encendidos por la urgencia.
—Escúchame con atención, Percy —susurró—. Tengo un plan.
—Soy todo oídos —respondió él, agachado, mientras sus oídos se afinaban para localizar los pasos de Medusa.
Cada paso resonaba como un eco de sentencia. Tac, tac, tac... el sonido de los tacones de Medusa se mezclaba con el siniestro susurro de serpientes deslizándose entre sus cabellos.
—...Pudiste haberle mostrado a tu padre lo que significa proteger de verdad a alguien que amas —dijo ella, su voz dulcemente envenenada, como una caricia que esconde una daga—. Podrías elegir salvar a tu madre... en lugar de seguir haciendo la voluntad de quien la puso en peligro.
Luke le lanzo una mirada rápida y desapareció entre otras cajas, como una sombra. Él se quedo solo. Tragaó saliva. El miedo le zumbaba en los oídos. Desenvainó su espada.
—¡¿Y el plan?! —exclamó el rey Viserys, frustrado—. No nos lo van a decir, ¿verdad?
—Los planes siempre terminan siendo lo mismo: usar a Percy como carnada —dijo Clarisse, con los brazos cruzados.
—¿Y por qué se deja? —preguntó Joffrey, visiblemente preocupado.
Él se encogió de hombros con cuidado, procurando no mover demasiado a Percy, que dormía apoyado en su hombro.
—No lo sé… —respondió, aunque en el fondo sabía perfectamente la respuesta—. Siempre se ofrece como voluntario.
—...Ustedes deberían convertirse en la lección —susurró Medusa, su voz tan cerca que cada sílaba parecía deslizarse por su nuca como una serpiente. S e movió ligeramente, dejándose ver, y al hacerlo sintió cómo el corazón le golpeaba con fuerza el pecho. Cerró los ojos, temblando.
—Cuando envíe sus estatuas al Olimpo —continuó ella, con una dulzura que dolía—, tal vez entiendan mi mensaje de una vez por todas.
Escuchó sus pasos. Tac. Tac. Tac. Los tacones resonaban con una calma insoportable, cada vez más cerca. El siseo de sus serpientes parecía n reírse de él .
—¿Por qué se oyen serpidos? —preguntó Ser Westerling, frunciendo el ceño.
—Porque el cabello de Medusa está hecho de serpientes —explicó Quirón con calma.
—¿Vivas? —intervino Alicent, algo incrédula.
—Bueno, si no estuvieran vivas, no podrían sisear —respondió Rachel, como si fuera lo más obvio del mundo.
Alicent le lanzó una mirada cargada de molestia, pero Rachel simplemente se encogió de hombros pero muy divertida.
Él apenas podía respirar .
Entonces la sintió justo detrás. El aire se volvió más denso, más frío.
—De pie —ordenó Medusa— vamos a mirarte.
Él obedeció al instante.
Vio cómo Joffrey se tapaba los ojos con terror justo en el momento en que Percy se puso de pie y la mitad del rostro de Medusa apareció en la pantalla, con una sonrisa maliciosa que helaba la sangre.
Se aferro a la espada con ambas manos como si fuera lo único que lo mantenía de pie. Sentía su pulso en los dedos, en el cuello, en las sienes. Medusa se colocó a su lado con una lentitud escalofriante. Percibió su presencia, el roce de sus dedos entre sus cabellos, suaves y fríos como el mármol. Sintió que iba a colapsar. No podía moverse. No podía gritar.
Entonces:
—¡¡Ay no!! —gritó Clarisse desde algún punto de la habitación.
—¡No pensé bien esto! —se escuchó la voz desesperada de Grover.
—Por eso Luke es el de las ideas —dijo Thalía con una sonrisa ladeada—. Los demás solo se dedican a hacer tonterías.
Todos la miraron con fingida indignación, pero no lograron mantener la seriedad por mucho. Él soltó una risa baja, contagiado por la escena.
Un estruendo sacudió la oscuridad, como si un meteorito hubiera caído en medio de ellos. El suelo tembló y el aire se llenó de polvo y eco. Algo enorme acababa de estrellarse.
E scuchó pasos apresurados. Luke corría, gritando:
—¡¡Ahora!!
Sin pensarlo, impulsado por el miedo y la adrenalina, él alzó su espada y la blandió la espada como si fuera un bate de béisbol.
—¡Touchdown! —gritaron Connor y Travis al unísono.
Todos los miraron como si acabaran de declarar que Cronos era el mejor abuelo del mundo. Incluso los dioses les lanzaron miradas confundidas.
—¡Touchdown! —repitieron, emocionados, los hermanitos menores de Percy, saltando de alegría... aunque claramente no sabían la diferencia entre fútbol americano y béisbol. Pero Connor y Travis sí la sabían.
—¿Son idiotas o solo lo aparentan? —preguntó Piper, cruzándose de brazos.
Los hermanos se encogieron de hombros al mismo tiempo, con la misma sonrisa traviesa. La respuesta era evidente: ambas cosas.
Sintió el impacto. Algo se cortó.
Lo siguiente fue el sonido de un cuerpo cayendo: primero un golpe seco, luego varios rebotes sordos hasta que, finalmente, todo quedó en silencio.
El siseo de las serpientes... cesó.
Abrió los ojos.
Tendida en el suelo, yacía Medusa. Su cuerpo inmóvil, rígido como una de sus víctimas convertidas en piedra... pero su cabeza no estaba.
La espada resbaló de sus manos y cayó con un golpe seco. El mundo se le tambaleó. Sintió cómo el estómago se le revolvía y apenas alcanzó a girarse antes de vomitar, temblando.
Por primera vez en su vida… en sus dos vidas, había matado a alguien. No solo eso. Le había cortado la cabeza a alguien .
Notes:
Pobrecito Poseidon nunca lo dejan terminar su venganza por sus hijos.
Jeje... por poco se nos va Aemond.
Lo que esta haciendo Bran es cambiar los hilos de otros mundos para su favor, mientras miles de mundos que necesitan esos hilos estan en peligro y podrian desaparecer, Bran se beneficia para que nada pase en su mundo, por eso Lucerys/Percy fue llamado para que fuera a ayudar en esos mundos y no fueran reducidos a polvo.
Y como dije el tiempo es relativo por eso para Lucerys/Percy pudo pasar años, pero para los demás solo fueron unos minutos.
Lucerys/Percy es como el Odiseo de esta historia nadie lo deja volver con su amado hasta que todo este listo. Y si, Luke sería Penelope esperando el regreso de su amado.
Pero Arrax (el dios) le borra la memoria cada que vuelve, porque ya ser Rhaenys, Lucerys, Percy y Daenerys ya es demaciado para él, porque si, lo hacen reencarnar una, y otra y otra vez. Por eso le borran la memoria para protegerlo. Pero SABE lo que hizo, pero no RECUERDA que lo hizo.
Tambien se deben estar preguntando porque Lucerys/Percy vio a Aemond en Medusa, porque al inicio Aemond y Medusa eran victimas, pero alguien los convirtio en monstruos, en victimarios... tambien por eso Medusa queria convertir a Lucerys/Percy en estatua porque pensaba que estaba hablando de él y queria protegerlo de si mismo.
Chapter 19: Digno de tí
Chapter Text
Una cosa era ver una decapitación... y otra muy distinta era hacerla.
Frunció el rostro al ver el vomito de su hermano. Lo entendía.
Ella también había presenciado una decapitación... y no era algo que se olvidara fácilmente.
Había ocurrido en Driftmark, en una semana que hasta entonces había sido perfecta. Rhaena y Lucerys la habían visitado, trayendo risas, paseos por la playa y tardes tranquilas con los abuelos. Incluso Jace se apareció por sorpresa el último día, solo para verla.
Pero a la mañana siguiente después que sus hermanos se fueran, mientras tomaba el desayuno con sus abuelos en el salón, todo cambió.
Un sirviente de confianza de su abuelo entró con el rostro pálido y una denuncia seria: un nuevo sirviente había dicho, sin pudor y con burla, que Rhaena era una niña inútil sin dragón... y que Lucerys era un mocoso tonto que jamás debía heredar nada, que lo mejor sería desheredarlo y dárselo a alguien más "capaz".
Las palabras encendieron algo en su abuelo. No tardaron en descubrir que ese muchacho venía de parte de Vaemond, enviado a Driftmark para "reclutar" sirvientes. Pero probablemente no esperaba encontrar que Rhaena y Lucerys eran tan queridos. Los trataban como iguales, los miraban a los ojos, les daban las gracias.
No como Vaemond, que trataba a los sirvientes como si fueran escoria.
Era lógico que las palabras ofensivas de ese muchacho llegaran rápido a oídos de quien más amaba a sus nietos.
Esa misma tarde, su abuelo le cortó la cabeza sin titubeos. Por hablar de sus nietos con desprecio. Por atreverse a insultar lo que más amaba.
Recuerda la escena con nitidez: la cabeza fue clavada en las picas junto a las de los traidores, como advertencia. El cuerpo fue arrojado a los dragones Meleys y Moondancer, sin ceremonia.
Fin del asunto.
Rhaena y Lucerys nunca se enteraron de nada. Y ella lo prefería así.
Y al ver a su hermano ahora, con las manos temblorosas y el rostro descompuesto, supo lo que pesaba dentro de él.
Él había presenciado muchas en su vida, eran castigos por traición o advertencias sangrientas para el enemigo, pero nunca había empuñado el arma él mismo.
Ahora lo había hecho. Y no en un campo de batalla, no como un acto de justicia ritual. Sino aquí, donde una acción así podría condenarlo a cadena perpetua.
Ella miro sin entender a Lucerys que le empezó a explicar lo que eso significaba:
—Cuando alguien mata a otra persona, puede ser condenado a prisión —explicó Luke—. Si fue un accidente, la condena puede ir de cinco a veinticinco años... o incluso podrían dejarlo libre si fue en defensa propia. Después de todo, Medusa era la que quería convertirnos en piedra.
—Depende mucho de las circunstancias —añadió Atenea—, pero es muy probable que lo declaren inocente.
—¿Y la cárcel? ¿Qué es ese lugar? —preguntó Jace, curioso.
—Es un lugar donde el gobierno encierra a las personas que han roto las leyes —dijo Luke—. Gente que ha matado, robado o hecho cosas malas. No pueden salir cuando quieren, y están vigilados todo el tiempo.
—¿Es como un muro? —preguntó Jace.
—Sí y no —respondió Belarion—. Pero aunque no lo crean, es mejor el muro que una cárcel.
—¿En serio? —preguntó el tío Viserys, sorprendido.
Belarion asintió con gravedad.
Frente a ellos, el cuerpo sin cabeza yacía inmóvil sobre el suelo.
—¿Estás bien? —preguntó Luke con cautela.
No obtuvo respuesta.
Pero se sentó al lado de su vomito.
—La decapité... —susurró, horrorizado. Su voz era apenas un hilo quebrado.
—Tranquilo —dijo Luke con suavidad—. Pronto desaparecerá.
Y como si sus palabras fueran un hechizo, el cuerpo comenzó a desintegrarse. Primero los bordes temblaron, luego el torso se deshizo en polvo dorado, hasta que no quedó más que un remolino brillante que se disipó en el aire, como si nunca hubiese estado allí.
—¿Y si no hay cuerpo, no hay cadena perpetua? —preguntó Rhaenyra, con preocupación.
—Solo si hay testigos —respondió Grover encogiéndose de hombros—. Pero si nadie dice nada... entonces, para la ley, nada ocurrió.
—Así que encubrieron un asesinato —dijo la reina verde, con el ceño fruncido.
—Al igual que usted —intervino Balerion, con voz firme—. Es más, usted fue cómplice.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Rhaenyra, desconcertada.
—Cuando el rey Viserys murió —explicó Balerion—, Otto Hightower mandó llamar a todos los lores y damas de las Tierras de la Corona para que se arrodillaran ante el nuevo rey. Pero varios se negaron... y los mandaron a matar. Alicent lo sabía, y aun así lo permitió.
—¡Otto! —gritó el tío Viserys, lleno de furia—. Debería enviarte a una de esas cárceles para que te pudras el resto de tu vida.
—¿Ves? —añadió Luke con una sonrisa tranquilizadora—. No pasó nada. ¿Voy a ayudar a los demás?
Él no respondió.
—Estoy bien, Luke —dijo entonces una voz más al fondo. Era Clarisse, con un tono más irritado que herido—. ¿La enviaste a su monstruosa casa?
—Una casa horrenda —murmuró Lucerys, acurrucándose más en el hombro de Luke. Este, en silencio, también apoyó la cabeza en él.
Mientras los observaba entrelazar las manos, notó las miradas y muecas que sus amigos intercambiaban. No parecía ser disgusto por ver a dos hombres enamorados... era algo distinto. Parecía lástima.
Estuvo a punto de decir algo, de preguntar, pero se contuvo. Tal vez, por ahora, era mejor no saber.
Grover se acercó, caminando con cuidado, como si algo invisible le estorbara el paso. De pronto, se oyó un leve sonido, algo rodando por el suelo.
Grover se agachó... y se estremeció por el miedo.
—Todos —dijo Jason, y los amigos de su hermano asintieron al unísono.
Su padre se recostó en el sillón con aire despreocupado, esbozando una sonrisa al estilo de Daemon.
—Eso no es nada —dijo con calma.
Todos rodaron los ojos al mismo tiempo, excepto Ares, que soltó una carcajada.
—Me agrada este tipo —comentó con diversión, y ambos se sonrieron con complicidad, una de esas sonrisas que daban escalofríos.
Tenía algo entre las manos. Algo que no podía verse, pero cuyo peso era innegable. Era la cabeza. Aún oculta bajo la gorra mágica, pero real. Vio como Grover empezo a temblar.
—La tienes —dijo Luke al incorporarse, sin apartar la mirada de las manos de Grover.
—Eso creo... —respondió Grover, con una expresión entre la confusión y el asco. Parecía tonto, casi cómico... pero en realidad estaba sosteniendo una cabeza invisible.
—Vamos —intervino Clarisse con urgencia—. Tenemos que salir de aquí. Ya.
—Sube tú y ve si ella todavía está afuera. Grover, busca —le pidió Luke, con voz firme pero serena.
—Por eso Luke es el líder de las misiones —dijo Thalia con una sonrisa divertida—. Luke tiene los pies en la tierra, mientras que Percy solo se lanza a hacer tonterías.
—Pero no olviden que en su relación los papeles se invierten —añadió Rachel, entre risas—. Ahora es Luke quien hace las locuras, y Percy el que mantiene los pies en la tierra.
Varios rieron divertidos. Aemond no le pareció divertido lo que Thalía y Rachel dijeron, por que apretó sus puños con molestia.
Clarisse asintió sin perder tiempo y subió las escaleras de dos en dos. Grover le entrego la cabeza de Medusa a Luke y luego se desvaneció entre las estatuas, moviéndose con una mezcla de temor y determinación. Luke se volvió hacia él, bajando el tono al acercarse.
—¿Cómo te sientes?
—Acabo de decapitar a alguien —susurró, como si al decirlo en voz alta el peso de la acción se volviera más real.
Luke hizo una mueca, pero luego esbozó una sonrisa que no era de burla, sino de comprensión.
—Y acabas de salvarnos a todos de convertirnos en horribles estatuas —dijo con suavidad—. A veces... hacer lo correcto no se siente bien. Pero vale la pena si con eso protegemos a quienes amamos.
—Sabias palabras, hijo... —dijo Hermes, pero no pudo terminar la frase.
Al mirar a Luke, notó que también se había quedado dormido. Su hermano empezaba a babear ligeramente, mientras Jaehaera se aferraba con fuerza a la camisa de Luke, como si no quisiera soltarlo ni en sueños.
Él levantó la mirada. Y por un instante, los años retrocedieron.
Driftmark.
El grito de su hermano.
La piedra en el aire, el peligro inminente.
Y él, sin pensar, lanzándose hacia el caos.
Le había arrancado un ojo a su propio tío para salvar a su hermano de una muerte segura. Lo llamaron salvaje, monstruo... y de otras formas para nada bonitas.
Le lanzó una mirada cargada de furia a la reina verde; apostaría todas sus joyas a que había sido ella misma quien le puso esos nombres tan horribles a su hermano.
Pero entre enterrar a su hermano o cargar con ese peso... eligió lo segundo.
—Típico de Percy —dijo Clarisse, aunque su voz carecía del habitual tono burlón.
—¿A qué te refieres con... típico? —preguntó Rhaenyra, visiblemente preocupada.
—Percy es de esas personas que, cuando todo se viene abajo, siempre se pone en la línea de fuego primero —respondió Thalía con seriedad.
—Un buen ejemplo sería la gran profecía —añadió Nico, recostándose en el sillón—. Thalía, Percy y yo éramos los candidatos posibles.
—Yo me retiré —admitió Thalía—. Elegí unirme a las cazadoras.
—Y Percy... —continuó Nico, con una mezcla de respeto y gratitud en la voz— Percy cargó con todo el peso de la profecía sin pensarlo dos veces, solo para protegernos. Eso, no lo hace cualquiera.
Y tenía razón, muchos hombres jamás habrían hecho lo que su hermano hizo. Ninguno siquiera se acercaría a los talones de su grandeza.
Sin dudarlo.
Porque su hermano también habría hecho lo mismo por él.
Miró a Jace, quien bajó la mirada, los ojos llenos de un silencioso doloroso. Claro que lo habría hecho. Jace habría dado su lugar sin dudar, habría absorbido cualquier golpe o peligro para proteger a Lucerys. Ese impulso, ese compromiso inquebrantable hacia sus hermanos, ardía en él con fuerza aún mayor cuando Lucerys cayó.
Y ahora, había pasado otra vez.
Una mujer, quizá inocente, perdió la vida por su mano. Y aunque el remolino dorado la había borrado del mundo, la culpa quedaría con él.
—Este chico sí que es un dramático —comentó la reina verde, mirando con cansancio a Lucerys en la pantalla.
—Te voy a decir lo mismo cuando todos tus hijos mueran antes que tú —respondió Balerion con una voz tan fría que heló el aire. Alicent se tensó al instante.
—Eso estuvo muy fuera de lugar, Lord Balerion —replicó Otto Hightower, claramente ofendido por el dios.
Balerion soltó una carcajada grave. Varias de las amistades de su hermano rieron también, al igual que algunos dioses griegos.
—Los Hightower... siempre con esa absurda sensación de superioridad —dijo Balerion con una burla afilada—. Se creen con derecho a reprender a un dios.
—Ni que fueran Percy para hacerlo —añadió Rachel, provocando una carcajada general entre los amigos de su hermano.
Ver a Otto y a la reina verde ponerse rojos de ira y vergüenza fue suficiente para que ella sonriera con satisfacción.
Pero sus compañeros seguían vivos. Respiraban. Caminaban.
Y eso era lo único que podía aferrarse para no derrumbarse.
Dejo que Luke los pusiera en sus dos piernas y subió las escaleras. Al llegar al comedor, Clarisse ya estaba en la ventana corriendo un poco la cortina apenas un poco.
—Ella todavía esta ahí— informo con voz tensa—. Tenemos que deshacernos de ella para poder irnos.
—Yo lo hare— dijo él de inmediato—. Ella me quiere a mi, así que pensara que me estoy entregando, así bajara la guardia, entonces le mostrare la cabeza de medusa y se convertirá en piedra así nos dejara en paz para siempre.
—Tuvo la mayor de las suertes de que ese plan funcionara —dijo Will, todavía incrédulo.
—¿Tan malos son sus planes? —preguntó su padre, mirando primero a Lucerys dormido y luego a sus amigos—. Yo mismo le enseñé a hacer buenos planes.
—Pues no sé qué le enseñó —resopló Clarisse—, porque Percy se saca unos planes del mismísimo infierno. Creo que pronto veremos otro de esos desastres marca registrada suya.
Grover se tapó la cara como si intentara bloquear un recuerdo doloroso.
—Por favor, no me lo recuerdes... —murmuró el chico mitad cabra—. Jamás había sentido un nivel de desesperación tan alto como el que sentí viendo ese plan ponerse en marcha.
—Pero sobrevivieron —intervino el abuelo, como siempre defendiendo a Lucerys—, así que no fue tan mal plan.
Todos vieron a su abuelo Corlys como si se hubiera vuelto loco.
—Hasta que se quiebren— dijo Luke— no volverá a aparecer hasta que se quiebre su estatua.
—Entonces... —dijo él, asombrado— ¿las estatuas que están allá abajo están vivas?
—Sí —dijo Luke, bajando la voz—. Lo escuché de Annabeth una vez. Todas esas estatuas están vivas... hasta que las quiebran.
—Hay destinos peores que la muerte —dijo Hades—, y este es uno de ellos.
Entonces miró a su esposa.
—Todavía no entiendo cómo te gustan, y cómo los tienes por todo el jardín —le preguntó Hades, a lo que Perséfone solo sonrió.
—Lo dice el que disfruta oír los gritos de las almas en castigo todas las mañanas.
—Touché, cariño, touché —respondió Hades, dejando que su esposa se recostara a su lado con una sonrisa dulce, aunque a Deméter no pareció agradarle demasiado.
Miró hacia el jardín, donde las estatuas permanecían inmóviles, pero con una vida atrapada por dentro.
—Bajen allá abajo y quiebren esas estatuas. Esas personas merecen liberarse de su largo tormento.
Lo miró con un orgullo que le quemaba en el pecho. Ni siquiera conocía a esas personas, y aun así las había liberado de su tormento. Cualquiera otro habría seguido su camino sin mirar atrás, pero su hermano, con ese corazón sangrante que lo definía, siempre había ayudado a todos por igual, ya fuera en Dragonstone, en Driftmark o en cualquier otro lugar.
Clarisse asintió con rapidez y bajó de nuevo las escaleras. Luke se quedó parado en el comedor, contemplando el momento.
—¿Quieres que yo lo haga? —le preguntó Luke, aun con la cabeza de Medusa en las manos.
—No, yo lo haré —respondió tomando la cabeza de Medusa, se sintió asqueado cuando la tuvo en sus manos.
Sonrió, medio divertida, al ver la mueca de asco que su hermano puso al tener una cabeza invisible en sus manos.
—Entonces asegúrate de que apunte en la dirección correcta, o si no... —hizo un gesto hacia las estatuas del jardín.
Lucerys jugueteó un momento con la cabeza entre las manos, hasta acomodarla de forma que la cara de medusa mirara hacia el frente y no directamente hacia él.
Sí, por poco terminaba teniendo un hermano convertido en estatua viviente.
—Por supuesto. Gracias por el dato —dijo él, mientras Luke susurraba un "ok". Se quedaron mirándose en la puerta.
—¿Crees que podrías abrirme la puerta? Tengo las manos ocupadas —pidió él.
—He visto a Percy abrir puertas con los pies... y sin tener nada en las manos —dijo Quirón, claramente decepcionado, como si ya lo hubiera reprendido más de una vez a su hermano por esa costumbre.
—Oh, Quirón —canturreó Afrodita con voz dulce—. Las chicas siempre esperamos que nuestros caballeros nos abran la puerta.
—Mi hijo no es una chica, Afrodita —replicó Poseidón, visiblemente molesto.
Afrodita soltó una risa suave.
—Tu hijo fue mujer dos veces —dijo, mostrando una sonrisa blanca y perfecta—. Su feminidad todavía está... activa.
—¿A qué se refiere? —preguntó Rhaenyra, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
Afrodita le lanzó una mirada de "¿En serio, cariño?". Hubo un segundo de silencio mientras todos procesaban sus palabras... hasta que Poseidón soltó un grito que hizo que más de uno se sobresaltara.
—¡NO, MI BEBÉ! —bramó, poniéndose de pie.
—¿Qué pasa? —preguntó Hades, sorprendido por el arrebato de su hermano.
—Si su "feminidad" está activa, como dice Afrodita... —intervino Atenea, cruzada de brazos y con el ceño fruncido—, el chico todavía podría... gestar un bebé.
—Omegaverse en la vida real —soltó Piper antes de dar un chillido emocionado... que interrumpió enseguida, tosiendo con incomodidad—. O sea... qué bueno.
—¡Por mi tridente! —volvió a exclamar Poseidón—. ¡Tengo que darle la charla!
—De eso ya me encargué yo —intervino Quirón con calma—. Se la di a una edad adecuada... igual que a todos los demás.
Entonces Poseidón se giró bruscamente hacia Hermes, con los ojos como tormentas desatadas.
—¡Espero que tu hijo nunca te pida condones por Hermes Express! —espetó, furioso.
Hermes, con esa sonrisa pícara que parecía no borrarse jamás, se encogió de hombros con fingida inocencia.
—Bueno... el servicio de entrega es rápido y eficiente. Uno nunca sabe cuándo lo podría necesitar...
—¡Esto es en serio, Hermes! —bramó Poseidón, agarrándolo de la camisa y sacudiéndolo como si intentara hacer salir la irresponsabilidad a golpes—. ¡Mi bebé todavía no puede tener bebés!
Hermes lo miró divertido, sin perder la compostura ni siquiera un segundo.
—Oh, tranquilo, tío. Créeme... Percy tiene otros problemas más grandes que pensar antes de siquiera considerar eso.
Poseidón exhaló un suspiro pesado y volvió a sentarse, aunque sus ojos siguieron clavados en Luke con un brillo que anunciaba tormenta.
Luke reaccionó de inmediato.
—Claro, por supuesto —dijo rápido, abriendo la puerta para ella.
Salió lentamente, la oscuridad apenas era combatida por el resplandor intermitente de un letrero de neón. Frente a él, Alecto esperaba, transformada en una criatura monstruosa, sus ojos fijos y amenazantes.
Se acercó despacio, el silencio roto solo por un chillido espeluznante cuando desplegó sus alas. Al estar lo suficientemente cerca, le arrancó la gorra de invisibilidad a Medusa. La cabeza apareció, y las serpientes que formaban su cabello se alzaron con vida propia, silbando furiosas.
Alecto clavó su mirada en los ojos de Medusa. Un grito desgarrador escapó de sus labios antes de que su cuerpo se petrificara en un instante, convirtiéndose en piedra. Cayó al suelo y se hizo añicos en miles de pedazos.
—Poco duró como piedra —murmuró el abuelo Corlys con sarcasmo.
—Y todavía menos en el Tártaro —añadió Clarisse con una sonrisa torcida—. Lo único bueno es que no volvió a molestarnos.
Dijo esto último mirando de reojo a Hades, quien se limitó a encogerse de hombros con indiferencia.
Con rapidez, él volvió a colocarle la gorra a la cabeza de Medusa, devolviéndola a la invisibilidad.
Vio cómo Lucerys volvía a colocarle la gorra a Medusa, y por un instante alcanzó a notar en su rostro una expresión de auténtico horror. Todo a su alrededor pareció moverse hasta que la escena terminó en la puerta, donde Luke observaba con el ceño alzado, una expresión sorprendida y un leve sonrojo en las mejillas.
—Creo que alguien fue flechado por Eros —comentó Hazel con diversión, provocando algunas risas a su alrededor.
Un sonido de algo quebrándose la hizo volver la vista al televisor, donde ahora se veía a Lucerys destrozando las estatuas junto a Clarisse, Grover y el propio Luke.
Les costó el resto de la noche destruir cada estatua. Pero cuando llegaron a una en particular, Grover se detuvo, paralizado y asombrado.
—¿Qué pasa? —preguntó, preocupado, al ver que Grover se quedaba inmóvil, casi como una estatua más.
—Es el tío Ferdinand —respondió Grover en voz baja.
—Ay, no... qué terrible —dijo Rhaena con tristeza, girándose hacia Grover—. De verdad lo lamento.
—No se preocupe, mi lady —respondió el sátiro, con los ojos empañados de melancolía—. Él murió siendo valiente, en busca de Pan. Ese es el mayor honor que un sátiro podía alcanzar en aquel tiempo.
El siguió su mirada y observó la figura: un hombre alto, calvo, una gran verruga en la frente, con dos grandes cuernos y una espesa barba que le cubría la cara.
—Grover... lo siento —murmuró con pesar.
Clarisse y Luke se acercaron, notando la conmoción de ambos.
—¡Por los dioses! —exclamó Luke— ¡Es el tío Ferdinand!
—Hasta aquí llegó en su misión —dijo Grover, la tristeza marcando su voz—. Ni siquiera estamos en Trenton, pero mírenlo... no es como los demás. No... parece asustado.
Entonces, con un gesto decidido, Grover alzó las manos y empujó la estatua del tío Ferdinand. La figura cayó al suelo con un estruendo y se hizo pedazos.
—Ahora es libre —susurró Grover, aliviado—. Su misión por fin terminó.
El silencio que siguió fue sepulcral. Nadie se movió, nadie dijo nada, nadie hizo nada.
—¡Maldito sea el Mata-Sangre! —proclamó Alincet, lanzándole a Grover una mirada dura.
—¡Y malditas sean las amigas traicioneras! —replicó Afrodita con el mismo tono que Alicent había usado contra él.
Alincet se volvió roja como una manzana. La Reina Verde realmente se veía a sí misma como la inocente en toda aquella historia, convencida de que nunca había hecho el mal.
—¿Alecto todavía está afuera? —preguntó Grover con cautela.
—No, ya la destruí —respondió él rápidamente—. Estamos libres de irnos.
—Grover, ¿Encontraste algo? —dijo Luke—. No será barato un taxi de aquí hasta Trenton.
—Pero antes que nada... ¿qué haremos con la cabeza de Medusa?—señalo el escritorio de Medusa.
La colocó con cuidado sobre un escritorio que encontraron entre las estatuas, cuando bajaron de nuevo al sótano.
—No podemos dejarla ahí para que alguien más la encuentre —dijo—. Debemos encontrar un lugar seguro para dejarla.
—Claro —asintió Luke—, pero... ¿podemos hablar ahora de algo más importante?
—¿Qué asunto? —preguntó curioso.
—Podrías salvar a tu madre —dijo Luke con seriedad—. Medusa lo mencionó como si ya lo hubieran discutido. ¿Tu madre sigue viva?
—Sí —respondió él sin dudar—. Está con Hades.
—¡Ah, ya veo! —exclamó Clarisse, entre incrédula e irritada—. No estamos aquí solo para encontrar el rayo maestro... ¡estamos aquí para salvar a tu madre!
—Chicos —intervino Grover—, por favor, cálmense.
—¿Y qué si estamos aquí para salvar a mi madre? —dijo él, con voz firme—. Podemos encontrar el rayo maestro en el proceso.
—Solo quiero saber por qué tuvimos que enterarnos por Medusa —exclamó Luke, visiblemente molesto—. ¡Eso es lo que me molesta!
—Está bien, ya que estamos en eso... ¿qué quiso decir con "debiste aceptar mi oferta"? ¿A que se refería con eso? ¿Y porque nos enteremos por Alecto?
Varios rieron, y entonces Leo comentó con picardía:
—Percy no perdona nada.
—Claro que no —replicó Balerion—, fue criado entre serpientes a las que les encanta escupir veneno. Obvio que no sabe perdonar.
—¡¡Ya basta!! —gritó Grover de pronto.
Los tres se quedaron en silencio, atónitos. Grover nunca levantaba la voz, ni siquiera cuando estaba molesto.
—Cálmense todos —repitió Grover, respirando hondo.
—Me recuerda a cuando Rhaena se enoja —susurró Jace.
Ella asintió, de acuerdo. Su hermana solía ser tranquila, pero llevaba la sangre del dragón; y cuando alcanzaba su límite, dejaba salir su fuego.
—¿Por qué estás tan alterado? —preguntó Clarisse, muy confundida.
—Déjame pensar, Clary —dijo el señor D—. Estar quejándose todo el camino, pelearse cada cinco minutos y llevar al límite al pobre sátiro, que es el más tranquilo de ustedes... la verdad, no sé por qué se habrá enojado.
Vio a Clarisse cruzarse de brazos, furiosa.
—Porque llevo todo el día tratando de que ustedes no se peleen —respondió Grover, y luego miró directamente a Percy—. Y tú has estado extraño desde que salimos del campamento.
—¿De qué hablas?
—Te conozco bien, Percy Jackson —dijo Grover con firmeza—. Algo te está molestando y no has dicho ni una palabra.
—Tiene razón —dijo Chris—. Percy habla con todo el mundo: con nosotros, con su pegaso... hasta con los peces. Si no está hablando con nadie es... extraño.
—Es que ninguno de ustedes sabe los buenos chismes que tienen los peces —intervino Poseidón—. Ellos son mis oídos en el mar.
—¿Como un maestro de los susurros? —preguntó el abuelo Corlys, impresionado.
Poseidón asintió, y vio cómo su abuelo empezaba a preguntarse si debía entrenar a unos peces para que llevaran sus rumores.
—No sé de qué hablas —intentó defenderse.
—Sí lo sabes. Has estado peleando con todo el mundo, y eso es raro... ¡muy raro!
Entonces explotó.
—¡Porque el oráculo me dijo que uno de ustedes iba a traicionarme! —exclamó, furioso—. ¡Ok!
El silencio que siguió fue absoluto. Todos se miraron entre sí, paralizados.
—"Vas a ser traicionado por alguien que dice ser tu amigo... y fracasarás en salvar lo más importante al final" —repitió Percy con voz más baja—. Eso fue lo que no les revelé. Hasta ahora.
—Como dije —Quirón se acomodó mejor en su silla de ruedas—, el resto de la profecía se revelará a su debido tiempo.
—¿Al igual que la gran profecía? —preguntó el tío Viserys.
—Así es —respondió Quirón—. Todas las profecías, conocidas o desconocidas, se mostrarán únicamente cuando llegue su momento.
Soltó un largo suspiro y se fijó en Clarisse.
—Te escogí porque se que jamás seremos amigos —luego miró a Luke y a Grover—. Y los escogí a ustedes porque son los únicos amigos que tengo y me siento tan... solo. No sé en qué creer o en quién confiar.
—Un Targaryen solo en el mundo es algo terrible —dijo el padre—. Siempre les he dicho que permanezcan juntos, incluso cuando estén enojados entre sí. Es mejor estar enojados juntos que estar enojados solos. Mira lo que le pasó a Viserys: se quedó solo con sus andalos y fíjate en el caos que provocó.
—Pero también nos tiene a nosotros —intervino Clarisse—. Él no está solo.
Daemon sonrió con picardía a los amigos de su hermano.
—Pero no es lo mismo —dijo, con desdén—. La sangre de dragón es volátil; solo entre nosotros podemos ser verdadera compañía.
Vio como a los amigos de Lucerys no le gusto lo que su padre dijo... a ella tampoco le gusto, pero sabía que tenía un poco de razón.
—Por eso nunca estuvo solo Lucerys —agregó Balerion, mirando a Daemon.
—¿A qué se refiere? —preguntó el padre, intrigado.
—Más tarde lo sabremos —respondió el dios, dejando un aire de misterio en la habitación.
Cerró los ojos por un momento y añadió:
—Perdon yo...
Luke se acomodó el cabello desordenado, incómodo.
—Alecto ofreció ayudarme con la misión si te entregaba.
—¿Y qué le dijiste? —preguntó él con dureza.
—Te protegí cuando su hermana se metió en el autobús.
Grover le hizo una señal como animándolo a seguir.
—Medusa ofreció salvar a mi mamá si los traicionaba —dijo.
—¿Y qué le dijiste? —preguntó Luke.
—Le corté la cabeza.
—Ninguno eligió ser semidios —dijo Grover con voz tranquila—. Ninguno eligió esta misión... pero decidimos que, si los cuatro estamos juntos, ninguno estará solo. Si no podemos con esto, entonces hay que volver al campamento, ahora. Porque no lo lograremos.
Él frunció el ceño, pensando rápidamente.
—Creo que tengo una mejor idea de dónde esconder la cabeza de Medusa —les hizo una señal a los demás para que lo siguieran, y ellos lo hicieron.
—Allí viene una de sus ideas idiotas —dijo Thalía, inquieta.
—Esa "idea idiota" nos alegró el día —replicó Hermes, divertido, con una sonrisa pícara.
Apolo, contagiado por la risa, también comenzó a reír.
—Todavía recuerdo cuando tío Poseidon se cayó de su trono —añadió entre carcajadas.
—Para mí no fue nada divertido —intervino Poseidón, frunciendo el ceño y cruzando los brazos, claramente molesto.
En la mesa había un gran libro, y comenzó a ojearlo.
—Hermes Express hace envíos a todas partes —dijo mientras pasaba las páginas—. Algunos incluso van directo al Olimpo.
—Percy —dijo Luke, dudoso—, no puedes enviar la cabeza de Medusa al Olimpo.
—¿Pero a qué otro lugar sería más seguro enviar esa cabeza que al propio hogar de los dioses? —dijo el abuelo Corlys.
—Lord Corlys tiene razón —apoyó la diosa Hestia, asintiendo—. Solo nosotros podemos asegurarnos de que esa cabeza esté bien cuidada.
—¡Pero no de manera tan descarada! —intervino Hera, claramente molesta.
—¿Y cómo sugieres que la envíe, hermana? —preguntó Deméter, con un tono de curiosidad.
—Solo digo que podría haberse hecho por otro medio —replicó Hera, con el ceño fruncido.
Hestia frunció el ceño, uniendo las manos frente a ella.
—No podemos exagerar la precaución; a veces, la seguridad requiere un poco de audacia.
—Audacia, sí, pero no imprudencia —replicó Hera, cruzando los brazos con firmeza—. Hay límites, incluso para los dioses.
—Y sin embargo —intervino Deméter con voz serena—, si no lo hacemos nosotros, ¿quién más? Los mortales ni siquiera entenderían la importancia de este objeto.
—Eso no justifica exponerlo a la vista de todos —bufó Hera—. Un poco de discreción, nada más.
—¿Por qué no? —preguntó curioso.
—A los dioses no les va a gustar —respondió Clarisse.
—No lo hagas —advirtió Grover.
Él se encogió de hombros, sin darle mucha importancia. A los dioses les gustaba jugar sucio; tal vez era hora de que probaran un poco de su propia medicina.
Jace se llevó las manos al rostro y dejó escapar un largo suspiro.
—Mi hermanito realmente carece de instinto de supervivencia —murmuró—. En cualquier momento, por alguna de sus locuras, lo van a matar.
—Imaginen que la cabeza de Medusa es como una batería... hay que enviarla de vuelta.
—Esto es una pésima idea —dijo Luke en tono de advertencia—. Te verán como un impertinente.
—Me gusta serlo —respondió, tomando una de las cajas que había debajo de la mesa.
—Pero nosotros no lo somos —dijo Clarisse, cruzándose de brazos.
—Nos arrastró con uñas y dientes por esta idiotez —murmuró Clarisse.
—¿Y eso tendrá consecuencias? —preguntó Rhaenyra, como si la respuesta no fuera obvia.
—Claro que las habrá —respondió Atenea—, y muy serias.
Jace escondió su rostro entre las manos, claramente agotado por el comportamiento de Lucerys.
—Miren, Medusa intentó arruinar nuestra misión —dijo, mirándolos uno por uno—. Ella tiene problemas con muchos dioses. Que lo vean como un tributo. Además...
Le quitó la gorra a Medusa. Su rostro estaba boca abajo.
—Esta gorra es, sin duda, muy útil —se la tendió a Luke.
—Gracias —Luke la tomo. Por un momento, sus manos se rozaron y ambos se sonrieron.
Metió con cuidado la cabeza de Medusa en la caja, asegurándose de que mirara hacia abajo, y la cerró. Tomó cinta adhesiva y la selló bien.
—Esto no es lo que quería decir con "ayudarnos" —dijo Grover—. Nos estamos metiendo en un gran peligro...
—Mi segundo nombre es Peligro —respondió él con una sonrisa, tomando el formulario de envío de la mesa.
—¿En serio? —preguntó Daeron, con el ceño fruncido por la confusión.
—No, no es Dylan —aclaró Poseidón—. Es el segundo nombre del padre de Sally: Jim Dylan Jackson. Yo quería que lo llamara Oyster, pero al final fue Sally quien decidió. Y debo admitir... me gustó cómo quedó, porque Dylan significa "hijo del mar", así que terminó siendo mucho más apropiado de lo que esperaba.
—Qué bueno que Sally eligió el nombre y no tú, barba de percebes —comentó Hades con sorna—. ¿Cómo ibas a llamarlo Seashell si ya tenía un nombre...diferente? Pobre niño, Poseidón.
—Por eso dije —respondió Poseidón, con una sonrisa para nada tranquila—. Me gustó cómo quedó.
Los Dioses
Monte Olimpo
Planta 600
Edificio Empire State
Nueva York, NY
—Con mis mejores deseos, Percy Jackson.
—Incluso les pone "con mis mejores deseos" —dijo Rachel, divertida—. Este niño y sus bromas... siempre sabe cómo sorprendernos.
—Eso no va a gustarles —advirtió Grover—. Te considerarán un impertinente.
Él metió unos cuantos dracmas de oro en la bolsita. En cuanto la cerró, se oyó un sonido como de caja registradora. El paquete flotó por encima de la mesa y desapareció con un suave pop.
—Eso es mucho mejor que un cuervo —dijo Daeron, asombrado, con los ojos muy abiertos por lo que acaba de presenciar.
—Ya está —respondió, mirando a Luke y Clarisse, listo para recibir sus críticas.
Pero ninguno dijo nada. De hecho, parecían resignados al hecho de que él había enviado algo sumamente ofensivo a los dioses... simplemente porque quiso.
—Vamos —murmuró—. Tenemos que llamar un taxi para que nos lleve a Trenton.
La pantalla del televisor se apagó en un negro absoluto y, en medio de aquel silencio pesado, comenzó a escucharse el rumor de las olas rompiendo suavemente contra la arena, mezclado con las risas lejanas de unos niños. Luego, casi como un susurro que venía desde otra vida, alguien empezó a tararear una canción que no había escuchado en mucho tiempo... demasiado tiempo.
El televisor volvió a encenderse, mostrando a Lucerys con su otra apariencia sentado en la orilla, con la mirada perdida en el mar, pensativo, casi ausente. Alguien, con paciencia y ternura, le iba haciendo pequeñas trenzas en el cabello, adornadas con diminutas conchas blancas que brillaban bajo la luz.
Cuando terminó, la figura lo acomodó entre sus brazos y apoyó la cabeza en el hombro de su hermano. Era su madre.
—Laena... —susurró su abuela con ternura, al borde de las lágrimas.
Su gemela soltó un sollozo ahogado, mientras su padre y su abuelo apenas pudieron esbozar muecas contenidas. Rhaenyra, en cambio, sonrió con una dulzura quebrada.
—Estás enojado —dijo su madre, con esa voz divertida que parecía intentar aliviar el extraño comportamiento de su hermano—, porque me iré pronto.
—Solo me molesta que no quieras esperar a ver a Baela y Rhaena —respondió su hermano, con el ceño fruncido—. Ellas te extrañan demasiado.
—Y yo las extraño también —replicó su madre, ahora con una mirada empañada de tristeza—. Pero, del mismo modo que mi niño se fue demasiado pronto para volver a vivir... yo también quiero recordar lo que significa vivir.
Su hermano soltó una risa fría, rota en su interior.
—Y seguro no tiene nada que ver con que la abuela esté por llegar.
Su madre le devolvió la misma risa ligera, aunque sus ojos reflejaban un mar de enojo.
—¡Espera! ¿Por qué Laena no quiere verme? —preguntó su abuela con desesperación, pero nadie supo qué responder. La única persona que podía hacerlo, en ese momento, dormía con la boca entreabierta, dejando escapar un hilo de baba.
—Podría decir lo mismo de ti y de Laenor— dijo su madre con una mirada audaz.
—Mi padre se puede ir a la...
Lucerys no pudo terminar la frase. Dos niñas corrieron hacia él, lanzándose a sus brazos con una alegría desbordada. Eran Visenya y Aemma, mayores, quizá de unos seis años. Lo rodearon de palabras atropelladas y risas, mientras su madre volvía a reír, tarareando esa misma canción que parecía haberse grabado en su alma.
El televisor volvió a teñirse de negro. Un chirrido metálico anunció la apertura de una puerta, y entonces apareció Lucerys en su aspecto actual. Llevaba un extraño sombrero azul con las iniciales "LV" bordadas al frente. Tarareaba, igual que su madre, aquella vieja melodía, mientras caminaba por un pasillo abarrotado de gente.
Pasaron dos días viajando en el tren, cruzando colinas ondulantes, ríos serpenteantes y campos de trigo ámbar que se mecían como un mar dorado. No fueron atacados ni una sola vez, pero aun así, él no logró relajarse del todo. Tenía la sensación constante de que alguien los vigilaba: desde arriba, desde abajo... como si algo estuviera al acecho, esperando el momento justo para actuar.
—¡Qué montón de cosas tienen para trasladarse! —dijo el tío Viserys, asombrado.
—Y las que faltan —respondió Leo con una sonrisa—. Eso es lo bueno del futuro.
La gorra que Luke había robado en una de las paradas lo ayudaba a pasar desapercibido ahora que lo buscaban.
—La vieja confiable cuando te busca la policía —dijo Hermes con orgullo—: una buena gorra y unos lentes oscuros, y puedes pasar al lado de ellos sin que te noten.
—Bien dicho, padre —soltó Connor con una sonrisa.
Todos lo miraron con extrañeza, aunque nadie comentó nada. Ese chico realmente parecía haber robado algo.
Cuando llegaron a la estación de Trenton, su rostro apareció en el noticiero de la edición matutina, proyectado en el televisor de la sala de espera. Por suerte, ninguno de sus amigos lo notó, aunque se llevó una gran sorpresa cuando Luke le entregó la gorra después de la primera parada.
—Obvio que sí se dieron cuenta —dijo Jace, mientras Clarisse y Grover asentían.
—¿Y por qué no le dieron el sombrero de invisibilidad? —preguntó el abuelo Corlys.
—Porque sería muy raro que una puerta se abriera sola —comentó Grover—. Y si alguien chocaba con Percy modo invisible, todo el tren entraría en pánico. Necesitamos calma, no llamar la atención... menos aún de algún monstruo que pueda estar entre esas personas.
Bajó un poco la gorra al pasar junto a un pasajero que hojeaba el periódico. En la primera plana estaba él. Su mirada perdida, la piel tan pálida como el cabello de Muña, y honestamente la fotografía no sacaba su mejor ángulo.
—Si su mejor ángulo es el izquierdo —comentó Rachel divertida—, tal vez por eso Luke escogió el lado izquierdo de la cama...
—¡¿Cómo que Luke escogió el lado izquierdo de la cama?! —exclamó Poseidón, con la voz cargada de furia y preocupación.
Sus ojos brillaron como un mar embravecido, y el aire en la sala pareció volverse más denso. Vio cómo Aemond miraba primero a Lucerys y luego a Luke, buscando alguna explicación, pero era evidente que no obtendría respuestas sin despertarlos a ambos.
—¡Mi hijo todavía es una santa paloma! —rugió Poseidón, golpeando el suelo con el tridente que llevaba en la mano, como si quisiera reforzar sus palabras.
—Sí... claro —murmuró el señor D con ironía—. Santa paloma.
Poseidón lo fulminó con la mirada.
—¿Algo que agregar, Dionisio? —dijo con voz grave, cargada de advertencia.
Pero el señor D solo se hundió aún más en su revista con nerviosismo.
—Así estás mejor —espetó Poseidón, aún temblando de indignación.
Debajo de la foto se leía:
Víctima desaparecida reaparece: la policía solicita información sobre Percy Jackson
Las autoridades continúan la búsqueda de Percy Jackson, un menor que desapareció hace dos semanas tras un accidente vial en el que estuvo involucrado junto a su madre (quien permanece desaparecida) y un camión de carga. Inicialmente, la policía manejó la hipótesis de un posible secuestro por parte del conductor del camión. Sin embargo, nuevas pistas sugieren que el joven pudo haber escapado de su secuestrador.
Testigos afirman haber visto a Percy Jackson huyendo hacia un bosque en compañía de otros tres adolescentes. En respuesta, las fuerzas policiales han desplegado equipos de búsqueda en la zona con el objetivo de localizarlos y garantizar su seguridad.
Su padrastro, Gabe Ugliano, ha ofrecido una recompensa a quien proporcione información confiable que facilite el regreso del menor a casa, sano y salvo.
Así que Gabe terminó por descubrir que él era, en sus propias palabras, una gallina de los huevos de oro. Casi siempre, después de varias semanas que terminaban las clases, las escuelas más prestigiosas de Nueva York enviaban cartas invitándolo a entrevistas para discutir posibles becas y ayudas económicas que su él podría recibir. Pero su madre siempre había ocultado esas cartas. Sabía que, si Gabe las encontraba, aceptaría en su nombre sin consultarlo y se quedaría con el dinero destinado a ellos. Ahora que las cartas habían empezado a llegar otra vez, Gabe solo podía verlo como una fuente de ingresos con piernas.
Escuchó cómo Poseidón soltó un gruñido bajo, nada agradable, como el rugido contenido de una tormenta en el fondo del mar.
—¿Si Gabe ya no está? —preguntó Corlys con cautela—. ¿Qué le pasó?
—No importa lo que le paso a ese...hombre —respondió Poseidón con una frialdad que helaba la sangre—. Lo tengo en un lugar donde puedo vigilarlo.
El tono en el que lo dijo, tan gélido y distante, le provocó un escalofrío que le recorrió la espalda. Y aunque no entendía del todo lo que significaba, supo que no quería saberlo. Para ella, lo único importante era que aquel hombre horrible se mantuviera lejos de su hermanito.
Pasó el resto del día sentado en el cubículo que habían alquilado para el viaje, mirando por la ventana, gracias al dinero que habían encontrado en la casa de Medusa.
—Prácticamente le hicieron una donación forzada —se burló Hermes con una sonrisita traviesa.
—No los debía —gruñó Clarisse—, mucho menos después de casi matarnos.
En un momento, vio a una familia de centauros galopando entre los campos de trigo, con los arcos tensados mientras cazaban el almuerzo. El hijo centauro tenía tamaño de Joffrey montado en un poni lo vio y le hizo un gesto con la mano. Él se lo devolvió justo antes de que desaparecieran entre las colinas.
Más tarde, al atardecer, distinguió algo enorme moviéndose entre los árboles de un bosque cercano. Juraría que era un león, aunque sabía que no había leones sueltos en Estados Unidos. Aun así, la criatura tenía el tamaño de Vermax. Lo observó saltar entre los árboles y luego perderse entre las sombras.
—Impresionante... —murmuró el abuelo, con los ojos bien abiertos de asombro.
Ella también lo estaba. Las criaturas que había visto en el nuevo mundo de su hermano eran tan impresionantes como aterradoras; cada una parecía un peligro latente. El simple pensamiento de que alguna pudiera lastimarlo le helaba la sangre, y no podía quitarse de la cabeza la sensación de que, en cualquier momento, algo podría atacar a su hermano.
El dinero que les habían dado en el campamento había alcanzado para alquilar ese cubículo hasta Denver. Mil diecisiete millas los separaban de su destino cuando se bajaran del tren, y aunque todavía faltaba mucho camino por recorrer, ya habían cruzado casi medio país. Eso, al menos, era un logro.
—¡Van volando! —exclamó el tío Viserys, sin poder ocultar su incredulidad.
—Pero no lo suficientemente rápido —gruñó Clarisse—. Aunque, admito que nos ahorramos bastante camino.
—Van bien —intervino Hermes con tono despreocupado—. Si lo comparas con otras misiones, el peligro ha sido mínimo.
Clarisse frunció el ceño con una mueca de disgusto, como si la comparación le pareciera una burla más que un consuelo.
Grover dormía sobre sus muslos y roncaba con fuerza, como siempre. Clarisse se había ausentado por "un problema de mujer", algo que nadie se atrevió a preguntar, aunque en el fondo todos sabían de qué se trataba.
—Tu amiguito vino de visita —se burló Connor, con una sonrisa provocadora.
—¿Algún problema con eso, Connor? —respondió Clarisse, su voz baja y cargada de enojo mientras apretaba los puños.
El color se le fue del rostro al chico al instante, y comenzó a negar con la cabeza con rapidez, tragando saliva.
Aun así, nadie dijo ni pio. Luke estaba sentado frente a él, también contemplando el paisaje en silencio.
—¿Te puedo preguntar algo? —dijo Luke, apartando la vista de la ventana para mirarlo directamente—. ¿Quién quiere tu ayuda?
—¿Perdón?
—Anoche, mientras dormíamos, murmurabas algo... "No voy a ayudarte". ¿Con quién soñabas?
Se recostó en el asiento, incómodo. Era la segunda vez que veía a ese hombre con la linterna, pero esta vez le hablaba desde un foso oscuro. Soltó un largo suspiro y le contó a Luke lo que soñó.
—¿Y ustedes no pueden hacer algo? —preguntó Rhaenyra, la preocupación marcando su voz—. Algo para que deje de tener esos sueños... con ese tal Cronos.
Los dioses intercambiaron miradas silenciosas durante unos segundos, como si ninguno quisiera ser el primero en responder.
—Está fuera de su jurisdicción —dijo finalmente Balerion, con seriedad—. Ninguno de nosotros es dios de los sueños. Hipnos podría ayudarlo... pero Hipnos no es precisamente un dios responsable.
—En otras palabras —intervino el señor D, encogiéndose de hombros—, Hipnos está siempre dormido. Todavía me pregunto cómo ha tenido tantos hijos si se la pasa así.
—O sea que... no pueden ayudar a mi hijo —murmuró Rhaenyra, la decepción evidente en su rostro y en su tono de voz.
Balerion negó despacio, y Rhaenyra apretó los labios, formando una mueca que era una mezcla de frustración y tristeza.
Luke pareció meditarlo por unos segundos.
—No suena como Hades —dijo al fin—. Él siempre aparece sentado en su trono negro... no en un foso.
—¡Esa debió ser la primera señal de que yo no tenía el rayo! —dijo el dios, visiblemente ofendido.
—Pero tampoco sabíamos que Cronos había vuelto —respondió Thalía con calma—. Percy no lo conocía, ni siquiera sabía su nombre. Por descarte... tuvo que pensar que era usted. No por todo usted envió a la señora Dodds por Percy. Era obvio que pensara que era usted.
—Tal vez cambió de perspectiva.
Thalía arqueó una ceja hacia Hades, como diciendo: "¿Ves? ¿Quién tenía razón?"
Vio a Luke esbozar una sonrisa, apenas contenida.
—Pero —dijo Luke, volviéndose serio de repente— no debes hacer un trato con Hades. Lo sabes, ¿verdad? Es un mentiroso, no tiene corazón y sí, mucha avaricia. No me importa que sus Benévolas no se mostraran tan agresivas esta vez...
—No soy un mentiroso —replicó el dios con voz grave—. Sí, tengo corazón, y puedo ser avaricioso... pero sé cómo controlarme. Ser un dios oscuro no significa que sea malvado todo el tiempo.
—Eso es obvio —respondió él, ahora con una sonrisa divertida—. La próxima vez que veamos una Benévola, seguro nos harán un camino de rosas.
Luke soltó una carcajada tan fuerte que hizo que Grover entreabriera los ojos, medio adormilado.
—¿Qué es tan divertido? —murmuró, molesto.
—Nada, Grover. Vuelve a dormir —dijo Luke, dándole una sonrisa de disculpa.
Grover le lanzó una mirada fulminante antes de cerrar los ojos nuevamente.
—Es todo un gruñón cuando lo despiertas de su letargo sueño—añadió Luke en voz baja.
Tuvo que taparse la boca para no estallar en carcajadas y correr el riesgo de que Grover se despertara de nuevo y lo fulminara con otra mirada.
—Percy es igual —dijo Jason, divertido—. Solo que él lanza sus zapatos... y lo malo es que tiene una puntería increíble, casi siempre acierta. Una vez me dejó con un ojo morado por culpa de sus Converse.
Todos rieron ante el comentario de Jason. Sí, su hermano no había cambiado mucho. Rhaena una vez le contó que, una vez, Aegon durmió junto a Lucerys durante la siesta de la tarde, y cuando Rhaenyra fue a despertarlos, Lucerys ofreció como "sacrificio" a Aegon para que lo dejaran seguir durmiendo.a
Por los altavoces anunciaron que la próxima parada —y penúltima— sería Amtrak, y que habría una espera de tres horas antes de partir hacia Denver.
—Tres horas es mucho tiempo —dijo Luke, poniéndose de pie y cargando las mochilas—. Si nos quedamos quietos tanto rato, nuestro olor podría atraer a otro monstruo.
—¿Así que tenemos que bajarnos del tren... y perder tres horas en algún lugar? —preguntó, mientras intentaba despertar a un Grover medio dormido—. ¿Adónde vamos?
—Vamos a hacer turismo cultural —respondió Luke, colgándose también la mochila de Clarisse.
—¿Turismo?
—El Gateway Arch —dijo con una sonrisa—. Annabeth me ha contado mucho sobre él, y quiero verlo en persona.
—Sí, suena bien —dijo él mientras Grover se incorporaba, aún medio dormido—. Nos vendrá bien estirar un poco las piernas.
Bajaron del tren unos minutos después de que lo hiciera la mayoría de los pasajeros. Clarisse se les unió con cara de pocos amigos y oliendo fuertemente a perfume, pero nadie hizo comentarios.
—Ese olor... ¿no atraerá a los monstruos? —preguntó Rhaena, con el ceño fruncido y la voz cargada de inquietud.
—No, mi Lady —respondió Quirón con calma, tratando de tranquilizarla—. El aroma de un semidiós y el de un simple perfume son completamente diferentes.
El arco estaba a poco más de una milla de la estación. A esa hora, las colas para entrar no eran muy largas. Recorrieron el museo subterráneo, vieron vagones antiguos y otras reliquias del siglo XIX. Algunas cosas eran interesantes... otras no tanto.
Pasaron al menos diez minutos frente a un barril mientras Luke les explicaba detalles increíblemente aburridos sobre ella. Clarisse parecía a punto de estrellar la cabeza contra las paredes de piedra, y él estaba a nada de seguir su ejemplo.
—Creí que ese chico era bueno en los estudios —dijo Atenea, con un dejo de profunda decepción—. Es importante aprender todo lo que se pueda.
—Mi hijo es estudioso —replicó Poseidón, encogiéndose de hombros—. Solo que... bueno, ¿quién quiere escuchar diez minutos sobre un barril? Apuesto a que muchos se aburrirían rápido.
mientras Grover se comía tranquilamente un burrito vegetariano que Luke había robado en una tienda para abastecerse de comida. (Las cosas en el tren eran absurdamente caras.)
—¡Un ojo de la cara costaba todo eso! —dijo Clarisse, lanzándole a Aemond una mirada divertida.
Aemond intentó hacerse el desentendido, pero al ver cómo sus puños se apretaban y su rostro se ponía rojo de furia, supo que había dado justo en el punto débil de ese idiota.
Luke también robo una tarjeta del arco, escribió algo rápido y la metió en un buzón de correo, era para Annabeth.
—Luke —dijo Clarisse, apretando el puño—, sigamos o te voy a golpear.
Luke puso una mueca, pero continuó guiándolos como si fuera un guía turístico profesional. Él se acercó a Grover mientras caminaban.
—¿Hueles algo? —le susurró al pasar junto a una familia.
Grover levantó la nariz del burrito y olfateó el aire con gesto concentrado.
—Estamos bajo tierra —respondió con cara de disgusto—. El aire bajo tierra siempre huele a monstruos. Probablemente no signifique nada.
—En realidad, es porque estaban cerca de una de las entradas del laberinto —explicó Nico con calma, como si fuera lo más obvio del mundo.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Jason, entrecerrando los ojos.
—Por mis viajes por el laberinto —respondió Nico encogiéndose de hombros—. Encontré la salida al Gateway Arch detrás de unas pinturas.
Hizo una breve pausa antes de añadir:
—Muchos lugares subterráneos huelen a monstruo por la misma razón: están cerca de alguna entrada al laberinto.
Pero eso no fue suficiente para tranquilizarlo.
—Lo más curioso de este lugar es, sin duda, que es un santuario de Atenea —dijo Luke con aire de experto—. O eso me contó Annabeth.
—Así que aquí estamos a salvo —dijo Clarisse, relajándose un poco—. Ella no permitiría que un monstruo entrare a su santuario para atacarnos.
—Sí, ¿verdad, Atenea? —dijo Poseidón, mientras Atenea no pudo evitar fruncir el ceño, formando una mueca que lo decía todo.
Había dejado entrar un monstruo en su santuario, Lucerys no estaba a salvo... otra vez.
—El mejor lugar del mundo —comentó Grover antes de volver a morder su burrito.
Y aun así, nada se sentía realmente seguro. Cada vez que miraba a su alrededor, alguien lo estaba observando. Algunos con ojos brillantes, otros con evidente curiosidad... y algunos con una mirada que no tenía nada de amable. Pero entre esas mirada creía ver a una no con buenas intenciones.
Al final del museo estaban los ascensores que los llevarían hasta la cima del arco. Tuvieron que abrirse paso entre una multitud de visitantes, y en medio del empujón, una señora con su perro en transportadora lo empujó accidentalmente, haciéndolo terminar en los brazos de Luke.
—Cuidado —le dijo Luke con una sonrisa.
Él desvió la mirada, incómodo.
Afrodita suspiró con un aire de enamorada y se dejó caer suavemente sobre Ares, como si el mundo entero desapareciera a su alrededor.
El perro, encerrado en su pequeña transportadora, empezó a ladrar frenéticamente, como si hubiera detectado algo que los demás no podían ver.
—¿No tienen padres? —preguntó la mujer, mirándolo directamente a los ojos.
—Muy sospechoso —dijo Leo con un toque de sarcasmo en la voz.
Pero el silencio lo devoró; nadie se rió, y la incomodidad se hizo tan densa que Leo carraspeó y bajó la mirada, fingiendo revisar sus herramientas.
Era el retrato viviente de una Karen clase alta: collar de perlas, ropa en tonos pasteles, zapatos bajos y una sonrisa altiva que gritaba superioridad moral.
Él bajó la mirada. Hacía unos meses, una mujer igual se había ofendido porque no quiso asistir al cumpleaños de una compañera de Yancy. No pensaba desperdiciar sus preciados tres días de salida para ir a una fiesta con desconocidos en lugar de pasarlos con su madre. La chica volvió llorando al internado y su madre, furiosa, lo había regañado como si hubiera cometido un crimen imperdonable.
—Suena igual que la abuela —comentó Jaehaerys desde la alfombra, jugando con un caballo de madera. Alicent lo observó con una mezcla de asombro y desaprobación, pero no dijo nada; decir que ella no era así sería una mentira.
—Están abajo —respondió finalmente con voz distante—. No les gustan las alturas.
—Oh, pobrecitos —dijo la mujer con una sonrisa extraña, demasiado forzada para sonar genuina.
El chihuahua en la transportadora soltó un gruñido agudo. Ella acarició la jaula como si calmara a un bebé.
—Tranquilo, mi niño, compórtate.
El timbre del ascensor sonó, y la multitud salió como si alguien hubiera destapado una cañería. En la cima del arco, la plataforma de observación parecía una lata de refresco ligeramente curvada. Filas de pequeñas ventanitas ofrecían vistas a la ciudad por un lado y al río por el otro. No estaba mal... pero él había visto paisajes más impresionantes montando a Arrax por el cielo.
—Oh, perdónanos —soltó Nico con sarcasmo, alzando las manos teatralmente—. No todos tenemos un dragón para pasearnos por el mundo y disfrutar de paisajes de postal.
Luke no dejaba de hablar. Comentaba con entusiasmo los soportes estructurales, y aseguraba que Annabeth le había contado que, si el arco hubiese sido construido por ella, habría puesto ventanas más grandes y un suelo de cristal. Probablemente habría seguido hablando durante horas, pero un guardia interrumpió su discurso.
—La plataforma de observación cerrará en pocos minutos. Por favor, vayan dirigiéndose al ascensor.
Luke condujo a Clarisse, Grover y a él hacia el ascensor, pero cuando llegaron solo pudieron subir a Clarisse y Grover, ya no había espacio para ellos.
—¿Cuántas veces se los he dicho? —tronó Quirón, su voz cargada de severidad mientras su mirada los atravesaba.
—No separarse... —respondieron Clarisse y Grover al unísono, con la cabeza baja como niños regañados.
—¿Y qué hicieron? —insistió, esta vez con un tono aún más duro.
—Separarnos... —admitieron en un susurro, como si decirlo en voz alta fuera suficiente castigo.
—Lo siento, chicos —dijo el guardia—. Será en el próximo ascensor... ¡Eh, ustedes! ¡Regresen aquí!
Un grupo de adolescentes mayores salió corriendo hacia el otro extremo de la sala, ignorando por completo al guardia. Él fue tras de ellos.
—Qué niños tan molestos —murmuró la mujer del chihuahua con desdén—. Odio a los niños desobedientes.
Otra mujer, que también esperaba el ascensor, asintió en silencio, con una expresión reprobatoria.
—Por eso prefiero hacerlos yo misma...
—¿A qué se refiere? —preguntó Daemon, su voz cargada de una inquietud creciente.
—A algo que huele a desastre —respondió Hermes, el tono de preocupación muy evidente ahora—. Y créeme... no es algo que quieras ver de cerca.
Él se giró para mirarla, confundido. La sonrisa de la mujer era demasiado amplia, tensa, antinatural. El chihuahua dentro de la transportadora comenzó a gruñir con un sonido grave, casi gutural.
—Tranquilo, mi niño —dijo la mujer en voz baja, acariciando la transportadora con dedos que parecían demasiado largos—. Hay personas buenas cerca.
Pero el gruñido se intensificó. No sonaba como un perro. Sonaba... mal. Como si algo encerrado estuviera a punto de liberarse.
Sintió entonces la mano de Luke sobre la suya, firme, arrastrándolo discretamente hacia atrás, lejos de la mujer. Al mismo tiempo, la otra mujer —la que había asentido— comenzó a retroceder también, con el rostro pálido.
Su estómago se encogió.
Y entonces, algo puntiagudo, rápido como una serpiente, salió disparado desde la transportadora. Un dolor agudo le atravesó el hombro. El alarido escapó de su boca antes de que pudiera entender lo que había pasado.
Exclamaciones ahogadas llenaron la sala mientras las primeras gotas de sangre golpeaban el suelo con un sonido que helaba la piel.
Era la sangre de su hermano, que se sujetaba el hombro con desesperación mientras el rojo manaba en un flujo alarmante.
—¡Necesita agua! —gritó Jace, la voz cargada de pánico.
—¡No, lo que necesitan es salir de ahí! —bramó Daemon, su orden resonando como un trueno—. ¡Ahora mismo!
—¡Una arma! ¡La señora tiene un arma! —chilló la mujer pálida, corriendo despavorida hacia el otro extremo del arco—. ¡Le ha dado al niño!
Mientras corría la mujer apretó un botón rojo y las luces de emergencia se encendieron. Las risas de los adolescentes se convirtieron en gritos y el guardia les indicaba que bajaran por las escaleras de emergencia en ese mismo instante.
El dolor le ardía como fuego líquido, extendiéndose desde el hombro hasta los dedos. Se tambaleó hacia atrás, sostenido por Luke, quien desenfundó su espada de bronce celestial en un solo movimiento fluido.
—¡Atrás... ¡Atrás, Quimera! —rugió Luke, apuntando directo a la mujer con su espada.
La mujer respondió abriendo lentamente la transportadora.
Lo que emergió de allí no era un perro. Era una aberración salida de una pesadilla. La cabeza de león, enorme y curtida por el combate, llevaba la melena endurecida con sangre seca, las fauces abiertas en un gruñido tan profundo que hizo temblar el piso. El cuerpo era de una cabra gigante, con pezuñas que resonaban como martillos sobre el metal, y por cola arrastraba una serpiente viva, de tres metros, con ojos como carbones encendidos y un sonajero que tintineaba con un ritmo siniestro.
—Es un monstruo salido del mismísimo infierno —murmuró Daeron, la voz quebrada por el terror, mientras sus manos se crispaban.
—Y créeme —respondió Artemisa con fría calma, sin rastro de miedo—, ni siquiera es la peor de las criaturas que Equidna ha traído a este mundo.
Aún colgaba del cuello un collar de pedrería falsa. Una placa, del tamaño de una matrícula oxidada, brillaba con una ironía macabra:
«QUIMERA. Tiene rabia. Escupe fuego. Es venenosa. Si lo encuentra, por favor, llame al Tártaro. Ext. 954.»
—Tenemos que correr, Percy —jadeó Luke—. ¡Ahora!
Trató de ponerse de pie, pero sus piernas se doblaron. Se sentía como si caminara con las rodillas rotas, tambaleante, borracho de terror y dolor. Como su tío Aegon, cuando murió.
—¡¿A qué se refiere?! —exclamó la reina verde, su voz estridente y cargada de indignación.
—¿Qué cree usted? —respondió Balerion con frialdad—. ¿Que Aegon viviría muchos años después de usurpar a su hermana mayor? La sangre usurpadora nunca perdura. Su hijo murió como cualquier otra rata envenenada... solo que Lucerys estuvo allí para verlo sucumbir.
Sus ojos se posaron en Aegon, dormido con la boca abierta, junto a un vaso de vino que claramente se había tomado sin permiso. Tenía la esperanza que su muerte fuera lenta y dolorosa. Lucerys debía contarle hasta el más mínimo detalle cuando despertara.
—No puedes estar aquí... —escupió Luke, el odio vibrando en su voz—. Este es un santuario de Atenea.
La mujer rio. Una risa aguda y húmeda, como una sierra cortando hueso.
—Atenea está decepcionada de ti —murmuró con desdén venenoso—. Ella misma me dejó entrar... por tu atrevimiento.
—¿Qué atrevimiento? —gruñó él, aunque apenas podía mantenerse en pie. Todo a su alrededor vibraba, como si el mundo entero estuviera respirando de forma errática.
—La cabeza de Medusa —susurró la mujer—. No debiste enviarla al Olimpo, eso...la decepciono mucho.
—Pero... —Luke no pudo terminar la frase.
—¿Así que los castigaste a todos por un atrevimiento de mi hijo? —dijo Poseidón, la voz temblando de indignación—. ¿De verdad castigaste a tu propio nieto por eso?
—¡Lo que hizo fue imperdonable! —exclamó Atenea, con los ojos llameando de furia—. ¡Me ofendió a mí!
Hermes frunció el ceño, claramente ofendido por la afirmación de Atenea.
—¡Oye! —interrumpió, cruzándose de brazos—. ¿Cómo que me ofendió a ti? Yo también tengo derecho a decir algo sobre esto, ¿saben? No soy un mero espectador.
Atenea lo miró con los ojos chispeantes de ira, y Poseidón bufó, mostrando que la tensión apenas comenzaba a escalar.
—Hermes, no es momento de defender...
—¡Claro que lo voy a defender! —replicó Hermes, con voz firme y enojada—. Es también mi hijo, Atenea, y casi muere por tu orgullo. ¡En tu santuario, un lugar que creamos para que los semidioses en problemas estuvieran a salvo, dejaste entrar a un monstruo solo porque tu orgullo se sintió herido por Luke, que ni siquiera fue quien te ofendió! Y aun así, decidiste que todos debían pagar el precio.
Escucho a Atenea gruñir y ya no dijo nada para defenderse.
El estruendo de disparos reales quebró el aire.
Era él guardia. Alguien estaba intentando contener la situación.
Ambos se lanzaron al suelo, protegiéndose la cabeza. El eco metálico de los tiros retumbó en las paredes como campanas del infierno.
—¡Baje esa transportadora! ¡Ahora! ¡Deje ir a los niños! —gritó el guardia con desesperación, sin saber que el mal ya había salido y no pensaba volver a entrar.
—Qué hombre tan valiente —dijo Lady Hestia, su sonrisa suave y cargada de calidez, como si quisiera envolverlo en un abrazo. Su mirada brillaba de orgullo y ternura, y por un instante, toda la tensión de la sala pareció disiparse.
—Vamos —susurró Luke. Lo ayudó a incorporarse y lo arrastró hacia la puerta de emergencia al final del pasillo.
Lucerys tuvo que ser arrastrado por Luke hasta una puerta con un cartel que decía Salida de emergencia. La sangre de su hermano formaba un rastro espeso y brillante que manchaba el suelo como una macabra línea roja. Cada vez que Luke tiraba de él, el charco se alargaba, pegajoso, como si el propio lugar quisiera quedarse con él. El rostro de su hermano estaba pálido, torcido en una mueca de dolor que le deformaba las facciones, los dientes apretados para no gritar.
Pero antes de alcanzarla, un grito humano, cortado abruptamente, heló su espalda.
Él volteó, contra su voluntad. Solo un poco.
Y lo vio.
Sangre. Por todas partes. Salpicando el suelo, las ventanas, las paredes. La Quimera tenía al guardia entre sus fauces, agitándolo como un trapo. El hombre seguía vivo. Gritaba, con los pulmones llenos de agonía, hasta que la bestia cerró la mandíbula de león de un solo chasquido.
Lady Hestia bajó la mirada, y sus labios se curvaron en una mueca cargada de tristeza, como si el peso del momento le doliera en el alma.
Luke abrió la puerta de emergencia de una patada.
—¡Corre! —le gritó, empujándolo hacia el hueco de escaleras.
Él tropezó, bajó un peldaño, dos... Pero notó que Luke no lo seguía.
—¿Luke?
El chico se giró. Luke seguía allí, en el umbral de la puerta, con los ojos fijos en el infierno que acababan de dejar atrás.
—Tengo que ayudarlo —murmuró Luke, la voz baja, quebrada. Pero en sus ojos había una decisión de acero.
—¡Luke! —soltó, con un nudo en la garganta.
—Ahora sabe cómo nos sentimos cuando hace esas cosas —dijo Grover, con la voz cargada de frustración y el ceño fruncido.
—¿Por qué? —preguntó Jace, con un hilo de curiosidad mezclado con un claro intento de no querer profundizar demasiado. Su mirada evitaba la de Grover, pero el gesto en su rostro mostraba que la pregunta no era del todo casual.
—Es lo que siempre hace cuando estamos en peligro —intervino Clarisse, con un dejo de irritación y preocupación mezcladas—. Siempre se coloca en la primera línea, como si nada más importara, como si...
—Clarisse —la interrumpió Grover, mirándola fijamente mientras negaba con la cabeza, tratando de que su amiga no se dejara llevar por la emoción del momento.
Clarisse soltó un largo suspiro que parecía pesar más que el aire mismo y bajó la mirada hacia sus manos, entrelazando los dedos con fuerza.
—Solo iba a decir que se pone en peligro porque sí... nada más —añadió, con la voz casi quebrada.
—No quiero dejar a nadie atrás.
Thalía le dio una larga mirada a Luke.
Subió los escalones con esfuerzo, con el cuerpo temblándole y el corazón en un torbellino, hasta alcanzarlo. Las luces parpadeaban, la sangre seguía escurriéndose por su hombro, y aun así, Luke no retrocedía.
—Entonces... ten —dijo él, destapando el bolígrafo y entregándole la espada—. La necesitas más que yo.
—¿Cómo no serían almas gemelas? —dijo Afrodita, con una sonrisa cálida—. Si ambos siempre se cuidan el uno al otro, es imposible no verlo.
Luke lo miró, paralizado por un segundo. No hacía falta que dijeran nada más.
Pero él actuó primero.
Con un empujón repentino, lo lanzó escaleras abajo, agarrando su espada antes.
Luke cayó rodando dos peldaños mientras él cerraba la puerta de emergencia con fuerza y le ponía el seguro. El sonido del cerrojo fue como una sentencia.
—¡Oh, no! —exclamó Jace, con horror evidente en su voz.
Lucerys tuvo que detenerse un instante, inhalando con dificultad mientras su pecho subía y bajaba agitadamente.
—¡Percy! ¡No! —gritó Luke desde el otro lado, golpeando la puerta con desesperación—. ¡Déjame entrar! ¡Déjame ayudarte!
Apoyó la frente contra el metal, apretando los ojos con fuerza.
El televisor dividió la imagen: en una mitad se veía a Lucerys apoyando la frente contra la puerta, con una sonrisa apenas perceptible; en la otra, Luke también apoyaba su frente, con los ojos cerrados y parecía como si estuviera rezando.
—Ve abajo —dijo, con la voz temblorosa pero decidida—. Encuentra a Grover y Clarisse. Suban al tren. Vayan a Denver.
Del otro lado, los golpes se hacían más débiles. Más rotos.
—¡No hagas esto! ¡Percy!
—Sigue el plan —susurró—. Lleguen a Los Ángeles. Bajen al Inframundo. Recuperen el rayo maestro... y salven a mi mamá.
Silencio.
Y luego la voz de Luke, apenas un susurro:
—No tienes que hacer esto solo.
Él tragó saliva. No podía dejarse quebrar.
—Dile que la quiero mucho —dijo, su voz cargada de emoción—. Que me perdone por todo. Que fui un tonto tantas veces... pero que hasta aquí llego yo.
Así que eso era... Lucerys quería morir. Su hermanito... también parecía decidido a buscar la muerte. El miedo le oprimió el pecho; no podía creer que alguien tan joven y lleno de vida quisiera lanzarse así al peligro.
Sus dedos apretaron el mango de la espada con fuerza. Al otro lado, escuchó un rugido monstruoso y los huesos romperse bajo colmillos.
—Tengo que volver con mi bebé.
Y con eso, se giró, con las lágrimas ardiéndole en la cara, y caminó hacia el monstruo.
El monstruo soltó el cadáver en cuanto lo vio acercarse. Incluso escupió algo al suelo... era una mano, aún aferrada al arma del guardia.
Cerró los ojos un instante, sintiendo un nudo en el pecho. Ese pobre hombre había estado atrapado en el peor de los momentos y en el lugar más cruel. Solo podía esperar, con todo su corazón, que ahora descansara en un lugar más tranquilo, lejos del dolor que lo había consumido.
Sintió cómo el estómago se le revolvía, pero no se detuvo.
La quimera rugió con una furia inhumana y se lanzó hacia él con una velocidad imposible. Intentó alzar su espada, pero sus brazos apenas respondían. El cuerpo le temblaba, sus músculos eran plomo, el dolor punzaba detrás de los ojos.
No tuvo más opción que lanzarse a un lado cuando una lengua de fuego brotó de las fauces del monstruo como si fuera un dragón. El calor lo envolvió, abrasador. Cayó pesadamente contra el suelo metálico, golpeándose la cabeza con violencia. Un destello blanco le nubló la visión por un segundo.
—Tengo la teoría de que cada vez que Percy se golpea la cabeza se vuelve más tonto —dijo Travis, intentando aligerar el ambiente. Pero sus palabras cayeron como un eco hueco: el aire estaba cargado de tensión, y la preocupación se palpaba en cada rostro, silenciosa y pesada, haciendo que el intento de broma se sintiera totalmente fuera de lugar.
El fuego lamió las paredes de la plataforma y prendió todo a su paso. El aire se volvió espeso, el metal comenzó a crujir, fundirse, desprenderse. Fragmentos ardientes caían como una lluvia maldita.
Desde abajo, seguramente la gente pensaría que una bomba había explotado. Y en cierto modo, era verdad.
Mientras se incorporaba con esfuerzo, con las llamas reflejándose en sus ojos y la quimera rugiendo de nuevo frente a él, solo pudo pensar, con amarga ironía:
"Genial... acabamos de destruir un monumento nacional...y posiblemente las personas pensaran que es otro atentado"
—Y no olviden mi santuario —dijo Atenea, cruzándose de brazos con aire solemne.
—Pues ya no lo sería —replicó Poseidón con firmeza—, después de que permitieras que un monstruo lo profanara.
Alzó la espada con todo lo que le quedaba de fuerza. El brazo le temblaba como si levantara el peso de un mundo entero.
Los amigos de su hermano se lanzaron una rápida mirada, cargada de preocupación y sorpresa, al escuchar las palabras de su hermano.
Se sintió como aquella vez que intentó cargar a Arrax cuando era del tamaño de un poni: torpe, sin control, demasiado pequeño para la tarea.
La quimera giró hacia él con un gruñido gutural. Él aprovechó y descargó un golpe directo al cuello. Pero fue su error. La hoja de bronce celestial chisporroteó al chocar con el collar del monstruo, un maldito collar de perro con incrustaciones brillantes. El impacto no solo desvió el golpe: lo desequilibró. Dio un paso atrás, tambaleante, intentando recuperar la postura antes de que el monstruo contraatacara.
Pero descuidó la cola.
La serpiente al final del cuerpo del monstruo se agitó con un siseo sibilante y se lanzó como un látigo hacia su pierna. Los colmillos se clavaron en su pantorrilla con una fuerza brutal. Sintió cómo el veneno comenzaba a arderle bajo la piel, como si su sangre se hubiese convertido en lava.
Rhaenyra se volvió tan pálida como su propio cabello mientras el tío Viserys la tranquilizaba; su padre apretaba los dientes, como si estuviera a punto de gritarle a Lucerys por su imprudencia en la pelea. Jace parecía al borde del llanto, mientras Rhaena rezaba silenciosamente, rogando que su hermano saliera ileso de esta. El abuelo mostraba preocupación, aunque con ese orgullo silencioso que sabía que Lucerys lograría superar cualquier peligro; la abuela estaba visiblemente horrorizada. Los amigos de su hermano intercambiaron miradas cargadas de ansiedad, mientras los dioses permanecían extrañamente tranquilos, como si ya conocieran el desenlace. Solo Poseidón parecía a punto de estallar, listo para lanzarse y proteger a Lucerys a cualquier costo.
Con un grito de dolor y rabia, intentó clavarle la espada en la boca mientras la criatura se le echaba encima. Pero la maldita cola volvió a golpearlo, esta vez en el brazo. El impacto fue tan fuerte que la espada salió volando de sus manos... y desapareció entre una de las rendijas del suelo.
Se quedó congelado un segundo. La adrenalina luchaba contra el veneno que ya le entumecía la pierna.
Alzó la mirada hacia la quimera, que sonreía (si es que un monstruo como ese podía sonreír), y no pudo evitar lanzarle una mirada exasperada, desesperada, casi sarcástica:
—¿En serio, amigo? —murmuró entre dientes, jadeando, mientras la quimera se preparaba para lanzarse sobre él otra vez.
—Ya no hacen héroes como antes, ¿no es así, mi niño? —dijo Equidna con una dulzura venenosa.
—No, ahora los hace más fuertes —dijo Hestia, con una seriedad que no admitía discusión.
Los semidioses intercambiaron miradas de gratitud hacia la diosa, parecían que sentían alivio silencioso ante sus palabras.
El monstruo gruñó, impaciente. No tenía prisa en matarlo. Lo había desarmado, debilitado, y ahora parecía disfrutar del juego, igual que lo había hecho con el guardia. La cola de serpiente se agitó con violencia y lo golpeó directo en las piernas. Cayó de espaldas y empezó a deslizarse peligrosamente hacia el hueco del arco. Logró agarrarse de una viga metálica en el último segundo, pero sus piernas quedaron colgando al vacío, sacudiéndose como un muñeco roto.
—¡Dioses benditos! —exclamó Rhaenyra, con los ojos desorbitados al ver a Lucerys aferrarse a una viga para no precipitarse al vacío desde esa gran altura.
—¡Hagan algo! —gritó Jace, desesperado, dirigiéndose a los dioses, mientras Balerion le hacía un gesto calmante, pidiéndole que respirara y no perdiera la cabeza.
Miró hacia abajo. El suelo, aunque cubierto de césped, no ofrecía esperanza: una caída desde esa altura lo haría pedazos. El río estaba demasiado lejos como para pensar en saltar. Volvió la vista hacia arriba justo a tiempo para ver cómo las fauces de la quimera se encendían, iluminando su hocico con un resplandor infernal. Estaba cargando otra llamarada.
—No tienes fe —lo retó Equidna con una voz afilada como un cuchillo—. No confías en los dioses. Pero no te culpo, pequeño cobarde... los dioses son desleales. Siempre lo han sido. Será mejor para ti morir ahora. El veneno ya debe de estar lamiendo tu corazón.
—Y después se preguntan por qué Percy no confía en los dioses —susurró Hazel a Frank, aunque, de algún modo, sus palabras resonaron lo suficiente como para que otros las escucharan.
Tenía razón. Cada segundo que pasaba sentía cómo sus fuerzas lo abandonaban. El veneno se expandía como un incendio silencioso por sus venas. La respiración le costaba cada vez más. Cada inhalación era una lucha. Cada latido, una cuenta regresiva.
Y en ese momento, colgado entre el cielo y la muerte, lo supo con una certeza punzante: nadie vendría. No esta vez. No los dioses. No su madre. Nadie.
Iba a morir.
Y estaba bien con eso.
Porque ya no le tenía miedo a morir. La muerte ya no era una sombra que lo acechaba, sino una vieja amiga que lo había hecho esperar demasiado. Una promesa lejana que, por fin, venía a buscarlo. Moriría en sus propios términos, no como un peón en el juego de un dios, no por un monstruo, no por el capricho de un loco.
Esta vez, sería su decisión.
Esta vez, sería digno.
—¡Muere, descreído! —rugió la mujer, y la Quimera, con un bramido que sacudió el metal, escupió una lengua de fuego directa a su rostro.
Soltó la viga.
Se dejó caer.
Rhaenyra soltó un grito de horror, mientras Jace, incapaz de contenerse, comenzaba a llorar desconsoladamente de pura desesperación.
El mundo estalló en llamas. Su ropa ardía. El veneno quemaba como hielo dentro de sus venas. El viento aullaba en sus oídos mientras el suelo se acercaba como una sentencia.
Cerró los ojos.
Y esperó el final.
Notes:
Por fin despues de dos meses pude publicar (Dos meses despues de procrastinar) les traigo el capítulo.
Como les adverti hubo sangre y una muerte (R.I.P guardía de seguridad que solo hacía su trabajo).
Poseidon es como de esos padres que nunca aceptan critias de sus adorados hijos.
En el proximo capítulo sera el tunel del amor y por eso Aemond sera quien lo narre (Risa malvada), sin duda sufría mucho.
Y bueno eso sería todo, así que muchos besos y abrazos, espero que les haya gustado y nos vemos en la proxima.
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