Chapter 1: Nada en él era humano.
Notes:
Este fanfic está basado y ocurre dentro del universo de la serie "The Walking Dead". Gran parte de los hechos narrados pertenecen a dicha serie, pero muchos otros son de mi completa autoría (por ejemplo, diálogos dichos por el personaje "Emma" y situaciones que ella vive, como lo es también su relación con el personaje "Daryl Dixon").
Aclaraciones: Para la creación de este fanfic se usó como soporte la serie "The Walking Dead" y la wiki creada por su fandom. Se supone que están en EEUU y hablan inglés, por eso el uso del voseo, el lunfardo argento y frases cotidianas están en cursiva. No se asusten, varios capítulos son cortos.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Sus labios chorreaban sangre, se llenaba el buche con pedazos de carne que arrancaba de lo que solía ser el cuerpo de una mujer. Emitía un terrorífico gruñido animal. Sus ojos eran anómalos, no tenían ese brillo usual que indica vida. Nada en él era usual. Nada en él era humano. Era una bestia. Un monstruo.
Estaba quieta, de pie frente a él, admirando con asco cómo se comía a esa persona que hace unos segundos gritaba desesperada. Me miró fijamente con esos ojos en blanco y arremetió contra mí. Mis piernas se movieron por sí solas, mi mente todavía no procesaba lo que estaba sucediendo. Pero allí estaba: huyendo hacia el auto, sacando con torpeza las llaves del bolsillo, entrando, cerrando la puerta y gritando ante el choque de su cuerpo grisáceo y dientes amenazantes. Nunca trabajé bien bajo presión, ¿y con miedo? Ni ahí . Mis manos no dejaban de temblar, no sé cómo pude arrancar el auto, ni cuándo llamé a Eric.
—Esto es un infierno, Emma, ¿me escuchas? Es el fin del mundo—exclamó entre jadeos. Se oían disparos de fondo.
—¿Qué está pasando? ¿Qué son estas cosas? —hice una maniobra rara para no chocar contra otro histérico que huía del caos.
—Cálmate y escucha: ven a Atlanta. No importa qué pase, conduce y no te detengas, ¿de acuerdo?
—¿Por qué allí? No entiendo nada, Eric. Explícame qué está pasando.
—No lo sé, Emmi. Sólo ven y por nada en el mundo dejes que te muerdan, ¿de acue…?
Eric colgó y no volvió a responder. Mis uñas rogaban que las dejara tranquilas. Encendí la radio para calmar mis nervios, le rogué a un Dios cuya existencia dudaba y una parte de mí agradeció haber hecho la compra del mes.
Que pelotuda . Recuerdo que el estómago me amenazaba con expulsar el almuerzo.
Necesitaba hablar con alguien, necesitaba que me dijeran que es un sueño, que estaba alucinando, que nada era real. El rostro de la persona ideal llenó mi mente. No lo dudé: llamé a mamá, que obviamente no respondió y me dejó hablando sola en el contestador, y así fue que, como nunca antes había hecho, le conté lo que pasaba, le dije que la amaba, que lamentaba haberme ido del país de esa manera, que tenía razón, que nunca iba a encontrar mi lugar en América, que quería volver a Argentina, que quería estar allí con ella, que realmente no quería morir. No así. Empecé a llorar, pero recordé lo mucho que ella odiaba que lo hiciera. Colgué y pisé el acelerador mientras insultaba a la nada misma.
Ese día me dirigí directamente a Atlanta, pero la autopista que estaba repleta de automóviles me detuvo. Ese día hice nuevos compañeros de espera. Ese día bombardearon la ciudad. Ese día mi vida cambió por completo.
Notes:
Nota de autora 29/10: En algún momento (cuando esté al pedo) editaré los capítulos de, por lo menos, las temporadas 1 y 2. La trama no sufrirá modificaciones de ningún tipo, sólo serán arreglos gramaticales (como los tiempos verbales, estructura de párrafos y esas cosas).
¡La historia se pone más interesante! ¡Espero que te quedés y que acompañés a nuestra Emma!
Chapter 2: El pan de cada día.
Chapter Text
Después del bombardeo las cosas pasaron demasiado rápido y con algunas personas de la autopista montamos un campamento en las afueras de la ciudad.
La realidad parecía una de esas historias raras sobre el apocalipsis que Eric solía recomendarme y que siempre me negué ante su insistencia. No esperaba que el mundo se fuera a la mierda de un segundo a otro, y tampoco esperaba que también lo hiciera la idea de que nuestro mayor problema fuera el calentamiento global.
Supongo que a nadie se le ocurrió la idea de que a un par de locos se les daría por morder personas y llenar las calles de caníbales.
Pero, a pesar de eso, intentaba ser positiva. O, por lo menos, lo suficiente como para no volverme loca.
La vida acá es más sencilla de lo que esperaba, lo reconozco, pero hay detalles que hacen que quiera pegarme un corchazo en medio de la frente. Pasé las primeras semanas atenta a cualquier sonido que mis oídos pudieran captar, el insomnio volvió a ser mi mejor amigo y tuve que acostumbrarme a la presencia de desconocidos. La privacidad quedó completamente erradicada en las noches de frío, y ni hablar de cuando nos turnábamos para asearnos en el río.
Se podría decir que mi gran consuelo es darles clases a los niños del grupo. Eso sí, de vez en cuando, al verlos sentados frente a mí, atentos a cada palabra que digo, me pregunto qué tan irreal es esta situación: el mundo se está acabando y sus padres me rogaron casi de rodillas que les enseñe algo. ¿La educación prevalece ante el caos?
Hay días en los que lavo ropa con las demás mujeres; en ocasiones cocino con Carol; con frecuencia me acerco al “área restringida” de los hermanos Dixon y les ofrezco comida, pero casi siempre termino insultando al baboso de Merle y regreso a mi auto en busca de paz.
Duermo con miedo, o eso intento; paseo bajo la estricta mirada del guardia de turno cuando los recuerdos me atormentan y me acuesto cuando mi corazón nota que en ese momento no estamos en peligro.
Despierto con la salida del sol y mi rutina comienza otra vez. No hago mucho, y aunque quiera convencerme de que eso es bueno, sé muy bien que no lo es. Soy un culo inquieto, no me gusta estar al pedo; me da una suerte de culpa que me abruma y no me suelta.
Esta mañana, por ejemplo, Andrea, Glenn, Jacqui, Merle, Morales y T-Dog viajaron a la ciudad en busca de comida y lo que sea que nos sirva. ¿Quise ir? Por un brevísimo segundo, sí. ¿Me dejaron? Por suerte, no. A pesar de lo poco contenta que me tiene ser, simplemente, la maestra de la comunidad, no voy a negar que me alivia no ser designada carnada para muertos. No creo ser lo suficientemente capaz para enfrentarme a esas cosas.
El grupo tiene muchos miembros—demasiados, diría yo—. Excluyendo a los ausentes y a aquellos con quien apenas crucé palabra, somos catorce: la corona le pertenece a Shane, un policía con aires de dictador que tomó el liderazgo y se ocupó de mantenernos con vida; después de él, por supuesto, está su reina: Lori— no es oficial, pero podría jurar que tienen sexo en el bosque—, madre de Carl y viuda de un tal Rick Grimes, mejor amigo de Shane. Más buitre, imposible.
Dale es el vigía, Jim su mano derecha. Amy es la hermana menor de Andrea.
Los Morales—un matrimonio con dos hijos—me agradan mucho, puedo hablarles en español y con comodidad de cultura latina, siempre y cuando no empiecen con sus discursos sobre lo agrandados y narcisistas que somos los argentinos.
Los Peletier, en cambio, son un caso aparte: Carol y Sophia son un amor, Ed directamente es el peor ser humano que conocí en este país—créanme, incluso Merle drogado es mejor que él—.
Y, por último, Daryl, hermano menor de Merle, un gran cazador y el renegado del grupo que siempre está de malas y le chupa un huevo qué mierda hagas con tu vida. Eso sí, nos trae carne de ardilla y de otros bichos que logra atrapar, lo que lo convierte, por lo menos para mí, en una especie de ángel guardián.
Son, a pesar de todo, buenas personas. Todos excepto Ed, a quien nuevamente encuentro espiándome mientras me aseo.
Se supone que tenemos un horario para evitar encuentros incómodos y se supone que su esposa prometió tenerlo vigilado para que no vuelva a hacerlo.
Asqueada, junto la ropa sucia. No me gasto en reprenderlo, sé que sólo se pondrá a escupir pelotudeces. Con la idea de pedirle ayuda a Lori—y que convenza a Shane de hacer algo al respecto—, me encamino hacia el campamento, pero, por desgracia, noto que esta vez Ed no eligió sólo mirar y que, de hecho, ni siquiera tuvo el descaro de ocultar lo asqueroso que puede llegar a ser.
Reprimo mis ganas de bajarle los dientes y corro hacia el campamento. ¿Quién mierda se cree que es? ¿Cree que puede ir por la vida siendo un fisgón pervertido y salirse con la suya? ¿Qué carajos tiene en la cabeza? ¿Tiene, siquiera, algo ahí adentro? Es asqueroso, repugnante, un cerdo sucio, una basura, un…
—¿Le puedes decir al hijo de puta de tu marido que tenga la decencia de subirse los pantalones antes de que lo mate a golpes? —le suelto a una Carol desorientada que estaba cortando verduras. Ed, por su parte, se pasea con total indiferencia, como un campeón presumiendo su trofeo. Siento la mirada del resto del grupo fija en mí y cómo algunos se aproximan cuando me acerco a Ed—Te crees muy machito, ¿no? Sos un gil. ¿Piensas que por ser un abusivo de mierda puedes pajearte cuando quieras y con quien quieras? —golpeo su pecho, empujándolo hacia atrás. Mi rostro está demasiado cerca del suyo—Eres muy fuerte, ¿no? Si eres tan hombre, ¿por qué no das la cara? ¿Qué? ¿Te da miedo que una mujer te diga que eres repulsivo, que prefiere mil veces cogerse a un muerto antes que a ti? —su sonrisa triunfante se desvanece, frunce el ceño y me mira como si quisiera matarme—¿Es eso? ¿O qué? ¿Vas a pegarme? Dale, vení, a ver si sos tan macho—vuelvo a empujarlo. Escucho las voces de los demás, pero los ignoro. Veo, de reojo, que algunos incluso se acercaron para, probablemente, evitar una tragedia, la cual no tarda en llegar. Empujo a Ed por tercera vez, él, respondiendo a mi provocación, eleva su puño derecho. Rezo para que mi poca experiencia en peleas me ayude a esquivarlo, pero es al pedo: alguien—Daryl, en realidad—agarra a Ed y lo arroja al suelo.
—Hazlo otra vez y tendrás una flecha en las bolas—le dice y se despide de mí con un breve movimiento de cabeza.
Suelto un suspiro. Sobreviví.
Mi relación con Daryl Dixon es casi inexistente. La primera vez que lo vi, pensé que es uno de esos chicos malos con moto. A diferencia de Merle, es más tranquilo y racional, tampoco fue grosero en las pocas conversaciones que tuvimos. Si tiene algo que decir, lo dice. Si tiene que romperte los dientes, lo hace. Básicamente, no es un hombre de palabras, sino de actos. Suele verse desaliñado, con ropa bastante sucia y si alguien llega a decir que apesta, no lo negaré. También tiene un aura de lobo solitario que, siendo sincera, resulta más atractiva de lo que parece, y unos brazotes para morirse. Otro punto a su favor es que, a pesar de ser tan tosco y rudo, tiene la creatividad de un gran artista: no sólo es capaz de crear insultos y amenazas dignos de competir con el léxico argentino, sino que también puede inventar historias ridículas, como su encuentro con el mismísimo chupacabras. Y, sobre todo, es un sobreviviente. Uno de verdad, hecho y derecho.
Las cosas en el campamento quedaron un poco raras. No me culpo, por supuesto.
Me encerré en el auto apenas terminó nuestra “cariñosa charla”, tuve la suerte de que nadie viniera a romperme las pelotas. Pero el tiempo pasó y es un embole estar echada leyendo una novela rosa que hace meses creí haber perdido.
A la hora de cenar, no pude contenerme. Debían ser alrededor de las ocho, y hacía un frío para cagarse. Me tapé con una frazada que encontré dentro del baúl en la primera noche y que me salvó de enfermarme.
Los demás se dividieron en grupos y cada uno encendió sus respectivas hogueras. Dale es el primero en verme, me hace señas para que me siente junto a él. Me limito a sonreír y pasar de largo. Aunque la mayoría sea piola, me incomoda el ambiente que hay durante la noche; se siente como si algunos se esforzaran en excluir a aquellos que no forman parte de su círculo de confianza. Son medio caretas, no lo voy a negar. Y hoy, sinceramente, no tengo ganas de aguantar silencios ni miradas incómodas.
Vislumbro la figura de Daryl atizando el fuego. Cierto, no le agradecí. Bueno, es él o cagarme de frío. La respuesta es obvia. Me acerco lo suficiente para verlo tomar una ardilla asada y darle un mordisco.
—¿Se te perdió algo, princesa? —pregunta con la boca llena.
—Creía que Merle era el único en llamarme así.
—Te queda—se encoje de hombros.
Suspiro.
—Sólo vine a agradecerte por la ayuda—me siento al lado de él, mi muslo toca el suyo durante un segundo antes de que lo aparte y me regale una mirada llena de fastidio.
—Me debes una.
—Genial—tomo una brocheta de ardilla—. Me quedaré un tiempo contigo, así que te deberé dos—me mira con una cara de “¿Qué mierda acabas de decir?”. No lo sé, Daryl, simplemente hablo sin pensar—. Y a cambio, te daré el lujo de mi agradable compañía y esta caja de cigarros, ¿qué dices? ¿Te parece justo?
—Es pura mierda—exclama quitándome la caja de las manos, que mágicamente salió de mi bolsillo.
Para mi sorpresa, no me echó.
Nos quedamos comiendo y admirando el fuego durante un rato. De vez en cuando le tiraba alguna pregunta boluda y él respondía con poca gana. Supongo que es mejor que ser ignorada y, aunque no es un gran avance, me enorgullece saber que logré mantener una conversación que superara tres palabras por enunciado.
En la mañana había oído que se iría cazar en la madrugada, y, si bien una parte de mí quería pedirle ir, sabía perfectamente que no sería posible. Para Daryl, que una inepta como yo le pida ir de caza debe ser sinónimo de “llévame y déjame morir allí”.
Me rindo ante la idea.
Ya calentita, me despido de Daryl con un “gracias” y un beso en la mejilla, troto hacia el auto mientras lo escucho quejarse.
Al final, el chabón no es tan malo.
Chapter 3: El nuevo, tragedias y ropa sucia.
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Me cuesta levantarme y la tensión que hay en el campamento no ayuda mucho. Mi cuerpo se siente pesado por dormir tantas noches en el asiento trasero, es algo a lo que no logro acostumbrarme; en especial porque solía dormir a pierna suelta en mi cama de dos plazas.
Cuando salgo del auto, recibo un par de miradas curiosas, atentos a cada indicio que delate mi humor. Carol no tarda en acercarse y disculparse en nombre de su marido. Cómo me caga que haga esto, se ve tan indefensa que da lástima. No puedo creer que se haya casado con semejante conchudo. Incluso si la disculpa no es sincera, la termino aceptando por la paz grupal.
Dejando eso de lado, el resto del día se desarrolla con total normalidad. Lo único a destacar es la ausencia de Daryl y la tardanza del grupo que viajó a la ciudad. Daryl siempre desaparece en el bosque, no es inusual no tenerlo aquí. Pero el resto...se supone que sería un viaje rápido, pero ya pasó una noche y no tenemos noticias de ellos.
Me apena ver a Amy se pasearse de un extremo a otro recordándonos que debían haber llegado hace bastante tiempo. Y aunque los demás intentan calmarla, la preocupación es colectiva. Es la primera vez que se ausentan durante tantas horas y que no respondan lo hace peor. Me causa escalofrío pensar que podrían estar tan cerca de esos monstruos. Recuerdo todas las historias que Glenn me ha relatado tras regresar de sus viajes, una más terrorífica que otra. Esto es una mierda. No tendrían que haber ido, podríamos haber buscado otra alternativa.
Y justo cuando estoy segura de que Amy en cualquier momento se va a lanzar sobre Shane para matarlo a arañazos, nos llegan noticias de ellos...ninguna positiva, en realidad. Quedaron atrapados en Atlanta, rodeados de muertos.
No importa cuántas veces le diga que todos estarán bien, Amy se aferra a la idea de que lo mejor es tomar un auto e ir a rescatarlos. Se da cuenta de la idiotez de sus palabras cuando le digo que sí, que lo haremos, que tomaremos un auto y conduciremos a Atlanta; que ella misma tendrá que bajarse y encontrar la manera de matar a esas cosas por sí sola y hallar a Andrea sin emitir sonidos que nos delaten ni nada que causen que nos devoren. Ante las descripciones exageradamente gráficas, ella, cabizbaja, simplemente asiente en comprensión. Casi puedo ver sus ojos salirse de su rostro cuando, horas después, Glenn aparca su nuevo auto rojo.
Glenn nos asegura que todos están bien y que llegarán en un momento. El tema es que hay un grandísimo problema: Merle no está, y creo que conozco a alguien a quien eso no le va a gustar para nada.
La furgoneta se detiene minutos después y, en resumen, un nuevo tipo se unió al grupo: Rick Grimes, quien, justamente, es el esposo supuestamente muerto de Lori y el mejor amigo de Shane. Dios, cómo me encanta ser una espectadora, ¿no parece una novela?
Tras la reunión familiar enternecedora, el sol comenzó a marcharse y nos reunimos alrededor de la hoguera. Los muchachos explicaron qué había pasado con Merle y, aunque los regañé por hacerle eso a Daryl, parecían más preocupados por cómo iba a reaccionar contra ellos. Son unos pelotudos. A Merle Dixon le pintó disparar a lo loco en el techo de un edificio y atraer a todos los muertos de la zona, y ellos, como solución, lo esposaron; me habría parecido lo mejor y medianamente correcto si no fuera porque a T-Dog se le cayó la llave y todos estuvieron de acuerdo con abandonarlo.
Sé que Merle podrá ser un verdadero hijo de puta, tal vez no haya mucho en él que pueda salvarlo...pero él y Daryl se han partido el lomo buscándonos carne en el bosque, y sé que es muy probable que los muertos no hayan llegado a nuestro campamento porque se ocupan de ellos durante sus viajes. Al menos podrían haber cortado las esposas, ¿cuánto habrían tardado? ¿Menos de un minuto?
Da igual, no me voy a estresar por asuntos que no me afectan directamente. Cansada de escucharlos, me escabullo hacia el auto para dormir. Estoy cansada de esta gente, ¿cuándo todo volverá a la normalidad? Me envuelvo con la manta, forzándome a aceptar que la posición en la que estoy es totalmente cómoda e ideal para dormir. Necesito descansar, de más está decir que mañana será un día largo.
El día empieza bien a comparación con ayer. Tiendo mi ropa mojada mientras veo cómo Dale, Morales y Jim desarman el nuevo auto deportivo de Glenn. El pobre quería usarlo un poco más, tal vez con la esperanza de captar la atención de Amy.
Tuve la suerte de no encontrarme con Ed, lo que es un gran alivio porque ese tipo está en todas partes. Al que sí vi, es al marido de Lori—que está rebueno, por cierto—. La vida amorosa de Lori parece de novela: se casa con su novio de juventud, tienen un hijo, él entra en coma, en pleno fin del mundo se acuesta con el mejor amigo de su esposo y el destino le escupe en la cara trayéndolo a la vida, complicando aún más las cosas. Si alguien escribiera un libro sobre esto, definitivamente lo leería. Si le pido permiso para escribirlo, ¿me dejaría? Lo dudo mucho.
—Míralos—escucho a Glenn decirle al nuevo mientras desarman su auto—. Buitres. Sí, continúen, vacíenlo.
—¿Sabes? En Argentina tenemos otro significado para la palabra "buitre"—digo, colocándome a su lado. Él y Rick me miran con una ceja levantada. Me encojo de hombros, queriendo ocultar la sonrisa que me causa esta gran casualidad—. A veces la usamos para referirnos a una persona que intenta salir con la novia o la exnovia de su amigo.
Glenn resopla, captando la indirecta.
—Creo que no escuché tu nombre—me dice Rick, extendiéndome la mano—. Soy Rick Grimes.
—Emilia Rossi—acepto el saludo—. Dime Emma.
Dale abandona el auto, uniéndose a la conversación y casi burlándose del puchero en los labios de Glenn.
—Los generadores necesitan todo el combustible que puedan. No hay electricidad sin ellos—le da una palmada en la espalda—. Perdón, Glenn.
—Creí que al menos podría manejarlo unos días más.
—Quizá podamos robar otro algún día—Rick trata de consolarlo y se va, dando pasos que delatan que recién se despierta.
—¿Estás loca? ¿Por qué dijiste eso?—me reprende Glenn de inmediato, un susurro mezclado con gritos.
—Tranquilo, no se dio cuenta—me da un empujón—. No me mires como si fuera la mala aquí. Tarde o temprano lo sabrá. No por mí, eso es seguro.
El jeep de Shane se detiene junto a nosotros. Él, con los mismos aires de dictador de siempre, baja dando órdenes.
—Gente, aquí está el agua. Recuerden hervirla antes de beberla.
Rodando los ojos, Glenn y yo nos unimos a Andrea para bajar los bidones y prepararlos para hervir.
Oímos a los niños gritar desde el bosque. Sin pensarlo dos veces, todo el grupo corre hacia ellos. Carl, Jacqui y Sophia encontraron a un caminante devorando un ciervo. Mientras nos aseguramos de que los tres estén bien, los hombres del grupo se adentran en lo profundo, todos con las armas listas para el ataque.
Al cabo de unos pocos minutos, la voz de Daryl se hace oír, hablándole a un Merle que vaya a saber uno si está vivo o muerto.
—¡Merle! ¡Trae tu horrible trasero aquí! ¡Nos conseguí unas ardillas! Vamos a cocinarlas.
—¿Qué tal si te sientas un momento? —le sugiero con la misma sonrisa incómoda que hago cuando me toca dar las malas noticias.
Él enarca una ceja, a punto de preguntarme por qué carajo le pido que se siente.
—Daryl, detente un segundo—dice Shane, interrumpiendo—. Tengo que hablar contigo.
Si se me permite resumir lo sucedido con una palabra, esa sería “desconsuelo”. Las cosas se complicaron cuando el nuevo confesó que había esposado a Merle en la azotea. Daryl, con razón, enloqueció. Arrojó sus ardillas hacia Rick y se lanzó hacia él para golpearlo, pero fue interceptado por Shane, quien lo empujo hacia el suelo y, luego de que Daryl intentara apuñalarlos, ambos policías se ocuparon de someterlo y de “tener una tranquila charla”.
Definitivamente no son buenos para dar malas noticias.
Desde que lo conocí, nunca creí que algún día vería a Daryl Dixon llorar. Pero allí estaba, con su alto nivel de violencia opacado por el dolor de perder a un hermano—aunque existe la mínima posibilidad de que Merle esté vivo—, y la determinación de ir a buscarlo.
Rick dijo que lo acompañará a Atlanta, pero, por alguna razón, decidió ir antes a cambiarse de ropa.
Daryl toma otra vez sus armas—las dejó cerca de la hoguera antes de la pelea—, su rostro aún recuperándose por el impacto de la noticia. Si alguien le hiciera algo similar a mis hermanos, estoy segura de que no respondería de mí...
Tal vez un poco más de tacto y comprensión habrían sido suficientes para evitar que Daryl perdiera el control y eligiera el camino de la violencia. Con un largo suspiro, entro en la caravana para buscar una botella de agua y se la entrego, recibiendo la misma mirada interrogante que me regaló la otra noche. Gotas de sudor bajando por su piel bronceada. Su camiseta sin mangas estaba llena de hojas y ramas pequeñas, su cabello no se quedaba atrás. Daryl bebe la mitad de un solo trago; al terminar, seca sus labios con el dorso de su mano izquierda. Un gruñido de agradecimiento salió de él al devolvérmela. Aparta la mirada cuando le sonrío, fingiendo no haberme visto.
Shane y Rick se acercan discutiendo al centro del campamento. Parece que Shane está en contra de ir a buscar a Merle. Lori destaca que sólo serán Rick y Daryl quienes irán, pero Glenn se suma y T-Dog también. Daryl se queja por eso, y Shane le pregunta con ironía si ve que alguien más está dispuesto a salvar a su hermano. Me postulo como participante—no porque realmente quiera, sino porque Shane me cae para el orto y hoy tengo ganas de llevarle la contraria—, pero, por suerte, Daryl me rechaza afirmando que moriré apenas se me rompa una uña. Le hago un gesto de fastidio y él se encoge de hombros, sin ni una pizca de remordimiento. No es que sea mentira, pero hacen que parezca que nunca en la vida moví ni un dedo.
Al final, se decide que serán ellos cuatro quienes irán por Merle y, de paso, por un bolso con armas que Rick dejó caer entre una horda de caminantes.
Mientras los demás se preparan para partir, Daryl sube a la parte trasera de la camioneta que Rick y los demás trajeron ayer.
El día está hermoso para romperle los huevos a alguien y, sabiendo lo alterado que está Daryl, lo elijo.
—Tienes que volver sano y salvo, señor chupacabras.
—¿Y eso?
—Tú me llamas “princesa”. Es justo.
—No lo es. El chupacabras es real, no es broma.
—El hombre gato también lo es—me río por el nombre ridículo—. Si prometes que regresarás, me aseguraré de contarte su historia, ¿qué dices?
—Digo que tus tratos son una maldita mierda—cruza hacia la zona del conductor y pisa la bocina—¡Andando, vámonos!
—Te esperaré aquí—le digo casi gritando—, aún no decidimos durante cuánto tiempo disfrutarás de mi compañía—hace una mueca. Me tomo el palo antes de que se le crucen los cables.
Me da un poco de satisfacción descansar al resto, me hace recordar a todas esas tardes con amigos en Argentina. Todas esas bromas bobas, ese humor negro terrible y las cargadas infantiles. Dejé todo atrás en cuanto pude, y el tiempo se encarga de recordarme cuánto lo extraño.
Por desgracia, hoy es día de lavado. Y no, no tengo que lavar mi ropa, sino ayudar con la del resto.
El problema de este grupo es que tiene muy marcado los estereotipos de género: si eres mujer, cocinas y lavas; si eres hombre, cazas, proteges, vigilas o juegas—también te expones más al peligro, pero mi objetivo es criticarlos, no tenerles compasión—. En Argentina esto no estaba taaan presente, y eso es lo que más extraño. Ahora mismo, por ejemplo, estoy lavando ropa junto a Amy, Andrea, Carol y Jacqui; Carl y Shane juegan en el otro extremo del río y el imbécil de Ed vigila nuestros traseros mientras piensa en quién sabe qué asquerosidades.
—De verdad extraño mi lavadora—confiesa Carol.
—Yo, mi Mercedes Benz y mi GPS—agrega Andrea dejando de cepillar.
—Me urge salir de fiesta…maquillarme, usar ropa ajustada…—enjuago una camisa de Dale—. Tener noches de películas y dormir hasta tarde.
—Yo extraño mi cafetera, con su filtro de doble goteo y molino integrado—Jacqui sonríe al recordarla.
—Mi computadora y los mensajes de texto—se lamenta Amy.
—Yo extraño mi vibrador.
—También yo—añade Carol ante la afirmación de Andrea.
Todas reímos ante la inesperada respuesta, pero nuestro momento de felicidad termina cuando Ed comienza a rompernos las pelotas. Andrea y yo no nos quedamos calladas, eso es obvio. Las cosas se complican cuando el imbécil se pone agresivo, intenta llevarse a Carol y, de la nada, le pega.
La suerte nos sonríe cuando Shane aparece de la nada y lo arrastra lejos de nosotras. No le tiene piedad. Shane le da unas buenas trompadas y le advierte. Tal vez Shane no me agrade, pero no voy a negar que hizo bien en romperle el orto.
Chapter 4: Zafar.
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Luego del episodio intenso, me reúno con Eliza y Louis Morales para una breve clase de boludeces que Miranda me pidió que les enseñara. Nada de literatura, por desgracia. A esta gente se le olvida que mi título de docente no abarca todas las áreas. De un modo u otro, siempre termino arreglándomela con lo que puedo, pero no es como si los manuales fueran suficientes para darme el conocimiento que un instituto de formación docente debería haberme dado.
Cuando por fin terminamos, me veo obligada a acompañar al grupo para ver qué mierda hace Jim. Resulta que al pelotudo se le dio por cavar pozos durante plena ola de calor. Tras un breve forcejeo con Shane, termina siendo esposado y nos cuenta qué le pasó a su familia—cuyas muertes nos conmovió a todos, por cierto—. Al final, Shane lo dejó atado a un árbol y cada uno continuó con sus respectivas tareas. Somos una verga, se nos pasó rápido la lástima.
En mi caso, me toca planificar la clase que daré mañana. Sí, lo sé, no parece gran cosa, pero no quiero estar al pedo y, bueno, esto es mejor que nada. Tengo que parecer ocupada para que no me obliguen a lavar más ropa.
Después de un par de horas renegando, guardo mis cosas y voy a ayudar a preparar la cena. Hace unas cuantas semanas con las demás mujeres hicimos el pacto silencioso que implica nunca dejar que Lori cocine. Es en serio, esa mujer puede quemar hasta el agua...y es algo que, en realidad, no se quema. Descubrimos que es un desastre después de probar un guisado demasiado salado e ingredientes crudos, y, aunque la calmamos diciendo que son cosas que pasan, acordamos nunca dejarla cocinar sola.
Hoy Amy y Andrea tuvieron una pesca exitosa y todos estábamos ansiosos por comer. Pero, ya saben, los momentos alegres nunca duran para siempre.
De un segundo a otro, todo el campamento quedó repleto de caminantes. Salieron de la nada, como si hubieran esperado el momento idóneo para desatar el caos.
El grupo se dispersa, uno más desorientado que el otro. Doy vueltas sobre mis pies, viendo cómo las personas a mi alrededor rápidamente comienzan a ser despedazadas justo frente a mis ojos. Siento a mi corazón latir más rápido que nunca, cada grito aturdiéndome y dejándome en blanco. Se los están comiendo.
Están...están...
Retrocedo, mis piernas temblando.
El recuerdo que me atormenta durante las noches se adueña de mi cabeza.
Está pasando otra vez.
Mi cuerpo se mueve, esquivando, de un modo u otro, a los muertos que se lanzan hacia mí. Consciente del peligro, busco algo que me ayude a defenderme. En cuanto entra en mi campo de visión, corro directamente a la caja de herramientas de Dale. Apenas consigo llegar y agarrar la llave de mano más grande que había.
Un caminante se abalanza sobre mí justo cuando volteo. Coloco un pie en su abdomen y, manteniendo la distancia, me atrevo a golpearle la cabeza una, dos, tres, cuatro veces. La sangre baja por mis brazos, un ojo cuelga de sus restos y se balancea indeciso sin saber si caer sobre mí o sobre el piso. Creo que voy a vomitar. Arranco la llave de la carne putrefacta y unas gotas de sangre me salpican en la cara y en la remera.
Los gritos se mezclan con el sonido de las balas.
La cabeza me da mil vueltas. No me atrevo a dar pasos largos, pero me aterra quedarme quieta y que me acorralen. Mis manos se aferran con fuerza a la herramienta, con la esperanza de que el temblor cese.
Logro zafar de un segundo caminante que me lanza el aliento en la cara. Sin embargo, cuando se me cruza la idea de que podría haberse terminado, aparece uno más que me supera en fuerza y me hace caer. Toma mi tobillo e intenta llevarse mi pierna a la boca. Con un grito escapándose de mi boca, me arrastro hacia atrás queriendo encajarle al menos una patada, pero me es imposible, su agarre duele demasiado. Tiene la piel amarronada, los ojos enrojecidos y parece que sus dientes nunca tocaron ni una sola gota de Colgate. Mi espalda choca contra la caravana de Dale. El caminante no pierde el tiempo, se levanta de la nada y se impulsa hacia mí.
Voy a morir. Mi respiración se descontrola, siento que el aire no ingresa a mis pulmones.
El muerto cae sobre mis piernas, suelto un grito antes de notar que su cabeza acaba de ser atravesada por una flecha.
Me lo quito de encima de inmediato.
Una figura aparece bajo la luz de la luna. Baja el arma, me muestra su rostro. Daryl lo hizo, me salvó. Suelto la llave y corro hacia él. Manchas negras oscureciendo mi visión, el paisaje convertido en el escenario de una película de terror. No noto las lágrimas hasta que mi cara choca contra el pecho de Daryl y humedecen la tela. Él coloca una mano en mi cabeza, casi por instinto y sin saber cómo continuar; las mías forman puños en su espalda. Balbuceo un “gracias” que se parece más al quejido de un bebé, pero que, aparentemente, pudo comprender.
Cuando logro calmarme, me asomo sobre su hombro y veo el desastre que quedó. No quiero ni pensar en cuántos de nosotros perdimos, ni en cuántos podríamos haber perdido.
Chapter 5: Gracias, Barba.
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Me despego de Daryl en cuanto puedo, mi cuerpo absorto en la sensación de seguridad que me ofrecen sus brazos. Tengo suerte de que tuviera la amabilidad de no mandarme a la mierda.
Sus pulgares se mueven con delicadeza sobre mis mejillas, secando hasta las lagrimitas que caen cuando pestañeo. Su toque es tan tierno que me sorprende, casi haciéndome olvidar lo que me llevó a este punto. Me nace el deseo de preguntarle quién era él y qué había hecho con el Daryl malgestado que conocía, pero opto por el camino de la paz y dejo que cuide de mí. Saca un pañuelo de tela de su bolsillo, lo sacude como si tuviera kilos de polvo y comienza a limpiar las manchas de sangre en mi piel. Puedo ver la preocupación en sus ojos, y aunque no dice nada más, sus acciones hablan por él.
Daryl Dixon es un hombre extraño. Tan extraño que no logro comprender por qué carajo está siendo tan amable, ni qué pasó por su cabeza cuando me vio lanzarme sobre él, y mucho menos qué causó que no me empujara lejos.
Mis manos se ven pequeñas sobre las suyas, cálidas ante su tacto. No me atrevo a mirarlo a los ojos, consciente de todos los desenlaces posibles. Cuando termina de limpiarme, hace un bollo con el pañuelo y lo arroja lejos, hacia los árboles, pasándose por el culo todos los mensajes de protección al medioambiente.
Nos quedamos en silencio hasta que el sol salió. Nadie se atrevía a romper este “minuto de silencio” que, al final, duró horas.
Sentía que todo a mi alrededor pasaba como si fuera ajeno a mí, como si fuera una película y yo una mera espectadora que simplemente seguía el ritmo.
Vi que Andrea permaneció junto al cuerpo de Amy, que los caminantes hicieron lo que ella más temía y la paralizó ser testigo de cómo la vida abandonaba a su hermanita. Y cuando todo fue más visible y espantoso, comenzamos a limpiar el lugar: quemamos a los caminantes, enterramos a los nuestros. Mi cuerpo se movía en automático, haciendo lo que hay que hacer y observándolo todo.
Sé que hubo un momento de descontrol cuando descubrimos que Jim fue mordido, pero Rick sugirió ir al Centro de Control de Enfermedades para conseguirle ayuda y averiguar más sobre lo que está pasando, lo que supuso nuevas discusiones, en especial con Shane.
Y a pesar de que Daryl insiste en matar a Jim y a Amy—la llamó “bomba de tiempo”—, esperamos a que Andrea nos dé su permiso para ocuparnos de ella, pero eso no fue hasta que las mordidas hicieron su efecto y tuvo que dispararle.
Si se me permite destacar lo único bueno de todo este caos, eso sería la muerte de Ed. Juro que casi vomito cuando Carol lo destrozó con un pico, años de maltrato descargados en cada golpe...un recordatorio de que en esta vida todo se paga.
Daryl está un poco negado a enterrar a los que perdimos, tiene la idea de que es una total pérdida de tiempo y que es una cagada. Pero no le queda más opción que cerrar el orto y hacer lo que la mayoría quiere, y la mayoría quiere enterrarlos.
En cuanto al Centro de Control de Enfermedades—ya fue, le voy a decir CCE—, todos, a excepción de los Morales, decidimos dejar atrás la cantera e ir hacia allá. Rick tiene la esperanza de que estaremos a salvo y que ese lugar tiene las respuestas que buscamos. Y no sé...habla con tanta convicción que es difícil pararle el carro y tratar de convencerlo de lo contrario. Lo que es suficiente para lograr que todos nos subamos a nuestros respectivos vehículos y conduzcamos hacia el CCE.
Nos detenemos a medio camino porque la casa rodante de Dale tuvo un pequeño—gran—problema que debe ser solucionado para avanzar. Y cuando planeábamos pasar por una gasolinera para buscar la pieza que necesita, Jacqui sale de la casa rodante para decirnos que la condición de Jim empeoró. Lo dejamos recostado sobre el tronco de un árbol, sus hojas protegiéndolo del sol...uno a uno nos despedimos de él.
Cuando por fin llegamos al CCE, el peso del día se posa sobre mis hombros. Pronto oscurecerá y si antes pensaba que el estado de la cantera era terrorífico y deplorable, es porque mis ojos no vieron esto. El lugar está repleto de cadáveres y de muertos que se levantan ante el sonido de nuestros pasos. Teníamos la ilusión de que por fin habíamos encontrado un lugar seguro, pero la entrada está completamente sellada, no hay manera de que podamos abrirla. Fue cuestión de minutos para que todos nos alteremos y cuestionemos la decisión de Rick. Estábamos a punto de irnos cuando al policía le pareció haber visto que la cámara de vigilancia se movía y empezó a rogar por ayuda. Sorprendentemente, la puerta se abrió. Al ingresar al edificio, un hombre—que luego se presentó como el Doctor Edwin Jenner— anunció que nos recibiría con la condición de hacernos un análisis de sangre—ofertón—. Aceptamos de inmediato, ¿qué más podríamos hacer? Pero antes corrimos a buscar nuestras cosas.
Subimos a un elevador que nos deja bajo tierra y caminamos hacia la zona cinco, donde comienza la extracción de sangre. Soy sensible a las agujas, no las soporto, lo que termina convirtiéndose en el motivo perfecto para recibir burlas de Carl y Sophia, quienes, a diferencia de mí, no se quejaron y se comportaron con valentía. Fue gracias a que Andrea casi se desmaya, que logramos que el doc nos invitara a cenar. Perdón, rubia, pero llevamos un tiempito sin comer y, la verdad, me estoy cagando de hambre. Necesito llenar mi boca antes de que mi humor empeore.
Todo sabe riquísimo, lo juro. Estoy comiendo como cerdo y parezco un viejo borracho vaciando una tercera copa de vino mientras le hago ojitos y le regalo sonrisitas bobas a Daryl—critica mis resultados, no mis métodos—. En tiempos de crisis y alcohol, no hace mal permitir que de vez en cuando un varón te quite la abstinencia y la poca estabilidad emocional que te queda. Mi lado sensato me grita que estoy totalmente equivocada.
Seguimos jodiendo por un rato, tiramos chistes y relatamos anécdotas. Nos partimos de risa cuando Carl toma un sorbo de vino y su cara se transforma: no le gustó.
Me encanta estar acá, ¡es tan perfecto! Una parte de mí desea que esta cena dure para siempre. Creo que nunca antes habíamos tenido un momento tan alegre, relajado y divertido, hasta me arrepiento de haberles dicho caretas. Incluso Daryl animó a Glenn a seguir bebiendo—quería ver qué tan rojo podía ponerse su rostro—, y, a modo de agradecimiento, también brindamos por el doc. Lo malo es que el pelotudo de Shane nos cagó todo y se puso a decir estupideces subestimando las capacidades de Jenner, quien se vio casi obligado a contarnos qué pasó con los demás doctores.
El resto de la cena transcurrió con normalidad. Pude organizar una competencia de fondo blanco que, claramente, terminé perdiendo, pero que fue útil para levantar el ánimo y, dicho sea de paso, para ponerme en pedo. Estar en pedo me pone alegre y pelotuda, sobre todo pelotuda. Como estoy media tomada, es normal que haga alguna boludez, es por eso que, luego de que Jenner nos guie hacia el sector de habitaciones, no dudo en tirarle los galgos a Daryl.
—Daryl—coloco mi mano derecha sobre su hombro y pregunto con seriedad—, ¿estás ebrio?
—No lo suficiente—toma un sorbo largo.
—¿Quieres practicar conmigo la repoblación mundial?
El Barba me bendijo, logré sacarle una sonrisa a Daryl Dixon.
Daryl rodea mi cintura con uno de sus brazos y me arrastra hacia la habitación más cercana. No sé qué hace con la botella de vino que traía con él, pero ya no está. Ahora sus manos sostienen mi cabeza y devora mis labios como hubiera estado esperando toda una vida para hacerlo. Choco contra la pared, su cuerpo me acorrala, sus manos ásperas recorren mi piel. Su pecho me aplasta las tetas, agarro su camisa para pegarlo aún más a mí. Un escalofrío sube por mi espalda cuando sujeta mi trasero y me eleva para que rodee su cintura con las piernas. Lo hago. Paso los brazos sobre sus hombros e inclino la cabeza ligeramente hacia atrás. Un cosquilleo nace en mi pecho cuando sus labios juegan con mi cuello, siento que mi rostro enrojece cuando sus manos bajan más de lo debido y sus dedos empiezan a reclamar terreno. No tardamos nada en dejarnos caer sobre la cama y desvestirnos. Su barba raspa mi piel. El calor de su cuerpo abraza al mío. Mis manos se aferran a su cabello y él se pone las pilas.
Garchar en pleno apocalipsis sale bien.
Si alguien alguna vez me hubiera dicho que me acostaría con un gringo malhumorado durante pleno fin del mundo, habría pensado que me está tomando el pelo; pero acá estamos y las cosas van mucho mejor de lo que esperaba.
Chapter 6: La vida es una verga.
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¿Vieron esas escenas post noche de pasión en la que todo es sonrisas, caricias y otras cursilerías? Bueno, no me pasó.
Despierto con el pelo todo revuelto, está tan enredado que parece un nido de caranchos. No me molesto en peinarlo ni en ponerlo decente, el shampoo y el acondicionador harán su magia. Tomo mi ropa y voy directo a la ducha.
El agua hirviendo quema mi piel, arranca de ella cada rastro superficial que Daryl dejó. Los otros, los que no se quitan y que permanecerán grabados como un recordatorio, parecen querer darme un golpe de realidad que quiero evitar.
Daryl no está, el muy conchudo se fue mientras yo dormía.
Se me parte la cabeza y no sé si fue por todo ese vino o porque pasó mucho tiempo desde que tuve una noche movida. Que yo recuerde, la última vez que me acosté con alguien fue con un gringo platudo . No sé si fue porque estaba en el club prácticamente en bolas o por mi baile “provocativo”, pero en la mañana siguiente dejó unos cuantos dólares en la mesa de luz y desapareció sin dejar rastros. Esa experiencia es un millón de veces mejor que esta. Hablo en serio. A ver, no esperaba un momento dulce con Daryl, pero, ¿qué tal un “buen día” o un “chau, me voy”? Me da bronca, es un conchudo. Que me haga estas cosas hace que quiera romperle las pelotas. Sólo para molestarlo y quitarme un poco esta sensación de haber quedado como flor de trola.
Entro a la cafetería con cara de culo justo cuando todos se levantan para salir. Me sirvo un poco del desayuno que T-Dog preparó y, con el plato en mano, escucho a Andrea explicar qué pasa y por qué todos se están yendo.
Jenner nos lleva hasta el cuarto de control y reproduce el TS-19, que, al parecer, es un escaneo cerebral del sujeto de prueba número diecinueve que detalla cómo afecta la mordida al cerebro. En resumen, el virus transmitido por la mordida funciona de manera similar a la meningitis. Unas glándulas sufren una hemorragia, provocando que el cerebro lentamente se apague hasta que los órganos vitales dejen de funcionar y la persona infectada se muera. Con el tiempo, una parte del cerebro se reinicia y eso le permite al muerto moverse, pero ya no queda nada de quien solía ser, simplemente es un cadáver que se mueve bajo el instinto mecánico de alimentarse. Muere por completo cuando su cabeza recibe un daño grave que afecta al cerebro. Con razón Rick está empecinado con llamarlos “walkers”.
Andrea se centra en sacarle información a Jenner, quien nos dice que no está confirmado el origen del virus, alegando que podría ser microbiano, viral, parasitario, fungoideo o, incluso, provocado por la ira de Dios. Agrega que es imposible contactar a otras instalaciones debido a que toda comunicación fue “apagada” hace, aproximadamente, un mes, y que ha estado trabajando a ciegas desde entonces.
Saco un pucho del bolsillo trasero de mi jean y me lo llevo a la boca—adquirí la costumbre de llenar mis bolsillos con boludeces . ¿De dónde creen que saqué forros anoche? —. No lo prendo, pero lo dejo ahí con la esperanza de que calme mis nervios.
Todos quedamos abatidos por las palabras del doc . Dale, por su parte, destaca algo que no había notado antes: un reloj que está en cuenta regresiva. Como si fuera un dato sin importancia, Jenner explica que llega a cero cuando los generadores del sótano se quedan sin combustible, Vi—su computadora parlante—responde, a pedido de Rick, qué sucede cuando se acaba la energía y es, ni más ni menos, que una descontaminación completa de la instalación. Sea lo que sea, no suena nada bien y no creo estar dispuesta a averiguar qué pasa cuando a la máquina le pinte descontaminar todo.
Les doy la espalda y, casi trotando, regreso a la habitación para tomar mi mochila. Parecerá una pelotudez , pero no puedo vivir sin llevar una cartera o una mochila conmigo; y, por lo general, siempre está repleta de objetos que algún día, quizás, podría llegar a necesitar—casi nunca, en realidad—. Lleno la mochila hasta el tope. Si alguien la abre se va a dar cuenta de que me robé un toallón y los artículos de higiene personal que había en el baño. Da igual, de todas formas hay un montón de habitaciones; nadie va a extrañar media docena de jabones.
Lo importante acá es que, en este preciso momento, tengo un mal presentimiento, por lo que necesito estar lista para cualquier posible emergencia. Si tengo que salir corriendo, lo haré; si tengo que partirle la jeta a alguien, tal vez lo intente. Mi problema es que la ansiedad me está matando. Tengo esta sensación de que algo anda mal, de que necesito moverme rápido y hacer algo, lo que sea, para dejar de atormentarme, aunque sea un segundo, con lo que sea que mi mente crea que va a pasar. Sería normal en Argentina tener este mini ataque de histeria; a veces, especialmente en la calle, te da la impresión de que en cualquier momento un chorro va a salir de la nada y te afana todo; pero acá nunca me pasó y regresar a eso me incomoda.
Me incomoda tanto que ahora me duele el pecho. Me está costando respirar. Intento no morderme las uñas, pero en cualquier momento lo hago. Hago el esfuerzo de calmarme inhalando y exhalando contando los segundos. Pensá en cosas bonitas, Emilia, como flores, arcoíris, David Beckham y Johnny Depp.
Mi corazón casi se para cuando la puerta, de la nada, se abre y deja al descubierto una figura. Daryl se apoya en el umbral, totalmente relajado, y observa con una ceja levantada cada tic nervioso que estoy tratando de suprimir y que no puedo porque verlo me pone mucho más nerviosa.
—¿Qué? ¿Nunca tuviste un ataque de nervios?—sueno más brusca de lo que pretendo.
Se encoge de hombros, un simple “mmh” sale de él. Trae consigo una botella que ya perdió un tercio de líquido. Es tremendo, no mintió cuando dijo que necesitaba volver a emborracharse. Tal vez una copita o dos me puedan ayudar a bajar un cambio.
—¿Quieres hablarlo?
—¿Qué cosa? —me hago la pelotuda . Me acerco a un espejo y me hago un rodete medio suelto.
—Anoche.
—Ah, eso—finjo que no me importa—. Pensé que querías fingir que no pasó. Ya sabes, te fuiste sin decir nada.
—Fui a otra habitación, no es gran cosa.
Sos un tibio, Daryl. ¿Tan choto tenés que ser para no encararme? Hablar con él es como remar en dulce de leche, y, para mí, no hay nada más seca conchas que eso. Es muy pronto para bardearlo y hacerle planteos pelotudos cuando los dos somos adultos lo suficientemente maduros para entender que una noche de sexo es, por lo general, simplemente eso. Respiro hondo. Si las cosas siguen así, le voy a seguir viendo la cara durante mucho tiempo. Haré el esfuerzo para aclarar “esto”. Total, ya me vio hasta el alma y es el fin del mundo, un poco de vergüenza extra no le hace mal a nadie.
—¿Qué quieres de mí, Daryl? —me paro en frente de él, inclinando un poco la cabeza hacia atrás para que sus ojos se centren en mí y no me gire la cara—¿Quieres dejarlo aquí o suspenderlo hasta la próxima vez que te emborraches?
Se lleva la mano al labio inferior y hace ese gesto que me fascina.
—No soy como tú, no sé hablar de estas mierdas.
—Si no puedes hablar, demuéstralo. Son acciones o gestos, no es tan difícil.
Se queda un rato mirándome a los ojos. No lo pienso seguido porque no suelo estar lo suficientemente cerca como para notarlo, pero Daryl tiene tremendos ojazos; son de un azul divino y son chiquitos, es por eso que suelen achinarse con frecuencia. ¿Se acordará de que anoche le dije lo mucho que me gustan? Puede ser que no. Mataría por tener esos ojazos, ¿cómo pueden ser tan lindos?
Tal vez ni siquiera se detuvo a pensar que algún día podríamos llegar a ser más que simples conversaciones breves y espontáneas. Quizás no se esperaba lo de anoche. Pero, si así fuera, ¿por qué está aquí? ¿Por qué aparece de la nada y pregunta si quiero hablar de que tuvimos sexo? ¿Soy la intensa o él es un cagón ? Me impacienta no saber en qué piensa, pero me impacienta aún más que la luz baje y suba a cada rato.
Daryl acerca una mano a mi rostro. Sus dedos acarician mi piel y colocan un mechón de pelo detrás de mi oreja. Mueve los labios como si estuviera preparándose para decir algo, pero no lo hace.
Las luces se apagan, miramos hacia arriba en busca de una explicación que sabemos que no llegará.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué se apagó todo? —pregunta asomándose hacia el pasillo. Jenner, que pasaba por ahí, le quita la botella y responde a nuestras inquietudes.
—El uso de energía se está priorizando.
—¿El aire no es una prioridad? —exclama Dale.
—¿Y las luces? —agrega Dixon.
—No depende de mí. La zona cinco se está apagando a sí misma.
Se va.
—¡Oye! Oye, ¿qué diablos significa eso? —Daryl continúa bombardeándolo con preguntas. Caminamos detrás de Jenner—Oye, viejo, te estoy hablando. ¿Qué quieres decir con que se está apagando a sí misma? ¿Cómo puede un edificio hacer algo así?
Jenner pasa de él e ingresamos todos juntos al cuarto de control. Explica, una vez más, que el sistema está desactivando los consumos de energía prescindibles—los que no son necesarios—a fin de mantener a las computadoras trabajando hasta que el combustible se agote por completo.
Miro el reloj: quedan treinta y un minutos para la descontaminación.
Jenner se detiene antes de acceder a la zona de computadoras, le devuelve a Daryl la botella casi vacía y menciona que las instalaciones francesas fueron las que más avances tuvieron en la investigación—creían estar cerca de la cura—, que permanecieron en los laboratorios hasta que el combustible se acabó y la descontaminación completa empezó.
Todo se volvió caótico de golpe. Shane se alteró, Rick nos ordenó buscar nuestras cosas.
Acomodo la mochila en mi espalda.
Una alarma comenzó a sonar, se encendieron unas luces rojas.
Vi informa que faltan treinta minutos para la descontaminación.
Jenner toca un par de teclas.
Rick nos apresura.
Se supone que tenemos que correr y tomar nuestras pertenencias, pero el hijo de puta de Jenner cerró la puerta. No sólo nos encerró, sino que de la nada empezó a grabar un estúpido video. Corremos hacia él. Daryl se lanza para atacarlo, pero Shane, bajo órdenes de Rick, lo retiene. El doctor se niega a abrir la puerta con la excusa de que no puede controlarlo porque la computadora lo hace solita.
Rick pregunta qué pasará cuando el reloj llegue a cero, Jenner, fuera de sí, explica que, para prevenir la salida de cualquier organismo resguardado dentro de la instalación, se despliegan explosivos de alto impulso que, en criollo , incendian el aire. Nos hará explotar junto al CCE.
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Nuestras reacciones son variadas: la mayoría se entrega al pesimismo y al llanto; Daryl arroja la botella contra la puerta, para luego, junto a Shane, golpearla con hachas. Jenner intenta calmarnos diciendo que es el camino fácil, pero, en mi opinión, es pura mierda.
¿Después de toda la mierda que viví va a venir un científico loco a decirme que todo mi esfuerzo para “salir adelante” fue en vano y que es mil veces más fácil dejarse explotar? No, no gracias. No soy estúpida, a mí no me van a vender este cuento de que la muerte por explosión es mejor que seguir viviendo.
Shane informa que no pudo ni abollar la puerta, Jenner le comenta que es porque están diseñadas para soportar un lanzacohetes. Ja, sí, era obvio que semejante puerta iba a soportar hasta a un puto lanzacohetes. No sólo nos encierra, sino que tiene el tupé de tirarnos data que empeora todo. Que garca hijo de puta. Si nos iba a matar no tendría que haber abierto la puerta.
Creo que mi ataque de nervios está entrando en su última etapa. Mi respiración se siente errática, mis manos tiemblan más que nunca. ¿Cómo vamos a salir de este lugar? No lo sé. No hay manera de abrir la puerta, ni de romperla. No hay ninguna otra posible salida. Mientras los demás hablan, yo estoy luchando arduamente contra las tremendas ganas que tengo de romperle el culo a patadas a este doctor de mierda. Es eso o medicarme, y no tengo ni siquiera un saquito de tilo.
—Es un momento muy corto—le escucho decir—. Un milisegundo. Sin dolor.
—¡Mi hija no merece morir así! —Carol rompe en llanto.
—¿No sería más delicado, más compasivo, abrazar a sus seres queridos y esperar a que el reloj llegue a cero? —pregunta. La mayoría se aleja de la zona.
— ¿Vos me estás cargando, pedazo de hijo de remil putas? —exclamo haciendo notable mi enojo—¿Me estás diciendo que encerrarnos aquí, en contra de nuestra voluntad, es compasión? ¿Me estás jodiendo?
—Preferiría que hables…
—¡Voy a hablar como se me cante el orto! ¿Escuchaste? Abre ya la puerta antes de que te reviente el culo a patadas.
—Si mezclas dos idiomas nadie va a…
Shane, totalmente inspirado por el ambiente violento, aparece con un arma, dispuesto a dispararle.
Me aparto, permitiéndole avanzar. Dale agarra a Carl para protegerlo, Lori me jala del brazo y me lleva con ella, debió notar que en cualquier momento lo reviento.
Rick intenta calmar a Shane, Lori se suma, pero sólo consiguen que el idiota le dispare a las computadoras. Porque, claro, es obvio que dispararle a una máquina ya programada y con cuenta regresiva va a solucionar todos nuestros problemas. Nos agachamos. Rick lo derriba con un par de golpes, quitándole el arma.
Todos estamos agitados, nerviosos.
Rick comienza un discurso sobre la esperanza, lo que logra que Jenner confiese que el sujeto número diecinueve era su mujer . Daryl, indiferente a ello, se centra en darle hachazos a la puerta. El doctor procede a autobardearse mientras le tira flores a su señora asegurando que ella era la única capaz de lograr un avance.
Rick le habla hasta que lo convence, Jenner con una facilidad de terror abre la puerta.
Que conchudo que es, ¿tanto le costaba hacerlo antes? Era simplemente tocar un par de botoncitos y ya, listo, libertad para aquellos que no quieren morir explotando.
Corremos hacia la puerta. La mochila pesa en mi espalda.
Nos quedan cuatro minutos.
Jacqui decide quedarse, intento regresar para convencerla, pero Daryl me retiene tomando mi brazo. Andrea se suma a ella, Dale pide que nos vayamos, seguramente se quedará para hacerle entrar en razón e intentar sacarla de los pelos.
Atravesamos el pasillo, subimos escaleras. La mano de Daryl no abandona la zona baja de mi espalda, justo donde la mochila termina—sería tierno si no tuviera dos hachas en una mano—.
Cuando llegamos a la entrada, Daryl se separa de mí para intentar romper el cristal junto a los muchachos. Es imposible, no se va a romper.
Carol le entrega a Rick una granada que encontró cuando lavó su uniforme de policía la primera mañana que estuvo en el campamento. Nos arrojamos al suelo mientras Rick la activa.
La granada explota, el cristal se rompe. Un viento fuerte ingresa al edificio, acompañado del hedor de los cadáveres cocidos bajo el sol y derretidos en el cemento.
Corremos hacia nuestros vehículos enfrentándonos a los caminantes que nos escucharon. Mi precioso bebé me espera tal como lo dejé, subo al auto y tiro la mochila al asiento trasero. Mi reloj mental me indica que los cuatro minutos ya están llegando a su fin. Antes de agacharme, veo a Dale y a Andrea salir del edificio.
Rick nos grita que nos cubramos.
El CCE explota.
Con el corazón en la boca y el rodete ya desarmado, enciendo el auto con manos temblorosas. Nunca más voy a entrar a un lugar como este.
Nos alejamos de un CCE en llamas.
Notes:
-Fin de la primera temporada de TWD-
Chapter 8: Ponele voluntad.
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Abandoné a mi bebé. No a uno real, claro—Dios me guarde y se olvide dónde—, sino a mi auto. Nos estábamos quedando sin combustible y tuvimos que sacrificar a mi pequeño. Yo les dije que todo esta escasez se podría haber evitado si no hubieran estado empecinados con ir a ese centro de ancianos que, al final, fue arrasado por un grupo psicópatas que disfrutan de dispararles a abuelitos y a hispanohablantes; pero no me hicieron caso, ¿por qué? Porque les chupó un huevo, total no fueron ellos quienes laburaron como burros en un aula repleta de adolescentes hormonados que preferían mil veces hablar de la fiesta de una tal Ashley en lugar del maldito Renacimiento.
Ya está, ya hice catarsis.
Mi único consuelo es saber que Shane perdió el suyo y tuvo que correr como imbécil hasta que Daryl tocó la bocina y nos avisó.
De hecho, Daryl también dejó el suyo, sólo que lo reemplazó por la motocicleta de Merle—la cual había estado llevando en la parte de atrás de la camioneta—. Creo que es momento de confesar que me derrito por los badboys motociclistas, y que no ayuda para nada que en las pocas paradas que hemos hecho, Daryl se haya tomado el graaan atrevimiento de esperar a que baje de la casa rodante para pasar “de casualidad” junto a mí y decir “Y'all stay outta trouble now, ya hear?” con ese acento sureño bien marcado. Soportaré las cargadas de T-Dog y Glenn de por vida si significa que podré ver esta faceta torpe de Daryl Dixon.
Resulta que dos días después del CCE abandonamos Atlanta y partimos rumbo a Fort Benning, lugar que anteriormente Shane había sugerido ir. Por desgracia, no me quedó más opción que viajar en la casa rodante, junto al resto; lo que significa que tengo que soportar al pajero de Shane. Aun así, y contrario a mis prejuicios, no estuvo taaaan mal, incluso tuvo la gentileza de hacernos la gauchada y enseñarnos a Andrea y a mí a desarmar y armar una pistola.
Sin embargo, y esto ya se está volviendo una costumbre, las cosas siempre nos salen medio para el culo y terminamos atascados en la autopista, principalmente porque la manguera del radiador de la casa rodante no soportó la excesiva cantidad de cinta—no los puedo criticar, vivo arreglando cosas con cinta scotch y alambre—. Dispuestos a no quedarnos sentados sin hacer algo, nos pusimos de acuerdo para revisar autos y conseguir la mayor cantidad de objetos útiles posibles.
—Si encuentro algo bonito, te lo daré—le digo a Andrea antes de alejarme y comenzar a rebuscar entre un montón de ropa.
Últimamente no se ha estado sintiendo bien—y con razón—, así que hago todo lo posible para animarla. Ella me regala una sonrisa triste y regresa a la casa rodante. La muerte de Amy le pegó fuerte, lo de Jenner la destrozó. Como anda perdida en los laureles, me esfuerzo en ayudarla a comer o levantarle un poco el ánimo; no es mucho, pero al menos le hago la gamba . La depresión es demasiado peligrosa como para dejarla luchando sola.
Tomo un par de remeras y camisas de mi talle y avanzo al siguiente auto. No encuentro mucho, la mayoría de las cosas tienen manchas de sangre o están rotas. En una maleta hay un álbum de fotos familiares, lo ojeo un poco. Es una familia numerosa, como la mía: madre, padre y cuatro hijos. Verlos sonreír me deja un mal sabor en la boca. El primer día, cuando quedé atascada en la autopista y antes de que cortaran la comunicación, intenté llamar a mamá otra vez, pero no respondió, lo mismo pasó con mis hermanos. Papá sí lo hizo, pero se cortó apenas dijo “hola”. Después de tantos años, tenía la esperanza de poder escuchar la voz de mi vieja, pero no fue así y el recuerdo se fue diluyendo con el tiempo. Siempre y cuando recuerde la de mi papá y la de mi nonna , todo estará bien. En ese momento sólo me quedó rogar a que la enfermedad no llegue a Argentina, pero somos tan pelotudos que no me sorprendería que un mordido se haya subido al avión y todo Ezeiza acabara repleto de caminantes.
—¡Hey! —Daryl me hace señas y me arroja algo, pero tengo manos de manteca y se cae.
La puta que te pario, coso del orto .
Daryl se va, así, como si no tuviera nada más que añadir. Dejando de lado sus frases fugaces sin retroalimentación, en estos dos días no pudimos hablar mucho, sólo intercambiar unas pocas palabritas y ya durante las comidas.
Daryl es medio raro. Anda en lo suyo, pero también se mantiene cerca. Varias veces lo atrape mirándome, pero gira la cara cuando nuestros ojos se encuentran; y si le sonrío… mamadera , se pone serio y me esquiva. Parece que toda su valentía está reservada para cuando nos tomamos un descanso. A este punto, no sé si me tiene ganas o qué. Como sea, cada quien tiene sus mambos .
Me agacho para buscar el objeto, está debajo de un auto. Lo tomo en el momento justo en el que escucho a Rick indicar entre susurros que nos escondamos.
Mierda. ¿Y ahora qué nos está pasando?
Ruedo debajo del auto. Estamos rodeados de caminantes.
El corazón me late a mil. Veo sus pies pasar, los escucho gruñir. Contengo la respiración. Los segundos pasan. Sostengo con fuerza lo que Daryl me dio, es un cilindro pequeño, un labial , en realidad. Si no muero, me aseguraré de usarlo. Muerta antes que sencilla, encima el rojo me queda divino.
Un grito agudo me saca de mis pensamientos. Es Sophia. Ay, no. Ojalá que esté bien. Encima la nena es re cagona , seguro que se asustó porque vio bicho —espero—. El problema es que estamos rodeados de caminantes, gritar es como hacer sonar la campana de la cena.
Espero a que ya no haya pies cerca y salgo de mi escondite. Carol sale corriendo, Lori la retiene y le cubre la boca.
Dos caminantes persiguen a Sophia, Rick intenta llegar a ella, pero regresa un rato después sin la niña.
La concha de la lora .
Tras explicar qué pasó y en dónde la dejó, Rick, Daryl, Glenn y Shane se adentran en el bosque, pero los dos últimos vuelven a la carretera e informan que le están siguiendo el rastro y que, para aprovechar el tiempo, deberíamos mover los autos para que la casa rodante pueda salir de la autopista con facilidad. Me suena a una de esas veces en las que me tocó dar clases en un primer año; para que el más inteligente no se me levante de la silla cuando termine la tarea, pegué unos afiches en las paredes y todos los días tenía que resolver una sopa de letras. No es que tengamos que acomodar los vehículos, lo que quieren es distraernos manteniéndonos ocupados. Es una genialidad.
Al principio me esfuerzo, pero no consigo seguir el ritmo. ¿A quién quiero engañar? Nací para tirar facha , no para mover cosas pesadas. Abandono la tarea anunciando que mejor iré a buscar cosas dentro de los autos. Nadie se queja, debe ser porque notaron que soy una debilucha.
La manada de caminantes—así los llamó Andrea—me dejó intranquila—. Pasaron alrededor de cinco días desde que nuestro campamento en la caldera fue atacado, estoy segura de que todos tenemos los recuerdos frescos. Es como si el grupo estuviera maldito—tal vez la humanidad entera lo esté—. No me entra en la cabeza cómo es posible que tengamos un problema tras otro. Si seguimos así, es probable que no viva lo suficiente como para tener canas.
Encuentro un cuchillo en la cintura de un caminante medio seco. Joya . Aprovecho y le saco el cinturón que tiene más pinta de ser una riñonera. Lo reviso, adentro hay un par de boludeces que nos viene bien: ibuprofeno, una caja con balas y un rosario. Me lo pongo. Guardo el cuchillo en una abertura que, en realidad, es un porta-cuchillos. Como no encuentro ninguna pistola, le entrego las balas a Glenn y tiro el rosario sobre un montón de ropa. De algo tienen que servir.
Shane enciende la radio de un auto, nos acercamos para escuchar, pero no dice nada relevante, sólo un mensaje de la oficina de Defensa Civil que anuncia que estamos en una emergencia civil y que la transmisión normal cesará. Agrega, también, que evitemos a los infectados—¿es en serio? Nunca se me hubiera ocurrido—.
Al final del día, detrás de un auto—y a unos pasos de la casa rodante—dejamos lo que encontramos.
Me inquieta que oscurezca tan pronto y que Daryl no haya vuelto, pero también me da paja y un cagazo meterme en el bosque para chusmear . La verdad, hay que tener huevos —y unos buenos ovarios—para hacer estas cosas, y muchos más para acostumbrarse. Daryl se la pasa matando bichos y abriéndolos para que podamos comer, cada día me sorprende que tenga estómago suficiente para bancar esa cochinada . Mis abuelos hacían lo mismo, recordarlo me da escalofríos. No nací para esta vida, eso lo tengo claro.
Hablando del Rey de Roma…
Daryl y Rick regresan vestidos de gala, es decir, que están bañados en sangre. No encontraron a Sophia, sus huellas se perdieron. Rick informa que retomarán la búsqueda a primera hora de la mañana y explica, a pedido de Carol, que la sangre se debe a que liquidaron a un caminante. Daryl agrega que lo abrieron para asegurarse de que no se haya comido a la niña. Que asco. Se me revuelve el estómago. Carol le reprocha a Rick por haberla dejado sola. Andrea y Lori la consuelan.
Nunca se debe dejar a un menor sin supervisión adulta. Rick cometió un error, pero había caminantes y tuvo que elegir entre alejarlos o morir luchando contra ellos. Lo está intentando, es lo que vale. Peor sería que se lavara las manos y se rehusara a buscarla. Rick es ese tipo de policía bueno, no va a parar hasta encontrar a Sophia.
Escapando del ambiente pesimista, me acerco a Daryl. Se está limpiando las manos con ese trapo viejo que tiene desde siempre.
—No tuve tiempo para agradecerte—saco el labial del bolsillo y se lo muestro. Aproveché el descanso para probarlo y sí, me queda precioso—. Gracias, es un tono muy lindo.
—Te queda—deja la ballesta sobre el asiento de la moto. Voltea hacia mí, apoyando su peso en el vehículo.
Sonrío. Está todo sucio y apestoso.
—Tienes un poco de...—paso el pulgar por una mancha de sangre y tierra que Daryl tiene en la mejilla—Listo, ya está. Como nuevo.
Él me mira con los brazos cruzados.
—¿Cómo estás? ¿Te lastimaste?
—No.
Deja de hablar. Ponele voluntad, Daryl, no seas virgo . Dale , ya estamos grandes para estos boludeos . ¿Tanto te va a costar tirar una oración que no sea una palabra? No te pido ser un Borges, pero mándale mecha . Me rindo. Hoy no estoy para remar en dulce de leche.
—De acuerdo…Buenas noches.
Creo que será mejor limpiar un auto y dormir en el asiento trasero. No me pinta amontonarme junto al resto dentro de la casa rodante. No cuando ya estoy del orto .
—Emma—Daryl me llama—. Descansa.
Asiento y me despido con una sonrisa. Lo odio.
Chapter Text
Uno pensaría que el cuerpo se acostumbra a dormir en el asiento trasero de un auto, pero después de un par de meses haciéndolo como que se empieza a cansar. Mis músculos están tan adoloridos como siempre, a eso sí estoy acostumbrada.
El verdadero problema está en cambiarse de ropa. Es fácil hacerlo de noche, cuando está demasiado oscuro para que alguien pueda ver algo; pero de día tenés que hacer malabares. Mi auto tenía los vidrios polarizados, por eso sobreviví a los mirones de Merle y Ed; este auto no es así. Reemplazo mi pantalón corto por un cargo negro, la musculosa verde agua se queda donde está.
Apenas bajo del auto, escucho a Glenn quejarse de lo mucho que tardo en alistarme. Le quito la gorra de la cabeza y me la pongo, dejando en evidencia los pirinchos que no se molestó en peinar. Glenn me recuerda a Vicente, mi hermanito caótico y peleonero. No había día en el que no me cargara con lo que sea, lo hizo incluso después de que me fui de casa.
Por culpa de Glenn mi desayuno es simple y rápido: un poco de agua y dos barritas de cereal. Anoche acordamos que hoy nos organizaremos para buscar a Sophia, no puedo perder el tiempo siendo exigente e hirviendo agua para un té.
Rick nos entrega armas—no pistolas, como Andrea esperaba, sino armas que puedan cortar—. Agarro un machete y compruebo el peso, se lo presumo a Glenn, quien está fascinado con la cosa de forma rara que eligió.
El plan es recorrer el arroyo—en donde Rick dejó a Sophia—unos ocho kilómetros, dar la vuelta y regresar por la otra orilla. Fácil, ¿no?
Agarro una botella de agua, la inspecciono mientras escucho, como la vieja chusma que soy, la discusión entre Andrea y Dale. No disimulo mucho, total, los demás están igual que yo. Parece que Dale anda sobreprotegiendo a Andrea y no le quiere devolver la pistola que le quitó, ella no se cansa de reclamárselo. Son cosas de ellos, pero hay que reconocer que Andrea tiene un punto: tomó una decisión, quiso morir en el CCE—y no siendo masticada por caminantes—y no pudo hacerlo porque quería que Dale viviera. Tal vez ese sea el principal problema de involucrarse demasiado en los asuntos del otro: si las cosas resultan distintas a lo que esa persona esperaba, serás el culpable y no hay forma de convencerla de lo contrario; ve el error en ti, lo que es una mierda.
El tema de Andrea es más profundo y, por ende, más complicado. Si no tuviera un antecedente, probablemente estaría de acuerdo con Dale y le tiraría un “Vivir es bello, vivir es bueno. No hay nada mejor que estar vivo”, pero, como lo tengo, no veo cómo esas palabras le ayudarían. Tampoco es como si supiera qué hacer por ella. En mi caso, la paliza que me dio mi madre fue la que me convenció de no volver a intentarlo, pero para Andrea es diferente. Supongo que, por ahora, lo mejor que podemos hacer es pasar el rato con ella y mostrarle apoyo—preferiblemente, no como Dale lo hace—.
Como sea, concluimos en que Dale y T-Dog permanecerán en la autopista, el resto iremos a buscar a Sophia.
Los bosques en Georgia son preciosos. Tienen ese olorcito a naturaleza y la frescura de la tierra húmeda por las lluvias pasajeras. A mis hermanos les habría encantado escalar todos estos árboles y columpiarse de rama en rama.
Mi mente viaja al pasado mientras caminamos. Nos detenemos en frente de una tienda de acampar que, apenas Daryl la abre, desprende un olor putrefacto que quema los ojos y hace que tus fosas nasales arden. Dios mío, que alguien prenda un sahumerio.
Una campana empieza a sonar, corremos en su dirección.
Por favor, Barba , que la nena esté allí.
Sin embargo, Dios, como siempre, se ríe en nuestras caras. Llegamos a una iglesia sin torre ni campana, adentro tres caminantes se encuentran sentados como si fuera domingo. Daryl, Rick y Shane se encargan de ellos.
La campana vuelve a sonar. Daryl nos muestra que la porquería funciona con temporizador; es Glenn quien la apaga, harto de las pistas falsas. Es una reverenda mierda.
Carol decide entrar un momento a rezar, los demás—menos Andrea y Shane—, la seguimos. No soy creyente, lo admito, soy agnóstica, pero aprendí que en momentos como este siempre es mejor mostrar apoyo a través de la fe. Mantengo la cabeza gacha, repitiendo en mi cabeza una oración que la nonna me enseñó hace mucho tiempo. Tendría que haber traído el rosario.
Al final, se decidió que nos dividiremos en dos grupos: Rick y Shane se quedarán buscando alrededor de la iglesia; Andrea, Carol, Daryl, Glenn, Lori y yo iremos de regreso al arroyo. Carl se quedará a cuidado de los policías.
Nos vamos casi de inmediato, no sirve de nada perder más tiempo mirándonos las caras. Caminamos entre los árboles, los mosquitos danzan a nuestro alrededor, buscan a quien picar.
—¿Esto se come?—le pregunto a Daryl, agitando una rama del arbusto de moras.
—Sólo si quieres tener diarrea—se burla.
Pongo los ojos en blanco, dejando escapar una risita.
—Que asco—se queja Andrea, pasando a mi lado.
El buen humor se desvanece, se va volando y no parece querer regresar. Seguimos caminando un buen rato hasta que a los demás les pinta tomar un breve descanso. Lori se toma la molestia de retarnos por el trato negativo hacia Rick—principalmente a Carol—. La tensión en el ambiente incrementa.
Como las cosas con Daryl quedaron un poco frías, ya no me gasto en permanecer a su lado y sacarle charla de lo que sea, al contrario, me mantengo cerca de Glenn. Parece una obviedad, pero sucedió que Glenn y yo nos hicimos buenos amigos casi de inmediato; compartimos el gusto por la cultura friki— somos unos frikis de mierda —, por lo que nos llevamos bastante bien. Es como ese hermanito menor que te busca para decir pelotudeces y hacerte bromas, pero que siempre está allí para cuidar tu espalda. Es verdad que, en cierto modo, me recuerda a mis hermanos—una versión buena y mejorada de ellos—, especialmente a Vicente.
Un disparo nos alerta. Se escuchó lejano, pero no lo suficiente.
Daryl nos dice que lo mejor es seguir buscando a Sophia y abrirnos paso hasta la autopista. No tener ninguna pista concreta nos está volviendo pesimistas, pero él no duda de que la encontraremos y que estará sana y salva.
¿Ven? Sí tiene un lado tierno. Me guiña un ojo cuando pasa junto a mí. Se coloca al frente y lidera al grupo como si estuviera acostumbrado a hacerlo.
Caminamos un poco más, pero notamos que pronto oscurecerá y decidimos regresar a la autopista.
En menos de dos minutos, escuchamos a Andrea gritar. Corremos hacia ella y vemos cómo un caminante se le tira encima, lo más sorprendente es que una mujer aparece de la nada—y en caballo—, golpea al caminante y dice el nombre de Lori. Explica que Rick la envió, que Carl está herido, nos da instrucciones de cómo llegar a su granja y se va con Lori, quien no dudó en subir.
El caminante se incorpora, Daryl lo remata y seguimos nuestro camino apenas procesando lo que acaba de pasar.
Notes:
Che, lo de Andrea es un tema serio. Si necesitan ayuda, búsquenla—si es de un profesional, mejor—; no luchen sol@s.
Eso nomás, cuídense y, cuando puedan, coman una buena milanesa napolitana.
Chapter 10: La casa de la chica del caballo.
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La autopista se ve exactamente como la dejamos. Dale nos recibe agitando el brazo. Le hacemos un breve resumen de todo lo que hicimos, dejando de lado la mini pelea de Lori y Andrea por una pistola, las moras que dan diarrea y a Daryl confesando ser “el único zen”. Glenn se quejó de mí con T-Dog como si fuera un nene de diez años que no se banca una broma; no es mi culpa que se haya quedado anonadado por la chica del caballo.
Ahora tenemos que decidir qué hacer.
Sería una mierda si nos vamos y Sophia regresa, pero tampoco podemos estar divididos. Daryl, asumiendo el rol de líder, sugiere hacer un cartel y dejar provisiones, se ofrece a permanecer acá esta noche en la casa rodante. Dale, sin ánimos de dejar su hogar, se suma al plan; Andrea también.
Dale le pide a Glenn que tome la camioneta de Carol y lleve a T-Dog a la granja. Como la idea lo jode un poco, me ofrezco a ir con él. Al parecer, el corte en el brazo de T-Dog—se lo hizo cuando la manada nos rodeó—está bastante mal, la infección podría matarlo—nosotros, los más optimistas—. Daryl, con mala cara, saca de su moto una bolsa con pastillas y le entrega a Glenn un tarro con antibióticos y otro con doxiciclina. Ignoro sus palabras cuando comenta que a veces Merle se agarraba gonorrea. No necesito imaginar eso.
Con Glenn nos apresuramos en meter al auto todo lo que podamos, incluido a T-Dog.
—Lo que es la vida, ¿no?—le doy dos palmadas a T-Dog en la cabeza—Hoy dejas a un Dixon en el techo y mañana otro Dixon te salva la vida.
—Ja, ja—dice sin ganas, apartando mi mano con un golpe suave.
—Ya regreso, iré a agradecerle en tu lugar—le guiño el ojo.
Glenn se asoma desde el asiento del conductor.
—¿Por qué tú puedes molestarme con la chica del caballo pero yo no puedo molestarte con Daryl?
—Porque pones esa cara de bobo enamorado, cochita chiquitita —le aprieto los cachetes y hablo como si fuera un bebé. Glenn, por supuesto, se enoja tanto que inicia una breve lucha de manotazos que termina sólo cuando me alejo.
Escuchando la risa cansada de T-Dog, voy hacia Daryl. Lo encuentro acomodando sus cosas.
—¿No te vas a despedir? —le pregunto. Sin esperar respuesta, y cansada de sus idas y vueltas , lo agarro del cuello de la camisa y le como la boca . No me rechaza, me sigue el juego sosteniendo mi cintura e inclinándose ligeramente hacia mí. Cuando lo libero, deja salir un suspiro que me hace cosquillas. Le doy un piquito —Mantente a salvo. Nos vemos mañana.
Sin mirar atrás, corro hacia el auto y entro escuchando las burlas infantiles de Glenn. Nos vamos directo a la granja tratando de levantarle el ánimo a T-Dog con un cover terrible de un rap de Eminem cuyo nombre no recuerdo, pero que sé que era el favorito de mi hermano mayor.
Espero que a Daryl le cueste dormir esta noche.
Llegamos a la granja cuando el sol se ocultó por completo. Nos preguntamos si debíamos golpear o directamente entrar, optamos por lo segundo. Una mina —de unos veintidós años, más o menos—nos recibe con una pregunta que Glenn se encarga de responder. Es la chica del caballo que se llevó a Lori, ¿cómo olvidarla cuando el pequeño Glenn fue flechado por Eros?
La chica del caballo se alerta cuando ve el brazo vendado de T-Dog, se tranquiliza cuando le relatamos con lujos y detalles cómo se cortó. Nos asegura de que le echarán un vistazo.
Es un sol. Nos invita a pasar, incluso tiene la gentileza de ofrecernos comida, pero antes nos lleva a ver a Carl. El nene está acostado, su piel está tan blanca como una hoja de papel. Lori y Rick están destrozados, nunca antes los había visto tan abatidos.
Maggie—la chica del caballo—, nos da algo para comer y lleva a T-Dog con Patricia—la mujer de Otis, el chabón que le disparó a Carl y que fue con Shane a buscar lo que necesitan para operarlo—, quien empieza a tratar su herida. Glenn y Maggie se van, me quedo en la habitación hablando con Patricia e intentando distraer a T-Dog. Su marido es el capataz de la granja y ambos son muy cercanos a la familia Greene, razón por la cual fueron recibidos cuando la infección se propagó. Aprovecho para contarle un poco sobre nosotros, tal vez con eso logre que deje de mirarnos con desconfianza.
Shane regresa, pero sin Otis. Hershel—padre de Maggie y dueño de la granja—, nos pide que no le demos la noticia a Patricia, y se va directamente a iniciar la operación. Lori, Rick, Shane, T-Dog y yo permanecemos afuera. Ninguno se atreve a hablar. Después de lo que parecieron horas, Hershel nos da las buenas noticias: Carl está bien.
Chapter 11: Flores.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Nos despertamos cuando canta el gallo. Literal.
La mañana se pasa volando. Después de desayunar y conocer al resto de la familia—Beth, hermana menor de Maggie, y Jimmy, novio de Beth—nos ofrecemos para ayudar a preparar el funeral en memoria de Otis. Una hora después, el resto del grupo se une a nosotros. Abrazo a Daryl apenas baja de la moto—no me juzguen, una chica debe saber cuándo tomar la iniciativa—. Rick y Lori informan el estado de Carl. Luego asistimos al funeral de Otis, oficiado por Hershel.
Bajo la dirección de Rick y con ayuda de Maggie y Hershel, preparamos la búsqueda de Sophia. Rick propone dividirnos en equipos, pero Hershel le advierte que no podrá hacerlo por haber donado mucha sangre y que Shane tampoco podrá debido a que se lastimó el tobillo. Daryl concluye en que será el único que irá hoy, pero acepta cuando me ofrezco a acompañarlo.
Nuestro plan es regresar al arroyo y buscar a partir de allí. Shane quiere enseñarnos a disparar, lo cual agradezco porque lo necesito, pero Hershel expresa su disgusto acerca de utilizar armas de fuego en su propiedad. Rick accede, Shane la entrega de mala gana.
Daryl y yo nos preparamos para partir. Tomo el machete y me apresuro a seguirle el paso. Rick nos detiene, le pregunta a Daryl si está bien yendo sólo conmigo—no hay problema, flaco, ni me dolió—, Daryl le asegura que sí, que volveremos antes de que oscurezca. Rick dice algunas boludeces como que se puede librar de la culpa y que no nos debe nada, a Daryl le chupa un huevo y seguimos.
Estar rodeada de naturaleza me inspira. Miles de historias podrían contener al menos una escena en el bosque: como un asesinato, el encuentro con un hada, una huida, una persecusión…Hay una infinidad de acontecimientos posibles y yo quiero escribirlos a todos. Tal vez, si algún día logro instalarme en un lugar seguro y todo el temita de los caminantes se termina, podría intentar escribir algún que otro cuentito infantil o una novela. Por ahora, mis ganas de escribir deben ser sepultadas junto a todo aquello que la situación actual me impide hacer.
La verdad, estoy agradecida de usar ropa cómoda. Caminamos una banda y no es fácil seguirle el ritmo a Daryl Dixon. Tal como acordamos, regresamos al arroyo y empezamos a dar vueltas a su alrededor.
—Si tienes miedo, puedes tomar mi mano—lo molesto.
—Olvídalo.
—Tú te lo pierdes—aparto una rama. Daryl inspecciona el suelo, señala hacia dónde ir.
—Lo de anoche, ¿qué fue? —baja la voz, seguramente para no atraer muertos. Hago lo mismo.
—¿El beso? Quise dártelo y lo hice, ¿te disgustó?
—¿Así funciona? ¿Haces lo que quieres y ya? —marca un árbol con el cuchillo.
Lo agarro del brazo. Se la pasa escupiendo lo que piensa, pero cierra el orto cuando está conmigo, ¿qué mierda le pasa? No somos pendejos , ¿qué tiene de malo ir al grano?
—¿Qué quieres tú? —me mira, no responde—Si quieres algo de mí, dilo. Te mostré mis intenciones, pero ocultas las tuyas. No sabré qué hacer si no lo dices, no soy una puta adivina—aparto mi cabello. Daryl mantiene la boca cerrada, le sonrío a medias un poco incómoda y sigo caminando.
—Puedes hacerlo—ahora caminamos a la par—, eso que quieres. No me molesta.
¿Acaba de decir que encararlo funcionó y que me da permiso para seguir comiéndole la boca cuando me pinte ?
—De acuerdo—conservo la calma, ignorando a mi torpe corazón—. Hablaremos de nosotros una vez que hallemos a la niña.
Y así, sin más, nos enfocamos en atravesar el bosque y esquivar ramas. Pronto llegamos a una casona abandonada. Entramos a revisarla, él primero con la ballesta lista para disparar, y yo detrás, con mi machete, cubriéndole la espalda.
Sólo se escucha el sonido de nuestros pasos. Partículas de polvo flotan bajo la luz del sol que ingresa por las ventanas y la puerta. Miramos cuarto por cuarto, la casa está vacía. Daryl me hace seña para que espere un momento. Toma una lata de la basura, la huele. Se acerca a un armario con la puerta ligeramente abierta, la abre, es una estantería casi vacía. Hay un par de mantas y almohadas en la parte de abajo, alguien pasó la noche aquí.
Salimos afuera. Comenzamos a llamar a Sophia. Nadie responde.
Daryl se acerca a unas bonitas flores blancas.
—Son rosas Cherokee—toma una, la hace girar desde el tallo.
—Hace mucho que no las veo. Son muy lindas—las admiramos en silencio durante unos segundos—. ¿Puede ser que tengan una leyenda?
—Dicen que nacieron por la oración de los ancianos Cherokees que pedían una señal para animar los espíritus de las madres que perdieron a sus hijos. Son blancas por las lágrimas de las madres, su centro es dorado por el oro robado de sus tierras.
La voz de Daryl tiene un tono sereno, su mirada parece melancólica. Guarda la flor en el bolsillo de su pantalón.
—En casa también tenemos una flor así—comenzamos a caminar. Recuerdo la historia de la flor del ceibo que leí cuando era pendeja —, es nuestra flor nacional. La leyenda cuenta que en las riberas del río Paraná vivía una india llamada Anahí , decían que era fea, pero que deleitaba a la gente de su tribu con canciones de amor por su tierra y de sus dioses. Los invasores llegaron, mataron a muchos y les arrebataron las tierras; la niña y otros indígenas fueron llevados cautivos. Un día, el centinela se durmió y Anahí intentó escapar, pero él despertó, ella lo apuñaló y se fue corriendo hacia la selva. El grito del carcelero despertó a otros invasores españoles, la persiguieron y atraparon. La ataron a un árbol y lo incendiaron, el fuego no parecía querer quemarla y, al final, ella se convirtió en el árbol.
—¿Cómo es?
—Hermoso. Tiene hojas de un verde brillante y flores rojas aterciopeladas. Son símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento, justo lo que necesitamos.
Daryl asiente. Su semblante es pensativo. No recordaba esta historia, pero se ve que la mantuve guardada en la memoria.
En momentos como este, cuando pienso en mi hogar, me entran ganas de llorar. Me fui de Argentina porque deseaba un cambio, es gracioso porque, dos semanas después, me urgía volver. Me tomó mucho acostumbrarme. Cuando conseguí trabajo entendí que no podía echarme atrás, que tenía que quedarme. Viendo cómo resultó todo, tal vez debí haberle hecho caso a mi instinto. Daría mi vida por una tira de asado y dos kilos de helado de dulce de leche granizado.
Regresamos a la granja con los pies a la miseria . Deje que Daryl le diera las noticias a Carol, necesitaba quitarme el olor a chivo . Mi obsesión con la higiene fue una de las razones por las que Merle me llamaba “princesa”. Le parecía absurdo que me bañara a diario y que a cada rato me estuviera lavando las manos. Es irónico que ahora ande detrás de su hermano, el rey del “mientras más roñoso, mejor”. Salgo rápido del baño, Maggie fue amable por permitirme ducharme, pero no quiero aprovecharme.
Saludo a Rick y salgo de la casa de los Greene para ingresar a la casa rodante. Ceno con Andrea, Carol y Dale. Hoy fue un día largo, me gané un buen descanso.
Notes:
¿Sabían que tenemos flor nacional? Yo no.
Lo copado de los fics es que, de vez en cuando, te enseñan pelotudeces como esta.30/07/2025: Corrigiendo me di cuenta de que después de dos capítulos decentes sigue uno escrito con los pies.
Chapter 12: Sin aire.
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Me reúno con Carol a primera hora de la mañana. Hoy es mi día favorito, ¿por qué? Porque hoy es día de lavado. ¡Qué alegría! Si me sigue tocando lavar las medias roñosas de Glenn me voy a pegar un tiro.
Recolectamos la ropa sucia de los demás y comenzamos la tortura. Tuve que dejar la de Daryl en remojo con jabón para que las manchas se “ablanden” y empecé a refregar con un cepillo de dientes gruesos la pila que injustamente dejaron en mis manos. Todos saben que odio lavar ropa a mano, pero también saben que estoy acostumbrada a hacerlo y que no hay mancha que no pueda quitar. Es culpa de mi gran bocota, no debí burlarme de Andrea cuando pasaron dos días desde que empezamos a acampar en la cantera y ella se quejaba de no tener ropa limpia. El karma es una perra.
Lori se une a nosotras cuando la estamos tendiendo. La pobre está agotada, la situación con Carl le quitó, mínimo, treinta años de vida.
Mientras lavábamos, Carol y yo compartimos tips de cocina, lo que nos dio muchas ganas de apoderarnos de la cocina de los Greene. Le cuenta a Lori nuestra idea, pidiéndole su opinión y que sea ella quien pida permiso porque es, en cierto modo, la “primera dama” de nuestro grupo—porque está casada con Rick, el líder—. Se supone que será una comida de agradecimiento por toda la ayuda que Hershel y su familia nos brindó, para mí es, probablemente, la última oportunidad que tendré de comer algo rico sin culpa.
Veo cómo Andrea, Daryl, Rick, Shane y T-Dog se juntan para organizar la búsqueda de Sophia. Debería estar ahí con ellos y no acá, renegando con la ropa. Anoche Carol me preguntó si podía darle una mano con la lavada, no tuve corazón para rechazarla. Me di cuenta de que tomé la decisión correcta cuando la escuché llorar durante una buena parte de la noche. Debería preguntarle a Maggie si tiene alguna carpita que le sobre.
Noto que Daryl me busca con la mirada y, cuando me encuentra, aprovecho para tirarle un beso. Él finge no haberlo visto. Reprimo una sonrisa. Tontear con él de esta manera me está gustando mucho. Se siente como si estuviera leyendo una novela de romance y a cada rato tuviera que dejar de lado el libro para cubrirme la cara con la almohada y chillar como loca.
—¿Y eso? —pregunta Lori riendo.
—Molesto a Daryl. Es lindo cuando se avergüenza.
—¿Lindo? ¿Estás segura de que hablamos del mismo Daryl? —Lori me pasa la remera de Glenn.
—Es bueno. En estos días ha hecho más por mi hija que Ed durante toda su vida.
—Tienes razón. No es malo, sólo le cuesta integrarse y no maldecir—tomo una de sus camisas, las manchas de sangre apenas se notan. También es un poco raro.
Seguimos bromeando y tendiendo la ropa.
Vemos a Maggie cerca, Lori aprovecha para preguntarle por la cena y ella, encantada, acepta.
Carol y yo no tardamos en encerrarnos en la cocina junto a Patricia y Beth, Lori se une a nosotras un poco más tarde. Me ofrecí a preparar el postre, querían probar algo típico de mi país. Supongo que es obvio que, si le pedís a un argentino preparar el postre, lo primero que hará es dulce de leche. Mi plan es hacerlo pasar por postre, que lo coman a cucharadas y se empalaguen tanto, que sobre y me lo den.
Le voy explicando a la curiosa Beth cada paso a medida que los realizo. Caliento a fuego medio la leche con el azúcar hasta que se disuelve; añado un poco de bicarbonato y la vainilla, lo cocino durante unas dos horas mientras lo revuelvo de vez en cuando con una cuchara de madera. Cuando termino, lo vierto en frascos y los dejo reposar unos minutos en la heladera. Continúo ayudando a las demás y luego salgo a tomar un poco de aire.
El sol radiante me recibe con un fuerte abrazo lleno de calor. Se siente bien salir después de estar revolviendo una olla como una boluda.
Saludo a Andrea, se ve que consiguió un bonito sombrero de vaquera y decidió ocupar el puesto de vigía. Si quiere encargarse de la vigilancia, está bien. Es mejor tenerla allá arriba ocupada que tenerla abajo y escucharla pelear con Lori.
Me estiro un poco, esto de ser una debilucha en el fin del mundo te deja a la miseria . Me arrepiento de no haberme anotado en el gimnasio, ahora podría estar en condiciones de correr sin tener que detenerme a los pocos pasos por falta de aire. Mi cuello cruje, mis dedos también. Me voy a tener que poner las pilas pronto, sino me van a querer usar de carnada y yo carnada no pienso ser.
—¡Caminante! —Andrea salta de su silla—¡Un caminante!
Glenn, que recién salía de la casa rodante y se acercaba para charlar, corre en busca de su arma.
—¿Sólo uno? —pregunta Rick.
—Apuesto a que puedo darle desde aquí—asegura Andrea.
—No. No, Andrea—exclama el policía—. Baja el arma.
—Déjanos manejarlo a nosotros—agrega Shane.
Shane y T-Dog se acercan al centro del campamento con sus armas, dispuestos a ir y hacer pedazos al caminante. Rick los detiene diciendo que Hershel prefiere encargarse. Sin lograrlo, Rick corre detrás de ellos para ocuparse.
Tomo los binoculares que Shane dejó sobre el auto. Sí, soy re chusma .
Andrea se prepara para disparar. Dale le pide que no lo haga, pero ella lo hará igual. Observo a Glenn, Rick, Shane y T-Dog llegar.
Camino un poco para tener mejor vista. Inspecciono al caminante, algo en él me resulta familiar, ¿será que todos los muertos se parecen? Nah , no es eso. Tal vez, debajo de tanta mugre…
No. Imposible.
No, no, no.
Pasé demasiadas horas dentro de la cocina y ahora estoy alucinando. Sí, es eso. Definitivamente es eso.
No hace frío, entonces, ¿por qué me tiemblan los labios? Además, es imposible que Daryl se haya convertido, ¿verdad? Los binoculares de mierda no dejan de moverse. Intento respirar, pero creo que ya no puedo. Ese caminante no es Daryl Dixon. Él no. Absolutamente, no. Andrea dispara. El caminante cae, los binoculares también. La miro, boquiabierta. Rick grita. Salgo corriendo hacia ellos, hacia Daryl. Andrea y Dale me siguen. Me detengo a medio camino cuando los veo levantarlo.
—Dios mío, ¿está muerto? —pregunta Andrea.
Sigo caminando con un nudo en la garganta.
—Está inconsciente—las palabras de Rick hacen que me regrese el alma al cuerpo, me apresuro—. Sólo lo rozaste.
Ignorando a los demás, me acerco a Daryl y apoyo la oreja sobre su pecho. Su corazón sigue latiendo. Rick no mintió, Daryl sólo está inconsciente. Creo haber murmurado un “gracias a Dios”. Dale me ayuda a regresar a la casa, debió notar lo mal que me hizo verlo así.
Los muchachos se encargan de Daryl. T-Dog dice algo que no logro escuchar—a veces mis sentidos entorpecen cuando me altero—, pero lo veo sostener la muñeca de Sophia. Daryl lo consiguió, encontró una pista.
Chapter 13: Lloriqueando más.
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Con Hershel guiándolos, Rick y Shane llevan a Daryl a una habitación. Me recomiendan no entrar. Tienen razón, necesito calmarme.
Voy al baño y me lavo la cara. Daryl está bien, Emilia. Ya está, no llorés más. No sé por qué me altero tanto. Daryl y yo no somos oficialmente “algo”, aunque me encantaría que fuéramos todo. Es divertido molestarlo, hablarle y hacer que se avergüence tanto que finja estar enojado para no mostrarme esa sonrisita tímida que tanto ando buscando ver. Me gusta sentir su mano en mi cintura o en mi espalda, y besarlo, por supuesto. Apenas lo conozco, no debería agradarme tanto tenerlo cerca. ¿Será que mi nonna tenía razón cuando me decía que me dejaban porque soy una enamorada empedernida? Junto agua fría con las manos y me empapo la cara. No, no debe ser eso.
Cuando salgo, me encuentro con Lori. Nos sentamos en el suelo esperando a que Rick nos diga cómo está. Unos minutos después, él y Shane salen, y aseguran que estará bien.
Entro con prisa a la habitación. Daryl está en la cama, apoyado sobre su costado derecho. Su piel está cubierta de sangre y lodo.
—¿Qué pasó? ¿Te comiste al chupacabras?
Daryl se gira un poco para verme.
—No estuvo mal, le faltó sal.
—Estará bien. Sólo necesita descansar—me informa Hershel—. Y un buen baño. Puedes usar eso de allí.
—Gracias, Hershel. Te debemos mucho.
Hershel me sonríe y se va. Debió ser difícil soportar a Daryl durante tanto tiempo. Agarro una especie de fuentón fino —porque se ve caro , no como esos de plástico barato y de colores brillantes que encontrás de oferta en el supermercado—con agua y lo muevo hasta que quede al lado de la cama. Humedezco una toalla.
Daryl intenta convencerme de que puede hacerlo solo, pero se rinde ante mi insistencia. No me detuve a pensar en lo raro que es esto, ¿será incómodo para él que alguien más limpie su cuerpo? Debería serlo. Da igual, que sea su castigo por exponerse al peligro. Nadie lo mandó a estar al borde de la muerte. Me quedo en silencio. Aunque quiera olvidarlo, la imagen moribunda de él se apodera de mi cabeza y no se va. ¿Por qué me afecta tanto? Sin querer, froto con fuerza la sangre en su cara. Me disculpo.
—Tienes algo allí—señala antes de pasar el pulgar por el borde de mi ojo y quitar una lágrima. Creo que nota que estoy a punto de llorar, porque sigue hablando sin dejar de mirarme—Cuando caí, vi a Merle en el bosque. Dijo algunas mierdas.
—¿Sobre qué? —acaricio su cabello. Mi voz sale más chillona de lo usual.
—Sobre el grupo, sobre ti…Dijo que lo abandoné por una puta, que nunca nadie se va a preocupar por mí excepto él.
—Pura mierda—me esfuerzo por reír—. Si así fuera, no estaría aquí. ¿Sabes lo mal que hueles? Un perro moriría con tan sólo olfatearte—Daryl sonríe—. Además, no está mal ser la puta de Daryl Dixon. Es como un título nobiliario, algo así como una marquesa.
—Es bueno.
Daryl y yo charlamos un poco—mucho, en realidad—, incluso se burló porque me vio correr hacia él como una pelotuda llorona. Me contó que encontró la muñeca de Sophia, pero cuando volvió a montar al caballo, éste se descontroló, haciendo que pierda el equilibrio, caiga y ruede hasta el arroyo, eso hizo que una de sus flechas lo atravesara. Se aseguró de estar en condiciones para subir, pero a mitad del camino resbaló y cayó nuevamente. Cuando despertó, Merle estaba allí. Obviamente fue una alucinación y pudo comprobarlo cuando despertó por completo y vio que tenía a un caminante mordisqueándole la bota. Se quitó la flecha, mató al caminante, ató su herida y se preparó para intentar subir otra vez—también comió una ardilla cruda y se hizo un collar con orejas de caminantes, pero eso es algo en lo que prefiero no pensar—. Luego de llegar a la cima, caminó hacia la granja.
Lo escucho hablar sin emitir ni una sola palabra. Es una locura. Él está loco. No puedo creer que exista alguien capaz de esquivar a la muerte de esa manera. Lo molesto un poco diciendo que ni el infierno aceptaría a un idiota como él, y él contrataca asegurando que se encargará de llevarme consigo. Se burla cuando, en broma, digo, con un exagerado acento británico, que nunca antes ningún hombre me había dicho algo tan bonito como eso. Daryl cuestiona seriamente si realmente eran hombres. Y así, con estas boludeces yendo y viniendo, me quedo con él hasta que me echa bajo la excusa de querer dormir.
Cuando salgo, Carol me llama desde el comedor. La cena ya estaba servida. Comemos en silencio, con el ambiente absolutamente tenso e incómodo. Cuando terminamos, Carol prepara un plato para Daryl y se lo lleva. Con una tarea menos en la cabeza, ayudo a limpiar.
Chapter 14: El legado de Rocky.
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Glenn es un maldito traidor. Anoche iba a preguntarle si podíamos compartir tienda de acampar hasta que consiga la mía, pero el pelotudo me cortó en la mitad de la pregunta y se fue corriendo a desearle las buenas noches a Maggie. Entré a la casa rodante con la necesidad urgente de gritarle que se vaya a limpiar su pieza, descarté el pensamiento enterrando la cara en un almohada y acomodándome en uno de los asientos incómodos.
Me levanto temprano con la espalda tan a la miseria que decido enfrentar mi destino. Hoy nace la futura Rocky Balboa. Hoy me convierto en una experta en el arte de machetear. Sí, lo sé, es una pavada. Se supone que lo único que tengo que hacer es moverlo y cortar al oponente, pero eso no significa que mis brazos resistan hacerlo durante mucho tiempo. Y, si algún día llego a estar rodeada de caminantes, necesitaré aguantar el mayor tiempo posible. Además, con Daryl herido, me sumo al equipo de búsqueda de Sophia. No estaría nada mal volverme una guerrera formidable.
—¿Ya te dije que me agradas mil veces más que Glenn?—le pregunto a un T-Dog sentado frente a la fogata, apenas terminando su desayuno.
Me observa un momento, luego baja la mirada y vuelve a llevarse el tenedor a la boca.
—¿Vienes a buscarme porque Glenn te reemplazó con Maggie?
Me llevo la mano al pecho, fingiendo dolor.
—¿Me estás haciendo una escena de celos, Theodore Douglas?—lo miro con sospecha.
—¿Necesitas algo de mí, Emilia Rossi?—me imita.
—No sé usar esta cosa—le enseño el machete—. ¿Me enseñas?
—¿Qué gano perdiendo mi valioso tiempo en un caso perdido?
—La oportunidad de pasar el rato con una mujer tan hermosa como yo.
Él, totalmente resignado, suspira un “andando” y se pone de pie. T-Dog me ayuda a mejorar la postura y a sostener el machete de una manera en la que mi muñeca no sufra—aunque parezco una boluda agitando el machete y cortando el aire—. Nos compara con Daniel y el señor Miyagi, agregando que, a diferencia del protagonista, carezco totalmente de talento para la defensa física.
Después de practicar por unas pocas horas, nos cansamos tanto de pelear por boludeces que nos dirigimos junto al resto al campo de entrenamiento preparado por Shane para aprender a disparar.
Al principio me cuesta un poco, pero Rick y Shane me animan a seguir intentándolo. Cuando el entrenamiento termina, puedo notar una mejora considerable. Por ejemplo, ya no me tiembla la mano y logré darle al blanco más veces de las que no pude. No seguiré el legado de Rocky, necesito ser la nueva Trinity.
Regreso a la granja con T-Dog dándome un discurso de por qué no puedo ser Trinity y lo racista que fue de mi parte proponer que él fuera Morfeo. Todos sus argumentos son un chiste que me encargo de responder con sarcasmo. Le doy un respiro y me acerco para preparar la comida junto a Dale y Carol.
Sirvo dos tazones, uno más lleno que el otro.
—Toc, toc—digo, haciendo equilibrio con una pierna y estirando el pie para abrir un poco la entrada a la tienda de acampar de Daryl. Él, con menos cuidado del que debería, se sienta y aparta el trozo de tela—. Te traje comida.
Revolea un par de cosas para hacerme espacio a su lado.
—¿Tú la hiciste?—recibe ambos tazones.
—Sí, con Dale y Carol—me siento y me entrega el mío—. Te prometo que ninguna Lori participó en el proceso.
—Bien—dice, alargando las vocales.
Parece que le caigo bien a Patricia. Antes de cocinar fui a lavarme las manos y ella me convidó medio pollo y algunas verduras, y ni siquiera tuve que pedirle. Con ver a Daryl lamerse los dedos puedo confirmar que el estofado de pollo fue todo un éxito.
—T-Dog me enseñó a usar el machete—comento. Levanta la mirada de su comida y arquea una ceja—. Luego Rick y Shane nos enseñaron a disparar.
—¿Y?—sorbe el caldo.
—Rick dice que mejoraré con práctica y Shane estaba demasiado ocupado mirándole el trasero a Andrea—pongo los ojos en blanco. Daryl suelta un bufido mezclado con risa—. Si su plan es acostarse con todas las mujeres del grupo, se convertirá en el colchón del apocalipsis.
Emite un gruñido de descontento.
—¿También tú?—pregunta, haciéndose el desinteresado mientras revuelve su porción.
—Ni hablar—me río y noto cómo su ceño fruncido ya no está tan fruncido—. Tengo demasiado buen gusto como para fijarme en un idiota como él.
Me encojo de hombros. Daryl espera, atento, a que agregue algo más. No le tiro el palito que espera que le tire, y sabe por mi sonrisa burlona que no lo haré a propósito. Como una tregua, toma otro bocado y asiente.
—Olvídate de ellos. Te enseñaré a disparar.
—¿En serio? Realmente soy pésima, apenas logro darle al blanco.
—Me encargaré de que puedas.
—Suena a desafío, ¿irás hacia Shane y lo retarás a un duelo por mí?
Daryl resopla y murmura un “en tus sueños” antes de llevarse el tazón a la boca. A lo mejor pasar tantas horas acostado comienza a aburrirlo y es por eso me escucha con tanta atención, pero es más probable que sea porque está demasiado ocupado masticando y tragando. Sea lo que sea, no importa, sigo hablando.
Paso lo que queda del día caminando por ahí. Si me canso lo suficiente, me voy a planchar enseguida y no voy a estar renegando con ese asiento tan incómodo y molesto.
Chapter 15: Encontrar y perder.
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La voz nerviosa de Glenn retumba en mi cabeza como si fuera una habitación vacía. Siendo sincera, a esta hora de la mañana mi cabeza realmente está vacía. No entiendo por qué a alguien se le ocurriría tirar semejante noticia cuando todos apenas estamos empezando el desayuno.
Glenn confiesa que hay caminantes en el granero.
Caminantes más granero es igual a caos y posible muerte.
Dejamos nuestros desayunos de lado y corremos para confirmarlo. Está repleto. Completa y absurdamente lleno. ¿Cómo mierda es posible que una manada de caminantes esté dentro de un granero cerrado? ¿Cómo es posible que ninguno de nosotros se haya dado cuenta de que están amontonados ahí?
Shane insiste en marcharnos, pero no podemos hacerlo, no cuando estamos tan cerca de encontrar a Sophia. Daryl nos recuerda eso, agregando que recientemente halló su muñeca, lo que no logra convencer a Shane. ¿Y se hace llamar policía? Que me disculpen todos, pero con este milico en la ciudad yo no podría sentirme segura ni a palo. Ah, sí, lo olvidé, qué tonta: la muñeca no convence a Shane porque su cabeza está demasiado ocupada tratando de planear su siguiente numerito de machito.
Ugh, lo detesto.
Daryl y Shane discuten, Rick interviene para apaciguarlos. Y por más que quiera que suceda, el resto debemos unirnos para separarlos y evitar que se agarren a las trompadas . No retengo a Daryl ni hago el amague de frenarlo cuando se balancea en dirección a Shane, simplemente me mantengo a su lado imaginando lo satisfactorio que sería que alguien lo ponga en su lugar. Tal vez estoy exagerando, pero me enoja muchísimo que dé por muerta a Sophia cuando él apenas movió un dedo para buscarla.
Rick quiere quedarse y sugiere que antes hablemos con Hershel sobre el granero. Dale, por su parte, menciona que Hershel ve a los caminantes como personas enfermas. Shane se mete y vuelve a gritonear, lo que provoca que los caminantes comiencen a empujar la puerta intentando llegar a nosotros.
Nos despertamos del orto , ¿no? Shane está imparable, fuera de sí.
El granero es un problema serio, nos tenemos que ocupar lo más pronto posible, pero no va a conseguir nada gritando como pelotudo y provocando a esos bichos. Dios mío, qué imbécil, que se tome algo y después hablamos.
Nos dispersamos. Lo último que queremos es que esa puerta se abra y tengamos que enfrentarlos a mano limpia.
Regreso al campamento para practicar con el machete bajo las instrucciones de T-Dog. Pronto iremos a buscar a Sophia, la pista que Daryl encontró es clave y nos permitió reducir el área de búsqueda. Tengo un buen presentimiento, siento que estamos cerca de hallarla. Me gustaría que los demás piensen igual.
Shane está completamente negado, se la pasa repartiendo pesimismo; el resto está en duda, tienen fe, pero no la suficiente. Daryl no se rinde, está convencido de que llegará a ella, y yo confío en eso. Carol, en cambio, no es que crea que no la encontraremos, sino que le aterra que salgamos heridos por intentarlo. Hablé un poco con ella ayer, valora el esfuerzo de Daryl, pero no quiere que regrese como la última vez; le preocupa que muera y perder a ambos.
Aunque intento ser positiva, estos pelotudos no colaboran.
El tiempo pasa lento, pesado, tortuoso. T-Dog desvía la mirada hacia el granero, yo imito el gesto por inercia. No tenemos que decir nada para decidir finalizar el pseudo entrenamiento. Caminamos hacia la casa de los Greene. Se supone que Rick vendría a buscarnos y nos organizaríamos para la búsqueda, pero se fue temprano y aún no regresa. Nos reunimos con Andrea y Glenn en la entrada, Carol y Daryl llegan al ratito. Nadie sabe qué está pasando y en dónde está la mitad de las personas que se supone que deberían estar dando vueltas por acá; Rick, especialmente.
Shane, tan rompebolas como siempre, llega de la nada con un bolso y comienza a repartir armas de fuego asegurando que es momento de hacer lo correcto y defendernos. Dudando, acepto la que me ofrece, es la misma pistola que usé en el entrenamiento—y no, claramente no sé cómo se llama—. ¿Qué bicho le picó ahora?
Oh, por el amor de Dios y de la Virgen. No puedo creer lo que estoy viendo.
Observamos, a la distancia, como Rick arrastra a un caminante hacia el granero, Hershel hace lo mismo. ¿Qué parte de “si te muerden, morís” no entendieron?
Corremos hacia ellos a toda prisa.
Shane, enfurecido, confronta a Rick. Luego de retarlo , se centra en demostrarle a Hershel qué tan muertos están estas criaturas mientras le dispara al caminante que el hombre traía, hasta que decide terminar con él.
Completamente fuera de sí, Shane golpea la puerta del granero hasta abrirla y dejar salir a los caminantes. Está loco. A este tipo le faltan todos los jugadores.
Junto a Andrea, Daryl, Glenn y T-Dog, me pongo en posición y comienzo a disparar. Trato de controlar el temblor en mis manos, de hacer que el arma apunte a donde debería acertar. Fallo más disparos de los que me gustaría, tenerlos tan cerca me pone demasiado nerviosa. El último caminante a la vista cae y yo bajo el arma, sintiendo los dedos ardiendo y mis oídos acostumbrándose a la ausencia de mini explosiones.
Un último gruñido se hace oír, captando la atención de todos. Del granero sale Sophia, o lo que se supone que solía ser Sophia. Verla salir es como un recibir un baldazo de agua fría .
Ella estuvo aquí todo este tiempo y no lo sabíamos. Sophia estuvo muerta y encerrada.
Carol corre hacia ella, Daryl la detiene.
La nena tiene una notable mordida en el hombro, sus ojos son casi blancos, toda su ropa está manchada. Verla así me parte el corazón. Era tan buena, tan dulce…tan chiquita.
Rick avanza y hace lo que ninguno de nosotros se atrevería a hacer: le dispara.
Sophia cae, junto a los últimos gramos de esperanza que había en cada uno de nosotros.
El llanto de Carol es lo único que se oye. Daryl la levanta pidiéndole que no mire, pero ella lo aparta y sale corriendo.
La pistola arde en mis dedos, la guardo en mi pantalón como si fuera suficiente para no sentir su peso. Rodeo el brazo de Daryl con ambos brazos, mis manos bajan hasta sostener la suya. Debe estar destrozado, tal vez un poco más que el resto.
Entre todos, cruzamos miradas, sin saber qué hacer. Ninguno esperaba que algo así sucediera, ni siquiera Shane.
Beth, llorando, se tambalea hacia el cadáver de su madre. Por más que intenten detenerla, lo hace igual. Es una niña más buscando refugio en su madre. El caminante despierta, se aferra a ella e intenta morderla; alguien dispara y cae antes de clavar sus dientes.
Chapter 16: Cagados por la vida.
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Glenn, Rick y Shane se fueron con los Greene. Daryl fue a buscar a Carol.
Me quedo con el resto contemplando los cuerpos, todos desparramados frente al granero y siendo iluminados por el sol brillante de la tarde. En tan poco tiempo, este mundo se volvió no apto para niños. No me gusta. Sin niños no hay futuro, ¿cómo podría existir un mundo sin ellos? Me enseñaron a pensar siempre en cómo prepararlos para el futuro y hacer todo lo que esté a mi alcance para guiarlos, y ahora nada de eso importa porque estando cara a cara con un caminante poco te servirán las reglas gramaticales o reconocer los distintos tipos de narrador. Es…tan desalentador.
Andrea y yo cubrimos a Sophia con una sábana, ni siquiera así logramos evadir el dolor inyectado en nuestros pechos.
Decidimos cavar tumbas para Sophia, Annette, la segunda esposa de Hershel, y su hijo Shawn; quemaremos al resto. Sin más que añadir, lo hacemos. Cavamos no con consciencia, sino más bien con monotonía; como un barquero que lo único que hace es remar y remar. Cuando terminamos, Lori va en busca de Carol, pero fue medio al pedo . No quiso venir.
Todos, a excepción de Carol, asistimos al funeral. Nos quedamos en silencio, probablemente con demasiadas palabras dando vueltas por nuestras cabezas y sin ser capaces de articular alguna. Al finalizar, cada uno tomó un camino diferente.
T-Dog, Andrea y yo nos ocupamos de cargar los cadáveres en la camioneta. Supongo que tienen razón cuando concuerdan en que Shane hizo lo correcto. Él no me agrada, sus actos mucho menos, pero había que hacerlo. Teníamos que cortar el problema de raíz, y la raíz era ese granero. El cómo lo hizo es otra cosa, prácticamente nos llevó al límite y no nos quedó más opción que hacerle frente.
Seguimos cargando a los caminantes y los llevamos lejos para luego iniciar el fuego. Le dejo el resto a T-Dog y a Shane, y regreso a la casa con Andrea.
Nos enteramos de que lo sucedido le pegó fuerte a Beth y ahora está inconsciente, Hershel desapareció y Glenn y Rick fueron a buscarlo al bar del pueblo. No lo juzgo, estoy considerando seriamente ponerme en pedo .
Busco rápido algo de ropa y me ducho, me cuesta un poco quitarme la baranda que la sangre me dejó en las manos. Cuando bajo me encuentro con Patricia, le pregunto por el estado de Beth, pero la pobre sigue igual. Le doy una mano con algunas tareas de la casa, se ve tan exhausta que no puedo dejarla sola. Cuando terminamos, le pido prestado dos vasos de vidrio que me da con un poco de desconfianza, le prometo que los devolveré.
En momentos de penumbra, la única solución es el alcohol. Ya es de noche cuando entro a la casa rodante y rebusco entre mis cosas para hallar una botella de whisky que compré el día en el que todo comenzó, pero que decidí guardar para un momento de mierda—ya me tomé la mitad—. Y estoy segura de que no habrá momento más mierda que este.
Originalmente, iba a beberlo esa misma noche. Recuerdo haber tenido una semana de mierda, nada de lo que hacía salía bien y necesitaba una buena noche de películas tristes y alcohol. No pasó. Terminé viviendo, en carne propia, una película de terror. Y aquí estamos, otra vez tengo una semana de mierda y lo único que quiero es no escuchar más problemas. Tal vez ese deseo es el que me mueve hasta donde Daryl se instaló. Desde lejos, lo veo atizar el fuego y hablar con alguien.
—¡Todo lo que tenías que hacer era cuidarla! —lo escucho gritar.
Pucha , más problemas.
Carol se aleja de él con la cabeza gacha. El pelotudo está re caliente y se está desquitando con la persona menos apropiada.
—Yo me encargo de él. Descansa un poco, ¿sí? —la abrazo.
Carol me agradece y se despide con un “buenas noches” ahogado por un intento de contener el llanto. Suspiro.
—Un pajarito me dijo que tú también necesitas un trago.
Daryl arroja una rama al fuego.
—El pájaro se puede ir a la mierda.
—Que mal, porque yo soy el pájaro—me siento junto a él—. ¿Qué tienes hoy? ¿Ardilla o…? —agarro lo que está asando y lo devuelvo—Araña, que asco.
—Te prepararé algo.
Daryl va a una especie de tendedero de animales muertos, agarra lo que espero que sea una ardilla y lo prepara para asar. Está enfadado, se nota en sus movimientos. Además, le gritó a Carol, y eso es mucho.
Mepa que todos hicimos un pacto silencioso que consiste en no tratar mal a Carol, la pobre sufrió mucho y agregarle más sal a la herida le va a hacer bosta . Por eso, que Daryl haya actuado así, debe significar que está en su límite.
A veces se pone agresivo cuando se siente mal, y él fue quien lideró, básicamente, la búsqueda de la nena; tiene sentido que le haya pegado fuerte . Qué sé yo , algún mambo tendrá con todo esto; como un trauma de la infancia o algún problema.
Tiene pinta de haber tenido una vida de mierda—también Merle—. Hay muchos niños y adolescentes que crecen en un ambiente familiar deplorable y violento y que deben adaptarse y valerse por sí mismos hasta tener edad suficiente para poder huir de ese mundo. Y eso es una mierda. Daryl debió pasar algo así, tal vez por eso su espalda está llena de cicatrices; no me sorprende que su corazón también las tenga.
Nadie quiere arreglar a un adulto roto, sólo esperan que, por arte de magia, sepamos sanar.
Bebo un poco de whisky, le sirvo a Daryl y le paso el vaso cuando se acerca a la hoguera.
Somos medio raros, a veces buscamos consuelo en personas que están tan mal como nosotros y el dolor del pasado se convierte en la base de la relación. No sé, por ahí Daryl siente que la mayoría somos unos chetos caretas y que por eso no encaja, cuando, en realidad, todos fuimos cagados por la vida—antes y después, de un modo u otro—.
La cosa está complicada, ¿debería sacarle charla? Pero tengo frío y me puse maricona , ¿aceptará tener una conversación sobre traumas intrafamiliares?
—Intenté morir a los diecisiete—hago fondo blanco . Vuelvo a rellenar el vaso. Daryl se sienta a mi lado—. Mamá me encontró con la cuchilla y me dio la paliza de mi vida, decía que si me acosaban en la escuela era porque andaba de zorra detrás de los varones y profesores.
—Que dulce…
—Sí, a mis espaldas se jactaba de ser la madre del año. Me obligué a perdonarla, no ganaba nada con estar enfadada—apoyo la cabeza en él, su calor me transmite una serenidad que no esperaba—. ¿Qué hay de ti?
No habla. No es fácil hacerlo hablar, mucho menos de algo doloroso. A mí me costó años de terapia, no me sorprende que no tenga fuerza para hacerlo. Tomo su mano derecha, su agarre es fuerte.
—La mía era amante del vino y los cigarros Virginia Slims—hace una pausa. Toma un sorbo—. Fumaba en la cama. Un día la casa se incendió con ella adentro—acaricio su mano con el pulgar. Es peor de lo que imaginaba—. Mi padre no era un buen tipo. Bebía y nos golpeaba…ya sabes, con lo que podía.
—Sufriste mucho…lamento que hayas vivido todo eso.
—Y yo agradezco que estés viva.
Sus palabras me toman por sorpresa. No esperaba algo como esto.
—Supongo que esa paliza valió la pena—tomo la ardilla y le doy un mordisco. Como siempre, imagino que es una tirita de asado con chimi—. Vi a Carol irse, ¿qué pasó?
Daryl deja el vaso en el suelo y suelta mi mano.
—Pura mierda.
—Hay muchos tipos de mierda.
—Me vigila. Quiere que me quede.
—Y tú no quieres. Por eso te apartas, para que sea más fácil desaparecer.
Se levanta. Arroja más madera al fuego.
—No importa.
—Sí, sí importa—dejo los restos y el vaso en el piso. Me pongo de pie—. Si quieres irte, genial, hazlo—gira la cabeza, evitando mi mirada. Me acerco a él y lo fuerzo a mirarme—. Pero ten la seguridad de que voy a ir a buscarte y te encontraré. No creas que es fácil entrar a mi vida, robar mi corazón y salir como si nada. No puedes irte, ¿de acuerdo? Y si lo haces, tendrás que llevarme.
Me sostiene la mirada.
—De acuerdo…—murmura sin pestañear.
Pego mi cabeza a su pecho y rodeo su torso con mis brazos. Una de sus manos descansa sobre la zona baja de mi espalda.
—Dormiré aquí. Contigo—sentencio—. Y tendrás que abrazarme.
Chapter 17: Contenerse.
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Despierto con el brazo de Daryl descansando sobre mi torso. El muy idiota se despertó primero y no tuvo la gentileza de quedarse quieto para que pudiera dormir un poco más. Me acerco más a su cuerpo cuando intenta levantarse, pero no logro evitarlo. Arrastro a Daryl devuelta a la carpa casi por los pelos.
El enojo de anoche se esfumó. Daryl necesitaba hacer catarsis y lo ayudé como pude.
Lo tengo en mi mano después de un par de besos, no parece desagradarle. Me siento en sus muslos, mis manos acarician su torso mientras que mis labios saborean los suyos. Daryl lleva una mano a mi nuca, sus dedos sujetan mi cabello y su otro brazo me pega más a él. Despacio, subo las manos a sus hombros, luego a su cuello. Suelta un gruñido de aprobación cuando mis dedos cubren la mitad de su rostro y mi cuerpo se inclina hacia delante, haciendo que su espalda caiga hasta tocar el suelo. Nuestros labios se separan. Me sostiene la mirada durante unos segundos, sus ojos brillan. Daryl agarra un mechón de pelo que cuelga de mí y le hace cosquillas, y lo deja con suavidad detrás de mi oreja. Entrecierro los ojos cuando acaricia mi mejilla, y dejo que su boca tome mis labios.
Salimos de la tienda cuando el sol apenas se está asomando. Hay un vientito fresco que me envuelve, me arranca el poco sueño que me quedaba. Veo movimiento en el otro extremo. Seguro que los chicos y Andrea irán al pueblo a buscar a Glenn, Hershel y Rick. Anoche no volvieron y pusieron la casa patas arriba. El ruido llegó hasta acá, pero con Daryl no intervenimos. Ni siquiera Lori con sus argumentos logró convencer a Daryl de buscar a Rick.
No creo que sea por forro, simplemente está cansado. Desde hace tiempo viene acumulando mucha energía negativa que ignora llenándose de obligaciones. Tal vez todo comenzó desde antes de perder a Merle. Sé que no tienen la típica relación de hermanos, pero la sangre tira y no hay forma de que no se culpe por dejarlo atrás. Entonces, con Sophia desaparecida, obtuvo una segunda oportunidad; iba a encontrarla cueste lo que cueste, lo que no consiguió con Merle. Verla salir del granero destruyó su optimismo, tal vez el realismo de Carol le cayó peor y su ausencia al velorio fue la gota que derramó el vaso. Daryl se esforzó más que nadie y todo fue en vano.
Anoche estaba hirviendo en ira. Después de que Carol se fuera, parecía estar controlándose para no explotar y romper todo. Es una tarea muy difícil para alguien que está acostumbrado a la violencia. Sin embargo, no hay manera de que Daryl sea como su padre, no sería tan dulce y amable si lo fuera. A lo mejor sólo necesita experimentar algo que no sea agresión. No me queda más opción que sacrificarme para demostrarle que no es el matón que cree que es.
Los preparativos realizados para buscar a Rick, Hershel y Glenn fueron al pedo. La camioneta roja ingresa a la granja levantando polvo y una inmensa cantidad de interrogantes y reclamos por la tardanza.
Los tres están a salvo, tal vez un poco inquietos y ansiosos. El que no parece estarlo es el chico—Randall, según Glenn—, que está sentado en el asiento de atrás con los ojos vendados.
Que divertido es este lugar, siempre hay un drama nuevo golpeando la puerta. Es como ver una telenovela a las diez de la noche.
Rick convoca una reunión para decidir qué hacer con Randall. Rick sugiere liberarlo a millas de distancia con una cantimplora con agua, Shane, por supuesto, no está de acuerdo. A este le debe fascinar estar en contra de Rick.
Hershel no tarda en poner a Shane en su lugar. Tomá, conchudo . Y él, como el imbécil caprichoso que es, se fue. Los demás hicimos lo mismo.
⧪⧪⧪
Pasó una semana desde la llegada de Randall. Hoy, Rick y Shane lo llevarán a un lugar remoto para que luche por sobrevivir. Sus probabilidades son bajas. Cuando lo trajeron tenía la pierna hecha pelota y apenas se recuperó. Creo que Rick sabe perfectamente que no va a durar mucho allá afuera y que es lo mismo que condenarlo a muerte, pero no deja de ser una oportunidad con una mínima tasa de éxito. Con lo mal que se han estado llevando Rick y Shane, me sorprende que no hayan intentado matarse y que ahora se les dé por pasear juntos. Lo único que sé con seguridad es que la tensión entre ellos podría derrumbarse de dos maneras: cagándose a piñas o comiéndose la boca. No hay tercera opción.
Como no he tenido mucho que hacer, decidí hacer uso de mi cerebro: le ofrecí a Carl retomar el estudio. Al principio la idea no le gustó mucho, pero aceptó cuando le permití elegir qué asignaturas estudiaremos. El pendejo es rápido, eligió arte y literatura, tuve que convencerlo para que acceda a tener matemáticas.
Lo bueno, es que ataqué la biblioteca de los Greene y tomé varios libros que podrían llegar a servir, también saqué mi maletín docente. Lo llamo así, pero en realidad es un bolso viejo medio hecho bosta con fotocopias que uso para preparar clases y que siempre tengo en el auto. Fue un milagro que sobreviviera durante tanto tiempo y que Dale no lo haya desechado cuando hizo la limpieza.
El primer día planifiqué las clases mientras Carl leía un cuento, intenté que el cronograma no sea tan pesado para no espantarlo. Lori quedó chocha cuando le contamos, ha estado demasiado ocupada con las tareas del hogar y cuidando a Beth. Necesita que su hijo se mantenga a salvo y entretenido, y, más que nada, no quiere que ande por ahí rompiendo las pelotas .
Por mi parte, descubrí que hacer estas cosas me trae buenos recuerdos y evita que me parta el lomo bajo el sol. Es así, que, durante una semana, después de comer, Carl y yo pasamos el resto de la tarde juntos. Fue una buena experiencia, me recordó a cuando daba clases particulares a los hijos de los vecinos. Tuvimos que repasar algunos temas que él no recordaba, pero, dentro de todo, fueron buenas jornadas.
Los que definitivamente hoy no tuvieron un buen día fueron Rick y Shane, que regresaron hechos bosta y con Randall en el baúl . Se suponía que lo dejarían a su suerte y regresarían sin él. También estaba la posibilidad de que resolvieran sus problemas chapando, pero se ve que eligieron la violencia.
Randall conoce a Maggie, iba al colegio con ella. Dejarlo libre sería preparar el camino para que su gente venga de visita y busque pelea. Me estoy cansando un poco de este drama.
Chapter 18: Ser pacífico.
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A alguien se le ocurre la maravillosa idea de torturar a Randall para sacarle información sobre su comunidad. Y, en contra de mi voluntad, Daryl termina siendo el encargado de llevarlo a cabo. Obviamente me opuse, ¿en qué año estamos? ¿En plena Edad Media? Me pareció haber leído por ahí que la sociedad avanzó lo suficiente como para no hacer semejantes atrocidades, claramente no fue así. Además, ¿por qué Daryl? ¿Por qué, de todos los presentes, es él quien se debe encargar del trabajo sucio? ¿Por qué no lo hace Rick? ¿Porque es el maldito policía bueno? ¿Y Shane? Shane no es un santo, tampoco un ser pacífico, ¿por qué él no? Me caga que hagan esto, Daryl no merece que lo traten así; es un buen hombre, no verdugo. Pero, por supuesto, parece que soy la única que piensa esto. A Daryl le chupa un huevo , acepta sin cuestionar y se pone manos a la obra.
Pelotudo , ¿tantas ganas tenés de romperle el orto a alguien?
Después de hacerlo hablar, Daryl regresa al campamento y nos cuenta que Randall tiene una pandilla de unos treinta hombres con artillería pesada e insinúa que son problemáticos, en especial si se trata de la seguridad de niños y mujeres. Que piola , ahora tenemos que cuidarnos de unos virgos armados.
—¿Qué hiciste? —le pregunta Carol, señalando los nudillos ensangrentados de Daryl.
—Tuvimos una charla.
Rick ordena que nadie se acerque al pibe , declarándolo una amenaza que debemos eliminar.
Va a matarlo.
Rick se va y Dale lo sigue, seguramente está en contra e intentará hacerlo entrar en razón. Dale es ese tipo de ser pacífico que repudia la violencia y se aferra a la humanidad que este nuevo mundo se esmera en erradicar. Es probable que sea el más ético de todos nosotros. Yo no comparto del todo su opinión. Daryl insinuó que las mujeres serán quienes más sufran si el grupo de Randall nos ataca, el desenlace es predecible. Si su muerte evita que un grupo de machitos me ponga un dedo encima, no tengo problema con que el grupo cruce la barrera que separa lo moral de lo inmoral. Ellos fueron los primeros en cruzar la línea, seríamos unos boludos si nos aferramos a normas sociales que nuestros oponentes ya no siguen.
Camino detrás de Daryl, tratando de alcanzarlo. Los rayos del sol se posan en su cabello rubio oscuro, envuelven su figura en un halo dorado y forma su sombra bajo mis pies. No es que no sepa que lo estoy siguiendo, se hace el boludo. Lo llamo un par de veces, pero no me mira hasta que estoy a su lado e intento detenerlo.
—No me gusta que hagas esto—me esquiva, pasa de largo—. Daryl, te estoy hablando, no me ignores.
—Déjame.
—¿Qué te pasa? Estuvimos juntos una semana entera y ahora me evitas, lo mínimo que puedes hacer es explicarme por qué—lo detengo colocándome frente a él y poniendo mis manos sobre su pecho. El corazón le late a mil—. ¿Es porque no estoy de acuerdo con lo que haces? ¿Cómo podría estarlo? Llega Rick, de la nada, te pide que tortures a un muchacho y lo haces encantado. ¿Es eso lo que quieres? ¿No viste tus manos? —intento agarrarlas, pero las aparta como si le diera asco que lo toque.
Estoy haciendo un gran esfuerzo para no meterle una patada en el orto . Mi afecto es más grande que mi ira.
—Me quieres aquí, ¿no? Eso dijiste y es lo que hago, no te entrometas.
—No, yo nunca dije que quería que te convirtieras en un verdugo.
—¿Verdugo? ¿En serio? Entonces debería agarrar una maldita hacha y cortar cabezas.
—Eso no es…
—Seré un verdugo si quiero, no necesito que una maldita perra me dé órdenes.
Trago en seco. No esperaba que dijera eso, no a mí, no en ese tono. ¿Qué salió mal?
—Bien—digo con un nudo en la garganta—. Si yo soy una “maldita perra”, entonces tú eres la perra de Rick, ¿por qué no vas y le ladras un poco? Sabes hacerlo, ¿no?—imito un ladrido y le doy la espalda.
Y así, sin más, me voy con el corazón machacado
No dejo de preguntarme qué acaba de pasar. Literalmente pasamos una semana entera conviviendo, ¡y todo fue perfecto! A ver, tuvimos un par de enfrentamientos—muy pocos y puras pelotudeces —, pero nada que no se pueda solucionar con una charla. Lo que, la verdad, parece algo casi imposible de lograr teniendo en cuenta que es un tipo que acostumbra a guardar lo que siente y ocultar lo que piensa, a menos que se le crucen los cables y explote—como acaba de suceder, por ejemplo—. ¡Pero nada más!
Aunque intente hallar un motivo, no lo consigo. ¿Será que fui muy pesada ? ¿Muy insistente? Lo dudo. En estos días la rutina fue exactamente la misma: en la noche voy al campamento de Daryl, comemos, “charlamos” —yo hablo, él escucha y hace pocas acotaciones—, limpio, dormimos—y, a veces, “dormimos” —, despertamos, desayunamos y me preparo para la clase.
¡Y el día se repite!
Por el amor de Dios, no somos pendejos , ¿no podría simplemente decírmelo así puedo solucionar lo que sea que esté mal?
Como no puedo hacerlo hablar—sin llorar en el proceso, claro—, hago lo que cualquier mujer que evade sus problemas haría: voy a casa de los Greene y hago pan. Es hornear o dejar que mi lado argento tome el control, y creo que nadie quiere escucharme putearlo de mil maneras diferentes.
—Si sigues así podrías matar a ese pobre bollo de harina y agua—Dale entra en la cocina y me atrapa golpeando la masa.
—Lo siento, ¿te molestó el ruido?
—Para nada, sólo vine a hablar.
—Te escucho.
—Durante tu formación y tu trabajo como docente, trabajaste con muchos adolescentes, ¿verdad? —asiento—. Adolescentes que probablemente ahora tengan una edad cercana a la de Randall.
Dejo de amasar.
—¿Estás aquí por el plan de Rick?
—No podemos permitir que haga algo tan inmoral, ¡no somos asesinos! Matarlo sería iniciar el declive de la sociedad civilizada, y sé que tú estás de acuerdo. No eres como esos tipos desalmados que tienen facilidad para matar, y estoy seguro de que sabes a quién me refiero.
—Shane, es obvio—formo bollitos de masa. Dale me da la razón—. Él no me agrada, lo admito. Pero tampoco me gusta la idea de que un grupo de pandilleros venga a la granja y me violen. El chico es peligroso, Dale, tenemos que hacer algo al respecto.
—Dices eso, pero no quieres involucrarte, tampoco quieres que Daryl lo haga.
—La historia con Daryl es diferente…y complicada.
Dejo los bollitos leudar debajo de un paño. Dale se apoya en la encimera.
—Cuando mi esposa enfermó pude sentir cómo mi vida se acortaba y, aun así, quería darle ese poco que me quedaba. Me destruía verla con el más pequeño rasguño, me aterraba la idea de verla sufrir, o peor, no verla más—prendo el horno. Sigo escuchando—. Ella me miraba con un brillo deslumbrante en sus bonitos ojos, me sonreía con ellos. Pero también hubo días en los que me confesaba que le incomodaba mi preocupación. No porque le molestara, sino porque sabía que un día ya no estaríamos juntos y temía que el dolor de perdernos fuera más fuerte. Creo que eso es lo que les pasa.
—Gracias por contarme tu historia, Dale. Pero lo nuestro no es tan bonito, soy yo quien va detrás de Daryl, y él me soporta hasta que se cansa y me aparta. No es amor, ni nada cercano, es consuelo.
—Si así fuera, él ya no estaría aquí y tú no estarías tan afligida. A lo mejor lo único que necesitan es un poco de tiempo para aclarar las ideas.
—Sería fácil si no se comportara como un matón y me llamara “perra”.
—Creo que ya sabemos quién necesita reflexionar más. Dale tiempo, querida, es un hombre decente, de buen corazón, sólo está un poco roto—Dale me abraza, le agradezco por sus palabras. Cuando se despega de mí, continúa—. Piensa bien lo del muchacho, nos reuniremos al atardecer para la votación.
Me despido de Dale. Es bueno tener a un hombre sabio en quien confiar, a veces te tira reflexiones que ordenan pensamientos y explotan cerebros. Ya saben, es como el abuelo del grupo. Tal vez tenga razón y sólo deba darle tiempo a Daryl, yo me tomaré un tiempo también. Ahora que no corremos peligro, puedo relajarme un poco y cuidar un poco más de mí.
Sí, ya fue , voy a hacer eso, que se cague .
Llevo los bollitos de masa al horno, seguramente estarán listos antes de la reunión.
Chapter 19: Balanza.
Notes:
31/07/25: No puedo creer que este capítulo, antes de ser corregido, era más corto.
Chapter Text
El sol se esconde, despacio, en el horizonte, tiñendo el cielo de tonalidades naranjas y rojas. Cierro la ventana, la brisa sacude los pequeños mechones rebeldes de cabello que no aceptaron ser sometidos por el colín.
Coloco la bandeja de pancitos en el centro de la mesa ratona, junto a un frasco de mermelada casera de durazno que hizo Patricia. El juego de té favorito de Beth luce hermoso bajo la luz casi otoñal que se filtra por los cristales.
Mis compañeros de grupo no tardan en ingresar a la sala de los Greene. Tengo que insistirles para que tomen, al menos, una rodaja de pan y lo unten con mermelada. Se resisten, pero aceptan cuando ven que Glenn y T-Dog, amenazados por mis ojos, agradecen y mencionan lo mucho que debí esforzarme en hacer suficiente para todos.
El ambiente se siente pesado, cargado de incertidumbre a pesar de que cada uno se hace una idea de por dónde irá la conversación. Rick pide que demos nuestras opiniones, parece esperar que todo saldrá bien y que no vamos a agarrarnos de los pelos por pensar diferente.
La balanza pesa más en el lado de la muerte, la mayoría reconoció lo peligroso que es. Dale incluso nos regaña por ser tan inmorales y tratar a la muerte tan a la ligera. Seguimos intercambiando opiniones hasta que Carol interviene expresando lo cansada que está de nuestras discusiones y peleas, agregando que no pueden pedirnos que decidamos algo así, que no quiere participar y que es mejor que decida uno. Dale, claramente, le indica que no dar su opinión es lo mismo que matarlo. Rick los detiene, dice el típico “hable ahora o calle para siempre” versión “¿lo matamos o no lo matamos?”.
Nos quedamos callados, sólo Dale habla, insiste en que hagamos lo correcto. Andrea es la única que está de acuerdo con él. Dale me mira, gesticulo una disculpa.
No conozco al chico y no sé de qué es capaz, pero sabemos, al menos un poco, qué tipo de cosas hace su grupo. Y eso no está bien. Aunque me pese en la conciencia, no puedo aferrarme a algo tan vago como el “tal vez no”, no cuando el grupo peligra. Randall es una amenaza tan problemática como los caminantes.
Dale se va decepcionado, nos quedamos un rato sin saber qué hacer. La decisión ya está tomada. Para bien o para mal, el chico va a morir. Fin del drama. Daryl, Rick y Shane se llevan a Randall al granero, el resto esperamos en el campamento.
Últimamente las noches se han puesto frías. Pronto tendremos que buscar abrigos y prepararnos para recibir el otoño. Suelo sentirme incómoda por estas fechas, se supone que en Argentina apenas está por comenzar la primavera y acá, en cambio, será otoño. Tampoco estoy acostumbrada a celebrar mis cumpleaños rodeada de flores y calor. Supongo que estas cosas ya no tienen importancia. No vale la pena preocuparse por boludeces.
No pasó mucho tiempo desde que se fueron, pero Rick regresa a nosotros; esta vez acompañado por Carl. Nos explica que mantendremos a Randall encerrado bajo custodia. Noto cómo su mirada pasa de Carl a Lori, y viceversa.
Andrea va corriendo a buscar a Dale para darle las buenas noticias.
Prendo un cigarrillo con el fuego de la hoguera. Siento cómo el sabor en mis labios comienza a calmar mi mente. Todo va a salir bien, Rick sabe lo que hace.
Espero.
Chapter 20: Nada nos sale bien.
Notes:
Recuerden que este fic relata los hechos de la serie desde la perspectiva de Emma, por lo que es muy probable que, si no vieron la serie—o esta temporada—, se están comiendo unos buenos spoilers (el que avisa no traiciona).
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Retiro lo dicho: nada nos sale bien.
Un grito retumba como un eco en una habitación vacía. Es agudo, lleno de un dolor que desgarra gargantas y retuerce corazones.
Nos ponemos de pie de inmediato, nuestras piernas recorren la distancia que nos separa del origen. Daryl es más rápido, llega a él antes que los demás; comienza a hacer señas y pedir ayuda en pleno descampado.
Cuando llegamos, encontramos a Dale con la panza abierta. Y cuando digo que está abierta, es porque, literalmente, está abierta. Andrea y yo le pedimos que resista mientras los demás le gritan a Hershel para que venga a socorrerlo. Pero el viejo dice que no es posible, que ya es tarde. ¿Cómo podría alguien sobrevivir cuando se le ve hasta el alma?
Dale está sufriendo, le duele demasiado. ¿Por qué siempre nos pasan cosas malas? Hace unas horas estaba bien, y ahora…ahora está muriendo. Todo a nuestro alrededor parece congelarse, el tiempo se frena y lo único que podemos ver es a un Dale pálido cubierto de sangre y con pequeñas lágrimas abandonando esos ojos que ya no pueden orientarse.
Rick saca el arma, le apunta.
Andrea cae, llorando, sobre sus rodillas; me uno a ella y sostengo el brazo de Dale. Siento el calor abandonarlo, su pulso yéndose. Un ligero temblor que delata la mezcla terrible de temor y dolor.
Como Rick no puede hacerlo.
Daryl toma el arma, se arrodilla, se disculpa y dispara.
El sonido me revuelve el estómago. La fuerza desaparece de su brazo, su pulso ya no se siente.
No pegué el ojo en toda la noche, ¿cómo podría? Acabábamos de perder a Dale. Permanezco encerrada dentro del auto de los Grimes hasta el atardecer, cuando Lori me avisa que es hora del funeral. Pasé todo el día acostada llorando en el asiento trasero y recordando los buenos momentos que tuve con él. Fueron pocos, tendría que haberlos disfrutado más.
Rick se encarga del discurso en honor a Dale, no me molesto en secar mis lágrimas. Rick nos motiva a hacer las cosas a la manera de Dale, a demostrarle que no somos un grupo roto, que estamos unidos y que desde ahora tomaremos el control de nuestras vidas. Dice que así lo honraremos.
El funeral termina.
Al final del día, tenemos una tumba más junto a las de Sophia, Annette y Shawn. Sí, definitivamente nada nos sale bien.
Notes:
31/07/25: Sí, antes de la corrección este capítulo también era más corto *se golpea la cabeza con el escritorio*
Chapter 21: No mueras.
Chapter Text
Cuando regresamos a la granja, Hershel nos invita a mudarnos permanentemente. No me da el cuerpo para hacerlo, pero ayudo a preparar todo para la mudanza.
Soy consciente de que mi aspecto es deplorable. No es la primera vez que perdemos a alguien, lo sé, pero, ¿por qué todos mueren? Pasaba antes de que todo se fuera a la mierda y pasa ahora con mayor frecuencia. Ya no me alcanzan los dedos para contar a todas las personas que conocí que murieron. ¿Por qué no podemos estar a salvo y vivir sin contener la respiración? Estoy cansada de que todos los que aprecio mueran, ¿no podemos ser felices? ¿Qué hicimos para que ahora estos bichos de mierda vaguen hasta llegar a nosotros?
No quiero que nadie más muera.
Siento que me tiembla el labio. Estoy tan harta de todo. Mis ojos se irritaron de tanto llorar, pero no parece que quieran detenerse—probablemente los tengo rojos e hinchados—. También hace un frío de la puta madre , tal vez por eso Daryl se acerca y me obliga a ponerme su chaqueta. Me resisto, me parece que incluso acabo de putearlo inconscientemente, pero lo consigue.
—No mueras—despacio, golpea mi frente con el dedo índice y se va. Dejo que su aroma llegue a mi nariz y calme mis nervios.
Es un pelotudo indeciso. Hoy me quiere cerca, mañana no. ¿Por qué no me deja permanecer a su lado si de todas formas se va a preocupar por mí y vendrá a comprobar que esté lo suficientemente bien?
Me remango. Hay que seguir.
Rick da órdenes y organiza las guardias. Tenemos que mover los vehículos cerca de las puertas y de frente al camino, también asegurar la zona. Cuando termino mi parte, Maggie me ofrece una de sus camperas, dice que me quedará mejor que la que tengo. La recibo y le agradezco. Me queda bien y es calentita, tiene corderito adentro.
Daryl baja de su moto , acaba de estacionar.
—Te la devuelvo, no quiero que te enfermes.
Daryl recibe la chaqueta, sus dedos acarician los míos.
—Tú tampoco lo hagas.
Me despido de él con una sonrisa algo forzada. La tensión entre nosotros se siente incómoda. No me gusta. Me acostumbre demasiado rápido a que me trate bien. Tal vez sí sea una estúpida romántica empedernida.
Después de ordenar nuestras pertenencias, Carol y yo preparamos provisiones para Randall. Ponemos lo básico: comida, agua, alguna boludez que le pueda servir. Cargamos las cosas en la camioneta, Daryl y Rick lo llevarán.
Me gusta que Daryl sea la mano derecha de Rick, significa que por fin lo reconoció como digno de confianza y, la verdad, me deja más tranquila que sea él quien sea el segundo al mando. Shane está fuera de control, no me sorprendería que cometa alguna locura en contra de Rick; es mejor tenerlo vigilado.
Carol y yo regresamos a la casa y vemos que T-Dog va a “buscar el paquete”. Salimos junto al resto cuando lo oímos gritar que ya no está.
Shane, agitado como si acabara de correr una maratón, sale de entre los árboles gritando que Randall está armado. Toda su cara está sangrando, dice que lo sorprendió, lo golpeó y le quitó el arma. Rick pide que regresemos a la casa; Daryl, Glenn, Shane y él irán a buscarlo.
Algo no encaja.
¿Shane, un policía capacitado y experimentado, fue atacado por un pibe que debe pesar menos que yo? No me hagas reír, no tiene sentido.
Preparamos la casa para cuando toque dormir. Noto que Patricia volvió a colocar las rodajas de pan en la mesita y que varios han estado picoteando.
Miro por la ventana. El cristal se empaña por la calidez de mi respiración, dibujo una carita triste y la veo desaparecer. Afuera está muy oscuro, las ramas de los árboles lejanos se balancean suavemente con el viento. Las estrellas apenas iluminan el cielo.
Ojalá que Daryl esté bien.
—¿En qué piensas? —me pregunta Lori—Estás muy callada.
—La historia de Shane no tiene sentido.
—¿Qué quieres decir? —T-Dog se acerca, Andrea y Carol nos miran.
—Todos vimos a Shane someter a Daryl y a Ed, ¿realmente creen que un chico flacucho y herido logrará lo que ellos no pudieron? Lo que dice es una maldita mierda.
Intercambiamos miradas.
—No creo que Shane haya hecho lo que insinúas—dice Andrea.
—Es mi opinión. Sólo tengan presente que, si por culpa de él, Daryl sale herido, me encargaré de que sufra.
Chapter 22: Chau, granja.
Chapter Text
Patricia me hace señas para que la acompañe a la cocina. En la mesada hay frascos de mermelada y de mantequilla de maní, y de verduras al escabeche. Me pide ayuda para preparar refrigerios para todos, confiesa que le preocupa que no le alcancen las manos para alimentar a tanta gente. Preparamos unos buenos sanguchitos de lo que sea. Nunca me gustó el característico sándwich de mantequilla de maní y jalea, así que directamente evito hacerlos y me ocupo colocar una generosa cantidad de pepinillos sobre el pan. Le cuento cómo mi nonna y yo solíamos hacer escabeches de berenjena, de cebolla y de pollo, también le explico la receta de esos licores raros que solía agregar al café.
Mientras los demás pican y nos llenan de ovaciones exageradas, salgo de la casa para fumar. El cigarrillo da vueltas suaves entre mis dedos, apenas toca mis labios cuando un disparo lejano impide que saque el encendedor del bolsillo. Como la vieja chusma que soy, me quedo un rato mirando alrededor. ¿Fue mi imaginación? Imposible, pudo ser un ruido cualquiera.
Otro disparo. Mierda.
¿Dos disparos seguidos? No sé qué está pasando, pero no tengo dudas de que las cosas se van a poner feas.
Daryl y Glenn regresan.
—¿Los escucharon? —asienten.
Glenn está más pálido que lo usual.
Los tres ingresamos a la casa. Daryl cuenta lo del disparo y que encontraron a Randall convertido en caminante. Glenn agrega que no tenía ninguna mordida, pero que su cuello estaba roto. Daryl deduce que Shane no perseguía a Randall, sino que iban juntos.
Yo les dije que era imposible que alguien del tamaño de Shane fuera sometido por un nene y no me creyeron. Ojo de loca no se equivoca, ¿será que realmente hizo lo que creo que hizo?
Lori le pide a Daryl que salga, busque a los policías y averigüe qué pasa. Contrario a la otra noche, él acepta.
Salgo detrás de Daryl con la intención pura de pedirle que tenga cuidado, Andrea y Glenn me acompañan porque son un metiches. Sin embargo, no son las estrellas ni el bello paisaje de un campo sereno lo que nos recibe. Hay una horda de caminantes en la granja.
Llamamos al resto casi a los gritos.
Hershel le pide a Patricia que apague las luces.
Andrea corre a buscar las armas.
Debatimos qué hacer, llegamos a la conclusión de que escondernos no nos servirá.
Lori nota que Carl no está en la casa. Otro nene perdido en pleno desfile de caminantes. Lori y Carol regresan a la casa.
Andrea reparte las armas.
Nuestro objetivo es matar a los que podamos y usar los autos para sacar al resto del grupo de la granja. Fácil.
Me subo al asiento trasero del primer auto que veo. Adelante, en el asiento del acompañante, Glenn me da indicaciones de cómo disparar por la ventana sin caer y morir en el intento. Avanzamos hacia el granero, las llamas se elevan consumiendo la madera y atrayendo la atención de un gran grupo de caminantes. Glenn y yo comenzamos a disparar. Me cuesta un poco con Maggie conduciendo para el culo , pero me las arreglo para hacer equilibrio y no desnucarme. Fue cuestión de segundos para que terminemos rodeados de caminantes que se arrastran por el capó del auto, suben al cristal y nos restriegan su carne podrida en nuestras caras.
—Larguémonos—dice Glenn—. Vayámonos ya de la granja.
Maggie se rehúsa, se excusa diciendo que no podemos dejar a los demás. Me sumo a Glenn, tiene razón, es nuestra única opción. Maggie se asusta y, presa del pánico, hace que el auto retroceda antes de acelerar y sacarnos de ahí. Veo arder el granero. Antes de perderlo de vista, hago una oración en mi mente con la pobre esperanza de que el resto del grupo esté bien.
Ya es de mañana. Mi mentón encuentra su lugar en mis brazos apoyados en la ventanilla abierta. Trato de concentrarme en el sonido del viento, en el lejano cantar de las aves.
Maggie está llorando y yo intento con todas mis fuerzas no involucrarme. Glenn le da instrucciones para regresar a la autopista. Ella le pregunta por su familia, quiere saber si alguno de los dos la vio, pero no tenemos respuesta porque realmente no vimos nada. Glenn intenta animarla asegurándole que lo lograron, que de seguro están bien y que debemos ir directamente a donde le dejamos provisiones a Sophia, pero Maggie está muy mal y él le pide que detenga el auto para ser quien conduzca. Maggie llora más y él confiesa que la ama.
Creo que es un mal momento para estar atrás. Si tuviera un tupper con pochoclos sería la espectadora más feliz del mundo, pero no los tengo y escuchar a mi amigo ponerse sentimental se siente tan raro como la vez que atrapé a mi hermano haciendo entrar a una chica por la ventana.
Subo mis rodillas al asiento y apoyo todo mi cuerpo en la puerta, con la cabeza totalmente enterrada en mis brazos. ¿Debería saltar y darles privacidad?
Glenn logra tranquilizarla y seguimos.
Recuerdo la última conversación que tuve con Dale. Si sobrevivo a esto, tendré una larga charla con Daryl.
Chapter 23: No más democracia.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Los vehículos parecen emerger del horizonte, figuras de diversos colores rodeados de un halo de los primeros rayos del sol mañanero. La motocicleta de Daryl es lo primero que veo, él y Carol acaban de pasar al lado de nosotros y se posicionan al frente, liderando el camino. Escucho un silbido y, al sacar la cabeza por la ventanilla, veo una camioneta azul con Lori saludando en la misma posición que yo; entrecierro los ojos y logro vislumbrar los rostros de Beth y T-Dog.
—Están bien—regreso adentro para darles las buenas noticias—. Son Lori, Beth y T-Dog.
—Jesús…—Maggie suspira de alivio, limpiando los restos casi inexistentes de lágrimas.
Nuestro auto se une al amontonamiento de vehículos abandonados. Rick, Carl y Hershel salen de detrás de ellos. Maggie, retomando el llanto, se baja de inmediato y corre hacia su padre; veo a Beth hacer exactamente lo mismo. Los Grimes definitivamente no se quedan atrás.
Bajo del auto e intercambio un fuerte apretón de manos con T-Dog, él me revuelve el pelo antes de dejarme ir a mi objetivo principal. Daryl me espera en el otro extremo, junto a Carol. Las lagrimitas que tanto me costaron contener ahora amenazan con escaparse.
Sí, odié que me llamara “perra”.
Sí, estuvo mal que le dijera “verdugo” y “la perra de Rick”.
Sí, me asustó la posibilidad mínima de que haya muerto.
Sí, estoy evitando correr hacia él.
Los brazos de Daryl me atrapan antes de que los míos se enreden en su cuerpo. Entierro el rostro en su pecho. Él murmura un “Hey there, sugar” que me derrite. Nos separa lo suficiente para echarle una mirada a mi rostro, resopla como si acabara de ver algo gracioso. Me separo de él para abrazar a Carol, le digo lo mucho que me alegra que esté bien y ella me responde lo mismo.
—¿Dónde encontraste a todos?—Rick le pregunta a Daryl.
—Bueno, sus luces traseras iban zigzagueando por todo el camino. Deduje que tenía que ser un asíatico el que conducía así.
—Buen chiste—Glenn se ríe aún sabiendo que es algo que le he estado repitiendo desde que nos conocimos en la cantera.
—¿Dónde está el resto de nosotros?—Daryl busca los rostros de los ausentes. Veo a Carol tensarse.
—Somos los únicos que llegamos hasta ahora—le responde Rick.
Lori pregunta por Shane, Rick simplemente niega con la cabeza. Andrea salvó a Carol y luego la perdió, T-Dog agrega que la vieron rodeada. Mierda. Patricia y Jimmy tampoco lo lograron. A diferencia de los demás, no sabemos con seguridad si Andrea realmente fue atrapada por los caminantes; Daryl se ofrece a regresar a buscarla, pero Rick lo frena diciendo que está en alguna otra parte o está muerta y que no hay manera de encontrarla.
—Tenemos que seguir moviéndonos. Hay caminantes andando por todos lados—decide.
—Yo digo que vayamos al este—propone T-Dog.
—Lejos de los caminos principales—agrega Daryl, agarrando la ballesta para dispararles a los caminantes que se acercan—. Cuanto más grande es el camino, más caminantes hay…como este. Yo me encargo—dispara y derriba a uno dándole en el ojo.
—Es mejor que salgamos de aquí antes de que se nos acabe la luz—suspirando, doy un aplauso y me doy media vuelta—¿Creen que podré conseguir un auto en este cementerio?
—¿Con combustible? Lo dudo. Ya los revisamos antes—T-Dog se pasa la mano por la pelada.
Resoplo, haciendo puchero . Adiós a mis posibilidades de volver a tener un auto.
Daryl, con la flecha recién arrancada del caminante, se acerca a la moto y, apenas mirándome, me invita a ir con él diciendo un “C’mon now, girl. You’re comin’ with me” con ese acento marcado y esa voz ronca que tanto me gusta.
Mientras los demás suben a sus respectivos vehículos, Daryl acomoda su pesadísima ballesta en mi espalda.
—¿Está bien?
—Sí, sólo necesito acostumbrarme al peso.
Su respuesta es un “mmh” y una última mirada al arma antes de subirse a la moto.
—Sujétate bien si no quieres caerte.
—Pff—apoyo una mano en su hombro y levanto la pierna para sentarme detrás de él—. No eres el único que sabe conducir una motocicleta, Daryl Dixon.
Lo escucho reír por lo bajo. Deslizo las manos hacia sus costados.
—¿Eres una experta o algo así, princesa?—agarra mis manos y las deja sobre su estómago.
Me pego más a él. Apoyo la barbilla en su hombro.
—Mi hermano mayor compró una cuando tenía veinte años. Fue mi chofer durante unos meses y luego me enseñó. Así que sí, soy toda una experta.
—Sí, claro—se burla y empieza a andar siguiendo el auto de Rick.
Que idiota. No se imagina la cantidad de veces que estuve a punto de chocar por acelerar de más y nunca lo sabrá.
Dejamos atrás el cementerio de automóviles. Sin embargo, con el atardecer abrazándonos, nuestro viaje llega a su fin. Rick toca la bocina dos veces, haciendo que la motocicleta, que iba al frente, se detuviera. El auto de Rick se quedó sin combustible, tenemos la posibilidad de pasar la noche en la intemperie e ir a buscar nafta en la mañana; pero hace un friazo y no todos están dispuestos a quedarse.
—Delimitaremos un perímetro—decide Rick—. Por la mañana, iremos a buscar combustible y algunos suministros. Seguiremos adelante.
Maggie propone ir ahora con Glenn, pero Rick lo rechaza porque debemos permanecer juntos. Rick no quiere que nos separemos, sueña con encontrar un lugar para instalarnos, construir una vida y esas cosas. Sólo tenemos que encontrarlo, que es, justo, lo más difícil. Rick decide que acamparemos esta noche y volveremos al camino a primera hora. Es, en cierto modo, lo mejor. Separarnos después de reencontrarnos por pura suerte es una pésima idea, y tampoco podemos vagar por ahí de noche.
—¿Qué tal si vienen caminantes u otro grupo como el de Randall?—pregunta Beth.
Cierto, el pibe que teníamos como prisionero que mágicamente obtuvo las habilidades físicas suficientes para someter a Shane y que luego, sin mordida, apareció convertido en caminante.
—Sabes que encontré a Randall. ¿no? —dice Daryl, mirando a Rick—Se había convertido, pero no fue mordido.
Rick no responde, su mirada se pierde en un punto lejano mientras escucha a los demás llenarlo de preguntas.
—Shane lo mató—deduce Daryl—. Como siempre quiso hacerlo.
—¿Y luego la horda lo atrapó?—dice Lori.
—¿Puede convertirse si ya está muerto? No tiene sentido—agrego.
—Todos estamos infectados—responde Rick después de unos segundos. ¿Que todos estamos qué?—. En el Centro de Control de Enfermedades, Jenner me lo dijo. Lo que sea que…todos somos portadores.
Todos estamos infectados. Todos somos portadores. Todos tenemos este virus de mierda adentro.
—¿Qué carajo…?—me escucho murmurar.
—¿Y nunca dijiste nada?—le pregunta Carol.
—¿Qué diferencia habría hecho?
—¿Lo supiste todo este tiempo?—Glenn está tan sorprendido que todavía tiene la boca abierta.
—¿Cómo podría haber tenido la certeza? Tú viste lo loco que ese hijo de…
—No es tu decisión—le reclama Glenn—. Cuando me enteré de los caminantes en el granero, lo dije, por el bien de todos.
Clavo mi mirada en el cielo. Una maldición se escapa de mis labios. O sea que si nada nos perfora o atraviesa el cráneo, todos vamos a convertirnos en caminantes cuando muramos. Suelto una risa amarga. Seré un caminante incluso después de morir.
—Bueno, pensé que lo mejor era que la gente no lo supiera—replica y todos se callan.
—Está bien—digo, refregando mis ojos con los dedos y en busca de serenidad que me impida insultar a Rick—. Fue lo mejor, de hecho. Pero si uno de nosotros hubiera muerto habría sido un problema no saber que se convertiría. T-Dog pudo morir por ese corte…Daryl…Beth…Randall—mi voz se va apagando.
—No pasó.
—Tuvimos suerte, Rick—le doy media sonrisa y suspiro.
Él asiente un momento y se va en dirección a nuestro futuro campamento. Lori va tras él.
Necesito un pucho…o un trago. Lo que sea.
Daryl se adentra en el bosque, recolectando ramitas en el camino. Con el cigarrillo en la boca, me apresuro a alcanzarlo. Necesito saber que estamos en la misma página y que mañana no me va a mandar a la mierda sólo porque se levantó de mal humor.
—¿Hablamos?—pregunto, el humo se eleva frente a mis ojos.
—Hazlo—acepta el pucho cuando se lo ofrezco.
—Diré algunas tonterías…si es posible, quiero que me escuches y luego respondas, ¿te parece bien?
—Mmh—rompe la rama de un árbol. Le da otra calada al cigarrillo.
—No quiero morir, pero, si tú mueres, tal vez quiera hacerlo—arquea una ceja. Respiro hondo, intento ordenar las palabras—. Lo que quiero decir, es que si las cosas siguen así no creo que pueda y, en realidad, no quiero imaginar un futuro en el que no estés en mi vida. Por eso, si quieres, ¿podemos hacer las paces e intentarlo? Está bien si no quieres. Ambos somos adultos, no creo que…
—Lamento haberte insultado, estuvo mal—inspecciona una rama gruesa que acaba de recoger—. Y por interrumpirte.
Muerdo el interior de mi mejilla.
—Y yo lamento haberlo hecho también, no eres un verdugo ni la perra de Rick. Me enojé y no reaccioné bien. Además, me disculpo por ser tan pesada, prometo que te dejaré tranquilo y esperaré a que estés listo.
Sumo otras dos ramas a mi nueva colección.
—No está mal—se encoge de hombros y me devuelve lo poco que queda del cigarrillo—. Es bueno.
—Creí que me odiabas—se lo acepto—. Ya sabes, cambiaste de opinión de repente y me asusté.
Piensa un poco antes de responder.
—No sé cómo hacerlo—le paso un trozo de madera demasiado pesado para mí—…tener una chica y hacer esas mierdas que hacen las parejas.
—Puedo enseñarte—ofrezco y él acepta. Sonrío de inmediato—. Entonces, ¿paz?
—Paz.
Me pongo en puntitas de pie y le beso el cachete .
Volvemos al grupo y armamos la hoguera.
Se siente la tensión en el aire—y el frío, claro—. Se nota que todos estamos para el orto después de recibir semejante bomba. Abrazo mis piernas, apoyo el mentón en mis rodillas. Carol le tira mierda a Rick e intenta convencer a Daryl de que sea el líder del grupo, pero mi hombre—sí, desde ahora lo llamaré así—se niega, asegurando que hizo lo correcto. Daryl declara que Rick es un hombre de honor. Sí, tal vez sí lo sea. Despertó de un coma y descubrió que todo lo que conocía había llegado a su fin, lo primero que hizo fue buscar a su familia y cuando la encontró asumió el liderazgo del grupo. Puede ser que nuestra suerte sea la peor, pero Rick nos ha estado llevando de un lado a otro con la determinación de mantener a la mayoría con vida. Si Rick Grimes no es la definición de “hombre de honor”, tal vez nadie lo sea.
Escuchamos un ruido, nos ponemos de pie. Todos están nerviosos, miran a su alrededor tratando de ver algo en la oscuridad. Rick, a pesar de los reclamos de la mayoría, pide que no entremos en pánico. Y cuando Carol insiste en que debemos irnos de inmediato, Rick contraataca ordenando que no iremos a ninguna parte, que está manteniendo al grupo unido y con vida, como lo estuvo haciendo durante todo este tiempo.
—¡Yo no pedí esto!—susurra gritando—Maté a mi mejor amigo por ustedes. ¡Por el amor de Dios!—mierda, mierda, mierda. El desenlace no fue un pico ni una simple paliza…la tensión llegó a su fin con la muerte del otro—Ustedes vieron cómo era…cómo me presionó…cómo nos comprometió…cómo nos amenazó—recuerdo a Shane acercándose hecho una furia y comenzando a repartir armas—. Armó todo lo de Randall—¡Lo sabía! ¡Ojo de loca no se equivoca!—. Me alejó para darme un tiro por la espalda. No me dejó alternativa. Era mi amigo, pero vino a por mí. Mis manos están limpias—guarda silencio, mira a cada uno. Asiento ligeramente cuando clava los ojos en mí. Lo entiendo, es un hombre de honor que mata a quien ama para sobrevivir y proteger al resto. Shane estaba fuera de control, Rick era el único que podía ocuparse de él y lo hizo. Si eso no es digno de respeto, no sé qué lo sería—Tal vez ustedes estén mejor sin mí. Adelante—nos mira con los ojos bien abiertos—. Digo que hay un lugar para nosotros, pero quizá…quizá es otro sueño. Tal vez estoy engañándome nuevamente, ¿por qué no van y lo averiguan por ustedes mismos? Envíenme una postal. Adelante, ahí está la puerta. ¿Pueden hacerlo mejor? Veamos qué tan lejos llegan—nadie se mueve—¿No hay voluntarios? Bien. Pero entiendan algo. Si se quedan…Esta ya no es una democracia.
Intercambiamos miradas entre nosotros. Rick se aleja. El crepitar de las llamas y nuestras respiraciones agitadas son lo único audible.
Notes:
-Fin de la segunda temporada de TWD-
01/08/25: Te amo, Rick modo dictador declarando que ya no habrá democracia *se lleva una mano al pecho y suspira como enamorada*
Chapter 24: Nunca nada es fácil.
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Quisiera decir que los días pasaron volando, pero todos sabemos que no fue así. Después de perder la granja hemos estado vagando en busca del lugar idílico que Rick cree que espera por nosotros. Sin embargo, pasaron como ocho meses y aún no lo encontramos. El tiempo es medio hipotético, nos guiamos con el embarazo de Lori, quien, por cierto, está embarazadísima. Carol, en nuestra primera noche yendo juntas a buscar madera, me contó el escándalo de la noticia que se desarrolló mientras yo trabajaba arduamente en calmar a Daryl. Si el bebé es de Shane o de Rick, no importa, será un Grimes pase lo que pase.
Daryl, fiel a su palabra, me ha llevado al bosque casi a diario. La excusa que le decimos a todos es que me ha estado enseñando a rastrear y a cazar, también a usar su ballesta. Es, en realidad, una verdad a medias. Sí me estuvo enseñando todo eso, pero también es nuestro escape para tener algo de privacidad—no es de los que muestran mucho afecto en público—, pero dejamos de hacerlo cuando tuvo que matar a un caminante aun teniendo los pantalones abajo. Fue divertido, aunque él no lo admita. Gracias a los esfuerzos de Daryl me he declarado la Katniss Everdeen del apocalipsis.
Todos, bajo la dirección de Rick y Daryl, hemos mejorado una banda en el arte de saquear casas y matar caminantes. Tuvimos que hacerlo cuando el invierno decidió atropellarnos y dejarnos sin animalitos para comer y traicionarnos, al menos en mi caso, con una gripe infernal que regresaba siempre que podía y que podría haberme mandado con San Pedro si no fuera por la bolsa llena de medicamentos que Daryl le entregó a Hershel para que impidiera mi inminente transformación en caminante.
Sin embargo, todos nuestros esfuerzos fueron y son en vano. Vivir el día a día nos está pasando factura y el clima actual no ayuda mucho. Con este calor, somos más mugre que personas y juro que voy a enloquecer si no toco un poco de agua y jabón. Lo peor de todo es que estamos cagados de hambre. Carol y yo hicimos hasta lo imposible para hacer rendir incluso una lata de frijoles, pero somos muchos y nada nunca es suficiente. Ahora, al menos, tenemos la opción de salir a cazar; sería una ventaja si los caminantes no espantaran a los animales y si tuviéramos la fuerza necesaria para recorrer el bosque durante todo un día.
¿Nuestra misión de hoy? Buscar comida en un vecindario cuyas casas están llenas de caminantes.
—Ustedes tres rodeen la casa—Rick nos señala a Maggie, Glenn y a mí—. El resto conmigo. Vamos.
Me acostumbré a hacer equipo con Glenn y Maggie. Lo que significa que estoy acostumbrada a lo mucho que se esfuerzan en protegerse entre ellos y a la sobreprotección de Glenn. Mi pequeño hermanito se ha convertido en todo un hombre, al punto de olvidar que suelo estar detrás de ellos.
Un caminante se balancea entre la hierba alta. Inserto la hoja del cuchillo en su frente, el cuerpo cae. Uno, atrapado en la enredadera, es derribado por Glenn.
—Emma—me muestra una caja de cigarrillos y me la arroja.
—Esa cosa va a matarlos—se queja Maggie, negando con la cabeza.
—Gracias por alimentar mi vicio, Glenncito .
Él pone los ojos en blanco.
—No hay nada aquí. Vamos.
Entramos a la casa por la puerta trasera. Rick y Carl nos reciben en la cocina. Esto es un desastre. Hay latas vacías por todas partes, recipientes sucios, envoltorios desparramados en todas las superficies y, lo peor, el hedor a caminantes. Abro un poco las ventanas a medida que avanzo por la casa. Glenn y Maggie se unen para mover los cadáveres derribados.
Daryl baja las escaleras desplumando una lechuza. En cuanto me ve, me entrega un puñado de plumas. Me gusta agregarle plumas a las flechas que hace, se supone que logran que vuelen más recto y, además, que sean fáciles de identificar en caso de que se pierdan en el pasto.
Rick silba en la entrada para avisar al resto del grupo que el lugar está limpio y que pueden entrar.
—Te tengo una sorpresa—le digo a Daryl, sentándome a su lado.
Me inspecciona con una mirada rápida.
—¿Qué?
Saco el paquete medio vacío-medio lleno de puchos.
—Uno por una muestra de afecto. ¿No es una ganga?
Él resopla y me revuelve el pelo, dejando pequeñas plumas en él.
Rick cierra la puerta. Los demás acomodan nuestras cosas en la sala y forman una ronda. Apenas logro quitarme las plumas de la cabeza cuando Carl entra con dos latas y comienza a abrirlas, Rick se las quita y prometo que no fue voluntario el atajarme cuando arrojó una al piso. Supongo que no estamos lo suficientemente hambrientos como para comer alimento para perros.
Con un breve “pss”, T-Dog informa que se aproximan caminantes.
Que porquería, hay que correr otra vez.
Guardamos las cosas en los vehículos. Me subo a la moto con Daryl y nos tomamos el palo con los caminantes estirando los brazos para alcanzarnos.
⧪⧪⧪
Rick nos da la señal para detenernos. Le entrego la ballesta a Daryl en cuanto baja. Nos acercamos al capó del auto, Glenn y Maggie extienden el mapa.
—Cuando esta manada se junte con esta otra—señala Maggie en el mapa—, estaremos acorralados. Nunca lograremos llegar al sur.
—¿Cuántos dirías? ¿Unas ciento cincuenta cabezas?—Daryl le pregunta a Glenn.
—Eso fue la semana pasada. Ahora podría ser el doble.
—Este río podría haberlos retrasado—indica Hershel, trazando la línea celeste con el dedo índice—. Si nos movemos con rapidez, podemos tener una oportunidad por este lado.
—Sí, pero si este grupo—T-Dog se estira para señalar la manada que hace unos días nos causó demasiados problemas—se une a este, se podrían dispersar por ahí.
—Estamos bloqueados—concluye Maggie.
Apoyo la cabeza en el brazo de Daryl. Que estrés.
Rick toma la palabra.
—Lo único que podemos hacer es volver a la veintisiete e ir hasta Greenville.
—Sí…ya pasamos por eso—le recuerda T-Dog—. Fue como pasar el invierno yendo en círculos.
—Sí, lo sé. Lo sé. En Newman nos desviamos al oeste. Aún no hemos pasado por allí. No podemos seguir yendo casa tras casa. Tenemos que encontrar un lugar en donde escondernos por unas semanas.
—Muy bien—exclama T-Dog—. ¿Está bien si pasamos por el arroyo antes de irnos? No tomará mucho tiempo. Tenemos que reabastecernos de agua. Podemos hervirla luego.
—Sí, por favor—exagero mi tono—. Me urge quitarme los kilos de tierra.
—Como ustedes quieran—nos dice Rick.
Juro que estoy a punto de celebrar esta gran victoria. Daryl me rodea con su brazo antes de que pueda correr detrás de T-Dog.
—No te alejes mucho.
Le peino el pelo con los dedos.
—¿No vendrás? Te vendría bien tocar un poco de agua, tal vez te ayude a superar tu alergia.
Su mano baja hasta mi trasero y el gesto coqueto se transforma en un cruel robo. Daryl mete la mano en mi bolsillo.
—Me quedo con esto—me muestra mi paquete de puchos con una sonrisa burlona y se aleja antes de que mi mano choque contra su pecho.
Traidor.
Recibo los bidones vacíos que deberemos llenar con agua. Antes de adentrarme en el bosque junto al resto, recibo la seña de Daryl que indica que irá a cazar. Le lanzo un beso que él finge no haber visto y sigo caminando.
Traidor e imbécil.
Después de enjabonarme veinte veces los brazos y la cara, ayudo a Lori a lavar su ropa. Lo que termina conmigo siendo empujada accidentalmente al agua por un Carl que es “demasiado mayor” para jugar como un niño en el arroyo. Lo bueno es que está pandito, ningún caminante puede esconderse en una zona poco profunda.
—¿Así lavan la ropa en tu país?—pregunta Glenn, que acaba de regresar después de dejar dos bidones en la camioneta.
Puedo sentir el inicio de una broma incluso acostada boca arriba en el arroyo, con los brazos y las piernas extendidos y la cara apenas fuera del agua. Decido responder a su provocación con una historia.
—Una vez, en un río conocido de mi ciudad natal, una mujer fue detenida por romper una botella y apuñalar a su novio—lo veo moverse, inquieto—. Me pregunto si él también hizo una pregunta tan estúpida como la que acabas de hacer.
Su respuesta me llega de inmediato. Me tiró a la cara una de sus remeras transpiradas. Retiro lo dicho: Glenn no se convirtió en un hombre.
Termino de cambiarme de ropa un minuto antes de que Daryl y Rick regresen. Encontraron una prisión y proponen que la limpiemos. Lo dicen como si fuera fácil, pero la realidad será otra. Para nosotros nunca nada es fácil.
Chapter 25: Fogata en la plaza.
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Seré honesta: nunca vi una prisión. La que está frente a mí cumple todos los estereotipos que las películas inyectaron en mi mente. La gran diferencia, por supuesto, es que debería haber delincuentes de todos los tipos en lugar de caminantes.
—Eso es todo, ¿alguna duda?—pregunta Rick después de explicar su plan. Como nadie responde saca las pinzas para cortar el alambrado.
—Atenta—me susurra Daryl, con la ballesta en alto y yendo a recuperar la flecha que clavó en un caminante.
—Emma—escucho a Lori.
—Yo me encargo—abandono su costado. Sujeto el hombro del caminante y, esquivando su boca, clavo el cuchillo en su sien. El cuerpo cae como una bolsa de harina. Por primera vez en mucho tiempo, me arrepiento de haberme aseado.
Rick termina de cortar el alambrado, abre los extremos y nosotros entramos. Glenn y Daryl se ocupan de cerrarla.
Los caminantes notan nuestra presencia, se acercan y chocan contra el segundo alambrado—es un pasillo—. No nos demoramos, comenzamos a correr hasta estar más cerca del edificio.
—Es perfecto—dice Rick, observando el terreno lleno de pasto verde y caminantes—. Si podemos cerrar esa puerta—la señala—, evitando que sigan llenando el patio, podemos encargarnos de estos caminantes. Tomaremos el campo para esta noche.
—¿Y cómo cerramos la puerta?—le pregunta Hershel.
Glenn se postula para hacerlo, ya que es el más rápido de todos nosotros, pero Rick se niega.
—No. Tú, Maggie, Beth y Emma lleven a los puedan para allá—señala el pasillo que acabamos de cruzar—. Matenlos a través de la cerca. Daryl, regresa a la otra torre. Carol, te has vuelto bastante buena disparando—se agacha hasta estar a la altura de ella—. Tómate tu tiempo. No tenemos munición para malgastar—cambia de dirección—. Hershel. Tú y Carl tomen esta torre. Yo iré por la puerta.
Dentro de mi top diez de actividades favoritas para realizar en un apocalipsis de muertos vivientes está, sin dudas, putear a los caminantes. Es realmente un pasatiempo que te libera, purifica tu alma y calma tu mente. El cuchillo se hunde en la frente de un caminante que respondió a mi “ vení, pedazo de hijo de puta mal parido ” con un gruñido. Los demás reciben su cuota de insultos con ese acento rioplatense que tanto extrañaba oír en mi voz.
En el patio, detrás del grupo de caminantes amontonados frente a mí, alcanzo a ver a Rick llegar a la puerta y subir a la torre.
—¡A limpiar!—grita Daryl.
Reemplazo mi cuchillo por la pistola. Los caminantes caen uno tras otro. En pocos minutos todos están desparramados por el pasto.
Los demás bajan de las torres y se reúnen con Lori, quien abre la puerta.
—¡No habíamos tenido tanto espacio desde que dejamos la granja!—exclama Carol, echando a correr con Carl.
Troto hasta alcanzar a Daryl, mi mano se aferra a la suya y lo arrastro hacia el patio. Su cuerpo se resiste un segundo antes de darse por vencido y pasar el brazo por mis hombros.
Se siente bien tener tanto espacio.
⧪⧪⧪
Me quedo con Daryl montando guardia sobre un colectivo dado vuelta, o eso es lo que digo. Todos saben que, siempre que puedo, aprovecho para estar a solas con él.
Veo a los demás armar una fogata y acomodarse alrededor.
—¿Te conté de cuando me pidieron hacer una fogata?
—¿La vez que quemaste tu libro o cuando no encendió?
—Ninguna—él se ríe—. Coloqué la madera, encendí el fuego, alguien dijo mi nombre y, cuando me di vuelta, mi pie chocó contra la hoguera y se desarmó.
—Idiota—se burla, golpeo suavemente su pantorrilla con la punta de pie.
Daryl me agarra de la cintura y, atrayéndome hacia él, me besa. Su lengua se enreda con la mía, sus dedos juguetean con el borde de mi camisa dejando caricias fugaces en mi piel. Mis manos cubren sus mejillas. Se ha dejado crecer el cabello, pero mantiene corto el vello facial. Me gusta, le queda bien y lo hace más fachero .
—¿Ya te dije lo precioso que te ves con este poncho? —aliso la tela, apenas separando mis labios de los suyos—Te hace ver más joven y oculta tu alergia al agua.
—Conseguiré uno para que tapes tu cabello—toma un mechón con unos cuantos nudos que estaba sobre mi hombro y lo sacude en frente de mis ojos. Que hijo de puta.
—Tú ganas.
Daryl y yo bromeamos a menudo, me hace olvidar lo precaria que está nuestra situación. Ahora que estamos en un lugar relativamente seguro, podemos relajarnos un poco y disfrutar del otro. Y, en lo personal, me agrada demasiado tener un brazo fuerte sosteniendo mi cuerpo; sospecho que Daryl lo dedujo—o soy muy obvia—, porque lo sigue haciendo.
Vemos a Carol acercarse con dos platos de comida.
Le doy un beso a Daryl y bajo.
—Ten—me ofrece cuando estamos cara a cara—. No es mucho, pero es mejor que nada.
—Gracias—acepto la mini porción que me toca. Es más grande el plato que el trozo de carne—. Te lo encargo—señalo a Daryl con la cabeza y me despido.
Daryl y Carol se han vuelto buenos amigos, lo que me viene re bien dado que ella lo cuida durante mi ausencia. A ver, si fuera cualquier otra mina —dejando afuera a Lori, Maggie y Beth, claro— y no confiara en Daryl, tal vez me estaría muriendo de celos. Pero como no es eso, estoy tranquila. Después de mí, Carol es quien más se preocupa por Daryl. Ayudó bastante en asegurar su permanencia en el grupo y se acerca seguido para hablar con él y tomarle el pelo. Ella hace que se vea menos solitario.
Me siento al lado de Glenn justo cuando Beth comienza a cantar. Tiene una voz de la puta madre, es como escuchar a un ángel bendecir. Daryl y Carol se acercan, les tiro un beso desde mi lugar. Maggie canta con Beth, tener buena voz debe ser genético. Recuerdo cuando mi nonna me obligaba a cantar con ella “Sarà Perché Ti Amo” y gritaba “¡No español!” cada vez que cambiaba el estribillo por su versión en español.
Rick, igual de rompebolas que siempre, se la da por insistir en que vayamos a dormir porque pretende que mañana nos adentremos en la prisión a pesar de que estamos exhaustos y que entrar es lo más cercano a una misión suicida.
No voy a gastar energía en anunciar lo mucho que odio la idea. Dejo las armas a un lado y me acuesto en el pasto . Me quedo un rato mirando a Daryl acomodarse, él me regala una media sonrisa. No quiero que llegue mañana, quiero disfrutar un poco de esta paz. Agotada, cierro los ojos.
Chapter 26: Hogar, dulce...Bloque "C".
Notes:
01/08/25: No puedo creer que la Airhi del año pasado haya escrito (Y PUBLICADO) un capítulo de 296 palabras. Rajá de acá, vaga. Dios, me doy demasiado trabajo.
Chapter Text
Las nubes grises se acumulan en el cielo, forman un manto esponjoso que te dan ganas de acurrucarte en ellos y dormir hasta la tarde. Para mí, por desgracia, no es posible.
—¿Listos?—pregunta Rick.
Resisto las ganas de responder que no.
El acceso al patio interior de la prisión se abre. Los caminantes notan nuestra presencia, se acercan dando pasos cortos pero rápidos.
En momentos como este realmente no sé si arrepentirme o no de haberme puesto en forma para enfrentar los nuevos peligros del mundo. Por una parte, es ventajoso porque estoy preparada para luchar por mi vida; la desventaja es que tengo que luchar por mi vida.
Juro que en más de una ocasión vi a Rick contener una risa ante mis ojos suplicantes que confesaban lo que mi boca callaba, y en un ningún momento, sin importar si la “misión” fuera fácil o difícil, me decía “tú no, Emma, descansa”; al contrario, me mandaba directo a la boca del lobo diciendo boludeces como que soy silenciosa, que tengo buen oído o que me va bien con los ataques a corta distancia. Todo lo que ese hombre me dice es para inflarme el ego y no lo va a lograr. Ese cuentito no me lo trago.
Sin embargo, acá estoy: formando un círculo, dentro del patio interior de la prisión, junto a Maggie, Glenn, T-Dog, Daryl y, por supuesto, el bendito Rick Grimes. Dos caminantes se acercan directo a mí. La hoja del machete corta en dos la cabeza del primero. Uso el pie para detener al segundo e introduzco la punta del arma desde su mentón; empujo su cuerpo hacia atrás para retirar el machete.
Avanzamos manteniendo la formación.
La sangre de un tercer caminante empapa mi camisa amarillo pastel, robándome una maldición que hace que Daryl voltee a verme. Arremeto, enojada, contra otro caminante; la hoja se desliza dentro de su ojo y cae. Si iba a terminar así de sucia hubiera preferido no bañarme y no cambiarme de ropa.
—Ya casi llegamos—dice Rick.
La zona está repleta de papeles, objetos de oficina y restos de cosas que no puedo identificar. Los caminantes derribados descansan, inertes, sobre una capa gruesa de polvo y trozos pequeños de basura. Llegamos hasta una puerta roja, Rick ojea su interior un segundo antes de cerrarla y avanzar. Nos detiene, indicando que nos peguemos a la pared. Los gruñidos de los caminantes se oyen como si estuvieran reproduciendo un CD en la radio.
Dos caminantes con uniforme similar a los de gendarmería aparecen en la otra punta y, luego, dos justo en frente de nosotros. No creo que mi machete sea capaz de atravesar esos cascos. Derribo como puedo al primer caminante que se me acerca y me alejo lo más que puedo de él. Corto con el machete las sienes de los caminantes sin casco, uso sus cuerpos para mantener alejados a los que sí lo tienen. Rick llama a Daryl y, juntos, se lanzan para cerrar la puerta que conecta esta zona con el otro patio interior.
Veo a Maggie sujetar la cabeza de un caminante con casco e introducir la punta de su arma en la barbilla después de subir el visor. Es buena…es muy buena.
—¿Vieron eso?—nos pregunta, emocionada.
Los demás seguimos su ejemplo. El caminante que tanto me rompía las pelotas cae y siento una satisfacción que me permite suspirar de alivio. Ahora sí, todos los caminantes del sector están tendidos en el suelo.
Me quito la camisa casi refunfuñando, la hago un bollo y la uso para limpiar la sangre en mi piel. Por suerte la musculosa que llevo debajo es negra, las manchas saldrán más rápido y la tela no se va a estropear. Arrojo la camisa lo más lejos que puedo y vuelvo a suspirar. Noto la mirada divertida de Daryl.
—¿Qué?
Él niega con la cabeza.
—Nada—se saca el chaleco y lo deja en mi cabeza—. Cúbrete.
Pongo los ojos en blanco. Ni que estuviera en bolas. El chaleco de Daryl cubre mi espalda y me llega un poco más abajo de la cadera.
—Deténganse—ordena Rick, mirando a nuestro alrededor.
—Bueno, se ve seguro—menciona Glenn.
—Nada nos llevará hasta aquel patio—señala Daryl—. Y eso es un civil.
—Entonces, adentro puede estar lleno de caminantes de afuera de la prisión—supone T-Dog, apoyando el brazo en una columna y balanceando su nuevo escudo antidisturbios.
—Si hay paredes, ¿qué haremos?—Glenn suspira—No podemos reconstruir el lugar.
—Nos llevaría a un punto ciego. Hay que entrar a la fuerza—ordena Rick y juro que yo misma puedo ver mi cara de fastidio. No más caminantes, por favor.
Guiados por Rick, ingresamos a un pasillo con escalera que nos lleva directo al interior de un bloque de celdas. Mis ojos tardan unos segundos en acostumbrarse a la poca iluminación. El sol ingresa por ventanas grandes enrejadas, pero no son suficientes para iluminarlo todo. Se siente el olor a encierro, el polvo y la humedad juntándose con el hedor a muerte. Avanzo con cuidado, esquivando hábilmente los objetos desparramados en el piso y tratando de emitir la menor cantidad de sonidos.
Rick avanza despacio hasta lo que creo que es una cabina de vigilancia. Daryl sostiene en alto su ballesta, dispuesto a cubrirlo. Desde arriba, Rick nos hace señas de que todo está bien y baja con un juego de llaves.
La puerta reja que separa este sector con el de las celdas se abre después de un ruidoso clic. Ingresamos siguiendo a Rick y a Daryl. Las celdas abiertas o están vacías o tienen personas literalmente muertas. Es una lástima que no podamos abrir las ventanas, el olor de los cadáveres de por sí es asqueroso, si se suma el de los caminantes y a encierro esto será un…El gruñido fuerte de un caminante me hace saltar.
— Ay, la puta que te parió —exclamo más fuerte de lo que debería. Tranquilo, torpe corazón descuidado—. No fue nada, estoy bien—informo y lo mato. Su cuerpo se desliza dejando los brazos en alto.
Más gruñidos vienen de arriba. Daryl y Rick, que estaban revisando esa zona, no tardan en hacerlos callar. Oficialmente, el bloque de celdas C quedó completamente libre de caminantes.
Con Glenn y Maggie vamos a buscar al resto del grupo y a traer nuestras cosas. Llegamos justo a tiempo para ver a Daryl arrojar un caminante desde el segundo piso y a T-Dog preparándose para arrastrarlo hacia afuera.
—¿Qué les parece?—nos pregunta Rick, bajando las escaleras.
—Hogar, dulce hogar—responde Glenn.
—Por el momento.
—¿Y el resto de la prisión?—le pregunta Hershel.
—Por la mañana buscaremos la cafetería y la enfermería.
—¿Dormiremos en las celdas?—Beth hace una mueca.
—Encontré llaves en algunos guardias—menciona Rick—. Daryl también tiene.
—No dormiré en una celda—Daryl decide—. Tomaré la torre.
—Pido la que tiene menos sangre—anuncio con tono amargo y abrazando mi manta enrollada.
Subo directamente al segundo piso y empiezo a revisar las celdas una por una. Cuando encuentro una lo suficientemente limpia, dejo mis cosas en un rincón y me acuesto.
Siento el olor a humedad impregnado en el colchón, las tablas duras clavándose en mi espalda. Lo que me faltaba, quejarme por semejante pelotudez. Me doy la vuelta, mirando hacia la pared. Sólo tengo que cerrar los ojos durante unos minutos y dormir. Un cosquilleo insoportable me obliga a abrir los ojos. Sacudo el brazo por inercia. La araña que arrastraba sus patas sobre mi piel vuela hacia el otro lado de la cama.
No…yo no pienso dormir en una cama con arañas.
Me envuelvo con mi manta y salgo de la celda. Podré dormir en el piso, en la tierra, donde sea…pero nunca en una cama con arañas. Lo peor de todo es que la revoleé y no sé en dónde cayó. Podría estar roncando con toda la tranquilidad del mundo y la araña fácilmente se subiría a mi cabeza y entraría por mi oreja. No…eso no puede pasar.
Mis pies me llevan hasta Daryl. Está acostado boca arriba con los brazos cruzados detrás de su cabeza y una pierna doblada. Se levanta apenas entro en su campo de visión.
—¿Qué te pasa?—me pregunta con ese tono brusco que me encanta. El “What’s eatin’ ya?” escapa de sus labios como una melodía suave mezclada con su voz ronca.
—¿Hay espacio para mí?
No me responde, simplemente se acomoda más al borde del colchón y levanta la manta fina y gris lo suficiente para que me acueste. Le entrego mi manta y me acomodo a su lado.
—Gracias—apoyo la cabeza en su brazo—. Había una araña—confieso hablando bajito para que sólo él pueda oírme.
Su otro brazo nos tapa y cae suavemente sobre mi costado.
—¿Matas caminantes pero no arañas?
—Entré en pánico y desapareció.
—Sí, claro.
Daryl me acerca más a él. Siento su respiración calmada, sus dedos trazando pequeños círculos en mi piel. Mi frente choca contra su pecho. Los latidos de su corazón son el ritmo que necesito para entregarme por completo al sueño.
Chapter 27: Entre caníbales.
Notes:
Sí o sí tienen que reproducir "Entre caníbales" de fondo.
Chapter Text
Los dedos de Daryl boludean con el dobladillo del chaleco. Su respiración está tan calmada como su corazón. Mantengo los ojos cerrados, concentrándome en sentirlo. Su calor me abraza como un manto protector que me llena de seguridad. Me recuerda a las noches de invierno, cuando se acurrucaba junto a mí con la excusa de haberme visto temblar durante horas o esas veces que me acomodaba entre sus piernas cuando me tocaba hacer guardia y él simplemente esperaba, apoyando la cabeza en mi hombro.
—¿Despertaste?—su voz es tan baja que apenas se escucha.
—No—igualo su volumen.
Me doy la vuelta, pegando otra vez mi cara en su pecho. Siento su pequeña risa, ese latido ligeramente alterado. Siento el momento exacto en el que su cuerpo comienza a levantarse y me arrebata la comodidad.
—No…—me quejo, aferrándome a su mano.
—Arriba, Rossi—me levanta de un tirón—. Ocupémonos de esos bastardos hijos de perra.
Daryl me arrastra por todo el bloque C hasta llegar afuera. Me da unos segundos para que me despabile que sabiamente desperdicio en refregarme los ojos y en devolverle el chaleco. Sé que mi oportunidad de escapar ya no existe cuando veo a Rick cruzar la puerta y saludarnos con un leve asentimiento. Glenn, Maggie y T-Dog llegan a los pocos minutos, anunciando mi sentencia.
Entre todos desnudamos a los caminantes de gendarmería y recolectamos todo lo que sea útil, como granadas de aturdimiento, granadas químicas, escudos…Dejamos todo arriba de la mesa. Lo malo es que todo lo que puede vestirse está lleno de un líquido viscoso asqueroso y con un olor de puta madre , desechamos de inmediato la idea de usarlos. Lo bueno es que los chalecos antibalas están decentes.
—Ven aquí—Daryl me hace señas para que me acerque. Me pone el chaleco y lo ajusta para que me quede bien—. Ya estás.
—¿No te pondrás uno?
—No necesito esa mierda—agarra la ballesta y empieza a toquetearla.
—Cierto, eres el Thor apocalíptico—lo molesto—. Demasiado fuerte, ágil y hábil. Un hombre de ensueño.
—Para.
—¿Hace calor aquí o eres tú el que está ardiendo?
—Cállate, Rossi.
—Si ser lindo fuera un delito, tú estarías preso de por vida.
Escucho a T-Dog ahogar una risa.
Daryl entra a la otra habitación, donde está la entrada al bloque C. Lo sigo, dispuesta a continuar mi venganza por obligarme a salir de la cama.
—Como dicen en mi país…—levanto las manos a la altura de mis hombros y hablo como si estuviera leyendo un poema—quisiera ser pirata, no por el oro y la plata, sino por el tesoro que tienes entre las patas.
Daryl chasquea la lengua y gira la cara para que no lo vea. Me muero, está colorado.Lo obligo a mirarme, recibe mis piquitos con una falsa expresión de enfado. Daryl no soporta los piropos. No porque no le gusten, sino porque se le traba el cerebro y su respuesta inmediata siempre es un “stop” o un “cállate”; su última opción es huir lo más lejos posible y luego regresar con la fuerza necesaria para contraatacar. Todavía no descubrió que mi talón de Aquiles son los apodos cariñosos típicos de la zona, como “honey”, “mama”, “sugar”, “sunshine” y “babe”. Solía escucharlos a menudo cuando salía a pasear con mis amigos, incluso ellos los usaban. Daryl suele usarlos a veces, pero es más por burla y sarcasmo que por cariño. Como siempre, me aleja cuando se harta de que le ande dando picos .
—Vámonos—anuncia Rick.
Dejamos a Beth, Carol y Lori al cuidado de Carl, pero no es más que una mentira piadosa de Rick para convencerlo de que no nos siga. Ya de por sí es una pésima idea hacer que Hershel nos acompañe, ¿incluir a Carl? Ni hablar. Ya perdimos a Sophia, no podemos perder a otro niño.
Avanzamos por los corredores oscuros con Rick como guía. Está tan oscuro que nuestras linternas no logran iluminarlo todo. ¿Lo peor? Huele fatal, hay cadáveres despedazados por doquier. Definitivamente la luz de las linternas no es suficiente para apreciar la asquerosidad del bloque. Todo acá es tan vomitivo.
Glenn deja una marca con aerosol, Maggie choca contra él y, asustada, grita. Me da un microinfarto, pero lo supero.
Seguimos caminando. Hay manchas de sangre en las paredes, cuerpos que se han arrastrado hasta ya no poder y cuerpos destrozados que han perdido la forma humana. Rick se detiene, revisa el pasillo antes de avanzar. Su linterna ilumina un cadáver sin piernas. Se escucha un murmullo lejano, como el movimiento de algo. Daryl se coloca junto a él con la ballesta en alto.
—Retrocedan—susurra Rick caminando hacia atrás—¡Retrocedan! ¡Muévanse!—su voz sube de volumen, nos empuja para que volvamos sobre nuestros pasos.
Sin embargo, otro grupo de caminantes sale de la nada. Intento seguir a Daryl y a Rick, pero no puedo, son demasiados.
Giro por un pasillo y luego por otro, tengo a los caminantes pisándome los talones. Me encuentro con uno cara a cara. Sin pensarlo, le corto la mitad de la cabeza y cubro mi ropa con su sangre.
Escucho el gruñido de los caminantes, tengo que salir de acá.
Doy un par de vueltas casi pegándome a las paredes. Si prendo la linterna estoy muerta, si no encuentro las flechas que dejaron Maggie y Glenn estoy igual de muerta. Este lugar es un puto laberinto.
Contengo la respiración cuando dos docenas de caminantes pasan a mi lado. Contengo un grito cuando el último de ellos se percata de mi presencia y se lanza a morderme. Antes de que su gruñido anuncie la adquisición de carne fresca, atravieso su cabeza con el machete y uso cuerpo para cubrirme mientras avanzo. Hijo de puta .
Alguien grita. Un disparo.
Es una mala idea y tal vez me arrepienta, pero dejo caer el cuerpo y corro hacia allá, los caminantes que dejé atrás deciden hacerlo también. Encuentro a los demás cargando a Hershel, nos metemos rápido por un pasillo sin caminantes a la vista.
Alguien abre una puerta doble e ingresamos. Daryl, T-Dog y yo sostenemos la puerta para que los caminantes no la abran. El resto se ocupa de Hershel. Mi pecho sube y baja, apoyo la espalda y trato de recuperar el aliento. Daryl me mira un segundo con los ojos brillosos y va a ayudar.
Rick saca su hacha y comienza a cortar la pierna de Hershel. Volteo la cabeza, no necesito ver eso. El simple hecho de oír los hachazos me revuelve el estómago. Los gritos y el sonido de la sangre chorreando no ayudan en nada.
—Deberíamos irnos ahora—dice a Rick. Por suerte, ya terminó.
De pronto, Daryl se levanta y apunta hacia el otro lado de la habitación. Hay cinco hombres mirándonos.
Chapter 28: (No) desangrarse.
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Cinco hombres con el mismo mono azul que vestían los caminantes que matamos nos observan con los ojos como lechuzas, todos aferrados a la reja que nos separa. Daryl se acerca a ellos con la ballesta lista para disparar.
—¿Quién carajo son?—les pregunta.
—¿Quién carajo eres tú?—le responde uno.
—Se está desangrando—anuncia Rick—. Tenemos que volver.
Los caminantes chocan contra la puerta. Apoyo las palmas y empujo con fuerza tratando de no oír las indicaciones de Rick sobre qué hacer con la pierna recién amputada de Hershel.
—¿Por qué no salen de ahí?—Daryl habla. Echo un vistazo rápido. Los presos comienzan a salir de su escondite—Despacio y con calma.
—¿Qué le pasó a él?—le pregunta uno.
—Fue mordido.
—¿Mordido?
—Sí, idiota—con un pañuelo de tela, me limpio la sangre de caminante que me cayó en la cara. Los caminantes hacen que la puerta vibre—. Del verbo transitivo “morder” que significa clavar los dientes en algo. ¿Quieres que te traigamos un maldito diccionario o cerrarás la boca para que podamos pensar?
El hombre da un paso adelante, su mirada feroz me detecta como objetivo. Saca una pistola del pantalón.
Daryl y T-Dog se acercan más a él, listos para disparar.
—Tranquilo—le dice Daryl—. Nadie tiene que salir herido.
El hombre duda sobre a quién debe apuntar. La tensión se disipa un poco porque Glenn, ni lento ni perezoso, pasa en frente de los presos y va directo al almacén de la cafetería en busca de suministros médicos.
Los caminantes vuelven a lanzarse contra la puerta.
—Rick, no durará mucho—informo, haciendo fuerza para que vuelva a quedar bien cerrada.
Los presos creen que somos un equipo de rescate. ¿En qué mundo viven? Incluso si esto estuviera bajo el control de las fuerzas militares, los convictos, por lo general, siempre serán la última prioridad.
—¡Vamos! ¡Tenemos que irnos!—grita Rick.
Glenn aparece con un carrito de comida y junto a Rick sube a Hershel.
—T, Emma, la puerta—nos ordena.
A la cuenta de tres, retiro el fierro que traba la puerta doble. Una de los lados se abre e ingresa un caminante gendarme. T-Dog se lanza sobre él mientras yo me ocupo de un caminante preso. La camilla improvisada avanza, me mantengo en el lado izquierdo derribando a los caminantes que se acercan y luego paso al frente, junto a T-Dog. Daryl nos cubre las espaldas.
Avanzamos por el corredor hacia el bloque C matando a algunos caminantes. No se ve nada.
Encima los pelotudos de los prisioneros nos están siguiendo, ¿tan rompepijas van a ser?
Daryl abre la puerta del recibidor y Rick grita para que abran la del bloque C. Llevan a Hershel directamente a una de las celdas.
—Ve adentro—me ordena Daryl antes de cerrar la reja que conecta las celdas con el recibidor.
—Ten cuidado—le hago caso y sigo al resto. Lo veo prepararse para disparar.
Me meto en la celda de Hershel, consciente de que es muy probable que me desmaye por la impresión.
—Yo lo hago—aparto con cuidado a Lori y ocupo su lugar para pasar a Hershel a la cama. A la cuenta de tres, Rick, Glenn, Carol y yo lo levantamos y lo movemos.
Lori y Carol comienzan a dar órdenes. Como no sé nada de medicina ni de primeros auxilios, subo rápido a mi celda para cambiarme y aprovecho para comprobar que no haya ninguna mordida ni ningún rasguño. Bajo cuando escucho las voces de los prisioneros. Rick va hacia ellos, pero antes le dice algunas cosas a Glenn. Me quedo cerca de la celda de Hershel, en las escaleras.
Hershel casi muere hoy, yo también estuve a punto de ser devorada por una horda. Mi corazón está como loco. La próxima vez me aseguraré de no separarme del grupo, aunque preferiría mil veces que Rick dejara de considerarme un ser capaz de defenderse. Cuando Hershel mejore—porque definitivamente lo hará—tal vez entre todos logremos convencerlo de no volver a exponerse a semejante peligro. Apoyo la cabeza en mis rodillas, sólo necesito un momento para respirar.
Glenn se acerca a avisarme que Carol y Lori lograron detener la hemorragia de Hershel. No me atrevo a ir, simplemente murmuro un agradecimiento a Dios.
Se ve que soy más sensible a la sangre de lo que debería.
Chapter 29: Quédate conmigo siempre.
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Rick y T-Dog aparecen con los brazos llenos de provisiones.
—Aquí está la comida—anuncia T-Dog con alegría.
—¿Qué tienes?—le pregunta un Carl emocionado mientras abre la puerta.
—Carne en conserva, maíz en conserva, latas de conserva—enlista—. Hay muchas más en donde las conseguí.
Recibo una bolsa de Rick.
—¿Cómo está?
—Mejor—respondo rápido y lo dejo en manos de Glenn y Lori. Sigo a T-Dog hasta la celda que acaba de convertirse en nuestro almacén.
—¿Crees que podrás hacer algo con esto?—deja la caja en el piso.
—Hermano, déjalo en mis manos y convertiré esta prisión en un restaurante.
—¿No dijiste lo mismo cuando te conseguimos esa bolsa de harina?
—¿Y Daryl? ¿Está bien?—cambio de tema. En mi defensa, necesitaba levadura y al final quedaron unas ricas tortitas de grasa a la parrilla sin grasa y con una parrilla improvisada.
Ríe por lo bajo antes de responder.
—Lo está. Se quedó vigilando a esos idiotas. Quédate aquí con el resto, ¿de acuerdo?
—Sí…ordenaré un poco todo esto y estaré atenta.
T-Dog se despide de mí dándome un apretón en el hombro.
El pelotudo de Daryl otra vez debe andar haciéndose el inmortal, cuando de inmortal no tiene nada. Dios, cómo le gusta hacerme pasar mala sangre.
No tardo mucho. Coloco las bolsas sobre la cama y clasifico las latas según su contenido. Aparto lo que usaré para cocinar hoy. Si tengo un bolsón de arroz, latas de carne y de verdura en conserva y salsa de tomate, ¿quién me diría que no haga un guisito?
Después de dejar todo en orden, aprovecho el tiempo para acomodar mi celda. Lo significa que estoy a punto de tener mi segundo enfrentamiento con la araña; sin embargo, por más que dé vuelta toda la celda, no hay ni rastro de ella. Segundo problema: el colchón es demasiado fino. Se me ocurrió la brillante idea de bajar el colchón de arriba y tener una cama el doble de cómoda. Eso sí, tendría que ver cómo sacar la parte de arriba…más tarde le voy a pedir a Daryl que me dé una mano.
En cuanto termino, voy rápido a la celda de Hershel. Carl y Lori están discutiendo, el nene sale corriendo y casi choca conmigo. Minutos después, Carol termina de vendar a Hershel y se va un momento con Glenn.
—¿Cómo está?—le pregunto a Lori.
—Estable, gracias a Dios.
Suspiro. Que alivio. Caminamos juntas hacia la celda de al lado..
—Buen trabajo—le sonrío. Lori la estuvo pasando mal últimamente, no sólo por el bebé sino también porque Carl se puso medio maleducado con ella, y Rick no colabora mucho con la situación.
—¿Qué estuviste haciendo?—me pregunta, tratando de limpiar la sangre en sus manos.
—Ordené la comida. Ya sé qué cenaremos esta noche.
—Se supone que Carl debía hacerlo—Lori se sienta en la cama, comienza a acariciar su vientre.
—Escucha—me siento junto a ella. Me mira con los ojos cristalizados—. No es tu culpa, ¿de acuerdo? Haces lo que puedes.
—No es suficiente, yo…
—Lo es—la interrumpo—. Lori, estás creando vida—le aparto el pelo de la cara—. Sé que te preocupa la actitud de Carl, pero piensa en eso como una etapa de adaptación a este nuevo mundo. No es que seas tú el problema, es…todo esto—se seca una lagrimita—. Y Rick…él sólo quiere encontrar un lugar seguro para ustedes. Lo conoces mejor que nadie, sabes cómo es.
—Sí…yo…—comienza a llorar—Lo lamento, yo…
—Shh…Está bien, Lor. Ven aquí—le doy un incómodo abrazo.
—¡Haz algo!—escuchamos a Beth gritar. Nos ponemos de pie de inmediato—¡Alguien ayúdeme! ¡Alguien!
Lori entra primero a la celda. Apoya la oreja en el pecho de Hershel y le practica respiración artificial. De pronto, la mano de Hershel captura el cabello de Lori. Beth y Maggie la apartan de él y yo avanzo con el cuchillo en mano. El cuerpo de Hershel regresa a la cama, ha vuelto a respirar. Está bien. Todo está bajo control. Los muchachos llegan justo cuando logramos calmarnos. Rick y T-Dog entran a verlo. Me quedo junto a Daryl y Carl en la puerta de la celda.
Milagrosamente, Hershel despierta. Todos nos llenamos de alivio cuando lo vemos abrir los ojos.
Rick y Lori se van—a discutir, seguro—. Estos dos deberían solucionar sus problemas lo más pronto posible, al bebé no le hará ningún bien tanta tensión.
Mi mano se desliza hasta alcanzar la de Daryl. Él nos lleva hacia la escalera.
—¿Estás bien? T-Dog no me contó mucho.
—Tuvimos problemas con los prisioneros, pero ya está todo en orden.
—Eso es bueno—le acomodo el pelo.
—¿Qué hay de ti? ¿Por qué te separaste?
—Eran demasiados caminantes, me habrían atrapado si iba con ustedes. Tuve que salir corriendo antes de que lo hicieran, pero me perdí. No sabes lo agradecida que estoy por haber podido regresar.
—¿Estaba muy mal?
—Mucho—hago una mueca—. Me asusté, nunca antes había tenido a tantos junto a mí. No estando sola.
Daryl besa mi frente y lo abrazo. No quería llorar por esto, encima me pongo fea cuando lloro.
—Quédate conmigo siempre, ¿de acuerdo? —asiento con la cara enterrada en su pecho.
Daryl y yo nos quedamos así durante un rato largo. Algo me dice que esta noche tampoco podré dormir sola.
Chapter 30: Pavadas.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Daryl estuvo de acuerdo conmigo en no exponerme mucho a la exploración de los pasillos, voy sólo cuando es necesario. Esa noche me sentí bien porque dormí junto a él, pero fue algo incómodo cuando despertamos y vimos que había algunos miembros del grupo ya levantados. No estuvimos cogiendo , gente—ojalá—, disimulen un poco y dejen de imaginar pavadas . Los siguientes dos días me quedé hasta tarde con Daryl y luego iba corriendo a mi celda, consideramos que era lo mejor. Si todo sale bien, podríamos llegar a conseguirnos una torre de vigilancia exclusiva para nosotros, no estaría nada mal. Aunque tengo la impresión de que a Daryl no le gusta para nada la convivencia, teniendo en cuenta que se puso medio pelotudo cuando me quedé con él en la granja.
Cierro la puerta del bloque C y camino hacia la torre de vigilancia. Daryl está sentado en el borde de la torre, sus piernas cuelgan y sus brazos están apoyados en el metal. Esta noche le toca hacer guardia. Apenas desvía la mirada para confirmar que subí bien.
—Vine a darte el beso de las buenas noches—hago sonidos de besos.
—No necesito esa estúpida mierda—su tono es burlón. No lo dice en serio.
—¿Seguro? Porque la cena está incluida y odiaría que te perdieras mi exquisita pasta primavera .
Capto su atención de inmediato. Daryl estira la mano y recibe la olla. Se manda dos bocados grandes a la boca y, cuando ya estoy sentada a su lado, me entrega mi tenedor.
—¿Qué piensas de este lugar?—me aparto el pelo hacia atrás.
—No está mal.
—¿Crees que esos tipos se mantendrán en su lado?
—Sólo si saben lo que les conviene—dice con la boca llena. Que tierno, come como si fuera un nene.
Rick, Daryl y T-Dog ayudaron a los presos a limpiar un pabellón. Sin embargo, tres murieron y, según el criterio de Rick, sólo dos son lo suficientemente inofensivos para permitirles vivir ahí. Esta tarde, mientras cumplía mi turno de guardia, los vi luchar por sacar un cadáver; lo dejaron tirado cerca de la puerta y corrieron de inmediato a dentro, aterrados.
—Deberías hacer algo con tu cabello—se limpia la boca con el dorso de la mano.
—¿Quieres que lo corte?
—No—me roba un tomatito que estaba tratando de pinchar—. Mantenlo atado. Será un problema si te atrapan.
Asiento, recordando el incidente de hace unos meses.
—Sería malo si se repite lo de esa tienda departamental. En especial por nuestra terrible experiencia compartiendo calor.
Daryl y yo entramos al edificio con la intención de buscar ropa cómoda y abrigos. Se supone que sería un entrar y salir sin hacer ruido, pero terminamos siendo perseguidos por un grupo de caminantes que me agarraron del pelo unas dos o tres veces. Daryl básicamente me arrastró hasta el baño. Pasamos tanto tiempo corriendo que descartamos por completo la idea de regresar con el grupo, que nos esperaba en una cabaña a las afueras de la ciudad. Pasamos la noche en ese baño y no nos quedó más opción que dormir juntos, nos esforzamos demasiado para sobrevivir al frío invernal.
La sombra de una sonrisa se asoma en su rostro.
—Fue una mierda
—Odiaría repetirla—tomo un último bocado.
Daryl se llena la boca con lo que queda. A veces realmente me preocupa que termine con la cabeza dentro de la olla, pero nunca sucede.
—¿Te quedas esta noche?—no me mira, simplemente continúa raspando el fondo de la olla.
— Yeees —respondo con tono juguetón y un marcado acento rioplatense.
Las estrellas se marchan con la llegada del sol. El sonido lejano de las lechuzas es reemplazado por el cantar de las aves. La semana pasa volando antes de que me dé cuenta. En todo este tiempo nos estuvimos encargando de acomodar un poco las cosas en nuestro bloque, de asegurarnos de que Hershel esté bien y de estar atentos a que Lori no entre en trabajo de parto.
Hoy el sol está tan radiante que siento que me quemará los ojos. Tal vez pueda robarle una gorra a Glenn. Estaciono el auto después de escuchar a Rick gritar “hasta allí”. Carol, Daryl, Rick, T-Dog y yo estamos acomodando los vehículos para después cargar los cadáveres y quemarlos. Entre los que quedaron afuera y los que estuvimos sacando de adentro, se nos juntó una buena montañita de cadáveres.
Sí, será un día largo.
—¿Dónde están Glenn y Maggie? —pregunta Carol tras bajar de uno de los autos—Nos vendría bien algo de ayuda.
—Allá arriba, en la torre de guardia—señala Daryl.
—¿En la torre de guardia? Estaban allí anoche—menciona Rick.
—Sí…tomaron mi turno de guardia—desarmo mi rodete y lo vuelvo a hacer—. Tuve que mentirle a Hershel para cubrirlos,
—¡Glenn! ¡Maggie!—los llama Daryl.
—¡Hey!—Glenn se asoma por la puerta. Entrecierro los ojos y noto cómo está sin remera y luchando por abrocharse el pantalón—¿Qué pasa, muchachos?
—Diles que se vengan en cuatro—le doy cuatro palmaditas suaves y rápidas al brazo de Daryl.
Él, riendo, lo hace.
—¿Qué?—pregunta un Glenn confundido.
—¿Se vienen?—repite.
Si me sigo riendo así voy a empezar a soltar lagrimitas.
Glenn mira el interior de la torre, luego vuelve a mirarnos.
—Vamos, dennos una mano.
—Sí, ya bajamos—grita Glenn.
Me encantan los chistes con doble sentido. Si analizamos semánticamente cada palabra, podemos dar cuenta de cómo cada una posee múltiples sentidos que se van llenando según el contexto en el que son emitidas. Es asombroso cómo la sociedad hizo que el verbo “venir” posea una connotación sexual.
—La próxima vez pregúntales por Horacio —sugiero.
—¿Qué Horacio? —pregunta Carol
—El que te coge despacio.
Carol se queda en blanco durante unos segundos antes de comenzar a reír.
—Rima más si está en español. Horacio y “despacio”, que es despacio , terminan con las mismas cuatro letras.
—¿Tienes más? —creo que Daryl olvidó de qué país vengo. Obviamente tengo más, querido.
Mientras caminamos, le suelto una extensa lista de chistes similares, algunos los capta de inmediato, a otros los tiene que procesar. Amo tanto a mi país y a sus chistes de mierda.
—Oye, Rick—lo llama T-Dog.
Nos damos vuelta y vemos a los prisioneros en el patio.
Nos acercamos para hablar con ellos, Rick les recuerda que teníamos un trato, pero cuentan que no pueden seguir viviendo en su bloque debido a los cadáveres y sus restos, tampoco pueden sacarlos porque los caminantes no tardan en aparecer.
Que pedazos de inútiles.
Además, para formar parte de nuestro grupo, intentan aclarar que no tienen nada que ver con Thomas y Andrew, dos prisioneros que Rick tuvo que matar la semana pasada. Rick no da el brazo a torcer y les insiste que un trato es un trato, o siguen viviendo ahí, o se van. Los prisioneros continúan hablando, no pierden la esperanza de poder convencer a Rick, pero es como hablarle a la pared.
Rick le pide a Daryl que los encierre en la parte exterior de los portones, quiere que discutamos qué hacer con ellos.
T-Dog quiere darles una oportunidad, integrarlos, los demás no estamos tan de acuerdo. Daryl comenta que conoció tipos como ellos, que son degenerados, pero no psicópatas, que incluso él podría haber pasado el rato con ellos, y que por eso está en contra de dejarlos convivir con nosotros. Rick, por su parte, nos cuenta de la vez que arrestó a un pendejo de diecinueve años que apuñaló a la novia, lloriqueó un poco en el juicio, fue absuelto por falta de evidencia y que a las dos semanas le disparó a otra mina . Y con tremenda anécdota, el policía concluye en que nuestro trato con ellos se mantiene.
Notes:
02/08/25: Sí, la versión anterior de este capítulo era muchísimo peor.
Chapter 31: Adiós y bienvenida.
Notes:
04/08/25 a las 02:35 a.m.: La mitad de este capítulo la reescribí llorando.
Definitivamente el episodio 5 de la tercera temporada es el que más odio.
Chapter Text
Es difícil sobrevivir en un mundo como este. Muchos factores intervienen en el éxito o en el fracaso de tu objetivo. Si no tenés fuerza de voluntad no podés hacer mucho, pero, incluso si la tenés, se complica más por la falta de alimento, agua, refugio y, en ocasiones, aptitud física.
Yo tuve la fortuna de colarme entre los autos y llegar a la cantera. Shane, aunque me cayera del orto, nos mantuvo organizados e hizo lo posible para que nos aferráramos al mundo que conocíamos; hasta que su obsesión por Lori deterioró su mente y lo llevó por un camino turbulento. Daryl y Merle trabajan tras bambalinas, no sólo cazaban para nosotros sino que también se ocupaban de los caminantes que se acercaban al campamento. Incluso Glenn y T-Dog viajaban seguido a la ciudad para traernos lo urgente.
Todo cambió con la adición de Rick al grupo. Si no fuera por él y su tendencia a mandonear tal vez habría demorado más en caer que necesitaba adaptarme. Fue ese empujoncito que necesitaba.
Aunque, en realidad, una buena parte del crédito se lo lleva Daryl. Antes de mandarme directamente al muere yendo a saquear, se tomó el tiempo y me mostró el bosque, me enseñó a usar bien mis sentidos y a defenderme, incluso si eso significaba dejarme cara a cara con un caminante.
La mayoría del crédito me lo llevo yo, supongo. Sin voluntad no hay resultados, y en los momentos de lucha es cuando me doy cuenta de los frutos de mi esfuerzo.
Estos dos hombres, los presos, no podrán sobrevivir si no tienen la voluntad necesaria para aprender a hacerlo. Y, sobre todo, no podrán aprender si se mantienen ocultos dentro de cuatro paredes. Necesitan salir y conocer este nuevo mundo, tal como lo hemos hecho nosotros. Su ventaja es que tienen comida y un techo, es más de lo que nosotros teníamos.
—Lleven los autos a la parte superior, que queden mirando hacia afuera—Rick va tirando órdenes—. Estarán fuera del camino, pero listos para irnos si alguna vez lo necesitamos. Llevaremos a los prisioneros. Una semana de suministros para la ruta.
Sé que es el momento de alejarme cuando escucho a T-Dog retomar su discurso de por qué debemos intentar incluir a los presos. No entraré en una discusión de la que no quiero ser parte. Tampoco iré a decirle a Daryl que está siendo extremadamente infantil al hacer ruido con la moto sólo porque no quiere escuchar lo que sea que dice el preso rubio y con bigote.
Simplemente subo a la camioneta con Carol e inicio una charla sobre qué muebles deberíamos conseguir para el bebé de Lori que dura hasta que llegamos a nuestro patio. Me bajo para identificar las zonas que Rick sugirió usar como estacionamiento y comienzo a dar indicaciones. Esto de dar órdenes no está tan mal, con razón Rick disfruta ser un mandón.
—Un poco más para atrás—grito, haciendo señas e indicándole a Maggie dónde exactamente estacionar—. Eso es. Justo ahí—el ruido de pasos me alerta, me tranquilizo de inmediato al ver que Lori, Beth y Carl sacaron a Hershel a pasear. Se ve bien, como si apenas hubiera sido herido. Agito el brazo con una sonrisa—¡Hola!
El día está precioso, lástima que tengamos tanto por hacer. Si nos ponemos de acuerdo, capaz que podamos convencer a Rick de tomarnos un día, la moral del grupo lo necesita. Además, estar siempre trabajando nos pone del orto , y a nadie le sirve que nos pongamos a discutir por pelotudeces y, con Lori a punto de parir, no podemos permitirnos pelear, la alteraría demasiado.
Lo bello del día explota como una piñata. ¿En dónde quedó mi “necesitamos un día de descanso”? Esto es una mierda.
—¡Caminantes!—grita Carl y mis ojos se dirigen automáticamente al gran grupo que se acerca a ellos—¡Cuidado!
Comienzo a correr como si no me disgustara por completo enfrentarlos. Saco la pistola y me tomo unos segundos para derribar a los más cercanos a ellos. Cuando Hershel y Beth se separan del grupo sé que es momento de guardar la pistola y correr hacia ellos con el cuchillo como una desquiciada. Mi antebrazo se posa en el pecho de un caminante y lo hace retroceder hasta la pared, el cuchillo ingresa fácilmente dentro de su frente. Retiro el cuchillo y volteo a tiempo para clavarlo en la sien de otro.
—¡Emma, por aquí!—me grita Beth dentro de una especie de jaula. Ella está adentro y Hershel está a punto de ser alcanzado por un caminante.
—¡Lo tengo!—le digo a Hershel cuando voltea con la intención de darle un golpe al caminante con la muleta.
Agarro al caminante por el pelo. Mala idea, el cuero cabelludo se desprende. Sin embargo, es suficiente para hacerlo tambalearse hacia atrás y recibir la punta de mi cuchillo. Subo las escaleras hasta llegar a Hershel, paso su brazo sobre mis hombros y lo ayudo a ingresar en la jaula.
Veo a los demás dividirse. Maggie, Carl y Lori ingresan al bloque C; T-Dog y Carol se van por el otro lado, disparando a lo loco. Reprimo un grito cuando veo a un caminante morder el hombro de T-Dog.
Mierda, mierda, mierda.
Glenn, Rick y Daryl vienen corriendo hacia acá.
Tragándome las lágrimas, vuelvo a sacar la pistola y disparo.
Apenas llega, Daryl me mira dos segundos y, con Glenn, empieza a derribar a los caminantes.
—¿Qué diablos pasó?—grita Rick.
—¡La reja estaba abierta!—le respondo, pegándome al alambrado—Maggie, Lori y Carl entraron al bloque C. Carol y T-Dog se fueron para allá—señalo la dirección. Rick comienza a alejarse—. Mordieron a T.
Rick se detiene medio segundo para procesarlo antes de pedir que nos quedemos acá y echar a correr otra vez.
Una alarma comienza a sonar. Me cago en la puta …lo que nos faltaba.
Daryl, Glenn y Rick les disparan a los altavoces, pero la porquería sigue sonando. Los caminantes del exterior se acercan. Rick va directo a los presos, quienes acaban de llegar, y les pide explicaciones sobre cómo apagar las puta alarma de mierda esta. Los chicos y los prisioneros se van corriendo.
—¡No salgas!—me ordena Daryl sin dejar de correr.
—¡Ten cuidado!—digo casi gritando y su respuesta es un simple levantamiento de brazo.
Esto es una locura. Beth está ansiosa, yo estoy ansiosa y el ruido excesivamente alto no me ayuda en nada. Nos ayudo a tranquilizarnos con ejercicios de respiración. Me detengo cuando unos cuantos caminantes son atraídos por los altavoces.
—¡¿De dónde salen?!—exclamo, exasperada.
De mi bolsillo saco mis balas de repuesto y relleno el cargador. Disparo hasta que la alarma, por fin, se detiene. Salgo y uso el cuchillo para matar a los pocos que se aferran al alambrado y a los que deambulan cerca. Con el patio limpio, Beth y Hershel también salen.
—¡Hershel, Emma!—nos llama Rick, corriendo hacia nosotros junto a los chicos.
—¿Los encontraste?—le pregunta Hershel.
—Pensamos que quizás había regresado para acá—dice Glenn.
—No…no vino nadie—me limpio la mejilla con el dorso de la mano, una gran mancha de sangre se extiende sobre la piel.
—¿Qué hay de T? ¿Carol?—Hershel se atreve a pronunciar las palabras que se atoraron en mi garganta.
—No lo lograron—informa Daryl.
—No…—los ojos me empiezan a picar, mi labio tiembla. Realmente me estoy esforzando para no largarme a llorar.
Rick se pasa una mano por la cara.
—Eso no significa que los demás no lo lograron. Vamos a volver. Daryl y Glenn, vengan conmigo…
Sus palabras quedan colgadas en el aire, la hoja del hacha toca el piso.
Carl y Maggie salen del bloque C. Ella sostiene un bebé. Lori no está.
Cierro los ojos con fuerza, las lágrimas se escapan.
Todo es silencio, como si los sonidos del mundo hubieran sido capturados y encerrados para regalarnos ese “minuto de silencio” que ninguno pidió ni quiso recibir.
Rick avanza hacia ellos. Suelta el hacha. Su cuerpo se tambalea, inestable. Camina de un lado a otro sin saber qué hacer, sin poder procesar lo que sus ojos están viendo. Pregunta por Lori, quiere saber dónde está. Toda su voz convertida en un doloroso ruego. Maggie, entre lágrimas, trata de frenarlo, de impedir que vaya a buscarla. Rick avanza y se rompe. Mira Carl, repite un “no” desgarrador. Rick cae al suelo, desgarrado.
Carl está más pálido que nunca, paralizado, con la mirada fija en un punto…no llora, no habla, no tiembla. Camino hacia él, le quito el sombrero y envuelvo su cuerpo con mis brazos, siento el ligero temblor que está tratando de contener.
El bebé llora. Rick está aturdido, Daryl trata de hacerlo regresar.
Carl se separa de mí para recibir al bebé, el sombrero regresa a su cabeza y él camina hacia Hershel como si no estuviera a punto de derrumbarse por perder a su madre.
—Hay que alimentarla—anuncia Daryl, alejándose de un Rick aún en shock—¿Tenemos algo que un bebé pueda comer?
Me seco las lágrimas. Hoy tres de nosotros murieron.
—La buena noticia es que luce saludable—Hershel revisa al bebé—. Pero necesitará leche maternizada. Y pronto, o no sobrevivirá.
—No. De ningún modo—decide Daryl—. No ella—acomoda la ballesta en su espalda—. No perderemos a nadie más. Voy a salir.
—Te acompaño—dice Maggie.
—Yo también voy—se suma Glenn.
—Bien, piensen a dónde iremos—voltea hacia mí—Emma, Beth—nos hace seña para que nos acerquemos. Lo hacemos—. El chico acaba de perder a su madre, su padre no está bien—le susurra a Beth.
—Lo cuidaré—responde y se aleja.
—¿Qué quieres que haga? —le pregunto a Daryl.
—¿Puedes ocuparte del bebé?
—Déjamela a mí—le doy un apretón en el antebrazo—. Ve con cuidado.
Daryl comienza a dar órdenes, apresura a Glenn y a Maggie.
Rick, de la nada, toma el hacha y entra corriendo a la prisión.
Tomo a la bebé y la mezo con cuidado. Espero que años de haber cuidado a mis sobrinos sirvan de algo.
Chapter 32: Pequeña Pateatraseros.
Chapter Text
Trato de no llorar porque sé que la primera lágrima desatará un torrente que no seré capaz de frenar. Intento no imaginar sus rostros, ni engañarme creyendo que escucho sus voces. Tampoco pienso en la última conversación que tuve con ellos porque es probable que me arrepienta de no haber dicho más. Sí pienso en que T-Dog, fiel a sí mismo, murió como un héroe; en que Carol murió luchando hasta el final, como lo hizo durante toda su vida; y en que Lori se fue porque era la única manera de que su hija sobreviviera. Ninguna de estas razones es suficiente, ninguna calma mi corazón destrozado…pero es lo que hay y vivir por aquellos que se han ido es lo único que nos queda a los lamentables sobrevivientes.
La bebé es un sol. Es tan chiquita y preciosa que te dan ganas de comerla a besos, ¿cómo puede existir una cosita tan bonita?
¿Cómo pudo la vida quitarle a Lori la posibilidad de conocerla?
Admito que Lori y yo no éramos las mejores amigas y que muchas veces no coincidíamos. No me caía mal, simplemente había unos aspectos de ella que no me cerraban del todo. Pero era una buena mujer. Luchó como pudo y se fue sabiendo que todos nosotros daríamos la vida y mucho más con tal de proteger a sus hijos y a Rick. El noventa por ciento de sus preocupaciones eran por sus hijos y Rick.
Teníamos un lazo irrompible que nos unía, e incluía a Carol. Es probable que fuera porque éramos las únicas que quedaron del campamento en la cantera. Nos conocíamos desde el principio del fin, desde que nuestros autos se detuvieron en la misma calle y las tres salimos a chusmear qué pasaba.
No lo sé. Todo pasó tan rápido y de prepo que no caigo en la idea de que ya no están con nosotros.
Sólo sé que las echo de menos, que ya no podré voltear hacia ellas cada vez que quiera mostrarles algo o regalarles una sonrisa pícara cada vez que alguien diga o haga algo ridículo, tampoco podremos tener nuestras “charlas de chicas” y comerle el cuero a Rick y a Daryl. Ya no podremos hacer todas esas cosas. ¿Cómo se podría si de tres sólo queda una?
¿Cómo podría pararme frente a Glenn y cargarlo con boludeces cuando sé que T-Dog no estará ahí para hacerme el aguante? ¿Cómo podría refugiarme en los recuerdos del pasado si ya sé que en nuestro grupo de tres falta uno? No pude hacer nada para ayudarlo, pero desearía haberlo hecho todo.
El llanto de la bebé cesa cuando su piel entra en contacto con la mía. Herhsel dijo que alguien debía darle calor. Carl mantiene los ojos fijos en nosotras, lucha contra las ganas que tiene de acurrucarse en la cama y llorar. Él es fuerte, lo sabe, y por eso cree que no puede ni debe mostrar debilidad. A veces quisiera que los niños fueran niños y no una imitación pequeña de los adultos.
Ya es de noche. Glenn no fue con Daryl y Maggie, se quedó cavando fosas durante toda la tarde y hace ratito fue a buscar a Rick.
—Está fuera de sí—me susurra. De reojo, veo a Carl sosteniendo a la bebé. El pobre se pone nervioso cuando llora, teme haberle hecho daño—. Casi me mata.
—¿Estás bien?
—Sí…no…T…él…—no encuentra las palabras.
—Sí, lo sé. Lo entiendo—aprieto ligeramente su hombro. Él me regala una mirada triste, la más triste que le he visto desde la muerte de Dale—. Mientras Rick no esté…disponible, Daryl y tú deberán reemplazarla.
—Emma, yo no…
—Lo sé, Glenn. Pero eres fuerte y sabes lo que haces, te necesitaremos si las cosas vuelven a complicarse—le revuelvo el pelo, tal y como solía hacer antes—. Me quedaré con Carl y la bebé si así lo quieres. También puedo luchar en lugar de Maggie.
—Lo siento.
—¿Por qué? ¿Por ser un idiota enamorado?—lo empujo. Un atisbo de sonrisa parece querer aparecer en su rostro—Mantén la cabeza fría, no podemos derrumbarnos ahora. No nosotros.
Él asiente.
—Iré a la torre. Mantente alerta.
Glenn se va y mi coraza amenaza con derrumbarse. Nosotros no podemos derrumbarnos.
Media hora después, Daryl y Maggie regresan con leche y otras cosas más para la bebé.
Daryl toma a la beba con mucho cuidado, sus movimientos son lentos y gentiles, la trata como si fuera de cristal. Le da el biberón que acaban de preparar Beth y Maggie, ella lo acepta con desesperación.
¿Mencioné alguna vez lo tierno que es Daryl? Lo es, y mucho; sólo depende de su humor y si está medio dormido o no. Verlo así, cuidando a una criatura tan pequeña y frágil, parece casi irreal. Es uno de esos momentos que no crees posible hasta que los ves con tus propios ojos. Y, en lo personal, es uno que quedará grabado en mi memoria. Me encantaría tener una cámara y fotografiar este momento.
Daryl pregunta por el nombre, Carl sugiere llamarla Sophia, o Carol…nombra a todas nuestras compañeras fallecidas. Verlo así me parte el corazón.
—¿Te gusta? —Daryl le habla con ternura a la bebé—Pequeña Pateatraseros—nos mira y comenzamos a reír—¿Cierto? Es un buen nombre, ¿no? Pequeña Pateatraseros. ¿Te gusta? ¿Te gusta, cariño?
Nos quedamos un rato largo admirando al nuevo miembro del grupo. Lo único que evita que nos desplomemos es ella, con sus casi inaudibles soniditos de bebé. Hasta podría tragarme el cuento de que la nena llegó a nosotros como símbolo de esperanza, algo así como una metáfora medio chota que diga “no importa qué tan cagado esté el mundo, siempre hay esperanza”. Medio poético, lo sé. Pero me gusta eso de que sea un pequeño milagro nacido del caos.
Hoy perdimos a Carol, T-Dog y a Lori. Tal vez también perdimos un poco de Rick. Él y Lori tenían sus problemas, sí, como todo matrimonio y muchos más por las circunstancias, pero se amaban. Rick amaba tanto a Lori que se perdió en el hecho de no tenerla, en la culpa por no haber hecho las paces, por el arrepentimiento de no haber estado ahí para protegerla. Rick amó y ama a Lori más de lo que cualquiera podría imaginar. Me pregunto si alguna vez alguien me amará tanto como Rick amó a Lori. Me pregunto si algún día yo seré capaz de hacerlo. Mis ojos se dirigen a Daryl. Me pregunto si ya lo estoy sintiendo
La bebé descansa en los brazos de Daryl. La está sosteniendo un poco mal, pero parece que a ninguno de los dos les preocupa. Creo que nunca antes había visto a Daryl sonreír de esa manera, una sonrisa tan sincera, llena de afecto y alegría; incluso le brillan los ojos. Se ve tan lindo, tan dulce y tierno, como si el Daryl rudo y malhablado no existiera.
Nota mi mirada y me regala unos segundos de esa sonrisita que me tiene embobada. El muy conchudo me va a cargar toda la noche, no va a dudar en mencionar que me atrapó mirándolo con la cara colorada. Que vergüenza. Aunque quiera, no puedo apartar la vista de ellos dos.
Hace tiempo, cuando Eric tuvo a su primer hijo, no dejaba de recordarme lo negado que estaba a tenerlo, que se creía incapaz de formar una familia, ¿y qué pasó? Conoció a su mujer , Cora, una mina divina que le hizo desear construir toda una vida juntos, incluido tener hijos.
Eric insistió en que algún día, cuando conozca al indicado, iba a desear, aunque sea un poquito, dejar de ser “la tía Emma” y pensar en que, tal vez, podría ser algo más, como le pasó a él. Y ahora que veo a Daryl con la bebé no puedo dejar de pensar en todas las boludeces que mi amigo me dijo. Daryl sería buen padre, ¿no? Tiene ese don para tratar con niños, ese deseo de cuidarlos. No lo sé, tal vez sea demasiado pronto. Pero, quizá sea el momento de tener presente que, si Rick no regresa a sus sentidos, Daryl tendrá que tomar el mando y yo debería ocuparme de la bebé y de Carl, es lo que Lori querría.
Mientras los demás limpian y preparan la celda para la bebé, me acerco a Daryl.
—¿Sabes? Me parece que, algún día, la Pequeña Pateatraseros necesitará a un Pequeño Rompebolas, ¿me ayudarás a hacerlo? —le digo en voz baja, cubriendo mejor a la bebé con su mantita.
—Tal vez…—aparta la mirada de ella y la fija en mí—¿Qué tal en unos años? Cuando te consiga una de esas casas que tanto quieres.
—¿La casa americana?
—Esa. Azul, con ventanas grandes, jardín…—se detiene, probablemente para recordar qué otras boludeces dije—Tres habitaciones.
—No puedo creer que te acuerdes de eso.
—¿Por qué no lo haría?
¿Puede este hombre dejar de seducirme? Le sonrío como tonta. Dios, me va a torturar por esto. Con lo impredecible que es este mundo, cuesta imaginar el futuro, pero algo me dice que Daryl cumplirá con su palabra y eso me encanta.
Llevo a la bebé a dormir con la protectora mirada de Carl monitoreando cada movimiento que hago. Está serio, casi ni parece un niño. Me parte el corazón verlo así. Frente al grupo, finge ser fuerte, se guarda las lágrimas y hace lo que se debe hacer, ¿desde cuándo este mundo no permite que un niño actúe como tal?
Me quedo despierta hasta que el sol sale.
Carl se quedó dormido en mis brazos, el pobre pasó horas llorando—y yo aproveché para hacerlo, también—. Hago malabares para acomodarlo en la cama, me aseguro de que él y la bebé estén bien tapados, la mañana se puso fresca.
Me levanto para preparar el biberón, tiene que estar listo antes de que ella despierte.
Daryl me saluda desde su nidito , irá a visitar la tumba de Carol y a verificar que todo esté en orden. Menciono que iré más tarde, cuando tenga la certeza de que no cederé ante el dolor de la pérdida.
La bebé despierta y un Carl adormilado se pregunta por qué llora. Lo tranquilizo antes de tomar a la pequeña y darle el biberón. Carl nos mira con atención, le explico cómo debe sujetarla y en qué posición debe alimentarla. A la Pequeña Pateatraseros le tocó un buen hermano mayor.
Chapter 33: ¿Están todos bien?
Notes:
04/08/25: Sí, antes de corregirlo este capítulo era más corto.
Chapter Text
Rick no volvió ayer. Hershel nos aconsejó darle tiempo. Glenn insistió en que es lo mejor porque está fuera de control, al punto de que lo vio destrozar caminantes y que casi lo mata. La muerte de Lori le pegó más fuerte de lo que pudo resistir.
Carl, en cambio, sigue acudiendo a mí cuando ya no puede reprimir las ganas de llorar, me suele llevar a un lugar alejado—no quiere que los demás piensen que es un niño llorón—y llora en mis brazos; me alegra estar aquí para él, aunque fueron sólo dos o tres veces.
Los demás seguimos afectados por lo que pasó, pero lo soportamos. No tenemos más opción.
Ayer despejamos el cuarto del generador, Axel—el preso rubio y con bigote—lo está reparando. Está dispuesto a colaborar y dice tener conocimiento en esa área, es más de lo que podríamos pedir.
Con la Pequeña Pateatraseros en los brazos de Beth, aprovecho para preparar la comida. La cantidad de platos hondos frente a mí son menos de lo que estoy acostumbrada—ni siquiera la presencia de Axel y Oscar, el otro preso, son suficientes—, la comida que pongo en ellos es mayor a la cantidad que solía servir para que todos reciban su parte. Y el silencio…el silencio es todo lo que está de más. El choque de las cucharas y el plato y el ruido suave de nuestras bocas masticando llenan la habitación. Daryl me da una palmadita en la pierna, señala con la cabeza a Carl. No está comiendo, apenas lo ha hecho desde que Lori murió. Gesticulo un “ve tú” que él recibe con un asentimiento. No podemos dejarlo luchando solo.
—¿Están todos bien?—pregunta Rick, desde el otro lado de la reja.
—Sí, lo estamos—le responde Maggie.
Un Rick bien aseado entra al recibidor.
—¿Qué hay de ti?—la voz de Hershel dice lo que todos queremos decir.
—Ya despejé el área de la caldera—mira a Carl.
—¿Cuántos había ahí?—pregunta Daryl.
—No lo sé. Una docena, dos docenas. Tengo que volver—coloca una mano en la espalda de Carl—. Sólo quería ver cómo estaba Carl.
No mira a la bebé. No se fija en ella ni por un segundo.
—Rick, nosotros podemos sacar los cuerpos—le propone Glenn—. No tienes que hacerlo.
—Sí, sí tengo—decide él. Camina hacia la escalera, donde estamos Daryl y yo sentados—. ¿Todos tienen un arma y un cuchillo?
—Sí. Aunque estamos quedándonos sin municiones—le responde Daryl.
—Maggie, Emma y yo pensábamos en ir esta tarde a buscar—informa Glenn—. Encontramos un directorio con lugares que podemos revisar, por balas y leche.
—Despejamos el cuarto del generador—continúa Daryl—. Axel está intentando repararlo en caso de emergencia. También vamos a revisar los niveles inferiores.
—Bien, bien—repite Rick. Comienza a alejarse.
—Rick—lo llamo. Él se detiene en la puerta y apenas voltea hacia mí—. Estamos bien. Haz lo que tengas que hacer y regresa.
Él, con la mirada aún perdida, asiente. Se marcha con pasos dudosos, como si estuviera luchando contra molinos de viento.
Nos quedamos en silencio sin estar seguros del estado de Rick. Está mal, está muy mal.
—Hablaré con él—anuncia Hershel. Deja de lado su desayuno, toma las muletas y sigue el rastro de Rick. No permite que lo ayudemos, planea llegar por sus propios medios.
Por ahora, tendremos que ajustarnos a la situación hasta que Rick regrese y sea capaz de retomar el liderazgo.
Chapter 34: Estar vivo.
Chapter Text
Cuando terminamos de comer, cada uno se va para realizar sus respectivas tareas.
Antes de que Glenn, Maggie y yo decidamos nuestra ruta y subamos al coche , le pido a Daryl que, por favor, cuide bien de Carl. Sin sus padres a su lado y con tanto dolor contenido, me preocupa que se exponga al peligro. Con Daryl vigilándolo, tengo la seguridad de que estará bien.
Es un poco gracioso, teniendo en cuenta de que antes, en nuestro primer campamento e, incluso, en la granja, el pequeño Carl temblaba bajo la imponente figura del temible Daryl Dixon. Creo que lo consideraba lo más cercano al cuco o al viejo de la bolsa . Todavía recuerdo su carita toda llena de preocupación y su vocecita aguda preguntándome por qué pasaba tiempo con un hombre tan peligroso. Mi respuesta fue un simple “porque es lindo”, lo que provocó que hiciera la mueca de asco más graciosa que vi en la vida. Esa noche le hice prometer a Daryl que no lo miraría con el ceño fruncido ni con una expresión tan hostil. Y él, escondiendo una carcajada debajo de sus quejas y reproches, me aseguró que haría el esfuerzo. Fue suficiente para mí, y fue suficiente para que Carl dejara de pensar en que Daryl le cortaría los dedos por cualquier desliz.
Nos detenemos en un supermercado que podría ser considerado como un equivalente al Vea . Y yo amaba ir al Vea .
Maggie y yo comprobamos que el exterior esté despejado, Glenn se prepara para entrar.
Las ventanas están cubiertas, las puertas también. Desconozco qué tipo de madera es, sólo sé que es bastante fina. Como sea, da igual, no creo que sea muy importante.
Glenn corta la cadena de la puerta, me mantengo cerca con el machete en la mano. Él abre y unos pájaros de mierda nos dan un cagazo . Que hijos de puta , salieron del edificio apenas vieron un poco de luz.
Glenn y yo entramos después de un intenso “tú primero. No, tú primero” que acabó con un “bueno, juntos”.
Maggie nos ilumina desde el auto y pide que le llevemos un pato de juguete. Unos minutos después se une a nosotros. Agarramos un canasto de compras cada uno y comenzamos a llenarlos.
Bendito seas, Barba , por poner en mi camino tantas cajas de cigarrillos y tabletas de chocolate caducadas. Después de mucho tiempo, una sensación que se asemeja demasiado a la alegría me envuelve y me da un subidón de esperanza. Conseguimos un montón de cosas. Nuestra Pequeña Pateatraseros vivirá bien, Carl y Beth podrán empacharse con chocolate y Daryl y yo nos entregaremos al vicio del tabaco: todos ganamos—menos sus estómagos y nuestros pulmones—.
Salgo del edificio revolviendo mi canasto.
—Carl se pondrá feliz cuando vea todo esto—comento—, anoche estaba preocupado. ¿Cómo les fue a ustedes?
—Nos sacamos la lotería con la leche para bebés—exclama Glenn.
—Gracias a Dios.
—Además, conseguí guisantes, baterías…—Glenn nos muestra lo que hay en su canasto —salchichas, mostaza. Es un camino directo de vuelta a la prisión desde aquí. Probablemente lleguemos a tiempo para la cena.
—Me gusta el silencio. Allí, de vuelta en casa, siempre los escuchas del otro lado de la valla, no importa dónde estés—Maggie suspira, disfrutando un poco del silencio.
—Es una mierda, quisiera poder dormir sin…
—¿Y dónde está lo que ustedes llaman casa? —a pocos metros, un hombre blanco y pelado nos apunta con su arma. Viste una musculosa gris oscura con manchas negras y la mitad de su rostro está cubierta de sangre.
Sacamos nuestras pistolas y le apuntamos.
—¿Merle? —pregunta Glenn.
¿Qué?
La puta madre que lo parió .
¡¿Es Merle Dixon?! ¡¿Está vivo?! Que orto que tiene , ¿cómo pudo sobrevivir?
Merle nos reconoce y, riendo, deja la pistola en el piso . Se acerca con los brazos apuntando al cielo. Maggie le grita que retroceda.
—Está bien, está bien, cariño. ¡Cielos!
—Lo lograste—le dice Glenn.
—¿Puedes decirme si mi hermano está vivo? ¿Y?
—Sí.
—Oye, llévame con él y estaremos a mano de todo lo que pasó allí en Atlanta. Sin resentimientos, ¿sí? —Glenn no responde, Maggie y yo permanecemos alertas. Merle tiene un largo historial que grita “no confíes”—¿Les gusta? —Merle nos muestra la prótesis de su brazo—Me encontré un almacén de suministros médicos. Lo arreglé yo mismo. Bastante genial, ¿verdad?
—Le diré a Daryl que estás aquí y él vendrá a verte.
Merle se acerca, Glenn no se deja convencer.
—El hecho de que nos hayamos encontrado es un milagro. Vamos. Puedes confiar en mí.
No, Merle, no podemos.
—Tú confía en nosotros. Quédate aquí.
Merle ignora las palabras de Glenn y dispara, por suerte, sólo rompe el cristal del auto. Nos agachamos, pero el conchudo va directo a Maggie. Lo encontramos en el suelo con un brazo sosteniendo su cuello y un arma apuntándole en la cabeza. Nos pide dejar las armas sobre el auto, nos amenaza con matar a Maggie. Glenn y yo lo hacemos y levantamos los brazos.
—Eso es. Ahora tomaremos un pequeño paseo.
—No volveremos a nuestro campamento—insiste Glenn.
—No—sonríe de lado—, iremos a otro lugar—su expresión cambia, se oscurece—¡Súbete al auto, Glenn! ¡Tú manejas! ¡Muévete!—agarra a Maggie con más fuerza, la pistola está pegada a su pómulo.
—Está bien—dice Glenn, retrocediendo.
—Será mejor que te pongas cómoda atrás, princesa—me sonríe con picardía—. Será un largo viaje.
Este hijo de su madre no cambia más.
Chapter 35: Yo apostaba.
Chapter Text
Merle y yo no nos llevábamos muy bien que digamos, pero, al menos, a menudo hacía el gran esfuerzo para no mandarlo a la mierda.
Al comienzo, tratar con los hermanos Dixon no era tarea fácil; después de unos días, notamos que el principal problema era Merle. Si no estaba drogado, estaba borracho, y en ambos casos era una espina en el culo . El chabón era infumable , se pasaba una buena parte del día mirándonos el orto a Andrea y a mí mientras se fumaba un porro . De vez en cuando nos ofrecía una “alocada noche al estilo Merle Dixon”, en muchos de esos momentos hacía énfasis en que nos invitaba a ambas. Andrea respondía exactamente como Merle quería que lo hiciera: mal; se iba recaliente mientras lo escuchaba llamarla “zorra” y “lesbiana” y ella lo atacaba diciéndole “paleto” y “basura blanca”.
Yo le rebatía diciéndole que aceptaría sólo si su hermano era el tercero. Supongo que tuve suerte de que Daryl nunca mostrara interés en ello, y que a Merle le divirtiera que responda sus boludeces con más boludeces .
En muy raras ocasiones, cuando no se comportaba como un conchudo degenerado y racista, era divertido pasar por su lado del campamento y tomar un trago mientras jugábamos cartas y apostábamos cualquier pelotudez que tuviéramos a mano. Pero eran eso: “muy raras ocasiones”, y siempre terminaban cuando su lengua o su mano sobrepasaban el límite de mi paciencia.
¿Quién diría que terminaría siendo secuestrada por él? Incluso pensarlo me parece ridículo.
Glenn conduce siguiendo las indicaciones de Merle, quien nos obligó a Maggie y a mí a subir en el asiento trasero. Ya sentada, intento tomar mi cuchillo, pero Merle se percata y me ordena subir los brazos.
—Me sorprende que estés viva, princesa—se lame los labios ensangrentados. Que asco—. Daryl y yo apostábamos por quién te cogería primero…bueno, yo apostaba. El idiota no tenía los huevos suficientes, te miraba el culo desde lejos.
—No era el único, ¿creíste que no lo notaría?
Merle sonríe. Verlo me da escalofríos. Noto cómo su mirada se posa en mi pecho. Es un pajero , siempre igual.
¿Y si abro la puerta y me tiro? A lo mejor sobrevivo y consigo escapar.
No, es peligroso y yo no soy inmortal.
Además, Merle tiene un carácter de mierda . Si no mata a Maggie de inmediato, se arrojará para buscarme. Está desquiciado, no puedo creer que Daryl haya crecido bajo su sombra. Cuando nos reencontremos, me aseguraré de agradecerle por no haber salido tan conchudo como su hermano.
Me sobresalto cuando Merle le vuelve a dar indicaciones a Glenn. Riéndose de mi reacción, dice que pronto llegaremos. Y tiene razón: en cuestión de minutos, pide que el auto se detenga. Merle nos saca del auto amenazándonos con Maggie, le silva a unos tipos que se acercan corriendo. Lo último que veo es cómo uno de ellos se prepara para darme tremendo golpe en la cabeza.
Chapter 36: No me duele.
Chapter Text
Cuando abro los ojos, noto que estoy dentro de una habitación con poca iluminación y un olor a encierro impresionante.
Estoy sentada con los brazos encintados en los apoyabrazos, frente a mí hay una mesa de madera.
Escucho a Merle hablar con alguien, luego se queja y comienza a golpear a esa persona.
—Ahora, quiero saber dónde se esconden, dónde está su campamento y quiero saberlo ahora—grita. Más golpes—¡Quiero saberlo ahora! ¿Dónde diablos están? ¡Dímelo!
Escuchar es una tortura, cada golpe me causa escalofríos. Intento distraerme pensando en cualquier cosa, pero el sonido sigue metiéndose en mi cabeza.
Merle podrá ser un verdadero hijo de puta , pero no le pegaría de esa manera a una mujer, ¿verdad? Espero que no, espero que no sea Maggie a quien esté golpeando.
Soy una mierda, lo sé, me disculparé con Glenn en otro momento. Maggie es fuerte, pero no soportaría semejante paliza, Glenn quizá sí. Además, el objetivo de Merle es sacarnos información; si toca a Maggie, Glenn sería el primero en escupir todo, ¿o era al revés?
Da igual, quiero creer que ninguno abrirá la boca con tanta facilidad.
Dixon sigue hablando, apenas logro escuchar un par de murmullos.
La puerta se abre, un morocho con la cara tatuada entra.
En algún lugar cercano, escucho a Glenn luchar, se oye el estruendo de objetos cayendo. Mi amigo grita.
Un cuchillo se clava en la mesa, el hombre está frente a mí.
—Merle tenía razón, eres bonita —pasa sus dedos por mi cuello—. ¿De dónde eres?
Lo miro con el ceño fruncido. Si cree que va a sacarme información, está muy equiv…
Hijo de puta.
Se me nubla la vista, siento como si todo el aire en mis pulmones acabara de ser cruelmente expulsado. Aprieto los dientes, intento no gritar, pero no lo consigo. Me inclino hacia adelante. El conchudo acaba de clavar un cuchillo en mi mano izquierda.
—Esto será fácil: hago una pregunta y tú la respondes—su mano se cierra en mi nuca, tira de mi cabeza y me fuerza a mirar hacia arriba, hacia él—¡¿De acuerdo?!
Me muerdo el labio inferior. Duele mucho. Tengo que aguantar.
Si Glenn pudo, yo también puedo.
No permitiré que nuestra familia corra peligro, mucho menos ahora, no después de que perdimos a tantos.
El morocho sigue hablando, su agarre se vuelve más fuerte. Se está impacientando, lo noto en su voz. Me hace una pregunta tras otra. Siento que me va a arrancar el pelo.
Pienso en Daryl. Él vendrá a buscarme, no sé cómo ni cuándo, pero lo hará y le meterá a este tipo un flechazo en el orto .
Sonrío, imaginarlo es un deleite para la mente. El morocho se re calienta , hace que mi cara choque contra la madera. El impacto me atonta.
Lo repite.
Grita algo que no entiendo.
Agarra mi barbilla y me obliga a mirarlo. El pelo me cubre los ojos. Veo borroso, mis ojos tardan un buen rato en enfocar su fea cara. Me late la frente. No estoy segura de si el líquido que baja por mi piel es sangre o lágrimas, pero, por favor, Dios, que sean lágrimas.
Chapter 37: Puta extranjera.
Chapter Text
La puerta se abre otra vez. El morocho suelta mi cabello. Arranca el cuchillo de un tirón. Un poco más y mi alma se escapa de mi cuerpo. Dejo escapar un suspiro en el momento exacto en el que empuja mi cuerpo hacia atrás. La caída me hace mierda.
Me la vas a pagar, hijo de puta.
La puerta se cierra seguida de un estruendo. Unos pies se detienen al lado de mi cabeza, un brazo me ayuda a levantarme.
—El rojo te queda bien.
Es Merle. Saca un pañuelo de su bolsillo y me limpia la cara. Le muerdo la mano. Se ríe.
—Eres más dura de lo que esperaba. No quería que te dieran una paliza, pero sucedió.
—No diré nada. Ninguno de nosotros lo hará.
Pasa el pañuelo por mi cuello, baja hasta los hombros.
—Te ves hermosa cuando estás enfadada, lástima que seas una puta extranjera.
—¿“Puta extranjera”? ¿Se supone que eso debería ofenderme?
—Dime, ¿qué se siente estar sola y lejos de casa?
—No lo sé, ¿qué se siente?
Deja caer el pañuelo. El cuchillo pegado a su brazo amputado recorre mi cuello hasta el mentón. El toque del metal me da escalofríos.
—A diferencia de mí, no tienes familia…el chino tiene a la granjerita linda y ella lo tiene a él. Pero a ti, ¿quién te lloraría? Nadie, ¿verdad? —gira un poco la silla, sus ojos claros puestos en mí.
—Creí que éramos casi amigos. Me decepcionas, Merle.
Se ríe. Su rodilla separa mis piernas, su cuerpo se inclina hacia mí. Huelo su sudor, apesta a alcohol. El metal abandona mi cuello. Merle mete la mano debajo de mi blusa , la mueve despacio sin querer perderse ni un centímetro de mi piel.
—De todas las perras del grupo, tú siempre fuiste la mejor—sus labios rozan mi oreja—. Solía decirle a Daryl que, si él no te cogía, yo lo haría. ¡Y Dios me bendijo!
—No te atrevas—mascullo.
—¡Ups! Lo siento, preciosa, mi mano se mueve sola.
Me resisto, mi torso se mueve, pero los brazos siguen pegados. Me agarra una teta . Le doy un cabezazo. La nariz de Merle vuelve a sangrar. Se aleja de mí. Sonríe y me encaja una piña . La silla se tambalea, pero no caigo.
Merle sale de la habitación, enfadado.
Voy a matar al próximo que me ponga una mano encima. Los voy a matar a todos. Suelto un grito para quitarme la bronca de adentro. Mi garganta arde, mi mano duele, mi cabeza late.
Escucho a Glenn y a Maggie preguntarme cómo estoy. Quiero creer que respondí, pero no estoy segura. Simplemente cierro los ojos e intento ignorar el dolor.
Chapter 38: Un balazo en el medio de la frente.
Notes:
Capítulo sorpresa porque estoy de buen humor (siempre estoy del orto).
Chapter Text
Abro los ojos en cuanto siento agua fría chocando contra mi piel. Levanto la cabeza sobresaltada para ver a Merle y a otro tipo frente a mí. Ahora sé qué sienten los gatos cuando los bañan.
—Es hora de despertar, princesa.
Merle tira al suelo una cubeta vacía, corta la cinta de mis brazos. No pierde la oportunidad de silbar y jactarse de que está teniendo una buena vista. Siento cómo la tela mojada se pega en mi piel, cómo llega hasta mi corpiño. Si creen que este tipo de humillación me derrumbará están equivocados. Aprieto lo dientes tratando de cesar el choque causado por el frío, mantengo mi cabeza en alto.
Con su mano acariciando mi espalda y su prótesis rozándome el cuello, Merle me arrastra hasta otra habitación.
Glenn está ahí, hecho poronga , sí, pero vivo. Me arrojan con fuerza hacia él, me agarra fuerte evitando que tropiece. Sus manos se resbalan al entrar en contacto con la piel mojada.
Merle y el otro nos apuntan, exigen que nos separemos. Aprieto los labios. Me estoy cagando de frío, ¿o es el miedo? No lo sé, simplemente nos quedamos quietos.
Un hombre entra sujetando a Maggie del brazo. La pobre está semidesnuda. Glenn intenta atacarlos, lo frenan. Quiere intentarlo otra vez, pero esta vez soy yo quien lo agarra.
—Se terminaron los juegos—dice el hombre que está con Maggie, viste una camisa gris y sostiene una pistola—. Ahora uno de ustedes nos dirá dónde está su campamento—hace el amague de apuntarle a Maggie, pero al final la suelta y viene directo a mí.
Su mano no tiembla. Trago en seco. Me late la cara, la sangre baja por el dorso de mi mano. Mi pecho sube y baja más rápido de lo usual, me está costando respirar con normalidad.
Está bien. Estoy bien.
Si soy yo, ninguno hablará y los demás estarán a salvo. Sí, debería ser yo. Debería, sí. Soy la mayor de los tres, viví más. Ellos son apenas unos nenes comparados conmigo.
Le sostengo la mirada al hombre de la camisa gris.
Está bien.
No, no lo está.
No puedo simplemente morir así. Tal vez, si le doy una patada en los huevos , podré crear una abertura. Entonces, Glenn tomará la pistola y le disparará al otro tipo. Maggie quizá pueda tomar su arma y ocuparse de Merle. Está bien, puedo hacerlo. Es lo que Daryl haría, ¿no? Si él puede, ¿por qué yo? Además, ¿qué tan mal está recibir un balazo en el medio de la frente?
—No, tú no—el hombre se mueve y apunta a Glenn.
—¡Hijo de puta! —me interpongo entre ambos, pero el hombre extiende la mano hacia mi pecho y, dejándome sin aire, me golpea con fuerza, haciéndome caer.
Conchudo .
Tengo que hacer algo antes de que Maggie hable.
—La prisión—suelta de inmediato.
Pero la puta que te parió, nena . Le pido con los ojos que cierre el orto , apenas logrando incorporarme.
—¿La que está cerca de Nunez? Ese lugar está infestado.
—Lo tomamos.
—¿Cuántos son?
—Maggie, no respondas—le pido.
—Once—me mira con los ojos llorosos—. Ahora somos once.
—¿Once personas arrasaron con esa prisión llena de mordedores?
Maggie asiente.
El hombre deja ir a Glenn, pero va directo a Maggie y le acaricia el rostro, ella se aparta, pero la abraza diciéndole que todo está bien.
A duras penas, me levanto y agarro el brazo de Glenn, nos matarán si interfiere.
El tipo le besa la frente a Maggie y la empuja hacia Glenn. Los dos hombres se van. Merle me mira fijamente mientras sale y cierra la puerta tras tirarme un beso.
Mis piernas se debilitan y caigo sobre mis rodillas. Me duele todo. Mi frente toca el suelo, puedo ver como un pequeño charco de agua se forma a mi alrededor.
Fue al pedo .
Casi muero al pedo .
Me tapo las orejas para no escuchar a Glenn y a Maggie. Son unos cagones . Estaba dispuesta a morir por ellos, por todo el grupo, pero cuando la situación cambió, no dudaron en salvarse.
Cuando logro calmarme, veo a Maggie con la remera de Glenn. Me preguntan cómo estoy, miento diciendo que todo está bien, dudo que me hayan creído. Si Glenn tiene la cara hecha bosta , la mía debe estar más o menos igual, y ni hablar del sentimiento de traición que florece en mi pecho.
Nos sentamos, ellos por un lado, yo por otro. Necesito a Daryl.
—Maggie, ¿él te…?
—No, no. Apenas me tocó. Todo este tiempo huyendo de los caminantes, olvidas lo que las personas hacen…lo que siempre han hecho. Mira lo que te hicieron, mira a Emma.
Fuerzo una sonrisa y les hago la seña de la paz.
Esto es una mierda.
—No tiene importancia—Glenn apenas puede hablar—. Con tal de que no te haya…
—No. Lo prometo.
Los tortolitos se abrazan. Yo opto por acostarme. La tela mojada me recuerda que todavía estamos vivos, y que podría enfermarme con el primer viento frío que me ataque.
Yo también quiero que me abracen y que me digan que todo está bien.
Chapter 39: Ser el personaje que muere.
Chapter Text
Esta gente definitivamente no sabe qué es descansar. Glenn tiene razón al querer buscar una alternativa, no lo voy a negar, pero me dejaron hecha poronga . Mi único consuelo es la blusa mojada que alivia los golpes en mi cara, el resto de mí no está en su mejor momento.
Glenn camina hacia un caminante que está en el suelo, le arranca un brazo, salpicando sangre por todas partes.
Arrugo la nariz. ¿Qué hace este pelotudo ?
Glenn le arranca el hueso del brazo, le da un pedazo a Maggie.
Asco.
Me miran como si me preguntaran “¿ Querés uno ?” y no, no quiero.
Me levanto con la mano pegada en la espalda, como si eso fuera a ayudar con el dolor. Si quieren luchar, habrá que luchar. Corro rápido para agarrar un pedazo de madera.
La pareja y yo nos preparamos, mi espalda humedece la pared. Nos quedamos un rato cerca de la puerta y atacamos apenas se abre.
Maggie clava el hueso en el cuello de un guardia. Ayudo a Glenn, quien está teniendo problemas con Merle. El arma del guardia muerto comienza a disparar. Aprovecho para golpear a Merle, pero la madera no le hace nada y me empuja, no tarda en someter a Glenn.
Maggie le apunta a Merle, le grita que suelte a Glenn. Merle lo hace, levanta las manos.
Aparecen más guardias. La puta madre . Merle le saca el arma a Maggie. Los hombres nos apuntan y nos obligan a arrodillarnos.
—Me alegro de haberlos alcanzado—dice Merle.
Va a matarnos.
Con el corazón en la boca, estiro el cuello y miro al frente. Si finjo que morir no me importa, tal vez podría creérmelo. En los libros, siempre hay un personaje que se la pasa al borde de la muerte y que, después de experimentarlo tantas veces, muere. Son como indicios de una tragedia. No me gusta admitirlo, pero supongo que soy ese personaje y está bien, supongo. ¿Todo está bien? Bueno, Daryl está bien. Además, una relación de nueve meses no es nada, me olvidará pronto. Si mis exnovios pudieron, ¿por qué él no?
Glenn le pide a Maggie que lo mire. Me muerdo el labio inferior.
¿Por qué Daryl no está acá? ¿Por qué no vino a buscarme? Me pidió que me quedara con él y no pude hacerlo.
La puta madre , voy a llorar otra vez.
Me cubren la cabeza con algo. Cierro los ojos.
Escucho a Maggie decirle a Glenn que lo ama.
Intento recordar la última vez que le dije a Daryl que lo amo, pero me doy cuenta de que nunca lo hice. Soy una pelotuda . Se lo he dicho a basuras con los que estuve durante menos tiempo y no a él, que ha estado conteniéndome y cuidándome en los peores momentos de mi vida.
Lo único que me consuela es saber que Daryl nunca me verá morir. Eso es bueno.
—De pie, muévanse—alguien ordena, obedezco—. Andando, vamos.
Camino sintiendo una mano en la espalda.
Escucho que algo cae y rueda por el suelo. Luz. Se escucha un gran estruendo. Caigo. Inhalo algo que me hace toser. Intento sacarme lo que tengo en la cabeza, justo cuando alguien me toma del brazo y me saca de ahí.
Son Rick y Daryl.
Daryl vino a rescatarme.
Chapter 40: ¿Mi hermano es el Gobernador?
Chapter Text
Me cubro la boca para no largarme a llorar. Una mujer con rastas evita que me derrumbe. Entramos a una casa. La mujer me empuja hacia adentro y cierra la puerta. Glenn se arrastra por el piso hasta apoyarse en una encimera, Maggie lo ayuda.
Me tambaleo hacia Daryl, me envuelve con su brazo libre.
—Tenía mucho miedo—digo con la cara enterrada en su pecho.
—Todo está bien, estoy aquí—lleva su mano a mi nuca. Se separa lo suficiente para que nuestras frentes choquen y continúa murmurando que estoy bien, que estoy viva. Me da un beso rápido antes de dirigirse al grupo—Desde aquí no tenemos salida.
—Rick, ¿cómo nos encontraste? —le pregunta Maggie.
—¿Qué tan mal heridos están? —el policía nos pregunta a Glenn y a mí.
—Estaré bien—responde Glenn.
—Sólo necesito llorar—libero a Daryl—. Puedo seguir.
—¿Dónde está esa mujer? —dice Maggie.
—Venía justo detrás nuestro—Rick responde.
—Me hizo entrar y cerró la puerta.
—Quizás la pillaron—noto la presencia de Oscar.
Daryl se ofrece a ir a ver, me aferro a su brazo para detenerlo. Rick le dice que no, que nos tienen que sacar de aquí.
—Daryl, esto fue Merle—Glenn no duda en decírselo. Muerdo el interior de mi mejilla, mis ojos clavados en Daryl. Daryl se queda mirándolo sin entender nada—. Así es. Él hizo esto.
—¿Lo viste?
—Cara a cara. Me lanzó un caminante encima. Iba a ejecutarnos.
Se me ocurrió agregar lo que me hizo, pero cerré la boca de inmediato. Sería demasiado para Daryl. No puedo hacerlo elegir entre mí y su hermano; en especial porque sé que perderé. No sirve de nada enfrentarlos, no quiero que se repita la historia de Lori y se maten entre sí, aunque las cosas son bastante diferentes.
—Entonces, ¿mi hermano es el Gobernador?
—No, ese es otro.
—¿El de camisa gris? —pregunto. Maggie asiente. Ahora el conchudo tiene cara, y una no muy agradable, para mi gusto.
—Tu hermano es su teniente o algo así.
—¿Sabe que sigo con ustedes?
—Ahora lo sabe. Rick, lo siento—Glenn se disculpa—. Le dijimos dónde estaba la prisión. No pudimos ocultarlo.
Vuelvo a morder el interior de mi mejilla, lo suelto al sentir el sabor de la sangre. Daryl me ve cuando pellizco varias veces mi brazo. Nuestras miradas se cruzan, pero giro la cabeza.
—No. No necesitas disculparte.
Tenemos que irnos antes de que nos encuentren. Rick dice que hay un auto a unos kilómetros, tenemos que llegar a él.
Ayudamos a Glenn a levantarse.
—Oye, si Merle anda por aquí, necesito verlo—Daryl está inquieto.
—Ahora no. Estamos en territorio hostil.
—Es mi hermano. No…
—¡Mira lo que hizo! Tenemos que salir de aquí ahora.
—Quizás puedo hablar con él. Quizás puedo resolverlo—Daryl intenta convencer a Rick. Oh, cosita , está desesperado por encontrarse con Merle.
Rick sigue negándose, quiere hacerlo entrar en razón hablándole del estado de Glenn y de qué pasaría si el Gobernador nos atrapa. Le dice que lo necesita, Daryl termina accediendo.
Le aparto uno mechones de la frente asegurándole de que pronto, tal vez, tendrá la oportunidad de verlo. Quisiera no tener que ocultar mi egoísta deseo de que eso no suceda. Daryl es demasiado bueno como para compartir sangre con ese conchudo.
Nos preparamos para salir. Mientras Daryl lanza una granada de humo—como esa que arrojaron cuando nos liberaron—los demás corremos y le disparamos a los guardias—me dieron una pistola—. Avanzamos a medida que hacemos caer a algunos y esquivamos sus balas. Nos detenemos un momento para recargar y planear el siguiente movimiento.
Daryl arroja otra granada. Glenn, Maggie, Oscar y yo corremos hasta llegar a un colectivo. Rick y Daryl nos cubren.
Oscar, quien estaba ayudando a Glenn a subir, recibe un balazo y cae. Maggie llama a Rick a los gritos, yo me encargo de cubrir a Glenn. Maggie le dispara en la cabeza a Oscar.
Daryl grita que volverá, hago el amague de seguirlo, pero los demás me lo impiden y me arrastran con ellos. Glenn, Maggie, Rick y yo saltamos. Corremos hasta llegar a un coche viejo.
La mujer con rastas reaparece. Le apuntamos. Se ve herida. Rick le saca la espada y comienza a hacerle preguntas, ella le dice que los trajo para rescatarnos y que necesitará ayuda para llevarnos de vuelta a la prisión o para volver por Daryl.
—Tiene razón, Rick. La necesitamos para buscar a Daryl—bajo el arma.
—Está bien—suspira, derrotado—. Maggie y yo iremos, ustedes tres regresen a la camioneta.
—No, iré con ustedes. Daryl me necesita.
—Emma—Maggie sostiene mis hombros—. No estás bien. No puedes volver.
—Pero Daryl…No puedo dejarlo solo, ¿y si le pasa algo? ¿Y si sale herido?
—Lo traeremos—dice Rick con seguridad.
—No están cuerdos, Rick. Le harán daño.
—Emma, lo prometo—me mira un rato sin pestañear.
Si el jefe dice que lo hará, sólo me queda esperar que lo haga. Aún desconfiada, acepto. No me gusta esto.
Chapter 41: ¿Qué harás ahora, alguacil?
Chapter Text
Glenn, Michonne—la mujer de rastas—y yo nos tomamos el palo y pronto el pueblo se convierte en una mancha lejana oculta por la noche. Michonne me da una mano y me ayuda a cortar una buena parte de mi blusa para usarla como venda. Mi blusa se transformó en un top con manchas rojas, y el trozo de tela ahora descansa en mi mano herida. Voy ignorar el chiflete que me entra y que me congela las tetas . El frío es mental.
Como estoy un poco mejor que Glenn, le permito pasar el brazo por mis hombros y usarme como muleta. Dios mío, pesa más de lo que esperaba. Glenn se disculpa al ver que casi nos caemos de jeta . Michonne nos manda a callar y se ocupa de unos caminantes que decidieron unirse a nuestro paseo.
Uno está peor que el otro, de eso no hay dudas.
Si Daryl estuviera aquí, no dudaría en ofrecerme su espalda y me llevaría a cococho hasta el auto; pero, como no lo está, sigo cojeando con un coreano ensangrentado sobre mi espalda. Logramos llegar al vehículo apenas sale el sol.
Glenn se tira al piso mientras que yo subo al asiento trasero y las lágrimas me obligan a enterrar la cara en las rodillas. Agradezco que Michonne tenga la gentileza de no mandarme a cerrar el hocico.
¿Cuándo fue la última vez que tuvimos un día pacífico? ¿Uno en el que no estemos con el corazón en la boca? Esto es una verga.
Quiero llegar a casa, quitarme la mugre y acostarme hasta la tarde. O no sé, tal vez sea mejor que aguante hasta la noche y vea si Daryl me hace compañía.
Tengo miedo. Me preocupa cerrar los ojos y recordar lo que estuve ignorando durante años. No quiero volver a eso. Recordar el pasado es una sentencia a muerte en este nuevo mundo, tengo que soportarlo y no explotar. No puedo explotar. Tengo que suprimir los recuerdos.
Me seco las lágrimas y salgo. Siento que en cualquier momento me quedo sin aire. Glenn intenta calmarme, se disculpa por haber callado cuando estaban por matarme. ¿Qué se supone que debo decirle? Tampoco es su culpa que hayamos estado en esa situación. En cualquier caso, la culpa sería del conchudo de Merle. Pelado de mierda, cómo me hizo parir anoche.
—¡Glenn! —alguien grita, interrumpiéndonos.
Los tres nos adentramos en el bosque y nos detenemos cuando nos encontramos con Rick, Maggie, Daryl y, ni más ni menos, Merle.
—Tenemos un problema. Necesito que retrocedas—pide Rick.
—¡¿Qué rayos está haciendo él aquí?! —Glenn saca su arma en cuanto ve a Merle. Intentamos calmarlo.
Juro que no me estoy arrojando sobre Merle por el simple hecho de que, desgraciadamente, es el hermano de Daryl…y porque me duele todo y mi mano sigue sangrando.
Michonne se suma y le apunta con la espada—katana, en realidad—. Merle y Glenn intercambian insultos. Rick intenta calmarlos. Merle suelta uno de sus comentarios estúpidos y Daryl le contesta diciendo que se puso salvaje con el psicópata del Gobernador.
—Sí, viejo. Es un encanto, tengo que decirlo—agrega y mira a Michonne—. Ha estado poniéndole su “tronco” a tu novia Andrea. De lo lindo, nena.
—¿Qué? ¿Andrea está en Woodbury?
—¿Andrea? ¿Nuestra Andrea? —pregunto. ¿Andrea está viva? Dios mío, Andrea está viva. No lo puedo creer.
Merle me mira con la frente en alto y me tira un beso sonoro. Hijo de puta. Está buscándome y me encontró. Mientras Rick retiene a Michonne y le pregunta si conoce a Andrea, aprovecho para acercarme a Merle, necesito pegarle, aunque sea, una vez, pero Daryl me retiene sosteniendo mi cintura. Merle se ríe. Intento zafarme, pero no tengo fuerza suficiente. Daryl nos mira con confusión, da media vuelta para dejarme detrás de él e interponerse entre su hermano y yo.
—Dime, ¿conoces a Andrea?
—Sí, la conoce—el conchudo responde en lugar de Michonne—. Ella y la rubiecita pasaron juntas todo el invierno, acurrucándose en el bosque—se burla—. Mi reina arábica tenía dos mascotas caminantes. Sin brazos, mandíbulas cortadas…los tenía encadenados. Un poco irónico, ahora que lo pienso.
Ruedo los ojos. Daryl lo hace callar.
—Oye, las agarramos cerca del bosque. Andrea estaba por morir.
—¿Es por eso que está con él? —Maggie le pregunta a Michonne, quien responde que sí. Merle sigue con sus estupideces.
—Entonces, ¿qué hará ahora, alguacil? Rodeado por una banda de mentirosos, matones y cobardes.
Rick le dice a Merle que se calle, pero, ya saben, este tipo no puede cerrar la boca. Y no lo hace hasta que Rick se cansa de él y le pega, noqueándolo.
Chapter 42: No somos familia.
Notes:
*Reproduce "Please, please, please" de la Sabri Carpenter de fondo*.
Chapter Text
Me veo horrible. Tengo un moretón en la frente y mi nariz y mi mano me laten. Me tengo que hacer un rodete para controlar el nido de caranchos que tengo en la cabeza, me caga no tener un colín para atarlo.
Nos pasamos a la calle para discutir qué hacer con Michonne y con Merle. Daryl insiste en que necesitamos a su hermano para saber cómo piensa el Gobernador, Maggie dice que no lo dejará entrar en la prisión.
—¿En serio lo quieres durmiendo en el mismo bloque que las chicas? —Glenn piensa lo mismo que Maggie.
—No es un violador—Daryl lo defiende.
—Su compañero sí—Maggie lo mira mal, Glenn no parece notarlo y sigue hablando— ¿Y qué hay de Emma? ¿Quieres que esté cerca de ella después de lo que le hizo?
Todos me miran. Dejo de ajustar la venda para encontrarme con sus rostros expectantes. Ah, no. A mí no me metan. Estoy demasiado adolorida y agotada para ser quien defina esta discusión.
—¿Qué te hizo? —me pregunta Daryl con el ceño fruncido y esa mirada que parece querer mirarme hasta el alma.
—Nada. Él no fue—miento, encogiéndome de hombros. Aparto los mechones de pelo que tengo en la cara colocándolos detrás de mis orejas. Apoyo mi peso en una pierna.
—Es mentira, escuchamos cuando él…
—Él no fue, Glenn—insisto—. Fue otro tipo, uno con tatuajes en la cara. Como sea, regresemos a Merle.
Daryl me sostiene la mirada antes de retomar la palabra.
—Ya no son compañeros. No después de anoche.
—No hay forma de que Merle viva allí sin pasarse peleando con los demás—Rick lo contradice.
—Entonces, ¿dejas ir a Merle y traes a “El Último Samurai” con nosotros?
Rick le responde que Michonne no regresará, pero Maggie nos recuerda que no está en condiciones de andar por su cuenta. Tiene razón, gracias a ella estamos vivos. Seguimos discutiendo sobre qué hacer con ella hasta que Daryl dice que no sabemos quién es, pero que Merle es familia. A lo que Glenn responde que, en realidad, Merle es familia sólo de Daryl, que su familia está aquí—o sea, nosotros— y que el resto espera por nosotros en la prisión. Rick le hace saber a Daryl que él también es parte de esa familia, pero Merle no.
—Bien. Nos arreglaremos nosotros solos.
¿Que ellos qué? Siento cómo mi alma desciende al inframundo. Por un segundo, no respiro.
—Eso no es lo que estaba diciendo—Glenn intenta arreglar las cosas.
—Si no viene él, no voy yo.
—Daryl, no tienes que hacer esto—Maggie se suma.
Rick y yo escuchamos en silencio, completamente aturdidos. ¿Daryl se va a ir para estar con Merle?
—Antes de esto, siempre fuimos Merle y yo.
No.
No puede ser.
Daryl no puede irse. Él…él no se iría. Jamás. ¿Verdad? Él no me dejaría, tampoco a Rick. No nos haría esto. Él…Daryl que estaríamos juntos siempre. Él lo dijo, textual. Seguro que ahora va a cambiar de opinión y va a decir que es un chiste, y nos vamos a reír de las pavadas que estuvo diciendo.
Daryl no se irá.
Siento un dolor agudo en el pecho que sube hasta mi garganta. Mis dedos están inquietos. No puedo apartar los ojos de él.
Glenn sigue intentando convencerlo, incluso le pregunta qué quiere que le digamos a Carol—resulta que, en nuestra ausencia, la encontraron a punto de estirar la pata . Ahora está bien—, pero Daryl asegura que ella lo entenderá.
Daryl mira a todos menos a mí. Le pide a Maggie que salude a Hershel de su parte y se aleja.
Lo seguimos.
Me tiemblan las piernas. ¿Soy yo o todo está pasando demasiado rápido? Cada paso que doy se siente como un cintazo en la espalda. Parece como si estuviera caminando por un puente viejo de madera, me da la sensación de que en cualquier momento voy a caer.
Maggie y Glenn se detienen. Rick apresura el paso y llega a Daryl poco antes que yo.
—Tiene que haber otra forma.
—No me pides que lo deje. Ya lo hice una vez.
—¿Así que ahora me dejas a mí? —le pregunto con voz temblorosa. Salió más chillona de lo que esperaba.
—Es mi hermano.
—¿Y yo qué soy? ¿No somos familia? —se encoge de hombros, sin siquiera mirarme—Dímelo.
—No.
—¿Estás seguro? ¿Después de todo este tiempo no lo somos?
—Lo siento—sigue caminando, dejándome con la boca abierta.
Hijo de puta. Hijo de la reputísima madre que lo parió .
Rick me hace una seña diciendo que se encargará, pero conozco a Daryl, sé que no dejará a Merle.
Me falta el aire.
Veo a Daryl reunirse con Merle.
Con los ojos al borde del llanto, abro la puerta de la camioneta y me siento abrazando las piernas. Los demás no tardan en entrar.
Tenía razón. Daryl siempre elegirá a Merle. Y no, no lo juzgo. Es su hermano, su sangre. Es natural que una persona elija a su familia y no a un grupo de extraños con los que se vio obligado a convivir.
Lo entiendo, ¿de acuerdo?
Lo entiendo.
Pero eso no significa que no me duela.
Daryl se fue. Daryl nos dejó, me dejó.
Todo el sufrimiento que soporté en esa habitación fue al reverendo pedo , la persona a la que más quería proteger se fue sin pensar en cuánto me dolería. ¿Cómo voy a hacer para no pensar en él cuándo todo grita su nombre? Lo odio por abandonarme y no llevarme consigo, pero me odio más por seguir queriéndolo.
Chapter 43: Mama, just killed a man.
Notes:
Advertencia: referencia a la homofobia.
Chapter Text
Tengo la mirada fija en la ventana. Lo verde de los árboles se mezcla con el cielo en una mancha horrible. Los ojos me queman como si acabara de quitarles el polvo a dos borradores y el viento cruel se convirtiera en un traidor que lleva los restos de tizas directo a ellos. El murmullo lejano de las aves ya no se oye, la melodía del viento no me invita a escucharla. Todo lo que veo son mezclas terribles de colores.
Daryl se la pasaba metido entre los árboles.
Daryl solía tener manchas horribles en todas partes.
La piel de Daryl solía quemarme en cada caricia.
Ya no tendré sus caricias.
Ya no lo tendré a él.
Nos detenemos a medio camino. La calle está bloqueada por una camioneta roja y un árbol. Rick, Maggie y Glenn salen. Apenas me asomo para ver cómo Glenn le pisotea la cabeza a un caminante. Sí, te entiendo, amigo. Yo también quiero destrozar algo y desquitarme, pero también quiero enterrar la cabeza en la almohada y hacerme bolita debajo de la frazada.
No debería llorar, no ahora que tengo a una total desconocida mirándome de reojo como si fuera el ser más estúpido y débil del mundo. Sin embargo, lo hago. Derramo las pocas lágrimas que mis ojos aún pueden producir, todo porque a los otros dos pelotudos se les ocurrió mencionar al más grande de todos los pelotudos y la causa de mi desconsuelo.
Michonne me mira mal, por supuesto, como si fuera un delito mariconear porque tu novio te dejó en pleno fin del mundo. Me excuso diciendo que son alergias y seco mis lágrimas con lo que queda de la blusa .
Intento calmarme antes de que los demás suban, tengo que abrazar más fuerte mis piernas para no sucumbir ante el dolor emocional.
Glenn es el primero en entrar. Michonne se niega a moverse de su lado de la ventana, así que estoy obligada a regresar al maldito centro.
—Lo siento…—susurra, notando mi descontento—por todo.
¿Qué significa “todo”? No quiero ni pensarlo porque hacerlo supondría que al abandono de Daryl se le sume el asqueroso hecho de que su hermano mayor me tocó una teta y que de pedo evité que fuera más lejos y, también, lo doloroso que fue, tanto física como mentalmente, recibir tantos golpes y amenazas de muerte. Y eso que no estoy contando lo rápido que revelaron la ubicación del grupo. Sí, supongo que “todo” abarca mucho.
—Merle es una mierda—apenas alcanzo a decir. El peso de los acontecimientos ya me están pasando factura.
—Aún podemos volver por Daryl—dice, mucho más bajito y tratando de contener una ira que le queda demasiado grande.
—No, no podemos—reprimo un sollozo.
El regreso de Rick y Maggie me da la oportunidad perfecta para seguir con la cabeza escondida e ignorar la insistente mirada de Glenn.
Gracias a Dios, permanecemos en silencio durante el resto del viaje.
En cuanto entramos a la prisión, Rick baja a darle las noticias a Carol y a Carl. Los demás seguimos avanzando hasta llegar al patio.
Salgo corriendo apenas se detiene el auto y me encierro en mi celda, la misma a la que ingresaba cada noche después de tontear un rato con Daryl o después de cenar juntos mientras él hacía guardia. Los recuerdos me sofocan, me apuñalan y hacen girar el cuchillo aún dentro de mi carne.
Un “toc, toc” en el metal me recuerda que la privacidad no existe en este lugar. Lo ignoro. Sin embargo, la puerta se abre con un chillido y la persona ingresa.
—Glenn y Maggie insistieron en que te eche un vistazo—escucho a Hershel hablar. Suspira mientras su cuerpo se hunde en mi colchón doble—. Incluso Michonne mencionó que estás peor que ella.
—No es nada—digo, apenas despegando la boca de la almohada. Tal vez sea momento de conseguir una funda decente y no estar usando mis remeras.
—Yo seré quien juzgue eso. No queremos que ese corte en tu mano se infecte. Déjame ver.
Tengo que usar la poca fuerza mental—y física, sobre todo—que me queda para poder resistir a mis ganas de rechazarlo y abandonar la almohada. Me siento, aún con mi manta cubriéndome la espalda.
—Bueno, ya sabemos quién recibió el peor trato—me aparta el pelo de la cara y revisa rápido los pocos cortes y moretones que me estuvieron doliendo como el infierno.
—Glenn está peor—siseo de dolor por el torpe intento de usar mi mano mal vendada.
—Glenn no tuvo un cuchillo clavado en su mano. Déjame verlo—quita la venda y murmura un “ya veo” con esa mirada que significa “tengo mucho trabajo para hacer”—. Tardará un poco en sanar, confío en que harás reposo.
—Estaré demasiado ocupada llorando y maldiciendo a ciertos idiotas—resoplo. Aprieto los labios al sentirlo limpiar la herida.
—Lo soportaste por nosotros. Un simple “gracias” deja mucho que desear.
—No fue gran cosa. Sólo hice lo que cualquiera haría.
—Sin embargo, pocos están dispuestos a realmente hacerlo.
No respondo, las palabras no me nacen.
Si hubiera cedido ante la insistencia del morocho o por los escalofriantes golpes que Glenn recibía, todo habría terminado antes. Tal vez incluso antes de que Glenn y yo fuéramos heridos. No obstante, significaría que en este preciso instante el Gobernador estaría asediando la prisión o, peor, ingresando a ella junto a su ejército de tipos similares al morocho de la cara tatuada y a Merle. Unos cuantos golpes y el acoso sexual no es nada si lo comparo con la crueldad que habrían recibido los demás si eso hubiera sucedido. Pensar en que Beth, Carl y la bebé podrían haber sufrido porque no soporté un poco de dolor, me hace pelota.
Hershel se va apenas termina de curarme. Se despide con la estricta orden de hacer reposo y otras instrucciones que no me molesto en escuchar.
Lo que pasó en Woodbury fue una experiencia de mierda, no me entra cómo puede existir gente tan cagada de la cabeza. Pasó alrededor de un año desde que todo comenzó y ya hay loquitos que se creen los dueños del mundo y con derecho de maltratar a otros. Se me eriza la piel con tan sólo recordar la paliza que me dieron.
El deseo de querer matar al morocho de la cara tatuada me inquieta. Lo siento como una sombra que se levanta detrás de mí y que me envuelve, me abraza como si fuera una amiga de toda la vida. He matado caminantes, también animales, pero, ¿personas vivas? Eso ya es otra cosa, no creo que…
Oh, mierda.
Seguro que en el tiroteo maté a un par de tipos de Woodbury.
¿Contará si fue en defensa propia? Debería.
La puta madre , sí cuenta. Acabo de matar a un hombre, o a varios.
Mierda. Soy una asesina.
Pasé tantos años criticando a los asesinos que aparecían en los noticieros y ahora resulta que soy una. Soy una asesina.
Soy una mierda.
Mamá siempre decía que prefiere un hijo gay y no un asesino, y ahora tiene ambos. Si lo supiera, estaría gritoneando por toda la casa asegurando que ella sí crió bien a sus hijos y culparía a papá de todo, repitiendo frases como “¡Es tu culpa! ¡Por tu culpa tu hija se volvió una asesina y le llenó la cabeza a Manu para que se haga puto!” y seguramente otras más que delaten su homofobia oculta bajo la etiqueta de “en mis tiempos estas cosas no pasaban”. Que la conversación se centre en la sexualidad de mi hermanito sólo sería posible en el caso de que haya negado mi existencia el doble de lo que ya la niega. Sin embargo, este es un escenario hipotético que estoy imaginando porque no quiero pensar en lo mierda que soy por haber matado.
El grupo ya se ha enfrentado a dilemas del tipo “¿lo matamos o no lo matamos?”, pero siempre fueron Rick y Daryl quienes se ocuparon de resolverlo, quienes cargan con el peso de la muerte en sus espaldas. Me pregunto cómo harán para vivir con eso, cómo será saber que tus manos le arrebataron la vida a alguien y, sobre todo, qué sentirán al recordar sus rostros. Si es que los recuerdan.
Yo sólo tengo dudas, nada más. No sé a quién ni a cuántos pude haber asesinado, a lo mejor es eso lo que evita que entre en crisis. Mi ignorancia no me quita la culpa. Soy una verga de persona.
A la mañana siguiente Carol me trae comida, la rechazo diciendo que no tengo hambre a pesar de que sí la tengo y que un atracón no me vendría nada mal. Sin embargo, mi mente gana. Tengo mucho en qué pensar y unos cuantos temas que quiero evitar. A pesar de ello, Carol se queda unos minutos consolándome y explicándome la razón por la que anoche gritaban tanto. Carl encontró a un grupo de personas y las trajo al recibidor. Rick los echó en cuanto pudo, el problema es que lo hizo a los gritos y como si estuviera alucinando.
Carol se va al no recibir más que breves respuestas. Me arrepiento de mi actitud cuando la veo en el umbral de la puerta, la despido con un “me alegro de que estés viva” y vuelvo a refugiarme debajo de mi manta.
Además de lo sucedido en Woodbury, pienso en Daryl todo el tiempo, incluso cuando no quiero. Estoy enfadada y herida, pero estoy segura de que, si llegase a encontrarlo, correría a sus brazos y lo comería a besos . Es horrible el haberte acostumbrado tanto a la presencia de otra persona y que, de pronto, ya no esté allí.
En Woodbury las cosas pasaron demasiado rápido, creía que podría hablar con él en cuanto regresáramos a la prisión, pero no fue así. Daryl se fue y perdí la oportunidad.
La vida es una mierda. El amor es una mierda…y seguramente ni siquiera es amor.
Se me levanta el ánimo un poco cuando los demás se asoman para intentar animarme y ponerme al día. De igual manera, paso tres días enteros llorándole al imbécil de Daryl. En el cuarto, me obligo a salir de la cama. No porque quiera, sino porque se ve que los demás están afuera y Beth no logra calmar a la bebé. La noche anterior Carl vino exclusivamente a informarme que la pequeña se llama Judith y que, además, Daryl definitivamente va a regresar; como si fuese una especie de vidente y sus palabras fueran una profecía enviada directamente por Apolo.
Beth y yo logramos que Judith duerma, la veo más grande, eso es bueno. Beth me contó que Michonne vio cómo Merle nos secuestraba y que vino a la prisión con la leche para la bebé. Básicamente le salvó la vida a Judith, y a nosotros.
Ya quiero que nuestra pequeña dé sus primeros pasos y que comience a hablar, tal vez consiga que me diga “tía” o que le guste oírme cantar alguna de María Elena Walsh. Oh, me acuerdo de que una vez Daryl me atrapó murmurando la canción de Manuelita, me quería morir por la vergüenza, pero me calmó oírlo hablar de “Mork & Mindy”—un programa infantil que veía con Merle—como si no pasara nada.
¿Cómo estará Daryl? ¿Habrá comido? ¿Tendrá agua? Se pone del orto si no descansa un poco, lo sé incluso si no lo demuestra. De hecho, es mi argumento preferido para mandarlo a dormir y dejarme hacer guardia. Es algo que lo enoja mucho. No le gusta que le diga que lo prefiero roncando, que me saca de quicio cuando se pone pelotudo.
Es lindo cuando se queda sin palabras.
Lo es mucho más cuando sabe que la cagó e intenta disculparse por ser un patán conmigo.
Lo extraño. ¿Él me extrañará?
Teniendo en cuenta la personalidad de mierda que tiene Merle, no me cabe duda de que ya está sufriendo lo suficiente. Pasar el rato con un tipo como Merle es un buen castigo. Su hermano es su cruz. Pensar en esto me animó más de lo que esperaba, a veces la nostalgia es buena.
Soy una pelotuda. Apenas dejo de llorar por él y ya comienzo a extrañarlo. Si Merle es la cruz de Daryl, mis recuerdos son la mía. Lo odio por dejarme, pero entiendo el motivo. Lo odio por no considerarnos familia, ni siquiera a mí que lo he cuidado y me he preocupado por él más de lo que Merle lo ha hecho en toda su vida…pero lo extraño y no tenerlo cerca se siente como si me estuviera ahogando en un vaso de agua.
En la cena tiro que quiero buscar a Daryl y traerlo a casa, todos me miran en silencio y Glenn es el único que da su opinión, dice que necesitamos mantenernos unidos por las dudas de que al Gobernador se le caiga otro tornillo y le pinte intentar matarnos.
Aunque no quiera, le doy la razón. Supongo que será mejor esperar a que la tormenta se detenga , no puedo dejarlos luchar solos.
Chapter 44: En pleno delirio.
Notes:
Capítulo corto que ayer me olvidé de subir.
No saben, estuve leyendo un montón de fanfics que incluyen ¿collage? de sus protagonistas. Ni siquiera sé cómo se llaman, pero le hice uno a Emma y me quedó piola.
Cuando pensé en Emma, la imaginé como la diosa de Natalie Pérez (cuando está en "Las Estrellas"). Tienen la opción de imaginarla así o como ustedes prefieran.Hasta el viernes/sábado.
Chapter Text
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Fingir que estás bien y seguir adelante no es suficiente para que realmente lo estés. La mente humana es tan creativa como peligrosa, y en cuanto tus defensas bajan y estás vulnerable, ataca. Cuando mi nonna falleció pasé las primeras semanas creyendo que ella estaba allí conmigo, luego descubría que nada que ver, me dormía llorando y volvía escuchar su voz. Tuve que irme del país para cumplir ese famoso “empezar de nuevo”. Rick, por desgracia, no puede hacerlo y eso le está costando caro.
La situación se mantuvo tranquila durante el resto de la semana. Si es que dormir con un ojo abierto se puede considerar algo “tranquilo”, todos estamos demasiado preocupados. Nos pone nerviosos que el Gobernador ataque cuando menos lo esperemos. Si de algo estamos seguros, es que es muy poco probable que sea durante la noche. El tipo no se pondrá en peligro, o eso espero.
Con la ausencia de Daryl se me concedió el privilegio de tomar la guardia nocturna. Pasé un tiempito largo encerrada en mi celda, lo justo es que cierre la boquita y haga lo que me piden. ¿Lo positivo? Hay paz. Sin embargo, la paz es un arma de doble filo que me corta cuando mis pensamientos vagan por senderos prohibidos.
Como Michonne trajo la mercadería que dejamos cuando Merle nos secuestró, no tenemos que salir a buscar más. Se puso incómoda cuando salté a abrazarla y algo abatida cuando le mostré lo feliz que estaba Judith por comer. No está mal, supongo. Habla poco y no se queja de las órdenes medio agresivas de Rick, como esa de mandarla a dormir en el colectivo volcado de la entrada.
Carol está bien. Un par de veces subió a la torre para darme la cena y resumir lo que se decidió durante mi ausencia. También me contó cómo T-Dog retuvo a los caminantes para que ella pudiera escapar y lo mucho que se esforzó para mantenerse viva hasta que Daryl la encontró. Esa vez, con agua, brindamos por nuestro querido T-Dog y le dedicamos unos cuantos insultos al idiota que nos abandonó porque cree que merece estar bajo la sombra del imbécil de su hermano.
Glenn nos reunió para conversar sobre cómo el grupo de Tyreese—a quienes Rick sacó cagando la otra noche—ingresó a la prisión. Como Rick está en pleno delirio y cierto hombre de higiene dudosa está ausente, Glenn asumió el liderazgo. Dice que todo el frente de la prisión es inseguro, que, si los caminantes pueden entrar, la gente del Gobernador también podrá hacerlo. Beth pregunta por qué estamos tan seguros de que van a atacar, Michonne le asegura que definitivamente vendrán, dado que el Gobernador tiene escalofriantes peceras con cabezas de humanos y caminantes. Y como Michonne le destruyó el ojo, definitivamente querrá cobrarse, lo que es peor que tener una aguja en el culo.
Yo me pregunto, ¿tan al pedo tenés que estar para romperle las pelotas a otro grupo? ¿No podés, simplemente, ir a jugar al dictador con caminantes? Dios mío, este tipo es un plomo. Primero nos secuestra, después nos tortura y ahora quiere atacarnos. Va a venir un nene de primaria y le va a decir que no está respetando las reglas básicas del “mi lado, tu lado”...es probable que también le declare la guerra al nene y que quiera su cabeza a la colección.
Glenn propone atacarlos ahora, cuando menos se lo esperan. Le pide a Michonne que vayan los dos juntos a escondidas y maten al líder; incluso se ofrece a dispararle él mismo. Demasiado apresurado, pero no estaría nada mal. Si tuvieran un plan más detallado sería pasable, no se puede llegar muy lejos con un simple “entramos, vamos a su departamento, le disparamos y nos vamos”. No es tan fácil.
—La última vez él no sabía que estaban allí—le recuerda Hershel—y mira lo que ocurrió. Casi los matan. Daryl fue capturado. A ti, a Maggie y a Emma casi los ejecutan.
—No puedes detenerme—un poco más y a Glenn comienza a salirle humo por las orejas.
—Rick no lo permitiría.
—¿Crees que está en posición de tomar esa decisión?
—Piénsalo claramente. T-Dog perdió su vida aquí; Lori, también…los hombres que estaban aquí. No vale la pena seguir matando. ¿Qué estamos esperando? Si de verdad está en camino, ya deberíamos estar saliendo de aquí.
—¿A dónde iríamos?
—Vivimos en la ruta todo el invierno.
—Cuando tú tenías dos piernas y no teníamos un bebé llorando para que lo atiendan cada cuatro horas.
Tampoco es como si quisiéramos pasar el resto de nuestras vidas corriendo peligro, ni yendo de un lado a otro y sin destino fijo. No es lo mejor. Además, no quiero eso para Judith. Carl ya sufrió demasiado estando allá afuera. Mierda, incluso la pobre Sophia vivió un infierno. Estar en la intemperie no es lo que quiero para Judith y Carl.
—No podemos quedarnos aquí—Hershel insiste.
—No podemos huir.
Apenas Glenn termina de hablar, Maggie se va. Suelto un largo suspiro. Me van a salir canas por culpa de esta gente.
—Nos quedamos—sentencio—. Lori y T dieron su vida por este lugar—mi mirada se detiene en cada uno y, al ver a Axel, me apresuro en añadir—, también Oscar. No perderemos el refugio que tanto nos costó conseguir sólo porque un psicópata tuerto está encaprichado.
—Está bien—Glenn asiente—. Nos quedamos. Vamos a defender este lugar. Vamos a resistir.
—Y no irán a matar a nadie a menos que tengamos un plan sólido—le sostengo la mirada a Glenn—. ¿De acuerdo?
Él suspira.
—Sí—dice de mala gana y agacha frente al plano improvisado de la prisión que dibujó en el piso—. Carl, tú y yo iremos a las tumbas. Hay que descubrir dónde está la abertura.
—Seguro—responde él.
—Necesitarán ayuda—agrega Carol.
—Puedo ir, ya me recuperé de mi turno—ofrezco.
—No, necesito que las dos estén aquí en caso de que pase algo—nos mira y luego mira al resto. Casi puedo ver a los engranajes de su cabeza girar—¿Quién está de guardia?
Nadie responde. Ups.
Glenn se va maldiciendo. Somos un desastre. El que dijo que dos cabezas piensan mejor que una lo dice porque nunca vivió en un maldito apocalipsis en el que los muertos caminan y comen gente.
Chapter 45: Semicongelados.
Chapter Text
Es difícil estar con el grupo, todos están muy tensos y mi estado anímico no ayuda en nada. A veces estoy bien, otras veces siento pinchazos en el corazón. Lo normal. Trato de no pensar demasiado, ni hacerle caso a esa vocecita en mi cabeza que me restriega en la cara todo lo que prefiero olvidar. No creo que evadir lo sucedido sea el mejor plan, en algún momento explotaré por ello, pero no puedo hacerlo ahora. Daryl no está, Rick alucina, Judith nos necesita…Todos tienen problemas, y si absolutamente todos nos tomáramos media hora para solucionarlos, estaríamos muertos.
Tampoco ayuda que Glenn y Maggie estén distanciados. Ni que él esté excesivamente furioso y con ganas de ir a la guerra. Lo entiendo, lo juro. Si me dieran un arma y me dijeran “vamos a matarlos”, tal vez quiera hacerlo. Tal vez quiera matar al morocho de la cara tatuada y al Gobernador. Sin embargo, no tenemos manos suficientes para atacar y proteger al mismo tiempo.
Además, al estar “cortos de personal”, tampoco puedo darme el privilegio de descansar, seguir lloriqueando o planear buscar a Daryl. Hacer cualquier cosa menos lo necesario, quedó descartado.
Glenn se tomó en serio mi “ya me recuperé”. Antes de ir con Carl a las tumbas, me mandó a hacer guardia. Y acá estoy, en la torre de vigilancia, con los binoculares en el cuello y mis ojos clavados en la nada…a veces observando a Rick deambular y balbucear como si estuviera viendo a alguien.
Un embole total.
Veo a Michonne junto a un autobús volcado. Es un poco incómodo y, a largo plazo, un lugar de mierda para quedarse. Pero Rick necesita asegurarse de que no presenta ninguna amenaza para nuestro grupo. Después de todo, sabemos poco y nada de ella, aunque debo confesar que me ganó después de que escuché que se tomó la molestia de traer la leche para Judith y avisar que fuimos secuestrados. ¿Rick necesita una muestra de confianza? Bueno, yo me conformo con simples gestos.
Cambio de lado. Alex, Carol, Carl y Beth están en el patio interior.
El día está precioso, me recuerda a cuando me tocaba ir a gimnasia en plena tarde y con las chicas nos adueñábamos de la red de vóley. Todo era risitas hasta que alguien me daba un pelotazo en la cara y terminaba sentada en el playón con la botella de agua semicongelada pegada en la frente. Y, encima, la profesora era una forra que me hacía parir. Tenía algo en mi contra, lo juro. Si no, ¿quién se llevaría Gimnasia a diciembre? Era un embole, pero eran buenos tiempos. Momentos que, con este infierno reinando en las calles, extraño demasiado.
Beth y Carl lucen animados. Es bueno verlos así, como si realmente tuvieran la edad que tienen. Si tuviera una cámara, podría fotografiarlos y pegar la foto en la pared.
Aparto la vista de ellos y la dirijo al alambrado. Hace ratito Hershel, después de hablar con Glenn, fue hasta ahí para intentar hacer que Rick regrese; realmente me pregunto si es posible hacerlo. Lo veo más perdido que ayer, mucho más que anoche, cuando hablaba con el aire. Da igual, sólo necesita que le demos tiempo para ordenar su cabeza y ocuparse de esa culpa inmensa que lo está matando. Por lo poco que alcanzo a ver, se supone que no hay ninguna abertura en el alambrado y como Rick anda dando vueltas por ahí no debería haber ningún caminante, pero nunca está de más comprob…
Hay una camioneta blanca, dos hombres están junto a ella.
Salgo rápido de la torre y grito que nos atacan. Dos segundos después, una bala atraviesa la cabeza de Alex .
La puta madre .
Saco el arma. Hay un hombre disparando desde la otra torre, le devuelvo el ataque. Una de sus balas me roza el brazo, uno hilo de sangre se forma bajo la tela. Me cubro para recargar y sigo hasta que el tiroteo cesa.
Maggie sale, le entrega armas a Beth, y dispara. Carl y yo nos sumamos e intentamos derribar al tipo de la torre.
Silencio.
Una furgoneta atraviesa el alambrado a toda velocidad. Que conchudos . Su puerta trasera se abre, un montón de caminantes salen.
No podés ser tan hijo de puta, hermano.
Recargo. Empiezo a dispararles a los caminantes, el francotirador enemigo no me la hace fácil.
Maggie lo mata. Uno menos.
Bajo de la torre.
El Gobernador vuelve a disparar.
Apenas logro escuchar a Rick gritarle a Hershel que se vaya. Lo busco con la mirada y lo encuentro agachado entre los yuyos, esquiva las balas como si estuviera la mismísima mano de Dios protegiéndolo. Los demás y yo corremos para socorrerlo.
Guardo la pistola cuando me quedo sin balas y saco el cuchillo de mi cinturón. Glenn y Michonne llegan a Hershel y lo suben a la camioneta. Los demás seguimos matando a los caminantes que tenemos cerca, hasta que la camioneta se aproxima e ingresa al patio interior.
Bien. Bien .
Todos están bien.
Contemplamos cómo la prisión nuevamente se ha infestado de caminantes.
Chapter 46: Lo que dejamos en Woodbury.
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En las películas, cuando la pareja protagónica se reencuentra, casi siempre están en la playa o en algún lugar rebonito, hay un aire de anhelo y amor, la escena transcurre en cámara lenta y ellos, anonadados por lo repentino, completamente deseosos de llegar al otro, corren hasta encontrarse en los brazos de su ser amado y, posteriormente, en un fogoso beso de reconciliación. Es la magia del cine, supongo, porque esas mierdas no pasan. Nunca pasan. No existen los reencuentros felices, apenas existen los reencuentros. Y, por cómo está el país, resultan casi imposibles.
Rick regresa al interior de la prisión en compañía de Daryl y Merle.
Daryl volvió .
Se me forma un nudo en la garganta cuando nuestros ojos se encuentran. De pronto, un cosquilleo en mi cuello exige el toque de mi mano. No me quedan uñas para mordisquear y él está acá, como si nada hubiera pasado. Como si no me hubiera dicho que no somos familia, como si no hubiera esquivado mi mirada cuando hablaba, como si lo último que vi de él no fuera su espalda alejándose lentamente entre los árboles.
¿Habría sido así si hubiera ido a buscarlo? ¿Si le hubiera tirado un “Vine a buscarte, vamos a casa” mientras lo arrastraba de los pelos? ¿Me habría seguido? ¿Habría vuelto conmigo? ¿O no? Pero está acá, sus propios pies lo hicieron regresar. ¿Qué lo hizo cambiar de opinión?
Muerdo el interior de mi mejilla, y sigo caminando intentando ignorar las pelotudeces que dice Merle, pero, ya en el recibidor, le grito que cierre el orto de una puta vez. Les juro que este hombre me saca.
—¿Qué pasa, preciosa? —pasa un brazo sobre mis hombros, lo empujo—¿Estás resentida? ¿No quieres retomar lo que dejamos en Woodbury?
Con la vena a punto de explotar, aprieto los dientes. Quiero responder, pero Glenn y Carol agarran mis brazos y me llevan lejos de él. Luego, nos pasamos al bloque C y dejamos a Merle encerrado en el recibidor. Este hombre me hace rabiar.
Y ahora estamos acá, discutiendo qué hacer ante la nueva amenaza como si Daryl nunca nos hubiera dejado. No presto demasiada atención a las palabras. Mantengo los ojos fijos en un punto entre el piso y la escalera, con los brazos rodeando mi torso y mis labios sellados con la esperanza de no soltar todo lo que me estuve guardando, pero, sobre todo, para conservar lo poco que me queda de dignidad y evitar ir corriendo a comerle la boca a Daryl.
Estás enojada, Emilia. Estás enojada.
Rick y Glenn insisten en quedarnos y luchar, Hershel propone huir antes de que las cosas empeoren. Merle nos cuenta que el Gobernador tiene un gran arsenal y nos advierte de que ya debería tener todo listo para aniquilarnos. Maggie culpa a Merle, le dice que él empezó todo. Le doy la razón. Si no fuera por este pajero , nuestra única preocupación sería adornar la celda de Judith. Hershel nos corta repitiendo que no podemos quedarnos, incluso le grita a Rick para que no se vaya y le menciona que todos vimos que delira—y con razón—, que debe hacerse cargo de la situación—le recuerda que el pelotudo nos dijo que ya no estábamos en democracia—. A Rick le chupa un huevo y se va, Carl lo sigue.
Los minutos de paz escasean en este lugar.
Cada uno entra a su respectiva celda. Menos yo, claro está, no puedo subir sin cruzarme a Daryl y no puedo irme por miedo a no tener la oportunidad de volver a hablarle…y porque Merle está del otro lado, salir significa fumármelo. Quiero ir con Daryl, abrazarlo, comerle la boca , retarlo un poco…pero también quiero irme a la mierda, enojarme con él y que me persiga con la cabeza gacha mientras se tortura por dejarme cuando más lo necesitaba.
Quiero hacerlo, pero no puedo.
Es como si estuviera atada a él, como si él tironeara de la soga para retenerme y mantenerme cerca; como si ahora mismo estuviera jalando de ella para obligarme a subir las escaleras y hacerle frente.
Oh, mi corazón se vuelve delator .
Respiro hondo.
Con mi corazón hecho un ancla, me fuerzo a pedirle a Hershel que me vende el brazo, el trozo de tela que arranqué de mi remera no da más. Hershel reconoce la causa de mi inquietud incluso antes de que le diga lo obvio: que él volvió y que no me atrevo a enfrentarme otra vez a su rechazo. Hershel me asegura que sólo podré calmarme cuando escuche lo que sea que tenga para decirme, ya sea un rechazo o no. Como si fuera tan fácil.
Al salir, me encuentro con los ojos de Merle recorriendo cada centímetro de mi ser. Un escalofrío nace en el centro de mi espalda y se esparce como agua helada.
—Emma—Merle repite mi nombre como si estuviera llamando a un perro, incluso hace el gesto.
¿Cómo dice la canción? ¿“ Soy como una roca, palabras no me tocan ”? Ojalá pudiera serlo, lo único que quiero es estar tranquila, por lo menos, una hora. Nada más, no pido mucho. Tragándome la bronca, opto por evitar darle la satisfacción de verme enojada.
—¿La prisión te trae buenos recuerdos? —aprovecho que la reja nos separa, para burlarme de él—¿Cuántas veces te la metieron en la ducha?
—¿Y a ti?
Estaba por responder algo como “pregúntale a tu hermano”, pero Rick apareció de la nada y tuve que tragarme las palabras. Merle me tira un beso, le doy la espalda.
Trágate la bronca y céntrate en el jefe, Emilia, no vale la pena seguir hablando con pelotudos que no pueden cerrar el hocico.
—El campo está lleno de caminantes—le entrega las llaves a Maggie y deja un arma en la celda de Glenn—No vi a ningún francotirador, pero dejaremos a Maggie en la guardia.
Daryl baja—Iré a hacer guardia en la torre, liquidaré la mitad de los caminantes para que puedan reparar la cerca.
—O usa uno de los autos para volver a poner el bus—sugiere Michonne.
—No podemos entrar al campo sin gastar nuestras balas—agrega Hershel.
—¿Y si los atraemos al alambrado como la otra vez? —pregunto.
—Tardaremos mucho e ingresarán más—supongo que Rick tiene razón, no nos convendría.
—Entonces, estamos atrapados aquí. Apenas hay comida o municiones—sentencia Glenn.
—Ya hemos estado así. Vamos a estar bien—le recuerda Daryl.
—Eso fue cuando éramos sólo nosotros. Antes de que hubiera una serpiente en el nido.
—¿Vamos a pasar por esto de nuevo? Mira, Merle se queda. Está con nosotros ahora. Acostúmbrate—Daryl le responde a Glenn y agrega un “todos ustedes” antes de subir otra vez.
Dale, Emilia, no seas cagona. Es ahora o nunca.
Chapter 47: Somos familia, todos nosotros.
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Cada paso se siente como si tuviera pesas atadas a mis tobillos. Cada escalón parece activar una trampa que dispara flechas directamente a mi cabeza y a mi corazón. ¿Cómo vuelves a hablar con alguien que te dejó en pleno levantamiento de los muertos y que regresó para ayudar a evitar que un psicópata dictador que se autodenomina “Gobernador” nos cague matando? No hay revista consejera en el mundo que sea capaz de responderme.
Tal vez me esté quemando la cabeza al pedo. Tal vez le esté dando demasiadas vueltas al asunto. En el mejor de los casos, haremos las paces y todo seguirá como siempre. En el peor, él volverá a voltearme el rostro y lo nuestro quedará enterrado.
Odio no saber qué piensa.
Odio que me asuste tanto perderlo.
Odio que me haya dejado.
Odio tener que ir siempre detrás de él.
La temperatura baja. Mis pies se plantan en el último escalón, ¿o es el primero? La calidez de hace unos momentos se congela, dejándome hecha un cubito de hielo. Mis dedos se retuercen. Dios, ¿qué estoy haciendo? Me paso las manos por la cara, las yemas de los dedos refregando mis ojos. No debería estar acá, ni siquiera tendría que estar dándole otra oportunidad. Soy la reina de las arrastradas.
Él está allí, de pie, inclinado hacia adelante, sus brazos apoyados en la barandilla. El pelo despeinado, los brazos con manchas de tierra. Me mira de reojo. Respira hondo antes de que su cuerpo gire un poco hacia mi lado.
Tengo los labios secos de tanto lamerlos, agrietados por todas esas veces en las que arrancaba trocitos de piel.
Cada “adiós” podría ser el último. La muerte es más probable que la supervivencia. Cada reencuentro es un milagro. Sé que pienso más de lo que debería. Pienso tanto que termino desperdiciando el poco tiempo que nos queda juntos. Si es que todavía existe un “juntos”. Y él está acá, con esos ojitos brillosos que no saben cómo mirarme.
—Regresaste—paso la mano por el barandal hasta llegar a él—, ¿por qué?
—Ya estoy aquí, ¿cuál es el problema?
Resoplo. Hay miles de problemas. Me tengo que esforzar para que no se me note la voz quebrada. Dios, ¿por qué nací tan maricona?
—¿No lo sabes? —Daryl se encoge de hombros—Dijiste que no somos familia y te fuiste, ¿por qué ahora regresas con nosotros? No es como si fuéramos tu problema.
—Me equivoqué.
—No, no te equivocaste. Era él o nosotros, tomaste una decisión. Nos abandonaste. Tú elegiste abandonarnos.
—Es mi hermano.
—¿Y yo qué soy? —Daryl se toca el labio, desvía la mirada. Que conchudo , lo está evadiendo—¿Puedes decírmelo o seguirás fingiendo que no te jode que no estemos juntos?
—Me jode.
—Lo sé, no eres tan idiota. ¿O sí? —sus ojos vuelven a los míos—Sabes que podría haber ido contigo, que te seguiré a donde quieras.
—Era peligroso para ti.
—Hemos estado afuera durante meses, creo ser capaz de sobrevivir.
—No, no es por eso—suspira, como si la breve acción fuera capaz de arrancar de él el peso de la vida—. Es por Merle…a veces se comporta como un maldito imbécil.
—¿Tanto te costaba decirme esto en lugar de toda esa mierda? —la sangre brota del interior de mi mejilla—Te necesité, Daryl. Lloré por ti durante días e incluso quise buscarte, ¿por qué me haces esto?
Sin saber qué responder, se queda un rato mirando hacia abajo, probablemente a Merle. Luego, intenta tomar mi mano como si fuera un cachorro asustado que acaba de ser regañado. Lo aparto.
—¿Sabes? Hasta el soldado más hábil se cansa de luchar. Si sigues apartándome, llegará el día en el que ya no tendré fuerza para rogar por tu atención—me trago el nudo que tengo en la garganta—. Y ese día me perderás.
Lo veo fruncir el ceño. Sus dedos recorren su rostro en busca de una respuesta. Por favor, decime que no querés perderme, que te aterra no tenerme en tu vida, que fue una agonía estar alejado de mí. Por favor, por favor, por favor.
—¿Qué puedo hacer? —pregunta, totalmente rendido. Su voz se llena de cansancio y esperanza, una combinación peculiar.
—Si te alejas, pensaré que ya no quieres estar conmigo—su cuerpo se tensa—. No lo hagas y estaremos bien. Podemos seguir siendo tú y yo…
Él asiente. Su pulgar abandona sus dientes y baja la mano a la barandilla, acercándola, otra vez, a la mía. Sin saber cómo responderé, avanza despacio hasta que el roce mínimo de nuestros cuerpos le indica que puede seguir, que se lo permito. Su pulgar acaricia la palma de mi mano, me hace cosquillas. Lo odio, sabe que soy débil.
—Sigo enfadada contigo—susurro.
—Lo sé.
—Eres un idiota descerebrado.
—Lo sé.
—Y somos familia, todos nosotros.
Asiente—Lo sé.
—Bien, no lo olvides.
Agarro el cuello de su camisa y lo atraigo hacia mí. Nuestros labios, ansiosos, se unen. Daryl posa una mano en mi espalda y otra en mi nuca, enreda sus dedos con mi cabello. Lo extrañé tanto, ¿cómo puede ser posible? Se comporta como un idiota y no dudo en perdonarlo, soy una pelotuda. Una de sus manos baja hasta mi cintura, sus dedos acarician la piel. Se mete bajo mi ropa, explora lo oculto con fervor. El calor sube hasta mis mejillas, debo estar hecha un tomate.
No podemos hacer esto.
No acá, no ahora.
Ya sé cómo continúa, y él también. Nos detengo antes de que la cosa se ponga intensa. Su frente pegada a la mía, nuestras respiraciones pesadas tratando de calmarse.
No es el momento. Parece que nunca es el momento.
Su aroma llega a mí, una mezcla de madera, hojas y tierra seca. Me recuerda a cuando era una nena y jugaba al fútbol con mis hermanos en la canchita del barrio. Es un recuerdo tan lejano que casi parece ser de otra vida. Una vida sin temor, sin hambre, sin manos manchadas con sangre. Una vida a la que anhelo regresar, pero que sé que no lo hará nunca.
Tengo que dejar de pensar en pelotudeces. Hay que seguir con lo que sea que estamos haciendo.
Chapter 48: La paz tiene vencimiento.
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Juro que desde acá puedo sentir el aura asesina que Glenn desprende cada vez que la voz de Merle rebota en las paredes y se estrella contra nuestros oídos. Si la ira de Glenn fuera fuego, toda esta comida enlatada estaría hirviendo por tanto calor.
—¡Es Andrea!—grita Carl desde el recibidor.
Abandono la tediosa tarea de reorganizar la comida y corro detrás de Glenn y Carol.
La paz que creímos tener llegó a su fin. Todos los días el mundo se encarga de recordarnos que la paz tiene vencimiento y tomar un respiro es tabú. Sin pensarlo demasiado, tomamos las armas y cada uno se coloca en su respectivo lugar, tal como lo charlamos antes. En mi caso, me quedo con Carol y Glenn cubriendo desde arriba al grupo de Rick.
—¿Estás sola?—le pregunta Rick a los gritos.
—¡Rick!—exclama. Sostiene a un caminante con un palo, como si fuera su mascota. Cuando llega a la puerta, lo aparta lo suficiente para entrar.
Rick se encarga de revisar a Andrea, los demás comprueban que realmente esté sola.
Glenn, Carol y yo nos reunimos con el resto en el recibidor. Carol es la primera en recibir a nuestra vieja amiga, bajo las escaleras con prisa y me uno al abrazo. No es que Andrea y yo hayamos sido las mejores amigas, muchas veces estuve a punto de agarrarla de las mechas y ella en más de una vez me llamó “zorra”; pero verla después de creer durante meses que estaba muerta es…raro, melancólico…como si acabara de cruzarme con una compañera de la escuela en pleno centro.
—Te extrañé tanto, rubia . ¿Cómo estás?
—Mejor que tú, seguro—se burla. Se muerde el labio cuando nota que tengo vendas en la mano y en el brazo—¿Quién…?
—A tu noviecito no le agradamos.
Andrea frunce el ceño. Si no la conociera bien, creería que su confusión es fingida. Pero no lo es. Pasamos demasiadas tardes y noches charlando de lo que sea, quiero creer que su cara es un libro abierto.
Ella tiene preguntas que no tardamos en responder. La mayoría contiene malas noticias. Se siente raro hablar del pasado, en especial cuando pregunta por Shane. Mencionar las muertes de Lori y T es peor de lo que esperaba, como si hacerlo equivaliera a apretar con fuerza una herida recién suturada. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? ¿Cómo siete u ocho meses? Cuando la veo, tengo la impresión de que fue ayer nuestro último día en la granja. Cuando la escucho, parece como si hubiera pasado mil vidas.
Andrea quiere ingresar al pabellón de celdas, pero Rick la frena recordándole lo que su novio, el Gobernador, nos hizo. La versión de la historia que ella tiene es completamente diferente, al parecer el conchudo le mintió diciendo que nosotros disparamos primero.
Andrea intenta defenderse, Rick le informa que mataremos al Gobernador y ella nos asegura que seremos bien recibidos en Woodbury. Créeme , corazón , eso no es verdad. Ahora resulta que pelotudo del Gobernador se está preparando para la guerra y que los llorones de Woodbury nos creen asesinos.
Si supieran...No es él quien duerme todas las noches con un ojo abierto.
Bueno.
Sí, sí lo hace. La reina de Michonne le hizo pelota el ojo.
—Te diré algo—Daryl interrumpe el discurso para nada convincente de Andrea—, la próxima vez que veas a Philip—casi parece escupir su nombre—, dile que voy a sacarle el otro ojo.
—No sabía que podíamos elegir—resoplo, un anticipo a mi pésimo chiste de mal gusto—. ¿Puedo destruir su entrepierna o alguien más ya la eligió?
Andrea ríe con amargura, como si mi rostro no conectara con lo que acabo de decir.
—¿En serio, Emma? ¿Tú? Tú no eres de las que dicen esas cosas.
—Estuvimos aceptando mucha mierda durante mucho tiempo—le explica Glenn con firmeza—. ¿Quiere una guerra? Tendrá una.
—Rick—Andrea cambia de objetivo—. Si no te sientas y tratas de resolver esto, no sé lo que va a pasar. Él tiene un pueblo entero—se gira—. Mírense. Ya han perdido demasiado. Ya no pueden seguir solos.
—¿Quieres hacer las cosas bien? Haznos entrar—le propone Rick.
—No.
—Entonces, no tenemos nada más que hablar.
—¡Hay gente inocente!
Rick se va. Después de toda la mierda que nos hizo pasar, lo mínimo que podemos hacer es ir y matar al Gobernador. Destrozarle el rancho también es una buena opción.
Los demás comienzan a abandonar la habitación, me aseguro de que estén lo suficientemente lejos para no escucharnos.
—Nosotros también somos inocentes—le recuerdo.
Andrea tarda en responder, sus ojos recorren las paredes.
—No del todo…
—Glenn, Maggie y yo fuimos a buscar leche para la bebé, ¿crees que es motivo suficiente para que me golpeen, me toqueteen y me claven un cuchillo en la mano? Si nosotros no somos víctimas de tu noviecito, entonces tendrán que cambiar la definición del diccionario.
Se pasa la mano por la frente.
—Tienes que convencer a Rick.
—Y tú tienes que encargarte del Gobernador.
Me despido con un simple apretón en el hombro. Andrea y su maldito complejo de héroe y de mujer que puede salvar al desviado. Hay cosas que ni el tiempo puede cambiar. Se marcha poco después, luego de dar vueltas por la prisión como si estuviera en un parque de diversiones. Es un poco duro verla partir, pero ninguno de los bandos está dispuesto a cambiar de opinión. Y no es como si ella hubiera aceptado quedarse con nosotros; al contrario, eligió volver con él.
La melancolía y la noche llegan de la mano, como colegas de antaño que se reencuentran en el horizonte y juntas recorren el extenso cielo. Las despedidas son una mierda, es peor cuando alguien en quien medianamente confiabas te traiciona y va de regreso a la boca del enemigo.
Colocamos las velas en círculo, cerca de la pared. La cena pasa demasiado rápido. Al final del día, sólo somos nosotros intentando mantenernos con vida unas horas más. Como si vivir fuera un privilegio del más fuerte, del más resiliente.
El canto de Beth es como el susurro de un ángel en las noches infernales. Apoyo la cabeza en el hombro de Carol y le sonrío a Daryl, quien anda cuchicheando con Hershel y Rick. Por más difícil que sea, tenemos que aguantar, no nos queda más opción.
Chapter 49: Es mi chica.
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En la mañana me despido de Carl, le hago jurar que no se mandará ningún moco y que va a andar con cuidado. Ya sabemos cómo son los pibes a su edad: arrugó la nariz y desestimó mis palabras con un simple “Sí, sí. Lo que sea”. Que mocoso de mierda. A mí a su edad me cagaban a palo por contestar así.
Él y Rick irán a King County—el pueblo en el que solían vivir—con Michonne a buscar armas. El nene tenía un brillito en los ojos que le borraba esa fachada de madurez apresurada que construyó todo este tiempo. Lo hacía parecer lo que era: un pibe asustado que anhela recuperar un poco de su pasado feliz.
Me puso mal notarlo.
Daryl y Glenn se encargan de organizarnos para cubrir bien las áreas y estar preparados para un posible ataque. Hershel me insistió en que evitara usar la mano, así que, mientras los demás laburan, me pongo a cocinar. Quiero creer que les fascina mi guiso de arroz económico—no es un guiso, sólo arroz con tomate enlatado y lo que sea que pueda agregar como ingrediente extra—, pero lo más probable es que no quieran que esté de guardia al mismo tiempo que Merle; lo que nadie esperaba es que el pelotudo deje su puesto antes de lo debido y venga directo a romperme las pelotas.
—¡Emma! —exclama elevando los brazos y riendo. Hoy es un drogadicto alegre. Lo ignoro. Me pone del orto escucharlo, el recuerdo de su tacto me revuelve el estómago—Deberías vestir así seguido, la suciedad te sienta bien, te hace sexi—tapo la olla haciendo más ruido del que debería. Preparo los platos hondos y los cubiertos. Merle observa cada movimiento que hago, como un gato apunto de saltar sobre su objetivo—. Si vamos a vivir juntos, tenemos que limar asperezas, ¿qué te parece hacer las paces y olvidar lo que pasó en Woodbury? A lo mejor conseguimos que Darlyna lo deje estar y ya no me persiga como una perra.
Su sonrisa no cae ante mi cara de culo, al contrario, crece. Casi puedo escucharlo reír a carcajadas. Barba, ¿por qué el hermano de mi novio es tan pelotudito? Mi paciencia se escapa con un suspiro. ¿Me arrepentiré de hablarle? Probablemente, sí.
—¿Te refieres a lo que me hiciste? ¿Qué te hace creer que Daryl lo sabe?
—¿No se lo dijiste? —su sonrisa se desvanece y ahora soy yo quien quiere echarse a reír.
—Eres su hermano, le hará mal saberlo.
—¿Saber qué? —Daryl ingresa al recibidor. Le digo que no es nada, sólo una tontería, pero el bocón de Merle no puede cerrar el hocico ni por un segundo.
—En Woodbury las cosas se calentaron un poco entre nosotros—ríe con la lengua afuera, insinuando quién sabe qué asquerosidad. Daryl nos mira con el ceño fruncido.
Trago saliva.
—Le di un cabezazo y él me devolvió el golpe. No es gran cosa—hago un gesto con la mano, como si no importara. Daryl no parece muy convencido y mira mal a su hermano cuando éste se pone a describir con detalle cómo me veía aquella noche.
—Es mi chica—Daryl lo interrumpe.
Silencio.
Eu, dijo que soy su chica. Siento que me pongo colorada. Nunca antes se lo había dicho a alguien. Los demás simplemente se acostumbraron a vernos juntos y lo dedujeron.
—¿Qué? —Merle nos mira con las cejas ligeramente levantadas, completamente anonadado. Por primera vez en mucho tiempo, alguien le cerró el orto a Merle—Oh, Dios, ¿te coges a la princesa? Diablos, Daryl, no sabía que te excitaban las perras sofisticadas.
Ruedo los ojos, que imbécil. Con lo agradable que es su silencio, nunca dura.
Daryl me sostiene la mirada. Tal vez no sea un orador elocuente, pero sus ojos suelen ser bastante expresivos. Está sospechando, ¿no confía en mí o no confía en Merle? No quiero averiguarlo. Gesticulo un “está bien” y coloco los platos en la mesa. Daryl hace callar a Merle y me pide que lo acompañe, en su rostro permanece la ira. Retiro la olla del fuego antes de salir.
—¿Qué tienes? —le pregunto a pocos pasos de distancia.
—¿Qué pasó en Woodbury? ¿Qué te hizo?
Suelto un suspiro, odio mentirle. Me apoyo en la pared.
—Me interrogaron, no respondí y me golpearon. Ya sabes cómo es—no parece creerme, tengo que cambiar de tema—. Oh, y Merle me contó que apostaron por quién me cogería primero, que te tenía embobado—se relaja un poco al verme sonreír—. No fue gran cosa. El hombre de la cara tatuada se sobrepasó, tu hermano sólo me golpeó—su cabeza se inclina hacia abajo cuando mis manos se posan en sus cachetes—No te preocupes, me defendí—su expresión se suaviza—. De hecho, Merle y yo estábamos haciendo las paces cuando nos escuchaste, ya sabes que el imbécil tiene una lengua floja y unos tornillos aún más flojos—no dice nada, mis dedos acarician su piel—. Te diré de inmediato si se pone pesado, ¿está bien?
Daryl asiente. No creo que esté tan convencido, pero no me queda más opción que fingir demencia.
Le doy un beso y le acomodo unos botones de la camisa que abrochó mal.
Logré evadir la tormenta.
Chapter 50: Es lo que hacemos.
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Ya en la noche, se siente la ausencia de Carl, Rick y Michonne. En especial por la nueva organización de los turnos de vigía y por Judith, quien parece haberse acostumbrado a los paseos nocturnos en brazos de su padre y que no aprecia lo mucho que me esfuerzo en hacerla dormir.
A lo largo del día, Merle me ha estado mirando de reojo, noté que presta mayor atención cuando hablo con Daryl. Quiero creer que es por amor a su hermano y no por otra cosa, aunque algo me dice que pronto volverá a ser el viejo Merle. A lo mejor, se debe a que sé algo que podría arruinar su relación o, por lo menos, distanciarlo.
Una parte de mí quiere aprovecharse y molestarlo, pero, la verdad, sería estúpido hacer semejante boludez. A nadie le conviene que estemos uno en contra del otro. Además, se ve que Merle está ansioso. Después de todo, su permanencia en el grupo es inestable, en cualquier momento lo rajan con una patada en el orto. Pero, por ahora, está tranquilo; tanto, que me sorprende encontrarlo en el recibidor conversando—sin escándalo—con Daryl.
Guarda silencio en cuanto me ve ingresar.
—Judith no quiere dormir, ¿la sostienes un momento? —le pregunto a Daryl—Le prepararé el biberón.
La recibe con cuidado. Judith deja de quejarse en cuanto lo toca. Traidora.
Me rindo, nunca entenderé a los bebés.
Daryl se jacta de que la pequeña sabe quién es el tío divertido. Le fascina molestarme con eso, sabe que es mi punto débil. Empezó a joderme con eso cuando le conté que mis sobrinos siempre prefirieron estar con mis hermanos. Los pendejos sentían una especie de admiración por cualquier ser que fuera capaz de levantarlos sin esfuerzo y hacerlos “volar” por todo el lugar. Y eso, obvio, era algo que nunca pude hacer, no si quería conservar mi vida.
Con Rick ocupado o ausente, Carol, Beth y yo nos turnamos para cuidar a Judith. Por lo general, suelo levantarme en la madrugada para darle de comer o cambiarle el pañal, también para pasar el rato con ella hasta que vuelve a dormir. Esto de ser tía es más difícil de lo que recordaba. Me consuela saber que, cuando crezca, es muy probable que me siga por todas partes. Es lo mínimo que espero.
Con el biberón listo, se lo entrego a Daryl y le indico cómo colocarlo para evitar que le dé gases.
—Es bonita, como Lori—le acomodo la mantita.
—No sacó la nariz de Shane.
—¡Daryl! —reviso que nadie haya escuchado—Que malo.
A diferencia de Daryl, logro controlarme y no reír. Creo que todos—o la mayoría—intuimos que algo pasó entre Shane y Lori antes de que Rick se uniera al grupo. Pero, que no se sepa con seguridad de quién es hija Judith, le es indiferente a Rick: es su hija y punto. Con nosotros es más o menos lo mismo, pero a Daryl se la ha dado por bromear con eso de vez en cuando. Por suerte, Rick y Carl nunca lo escucharon.
—¿Cómo crees que será cuando crezca?
—Pequeña.
—Tal vez sea ruda, como Carl. Correría de un lado a otro con el sombrero de Rick en la cabeza…Y un arma en el bolsillo—hago una mueca—Es cruel, ¿no crees? Una niña no debería vivir así—limpio la leche que Judith derramó sobre su ropa.
—La cuidaremos. Es lo que hacemos.
—Sí…—mis brazos rodean su cintura—Podríamos llevarla al bosque, enseñarle un par de cosas. Ya sabes, ser ese tipo de tíos. A Carl podría gustarle.
Asiente. Una pequeña sonrisa se forma en la mitad de su cara.
—¿Podrás seguir el ritmo? Serás una anciana para ese entonces.
Le doy una palmada en la pierna. Daryl ríe, totalmente complacido por hacerme rabiar; como si él no tuviera unos notables años más que yo. Su risa aumenta con cada palabra que emito. No puedo con este hombre.
Daryl y yo nos quedamos un rato más hablando, ambos disfrutando de la presencia del otro. Necesito pasar más tiempo con él, los momentos fugaces no me alcanzan.
Cuando Judith está completamente dormida, la llevamos a su cuna improvisada. Me alegra que Merle no esté allí en ese momento, quiero creer que se fue mucho antes de que le tirara un par de palitos a Daryl. Sería muy incómodo.
Como logro del día, debo destacar que conseguí que Daryl se quedara a mi lado hasta que me durmiera. La cama es pequeña, pero a veces una mujer necesita cerrar los ojos un momento y ser abrazada por un hombre de brazos fuertes, incluso si él desaparece en medio de la noche.
Chapter 51: No me iré sin ti.
Notes:
Bueeenaas~
Primero, gracias por las visitas (tkm). No sé si hay alguien leyendo esta cosa, pero me anima ver que los números aumentan.
Segundo, esta semana (hoy) sólo subiré dos capítulos (este y el próximo). Ando con parciales y estoy a punto de tener un brote psicótico con delirio místico (capten la referencia, plis).
Tercero, no sé escribir romance (hago lo que puedo), pero me gustan las escenas de Daryl y Emma juntos, y a ella puteando, sobre todo—aunque a veces me dé vergüenza el resultado.
Y nada, eso nomás. Espero que sigan leyendo las boludeces que escribo.
Chapter Text
Tenemos un par de minutos antes de que Merle vuelva a rompernos las pelotas. Últimamente ha estado rondando cerca de nosotros, atento a cada palabra o gesto afectuoso. ¿Por qué? Porque es un imbécil. Quiere atraparnos “con las manos en la masa” y burlarse de nosotros, como si él nunca antes hubiera tenido sexo. Virgo de mierda.
Rick, Michonne y Carl volverán en unos días con armas suficientes para hacerle frente al Gobernador. Y cuando ese momento llegue, estaremos demasiado ocupados y preocupados por evitar la muerte.
Algún día moriré, eso lo sé bien: o son los muertos, o son los vivos. Pero, mientras tanto, no está nada mal dejar los detalles al costado y aprovechar los días pacíficos. Yo quiero eso, Daryl no sé. Quiero creer que ambos necesitamos del otro, confío en eso.
—Daryl, ¿estás ocupado?
Aparta la vista de la motocicleta y se centra en mí.
—¿Estás bien?
—Sí, es sólo…Necesito tu ayuda con algo—me aparto el pelo. Daryl deja las herramientas en el piso y se acerca frunciendo el ceño.
—¿Qué tienes? —pregunta levantando el mentón.
—Es una tontería—le agarro la mano, arrastrándolo conmigo—. Pero, ya sabes—suspiro—, hay cosas que una mujer no puede hacer sola y que necesita una mano fuerte.
Él asiente, como si acabara de decir una verdad absoluta.
—¿Cómo está tu mano? —pregunta inspeccionando el vendaje.
—Hershel dice que viviré. Es una lástima, tendrás que soportarme durante más tiempo.
Daryl sonríe encogiéndose de hombros.
—Hablando de soportar…—suelto su mano. Paso los brazos por sus hombros.
—¿Qué haces? —sus preciosos ojos brillan. Sus manos se posan en mi cadera.
—Estoy buscando a mi hombre, se llama Daryl Dixon—arquea una ceja—Lo necesito y estoy segura de que él me necesita a mí—jugueteo con un mechón de pelo que, claramente, Daryl no se molestó en desenredar—. Pensé que, quizás, tú podrías ayudarnos a tener un momento a solas. ¿Puedes buscarlo? —me paro en puntitas de pie para darle un pico—Es un poco gruñón, pero lo extraño demasiado.
—Tal vez pueda encontrarlo—sus dedos se colocan debajo de mi remera trazando círculos en mi piel. Siempre amé que me siguiera el juego.
—Genial—mis labios se encontraron con los suyos—. Pero no le digas que estuve contigo. Es un poco celoso, podría matarte con una flecha.
Ríe. Su risa es la melodía más dulce que mis oídos han escuchado.
—Correré el riesgo.
Las manos de Daryl abandonan mi cintura y van directo a mi cabeza, capturándome con sus labios. Daryl es el pucho más adictivo del mundo, sentirlo me embriaga más que diez botellas de fernet puro. Me devora con ímpetu, totalmente desenfrenado. Y me encanta. Me encanta que sus manos recorran mi cuerpo sin saber qué zona prefiere tocar más. Me encanta que jadee sobre mi piel, que la bese con apuro. Me encanta que me presione contra la pared, que me obligue a no dejar de mirarlo. Y sé que a él le gusta que susurre su nombre, que mis manos acaricien su cabello y que mis piernas lo aprieten más a mí. Y es lo que hago, lo que siempre hago. Le pido que sea rápido, que no podemos descuidar la prisión. Él gruñe una respuesta mientras besa mi cuello. La mano de Daryl baja hasta el bolsillo de mi jean y saca un forro, totalmente acostumbrado a que los guarde ahí. Me desabrocha el pantalón sin dejar de besarme, yo hago lo mismo con su camisa. Mi remera desaparece en un pestañeo y él se apresura a besar las estrías de mis tetas. Este hombre me matará algún día.
—¿Necesitas ayuda, hermanito? —la voz de Merle nos hace saltar—Puedo darte una mano o, mejor aún, ¡un muñón! —se ríe a carcajadas.
Daryl se separa de mí, como si mi piel le quemara. Murmura una disculpa antes de enfrentarse a Merle, quien no ha dejado de escupir asquerosidades. Es un…es un…tengo que tratar de calmarme, pero sé muy bien que no voy a poder. Se supone que este era nuestro momento, que sólo seríamos Daryl y yo. ¿Por qué siempre viene a jodernos? ¿Por qué no nos deja en paz?
Me tiene harta, no lo banco más.
El cuerpo de Daryl me cubre. Está lidiando con Merle y evita que me vea el lomo. El hijo de puta no cierra la boca, se está zarpando y mi paciencia tiene un límite. El corazón me late a mil, tengo esa sensación rara en la garganta que aparece cada vez que voy a exponerme al peligro. Meterse con Merle es peligroso, lo sé. Pero yo no soy una mina que baja la cabeza y deja que la insulten, ya no más. Agarro rápido la remera y me la pongo. Daryl empuja a Merle, le grita que se vaya, que nos deje tranquilos, pero él sólo se ríe.
Respiro hondo, mis manos forman puños. Voy hacia Merle y le encajo una piña. El veneno sale de mí antes de que pueda pensar en lo que digo.
—¿Por qué no te metés la pija en la jeta y nos dejas de romper las pelotas, sorete malparido? —mi hombro golpea el suyo. Merle hace el amague de querer agarrarme, pero Daryl lo retiene—Cerrá un poco el orto que me tenés repodrida.
Escucho a los hermanos Dixon discutir. Quise evitar el conflicto, juro que quise hacerlo. Pero tener a Merle hablando sin parar es agotador. No voy a contarle a Daryl lo que pasó en Woodbury. Ambos sabemos que Merle es dueño de los adjetivos más ofensivos que existen, pero Daryl lo dijo: “Merle no es un violador”. No, no lo es. No aún, tal vez. Tal vez quiso, pero no pudo hacerlo. No pudo porque me defendí, porque no se lo permití. Pero pudo hacerlo, y le agradezco a Dios por no permitir que una cosa como esa me volviera a pasar.
Necesito ir a mi celda antes de explotar. No tengo que dejar que los recuerdos me hagan caer, mucho menos ahora.
Respiro hondo. Tengo un nudo en la garganta, mis dientes tiemblan y sé que no es por el frío. Me muerdo las uñas, las puteadas se escapan de mi boca.
—¿Estás bien? —Daryl intenta abrazarme, pero lo aparto—Emma…
—No, no estoy bien, Daryl—la bronca regresa a mí—. Me tiene podrida, no lo banco más. Se la pasa yendo y viniendo de un lado a otro persiguiéndonos el orto a cada rato. ¿Y sabés qué es lo peor? Que no le puedo romper el culo a patadas porque es un misógino hijo de re mil putas que me la va a devolver—me paso las manos por la cara y llevo mi pelo hacia atrás. Respiro hondo. Tengo que calmarme.
Daryl me mira perplejo, totalmente desorientado.
—¿Qué te pasa? ¿No vas a defender al pajerito de tu hermano? —lo provoco. Daryl ni se inmuta—Hablá, Daryl.
Daryl intenta hablar, pero duda. Se toca el labio intentando hallar las palabras correctas que evitarán que me dé otro ataque.
—No entiendo—confiesa, por fin.
—¿Qué no entiendes?
—Lo que dijiste. No entiendo cuando hablas así.
—Oh—aplasto mi pelo en la nuca. Que pendeja pelotuda, me acaba de dar otro ataque—. Lo siento—Dios, que vergüenza—, creo que me pasa cuando estoy enojada. Los mezclo.
—Te pasó en el CCE.
—¿De verdad? —asiente—. Lo siento, soy una histérica. Se ve que me excedí.
—Es genial—limpia su mejilla con el hombro—. Podrás conversar con los caminantes hispanohablantes.
Se me escapa una risa que no es más que un resoplido seguido de una sonrisa. Daryl, consciente de mi malhumor, se acerca despacio. Sus ojos parecen pedirme permiso para abrazarme y lo hace cuando suspiro, tomándolo como una respuesta afirmativa.
—Merle me hace enfadar—susurro—. Volviste a mí, Daryl. Sólo quiero estar contigo antes de que vuelva a perderte.
Daryl acaricia mi espalda, su mentón se posa en la coronilla de mi cabeza.
—No me perderás. No me iré sin ti.
Chapter 52: Indescriptible.
Chapter Text
Era una sensación casi indescriptible. Podía sentirlo antes que verlo. Podía saber que era él quién caminaba con tanto sigilo, que eran sus pasos aquellos casi inaudibles. Oía su respirar antes que su voz, incluso antes de que su pulgar roce con sus dientes. Era como si todos mis sentidos reaccionaran ante los suyos. Era una sensación, un cosquilleo que nacía en mi pecho y se expandía por todo mi cuerpo; era una suave brisa que erizaba mi piel, una alerta inconfundible que me hacía sonreír como una tonta.
Está de pie en la puerta, su peso apoyado en el metal. Sus ojos están clavados en mí y sus dientes otra vez están masticando los bordes de su pulgar. Hay hábitos que ni el fin del mundo puede quitarte. Sosteniéndole la mirada, continúo vistiéndome. El bobo se detuvo en seco cuando ingresó apartando la cortina improvisada —sábanas manchadas que también pretendo hacer pasar por pared—, y me encontró casi en bolas. Es divertido. Actúa como si nunca antes me hubiera visto así, cuando ya ambos conocemos demasiado del otro.
Desvió la mirada apenas notó mi sonrisa. Tiene los cachetes ligeramente sonrojados y ese impulso de querer decir algo, pero no saber qué ni cómo decirlo. Está nervioso, es obvio.
Hay algo satisfactorio en verlo reaccionar así. Un placer naciente que se satisface cuando el inquebrantable Daryl Dixon actúa con tanta timidez. Es por eso que demoro más de lo normal. Quiero disfrutar de esto lo más que pueda.
El goce me dura poco. Daryl se aclara la garganta y murmura un "Volveré luego". Siempre igual.
Lo obligo a detenerse. Sus ojos reflejan una mezcla de deseo y dulzura, dos extremos tan diferentes como el vigilante: dulce y salado, y tan malditamente adictivo. Me pregunto si algún día será capaz de comprender mis analogías de comida. Me encantaría poder prepararle todas.
Con Daryl en mis brazos, todo el peso del mundo parece evaporarse. La ira que sentí más temprano se va disipando. Ya no importa Merle, ya no importa el Gobernador. La calidez de Daryl es suficiente para mí, no creo necesitar nada más. Sin romper nuestro abrazo, lo llevo a la cama; el colchón se hunde ante nuestro peso.
—Quédate—le susurro al oído, sus manos atrapan mi cintura y me acomoda sobre sus piernas.
Su respuesta es la misma de siempre. Creo que no ha habido noche en la que Daryl no tomara este turno de guardia. Muchas veces hice el esfuerzo de permanecer a su lado y hacerle compañía, pero en todas me terminó echando por ser la encarnación de la distracción; como si fuera mi culpa que él no pueda hacer su trabajo como corresponde—sí lo es, en cierto modo—. Con un largo suspiro, le dejo un beso sonoro en la frente y me acuesto.
Se me parte la espalda. Lo malo de cuidar a Judith es que le gusta demasiado que le hagan upa, y mi espalda no está lista para eso.
Le doy palmadas al colchón para que Daryl se tire a mi lado. Su expresión cambió un toque. Se ve más tristón.
—¿Qué pasó?
—Merle—su espalda toca el colchón, nos acomodamos para que yo no termine aplastada contra la pared y él no se caiga al piso—. Hablamos. Quiere que nos larguemos de aquí.
Apoyo la cabeza en su pecho, mi brazo se posa sobre su torso. Merle no ha dejado de repetir que moriremos a manos del Gobernador, lo que no ayuda a mantener la cabeza fría y evitar que, justamente, terminemos todos muertos.
—No dejaré que te vayas.
—No lo haré.
Le dejo un beso, pero me arrepiento de inmediato: su camisa está roñosa.
—Apestas, Dixon.
—Tú no te quedas atrás—sus dedos se enredan con mi cabello.
—Tienes suerte de que todavía recuerde cómo te veías limpio. Es mi único consuelo.
—Ojalá pudiera recordar cuándo fue la última vez que fuiste agradable.
Su cabeza se inclina hacia la mía. Hace el esfuerzo de ocultar su sonrisa, antes de que desaparezca por completo y el ceño fruncido regrese a él.
—Merle las vio—continúa.
—¿Qué cosa? ¿Mis tetas?
—No—resopla. Debe seguir enfadado por lo que pasó más temprano—. Mis cicatrices.
—Oh.
A Daryl no le gusta hablar de cómo su padre lo marcó. Le disgusta tanto, que su propio hermano desconocía que sucedió. En el CCE, Daryl estaba demasiado en pedo como para detenerse y pensar en ellas; no lo culpo, yo también estuve demasiado ocupada esa noche como para prestarle atención a esos detalles. Las descubrí cuando Andrea le disparó y Hershel lo mantuvo en cama. Daryl hizo el esfuerzo de cubrir su torso lo más posible y un simple “Sabes que ya te vi desnudo, ¿verdad?”, fue suficiente para que bajara la guardia y se diera por vencido. La sorpresa me la comí igual, no sabía que tenía cicatrices y él no sabía que yo no sabía; pero la piloteé como una campeona.
Nuestra segunda vez juntos fue diferente. Lo noté cohibido, tenso. Le repetí mil veces “está bien” y otras dos mil veces más para convencerlo de que definitivamente lo estaba. Logré que me confiara su talón de Aquiles, eso que lo hace tan vulnerable. Pero Merle no. Merle lo abandonó tantas veces, que parece no haber ganado la confianza de Daryl, o, al menos, no la suficiente. Y acá está, buscando en mí la contención que su familia biológica no le dio, sediento por un rayo de luz que ilumine su camino.
—¿Cuándo?
—Cuando quise volver con ustedes. Rompió mi camisa.
—¿Qué dijo?
—Que no lo sabía. Que no sabía que me hizo lo mismo que a él.
La cama cruje cuando vuelvo a sentarme. Daryl permanece en su lugar, los ojos fijos en el techo. Llevo la mano directo a su rostro, apartándole un mechón de pelo medio duro. Sus ojos azules se clavan en los míos, me sumergen en un mar profundo que brilla bajo los rayos del sol. Podría pasar horas mirándolos, podría escribir cientos de poemas de mierda sobre ellos y nunca cansarme.
—Merle podrá ser un completo imbécil, pero es tu hermano. Él te ama, Daryl. Creo que por eso sigue aquí—acaricio su pelo, desato un par de nudos—, porque tú quieres quedarte y él haría lo que fuera para que estés bien. Ahora, por lo menos.
Mis palabras dan vueltas por su cabeza.
—¿No lo odias?
—Tú y yo somos familia, y él es tu hermano. Así que, aunque me dé náuseas decirlo y no quiera volver a repetirlo nunca más en la vida—mi dedo índice golpetea suavemente su pecho—, Merle y yo también lo somos…somos familia.
Como si le hubiera dado los números ganadores del quini 6, los ojos de Daryl desbordan alegría. Se incorpora de inmediato, llevando sus manos directamente a mis cachetes para después comerme la boca, dejándome casi sin aliento.
—Eres demasiado bueno para esa mierda, Daryl—le digo apenas separando nuestros labios—. No lo olvides nunca. Y si te olvidas, siempre estaré para recordártelo.
Su risa le hace cosquillas a mi corazón.
—“Siempre” es mucho tiempo.
—Tengo tiempo libre.
—Lo sé—suspira.
Su aliento cálido es una caricia al alma.
Daryl me hizo el aguante y se quedó hasta tarde pegado a mí. Necesitaba esto, y sé que él también. Incluso si lo único que hacemos es permanecer en silencio, soy feliz. Es una tontería. Tenerlo de esta forma tan íntima es reconfortante, como si fuéramos lo que el otro necesita para estar bien. Y sé que ni el Gobernador, ni Merle podrán quitarnos esto. No creo que puedan separarnos.
Chapter 53: No hay ganadores aquí.
Notes:
12/08/25: Gracias a este capítulo recuperé mi obsesión por "No hay héroes" de Lali.
Chapter Text
Si me dieran a elegir entre un pastel de papa y pasar veinticuatro horas en paz absoluta, realmente me dolería no elegir el pastel de papa. Ocurriría un gran choque entre lo que deseo con fervor y lo que mi estómago anhela. Daría mi vida por un pastel de papa.
Entre limpiar, matar caminantes y preparar la prisión para un posible ataque, los días me resultaron demasiado monótonos. La gran ventaja del regreso de Daryl y la adhesión de Merle al grupo, es que ya no me piden que haga guardia de noche. Sí me tengo que levantar en la madrugada a darle la mamadera a Judith, pero dormir más de cuatro horas es un lujo del que no pienso quejarme. Ella es la que sí va a dormir con todos los lujos. Rick, Carl y Michonne regresaron con un montón de armas y unas cosas preciosas para Judith, incluida una cuna. Creía que mis ojos nunca más volverían a ver algo tan inmensamente tierno, hasta que la vi sacudiendo las patitas y levantando los brazos mientras hablaba en “idioma bebé recién nacido”.
La tranquilidad que pensé que habíamos adquirido fue perturbada cuando Andrea insistió en que Rick y el Gobernador se reunieran para resolver sus problemas. ¿Cuáles problemas? ¿Los que surgieron porque su grupo nos secuestró y torturó y destruyó una parte de nuestra base? ¿O el problema que nace de su ego y de su necesidad de ser el rey dictador de toda Georgia? Más que resolver sus problemas, la reunión se orientaría a establecer una suerte de tratado de paz que impida que el psicópata tuerto regrese a desperdiciar tiempo y balas. Supongo que eso es lo que espera Rick.
Rick decidió ir con Daryl y Hershel: el héroe, el arquero y el diplomático. Si Daryl y Rick se agarran a trompadas con el Gobernador y sus mascotas, confío en que Hershel les va a parar el carro. Sería afortunado que la situación no escale a un nuevo conflicto armado, pero con todos esos personajes metidos en un mismo lugar, realmente desconfío de que los resultados sean positivos.
Y, aunque me da mala espina, lo único que puedo hacer es despedir a Daryl con un besazo y quedarme con el resto a proteger nuestro hogar. Es una mierda, sí. Pero hay algo en ese hombre que me revuelve el estómago. Sé que, con sólo estar frente al Gobernador, definitivamente me llevaría directo a cuando nos amenazó en Woodbury y eso es algo que no se sintió muy bien.
Además, Daryl me miró con una cara…Casi pude escucharlo decir “Que ni se te ocurra acompañarnos”. Luego vi mi mano que apenas está mejorando y recordé que, en efecto, no soy una Rambo. A veces, incluso, me pregunto si me convertí en el estereotipo de señora que espera a que su marido llegue a casa con todas sus extremidades en sus respectivos lugares y lo recibe con la cena lista y los niños bien aseados. Cena casi ni tenemos y los hijos te los debo; así que, agradezco no serlo.
Como la guerra es inminente, comenzamos a prepararnos para un posible ataque. Entro al recibidor justo cuando Glenn y Merle se están cagando a piñas.
Que bárbaro, che, regreso de estar horas bajo el sol, a punto de tener una insolación de la puta madre, y me encuentro con este papelón. Sí, no tengo hijos, pero entre que Glenn y Merle se comportan como perro y gato, realmente me estoy cuestionando si es correcto compararlos con niños peleando. Era una pelea que iba a suceder tarde o temprano, mejor ahora que Daryl no está. Glenn necesitaba desquitarse un poco y Merle definitivamente necesitaba que alguien intentara romperle la jeta.
Maggie y Michonne están encima de Merle, quien deja ir a Glenn en cuanto oye a Beth disparar al techo.
Gracias, Barba , por darme otra familia feliz.
Los ignoro y voy directamente a tranquilizar a Judith, la pobre se asustó por el escándalo. No me pienso meter en sus peleas de machos, ya demasiado tengo con mis problemas y responsabilidades.
Hablando de machos…Me encuentro con Merle apenas salgo de la celda. Por favor, Dios, dejá de ponerlo en mi camino. Estuve evitándolo lo más que pude, pero se ve que ya no me queda otra opción más que escuchar lo que sea que quiere decirme. Sólo así conseguiré que deje de perseguirme como un perrito que quiere un hueso.
Llego a la mesa en las que colocamos las armas, lo escucho caminar detrás de mí.
Que rompebolas que es.
—Tenemos que hablar.
—Soy todo oídos.
—No le dijiste, ¿por qué?
Y dale con lo mismo.
—¿Otra vez con eso? ¿No tienes nada más que hacer aparte de molestarnos? —muevo algunas armas y me siento en la mesa. Le prometí a Daryl que haría el esfuerzo. Esta soy yo esforzándome por interactuar con alguien que tolero sólo porque comparte sangre con mi hombre—Mira, es sencillo: ¿qué gano diciéndole? Los únicos que sabemos qué pasó somos tú y yo. Glenn y Maggie sospechan, pero nada más. Entonces, ¿no puedes simplemente dejarlo y ya? Si le das más vueltas al asunto, alguien terminará creyendo cualquier cosa.
—¿Y no quieres eso? Lograrías echarme.
—No puedo hacerlo. Daryl te ama, eres su hermano.
—Y tú, su chica.
—Entonces, ¿qué? ¿Quieres que le diga que mentí y le explique con detalles qué pasó en Woodbury? ¿Cómo crees que reaccionará? A ti sólo puede golpearte, a mí tal vez no pueda volver a mirarme. No hay ganadores aquí, ¿entiendes? —Merle asiente, esta es una de las pocas veces en las que no tiene algo que decir. Bajo de la mesa, tomo un bolso y meto algunas armas.
—El Gobernador no los dejará ir. Lo sabes.
—Lograrán superarlo.
—¿Y si no? Escucha: tomamos ese bolso y nos encargamos de él.
—¿Quieres que tú y yo vayamos saltando de la mano a emboscar a un psicópata? ¿Estás loco?
—Será rápido.
—Y peligroso. No cuentes conmigo.
Será mejor salir antes de que se le ocurra algún argumento que pueda llegar a convencerme.
—Emma—me frena. Su voz se tiñe de un sentimiento que nunca creí que nacería en él—, ¿lo quieres?
De pronto, sus ojos me recordaron a los de Daryl. El parecido entre ambos se hace un poquito más notable; sólo eso: un poquito. Su actitud de mierda dio un giro y se transformó en otra, en una más temerosa y ansiosa, llena de curiosidad por mi respuesta. ¿Que si quiero a Daryl? Claro que lo hago. No lo dudaría ahora, ni nunca.
—Sí—sus ojos se clavan en los míos en busca de duda, cuestionan cada letra. No la encuentra—¿Y tú?
—Es mi hermano—enarca una ceja, como si estuviera diciendo “¿No es obvio?”.
—Entonces, no lo defraudes.
Y así, sin más, lo dejo. Siento su mirada pegada en mí hasta que la pared se encarga de cortarla.
Me reúno con Carl y Carol en la entrada al patio. Más temprano acordamos esconder armas y balas en puntos estratégicos en caso de que alguno de nosotros esté en problemas. Un sabio una vez dijo que es mejor prevenir que curar. Carol y yo echamos un vistazo a los alrededores a medida que las escondemos. Regresamos cuando Carl nos grita que Rick, Daryl y Hershel llegaron.
Rick nos manda adentro para contarnos, en síntesis, que habló con el Gobernador y que el tipo quiere la prisión y nuestros cadáveres; es por eso que iremos directamente a la guerra.
Una tras otra, justo lo que nos faltaba.
Chapter 54: Pensando en todo.
Notes:
¡EL DOMINGO SE ESTRENA LA SEGUNDA TEMPORADA DE DARYL! Ya quiero ver cómo influye en la historia de nuestra Emma.
Otra cosa: tenía planeado hacer una pausa cuando terminara de publicar la temporada tres, pero lo voy a considerar. Pasa que ando leyendo otros fanfics (también de Daryl) y la mayoría está hiatus o tardan media vida en publicar, y justo se quedan en la tercera temporada. Es una cagada a la que no me gustaría sumarme (aunque convenga).
Voy a ver qué hago, y si puedo escribir algunos capítulos que ocurran durante el salto temporal de seis meses.
Chapter Text
El cigarrillo abandona sus labios. El humo sale su boca como un simple suspiro. Está mirando a la nada, y pensando en todo. Los rayos del sol iluminan su rostro, dejan en evidencia cada arruga, cada manchita, cada rasguño. Los ojos entrecerrados, casi como dos rayitas. Se asoma sobre el hombro, queriendo comprobar que el ser que viene a perturbar su momento de paz soy yo. Mira cómo me acerco a él, cómo me apoyo en la pared, cómo le sonrío, cómo mis labios se mueven al emitir cada palabra.
—¿Fue tan espeluznante como recuerdo?
Se encoje de hombros.
—No fue gran cosa. Sólo un tipo más.
—¿Estás seguro de que no lo dices para impresionarme? Ya sabes, frases geniales para conquistar a la chica linda.
Suelta un bufido.
—No necesito esa mierda.
El pucho regresa a su boca. Me extiende la mano, invitándome a sentarme junto a él. Una nube de humo se forma frente a nosotros. Apoyo la cabeza en su hombro. Su brazo baja a mi cintura, rodeándome.
—Nunca me agradaron los hombres como él. Te dan una sonrisa escalofriante y luego te tratan como la peor mierda.
—Políticos—escupe.
—Sí…hay tipos así—suspiro—¿La guerra es nuestra única opción? —asiente—No me gusta.
—Es lo que hay.
—Lo sé. Es que…nada sale bien en esas cosas. En ambos bandos muere gente, quedan secuelas…una parte de nosotros muere cuando matamos a alguien. Es horrible.
—Si no matas, te matan—razona.
—No quiero que la sangre en mis manos cambie quién soy.
—Siempre serás una quejica llorona—se burla. La risa provoca que su pecho se eleve. Lo reprendo con un pellizco el muslo—. Estarás bien.
—¿Y si no? —abandono su hombro.
El brillo del sol se refleja en sus ojos.
—Estaré allí.
Sonriéndole, le saco el pucho de los dedos. Sus ojos bajan de los míos a mis labios. Saboreo a mi amigo de tardes estresantes y noches en vela. El humo desaparece en cuestión de segundos, dejando un poco de sí en mi pelo. Daryl traga saliva, mil pensamientos cruzando por su mente. Se aclara la garganta antes de hablar.
—¿Merle? —pregunta, sacando otro cigarrillo de la caja y prendiéndolo, fingiendo que no se quedó como bobo mirándome.
—Hizo un berrinche—sonríe—. Él y Glenn se dieron unos buenos golpes.
—¿Sabes por qué?
—Nada de lo que debas preocuparte, supongo. Llegué antes de que terminaran, fue cosa de tres segundos.
—Hablaré con él.
—Y yo con Glenn. No puede ser el único con el privilegio de darle una paliza a tu hermano.
Ríe por lo bajo.
—Haz fila.
El cigarrillo se consume, un hilo de humo se desvanece cuando aprieto lo que queda contra el suelo.
Las ojeras de Daryl están más marcadas. Las largas noches de guardia le pasan factura. Hoy lo ayudé a peinarse, le hice el mismo peinado que solía hacerle a mi sobrino cuando era un bebé. Tuve que contener la risa para que no me mandara a la mierda. Ahora está más desordenado, con trozos chiquitos de hojas secas. Daryl se ataja cuando mi mano se acerca a quitarlas, su cuerpo se relaja al recordar que soy yo. Una caricia en su mejilla le informa que nunca en la vida me atrevería a hacerle daño. Su cabeza se inclina ligeramente ante el toque. Arroja el cigarrillo al suelo, apagándolo. Mis dedos se deslizan hasta su cabello, se entrecierran al atraerlo hacia mí. Daryl suspira antes de que sus labios se unan a los míos. Su lengua juega con la mía cuando sus manos ásperas se aferran a mi rostro, acomodándome a él. Reprimo las ganas de sentarme sobre él, de reducir aún más la distancia y volver a conectar.
Le regalo una sonrisa cuando nuestros labios se separan. Nuestros pechos subiendo y bajando, su frente apoyada en la mía. El recuerdo de una promesa que no es promesa, ese “estaré allí” que espero que se cumpla.
Chapter 55: Bajo el sol.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Me gusta estar bajo el sol porque es allí donde mi piel recibe un cálido abrazo. Me gusta sentir la suave brisa chocar contra mi piel porque siento que es un abanico hecho con hojas cuadriculadas en las que varias veces dibujé garabatos. Me gusta el pasto largo porque raspa mis rodillas y me recuerda el aroma del verde siendo degollado por la máquina de crueles cuchillas. Me gusta el perfume de…de nada. Hay una baranda a muerto y eso no me gusta nada.
Lo malo de estar adentro es que se siente sofocante. Lo malo de estar afuera es que se siente el hedor a caminantes. No hay ni una buena.
Encima, hace frío. No es que esté frío-frío, sino frío-no tan frío, y si me quedo quieta en el solcito puede que no esté frío, sólo fresquito. Está lo suficientemente frío como para desear una taza de café y, si llueve un toque, ideal para una buena taza de matecocido con tortas fritas. No creo que llueva y, si ocurriera el gran milagro, no podría hacer más que refugiarme, rezar para que no sea una tormenta y esperar que Daryl esté cerca para recordarme que estoy siendo una maricona de mierda y que no da ponerme así. Tampoco hay café, ni matecocido; así que tampoco podría disfrutar del clima melancólico ni recitar ese cuentito de Cortázar que memoricé porque me encanta.
Cualquiera creería que estar relajado cuando claramente recibiste una amenaza de guerra, es una insensatez del tamaño de una casa. No es nuestro caso, por más extraño que parezca. Y cuando digo “nuestro caso” me refiero a Rick. Dio un par de órdenes simples y nos dejó manejarlas como quisiéramos. De esta manera, pasamos dos días enteros en paz absoluta terminando de acondicionar la prisión y matando caminantes.
Hoy se nos ocurrió colocar trampas en el patio para retrasar al Gobernador y a su gente en caso de que ataquen. Como todos estábamos de acuerdo en que es una buena idea, nos organizamos para llevarla a cabo. Carl, Maggie y yo agarramos una olla cada uno y las golpeamos mientras le gritamos a los caminantes, todo al ritmo de We Will Rock You. Los caminantes, tan hambrientos y desesperados como siempre, se arrojan sobre el alambrado, aplastan las mejillas en el metal y sus lenguas intentan a duras penas atravesarlo y llegar a nuestra carne. No lo consiguen. La diversión se acaba cuando vemos que los demás terminaron con lo suyo y colocaron las trampas donde estaba previsto. Oficialmente el plan de Michonne fue todo un éxito.
Le tiro un beso a Daryl antes de ir con Carl a verificar que todo esté en orden. Finge, como siempre, ignorarme y se va con Rick. No sé cuándo empezó exactamente, pero Daryl se puso serio casi de golpe. Un poco cauteloso, tal vez; más pensativo de lo usual. Que el tuerto de mierda esté obsesionado con nosotros nos tiene alterados. A él, más que a nadie, supongo; todavía insiste en hacerlo percha por meterse conmigo y no es como si quisiera evitarlo. Rick también está igual, pero él siempre está así, no es novedad. Estoy segura de que una persona con dos dedos de frente iría a averiguar qué les pasa, agradezco no ser esa clase de persona. Yo no busco problemas, yo los esquivo hasta ya no poder.
Lo que sí haré es meterme en los problemas de Carl. ¿Por qué centrarme en los dos grandotes boludos cuando un niño necesita la presencia de un adulto para no caer en la desesperación y en la antipatía?
Carl ha estado raro últimamente, como si ya no fuera, justamente, un nene. Intento sacarle charla, pero sólo responde cuando le hablo de armas o caminantes; dejo de insistir cuando veo que tiene cara de culo . Cuando era chiquita, un chirlo en la cola era suficiente para cambiarme la cara. Es bueno que no me nazca la necesidad de reproducir esos patrones de violencia. Carl no necesita ser reprendido, necesita a su madre y es una gran lástima que ya no la tenga.
Estar vigilando es un embole. Prefiero mil veces hacer guardia en la torre que acá, frente al alambrado y con media docena de caras tratando de clavar sus dientes en mí. Si no fuera porque a la noche nos cagamos de frío—y porque tenemos a un loco queriendo matarnos—, la prisión sería un buen lugar para establecerse a largo plazo. Tiene verde y una cancha de básquet, también podría jugar un partidito de fútbol con Carl si el pendejo no fuera tan pecho frío y amargado. Si consigo una pelota capaz que lo enganche. La prisión es un buen lugar, sólo necesita que la acomodemos un poco, y con “un poco” me refiero a “mucho”.
—¿Cuál es?—pregunta Carl de la nada, su cabeza está apenas inclinada y el sol se refleja en sus ojos. Dios mío, este chico es la viva imagen de su padre.
—¿Qué cosa?
—La canción que tarareas.
Tardo dos segundos en procesar y conectar la información. Oh, sí, estaba tarareando una canción de Fito Páez.
—Se llama Mariposa Tecknicolor —ante su expresión de desconcierto, agrego, también, su traducción al inglés—. Tiene una letra muy nostálgica, me recuerda a cuando la escuché por primera vez…tenía casi tu edad.
—¿Por qué “mariposa”?
—Es una metáfora. Las mariposas viven poco tiempo, creo que semanas…nuestro tiempo de vida no es tan breve como el de ellas y es por eso que vivimos diversas experiencias. Ya sabes: jugar en el jardín, andar en bicicleta por el vecindario, ver televisión a escondidas…—noto una pequeña sonrisita en su rostro—. La canción muestra una infancia sencilla e inocente, una bastante común. Es como si la mariposa representara, con todos esos colores, las experiencias y emociones que podemos sentir a lo largo de nuestras vidas. Es bastante bonita, pero triste porque te recuerda a un pasado que debes dejar atrás para seguir viviendo el presente—se me escapa un largo suspiro. Debería dejar de pensar en cosas que me bajonean. Pobre Carl—. Lo siento, fue aburrido, ¿no?
Él niega rápido con la cabeza.
—Me gusta—se acomoda el sombrero—. ¿Puedes cantarla?
Finjo sorpresa.
—¿Carl Grimes me está pidiendo que cante para él?
—No lo hagas si no quieres—apenas logra evitar hacer puchero.
Me da la impresión de que hace años que no lo escucho decir más de cinco palabras. El tono infantil de su voz me recuerda a cuando jugábamos en la cantera. Era tan pequeño y frágil.
—Está bien. Tendrás el privilegio de oír mi melodiosa y para nada desafinada voz.
Me aclaro la garganta. Carl suelta una risita que me da mil años más de vida. Canto la canción dos veces, la segunda es una pobre traducción que Carl apenas logra entender. Sé que es momento de cerrar el hocico cuando murmura un horrible “que bueno que seas maestra” que me apuñala y perfora la mitad de mis órganos. No soy maestra, no estudié Educación Primaria, ¿cuántas veces tendré que repetirlo?
Me trago la rabia y cambio de tema. Le propongo a Carl una serie de juegos de mano que no tarda en aceptar. Nuestra quinta partida de “choco-choco-la-la” es interrumpida por Rick, quien anuncia a gritos que tendremos reunión grupal
Froto mis manos en mi pantalón para calmar el ardor.
—A que llego antes que tú—apuesto, levantando una ceja.
—¿Qué?
—¡Corre!
Agarro su brazo y lo arrastro tres pasos hacia adelante. Lo suelto cuando corre por voluntad propia y nuestras risas se mezclan con el viento. Carl toma impulso, sus pasos se vuelven más rápidos que los míos y no tarda en dejarme atrás.
Mierda. No debí hacer eso. El nene tiene aguante, yo no.
Notes:
Mientras yo exista, Carl siempre será un bebé que debe ser protegido. Mi vida por el gordo *inserte meme*.
Chapter 56: Retorno a la democracia.
Notes:
Necesitaba hacer una referencia argentina en el título.
Chapter Text
Rick nos cuenta que el Gobernador le ofreció un trato: nos dejará en paz si le entregamos a Michonne. Si eso es posible o no, te lo cuestiono bastante. Tipos como él no aceptarían un sacrificio por la paz. Lo más probable es que de igual manera nos termine matando a todos. La cosa es que Rick dijo que iba a hacerlo para mantenernos a salvo, pero que, al final, cambió de opinión.
Es un alivio porque la mina me cae de diez. A veces es un poco demasiado seria, pero tiene sus momentos cómicos que me hacen reír. Además, tiene una espada, y yo siempre fui medio fan de los espadachines.
El problema está en que Merle se la llevó y Daryl fue detrás de ellos para impedirlo. Y ahora me cae la ficha. Ya sé por qué estaba tan distante: Rick le habrá insistido en guardar el secreto y Daryl sabe que tengo la habilidad de hacerlo hablar, cueste lo que cueste. Que yo lo sepa es sinónimo de que no podrán llevar a cabo el plan porque me aferraré con uñas y dientes a Michonne y no los dejaré llevársela, lo que definitivamente les causaría un gran dolor de cabeza. Por la paz grupal, Daryl tomó la decisión de evitar cualquier desliz.
Rick se disculpa, dice que tendría que habérnoslo dicho antes, lo que es cierto. Aunque respete y aprecie a Rick, no puede pasarse la vida ocultándonos las cosas cuando está claro que somos un equipo y que trabajamos juntos.
Ahora se arrepiente de habernos dicho que ya no viviríamos en una democracia, que, en realidad, no corresponde que él decida qué hacemos, cómo vivimos o lo que somos, que no podría sacrificar a uno de nosotros por el bien común porque nosotros somos el bien común y que todo lo que logramos fue gracias a nosotros, al grupo, y no sólo por él; que nosotros decidimos cómo vivir y cómo morir, que él no es nuestro Gobernador y que nosotros decidimos irnos o quedarnos, pero que siempre nos mantenemos juntos.
Se despide diciendo que podemos quedarnos y luchar, o podemos irnos.
Nos quedamos en silencio intercambiando miradas. Creo que Eliseo Verón definitivamente disfrutaría analizar los discursos del gran Rick Grimes. Admiro su capacidad de hablar como líder, con sus sentencias y órdenes ocultas detrás de opciones.
Todos estamos de acuerdo en que no podemos perder nuestro hogar por culpa de un tipito con tornillos flojos. Ya lo hablamos antes y lo volvemos a hablar ahora: irnos no es una opción, no cuando nos esforzamos tanto por este lugar, no cuando perdimos a T y a Lori en el proceso. ¿Irnos y dejar que el otro pelotudo venga y haga quién sabe qué? No, gracias.
Me estiro un poco y abandono el banco . Me pone ansiosa que Daryl desaparezca sin avisar. Podrían pasarle veinte mil cosas malas mientras me siento como tonta mirando a la nada.
Tendré que moverme rápido.
—Buscaré a Daryl. Me llevo el auto.
—Emma, no tienes que hacerlo. Regresará—Carol intenta frenarme, debe creer que me preocupa que se repita lo mismo de la otra vez.
—Lo sé, pero tengo un mal presentimiento.
—No sabes en dónde está, será mejor que esperes a que regrese.
—Lo encontraré.
Daryl y Merle juntos, ¿qué podría salir mal? Todo, probablemente. En el peor de los escenarios, ambos podrían terminar muertos a manos de los sabuesos del Gobernador; en el mejor, me los encontraría a mitad de camino. No pierdo nada al ir, sólo nafta . Me despido del grupo y voy trotando hasta el auto.
Chapter 57: "El sargento de la muerte".
Chapter Text
"Si me quedara tiempo...Pero nadie puede sobornar al sargento de la muerte".
"Ahora se quiebra un noble corazón (...) Que el canto de los ángeles te arrulle".
W. Shakespeare en Hamlet.
Desde el principio la suerte está de mi lado: Michonne llega cuando estoy por salir y me indica en qué dirección ir. Rick agrega que deberían estar en donde se reunieron para hablar con el ñoqui tuerto , lugar al que se supone que llevarían a Michonne, pero que no sucedió porque, ¡sorpresa!, ella está acá, en la prisión y no hay rastros de Merle ni de Daryl.
Cómo me caga no tener celular. En serio. Fácilmente podría teclear un mensaje de texto y listo, ya sabría dónde está y qué hace. Otra opción sería que el pelotudo de Daryl me avisara antes de irse a la mierda, ¿tanto le cuesta ser un poco pollerudo y no andar por ahí como si nada sin decirme?
Aplasto cabezas a medida que avanzo, deben ser obra de Michonne. Es bueno que sea parte del grupo, me tranquiliza un poco saber que estará de nuestro lado cada vez que tengamos que enfrentar a una amenaza. Además, tiene esa espada, ¿no está re piola? Si apenas puedo con el machete, no quiero ni imaginar lo que sería manejar una espada. Michonne es lo que los niños de hoy en día definirían como “cool”.
Y, si logramos convencer a Merle de que deje de ser tan pajero, tal vez podamos vivir en paz en la prisión durante varios años. Daryl se pondrá feliz al ver que la convivencia mejora, aunque lo ideal sería que no intentemos matar a Merle cada vez que abre la boca, pero es un detalle que se puede arreglar—con cinta, quizás.
Reduzco la velocidad cuando llego. Hay tripas y cadáveres por todas partes. Es un asco.
Paro de golpe cuando mis ojos reconocen la espalda de Daryl. Bajo con el machete en la mano. Reprimo las ganas de vomitar al ver cómo mi pie se hunde en una montañita blandita y claramente pegajosa y apestosa. Con cada paso, la zapatilla deja un rastro de manchas viscosas. No puedo tirarla, no debo tirarla. Mato al primer caminante que se me cruza, luego a otro que se acercaba a Daryl.
—¿Qué tienes? —le pregunto a pocos pasos de distancia.
Daryl está sentado frente al cuerpo de un caminante con la mirada fija en él. Su espalda tiembla ligeramente, como si se estuviera conteniendo. Me detengo y le echo un vistazo.
Oh, mierda.
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo y sacude hasta mi cabeza. Me deja sin aliento, la garganta tan seca que siento un ardor que me llega hasta las entrañas. El caminante tiene la cara desfigurada, pero es imposible no reconocer la prótesis en su brazo. Es Merle.
La puta madre, es Merle.
Y, de pronto, ya no estoy de pie en un mar de cadáveres y muertos vivientes. Ya no estoy con el rostro humedecido bajo un cielo que va perdiendo su color. Estoy en casa. Estoy de vuelta en casa.
Mi cuerpo se mueve solo, inmerso en la ilusión de un pasado que hoy en día me parece irreal.
De la cartera saco las llaves y meto una en la cerradura. Con la mano en el picaporte, hago fuerza para atraer la puerta hacia mí, levantándola un poquito y queriendo lograr que esta llave de mierda no se trabe otra vez. Estoy cansada de llamar al cerrajero por estas pavadas .
La llave gira, la puerta se abre. La fatiga del día cae como lluvia sobre mí. Tiro la campera y la cartera en el sillón.
— ¡Nonna, ya llegué! —me saco los zapatos antes de llegar a la pieza, las pantuflas me dan la bienvenida— ¿Qué vas a cocinar de rico? —espero una respuesta que no llega— ¿Te calentaste porque no pasé por el Grido? Ya te dije que no podés comer tanto helado. Menos en invierno, te vas a cagar enfermando y yo voy a estar como una pelotuda arrastrándote hasta la salita —me dirijo a su pieza. El doctor le recomendó no atragantarse con helado, pero ella es demasiado terca como para dejarlo. Parece una nena encaprichada— Paso esta tarde y te compro un kilo, ¿querés? —mis pies se detienen en el umbral. Mi corazón se congela en cuanto mis ojos la encuentran— ¿Nonna?
Mi cuerpo cae junto al de ella. Está en la cama, con los brazos en cruz sobre su pecho. Viste su mejor vestido, ese de lanilla color negro azabache con el que tanto jodió diciendo que quiere que la velen con él. El temblor de mis manos no impide que los dedos lleguen a su cuello arrugado y lo tanteen buscando un pulso que ya no está.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
El celular.
Tengo que buscar el celular. Tengo que llamar a la ambulancia.
Mis manos no lo encuentran. No está en mis bolsillos.
El teléfono fijo.
Las palabras salen apresuradas de mi boca. La persona al otro lado del teléfono me hace preguntas que ni hoy recuerdo haber respondido bien.
La ambulancia llega cuarenta y dos minutos después.
Más de cuarenta minutos sosteniendo la frialdad de un cuerpo sin vida. Cuarenta minutos pensando en que no tendría que haber ido a trabajar hoy. Cuarenta minutos odiándome por haber pospuesto la compra del auto y no poder llevarla yo misma. Cuarenta minutos puteando a los incompetentes de mierda que se dignan a decirme " Pensá en que las cosas pasan por algo " después de declararla muerta. Cuarenta minutos fueron suficientes para memorizar el rostro pálido de mi segunda madre, de esa abuela que es mucho más que una simple abuela.
Cuarenta minutos de mierda.
Un sollozo me arranca del pasado. El cuerpo tiene una herida de bala en el pecho y le faltan dos dedos, Daryl debió ocuparse de la cabeza.
Me arrodillo junto a Daryl y lo abrazo con fuerza. Mi cuerpo envuelve al suyo tal como yo deseé que alguien me abrazará aquel día. Merle fue un conchudo la mayor parte del tiempo, pero ni siquiera él se merecía una muerte de mierda como esta. Daryl comienza a llorar sobre mi hombro. Verlo así me parte el corazón en mil pedazos. Las lágrimas son contagiosas, ¿verdad? Como la gripe.
Permanecemos así hasta que anochece. Daryl lloró tanto que parece haberse secado. Le beso la frente y me levanto para matar a algunos caminantes que notaron nuestra presencia.
Lo veo ponerse de pie, puños apretados y un rostro inexpresivo. Un lejano recuerdo se inyecta en mi cabeza: no lo enterrará. Se irá y lo dejará aquí. Hará lo que quiso hacer con los de la cantera.
No puedo permitirlo. Merle es familia, y la familia se entierra. Enterraremos a Merle tal como lo hicimos con nuestros amigos, con Amy, con Sophia, con T-Dog, con Lori…con todos los que perdimos. Todos merecen un lugar.
Abro el baúl del auto. Los ojos de Daryl me observan, curiosos y, a su vez, exhaustos por esta oleada de dolor. Me agacho, coloco las manos debajo de los brazos de Merle, justo sobre sus axilas probablemente sudadas y asquerosas, y hago el vano intento de levantarlo. Su peso es demasiado, hace falta una grúa para levantar a este tipo. Lo intento una vez más, apretando los dientes.
Me quité caminantes de encima, cargarlo no debería ser problema. Entonces, ¿por qué lo es?
Daryl me empuja con suavidad, retira mis manos de su hermano y ocupa mi lugar. Me señala con la cabeza que sostenga las piernas. Ya debe saber qué quiero hacer y no creo que tenga la fuerza mental necesaria para comenzar una discusión que ninguno quiere.
Daryl y yo metemos a Merle dentro del baúl.
Conduzco en silencio. Cuando llegamos a la prisión, Daryl me pide que baje. Tardo unos segundos que me resultaron eternos, pero le hago caso. Aunque me muera por dentro, esto es algo que debe procesar solo. No le ayudará tenerme encima a cada rato.
Los demás se ponen tensos cuando me ven entrar, sus voces bajan dos tonos cuando me preguntan si estamos bien, qué pasó, por qué tengo sangre en la ropa, por qué tengo los ojos enrojecidos. Le cuento al grupo lo que sé, guardando para mí la imagen de Daryl destrozado por la pérdida.
Acordamos que lo mejor será darle tiempo.
Pero no tenemos tiempo. Hay cosas que se deben hacer antes de que sea demasiado tarde y perdamos la oportunidad.
Doy vueltas por la prisión, revisando cada rincón y recolectando materiales. Mientras los demás cenan, permanezco en mi celda con dos trozos de madera, unos cuantos clavos, un martillo oxidado que casi me revienta el dedo gordo. La cruz se ve precaria, pero el nombre “Merle Dixon” en cursiva se ve bonito cuando termino de tallarlo.
Chapter 58: Estaba preocupado por ti.
Notes:
¡Bueeenas! Les traigo el capítulo de hoy.
¡Gracias por los comentarios, hacen que me dé culpa querer entrar en hiatus! (por ahora, lo seguiré pensando).Les recuerdo que los capítulos se publican los viernes y los sábados alrededor de las 19:00/20:00 en Argentina.
Eso, nada más. Hasta mañana.
Chapter Text
"Bromeo con mis sufrimientos; si me dejase llevar, compondría toda una letanía de antítesis".
(J.W. Von Goethe en Las penas del joven Werther).
Desde que se separaron, Daryl siempre mantuvo el anhelo de encontrar a Merle. En más de una ocasión lo he visto mirar con mayor atención que cualquiera de nosotros, siempre atento a las figuras semejantes a su hermano. Más para mal que para bien, Daryl mantuvo a Merle en su cabeza con la pequeña esperanza de encontrarlo.
Y lo hizo.
Que Merle haya liberado a Michonne significa que buscó redención, que quiso hacer las cosas diferentes y comenzar de nuevo. Tal vez haya sido por él, o por Daryl, pero fue sincero y eso vale muchísimo. Le dio un golpe al Gobernador, causó tanto desastre que no tengo dudas de que hizo lo suficiente para desestabilizarlo. Nos dio una oportunidad de vencerlo.
Dios, Daryl debe estar peor de lo que imagino. La vida no te prepara para la muerte de un hermano. Me parte el corazón siquiera imaginar que es posible que los míos ya no estén con vida, pero, ¿verlo pasar? Eso es otra cosa, es uno de esos males que no le debes desear ni a tu peor enemigo.
Como en silencio, apartando lo que es fácil de tragar de lo que requiere el esfuerzo de mover los dientes. Se me cerró el estómago y perdí la llave del candado.
Aparto una porción para Daryl, pero no me atrevo a llevársela hasta que pasan unas cuantas horas. Lo encuentro apoyado en el auto, sus ojos están clavados en lo que supongo que es la tumba de Merle. Con la cruz bajo el brazo, recojo la pala del suelo y la meto en el asiento trasero.
Me coloco al lado de Daryl y le ofrezco el plato, lo acepta, pero tarda varios minutos en comer sólo unas pocas cucharadas y dejarlo a un costado. Con la cabeza, hace un gesto señalando la cruz. Se la muestro, sus dedos trazan las curvas en el nombre de su hermano. Por un segundo, me pareció ver una sonrisa triste en sus labios, la sombra de los pocos momentos felices que compartieron reflejada en un rostro que lucha contra el dolor.
Colocamos juntos la cruz, él escarbando la tierra con el cuchillo y yo diciéndole en qué posición se ve mejor. Al terminar, regresamos al capó del auto, nuestros ojos fijos en la madera.
La noche está fría, guardo las manos en los bolsillos. Cuando montamos el primer campamento, Miranda Morales estaba convencida de que los hermanos Dixon eran exconvictos con un largo historial en tráfico de drogas y hurto, mi discurso moralista se fue a la basura cuando, en la noche, Merle me ofreció unos “polvitos mágicos” y la invitación a su “fiesta privada”.
Se me escapa una risita, noto que Daryl gira rápido la cabeza hacia mí.
—Lo siento…recordé la primera vez que hablé cara a cara con él. Me ofreció drogas.
—Dijo que eras una puta estirada—su voz es un susurro ronco casi inaudible.
—Que idiota…—silencio. Envuelvo su mano con la mía, no la aparta—Hablé con él hace unos días, cuando se reunieron con el Gobernador.
—¿Qué dijo?
—Quería que fuéramos juntos a emboscarlo. Estaba preocupado por ti.
—¿Él y tú?
—Sí…fue raro. Se dio por vencido más pronto de lo que esperaba, siempre creí que era un cabeza dura.
—Lo es…lo era.
Apoyo la cabeza en su hombro, acaricio su mano con el pulgar.
—Me dijo que te quiere. Y fue sincero, Daryl. Merle te amó demasiado, más de lo que le gustaría admitir—lo siento inhalar con fuerza, tragarse el nudo en la garganta, apartar el dolor—. Haremos que su esfuerzo valga la pena. El Gobernador se cagará encima cuando lo tengamos acorralado.
Daryl murmura un “sí”, su mano aprieta la mía. Todo su cuerpo emana un dolor casi palpable, un aire de ira mezclada con arrepentimiento y tristeza. Esta noche será larga.
Chapter 59: Con el rabo entre las patas.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
"Estoy en un mundo donde a veces se tiene por locura hacer el bien
y se tributan elogios a la maldad.
¿De qué me sirve la pueril excusa de no haber hecho mal a nadie?"
(W. Shakespeare en Macbeth).
Creo que dormí alrededor de dos o tres horas, tengo lagañas en los ojos y la boca me sabe a sal. Me quedé con Daryl hasta el amanecer, tuvo que obligarme a regresar y descansar. No quería dejarlo solo, pero me engañó con la falsa promesa de que entraría en un minuto.
Apenas salgo de la cama, Rick me hace señas desde el recibidor para que me una al grupo. El ataque del Gobernador es inevitable, estamos convencidos de que hoy vendrá y nos queda ponernos creativos. Sólo por las dudas.
Empaco mis cosas y las subo al auto. Tampoco es como si tuviera mucho. Un par de remeritas, unos libros hechos poronga, boludeces varias…Tardo apenas unos minutos y salgo a ayudar al resto.
Me inquieta un poco ver la prisión vacía. Es como esa sensación de vacío que te provoca dejar atrás tu casa de toda la vida porque el alquiler subió hasta las nubes y el dueño no afloja con el precio. Si me habrá pasado…En cualquier momento una de esas bolas que hay en el viejo oeste va a pasar por acá y sonará esa melodía típica de las películas.
La mochila cae dentro del baúl, Maggie coloca la suya al lado. Compartimos una mirada que parece gritar “si hay que hacerlo, hay que hacerlo”, una muy común entre nosotras. Me pregunto si alguna vez podremos decir “no hay que hacerlo”.
Después de ocultar los vehículos y mandar a Carl, Beth, Hershel y Judith al bosque, el resto nos preparamos para la llegada de Woodbury. Estoy más cansada que nerviosa, quiero que terminemos con todo esto lo más pronto posible.
El Gobernador hace su entrada como siempre: con escándalo y con un excesivo desperdicio de balas. Los escucho matar caminantes, destruir las torres. Sonrío cuando ingresan al edificio. Salgo de mi escondite exactamente cuando Glenn y Maggie empiezan a disparar, uniéndome a ellos. Las balas vuelan como rayos, se estrellan con furia contra el suelo como las bombitas de agua que solía arrojar cuando era chica. Algunos tipos de Woodbury se defienden, pero están demasiado expuestos, no pueden arriesgarse.
En medio del caos, logro ver una cara conocida. El tiempo se ralentiza. Las manos me comienzan a transpirar. Tengo la boca seca, los ojos ardiendo. Tengo una sola cosa en la cabeza, una que no me gusta para nada.
Humedezco mis labios. Tengo que hacerlo rápido.
Silbo, él voltea hacia mí, acomodo el arma y veo cómo la bala atraviesa uno de esos feos tatuajes que tiene en el rostro. La imagen de la bala abriendo su piel, introduciéndose despacio entre capas de piel y hueso. Un hilo de sangre baja de la herida, recorre su piel. El cuerpo cae, se desploma con un ruido sordo. Noto que contengo la respiración justo cuando un suspiro se escapa de mis labios.
Maggie jala de mí para que me cubra. Mi corazón es golpeado por la culpa. Juré vengarme y lo hice. Maté a un hombre. Lo maté con los ojos clavados en el punto rojo que se formaba alrededor de la bala. Lo maté con las mismas manos que uso para acariciar a Daryl, las mismas manos que sostienen a Judith y que le revuelven el cabello a Carl.
Trago saliva. No quiero pensar más en esto. No quiero pensar en él. No quiero pensar en lo que podría convertirme. Simplemente voy a fingir que es una tarea menos en mi lista de pendientes, una que tiene punto final y que nunca se extenderá. Aparto la vista del charco de sangre que se forma alrededor de su cadáver.
La gente de Woodbury sale con el rabo entre las patas. Les disparamos hasta conseguir que se tomen el palo y no quede ni uno.
—¿Lo logramos? —Maggie le pregunta a Glenn con una alegría inmensa.
—Lo logramos. Bajen.
Maggie y yo bajamos con los brazos entrelazados. Rick, Michonne, Daryl y Carol se reúnen con nosotros en el patio. Debatimos sobre qué hacer a continuación, concluimos en que será mejor ir tras el Gobernador.
Como aún existe la posibilidad de que el tuerto psicópata regrese, nos dividimos en dos grupos: uno irá hacia Woodbury, el resto nos quedaremos a custodiar la prisión. Cada uno se fue directo a cumplir sus respectivas tareas, las mías, en cambio, tendrán que esperar un poco.
Me acerco al cadáver del morocho con la cara tatuada—o lo que queda de esos tatuajes—, le doy un par de patadas y le saco las armas. Se ve pequeño. El hombre amenazante que me hizo pelota en Woodbury luce tan inofensivo. Tan…muerto. Y, definitivamente, y a diferencia de mí—modestia aparte—, él no es nada “bonito”.
Daryl me observa con las cejas levantadas, curioso por mi necesidad de mirar tanto a un hombre que no es él.
—Me vengué.
—¿Fue él?
Asiento, mis ojos aún pegados en el morocho de la frente perforada.
Daryl me revuelve el cabello y deja un beso en mi frente. Cumplió con su palabra: sí está aquí, conmigo. Que sea tan tierno hace que me sienta culpable por contarle la verdad a medias, pero nunca debe enterarse de que Merle se sobrepasó. Me aseguraré de convencer a Glenn y a Maggie de que no le digan.
Encubrirlo me sabe a mierda. No es algo que mi yo adulto pre-fin del mundo haría. Pero Merle está muerto y no vale la pena sacar los trapitos al sol. Prefiero tragarme la verdad y dejar que su bronca se deposite en este desconocido con tatuajes. Total, los muertos no pueden revelar secretos.
Se separa de mí y va hacia la motocicleta, voltea al escucharme hablar.
—Clávale una flecha en el otro ojo, por mí.
—Serán dos.
Beth, Carol, Maggie, Glenn y yo despedimos a Rick, Daryl y Michonne. Es lamentable que sólo sean tres, pero no podemos arriesgarnos a perder la prisión. Por ahora, sólo queda juntar cadáveres y restos.
Cuando llega el final del día, estoy tan agotada que me quedo dormida. Mis ojos se abren al salir el sol, cuando Hershel me despierta con la noticia de que los tres volvieron.
Un poco atontada por el sueño, froto mis ojos y veo cómo un montón de gente baja de un colectivo.
Es una locura, Rick trajo a los residentes de Woodbury.
Notes:
Creo que le agarré gustito a editar imágenes y poner citas de libros...
Cuando escribí este capítulo, tenía pensado entrar en hiatus y, al volver, arrancaría directamente en la temporada 4 de TWD. Como veo que, sorprendentemente, al fanfic le está yendo bien, voy a tratar de escribir unos cuantos capítulos que sucedan durante el salto temporal que ocurre en la serie.
¡Nos leemos pronto!
Chapter 60: Licor de durazno.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
"Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor".
(G. A. Bécquer en Rimas y leyendas).
El peso de los días cae sobre mí. Sobre mi espalda, en realidad. La gente de Woodbury me tuvo corriendo de un lado a otro, pidiendo ayuda por cada boludez y sacándome charla cada vez que podían. Me la pasé cargando cosas, guiando gente, cocinando con Carol y respondiendo preguntas tontas con la mejor sonrisa que mi rostro puede crear. Ya es la tarde del décimo día cuando logro escabullirme y salir al patio. Encuentro a Daryl apoyado en su moto. Sus ojos clavados en una flecha que da vueltas en sus manos, totalmente indiferente al caos del interior.
—¿Cómo lo llevas? —le pregunto cuando me acerco, mi mano frotando su espalda.
Daryl gruñe una respuesta inentendible que podría traducirse como “¿Tú qué crees?”.
Lo abrazo desde atrás, mis brazos rodeando su torso.
—¿No deberías estar masajeándole los pies a esos ancianos? —pregunta con tono burlón.
Chasqueo la lengua.
—No entiendo por qué me siguen. Rick es el jefe aquí—hundo el rostro en su espalda.
—Tienes una de esas caras amables. Si les sonríes, te seguirán como niños.
—¿Te estás burlando de mí? —deshago el abrazo y doy la vuelta para encontrarme con su rostro sonriente—Eres el peor. Ya te quiero ver consiguiéndoles pantuflas y medicina para la presión.
—Estaré en el bosque, no tendrán la oportunidad.
—Sí, veo que te funcionó bien. Hoy me preguntaron tres veces por ti.
—¿Qué respondiste?
—Que me estabas engañando con una ardilla.
Resopla.
—Las ardillas no fruncen los labios cuando me voy, tampoco inflan las mejillas.
—Puedo hacer mucho más que eso y lo sabes—arqueo una ceja, haciendo más evidente el doble sentido.
—Sí, seguro—se burla.
Vemos a una mujer caminando desorientada, se acerca a nosotros cuando nos nota. Es bastante mayor, casi de la edad de Hershel. Se perdió y no encontraba a nadie que la guiara, aseguró que Dios nos puso en su camino. Noto cómo Daryl se esfuerza en ocultar su diversión.
Después de que le indicara por dónde ir—a pesar de que fuera el camino más fácil de todos—, la mujer se despidió repitiendo tres veces "cariño" y diciendo que soy “una dulzura”. Mi sonrisa se borra cuando me encuentro con la expresión burlista de Daryl.
—No digas nada—le advierto.
—Sí, “cariño” —hace énfasis en la última palabra. Me pongo colorada. Este hombre va a matarme algún día—¿Qué tienes ahí? —señala con la cabeza mi libreta, ajeno al calor naciente en mi pecho que me sacude el cerebro.
Me aclaro la garganta. Lo empujo un poco para que me deje sentarme junto a él. Le paso el cuaderno.
—Le pedí a Glenn la guía telefónica. Marqué algunos lugares de la zona que me gustaría visitar. Hay un mapa ahí, justo entre…sí, es ese—me devuelve la libreta y extiende el mapa, lee cada anotación—. Los que están subrayados son los urgentes, el resto puede esperar.
—¿Un bar es urgente? —levanta una ceja.
Me encojo de hombros.
—Totalmente urgente. ¿Sabes que beber una copa de alcohol todos días le hace bien al corazón?
—¿No decían esa mierda sobre el vino?
—Todo es alcohol, es lo mismo.
Él simplemente niega con la cabeza, sus dedos recorren la ruta.
—Te llevaré—declara mientras abandona su sitio.
—¡¿En serio?! —Daryl asiente. Se tensa un poco cuando salto a su cuello y le digo que es el mejor.
—Busca tus cosas, nos vamos en diez.
Daryl está al volante, los ojos al frente, un brazo en la ventana y sus oídos atentos a mi relato. Le cuento de la primera vez que me puse en pedo. Se parte de risa cuando descubre que soy una pelotuda de primera.
Resulta que fuimos a Córdoba de vacaciones y con mis primos estábamos en una joda con otros pibes de más o menos nuestra edad. Debí tener como quince o dieciséis años. Y había un vaso medio grande con Coca-Cola. La cosa está en que me bajé dos vasos antes de que alguien me informara que no era coca, era fernet. Y quedé como una pelotuda frente a todos. Mi prima le tuvo que decir a mi vieja que iba a dormir en la pieza con ella para no despertar a mis hermanos. Sólo así zafé de ella. A la mañana siguiente me sentía para el culo y mamá se dio cuenta, nos cagó a pedo toda la mañana diciendo que éramos unos irresponsables de mierda y unos pendejos inconscientes y bla, bla, bla. Esa noche volvimos a salir, totalmente entregados a la adrenalina de salir a escondidas.
Daryl menciona la vez en la que un amigo de Merle, que era traficante, casi le vuela la cabeza por un programa infantil y porque su hermano era un maldito bocón. Dijo que zafó porque el chabón le pegó en la panza y lo hizo vomitar todo. Y, como el tipo y Merle estaban re drogados, se cagaron de risa y dejaron de amenazarse.
Estaciona a unas cuadras del bar justo cuando finaliza la anécdota con un “Vomitar me salvó el trasero”.
Damos una vuelta alrededor del edificio. Tiene dos puertas: la principal y la de emergencia. No hay caminantes cerca, sólo uno que otro cadáver. Regresamos al frente. Daryl golpea la puerta, los gruñidos se hacen audibles. A la cuenta de tres, la puerta se abre. Una flecha derriba al primer caminante. Daryl avanza golpeando la cabeza de otro con la ballesta. La hoja del machete atraviesa la frente de un caminante, uso su cuerpo para empujar al segundo hasta la pared. Saco el machete, lo introduzco en el ojo izquierdo del otro. Me doy la vuelta en cuanto escucho pasos arrastrados. Un caminante se arroja sobre mí. Mi mano abierta sobre su pecho pegajoso y viscoso, mi arma creando un orificio en el costado de su cabeza.
Daryl me hace un gesto desde el otro lado de la habitación, le hago saber que estoy bien. Me limpio las manos con unas cortinas color bordó.
El lugar no se ve tan mal. Parece uno de esos bares rústicos y clásicos que fácilmente podrían ser atendidos por un viejo canoso; como en las películas.
Hay botellas rotas por el suelo, otras vacías en la barra. En un rincón hay almohadas y bolsas de dormir, latas vacías, envoltorios de barras de cereal.
—¿Cómo crees que murieron? —le pregunto a Daryl. Acaba de regresar de revisar el baño—No veo que tengan mordidas.
Daryl señala un tarro de metal. Tiene restos de papel y madera.
—El invierno los atrapó—patea una botella vacía que rueda mientras aplasta un caminito de fósforos usados—. Hicieron una fogata. Murieron dormidos.
—Que idiotas…—murmuro.
Es por esto que la nonna y yo siempre dejábamos el ventiluz de la cocina un poquito abierto. Nos daba un cagazo que el calefactor tuviera alguna pérdida y nos matara mientras dormíamos.
Rodeo la barra hasta estar en frente de las estanterías.
—Tenemos ron…vodka, algo de whisky. Ugh, probé este vino, es asqueroso—tomo una botella—. ¿Existe el licor de durazno?
—Es pura mierda.
—Ahora me dan ganas de beberlo—abro la botella bajo los ojos expectantes de Daryl desafiándome a beber algo que él sabe que definitivamente no me gustará. Arrugo la cara cuando el líquido toca mis papilas gustativas. Me obligo a tragar—. ¿Qué es esta mierda tan dulce?
—Te dije.
Abandono la botella en la barra, lejos de mí. Nunca me gustó mucho el durazno. Lo como más por obligación y por hambre.
—Ven. Dame un poco de tu amargura—me inclino sobre la barra extendiendo los brazos hacia él, enganchando mis dedos en su chaleco, atrayéndolo. Daryl ríe por lo bajo. Le comparto la dulzura del licor.
Si Daryl me besa cada vez que tomo una porquería como esa, tal vez no esté tan mal.
Notes:
¡Bueeenas!
Acá comienza una serie de capítulos que se ubican temporalmente en el intervalo entre el fin de la temporada 3 y el comienzo de la 4.
La verdad, no me tenía fe. Pero estoy satisfecha con el resultado, siento que quedaron lo suficientemente bien como para ser publicados (tampoco es que sean la revolución literaria).
Lo que me gusta de estos capítulos es que puedo mostrarles con mayor libertad cómo es Emma.Ya que estamos, no sé si vieron el episodio 2x2 de Daryl Dixon, pero...no lo vean, ahre. Yo cometí el error de verlo después de escribir un capítulo re lindo y quedé en estado líquido.
Chapter 61: El bajón.
Summary:
Conocemos un poco cómo fue la infancia de Emma y otras cositas.
Notes:
Advertencia: referencia a maltrato infantil.
Chapter Text
"Te agradezco que sanes mi alma
Sobrevivo encontrando en tus ojos
El resplandor de un verde talismán
Si al final esta vida es un sueño
Solo sé que a tu lado me quiero despertar"
(Rata Blanca en Talismán, 2008).
Dejamos los bolsos en la mesa. Carol dijo que se ocuparía de ordenar.
Pasamos el resto de la tarde revisando las casas de la zona y algún que otro negocio. Cuando quisimos ver, la luz se estaba yendo. Tuvimos que regresar antes de que oscureciera por completo. Rick nos necesitaba en casa.
No conseguimos mucho. Nos dio el bajón cuando notamos que un bolso estaba lleno de botellas y que los otros dos con comida no serían suficientes para tanta gente. Estaba bien cuando sólo éramos nosotros, estamos acostumbrados a pasar un día o dos sin comer. Pero esta gente es diferente. La mayoría estuvo encerrada en Woodbury desde el principio, no había día en el que no comieran.
Me ofrecí a hacer la primera guardia en la torre, Daryl quiso acompañarme.
—Rick me dijo que quiere sumar a más gente—le digo con una mueca. Daryl me pasa un vaso con whisky y se sienta a mi lado, nuestras piernas cuelgan balanceándose—. ¿Cómo haremos para cuidar a tantos?
—Haremos que funcione.
—Supongo que sí…—doy un sorbo, el líquido me quema la garganta—Creo que me ocuparé de los niños. Darles clases y esas cosas. Regresar un poco al oficio.
—Estarás a salvo.
—Pero tú no—mi frente toca el metal—. No quiero que te expongas al peligro.
Él se encoge de hombros.
—Tengo que hacerlo.
—Lo sé.
El cielo nocturno brilla detrás de él, enmarca su figura. Su poncho cubre nuestros hombros, nos obliga a acercarnos más. Siento el calor de su cuerpo, escucho su respiración tranquila.
¿Cuánto tiempo pasó desde que todo esto comenzó? ¿Un año? ¿Más? ¿Menos? Con el pasar de los días, me pareció absurdo llevar la cuenta. Solíamos creer que el asunto se resolvería cuando los militares recuperaran el control y erradicaran a los caminantes, pero, claro, no fue así. Ellos cayeron antes que nosotros, unos simples e incapacitados civiles. Me da risa. Me acuerdo de cuando papá me hablaba de los tiempos de Dictadura. Tuve la suerte de nacer después del retorno a la Democracia, pero los vestigios del terror seguían instaurados en la mente de la sociedad. Todavía tenemos heridas que curar, sería injusto que ahora tuviéramos muertos vivientes dando vueltas por el Obelisco o en las plazas. Reprimo la risa que me provoca imaginar a un argentino promedio puteando a un caminante porque no lo deja dormir la siesta ni tomar mates tranquilo.
El bajón me pega. Los extraño tanto.
—¿Crees que el virus se haya expandido a otros países? —susurro.
—Tal vez.
—¿A Argentina?
—¿No está lejos?
—Sí…—muy lejos, pero no lo suficiente—Es posible que mis padres y mis hermanos estén muertos.
Da otro sorbo. Acomoda el poncho.
—Nunca hablas de ellos. De tus hermanos.
—¿No? —niega—Tengo tres. Francisco es el mayor, el bebé de mamá—ruedo los ojos—. Nació cuatro años antes que yo, tiene dos hijos: Martín y Alejandro—sonrío al recordar cuando apenas eran unos bebés recién nacidos—. Después está Vicente, el tercero. Se fue de casa a los diecisiete porque embarazó a su novia y quería trabajar para construir su hogar—Daryl asiente, totalmente de acuerdo con la decisión de mi hermanito—. Manuel es el menor. Nació cuando yo tenía siete años. Mis padres se divorciaron dos años después y a mamá no le gustaba la idea de gastar su sueldo en niñeras. Como soy la única hija mujer, me relevó casi todas las tareas del hogar. Los cuidaba cinco horas a la mañana hasta que nos tocaba ir caminando a la escuela, y luego esperaba a que fueran las nueve de la noche y ella regresara. Era un desastre lograr que dos simios me hicieran caso, y cuando Manu creció se hizo más complicado.
—¿Y tu padre?
—Mamá no le dejaba vernos. Podíamos saludarlo desde la ventana cuando nos traía dinero, a veces podía entrar a la casa cuando eran nuestros cumpleaños.
—Una mierda—rellena mi vaso. Él abandona el suyo y toma de la botella.
—Sí…una verdadera mierda.
Inclina la botella, proponiendo un brindis por nuestras infancias de mierda.
—¿Por qué crees que fueron así con nosotros? —le pregunto después de estar un rato mirando a la nada.
—Tenían problemas.
—Tal vez nosotros éramos uno de sus muchos problemas.
—Tal vez.
Apoyo la cabeza en su hombro. No me entra en la cabeza cómo un adulto podría ponerle las manos encima a su propio hijo. Pero, en momentos como este, siempre recuerdo a mamá.
Mamá, divorciada, con trabajo, una juventud desperdiciada por cuatro hijos que juró que nunca quiso tener…pero los tuvo y eso nunca fue culpa nuestra.
Pienso en las cicatrices de Daryl, en lo enfermo que debió estar su padre para dejarlo así. Fue un verdadero monstruo.
Mamá, por lo menos, tenía cuidado: sólo quería reprendernos, no torturarnos. Aun así, creo que con las manos es peor. Definitivamente. El contacto es directo, sientes todo. Y eso hace que duela más recibirlos. No dejas de preguntarte por qué alguien que usó esas manos para sostenerte cuando eras un bebé tan pequeño y débil, ahora las está usando para dañarte. No es lo mismo que el cinto o la varilla que, si bien duele como el infierno, es indirecto; sabes que esa persona no siente nada, sólo manipula el objeto. Creo que esa es la gran diferencia. Pero el dolor es dolor, y un padre nunca debería causárselo a sus hijos, y sus hijos nunca deberían recibir ese maltrato.
Creo que es por eso que nunca se me cruzó tener hijos. El temor de convertirme en mi madre me tortura. No quiero ser como ella. No quiero ser esa clase de monstruo. Lo mismo debe ser para Daryl. Sé que lo ve a él cuando pierde el control, que lo escucha cuando explota de ira. Sé que, como yo, huye. Pero también sé que, en el fondo, añora tener una familia. Lo he visto cuando tiene a Judith en sus brazos, cuando despierta minutos antes que yo y se dedica a memorizar cada centímetro de mi rostro, cuando me abraza y se aferra a la ilusión de un futuro que cree improbable, pero que, aun así, quiere creer. Y lo sé porque yo también lo siento.
Tal vez sólo haga falta eso: creer. Creer y creer hasta hacerlo realidad. No estaría nada mal. Y un día, quizás, podríamos llegar a tenerlo y será como comer una cucharada grande de helado de dulce de leche granizado en una tortuosa tarde con 36° de calor.
Chapter 62: Chilla. Se cae. Se desploma.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El sol está radiante. El viento mece con suavidad las hojas de los árboles. Por unos segundos, lo único audible es el zumbido de las moscas. Cada paso que doy es silencioso. Hace tiempo que mis pies se acostumbraron a pisar terreno libre de ramas y hojas secas.
Me detengo.
Una ramita se rompe en un breve “clic”.
¿Izquierda?
No.
Derecha.
Saco una flecha del carcaj. Camino agachada, con el arco y la flecha mirando hacia el piso, y los ojos atentos a cualquier movimiento. Contengo la respiración cuando la veo. Los rayos del sol caen sobre su pelaje rojizo, iluminan mechones que parecen un tono más naranja que el resto. Está mirando hacia el otro lado, sus orejas se sacuden ligeramente. Rodeo el área, mi cuerpo oculto detrás de los arbustos y los troncos de los árboles. Tenso el arco. Estoy a unos pocos metros. Mis labios forman una pequeña “o” y todo el aire contenido es expulsado de mi cuerpo cuando mis dedos abandonan la flecha y ella, tan veloz y mortal, atraviesa la flora como un rayo que en una tormenta eléctrica cae y te corta la luz durante horas. La punta de la flecha absorbe la luz del sol, la refleja en un brillo que se apaga cuando entra en contacto con la carne. La flecha se introduce en la cabeza de la cierva, forma un hueco en el cráneo y deja un rastro de sangre a su alrededor. La criatura chilla. Se cae. Se desploma. Todo su peso descansa sobre ramitas destrozadas.
Salgo de mi escondite para retirar la flecha, la sangre se salpica en el rostro del animal y una sensación de culpa me abruma. Me quito el pensamiento de la cabeza.
Tenemos que comer, Emilia, no rompás los huevos.
Limpio el resto de la sangre con el pelaje de la cierva. Coloco las manos sobre mi boca, tal como Daryl me enseñó. El sonido similar al canto de las aves nace de mí. La respuesta llega a los pocos segundos, la misma melodía. Es nuestra señal, así sabemos cuándo necesitamos la presencia del otro.
El cuerpo de Daryl surge de entre el arbustal. La ballesta está a la altura de su rostro, lista para disparar una flecha en el ojo de cualquier ser que camine. Enarca una ceja cuando me ve, una media sonrisa se forma en sus labios cuando encuentra mi triunfante rostro sonriente. Baja la ballesta, la acomoda en su espalda.
—¿Y eso? —pregunta con voz burlona, acercándose.
—La cena.
Su mano frota la parte baja de mi espalda, me aparta del animal sosteniendo mi costado como una indicación de “yo me ocupo”. Un suspiro se escapa de mis labios cuando los músculos de sus brazos se tensan. Lo veo levantar con demasiada facilidad el cuerpo y colocarlo como si nada sobre sus hombros.
—Ten—saca un trozo de tela de su bolsillo y me lo ofrece—. Tienes baba.
Chasqueo la lengua y ruedo los ojos como respuesta.
Dejamos atrás la escena del crimen. Un caminante se cruza en nuestro camino, la flecha sale disparada y se clava en el centro de su frente. Daryl silba ante mi gesto de superioridad, sus ojos brillando de orgullo.
Últimamente nuestros días juntos son así. Como todavía estamos organizándonos y acomodando todo para que la convivencia sea lo más tolerable posible, Daryl y yo optamos por salir a menudo a cazar. Y, aunque quisiera simplemente acostarme sobre un árbol y perder el tiempo, no lo hago. Somos demasiados y la comida es escasa. Además, me gustan estas salidas al bosque. Todo aquí me suena demasiado a Daryl, es como si él tuviera la esencia de un bosque.
Mi mayor alegría fue recibir un arco. En realidad, tiene otro nombre, uno más largo. Pero esto de aprender los nombres de las armas es un fastidio. Para mí sólo existen los arcos, las ballestas, las pistolas, las escopetas y las ametralladoras. Todo lo demás son simples variantes de lo mismo. Daryl se cansó de intentar explicarme, en más de una ocasión me llamó “terca” por negarme a memorizar y diferenciarlas. Ahora, totalmente rendido, me dice “toma la pistola” o “toma el arco”. Nada más.
Daryl encontró este arco en una cabaña, pensó en que no me vendría nada mal tenerlo. Estuvo una semana enseñándome y otra más sin apartarse de mi lado asegurando que, a pesar de que ya sabía cómo usarlo, podría meter la pata y morir como una maldita idiota. Yo me defendí diciendo que no era tan estúpida como para andar distraída y terminar clavándome una flecha en el costado. Captó la indirecta de inmediato. Supe que me dio la razón cuando dejó de perseguirme como un perro faldero.
Abandonamos la extensa línea de árboles, arbustos y animalitos salvajes. Guardo el arco y saco el machete, unos cuantos caminantes notan nuestra presencia. En estos días se han estado amontonando, como si olieran que dentro de la prisión hay vida y sus estómagos podridos rugieran con furia para saciar esa hambre que, en realidad, es insaciable.
La hoja silba cuando corta el aire y se clava en la coronilla del primer caminante; uso el pie para empujarlo y liberar el arma. Troto hasta llegar a Daryl, tiene un caminante a dos metros de él. Lo agarro del cuello de su camisa mugrienta y lo tiro hacia atrás antes de introducir el machete en su ojo.
Volteo hacia Daryl, indicándole con la cabeza que estoy bien. Él repite el gesto.
La puerta se abre. El portero de turno nos saluda con alegría, es un tipo que Glenn encontró por ahí hace dos semanas y que ahora forma parte del grupo. Es piola, supongo. Me saluda cada vez que nos cruzamos, y la última vez que nos vimos fue porque en su última salida encontró una pila de comics de Marvel y quería dejarlos en la biblioteca para los niños. Lo que él no sabe es que Carl y yo nos quedamos hasta tarde leyendo y comiendo papas fritas rancias.
—Carl cree que, si fueras un superhéroe, serías Clint Barton—le digo a Daryl. Levanta una ceja—. Ya sabes, Hawkeye.
—¿El arquero? —asiento—¿Por qué?
—¿Es en serio? Ambos son arqueros, rubios y tienen unos preciosos ojos azules—Daryl pone los ojos en blanco, un gruñido semejante a una risa escapa de él—. Y son mis favoritos.
—¿Y tú quién eres? ¿La Viuda Negra?
—Ni hablar—ojalá fuera la diosa de Natasha—. Soy…—lo pienso un poco, repasando una lista mental de todos los personajes ficticios que puedo recordar—Katniss Everdeen.
—¿Qué mierda de nombre es ese?
—¿No la conoces? Es de un libro muy conocido.
—No leo mierdas.
Exagero mi reacción, llevo la mano hacia la zona del corazón y finjo que sus palabras me dañaron.
—Voy a fingir que no escuché eso—él ríe, me hace un gesto con la cabeza pidiendo que continúe—. Usa un arco, se escapa al bosque para cazar y somos del mismo signo zodiacal. Fácilmente podríamos ser la misma persona.
—Sí, claro.
Noto que llegamos al área común cuando todo el mundo comienza a saludarnos. Me tomo el tiempo de sonreír y responder, pero Daryl es tan asocial que pasa de largo. Es Carol la que lo detiene y me da tiempo para acercarme.
—¿Otro más? —Carol señala la cierva—Harás que nos acostumbremos.
—La princesa Everdeen lo cazó—anuncia Daryl, retomando la caminata.
Carol me sonríe con complicidad, su mano frota mi espalda.
—Ya sabes—digo con la voz un tono más alto de lo usual—, es lo que conlleva ser la mejor cazadora y arquera del grupo.
Daryl deja caer el cuerpo en la mesa, sus ojos reflejando diversión.
—¿Me ayudarás con esto o no eres lo suficientemente buena para desollar animales?
—Ya voy—le respondo alargando las palabras.
Carol se ríe junto a mí, me da ánimos a medida que avanzo.
Daryl y yo pasamos el resto de la tarde preparando la cierva. De un modo u otro, terminamos cubiertos de sangre. Él se queja diciendo que es mi culpa, pero yo no fui quien dijo que estábamos descuartizando a Bambi.
Notes:
No saben lo agonizante que es esperar a que llegue el viernes y poder publicar. La ansiedad me gana...
¡Gracias por leer mi historia! ¡Esperen el capítulo de mañana! Tkm <3
Chapter 63: Espuma.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Cierro la puerta, corro las cortinas. La bola de ropa limpia cae sobre la silla que está en la esquina.
Su boca captura la mía. Sus manos sostienen el dobladillo de mi remera, tira de ella hasta arrancarla de mi cuerpo. Hago que su chaleco desaparezca, que un par de botones de la camisa salgan volando.
Mi piel desnuda se estremece cuando la pared le regala una caricia fría. El calor de Daryl me recuerda dónde estamos. Lo arrastro hasta la ducha. Un gruñido se escapa de él cuando las gotas de agua chocan contra su cabello, logrando que una capa de tierra se diluya. Su boca regresa a la mía, nuestras lenguas entrelazándose de un modo que siempre me deja mareada. Masajeo su cabello, causando que la humedad se filtre en él. Las manos de Daryl recorren mi cintura, suben y bajan por mi espalda. Con fuerza, une nuestros cuerpos. Le da fin al beso para centrarse en ese punto sensible detrás de mi oreja.
—Necesitas shampoo—jadeo. Él gruñe un “no”, pero, aun así, estira el brazo para agarrar la botella y entregármela.
Coloco un buen chorro de shampoo en su cabeza antes de dejar un poco en la mía. Daryl deja de besarme cuando la espuma se desliza por su rostro y termina en su boca. Se inclina hacia mí, dándome permiso para continuar el intento de quitarle la suciedad. Su cabeza se tiñe de blanco, le pido que cierre los ojos para poder quitarle las manchas de la cara. Las yemas de mis dedos acarician cada centímetro, frotan con suavidad cada corte y cada gramo de tierra y sangre. Su barba se llena de espuma, me dedico unos largos segundos a limpiarla.
Me centro en mí cuando Daryl se endereza para enjuagarse.
—Te ves más guapo cuando estás limpio—me burlo.
—Cállate—escupe. Se quita el exceso de agua de la cara.
Me doy la vuelta para tomar el jabón. La barra se desliza por mi piel, un rastro de espuma perfumada. Daryl deja un beso en mi nuca, me acomoda el pelo para que no me moleste. Su brazo envuelve mi cintura y me atrae hacia él. Mi espalda pegada a su pecho, sus dedos moviendo mi cabeza para poder besarme. Cierro los ojos al sentir la calidez de su aliento. Un escalofrío recorre mi espalda al sentir su dureza. Mi mano libre se desliza por su cabello, capturando mechones que lo obligan a inclinarse e intensificar el agarre. Regreso el jabón a su lugar, él me da la vuelta. El azul de sus ojos brilla de deseo, sus labios me roban el aliento. Nuestras respiraciones se enfrentan en una insaciable batalla de latidos estruendosos y caricias torpemente apresuradas.
Su calor me abandona. Sus manos buscan un bolsillo que ya no está.
—En el suelo—le digo riendo. Me regala un beso antes de ir a buscarlo.
Me quito el resto del jabón, asegurándome de no tener ni una gota de mugre o sangre. Quisiera que Daryl tuviera el mismo cuidado, pero es tan roñoso que se quejará si se lo pido.
Él regresa a mí. Cierra la canilla antes de acorralarme contra la pared y envolverme con su cuerpo. Nuestras frentes chocan. Mi mirada pasa de sus ojos a sus labios. Se estremece al sentir mis manos deslizarse desde el nacimiento de su cintura hasta sus hombros. Traga saliva, se lame esos preciosos labios rosados y resecos. Las yemas de mis dedos acarician el relieve de sus cicatrices. Daryl suelta un suspiro largo. Sus labios regresan a los míos. Un beso casto se convierte en un desenfrenado choque de pasión. Sus manos agarran mi piel, la aprietan, la recorren una y mil veces. Sus brazos me elevan. El choque se detiene. Nuestros pechos subiendo y bajando con más rapidez, nuestras respiraciones totalmente descontroladas. Sus dedos se deslizan por mi cintura, bajan hasta llegar a mi centro. Entierro el rostro en su cuello, mi boca apretada contra su piel. Lo escucho reír, totalmente fascinado por obligarme a mantener la compostura y no ceder ante el instinto.
—Quiero escucharte—susurra en mi oreja con ese maldito tono burlón que tanto adoro.
—Te detesto—le gruño antes de llevarme la mano a la boca para reprimir un gemido. Daryl se ríe. Adora hacerme esto.
Mi cuerpo vibra cuando lo siento, cuando Daryl se vuelve completamente mío. Nos movemos con más prisa, deseosos de llegar al final, pero con el anhelo de prolongar el contacto lo más posible. Y, cuando por fin llegamos, todo es tan caóticamente perfecto. Es como si hubiéramos estado toda una vida conteniendo la respiración y ahora, que ya somos libres, podemos relajar los músculos y dejar salir el aire contenido.
—Le pedí a Carol que nos guardara comida—digo con el rostro enterrado en su cuello. Sus dedos dejan de frotar mi espalda. Mi cabeza abandona su lugar favorito, haciendo que mis ojos marrones se enfrenten a ese azul que me enloquece. Me inclino hacia sus labios, le doy un piquito—¿Vamos?
Daryl responde asintiendo, un poco molesto por tener que regresar a la multitud.
Al final, descuartizar a Bambi no estuvo tan mal.
Notes:
Atención: ningún Daryl fue cruelmente torturado durante este capítulo (él solito se mandó).
Ya saben que no suelo escribir este tipo de escenas, pero, qsy, simplemente nació y acá está.
La semana que viene tendrán dos de mis capítulos favoritos (pre-temporada 4). No sé cómo voy a sobrevivir a la espera.
Chapter 64: Oscuridad.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Nos estamos cagando de frío y somos muchos. Estamos en pleno otoño, casi entrando al invierno, y juro que las películas navideñas no le hacen justicia al clima de mierda. A ver, yo amo el frío, pero no amo congelarme y estar tiritando. Tal vez por eso accedí demasiado rápido a participar en esta búsqueda de abrigos y frazadas.
Nos dividimos en grupos. Maggie, Sasha y yo fuimos a uno de esos centros de voluntariado que juntan ropa para donar y alimentos no perecederos. Tuvimos suerte al encontrar dos cajas escondidas con camperas y bufandas, el resto del lugar fue totalmente saqueado.
Como somos unas codiciosas corajudas, y unas pelotudas, en realidad, nos detenemos a dos cuadras de un hotel medio chico.
Si vamos a hacer las cosas, las vamos a hacer bien.
Nuestro plan es sencillo: entrar, vaciar las habitaciones y tomarnos el palo con el auto lleno de frazadas y almohadas. La idea es permanecer unidas, pero, en el hipotético caso de que algo salga mal y nos separemos, nos reunimos en el auto.
Maggie y yo compartimos nuestra mirada de “si hay que hacerlo, hay que hacerlo”.
Golpeamos la puerta y esperamos dos minutos. Al no oír nada, Maggie, Sasha y yo nos escabullimos dentro del edificio. La tensión en el aire es palpable. El crujido del suelo bajo nuestras botas resuena, me pone los pelos de punta. Cada paso que damos es un recordatorio de qué tan rápido podría irse todo a la mierda.
El hotel sólo tiene dos pisos. El primero debe tener la recepción, cocina, habitaciones y vaya a saber uno qué otras cosas más. Todo está aparentemente vacío, lo que está a la vista, por lo menos. Hay puertas que están cerradas y que, tras apoyar la oreja en la puerta, parecen ocultar a ciertos individuos podridos. No nos detenemos mucho en esto. Vinimos a buscar frazadas, no hay que distraerse.
Regresamos al recibidor. La oscura zona es una carrera de obstáculos llena de escombros y sombras amenazantes que me recuerdan a aquellas veces en las que he tenido parálisis de sueño y figuras anómalas vagan a mi alrededor. Que cagazo.
Aprieto con fuerza el mango del machete mientras subimos las escaleras, agradecida de que no haya madera que chille bajo nuestro peso. Hay tela de arañas por todas partes, un olor a humedad y muerte que te hace arrugar la nariz y unas partículas de polvo que flotan como si fueran el polvo de hadas de la peli de Peter Pan.
En cada extremo del nuevo pasillo hay unas cuantas puertas que conducen a las habitaciones. Dos están completamente abiertas, el resto parecen cerradas. Igual, seguro que sólo están sin llave. Avanzamos hacia ellas, haciéndonos señas sobre quién va a cada una y cómo entraremos.
De repente, un gruñido familiar se extiende a través del pasillo. Nos detenemos en seco, unimos espalda contra espalda. Y en un instante, como si todo fuera una maldita estrategia, los caminantes ya están sobre nosotras.
La hoja del machete se tiñe de rojo, o eso logro ver después de que a Sasha se le cayera la linterna por el susto. Son unos hijos de remil putas. No aparecieron cuando golpeamos la puerta, pero acá están. Son unos conchudos de mierda. Aprieto los dientes, recordando que los viajes organizados a último momento siempre salen mal.
La montaña de cadáveres crece frente a mí. El hedor a carne podrida luchando por entrar por mi nariz y matarme del asco. Mi pecho subiendo y bajando con la urgencia de recuperar el aliento.
Un grito gutural se oye a mi espalda, seguido del golpe seco de un cuerpo cayendo al suelo.
Maggie está en el piso, los caminantes se reúnen a su alrededor. Ahora mi visión es la que se tiñe de rojo, un rojo tan profundo que se asemeja al bordó. Tengo que ayudarla. Me lanzo sobre ellos, el machete cortando la piel pútrida. Más caminantes escuchan nuestra lucha, un grupo grande surge de la nada misma.
¿De dónde mierda salen estas cosas?
Levanto a Maggie de un tirón, con una fuerza en mis brazos que no creía tener. La empujo lejos de los caminantes justo antes de ser yo quien está acorralada.
—¡Ve con Sasha! —le digo, mis manos ya derribando a otro muerto. Maggie duda, su cuerpo lucha entre permanecer a mi lado o salir corriendo—¡Ve, Maggie! ¡Las alcanzaré!
Y así, sin más, me distancio de ella. Mi corazón late con fuerza en mis oídos. El labio me tiembla, mis pies se mueven sin saber a dónde llegarán.
—¡Emma! —grita Maggie, pero sus palabras se pierden en el caos que me absorbe.
Con el corazón a punto de estallar, corro por el largo y estrecho pasillo, los muertos vivientes pisándome los talones, atentos a mis gritos de puteadas. Tengo que alejarlos de ellas. Cada puerta que toco, puerta que parece estar cerrada. Cada camino es un callejón sin salida. Una oración silenciosa se escapa de mis temblorosos labios. Cuando finalmente llego a una puerta al final del corredor, mis manos luchan por girar el pomo. El sudor baja por mi frente mientras empujo con todas mis fuerzas, mientras el peso de mi cuerpo choca contra la dureza de la madera. Y con un último esfuerzo, la puerta cede.
Mis pies atraviesan el umbral, se deslizan por el piso. Me doy la vuelta, casi perdiendo el equilibrio. Los tengo en frente, brazos listos para rodear mi cuerpo. Los empujo, mis dedos en contacto con la carne blanda y huesos rotos. Cometo el error de aspirar el olor a muerte. Me trago las náuseas, ese impulso de querer vomitar. Mis manos regresan a la puerta. Con un grito ahogado, la cierro. Me desplomo dentro del pequeño cuarto. El sonido de los caminantes arañando la puerta resonando a mi espalda, mi respiración irregular, las manos temblorosas.
Necesito un plan, y rápido.
Notes:
Je, ya les dije que es uno de mis capítulos favoritos. ¿A quién quiero engañar? Me gusta exponer a Emma al peligro, es mi gran defecto.
Aviso que en algún momento voy a editar los primeros capítulos del fanfic, pero sólo será la estructura de los párrafos (nada relevante). No sé ustedes, pero me gusta leer párrafos y capítulos cortos, evita que disocie. De igual manera, estoy intentando escribirlos lo más extensos posible y que valga la pena leerlos. Eso, nada más xD
¡Gracias por leer! Esperen el capítulo de mañana y, si quieren, dejen comentarios.
Tkm.
Chapter 65: Fuego.
Notes:
¡Aquí el capítulo de hoy! ¡Hasta el viernes que viene!
Tkm <3
Chapter Text
Me pongo de pie casi de inmediato, incapaz de permanecer quieta un segundo más. Los caminantes raspan con fuerza sus uñas contra la madera, sus bocas jadean imaginando lo fantástico que sería devorarme.
Rehago mi colita. No tengo tiempo para relajarme.
Mis pasos son silenciosos, mi respiración más calmada. Me fuerzo a mantener la compostura. No puedo morir aquí y no puedo dejar que Maggie y Sasha se expongan al peligro por tratar de salvarme.
Enciendo la linterna sólo para confirmar mis sospechas: la habitación está vacía.
Arrastro el sillón para bloquear la puerta, un sentimiento de seguridad me llena el pecho durante unos segundos. El gruñido intensificado se encarga de borrarlo. Pesados de mierda .
Me tomo un momento para echarle un buen vistazo al cuarto. Es una habitación simple con una cama de dos plazas en el centro, mesitas de luz a juego, sillón , televisión, un placard enorme…Hay otra puerta de madera que, probablemente, conduce al baño, y una puerta corrediza de cristal que lleva a la terraza.
Coloco la linterna en mi boca, dejo la mochila en el piso y me pongo manos a la obra. Guardo cada cosa que creo necesaria. Del baño saco jabones, sobres de shampoo y acondicionador , pasta dental, papel higiénico, servilletas de tela, toallas de mano y algunas batas, todo cae directo a la mochila. Regreso a la habitación con dos bolsas de tela vacías y listas para ser llenadas con lo que sea que está en el placard . Para mi desgracia, es un juego de sábanas, cuatro almohadones y dos mantas finas. Peor es nada, supongo. Enrollo todo y lo aplasto lo más posible. Ato las bolsas a la mochila, el bulto golpea mis muslos con cada paso que doy. Me lo tengo que bancar, necesito las manos libres para defenderme.
Ahora sí, camino hacia la terraza, la linterna aún está firme en mi boca. El aire nocturno, frío y cargado de humedad, me golpea al abrir la puerta. La terraza ofrece una vista desoladora, edificios hechos percha y calles vacías, repletas de sombras mortales.
El alivio regresa a mí. Gracias, Barba . Hay una escalera de emergencia en el borde de la terraza. Mi corazón late con más fuerza mientras avanzo hacia ella, cada paso me recuerda que un solo error podría ser el último. Exactamente como pasó hace unos pocos minutos.
Un ruido metálico rompe el silencio, me arranca de mi nube de esperanza, hace trizas mi paz. Me detengo en seco, los sentidos alertas, el machete listo para atacar. Agarro la linterna y enfoco el origen del sonido: hay un caminante atrapado en una barandilla, estira la mano hacia mí con el deseo de arrancar un pedazo de mi carne. Suelto una risa que parece más un bufido. Idiota. Mentalmente canto un “no comerás hoy, estás a dieta”.
Con la canción en la cabeza y con la mochila y bolsas aseguradas a mi espalda, empiezo a descender por la escalera. El metal helado cruje bajo mi peso, recordándome todas esas veces en las que mis hermanos movían la escalera de papá para que me asustara y creyera que un sismo me haría caer y me mataría. Pero, a pesar de eso, me esfuerzo por mantener el silencio.
Bajo el último escalón de un salto, que me sacude hasta el alma. Dios mío, ya estoy grande para estas cosas. No debería seguir haciéndome la pendeja .
Ya estoy en la calle. Es el momento. Tengo que encontrar a Maggie y a Sasha y salir de acá antes de que más caminantes se den cuenta de mi presencia.
Pegada a la pared humedecida y manchada con sangre seca, muevo los pies hasta la entrada del hotel. La puerta permanece cerrada, tal como la dejamos cuando entramos. Hay unos cuantos autos estacionados en la cuadra de enfrente, sobre la vereda, uno peor que el otro.
No hay nada anormal aquí, seguro que las chicas me hicieron caso y salieron primero. Me deben estar esperando en el auto.
Mi garganta arde por tanto correr, los pulmones listos para tomarse un año sabático. La imagen ante mí me deja en blanco. El auto está vacío. No hay nadie adentro y nadie alrededor.
La puta madre que me parió. No están acá. Maggie y Sasha siguen adentro. Meto las cosas al baúl. Tengo que regresar por ellas.
Los caminantes están adentro, rondando por ahí. Si no salieron, estoy segura de que se refugiaron en alguna habitación. Sólo necesito darles la oportunidad de abrirse camino y llegar a la calle.
Respiro hondo. Puedo hacerlo.
Aprieto con fuerza el volante, el motor ruge ante mi urgencia. Una distracción, algo lo suficientemente grande, ruidoso y llamativo que pueda atraer a muchos muertos.
Lo tengo.
Glenn aprendió a hacer cóctel molotov hace unos días. Estuvo rompiendo las pelotas a cada rato queriendo transmitir el conocimiento. Como no le di mucha bola, simplemente me dio unas botellas y dijo, textualmente, “pon una tela en la boca de la botella, enciéndela con fuego y la arrojas. Será una fiesta explosiva”.
Estaciono a media cuadra. Saco las botellas del fondo del baúl, rebusco en la mochila hasta alcanzar las servilletas de tela. Preparo los cóctel molotov tal como Glenn me dijo.
Tenés que ser rápida, Emilia. Dale que podés.
Respiro hondo antes de avanzar.
Corro hacia la puerta doble del hotel. Sombras nocturnas notan mi presencia. Abro la puerta causando la mayor cantidad de ruido posible. Les grito dos veces a Maggie y a Sasha para que salgan. Mis pies retroceden, la pistola abandona su funda en mi cintura y se coloca entre mis manos con familiaridad. El sonido de las balas resuena antes de destrozar el cristal de las ventanas, el vidrio cae como una lluvia torrencial. Los gruñidos se vuelven sonoros, pasos arrastrados surgen de cada lado.
Les disparo a los caminantes que tengo encima, me aparto lo suficiente como para sacar el encendedor y prender el primer trozo de tela. Lo blanco se convierte en rojo anaranjado. Cuento hasta dos antes de arrojarlo en dirección al primer auto abandonado. Corro hacia nuestro auto, me cubro con él. El impacto es inmediato, una explosión de fuego y caos. La bomba casera causa el efecto deseado, una gran parte de los caminantes se apresuran a llegar al objetivo, como polillas a la luz. Agarro otro cóctel molotov y repito la acción, ahora todos se alejan del hotel.
Siento una mezcla de alivio y adrenalina cuando, finalmente, las veo asomar las cabezas por el marco de la puerta. Sus rostros tensos y preocupados, llenas de temor y, sobre todo, de sangre y sudor. Les hago señas con los brazos desde mi lugar. Corren hacia mí, una alegría inmensa reemplaza la tensión. Avanzan intentando mantenerse lo más silenciosa posible para no atraer a los caminantes. El intento llega a su fin cuando se arrojan sobre mí y sus brazos luchan por envolverme.
—¡Emma! —exclama Maggie, sus ojos se llenos de lágrimas—¡Gracias a Dios que estás bien! Creí que te habíamos perdido.
Le doy unas palmadas en la cabeza, la pobre se habrá llevado un susto de muerte.
Sasha asiente con la cabeza, compartiendo el sentimiento de Maggie, pero sin dejar de estar atenta a los peligros del nuevo mundo.
—Vamos, necesitamos salir de aquí antes de que más caminantes nos noten—les digo.
Las puertas del auto se cierran detrás de nosotras. Nuestras respiraciones aceleradas nos acompañan hasta que la silueta del hotel se convierte en una simple mancha en el horizonte. Dejo escapar una risa nerviosa que contagia a Maggie y a Sasha durante una buena parte del trayecto.
Al llegar a la prisión, simplemente estallamos de risa prometiendo que nunca más volveríamos a hacer una tontería como esta. Esperamos unos largos segundos antes de salir del auto y enfrentarnos a las preocupadas miradas de Daryl, Glenn y Tyreese.
Chapter 66: Tienda de antigüedades.
Notes:
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Chapter Text
Hay una tienda de antigüedades a un par de kilómetros. Ir y venir no debería tomarme más que unas cuantas horitas. Según Glenn, si salgo a primera hora de la mañana, debería estar de vuelta antes de que anochezca.
Después de lo que pasó en el hotel, Daryl me tuvo entre ceja y ceja. Cada vez que quería ofrecerme para una búsqueda, él saltaba recordándome que casi muero. No lo culpo, se preocupó un montón. Lo tuve con el corazón en la boca durante horas y el pobre estaba a punto de subir a la moto para buscarme, Glenn y Tyreese lo estuvieron reteniendo intentando armar un plan de rescate. Cuando me tuvo en frente, su ceño fruncido se intensificó y palabras mordaces salieron de su boca apenas tomamos distancia del resto.
Daryl estuvo un rato cagándome a pedo. No lo mandé a la mierda porque tenía razón, aunque me haya costado demasiado admitirlo. Dejó de ladrar cuando reconocí que fui insensata y que arriesgué mi vida por una idiotez.
Después de cenar, se quedó conmigo en mi celda. Su cabeza apoyada en mis muslos y sus ojos clavados en cada gesto facial y de manos que hacía al relatar de manera exagerada mi aventura del día. Pude notar una sonrisa llena de orgullo en su rostro, aunque la borró casi de inmediato.
Y ahora estoy acá. Lista para una nueva aventura.
Ayer Daryl y Michonne fueron en busca del Gobernador, dijeron que volverían, a más tardar, mañana a la tarde. Quise salir ayer, justo después de que se fueran, pero Michonne se olvidó no sé qué cosa importante y volvieron a los pocos minutos. Lo tomé como una señal. Si Daryl se entera de que salí, le pedirá a los demás que me tengan vigilada, y eso no es algo que me guste.
Como mi salida se pospuso, pasé el resto del día ocupándome de los detalles. Maggie y yo iremos a la tienda de antigüedades de un pueblito que ella y Glenn visitaron hace dos semanas. Iba a ir sola porque, supuestamente, no hay muchos caminantes; pero Maggie se sumó por las dudas. Tuvimos que prometer que esta vez volveremos apenas creamos que la situación nos supera. Nada de “si hay que hacerlo, hay que hacerlo”.
—¿Me recuerdas por qué hacemos esto? —pregunta Maggie al volante.
Bajo el volumen de la música. La voz de Shania Twain se convierte en un murmullo mientras canta “Man! I Feel Like a Woman”.
—Pronto será Navidad, Maggie. ¿Sabes lo que eso significa? —me mira con una ceja levantada y una media sonrisa—Una blanca Navidad, como en las películas.
—No es gran cosa—ríe—. Las Navidades siempre son blancas.
—Aquí sí. Intenta celebrar Navidad en Argentina. Ya te quiero ver junto al árbol decorado, con un ejército de mosquitos picándote los brazos y las piernas, toda transpirada porque afuera hace un calor infernal y adentro está peor porque, ¡sorpresa!, no hay electricidad en la zona.
—Parece un infierno.
—Lo es—suspiro—. Pero es agradable. La Navidad argentina es diferente a la de aquí.
—¿Cómo? ¿Santa no pasa por allá? —se burla.
Pongo los ojos en blanco.
—Por lo general, el veinticuatro de diciembre hacemos una gran cena familiar. En mi familia solíamos ir todos a la casa de alguna de mis abuelas, allí nos reuníamos todos. Y cuando digo “todos”, somos todos: hermanos, primos, tíos…todos. Siempre comemos lo mismo: asado, que sería carne a la parrilla, empanadas, arrollado de pollo, vitel toné, sanguchitos de miga…—me muerdo el labio. Dios, que hambre que tengo—Después de comer, distraemos a los niños o los encerramos en el baño o en alguna habitación.
—¿Qué? ¿Encierran a los niños? —pregunta con los ojos bien abiertos y una voz alarmada.
—Sólo para poner los regalos debajo del árbol—la tranquilizo—. Ellos ni se dan cuenta. Se olvidan de lo que pasó cuando salen y encuentran regalos con sus nombres.
—Espera, ¿abren los regalos esa misma noche?
—Sí, cuando el reloj marca la medianoche y ya es veinticinco de diciembre.
—Papá se enfadaría si hiciéramos eso.
—¡Por eso te digo que tenemos Navidades distintas!
—¿Y qué hacen el veinticinco?
—Descansar. Como nos quedamos festejando hasta tarde, nos solemos despertar poco antes del mediodía. Almorzamos las sobras del veinticuatro y luego, por lo menos en mi caso, vamos al lago o a una piscina.
—“Navidad” y “piscina” en una misma oración…es una locura.
Me río.
—Es la mejor época, nos olvidamos de los problemas y simplemente pasamos el rato juntos.
—¿No extrañas eso?
—Sí, mucho—me acomodo más en el asiento—. Pero aquí no está tan mal, los tengo a ustedes.
—Mentirosa—estira el brazo para pellizcarme el costado—. Lo dices porque tienes a Daryl. Por él estamos haciendo este viaje.
—Si ya lo sabes, ¿por qué preguntas? ¿Por qué querría yo ir a una polvorienta tienda de antigüedades? Claro que es por él.
Maggie se ríe, su cabeza gira de izquierda a derecha.
—Ya llegamos—anuncia—¿Lista?
—Yo nací lista, cariño—le tiro un beso antes de salir.
Hay, al menos, media docena de caminantes dispersos por el largo de la calle. Matamos sólo los que están cerca de la tienda.
Un cartel arriba de la puerta nos confirma que llegamos: “El baúl de Richard: tienda de antigüedades”. A diferencia del resto de las tiendas de la zona, el edificio se ve bastante avejentado, incluso sus cristales de diferentes colores gritan “antigüedad”.
Maggie golpea la puerta. Echo el ojo por uno de los cristales y logro vislumbrar una figura tambaleándose. Levanto un dedo. Seguimos esperando. Ningún otro caminante hace su aparición. Respiramos hondo y, rezando para que no pase lo mismo que la otra vez, abrimos la puerta.
El cuerpo flacucho de un caminante se desploma en el suelo después de recibir una apuñalada en la cabeza, cortesía de Maggie. No tiene marcas de mordida, y su aspecto se ve bastante decente. Si tuviera que adivinar, diría que murió de causas naturales o algo así, tal vez un paro o, simplemente, por viejo. Tiene pinta de haber tenido unos setenta u ochenta años, cumple el estereotipo de dueño de una tienda de antigüedades. Pobre Richard.
Por las dudas, revisamos el resto del lugar. Sin embargo, al ser una tienda pequeña, no encontramos nada; sólo los restos de un gato a medio comer, pero decidimos no hablar de eso.
La tienda es…rara. No me gustan mucho estos lugares, los siento muy desordenados y amontonados. Es como si un acumulador de basura hubiera metido sus chucherías en una habitación y todo el pueblo decidió considerarlo una tienda. Tal vez sólo sea un prejuicio que me quema la cabeza.
Igual, no importa. Siempre me gustó el dicho “La basura de uno es el tesoro de otro”. Y me gustan mucho los tesoros.
Maggie está entretenida con los juegos de té, decidiendo cuáles llevar. Si bien no tenemos té, nunca está de más darse un gustito. Yo, en cambio, doy vueltas en un mismo lugar, recorriendo con los ojos cada centímetro de la tienda.
Hay un cajón de madera que está divino, tiene unas líneas curvas talladas y es de un color caoba oscuro. Perfecto para guardar mi ropa. Lo muevo hasta dejarlo en el centro. Voy a guardar en él lo que consiga.
Mi siguiente objetivo es una vitrina. En su interior hay cuchillos de todos los tipos y tamaños, aunque, en realidad, deben ser otra cosa. La cerradura tiene llave, le aviso a Maggie antes de romper el cristal con el mango de mi cuchillo. Meto la mano y saco algo que, si mis recuerdos de infancia no me traicionan, es un facón. Mi abuelo materno tenía uno en su casa, me contaba sin filtro cómo los gauchos los usaban para matar animales y cuerearlos, y, también, como arma. Recuerdo que mamá le gritaba “Dejá de contarle esas cosas a la nena que después se hace pis en la cama”, y me mandaba a jugar afuera. Al abuelo le gustaba mucho carnear animales, mató a casi todas las gallinas que, supuestamente, eran mías y las guisó. Un conchudo de primera.
El facón parece una espada en miniatura, incluso tiene su propia vaina de cuero. Si encontré esta cosa en Estados Unidos, sólo es cuestión de tiempo para que un mate venga corriendo hacia mí. No dudo en dejarlo dentro del cajón, es el regalo perfecto para Daryl.
Como Maggie dijo, el motivo de la misión es Daryl. Más específicamente, encontrar un regalo de Navidad para Daryl. Y que el regalo sea originario de Argentina es un golazo. ¿Qué otra cosa podría superarlo? Daryl tiene un poncho, una novia argentina y, pronto, un arma argentina. Si logro que se aprenda alguna payada, ya sería un gaucho estadounidense. Además, creo que el facón le va a gustar, le será más útil que un reloj de bolsillo o un collar que diga “Emma” —no es como si hubiera estado buscando uno en cada salida, tampoco consideré tomar uno con la letra “e”, ni uno para parejas con dijes en forma de un corazón partido en dos mitades que se unen—.
Y, sobre todo, hará que espere con ansias la próxima Navidad. El año pasado me contó que no recordaba haber celebrado la Navidad, que no era algo que pudieran permitirse. Tampoco es como si el hijo de puta de su padre hubiera querido hacerlo. Con el pasar de los años, se acostumbró a nunca recibir regalos—ni siquiera en sus cumpleaños—, y la Navidad se convirtió en un día más, un día helado y solitario. Me puse mal cuando lo escuché, ¿qué clase de ser puede privar a un niño de la Navidad? ¡Incluso el viejo Scrooge se convirtió en el estereotipo de personaje navideño! Pero, como no estamos en una novela de Dickens, decidí cortar por lo sano y juré celebrar con Daryl todas las Navidades posibles hasta que seamos ancianos. Él, por supuesto, desestimó mis palabras con un bufido seguido de su frase favorita: “lo que sea”. Estoy segura de que ni siquiera recuerda esa tontería, pero estoy dispuesta a cumplir mi promesa y darle su primera Navidad.
Antes de salir, tomo un reloj de mesa y la mesita que lo sostiene, claro. Guardo el reloj dentro del cajón, junto al facón y cuatro candelabros de vidrio—que envuelvo con un tapiz que me recuerda a las mándalas que solía pintar en mis días de estrés—, un juego de cortinas—que, según la etiqueta, son francesas—, dos cálices de metal y un cenicero de plata.
Maggie nota mis idas y vueltas y me acusa de ser una acumuladora compulsiva. Tiene razón, no necesito nada de esto. Me encojo de hombros, sumando un último objeto: un espejo dorado—de oro, espero—que me hace ver divina.
Subimos las cosas al auto. La mesita apenas entró y tuve que moverla en una posición rara, totalmente negada a dejarla.
Antes de que se me ocurra volver a la tienda, Maggie me lleva de los pelos hasta el asiento del conductor y me obliga a sentarme, como si fuera una nena inquieta que se escapa cuando no la ven.
Volvemos a la prisión cuando apenas el sol se ocultó, ambas contentas por nuestras nuevas adquisiciones.
Al final del día, mi celda luce más acogedora. Colgué las cortinas en los barrotes, mi ropa quedó bien doblada dentro del cajón—el facón oculto en el fondo—. Puse la mesita para que tapara el inodoro—algo que odio de las celdas es que tienen los inodoros chotos a la vista, ¡y ni siquiera funcionan! —, y en ella coloqué los candelabros—con velas incluidas, cortesía de Carol—, el reloj, el cenicero y los dos cálices junto a una botella de agua. El tapiz está en el piso, obvio, y el espejo quedó apoyado contra la pared, porque si me pongo a golpear clavos en la mitad de la noche seguro que alguien viene y me asesina; mejor mañana.
No le tenía fe a la tienda. Pensé que iba a ser una completa decepción, pero, al final, todo salió mejor de lo que esperaba. Tengo el regalo para Daryl y decoré mi habitación. Ahora sólo me queda escribir ese poema de mierda que tanto estuve evitando.
Será una noche larga, como muchas otras.
Notes:
No se acostumbren a los capítulos largos. Hoy me di cuenta de que escribí un montón con menos de 500 palabras y ahora me quiero matar por tener que conectarlos y convertirlos en uno solo.
Veo si mañana subo uno. Tenía planeado subir sólo este, pero me da cosa dejarlos sin capítulo del sábado...pero tendría que escribirlo y me da fiaca...Ya veré qué hago.¡Espero que les haya gustado! Tkm <3
Chapter 67: Juana Manso apocalíptica.
Notes:
Che, al final el sábado me re colgué y nos les subí nada...
Por eso, les adelanto el capítulo de mañana.
(¡Mañana subiré otro!).
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Chapter Text
Transformé la biblioteca de la prisión en un aula improvisada. Los niños más pequeños están sentados alrededor de una mesa redonda grande, con sus rostros llenos de curiosidad y entusiasmo. Esto me recuerda a mi primera práctica: tuve que dar un taller de poesía, pero con canciones tipo “Muchacha Ojos de Papel” de Spinetta y otras similares, de esas que están llenas de figuras literarias. Estuvo piola, a ellos les gustó y yo la pasé de diez; pero lo mejor fue tener a pibitos de diecisiete años, todos sentados en una ronda, diciéndose entre sí que la vieja del otro tiene pechos de miel.
Le sonrío a los niños mientras escribo con un trozo de tiza en el pizarrón que me consiguieron Daryl y Glenn. Hoy veremos problemas de matemáticas sencillos. Todos saben que, si me piden divisiones por más de dos cifras, estoy muerta.
—Hoy vamos a practicar algunas multiplicaciones y divisiones. Los mayores seguirán con fracciones—digo, mi voz calmada y alentadora—¿Quién quiere empezar?
Una niña llamada Molly levanta la mano tímidamente.
—Quiero intentarlo—dice con un brillo en los ojos.
Le devuelvo la sonrisa, asintiendo.
—Perfecto, Molly. Vamos a resolver este problema juntas—señalo la pizarra donde escribí: "5 x 3 = ?"
Molly se pone de pie, su pequeña figura llena de determinación y un aire de grandeza.
—Es quince—dice después de unos segundos, su voz un poco más segura, sin rastro de timidez.
—¡Muy bien! Excelente trabajo, Molly. Ahora, veamos quién puede resolver este—escribo: "12 ÷ 4 = ?"
Un niño llamado Luke levanta la mano con entusiasmo.
—¡Yo, yo! —exclama, casi saltando en su asiento.
—Adelante, Luke—le digo.
—Es tres—responde con una sonrisa orgullosa y el pecho ligeramente inflado.
—¡Correcto! Muy bien hecho. Todos están haciendo un trabajo excelente. Recuerden que es importante practicar y no tener miedo de equivocarse. Todos estamos aprendiendo juntos y no está mal no saber la respuesta.
—¿Por qué tenemos que aprender esto? ¿De qué nos sirve? —pregunta Lizzie con un puchero en sus labios.
De nada, ahre .
Me siento junto a ella. Pienso un poco antes de responderle.
—Imagina lo siguiente: tu padre, Mika y tú están solos en una cabaña en el bosque. Tu papi encontró una lata de frijoles y tiene que dividirla en porciones justas para que los tres puedan comer. Entonces, tienen una lata y ustedes son tres, ¿qué fracción crees que es?
—Mmm—entrecierra los ojos, inclina un poco la cabeza—¿Un tercio?
—¡Correcto! ¡Muy bien! Tendrá que dividir el contenido de la lata en tres porciones—le doy palmaditas en la cabeza—. Entonces, ahora tú, Mika—giro hacia ella—. Si en esa cabaña estamos tú, tu hermana, tu padre, Carol y yo, es decir, que somos cinco personas, ¿me sigues? —asiente—Y tenemos diez barras de cereal, ¿qué operación debemos realizar?
Arruga el rostro.
—¿Resta?
—Inténtalo una vez más.
Se muerde el labio.
—¿División?
—¡Muy bien! Debes hacer una división para averiguar cuántas barras de cereal le corresponde a cada uno. ¿Por qué no lo escribes en el cuaderno?
Mika, nerviosa, toma el lápiz y garabatea la fórmula.
—¿Diez dividido cinco?
—Correcto. ¿Por qué no lo resuelves?
Su cabello se desliza sobre la mesa, la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda.
—¿Dos? —sus ojitos brillan cuando me ve asentir—¡Son dos barras de cereal para cada uno!
—¡Muy bien, Mika! La respuesta es correcta y pudiste resolverlo a la perfección—abandono la silla, regreso al frente—. A veces tendremos que aprender cosas que creemos innecesarias, pero no es hasta que aparece un problema que nos damos cuenta de su importancia. Es por eso que estamos aquí: les estoy dando herramientas para que puedan sobrevivir usando esos cerebros fabulosos que tienen.
Luke levanta la mano. Le cedo la palabra con una seña.
—¿La próxima clase podemos ver un cerebro?
Noto cómo el resto contiene la respiración, ansiosos.
—Está bien—chillan de alegría—. Veré si hay algún libro de ciencias por aquí y veremos imágenes—se oye un "Oh" general, decepcionados de no ver uno real—. Y, si tenemos suerte, tal vez el señor Daryl pueda obsequiarnos el cerebro de un ciervo—gritos de festejo—. ¡No está confirmado! No les prometo conseguirlo.
—¡La señorita Emma es genial! —celebra Molly.
—¡El señor Daryl también lo es! ¡Siempre le trae regalos a la señorita Emma! —agrega Mika.
—Eso es porque es su esposo, tonta—la reprende Lizzie.
Casi me ahogo con saliva. ¿Que Daryl es mi qué?
—Dios mío, niños, ¿cómo llegaron a esa conclusión?
—Papi siempre dijo que un esposo cuida de su esposa, la trata bien y le da regalos. Es obvio—sentencia Lizzie, como si fuera una verdad absoluta y totalmente aplicable a mi relación con Daryl.
Les regalo una sonrisa, tragándome el "ojalá".
Cantando una versión traducida de la canción "A guardar, a guardar. Cada cosa en su lugar" que me cansé de repetir durante mi infancia, cada uno acomoda sus pertenencias y las guarda en sus respectivos bolsos. Hago que los niños se formen uno detrás de otro, con las manos en los hombros, y salimos juntos al exterior.
Es un poco emocionante regresar al aula. Si bien trabajé en la secundaria, no está tan mal tener a niños como alumnos…lo malo es que tienen demasiada energía y yo apenas puedo llegar al final del día sin poner cara orto por lo cansada que estoy. Además, en medio de todo el caos y la desesperación por los muertos, estos momentos de normalidad y aprendizaje son como un faro de esperanza. Medio filosófico y cursi, lo sé; no creo que sea algo que me atrevería a decir en voz alta. También ayuda a que los niños estén más tranquilos, les da una pizca de normalidad. En unos años, tal vez logre que me llamen “la madre del aula”, onda, como Sarmiento, pero mujer. Bueno, en ese caso, sería más como Juana Manso, pero apocalíptica. Estaría piola.
El aroma del guiso de Carol es una caricia al estómago.
Los niños se despiden de mí con entusiasmo, sus risas resonando por el patio mientras corren a reunirse con sus cuidadores. Antes de buscar mi porción, me aseguro de que cada niño llegue sano y salvo, levantando la mano para saludar a los adultos desde lejos. Estamos seguros aquí adentro, pero es necesario que siempre tengan presente que el peligro nos respira en la nuca, que nunca deben bajar la guardia. Es como ese refrán del cocodrilo: “cocodrilo que se duerme, lo convierten en cartera”.
Notes:
Ojo, que para mí el refrán es "Cocodrilo que se duerme, amanece cartera"; pero lo busqué y se ve que nada que ver. Qsy, se me hizo raro.
Sé que el capítulo parece relleno, pero es necesario...porque sí (sí es relleno xD).
Chapter 68: Una batalla sangrienta.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Hoy es el día perfecto.
Hoy me convierto en héroe, ahre.
El aire frío invernal penetra en la prisión. La primera nevada del año transformó el patio en un campo blanco y brillante, una visión casi mágica en medio de la devastación del mundo exterior. Es perfecto, como en las películas navideñas que vi durante casi toda mi vida.
Es un embole estar encerrada y estoy segura de que los niños sienten lo mismo. Es por eso que voy de celda a celda hablando con los tutores de los niños pidiendo permiso para sacarlos al patio y jugar con la nieve. La respuesta es afirmativa, por supuesto, ¿quién querría tener a un mocoso rompiéndole las pelotas a cada rato porque está aburrido? Nadie.
Ya envuelta en un abrigo grueso, me reúno con los niños en el centro del patio. Los rostros de Carl, Patrick, Lizzie, Mika, Luke y Molly están llenos de emoción, deseosos de correr hacia la nieve fresca y a la espera de que dé la señal para empezar a jugar.
—¡Soldados! ¡Firmes! —adopto la postura y el tono de voz militar. Ellos me siguen el juego—Fueron reunidos aquí para dar inicio a la más grande y sangrienta batalla de toda la historia de la humanidad, ¿están listos? —responden un "sí" al unísono—¡Ataquen! —grito, riendo mientras me agacho, formo una bola de nieve y la lanzo directamente a Carl, quien la esquiva con agilidad.
Los niños sueltan carcajadas y comienzan a formar sus propias bolas de nieve. El patio no tarda en convertirse en un campo de batalla. Corro detrás de Lizzie y Mika, que ríen y gritan deseando no ser alcanzadas. Carl se une a mí, su rostro iluminado por una sonrisa amplia.
Pero no es más que una cruel traición.
Antes de que me dé cuenta, una docena de bolas de nieve aterriza sobre mí y se desgranan en miles de copos.
Lizzie y Mika me dirigieron hacia una trampa mortal, Carl colaboró asegurándose de que no huyera y, cuando llegamos a Patrick, Luke y Molly, los seis sacaron bolas de la nada y me las arrojaron.
—¡Son unos traidores! —les grito. Puedo escuchar las risas de los adultos que se asoman por las puertas; incluso Daryl está ahí, sonriendo y negando con la cabeza como si estuviera viendo un cómico espectáculo.
Las bolas de nieve vuelan por todas partes. Los niños se esconden detrás de las barricadas hechas de cajas y tablas que preparamos para el Gobernador, y yo armo alianzas temporales con algunos de ellos.
Esta es la mejor idea que he tenido en toda la vida. Por un momento, parece que todo está en pausa, que la oscuridad del mundo exterior se disipa bajo la nieve blanca y las risas de los niños.
—¡Te tengo! —grita Carl de la nada, lanzando una bola de nieve que impacta suavemente en mi frente.
—¡Muy bien, Grimes! Ahora esto es personal—respondo, tomando un puñado de nieve y devolviendo el ataque con una sonrisa.
Después de un rato, los niños se arrojan en la nieve, formando los famosos "ángeles de nieve". Están exhaustos, pero felices. Tienen las mejillas rojas y las sonrisas amplias.
Necesitaban esto.
—Gracias, Emma—dice Carl con voz suave—. Fue divertido.
—De nada, cariño—mis brazos envuelven su cabeza, le dejo un beso—. ¿Crees que ya me gané el título de "tía Emma"? Creo ser digna.
Carl se ríe sin molestarse en responder.
Algún día, espero.
Nos quedamos acostados durante unos minutos, tiempo suficiente para que los niños bajen un cambio y puedan charlar entre ellos. Entramos cuando empezaron a quejarse por el frío.
Acompaño a cada niño a su respectiva celda, listos para contarles a sus tutores lo maravilloso que fue su día—al parecer, fui la única que los atrapó espiando—. Ellos los reciben con una frazada gruesa, rogando que, por favor, ninguno se enferme. Son las consecuencias de la diversión.
La mejor forma de terminar el día es, definitivamente, con un buen libro. Voy directo a la biblioteca, mis manos recorren los libreros hasta que encuentro "Canción de Navidad" de Charles Dickens, un clásico perfecto para este día perfecto.
El crujido de pasos en el suelo me hace levantar la vista. Es Rick.
—Emma—dice, su voz suave pero cargada de emoción—. Quería agradecerte por lo que hiciste hoy. Ver a Carl así...me recordó que todavía es un niño. Necesitaba eso más de lo que puedo decir.
Le sonrío abrazando el libro.
—Todos necesitamos esos momentos. Puede que sea difícil porque no estamos en las mejores circunstancias, pero los niños merecen ser niños, aunque sea por un rato.
Rick asiente, da un paso más hacia mí.
—Lo sé. He estado tan enfocado en mantenernos a salvo, que a veces olvido lo importante que es conservar nuestra humanidad, lo que nos hace ser quienes somos. Ver a Carl tan feliz hoy me dio esperanza—coloca una mano en mi hombro—. Podemos con esto, Emma.
—Estamos juntos en esto, todos nosotros. Una buena parte de sobrevivir es el poder encontrar esos pequeños momentos de alegría y normalidad. No podemos dejar que los caminantes y los tipos raros nos quiten eso.
Rick respira hondo.
—Tienes razón—lleva las manos a su cadera—. Aprecio lo que haces por los niños. No sólo hoy, sino siempre. No es fácil mantener la esperanza, pero logras hacerlo.
Siento que mi cara se pone roja como un tomate. Se siente como si mi jefe me estuviera diciendo "buen trabajo, tomá un aumento y cómprate algo bonito".
—Gracias, Rick. Eso significa mucho para mí.
Rick sonríe, un destello de determinación en sus ojos.
Regresamos juntos a nuestro pabellón, charlando, en general, sobre Carl y cómo le está yendo con las clases. Rick se ríe cuando confieso que muchas noches nos hemos quedado hasta tarde leyendo cómics y teorizando sobre qué pasará en el siguiente volumen. Se despide de mí con una palmada en mi hombro y un asentimiento.
Notes:
¡Aquí el segundo capítulo de la semana!
Necesito más momentos de paz, ya saben qué se viene.
La próxima semana tendremos los dos últimos capítulos de la temporada 3, y, en lo personal, de mis favoritos. Planeaba publicarlos en diciembre, pero sería demasiado cruel para ustedes...Así que los subo la semana que viene y después nos vamos a una pausa (tengo que rendir, gente :( ).
¡Hasta el otro viernes!
Chapter 69: Nochebuena.
Notes:
Mi idea era subirlo el 24 de diciembre, pero acá está: todo suyo (¡Y en un jueves!).
Aclaración: no tengo ni la menor idea de cómo es el clima en EE.UU. o si realmente corresponde que sea diciembre; pero hice las cuentas y más o menos por ahí va (además, la temporalidad en TWD es un desastre. Se hizo lo que se pudo).
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Me aferro a su brazo, negada a soltarlo y permitir que escape. Nuestros pasos son silenciosos, como siempre; es un hábito nuevo que parece salir naturalmente. No le dije a dónde vamos, aunque ya debe haber adivinado. Tal vez también sepa qué haremos. Es por eso que tengo que arrastrarlo, incluso si es en contra de su voluntad.
Tengo todo listo. Mientras él estaba afuera, yo estuve toda la tarde preparándome para esta noche.
Me puse la ropa más limpia y linda que pude conseguir. Re que sólo es un pantalón cargo negro y una polera color nude, pero me veo hermosa. Incluso si la campera arruina la vista. En la biblioteca, dejé el tapiz de mi habitación en el piso, simulando una manta para picnic, y arriba acomodé los candelabros y los cálices, también los almohadones que traje del hotel y el acolchado que suelo usar para dormir. Antes de buscar a Daryl, escondí su regalo debajo de un almohadón y acomodé en el centro del tapiz unos cuantos platos con comida.
Todo es perfecto.
No sabemos con seguridad qué día es hoy, pero decidí que es Navidad. Y, ¿qué mejor forma de pasar la Navidad hay que no sea a lo argento? Si Daryl nunca festejó la Navidad como lo hacen aquí, simplemente tengo que enseñarle cómo lo hacemos en casa. Y algo me dice que le va a encantar; después de todo, Daryl se pone feliz siempre que puede llevarse algo a la boca. Es por eso que le presté mucha atención a la comida.
Tuvimos suerte con las búsquedas de provisiones, lo que me vino de diez. Me habría sentido culpable por estar consumiendo más de lo que deberíamos. Pero, como fue Daryl quien consiguió la mayoría, no lo pienso mucho.
El menú general de hoy es estofado, pero sin carne. Como no puedo hacer un asado ni empanadas, tuve que adaptarme a lo que tengo; así que hice ñoquis. Para el postre puse mi vida en peligro: durante semanas guardé cada chocolate o golosina que Daryl me traía. Casi muero por la abstinencia. Y ahora están ahí, en un plato sobre el tapiz, esperando a que los coma. Y para beber, que es lo más importante, una botella del whisky favorito de Daryl y una sidra. Se me ocurrió la gran idea de llenar un cubo de metal con nieve y poner las botellas dentro, me sentí una estúpida por no darme cuenta antes.
Y acá estamos, juntos en la entrada a la biblioteca.
—¿Qué te parece? —le pregunto con más emoción de la que puedo controlar.
—¿Tú lo preparaste?
—Sí, ¿te gusta? —asiente, y siento como si mi corazón se llenara de una sustancia desconocida.
Cierro la puerta con llave antes de sentarme frente a él. Nuestras linternas apuntan hacia el techo, iluminando lo que las velas no pueden.
Le sirvo a Daryl una porción generosa de ñoquis. Él los mira de reojo mientras nos sirve whisky.
—¿Qué son?
— Ñoquis —levanta una ceja, pidiendo más detalles—. Es un tipo de pasta italiana. En Argentina tenemos la tradición de comerlos los veintinueves de cada mes, pero mi nonna y yo los hacíamos todos los domingos sin falta. Creí que te gustaría probarlos.
Pincha uno con el tenedor. Sus labios se mojan con el tuco, lo saborea, asiente con aprobación.
—Está bueno—se lleva dos más a la boca.
Yo también comienzo a comer y, la verdad, están buenísimos. A pesar de no tener huevo, quedó riquísimo.
—¿Cómo te fue hoy? ¿Alguna pista? —le pregunto.
—Nada—responde con la boca llena, bebe un trago largo de whisky como si fuera jugo—. Seguiré buscando.
—¿Mañana? —asiente—Ten cuidado, regresa si crees que es peligroso.
—Estaré bien.
—Lo sé…Pero me preocupo por ti.
Me sostiene la mirada. Sus ojos de zafiro reflejan la luz anaranjada de las velas.
—Regresaré a ti, como siempre—su voz se tiñe de seguridad.
Le sonrío.
“Sí, como siempre”, repito en mi mente.
Observo a Daryl devorar cada ñoqui que se atraviesa en su camino. Y es realmente eso: devorar. Su tenedor pincha dos ñoquis, le suma algunas verduras empujándolas con los dedos, y luego se lleva todo a la boca. Se toma unos segundos para masticar y saborear, antes de tragar y repetir el proceso.
—¿Quieres? —pregunta mirándome de reojo antes de rellenar su plato. Su cara grita “di que no”, pero es tan dulce y amable que es capaz de entregarme hasta el último bocado.
—No, estoy bien—lo aliento a seguir comiendo, una risa nace desde lo profundo de mi pecho cuando lo veo abandonar el plato para directamente tomar el tupper.
—Me gusta cuando cocinas—confiesa, su lengua lamiendo una gota de salsa que manchó su pulgar—. Haces que todo sepa diferente.
—¿En serio? No son platillos de otro mundo, creía que no habría mucha diferencia.
—La hay—sorbe el resto de la salsa como si fuera sopa—. Es mejor. Nunca antes habían cocinado para mí algo tan bueno. Siempre fue la misma basura.
—Te cocinaré siempre que quieras, haré para ti todas las recetas que sé.
Daryl sonríe con satisfacción. Juguetea con el tenedor, lo hace dar diez vueltas antes de atreverse a hablar.
—Tengo algo para ti—se mueve incómodo.
—¿Para mí?
Asiente.
—No es gran cosa—saca un cuaderno de su bolsillo trasero. No. No es un cuaderno, es un libro—. Lo encontré en una casa—se muerde el pulgar. Está nervioso—. No entiendo qué dice, pero vi una bandera mexicana en el lugar y pensé que tal vez estaría en español—me lo entrega.
—Oh, por Dios—reprimo un grito—. ¡Es “La tregua” de Benedetti !
—¿Lo leíste?
—No, pero conozco al autor. Es de Uruguay, un país vecino de Argentina. Benedetti es un escritor distinguido, es un grande entre los grandes latinoamericanos. ¡No puedo creer que lo hayas conseguido! —se encoge de hombros, fingiendo indiferencia—No te imaginas lo feliz que acabas de hacerme—chusmeo un poco las páginas—. Es perfecto, muchas gracias.
Daryl suelta un largo suspiro, sus ojos brillan mientras sonríe, totalmente satisfecho con mi reacción.
—También tengo algo para ti—le digo y sus cejas se disparan hacia arriba, como si no hubiera esperado recibir algo. Daryl está muy mal acostumbrado a no recibir nada—. Creo que te gustará, te será útil y te recordará a mí.
Le extiendo el facón cubierto con tela. Dudoso, lo recibe. La sonrisa regresa a su rostro cuando lo ve.
—¿Un cuchillo? Me gusta.
Muevo a un costado las cosas que se interponen entre nosotros y me siento más cerca de él.
—Es un facón , los gauchos argentinos lo usaban para desollar a sus presas y como arma.
—¿Es argentino? —asiento—¿De dónde lo sacaste?
—De una tienda de antigüedades, ¿no es genial? Fue el destino, estoy segura.
—¿Saliste? —su sonrisa se borra.
Aprieto los labios.
—Fue un viaje de ida y vuelta. Maggie me acompañó y juro que no hubo ningún problema.
Suspira.
—Es peligroso.
—Lo sé, y lamento habértelo ocultado. Pero, aunque no parezca, puedo defenderme. No puedes tenerme aquí encerrada para siempre.
Daryl asiente, sopesando cada palabra. Como muestra de paz, agarra un trozo de chocolate y lo mete en mi boca. Se ríe cuando lo recibo sin titubear.
—Háblame en español—dice mientras se acuesta.
—¿Estás seguro? No entenderás nada—coloco un almohadón debajo de su cabeza y me acuesto junto a él.
—Me gusta cuando hablas así, tu voz cambia.
—Si tu plan es seducirme, dalo por hecho, Dixon.
Suelta un bufido y rueda los ojos.
—Hazlo de una maldita vez, Rossi—gruñe.
—De acuerdo, de acuerdo—me muerdo el labio inferior—. De hecho, te escribí un poema—él me mira con confusión—. Es pura mierda, no suelo escribir poesía—confieso, sacando el papel de mi bolsillo—. Pero está en español. Y lo escribí pensando en ti.
—Que cursi—se burla.
—Sigue hablando y lo quemaré—mi amenaza intensifica su sonrisa. El brillo en sus ojos me anima a leer la cochinada que escribí. Me voy a arrepentir de esto.
Comienzo a leer.
¿Qué he de decir para que no te vayas?
¿Qué he de hacer para que te quedes y tus ojos,
estrellas que el alba retiene, sean el refugio de mis sueños,
faro que ilumina noches frías?
¿Qué he de hacer para no ahogarme en tu océano,
si son tus caricias la lluvia que el viento mece,
ramas danzantes sobre mi piel enrojecida?
¿Qué he de decir ante tu susurro nocturno,
melodía que abraza en las noches frías
a esta alma que ya no es mía?
Quédate. Quédate conmigo siempre.
Quédate si nada he de decir,
Quédate si nada he de hacer.
Pero quédate. Sólo quédate.
Los ojos de Daryl permanecen fijos en mí, atento a cada palabra.
—Es basura, ¿verdad? Sé honesto.
—Sonó bien. ¿De qué va? ¿Es sobre mí?
—Sí…espera, te lo traduciré.
Esperaba que, después de escuchar las pelotudeces que escribí, Daryl se burlara diciendo que soy una tonta cursi. Pero, sorprendentemente, no fue así. Dijo que le gustó, que no lo entiende mucho, pero que es el mejor poema que ha oído en toda su vida. Incluso insistió en conservarlo; obligándome, claro, a escribir su traducción al otro lado de la hoja.
Dios, me siento una ridícula. La poesía realmente no es lo mío.
Notes:
Emma y yo compartimos la maravillosa habilidad de ser un desastre en poesía. Sólo puedo decir que detesto leer y escribir poemas, por eso el poema es medio choto (chotísimo).
¡Espero que el capítulo les haya gustado! Veo si mañana les subo el último de la temporada...tal vez sí lo haga.
Chapter 70: Navidad.
Notes:
Hace un montón que quiero subir este capítulo, más les vale disfrutarlo, ahre. Lo escribí antes de ver el episodio 2x2 de Daryl Dixon, y no los voy a engañar, lloré por bronca y por lástima.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Sus labios se presionan contra mi piel, van dejando un rastro húmedo entre mi clavícula y mi oreja. Está debajo de mí, con una mano soportando su peso y la otra subiendo y bajando por mi torso. Me muerdo el labio inferior cuando encuentra ese punto sensible en el lóbulo de la oreja. Su lengua da suaves pinceladas, sus dientes mordisquean con un hambre voraz. La aspereza de sus dedos se clava en mi costado, me acerca más a él en un intento de borrar los pocos centímetros que nos separan.
Mi respiración irregular se detiene cuando sus ojos regresan a los míos, cuando me mira de esa manera tan especial. Nunca nadie me había hecho sentir tan deseada, tan como Daryl me hace sentir. Es como si fuera lo más valioso que alguna vez ha tenido. Y me encanta.
Sus labios me regalan un tierno beso, o eso se supone que era antes de que su lengua hiciera de las suyas y se colara en mí, profundizándolo.
Mis manos en sus hombros, las suyas en mi cintura. Mi pecho apretándose contra el suyo, nuestras lenguas en una batalla por quién tomará el control absoluto. Y él gana, siempre gana.
Me distrae con un besuqueo descarado, de esos que enrojecen rostros y humedecen miembros. La campera se desliza por mis brazos hasta quedar sobre sus piernas. Sus dedos agarran el dobladillo de mi polera y tiran hacia arriba, sacándomela de un tirón.
Noto cómo su respiración se detiene, cómo su cuerpo se congela. Sus ojos, hambrientos, devorando cada centímetro de mi cuerpo, ansioso por seguir jugando con él.
Hago mi parte, ¿qué más podría hacer? Me acomodo más sobre él, mi centro presionando el suyo. Cierra los ojos, saboreando la sensación. Mi nombre en la punta de su lengua. Con una caricia a su mejilla y un rastro de besos por su frente, lo obligo a mirarme. Todo el aire es expulsado de su cuerpo cuando me ve tironear la tela del corpiño deportivo hasta sacarlo, mi pecho rebotando con un simple movimiento, uno que vuelve a dejarlo congelado. Tarda unos segundos en recomponerse, en encerrar uno con su mano y dejar que la calidez de su lengua se ocupe del otro. Mis dedos se aferran a su cabello, se deslizan por su nuca y lo aprietan con cada gemido.
Daryl esperó demasiado. Fue más paciente de lo que acostumbra.
Con su mano en mi nuca y la otra en la zona baja de mi espalda, gira nuestros cuerpos hasta dejar el suyo sobre el mío.
Daryl arroja lejos su abrigo, el chaleco lo abandona después de regalarme uno de esos besos que siempre me dejan deseando más. Impaciente, Daryl desprende dos botones superiores y se quita la camisa como si fuera una simple remera. Mis ojos fijos en cada movimiento, en cada centímetro de sus músculos flexionados.
—Tienes baba—gruñe en un susurro antes de que su lengua acaricie la comisura de mis labios.
—Tengo más—le sonrío con descaro, usando mi mejor tono sugerente—, pero no aquí.
Daryl responde con una risa, captando de inmediato el mensaje oculto.
Su cuerpo se desliza sobre el mío. Sus dedos luchando contra la hebilla de su pantalón. Retira el mío con un tirón suave, sus labios no abandonan los míos.
—No traje—murmuro aún en sus labios. Los preservativos se nos acabaron hace días, y, sobre todo, no esperaba tener una Navidad acalorada.
—Yo sí—responde arrojando unos cuantos sobre el tapiz y regresándome un fogoso beso.
Mi cuerpo se arquea hacia él cuando coloca la mano en mi espalda y sus dientes mordisquean mi cuello. Su lengua deja un rastro de saliva por mi torso mientras baja y, luego, se presiona contra mi centro. Mis manos tiran de su cabello con cada movimiento, lo obligan a no retroceder. Mi voz entrecortada clama su nombre. Siento que los dedos de los pies se doblan hacia abajo, mis piernas temblando por el deseo.
Daryl juguetea un rato, tal como le gusta, antes de distraerme con besos rápidos en mis muslos y besos fugaces en mi cara. Lo escucho abrir el paquete, cubrir su dureza. Sentirlo dentro de mí me causa un cortocircuito, todo mi ser ansioso por él.
Cada embestida pone mis ojos en blanco, cada beso me lleva a más allá de esta galaxia. Sentirlo así y sentirlo tan bien, es perfecto. Quisiera congelar este momento y poder regresar a él cada vez que quiera.
Cuando Daryl se desploma, los primeros rayos del sol se cuelan a través de las cortinas oscuras. Besa mi espalda como señal de rendición, sus manos aún en mis pechos como si dijera "No, esto no termina aquí". Mi risa crece cuando cae a mi lado con un simple "puf" y un largo suspiro. Me acomodo junto a él, cubriendo nuestros cuerpos con el acolchado.
Mi risa se apaga cuando lo veo.
—¿Qué pasa? —Daryl entierra el rostro en mi piel, su respiración me hace cosquillas.
—Está roto—sentencio, el color abandonando mi piel.
—¿Qué cosa? —me estiro hasta alcanzar el condón anudado, una gota demasiado grande brillando en el exterior—¡Mierda! —Daryl me lo saca de la mano, chasquea la lengua tras confirmarlo—¿Qué hacemos?
—¿No lo sabes? Tú eres el hombre aquí.
—Tú tienes más experiencia —lo arroja al suelo. Se muerde la uña del pulgar, retrocede cuando mi mano hace el vago intento de reprenderlo—. ¿No tuviste clases de educación sexual en la universidad?
—Sí, pero...no enseñan sobre el acto en sí, sino de los derechos y esas cosas.
Suspiro.
Los ojos de Daryl tiemblan al encontrarse con los míos. Espera que sepa qué hacer.
—Maggie encontró pastillas anticonceptivas. Caducaron, pero servirán.
—¿Segura?
—Sí, mi nonna siempre decía que los medicamentos duran más de lo que indica el empaque.
Daryl, ya calmado, deja que su espalda descanse sobre el tapiz, doblando los brazos detrás de su cabeza para usarlos de almohada. Me acurruco a su lado, mi respiración golpeando suavemente su piel. Uno de sus brazos abandona su nuca y me cubre hasta llegar a mi hombro, acercándome más.
—Anoche fue perfecto—mis labios presionan su piel.
—Hoy también—murmura tan bajo que apenas lo escucho.
—¿Dejaste tus cosas en mi celda? —rompo la cercanía y apoyo mi peso en el codo. Daryl perdió su lugar cuando llegó más gente y, como pasa más tiempo afuera que adentro, no se molestó en reclamar una celda. Es por eso que suele tomar siestas en mi cama o deja sus cosas junto a las mías.
—Sí...—duda, mi silueta se refleja en sus ojos—Las moveré.
Aparto unos mechones sudados de su frente.
—¿Y si te mudas conmigo? —sus ojos se abren por la sorpresa. Sigo acariciando su cabello—Tengo espacio para ti.
Traga saliva. Sus ojos buscan mentira o diversión en los míos, pero no los encuentran.
—Está bien—su respuesta me hace sonreír—. Te ayudaré a cambiar la cama, no quiero que me empujes dormida.
—No es mi culpa que seas tan débil, Dixon—le devuelvo la broma.
Daryl se incorpora, su torso ligeramente torcido hacia mí. Sin permiso, sus labios se pegan a los míos y su peso me regresa al suelo. El beso se intensifica, sus caricias se vuelven algo más.
—Feliz Navidad, Daryl—apenas logro decir cuando su boca se mueve a mi cuello.
Los ojos de Daryl se reencuentran con los míos.
—Feliz Navidad, Emilia—hace énfasis en la última palabra.
Mi nombre suena mágico con su voz, tan especial y único.
Dejo que la pasión de Daryl me consuma otra vez, que su cuerpo haga vibrar al mío, que me robe la respiración y le dé vueltas a mi cabeza.
Notes:
¡Y con el capítulo 70 le damos fin a la serie de capítulos que se ubican temporalmente en el intervalo entre el fin de la temporada 3 y el comienzo de la 4!
Tengo que rendir una bocha de finales en la facu, así que Emma y yo volveremos a principios de enero (aprox.). Depende mucho de si me da, o no, depresión pos-finales y si logro escribir varios capítulos (y acomodar los que ya tengo).
Espero que el fic les esté gustando y que me hagan el aguante mientras no estoy. Voy tratar de volver lo más pronto posible.
Se me cuidan, tkm <3
Chapter 71: Reproches.
Notes:
¡ADIVINEN QUIÉN VOLVIÓ!
Lo sé, lo sé. Soy la mejor, me quieren mucho y van a dejar miles de comentarios expresando lo contentos que están (ahre). Nah, es joda.
Ya sé que dije que volveríamos en enero, también sé que en comentarios dije que volvería pronto. Y por supuesto que sé que me dije a mí misma que volvería el viernes trece. Pero no todo siempre sale como esperamos (yo planeaba rendir un montón de finales y acabé pateando la mayoría xd).
En este descanso de casi un mes, tuve un brote creativo. Así que tengo un montón de cositas que quiero que vean.
No los jodo más, vayan a leer.
¡Gracias a todos por leer mi historia! Tkm+.
Chapter Text
Me despierto al sentir el peso de Daryl hundiéndose a mi lado en el colchón. No puedo evitar sentir una oleada de emociones contradictorias: alivio por su regreso y frustración por su ausencia. Su cuerpo se desliza debajo de las mantas, arrancándome por completo de los brazos de Morfeo. Me estiro hasta que mi cuerpo rodee el suyo, una trampa mortal sin salida. Tiene un ligero aroma a sudor y a cigarrillos. Entierro el rostro en su pecho, disfrutándolo con cada inhalación. Es una adicción.
—¿Qué hora es? —le pregunto con voz ronca.
—Apenas salió el sol. Duerme.
—Te extrañé—mis dedos jugando con los botones de su camisa—¿Cuándo volverás a irte?
—Hay un lugar, pensaba ir más tarde. Ver cómo es. Limpiarlo.
Suspiro. Este hombre y su maldita necesidad de dar vueltas por ahí como si no tuviera un lugar al que regresar.
—¿Recién llegas y ya te vas? —me aparto de su calor apoyando mi peso en el codo—¿No puedes quedarte conmigo, aunque sea un día?
Me mira, cansado, con el pulgar entre los dientes.
—Será rápido.
El peso de mi mirada de reproche no es suficiente para hacerlo cambiar de opinión. Regreso a su lado frunciendo los labios como toda niña caprichosa que quiere hacer berrinche, pero sabe que no logrará nada con ello.
—Si me abandonarás otra vez, al menos duerme unas horas conmigo—le digo dándole la espalda.
Y, como si fuera una orden militar, pasa los brazos sobre mi cuerpo, atrayéndome hacia él.
—¿Estás enfadada? —pregunta después de una eternidad.
—¿Tú qué crees?
Su boca produce un breve “mmm”.
—¿Y si vienes?
—Llevarme no evitará que me enoje. Siempre haces lo mismo: desapareces durante días, vuelves dos segundos y te marchas otra vez. Estás ausente, no me gusta. Necesito saber que estás aquí conmigo.
Él suspira, su aliento cálido en mi nuca mientras me gira para mirarme.
—Tengo que encontrarlo, es peligroso.
—¿Qué pasa si un día no vuelves? ¿Qué hago entonces? —mi voz se eleva un poco más de lo que pretendía.
Daryl se levanta lentamente, su rostro tiene una mezcla de cansancio y preocupación.
—No es que quiera hacerlo, pero es lo que debo hacer. Maggie y tú dicen esa mierda de “si hay que hacerlo, hay que hacerlo”, es lo mismo. No estamos a salvo hasta que él ya no sea una amenaza.
Me siento, mis manos temblando de frustración y un nudo formándose en mi garganta. Odio que haga esto, quiero que se quede, no que sea totalmente razonable.
—¿Y qué pasa con nosotros? ¿Cuándo lo nuestro será una prioridad?
Él niega con la cabeza. Evita mi mirada mientras se dirige hacia la puerta.
—Volveré.
Con un grito ahogado de frustración, me levanto y lo sigo. Buenísimo, otra mañana de mierda con la misma mierda que crea más mierda.
—¡Voy contigo! No voy a quedarme aquí esperando a que algo malo te pase.
Daryl se detiene, mirándome por un momento con su expresión suavizándose un poco.
Salimos del bloque de celdas, la frescura del aire matutino nos recibe, totalmente ajena a la tempestad dentro de nosotros. Me detengo un momento para buscar el arco y la pistola y ajustando el cinturón en el que guardo el cuchillo. Me acerco a un balde con agua, me lavo la cara con la esperanza de poder despejarme un poco. El agua fría es un despertar brusco, pero necesario. Nada sale bien cuando estoy de mal humor, y esta vez necesito que todo salga bien.
Mientras me ato el pelo en una colita alta, observo a Daryl preparándose. Él está junto a la motocicleta, asegurándose de que todo esté en orden. Está concentrado, y aunque no me mira directamente, sé que está atento a cada uno de mis movimientos. Habría sido mejor si nos hubiéramos quedado en la cama haciendo cucharita. Termino de ajustarme el pelo y me acerco a él, frotando su espalda antes de subirme a la moto con un suspiro y rodear su cintura con los brazos.
El viaje es extrañamente tranquilo, sin contratiempos. Me pone ansiosa que las cosas no se compliquen. Estamos tan acostumbrados al descontrol que nos cuesta caer en que a veces el camino es recto y sin obstáculos. El sonido del motor y el viento en mi rostro son casi relajantes, es como si estuviera acostada en bolas debajo del aire acondicionado durante pleno verano. De todas formas, no puedo evitar sentir la tensión entre nosotros, ese “algo” que no estaba allí antes y que ahora nos separa.
De vez en cuando, Daryl acelera bruscamente, y aunque sé que es para asegurarse de que me aferre a él más fuerte, no puedo evitar sentir una chispa de irritación mezclada con unas ganas tremendas de comerle la boca. ¿Cómo puede ser tan infantil? Si tanto quiere que esté pegada a él, deberíamos volver a nuestra celda y no salir en todo el día. Pero, claro, al señorito le gusta hacer vida de soltero y tomarse el palo cuando se le canta, ¡y no es así!
Finalmente, llegamos a Big Spot, que es una tienda gigante, básicamente como el Easy, pero gringo. Bajo de la motocicleta deslizando lentamente mis brazos, como si estuviera echándole en cara que el contacto que tanto se esforzó por mantener, se le escapa de las manos.
Miro a mi alrededor. El edificio solía ser un asentamiento militar, claramente abandonado, pero aún con rastros de vidas perdidas. Hay tiendas de campaña de un gris verdoso esparcidas por el área, y las vallas altas indican que en algún momento hubo un intento serio de proteger el lugar. Un intento que claramente no se logró.
Daryl me da una mirada rápida, asegurándose de que estoy bien, antes de comenzar a explorar el área. Nos movemos con cautela alrededor de la cerca, sabiendo que cualquier cosa podría estar al acecho en los rincones oscuros de este refugio con aires de pueblo fantasma. Está, en una palabra, repleto. El patio está lleno de caminantes, todos de pie tambaleándose ligeramente hacia adelante y hacia atrás, atentos al mínimo sonido y con la esperanza de atrapar una pizca de aroma a vida. Como si hubiéramos leído la mente del otro, ambos regresamos en silencio a la moto con cientos de ideas dando vueltas por nuestras cabezas.
—Nos tomará horas limpiarlo—anuncia.
—¿Y si hacemos que salgan?
—¿Un cebo? —asiento—Servirá—sus ojos inspeccionan nuestro alrededor—. Cortamos una parte—señala el alambrado—, los atraemos con ruido.
—Buena idea—los engranajes en mi cabeza funcionando más rápido que nunca—. Podemos conectar un equipo de música o una radio a la batería de un auto, llevarlo lejos del edificio.
Y así, sin más, nos ponemos manos a la obra. Daryl y yo revisamos los autos abandonados de la zona. Mientras quitaba el estéreo de uno de los autos, encontré una barra de granola en la guantera, y ahora estoy luchando seriamente conmigo misma sin poder creer que en serio se la estoy por dar a Daryl. Sin pensarlo más, salgo del vehículo y le arrojo la barra a Daryl.
—Gracias—murmura con la boca llena, masticando ruidosamente la mitad de la barra mientras continúa trabajando. No puedo no reír al verlo comer tan vorazmente. Me apoyo en el capó del auto más alejado, ese que acordamos usar para preparar todo. Después de unos segundos, Daryl traga el último bocado y se acerca a mí con una batería en cada mano—. Conectemos esto—dice, señalando la radio y dejando las baterías sobre el capó.
Colocándose detrás de mí, presiona ligeramente su pecho contra mi espalda, su aliento haciéndole cosquillas a mi piel. Sus manos callosas y expertas se mueven con precisión mientras me muestra cómo conectar los cables, diciendo algo de conectar una no sé qué de cocodrilo con los cables positivos a una cosa que también es positivo y luego conectar el cable negativo a algo que también es negativo. Más claro que el agua, por supuesto.
Mi atención deja atrás la agradable sensación que su voz le causa a mi piel, y se concentra en sus indicaciones. A veces me olvido de que a este hombre le gusta enseñarme todo lo que puede, y es realmente una ternura ver cómo se esfuerza en aprovechar cada ocasión.
Mis manos siguen sus palabras al pie de la letra, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Tras unos segundos, las manos de Daryl se apoyan en las mías y las guían durante el proceso, dejando una que otra caricia con la clara intención de borrar mi mal humor. Daryl me muestra cada conexión y cada ajuste necesario, agregando sugerencias para que quede mejor. Con una caricia rápida a mi cintura y un beso fugaz en mi cabeza, toma distancia.
—Ahora sólo queda encenderla y ver si funciona—dice, mirando hacia Big Spot.
—Puedo cortar la valla mientras tú enciendes esta cosa lo más lejos posible—sugiero.
—Es peligroso, ¿cómo saldrás a tiempo?
La idea no tarda en llegar.
—Tu motocicleta está allí. Subo, te busco y nos vamos.
—La última vez perdiste el control—se burla, recordando la vez en la que le juré que sabía andar en moto y terminé acelerando más de lo que debería. En mi defensa, el carnet de conducir era casi un adorno; siempre fui mujer de bondi.
—Fue la emoción del momento. Puedo hacerlo.
Con esa mirada desafiante que tanto me gusta, Daryl accede a mi petición. Siento sus ojos fijos en mí cuando le doy la espalda y camino hacia el alambrado. Intentando hacer la menor cantidad de ruido posible, uso la tenaza que me dio y hago un corte del tamaño suficiente para que ellos pasen.
Regreso a la moto silbándole a Daryl la señal que indica que terminé. La música comienza a sonar justo cuando arranco. El silencio es roto por el chirrido estático seguido de una voz distante que lucha por tener más claridad. Me toma unos segundos acostumbrarme a la potencia del vehículo, soy medio de madera con estas cosas. Me detengo frente a Daryl, dedicándole una mirada seductora y una sonrisa coqueta mientras lo invito con descaro a dar un paseo. Él, negando con la cabeza, se sienta detrás de mí aferrándose a mi cintura. A mitad de camino me obliga a detenerme y cambiar de lugar, diciendo una pelotudez sobre matarnos en caso de chocar y bla, bla, bla.
Llegamos a la prisión durante el desayuno, ambos satisfechos con el pequeño logro y el posible acuerdo de paz. Detesto que haga esto, me hace pasar mala sangre y piensa que puede salirse con la suya mirándome con esos ojos preciosos que tiene. Una bronca. Así cualquiera.
Chapter 72: Tomada de pelo.
Notes:
Bueeenaaas. Les dejo el segundo capítulo de la semana. Qué lindo que se siente volver.
Bueno, ya saben: capítulos viernes y sábados, alrededor de las 18:00 o 19:00 hs. en Argentina.¡Gracias por leer! ¡Hasta el viernes!
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Hoy tuve que hacer un cambio en el horario de clase. Como iremos a Big Spot, les pedí a los niños que pasaran por la biblioteca antes del desayuno para dejarles tarea y decirles cómo resolver los ejercicios. Se arrepintieron cuando vieron que es de matemáticas, casi salen corriendo cuando vieron el pizarrón.
Como Carol les lee cuentos en la tarde, me centro en enseñarles otras cosas. Igual, tampoco es como si pudieran aprender demasiado, teniendo en cuenta que mi área es la literatura y la lengua, y no matemática. Lo importante acá es que estén entretenidos y no rompan tanto las bolas, es lo mismo para sus tutores y, sobre todo, para que Rick esté tranquilo. Al tipo se le metió en la cabeza dejar las armas y ser pacifistas, lo que está muy bueno, pero sólo cuando no corremos peligro y, sobre todo, cuando no hay loco suelto hace seis meses.
Después de que la etapa peligrosa del inverno pasara y en estos últimos dos meses, estuvimos yendo y viniendo de un lado a otro buscando provisiones en donde sea que podamos, y no es como si hubiéramos tenido la opción de levantar la bandera blanca y pedir una tregua cada vez que enfrentamos un problema. Y aunque el número de mis salidas se redujeron considerablemente, sé que varios de nosotros tuvieron que hacerle frente a un par de personitas problemáticas.
Mi rutina y la de Daryl siguen igual. Él se la pasa en el bosque y con frecuencia desaparece por unos días para buscar al Gobernador o vaciar edificios. No me gusta que haga eso, y él lo sabe, sólo que se hace el pelotudo. Muy rara vez termino acompañándolo, siempre me hace regresar porque, supuestamente, lo distraigo demasiado. Y, sobre todo, porque me tiene vigilada. La alegría de la Navidad se esfumó a los pocos días, cuando le dije que saldría con un grupo y él recordó que me escapé para ir a la tienda de antigüedades. De todas formas, él no tiene mucho margen para mandonear, si se la pasa afuera y, cuando regresa, no se banca que le reproche cosas.
Otra razón para no salir es que recibí críticas de unas viejas de mierda casi recién llegadas que desaprobaban que una mina violenta como yo les enseñara a los nenes. Sí, lo sé. Absurdo. Si yo no soy violenta. Lo que pasa es que tuve unos días con los cables cruzados. Tenía medio cuerpo hecho pelota y no había nada que me hiciera bien. Es mi culpa, lo admito: después de que Daryl y yo vaciáramos aquel bar, se me dio por beber seguido y hacerlo en Navidad fue la gota que derramó el vaso. Me atacó el hígado mal y ahora sufro las consecuencias. Es una lástima que no sepa curar el empacho como mi abuela.
El punto es que hay señoras muy rompebolas que esperan que sea como la Señorita Miel de Matilda. Y no les gustó para nada que ese día, llena de bronca irracional, agarrara un palo y comenzara a atravesar las cabezas de los caminantes agrupados en la cerca. Hice un bien que casi nadie reconoció.
Rick les paró el carro asegurando que no soy tan mierda como ellas creen—no aclares que oscureces—. El bardo cesó cuando se enteraron de que ando con Daryl. Sí, son unas viejas chotas. Él se convirtió en el Robin Hood de la prisión, un superhéroe que consigue traer hasta lo imposible. La verdad, el nivel de fama que este hombre maneja es impresionante, y, aunque no le guste, es divertido joderlo con eso. Supimos que la cosa se puso seria cuando alguien me oyó declararme, en broma, “señora Dixon” y lo difundió entre los más jóvenes. Y ahora resulta que tengo marido.
Llevo a los niños a desayunar, caminan formados uno detrás de otro y con las manos en los hombros. Mientras nos acercamos al comedor, cantamos una boba canción que ellos inventaron sobre unos soldados que van a la guerra a luchar contra monstruos. Los tutores nos reciben con una sonrisa, siempre burlándose de las tonterías que sus niños me fuerzan a hacer. Juro que no estudié para ser maestra, se me acercan como moscas.
Ando corta de tiempo, así que acepto sin pensar lo que Patrick me ofrece y trago rápido mi porción. Después de pedirle que repase fracciones para la próxima clase, me voy casi trotando al punto de encuentro.
Los demás ya están listos. Le doy un pico a Daryl y subo al auto.
Hoy somos una banda. Incluso Bob, un tipo que Daryl y Glenn encontraron hace poco, se unió. Si nuestro plan funcionó, el exterior de Big Spot debería estar vacío, pero eso no significa que el interior también lo esté, y es por eso que necesitamos manos suficientes para enfrentarnos a lo peor. Además, el lugar es una mina de oro. Si podemos vaciarlo por completo, tendremos provisiones de sobra.
Michonne llegó justo cuando estábamos saliendo, le hago señas desde la ventana para que vaya con Glenn y conmigo. Ella nos contó que estuvo dando vueltas buscando al Gobernador, pero que no lo encontró y que por eso está considerando echar un vistazo en Macon. Como el pelotudo no aparece, casi estamos durmiendo con un ojo abierto—no como él—. Ya revisamos varias ciudades cercanas, pero no hay rastros, y eso nos preocupa mucho más de lo que demostramos, y que Rick ande jugando al granjero no ayuda tanto, es como si estuviera fingiendo que no hay peligro.
El auto se detiene frente a Big Spot. A simple vista, parece que no hay caminantes cerca. Eso es bueno. Últimamente me he sentido más cansada de lo habitual, y parece que mi cuerpo no quiere cooperar. Debería ver si encuentro vitaminas o algo que me dé un subidón de energía, como un Gatorade.
Abro la puerta y salgo. Estirándome, siento el calor del sol en mi piel. El día está precioso: ni muy caluroso, ni muy fresco. El sol brilla radiante desde lo alto del cielo, iluminando todo a su paso. Yo vivo por esto. Me tomo un momento para disfrutar de la vista y la suave brisa acariciándome, tratando de recargar energías. Sin embargo, cuando miro hacia Big Spot, la realidad golpea con fuerza: es un desastre.
Respiro hondo y me obligo a concentrarme en lo que tengo que hacer. Me acerco al auto, reviso mi equipo una última vez antes de avanzar, junto al resto, hacia el edificio.
Ingresamos a la plaza de estacionamiento. Hay carpas verdes militar, un par de autos tipo jeep y decenas de cadáveres secos. Nada más. El ejército de muertos que había hace unos días se esfumó, dejando atrás pilas de restos, cajas vacías y basura…mucha basura.
Daryl golpea la ventana del edificio para comprobar si hay o no caminantes dentro. Me siento junto a él, con la espalda pegada a la pared debajo de un cartel de “no estacionar”, y las piernas apenas flexionadas. Cierro los ojos un segundo.
—De acuerdo, creo que lo tengo—suelta de la nada Zach, el noviecito de Beth.
—¿Tienes qué? —le pregunta Michonne.
—Trato de adivinar qué hacía Daryl antes de la infección.
No me gasto en reprimir una sonrisa, me encantan estos momentos. Despego la espalda de la pared y le hago seña para que se siente entre nosotros. Zach, encantado por la atención, se acerca.
—Lo ha estado haciendo durante seis semanas—aclara Daryl, regalándome una mirada llena de diversión.
—Sí, voy despacio. Un intento por día.
—Bueno, dime.
El pibe duda, probablemente otra vez diga alguna pelotudez. Es divertido escuchar sus conjeturas, incluso las más faloperas. A veces con Daryl le tomamos el pelo diciendo pistas falsas cada vez que pasamos cerca de él, dejó de creernos cuando notó que era una trampa para despistarlo. Somos una porquería.
—Por la forma en la que te comportas en la prisión, estás en el Consejo, puedes ver rastros, ayudas a la gente, pero sigues un poco…gruñón—finjo toser, una evidente manera de ocultar una carcajada naciente—. Se viene un gran intento: Detective de homicidios.
Y ahora sí, no la reprimo. Michonne y yo reímos. Dios mío, que manera de reír. Que conclusión tan ridícula, la voy a anotar dentro del top tres de profesiones fallidas dichas por Zach, justo debajo de “guardabosques”.
—¿Qué es lo gracioso? —Daryl nos dice, fingiendo molestia.
—Nada. Tiene mucho sentido—añade Michonne con una gran sonrisa.
—Casi puedo verte con la pipa y la lupa. Te quedan—le guiño el ojo, Daryl me devuelve el gesto. El nene no sabe en dónde se metió.
—En realidad, el hombre tiene razón: Policía encubierto.
Zach, perplejo, nos mira a todos. Me esfuerzo por conservar la seriedad y asiento levemente cuando sus ojos se conectan con los míos.
—Espera, ¿en serio?
—Sí. No me gusta hablar de eso porque pasaron cosas intensas, ¿sabes?
—Amigo, vamos. ¿En serio?
Daryl, sin emitir palabras, lo mira como si estuviera diciendo “¿En serio vas a creer semejante pelotudez?”.
—De acuerdo. Seguiré adivinando.
Los caminantes chocan contra el cristal, arrancándonos los pocos segundos de paz y diversión. Glenn, Sasha, Tyreese y Bob se acercan.
Es hora de entrar, pero antes le hago señas a Zach. Si vamos a molestar al nene, vamos a hacerlo hasta el final.
—No debería ayudarte, lo sé, pero Daryl se puso un poco arrogante con el asunto y creo que sería bueno que le des una lección.
—¿Qué sabes? —pobre cosita, le brillan los ojos.
—No se trata de lo que yo sé, sino de lo que tú sabes. Conecta la información—se tambalea, intranquilo—. Ahora, piensa: Daryl y yo estamos juntos desde hace mucho muchísimo tiempo, ¿lo tienes? —asiente—Y yo solía ser profesora. Entonces, ¿dónde podría alguien como yo conocer a un hombre como Daryl?
—Oh, por Dios—casi puedo ver cómo ordena las piezas en su cabeza—. Espera, ¿no es broma?
—¿Qué ganaría haciéndolo? —le doy palmadas en la espalda y me uno al resto del grupo.
Notes:
Uy, ¿se imaginan a Daryl como policía encubierto? ¿Y como guardabosques? No, no, es un montón. Es el verdadero "¡Qué hombre!".
Con ese diálogo final sólo puedo imaginar a una Emma recién salida del trabajo llevando el auto a Dixon, su mecánico favorito. Tal vez en otra vida sí pasó (*se va a escribir la idea*).
Chapter 73: Piñata de caminante.
Chapter Text
Apenas abrimos la puerta, los caminantes de la ventana se abalanzan sobre nosotros. No son nada, en cuestión de segundos ya están muertos y siendo arrastrados hacia el exterior.
El olor me golpea tan fuerte que retrocedo dos pasos. Dios mío, hay una baranda a muerto mezclada con olor a encierro, humedad y a algo agrio que no quiero identificar. Huele peor que la pieza de mis hermanos.
Sasha nos indica cómo proseguir: se supone que entramos, mantenemos la formación para la barrida, buscamos, tomamos y salimos. Sencillo. Fácil. Nada peligroso.
Recorremos el interior de la tienda con las linternas alumbrando pequeñas zonas, el lugar es inmenso. Hay tantas estanterías llenas de cosas que no sé por dónde empezar. Que ganas de agarrar un changuito y llenarlo hasta el tope…es la fantasía del tercermundista.
Meto en la mochila latas, condimentos, alimentos no perecederos en general y me doy el gusto de agarrar una barra de chocolate negro y unos cuantos cereales para Carl.
Veo a Glenn en el sector de electrodomésticos y electrónica, sus ojos fijos en el objeto en su mano. Últimamente estamos distanciados, no por una discusión, sino porque nuestros horarios y deberes no coinciden. Hoy es una de esas excepciones milagrosas. A pocos pasos de él, noto lo mucho que lo extraño…pero no es algo que le diría. Una mujer debe mantener su imagen de chica dura, y confesarle a mi mejor amigo que lo extraño delataría mi sensibilidad, aunque ya sepa que soy una maricona de primera.
—¿Qué haces? —lo atrapo alumbrando un cartel publicitario sobre bebés. Él se sobresalta, alterado por mi presencia inesperada.
—Nada—con torpeza, intenta evitar que lo vea, se rinde y confiesa—. Maggie tiene un atraso...nos preocupa que sea...ya sabes.
Suspiro. Tiene sentido, es la pesadilla de medio mundo.
—Descuida, es normal tenerlos durante periodos de estrés.
—¿Y si no es por eso? Pronto será un mes.
—Exageras—guardo la barra de chocolate en la mochila y saco una docena de pilas del aparador. Glenn me mira como si estuviera diciendo "Esto es serio, escúchame"—. No es broma, yo tengo un atraso de dos meses y no me ves alterada.
—¿Que tienes qué? —sus ojos se abren de golpe.
—Es por estrés. Me pasaba seguido cuando estudiaba—recuerdo todas esas tardes en las que le decía a mi facuamiga lo aterrada que estaba por la posibilidad de que Zeus o el Espíritu Santo me hayan elegido para fecundar.
—Ahora es diferente, ¿que tal si...?
—No, no. Es imposible.
—¿Estás segura?
—Sí, Glenn. Por Dios, cambia esa cara. Nadie ha muerto por un atraso, llegará cuando tenga que llegar.
—¿Hay alguna forma de saberlo? ¿O…?
—Maggie sabrá cuándo tendrá el periodo, su cuerpo se lo dirá.
—¿Tan simple?
—Es más complejo de lo que crees. A veces…
Algo se cae, el estruendo retumbando por todas partes. Un escalofrío me sacude de pies a cabeza.
Glenn y yo compartimos una mirada rápida antes de salir corriendo hacia el origen del ruido. Nos detenemos en seco, un suspiro sale de mí sin que pueda controlarlo. No es nada. Una estantería cayó sobre Bob, dejándolo atrapado. Daryl, Tyreese y Zach lo están ayudando.
El fuerte olor a alcohol me descompone. Conteniendo las náuseas, me alejo lo más que puedo. Nunca más volveré a ingerir alcohol. Lo juro por mi nonna.
Entro a la sección de cuidado personal, agradecida de que los aromas sean una caricia para la nariz. Debería buscar jabón y algunos artículos de higiene. Sería un golazo encontrar tintura, o un shampoo para el pelo grasoso de Daryl. Si tengo suerte, tal vez consiga crema corporal o una colonia suave…
Otro ruido. Desde lo alto, la luz se filtra en la habitación.
Regreso sobre mis pasos sólo para ser testigo de cómo un caminante cae del techo y queda colgado de sus tripas, las gotas de sangre caen sobre el piso como una lluvia rojiza y altamente tóxica.
Que asco. Es como una piñata.
De pronto, un segundo caminante cae…tres, cuatro, cinco…muchos caminantes caen del techo. Mierda. Retrocedo cuando uno cae frente a mí, casi haciéndome tropezar.
La concha de la lora.
Una nube de polvo se forma a mi alrededor. Me arde la garganta por contener el naciente ataque de tos. Con una mano trato de apartar el polvo de mi cara, y con la otra retiro el cuchillo de su funda.
El caminante se levanta, atraviesa lo poco que queda de polvo y camina hacia mí con los rayos del sol iluminando su cabeza podrida y parcialmente aplastada por el impacto. Le clavo el cuchillo en el lado menos asqueroso, ese que sobrevivió a la caída. La hoja se desliza dentro de él con la misma facilidad que tiene una cuchara al tomar un poco de flan. Esta cosa está tan podrida que está tan blandito como la manteca. Tal vez debería dejar de compararlo con la comida.
Giro. Un caminante se arroja sobre mí, uso las manos para apartarlo, pero su piel está viscosa y se resbalan, como si estuvieran tocando barro. Lo empujo con fuerza y aprovecho para sacar la pistola, la bala perfora su uniceja.
Grito antes de ser consciente de que lo hago. Mi nombre grabado en la voz urgente de Daryl. Una mano me agarra el pelo, tira de mí para encajarme sus dientes. Apretando los labios, doblo la mano para que la punta del arma esté en dirección a su frente y lo hace, pero el sonido del balazo retumba en mis oídos, entorpeciendo mis sentidos.
Mierda.
Tengo que dejar de hacer estupideces y comenzar a pensar dos veces antes de actuar.
El estruendo me cachetea como una ola, todos mis sentidos se ven afectados al instante. El sonido fuerte me marea, haciendo que tambalee al caminar. Intento mantener el equilibrio, pero mis piernas parecen de gelatina y mis pasos vacilan.
— Ufa —me escucho decir.
El mundo a mi alrededor se convierte en una mancha, en una secuencia de imágenes borrosas por el movimiento. Las figuras frente a mí se difuminan y se deforman, se mezclan entre sí. Parpadeo varias veces, tratando de despejar mi visión, pero es inútil. El estrépito sigue resonando en mis oídos, un eco que no se detiene y me hace percha la cabeza.
Mis manos buscan apoyo, lo encuentro en una repisa a mi lado. Me aferro a ella, tratando de estabilizarme. Los oídos me zumban, mis ojos intentan enfocar, pero todo sigue siendo una niebla que oculta sombras y luces parpadeantes.
Con el corazón latiendo con fuerza, me obligo a avanzar. Una figura se alza frente a mí. Aprieto con fuerza el mango del cuchillo y me lanzo hacia ella. Toda la fuerza aplicada es desperdiciada apenas el metal se introduce dentro de lo que parece ser cartón.
Qué hijo de su reputísima madre . Es un cartel publicitario.
Intento concentrarme. Mis ojos van de un lado a otro identificando todo a mi alrededor. Las figuras frente a mí comienzan a tomar forma. Veo rostros familiares, otros desconocidos y deformes. Me tambaleo hasta llegar al caminante más cercano, sus gruñidos ingresando cada vez con más claridad. El cuchillo entra y sale de él con demasiada facilidad.
Paso al otro. La punta de mi pie se posa sobre su pantorrilla con un golpe. El caminante cae de rodillas, el cuchillo hundiéndose en él antes de que sus manos logren estirarse en mi dirección.
Un segundo pedí. Uno solo. Cómo me caga que los caminantes no quieran dármelo.
Con la respiración acelerada y más orientada, avanzo con las armas en las manos. No tardo en llegar al resto.
Daryl está de pie sobre una pila de cajas, rodeado de caminantes. Me parece haber visto una pizca de alivio al verme llegar. Glenn y yo lo ayudamos, los caminantes caen uno tras otro.
Un crujido hace que miremos el techo. Siento que mi alma se escapa de mi cuerpo y que ya estoy pasando a mejor vida. Esto es un muy mal chiste, en serio. Creo que haberme oído soltar una risa mezclada con un resoplido. Quiero creer que eso que está a punto de caer sobre nosotros no es un helicóptero.
Por favor, que no sea un helicóptero.
Recargo.
Un caminante cae al recibir con agrado una de mis balas.
Los muchachos logran sacar a Bob.
Otro disparo.
Los trozos de techo nos advierten de que es mejor salir de acá antes de que sea demasiado tarde.
Sigo disparando. Una nueva nube de polvo me hace toser.
Zach grita y sé lo que está pasando antes de clavar los ojos en él. Se me revuelve el estómago al ver que un caminante lo está comiendo.
Sin darnos tiempo para procesar la caótica situación, el techo se rompe. Nuestros pies chocan con fuerza contra las baldosas, nuestros ojos fijos en la salida. Con un último vistazo, descubro que apenas logramos evitar que el helicóptero nos cayera encima.
Que día de mierda.
Chapter 74: Con el corazón en la boca.
Notes:
Creo que este es uno de mis capítulos favoritos (junto con el de Navidad, claro), y eso que me quedó cortito.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Con el corazón en la boca y el ánimo por el piso, regresamos a la prisión. Ni siquiera puedo alegrarme por haber llenado la mochila.
Cada uno se va por su lado, demasiado cansados o con la mente repleta de mil pensamientos.
Necesito acostarme cinco minutos.
Daryl me mandó a ir directamente a nuestra celda y descansar, dijo que se encargará de decirle a Beth lo que pasó con Zach. Me da bronca, era un pibe, un nene…los dos son sólo unos nenes. Encima es el segundo novio que Beth pierde desde que todo comenzó, y ni siquiera pudo despedirse de ninguno de ellos.
Quedaría devastada si estuviera en su lugar, supongo que tengo suerte de que Daryl sea tan hábil. Sin embargo, no importa qué tan capaz sea, no es inmortal. Daryl podría haber muerto hoy si Glenn no hubiese llegado a tiempo o si algún caminante hubiera caído sobre él. Un segundo más y todos habríamos terminado debajo del helicóptero.
Dios, esto es una mierda. No quiero ni pensarlo.
Salir es peligroso, pero sé que Daryl no aceptará quedarse un tiempo en la prisión. Ya se negó la otra vez a pasar un día conmigo, ¡ni hablar de quedarse! Vamos a terminar agarrándonos de los pelos y ninguno quiere eso.
Me quito la ropa ensangrentada, dejándola caer en el canasto de ropa sucia. Tengo el cuerpo a la miseria, todo contracturado y con moretones que ni el pijama es capaz de cubrir.
Necesito azúcar. En serio. No encuentro otra solución inmediata más que llenarme la boca de chocolate. Si sigo con estos impulsos, voy a empezar otra vez con esos atracones que tanto me costó abandonar. Por ahora, disfrutaré de la gran satisfacción que sólo una fruta tan noble como el chocolate puede provocar en alguien.
Daryl me atrapa reflexionado si debo o no apartarle un trozo.
—Iba a guardarte, lo juro.
Con gran pesar, se lo ofrezco y él lo acepta ignorando mis ruegos internos.
—Mentirosa—se lame los dedos.
—¿Cómo está Beth? —aparto el cabello de su frente; le agarró el gusto de tenerlo largo, pero le incomoda tener mechones clavándose en sus ojos.
—Normal.
—¿Normal mal o normal indiferente?
—Indiferente.
—Me apena, es una niña—aparto las frazadas y me acuesto—. Si a ti te pasara algo, lo más probable es que quiera morir...depende de qué obra de Shakespeare lea ese día.
—No te traeré más libros.
—Me torturas—Daryl se acomoda a mi lado, giro hacia él y apoyo la cabeza en su brazo. Hace mucho que no dormimos así, lo eché de menos—. Deberías pedirme matrimonio.
—¿Por qué? —sus dedos peinan mi cabello, cierro los ojos, dejándome llevar por la agradable sensación.
—Ahora todos me llaman "Señora Dixon", no me gusta mentirles.
—Tú les pediste que lo hicieran.
—Lo sé, por eso deberías apresurarte.
—Y tú deberías dormir.
Le doy un beso en el cachete.
Daryl siempre es así de cortante, no me sorprende que esté tan negado al matrimonio. Aunque se lo digo de joda, sí me gustaría recibir un anillo. Eric me estuvo cargando durante meses después de que atrapé el ramo en su boda. Si supiera que día a día me parto el lomo para sacarle una gota de cariño a este hombre, se reiría en mi cara.
Pero está bien, supongo. Debería estarlo, ¿no?
A ver, a veces me exaspera que sea incapaz de decirme algo tierno. También me pone de malhumor que de repente cambie de tema y finja que la conversación acabó. Pero, a pesar de eso, sigo buscando sus ojos y sus sonrisas fugaces, cada día anhelo despertar y tener su cuerpo junto al mío, sentir que siempre me protege.
Mi tiempo en Woodbury me hizo pelota, a veces me pongo re maricona y recuerdo las pelotudeces que dijo Merle. Decimos ser familia, pero no hay sangre que nos una.
Si yo muriera, ¿cómo reaccionarían?
La primera vez que perdimos a Andrea nos sentimos mal, pero no creo que los otros hayan sufrido tanto, ¿será lo mismo conmigo? Ahora somos muchos, y aunque formamos un comité, se siente bastante la distancia entre los miembros del grupo principal. Sería una reverenda mierda que reaccionen como Beth lo hizo por la muerte de Zach. No después de todo lo que pasamos, no después de haber decidido que pasaría el resto de mi vida junto a ellos.
No me gusta pensar en esto. Detesto siempre caer en el pesimismo.
Si pudiera elegir mi muerte, preferiría morir de vieja y en paz. Tal vez durmiendo, como mi nonna .
Sería lindo que lo mío con Daryl siga hasta entonces. No puedo imaginar un futuro en el que él no esté, aunque nunca se lo dije directamente. ¿Qué pensará si se lo digo? Después de Woodbury, no me atreví a decirle que lo amo, me da un cagazo que piense que enloquecí y que me enganché cuando él prefirió irse y dejarme. Pero llevamos más de un año juntos, entonces, ¿qué tan mal quedaría? ¿Qué tan malo sería para él oírme confesar que mi corazón late como loco cuando está cerca de mí, que es lo primero en lo que pienso cuando me despierto y lo último antes de dormir? ¿Repetiría mis palabras una vez que descubra que quiero pasar el resto de mi vida con él? A veces el acto más valiente nace del más cobarde.
—Daryl—susurro, mi voz cargada de emoción. Un calorcito formándose en mi pecho y sonrojando mis mejillas—, yo daría mi vida por ti, ¿sabes? —él responde con un simple “ajá” —Porque te amo.
Daryl no responde. El calorcito se convierte en una brisa invernal.
—¿Te dormiste?
Me separo de su brazo. Sus ojos están abiertos, pero se da la vuelta en cuanto se encuentran con los míos. Mi corazón deteniéndose un momento, el frío recorriendo todo mi ser.
¿Qué significa eso? ¿Le incomodó? ¿Dije algo mal? ¿O qué? ¿No siente lo mismo? No está obligado a decírmelo, pero, ¿ignorarme así? ¿Cómo debería reaccionar a eso? ¿Qué hice mal?
Yo…yo pensé que estábamos bien, que lo nuestro se puso más serio, ¿él no piensa igual? Oh, por Dios, ¿lo arruiné?
Daryl no dice nada, sólo finge no haberlo escuchado. Su silencio me indica que, claramente, el nivel de afecto es desigual. Mis labios tiemblan, mis ojos llenándose de lágrimas que me esfuerzo en no derramar.
Después de todo este tiempo, a pesar de todo lo que vivimos, él…él simplemente me cortó el rostro. Pensé que sí, pero no.
Daryl no me ama.
—¿No vas a responder? —noto cómo se quiebra mi voz. Daryl mantiene la boca cerrada. Que hijo de puta—No está mal que no me ames...sólo espero que no me olvides después de que muera. Sería demasiado cruel de tu parte, forro .
Salgo de la cama evitando pisarlo. Las lágrimas cubren mi rostro y salgo de la celda intentando ahogar los sollozos. Y no, era obvio que nadie nunca me amaría como Rick amó a Lori.
Necesito dormir, pero no quiero hacerlo con él al lado. Quiero llorar, pero no con todo él tan cerca de mi pequeño yo. Quiero hacer un pozo y enterrar mi cabeza. Quisiera no haber dicho nada.
Notes:
En mi defensa, para mí Daryl nunca le diría “Te amo” a alguien.
¡Hasta la próxima semana! *inserte risa malvada*.
Chapter 75: Hechos bosta.
Notes:
¡Capítulo adelantado!
¡Terminó el cuatrimestre! A partir de ahora soy un alma libre que debe recuperar su vida social. Mañana no podré subir el capítulo, es por eso que lo publico hoy.
El sábado tendrán el otro, ¡espérenlo!
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Mentiría si dijera que dormí más de dos horas.
Me dormí llorando, eso es obvio. Las lágrimas se deslizaban por mi rostro y mi cabeza reproducía una y otra vez la catástrofe. Después de decirle a Daryl que lo amo y ser ignorada, la frustración y el dolor me hicieron marcharme de la celda. Pasé la noche en lo de Maggie y Glenn, quienes, gracias a Dios, estaban de guardia y no acurrucados presumiendo su maldito amor perfecto.
Desperté con los ojos ardiendo, llenos de lagañas, y el corazón adolorido, un rastro seco de lágrimas en mis mejillas. Hace unos minutos el despertador de Rick sonó, haciendo que me sobresaltara y me pusiera alerta de inmediato. Y ahora estoy acostada, mirando el techo, sopesando los pros y contras de quedarme encerrada fingiendo estar enferma y reflexionando sobre el peso de las palabras que arruinaron todo y las consecuencias de ser una bocona impulsiva.
Las palabras se repiten en mi mente como un eco, cada vez más fuerte, más veloces, más mortales. Y el dolor en mi pecho se hace más profundo. "Te amo". Dos palabras en español. Tres palabras en inglés. El concepto estaba cargado de todo mi ser, de todo mi corazón, y él las ignoró. ¿Cómo es posible que con simples palabras todo lo que construiste con esfuerzo de pronto se destroce? Pasé años diciendo que las protagonistas de las novelas de romance la re viven y resulta que tienen algo de razón. El amor no correspondido es una mierda, y amar demasiado a alguien duele más que una puñalada.
¿Cómo voy a volver a ver su cara sin recordar que me cagó ignorando?
Me siento vacía, como si todo mi mundo se hubiera derrumbado y ninguna pieza encajara con la otra, como si estuviera enterrada debajo de una montaña de recuerdos desechados apilados con descuido uno sobre el otro y a punto caerse.
¿Significo tan poco para él? ¿O simplemente no sabía cómo responder? Podría jurar que todas las señales estaban a la vista, que no había forma en la que Daryl pudiera negar su amor por mí…pero lo hizo. Y tal vez el problema aquí no sea que Daryl no me ame, sino que me haya hecho creer que sí lo hacía y que yo, tan ciega, me haya convencido de que así era. Y ahora lo arruiné todo. Ambos lo arruinamos.
Siento que mi vida se escapa con un largo suspiro. Esto de tratar de encontrar algún consuelo en mis pensamientos es una mierda. Siempre supe que Daryl es complicado, que su vida fue difícil y que no era fácil para él expresar cualquier sentimiento que no fuera ira. Pero, aun así, duele. Duele mucho. Duele que cada beso no fuera más que un ritual, que cada noche juntos no fuera más que una satisfacción física, que cada mirada que creí llena de amor en realidad no fuera nada. Duele más de lo que creí que dolería, un dolor que cuya existencia desconocía.
No quiero seguir sintiendo esto. ¿Qué tan mierda debo ser para que siempre me pase esto?
Arrastrando lo poco que queda de mí, me levanto. Tengo que enfrentar el día, sin importar lo hecho bosta que esté mi corazón. Me tomo un momento para calmarme, limpiando las lágrimas secas de mi rostro e intentando no derramar nuevas. Tengo que hacerlo, tengo que salir. Tengo que hacerlo incluso con el corazón roto.
Beth se sorprende cuando me ve salir, no tarda en saludarme con Judith en sus brazos. No hay rastro de dolor en su rostro, como si perder a su novio no le causara nada. Él tenía razón, su indiferencia estaba en su máxima expresión.
Beth y yo debatimos sobre cómo vestir a la bebé, se podría decir que esta es nuestra actividad favorita. Y aunque tengo el ánimo por el piso, debo comportarme como la adulta que soy e intentar darle una mano a Beth. Aprovecho para preguntarle por Zach, pero, contrario a mis deseos, no me dice mucho, simplemente que prefiere no llorar más. Buena idea.
Estamos por cambiar a Judith, pero un disparo nos sobresalta.
—Quédate aquí y cierra la puerta—le digo y salgo.
Paso por mi celda a buscar el machete. Todo está tal como lo dejé anoche, la única diferencia es que cierto hombre ya no está y que la cama está hecha así nomás, como siempre suele dejarla. Me trago el nudo en la garganta.
Más disparos. Se oyen los gritos de Lizzie y Mika rogando por ayuda.
Al salir del recibidor, me topo con Daryl. Su cuerpo se tensa. Se ve agotado, pero no tan hecho bosta como yo. Sus ojeras están más marcadas, sus ojos lucen cansados.
Sasha y Tyreese interrumpen el momento incómodo, arrastrándonos con ellos. Nos apresuramos a correr hacia el patio, abriéndonos paso para llegar al origen del disparo. En el camino, Sasha le informa a Rick el estado del C, que cerraron las puertas de las tumbas y que Hershel está de guardia.
Cuando llegamos al bloque D, todo es un caos. Hay caminantes por todas partes, personas mordidas y otras que optan por zafar de ellos y entrar en pánico.
Daryl le quita a un hombre su escopeta y se la pasa a Rick antes de salir corriendo a salvar a Luke. Sigo sus pasos, atravesando cabezas y empujando caminantes con rostros conocidos. Escucho a Rick dar órdenes desde la entrada, asegurándose de que todos los que van hacia él estén bien. Daryl me entrega a Luke, su pequeño cuerpo temblando y sus ojos humedeciendo mi remera. Acaricio sus rulitos hasta dejarlo en la cama, repitiéndole que está a salvo. Los gritos en el exterior se intensifican, hago el amague de salir, pero Luke se aferra a mi mano como si su vida dependiera de ello. Me arrodillo frente a él, mis dedos limpiando las lágrimas y mi voz prometiendo que Karen, quien acababa de ingresar a la celda, iba a cuidar de él.
Al salir, casi choco de cara con Tyreese, su voz urgente llamando a Karen. Ella sale detrás de mí para encontrarse con él y con Sasha. Arrugo la nariz cuando veo a esta última aplastar con el pie la cabeza de un caminante.
—¿Está despejado aquí? —pregunta Rick. Sasha y yo le respondemos que sí.
Voces de alivio e interrogantes llenan el lugar. Paso de celda en celda asegurándome de que las personas adentro estén lo mejor posible. Me detengo en seco cuando veo a Carol arrodillada frente al padre de Mika y Lizzie, quien yace sangrante en la cama. Sus ojos me dicen más de lo que las palabras podrían. Con un asentimiento, sigo mi camino hasta llegar al segundo piso.
Rick, Glenn y Daryl van de celda en celda buscando infectados. Le doy una palmada en la espalda a mi amigo y lo acompaño en su revisión, matando a los pocos que aún no salieron al exterior durante el huracán de gritos.
Glenn y yo bajamos en silencio, nuestros corazones sintiendo el peso de las pérdidas. Hay cadáveres por todas partes, gente llorando a los suyos y otros siendo revisados por los médicos. Fue una masacre. Arrastramos los cuerpos para sacarlos del camino, rastros grandes de sangre delatándonos. Parece una maldita escena de crimen, toda una película de terror.
¿Cómo fue que todo se fue al carajo? ¿Cuándo pasó todo…esto? Ayer estábamos todos bien, y ahora…ahora más de la mitad del D está muerto.
Notes:
PD: En serio estoy tratando de que los capítulos sean cada vez un poquito más largos.
Chapter 76: Conviviendo con la muerte.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Patrick enfermó anoche, murió y se convirtió. Eso fue lo que pasó, es la raíz del caos.
Resulta que hay otro virus dando vueltas. Una especie de gripe tan fuerte que puede llevar al usuario a la muerte; es por eso que encontramos caminantes sin mordidas.
Patrick era un niño…preadolescente, en realidad, pero seguía siendo un nene. Pasé tantas mañanas y tardes enseñándole a él y a los demás niños que murieron que…simplemente no puedo creer que ya no estén con nosotros. Eran tan pequeños, tan buenos. Podrían haber sobrevivido hasta el final, ser nuestro futuro. Y ya no más, ya son parte del pasado. Todo por otra enfermedad de mierda.
Rick bajó con el rostro ensombrecido; sus cejas acercando sus puntas, ojos casi llorosos y la frente arrugada. Lo que pasó nos duele a todos, pero más le debe doler a él. Luchó por darnos un buen lugar, y la vida le escupió en la cara haciendo que muchos murieran por algo tan simple como una gripe. Con voz cansada, nos pide que no nos acerquemos al resto, que todos en el bloque nos expusimos al virus y que podemos transmitirlo a los demás.
Lo que nos faltaba.
Después de limpiar, los miembros del Consejo que estuvimos en el bloque D nos reunimos en la biblioteca.
La habitación luce sombría, apagada…sin vida. El aire se siente pesado, cargado de energía negativa. Ni siquiera la luz que ingresa por las ventanas es suficiente para disipar esta niebla oscura que nos asfixia. Mi refugio se ha convertido en un lugar desolador, sin esperanza. ¿Cómo pasó esto? La muerte no me es ajena en este nuevo mundo, pero…mis niños murieron, perdí a mis alumnitos.
—Patrick estaba bien ayer y murió durante la noche. ¿Dos personas murieron tan rápido? —dice Carol, arrancándome de mis pensamientos.
Estamos todos sentados alrededor de la mesa. Daryl en una punta, junto a Carol y Sasha, y yo en otra, entre Glenn y Hershel.
—Debemos separar a todos los que se hayan expuesto—continúa.
—Son todos en ese bloque de celdas—nos recuerda Daryl, con esa preciosa voz ronca que tanto extraño—. Somos todos nosotros—sus ojos se detienen en mí. Incapaz de sostenerle la mirada, me concentro en inspeccionar mis uñas—. Tal vez más.
Glenn suspira tras inflar los cachetes. Mi mano se encuentra con la suya, ambos queriendo asegurarle al otro que todo saldrá bien, aunque no estemos seguros de ello.
—Sabemos que esta enfermedad puede ser mortal. No sabemos qué tan fácil se propaga. ¿Alguien más tiene los síntomas? —pregunta Hershel.
—Deberíamos comprobarlo y estar atentos a cualquier cambio—mi voz cargada de cansancio—. No todos presentarán los síntomas al mismo tiempo. Podrían ser minutos u horas.
Hershel asiente.
—No podemos esperar. Y hay niños—agrega Carol—. No es sólo la enfermedad. Si muere gente, se vuelven una amenaza.
—Necesitamos un lugar para ellos. No se pueden quedar en el D—sentencia Hershel.
No podemos arriesgarnos a dejar salir a la gente del bloque D, pero tampoco podemos pedirles que permanezcan en un sitio aparentemente infectado. Concluimos en que lo mejor sería trasladar a los sobrevivientes del D al bloque A y poner en cuarentena a aquellos que presenten síntomas. Por ahora, es la mejor y la única opción que tenemos—esa y matarlos a todos, pero ninguno de nosotros quiere eso.
Salimos de la habitación al escuchar a alguien toser, el pánico cubriéndonos. Mierda, sí fue cuestión de minutos.
Karen, acompañada por Tyreese, tose cubriéndose la boca con el dorso de la mano. La voz de Carol la detiene, preguntándole si está segura de estar bien. Ahora es una simple tos, mañana podría estar como Patrick. Tyreese nos dice que la llevará a su celda para descansar, pero Hershel lo frena y se encarga de informarles más o menos lo que está pasando, agregando que no es una buena idea llevarla allí para no exponer a los vulnerables al virus. Y nuestra Judith es la más vulnerable, no podemos ponerla en peligro.
Karen comenta que hay otro tipo que también parece estar enfermo, Glenn irá a buscarlo. Sasha y Tyreese se ocuparán de Karen, Daryl dice que irá a encargarse de los cadáveres y Hershel, después de pedir una próxima reunión, se va derecho a revisar los medicamentos que tenemos disponibles.
Ni siquiera volteo a ver a Daryl. Me necesitan entera y estar con el corazón roto no es estar ni remotamente entera. Inhalo con fuerza, buscando en el aire la valentía que me ayudará a continuar sin tener una crisis emocional. Voy detrás de Hershel con la excusa de querer darle una mano. Siento los ojos de Daryl fijos en mi espalda, una flecha clavada en una zona vital.
Notes:
Sí, lo sé. Un capítulo con 776 palabras no es, precisamente, un "capítulo largo"; pero comprendan que el martes es Nochebuena y que no soy tan chota para dejarlos sin capítulo. No es nada, pavadas mías nomás.
Espero que la pasen bien y que coman mucho (ese es mi plan: comer todo el asado que pueda y llenarme de ensalada rusa).
Nos leemos el viernes...¿o antes?
Chapter 77: Retroceder para avanzar.
Notes:
¡Capítulo sorpresa porque es Navidad, y Emma ama la Navidad!
¿Cómo están? ¿Ya saben qué harán esta noche? Yo planeo pasar de casa en casa: almuerzo en un lugar, ceno en otro (es mi castigo por ser la hija que cocina sin quemarlo todo).
¡Espero que pasen unas lindas fiestas! ¡Nos leemos pronto! Tkm
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Estoy mal, y se nota. Todos los males del mundo se pusieron de acuerdo para suceder al mismo tiempo, y no estoy segura de poder soportarlos sin entrar en crisis. Se supone que estamos a salvo acá dentro, que el alambrado nos mantenía alejados del peligro…Nos confiamos demasiado, nos olvidamos de que hay peligro en todas partes. Y lo peor es que la única persona que podría darme consuelo y hacerme olvidar del dolor, fue declarada enemiga pública por mi corazón. Soy una ridícula. Y él es un maldito cobarde.
Hershel me mira de reojo, puedo sentir su análisis visual, cómo inspecciona mi estado físico y mental. En los últimos meses me ha estado mirando así, atento a cualquier detalle. Es dulce de su parte preocuparse. Sé que lo hace porque siempre ando cuidando a Maggie del peligro cada vez que salimos. En más de una ocasión me ha agradecido por eso, pero siempre termina retándome por imprudente.
Y aunque intente concentrarme en la tarea frente a mí y no pensar en Daryl, lo hago. Es inevitable no tenerlo presente cuando todo aquí grita su nombre y destruye mis oídos. Tal vez el problema sea que fui demasiado codiciosa, ¿cómo podría desear amor cuando todos los días muere alguien? Mañana mismo podría ser yo quien muera y todo lo que dije anoche no será más que un recuerdo casi olvidado. Y aunque anhele oír un “te amo” de Daryl, sé perfectamente que nunca sucederá. Daryl nunca diría algo así, o, si lo hace, definitivamente no sería a mí, eso lo dejó más que claro anoche.
Soy tan estúpida, ¿cuándo fue la última vez que me sentí tan humillada?
Quisiera no poder sentir tanto, que me chupe un huevo todo y poder seguir como si nada, pero no puedo. ¿Cómo podría soñar con un futuro si la persona que amo no me ama? El castillo de cartas que arduamente construí, se está derrumbando por un simple soplido, y no saben cuánto me caga haber sido la culpable.
Sin querer, suelto un largo suspiro. Mis dientes mordisqueando el interior de mi mejilla.
—No te ves muy bien, ¿quieres que te revise? —Hershel pone su mano en mi frente para tomarme la temperatura.
—Estoy bien. Gracias por preocuparte.
—¿Segura? Noté que te sueles saltar comidas y, cuando no, vomitas. Podrías tener algo.
—Estómago sensible, nada más. ¿Recuerdas cuando me embriagué demasiado? —fuerzo una risa—. Eso y los dulces caducados que comí, me cayeron mal—aún consciente de no haber zafado de su mirada médica, Hershel y yo terminamos de acomodar los insumos médicos. La verdad, no creo que sean suficientes para enfrentarnos a lo que sea que el bloque D tenga—¿Crees que necesitemos ir a una farmacia?
—Sí…sería lo mejor. Le diré a Rick, conozco un lugar que podría tener algo—Hershel me hace seña para que salgamos—. ¿No me dirás qué tienes?
—¿Tenemos algo para los calambres?
—Emma…
Suelto un largo suspiro, esta vez a voluntad. Hershel me recuerda a mi nonna, siempre busca la forma de arrancarme información, y yo, obviamente, largo todo.
—Problemas con Daryl.
—¿Discutieron?
—Peor. Le dije que lo amo.
—¿Y él…?
—No—pongo los ojos en blanco—. Ese es el problema. Se dio la vuelta e hizo como si no hubiera dicho nada.
—¿Por eso lo evitas? —asiento—Sabes que, si no lo hablan, no podrán solucionarlo.
—Lo sé, pero… ¿y si me deja? ¿Cómo podré superar una ruptura con tanto caos?
—Eres una muchacha encantadora, no creo que eso suceda. Daryl necesita tiempo para percatarse de lo mucho que te aprecia.
Me paso las manos por la cara, frotando suavemente los ojos. Un recuerdo me hace sonreír.
—Dale una vez dijo lo mismo. Que debo darle tiempo y dejar que reflexione.
—Sabias palabras—concuerda.
—El problema es que no sabemos cuánto tiempo nos queda—le digo con pesar, una sonrisa triste formándose en mi rostro.
Daryl necesita tiempo. ¿Cuándo no? Necesitó tiempo después de que nos acostáramos en el CCE. Necesitó tiempo después de que me mudara a su tienda cuando estábamos en la granja. Necesitó tiempo después de que encontráramos a Merle. Necesita tiempo ahora que sabe que lo amo.
Tiempo. Mucho tiempo.
Tiempo que no tenemos. Tiempo que en cualquier momento se nos acaba.
Tiempo efímero, pasajero, fugaz.
Tiempo que no quiero darle por miedo. Miedo a que piense tanto que lo haga cambiar de opinión, que haga que se dé cuenta de que, en realidad, mucho no siente por mí. Si ya, en cierto modo, me demostró que no me ama, ¿cuánto tiempo tardará en reconocer que está cansado de mí? Cansado de mis reproches, quizás…cansado de que siempre lo arrastre y lo obligue al contacto. Cansado de todo. Completamente cansado de mí en su vida.
Me trago el nudo en la garganta, convenciéndome de que no vale la pena llorar por esto ni hacerme la cabeza. Es como dice el refrán: “A mal tiempo, buena cara”. Y eso es lo que necesitamos en este momento. Ir de frente y nada más.
Sí, ya está. Ya fue. Mirá si yo, con lo diosa que soy, voy a andar haciéndome mala sangre sólo porque un pelotudito no tiene los huevos suficientes para decir que me ama. ¡Y peor! Es tan cagón que no puede decirme que no me ama.
Le voy a dar tiempo, es lo mejor.
¿Lo mejor?
Sí. Lo mejor.
Mejor para él y, sobre todo, para mí…¿verdad? Sí, necesito bajar un cambio. Realmente lo necesito.
Otra cosa que me caga es no poder regresar a nuestro bloque. No por Daryl, claro, sino por Judy y los demás que no han estado en contacto con los enfermos. Hershel me dijo que lo mejor sería tomar distancia entre nosotros para evitar esparcir el virus. Existe la posibilidad de que muchos seamos asintomáticos. Sería muy riesgoso transmitir el virus.
Me despido de Hershel y salgo al patio. Tal vez pueda aprovechar para montar guardia. De todas formas, no es como si tuviera ánimo suficiente para dormir o hacer cualquier cosa. Debería buscar a Rick o a alguien que sepa quién está de guardia hoy.
Lo primero que escucho al salir es la voz urgente de Maggie gritando por Daryl y Rick. Veo a Sasha correr hacia el alambrado, Tyreese y Glenn también van para allá. Mi mirada pasa de ellos a la zona. Se me hiela la sangre. Se llenó de caminantes. Salgo corriendo detrás de ellos, mi corazón bombeando con tanta fuerza que la sensación me llega a los oídos. Al llegar, tomo un palo y me uno al grupo.
El alambrado se está inclinando demasiado, casi rozándonos las cabezas. Ya nos había pasado que los caminantes se agrupen en una misma zona, pero nunca fue tanto como ahora. Si no logramos alejarlos, estaremos en el horno.
Hay tantos que no sé por dónde comenzar. Clavo la punta del palo en el ojo de un caminante, tengo que hacer fuerza para sacarlo. Otro ocupa su lugar y es el siguiente en ser atravesado. El alambrado se mueve mucho, en cualquier momento se va a caer. Incluso si tratamos de dispersarlos para los costados, será difícil que un tercio nos haga caso. Ya están demasiado amontonados.
La punta del palo ingresa con fuerza dentro de las cabezas de los caminantes y salen de ellas salpicando una asquerosa cantidad de sangre. Las pieles pálidas y grisáceas manchadas con sangre propia y ajena, otras con mordidas notables o con cortes mortales. Preferiría morir antes que convertirme en una cosa como esta.
Retrocedo para dar un pequeño respiro. Me duelen los brazos y la cintura. Comparto mirada con Rick, quien me señala el peligroso movimiento de la parte alta de la cerca. Sus ojos bajan hasta los caminantes, los engranajes en su cabeza dando vueltas para indicarle qué podemos hacer. Con un suspiro, regresa a la acción.
La punta del palo se atora en el cráneo de un caminante. Apoyo la planta del pie en la cerca para quitarlo, pero, en cuanto lo logro, un tirón en la zona baja del abdomen me hace retroceder unos pasos y doblarme por la mitad. Dios mío, cómo duele esta mierda. Con un gruñido, me fuerzo a recuperarme. Aprieto los dientes. Mi respiración es irregular cuando me reincorporo para dar el siguiente golpe. Siento la preocupación del grupo sobre mis hombros. Mirá si me voy a dejar aplastar por simple dolor.
Mi estómago se revuelve al verlo. Un montón de caminantes se echaron encima de uno y ahora lo están aplastando contra el alambrado, parece una churrera. Las náuseas otra vez me están atacando; si sigo así, me voy a cagar muriendo por deshidratación. Mato a algunos caminantes y vuelvo a retroceder para recuperar el aliento. Dale, Emilia, no podés vomitar ahora; no seas cagona y bancatela.
—¿Vieron esto? —Sasha encontró algo—¿Alguien está alimentando a estas cosas?
Ay, no, que asco, son ratas muertas. Hay que estar muy cagado de la cabeza para atrapar ratas y alimentar a los caminantes como si fueran mascotas.
—¡Atención! —grita Daryl.
La concha de la lora, me cago en la puta que los parió .
El alambrado está cediendo ante la fuerza de los caminantes. Hacemos fuerza para empujarlos, pero es al pedo, no logramos nada. Ni con toda la fuerza del mundo nosotros siete podríamos hacerle frente al peso de decenas de caminantes.
—¡Todos atrás! ¡Vamos para atrás, ahora! —nos grita Daryl.
De inmediato, soltamos la cerca y retrocedemos. Los caminantes se apoyan en el metal, inclinando el alambrado en un ángulo de 120°.
—Si el cerco se sigue torciendo así, esos caminantes se nos vienen encima.
—Sasha tiene razón—digo, casi sin aliento y frotándome la zona baja del estómago—. Tenemos que dispersarlos lo suficiente para que podamos arreglarlo…ponerle estacas de madera o algo así.
Nuestros ojos se dirigen a Rick. Lo necesitamos más que nunca. Y le agradezco a Dios que siga estando presente.
—Daryl, trae el camión. Ya sé qué hacer.
Daryl y Rick salen de la prisión en el jeep. Me quedo con Sasha y Glenn matando caminantes, mientras Maggie y Tyreese se encargan de la puerta. Los conchudos notan la presencia de Rick y Daryl, y la mayoría va hacia ellos.
Hacemos un último esfuerzo y colocamos unos troncos en un ángulo de cuarenta y cinco grados con la esperanza de que puedan sujetar el alambrado lo suficiente para evitar una tragedia.
Notes:
PD: Poco a poco nos vamos acercando al fin de temporada, ¿saben lo que eso significa? :T
Chapter 78: Hater de la poesía.
Notes:
¡Otro capítulo sorpresa!
Tengo que convencerme de que está bien estar de vacaciones...Pero no puedo.
Chapter Text
Con todo lo que pasó, me re colgué y me olvidé de pedir hacer guardia. No me culpo. Todo pasó demasiado rápido y necesitaba un momento de descanso. Una ducha también fue necesaria. Me quité cada gota de sangre en mi piel y me deshice de la ropa sucia, recordando todas esas veces en las que la nonna me decía que tengo que ventilar la habitación y lavar todo lo que usé mientras estaba enferma porque el virus se impregna en la tela y los objetos. Verdad o mito, no importa…no quiero arriesgarme.
Con la linterna encendida, me encierro en la biblioteca. No tengo ganas de hablar con nadie, estoy agotada. Los problemas surgen uno detrás de otro y no nos dejan respirar. Anhelo la paz que reinaba en mi vida antes de que todo comenzara: tenía comida, una buena higiene, podía salir de joda y, si quería, levantarme a un tipo sin poner en peligro mi estabilidad mental, y, sobre todo, no había riesgo de que un muerto viviente me devorara.
Era demasiado bueno, y no lo disfruté lo suficiente. Lo único que me queda son los recuerdos, y, siendo sincera, comienzo a sentir que no son más que un sueño que alguna vez tuve y que día a día se van borrando un poco de mi memoria. Sería lindo escribir un libro con todos ellos y llevarlo siempre conmigo, lástima que escribir diarios nunca fue lo mío…son demasiado personales. Y me niego a escribir uno, moriría de vergüenza si alguien lo encontrara. Como esa vez en la que Francisco y Vicente encontraron el que tenía cuando era una niña y me torturaron por meses simplemente porque escribí que un compañerito tenía lindos ojos. Siempre obsesionada con los ojos lindos, claro está.
Sin muchas ganas, reviso el sector de poesía. En realidad, nunca fui muy fan de la lírica, lo mío son los dramas y los policiales. Por más que me esforzara, mis interpretaciones eran mediocres, y ni hablar de mis poemas. Incluso el poema que le escribí a Daryl es una porquería. Pienso que la lírica es una montaña rusa de emociones, cada bajada es un mundo y cada subida es un nuevo sentimiento que claramente no podría describir. Pero eso es lo maravilloso del género, el cómo puede unir dos conceptos totalmente ajenos y, a veces, incluso opuestos, y crear uno nuevo.
De por sí, mis poemas siempre fueron muy malos—para no decir desastrosamente horribles—, pero tomé la decisión de alejarme del género cuando el profesor de escritura literaria sólo pudo decir que mi escrito era “lúgubre” y pasó directamente al poema de una compañera. Un balazo duele menos y mi terquedad me convenció de que no necesitaba ser buena en un género tan mediocre, incluso si estaba equivocada. Pero, bueno, de vez en cuando no está mal agarrar un libro de poemas y echarles el ojo. Es una costumbre que creé con los años, una cita nocturna con la sensibilidad de Pizarnik o Benedetti, y en ocasiones Borges y García Lorca.
Saco un librito bastante grueso y de tapa dura color azul, sus hojas amarillentas desprenden un exquisito aroma que me fascina. Cada vez que visitaba una biblioteca, me gustaba agarrar un libro cualquiera y abrir una página al azar; no dudo en hacerlo. La melancolía del pasado se inyecta en mi sangre.
Abro el libro en la página veinte. Palabras conocidas alineadas una junto a otra en el lienzo amarillento. Está en español. Reviso la tapa.
—Gustavo Adolfo Bécquer…—leo—“Rimas y leyendas” —recuerdo haber leído a Bécquer cuando estudiaba el Posromanticismo. Fue un gran poeta español que escribe de puta madre, un genio total…lo sé a pesar de haber leído poco de él. Regreso a la página y sigo leyendo—. “Tu pupila es azul, y cuando ríes, su claridad suave me recuerda al trémulo fulgor de la mañana que en el mar…”. No, córtala, Bécquer. No me hagas pensar en Daryl—cambio de página—. “Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón; pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu…”. Y dale con el amor—cierro el libro.
Ya recuerdo por qué odio tanto la poesía.
Dejo “Rimas y leyendas” en la mesa con la vaga esperanza de querer retomar la lectura cuando mi ánimo no esté para el traste. Me conozco lo suficiente para saber que eso nunca va a pasar.
Después de Navidad, se me ocurrió la maravillosa idea de guardar un par de frazadas dentro de un archivador para cuando pueda permitirme una desvelada por lectura o para cuando Daryl quiera hacerme compañía. Es un golazo, porque esta noche voy a poder dormir lo suficientemente cómoda y calentita. Armo una cama medio chota y me acuesto. Mi espalda agradeciendo a gritos.
Tal vez sí deba hacerme un chequeo médico. Dejando de lado los peligros del nuevo mundo, tengo que recordar que ya no soy una pendeja de veintipocos años, que el cuerpo cambia y que los huesos se debilitan…
Suspiro.
¿A quién quiero engañar? Me chupa un huevo haber armado esta cama de mierda. Me da igual que los años pesen y toda esa mierda. No quiero estar acá, no quiero dormir sola. Quiero estar en mi celda. Quiero estar en mi cama. Y quiero tener el cuerpo de Daryl acostado a mi lado. Quiero que Daryl me abrace y me diga lo mucho que me ama y que se arrepienta por haberme herido.
Por más que intente esquivarlo, el dolor que me provoca no tener a Daryl junto a mí me está haciendo bosta. Podría pasar horas y horas admirando su rostro, acariciando su cabello o, simplemente, sintiendo el calor de su cuerpo; y ahora…ahora esas horas se redujeron y no quedó ni un segundo.
¿Cuándo me acostumbré a usar su brazo como almohada? ¿Cuándo nació esta necesidad de oír los latidos de su corazón para lograr dormir? ¿Por qué añoro tanto su presencia a pesar de que muchas veces no hace más que mirarme y no decir nada?
¿Por qué no está acá conmigo? ¿Por qué no me ama? ¿Por qué tanto he de sentir cuando él apenas siente una mínima gota de aprecio? Dejé mi corazón en sus manos y lo guardó sin siquiera mirarlo. Y le chupa un huevo cómo estoy. En nada le afecta que esté siempre al borde de las lágrimas o que no pueda ni siquiera mirar en su dirección.
Me duele mucho. Nunca antes había sentido un dolor como este, uno tan destructor y denigrante.
Desearía no haberme enamorado nunca de él. Tal vez así mi corazón no dolería tanto. Tal vez no me odiaría tanto por haber arruinado todo. Tal vez podría dormir sin encontrarlo en mis sueños.
Chapter 79: Prioridades.
Chapter Text
Me despierto justo cuando el sol apenas se está asomando, con un tirón en el pecho y una sensación de vacío adueñándose de mi ser. Cierto, pasé la noche en la biblioteca, enredada con mantas y rodeada de libros que apenas toqué. La habitación está en penumbra, sólo iluminada por los primeros rayos de sol que se cuelan a través de las ventanas enrejadas.
Cuando soy consciente de dónde estoy, las náuseas matutinas me sorprenden. Siento un revoltijo en el estómago, y la sensación es tan abrumadora que apenas logro apartar la frazada y gatear hasta el tacho de basura. Mi cuerpo se retuerce en una oleada de vómitos, y me aferro al borde del tacho, tratando de estabilizarme. ¿Por qué me pasa esto?
El frío del suelo de la biblioteca se siente a través de la tela de mis pantalones, y el sabor amargo de la bilis inunda mi boca. Esto es un asco. No quiero enfermarme, ¿y si muero y me convierto? Las lágrimas me cubren los ojos mientras recupero el aliento, sintiéndome débil y desorientada. Moqueando, me aparto del tacho, limpiando con el dorso de la mano las lágrimas y los restos de bilis de mis labios.
Me quedo sentada en el suelo, apoyada contra una estantería llena de libros polvorientos que algún día debería sacar al sol. El silencio de la biblioteca es reconfortante, pero la sensación de vacío no desaparece. Cierro los ojos un momento, intentando calmarme y reunir fuerzas para enfrentar otro día más. El día recién comienza y ya quiero que acabe.
Hace años que no me siento tan para la mierda. ¿Ves esto, mi yo del pasado? Otra vez estamos tocando fondo.
Pude dormir, y no soñé con Daryl.
En mi sueño, estaba completamente sola, rodeada de caminantes que batallaban por clavar sus dientes en mí. Desperté justo cuando comenzaban a despedazarme. La sensación de ser desgarrada me da escalofríos, me revuelve aún más el estómago. Tengo que respirar profundo para evitar revolver por segunda vez. Esta vida me está matando.
Con gran pesar, me pongo de pie y me preparo para salir. El frío de la mañana me hace estremecer, pero me obligo a seguir. Recorro los pasillos, sintiendo la punta de mi coleta rozándome el cuello.
Cuando llego al patio, sucede lo peor: a pesar del olor a carne quemada, nadie está preparando el desayuno. Refunfuñando, decido que seré yo quien lo haga.
Me dirijo a la despensa, inmersa en un desgano casi total. Encuentro algunas provisiones básicas: huevos en polvo, avena y algunas verduras de la granjita de Rick. Suspirando, me arremango y comienzo a trabajar. Corto las verduras rápidamente, mis manos moviéndose con destreza. Carol aparece cuando estoy por terminar de hacer la ensalada y pasar a la avena.
—Te despertaste temprano—me sonríe.
—Y tú, tarde. No te imaginas lo terrible que fue llegar y no tener mi desayuno listo—exagero.
Con un suave empujón, Carol comienza a preparar los huevos en un tazón, batiendo con fuerza para liberar algo de la frustración acumulada.
—¿Quieres hablar de…?
Niego con la cabeza.
—No. No quiero llorar hoy.
—De acuerdo—me mira con tristeza—. ¿Qué tal si hablamos de que estás cortando ese tomate como si fuera pepino?
—Oh, mierda—dejo de cortar para ver la tontera que hice. Que distraída.
A medida que el desayuno va tomando forma, me siento un poco más tranquila. Tomo grandes cucharadas de avena asegurándole a Carol que estoy calculando cuántos minutos de cocción le falta. Cuando ya está lista, la aparto del fuego y comienzo a servir nuestras porciones, alejándome un poco de Carol y del olor de los huevos cocinándose. Decidimos no emplatar, por las dudas de que alguien quiera venir personalmente a buscar las raciones para los que no fueron expuestos al virus del D.
Tyreese aparece hecho una furia gritando el nombre de Rick. Carol me dedica una última mirada medio extraña antes de ir hacia él y unirse a Rick y a Daryl. Los tres siguen a Tyreese.
A pesar de que ya no tengo ganas, me obligo a comer. Es absurdo considerar que me estoy forzando a tragar, teniendo en cuenta que estoy re cagada de hambre y que mi panza exige más. Me recuerda a cuando entré en la adolescencia y me mataba de hambre para tener la panza chata. Un par de sopapos de mamá fueron necesarios para dejar de hacerlo. Ella siempre tan amorosa.
Apoyada en la encimera y tomando rápidos bocados de mi desayuno, me encargo de entregarles sus porciones a Hershel, Bob y al Doctor S, también a Glenn y a quienes estarán con él cavando tumbas. Menos Maggie, quien mantuvo la distancia hasta que estuvimos lo suficientemente alejadas para que se sirva su propia porción.
Aprovecho el momento para terminar mi desayuno y después voy al alambrado. Cuando Carol viene a buscarme para una reunión del Consejo, me da la impresión de que pasé horas atravesando cabezas de caminantes con un caño.
Ingreso a la biblioteca sintiendo el peso de las horas. En la reunión sólo somos Carol, Glenn, Daryl, Hershel y Michonne, a quien le tuvimos que insistir que mantenga la distancia de nosotros.
Consciente de que es muy probable que se note que estuve llorando, me siento lejos de Daryl, en la punta de la mesa, entre Carol y Glenn, y evito caer en la trampa de sus ojos. Los problemas de pareja deben quedar en segundo plano, tengo que centrarme en lo que está pasando y dejar de mariconear—ojalá pueda hacerlo—.
—Se propagó a todos los que sobrevivieron al ataque en las celdas del bloque D—anuncia Hershel cuando ve que estamos todos—…Sasha, Caleb y ahora otros.
Suspiro. Al final todo siempre es cuestión de tiempo.
Me inclino hacia atrás, mi espalda apoyándose en el respaldo. Hershel dice que lo primero que haremos será aislar las celdas del bloque A, allí mantendremos a los enfermos, como hicimos con Karen y David…quienes, por cierto, están muertos. Al parecer, a alguien se le dio por arrastrar sus cuerpos y quemarlos. Es por eso que Tyreese no está presente, se cagó a piñas con Rick y anda cavando tumbas para quitarse la bronca de encima. Y cuando se entere de que su hermana cayó enferma…bueno, espero que tenga la fuerza suficiente para enfrentarse a esa mierda.
Glenn casi da un salto cuando siente mi mano frotar su espalda. Está sudando demasiado, sus ojos lagrimean un poco y su respiración es pesada. Cuando nuestros ojos se encuentran, lo noto tragar saliva con fuerza. Retiro la mano, sin poder dejar de ver cómo su cabeza gira ligeramente de izquierda a derecha.
—Si te contagias, lo tienes que soportar—dice Hershel.
—Pero te mata.
—La enfermedad no. Los síntomas te matan—le aclara a Michonne—. Necesitamos antibióticos.
Tenemos que combatir la enfermedad con antibióticos, pero no poseemos los suficientes para tratar a todos, necesitamos conseguir más. Hershel menciona una universidad de veterinaria en West Peachtree Tech, sugiere que vayamos ahí porque es un lugar al que, probablemente, nadie haya ido a buscar medicamentos, y, además, las drogas consumidas por los animales son las mismas que necesitamos.
—Está a ochenta kilómetros—dice Daryl—. Antes era un riesgo muy grande, no lo es ahora. Iré con un grupo.
—Será mejor no desperdiciar más tiempo—sentencia Hershel.
—Iré contigo—le anuncio, poniéndome de pie y mirándolo a los ojos después de mucho tiempo esquivándolos. Cuando sus labios quieren oponerse, continúo—. Seré más útil allá afuera, que aquí dentro.
—Yo también iré—se ofrece Michonne, dando un paso hacia adelante.
Hershel le recuerda que no estuvo expuesta al virus, que, si entra al auto con Daryl y conmigo, podría enfermarse. Michonne se defiende diciendo que Daryl ya le ha contagiado pulgas.
Con una sonrisa en sus labios, Hershel se ofrece como guía, pero Daryl le hace saber que, tarde o temprano, siempre terminamos corriendo, lo que será un gran problema para él y su pierna. Es verdad, tenemos una suerte de mierda. Es por eso que Hershel opta por hacernos un mapa.
—Hay otras precauciones que creo que deberíamos tomar.
—¿Cómo cuáles? —Carol le pregunta a Hershel.
—No hay manera de saber cuánto tiempo pasará hasta que regrese Daryl y su grupo. ¿No tendría más sentido separar a los más vulnerables? Podemos usar el edificio de administración. Oficinas separadas, habitaciones separadas.
Y con esto, finalizamos la reunión acordando que lo mejor será llevar a los más vulnerables, que son los jóvenes, niños y ancianos, al edificio de administración.
Chapter 80: Garabatos.
Chapter Text
Cuando la reunión termina y todos salen, me acerco a Glenn para asegurarme de que esté bien. Sin embargo, él da dos pasos hacia atrás, levantando una mano para detenerme.
—Emma, no quiero exponerte más a la enfermedad. Lo mejor será que tomemos distancia.
Las palabras de Glenn duelen más de lo que quiero admitir, pero sé que tiene razón. No podemos arriesgarnos. Le ofrezco una sonrisa triste, intentando mostrarle que entiendo.
—Prometo que pronto regresaré con la medicina—le digo, tratando de infundir tanta esperanza como puedo en mi voz.
Glenn asiente, pero sus ojos reflejan el mismo dolor que yo siento. Lo único que puedo hacer ahora es darme prisa y conseguir los medicamentos para que este virus de mierda no nos quite a más personas.
Nos despedimos en silencio, ambos sintiendo el peso del asunto sobre nuestros hombros.
Me apresuro en alcanzar a Daryl y a Michonne.
Daryl está junto al auto deportivo de Zach, ajustando algunos detalles mientras Michonne habla con él. Daryl dijo que lo mejor sería ir en él porque es el vehículo más rápido que tenemos.
Subo al auto los bolsos vacíos para los medicamentos y armas por si las necesitamos. Trato de no prestar atención a la conversación que están teniendo, concentrándome en organizar los suministros, ajustar mi cinturón con mis armas y prepararme mentalmente para lo que viene.
Daryl levanta la vista cuando termino, y nuestras miradas se encuentran por un breve momento antes de que vuelva a concentrarse en lo suyo. Michonne asiente y se da la vuelta para buscar algo. Daryl, en cambio, pasa junto a mí, deteniéndose unos instantes para dejar un ardiente toque en mi costado y decir que irá a buscar a Tyreese para que se una al grupo. Siento una mezcla de dolor y añoranza. Un nudo se forma en mi garganta mientras veo su espalda alejándose. No significa nada, fue un impulso, un hábito, una costumbre. Fue un simple gesto que está acostumbrado a hacer.
Con poco personal en condiciones, Daryl, Michonne y yo debemos encabezar la misión. Llevar a Bob es una ventaja; suponemos que, como es médico, puede leer con facilidad la letra horrible de doctor, pero sería una cagada que se mande algún moco y nos cause problemas, como pasó en Big Spot. Y, si Daryl logra convencerlo, Tyreese podría unirse. Aunque sea un punto a nuestro favor contar con la fuerza de Tyreese, me preocupa más saber que no está en su mejor momento. Con Karen muerta y Sasha enferma, debe estar al borde de un colapso mental…y ni hablar de todas esas horas que pasó debajo del sol cavando tumbas.
—¿Está todo bien? —pregunta Bob con las manos ocupadas, acercándose al auto.
Dejo que Daryl le responda, reanudando mi tarea. Sigo comprobando que todas las armas tengan balas. Tyreese llega apenas termino con la última y se va diciendo que buscará su equipo para ir con nosotros.
Mis ojos se detienen en los dibujos de la pared…mariposas y flores hechas con tizas de colores. Los miro con tristeza, recordando el día en el que los niños pidieron permiso para decorar los muros porque se quedaron sin papel y sin maderitas para pintar. Pasaron días dibujando soles, lunas, estrellas, flores, mariposas y cientos de figuras más. Mierda, hasta el cajón de mi celda se llenó de garabatos. Me seco una lágrima que no sabía que estaba cayendo.
Los demás ya llegaron, es hora de irnos.
Así, sin más, salimos de la prisión y nos metemos en la carretera. Como Daryl y yo aún no hemos hablado—y, la verdad, quiero evitar que me dé otro bajón—, fui directamente al asiento de atrás, con Bob y Tyreese. Pensé que iba a ser un poco incómodo estar sentada junto a ellos—por cuestiones de espacio y familiaridad—, pero va mejor de lo que esperaba. Como ninguno me habla, puedo descansar los ojos.
Que Daryl le esté hablando a Michonne es lo que me impide estar libre de angustia. En la prisión no me costaba tanto no estar atenta a cada palabra que decía porque mantuve una distancia considerada y me centraba más en lo que los demás decían. Pero ahora es el único que habla y no puedo dejar de pensar en todas esas veces en las que me susurraba al oído. Y eso es una maldita mierda.
Daryl enciende el estéreo, hacemos silencio para escuchar lo que dice la radio mientras él intenta estabilizar la frecuencia. Dice algo sobre encontrar refugio, sobrevivir y mantenernos con vida, una frase tipo eslogan, lo que resulta irónico porque, de tanto prestar atención a lo que dice, Daryl casi choca a un caminante, y luego a otro, y otro más.
Cuando por fin logra recuperar el control del auto y dejar de hacer maniobras peligrosas, nos damos cuenta de que fuimos directo a una horda de caminantes. Tratamos de retroceder, pero es al pedo, quedamos atascados en una pila de cadáveres.
Mierda.
—Estamos atascados. Corran hacia los espacios de allí—Daryl señala el bosque—. Ustedes tres—nos señala—, corran al bosque y no paren por nada, ¿escucharon? —Bob y yo asentimos. Esto se va a poner feo. Esperamos la señal—¡Ahora!
Daryl sale por arriba, el auto tiene una de esas ventanas en el techo que están re piolas y que parecen sacadas de videoclip. Michonne utiliza la puerta para apartar a un caminante antes de empezar a cortar cabezas. Con los caminantes un poco más alejados, Bob abre la puerta y salimos.
Dios mío, esto se parece a mi sueño.
Acomodo rápido el bolso para que no me moleste y uso el machete para abrir camino.
La puntería de Bob anda fallando, me mantengo cerca de él y mato a los que sobreviven a sus disparos de mierda, ¿no se da cuenta de que está desperdiciando balas? Se pone a recargar justo cuando hay dos caminantes a pocos metros y juro que en cualquier momento le voy a meter un coscacho que le va a reiniciar la vida. Lo agarro del chaleco y le pido que esté atento, a la vez que atravieso el ojo de un caminante.
Bob se da cuenta de que el pelotudo de Tyreese sigue en el auto y comienza a llamarlo a los gritos. Guardo el machete y saco la pistola, tenemos que avanzar. Es una lástima que estos dos no colaboren.
Tyreese sale del auto y evita que un caminante se tire encima de Bob, nos grita que sigamos mientras que es rodeado por un montón de caminantes.
Bob y yo llegamos a donde están Daryl y Michonne, queremos regresar por Tyreese, pero nos sigue gritando que nos vayamos. Con los caminantes acercándose a nosotros, no tenemos más opción que hacerle caso y correr por el bosque mientras nos defendemos.
Llegamos a una zona que, a simple vista, está libre de muertos. Daryl nos pide que esperemos, pero ya sabemos cómo es esta vida, no podemos descansar ni siquiera dos segundos. Escuchamos un sonido tras la maleza, Daryl prepara la ballesta. Dos caminantes salen de los arbustos, seguidos de Tyreese que, la verdad, se ve peor que mi tío remisero en Año Nuevo. Los muchachos lo ayudan a caminar, Michonne y yo les cubrimos las espaldas.
Estoy cansada de las noches largas.
Chapter 81: Mejor que nunca.
Notes:
¿Cómo es eso de que hoy es 31/12 y mañana es 01/01? *entra en crisis*.
¡Capítulo sorpresa! Terminemos bien el año con un pequeño avance en la historia. Me emociona saber que estamos más cerca de terminar la temporada, ¡hay muchas cosas que quiero que lean!Tkm a todos <3 Son lo más. Muchas gracias por leer mi primer fic y acompañarme durante todos estos meses.
No puedo creer que hayan pasado seis meses desde que publiqué el primer capítulo de TFD...En ese entonces ya tenía escrita más de la mitad de la historia y no me animaba a subirla, tuve un golpe de "ya fue, lo hago" que me impulsó a hacerlo, ¡y acá estamos! Me alegra haberlo hecho.
¡Prepárense porque hay Emma para rato! Mi propósito de Año Nuevo es escribir todo lo que tengo en mente antes de volver a la facu (y preparar dos finales, pero eso es lo aburrido). ¿Qué hay de ustedes? ¿Tienen uno?
¡Nos leemos pronto!
Chapter Text
Pasamos la noche escapando de la horda de caminantes a través del bosque. Cada crujido de ramas parecía un trueno en medio del silencio. Mientras que los pasos de Daryl, Michonne y yo eran cautelosos e inaudibles, los de Bob y Tyreese eran directamente una campana de muerte, resonando en la oscuridad y aumentando mi ansiedad.
Nota mental: evitar volver a viajar con ellos.
Desde que Bob se unió al grupo, no he tenido demasiadas interacciones con él. Y las pocas que tuve...bueno, no salieron tan bien que digamos. Su problema con la estantería de Big Spot fue el golpecito que se necesitaba para derribar todo y causar el doble de problemas. Y ahora, con el tema de que estuvo disparando como si su vida no corriera peligro...bueno, simplemente estoy cansada de que no comprenda lo peligrosa que es la situación.
En cuanto a Tyreese, lo comprendo. No está en su mejor momento. Que Karen ya no esté y que ahora Sasha esté enferma, es demasiado para él. Es un buen hombre, demasiado amable para la crueldad de este mundo; pero el dolor lo está cegando y pone en peligro su vida. Se supone que Rick hallará al culpable, y que nosotros llevaremos la cura para Sasha. No puede pasearse por ahí como si fuera inmortal o, peor, como si todo lo que hay en su mente fuera una sed insaciable de algo que él mismo desconoce: una mezcla de deseo de venganza, de dolor y de enfado por el mundo en el que nos toca vivir. Es mucho para procesar, lo sé. Y aunque necesite tiempo, no es algo que pueda permitirse en este momento. No cuando su hermana y nuestros amigos están en peligro, no cuando nosotros mismos lo estamos.
Miro a Daryl y Michonne. Sé que ellos comprenden la gravedad de la situación tanto como yo. Cada uno carga con sus propios demonios, con esas batallas que suspendemos hasta nuevo aviso porque no estamos en condiciones de enfrentarlas, porque aún no es el momento…
Está amaneciendo y el primer rayo de sol se asoma sobre el horizonte. Hoy va a hacer un calorón. Me detengo por un momento, dejando que la calidez del sol acaricie mi rostro. Es un pequeño respiro, un breve descanso.
Tengo que seguir. Vuelvo a la realidad y retomo la caminata.
¿Puede ser que los pasos de Daryl sean más lentos que antes?
Igual, ojo, no es como si estuviera pendiente de cada uno de sus pasos, ni de cuántas veces se detuvo para inspeccionar una huella o un sonido lejano, ni de las cinco veces en las que apartó el cabello de sus ojos y mucho menos de esa decena de amagues en los casi mira hacia mi lado...
No, para nada.
No quiero pensar en Daryl, se supone que no debo hacerlo. Pensar en Daryl sería recordar que le dije que lo amo y que él no respondió.
Le di tiempo. Tiempo que él no pidió, pero que yo decidí darle de igual manera. El dolor de su silencio me quita fuerzas, y una parte de mí está tan enfadada que prefiero mil veces no volver a dirigirle la palabra hasta que se me pase. Sé muy bien que cuando me enfado con alguien, soy capaz de herirlo con decenas de palabras hirientes. Y lo último que quiero en esta vida es que Daryl sufra. Prefiero mil veces cargar con el dolor del mundo antes de que él pruebe una sola gota de él. Supongo que de eso se trata el amor. Supongo que soy una estúpida por seguir pensando en él aunque me repetí que no debía.
Mientras caminamos, trato de concentrarme en el camino. Cada paso es una lucha contra mis propios pensamientos. Daryl está unos pasos delante de mí, junto a Michonne, con esos brazos fuertes y bronceados iluminados por el sol y esa ballesta tan pesada lista para disparar.
Suspiro.
Cómo te gusta sufrir, Emilia…
Llegamos a un riachuelo, el sonido del agua corriendo es demasiado tentador. Un chapuzón no le hace mal a nadie, ¿verdad?
Tyreese baja hasta el agua para quitarse los litros de sangre que tiene encima. Nosotros, mientras tanto, permanecemos en el pequeño puente de madera, decidiendo por dónde ir y qué hacer primero.
Mi espalda me agradece cuando dejo el bolso en un costado y me siento, apoyándome en la madera con ambas piernas extendidas por completo. Siento un alivio inmediato al liberar el peso de mis hombros, que estaban tensos y adoloridos. Muevo lentamente los hombros hacia atrás, oyendo los leves crujidos de mis huesos y masajeando la zona con cuidado. Me urge una sesión de masajes.
Cierro los ojos por un momento, permitiéndome disfrutar el breve descanso. Prometo que cuando todo esté en orden y nadie esté en peligro, voy a dormir durante medio día. Sí, una barbaridad. Es una promesa sencilla, lo sé, pero es necesaria para mantener mi cordura en todo este caos.
Abro los ojos en cuanto escucho a Daryl y Michonne hablar, ambos observando el entorno en busca de amenazas.
Se supone que estamos en el Turner Creek. Barnesville debería estar a unos kilómetros, río abajo. Tras decidir por dónde iremos, Daryl le grita a Tyreese que es momento de irnos.
Aceptando la mano de Michonne, me pongo de pie. Rodando los ojos y burlándome un poco al notar que Tyreese ignoró el comunicado y que también está ignorando a Bob, quien sigue tirándole información.
Me da igual. Acá lo único que me importa es que mis pies no dan más y que necesitamos conseguir un auto para llegar a la universidad y salvarlos a todos.
—¿Estás bien? —después de mucho tiempo, Daryl se digna a hablarme.
—Mejor que nunca—miento, y lo nota, pero no me gasto en agregar que mis pies me están matando, que tengo sed y que no sé si tengo hambre, ganas de vomitar o ambas. Y, por supuesto, no le digo que estoy al borde del llanto porque quiero que me abrace y no será posible porque estoy decidida a ignorar su presencia lo más que pueda.
Sé que Daryl se preocupa por mí tanto como yo me preocupo por él, también sé que no hablarle es caer muy bajo. Pero, ¿qué más puedo hacer? Se supone que este sería un viaje que, como mucho, nos tomaría un día entero, y claramente no fue así. Ahora tengo que contenerme para no llorar o, peor, putear a Daryl por ser un conchudo hijo de puta que recién ahora se acuerda de que tiene pareja y que ella la está pasando muy mal porque él es un cagón. Tal vez ya ni siquiera seamos una pareja.
Tomo una gran bocanada de aire. Dije que iba a bajar un cambio y acá estoy, a punto de arrancarme las mechas.
Mantengo la distancia a medida que avanzamos. El calorcito del sol es como una manta fina en noches frescas de verano. Me recuerda a las tardes de pileta, a todas esas veces en las que me echaba en el pastito para tomar sol…muchas veces quedé roja tomate, la piel ardiendo como si hubiera rozado la tapa del horno.
La calle se abre, adhiriéndose a la entrada de una estación de servicios. Hay un árbol caído sobre el edificio, un manto verde lo cubre. Daryl encuentra un autor escondido debajo de las hojas, lo revisa mientras nos ocupamos de limpiar su exterior. Cuando termina, anuncia que necesita una batería nueva. Y, por desgracia, la estación de servicios tiene caminantes adentro y esa buena capa de enredaderas y maleza por fuera.
Con un suspiro, saco el machete. Hay que quitar todo esto para poder ingresar. Si bien la idea era podar despacio las hierbas y evitar desgracias, no tuvimos en cuenta que Tyreese está más pelotudo que nunca y que no parece que su cabeza funcione correctamente, así que no me sorprendo mucho cuando su arma tiene restos de cables y menos aún cuando los caminantes comienzan a abalanzarse sobre nosotros. Qué tipo tan hijo de puta.
Un caminante casi me agarra la cara, lo esquivo de pedo y atravieso su cabeza con la punta del machete.
A pesar de que Bob está teniendo problemas, Tyreese, que está a su lado, lo caga ignorando y sigue obsesionado con abrir la puerta. Michonne ayuda a Bob, Tyreese insiste tanto que el caminante frente a él logra zafarse y ambos terminan en el piso, Daryl se lo quita de encima y Bob le dispara.
Dios mío, qué desastre.
—¿Por qué demonios no lo soltaste? —le reclama Michonne.
Tyreese se queda callado ante sus palabras, su respiración irregular y la mirada perdida. Todos sabemos que está mal por el asesinato de Karen, pero no es motivo suficiente para que no sólo nos ponga a nosotros en peligro, sino que también está afectando a los enfermos de la prisión.
Daryl y Bob buscarán la batería dentro de la estación de servicios. Me quedo cortando las enredaderas del auto con Michonne y Tyreese, quienes no tardan en comenzar a discutir. No me dan ganas de meterme, que hagan lo que se les cante. Voy a seguir cortando estas cosas y fingir que no los escucho.
El día está precioso, si hiciera un poco más de calor—y no fuera peligroso—, estaría para tirar una toalla al piso y tomar sol, o para salir a tomar un helado de tres bochas con salsa de caramelo. Que mal me hace todo esto, me la re baja pensar en casa y saber que nunca podré regresar.
Michonne y Tyreese dejan de hablar y me ayudan a quitar lo poco que queda.
Al rato, Daryl regresa con la batería. A modo de paz, me ofrece un cigarrillo, pero lo rechazo porque se me revuelve el estómago con tan sólo recordar el aroma que deja. En cambio, me entrega una barra de cereal que saca de su bolsillo. Lo detesto, ¿cómo puede ser tan lindo y tan conchudo al mismo tiempo? Daryl es como la salsa criolla: me encanta, pero me hace bosta. Y acá estoy, sentada en una rueda con los ojos fijos en él y unas ganas tremendas de ir y comerle la boca. Pero no, no lo haré. Aunque fantaseo con tener sus brazos nuevamente rodeándome, estaré en abstinencia hasta que se le dé por tomar la iniciativa y se disculpe por hacerme sentir mal.
El silbido de Daryl me arranca de mis divagaciones: logró arrancar el auto. Cargamos las bolsas de mercadería en el baúl y partimos rumbo a la universidad.
Chapter 82: Pocas alternativas.
Chapter Text
El exterior de la universidad es precioso, no se compara con la pobreza de la universidad pública. Siempre me gustaron los edificios hechos con ladrillos rojos, pero la combinación con ventanas blancas y un exceso de plantas, le dan mil puntos a favor.
Llegamos al edificio y nos acomodamos para ingresar de manera ordenada y lo más silenciosa posible. Daryl encabeza el grupo, me quedo en la retaguardia. Espero que esto de cuidarle la espalda a Bob no se vuelva costumbre, a veces puede ser extremadamente torpe y mis nervios no son de acero.
Llegamos a una habitación con un montón de maquinaria y artilugios de medicina. Daryl pide que hagamos el trabajo rápido, y eso hacemos.
Abro el bolso y meto lo que me parezca útil—casi todo lo que encuentro, en realidad—. Salimos en cuanto Daryl susurra un “vamos” y entramos a otra habitación. Bob nos dice que tomemos todo lo que termine en “ciling” o “cin” y que disolveremos las píldoras en los tubos intravenosos y muchas otras cosas más que, la verdad, no me esfuerzo en comprender.
Nos vamos con los bolsos llenos. El pasillo oscuro está apenas iluminado por las linternas. Nos cruzamos con dos caminantes, evitamos el enfrentamiento y vamos directo a la puerta. Todo se vuelve mucho más oscuro, si es que se puede graduar la oscuridad. La puerta está cerrada, los chicos se amontonan a hacer no sé qué con ella, mientras que Michonne y yo le echamos una mirada al lugar.
—Por ahí—susurra Michonne enfocando una segunda puerta.
En el camino hacia ella, un caminante sale de la nada. Por suerte, Tyreese se ocupa de él, casi machacándole la cabeza. Llegamos a la puerta. Mala idea. Tiene una cadena con candado y unas cuantas manos deseosas de arrancarnos la piel. Por el otro lado, un montón de caminantes comienza a acercarse. Estamos rodeados, pero no podemos matarlos: Bob nos dice que la mayoría está infectada por el virus que hay en la prisión, si su sangre nos salpica y lo respiramos, nos contagiamos.
Joya .
Sin más alternativas, decidimos que lo único que podemos hacer es romper el candado, matar a los caminantes que están del otro lado y rezar para poder salir con vida. Genial, justo es mi actividad favorita. Nos preparamos. Daryl corta la cadena, las puertas se abren, tres caminantes se acercan, pero encuentran la muerte a manos de Bob y Michonne.
Con Daryl liderando, subimos las escaleras y corremos hasta quedar acorralados. Los caminantes salen de todas partes. Al no tener salida, Tyreese tira un extintor hacia la ventana y rompe el cristal. Después de que Michonne salga, acepto la mano de Daryl y la sigo. Sólo falta Bob, pero el boludo saltó mal y casi cae directo sobre un montón de caminantes. Y por si eso fuera poco, se aferra a su bolso a pesar de que los muertos tironean de él. Insistimos en que lo deje, pero es terco y no lo suelta hasta que lo recupera.
Daryl abre el bolso y nos damos cuenta de que lo único que tiene es una botella de alcohol. Sí, nada de medicamentos. Daryl quiere tirar la botella, pero Bob lo detiene llevando su mano hacia el arma. imito el movimiento rozando la mía con los dedos. No, querido, no debiste hacer eso. Imito el movimiento rozando la mía con los dedos. Amenazar a Daryl de esa manera es como pedir que te den una paliza, y él le hace saber que lo hará.
♣♣♣
Daryl estuvo con cara de culo durante todo el trayecto, pero, por fin, llegamos al auto. Cuando metemos los bolsos en el baúl, le tiro un “todo va a estar bien” que él responde asintiendo y dejando una breve caricia en mi mejilla. Basta, Emilia.
Daryl permanece en el asiento del acompañante mientras decidimos que regresaremos tomando la autopista 100—lo que nos tomará alrededor de siete horas—. Con Michonne al volante, partimos rumbo a la prisión.
Costó, pero lo logramos.
Usando el brazo como almohada, me apoyo en la puerta y cierro los ojos. Será un viaje largo, no creo que les moleste que tome una pequeña siesta.
Llegamos de noche con la esperanza de haberlo conseguido a tiempo; pero es sólo eso: esperanza.
Rick nos recibe con una expresión de desconcierto.
Al salir del auto, noto de inmediato la pila de caminantes muertos que hay justo frente al alambrado. La puta madre, lograron derribarlo y entrar. No perdemos más tiempo del que no tenemos, nos damos prisa en hacerle llegar los medicamentos a los enfermos y salvar las pocas vidas que quedan. Ya en la mañana, nos encargamos de los cadáveres y el desastre que dejaron los caminantes. Muchos murieron anoche, pero al menos logramos salvar a Glenn y a Sasha.
Con todo en orden—lo suficiente, por lo menos—, me voy quedando sin responsabilidades y en la tarde termino visitando a los niños. Se ponen felices cuando me ven llegar con un libro de cuentos, pero no tardan mucho en perder el interés y pedir que les traiga comida. Estoy malcriando mucho a estos mocosos.
Un disparo hace temblar las paredes.
Mierda.
Cubro a los niños con mi cuerpo hasta que todo deja de temblar; están asustados y quieren saber qué pasa. Les pido que permanezcan encerrados en la celda y salgo rápido del edificio. Comienzo a correr hacia donde están los demás, lo que vemos nos deja boquiabiertos.
Chapter 83: Quédate cerca.
Notes:
¿Qué ondaaa? ¿Creyeron que me había olvidado de subir el capítulo? Porque sí, me olvidé JAJAJA
Mejor tarde que nunca, ¿no?
Tkm a todos <3 Gracias por leer TFD.
Chapter Text
No creo estar lo suficientemente demente como para imaginar semejante escena. Lo que estoy viendo es real, tan real como mi amor por las medialunas.
El Gobernador está de pie sobre un tanque con tres autos en cada lado, exigiendo que Rick vaya hacia allí. Rick le grita que las cosas ya no dependen de él, sino de un Consejo que se encarga de dirigir la prisión. A continuación, el Gobernador pregunta si Hershel y Michonne forman parte del Consejo, uno de sus soldados saca a ambos de una camioneta roja.
Que garca hijo de puta, malparido del orto .
—¡Ya no tomo las decisiones!
—Hoy las tomarás, Rick. Ven aquí. Hablemos—le ordena el tuerto de mierda.
Rick está yendo. La puta que lo parió, cómo nos la metió este conchudo. Encima justo aparece cuando estamos vulnerables, ¿se puede ser tan choto como para venir a romper las pelotas después de que estuvimos sufriendo y renegando tanto? ¿Este tipo no se da cuenta de que pasaron meses desde que él solito echó a perder toda su fantasía de ser dueño del mundo?
—No podemos liquidarlos a todos—nos dice Daryl—. Iremos por el edificio de administración y por los bosques, como planeamos. Ya no somos muchos. ¿Cuándo fue la última vez que alguien revisó las reservas?
—Fue antes de ir al almacén—le responde Sasha—. Estábamos bajos de comida, y ahora tenemos menos.
—Sí, nos arreglaremos. Si las cosas empeoran. Que todos vayan al autobús. Avísenles a todos.
—¿Y si todos no saben cuándo empeoran? ¿Cuánto tiempo esperamos? —pregunta Tyreese.
—Todo lo que podamos.
Daryl se aleja para buscar armas y pasárnoslas, acepto la que me da y lo retengo un momento antes de que vaya a agarrar más.
—Dos en el ojo, ¿recuerdas? Lo prometiste—le digo y él asiente.
—Quédate cerca.
—Daryl—le agarro la mano. Este mal presentimiento que tengo, ¿es por ansiedad o por algún sexto sentido que intenta advertirme? —, hablemos después de esto, ¿de acuerdo? —responde con un “está bien”. A riesgo de quedar como una estúpida arrastrada, le repito las mismas palabras que dañaron nuestra relación—Te amo.
Daryl me sostiene la mirada, mira a Rick y luego besa mi frente. Su mano abandona la mía para continuar repartiendo armas.
Esperaba que volviera a ignorarme, que me tirara un “ahora no” o que simplemente me hiciera un gesto vago. Sé que no es mucho, pero sentir sus labios tocando mi piel me da motivo suficiente para seguir con esto.
Tal vez no todo esté perdido.
Tal vez podamos arreglarnos una vez que superemos esto.
Y tal vez, si es que puedo atreverme a anhelarlo, llegue a oír esas mismas palabras salir de él.
Parezco una pendeja lloriqueando por su primer noviecito, lo sé. Pero también sé que, tarde o temprano, sin importar cuánto tiempo pase, Daryl dirá que me ama. Lo sé, pongo la mano en el fuego por eso.
♣♣♣
El Gobernador les dispara a unos caminantes. Que pelotudo, cuatro disparos nos traerán grandes problemas.
Nos preparamos para responder a cualquier posible ataque, la distancia no nos ayuda mucho.
Rick está demorando mucho, me pone los pelos de punta que no nos dé ninguna señal.
El Gobernador baja del tanque. Acomodo el arma.
Mierda.
El tuerto coloca la katana de Michonne sobre el cuello de Hershel. Contengo la respiración. Rick sigue hablando. Lo que sea que haya dicho, fue al reverendo pedo. Al Gobernador le chupó tres huevos cada una de sus palabras y, como si no fuera nada, cortó el cuello de Hershel.
Que…que hijo de puta.
Maggie grita.
El cuerpo de Hershel se tiñe de un rojo brillante y cae hacia un costado.
El arma tiembla en mis manos. Rick grita un “no” y dispara. Aprieto los labios y me uno al tiroteo. Lo quiero muerto, a él y a los conchudos que lo acompañan.
El tanque avanza derribando el alambrado, los autos lo siguen.
Tenemos que retroceder, los disparos del tanque están destruyendo la prisión. No importa cuántas veces hayamos vivido situaciones similares, nunca me acostumbraré al ensordecedor estruendo. Permanezco detrás de las maderas. Siento como si mi corazón estuviera a punto de salir.
Respiro hondo y disparo. La concha tuya, me estoy quedando sin balas. Recargo por última vez, necesito conseguir más.
El tanque ingresa al patio principal y, con él, los soldados del Gobernador. Consigo que mis balas maten a un par de ellos, pero una mujer peinada con una trenza de costado me recuerda que dejé a los niños en la celda. La puta madre, tengo que ir a buscarlos, ¿y si quedan atrapados bajo los escombros? Nunca me perdonaría haberlos sentenciado a morir así.
Agachada, salgo de mi escondite y corro hasta el edificio. Una bala del tanque rompe una pared y me obliga a retroceder.
Cambio de dirección.
Hace unos meses, cuando el Gobernador y su gente intentaron tomar la prisión, con Carol escondimos algunas armas y balas en caso de que hubiera una emergencia. Lo que me habría venido de diez, si no fuera porque tres de esos escondites están vacíos. La recalcada concha de tu puta madre, Rick, ¿por qué se te dio por ser un pacifista de mierda, pedazo de pelotudo?
Utilizo mis últimas balas para llegar al interior de la prisión. El tanque destruye una buena parte del techo. El polvo de los ladrillos me hace toser. Esta mierda no me deja ver. Con la mano en las rejas, avanzo hasta llegar a la celda de los niños.
La puerta está abierta, la celda está vacía.
—Mierd…—el estruendo llega a mí antes de que unos pedazos de techo se me vengan encima.
Chapter 84: Sentir (se).
Chapter Text
No siento nada.
La puta madre, no siento nada.
Intento moverme, pero mi cuerpo no me hace caso.
Abro los ojos, pero no veo nada.
Todo está oscuro.
Hay una mezcla de olor a tierra y sangre. Si soplo, ¿cuánto polvo se levantará? Si hubiera luz, ¿cuánta sangre saldría de mí?
Apesta a caminante, a esa mezcla de sangre podrida con algo agrio. ¿Por qué huelo a caminantes? Un gruñido llega a mis oídos, luego otro y uno más. Cómo no me di cuenta antes, obviamente hay caminantes cerca.
Llegamos de la universidad, salvamos a los que pudimos. El Gobernador nos atacó, usó un tanque para destruir la prisión. Vine corriendo a buscar a los niños, pero no estaban. ¿Y luego qué? ¿Qué pasó?
Escucho pasos, arrastran los pies. Ya vienen. Tengo que moverme.
Respiro hondo. Manchas oscuras mezclándose con colores. Me cuesta mantener los ojos abiertos, los cierro con fuerza en busca de una solución. La luz de la luna se cuela por un agujero inmenso. Puedo sentir la arenilla en mi piel, el sabor terroso en la lengua. Cierto, el tanque rompió el techo y los escombros debieron caer sobre mí. Debo tener pedazos de ladrillos encima.
Okey, tengo que levantarme rápido y salir corriendo. Puedo hacerlo. ¿Puedo? Debería poder. ¿Qué es un poco de tierra y piedras sobre un cuerpo resistente al ataque de los muertos vivientes?
Aprieto los labios. No me sale ser optimista.
Puedo mover el brazo izquierdo, pero no el derecho; lo busco tanteando con la mano, me alivia descubrir que está en donde debe estar, no lo perdí ni nada por el estilo. Tengo un cascote haciendo presión sobre el brazo, contengo la respiración antes de hacer fuerza para apartarlo. Genial, ahora tengo el brazo entumecido. Ni una buena.
Intento ponerme de pie, pero un tirón de dolor me hace apretar los dientes. Me duele, duele mucho. En realidad, esto es bueno, es muy bueno. Si me duele, es porque sigo estando entera. Solía decir “si duele es porque va a sanar”, pero no sé qué tanto podría sanar teniendo en cuenta que estoy atrapada como una pelotuda y que en cualquier momento un caminante me encaja los dientes.
Supongo que se cancela el levantarse rápido. Tendré que tomarme el tiempo y asegurarme de no causar más daño del que ya tengo. Tanteo con la mano mi alrededor. Hay escombros, sí, pero son chiquitos. Despacio, uso el brazo para impulsarme hacia arriba y sentarme; me mareo en el proceso, pero lo logro.
Vas bien, Emi. Dale que vos podés.
Los gruñidos se escuchan más fuerte. Trago saliva, me resisto a las ganas de toser. Garganta seca, lo que me faltaba.
La sensibilidad del brazo derecho está regresando. No es mucha, pero al menos soy capaz de mover los dedos y sentir un hormigueo.
Reviso mis piernas. Los muslos están bien, las pantorrillas no tanto. Tengo encima dos pedazos de techo lo suficientemente pesados como para no poder levantarlos con facilidad, pero estoy segura de que sería muy difícil para ellos romperme algo. Espero…ojalá. Tengo que moverlos, los caminantes pronto estarán junto a mí. Debe ser rápido y silencioso. Si es rápido duele menos, ¿no? ¿Iba así? La puta madre, debí estudiar medicina en vez de ponerme como pelotuda a leer libritos de mierda y escribir pelotudeces en el pizarrón.
Obligo a mi brazo a moverse, no quiere, pero consigo que ambas manos agarren el material y comiencen a levantarlo. No es suficiente, necesito hacer más fuerza, no podré sacarlos yo sola.
Tengo que encontrar algo con lo que pueda hacer palanca y salir.
Me tuerzo un poco y llevo las manos al piso. Por favor, Barba, dame una mano, no seas gil. Mis dedos rozan algo frío, está lejos. Pese al dolor, pego el torso al piso y me estiro lo más que puedo. ¿Por qué nunca fui a clases de gimnasia? Si hubiera sabido que tendría que hacer tanto esfuerzo físico, no habría sido tan vaga. Ahora necesito llegar a esa cosa y siento que voy a romperme con una estirada más.
Logro que los dedos lo empujen hacia mí y mi mano consigue agarrarlo, es un pedazo de reja. Me da un poco de miedo pensar que estoy teniendo demasiada suerte—más de la que tendría normalmente—. Igual, ojo, “suerte” en el sentido de: “estoy viva, desperté, no me mordieron, estoy atrapada debajo de rocas pero conseguí algo para hacer palanca”. Nada más. El resto es una maldita serie de eventos desafortunados que espero que desencadenen en un final feliz.
Respiro hondo. Es el momento. Pongo un cascote como punto de apoyo y arriba dejo el fierro. La imagen de un sube y baja me viene a la mente. Cómo me partí el orto en esas cosas; Francisco era un reverendo hijo de remil putas: hacía fuerza para mantenerme en lo alto y, cuando menos me lo esperaba, se impulsaba hacia arriba para que yo cayera con fuerza. Desventajas de tener un hermano mayor, supongo.
Levanto las piedras lo suficiente como para meter un extremo del fierro debajo de ambas y las vuelvo a dejar en sus lugares. Cuento hasta tres antes de hacer fuerza. La palanca funciona, siento que la presión se desvanece. En cuanto puedo, muevo rápido las piernas y me libero.
Quito el fierro. Mi suspiro de alivio se ve interrumpido cuando las piedras caen causando un ruido sordo que alerta a los caminantes.
Mierda.
Aprieto los labios y me banco el dolor. Con el fierro aún en la mano, me arrastro entre los escombros hasta ser capaz de tomar impulso y ponerme de pie. A mi espalda, un montón de escombros comienzan a caer y levantar polvo. Creo que toqué algo que no debía. Es un milagro que no haya perdido las piernas, o la vida.
Los caminantes notan mi presencia, gruñidos que anticipan el caos surgen de la oscuridad. Si ingresaron por la puerta, significa que no me queda otra salida más que esa. Así que lo mejor sería encerrarme en una celda y hacer tiempo hasta que sea de día y pueda escapar. No creo poder hacer mucho si está oscuro.
Sí, eso voy a hacer.
El corazón me late a mil, otras partes del cuerpo también me laten. Es un constante bombeo que desorienta mis sentidos. Me siento dopada, lo juro. O, peor, como si fuera la tapa metálica de una sartén y acabaran de golpearme, lo que causa que todo en mí retumbe y tiemble. La vida me da patadas y yo sólo soy una maldita tapa. Esto es una mierda.
Desconfío del estado de mis piernas. Me duelen, sí, muchísimo, pero puedo moverlas. Efecto de la adrenalina o no, sólo puedo decir que, si uno de esos trozos de techo era tan importante como para causar un derrumbe, no tendría que poder usar la pierna izquierda—que estaba casi completamente debajo de él—y la derecha debería estar bastante herida—la mitad, por lo menos—. Otra parte de mí que debe estar en la miseria, es mi cabeza. ¿Cuántos minutos tiene uno que esperar después de un golpe en la cabeza para no morir? Recuerdo que una vez Francisco, Vicente y yo levantamos el colchón de dos plazas de mamá y lo paramos del lado de la pared; lo escalamos como si fuera el Everest y nosotros valientes escaladores…Los muy imbéciles me hicieron caer y me pegué la cabeza con tanta fuerza que mamá tuvo que darme pequeños y poco dolorosos pellizcos para que no me durmiera. No sé cómo es que sigo viva, la verdad. Tendría que haber estirado la pata hace mucho tiempo.
Aunque avanzo con cuidado apoyándome en los barrotes que aún siguen de pie, no dejo de sentirme desorientada y de ver aureolas de varios colores. Si no fuera por la luna, estaría completamente a oscuras. Supongo que debería agradecer no temerle a la oscuridad, aunque debería.
Ya no puedo seguir, el dolor es insoportable. Llego a una zona libre de escombros, me es más fácil caminar.
O eso creía.
Mis piernas me fallan y caigo de rodillas. Un quejido sale de mí antes de que pueda frenarlo y esconderlo.
Están cerca, los escucho y sé que ellos también a mí.
Tengo que levantarme, tengo que hacerlo. No, no puedo.
Giro la cabeza, un caminante está a pocos pasos de mí. La puta madre, ¿cuándo se acercó tanto?
Gateo lo más rápido que puedo.
Echo un rápido vistazo hacia atrás.
El caminante se arroja al piso para agarrarme, intento apresurarme, pero toma mi pie y tironea de mí.
Hijo de puta.
Sacudo el pie, gracias a Dios uso botas gruesas. Aprieto los dientes con tanta fuerza que me da la impresión de que se van a romper.
Me pongo boca arriba y lo pateo una…dos…cuatro veces. El talón llenándose de sangre y carne, su cabeza parcialmente destrozada y un cuerpo tambaleándose. Como sea, zafo de su agarre. Apoyo mi peso en la pierna derecha y me elevo lo suficiente para atravesar su cráneo con el fierro. Tomo largas bocanadas de aire, me rehúso a respirar por la nariz e inhalar muerte.
Aunque me duele en el alma, sé que los demás no tardarán en llegar y que no puedo darme el lujo de descansar. Si hay que hacerlo, hay que hacerlo, ¿no? Con el cadáver del caminante sobre la espalda, doy pasos pequeños hasta entrar en una celda aparentemente segura. Cierro la puerta, tiro el cuerpo al piso y lo empujo para bloquearla. Me dejo caer sobre la cama, el dolor se hace notar y me nubla la visión.
Chapter 85: Da igual.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Cuando el ataque inició, aún quedaban alrededor de una o dos horas de luz solar; eso significa que estuve inconsciente durante bastante tiempo.
No sé qué tan bueno es que siga viva. No estoy bien, eso está claro. No necesito un espejo, ni luz para comprobarlo. Me siento para la mierda, como si un camión me hubiera pasado por encima y luego otro, y otro, y otro más.
Los disparos debieron atraer a demasiados caminantes, afuera debe ser un infierno. Encima hay un olor a quemado…
Sé que la mayoría estábamos en el mismo lugar, pero en pleno caos debimos tomar caminos diferentes. Si tuvieron suerte, tal vez algunos lograron llegar al autobús que preparamos y salir. Rick y Michonne estaban adelante, no hay dudas de que salieron. Y Rick nunca se iría sin sus hijos, así que Carl y Judith deberían estar con él. Después de Hershel, seguro que Maggie mantuvo a Beth a su lado, y Glenn nunca las dejaría solas. Sasha y Tyreese igual. No vi a Carol, pero estoy segura de que está bien, ella siempre lo está. ¿Y los demás? No tengo ni puta idea de dónde o con quién podrían estar.
Pero me da bronca. Mucha bronca. Nos estábamos recuperando de esa enfermedad de mierda, estábamos bien, sobrevivimos. Y viene el pajerito este a rompernos las pelotas y, de paso, nuestro hogar. ¿Se puede ser tan hijo de puta? Y ahora estamos todos separados, vaya a saber uno si están vivos o no. Y los niños no estaban y probablemente murieron todos mientras yo daba vueltas como una pelotuda tratando de llegar a ellos, alejándome de él, de quien se supone que siempre debía permanecer cerca.
Sé que Daryl estaba pegado al alambrado, recuerdo verlo disparar mientras buscaba cómo entrar sin exponerme demasiado. Me da un tirón en el pecho pensar que me alejé de él en pleno caos. Pero sé que Daryl está vivo, no dudo de ello. Si hay alguien que definitivamente sobrevivirá a esta mierda, es él. Lo que pasa es que me aterra pensar que podría estar solo, porque yo también lo estoy y estarlo es una maldita mierda. Daryl no maneja muy bien la pérdida y, teniendo en cuenta lo mucho que se esforzó en buscar al Gobernador, se debe estar culpando; como si fuera el único responsable de acabar con él. Y lo peor de todo, es que debe creer que estoy muerta. Y tal vez lo esté, en cierto modo. Me daré por muerta si no lo encuentro, no podré sobrevivir sin él, sin ellos.
El pesimismo mezclado con el optimismo es una mierda. Sí, todo es una mierda. Me convenzo de que todos están bien, pero me torturo con mi trágico final en el caso de que no lo estén. Necesito un manual de instrucciones que me indique cómo afrontar esta situación. Dudo mucho que exista uno. Tal vez nadie sobreviva lo suficiente para escribir uno.
Otra vez con esta nube oscura de negatividad. Quiero creer que todos están a salvo, porque tienen que estarlo, ¿no? Pero, ¿y si no? ¿Y si no están vivos? ¿Y si soy la única que sobrevivió? ¿Cómo podría seguir sabiendo que los perdí a todos? ¿Cómo podría soportar salir y encontrarme con sus cadáveres destrozados o, peor, tener que enfrentarlos como caminantes? ¿Qué quedaría de mí si tuviera que matar a Daryl? ¿Cómo se vive después de matar a lo que quedó de tu amado? ¿Y si me encuentro con los demás? No creo tener el valor suficiente para matar a mi familia. Nunca podría. Preferiría mil veces ser devorada antes de levantar un arma contra ellos. No podría. Arrancaría mi piel centímetro por centímetro antes de hacerles daño. Creo que preferiría morir en sus manos con tal de evitarlo.
Llorar aumenta mi dolor de cabeza, tener que cubrirme la boca lo hace peor. A pesar de mis esfuerzos para no emitir sonidos, los pocos audibles atraen a dos caminantes. Deben ser los otros que oí gruñir. Se pegan a la reja, extienden sus brazos hacia mí. Intentan lograr que sus dedos se cuelen por el pequeño espacio entre los barrotes y tomen un trozo de mí. Que montón de mierda.
El cuerpo me pesa. Siento que todo mi peso se multiplica y es atraído por el suelo. Es caer y reventar, o aguantarse a sí mismo y continuar. Y no estoy segura de querer continuar.
Si salgo de acá, ¿qué tan probable es que los encuentre? ¿Habrá alguien inventado un Dios que reúne familias? De pronto me dieron ganas de rezar por una oportunidad, tal vez por algo de fe.
Aprieto los ojos, me muerdo la lengua antes de dar otro paso.
Me coloco frente a ellos, están que tiemblan de deseo. Sus figuras apenas se distinguen, el cielo aún conserva un celeste oscuro que pronto se aclarará. Entrecierro los ojos para ver sus rostros, no los reconozco. Tal vez eso lo haga más fácil. Les sostengo la mirada mientras clavo el fierro en sus frentes. Es lo mínimo que puedo hacer por nosotros.
Regreso a la cama. Si muero o no, da igual; será problema de la Emilia de mañana.
Notes:
Lo sé, lo sé...capítulo corto. Sólo puedo decir que nos queda muuuuy poco para el fin de la temporada 4.
¡Nos leemos! Tkm <3
Chapter 86: Mamarracho.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Despierto con los rayos del sol en la cara, debe ser pasado del mediodía. Hay una mezcla de aroma a sol con el hedor de la muerte. La luz se infiltra por el inmenso agujero, la imagen ante mí parece una de esas obras de arte tan brillantes que un tipo cualquiera podría adjudicarle el significado de “siempre hay luz en la oscuridad” o algo semejante.
Me tomo un momento antes de incorporarme. Cierro los ojos ante el naciente mareo. A veces el sol perjudica más de lo que ayuda.
Con dolor, me saco las botas. Mis piernas están mal, pero no tan mal. Creo que la izquierda se fracturó en el tobillo—o no sé, nunca me fracturé—, la derecha tiene unos hematomas terribles. En realidad, no tengo ni la menor idea de lo que tengo. A lo mejor sólo son secuelas de lo apretadas que estaban mis piernas debajo de las piedras y con descanso me curaré, o incluso podría ser una torcedura de tobillo, o simples golpes dolorosos. Lo que sí está claro es que definitivamente la medicina no es lo mío.
No sé de primeros auxilios—chocolate por la noticia—, pero si algo aprendí durante todo este tiempo, es que lo mínimo que puedo hacer es cubrir con tela el área afectada. ¿Por qué? No tengo ni la menor idea. Seguro sea algo como dar sostén a la extremidad o limitar el movimiento de la parte lesionada. Quiero creer que tiene sentido y que es lo mejor. Así que, con ayuda del fierro, rasgo la sábana. Los trozos deben ser lo suficientemente largos y anchos como para rodear la pierna y cubrir bien las zonas. Para la pierna izquierda voy a necesitar algo duro para inmovilizarla, por las dudas. Me da un escalofrío pensar que por un mal movimiento podría empeorar todo y terminar con un hueso atravesando mi piel. Dios, no. Tengo que evitar los pensamientos extremistas.
No sé de quién era esta celda, pero le agradeceré eternamente por tener debajo de la cama tablas cubiertas de pintura y garabatos. Puede ser que sea de uno de los niños o su tutor. Sonrío al ver las formas con trazos torpes y una combinación abominable de colores. En mi celda tengo una caja llena de dibujos, obsequios de los niños y cartitas de “Eres la mejor, Emma” con pedidos particulares para mi próxima salida. Si hubiera llegado antes, tal vez podría haberlos salvado. Fue mi error.
Además, tendría que haberle pedido a Hershel que me diera clases de primeros auxilios. Soy una inútil con esto. No sé qué tan mal puse el vendaje, ni qué poronga hice con las maderitas, pero elijo confiar en que todo está lo suficientemente bien. Es lo único que puedo hacer, en realidad. No hay más opciones.
Al pasarme las manos por la cara, me doy cuenta de que tengo sangre seca en la frente, también duele un poco. Si sigo así, voy a parecer una momia con tanto vendaje. Me ato el pelo asegurándome de que ningún mechón quede dentro de la tela. Aprieto con cuidado el vendaje. Aparte de eso, no encuentro otras heridas que necesiten tanta atención.
Tengo que planear cómo salir de acá. Reviso el resto de la habitación. Encuentro un cuchillo debajo del colchón, casi en el borde; como una medida en casos de crisis. Antes de irme tengo que encontrar comida. Tenía la esperanza de hallar un gran botín oculto debajo de camas y cestos de ropa sucia, pero sólo obtuve dos barras de cereal que desaparecieron apenas llegaron a mis manos. Siempre tan impulsiva…Espero no arrepentirme más tarde, sé que no es mucho, pero es algo. Y en estos momentos no puedo permitirme pasar hambre, nunca se sabe cuándo tendré la oportunidad de volver a comer.
♣♣♣
La pésima higiene de Daryl siempre fue un buen motivo de risas, pero no voy a negar que tiene su lógica. Daryl me confesó que la suciedad despista a los caminantes, hace que no huelas tanto a vivo. Tal vez no sea tan efectivo como la sangre de caminante, pero aseguró que cumple con su cometido. Estoy agradecida de amar a un mugroso tan inteligente.
Aunque es asqueroso, contengo la respiración y me armo de valor para seguir las indicaciones que Daryl una vez me dio. Extiendo los cuerpos de los caminantes; con el cuchillo hago un extenso tajo en la panza del, aparentemente, más relleno. Es la segunda vez que lo hago, pero el olor putrefacto me causa náuseas. Dios mío, que asquerosidad. Las cosas que hago para hallar a mi familia.
Mis manos agonizan cuando tomo los bordes de la piel grisácea y abro el abdomen como si fuera una caja, revuelvo su interior con el fierro como si fuera un guiso y quisiera evitar que el arroz se pegue en el fondo de la olla. Sumerjo lo que queda de la sábana en la panza y luego la coloco sobre mis hombros, como si fuera un poncho. No vomités, Emilia, tenés que resistir. ¡Esto es tan asqueroso que quiero llorar! Recojo más sangre y restos para cubrir el pantalón. Los restos son viscosos, es como si alguien hubiera hecho una mezcla de gelatina, trozos viejos de tela, agua podrida, chinchulín, menudos de pollo y, por supuesto, sangre. Se me revuelve el estómago.
Me limpio las manos con la ropa del caminante, pero no cambian mucho. No puedo, es demasiado. Quiero sacarme todo esto de encima. Me reprendo a mí misma. Córtala, Emilia, no seas tan maricona; tenés que hacerlo. Aunque quiera, no puedo quitarme el hedor a muerto.
Llegó el momento.
Con cuidado, salgo del bloque.
Sí, este lugar se convirtió en un infierno.
El terreno está tan lleno de caminantes, que se asemeja a un estadio durante pleno partido River-Boca, un clásico del domingo post asado familiar. Ojalá pudiera estar echada en el sillón viendo el partido…con una cervecita bien helada, una picada en la mesa y la nonna trayendo el pote familiar de helado y dos cucharas grandes.
Cojeando, me mezclo con los caminantes. ¿Por qué la letra de “Entre caníbales” se adueña de mi mente? Tengo que dejar de pensar en pelotudeces durante momentos de crisis.
Tenerlos tan cerca me está torturando, me cuesta no pensar en que cada paso que dé podría delatarme. Grandes grupos de caminantes se reúnen alrededor de vehículos que en algún momento se incendiaron y que ahora sólo producen humo. Claro, el olor a quemado que olí antes.
La prisión quedó hecha trizas, hay escombros y cadáveres por todas partes. A cada sección del edificio le falta una parte, parece un rompecabezas sin terminar.
Un caminante me nota. Aprieto con fuerza el cuchillo. Sus ojos hundidos me inspeccionan, acerca su nariz para olerme; dos más lo imitan. Muerte por mal camuflaje, qué manera tan pelotuda de morir. Siguen su camino, aceptándome como una de los suyos. Conteniendo la respiración, sigo caminando. Que el cagazo que tengo no se note. Me obligo a seguir incluso cuando veo rostros conocidos.
No hay rastros de Daryl, no veo a Glenn, ni a Rick, ninguno de mis amigos está aquí. Me alivia no haber visto a ningún miembro del Consejo, pero eso no significa que no hayan muerto durante su escape.
Mi plan es ir directo al alambrado y salir por la entrada principal, que, a simple vista, parece ser la que menos caminantes tiene. O, al menos, se supone que esa era la idea. Por alguna razón, una multitud de caminantes cambia de dirección, la fuerza de sus cuerpos insiste en que los siga y no puedo abandonarlos sin delatarme.
♣♣♣
Algunas veces, cuando acompañaba a Daryl en sus misiones de exploración, conversábamos sobre el comportamiento anormal de los caminantes. Hubo ocasiones en las que nos encontrábamos de frente con una horda, muchas otras en las que las veíamos pasar a lo lejos; pero nunca antes habíamos estado en una.
Sé que Glenn y Rick una vez lo hicieron, allá, en Atlanta. Glenn se jactó de haber logrado mezclarse incluso con lluvia. Siempre fue un idiota corajudo. Tenía la capacidad de enfrentarse a todo incluso si parecía imposible y peligroso. “Tiene”, porque está vivo. Espero.
Por alguna razón, muchos de los caminantes abandonaron la prisión, y me arrastraron con ellos. Fue mi error haberlos seguido hasta el bosque. No importa cuántas veces me aleje, siempre termino uniéndome a otro grupo. Están raros, desorientados. Es como si cada grupo tuviera que ir a un lugar diferente, pero todos terminan dando vueltas por el bosque sin decidirse en qué dirección ir hasta que se encuentran y se fusionan.
Cuando cae la noche, renuncio a todo intento de orientarme. Me mantengo en movimiento evitando lastimar más la pierna izquierda, pero, llegada a este punto, sería un milagro no hacerla pelota. Caminar despacio es lo mínimo que puedo hacer.
Hablando de milagros, parece que viene tormenta. ¿Cuál es el peor mal aquí? ¿Tener un trauma con las tormentas o estar bañada con sangre de caminantes? En serio, que mal momento para estar rodeada de muertos que, en cuanto me huelan, me comerán viva.
Trato de enfocarme en mis pasos, en borrar cada recuerdo que me apuñala. No es momento, tengo que soportarlo. No debo pensar, debo actuar. Esta vez realmente podría morir a causa de una tormenta.
Llegamos a la calle. Lo único que hay es un auto medio destartalado, hojas secas y basura. Intento llegar al baúl, pero los truenos ponen ansiosos a los caminantes y avanzan chocándose. No puedo arriesgarme. Cuando encuentro la oportunidad de escapar, ya es demasiado tarde: nuevamente estoy metida entre los árboles.
Poco a poco me voy alejando, los caminantes pasan de largo. Suspiro de alivio antes de darme cuenta de que unos pocos me están siguiendo, necesito despistarlos antes de que caigan las primeras gotas. Apresuro el paso, la pierna me está matando. Una gota pesada choca contra mi cabeza. Los gruñidos de los caminantes les hacen competencia a los truenos.
Llego a un árbol hueco; el espacio es pequeño, pero podría funcionar. Dejo atrás el árbol hueco para colocarme detrás de uno de los tres caminantes que me escoltan. Rápido, le clavo el cuchillo justo al lado de un agujero lleno de gusanos. El cuerpo cae sobre ramas y hojas secas, los otros dos voltean hacia él. Con los ojos fijos en mí, avanzan. Un relámpago ilumina la noche, mi cuerpo tiembla por impulso. Un caminante se abalanza sobre mí, lo detengo colocando una mano en su pecho y clavando el cuchillo en la frente. El otro no me deja respirar. Empujo el cuerpo hacia el último caminante y, de pedo, lo esquivo lo suficiente como para llegar a su espalda y empujarlo. El caminante cae, me agacho para que la hoja del cuchillo se introduzca en su cráneo.
Bien, Emi, lo hiciste bien.
La lluvia se intensifica. Arrastro el cadáver más liviano y lo dejo cerca del árbol hueco, me ayudará a camuflarme. Me meto dentro del árbol cubriendo la entrada con el cuerpo y ramas grandes. Es un mal momento para recordar otra vez que le temo las tormentas, y definitivamente no está bien que mi mente me traicione y proyecte todas las noches en las que Daryl me abrazó para que no les hiciera caso.
Daryl Dixon, te extraño tanto.
Notes:
¡Bueenas!
Aviso: el capítulo de mañana es el último de la temporada (¡AL FIN!). En mi ciudad hay alerta de tormenta, espero poder publicarlo en algún momento del día...y espero tener luz :(
¡Gracias por leer!Nota 14/02: ¿Vieron que Emma en un momento se cruza con un auto y quiere meterse en el baúl? Bueno, adivinen quiénes están ahí adentro...
Chapter 87: Sólo intento respirar.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
No me gasto en salir. Hay una niebla intensa y no se ve ni un choto. Intento dormir a pesar de que me cruje la panza y me pica la piel. Con la baranda a muerto que tengo encima, me cuesta respirar y no sucumbir a las náuseas.
Necesito ducharme, dormir en una cama de dos plazas con sábanas limpias y despertarme con la voz ronca de Daryl quejándose de que le adormecí el brazo.
Sí, necesito eso.
Cierro los ojos un momento que, al parecer, se convirtió en horas.
Salgo del árbol toda contracturada. La puta madre, me duele hasta el culo. Me estiro un poco antes de abrir al caminante y mancharme con su sangre.
Odio esto.
Me resulta más fácil caminar gracias al apoyo de una rama gruesa que encontré colgando de un árbol hecho poronga.
La tormenta estuvo brava. No me atreví a cazar, no creo que sea buena idea despellejar a un animal con el mismo cuchillo que usé para cortar caminantes; tampoco es como si tuviera agua para quitarle los restos de sangre. La tormenta provocó que los frutos se esparcieran por el piso y fueran aplastados por quién sabe qué. Así que, acá estoy, muriéndome de hambre y bebiendo agua de lluvia acumulada en hojas grandes.
En la tarde, ya estoy rengueando por una calle libre de muertos; paso la noche en el asiento trasero de un auto sin batería y sin ruedas. Hoy en día, los cirujas abundan.
Mi humor mejora cuando un cartel me indica que hay un pueblo cerca. Si hay casas, hay comida. Dormir en el auto me hizo bien, no está tan mal si lo comparo con estar apretada dentro de un árbol. La pierna derecha mejoró bastante, no me duele tanto; la izquierda es un caso aparte, no me atrevo a comprobar su estado. Me ocuparé de mi cuerpo cuando pueda encerrarme en una casa, lo prometo.
Con el sol acompañándome, intento que los pensamientos negativos no me impidan avanzar. No me gusta viajar ni estar sola, pero no puedo permitirme caer; no importa dónde estén los demás, los encontraré y volveremos a intentarlo. Antes de darme cuenta, estoy tarareando “Solo” de NTVG. Cuando el pueblo muestra sus edificios, mi cabeza termina de reproducir todo “Aunque cueste ver el sol”.
Ya casi llego.
§§
Definitivamente no debí llegar.
Una horda de caminantes me da la bienvenida.
La sangre está seca, pero funciona. Me esfuerzo por seguirles el ritmo, se ve que por acá el tráfico es terrible a esta hora. La presión es tanta, que pierdo la rama que usaba de bastón. Si sigo así, seré la próxima en caer.
La mayoría de los edificios que veo tienen manchas de sangre y sus cristales rotos, no vale la pena meterse en ellos. Me muevo con cuidado entre los caminantes, me observan con desconfianza cuando voy contracorriente. Resisto el impulso de decir “permiso” cada vez que doy un paso, la costumbre ya en mis venas.
La cuadra llega a su fin, la calle se divide en tres.
Es el momento.
Con el cuchillo en mano, despacio, me abro camino hacia la izquierda.
Sólo un poco más.
Los caminantes no parecen estar de acuerdo conmigo, siguen de largo y poco a poco me abandonan.
Chúpense esta, trolos de mierda.
Salgo de la horda y cambio de dirección. Lo logré. La puta madre, lo logré. Conseguiré una casa que esté alejada del centro del pueblo. Voy a abrir la puerta, mataré a los caminantes que estén dentro, comeré lo que sea que encuentre y me voy a tirar unas horas en una buena cama.
Con una mano en la pared, sigo caminando. Me detengo de golpe. La salida de emergencia de un local se abre y dos hombres salen de él. Me miran, los miro. Dan un paso hacia mí, yo doy uno hacia atrás. Levanto el cuchillo en dirección a ellos. Unas sonrisas escalofriantes se dibujan en sus rostros. Lo último que veo es cómo algo negro y duro impacta contra mi cabeza.
Notes:
¡ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA TEMPORADA 4 DE TWD! Que emoción.
A partir de ahora se vienen cositas...¡espérenlas!
No iremos a una pausa, así que nos leemos el próximo viernes <3
PD: ¿CÓMO ES ESO DE QUE ESTA PORQUERÍA ESTÁ POR LLEGAR A LAS 1000 VISITAS? Omg. Gracias totales. TKM+
Chapter 88: Pero yo no soy Rick.
Notes:
Se podría decir que este es el inicio de la temporada 5.
Aclaración importante: A partir de ahora se abordarán temas sensibles, trataré de escribirlos con la menor cantidad de detalles posibles por respeto a quienes los han experimentado. Nada aquí debe tratarse con humor, sino con absoluta seriedad.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Siento sus dientes clavarse en mi carne. Tironean de mí hasta arrancar un trozo lo suficientemente grande como para llenarse la boca. No sé qué me pasa, desconozco qué es aquello que me impide defenderme. Lo tengo sobre mí: sus uñas rasguñando mi piel, su boca recorriendo zonas a las que sólo Daryl tenía permitido acceder. Me duele, duele mucho. No sé qué hacer. Quiero abrir los ojos y librarme de él, pero no puedo, ¿por qué no puedo? ¿Estoy muriendo? ¿Es eso? ¿Cuándo me convertí en la merienda de un caminante? ¿Cómo llegué a esto? No quiero sentir esto, no quiero que me sigan comiendo. Quiero estar en casa, quiero estar con mi familia. Por favor, ya no quiero sentir este dolor.
Hace frío, mucho frío. Me estiro para alcanzar la frazada, pero no está, ¿por qué las cosas nunca están en donde las dejo? Ahora voy a tener que levantarme, cagarme de frío y agarrar la frazada chota, y me da fiaca, mucha. Trato de levantarme, pero un dolor inmenso me lleva de regreso a la cama. La puta madre, me duele todo. Esta cama es una poronga, ¿de qué sirve tener un colchón que está más duro que el piso? Despacio, me acomodo un poco; pero, ¿por qué…? No, esto no es mi cama.
Abro los ojos, pero no veo nada. Hay una cosa cubriéndome los ojos, intento sacármela, pero algo tira de mis muñecas. Muevo un poco las manos…el sonido las delata: son cadenas. Tengo que sacarme esto. Tironeo un poco de ellas, pero no ceden, deben estar agarradas a la pared. Se escuchan pasos. Me quedo acostada, completamente quieta. Los pasos son pesados. Intento calmar mi respiración, pero es imposible hacerlo cuando no tengo ni la menor idea de qué es lo que se aproxima a mí. Escucho una llave ingresar en la cerradura y abrir la puerta. Gracias a Dios no es un caminante. La puerta se cierra con un golpe que, si no lo hubiera esperado, me sobresaltaría. Una voz masculina se oye entrecortada, como si viniera de una radio.
—¿Está viva? Te matará si no lo está.
Unos dedos fríos tocan mi cuello.
—Viva—el dueño de los pasos habla, su voz es grave—. Es bonita.
—No la toques hasta que el jefe…
—El jefe nunca sabrá cuántas veces se la metí. La puta estaba dormida, no dirá nada.
—¿Cuándo…? Eres un idiota, sabes que el jefe las estrena. No puedes…
Silencio. El hombre de las llaves putea al tipo de la radio. No se oye una respuesta, seguramente la apagó. Los dedos fríos regresan a mi cuello; me da un escalofrío cuando los siento tocarme las tetas. Lo que tenía en los ojos desaparece de un tirón. La luz me hace pelota. El hombre me agarra de la barbilla, su aliento putrefacto golpea mi nariz. Se ríe.
—Vaya, vaya…mira quién despertó. ¿Cómo estás, preciosa? —su sonrisa expone sus dientes cariados y amarronados—¿Quieres que te dé otra buena cogida?
¿Que él qué? Mi cuerpo empieza a temblar. Se me revuelve el estómago. ¿Me violó? ¿Él…él me…? Me estoy quedando sin aire, necesito respirar. Mi corazón va a explotar. Su agarre se intensifica, las uñas penetran en mi piel. Hijo de puta. Este…este conchudo...Me retuerzo. Su lengua recorre mi cuello, sube hasta mi cara. Aprieto los dientes. Las imágenes del pasado abofeteándome. ¿Cómo pudo? ¿Cómo es posible que a alguien le entre en la cabeza que puede ponerle la mano encima a una persona inconsciente? ¿Cómo puede estar haciéndome esto a pesar de que me estoy resistiendo? Odio esto, lo odio a él.
Estiro los dedos hasta su cabeza y le agarro los pelos. Suelta un grito. Sus dientes raspan mi cuello. Lo agarro con más fuerza, mi mano hace que su cabeza vaya para el costado. Grita tan fuerte que me altera, su dolor me convence de continuar. Me mete una trompada que me deja en blanco por un segundo. No es como si fuera la primera vez que me pegan.
Intenta ponerse sobre mí. Llevo la cabeza hacia atrás y le encajo un cabezazo. Suelta una maldición.
La concha de tu hermana, me dolió.
Si no hago algo va a matarme.
Retrocedo hacia la pared, el frío que toca mi espalda desnuda me da un cagazo. Que hijos de re mil putas. Estoy en bolas, no tengo ni siquiera la bombacha. Este pajero es una bosta.
Si yo fuera Daryl…si yo fuera Rick…sí, definitivamente este viejo choto ya habría estirado la pata.
Las cadenas ya no están tirantes, puedo moverlas un poco más. Tengo que hacerlo.
El hombre está que arde de bronca, todo su rostro enrojecido por la ira. Si logro que se acerque lo suficiente, tal vez…
Respiro hondo.
Agarro la cadena y le pego en la cara hasta que se agacha un poco para cubrirse. En cuanto puedo—no sé cómo pude—, me siento sobre su espalda y hago que la cadena de la mano derecha capture su cuello. El hombre se mueve de un lado a otro, sus golpes me hacen bosta. Hijo de puta, me vas a hacer parir hasta el final. Tironeo. Ambas manos agarran la cadena y la llevo hacia mi pecho. Un poco más. El hombre batalla hasta que su tez se pone morada. Siento su cuerpo temblar, sus manos se aferran al metal hundiéndose en su cuello. Sus brazos caen. De reojo, veo sus dedos cubiertos de sangre. Hago más fuerza. El hombre deja de moverse, deja de quejarse.
Suelto la cadena. El cuerpo cae provocando un simple ¡plaf!, un charco de sangre se forma alrededor de su cabeza. Mi corazón late como loco.
Lo logré, lo maté.
§§§
Tengo que salir de acá antes de que se convierta.
Empujo el cuerpo más hacia la pared—no llego a los bolsillos—, y saco de su pantalón el manojo de llaves. Tras varios intentos, consigo liberarme de las cadenas. Recién caigo en que mi pierna izquierda está vendada; el resto de mí…bueno, no quiero pensar en cómo está. Creo que la pesadilla que tuve fue bastante certera.
Le quito al hombre su campera de lanilla, el olor a chivo se siente de acá a la China. Cuando escuché su voz, pensé que iba a verse como el típico viejo verde que es remisero; pero no, parece más el drogadicto chorro que va por el barrio robando cobre. Resisto las ganas de meterle una patada, no me voy a bancar el dolor y el cuerpo ya me duele demasiado como para sumar un dolor extra.
Necesito salir de acá, necesito quitarme toda la mierda que este conchudo me dejó.
La puerta se abre antes de que pueda introducir la llave en la cerradura. Un hombre trajeado de casi un metro ochenta ingresa a la habitación. Su pelo es castaño claro y su cara…bueno, es como si Perón y el Gobernador hubieran tenido un hijo.
Me mira de arriba abajo, luego al muerto. Su sonrisa me da escalofrío, es como si fuera el mismísimo diablo. Estoy paralizada, ¿cuándo fue la última vez que un hombre me intimidó tanto? Da un paso, después otro. Muerdo el interior de mi mejilla.
Dale, Emilia, ¡movete!
Contengo la respiración, retrocedo. Él sigue avanzando. Mis pies cruzan y voy a caer. Él no lo permite; su mano me agarra de los pelos y me mantiene de pie. Su nariz se acerca a mi cuello, me huele. Intento quitarme sus dedos, pero eso sólo logra que apriete más. Me arrastra hacia el otro hombre y me arroja frente a él. Deja caer un cuchillo, lo patea en mi dirección. Con las manos en los bolsillos, mantiene los ojos fijos en mí. Su sonrisa crece al ver que agarro el cuchillo, ríe cuando el muerto regresa como caminante y se abalanza sobre mí, silva cuando se lo clavo en la cabeza.
Lo está disfrutando. El hijo de puta lo está disfrutando.
—Esta será…—sujeta mi rostro y me obliga a mirarlo. Su voz serena me hace temblar—…la primera y última vez que harás eso—me acaricia el pelo.
Trago saliva. Mis dedos se aferran con fuerza al cuchillo. Rick lo mataría de una.
Lo haría, ¿verdad?
Sí, él lo haría.
Rápido y sin darle muchas vueltas al asunto, saco el cuchillo de la cabeza del muerto e intento llegar al cuello del tipo, pero agarra el mío con una mano y usa la otra para sujetar mi muñeca. Suelto el cuchillo, mi otra mano lo agarra y lo clava en su pierna. El hombre me libera, grita. Introduzco más el cuchillo y salgo corriendo, o eso se supone que intento; la pierna vendada se hace notar. Todo el aire sale de mi sistema cuando un golpazo en la espalda me impulsa de cara al piso. Reprimo un grito. Sus dedos regresan a mi cabello, me obliga a levantarme.
—La última vez—susurra. Deja un beso sonoro en mi cachete.
Mi cuerpo toca el piso. Rick lo mataría, pero yo no soy Rick. Nunca podría ser como Rick.
Levanto la vista hacia él, me cuesta respirar. Se acomoda las mangas antes de encajarme una piña que un poco más y me manda directo a tomar mates con El Potro.
Notes:
Los capítulos serán cortos, no porque sea una vaga que no quiere escribir (sí lo soy) sino porque me parece que la brevedad se ajusta al estado de Emma. Además, he querido editarlos para hacerlos más extensos, pero en casa se me corta la luz a cada rato y perder mi PC no es una opción :(
Tkm, gracias por seguir leyendo <3
Chapter 89: Bienvenida a mi palacio.
Notes:
PENSÉ QUE NO LLEGABA A PUBLICAR. Igual, es un cap re corto :(
De todas formas, gracias por leer <3
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Un portazo me despierta. Por impulso, me levanto de un tirón y llevo la mano debajo de la almohada. El cuchillo no está. Me arrepiento de inmediato al sentir un dolor intenso en casi todo el cuerpo.
La habitación apenas está iluminada, el aire cargado de una pesadez asfixiante. No estoy en casa.
El hombre del traje me mira cómodo desde un sillón. Es como si me saboreara con los ojos, lo mismo que haría cualquier muerto de hambre que tuviera en frente un tupper lleno de tortas fritas. Siento un nudo en la garganta, el aire frío me hace temblar. Sin apartar los ojos de él, me envuelvo con la colcha que estaba hecha un bollo en un rincón de la cama de dos plazas. Tengo marcas de dientes y chupones por todas partes. Que asco. Oh, Dios, creo que voy a vomitar. Me pica la piel, me arde todo.
—¿Qué…qué me hiciste? —él simplemente suelta una carcajada—¡¿Qué me hiciste?!
—Bienvenida a mi palacio, preciosa—se da palmadas en los muslos antes de levantarse y apoyar la rodilla en la cama. Su aliento choca mi rostro como una bombita de agua—. Soy Joseph. Tengo muchos planes para ti.
Joseph me agarra de los brazos y me arrastra al baño, sus uñas clavándose en mi piel llena de moretones.
Este lugar tiene electricidad, ¿cuándo fue la última vez que vi un foco encendido? Sin darme tiempo para mirar, me arrebata la colcha y me tira un baldazo de agua fría. El aire se me escapa, chorros de agua bajando a través del pelo. Que hijo de puta, ni mi vieja se atrevió a tanto. Apretando mis hombros, me obliga a sentarme en una silla de madera. Mi cuerpo se tensa cuando agarra una esponja y la pasa por mi clavícula con movimientos brutos.
—Por lo general, las mujeres con un rostro como el tuyo reciben un número y se preparan para la subasta—besa mi nuca—. Pero, ¿sabes qué? No puedo permitir que mis clientes compren a una leona disfrazada de gatita—coloca espuma en la punta de mi nariz—. Eres peligrosa, justo como me gusta.
—Te mataré.
—Te recomiendo guardar tu energía para cuando te visite—sus manos bajan hasta mis pechos. Su voz susurrante me pone los pelos de punta—. A veces me emociono de más—su lengua acaricia mi cuello, aspira el aroma de mi cabello.
—Tengo un grupo. Si me liberas ahora, me aseguraré de que no destruyan este lugar.
Ríe.
—¿Tienes un grupo? ¿Dónde? ¿En Georgia? —acuna mi rostro con sus manos llenas de jabón. Su pulgar acaricia mis labios, sus uñas los hacen sangrar—Estás muy lejos de casa. Si fuera tú, evitaría las amenazas.
Su sonrisa parece sacada de una peli de terror. El roce de nuestros cuerpos me repugna, todo en él me resulta tan vomitivo. Joseph comienza a, literalmente, bañarme. Siento cómo el calor sube hasta mi rostro, esto es tan malditamente humillante. Lo está disfrutando, parece una nena divirtiéndose con su muñeca favorita, pero con un matiz más turbio.
Él bloquea la única puerta, el baño tiene unos ventiluces muy chiquitos y con rejas; no hay manera de que pueda salir de acá. Me obliga a mirar sus ojos verdes. Refriega mi cuerpo con delicadeza, tararea una canción de cuna mientras me lava el pelo.
Estoy en el horno, ¿cómo voy a escapar de este psicópata de mierda?
Notes:
El lunes tendrán la famosa sorpresa que vengo mencionando hace mucho…Espérenla.
Chapter 90: Cuarto Rosa.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La vida no te prepara para afrontar estas cosas. Pensaba que sólo debía cuidarme de los caminantes; que, si un vivo me atacaba, iba a poder hacerle frente y que definitivamente tendría a mi familia cuidándome la espalda.
No fue así.
Me había olvidado de que los golpes y los disparos no son el único método de ejercer violencia, no recordaba que una mujer en solitario siempre corría peligro en presencia de un hombre desconocido.
Me confié, me creí inmune por haber sobrevivido a esta mierda durante tanto tiempo. Soy una pelotuda.
Ya perdí la cuenta de los días en los que he estado acá encerrada. A veces ni siquiera sé cuándo me quedo dormida ni qué tan real es lo que veo. Sólo sé que él es todo lo que veo. A veces se ausenta por mucho tiempo, en ocasiones simplemente me envuelve con sus brazos y finge que no me tiene cautiva, que somos una pareja enamorada y que no fantaseo con matarlo.
El cuarto está casi vacío, sólo hay una cama de dos plazas pegada a la pared blanca. Se me ocurrió romper las maderas de la base, pero esta porquería es de hierro y no pude. Hay dos puertas: la de entrada y la del baño; no importante cuánto me esfuerce, me es imposible abrir la primera. Las ventanas están tapiadas, los focos demasiado lejos de mí.
Me traen comida dos veces al día y juro por mi nonna que intenté resistir, pero me nace un hambre voraz que desobedece mi razón. Que coma o no, es al reverendo pedo, siempre termino vomitando. Debo estar hecha bosta del estómago por culpa de este gil. Nunca imaginé que la repulsión por un ser podría afectarme tanto, al parecer son cosas que pasan.
Mi pierna mejoró una banda, o eso dice Joseph cada vez que me revisa. Es asqueroso. Me toca siempre que puede, y, si no puede, lo hace igual. Me atrapa con esos ojos de lagarto que me arrebatan el aliento y me hacen temblar de miedo. Su actividad favorita es bañarme, meter los dedos en donde no quiero y apretar un cuchillo contra mi cuello. Dos o tres veces opté por recibir el corte, mala idea: no le recomiendo a nadie pasar días encadenada, tampoco ser el juguete sexual de un psicópata fetichista. Algo que aprendí, es que duele menos si dejas de resistirte; si es que un dolor así puede ser medido. Intento no pensar cuando lo tengo encima, recuerdo a Daryl cuando ya no puedo. Pero me duele, siempre duele.
Es mucho más que un dolor físico, es una incomodidad que nunca se va y trasciende al sentimiento. Mi corazón se oprime al recordar que, de un modo u otro, permití que me tocara, que es mi culpa estar en esta situación y que soy una pelotuda por haber tomado el peor camino posible. Y ese es el mayor problema: el camino se bifurca frente a mí, y yo voy por el más oscuro.
Estoy cansada, tan, pero tan, cansada. El sueño cegador se cierne sobre mí y me envuelve para mostrarme una vida que no es mía, pero cuya dueña sí soy. Imagino la voz susurrante de alguien que desconozco y conozco al mismo tiempo, pero que no ubico. Me veo sumergida en una oscuridad apuñalada por pequeños faroles que dibujan sombras en las paredes. Siento cómo mi carne es arrancada con furia, cómo la calidez de unos brazos fuertes me envuelve y la duda en una caricia fugaz. Mi cuerpo descansando bajo la luz de las estrellas con su respiración serena relajando la agitación en mi pecho. Sueño tantas cosas y quiero que todos sean reales. Pero no lo son, ni lo serán.
La puerta se abre con el mismo estruendo de siempre. Me mantengo oculta debajo de la frazada.
—¡Entrega especial para el Cuarto Rosa! —anuncia Joseph con una inusual alegría. Me arrebata la colcha, exponiéndome—Creí que, tal vez, a mi princesa le gustaría vestir algo más que ropa interior.
—No me llames “princesa”, imbécil—escupo cada palabra sin ocultar el odio. Mi voz se volvió ronca por tanto llorar.
—¿Sabes, princesa? —se sienta en el borde de la cama—Vine aquí convencido de que estás lista para dar un paseo por nuestro palacio, pero no creo que te apetezca mucho. ¿No estás de humor, cariño? ¿Qué tal si te ayudo a relajarte?
A gatas, se acerca a mí.
—No es necesario—suelto rápido, mordiendo el interior de mi mejilla—. ¿Puedo ver lo que trajiste?
Suelta una risita, una de esas que siempre me causan escalofrío.
—¿Sabes qué es lo que más me molesta? Que mi hermosa princesa crea que puede jugar conmigo—besa mi pie, luego mi tobillo. Su lengua sube por mi pierna—, cuando soy yo quien juega con ella—reprimo un grito cuando sus dientes se clavan en mi piel—. Eso, eso es—me acaricia como si fuera un puto perro—. Me encanta que recuerdes lo mucho que me gusta cuando tiemblas.
Ya no quiero estar acá.
Notes:
Medio chota la sorpresa, lo sé, peeero...necesitaba publicarla. Ahora mi mente está tranquila. Hay algunos guiños entre ambas versiones, sólo info extra que disfruté escribir.
Por ahí no les sirve saberlo, pero este capítulo está ubicado en el día 505 desde el comienzo de TWD (me estuve guiando con la línea de tiempo de la wiki).
¡Hasta mañana! 💖
Chapter 91: Necesito.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Estábamos en la carretera viajando a Dios sabe dónde. Daryl había planeado pasar por una ciudad, pero nos cruzamos con una horda que nos hizo tomar otro camino. Él se cansó de manejar, no le gustaba mantener una postura erguida por tanto tiempo; así que asumí el rol de conductor. Su única indicación fue “ve derecho hasta que diga que dobles” y eso es lo que hice.
Me gustaban estos viajes espontáneos. De un segundo a otro, él aparecía y, con una mano en mi cintura, decía que encontró un lugar y que le hacía falta otro par de manos. Eran algo así como nuestras escapadas románticas, aunque de romance tenían poco.
Por lo general, usábamos el viaje como excusa para charlar o nos turnábamos para dormir—él casi siempre dormía de ida, y yo a la vuelta—; pero en los casos en los que debíamos hacer un repentino cambio de planes, nos permitíamos tontear un poco; bueno, yo lo hacía, Daryl sólo me escuchaba. Estaba cantando una de Sui Generis a todo pulmón, la tuve en la cabeza durante semanas y necesitaba expulsar mi fanatismo antes de enloquecer.
—¿Qué dice? —me ofreció una galleta en cuanto terminé, la recibí con la boca; mis labios rozando sus dedos.
—¿Qué cosa?
—La canción.
Lo pensé un toque, dice mucho.
—Habla de una relación como la nuestra—me miró con una cara de “eso dice menos de lo que crees” —. Es en serio, mira: dice que necesita encontrar a ese alguien que pueda emparcharlo y limpiar su cabeza, que sea su refugio y apoyo, un buen compañero que esté incluso en sus peores momentos. ¿No somos eso? —se encogió de hombros y siguió comiendo—Definitivamente eres el romántico del año—me quejé, él tarareó un fragmento de la melodía de “Necesito”.
Quince minutos después, estábamos bajando del auto para meternos en la primera casa. Nadie me avisó, pero en ese momento sabía perfectamente que hallé a quien necesito.
Sus dedos peinan mi cabello, desenredan los pequeños nudos.
—No quiero hacerte daño, princesa—Joseph susurra, jadeante, en mi oído. Está exhausto—. Pero eres tan mala que no me dejas opción.
Joseph se vistió y salió de la habitación mientras se abrochaba la camisa. Antes de salir, estiró la mano, agarró la bolsa que había traído y tiró su contenido al suelo. Es ropa, un vestido de princesa que parece sacado de una tienda de disfraces infantiles.
Mis lágrimas caen sobre la tela suave y brillosa. Lo odio, lo odio tanto. ¿Por qué me hace esto? ¿Por qué no me deja en paz? Estoy cansada. Quiero volver a casa, quiero volver con ellos. ¿Qué hice para merecer esto? El vestido se arruga en mis manos. El foco titila, las marcas rojas en mis muñecas están más oscuras. Me arden los ojos, me pica la garganta. Me duele todo.
Lo siento en todo el cuerpo y ya no quiero sentirlo. Necesito lavarme, quitarme todo esto, pero es al pedo: no importa cuánto me lave, no importa cuánto frote la tela contra mi piel, sigo sucia, sus rastros siguen en mí.
Ya no quiero esto, ya no quiero estar acá, ya no quiero que me toque.
Necesito a Daryl, lo necesito más que nunca. ¿Por qué no está aquí? ¿Por qué Daryl no vino a rescatarme?
Notes:
Odio ver a Emma sufrir *se quita los lentes para no ver*.
¡Espero que estén bien! Yo creo que me estoy derritiendo, la temperatura en mi provincia llegó a las 38° y estoy considerando muy seriamente meter la cabeza dentro del freezer.
La semana que viene tendrán a dos de mis capítulos favoritos de la temporada (¡Que emoción!).
El lunes actualizaré la Historia Alternativa, por si les interesa y quieren pasarse a chusmear. 😗
Chapter 92: Te amo.
Notes:
A veces pongo la música en aleatorio y se reproducen algunos temas de Floricienta. Me acuerdo de Emma cada vez que escucho "Un enorme dragón" y "Mi vestido azul". Y, sí, lloro. Lloro mucho.
Hablando de música, hice una playlist. Es una ensalada, bldo. Pasamos de Taylor a Tini y después a Floricienta. Por ahí andan NTVG y Morat, se me colaron los 5SOS... etc, etc.
Que desastre. Algún día arreglaré los desastres que voy dejando.
Chapter Text
Era lo mismo de siempre: golpear la puerta, esperar a que los caminantes nos reciban e ingresar matándolos. Repetimos el patrón en otras dos casas más. Cuando tocó la hora de elegir en cuál instalarnos, Daryl me dejó decidir—aunque ambos sabíamos que la pequeña de un piso ya tenía mi nombre—. Mientras sacaba los cadáveres, yo prendía fuego un montón de papeles dentro de un cubo de basura. En ese entonces la temperatura bajaba considerablemente durante la noche, no estaba de más prepararse para soportarlo.
Daryl regresó a la sala con un colchón en cada brazo, me pidió que fuera a buscar las frazadas y las almohadas que encuentre. Se burló un rato largo cuando tiré que estábamos construyendo nuestro "nidito de amor"; sí, lo sé, demasiado cursi para el seco Daryl Dixon. Su escaso romanticismo no impidió que acortáramos la distancia y que la ropa saliera volando a vaya saber dónde. Las cosas con Daryl siempre eran así, y me encanta. Me encanta que su barba me haga cosquillas, que sus manos ásperas y fuertes me acaricien con torpeza. Ya casi se volvió costumbre que, al terminar, él intente fallidamente escapar y acabe abrazándome "en contra de su voluntad".
Era una tontería, pero era nuestra tontería.
Despertar con su voz ronca era lo mejor: a veces entendía sus refunfuños, muchas otras simplemente lo callaba con un "Sí, sí, duerme más" y él, suspirando, se rendía ante mí. Carol a menudo se burlaba de él, decía que era demasiado suave conmigo y Daryl, siempre negado a revelar su sentir, esquivaba sus afirmaciones con un “Lo que sea” o con uno de esos gestos que sabe que me enloquecen.
Sabía perfectamente que nuestra prioridad era hallar al Gobernador, que lo segundo más importante era conseguir provisiones, pero, ¿quién podría culparme por querer pasar el rato lejos de nuestros problemas y fingir que somos una pareja locamente enamorada?
Porque amaba a Daryl, eso lo sabía muy bien.
Nunca lo oí hablar de sus sentimientos y, aunque me impacientaba no oír de él una confesión de amor, podía soportarlo: podía aguantar hasta que él estuviera listo y me lo dijera. O eso quería creer. En el pasado no tuve buenas experiencias y, a pesar de que sé que Daryl nunca me haría algo así, me duele el pecho cada vez que pienso en que tal vez, algún día, todo lo que vivimos no fuera más que una mera idealización mía; que todos estos indicios que yo traducía como “amor”, no fueran más que un invento. No quería pensar en eso, me hacía pelota. Tal vez por eso preferí guardar lo que mi corazón anhelaba gritar, no era el momento: él aún no estaba listo para oír un “te amo”, yo no estaba lista para oír su respuesta.
Lleva mi cabeza hacia su pecho. Mi cuello está rígido, mis brazos acalambrados. Canta en mi oído la misma canción infantil de siempre.
Lo odio.
Pasó una semana entera yendo y viniendo, no dejaba de escupir estupideces como “Regresé, cariño” o “¿No me darás la bienvenida, cielo?”. En algún rincón de su retorcida mente, resultaba coherente encerrar a alguien y jugar a la casita, y ni hablar de las noches en las que me trataba como si fuera una niña a la que debía cuidar. Hoy es una de esas noches. Llegó de pronto, como siempre, pero con una sonrisa en su rostro y otro vestido rosado en su mano. Me vistió, trenzó mi cabello y colocó cintas floreadas en cada trenza. Me halagó en exceso, juraba que era la niña más bella del mundo, ignorando por completo que estaba más cerca de los treinta que de los doce.
Es enfermizo, repugnante.
De un modo u otro, acabamos en la cama. Una parte de mí siente alivio por no tener que acostarse con él, otra teme que le dé otro de sus ataques y me dé una paliza. Así son las cosas con Joseph, no hay punto medio con él: siempre es un “perder y sufrir”.
Me hace cosquillas con una trenza, o eso se supone que hace; no se da cuenta de que en mi cara reina la nulidad plena. Su pecho peludo me da asco, el sudor que emana me causa nauseas. Daría lo que fuera por llenarlo de cera y arrancarle el pelaje de un tortuoso tirón.
Siento frío cuando sus dedos simulan que mi cuello es un piano, el aire se escapa de mis pulmones cuando lo escucho hablar.
—Te amo, princesa. Estaremos juntos siempre.
Chapter 93: Me fui cayendo a pedazos.
Chapter Text
Y llegaron, por fin, a mí. Oí las palabras que tanto quise escuchar, pero que nunca me fueron destinadas. Salieron de sus labios con la intención de ser una caricia para el corazón, mas no fueron más que una apuñalada a lo poco que me quedaba: mis recuerdos.
Joseph me obliga a mirarlo, mi visión se nubla cuando las lágrimas amenazan con salir. Me sostiene la mirada por un rato largo, sus dedos aprietan mi barbilla. Me doy vuelta en cuanto me suelta, incapaz de articular palabra alguna.
¿Cómo respondes a algo así? Simple: no lo haces, no te nace hacerlo.
La incomodidad se adueña de mi ser. Joseph dice amarme y yo lo único que siento por él son las terribles ganas de reventarlo a golpes. No hay nada más.
Joseph deja sonoros besos en mi nuca, sus uñas se clavan en mi antebrazo. Asco. Todo en él me da asco. Mi captor cree amarme; mi gran amor negó, indirectamente, hacerlo.
¿Fue esto lo que sintió Daryl cuando me oyó decirlo? ¿Incomodidad? ¿Desagrado? ¿Mente en blanco? ¿Qué expresión puso cuando se volteó? ¿También le generó asco? No lo entendía entonces, pero ahora sí. Daryl no pudo responder porque no me ama, nunca lo hizo. Me convencí de que sólo necesitaba tiempo, que debía haber una sintonía entre su pensar y su sentir, pero no.
Daryl no me amó.
Todos esos gestos, esa preocupación casi increíble…nada fue real. Conocía mi tendencia a idealizar demasiado mis relaciones, fui una estúpida al creer que no pasaba lo mismo con Daryl. Todas mis fantasías se hicieron añicos, no queda nada para rescatar. El problema es que lo amo, lo amo mucho más de lo que he amado alguna vez a alguien, y él no me amó. ¿Qué tan feliz debe estar de que ya no le esté rompiendo las pelotas? ¿Qué tan tranquilo está su corazón ahora que, por fin, se libró de mí? Hay que tener estómago para soportar a una mina tan infumable como yo durante tanto tiempo. ¿Y en el fin del mundo…? Ni hablar. ¿Eso significa que sólo alguien como Joseph podría amarme?
Me destruye pensar que estuvo casi dos años escondiendo lo que siente, aunque, bueno, era bastante obvio; yo era la pelotuda que no quiso ver. A Daryl nunca le gustó que lo abrazara, se tensaba demasiado, no sabía qué hacer para deshacerse de mí. Se enfadaba cuando lo besaba, me apartaba diciendo “aquí no”. Odiaba cuando hablaba en exceso, y yo soy una bocona. No creía que tendríamos futuro, tal vez por eso tuvo la gentileza de seguirme el juego. Mi confesión fue la gota que derramó el vaso, ya no pudo forzarse a fingir. La soledad es una perra cruel. ¿Por qué sino alguien como él aceptaría con tanta facilidad considerar formar una familia conmigo? ¿Que lo pensaría cuando encuentre esa casa de mierda? Por favor, ¿cómo pude ser tan pelotuda como para creerlo posible? ¿Para anhelar tener un hijo suyo cuando era evidente que él no quería? Él era mi hogar, y ahora ya no es nada. Daryl era demasiado bueno para mí, y yo siempre fui tan poca cosa, tan estúpida y fantasiosa.
No soy nada, sólo peso muerto. ¿Cuántas veces estuve a punto de morir? ¿Cuántas de ellas fueron evitadas porque él me salvó? No sirvo para un mundo como este. Me volví arrogante porque Daryl se tomó la molestia de enseñarme lo que sabe, ¿de qué me sirve ahora? Estoy sola y encerrada, mi valor se redujo y me convertí en un simple cuerpo para el placer. Que esté aquí, ahora, tal vez sea un regalo de Dios para ellos: ya no tendrán que cargar con la responsabilidad de mantenerme viva. Tal vez ni siquiera deba seguir viva.
La puerta chilla al abrirse, veo una mano dejar una bandeja con comida en el suelo. Estoy sola, otra vez. Joseph no está, ¿cuándo habrá salido? No importa, no quiero verlo, no quiero escucharlo, no quiero sentirlo.
El foco titila.
Tendría que haber apreciado más el pasado, disfrutar los últimos momentos que nos quedaban. Preferí abrir la boca y la cagué. Ya no veré a Daryl en las mañanas, mucho menos en las noches; no podré burlarme de su tierna cara de dormido, no volveré a reír con él. Unas simples palabras tiraron a la basura lo poco que tenía y ya no me queda nada, ni siquiera mis recuerdos. ¿Cómo podría aferrarme al pasado cuando sé que nada fue real? Por expresar lo que siento, perdí el poco tiempo que me quedaba con él, con todos ellos. Si están vivos o no, ¿qué más da? Es al pedo, ¿no vamos a morir todos en algún momento? Ya no hay futuro, no existe. El presente es lo único que queda y no es más que un maldito infierno.
Notes:
Hoy estaba pronosticado 39° de calor infernal. ¡Y LLOVIÓ! Estuvo lloviendo casi toda la tarde. Ahora el cielo está teñido de un celeste oscuro y hay un vientito fresco maravilloso. ¿No es demasiado perfecto para ser verano? ¿Cómo andan ustedes?
Yo estoy en la vereda, sentada en mi reposera morada sintiendo las suaves gotas de lluvia empapándome los rulos. Una lágrima baja por mi mejilla y en mis labios hay un "Ha comenzado a llover", al estilo Roy Mustang.Este capítulo siempre me pone llorona, lo peor es que los próximos son peores. Me odio.
Chapter 94: Me estoy muriendo.
Chapter Text
Estaba embroncada, la ira se apoderó de mi cuerpo y la adrenalina llenó cada rincón de mí.
Me estaba sofocando. No había ni un gramo de aire que pudiera ingresar en mis pulmones. Quería salir, necesitaba hacerlo.
Si Daryl me amó o no, me chupa tres pitos, tenía que ir, encontrarlo, gritarle en la cara que es un cagón de mierda por nunca admitir lo que sentía por mí. Pero, en el fondo, quería que mis puteadas fueran detenidas por un fogoso beso que me robaría el aliento e hiciera que mi piel ardiera bajo su tacto.
Quería eso, cualquiera de los dos era suficiente.
Las lágrimas disponibles en mi cuerpo parecieron agotarse, mis ojos estaban irritados por ser frotados tantas veces. Me dolía un poco la cabeza, pero estaba bien. Me sentía lo suficientemente bien como para abandonar la cama y arrastrar los pies hasta la ventana. Cada tablón tenía un clavo en cada extremo, eran lo suficientemente precarios como para poder sacarlos. No tenía nada más que mis manos desnudas, pero eso no me detuvo de intentarlo. Parecía una completa idiota moviendo de un lado a otro un pedazo de madera que apenas se movía. Pero tenía fe. Era lo único que tenía. Hasta que llegó él, con su sonrisa escalofriante que en un segundo se transformó en una mueca llena de enfado y decepción.
Me agarró del pelo, como siempre hacía, pero, esta vez, sin intención de utilizarlo como catalizador de placer. Me arrastró al baño, sus pies pisando mis talones. Joseph me arrojó con brusquedad contra el inodoro, quitó la tapa y sumergió mi cabeza en el agua.
No conté los segundos, el dolor no me dejaba pensar. El agua quemaba mi garganta, llenaba mi nariz. Cuando creí que iba a perder el conocimiento, me sacó de un tirón, susurró una amenaza en mi oído y empujó mi cuerpo hacia el suelo, donde me doblé en dos intentando expulsar el líquido y recobrar el aliento. Joseph se fue hecho una furia, golpeando cosas y puteando a todo pulmón. Y yo me quedé allí, en el frío suelo, sin saber qué hacer.
No sé cuánto tiempo pasó, ni cómo fue que llegué a la cama, pero acá estoy. Siempre estoy acá. Tengo sueño, pero me da miedo dormir. No son las pesadillas las que me atormentan, sé que puedo soportarlas; pero, no pasa lo mismo con los recuerdos. Esos me hacen pelota, son peor que un dolor de ovarios eterno. Cuando cierro los ojos, su imagen es la primera en adueñarse de mi mente y, si hago un gran esfuerzo, incluso puedo escuchar su voz, sentir su aroma, tener su cuerpo abrazando el mío…Puedo tener a Daryl a mi lado durante unos segundos. Pero son sólo eso: breves segundos. Cuando mis ojos se abren, su imagen se esfuma, se marcha sin dejar rastro y es reemplazada por el frío de la habitación. Y hace frío, mucho frío.
Ojalá pudiera no pensar en él, ojalá pudiera despertar y no recordar todos nuestros momentos juntos. Ojalá mi mente no me traicionara llenándome de imágenes de él, de su mano entregándome un anillo, de su boca acariciándome, su voz murmurando con torpeza que me ama. Nada es real, ¿cómo podría serlo? Quisiera arrancar de mi cabeza cada recuerdo y tenderlos bajo el sol, pero Dios es cruel y haría que una fuerte ventisca los lleve lejos. Lejos de mí, lejos de él. Lejos de lo poco que queda de nosotros dos. Estoy tratando ser fuerte y convencerme de que ya nada me ata a Daryl, que no debo amarlo porque él no me ama, pero no puedo. No puedo engañarme. Decir que no amo a Daryl y repetir un “ya fue”, es imposible. Cada mentira es una apuñalada, cada segundo que paso lejos de él se siente como mil vidas desperdiciadas.
¿Se puede ser tan ridícula? Mi yo de antes se habría partido de risa por tan sólo verme, pero, ¿qué más puedo hacer? Soy un simple montón de carne y huesos que se está muriendo; que se muere y anhela un mísero beso que nunca más recibirá. Estaré atrapada aquí, por siempre.
No volveré a ver a Daryl, no podré hacerle muecas Rick cada vez que dice uno de sus discursos, no jugaré futbol con Carl, ni le haré trenzas a Beth. Carol y yo ya no pasearemos juntas, no charlaré con Maggie, ni cargaré a Glenn por su torpeza. Hershel no me dará sermones ni me leerá fragmentos de la biblia, aunque le recuerde que de creyente no tengo nada. Tampoco le voy a poder hacer upa a Judith, ni cantarle todas esas canciones infantiles que me sé de memoria. No tendré a Daryl cuidando mi espalda, ni los latidos de su corazón calmando mis nervios, me quedé sin sus besos en mi frente y sin sus dedos acariciando mi mano.
Ya no tengo nada, pero daría la vida por tenerlo todo, aunque sea, durante unos segundos.
La vida es una mierda tan injusta que no me suelta a pesar de que me estoy muriendo.
Notes:
No puedo creer que este cap. toque en San Valentín.
¿Debería subir uno de la Historia Alternativa? Al menos ahí sí está Daryl (*es peor*).
Chapter 95: Dios me abandonó.
Chapter Text
Mi cabeza descansaba sobre su brazo, tenía la espalda pegada a él y su respiración haciéndole cosquillas a mi cuello. Los rayos del sol fueron intrusos crueles que no se sorprendieron por la piel expuesta y los quejidos mañaneros. Daryl refunfuñó un rato, no le gustaba tener el sol en la cara. Cambié de posición sólo para gozar de sus gruñidos que pretendían decir algo como “deja de moverte” y otras maldiciones. Antes de que pudiera defenderme, usó su otro brazo para atraerme más hacía él y enterrar el rostro en mi pecho. Abracé su cabeza, como siempre hacía, y disfruté de ese momento íntimo que tanto necesitaba. Sólo Daryl y yo, nada más.
La calidez de su cuerpo me abraza con más fuerza. Tenerlo acá, conmigo, se siente tan jodidamente bien. Lo extrañé tanto. Traza una línea de besos en mi espalda que me hacen murmurar su nombre. Me hace reír que se esfuerce tanto, ¿cuándo se volvió así de cariñoso? Daryl no suele hacer estas cosas, es demasiado para él. Pero las está haciendo, y es una completa dulzura. Tenerlo así, para mí, tan despreocupado y amoroso, es perfecto. Me gusta tanto, mucho. ¿Qué importa que no me ame? ¿Quién dice que el amor de uno no es suficiente para los dos? Puedo vivir con esto, puedo soportarlo. Si es Daryl, puedo hacer hasta lo imposible.
—Princesa…—su voz me sobresalta, me deja helada. Así no suena Daryl—¿Te atreviste a pensar en otro hombre?
Me hace gritar cuando me agarra del pelo. Hijo de puta, me va a dejar calva.
—¡Soltame, infeliz!
Clavo las uñas en sus dedos, muevo las piernas con la esperanza de asentarle un golpe en los huevos. Joseph se pone sobre mí, su mano libre sujetándome la cara, sus piernas aplastando las mías.
—¿Así le hablabas a tu “Daryl”? ¿Con esa vocecita tan preciosa? —es un demonio, una mierda peor que los caminantes. Siento como si su mano estuviera a punto de romperme la mandíbula. Y duele, maldito sea, me duele mucho—¡Tú eres mía! ¡Mía! ¡No de él! ¡¿Escuchaste?! —me levanta y golpea mi cabeza contra el colchón con una fuerza que me hace vibrar—¡¿Escuchaste?! —todo su rostro enrojece. Su respiración es entrecortada, agitada. Los orificios de su nariz se abren tanto que parecen cubanitos. Todo mi cuerpo tiembla. Sus ojos cambian de un segundo a otro cuando me ve, presa del pánico, asentir, su mirada se ablanda, se enternece. Sus manos dejan de hacer fuerza, masajean mi piel. Trata de hacerme cosquillas llevando sus dedos fríos a mi cuello y repitiendo un «shh, shh»—Eso es, bonita, tranquila. Sabes que soy lo mejor para ti.
Mi llanto se camufla con la risa. Basta. Déjame en paz, loco.
Las cosquillas se convierten en toqueteos, sus «shh, shh» en gemidos que me provocan nauseas. Lo tengo sobre mí, lo tengo en mí. Todo mi cuerpo trata de expulsarlo, alejarlo, pero estoy atrapada, no me dejará ir.
No puedo seguir con esto, ya no lo soporto.
La presión en mi pecho aumenta, siento que me voy a quedar sin aire. Él me da asco, no quiero sentirlo. No quiero escucharlo, ni ver esa cara de enfermo regocijarse. ¿Por qué siempre me pasan estas cosas? ¿Por qué siempre termino encerrada y atrapada con tipos así? Ya no quiero esto. Por favor, ya déjenme en paz. Estoy cansada, estoy harta. Yo no elegí esto, no quise ser así. ¿Por qué siempre soy la culpable de todo? ¿Por qué soy a quien señalan cuando no hice nada? ¡Ellos tienen la culpa, yo no! ¿Tanto les cuesta mantener el cierre arriba? ¿Por qué no les entra en la cabeza que un “no” significa “no”?
Y estoy sucia. Todo en mí me recuerda a ellos, a todos ellos, a todos los que no elegí, y a él, al que me arruinó. Y ahora mamá me odia. Cree que soy una puta sin conciencia, una mocosa hormonal que le hizo pasar vergüenza en todo el pueblo. Cree…cree que una elije por gusto, que es fácil abrir las piernas cuando no querés hacerlo. Y cuando él se casó y a mí me expulsaron, todo fue olvidado. Yo era una puta más que quiso hacer una montaña de un grano de arena. Mis manos temblaban, estaba tan asustada. El cúter era demasiado pequeño para calmar el dolor que me mataba por dentro. La hebilla del cinto era lo único que ponía mi mente en blanco, nada más que el dolor podía lograr que escapara, aunque sea, un segundo de mi tormento.
Era de noche, las gotas pesadas chocaban con fuerza contra las chapas. Golpeaban tan fuerte como granizo. Ella tenía ese paraguas amarillo patito, yo sólo tenía el cuerpo lleno de moretones. Mamá me subió de los pelos al último colectivo que viajaba a Buenos Aires, mi mochila todavía tenía los útiles y la merienda endurecida que nunca llegué a probar. Veía el cielo brutalmente decorado con flashes cegadores, la ira de un ser superior convertida lluvia. El cielo iba a caer sobre mí, iba a perforar el techo de ese colectivo barato y aplastarme en medio de la ruta. Iba a morir sola. Todo porque mamá no quería hacerse cargo de una cosa como yo, no quería que contaminara a mis hermanos y arruinara sus futuros como arruiné el mío.
La nonna fue la única que me recibió, la única que no me culpaba. Se tomó la molestia de subirse a un remís y pasarme a buscar en la Terminal. Su casa olía al guiso de moñitos que tanto me gustaba cuando era una nena. Todavía era una nena, eso es lo que ella siempre me decía. La nonna me abrazó mientras lloraba, me puso una de sus cremas rancias que juraba que iba a curar cada moretón. Convenció a papá de darme una oportunidad, de que me escuchara decir que no era mi culpa. Después del divorcio casi ni lo veía, mamá sólo le permitía aparecer en los cumpleaños y cuando necesitaba que nos pasara la mantención. Y ahí estaba, con esos alfajores que me encantaban y una bolsa de caramelos masticables, diciéndome que todo iba a estar bien, que la nonna y él me iban a cuidar.
Y ahora estoy sola, no hay quien pueda cuidarme.
Dios me odia, y yo lo odio a él.
Lo odio por tenerme siempre en la mira, por tirarme del avión sin paracaídas; por convencerme de que, si escapaba de Argentina, iba a poder ser feliz, cuando, al final, no fue así. Dios me atrajo con dulces a Estados Unidos y me metió en la boca del lobo, me guió al fin del mundo y me dejó sola.
Me abandonó.
Notes:
Conocemos un poco más del pasado de Emma. Hay que cuidarla, está chiquita.
Chapter 96: Éxtasis.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La música estaba al palo . Las luces de neón me mareaban, ¿o era por todo el alcohol que tragué? Estaba eufórica, extrañamente feliz. ¿Cuándo fue la última vez en la que estuve en una joda tan buena?
El top me apretaba las tetas . Cuando saltaba, la mini revelaba más de lo que debía. Sentía el aliento de bocas ajenas chocando contra mi piel, su calor corporal abrigándome.
Esto es tan divertido.
Siempre fui de las que juraban que el frío es mental, había cierto placer en aquel choque de temperaturas.
El DJ metió el hit del momento, me encantaba ese temón . Salté junto a una multitud de gringos sudados que creen que sólo se puede bailar de esa forma. Que pelotudos . De vez en cuando, una mano se escabullía bajo mi ropa y mi pie, accidentalmente, terminaba pisando a su dueño.
Entre júbilos y vitoreo, abandoné la pista de baile y me tambaleé hasta llegar a la barra. Todo se veía borroso, revuelto, una mezcla de colores. Todo menos él. Mis ojos fueron capturados por los suyos, su ceño fruncido me invitó a acercarme.
Siempre fui de las que juraban que un hombre rudo es más sexi que cualquier otro y él tenía toda la pinta de poder embriagarme con un mero susurro.
—¿Te molesta si te acompaño? —le pregunté a los gritos mientras acomodaba mi cabello. No esperé su respuesta y me senté en el taburete que estaba su lado—Soy Emma.
—Daryl.
¿Cómo puede tener una voz tan malditamente buena? Le pedí al bartender que me preparara el mismo trago que él. Daryl me miró de reojo. Había pasado un tiempo desde la última vez en la que un hombre miraba mi cara antes de clavar los ojos en mis tetas . Agradecí en mi mente que los ojos de Daryl se mantuvieran siempre arriba. Su pelo era rubio oscuro, bastante corto. Traía una remera negra mangas cortas que se ceñía a su cuerpo y marcaba bien sus músculos; en sus muslos descansaba una chaqueta negra de cuero. Tenía unos brazos que me hacían suspirar, unos buenos brazos que adoraría tener sobre mí.
Mi trago estaba listo, hice fondo blanco sosteniéndole la mirada a Daryl. Sus ojos azules inspeccionaban cada centímetro de mi rostro. Mi corazón empezó a latir con más velocidad.
—¿Vienes? —dejé el vaso en la mesa y, tomando con fuerza su mano, lo atraje a la pista de baile.
—No hago esto—gritó en mi oído. Su voz me dio uno de esos escalofríos de los buenos. Lo deseaba tanto.
—¿Vas a los clubes y no bailas? Pobre de ti—puse mis manos en sus hombros, las suyas bajaron a mi cintura.
—No es lo mío.
—¿Y si te enseño?
La multitud hizo lo suyo: amontonarse y empujar. Mi cuerpo se pegó al de Daryl, podía sentir su respirar haciéndole cosquillas a mi oreja, su voz susurrante erizaba mi piel. No mentía, es de madera ; definitivamente bailar no es lo suyo. Que no supiera cómo moverse fue una bendición, significaba que podía hacer el ridículo sin que me juzgara. Igual, no es como si tuviera la intención de bailar; mi único objetivo era acortar la distancia entre nuestros cuerpos, tentarlo a devorarme.
Saltamos un poco, pero no fue muy entretenido. Nos aburrimos rápido y acabamos estrellándonos contra una pared mientras nuestras bocas se batían en un duelo interminable. Tal vez fueron las luces, tal vez fue el alcohol. Tal vez fueron las ganas que teníamos de comernos el uno al otro; tal vez fue la pasión desbordante provocada por una atracción casi palpable. Tal vez sólo éramos dos personas que estaban destinadas a encontrarse en un boliche lleno de caretas .
La puerta se abre de golpe. Pestañeo varias veces para quitarme el sueño de encima y no volver a dormirme. No me asusto, ya no tengo fuerza para hacerlo. Joseph se fue enfadado la otra vez, se calentó porque me la pasé llorando y no le hacía caso. No es mi culpa que su chupetín berreta ya no funcione. Pero él cree que sí, y por eso me dejó sin comer durante días. Como si pasar hambre fuera el peor mal que azota mi miserable vida.
—¿Comprendes qué hiciste mal? —dice después de suspirar y dejarse caer junto a mi cabeza.
—Ve-te-al-dia-blo—gesticulo, demasiado agotada como para emitir un sonido.
La mano de Joseph se apodera de mi barbilla. Sus ojos analizan los míos. Me suelta con desdén, como si fuera un juguete roto que ya no quiere.
—Creí que estar unos días sin comer te harían recapacitar, pero veo que no sucedió—se pasa las manos por el rostro—. Ya ni siquiera vale la pena mirarte, perdiste tu encanto.
—Entonces, mátame—mi voz suena más rasposa, como si tuviera un gallo en la garganta que no quiere salir.
Me acaricia el pelo con suavidad sin apartar sus ojos de los míos. Hace una mueca, como si la conclusión a la que su mente llegó, le disgustara.
—No sabes cuánto me apena perder a mi muñeca favorita—susurra dándome besos en el cachete —. Pero es lo que sucede cuando una Princesa se convierte en un Número—suelta un suspiro extenso y pesado, su rostro está abatido—. Duerme un poco, veré qué hacer contigo.
Joseph se va. No me molesto en mirarlo, ni en cambiar de posición. Me tiene los huevos llenos . Estoy echada en la cama con los brazos y las piernas extendidos como si fuera el Hombre de Vitruvio, pero versión mujer. Es una imagen bastante desagradable.
Moverme me marea, hace que vea aureolas de colores en todas partes. Y si no como, no vomito. Es mejor.
Siento el sabor metálico de la sangre naciendo en mi garganta, otra vez estoy anémica. Otra vez estoy en esa esquina que juré no volver a pisar. Otra vez me estoy hundiendo. Pero no importa, es lo mejor. Si muero aquí y ahora, todo terminará. No vale la pena rogarle a Dios por una oportunidad, ni implorar un “una vez más”.
Se me cierran los ojos. Espero que, al cerrarlos, queden sellados y no vuelvan a abrirse.
Notes:
Sólo en los sueños más fumados de Emma Daryl bailaría en un boliche.
Chapter 97: Princesa rota.
Chapter Text
Tuve pesadillas durante toda la noche: soñé que Daryl y Rick entraban al cuarto y que, en vez de rescatarme, se reían en mi cara y se marchaban como si nada. Soñé que regresaba a la prisión y que todos estaban convertidos, que incluso Judith estaba cubierta de mordiscos. Soñé que estaba sola en un terreno vacío, corriendo detrás de un rastro de voces que conocía, pero que no recordaba de quiénes eran y, cuando llegué a ellas, sólo podía ver tumbas con los nombres de todos los que conocí después de Atlanta.
Estoy paranoica, alterada por el encierro y la falta de comida.
Joseph sonríe cuando me ve despierta. Su mirada es melancólica, como si estuviera por hacer algo que le parte el corazón. Si es que ese hombre tiene algo llamado “corazón”. Está sentado en el borde la cama, doblando los vestidos rosados y guardándolos dentro de una caja. Me carga en sus brazos y me lleva al baño, sumerge mi cuerpo en una tina con agua tibia. Con suavidad, limpia el sudor de mi piel con la esponja. El aroma del jabón me trae buenos recuerdos, lástima que sus manos no me permiten entregarme a ellos. Masajea mi cabello, lo desenreda con cuidado antes de trenzarlo. Está tranquilo, nunca antes lo había visto así. Seca mi cuerpo como si fuera una copa de cristal, tanto cuidado me da escalofrío. Tarda unos minutos en escoger la ropa que usaré, se decide por, sorpresa, un vestido rosa que parece sacado de Cenicienta. Tararea una de sus canciones de mierda, me obliga a bailar con él.
Joseph y yo pasamos el resto del día juntos. Que actúe de esta manera me pone los pelos de punta. Tengo miedo de que mi mente me traicione y piense que, al final, él no es tan malo. Pero sí, lo es. Es un demonio, uno que está intentando arduamente meterse en mi cabeza y volverme loca. Pero no lo va a conseguir. No importa cuánto me mime, ni cuánta comida me dé, no voy a caer en su trampa. No lo haré.
Me dio la impresión de que había pasado años sin comer adecuadamente, que nunca en la vida sacié el hambre y que todo este tiempo apenas estuve picoteando. No podía detenerme, no había forma de que dejara de comer. Tenía un hambre voraz, arrasador. Joseph sonreía, totalmente encantado por mi cooperación. Y yo estaba ahí, sentada en la cama con platos vacíos en frente, totalmente fuera de control.
Joseph se pone de pie dando palmadas y exclamando un alegre “bien”. Sin dejarme procesar sus acciones, Joseph me agarra fuerte del antebrazo y me saca de la cama de un tirón. Algunos platos caen al piso, rompiéndose. Mis piernas tiemblan tratando de seguir sus pasos seguros y rápidos. Cuando me quedo sin fuerza para continuar, él simplemente me arrastra por un pasillo excesivamente largo. Le grito que me suelte, que me deje ir de una maldita vez, pero no lo hace, no voltea a mirarme ni una sola vez. Veo manchas en el aire, aureolas casi invisibles. Escucho voces murmurar en cuanto me ven, risas que no se esfuerzan en ser ocultas.
Joseph abre una puerta con una patada, aunque fue completamente innecesario ya que otro hombre se encargó de girar la llave y bajar el picaporte.
—¡Números! ¡Tan horribles y demacrados como siempre! —se parte de risa. Maldito loco. Psicópata trastornado. Demente. Garca hijo de puta. Malparido. Basura. Rata inmunda. Cerdo asqueroso. Desecho de caminante…—Les traje un obsequio—me tira al piso, su pie se posa en mi espalda evitando que me levante—. Son…una, dos, tres…—cuenta—. Tú, uniceja, ¿quién es la última Número?
—Veintinueve…señor—una voz femenina y tímida apenas se escuchó.
—¡Veintinueve! Jo, el negocio anda lento, ¿no? —exclama con alegría. Exhala. Sus dedos tiran de mi trenza, y, tras sacar su pie, la eleva hasta dejarme de rodillas—. Ahora—me dice al oído—, eres la Número Treinta—me besa la sien—. Y ustedes, no son más que unas pobres almas miserables que serán opacadas por la última en ser mi Princesa, ¿no les molesta? Es una verdadera lástima: ustedes trabajan como esclavas y ella lo único que debía hacer era verse bonita. Que desperdicio…otra Princesa Rota para el basurero—me suelta, mi respiración es pesada. ¿Qué demonios tiene en la cabeza? — . Que se diviertan, Números.
Joseph se marcha riendo a carcajadas, dejándome en una habitación llena de mujeres con fuego saliendo de sus ojos. No van a pegarme, ¿verdad?
Chapter 98: Cuarto Gris.
Notes:
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Chapter Text
Ninguna se mueve, ninguna dice nada.
Sabía que Joseph tramaba algo, que no era normal que me tratara tan bien. Bueno, no hay nada normal en él, mucho menos sus acciones.
Que estúpida, ¿acabo de pensar que Joseph me trató bien? ¿En qué mundo tengo la cabeza? No me trató “bien”, es enfermizo, asqueroso. Pasar tanto tiempo con él me está quemando la cabeza. Tengo que arrancarme estos pensamientos uno por uno.
Intento calmar mi respiración, mi corazón late como loco. ¿Qué me está pasando? ¿Desde cuándo pienso así? Soy una estúpida. Una total y completa estúpida. Ni una rutina intensa de golpes lograría que mi cabeza volviera a funcionar bien.
Me pican los ojos, me arde la garganta. Estoy cansada de llorar, hasta me convencí de que ya no lo haría. Pero, cuando la puerta se cerró, algo se rompió en mí y todo lo que estuve guardando bajo llave fue expulsado.
Me quedo con la espalda pegada a la puerta, las manos en la cara intentando secar la avalancha de lágrimas infinitas. Es como si todo el peso del mundo hubiera estado sobre mis hombros y ahora, con los hombros destrozados, me aplastara. Me aplasta quitándome la respiración, acelerando mi corazón, dándome arcadas. Estoy con la frente pegada al piso sin saber qué hacer. Todas esas mujeres me están mirando fijamente como si fuera un espectáculo, una película trágica que te provocan ganas de sacarla y romper el CD para nunca más volver a reproducirla.
Lo sé, sé cómo me veo, pero no puedo quitarme la pena de encima. Simplemente no puedo.
Temblorosa, logro moverme. Mi espalda choca otra vez contra la pared, mis brazos envuelven mis piernas.
Ellas observan cada gesto, cada movimiento…no se pierden nada. ¿Qué tan lamentable debo verme ante sus ojos? Estoy mal, estoy muy mal. Trato de estabilizar mi respiración, necesito calmarme, necesito un poco más de aire.
Mis ojos captan de inmediato un movimiento, su dueña mira con lástima cómo me atajo. Sus labios se curvan hacia abajo y se abren ligeramente.
—Bienvenida al Cuarto Gris—su voz suena más gentil de lo que esperaba. Tiene el pelo castaño oscuro recogido en un rodete malhecho. Como todas, viste ropa deportiva de color gris. Trago saliva—. No olvides que eres la Número Treinta, ese es tu nombre a partir de ahora.
—De acuerdo—respondo con un tono chillón que me hace enrojecer. Me seco la cara con la tela suave del vestido. Me aclaro la garganta, moqueando un poco. Tengo que estar bien.
La mujer me tiende la mano, regalándome una sonrisa.
—Soy la Número Veintiuno. Lamento que ahora estés en el Cuarto Gris, pero tendrás que acostumbrarte.
“Número Veintiuno”, sin disimular su fatiga, me lleva de la mano hasta una cama de una plaza con el número treinta escrito en la sábana y un caja de madera en frente. Frotándome la espalda, me explica que el Cuarto Gris es una de las tres habitaciones que hospeda, en contra de su voluntad, a mujeres que son obligadas a, básicamente, trabajar como esclavas y prostitutas. Y, por si eso fuera poco, también existe una red de trata especializada en subastar mujeres y caminantes. Cada mujer recibe un número, y ese comienza a ser nuevo nombre. Cada cuarto alberga a diez mujeres, hay un acuerdo interno que implica protegernos entre nosotras, que nos convierte en hermanas sin importar cuánto tiempo estemos allí.
Frunzo tanto el ceño que tengo que recordarme cómo es relajar el rostro. Esto es ficción, ¿verdad? Nada es real.
—Tranquila, no te venderán de inmediato. Nadie compra a las esqueléticas—una rubia intenta… ¿calmarme? La miro mal, ¿qué mierda le pasa? No es como si fuera un palo de escoba.
—Discúlpala, Veinticuatro no quiso ofenderte—le advierte con la mirada—. Sólo dice tonterías, no lo tomes personal.
Me limito a asentir. No me va a ayudar ganarme enemigas, suficiente tengo con Joseph y los caminantes.
Las nueve mujeres se colocaron a mi alrededor apenas me senté en la cama, todas atentas a cada movimiento que hago. Siento como si fuera otra vez la alumna nueva que ingresa a mitad de año. Que ridículo.
Parece casi irreal tenerlas frente a mí, creo que pasé demasiado tiempo tolerando mi existencia y la de Joseph. Veintiuno me entrega un prendedor que dice “30”, similar a los que las demás tienen en sus pechos. Me limpio las manos con el vestido antes de recibirla. Esto es una locura, es tan surrealista. ¿Trata de personas y caminantes? ¿En qué siglo estamos? Y nos etiquetan con números, ¿qué diferencia hay entre nosotras y el ganado? Parece la trama de una novela mal escrita, de esas que pretenden que la protagonista se gane a los lectores a través del sufrimiento. Estoy segura de que habré leído un libro así, y de que lo odié.
Las Números intercambian miradas y hacen gestos, como si estuvieran hablando por telepatía. Daryl y yo solíamos hacer lo mismo. A menudo lo obligaba a adivinar en qué estoy pensando y él, rendido ante mi insistencia, le pegaba justo; yo también era bastante buena en eso, tenía que hacerlo para comprender más o menos qué pasaba por su cabeza y planear mi siguiente acción. Si no lo expresa, una nunca sabe cuándo el otro necesita un beso, un abrazo o, simplemente, un rato solo. Me enorgullecía cuando le atinaba, nos ahorrábamos las palabras; pero, por más que le atinemos, a veces necesitamos oírlas.
Intento no volver a llorar, me da cosa ver esos ojos compasivos que me recuerdan lo miserable que soy ahora.
Una de las mujeres intenta tomar la palabra, es Veintidós, la “uniceja”. Tras titubear y tartamudear un “yo, bueno”, se arma de valor.
—¿Cómo es afuera?
La miro con las cejas levantadas murmurando un “¿qué?”. ¿Cómo es afuera? ¿Qué debería responder? ¿Qué hay árboles, pasto, algo llamado “cielo”? Todas me miran con los ojitos brillosos, parecen niñas viendo su programa favorito. Parece que olvidaron que tuve una crisis de llanto hace pocos minutos, o tal vez sólo intentan distraerme.
—¿Repleto de muertos? —la decepción se adueña de sus rostros. Ok, Emilia, vas a tener que hacer el esfuerzo y ser agradable—. Pacífico, pero sólo en algunos lados—sonríen y se sientan a mi alrededor. La puta madre, me siento como una vieja contándole historias a sus nietos—. Hay más vegetación, el césped crece de un verde brillante y, en las noches, ver las estrellas es todo un espectáculo, más aún si tus amigos y tú cenan alrededor de una hoguera. Pero, ya saben, no hay mucha comida: o buscas bien en cada rincón, o sales a cazar. Si tienes un campamento, puedes intentar cultivar, pero no es tan fácil.
—Las del Cuarto Negro se encargan de cultivar. Las obligan a hacer el trabajo pesado—me explica Veinticinco, parece un clon gringo de Nancy Dupláa—. A veces las veo en la enfermería, ellos permiten que vayan cuando la herida es muy grave.
—Ellos son unos idiotas, creen que tienen derecho a clasificarnos—se queja Veintinueve—. Las del Cuarto Blanco son las que más sufren, tienen que soportarlos.
—¿Qué hacen ellas?
—Son sus putas—me responde poniendo los ojos en blanco, apartando el cabello de su frente.
—Veintinueve, prometimos no llamarlas así—la reprende Veintiuno, las demás hacen una mueca—. Hay un conflicto pequeño entre los Cuartos. Las Blanco tienen privilegios, antes fueron Princesas; su único deber es acostarse con quien las solicite que suelen ser los altos mandos. Las Gris somos las “no suficientemente apetecibles”, a veces nos solicitan, también nos venden como ganado y hacemos todo tipo de trabajo. Menos el pesado, de ese se encargan las Negro, que son más fuertes y hábiles.
—Joseph no dejaba de llamarme “princesa”, ¿por qué?
—Las Princesas son las favoritas de los líderes. Joseph es el jefe de los jefes, es quien las prueba primero y, cuando se cansa de ellas, las envía al Cuarto Blanco.
—Menos tú—me señala Veinticuatro—¿Por qué? ¿Qué le hiciste?
—No lo sé—me encojo de hombros—. Creo que se molestó porque en la última semana no le presté atención.
—¿Última semana? —pregunta Veintidós, totalmente confusa—¿Cuánto tiempo estuviste en el Cuarto Rosa?
Arrugo la nariz.
—Un mes, tal vez. No lo sé, no estoy segura. Dejé contar los días, sólo sé que fueron varias semanas.
Una vez más, intercambian miradas entre ellas. Veintiuno se aclara la garganta.
—Treinta, Joseph nunca pasa más de tres días con una Princesa.
—¿Qué significa eso?
—Que le gustaste—sentencia Veinticuatro—. Y mucho.
—Treinta, escúchame bien—Veintiuno envuelve mi rostro con sus manos—. Ten cuidado. Si le gustas a Joseph, significa que no te dejará en paz, se obsesionará contigo y te tendrá a sus pies. Debes hacer todo lo que él te pide, no lo enfrentes. Si lo haces, te matará y no será muy bonito.
Notes:
POR FIN CONOCEN A LAS NÚMEROS *inserte meme del fan de Wanda gritando*.
Tengo muchos planes para estas chicas, sólo necesito escribirlos y dejar de tontear.Lo que más me gusta es que Emma ya no está sola. Lo que no me gusta es...ya lo leerán. Es horrible.
Chapter 99: Sentencia.
Notes:
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Chapter Text
No importa qué haga, todo tiene a la muerte como consecuencia.
¿Qué se supone que debo hacer con esta sentencia tan ridícula? ¿Llorar? ¿Rogar por perdón? Por favor, no me digan pavadas. Estar afuera es una sentencia a muerte, estar acá dentro también lo es. Si no hago lo que Joseph quiere, muero; si lo hago, se aburrirá y, sorpresa, muero. El que sea que esté a cargo de escribir mi destino, por favor, hermano, pará, estas amenazas de muerte no me afectan en nada. ¿Por qué me aferraría a una vida que no vale la pena? No es como si tuviera un lugar al que regresar, ni la fuerza suficiente para escapar de acá y sobrevivir sola.
Me chupan tres pitos sus sentencias.
Las chicas notan que pongo mi peor cara de culo, estoy segura de que se alejan porque creen que estoy abrumada y abatida. Podría aclararlo, sí, decirles que vivir o no me chupa un huevo, pero las dejo ir, dejo que cada una se vaya a su respectiva cama y el silencio reine en la habitación.
Es extraño. Las escucho respirar, cambiar de posición, acomodar la almohada. Me acostumbré tan rápido a estar sola, que ahora me resulta inusual tenerlas cerca. Es como si hubiese retrocedido unos meses y nuevamente estuviera en la intemperie acampando con mi grupo después de que perdimos la granja. Parece un recuerdo tan lejano, pero no lo es.
¿Cuándo las cosas empezaron a salir mal? La respuesta inmediata es “cuando el mundo se vino abajo y los muertos se levantaron”, pero no fue sólo eso. Cada vez que nos permitíamos ser codiciosos, la vida nos daba un cachetazo y nos robaba una parte de nosotros, ¿cuánto hemos cambiado desde que todo comenzó?
Solía levantarme a las seis de la mañana todos los días, ponía a preparar el café y las tostadas mientras me lavaba la cara y cepillaba mis dientes, y luego, de un momento a otro, pasaba las noches en vela, despertaba por el más mínimo sonido y el desayuno dejó de ser una opción. Caminaba a pesar de que mis pies ya no dieran más, tuve que tragarme las lágrimas para no ser devorada. ¿Y se supone que eso es vivir? Por favor, sobrevivir no es vivir, eso está más que claro.
Pasé toda la noche con la mirada clavada en el techo, una avalancha de recuerdos me golpeaba con cada pestañeo. Cuando las chicas se levantaron fingieron no notar las ojeras moradas que destacaban demasiado en mi blancura, y directamente me desearon los buenos días.
A los pocos minutos, un hombre abrió la puerta y arrojó un paquete al suelo diciendo que era una entrega especial de parte de Joseph. Al abrirlo, Veintiuno sacó un conjunto deportivo gris, un par de zapatillas y una diadema de plástico. Todas supimos de inmediato para quién era. Tuve que vestirme rápido, las chicas insistieron en que debíamos estar listas antes de que los guardias abrieran la puerta.
Nos paramos una al lado de la otra, con la cabeza gacha en dirección a la puerta. Parecemos soldados novatos. Me acuerdo de que papá una vez me contó que cuando hizo el servicio militar los formaban en bolas de esta manera, era una especie de inspección física medio turbia.
La puerta se abre, dos hombres ingresan, nos inspeccionan. Uno de ellos me hace levantar la cabeza y mirarlo a los ojos. Es feo, tiene cara de gorila. Me da un sopapo. Voy a matarlo. Veintinueve me agarra la mano. El hombre escupe en mis zapatillas, dice que debo ejecutar las órdenes del jefe incluso si mi cerebro es tan diminuto que no logra comprenderlas. La mano de Veintinueve aprieta la mía. El hombre agarra la diadema que había dejado en la cama, y me la pone en la cabeza. Las puntas clavándose en mí. Me mira de arriba abajo, totalmente satisfecho por mi pasividad.
—¿Qué hacías antes? —su voz es tan fea como su cara.
Me trago la bronca antes de responder.
—Profesora.
Los hombres intercambian miradas con sonrisas pícaras. Sueltan risitas.
—A menos que quieras enseñarnos las vocales, tendrás que demostrar tener una habilidad útil.
Tiene un bastón de policía en la mano, lo usa para trazar mi figura. Todos son tan asquerosos como Joseph.
—Puedo cocinar. Soy buena en eso.
Los hombres, otra vez, se miran. Los veo asentir. Las chicas sueltan un largo suspiro cuando lo escuchan decir que me enviarán a la cocina. Y eso hacen. Primero, caminamos en fila y con la cabeza gacha por un largo pasillo. Los hombres nos detienen de vez en cuando para nombrar a las Números y dejar a cada una en su respectivo puesto.
Veintiuno, Veinticuatro, Veintinueve y yo entramos a la cocina. Los guardias de antes se retiran, dejando que un tercero se ocupe de vigilarnos. Cocinamos en silencio cortando las verduras con cuchillos de plástico. El guardia se ríe cada vez que se me rompe uno y puteo.
Paciencia, Emilia.
Hoy quieren que hagamos pasta, y yo amo la pasta. Se me hace agua la boca al momento de emplatar. La decepción me cachetea al ver que unos tipos flacuchos ponen los platos en un carrito y los llevan, según Veintiuno, a los líderes.
En la próxima, escupo en el agua. Si mi destino es perecer aquí, me esforzaré día y noche para que sus vidas sean un poco tan miserables como lo es la mía. Voy a recibir sus órdenes y agachar la cabeza tanto como quieran. Mantendré mis dientes apretados a la espera del momento idóneo para morderlos. Si ellos pueden dar sentencias de muerte, yo también puedo.
Notes:
Capitulo corto, lo sé. Necesito mostrar a Emma teniendo altibajos de voluntad, después de todo está completamente sola en un lugar desconocido lleno de, justamente, desconocidos. Será una lucha difícil.
La que sí lo tiene más fácil es la Emma de la historia alternativa. Solía bromear con mi amiga diciendo que la Emma Alternativa es una llorona a comparación de la Emma Original. Lo dejo a tu criterio, en caso de que quieras ir a ojearla un poco.
¡Hasta la próxima semana! Tkm +
Chapter 100: Hecha de cristal.
Notes:
*La canción a la que Emma se refiere es "La rueda mágica" de Fito.
¡¿CÓMO ES ESO DE QUE ESTE ES EL CAP. 100?! OMG.
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Chapter Text
En mi cabeza daba vueltas la misma canción. Sí, esta vida está hecha de cristal. Una piedrita puede causar más daño de lo que uno cree, lo mismo sucede con las personas. Siempre fue más fácil ser una falsa optimista, hacía que hasta tú misma evitaras considerarte una mierda por pensar lo peor y evitaba que los demás te vieran con desagrado. El nuevo mundo se encarga de enseñarte que esas boludeces no existen: todo es la misma mierda. Un día estás en casa, y al otro ya nos fuimos todos. Un día estás vivo, y al otro no.
Las palabras dichas y no dichas llenaron mi cabeza. Todo lo que dije, lo que podría haber dicho diferente y lo que pude decir en vez de callar. Las acciones, tan efímeras, tan inmediatas, tan pasajeras, todas llenas de consecuencias. Podríamos haber buscado al Gobernador con más esfuerzo, podríamos haberlo matado antes de que él diera el primer paso. Podríamos haber hecho tantas cosas, y, en cambio, hicimos poco y nada. Sellamos los recuerdos en nuestras almas y nos marchamos de casa sin mirar atrás. Sin preocuparnos por encontrar otra.
Tengo la mente cansada, mi piel quiere arrancarse de mi cuerpo e ir a buscarlos.
Pero ya está.
Ellos se fueron y yo me quedé atrás. Me quedé hasta que alguien más me encontró y me encerró acá.
Quisiera ser la Emilia de mis sueños, la que vaga por una zona residencial de película junto a ellos, la que le sonríe a él y lo abraza en las noches, la que se ve esperanzada y alegre, la que no está sola. Da igual. Tengo que acostumbrarme a estar sola. No vale la pena pensar en lo vacío que se siente mi vida sin ellos…sin él. Yo estoy muerto para él, y debería aceptar que él, probablemente, esté muerto también. Que todos ellos están muertos y que nunca más nos volveremos a encontrar. Que todos mis sueños no son más que una ilusión creada por la mortal añoranza.
Todos los días era lo mismo: levantarse, cocinar, limpiar, cocinar otra vez, limpiar por segunda vez, y así hasta que la noche se abalanza sobre nosotras y nos arroja con violencia contra las camas. No puedo quejarme, es lo mejor que he tenido desde que comenzó el infierno.
No me han pedido. Veintinueve apostó la mitad de su almuerzo a que se debe a la obsesión de Joseph, dado que me considera de su propiedad y que ningún hombre compartiría lo suyo con otros hombres. Ahora me llama “puta exclusiva”, y yo se la devuelvo diciéndole “incomible”.
Subí de peso. No lo habría notado si las chicas no lo hubieran señalado cuando cambiaba mi usual atuendo gris por un conjunto gris menos sucio. Al menos no me estaba cagando de hambre. No como cuando estábamos vagando entre los árboles, rogando que una ardilla se digne a mostrarse y convertirse en nuestra cena.
Mi peso regresó a la normalidad meses después de recibir a los habitantes de Woodbury. Ya no me daba cosa mirar mi reflejo, me alegraba no tener las mejillas hundidas y que mi cuerpo regresara a como era antes de que todo comenzara. Mierda, incluso Daryl bromeaba con cazar un ciervo exclusivo para mí y otro para el grupo, como si mi hambre fuera capaz de arrasar con las provisiones de decenas de personas.
Las Números me dijeron que, si nos portábamos bien, tendríamos dos comidas diarias. No son abundantes, eso es obvio, pero siempre es mejor que nada. Se me hacía agua la boca cada vez que mis ojos captaban el contenido en mi plato; incluso la más insípida sustancia blanca líquida hacía rugir mi estómago. Intenté disimular, pero mis atracones no pasaron desapercibidos. De pronto, volví a ser una adolescente de diecisiete años con un descontrol alimenticio.
Los guardias se transformaron en buchones, los conchudos no tardaron en chiflarle a Joseph que estaba tragando como una angurrienta. De pronto, los platillos gomosos y de contenido dudoso, se transformaron en una cena digna de un hotel de…bueno, no me voy a mentir, de pocas estrellas. Algunas de las chicas me miraban recibirlos, totalmente enfadadas por la clara muestra de favoritismo. Una parte de mí estaba cohibida, otra, la que dominaba mi ser, aceptaba cada migaja con total indiferencia.
No le debo nada a nadie. No debo rendirle cuentas ni a mi vieja. Joseph me violó durante un mes, ellas sólo lo soportaron durante unos pocos días. Nadie puede juzgarme, ni siquiera Dios. Es la supervivencia de quien más soporte. Y con esa idea en la cabeza, soporté otras dos semanas más en el Cuarto Gris.
El guardia abandonó su puesto. La puerta se cerró con fuerza antes de que la llave girara en la cerradura. Con la oreja pegada a la pared, cuento hasta que sus pasos se vuelven totalmente inaudibles. Con la rodilla en el borde, elevo mi cuerpo hasta quedar de pie sobre la mesada, los cuchillos en mi boca dejan marcas en los labios.
Veintinueve me observa con diversión, sonriente por presenciar otro más de mis intentos de escapar. Veintiuno, en cambio, está estoica, como siempre que estamos fuera del Cuarto Gris; tiene la costumbre de actuar como una hermana mayor, lo que me ha costado unas cuantas reprimendas de su parte.
—Si nos atrapan, te delataré—sentencia, en voz baja, Veinticuatro con las manos sobre la cadera y un puchero en sus labios ligeramente partidos. No la trataron bien anoche, cuando la dejaron volver se arrojó como una niña a mis brazos y relató entre sollozos las morbosidades que dos guardias le hicieron.
—Siempre hay una salida, incluso cuando no la hay—murmuro terminando de desenroscar el segundo tornillo de la rejilla de la ventilación del techo.
Si me soy sincera, dudo que este plan funcione. O sea, mi única motivación es un “si en las películas funciona, ¿por qué no lo haría en la vida real?” y, la verdad, no es muy convincente. Hace dos días logré quitar el primer tornillo, lo tuve que dejar colgando medio flojo para evitar que sospechen; Y ahora estoy con este, que está más duro que guiso de escombro.
—Bájate. Está aquí—Veintiuno jala del borde de mi pantalón antes de regresar a cortar verduras.
Soltando un bufido, me apoyo en las rodillas y bajo. La puerta se abre cuando echo un kilo de cebollas picadas en la olla. Veinticuatro se asoma ligeramente en su interior para revólver y que el aceite cubre bien cada trozo. El guardia se pasea entre nosotras, su bastón golpeando nuestros traseros.
—Tengo buenas noticias para ti—canturrea en mi oído. Su pecho se apoya en mi espalda, sus brazos bajan lentamente por los míos—. El jefe quiere verte.
Miro de reojo a Veinticuatro, gesticula un “no lo hice” en cuanto nuestros ojos se encuentran.
Con los dedos del guardia clavados en la nuca, doy media vuelta. La cara de Veintiuno se desfigura durante medio segundo antes de regresar a la normalidad. La sonrisa pícara de Veintinueve se reduce a una línea recta.
El guardia me conduce por los extensos pasillos. Mi mapa mental se amplía. Sus dedos enroscan los cabellos que son demasiado cortos como para separarse por completo de mi piel. Los hombres que pasan junto a nosotros me dedican sonrisas y silbidos, balbucean guarangadas ante mi ceño fruncido. Las mujeres están cabizbajas, siempre con un machito vigilando sus traseros con demasiada atención. Nos detenemos frente a una puerta doble. Un nuevo guardia intercambia un presionado de manos con el imbécil que me escolta y luego nos hace seña para que esperemos.
Dos segundos después, su sonrisa enfermiza me da la bienvenida.
Notes:
Mañana es el 8M y yo acá haciendo sufrir a Emma. Fallé como mujer (pidoperdón).
Chapter 101: Advertencia: las putas alcoholizadas son peligrosas.
Notes:
Ups. Me re colgué y no subí el capítulo.
Hoy recordamos a las grandes mujeres de antaño y su lucha por nuestros derechos. Por eso les traigo una pequeña recomendación, es un libro que estoy leyendo para una materia de la facultad y me está encantando. Se llama "La ciudad de las damas" de Christine de Pizan. Tiene sus años pero es una joyita que inicia con la destrucción de discursos misóginos de grandes pensadores (hombres, por lo general) y su reformulación. Nada, espero que a alguna le llame la atención.
¡Disfruten del capítulo!
Pd: Este es uno de mis títulos favoritos, junto a "Puta extranjera".
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Chapter Text
Hicieron un casting para contratar al asistente del malo de turno y uno de los requisitos era encarnar el estereotipo de nerd con lentes que nunca en su vida se cogió a una mina. Y lo lograron, lo consiguieron. El hombre, “Nicky”, me recibió con una sonrisa nerviosa y una caballerosidad cuestionable. El pibe hasta me ofreció la mano para escoltarme hasta la mesa, mi rechazo fue tan evidente que procedió a mover la silla hacia atrás para que pudiera sentarme. No lo hice.
Envuelvo mi torso con los brazos, mis ojos clavados en él. Joseph se ve exactamente igual a como lo recordaba. Misma mirada, misma sonrisa. La misma postura y actitud de superioridad. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo. Sus labios se deleitaron con un sorbo de vino tan rojo como la sangre.
—Bienvenida, Treinta—un escalofrío recorrió mi espalda, me puso los pelos de punta—. Toma asiento.
Previendo mi resistencia, le hace una seña rápida al guardia para que me “ayude” a sentarme. Sus dedos aprietan mi carne. Muerdo el interior de mi mejilla.
—Oí que te estás portando bien—su mano se arrastra hasta la mía y juguetea con mis dedos—, que comes—Nicky coloca la comida frente a nosotros—. Disculpa que no te ofrezca vino, es parte de la política del lugar. Ya sabes, “no darle de beber a las putas”, pueden ponerse peligrosas y todo lo que queremos aquí es evitar problemas, ¿verdad, cariño? —no respondo. Joseph se llena la boca con un gran trozo de carne—Sí sabes que no como lo mismo que el resto, ¿no? Lo digo en caso de que no quieras comer debido a una posible metedura de pata…un desliz…un escupitajo…esas pequeñeces—limpia con la servilleta un trozo de carne que llegó hasta mi cara. Continúa hablando con la boca abierta—. Mis hombres me han dicho que comen bien. Que desde que llegaste hay más variedad y otras tonterías más. Nicky, ¿puedes repetir sus palabras?
—Sí, señor. Los recolectores aseguran que, y cito, “los platillos nuevos son los mejores. Me había cansado de la porquería enlatada mezclada con verduras al azar. Lo nuevo hace que valga la pena tragar”.
—Eso es todo, Nicky, regresa a tu madriguera.
Nervioso, Nicky hace una reverencia y regresa a su lugar en el otro lado de la puerta. Joseph no deja de sonreírme.
—Sabía que me había sacado la lotería contigo, cariño—se pone de pie, rodea la mesa—. Mi cabeza no dejaba de gritarme que perdía el tiempo ocupándome de ti, que debía follarte hasta matarte y luego volver a hacerlo hasta que vuelvas a morir. Pero, ¿sabes qué? La ignoré. Lo hice—se ríe, sus manos masajean mis hombros—. Y ahora eres mía…por siempre—besa mi cuello—. Las demás no lo saben, no deben saberlo. Nunca. ¿Te imaginas cómo reaccionarían todas esas mujeres si supieran que eres mi favorita? Diablos, cariño, te matarían a golpes. Sí, eso harían. Las mujeres son tan salvajes, tan vengativas e impulsivas…pero tú no eres así, ¿verdad? Tú eres tan…tan…—suspira. Su barbilla se apoya en mi coronilla—Tan perfecta—sus manos abandonan mis hombros y bajan hasta mis tetas, las aprieta—¿Crecieron? —se pregunta apretando más. Mis uñas se clavan en mis palmas—Me gusta cómo te ves ahora, más rellena…más enfadada, más resignada. ¿Puedo saber a qué se debe? —mis labios están sellados—Si no quieres hablar, podemos hacer otra cosa... —sus manos bajan hasta mi cintura, juega con el borde del pantalón.
—No hay salida—me apresuro a decir.
Joseph, encantado, abandona mi cuerpo y regresa a su silla.
—Continúa—coloca el tenedor en mi mano, invitándome a comer.
—No puedo salir de aquí, estoy atrapada.
—Bien, bien. Tardaste más que el resto en descubrirlo, pero eso es lo que me gusta de ti. Siempre tan terca y resiliente, es como si creyeras que puedes hacer milagros—la carne blandita se deshace en mi boca, mis ojos amenazan con lagrimear—. ¿Qué hay de Daryl? —dejo de masticar—No me mires así, muñeca, no soy yo el que te abandonó a tu suerte.
Respiro hondo.
—Daryl no vendrá a buscarme—sentencio—. Estoy muerta para él, él está muerto para mí.
Los ojos de Joseph se iluminan. Choca las palmas con una alegría infantil.
—No sabes cuánto deseé oír eso.
Joseph continúa parloteando durante horas. La carne se endurece, las papas me saben aceitosas. Me entretengo masticando, saciando un hambre que ya no tengo. Lo escucho sin mostrar interés, respondo cortante cuando me hace una pregunta directa. Juego con el tenedor, imagino cientos de escenarios en los que lo clavo en él, en su ojo, en su mano, en su cuello, en su lengua. Presto atención cuando menciona que planea hacer negocios con un grupo grande de DC, la esperanza en mí se desvanece cuando comenta que se hacen llamar Los Salvadores. Que nombre de mierda.
Notes:
PRIMER GUIÑO A TWD. Tengo planes para Los Salvadores.
Chapter 102: En un segundo.
Notes:
No estaré en casa esta tarde. Les adelanto el capítulo antes de que me olvide.
Tkm+ <3
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Chapter Text
Tenía sólo un par de minutos antes de tener que volver. La noche anterior, Daryl y yo discutimos, otra vez. No importaba cuánto tiempo pasara, ni qué mierdas vivamos, Daryl seguía creyendo que era incapaz de defenderme. Se volvió peor después de que descubrió que le daba la mitad de mi comida a Lori; insistía en que ser amable me traería problemas. Me tenía los huevos llenos, ni siquiera se dignaba a escucharme cuando me defendía.
Pasamos la noche entera sin cruzar palabra, la mañana fue igual de incómoda. ¿Por qué no confiaba en mí? Seguí su consejo siempre que pude, ataqué a la cabeza y corrí cuando fue necesario, pero no podía pasarme la vida huyendo, eso no era sobrevivir.
Fui a revisar las trampas poco después de que él saliera a cazar, no quería quedarme sentada esperando a que la comida cayera del cielo. Caminar me ayudó a despejarme, ver que atrapamos dos conejos me subió el ánimo. Todos teníamos los nervios de punta, pero el asunto con Daryl me hacía parecer la que peor estaba. Me lo crucé después de haber derribado a un caminante. Apenas apartó sus ojos de los míos, cuando le disparó a uno que rondaba cerca de mí. Nos quedamos un rato mirándonos, ninguno sabía qué decir. Él nunca fue muy bueno con las palabras, y yo estaba con un humor de mierda que me impedía hablar sin sonar agresiva. Daryl sabía eso, el tiempo le enseñó.
Daryl se acercó a mí con pasos lentos, dudando. Sabía perfectamente que sus límites eran por mi seguridad, temía que algo me pasara y que él no estuviera allí para sacarme del apuro. Pero él no entiende que no puedo seguir siendo una damisela en apuros, que no siempre tendré suerte y que debo aprender a arreglármelas por mi cuenta.
Dejó la ballesta en el suelo antes de quitarme los conejos de las manos y guardarlos dentro de su bolso. Sus manos acunaron mi rostro, sus labios me regalaron un beso seguido de una disculpa. No me gustaba discutir, no con él. Sabía que gritarle un “ Rajá de acá, no te quiero volver a ver ” iba a sonarle demasiado literal, y no era como si eso fuera algo que quisiera que sucediera. Teníamos suerte de estar juntos, y éramos unos idiotas por enojarnos por pavadas . El toque de sus labios calmó mi enojo, hasta hizo que dejara escapar un “también lo siento”.
Dos caminantes salieron de entre los árboles. Si había dos, había más, ya era un saber popular. Le advertí a Daryl, quien aseguró que se encargaría de ellos en un segundo que acabó prolongándose demasiado. Tuvo que apartar al primero con una patada, antes de clavarle flechas a ambos. Los pateó un poco antes de decir un “Salgamos de aquí”.
Me despierto con un mal sabor en la boca. Desorientada, incómoda. Me siento como una extraña en un cuerpo extraño. Trato de ver mis manos en la oscuridad, pero ni siquiera sus siluetas son visibles.
¿Esto es lo que sienten los caminantes? Lo dudo, no tienen pinta de poder pensar. Bueno, siempre me dijeron que yo no tengo mucha pinta de pensar, así que no soy quién para juzgar. Debe ser fácil para ellos. La vida del caminante es sencilla: puro caminar y tragar. Y morir sin morir, eso es lo más importante.
Ojalá pudiera no morir. ¿No es un bajón ser inmortal? Te pasas la vida encariñándote con las personas y después las ves envejecer y morir, como los vampiros. Es una porquería. Igual, no es como si ahora no pasara: te encariñás con alguien y a los dos minutos se caga muriendo , no como antes que te daban tiempo para procesarlo.
Sigue siendo la misma mierda, no hay que darle tantas vueltas.
No me siento bien. Me duele el pecho, ¿o es el corazón? Tal vez sea, simplemente, “todo”. Soñé otra vez con él, lo sé incluso si no lo recuerdo. Una vez leí en una revista que, cuando soñás con alguien, es porque esa persona está pensando en vos . ¿Lo hará? ¿Me pensará tanto como yo lo pienso a él?
No.
No debe ser eso.
Tengo la cabeza llena de pelotudeces . Daryl no piensa en mí. Punto.
Sí, es eso. Él ya no me piensa. Y yo estoy acá, como la pelotuda que soy, soñando con él. Y es por eso, ¿por qué más va a ser? Me la paso esquivando su recuerdo y a la noche, cuando ya no puedo hacerlo, mil manos me atrapan y me ahogan en un mar de añoranza. Es la culpa. La terrible y cruel culpa. Culpa por haber hecho una montaña de un grano de arena. Culpa por haberme alejado de él y no seguir sus pasos. Culpa por andar por ahí como una imbécil total y dejarme atrapar por estos conchudos hijos de puta. Culpa por dejar que otros hombres me tocaran, que me quitaran el leve rastro que me quedaba de él. Es eso, sólo eso. Y está bien, necesitaba hallar el motivo de mi inquietud. Las supersticiones no existen, ¿cómo van a existir? Si son una pavada . Hoy estamos juntos y mañana ya no. Listo. Ya está. No voy a pensar más en él, ni en cómo me hizo sentir durante estos casi dos años, ni en cómo me fascinaba abrazar su brazo o su cintura, ni en cómo sonaba su voz, ni en cómo su risa le daba caricias a mi corazón. En nada.
—Treinta, ¿estás llorando? —la voz de Veintinueve apenas es audible.
Me aclaro la garganta. El dorso de mi mano se humedece al tocar mi cara.
—No. Vuelve a dormir.
No pensaré en nada más. Me centraré exclusivamente en escapar.
Notes:
No me quedan muchos capítulos de esta temporada. Ponele que en unas tres semanas nos iremos a una pausa. Será indefinida, obvio, porque no sé cuándo tendré tiempo para escribir más capítulos y, encima, la sexta temporada apenas tiene ocho.
Les estaré avisando. ¡Nos leemos!
Chapter 103: Inhala. Retiene. Exhala.
Chapter Text
Su mano choca contra mi cachete, un rastro rojo de dolor intenso que me deja boquiabierta, un zumbido en el interior de los oídos que dificulta el escuchar. Sus dedos capturan mi barbilla, la aprietan. Ojos venenosos clavados en mis dos esferas sin vida. Unos labios que tratan de abrirse camino entre los míos. Labios que reclaman pertenencia, mordiscos que hacen sangrar cuando no consiguen lo que quieren. Me suelta con desdén, escupe en mi ropa un gallo con sangre. La mucosidad se desliza por la tela gris, un caminito rojo viscoso.
—Si yo digo “ven”, tú vienes. ¿Entendido? —Joseph coloca la mano en mi hombro, lo aprieta tanto que me hace querer cerrar los ojos—¡¿Entendido?!
Asiento. Mis ojos se deslizan hacia el suelo. Mi respiración es irregular.
O me tranquilizo, o lo mato.
Las Números están formadas como siempre, una al lado de la otra, cabeza ligeramente inclinada para presenciar el maldito espectáculo.
—Te doy un techo—Joseph adopta la misma postura que mi madre hacía cuando me negaba a ser su sirvienta—, te doy comida, ropa, afecto—inspira profundo, los orificios de su nariz crecen y se reducen, su barbilla tiembla de ira—. ¿Y tú cómo me pagas? —su voz serena es un mal augurio, la calma antes de la tormenta. Se acerca de golpe, su puño estrellándose contra la palidez de mi rostro. El impacto me tambalea hacia atrás, mis piernas se enredan entre sí. Caigo, pero no por mucho tiempo. Los dedos de Joseph se enredan en mi cabello. Su cara desfigurada por la furia—¡¿Cómo me pagas, maldita perra?!
—¡Ándate a la mierda, hijo de puta! —le grito sin apartar los ojos de los suyos, ambos pares disparando bolas de fuego.
El puño de Joseph regresa a mí, más duro, más peligroso, más mortal. Mi visión se nubla, un zumbido seguido de un chillido fino se apodera de mis oídos. Por un momento, mi respiración se corta; mi cuerpo se tambalea. Batallo entre el sueño y el permanecer despierta. La frialdad del piso me fuerza a seguir consciente. Un hilo de sangre se acumula en mi labio y cae como glaseado sobre el suelo.
Joseph grita, uno de esos gritos que te salen desde el fondo del pecho y oprime tu estómago mientras haces fuerza para expulsarlo, para que tu voz explote.
Siento su saliva tocar mi piel, se desliza dejando un rastro de mal aliento y líquido caliente. Se va dando un portazo, las ventanas tiemblan ante su fuerza.
Inhala.
Retiene.
Exhala.
Inhala.
Retiene.
Exhala.
La manga del buzo se llena de una mezcla viscosa de baba y sangre.
Inhala.
Retiene.
Exhala.
Abro las manos en el piso y me obligo a levantarme. Un gruñido de dolor se escapa de mí antes de poder atraparlo y encadenarlo en donde nadie pueda oírlo. Mis piernas tiemblan, mis manos tiemblan. Me late la cara. Tengo la impresión de que mi ojo izquierdo está a punto de salir rodando o, peor, explotar.
Doy traspiés hasta la cama. Mis piernas fallan cuando estoy a dos pasos y todo mi peso cae como un saco sucio lleno de papas.
Inhala.
Retiene.
Exhala.
Me estiro hasta alcanzar la almohada. Mi cara se entierra en ella, en su suavidad mínima experta en ocultar el llanto y compañera de noches de insomnio. La bronca acumulada es expulsada de mi cuerpo con un grito que me deja jadeando.
—Voy a matarlo—murmuro entre dientes.
—¿Treinta? ¿Dijiste algo? —pregunta Veintinueve, su voz temblorosa.
Me giro lo suficiente para que vean la mitad de mi rostro.
—Voy a matarlo—repito como si esta fuera una declaración de guerra.
Las Números retroceden unos centímetros, mi figura reflejada en sus ojos temblorosos.
Voy a matar a Joseph. Tal vez no lo mate hoy, tal vez no lo mate mañana. Pero lo haré. Haré que pague cada golpe, cada roce, cada palabra, cada mirada. Pagará en vida y en muerte.
Chapter 104: Veintinueve.
Notes:
Decime que tenés un personaje secundario favorito sin decirme que tenés un personaje secundario favorito:
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Chapter Text
A Amber no le agradaban las personas: ni antes, ni ahora. Solía pensar que todos eran un montón de mierda, que nadie valía la pena mirar dos veces. Y nadie podía culparla, la gente no hacía más que decepcionarla.
Durante gran parte de su vida, fue opacada por la Señorita Perfección del Condado, es decir, la ridícula de su hermana mayor. Si Amber trotaba, ella corría una maratón en beneficencia para alguna tontería. Si Amber salía a divertirse, ella permanecía en casa con uno de esos libros gordos y una taza de té de frutilla. Si Amber fumaba, ella participaba en marchas contra el consumo de tabaco. Si Amber vestía de negro, ella pasaba todo el día enfundada con un vestido rosa pastel que la hacía lucir más perfecta de lo que ya era.
Tal vez por eso dejaron de agradarse. Eran, en pocas palabras, polos opuestos. Eran la princesa perfecta y la paria de la familia.
Pero todo cambió cuando el mundo se vino abajo.
Estaba de compras cuando les tocó cosechar el caos que se había estado sembrando durante semanas. Cuando las cosas empeoraron, salió corriendo del centro comercial, tomó su motocicleta y aceleró hacia donde sabía que ella estaría. Fue cuestión de esquivar a los enfermos y a los locos llenos de pánico durante unas eternas cuadras, pero estaba llegando, ya casi estaba allí.
Estacionó en la vereda y entró corriendo a la clínica. La vio con las manos pegadas al pecho de un enfermo que acercaba sus dientes a su cara.
Lo había oído de uno de sus colegas de hierba: si te muerden, estás muerto; sólo puedes deshacerte de ellos dándoles en la cabeza. No preguntó cómo sabía eso, ni por qué le creía. Había algo en la forma en la que lo decía que le dio una especie de seguridad, una fe infundada.
Agarró con fuerza la tijera que descansaba en el escritorio de la recepcionista y se lanzó sobre él, sobre ese monstruo asqueroso que trataba de morder a su hermana. La punta se clavó en la dureza de su cabeza, tuvo que usar su propio peso para que el objeto se adentre lo suficiente para matarlo. Y lo hizo, lo logró.
Ella la miraba con los ojos llenos de lágrimas, manos temblorosas y manchas de sangre en su perfecta bata blanca.
—Te sacaré de aquí—recuerda haberle dicho.
Recuerda que tomó su mano, que la obligó a enfrentarse al mundo, a dejar atrás su clínica odontológica. La subió a su motocicleta y la llevó a casa. Se quedaron allí durante un par de días, los suficiente para que pudieran hacerse una idea de lo que estaba sucediendo. Cuando las cosas se complicaron y los enfermos las notaron, no tuvo tiempo para seguir pensándolo: debían irse. Cargaron las cosas en el auto, le dijo adiós a su motocicleta y vagaron por una buena parte del Estado de Alabama.
La perdió en una noche de tormenta. Los enfermos se volvieron locos, más de lo que ya estaban. Aparecieron de la nada, su pequeño refugio no tardó en llenarse de ellos. La arrastró como siempre: ni muy adelante, ni muy atrás, siempre a la misma altura que Amber. Pero, en un simple pestañeo, ella ya tenía a dos encima que le arrancaban la piel como si estuvieran mordiendo una porción de pizza con mucho queso. Amber mató a los enfermos, su mano nunca la soltó.
La lluvia las empapó. La sangre de sus heridas teñía sus prendas claras, el agua se encargó de diluirla y convertirla en un tono casi rosado. Su color favorito. Ella dejó de correr, ya no tenía fuerza para hacerlo. Amber vio que las lágrimas no dejaban de salir, que su hermana sabía lo que iba a pasarle y que estaba intentando convencerla de que la dejara y huyera. Pero Amber no iba a hacerlo, no podía hacerlo.
Entraron a una pequeña tienda, sus pies formando charcos con cada paso. Ella cayó, jadeante y temblorosa. Sus ojos no podían dejar de expulsar lágrimas. Amber la abrazó, dejó que su sangre le manchara la piel. Y cuando la vida se escapó de su cuerpo, Amber debió cumplir con su promesa.
Vagó durante meses. Caminó hasta que sus pies le exigían un descanso. Comía cuando se acordaba, dormía cuando su cuerpo colapsaba de cansancio. Mató cuando debía matar. Y así, muchos meses después, la atraparon.
La metieron en el Palacio sin darle explicaciones. Joseph, el jefe, le dio la bienvenida, la obligó a dormir con él dos noches y, luego, cuando se cansó de ella, la arrojó dentro de una habitación llena de otras mujeres y le dio un nuevo nombre: “Veintinueve”.
No iba a negarlo: vivir allí era una verdadera mierda. Pero tuvo la suerte de no ser una de esas zorras que se vendían a los jefes por unos pocos privilegios. La mandaron a la cocina. Amber prefería mil veces abrir latas que limpiar la mugre que esos hombres hacían. No se molestó en llevarles la contraria. Tenía que mantener un perfil bajo hasta que la oportunidad surgiera y pudiera escapar. Destacar no era una opción.
Por primera vez, agradeció no ser la señorita perfecta.
Y agradeció aún más cuando la señorita perfecta apareció en el Cuarto Gris. Y mierda, sí que lo parecía.
Su cabello estaba perdiendo los tonos dorados, el color chocolate abundaba en su melena trenzada. Tenía uno de esos rostros bonitos que podrían tentar a cualquiera. El vestido de princesa casi la hace estallar de risa. Que maldita zorra, pensó Amber. Mientras ellas vestían esta mierda gris, ella se paseaba por el Cuarto Rosa disfrazada como una puta princesa de Disney.
Joseph la tiró al suelo apenas entraron, el pie en su espalda. Veintinueve dejó de oír las idioteces que el jefe decía. No valía la pena. En cambio, sus ojos se clavaron en ella, en la nueva Treinta.
Tenía un brillo en sus ojos, una ira naciente que le recordaba a cuando discutía con su hermana. Pero estaba asustada, muy asustada. Parecía que no había comido en semanas. Veintinueve pensó que, tal vez, llegar al Palacio fue algo bueno para ella. Al menos aquí comería y estaría a salvo de los muertos…Es lo único bueno de este lugar. Si es que no la mandan a la subasta, claro.
Cuando Joseph se fue, Treinta colapsó. El fuego se extinguió y se convirtió en una tormenta…una tormenta que siempre llevaba a Amber al mismo lugar. Treinta lloraba a lágrima suelta, sus manos no eran capaces de contener todo lo que tenía dentro. Veintinueve notó cada marca visible en su piel, todas las que el vestido ridículo no podía cubrir. No dejaba de preguntarse qué mierda le había pasado para estar tan golpeada. Amber vio cómo Treinta hiperventilaba, cómo las arcadas transformaban ese rostro bonito en uno devorado por el dolor. La vio apretándose contra la pared, cuerpo tembloroso y sus brazos envueltos en sus piernas. Notó cómo se volvía más pequeña frente a ellas, como si quisiera hacerse diminuta para desaparecer, como si tuviera miedo de ellas. Su rostro rojo se contrajo cuando Veintiuno se movió, su cuerpo se sacudió con la esperanza de reducir el dolor de un golpe que no llegó.
Con el pasar de los días, Veintinueve supo que Treinta era un desastre de la naturaleza. Un caos que crece poco a poco y que, cuando ya no pueda crecer, arrasará con todo a su paso.
Treinta lloraba por las noches. Cuando la luz se apagaba, Treinta se dejaba caer en un mar de angustia y se ahogaba. Y cuando su cuerpo colapsaba por el cansancio—o el dolor—, sus labios rotos siempre repetían el mismo nombre: “Daryl”. Veintinueve quería preguntar por eso, pero sabía que ella nunca le respondería. Treinta evadía todo el contacto posible, como si emitir una palabra pusiera su vida en peligro, como si hacerlo fuera a destapar la caja de Pandora. Y Veintinueve sabía que, si Treinta hacía eso, no volvería a ser la mujer que podía ver ahora.
Tal vez por eso siempre miraba con atención sus múltiples intentos de huir. O la defendía cuando las demás comenzaron a llamarla “la zorra del jefe”. Ni siquiera comprendía por qué mierda frenaba a las otras cuando se ponían de acuerdo para darle una golpiza. Treinta necesitaba aprender cuál era su lugar, pero Veintinueve no podía sacarse de la cabeza que, de hecho, ese no era su lugar.
Habían creído que en estas últimas semanas Joseph trataba a Treinta con demasiado cariño. Eso las hizo enfadar, incluso Amber se mordió la lengua cuando la vio recibir tantos obsequios. Por primera vez desde que Treinta llegó, Veintinueve dio el visto bueno para que la golpearan, estaba cansada de verla recibiendo los mismos privilegios que tenían las zorras del Cuarto Blanco. Treinta necesitaba recibir una lección antes de que la vanidad se le subiera a la cabeza y comenzara a despreciarlas. Tenían que evitarlo a toda costa, era un bien a futuro.
Pero, una vez más, Veintinueve recordó que Treinta no pertenecía al Palacio. Y cuando vio que Joseph se transformaba en un demonio frente a Treinta, no dejaba de preguntarse cuántas veces se tuvo que enfrentar a esa cosa. Treinta recibía cada golpe, su cuerpo reaccionaba como si estuviera acostumbrada, como si esperara cada agresión. Y después, cuando el jefe se fue hirviendo en ira y Treinta se levantó como si nada hubiera pasado, lo supo, lo confirmó: Treinta no pertenecía al Palacio.
Treinta limpió la sangre con las mangas, o eso se supone que intentó hacer. La vio enterrar el rostro en la almohada. Veintinueve esperó, al igual que las demás, oír el llanto, ver a su cuerpo contraerse tal como lo habían visto ese primer día. Pero no pasó. Treinta no derramó ninguna lágrima. Al contrario, un grito salió de ella, uno que hizo temblar a Amber, que le puso los pelos de punta.
Un sonido inentendible salió de sus labios una vez que se apartó de la almohada. Su voz hizo que Veintinueve se tragara el nudo que se formaba en la garganta.
—¿Treinta? ¿Dijiste algo? —su voz, por primera vez en mucho tiempo, tembló.
Treinta se dio la vuelta, la mitad de su rostro expuesto a ellas. Una aureola oscura se estaba formando alrededor de su ojo. Tenía sangre en todas partes, como si fueran pinceladas irregulares en un lienzo blanco. Su rostro lucía más inexpresivo que nunca, como si no tuviera ningún sentimiento. Aunque sí tenía uno, el único que podía albergar.
—Voy a matarlo—repitió. Un brillo asesino tiñó el color café de sus ojos.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Veintinueve, la dejó boquiabierta. Y cuando hizo contacto visual con Treinta, le agradeció a Dios por haber impedido que fueran ellas las que le dieran una paliza.
Una vez más, cuando veía a Treinta estirarse y tratar sus heridas como si nada pasara, repitió en su mente las mismas palabras: Treinta no pertenecía al Palacio. Y no estaba dispuesta a impedir que se largara.
Notes:
No se olviden de ella. Tengo muchos planes para Veintinueve, sólo tengo que escribirlos.
Chapter 105: Caballo de Troya.
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Dicen que a caballo regalado no se le miran los dientes. Y, mierda, sí que tienen razón. El problema acá es que mi caballo era el de Troya, con cientos de mierdas en su interior.
Joseph hizo su jugada, una muy sucia a mi parecer. No hizo caso a sus propias palabras y se le dio por mandarme regalos cada día. Desde ropa hasta comida, el hijo de puta dejó en claro que yo era su favorita.
Sus acciones no pasaron desapercibidas, las Números no tardaron en lanzarme dagas con los ojos y escupir veneno con cada palabra. No podía permitirme dejar de estar atenta. Sé que, si cierro los ojos un segundo, un cuchillo atravesará mi pecho. No tengo dudas de ello. Noté sus miradas, sus gestos, cómo sus voces se llenaban de envidia. Y no las culpo, yo podría haber sido una de ellas. Pero no lo soy, y eso me trae problemas. El hijo de puta de Joseph enterró la semilla de la discordia, y ellas estaban dispuestas a cosechar.
Pasé el resto de la semana durmiendo con un ojo abierto, exactamente lo mismo que hacía cuando apenas ingresé al Cuarto Gris. Una parte de mí se convenció de que ya no iba a ser necesario, que, por ahora, iban a cumplir con la promesa de protegernos entre nosotras, pero no fue así, no podría serlo.
Recordé las palabras que Daryl me dijo en la prisión: si no matas, te matan. Y aún no estoy dispuesta a morir. Lo supe cuando Joseph entró al cuarto hecho una furia. Cuando sentí su cuerpo hiriendo al mío, cuando vi mi reflejo en sus ojos y todo en lo que pude pensar era que lo quería muerto.
Tal vez fue el golpe en la cabeza, tal vez fue el cansancio acumulado, pero, por primera vez en mucho tiempo, me quedé dormida casi de inmediato.
Cuando desperté, me sorprendí por no tener a las demás con una almohada en mi cara ni sus dedos alrededor de mi cuello. Al contrario, me trataron con una extraña gentileza. Fue Veinticinco la que se ocupó de tratar cada herida mientras que Veintinueve me trenzaba el cabello. Y, mientras los guardias se burlaban de mi estado, pude percibir una oleada de bronca emergiendo de todas ellas.
—¿Cuál era el plan? —le pregunto a Veintinueve mientras destornillo la tapa del conducto. Este es el último tornillo—¿Iban a matarme?
—Golpearte, en realidad—hace sonar su cuello—. Ya sabes, para que no se te suba a la cabeza.
Asiento.
—Supongo que lo merezco—sostengo la tapa con la yema de los dedos para evitar que caiga. Enrosco el cuarto tornillo lo suficiente para que no quede suelto.
—¡Claro que no! —interviene Veinticuatro—Son unas salvajes, no es tu culpa que él se fije en ti.
—Baja la voz—la reprende Veintiuno.
Veinticuatro pone los ojos en blanco y regresa a su tarea de lavar platos.
—¿Siempre fue así? —pregunta Veintinueve después de dudarlo unos segundos—asiento. Me siento en la encimera y me deslizo hasta que mis pies tocan el piso—Lo siento.
—Si te hace sentir mejor, nosotras tres nos rehusamos. Sabemos que él te obliga.
—Gracias, Veinticuatro—le sonrío. Volteo hacia Veintinueve—¿Sabes si siguen queriendo?
—Ya no. Cambiaron de opinión después de anoche, se dieron cuenta de que estás peor que nosotras.
—No sé qué tan malo sea—limpio el polvo en mis manos con un repasador—. Después de todo, recibo obsequios—agarro una rodaja de tomate y me la mando a la boca, el jugo se desliza por mis dedos. Recuerdo cómo Daryl se la pasaba lamiéndose los dedos cada vez que terminaba de comer, como si eso le diera un sabor extra a la comida. Es asqueroso si se tiene en cuenta su mala higiene. Me guardo el recuerdo antes de que una sonrisa me delate.
—Pero tienes que soportar a ese hombre—Veinticuatro pone cara de asco—. Casi vomito cuando me acosté con él. En la segunda noche realmente lo hice, por eso estoy en el Gris.
Contenemos una risa.
—Yo puse la mente en blanco—confiesa Veintinueve.
Giramos hacia Veintiuno, animándola a hablar.
—Estaba drogada.
—¿Qué? —preguntamos al unísono.
—Quise morir por sobredosis, pero nunca antes consumí, así que salió mal. Me encontraron en la calle teniendo una competencia de baile con un muerto. No recuerdo haber dormido con el jefe.
—Que hija de puta—murmuro, enrollando una hoja de lechuga antes de comerla.
—Tú ganas—la felicita Veintinueve.
La puerta se abre. El grito habitual del guardia corta nuestra ronda de aplausos. Regresamos al laburo. Escurro las hojas de lechuga, agarro un tomate y, con el cuchillo de plástico, corto rebanadas. Mañana los recolectores saldrán a buscar provisiones, le pidieron a Joseph que les preparáramos unos sánguches para el almuerzo. No sé cómo lo convencieron de aceptar, pero lo lograron, y ahora nosotras estamos haciendo horas extras.
No puedo quejarme, Joseph ya me tiene entre ceja y ceja. Si desobedezco otra de sus órdenes me tendrá más vigilada de lo que ya estoy o me matará a golpes. Por el bien de mi plan tengo que morderme la lengua y hacer lo que él dice.
El guardia da vueltas por la cocina, se detiene para darme una nalgada. Dejo de cortar tomates y lo miro con mi mejor cara de culo.
—Es hora de ver al jefe, preciosa—me pellizca.
Su mano se posa en mi espalda. Le regalo a las Números una muy expresiva cara de asco mientras me dejo guiar. Recorremos el mismo camino de siempre, ese que ya logré memorizar.
Desde nuestra primera cena hace una semana, Joseph me ha estado llamando cada maldita noche para comer juntos. Ayer me negué y las consecuencias no tardaron en llegar. Tiene el tupé de exigir mi presencia después de que me puso la mano encima. Es un reverendo hijo de puta. Pero todo se paga en esta vida, incluso tras la muerte. Ayer fui yo la herida, mañana tal vez lo sea él. O tal vez todos terminemos ardiendo o devorados. Lo que sí sé es que haré hasta lo imposible para llevarlo a la muerte.
Chapter 106: Monstruos.
Notes:
Advertencia: referencia a abuso sexual a menores.
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Chapter Text
Las puertas se abren ante mí. No es Nicky quien me recibe, sino una nena . Me quedo dura cuando nuestros ojos se cruzan. No debe tener más de diecisiete años. Tiene el pelo de un castaño claro, cuerpo pequeño cubierto por un camisón hecho pelota y unos notables moretones. Agacha la cabeza cuando doy un paso hacia ella. La risa de Joseph se hace escuchar. Observa nuestro encuentro con diversión.
—Te estábamos esperando, cariño—se pone de pie, camina hacia nosotras—. Te ves hermosa—su mano captura mi muñeca, tira de mí hasta dejarme frente a él—. Tan hermosa como siempre—pega sus labios a los míos, su lengua tratando de abrirse camino—. Sabes que me encanta cuando te haces la difícil, es parte de tu encanto—me acaricia el pelo—. Pero tú no lo hagas, pequeña—se gira hacia la nena —. Eso hará que te maten.
Agarrándonos de los brazos, Joseph nos lleva hasta la mesa. Nos hace seña para que nos sentemos. Como siempre, ocupo el lugar frente a él; la nena se sienta a mi derecha.
Nicky aparece empujando un carrito de comida, coloca los platos en frente de cada uno.
—¿Cómo te sientes, preciosa? —nuestros dedos rozan.
—¿Tú qué crees?
—Creo que anoche te comportaste como una verdadera perra conmigo—me sonríe—. Pero estamos bien ahora. Tuviste suerte de que alguien más pudiera ocupar tu lugar—acaricia el pelo de la nena , coloca un mechón detrás de su oreja.
Hijo de puta.
—Es una niña—escupo, apenas pudiendo procesar la información.
—¿Y qué? —el vino baja por su garganta.
—¿No tienes límites? Podría ser tu hija.
—Pero no lo es—sonríe. Es un…un…—. No me mires así, cariño. Después de todo, es tu culpa. Si hubieras venido anoche, habrías sido tú y no…
—Yo no te insté a ser un pedófilo—lo interrumpo.
Su mirada se oscurece.
La copa choca con fuerza contra la mesa. La nena se endereza de golpe . Mi postura permanece igual, inmune a los arranques de locura de este monstruo.
—Treinta y uno—dice sin dejar de mirarme—, ella es Treinta. Si quieres sobrevivir en este lugar, debes hacer todo lo contrario a lo que ella hace. Aquí no toleramos a las putas insolentes.
—Entonces mátame—le sonrío—. Te aseguro que podrás dormir mejor cuando lo hagas.
Joseph analiza mi rostro antes de echarse a reír.
—¿Lo ves, Treinta y uno? —le da un golpe en la espalda tan fuerte que puedo ver rastros de lagrimitas formándose en sus ojos—He matado a perras por palabras más inofensivas que esas. ¿Sabes por qué no mato a Treinta?
—No lo sé, señor—su voz es aguda, casi chillona.
—Porque la muy zorra espera que lo haga—se ríe otra vez—¿Puedes creerlo? Quiere morir y yo, como castigo, la mantengo con vida. ¡Soy brillante!
—Si me llamaste para decir todas estas tonterías—hablo por encima de su risa—, me iré. Tengo trabajo que hacer, ¿o lo olvidaste?
—Hay algo especial en la forma en la que me habla—se inclina hacia Treinta y uno—, como si me odiara. Y tú te preguntarás, “¿no te odian todas aquí?”, y la respuesta es “sí”. Pero ella—me señala—no lo oculta. Me mira con esos ojos asesinos que sabe que me enloquecen, y esos labios rosados me dicen un montón de mierda tan ofensiva que resulta encantadora. Es por eso que aprenderás de ella. Aprende lo que debes hacer y lo que no, ¿entendiste?
—Sí, señor—responde cabizbaja.
—Se quedará contigo un tiempo—me informa—. Eras profesora antes, ¿no? Enséñale toda esa mierda de mujer que debe saber. La muy idiota no sabe abrir las piernas—se queja, se toma el resto del vino en su copa de un solo trago.
—¿Y luego qué? ¿A qué Cuarto la mandarás? —mascullo.
—A ninguno. Irá directo a la subasta, como las otras que vinieron después de ti. No, cariño, no me mires así—hace un gesto con la mano señalando mi notable cara de repulsión—. No hay ninguna que te llegue a los talones, es por eso que me deshago de ellas. ¿No te gusta que te sea así de fiel?
—Me gustaría que estés muerto, no que me seas fiel.
—Como sea…—suspira—¡Nicky! —grita y él aparece—Llévalas al Gris. Comer con ellas me dará indigestión—me pongo de pie antes de que Nicky me ofrezca la mano. Joseph continúa hablando—. Las putas son como un elástico en la garganta que te aprieta y aprieta…
La puerta se cierra detrás de mí. El guardia me apunta con el arma. A los dos segundos, Nicky y la nena salen. Él lidera el camino hacia el Cuarto Gris, el guardia nos pisa los talones.
La puerta se cierra detrás de nosotras, casi empujándonos hacia adentro. Los ojos de las Números van de mí hasta la nena , y luego de nuevo a mí.
—Joseph la dejó a mi cargo—voy directo a mi cajón—. Dijo algo sobre enseñarle cosas de mujeres—extiendo un vestido rosa, midiendo qué tan grande podría quedarle a la nena. Es lo mejor que puedo ofrecerle, y dudo mucho que desee permanecer con un camisón hecho jirones—Ten—se lo ofrezco y ella, con timidez, lo acepta—. Que no te dé pena cambiarte, con el tiempo te acostumbrarás.
La nena asiente.
—No me sorprende—Veintinueve suspira—. Siempre tuvo el morbo de cogerse a niñas. Hubo muchas antes de que tú llegaras.
—¿Cuál es tu número, cariño? —le pregunta Veintiuno, ignorando los insultos que Veintinueve le dedica a Joseph.
—Treinta y uno…—murmura apretando el vestido contra su pecho.
—Bueno, Treinta y uno, bienvenida al Cuarto Gris—extiende la mano hacia ella—. Seremos hermanas durante tu estancia aquí—la nena asiente, aceptando el saludo—¿Dijo algo sobre dónde la ubicará? —me pregunta.
—Irá a la subasta.
Todas chasquean la lengua.
La subasta es una mierda, o eso es lo que me dijeron. Cada dos semanas los grupos aliados se reúnen en una determinada comunidad e intercambian objetos. En el caso del Palacio, su mercancía siempre son mujeres y munición. Las chicas me dijeron que varias del Negro se ocupan de crear balas y que Joseph las utiliza para ganarse el favor de los altos mandos. Sólo así consigue el respeto y la simpatía de los líderes de otras comunidades. Frente a la escasez de munición, tener a Joseph como aliado es como tener una mina de oro. Sumándole también que, cada vez que la reunión se hace aquí, el Palacio se convierte en lo más parecido a un prostíbulo. Aunque, en palabras de Veintinueve, no se diferencia mucho de las orgías romanas.
Le hago lugar en mi cama a Treinta y uno. Algo en ella me recuerda demasiado a Beth. Hace que quiera protegerla de este mundo de mierda. Ella se acuesta en el borde, lo más apartada de mí posible. Le cedo la almohada y la tapo hasta los hombros, ella murmura un “gracias” con una vocecita que parece quitarle años de vida.
Es una niña. La puta madre , es una nena.
¿Cómo puede traer a una niña a un lugar como este? ¿Cómo puede ponerle la mano encima? ¿Qué tan cagado de la cabeza tenés que estar para hacer algo tan repulsivo como esto? Me atrapo preguntándome cómo puede este nuevo mundo haber arruinado tanto a las personas, pero, siendo sincera, ¿no existían ya este tipo de monstruos? Día a día leía en el diario o veía en el noticiero las mierdas que algunos adultos le hacían a niños como ella. Mierda, incluso yo fui una de esas víctimas. Y el mundo seguía, no éramos más que otro nombre en la extensa lista de casos de abuso. Nadie hablaba bien de nosotras, si es que alguna vez lo hacían. Cientos de preguntas acerca de qué hicimos para provocarlo y dedos señalando cada aspecto de nosotras que podría incitar a los monstruos. Porque nosotras éramos las culpables, no ellos. Era nuestra culpa respirar el mismo oxígeno que ellos, caminar por la misma calle, tener el mismo sol o la misma luna iluminando nuestros cuerpos considerados demasiado provocativos sin importar qué usáramos. Ellos se lavaban las manos con excusas vagas y nosotras recibíamos el latigazo en la espalda.
Nuestro mundo está cagado desde hace tiempo, los caminantes sólo abrieron la puerta para que todo fluyera sin problema. Los monstruos siempre estuvieron aquí, esperando a que el nuevo mundo les permitiera caminar por ahí con la cabeza en alto y sin temor a las repercusiones. Pero, algún día, los monstruos, al igual que los dinosaurios, van a desaparecer. Y espero estar viva para poder verlos pudrirse.
Notes:
Te odio, Joseph. Te odio, te odio *inserte meme de la rata apretando el puño con rabia*.
Chapter 107: Hamartia.
Notes:
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Aristóteles en su Poética define a la “hamartia” como el error de cálculo del héroe trágico. Es, básicamente, aquel error de juicio que provoca la caída del héroe, lo que lo lleva a la ruina. Para Hamlet, fue la duda; para Agamenón, fue su arrogancia. ¿Y la mía? Bueno, supongo que la vida se está encargando de encontrarla y buscando cómo romperme el orto con ella.
Despierto con un mal sabor en la boca. El sol de la mañana apenas puede filtrarse a través de las ventanas tapiadas. Me cuesta un poco reunir la información necesaria para comprender por qué mierda tengo a una adolescente abrazándome como si fuera un peluche. Suave, froto mis ojos con los dedos, se me formaron lagañas y siento la cara caliente. No puedo hacer mucha fuerza ni tantear la zona, los golpes me siguen doliendo. Lo bueno de no tener espejos es que no me dará un bajón por mi apariencia atroz. Lo malo es que no puedo dejar de imaginar mi cara como si fuera la de Quasimodo, pero con grandes aureolas rojas, moradas y amarillas.
Anoche Joseph puso a esta niña “bajo mi cuidado”, quiere que le enseñe “cosas de mujer” y lo que no tiene que hacer, que es, básicamente, todo lo que hago. Y después, cuando la nena aprenda, la va a subastar para que otros cerdos asquerosos la toquen como él la tocó. Sí, es un pedazo de conchudo mal parido .
Me muevo con cuidado. Sus brazos se aferran aún más a mí, coloca la cabeza sobre mi costado.
—Mami…—murmura entre dientes. La palabra que casi ni se escucha, es suficiente para que me perfore el corazón y me haga replantearme por qué todavía sigo acá y no maté a Joseph.
—Felicidades, ahora eres madre—se burla Veintinueve, atándose los cordones de las zapatillas.
—Antes muerta—mascullo, lo que logra que varias de las Números comiencen a reír y despierten a Treinta y uno.
Me suelta casi de inmediato, como si cuerpo le quemara. Retrocede hasta llegar al otro extremo de la cama.
—Buen día—le digo con mi voz más amable y sonriendo—¿Dormiste bien?
Asiente. Miedo y preocupación se reflejan en su rostro. No importa desde qué lado la mire, es una nena. Tiene esos rasgos faciales que en su lucha contra el sueño delatan juventud.
—De acuerdo—abandono la cama y me estiro—. Siéntate bien, te peinaré.
Mordiéndose el labio, se sienta dándome la espalda y cruzando las piernas. Abro el cajón y busco el peine, que claramente hoy tampoco está en su lugar. Fue un regalo de Joseph, el único que es útil y que nos turnamos entre todas para usar. Joseph es un psicópata insensible, pero lo que tiene de conchudo también lo tiene de manipulador. Cree que la mayor preocupación de una mujer es tener el cabello decente y que si yo tengo el milagroso objeto que lo hace posible, las demás lucharán a muerte para arrebatármelo. No le di importancia hasta que Veinticuatro declaró que el peine es lo mejor que le pasó desde que la atraparon; su motivo fue que estaba cansada de peinarse con los dedos.
—Veinticuatro, ¿otra vez?
—¿Que yo qué? —se gira con una mano en el corazón y la otra oculta detrás de su espalda. Su voz suena con un exagerado tono chillón.
—Sabes que no me gusta que tomes mis cosas a menos que pidas permiso.
—Lo hice—se defiende haciendo puchero.
—No cuenta si estaba dormida.
Suelta un grito de frustración y me lo arroja con la fuerza suficiente para que llegue hasta mis manos.
—¿Aún están haciendo planes para golpear a Treinta? Me apetece mucho unirme a la causa.
—Hazlo y no volverás a peinarte en tu vida—la amenazo.
Noto una pequeña sonrisa en Treinta y uno.
Suspiro.
—Regla número uno—le digo mientras llevo su largo cabello castaño claro hacia atrás—: nos cuidamos entre nosotras. Eso significa que, mientras estés aquí, en el Cuarto Gris, te cuidaremos. No me refiero a que esos monstruos no te harán daño, sino a que, hagan lo que te hagan, nosotras sanaremos tus heridas—desenredo las puntas evitando tironear—. ¿Entiendes?
Asiente.
Continúo peinándola hasta que los pesados sonidos de los pasos de los guardias anuncian su llegada.
Coloco a Treinta y uno a mi lado, mi mano sosteniendo la suya.
Los guardias hacen el mismo numerito de siempre, sólo que esta vez joden con lo bonita que es la nena y que con los moretones parecemos gemelas. Aprieto más su mano cuando la siento temblar. No la suelto hasta que llegamos a la cocina y le indico qué hacer.
Hoy los recolectores salen. Tengo entendido que son grupos grandes que luego se dividen para abarcar más zonas. Por lo tanto, la cantidad de guardias en el Palacio se reducirá considerablemente, dándome la oportunidad de escapar mientras se preparan para salir.
Treinta y uno chasquea la lengua. Está tratando de pelar una papa y no le está yendo muy bien.
—Mira, hazlo así. Es más fácil—le muestro cómo. Ella me imita, pero, por alguna razón, el cuchillo termina desviándose hacia su dedo. La sangre brota del pequeño corte, sus ojos se abren de par en par—. Tranquila, lo tengo—le quito las cosas de la mano y coloco su dedo bajo el agua.
El guardia nos mira como si estuviéramos desperdiciando ochenta litros de nafta.
Le indico que mantenga el dedo sobre la tela del vestido, haciendo un poco de presión. Cuando me pregunta por qué, le explico que es para detener el sangrado. Con las chicas le permitimos tomar un descanso, incluso si recién empezamos y no avanzamos en nada.
El guardia se pone de pie. Su bastón golpea con fuerza nuestros traseros. Deja escapar un gruñido de satisfacción. Cerdo. Empuja a la nena hacia mí, una clara señal de “ laburá o te fajamos, piba ”. Ella agarra el cuchillo de plástico, corta por la mitad las papas que pelé. El guardia da vueltas a nuestro alrededor unas cuatro veces antes de regresar a su sitio. Segundos después, escucho cómo la puerta se cierra con demasiado cuidado, como si no quisiera que nos diéramos cuenta de que salió, cuando, en realidad, siempre lo hacemos.
Le dirijo una rápida mirada a Veintinueve. Ella capta el mensaje de inmediato.
—¿No son pocas papas? —pregunta asomándose sobre nosotras.
—Me parece que sí—hago una mueca—. Veinticuatro, ¿puedes ir a buscar más papas a la despensa? Lleva a Treinta y uno contigo, así le muestras cómo organizamos los ingredientes—le dedico una sonrisa amigable cuando duda en ir, pero, a pesar de eso, lo hace.
Cuando ya estamos fuera de su rango de visión, me muevo con cuidado, mi mente aferrada a un único objetivo: escapar. Me siento en la encimera y doy media vuelta para que mis pies toquen la cerámica. Ya parada, me acerco sigilosamente al conducto de ventilación con el que tanto he trabajado. Con manos temblorosas, comienzo a desatornillar la rejilla, rogando que el ruido no alertara a nadie.
—¿Estás segura de esto? —me pregunta Veintiuno con la voz baja.
—Sí—no lo dudo.
—Será peligroso, podrían atraparte.
—Si lo hacen, asegúrense de culparme de todo. Digan que las amenacé o algo así.
—¿Y si lo logras? —interviene Veintinueve.
—Entonces me prepararé para liberarlas—le sonrío.
El conducto es lo suficientemente grande para que mi cuerpo quepa. Si lo que pasa en las películas es verosímil en el mundo real, entonces saldrá bien; pero, si no es así, entonces estaré muerta.
Respiro hondo.
Tengo que hacerlo. Si me quedo, moriré. Si lo intento y fallo, también moriré. Si lo logro y salgo, algún día tal vez muera. El resultado de mi escape determinará qué tan pronto moriré. Es reconfortante, ¿no?
Mentira, es pura mierda.
Justo cuando estoy a punto de introducirme en el conducto, escucho el sonido de pasos acercándose. Miro hacia atrás y veo a Treinta y uno detenerse en seco. Las papas caen de sus brazos, se estrellan contra el suelo y ruedan. Sus ojos se agrandan, y por un momento, parece comprender lo que estoy haciendo. Pero entonces su expresión cambia, una sombra de duda cruzando su rostro.
—Necesito que confíes en mí—le digo intentando mantener la calma. Una palabra y estoy condenada—. Voy a salir de aquí, buscaré aliados y las rescataré, pero necesito que me prometas que no le dirás a nadie y que le harás caso a las demás.
La veo alejarse lentamente, sus ojos llenos de temor.
—No podemos quedarnos aquí—insisto—. Por favor, Treinta y uno, confía en mí.
Asiente. El alma me regresa al cuerpo. Antes de poder agradecerle, Treinta y uno empuja a Veinticuatro, quien se había colocado estratégicamente detrás de ellas, y corre hacia la puerta. Veinticuatro le sigue los pasos, pero es demasiado tarde. La nena abre la puerta.
—¡Está escapando! —grita, su voz llenando la habitación y resonando por los pasillos.
Siento cómo mi corazón se hunde. Mi oportunidad de escapar desapareció. Todo por culpa de esta pendeja traidora. Rápidamente, vuelvo a colocar la rejilla, atornillando apenas la mitad de los tornillos sueltos. Pero ya es demasiado tarde. Toda esperanza escapa de mí cuando los hombres de Joseph irrumpen en la cocina, sus miradas llenas de furia. Uno de ellos me sujeta con fuerza del brazo, tironea para que deje lo que estoy haciendo y regrese al suelo. Me arrastra hacia la entrada, donde me encuentro con la mirada desaprobadora de Joseph.
—¿Qué creías que estabas haciendo, Treinta? —pregunta Joseph, su voz baja pero peligrosa.
Levanto la mirada, llena de determinación y fingiendo que puedo contra él y convenciéndome de que un golpe suyo no podría quitarme la vida.
—¿Tú qué crees?
Joseph se acerca, su rostro está a centímetros del mío.
—Creo que mi perra necesita disciplina. Y yo haré todo lo necesario para que sea obediente—me sonríe—. Llévenla al Cuarto Rojo.
Los guardias me agarran con tanta fuerza que siento que me van a quebrar los brazos. Le lanzo una última mirada a Treinta y uno, quien observa desde la puerta, con ojos llenos de remordimiento y miedo, cómo me arrastran hacia mi presunta muerte.
¿Quién lo diría? Una vez más, mi vida es puesta en peligro por querer salvar a un niño. ¿Será esa mi hamartia?
Notes:
Bueenaas...
La próxima semana tendremos los últimos capítulos de la temporada. No sé cuándo volveré, pero lo haré algún día.
No sé qué haré con la historia alternativa, es posible que cambie (temporalmente) el día de publicación y que en algún momento también se vaya a pausa. Este año viviré en la universidad y visitaré mi casa, así que no prometo volver pronto.
Tkm a todos <3 Nos leemos.
Chapter 108: Cuarto Rojo.
Notes:
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Su pie choca contra mi cara. Un hilo de sangre une mi boca con el suelo.
La luz se enciende. Ahogo una risa histérica cuando veo a mi alrededor. Estoy exactamente en la misma habitación en la que estuve mi primer día aquí. Hay dos cadenas gruesas unidas a la pared, cada una con grilletes. En el suelo hay manchas de sangre seca que vuelven más tétrico al lugar. La imagen de un cadáver siendo arrastrado me da escalofríos. ¿Será del hombre que maté? ¿O de alguna otra mujer que haya estado en la misma situación que yo?
La puerta se cierra con estruendo, como si estuviera exigiendo mi completa atención. Trato de detener el temblor de mis manos.
Me doy la vuelta para ver a Joseph caminar hacia mí. Está vestido con un traje negro impoluto, uno de esos de diseñador que debieron costar un ojo de la cara. Trago saliva. Sus pasos son lentos, su mirada es feroz. Se quita el saco, lo sacude, lo dobla, lo arroja en dirección a la puerta, totalmente alejado de las manchas de sangre. Sus manos juguetean con los botones de las muñecas, se remanga la camisa dejando los antebrazos velludos expuestos.
Contengo la respiración.
—¿Recuerdas tu primer día aquí? —se agacha a mi altura—Te veías tan…salvaje con toda esa piel blanca expuesta, tu cabello hecho un caos y esos preciosos ojos café llenos de temor y desesperación. Mi corazón empezó a latir como loco cuando te vi. No estaba seguro de si era ira o un caso particular de amor a primera vista, pero no podía apartar los ojos de ti—me acaricia el pelo—. Eres tan hermosa, Treinta. Tan hermosa y tan peligrosa. Supe de inmediato que no serías fácil de domesticar, pero acepté el desafío porque creí que valdrías la pena—se pone de pie, comienza caminar a mi alrededor—. Fue una decepción que perdieras tu brillo. Enviarte al Cuarto Gris me dolió. Pero, ya sabes, fue una agradable experiencia ver cómo te adaptabas a tu nueva vida.
—Deja de hablar y mátame—le escupo, controlando el temblor de mi voz—. Tu voz me irrita.
Joseph ríe. Lo siento detrás de mí.
—¿Ves? —apoya el pie en mi cabeza, apretándola contra el suelo y obligándome a recostarme. Reprimo un gruñido—Esa boca tuya es lo que me fascina. Te lo dije anoche, me gusta cuando te comportas como una perra insolente. Es…—su pie me abandona unos segundos antes de golpear mi espalda, robándome el aire—excitante—me agarra del pelo, sus labios rozan mi oreja—. Pero me gusta más cuando recibes mis golpes. No sabes lo encantadora que te ves cuando sientes dolor—estrella mi cabeza contra el piso, casi puedo escuchar a mi nariz rompiéndose.
Gotas de sangre fresca caen al piso. Me late la frente. Me duele nariz. Siento como si mi cabeza diera mil vueltas.
Joseph sostiene mi cabeza antes de dejarla caer, logrando que la gravedad se ocupe de causar más daño. Su pie impacta nuevamente contra mi espalda, haciéndome doblar.
—El rojo te queda tan bien—exclama seguido de una especie de gemido.
Sí. El rojo me queda bien. Demasiado bien. Recuerdo a Daryl arrojándome un labial en la carretera, de ese “descansa” al final del día. Recuerdo a Merle entrando en el maldito cuarto de tortura después de que el morocho con la cara tatuada me hiciera pelota . Recuerdo la sangre brotando del cuello de Hershel cuando el Gobernador lo cortó. Recuerdo la sangre pútrida untada en mi ropa y en mi piel. Recuerdo los cadáveres de aquellos con los que alguna vez compartí hogar, todos desparramados en un mar de muerte. Supongo que sí, que el rojo me queda bien. Supongo que me queda tan bien que toda mi vida desde que este infierno comenzó, se tiñó de ese color. Un color de mierda. Un color que odio.
A duras penas, hago el intento de incorporarme. El peso de Joseph me regresa al suelo. No comprendo lo que dice. Sus palabras suenan lejanas, ahogadas por un ruido blanco. Siento el dolor de sus golpes, cómo su pie aplasta mis manos y mis brazos, cómo patea mis piernas y les da justo en el huesito para que me dé un calambre. Lo escucho reír, jactarse con palabras inentendibles. Siento el calor de la sangre recorriendo mi rostro. Veo las gotas cayendo una por una al suelo, formando un pequeño charco carmesí. Mi visión se nubla, todo a mi alrededor se vuelve difuso.
Joseph dice algo. Su mano le da palmadas a mi mejilla, como si esperara que esté lo suficientemente lúcida para responder. Veo su figura convertirse en tres, su rostro proyectándose frente a mis ojos y dando vueltas como una calesita. Mis ojos amenazan con cerrarse, un pestañeo eterno.
De pronto, un dolor que nunca antes sentí me trae de vuelta a mis sentidos. Un pinchazo en la zona baja de mi abdomen hace que me doble por la mitad.
Me duele. Me duele mucho.
Es un dolor agudo, mucho más fuerte que un maldito dolor de ovarios. Es como si algo me estuviera destruyendo por dentro, como si mis huesos se estuvieran partiendo uno por uno y mis entrañas estuvieran retorciéndose con un tenedor que las gira hasta arrancarlas.
Me escucho gritar. Mi voz se expulsa con una fuerza que no recuerdo haber tenido nunca. Mis brazos rodean mi cintura, buscan cesar el dolor que me está matando. Apoyo la frente en la frialdad del suelo. Una mezcla de sangre y lágrimas llega hasta mis labios. Mis piernas patalean en busca de algo sólido que les dé la firmeza necesaria para fingir que es suficiente para convencerme de que puedo soportarlo. Y no, no puedo. No puedo soportar este dolor.
Mi cuerpo abandona el suelo. Siento que unos brazos me envuelven, me elevan. Mi cabeza cae hacia atrás, un movimiento hace que descanse sobre un pecho. La camisa blanca se tiñe poco a poco de rojo. El dolor me hace gritar otra vez. El escenario cambia. Cambia otra vez y otra vez. Todo es una mezcla de colores, de formas que no tienen formas, de voces que se mezclan y de ruidos blancos, grises, negros, de todos los tipos.
Y, así, de pronto, ya nada se oye, nada se ve. Todo queda en la nada. Ya no siento nada. No hay dolor, no hay gritos, no hay demonios torturándome. No hay nada.
Notes:
*Grita*
¿Entienden por qué decidí escribir/publicar una historia alternativa? La otra Emma no sufre tanto...
Chapter 109: Por favor.
Notes:
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Chapter Text
Dicen que el objetivo de la tragedia griega es usar la muerte del héroe trágico para causar la catarsis en el espectador; para causar una especie de alivio emocional en el espectador que resulta muy injusta si eres tú el héroe trágico, ¿por qué el héroe ha de sufrir por una mera purgación de emociones negativas? No quiero eso. Quiero un final feliz sin cuestionamientos, como los del cuento maravilloso. Quiero abrir los ojos y hallarme en un idílico mundo de ensueño, uno en el que no sienta que todo mi cuerpo está destrozado y que el mínimo movimiento hará que sus fragmentos acaben como diminutos cristales.
La vida es una carrera de obstáculos y yo soy un auto sin frenos que se estrella contra todos.
Siento la calidez de un cuerpo que no es el mío, una mano ajena cuyo tacto me suena familiar, pero que no logro recordar, y que, a pesar de mi extrañeza, me reconforta sentirlo frotar mi brazo con suavidad. Escucho su voz grave y rasposa, una que me cuesta identificar, pero que me da la impresión de que la tengo grabada en el corazón. Si mi condena es pasar el resto de mis días sintiéndola, no dudaré en extender la mano y aceptarla. Anhelo un poco más de este consuelo que opaca el dolor aturdidor.
No me siento bien. Nada bien.
Es como si hubiera dado cientos de vueltas y ahora sufro de un mareo intenso.
Trato de moverme. El dolor en mí se intensifica. Es como si estuvieran martillando clavos en mi cadera, como si una maza hubiera aplastado mi cara tal como lo haría con el dedo en pleno descuido.
Noto cómo de mi boca se escapa un sollozo seguido de un gruñido. Aprieto los ojos, incapaz de abrirlos.
La mano abandona mi brazo, se coloca sobre mi cabello, lo acaricia. Siento sus labios en mi frente, su barba haciéndome cosquillas.
Escucho otra vez su voz. Noto ese acento sureño que me persigue en sueños. Las lágrimas se forman en mis ojos. Un nudo en la garganta que hace que mi pecho tiemble cuando intento hablar.
—Me duele—apenas logro decir, mi voz quebrada—. Daryl, me duele mucho.
—Estás bien, Emma—murmura—. Estoy aquí.
—Por favor, Daryl, haz que pare—mi cuerpo comienza a temblar, el aire se escapa de mí—. Por favor.
Siento sus manos callosas sostener mis mejillas, sus dedos apartando cada lágrima. Me abruma el aroma a bosque y tierra que siempre lo acompaña. Algo en su presencia provoca que no pueda detener las lágrimas, hace que caigan como cascada con cada espasmo.
Trato de aferrarme a él con todas mis fuerzas, mas su calor se aleja. Su tacto se me arrebata con crueldad y siento que lo estoy perdiendo todo, una vez más. Siento cómo miles de manos capturan mis extremidades y me retienen con mordidas desesperadas, y él está allí…está de pie en plena oscuridad y no hace más que encogerse de hombros antes de darme la espalda con crueldad.
—No, Darly, por favor, no te vayas—ruego tomando grandes bocanadas de aire—. No. No me dejes, Daryl, no…No, por favor, no.
Mis ojos se abren de golpe. No puedo respirar. Me tiembla la mandíbula, todo mi cuerpo se sacude. Un viento helado me envuelve. El toque suave en mi brazo me hace retroceder. Parpadeo varias veces, intentando enfocar la mirada en el rostro borroso ante mí. Es Veinticinco. Estoy con Veinticinco.
Algo se retuerce en mi estómago y sube hasta mi garganta. Veinticinco, al notar mis nacientes arcadas, toma rápido una palangana e inclina mi cuerpo hacia ella. Toda la comida que ingerí es expulsada de mi cuerpo.
—Está bien, Treinta. Escupe todo—me dice dando palmadas en mi espalda.
—Yo…yo…—otra oleada de vómito.
—Tranquila, estás bien ahora—su voz cargada de preocupación—. Estabas llorando y gritando mientras estabas inconsciente, pero ya pasó. Estás a salvo en la enfermería.
Sus palabras me llegan como golpes. Me llevo una mano a la cabeza, intentando recordar cómo mierda llegué hasta acá.
—¿Daryl? —pregunto, con la voz ronca. Escupo los restos que quedan en mi boca—¿Él estuvo aquí conmigo?
Veinticinco niega con la cabeza, apretando ligeramente mi brazo en un gesto de consuelo.
—No, Treinta. No vino nadie con ese nombre. Estuvimos nosotras dos solas todo el tiempo.
La confusión y el miedo se arremolinan en mi mente. Me está mintiendo. Daryl estaba acá hace unos segundos y ella no quiere que lo sepa. No quieren que sepa que Daryl vino a rescatarme porque les conviene que Joseph me tenga en la mira. Me está cagando a verso, cree que nací ayer.
—No…yo lo…yo lo escuché. Lo sentí, lo olí. Daryl estuvo aquí, estuvo conmigo.
—Oye, tranquila, tranquila—deja la palangana sobre una mesa, sus manos sujetan mis hombros cuando ve que intento levantarme—. Debiste soñarlo. Debió ser una secuela del golpe.
—No…él…yo…yo lo…Yo lo sentí, Veinticinco—mis ojos recorren cada zona borrosa de la habitación—. Él estaba aquí. Estaba conmigo y luego…luego se fue. Daryl me dejó, me dejó otra vez. Pero va a volver, sé que lo hará y nos iremos juntos y…
Ella suspira, su expresión se vuelve sombría.
—Escúchame con atención—sus ojos fijos en los míos, sus uñas clavándose en mis hombros, recordándome que el dolor implica lucidez—. Joseph te trajo aquí. Estabas cubierta de sangre, toda golpeada e inconsciente. Él te dejó aquí y se fue. Yo misma me encargué de cuidarte y te juro por mi vida que nadie más ingresó a esta habitación, ¿comprendes? —asiento lentamente, tratando de asimilar la situación. Pero Daryl…él prometió siempre estar allí para mí, prometió protegerme y cuidarme—. Treinta, necesito que me digas que comprendes lo que te estoy diciendo.
—Sí. Sí, lo hago—susurro, apretando su mano en reconocimiento; ella coloca la suya encima para detener las sacudidas causadas por el temblor.
Daryl no estuvo aquí. Él no…él no vino a rescatarme. Todo no fue más que una ilusión, algo que mi mente produjo. ¿Cómo…cómo puede ser que…? No lo entiendo. Él estaba aquí, se sintió tan real, pero no lo era. Daryl me lo prometió, y no lo cumplió. Y yo…¿cómo pude creer que lo haría?
Veinticinco suspira, probablemente consciente de mi lucha interna.
—Treinta, ¿qué recuerdas? ¿Crees que puedes decírmelo? —se sienta a mi lado, apartando mechones de pelo pegados a mi frente sudada.
—Yo…—trago saliva. Los recuerdos comienzan a llegar—Intenté escapar. Treinta y uno me delató—frunce el ceño—. Joseph me llevó…
—¿A dónde?
Bajo la mirada. Hago un repaso del día. Oscuridad, cadenas, grilletes, sangre seca…
—Cuarto Rojo—suelto sin siquiera terminar de procesar la información—. Allí me golpeó. Y luego…yo sentí…sentí mucho dolor, Veinticinco. Uno tan intenso que ni siquiera puedo describir—llevo mis manos a mis ojos para frotarlos, pero el dolor me hace apartarlas de inmediato—¿Tiene eso algún sentido?
Se pone de pie. Su mano se apoya en su nuca antes de ser pasada por su cabello.
—Lo tiene, sí—aprieta los labios. Intenta hablar, pero duda. Sus ojos se encuentran con los míos—. No fue un dolor cualquiera, Treinta.
—Lo sé, fue más fuerte. Fue como…como si estuviera muriendo. No—niego, lento, con la cabeza—, fue mucho peor. Fue…
—Estás embarazada—suelta, así, sin anestesia. Sus ojos brillando con seguridad y todo su cuerpo listo para abalanzarse sobre mí ante cualquier arrebato.
¿Que estoy qué?
Notes:
Es cortito, pero espero que hayan llorado. Yo lo hice cuando escribí el capítulo, cuando lo edité y cuando lo reedité y releí antes de publicar.
Vamos a hacernos las sorprendidas y a fingir que realmente creímos que las pastillas anticonceptivas vencidas funcionan como corresponde.
Oooh, encima ya es final de temporada. No saben cómo me duele hacerlo. Espero poder volver pronto y espero que dejen comentarios. Posta, me aburro si nadie escribe; incluso estoy dispuesta a recibir puteadas.
Tkm, a todos <3 Se me cuidan.
Pd: NO SABEN. Estaba por hacer clic en "post" y a mi cabeza se le dio por hacerme cantar esta parte de la canción: "Pero no vino nunca, no llegó. Y yo jamás sabré lo que pasó. Me fui llorando despacio. Me fui dejando el corazón". ¿Es esta una señal para que deje de estudiar y me ahogue en mi llanto?
Chapter 110: Emilia Rossi.
Notes:
ADIVINEN QUÉ FIC CUMPLE UN AÑO
Este, bue
Según mi calendario, el año pasado subí el primer cap. de este fic. Este es mi primer fanfic, así que estoy bastante contenta con cómo se fue desarrollando la historia y cómo fue recibida. De hecho, me sorprende que alguien haya leído esta cosa, teniendo en cuenta que está en español y que escribí para el culo las primeras dos temporadas...Les dejó el primer capítulo de la sexta temporada, tal vez en estos días suba otro más.
Tkm<3
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
No podía dejar de pensar en ella: ni antes, ni después, ni ahora. Era la dueña de su mente, captora de su corazón. La veía en todas partes, incluso en los lugares en los que ella nunca estaría. De vez en cuando, se sorprendía a sí mismo volteando para susurrarle alguna tontería que le haría reír, que haría que esos suaves labios se curvaran ligeramente hacia arriba, que esos ojos cafés que tanto adoraba admirar brillaran al encontrarse con los suyos. Su rostro se teñía de blanco al recordar que la había perdido y que nunca más la encontraría.
Era su culpa, ¿de quién más podría ser? Se sentía como un idiota por herirla así, ella no se lo merecía. Él no la merecía.
Todavía podía recordar la primera vez que la vio. Él y Merle estaban cazando por la zona, vagando sin rumbo entre los árboles. Su voz lo condujo por un sendero sin obstáculos, totalmente absorto por la suave melodía que el viento arrastraba y que, en ese momento, también lo arrastraba a él.
Podía jurar que su corazón se detuvo por un segundo, que incluso se olvidó de cómo mierda se respiraba. Ella tenía los pies sumergidos en el agua. Sus manos subían y bajaban por sus hombros, casi podía ver las gotas recorriendo su espalda. Se dio la vuelta, sus labios emitiendo palabras que él no podía descifrar, una canción que nunca antes había oído. Retrocedió medio paso, su cuerpo tenso detrás del arbusto. Vio cómo la camiseta cubría poco a poco su piel húmeda, cómo la tela absorbía el líquido y se pegaba más a su figura. La vio sacudir su cabello ondulado que combinaba con hermosura los tonos castaño y rubio. Pensó en lo suave que sería, en el aroma que tendría. Su canto se transformó en un bufido.
Una sonrisa se formó en su rostro al notar el cambio de voz de la mujer.
No entendía nada de lo que decía, pero le divertía ver sus manos frotar con ira la tela de unos pantalones viejos. La forma en la que su boca se movía al hablar le causaba un cosquilleo en el pecho. Casi se echa a reír cuando ella, totalmente entregada al enfado, arrojaba la prenda al agua, pasaba una mano por su cabello y decía un insulto que conocía muy bien, uno de esos que los amigos extranjeros de Merle le habían enseñado poco después de que empezara a andar con ellos. Eran palabras fuertes que en ella sonaban como un mero suspiro.
Su voz no pasó desapercibida. Ni para él, ni para Merle, ni para uno de esos raros muertos. La mano de Merle le impedía ir a su rescate. Ella, sin notar la presencia de ninguno, recuperó la prenda y, rendida ante una mancha difícil, la escurrió y colocó sobre su cesta. Estiró su cuerpo, haciendo sonar los huesos y destacando, ahora sí en palabras que él entendía, que dormir en el auto le hacía mal. Se recordó a sí misma que debía pedirle a los demás que le consiguieran una tienda cuando vayan a la ciudad, pero que en vano era, que nadie arriesgaría la vida por un capricho de ella.
La sonrisa de Merle se ensanchó, divertido por las divagaciones de la mujer y deseoso por poner sus manos en ella. Las rubias eran su debilidad, nunca se cansaba de repetirlo.
Su cuerpo se congeló en el barro. Sus ojos se abrieron de golpe al descubrir que algo más estaba allí, a pocos metros de ella. Vio cómo sus labios se movían, pero ningún sonido salía de ella.
Él quería gritarle que se apartara, que huyera mientras se encargaba. Pero él no era ese tipo de persona, él no iba por ahí salvando el trasero a los demás. Tampoco era de esos idiotas que se quedaban embobados observando a una mujer atractiva. Se maldijo a sí mismo por ir en contra de quien se supone que era. Maldijo también a Merle, que lo llamó imbécil por escapar de su agarre. Maldijo al raro por hacerla temblar, por haberla interrumpido, por no permitir que pudiera grabar en su cabeza cada detalle de ella, por hacerla caer tras un torpe intento de escapar de sus garras pútridas, por causar que el agua hiciera que su ropa se ciñera aún más a su cuerpo, por haberlo obligado a salir de su escondite y clavar una flecha entre sus cejas, por empujarlo a hablar con ella. Maldijo a todos, menos a ella.
—¿Eres idiota, mujer? —masculló. El cuerpo de ella se relajó por un segundo antes de volverse a tensar cuando encontró los ojos de él, cuando lo escuchó hablarle con ese tono de mierda que espantaba a las mujeres como ella—No estás en una maldita playa, mira a tu alrededor si no quieres que estas mierdas te mastiquen—pateó el torso del raro.
Sus ojos oscuros se clavaron en él. Su boca se abría y se cerraba, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Su pecho se elevaba, totalmente agitado por el miedo. Su rostro recuperó el color en cuestión de segundos. Supo que sus palabras fueron procesadas correctamente al notar su ceño fruncido. Ella, aún en el agua, extendió la mano hacia él, ajena al hecho de que no eran más que extraños en un mundo que se había ido a la mierda.
— Emilia Rossi —se presentó con una sonrisa y usando ese acento extranjero que lo volvía loco—. Puedes decirme “Emma”.
Su piel era suave, su mano mucho más pequeña que la de él. De pronto, se olvidó de que hombres como él nunca podrían estar cerca de mujeres como ella. Se olvidó de que, probablemente, ambos habían vivido en mundos opuestos, que no existía punto de conexión entre ellos más que esta nueva realidad de muertos y hambruna. Se olvidó de que esa sonrisa radiante se borraría en cuanto supiera el tipo de persona que él era, de que esos ojos lo despreciarían por ser una cosa tan inferior a ella. Se olvidó de todo y respondió.
—Daryl Dixon.
Notes:
Si leyeron la historia alternativa sabrán que lo de Daryl fue AMOR A PRIMERA VISTA *grita* Sorry, amo este tropo.
¿Podríamos decir que en esta historia se aplica el "Él se enamoró primero pero ella se enamoró más fuerte"? Yo diría que sí.
Chapter 111: Emilia Rossi II
Notes:
Escuchen "Cuarto de Hotel" de Morat. Las últimas oraciones las escribí recién porque justo comenzó a reproducirse.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
"Quedó en el aire vernos otra vez
Solo soy alguien que solías conocer
Soy una cara más en un álbum de fotos
Soy un beso atrapado en un casi nosotros
Un extraño extrañándote"
("Cuarto de Hotel", Morat)
Shane, Morales, T-Dog, Jim y Glenn se presentaron con armas ante ellos. El primero avanzó con pasos largos, sus ojos clavados en Daryl y en Emma. Atrapó el brazo de ella, trató de apartarla de él. Emma emitió ese “ eu ” que hoy tanto extrañaba, seguido de un “ ¡Pará!” que le puso los pelos de punta.
¿Cómo podría existir una criatura tan preciosa como ella en este mundo? ¿Cómo pudo permitirse perderla?
Merle tomó la iniciativa antes de que él pudiera detenerlo. El hijo de perra siempre se salía con la suya. Antes de que se diera cuenta, estaban transportando sus pertenencias a una esquina del campamento bajo la promesa de que ambos, cazadores experimentados, se ocuparían de poner comida en sus platos. Un trato de mierda, pensó Daryl en ese momento, pero la idea de Merle de saquear el lugar no le resultó tan mala cuando notó las miradas llenas de prejuicios posados en ellos. Ese fue un pensamiento que no le duró mucho. La semilla de la culpa brotó en su interior cuando la vio acercarse.
Emma se detuvo frente a ellos, manos en los bolsillos y una sonrisa cálida en su rostro. Ella decía algo, palabras que Daryl comprendió luego de que se fuera. Sus ojos se perdían en los de ella, entraba en trance al oír su voz y compararla con la que oyó una hora antes. Emma le agradeció por salvarla, se disculpó por haber tardado, los invitó a cenar con ellos. Merle no dejaba de escupir idioteces sobre lo embobado que Daryl estaba por haber encontrado un buen trasero. Él recordó cuando la vio en el agua, cuando sostuvo su mano, cuando sus ojos marrones se posaron en los suyos. Estaba perdido, totalmente perdido.
Daryl se quedó en blanco cuando la escuchó reír. No era como las otras mujeres que había conocido, ella no trataba de disimular su risa y conservar una falsa etiqueta coqueta; tampoco era una risa incómoda, de esas trataban de disimular la falta de interés. Emma reía a carcajadas. Reía por algo que él había dicho.
Daryl hirvió en ira cuando Merle se burló de él por jurar haber visto al chupacabras, no le creía. Sabía que los demás tampoco lo harían, pero, por alguna razón que desconocía, quiso compensar el esfuerzo que Emma dedicó al integrarlos durante la cena. Y lo hizo, lo dijo. Los ojos de ella se iluminaron mientras él relataba el encuentro, una sonrisa lo animó a continuar y exagerar un poco los hechos. Ella comenzó a reír cuando terminó, asegurando de que era el mejor relato de fogata que había oído desde que llegó a América. Meses después, luego de que perdieran la granja, era él quien oía con una sonrisa la historia de un imbécil disfrazado de gato que rasguñaba a la gente y huía.
Emma sonreía. Siempre sonreía. O, por lo menos, casi siempre. Emma dejaba de sonreír cuando, según ella, su batería social se acababa, cuando alguien “ le rompía las pelotas ” —que no tardó en traducir como “molestando” —, cuando la hacían enfadar, cuando perdía esa paciencia infinita que tenía, cuando algo golpeaba tan fuerte a su corazón que la hacía llorar. Él la hacía llorar, él hacía que perdiera la paciencia. Pero él también la hacía sonreír, buscaba crear en ella esa risa hipnótica que lo atrapaba y no lo soltaba.
Daryl sabía que ambos eran muy diferentes. No dudaba de que eran, probablemente, polos opuestos; pero él también disfrutaba que ella se acercara a su campamento y propusiera algún juego con cartas, le encantaba cuando le cerraba la boca a Merle con frases mordaces que sólo ella podía crear en tan poco tiempo. Su corazón se ponía raro cada vez que insinuaba preferirlo a él mil veces antes que a Merle o a cualquier otro hombre. Tal vez por eso se esforzaba tanto al cazar. Tal vez por eso sus ojos siempre la buscaban. Tal vez por eso quería protegerla de todo. Tal vez por eso sintió que todo su mundo se caía a pedazos, que ya nada tenía sentido porque sabía que nunca más la volvería a ver. Tal vez por eso su fantasma lo persigue en cada momento, una sombra en su espalda que le recuerda todos sus errores. Emma era ahora una fotografía borrosa en un álbum de fotos hecho cenizas, un recuerdo al que jamás podrá regresar.
Notes:
No sé cuándo vuelvo, pero juro que vuelvo.
Chapter 112: Anagnórisis.
Notes:
VOLVIÓ NUESTRA EMMA
Adivinen quién se la pasó escribiendo el fic en vez de preparar el bendito final que lleva pateando desde hace seis mesas. Yeees, esta boluda.
Mepa que voy a subir un capítulo por semana hasta que vuelva a quedarme sin contenido. Ya veremos...Tkm <3 No sean como yo y estudien
Chapter Text
En la tragedia griega siempre hay un momento de reconocimiento; la “anagnórisis”, como la define Aristóteles en su Poética. Es un recurso usado en la narración que revela una verdad del héroe que lo cambiará todo y lo peor es que no es simplemente "una verdad", sino que puede ser el reconocimiento de la verdadera identidad de dicho héroe o de otro personaje o un hecho sobre una situación que esté viviendo. ¿Qué puede ser peor: descubrir que eres la princesa heredera perdida de un reino lejano y que a partir de ese momento eres el punto de mira de los demás posibles sucesores o que estés embarazada después de que el jefe de la comunidad que te raptó te diera una paliza? Es un montón de mierda, quiero ser la maldita princesa. Esto es ese tipo de porquería que te toma desprevenido y te quita las opciones. Definitivamente no esperaba que algo así pudiera pasarme.
Mi cerebro recibe con demora cada palabra de Veinticinco, un sopapo tras otro. Cada letra se desliza por mi mente tratando de unir el significado de cada término, con la esperanza de que haya un error en la traducción, pero no, no la hay.
—¿Qué? —balbuceo.
Me muevo incómoda en la camilla, mis manos temblando ligeramente mientras Veinticinco me mira con una mezcla de preocupación y algo que parece ser un destello de curiosidad por cómo voy a procesar todo esto.
—Estás embarazada, Treinta—repite, su voz suave pero firme.
Las palabras flotan en el aire, congelándose en este tiempo irreal. Siento como si el suelo desapareciera bajo mis pies, dispuesto a arrojarme a la nada absoluta.
—¿Embarazada? —repito, como si decirlo en voz alta pudiera ayudarme a comprenderlo mejor. Mi mente está en blanco. No sé cómo se supone que debo reaccionar, ni cómo procesar lo que acabo de escuchar.
¿Yo? ¿Embarazada?
—Sí, Treinta—continúa, su voz teñida de comprensión—. No es fácil de asimilar, lo sé, pero es verdad. Estás esperando un bebé. Casi tienes un aborto espontáneo, por eso el dolor. Ahora ya estás bien…ambos están bien.
Las palabras "bebé" y "embarazada" resuenan en mi cabeza, luchando por encontrar un lugar donde encajar. Un torbellino de emociones me invade, todas apretujándose en el marco de una puerta imaginaria sin que ninguna logre salir al exterior.
—¿Qué? No. No, yo no…yo no estoy…
—Sé que es muy repentino, pero es verdad. Necesito que me digas que comprendes la gravedad del asunto.
—No…no entiendo. No, yo no puedo estar embarazada. No tiene sentido.
—Lo estás, yo misma lo comprobé.
—Compruébalo de nuevo.
—Treinta, tienes que confiar en mí.
—No. No puedes pedirme que confíe ciegamente. ¿Cómo esperas que acepte así, sin más, que tendré un hijo? ¿En qué mundo crees que estamos? No creeré ni una mierda de lo que me dices.
Veinticinco suspira otra vez, echando la cabeza ligeramente hacia atrás y murmurando una oración.
—Está bien, tú ganas, pero no te quejes.
—¿Por qué lo haría? Me estás haciendo un favor, no debería… ¿Por qué te pones guantes?
—Porque no tengo la maquinaria necesaria y tú insistes en volver a comprobarlo.
Oh, mierda.
Según Veinticinco, antes solía usarse seguido la exploración física del embarazo, pero con la llegada de la nueva tecnología, dejó de usarse. Tal vez fue para asustarme, quizá para hacerme cambiar de opinión, pero acá lo único que importa es que los detalles de la revisión me hicieron querer seguir vomitando.
Notando mi expresión de pánico, Veinticinco se ríe por lo bajo y, mientras asegura que “ya me han metido cosas peores”, saca un test de embarazo de un cajón. Me lo ofrece con una sonrisa malvada que me da escalofríos.
Hija de puta.
El resultado no tarda en dar positivo. Y con eso, siento como si mi mundo entero se estuviera destruyendo.
Me quedo en silencio, los engranajes de mi cabeza moviéndose y el test temblando entre mis dedos. ¿Estoy embarazada? ¿Yo? No, no puede estar pasándome. No puedo estar…Oh, mierda. Mierda. Mierda. La recalcada concha de mi madre y la puta que los parió a todos .
Trago saliva. El nudo en mi garganta no desaparece, es una cadena de oro que la rodea y le va dejando marcas invisibles que quieren hacerla sangrar. Una opresión nace en mi pecho, apretuja mi corazón. Manchas de todos los colores aparecen frente a mí, un ligero tic nervioso anticipa una crisis.
—¿Y el padre? —murmuro, más para mí misma que para Veinticinco.
La pregunta flota en el aire, sin respuesta. El tic-tac del reloj me está volviendo loca. La puta madre , no sé quién es el padre, y es como si esa incertidumbre me pesara aún más. Si es de Joseph…juro que si es de Joseph me arrojaré sobre los bisturís que están en esa mesa y me abriré el cuello tan profundo que no podrán coserlo ni con todo el hilo del mundo. No, mejor: me voy a reventar la cabeza con la pared. No hay manera de que pueda tener un hijo de ese monstruo enfermizo.
Pero, ¿y si es de Daryl?
Siento que mi corazón se acelera mucho más, mis manos sienten un cosquilleo tortuoso. Tengo la impresión de que en cualquier momento vomito de nuevo, pero no sé si es porque estoy abrumada por la confusión y el miedo, o por una chispa de algo más, de algo que se asemeja demasiado a la esperanza, aunque no sé si estoy segura de querer admitirlo. Respiro hondo, tratando de esquivar la nueva oleada de náuseas.
—¿De cuánto crees que estoy? —pregunto con los ojos fijos en la prueba de embarazo, las dos rayitas brillan como si se estuvieran burlando de mí.
—¿Eso importa?
—Sí, claro que importa.
—Sin el equipo necesario, no será muy preciso…
—Veinticinco, por favor.
Se pasa las manos por la cara, totalmente agotada por lidiar conmigo.
—Unas diecisiete semanas, tal vez…no lo sé, no estoy segura. Tu cuerpo ya ha presentado cambios notables. Tal vez sean más, tal vez sean menos.
—Cada mes contiene unas cuatro semanas, ¿verdad?
—Sí, por lo general es así. ¿Por qué…?
—Cuatro más cuatro, son ocho. O sea, dos meses. Nueve, diez, once, doce, son otro mes…tres meses. Trece, catorce, quince, dieciséis…cuatro meses…—cuatro meses y una semana—¿Estoy de cuatro meses?
—Sí, pero debido a los constantes cambios en el cuerpo de la madre y del bebé, es preferible medir por semanas y no por meses. Así es más preciso. Treinta, ¿me estás escuchando? ¿Puedes dejar de caminar de un lado a otro?
Son diecisiete semanas. Más de cuatro meses. Se supone que estoy acá hace, más o menos, dos meses…
La conversación que tuve con Glenn en Big Spot regresa a mi mente.
La puta madre .
Glenn estaba tan preocupado de que Maggie estuviera embarazada, que me centré en decirle lo que necesitaba: esperanzas de que no esté sucediendo. Y sucedió, pero no a ella, sino a mí.
Las palabras se escapan de mis labios antes de que pueda frenarlas. Algo en mí quería materializar este descubrimiento, hacerlo real.
—Es de Daryl—balbuceo sin poder creerlo. Tendré un hijo de Daryl. Tendré un pequeño Dixon—. Veinticinco, es Daryl, no es de Joseph—le agarro las manos, una sonrisa se extiende por mi rostro, me achina los ojos—. Es de…es de…—las lágrimas se acumulan en mis ojos y se vierten por mi piel como una cascada—Es de Daryl. Es de mi Daryl.
La confusión de Veinticinco se transforma en comprensión antes de volverse tristeza. Me envuelve en sus brazos, me da palmaditas seguidas de un “felicidades”.
Este hijo es de Daryl. Es de mi Daryl.
Es de Daryl y es mío. Es de los dos.
Chapter 113: Promételo.
Notes:
¿Voy a subir un capítulo sólo para anunciar que empecé a publicar el fic en Wattpad? Yeeees
"The Fiambres Dead" se une a Wattpad hasta que el llorón me la borre por contenido inapropiado. Veamos cuánto tarda en cerrarme la cuenta y condenarme al ostracismo.
Chapter Text
Respiro hondo. El silencio de la enfermería es roto por el tic-tac distante del reloj. No sé qué hacer. ¿Cómo podría traer a un niño a este mundo destrozado y peligroso? ¿Es siquiera posible criar a un hijo en un lugar así? No me entra en la cabeza cómo Lori pudo enfrentar el caos en su interior. Pero eso no es todo. Yo no sé parir, ¿cómo se supone que se hace eso? No creo que haya un instructivo que te indique cómo dar a luz, ¿y si lo hago mal y no sale? ¿Y si me tienen que cortar para quitármelo? O, peor, ¿y si estoy sola y tengo que ocuparme de todo por mi cuenta? No sé nada de partos, ni de amamantar, ni de cómo criar niños. Mi ineptitud podría matar a mi bebé. Joseph podría matar a mi bebé.
Veinticinco está sentada a mi lado, su expresión llena de preocupación y sus manos inquietas, duda si debe romper la distancia o mantenerla. Siente mi ansiedad, el miedo que me carcome la cabeza. Veinticinco no es una mala persona, lo sé con sólo verla. El problema es que es demasiado correcta, es el tipo de persona que se aferra con uñas y todo a las reglas. Y las reglas aquí no pueden tomarse a la ligera. Pero estoy sola, tengo mucho miedo y necesito proteger a mi bebé, no puedo aceptarlas. Tengo que poner a Veinticinco de mi lado.
Sé lo que va a responder antes de siquiera abrir la boca. Hay que intentarlo. Si no apuestas, no ganas, ¿verdad?
—Veinticinco—comienzo, mi voz temblando ligeramente—, necesito pedirte algo. Un pequeño favor…¿Puedes no decirle a Joseph sobre el embarazo? No todavía.
Veinticinco me mira, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y resignación.
—Treinta, él lo sabrá. No puedes esconderlo para siempre.
Asiento, sintiendo una oleada de desesperación. Tengo que convencerla.
—Lo sé, pero necesito tiempo. Él nos matará cuando se entere. Buscaré una manera de escapar, de mantenernos a salvo de él.
Suspira, sus ojos suavizándose, pero sin perder ese “ que pendeja tan rompebolas ” de su rostro.
—Entiendo cómo te sientes, pero también sabes cómo es él. Si descubre que le has estado ocultando algo tan importante, se enfadará. Y no solo con nosotras, sino también con el resto de los Números. No necesito explicarte qué sucede cuando se enfada, ¿verdad?
El miedo que había estado reprimiendo se apodera de mí. Mi cuerpo se sacude involuntariamente, las heridas y los moretones me arden. Sé que Veinticinco tiene razón. Joseph no sólo nos matará cuando se entere, me torturará hasta matarnos si descubre que lo oculté y estoy segura de que hará mucho más si llega a saber que el bebé es de Daryl.
—¿Y si encuentro una manera de salir de aquí antes de que lo descubra? Podría buscar refugio en otro lugar, abastecerlo y venir por ustedes. Podemos hacer algo grande, algo bueno. Sólo nosotras, sin hombres—sugiero, aunque mi voz delata mi propia duda.
Ella niega con la cabeza.
—Es demasiado peligroso. Estás embarazada. No puedes arriesgar tu vida y la del bebé por un plan que probablemente fallará.
Me quedo en silencio, tratando de procesar la realidad de mi situación. Siento como si cada opción me llevara a un callejón sin salida. Sé que puedo defenderme y que podré sobrevivir al exterior, no es lo que me preocupa. Salir es el problema. El Palacio está demasiado asegurado y Joseph no me quitará el ojo de encima. Debo ser paciente. Si mi plan es lo suficientemente sólido, puedo intentarlo y tal vez lo logre. Si mis opciones son lograrlo, morir y morir, ¿no puedo confiar en que ese porcentaje mínimo de éxito se haga realidad?
—Por favor, Veinticinco—susurro, casi suplicando—. Sólo dame un poco de tiempo. Este bebé es todo lo que tengo, déjame luchar por él.
Veinticinco me mira fijamente por un momento antes de suspirar.
—No tienes tiempo—sentencia, apuñalándome con una daga invisible de realidad.
Abandono la camilla. Ella se pone de pie casi de un salto, su cuerpo se desliza hacia la mesa con bisturís como si recién le llegaran mis intenciones de suicidarme. No haré eso. El suicidio dejó de ser una opción, no le haría daño al hijo de Daryl. Sólo necesito pensar, aclarar mi mente.
Veinticinco tiene razón: no tengo tiempo. Es verdad que estoy más tetona y la panza se me va a hinchar cuánto más tiempo pase. Si escapo, tendrá que ser antes de que el bebé me convierta en una piñata. Veinticinco no me cubrirá, estoy segura de que largará todo en cuanto Joseph aparezca. Si no puedo convencerla, al menos debería intentar que diga la verdad a medias.
Joseph es posesivo, cree que soy un objeto de su propiedad y que existo sólo por y para él. Los hombres posesivos adoran cuando les dices que algo es suyo. Es una jugada peligrosa, pero no se me ocurre nada más. Desearía poder pensar mejor, desearía tener cerebro suficiente para hacer mejores planes.
—¿Alguien más sabe de esto? —rompo el silencio. Su cuerpo se tensa—¿De medicina?
—No. Soy la única doctora.
—No le digas a nadie.
—Treinta, sabes que no puedo ocultarlo.
—Por favor, no me hagas esto—ruego, sin apartar los ojos de los suyos.
—Lo siento, Treinta.
—¿Y si mientes? —insisto.
—Él lo sabrá. Ya sabe que estás aquí, no podrás engañarlo.
—¿Y si le decimos que es suyo? —mis labios sueltan la idea que, por desgracia, ha estado dando vueltas en mi cabeza.
—Es imposible...
—No, no lo es. Piénsalo: él cree que es suyo, no nos mata, logro escapar, busco a mi gente y las libero.
—¿Y si no? ¿Y si aun así te mata?
—No lo hará, está obsesionado.
—¿Y si no logras escapar? ¿O, peor aún, lo logras y nos abandonas?
—Sabes que no haré eso, me conoces.
—¿Realmente lo hago? —da un paso hacia mí, las manos en la cadera— Apenas llevamos unas semanas juntas y ya quieres que me juegue el cuello por ti. Así no funcionan las cosas, Treinta.
Una parte de mí se escapa en un suspiro. ¿Quedará algo de mí?
—Joseph me separó del hombre que amo y de mi familia, ¿no me ayudarás a proteger lo único que me queda?
—Treinta...
—Podemos decir que nació antes de tiempo. Sé que suele pasar cuando el embarazo es de riesgo.
—Tu cuerpo podrá resistirlo sin dificultad.
—Pero ellos no lo saben, ¿o sí? —ella lo piensa. Por un segundo, sus ojos se iluminan—El bebé es débil y corre riesgo de nacer prematuro. Si pregunta por qué, dile que por lo general se debe a la desnutrición y…no sé. ¿No puedes explicarlo con términos médicos que sean muy difíciles de comprender? —se muerde el labio inferior—. Por favor, haré lo que sea para pagártelo. Ayúdame a protegerlo, mi bebé no merece vivir en un lugar como este.
Deja escapar un largo suspiro lleno de cansancio. Se refriega los ojos antes de responder.
—Exijo privilegios, cuando salgamos de aquí te encargarás de mí.
—Haré el esfuerzo. ¿Promesa de Números? —extiendo la mano hacia ella, mis dedos bien separados, exactamente como Veinticuatro me enseñó.
—Que infantil eres—acerco la mano a su cara—. Promesa de Números—sus dedos se entrelazan con los míos.
Chapter 114: Todas nosotras.
Notes:
No quiero presumir, peeero...ya reescribí casi todos los capítulos que eran una mierda. Me faltan unos cuantos de la temporada 3 y ya estaría.
No puedo creer que haya publicado tanta basura, les agradezco por leer semejante porquería y no quejarse. TKM+ <3
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Chapter Text
No me permitieron descansar ni un minuto más. Los guardias abrieron la puerta con furia, sus cuerpos inmensos se lanzaron sobre mí y capturaron mis brazos con sus manos sucias manchadas de sangre. Veinticinco nos sigue de cerca repitiendo que deben tratarme con cuidado y que se arrepentirán si llego a empeorar. Les chupó un huevo, obvio. Nos arrojaron a ambas dentro del Cuarto Gris como si fuéramos bolsas de consorcio llenas de basura.
La melena rubia de Veinticuatro es lo primero que veo. Entierra su rostro en mi hombro y solloza como una niña preguntándome cómo estoy y diciendo que realmente estaba preocupada porque creyó que estaba muerta. Mi plan de tranquilizarla se fue al traste. Su cara de muñeca está magullada. Veintinueve abandona la cama y cuando se acerca para unirse al abrazo, puedo verle el moretón y el labio roto.
—¿Por qué…?—intento preguntar a pesar de ya saber la respuesta.
—Estamos juntas en este infierno—declara Veintiuno desde su cama. Tiene un paño húmedo sobre el ojo morado.
Echo un vistazo a cada rostro que tengo en frente. Parece como si acabaran de recibir la profecía que dictará el curso de sus destinos. O tal vez sean pavadas mías. O tal vez Veintiuno tenga razón. Estuve sola luchando y planeando mi escape, como si todas ellas no estuvieran viviendo la misma mierda que yo. No estoy sola en este infierno.
—¿Y Treinta y Uno?—le pregunto a Veintiuno, recordando la voz aguda delatándome y esa carita aterrorizada.
Se quita el paño. Duda en responder. Veintiuno siempre trata de pensar dos veces antes de hablar, es bueno teniendo en cuenta que tiendo a ser una bocona. Pero hay algo en sus ojos que me desconcierta, un secreto que no quiere revelar.
Es raro que la nena no esté metida por acá. No me cabe duda de que el mamerto de Joseph gozaría de echarle en cara cada herida que me causó. Es probable que nos ponga frente a frente y diga alguna pelotudez como “esto pasa cuando las putas quieren escapar”, lo que sea que pueda hacerlo conservar su falsa masculinidad y su perfil de amo absoluto. Es el tipo de hombre que elegiría como apodo “El Rey de las Putas”. Flor de pajero, lo sé.
Veintinueve roba la palabra, separándose de mí y haciendo un repaso de mi apariencia atroz. Debo estar realmente hecha pija porque arruga la nariz.
—La mató. Se la llevó mientras gritaba que por culpa de ella estabas muerta. ¿Puedes traerla?—le pregunta a Veintidós, en sus manos un objeto circular está envuelto con la tela de uno de los muchos vestidos de princesa que Joseph me envió. Sé lo que es incluso antes de que la descubra. El rostro convertido de Treinta y Uno está lleno de cortes, moretones y la notable marca de nudillos—. Se movía cuando la trajo, hizo que Veintiuno la acabara—iban a subastarla y ahora está muerta. ¿Cuánta fuerza se necesita para matar a alguien a puño limpio? Yo me salvé de pedo, porque el bebé me salvó la vida. Pero fácilmente podría haber ocupado el lugar de Treinta y Uno, ¿o Treinta y Uno ocupó el mío? Veintiuno chasquea los dedos para arrancarme del trance antes de que comience a culparme. Continúa hablando con cautela—. ¿Qué harás, Treinta?
—Dije que lo mataría y lo haré.
La alegría en sus rostros se rompe en pedazos cuando Joseph hace su gran entrada. Tiene el traje desprolijo, la corbata desarmada y el cabello hecho un caos. Las manchas de sangre en él me dan escalofrío, las costras apenas formadas en sus nudillos son de terror. Se me seca la garganta por tan solo verlo. Mi cuerpo quiere salir disparado hacia el otro extremo de la habitación, colocar a todos los Números como una barrera protectora.
Siento su mirada sobre mí, ese verde aterrador que anhela robarme el alma. Me quedo paralizada, mis manos tiemblan sobre mi vientre. Joseph da un paso hacia mí, un brillo asesino iluminándolo.
—Veo que recibiste mi obsequio. Te gusta, ¿verdad, cariño?—hace tronar los dedos. Tiene esa sonrisa de falsa gentileza—Hace juego con esa piel preciosa que tienes.
—Está embarazada—anuncia Veinticinco, interponiéndose entre los dos.
La mano de Joseph baja, su puño se relaja. En su cara una expresión nunca antes vista e imposible de imaginar aparece. Siento que me hago cada vez más pequeña. Está contrariado: feliz, enfadado, confuso pero comprensivo. Sabe que fue él quien se la mandó.
El uso de anticonceptivos es una de las principales reglas de este lugar, tienen la creencia de que todas estamos infectadas por estar demasiado usadas y que podríamos transmitirles la enfermedad, lo que supondría que todas deberíamos ser asesinadas para erradicar la infección y que ellos se quedarían sin putas para subastar. Veinticinco me contó una noche que la anterior encargada de la enfermería esparció información confusa a cada paciente que trataba y ellos interpretaban lo que querían, así logró que Joseph declarara el uso obligatorio de preservativos. A ella la mataron porque contrajo sífilis, el hombre que siempre la pedía murió días después por el ataque de una horda de caminantes en el antiguo Palacio, aunque está el rumor de que Joseph lo usó como carnada para que ningún otro rompa la regla. El punto es que Joseph es muy exigente con el uso del preservativo, teme morir por una causa tan “ridícula”. Es por eso que hubo una sola vez en la que no lo usó y estaba tan en pedo que gritaba con fervor lo mucho que quería correrse en mí. Esa es la única razón por la que este plan podría llegar a funcionar, un hombre como él sólo aceptaría este hecho si su sentido común le dice que las probabilidades son altas.
Veinticinco hace lo que puede. Le explica el procedimiento al que me sometió, qué medicamentos me dio y de cuánto fueron las dosis, y cuando le entrega el test de embarazo, un jadeo de sorpresa sale de él. Joseph me atrapa entre sus brazos sin dejar de repetir que tendremos a una hermosa niña que será idéntica a mí.
—¿No estás feliz, preciosa?—me acuna el rostro—Tendremos una niña.
El sabor de sus labios es repugnante, repulsivo, vomitivo. Se me revuelve el estómago por sentir la cercanía de su cuerpo. No me suelta a pesar de que Veinticinco continúa enlistando los cuidados que se han de tener y lo riesgoso que podría ser el parto. Joseph está subido en una nube de pedo. Le habla a mi bebé como si fuera suyo, haciéndole promesas vagas y declarándola su princesita. La palabra me resulta nefasta, una muestra de lo retorcida que es su mente. Me trago las lágrimas y mastico la bronca, uso toda la fuerza que queda en mí para soportarlo y no arruinarlo todo. Tengo una ganas tremendas de agarrarlo de las mechas y pisarle la cabeza hasta no dejar nada más que una masa de carne y sangre.
Joseph sale de la habitación hablando consigo mismo sobre crear un Cuarto para infantes e imaginando los cientos de vestidos ridículos que le pondrá.
Las piernas me fallan y mi cuerpo encuentra refugio en los brazos de Veintinueve y Veinticuatro. Estoy temblando, mis manos se sacuden como si estuvieran recibiendo choques eléctricos.
—¿Es parte de tu plan o…?—Veintinueve no puede sostenerme la mirada.
—Es un Dixon—anuncio, haciendo malabares para no derrumbarme. Me aparto de ellas, ansiosa por llenar mis pulmones de aire. Mi espalda se desliza por la pared hasta dejarme en el suelo. La frescura de los ladrillos calma el ardor de los golpes.
—¿Qué es eso? ¿Una religión o algo así?—pregunta Veintitrés con toda la inocencia de su edad. Ella y su novio de la facultad formaban parte de un grupo que tuvo la desgracia de toparse con los Cazadores de Joseph. El idiota la intercambió por un puesto en el Palacio. A menudo la he oído maldecir mirando a un chabón con cara de nabo.
Doy palmadas en el suelo, invitándolas a sentarse.
—Es el apellido de su padre—sonrío a pesar de querer hacerme bolita y llorar.
—Entonces, no es de Joseph—Veintinueve baja tanto la voz que apenas se escucha—¿Planeas ganar tiempo engañándolo?—asiento, logrando que sonría—Eres una perra cruel.
—¿Cómo es él?—Veinticuatro se inclina hacia mí, deseosa de mi completa atención.
¿Que cómo es Daryl? ¿Cómo podría describir a alguien tan complejo como él? Por tan sólo imaginarlo ya se me hacen agua los ojos.
—Daryl es lo más bonito que me pasó en la vida—me trago el nudo en la garganta, mis dedos acarician suavemente la pancita que se me forma. Todavía no caigo, no puedo creer que tengo un bebé acá. Hay una cosita chiquita dentro de mí que está creciendo—. Daryl es protector, leal…muy gruñón—nos reímos—. Cuando nos conocimos era muy iracundo, siempre a la defensiva y esperando la más mínima provocación para iniciar una pelea. Con el tiempo se calmó, se volvió callado e impenetrable, tan malditamente sexi con esos brazos bronceados, su chaleco de cuero, una ballesta y su motocicleta—suspiro. Quiero llorar—. Ya estábamos juntos en ese entonces, sólo yo podía ver lo vulnerable que era su barrera y lo dulce que puede llegar a ser.
—Suenas como si estuvieras enamorada—reconoce Veinticuatro, la barbilla apoyada en sus rodillas.
—Lo estoy—una lágrima me recuerda que me duele el ojo.
Veintiuno toma mis manos, hay un brillo de seguridad en sus ojos.
—Saldremos de aquí, Treinta. Todas nosotras. Y juntas encontraremos a tu Daryl Dixon.
Notes:
Yo quiero mucho a las Números. En los próximos capítulos se ve mejor cómo se llevan con Emma.
Tal vez comience a publicar los sábados.
Chapter 115: Inmortal.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Te crees inmortal porque miras a la muerte a los ojos y te burlas de ella con descaro. Te piensas el rey de todas las almas porque tú no tienes una. Te miras al espejo y simulas que no ves un cascarón vacío. Afeitas tu barba a pesar de que te esfuerzas en rellenar tu coronilla. Dices que me amas pero levantas el puño ante la mínima provocación. Juras que mi bebé es lo más preciado que tienes, pero fantaseas deseando que sea niña. Me miras a los ojos y todo lo que noto es una maldad sin medida. Porque eso es lo que eres: un cascarón lleno de maldad.
—Te gusta, ¿verdad?—murmura en mi oído.
Extiendo el vestido celeste. Es pequeño con falda de tul y pecho abrillantado. La tela le causaría alergia de inmediato, las telas ásperas no son adecuadas para recién nacidos.
—Es lindo—miento—. Le gustará.
Me besa el cachete.
El plan no era realmente un plan. Con las chicas acordamos mantener un perfil bajo y seguir como lo hemos hecho estas últimas semanas. La idea es esperar a que llegue el momento idóneo para comenzar a movernos e improvisar. Sé que no es lo mejor, un millón de cosas podrían salir mal si no tenemos una estrategia armada. Por el momento, es lo que hay y es suficiente.
—Debes estar triste—aparta mi cabello. Su lengua recorriendo mi piel—. Sé que Veintiséis y Veintisiete te agradaban.
—Son más útiles lejos.
Ríe con satisfacción.
—Lo son. Negan está interesado en nosotros. Dos putas y un cargamento repleto de balas, ¿no es fascinante?—coloca las manos en cada lateral de mi cabeza—Negan domina Washington y yo pronto tendré Alabama en mis manos—suelta una carcajada.
Joseph es un ser obsesivo. Hace tiempo envió un pelotón de exploradores a recorrer Georgia. Se encontraron con los exploradores de otro grupo, Los Salvadores. Estaban regresando de haberse encontrado con Negan, su líder, cuando me raptaron. Joseph está empecinado en tenerlo como aliado. Le ha estado enviando balas con regularidad. Joseph no se da cuenta de que está siendo estafado bajo el pretexto de una posible alianza.
—¿No dirás nada?—espeta.
Aquí vamos otra vez: masculinidad frágil, anhelo de aprobación femenina.
—Es una gran oportunidad para ti—mi tono de voz es neutro. Me fuerza a mirarlo a los ojos. Tiene un “¿Y? ¿Qué más?” pintado en la cara—. Tal vez puedas tomar Georgia. La expansión te dará ventaja.
Asiente, satisfecho.
—Mi princesa es lista—rodea la silla, su mano aún en mi mentón—¿Crees que soy idiota?
Me mira con crueldad. Su figura imponente irradia una energía maliciosa.
—¿Por qué creería…?
Su puño impacta contra mi mejilla. La silla se tambalea, él la sostiene del respaldo.
—Quieres que me encuentre con tu gente, ¿no es así?—me agarra del cuello—¿Con tu querido Daryl?—mis dedos luchan contra los suyos. La dureza de su voz se mezcla con la ira y falta de higiene bucal—¿Crees que podrán hacer el trabajo sucio por ti? ¿Que permitiré que nos separen? ¿Es eso?
Afloja el agarre, invitándome a responder.
—Están muertos—consigo decir. Toso. Me suelta. Me toma unos segundos continuar, él espera con falsa paciencia—. Fuimos atacados, todos estaban heridos cuando nos separamos.
—Que conveniente—se burla, lleno de fastidio—. Seguro que ese hombre está más muerto que el resto, ¿no quieres buscar su cadáver?
Niego con la cabeza. Tiene esa mirada asesina.
—Tengo a tu hija—el temblor en mi voz es incontrolable—. Es lo que siempre quise y tú me la has dado.
Sopesa mis palabras. Asiente, satisfecho.
—Eres buena, Treinta—besa las marcas que dejó en mi cuello—. La pequeña Treinta será aún más buena que su mami.
Escalofrío. Repulsión. Temor. Te impones ante mí con la esperanza de doblegarme. Anhelas tenerme lamiendo tus pies. Me amenazas con lo único que tengo porque sabes que es lo que más amo en esta vida. Finges que tu mente no está tan retorcida, pero lo está. Todo tú está retorcido.
Y ahora me tocas. Besas mi piel con deseo. Te metes en mí con urgencia. Usas mi mano porque sabes que es lo único en mí que se moverá por ti. Murmuras palabras en mi vientre que no son más que una farsa.
Tratas de convencerte de que mis palabras son más sinceras que las tuyas. ¿Por qué lo serían? Si tú y yo estamos atrapados en un juego. Y tal vez seas tú quien tiene la ventaja, pero soy yo la que decide cuándo apretar el gatillo.
Te regodeas por tenerme en tu cama, por arrebatarme aliados y la esperanza. Olvidas que no has sido tú quien ha estado afuera desde el comienzo del infierno. Te sientas en tu trono protegido por muros, pero no te imaginas que los muros siempre caen. No te entra en la cabeza que nadie en este mundo está a salvo, que no eres inmortal y que lo único que te da ventaja es tu fortaleza frente a mi debilidad. Pero algún día ya no seré débil, aplastaré tu fortaleza y quemaré tus muros. Cambiaré mi sangre por la tuya. No quedará nada de ti, ni siquiera tu recuerdo.
Notes:
Lo que me gusta de esta temporada es que juego mucho con el castellano rioplatense y el "neutro". Me di cuenta cuando la terminé de escribir jsjsjsjs
Mi sueño es que todas nos unamos para tirarle mierda a Joseph. Lo odio tanto *aprieta el puño con rabia*
EU, LA SEMANA QUE VIENE TOCA CAPÍTULO DESDE LA PERSPECTIVA DE DARYL *grita* Es uno de mis capítulos favoritos. No se me da muy bien agarrar a otros personajes, pero me esforcé y me quedó bien bonis. Espérenlo con ganas <3
Recuerden que estuve que editando las primeras tres temporadas, por si quieren pasarse a chusmear las escenas que agregué (no cambian la trama). También ando publicando a Wattpad, lo que es muy raro porque casi ni le entiendo
Chapter 116: Emilia Rossi III
Chapter Text
Merle ya no estaba. Fue esposado en un maldito techo y se cortó la mano. Daryl sabía que su hermano estaba vivo, tenía la confianza de que nada ni nadie podría matarlo. Era un bastardo afortunado, un tipo duro que ni el mismísimo infierno aceptaría. O eso creía durante la mayor parte del tiempo.
Cuando llegaron al CCE y tuvo alcohol en su mano, Daryl borró a Merle de su cabeza. Quería beber, emborracharse hasta vomitar, dormir sin interrupciones. Pero, sobre todo, quería arrancar de sí la ira y el dolor que lo atormentaba cuando dudaba de la supervivencia de su hermano, cuando se culpaba por no haber estado allí para él, por no haberse quedado a buscarlo.
Y, entonces, apareció ella, con sonrisitas coquetas y ojos deseosos y seductores. Ninguno de sus gestos pasó desapercibido, Daryl los había recibido a todos. Cuando Jenner los condujo a las habitaciones y ella preguntó por su nivel de ebriedad, él sabía que tramaba algo. Algo que, en ese momento, estaba dispuesto a aceptar.
Su boca se arrojó sobre la de Emma con un hambre insaciable. Todo en ella lo volvía loco. Daryl quería que sus manos recorrieran su cuerpo entero, quería zambullirse en su piel suave, quería que sus labios robaran un poco de su calidez, quería que su lengua se cansara de tenerla. Llevó sus cuerpos hasta la pared, apretó el de ella contra el suyo. Quiso sonreír cuando la vio rogar por más besos, cuando esas manos tan delicadas se aferraron con fuerza a su camisa y lo acercaba mucho más. Vio la sorpresa en su rostro cuando sus manos agarraron su trasero y la acomodó a su altura. Daryl no podía dejar de pensar en lo malditamente bien que se sentía tenerla toda para él.
El hambre creció en él al oírla suspirar ante sus labios jugueteando con su cuello. Quería más, mucho más. Las manos de Daryl bajaron y subieron por sus piernas, deseosas de deshacerse de ese pantalón de mierda que le impedía el contacto con su piel. Daryl perdió el control cuando la escuchó gemir por un simple mordisco, no dejaba de preguntarse qué otros sonidos emitiría cuando arrancara la tela de su cuerpo. Él notó el rojo en sus mejillas y decidió que era el momento de buscar la respuesta. La arrojó en la cama, la imagen ante él casi le quitó el aliento. Se veía tan malditamente hermosa. Regresó a esos labios rosados, los devoró con impaciencia. Sintió sus manos desabotonando su camisa y le quitó la camiseta de un tirón, revelando esos blancos pechos que anhelaba apretujar. Emma suspiraba ante su toque, ante el roce de sus pieles que no se cansaban de estar en contacto.
La escuchó reír balbuceando algo sobre su barba haciéndole cosquillas. Daryl nuevamente confirmó que esa mujer lo llevaría directo a la locura. Se sentía adicto a ella. Adicto a su voz, a sus suspiros, a los gemidos que se escapaban de esos labios carnosos cada vez que sus dedos se movían en su zona sensible, cada vez que él se movía dentro de ella. Se sentía bien, tan, pero tan, bien.
Y cuando el día llegó, él supo que, si seguía allí para cuando ella despertara, ya no habría marcha atrás. Su corazón latía como loco. A pesar de la resaca, se sentía bien. Y sabía que era por ella. Pero Daryl también sabía que hombres como él no estaban a la altura de mujeres como ella. Se maldijo a sí mismo por ser tan poca cosa. Ella había viajado de un país a otro, hablaba en tres idiomas…maldita sea, incluso había asistido a la universidad y estaba en América para continuar estudiando. ¿Y él? Él no tenía nada así. Toda su vida fue desperdiciada siguiendo los pasos de Merle. No había nada en él que valiera la pena.
Y así, con un último vistazo a su rostro sereno, decidió que lo mejor sería tomar distancia. Decidió que no debía arruinarle la vida por un error de una noche de alcohol.
En ese momento, lo que Daryl no sabía era que Emma se había convertido en su mundo. Un mundo que su inseguridad destruyó. Un mundo que el último ataque del Gobernador redujo a cenizas. Un mundo que él mismo había matado. Y eso es algo que nunca se perdonaría.
Notes:
Sí, chiquis. Es el capítulo 5 ("Gracias, Barba") desde la perspectiva de Daryl *se emociona*
Nos leemos pronto <3 Tkm
Chapter 117: ¿Qué haremos ahora?
Notes:
Hoy recordamos al marido de media Argentina, el precioso San Martín (bendito seas, bb).
Les dejo un capítulo porque mientras dormía/estudiaba llegamos a los 2000 hits y es un montón para ser un fic en español.Tkm <3
Advertencia: referencia a actos sexuales no consentidos.
Chapter Text
Te veo en mis sueños. Luchas contigo mismo y te enfrentas al mundo para opacar el dolor. Me veo a tu lado a veces, un manto protector que te aísla de la desesperación. Pero no hay mantos aquí para mí, no hay nada que me esconda de él. No puedo llegar a ti y tú no puedes llegar a mí, ¿seremos, acaso, almas destinadas a vagar lejos de la otra? No quiero pensar en ello, no me gusta. Siento que se me oprime el pecho, una sensación de vértigo me invade. Y caigo, siempre caigo. Despierto sobresaltada, con el corazón a punto de escaparse por mis labios y un rastro casi olvidado de los tuyos en mi piel.
Te imagino cruzar la puerta, acompañado de esos rostros que tanto echo de menos. Me extiendes la mano y todo lo que dices es “vamos a casa”. Mi mente regresa a su lugar sólo para preguntarse “¿qué casa?”. ¿Mi casa en la ciudad en la que nací? ¿Mi casa en Buenos Aires donde murió mi abuela? ¿Mi departamento que quedó rodeado de muertos? ¿O te refieres a todos esos lugares momentáneos en los que nos deteníamos a descansar y que perdíamos en un flash? Podrás llamar “casa” a muchos lugares, pero para mí no habrá ningún “hogar” que no sea estar a tu lado. Y no lo estoy. Entonces, ¿qué haremos ahora?
La puerta se cierra. Veinticuatro y Veintitrés se acercan a mí arrastrando los pies. Deslizan sus cuerpos hasta caer a mi lado. La pared nos da la bienvenida, siempre lo hace. Podemos estar golpeadas, agotadas, entristecidas, con todo el mundo en nuestra contra, pero ella siempre está.
—¿Qué pasó?—pregunto con voz monótona.
—Trío—escupe Veinticuatro con asco—. Pagó la tarifa.
—Fue horrible. Peor que el último—solloza Veintitrés.
Hay un hombre tan retorcido como Joseph. Will es sádico, totalmente cruel. Le excita golpear a otros y disfruta más obligando a las Números a herirse entre sí. En estos días ha estado torturando a Veinticuatro y Veintitrés.
—Me orinó —comenta Veintinueve, sentándose con una mueca.
—Quiso que lo tratara como su madre—Veintiuno se une a nosotras—. No dejó de masturbarse.
—Que asco—murmuramos al unísono.
—Les aplicaré ungüento —Veinticinco se arrodilla frente a Veinticuatro y Veintitrés.
—Treinta, ¿no tienes miedo?—la voz de Veintidós no es más que un susurro adolorido.
—Estoy aterrada—admito—. No quiero morir aquí y quedar en el olvido, pero me asusta más lo que Joseph podría hacerle a mi bebé. La ha estado llamando “Pequeña Treinta”.
No dicen nada, no tienen que hacerlo. Todas sabemos lo que Joseph podría hacerle a mi bebé, ninguna se atreve a decirlo; es un pensamiento vago, palabras sin forma que luchan por nunca tenerla.
—¿Cuándo podremos matarlos?—Veintiocho abandona su cama y se acuesta en el piso boca arriba. Tiene la mirada tan perdida como siempre. Fue testigo de cómo los hombres de Joseph masacraron a su grupo, su hermano menor incluido.
—Pronto.
—“Pronto” tarda demasiado—suspira con las manos en la cara.
—“Pronto” llegará algún día y necesitarán estar preparadas.
—¿Preparadas para qué?—Veintitrés reprime un chillido cuando Veinticinco le pone una cantidad generosa de ungüento.
—Para matarlos—contienen la respiración—. No podré hacerlo sola.
—Nunca maté a nadie—Veintitrés hace puchero—. Puedo contar a los enfermos con los dedos de mis manos.
Me pongo derecha.
—Si no matas, te matan—las miro fijamente—. Lo más difícil es el peso sobre tus hombros. Si fue un inocente, te sentirás mal. Pero estos hombres no son inocentes. Cuando el momento llegue, quiero que recuerden y el dolor será quien se encargue de ellos.
La mitad de ellas no podría apuñalar a un hombre ni por accidente. No ahora. Están cansadas, resignadas. La rutina las ha sometido y no ven más allá del mundo que conocen. Cada día se despiertan y repiten que es mejor malo conocido que malo por conocer. Y no es verdad. Que Joseph sea un conchudo hijo de puta no significa que haya uno peor. Tuvimos la mala suerte de toparnos con él.
Ahora la semilla de la rebelión está bajo tierra. Es cuestión de tiempo para que crezca y todas estemos en el mismo canal.
Lo estuve analizando. No puedo luchar sola. Si un día me levanto con los cables cruzados y comienzo el ataque, caeré rápido. Todo es mejor si se trabaja en equipo. Llegaré lejos si alguien me cubre la espalda. Lo único que me queda es decidir quién lo haría.
Veintinueve patea mi pie con el suyo. Tiene la manía de buscarme pelea siempre que puede. Podría estar sentada mirando el techo y ella definitivamente me lanzaría la sábana a la cabeza para que ya no pueda ver. Le gusta molestarme. No me quejo, yo se la devuelvo siempre que puedo. Supongo que así es nuestra relación.
—¿Qué haría tu Daryl?—lo dice casi como si estuviera bromeando.
Cierto. Molestarme con Daryl es su actividad favorita. Cree que todo lo que hago es pensar en él.
—Les dispararía sus flechas—imito el movimiento. Me invade el recuerdo de Daryl en el bosque enseñándome cómo sostener la ballesta—. O simplemente los mataría a golpes o ahorcándolos.
—¿Un hombre así no es aterrador?—Veinticuatro finge temblar—Hoy golpea a los malos, mañana a ti.
—Daryl se cortaría ambas manos antes de atreverse a considerar golpearme—aclaro con demasiada brusquedad—. Nunca me levantó la mano, ni siquiera bromeando.
—Es un buen hombre—decide Veintinueve, interrumpiendo a Veinticuatro y sus prejuicios—. Y sabe lo que hace. No tenemos flechas ni la fuerza suficiente para matarlos con nuestras manos. ¿Cómo lo haríamos?
—Las armas de fuego son ruidosas, el ataque debe ser silencioso. Lo ideal son las armas blancas, corta zonas vitales y los tendrás desangrándose—me sacudo la tensión de los hombros—. Tendremos ventaja si conseguimos cuchillos de verdad y si somos rápidas.
—Matar es taaan difícil—se queja Veintitrés.
Se me escapa una carcajada. Creo que Beth una vez se quejó igual, probablemente poco después de perder la granja. Le costaba aceptar la idea de matar caminantes, fue cuestión de tiempo para que fuera capaz de sostener un arma y levantar el cuchillo. Beth es un ángel. Su corazón de oro me recuerda a Dale y a Hershel, obvio. Glenn también es así: tan bondadoso que duele, siempre aferrado a su código moral. Lo extraño mucho.
Los extraño a todos.
Si cierro los ojos y pienso en ellos, ¿podré verlos en sueños? ¿Podré robarles un poco de esa fortaleza casi infinita que cada uno posee y ser capaz de enfrentar este infierno? Quisiera que fuera posible, mas no lo es. Hace tiempo que me abandonaron, no hay manera de que pueda llegar a ellos ni ellos a mí.
Entonces, hijo mío, ¿me darías tú la fuerza que necesito para protegernos? Di que sí, amor mío, y lucharé hasta el fin de mis días.
Chapter 118: Vos sabés.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Estoy arrodillada, dispuesta a adoptar la postura suplicante de los griegos si así lo querés. Los cortes en mi cuerpo están cicatrizando, mi piel los guardará para recordarme cada día que nunca se está a salvo. Tengo mi memoria repleta de momentos tortuosos, de recuerdos que quiero olvidar. No te pido que borrés el daño en mí, te pido que me des la anestesia necesaria para soportarlo sin derrumbarme otra vez.
Sé que dije que me abandonaste, que me odiás y que yo te odio a vos. Sé que es más probable hallar fe en el infierno que en mí, pero, ¡sorpresa!, ¿no estoy ya en el infierno? La nonna decía que siempre tenés un plan para todos y cada uno de nosotros, quiero creer que me incluís en ese “todos” y que la misma regla se aplica a mí.
¿Fue esta tu señal? ¿Tu mensaje para pedirme que no baje los brazos y que siga luchando por mi supervivencia? Rogué por un milagro que me devolviera la esperanza, y me diste un bebé. Es obra tuya, ¿verdad?
Aun así, hay algo que no me cierra: ¿por qué ahora? ¿Por qué me das este milagro cuando estoy en mi peor momento, cuando todo a mi alrededor son enredaderas de sombras que se arrastran por las paredes y que amenazan con absorberme? Se ve que se te acabaron los castigos por los errores que, en su mayoría, ni siquiera quise cometer y ahora querés hacer las paces regalándome una luz tan radiante que borrará la oscuridad. Lo entiendo, creo. Amás tanto a este bebé que me lo entregás porque sabés que voy a dar hasta lo que no tengo con tal de protegerlo, pero ese es el problema: no tengo nada, ni siquiera me tengo a mí misma. Hace más de un mes que sé de su existencia y lo único que puedo hacer es bajar la cabeza y obedecer, me aterra perderlo porque en tan poco tiempo se ha convertido en mi razón de vida y por un descuido podría perderlo.
Por favor, te lo ruego: no me abandonés ahora, no cuando más te necesito. Me quitaste todo y ahora me das algo que a duras penas podré proteger. Tengo miedo, estoy aterrada. ¿Cómo voy a dirigir una guerra cuando todo lo que soy no es más que piel lastimada y una mente turbada? No tengo la fuerza que me pedís, lo sabés perfectamente. Me agarrás y me arrastrás a tu antojo, me quitás lo que más quiero y después me entregás un poco más para después volver a arrancármelo. ¿Por qué yo? ¿Por qué me hacés esto? Quiero creer en vos, lo juro; quiero creer que me vas a ayudar a salir de esta, pero no colaborás. No sacás un clavo con otro clavo, sólo lo hundís más. A mí me hundís. Estaba dispuesta a morir huyendo, lo sabés bien, pero ahora no puedo. La cruz que pusiste sobre mis hombros es demasiado pesada, me está aplastando tanto que no me puedo ni mover.
Todas esperan que tenga la solución, que sepa qué hacer en cada momento, pero no lo sé. No tengo ni la menor idea de qué hacer. Trato de mostrarme imperturbable, finjo que los golpes no me duelen y que tengo la esperanza de que todo va a salir bien, pero vos y yo sabemos que no es así. Vos sabés lo vulnerable que soy y lo mucho que me torturo por todo. Sabés que me duele, que cada día siento que muero un poco más.
Y ahora todo es peor. Todo depende de mí, pero, ¿de quién dependo yo? Ya no tengo a mi ángel guardián protegiendo mi espalda con sus flechas certeras y con brazos confiables que me cubren como una fortaleza indestructible. Me lo quitaste, ¿no te acordás? Me separaste de él y me entregaste en bandeja de plata a un demonio con hedor a sangre y podredumbre que no parará hasta que su cuerpo o el mío se cubran de gusanos.
Ya te lo dije: esperás mucho de mí si es que tus planes pretenden colocarme como la cabecilla de la revolución. Sabés que no puedo, ¿cuánto más tengo que sufrir para que te des cuenta? ¿Cómo me vas a castigar si todo lo que hago está mal? ¿Qué me vas a hacer cuando mis planes fracasen y nos conduzcan al peor de los finales?
Si está en vos la voluntad de auxiliarme y si es verdad que este pequeño ser en mí es un indicio de que no me vas a dejar tirada otra vez, por favor, te lo ruego por lo que más quiero en este mundo: guíame, dame las cartas que necesito para ganar la partida. Ayúdame que no puedo sola y sola ya no puedo seguir.
Notes:
Yo te quiero mucho, Emma T.T
Chapter 119: Todo lo que me gusta de vos.
Notes:
Capítulo adelantado porque se viene una tormenta de lpm y no los puedo dejar sin Emma sufriendo.
Chapter Text
La puerta se cierra con disimulo, un sonido casi inaudible para cualquiera que no esté entrenado en el arte de la precaución ni obsesionado con no ser atrapado. Por un minuto eterno, sólo se oye el “clac” de los cuchillos atravesando las verduras y apenas clavándose en las tablas de madera. Había algo hipnótico en la repetición melódica, una red de telarañas que te atrapa cuando cerrás los ojos y que arde en llamas por los fósforos del habla, crueles enemigos del ruido de fondo que le trae calma a la mente turbada. O tal vez sólo sea mi necesidad de ser transportada a una realidad en la que no tenga que estar cortando verduras ni siendo víctima de una red medio berreta de trata de personas.
—¿Qué te gusta de él?—pregunta Veinticuatro, sentada ahora en la mesada, con las piernas balanceándose y el cuchillo pelando hábilmente una papa. Sus ojos brillan por la curiosidad divertida que le genera escuchar cualquier cosa que no tenga que ver con el Palacio.
La pregunta me toma de imprevisto, como si estuviera en bolas en pleno final y el tema que estuve horas memorizando no fuera suficiente para brindarme la información que necesito. Me hago la que reflexiono, a veces se me da bien hacerme la pelotuda. Es como una de esas “preguntas matadoras” cuyas respuestas son tan variables que no sabés por dónde arrancar y esa duda se convierte en tu perdición. Me tengo que morder el interior del cachete para no soltar una risita que nada que ver, todo porque me acordé de ese librito maravilloso de Culler en el que pregunta qué es la literatura y yo recuerdo textual cómo continúa la frase: “¿Y qué importa lo que sea?”. Entonces, qué sé yo, me gusta Daryl, ¿y qué importa por qué?
Seguro que en algún momento le tiré uno que otro piropo o comenté casualmente que cierta característica suya es linda o “cool”. No es como si mi opinión fuera muy relevante para él, o tal vez sí, pero no en el sentido ni en el contexto al que me refiero. No me puedo imaginar a Daryl respondiendo las barbaridades que podrían ocurrírseme estando cara a cara y con esta dichosa interrogante dando vueltas en mi cerebro.
Podría decirle cosas como:
«Me gusta cuando caminás, cuando tu cuerpo se mece, despreocupado y ligero, con cada paso».
Y él va a estar duro—no en ese sentido—, petrificado y, probablemente, con el dedo gordo entre los dientes y los ojos desviados hacia cualquier lugar que no sea yo; o también podría estar a veinte kilómetros de distancia porque es demasiado vergonzoso para recibir tanto descaro de frente. Sin embargo, si existiera la más mínima posibilidad de que él se quede—encadenado en una silla sin más opción que oír un listado interminable de halagos—, podría añadir algo como:
«Me gusta cuando estás sentado, con la mirada fija en un punto en particular, analizando lo que sea que tengas en mente. Me gusta que te concentrés con facilidad, dejando que tus manos se muevan con la naturalidad propia de un profesional.
Me gusta que solés tener el ceño fruncido, el pelo desordenado y la barba desprolija.
Me gusta cuando hablás, con ese tono sureño que me fascina. Me gusta cuando decís esos dichos indescifrables que tanto me cuestan entender, pero que me encanta la manera en cómo los decís. Me gusta cuando decís palabras en castellano y tu lengua se enreda sin saber con certeza si lo estás pronunciando bien o si estás haciendo el ridículo.
Me gusta que lo único que exponés de vos sean tus brazos, una buena distracción para que nadie descubra con facilidad que tenés mucho más que ofrecer. También me gusta eso, de hecho: que seas una de las personas más complejas y especiales que pude conocer y que, a pesar de eso, me hayas dado esa “facilidad” de descubrirte.
Me gusta que mirés el sol de vez en cuando y que tus ojos hermosos se pierdan admirando la luna y las estrellas.
Me gustan tus ojos, esos que expresan todo lo que tenés guardado adentro. Me encanta que me veas como lo hacés: con ese brillito precioso que me hace morderme el labio.
Me gustan tus labios, porque de ellos salen esas bromas tontas que me hacen reír, porque tu sonrisa es la cosa más dulce que vi en la vida y porque son los que me dan pistas sobre lo que sentís.
Me gusta todo vos, menos un par de cosas.
No me gusta que pienses que no me merecés.
No me gusta que te consideres “poca cosa” y que te comparés con otros.
No me gusta que me dejés afuera de tus planes casi suicidas. No me gusta que arriesgues tu vida para cumplirlos.
No me gusta que no me digas todo.
No me gusta que me escondas lo que sentís.
No me gusta que pensés que me vas a perder.
No me gusta que nunca hayas dicho que me amás. No me gusta que me hayas perdido porque nunca me lo dijiste.
Odio que lo último que escuché de vos fuera un “quédate cerca” que duró muy poco. Odio que te hayas ido sin mirar a atrás, que no te hayas detenido ni un minuto para buscarme.
Odio que me dejés con la intriga, con la duda constante de no saber si me amás tanto como yo te amo a vos o si, simplemente, tu afecto no era tan grande.
Odio cuando caminás, tan despreocupado y ligero, mientras yo estoy a punto de arrancarme las mechas por tanto pensar en lo que no me decís. Odio que lo analices todo en silencio, con la mirada fija en un punto, y que te cueste tanto pedirme que te acompañe en ello. Me da bronca que siempre pongas a los demás como prioridad y que nunca te consideres el primero en la lista. Me caga una banda que pensés primero en mí antes que en vos. Detesto que tengas el ceño fruncido porque hace que quiera comerte a besos. No me gusta que tengas el pelo desordenado y la barba desprolija porque me recuerdan a todos esos momentos pasionales y secretos que sabés que me encantan y que tanto me hacés rogarte. Odio que seas tan difícil de convencer, que siempre guardés el afecto para cuando estamos a solas. Odio que presumas tus brazos fuertes y bronceados. Odio que me mires como si fuera lo más valioso que has tenido en tu vida. Odio que me hagas sonreír, que bromeando me digas esos apodos tan típicos del sur con esa tonada peculiar. Odio que me beses con tanto fervor y cariño, que tus manos callosas recorran mi piel como si fuera una muñequita de porcelana.
Odio que me confundas y que me hagas amarte.
Sí, eso es lo que más odio: odio amarte.
Odio que mi corazón tiemble porque tu recuerdo otra vez me está atacando una y otra vez con crueldad y no me suelta por más que ruego por una tregua. Odio que me faltés. Odio sentirme incompleta si no estás. Odio clamar tu nombre y que no estés ahí para rescatarme. Odio no poder escapar de lo que me hacés sentir. Odio que una parte de mí te siga esperando. Odio saber que no vas a venir a rescatarme. Odio ser la pelotuda que siempre espera.
Odio todo lo que me gusta de vos, pero también me gusta todo lo que odio de vos.»
—Todo, supongo—respondo con más brusquedad de la que esperaba y encogiéndome de hombros. Paso la montaña de cubos de papa a la olla con agua hirviendo, las gotas calientes me salpican en las manos. Una vez más, el dolor físico nunca es tan fuerte como el dolor emocional.
Chapter 120: Jasmine y el pajero de Jafar.
Notes:
Amo demasiado escribir los títulos de los capítulos.
Chapter Text
A veces me pongo reflexiva. Pienso en que, si yo fuera un personaje ficticio, me caería para el orto. Posta, lo juro. Sería infumable leer a una pelotuda que se la pasa encerrada, siendo llevada de un lado a otro como muñeca de trapo y obedeciendo las órdenes que dicta alguien más. Peor sería leer a una que a cada rato se está bardeando…ah, no, también sería yo. No creo ser tan insulsa, tal vez demasiado autocrítica…lo que se combina muy mal con el poco interés que tengo en lo que hagan los demás.
Ah, los demás…también reflexioné sobre eso. Estaba demasiado concentrada cortando arvejas—sí, corté arvejas—y pensé: ¿qué hacen las chicas cuando quieren desconectar? Ayer pasé todo el día identificando eso. Yo me centro en los sonidos, de vez en cuando cierro los ojos y trato de captar y desmenuzar cada ruidito que se produce; sí, así de al pedo estaba. Veintiuno acomoda hasta lo “inacomodable”, si es que se le puede agregar ese prefijo—lo dudo, pero acá no somos prescriptivistas—; Veintidós tiene una almohada rellena con ese algodón duro y apelmazado que es incómodo, lo desmenuza cuando está demasiado ansiosa y sofocada; Veintitrés mordisquea las mangas de su buzo; Veinticuatro siente la necesidad imparable de peinar a todo lo peinable, se calma cuando ve que la mayoría tiene, al menos, una trencita; Veinticinco, mirando la puerta, recita términos médicos como si los estuviera memorizando; Veintiocho tararea melodías hasta que se frustra y se acuesta un toque a dormir; Veintinueve es una verdadera hija de puta: si no está echada boca arriba lanzando hacia el techo una pelota hecha con medias, está sentada, con las piernas cruzadas, mirando a la nada y, justo cuando todas estamos demasiado inmersas en nuestra miseria, lanza la pelota y golpea a alguien al azar.
Y con Veintinueve comienzan las disputas, claro está. Sabe que a mí mucho no me puede hacer, uso al bebé como escudo antidisturbios y zafo porque es “demasiado buena” para agredir a una embarazada; incluso si toda la situación es una bobada del tamaño de una casa. Eso sí, no se guarda nada cuando me ve vistiendo uno de los conjuntos ridículos que Joseph me obliga a usar. Hoy, por ejemplo, se le antojó verme más “india”—sí, lo juro, dijo exactamente esa palabra—. Yo esperaba que me lanzara uno de esos trajes bonitos que usan los pueblos originarios, pero no: me vistió de Jasmine, la princesa de Aladdin. No quiero saber por qué este gil tiene el ridículo fetiche de las princesas, no quiero ni pensarlo. Aún así, acá estoy: usando un corpiño celeste brilloso y un pantalón holgado hecho con la misma tela. ¿Me parezco a Jasmine? No. En primer lugar, soy blanca teta; en segundo lugar, ya se me nota demasiado la pancita de embarazada. Va a pasar uno de Disney y nos va a cagar a piñas por arruinar la imagen inocente de una princesa.
—¿Tienes un problema conmigo?—pregunta Will, sin quitarse el porro, sin encender, de los labios. Sus ojos negros enrojecidos me miran con fiereza, sospecha que mi mente desconectada esté planeando algo en su contra cuando, en realidad, estaba pensando en cualquier cosa menos en él. Nunca en él. Tira una carta a la mesa, a su lado añade una caja de puchos como apuesta.
—Sólo me preguntaba si las náuseas son por el bebé o por ti—lo miro de arriba abajo, una mueca de asco borra mi expresión seria.
Joseph explota en risa, dando golpes en la mesa que hacen temblar los vasos vacíos.
—Te lo dije, ¿no? Es buena hablando—me da una nalgada, hago equilibrio para que la botella de whisky no se resbale de mis manos.
Los pajeritos están jugando al póker, como todo buen machito ludópata. Apuestan puchos, drogas, bebidas del año del pedo, cupones para garcharse a dos minas y otras barbaridades más. Representan todo lo que una mujer debería aniquilar.
—Será mejor que la perra sea buena callando. No me gustan las putas insolentes.
La carcajada de Joseph se detiene. Un silencio sepulcral se instala en la habitación. Los demás hombres, aquellos “altos mandos” que disfrutan de las del Blanco, se retuercen, atentos, en sus asientos. Si Joseph quisiera, Will podría estar siendo machacado por todos estos hombres juntos. Pensarlo es un deleite para la mente, ¿no sería demasiado perfecto que los leones se devoren entre ellos?
—Es mi mujer—sentencia Joseph, sin quitarle los ojos de encima y enfatizando el “my woman”. Levanta la mano, despacio y sin temblar. Sus dedos trazan las esquinas de sus cartas. Cuando vuelve a alzar la mano, lo hace para mostrar la carta que le dará el triunfo de la partida. La carta flota hasta caer en la mesa, una gota de alcohol moja el cartón y cubre el símbolo del ganador—. Yo gano—con el índice, empuja el vaso hacia mí—. Sirve—me tiene de mesera porque quiere que nos vean siendo compinches. Le gusta presumir que, a diferencia de todos los demás, él sí puede romper las reglas—. ¡Nicky!—grita, y él, tan nervioso como siempre, apresura el paso hasta quedar a su lado y tartamudear un “¿Me llamó, señor?”—¿Qué sabemos de Negan?
—Está satisfecho con sus últimos obsequios, jefe. Prometió enviar pronto a uno de sus hombres de mayor confianza. Ansía entablar acuerdos e intercambios comerciales entre ambas comunidades.
Joseph se recuesta en el respaldo de la silla, sus labios resecos acarician el borde del vaso. Una sonrisa de triunfo y satisfacción se forma en su rostro.
—Pronto—dice, despacio—tendremos el control de todo—toma un sorbo—. Anota esto, Nicky—le dice sin mirarlo y él, con toda su torpeza, saca la libreta de su bolsillo trasero. La punta de la birome negra apenas roza la hoja—. Que alguien se asegure de que las puertas del Palacio de Justicia estén bien cerradas, tener esas cosas sueltas por ahí no nos dará buena imagen.
—Son muchos, señor, podrían alterarse si notan que un vivo se acerca—se atreve a agregar Patrick, el que tiene complejo de Edipo y le rompe las pelotas a Veintiuno.
—¿Crees que me importa?—el vaso choca contra la mesa. Dios mío, va a romper todo. Es una lástima que haya tanta gente, podría romperle la botella en la cabeza y clavársela en el cuello—Sirve—lo levanta y me lo acerca, arrancándome de mi fantasía. Sirvo, imaginando que tiene un kilo de cianuro—. Envía a los recolectores a las comunidades de la lista, si no consiguen el pago completo que traigan a una buena mujer o que simplemente maten a todos—se truena el cuello—. Que se aseguren de recordarles que en tres semanas la reunión se hará aquí, en el hotel. Eso es todo, lárgate—le sacude la mano como si estuviera espantando a un pobre perrito.
Nicky hace una reverencia y se va casi trotando. Me pregunto qué tan leal le es a quien tanto lo maltrata. Ni siquiera cruza el umbral cuando todos los machos comienzan a reír a carcajadas, burlándose hasta del más fino cabello.
Joseph, consciente de la envidia que provoca su posición, ríe más fuerte que todos y, con un rápido movimiento, me jala hasta dejarme en su regazo. Aprieto los labios con la esperanza de que justo se me dé por vomitar encima de él, pero no lo logro y no tengo más opción que soportar sus dientes mordisqueando mi oreja y su aliento rancio chocando contra mi piel.
Chapter 121: Salvavidas.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Aunque quisiera, no soy una de esas “mastermind” del policial clásico, ni una de Los Simuladores; pero creo que me las arreglo lo suficiente como para ver el panorama lo más lejano posible de la perspectiva del protagonista. Eso en el hipotético caso de que esto sea una novela, que no lo es, pero vamos a hacer una especie de pacto ficcional y fingiremos que lo es y que yo soy la protagonista. Bah, se supone que soy la protagonista, no lo digo por egocéntrica ni por agrandada, sino porque tengo que dar el primer paso y encabezar lo que sea que vaya a hacer. Y ese es el deber del protagonista…desgraciadamente.
A ver: Si yo fuera la protagonista de esta historia, aprovecharía la subasta para huir. Es riesgoso, lo sé. El Palacio estará lleno de machitos, sí, también lo sé. Sin embargo, Joseph estará distraído, hará que sus hombres se concentren en contentar a los invitados, y, lo más importante: las del Cuarto Blanco y las del Gris vamos a estar sueltas, mezcladas entre la multitud de simios salvajes y descerebrados. A menos que los caminantes que encerraron el año pasado en el Palacio de Justicia se liberen y arrasen una buena parte del hotel—sí, el actual Palacio es un bendito hotel, me lo contaron hace poco cuando pregunté por qué tenemos baño—, dudo que haya otro momento en el que la seguridad sea vulnerable.
Arrastro los pies hacia la cama. No me acosté con Joseph, gracias a Dios, pero me llenó de baba la mitad de la cabeza. Si este plan funciona…si logro escapar de él…No puedo ni decidirme por qué es lo que haré primero. Quiero conseguir un chocolate…No, snacks salados. Dios, mataría por una bolsa de chizitos. Oh, si encuentro mantequilla de maní la puedo untar en el chocolate y sería como comer un Bon o Bon, sería un diez si también tuviera obleas picadas. No, no. Quiero un cubanito, pero de esos marca Smack, todo chocolatoso y con exceso en azúcar.
—Lo estás haciendo otra vez—me dice Veintinueve desde su cama, con cara de asco.
—No estoy de humor para tus bromitas.
—Y yo no estoy de humor para verte fantasear con tu Daryl.
—No estoy pensando en Daryl.
—Siempre piensas en él, incluso cuando duermes.
—Tengo ganas de golpear a alguien, ¿serás voluntaria?
Me arroja su bola de medias a la cara.
—Duérmete. Eres insoportable.
Le hago burla y ella me imita. Veintiuno nos observa desde el otro extremo, como si fuera una hermana mayor viendo a dos mocosas haciendo berrinche.
Mi cerebro hace “clic”. ¿Quién diría que tener dos hermanos mayores me sería de tanta ayuda? Agarro la bola y me la paso por la cara, específicamente en la zona humedecida por la saliva de Joseph. Veintinueve voltea para responderle algo a Veinticuatro y justo en el preciso instante en el que gira para mirarme, le tiro la pelota y le doy en la boca semiabierta.
—¡Eres una…!
—¡Felicidades!—adopto la mejor expresión de “feliz cumpleaños”—¡Ahora tienes saliva de Joseph en la boca!
Pude ver cómo su rostro se desfiguraba: la sorpresa rápidamente se transformó en repulsión. Veintinueve, fingiendo—o teniendo—arcadas, corre rápido hacia el baño para lavarse. Veintitrés, que apenas había terminado de mear, le gritó algo sobre querer privacidad. Contengo la risa. Supongo que momentos como este son los que valen la pena recordar. No el pasarnos la baba de Joseph, sino las cargadas y bromas. Son un salvavidas.
Suelto un largo suspiro mientras me siento en la cama. Sentada, la panza se me nota mucho más. Espero que el bebé no sea tan grande, así no me cuesta tanto tenerlo…pero Daryl es grandote, ¿no debería serlo también? Por ahí es mejor que pese unos buenos kilitos, en vez de que le falten y tenga que hacer malabares para que aumente. ¿Cómo hace el cuerpo para expulsar algo tan grande? No, dejá, no quiero saberlo.
Me acomodo para que mi espalda toque la pared. Lo único bueno de este disfraz de mierda es que me deja sentir el frío de los ladrillos, nada más.
—Es mi situación, una desolación—murmuro bajito, siguiendo una melodía que tengo tatuada en el alma y con los dedos frotando con suavidad mis ojos—. Soy como un lamento—suspiro, cierro los ojos—. Lamento bol…—algo golpea mi frente.
Veintinueve está de nuevo en su cama, haciéndome fakiu. La conchuda me tiró la pelota, se la devuelvo. Nos la pasamos hasta que Veintiuno se interpone y nos la quita, sin antes regalarnos una mirada desaprobadora.
Supongo que hoy todas estamos para el traste. Espero que mañana el día no sea tan malo.
Me quedo quieta, inmovil, las manos aún sujetando el extremo de la frazada. Acabo de sentir algo raro. No fue un calambre, tampoco uno de esos tirones feos. Es…como un ligero empujón. Respiro hondo, los ojos cerrados y el ceño ligeramente fruncido. Otra vez. Es un movimiento leve, casi como una burbuja que sube y desaparece como si explotara. No son gases. Es…
—¿Qué te pasa ahora?—pregunta Veintinueve.
La hago callar. Trato de concentrarme.
Con un ligero temblor, coloco la mano sobre mi panza. El frío no tarda en recibir calor, y mis dedos captan de inmediato el movimiento. Es como si alguien estuviera dando golpecitos suaves, una tímida señal de vida. Abro los ojos, siento cómo se llenan de lágrimas. Miro a las chicas con una sonrisa de oreja a oreja.
—Creo que está pateando.
—¡¿Qué?!—exclaman todas juntas, bajando el volumen de la voz.
Me acomodo un poco. Puedo sentirlo, sigue moviéndose.
—Háblale—me insta Veinticinco, ahora arrodillada junto a mí.
Trago saliva. Intento controlar mi voz antes de hablar. Respiro hondo otra vez, una ayudita para ganar tiempo y pensar qué decir.
—Hola, Pequeño Rompebolas—murmuro con los dedos trazando círculos en mi vientre. Acerco la boca un poquito más—. No te preocupes, es sólo un apodo, ¡no estoy tan loca! —Veintiuno me mira con los ojos cristalizados y una sonrisa del tamaño de una casa—¿Quieres saber por qué te llamo así? Bueno, ponte cómodo, te gustará la historia—Veintinueve coloca una manta extra sobre mis hombros. Las demás se acomodan a mi alrededor—. Resulta que a tu prima le decíamos...bueno, en primer lugar, debes saber que en este país tienes una prima...dos, en realidad, una bebé llamada Judith y un niño llamado Carl. Te agradarán, son dulces y amables—sus rostros invaden mi mente. Ojalá mis recuerdos pudieran transferirse a su pequeña cabecita...sólo los buenos—. Cuando Judith nació, tu padre, Daryl, la abrazó con ternura y puedo jurar que a ella le gustó que la llamara "Pequeña Patea traseros"—me uno a las risas de las chicas—. Y en ese momento pensé en lo mucho que quería que tú llegaras a nuestras vidas. Y, ¿qué crees? A tu padre le gustó que te nombrara "Pequeño Rompebolas"...lo hizo reír. Y no tienes ni idea de lo difícil que es hacer que ese hombre gruñón se ría—siento otra patadita. Aprieto los labios. Mis ojos, ardientes y empapados de lágrimas, se desvían hacia los de Veintiuno—. Lo extraño tanto. Quiero tenerlo conmigo...—mi voz se quiebra y las lágrimas no tardan en desbordarse y mojarlo todo.
Los brazos de las chicas tocan mi piel, me consuelan. Tengo tantos brazos a mi merced y ninguno de ellos son los suyos.
Notes:
Amo demasiado este capítulo. Chicas, Emma es mamá *inserte meme*
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