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Routines in the Night

Summary:

No es ningún misterio para la gente de su círculo más cercano que Lex tiene el poder para de entrar en los sueños de los demás. Hay veces que sucede de manera inesperada y otras en las que es algo muy tentador cuando la persona en cuestión "deja la puerta abierta". Aunque, siendo claros, la gente no se preocupa por cerrar una puerta que ni sabe que existe.

O: 5 veces en las que Lex se coló en el sueño de uno de sus compañeros (y una en la que no lo hizo).

Colección de seis historietas ambientadas en la campaña SWADE London.

Notes:

Bueno, pues el brainrot que llevo con la partida de London ha llegado al nivel de escribir fanfiction sobre ello. Hace como más de 10 años que no escribo nada para publicar después ni que sea en Internet, así que tenedme paciencia porque no soy profesional.

Gracias a Lynx por crear un universo tan especial para su mesa y que lo sentimos como si fuera nuestra segunda casa. Gracias a Gabrien, Marina y Rada por ser una inspiración con sus personajes a lo largo de las partidas o nuestros desvaríos por discord. Y gracias a Kreador por alimentarnos con tus dibujos, nos hiciste adictos al buen guiso.

No me enrollo más. Espero que disfrutéis leyendo tanto como lo he hecho yo escribiendo estas historias ♡

Chapter 1: Roger

Chapter Text

Routines in the Night 

Disclaimers:

Los personajes y el mundo de la campaña de London son creación de Lynx.

Arte de la portada comisionado a Kaaileen

 

 

Capítulo 1. Roger

“You’re the only friend I need, sharing beds like little kids and laughing till our ribs get tough.”

                Lo mejor que le puedes desear a alguien, pensó Lex, es una noche de sueño apacible. Meterte en la cama tranquilo, con un pijama que te reconforta desde el primer momento en el que te lo pones, y nada más tocar la almohada ya entrar en las primeras etapas de adormecimiento que te lleven de camino a la fase REM en donde tu cerebro te inunde de bellas escenas más o menos realistas.

                ¿Quieres ser el superhéroe que salve a toda tu clase de una invasión de monstruos? ¡Antes de que te des cuenta ya estás sobrevolando la ciudad y poniendo a todos a salvo! ¿Te gustaría pedirle una cita a esa chica con la que no paras de intercambiar miradas? Adelante, incluso te tomará de la mano y podréis pasear juntos por el parque disfrutando de la suave brisa que mueve al atardecer. Sin embargo, la mente humana es traicionera y no todo son escenas de ensueño.

                A menudo Roger se sentaba frente a Lex con un bol de gachas que le había preparado a escondidas después de que él engullera con rapidez su propio desayuno y hablaban de lo que había soñado. Había mañanas en las que se acordaba y las conversaciones daban pie a escenarios fantásticos repletos de historias con finales felices. Otras, directamente no se acordaba de si había llegado a soñar con algo. Y, finalmente, también había un porcentaje cada vez más grande en el que el descanso del chico se veía perturbado por sirenas, explosiones y gritos de gente que no podía (o, más bien, no quería) reconocer. Por muy optimista que uno intentara mantenerse, la guerra terminaba haciendo estragos.

                —¿Entonces hoy no tienes una historia interesante para contarme?

                Las palabras escaparon con rapidez de la boca de Lex justo después de haber dado su primer bocado a esa pasta reblandecida.

                Cualquiera que viese la escena desde fuera encontraría que lo verdaderamente interesante era la situación de tener a un niño de unos nueve años sentado en el suelo de su habitación mirando fijamente a un señor —que claramente podría ser su padre si por edad se trataba— sentado también delante del chiquillo, pero con las piernas cruzadas y una expresión infantil en ese rostro curioso. Uno incluso podría pensar que los papeles estaban invertidos debido a que el más alto era quien se portaba como un muchachito. Roger sopesó unos instantes qué responder. Se había levantado mohíno y desanimado y no estaba de humor para revivir las escenas que su cabeza proyectó hacía escasas horas.

                Dejando la comida a un lado con gesto nervioso, Lex empezó a mirar hacia todas direcciones buscando algo con lo que plantear otro tema de conversación hasta que sus ojos fueron a caer en la estantería con libros que tenía en la pared de enfrente.

                —¡N-no pasa nada, también podemos leer historias que ya están escritas! Además, estoy volviéndome cada vez mejor en lo de reconocer cuando las letras se juntan y hacen un sonido según la palabra porque he ido practicando en los ratos que tú no estás aquí. ¡Mira, ya verás!

                Rápido como una flecha, la ex-masita salió disparada a agarrar un cuento con el que había estado practicando. Seguro que Roger se iba a quedar de piedra con todo lo que había ido mejorando su pronunciación estas últimas semanas.

                Lex carraspeó para aclararse la garganta y volvió a quedar sentado delante del chico.

                —Hace mucho, mucho tiempo hubo en Alemania una ciudad llamada Ha… Ham… Hame… Ha-Hame… Jope, te prometo que sé cómo se dice, pero ahora mismo no me acuerdo. ¡Los alemanes son malvados hasta para ponerles nombres a las cosas!

                La mueca que salió, similar al puchero propio de un niño pequeño descontento, contrastaba enormemente con el resto de su apariencia, lo que hizo que a Roger le resultara todavía más graciosa la situación.

                —Se dice Hamelin. Ha-me-lin —Explicó con toda la paciencia del mundo—. Inténtalo otra vez.

                —Hame… lin. ¡Hamelin, sí! Era una ciudad rodeada por murallas, muy bonita y también muy próooos… ¿perra? ¿Hay un perro en ese sitio?

                —Pero si el cuento va de ratas, no de perros.

                —Y qué le hago, es lo que pone aquí.

                Roger se inclinó hacia delante metiendo la cabeza entre Lex y el libro con intención de buscar ese perro del que hablaba y se le escapó una risita al ver la palabra con la que estaba teniendo problemas.

                —Creo que no hay perros, creo que es una ciudad próspera.

                Sintiendo una mezcla de frustración y vergüenza, Lex optó por cerrar el libro. Esto no estaba saliendo para nada como tenía planeado. Aun con todo, no pudo evitar que una sonrisilla se apoderase de su cara al ver cómo el muchacho ya estaba de mejor humor.

                Algo es algo, por el momento me sirve esto, pensó.

                —¿Seguiremos esta noche el libro que tenemos a mitad de leer? Me da mucha intriga saber qué va a pasar con el Capitán Nemo ahora que han llegado al Mar Rojo.

                —Claro. Yo también me muero de ganas por seguirlo.

                Roger hizo ademán de querer devolver el cuento a la estantería, pero barajó mejor sus opciones y terminó dejándolo en el regazo de Lex. Tal vez quisiera seguir ensayando mientras él estaba fuera

                —Tengo que ir a ayudar a Papá con unas cosas, pero tú puedes quedarte aquí desayunando y practicar un poco más. Así, cuando terminemos con Veinte mil leguas de viaje submarino, puedes leérmelo tú a mí y nos vamos intercambiando.

                Un cabeceo a modo de afirmación fue todo lo que necesitó el chico antes de salir por la puerta, cerrándola a su paso.

                Lo cierto era que Lex no tenía ningunas ganas de seguir leyendo, no cuando su amigo parecía tan preocupado últimamente. Había noches en las que lo oía despertarse gritando o en las que se ponía a llorar después de dar un bote en la cama, sobresaltado por lo que fuera que plagase sus sueños. Roger era el muchacho más tierno y comprensivo que jamás había conocido —aunque su círculo social era extremadamente reducido—, pero había oído hablar de otros chicos de la edad de su amigo que se comportaban como… ¿cómo los había llamado? Ah sí, “completos idiotas” era la expresión que buscaba. Alguien tan dulce como Roger no merecía pasarse la mitad de las noches sufriendo y siendo perseguido por las circunstancias históricas que le había tocado vivir. Era injusto.

                Había noches en las que la situación era tan mala que a veces le daba la sensación de que él también estaba experimentando desde lejos todas aquellas desgracias. Era como si pudiera observarlo todo en tercera persona: los avisos de la megafonía, estridentes y siempre portadores de malas noticias, como se llevaban a los padres de su amigo mientras él trataba de correr todo lo rápido que le permitían sus pequeñas piernas pero que nunca eran suficiente para alcanzarlos, los fogonazos de luz que iluminaban una noche que en cualquier otra ocasión habría sido negra como el carbón…

                La joven criatura se encontró pensando que ojalá hubiera una manera de poder vivir todos esos cuentos que tanto se divertían leyendo juntos, pero dentro de los sueños. Si de él dependiera, Roger pasaría el resto de sus noches siendo la persona que él quisiera, viajando allá donde le llevara el viento, conociendo todos aquellos lugares de nombres extraños e impronunciables.

                Los minutos se convirtieron en horas y con el paso del tiempo llegó de nuevo Roger a su habitación, esta vez con lo que parecía ser algún tipo de emparedado escondido debajo de la camisa.

                —Es de spam, es lo único que he podido preparar rápido sin que se dieran cuenta papá y mamá. —Explicó mientras le ofrecía el bocadillo.

                Si bien estaba mucho más calmado que esta mañana, Lex lo conocía lo bastante como para saber que algo no estaba del todo bien, pero no se atrevió a preguntar. En lugar de eso, fue masticando poco a poco la comida con los ojos clavados en los del chico hasta que éste se incomodó lo suficiente con el silencio como para empezar a hablar.

                —He vuelto a discutir con papá… —Allá iba—. Le he contado que cuando fuera mayor quería dedicarme a escribir novelas y libros, pero él ha insistido en que eso es una pérdida de tiempo y que debería centrarme en aprender matemáticas para saber leer planos de aviación.

                —¿Qué son los planos?

                —Pues son como unos dibujos muy grandes de aviones donde te explican las partes que lo conforman, la manera en la que encajan entre ellas, cómo debe ir cada pieza para que funcione todo correctamente… Un auténtico rollo, vamos —suspiró Roger—. Dice que mi deber es estudiar y servir a la patria para que la guerra llegue a su fin y los alemanes reciban su merecido o evitar que vuelva a suceder en un futuro, pero… ¡Pero yo no quiero! A ver, entiendo que las guerras son malas y yo soy el primero que está deseando ver el final de esto, pero lo que me apasionaría hacer cuando sea mayor es poder crear un universo en el que los niños como yo podamos olvidarnos del mundo, de los mayores y sus peleas y de todo lo malo que hay ahí fuera... ¿Tan malo es querer algo así?

                Si hubiera sido físicamente posible, a Lex le habría estallado el corazón en pedazos al ver la imagen de su amigo al borde de las lágrimas y cuestionando la validez de querer buscar una vía de escape de la realidad.

                —No sé tanto como los adultos —dijo al fin—, pero tengo clara una cosa y es que se te da muy bien crear. Puedes pensar en mí como un cuaderno en blanco en el que has ido escribiendo desde la noche en la que nos conocimos. Sé que a veces me atasco leyendo o que todavía no soy capaz de hacer bien el nudo de la corbata, pero me hace muy feliz que hayas sido tú quien haya empezado a escribir mi historia. Aunque sé que no es lo mismo y que al final no soy algo que le puedas enseñar al mundo para demostrar lo mucho que vales… pero quiero que cada vez que me mires sea el recordatorio de que ya has empezado a diseñar esas historias que tienes en la cabeza. Y que haré todo lo que pueda para que siga siendo así.

                Era como si al onírico le hubiesen dado cuerda. Hablaba a toda velocidad, casi como si las palabras no se formasen desde el cerebro sino que nacieran en el corazón y fueran impulsándose hasta la boca.

                —¡I-incluso podría intentar adoptar tu apariencia! No sé mucho de matemáticas, pero me comprometo a estudiar todo lo que esté en mi mano para aprender a hacer esos planos y que tú tengas más tiempo para desarrollar tus ideas. Deja —Lex se puso en pie llevando sus dedos a la sien y cerró los ojos en señal de concentración—. ¡Tan sólo tengo que imaginarlo y esforzarme mucho, dame un minuto!

                En el mismo instante en el que había visto a su amigo cerrar los ojos, Roger había aprovechado para rebuscar entre unos papeles. El minuto que le había pedido se convirtió en dos minutos y, después, en tres. Antes de que su reloj interno marcara el cuarto, Lex abrió de manera tentativa un párpado como queriendo comprobar que todo estaba en orden. Sin embargo, la escena que se encontró fue algo diferente a lo que había planeado: seguía con la altura propia de un adulto, lo cual le llevó a pensar que la transformación había fracasado, y tenía a Roger sosteniendo un puñado de folios que procuró dejar delante de su cara.

                —Puedes empezar con mis deberes de álgebra. Resuelve los ejercicios que me han mandado y luego ya veremos cómo lo hacemos para que puedas convertirte en un clon.

                Los ojos de Lex se abrieron con emoción. ¿Acaso le estaba dando luz verde?

                —¡Claro, ya mismo! —No tardó mucho en agarrar los papeles y ponerse a ojearlos con interés—. Pero, ¿qué es exactamente una álgebra?

                El muchacho rompió a reír en una carcajada. Por supuesto que su autodenominado cuaderno en blanco no tenía ni idea de raíces cuadradas, fracciones o ecuaciones.

                —¿Es como chistes pero con números? ¿Por eso te ríes?

                Roger tuvo que recordarse a sí mismo que debía bajar el tono de voz. Si, por casualidad, sus padres acabaran oyéndolo, no habría forma posible de explicar la pintoresca situación que se estaba desarrollando en su cuarto.

                —Déjalo, déjalo... —Hizo una pequeña pausa para tomar aire—. Tardaríamos más si tengo que ponerme a explicarte las matemáticas desde un nivel básico para que las entiendas. Ya haré yo solo todos los problemas, no te preocupes.

                Un sonoro “oh” salió con tono alicaído de los labios de Lex. Él sólo quería ayudar o devolver una pequeña parte de lo que había recibido estos años. Lo mismo si se pusiera a estudiar algo por su cuenta en los ratos que Roger estaba fuera de su habitación…

                —Gracias igualmente. De verdad.

                El niño tiró un poco de la camisa de su amigo para que se agachara y, de puntillas y con un poco de esfuerzo, le revolvió el pelo. Tal vez tenía razón, después de todo. Convivir con él era como el recordatorio de que un día la vida le brindó un lienzo sobre el que ir improvisando. Un lienzo que poco a poco estaba convirtiéndose en una persona estupenda.

                —Se está haciendo tarde —dijo Roger entre bostezos—. Te recuerdo que te toca a ti seguir leyendo esta noche. Y el resto de la semana también.

                —¿Me he perdido algo? ¿No íbamos a ir turnándonos?

                —Eso era antes de que te ofrecieras a hacer mis deberes y fallaras antes de empezar siquiera. Así que ahora te toca ser tú quien se quede despierto leyéndome hasta que me quede dormido.

                Lex frunció el ceño. Le gustaba mucho oír a Roger narrar y poner voces a todos los personajes de la novela, pero era un trato justo.

                —¿No te pones nervioso si me atasco con alguna palabra o si pronuncio mal algo que no conozco?

                —Para ya de buscar excusas —replicó, acercando una silla a la cama—. Piensa que podré dormirme antes al no estar haciendo el esfuerzo de leer en voz alta y, por lo tanto, estaré más descansado para estudiar más rápido al día siguiente. Y luego tendré más tiempo libre. Ese libro no va a escribirse solo, sabes. Además, no me preguntes por qué, pero siempre duermo mejor cuando lees tú —se encogió de hombros—. Las noches que me lees no suelo tener pesadillas.

                Casi como por arte de magia, algo se encendió dentro de Lex y supo que esas palabras eran todo lo que necesitaba para terminar de convencerlo. Sí. Si algo podía estar dentro de su alcance para ayudar a Roger, sentía que eso era velar por él en sus sueños.

                Se trajo consigo una pequeña lámpara que dejó apoyada en la mesita de noche y abrió ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ por la última página que lo habían dejado. Carraspeó para aclararse la garganta y se dispuso a esforzarse al máximo para ofrecer la mejor de sus entonaciones.

                —Para gobernar este barco a estribor o a babor, para moverlo, en una palabra, en un plano horizontal, me sirvo de un timón ordinario de ancha pala, fijado a la trasera del codaste, que es accionado por una rueda y un sistema de poleas. Pero puedo también mover al Nautilus de abajo arriba y de arriba abajo, es decir…

                Si Lex estaba inseguro de su pronunciación, esa noche fue capaz de disimularlo muy bien. Poco a poco las explicaciones del Capitán Nemo iban bailando y entrelazándose con los silencios pertinentes que acompañaban cada pausa necesaria para tomar un poco de aire o para darle más dramatismo a la historia. De vez en cuando se interrumpían mutuamente para dar algún comentario acerca de los personajes o sobre si leer acerca de los planos de los barcos podría aplicarse luego a los aviones.

                Este intercambio de opiniones y relato se fue manteniendo durante un tiempo hasta que las respiraciones pausadas de Roger llenaron la estancia. Para cuando Lex quiso darse cuenta, él también estaba dormido, puesto que no recordaba haber entrado en lo que parecía un colegio derruido. Intuyendo lo que estaba a punto de suceder al ver semejante escenario, puso toda su concentración en cambiarlo. Se negaba a que Roger tuviera más pesadillas. No mientras él pudiera impedirlo.

                Poco a poco el paisaje fue cambiando: las nubes se tornaron lo suficientemente blancas como para dar paso a unos pocos rayos de sol, un par de decenas de personas vestidas de obreros se acercaban al edificio con carretillas llenas de cemento y otros materiales para volver a construir, los pitidos que antes se oían en la lejanía como sirenas ahora se había transformado en el cantar de una bandada de pájaros. Y, entre todo el barullo, correteaba un Roger igualito al que descansaba en su cama de manera plácida.

                Siendo un sueño, Lex supo que no habría problema en presentarse por allí con su apariencia actual, así que probó a acercarse al chico con cautela.

                —¿A dónde vas tan rápido?

                Roger frenó en seco al reconocer la voz y, en vez de contestar, se limitó a tirar de la manga de chaqueta de su acompañante en la dirección hacia la que se dirigía.

                —¡Corre, ven! ¡He encontrado un cachorrito detrás de esos arbustos! Estaba acariciándolo y justo he pensado que a ti también que te gustaría jugar con él —exclamó lleno de ilusión—. No creo que tenga dueño porque está solito y no lleva collar, y como parece muy bueno lo mismo Papá deja que me quede con él.

                Esto ya era otra cosa. Tal vez Lex no podría cambiar lo que pasaba ahí fuera en el mundo de los adultos, ¿pero aquí? Aquí quería crear un pequeño remanso de paz donde su amigo pudiera olvidarse de todo lo malo. Quería que la única de sus preocupaciones fuera pasárselo bien y reír tanto que le dolieran luego las costillas de todas las carcajadas que había acumulado. Si su existencia había comenzado siendo el cuaderno en blanco de Roger, seguiría agregando todas las páginas posibles para que ese niño boceteara todas las historias que tenía en la cabeza. Y un perrito no podía ser un mal comienzo, ¿no?

Chapter 2: Azrael

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Capítulo 2. Azrael

“If the mountains crumble to the sea, there will still be you and me.”      

                —Vas a tener que repetirme eso último, creo que he oído mal.

                Lex no se movió ni un ápice de su sitio. Estaba apoyado en el marco de la puerta de su piso con un brazo haciendo de barrera como si quisiera impedir que algo o alguien entrase. Al otro lado de ese pequeño muro se encontraba Azrael, quien llevaba ya casi quince minutos intentando convencer a su compañero de que lo dejara pasar.

                —He dicho que el auténtico motivo es que no me apetece pasar mañana mi día libre solo. Y como estaba cerca de tu barrio pues he pensado en quedarme a dormir y así luego tenemos el día entero. Ya está, ¿contento? ¿Vas a dejarme entrar de una vez?

                —Eres consciente de que yo mañana sí trabajo, ¿verdad?

                —¿Y qué? Puedo quedarme durmiendo mientras tú te marchas a hacer tus cosas y cuando vuelvas vamos los dos a por algo de comer —no tenía pinta de que fuera a aceptar un no por respuesta—. Dicen que han abierto un sitio nuevo de fish and chips a unos diez minutos de aquí y que la salsa tártara que tienen está para morirse de buena.

                Con un suspiro, se apartó de la puerta haciendo hueco para que Azrael pasara. Una cosa era hacer planes al salir del trabajo porque, bueno, ambos estaban metidos en los mismos embrollos y eso era la excusa perfecta para para aprovechar la ocasión. ¿Pero que su compañero quisiera venir a propósito hasta su piso un día en el que no tenía nada que hacer? Eso era nuevo.

                Técnicamente todo estaba siendo nuevo. Apenas llevaba un año bajo el ala y la tutela del rubio y seguía sin acostumbrarse del todo a que su vida ahora consistiera en trabajar para los de arriba. Habían hecho falta horas de burocracia, mucho papeleo y más de una reunión para convencer a sus jefes de que sería buena idea tener a Lex entre sus filas. Azrael siempre estaba hasta arriba de faena y tener un ayudante no le vendría nada mal, ése era el motivo de peso que habían expuesto ante sus superiores.

                —Me encanta que asumas que yo no tenía ningún tipo de plan como para que te invites tú solito a mi casa así porque sí. Realmente encantador.

                El rubio se paseaba por el piso admirando todos los detalles que alcanzaba a ver por las distintas habitaciones. A pesar de que Lex no tuviera un gusto para la moda tan refinado como el suyo, tenía que admitir que había hecho un muy buen trabajo haciendo de esos metros cuadrados un hogar con personalidad. Personalidad y plantas. Muchas plantas. ¿No se agobiaba sólo de pensar en que tenía que regar tantas macetas?

                —Pasarse la tarde viendo episodios de Doctor Who no es el planazo que piensas que es, Charquito —dijo parándose frente a un mueble que contenía su colección personal de música—. Además, seguro que luego vuelven a emitirlos dentro de un tiempo.

                —No es lo mismo que verlos el día que salen.

                La voz de Lex llegó desde la cocina. Como buen inglés, lo primero que había hecho al darse cuenta de que iba a tener un invitado en casa (quisiera o no), era preparar un par de tazas de té.

                —Creo que sobrevivirás. Total, ¿qué toca ahora? ¿Que Jon Pertwee intente desmontar otra vez a esos conos robóticos de metal que gritan Exterminate cada dos frases?

                Ver a Azrael imitando los Daleks le arrancó una pequeña risa a su amigo, quien intentaba mantener una fachada para que se lo pudiera tomar en serio.

                —Si hubieras prestado un mínimo de atención atención a lo que te cuento, te acordarías de que los Daleks llevan sin salir en pantalla varios años. Ahora están poniéndose más experimentales con otros enemigos.

                Ya de vuelta con Azrael, dejó una bandeja con las bebidas en la pequeña mesita de café que había delante del sofá. Su amigo seguía embobado mirando los diferentes vinilos y soltando alguna burla acerca de las correcciones que acababa de hacerle.

                —Pero sí, a mí mañana me mandan de reunión con no sé qué tipo que se ha auto-denominado profeta y está causando un revuelo interesante por las calles. Se ve que por los pisos superiores no les ha sentado bien que un hombre aleatorio divulgue mensajes ambiguos sobre un fin del mundo que todavía no se ha programado… Así que más te vale no incordiar esta noche o si no te arrastraré conmigo mañana —amenazó al rubio—, y madrugando.

                Azrael sólo hizo un ruido a modo de aprobación.

                —Nada de pijamadas ni quedarse despierto hasta que salga el sol. Entendido.

                Para sorpresa de Lex, realmente había comprendido lo que le estaba pidiendo. El resto de la noche fue tan tranquila como una balsa de aceite. Terminaron viendo el capítulo de Doctor Who que emitían esa semana y, aunque luego Azrael no quisiera admitirlo, acabó gustándole tanto que le pidió que le contara más acerca de ese misterioso hombre que viajaba por el espacio y tiempo en su cabina telefónica.

                Al rato, acomodaron el sofá del salón para que el celestial pudiera pasar allí la noche. A pesar de que su amigo le había explicado por activa y por pasiva que por la mañana se despertaría con dolor de espalda, el otro insistió en que a esas horas le daba pereza volver a su casa y que ya lo compensaría al día siguiente volviendo a la vida con una taza de café. Para ser más exactos “una de tus tazas de café gourmet que tan bien te salen” fueron las palabras que usó.

                A medianoche ya estaban ambos descansando, Azrael en el sofá y Lex en su cuarto durmiendo a pierna suelta. Sin embargo, el británico se despertó al rato para beber y cayó en la cuenta de que no le había ofrecido un vaso de agua al ángel antes de acostarse. Con un gruñido, se calzó unas pantuflas y puso rumbo a la cocina. Al contrario que el otro, él sí era de sueño ligero y prefería tomarse la molestia ahora de dejarle un vaso y una jarra en el salón antes que tener que escuchar el grifo o cómo revolvían por sus armarios en mitad de la madrugada.

                Casi de puntillas para no hacer ruido, se acercó a la mesita de café pero algo llamó su atención antes de darse media vuelta y volver. Azrael no paraba de revolverse en el sofá. Desvió un instante la mirada a la ventana por si acaso se hubiera quedado abierta y fuera cosa del frío lo que tenía a su compañero tan inquieto. Pero no. Lo que fuera que estuviera perturbándolo, se encontraba dentro de su cabeza.

                A Lex no le agradaba lo más mínimo invadir la privacidad de otros —menos todavía si era alguien a quien tenía en alta estima—, pero le molestaba más la idea de tener a alguien en su sofá con espasmos. ¿Qué podía causar semejante malestar en un ángel? Que él supiera, tampoco es que Azrael tuviera fobias irracionales o pesadillas recurrentes. Directamente nunca había salido un tema de conversación similar, así que no se dio el caso de hablar de sueños. O del pequeño detalle de que Lex podía infiltrarse en ellos a su voluntad.

                No es que quisiera ocultárselo, ni mucho menos. Simplemente no encontraba el momento oportuno para ir tanteando el terreno y contárselo. ¿Qué se supone que iba a hacer? ¿Llegar un día y decirle “Ah, y que sepas que puedo pasearme por las cabezas de la gente cuando están durmiendo, ¡un saludo!” como si eso fuera lo más normal?

                Finalmente, se dio por vencido y se dejó caer con cuidado en el suelo, apoyando la espalda contra el mueble hasta quedar sentado con las piernas estiradas formando un perfecto ángulo de noventa grados. Con suerte sólo sería echar un vistazo rápido, toquetear dos cosas y antes de saberlo volvería a estar metido en su cama rascando algunas horas más antes de que sonase el despertador.

                Le costó un poco concentrarse porque cruzar ese pequeño umbral al otro plano le causaba el mismo efecto que cuando uno se levanta muy rápido y tiene una bajada de presión arterial. Pero esta vez era todavía más raro. Los oídos le pitaban y tenía que entrecerrar los ojos para cubrirse un poco de las los focos de luz que se movían de un lado para otro.

                Antes de que pudiera terminar de ajustar la vista, recibió un empujón de alguien desde atrás y se giró inmediatamente con cara de pocos amigos para ver quién era el maleducado que se había atrevido a zarandearlo de esa forma. Y entonces se dio cuenta: estaba en mitad de un concierto. A su derecha, Azrael pegaba brincos y cantaba haciéndole los coros de Dazed and Confused a Robert Plant. Cuando la canción llegó a su fin, el Royal Albert Hall estalló en gritos y aplausos mientras el grupo hacía una pequeña pausa para cambiar de guitarras y dar un par de tragos a sus cervezas.

                No podía creerse que lo que tenía tan agitado a su amigo era un maldito concierto de Led Zeppelin. Lo más seguro, aquel concierto al que le estuvo insistiendo tanto para ir juntos hacía un par de meses y que Lex tuvo que rechazar por motivos de trabajo.

                —¡Te dije que en directo sonaban todavía mejor! —Azrael se había acercado a su oreja para poder comunicarse entre tanto barullo—. ¡Verás como no te arrepientes de acompañarme!

                Se le notaba auténticamente entusiasmado y alegre de estar allí. Irradiaba felicidad y energía, al contrario de lo que podía parecer la figura que dormitaba en su salón. Lex sonrió más tranquilo, asintiendo. Aquel día le había dolido tener que rechazar la invitación, pero el trabajo era la principal de las prioridades para ambos y eso, afortunadamente, era algo que no hacía falta que ninguno de los dos le explicara al otro.

                De fondo, el grupo seguía dándolo haciendo vibrar el teatro de arriba a abajo. Daba igual que fuera con ritmos más frenéticos o con temas más tranquilos como era el caso de Thank You, que sonaba ahora.

                Happiness, no more be sad. Happiness, I’m glad.

                And so today, my world it smiles. Your hand in mine, we walk the miles.

                Thanks to you, it will be done. For you to me you ’re the only one.

                Nunca en su vida Lex habría imaginado que una sala de conciertos hasta arriba de gente que invadía su espacio personal pudiera terminar siendo tan… emocionante. Dar saltos al ritmo de las canciones con gente que compartía sus mismos gustos estaba resultando una experiencia mucho más placentera de lo que pensaba. En el fondo dio gracias de estar soñando para ahorrarse el dolor de garganta que, de lo contrario, le vendría a la manaña siguiente.

                De vez en cuando se giraban para mirarse cuando comenzaban los acordes de alguna de sus canciones favoritas del grupo o para cantar a pleno pulmón dando botes agarrados de los hombros. Poco a poco, comenzaba a importarle cada vez menos no conseguir dormir toda la noche del tirón. Al fin y al cabo el tiempo allí funcionaba distinto a como lo hacía en el plano terrenal ya que estaba sujeto a las diferentes fases del ciclo de sueño. Ya lidiaría con las consecuencias a la mañana siguiente.

                El setlist fue avanzando. La gente pedía más, pedía un bis después de que el grupo hiciera el amago de despedirse durante unos instantes para volver a los dos minutos y cerrar la actuación con Bring It On Home. Una vez terminó el concierto y las ovaciones del público fueron muriendo, quedaba la cuestión de cómo salir de allí sin que Azrael se despertara. Tenía que idear algo que mantuviera al otro ocupado durante unos minutos más por lo menos y así él poder volver a su habitación.

                De camino a la salida, Lex se detuvo y le dio un par de toquecitos en el hombro al celestial para llamar su atención.

                —Creo que voy a hacer una parada rápida en el baño —le indicó señalando un cartel con una flecha que apuntaba en dirección a los aseos—, prefiero hacer un poco de cola ahora antes que arrepentirme de camino a casa.

                —Ningún problema. Te espero fuera en la calle al lado de la puerta por donde hemos entrado antes. No me vendría mal un poco de aire.

                Forzó una sonrisa a modo de respuesta esperando que no se notara mucho que no le había salido natural. Detestaba tener que mentir a la gente. Acto seguido, giró sobre sus talones y caminó a paso ligero en dirección a donde supuestamente estaban los baños. Sin embargo, antes de llegar a su destino, se paró en una esquina alejada de la muchedumbre para poder pensar y concentrarse con facilidad.

                Si todo salía bien, podría ser capaz de crear una especie de clon cognitivo que acompañase a Azrael el resto de la noche con las ideas que éste tuviera en mente, fueran las que fueran. Cerró los ojos e intentó bloquear un poco el ruido de fondo, respirando hondo.

                Jamás llegó a saber si su plan había sido un éxito puesto que cuando volvió a abrir los ojos, estaba de vuelta en el salón de su piso. Al menos su invitado parecía seguir durmiendo como si nada a sus espaldas y eso ya era suficiente para darse por satisfecho. Carraspeó un poco queriendo aclararse la garganta en un intento de comprobar si sus cuerdas vocales seguían en su sitio y, con sumo cuidado, se levantó para volver a su habitación.

                El reloj despertador que tenía al lado de su cama marcaba las cuatro de la madrugada pasadas, de manera que tampoco tendría mucho más que un par de horas para hacer acopio de las energías que pudiese de cara a mañana. Tendría que convencer a su yo de mañana de que había merecido la pena su pequeño plan nocturno y que así el café le sabría mejor cuando se lo tomara.

                Esas dos horas y diez minutos pasaron extremadamente rápido para su gusto. Tenía la sensación de que apenas había vuelto a cerrar los ojos cuando la alarma empezó a emitir un pitido tras otro para despertarlo. La apagó rápidamente al recordar que no estaba solo en su piso. Dudaba que Azrael fuera a despertarse, pero aun así prefería tener en cuenta ese tipo de detalles. Se frotó los ojos en un intento de hacer menos pesados sus párpados, pero sabía que era pedir un imposible. Cuanto antes se metiera en la ducha, mejor. Antes podría espabilarse y estar degustando su magnífico café de importación junto a unas tostadas de lo que fuera que tuviera por la nevera.

                A pesar de que el frío del exterior no invitaba para nada a abandonar el chorro de agua caliente, hizo un esfuerzo —uno hercúleo para él, si le preguntaban— por salir del baño y vestirse. Abril seguía trayendo un clima bastante frío a la capital inglesa, así que su siguiente parada fue la cafetera para buscar algo con lo que calentarse por dentro.

                El café de las mañanas era como un ritual para él. Le gustaba poder despertarse con tiempo de sobra para moler los granos y dejar que éstos impregnaran la cocina de un aroma exquisito. Acompañó esa taza de líquido creado por los mismísimos dioses con un par de tostadas con mantequilla y mermelada, asegurándose de dejar suficiente en el bote por si su amigo quería desayunar lo mismo cuando se despertara. Y hablando —o, mejor dicho, pensando— de Azrael, recordó que el día anterior le había dicho que quería una taza de café cuando se despertase.

                Como no sabía cuánto tiempo iba a ser eso, optó por arrancar una hoja del bloc de notas que tenía tirado por allí para cuando tenía que apuntar la lista de la compra y escribió “He dejado la cafetera llena en la cocina. Te tocará ponerla al fuego un poco si quieres calentar el café”. Ahora ya sólo faltaba colocarla en un lugar donde pudiera verla. Dio un último sorbo a su taza y notó como la bebida casi ardiendo le bajaba por el esófago calentando el cuerpo a su paso. Lo mejor sería poner la nota al lado del vaso con agua que había dejado anoche en la mesita del salón.

                A pesar de que las cortinas estaban corridas, entraba la suficiente luz como para poder pasear por allí sin riesgo a tropezarse o poner el pie donde no tocaba. Y todavía no había terminado de estirar el brazo para colocar el papel doblado cuando oyó a Azrael murmurar algo, no sabía si en sueños o no.

                —Mmm… ¿Lex? —dijo por fin abriendo los ojos con un gran bostezo—. ¿En qué hora estamos?

                —Es pronto. Vuelve a tumbarte, todavía puedes rascar un rato más de sueño si no te desvelas.

                El ángel volvió a farfullar algo entre dientes que no alcanzó a entender y comenzó a incorporarse un poco apoyándose sobre sus codos.

                —Te he dejado café hecho, pero tendrás que darle un golpe de calor cuando desayunes para tomártelo en condiciones —Lex se había girado para verlo un instante antes de descolgar su abrigo del perchero y caminar hacia la puerta—. También tienes mermelada, huevos, salchichas, pan para tostadas… Fui al supermercado hace no mucho, así que sírvete tú mismo con lo que te apetezca.

                Azrael giró la cabeza todavía algo somnoliento pero sin querer dejar de prestar atención a lo que decía el otro. Lex notó sus ojos clavados en la nuca y suspiró.

                —Quiero pensar que estaré libre a la hora del almuerzo —dijo más para sí mismo con una mano ya puesta en el pomo de la puerta pero volteando un poco para mirar al ángel—, pero nunca se sabe con estas cosas. Si quieres aprovechar y tomarte el café ahora, adelante. Sólo pido no encontrarme el piso en llamas cuando vuelva.

                Los dos soltaron una pequeña carcajada ante ese comentario.

                —Nah… mejor me duermo otro rato para poder verte otra vez.

                Las palabras de Azrael le llegaron cuando ya había salido y se quedó parado al otro lado de la puerta registrando lo que acababa de oír. ¿Lo había pillado anoche?

Chapter 3: Franz

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Capítulo 3. Franz

“Add some years, build some trust. You start to feel your eyes adjust.”

                El ser humano es un animal de costumbres. Los celestiales que habían adquirido sus poderes para poder mantenerse caminando sobre la faz de la Tierra y evitar convertirse de nuevo en una masa sin forma, al parecer, también lo eran. O tal vez fuera cosa de que llevaba ya varias décadas conviviendo entre humanos y eso le había hecho tomar prestados de ellos varios hábitos del día a día.

                Por otro lado, es normal sentir que los cambios dan miedo. Los cambios se oponen a esa estabilidad que trae la rutina de un día bien estructurado con sus hábitos. Los cambios obligan a abandonar una comodidad que ya conoces como la palma de tu mano para aventurarte a un terreno desconocido. Los cambios aparecen sin previo aviso y sientan como un jarro de agua fría.

                Los cambios son una mierda.

                O ésa fue la conclusión a la que llegó Lex al encontrarse su tienda de música favorita cerrada un lunes por la mañana. Casi medio siglo acudiendo a ese local semana tras semana de manera religiosa y, de repente, cerrada. La única explicación que había dejado el antiguo dueño era un trozo de papel pegado por dentro del cristal contando que había llegado la hora de jubilarse y que ninguno de sus hijos querían quedarse con la negocio familiar, por lo que se veía obligado a cerrar permanentemente.

                Una auténtica tragedia. ¿Qué opción le quedaba ahora? ¿Tener que utilizar el transporte público media hora cada vez que quisiera ver las novedades musicales que habían salido esa semana para ir a su segundo comercio favorito? ¿Con lo desagradable que olía el metro y lo abarrotado que estaba siempre? No. Se negaba a pasar por eso. Antes prefería acercarse a ese establecimiento tan… peculiar al otro lado del barrio.

                No era una idea que le agradase lo más mínimo. Alguna vez había pasado por delante y se escuchaban gritos y voces soltando improperios desde dentro, lo cual distaba mucho de los ambientes más relajados que el británico frecuentaba. Pero, claro, su otra opción estaba mucho más lejos de su piso y también era una tienda más céntrica y, por lo tanto, tendía a estar más llena de gente.

                Gruñendo, Lex se llevó ambas manos a la cara para frotarse los ojos como si eso fuera a hacer que al abrirlos su local de confianza volviese a estar abierto como siempre. Como era de esperar, no funcionó.

                El Casio plateado de su muñeca emitió un ligero pitido para indicar que ya eran las once de la mañana. Dentro de unas horas tenía que estar en Westminster para lidiar con un grupo de banshees por órdenes de los de arriba. Si seguía alargando más el dilema, llegaría el momento de irse y lo haría con las manos vacías por no haberse atrevido a elegir un sitio donde comprar.

                Tras unos minutos caminando, por fin llegó al establecimiento cuyo letrero rezaba Las Luces del Norte y se detuvo observando la fachada del edificio meticulosamente. Al menos parecía que estaba cuidado y limpio por fuera. Lex se encogió de hombros, eso serviría por ahora, y puso la mano sobre la puerta para empujarla. Sin embargo, en ese momento salió corriendo una pequeña que no podía medir más de un metro veinte resultando en un choque frontal entre ambos.

                La niña —o no tan niña porque a pesar de su estatura parecía tener rasgos casi de adolescente— miró un instante hacia la figura misteriosa con unos ojos que escanearon al extraño de arriba a abajo. Después, casi como si acabase de recordar que llegaba tarde a un sitio, salió disparada al grito de “¡Buena suerte lidiando con él!”.

                Lex permaneció unos segundos con la mano sosteniendo la puerta y viendo aquella figura alejarse a paso veloz hasta que salió de su trance al recordar que quedarse en la entrada podría entorpecer el paso de más personas. Un pensamiento muy humilde hasta que se dio cuenta, una vez dentro, de que aquello estaba desierto por completo. La única persona a la vista y excepción de aquello resultó ser un hombre que estaba de espaldas y parecía la antítesis de la chiquilla que había visto hacía escasos segundos.

                Al principio, Lex musitó un “morning” por lo bajini sin querer llamar la atención, tan sólo como seña de buena educación al igual que hacía cada vez que entraba a un sitio. Si el hombre lo oyó, no hizo seña alguna de ello porque estaba ocupando murmurando alguna cosa para sí mismo en un idioma que no era inglés.

                El celestial caminó con parsimonia entre los diferentes pasillos, estantes y cajas hasta arriba de vinilos. No tenía nada en mente para comprarse, pero cada vez que se acercaba cierta fecha le gustaba ir a descubrir algún álbum nuevo que lo acompañase en el aniversario de ciertos acontecimientos que prefería no recordar. Y como no recordar es misión imposible, al menos pasaría el mal trago con música nueva.

                Con cuidado, examinó entre sus manos un LP que sospechaba había salido hacía poco porque no reconocía la portada. Tomó nota mental de su existencia y volvió a dejarlo en el mismo sitio del que lo había sacado. Minutos después y casi por arte de magia, el reloj de muñeca y el que suponía que era el dueño de la tienda le dieron un aviso a la vez de que había pasado más tiempo del que era socialmente aceptable mirando música.

                —Oye, tú, ¿piensas quedarte ahí parado todo el día o vas a comprar algo? —Inquirió el hombre desde el otro lado del local—. Voy a terminar cobrándote entrada a este paso.

                Con una clara mueca de disgusto, Lex se volteó para verlo sentado en una silla con un periódico entre sus manos y los pies descansando encima del mostrador. La escena le heló la sangre y no sólo por la falta de decoro de aquel tipo, sino porque ni en mil vidas sería capaz de olvidar ese rostro. Habían pasado doce años desde la primera y última vez que se había cruzado con él hasta el día de hoy. Y dentro de unos días se añadiría un número más a ese fatídico contador.

                Lex le pidió a su jefe mentalmente que, por favor, ese hombre no se acordara de él. Con suerte podría pasar desapercibido, salir de allí cuanto antes y no volver a poner un pie en esa tienda nunca más. Aunque, claro, ¿cuándo se había caracterizado él por tener buena suerte?

                —Espera un momento, me suenas de haberte visto en otro sitio… —Al menos a su voz lo acompañaba un tono menos serio que el de la pregunta de antes—. ¿Nos conocemos de algo?

                —Lo dudo —contestó el otro, carraspeando—, no suelo frecuentar mucho este lado del Soho.

                El dueño de la tienda bajó las pesadas botas al suelo para ponerse en pie e ir acercándose a él hasta que estuvieron cara a cara. En ese momento, un detalle con el que Lex no había contado lo delató por completo. Una breve olfateada fue suficiente para descubrirlo.

                —¡Pero si eres el pringadillo que trajo Azrael a Belfast! —Una carcajada hizo eco contra las estanterías—. Hay que ver, al principio no te había reconocido porque aquel día olías diferente, pero supongo que Azra no mentía porque ahora hueles casi igualito a él.

                Lex cerró los ojos de manera involuntaria, casi como un acto reflejo. Aunque el paso del tiempo no supusiera un problema para un ser como él, en su mente había pasado una eternidad desde la última vez que alguien mentó a su compañero. Y todavía más desde que se habían referido a él por su apodo.

                —Ah, ya… Supongo que cuesta identificarte sin todo el caos de un campo de batalla alrededor, heh. —Lex esbozó una sonrisa que cualquiera podía apreciar que era forzada. La sonrisa de alguien que quería irse de allí lo más rápido posible—. ¿Eras Franz, verdad? De todos modos tengo que marcharme, así que…

                —¡Tonterías! ¡Si hace unos segundos tenías todo el tiempo del mundo, chaval! Vente, vamos a buscar algún álbum bien potente para que te lleves a casa.

                Franz rodeó a Lex con un hombro mientras lo empujaba en contra de su voluntad a la sección donde había estado parado hacía unos minutos, ignorando por completo las súplicas constantes del otro para que lo dejara ir.

                —De verdad, no hace falta —insistió el celestial con tono apagado y serio—. Dentro de nada tengo que acudir a una reunión por temas de trabajo y no sería profesional por mi parte llegar tarde.

                Al nórdico no pareció muy convincente a pesar de que sus palabras no escondían ninguna mentira.

                —Joder, mira que la primera vez que te tuve delante me pareciste un inglés estirado y sieso. Pero ahora es que directamente eres como un cachorro al que han abandonado a su suerte bajo la lluvia. ¿Tanto dependías de Azra?

                Ésa fue la chispa que terminó de encender la mecha. Lex se zafó del agarre de un manotazo y, recolocándose la camisa y la gabardina, clavó la mirada en la de Franz como si sus ojos fueran dagas.

                —No sabes absolutamente nada de mí, así que cierra la boca.

                El más alto estalló a reír a modo de respuesta. Sin embargo, era una risa seca. Una risa que indicaba que se había tomado como una ofensa aquel comentario. ¿Acaso sabía el angelito con quién estaba tratando como para mandarlo a callar?

                —Te noto muy subidito para ser alguien al que le importan tanto los modales y las formas.

                —Perdiste cualquier ápice de merecer mi educación desde que me llamaste mascota a la cara el primer día que nos conocimos —Bufó maldiciéndose a sí mismo y al minuto en el que había decidido darle una oportunidad a esa nueva tienda—. Y tú qué, ¿tratas siempre igual de bien a todos tus clientes? ¿Por eso está esto tan lleno de gente?

                El rostro de Lex comenzaba a tintarse de rojo por la rabia mientras escupía esas palabras llenas de sarcasmo. ¿Cómo era posible que fuera capaz de mantener la calma ante criaturas que había visto devorar humanos y este hombre fuera capaz de sacarlo de sus casillas con dos comentarios mal tirados?

                —Mira, chaval, no sé quién cojones te crees que eres pero te aseguro que aquí eres tú quien no sabe nada. Así que sal de mi tienda y desaparece de mi vista antes de que te deje la bota marcada en esa cara tan larga que me llevas.

                —Ya me ha quedado claro que estás solo aquí porque nadie te soporta.

                Y con esa frase entre los dientes, Lex se marchó a paso rápido y con las orejas ardiendo. ¿Que quién se creía? ¡Quién narices era ese armario con barba como para hacerlo de menos a él!

                El resto del día no fue mucho mejor. ¿La reunión que tenía planeada con ese grupo de banshees? Horrible. Salió de allí pensando que estaba condenado a que le pitaran los oídos el resto de su existencia. El café que fue a tomarse con ánimo de calmar un poco todas las sensaciones que se le estaban removiendo por dentro también resultó ser un desastre. Apenas había salido de la cafetería con un vaso de cartón que contenía esa preciada bebida cuando se le cruzó por delante un motorista a tal velocidad que hizo que se le cayera de la mano. Había tenido que dar un pequeño salto hacia atrás para evitar que lo atropellaran y ahora, mientras contemplaba su rostro en el charco negro que se estaba formando en el suelo, se preguntaba si realmente tenía que haber salido a la calle hoy.

                Una vez de vuelta en su piso, las cosas siguieron yendo cuesta abajo y sin frenos. No paraba de removerse en el sofá, inquieto e incapaz de prestarle atención a la reposición de los capítulos de Friends que estaban emitiendo.

                “¿Tanto dependías de Azra?”

                —Será imbécil…

                Lex no conseguía sacarse de la cabeza el intercambio de palabras nada amistoso que había tenido con Franz. En el fondo sabía que él tampoco tenía ningún motivo para haberlo atacado de esa forma. Incluso era una actitud que se le hacía ajena a él.

                Si la información que había llegado a sus oídos en los últimos años era cierta, podía hacerse una idea de que Franz era un tipo peligroso. No porque pudiera parecer violento de primeras, sino porque se movían rumores entre las criaturas escondidas en las sombras de Londres.

                Frunció los labios pensando en aquel día que se conocieron. La Mesa Redonda no buscaría aliados que no estuvieran, como mínimo, al mismo nivel que sus Caballeros. Cualquiera con más de dos dedos de frente sabría llegar a la conclusión de que no es sabio tener a alguien de ese calibre como enemigo. Y cualquiera con la suficiente introversión sabría que un local céntrico y lleno hasta arriba de turistas y vecinos no era la mejor opción si lo que anhelabas era un sitio para relajarte buscando música.

                Cansado de darle vueltas a la cabeza, el británico se despegó del cuero del sofá con un leve suspiro y se quedó de cuclillas delante del mueble que sostenía el televisor de tubo. Tras un par de minutos rebuscando, encontró lo que quería y lo guardó en un bolso de tela que dejó colgando de su hombro antes de salir a la calle.

                Por el camino sólo esperaba que éste no fuera otro atrevimiento directo a la lista de decisiones que había tomado hoy y de las que se había arrepentido unos instantes después. Todo el callejeo que hizo por la mañana, ahora parecía ser más corto. ¿Estaba caminando más rápido que de costumbre porque el aire frío le cortaba la cara y quería buscar refugio cuanto antes? ¿O acaso eran los nervios quienes estaban tomando control de su cuerpo?

                Nunca supo las respuestas a esas preguntas porque tardaron demasiado en llegar, al contrario que él, que ya se encontraba de nuevo frente a la puerta de la tienda. Haciendo acopio de la tranquilidad que le quedaba dentro, puso una mano en el picaporte y abrió la puerta a pesar del cartel que indicaba “CERRADO.

                Dentro, Franz estaba curioseando una revista y alzó una ceja al percatarse de quién acababa de entrar sólo por el olor, pero no se molestó en levantar la vista de las páginas.

                —¿Te has quedado con ganas de más después de lo de esta mañana o qué? —Su tono ni siquiera sonaba enfadado, sino más bien aburrido. Sabía que Lex tenía más que perder que él si lo que buscaba era confrontación.

                Afortunadamente, eso no bastó para amedrentar a su visitante. Lex se acercó al mostrador con un ritmo totalmente contrario al que había llevado en la calle. Ahora alargaba los pasos, casi como arrastrando las Converse por el suelo y estudiando cada centímetro de piso.

                —De hecho… —tosió para aclararse la garganta y sonar más firme—. De hecho, venía a disculparme por mi comportamiento de antes. No busco forjar una amistad contigo, pero sé reconocer un buen negocio de música cuando lo veo.

                Con un pum, apareció una botella de whisky que fue suficiente para hacer que Franz posara los ojos sobre ella con una sonrisa enorme. Ahora estaban hablando el mismo idioma.

                —Me lo dio un amigo hace tiempo —siguió Lex—. Es un scotch single grain de cebada que tengo desde hace… no sé, ¿cuarenta años? ¿más? El caso es que tengo un par de botellas más como ésta en mi apartamento, así que por qué no traerte una a modo de ofrenda de paz.

                Era raro verlo hablar tanto e incluso gesticular con las manos que, por una vez, no se escondían en los bolsillos de su gabardina. Franz empujó con el pie una especie de taburete que tenía al otro lado del mostrador y se lo puso delante a modo de invitación junto a dos vasos de vidrio. Sólo en ese preciso instante, abrió la boca.

                —Disculpas aceptadas, siempre y cuando te tomes un par de copas.

                La sorpresa de Lex fue mayúscula. ¿De verdad lo estaba invitando a tomarse algo con él? ¿Allí y ahora?

                —No sería justo que me trajeras algo de tan buena calidad y que no llegaras a probarlo. —Las palabras de Franz lo sacaron de su trance—. Porque, seamos sinceros, si me dejas a solas con esta belleza, no va a quedar ni una gota cuando salga el sol.

                Tampoco es que se sintiera un rehén de la situación, pero el celestial no estaba nada acostumbrado a tomar ese tipo de bebidas. Ni siquiera se creía capaz de poder distinguir un buen licor de otro que fuera más mediocre. Pero después de haber enterrado el hacha de guerra, no se sintió capaz de decir que no.

                Una botella y media después, el ambiente era completamente distinto. Las temperaturas del invierno inglés no dolían tanto, de fondo sonaba algún tema de Motörhead en los altavoces y la conversación entre los dos hombres había tomado un rumbo inesperado (al menos para uno de ellos).

                —¡Nadie me había avisado de que una niña en plena edad del pavo sería tanto trabajo!

                A Lex se le escapó una risita al escuchar el disgusto de Franz. Tal vez era porque le había pillado por sorpresa el hecho de que alguien como Franz tuviera una hija o tal vez era producto del alcohol que iba trabajando en su cuerpo de una forma que hacía años que no experimentaba. Sentía la cabeza que le iba y venía a mil pensamientos por minuto, pero también como si el peso de todos esos pequeños disgustos que había acumulado a lo largo del día se hubiera esfumado y sus hombros fueran más ligeros.

                Sin embargo, los párpados también le pesaban cada vez más y estar con la cabeza apoyada sobre un brazo que descansaba sobre el mostrador no estaba haciéndole favor alguno.

                Franz estuvo un buen rato más hablando sobre cómo Matilda se había convertido en un terremoto que puso patas arriba su vida desde que la encontró abandonada en Belfast. Un terremoto caótico pero también lleno de color, música y dulzura y que no cambiaría por nada en este mundo. Como a todo buen padre, le gustaba presumir de su hija, ¡quién podía culparlo!

                Fue cuando el mayor se dio cuenta de que no había obtenido ni siquiera un chascarrillo como contestación a una de sus anécdotas familiares, que reparó en que Lex se había quedado fuera de juego desde a saber cuándo.

                —Menudo blandengue que no aguanta ni tres copas de whisky… —dijo sacudiendo la cabeza—. Seguro que si te dejo aquí, mañana me toca volver a aguantar tu cara de chupar limones por culpa de la resaca o por haber pasado la noche más encorvado que una gamba.

                Con todo el cuidado que pudo, agarró a Lex tratando de no despertarlo y lo dejó descansando en un sofá que tenía en la trastienda. Puede que no fuera el sitio más cómodo del mundo para dormir, pero tampoco es que tuviera más opciones. Por su parte, él se quedó en una butaca que había al lado terminándose lo que restaba de alcohol en la botella y disfrutando del LP que contrastaba con las gotas de lluvia que comenzaban a oírse chocar contra los cristales del local. Minutos después, él también sucumbió ante el sueño.

                Lo siguiente que supo Lex, es que se encontraba en un paisaje nevado con un lago que se extendía majestuoso ante él. ¿Acaso no estaba en la tienda de música hacía un momento? Recordaba hablar con Franz de lo difícil que era educar a una criatura y después…

                Oh.

                Echar un vistazo a sus manos fue suficiente para darse cuenta de por qué estaba allí y cómo había terminado vistiendo su traje blanco y camisa roja. De alguna forma se había metido en el sueño de alguien y, por proximidad física, se aventuraba a decir que era el de Franz.

                El frío de la nieve le calaba lo justo a través de los zapatos como para sentir el helor del panorama sin sentirlo desagradable. Al fin y al cabo, aquí él podía modificar ese tipo de aspectos como si se trataran de los parámetros que conforman una enrevesada ecuación matemática. El crunch crunch que dejaban sus pisadas acompañaban al sonido del viento que silbaba a través de las ramas de los árboles que tenía alrededor. Ahora mismo aquella escena parecía sacada de un cuento.

                Al fondo, sentado sobre un tronco frente al lago, se encontraba Franz lanzando piedrecitas que rebotaban como si jugase a ver cuántos “saltos” eran capaces de dar antes de romper la tensión superficial por completo. Entre los pinos y abetos más allá del agua se distinguían un par de sombras de animales que corrían a cuatro patas, aullándose entre ellas y persiguiendo a modo de juego a una tercera figura, humana. Al verlos, Franz se levantó y se avalanzó sobre ellos para envolverlos con sus brazos mientras reía.

                Lex no pudo evitar esbozar una sonrisa al ver aquello. Algo le decía que Matilda no era la única familia de Franz y que éste se moría de ganas por tener a todos juntos en el mundo real. Con un leve giro de muñeca apartó las pocas nubes que se veían en el cielo para que los rayos de sol pudieran aportar un poco más de calidez al grupo que ahora estaba rebozándose por la nieve.

                Al menos podría brindarle esos instantes aunque tal vez luego no se acordara de ellos al despertar. Al menos hoy había tomado una buena decisión de la que no se arrepentiría más tarde.

 

Chapter 4: Matilda

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Capítulo 4. Matilda

“Just because I believe, don’t mean I don’t think as well; don’t have to question everything in Heaven or Hell.”

                Apenas llevaba diez minutos con los ojos cerrados cuando unas voces femeninas que le llegaban desde la habitación de al lado interrumpieron la tan deseada calma que iba buscando el celestial en la tranquilidad de la noche. Antes de poder suspirar para expresar su descontento, esos cuchicheos y risitas pasaron a ser carcajadas seguidos de un «¡Shhh, que vamos a despertar a alguien!». Bueno, ya llegaban tarde.

                Molesto, Lex encendió la luz de la estancia para rebuscar entre los bolsillos de su gabardina esperando encontrar algún cassette que pudiera amortiguar un poco los sonidos de fondo.

                —Hay que fastidiarse. Estamos en un sitio repleto de magia y riquezas pero las paredes parece que están hechas de papel…

                Ya con la cinta en la mano —la elegida había sido Slippery When Wet—, desenredó los auriculares que estaban meticulosamente plegados alrededor del walkman y le dio al play antes de volver a tumbarse en la cama. El problema vino cuando ni Bon Jovi fue capaz de filtrar ese timbre tan característico de Matilda que hacía que su voz se le clavara en el cerebro como si de mil agujas pequeñitas y revoloteantes se trataran.

                Lex se dio por vencido y procuró disfrutar de la música a pesar del cuadro que estarían montando en el cuarto colindante. Si se paraba a pensarlo, era algo completamente normal: dos chiquillas jóvenes maravilladas ante la escena de encontrarse con que todo aquello que han leído en libros y visto en películas existía de verdad. Lo raro sería que Lein y Matilda no se quedaran hasta a saber qué hora debatiendo sobre criaturas mitológicas, seres fantásticos, teorías acerca de la Mesa Redonda o similares.

                Cuantas más vueltas le daba, más envidiable le parecía. La inocencia y emoción que tienen dos muchachas con todo un mundo nuevo por descubrir y con energía interminable era algo hasta contagioso. O lo sería en caso de no haber terminado en Avalon un poco en contra de su voluntad porque la nueva Galahad quiso rebanarle el cuello a un miembro de la Corte Roja.

                Menudo panorama… Una joven humana convertida en caballero, un licántropo nórdico, un celestial y una… ¿adolescente? feérica obligados a responder ante el consejero de Arturo y varios de sus caballeros. Casi parecía el inicio de un chiste. Definitivamente, en cuanto volviese a casa iba a pedir una audiencia con los de arriba para exigir compensación por los líos que le había ocasionado este último trabajo. Con suerte lo dejarían marchar pronto y en nada podría estar en su pequeño pero acogedor piso en el Soho.

                De repente, el hilo de pensamientos se vio interrumpido al darse cuenta de que el ambiente volvía a estar sospechosamente silencioso. Por el amor de su jefe, menos mal, las dos de la madrugada ya era una hora más que razonable para que cada una volviera a su habitación y durmieran. Ahora el problema iba a ser que él pudiera conciliar el sueño. A pesar de no tener la misma necesidad fisiológica que los humanos, siempre era agradable dejarse llevar de manera natural en los brazos de Morfeo y echar una cabezadita de vez en cuando. Y se negaba a que fueran a privarlo incluso de eso.

                Ya con su walkman apagado y descansando sobre la mesita de noche, Lex se puso cómodo —lo cual no fue muy difícil con las camas tan confortables que se gastaban en esos lares— y cerró los ojos. Lástima que a los cuarenta y siete segundos exactos, volviera a oír gritos. La diferencia era que esta vez la voz provenía del plano onírico y eso sólo podía indicar una cosa: alguien de su alrededor estaba teniendo un sueño poco agradable. Con suerte ese alguien también se habría dejado la puerta abierta y podría echar un vistazo a qué es lo que angustiaba tanto a uno de sus compañeros. Aunque, hablando con más propiedad, la gente no suele cerrar una puerta que ni sabe que hay. A menos que seas consciente de que existen seres capaces de colarse en tu subconsciente durante la fase REM, lo normal es que no emplees energía en bloquear potenciales intrusos.

                Y ahí estaba: una clara invitación por parte de Matilda. Eso sí que no se lo había visto venir. La chiquilla no estaba llamando a Franz ni a Lein, sino al adulto con quien menos había tratado de los tres y al que más gesto de fastidio lograba sacarle con cada interacción que tenían. Muerto de curiosidad, Lex se aventuró poco a poco asegurándose de que no alertaba con su presencia a nadie. Quería poder observar primero antes de intervenir si es que hacía falta.

                Lo que vio a continuación lo dejó tan fuera de juego que no supo si reír o darse media vuelta y volver por donde había venido. Delante de sus narices se extendía un paisaje yermo en el que una especie de duendecillos o goblins pequeños y marrones berreaban agitados formando un corro alrededor de Matilda, quien intentaba gritar por encima de ellos.

                —¡He dicho que me dejéis tranquila, no sé nada del bebé! —se escuchó entre la multitud—. Yo sólo quería ver a David Bowie.

                Mirando un poco por arriba, atisbó que ni siquiera estaba en su forma de hada. Ahora mismo era una chiquilla que podría pasar por una niña pequeña soltando sapos y culebras por la boca en un intento de zafarse del comité de bienvenida que tenía delante y comenzaba a agarrarla de la camisa.

                —Si no me soltáis ya mismo, os las vais a ver con uno de los tipos más temibles que conozco. Cuando lo miras a los ojos es como si tus padres y tu profesor te fueran a castigar al mismo tiempo por algo que ni siquiera tú sabes que has hecho pero estás seguro de que la has cagado —La joven se puso de puntillas tratando de hacerse notar más—. Os podría asesinar con la mirada.

                Lex decidió que ya había escuchado lo suficiente. Poniendo los ojos en blanco, fue acercándose con parsimonia al grupo y, cuando estuvo a unos pocos metros, chascó los dedos para cambiar a un atuendo más… apropiado, por así decirlo. Al parecer Matilda todavía no era consciente de que estaba soñando, de manera que tenía que aprovechar eso a su favor. Qué menos, después de hacerlo trabajar también en turno de noche. Ahora le tocaba divertirse a él un poco.

                Al notar el chasquido, Matilda se giró buscando el origen del ruido y vio que el celestial no solamente había aparecido detrás de él, sino que vestía una chaqueta de cuero marrón desgastada a juego con un sombrero Traveller del mismo color. Colgado del cinturón destacaba una funda donde parecía haber una pistola y al otro lado, casi tapado por una bolsa de máscara de gas de la Segunda Guerra Mundial, llamaba la atención un látigo de piel perfectamente enrollado. Si no fuera por los mechones de pelo dorados que se escapaban por debajo del sombrero, cualquiera pensaría que se le había aparecido delante el famoso arqueólogo y protagonista de las películas de Spielberg.

                Debido a la costumbre y familiaridad con el tipo de arma, Lex agarró el látigo con un movimiento casi fugaz y, unos segundos después, los pequeños goblins estaban en el suelo.

                —¿No te han enseñado que es de mala educación hablar de la gente a sus espaldas? —El tono de voz firme, aunque claramente mosqueado, del rubio fue lo único que rompió el silencio.

                —¿¡Lex!?

                —Así me llaman. Intenta no desgastarme el nombre, bastante tenemos ya con que un payaso lo haya perdido. No quieras tener un circo entero sin nombre.

                —¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Y cómo es que ahora los goblins existen? —La feérica arrancó con toda la batería de preguntas que se iba formando en su cabeza—. ¿David Bowie es realmente el rey de los goblins? ¿Entonces no iba tan desencaminada cuando sugerí lo de Thatcher? ¿Y cómo que puedes perder el nombre si te lo desgastan? ¿Significa eso que puedo repetir el tuyo hasta que decidas comprarme un CD? ¿Lex? Lex, Lex, Lex, oye, Lex…

                El susodicho comenzó a arrepentirse de todas las decisiones tomadas a lo largo de su vida que lo habían llevado a ese preciso instante. Con un suspiro, se quitó el sombrero de la cabeza para taparle la cara por completo a Matilda en un intento de silenciarla lo más mínimo. La joven se retorció un poco, pero al menos parecía que la estrategia había funcionado porque fue suficiente para tranquilizarla.

                —Vale, pillo la indirecta… —farfulló Matilda—, pero ahora en serio, ¿por qué estás aquí?

                —¿No estabas pidiendo ayuda?

                —Sí, pero no pensaba que fueras a venir de verdad.

                —Desconozco si la omisión de socorro será considerado delito en el mundo mágico, pero aun así no me parece éticamente correcto ignorar cuando alguien está en peligro.

                Durante unos segundos, volvió a reinar la calma en el escenario. Matilda dedicó esos momentos para examinar el paisaje que los envolvía en busca de algún elemento que lo hiciera reconocible. Sin embargo, nada parecía ni lo más remotamente familiar. O al menos no hasta que se giró y pudo ver la puesta de sol más magnífica que había tenido el placer de contemplar en su corta vida. El cielo se cubría de unos colores violáceos y anaranjados que se manifestaban como si bailasen en una competición por ver qué tono se iba haciendo más predominante. De momento, las nubes se posicionaban del lado cálido y aportaban unos reflejos escarlatas que terminaban de perfeccionar el cuadro.

                Era una vista asombrosa, sin duda, pero lo que realmente le arrebató el aliento fue la presencia de dos soles en el horizonte, uno blanco y el otro carmesí. Algo así no podía ser cierto, ¿no? Pero, de nuevo, tampoco pensaba que lo fueran los vampiros hasta hacía un par de semanas.

                En la lejanía comenzó a oírse algo de barullo. El mundo onírico que Matilda había creado estaba cambiando poco a poco conforme su imaginación tiraba por unos derroteros u otros, y ahora estaba completamente convencida de que aquello era Tatooine. Aprovechando que estaba demasiado absorta para darse cuenta, Lex se puso a su espalda y la ropa que llevaba cambió de nuevo. En esta ocasión le tocó el turno a una camisa y pantalones blancos, casi de color beige por el desgaste, y una túnica ancha de color marrón puesta por encima.

                —Vamos a tener compañía dentro de poco, procura no distraerte demasiado.

                Nada más pronunciar esas palabras, se hizo a un lado con intención de reposicionarse. Ahora ya no costaba distinguir el batallón de incursores tusken que estaban saliendo de detrás de algunas grutas o dunas terregosas.

                —A ver, a ver, ¿me estás diciendo que ahora nos atacan moradores de las arenas? ¿Y yo sigo sin poder transformarme? Esto está empezando a ser muy raro. —Hizo una pequeña pausa, como pensando—. ¿Nos han dado algo de comer en el castillo que me ha sentado mal y por eso parece que estoy saltando de película en película?

                Ignorándola por completo, el celestial metió la mano en una de las mangas anchas de la túnica en busca de algo. Cuando lo encontró, preguntó con un tono más serio de lo habitual

                —¿Verde o azul?

                —¿Verde o azul de qué?

                Aquello cada vez tenía menos sentido para Matilda y le ponía de los nervios no obtener las respuestas que quería.

                —Dime verde o azul. Rápido.

                —¡Pues azul mismamente!

                Nada en este mundo pudo haber preparado a Matilda para el sonido de error que hizo eco en su cabeza, como si hubiera dado una respuesta errónea en un concurso de la televisión. Lex rompió el gesto serio, sin poder evitar que se le escapara una sonrisa.

                —¡Mal! El azul es mío, tú te quedas el verde. —Y acto seguido sacó de la manga dos sables de luz. Con suavidad le lanzó uno a la feérica para que lo cazara al vuelo y se defendiera de la horda de enemigos que ya los rodeaba.

                —¿¡Estás de coña!? ¿También hay espadas laser? —Gritó entusiasmada mientras se hacía al peso de esa nueva arma entre sus manos—. De haberlo sabido te pedía una morada.

                —Como si fuera a dejar que te quedaras tú el morado.

                Lo que pasó a continuación sólo pudo definirse como un espectáculo de luces torpes procurando deshacerse del grupito de moradores, quienes atacaban con diversas armas —robadas a algún otro aventurero, lo más seguro— desde una distancia segura. A pesar de la situación en la que estaban, Lex notó a Matilda reacia a herirlos. Y podría haber aprovechado para explicarle que éste era el instante ideal para volverse loca y dar rienda suelta a sus instintos. Toda la rabia y el estrés que llevaba por dentro, acumulados después de varias sesiones de entrenamiento con Morgan, tenían vía libre para escapar en forma de gritos y espadazos luminosos. Y, a pesar de que sí hubo unos cuantos gritos, los movimientos seguían siendo medidos al máximo.

                Tal vez así era ella: explosiva pero no por ello inconsciente de lo que su magia conlleva; fiera pero manteniendo la delicadeza propia de quien cree que una batalla se puede ganar sin perder las formas. Y eso distaba mucho de los seres casi animalísticos que Lex había conocido en Belfast, aquellos que fueron su carta de presentación a la raza de las hadas.

                Dicen que el primer pensamiento que tienes acerca de algo es el más visceral y el que nace de los sentimientos, mientras que el segundo, ése que corrige los errores del primero, viene de la razón. Y Lex tenía claro desde el primer día que vio a Matilda correteando por las Luces del Norte que no podía meterla en el mismo saco mental donde estaban esa especie de mosquitos quimera, las bestias que por poco le arrancan las alas a su compañero años atrás. Sabía que no era justo juzgar a un individuo por las acciones de un grupo por el simple hecho de compartir rasgos con ellos, rasgos que ni siquiera la propia chica había elegido.

                Hacer las paces con ese aspecto tampoco es que le resultara tarea difícil, pero cuando llevas tanto tiempo cargando a la espalda el pasado como si fuera una mochila permanente, es inevitable ser humano. Y, para bien o para mal, Matilda parecía hacer más humanos a los de su alrededor. Porque la sensación que le inspiraba al celestial era de que la chiquilla también le había devuelto una chispa de humanidad a Franz en su momento.

                La exhibición de luces, colores y sonidos cortando el viento llegó a su fin cuando el último de los tusken cayó noqueado al suelo. Quién les iba a decir que una pelea que habían sentido en sus carnes como si sucediera a cámara rápida los iba a dejar con el cansancio similar al de estar horas combatiendo.

                Con un soplido triunfal, Lex abrió la palma de su mano como si quisiera liberar su sable láser y éste se desmaterializó en cuestión de segundos. Total, ya no iba a necesitarlo para nada más. En su lugar estaba empezando a formarse algo similar a una armónica de color plateado que brillaba bajo la luz de los astros que encendían el cielo.

                —¿Todo bien por ahí? —Lex optó por terminar con el atípico silencio que los comenzaba a envolver—. ¿Tienes cada cosa en su sitio?

                —¡Obviamente que no estoy bien! —espetó Matilda—. ¿Cuántos años de mi vida he vivido engañada sin saber que las espadas de Star Wars existen?

                Oh. Así que todavía no había reparado en que estaba soñando.

                —Que, de nuevo, no debería sorprenderme porque mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados en poco tiempo y ahora convivo con criaturas mágicas… ¡Pero es demasiado fuerte que Star Wars beba de la vida real! Y no lo digo por la clara metáfora que usa George Lucas sobre la Guerra de Vietnam…

                Mientras Matilda seguía divagando —ahora muy enfrascada en un extenso análisis sobre la lucha de los guerrilleros del Vietcong contra los Estados Unidos—, Lex decidió explotar una última vez su reciente hallazgo sobre el hecho de que seguía sin darse cuenta de que estaban en un mundo de sueños. Tampoco podía culparla pues, como bien había dicho ella misma hacía unos instantes, llevaba días en los que todo era un flujo de información nueva constantemente.

                Haciendo uso de la discreción que tanto lo caracterizaba, dejó la armónica encima de una roca cercana a los dos acompañada de una notita que rezaba “play me”.

                —… por favor, está clarísimo que la Estrella de la Muerte hace alusión al portaaviones nuclear USS Enterprise.

                Su discurso se detuvo un instante ya que una ráfaga de viento se agitó convenientemente entre sus piernas, liberando así unas pequeñas notas musicales que captaron la atención de Matilda. La joven se agachó para recoger el instrumento y lo estuvo inspeccionando unos segundos entre sus manos.

                —¿Es tuyo? —preguntó, alzándolo un poco para ponerlo a la altura de los ojos de Lex—. Porque, si no, lo mismo se les ha caído a uno de los del grupito de antes.

                Ya con su traje blanco habitual, Lex se encogió de hombros con indiferencia a modo de respuesta.

                —Sabes, no puedo resistirme a un instrumento musical y más si está aquí solito… —Matilda sonaba casi tan ilusionada como cuando había descubierto la existencia de los sables de luz—. Necesito probarlo.

                Lex se llevó una mano a la cara esperando que no hubiera sonado demasiado fuerte esa muestra de exasperación. Claro que lo sabía. Cómo no iba a saberlo si era la trampa más obvia con la que podía cazar a la hadita. Sin embargo, llegados a este punto, ya era difícil mantener la compostura.

                —La acústica de este sitio no tiene pinta de ser la mejor, pero sería una auténtica lástima dejar esto aquí sin tocarla ni una vez siquiera. Me pregunto qué sería apropiado como banda sonora para un momento como éste…

                —¿La maravillosa ausencia de ruidos y voces para disfrutar de la calma que nos envuelve?

                Matilda se rió como si su compañero acabase de contar el chiste más gracioso que había oído en meses.

                —¡Ah, claro! Si es que hasta el propio escenario pide que toque Binary sunset.

                Y, tomando aire y humedeciéndose los labios, se acercó el instrumento a la boca imaginándose que Luke Skywalker aparecería en cualquier momento entre las dunas acompañado de las notas musicales que tenía en mente. Pero, para su sorpresa, la música que innundó el ambiente fue una muy distinta.

                Si bien también era una creación de John Williams, esta canción no era para nada la que Matilda estaba forzándose a tocar. Era como si la armónica tuviese vida propia y estuviera utilizando a su instrumentista para dictar ella el ritmo. Como por arte de magia, la música se amplificaba alrededor de ellos, primero con tonos suaves hasta que poco a poco se iba a acercando al clímax de la pieza.

                Cuando Matilda cayó en que la canción interpretada era el tema principal de la película de Jurassic Park y fue a girarse para mirar a Lex, éste había desaparecido por completo. En su lugar, al fondo, el escenario volvía a cambiar para dar paso a valles frondosos de color verde poblados de enormes criaturas cubiertas de escamas. ¿El único problema? Un braquiosaurio con cara de pocos amigos amigos había aparecido donde antes estaba su compinche alado.

                Y si, ya de vuelta en Avalon y en su habitación, Lex oyó como gritaban otra vez su nombre, ahora ya lo único que le preocupaba era alcanzar a dormir unas horas antes de que rompiera el amanecer. Una pequeña sonrisa se apoderó de él sabiendo dos cosas: la primera, que las criaturas con las que había dejado a Matilda estaban diseñadas para ser indefensas; y la segunda, que había sido una pequeña y entretenida venganza por la fiestecita de antes.

 

Chapter 5: Lein

Summary:

¡Aviso de spoilers! Este contiene spoilers del episodio 23 de la campaña: "El juicio del Rey (3/3)".

Chapter Text

Capítulo 5. Lein

“Always an angel, never a god.”

                Guiándose con los rayos de luz que se filtraban por los grandes ventanales de la estancia, Lex paseaba por el gran salón donde había tenido lugar el juicio de Arturo contra Galahad, Matilda, Franz y Sir Palímedes. Las palabras que había pronunciado el celestial todavía hacían eco en su cabeza minutos después de haber salido del subconsciente de su compañera.

                “Si haces una promesa, la cumples. Si cometes un error, te disculpas por ello. Si le das esperanzas o un sueño a una persona, los defiendes hasta el final… Pero si alguien te da una segunda oportunidad para seguir viviendo, te aferras a ella con cada átomo de tu cuerpo. Y lo que tú has hecho es una falta de respeto a esa segunda oportunidad que te hemos brindado el resto.”

                Si había sido demasiado duro con ella o se le habían quedado frases en el tintero, ya daba igual porque la muchacha ahora mismo se traía otros asuntos entre manos. No era difícil notar la presencia de otro Caballero acercándose, de manera que en cuanto sintió que alguien con un aura similar a la de Percival o Palímedes deambulaba por el pasillo rumbo a la habitación de Lein, supo que era hora de poner pies en polvorosa.

                Pero le habían faltado tantas cosas por decir… Tantas cosas que tenía que preguntar con la calma necesaria. Tantas respuestas en las que perderse para descubrir si venían de la propia Lein, de esa personalidad picaresca que a veces salía a la luz o del auténtico Galahad. Y luego él era el de los problemas de identidad, ja.

                El celestial se detuvo a contemplar la imponente Mesa Redonda. Ni aun con la sala vacía era capaz de sacar el coraje necesario para rozar con la yema de los dedos la madera. Parecía como si ese mueble tuviera presencia propia y fuera consciente de que sólo unos pocos elegidos a lo largo de la historia tendrían el privilegio de sentarse y debatir a su alrededor.

                Dio un rodeo lento a la mesa, sacudiendo la cabeza. Seguía sin acabar de comprender cómo había terminado involucrado con la Orden más importante —o de las que más—, de Inglaterra. Según Morgan, era cuestión de ponerse los zapatos de aquel a quien estaba sustituyendo. Era fácil de entender, ¿no? Todos tenían su papel descrito en la obra que les había tocado interpretar y el suyo vendría con la supuesta llegada del Apocalipsis.  Y bastante peso iba a tener la narrativa que se les venía encima como para ir perdiendo compañeros por el camino por culpa de decisiones estúpidas.

                Tampoco es que tuviera el poder para cambiar nada porque el honor de Galahad pesa más que su propia espada llameante. Es consciente de que no tiene influencia alguna sobre ello y eso es algo con lo que puede vivir. La parte mala viene cuando, sabiendo que no puedes salvar a alguien de sus pésimas decisiones, te golpea la realidad de que tampoco tienes el poder necesario para ayudarle con las consecuencias de sus actos. Él no es otro Caballero con la potestad necesaria para influir en los disputas acerca de quién vive y quién es ejecutado. Tampoco es aquel miembro del panteón nórdico cuyo nombre hace temblar a la gente. No es un ser mágico con el potencial de poder mirar el abismo recorriendo los caminos que otros jamás se atreverían. Él, a vista de los demás, sólo es un ángel.

                Siempre un ángel, nunca un dios.

                Y, lo mejor de todo, es que ni siquiera él mismo creía caer bajo esa categoría angelical impuesta por el resto. Pero eso era un problema para otro momento. Ahora tenía más prioridad encontrar un trozo de papel en el que dejarle escrito a Lein que se reuniera con Percival antes de partir a tierras feéricas.

                De vuelta en su habitación, fue directo a por uno de los folios que recordaba haber visto en la mesita de noche y, tomando un pedazo de uno de ellos, escribió “Sir Percival quiere hablar contigo, ASAP. PS: Llévale algo de chocolate, ayer no le quedaban Mars.” con una letra impoluta. Ahora ya sólo restaba dejarla por debajo de la puerta del cuarto de Lein en cuanto su visitante le diera algo de intimidad.

                Afortunadamente, Lex no tuvo que esperar mucho más ya que al rato oyó unas palabras en japonés antes del crujido indicando que la puerta de la habitación volvía a cerrarse y Lein se encontraba de nuevo a solas o, como mucho, con su pequeña Chispa.

                Mentiría si dijera que no se había visto tentado por indagar un poco más acerca de Luaithre porque no tenía recuerdo alguno de que la espada del anterior Galahad adoptara esa forma humanoide. Conociendo a la joven, lo más seguro es que fuera una manifestación que dependía más de ella que del nombre del Caballero otorgado. Tomó nota mental de comprobar —o preguntar, al menos— si la pequeña era capaz de soñar.

                Su tren de pensamientos descarriló de repente al darse cuenta de que se le estaba empezando a dormir un pie. Había dejado pasar casi dos horas hasta que hizo acopio de la energía suficiente para levantarse de la cama y adentrarse en los pasillos de Avalon.

                Una vez estuvo delante de su puerta, agachado y a punto de dejar la nota, se paró unos instantes. Algo le estaba resultando extrañamente familiar. Ah, claro. Cómo no reconocer las ondas theta que venían de la muchacha otra vez dormida. Ahora tenía la oportunidad de hacer dos veces lo que mejor se le daba: entregar mensajes.

                Lo único que necesitó fue un parpadeo para estar dentro de la misma estación de metro que había visitado al inicio de la noche. En esta ocasión, Lein se hallaba frente a una de las máquinas expendedoras que adornaban los andenes cada cierta distancia. Tarareaba en voz baja alguna canción mientras se tomaba su tiempo para decidir qué refresco sacar con las monedas que daban vueltas entre sus dedos.

                —A éste invito yo.

                Antes de que su cerebro pudiera registrar lo que estaba pasando, Lex ya se encontraba a la espalda de Lein. Ahora ya más calmado y en un ambiente menos hostil, había tomado la apariencia de celestial y sus ojos azules se reflejaban contra el cristal algo machacado de la máquina. Retiró la cartera del bolsillo del pantalón y pulsó el botón correspondiente para sacar dos refrescos con un billete de cinco libras. Si le preguntaban, seguía siendo un robo a mano armada que dos latas costasen tan caras hasta dentro de un sueño.

                Sobresaltada, Lein se giró rápidamente para ver la figura que tenía a escasos centímetros. Las veces contadas que había tenido a Lex tan cerca habían sido en combate o para recibir un sermón como había pasado antes.

                —¡Lex! ¿No nos habíamos visto hace nada? —la muchacha comenzó a hablar, atropellándose con las palabras como muestra de su nerviosismo—. ¿Cómo es que nos hemos cruzado en la parada de metro dos veces el mismo día? Ah, no, espera. Hace nada estaba con… ¡bueno, da igual, esto debe ser otro sueño!

                Resultaba incluso cómico verla hilar frase tras frase, tocándose su característico mechón de pelo como si aquel gesto le ayudara a pensar con un poco más de claridad.

                —¿A qué debo la visita? ¿Es otra vez por lo de antes? Todavía no me has dado mucho tiempo para reflexionar y dar con la manera más adecuada de disculparme con todos o tratar de enmendar mis meteduras de pata, pero se aceptan las ideas en caso de que quieras dármelas.

                Con un sonoro ¡clonck!, las latas cayeron a la parte inferior de la máquina. Lex hizo a un lado con el brazo a la joven con el fin de agacharse y recoger las bebidas. No fue hasta que abrió uno de los refrescos y le dio un sorbo, cuando volvió a dirigirle la palabra.

                —Lamento mi comportamiento de antes —dijo poniéndose en pie y ofreciendo la otra lata—, no me arrepiento del mensaje dado pero puede que las formas no fueran las más óptimas.

                —No importa, entiendo que están siendo unos días muy tensos para todos. Por lo menos no me has zarandeado por los aires durante un buen rato, ya sólo por eso me tomo tu reacción como una victoria.

                Lein agarró la lata entre sus manos y la acercó un poco contra su moflete derecho como si necesitara que el frío y las gotas de condensación sobre el aluminio la hicieran bajar a tierra cuanto antes.

                —Vayamos a un lugar menos deprimente. Por mucho que estemos en un sueño, algo me dice que te da la luz del sol menos de lo que debería. Y eso ya es un problema de por sí en Londres.

                Sólo hizo falta que Lex diera un par de palmadas para que el escenario cambiase por completo. Las grises y húmedas paredes del metro londinense ya no estaban a la vista por ninguna parte. En su lugar, habían caído en una un pequeño parque público lleno de jardines con un edificio simulando un market cross y una estatua en honor a Charles II de Inglaterra.

                —No iba a quedarme tranquilo hasta que no terminásemos de hablar lo de antes.

                El celestial arrancó a caminar por las callecitas de Soho Square con la esperanza de que su compañera lo siguiera.

                —El hecho de que un Caballero herede un nombre o espada de otro no es algo que suceda todos los días, sabes. Y me figuro que encontrar a alguien que pueda encajar en ese perfil de sucesor no es tarea fácil —Lex hizo una pequeña pausa para dar otro trago—. Necesito que entiendas de verdad la gravedad que supone ponerte en peligro tan a menudo, Lein.

                El fssst de la otra lata abriéndose llenó el pequeño silencio mientras la mentada elegía cuidadosamente las palabras adecuadas.

                —Comprendo la magnitud de mis actos. Pero quiero que vosotros también entendáis los motivos que había tras ellos. Efectivamente, soy nueva en todo este juego de los caballeros y dragones y, sí, mis obras se pueden juzgar en mayor o menor medida. Pero lo que no puedo es quedarme impasible cuando está en juego mi honor o la vida de mis amigos.

                En el preciso instante en el que el término honor abandonó sus labios, la pequeña Luaithre asomó la cabeza de debajo de la camisa de Lein como si se hubiera dado por aludida.

                —El pasado ya está escrito en piedra, Lex. No puedo seguir torturándome cada día por las decisiones tomadas, sólo queda seguir adelante. Y pienso seguir adelante durante mucho tiempo. Por mucho vértigo que me dé pensar en esto, le haré justicia al título de Caballero durante todos los años que se me permita. Y cuanto más dure mi futuro, más corto me parecerá el pasado y más lejanos quedarán todos esos errores cometidos entonces hasta que llegue un punto en el que sólo los considere una pequeña fracción de mi vida. Será ese camino recorrido con sus piedras que me hagan tropezar, ¡e incluso con las piedras que yo misma pueda ponerme!, el que me convertirá en la mejor versión de mí misma.

                A Lex le parecía admirable cuanto menos que la gente fuera capaz de encadenar una frase tras otra como si dar un pequeño discurso a diario fuera algo de lo más natural. Por un instante se sintió tentado de preguntarle si es que ensayaba delante del espejo por las mañanas.

                —Di lo que quieras pero, insisto, acompaña tus palabras de acciones que las respalden y que no sean una invitación a una caja de pino —replicó con rapidez—. ¿Qué pensaría el anterior Sir Galahad si se entera de que a su relevo casi la engulle un dragón?

                La conversación ya había adoptado un tono bastante más desenfadado. Lex daba por hecho que un comportamiento paternalista no era lo suyo, ni mucho menos.

                —No dejas de meter al antiguo Galahad en esto —irrumpió Lein—, ¿tan cercanos erais? Aquel día que nos vimos todos en la tienda de Franz me dio la impresión de que no era la primera vez que coincidíais.

                —Fue mi Caballero favorito.

                El celestial se frenó delante de la cabaña rústica que adornaba el centro de la plaza. A su alrededor, personas sin nombre o un rostro definido también paseaban como si aquello fuera una escena más del día a día.

                —Tampoco es que conociera a todos los integrantes de la Mesa. Hubo algunos que sólo conocí de oídas. Ya sabes, rumores e historias que se mueven; a otros los pude ver en alguna situación por temas de trabajo. Con Galahad tuve la oportunidad de compartir incluso campo de batalla.

                —¿Por qué siento que esa información me sorprende pero a la vez no? —Lein repiqueteó los dedos contra la lata mientras el otro se encogía de hombros. Puede que de alguna forma los recuerdos del que le dio su nuevo título estuvieran resonando en su interior sin saberlo—. Sea como fuere, menuda forma de añadir peso sobre mis hombros.

                La chica soltó una risita que acompañó con un leve codazo contra su compañero queriendo restarle hierro a esa última confesión. Lex le correspondió con una de sus sonrisas que sólo puedes percibir si lo conoces un mínimo, de las que pasan desapercibidas si no sabes que van dirigidas a ti.

                —Tampoco es que el listón esté muy alto actualmente.

                —Pero a Percy lo conoces de hace más tiempo, ¿no es así? Es con los pocos que te he visto interactuar en Avalon sin poner cara de querer salir corriendo.

                —Es de lejos la persona más normal entre todo el séquito que tiene montado Arturo —bufó como si esa información fuera la obviedad más grande del universo—. Tendrá un problema de adicción al azúcar, pero por lo menos Percival carece de esa mirada tan fría que tiene la mitad de la Mesa.

                Lein pensó todos los rostros que hacía unas horas estaban reunidos votando en la Mesa. Rostros de personas que eran capaces de aceptar o negarse a sangre fría a un asunto tan delicado como la ejecución de uno de sus compañeros.

                —Sí, la verdad es que todos los integrantes son peculiares a su manera… Pero quiero pensar que en el fondo tienen sus motivos para actuar de la forma que hacen o que simplemente no se han parado a pensar del todo bien.

                —Mira, pues ya tenéis algo en común —Y con esa frase, Lex retomó el paseo esperando que sus últimas palabras no hubiesen sonado con demasiada acritud—. Aunque espero que eso sea de lo poco en lo que coincides con ese grupo de lunáticos.

                Dudó de si realmente tendría un Caballero favorito a estas alturas. Lo que le había llamado la atención del antiguo Galahad era esa determinación que brillaba tras sus ojos como si de dos llamas se tratasen. Le costaba explicarlo en voz alta porque no creía que fuera un sentimiento que pudiera poner en palabras. Pero si tuviera que aventurarse a decirlo, confesaría que ese hombre no sólo era mejor que su peor momento, sino que su presencia inspiraba a que todos buscaran su identidad a pesar de esos días más bajos. 

                Lex recordó el día en que coincidió con él de camino a Las Luces del Norte por primera vez. Fue una agradable sorpresa descubrir que alguien de ese calibre disfrutaba conversando sobre vinilos e intercambiando recomendaciones musicales. Había ocasiones en las que únicamente se paseaba por la tienda para hablar con Franz sobre los viejos tiempos o para preguntarle por su hija adoptiva y Lex se quedaba mirándolos desde algún pasillo, contemplando la escena y pensaba en el sentimiento tan hogareño que le inspiraba.

                Con la mirada de reojo puesta en Lein, dio un último trago a su lata y la aplastó entre las manos. El tacto del metal arrugado y todavia frío lo devolvió a la realidad.

                —¿No estarás esperando a que te diga que tú eres mi favorita?

                —¿E-eh? —La joven se atragantó con su bebida y comenzó a toser. ¿Era posible que Lex pudiera leer sus pensamientos al estar bajo la influencia del plano onírico?— Bueno, no, a ver… —Tomó un poco de aire antes de seguir hablando—. Imagino que con Percy tienes más historia o relación. Supongo que es normal asumir que habrá ascendido puestos después de, en fin, ya sabes…

                —Tampoco es que sea esto una competición. Ni soy yo quien para asignar puestos.

                —Pero tu opinión me importa, Lex. Por mucho que te esfuerces en ser misterioso y enigmático, quiero tomarme mi tiempo en ir averiguando esos pequeños detalles sobre ti.

                Lein volvió a darle un toquecito en el hombro, probando su suerte. Sabía que el rubio no era especialmente fan del contacto físico cuando estaban en Londres, pero aquí se sentía más tentada a probar hasta dónde llegaban esos límites.

                —¿Por qué no volvemos al quid pro quo? Diría que la última vez no te salió mal la jugada. Te concedo tres preguntas que puedes hacerme a cambio de que luego tú me contestes otras tres.

                —Vale, Hannibal —se rió enseñando los dientes, feliz por conseguir pasar otra página que le permitiera seguir leyendo a su compañero—. Me pido empezar yo con la pregunta de antes: ¿quién es tu Caballero favorito?

                —Galahad.

                Lex sabía de sobra que había contestado de manera ambigua y el resultado que ello iba a despertar en Lein, pero eso no lo frenó. Si la otra quería jugar, se aseguraría de mantenerla en vilo durante un rato.

                —¿Pero el Galahad actual, es decir yo, o el Galahad anterior a mi persona?

                —Eso cuenta como otra pregunta, ¿lo sabes? —Inquirió con una entonación algo traviesa—. ¿Seguro que no prefieres guardarte esa segunda oportunidad para averiguar otra cosa?

                —No, no. Mejor me guardo la segunda pregunta. Tu turno.

                —¿Quién había venido antes a hacerte una visita a tu cuarto?

                Por fortuna, Lein estaba tirando a una papelera su lata vacía porque estaba segura de que se habría atragantado otra vez al oír eso. De nuevo estaba jugueteando con sus dedos, vacilando si tocarse el mechón de pelo que la delataría.

                —Lancelot. No entendí muy bien qué es lo que quería de mí porque apenas sé japonés. Si eso alguna palabra suelta que he podido captar de videojuegos o similares, pero no me ha quedado muy claro… —Por un instante se perdió en sus pensamientos al acordarse de la otra chica y cómo se había paseado por su habitación invadiendo su espacio personal y notó cómo empezaban a arderle las orejas—. ¡Bueno, me toca otra vez!

                —Dispara. ¿Qué quieres saber ahora?

                —¿Por qué te resistes tanto a que los demás se te acerquen?

                Lex levantó una ceja con un gesto que claramente decía “no hagas que me arrepiente de estar jugando a esto contigo”. No creía que fuera a escalar tan rápido la conversación.

                —Al contrario que otros, no encuentro placer en crear lazos superficiales con todo aquel que me cruzo. Mi tiempo y energía son demasiado valiosos como para malgastarlos con gente que no merce la pena. Hay quien usa la palabra “amigo” muy a la ligera o quien de verdad es capaz de hallar amistad con cualquiera que se cruza en su camino. No es mi caso. Soy más selectivo con mi círculo.

                —Y aun así ahora parece que es imposible escaparte de nosotros, eh bobo.

                Los dos sonrieron ante el apodo que ya era una broma casi recurrente entre Lein y sus allegados.

                —No os puedo quitar de encima ni con agua caliente, qué le voy a hacer…

                —Puedes probar a hacer tu segunda pregunta.

                —Muy bien. Dime, Lein, ¿es una costumbre tuya lo de quedarte mirando como pasan los metros desde el último centímetro de andén? ¿O es que necesitas más emociones fuertes?

                Sabía que lo mismo estaba entrando en un terreno peliagudo pero, de nuevo, en eso consistían sus intercambios de información. Si ella subía el nivel, se iba a encontrar con lo mismo cuando le devolviera la pelota.

                —Nada más lejos de la realidad —contestó con una mueca—, lo que siempre había deseado era un cambio, pero no el que creo que tienes en mente. Y lo mejor es que lo estoy consiguiendo y no podría estar más contenta con ello. Visto mi ropa nueva y tengo la oportunidad de irme de aventuras con un grupo que jamás había imaginado. Ya no soy presa de las cuatro paredes de mi oficina ni de la mirada que me devuelve el espejo de mi habitación en Londres cada vez que me reflejo en él. 

                Ahora fue el turno del celestial de guardar silencio. No sabía qué clase de respuesta estaba esperando pero ésa no se le había cruzado por la cabeza.

                —Tu ropa es… —hizo un ligero aspaviento con la mano, moviéndola de arriba a abajo como si con ella escaneara la figura de su acompañante—. Tu ropa es muy bonita. No sé cómo vestirías antes, pero te favorece mucho lo que llevas puesto ahora.

                Mentalmente se dio el mayor de los facepalms posibles. Era pésimo a la hora de hacer cumplidos y lo sabía. Para desviar la atención de ese último comentario, no dejó que Lein fuera quien iniciase la última ronda de preguntas.

                —Me adelanto yo con la tercera pregunta, si no te importa. ¿Qué esperas de todo esto?

                —¿De… esta conversación? —pregunta algo confundida—. ¿O de la vuelta a Avalon?

                Lex se encogió de hombros una vez más. Casi parecía que su cuerpo reacciona con ese gesto antes de que su mente fuera la encargada de dar la orden, le era algo tan natural como el respirar.

                —De todo. Del viaje que estamos haciendo, de tu nuevo trabajo como Caballero, de la visita que nos toca hacer al plano de las hadas… De todo, en general.

                La chica esbozó una sonrisa enorme, como si estuviera deseando que en algún momento alguien le sacara ese tema de conversación porque tenía mucho de lo que conversar.

                —Me encantaría desarrollar un videojuego que estuviera inspirado en nuestro grupo. Me muero de la emoción sólo con pensar en estar delante de mi ordenador con el cuaderno hasta arriba de notas y pasarme día y noche programando un mundo al que dar vida. Me entusiasma pensar que todo esto puede servir como inspiración para crear un medio que llegue a más gente, aunque para el resto del mundo sea pura fantasía.

                —Eso es posiblemente lo más tú que he escuchado en todo el día.

                —¿Eso es algo bueno o malo? —preguntó Lein, pero rápidamente se corrigió a sí misma—. Mejor no me lo digas, seguro que lo utilizas a modo de tercera pregunta y pierdo mi oportunidad. Dime, Lex, ¿cómo lo haces para entrar en los sueños del resto? ¿Tienes que estar cerca de la persona en cuestión? ¿Puedes mandarlos a dormir tocándolos en la frente con algún tipo de somnífero y luego ya infiltrarte?

                Era cuestión de tiempo que preguntara acerca del elefante en la habitación. Demasiado estaba tardando para el gusto de Lex.

                —¿Sabes lo que sí puedo hacer? Marcharme.

                Y con un chasquido de dedos se esfumó dejando a la chica en mitad de la plaza y mirando en todas direcciones. Lein no pudo reprimir la carcajada que le nació de dentro. Como se acordase de esto al día siguiente, iba a cobrarse la deuda de la pregunta pendiente.

 

Chapter 6: Azrael, parte 2

Notes:

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Chapter Text

 

Capítulo 6. Azrael, parte 2

“If nothing can be known, then stupidity is holy.”

                La primera noche en la que se instauró la tradición de viernes de película y pizza, por poco no sucede. Esto se debía al simple hecho de que una persona normal no tendría el estómago suficiente para sugerir meterse entre pecho y espalda doce pulgadas de masa grasienta hasta arriba de pepperoni y queso justo después de haber visto La Naranja Mecánica. Afortunadamente, ellos estaban lejos de ser personas normales y se fueron directos a una pizzería antes de subir al piso de Lex, donde las brutales acciones de Alex y su pandilla monopolizarían el tema de conversación hasta altas horas de la madrugada.

                La segunda vez, el largometraje elegido había sido El Padrino y, como no podía ser de otra forma, nada más poner un pie fuera de la sala de cine ya dio comienzo el debate sobre éste. Parada táctica para recoger un par de cajas de pizza y después directos a dejarse caer en el sofá negro que adornaba la sala de estar. Si media hora fue más que suficiente para devorar casi toda la comida, lo cierto es que se quedó corta para comentar todos los detalles de la familia siciliana. 

                —Sólo digo que es poco realista que Don Vito sobreviva a cinco disparos, nada más. —Lex levantó las manos como en señal de rendición, a dos frases más de darse por vencido con la disputa.

                —Eso cuéntaselo a Legs Diamond, que también sobrevivió a un intento de asesinato parando cinco balazos. No me extrañaría lo más mínimo que se hubieran inspirado en él para crear al personaje. Además, al poco tiempo le estaban tratando ya las heridas y, joder, ¡que estamos hablando del mismísimo Don Vito Corleone! —El ángel, no contento con haberse puesto de pie sobre el sofá, también quiso añadirle dramatismo al momento apoyando uno de los pies sobre la mesita donde habían dejado las cajas de comida minutos atrás—. Un hombre con la resiliencia y determinación dignas de alguien que demuestra sus ganas de seguir viendo el mañana. —Y, antes de que su compañero pudiera insultarlo por apoyar las botas sobre el pulcro cuero negro, se dejó caer de un pequeño salto, aterrizando perfectamente sentado y robando el último trozo de pizza.

                Un suspiro hizo eco en la sala al mismo tiempo que Lex apagó el televisor. Total, ninguno de los dos le había llegado a prestar atención en la última hora.

                —Está bien, tú ganas, no voy a pelear con el que lleva metido en este trabajo de rollito fúnebre tanto tiempo. Tú eres el que más entiende de muertes.

                —¡Y de mafiosos! – Replicó Azrael con un dedo levantado.

                —Lo dices como si hubieras conocido a muchos.

                —Ay, Charquito… —hizo una pausa—. Te sorprendería la gente tan variada que he conocido a lo largo de mi existencia.

                Lex quiso preguntarle si con eso se refería a que, efectivamente, había conocido a algún mafioso o si hablaba por hablar, pero dejó correr el tema. A menudo se encontraba fascinado escuchando las historias de Azrael. Podía pasarse horas oyendo cómo una vez una señora mayor se negó a marcharse hasta que no hubiera terminado de tomarse su taza de té —una actitud respetable, si le preguntaban— o sobre aquel día en el que lo mandaron a trabajar a las trincheras de una guerra donde le costaba seguir el ritmo por la cantidad de almas que vagaban a la espera de que su psicopompo las guiase hacia el más allá.

                Sin embargo, en alguna ocasión Azrael le había querido colar una historia completamente inventada a la que después le restaría importancia con un «¡Qué es broma, hombre! Si es que es muy fácil tomarte el pelo». En su defensa Lex alegaría que ya lo sabía y que quería seguirle la corriente, aunque lo cierto es que por dentro tenía claro que ese comportamiento era producto de una confianza ciega en su compañero. Tenía la mala costumbre de depositar toda su fe en aquellos dos seres que le dieron una forma y una oportunidad en la vida y, aunque con Roger todo había ido sobre ruedas, parecía ser que a este segundo individuo le resultaba gracioso explotar dicha faceta suya.

                 Si alguna vez sospechó que se aprovechaba de las escasas dotes sociales que había conseguido desarrollar a lo largo de los años, decidió no darle importancia. Aun con todo, le encantaría que algún día fuera al revés, que él estuviera al mando de contar cualquier anécdota disparatada y que fuera Azrael quien se quedase con la boca abierta. Dios, lo que daría por dejarlo sin palabras.

                Por otra parte, tampoco es que se muriera de ganas por estrechar lazos con más gente, no veía la importancia de desarrollar más las habilidades en ese campo. No le hacía falta. Cuando llegaban a un sitio era Azrael quien se encargaba de llevarse a la gente al bolsillo con su encanto natural y la palabrería que tanto lo caracterizaban, y mientras tanto Lex… bueno, él prefería ir directo al grano. No es que no disfrutara de su trabajo, pero la vida que le pudo proporcionar Roger no destacó por verse rodeado de otras personas porque llamaría demasiado la atención verlo paseando con su tío supuestamente ya difunto. Para cuando quiso darse cuenta, los sitios plagados de gente o en los que él era el centro de atención le superaban a nivel mental.

                Después llego la inevitable muerte de Roger y en ese instante se volvió muy consciente de que no merecía la pena formar relaciones con humanos. Son seres frágiles y su paso por este mundo es efímero si lo comparas con el de criaturas como Azrael. Y, como si fuera capaz de leerle la mente, el ángel subió el volumen tratando de llamar su atención y agitando una mano delante de la cara de Lex.

                —Tierra a Charquito, ¿me recibes? Repito: tierra a Charquito. —Insistió Azrael casi entre risas viendo la cara de fastidio que comenzaba a poner el otro.

                —A veces dudo de si realmente llegaste a aprenderte mi nombre.

                —Y yo de si me escuchas cuando te hablo. Va, responde. Si te metieras en un escándalo con la mafia siciliana y te dieran la opción de elegir entre dejarte sordo o ciego, ¿qué elegirías? Yo lo tengo claro, pero primero quiero saber qué harías tú.

                A pesar de la violencia implícita de la pregunta, el tono con el que la había formulado era casi como de emoción.

                —Para empezar, dudo verme envuelto en cualquier lío en el que pueda estar involucrada la mafia. Y, después, digo yo que atarme a una silla y amenazarme con un cuchillo no serviría de mucho puesto que —pero el final de esa frase nunca llegó. En su lugar se oyó un abucheo y una pedorreta al grito de «¡Buuuu, buuuu!»—. ¿Y ahora qué, Azra?

                —Y por eso mismo no te invitan a las fiestas—. Lex ni se molestó en contestarle que no había ningún tipo de fiestas que le pudieran interesar—. Eres un aburrido, tienes que dejar de darle tantas vueltas y responder.

                —Entonces prefiero que me destrocen los tímpanos y quedarme sordo para no tener que oír nunca más este tipo de chorradas. 

                Otra risita de las que quieren decir “te he ganado” llegó a los oídos de Lex en perfecto estado, para su desgracia. Igual no era tan mala idea meterse con un mafioso y menos cuando ahora Azrael estaba aprovechando para reclinarse apoyándose sobre él, una costumbre que había acabado adquiriendo cada vez que cenaban en ese piso.

                —Eso es porque no podrías aguantar el resto de tu vida sin ver esta carita. Es normal, no tienes que justificarte, yo habría dicho lo mismo si fuera tú.

                —Claro. Por supuesto. Sí.

                Lex no sentía que poner los ojos en blanco fuera suficiente; llegados a este punto necesitaba darle una colleja al celestial. Pero en vez de eso se limitó a recolocarse en el sofá para que el otro pudiera adoptar una mejor postura que no implicara dejarle el brazo dormido, aunque para ello tuviera pasarlo alrededor de los hombros de Azrael.

                —Puedes negarlo todo lo que quieras, pero te aburrirías si no estuviera para ofrecerte entretenimiento en forma de estas espectaculares charlas. De nada, Lexington.

                —Y si a ti te quitaran el oído no podrías deleitarte con mis respuestas para meterte conmigo dos segundos después de contestar—. Contraatacó el susodicho.

                —Por eso mismo no permitiría que me dejaran sordo.

                —¿Y ciego sí? —No le parecía nada convincente esa respuesta.

                —Ah, no, claro que no. No terminaría ni ciego ni sordo porque llegaría a rescatarme mi querido Charquito. ¿A que no dejarías que me pasara nada, amigo mío?

                Ahí estaba de nuevo esa sonrisa capaz de hacerle la competencia al mismísimo sol si se lo propusiera. Sonrisa que se vio rápidamente eclipsada por una mano que estaba cubriéndole parte de la cara al ángel y que terminó convertida en una carcajada mientras forcejeaba por quitárselo de encima.

                Lex no pudo sentirse más afortunado de que Azrael hubiese recogido el testigo de su vida después de aquella fatídica y nublada tarde en la que se conocieron. Era molesto, sí, pero razón no le faltaba. En los pocos años que llevaban siendo compañeros de trabajo habían conseguido desarrollar el tipo de vínculo que Lex jamás pensó que volvería a tener con alguien. No solamente se había convertido en su foco, sino que Azrael era una figura a la que admirar. Sentía fascinación por la forma en la que trabajaba, en la que se movía —siempre grácil como un ángel, aunque fuera un ángel de la muerte— y en la que hablaba. Jamás le daría el gusto de oírle decir eso en voz alta para hincharle el ego todavía más, pero tenía que admitir que más de una vez se encontró pensando que tal vez así fuera como se sentían los girasoles cuando pueden crecer siguiendo la luz del astro que los ilumina.

                Poco a poco las risas de ambos fueron tranquilizándose y apagándose hasta que lo único que se escuchaba en esas cuatro paredes eran respiraciones desacompasadas tratando de volver a su ritmo normal.

                —¿Cómo es que, de entre toda esa “gente tan variada que has conocido a lo largo de tu existencia”, me ha tocado a mí el infortunio de ser tu mano derecha?  —preguntó Lex con un tono que pretendía imitar el del rubio—. Es algo que nunca he llegado a comprender.

                —¿No es algo desagradecido por tu parte cuestionar por qué tu foco sigue presente? —Azrael ahora jugueteaba con las gafas que había dejado descansando en lo alto de su cabeza minutos atrás hasta que se aburrió de ellas y se las puso.

                —No cuestiono nada. Es simple curiosidad. No tenías por qué haber sido tan cercano y amable conmigo.

                —Hm, cierto, cierto… —El silencio volvió a apoderarse de la sala durante unos breves instantes—. ¿Quieres la respuesta corta? Me diste pena. ¿Quieres la larga? Me diste pena, pero también planteabas un reto interesante con esa forma de ser tuya tan hermética. Quería ver si era capaz de sacarte el palo que llevas metido en el culo.

                Resultó que la respuesta larga le hizo ganarse un capón.

                —¡Ay! ¡Oye, que has sido tú el que ha preguntado!

                —¿Y te ha merecido la pena después de todo?

                —Hombre, si lo llego a saber no te contesto y me ahorro el golpe. – Bufó Azrael mientras se llevaba una mano a la cabeza como si fingiera estar dolido.

                —Sabes que no me refiero a eso.

                Claro que lo sabía. Pero, de nuevo, ¿qué gracia tenía contestarle a Lex de manera directa en vez de tirarle de las cuerdas, aunque fuera sólo un poquito? Esta vez la contestación no tardó tanto en llegar.

                —Admito que sí, ha merecido la pena por completo. Resulta que, si alguien se toma la molestia suficiente para conocerte y aprender a tratar contigo, ese palo se afloja un poco y deja ver que en el fondo hay un bellísimo charquito bendecido con la oportunidad de soportarme día y noche, trabaje o no.

                Esas palabras parecieron ser suficientes para calmar el malestar que en ocasiones se apoderaba de la cabeza de Lex. Lo último que quería era suponerle una carga a Azrael y que, por culpa de haberse compadecido de una pobre masa a punto de desvanecerse, se sintiera obligado a cargar con él el resto de sus días. Incluso se había sentido tentado de indagar por sus sueños para averiguar qué pensaba realmente de su persona. Luego procuraba decirse a sí mismo que, primero, eso era una invasión de la privacidad hacia su mejor amigo; y segundo, que eran pensamientos sin sentido porque en cualquier momento Azrael podría haber cortado todo tipo de relación con él si así lo hubiese querido.

                Debió ser la falta de respuesta durante unos minutos lo que hizo que el ángel alzara un poco la cabeza, levantando lo justo las gafas para buscar la mirada del otro.

                —¿Todo bien por ahí? Creo que empieza a salirte humo de la cabeza por pensar tanto y tan fuerte.

                —Calla, idiota.

                —No quiero, memo.

                —Engreído.

                —Charquito.

                Era una guerra que no iba a poder ganar. A veces uno tenía que saber cuándo admitir la derrota y seguir a otra cosa.

                —Y ahora que ya has visto todo lo que tiene para ofrecer este… —hizo una pequeña pausa, como dudando de si decir las próximas palabras— charquito, ¿piensas asumir el papel de foco para siempre?

                —A mí me gusta llamarlo amistad, pero veo que todavía no te manejas muy bien con los términos sociales. —Replicó el rubio volviendo a acomodarse contra Lex e intentando dar con una postura que le brindara la comodidad que iba buscando—. Pero bueno, ya me encargaré yo de seguir dándote clases sobre cómo relacionarte con gente.

                —Me temo que tendrás que seguir explicándomelo durante mucho más tiempo, Azra. A partir de este momento te prohíbo que me dejes sin mi foco. De vez en cuando sienta bien oír lo mucho que me aprecias para compensar tanto sarcasmo.

                Ya con los brazos cruzados y las gafas reposando sobre su cara, Azrael esbozó una pequeña sonrisa, satisfecho con la respuesta.

                —Dalo por hecho. Aunque habrá que ver si no te secas tú antes y me dejas rascando una baldosa para despegarte de ella otra vez. Tendrías que haberte visto la cara el día que te conocí, parecías sacado de una película de terror.

                Al parecer esa frase le hizo ganar exactamente el mismo premio que “la respuesta larga” de antes, aunque en esta ocasión fue mucho más suave el golpe.

                —No entra en mis planes irme a ninguna parte. De hecho, ni siquiera sé cuál es la esperanza de vida de un… de alguien como yo. —Sabía que no tenía sentido pararse a pensar en ello, pero no podía evitar hacerlo de vez en cuando. Las leyes de la naturaleza funcionaban de manera distinta para él—. ¿Va a ser como con Roger? ¿El día que te vayas tú, yo iré contigo?

                —Sólo tú eres capaz de ponerte a hablar de temas tan deprimentes un viernes por la noche. Estoy a nada de ir a por un vinilo de Joy Division o The Smiths y ponerlo para que podamos seguir debatiendo sobre quiénes somos y cómo nos iremos.

                Azrael hinchó los mofletes como haciendo un puchero.

                —No sé cómo funcionarán esas cosas, pero tener esa información no ayudaría a cambiar nada. Lo que tenga que pasar, pasará. Si cuando tenga que irme, tu también te vienes conmigo, prometo encontrarte al psicopompo más guapo para cruzar las puertas de la mano con él —dijo, guiñando un ojo—. Y si, por lo que sea, me marcho y tú te quedas aquí, me daré por satisfecho con ver que mantienes la forma.

                La conversación murió durante unos minutos. El rubio tenía razón, saber lo que pasará no podrá evitar el hecho de que suceda. La vida es caprichosa con unos y con otros, aunque seas un ente sobrenatural no puedes decidir cuándo  o en qué condiciones vas a dejar este plano.

                Lex frunció el ceño. No era ningún experto en llevar una vida longeva, ni mucho menos. Llevaba menos de un siglo caminando entre humanos, de manera que no tenía la experiencia suficiente como para saber cuánto era el tiempo medio en el que alguien puede olvidarse de un ser querido. ¿Cuánto tiempo se tarda en olvidar la voz de una persona? Puede que si repitiera en su mente algunas frases o momentos y se forzara a revivirlos, podría salvar esos detalles. ¿Y el olor de alguien? ¿Meses? ¿Años tal vez?

                —Sabes, Charquito, para los que vivimos tantísimo tiempo llegará un momento en el que sólo podamos ver a nuestros compañeros si los buscamos en los recuerdos que hemos ido forjando juntos. Y, siendo consciente de lo que implica una vida tan larga y a pesar de ello, espero que no te arrepientas lo más mínimo de haberme conocido, amigo mío —sonriendo, se acurrucó un poco más contra su compañero y cerró los ojos—. Aunque un día tengamos que despedirnos y decirnos adiós, espero poder seguir brillando como el oro en tu memoria.

                Ahí llegó la confirmación de lo que le estaba rondando por la cabeza hacía unos minutos. El peso que sentía sobre los hombros, esa inquietud por pensar que tal vez el ángel se apiadó por él y estaba sufriendo las consecuencias de ello, se esfumó haciendo que se sintiera más liviano que nunca. En ese preciso instante supo que ya no hacía falta buscar respuestas en los sueños del otro.

                Tal vez podía fingir que ese momento era un sueño hecho realidad y que, entre todo el caos de su existencia, también se merecía disfrutar de noches de viernes protagonizados por la mejor de las compañías, pizza y cualquier excusa para quedarse hablando de todo y de nada hasta las tantas de la madrugada. Ya se preocuparía de otros temas cuando fuera el momento adecuado. Ahora mismo el mayor de sus problemas era mover a Azrael para recuperar la circulación de su brazo.

 

Notes:

¡Y hasta aquí llega este pequeño desvarío!

No tenía pensado que fuera tan largo pero conforme más escribía, más ideas me iban viniendo. Ojalá os haya gustado y os sirva para tomarle todavía un poquito más de cariño a los personajes de esta campaña. Gracias por leer y nos vemos en London ♡

- Carol