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Segundas Oportunidades

Summary:

Cuando Amy Rose enfrenta el rechazo de Sonic por última vez, decide darse una segunda oportunidad en el amor, y el enigmático erizo con quien compartió un concierto inolvidable años atrás podría ser el indicado.

Chapter 1: El eco de un sueño roto

Chapter Text

"¡Atención, fans de la música pop! Este es el momento que todos estaban esperando. Después de tres años de ausencia, Hot Honey está de vuelta. No te pierdas su tan esperado concierto de reunión: una noche única donde volverán a interpretar los éxitos que marcaron una generación. ¡Prepárate para cantar, bailar y vivir la magia nuevamente! Este será un evento que no querrás perderte. ¡Nos vemos allí!"

2:55 p.m.

Sentí cómo mi corazón latía con fuerza, golpeando contra mi pecho como si quisiera escapar. Mis manos estaban heladas, a pesar del calor que llenaba la habitación.

Era ahora o nunca.

Me recosté en el respaldo de mi silla, tratando de controlar mi respiración. El anuncio de Hot Honey seguía resonando en mi cabeza, casi como si lo escuchara en vivo. Cerré los ojos por un momento y me imaginé allí: el escenario iluminado con luces de colores, la música vibrando en el aire, las voces de los fans cantando al unísono.

Mis labios se curvaron en una sonrisa soñadora.

—Amy, tú puedes hacerlo. —Me dije a mí misma, tratando de calmar los nervios que se acumulaban en mi pecho.

2:58 p.m.

Volví a mirar la hora. Solo dos minutos. Dos interminables minutos.

Todo estaba preparado. Mi conexión a internet era rápida, había verificado la página una docena de veces, e incluso tenía mis datos de pago guardados para evitar cualquier error. A pesar de todo, no podía evitar sentir que algo podría salir mal.

Un pequeño zumbido en mi celular me distrajo por un instante. Era un mensaje de Cream.

¡Buena suerte con las entradas! Estoy segura de que lo lograrás. Avísame si las consigues."

Sonreí ligeramente. Cream siempre había sido mi apoyo incondicional, pero esta vez, no podía distraerme ni un segundo.

3:00 p.m.

El reloj marcó la hora exacta.

—¡Es el momento! —grité, ajustando mi agarre sobre el ratón.

Mis dedos volaron sobre el teclado y el ratón como si estuviera en una competencia. Clic tras clic, navegué por la página con una precisión que me sorprendía incluso a mí misma. No podía dudar ni un segundo; cada instante era crucial.

La barra de carga parecía eterna, pero finalmente apareció en la pantalla ese mensaje mágico que me hizo soltar un grito de alegría:

"Gracias por su compra."

—¡Sí, lo logré! —Salté de mi silla y me dejé caer sobre mi cama, riendo y gritando de emoción. Reboté varias veces en el colchón, dejando que la alegría llenara cada rincón de mi cuerpo.

—¡Tengo dos entradas para el concierto de regreso de Hot Honey! ¡No lo puedo creer! —Dije en voz alta, como si necesitara escuchar mis propias palabras para creerlo.

Volví a mi laptop y verifiqué la confirmación una y otra vez. Era real.

Por un momento, me quedé mirando las entradas en la pantalla. Mis pensamientos volaron hacia una imagen familiar: Sonic, con su sonrisa confiada, tomándome de la mano mientras bailábamos al ritmo de la música.

—Tengo que buscarlo —murmuré, levantándome de golpe.

Corrí hacia la puerta principal, pero al mirar hacia abajo, me di cuenta de que aún llevaba mis pantuflas rosas y mi pijama de corazones.

—¡No puedo ir así!

Subí corriendo las escaleras de vuelta a mi habitación, rebuscando en mi armario. Elegí un vestido rojo con detalles blancos que resaltaban mis largas púas rosas, que ahora llegaban hasta mis hombros. Tras vestirme, me miré al espejo y acomodé mi flequillo con cuidado.

—Estás hermosa, Amy. Sonic no podrá resistirse. —me dije al espejo, sintiendo un destello de confianza.

3:30 p.m.

El verano había pintado la tarde con un calor sofocante, pero no me importaba.

Caminé hacia la playa con paso ligero, con una mezcla de nervios y emoción. Sonic, como siempre, estaría relajándose cerca del taller de Tails, disfrutando del sonido de las olas aunque odiara el agua.

A medida que me acercaba, mi mente se llenaba de imágenes: Sonic y yo tomados de la mano, cantando al ritmo de Hot Honey, su sonrisa brillando bajo las luces del escenario.

La playa estaba tranquila, salvo por el suave sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Allí estaba Sonic, tumbado en una hamaca atada entre dos palmeras. Sus brazos descansaban detrás de su cabeza, y su rostro estaba relajado, con una leve sonrisa.

—¡Hola, Sonic! —lo saludé, mi voz animada.

Sonic abrió un ojo y sonrió con esa despreocupación que siempre lo caracterizaba.

—¡Hey, Ames! ¿Qué tal?

Con un movimiento ágil, se deslizó fuera de la hamaca y se puso de pie frente a mí. Seguía siendo apenas unos centímetros más alto que yo, y llevaba su característico pañuelo blanco anudado al cuello, ondeando un poco con el viento.

—Hoy logré algo increíble. Conseguí entradas para el concierto de reunión de Hot Honey. —Hice una pausa, tratando de calmar los latidos de mi corazón. —Y pensé... ¿te gustaría ir conmigo el próximo fin de semana? Solo tú y yo.

Su expresión cambió ligeramente. Por un momento, pareció sorprendido.

—¿Tú y yo? ¿A solas? —preguntó, rascándose el cuello con nerviosismo.

—Sí, tú y yo. Es una oportunidad única —respondí, tratando de sonar segura.

Por un momento, pareció que quería decir algo, pero rápidamente desvió la mirada hacia el horizonte.

—Bueno, pues... ese fin de semana... —vaciló, como si estuviera buscando las palabras correctas. —Tengo que ayudar a Tails con un proyecto. Lo siento, Ames, ya le había prometido estar allí.

Mi sonrisa tembló, pero no dejé que se desmoronara por completo.

—Si ya lo prometiste, no hay problema.

—Tal vez para la próxima. —Su sonrisa habitual iluminó su rostro, y esa chispa libre y confiada que siempre me había cautivado brilló en sus ojos.

"Tal vez la próxima..." Las palabras resonaron en mi mente como un eco vacío. Pero sabía que no habría una próxima vez.

Hot Honey se había separado hacía años. Uno de los miembros, el carismático líder y vocalista, decidió seguir una carrera en solitario. Otro, el alma tranquila del grupo, había renunciado por completo al mundo del entretenimiento, buscando una vida más simple lejos de los reflectores. La noticia me había caído como una bomba. Recuerdo cómo me encerré en mi habitación durante días, escuchando sus canciones en bucle mientras lloraba en silencio.

Había llorado tanto que Vanilla llegó a hacerme una infusión especial para calmar mis nervios. Cream me trajo flores de su jardín. Incluso Tails y Knuckles intentaron animarme con sus torpes palabras de aliento, y Rouge me regaló un póster autografiado que había conseguido de alguna manera. Todo el mundo sabía lo mucho que me importaba esa banda, lo que significaban para mí.

Todo el mundo... excepto Sonic.

Me mordí el labio, tratando de mantener la compostura frente a él. ¿Por qué no lo entendía? Este concierto de reunión era un milagro, un evento que nunca creí posible. Y él, de todos los Mobians, debería saberlo. Debería saber lo importante que era para mí.

Podría habérselo dicho. Podría haber tomado un profundo respiro, mirarlo directamente a esos ojos verdes brillantes y decirle: "Sonic, este concierto significa más para mí de lo que imaginas. Es mi despedida de algo que marcó mi vida. Por favor, ven conmigo."

Si lo hubiera hecho, sabía que probablemente habría dicho que sí. Sonic nunca me negaba nada cuando notaba que realmente me importaba. Pero... había algo que me detenía. Algo que no podía ignorar.

No quería tener que explicárselo. No quería tener que justificarlo. Quería que lo supiera sin que yo lo dijera. Quería que entendiera, por su cuenta, lo que significaba para mí. ¿Es tanto pedir?

Respiré hondo y forcé una sonrisa más amplia, aunque sentía cómo se desmoronaba un poco en las comisuras.

—Claro, Sonic. Tal vez la próxima vez. —Las palabras salieron más suaves de lo que esperaba, como si al decirlas estuviera aceptando algo más profundo que su rechazo.

En el fondo, sabía que había terminado esta conversación antes de que él pudiera preguntarse más. Tal vez, de alguna manera, estaba protegiéndolo, o tal vez me estaba protegiendo a mí misma. Pero lo que estaba claro era que no habría una próxima vez. No con Hot Honey, y quizás tampoco con nosotros.

Me despedí y caminé de vuelta a casa, sintiendo cómo cada paso se volvía más pesado que el anterior. Las imágenes que había construido en mi cabeza se desmoronaban, dejando un vacío frío en su lugar.

Abrí la puerta de mi habitación y, sin encender las luces, dejé que la penumbra del atardecer llenará el espacio. Cerré la puerta detrás de mí con un suave clic, apoyándome contra ella como si mi propio cuerpo necesitará un soporte para no desmoronarse.

Caminé hacia mi cama con pasos lentos, sintiendo cómo cada zancada pesaba más que la anterior. Me senté en el borde del colchón, dejando que mis manos cayeran inertes sobre mis rodillas. El silencio de la habitación me envolvió, pero no me ofreció consuelo; era un vacío que amplificaba el dolor en mi pecho.

Miré alrededor. Mi habitación era un reflejo de mi pasado y mis sueños. En una de las paredes, una colección de fotografías colgaba enmarcada, cada una capturando un momento especial. Allí estábamos todos: Sonic con su sonrisa despreocupada, Tails sosteniendo un destornillador más grande que él, Knuckles cruzado de brazos tratando de parecer serio pero delatado por una mueca divertida. Incluso Shadow aparecía en una esquina, con su semblante estoico, mientras Rouge posaba glamorosa junto a él.

En otra foto, Cream y yo estábamos en un campo de flores, su inocencia iluminando la escena. Y en el centro, una imagen de mi yo más joven, con los ojos llenos de ilusión, abrazando un ramo de flores que me había regalado Sonic en uno de mis cumpleaños.

Eran recuerdos de cuando creía que la vida era más simple, cuando pensaba que el amor era sencillo y que los finales felices eran inevitables.

—¿Cuántos años han pasado? —murmuré, mirando mi reflejo en el espejo junto a mi escritorio.

Mi rostro estaba enrojecido por el calor del día y las emociones que bullían en mi interior. No podía evitar comparar mi yo actual con la Amy que había conocido a Sonic por primera vez. Era una niña entonces, con sueños grandes y un corazón que latía solo para él. Pero ahora... ahora sentía que ese mismo corazón se desmoronaba lentamente.

Mis manos temblaron cuando me cubrí el rostro, tratando de ahogar un sollozo que se negaba a quedarse dentro.

—¿Cuánto más puedo soportar esto? —susurré, mi voz quebrándose.

Finalmente, las lágrimas cayeron. Primero fueron silenciosas, pequeñas gotas que rodaban por mis mejillas. Pero pronto, se convirtieron en un torrente. Mi cuerpo se sacudió con cada gemido, cada grito ahogado que luchaba por escapar de mi garganta.

—¡Estoy cansada! —grité con una voz que apenas reconocí como mía.

El sonido rebotó en las paredes, pero no recibió respuesta.

—¡Quiero amar y ser amada! —continué, apretando las sábanas entre mis manos con fuerza. —¡Quiero una familia, quiero ser feliz! ¡Quiero algo más que esto!

Mi pecho dolía con cada palabra, como si el peso de tantos años de amor no correspondido finalmente hubiera alcanzado su límite. Me dejé caer sobre la cama, abrazando mis piernas y enterrando el rostro entre las rodillas.

El sol comenzaba a ponerse, y las sombras en mi habitación se alargaban, envolviéndome en una penumbra que parecía coincidir con mi ánimo.

Cerré los ojos, recordando cada momento que había compartido con Sonic. Su risa contagiosa, su valentía inquebrantable, esa chispa en sus ojos cuando enfrentaba un desafío. Esas eran las cosas que me habían enamorado de él. Pero también eran las cosas que sabía que nunca podría cambiar. Sonic era libre, como el viento, y yo... yo no podía alcanzarlo.

—¿Es este mi destino? —murmuré, mis palabras ahogándose entre sollozos. —¿Amar a alguien que nunca me amará de vuelta?

Después de lo que parecieron horas, mis lágrimas comenzaron a secarse. La habitación estaba en silencio, salvo por los suaves jadeos de mi respiración.

Me levanté lentamente, con los ojos hinchados y la garganta seca. Caminé hacia el espejo, mirándome con detenimiento.

—¿Qué es lo que estás haciendo, Amy? —me pregunté a mí misma, mi voz apenas un susurro.

Pasé los dedos por mis largas púas, ahora un poco desordenadas, y noté lo cansada que lucía.

De repente, mi mirada se desvió hacia el póster de Hot Honey en la pared. Sus rostros sonrientes parecían mirarme, llenos de energía y vida. Recordé lo emocionada que estaba cuando conseguí las entradas, esa chispa de esperanza que me había llenado el corazón.

Caminé hacia el póster y lo toqué con la punta de los dedos.

—Tengo dos entradas... —murmuré, mirando las caras de los integrantes. —¿A quién podría invitar?

La pregunta flotó en el aire mientras el cansancio comenzaba a apoderarse de mí. Dejé que mi cuerpo se hundiera en el colchón, cerrando los ojos mientras el agotamiento finalmente me vencía.

Chapter 2: Encuentros inesperados

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¡Tummmb! Tummmb!

El sonido de la alarma resonó en mi habitación, sacándome bruscamente de un sueño que no recordaba. Abrí los ojos lentamente, mientras el eco del día anterior todavía pesaba en mi pecho.

Me incorporé lentamente en la cama, con la cabeza pesada y la garganta seca, como si no hubiera dormido en absoluto. Mi mano se movió casi por instinto, buscando el celular en la mesita de noche.

—Cuatro de la mañana...

Suspiré al ver la hora en la pantalla y apagué la alarma con un gesto cansado.
"Es lunes", pensé, mientras un bostezo escapaba de mis labios. La oscuridad de la habitación se sentía más opresiva de lo habitual.

-No recuerdo la última vez que lloré así -murmuré, levantándome con movimientos lentos.

Caminé hacia el espejo junto al armario, enfrentándome a mi reflejo. Mis ojos estaban enrojecidos, las bolsas bajo ellos más marcadas de lo normal, y mi cabello era un desastre total. Con dedos temblorosos, intenté arreglar un poco mi flequillo, pero me rendí rápidamente.

Arrastré los pies hasta el baño, esperando que una ducha caliente pudiera borrar al menos una fracción de la pesadez que cargaba.

—No quiero ir a trabajar hoy... —susurré, cerrando los ojos mientras el vapor llenaba el baño.

Tras secarme y vestirme con una simple camisa blanca y una falda azul, bajé las escaleras hacia la cocina. Mis pasos eran lentos, pesados, como si cada uno requiriera un esfuerzo titánico.

—No tengo hambre —me dije a mí misma, abriendo la puerta del refrigerador.

Finalmente, opté por un yogurt y una fruta. Me senté en la mesa del desayunador, mordiendo lentamente una manzana. Su dulzura apenas se registraba en mis sentidos; todo parecía insípido.

—¿Así se siente el desamor? —susurré, dejando la manzana a medio comer sobre el plato.

No era la primera vez que Sonic me rechazaba, pero esta vez me dolía diferente. Años atrás, habría simplemente sonreído, ignorado el rechazo y vuelto a intentarlo. Una y otra vez, hasta que Sonic viera lo mucho que significaba para mí.

Pero ya no era la misma Amy. Había crecido, había cambiado.

—Pero estoy tan cansada... —susurré, apretando el borde de la mesa con mis manos.

Hacía semanas que planeaba esto. Conseguir las entradas había sido una odisea. Solo quería compartir algo especial con Sonic, algo que realmente significaba algo para mí.

—Solo quería pasar tiempo con él...—

Terminé mi desayuno y salí de casa, la brisa fresca de la madrugada acariciándome el rostro. Las calles estaban desiertas, y las luces tenues de los faroles añadían una melancolía que encajaba con mi ánimo. Caminé hasta la estación de tren, tratando de no pensar en los eventos del día anterior.

Cuando llegué, la estación estaba casi vacía. Solo un par de trabajadores se movían con prisa, sus pasos resonando en la fría estructura de metal y concreto. Me dirigí al andén, que conectaba mi pequeño vecindario con el corazón de Station Square.

Subí al vagón, encontrándome con una soledad que era a la vez reconfortante y opresiva. Me senté cerca de la ventana, dejando que el movimiento del tren y el paisaje que pasaba se convirtieran en una distracción. Las ruinas se alzaban a ver en la distancia, sombras de lo que una vez fueron hogares, mientras el horizonte comenzaba a teñirse de un tenue tono rosado, anunciando el amanecer.

Al llegar a la estación central de Station Square, el tren redujo la velocidad hasta detenerse con un ligero chirrido de los frenos. Me levanté, agarrando mi bolso con ambas manos, y bajé del vagón. La ciudad comenzaba a despertar, y los primeros transeúntes cruzaban apresurados la plataforma, algunos con sus maletas y otros con café en mano.

Caminé las pocas cuadras que separaban la estación de la cafetería de Vanilla. A esa hora, las calles aún estaban tranquilas, con solo unos cuantos vehículos y Mobians madrugadores que se dirigían a sus destinos. Las vitrinas de las tiendas reflejaban las primeras luces del día, y el ruido distante del mar aportaba un telón de fondo constante.

Pasé cerca del monumento en honor a los humanos, una estructura imponente hecha de metal y piedra que se alzaba como un testimonio silencioso de su legado. Era imposible ignorarlo; cada vez que lo veía, un nudo se formaba en mi garganta. El monumento estaba rodeado de flores frescas que los Mobians colocaban diariamente, un gesto que mezclaba gratitud y luto. Aceleré el paso, intentando apartar los pensamientos que siempre despertaba esa visión.

Finalmente, llegué al pequeño edificio de la cafetería. Me detuve frente a la puerta por un momento, mirando el letrero que se balanceaba suavemente con el viento.

Saqué las llaves que Vanilla me había confiado, y con un clic, la cerradura cedió. La oscuridad del local me recibió, pero en lugar de intimidarme, me ofreció un extraño consuelo.

Dejé mis cosas en la parte trasera y me puse el delantal. Revisé la lista de pendientes del día, buscando enfocarme en algo que me mantuviera ocupada. Preparar masa, revisar los ingredientes, organizar las bandejas...

—Buenos días, Amy —saludó una voz suave a mis espaldas.

Me giré rápidamente, viendo a Vanilla entrar a la cocina con una sonrisa tranquila.

—¡Oh, buenos días, Vanilla! —respondí, esforzándome por devolverle la sonrisa.

—Cream estaba preocupada por ti ayer. Me dijo que no le respondiste. ¿Lograste conseguir las entradas para el concierto?

El corazón me dio un vuelco. Sentí una punzada de culpa al recordar que nunca le contesté a Cream.

—Sí, las conseguí. Lo siento, ayer tuve un día... complicado. —respondí, sintiéndome culpable.

Vanilla se acercó un poco más, con una expresión de genuina preocupación.

—¿Estás bien? Pareces un poco apagada esta mañana.

Mis manos temblaron ligeramente, y desvié la mirada hacia la mesa de trabajo. ¿Era tan evidente lo destrozada que estaba?

—Oh, sí, todo está bien. Solo no pude dormir por la emoción —mentí, esperando que mi sonrisa pareciera más genuina de lo que era.

Vanilla me miró por un momento, como si estuviera evaluando mis palabras, pero finalmente asintió.

—Está bien, pero si necesitas algo, ya sabes que puedes contar conmigo.

—Gracias, Vanilla.

La vi salir de la cocina hacia el mostrador, y un suspiro de alivio escapó de mis labios. Su preocupación era genuina, pero no tenía fuerzas para hablar de lo que realmente me pasaba.

De vuelta a la cocina, me concentré en preparar la repostería. La textura de la masa entre mis manos, el aroma del azúcar y la canela en el aire... Cada panecillo, cada pastel, era una distracción temporal, una forma de escapar de los pensamientos que querían invadir mi mente.

El reloj marcaba las nueve en punto cuando el tintineo familiar de la campana sobre la puerta principal anunció la llegada de alguien. Desde la cocina, reconocí de inmediato el suave ritmo de los pasos y la voz cantarina que saludaba con entusiasmo.

—¡Buenos días, mamá! ¡Buenos días, Amy! —dijo Cream mientras entraba al local con su usual energía matutina.

Me giré, limpiándome las manos en el delantal, y forcé una sonrisa. Cream se veía tan animada como siempre, su energía irradiando una calidez que era difícil ignorar.

—¡Buenos días, Cream! —respondí, tratando de que mi voz sonara ligera.

La coneja adolecente dejó su mochila detrás del mostrador y se acercó a la cocina, ajustándose la cinta que sujetaba sus orejas largas y esponjosas.

—¿Qué tal te fue ayer? ¿Compraste las entradas? ¿Pudiste invitar a Sonic al concierto?

El nudo en mi estómago se hizo más grande al escuchar su pregunta. Cream sabía cuánto había esperado este momento, cuántas semanas había pasado planeándolo. Habíamos hablado del concierto tantas veces que hasta ella parecía tan emocionada como yo.

Dejé la espátula sobre la mesa y forcé una pequeña sonrisa antes de responder:

—Sí, lo invité.

Cream dio un pequeño salto, emocionada.

—¡Sabía que lo harías! ¿Qué dijo? ¿Le gustó la idea?

Mi sonrisa se desvaneció. Apreté la tela de mi delantal, tratando de mantener mi tono ligero.

—Me dijo que no podía... que tal vez para la próxima.

La alegría en el rostro de Cream se desvaneció al instante.

—Oh... Amy, lo siento mucho.

—No te preocupes, Cream. Estoy bien. —mentí, girándome hacia la masa frente a mí para evitar su mirada.

Hubo un breve silencio, hasta que Cream se acercó un poco más.

—¿Entonces... vas a ir sola?

Solté un suspiro y me giré para mirarla.

—En realidad, estaba pensando en invitarte a ti.

Sus ojos se iluminaron de inmediato.

—¿De verdad? ¿Quieres ir conmigo?

—Claro que sí. Pensé que podríamos pasar un buen rato juntas —le dije con una sonrisa, genuinamente deseando compensar lo ocurrido con Sonic.

Sin embargo, su expresión emocionada se transformó en una mezcla de confusión y arrepentimiento.

—Pero, Amy… ¡El sábado es la boda! ¡Soy una de las damas de honor junior, ¿recuerdas?!

Sentí cómo mi corazón se encogía un poco más al ver su reacción. Había olvidado por completo de la boda de un familair de Vanilla.

—Tienes razón... —murmuré— Lo siento, Cream. Estuve tan concentrada en todo esto que olvidé lo ocupada que estarás ese día.

Ella negó rápidamente con la cabeza.

—No es tu culpa, Amy. ¡Yo también lo olvidé hasta ahora! —hizo una pausa, luego bajó la mirada— Pero me hubiera encantado ir contigo.

Me acerqué para colocar una mano sobre su hombro.

—La boda es importante, y sé que harás un trabajo increíble. Habrá otros conciertos, Cream. Ya buscaremos algo para hacer juntas muy pronto, ¿de acuerdo?

Ella asintió lentamente, aunque aún parecía un poco apenada.

—Gracias, Amy. Eres la mejor... siempre haces que las cosas se sientan mejor.

Antes de que pudiera responder, me abrazó con fuerza, y yo correspondí el gesto con suavidad. En ese momento, todo lo demás desapareció, y sentí una chispa de consuelo en medio del vacío que había estado cargando desde ayer.

—Y tú eres una de las razones por las que me esfuerzo tanto —le dije en voz baja, acariciando suavemente su cabeza.

El día avanzó entre el bullicio de los clientes y el calor de los hornos. La rutina del trabajo en la cafetería siempre tenía un ritmo peculiar: caótico pero reconfortante. Los dulces aromas del café recién hecho y la repostería llenaban el ambiente, y, aunque todavía sentía el peso de mis pensamientos, concentrarme en cada tarea me ayudó a mantenerme ocupada.

Cream, como siempre, fue de gran ayuda. Entre atender a los clientes y ayudarme con los pedidos, su energía contagiosa trajo algo de ligereza a un lunes que de otro modo habría sido monótono.

Cuando el reloj marcó las dos de la tarde, llegó el momento de terminar mi turno. Me quité el delantal y lo colgué en su lugar habitual, sintiendo una mezcla de alivio y cansancio. Vanilla se acercó para despedirse con su habitual amabilidad.

—Descansa, Amy. Y recuerda que siempre puedes hablar conmigo si necesitas algo, ¿de acuerdo? —dijo con una sonrisa cálida.

—Gracias, Vanilla. Lo tendré en mente —respondí sinceramente, despidiéndome con un gesto de la mano.

Mientras salía de la cafetería, la brisa de la tarde me recibió con suavidad. El cielo estaba despejado, y los rayos del sol caían cálidos sobre mi piel. Sentí cómo mi estómago comenzaba a quejarse, recordándome que mi desayuno había sido escaso.

"Creo que es hora de ir a mi restaurante favorito", pensé mientras caminaba por la acera, dejando que mis pies me guiaran automáticamente hacia aquel pequeño local que visitaba con frecuencia.

El sol de la tarde brillaba con intensidad, iluminando la ciudad con una calidez típica del verano. Las calles estaban más animadas de lo habitual, con personas que aprovechaban la jornada para realizar sus actividades. Una ligera brisa ocasional ayudaba a mitigar el calor, haciendo que el día resultara agradable.

Caminé despacio, disfrutando del aire cálido y de la vida que fluía a mi alrededor, cuando de repente, una silueta conocida llamó mi atención.

—¿Sonic? —murmuré, sintiendo un salto en mi pecho.

Me detuve en seco y entrecerré los ojos, intentando confirmar lo que había visto. Su postura era firme, su pelaje oscuro, con detalles rojos que resaltaban bajo la chaqueta azul.  Definitivamente, no era Sonic.

—Shadow... —dije para mí misma, un poco sorprendida.

No podía evitar preguntarme qué lo traía por aquí. Shadow vivía en Central City junto a Rouge y Omega. Sus visitas a Station Square eran tan escasas como inesperadas. Generalmente, solo lo veía cuando Rouge lo convencía de unirse a nuestras reuniones o durante misiones para frustrar los planes del malvado Doctor Eggman. Verlo ahora, caminando solo por el bullicioso centro de la ciudad, era una rareza que no podía pasar por alto.

—Tal vez debería saludarlo... —me dije, algo indecisa.

Sin embargo, mis pasos ya me llevaban hacia él antes de decidirlo del todo. Shadow, como si sintiera mi presencia, volteó justo cuando estaba a unos metros de distancia. 

—Rose —dijo, su voz grave e inconfundible, acompañado por su característica mirada seria.

Levanté la mirada, como ya era costumbre desde hace un par de años, desde que creció lo suficiente para sacarme una cabeza de ventaja. Mis ojos se encontraron con los suyos: fríos, carmesí y atentos.

—¡Hola, Shadow! —saludé, intentando sonar alegre mientras colocaba mis manos detrás de la espalda. —¡Qué coincidencia verte por aquí! ¿Qué haces en este lado del mundo?

Shadow levantó ligeramente una bolsa que sostenía en una de sus manos.

—Comprando en una tienda local —respondió con su tono directo.

Mi mirada se desvió hacia la bolsa y reconocí el logotipo de un mercado cercano. Noté que contenía algo que parecía un paquete de granos de café.

—¿Café? ¿Eres de los que no puede empezar el día sin una buena taza? —pregunté con una sonrisa, buscando aligerar el ambiente.

—Sí.Levanté la mirada, como ya era costumbre desde hace un par de años, desde que creció lo suficiente para sacarme una cabeza de ventaja. Mis ojos se encontraron con los suyos: fríos, carmesí y atentos.respondió simplemente, pero no añadió nada más.

Un silencio incómodo se formó entre nosotros. Shadow nunca ha sido muy conversador, y eso era algo que ya sabía, pero aún así, me esforcé en mantener la charla.

—Ah... bueno, qué bien que apoyes el comercio local. Yo estaba camino a mi restaurante favorito. —Cambié de tema, tratando de sonar casual. —¿Cómo has estado? Hace tiempo que no te veía, creo que desde el cumpleaños de Sonic.

—Regular —respondió, tan breve como siempre.

Esperé, pensando que tal vez ampliaría su respuesta, pero el silencio volvió a instalarse entre nosotros. Shadow no era de los que rellenaban las pausas, y yo empezaba a sentirme un poco torpe.

—Ah, yo tuve un fin de semana de locos —comenté nerviosa. —¡Pero conseguí entradas para el concierto de Hot Honey!

Shadow me miró con un atisbo de incredulidad.

—¿No se habían separado?

—¡Es un concierto de reunión! —respondí, entusiasmada. —Se reconciliaron y decidieron dar un último show para sus fans. Es algo que jamás pensé que vería...

Un leve "hmph" salió de sus labios. No era mucho, pero al menos no parecía aburrido.

—¿Recuerdas aquella vez que trataste de comprar los boletos para mi cumpleaños? Querías que fuera una sorpresa, pero tuviste problemas con la computadora... —dije con una risa suave, recordando aquel incidente con una calidez que me sorprendió.

—Lo recuerdo —admitió, aunque su tono dejaba entrever que preferiría olvidar los detalles más embarazosos de aquel día.

—¡Fuimos juntos al concierto esa vez! Fue tan divertido. —Mi voz adquirió un tono nostálgico, mientras imágenes de ese día inundaban mi mente: la emoción de la multitud, las luces brillando en el escenario, y la camisa de la banda que le había regalado y que él nunca volvió a usar.

Shadow asintió con un leve movimiento de cabeza, pero luego añadió algo que no esperaba.

—Fue por eso que empecé a enviarte tarjetas de regalo en tus cumpleaños. Pensé que sería más eficiente que repetir... aquello. —Su tono era serio, casi como si estuviera justificándose, pero había una pizca de suavidad que no podía ocultar.

Lo miré sorprendida, sintiendo una cálida oleada de gratitud. Nunca lo había relacionado, pero ahora todo tenía sentido.
—No tienes idea de cuánto significan esas tarjetas para mí, Shadow. Siempre me he preguntado por qué tenías ese detalle cada año.

Shadow desvió la mirada, incómodo por la emoción en mi voz.
—Solo hago lo que considero adecuado, Rose. Nada más.

De repente, una idea cruzó mi mente. Quizá... solo quizá, podría invitarlo al concierto. Aunque sabía que había una gran posibilidad de que dijera que no, no tenía nada que perder. Respiré hondo, intentando que mi voz no temblara por los nervios.

—Hey, Shadow —dije, llamando su atención con un tono casual que no sentía por dentro— ¿Te gustaría ir al concierto conmigo este sábado?

El erizo negro giró lentamente la mirada hacia mí, claramente sorprendido por mi propuesta. Por un instante, su expresión seria se tornó pensativa, como si estuviera considerando la idea más de lo que esperaba. La pausa se alargó, y mi corazón latía con fuerza.

—¿Entonces... es un sí o un no? —pregunté finalmente, incapaz de soportar el silencio. Mi voz vaciló un poco, traicionando mi intento de parecer tranquila.

Shadow me observó directamente, sus ojos rojos capturando los míos con esa intensidad que siempre lo caracterizaba. Finalmente, su rostro recuperó su habitual neutralidad.

—Es un sí.

—¿En serio? ¿De verdad? ¡Oh, Shadow, va a ser genial! Será incluso mejor que la primera vez —dije con emoción, las palabras saliendo a borbotones mientras una gran sonrisa se formaba en mi rostro.

—¿A qué hora es el concierto? —preguntó, su tono tan calmado como siempre, como si no acabara de decir algo que me había hecho el día.

—A las 7:00 p. m., frente al Estadio Aurora —respondí rápidamente, recordando el icónico nombre del lugar.

—Nos vemos allí —respondió con simplicidad, dándose la vuelta para retomar su camino.

—¡Nos vemos! —grité, alzando la mano para despedirme mientras lo veía desaparecer entre la multitud.

Me quedé quieta un momento, viendo cómo su silueta se perdía entre las calles de Station Square. Una sensación cálida y ligera se instaló en mi pecho. Sonriendo para mí misma, retomé mi camino con pasos más animados, como si el día hubiese recuperado su color.

 

Chapter 3: El Concierto

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Los días que siguieron al encuentro con Shadow fueron tranquilos, pero no carecieron de su propio desafío para mí. Me había propuesto no dejarme arrastrar por la tristeza que sentía desde el rechazo de Sonic. Mi manera de combatirla era simple: mantener mi vida en movimiento, abrazar mi rutina, y encontrar alegría en los pequeños momentos del día.

Mis mañanas comenzaban temprano. Mi alarma sonaba a las 4:00 a.m., un recordatorio constante de mi compromiso con la cafetería de Vanilla. Aunque algunos días me levantaba con pesadez, lograba reunir energía mientras me preparaba para mi jornada. Una ducha rápida, y un pequeño desayuno eran mi ritual antes de salir de casa.

En la cafetería, el aroma a pan recién horneado llenaba el aire. Me encargaba de amasar la masa para croissants, decorar pasteles y preparar las especialidades que nuestros clientes habituales amaban. Vainilla siempre estaba cerca, ofreciéndome una palabra amable o un vaso de té frío en los momentos más ajetreados.

—Amy, ese pastel de fresas que hiciste ayer fue un éxito —comentó Vanilla un miércoles por la mañana mientras organizaba el mostrador. —La señora June dijo que nunca había probado algo tan delicioso.

Sonreí, agradecida por el cumplido. La cocina era uno de los lugares donde sentía que podía expresarme libremente, y escuchar esos comentarios siempre me motivaba a dar lo mejor.

Las tardes traían consigo una sensación de alivio. Después de terminar mi turno a las 2:00 p.m., solía regresar a casa, cambiando el delantal por ropa más cómoda para dedicarme a mis hobbies. Pasaba tiempo en mi jardín, cuidando las flores que con tanto esmero había plantado y descansando en mi sillón leyendo un libro romántico para el club de literatura.

Entre tanto, las conversaciones con mis amigos continuaban de forma natural, aunque aún me costaba un poco hablar con Sonic. Cuando él me llamaba o nos encontrábamos casualmente, mantenía una actitud amigable y relajada, esforzándome por no dejar que mis emociones se interpusieran.

El viernes por la tarde, después de mi entrenamiento en el gimnasio, me detuve en mi habitación para preparar la ropa que usaría al día siguiente. Frente a mi armario, elegí un vestido sencillo pero elegante, de color verde pastel, y unos zapatos cómodos que sabía me permitirían disfrutar del concierto sin problemas.
—Será un buen día —me dije a mí misma en voz baja, como una especie de mantra para calmar cualquier nerviosismo.

Finalmente, llegó el sábado. Me desperté con una mezcla de emoción y algo de ansiedad, pero decidí centrarme en las cosas buenas. Después de mi rutina habitual de jardinería y un almuerzo ligero, me dediqué a revisar los últimos detalles para el concierto.

Esperé pacientemente a Shadow cerca de la entrada del estadio, ajustándome el vestido y sosteniendo mi bolso pequeño contra el pecho mientras observaba a los grupos de fans emocionados que se reunían alrededor. Habían pasado cuatro años desde que Shadow me había sorprendido con entradas para mi primer concierto de Hot Honey. No era un regalo que hubiera esperado de alguien como él, pero aquel gesto aún lo atesoraba.

Aquel concierto había sido inolvidable. Grité, canté y bailé como si no hubiera un mañana. Shadow, por su parte, soportó estoicamente las multitudes y el ruido, manteniéndose a mi lado todo el tiempo.

El reloj marcaba las 6:30 p.m. cuando una figura familiar apareció entre la multitud. Shadow caminaba con su postura erguida y su paso firme, ignorando por completo el bullicio a su alrededor. Su presencia contrastaba con el colorido mar de fans que llenaban la entrada.

—Shadow, aquí estoy —lo llamé, levantando una mano.

El erizo negro se acercó, sus ojos rojos encontrando los míos.
—Llegas temprano —comenté con una sonrisa.

—Siempre llego a tiempo —respondió, mirando alrededor con cierto desdén hacia la multitud bulliciosa.

—Bueno, entonces entremos antes de que esto se llene más —sugerí, señalando hacia las puertas del estadio que comenzaban a abrirse.

Shadow asintió, y ambos nos dirigimos al acceso principal, mostrando nuestras entradas VIP al personal de seguridad. Mientras avanzábamos por los pasillos iluminados y llenos de carteles de Hot Honey, noté cómo la energía del lugar comenzaba a contagiarme.

—¿Estás seguro de que quieres estar aquí? —le pregunté mientras lo miraba de reojo, consciente de que los ambientes ruidosos no eran sus favoritos.

—No es mi escenario ideal, pero ya he sobrevivido a esto antes —respondió él con una leve sonrisa, algo que no pasó desapercibido para mí.

Cuando llegamos a nuestros lugares, ubicados en una sección con vista perfecta al escenario, no pude evitar emocionarme aún más. Las luces comenzaban a bajar y las pantallas gigantes proyectaban imágenes de los integrantes de la banda, lo que provocaba gritos ensordecedores de la multitud.

—¡No puedo creer que vayamos a verlos juntos otra vez! —dije, dándole un suave empujón a Shadow en el brazo.

Shadow me miró con una mezcla de paciencia y resignación.
—Supongo que será interesante... al menos están mejor organizados que hace cuatro años.

Reí, recordando cómo Shadow había soportado las largas filas y los empujones de los fans en aquella ocasión, siempre manteniendo la compostura.

Sentí un escalofrío de anticipación mientras los primeros acordes de la banda resonaban por los altavoces. Las cuatro figuras aladas de Hot Honey aparecieron en el escenario bajo un espectáculo de luces doradas, y la multitud estalló en un rugido ensordecedor.

—¡Ahí están! —exclamé, dando pequeños saltos de emoción.

Desde el primer tema, canté con todo mi corazón. Conocía cada palabra, cada pausa, cada melodía. Alzaba las manos al ritmo de la música, sintiendo la energía vibrar a través de mi cuerpo. A mi lado, Shadow permanecía inmóvil, mirando el escenario con atención.

A mitad del concierto, las luces se suavizaron, y el vocalista principal se acercó al micrófono con una sonrisa melancólica.

—Esta canción va para todos aquellos que han amado y han tenido que dejar ir. Porque a veces, amar también significa soltar.

El ritmo cambió a una balada profunda, con acordes suaves y una letra cargada de emoción. La reconocí al instante. Era una de mis favoritas, pero esta vez, las palabras me calaron de una forma diferente.

"I loved you once, I loved you deep,
But love is sometimes letting go,
A broken heart, a bittersweet,
It's in the pain we learn to grow."

Comencé a cantar en voz baja, apenas un murmullo que seguía la letra. Las palabras fluían de mí casi sin esfuerzo, pero no pude evitar que las lágrimas empezaran a deslizarse por mis mejillas. Cada verso me atravesaba como si estuviera hecho a medida para mi historia, recordándome todo lo que había sentido por Sonic, todo lo que había soñado y, al final, todo lo que había tenido que aceptar.

Intenté contenerme, pero mi voz temblaba, y mis manos se aferraron instintivamente a los bordes de mi vestido. Sentía que el nudo en mi pecho se hacía más grande con cada palabra que cantaba. No quería que Shadow lo notara, pero algo en mi estado debió llamar su atención, porque en un momento sentí su mirada de reojo.

No me dijo nada. No me interrumpió ni me pidió que parara. En cambio, su reacción fue tan inesperada como significativa: giró un poco hacia el escenario, y entonces lo escuché. Su voz, grave y firme, comenzó a cantar también.

Al principio pensé que era mi imaginación, pero cuando giré la cabeza hacia él, allí estaba. Shadow seguía mirando al frente, su expresión tan seria como siempre, como si nada fuera diferente. Pero lo era. Su voz estaba ahí, acompañándome.

Me quedé mirándolo unos segundos, con el corazón latiendo rápido por la sorpresa. No sabía qué pensar. Una sonrisa llena de lágrimas apareció en mi rostro sin que pudiera evitarlo. Sentí una calidez tan grande que por un instante olvidé todo lo demás.

Me aferré a esa sensación y, con renovada convicción, seguí cantando. Mi voz era más fuerte ahora, más segura, como si su gesto me hubiera dado el valor que necesitaba. Nuestras voces eran tan distintas, pero en ese momento, se unieron perfectamente.

Cuando la canción terminó, parpadeé varias veces para despejar mis ojos aún húmedos. Las luces del escenario parpadearon, y con ellas, me sentí expuesta, como si el concierto hubiera iluminado no solo mi rostro, sino también mis emociones. Solté una risa suave, tratando de disimular lo abrumada que estaba, pero sabía que Shadow no se dejaría engañar.

Él seguía ahí, firme, con los brazos cruzados, su atención ahora centrada en mí. Por un momento pensé que me reprocharía por llorar o que diría algo incómodo, pero en lugar de eso, preguntó con su tono bajo y directo:
—¿Te sientes mejor?

Me tomó desprevenida, y tardé unos segundos en asentir. Limpié mis mejillas con la palma de la mano, aún tratando de recuperar la compostura.
—Sí... estoy bien —respondí, aunque mi voz todavía tenía ese leve temblor que me delataba—. Gracias por cantar conmigo...

Shadow mantuvo la mirada en el escenario, como si lo que acababa de hacer no tuviera importancia.
—No fue nada —dijo con su típica indiferencia.

Pero yo sabía que sí lo era. Sonreí, conmovida. Para alguien como él, que solía mantenerse distante, compartir algo tan personal conmigo significaba más de lo que las palabras podían explicar.

La siguiente canción arrancó con un ritmo vibrante, y el estadio entero volvió a llenarse de vida. Las luces de colores bailaban por todas partes, cruzándose como si fueran pinceladas en un lienzo infinito, y sentí cómo la energía de la multitud me envolvía. No quise resistirme; dejé que la música me guiara, moviéndome libremente al compás.

Shadow, como siempre, permanecía estoico a mi lado, pero no pude evitar notar un detalle: su pie derecho se movía, casi imperceptible, siguiendo el ritmo. No lo comenté, pero esa pequeña señal hizo que mi sonrisa creciera. Quizás no lo admitiera, pero estaba disfrutando el momento a su manera.

Cuando la banda anunció la última canción, un rugido de emoción se levantó del estadio. Mi corazón latía tan rápido como el ritmo de la música, y me giré hacia Shadow, incapaz de contener mi entusiasmo.

—¡Es la última! —grité por encima del estruendo, agarrando su mano sin pensarlo dos veces antes de volver a saltar con la multitud.

El contacto fue impulsivo, un reflejo de la emoción que me desbordaba, pero al sentir su mano bajo la mía, noté cómo se tensó ligeramente. Miré de reojo y vi algo que rara vez se mostraba en él: una pequeña chispa de sorpresa. Sus ojos bajaron a nuestras manos unidas, pero no hizo ningún intento de apartarlas.

Cerré los ojos, dejándome llevar por la música mientras cantaba a pleno pulmón. Cada palabra, cada nota, se sentía como una liberación. Mi alegría era tan grande que parecía contagiarlo, aunque fuera de forma sutil. Cuando volví a abrir los ojos, vi que Shadow había comenzado a asentir al ritmo, y su pie, otra vez, marcaba el compás de la canción.

La última nota resonó en el aire como un eco que se negaba a desaparecer, y la multitud explotó en gritos pidiendo un bis. Yo también lo deseaba, pero cuando las luces del escenario comenzaron a encenderse poco a poco, supe que el espectáculo realmente había terminado.

Me giré hacia Shadow, aún tratando de recuperar el aliento. Mi pecho subía y bajaba con rapidez. La adrenalina todavía recorría mi cuerpo, y aunque él no había saltado ni cantado como yo, podía sentir que también había algo distinto en su postura, algo más relajado.

—¡Eso fue... increíble! —dije con entusiasmo.

Shadow, cruzando los brazos, se limitó a encogerse de hombros. —No estuvo mal.

Solté una carcajada, dándole un ligero empujón en el brazo. —Para ti, eso es lo más cercano a un "me encantó".

La multitud comenzó a moverse hacia las salidas, y tomé la delantera mientras hablaba sin parar sobre mis canciones favoritas de la noche.

Shadow me seguía en silencio, pero con pasos tranquilos, como si el bullicio del evento ya no lo incomodara tanto.

—Deberíamos celebrar esto —dije de repente, mirándolo con una expresión entusiasta. —Conozco un lugar aquí cerca que vende las mejores crepas de Station Square.

Shadow arqueó una ceja, deteniéndose por un momento. —No estoy muy familiarizado con la zona. Guíame.

Sonreí ampliamente, encantada con su disposición. —¡Perfecto! Prometo que no te arrepentirás.

Lo guié por las calles iluminadas de Station Square, navegando con familiaridad entre los grupos de fans que aún charlaban emocionados. El bullicio comenzaba a calmarse, y el aire nocturno se sentía fresco contra nuestros rostros. Llegamos a un pequeño carrito de comida callejera decorado con luces cálidas que parpadeaban suavemente.

El aroma dulce de las crepas recién hechas llenaba el aire. Pedí una crepa de fresas con crema y Shadow, después de una breve inspección del menú, eligió una simple de chocolate.

—Buena elección —comenté mientras pagaba nuestro pedido.

—No necesito que apruebes mis decisiones —respondió Shadow, aunque su tono carecía de verdadera dureza, lo que hizo que riera suavemente.

Encontramos un banco cercano y nos sentamos, disfrutando de la calma después de la intensidad del concierto. Mordí mi crepa y suspiré de satisfacción.

—Sabía que este lugar no me fallaría. ¿Qué te parece?

Shadow tomó un mordisco de su crepa antes de responder.

—Es mejor de lo que esperaba.

Reí entre dientes, sacudiendo la cabeza.

—Eso es prácticamente un halago viniendo de ti.

Shadow no respondió, pero la leve relajación en sus hombros y el hecho de que seguía comiendo en silencio hablaron por sí mismos.

Bajé la mirada hacia mi crepa, mis pensamientos vagando por el concierto y la noche que habíamos compartido. Luego, sin levantar la vista, dije con sinceridad:

—Gracias por venir conmigo, Shadow. Este fue uno de los mejores conciertos que he tenido.

Shadow dejó su crepa a un lado y me miró directamente. —No tienes que agradecerme. No habría venido si no quisiera estar aquí.

Levanté la mirada, encontrando la suya. Algo en la forma en que lo dijo hizo que mi sonrisa se suavizara, llena de calidez.

—Bueno, de cualquier forma, me alegra que lo hayas hecho. No sé si lo admitas, pero sé que te divertiste un poco.

Shadow arqueó una ceja, su habitual muro de indiferencia resistiendo, pero alcancé a notar la sombra de una sonrisa en la comisura de sus labios.

Cuando terminamos de comer, estiré los brazos con un suspiro. —Es tarde. Debería volver a casa.

Shadow asintió, pero no se levantó de inmediato. Levantó una mano hacia sus púas y, con un movimiento preciso, sacó algo que brilló bajo las luces: una Esmeralda Chaos.

—¿Quieres que te lleve?

Lo miré sorprendida, parpadeando un par de veces antes de darme cuenta de lo que ofrecía. 

—¿En serio? ¿Usarías el Chaos Control solo para llevarme a casa?

—Es más eficiente que perder tiempo caminando o tomando transporte —respondió con su tono práctico, aunque juraría que lo dijo con intención de no admitir que lo hacía por mí.

Sonreí ampliamente y me puse de pie. —Bueno, no puedo decir que no a una oferta tan conveniente.

Shadow asintió, levantándose y colocándose a mi lado. —Asegúrate de que sabes a dónde quieres ir —advirtió mientras extendía la esmeralda.

Asentí, cerrando los ojos y tomando suavemente su brazo. —Un vecindario tranquilo, algo rural en Green Hills. Mi casa es pequeña, con un jardín al frente y una lámpara antigua en la esquina.

Shadow asintió, murmurando un "Chaos Control".

En un destello de luz verde, desaparecimos de la calle. Aparecimos justo frente a mi pequeña casa, las luces cálidas de la ventana iluminaban el jardín lleno de flores.

Solté el brazo de Shadow, maravillada como siempre por lo rápido que habíamos llegado.

—Gracias por traerme, Shadow.

Shadow asintió, sus ojos recorriendo la casa y el jardín. —Tienes un lugar... tranquilo.

Reí suavemente. —Traducción: "pequeño pero acogedor", ¿cierto?

Shadow arqueó una ceja. —Si eso es lo que prefieres pensar.

Me llevé una mano a la cadera, aún sonriendo. —Bueno, al menos estás aprendiendo a dar cumplidos, aunque sea a tu manera.

Shadow soltó un leve bufido, pero no respondió. En cambio, dirigió la vista al cielo nocturno.

—Ya es tarde. Deberías descansar.

Asentí, mi tono ligero pero sincero. —Tú también. Aunque no sé si "la forma de vida definitiva" necesita descansar.

Shadow me miró de reojo. —Quizá más de lo que imaginas.

Solté una risa baja y comencé a caminar hacia la puerta, pero antes de entrar, me detuve y miré por encima del hombro.

—Shadow... gracias por todo. Fue una buena noche.

—Hmph. —Shadow me miró por un momento y luego añadió— Cuídate, Rose.

Le ofrecí una última sonrisa, la clase de sonrisa que dice más que las palabras. Luego, di un paso atrás y abrí la puerta de mi casa. Antes de cruzar el umbral, me giré una vez más.

Shadow seguía ahí, inmóvil bajo la luz cálida del farol del vecindario. Sus ojos rojos me observaban con una intensidad tranquila, como si quisiera asegurarse de que estuviera bien antes de irse.

—Buenas noches, Shadow —murmuré con suavidad.

Él inclinó apenas la cabeza en señal de respuesta. Entré y cerré la puerta detrás de mí, escuchando el suave clic del cerrojo al girar. Me quedé apoyada contra la madera por un momento, sintiendo el eco de la noche.

El silencio que siguió fue breve. A través de la ventana junto a la entrada, vi un destello de luz en la calle, lo suficientemente brillante como para destacar contra la penumbra. No necesitaba mirar más para saber que Shadow se había ido con Chaos Control. El brillo desapareció casi tan rápido como había llegado, y el vecindario volvió a quedar en calma, bajo el abrazo de las estrellas.

Con un suspiro, me dirigí al sofá, todavía sintiendo la calidez de la noche pasada y la extraña sensación de gratitud que me dejaba su compañía.

Chapter 4: Un nuevo comienzo

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La luz de la mañana entró suavemente por mi ventana, deslizándose entre las cortinas con un resplandor dorado que iluminó mi habitación. Abrí los ojos lentamente, sintiendo la calidez del sol acariciar mi rostro. Un largo bostezo escapó de mis labios mientras estiraba los brazos sobre mi cabeza, aliviando la tensión acumulada. Tomé mi celular de la mesita de noche y miré la hora: las 10:00 a.m.

Era la primera vez en toda una semana que lograba dormir tan profundamente. Mi mente y mi cuerpo finalmente sentían el descanso que tanto necesitaban. Cerré los ojos por un momento, dejando que los recuerdos de la noche anterior inundaran mis pensamientos: las luces vibrantes, la música resonando en mi pecho, el fervor del público, y la euforia que me recorrió al ver a Hot Honey en el escenario.

Una sonrisa se formó en mis labios mientras encendía mi celular. Al entrar a mi galería, una fotografía reciente apareció en la pantalla. Allí estaba yo, sonriendo con entusiasmo mientras hacía un símbolo de paz con los dedos. A mi lado, Shadow miraba resignado hacia otro lado, como si posar para un selfie fuera la mayor prueba de paciencia en su día.

—¡Fue tan difícil convencerlo para tomarla! —murmuré entre risas, admirando la foto.

Tras una ducha refrescante y un desayuno ligero, me senté en la barra de la cocina, charlando con Cream por mensajes. Me contaba los detalles de la boda mientras yo le compartía lo increíble que había sido el concierto. Me sentía renovada, llena de energía, como si el mundo hubiera recuperado sus colores vibrantes. Aunque una pequeña sombra seguía pesando en mi corazón, me sentía mucho mejor que antes.

Después de guardar un libro en mi bolso, salí de casa rumbo al parque central. Necesitaba aire fresco, un lugar tranquilo para leer y disfrutar del paisaje. Al llegar, el parque estaba lleno de vida. Niños correteaban y reían en los juegos; familias compartían picnics en las mesas; parejas caminaban de la mano bajo el sol veraniego. La vista era reconfortante, un recordatorio de cómo la vida sigue adelante.

Encontré mi rincón favorito: una banca bajo un gran árbol con sombra generosa y una vista perfecta al lago. Me senté y abrí el libro, reanudando la lectura desde donde había quedado. La brisa fresca acariciaba mi rostro mientras las páginas avanzaban una tras otra, atrapándome en su mundo.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que una ráfaga más fuerte agitara mi cabello y volteara las páginas de mi libro. Al alzar la vista, lo vi. Una figura azul se encontraba junto al carrito de chili dogs hablando con entusiasmo al vendedor.

—Claro que tenía que ser Sonic —murmuré con una ligera sonrisa.

Después de pagar, se giró y me vio. Sus ojos verdes brillaron al reconocerme, y con su paso relajado y confiado, caminó hacia mí mientras daba un mordisco a su chili dog. Sin pedir permiso, se dejó caer a mi lado en la banca.

—¡Hey, Ames! —saludó, con la boca llena y una sonrisa amplia.

—Hola, Sonic —respondí con una sonrisa leve.

—¿Qué haces por aquí? ¿Descansando de salvar el mundo? —bromeó mientras tomaba otro mordisco.

—Leyendo, nada heroico. Solo disfrutando el día libre. ¿Y tú? —pregunté, levantando una ceja.

—Ya sabes, buscando un buen chili dog. Uno tiene que darse sus gustos de vez en cuando —respondió con una risa ligera antes de señalar mi libro— ¿Qué lees?

—Solo una novela, nada especial —dije, cerrando el libro con calma, evitando darle pie a más preguntas.

—Ah, qué bien. Oye, ¿cómo estuvo el concierto? —preguntó de repente, limpiándose la cara con su antebrazo.

Su pregunta me tomó desprevenida. Había rechazado mi invitación, y ahora actuaba como si no hubiera pasado nada. Sentí un nudo en el estómago, pero me obligué a mantenerme tranquila.

—Fue increíble. La pasé muy bien —dije con una sonrisa tensa, apartando la mirada hacia mi libro. —Es una lástima que no pudieras venir. Te hubiera encantado, el ambiente fue electrizante.

—Sí, bueno... ya sabes cómo es —dijo Sonic, rascándose detrás del cuello— Estaba ocupado. Pero podemos ir juntos al próximo, ¿no?

—¿De verdad? —pregunté, mirándolo con escepticismo.

—Claro, ¿por qué no? Siempre hay más conciertos, ¿no? —respondió con un encogimiento de hombros, como si fuera lo más sencillo del mundo.

En el pasado esas palabras me hubieran llenado de alegría y esperanza, me hubieran hecho ilusionarme, planear por una próxima vez, pero ahora no sentía lo mismo. Había derramado tantas lágrimas por él que las mariposas en mi estómago habían desaparecido, ahogadas en mi tristeza.

—¡Así es! Podemos ir todos juntos la próxima vez —Dije, dando una sonrisa sincera.

Un silencio cómodo se sentó entre nosotros, yo miraba hacia el lago, mientras el erizo azul a mi lado terminaba de comer su chili dog. Podía ver la luz reflejarse en el agua y los patos nadar sobre él. Era una vista hermosa y relajante.

—Sonic— Dije, llamando su atención.

—¿Sí, Ames?— Él respondió, curioso.

—¿Recuerdas cuando yo solía trabajar en los proyectos de reconstrucción? — Pregunte, mirándolo.

Él dejó escapar una risa breve y asintió. —Oh, claro. Vivías prácticamente en esa oficina.

—Me dediqué completamente a coordinar todo: reconstruir ciudades, asignar recursos, resolver problemas... — Dije, recordando aquellos tiempos en la Resistencia y la organización del nuevo gobierno.

Sonic soltó una carcajada y se inclinó hacia mí, llevándose las manos al rostro para imitar las enormes ojeras que solía tener. —Tenías unas bolsas debajo de los ojos que te hacían parecer un mapache. ¡Era como si te hubieras transformado en otro animal!

No pude evitar reírme junto a él.

—¡Sí, me veía terrible! Esos días no fueron fáciles, pero... también fueron importantes.

La sonrisa de Sonic se desvaneció ligeramente, y su mirada se perdió en el horizonte. —Fueron tiempos difíciles para todos —dijo en voz baja. —Eggface y ese lunático de Infinite... casi destruyen todo lo que teníamos. Y luego el Virus Metal...

Se detuvo en seco, y su expresión cambió al instante: una mezcla amarga de tristeza y resignación. Bajó la mirada, como si el recuerdo fuera demasiado pesado para sostenerlo, y sus dedos rozaron el pañuelo blanco que llevaba al cuello, ese que nunca se quitaba.

No necesitaba que terminara la frase; yo también cargaba con la culpa. Habíamos salvado al mundo, sí, pero no a todos. Algo en el Virus... no era compatible con su fisiología según había teorizado Tails.

Puse una mano sobre su hombro, apretándolo con suavidad para transmitirle mi apoyo. Él levantó la vista, encontrándose con mi sonrisa. Aunque frágil, me devolvió una de las suyas, y decidí desviar la conversación a algo menos sombrío.

—En aquellos días... no hacía nada más que trabajar —dije, dejándome llevar por el recuerdo. —Llegó un punto en el que ni siquiera recordaba la última vez que me había detenido a oler las flores.

Sonic me miró de reojo y dejó escapar una risa suave. —Pues ahora te ves mucho mejor. Desde que empezaste a trabajar en la cafetería, pareces más feliz.

Lo miré, sorprendida por su comentario.

—¿De verdad lo notaste?

—¡Claro que sí, Ames! —dijo, como si fuera obvio. —Pasaste los últimos años siendo un zombie viviente. Apenas si te veíamos en el taller. ¿No recuerdas esa vez que te quedaste dormida de pie mientras decorábamos el lugar para el cumpleaños de Tails?

Me cubrí el rostro con las manos, riéndome a pesar de mi vergüenza. —¡Ni me lo recuerdes! ¡Fue horrible!

—Toda la fiesta la pasaste desmayada en un sillón —añadió entre risas, burlándose suavemente de mí.

Bajé las manos y suspiré, dejando que la sonrisa se asentara en mi rostro. —Renunciar fue una de las mejores decisiones que he tomado. La ansiedad era insoportable. No quería defraudar a nadie, y sentía que todo dependía de mí. Pero ya no podía seguir así.

—No te voy a mentir, nos sorprendió a todos cuando llegaste un día y anunciaste: "Renuncié, ahora voy a ser repostera" —dijo Sonic, levantando las manos teatralmente. —Pero al final tenía sentido. No era como si ser oficinista fuera tu sueño de toda la vida.

—Alguien tenía que hacerlo —dije, encogiéndome de hombros. —Pero ahora que las cosas están más tranquilas, puedo enfocarme en mis propios sueños.

Dejé que mi mirada vagara por el paisaje nuevamente. Las familias que paseaban, los niños que jugaban, el sol que calentaba la escena con un brillo dorado. Todo parecía estar en equilibrio. Sonic, a mi lado, asintió con una sonrisa cálida.

—Tú puedes, Ames. Sé que puedes cumplirlos —dijo, guiñándome un ojo y levantando un pulgar en su gesto característico.

Sonreí, aunque una pequeña punzada de tristeza se aferraba a mi pecho. Desde que era una niña, había soñado con encontrar a mi príncipe azul, alguien con quien compartir citas románticas, un mágico primer beso, y una vida juntos, como en los cuentos de hadas. Siempre había creído que ese alguien eras tú... Había llegado el momento de aceptar la verdad, de soltar lo que nunca fue, y de buscar la manera de cumplir mi sueño de otra forma.

—Eso mismo haré —dije finalmente, esforzándome por mostrarle mi mejor sonrisa.

Pasamos los siguientes minutos hablando de cosas triviales, disfrutando del momento. Finalmente, Sonic se levantó, despidiéndose con una de sus sonrisas despreocupadas antes de desaparecer en un destello azul. Lo vi marcharse, dejando tras de sí una brisa ligera que agitó mi cabello.

Y una vez más, me quedé sola, mirando el lago mientras el sol comenzaba a inclinarse en el cielo.

Suspiré profundamente, tratando de liberar la tensión que parecía haberse asentado en mi pecho desde hace días. Mis manos descansaban sobre mi regazo, y mis dedos jugaban con la tela de mi vestido sin darme cuenta. La verdad era que, por más hermoso que fuera el paisaje, no lograba apaciguar el torbellino de pensamientos en mi mente.

—Necesito distraerme,— murmure para mí misma, sacando el celular del bolso. Mi pulgar se deslizó lentamente por la pantalla, dudando antes de abrir la conversación con Rouge. Había estado evitando hablar de lo que sentía, pero en ese momento sabía que ella era la persona indicada para sacarme de este estado.

Yo: Rouge, ¿Tienes tiempo para ir de compras? Necesito desestresarme.

Escribí el mensaje y lo envié antes de arrepentirme.

Rouge: Por supuesto, querida. ¿Dónde nos vemos?

Sonreí levemente. Rouge siempre sabía cómo aparecer justo cuando la necesitaba. Tras acordar el lugar, me levanté de la banca, dejando que una leve brisa acariciara mi rostro. "Tal vez esto me ayude", pensé, tratando de convencerme.

Cuando llegué al centro comercial, Rouge ya estaba allí, esperándome frente a la fuente principal. Lucía impecable, como siempre. Su conjunto negro elegante y sus gafas de sol le daban ese aire sofisticado que tanto la caracterizaba. Me saludó con una sonrisa y un ademán coqueto.

—Amy, querida, ¿qué clase de compras son estas? ¿Terapia o pura diversión?— me preguntó, arqueando una ceja mientras tomaba mi brazo.

No pude evitar reír ligeramente, aunque mi sonrisa apenas ocultaba el cansancio.

—Un poco de ambas, supongo,— respondí con un tono suave.

Ella inclinó la cabeza ligeramente, observándome con esa mirada perspicaz que siempre me ponía algo nerviosa.

—Hmm, ¿ambas? Eso suena serio. Bueno, querida, vamos a solucionarlo. Y ya sabes que mi solución siempre incluye tacones y brillo.— Guiñó un ojo antes de tirar de mi brazo hacia la primera tienda.

Fuimos de tienda en tienda, probándonos ropa y riendo a carcajadas cada vez que algo nos quedaba ridículo o inesperadamente perfecto. Rouge, con su ojo impecable para la moda y su descarada confianza, me empujaba fuera de mi zona de confort a cada paso.

—Pruébate este —dijo, sacando un vestido negro ajustado que apenas dejaba lugar para respirar— Si esto no deja a todos boquiabiertos, no sé qué lo hará.

—¿Eso no es... demasiado? —pregunté, tomando la prenda con cautela entre mis dedos. 

El escote era profundo, marcado en un elegante V que enmarcaba mi cuello y clavícula. La tela negra se ajustaba a mi cuerpo con una precisión casi atrevida, delineando cada curva sin disculpas. Y la abertura lateral… alta, descarada, dejando una pierna expuesta hasta el muslo. Era el tipo de vestido que hablaba por sí solo. Y lo que decía no era nada tímido.

—Amy, por favor —suspiró, poniéndome una mano en la espalda y empujándome suavemente hacia el vestidor— Lo que es demasiado es esconder ese cuerpo.

Rodé los ojos, pero entré. Me tomó un momento encajar en el vestido  y cuando finalmente logré acomodarlo, salí con cierta torpeza.

Rouge alzó las cejas y luego sonrió, satisfecha.

—¡Ahí está! —dijo con una mirada felina— ¿Ves? Matadora.

Me volví hacia el espejo, con el corazón un poco acelerado. El vestido negro se ceñía a mis curvas con una elegancia que no esperaba. Era atrevido, sí… pero también hermoso. Me veía fuerte. Femenina. Distinta.

—¿Y bien? —pregunté, sin apartar la vista de mi reflejo.

Rouge no respondió de inmediato. En vez de eso, se acercó, se colocó a mi lado y también se miró en el espejo, como si pudiera verme mejor desde mi propia perspectiva.

—Eso no es solo un vestido —dijo finalmente, con un tono sorprendentemente suave— Es una declaración.

Parpadeé, algo desconcertada. Ella se limitó a sonreírme de medio lado antes de alejarse, dejándome sola frente al espejo.

Por un momento, no vi a la Amy insegura de siempre. Vi a alguien lista para cambiar de piel y esa idea me gusto.

Después pasamos a otra tienda, aún más elegante y exclusiva, donde hasta el aire olía a dinero. Rouge se debatía entre dos bolsos de marca, ambos exageradamente caros, mirándolos como si estuviera decidiendo entre dos diamantes.

—No me decido… —murmuró, sosteniéndolos frente al espejo— Me quiero llevar los dos.

—¿No es mucho? —pregunté con una sonrisa, alzando una ceja— ¿Te los puedes costear?

Ella me miró como si acabara de preguntarle si sabía volar.

—¿Con quién crees que estás hablando? —dijo con tono divertido— Soy dueña de tres bares, un casino, y soy inversionista en un sinfín de negocios. Créeme, puedo costearlo.

No pude evitar reír.

—Ganas mucho más que cuando trabajabas para G.U.N., ¿eh?

Su sonrisa se volvió un poco más tenue, apenas melancólica, y por un momento apartó la mirada hacia los bolsos.

—¿No extrañas ser agente? ¿Ir a misiones? —le pregunté con curiosidad.

—Eso ya no es lo mío —respondió con simpleza— Eso es más cosa de Shadow ahora.

Y justo cuando pensaba que lo dejaría ahí, chasqueó la lengua y dijo:

—Mmm… me llevaré los dos.

No pude evitar soltar una carcajada al verla alejarse, tan decidida como siempre, lista para pagar ambos bolsos con una alegría que parecía brillar en su andar.

Terminamos llenándonos de bolsas con ropa, accesorios e incluso algunos zapatos. A cada tienda que íbamos, sentía cómo mi ánimo se levantaba un poco más. Había algo terapéutico en el sonido de la tarjeta al pasar, en la sensación de tener algo nuevo en las manos.

Encontramos una cafetería acogedora en una esquina del centro comercial, con mesas al aire libre y el aroma dulce de café y pastelillos flotando en el aire. Pedimos un par de lattes y nos sentamos a descansar.

Rouge fue la primera en romper el silencio.

—Bueno querida, ya que nos hemos divertido lo suficiente, ¿me vas a decir qué te pasa?— preguntó mientras daba un sorbo a su café. Sus ojos me miraban con una mezcla de curiosidad y preocupación.

Sabía que eventualmente me lo iba a preguntar. Rouge no era del tipo que dejaba que alguien se guardara las cosas. Bajé la mirada a mi latte, observando los pequeños remolinos en la espuma. Un silencio pesado cayó entre nosotras antes de que finalmente hablara.

—Es Sonic... admití finalmente, sintiendo cómo la palabra se atoraba en mi garganta.

Rouge dejó escapar un suspiro exagerado y puso los ojos en blanco.

—¿Cuándo no?— dijo, aunque su tono era más de cansancio por mí que de burla.

Mis labios formaron una sonrisa triste.

—He estado pensando mucho estos días... Y me di cuenta de algo. Es hora de dejarlo ir.

Rouge parpadeó, sorprendida, antes de que una enorme sonrisa iluminara su rostro.

—¿En serio? ¿Por fin? Amy, querida, esto merece una celebración.

—No es tan fácil como parece,— le dije, jugando con mi taza entre las manos.— Claro que todavía lo quiero, pero... ya no puedo seguir aferrándome a algo que no va a pasar. Es como un crush de la infancia que nunca terminó. Es hora de enfocarme en mí misma. Tal vez incluso abrirme a la idea de alguien más.

Rouge inclinó la cabeza ligeramente, estudiando mi expresión como si buscara confirmar que hablaba en serio. Luego, literalmente aplaudió, llamando la atención de algunos Mobians cercanos.

—¡Eso es lo que quería escuchar! Por fin, Amy. Ya era hora. De verdad, era deprimente verte apostarle al caballo equivocado todo este tiempo.

No pude evitar reír ante su brutal sinceridad.

—Gracias por el apoyo, Rouge. De verdad lo aprecio.

—Por supuesto, querida. Y deja que te diga algo: conozco varios chicos increíbles en Neo G.U.N. que te encantarían. Podría arreglarte un par de citas a ciegas.

Mis mejillas se encendieron de inmediato.

—¡Qué? ¡No! ¡Es muy pronto! —exclamé, negando con mis manos.

—Amy, por favor. Cuando hay que quitar una curita, hay que hacerlo rápido. Si dejas pasar el tiempo, vas a flaquear con tu decisión. ¿Y sabes qué va a pasar? La próxima vez que Sonic venga sonriendo como si nada, vas a caer rendida otra vez.

—Eso no va a pasar,— dije, aunque incluso yo noté la inseguridad en mi voz.

—Oh, claro que no, porque yo no te lo voy a permitir. Ahora es el momento de actuar, querida. Conoce gente, diviértete un poco, descubre qué te gusta. Al final, el chico indicado llegará cuando menos te lo esperes.

No sabía qué decir. Nunca había tenido una cita a ciegas, y la idea me ponía nerviosa. Pero la mirada insistente de Rouge dejaba claro que no aceptaría un "no" por respuesta.

—Está bien... Pero solo una vez, ¿ok?

Rouge sonrió como si acabara de ganar una batalla.

—Una vez es todo lo que necesito. Y no te preocupes, yo me encargo de todo.

Sonreí tímidamente, aliviada por su apoyo, pero también un poco ansiosa por lo que vendría. Tal vez esto era justo lo que necesitaba: un nuevo comienzo.

Chapter 5: Cita a ciegas

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El restaurante tenía el tipo de ambiente que Rouge solía elegir: elegante, pero lo suficientemente relajado como para no sentirse pretencioso. Las lámparas colgantes proyectaban una cálida luz dorada que suavizaba las sombras en las paredes decoradas con cuadros abstractos. El aire estaba cargado con el aroma de especias exóticas y pan recién horneado, y aunque el lugar estaba animado, no era abrumador.

Me senté en la mesa que Rouge había reservado para mí, alisando la falda del vestido azul marino que había elegido tras mucho debatir. "Nada muy formal, pero tampoco demasiado casual," me había advertido Rouge. "Punto intermedio. Y confía en mí, Amy, te va a encantar. Es un agente de élite, guapo, inteligente y, lo mejor de todo, soltero."

Perfecto para mí, ¿no? Claro...

No pasó mucho tiempo antes de que mi cita llegará. Un lobo de pelaje marrón oscuro y ojos ámbar brillantes cruzó el umbral con una sonrisa que casi podría iluminar la habitación. Llevaba una chaqueta azul de Neo G.U.N., ligeramente ajustada sobre su figura, como si estuviera diseñada para destacar. El emblema en el brazo derecho relucía bajo la luz, dejando claro a cualquiera quién era y a quién representaba. Caminaba con una seguridad que rozaba lo teatral, como si cada paso estuviera coreografiado para impresionar.

—¡Amy Rose! —exclamó al llegar a la mesa, extendiendo la mano con entusiasmo.

—Hola... ¿Travis, cierto? —respondí, devolviendo el saludo con una sonrisa educada. Su apretón de manos fue tan firme que casi me disloca el brazo.

—¡Por supuesto que sí! Travis, agente de élite del Escuadrón Alpha Shadow de Neo G.U.N., a tu servicio —declaró, como si estuviera recitando un título oficial. Su entusiasmo era casi contagioso— Y debo decir, es un honor estar aquí con una de las heroínas que salvaron el mundo de Eggman. He leído informes sobre tus contribuciones durante la reconstrucción. ¡Impresionante trabajo!

No pude evitar sonreír, aunque algo sorprendida por el reconocimiento.
—Gracias, pero fue un esfuerzo de equipo. Todos hicimos lo que pudimos —dije con modestia. Quizás esto no sería tan malo después de todo.

Pero apenas el mesero dejó los menús en la mesa, la conversación comenzo. 

—Aunque hablando de héroes, déjame contarte sobre una misión que hicimos hace unos meses. Fue en una base de Eggman aún activa: trampas por todas partes, drones patrullando... pero nada que yo no pudiera manejar —empezó, inclinándose hacia adelante con entusiasmo.

Al principio lo escuché con paciencia, pero pronto me di cuenta de que no había pausas. Cada vez que intentaba comentar algo, Travis me interrumpía, continuando con más historias de sus hazañas "legendarias".

—Y luego, justo cuando parecía que todo estaba perdido, usé una táctica especial que aprendí en una simulación. ¡Fue épico! —declaró con una sonrisa de satisfacción.

—Vaya, suena... intenso —logré decir mientras sorbía un poco de agua, tratando de sonar interesada.

—¡Exacto! Pero eso no es nada comparado con otra misión...

Y así siguió. Durante toda la cena, no hubo un momento para que yo interviniera. Entre historias de enfrentamientos heroicos, tácticas improvisadas y robots gigantes, perdí la cuenta de cuántas veces dijo "yo".

—Entonces, ahí estaba, rodeado de drones de Eggman. La mayoría de los agentes habrían retrocedido, pero yo... bueno, digamos que tengo un don para improvisar. —Se inclinó hacia adelante, claramente esperando que lo elogiara.

—Oh... impresionante —murmuré, tratando de ocultar mi creciente agotamiento.

Comencé a desconectar mi atención. Conté las velas en las mesas cercanas. Observé los cuadros en las paredes, intentando descifrar sus formas abstractas. Pero incluso eso no lograba distraerme lo suficiente. Me preguntaba cuánto tiempo más podría durar esto cuando, de repente, el ambiente cambió.

—Travis. —Dijo una voz grave y firme.

Mi corazón dio un brinco. Shadow vistiendo su chaqueta de Neo G.U.N estaba de pie junto a nuestra mesa, tan silencioso en su llegada que no lo habíamos notado. Su postura era imponente, sus brazos cruzados, y su mirada fija en Travis era helada.

El efecto fue instantáneo. Travis se puso de pie como un resorte, sus orejas erguidas y su cola tiesa.

—¡Señor! —saludó, cuadrándose con una precisión militar.

—¿Estabas compartiendo información confidencial con una civil? —preguntó Shadow, su tono bajo, pero cargado de autoridad.

—¡No, señor! —respondió Travis de inmediato, casi gritando.

Shadow giró ligeramente su mirada hacia mí, y, antes de que pudiera detenerme, asentí con la cabeza en silencio.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Shadow regresó su atención a Travis, y aunque su expresión no cambió, parecía aún más severa.

—Fuera. Ahora. —Fue todo lo que dijo.

Travis vaciló por un instante, claramente avergonzado, antes de inclinar la cabeza.

—Sí, señor...

Lo vi salir rápidamente detrás de Shadow, su porte rígido pero con las orejas ligeramente caídas, como un cachorro regañado.

La escena había sido tan surrealista que me quedé en mi silla, parpadeando varias veces mientras intentaba procesarlo. ¿Acababa de suceder eso? Respiré hondo, agradecida por el repentino giro de los acontecimientos. Llamé a la mesera, pedí la cuenta, y rápidamente salí del restaurante para evitar cruzarme con más sorpresas.

Cuando salí al aire fresco de la noche, me detuve al escuchar voces en el estacionamiento. Al acercarme, vi a Travis en el suelo, haciendo lagartijas mientras Shadow lo observaba con los brazos cruzados.

—Diez más —ordenó Shadow, su voz tan fría como antes.

—¡Sí, señor! —respondió Travis entre jadeos, con la cola entre las piernas y las orejas completamente caídas.

Shadow levantó la mirada al notar mi presencia. Su expresión seguía tan neutral como siempre, pero algo en sus ojos me decía que estaba evaluando mi presencia cuidadosamente.

—¿Necesitas algo? —preguntó con su típico tono bajo y directo.

—No, yo solo... quería ver que paso con mi cita —respondí, tratando de sonar casual. Una leve sonrisa asomó en mis labios mientras señalaba a Travis, que seguía haciendo lagartijas con la respiración pesada.

—Hmph... —murmuró Shadow, frunciendo el ceño. Había algo en su mirada, algo que no lograba descifrar. De repente, giró hacia Travis, visiblemente más molesto.

—Cincuenta más.

—¡Sí, señor! —respondió Travis con desesperación, apretando los dientes mientras se preparaba para seguir.

Observé la escena, cruzando los brazos mientras una pequeña sonrisa se asomaba en mis labios. ¿Era mi imaginación o Shadow estaba desquitándose con Travis? No pude resistirme a lanzar un comentario juguetón:

—Vaya, ¿es mi impresión o alguien está de un humor especialmente quisquilloso esta noche? —dije, arqueando una ceja mientras lo miraba.

Shadow giró apenas su rostro hacia mí, su ceño todavía fruncido, pero la ligera tensión en sus hombros lo delató. ¿Acaso lo había puesto nervioso?

—¿Y qué haces por aquí? —pregunté, tratando de sonar casual mientras alzaba una ceja.

Shadow desvió la mirada de Travis, quien seguía luchando con sus lagartijas, y me dirigió una mirada neutra, aunque con una ligera nota de impaciencia.

—Siempre vengo a comer a esta hora —respondió, como si fuera algo evidente.

Mi expresión se iluminó con una mezcla de sorpresa y diversión.

—¿En serio? No te imaginaba siendo cliente frecuente de un restaurante tan... concurrido —dije, haciendo un gesto hacia el restaurante.

Shadow encogió ligeramente los hombros, como si mi comentario no mereciera mayor reflexión.

—Es conveniente. Está cerca de la base, y la comida es decente.

—Claro, claro. Todo muy práctico, muy al estilo Shadow —comenté con una sonrisa juguetona. Luego, añadí en un tono más ligero —Aunque no te imaginaba disfrutando de un lugar tan romántico… música suave, velas… muy date night.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí —respondió Shadow con ese tono enigmático tan suyo.

—Tienes razón —asentí— No sueles hablar mucho de ti. Hay mucho que aún no conozco.

Shadow me sostuvo la mirada, sus ojos fijos en los míos por un segundo que se sintió más largo de lo normal. Luego se inclinó apenas hacia mí y, con una leve sonrisa en la comisura de los labios, murmuró:

—Eso se puede arreglar.

Solté una risita nerviosa y me llevé una mano al cabello, intentando disimular el calor que subía a mis mejillas. Por más frío y serio que fuera, había que admitirlo: Shadow era increíblemente atractivo.

Pero justo entonces, Travis dejó escapar un jadeo dramático mientras intentaba completar otra lagartija. Shadow se giró de inmediato para fulminarlo con la mirada  y yo aproveché el momento para recomponerme.

—No te detengas, Travis. Nadie dijo que podías descansar.

—¡Sí, señor! —gritó Travis, esforzándose por cumplir.

No pude evitar soltar una risa suave, sacudiendo la cabeza.

—Definitivamente no se lo pones fácil a tus agentes.

Shadow entrecerró los ojos, su ceño fruncido mientras lanzaba una mirada fulminante a Travis.

—La incompetencia no se tolera. Especialmente cuando se filtra información confidencial.

—¡Lo siento, señor! —jadeó Travis desde el suelo, esforzándose por mantener el ritmo de las lagartijas, aunque su voz sonaba cada vez más débil— ¡No debí hablar de más! ¡Fue un error de juicio, lo admito!

Shadow no parecía impresionado. Se limitó a inclinarse ligeramente hacia al lobo, su mirada fría y severa.
—Un error que pudo comprometer la seguridad de toda una operación. ¿Crees que con unas disculpas basta para arreglarlo?

—¡No, señor! ¡Por supuesto que no! —respondió con desesperación, apretando los dientes mientras bajaba y subía nuevamente.

No pude contener una pequeña sonrisa al ver la escena, cruzando los brazos mientras observaba cómo Shadow mantenía su firme postura. Decidí intervenir con un comentario ligero.

—¿Y cuántas lagartijas equivalen a una disculpa aceptable, Shadow? Porque a este paso, me temo que vamos a necesitar una calculadora.

El erizo giró su mirada hacia mí, su expresión tan impasible como siempre, pero había un destello en sus ojos que delataba cierta irritación, tal vez conmigo, tal vez con Travis.

—No hay un número fijo. Pero asegurarse de que lo piense dos veces antes de hablar de más es un buen comienzo.

—¡Lo juro, señor! ¡Lo pensaré tres, cuatro, cinco veces! —soltó Travis entre resuellos, su rostro rojo de esfuerzo— ¡Nunca más volveré a cometer ese error, señor!

Rodé los ojos ligeramente y me incliné hacia Shadow, bajando la voz como si fuera un secreto.
—¿Sabes? Creo que ya lo entiende. Si sigue así, no sé si saldrá caminando de aquí.

Shadow permaneció en silencio por un momento, evaluando a Travis con una mirada crítica. Finalmente, dejó escapar un breve suspiro.
—Cinco más, y puedes detenerte.

—¡Gracias, señor! —exclamó con alivio, aunque sonaba más agotado que agradecido.

Mientras Travis terminaba las últimas repeticiones, no pude evitar observarlo con una mezcla de pena y diversión. Sus movimientos eran torpes, sus brazos temblaban con cada esfuerzo, y su respiración se volvía cada vez más irregular. Finalmente, se dejó caer de espaldas al suelo, jadeando como si hubiera corrido un maratón.

Desde su posición, el lobo de pelaje marrón levantó una mano temblorosa, como si pidiera permiso para hablar, mientras luchaba por recuperar el aliento.
—Amy... lamento mucho que nuestra cita... haya sido un desastre... —logró decir entre jadeos.

Sus palabras me hicieron sentir una punzada de culpa. Me agaché a su lado, ofreciéndole una sonrisa cálida mientras colocaba una mano ligera en su hombro.
—Oh, Travis, no te preocupes por eso. ¿Estás bien?

Travis me dedicó una sonrisa débil, una que parecía agradecer mis palabras, aunque su agotamiento era evidente.
—Estaré bien... Solo... necesito un momento —murmuró, cerrando los ojos por un instante mientras intentaba recuperar el aliento.

Lo observé con preocupación, pero antes de que pudiera decir algo más, la voz firme de Shadow rompió el silencio.
—Te llevaré a casa.

Me giré hacia él, sorprendida por su declaración directa.
—¿Eh?

—No deberías caminar sola a estas horas —respondió con su tono práctico y seco que parecía ser su marca registrada. — Pero necesitaremos un vehículo. Acompáñame a la base.

La seriedad en su voz me hizo dudar por un momento, pero finalmente asentí lentamente.
—Gracias, Shadow. Eso sería... muy amable de tu parte.

Travis intentó levantarse con esfuerzo, tambaleándose un poco al ponerse de pie. Sin pensarlo, me acerqué para ofrecerle mi brazo como apoyo. Él lo aceptó con una leve risa.
—Amy, en serio... Perdóname por esta noche. La verdad... quería impresionarte...

Mi pecho se apretó ante su sinceridad.
—Travis, no te preocupes por eso. Fue una noche... peculiar, sí, pero me diste algo que recordar. Además, nadie puede decir que no lo intentaste —dije, sonriendo cálidamente mientras lo ayudaba a estabilizarse.

Shadow, que había estado observándonos con los brazos cruzados, soltó un leve "hmph".

—Muy bien, Travis. Regresa a casa y descansa. Te necesitamos en condiciones mañana.

El tono autoritario de Shadow dejó claro que la conversación había terminado. Travis asintió, aún jadeando, y comenzó a caminar lentamente en dirección opuesta, lanzándome una última mirada agradecida antes de desaparecer en la oscuridad.

Caminamos en silencio, siguiendo el camino que llevaba a la base. Las farolas derramaban una luz tenue sobre las calles. Finalmente, la curiosidad me ganó

—Shadow... —comencé, volviendo mi cabeza hacia él— ¿Por qué no simplemente usas Chaos Control para transportarnos?

Shadow soltó un leve suspiro, sin mirarme.
—Agoté mi Chaos Energy durante el entrenamiento de hoy —respondió con su tono característico, neutral, pero firme.

—¿Entrenamiento? —pregunté, interesada. Era raro que Shadow hablara de sus actividades diarias.

—Mantenerme preparado es esencial. El descanso prolongado es un lujo que no puedo permitirme —respondió, su voz tan metódica como siempre.

—Eso suena agotador... —murmuré, más para mí misma que para él, pero Shadow escuchó.

—Es necesario —replicó, su tono inmutable, pero había algo en la forma en que lo dijo, algo que sonaba casi... cansado.

Poco después, llegamos a la base de Neo G.U.N. La estructura se alzaba imponente contra el cielo nocturno, sus luces blancas y brillantes destacando en la oscuridad. El estacionamiento subterráneo parecía inmenso y frío, con sombras alargadas proyectadas por las lámparas fluorescentes. El eco de nuestras pisadas resonaba en las paredes de concreto.

Había pocos vehículos estacionados, pero uno en particular captó mi atención cuando Shadow lo señaló. Era un modelo militar, robusto y claramente diseñado para resistir cualquier cosa. Me detuve, sorprendida al verlo.

—¿Qué es esto? —pregunté, mirando las líneas robustas del auto, que parecía más una nave espacial que un coche.

—Es un transporte táctico —respondió Shadow, como si fuera lo más obvio del mundo. Luego, para mi sorpresa, rodeó el vehículo y abrió la puerta del pasajero.

Me quedé inmóvil por un segundo. ¿Shadow estaba... siendo caballeroso?

—¿Piensas quedarte ahí toda la noche o entrarás? —dijo con su tono habitual, aunque había algo en su gesto que parecía extrañamente natural, casi... considerado.

—Oh, gracias... —balbuceé, reaccionando tarde mientras me deslizaba en el asiento.

Shadow cerró la puerta con un movimiento seguro y dio la vuelta para tomar el asiento del conductor. Mientras encendía el motor, un ligero aroma a lavanda llegó hasta mí, mezclado con el olor a cuero nuevo del vehículo. Era... inesperado, pero no desagradable.

Mientras avanzábamos por las calles oscuras, decidí romper el silencio.
—Shadow... gracias de nuevo. Sé que esta noche no era parte de tus planes.

Él no respondió de inmediato, pero noté cómo sus ojos permanecían fijos en la carretera, como si estuviera deliberando si contestar o no.
—No fue una molestia —dijo finalmente, con ese tono seco que hacía que hasta sus gestos amables parecieran formales.

La carretera se extendía oscura y solitaria, apenas iluminada por las luces delanteras del vehículo. Los postes de luz eran escasos y dejaban largos tramos envueltos en sombras. La noche parecía envolvernos, aislándonos del resto del mundo. Fuera del parabrisas, el cielo se veía despejado, con las estrellas brillando más fuerte de lo que recordaba haberlas visto en mucho tiempo.

Me acomodé en el asiento, cruzando las piernas mientras intentaba relajarme, aunque mi mente parecía incapaz de quedarse quieta. Miré de reojo a Shadow, las luces de la carretera pasaban fugazmente sobre su rostro, acentuando los contornos definidos de su perfil. Shadow era una imagen de concentración absoluta, tan distante como siempre, y aun así... había algo intrigante en esa tranquilidad.

Finalmente, rompí el silencio con una pregunta, acompañada de una sonrisa curiosa:

—Oye, ahora que lo pienso —dije mientras lo miraba— Travis me mencionó algo sobre un escuadrón llamado "Alpha Shadow"... o algo así. ¿Es cierto?

Él no apartó la mirada de la carretera, pero una ligera inclinación de su cabeza me indicó que me estaba escuchando.

—Sí —respondió con su típica concisión, aunque su tono llevaba un ligero matiz de aprobación— Alpha Shadow es mi equipo elite.

Mis ojos se abrieron un poco más.

—Así que es cierto... —murmuré antes de añadir, con una pizca de humor— Aunque, para ser parte de un escuadrón con tu nombre, Travis no parece tan... cómo decirlo... discreto.

Shadow exhaló suavemente, como si estuviera acostumbrado a ese tipo de comentarios.

—Es bocón, sí, pero es bueno en su trabajo —admitió.

Me sorprendí al escuchar ese tipo de reconocimiento viniendo de Shadow.

—Vaya, eso es casi un cumplido viniendo de ti —bromeé, sonriendo.

—El rendimiento operativo es lo que importa —respondió Shadow, con una firmeza que dejaba claro que no estaba bromeando.

Lo miré por un momento, intentando imaginar cómo sería liderar un equipo con alguien tan intenso como él. ¿Qué clase de dinámicas tendría ese escuadrón? La curiosidad comenzó a picarme aún más.

—Pero es interesante, ¿sabes? Tú, Shadow, que solías ser tan solitario, tan independiente... Siempre insistías en hacer todo por tu cuenta. Y ahora, mírate. Líder de escuadrones enteros de agentes.

Shadow me miró de reojo, pero esta vez su mirada no fue breve. Sus ojos carmesí se volvieron hacia mí, más oscuros bajo la luz tenue del interior del auto. Su expresión seguía siendo seria, pero algo en ella era diferente. Había una sombra de introspección, un peso que no había notado antes.

—La soledad ya no es una opción —dijo finalmente. Su tono era firme, pero estaba impregnado de una melancolía que me tomó por sorpresa.

Sus palabras me desconcertaron, y sin pensarlo, me incliné ligeramente hacia él, queriendo saber más.

—¿Por qué dices eso? —pregunté, genuinamente intrigada.

Shadow volvió la mirada a la carretera, quedándose en silencio por un momento. Parecía debatir consigo mismo, como si estuviera considerando si valía la pena abrirse. Finalmente, habló, su voz baja y cargada de una sinceridad que rara vez mostraba.

—Después de lo sucedido...—comenzó, casi como si hablara para sí mismo— me di cuenta de que había estado equivocado. No podía proteger al mundo solo, no importa cuán fuerte sea.

Me quedé en silencio, esperando que continuara. Su mirada permaneció fija al frente, pero sus palabras tenían un peso que llenaba el espacio entre nosotros.

—Así que decidí hacer un cambio. Si yo no podía salvar a todos, entonces me aseguraría de que otros pudieran. Entreno agentes de élite, los preparo para amenazas que podrían destruirnos. Lo que paso... no volverá a suceder bajo mi vigilancia.

Había una intensidad en su voz que me dejó sin aliento. Shadow siempre había sido fuerte, pero esta era una fortaleza diferente: una que venía del arrepentimiento y la responsabilidad.

—El mundo cambió —dijo finalmente, con un tono bajo, casi reflexivo— Y si no cambiamos con él, no sobreviviremos.

Lo miré por un momento, dejando que sus palabras calaran en mí. Había algo profundo en lo que acababa de decir, una vulnerabilidad que nunca imaginé que vería en él.

—Te entiendo perfectamente —dije al fin, con suavidad. Y lo hacía. Quizás más de lo que él imaginaba.

El resto del viaje transcurrió en un cómodo silencio, y antes de darme cuenta, habíamos llegado a mi casa. Shadow detuvo el auto frente a la entrada y apagó el motor. Antes de que pudiera abrir mi puerta, él ya había salido del vehículo y la había abierto para mí.

—¿Siempre haces esto? —pregunté, medio en broma, mientras me bajaba del auto.

—¿Hacer qué? —respondió, con su tono seco habitual.

—Abrir la puerta —dije, sonriendo con suavidad.

—Es lo correcto —respondió simplemente, como si fuera obvio.

Mientras caminábamos hacia la entrada de mi casa, me di cuenta de lo inesperadamente considerado que podía ser, aunque nunca lo admitiera abiertamente.

—Buenas noches, Rose —dijo cuando llegamos a la puerta, con la intención de retirarse.

Algo en mí reaccionó antes de que pudiera pensarlo demasiado.

—Espera, Shadow.

Él se detuvo y me miró, con una ligera inclinación de cabeza que delataba su confusión.

—¿Quieres pasar? —le pregunté, sorprendiéndome a mí misma con la oferta. Shadow no respondió de inmediato, así que continué, tratando de explicarme— Perdí el apetito en mi cita y estoy segura de que tú tampoco pudiste comer en ese restaurante. Además... quiero agradecerte por traerme hasta aquí.

Shadow entrecerró los ojos, como si intentara descifrar mis intenciones. Su silencio me hizo preguntarme si había sido un error invitarlo, pero finalmente, después de unos segundos que parecieron eternos, habló.

—Está bien —dijo, con un tono neutral. 

—Adelante —respondí, sintiendo una ligera sonrisa en mis labios mientras abría la puerta y lo dejaba entrar conmigo.

Y mientras cerraba la puerta detrás de nosotros, no podía evitar pensar que quizás esta era una nueva forma de empezar a conocerlo mejor.

Chapter 6: Sabor a chocolate

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Abrí la puerta, sintiendo cómo el nerviosismo crecía en mi pecho. Era la primera vez que Shadow entraba a mi casa, y aunque sabía que todo estaba limpio y en orden, no podía evitar preocuparme por lo que pensaría. Shadow cruzó el umbral, observando el espacio en silencio con esa mirada analítica que parecía captar cada detalle.

—Puedes sentarte en el sillón si quieres —le dije, tratando de sonar relajada.

Shadow no respondió de inmediato. En lugar de eso, permaneció de pie en la sala, mirando a su alrededor como si estuviera evaluando un lugar desconocido. Finalmente, se sentó en sillón individual con la espalda recta, casi demasiado rígida.

Dejé mi bolso sobre la mesa de centro y me acomodé en el sofá grande, justo en el otro extremo de la habitación, sintiendo la tensión en el aire.

—¿Qué quisieras comer? —pregunté, intentando llenar el silencio incómodo.

Me miró con una expresión neutral, aunque sus ojos parecían evaluarme de alguna manera.

—Cualquier cosa que sea decente.

Una pequeña sonrisa escapó de mis labios mientras asentía, sintiendo cómo esa frase, a pesar de su brusquedad, me hacía gracia.

—Entonces pediré algo de un restaurante cercano. Tienen buenas opciones. —dije mientras navegaba en mi móvil, buscando el menú del lugar.

El silencio volvió a instalarse, pero esta vez fue Shadow quien lo rompió. Su tono era bajo, grave y directo, como siempre.

—¿Qué estabas haciendo con uno de mis agentes?

Me quedé helada por un momento. Bajé el móvil lentamente y lo miré, mis dedos jugando nerviosamente con el borde de mi vestido.

—Oh... bueno, no era nada serio. Fue... una cita a ciegas.

Su expresión no cambió, pero levantó una ceja con curiosidad, lo que me puso aún más nerviosa.

—¿Por qué estabas teniendo una cita a ciegas en primer lugar? —preguntó sin rodeos.

Sentí que mi mente se aceleraba. Estaba segura de que estaba pensando algo como: "¿No se supone que está enamorada de Sonic?" La idea me hizo tragar saliva, y antes de darme cuenta, mi respuesta salió insegura.

—S-Sí, bueno... Rouge me arregló la cita a ciegas. Ella insistió —murmuré, desviando la mirada mientras trataba de calmar los nervios.

Shadow pareció considerar mi respuesta mientras yo jugueteaba con el borde de mi vestido.

—¿Y qué tal su cita antes que yo la interrumpiera? —preguntó finalmente, inclinándose apenas hacia adelante.

Me eché a reír, recordando lo terrible que había sido.
—Horrible. No paraba de hablar de sí mismo. Creo que no hubo un solo minuto en el que no mencionara alguna "hazaña increíble" que hizo en una misión. La verdad me salvaste —admití con una sonrisa sincera.

Shadow soltó un leve sonido, una mezcla entre un suspiro y una risa seca.
—Eso suena como Travis. Siempre logra arruinar sus intentos de tener citas.

—¿Lo hace a menudo? —pregunté, curiosa.

Shadow asintió ligeramente.
—Más de lo que debería. Siempre termino escuchando al escuadrón burlándose de él después. No entiendo por qué lo sigue intentando.

—Tal vez solo quiere amor en su vida —comenté con una sonrisa divertida. Luego añadí, con un suspiro— Pero sí, definitivamente no es alguien con quien saldría otra vez.

Mientras revisaba nuevamente el menú, decidí preguntar:

—¿Qué opinas de lasaña con aperitivos?

Shadow inclinó apenas la cabeza, considerando mi propuesta con esa misma seriedad que parecía aplicar a todo.

—Aceptable.

Sonreí, satisfecha con su respuesta, y marqué el número para hacer el pedido. Treinta minutos después, llegó nuestra comida. Shadow se ofreció a recibirla y pagarla, lo cual no me sorprendió. Tenía ese aire de caballero reservado que siempre lo hacía destacar.

Mientras él colocaba el recipiente caliente sobre la encimera de la cocina, una idea cruzó por mi mente al ver mis mejores platos y copas en el gabinete. Inspirada, saqué todo lo necesario para transformar la cena en algo especial.

—Shadow, ¿puedes ayudarme a llevar esto al comedor? —le pedí, señalando las copas y el vino rosado que Rouge me había regalado en el Solsticio de Invierno.

Él me miró con curiosidad, pero tomó los objetos con cuidado. Juntos, llevamos la comida, el vino y los aperitivos al comedor. Coloqué los platos decorados sobre un mantel limpio, con flores frescas en el centro de la mesa. Shadow, en un gesto sorprendentemente caballeroso, jaló la silla para que pudiera sentarme.

—Gracias —dije, sintiéndome extrañamente nerviosa por su gesto.

Él tomó asiento frente a mí, sirviendo el vino con una calma meticulosa mientras yo dividía la lasaña en porciones. Cuando nuestras miradas se encontraron, una chispa de espontaneidad cruzó por mi mente.

Con una sonrisa coqueta, le dije:
—Oh, eres Shadow, ¿verdad? Rouge me habló mucho de ti. Soy Amy Rose, un gusto.

Shadow arqueó una ceja, claramente confundido por mi tono al principio. Pero, como si finalmente entendiera mi intención, su expresión se suavizó.

—Mucho gusto, Amy. Mi nombre es Shadow.

Sentí un pequeño cosquilleo divertido. Hacía tanto que no escuchaba mi nombre en su voz, que se sintió casi extraño… aunque también reconfortante. Así que, con un toque juguetón, respondí:

—Puedes llamarme Rose, si así lo prefieres.

Él volvió a alzar una ceja y, tras una breve pausa, murmuró con una media sonrisa:

—Rose, entonces.

No pude evitar sonreír más ampliamente. Había entrado en el juego, y yo estaba lista para aprovechar la oportunidad.

—Rouge me comentó que trabajas en Neo G.U.N.

—Soy comandante de equipo desde su restauración —respondió con seriedad, entrando en el papel. Luego, con un toque de curiosidad, preguntó —¿Y tú, a qué te dedicas?

Me acomodé en mi silla, adoptando un aire casual pero teatral.

—Trabajo como repostera en una pequeña cafetería en Station Square. La dueña es una vieja amiga mía. Pero antes de eso, estaba en la Resistencia y trabaje en administración de proyectos de la reconstrucción.

Shadow asintió lentamente, como si realmente estuviera impresionado.
—Eso es un currículum interesante.

Me reí suavemente, fingiendo modestia.

—He tenido una vida llena de aventuras. Tal vez nos hayamos cruzado alguna vez.

Él dejó su copa de vino sobre la mesa y me miró directamente, su expresión tan impenetrable como siempre, pero sus palabras cargadas de un toque de humor seco.
—Recuerdo haber visto a una erizo rosada persiguiendo a un idiota azul con un martillo gigante.

La carcajada que salió de mis labios fue inmediata y auténtica.
—Bueno, esa erizo rosada ya no hace eso. Ha madurado.

—Ajá —respondió, con una inclinación de cabeza que no podía decidir si era incredulidad o una simple provocación.

—¡Es verdad! —insistí, fingiendo indignación—. Ella va a dejar de insistir en algo que nunca será más que amistad y enfocarse en darse una segunda oportunidad en el amor.

Shadow me miró, con los ojos bien fijos en mí. Como si mis palabras lo hubieran tomado desprevenido. No supe cómo interpretar esa reacción; algo brilló en su mirada, algo que no pude descifrar... pero luego negó ligeramente con la cabeza, ladeándola apenas, y su expresión volvió a ser la misma de siempre: seria, cerrada. Bajó la vista hacia su plato y murmuró:

—¿Por eso estás teniendo citas a ciegas?

—¡Hey! Nunca se sabe, ¿ok? Tal vez conozca al amor de mi vida en una cita así.

Dejó escapar un leve "hmph", pero sus ojos brillaban con algo parecido a la diversión.

Me acomodé en mi silla, apoyando un codo sobre la mesa mientras giraba lentamente mi copa de vino entre los dedos. La luz tenue del comedor le daba a todo un aire íntimo y suave. Lo observé con una sonrisa curiosa.

—¿Y tú? —pregunté con fingida inocencia— ¿Alguna vez has tenido novia?

Shadow mantuvo su expresión neutra, apenas bajando los ojos hacia su plato antes de responder, serio:

—No.

Arqueé una ceja, sorprendida por lo directo y lo seco de su respuesta.

—¿Nunca? —repetí, sin poder evitar que la curiosidad se colara en mi voz.

—Nunca —repitió él, sin añadir más.

Asentí lentamente, aún sonriendo. Bebí un sorbo de vino, disfrutando del calor que dejaba al bajar por mi garganta, y me incliné un poco hacia adelante.

—¿Pero alguna vez te ha gustado alguien?

Shadow no respondió de inmediato. Simplemente me sostuvo la mirada. Fue un silencio que se sintió más profundo de lo que debería haber sido... y entonces, con una calma inquietante, dijo:

—Sí.

Mi sonrisa se mantuvo, pero algo en mi pecho dio un pequeño vuelco.

—¿La conozco?

Él asintió sin decir una palabra, apenas una inclinación breve de cabeza.

Mis ojos se abrieron un poco, la intriga creciendo con cada segundo.

—¿Quién es?

Shadow, en lugar de responder, tomó su copa y bebió un trago lento, desviando la mirada como si el vino de repente necesitara su atención más que yo.

Fruncí los labios en una sonrisa divertida y dije, entrecerrando los ojos:

—Con que es un secreto...

Él colocó la copa con calma sobre la mesa y me miró de nuevo, con esa expresión indescifrable que tanto lo caracterizaba.
—Algunas cosas es mejor no decirlas de inmediato —respondió con tono grave, pero suave.

Me crucé de brazos, apoyando el mentón sobre una mano mientras lo observaba fijamente.

—Te das cuenta que eso solo va a hacer que quiera saberlo más, ¿verdad?

—Lo sé —dijo simplemente, con una leve sonrisa tirando de sus labios— casi traviesa.

Tomé otro sorbo de mi vino. Rara vez había visto a Shadow sonreír así. Era… curioso. Y no podía evitar sentirme un poco decepcionada. De verdad quería saber quién era la chica que había logrado capturar el corazón de Shadow.Tenía que ser alguien increíble para lograrlo. Después de todo, él era alguien asombroso.

La cena continuó con una conversación que nunca habría imaginado tener con él. Compartimos anécdotas de nuestras vidas: yo le hablé de mis días en la cafetería, de los clientes habituales que siempre pedían lo mismo y de cómo Cream había aprendido a decorar pasteles conmigo. Él, sorprendentemente, habló un poco de sus misiones con Neo G.U.N., aunque de manera muy general, cuidando de no revelar detalles sensibles.

—Así que esto es lo que se siente poder hablar en una cita —comenté con un tono burlón.

Fue tan inesperado que por un segundo me quedé quieta, mirándolo como si estuviera frente a un extraño.
¿Quién era este erizo… y qué había hecho con el verdadero Shadow?
No pude evitar reírme también, contagiada por ese momento raro y precioso que se escapaba de su coraza habitual. Era… lindo.

Llevamos los platos a la pila juntos. Shadow, con movimientos precisos y cuidadosos, colocó los suyos en la encimera, mientras yo comenzaba a enjuagar los restos de comida. No pude evitar sonreír al verlo tan dispuesto a ayudar.

—Gracias por esto, Shadow. No todos los días tengo compañía para la cena —le dije, volviendo la cabeza hacia él.

—De nada... —respondió simplemente, pero había un leve toque de suavidad en su tono.

Al terminar de secar los últimos platos, note a Shadow dirigir su mirada hacia la salida, haciendome sentir que nuestra cita falsa estaba llegando a su fin. Pero no quería que terminara tan pronto, así que me arriesgué.

—¿Te gustaría algo de postre? —pregunté, con una mezcla de entusiasmo y timidez— Preparé algo hace unos días.

Shadow levantó una ceja, como si evaluara la oferta, y finalmente asintió.
—Si es algo que tú preparaste, acepto.

Mi pecho se llenó de calidez por el cumplido inesperado.
—¡Espera en el sofá grande! Lo traeré enseguida.

Mientras él se dirigía a la sala, fui al refrigerador. Saqué dos tajadas de pastel de chocolate con fresas que había hecho hace unos días y las coloqué en platos pequeños. Al volver a la sala, Shadow estaba sentado en el sofá, con una postura relajada pero alerta, como siempre.

—Aquí tienes —dije, entregándole su porción antes de sentarme junto a él.

Él tomó un mordisco y masticó lentamente, como si analizara cada sabor. Luego asintió con aprobación.
—Es muy bueno. Realmente eres una buena repostera.

No pude evitar sonrojarme ante su honestidad.
—Gracias, Shadow. Es lindo de tu parte decir eso.

Shadow dejó el tenedor en el plato por un momento y comentó:
—La única cosa que hacía soportable ir a las fiestas de tus... "estúpidos amigos" —hizo una pausa, claramente refiriéndose a Sonic y los demás— era por el pastel que preparabas.

Mi rostro se calentó aún más, y solté una risa nerviosa.
—¡No puede ser! ¿En serio?

—En serio —dijo con naturalidad antes de tomar otro bocado.

—¿Te gustan los dulces, entonces? —pregunté, todavía intrigada.

Shadow se encogió de hombros.
—Me gusta cualquier cosa que sepa bien. Con sentidos como los míos, cualquier mal sabor u olor es como un golpe en la cara.

Eso me hizo detenerme por un momento. Nunca lo había pensado de esa forma.
—Debe ser complicado a veces —murmuré, imaginando lo molesto que sería no poder ignorar algo desagradable.

—No solo a veces —admitió él, con un leve gesto en sus labios— Todo el tiempo escucho cosas que no quisiera saber.

No pude evitar reírme ante su comentario.
—Lo siento, pero eso suena como algo que podría salir de un mal libro de detectives.

Shadow rodó los ojos, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios. Después de una pausa, me armé de valor para preguntarle algo que siempre había tenido curiosidad.

—¿Cómo era la comida en el ARK? He oído que la comida espacial no es la mejor...

Él se detuvo, claramente no esperaba esa pregunta.
—No lo sé. No comía nada aparte de granos de café.

Me quedé boquiabierta.
—¿Granos de café?

—Los científicos solían inyectarme vitaminas y nutrientes directamente durante mis chequeos diarios.

Fruncí el ceño, horrorizada.
—Eso suena... horrible.

Shadow se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.
—Estaba acostumbrado.

Sin embargo, su expresión se volvió más suave, casi nostálgica, mientras continuaba.
—Para María era peor. Había días en los que no podía levantarse de la cama. Permanecía conectada a máquinas todo el día.

El cambio en su tono fue evidente. Hablaba con una mezcla de melancolía y afecto.
—Solía quedarme con ella. Le leía sus libros favoritos. Le gustaban los de fantasía y cuentos de hadas.

Tomé un bocado del pastel para ocultar la emoción que me embargaba al escuchar sus palabras. Podía imaginar perfectamente a Shadow, más joven y aún descubriendo su propósito, leyendo cuentos de fantasía para animar a María en un entorno tan frío y artificial como el ARK.

—A mí también me encantan los cuentos de hadas —dije con una sonrisa suave— Hay algo en ellos... la esperanza, los finales felices. Me hubiera encantado conocer a María.

Shadow asintió, pero había una sombra en su mirada.
—Si estuviera viva hoy, sería una anciana. Pero igual estaría...

Se detuvo, y sus ojos se clavaron en el suelo. Pude ver la culpa arrastrándose a la superficie, como una tormenta que intentaba contener.

—...muerta, al igual que todos los humanos —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.

El aire entre nosotros se llenó de un peso palpable. Shadow bajó la cabeza, y su postura rígida dejó entrever el dolor que cargaba. No necesitaba decirlo para saber que se culpaba. Se culpaba por no haber protegido a los humanos, por no haber cumplido la promesa que le había hecho a María.

Me incliné hacia él, dejando mi plato en la mesa y colocando una mano con suavidad sobre su pierna.
—Shadow...

No sabía qué decir exactamente, pero las palabras llegaron por sí solas.
—Sé que esto ha sido duro para todos, pero especialmente para ti. Perder a los humanos, a quienes prometiste proteger...

Shadow no levantó la mirada, pero sus manos se tensaron sobre sus rodillas.

—No tienes que hacerte el fuerte conmigo —añadí, mi voz suave pero firme.

Él abrió la boca como si fuera a responder, pero no dijo nada. Por un momento, parecía tan perdido como yo lo había estado en mis días más oscuros. Sin pensar demasiado, me incliné y lo envolví en un abrazo.

—No estás solo, Shadow —susurré contra su hombro.

Al principio, su cuerpo permaneció rígido, como si no estuviera seguro de cómo reaccionar. Pero, poco a poco, se relajó, permitiéndome ofrecerle un consuelo que tal vez no había sentido en años.

—Sé que María estaría orgullosa de ti —dije, con un nudo en la garganta— De todo lo que has hecho. Porque a pesar de todo lo que has pasado, sigues adelante. Y eso, Shadow, es algo increíble.

Él no respondió de inmediato, pero finalmente, susurró algo casi inaudible:
—Gracias, Rose.

Nos quedamos así por un momento, en un silencio que no necesitaba palabras. Fue uno de esos instantes raros, donde el tiempo parecía detenerse y todo lo que importaba era el presente. Shadow, poco a poco, devolvió el abrazo, más relajado esta vez. Podía sentir su respiración volverse más profunda mientras se acomodaba ligeramente contra mí.

—Hueles... bien —murmuró de repente, su voz baja y resonante llegando a mi oído.

Me congelé por un momento, sorprendida por la declaración, antes de sentir cómo mis mejillas comenzaban a arder. Me reí nerviosamente, intentando recuperar la compostura.
—Debe ser mi champú de fresas... es mi favorito.

—Siempre me ha gustado tu olor —admitió, su tono tranquilo pero cargado de sinceridad— Es dulce. Agradable. No sé por qué, pero... me resulta reconfortante.

Mis mejillas se volvieron aún más rojas mientras trataba de procesar sus palabras.
—Pues... gracias. Creo que tu olor a lavanda también es bastante agradable —dije, en un intento de mantener la conversación ligera.

Shadow se apartó un poco de mí, pero sus brazos aún me rodeaban, como si temiera soltarme por completo. Su mano, de manera inesperada, se deslizó con cuidado hacia mi mejilla, y su tacto fue tan ligero que casi sentí que lo estaba imaginando. El roce me llenó de una calidez desconcertante, mientras mi respiración se detenía por un instante. Mis ojos buscaron los suyos, y lo que encontré allí me dejó sin palabras.

Había algo nuevo, algo que nunca había visto antes en él. Su mirada, normalmente reservada y distante, estaba cargada de intensidad, como si luchara con un mar de emociones que no podía ocultar.

—Shadow... —murmuré, incapaz de decir más.

Él no respondió. En lugar de eso, sus ojos permanecieron anclados en los míos mientras se inclinaba lentamente hacia adelante. Cada centímetro que acortaba entre nosotros parecía eterno, como si el tiempo mismo hubiese decidido detenerse para este momento. Su rostro estaba tan cerca que podía sentir la calidez de su respiración, mezclada con el dulce aroma del pastel que habíamos compartido.

Y entonces, sus labios rozaron los míos en un beso.

Fue tímido al principio, como si él mismo no estuviera seguro de si debía hacerlo. Pero ese contacto ligero fue suficiente para que mi corazón se detuviera antes de latir con una intensidad que nunca había experimentado. Me quedé quieta, atrapada entre la sorpresa y el torbellino de emociones que me atravesaban. Este era mi primer beso...

La sorpresa dio paso a una sensación que no podía describir. Había algo en su gesto, en su toque, que me envolvía por completo. El calor de sus labios, la ternura inesperada de aquel momento, me hicieron olvidar todo lo demás. Cerré los ojos y dejé que la sensación me guiara, haciendo que el beso se volviera más profundo, más significativo. El leve sabor a chocolate aún presente en él, combinado con algo inconfundiblemente suyo, me hizo perderme en ese instante.

Todo mi cuerpo se relajó, y aunque jamás había imaginado algo así, no podía negar que sentía algo increíblemente real.

Cuando finalmente se apartó, lo hizo con lentitud, como si temiera romper algo frágil. Abrió los ojos y me miró. Su mirada, normalmente firme y calculada, ahora vacilaba entre la sorpresa y algo que no lograba descifrar del todo. Sus ojos se abrieron un poco más, y para mi asombro, un leve rubor cubrió sus mejillas.

La realización de lo que acababa de suceder pareció golpearlo de lleno como una ola implacable. Sus labios se movieron como si quisiera decir algo, pero las palabras no parecían querer salir. De repente, se levantó de golpe, como si el sofá hubiera empezado a quemarlo, dejando que el aire frío llenara el espacio que antes compartíamos.

—Lo siento... Rose, yo... no debí... —balbuceó, y esa vacilación en su voz, tan inusual en él, hizo que mi corazón se apretara. Shadow nunca balbuceaba.

—Shadow, espera —intenté detenerlo, extendiendo una mano hacia él, pero ya estaba retrocediendo hacia la puerta.

—Buenas noches... —dijo finalmente, su voz baja y apresurada, antes de desaparecer por el umbral. La puerta se cerró tras él con un suave clic, pero el eco de su partida resonó como un trueno en el silencio que dejó atrás.

Me quedé en el sofá, incapaz de moverme, con los labios todavía hormigueando por el beso que me había dejado. Mi corazón latía con fuerza, casi como si intentara salir de mi pecho, y mi mente daba vueltas, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Shadow... me había besado.

Instintivamente, llevé la punta de mis dedos a mis labios, como si al hacerlo pudiera retener un poco más la calidez de aquel momento. Recordé la sensación de sus labios sobre los míos: firme pero suave, contenido pero lleno de algo que no podía describir del todo. Un torbellino de emociones me invadió, y con él, una extraña realización.

Durante años, había estado segura de que conocía el amor, de que mi devoción por Sonic era el epítome de lo que significaba estar enamorada. Pero ahora, sentada en el silencio de mi sala, comprendí que no sabía nada. Esto era nuevo. Esto era diferente. Era algo que no podía encajar en las simples fantasías de amor que había idealizado durante tanto tiempo.

 ¿Qué significaba esto para él? ¿Por qué lo había hecho? ¿Y por qué huyo de esa manera? 

Me incliné hacia atrás, dejando caer la cabeza sobre el respaldo del sofá mientras miraba el techo. Mi mente seguía girando, buscando respuestas que tal vez no llegarían. Pero una cosa era segura: esta noche, ese momento, había cambiado algo dentro de mí. 

Chapter 7: Enmarcado

Chapter Text

El sol de la mañana se filtraba tímidamente por las cortinas de mi habitación, proyectando destellos dorados sobre las sábanas revueltas. El aire tenía ese frescor matutino que solía disfrutar, pero hoy me envolvía una sensación extraña, como si el mundo aún no hubiera decidido si seguir adelante o quedarse atrapado en la noche anterior.

Abrí los ojos, pero mi mente seguía perdida en el caos de lo que había sucedido.

Inconscientemente, llevé los dedos a mis labios. Aún podía sentirlo. El roce fugaz, la presión sutil pero inconfundible, la sensación de su mano en mi mejilla. Casi imperceptible, como si el momento no hubiera sido real... pero lo era.

El sabor a chocolate todavía permanecía en mi memoria, mezclado con ese aroma profundo de lavanda que se aferraba a mi piel como un eco de su cercanía.

¿Qué había sido eso? ¿Qué significó para él?

Shadow no era alguien que actuara sin pensar. Cada uno de sus movimientos tenía un propósito, cada palabra estaba medida. Y, sin embargo, anoche... anoche había sido diferente.

La intensidad en su mirada, la forma en que sus pupilas me buscaron, la profundidad de su voz al susurrar esas palabras...

"Siempre me ha gustado tu olor."

El recuerdo me golpeó como una corriente eléctrica, haciéndome contener la respiración. Era algo tan simple, pero al mismo tiempo, tan íntimo. Nadie me había dicho algo así antes. Ni siquiera Sonic.

Por años había soñado con un momento romántico, con ese primer beso que cambiaría todo. Siempre lo imaginé con él, con Sonic, porque él era mi todo. Mi héroe, el centro de mi universo. Pero este beso... este beso había desmoronado todas esas fantasías con la facilidad de una brisa apagando la llama de una vela.

Porque Sonic nunca me miró así. Nunca hizo que mi corazón latiera de esta manera.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?

¿Acaso… acaso era yo la persona de la que habló anoche? ¿La persona que dijo que le gustaba?"

No… no podía ser. ¿O sí?

Pero su expresión antes de marcharse: el rubor en su rostro, la disculpa murmurada, la rigidez en sus hombros... me hacían dudar.
¿Fue un instante de sinceridad? ¿O simplemente un error… uno que ya estaba arrepintiendo?

La posibilidad de que lo lamentara dejó un peso frío en mi pecho.

Suspiré, incorporándome lentamente. El aire de la habitación se sentía denso, sofocante. Necesitaba moverme, hacer algo, cualquier cosa para evitar quedarme atrapada en este torbellino de preguntas sin respuesta.

Me dirigí al baño y abrí el grifo, dejando que el agua helada resbalara entre mis dedos antes de llevarla a mi rostro. Miré mi reflejo en el espejo.

Mis mejillas estaban sonrojadas. Mis ojos tenían ese brillo extraño que solo aparece después de una noche en vela, cuando la mente sigue corriendo en círculos, incapaz de encontrar descanso.

Me mordí el labio.

—¿Por qué tuvo que besarme y luego desaparecer? —murmuré, con la voz apenas audible.

Quería hablar con él. Preguntarle. Entender. Pero cada vez que imaginaba enfrentarme a Shadow, el estómago se me anudaba de tal forma que apenas podía respirar.

¿Cómo se supone que debía abordarlo?

"Hola, Shadow. Sobre lo de anoche... ¿quieres explicarte o simplemente finjo que no pasó?"

Una risa nerviosa escapó de mis labios.

¡Qué diferente era ahora! Antes, cuando perseguía a Sonic, nunca había tenido miedo de decir lo que pensaba. Me proclamé su novia más veces de las que podía contar, con la convicción inquebrantable de una niña que nunca conoció el significado de la duda.

¿Por qué con Shadow no podía ni siquiera pensar en enfrentar la situación? Suspiré profundamente, intentando calmar mis pensamientos. Salí del baño y me dirigí hacia la cocina. Necesitaba claridad, y tal vez la cafeína podría ofrecerme algo de eso.

Mientras la cafetera goteaba lentamente, me apoyé en el mostrador, dejando que el aroma del café llenara mis sentidos. Aún sentía el peso de mis pensamientos, enredándose como hilos imposibles de desenredar. Quería respuestas, pero sabía que no las encontraría en el fondo de una taza.

Me llevé las manos a las sienes y suspiré.

Tal vez debía simplemente seguir con mi día, distraerme, dejar que todo esto se asentara por sí solo. Pero justo cuando estaba por tomar mi primera taza, un sonido familiar me sacó abruptamente de mis pensamientos.

El tono de llamada vibró en el aire, y al mirar la pantalla, una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios.

Rouge.

Seguramente llamaba para burlarse de algo o preguntar alguna trivialidad, pero, por alguna razón, escuchar su voz siempre era un alivio.

—Amy, querida —dijo con su tono típico de diversión— ¿cómo fue tu cita con Travis? ¿Un éxito rotundo o un desastre espectacular?

Rodé los ojos mientras respondía:

—Horrible, Rouge. No dejó de hablar de sí mismo ni un solo segundo. La próxima vez, por favor, ahórrame las citas a ciegas. Estoy empezando a pensar que disfrutas verme sufrir.

Rouge soltó una carcajada ligera y respondió:

—Bueno, supongo que Travis no es el indicado. Aunque, para ser justas, no era un candidato tan malo.

—Confío en ti para no volver a intentar algo así —repliqué con sarcasmo, pero mi tono también estaba teñido de cariño.

—Hablando de favores —continuó Rouge, ignorando mi queja— necesito pedirte uno. ¿Puedes venir a mi apartamento? Es algo importante.

—¿Un favor? —repetí, aunque mi mente ya estaba en otra parte.

Instintivamente, rocé mis labios con la yema de los dedos. El recuerdo del beso de anoche con Shadow aún ardía en mi piel. Y con ese recuerdo, vino también el nudo en la garganta. Él vivía con Rouge. Verlo tan pronto… no estaba segura de estar lista.

—¿Tiene que ser hoy? —pregunté, intentando sonar casual.

—¡Sí! Es urgente, por fa-vor, cariño —rogó con ese tono juguetón y exagerado que usaba cuando quería salirse con la suya.

Bajé la mirada hacia el suelo, respirando hondo. Rouge me necesitaba. Y aunque mi corazón estaba hecho un enredo, no podía fallarle.

—Claro, Rouge. Dame un rato y estaré ahí —dije al fin, esforzándome para que mi voz no traicionara lo que sentía por dentro.

Después de colgar, me quedé un momento en silencio, mirando mi taza de café.
Lo que debía ser una mañana tranquila, de esas que se saborean despacio, estaba a punto de volverse mucho más complicada.

Respiré hondo, intentando calmar el nudo en el pecho que crecía con cada minuto. Me levanté con algo de desgano y me obligué a moverme. Me puse una camisola sin tirantes y un short ligero, ideal para el calor sofocante del verano. 

Fui hasta la estación de tren en Green Hills, tomé la línea que me llevaría a Stadium Square, y desde ahí, otro tren rumbo a Central City. El viaje fue largo, casi monótono, pero mis pensamientos no me dejaron descansar ni un segundo. Cada parada parecía durar más de la cuenta.

Una vez en Central, caminé por calles que brillaban de lo impecables que eran, adornadas con jardines cuidados y portones automáticos. Casas grandes, silenciosas… todo era tan distinto a mi barrio. Finalmente, llegué al edificio de dos pisos. Alto, moderno, con una fachada de vidrio oscuro que reflejaba el cielo.

Toqué el timbre. Unos segundos después, la puerta se abrió.

Ahí estaba Rouge, apoyada con elegancia en el marco de la puerta, luciendo tan casual como yo… pero con ese toque suyo que siempre parecía sacado de una revista. Su sonrisa confiada no dejaba espacio para preguntas.

—¡Por fin llegaste, preciosa! Vamos, entra. —dijo con entusiasmo, haciéndose a un lado para dejarme entrar.

—Gracias… si me disculpas —respondí con una media sonrisa, cruzando el umbral.

Me guió con gracia por la sala amplia y decorada con un estilo moderno y brillante, muy al estilo Rouge.

—¿Entonces? ¿Qué favor tan urgente no podía esperar? —pregunté, cruzándome de brazos.

—Verás, tengo que hacer espacio para la nueva colección de otoño —anunció con un gesto dramático, como si hablara de una emergencia diplomática— Y necesito que me ayudes a decidir qué se queda y qué se va.

Rouge me guío por su departamento, subimos las escaleras y, al abrir la puerta de su habitación, parpadeé varias veces. Su armario estaba abierto de par en par, y parecía explotar.

Vestidos de seda colgaban como cortinas de colores. Chaquetas de cuero se apilaban junto a estantes con bolsos de diseñador, accesorios brillantes y tacones perfectamente alineados como si esperaran en formación. Una montaña de ropa se desbordaba sobre la cama, y algunas prendas aún llevaban las etiquetas puestas.

—¿Cuándo compraste todo esto? —pregunté, alzando una ceja.

Rouge se encogió de hombros con una sonrisa astuta.

—Detalles, querida. Detalles.

Suspiré, pero no pude evitar sonreír. Suspirando, me preparé para la tarea.

—Está bien, pero me debes una.

—Oh, te lo compensaré —respondió con un guiño, entregándome un par de prendas para evaluar— Tal vez con un día de compras. Algo de ropa nueva no te haría mal.

Rodé los ojos, pero me reí con ella mientras comenzábamos a trabajar. La tarea fue entretenida al principio, entre risas y comentarios sobre los atuendos más extravagantes de su colección. Algunos eran genuinamente hermosos, otros... bueno, ni siquiera Rouge podía defenderlos.

Pero en un momento, mientras sostenía una blusa contra su pecho y la evaluaba frente al espejo, Rouge chasqueó los dedos como si acabara de recordar algo importante.

—¡Oh! Dejé un joyero en el cuarto de Shadow. ¿Podrías ir a buscarlo por mí?

Su tono era casual, pero yo me detuve en seco, pestañeando.

—¿En el cuarto de Shadow?

—Ajá.

—Rouge, es de mala educación entrar a la habitación de alguien sin permiso.

Ella giró sobre sus talones con una expresión que decía claramente que mi comentario le parecía innecesario.

—Shadow no está —dijo con ligereza, encogiéndose de hombros— Vamos, solo será un momento. No creo que le importe.

Mi instinto me decía que aquello no era buena idea, pero conocía a Rouge. Si me negaba, insistiría hasta que cediera, y francamente, no tenía energía para discutir con ella.

—Bien, pero si me atrapan, diré que fue idea tuya.

—Siempre lo es —respondió con diversión, volviendo su atención a la ropa.

Suspiré y salí de la habitación, recorriendo el pasillo hasta la puerta de Shadow. Dudé un segundo antes de girar la perilla y empujar lentamente, como si esperara que alguien me detuviera.

El interior de la habitación era justo como lo imaginaba: simple, ordenado y carente de cualquier adorno innecesario. La cama individual en la esquina tenía sábanas negras impecablemente estiradas. No había cojines decorativos ni mantas desordenadas, solo la estricta funcionalidad de alguien que vivía con lo esencial.

A un lado, un librero alto estaba repleto de títulos organizados con precisión. Desde literatura clásica hasta textos sobre estrategia y filosofía, cada uno reflejaba la mente analítica de su dueño.

Caminé con cautela hasta el escritorio, buscando el joyero de Rouge, pero mis ojos se desviaron inevitablemente hacia los pocos objetos personales que había sobre la superficie. Entre ellos, dos fotografías enmarcadas captaron mi atención.

La primera era antigua, en blanco y negro. La imagen estaba desgastada por los años, pero aún era clara. Shadow aparecía junto a dos humanos: una niña de expresión dulce y un anciano de mirada sabia. Mi pecho se apretó al reconocerlos. María y el Profesor Gerald...

Respiré hondo, sintiendo el peso de la historia contenida en aquella imagen. No pude evitar preguntarme cuántas veces Shadow la habría observado en silencio, recordando lo que había perdido.

Pero cuando miré la segunda fotografía, mi corazón dio un vuelco inesperado.

Me quedé paralizada. La reconocí al instante.

Era la selfie que nos habíamos tomado hace años en el concierto de Hot Honey. La imagen capturaba un momento simple pero especial: yo sonriendo con emoción y Shadow con su expresión usualmente seria. La luz del escenario iluminaba el fondo con tonos vibrantes, y si se miraba con atención, se podía notar que la multitud nos rodeaba en una ola de energía y música

Shadow... Shadow la había impreso y enmarcado.

No era solo una foto olvidada en algún rincón de su habitación ni un archivo perdido en su comunicador. Estaba ahí, cuidadosamente colocada sobre su escritorio, donde podía verla cada vez que trabajaba.

Sentí cómo el calor subía a mis mejillas.

¿Por qué haría algo así?

Mi mente intentó encontrar una explicación lógica. Tal vez simplemente le gustaba recordar el evento. Tal vez la foto había terminado allí por accidente. Tal vez Rouge la había dejado como una broma y él nunca se molestó en quitarla.

Pero ninguna de esas excusas tenía sentido.

Mi mente se llenó de preguntas sin respuesta. Shadow nunca fue alguien sentimental. Era práctico, calculador, reservado. No era de los que guardaban recuerdos sin razón.

Sentí que algo dentro de mí temblaba.

No supe cuánto tiempo me quedé mirando, pero el calor subió lentamente a mis mejillas, un rubor que no podía controlar.

¿Qué significaba esto para él? ¿Por qué la conservaba de esa manera?

Aparté la vista con rapidez, como si el solo hecho de mirarla demasiado tiempo fuera peligroso. Sacudí la cabeza y enfoqué mi atención en encontrar el joyero.

Lo hallé junto a unos documentos y lo tomé con manos ligeramente temblorosas. Con el corazón aún latiendo con fuerza en mi pecho, salí de la habitación sintiéndome como si hubiera descubierto algo que no debía.

Cuando regresé a la habitación de Rouge, intenté mantener la compostura, pero el calor en mi rostro no desaparecía del todo.

Rouge, que me conocía demasiado bien, arqueó una ceja con una sonrisa divertida.

—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó con picardía mientras tomaba el joyero de mis manos.

—Nada —respondí rápidamente, tal vez demasiado rápido.

Ella me miró con sospecha, inclinando la cabeza como si quisiera leerme. Pero tras unos segundos, decidió dejarlo pasar con un encogimiento de hombros.

—Bien. Ahora sigamos antes de que me arrepienta y decida quedarme con todo.

Asentí, agradeciendo en silencio que no insistiera.

Pero la imagen de aquella foto seguía grabada en mi mente, y aunque no quería admitirlo, una parte de mí no podía dejar de preguntarse qué significaba realmente.

El tiempo pasó entre telas, zapatos y accesorios, mientras Rouge y yo seguíamos con la ardua tarea de decidir qué se quedaba y qué se iba. Pero a medida que el cielo afuera oscurecía y el armario se vaciaba poco a poco, la energía inicial se disipó, dejando solo el sonido del crujir de las perchas y el leve murmullo de nuestra conversación.

—Si me deshago de este vestido, voy a arrepentirme, ¿verdad? —preguntó Rouge, sosteniendo un elegante vestido rojo contra su figura.

—Probablemente —dije con una sonrisa— Pero también dijiste eso de al menos cinco prendas más.

—Touché.

Finalmente, después de varias horas, nos recostamos sobre la cama, exhaustas pero satisfechas con el resultado.

—Creo que me lo merezco —dijo Rouge con un suspiro dramático mientras se levantaba— Vamos, sígueme.

La seguí hasta la cocina, donde sacó una botella de vino y un par de copas. También puso sobre la mesa un pequeño plato con frutos secos y chocolates.

—Por un trabajo bien hecho —dijo, alzando su copa con una sonrisa.

—Por un trabajo bien hecho —repetí, chocando mi copa con la suya antes de tomar un sorbo.

El ambiente era relajado, tranquilo... hasta que el sonido de la puerta abriéndose nos sobresaltó.

Instintivamente, giré la cabeza y mi aliento se atoró en mi garganta.

Shadow estaba de pie en la entrada de la cocina, aún vestido con su chaqueta de Neo G.U.N. Llevaba una bolsa de comida para llevar en una mano, pero parecía haberse congelado en cuanto me vio.

Por un momento, ninguno de los dos dijo nada.

Yo sentí el calor subir a mi rostro de inmediato, y Shadow, aunque intentaba mantener la compostura, tenía los hombros tensos, como si estuviera decidiendo qué hacer.

Fue Rouge quien rompió el silencio, apoyando un codo sobre la mesa con una sonrisa divertida.

—Bienvenido a casa, Shadow. Amy ha sido mi salvación hoy. Me ayudó con mi armario, así que decidí recompensarla con una copa. ¿Quieres unirte?

Shadow pestañeó, como si acabara de recordar que debía reaccionar.

—Hn. —Solo emitió ese sonido bajo antes de avanzar hacia el mostrador y dejar la bolsa de comida allí. Su expresión era indescifrable, pero sus movimientos eran un poco más rígidos de lo normal.

Yo, por otro lado, me mordí el labio y desvié la mirada. Aún sentía el peso de lo que había descubierto en su habitación, y ahora, con él aquí, no podía evitar recordar la forma en que se había ido la noche anterior.

El aire en la cocina parecía más denso de lo normal.

Rouge tomó otro sorbo de su copa y me lanzó una mirada traviesa, completamente consciente de la tensión en el aire. Shadow, por su parte, se limitó a sacar los recipientes con la misma precisión meticulosa de siempre, colocándolos sobre la mesa sin mirarnos demasiado. Se notaba que él no había anticipado encontrarme aquí.

—Entonces, Amy, ¿quieres algo más? Tal vez un poco de cena, cortesía de nuestro querido comandante—preguntó Rouge con una sonrisa juguetona, señalando la comida que Shadow acababa de acomodar.

—Oh, no, no te preocupes —respondí rápidamente, sintiéndome incómoda ante la situación. 

Él apenas reaccionó, limitándose a seguir sacando los últimos recipientes de la bolsa

—Vaya, qué animado estás, Shadow —comentó Rouge con diversión, apoyando un codo en la mesa— Si no supiera que así eres siempre, pensaría que estás nervioso.

—No estoy nervioso —replicó Shadow sin mirarla, acomodando los envases con demasiada precisión.

—¿Seguro? Porque parece que esos recipientes te deben dinero.

Solté una risa nerviosa mientras Shadow suspiraba con fastidio, sin levantar la vista.

—No sé por qué lo sigo intentando. En fin, dame un momento, iré al baño. No hagan nada interesante sin mí. —Me lanzó una mirada cargada de intención antes de salir de la cocina, dejándonos solos.

El silencio se instaló entre nosotros de inmediato.

Yo jugué con el borde de mi copa, sintiendo que mi corazón latía más rápido de lo que debería. Shadow no se movió, su postura seguía rígida, como si estuviera soportando una situación incómoda sin quejarse. Su presencia era pesada, y después de todo lo que había sucedido entre nosotros, no tenía idea de cómo empezar a hablar.

Aun así, lo intenté.

—¿Cómo... cómo te fue en el trabajo? —pregunté finalmente, intentando sonar casual.

Shadow, no me miró al responder, pero su mandíbula se tensó ligeramente.

—Bien —fue todo lo que dijo.

Su tono era corto, casi automático. Como si estuviera evitando decir más de lo necesario. Yo tragué saliva, sintiéndome más nerviosa de lo que debería. Algo en su actitud me indicaba que él también estaba afectado por la situación, aunque era difícil de decir con certeza.

Justo cuando estaba pensando en cómo continuar la conversación, el suelo bajo nosotros tembló levemente. Un movimiento casi imperceptible al principio, pero que rápidamente se intensificó.

Las tazas en la encimera comenzaron a vibrar, y los cuadros en la pared se tambalearon peligrosamente.

—¿Qué demonios...? —dijo Shadow, girándose hacia mí justo cuando el temblor se volvió más fuerte.

Antes de que pudiera reaccionar, el piso bajo mis pies se sacudió con fuerza, y mi silla, ya tambaleante, cedió. Solté un pequeño grito mientras caía hacia atrás, pero antes de golpear el suelo, un par de brazos firmes me atraparon.

—¡Cuidado! —exclamó Shadow, sosteniéndome con fuerza mientras el techo crujía y pequeñas partículas de polvo caían alrededor.

El terremoto continuaba, y Shadow no perdió el tiempo. Me guió rápidamente al suelo, colocándose sobre mí y usando su cuerpo para protegerme. Todo sucedió tan rápido que apenas podía procesarlo. Sentí su brazo alrededor de mis hombros, fuerte y seguro, mientras mi espalda tocaba el frío piso de la cocina.

—Quédate quieta —ordenó, su voz firme pero calmada.

El temblor seguía, y escuché cómo cosas caían de los estantes. Un jarrón se estrelló contra el suelo cerca de nosotros, pero Shadow no se movió ni un centímetro, asegurándose de que yo estuviera a salvo. El aire estaba lleno de polvo, y el ruido de objetos cayendo hacía que mi corazón latiera con fuerza.

Finalmente, el temblor comenzó a disminuir. El ruido cesó poco a poco, dejando un silencio inquietante en la cocina. Me atreví a abrir los ojos, dándome cuenta de que habían estado cerrados durante todo el terremoto.

Lo primero que vi fueron los ojos rojos de Shadow, mirándome fijamente desde muy cerca. Su rostro estaba a solo unos centímetros del mío, y su respiración era estable, pero más rápida de lo normal. Me quedé paralizada, incapaz de apartar la mirada, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.

Ninguno de los dos se movió o dijo algo. Su brazo seguía rodeándome, y yo estaba completamente atrapada bajo su cuerpo. Podía sentir el peso de su presencia, el calor que irradiaba, y la intensidad de su mirada.

—¿Estás... bien? —preguntó finalmente, su voz baja, casi un susurro.

—S-sí... —respondí, aunque mi voz apenas salió.

Ambos estábamos inmóviles, como si el tiempo se hubiera detenido. Mis pensamientos estaban en caos: el recuerdo del beso, su cercanía ahora, y el hecho de que no podía apartar mis ojos de los suyos.

De repente, un fuerte ruido de pasos nos hizo reaccionar. Rouge apareció corriendo por el pasillo, luciendo alarmada.

—¡¿Qué fue eso?! —gritó, entrando a la cocina y mirando alrededor. Sus ojos se posaron en nosotros, y su expresión cambió rápidamente a una mezcla de sorpresa y picardía. —Oh, vaya. ¿Me perdí algo?

—¡No! —dije rápidamente, intentando incorporarme, pero Shadow aún estaba sobre mí. Él pareció darse cuenta al mismo tiempo y se levantó de inmediato, ofreciéndome una mano para ayudarme. La acepté, aunque mis piernas se sentían como gelatina.

—Solo un terremoto —dijo Shadow, su voz completamente neutral, aunque noté un leve rubor en sus mejillas.

—Ya veo... un terremoto, claro. Muy conveniente para una escena así —respondió Rouge, cruzándose de brazos con una sonrisa que me hizo querer desaparecer.

Antes de que pudiera intentar explicar nada, otro sonido resonó en el pasillo. Las pesadas pisadas metálicas anunciaron la llegada de Omega, quien entró a la cocina con su usual falta de sutileza.

—INFORME: EL EVENTO FUE UN TERREMOTO. MAGNITUD MODERADA. NO SE REPORTAN DAÑOS SIGNIFICATIVOS EN EL ÁREA LOCAL —anunció el robot, como si estuviéramos en medio de una misión militar.

—Gracias por la aclaración, Omega —dijo Rouge, rodando los ojos.

—SUGERENCIA: EVITAR ÁREAS DESTRUCTIBLES EN FUTUROS TERREMOTOS. PROTECCIÓN COMO LA PROPORCIONADA POR SHADOW ES EFICAZ, PERO NO ÓPTIMA.

—¡Omega! —exclamé, completamente roja mientras el robot seguía hablando como si nada.

Shadow soltó un leve suspiro, ignorando por completo al robot. En lugar de irse, comenzó a recoger los pedazos de cerámica rota y a reorganizar los muebles que se habían movido.

—No podemos dejar este desastre aquí —dijo simplemente, tomando una escoba que había caído cerca.

—Puedo ayudarte —dije rápidamente, aunque mi atención fue desviada cuando mi celular comenzó a vibrar insistentemente en mi bolsillo.

Lo saqué y vi una avalancha de mensajes. Vanilla preguntaba si estaba bien, enviando varios mensajes llenos de preocupación:

Vanilla: "¿Amy? ¿Estás bien? Por favor, responde."
Vanilla: "Hubo un sismo. ¿Estás bien?"
Vanilla: "Cuando puedas, dime si necesitas algo."

En el grupo con mis amigos, la conversación avanzaba rápidamente.

Sonic: "¡Eso fue una locura! ¿Todos están bien?"
Knuckles: "¿De qué están hablando?"
Tails: "En mi taller fue un caos. Casi me apuñala una herramienta que cayó de una repisa... Sonic se rió, pero NO FUE GRACIOSO."
Sonic: "Jajaja, aún no supero cómo saltaste."
Tails: "¡NO ES GRACIOSO!"
Amy: "Me alegro que todos esten bien."

Solté un suspiro entre risas y respondí rápidamente a Vanilla, asegurándole que todo estaba bien. Mientras tanto, Rouge sacudió el polvo de su ropa con una expresión de fastidio, esquivando cuidadosamente los pedazos de vidrio en el suelo.

—Bueno, creo que esto es señal de que la fiesta ha terminado. —Se estiró con dramatismo y se giró hacia la puerta— No soy muy fan del trabajo pesado, así que los dejaré a cargo de la limpieza.

—¿Te vas así nada más? —pregunté, aunque mi voz sonó más nerviosa de lo que me gustaría.

Rouge sonrió con picardía.

—Querida, me encantaría quedarme a ver cómo lidian con esta tensión incómoda, pero tengo cosas más interesantes que hacer. —Me guiñó un ojo y luego miró a Shadow con una sonrisa burlona. —Y no me mires así, tú sabes que tengo razón.

Shadow no respondió, simplemente siguió recogiendo los fragmentos de cerámica rota con la misma impasibilidad de siempre.

—Omega, retirada.

Omega se giró con su usual brusquedad.

—AFIRMACIÓN: NO ES RECOMENDABLE ABANDONAR LA ZONA INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE UN TERREMOTO. DEBERÍAMOS MONITOREAR POSIBLES RÉPLICAS.

Rouge suspiró.

—Omega, cariño, si hay una réplica, ellos se encargarán. Vamos.

El robot pareció procesar la información por un momento antes de asentir.

—ACATANDO ORDEN. PROCEDO A RETIRARME.

Y con eso, Rouge agitó una mano en despedida y salió con elegancia, esquivando los escombros como si fuera parte de una pasarela. Omega la salio detrás de ella, dejando tras de sí un silencio denso en la cocina.

Me giré lentamente hacia Shadow. Él, sin decir nada, seguía barriendo los restos de cerámica en el suelo.

—Supongo que... seguimos con esto —murmuré, tomando un trapo para limpiar la mesa.

—Ajá.

Nos quedamos así, limpiando la cocina y la sala en un silencio tenso. La incomodidad era evidente, cada uno midiendo sus movimientos, evitando mirarnos demasiado. Solo el sonido de la escoba deslizándose sobre el suelo y los objetos colocados en su lugar rompían la quietud sofocante.

Cuando terminamos, Shadow finalmente habló.

—Voy a revisar cómo está el garaje.

Me quedé en mi sitio, observando cómo se alejaba. Sabía que podía irme ahora, fingir que nada había pasado y seguir con mi día. Pero una parte de mí se negaba a hacerlo. Dejar las cosas así, con tantas palabras sin decir, solo haría que la incomodidad creciera más con el tiempo.

Solté un suspiro y decidí seguirlo.

Al llegar al garaje, lo encontré revisando unas herramientas desperdigadas por el suelo. Apreté los puños, armándome de valor.

—Shadow... ¿podemos hablar de lo que pasó anoche?

Él se quedó inmóvil, con la mirada fija en una llave inglesa que tenía en la mano. Su respuesta llegó después de un breve silencio.

—Quería darle un poco más de tiempo, para que las cosas se enfriaran, antes de ir a hablar contigo directamente.

—Pensé exactamente lo mismo —respondí con una sonrisa amarga— pero Rouge arruinó mis planes. Ya que estamos aquí, mejor hablemos de una vez.

Shadow me miró con una expresión difícil de leer y luego volteó hacia una de las cámaras de seguridad en la esquina del garaje.

—Aquí no —dijo con tono bajo— Sígueme.

Me llevó por la puerta trasera, guiándome a través del jardín.

No había tenido oportunidad de verlo antes, pero ahora que estábamos aquí, me sorprendió lo bien cuidado que estaba. Caminamos por un sendero de piedra rodeado de arbustos podados con precisión, y macizos de flores vibrantes salpicaban el césped, armonizando con la estructura moderna de la casa.

Mis ojos se posaron en una piscina de bordes oscuros, donde el agua cristalina reflejaba el cielo nocturno y las luces del jardín. La brisa me trajo un leve olor a cloro, y por un instante, imaginé sumergirme en ese espejo azul, dejando que el agua fría se llevara todas mis tensiones.

—Wow... —murmuré, casi para mí misma.

Shadow notó mi expresión y resopló con sarcasmo.

—Adivina a quién le toca limpiarla.

Solté una pequeña risa, pero la tensión aún pesaba en el aire. Seguimos caminando hasta que nos detuvimos frente a una pequeña estructura junto al jardín. Shadow abrió la puerta y me indicó que entrara.

Al cruzar el umbral, encendió la luz, revelando un cuarto de almacenamiento con estanterías llenas de productos químicos para la piscina, herramientas de jardinería y un par de cajas de cartón apiladas contra la pared. Algunos objetos habían caído al suelo, esparcidos caóticamente a causa del terremoto.

—¿Por qué estamos aquí? —pregunté, mirándolo con curiosidad.

Shadow cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra ella con los brazos cruzados.

—No hay cámaras.

Nos quedamos en silencio por un momento, ambos sin saber cómo empezar. La sensación de estar encerrados en ese pequeño espacio solo hacía que la tensión se hiciera más palpable.

Había demasiadas cosas que decir... y aún más que aclarar.

Shadow suspiró pesadamente y llevó una mano a su rostro sonrojado, cerrando los ojos mientras bajaba la cabeza, como si intentara contener algo dentro de sí mismo. Su pecho subía y bajaba con respiraciones profundas y controladas, pero su postura rígida delataba una lucha interna que no lograba disimular.

—Esto fue una muy mala idea —murmuró con frustración, su voz ronca, arrastrando las palabras como si estuviera hablándose a sí mismo— Es igual que en el auto.

Fruncí el ceño, desconcertada.

—¿A qué te refieres? —pregunté con cautela, sintiendo una extraña tensión en el aire.

Shadow exhaló con impaciencia y cerró los ojos, todavía sin levantar la cabeza.

—El espacio es demasiado pequeño —dijo en voz baja.

Miré a nuestro alrededor. El cuarto de limpieza apenas tenía espacio para movernos. Las estanterías llenas de productos de limpieza y las cajas apiladas creaban una sensación de encierro que, hasta ahora, no me había parecido tan evidente.

—¿Te sientes claustrofóbico? —pregunté con suavidad.

Negó lentamente, pero su mandíbula se tensó aún más. Su postura era la de un soldado al borde de perder el control, luchando contra una tormenta interna invisible.

—No es eso... —exhaló por la nariz y su tono descendió a un murmullo grave— Es tu olor.

Me congelé.

Mis ojos se abrieron un poco más, y mi corazón dio un vuelco. Bajé la mirada hacia mi propio cuerpo, confundida.

—¿Acaso... huelo mal? —pregunté con torpeza, tratando de aliviar la tensión con un poco de humor.

Shadow levantó la cabeza con un movimiento brusco y me lanzó una mirada cargada de exasperación. Sus ojos rojos brillaban con algo más que frustración... algo intenso, contenido y peligroso.

—Sabes perfectamente bien que es lo contrario —gruñó con voz profunda.

Mi respiración se detuvo por un instante. Recordé sus palabras de la noche anterior: Siempre me ha gustado tu olor.

El calor subió a mis mejillas. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, estremeciéndose ante la intensidad en su mirada. Me humedecí los labios, sintiendo una repentina sequedad en la boca.

—Será mejor que hablemos de esto en otro lugar —dijo Shadow mientras intentaba abrir la puerta.

—Quiero resolver esto ahora —respondí, sujetando su brazo.

Shadow se tensó ante mi contacto, y solté su brazo de inmediato, pero no me detuve.

—Shadow... —murmuré — ¿Por qué me besaste anoche?

Su expresión se endureció aún más. La pregunta quedó flotando en el aire como una chispa a punto de encender un incendio.

Shadow cerró los ojos y llevó una mano a su frente, como si estuviera tratando de calmarse. Su pecho subió y bajó con lentitud, pero cuando habló, su voz sonó tensa, casi derrotada.

—No lo había planeado —admitió con un susurro ronco— Te tenía demasiado cerca... y al saber que el idiota azul ya no estaba en mi camino... lo hice sin pensar. Fui impulsivo.

Mis latidos resonaban en mis oídos. Tragué saliva y sentí una mezcla de emociones enredarse dentro de mí.

—¿Impulsivo? —repetí en un murmullo.

Shadow bajó la mano y me miró fijamente. Sus pupilas se habían contraído, su respiración era más pesada, y sus orejas estaban levemente hacia atrás, como un depredador al acecho.

—Lamento mucho lo de anoche —dijo con dificultad— No debí actuar de esa manera. No quise ponerte en una situación incómoda...

—Fue un poco incómodo, sí... —admití con una risa nerviosa, desviando la mirada— Pero... no me disgustó. En realidad, se sintió bien.

Shadow inhaló bruscamente y se tensó aún más. Su expresión se oscureció con algo que no supe identificar de inmediato. Parecía que estaba peleando consigo mismo, como si mis palabras hubieran hecho algo dentro de él que no podía controlar.

—No digas cosas que no sientes —advirtió con voz grave.

Un escalofrío me recorrió, pero no me acobarde.

—¿Y quién eres tú para decirme lo que siento? —solté, mirándolo con indignación.

Shadow sostuvo mi mirada, su mandíbula apretada con fuerza.

—Rose, hablo en serio. No estoy para juegos.

—¡Yo tampoco estoy jugando! —exclamé, sin ocultar mi frustración— ¡Te robaste mi primer beso, Shadow! Tal vez no fue como lo imaginé, pero si de verdad me hubiera molestado, te habría abofeteado.

Algo en su interior se quebró. Lo vi perder la batalla contra sí mismo.

Con un movimiento rápido y preciso, Shadow me sujetó por la cintura y tiró de mí hasta que nuestros cuerpos quedaron completamente pegados. Antes de que pudiera reaccionar, sentí su mano en la nuca, atrapándome en un agarre firme pero cuidadoso.

Mi respiración se aceleró. Su piel ardía contra la mía, y su aroma, esa mezcla única de lavanda y algo puramente suyo, me envolvió por completo.

—Rechazame—susurró contra mis labios, su voz rasposa, casi desesperada— Dime que no te intereso... que solo somos amigos...

Mi corazón latía tan fuerte que sentí que podía romperse en cualquier momento.

—No quiero rechazarte, Shadow... —susurré, sin poder evitar la verdad que me quemaba por dentro.

Sus dedos se crisparon levemente sobre mi piel. Sus ojos, oscuros y encendidos al mismo tiempo, me devoraban sin pudor.

—Por favor... hazlo —insistió, pero su tono no tenía convicción. Sonaba como alguien que pedía ser salvado, aun cuando ya había aceptado su propia condena.

—No quiero. —Mi voz fue un susurro tembloroso, pero firme.

Shadow soltó un suspiro entrecortado, y antes de que pudiera decir otra cosa, sus labios se estrellaron contra los míos.

El beso fue urgente, profundo, desesperado. Nada en él fue suave o contenido. Fue un choque de emociones acumuladas, una liberación de todo lo que había estado reprimiendo.

Mis manos se aferraron a su chaqueta sin pensarlo, como si temiera que se alejara. Pero él no tenía intención de hacerlo. Me sostuvo con más fuerza, inclinándose sobre mí, atrapándome entre su cuerpo y la pared detrás de mí.

Y entonces lo sentí: su lengua rozando mis labios con delicadeza, pero con intención. Estaba pidiéndome entrar.

Me tomó por sorpresa. Me congelé un instante, con el corazón en la garganta. Esto era más que un simple beso. Mi corazón latía con fuerza, tan nerviosa como emocionada. Pero aun con el temblor en mis manos y las mariposas en mi estómago, abrí ligeramente la boca, dejándolo entrar.

Su lengua tocó la mía con una mezcla de timidez y deseo que me hizo estremecer. Me sentí torpe al intentar corresponderle, insegura… pero también increíblemente viva. Cada caricia dentro de ese beso era una confesión muda, y dejé que mi cuerpo hablara por mí.

No quería que se detuviera.

Shadow separó sus labios apenas unos milímetros, su aliento entrecortado chocando contra el mío. Su frente se apoyó en la mía, sus manos aún sosteniéndome como si temiera que desapareciera.

—Soy un monstruo creado en un laboratorio —susurró, su voz rota— No deberías quererme.

—No me importa —contesté sin dudarlo.

Shadow cerró los ojos con fuerza, como si mis palabras fueran demasiado para él.

Y entonces, me besó de nuevo.

Su beso fue más intenso, más urgente, como si dentro de él se librara una batalla de la que solo yo era testigo. Su lengua rozó mis labios, pidiendo acceso una vez más… y esta vez, abrí sin dudar.

Nuestras lenguas se encontraron en una danza torpe pero hambrienta, entrelazándose como si también buscaran respuestas. Me aferré a su cuello sin pensar, sin reservas, dejándome llevar. Sus manos recorrieron mi espalda, aferrándose a mí con una fuerza temblorosa, como si tuviera miedo de perderme en cualquier momento.

Mi cuerpo entero temblaba, pero no de miedo, ni de duda… sino de algo nuevo. Algo que jamás había sentido con esta intensidad.

Así se sentía ser deseada.

No como amiga. No como compañera.

Sino como mujer.

Nadie me había mirado así antes. Con tanta intensidad. Nadie me había tocado de esa forma, como si cada caricia contuviera meses —o años— de deseo reprimido. Había soñado con un amor así… con esa clase de pasión. Pero nunca imaginé que Shadow sería el primero. El primero en besarme así. El primero en hacerme sentir esto.

Y justo cuando mi corazón estaba a punto de rendirse por completo, Shadow se apartó de golpe, rompiendo el beso.

Sus manos fueron a mis hombros y me alejó con un solo movimiento, rápido, casi brusco.

—Esto es peligroso… —susurró. 

Antes de que pudiera preguntar qué quería decir, me soltó.

—¿Shadow…?

No respondió.

Solo giró sobre sus talones, abrió la puerta y salió al jardín.

Me tomó unos segundos reaccionar. Cuando por fin lo hice, lo vi… no caminando, sino corriendo. Con la mirada fija, los puños cerrados.

—¡Shadow! —grité, pero no se detuvo.

Y antes de que pudiera hacer nada para detenerlo, lo vi lanzarse directamente a la piscina.

¡Splash!

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¡¿Shadow?!

El agua se sacudió con fuerza, y mi corazón se detuvo un segundo. No lo veía. No salía.

Corrí hacia la piscina con el pulso acelerado, con el miedo apretándome el pecho. Pero antes de que pudiera entrar en pánico, la superficie del agua se rompió y la figura de Shadow emergió.

Abrí la boca, lista para regañarlo o para preguntarle qué demonios estaba haciendo, pero entonces me quedé en silencio.

No intentó nadar hacia la orilla. No forcejeó ni hizo el menor esfuerzo por salir.

Simplemente... flotó.

Se dejó caer de espaldas en el agua, con las púas extendidas y el cuerpo relajado.

Lo observé, aún con la adrenalina corriendo por mis venas, hasta que finalmente solté un largo suspiro y llevé una mano a mi pecho.

—Por el amor de Chaos...

Con el corazón aún latiendo fuerte, me dejé caer al borde de la piscina, abrazando mis piernas.

El aire nocturno estaba fresco, y las luces del jardín iluminaban el agua con un resplandor suave y cálido. Miré hacia arriba, esperando ver estrellas, pero la contaminación lumínica de la ciudad no lo permitía. Aun así, había algo especial en este momento, en el reflejo de las luces sobre la superficie del agua, en la forma en que Shadow simplemente flotaba, con los ojos cerrados y la respiración tranquila.

Lo miré en silencio durante unos segundos, con el corazón todavía latiéndome en los oídos.

Después, sin pensarlo demasiado, me armé de valor.

—Shadow...

Él abrió un ojo, sin moverse.

Tragué saliva y sentí un calor subir por mi cuello.

—¿Te gustaría tener una cita? —pregunté, con una pequeña sonrisa nerviosa— Una real.

Por un momento, solo hubo silencio. Shadow giró apenas la cabeza y me miró.

Entonces, con un tono más relajado de lo que esperaba, respondió:

—Sí. Me gustaría llevarte a pasear en motocicleta.

Mis ojos se iluminaron.

—¿En serio? ¡Eso suena increíble! Nunca he viajado en una.

Él dejó escapar un sonido que casi parecía una risa, y desvió la mirada hacia el cielo sin estrellas.

—Entonces, lo haré en dos semanas.

Fruncí el ceño, sorprendida.

—¿Dos semanas? ¿Por qué tanto?

—Tengo una misión de campo —respondió con naturalidad— Estaré fuera de la ciudad, y ese es el tiempo aproximado que me tomará.

Oh.

La emoción se desinfló un poco dentro de mí, pero asentí con comprensión.

—Está bien —dije, apoyando mi barbilla en mis rodillas— Nos veremos en dos semanas.

Shadow no respondió de inmediato. Solo flotó en silencio por unos segundos más, con sus ojos rojos brillando bajo las luces del jardín.

—Sí —dijo finalmente— En dos semanas.

Solté un suspiro y cerré los ojos.

Por primera vez en mucho tiempo, no me sentía atrapada en el pasado. No me sentía atada a un amor no correspondido, a ilusiones rotas o a la incertidumbre de si alguna vez alguien me vería de la forma en la que siempre quise ser vista.

Justo en ese instante, el sonido de una ventana abriéndose rompió la tranquilidad.

—¿Están teniendo una fiesta en la piscina sin mí? —la voz de Rouge resonó desde el segundo piso.

Parpadeé y giré la cabeza hacia arriba. Ahí estaba ella, asomada por la ventana, con una ceja arqueada y una sonrisa divertida en los labios.

No pude evitarlo. La risa escapó de mi garganta en carcajadas ligeras y descontroladas, hasta que mi pecho dolió de tanto reír.

Shadow, aún flotando en el agua, solo suspiró.

El viento nocturno acariciaba mi rostro mientras el convertible púrpura de Rouge avanzaba por la carretera. El cielo sobre nosotros era un lienzo oscuro, sin estrellas visibles, solo el resplandor de las luces de la ciudad reflejándose en la distancia. El murmullo del motor y el sonido del viento llenaban el aire, envolviéndonos en una calma extraña después de todo lo que había ocurrido.

Shadow conducía con una mano en el volante, la otra descansando sobre la palanca de cambios. No llevaba su chaqueta, lo que dejaba al descubierto sus brazos marcados por el entrenamiento. Su mirada seguía fija en el camino, pero su expresión era más relajada que de costumbre.

—Gracias por ofrecerte a llevarme a casa —dije, observándolo de reojo.

—Nunca te dejaría regresar sola de noche —respondió sin apartar la vista de la carretera.

Sus palabras hicieron que mi corazón latiera un poco más rápido.

—Eres muy caballeroso, Shadow.

Una pequeña pausa. Entonces, con su tono bajo y tranquilo, respondió:

—Solo contigo.

Sentí el calor subir a mis mejillas. Miré hacia otro lado, sonriendo sin poder evitarlo.

Nos sumimos en un breve silencio cómodo, el rugido del viento llenando los espacios entre nosotros. Apoyé la cabeza en el asiento y cerré los ojos por un momento, disfrutando de la sensación de libertad que me daba el aire golpeando mi piel. Era una de esas noches en las que el tiempo parecía detenerse, flotando entre lo que fue y lo que vendrá.

Finalmente, el auto se detuvo frente a mi casa.

—Llegamos —anunció Shadow en voz baja.

Desabroché el cinturón y lo miré.

—Gracias otra vez. No tienes que abrirme la puerta.

Shadow asintió de nuevo, su mirada oscura siguiéndome mientras me inclinaba un poco hacia él. No pensé demasiado en lo que hacía, solo dejé que mi cuerpo respondiera a lo que sentía. Le di un pequeño beso en la mejilla, sintiendo el calor de su piel contra mis labios por apenas un segundo.

—Nos vemos en dos semanas —susurré antes de bajarme.

Shadow no dijo nada, pero cuando me giré hacia la puerta de mi casa, escuché el sonido del motor alejarse. Cuando miré hacia atrás, él ya no estaba.

Suspiré y saqué mis llaves.

Al encender la luz, un suspiro más pesado escapó de mis labios.

El terremoto.

Había olvidado por completo el desastre que podría haber causado en mi hogar. Varios objetos estaban en el suelo, algunos rotos en pedazos, esparcidos como si la casa misma hubiera sentido la sacudida de mis emociones. Me quité los zapatos y empecé a recogerlos.

Tropecé con algo en el suelo y, cuando miré, sentí una punzada en el pecho.

Era un marco.

Lo recogí con cuidado y le di la vuelta.

Sonic.

Su imagen sonreía, atrapada en el cristal astillado del marco. Una foto de otro tiempo. Un recuerdo de algo que ya no existía de la misma forma.

La miré por un largo rato, mi respiración pesada, mis dedos apretando los bordes del marco.

Y entonces, sin pensarlo demasiado, saqué la foto y la partí a la mitad.

El sonido del papel rasgándose pareció más fuerte de lo que era en realidad.

No sentí alivio. No sentí tristeza.

Solo una extraña sensación en el pecho, como si algo dentro de mí finalmente hubiera tomado una decisión.

 

Chapter 8: Olor a mar

Chapter Text

Las siguientes dos semanas transcurrieron con normalidad.

Bueno... casi.

El primer día no fue precisamente tranquilo.

Cuando llegué a la cafetería, me encontré con Vanilla y Cream en la entrada. Cream había traído a Cheese, quien solía dejar en casa. Pero en cuanto abrimos la puerta del local, todas nos quedamos en silencio.

El terremoto también había dejado su marca aquí.

Tazas rotas, estanterías volcadas, una fina capa de harina y azúcar esparcida por el suelo como si alguien hubiera intentado hornear un pastel y lo hubiera hecho explotar en el proceso.

—Oh, cielos... —murmuró Vanilla, llevándose una mano a la boca.

—Esto va a tardar —dije con un suspiro.

Ese día, la cafetería tuvo que cerrar. Pasamos la mañana recogiendo, barriendo y limpiando cada rincón. Fue agotador, pero no me quejé. Era trabajo, sí, pero también una forma de mantener mi mente ocupada.

Después de eso, los días volvieron a su ritmo habitual.

Iba al trabajo, atendía a los clientes, organizaba los pedidos con Vanilla y pasaba tiempo con Cream en los ratos libres. Asistía a mi club de lectura, donde la última novela que estábamos discutiendo trataba sobre un romance imposible—irónico, considerando mi vida últimamente. A veces pasaba por el taller de Tails y lo ayudaba con pequeños encargos, o simplemente me sentaba a conversar con él y los demás.

Pero había algo diferente.

Cada vez que entraba o salía de casa, lo veía.

El marco.

El mismo que había encontrado en el suelo aquella noche, con el vidrio astillado y la foto de Sonic atrapada en su interior. El mismo del que, en un arranque de emociones, saqué la imagen y la rompí en dos.

No lo tiré.

En su lugar, coloqué algo nuevo.

La foto impresa de la selfie que Shadow y yo nos tomamos en el concierto de reunión de Hot Honey.

Era extraño. Cada vez que pasaba junto a ella, sentía que mi cuerpo reaccionaba antes que mi mente. Mis pasos se volvian más lentos, mi mirada se desviaba hacia la mesa donde la había dejado y, sin pensarlo, mi mano iba hacia mi celular.

Siempre lo revisaba antes de salir. Siempre.

Era un acto inconsciente, automático. Miraba la fotografía, revisaba la pantalla de mi teléfono y, al ver la ausencia de mensajes nuevos, guardaba el dispositivo y salía a trabajar. Al volver, hacía exactamente lo mismo.

Esperé más de diez años a Sonic... pero no podía esperar a Shadow dos semanas.

La contradicción me golpeaba en cuanto la pensaba. Me decía a mí misma que era ridículo. Shadow me había dicho que estaría en una misión y que quizá no podría comunicarse por un tiempo. Lo entendía, lo sabía, y aun así... la ansiedad no me dejaba en paz.

Era como si todo lo que había pasado entre nosotros hubiera sido un sueño. Como si la intensidad de aquella noche, su cercanía, el peso de su mano sobre mi cintura, el sonido entrecortado de su voz al admitir lo que sentía, hubieran sido solo una ilusión. Algo efímero, un instante que se desvanecería con la distancia y el silencio.

¿Y si él lo estaba olvidando?

El pensamiento me inquietaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Pasaron los días, cuando un viernes por la tarde, estaba preparando un guiso. Movía la cuchara con lentitud, distraída, dejando que mis pensamientos divagaran en la rutina de los últimos días. Había intentado mantenerme ocupada con el trabajo, con mis amigos, con cualquier cosa que impidiera que mi mente se desviara demasiado... pero siempre terminaba regresando a lo mismo.

Mi teléfono vibró sobre la mesa, sacándome de mis pensamientos.

Bajé el fuego de la estufa y me limpié las manos en un paño antes de tomar el celular, sin esperar mucho. Seguramente era Cream o Rouge... pero cuando vi el nombre en la pantalla, el aire pareció detenerse en mis pulmones.

Shadow.

El mensaje era corto. Tan conciso como siempre.

Shadow: "Ya regresé."

Por un segundo, solo me quedé allí, mirándolo.

Algo cálido y eléctrico se esparció por mi pecho, haciéndome sonreír sin siquiera pensarlo. Era increíble cómo algo tan simple podía desatar tantas emociones en mí.

Me apresuré a escribir una respuesta, sintiendo mis dedos moverse con una emoción infantil que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.

Yo: "¿Cómo estás? ¿Te fue bien?"

No tardó mucho en responder.

Shadow: "Estoy bien. No hubo problemas."

Tan directo. Tan... Shadow.

Dejé escapar una pequeña risa, mordiéndome el labio. Había pasado días repasando en mi cabeza todo lo que podría decirme cuando volviera, y sin embargo, era tan sencillo como eso.

Pero antes de que pudiera sobreanalizarlo, otro mensaje llegó.

Shadow: "¿Estás disponible este sábado?"

Sentí que el corazón me dio un brinco en el pecho.

Él lo recordó.

Recordó nuestro compromiso.

Un nudo de emoción se formó en mi garganta, uno que apenas pude disimular cuando mis dedos volaron sobre la pantalla.

Yo: "Sí, estoy libre."

Esperé, conteniendo la respiración, sintiendo cómo la expectativa hacía que mi piel se erizara.

Finalmente, la respuesta llegó.

Shadow: "Te recogeré a las 11 a.m."

Solté el aire en un suspiro tembloroso.

Y luego, sin poder evitarlo, comencé a dar pequeños brincos en mi lugar, abrazando mi teléfono contra mi pecho con una sonrisa tan grande que dolía.

Era real.

No era una salida casual, no era algo entre amigos ni una excusa para pasar el rato.

Era una cita. Una verdadera cita.

Con alguien que, por primera vez, era más que claro que le gustaba.

Apreté el teléfono en mis manos, sintiendo mi rostro arder con una calidez que no tenía nada que ver con el fuego de la estufa.

Mañana... mañana vería a Shadow.

Al dia siguente me desperté temprano, demasiado temprano, con una mezcla de emoción y nervios que no me dejó dormir más. Desde el momento en que abrí los ojos, mi mente estaba enfocada en una sola cosa: qué demonios iba a ponerme.

Tenía que ser algo adecuado para viajar en motocicleta, algo práctico y cómodo. Pero, al mismo tiempo, esta era mi primera cita real... y la idea de vestirme con algo especial, de esforzarme un poco más, era tentadora.

Así que pasé la siguiente hora destruyendo mi armario.

Primero, consideré algo más elegante: un vestido bonito, quizás con un poco de vuelo y detalles femeninos. Algo que dejara claro que esto no era solo una salida cualquiera. Pero pronto descarté la idea. No tenía sentido si iba a estar en una motocicleta.

Luego pensé en unos jeans ajustados con una blusa bonita, algo equilibrado. Pero, ¿qué pasaría si hacía demasiado calor? ¿Y si terminaba sintiéndome incómoda?

Después probé una chaqueta de cuero con botas, pensando que sería genial verme un poco más ruda, más acorde con Shadow y su motocicleta. Pero cuando me miré en el espejo, sentí que me estaba esforzando demasiado por parecer alguien que no era.

Finalmente, después de mucho debate, opté por la opción más sensata:

Un par de jeans ajustados de mezclilla oscura, cómodos pero favorecedores, combinados con una camiseta blanca sin mangas y un chaleco de mezclilla ligero. Para completar el look, elegí unos tenis de suela gruesa, perfectos para viajar sin perder estilo. Y por último un canguro negro para llevas mis pertencencias más comodamente.

Me até el cabello en una coleta baja y me peiné el flequillo. Había pensado en usar perfume, pero recordé que a Shadow le gustaba mucho mi olor natural.

Justo cuando terminé de arreglarme, el sonido de un motor rugió afuera.

Me asomé por la ventana y ahí estaba él.

Tan puntual como siempre.

Shadow estaba junto a su motocicleta, vestido con una chaqueta gris oscuro de corte ajustado.

Pero lo que más llamaba la atención era su motocicleta.

Una máquina impresionante.

Era una motocicleta grande y potente, negra con detalles rojos brillantes. Su diseño elegante y afilado hacía evidente que estaba hecha para la velocidad. Las llantas gruesas y el chasis reluciente mostraban que estaba en perfecto estado. Sin duda, era una máquina hecha para dominar la carretera.

Respiré hondo y salí de casa, sintiendo cómo mi corazón latía un poco más rápido con cada paso que daba hacia él.

Sin decir mucho, Shadow me tendió un casco negro mate.

—Póntelo —dijo con su tono habitual, breve y directo.

Lo tomé, sintiendo el peso entre mis manos antes de colocármelo y ajustarlo bien. Al mirarlo, noté que él no tenía uno.

—¿Y el tuyo? —pregunté, con una ligera preocupación en la voz.

Shadow simplemente me miró y respondió con tranquilidad:

—No lo necesito.

Por supuesto que no.

Quise replicar, pero sabía que sería en vano. Lo conocía lo suficiente como para saber que su resistencia y reflejos estaban muy por encima de los de cualquiera. Si alguien iba a salir ileso de un accidente, sería él.

Me subí a la motocicleta, acomodándome detrás de él, y sentí cómo mi respiración se aceleraba. Shadow era cálido y firme, su presencia una mezcla de seguridad y tensión contenida.

Rodeé su cintura con los brazos y me aferré a él con fuerza.

—Lista —murmuré, con una sonrisa nerviosa oculta detrás del casco.

Él no dijo nada, pero en cuanto giró el acelerador, la motocicleta rugió con fuerza y nos impulsó hacia adelante.

El viento golpeó mi cuerpo de inmediato, pero lejos de ser incómodo, se sentía liberador.

Mientras avanzábamos por la costa, el mar se extendía a nuestro lado como un lienzo azul interminable. El aroma salino llenó mis pulmones, el calor del verano envolvía mi piel, y la brisa despejaba cualquier pensamiento que pudiera haber quedado enredado en mi mente.

Todo era un torbellino de sensaciones.

No había preocupaciones. No había dudas.

Solo el momento.

Después de un rato de viaje, la velocidad disminuyó y nos adentramos en un pequeño mercado junto a la playa. La zona estaba repleta de puestos coloridos, cada uno ofreciendo algo diferente: artesanías, postres caseros, productos locales...

Mis ojos se iluminaron con fascinación al ver la diversidad de cosas expuestas, el aroma a dulces y especias flotando en el aire.

Bajé de la motocicleta con cuidado, todavía un poco aturdida por la emoción del viaje, y me quité el casco.

—Esto es... increíble —susurré, maravillada. —¡Amo los mercados artesanales!

Shadow solo observó el lugar con su mirada impasible antes de girarse hacia mí.

—Lo sé.

—¿Alguna vez te lo había comentado?

—Hace tiempo —respondió con simpleza.

Un vago recuerdo cruzó mi mente. Una conversación fugaz, mencionada en medio de otro tema sin importancia. Algo que probablemente ni siquiera pensé que él estaba escuchando.

Y, sin embargo, lo había recordado.

Sentí un calor inesperado en el pecho. Algo suave y dulce. Sonreí, sin poder evitarlo.

Shadow me miró con su expresión neutra de siempre y dijo sin rodeos:

—Puedes comprar lo que quieras. Yo pago.

Me giré hacia él con sorpresa, sin estar segura de si había escuchado bien.

—¿Estás seguro, Shadow?

—Tengo más dinero del que puedo gastar —respondió con la misma calma con la que hablaba de cualquier otra cosa.

Mi sonrisa se amplió ante su actitud tan despreocupada, pero había algo en su forma de decirlo que me divertía. Sin pensarlo mucho, deslicé mi brazo alrededor del suyo, aferrándome con naturalidad mientras inclinaba la cabeza hacia él.

Sentí de inmediato cómo su cuerpo se tensaba bajo mi toque. Cuando levanté la mirada, encontré sus ojos rojos abiertos con sorpresa, observándome con una expresión que rara vez mostraba: desconcierto puro.

No dijo nada. Ni un respiro más fuerte ni un intento de alejarse. Solo se quedó completamente quieto por un momento, como si su cerebro estuviera intentando procesar lo que acababa de ocurrir.

Por dentro, me reí.

No lo iba a dejar caminar a mi lado como si esto fuera una simple salida entre amigos. No lo era. Era una cita, y si Shadow no estaba acostumbrado a este tipo de cosas, pues tendría que empezar a hacerlo.

Después de unos segundos, se recompuso y, sin mencionar el tema, seguimos caminando por el mercado.

El mercado era un festín para los sentidos. Mis ojos apenas podían enfocarse en un solo puesto antes de que algo más llamara mi atención: artesanías detalladas, joyería hecha a mano, dulces tradicionales, perfumes con fragancias florales... Cada rincón estaba lleno de color y vida. El aire vibraba con el murmullo de conversaciones, risas dispersas y el sonido de los comerciantes ofreciendo sus productos. La brisa cálida de la tarde traía consigo el aroma de especias y frutas frescas, envolviéndome en una sensación de entusiasmo difícil de contener.

Shadow seguía mi ritmo sin quejarse, permitiéndome jalarlo de un lado a otro sin objeción alguna. No protestó cuando nuestras manos comenzaron a llenarse de bolsas ni cuando me detuve a probar muestras de postres caseros. Su expresión se mantenía serena, pero no pasé por alto cómo sus ojos me observaban con una mezcla de curiosidad y resignación.

Seguimos avanzando entre los puestos, sumergidos en la energía vibrante del mercado. El sol, aún alto en el cielo, proyectaba sombras cortas sobre el suelo de piedra. Me detuve frente a un pequeño puesto de velas aromáticas y tomé una con esencia de lavanda, acercándola a mi nariz con curiosidad.

Fue entonces cuando noté que Shadow había alzado la vista, observando la posición del sol con gesto pensativo. Después de un breve instante, bajó la mirada y fijó sus ojos en mí.

—¿Tienes hambre?

—Sí —respondí de inmediato.

—Vamos a buscar algo de comer.

Sonreí y nos preparamos para seguir caminando. Justo cuando iba a aferrarme a su brazo de nuevo, Shadow lo movió ligeramente, ofreciéndolo con naturalidad, como si ya se hubiera acostumbrado a la idea de que me sujetaría de él. No se tensó ni hizo ningún comentario, simplemente continuó caminando a mi lado con su expresión habitual, su paso firme y seguro. Yo me acomodé a su ritmo con una sonrisa, sintiendo una calidez inesperada en mi pecho.

Nos dirigimos a un restaurante cercano, un pequeño lugar con una terraza de madera que daba vista al mar. El sonido de las olas rompiendo contra la costa se mezclaba con la música tranquila que sonaba de fondo.

Tomamos asiento en una mesa junto a una ventana abierta, dejando que la brisa fresca nos envolviera.

El aroma salado del mar se mezclaba con el sutil toque de especias que flotaba en el aire mientras hojeábamos el menú. Shadow sostenía el suyo con una mano, su mirada escaneando las opciones con su característica seriedad.

Me mordí el labio para contener una sonrisa.

—¿Qué vas a pedir? —pregunté, apoyando un codo sobre la mesa.

—Algo simple —respondió sin apartar la vista del menú.

Rodé los ojos con diversión.

—Shadow, estamos en un restaurante costero. No puedes pedir algo aburrido. Tienes que probar algo especial.

Levantó la vista y arqueó una ceja con leve escepticismo.

—¿Cómo qué?

Sonreí y señalé un platillo en la carta.

—Como esto. Mariscos frescos con salsa de cítricos y hierbas. Suena delicioso.

Shadow miró la descripción con el ceño levemente fruncido, como si estuviera evaluando si confiar en mi recomendación. Finalmente, cerró el menú y lo dejó sobre la mesa.

—Está bien. Lo pediré.

Mi sonrisa se amplió. Mientras repasaba el resto del menú, mis ojos se iluminaron con una nueva idea.

—Oh, también tienen batidos.

Shadow levantó la vista de inmediato.

—¿De qué sabores?

Recorrí la lista con la mirada.

—Fresa, mango, caramelo, moka, chocolate...

—Moka —dijo sin dudar, su respuesta tan rápida y firme que no pude evitar parpadear.

No pude evitar que una sonrisa divertida se formará en mis labios.

El mesero llegó y tomamos nuestra orden. Además del platillo que había elegido para él, pedí un pescado en salsa de hongos para mí, una ensalada de frutas y un par de batidos: moka para Shadow y fresa para mí.

Cuando el mesero se retiró, entrelacé los dedos sobre la mesa y fijé la mirada en Shadow con una sonrisa juguetona.

—Así que... ¿qué opinas de nuestra cita hasta ahora?

Shadow parpadeó. Su expresión seguía impasible, pero noté cómo su postura se tensó apenas perceptiblemente.

—Esta es mi primera cita —dijo con naturalidad— así que no tengo mucha referencia.

Lo miré, sorprendida, antes de soltar una pequeña risa.

—Bueno, entonces estamos iguales. También es mi primera cita.

Shadow inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, su mirada volviéndose inquisitiva.

—¿Y qué eran entonces todas esas veces que saliste con Sonic?

Abrí la boca para responder, pero me detuve. Fruncí el ceño, reflexionando. Nunca me habían hecho esa pregunta de manera tan directa.

—Supongo que... no podría llamarlas precisamente citas. —Cruzando los brazos, desvié la mirada, sintiéndome algo avergonzada— Eran más como... salidas.

Shadow asintió lentamente, como si estuviera analizando mi respuesta.

—Entonces esto es diferente.

Lo miré de nuevo y, sin poder evitarlo, sonreí con suavidad.

—Sí. Esto es diferente.

La comida llegó poco después, y nos enfocamos en comer. Probé un poco del platillo de Shadow y confirmé que era tan delicioso como sonaba. Le ofrecí un bocado del mío y, aunque dudó, terminó aceptando.

La conversación fluía de manera tranquila. No hablamos de trabajo, ni de misiones, ni de responsabilidades. Solo de cosas simples. El mercado, la comida, recuerdos de la infancia... Cosas normales que, por un momento, nos hicieron sentir como dos Mobians sin preocupaciones.

Quizá por eso la culpa se hizo más pesada en mi pecho. Había algo en mi mente durante estas últimas dos semanas, como un susurro insistente en mi conciencia que no me dejaba en paz. Ahora, en medio de aquella calma inusual, no podía seguir guardándolo.

—Shadow... —dije con cautela, sintiendo un nudo formarse en mi garganta—.Tengo algo que confesar.

Shadow se tensó al instante. Sus ojos se entrecerraron con alerta, como si estuviera preparándose para una revelación catastrófica.

—¿Qué cosa? —preguntó con voz firme.

Jugueteé con mis dedos, sintiéndome un poco más nerviosa.

—La verdad... me metí en tu habitación sin permiso. —Bajé la cabeza rápidamente en señal de disculpa— ¡Lo siento! Honestamente no quería hacerlo, pero Rouge insistió... Aun así, sé que no fue correcto. Espero que puedas perdonarme...

Esperé su respuesta con el corazón latiéndome en los oídos. Sin embargo, Shadow no parecía particularmente sorprendido. En lugar de eso, se relajó y volvió a su expresión habitual.

—Eso ya lo sabía.

Parpadeé, desconcertada.

—¿Lo sabías...?

Recordé de inmediato las cámaras en su departamento. Claro... Seguramente lo había visto todo.

Shadow tomó un sorbo de su batido antes de añadir con calma:

—Tu olor se quedó impregnado en mi escritorio.

Sonreí nerviosa, sintiéndome aún más avergonzada.

—Realmente tienes un buen olfato...

Shadow simplemente encogió los hombros.

—Y no tienes que disculparte tanto, Rose. Todo fue obra de Rouge. Yo siempre cierro la puerta de mi habitación cuando no estoy. Seguramente forzó la cerradura y plantó su joyero en mi escritorio a propósito.

Fruncí el ceño, ladeando la cabeza.

—¿Por qué haría algo así?

Shadow suspiró y miró hacia la ventana con una expresión exasperada.

—Ya quisiera saber yo qué ocurre en la cabeza de esa murciélago.

No pude evitar reírme. Había algo en la forma en que lo dijo que me hizo gracia. Shadow simplemente la había aceptado como un caos inevitable en su vida.

Sin embargo, él no rió conmigo. Permaneció en silencio por un momento, la mirada aún fija en la ventana, como si estuviera debatiendo algo en su mente. Finalmente, después de unos segundos, volvió a mirarme.

Esta vez su voz fue más baja.

—Seguramente... lo viste, ¿no?

Mi sonrisa se desvaneció un poco. Sabía exactamente a qué se refería.

La fotografía.

Tragué saliva y asentí despacio.

—Sí... la vi.

Mi voz salió más suave de lo que esperaba.

—¿Desde cuándo la tienes enmarcada? —pregunté con curiosidad.

Shadow desvió la mirada, inclinando ligeramente la cabeza hacia abajo, como si estuviera decidiendo qué decir.

—Desde hace casi tres años... —murmuró al final— Era la única fotografía que tengo de nosotros juntos.

Abrí los ojos con sorpresa.

—¿Casi tres años...?

Shadow no respondió de inmediato, pero pude notar un leve sonrojo aparecer en su rostro.

El peso de sus palabras cayó sobre mí como una ola repentina. No era solo el hecho de que la había guardado, sino el tiempo que llevaba haciéndolo. Casi tres años.

Mi corazón latía con fuerza, la pregunta se formó en mi mente antes de que pudiera detenerla.

—Shadow... —dije con un hilo de voz, observándolo con detenimiento— ¿Eso significa que... desde entonces... tú...?

Él alzó la vista de inmediato.

No necesitaba terminar la pregunta. Shadow entendió perfectamente lo que quería decir.

Sus ojos rojos se fijaron en los míos con una intensidad que me dejó sin aliento. Por un instante, el silencio entre nosotros se volvió espeso, cargado de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.

Lo vi tensar la mandíbula, como si estuviera debatiéndose entre decir algo o callarlo para siempre.

—​¿Recuerdas aquella vez que te desmayaste durante la fiesta de cumpleaños de Prower? —preguntó Shadow con voz serena.

Una punzada de vergüenza me recorrió el cuerpo. Pensé para mis adentros: ¿Por qué todo el mundo recuerda eso? Suspiré y asentí, recordando aquel día con cierta incomodidad.

—Sí, lo recuerdo. —Hice una pausa antes de añadir— La noche anterior habíamos estado hasta tarde resolviendo papeles en la oficina y no pude dormir bien. —Mi voz sonó cansada solo de recordarlo. Aquella época había sido agotadora.

Shadow permaneció en silencio por un momento antes de continuar, su tono de voz tornándose casi melancólico:

—Cuando Rouge y yo llegamos a la fiesta, estabas acostada en uno de los sillones, completamente dormida. Fue extraño... —dijo Shadow, su tono sereno pero con un dejo de curiosidad— El idiota azul mencionó que te habías quedado dormida de pie.

Sentí mis mejillas arder de vergüenza. No era la primera vez que escuchaba esa historia, pero algo en su voz me hizo prestar más atención.

—No entendía por qué... —prosiguió, desviando la mirada por un instante— pero me senté en el sillón de enfrente y me quedé ahí, haciéndote compañía toda la noche.

Mi respiración se detuvo por un segundo. Nadie me había contado esa parte. Sabía que me había desmayado por el agotamiento, pero jamás imaginé que Shadow se quedó a mi lado.

—Me quedé solo mirándote... Estaba... preocupado por ti.

Mi pecho se encogió. Su tono era más bajo, casi como si hablara consigo mismo.

—La Amy Rose que siempre había sido enérgica, alegre y llena de vida... ahora estaba completamente agotada, dormida en la propia fiesta que organizó. Y tu olor... —hizo una pausa breve antes de continuar— Siempre has tenido un aroma dulce y reconfortante, pero esa noche... olías amargo.

Mi corazón dio un vuelco. Había algo en su voz, en la forma en que lo decía, que hizo que una burbuja de emociones creciera en mi interior. Shadow bajó la mirada por un instante antes de continuar:

—Desde entonces, no pude sacarte de mi mente. No podía dejar de preguntarme si habías dormido lo suficiente, si habías comido bien, si el trabajo te estaba presionando demasiado... si estabas bien. —Se cruzó de brazos, como si se sintiera frustrado consigo mismo — Nunca hemos sido exactamente amigos cercanos, y no sabía cómo hablarte del tema. Pero aun así, no podía dejar de preocuparme... No podía evitar pensar en cómo ayudarte.

Hizo una pausa y me miró directamente a los ojos antes de soltar la confesión:

—Así que decidí enviarte paquetes anónimos a la oficina.

Abrí los ojos con sorpresa. Mi boca se entreabrió ligeramente, mientras una revelación caía sobre mí como un balde de agua.

—Así que... ¿tú eras el misterioso ciudadano agradecido? —murmuré, sintiendo un torbellino de emociones dentro de mí.

Aún recordaba esos tiempos trabajando en la administración de los proyectos de reconstrucción. Los nuevos líderes habían cambiado muchas políticas, complicando aún más nuestro trabajo. Pero entonces, un lunes cualquiera, había llegado a la oficina una enorme caja llena de snacks, bebidas con electrolitos y, lo más sorprendente, un hermoso ramo de rosas rosadas. Cada paquete siempre venía con una pequeña carta con un mensaje alentador.

Esos paquetes fueron un rayo de luz en medio del caos. Cada lunes, mis compañeros y yo esperábamos con ansias el siguiente, preguntándonos qué vendría esta vez.

Una sonrisa cálida se formó en mi rostro mientras sentía mi corazón latir con fuerza.

—Oh, Shadow... —dije suavemente, sintiendo un calor reconfortante en mi pecho— No sabes cuánto significaron esos paquetes para nosotros. Nos alegraban el día, de verdad. Nos dieron la motivación para seguir adelante en tiempos difíciles. Muchas gracias...

Observé cómo la expresión de Shadow se suavizaba. Por un momento, vi algo que rara vez se mostraba en su rostro: orgullo. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios y un leve sonrojo tiñó sus mejillas.

Pero antes de que pudiera decir algo más, solté una pequeña risa y sacudí la cabeza.

—Es una lástima que esos paquetes causaran tanta discordia en el edificio...

La expresión de Shadow cambió al instante. Sus cejas se fruncieron y su mirada se volvió más severa.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó con voz firme.

Me rasqué la nuca con un poco de incomodidad.

—Bueno... Como éramos el único departamento recibiendo esos paquetes, los demás empezaron a ponerse celosos. Decían que ellos también trabajaban duro por la nación y que también merecían ser recompensados. Al principio, eran solo comentarios aquí y allá... pero luego comenzaron los robos.

La expresión de Shadow se oscureció aún más. Podía sentir la tensión en su cuerpo.

—Los otros departamentos empezaron a robarnos los paquetes antes de que llegaran a nuestra oficina. Tuvimos que presentar quejas en Recursos Mobianos porque esos paquetes eran para nuestro equipo. Pero al final, los de arriba decidieron que los paquetes estaban causando demasiados problemas. Así que establecieron una nueva regla: cada lunes, cuando llegara el paquete, se dividiría equitativamente entre todos los departamentos. Los snacks y bebidas se repartirían, y las flores irían a la recepción.

El aire a nuestro alrededor se volvió más pesado. Pude ver la mandíbula de Shadow apretarse, sus ojos brillando con una furia contenida.

—Esos paquetes... —murmuró con la voz baja y peligrosa— eran para ti.

Sentí un pequeño escalofrío recorrer mi espalda. Apreté mis manos sobre mi regazo, sin saber qué decir.

Shadow inhaló profundamente, tratando de calmarse, pero era evidente que la indignación hervía dentro de él.

—No importa —dijo finalmente, con voz más controlada— Pero al menos... —me miró de reojo— Me alegra saber que te hicieron feliz mientras duraron.

Sonreí con suavidad y asentí.

—Lo hicieron, Shadow. Lo hicieron más de lo que puedes imaginar.

Él bajó la mirada por un instante, como si intentara ordenar sus pensamientos. Su postura se relajó apenas, pero la intensidad en su expresión permanecía intacta.

—Después de que renunciaste, te veías mucho mejor... más feliz, con más energía. —Su voz bajó un poco, casi como si estuviera admitiendo algo en contra de su voluntad— Tu olor había vuelto a la normalidad, y pensé que, por fin, podría dejar de preocuparme por ti.

Mi pecho se apretó al escuchar eso.

—Pero... —continuó, con una leve tensión en la mandíbula— no dejé de preocuparme. No podía dejar de pensar en ti... y no entendía por qué.

Bajó la mirada por un instante, como si intentara ordenar sus pensamientos antes de seguir.

—Y entonces... cuando organizaste esa fiesta de San Valentín al año siguiente y repartiste regalos a todos... —Su tono se tornó más denso, como si esas memorias aún lo inquietaran— Tu olor... ya no solo era reconfortante.

Su mirada regresó a mí, y mi respiración se agitó.

—Era atractivo —confesó, en voz baja— De una forma que todavía no logro comprender.

Un estremecimiento recorrió mi piel, tan sutil como inesperado. Sentí mis mejillas arder de golpe.

San Valentín… así lo llamaban los humanos. Pero para nosotros, para los mobianos, tenía otro nombre: El Festival de Unión. Una época en que nuestros cuerpos liberaban feromonas para encontrar pareja. 

Y Shadow se sintió atraído por mi olor. Y yo ni me habia percatado del suyo, al estar tan enfocada en Sonic.

—Me di cuenta de sentimientos que no entendía... —continuó, con el ceño fruncido— de lo molesto que me sentía cada vez que te veía al lado de ese idiota, de la ansiedad que sentía al no poder verte en bastante tiempo... Como si, por momentos, estuviera sufriendo de abstinencia.

Mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho.

—Y esa noche... cuando te besé... —su voz descendió a un murmullo, grave, intenso— fue como si todo lo que había estado reprimiendo finalmente explotara.

El silencio se volvió espeso, sofocante. Shadow me sostuvo la mirada, con una intensidad que hacía imposible apartarme. Parecía escudriñar cada rincón de mis pensamientos, buscando una respuesta, una señal. Cuando volvió a hablar, su voz, aunque baja, resonó con una firmeza inquebrantable.

—Si no te incomoda mi presencia, ni mis sentimientos, ni mi tacto... —hizo una pausa, como si eligiera sus palabras con sumo cuidado— No quiero que lo nuestro sea solo una amistad. Quiero algo más.

Sentí cómo mi pecho se apretaba ante la intensidad de su mirada. Estaba tan seguro, tan firme en sus palabras, pero había una vulnerabilidad latente que no podía ignorar. Algo dentro de mí se removió, y mi corazón latió más rápido. No podía apartar la vista de él, y fue entonces cuando su expresión cambió un poco, algo más suave, pero aún decidida.

Shadow respiró hondo. Cuando volvió a hablar, su voz era más baja, más íntima. Parecía que estaba por mostrarme una parte muy suya, algo que no compartía con cualquiera.

—No juego con estas cosas, Rose.

Por un segundo, todo a nuestro alrededor pareció desvanecerse. Solo estábamos nosotros dos, en este restaurante, con esa tensión palpable entre nosotros, algo que ya no podíamos ignorar.

Lo miré fijamente. Sentí la sangre ardiéndome en las mejillas, pero mis palabras salieron claras, fuertes, llenas de verdad:

—Esto tampoco es un juego para mí, Shadow. No pienso volver a perder el tiempo con alguien que no valore mis sentimientos. Así que si no vas a tomártelo en serio… es mejor que dejemos esto aquí. Que finjamos que nunca pasó nada.

Nos miramos fijamente, nuestras miradas entrelazadas en un desafío silencioso. Nadie hablaba, pero todo estaba en el aire, como si el futuro de todo lo que estábamos construyendo dependiera de ese instante.

Y entonces, él habló. Su voz era más suave ahora, pero no menos decidida. Y su pregunta no era ligera; era una promesa disfrazada de palabras.

—¿Entonces estamos de acuerdo? ¿Tú y yo... como pareja?

Mi corazón dio un vuelco. No lo dudé.

—Tú y yo. Novios. Oficialmente.

El peso de nuestra promesa quedó suspendido entre nosotros. Nos mantuvimos así, en una batalla silenciosa de miradas... hasta que, de repente, no pude evitar soltar una risa.

La situación era tan seria, tan intensa, que resultaba casi graciosa. Shadow me miró con incredulidad por un segundo, pero entonces, sus labios se curvaron apenas, y una risa baja y contenida escapó de él también, y por un momento, el peso de la conversación se disolvió.

Y entonces, sin necesidad de palabras, nuestras manos se encontraron sobre la mesa. A través de los guantes, sentí la presión firme pero cuidadosa de sus dedos entrelazándose con los míos.

Al salir del restaurante, el aire fresco del atardecer nos envolvió. Sosteniendo nuestras compras, caminamos juntos hacia el muelle, donde el sol teñía el cielo de tonos anaranjados y rosados que se reflejaban en el mar.

El sonido de las olas y el canto distante de las gaviotas nos acompañaban mientras la brisa marina acariciaba mi rostro. Al llegar al final del muelle, me dejé llevar por la tranquilidad del momento. Sin pensarlo, apoyé la cabeza en el hombro de Shadow, sintiendo su calidez.

—Me gustaría hacer esto otra vez —dije, rompiendo el silencio con suavidad— Siempre estoy libre después de las dos de la tarde, y los fines de semana tengo todo el día disponible.

Shadow inclinó levemente la cabeza, como sopesando mis palabras.

—Mi horario es complicado. A veces no sé cuándo estaré disponible... y habrá momentos en los que estaré fuera por mucho tiempo.

Lo comprendía. Su trabajo en Neo G.U.N. no le daba el lujo de planificar con anticipación.

—Eso está bien —respondí, intentando ocultar la pequeña punzada de decepción— Solo... me gustaría que me mandaras mensajes de vez en cuando.

—¿Por qué?

Bajé la mirada, sintiendo un ligero rubor en mis mejillas.

—Estas últimas dos semanas sin saber nada de ti me pusieron ansiosa.

Shadow guardó silencio por un momento, y pude sentir la tensión en sus músculos mientras consideraba mis palabras.

—Lo siento. No estoy acostumbrado a este tipo de relaciones.

Su honestidad me tomó por sorpresa, pero lo que dijo después me hizo sonreír aún más.

—Trataré de ser más comunicativo.

Levanté la cabeza para mirarlo, encontrando sus ojos carmesí fijos en el horizonte, pero con una suavidad que rara vez mostraba. En ese instante, supe que, aunque el camino con él podría ser incierto y lleno de desafíos, valdría la pena cada momento compartido.

El sol finalmente se ocultó bajo la línea del horizonte, dejando tras de sí un cielo estrellado que comenzaba a desplegarse. Nos quedamos allí un rato más, disfrutando de la compañía mutua y del silencio cómodo que solo dos almas conectadas pueden compartir.

 

Chapter 9: Gone in 60 seconds

Chapter Text

Con las manos cargadas de bolsas y el eco del bullicio del mercado aún resonando en el aire, nos alejamos de los últimos puestos y tomamos el camino de regreso al estacionamiento. El lugar estaba casi desierto, con solo unas pocas farolas parpadeando débilmente, proyectando sombras largas y fragmentadas sobre el pavimento agrietado. La quietud de la noche envolvía el vecindario, pero algo en el aire se sentía fuera de lugar, como una advertencia silenciosa.

Al llegar al sitio donde debería estar la motocicleta de Shadow, el vacío me golpeó como un puñetazo en el estómago.

—¿Dónde está la moto?! —exclamé, soltando el brazo de Shadow y avanzando apresurada hacia el espacio vacío, como si al acercarme pudiera hacerla aparecer por arte de magia.

Mis ojos recorrieron frenéticamente el lugar. Tal vez nos habíamos equivocado, tal vez la habíamos dejado en otra fila... pero no. Lo recordaba bien. Sabía exactamente dónde la habíamos estacionado.

—Estaba aquí, ¿verdad? —me giré hacia Shadow, la urgencia reflejada en mi voz.

Él avanzó con pasos firmes, pero serenos, sus ojos carmesí escaneando la escena con una calma inquietante. Su mandíbula se tensó apenas, pero su voz sonó inquebrantable cuando habló.

—Aquí fue donde la dejé.

Mi respiración se aceleró.

—¡¿Nos la robaron?!

Shadow no respondió de inmediato. En lugar de eso, miró alrededor una vez más, evaluando cada detalle con precisión milimétrica. La tenue luz de las farolas reflejaba en sus púas negras y rojas mientras analizaba la situación.

Finalmente, asintió con la cabeza.

—Eso parece.

Lo miré boquiabierta.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

Él no se inmutó. Sin perder el tiempo, sacó su celular y comenzó a manipularlo con precisión. Sus dedos se movieron con rapidez y determinación, como si ya hubiera anticipado este escenario.

Me acerqué, mis pasos resonando contra el pavimento mientras intentaba asomarme a la pantalla.

—Está en movimiento —anunció finalmente.

Fruncí el ceño.

—¿Qué?

En la pantalla aparecía un mapa digital con un punto rojo desplazándose lentamente por las calles.

—Se dirigen hacia el este... —dije con incredulidad.

—Mi motocicleta tiene un rastreador. No la están conduciendo, lo más probable es que la hayan subido a un camión.

Su tono permanecía estable, pero la forma en que su mirada se endureció me dejó claro que esto no iba a quedar así.

El enojo comenzó a hervir en mi interior.

¿Quién demonios tenía las agallas de robarle la moto a Shadow the Hedgehog en un lugar público?

—Tenemos que ir tras ellos —dije, con el fuego de la determinación ardiendo en mis ojos.

Shadow alzó una ceja, como si mi reacción no lo sorprendiera en lo más mínimo.

—Eso es obvio.

Sin perder un segundo, me arrebató las bolsas de las compras y, de alguna manera, acomodó todo en sus brazos sin esfuerzo aparente. Luego me extendió su celular.

—Tú serás la navegante.

Antes de que pudiera reaccionar, sentí su brazo rodeando mi cintura con firmeza y, en un abrir y cerrar de ojos, mis pies se despegaron del suelo.

—¡Whoa! —exclamé, instintivamente aferrándome a su cuello con un brazo mientras sostenía el celular con la otra mano.

Un segundo después, Shadow activó sus Air Shoes y nos impulsó hacia adelante, deslizándose con una precisión letal a lo largo de la carretera.

La velocidad con la que se movía era sobrecogedora, una ráfaga oscura cortando la noche con agilidad sobrenatural. El viento golpeaba mi rostro con fuerza, el frío nocturno se enroscó a mi piel como un aviso de lo que estaba por venir.

Apreté el celular en mi mano y miré la pantalla con atención.

—Siguen moviéndose hacia el este... —dije, elevando la voz para superar el rugido del viento— Se están acercando a la zona de almacenes, por los muelles de Station Square.

Shadow no respondió. Solo apretó la mandíbula y aceleró.

Mi corazón latía con fuerza. Cada segundo que pasaba nos acercaba más a esos ladrones.

No sabía quiénes eran ni qué intención tenían, pero una cosa era segura: no se iban a salir con la suya.

Los muelles estaban envueltos en una penumbra inquietante. Solo unas pocas farolas parpadeaban, proyectando sombras alargadas sobre el asfalto y las enormes estructuras de metal que conformaban los almacenes. El aire olía a mar y a óxido, mezclado con el eco distante del agua chocando contra los muelles de madera.

Shadow y yo avanzábamos con cautela, siguiendo el punto rojo en la pantalla de su celular. Sostenía su mano con firmeza, el silencio espeso del lugar me hacía sentir como si algo pudiera saltarnos encima en cualquier momento.

Finalmente, nos detuvimos frente al almacén 32. Era una estructura imponente, con una enorme puerta metálica cerrada, una más pequeña y unas pocas ventanas altas que apenas dejaban filtrar algo de luz de la ciudad.

Shadow permaneció en silencio por un momento, su mirada fija en las ventanas altas del almacén. Sin previo aviso, flexionó las piernas y saltó con agilidad, aferrándose sin esfuerzo a la estructura de metal que bordeaba la parte superior del edificio. Se inclinó con cautela, sus ojos escaneando el interior.

Lo observé desde abajo, mi pulso acelerándose con la anticipación. La espera se me hizo eterna, pero finalmente, Shadow descendió con un salto silencioso, aterrizando a mi lado con la misma facilidad con la que había subido.

—¿Qué viste? —pregunté de inmediato, incapaz de contener mi urgencia.

—Es una operación de robo de vehículos —respondió en tono grave— Hay al menos seis Mobians dentro, y mi motocicleta está en medio de todo. La están inspeccionando. Si nos tardamos más, podrían desarmarla.

Fruncí el ceño, cruzándome de brazos.

—Podríamos hacer esto fácil. Un Chaos Control, tomamos la moto y nos vamos.

Shadow negó con la cabeza.

—No es posible. No traje la Emeralda Chaos hoy.

Parpadeé, sorprendida.

—¿Por qué no?

Shadow suspiró con irritación, desviando la mirada.

—Rouge la quería tener un rato. Dijo que le debía un favor. Además, se suponía que hoy solo íbamos a ir a una cita.

Rodé los ojos.

—Genial. ¿Y ahora qué hacemos?

—Entramos a la fuerza y los noqueamos a todos —respondió Shadow con naturalidad.

—¿Es seguro? —pregunté, arqueando una ceja— ¿No podrían rayar la moto en medio de la pelea?

Shadow se quedó pensativo unos segundos, su mirada afilada analizando el almacén en silencio.

—Creemos una distracción —dijo Shadow—.Si llamamos su atención, algunos saldrán y reduciremos el número de criminales dentro del almacén. Podemos intentar abrir la puerta desde adentro y salir con mi motocicleta.

—Hagamos eso —dije, mientras convocaba mi martillo entre mi mano, sintiendo su peso después de tanto tiempo— Hay una grúa por allá, podría golpearla lo suficiente fuerte para llamar su atención.

—Tú encárgate de eso, yo estaré vigilando la entrada.

—Déjame esconder las bolsas primero —murmuré, buscando un lugar discreto para resguardar nuestras compras.

Una vez que todo estuvo asegurado, apreté el mango de mi martillo Piko Piko con determinación y me acerqué sigilosamente a la grúa. La enorme estructura de acero oxidado se alzaba sobre nosotros como un gigante dormido, con cables colgando enredados y su base cubierta de manchas de aceite.

Respiré hondo. No podía fallar.

Con un movimiento fluido, levanté el martillo por encima de mi cabeza y lo descargué con toda mi fuerza contra la base de la grúa. El impacto resonó como un trueno metálico, vibrando en el aire y rompiendo el silencio sepulcral del muelle. Me apresuré a esconderme junto a Shadow detrás de una pila de cajas de madera, conteniendo la respiración mientras esperábamos.

No tardaron en aparecer. La puerta pequeña del almacén se abrió de golpe y tres figuras emergieron, alertadas por el estruendo.

El primero era un tejón de pelaje gris oscuro, robusto y con varias cicatrices en los brazos. Vestía un chaleco de mezclilla sin mangas y su voz grave resonó con irritación:

—¿Qué demonios fue eso?

El segundo, un lagarto de escamas verdes, delgado y con una chaqueta de cuero negra, se ajustó sus gafas de sol con un gesto confiado y esbozó una sonrisa ladeada.

—¿Acaso fue un trueno o nos está cayendo la poli encima? —bromeó con sarcasmo.

El tercero, un chacal marrón con una cicatriz en el hocico y una bufanda roja, se cruzó de brazos, mirando en dirección al ruido con expresión pensativa.

—No creo que sea la policía... Pero mejor asegurémonos —dijo con voz firme.

Los tres comenzaron a avanzar lentamente en dirección a la grúa, sus miradas escaneando la oscuridad con cautela. Shadow y yo intercambiamos una mirada.

Era nuestra oportunidad.

Guardé mi martillo rápidamente y antes de que pudiera reaccionar, Shadow me tomó con firmeza entre sus brazos y, con un impulso poderoso, saltó hacia la ventana superior del almacén. La brisa nocturna golpeó mi rostro por un instante antes de que aterrizáramos con precisión en el estrecho borde de la ventana entreabierta.

Nos agachamos, inspeccionando el interior con atención.

El almacén era un vasto espacio industrial, con techos altos sostenidos por vigas de metal grueso y oxidadas. Lámparas colgantes parpadeaban de vez en cuando, proyectando sombras irregulares sobre los pasillos de vehículos robados. Estanterías repletas de cajas y repuestos de automóviles se alineaban contra las paredes, algunas con etiquetas de fábrica aún intactas. El aire estaba impregnado del fuerte olor a gasolina, aceite quemado y metal caliente.

Pero lo más importante estaba justo frente a nosotros.

Entre las filas de autos, tres figuras rodeaban la motocicleta de Shadow. La imponente máquina negra destacaba entre los demás vehículos como una joya oscura y letal. Su chasis reluciente reflejaba la luz tenue del almacén.

Uno de los criminales, un zorro rojo de complexión delgada, con orejas puntiagudas y una camisa holgada cubierta de manchas de aceite, pasaba una mano enguantada por la superficie de la moto con una mezcla de interés y codicia.

—Vaya belleza... —murmuró casi con reverencia, sus dedos recorriendo el cuerpo metálico de la motocicleta.

A su lado, un oso pardo enorme, con una chaqueta sin mangas y brazos gruesos como troncos, observaba la escena con una sonrisa relajada.

—Definitivamente un gran botín —comentó con voz profunda y gutural.

El tercero, un jabalí negro de colmillos prominentes y un tatuaje tribal en el brazo derecho, se inclinó para examinar el motor, soltando un silbido bajo de admiración.

—Nunca había visto una máquina así en este lugar. Seguro vale una fortuna —dijo con una risa ronca.

Desde nuestra posición en la ventana, observé cómo analizaban la motocicleta con avidez. A mi lado, Shadow permanecía inmóvil, su mirada fija en su vehículo y en los criminales que lo rodeaban. Su cuerpo irradiaba tensión, cada músculo listo para la acción. No necesitaba verlo para saber que estaba furioso.

Pero Shadow no actuaba impulsivamente. Estaba calculando, esperando el momento exacto para atacar.

—Este es el plan —susurró, su voz baja pero firme— Yo llamo la atención de esos tres y los alejo de mi motocicleta. Mientras los distraigo, tú vas hacia la puerta y la abres con el panel de control.

Asentí.

Sin perder tiempo, Shadow me sujetó con firmeza y descendió con sus Air Shoes hasta tocar el suelo sin hacer el menor ruido. Apenas mis pies rozaron la superficie, me guió con suavidad detrás de una pila de cajas, asegurándose de que estuviera fuera de la línea de visión.

Luego, sin dudarlo, avanzó con pasos seguros, su postura relajada pero lista para atacar en cualquier momento.

De repente, su pierna se movió en un arco rápido y certero, propinando una patada seca a un par de cajas cercanas.

El estruendo rasgó el silencio del almacén, reverberando entre las paredes de metal y madera vieja.

Los tres criminales, sorprendidos, se giraron de inmediato, sus cuerpos tensándose ante la repentina interrupción

—¿Pero qué...? —El zorro frunció el ceño, alzando una llave inglesa como si fuera un arma.

—No puede ser... —El oso dejó escapar una risa baja y grave— Shadow the Hedgehog en persona. Esto se puso interesante.

—¿Y a qué debemos el honor? —El jabalí entrecerró los ojos, evaluándolo con cautela antes de soltar una risita seca—No me digas... ¿esto es por la moto?"

Shadow no respondió de inmediato. Dio un par de pasos al frente, con la postura relajada pero peligrosa. Su mirada afilada escaneó a los tres criminales antes de soltar una breve exhalación.

—Voy a darles una oportunidad —dijo con tono gélido— Aléjense de mi motocicleta y salgan de aquí por su cuenta.

Hubo un breve silencio antes de que los tres intercambiaran miradas. Luego, estallaron en carcajadas.

—¿Nos estás echando? —El zorro sonrió con burla, girando la llave inglesa en su mano— Eres rápido, lo sabemos, pero somos más.

—Y tenemos refuerzos —añadió el oso, tronándose los nudillos.

Shadow exhaló lentamente, su mirada aún más afilada.

—Entonces, que así sea.

Sin previo aviso, se impulsó hacia adelante.

No me quedé a ver la pelea. Aprovechando la distracción, me deslicé entre las sombras hasta llegar al panel de control. El gran botón rojo resaltaba en el tablero. Lo presioné con rapidez.

El estruendo metálico de las compuertas resonó en el almacén mientras comenzaban a abrirse, dejando entrar una ráfaga de aire fresco desde el exterior. Me giré, pero el sonido se detuvo de golpe. Un chasquido eléctrico siguió inmediatamente después, y el mecanismo de la puerta cambió de dirección, cerrándose otra vez con un rechinido metálico.

—¿Qué demonios...? —fruncí el ceño y golpeé el botón rojo del panel de control con fuerza.

La puerta volvió a subir, pero solo por un par de segundos antes de cerrarse nuevamente. Una y otra vez. Esto no era una falla del sistema.

—¡¿Qué está pasando, Rose?! —la voz de Shadow se elevó por encima del sonido de los golpes y el caos de la pelea al otro lado del almacén.

Lo vi esquivar un puñetazo del jabalí, al mismo tiempo que bloqueaba con el antebrazo un ataque del oso.

—¡No lo sé! ¡Las puertas solo se cierran! —le respondí, presionando el botón una y otra vez, sin éxito.

Entre las sombras, a un costado del almacén, una figura se alzaba con aire despreocupado. Una serpiente de escamas doradas, con ojos afilados y una sonrisa burlona, me observaba con diversión.

En su mano sostenía un pequeño control remoto.

—Tú... —murmuré, comprendiendo al instante lo que ocurría.

Ella estaba manipulando la puerta.

—No tengo tiempo para esto... —apreté los dientes, sintiendo una punzada de frustración.

Convocando mi martillo Piko Piko en una ráfaga de luz, lo sostuve con firmeza y avancé un paso, apuntándola con él.

—¡Dame ese control! —exigí con voz firme.

La serpiente soltó una risa seca, jugueteando con el control remoto entre sus dedos.

—Ja. ¡Ya quisieras, estúpida!

No esperé a escuchar más. Me lanzé al ataque, balanceando mi martillo en un amplio arco, lista para aplastarla de un solo golpe.

Pero era rápida. Se deslizó hacia atrás con movimientos fluidos, esquivando mi golpe con facilidad. El martillo golpeó el suelo con un estruendo ensordecedor, haciendo temblar el concreto. La serpiente dio un respingo, claramente asustada por la fuerza bruta del impacto

—¡Tsk! ¡Maldición! —chistó, retrocediendo instintivamente— ¡Oigan, idiotas! ¡Necesito apoyo aquí!

Pero no había nadie para ayudarla.

Sus compañeros estaban ocupados lidiando con Shadow. El zorro atacó primero con su llave inglesa, pero Shadow esquivó con un leve movimiento antes de hundirle el puño en el estómago, dejándolo sin aire. El jabalí intentó embestirlo, pero Shadow saltó ágilmente sobre él y lo derribó con una patada certera en la nuca.

El oso, confiando en su fuerza, trató de atraparlo, pero Shadow desapareció en un destello rojo y negro, reapareciendo detrás de él para golpearle la rodilla, haciéndolo tambalear. Sus movimientos eran calculados, implacables. No peleaba contra ellos, los estaba desmantelando pieza por pieza.

Y mientras tanto, yo tenía mis propios problemas.

La serpiente seguía esquivando mis ataques con una facilidad insultante. Cada vez que intentaba alcanzarla, se deslizaba fuera de mi alcance, burlándose de mí con esa sonrisa venenosa.

—¿De qué te sirve esa fuerza bruta si no puedes darme? —se mofó, girando alrededor de mí con movimientos calculados.

Apreté los dientes, frustrada. Estaba perdiendo tiempo, y lo sabía.

En lugar de seguir persiguiéndola, cambié de estrategia. Fingí un ataque directo con mi martillo, pero en el último segundo, solté el arma y la lancé con toda mi fuerza hacia una pila de cajas con herramientas.

El impacto fue devastador.

Las cajas se rompieron con un estruendo, y un alud de herramientas cayó sobre la serpiente. Llaves inglesas, destornilladores, tuercas y pernos la golpearon, haciéndola soltar un chillido mientras se retorcía bajo el peso del metal.

—¡Gah! ¡Maldita sea! —se quejó, luchando por salir de entre los escombros.

Aproveché el momento y corrí hacia ella, arrebatándole el control remoto de su mano.

Con un clic, el sonido metálico de las compuertas abriéndose llenó el almacén.

—¡Shadow! ¡Ya lo abrí! —grité, dándome la vuelta para recuperar mi martillo.

Mientras lo estaba buscando entre los escombros, escuché voces provenientes de la entrada.

—¡Miren nada más! —dijo una voz burlona y grave.

Al levantar la vista, vi tres figuras cruzando la puerta que se abría lentamente. Un chacal con bufanda roja, un tejón musculoso de pelaje gris oscuro y un lagarto de escamas verdes con gafas de sol.

Maldición.

Estos tres habían estado afuera, investigando el ruido que había causado con la grúa. Pero ahora que las compuertas estaban abiertas, habían visto la escena: su compañera atrapada bajo las herramientas, Shadow peleando con sus otros aliados... y yo, sola, en la entrada.

Sentí la adrenalina dispararse en mi cuerpo.

El lagarto fue el primero en hablar, inclinando la cabeza con una sonrisa ladeada.

—Vaya, vaya... ¿y qué tenemos aquí? —su tono goteaba burla— ¿Una ratoncita curiosa en nuestra guarida?

El tejón, el líder del grupo, avanzó un paso, cruzando los brazos sobre su pecho.

—No me gusta cuando la gente mete las narices donde no debe —dijo con voz grave, su mirada clavada en mí como un ancla.

—Quizás deberíamos darle una lección. —El lagarto dejó escapar una risa baja— Algo que no olvide.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Sin mi martillo en las manos, las cosas se complicaban. Pero no iba a dejarme intimidar.

Tomé una posición defensiva, recordando todo lo que Knuckles me había enseñado.

El tejón fue el primero en atacar, su puño cortando el aire en dirección a mi rostro. Me incliné a un lado en el último segundo, sintiendo el golpe rozar mi mejilla. Antes de que pudiera recuperarse, lancé un gancho a su estómago, haciéndolo doblarse con un gruñido de dolor.

—Uno menos. Dos más —murmuré, mis sentidos encendidos, cada fibra de mi ser preparada para la siguiente amenaza.

Pero los otros dos ya estaban en movimiento.

El lagarto no me dio respiro, moviéndose rápido para acorralarme. Intercepté su ataque con un jab al mentón, seguido de un directo al rostro que lo derribó.

—Dos menos —susurré entre jadeos, pero en ese momento cometí un error.

No vi venir al tercero.

Apenas tuve tiempo de procesarlo cuando el chacal apareció de la nada. Su puño impactó mi mejilla con una fuerza brutal.

El dolor explotó en mi cráneo como un trueno. Mi cabeza se sacudió con violencia y un destello blanco cubrió mi visión. El mundo entero se tambaleó a mi alrededor. Sentí un zumbido agudo en mis oídos, una sensación de lejanía que me hizo perder la noción del espacio.

Traté de recuperar el equilibrio, pero mis piernas se doblaron por un instante. Cuando mi visión volvió a enfocarse, los tres ya me rodeaban. Sus miradas brillaban con una mezcla de burla y satisfacción, como depredadores que finalmente han arrinconado a su presa.

Pero antes de que pudieran atacarme de nuevo, un rugido estremecedor sacudió el almacén.

Un grito de terror siguió de inmediato.

Giré la cabeza justo a tiempo para ver a Shadow, su figura imponente y oscura recortada contra la luz tenue, lanzando al oso pardo con tal fuerza que su enorme cuerpo salió disparado. Se estrelló contra el trío de atacantes, tumbándolos al suelo en una maraña de extremidades y gruñidos adoloridos.

—¡Vamos, Rose! —la voz de Shadow resonó, firme y llena de urgencia.

Mi corazón latía con fuerza contra mi pecho cuando salté entre los escombros, buscando desesperadamente mi martillo. Lo recogí con un suspiro de alivio y corrí hacia Shadow.

Ya estaba montado en su motocicleta, esperándome.

Sin perder un segundo, salté detrás de él y me sujeté con fuerza. La adrenalina aún zumbaba en mis venas, mis manos temblaban contra su chaqueta. Pero justo cuando pensaba que estábamos a salvo, un destello metálico llamó mi atención.

El estómago se me hundió al ver al zorro rojo del grupo levantando un arma y apuntándonos directamente. Su rostro estaba bañado en sudor, su respiración agitada, sus ojos brillando con desesperación.

Shadow ni siquiera se inmutó.

Con un movimiento fluido, sacó su propia pistola de su chaqueta y la apuntó directamente al criminal. No hubo titubeos. No hubo dudas.

Todo se volvió tenso, sofocante. El aire pareció espesarse entre nosotros.

El zorro tragó saliva. Vi su dedo temblar en el gatillo.

—Hazlo —dijo Shadow, su voz baja, letal— Pero asegúrate de que aciertes.

Los ojos del zorro reflejaron duda. En un acto de lucha interna, su respiración se aceleró. Y entonces, con una maldición ahogada, bajó el arma.

Shadow no perdió ni un segundo más. Guardó la pistola, giró la llave y aceleró la moto.

El rugido del motor ahogó cualquier otro sonido cuando salimos disparados del almacén, dejando atrás a los criminales y la tensión que casi nos había atrapado.

Pero antes de alejarnos demasiado, me incliné y le di un par de golpes en el hombro.

—¡Detente, detente!

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó con exasperación.

—¡Mis bolsas!

Shadow apretó la mandíbula con frustración, pero frenó en seco.

Salté de la moto, recogí mis bolsas de compras de su escondite entre las cajas y volvi a subir con una sonrisa inocente.

—Ya podemos irnos.

Shadow solo resopló con evidente molestia, aceleró de nuevo y nos alejamos a toda velocidad hacia el centro de la ciudad.

Las luces de Station Square destellaban con mayor intensidad a medida que nos adentrábamos en el bullicioso centro de la ciudad. Los rascacielos reflejaban el resplandor de los anuncios luminosos, mientras las calles vibraban con la vida nocturna. Finalmente, tras reducir la velocidad, Shadow maniobró con precisión y estacionó la motocicleta frente a una farmacia, dejando que el rugido del motor se extinguiera en la brisa nocturna.

Nos bajamos de la motocicleta y antes de que me diera cuenta Shadow ya estaba inclinándose hacia mí, su mirada fija en mi rostro con el ceño fruncido. Antes de que pudiera decir una palabra, sentí su mano sujetar mi mentón con una suavidad que contrastaba con su expresión tensa.

—¿Shadow? —pregunté, parpadeando.

No me respondió de inmediato. Solo frunció más el ceño y pasó los dedos por mi mejilla con cuidado. Una punzada de dolor me hizo darme cuenta de lo que estaba viendo.

—¿Estás bien? —su voz sonaba más grave de lo habitual, casi como si estuviera molesto. No conmigo, sino con la situación.

—¿Eh? Sí, claro, estoy bien —respondí, confusa. Pero entonces vi la sombra en su rostro y la preocupación en su mirada. Algo andaba mal.

Metí la mano en mi cangurera y saqué un pequeño espejo compacto. Lo abrí y revisé mi reflejo bajo la luz de la calle.

—Oh... —dejé escapar un pequeño suspiro. Una mancha violácea comenzaba a formarse en mi mejilla. Un golpe más fuerte de lo que pensé. Genial, voy a tener un ojo morado.

Shadow apartó la vista por un momento, exhalando pesadamente.

—No debiste salir lastimada —murmuró con el ceño fruncido.

—Shadow, estoy bien —insistí, cerrando el compacto y guardándolo otra vez— He pasado por cosas peores peleando contra Eggman. Esto no es nada.

—Eso es diferente —replicó él enseguida, su mandíbula apretada. — Hoy era nuestra primera cita y terminaste herida.

—¡Mira el lado positivo! Salimos en moto, compramos en el mercado, comimos rico... —fingí contar con los dedos— Y no voy a mentir, después de tanto tiempo fue emocionante envolverme en una pelea de nuevo.

Shadow soltó un suspiro y negó con la cabeza, pero la comisura de sus labios se curvó en una diminuta sonrisa.

—No tienes remedio, Rose.

—Lo sé —reí suavemente.

Por un momento, se quedó mirándome en silencio.

—Quédate aquí. Vuelvo en un momento —dijo, dandose la vuelta.

Vi a Shadow cruzar la puerta automática y adentrarse en la farmacia. A través del vidrio, pude distinguir su silueta acercándose al mostrador. Parecía estar hablando con el dependiente, aunque desde mi posición no podía escuchar lo que decía. Después de un momento, salió con una pequeña bolsa en la mano y caminó de regreso a la motocicleta con su usual determinación.

Sin decir palabra, abrió el compartimiento lateral, sacó mi casco y me lo dio. Lo tomé sin protestar, sintiendo cómo sus dedos rozaban los míos brevemente. Luego, guardó la bolsa de la farmacia junto con las compras que habíamos hecho en el mercado y cerró el compartimiento con un movimiento preciso.

—Póntelo —ordenó, señalando el casco.

Rodé los ojos con una sonrisa, pero obedecí. Shadow no arrancaba la moto hasta que estuviera bien asegurada, y después de todo lo que había pasado esta noche, lo último que quería era discutir por eso.

Una vez listos, Shadow encendió la moto y arrancamos de nuevo.

El camino de regreso fue más tranquilo. La adrenalina se disipaba poco a poco, y el viento fresco de la noche era un alivio contra el calor de la pelea y la emoción del momento. Sentí mis párpados pesados, el cansancio comenzando a apoderarse de mí, pero me obligué a mantenerme despierta.

Cuando finalmente llegamos a mi casa, Shadow aparcó la moto frente a la entrada y apagó el motor. Me quité el casco con un suspiro y me bajé, estirándome un poco. Shadow, por su parte, sacó las bolsas del compartimiento con la misma eficiencia de siempre.

—Déjame abrir —dije, sacando las llaves de mi cangurera y caminando hacia la puerta.

Encendí la luz apenas entré, sintiendo el reconfortante aroma a hogar envolviéndome. Shadow entró detrás de mí y cerró la puerta con un leve clic antes de dirigirse a la mesita de centro. Dejó las bolsas con un movimiento controlado y, sin perder tiempo, se volvió hacia mí.

—Siéntate —indicó, señalando el sillón.

Levanté una ceja.

—¿Desde cuándo das órdenes en mi casa?

Shadow cruzó los brazos y me miró con esa expresión neutral que significaba que no iba a discutir.

—Siéntate, Rose.

Bufé, pero no insistí. Me dejé caer en el sillón con un suspiro. Shadow se arrodilló frente a mí, abriendo la bolsa de la farmacia y colocando su contenido sobre la mesita. Algodón, alcohol, una pomada y unas gasas.

—Eso parece un kit de primeros auxilios bastante serio para un simple ojo morado —comenté con una sonrisa.

—No quiero que se inflame más —respondió sin levantar la vista mientras abría el frasco de alcohol.

—Eres muy exagerado.

—Y tú muy imprudente.

No tuve tiempo de replicar. Shadow empapó un algodón con alcohol y lo acercó a mi mejilla. El escozor me hizo fruncir el ceño, pero no me moví. Él trabajaba con movimientos cuidadosos pero firmes.

Por un momento, todo estuvo en silencio. Solo el sonido del algodón deslizándose sobre mi piel y la respiración mesurada de Shadow llenaban la habitación.

—¿Duele? —preguntó en voz baja.

Negué con la cabeza.

—Solo un poco.

No dijo nada, pero su mano se detuvo por un instante sobre mi mejilla. No en un gesto clínico, sino... algo diferente. Sus ojos oscuros me observaron de cerca, y de repente, el ambiente se sintió más denso.

Mi corazón dio un leve brinco, pero antes de que pudiera procesarlo, Shadow desvió la mirada y guardó el frasco de alcohol.

—Terminé —dijo, sacando la pomada— Ponte esto antes de dormir.

Me la tendió y la tomé con una sonrisa.

—Gracias, doctor Shadow.

Rodó los ojos, pero no dijo nada.

Me recosté un poco en el sillón, observándolo con una pequeña sonrisa mientras él recogía los restos del vendaje.

—¿Quieres algo de tomar?

Shadow suspiró suavemente y me miró con su expresión seria de siempre.

—¿Tienes granos de café?

—Sí... pronto prenderé la cafetera —dije mientras me levantaba del sillón, pero su siguiente respuesta me detuvo.

—No es necesario. Solo dame los granos en una taza. Y una cuchara.

Me quedé en silencio por un momento, tratando de entender si hablaba en serio. Por la expresión tranquila en su rostro, definitivamente lo hacía.

—O-okay... —murmuré, aún algo confundida, pero fui a la cocina de todos modos.

Tomé una taza, saqué el frasco de granos de café y los serví como si fueran cereal. Luego puse la cuchara dentro y regresé con Shadow, que ahora se había sentado en una de las sillas del desayunador. 

—Aquí tienes... —se lo pasé, observándolo con curiosidad.

Sin decir nada, tomó la cuchara y recogió un puñado de granos de café, llevándoselos a la boca. Los mordió con total naturalidad, el crujido resonando en la habitación.

—¿No es muy crujiente ? —pregunté, incapaz de ocultar mi sorpresa.

Shadow apenas levantó la vista de su taza y respondió con total calma:

—Me gusta lo crujiente.

Sonreí, divertida y genuinamente feliz por la pequeña revelación.

Shadow notó mi expresión y arqueó una ceja.

—¿Qué es tan gracioso?

Negué con la cabeza, aún con la sonrisa en los labios.

—Nada. Solo... me hace feliz aprender cosas sobre ti. Sobre lo que te gusta.

Lo observé mientras tomaba otra cucharada de granos de café, mordiéndolos con gusto.

—He aprendido que comes prácticamente cualquier cosa mientras sepa bien... pero en cuestión de textura, prefieres lo crujiente. —Apoyé una mano en la mesa y continué, pensativa— También me he dado cuenta de que te gusta el café... y el chocolate.

Bajé la mirada, sintiéndome un poco avergonzada.

—Te he conocido por años, pero hasta ahora estoy aprendiendo estas cosas sobre ti...

Shadow se detuvo por un momento y dejó la cuchara en la taza.

—Como dije antes, nunca fuimos amigos cercanos.

Levanté la vista y le sonreí con suavidad.

—Pero ahora somos algo diferente. Algo más íntimo. Somos una pareja.

Shadow, que acababa de llevarse otra cucharada a la boca, se atragantó casi de inmediato. Tosió un par de veces y se llevó el puño a la boca, su rostro volviéndose visiblemente rojo.

—¿Por qué te sorprendes? —reí suavemente— Fuiste tú quien empezó todo esto.

Shadow me miró, aún con un leve sonrojo, y desvió la mirada.

—Igual... todavía no se siente real para mí.

Mi sonrisa se suavizó.

—Para mí tampoco... —admití en voz baja— Pero estamos aquí, y es real.

—Sí —murmuró al final— Es real.

Pasamos un buen rato hablando juntos, disfrutando de la compañía mutua en la tranquila calidez de la cocina. Shadow seguía comiendo los granos de café con total naturalidad, mientras yo lo miraba con una mezcla de diversión y ternura. Poco a poco, el cansancio de la noche comenzaba a pesar sobre nosotros, y eventualmente, él se levantó de su asiento.

—Es hora de irme —dijo con su tono habitual, firme pero sin dureza.

Me puse de pie también y lo acompañé hasta la puerta, queriendo prolongar un poco más el momento.

—Mándame un mensaje apenas llegues a tu apartamento, ¿sí? —le pedí, mirándolo con seriedad.

Shadow asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Entendido. —Luego, su mirada se suavizó apenas— Pero tú también. Llámame mañana y dime cómo te sientes... cómo está tu ojo.

Sonreí.

—Lo haré.

Pero antes de que pudiera abrir la puerta, noté cómo su atención se desviaba hacia la mesa cercana. Sus ojos se habían detenido en la fotografía enmarcada, la foto de nosotros en el último concierto de Hot Honey.

Observé en silencio cómo sus labios se curvaban en una leve sonrisa. Luego, Shadow me miró y, sin decir una palabra, se acercó con un movimiento tranquilo. Su mano se levantó y, con una suavidad inesperada, rozó mi mentón, inclinándolo ligeramente hacia arriba.

Antes de que pudiera reaccionar, sus labios tocaron los míos en un beso breve, suave, casi efímero... pero que logró encender un fuego inmediato en mis mejillas.

—Sos adorable —murmuró con una voz baja y satisfecha, como si acabara de descubrir un pequeño secreto.

Mi cara se volvió completamente roja. Sentí el calor subirme hasta las orejas mientras lo veía dar un paso atrás con su expresión imperturbable, como si él no acabara de desatar un huracán en mi pecho.

Shadow abrió la puerta y salió al frío de la noche. Se dirigió a su motocicleta y, antes de montarse, me dirigió una última mirada. Con un gesto casi casual, levantó una mano en despedida.

Respondí de inmediato, alzando la mía con una sonrisa nerviosa, observándolo encender su motocicleta. El rugido del motor rompió la calma de la calle y, en cuestión de segundos, Shadow desapareció de mi vista.

Me quedé allí, inmóvil en la puerta, con la mano aún alzada y el corazón latiéndome con fuerza.

Lentamente, llevé los dedos a mis labios, sintiendo todavía el eco de su beso.

Definitivamente, esto ya no tenía vuelta atrás.

 

Chapter 10: Promesa

Chapter Text

La luz matutina entró suavemente por la ventana, filtrándose a través de las cortinas y acariciando mi rostro con su calidez. Fruncí el ceño, revolviéndome entre las sábanas antes de abrir lentamente los ojos. Me sentía adormilada, envuelta en la pereza de una mañana tardía.

Giré hacia la mesita de noche y tomé mi celular. La pantalla iluminada mostraba la hora: 11:00 a. m.

—Vaya... sí que dormí bastante.

Un ligero ardor en mi mejilla me recordó la pelea de la noche anterior. Me llevé los dedos con cuidado al rostro y rocé la piel hinchada con un suspiro. Aún podía sentir la sensibilidad en el área del golpe, pero al menos ya no dolía tanto. Me incorporé lentamente, estirando los brazos mientras un bostezo escapaba de mis labios.

Desbloqueé el celular y busqué el contacto de Shadow. Le había prometido llamarlo para avisarle cómo me encontraba. Presioné el botón de llamada y llevé el teléfono a mi oído mientras me ponía de pie. Caminé hacia el espejo de cuerpo completo en mi habitación y examiné mi reflejo. Mi ojo morado no se veía tan mal como esperaba; la hinchazón había bajado, aunque seguía notándose la marca violácea.

—Rose.

Su voz grave y directa me sacó una sonrisa automática.

—¡Shadow! Buenos días.

De fondo se escuchaban voces distantes, jadeos y el sonido rítmico de pisadas sobre pavimento. Fruncí el ceño.

—¿Te llamé en mal momento?

—No, tranquila. —Su tono sonaba neutral, pero percibí un leve matiz de cansancio—. ¿Cómo estás?

Volví a mirarme en el espejo, pasando los dedos por la piel sensible bajo mi ojo.

—Estoy bien, mi ojo no luce tan mal, gracias a ti. —Le sonreí a mi reflejo, aunque él no podía verlo—. Pero no sé qué le diré a Vanilla y a Cream... Tendré que inventarme una buena excusa.

—Un momento.

Se escuchó un leve ruido de estática antes de que su voz se alejara del teléfono.

—¡¿ESO LLAMAN CORRER?! ¡MUEVAN ESAS PIERNAS!

Tuve que apartar el celular de mi oído ante el estruendo de su voz. Una sonrisa divertida se formó en mis labios. 

—¿A quién le estabas gritando? —pregunté con curiosidad.

—A un grupo de inútiles. —Su tono sonaba seco, casi divertido. —Tenemos entrenamiento matutino.

Me dejé caer en el borde de mi cama , soltando una lijera risa debido a la manera que se refiera a sus agentes.

—Lamento de nuevo que resultaras lastimada —dijo Shadow, su tono tenía un matiz de arrepentimiento que no solía expresar tan fácilmente.

Me mordí el labio.

—Shadow, no tienes por qué disculparte. No fue tu culpa. Fui descuidada. —Suspiré—. Hemos tenido un par de meses de paz, ya casi estaba olvidando lo que era estar en constante peligro.

—No hemos visto señal de Eggman en meses —comentó Shadow.

—Seguramente estará en alguna guarida secreta planeando su próximo plan... o por fin decidió dejarnos en paz.

—Eso no lo sabremos hasta que de alguna señal de vida. 

—Por cierto... ¿qué va a pasar con los criminales de anoche? ¿Le avisaste a la policía?

Hubo un breve silencio en la línea. Apenas podía escuchar su respiración entre el ruido de fondo.

—Ya los atrapamos —respondió finalmente, con la misma tranquilidad con la que alguien anunciaría el pronóstico del clima.

Parpadeé, sorprendida.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Después de despedirme de ti anoche, fui tras ellos —contestó con naturalidad, como si fuera lo más obvio del mundo— Durante la pelea, coloqué un rastreador en uno de los tipos. Así que lo seguí hasta su escondite.

Me enderecé, ahora completamente atenta.

—¿Fuiste tú solo?

—Sí. —Noté un leve matiz de orgullo en su voz—. Se habían refugiado en otra guarida para tratar sus heridas. Fue fácil atraparlos.

Me quedé boquiabierta, sin saber si sentirme impresionada o exasperada.

—Shadow... ¿quieres decir que después de todo lo que pasó, en lugar de descansar, saliste a cazar criminales?

—Dormir es una pérdida de tiempo cuando hay trabajo por hacer —respondió con su habitual indiferencia.

Suspiré, frotándome la sien con la mano libre.

—No tienes remedio... Pero me alegra que los atraparan.

—Los tenemos bajo custodia en Neo G.U.N. Ahora enfrentarán cargos por robo, vandalismo y resistencia a la autoridad.

Pese a la seriedad del tema, no pude evitar sonreír.

—¿Y tú eras la autoridad?

Shadow soltó un resoplido, casi como una risa breve.

—Hicieron bien en resistirse. Así la cacería fue más interesante.

Me dejé caer de espaldas en la cama, aliviada.

—Eso es un alivio. Pensé que tal vez vendrían a buscarnos para vengarse.

—Eso nunca lo permitiría —dijo Shadow, con una firmeza inquebrantable en su tono.

Sus palabras enviaron un cálido escalofrío por mi espalda. No había duda en su voz, ni un ápice de exageración. Shadow hablaba con la certeza de alguien que haría lo imposible por cumplir su promesa.

Me quedé en silencio por un momento, sintiendo cómo mi corazón latía un poco más rápido.

—Gracias, Shadow —susurré con suavidad.

Él no respondió enseguida. Pero cuando lo hizo, su voz sonó más baja, más cercana.

—Siempre.

De fondo, las voces de los soldados en entrenamiento se hicieron más nítidas, captando mi atención.

—¿Con quién está hablando el Comandante?

—Ni idea, pero debe ser importante para contestar en medio del entrenamiento.

—Debe ser su novia.

Mis orejas se crisparon levemente.

—¿Qué? Jajaja, ¿de qué estás hablando, Axel? ¿El Comandante con novia?

—Te lo digo, se le nota en la mirada. Además, la misión pasada estaba todo melancólico. Lo reconozco. Así me siento cuando paso mucho tiempo sin ver a mis esposas.

—Aún no puedo creer que te casaras otra vez. Te odio.

—No es mi culpa que seas tan idiota que no puedas tener ni una cita exitosa, Travis.

—Eres un idiota, Travis.

—¡No tienen que decirlo dos veces!

Mi rostro empezó a arder. Me tapé la boca con la mano, como si eso evitara que Shadow notara lo avergonzada que estaba.

—¡DEJEN DE PERDER EL TIEMPO HABLANDO! —La voz de Shadow resonó con un tono autoritario que no dejaba espacio a protestas.

Se escucharon pisadas apresuradas, seguidas por un silencio tenso en la línea.

—Lamento eso, Rose. —Su tono volvió a ser el de siempre, aunque detecté un ligero matiz de fastidio.

Me aclaré la garganta, tratando de calmar el repentino nerviosismo que se apoderó de mí.

—Tranquilo, Shadow. —Bajé la voz instintivamente. —Te hablo después, cuando estés menos ocupado.

Él tardó un par de segundos en responder.

—Está bien. —Hizo una breve pausa. —Cuídate, Rose.

Una pequeña sonrisa se formó en mis labios.

—Tú también.

Colgué y solté un suspiro, llevando una mano a mi pecho.

"Debe ser su novia."

Las palabras de aquel soldado seguían resonando en mi cabeza, haciendo que mi corazón latiera un poco más rápido. Sostuve el teléfono en mis manos, mirando la pantalla de contacto. Pude leer su nombre, y lo dije en voz baja, una, otra y otra vez, saboreando cada sílaba como si con solo pronunciarlo pudiera sentirlo más cerca. 

Toqué el botón de editar, mis dedos temblaban apenas, como si estuviera haciendo algo demasiado importante para apresurarme. Me detuve en su nombre. Solo su nombre. Simple, directo, sin adornos.

Inspiré hondo y, con un par de toques, añadí un pequeño corazón al final.

Shadow ❤

No pude evitar sonreír, sintiendo un rubor subir por mi rostro al verlo en pantalla. Algo tan mínimo, tan tonto... y sin embargo, mi corazón latía con una extraña ligereza. "Puedo hacer algo más", pensé, queriendo aprovechar este pequeño arrebato de felicidad.

Fui a la configuración y cambié su tono de llamada. "Letting Go" de Hot Honey. La canción que él cantó conmigo en el concierto.

En cuanto la melodía sonó como prueba, mi rostro ardió. Me dejé caer de espaldas sobre la cama, sosteniendo el celular con fuerza contra mi pecho, mis piernas sacudiéndose de pura emoción. No me había sentido así en años. No con esta intensidad. No con esta certeza.

Después de unos minutos en los que simplemente floté en mi propia burbuja de felicidad, decidí levantarme e ir al baño. Un buen baño caliente, con sales y perfumes aromáticos, sonaba como la mejor forma de relajarme. Hoy me iba a consentir. Iba a desayunar panqueques con miel, prepararme una buena limonada y pasar toda la tarde viendo películas.

Y así lo hice.

Me acurruqué en el sofá con una manta ligera, viendo una comedia romántica mientras disfrutaba de un gran vaso de té helado con limón. Algo sin demasiadas complicaciones, perfecto para relajarme después del caos de la noche anterior.

En la pantalla, la protagonista y su interés amoroso discutían bajo la lluvia, empapados, mirándose con una mezcla de frustración y anhelo.

—¡¿Por qué sigues alejándome?! —gritó ella, su cabello pegado a su rostro.

El protagonista bajó la mirada, sus puños apretados.

—Porque si no lo hago... —se interrumpió y alzó la vista, su expresión era pura desesperación—. Si no lo hago, sé que no podré dejarte ir nunca.

El silencio se prolongó un segundo antes de que la chica diera un paso adelante y lo tomara del rostro.

—Entonces no lo hagas.

Mis labios se entreabrieron y mi corazón dio un pequeño brinco. Me mordí la punta del dedo, sintiendo mis mejillas arder mientras los veía besarse bajo la lluvia.

—Ugh, qué cursi... —susurré con una sonrisa, pero no aparté la vista.

Y justo cuando el protagonista estaba por declarar su amor en voz alta, un golpe en la puerta me hizo dar un pequeño brinco.

—¿Eh?

Me senté con rapidez, parpadeando sorprendida. No esperaba visitas. Vanilla y Cream estaban fuera, y Rouge jamás tocaría la puerta. Ella simplemente entraría sin anunciarse.

Me levanté, dejando la manta caer sobre el sofá, y caminé hacia la entrada con curiosidad.

Al abrir la puerta, me encontré con un repartidor sujetando un enorme ramo de rosas rosadas.

—¿Amy Rose? —preguntó el repartidor, verificando una tarjeta en su mano.

—Sí, soy yo.

—Paquete para usted.

No podía apartar la vista de las flores. Eran preciosas, frescas, con pétalos de un tono rosado perfecto y hojas verdes vibrantes. Un aroma dulce y delicado flotaba en el aire. Mi corazón dio un pequeño vuelco en mi pecho mientras extendía las manos para recibirlas.

—Gracias... —musité, sintiendo el peso del ramo en mis brazos.

El repartidor asintió y se marchó con profesionalismo, dejándome allí, de pie en la puerta, sosteniendo las flores como si fueran un tesoro frágil.

Busqué entre los pétalos la tarjeta y, al leerla, mi sonrisa se amplió.

"Esta vez son solo para ti. -S"

Llevé las flores a mi rostro y aspiré su aroma con los ojos cerrados.

—Eres un idiota romántico, Shadow...

Mi pecho se llenó de una calidez reconfortante mientras buscaba un jarrón, llenándolo con agua antes de acomodar las rosas con cuidado. Las coloqué sobre la mesita en la entrada, justo al lado de la fotografía enmarcada de nosotros en el concierto.

Me quedé allí unos instantes, observando la imagen y las flores una junto a la otra.

"Debería tomarme más fotos con Shadow..."

La idea me hizo reír. No sería fácil lograr que sonriera para una foto, pero... sería un reto divertido.

Aún con esa sonrisa tonta en el rostro, volví al sofá y me acurruqué bajo la manta otra vez.

Mi mente divagaba entre la pantalla y los recuerdos del día anterior. Shadow y yo caminando por el mercado, el sonido del bullicio a nuestro alrededor, su mirada seria cuando escogía algo para comprar, la forma en que se relajaba, aunque fuera solo un poco, a mi lado.

Y luego, claro, la pelea por la motocicleta.

Instintivamente, llevé los dedos al moretón de mi ojo y solté un suspiro. No era la primera vez que terminaba con un golpe por meterme en problemas, pero esta vez...

Me giré hacia la mesa de la entrada. Las flores estaban allí, frescas, vibrantes, una prueba silenciosa de que Shadow era mucho más dulce de lo que dejaba ver.

Sonreí sin darme cuenta y volví mi atención a la película. La noche avanzó entre luces de la pantalla y pensamientos dispersos, hasta que el sueño me ganó por completo.

Pero la mañana siguiente llegó con un recordatorio incómodo.

El moretón se veía peor.

Me mordí el labio al verme en el espejo del baño. La hinchazón había bajado un poco gracias a la crema de Shadow, pero el color oscuro seguía ahí, imposible de ignorar.

No tenía ganas de maquillarme, y aunque lo intentara, sabía que no serviría de mucho. Suspiré, resignada, y me preparé para salir hacia la cafetería.

Como había temido, apenas Vanilla entró a la cocina, su expresión cambió en un instante.

—¡Amy! —exclamó, acercándose con una mezcla de sorpresa y preocupación— ¿Qué te pasó en el ojo?

Me quedé quieta por un segundo. No había forma de evitar esto.

—Ah... —intenté reír con ligereza mientras agitaba una mano— Me tropecé y me golpeé con el borde de una mesa.

Vanilla frunció el ceño, su mirada analizando cada uno de mis gestos. Se cruzó de brazos, dejando la tetera a un lado.

—¿El borde de una mesa?

—Sí... fue una tontería. Ni siquiera me di cuenta hasta después.

No me creyó. Lo supe porque me dio una mirada de esas que una madre le da a su hijo cuando sabe que está mintiendo, pero no insistió.

—Si te duele, dime, tengo una pomada para los golpes.

—Estoy bien, de verdad —respondí rápidamente.

Creí que la conversación terminaría ahí, pero me equivoqué.

Un rato después, escuché la voz de Cream.

—¡Buenos días! —saludó con su dulzura habitual.

Cream se adentró a la cocina, con Cheese flotando a su lado. Desde el terremoto, no lo volvía a dejar solo en casa, y el pequeño Chao revoloteaba cerca de ella, como si también estuviera atento a cualquier peligro. Pero cuando sus ojos se posaron en mí, su expresión cambió.

Vi con claridad el momento exacto en que sus orejas se bajaron un poco, sus ojos se abrieron más de la cuenta y su ceño se frunció. Incluso Cheese dejó escapar un suave "Chao..." preocupado, acercándose más a Cream.

—¿Amy? —su voz sonó más seria de lo normal— ¿Qué te pasó?

Tragué saliva.

—Me tropecé y me golpeé con una mesa —repetí, con la misma sonrisa nerviosa.

Cream me miró fijamente. Me miró de verdad, como si intentara leer más allá de mis palabras. Sus pequeñas manos se apretaron en puños, mientras Cheese se aferraba a su brazo, mirándome con la misma inquietud que ella.

—Amy...

Hubo un peso en su voz, un tono que me hizo sentir incómoda.

—Me estás ocultando cosas, ¿verdad?

Abrí la boca, pero no supe qué decir.

—No soy una niña —continuó, y sentí un pequeño golpe en el pecho al escuchar su tono— Sé que me sigues viendo así, pero no lo soy. No tienes que esconderme lo que está pasando. Somos mejores amigas, ¿recuerdas?

Mi garganta se cerró y bajé la mirada.

La culpa se acumuló en mi pecho como una piedra pesada. Me había pasado tanto tiempo protegiéndola, tratándola como la niña que solía ser, que no me había dado cuenta de cuánto había crecido.

Ella tenía razón. Le había ocultado tantas cosas estas últimas semanas.

Suspiré y, con voz baja, admití:

—Lo sé... Tienes razón, Cream.

Ella no dijo nada, solo me miró con paciencia, esperando que siguiera hablando. Cheese ladeó la cabeza y se posó sobre su hombro, mirándome con una curiosidad silenciosa.

—Te contaré todo después del trabajo, ¿de acuerdo?

Cream me observó por un momento más antes de asentir.

—De acuerdo.

Cheese aplaudió suavemente con sus manitas, como si diera su aprobación, pero aún se veía algo preocupado.

Pero el día no terminó ahí.

A lo largo de mi turno en la cafetería, los clientes notaban el moretón y venía la misma pregunta, una y otra vez.

—¿Te golpeaste? —¿Estás bien? —¿Qué te pasó?

Y una y otra vez, repetí la misma mentira.

—Me tropecé y me golpeé con una mesa.

Algunos aceptaban la respuesta sin más. Otros me miraban con sospecha, pero al final no insistían. Después de la décima vez, sentí que iba a volverme loca.

Cuando mi turno terminó, sentí un alivio inmenso al quitarme el delantal. Salí de la cafetería y Cream ya me estaba esperando en la puerta con Cheese a su lado. El pequeño Chao flotaba en el aire, girando sobre sí mismo como si intentara aliviar la tensión en el ambiente.

—Vamos a la heladería de la esquina —dijo suavemente— Quiero que me cuentes todo.

El sol de la tarde bañaba la calle con un brillo dorado, el aire era cálido y las risas de niños jugando se escuchaban a lo lejos. Pero yo sentía un nudo en el estómago.

Era momento de ser sincera.

La heladería estaba tranquila, con el sonido tenue de cucharas chocando contra los vasos de vidrio y las risas ocasionales de niños disfrutando sus postres. El aire estaba impregnado del dulce aroma del azúcar y la vainilla. Pedimos nuestros helados—yo elegí fresa con trozos de chocolate, y Cream optó por su clásico vainilla con caramelo—y nos dirigimos a una mesa junto a la ventana.

Cheese flotaba cerca de Cream, observando con curiosidad los postres antes de dar una pequeña vuelta en el aire y posarse a su lado, emitiendo un suave "Chao~" de satisfacción.

Me senté, removiendo el helado con la cucharilla sin realmente prestarle atención. Sentía el peso de la conversación que estaba por venir. Después de un par de bocados, Cream dejó su cuchara sobre el plato y me miró con esos grandes ojos color avellana llenos de expectativa.

—Amy... ahora dime la verdad. ¿Qué te pasó realmente?

Suspiré, bajando la mirada hacia mi helado. Había esperado esta pregunta desde que salimos de la cafetería. Jugar con la cucharilla ya no iba a distraerme de la inevitable conversación.

—Me metí en una pelea —admití en voz baja.

Cream parpadeó, confundida. Cheese, que flotaba a su lado, inclinó la cabeza con una expresión curiosa.

—¿Pelea?

Asentí lentamente, sintiendo la vergüenza y el orgullo mezclándose en mi pecho.

—Le robaron la motocicleta a Shadow... y lo ayudé a recuperarla. Terminamos enfrentándonos a un grupo de criminales, y bueno... uno de ellos me golpeó.

Cream abrió los ojos de par en par, sorprendida. Cheese, reflejando la emoción de su amiga, agitó sus pequeñas alas y dejó escapar un "Chao!" alarmado.

—Entonces estabas ayudando al señor Shadow.

Tragué saliva, sintiendo mi garganta un poco seca. Me quedé callada por unos segundos, insegura de si debía seguir hablando. Pero... era Cream. Era mi mejor amiga. Ella merecía saberlo todo.

—Sí... y además... Shadow y yo... ahora somos pareja.

El grito que dejó escapar fue tan repentino y agudo que casi derramé mi helado. Cheese, asustado por la reacción de Cream, dio un brinco en el aire y se escondió detrás de su cabeza, asomándose con timidez. Algunos mobians en la heladería voltearon a vernos con curiosidad. Mi cara ardió de vergüenza y me incliné sobre la mesa.

—¡No tan fuerte, Cream! —susurré, tratando de calmarla.

—¡Pero Amy! —volvió a exclamar en un tono más contenido, aunque seguía emocionada— ¿Desde cuándo? ¿Cómo pasó esto?

Cheese volvió a flotar a su lado, sacudiendo sus manitas como si también quisiera saber la respuesta.

Sentí mis manos sudorosas. Había tanto que contar, y ni siquiera sabía por dónde empezar.

—Primero que nada... quiero pedirte perdón —dije con sinceridad— Te he ocultado muchas cosas últimamente. Es solo que... desde que Sonic rechazó ir conmigo al concierto, me he sentido... desanimada. Como si...

Hice una pausa, buscando las palabras adecuadas. Cheese se acercó a Cream y se apoyó en su brazo, escuchando con la misma atención que ella.

—Como si mi corazón hubiera dejado de latir por él. Y entonces... ciertas cosas llevaron a otras y Shadow terminó confesándome sus sentimientos. Y yo... yo lo acepté. Desde ayer somos una pareja oficial.

Cream me miró fijamente, procesando cada palabra. Tomó su cuchara y jugó con el helado por un momento, pensativa. Cheese giró en el aire y aterrizó suavemente sobre la mesa, observándome con sus brillantes ojos negros.

—Entonces... el señor Shadow te dijo lo que sentía... —musitó.

Su tono me hizo fruncir el ceño con curiosidad.

—¿A qué te refieres?

Cream sonrió levemente, como si estuviera guardando un pequeño secreto.

—El señor Shadow y yo hemos sido penpals desde hace tiempo. No escribe mucho, pero siempre me preguntaba cómo estabas.

Sentí mi corazón saltar un latido.

—¿Qué...? —El calor volvió a mi rostro— ¿Shadow preguntaba por mí?

Cream asintió con una sonrisa traviesa, llevándose una cucharada de helado a la boca. Cheese revoloteó alegremente a su alrededor, como si su amiga acabara de revelar un dato emocionante.

Me recargué en la silla, sintiendo un torbellino de emociones dentro de mí. No podía creerlo. Todo este tiempo... Shadow se había preocupado por mí, incluso antes de que yo lo notara. Me cubrí el rostro con una mano, tratando de calmarme, pero el rubor en mis mejillas era incontrolable.

—Amy... —Cream inclinó la cabeza— ¿Estás enamorada del señor Shadow?

Me quedé mirando mi helado derretido, revolviendo la mezcla con la cuchara sin mucho ánimo. Cheese flotó a mi lado y ladeó la cabeza, esperando mi respuesta con la misma curiosidad que Cream.

—No sé, Cream... —murmuré finalmente, dejando la cuchara a un lado—  No sé si es amor. Pero lo que siento por Shadow... es diferente. Muy diferente a todo lo que había sentido antes.

Tomé aire y exhalé lentamente, tratando de ordenar mis pensamientos.

—Con Sonic, todo fue... una persecución —admití, con una sonrisa melancólica— Pasé años corriendo detrás de un amor que nunca me correspondió. Pensaba que si me esforzaba lo suficiente, si era más fuerte, más madura... algún día él me vería como algo más que una amiga. Pero nunca pasó. Sonic me quería, pero no de la forma en la que yo lo quería a él.

Levanté la vista hacia Cream, que me escuchaba con atención. Cheese se acomodó en su cabeza, moviendo sus pequeñas manitas como si quisiera animarme a continuar.

—Siempre sentí que tenía que competir por su tiempo, por su cariño, por su atención.... Forzar momentos juntos... Y muchas veces creí que estábamos cerca de algo real, pero al final, solo me estaba engañando a mí misma.

Hice una pausa y bajé la mirada, sintiendo el calor en mis mejillas cuando pensé en Shadow.

—Pero con Shadow... es distinto —dije en voz baja— Nunca lo vi de esa manera, nunca pensé en él como alguien con quien podría estar. Era solo... Shadow. A veces un aliado, a veces un amigo lejano. Pero cuando me besó...

Me mordí el labio, reviviendo ese momento en mi mente.

—Cuando me besó... fue como una explosión —confesé, con el corazón palpitando— Como si algo en mí despertara. Algo que siempre estuvo ahí, esperando. Nunca me sentí así antes... Nunca nadie había mostrado ese tipo de interés en mí. Mucho menos alguien como él... tan fuerte, tan genial...

Me llevé una mano al pecho, intentando contener el torbellino que me agitaba por dentro.

—No puedo decir que ya estoy enamorada de Shadow. No todavía. Pero sí sé que quiero darle una oportunidad. Quiero conocerlo de una manera en la que nunca me permití hacerlo antes. Quiero ver si esto que siento cuando estoy con él, cuando me mira de esa forma tan intensa, es algo que puede crecer en mí.

Volví a mirar a Cream, sintiéndome vulnerable pero extrañamente en paz con lo que acababa de decir.

—Tal vez no tengo todas las respuestas ahora —admití— pero por primera vez en mucho tiempo, no siento que estoy persiguiendo una ilusión. Estoy viviendo algo real. Y eso me hace sentir... libre.

Cream guardó silencio por un momento, su cuchara detenida a medio camino antes de volver a sumergirla en el helado.

—Amy... —dijo con suavidad— Siempre te vi tan decidida, tan segura de tu amor por Sonic... Que honestamente pensé que lo ibas a seguir por siempre. Y te juro que a veces, me daba un poco de lástima el señor Shadow.

Tomó una cucharada de helado y la saboreó lentamente antes de seguir hablando.

—Sé que Sonic fue alejándose de ti desde hace un tiempo, y aun así nunca te rendiste. Siempre volvias a intentarlo. Pero... el amor también tiene un límite, ¿no?  Y ahora... te estás dando permiso de sentir algo nuevo. Eso es valiente, Amy. Muy valiente.

Sentí un nudo en la garganta.

—¿De verdad crees que estoy haciendo lo correcto?

Cream asintió con una dulzura que solo ella podía transmitir.

—Sí. Y creo que es algo hermoso, Amy. No importa lo que pase después, lo importante es que estás escuchando a tu corazón sin forzarlo. Estás siendo honesta contigo.

Luego sonrió con picardía y apoyó la mejilla en su mano.

—Además... el señor Shadow siempre ha sido alguien que protege lo que le importa. Si te ha elegido a ti, debe haber una razón muy especial.

El calor volvió a subir a mi rostro, y tomé mi cuchara para distraerme con el helado, sin poder ocultar una pequeña sonrisa.

—Shadow y yo... aún estamos descubriendo qué significa esto —dije, más para mí misma que para ella.

—Entonces tómenlo con calma —respondió Cream con dulzura— Pero no ignores lo que sientes, Amy. A veces, las cosas más inesperadas son las que nos hacen más felices.

Miré a Cream con una mezcla de alivio y aprecio. Hablar de esto en voz alta me había hecho sentir más ligera, pero al mismo tiempo, aún no estaba lista para que los demás lo supieran.

—Cream... —dije suavemente, jugando con la servilleta entre mis dedos— ¿Podrías no contarle a nadie sobre esto?

Ella parpadeó sorprendida, pero asintió de inmediato.

—Por supuesto, Amy. No diré nada.

Respiré hondo y le dediqué una sonrisa agradecida.

—No es que quiera ocultarlo para siempre, solo... quiero contárselo a los demás cuando yo me sienta lista.

Cream sonrió con ternura y extendió su mano, levantando su meñique.

—Te lo prometo.

Mi pecho se llenó de calidez al ver su gesto. Sonriendo, entrelacé mi meñique con el suyo, sintiendo esa confianza inquebrantable que siempre había tenido en ella. Cheese floto hacia nuestras manos, poniendo su manita sobre ellas, como prometiendo también guardar el secreto.

—Gracias, Cream.

Ella rió suavemente y, con un brillo travieso en los ojos, dijo:

—Pero cuando llegue el momento, quiero ver la cara del señor Sonic cuando se entere.

—Chao — Afirmo Cheese.

Solté una risa nerviosa, cubriéndome el rostro con una mano.

—No me hagas pensar en eso todavía...

Cream rió con suavidad, y yo no pude evitar sonreír también. A pesar de todo el torbellino de emociones que sentía, había algo reconfortante en compartir este pequeño secreto con ella.

Miré hacia la ventana de la heladería, observando cómo el sol  oculto entre los edificios en el horizonte. La luz bañaba las calles con una calidez suave, y por un instante, todo se sintió en calma. Como si el mundo entero respirara conmigo.

Suspiré y sonreí, volviendo la vista hacia Cream, quien saboreaba su helado con alegría.

—Cuando llegue el momento… sé que estaré lista —dije con una sinceridad tranquila.

Ella asintió con entusiasmo, y tomó un par de cucharadas más de su helado. Pero luego alzó la vista hacia mí, sus mejillas algo sonrojadas y una chispa traviesa en los ojos.

—Entonces… —preguntó en voz baja— ¿Se sintió como una explosión… tu primer beso?

Justo estaba llevándome una cucharada de helado a la boca y casi me atraganto. Tosí suavemente y traté de recuperar la compostura, mientras sentía el calor subir a mis mejillas.

—Yo… —murmuré, entre avergonzada y nostálgica— solo puedo decir que… sí. Se sintió así.

Cream se inclinó sobre la mesa, acercándose más, con los ojos muy abiertos de emoción.

—¡Quiero más detalles! ¿Cómo fue exactamente? ¿Dónde estaban? ¿Fue romántico? ¿Se te confesó antes? ¿Tuvieron una cita? ¡Vamos, quiero todo!

Me llevé una mano al rostro, ocultando parte de mi expresión mientras mis mejillas ardían con fuerza. Pero sonreí, no podía evitarlo.

Abrí la boca, dispuesta a hablar.

—Bueno...

Y con eso, la tarde siguió entre risas, cucharadas de helado y confidencias que solo se comparten entre amigas de verdad.

 

Chapter 11: Toma #2

Chapter Text

Los días habían pasado, y aunque Shadow intentó cumplir su promesa de ser más comunicativo, hablar con él a través de mensajes resultó ser aún más frustrante que hacerlo en persona. Sus respuestas eran cortas, directas y carentes de cualquier esfuerzo por mantener una conversación fluida. Si yo escribía un mensaje largo, él respondía con un "Bien" o "Entiendo". Si le preguntaba cómo había estado su día, la respuesta no iba más allá de un "Normal". Después de un par de intentos y mucha paciencia de mi parte, decidimos que lo mejor sería hacer videollamadas ocasionales para mantenernos en contacto sin volvernos locos en el proceso.

Así que ese mismo viernes, hicimos nuestra primera videollamada. Yo estaba acurrucada en mi sofá, tejiendo, mientras mi celular descansaba sobre el borde del sofa. En la pantalla, Shadow estaba en su habitación, sentado en su escritorio con el ceño fruncido, revisando documentos. Su expresión concentrada me resultaba tan familiar y, de alguna manera, hasta encantadora. Verlo así, con su mirada severa y el leve movimiento de sus orejas cuando algo lo desconcentraba, me hacía sonreír.

—Así que... ¿Travis arruinó otra cita? —pregunté con diversión, sin apartar la vista de mi tejido.

Shadow apenas levantó la mirada de sus papeles.

—Al parecer —respondió, su voz tan neutral como siempre—. Según lo que escuché, la chica terminó arrojándole agua.

Dejé escapar una carcajada, imaginándome la escena.

—¿Qué hizo ahora? ¿Se la pasó hablando de sus misiones otra vez?

—No. Al menos aprendió la lección de no hablar sobre información confidencial... pero tuvo que encontrar otro tema de conversación para sus "citas".

—¿Y qué dijo esta vez?

Shadow alzó ligeramente la mirada, como si estuviera recordando las palabras exactas.

—Por lo que escuché, la chica estaba muy interesada en la astrología y el tarot, como tú.

—Oh, eso suena bien —comenté con curiosidad.

—Sí, bueno... Travis le dijo, y cito: "Eso es un montón de mumbo jumbo".

Mi sonrisa se desvaneció en un instante. Fruncí el ceño y solté una exclamación indignada.

—¡Yo también le habría tirado el agua en la cara!

Shadow resopló, un sonido breve, pero lo suficiente para que supiera que estaba conteniendo una risa.

—Con esta, ya van siete que le tiran agua, trece que lo dejan solo a mitad de la cita... y dos que lo apuñalaron con un tenedor.

Me tapé la boca con la mano, intentando no reír tan fuerte, pero era imposible.

—Es un desastre —dije entre risas.

Después de compartir una carcajada juntos, cambié de tema.

—Hablando de citas... ¿Cuándo es tu próximo día libre?

En la pantalla, vi a Shadow revisar su agenda con gesto concentrado.

—El martes —respondió al fin.

—¿Quieres salir? ¿Tener nuestra segunda cita? —pregunté emocionada.

—Sí. Yo elegí la vez pasada. Ahora es tu turno.

Recordé que el viaje en moto al mercado había sido idea suya, así que ahora me tocaba a mí pensar en algo.

—Bueno, podríamos hacer tantas cosas... —murmuré, pensativa—. ¿Qué te parece una película y luego cena?

—Suena bien.

—Déjame ver la cartelera.

Dejé mi tejido a un lado y reduje la videollamada en la pantalla mientras buscaba los estrenos de la semana.

—A ver... hay una de miedo, una comedia, una animada... Oh, esta suena interesante: Cosmos X6. Se trata de una nave perdida en el espacio...

—No.

La firmeza en su tono me tomó por sorpresa.

—¿No?

—Nada, absolutamente nada relacionado con el espacio, aliens o experimentos.

Fruncí el ceño. Shadow se veía serio, incluso más que de costumbre.

—Espera... ¿son un trigger para ti?

Shadow exhaló con resignación y volvió la mirada a sus papeles.

—Rouge lo aprendió por las malas. No quiero que te pase lo mismo.

No necesitaba más explicaciones. Lo entendí de inmediato. Su pasado, todo lo que había vivido... Claro que esos temas no serían de su agrado.

—De acuerdo —respondí con comprensión.

Dejé el celular de nuevo en el sofá y tomé mi libreta de notas, la misma que había empezado a llevar conmigo. Abrí una página llena de corazones y stickers y escribí con mi bolígrafo:

"No... cosas relacionadas... con el espacio... aliens... o experimentos científicos..."

—¿Estás escribiendo eso? —preguntó Shadow con curiosidad.

Sonreí y moví la libreta hacia la cámara.

—Son mis apuntes. Me gusta escribir las cosas que aprendo de ti o sobre lo que hemos hecho. Apenas estoy empezando con esto.

Shadow entrecerró los ojos y empezó a leer en voz alta algunas de mis anotaciones:

—"Moka es su primera opción..." "Huele a lavanda..." ¡Aún no sabe usar una computadora!

Se detuvo en seco, ofendido.

—Rouge me dijo que todavía tienes problemas con ellas —expliqué, riéndome—. Por eso sigues escribiendo tus reportes a mano... como ahora mismo.

La vergüenza se formó en su rostro. Shadow apartó la mirada con fastidio y masculló:

—Solo elige la maldita película.

Mi risa apenas había empezado cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe. Antes de que pudiera reaccionar, Shadow giró el celular boca abajo, mostrándome solo una pantalla negra.

—Rouge, te he dicho que no entres sin tocar —protestó Shadow, molesto.

—No es para tanto —respondió Rouge con su tono despreocupado.

Pude oír sus pasos acercándose y la voz de Shadow protestando. De repente, la pantalla se iluminó y, para mi sorpresa, me encontré cara a cara con Rouge.

—Hola, cariño. ¿Cómo estás? ¿Te parece que este finde vayamos de compras? —dijo con una sonrisa traviesa.

—Ah... ah... sí —balbuceé, nerviosa.

—Rouge, dame eso —gruñó Shadow, arrebatándole el celular.

—Si querían ocultarlo, no debieron ser tan obvios —canturreó Rouge— Recuerda que mi oído es tan bueno como el tuyo.

—Tenías esto planeado, ¿no? —murmuró Shadow con irritación.

—Me gusta jugar de cupido —respondió Rouge con diversión.

—Solo sal de mi habitación.

—Ya me voy —dijo ella con ligereza— Bye bye, Amy. Nos vemos.

—Nos vemos —respondí, aún algo avergonzada.

Cuando la cámara volvió a su posición, vi el rostro de Shadow, completamente sonrojado. No pude evitar sonreír. Definitivamente, esto se estaba volviendo más divertido de lo que imaginé.

Ese martes por la tarde, estuve de pie frente a mi armario, indecisa sobre qué ponerme para nuestra segunda cita. Después de varios minutos de debate interno, opté por un vestido azul rey sencillo, zapatillas bajas y un suéter ligero. No quería verme demasiado arreglada, pero tampoco desaliñada. Algo cómodo, pero lindo.

Bajé las escaleras justo cuando el sonido de una motocicleta deteniéndose afuera alcanzó mis oídos. Shadow. Tan puntual como siempre. Era extraño no tener que esperar a alguien por horas. Salí de casa, cerrando la puerta detrás de mí, y caminé hacia él. Tenía mi casco en una mano, esperándome con la misma expresión impasible de siempre.

—Hola, Shadow —dije al llegar a su lado, tomando el casco y ajustándolo en mi cabeza.

Él asintió en respuesta. Sin decir una palabra, encendió la motocicleta y esperó a que subiera. Me acomodé detrás de él y, como la vez anterior, rodeé su cintura con mis brazos. Sentí su cuerpo tensarse ligeramente al contacto, pero no dijo nada. Con un rugido del motor, nos pusimos en marcha rumbo a Station Square.

Cuando llegamos al cine, Shadow estacionó la motocicleta con precisión en el área de aparcamiento. Al entrar, el cálido aroma a palomitas recién hechas me envolvió de inmediato, despertando mi apetito. Nos dirigimos a la dulcería, donde una enorme vitrina exhibía una variedad de golosinas, palomitas y bebidas de todos los tamaños y sabores.

—¿Vas a querer algo? —pregunté, escaneando el menú con interés.

Shadow cruzó los brazos, observando la vitrina con aparente desinterés.

—Lo que tú quieras.

Rodé los ojos con diversión.

—Si sigo eligiendo todo yo, parecerá que estoy saliendo sola.

Shadow soltó un leve suspiro y miró la vitrina por un segundo antes de responder.

—Palomitas.

—¡Bien! —dije satisfecha— Una grande para compartir.

Después de recoger nuestras palomitas y dos refrescos, nos dirigimos a la sala donde se proyectaría la película que había comprado con antelación. Escogí asientos en la fila del medio, donde la vista era perfecta. Las luces se atenuaron, los anuncios comenzaron y me acomodé en mi asiento con un puñado de palomitas en la mano.

Shadow, a mi lado, mantenía su postura relajada pero firme, con su expresión neutral fijada en la pantalla.

Cuando la película comenzó, me dejé llevar por la historia. Era justo lo que necesitaba: una comedia animada, ligera y divertida. Me reí varias veces y, en algunos momentos, incluso escuché a Shadow exhalar un pequeño resoplido que, para alguien más, habría pasado desapercibido, pero para mí... bueno, casi podía considerarse una risa.

En algún momento, sentí el roce sutil de nuestras manos en el apoyabrazos.

Al principio, fue apenas un toque fugaz, el borde de mi guante contra el suyo, casi imperceptible. No supe si había sido un accidente o si Shadow también lo había notado. Pero entonces, en un gesto tan sutil como intencional, sus dedos se movieron levemente, quedándose peligrosamente cerca de los míos.

Mi respiración se hizo un poco más lenta. No aparté la mano. En su lugar, deslicé mis dedos hasta que rozaron suavemente los suyos. Fue un contacto torpe, como si ambos estuviéramos tanteando los límites, probando la cercanía.

Shadow no se alejó.

El cosquilleo en mi pecho creció cuando sentí que, con una vacilación apenas perceptible, sus dedos se movían, deslizándose con más decisión sobre los míos. No me atreví a mirarlo. En cambio, sin pensar demasiado, giré mi mano hasta que mis dedos se alinearon con los suyos, encajando en ese espacio estrecho entre el apoyabrazos y su palma.

Y entonces, con una lentitud casi deliberada, sus dedos se curvaron sobre los míos.

Mi corazón dio un vuelco.

Era apenas un gesto, oculto en la penumbra del cine, cubierto por nuestros guantes, pero el significado detrás de él hizo que una oleada de calor recorriera mi pecho. Sentí la fuerza contenida en su agarre, firme pero cuidadoso, como si temiera que al hacer demasiada presión pudiera romper algo frágil e importante.

Inconscientemente, apreté un poco su mano en respuesta, entrelazando nuestros dedos con más seguridad. Fue ahí cuando no pude evitarlo más.

Lo miré.

Shadow ya me estaba mirando.

Su expresión era inescrutable, pero sus ojos, brillando tenuemente con el reflejo de la pantalla, me atraparon de inmediato. Había algo en su mirada—no solo sorpresa por mi acción, sino algo más profundo, algo que no lograba descifrar del todo.

La calidez de su mano en la mía y la intensidad de su mirada hacían que todo lo demás se sintiera lejano, como si el cine entero se hubiera desvanecido, dejándonos solo a nosotros dos en ese pequeño espacio compartido.

Pero entonces, algo cambió.

Sentí un ligero tirón en nuestra conexión cuando Shadow se movió sutilmente hacia adelante, su postura rígida como si algo lo hubiera obligado a inclinarse. Al principio no entendí qué sucedía, hasta que vi su oreja temblar con irritación y el más mínimo fruncimiento en su ceño.

Extrañada, giré la cabeza para ver qué pasaba, y ahí lo noté.

Unos asientos atrás, un joven zarigüeya reía con sus amigos, completamente ajeno a lo que ocurría a su alrededor. Su pierna rebotaba contra el respaldo del asiento de Shadow con un ritmo incesante, una y otra vez, sin la menor consideración por la persona que tenía enfrente.

En la oscuridad de la sala, intenté distinguir la expresión de Shadow. No podía ver sus rasgos con claridad, pero el brillo de sus ojos carmesí me bastó para saber que estaba molesto. Muy molesto.

Pude sentir su mano apretar la mía con más fuerza, un claro intento de contenerse y no voltear de inmediato para descuartizar al chico imprudente que lo estaba pateando.

Con cuidado, me incliné ligeramente hacia atrás y me giré un poco en mi asiento, mirando al chico zarigüeya que aún se reía con sus amigos.

Tomé una respiración tranquila antes de hablar en voz baja y amable:
—Disculpa... ¿Podrías dejar de patear el asiento, por favor?

El joven dejó de reír y me miró con algo de sorpresa, como si apenas se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Luego, echó un vistazo a Shadow, cuyo perfil aún permanecía tenso en la penumbra de la sala.

—Oh, eh... sí, claro —murmuró, alejando la pierna de inmediato.

Le sonreí con suavidad.
—Gracias.

Volví a acomodarme en mi asiento, sintiendo cómo la tensión en la mano de Shadow disminuía poco a poco. Le di un pequeño apretón, asegurándole en silencio que todo estaba bien.

Por unos minutos, la tranquilidad regresó y pude sumergirme de nuevo en la película. Shadow también pareció relajarse, aunque su pulgar seguía trazando inconscientemente círculos sobre mi mano, como si aún necesitara aferrarse a ese pequeño ancla de calma.

Pero la paz no duró mucho.

Apenas pasaron unos minutos antes de que sintiera de nuevo ese inconfundible golpeteo contra el asiento de Shadow. Esta vez no era un error ni un descuido. Era intermitente, como si el chico creyera que podía salirse con la suya si lo hacía en intervalos, lo suficientemente irregulares como para parecer accidentales.

Shadow soltó un suspiro lento, profundo, pero no era de resignación. Era un intento desesperado por mantenerse en control. Lo sentía en la forma en que su agarre se había vuelto más firme, en la tensión acumulada en sus músculos, en la manera en que sus orejas temblaban apenas perceptiblemente, una señal inequívoca de su creciente irritación.

Su otra mano, la que descansaba sobre su rodilla, se cerró en un puño. Su respiración, antes estable, ahora tenía un matiz más pesado, más contenido.

—Shadow... —susurré con suavidad, apretando su mano en un intento de anclarlo, de recordarle que no estaba solo—. No vale la pena...

Le di un pequeño tirón, tratando de recuperar su atención, de evitar que se sumergiera demasiado en su furia. Su pulgar se movió apenas sobre mi mano, un reflejo automático de que me escuchaba. Pero su mirada seguía fija al frente, sus hombros rígidos, su paciencia pendiendo de un hilo.

Pude escuchar los murmullos detrás de nosotros. No eran susurros discretos, sino comentarios lo suficientemente audibles como para que llegaran a mis oídos.

—Míralo, ni siquiera dice nada —soltó una voz burlona

—Debe estar muerto de miedo —susurró con una risa ahogada.

—O es un tipo raro. Tiene una vibra rara, ¿no creen?

Otra risa sofocada.

Shadow no reaccionó de inmediato, pero sentí la tensión en su postura. Sus orejas apenas se movieron, y aunque aún sostenía mi mano, su agarre se había vuelto más frío, más calculador.

Traté de ignorarlos, de hacer que Shadow se concentrara en la película, pero luego vino lo peor.

El chico zarigüeya, el mismo que había estado pateando su asiento, se inclinó hacia su amigo y susurró con un tono demasiado confiado:

—¿Y si le damos un pequeño susto?

No me gustó para nada el tono de su voz.

Antes de que pudiera procesarlo, algo golpeó la parte trasera del asiento de Shadow con más fuerza que antes. No un simple rebote de pierna, sino un empujón intencional.

Shadow exhaló lentamente por la nariz.

—Shadow... —murmuré de nuevo, pero esta vez, mi voz sonó un poco más tensa.

Fue justo entonces cuando sucedió.

Uno de los chicos hizo un movimiento brusco, y, en medio de su estallido de risa, una caja de palomitas salió volando por el aire.

Vi cómo los pequeños pedazos de maíz quedaron incrustados en sus púas y cómo sus orejas se inclinaron levemente hacia atrás, un gesto casi imperceptible, pero que delataba su creciente irritación. Su mano derecha, aún entrelazada con la mía, se tensó visiblemente, y sus dedos, en lugar de apretar los míos, se quedaron inmóviles, rígidos como una trampa a punto de cerrarse.

Shadow soltó mi mano y se puso de pie de golpe, girándose lentamente para encarar a los culpables. Su sombra se proyectó sobre ellos, oscura e imponente. Cuando sus ojos carmesí brillaron en la penumbra de la sala, los jóvenes dejaron de reír.

—¿Quieres patear algo? —su voz era un gruñido bajo, contenido, pero letal—. Te enseñaré cómo se siente.

—Shadow, no —murmuré, levantándome rápidamente y colocando una mano en su brazo. Pero ni siquiera parecía escucharme.

Antes de que pudiera reaccionar, Shadow ya había cerrado su mano enguantada alrededor del cuello del joven zarigüeya y lo había levantado del asiento como si no pesara nada.

—¡Oye, suéltame! —chilló el chico, pataleando en el aire mientras sus amigos se levantaban de golpe.

—¡Shadow, basta! —exclamé, sujetando su brazo con ambas manos, tratando de que aflojara el agarre. Sentí sus músculos tensos como cables de acero bajo mis dedos.

—Quiero una disculpa —gruñó, con voz baja pero cargada de una furia contenida que heló el ambiente.

Los amigos del chico intentaron intervenir. Uno de ellos, un castor de pelaje oscuro, empujó a Shadow por el hombro, pero solo logró que el erizo lo fulminara con la mirada.

—Si te atreves a tocarme otra vez, te romperé el brazo —le advirtió Shadow con voz fría.

El castor titubeó y retrocedió, pero otro del grupo, un cabro color nuez, se adelantó con los puños en alto.

—¡Bájalo ahora, maniático!

Algunas personas en la sala voltearon en nuestra dirección, murmurando entre ellas. Sabía que esto no iba a terminar bien.

—Shadow, escúchame, por favor —susurré, tratando de calmarlo. Coloqué mi otra mano sobre su pecho, sintiendo el ritmo acelerado de su respiración. Él no me miró, sus ojos seguían fijos en la zarigüeya.

—No pienso repetirlo —gruñó Shadow, apretando la mandíbula.

—Está bien, está bien, lo sentimos —balbuceó el castor, levantando las manos en un intento de apaciguarlo— No sabíamos que se molestaría tanto...

—¡Fue un accidente! —intervino el cabro— ¡No hicimos nada a propósito!

Shadow no se movió. La zarigüeya empezó a toser, su cola agitándose frenéticamente.

—Shadow, por favor —susurré, esta vez con más urgencia— Ya les diste suficiente miedo, suéltalo.

Mis palabras parecieron llegar a él, porque su agarre se aflojó ligeramente. Por un segundo, pensé que lo soltaría, que recobraría la calma. Pero entonces, la zarigüeya, quizás por puro instinto o desesperación, trató de darle una patada en el torso.

—¡Basta! —rugió Shadow, y lo lanzó de vuelta a su asiento con un movimiento brusco. El chico se encogió sobre sí mismo, tosiendo y sujetándose el cuello.

—¡¿Qué demonios te pasa, imbécil?! —gritó el cabro, dando un paso al frente, pero el castor lo sujetó del brazo, deteniéndolo.

Yo me interpuse entre ellos y Shadow, con los brazos extendidos.

—¡Ya basta! —dije con firmeza, mirando a ambos lados— ¡Esto no tiene por qué seguir así!

Shadow respiraba con dificultad, sus puños aún apretados. Sentí la tensión en su cuerpo, su lucha interna entre seguir o detenerse.

Fue entonces cuando las luces de la sala se encendieron y una voz firme resonó en el cine.

Una oleada de nerviosismo recorrió mi cuerpo cuando vi acercarse al personal de seguridad. Shadow seguía de pie, con los puños apretados y el pecho subiendo y bajando de manera irregular. Su mirada aún ardía con furia contenida, y aunque la zarigüeya se había encogido en su asiento, sus amigos no dejaban de fulminarlo con la mirada.

Dos guardias, un imponente oso pardo y una pantera de constitución esbelta pero ágil, se adelantaron con expresiones severas.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el oso con voz firme, barriendo la escena con la mirada.

El castor no perdió tiempo en señalar a Shadow.

—¡Este tipo casi asfixia a nuestro amigo!

—Nos atacó sin motivo —agregó el cabro, cruzándose de brazos.

Rodé los ojos y apreté los labios con frustración. ¿En serio?

—No fue sin motivo —repliqué con calma, aunque mi corazón latía con fuerza— Llevan toda la película molestándonos, pateando su asiento y riéndose. Y luego, "accidentalmente" le lanzaron palomitas encima.

La pantera nos observó con desconfianza, analizando la situación. Shadow, por su parte, seguía en completo silencio, pero su postura rígida y su expresión aún feroz no ayudaban a mejorar su imagen.

—No nos importa quién empezó —sentenció el oso— No vamos a tolerar peleas aquí.

La pantera se cruzó de brazos y miró a los jóvenes.

—Ustedes tres, regresen a sus asientos.

El castor y el cabro parecían querer discutir, pero un solo vistazo de la pantera bastó para hacerlos callar.

Luego, la mirada de los guardias se dirigió a Shadow y a mí.

—Y ustedes dos, fuera de la sala.

—¡Pero nosotros—! —empecé a protestar, pero sentí un tirón en mi muñeca.

Antes de que pudiera reaccionar, Shadow me sujetó y me hizo dar un paso hacia él.

—Nos vamos —declaró con voz firme, ignorando por completo al personal de seguridad y a los jóvenes.

Sus dedos envolvieron mi muñeca con una presión firme pero no dolorosa. Luego, sin siquiera mirar atrás, me guió con determinación hacia la salida.

—Shadow... —murmuré, intentando hacer que soltara mi muñeca.

No lo hizo.

Las miradas curiosas de los espectadores nos siguieron mientras salíamos de la sala. Sentía la mezcla de sorpresa, incomodidad y hasta miedo en sus expresiones.

Solo cuando cruzamos las puertas dobles y llegamos al pasillo alfombrado del cine, Shadow aflojó su agarre, aunque no me soltó del todo.

—¿Podemos... hablar de esto? —pregunté con cautela, levantando la mirada hacia él.

Su mandíbula seguía tensa, sus ojos fijos en un punto invisible al frente. Pero su agarre en mi muñeca finalmente cedió, dejándome libre.

—No aquí —fue todo lo que dijo.

Y con eso, comenzó a caminar hacia la salida del cine.

Solté un suspiro, frotándome la muñeca con suavidad, y lo seguí. Esto definitivamente no había salido como esperaba.

Salimos del cine en completo silencio. El aire de la noche era fresco, pero no lo suficiente como para disipar la carga en el ambiente. Shadow caminaba con pasos firmes, guiándome sin esfuerzo hasta el estacionamiento.

No había prisa en su andar, pero sí determinación. Sus hombros seguían tensos, su postura rígida, como si la ira dentro de él aún no hubiera encontrado una salida.

Cuando llegamos a la motocicleta, se detuvo en seco. Permaneció de pie, con los puños cerrados a los lados y la mirada fija en el suelo. La tenue iluminación del estacionamiento proyectaba sombras marcadas en su rostro, acentuando la dureza de su expresión.

Respiraba con lentitud, pero cada inhalación era pesada, medida, como si aún estuviera conteniéndose.

Me acerqué con cautela, sin decir nada al principio. Coloqué mi mano sobre su hombro con suavidad, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo mis dedos. Lo sentí estremecerse levemente antes de girar su rostro hacia mí. Sus ojos se encontraron con los míos por un breve instante, pero casi de inmediato desvió la mirada, fijándola en la motocicleta.

—Shadow... —dije en voz baja, dándole un ligero apretón en el hombro— ¿Estás bien?

Su respuesta tardó unos segundos en llegar.

—No.

Suspiré y crucé los brazos. No esperaba que me soltara un "sí" como si nada hubiera pasado, pero al menos significaba que estaba dispuesto a hablar.

—¿Quieres decirme qué pasa?

Shadow cerró los ojos por un momento antes de exhalar pesadamente.

—No debí perder el control —admitió finalmente, con voz tensa— Sé que no era la forma correcta de manejarlo, pero... —Apretó los puños a sus costados— Me sacan de quicio los idiotas como esos.

No interrumpí. Sabía que todavía tenía más que decir.

—No soporto a esos imbeciles que provocan y creen que no habrá consecuencias —respondió con frialdad— Los que disfrutan molestar a los demás solo porque pueden.

No dije nada de inmediato, solo lo observé. Su expresión no mostraba enojo en ese momento, sino frustración.

—¿Te recordaron a alguien? —pregunté con cautela.

Shadow no respondió enseguida, pero su mirada se desvió por un instante, frunciendo el ceño.

Lo miré con suavidad. Shadow tenía un sentido de la justicia rígido y una tolerancia limitada para la estupidez ajena.

—Entiendo por qué te molestaste, y honestamente, tenían merecido un buen susto —dije, encogiéndome de hombros— Pero casi estrangulas a ese chico.

Shadow desvió la mirada y dejó escapar un suspiro pesado.

—Lo sé.

—No puedes resolver todo con amenazas y fuerza bruta.

—Funciona la mayoría de las veces —murmuró, sin rastro de arrepentimiento.

Rodé los ojos.

—Eso no significa que sea lo correcto.

Shadow se cruzó de brazos y miró hacia otro lado, sin decir nada. Sabía que estaba procesando mis palabras a su manera.

Decidí cambiar un poco el ambiente.

—Por cierto, tienes palomitas en las púas —comenté, conteniendo una sonrisa.

Shadow parpadeó y se giró un poco para intentar ver su propio pelaje.

—Hn.

—Déjame ayudarte.

Antes de que pudiera objetar, me acerqué y comencé a quitarle los pedazos de palomitas con cuidado. Algunas estaban bien atrapadas entre sus púas, así que tuve que usar ambas manos.

Shadow permaneció en silencio, aunque sentí cómo su postura se relajaba poco a poco.

—No es tan grave —murmuré mientras quitaba otra palomita— Al menos no te lanzaron la soda.

—Si lo hubieran hecho, la situación habría terminado de otra manera.

Me reí entre dientes.

—No lo dudo.

Cuando terminé, me sacudí las manos y lo miré.

—Listo. Ya no pareces un contenedor de palomitas ambulante.

Shadow bufó con diversión apenas perceptible.

Nos quedamos en silencio por un momento, pero esta vez, no era un silencio tenso, sino más tranquilo.

Finalmente, Shadow habló.

—Lo intentaré.

—¿Intentar qué?

—No reaccionar así la próxima vez.

Sonreí con ternura y entrelacé mi mano con la suya.

—Me conformo con que no estrangules a nadie en la próxima salida.

Shadow giró los ojos con un resoplido, pero no apartó su mano.

—Haré mi mejor esfuerzo.

Sonreí y le di un suave apretón.

—Eso es suficiente para mí.

La tensión en el aire ya no se sentía tan pesada. Shadow estaba más relajado, aunque su rostro aún tenía esa expresión de seriedad permanente.

Decidí que necesitábamos algo para despejarnos de lo ocurrido.

—¿Qué te parece si vamos a cenar? —sugerí, inclinando un poco la cabeza— Un lugar tranquilo, sin ruidos molestos...

Shadow arqueó una ceja, pero no se negó.

—Hn.

—Tomaré eso como un "sí" —dije con una sonrisa, soltándole la mano para dirigirme hacia su motocicleta.

Shadow se subió primero y, en cuanto encendió el motor, subí detrás de él, rodeándolo con los brazos. Sentí su respiración estabilizarse mientras avanzábamos por la carretera.

Después de unos minutos de conducción silenciosa, encontramos un restaurante pequeño en una calle apartada. Tenía un aire sereno, con música instrumental suave de fondo y una iluminación tenue que hacía que el lugar se sintiera acogedor. Había pocas personas cenando, lo que lo convertía en el sitio perfecto para relajarnos después de lo ocurrido.

Nos sentamos en una mesa apartada, y el mesero nos entregó los menús. Shadow los examinó con el ceño fruncido, como si estuviera leyendo un idioma extranjero.

—No conozco ninguno de estos platillos —comentó sin expresión.

Tomé mi propio menú y lo hojeé con interés.

—Déjame ver... —murmuré, recorriendo la lista con los ojos— Esto suena bien. Podrías probar el estofado de carne especiada, y de acompañamiento... tal vez arroz con hierbas.

Shadow no apartó la vista del menú, pero tampoco protestó.

—Hn.

—O si prefieres algo más ligero, hay sopa de mariscos con pan tostado.

Shadow me miró y luego volvió la vista al menú, como si estuviera evaluando sus opciones. Finalmente, cerró la carta y se la pasó al mesero.

—Lo que ella dijo.

Sonreí, dándome cuenta de algo.

—¿Voy a tener que elegir tu comida cada vez que salgamos?

Shadow se encogió de hombros.

—Si eso significa no perder el tiempo con menús innecesariamente complicados, sí.

Rodé los ojos con diversión, pero no discutí.

Poco después, el mesero trajo nuestra comida. El estofado tenía un aroma increíble, con especias que me hicieron salivar de inmediato. Shadow, como siempre, no mostró ninguna reacción aparente, pero lo noté observando la comida con un ligero interés.

—Bueno, a probar —dije, tomando un poco de mi estofado con la cuchara y llevándolo a mi boca.

Apenas el bocado tocó mi lengua, sentí un golpe de calor inmediato.

Oh, no.

El picante explotó en mi boca como si hubiera mordido fuego puro.

Mis ojos se abrieron de golpe y solté un pequeño jadeo, intentando disimular mientras tragaba apresuradamente.

—¿Sucede algo? —preguntó Shadow, alzando una ceja.

Negué con la cabeza rápidamente.

—No, nada... todo bien —respondí con la voz un poco forzada.

Shadow simplemente tomó su cuchara, probó un bocado de su propio estofado... y siguió comiendo como si nada.

¿¡Cómo!?

Yo apenas había probado un poco y ya sentía que mi lengua estaba en llamas. Miré alrededor, buscando desesperadamente algo que pudiera ayudarme, y tomé un sorbo apresurado de mi bebida, pero el alivio fue momentáneo.

Shadow notó mi reacción, pero en lugar de mostrar sorpresa, simplemente me observó con esa expresión neutral suya.

—¿Es picante?

—¿¡Me estás tomando el pelo!? —exclamé, mirándolo con incredulidad— ¡Esto está ardiendo!

Shadow miró su plato y luego a mí, como si estuviera evaluando la situación.

—No lo noto.

Mi ojo tembló.

—¿Qué quieres decir con que no lo notas? ¡Esto es básicamente lava!

Él solo encogió los hombros y tomó otro bocado sin inmutarse.

Yo, por otro lado, sentía que mi boca estaba siendo torturada. Miré mi plato con desesperación. Me negaba a rendirme, pero cada vez que probaba otro bocado, sentía que mi lengua perdía sensibilidad por el ardor.

Shadow continuó comiendo tranquilamente.

—Tal vez exageras.

—No exagero, Shadow, esto podría usarse como arma.

Me cubrí la boca y tomé otro gran sorbo de mi bebida, sintiendo mi dignidad desmoronarse poco a poco. Shadow me observó con una leve sombra de diversión en sus ojos.

—Si no puedes con eso, podemos pedir otra cosa.

—No —repliqué con firmeza, con la voz ligeramente distorsionada por el sufrimiento— Esto es personal.

Shadow soltó un leve resoplido y siguió comiendo.

Tomé aire y agarré mi cuchara de nuevo, decidida a no dejar que un plato de comida me derrotara.

Shadow me observó mientras yo luchaba con mi destino culinario, y por primera vez en toda la noche, su expresión parecía... relajada.

Al final, tal vez, podríamos disfrutar de nuestra cita.

 

Chapter 12: Toma #3

Chapter Text

Nuestra siguiente cita fue la semana siguiente, un jueves por la tarde. Shadow había sugerido ir a una pista de patinaje, mencionando que había escuchado que era un buen lugar. Por supuesto, él no se conformó con solo eso; revisó el sitio con anticipación, asegurándose de que todo estuviera en orden. Según las redes sociales del lugar, los jueves y viernes eran noches retro, con temática de los años 80.

No pude resistirme. Me conseguí el atuendo más ochentero que pude encontrar: un jumpsuit de spandex brillante en tonos eléctricos, con hombreras marcadas y una cinturilla alta que acentuaba mi figura. La tela tenía un patrón geométrico vibrante en fucsia y azul eléctrico, reflejando la luz de cualquier ángulo. Para completar el look, llevaba calentadores en los tobillos, guantes de encaje sin dedos y una cinta ancha en el cabello con un lazo al lado.

Shadow no iba a escapar del espíritu de la noche. Sabía que se rehusaría al principio, pero si logré que se vistiera de herrero para mi fiesta de misterio, entonces podría hacer que se vistiera para la ocasión. Le compré una chaqueta blanca con hombreras marcadas, de corte elegante, junto con una camisa azul pastel y unos lentes oscuros que le daban un aire misterioso y sofisticado.

Cuando llegamos, la vibrante energía del lugar nos envolvió de inmediato. La música disco resonaba en el aire, pulsando a través de las paredes con un ritmo contagioso. La gran bola de espejos en el centro giraba lentamente, reflejando luces de neón en tonos rosas, azules y morados. A nuestro alrededor, Mobians de todas las especies patinaban con entusiasmo, vistiendo atuendos tan extravagantes como el mío.

—Más vale que valga la pena, Rose —murmuró Shadow cuando entramos, ajustándose la chaqueta.

No pude evitar reír. A pesar de su actitud reservada, el atuendo le quedaba perfecto. Parecía sacado directamente de una película de acción de los ochenta, y el contraste entre su expresión seria y su ropa temática solo lo hacía más encantador.

—Te ves increíble —dije, con una sonrisa triunfante.

Shadow soltó un suspiro resignado y se quitó los lentes oscuros antes de guardarlos en el bolsillo.

Nos dirigimos a la recepción y cambiamos nuestros zapatos por patines. Apenas me puse de pie, sentí la diferencia en el equilibrio, pero no era la primera vez que patinaba, así que estaba lista para divertirme. Shadow, en cambio, se movía con una facilidad asombrosa, como si la pista fuera parte de él. Bueno, tenía sentido. Después de todo, su manera de moverse con sus Air Shoes no era muy diferente.

La pista de patinaje vibraba con la energía eléctrica de la música disco, y sin dudarlo, deslicé un pie sobre la superficie brillante, seguida del otro. El suelo reflejaba los destellos de las luces de neón, creando un espectáculo de colores en constante cambio. Me adentré en el centro de la pista con movimientos fluidos, mi cuerpo dejándose llevar por el ritmo pegajoso del sintetizador y el inconfundible golpe del bajo.

Extendí una mano hacia Shadow, mi sonrisa iluminada por la emoción del momento. Mi otra mano marcaba sutilmente el ritmo, mis caderas balanceándose con la melodía.

—Vamos, no puedes quedarte parado ahí —lo incité con un guiño.

Shadow me observó con su ceño fruncido habitual, pero algo en sus ojos carmesí delataba una chispa de diversión contenida. Soltó un leve suspiro antes de dar un paso decidido sobre la pista. Su agarre fue firme cuando tomó mi mano, y de inmediato, se deslizó con una facilidad impresionante, como si la pista le perteneciera.

Me reí con alegría al verlo moverse con tanta naturalidad. Aunque al principio se limitó a seguirme, manteniendo su postura imponente, comencé a girar alrededor de él, desafiándolo con mis movimientos. Agité los hombros con un ritmo juguetón y giré sobre un pie, dejando que la música me envolviera. Shadow me siguió con la mirada, su agarre en mi mano relajándose un poco.

Con un movimiento repentino, lo giré sobre la pista, obligándolo a soltar su rigidez y a seguir el ritmo. Al principio, noté la ligera resistencia en sus movimientos, pero poco a poco comenzó a relajarse. Me atreví a girar en círculos a su alrededor, deslizándome con gracia y alzando los brazos para que la luz de la bola de espejos destellara sobre mi atuendo. Shadow, sin quedarse atrás, ejecutó un giro elegante con la facilidad de alguien acostumbrado a la velocidad y la precisión.

A nuestro alrededor, otros patinadores también se dejaban llevar por el ambiente. Un grupo de Mobians, liderado por un zorro de pelaje naranja brillante con una chaqueta de lentejuelas, comenzó a formar una fila, cada uno tomándose de la cintura del de enfrente y moviéndose en sincronía por la pista en una versión improvisada de un tren rítmico. A medida que avanzaban, más y más Mobians se unían a la cadena, riendo y animándose entre ellos. La energía en la pista era contagiosa, un torbellino de luces vibrantes y música envolvente.

—¡Mira eso! —exclamé, señalando la fila de Mobians que zigzagueaban por la pista— ¿Crees que podamos unirnos?

Shadow arqueó una ceja, pero antes de que pudiera rechazar la idea, lo jalé de la mano, incorporándonos a la fila justo cuando esta pasaba a nuestro lado. El impacto de la inercia me hizo reír de emoción, y Shadow, aunque sorprendido, se adaptó con rapidez, ajustando sus movimientos para seguir el flujo.

Nos movimos en un vaivén sincronizado con la música, la energía en la pista alcanzando su punto máximo. Sentía el latido de la música en mi pecho, el calor de la diversión recorriendo cada parte de mí. Shadow, aunque más contenido, dejó de lado su resistencia y se dejó llevar por la experiencia.

—Esto es ridículo —murmuró, pero había una pequeña curva en la comisura de sus labios.

—Ridículamente divertido —le corregí, riendo.

Cuando la fila comenzó a dispersarse, sentí el agarre de Shadow más firme en mi mano. Ya no había dudas en sus movimientos, solo confianza. Me acerqué a él con una sonrisa traviesa, deslizándome suavemente hasta quedar a centímetros de su pecho.

—Ahora sí, bailemos en serio —susurré, dejando que mi cuerpo se moviera con el ritmo de la música.

Shadow me siguió el juego, ajustando su postura y deslizando sus manos con precisión. Nos movimos juntos sobre la pista, nuestros cuerpos sincronizados en un vaivén armonioso. Cada giro, cada paso, era como una coreografía improvisada perfecta. Me sujetaba con seguridad cuando giraba sobre un pie, permitiéndome dar vueltas con gracia antes de regresar a su lado.

A nuestro alrededor, la pista entera era un torbellino de color y vida. Un par de Mobians más experimentados hacían piruetas en el centro con destreza, mientras algunos novatos trataban de imitarlos con resultados bastante torpes y cómicos. Un grupo de amigos se tomaba de las manos y giraba en círculo, riendo a carcajadas mientras sus patines creaban destellos con las luces.

Cuando la música cambió a una pieza más lenta y romántica, sentí cómo el ambiente a nuestro alrededor se suavizaba. Me acerqué un poco más a él, moviendo los hombros y las caderas al ritmo pausado de la melodía, dejando que la música guiara cada uno de mis movimientos. Sin pensarlo demasiado, coloqué las manos sobre sus hombros, sintiendo el calor de su cuerpo filtrarse a través de la tela firme de su chaqueta.

Shadow me miró con una ceja arqueada, como si estuviera evaluando lo que intentaba hacer… pero no se apartó. En cambio, deslizó una de sus manos hasta mi espalda baja, sosteniéndome con seguridad.

No hacían falta palabras. Solo el ritmo, el roce de nuestros cuerpos en sintonía, y ese entendimiento silencioso que empezaba a florecer entre nosotros, con cada paso sincronizado. La pista se volvía borrosa a nuestro alrededor, un remolino de luces y risas lejanas. Pero en medio de todo eso, lo único que sentía era una felicidad cálida, profunda, que me llenaba el pecho.

Impulsada por el momento, me incliné con cuidado sobre la punta de los patines y rocé sus labios con un beso rápido, suave como una pluma. Sentí cómo su cuerpo se tensaba apenas por una fracción de segundo, como si no se lo esperara. Cuando me aparté y le dediqué una sonrisa traviesa, noté el leve rubor que comenzaba a teñirle las mejillas. Desvió la mirada, intentando ocultarlo, y eso me hizo sonreír aún más.

—¿Por qué tan tímido? —pregunté en tono juguetón, ladeando un poco la cabeza mientras lo observaba— Actúas como si nunca te hubiera besado.

Él me miró de reojo y murmuró, sin atreverse a sostenerme la mirada:

—Estamos en público...

Mi sonrisa se mantuvo en los labios, pero sentí el peso de sus palabras caer sobre mi pecho como una piedra. Tragué saliva, intentando no mostrarlo. No quería parecer dolida, ni mucho menos presionarlo. Aun así, sentí ese viejo nudo formarse en mi garganta, uno que conocía demasiado bien.

—Si te incomoda… no lo vuelvo a hacer —dije, forzando una pequeña risa, como si no me afectara. Pero mis dedos temblaron apenas sobre sus hombros, y por dentro me sentía encogiéndome.

No quería volver a ser la chica que invadía espacios, que no sabía cuándo detenerse. Había aprendido a contenerme, a no cruzar líneas sin estar segura.

Él permaneció en silencio un momento. Y justo cuando el vacío comenzaba a expandirse entre nosotros, negó con la cabeza, con un suspiro leve, y sus ojos finalmente buscaron los míos.

—No… no es eso —dijo con más firmeza esta vez— Me gustó. Es solo que…

Hizo una pausa, como si buscara las palabras correctas. Bajó la mirada un segundo, luego volvió a levantarla, más suave esta vez.

—No estoy acostumbrado… a este tipo de muestras de afecto —dijo en voz baja— Y mucho menos en público.

Mi corazón se apretó un poco. Lo miré en silencio, dejé que sus palabras se asentaran dentro de mí antes de moverme. Con ternura, deslicé mis manos por sus hombros hasta enmarcar su rostro entre mis palmas, acariciando con los pulgares la curva de sus mejillas.

—Shadow… si alguna vez te hago sentir incómodo, solo dímelo —susurré, sincera— No quiero presionarte… pero tampoco quiero que reprimas lo que sientes. Conmigo no tienes que hacerlo.

Él parpadeó, sorprendido por mis palabras, y una pequeña sonrisa—rara, pero cálida—se asomó en su rostro.

—Yo… podría decir lo mismo —contestó, con un leve tono divertido— Como ya sabes, puedo ser… bastante atrevido en privado. Así que, si alguna vez te hago sentir incómoda… solo abofetéame.

No pude evitar soltar una carcajada ligera, que sonó más a alivio que a burla. Negué con la cabeza mientras me inclinaba un poco más cerca.

—No creo que haga falta llegar a la abofetada —dije entre risas— Pero te lo haré saber, lo prometo.

—Eso espero —añadió, mirándome con esos ojos oscuros que empezaban a volverse familiares… y peligrosamente dulces.

Sonreí, incapaz de resistirme, y me incliné para darle otro un beso rápido en los labios. Fue suave, fugaz, pero lleno de intención. Luego me separé de él con una sonrisa traviesa y me deslicé hacia el centro de la pista, dejando que el impulso me llevara mientras trataba de hacer una pequeña pirueta.

Caí con gracia, riendo para mí misma, sintiendo mariposas en el estómago  y al girar la cabeza lo vi: Shadow se deslizaba hacia mí con sorprendente soltura, como si sus pies hubieran nacido para patinar. Se acercó con elegancia felina, y sin decir una palabra, estiré los brazos hacia él.

Él tomó mis manos, y empezamos a girar. Mis patines rechinaron ligeramente contra el suelo liso de la pista mientras nos impulsábamos con un ritmo cada vez más ágil. No pude evitar soltar una risa espontánea, esa risa alegre y desbordante que solo brota cuando el corazón se siente completamente libre.

Y entonces lo escuché. Shadow también se estaba riendo. Su voz grave, normalmente tan controlada, dejó escapar una risa ligera, apenas un murmullo entre sus labios… pero estaba ahí. Real y calida. Y me llenó el pecho de una felicidad casi infantil.

Dábamos vueltas, tomados de las manos, y aunque el mundo a nuestro alrededor seguía girando, nada parecía importar más que ese pequeño instante: la risa compartida, el contacto de nuestras manos, y esa chispa que no dejaba de crecer entre nosotros.

Después de tanto tiempo patinando, el calor se hizo evidente. Mi respiración era más agitada, el sudor se acumulaba en mi frente, y mi garganta pedía a gritos algo frío. Entre el estruendo de la música y las risas a nuestro alrededor, me incliné hacia Shadow, lo suficiente para que pudiera escucharme.

—Quiero descansar. Vamos por algo de beber —dije, pasándome una mano por la frente.

Shadow asintió sin decir nada, pero su agarre en mi mano se mantuvo firme hasta que salimos de la pista. Apenas mis patines tocaron suelo firme, me quité la cinta de la cabeza y me abaniqué con la mano, intentando refrescarme.

Nos encaminamos a la zona de comida, un espacio iluminado con luces neón donde el aroma a pizza recién horneada, papas fritas y palomitas flotaba en el aire. Shadow, con su usual eficiencia, sacó su billetera apenas cruzamos la entrada y me tendió un billete sin titubeos.

—Tú elige la comida. Yo voy a buscar una mesa.

Tomé el billete con ambas manos y lo miré con una mezcla de diversión y resignación.

—En serio, ¿me vas a hacer elegir siempre la comida? —pregunté con una sonrisa.

Shadow no respondió, solo me dedicó una mirada breve antes de girarse y perderse entre las mesas. Observé su silueta moverse con confianza entre la multitud, como si siempre supiera exactamente hacia dónde ir.

Sacudí la cabeza y me dirigí al mostrador, hojeando el menú con curiosidad.

Nada fuera de lo común: pizza, hot dogs, nachos, refrescos...

Mis ojos se detuvieron en un nombre familiar.

Chili dogs.

Un cosquilleo incómodo recorrió mi pecho, una punzada molesta que no esperaba sentir. Bajé la mirada con rapidez, desviando el pensamiento antes de que tomara forma. No quería recordar. No quería pensar en él ni en las memorias que traía consigo ese platillo.

Exhalé suavemente y volví a enfocarme en el menú. Nachos. Salados, crujientes, fáciles de compartir. Sí, eso sonaba perfecto.

Me acerqué al mostrador y pedí dos refrescos bien fríos junto con una orden grande de nachos con queso. Mientras esperaba, pasé la vista por la zona de mesas, buscando a Shadow.

No tardé en encontrarlo. Se había ubicado en una esquina menos concurrida, con los brazos cruzados sobre la mesa y la mirada atenta, como si estuviera escaneando la zona por instinto. Su postura relajada contrastaba con su eterna actitud de centinela.

Sonreí para mí misma. Siempre alerta, incluso en una pista de patinaje.

Con la bandeja en mano, regresé a la mesa y dejé la comida frente a Shadow. Él tomó los nachos con un leve asentimiento, sin mostrar mayor entusiasmo, mientras yo me dejaba caer en la silla y daba un largo trago a mi bebida, disfrutando del hielo deslizándose en mi garganta.

Fue entonces cuando las escuché.

A mi izquierda, en una mesa cercana, tres chicas mobians hablaban en un tono bajo, aunque lo suficiente para que sus voces llegaran a mis oídos. Apenas giré un poco la cabeza, noté que miraban en nuestra dirección. No, más bien, lo miraban a él.

—Es guapísimo —dijo una de ellas, la que tenía el pelaje beige y la apariencia más refinada. Era una cierva con una chaqueta rosa y una expresión de interés.

—¿Será su novia? —preguntó otra, una hurón café de voz aguda y burlona.

—Espera, lo reconozco —intervino la tercera, una ardilla amarilla que se inclinó con emoción— ¿No es Shadow the Hedgehog?

—¡Oh! Es cierto —susurró la hurón— Nunca lo había visto tan de cerca... tiene un aire de misterio, ¿no creen?

No pude evitar sonreír para mis adentros. Me gustaba escuchar a otras chicas admirarlo. Después de todo, yo sabía que Shadow era atractivo, aunque él mismo nunca se preocupara por eso.

Pero la conversación cambió de tono en un abrir y cerrar de ojos.

—Sí, sí, es muy guapo, pero... escuché un rumor —dijo la cierva, bajando la voz solo un poco, lo suficiente para que igual la oyera— Dicen que es un monstruo mitad alien.

Mis músculos se tensaron.

—¿Qué? ¿Mitad alien? —preguntó la ardilla con incredulidad.

—Ajá. Según lo que oí, es un experimento. Los humanos lo crearon en un laboratorio.

El aire a mi alrededor pareció volverse más denso. Un nudo de rabia se empezó a formar en mi estómago.

—Mi papá dice que ya es bastante malo que la gente se mezcle con otras especies... pero hacerlo con un bicho raro sí que da asco —agregó la cierva con una mueca.

Mi respiración se volvió más pesada.

—¿Entonces lo del híbrido es verdad? —dijo la hurón con una carcajada.

—¡Imagínate! Su novia debe estar loca para meterse con un fenómeno así.

La furia me recorrió como un latigazo.

Solté el refresco con un golpe seco sobre la mesa y giré bruscamente hacia Shadow, esperando ver su reacción. Para mi sorpresa, él solo seguía comiendo con calma, llevando un nacho a su boca sin inmutarse. Su expresión era tan serena que parecía no haber escuchado nada.

—Déjalas hablar, Rose —murmuró, sin siquiera levantar la vista.

Sentí que la indignación me subía a la garganta.

—¿Te están insultando y no te importa? —susurré entre dientes.

Él masticó lentamente antes de responder.

—Estoy acostumbrado.

Eso solo avivó más mi enojo.

—No deberías estarlo —repliqué en voz baja, sintiendo el calor subir a mis mejillas. Me incliné un poco hacia él, intentando contenerme— Para empezar, esa ideología purista es una idiotez completa. No importa con quién decidas tener hijos, los bebés siempre son de una sola especie, de la mamá o el papá. No existe eso de la sangre pura.

Shadow dejó la servilleta sobre la mesa y me miró con calma.

—En los últimos hallazgos han descubierto que la especie de la cría siempre va a ser del padre con la sangre más fuerte y pura —comentó, como si fuera una simple observación científica.

—¡Eso no importa! —exclamé con frustración, apretando los puños sobre mis muslos— Lo que importa son los sentimientos de la gente. ¡Y lo que ellas están diciendo es repugnante! ¿Cómo se atreven a hablar así, teniendos aquí a su lado?

Shadow suspiró, dándole un sorbo a su refresco.

—Así es la gente.

Mis orejas vibraron cuando escuché la risa de la cierva.

—Qué asco me da su novia... querer mezclarse con un bicho raro. O sea, muy guapo y todo, pero es un fenómeno.

No pude soportarlo más. El enojo me quemaba por dentro. Me levanté de golpe, empujando la silla hacia atrás con un chirrido. Mis puños estaban tan apretados que sentía las uñas clavándose en mis palmas.

Shadow se dio cuenta de inmediato. Su mirada se endureció, y extendió una mano en un intento de detenerme, pero ya era demasiado tarde.

Las chicas callaron en cuanto me acerqué a su mesa con pasos firmes. El corazón me martilleaba en el pecho, pero mi voz salió clara y firme cuando me planté frente a ellas.

—Creo que les debo haber oído mal —dije, manteniendo la calma con esfuerzo— Porque no creo que hayan estado hablando así de mi novio.

La cierva que había soltado el último comentario me miró con burla, sin una pizca de arrepentimiento.

—¿Yo? Yo no dije nada.

Crucé los brazos y respiré hondo.

—Se los diré de buena manera —continué, sin apartar la vista de ella— Lo correcto sería que se disculparan. Hablar así de alguien que ni siquiera conocen es simplemente grosero.

Las otras dos chicas intercambiaron miradas, incómodas, pero la cierva solo soltó una risita burlona.

—Mira, te doy créditos por haber elegido a un erizo, por lo menos —dijo, ladeando la cabeza con fingido desinterés— Pero qué asco que quieras estar con un bicho raro mitad alien. Y si no quieres que hablen mal de ti, deberías elegir mejor a tus novios.

La ira explotó en mi pecho.

Antes de que pudiera contenerme, mi mano se alzó con una velocidad fulminante y se estampó contra su mejilla con una bofetada sonora.

El impacto resonó en el área de comida, mezclándose con el jadeo ahogado de las otras dos chicas. La cierva soltó un grito ahogado y cayó de espaldas junto con su silla, llevándose una mano al rostro. Su mejilla ya estaba enrojecida por el golpe, y sus ojos reflejaban puro shock.

Di un paso adelante, todavía con la respiración agitada, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. Pero antes de que pudiera hacer algo más, unos brazos fuertes me envolvieron desde atrás, inmovilizándome.

—Rose, suficiente —susurró Shadow en mi oído, su voz tranquila pero firme.

—¡Pero esa maldita descarada...! —gruñí, retorciéndome en su agarre, pero él me sostuvo con más fuerza, impidiéndome avanzar.

Las otras chicas retrocedieron, asustadas, sin saber qué hacer. La cierva seguía en el suelo, mirando con los ojos muy abiertos, completamente muda.

Shadow no me dio oportunidad de seguir con el altercado. Con un movimiento ágil, me alzó del suelo y me sacó de la zona de comidas sin soltarme.

Sin decir una palabra, nos dirigimos al mostrador para devolver los patines, y luego al estacionamiento. Mi corazón aún martillaba con fuerza, la rabia burbujeando en mi pecho.

Caminamos en silencio hacia la motocicleta, la brisa nocturna enfriando el ardor de mis mejillas. Shadow sujetaba mi muñeca con firmeza, pero sin apretar, como si temiera que me soltara y volviera corriendo a terminar lo que había empezado. Yo apenas veía por las lágrimas de rabia acumuladas en mis ojos, mi respiración entrecortada por la frustración.

Cuando llegamos a la moto, Shadow se detuvo de golpe, girándose hacia mí sin soltarme. Sus ojos rojos se fijaron en los míos. Antes de que pudiera decir algo, levantó su mano y, con la suavidad de una pluma, deslizó sus dedos bajo mi barbilla, obligándome a alzar el rostro.

Su tacto fue tan delicado que el nudo en mi garganta se apretó aún más. Sentí la yema de sus dedos limpiando con cuidado las lágrimas que rodaban por mis mejillas.

—Odio que hablen mal de mis amigos —admití en voz baja, con la voz aún temblorosa— Pero lo que más odio... es que hablen así de ti.

Shadow no apartó la mirada, pero su expresión seguía siendo inescrutable.

—Rose... —dijo con ese tono grave, tranquilo, el que siempre usaba cuando quería que lo escuchara con atención— Aprecio mucho que me defendieras.

Me mordí el labio con fuerza.

—Lamento haber arruinado nuestra noche... —susurré, intentando bajar la cabeza, pero su mano en mi mentón me lo impidió.

No respondió de inmediato. En su lugar, levantó la otra mano y acarició mi cabeza con una ternura inesperada, dejándola descansar ahí como si quisiera calmar la tormenta en mi interior.

No pude contenerme más. Me aferré a su chaqueta y lo abracé con fuerza.

—No eres un monstruo... —murmuré contra su pecho, sintiendo el calor de su cuerpo, el olor a lavanda impregnado en su ropa. Mis dedos apretaron la tela, como si eso pudiera reforzar mis palabras.

Él no me apartó. Sentí su respiración pausada antes de escucharlo hablar.

—Soy un ser único, Rose. No soy como el equidna, ni como Eggman. No soy el último de mi especie... —hizo una breve pausa— Soy algo completamente distinto.

No había tristeza en su voz. Ni rencor, ni amargura. Solo aceptación.

Me aferré más a él, cerrando los ojos.

—Pero eres Shadow —dije con firmeza.

Él no respondió de inmediato, pero su mano me acarició la cabeza con suavidad.

—Y tú eres Amy Rose —murmuró con su voz grave.

Dejé escapar un suspiro, sintiendo cómo el peso de la rabia y la impotencia se disipaba poco a poco.

—Ahora —dijo Shadow, apartándose solo lo suficiente para mirarme a los ojos— prométeme que no volverás a reaccionar así. Deja que la gente diga lo que quiera.

Abrí la boca para replicar, pero él no me dejó.

—Si yo no puedo estrangular a nadie, tú no puedes abofetear a nadie —dijo con severidad.

Fruncí los labios y bajé la mirada, avergonzada.

—Está bien... —murmuré con resignación.

Él asintió y luego, con un tono más ligero, añadió:

—Vamos por un postre.

La sorpresa me hizo parpadear.

—Quiero un boba —respondí de inmediato, sonriendo con emoción.

Shadow sacudió la cabeza con una leve sonrisa, como si estuviera acostumbrado a mis cambios de humor, y sin más, subimos a su motocicleta.

La noche aún no terminaba. Y, a pesar de todo, todavía podía ser perfecta.

 

Chapter 13: Toma #4

Chapter Text

Nuestra cuarta cita fue la semana siguiente, un sábado por la noche, y esta vez sería algo completamente diferente. Quería que fuera especial, algo más sofisticado y elegante, así que le propuse a Shadow ir a un bar club donde diferentes bandas tocaban en vivo. Un ambiente con clase, con música en vivo y un aire de exclusividad.

Para esta noche, quería verme diferente, más atrevida. Pasé un buen rato frente al espejo, indecisa, hasta que mi mirada cayó en uno de los vestidos que Rouge había elegido para mí en nuestra última salida de compras. Era negro, ajustado en los lugares correctos, elegante pero con un toque audaz que me hacía sentir segura de mí misma. Me lo puse, combinándolo con unos tacones que estilizaron mis piernas, un bolso de diseñador y arreglé mi cabello con cuidado. 

Cuando estuve lista, tomé un último respiro y salí a encontrarme con Shadow. Cerré la puerta tras de mí y caminé por el sendero del jardín, sintiendo el leve tambor de mis tacones contra la piedra. Al llegar a la acera, lo vi esperándome afuera de un auto oficial de Neo G.U.N, de pie junto a la puerta del pasajero. Sonreí al instante. Había prestado atención a mi mensaje: esta noche no estaba vestida para andar en moto.

Su mirada se posó en mí en cuanto llegué, como si analizara cada detalle de mi atuendo... o como si simplemente no pudiera dejar de mirarme. Me recorrió de pies a cabeza en completo silencio.

Entonces, sin romper el contacto visual, se adelantó y abrió la puerta del auto con un gesto fluido y caballeroso.

—Gracias —dije en voz baja, mientras me acomodaba el vestido con una mano antes de deslizarme al interior del vehículo. 

Shadow cerró la puerta con suavidad y rodeó el auto para entrar por el lado del conductor. Se sentó, encendió el motor y, por un instante, no arrancó. Solo se quedó ahí, con las manos en el volante, mirándome de reojo.

—¿Qué pasa? —pregunté con curiosidad, girándome un poco hacia él.

Shadow negó suavemente con la cabeza, y murmuró:

—Nada.

Y sin añadir más, puso el auto en marcha y comenzó a conducir hacia Central City.

Cuando llegamos al bar, llamado Last Trip, la fila para entrar era corta, pero la presencia de un bouncer imponente en la entrada le daba un aire exclusivo al lugar. Un bulldog grande, con gafas de sol y una chaqueta de cuero, nos bloqueó el paso antes de que pudiéramos entrar.

—Identificación —ordenó con su voz grave.

Sin dudar, Shadow y yo sacamos nuestros IDs y se los entregamos. Con el mío no hubo problema, apenas le echó un vistazo antes de asentir. Pero con la identificación de Shadow, las cosas fueron... interesantes.

El bouncer miró la tarjeta, luego levantó la vista hacia Shadow. Volvió a mirar el ID. Luego a Shadow. Repitió la acción una vez más, frunciendo el ceño con confusión.

—Eh... no pareces de 60 —comentó con incredulidad.

Shadow, con su expresión imperturbable, simplemente respondió:

—Uso una muy buena crema.

No pude evitarlo. Llevé una mano a mis labios, intentando contener la risa, pero fue en vano. El comentario fue tan inesperado y dicho con tanta seriedad que una risita se me escapó sin remedio.

El bouncer arqueó una ceja, pero finalmente nos devolvió las identificaciones y se hizo a un lado.

—Adelante.

Apenas cruzamos la puerta, la risa que había intentado contener estalló de golpe. La música jazz envolvía el ambiente con su ritmo suave y sofisticado. Las luces tenues y los candelabros colgantes daban al lugar un aire elegante, mientras las notas del saxofón se deslizaban como un murmullo seductor entre las conversaciones de los asistentes.

—Todo esto es tu culpa, Rose —dijo Shadow de repente, su voz grave apenas audible sobre la melodía envolvente.

Me giré hacia él con una ceja arqueada, aún aferrada a su brazo.

—¿Por qué mía? —pregunté con fingida indignación.

—Tú fuiste quien propuso el proyecto de identificación —respondió sin inmutarse, como si el solo hecho de recordarlo le causara un leve fastidio.

Rodé los ojos con una sonrisa satisfecha.

—Fue un muy buen proyecto —dije con orgullo, alzando la barbilla—. Ayudó con el conteo de la población, organizó los registros y facilitó muchos trámites.

—Sí, claro... —murmuró, con ese tono seco y escéptico que le era tan característico—. No sé a quién pusiste a cargo, pero era demasiado meticuloso. En lugar de simplemente registrar mi edad física, se empeñó en rebuscar entre los viejos archivos de G.U.N. hasta encontrar la fecha exacta de mi creación.

Lo miré con una mezcla de curiosidad y diversión, intuyendo hacia dónde iba la conversación.

—Y ahora —continuó, con una expresión de absoluta resignación— soy un señor de 65 años.

Una carcajada se me escapó sin poder evitarlo. Me llevé la mano a la boca, pero era imposible contener la risa.

—Bueno... técnicamente... —intenté decir entre risas, pero su mirada afilada me hizo callar de inmediato.

—No termines esa frase, Rose —advirtió, cruzándose de brazos.

Eso solo hizo que me diera aún más risa.

—Ay, vamos, abuelito, mejor encontremos una mesa antes de que te dé sueño —bromeé, dándole un suave codazo.

Shadow exhaló un suspiro profundo, como si estuviera reconsiderando todas sus decisiones en la vida, pero aun así, me guió entre las mesas.

Mientras caminábamos, sentí muchas miradas sobre nosotros. Shadow tenía un porte que llamaba la atención sin necesidad de esforzarse: su postura erguida, su andar confiado y su expresión impenetrable hacían que destacara incluso en un lugar tan refinado como este.

Y yo... bueno, Rouge tenía razón al elegir este vestido. La tela negra abrazaba mi figura de forma elegante, con la longitud justa para ser sofisticado y la osadía suficiente para hacerme sentir segura. A cada paso, sentía la tela rozar mis piernas, y el sonido de mis tacones sobre el suelo de madera se mezclaba con la música.

En un momento, sin decir nada, Shadow deslizó su mano sobre la curva de mi espalda baja. Su tacto fue firme, seguro… sutilmente posesivo. Me atrajo hacia él apenas un poco más, frunciendo el ceño con ese aire suyo tan serio, como si bastara una sola mirada para dejar claro que yo estaba con él, que era suya.

Sonreí para mis adentros, sintiendo una efervescencia burbujeante en el pecho. Era como si algo estallara suavemente dentro de mí, como si una docena de mariposas estuvieran aplaudiendo emocionadas. Nunca antes alguien había sido posesivo conmigo y no podía evitar gritar de emoción por dentro.

Al llegar a nuestra mesa, Shadow retiró la silla para que me sentara, un gesto sutil pero caballeroso.

—¿Te ríes ahora, pero qué harás cuando también te etiqueten como una señora en unos años? —preguntó, acomodándose frente a mí.

Apoyé un codo sobre la mesa, sonriendo con picardía.

—Para eso faltan muchos años, Shadow. Mientras tanto, yo sigo teniendo 22... y tú sigues teniendo 65.

Él cerró los ojos un instante, como si estuviera acumulando paciencia, y yo apenas pude contener otra risa.

El ambiente en el club era tranquilo y envolvente, con la melodía del jazz flotando en el aire y el suave murmullo de las conversaciones a nuestro alrededor. La iluminación tenue proyectaba sombras elegantes sobre las mesas, y la combinación de perfumes, licores y madera pulida creaba un aroma sofisticado y acogedor.

Sin darme cuenta, nuestras manos se encontraron sobre la mesa con naturalidad, como si hubieran estado destinadas a encontrarse ahí. A través de los guantes, podía sentir la calidez de su piel, esa presencia silenciosa que me brindaba una extraña sensación de seguridad.

—¿Sabes? —dije suavemente, deslizando mis dedos sobre la mano de Shadow—. Ya llevamos un mes juntos.

Shadow alzó una ceja, su mirada escarlata reflejando una ligera sorpresa.

—¿Un mes entero? —repitió, como si el tiempo hubiera pasado más rápido de lo que pensaba—. Casi no se siente así...

Sonreí con ternura.

—Solo salimos una vez por semana, por eso se siente tan corto.

Shadow suspiró y desvió la mirada por un instante.

—Lo siento, Rose... —murmuró—. Me gustaría tener más tiempo disponible.

Sacudí la cabeza y apreté su mano con suavidad.

—No tienes que culparte, Shadow. Entiendo que es por tu trabajo, no hay mucho que puedas hacer —le aseguré con sinceridad—. Además, nos llamamos por videollamada casi todas las noches. Apenas tengo tiempo para extrañarte —agregué con una sonrisa traviesa.

Shadow soltó una breve risa nasal y esbozó una sonrisa discreta.

Con cierta timidez, solté su mano y busqué algo dentro de mi bolso. Lo saqué con cuidado y lo coloqué en sus manos: un pequeño gato negro tejido, con ojos rojos y un listón blanco en el cuello.

—Es para ti —dije, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas—. Me tomó tiempo tejerlo... es mi cuarto intento, pero... espero que te guste.

Shadow tomó el pequeño peluche entre sus dedos con una delicadeza que me sorprendió. Lo observó en silencio, pasando los pulgares por la textura del hilo, como si estuviera apreciando cada detalle.

—Así que esto es lo que estabas tejiendo... —murmuró, examinándolo con atención.

Asentí, jugando con un mechón de mi cabello de manera nerviosa.

—Quería darte algo para celebrar nuestro primer mes y... no sé, pensé que algo hecho a mano sería lo mejor.

Shadow desvió la mirada del peluche y la posó en mí. Sus ojos rojos brillaban con algo indescriptible, algo que me hizo sentir una calidez indescriptible en el pecho.

Sin decir nada, dejó el pequeño gato sobre la mesa y deslizó una mano dentro de su chaqueta.

—Creo que tuvimos una idea similar —dijo, sacando una pequeña caja y tendiéndomela.

La tomé con cuidado, mirándolo con curiosidad antes de abrirla. Dentro, encontré un set de llaveros de plata, cada uno con la mitad de un corazón. Al unirlos, formaban uno completo.

Mis labios se entreabrieron con asombro y sentí mi corazón latir más rápido.

—Shadow... —fue lo único que pude decir, conmovida.

Él desvió la mirada, como si estuviera avergonzado, y cruzó los brazos.

—Recuerdo que alguna vez mencionaste que te gustaría algo así... compartirlo con ese idiota azul... —dijo con un tono bajo y algo gruñón—. Y pensé... que tal vez te gustaría compartirlo conmigo.

Una oleada de emoción me recorrió el cuerpo. Mi pecho se llenó de calidez, de esa felicidad genuina que pocas veces podía describir.

Sin pensarlo, me aferré a su brazo y lo abracé con fuerza.

—Gracias... me encanta —susurré contra su hombro.

Nos separamos lentamente, y con una sonrisa radiante, saqué mis llaves y coloqué una de las mitades del llavero en el aro. Shadow, siguiendo mi ejemplo, sacó las llaves de su motocicleta y enganchó la otra mitad en ellas.

Al ver cómo las piezas encajaban a la perfección, mi sonrisa se ensanchó aún más.

Entonces, Shadow tomó nuevamente el pequeño gato negro tejido y lo miró con detenimiento.

—No quiero perderlo —dijo en voz baja, casi como un pensamiento en voz alta. Luego, me miró de reojo—. ¿Podrías guardarlo en tu bolso por ahora?

Lo miré sorprendida antes de sonreír con ternura.

—Claro —respondí, tomándolo con cuidado y deslizándolo dentro de mi bolso—. Pero cuando llegues a tu apartamento, tienes que encontrarle un buen lugar.

Shadow asintió con un leve movimiento de cabeza.

La música continuaba sonando en el fondo, las luces tenues daban al momento un aire de intimidad, y el peso reconfortante de su brazo contra mi rostro me hizo sentir más feliz de lo que podía expresar con palabras.

Tras unas cuantas canciones, sentí la garganta seca y me incliné hacia Shadow.

—Voy a pedir algo de beber —dije en voz baja.

Él simplemente asintió y nos pusimos de pie para dirigirnos a la barra.

La sección de la barra era más iluminada que el resto del club, con estantes llenos de botellas brillando bajo la luz tenue. Apenas llegamos, el teléfono de Shadow comenzó a sonar.

—Lance... ¿qué sucede? —contestó, con su tono usualmente serio—. Estoy ocupado... No. Eso es tu responsabilidad.

Observé de reojo cómo su ceño se fruncía cada vez más, su mandíbula tensándose.

—¿Cómo que no sabes? —su voz adquirió un matiz más severo—. No te escucho bien... un momento.

Shadow bajó el teléfono y me miró.

—Tengo que resolver un asunto. Buscaré un lugar más callado. ¿Puedes encargarte de las bebidas? —preguntó, extendiéndome un par de billetes.

—Claro —asentí con una sonrisa—. ¿Qué quieres tomar?

—Ruso blanco.

Y sin más, se giró y desapareció entre la multitud, su figura oscura deslizándose con elegancia entre las personas.

Me volví hacia la barra y llamé al bartender.

—Un daiquiri de fresa y un ruso blanco, por favor.

Mientras esperaba, sentí que alguien se sentaba a mi lado. Al principio no le presté atención, pero un ligero escalofrío recorrió mi espalda cuando noté su mirada fija en mí. Un mobian lince de pelaje gris, con orejas afiladas y ojos verdes oscuros, me miraba de arriba a abajo con una expresión de evidente interés.

—¿Qué hace una muñequita tan linda como tú sola en un lugar como este? —preguntó con voz arrastrada.

Rodé los ojos internamente y suspiré antes de dedicarle una sonrisa tensa.

—Estoy esperando a mi novio —respondí, esperando que entendiera la indirecta y se marchara.

Pero en lugar de eso, se inclinó más contra la barra, su sonrisa volviéndose más ancha.

—¿Y te dejó sola? —dijo con fingida sorpresa—. No parece muy atento.

—No está tan lejos —repliqué con un tono seco, cruzándome de brazos.

—Tal vez debería estar más cerca —insistió, con voz melosa—. Si fueras mi chica, no te quitaría los ojos de encima.

La incomodidad en mi pecho comenzó a transformarse en irritación.

—Pues qué suerte que no soy tu chica —solté con frialdad.

El lince chasqueó la lengua, sin perder su sonrisa engreída.

—No tienes por qué ponerte a la defensiva, preciosa. Solo digo que un lugar así no es para que una dama como tú esté sola.

Sin previo aviso, sentí su mano deslizándose sobre mi muslo, sus dedos recorriendo mi pelaje desnudo con una confianza indebida, como si tuviera derecho a tocarme.

El asco y la ira me recorrieron en un instante. Todo mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente procesara lo que había hecho.

Le aparté la mano de un manotazo y, en el mismo movimiento, giré la muñeca con precisión, estrellando mi palma abierta contra su mejilla con un chasquido ensordecedor. El impacto fue seco, nítido, tan fuerte que sentí un ardor punzante en la piel de mi propia mano.

El lince se tambaleó ligeramente hacia un lado, su cabeza girando por la fuerza del golpe. Un sonido sordo escapó de su garganta cuando su mejilla empezó a enrojecer con rapidez.

El murmullo en la barra se apagó por un segundo, algunas miradas curiosas volteándose hacia nosotros, pero nadie intervino.

El lince se llevó una mano al rostro, atónito, como si no pudiera creer lo que había sucedido. Pero la sorpresa duró poco. Su expresión se torció en ira, los ojos oscureciéndose de rabia mientras apretaba los dientes con furia.

—¡Maldita zorra! —espetó, inclinándose hacia mí con un movimiento agresivo, intentando usar su tamaño para intimidarme.

Pero yo no retrocedí. Levanté la barbilla, con la mandíbula tensa y el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, la adrenalina bombeando en mis venas.

—Tócame otra vez y te romperé el hocico —advertí, mi voz tan afilada como un cuchillo.

Él gruñó, sus orejas se agacharon con furia y su mano se crispó en un puño. Dio un paso hacia mí, torpe y amenazante.

Pero antes de que pudiera hacer nada, su rostro se estrelló contra la barra con un golpe seco.

Me tomó un segundo entender lo que había pasado.

Parpadeé y miré hacia arriba. Shadow estaba detrás de él, su mano presionando con fuerza la cabeza del lince contra el mueble de madera. Sus dedos se hundían en el pelaje del mobian con una intensidad peligrosa.

—¿Estás bien, Rose? —preguntó Shadow con voz tranquila, casi demasiado tranquila.

Me enderecé y me acomodé el vestido, respirando hondo.

—Estoy bien —respondí, recuperando la compostura.

El lince se movía bajo la mano de Shadow, intentando zafarse.

—T-Tío, suéltame...

Shadow se inclinó un poco, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente clara para que el lince la escuchara.

—No me gusta que toquen lo que es mío.

No aparté la vista de la escena frente a mí. El lince seguía con la cara aplastada contra la madera de la barra, gruñendo y retorciéndose bajo la fuerza de la mano de Shadow, que lo mantenía inmovilizado con facilidad.

—Ahora te vas a disculpar con la señorita —murmuró Shadow, su voz baja y peligrosa cerca de la oreja del lince.

Me crucé de brazos y ladeé la cabeza, observando cómo el mobian trataba de zafarse, sin éxito.

—Estoy esperando mi disculpa —dije, con la voz firme y los ojos clavados en él.

El lince apretó los dientes, pero antes de que pudiera decir algo, el sonido de pasos firmes llamó mi atención.

Tres mobians avanzaban hacia nosotros con expresiones tensas. Shadow apenas alzó la mirada, pero cuando vio a los recién llegados, soltó al lince sin prisas, como si su presencia no representara ninguna amenaza real.

El primero en llegar era un leopardo dorado con manchas negras, alto y de complexión fuerte. Su mirada ámbar era afilada y evaluadora. A simple vista, parecía ser el líder.

A su lado, un lobo negro con una cicatriz en el hocico se cruzó de brazos, su gesto severo. Llevaba un chaleco de cuero sin mangas y sus orejas estaban erguidas, atentas.

El tercero era un tiburón martillo mobian de piel azul oscuro. Su expresión era relajada, casi burlona, mientras nos analizaba.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó el leopardo, cruzándose de brazos.

El lince, aún frotándose la mejilla, se enderezó con torpeza y lanzó una mirada fulminante a Shadow.

—Nada, solo un idiota metiéndose donde no lo llaman —gruñó.

Shadow no se inmutó.

—Solo le estaba enseñando a tu amigo lo que es el consentimiento —respondió con calma, aunque su tono tenía filo.

El lobo negro frunció el ceño y dio un paso adelante.

—No pareces el tipo que da lecciones, amigo.

—No soy tu amigo —replicó Shadow con sequedad.

El leopardo suspiró, exhalando pesadamente.

—Miren, no queremos problemas, pero tampoco vamos a dejar que le pongas las manos encima a nuestro amigo como si fuera un saco de arena.

—¿Ah, no? —intervine, con una sonrisa mordaz— Porque él sí pensó que podía ponerme las manos encima sin consecuencias.

El tiburón martillo dejó escapar una risa nasal.

—Oh, vamos. Solo estaba siendo amistoso. No es como si te hubiera hecho daño.

Mi paciencia se desgastó de inmediato.

—No es a ti a quien le corresponde decidir eso —solté, afilando mi tono—. Si a él no le gusta que lo toquen sin su permiso —señalé al lince—, entonces debería entender por qué yo tampoco lo tolero.

El leopardo frunció el ceño, evaluándonos.

—Miren, mejor dejemos esto aquí antes de que las cosas se pongan feas.

—¿Feas para quién? —Shadow alzó una ceja con diversión oscura.

El lobo negro apretó los puños y avanzó un paso más, mostrando los colmillos.

—Para ustedes si no bajan la actitud.

Shadow soltó una risa baja, casi entretenida.

—Si creen que pueden intimidarnos con números, son aún más estúpidos de lo que parecen.

La tensión se volvió densa. Nadie en el club intervenía, pero los murmullos aumentaban.

Mis ojos se encontraron con los de Shadow, y en ese instante supe que, si estos tipos hacían el más mínimo movimiento en falso, la situación escalaría rápido.

La tensión en el aire era tan densa que apenas podía respirar. Nadie se movía, nadie hablaba, como si estuvieran esperando a ver quién parpadeaba primero.

Y entonces, el lince abrió la boca.

—Ni tampoco que estuvieras tan buena.

Las palabras apenas habían salido de su hocico cuando Shadow se movió. Como un rayo, lo agarró del cuello con una sola mano y lo levantó sin esfuerzo. El lince se quedó boquiabierto, con las patas arañando en vano el aire. Antes de que pudiera reaccionar, Shadow lo lanzó con fuerza contra la pared más cercana. El impacto resonó en todo el club, haciendo que varias personas gritaran y retrocedieran asustadas.

Fue la chispa que encendió el caos.

El leopardo, el lobo y el tiburón martillo cargaron contra Shadow al mismo tiempo. En el último segundo, sentí una mano firme empujarme hacia atrás.

—¡Quédate fuera de esto! —ordenó Shadow.

Sabía que tenía razón. No podía pelear con tacones y un vestido ajustado que limitaba mis movimientos. Apreté los puños con frustración, obligándome a observar desde la distancia.

El lobo negro fue el primero en lanzar un golpe. Shadow se inclinó hacia un lado y lo esquivó con facilidad, atrapando el brazo del atacante en el proceso. Con un giro brusco, lo usó como escudo contra el tiburón martillo, quien ya venía con un puño cargado.

El sonido del golpe resonó en el aire cuando el lobo recibió el impacto de su propio compañero.

Aprovechando la distracción, Shadow lo soltó y conectó una patada en el estómago del tiburón, enviándolo hacia atrás contra una mesa, la cual se rompió bajo su peso.

El leopardo, demostrando ser el más astuto, sacó una navaja de su bolsillo y se lanzó contra Shadow. Su hoja brilló bajo las luces del club mientras intentaba apuñalarlo, pero Shadow atrapó su muñeca a medio camino. Con un giro violento, le dobló la mano en un ángulo antinatural, haciendo que el leopardo soltara la navaja con un grito.

El lince, aún aturdido, se levantó tambaleante y trató de embestir a Shadow por la espalda. Pero Shadow, sin siquiera mirarlo, extendió el brazo y lo recibió con un codazo directo a la mandíbula, dejándolo fuera de combate al instante.

El líder, el leopardo, retrocedió con la respiración agitada. Sus ojos se movieron entre sus compañeros caídos y Shadow, quien apenas parecía haber hecho esfuerzo alguno.

Y entonces, en un acto de desesperación, el leopardo sacó una pistola.

—¡Muérete, hijo de puta!

El disparo rompió el aire con un estruendo ensordecedor.

—¡SHADOW! —grité.

Todo el club estalló en pánico. Los clientes gritaron y corrieron hacia la salida, derribando mesas y sillas en su intento por escapar.

Mi corazón se detuvo por un instante, el miedo paralizándome. Pero cuando mi vista se enfocó en Shadow, vi que seguía ahí, de pie, sin moverse.

El leopardo también lo notó.

—¿Qué...?

Shadow bajó la vista hacia su pecho y luego volvió a levantarla, con una expresión que me heló la sangre. Sus ojos ardían con furia pura.

—Ya me la pagarás —gruñó, su voz grave y peligrosa.

El leopardo, ahora pálido, disparó de nuevo.

Bang.

Bang.

Bang.

Bang.

Bang.

Seis balas en total.

Pero Shadow no se detuvo.

No titubeó.

Siguió caminando hacia el leopardo con una calma aterradora, ignorando completamente los disparos como si fueran simples gotas de lluvia.

El leopardo entró en pánico. Sus manos temblorosas intentaron recargar el arma, pero fue demasiado tarde.

Shadow lo atrapó del cuello con una sola mano y lo levantó en el aire. El leopardo pateó y forcejeó, tratando de liberar el agarre implacable, pero Shadow no cedió.

—S-Shadow... ¡déjalo! —corrí hacia él y agarré su brazo con ambas manos— ¡Shadow, suéltalo! ¡Ya es suficiente!

Sentí su cuerpo temblar bajo mi tacto, sus músculos tensos como si estuviera a punto de apretar más fuerte. Pero luego, lentamente, sus dedos comenzaron a aflojarse.

El leopardo cayó al suelo como un muñeco roto, tosiendo y jadeando por aire.

No esperé más. Agarré la mano de Shadow y lo jalé con fuerza.

—Tenemos que irnos. ¡Ahora!

Shadow no discutió. De un tirón, lo arrastré fuera del club y nos dirigimos al estacionamiento lejano, donde habíamos dejado su auto.

Corrí, tropezando con mis propios pasos por la adrenalina que aún me quemaba el pecho. Mi corazón retumbaba en mis oídos como un tambor de guerra, y el aire frío de la noche se sentía demasiado denso, como si tratara de aplastarnos.

Pero cuando me giré hacia Shadow, el tiempo se detuvo.

Mis ojos descendieron por su figura, y el horror me golpeó con toda su fuerza.

Sangre.

Sangre oscura, empapando su pelaje negro en gruesos ríos carmesí. Seis heridas abiertas punzaban en su pecho, cada una un recordatorio brutal de lo que acababa de suceder.

Mi mente tardó en procesarlo. Mi garganta se cerró.

Entonces grité.

—¡Shadow! ¿Estás bien? ¡Estás sangrando!

Me lancé hacia él sin pensarlo, mis manos temblorosas presionando sobre las heridas. La calidez pegajosa de su sangre cubrió mis dedos, filtrándose entre ellos como un maldito recordatorio de su fragilidad.

—Esto no es nada —respondió con su tono monótono de siempre, como si hubiera recibido un simple rasguño— No es la primera ni la última vez que me disparan.

Lo miré incrédula, sintiendo cómo la desesperación me desgarraba desde dentro, apretando con más firmeza contra las heridas abiertas.

—¡No digas estupideces! ¡Tenemos que ir al hospital!

—Puedo manejarlo.

El descaro en su voz fue la gota que derramó el vaso.

—¡¿Cómo demonios vas a manejarlo si tienes agujeros de bala en el pecho, Shadow?!

Mi grito se perdió en la noche.

Pero él no contestó.

En su lugar, quito mis manos temblorosas de él y con la misma calma con la que alguien se desabrocha una chaqueta, Shadow deslizó su guante derecho.

Nunca antes lo había visto sin ellos.

Su mano desnuda se reveló ante mis ojos: su pelaje era oscuro como la obsidiana, con la línea roja que nacía desde su codo y descendía hasta sus dedos anular y medio. Era la primera vez que veía su verdadera apariencia sin la barrera de sus guantes.

Él extendió la mano hacia mí.

—Sostenlo.

Con manos temblorosas, llenas de su sangre, tomé el guante, aferrándolo contra mi pecho como si fueran lo único que podía anclarme a la realidad.

Shadow cerró los ojos y su rostro se tensó en concentración.

El silencio entre nosotros se hizo sofocante.

Entonces, lentamente, vi sus uñas comenzar a crecer.

Se alargaron más y más hasta volverse garras afiladas y mortales, adaptadas para desgarrar carne con facilidad. Era una visión tan antinatural y fascinante que casi olvidé respirar.

Shadow entrecerró los ojos, observando su propia mano como si evaluara una herramienta.

—Es lo suficientemente largo.

El horror me paralizó.

Mi cuerpo se negaba a moverse mientras mis ojos seguían cada gesto de Shadow con una mezcla de incredulidad y espanto. Vi sus garras hundirse en su propia carne, desgarrando su piel con una frialdad escalofriante. El sonido húmedo de la carne separándose resonó en mi cabeza como un eco macabro, y cada proyectil cayó al suelo con un tintineo metálico que me hizo estremecer.

Mi estómago se revolvió. No podía apartar la mirada, aunque cada fibra de mi ser me rogaba que lo hiciera.

Shadow no emitió ni un solo sonido de dolor, pero su respiración se volvió más pesada. Sus mandíbulas estaban apretadas, sus cejas fruncidas en concentración absoluta. La frialdad con la que extraía las balas era escalofriante, como si su propio dolor no significara nada.

Cuando la última bala golpeó el pavimento, mis piernas cedieron. Caí de rodillas, aferrando con fuerza su guante contra mi pecho. Mis hombros temblaban con cada respiración entrecortada.

Entonces, lo vi cerrar los ojos de nuevo. Vi la tensión en su cuerpo, el esfuerzo en sus músculos. Su piel se estremeció, y lentamente, las heridas comenzaron a cerrarse. La carne regenerándose con rapidez sobrenatural, dejando a su paso cicatrices sin pelaje.

Mi voz salió en un susurro trémulo, casi inaudible: —No sabía que podías hacer eso...

Shadow abrió los ojos. Su mirada era insondable.

—¿Qué crees que he estado haciendo todo este tiempo? —su voz era baja, carente de emoción—. He entrenado hasta el cansancio mi Chaos Control y mis poderes de Doom. Puedo regenerarme a voluntad... pero solo heridas pequeñas por ahora.

Las palabras tardaron en asentarse en mi cabeza. Algo dentro de mí se agitó violentamente, una mezcla de angustia y enojo hirviendo en mi pecho. Mi voz se quebró al preguntar:

—¿Cómo... cómo entrenaste algo así?

Shadow no respondió. Su silencio habló más que cualquier palabra.

Levanté la mirada, sintiendo las lágrimas quemando mis ojos. Mi garganta se apretó con dolor, pero volví a preguntar, esta vez con un temblor en la voz.

—Shadow... ¿Te lastimaste a ti mismo... para poder entrenarlo?

Shadow desvió la mirada.

Mi pecho se contrajo. Mi respiración se volvió errática. Algo dentro de mí se rompió en mil pedazos al ver cómo no podía sostenerme la mirada, cómo su silencio confirmaba mis peores miedos.

Entonces me rompí.

Un sollozo desgarrador escapó de mi garganta, y todo mi cuerpo tembló con una intensidad incontrolable. Las lágrimas brotaron con violencia, mezclándose con los mocos que resbalaban por mi rostro sin ningún tipo de dignidad. Me aferré a su guante como si fuera lo único que me mantenía en el presente, estrujándolo con fuerza.

—Idiota... —lloriqueé entre hipidos incontrolables— ¡Eres un maldito idiota!

Shadow se arrodilló frente a mí, sosteniéndome de los hombros con firmeza.

—Rose, por favor... no llores. Estoy bien.

Negué con la cabeza una y otra vez, incapaz de procesar lo que había escuchado.

—¡No, no estás bien! ¡No puedes hacerte esto a ti mismo, Shadow!

Mi voz se quebró al final. La angustia me asfixiaba, ahogándome en un dolor que no podía comprender. No quería imaginar lo que había tenido que hacer, el sufrimiento que debió soportar solo para lograr lo que acababa de ver.

Shadow no dijo nada. En lugar de eso, simplemente me abrazó.

Un abrazo firme, silencioso, desesperado.

Mis manos se aferraron a su espalda, mis dedos ensangrentados hundiéndose en su chaqueta. Mi llanto no cesó. Sentía el calor de su cuerpo, el olor a sangre fresca impregnándolo todo, la adrenalina todavía corriendo en mis venas.

No recordé mucho de lo que sucedió después.

Recuerdo el aroma metálico de la sangre en el aire. Recuerdo el calor de Shadow envolviéndome. Recuerdo las sirenas de la policía acercándose. Recuerdo la voz de Shadow hablando con alguien, el peso de su mano en mi espalda.

Y recuerdo haberme subido a su auto.

No supe cuánto tiempo había pasado cuando finalmente reaccioné. El viento nocturno entraba por la ventana, mientras avanzábamos en la carretera. La ciudad brillaba a lo lejos, y el motor del auto retumbaba bajo nosotros.

Cuando llegamos al frente de mi casa, lo primero que hice fue bajarme de la automóvil. Sentí el aire frío contra mi rostro, aliviando un poco la sensación de calor acumulado en mi piel después de todo lo que había llorado.

Me giré hacia el auto.

Shadow seguía allí, inmóvil, con las manos firmes sobre el volante y la mirada clavada en algún punto del suelo.

Durante un momento, lo dejé estar.No quería presionarlo

Pero ver la rigidez en su postura me dolió: los hombros tensos, los labios apretados, la mandíbula endurecida por todo lo que habíamos vivido esa noche… la pelea, la sangre, el miedo, la culpa.

No podía dejarlo ahí. No solo.

Sin decir palabra, abrí la puerta del pasajero y me estire, tocando suavemente su brazo.

—Vamos —dije, mi voz áspera y rasposa por todo el llanto.

Shadow alzó la mirada hacia mí. Hubo un segundo en que sus ojos parecían vacíos… pero luego pestañeó, como regresando al presente. Bajó la vista, se desabrochó el cinturón y salió sin decir nada. 

Rodeó la puerta con pasos lentos y se detuvo frente a mí. Sin pensar, tomé su mano y él, sin dudarlo, entrelazó sus dedos con los míos.

Lo guié por el sendero hasta el porche y saqué las llaves de mi bolsillo y las inserté en la cerradura. Por un momento, mis ojos se posaron en el llavero que colgaba de ellas: la mitad de un corazón plateado.

Shadow me lo había dado en el bar.

Antes del caos.

Apreté los labios y abrí la puerta.

El interior de la casa estaba cálido y en silencio, como si perteneciera a otro mundo completamente distinto al de la violencia que habíamos dejado atrás.

Shadow entró detrás de mí sin decir nada, su presencia tan silenciosa como siempre. Lo llevé hasta el segundo piso y, sin darle tiempo a preguntar nada, abrí la puerta del baño y lo miré fijamente.

—En el botiquín hay un cortaúñas —dije, mi voz aún algo áspera por todo lo que había llorado— Y sobre el mueble hay toallas frescas.

Shadow no respondió. Solo bajó la mirada a su mano derecha, observando sus garras alargadas con la misma expresión inescrutable de siempre. Luego, sin una palabra, entró al baño y cerró la puerta tras de sí.

Lo escuché moverse dentro, el sonido del agua corriendo y pequeños clics metálicos cuando comenzó a cortar sus uñas. No me quedé para escuchar más.

Mis pasos me llevaron de regreso a mi habitación, el peso de la noche aún presionando mis hombros. Tire mis guantes dentro de un canasto de basura y abrí el armario, buscando algo cómodo, algo suave. Saqué una blusa holgada y un short de tela ligera, ambos de un rosa pálido con pequeños estampados de flores. La idea de ponerme algo cálido y limpio después de todo esto era lo único que me daba una mínima sensación de normalidad.

Cuando volví al pasillo, la puerta del baño se abrió con un leve chirrido. Shadow salió en silencio.

Sus púas estaban mojadas y caídas, haciéndolo lucir extrañamente desarmado. Sus manos, ambas desnudas, mostraban su pelaje oscuro sin la habitual barrera de sus guantes. Sus uñas, antes largas y afiladas, estaban ahora recortadas con precisión.

Por un momento, nos quedamos en silencio.

Me acerqué sin pensarlo demasiado y tomé suavemente la toalla que tenía alrededor del cuello. La levanté y comencé a secarle las púas con movimientos lentos y cuidadosos.

—Ahora hueles a fresas —murmuré, notando el leve aroma del jabón en su pelaje.

Shadow parpadeó, sorprendido por el comentario. Luego, simplemente asintió.

—Espérame en la sala —le dije.

Él no preguntó nada. Solo giró sobre sus talones y bajó las escaleras sin hacer ruido, desapareciendo en la penumbra del piso inferior.

Me quedé ahí unos segundos, escuchando el eco lejano de sus pasos.

Finalmente, solté un suspiro y entré a la ducha.

El agua caliente cayó sobre mí, arrastrando con ella la tensión de la noche, el sudor, el miedo... y el persistente olor a sangre que aún parecía aferrarse a mi pelaje.

Después de ducharme, bajé las escaleras con el cabello aún húmedo, el aroma a jabón y fresas envolviéndome en una sensación de limpieza y frescura. Pero en cuanto puse un pie en la sala, la atmósfera cambió.

Shadow estaba sentado en el sofá, los codos apoyados en las rodillas y la mirada clavada en el suelo. Sus hombros seguían tensos, como si el peso de la noche aún lo estuviera aplastando.

Me acerqué y me senté a su lado, sin decir nada. El silencio se extendió entre nosotros, pesado, casi sofocante.

Lo observé de reojo. Su rostro permanecía impasible, pero algo en su expresión me inquietaba. Finalmente, rompí el silencio con suavidad.

—¿Estás bien?

Shadow giró el rostro hacia mí, y por un momento vi algo en sus ojos que no supe descifrar. No era enojo, ni tristeza... pero tampoco calma. Antes de que pudiera entenderlo, apartó la mirada y volvió a fijarse en el suelo.

—Cada vez que salimos, algo sale mal —murmuró, con un tono bajo, casi amargo.

Fruncí el ceño, sacudiendo la cabeza de inmediato.

—No es cierto...

Shadow giró el rostro hacia mí, su expresión endureciéndose, con una chispa de frustración en sus ojos rojos.

—Nuestra primera cita, me robaron la motocicleta y terminaste con un ojo morado.

Intenté encontrar el lado positivo.

—Pero tuvimos un bonito día en el mercado.

Shadow resopló, como si mi optimismo lo exasperara.

—En el cine, terminé estrangulando a un idiota y nos sacaron de la sala.

Sonreí un poco, tratando de restarle importancia.

—Pero tuvimos un buen momento antes de eso... y la cena estuvo bien.

Shadow chasqueó la lengua.

—Luego, en la pista de patinaje, abofeteaste a una estúpida y tuve que sacarte de ahí.

Cruzándome de brazos, repliqué con firmeza:

—Pero la pasamos increíble en la pista. Bailamos, nos divertimos...

—Y hoy —su voz bajó un tono, sombría— te acosaron, y yo terminé con balas en el pecho.

Abrí la boca para responder, pero me detuve. No tenía forma de maquillar eso.

—Pero... —balbuceé— estábamos pasándola bien antes de eso...

Shadow bajó la mirada, sus puños se cerraron sobre sus muslos y, con voz más baja, murmuró:

—Siempre que estamos juntos, nos metemos en un altercado... Es como si el universo nos estuviera diciendo que no deberíamos estar juntos.

Se hizo un nudo en mi garganta.

—Shadow... —murmuré, pero él no había terminado.

—Y tal vez...

 Mi respiración se agitó y lo interrumpí antes de que pudiera terminar.

—¡No! —solté, sintiendo el pánico en mi propia voz— No digas eso, ni lo pienses.

Él me miró sorprendido.

—Shadow, nada de esto ha sido nuestra culpa. Es culpa de los demás, de lo horribles y groseros que son. Nosotros nunca buscamos problemas, nunca peleamos entre nosotros... siempre es con los demás.

Bajé la cabeza y sentí las lágrimas acumularse en mis ojos antes de derramarse por mis mejillas. Me mordí el labio, tratando de contenerme, pero no pude evitarlo.

—Por favor, Shadow... no me dejes.

Shadow reaccionó al instante. Se giró completamente hacia mí y me tomó por los hombros, sus manos firmes pero gentiles. Su mirada ardía con una intensidad que me dejó sin aliento.

—Yo no quiero dejarte —dijo con una convicción feroz— No voy a dejarte.

Mis labios temblaron.

—Entonces... ¿por qué dices esas cosas?

Su expresión se suavizó, pero su voz seguía cargada de emoción.

—Porque solo quiero que seas feliz, Rose. He esperado años para tenerte así, entre mis brazos... y lo único que quiero es verte sonreír, verte cantar y reír como siempre lo has hecho. No quiero que todo esto apague tu luz.

Lo miré a los ojos, sintiendo el corazón latir con fuerza contra mi pecho.

—Pero soy feliz, Shadow. Tú me haces feliz.

Y antes de que pudiera pensarlo más, me incliné hacia él, cerrando la distancia entre nosotros. Mis brazos se aferraron a su cuello mientras presionaba mis labios contra los suyos.

Al principio, el beso fue suave, tembloroso por la emoción acumulada, pero en el instante en que Shadow reaccionó y me abrazó, lo profundizó con desesperación contenida.

No quería separarme de él. No en este momento, no con la calidez de sus brazos envolviéndome, no con la manera en que su beso hablaba más que cualquier palabra.

Aferrándome con más fuerza a su cuello, profundicé el beso, mis labios entreabriéndose en una silenciosa invitación. Lo sentí dudar un instante, pero luego, como si se rindiera a la misma necesidad que me consumía, entreabrió los suyos, permitiéndome adentrarme en su boca.

Un escalofrío me recorrió cuando nuestras lenguas se rozaron, tímidas al principio, luego más seguras, explorando, jugando, saboreando. Su beso se volvió más intenso, más hambriento, y me encontré perdiéndome por completo en él.

Sin darme cuenta, mi espalda se hundió en el sofá, su cuerpo encima del mío, su peso cálido y firme cubriéndome, atrapándome de la forma más deliciosa. Su mano, grande y fuerte, se deslizó por mi cintura, sosteniéndome con cuidado, como si temiera romperme.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, devorándonos con besos cada vez más desesperados, aferrándonos el uno al otro como si fuéramos a desaparecer. Solo cuando el aire se volvió una necesidad ineludible, nos separamos unos centímetros, nuestros alientos entremezclándose, nuestros cuerpos aún entrelazados.

Shadow apoyó la frente contra la mía, respirando hondo. Su mirada ardía con una intensidad que me hacía temblar.

—Rose... —su voz era un susurro ronco, grave, como si le costara hablar— ¿Dónde fue que... ese tipo te tocó?

Su pregunta me hizo tensarme ligeramente. Mi mirada se desvió por un momento antes de bajar mi mano y señalar mi muslo.

Shadow bajó la vista hacia el lugar indicado. Lo vi tragar con dificultad, su mandíbula apretándose.

Su mano, desnuda y temblorosa, se acercó con duda, con una vacilación que no solía tener. Suavemente, sus dedos rozaron mi pierna y un escalofrío me recorrió la columna.

No presionó, no invadió. Solo dejó que su palma se deslizara en una lenta caricia sobre mi muslo, como si estuviera tratando de borrar el rastro de aquel maldito, de limpiar lo que no debía haber estado ahí en primer lugar.

El calor subió a mi rostro. No pude evitar desviar la mirada, sintiendo mi corazón retumbar en mi pecho.

Shadow se detuvo de inmediato y retiró la mano.

—¿Te incomoda? —preguntó en voz baja, con esa seriedad que siempre tenía cuando se trataba de mí.

Negué con la cabeza, sin atreverme aún a mirarlo.

—No... sigue —murmuré.

Lo escuché exhalar suavemente antes de volver a posar su mano sobre mi pierna. Esta vez, la caricia fue más segura, más constante, sus dedos deslizándose con una suavidad casi reverente.

Mi respiración se volvió un poco más pesada, y cuando finalmente reuní el valor para mirarlo de nuevo, mis ojos se encontraron con los suyos.

No hubo más palabras. Solo la chispa de deseo contenido que se encendió entre nosotros antes de que nuestros labios volvieran a encontrarse en un beso ardiente, uno que nos hundió aún más en ese instante que no quería que terminara jamás.

 

Chapter 14: Porque lo quiero

Chapter Text

Nos besamos con fervor, nuestras lenguas jugueteaban y exploraban, saboreándonos mutuamente en un vaivén que se sentía tan natural como embriagador. La calidez de su boca, la forma en que su lengua acariciaba la mía, todo hacía que mi cuerpo respondiera con una necesidad desconocida hasta ahora.

La mano desnuda de Shadow seguía en mi muslo, sus dedos presionaban con firmeza, recorriéndolo con una mezcla de posesividad y reverencia. Su toque no era apresurado, sino deliberado, como si estuviera memorizando cada centímetro de mi piel. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando su mano comenzó a ascender, con la misma lentitud calculada, deslizándose bajo el borde de mi blusa.

Su palma se movió con delicadeza sobre mi vientre, trazando un camino de fuego en mi piel con cada caricia. Su respiración se volvió más profunda, pesada, mientras sus dedos subían por mis costillas, recorriéndolas con un roce que me hizo estremecer. Cuando su mano llegó a mi pecho, presionando con una leve firmeza, un gemido se escapó de mi garganta sin que pudiera evitarlo. Fue apenas un sonido ahogado, pero suficiente para que Shadow lo escuchara.

Mi boca se separó de la suya en un jadeo tembloroso, mis labios hinchados y húmedos por nuestros besos. Abrí los ojos, solo un poco, y lo encontré mirándome fijamente. Sus ojos rojos brillaban en la penumbra del cuarto, intensos, ardientes, como dos rubíes incandescentes que parecían consumirlo todo a su paso.

Esa mirada me dejó sin aliento. No había duda, ni vacilación en ella. Solo deseo puro y contenido, mezclado con algo más profundo, algo que me hizo temblar de una forma que nada antes había logrado.

Su mano volvió a moverse y un sonido repentino interrumpió el momento.

Un zumbido insistente, vibrante, llenó el aire. Shadow se detuvo, tensándose. Sus orejas se movieron ligeramente mientras identificaba la fuente del sonido. Soltó un gruñido frustrado y, con un resoplido, se apartó apenas lo suficiente para hablar.

—Es mi celular... está en mi chaqueta. La dejé en tu baño —dijo con evidente fastidio en la voz.

Mi rostro ardía. Apenas logré responder con un murmullo. —Oh...

Shadow se quedó allí, todavía sobre mí, como si estuviera debatiéndose entre ignorar la llamada o atenderla. Finalmente, exhaló pesadamente y se levantó con movimientos pausados, sin querer realmente hacerlo. Me sentí desprovista de su calor al instante.

—Lo lamento mucho, Rose... tengo que contestar —murmuró con voz grave antes de caminar hacia las escaleras.

Lo vi desaparecer rumbo al baño, dejándome en el sofá, aún con el pulso acelerado, la piel encendida y un vacío extraño en mi pecho. Llevé una mano a mi rostro, cubriéndolo mientras trataba de procesar lo que acababa de ocurrir.

No podía creerlo. Habíamos estado tan cerca... demasiado cerca. Mi corazón latía con fuerza, y aunque la interrupción había sido repentina, lo que más me desconcertaba era la sensación que seguía latiendo dentro de mí. La calidez en mi piel, el anhelo punzante en mi pecho.

¿No era muy pronto para esto? Solo llevábamos un mes saliendo... y sin embargo, cuando estaba con él, cuando me tocaba con esa mezcla de delicadeza y hambre contenida, todo lo demás dejaba de importar. Se sentía bien.

Muy bien.

Suspiré, mordiendo mi labio con nerviosismo, mientras esperaba a que Shadow regresara.

Esperé un par de minutos en el sofá, aún sintiendo el calor de la intimidad que habíamos compartido momentos antes. Mi corazón seguía latiendo con fuerza, mi mente atrapada entre la sensación de sus labios y la forma en que su toque había encendido algo dentro de mí. Pero cuando escuché sus pasos descendiendo por las escaleras, la calidez dio paso a la preocupación.

Shadow apareció ante mí, vistiendo nuevamente su chaqueta y guantes, manchados con sangre seca. Su expresión era una mezcla de molestia y resignación, como si su mente ya estuviera en otro lugar, en otro deber.

—Me tengo que ir —dijo, con voz firme— Tengo que ir a reportar lo que pasó esta noche. Si no fuera mucha molestia, Rose, ¿podrías darme tu testimonio escrito? No quiero molestarte con una visita a la estación.

Asentí, aún un poco sonrojada, y me levanté del sofá. Busqué papel y lápiz en el librero, mis pensamientos aún un poco dispersos, y luego me dirigí a la mesa de la cocina. Me senté y comencé a escribir con cuidado, relatando todo lo que había sucedido en el bar: el acoso, la manera en que Shadow me había defendido, la pelea y, finalmente, los disparos que había recibido.

Al terminar, firmé el documento y se lo entregué. Shadow lo tomó sin decir nada al principio, leyéndolo con rapidez, su mirada enfocada y seria.

—Con esto bastará. Gracias, Rose —dijo tras unos segundos, doblando el papel cuidadosamente.

Entonces, levantó la vista y me miró con un brillo sutil en los ojos.

—Por cierto... ¿me podrías dar mi gatito? Creo que sigue en tu bolso.

Sonreí sin poder evitarlo. A pesar de todo lo que había ocurrido está noche, aún recordaba el pequeño obsequio que le había dado en el bar. Ese detalle me enterneció más de lo que debería.

—Por supuesto —respondí con suavidad.

Me levanté y caminé hacia la mesita de noche, donde había dejado mi bolso. Revolví dentro de él hasta encontrar el pequeño gato negro tejido y volví hacia él, extendiéndole el regalo.

—Ten —le dije.

Shadow tomó el muñeco con cuidado, observándolo por un momento antes de volver a mirarme.

—Gracias, Rose... —murmuró. Su tono tenía un matiz más suave que antes, casi como si ese pequeño gesto hubiera logrado aliviar una fracción del peso que siempre llevaba sobre los hombros.

—Me tengo que ir. Nos hablamos.

Asentí con una sonrisa y me acerqué para darle un beso de despedida. Él respondió al instante, inclinándose para presionar un beso rápido y cálido contra mis labios. No fue intenso ni prolongado como los de antes, pero tenía algo reconfortante, como una promesa silenciosa de que todo estaría bien.

—Buenas noches —le dije en un murmullo.

Shadow sonrió apenas y asintió.

Lo acompañé hasta la puerta y la abrí para verlo salir. Shadow descendió los escalones con pasos firmes, cruzó el jardín sin decir una palabra y se detuvo junto a su auto. Se giró por un momento y levantó una mano en un gesto silencioso de despedida. Yo levanté la mía también, agitándola suavemente, como si pudiera alargar un poco más el momento.

Sin más, Shadow rodeó el vehículo, abrió la puerta del conductor y se acomodó en el asiento. Encendió el motor y puso el auto en marcha. Yo me quedé en el umbral, observándolo partir mientras las luces traseras se alejaban en la noche.

Cerré la puerta con un suave clic, dejando que el silencio de mi casa me envolviera. La ausencia de Shadow dejó un extraño vacío en el ambiente, un eco de la calidez de sus besos aún persistiendo en mi piel. Suspiré, llevándome una mano al rostro. Todo lo que había ocurrido esta noche—la pelea, el miedo, el deseo, su tacto ardiente sobre mi cuerpo—seguía danzando en mi mente como un torbellino imparable.

Pero antes de que pudiera perderme en esos pensamientos, mi estómago rugió con una urgencia que no podía ignorar.

—Chaos... ni siquiera cené —murmuré para mí misma.

Caminé hasta la cocina, donde la fría luz blanca de la nevera iluminó las sobras de la cena de anoche. Saqué un contenedor de comida, lo metí al microondas y programé el tiempo sin prestar demasiada atención al proceso. Mientras esperaba, me incliné sobre el mostrador y comencé a rebuscar en las gavetas, buscando algo para acompañar la comida.

Sonreí levemente al encontrar una botella de vino. Era uno de esos que Rouge me había regalado hace un tiempo, asegurando que "toda chica necesita un buen vino para los momentos difíciles". Bueno, esta noche definitivamente calificaría.

Vertí una copa y, al levantarla, el teléfono vibró sobre la mesa. Miré la pantalla y vi el nombre de Rouge.

Rouge: Vamos de compras mañana, necesito completar mi colección de Otoño.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Rouge siempre encontraba la manera de hacer que las cosas fueran más divertidas, incluso cuando la vida parecía un poco caótica.

Yo: Nos vemos en el mall a las 12, almorcemos primero.

Rouge: 👌🏼

No pude evitar sonreír ante su simple respuesta. Rouge siempre tan directa y con tanto estilo.

El día siguiente llegó rápidamente, un domingo por la tarde. El aire cálido del verano comenzaba a ceder, dando paso a una brisa fresca y suave que anunciaba la llegada del otoño. Las primeras hojas, tintadas de rojo y amarillo, caían lentamente de los árboles, mientras el cielo perdía su brillo intenso y adoptaba un tono más suave, casi melancólico. La temperatura ya no era tan abrasante, y el olor a tierra húmeda y madera fresca llenaba el aire, como si el mundo estuviera preparándose para un descanso más tranquilo.

Después de almorzar en un pequeño café, nos dirigimos al centro comercial. Rouge, como siempre, iba a por todas, lista para encontrar esa pieza que faltaba en su colección de otoño. Yo, por mi parte, no tenía prisa por encontrar nada. De hecho, a medida que recorríamos las tiendas, mi mente no dejaba de vagar. En lugar de mirar las secciones que normalmente me llamarían la atención, me encontré observando la ropa masculina. Sin darme cuenta, mis pensamientos volaron hacia Shadow.

Me aproximé a una fila de chaquetas, recorriendo con las manos las piezas, evaluando el material, el corte, el color. Algo en mí quería encontrar algo que le quedara bien, algo que se ajustara a él. La idea de ver a Shadow con algo nuevo, algo que yo misma había elegido para él, me llenaba de una extraña satisfacción.

Finalmente, me detuve frente a una chaqueta. Era simple, elegante, pero con una esencia de rudeza, de algo que le quedaría perfecto. La tomé entre mis manos, revisando que tuviera las aperturas necesarias para las púas de su espalda.

Fui hacia Rouge, que seguía inspeccionando varios atuendos. La miré con una ligera sonrisa.

—¿Qué opinas? —le pregunté, con un toque de duda, aunque mi voz traicionaba una creciente emoción— ¿Crees que le quedaría bien a Shadow?

Rouge levantó la vista y tomó la chaqueta, examinándola con detenimiento. Sus ojos se entrecerraron y, tras un momento de silencio, asintió con la cabeza, confiada.

—Mmm... sí, es su estilo —dijo, y luego sus labios curvaron en una sonrisa juguetona— Y eso, cariño... ¿le estás comprando ropa a tu amorcito?

Un calor familiar se extendió por mis mejillas. Me sonrojé y bajé la mirada hacia la chaqueta que tenía entre las manos, nerviosa.

—Solo quiero comprarle una chaqueta nueva... ¿te diste cuenta de cómo regreso anoche? Lleno de sangre seca...

Rouge soltó un suspiro, alzando las cejas.

—Sí, me di cuenta —dijo con tono grave— Me dijo que no era gran cosa, que solo le dispararon.

Mi pecho se apretó, al pensar que a Shadow no le importa terminar lastimado así.

—Ahh, Amy, cariño, ¿Shadow hizo eso de... auto-regenerarse frente a ti?— dijo Rouge, con una expresión incómoda.

Mi estómago se apretó con solo recordar la escena. Cerré los ojos brevemente, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

—Sí... fue... un poco aterrador —admití, casi en un susurro. No sabía qué más decir. Nunca había visto algo así, y me dejó una sensación extraña.

Rouge suspiró con frustración, como si llevar años diciéndole lo mismo no hubiera servido de nada.

—Le he dicho mil veces que no haga eso frente a los demás, que es espeluznante... pero ese erizo no entiende. No le importa. —Rouge dejó salir un largo suspiro, frustrada— Desde que volvió de su viaje sabático, se ha vuelto un obsesivo compulsivo. Adicto al trabajo.

Mi mente dio un giro al escuchar lo de su "viaje sabático".

—¿Viaje sabático? ¿Te refieres a los dos años que no supimos nada de él, después del Virus? —pregunté, sin poder evitar la curiosidad.

Rouge asintió, su expresión se tornó más seria.

—Sí, ese viaje sabático. Simplemente se levantó y se fue, sin decir ni una palabra. Y no supe nada de él durante dos años enteros. Ni un mensaje, nada. Luego, un día cualquiera, regresa como si nada, diciendo que iba a participar en el proyecto de reconstrucción de G.U.N.

—Y ahora solo se la pasa trabajando —dije, recordando cómo, en cada videollamada, siempre estaba revisando documentos, como si no pudiera desconectarse ni por un segundo.

Rouge suspiró pesadamente, como si el tema ya le estuviera causando dolor de cabeza.

—Sí... Trabajando, entrenando, luchando. Se obsesionó con la idea de preparar a todos para defenderse de un apocalipsis. ¡Amy! ¿Sabías que ese erizo tiene como cinco meses de vacaciones acumuladas? ¡Cinco meses! Y la única vez que lo vi tomarse un descanso fue para ir a las fiestas que organizas. Y ahora que están juntos... —Rouge hizo una pausa, su rostro tornándose aún más serio mientras me miraba con una mezcla de preocupación y un toque de desesperación— Por favor, haz que ese erizo tome unas vacaciones, solo tú podrías convencerlo.

Mis ojos se abrieron ligeramente ante su súplica. ¿Convencer a Shadow de que descansara?

—¿Yo? —respondí, levantando una ceja.

Rouge, con esa confianza desbordante que solo ella tenía, me sonrió con suficiencia. La expresión en su rostro era como la de una mujer que sabía exactamente qué hacer en cualquier situación.

—Es muy sencillo, cariño —dijo, como si fuera una receta secreta que acababa de descifrar. Luego, con un aire de juego, se acercó y comenzó a hacer una demostración exagerada, sus ojos se abrieron de par en par y se dirigieron hacia mí con la dulzura más inocente. Empezó a hacer ojitos de cachorro, un brillo tierno en sus ojos y los labios ligeramente curvados hacia abajo, como si fuera la cosa más dulce del planeta. No pude evitar reírme por la forma en que exageraba cada movimiento, pero Rouge estaba completamente seria en su misión.

—Solo míralo así y usa la voz más dulce que puedas. Dile: Shadow, te extraño, ¿puedes pasar los fines de semana conmigo? —Rouge hizo una pausa dramática, dejando que sus palabras flotaran en el aire, antes de añadir con una sonrisa triunfante— Y hazlo dulce, con un "por favor" largo. Vas a ver cómo cede.

Me eché a reír sin poder evitarlo, pero lo cierto es que la imagen de Rouge actuando como un cachorro me dejó una sensación cálida en el pecho. Sin embargo, mi risa se apagó un poco cuando volví a pensar en Shadow y su dedicación inquebrantable al trabajo.

—No sé, Rouge... Shadow es muy dedicado a su trabajo —respondí, sintiendo que algo en mi voz sonaba un poco inseguro, a pesar de las palabras de mi amiga.

Rouge, ahora con un toque de seriedad en su mirada, se acercó un poco más y me miró fijamente, casi como si estuviera evaluando si iba a ser capaz de llevar a cabo su "plan".

—Amy, cariño, ese erizo destruiría el planeta si tú se lo pidieras. Solo tienes que intentarlo, y vas a ver cómo va a ceder.

Me quedé pensativa, sosteniendo la chaqueta entre mis manos. La idea de pasar mis fines de semana con Shadow me hizo sonrojar, pero también me emocionó. Imaginé todas las cosas que podríamos hacer juntos...

Suspiré, mirando a Rouge.

—Lo intentaré... —dije en voz baja, aunque dentro de mí, la emoción crecía más fuerte.

Tras nuestra conversación, seguimos con las compras. No supe cuánto tiempo había pasado, pero eventualmente nos detuvimos a descansar en una cafetería acogedora dentro del centro comercial. El lugar tenía un aroma dulce a café recién molido y la música suave de fondo creaba un ambiente relajante.

Me dejé caer en una silla junto a Rouge, suspirando aliviada al sentir que al fin podía tomar un respiro. A mi lado, descansaban un par de bolsas de compras, todas con cosas que había elegido para Shadow. En contraste, junto a Rouge había una pila interminable de bolsas de ropa y accesorios, testigos de su incansable cacería de moda.

Tomé un sorbo de mi bebida fría y jugueteé con la pajilla distraídamente, mi mirada desviándose cada tanto a mis bolsas. Había comprado la chaqueta, unos guantes nuevos, una bufanda roja para el cambio de estación, un juego de jarra y tazón de color negro, y una bolsa de granos de café exóticos. Pensé en la expresión que pondría Shadow al recibirlos. ¿Le gustaría? ¿Pensaría que estaba exagerando?

Rouge, sosteniendo su bebida con elegancia, me observó en silencio antes de arquear una ceja con una expresión de absoluta diversión.

—Cariño... —comenzó con tono despreocupado, pero sus ojos brillaban con picardía— ¿Me quieres explicar por qué todas tus compras son para Shadow?

Me congelé por un segundo y bajé la mirada a mis bolsas, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

—No todas... —murmuré, removiendo el hielo en mi bebida con la pajilla.

Rouge resopló divertida.

—Oh, claro, claro. Compraste... ¿qué? ¿Una bebida en esta cafetería? Porque todo lo demás, querida, grita "Shadow el consentido".

—No es que... —Me detuve, mordiéndome el labio. Suspiré y me encogí de hombros— No sé, simplemente... vi cosas que le quedarían bien o que podría necesitar.

—¿Necesitar? —Rouge apoyó el codo en la mesa y su mejilla en la palma de su mano, sonriendo con malicia—Amy, amor, una bufanda roja y un café no son exactamente artículos de primera necesidad.

Mi cara ardió más fuerte.

—¡Bueno, el clima está cambiando y pensé que le haría bien algo más abrigado! Y lo del café... él come mucho café, así que pensé que le gustaría probar algo diferente.

Rouge soltó una risa baja, sacudiendo la cabeza.

—Eres adorable. Realmente lo eres.

—¿Por qué dices eso?

—Porque esto... —hizo un gesto hacia mis bolsas— es la cosa más tierna que he visto en mucho tiempo. Lo estás mimando sin darte cuenta.

Fruncí el ceño ligeramente, removiendo mi bebida otra vez.

—No lo estoy mimando...

—¿No? —Rouge entrecerró los ojos con una expresión astuta— Le compras ropa, le consigues café especial, le das algo calentito para cuando haga frío. Cariño, si eso no es mimar, no sé qué lo sea.

Desvié la mirada, sintiendo que no tenía una defensa sólida contra sus palabras.

—Solo... quiero que tenga cosas buenas —admití en voz baja.

Rouge me miró por un momento, su sonrisa suavizándose.

—Lo sé —dijo finalmente— Y apuesto a que a él también le gustará.

Me quedé en silencio, observando el vapor de su café elevarse en espirales suaves. ¿Realmente le gustaría? Shadow nunca pedía nada para sí mismo. Tal vez se sentiría extraño al recibir estas cosas... pero aun así, quería intentarlo.

Rouge bebió un sorbo de su café antes de mirarme de reojo con una sonrisa traviesa.

—Solo digo, Amy, si sigues así, lo vas a malacostumbrar.

Sonreí levemente, sintiendo un pequeño revoloteo en el pecho ante la idea.

—Tal vez no sea tan malo.

Rouge soltó una carcajada.

—Oh, definitivamente quiero ver la cara que pondrá cuando le des todo esto.

Tomé mi bebida, sintiendo una pequeña emoción burbujeante dentro de mí. Yo también quería ver su reacción.

Regresé a casa al atardecer, con las bolsas de compras en mis manos. El cielo se teñía de tonos cálidos, naranjas y rosas que pintaban el vecindario con una luz suave y acogedora. Al llegar a la puerta de mi casa, solté un suspiro y, con una mano, busqué las llaves en mi bolso.

Cuando las saqué, mi mirada se posó en el llavero, y una sonrisa involuntaria curvó mis labios. Ahí, brillando bajo la tenue luz del crepúsculo, colgaba la mitad de un corazón plateado. Lo sujeté con los dedos, sintiendo su superficie lisa. Mi pecho se llenó de calidez al recordar que Shadow tenía la otra mitad. No importaba lo lejos que íbamos a estar durante la semana, este pequeño detalle me recordaba que siempre vamos a estar conectados.

Abrí la puerta y entré, dejando las bolsas sobre la mesita de la sala. Me acomode en el sofá antes de comenzar a sacar cada artículo de las bolsas, colocándolos uno por uno sobre la mesa de centro. Me quedé mirándolos, pensativa.

¿Cómo se los daría?

Shadow no era alguien que se preocupara por los regalos materiales, eso lo sabía bien. Sin embargo, quería hacer esto por él, quería mostrarle que su cariño no era un camino de un solo sentido. ¿Debía envolverlos en una bolsa de regalo? ¿O simplemente dárselos tal como estaban? Mordí levemente mi labio, indecisa.

Mis ojos se desviaron a la mesa cerca de la puerta, donde reposaban dos portarretratos. En una, Shadow y yo estábamos en el concierto de reunión de Hot Honey. La otra era nuestra cita en la pista de patinaje, luciendo nuestros atuendos ochenteros para el evento. Junto a la fotos, un jarrón con rosas rosadas resaltaba con su color vibrante. Sonreí al verlas.

Esta mañana me habían entregado un nuevo ramo. Cada domingo, sin falta, un repartidor llegaba a mi puerta con rosas frescas de un tono perfecto. Era una costumbre que Shadow había iniciado desde que comenzamos a salir. Ya me había aprendido el nombre del repartidor y hasta sabía los días en los que descansaba.

Volví a mirar las compras en la mesa.

Shadow era increíblemente dulce conmigo. No solo me enviaba flores cada semana, sino que también insistía en pagar nuestras salidas, en cubrir las cuentas de cada comida que compartimos, en asegurarse de que no tuviera que preocuparme por nada cuando estaba con él. En nuestra primera cita había pagado todas las compras en el mercado. Y por si fuera poco, me había regalado este hermoso llavero con forma de corazón.

Apreté suavemente los puños.

Está bien... ¿verdad?

Está bien si quiero devolverle todo su afecto. Está bien si quiero hacer cosas por él también. No importa si no espera nada a cambio; yo quiero hacerlo. Porque lo quiero.

Mis propios pensamientos me tomaron por sorpresa.

"Porque lo quiero."

El peso de esas palabras cayó sobre mí como una ola repentina, dejándome congelada en mi lugar. Mi corazón latió con fuerza, y el aire pareció espesarse a mi alrededor. Parpadeé, sintiendo un calor subir por mi rostro mientras la realización se asentaba dentro de mí.

¿Lo quiero?

Solté un leve suspiro, llevándome una mano al pecho. Mi corazón palpitaba con un ritmo extraño, no de sorpresa o nerviosismo, sino de algo más profundo. Algo cálido, sereno... pero al mismo tiempo abrumador.

Miré la mesa, pero mis pensamientos estaban lejos de los artículos frente a mí.

No había sido una declaración vacía, no había sido un pensamiento pasajero. Lo dije porque lo sentí. Porque en este preciso momento, mientras estaba sentada en el sofá de mi sala, rodeada de pequeños recordatorios de su presencia en mi vida, lo supe.

Mi mente empezó a retroceder, como si buscara pruebas de algo que, hasta ahora, me había negado a ver con claridad.

Las rosas cada domingo, el sonido de su voz y su hermoso rostro cuando me video-llamaba en las noches, la forma en que se aseguraba de que siempre estuviera cómoda cuando salíamos juntos. Su presencia inquebrantable, su manera silenciosa pero intensa de demostrar lo que sentía por mí.

Y yo...

Yo había empezado a esperarlo. Había comenzado a contar los días hasta nuestra siguiente cita, a sonreír cuando su nombre aparecía en la pantalla de mi teléfono, a sentirme tranquila sabiendo que él estaba ahí, aunque fuera desde la distancia.

No solo me gustaba su compañía. No solo me hacía feliz.

Lo quería.

Esa verdad se asentó en mí como un susurro suave y envolvente, como el calor del sol en una tarde fresca. No había explosión ni confusión... solo una certeza clara, innegable.

Mi rostro ardió, y cubrí mis mejillas con las manos, como si pudiera ocultarme de mi propia realización.

Y me golpeaba con fuerza, envolviéndome en una mezcla de sorpresa y emoción que apenas podía procesar. Pero antes de que pudiera ahondar más en ello, un fuerte golpe en la puerta me hizo dar un respingo.

Me levanté rápidamente, aún con el corazón latiéndome en los oídos. Caminé hacia la entrada con la confusión pintada en mi rostro. Al abrir la puerta, me encontré con Vanilla, de brazos cruzados, su expresión seria y severa. A su lado, Cream abrazaba a Cheese con fuerza, mirando al suelo con incomodidad.

—¿Vanilla? ¿Cream? —pregunté, desconcertada—. ¿Qué las trae por aquí?

Vanilla no cambió su expresión en absoluto. Su voz salió firme y sin rodeos:

—Amy, necesitamos hablar.

Sin esperar una invitación, entró a la casa con determinación.

—Lo siento, Amy... —murmuró Cream con culpa, antes de seguir a su madre al interior.

Me quedé en la puerta un segundo, aún tratando de entender qué estaba pasando. Algo no estaba bien. Cerré la puerta y volví a la sala, donde Vanilla ya estaba de pie, examinando con ojos críticos los artículos que había comprado para Shadow, esparcidos sobre la mesa de centro.

Luego, sus ojos se movieron con precisión hasta la mesita cerca de la puerta. Su atención se enfocó en el jarrón con rosas rosadas, frescas y hermosas, el último ramo que Shadow me había enviado esa mañana. Antes de que pudiera decir algo, Vanilla empezó a caminar hacia la mesita y, sin vacilar, tomó una de las fotos enmarcadas.

Fue tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar.

Mis labios se entreabrieron, pero no pude pronunciar palabra. Vanilla aún no sabía sobre mi relación con Shadow... pero ahora, veia cómo su mirada analizaba cada pequeño detalle en mi casa.

Finalmente, dejó la foto sobre la mesa y me miró directamente.

—Tenía mis sospechas —dijo con voz firme— y esto lo confirma.

Mi cuerpo se tensó.

—¿Vanilla? —pregunté, con un nudo en la garganta.

No respondió de inmediato. En su lugar, giró la cabeza hacia Cream.

—Muéstraselo.

Cream, aún abrazando a Cheese, bajó la mirada y caminó con pasos inseguros hasta mí. Sin decir nada más, extendió su celular, la pantalla ya iluminada con un video en pausa.

—Solo míralo... —susurró con un tono de disculpa.

Tomé el celular entre mis manos y, con un nudo en el estómago, le di play al video. La imagen se iluminó con los vibrantes colores neón de un lugar que reconocí de inmediato. La pista de patinaje. La misma donde Shadow y yo habíamos estado la semana pasada.

La transmisión en vivo pertenecía a una chica iguana vestida con un atuendo claramente inspirado en los ochenta. Llevaba grandes auriculares alrededor del cuello y sostenía un combo de comida rápida mientras charlaba animadamente con su audiencia. Su cámara enfocaba el área de comidas, capturando la atmósfera del lugar con su música retro y el murmullo de la gente.

Y entonces, me vi a mí misma.

A lo lejos, mi figura y la de Shadow aparecían sentados en una mesa, aparentemente tranquilos. Pero de repente, en la pantalla, me levanté bruscamente, mi postura rígida, mi semblante endurecido.

Pude ver hacia dónde me dirigía. Aquella mesa.

Incluso sin sonido, supe lo que estaba ocurriendo. Esas tres chicas. La cierva, la hurón y la ardilla, que se habían pasado minutos enteros murmurando entre ellas, riéndose con arrogancia y diciendo cosas que, aunque no podía escuchar en el video, recordaba con claridad. Hablaban de Shadow.

En el video, mi cuerpo se tensó visiblemente antes de que levantara la mano y...

¡PAF!

El golpe resonó incluso a través de la pantalla. Mi mano impactó contra la mejilla de la cierva con tal fuerza que la hizo caer al suelo junto con su silla. Sus amigas soltaron gritos ahogados y se apresuraron a ayudarla, sus rostros reflejando sorpresa y miedo.

En la imagen, la chica iguana que estaba transmitiendo dejó de comer, su rostro reflejando una mezcla de incredulidad y emoción mientras enfocaba mejor la cámara hacia nosotras.

Y entonces me vi avanzar nuevamente, con el enojo claramente marcado en cada paso que daba.

Pero antes de que pudiera hacer algo más, una sombra se movió en el fondo. Shadow.

Él se levantó con rapidez, cruzó la distancia entre nosotros en segundos y me tomó entre sus brazos, deteniéndome. En el video se podía ver mi resistencia, el modo en que forcejeé contra él, furiosa, intentando liberarme. Pero Shadow simplemente me levantó del suelo con facilidad y, sin decir nada, me sacó del lugar.

La grabación terminó.

Me quedé en silencio, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Ese momento había quedado grabado.

El celular pesaba en mis manos como si fuera de plomo. Sentía las palmas sudorosas, el corazón golpeando con fuerza en mi pecho, y una punzada de vértigo recorriéndome la espalda.

Respiré hondo, intentando calmar la presión que se acumulaba en mi pecho. Le devolví el teléfono a Cream con dedos temblorosos, sin poder encontrar las palabras adecuadas.

—Por los comentarios, todos reconocieron al Señor Shadow —dijo Cream en voz baja, con Cheese aún aferrado a su pecho— Pero tu identidad sigue siendo un misterio... Sos la "misteriosa novia" del comandante de Neo G.U.N.

El aire pareció espesarse a mi alrededor.

Vanilla dejó salir un suspiro, y su expresión se volvió más seria.

—Hoy en la tarde, en las noticias, salió un informe sobre un altercado en un bar de Central City —comenzó— Mencionaron que el comandante de Neo G.U.N. se enfrentó a un grupo de criminales y que terminó con heridas de bala... —Su mirada se encontró con la mía, atrapándome como un ancla— También dijeron que estaba acompañado por una eriza rosada.

Tragué saliva con dificultad.

—Y luego, por casualidad —continuó, entornando los ojos— recibí un mensaje de una de nuestras clientas con un enlace. Me escribió: "Dime si esta chica no se parece a Amy".

El estómago se me revolvió.

—Era el video de ti, abofeteando a esa pobre muchacha —añadió con un tono de firmeza que me hizo encoger los hombros— Todo el mundo está hablando de la eriza rosada que podría ser la pareja del comandante de Neo G.U.N.

Mi mente se nubló por un segundo. ¿Cuántas personas lo habrían visto ya?

La forma en que Vanilla me miró… no fue solo con seriedad. Había en sus ojos una mezcla exacta de decepción y preocupación, tan precisa, tan maternal, que me hizo sentir más pequeña de lo que debería.

—Pero no te preocupes, Amy —intentó consolarme Cream con una voz suave— Nadie sabe que eras tú. Nadie te ha asociado con lo que pasó... De hecho, muchos todavía creen que sigues siendo "la novia de Sonic", y... bueno, varias chicas han empezado a decir que ellas son la novia del Señor Shadow.

Mi corazón dio un vuelco.

La novia de Sonic.

Ese título seguía flotando sobre mí como una etiqueta vieja que se niega a despegar, como una sombra obstinada que el mundo se resiste a dejar atrás.

Pero lo que realmente me descolocó fue lo otro.

Varias chicas diciendo que son la novia de Shadow.

Bufé por reflejo.
¿Cuántas erizas rosadas sin púas traseras hay en el mundo, honestamente?

Pero no podía culparlas del todo. Solo otros erizos notarían los detalles. Las pequeñas diferencias. Las cosas que faltan o sobran. Otras especies no lo ven. Para ellos, todos nos parecemos si el color y la forma general encajan.
Y, en cierto modo, eso es bonito… vivir sin fijarse en los defectos ajenos.

Pero también por eso, los peores bullies siempre vienen de los tuyos.
De los que saben exactamente dónde duele.

Aun así… no pude evitarlo. Ese cosquilleo, tan viejo, tan familiar, que pensé que ya había dejado atrás…
Celos.
Celos al imaginar a otras chicas reclamando a Shadow como suyo.

Vanilla me sacó de mis pensamientos. No había perdido el hilo de la conversación, ni tampoco su tono serio.

—Amy, ¿por qué me lo ocultaste? —preguntó, su voz cargada de algo más profundo que solo enojo.

Dolía.

—¿Por qué no me dijiste que habías empezado una relación con Shadow?

Desvié la mirada. No es que no quisiera decírtelo...

—Después de todo este tiempo, ¿no confías en mí? ¿Creíste que no aprobaría tu relación?

El silencio que cayó entre nosotras era espeso, sofocante.

No supe qué responder.

Vanilla me observaba con la tristeza de alguien que acababa de ser excluido de algo importante, de alguien que pensaba que tenía un lazo más fuerte del que en realidad tenía.

Finalmente, suspiró y suavizó un poco su expresión.

—Amy, eres una mujer adulta e independiente —dijo con calma— No le debes explicaciones ni a mí ni a nadie.

Pero entonces, su mirada se suavizó aún más, y su siguiente frase me golpeó como un puñal en el pecho.

—Pero... pensé que éramos lo suficientemente cercanas para que pudieras confiarme algo así.

Mi pecho se apretó. No era enojo. Era tristeza. Y eso dolía aún más.

—Vanilla... —murmuré, sintiendo un nudo en la garganta.

Ella me sostuvo la mirada, esperando una respuesta.

Miré de reojo a Cream, quien me observaba con los ojos grandes y preocupados. Cheese flotaba a su lado, emitiendo un suave "chao" como si intentara confortarla.

Cerré los ojos por un momento, inhalando con fuerza antes de hablar.

—No es que no confiara en ti... —dije en voz baja— Es solo que...

¿Cómo lo explicaba?

Abrí los ojos, mirando las rosas sobre la mesita, nuestras fotografías, luego a las cosas que había comprado para él sobre la mesa de centro.

Todas esas cosas que representaban lo que él era para mí ahora.

Lo que significaba en mi vida.

Levanté la mirada hacia Vanilla, con una expresión más firme.

—Esta relación es importante para mí. Es algo... nuevo. Algo que quiero proteger.

Vanilla asintió levemente, pero no dijo nada.

Respiré hondo, y continué:

—No es que no quisiera decírtelo, es solo que... todo pasó tan rápido. Primero, Shadow me confesó sus sentimientos. Luego, empezamos a salir. Y yo...

Hice una pausa, llevándome una mano al pecho. Yo me di cuenta de lo que siento por él.

—Quería vivirlo a mi ritmo, sin la presión de que todos lo supieran... sin que la gente empezara a hacer preguntas, sin que mi pasado con Sonic se interpusiera.

Vanilla parpadeó lentamente.

—Amy...

Bajé la mirada.

—Solo quería... tenerlo para mí, al menos por un tiempo.

El silencio se alargó por unos segundos antes de que Vanilla suspirara con resignación.

—Puedo entender eso —dijo, su tono más suave— Pero ahora que la gente empieza a hablar, no podrás ocultarlo por mucho tiempo.

Asentí con lentitud.

Ya lo sabía.

—Y más importante aún... —su mirada se volvió seria otra vez— Amy, ¿qué hiciste en ese bar con Shadow? ¿Por qué se enfrentó a criminales? ¿Por qué lo hirieron de bala?

Me tensé de inmediato.

No estaba preparada para esa conversación.

Solté un suspiro y me pasé una mano por el cabello antes de contestar.

—Fuimos a celebrar nuestro primer mes juntos —admití, sin rodeos—  La estábamos pasando bien, todo iba perfecto... Y cuando fuimos por algo de beber, Shadow recibió una llamada y tuvo que retirarse por un momento.

Me detuve por un segundo, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda al recordar lo que sucedió después. Vanilla y Cream me observaban atentamente, así que continué.

—Mientras lo estaba esperando, un tipo se me acercó —seguí, sintiendo la incomodidad regresar— Empezó a coquetarme, y cuando intenté ignorarlo, puso una mano en mi muslo.

Inconscientemente, acaricié mi pierna mientras hablaba, como si aún pudiera sentir su mano ahí.

—Lo abofeteé por atrevido —dije con firmeza— Pero entonces, Shadow vino a mi defensa, y... bueno... los amigos del tipo vinieron a defenderlo a él, y se armó una pelea entre ellos y Shadow.

Sentí mi pecho apretarse, sabiendo que estaba omitiendo lo peor. Pero no podía contarles la verdad. No podía decirles que Shadow había recibido seis disparos en el pecho y había seguido luchando como si nada. No podía contarles cómo, cegado por la ira, casi estrangula al hombre que le disparó, y cómo tuve que sacarlo de allí antes de que hiciera algo de lo que se arrepintiera.

—¿Y luego? —preguntó Vanilla, mirándome con preocupación.

—Uno de ellos sacó una pistola y le disparó a Shadow —dije, tratando de sonar lo más tranquila posible.

Cream se llevó su mano a la boca.

—¿El señor Shadow está bien?— pregunto preocupada.

Sonreí con suavidad, tratando de calmarla.

—Sí, está bien —mentí— Solo fue un rasguño. No fue tan grave como parece.

Vanilla suspiró y se cruzó de brazos.

—Amy... me preocupa que este tipo de cosas te pasen estando con Shadow.

Su tono no era de reproche, sino de genuina inquietud. Lo entendía. Vanilla siempre había sido como una figura materna para mí, y era natural que se preocupara.

Negué con la cabeza.

—No fue su culpa —respondí— Solo queríamos pasar una buena noche juntos y las cosas se salieron de control.

Sonreí un poco al recordarlo. A pesar de todo lo que había pasado esa noche, antes del altercado, antes de los disparos... estamos compartiendo un romántico momento, intercambiando regalos.

—Él es muy dulce, considerado y cariñoso —dije con honestidad— Se preocupa mucho por mí.

Vanilla me miró en silencio por unos segundos, como si estuviera evaluando mis palabras. Luego, con un tono más suave, preguntó:

—¿Y qué pasó con Sonic?

Me quedé inmóvil. Sabía que en algún momento tendría que responder esa pregunta.

—Me cansé —susurré— Me cansé de que mis sentimientos no fueran correspondidos.

Era la verdad. Pasé años persiguiendo una fantasía, aferrándome a la idea de que algún día Sonic me vería de la misma manera en que yo lo veía a él. Pero nunca sucedió.

Vanilla asintió lentamente y luego dijo algo que hizo que mi corazón diera un vuelco.

—Entonces... decidiste establecer una relación con Shadow.

Hizo una pausa. Sabía que la verdadera pregunta venía después.

—Pero... ¿tú lo quieres a él?

Sentí mi garganta apretarse.

La respuesta era sí. Asentí en silencio, sin atreverme a hablar.

Sentí cómo Vanilla me abrazaba con firmeza, transmitiéndome una calidez que me hizo relajar los hombros. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba esto hasta ahora.

De repente, sentí otro par de brazos rodearme por el costado.

—¡Amy! —Cream sollozó suavemente, abrazándome con fuerza mientras Cheese revoloteaba a su lado y se acurrucaba contra mi hombro.

No pude evitar soltar una risa suave, acariciando la cabeza de la coneja con ternura.

—No tienes que llorar, Cream —susurré— Estoy bien, de verdad.

—Es que... —Cream se separó un poco y me miró con los ojos brillosos— No sabía que eso había pasado.

Vanilla se apartó lo suficiente para mirarme a los ojos, pero no soltó mis manos.

—Amy —dijo con ese tono sereno que siempre lograba tranquilizarme— sé que eres fuerte e independiente, y que no necesitas que nadie te diga qué hacer con tu vida. Pero quiero que recuerdes algo muy importante.

Asentí, escuchándola con atención.

—No tengas miedo de ser feliz —dijo suavemente— Has pasado tanto tiempo esforzándote por los demás, ayudando a reconstruir este mundo y poniendo los sentimientos de otros por encima de los tuyos... Está bien que ahora te des la oportunidad de pensar en ti misma.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Pero... —intenté decir algo, pero Vanilla negó suavemente con la cabeza.

—Si Shadow es quien te hace feliz, entonces está bien —continuó— No tienes que justificarlo ni darle explicaciones a nadie. Solo quiero que recuerdes que el amor es más que emoción y cariño, Amy. Es respeto, paciencia, y también confianza.

Bajé la mirada, reflexionando sobre sus palabras.

—¿Confianza? —repetí en un murmullo.

—Sí —afirmó con una sonrisa amable— No solo en él, sino en ti misma. Confía en tus sentimientos, en lo que realmente quieres. Y si en algún momento dudas, si te sientes perdida... recuerda que no tienes que enfrentar todo sola. Siempre estaré aquí para escucharte.

Sentí un nudo en la garganta y la abracé con más fuerza.

—Gracias, Vanilla... —susurré.

Cream también volvió a abrazarnos, y Cheese dejó escapar un dulce "Chao~" mientras se acurrucaba contra mí.

En ese momento, rodeada por su calidez, supe que sin importar los desafíos que vinieran, no estaba sola.

Chapter 15: Bienvenido a casa

Chapter Text

El martes siguiente, me encontraba en mi cocina, apoyada en el desayunador, con el celular acomodado en un soporte frente a mí. Era nuestra videollamada nocturna, un hábito que, sin darme cuenta, se había convertido en una parte esencial de mi rutina.

Al otro lado de la pantalla, Shadow estaba en su habitación, con su postura firme y disciplinada como siempre. El tenue resplandor de su lámpara de escritorio iluminaba su rostro, proyectando sombras marcadas sobre sus facciones. Tenía la mirada clavada en unos documentos mientras sostenía un bolígrafo entre los dedos, haciéndolo girar con precisión entre ellos.

—¿Viste el video? —pregunté, rompiendo el silencio con un suspiro.

Shadow apenas alzó la mirada, pero noté cómo su expresión se endureció.

—Sí. Rouge me lo mostró —respondió con su tono monótono de siempre— No sabía que el altercado había sido grabado.

Me crucé de brazos y bajé la mirada, mordiéndome el labio.

—Eso fue hace semanas. ¿Por qué está explotando ahora?

Shadow dejó el bolígrafo sobre la mesa y se reclinó ligeramente en su silla, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Según lo que me explicaron Rouge y Omega... la chica que grabó el video era nueva en el mundo del... ¿cuál es la palabra?

Lo vi fruncir el ceño, buscando la palabra correcta.

—¿Streaming? —le ayudé.

—Sí, esa —asintió— No tenía muchos... —hizo una pausa, pensativo— ¿Seguidores?

—Exacto —dije con un suspiro, apoyando la mejilla en mi mano.

—Entonces, el video no tuvo muchas vistas y quedó en el olvido. Pero, tras la noticia del incidente en el bar, mi nombre se volvió... ¿cómo se dice?

—¿Un hashtag popular?

—Sí, eso. Se viralizó. Y como ahora la gente está hablando de mí, alguien encontró el video y lo hizo circular de nuevo.

Apoyé la frente contra la mesa y solté un largo suspiro. La situación se había salido de las manos.

—Lo que me sorprende —continuó Shadow— es que tu nombre no haya sido mencionado. No entiendo por qué nadie te ha reconocido aún.

Levanté la cabeza, arrugando un poco la nariz.

—Tal vez por mi atuendo... Era una noche de estilo retro, llevaba un jumpsuit ochentero y me maquillé diferente. No lo sé, supongo que la gente no nos asocia todavía...

Deslicé los dedos sobre la mesa, perdida en mis pensamientos.

—Leí muchos comentarios... —dije en voz baja, sintiendo un nudo formarse en mi estómago— Muchos quieren saber quién soy, otros hablan del incidente, llamándome loca... Y hay quienes dicen que te vieron ahorcar a ese tipo en el cine.

Solté un suspiro pesado y apoyé la frente contra mi mano.

—Tal vez no deberíamos salir en público por un tiempo —murmuré— Podríamos vernos aquí, en mi casa, y relajarnos...

Hubo una pausa. Shadow no respondió de inmediato, lo que me hizo levantar la vista. Noté que había desviado la mirada hacia un lado, con una expresión tensa y una ligera sombra de molestia en su rostro.

—Hablando de eso... —su tono era más grave de lo normal— No será posible vernos esta semana... ni la siguiente.

Me enderecé de inmediato en mi asiento, sintiendo una punzada de sorpresa.

—¿Cómo que no nos vamos a poder ver? ¿Tienes una misión o algo así?

Shadow exhaló por la nariz y apoyó un brazo sobre la mesa, tomando el bolígrafo de nuevo con la otra mano, girando lentamente el bolígrafo entre sus dedos.

—Esos tipos del bar... —hizo una pausa, como si estuviera decidiendo qué tanto debía decirme— Ya estan bajo custodia y, tras la interrogación, se descubrió que forman parte de un mercado negro de badniks y tecnología abandonada de Eggman. Ahora tenemos que infiltrarnos e investigar.

Mi corazón se encogió un poco. No solo por la misión en sí, sino porque eso significaba que no lo vería en al menos dos semanas...

—¿Cuánto tiempo te tomará? —pregunté, aunque ya me temía la respuesta.

—No lo sé exactamente —admitió— pero me aseguraré de regresar pronto.

Miré mis manos sobre la mesa, frotando distraídamente mis pulgares. Mi mente estaba dividida entre la preocupación y la decepción. Sabía que el trabajo de Shadow era peligroso y que estas misiones eran inevitables, pero... también quería verlo. Quería darle los pequeños regalos que había comprado en el centro comercial, quería abrazarlo y pasar tiempo con él antes de que tuviera que desaparecer por días...

—¿Cuándo te vas? —le pregunté, tratando de ocultar mi decepción.

—El jueves.

Me mordí el labio, dudando un momento antes de hablar.

—¿Nos podemos ver mañana en la noche? Quisiera despedirme de ti en persona... Solo ven a mi casa.

Shadow me miró en silencio por un momento, como si analizara mi petición. Luego asintió una vez.

—Está bien. Te veré mañana en la noche.

Una pequeña sonrisa se formó en mis labios, sintiéndome aliviada de que al menos tendría una última noche con él antes de que se fuera.

—Y apenas vuelvas, vamos a tener una cena con Vanilla y Cream —dije con un tono más animado.

Shadow levantó una ceja, confundido.

—¿Por qué?

Jugueteé con un mechón de mi cabello, bajando un poco la mirada con una sonrisa algo culpable.

—Vanilla quiere hablar contigo... Ella sí me reconoció en el video —admití— Lo siento, tuve que contarle sobre nosotros.

Vi la forma en que la mandíbula de Shadow se tensó sutilmente antes de soltar un leve suspiro, girando el bolígrafo entre sus dedos una última vez antes de soltarlo sobre la mesa.

—Así que Rouge, Vanilla y Cream...

—Solo nuestras amigas más cercanas, jaja —intenté bromear, encogiéndome de hombros.

Shadow dejó escapar otro suspiro, pero terminó asintiendo.

—Está bien. Apenas regrese, cenaré con ellas.

Sonreí, sintiendo una mezcla de alivio y melancolía. Al menos mañana lo vería antes de que se fuera... y cuando volviera, tendríamos algo especial esperándolo.

La noche siguiente, envuelta en una manta gruesa, me acomodé en la silla de mi porche, abrazándome a mí misma para conservar el calor. El aire tenía ese frío característico del inicio del otoño, con una brisa suave que arrastraba hojas en tonos naranjas y marrones por el suelo. Miré hacia el cielo despejado, donde las estrellas brillaban con una claridad que solo era posible en un vecindario alejado de la ciudad.

Saqué mi celular del bolsillo y revisé la hora. Shadow llegaría pronto. Durante toda la mañana había debatido si darle la bolsa con los regalos que le había comprado, pero cada vez que lo pensaba, algo dentro de mí me detenía. Quería que ese momento fuera especial, no solo una despedida apresurada antes de su misión.

Dejé escapar un suspiro y volví a alzar la vista, perdida en mis pensamientos, hasta que el rugido familiar de una motocicleta rompió la tranquilidad de la noche. Mi corazón dio un pequeño salto. Me levanté de la silla y caminé hacia la entrada, esperando.

Shadow se adentro en mi estacionamiento, deteniendose frente a mí, con su chaqueta de Neo G.U.N. ajustada a su cuerpo, el logo apenas visible bajo la luz del porche. Apagó la motocicleta, bajó sin prisa y, sin necesidad de decir una palabra, lo abracé con todas mis fuerzas.

Él no dudó en responder. Sus brazos se cerraron alrededor de mí con la misma intensidad, atrapándome contra su cuerpo como si tampoco quisiera dejarme ir. Hundí mi rostro en su pecho, donde su mechón blanco rozó mi rostro, y respiré profundamente, tratando de memorizar su esencia.

—Te voy a extrañar tanto... —murmuré, cerrando los ojos con fuerza.

Shadow inhaló profundamente antes de responder con voz baja y ronca:

—Igual... Me vas a hacer tanta falta... —hizo una breve pausa, acomodándome más contra él— Voy a extrañar tanto tu olor...

Lo abrazé más fuerte, sin intención de soltarlo todavía. Quería quedarme así, sentir su calor, su respiración tranquila, la manera en que sus brazos me envolvían con firmeza, como si pudiera protegerme del mundo entero.

Pero una idea cruzó por mi mente.

Me separé apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos. Esos ojos carmesí que, incluso en la penumbra, parecían brillar con intensidad propia.

Llevé una mano a mi cuello, tocando el pañuelo rojo que había usado todo el día para protegerme del frío. Lo desaté con cuidado y lo sostuve frente a él.

—¿Huele a mí? —pregunté en un susurro.

Shadow entrecerró los ojos, inclinándose apenas hacia la tela, aspirando su aroma con sutileza.

—Bastante —asintió, su voz más suave de lo normal.

Mi sonrisa se ensanchó.

—Llévatelo... Para que me tengas cerca.

Por un momento, Shadow pareció sorprendido. Sus ojos se abrieron apenas un poco, su mirada alternando entre el pañuelo en mi mano y mi rostro. Luego, con una delicadeza que contrastaba con su habitual rudeza, tomó la tela entre sus dedos.

Y entonces, me sonrió.

No una sonrisa fugaz, irónica o burlona. Era una sonrisa genuina, suave y sincera. De esas que rara vez le veía, que parecían solo aparecer en momentos íntimos, cuando nadie más podía presenciarlas.

—Lo voy a atesorar —murmuró, con una calidez en su tono que me derritió por dentro.

Mi pecho se calentó con una mezcla de emoción y cariño. Lo abracé otra vez, y esta vez, no supe cuánto tiempo pasamos así, bajo las estrellas, simplemente sosteniéndonos el uno al otro.

Eventualmente, nos sentamos en la silla del porche, cada uno con una taza de café caliente entre las manos. No necesitábamos hablar demasiado. Solo disfrutábamos del silencio, del cielo estrellado, del suave sonido de las hojas moviéndose con la brisa.

Después de un rato, Shadow rompió el silencio con una pregunta inesperada.

—Tu cumpleaños es en tres semanas, ¿no?

Sonreí levemente.

—El 23.

Shadow asintió, pensativo, observando su taza por un momento antes de mirarme de nuevo.

—¿Vas a organizar una fiesta como siempre?

Negué con la cabeza.

—No... —murmuré, jugando con el borde de mi taza— Quiero pasarlo contigo.

Shadow me miró en silencio, pero su expresión lo dijo todo.

Volvimos a ver hacia el cielo, sintiendo la brisa nocturna.

Apreté un poco mi taza y solté un suspiro:

—Shadow...

Giró ligeramente la cabeza hacia mí, dándome su atención inmediata.

—Cuídate, ¿sí? —dije, mirándolo con seriedad— No te lastimes.

Él parpadeó una vez, como si la petición lo hubiera tomado por sorpresa. Luego, dejó escapar una leve exhalación, ladeando apenas la cabeza con una sonrisa pequeña, casi divertida.

—Sabes que soy prácticamente indestructible.

Puse los ojos en blanco y le di un suave golpe en el brazo.

—No estoy bromeando, Shadow.

Su expresión cambió, volviéndose más suave, más atenta. Me miró con esos ojos carmesí que siempre parecían ver a través de todo, pero en ese momento, sentí que no solo me miraba, sino que me escuchaba.

—No me gusta la idea de que te pase algo —admití en voz baja— Sé que eres fuerte, sé que eres increíble en lo que haces, pero... no quiero que te arriesgues más de lo necesario.

Shadow bajó la mirada a su café, girando la taza entre sus manos. Por un momento, no dijo nada, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado.

—Haré lo posible por volver sin un rasguño —respondió finalmente.

No era exactamente una promesa, pero viniendo de él, significaba mucho.

Sonreí con ternura y me incliné hacia él, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Eso es todo lo que pido.

Sentí cómo su postura se relajaba apenas, y en un gesto casi imperceptible, inclinó la cabeza hasta rozar su mejilla contra mi cabello, inhalando profundamente, como si intentara grabar cada detalle de esta escena en su memoria.

Luego, con un tono más bajo, casi susurrante, preguntó:

—¿Te puedo besar?

Parpadeé, sorprendida. Lo miré, encontrándome con su expresión seria, pero con una vulnerabilidad poco común en él.

—Tú nunca preguntas —respondí, con una pequeña sonrisa.

Shadow desvió la mirada un segundo, como si considerara sus palabras antes de hablar.

—Lo sé —dijo al final—, pero... solo siento que es adecuado en este momento.

Mi pecho se llenó de algo cálido, de una ternura que no podía describir. Creo que entendía lo que quería decir. No era un beso impulsivo, ni uno nacido de la costumbre. Era un beso de despedida, de anhelo, de promesa.

—Creo que entiendo por qué... —susurré.

Giré lentamente mi rostro hacia él, acercándome apenas, esperando. Su aliento cálido chocó contra mi piel, y entonces, con una lentitud deliberada, sus labios tocaron los míos.

Suaves. Cálidos.

Un beso que hablaba más que cualquier palabra.

Cerré los ojos, saboreando el momento, memorizándolo como si pudiera detener el tiempo solo con este contacto. Shadow no se apresuró, no intentó profundizarlo; solo se quedó ahí, en un roce delicado pero firme, como si quisiera asegurarse de que yo supiera cuánto significaba para él.

Cuando nos separamos, lo miré a los ojos y sonreí con suavidad.

—Vuelve pronto —le pedí.

Shadow llevó su mano a mi mejilla y asintió.

—Lo haré.

No supe cuánto tiempo más nos quedamos ahí, simplemente mirándonos, sosteniendo el momento, sosteniéndonos el uno al otro. Pero sabía que cuando él se fuera, se llevaría una parte de mí con él... y yo me quedaría con su promesa de regresar.

Los días siguientes transcurrieron con normalidad, o al menos eso intenté creer. Me enfoqué en el trabajo, en mis pasatiempos, en salir con mis amigos... pero había un peso en mi pecho, una extraña sensación de vacío que no lograba disipar. Nunca fui de hablar con Shadow todos los días, no era una necesidad constante, pero nuestras videollamadas cada dos días se habían convertido en una rutina silenciosa, un hábito reconfortante en mi vida.

Por eso, cuando llegó el sábado en la noche, me preparé como siempre. Puse mi tejido sobre el sofá, acomodé el teléfono en su soporte y esperé su llamada. Miré la pantalla, el reflejo tenue de la luz iluminando mi rostro, mis dedos jugueteando con el hilo entre mis manos. Pero la llamada nunca llegó.

Era extraño. Tan extraño no escuchar su voz, no ver su expresión seria suavizarse apenas me veía. No perderme en sus ojos carmesí que siempre parecían sostener más de lo que decían sus palabras.

Sin pensarlo demasiado, tomé el celular y me tomé una selfie. Sonreí, sosteniendo el tejido entre mis manos como si nada pasara, como si todo estuviera bien. Se la envié, aún sabiendo que no respondería. Solo para que tuviera algo mío, algo que lo hiciera sentir que estaba ahí, esperándolo.

Pero el domingo se sintió peor.

Porque, como cada semana, el repartidor llegó puntualmente con un ramo de rosas rosadas. Lo vi desde la ventana y mi pecho se contrajo al instante. Abrí la puerta, recibí las flores entre mis manos y, sin poder evitarlo, sentí las lágrimas escapar silenciosas.

—¿Está bien, señorita Rose? —preguntó Charlie, el repartidor, inclinando ligeramente la cabeza con preocupación.

Me forcé a sonreír, aunque mi garganta ardía.

—Estoy bien, Charlie. Es solo que... mi novio está de viaje y no podré verlo en bastante tiempo.

El ornitorrinco asintió con comprensión.

—Oh, ya veo. Pues tiene usted un buen novio. Tiene semanas de entregas programadas y es bastante generoso... esas rosas no son baratas.

Me reí suavemente, limpiando mis mejillas con disimulo.

—Me lo imagino...

Charlie se despidió con un gesto amable y se alejó. Cerré la puerta y, aún con las rosas en mis manos, tomé mi celular de nuevo. Me tomé otra selfie, esta vez con el ramo en brazos, sintiendo el perfume suave y dulce envolviéndome.

Los días que siguieron fueron una tormenta.

Era peor que la última vez que Shadow se había ido en una misión larga, antes de nuestra primera cita, antes de que fuéramos pareja. Ahora... ahora no hacía más que extrañarlo.

Le enviaba selfies constantemente, sin pensarlo demasiado. Cocinando un pastel, en mi jardín, probándome ropa nueva. Cualquier excusa era suficiente para enviarle algo, un pequeño recordatorio de que aquí, en casa, seguía esperando. Pero cada mensaje quedaba sin respuesta, y el silencio de su ausencia se hacía más pesado con cada día que pasaba.

Recordé aquella vez en nuestra primera cita, en aquel restaurante. Shadow me había confesado que se sentía ansioso cuando pasaba demasiado tiempo sin verme, que era como una especie de abstinencia.

Ahora lo entendía perfectamente.

Cada vez que abría mi armario y veía la bolsa de regalo que tenía preparada para él, el nudo en mi pecho se apretaba más. Quería verlo. Quería abrazarlo, tocar su rostro, decirle cuánto lo apreciaba.

Cuánto lo quería.

Me hacía tanta falta. Escuchar su voz grave, ver cómo su expresión seria se suavizaba poco a poco, notar ese brillo en sus ojos, esa calidez que rara vez dejaba ver. Pero tenía que ser fuerte. Seguir mi rutina, distraerme, esperarlo.

Hasta que, un miércoles por la tarde, mi celular vibró con una notificación.

El nombre en la pantalla hizo que mi corazón diera un vuelco.

Shadow.

Después de 13 días sin saber de él, me había respondido.

Shadow: Vuelvo mañana.

Solo eso. Dos palabras. Suficientes para hacer que mi corazón latiera a mil por segundo.

Le respondí de inmediato:

Yo:¿A qué hora?

Esperé. Segundos que se sintieron como minutos, con el pulso latiendo en mis oídos y los ojos fijos en la pantalla. Hasta que finalmente, la notificación apareció.

Shadow: Alrededor de las 8 PM. Regreso a casa.

Mañana. A las ocho.

El nudo en mi pecho, aquel que había estado apretándome durante días, de pronto se aflojó.

Apoyé la frente contra mis rodillas y exhalé despacio, tratando de procesarlo. Lo vería otra vez. No más incertidumbre, no más noches mirando el techo preguntándome si estaba bien.

Y entonces, otro mensaje apareció.

Shadow: Por cierto... gracias por las fotografías.

Mis ojos se abrieron de par en par. ¡Las vio! ¡Vio las fotos que le envié!

La emoción me recorrió como un chispazo. Un pequeño grito ahogado escapó de mi garganta y, antes de darme cuenta, ya estaba brincando en mi habitación, abrazando mi celular contra mi pecho.

Yo: ¿Te gustaron?

La respuesta llegó casi al instante.

Shadow: Sí. Me hicieron sonreír.

Mi corazón latió aún más fuerte. ¿Shadow había sonreído viendo mis fotos?

Tomé una almohada y la apreté contra mi cara para contener un chillido de felicidad. ¡Eso era suficiente! ¡Eso hacía que estos trece días sin respuesta valieran la pena!

Quería verlo. Ya. No podía esperar más.

Entonces, una idea cruzó por mi mente como un destello.

—¡Iré a su apartamento y lo esperaré allí! —exclamé en voz alta, como si al decirlo lo hiciera más real— Le daré una gran sorpresa.

Con una sonrisa, rápidamente envié un mensaje a Rouge.

Yo: ¿Puedo quedarme en su departamento hasta que Shadow llegue?

Su respuesta no tardó ni un minuto.

Rouge: Claro, adelante.

Eso era todo lo que necesitaba.

Shadow iba a volver.

A la mañana siguiente, después del trabajo, pasé un buen rato preparando unas galletas de mocha crujientes, imaginando la expresión de Shadow al probarlas. Quería recibirlo con algo especial, con algo que disfrutara.

Luego pasé un buen rato debatiendo qué ponerme frente al armario. Quería verme bien, pero también estar cómoda para abrazarlo y llenarlo de besos sin que me molestara la ropa.

Cuando finalmente estuve lista, emprendí el viaje en tren hasta Station Square, y de ahí tomé otro tren hasta Central City.

El trayecto fue largo, pero se sintió corto entre mis canciones y los pensamientos que no dejaban de girar en mi cabeza.

¿Cómo se vería Shadow después de tanto tiempo?
¿Cómo me miraría cuando lo recibiera con abrazos y besos?
¿Qué me diría?

Mi corazón latía con fuerza solo de imaginarlo.

Cuando llegué al edificio donde vivía Rouge, ella me abrió la puerta con un simple "Hola" antes de volver a su sofá, donde veía un reality show en la televisión.

Di un paso dentro... y me congelé.

Caos.

El lugar estaba en un estado deplorable.

El suelo estaba sucio, cubierto de pelo y tierra. Había ropa esparcida por todas partes, junto con objetos tirados sin orden alguno.

En la cocina, la pila de platos sucios formaba una torre inestable que parecía a punto de colapsar en cualquier momento. Había contenedores de comida para llevar por todos lados, y el basurero estaba tan lleno que la basura sobresalía.

—Rouge... —murmuré con incredulidad— ¿Por qué tu departamento está tan sucio?

Ella apenas apartó la vista del televisor.

—Shadow no está, así que la casa se pone así.

Fruncí el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Rouge me miró como si fuera obvio.

—Yo no hago trabajo manual. Me podría romper una uña. Limpiar es trabajo de Shadow.

La miré, incrédula.

—Espera, ¿me estás diciendo que Shadow hace todos los quehaceres de la casa, y si él no está, tú simplemente no haces nada?

—Básicamente —respondió con total calma.

Mi enojo comenzó a hervir.

"¿Le gusta hacerlo... o simplemente no tiene otra opción?"

Miré a mi alrededor, observando el desastre en el que estaba sumergido el lugar.

—Shadow regresa del trabajo... ¿para hacer todo esto solo?

Rouge ni siquiera apartó la vista de la televisión.

—Pues sí.

"Shadow."

Dije su nombre en voz baja, sintiendo una mezcla de indignación y furia arder en mi pecho.

Shadow, el mismo Shadow que pasaba incontables horas luchando para hacer del mundo un lugar mejor. Que se esforzaba al máximo hasta lastimarse a sí mismo. El gran comandante de Neo G.U.N....

Era la sirvienta de Rouge.

Con pasos lentos, dejé la bolsa con las galletas sobre una esquina libre de la mesa de la cocina.

—¿Dónde están los utensilios de limpieza? —pregunté con tono firme.

Rouge, sin moverse de su lugar, señaló una puerta.

—Allí.

Caminé hasta la puerta y la abrí. Había un estante con todos los productos y herramientas necesarias.

Tomé aire y me ajusté el delantal negro—seguramente de Shadow—antes de mirar a mi alrededor. Bien, hora de arreglar este desastre.

Empecé por la sala, recogiendo ropa, zapatos y objetos esparcidos por todos lados. ¿Cómo podía Rouge vivir así? Doblé lo que estaba limpio, sacudí los cojines y barrí meticulosamente cada rincón. Encontré papeles arrugados, boletos de quién sabe qué eventos y hasta un par de lentes de sol debajo del sofá. ¿Cuánto tiempo llevaba sin mover esto?

Al terminar, barrí y pasé el trapeador con firmeza, dejando el suelo brillante. Mucho mejor.

La cocina fue peor. El fregadero estaba lleno hasta el borde con platos sucios, así que me puse a lavarlos uno por uno, sintiendo la grasa y los restos de comida pegarse en mis guantes. Qué asco. Luego limpié las superficies, sacudí el polvo del refrigerador y tiré todos los contenedores vacíos de comida para llevar. Rouge ni se inmutó cuando arrastré la bolsa de basura gigante hasta la puerta. Que conveniente, ¿no?

Después de abrir las ventanas para ventilar el lugar, fui al baño del primer piso, donde limpié el espejo, el lavabo y la ducha hasta que no quedó ni una mancha.

El jardín era enorme, pero por suerte solo necesitaba barrer hojas y asegurarme de que la piscina estuviera limpia. Tomé la red y saqué algunas hojas flotando en el agua, disfrutando el atardecer por un momento antes de regresar adentro.

En el segundo piso, pasé de largo la habitación de Rouge. Ni loca entro ahí. Eso es su problema.

Cuando llegué al de Shadow, giré la perilla, pero estaba cerrado. Seguramente dejó la puerta con llave antes de irse.

Abrí la puerta del cuarto de Omega y ahí estaba él, conectado a un montón de máquinas, completamente inmóvil.

—Oh... eh, hola, Omega —murmuré, aunque él no reaccionó.

Cerré la puerta con cuidado y me limité a limpiar el pasillo. Polvo en las esquinas, huellas en el piso... ¿cómo pudieron dejar que se acumulara tanto? Me aseguré de dejar todo impecable, sacudí los marcos de las ventanas y limpié cada vidrio.

Finalmente, entré al baño del segundo piso. Saqué los productos de limpieza y froté con fuerza cada superficie, desde el lavabo hasta la bañera. El suelo quedó reluciente y el aire olía a fresco.

Cuando terminé, me recargué contra la pared y solté un largo suspiro. Mi cuerpo dolía, pero no me importaba. Bajé hasta la sala y me hundí en el sofá junto a Rouge, con las piernas estiradas y los ojos fijos en la pantalla. Un grupo de Mobians discutía acaloradamente sobre a quién eliminar del programa de competencia, pero mi mente apenas procesaba lo que veía. El cansancio pesaba sobre mis hombros, y la calidez del sofá me invitaba a cerrar los ojos.

El sonido de la puerta abriéndose me sacó del letargo. Mi cabeza se giró casi por instinto y entonces lo vi.

Shadow.

El aire se sintió más pesado en mis pulmones.

Se quedó en el umbral, la luz del pasillo iluminando su silueta. Se veía agotado. Sus púas, normalmente ordenadas, estaban revueltas, y su chaqueta de Neo G.U.N. tenía raspones y manchas de tierra. Su expresión era indescifrable, pero sus ojos, esos ojos rojos como brasas encendidas, escanearon la casa con una mezcla de incredulidad y desconcierto.

Cargaba un bulto al hombro y en la otra mano sostenía una bolsa de comida para llevar, pero lo que realmente me hizo contener la respiración fue el pañuelo rojo atado a su cuello. El que le había dado antes de su misión, impregnado con mi aroma.

Mi pecho se apretó con fuerza.

Shadow dejó caer la bolsa de comida al suelo sin siquiera notarlo. Sus pasos eran lentos, casi cautelosos, mientras avanzaba por la casa con la mirada fija en cada rincón, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.

Y entonces, sus ojos me encontraron. Estaba sentada junto a Rouge en el sofá.

En cuanto nuestras miradas se cruzaron, sentí cómo algo invisible se tensaba entre nosotros. Yo estaba sudada, con su delantal negro aún puesto, el cabello algo alborotado por la limpieza. No era así como quería recibirlo.

Aun así, levanté la mano en un gesto vacilante y le dije:

—Bienvenido de vuelta.

Rouge, con su aire desenfadado, sonrió divertida.

—Oh, bienvenido a casa, soldadito.

Shadow parpadeó un par de veces antes de hablar, como si su mente aún procesara lo que veía.

—La casa está limpia...

—Tu amada Rose aquí se encargó de dejarla impecable antes de que llegaras —bromeó Rouge con un tono ligero, pero yo apenas la escuché.

Intenté levantarme, quería abrazarlo, pero no me dio la oportunidad.

Se movió en un instante.

Se acercó a mí con pasos largos y me tomó de la muñeca con firmeza, obligándome a ponerme de pie. Su tacto era cálido y fuerte, su agarre decía más de lo que sus labios podían expresar en ese momento. No había palabras, solo necesidad.

Mi corazón latía con fuerza cuando me guió, casi arrastrándome, escaleras arriba. No me soltó ni un segundo.

Llegamos a su habitación y abrió la puerta con una prisa que nunca antes había visto en él. Apenas entramos, cerró tras de sí y dejó caer su bulto al suelo sin importarle el ruido. Con la misma urgencia, se quitó la chaqueta y la dejó caer junto a la cama.

Luego, sus manos me encontraron.

Me empujó con suavidad pero con determinación contra el colchón y, antes de que pudiera siquiera hablar, sus labios se apoderaron de los míos.

El beso no fue dulce ni pausado. Fue hambre. Fue ansia.

Sus labios presionaron los míos con fuerza, exigiendo una respuesta. Su cuerpo estaba sobre el mío, su peso era abrumador, su calor me envolvía por completo. Su aroma, una mezcla de tierra, sudor y ese toque lavanda que tanto me gustaba, me golpeó como una ola, despertando cada fibra de mi piel.

Mi mente intentó procesar lo que estaba pasando. Yo esperaba recibirlo con un abrazo, con unas galletas, con un "te extrañé". Pero no había espacio para palabras ahora.

No cuando Shadow me besaba como si hubiera estado muriendo de sed y yo fuera su única fuente de alivio.

Sus manos se aferraron a mi cintura, sus dedos presionando mi piel a través de la tela con tanta intensidad que pensé que quedaría la marca de su toque. Me aferré a su cuello sin pensarlo, respondiendo al beso con la misma desesperación.

Chaos, cómo lo extrañaba.

Extrañaba su tacto, su boca, su calor, su fuerza.

Su lengua se deslizó entre mis labios y un escalofrío me recorrió la espalda. Mi respiración se volvió errática, mi pecho subía y bajaba con cada beso profundo, cada roce de su cuerpo contra el mío.

Deslizó sus manos desde mis caderas hasta mis piernas, recorriendo mi pelaje con caricias lentas y firmes. Aunque llevaba guantes, podía sentir el calor de sus palmas filtrándose a través de la tela, cada roce enviando un escalofrío eléctrico por mi columna. Su lengua jugueteaba con la mía en un vaivén delicioso, probándonos, reconociéndonos otra vez después de tanto tiempo separados. Era embriagador.

Me aferré con más fuerza a su cuello, tratando de profundizar el beso, de acercarlo aún más a mí. Mi pecho subía y bajaba con rapidez, el aire en la habitación se volvía más denso, más caliente. Shadow se inclinó sobre mí, su peso cada vez más presente, atrapándome entre el colchón y su cuerpo.

Lo quería. Lo quería cerca. Lo quería todo.

Y entonces...

Un ruido mecánico perforó el momento.

Una voz metálica resonó en la habitación, amplificada por una bocina en el techo.

— DETECCIÓN DE AUMENTO DEL RITMO CARDÍACO.

Mi corazón se detuvo un segundo.

—INICIACIÓN DE LA SECUENCIA "DESPERTADOR".

El estridente pitido que siguió fue lo peor.

—¡Ah! —jadeé, llevándome las manos a las orejas en un intento de bloquear el sonido.

Shadow se separó de golpe, sus labios dejándome con una sensación de ardor y vacío. Se giró hacia el techo con una expresión asesina y rugió con furia:

—¡Estoy despierto, Omega! ¡Para con eso!

El pitido continuó un segundo más, retumbando en mis tímpanos, antes de cortarse abruptamente. Luego, la misma voz mecánica habló otra vez con una calma irritante.

CONFIRMACIÓN DE ESTADO CONSCIENTE RECIBIDA. ENTRANDO EN MODO DE ESPERA.

El silencio que siguió fue tan ensordecedor como el escándalo anterior.

Parpadeé, todavía aturdida, viendo a Shadow con incredulidad. Mi respiración seguía entrecortada, el calor seguía ardiendo bajo mi piel, y mi mente aún intentaba procesar lo que acababa de pasar.

Shadow cerró los ojos y se apretó el puente del hocico con dos dedos, su expresión oscilando entre la ira y la resignación.

Yo, por otro lado, no sabía si reír, gritar o esconderme bajo las sábanas.

—¿Y cómo te fue? —pregunté, mi voz apenas un murmullo entre la adrenalina que aún corría por mis venas.

Shadow exhaló con pesadez y me miró con sus ojos rojos, intensos y profundos, mientras sus codos descansaban a ambos lados de mis brazos, como un refugio silencioso. Se veía agotado, pero también... en paz.

—Cincuenta-cincuenta —respondió con voz baja y grave— Pudimos detener parte de la operación, pero no encontramos ninguna pista del paradero actual de Eggman.

Su ceño se frunció apenas.

—Quién sabe qué estará haciendo ahora...

Suspiré y, sin pensarlo, deslicé mis dedos por sus hombros en una caricia lenta, reconfortante. Su pelaje irradiaba calor, y sentí la firmeza de sus músculos tensos bajo mis manos.

Mis ojos bajaron a su cuello.

Llevaba el pañuelo rojo que le había dado antes de que se fuera a la misión.

Con cuidado, lo toqué con la yema de los dedos, casi con reverencia.

—Lo estas usando... —susurré, sorprendida y, al mismo tiempo, con el pecho latiendo de emoción.

Shadow bajó la mirada hacia la tela y, después de un segundo, esbozó una sonrisa apenas perceptible, una de esas tan sutiles y raras que solo alguien que lo conociera bien podría notar.

—Hubiera sido muy extraño oler un pañuelo durante la misión —comentó con calma— Así que decidí ponérmelo en el cuello... para poder sentir tu olor.

Mi pecho se apretó.

Sentir mi olor...

Pero Shadow no terminó ahí. Su mirada se perdió en la pared por un instante antes de añadir en un murmullo:

—Con el tiempo, tu olor se empezó a mezclar con el mío.

El aire se atascó en mi garganta.

Sin decir nada, me acerqué más a él y hundí mi rostro contra su cuello, justo donde el pañuelo descansaba.

No vi su expresión, pero sentí cómo su cuerpo se tensó por un breve instante antes de que sus brazos me rodearan con más fuerza.

—Te extrañé tanto —murmuró, su voz cargada de emoción contenida.

Mi corazón dio un vuelco.

—Yo también...

Tomé su rostro entre mis manos, mis pulgares acariciandolo suavemente, y le di pequeños besos en las mejillas. Una, dos, tres veces. Lo extrañaba tanto.

—No sabes cuánto me hiciste falta...

Shadow cerró los ojos y correspondió mis caricias, devolviéndome los besos con la misma devoción. Su aliento era cálido contra mi rostro, y su nariz rozaba la mía entre cada beso, en un juego silencioso de ternura. Era lento, era suave, como si estuviéramos reconociéndonos de nuevo.

Después de un rato, su mirada descendió y se fijó en el delantal negro que aún llevaba puesto. Su expresión cambió sutilmente, una mezcla de incomodidad y algo más que no alcancé a identificar del todo.

—No debiste haber limpiado la casa... —murmuró con voz baja— No es tu trabajo.

Me separé un poco y lo miré directamente a los ojos.

—Lo sé... —respondí con una pequeña sonrisa— Quería venir y sorprenderte cuando llegaras, pero la casa era un desastre. Y no me gusta la idea de que regreses agotado de una misión solo para encontrarte con el caos que Rouge deja atrás.

Shadow dejó escapar un largo suspiro antes de inclinarse ligeramente hacia mí, apoyando la cabeza en mi hombro con un cansancio palpable. Su peso era sutil, pero lo suficiente como para sentir la tensión acumulada en su cuerpo.

—Así es mi vida... —musitó con voz apagada, cargada de resignación.

Fruncí ligeramente el ceño, pasando mis dedos por las púas de su cabeza en un intento de reconfortarlo.

—¿Siempre ha sido así?

Shadow tardó un momento en responder, su respiración acompasada como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—Cuando vivíamos en la base de G.U.N., cada uno iba por su lado —dijo finalmente— No había tiempo para preocuparse por cosas como la limpieza. Pero cuando empezamos a vivir aquí... Rouge dejó claro que no hace trabajo manual.

Hizo una breve pausa, su tono neutro, pero con una pizca de resignación.

—Y yo... simplemente no puedo dejar las cosas fuera de lugar.

Lo observé en silencio, sintiendo cómo una pequeña chispa de entendimiento encendía en mi mente.

—Entonces, ella se niega a limpiar... y sabe que, tarde o temprano, lo harás tú.

Shadow cerró los ojos un instante antes de soltar un ligero gruñido.

—Hmpf... Me gustaría decir que no es cierto, pero no puedo.

Sonreí con diversión y pasé una mano por su espalda en un gesto tranquilizador.

—¿Y qué hace Omega? —pregunté con curiosidad.

—Vigila la casa y se encarga del mantenimiento del jardín —respondió sin abrir los ojos.

Solté una risita.

—Bueno, por lo menos hace más que Rouge.

Shadow dejó escapar un leve bufido, pero no respondió. Era evidente que admitirlo en voz alta le resultaba difícil.

Pasaron un par de minutos en silencio, con él descansando contra mi hombro mientras mis dedos se deslizaban suavemente por su espalda. Su respiración, aunque aún pesada, comenzó a volverse más pausada.

Finalmente, Shadow levantó la cabeza y se incorporó lentamente, separándose de mí, sentandose en el borde de la cama. Con un movimiento cansado, pasó una mano por su rostro, masajeando su sien con los dedos enguantados antes de soltar un largo suspiro.

—Debería tomarme una ducha.

—Sí, deberías —dije sin dudar, mirándolo con una media sonrisa— Tus púas son un desastre.

Él arqueó una ceja, pero antes de que pudiera decir algo, alcé una mano y la deslicé entre sus púas, sintiendo la textura áspera y desordenada. Me encantaba tocarlas, pero esta vez, algo extraño me hizo detenerme.

Fruncí el ceño y entrelacé mis dedos un poco más entre las púas. Había algo atascado ahí.

Mi estómago se encogió cuando mis dedos tocaron el pequeño y frío objeto.

Con cuidado, lo saqué.

Era una bala.

Me quedé mirándola entre mis dedos, el metal opaco reflejando apenas la luz de la habitación. Lentamente, levanté la mirada hacia Shadow.

Él ya me estaba observando, con una expresión tranquila, como si ya hubiera previsto mi reacción.

—Dije que iba a volver sin un solo rasguño —dijo con su voz grave y segura— Y cumplí con mi palabra.

Mi mandíbula se tensó.

No supe qué me molestó más: el hecho de que había estado tan cerca de ser alcanzado o el tono despreocupado con el que lo dijo.

Sin decir nada, apoyé una mano en su espalda y lo empujé hacia adelante, obligándolo a levantarse de la cama.

—Ve —le dije con firmeza, mirándolo de reojo— Yo te espero abajo.

Shadow me sostuvo la mirada por un momento, luego exhaló por la nariz y caminó hacia la puerta.

—Será la primera vez que puedo ducharme después de una misión larga sin tener que limpiarla antes —comentó con ironía.

No pude evitar soltar una risa ante su queja.

—Aprovecha, entonces.

Sin más, ambos salimos del cuarto y tomamos caminos separados: Shadow hacia el baño y yo hacia la sala, aún sosteniendo la bala entre mis dedos.

Cuando llegué a la sala, encontré a Rouge cómodamente instalada en el sofá, con las piernas cruzadas y la mirada fija en la pantalla de televisión. Su reality show seguía en marcha, iluminando la habitación con destellos de colores. Parecía completamente absorta en el drama de la pantalla, pero en cuanto me vio entrar, me lanzó una mirada divertida.

Me dejé caer a su lado con un suspiro, todavía sosteniendo la bala entre mis dedos, jugueteando con ella de manera distraída. El metal frío giraba entre mis manos mientras mi mente seguía atrapada en lo que había pasado minutos antes con Shadow.

—¿Qué tanto estaban haciendo que activaron la alarma? —preguntó Rouge con un tono pícaro, su sonrisa llena de diversión.

El calor subió instantáneamente a mi rostro.

—¡N-nada! Solo estábamos hablando —respondí rápidamente, sintiendo cómo mi cara se encendía de vergüenza.

Rouge me miró con una ceja arqueada y una sonrisa aún más burlona.

—Vamos, Amy, cariño. Esa alarma solo se activa cuando el ritmo cardíaco de Shadow sube de golpe. ¿Seguro que solo estaban "hablando"? ¿O estaban... "jugando"?

—¡Basta, Rouge! —protesté, escondiendo la cara entre mis manos.

Ella se rió con satisfacción ante mi reacción, pero luego miró discretamente hacia los lados, asegurándose de que nadie más estuviera cerca. Su actitud juguetona se desvaneció levemente cuando bajó la voz para susurrarme algo que me dejó helada.

—Esa alarma la instaló Omega para detectar cuando Shadow tiene un terror nocturno y despertarlo.

Parpadeé, confusa por un momento, antes de procesar sus palabras.

—¿Shadow tiene terrores nocturnos? —pregunté, sintiendo una extraña punzada en el pecho.

Rouge asintió con seriedad.

—Sí. Y terribles... Tiende a... intentar ahorcarse a sí mismo cuando está atrapado en una pesadilla.

El aire se me atascó en la garganta.

—¿Q-qué...?

Mis manos volaron instintivamente a cubrir mi boca, horrorizada ante la idea. Nunca había imaginado algo así... Sabía que Shadow había pasado por cosas difíciles, pero... ¿hasta ese punto?

Rouge, notando mi expresión, intentó calmarme.

—Tranquila, cariño. Desde que instalamos la alarma, no ha habido más incidentes graves. Y desde que ustedes empezaron a salir, los ha tenido con menos frecuencia. El mes pasado solo tuvo dos. Es un récord.

Bajé la mirada, sintiendo un nudo en el estómago. Mi mente se llenó de imágenes de Shadow atrapado en sus pesadillas, luchando contra algo que ni siquiera podía recordar al despertar. Pensé en lo fuerte y firme que siempre parecía... y en lo poco que mostraba de sí mismo.

—Rouge... si esto le puede pasar mientras duerme, ¿qué hace cuando está en sus misiones? ¿No es peligroso?

Rouge suspiró y se cruzó de brazos.

—Lo es. Por eso no duerme cuando está afuera.

Abrí los ojos de par en par, un escalofrío recorriéndome la espalda.

—¡¿Cómo que no duerme?! —exclamé, mi voz aguda por la sorpresa.

Rouge hizo una mueca.

—Eh... sí, así es usualmente.

Mi mente se aceleró, recordando que Shadow había estado fuera por dos semanas enteras.

—¡Rouge, eso es una locura! ¡¿Me estás diciendo que ha pasado dos semanas sin dormir?!

—Bienvenida al mundo de Shadow, cariño —dijo con un suspiro, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Me quedé en silencio. El sonido del reloj en la pared pareció ensordecedor de repente. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, cada latido acompañado por una punzada de indignación y preocupación.

Shadow no solo cargaba con su propio tormento; lo hacía completamente solo. No dormía porque sabía lo que le esperaba cuando cerraba los ojos.

Mis dedos se cerraron sobre la tela de mi vestido.

Algo creció dentro de mí, una mezcla de frustración, rabia y una necesidad desesperada de hacer algo. Levanté la mirada, mi voz saliendo antes de que pudiera contenerla.

—¡Y tú, Rouge! —exclamé, señalándola con el dedo mientras mi pecho subía y bajaba con frustración—¡Sabes perfectamente que Shadow no duerme y aun así dejas la casa hecha un desastre para que él la limpie cuando regresa!

Rouge me miró con el ceño fruncido, reflejando la misma intensidad con la que le hablaba. Se cruzó de brazos, inclinando levemente la cabeza con actitud desafiante.

—¡Shadow está bien! —dijo, enfatizando cada palabra— ¡Ese erizo puede estar un mes sin dormir y seguir en pie como si nada! No es la gran cosa.

Su indiferencia me hizo hervir la sangre.

—¡Solo porque pueda no significa que deba! —le repliqué con furia. ¡Eso no es normal, Rouge!

Rouge chasqueó la lengua y me miró fijamente.

—¿Quién lo conoce mejor, Amy? —preguntó, su voz más fría esta vez— ¿Yo, que he sido su compañera desde que despertó, o tú, que apenas llevas un mes revolcándote con él?

Sentí que mi rostro ardía, pero no por vergüenza esta vez, sino por la rabia que se acumulaba en mi pecho. Mis puños se cerraron con fuerza a mis costados.

—Tal vez tú lo conoces mejor que yo... —respondí, mi voz temblando de indignación— ¡Pero has dejado que siga con sus tendencias autodestructivas! ¡No es sano para él, Rouge! ¡Se supone que eres su amiga!

Rouge suspiró con fastidio y me miró con una mezcla de cansancio y dureza.

—Sí, soy su amiga, Amy —dijo con una seriedad que me hizo estremecer— Y he intentado ayudar a ese cabeza dura por años, pero es imposible. Shadow no cambia solo porque alguien le diga que debe hacerlo.

—¡Eso no significa que debas rendirte! —insistí, sintiendo cómo se me formaba un nudo en la garganta— ¡Él necesita apoyo, necesita que alguien lo ayude a ver que no tiene que vivir así!

Rouge negó con la cabeza y dejó escapar una risa amarga.

—¿Y qué se supone que haga? ¿Que lo persiga como su niñera? ¿Que lo obligue a dormir, a descansar, a dejar de ser como es? Shadow maneja su vida como quiere, Amy.

—Por lo menos podrías no hacer tanto desastre y no complicarle más las cosas —espeté, sintiendo la indignación arder en mi pecho.

Rouge rodó los ojos.

—Él limpia porque quiere, yo no lo obligo.

Apreté la mandíbula al escucharla.

—¡Rouge! —le grité, con la rabia vibrando en cada fibra de mi ser— ¡Te estás aprovechando del hecho de que Shadow claramente tiene OCD! ¡Eres una compañera de cuarto terrible!

Rouge alzó una ceja, pero su expresión se endureció.

—Ese erizo limpiaría la casa de arriba abajo aunque yo no estuviera aquí —respondió con frialdad— No entiendo cuál es el problema.

—¡El problema es que no haces nada para ayudarlo! —exclamé, gesticulando con frustración.

Rouge cruzó los brazos y me miró con burla.

—Amy, Shadow no necesita mi ayuda. Si quisiera, podría haber dejado la casa impecable en la mitad del tiempo que te tomó a ti.

—¡No se trata de quién tarda menos! —le grité, sintiendo cómo la impotencia se mezclaba con la ira— Se trata de apoyarnos mutuamente, de no hacerle todo más difícil.

Rouge dejó escapar una risa seca, sin rastro de humor. Su mirada perdió cualquier vestigio de paciencia cuando dijo, con un tono bajo y contundente:

—Ese erizo está jodido de la cabeza. Y por mucho que lo "ayudes", Amy... no tiene arreglo

Sus palabras me golpearon con fuerza, dejándome en silencio por un momento. Sentí mi garganta cerrarse, pero no de miedo, sino de impotencia. Sabía que Rouge no lo decía con maldad... Lo decía porque era la realidad que ella conocía.

Pero yo me negaba a aceptar que Shadow estaba más allá de la ayuda. No cuando lo había visto sonreír conmigo, no cuando había sentido el calor en su voz en nuestras videollamadas, no cuando sus ojos rojos reflejaban algo más que solo agotamiento y oscuridad.

—Tal vez no tenga un arreglo inmediato... —murmuré, mirando hacia el suelo— Pero eso no significa que tenga que estar solo en esto.

Subí las escaleras con prisa, mi corazón aún latiendo con fuerza tras la discusión. Me detuve frente a la puerta del baño y toqué suavemente con los nudillos.

—¿Shadow?

Silencio.

Fruncí el ceño y me dispuse a insistir, pero entonces escuché su voz amortiguada proveniente de su habitación. Me giré de inmediato y caminé hacia la puerta entreabierta, encontrándolo dentro.

Estaba de pie, con una toalla en las manos, secándose el torso con movimientos pausados. Pequeñas gotas de agua resbalaban por su pelaje oscuro, y sus púas aún húmedas caían pesadamente sobre su espalda.

Pero lo que más me impactó no fue su aspecto, sino lo que vi en su mirada. Ahora que lo sabía, lo veía con dolorosa claridad. La fatiga que teñía el rojo de sus ojos, la tensión constante en sus hombros, la forma en que su respiración parecía más pesada de lo normal.

Una oleada de impotencia y frustración me golpeó de lleno, encendiéndose en mi pecho hasta que las lágrimas nublaron mi vista sin que pudiera detenerlas.

Shadow frunció el ceño al verme así. Con un suspiro, dejó la toalla a un lado y se acercó a mí, su expresión perdiendo dureza.

—No tenías que pelear con Rouge por mí.

Lo miré directo a los ojos, sin molestarme en limpiar mis lágrimas. Quería que entendiera lo que sentía. Quería que supiera lo mucho que me dolía saber que se estaba destruyendo de esa manera.

—Vas a tomarte unas vacaciones —declaré con firmeza.

Shadow parpadeó, sorprendido por la repentina orden.

—¿Qué?

No le di oportunidad de replicar.

—Tú y yo vamos a ir la semana de mi cumpleaños a Moon Casino Resort. —Le señalé con un dedo acusador—.¡Y no me digas que no puedes porque sé perfectamente que tienes cinco meses de vacaciones acumuladas!

La sorpresa en su rostro fue casi cómica. Parecía procesar mis palabras con cierto desconcierto, como si la idea de tomarse un descanso fuera algo completamente ajeno a su existencia.

—Rose... —su voz sonó más baja, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado— No es tan sencillo.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué no? ¿Porque crees que el mundo se va a caer sin ti? ¿Porque piensas que tu equipo no puede funcionar sin que estés ahí vigilándolos? —Di un paso más cerca, obligándolo a mirarme de frente— Shadow, ni siquiera eres un maldito robot, ¡eres un Mobian! ¡Necesitas dormir, necesitas descansar, necesitas vivir!

Él apartó la mirada, los músculos de su mandíbula tensándose. Pude ver que estaba luchando contra algo dentro de sí mismo, una costumbre profundamente arraigada en su mente.

—No sé cómo hacer eso —murmuró.

Mi corazón se apretó al escuchar su confesión.

Inspiré hondo, tratando de calmar la tormenta en mi pecho. Extendí mi mano y tomé la suya con suavidad. Su pelaje aún estaba caliente por la ducha, pero sus dedos estaban tensos.

—No tienes que saber cómo hacerlo —le dije, con la voz más serena— Solo tienes que intentarlo. Conmigo.

Shadow volvió a mirarme. Esta vez, su mirada ya no estaba llena de resistencia, sino de algo más profundo... una especie de rendición silenciosa.

Suspiró, llevándose la otra mano al rostro, como si estuviera derrotado.

—...Está bien —dijo finalmente— Iremos a Moon Casino Resort en tu cumpleaños.

Apreté un poco más su mano y le dije con toda la firmeza del mundo. —La semana entera.

Su ceño se frunció de inmediato.

—Rose...

—¡Nada de peros! —lo interrumpí, cruzándome de brazos— No voy a conformarme con un fin de semana o con un simple día libre. Una semana completa, Shadow. Sin trabajo, sin misiones, sin excusas.

Shadow soltó un largo suspiro, llevándose dos dedos al puente de la nariz como si estuviera tratando de soportar un dolor de cabeza.

—Me estás pidiendo demasiado.

—No, te estoy pidiendo lo justo —repliqué.

Shadow me miró con ese gesto suyo, serio y calculador. Sabía que estaba considerando todas sus opciones, buscando alguna forma de escaparse de esto. Pero yo no iba a ceder.

—...Entendido —murmuró al final— La semana entera.

Mi sonrisa se ensanchó, triunfante. —Así me gusta.

—Ahora ve a dormir —le dije, aún firme, señalando la cama con un movimiento de la cabeza.

Shadow me miró como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.

—Rose, acabo de salir de la ducha.

—No me importa. —Puse las manos en mi cintura, sin dejar espacio para discusiones— Vas a meterte en esa cama y vas a dormir. Nada de entrenar, nada de revisar informes, nada de quedarte despierto mirando el techo. Dormir.

Shadow soltó un suspiro pesado y apartó la mirada, claramente incómodo con la idea.

—No puedo garantizar que realmente duerma.

—Puedes intentarlo —insistí, dando un paso hacia él—. No es opcional, Shadow. Si voy a llevarte de vacaciones, necesito que al menos empieces a acostumbrarte a descansar.

Se quedó en silencio por unos segundos, antes de sacudir la cabeza con resignación.

—Eres terca.

—Y tú eres un cabeza dura, así que estamos a mano —repliqué con una sonrisa— Vamos, métete en la cama.

Shadow bufó, pero al final caminó hacia la cama y se sentó en el borde, todavía con la toalla en la mano. Me quedé en la puerta, asegurándome de que realmente se acostara.

—Buenas noches, Shadow —dije con suavidad.

Él me miró por un momento, su expresión más relajada de lo usual.

—Buenas noches, Rose.

Sonreí satisfecha antes de apagar la luz y cerrar la puerta, con la esperanza de que, al menos por esta noche, realmente descansara.

Al regresar a la sala, me encontré con Rouge, quien claramente había escuchado toda la conversación. Estaba recostada en el sofá con los brazos cruzados, una sonrisa en sus labios y los ojos brillando con diversión.

—Así que lo convenciste —comentó, arqueando una ceja— Y sin necesidad de ojitos de cachorro. Impresionante.

Me detuve frente a ella, cruzando los brazos con firmeza.

—Rouge, me voy a llevar a Shadow una semana entera —dije con tono serio— Más te vale contratar un servicio de limpieza o hacer algo al respecto, porque si cuando volvamos esta casa es un desastre...

Me incliné ligeramente hacia ella, clavando mi mirada en la suya.

—Te las vas a ver conmigo.

Rouge soltó una risa ligera y apoyó el mentón en una mano.

—Oh, qué miedo —dijo en tono burlón— Pero tranquila, corazón. No dejaré que el caos consuma el departamento... demasiado.

Rodé los ojos y solté un suspiro exasperado.

—Más te vale.

Chapter 16: Déjame llevarte de paseo

Chapter Text

El sol brillaba con fuerza cuando cerré la puerta de la cafetería detrás de mí, despidiéndome con una sonrisa de Vanilla y Cream. Me coloqué los audífonos y dejé que la música me envolviera, marcando el inicio de mi pequeña rutina después del trabajo. Me encantaba viajar a casa mientras disfrutaba de mis canciones favoritas, pero ese día tenía otro destino: mi supermercado favorito.

A medida que avanzaba, el aire fresco de inicios de otoño me rodeó, llevando consigo el aroma de hojas secas y tierra húmeda. Asentí ligeramente con la cabeza, moví los hombros y la cola al ritmo de la música, tarareando algunas partes de la canción que sonaba. Me sentía emocionada.

En un par de días iba a iniciar nuestro viaje a Moon Casino Resort. No tenía que preocuparme por mi trabajo, cada año pedía una semana libre para mi cumpleaños y yo sabía que Shadow iba a cumplir su promesa y pedir la semana libre. Y como el Resort estaba en el sur, cuando aún era verano, nuestro viaje iba a ser largo, y aunque Shadow podría teletransportarnos al lugar sin problema, yo quería hacer el viaje en auto. Así que necesitábamos snacks y bebidas para el viaje.

Al llegar al supermercado, las puertas automáticas se abrieron con un suave zumbido, dándome la bienvenida al interior iluminado y fresco. Tomé un carrito y comencé a adentrarme en los pasillos, pero algo me hizo detenerme de inmediato.

El display que hace poco estaba lleno de flotadores coloridos, hieleras y barbacoas había desaparecido, reemplazado por una exhibición de dulces y decoraciones para la Noche de los Dos Ojos. Había estantes repletos de calabazas artificiales con rostros tallados, luces parpadeantes en tonos cálidos y figuras de lobos y venados adornadas con detalles dorados.

Me acerqué a la exhibición y tomé en mis manos una pequeña figura de lobo de plástico. Sus ojos rojos brillaban con un destello siniestro bajo la luz del supermercado.

El recuerdo de la fiesta del año pasado vino a mi mente de inmediato. Había insistido en que Sonic y yo nos disfrazáramos con atuendos a juego. Algo divertido, quizás clásicos como vampiro y cazadora o mago y bruja. Pero, como siempre, él se había reído y se negó con una excusa apresurada. "No es mi estilo, Ames", había dicho, y la conversación quedó en el olvido.

Me pregunté si este año podría pedirle a Shadow que se disfrazara conmigo. Sonreí para mí misma, imaginando la escena. Quizás yo de ángel y él de demonio. Sí, nos veríamos bien juntos. La imagen mental de Shadow con un traje oscuro y detalles carmesí, con alas de demonio sobresaliendo de su espalda, era algo que definitivamente quería ver en la realidad.

Pero luego me detuve. Shadow nunca había mostrado interés en la festividad. Al principio, simplemente decía que no la entendía del todo, que las tradiciones mobianas eran algo con lo que todavía se estaba familiarizando. Y en los últimos años, su papel en Neo G.U.N. lo había mantenido demasiado ocupado. Siempre estaba a cargo de la seguridad durante la celebración, asegurándose de que la multitud estuviera a salvo.

Aun así... ¿y si este año fuera diferente? ¿Y si le pedía que viniera conmigo? No como comandante de Neo G.U.N., sino como mi pareja. Caminando juntos por las calles iluminadas con linternas, probando dulces en el mercado nocturno, viendo la quema de la estatua de paja de Amdruth tomados de la mano.

Sacudí la cabeza y retomé mi recorrido, enfocándome en lo que había venido a hacer. Me dirigí a la sección de snacks y examiné el pasillo repleto de opciones. Las luces frías del supermercado iluminaban los estantes abarrotados de colores brillantes y etiquetas llamativas. Pasé la mirada por los productos, sopesando cada opción con cuidado.

Sabía que a Shadow le gustaban las cosas crujientes, así que tomé una bolsa de galletas gruesas con trozos de almendra, luego otra de pretzels y unas papas fritas con sal y vinagre. No podía faltar un mix de maní, ideal para los viajes largos y mis propios snacks favoritos.

Mientras acomodaba las bolsas en mi carrito, no pude evitar una pequeña sonrisa. A pesar de su actitud distante, Shadow tenía sus preferencias, y poco a poco me había dado cuenta de cuáles eran.

Con los snacks cubiertos, me dirigí a la zona de bebidas. Caminé entre los refrigeradores alineados, sintiendo el ligero cambio de temperatura a medida que me acercaba. El zumbido constante de los motores de enfriamiento llenaba el aire junto con el murmullo de otros clientes pasando a mi alrededor.

Abrí la puerta de cristal y el frío me envolvió los dedos al sujetar un paquete grande de botellas de agua. Lo jalé con cuidado, sintiendo el peso del plástico contra mi mano enguantada. En ese momento, justo cuando me inclinaba para tomarlo mejor, sentí un golpecito en el hombro.

Mi cuerpo se tensó instintivamente.

Parpadeé y me enderecé de inmediato, girándome con el paquete aún en las manos.

Era Sonic.

—¡Hey, Sonic! —lo saludé con una sonrisa.

—¡Hey, Ames!

Noté que tenía varias cosas equilibradas en su antebrazo: una caja de cereales, unas botellas de agua y lo que parecían barras energéticas. Le señalé la lista que sostenía con curiosidad.

—¿Estás haciendo un mandado?

—Sí, Tails necesitaba un par de cosas —respondió, sacudiendo ligeramente la lista.

Sonic me miró con una expresión curiosa y ladeó la cabeza.

—¿Tienes una fiesta o algo?

Seguí su mirada y observé el carrito con más atención. Había papas, pretzels, galletas de chocolate crujientes, snacks de todo tipo. Era demasiado para una sola persona.

—No precisamente.

Aprovechando la oportunidad de tenerlo frente a mí, decidí hacer lo que hacía cada año en estas fechas, pero esta vez, de forma diferente.

—Sonic, quería comentarte algo sobre mi cumpleaños —dije, con tono tranquilo.

—¿Tu cumpleaños? ¡Ah, sí! ¿Es pronto, no? ¿Qué temática va a ser este año? ¿Dragones y princesas? ¿Bajo el mar? ¡Ya sé! ¡Noche de karaoke!

Sonreí levemente antes de responder:

—En realidad... no va a haber fiesta este año.

—¿Qué?! ¡Espera, espera, espera! ¿¡Qué!? ¿No va a haber fiesta? ¿Tú, Amy Rose, sin celebrar su cumpleaños a lo grande? ¿Quién eres y qué hiciste con mi amiga?

Suspiré con paciencia.

—Pasaré mi cumpleaños sola en Moon Casino Resort. Tengo planeado pasar la semana allí.

Sonic frunció el ceño al instante.

—¿Sola? ¿Vas a ir al resort sola ?

No me sorprendió su reacción. Sonic siempre había sido protector conmigo, aunque nunca lo admitiría en voz alta. Le sostuve la mirada con tranquilidad mientras cerraba la puerta del refrigerador y acomodaba el paquete de botellas en el carrito.

—Sí, ¿qué tiene? —respondí con naturalidad.

Él cruzó los brazos y me estudió por un momento, como si intentara encontrarle sentido a lo que acababa de escuchar.

—No sé, Ames... Se siente raro que tú, la reina de las fiestas, decidas pasar tu cumpleaños sola. ¿Desde cuándo prefieres eso en vez de una gran celebración?

Solté una pequeña risa, fingiendo que su incredulidad me divertía.

—Desde que me volví una adulta independiente. —Me encogí de hombros— Rouge me sugirió que tomáramos un descanso en un lugar lujoso y, la verdad, la idea sonó demasiado tentadora como para rechazarla.

—¡Oh! —Sonic asintió, como si de repente todo tuviera sentido— Claro, Rouge. Con razón. Aunque, espera... ¿No se supone que ella también iría?

Tomé una bolsa de snacks y la empecé a acomodar en mi carrito, usando el momento para ordenar bien mis pensamientos.

—Sí, íbamos a ir juntas, pero ya sabes cómo es. —Puse los ojos en blanco con una sonrisa— Le salió un encargo de última hora y no puede ir.

Sonic bufó con una media sonrisa.

—Típico de Rouge.

—Lo sé. Pero ya tenía todo planeado y no quería cancelar. No siempre tengo la oportunidad de darme un capricho, así que decidí ir de todas formas.

Sonic se rascó la cabeza, aún con una pizca de duda en su expresión.

—Supongo que suena lógico... Pero ¿segura que quieres ir sola? Podrías invitar a Cream o a Blaze. Hasta podrías convencer a Rouge de que se haga un espacio.

Apoyé las manos en el carrito y suspiré con una sonrisa.

—Quiero esto, Sonic. Es mi regalo para mí misma. Un tiempo para relajarme, sin horarios ni responsabilidades. Solo yo, descansando y disfrutando.

Él me miró por un momento y luego sonrió con ese aire despreocupado suyo.

—Bueno, si eso es lo que quieres, entonces disfrútalo, Ames. Pero si en algún momento te aburres y decides que una fiesta sorpresa no suena tan mal, llámame.

Solté una carcajada y le di un suave empujón en el hombro.

—No me hagas cambiar de opinión.

Sonic rió y levantó las manos en señal de rendición.

—Vale, vale. Solo prométeme que la pasarás bien.

—Siempre lo ha-

Justo en ese momento, una voz femenina irrumpió en la conversación.

—¡Es Sonic! ¡Sonic, me das tu autógrafo!

Giré la cabeza y vi a una chica zorrillo con una expresión emocionada, sosteniendo su teléfono en alto con una mano y un pequeño cuaderno con la otra. Su entusiasmo era palpable, y apenas pasaron dos segundos antes de que otros la imitaran, acercándose rápidamente y rodeando a Sonic como si fuera un imán.

—¡Sonic, una foto, por favor!
—¡Eres mi héroe!
—¡Sonic, un apretón de manos!

La multitud se formó a su alrededor en cuestión de instantes. Mobians de todas las edades se acercaban, algunos con libretas, otros con teléfonos listos para capturar el momento. Sonic, con su característica naturalidad, respondió a cada uno con sonrisas y comentarios ingeniosos, firmando autógrafos, chocando los puños con los más pequeños y posando sin dudarlo.

Yo, en cambio, permanecí en mi sitio, observando la escena con una sensación extraña en el pecho. Una que conocía demasiado bien.

Los recuerdos me golpearon con la fuerza de una ola inesperada: todas esas veces en el pasado en que me encontraba en la misma situación, quedando como una sombra a su lado mientras la multitud lo adoraba. Recordé lo que se sentía esperar, paciente y sonriente, mientras él atendía a sus fans... solo para darme cuenta de que la tarde se había desvanecido, y con ella, nuestro tiempo juntos.

Sacudí la cabeza y desvié la mirada. No tenía sentido revolver el pasado.

Concentrándome en lo que había venido a hacer, abrí de nuevo la puerta del refrigerador y saqué un par de botellas de té frío, lista para retirarme, cuando una voz entre la multitud hizo que mi cuerpo se tensara al instante.

—Hey, ¿acaso no eres la eriza del video de la bofetada? ¿En la pista de patinaje?

El frío del refrigerador pareció extenderse hasta mi columna vertebral.

—Ah, no... —Estuve a punto de responder, pero la gente alrededor de Sonic ya había comenzado a murmurar.

—Sí, se parece a la eriza del video.
—¿Acaso es ella?
—¿Será la misteriosa novia del comandante de Neo G.U.N.?
—Pero yo vi un video de otra chica afirmando que era la novia del comandante desde hace ocho meses...

Mi estómago se encogió. No es posible. El video se había viralizado hacía tres semanas y, hasta donde sabía, ya había dejado de ser tendencia. Pensé que la gente lo había olvidado. Incluso Rouge me había asegurado que Neo G.U.N. había logrado contener la difusión con varios artículos oficiales, minimizando los rumores.

Apreté los dedos sobre el carrito de compras, sintiendo un sudor frío recorrer mi espalda. Mis manos temblaban, y mis labios se separaron, pero ninguna palabra salió. No sabía qué decir.

Y entonces, en un movimiento ágil, Sonic apareció junto a mí, rodeando mi espalda con un brazo.

—¿Qué están diciendo? —su voz sonó relajada, con ese tono encantador de siempre— ¡Amy no es la chica del video! Shads solo está saliendo con una eriza parecida.

Me giré a verlo, incrédula.
El debió haberme reconocido a diferencia de los demas. Me había visto tantas veces más de cerca que cualquiera de los presentes. ¿Cómo podía fingir que no me reconocía?

La multitud reaccionó de inmediato.

—¿Amy? ¿Amy Rose? ¿La heroína de la resistencia? —preguntó la chica zorrillo, abriendo mucho los ojos— Perdón, no te reconocí.

Forcé una sonrisa amable. Apenas había dejado el campo de batalla hace nueve meses… y ya todos se habían olvidado de mí.

—Tranquila. Ha pasado tiempo.

Con eso, la conversación cambió de dirección, como una bandada de aves distraídas.

—¿Amy? Ha cambiado un montón.
—Ella y Sonic están juntos, ¿no?
—Recuerdo que ella decía que eran pareja.
—Entonces sí lo son, ¿verdad? Siempre lo han sido.
—Él nunca admitio nada.
—Dicen que incluso vivieron juntos durante la guerra.
—¿Y qué pasó con Sally? Pensé que él estaba con Sally hace unos meses…
—No, eso fue una confusión. Aunque… creo que salieron por un tiempo.
—Sonic siempre ha sido complicado.

Los murmullos se multiplicaban como una tormenta sofocante.  La presión del brazo de Sonic en mi espalda era cada vez más incómoda. Y yo solo podía quedarme ahí, con el corazón latiendo fuerte, sintiéndome atrapada en una versión distorsionada de mi propia historia.

Todos estos años. Todo lo que había hecho para crecer, para madurar, para ser reconocida por mis propios logros... Y aún así, para muchos, seguía siendo solo "la novia de Sonic".

Sonic alzó una mano, riendo con nerviosismo.

—Jaja, ella no es...

Pero antes de que terminara la frase, di un paso adelante con una sonrisa tranquila y afirmé:

—No soy su novia. Solo somos amigos.

El silencio duró apenas un segundo, pero fue suficiente para notar el desconcierto en el rostro de Sonic. Era la primera vez que yo dejaba claro que no teníamos una relación romántica.

Con suavidad, aparté su brazo de mi hombro y miré a la multitud con la misma sonrisa.

—Bueno, si me disculpan, tengo que hacer mis compras. Buenas tardes a todos.

No esperé una respuesta. Empujé mi carrito hacia otro pasillo, alejándome rápidamente de la escena. Mi corazón latía con fuerza.

No sabía si era enojo, frustración o una mezcla de ambas, pero no me detuve hasta llegar a las cajas. Saqué mi billetera con manos temblorosas, pagué y salí del supermercado con mi bolsa reusable llena de snacks y bebidas.

El aire fresco me golpeó el rostro al salir del supermercado, pero no ayudó a calmar mi mente. Sentía los latidos de mi corazón en mis oídos, un eco constante de las palabras que había escuchado momentos antes.

Respiré hondo, tratando de sacudirme el peso de aquellos murmullos, pero la sensación de ser encasillada en un papel que había dejado atrás se aferraba a mí como una sombra.

Con la bolsa reusable sujeta firmemente en mi mano, me dirigí a la estación de tren, enfocándome en cada paso para mantenerme firme. Pero entonces, una voz familiar me detuvo.

—¡Ames, espera!

Me giré automáticamente, viendo a Sonic correr hacia mí con facilidad, equilibrando su propia bolsa de compras en un brazo como si el peso no fuera más que un detalle insignificante. Su sonrisa seguía ahí, amigable, despreocupada, como siempre.

—¿Quieres que te lleve? —ofreció, extendiendo los brazos con naturalidad, como si fuera lo más obvio del mundo.

Y por un segundo, casi dije que sí.

Era un gesto tan familiar, tan arraigado en nuestra historia, que mi cuerpo casi reaccionó antes que mi mente. Había pasado años dependiendo de la velocidad de Sonic, confiando en que él me llevaría a salvo a donde necesitara.

¿Cuántas veces me había cargado así? ¿Cuántas veces me había sostenido entre sus brazos, corriendo a toda velocidad por las colinas, atravesando la ciudad, salvándome?

Demasiadas.

Pero ahora, la idea de que alguien que no fuera Shadow me sostuviera así me hizo sentir... incómoda.

—No te preocupes, Sonic —dije con una sonrisa educada, ajustando la correa de mi bolsa— Puedo pedir un taxi.

Él parpadeó, como si mi respuesta lo tomara por sorpresa.

—¿Segura? —preguntó, con un tono más serio esta vez.

Asentí sin dudar.

—Segura.

Dejé que el silencio entre nosotros se alargara un poco más de lo habitual, como una forma de dejar clara mi decisión sin palabras. La pausa también fue suficiente para notar cómo su mirada buscaba la mía, tratando de leerme, de entender qué había cambiado.

Pero no dije nada más.

Me despedí con un gesto y caminé hacia la calle, sintiendo su mirada en mi espalda mientras levantaba la mano para llamar un taxi.

Por primera vez en mucho tiempo, no me sentí tentada a voltear.

El vehículo se detuvo frente a mí, y sin dudar, abrí la puerta y me acomodé en el asiento.

El conductor me miró por el espejo retrovisor, esperando la dirección.

Yo solté un suspiro, sintiendo algo en mi pecho soltarse también.

—Lléveme al concesionario de autos más cercano.

La noche envolvía la ciudad con su manto de luces parpadeantes y brisa fresca, mientras estacionaba mi nuevo MINI Cooper frente al edificio de Shadow. Las farolas proyectaban un reflejo suave sobre la brillante pintura rosada del vehículo, haciéndolo destacar contra el paisaje urbano de tonos fríos.

Apagué el motor y bajé con entusiasmo, sintiendo un cosquilleo de emoción en el pecho. No podía esperar a mostrarle mi nueva adquisición.

—¿Qué te parece? —pregunté con una sonrisa ancha, extendiendo los brazos como si estuviera presentando una obra de arte.

Shadow, apoyado contra la pared junto a la entrada del edificio, tenía los brazos cruzados sobre el pecho, su figura oscura resaltando bajo la luz tenue de la calle. Sus ojos rojos se posaron en el auto con una expresión inescrutable antes de soltar un seco:

—Rosado.

Rodé los ojos, anticipando su actitud.

—¿Y qué?

Él apenas levantó una ceja, como si mi reacción fuera predecible.

—Me gusta el rosado.

Esa respuesta, tan simple y directa, me tomó por sorpresa. Parpadeé, pero luego sonreí. Shadow siempre tenía una manera inesperada de desarmarme con sus comentarios.

Se apartó de la pared y se acercó con su andar tranquilo y seguro, rodeando el auto como un depredador inspeccionando su territorio. Pasó una mano enguantada sobre la superficie del capó, la deslizó con lentitud, deteniéndose en los detalles del diseño. Sus ojos analizaban cada línea del vehículo con la misma atención que dedicaba a un informe de misión.

—¿Cómo lo pagaste? —preguntó sin levantar la vista, sus ojos rojos recorriendo cada centímetro del vehículo con su típica expresión inescrutable.

Crucé los brazos con orgullo, sintiendo el calor de la satisfacción expandirse en mi pecho.

—Ahorré por años —respondí, con una sonrisa autosuficiente— Es el regalo de cumpleaños de mí para mí.

Shadow inclinó ligeramente la cabeza, examinando los faroles, las llantas, el interior del auto a través de las ventanas.

—No te había visto con un vehículo desde que ese robot gigante aplastó tu viejo auto —comentó con un tono neutral, sin dejar de inspeccionar el MINI Cooper.

Fruncí el ceño al recordar aquel desastre.

—El seguro no me lo quiso cubrir porque "daños causados por Eggman" no estaban dentro del contrato.

Shadow dejó escapar una exhalación apenas perceptible. No era sorpresa para ninguno de los dos que el mundo aún estuviera lidiando con las secuelas de los años bajo la sombra de Eggman.

—Y ahora... —murmuró, finalmente girándose para mirarme.

Sonreí con satisfacción, deslizando una mano en mi bolsillo y sacando las llaves. Las agité entre mis dedos, dejando que el pequeño llavero en forma de rosa colgara con un leve tintineo. Me acerqué a él con aire confiado, solo un poco, y se las mostre con orgullo.

—Ahora tiene toda la cobertura. Y lo pagué al contado —anuncié con orgullo— Esta eriza vive sin deudas.

Shadow me sostuvo la mirada por un segundo más, luego apartó la vista hacia el vehículo con un leve sonido de aprobación en su garganta.

—Es... adorable.

Mi sonrisa se amplió.

—Y está listo para nuestro viaje —declaré con entusiasmo— ¿Quieres aprovechar y dar una vuelta conmigo Comandante?

Shadow se quedó en silencio. Pude ver en su rostro ese breve instante de deliberación.

—Sí.

Contuve un impulso de saltar de emoción y, en su lugar, me adelanté rápidamente para abrirle la puerta del copiloto con un gesto exageradamente teatral.

—Caballero —dije con una sonrisa traviesa, inclinándome ligeramente en una falsa reverencia.

Shadow me dirigió una mirada de escepticismo, pero no rechazó la oferta. Rodó los ojos con resignación antes de deslizarse en el asiento del copiloto.

Cerré la puerta con una sonrisa satisfecha y rodeé el auto para subirme al asiento del conductor.

Giré la llave en el encendido, y el motor ronroneó suavemente, listo para recorrer la ciudad.

Habían pasado un par de años desde la última vez que conducía con regularidad, pero en cuanto mis manos se posaron sobre el volante y sentí la suave vibración del motor bajo mis dedos enguantados, todo volvió a mí como si nunca hubiera dejado de hacerlo. La sensación de control, de libertad, de simplemente ser yo y la carretera, era increíble.

Aceleré suavemente al salir a la avenida iluminada por los faros de los demás autos, sintiendo la brisa nocturna filtrarse por la rendija de la ventana. No pude evitar sonreír. Esto... esto era exactamente lo que necesitaba.

Alargué la mano y encendí la radio, sintonizando mi estación favorita. La melodía comenzó a llenar el interior del auto con un ritmo animado y pegajoso, uno de esos que te daban ganas de mover la cabeza al compás sin darte cuenta.

Aproveché un semáforo en rojo para mirar de reojo a Shadow. Estaba sentado con su postura habitual: relajado pero alerta, un brazo apoyado en el descansabrazos, su rostro serio como siempre. Pero había algo diferente. No parecía molesto ni incómodo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, con esa calma imperturbable suya.

Bien, eso significaba que mi música no le molestaba.

Satisfecha con ese pequeño triunfo, retomé la velocidad cuando la luz cambió y, tras unos minutos de silencio cómodo, decidí preguntarle:

—¿No tuviste problemas para pedir la semana libre?

Shadow apenas desvió la mirada de la ventana.

—No. Aunque la chica de Recursos Mobianos casi llora. No entiendo por qué.

No pude evitar soltar una carcajada.

—Shadow, probablemente porque jamás te tomas vacaciones. Debe haber pensado que algo terrible pasó.

Él no respondió de inmediato, pero por la forma en que su mirada se perdió en la carretera, supe que estaba considerando mis palabras. Al final, solo exhaló un leve suspiro.

—...Tal vez.

Negué con la cabeza, divertida.

—Vas a ver que la vamos a pasar increíble. El resort es de otro nivel, tiene de todo: casino, playa privada, un teatro enorme, un restaurante de cinco estrellas...

Shadow giró el rostro hacia mí, observándome con una expresión difícil de leer. Luego, con un tono completamente neutral, dijo:

—Estoy a tu merced.

Sonreí de lado.

—Y hay algo más —dije, tomándome el asunto con seriedad— Tienes que prometerme algo.

Shadow arqueó ligeramente una ceja.

—¿Qué cosa?

Mantuve la mirada en la carretera, pero mi tono no dejaba lugar a discusiones:

—No vas a contestar ni una sola llamada del trabajo. Ni una sola. No quiero que, de repente, tengas que irte porque algo pasó.

El silencio se instaló en el auto. No me hizo falta mirarlo para saber que estaba debatiéndose internamente. Era Shadow, después de todo. Tomarse un descanso de Neo G.U.N. debía sentirse tan natural para él como respirar bajo el agua.

Pasaron unos segundos.

Y entonces, finalmente, escuché su respuesta:

—Entendido.

Sonreí con satisfacción, sintiéndome como una gran estratega que había logrado lo imposible.

—Nos vamos a divertir mucho, ya lo verás —le aseguré, acelerando un poco más con entusiasmo.

La ciudad parecía un lienzo en tonos oscuros y luces parpadeantes mientras conducíamos, el zumbido suave del motor mezclándose con la música que salía de la radio. No hablábamos mucho, pero el silencio entre Shadow y yo era cómodo, una especie de conversación tácita donde las palabras no hacían falta. El aire nocturno se colaba por la ventana entreabierta, revolviendo un poco los mechones de mi flequillo mientras mis dedos acariciaban el volante con cada giro preciso.

A medida que avanzábamos, el tráfico comenzó a disminuir. Ya era bastante tarde y las calles bulliciosas se transformaron en vías tranquilas. Tomé una carretera más amplia y vacía que bordeaba la ciudad, disfrutando la libertad de conducir sin la presión de otros autos alrededor. El motor del MINI Cooper ronroneaba con suavidad, y me sentía más confiada al volante con cada kilómetro recorrido.

Pero entonces, un sonido agudo rompió la calma.

Una sirena.

Mi corazón dio un vuelco. Miré rápidamente por el retrovisor y vi una motocicleta de policía acercándose detrás de nosotros con las luces encendidas.

—¿Qué...? —murmuré, frunciendo el ceño mientras encendía las intermitentes y me orillaba con cuidado al costado de la carretera.

—¿Hiciste algo mal? —preguntó Shadow con su tono neutral, aunque percibí un leve cambio en su postura, como si estuviera alerta.

—No lo sé... —respondí en voz baja, inquieta. Hacía años que no conducía; tal vez había cometido alguna infracción sin darme cuenta.

El policía bajó de la motocicleta y caminó hacia nosotros. Era un coatí, su cola anillada apenas visible tras su chaqueta oscura. Llevaba casco blanco con visor, botas negras. A primera vista, todo parecía en orden... pero había algo en su postura, en la forma en que sus dedos tamborileaban contra su cinturón, que me puso nerviosa.

Bajé un poco la ventanilla cuando llegó a mi lado.

—Buenas noches, señorita —dijo con voz grave.

—¿Hice algo mal, oficial? —pregunté, intentando sonar tranquila, aunque mi mano seguía aferrada al volante.

El coatí ladeó ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluándome.

—Iba un poco rápido para esta zona —respondió— ¿Me permite su licencia y registro?

—Por supuesto —asentí rápidamente, abriendo la guantera. Sentí la mirada de Shadow clavada en cada movimiento del oficial. Sus sentidos, siempre alerta.

Saqué mi licencia y el registro del auto, entregándoselos con un pequeño temblor en la mano que intenté ocultar. El policía los tomó, pero no los miró de inmediato. En lugar de eso, sus ojos recorrieron el interior del auto, deteniéndose un segundo más de lo normal en Shadow.

—¿Es nuevo el auto? —preguntó, su voz más casual.

Qué pregunta tan inusual. Quizás solo estaba intentando hacer conversación.

—Sí, lo compré hoy —respondí con una sonrisa algo tensa.

—Vaya. Debe haber costado bastante. —Su tono cambió ligeramente. Más personal. Más... invasivo.

Un escalofrío recorrió mi espalda, pero intenté ignorarlo. Solo haz lo que dice, Amy.

—¿Tiene algún problema con mis documentos? —pregunté, esforzándome por sonar tranquila.

Él no respondió de inmediato. Deslizó una linterna hacia mí, recorriéndome con la mirada más tiempo del necesario. Algo en la forma en que lo hizo encendió una alarma en mi mente.

Shadow, hasta ahora inmóvil, giró ligeramente la cabeza en dirección al oficial.

—Todo parece estar en orden... —dijo el policía, devolviendo los papeles lentamente. Pero no se alejó— ¿Sería tan amable de bajar del vehículo?

Mi cuerpo se tensó, y mis orejas se alzaron, alertas.

—¿Por qué? —pregunté con cuidado, tratando de mantener la voz firme.

—Una revisión de rutina —respondió, aunque su tono carecía de autoridad— No tardará mucho.

Solté las manos del volante y comencé a quitarme el cinturón para obedecer, pero Shadow puso una mano sobre la mía, firme pero cuidadoso. Lo miré. Su rostro estaba serio, su mirada fija en el oficial. Me empujó suavemente hacia atrás con la mano, indicándome que debía quedarme quieta.

Entonces, se inclinó ligeramente hacia adelante y habló:

—Número de identificación.

El coatí parpadeó, desconcertado. Su cola se movió con un leve temblor nervioso.

—¿Número de identificación? No… no tengo que dártelo —replicó, con voz vacilante.

Los ojos de Shadow se entrecerraron peligrosamente. Sin decir nada más, se desabrochó el cinturón con lentitud, sin apartar la vista del oficial.

Tragué saliva, con el corazón martillándome el pecho.El aire dentro del auto era denso, cargado de una electricidad invisible, como antes de una tormenta.

Y entonces lo vi. Un destello metálico se reflejó bajo la luz de la luna.

Una pistola. Apuntándome directamente a la cabeza.

Pude sentir el frío helado del cañón presionando contra mi sien.

—¡Salgan del auto! ¡Ahora! ¡Si no quieren terminar llenos de agujeros! —gritó el coatí, su voz teñida de nerviosismo e ira.

El miedo se enredó en mi garganta, seco, paralizante. Había enfrentado cañones, misiles, explosiones… Las batallas contra Eggman siempre eran un caos de fuego y metal. Pero esto… esto era distinto.

Nunca antes había sentido el frío de un arma real contra mi cabeza.

No podía moverme. Seguía atrapada por el cinturón de seguridad, inmóvil, como si el más mínimo movimiento pudiera desencadenar el disparo.

Giré apenas la cabeza y escuché con nitidez escalofriante el clic del seguro al quitarse.

—¡¡AHORA!! —bramó con fuerza.

Todo ocurrió en un instante. Shadow se movió.

Sentí su mano sujetar mi cabeza y empujarla bruscamente hacia un lado, alejándome de la trayectoria del arma. Con la otra, atrapó la pistola entre sus dedos como si fuera un juguete. El coatí apenas alcanzó a parpadear.

—¿Ah…?

Un gruñido sordo brotó de la garganta de Shadow. Sus ojos ardían.

Y entonces, energía Chaos empezó a concentrarse en su mano: verde, viva, chispeante. Rodeó el arma con una intensidad vibrante hasta que esta se deformó con un chasquido espeluznante… y se desintegró, hecha pedazos.

El coatí retrocedió un paso, el rostro desencajado, mirando su propia arma destrozada como si no pudiera comprender lo que acababa de pasar.

Pero entonces, en un parpadeo, Shadow desapareció en un destello verde.

El coatí apenas tuvo tiempo de parpadear antes de que Shadow ya estuviera detrás de él, el aire vibrando con la energía residual de Chaos Control .

—¿Q-qué...? —balbuceó, girando por puro reflejo.

No tuvo oportunidad de reaccionar.

Shadow lo golpeó con precisión quirúrgica, un impacto seco directo a la espalda. El coatí cayó al suelo como un saco de piedras. Su pistola destrozada se deslizó lejos, fuera de su alcance, mientras Shadow lo inmovilizaba, presionándole una rodilla en la espalda. Luego sacó su propia arma del interior de su chaqueta, el cañón negro apoyado contra la nuca del asaltante.

—Intentaste asaltar a la persona equivocada —susurró, con una voz baja y helada.

Mi corazón martillaba en mis oídos. Todo había pasado en cuestión de segundos. El shock y la adrenalina me tenían aferrada al volante, con los pulmones atrapados entre el miedo y el asombro. Con dedos temblorosos empecé a quitarme el cinturón de seguridad, tratando de reaccionar…

Pero entonces lo vi.

Luces, a lo lejos. Un vehículo venía por la carretera, a toda velocidad.

Al principio creí que era solo otro conductor… alguien que pasaba por ahí.

Pero entonces las luces parpadearon dos veces, en un patrón extraño. Corto. Largo. Corto.

Y lo supe. No era coincidencia. Venían por su compañero.

—Shadow… —susurré, sintiendo cómo mi pecho se apretaba. Mi mirada se clavó en ese auto que se aproximaba con intención.

El resplandor de los faros me obligó a entrecerrar los ojos justo cuando el vehículo frenó en seco, a pocos metros de nosotros. El chillido de las llantas y la nube de polvo que levantó me hicieron contener la respiración.

Las puertas se abrieron de golpe.

Dos figuras bajaron de inmediato: una rana y un sapo, ambos vestidos con chaquetas oscuras y guantes negros. Venían armados, sus pistolas reluciendo bajo la luz anaranjada de la carretera.

No vacilaron.

El sonido de los seguros destrabándose me erizó el pelaje.

—¡Suelta a mi compañero! —gritó la rana, apuntando directo a Shadow.

Mi mano voló hacia la puerta. Tenía que ayudar, tenía que hacer algo . Empecé a abrirla, pero la voz de Shadow me detuvo en seco.

—¡Quédate dentro del vehículo, Rose!

—¡Pero yo puedo…!

—¡No voy a repetirlo! ¡Quédate dentro del auto!

Me empujó la puerta con fuerza, cerrándola de golpe. Nuestros ojos se cruzaron a través de la ventana. Los suyos brillaban como carbones encendidos. Me mordí el labio, frustrada… 

—¡¿Acaso no nos oíste, idiota?! —gritó el sapo, levantando su arma con ambas manos.

En el instante en que apretaron los gatillos, las balas volaron hacia nosotros. Pero Shadow ya se estaba moviendo.

—¡Chaos Control!

La energía verde estalló a nuestro alrededor, un destello vibrante que desgarró la oscuridad. Sentí cómo el aire temblaba, como si el tiempo mismo se doblara durante una fracción de segundo.

Y entonces, un escudo de energía verdosa se alzó entre nosotros y las balas.

Los proyectiles impactaron contra la barrera con chispazos eléctricos, desviándose sin hacer daño. Cayeron al pavimento con un tintineo metálico, inofensivos.

—¡Wow! —murmuré, sorprendida, mirando a través de la ventana.

—Rose —la voz de Shadow fue firme, cortante como una hoja— Dame tu martillo.

—¿Qué? —pregunté, aún aturdida.

—Tu martillo. Ahora.

No era una sugerencia. Asentí rápidamente y extendí el brazo por la ventana, invocando mi arma con un solo pensamiento.

Un destello rosado iluminó la noche. El Piko Piko Hammer apareció en mi mano, pesado, familiar.

Shadow lo tomó sin dudar, evaluándolo brevemente mientras mantenía el escudo con la otra mano. En un solo movimiento fluido, giró sobre sí mismo y lanzó el martillo con una fuerza brutal.

El martillo giró en el aire como un proyectil dorado y rojo. En el último segundo, Shadow abrió una abertura en el escudo, permitiendo que el arma saliera disparada con precisión quirúrgica.

El golpe fue seco, contundente.

La rana ni siquiera tuvo oportunidad de reaccionar. El impacto lo lanzó hacia atrás, su pistola volando de sus manos, su cuerpo cayendo al suelo como un saco de arena.

—¡Mierda! —el sapo se giró hacia su compañero, con la atención fracturada.

Grave error.

La energía de Chaos Control brilló otra vez.

En un instante, Shadow ya no estaba a mi lado.

Apareció junto al sapo, una sombra negra en movimiento. Antes de que el otro pudiera siquiera apuntar, un puño se estrelló contra su mandíbula con una fuerza brutal.

El crujido del golpe se perdió en el eco de la carretera vacía. El sapo cayó, inconsciente, su arma resbalando fuera de su alcance.

Silencio.

Solo el zumbido lejano de los postes eléctricos. Solo el retumbar lejano de mi corazón.

Abrí la puerta del auto y salí con cuidado. Vi a Shadow de pie, girando la muñeca como si acabara de terminar una rutina de estiramiento.

Se acercó al lugar donde había caído mi martillo. Lo levantó con una sola mano, lo observó con calma, y luego caminó hacia mí con pasos medidos.

—Aún recuerdo cuando era más pequeño —comentó, tendiéndomelo con naturalidad.

Lo tomé entre mis manos, apoyándolo contra mi hombro.

—Cada año se vuelve más grande y más pesado —dije con una sonrisa, algo orgullosa— No puedo evitarlo.

Él se cruzó de brazos, sin perder su aire serio.

—¿No puedes evitarlo?

Sacudí la muñeca y dejé que los brazaletes brillaran un poco.

—Así funcionan mis brazaletes —respondí.

Él desvió apenas la mirada, como si quisiera ocultar una sonrisa, pero no se molestó en negarla.

Mi atención se desvió hacia el coatí disfrazado de policía, aún quejándose en el suelo. Luego miré hacia donde la rana y el sapo yacían inconscientes en el pavimento.

—Dime que vamos a atarlos o algo —dije, algo molesta.

Shadow esbozó una sonrisa ladeada.

—Ya estaba en mis planes.

El motor del auto ronroneaba suavemente mientras avanzábamos por la carretera oscura. A diferencia de nuestro paseo sin rumbo de antes, ahora teníamos un destino claro: la estación de policía.

Apoyé un codo en la ventanilla y solté un largo suspiro, todavía con la adrenalina recorriendo mi cuerpo. Miré de reojo a Shadow, quien estaba sentado en el asiento del copiloto con la misma expresión neutra de siempre, como si el haber reducido a tres criminales en cuestión de segundos fuera lo más normal del mundo.

Dirigí la vista al espejo retrovisor. En el asiento trasero, los tres delincuentes yacían atados con cuerdas y forcejeaban de vez en cuando, aunque sin mucho éxito. Sus rostros oscilaban entre la frustración y la resignación.

Negué con la cabeza y exhalé con fastidio.

—¿Por qué siempre pasa esto? —murmuré.

Shadow apenas desvió la mirada del camino.

—Eso mismo me pregunto yo.

Solté una risa sarcástica.

—Es en serio, cada vez que salimos pasa algo. En el cine, en la pista de patinaje, en el bar y ahora, en medio de una carretera.

Shadow giró la cabeza levemente hacia mí, sin cambiar su tono indiferente.

—Por eso te dije que el destino parece odiarnos.

Suspire.

—No lo entiendo.

Justo en ese momento, la voz de la rana rompió el silencio desde el asiento trasero.

—Oye... no quiero interrumpir su charla de pareja ni nada, pero... ¿eres la chica del video de la bofetada, no?

Cerré los ojos un instante. Sentí la sangre hervirme en las venas antes de girarme apenas para verlo.

—¡Sí, sí soy yo! —solté con evidente irritación—. ¡Abofeteé a esa estúpida, ¿contento?!

La rana silbó, fingiendo admiración.

—Vaya, con que en vivo y en directo...

Antes de que pudiera responderle con otra cosa más cortante, el coatí pareció reaccionar de golpe, con los ojos bien abiertos.

—Espera un segundo... —musitó, mirándome con más atención—. ¡Es Amy Rose!

El sapo frunció el ceño.

—¡Es obvio que es Amy Rose! ¡¿Qué otra eriza rosada tendría un martillo gigante?!

Se giró bruscamente hacia el coatí, su tono de voz pasando del desconcierto a la indignación.

—¡¿Por qué demonios decidiste robarle el auto cuando leíste su licencia?!

— Porque realmente no la leí—el coatí dijo bajando la cabeza avergonzado — Además el auto es nuevo, apenas tiene kilometraje de uso.

El sapo lo miró como si acabara de decir la mayor estupidez posible.

—Ahhh —el sapo llevó una mano a su cara, incrédulo—no solo intentaste robarle el auto a Amy Rose, sino que tampoco te diste cuenta de que su compañero de viaje era Shadow the Hedgehog.

El coatí se removió incómodo.

—Pensé que solo era un erizo parecido.

El sapo dejó caer la cabeza contra el asiento con frustración.

—¡¿Cuántos erizos negros con marcas rojas hay en el mundo, imbécil?!

La rana soltó una carcajada.

—¡Ja! ¡Entonces la misteriosa novia del comandante de Neo G.U.N. es Amy Rose!

Hubo un breve silencio. Los otros dos parpadearon antes de girarse lentamente hacia él.

La rana soltó una risita y se encogió de hombros.

—Yo pensaba que Amy estaba con Sonic.

Me llevé una mano a la cara, sintiendo la paciencia agotarse. Giré lentamente hacia Shadow y dije con total seriedad:

—Tiremoslos a un barranco.

Shadow, sin siquiera dudarlo, respondió con su tono monótono:

—Sí, hagamos eso.

El silencio en la parte trasera fue inmediato.

Sonreí satisfecha mientras volvía la vista al frente y seguía conduciendo, disfrutando de la paz momentánea.

El auto se deslizó hasta detenerse justo frente a la estación de policía. Apagué el motor y me giré ligeramente para echar un último vistazo a los tres criminales atados en el asiento trasero. El coatí tenía una expresión de fastidio, el sapo parecía resignado, y la rana simplemente sonreía como si todo fuera un chiste.

Shadow abrió la puerta y salió sin decir nada, así que hice lo mismo. Con su habitual eficiencia, Shadow ya estaba sacando a los delincuentes del auto, empujándolos hacia la entrada de la estación con la misma facilidad con la que uno aparta una silla del camino.

Apenas cruzamos la puerta, la reacción fue inmediata.

Los oficiales que estaban en sus escritorios se enderezaron al instante, sus expresiones pasando de relajadas a completamente formales en cuestión de segundos. Varios de ellos incluso interrumpieron lo que estaban haciendo para cuadrarse y saludar con respeto.

—¡Comandante Shadow, señor!

Me detuve en seco.

Parpadeé y miré a mi alrededor, sintiendo una extraña sensación en el pecho. Ya sabía que Shadow tenía autoridad en Neo G.U.N., pero ver a un grupo de policías reaccionando como si estuvieran ante un alto mando militar me dejó pensativa.

¿Cuánta autoridad tiene realmente?

Observé a Shadow, esperando alguna reacción de su parte. Pero, como siempre, él simplemente ignoró la atención como si no le importara en lo absoluto. Empujó a los tres criminales atados hacia el primer oficial disponible y comenzó a explicar la situación con su tono neutro y directo.

—Estos tres intentaron robarle el auto a Amy Rose en la carretera —dijo Shadow con voz firme— Uno de ellos se hizo pasar por policía y la detuvo con una excusa falsa. Cuando Amy se detuvo, la amenazó con un arma de fuego, exigiéndole que bajara del vehículo. Momentos después, aparecieron sus dos cómplices, quienes también sacaron sus armas y la apuntaron, intentando someterla.

El oficial asintió rápidamente, tomando nota de cada palabra mientras miraba de reojo a los tres delincuentes.

—Entendido, señor. Nos encargaremos de procesarlos y verificar si tienen antecedentes.

Mientras los agentes se acercaban para escoltar a los criminales a las celdas, la rana giró la cabeza hacia mí con una sonrisa socarrona.

—Oye, ya que estamos aquí... ¿puedo pedirte un autógrafo?

Mis orejas se torcieron con fastidio.

—No.

El sapo le dio un codazo.

—¡Cállate ya!

Shadow suspiró y se cruzó de brazos, esperando a que todo el trámite se completara. Yo, por otro lado, no pude evitar observarlo con una mezcla de curiosidad y asombro.

Mientras observaba a los oficiales llevando a los criminales al fondo de la estación, sentí que alguien se acercaba. Una oficial de policía, una canguro de pelaje castaño y porte firme, se detuvo a mi lado con una sonrisa amigable.

—¿Cómo estás? —preguntó con tono genuino— ¿Todo ha estado bien desde entonces?

Parpadeé, un poco confundida. Su voz era familiar, pero su rostro no me sonaba en absoluto.

—Eh... ¿disculpa? ¿Nos conocemos? —pregunté, ladeando un poco la cabeza.

La canguro se rio suavemente, como si esperara esa reacción.

—¿No lo recuerdas? El incidente en el bar Last Trip.

Abrí un poco la boca, pero ningún recuerdo claro llegó a mi mente.

—Lo siento... —admití, frotándome la sien— Mi memoria está un poco borrosa debido al shock.

—Oh, eso lo entiendo —dijo comprensiva— Es normal después de algo así. Debió ser impactante ver al Comandante salir herido y regenerarse de esa forma.

Me quedé completamente quieta.

La sorpresa fue tal que sentí como si el aire a mi alrededor se hubiese detenido por un instante.

—¿Cómo... cómo sabes eso? —pregunté sin poder evitarlo, casi en un susurro.

La canguro me miró con curiosidad, como si la pregunta en sí le resultara extraña.

—¿Eh? Oh, es conocimiento común entre nosotros —respondió con naturalidad— Todos los que llevamos el entrenamiento intensivo del Comandante lo sabemos.

Fruncí ligeramente el ceño.

—¿Entrenamiento intensivo?

La canguro asintió con entusiasmo.

—Sí. Como parte de nuestra graduación, todos los reclutas de policía que completamos el curso intensivo debemos enfrentarnos al Comandante en grupo.

La miré, incrédula.

—¿Todos contra él?

—Así es. Podemos usar cualquier arma, cualquier estrategia... o simplemente pelear cuerpo a cuerpo si nos sentimos lo suficientemente valientes.

Negué con la cabeza, tratando de procesarlo.

—¿Y alguien ha logrado siquiera lastimarlo?

La canguro rió entre dientes.

—En mi año, solo Jenkins consiguió herirlo de verdad. Le hizo un corte enorme en el torso, pero... el comandante se regeneró como si nada.

Su voz bajó un poco, como si estuviera recordando la escena con admiración.

—Es alguien realmente increíble.

Mis ojos se desviaron hacia Shadow. Seguía conversando con otro oficial, completamente ajeno a nuestra charla. Luego lo vi desaparecer con un brillo verde de Chaos Control.

No era que dudara de su resistencia, ya había visto de primera mano lo fuerte que era. Pero escuchar de boca de alguien más, en un contexto completamente diferente, lo hacía sentirse... más real.

Mi mente seguía procesando todo cuando la oficial añadió con una sonrisa cómplice:

—Y tranquila, todos sabemos de su relación, pero no diremos nada.

Me congelé.

—¿Q-qué? —balbuceé, sintiendo cómo el calor me subía al rostro.

Ella soltó una risa baja, claramente entretenida con mi reacción.

—Todos vimos el video de la bofetada —dijo con naturalidad— Y bueno, entre lo que pasó en el bar y ese video, era un poco obvio que ustedes están juntos.

La miré con incredulidad.

—Así que... ¿es un hecho conocido en la estación? —pregunté con un hilo de esperanza de que su respuesta no fuera tan grave.

Pero la canguro simplemente asintió y comenzó a contar con los dedos:

—Y también en Neo G.U.N. Y en la estación de bomberos. Y en el grupo de rescate Holy Marías...

Cada palabra hizo que mi estómago se hundiera un poco más.

—¿Cuántas personas saben sobre esto? —murmuré, sintiéndome abrumada.

Yo había pensado que nada se había hecho público, que todo se mantenía entre nosotros, pero aquí estaba, enterándome de que prácticamente todos los departamentos de defensa y rescate ya lo sabían.

La oficial pareció notar mi expresión y se apresuró a decir:

—Pero no te preocupes, nuestra lealtad está con el Comandante. Nadie dirá nada hasta que ustedes lo hagan oficial.

Suspiré y noté como Shadow entraba por la entrada principal de la estación, indicando a los oficiales salir afuera.

—¿Cómo es posible? —murmuré, sin esperar realmente una respuesta.

La canguro sonrió con una mezcla de admiración y respeto.

—El Comandante da muchos entrenamientos y organiza muchos simulacros —explicó— Se esfuerza mucho por la comunidad, aunque nadie del público lo note.

Me quedé en silencio, observando a Shadow. No me sorprendía. Él siempre se tomaba todo con una dedicación absoluta. Pero nunca me había detenido a pensar en cuánto impacto tenía en la gente fuera de Neo G.U.N.

Tras dar nuestro testimonio, salimos de la estación de policía y nos dirigimos a mi auto. La noche envolvía la ciudad, y las luces de los faroles arrojaban destellos dorados sobre las calles desiertas. De reojo pude ver la motocicleta y el auto de los criminales. Shadow debió haberlos traído con Chaos Control.

Encendí el auto y nos pusimos en marcha en dirección al departamento de Shadow. El silencio entre nosotros era denso, solo interrumpido por el zumbido del motor. Mi mente seguía atrapada en lo que la oficial me había dicho. Mis dedos se movían ansiosos sobre el volante, y no podía evitar lanzar miradas furtivas a Shadow de reojo.

No aguanté más.

—Me acabo de enterar de que nuestra relación es bastante... conocida.

Shadow apenas giró la cabeza en mi dirección antes de volver la vista al frente.

—Lo sé.

Fruncí ligeramente el ceño.

—¿Intentaste negarlo?

—No.

Me tomó un momento procesar su respuesta. El silencio se sintió más pesado de repente. Finalmente, solté el aire que ni siquiera me había dado cuenta de que estaba conteniendo.

—¿Por qué?

Shadow suspiró y desvió la mirada hacia la ventana,  con una de sus orejas moviéndose ligeramente.

—No quería negarlo.

Sus palabras me tomaron por sorpresa. Mantuve la vista en la carretera, pero sentí mi pecho apretarse.

—Entiendo que necesites tiempo para contarles a tus amigos —continuó— pero si la gente nos ve juntos en la calle, no quiero fingir que no estamos juntos.

Apreté el volante con más fuerza. Sentí un extraño nudo en la garganta. Me di cuenta de que, sin querer, habíamos estado viendo nuestra relación desde ángulos distintos. Yo quería protegerla, resguardarla en nuestra intimidad. Pero para Shadow... no era algo que debiera esconderse.

Miré hacia el camino, dejando que sus palabras se asentaran en mi mente.

—No afirmé nada tampoco—añadió tras un momento— Solo dejé que hablaran y sacaran sus propias conclusiones. La red de comunicación entre los departamentos es estrecha. La policía confirmó que estábamos juntos en el bar, y de ahí... bueno, el rumor simplemente corrió.

Bajé la velocidad al llegar a un semáforo en rojo.

—Así que ahora todo el mundo lo sabe —murmuré más para mí que para él.

Shadow no respondió de inmediato.

—En los círculos donde me muevo, sí —dijo finalmente— Pero nadie dirá nada.

Me mordí el labio con nerviosismo. Creí que nuestra relación era un secreto bien guardado. Pero, al parecer, para todos los que trabajan en defensa y rescate, ya era prácticamente un hecho.

Respiré hondo cuando la luz cambió a verde y volví a concentrarme en el camino. Tendría que hablar con Shadow sobre esto... pero ahora mismo, no sabía cómo abordar el tema sin que mi voz delatara lo revuelto que estaba mi corazón.

Al día siguiente, tal como habíamos prometido, Shadow y yo cenábamos en casa de Vanilla y Cream. La cálida iluminación del comedor hacía que todo se sintiera acogedor, y el aroma de la comida casera llenaba el aire. Vanilla había preparado una cena abundante, con pan recién horneado, estofado y ensalada.

Yo estaba nerviosa.

Intenté concentrarme en mi plato, pero la tensión en mi pecho hacía que cada bocado se sintiera pesado. Shadow, a su manera, también estaba nervioso. No lo demostraba con gestos obvios, pero yo ya lo conocía lo suficiente como para notar su rigidez apenas perceptible y la manera en que su mirada se mantenía más alerta de lo normal.

Y entonces, mientras terminaba de servir la comida, Vanilla dejó su cuchara con suavidad y se giró hacia Shadow con una sonrisa amable, pero con ojos que reflejaban una seriedad absoluta.

—Y bueno, señor Shadow... ¿cuál es su intención con mi Amy?

Sentí cómo mi corazón se me iba a la garganta.

—¡Vanilla! —dije, sintiendo el calor subirme al rostro— Eso es demasiado directo.

Vanilla se encogió de hombros con naturalidad.

—Lo siento, Amy, pero tenía que preguntarlo. Toda mi vida imaginé que eventualmente formalizarías tu relación con Sonic, que se irían juntos de aventuras por el mundo y solo te vería en el Solsticio de Invierno. E incluso si hubiera sido cualquier otro chico que se interesara en ti, lo habría entendido. Pero nunca me imaginé que sería... él.

Sus ojos se posaron en Shadow, y yo deseé desaparecer bajo la mesa.

—¡Yo sí lo imaginé! —dijo Cream con entusiasmo, moviendo las orejas— El señor Shadow siempre se ha preocupado por Amy.

—¡Chao! —asintió Cheese, flotando a su lado.

Mi cara ardía. No sabía si por la vergüenza o por lo que acababa de escuchar.

Shadow, sin inmutarse, respondió con su tono calmado y directo:

—Si con intención te refieres... quiero estar con Rose tanto como ella lo desee.

Vanilla tomó su tenedor y removió su ensalada con un gesto pensativo.

—¿Solo estar con ella? —preguntó, mirándolo con suspicacia— ¿Acaso has pensado en el futuro? ¿Casarse? ¿Tener su propia casa? ¿Hijos?

—¡Vanilla! —exclamé, sintiendo que mi rostro alcanzaba temperaturas peligrosas.

Shadow, en cambio, no mostró reacción alguna. Simplemente tomó su vaso de agua, bebió un sorbo y luego respondió con total seriedad:

—Eso tenía pensado desde el comienzo. Pero solo mientras Rose lo desee así.

Vanilla sostuvo su tenedor en el aire por un instante, observando a Shadow con una expresión que no terminaba de revelar si estaba satisfecha o no con su respuesta. Luego dejó escapar un suspiro y volvió a centrarse en su ensalada.

—Al menos eres honesto —dijo finalmente, llevando un bocado a la boca— Pero, ¿realmente entiendes lo que eso implica?

Shadow mantuvo su postura firme, sin apartar la mirada.

—Sí.

—¿Incluso si Amy quisiera algo que te resultara difícil? —insistió Vanilla, fijando su mirada en él— Porque lo que ella quiera hoy puede no ser lo que quiera en el futuro.

—Mientras sea lo que ella desee, haré lo posible por cumplirlo —respondió Shadow sin titubear.

Yo solo podía observar el intercambio, sintiéndome como una espectadora en mi propia vida. Quería intervenir, pero al mismo tiempo, tenía curiosidad por ver a dónde iba todo esto.

Vanilla suspiró de nuevo y bebió un sorbo de su té antes de continuar.

—Eres alguien muy difícil de leer, Shadow. No sé si es porque eres reservado o porque realmente crees que con una respuesta breve basta para dar tranquilidad a los demás.

—No suelo dar explicaciones innecesarias —replicó él, con su habitual tono firme.

Vanilla esbozó una sonrisa ladeada.

—Eso lo noté —dijo, y luego se volvió hacia mí— ¿Y tú, Amy? ¿Estás de acuerdo con todo esto?

La pregunta me tomó desprevenida.

—¿Qué?

—Él dice que hará lo que tú quieras, pero... ¿qué quieres tú?

Mi mente se quedó en blanco.

Vanilla me miró con paciencia, pero yo no tenía una respuesta concreta. Había pensado en nuestra relación muchas veces, en cómo nos estábamos conociendo, en lo que sentía cuando estaba con él... pero nunca había considerado realmente qué quería más allá del presente.

—Yo... no lo sé —admití en voz baja.

El ambiente se sintió más pesado de inmediato.

—Está bien no saberlo —intervino Shadow de repente, su tono más suave de lo usual— Tienes tiempo para descubrirlo.

Mis ojos se encontraron con los suyos por un segundo, y algo en su expresión me hizo sentir más tranquila.

Vanilla nos miró a ambos, como si estuviera evaluándonos de nuevo.

—Bueno, al menos en eso están de acuerdo —dijo finalmente— Pero, Shadow...

Él desvió su atención hacia ella, esperando su siguiente comentario.

—Si piensas estar con Amy, quiero que recuerdes algo: ella siempre ha dado mucho por los demás. Por sus amigos, por la comunidad, por personas que apenas conoce. Es la clase de persona que pone a los demás antes que a sí misma sin pensarlo dos veces.

Sentí un nudo en la garganta. Vanilla siempre me había conocido bien, pero oírlo en voz alta hizo que mi pecho se apretara.

—No quiero que su relación sea otra cosa en la que ella tenga que dar sin recibir —continuó Vanilla—. Porque si bien ella es fuerte, sigue siendo una persona con sentimientos. Y si alguna vez llega el día en que se sienta infeliz contigo, espero que lo notes antes de que tenga que decírtelo.

El silencio que siguió fue abrumador.

Shadow no respondió de inmediato. Se quedó pensativo, con los ojos fijos en su plato, antes de finalmente alzar la mirada y hablar con la misma firmeza de antes.

—Lo tendré en cuenta.

La respuesta fue corta, pero había algo en su tono que sonaba distinto. Más consciente.

Vanilla asintió, como si eso le bastara por ahora.

—Bien —dijo, y luego, como si nada de esto hubiera sucedido, tomó un pedazo de pan y se lo pasó a Shadow— Come más, pareces alguien que se olvida de hacerlo.

Cream soltó una risita y yo dejé escapar un suspiro, sintiendo cómo la tensión en el aire se disipaba poco a poco.

Era la primera vez que alguien hablaba de nuestra relación de una manera tan seria. Y aunque la conversación había sido intensa, de algún modo, también me hacía sentir un poco más segura.

Vanilla dejó su taza de té sobre la mesa con suavidad antes de preguntar con naturalidad:

—Y bueno... ¿quién más sabe sobre su relación? ¿Tuvieron problemas por el video?

Su pregunta hizo que me detuviera con el tenedor a medio camino. Me llevé un bocado de ensalada a la boca, tomándome un segundo para pensar antes de responder.

—Solo tú, Cream, Rouge... —hice una pausa, sintiendo una punzada de molestia al recordar lo que había escuchado ayer. Mi expresión se endureció cuando agregué con un tono más seco— Y todos los departamento de defensa y rescate de la nación.

Sentí la mirada de Shadow sobre mí en cuanto dije eso, pero no me volví a verlo. Su tono fue firme, pero sin alzar la voz.

—Al menos yo no le dije a nadie.

Levanté la mirada para encontrarme con sus ojos.

—Pudiste haberlo negado —repliqué—. Haber dicho que solo nos encontramos en el bar por casualidad. O que la chica del video no era yo. ¿Sabes?

Shadow frunció el ceño, su expresión endureciéndose.

—No te esperé tres años para negar nuestra relación, Rose.

El aire se volvió denso de inmediato. Vanilla y Cream no dijeron nada, solo nos observaban en silencio, incómodas. Cheese, que estaba en el regazo de Cream, se removió inquieto y emitió un débil "Chao...", reflejando la tensión en el ambiente

Inspiré hondo antes de hablar de nuevo, tratando de mantener la calma.

—Shadow, debes entender lo importante que es para mí mantener nuestra relación en privado.

—Ya hago mi parte al no confirmar nada —contestó él.

Negué con la cabeza, sintiendo la frustración crecer en mi pecho.

—No es suficiente.

Shadow apretó la mandíbula, su irritación aumentando.

—¿Sabes lo irritante que es? Con mi sentido del oído, puedo escucharlo todo —su voz bajó un poco, pero el peso en sus palabras era evidente— Puedo oír cómo hablan sobre nosotros, cómo susurran, cómo especulan... y no puedo decir nada. No puedo decirle a nadie que estamos juntos.

—Nadie tiene que saberlo —insistí—. No tienen derecho a opinar sobre nuestra relación.

Shadow soltó una risa seca, sin rastro de humor.

—Tú solo quieres que Sonic no se entere.

Su comentario me hizo apretar los puños. Mi estómago se contrajo con rabia.

—Eso no es cierto. —Mi voz salió con un filo que no pude contener— Lo único que quiero es que la gente no me pregunte ni me cuestione por qué estoy contigo y no con Sonic.

El silencio que siguió fue pesado. Sentí el cambio en el aire, la expectación latente en cada mirada.

—Quiero que nuestra relación esté libre de drama.

Vanilla frunció levemente el ceño al escuchar el nombre de Sonic, mientras Cream, sentada junto a ella, bajó la mirada. Su pequeño movimiento en la silla delató su incomodidad; sus orejas se inclinaron apenas, como si quisiera intervenir, pero el peso de la discusión la mantenía atrapada en un mutismo forzado.

Shadow no apartó su mirada de mí. Sus ojos eran afilados, como si diseccionara cada una de mis palabras, como si buscara una fisura en mi argumento.

—A ti solo te importa tu reputación, ¿no es así?

Las palabras me atravesaron con un dolor punzante. Me dolió. Me dolió más de lo que quería admitir. Pero también encendieron algo dentro de mí, algo ardiente e incontrolable.

Me incliné hacia adelante, sin importarme quién nos estuviera mirando.

—¿Y qué si me importa mi reputación? —dije, sintiendo el ardor en mi garganta mientras mi voz se elevaba.

Shadow no se inmutó, pero algo en su expresión se endureció aún más.

—He trabajado demasiado para dejar de ser una carga —continué, sintiendo cómo mi pecho subía y bajaba con cada palabra— para demostrar que soy más que la niña enamorada de Sonic.

Mi corazón latía con fuerza, la rabia burbujeando en mi interior.

—Trabajé duro en la resistencia, ayudé a reconstruir este mundo. Pasé noches sin dormir asegurándome de que todo estuviera en orden, asegurándome de que la gente tuviera un futuro. Todo para que me reconozcan por lo que soy... no por ser la novia de alguien.

Mis propias palabras resonaron en mi cabeza, como un eco persistente de todos esos años luchando contra una sombra invisible.

—No quiero estar a la sombra de nadie. Ni la de Sonic ni la tuya.

Entonces, sin previo aviso, Shadow golpeó la mesa con ambas manos, el sonido resonando en la habitación como un trueno.

—Deja de fingir, Rose —su voz fue un gruñido bajo, su furia contenida vibrando en el aire— Tú solo quieres que él no te odie.

El golpe me dejó sin aire por un segundo.

—¿Qué...?

—Estoy seguro de que no le importaría si estuvieras con cualquier otro —su mirada se encendió con algo hirviente, una ira que parecía haber estado contenida por demasiado tiempo— Pero conmigo es diferente.

El aire se volvió más denso. Mi piel hormigueó.

—Si se entera de lo nuestro, sentirá que lo estás traicionando.

Sentí mi pulso acelerarse. La respiración se me volvió corta y áspera.

—¡No estoy traicionando a Sonic por estar contigo! —exclamé, la voz quebrándoseme por la indignación— ¡No estoy tomando ningún lado en su estúpida disputa ideológica!

Shadow soltó una risa seca, amarga.

—¿Entonces por qué no quieres contárselo a nadie?

—Ya te lo dije —repliqué, con firmeza— Quiero mantener nuestra relación privada un tiempo. Sin dramas.

Su tono bajó, pero cada palabra venía envenenada.

—¿Sabes, Rose...? Puede que no entienda de redes sociales ni de esas malditas computadoras... —sus ojos se oscurecieron aún más— Pero sé leer comentarios perfectamente bien.

Se inclinó hacia adelante, atrapándome con una intensidad sofocante.

—Y cada vez que alguien preguntaba si la eriza del video eras tú... siempre había alguien que respondía que sería imposible.

Abrí los labios, pero él no me dejó decir nada.

—Que Amy nunca estaría con alguien como yo.

Mi estómago se encogió.

—Que ella es la novia de Sonic.

Las palabras fueron un puñal.

—Una y otra vez —siguió, con esa voz baja y contenida— La novia de Sonic. Así te conocen. Así te recuerdan. Así te ven.

Sentí el estómago caer. Las piernas se me enfriaron. Tragué saliva, pero la boca estaba seca. Las manos me sudaban.

—¡Eso no es lo que soy! —exclamé, con la voz quebrándose, temblorosa pero con furia— ¡Nunca lo fui! ¡Nunca tuvimos una relación real! ¡Nunca me eligió!

—¡Pero eso no importa! —rugió, interrumpiéndome, y su voz llenó la habitación como un trueno— ¡No importa lo que tú creas! ¡El mundo ya decidió por ti!

Sus ojos brillaban con una rabia vieja, profunda, como si no solo estuviera hablando de ahora, sino de años de algo que nunca dijo. Como si hubiera estado esperando este momento.

—¡Todos esos años detrás de él! —continuó, cerrando su puño con fuerza sobre la mesa— ¡Todo el mundo lo sabe! ¡Todo el mundo lo recuerda! ¡Eras una sombra pegada a sus talones!

Me mordí el labio, fuerte, como si pudiera contener así las lágrimas. La garganta ardía.

—¿Y qué si estuve enamorada de él? —solté, la voz temblando, pero sin ceder— ¿Es un crimen, acaso? ¿Tengo que pagar por eso toda mi vida? ¡Amar no es un pecado!

—No lo es…—dijo con una risa seca, rota— Pero entonces dime, ¿por qué estás conmigo ahora? ¿Porque quieres… o porque él nunca te miró dos veces?

—¡No digas eso!

—¿Por qué no? —espetó, alzando la voz— ¡Soy el segundo mejor, ¿no?! ¡El que estaba disponible! ¡El que sí te miró cuando él no quiso hacerlo!  El reemplazo. El faker .

—¡No es cierto! —grité, sintiendo cómo se me quebraba el pecho— ¡Tú no eres el segundo mejor! ¡Nunca lo fuiste! 

Pero él negó con la cabeza, con una sonrisa amarga en los labios.

—¿Y cómo se supone que confíe en eso, Rose? ¿Cómo sé que no sigues soñando con él por las noches? ¿Que no lo comparas conmigo en tu mente cada vez que me besas?

—¿Tanto me odias por haber amado a otro antes que a ti? —susurré, y ahora sí, las lágrimas corrían libres— ¿Por eso me lo echas en cara? ¿Por eso me tratas así? ¡Yo nunca te juzgué por tu pasado! ¡Jamás!

Su respiración era pesada. Lo vi apretar los puños, luchando consigo mismo. Pero no paraba.

—Pasé años... años , observando desde la distancia cómo te aferrabas a alguien que no te merecía —dijo entre dientes— Y ahora, cuando por fin estás conmigo… ¡no puedo evitar pensar que solo estoy llenando el vacío que él dejó!

—¡Eso no es verdad! —lloré, furiosa— ¡Yo te elegí Shadow! ¡Estoy contigo porque quiero!

Su silencio fue un golpe. Dolía más que sus gritos.

—¿Sabes qué duele más? —dijo, más bajo, más crudo— Que parte de mí te cree. Pero otra parte... otra parte no puede dejar de odiar que él te tuvo primero. Aunque nunca te tocara. Aunque no te quisiera. Te tuvo.

—¡Yo no soy una posesión! —le grité, levantándome de la silla— ¡No soy un maldito trofeo para comparar entre ustedes! ¡Soy mi propia persona! 

Lo miré directo a sus ojos carmesí, sintiendo cómo mi pecho se apretaba.

—¿Acaso me besaste solo para fastidiar a Sonic? —susurré con la voz quebrada, pero no retrocedí. Luego grité— ¡¿Estás conmigo para ganar algún tipo de competencia con él?!

Shadow no respondió de inmediato. Su mandíbula temblaba, su pecho subía y bajaba con violencia. Lo vi perder el control lentamente.

—¿Una competencia? —espetó al fin, la palabra cargada de veneno— ¿De verdad piensas que todo esto es por él? ¿Que tú eres solo una ficha más en algún juego estúpido entre nosotros?

Su respiración era agitada, y por un segundo pareció que su pecho iba a explotar por la tensión que contenía.

—¡Te besé porque no podía evitarlo! ¡Porque lo he querido hacer desde antes de saber siquiera qué significaba para mí! —gruñó, con la mandíbula apretada— ¡No sabes cuánto me odio por desearte incluso cuando sabía que aún pensabas en él! 

Entonces, de un solo golpe, estrelló el puño contra la mesa. La madera crujió con un sonido profundo antes de quebrarse por la mitad, dividiéndose en una grieta violenta. Los platos saltaron por el aire, el té caliente se volcó sobre el mantel, y los cubiertos cayeron en un estrépito metálico. El frutero giró hasta desparramar su contenido. Una taza rodó hasta el borde y estalló contra el suelo. Todo fue caos.

—¡Odio tener que fingir que no pasa nada! —gritó— ¡Odio tener que esconder lo que siento por ti como si fuera una vergüenza! ¡QUIERO QUE TODO EL MUNDO SEPA QUE ERES MÍA! ¡SOLO MÍA!

Shadow respiraba con fuerza, su pecho subiendo y bajando con violencia, las manos aún apoyadas en los restos de la mesa rota. Su mirada era un incendio contenido, abrasadora, implacable.

No dijo nada más. Solo se quedó ahí, con los hombros tensos y los colmillos apretados, hasta que de pronto se giró sobre sus talones y salió del comedor sin mirar atrás.

El silencio que dejó tras de sí era más pesado que el desastre sobre el suelo.

Me quedé allí, sintiendo mis manos temblar. La rabia, la frustración, el dolor... todo se mezclaba dentro de mí, y sin poder evitarlo, sentí mis ojos llenarse de lágrimas.

Vanilla fue la primera en romper el incómodo silencio.

—Bueno... —suspiró, mirando los restos de la mesa y los platos rotos en el suelo—. Supongo que la cena terminó antes de lo previsto.

Yo apenas pude responder. Mi garganta estaba cerrada por la frustración y la confusión. Miré la comida esparcida, los platos destrozados, el desastre en el que se había convertido la cena. Pasé una mano temblorosa por mi rostro, tratando de calmarme.

—Lo siento... —murmuré, sintiendo un nudo en el pecho— No quería que esto pasara.

Cream se levantó de su asiento con preocupación, tomando algunas servilletas y agachándose para recoger los pedazos de cerámica rota.

—Amy... ¿estás bien?

Tragué saliva, mi voz apenas un susurro.

—No lo sé...

Vanilla soltó un suspiro, poniéndose de pie con la misma calma de siempre. Tomó un par de trapos y comenzó a limpiar la mesa rota con movimientos pausados.

—Peleas así... no son normales en una relación, querida.

Suspiré, bajando la mirada.

—Es la primera vez que peleamos —dije apenas, sintiendo el peso de sus palabras.

Cream se mordió el labio, dudando antes de hablar.

—El señor Shadow se veía realmente molesto... pero también triste.

Asentí despacio, el eco de sus palabras aún resonando en mi cabeza.

—Sí... lo sé.

Vanilla dejó los trapos sobre la mesa y me miró con ternura.

—Tal vez necesiten hablar con la cabeza más fría.

Me arrodillé junto a Vanilla y Cream, ayudándolas a recoger los restos de platos rotos y la comida esparcida por el suelo. Cheese flotaba inquieto a nuestro alrededor, dejando escapar pequeños sonidos preocupados mientras intentaba recoger pedazos diminutos con sus manitas.

Terminamos de limpiar en silencio, y cuando todo estuvo en orden, sentí la necesidad de salir a tomar aire.

Al abrir la puerta delantera, el aire fresco de la noche me envolvió, y mis ojos fueron directo a la silueta de Shadow en la acera.

Estaba de espaldas a la casa, con los brazos cruzados sobre su pecho y los hombros rígidos. Sus ojos rojos brillaban en la penumbra, pero su mirada estaba perdida en algún punto de la calle. La tensión en su postura era evidente; su cuerpo entero parecía una cuerda tensa a punto de romperse.

Vi cómo sus orejas se movieron apenas al percatarse de mi presencia, y por un instante, giró la cabeza para mirarme. Pero fue solo un segundo antes de apartar la vista y darme la espalda de nuevo.

Algo en ese gesto me dolió más de lo que esperaba.

Respiré hondo y avancé hacia él con pasos lentos y medidos, como si me acercara a una llama que aún ardía con furia.

Cuando estuve lo suficientemente cerca, extendí la mano y la apoyé suavemente sobre su hombro.

—Shadow...

No me miró. Pero tras unos segundos, su voz baja y controlada rompió el silencio.

—Lamento haberte alzado la voz. No debí hacerlo.

Su tono era neutro, pero había algo en su voz... algo más profundo.

—Yo también lo siento —respondí con sinceridad—. No debí responderte de esa forma.

Vi cómo sus manos, hasta ahora aferradas con fuerza a sus propios brazos, se aflojaban ligeramente. Aproveché la oportunidad y, con cuidado, deslicé mi mano entre sus brazos cruzados, rompiendo la barrera invisible que había entre nosotros. Apoyé mi cabeza en su hombro, sintiendo la rigidez de su cuerpo bajo mi tacto.

Por un momento, temí que se apartara.

Pero no lo hizo.

—Lo siento mucho, Shadow —susurré, cerrando los ojos—. Sé lo que es sentirse negado.

Él no respondió, pero percibí el leve cambio en su respiración.

—No es lo mismo —dijo, después de un momento—. Lo tuyo con Sonic... no fue una relación formal.

—Lo sé —asentí, sin apartarme—. Pero aun así dolía cuando él lo negaba, como si la idea de estar conmigo fuera absurda.

Shadow no respondió, pero sentí su cuerpo moverse ligeramente.

—Lo que más me lastimaba no era que no correspondiera mis sentimientos —continué, con la voz más baja—, sino la manera en que se aseguraba de que el mundo entero supiera que nunca pasaría.

Mis dedos se aferraron con suavidad a su brazo.

—Y ahora tú... que sí eres mi pareja, que sí estás conmigo... —apreté los labios, buscando las palabras adecuadas—. No quiero que sientas que tengo vergüenza de lo nuestro, porque no es así.

Shadow dejó escapar un susurro apenas audible, cargado de significado.

—Rose...

Me aferré un poco más a su brazo.

—No voy a negar nuestra relación. No importa si nos ven juntos, si nos graban, si hacen preguntas o lo que sea... No voy a fingir que no estamos juntos.

Shadow giró un poco más, hasta que nuestras miradas se encontraron.

—¿De verdad lo dices en serio?

—Por supuesto —afirmé sin dudar.

Él me sostuvo la mirada por unos segundos, como si intentara asegurarse de que no estaba diciendo solo lo que él quería escuchar.

—Voy a asumir las consecuencias de mis acciones —agregué con una sonrisa suave—. Siempre lo he hecho. Y estar contigo... no es algo de lo que me arrepienta.

Sus ojos brillaron por un instante bajo la luz tenue.

—Rose... No quiero causarte problemas.

Sonreí con suavidad.

—Lo sé... pero cuando estamos juntos, los problemas siempre parecen encontrarnos.

Shadow dejó salir un suspiro, uno largo y cansado, y por primera vez en toda la noche, su postura se relajó un poco.

Nos quedamos en silencio, dejando que la brisa fría del otoño nos envolviera. Sobre nosotros, el cielo nocturno se extendía infinito, las estrellas brillando con una calma que contrastaba con todo lo que sentíamos.

Después de un rato, Shadow finalmente habló.

—Vamos. Tengo que disculparme con Vanilla. Le debo una mesa.

Sonreí, aliviada por el cambio en su tono.

—Y platos nuevos —agregué con diversión.

Shadow dejó salir una risa suave, apenas perceptible, pero real.

Él extendió su mano con una calma que transmitía confianza. Lo noté y, por un instante, sonreí para mí misma, agradecida por ese pequeño gesto que hablaba más que mil palabras. Sin dudarlo, llevé mi mano a la suya y la tomé, sintiendo cómo la apretaba con suavidad, como si quisiera decirme que estaba ahí, conmigo sin importar que.

Sin decir nada más, caminamos juntos de regreso a la casa, con la certeza de que, a pesar de todo, todavía podíamos encontrarnos el uno al otro en medio de cualquier tormenta.

 

Chapter 17: El viaje

Chapter Text

La madrugada de otoño envolvía el vecindario en una brisa fresca y tranquila. En mi cocina, el único sonido era el crujir del papel aluminio mientras envolvía el último sándwich, asegurándome de que quedara bien protegido antes de colocarlo en un pequeño bulto térmico. El aroma del pan y los ingredientes frescos llenaba el aire, mezclándose con el leve perfume del café que había preparado antes.

Justo cuando terminaba, escuché un golpe en la puerta. No hacía falta preguntar quién era.

—Adelante —dije sin mirar.

La puerta se abrió con suavidad, y el sonido de unos pasos firmes se acercó. Sin necesidad de girarme, supe que Shadow estaba allí. Lo vi de reojo cuando apareció en el marco de la puerta de la cocina, con su porte sereno y mirada inquisitiva. Llevaba una chaqueta azul oscuro, que contrastaba con su pelaje negro y rojo, y cargaba una bolsa de ginmasio al hombro.

—¿Estás lista? —preguntó con su tono grave pero tranquilo.

—Ya casi —respondí, dándole la espalda mientras metía todos los snacks y bebidas en una bolsa reutilizable—. Solo tengo que guardar esto y ya.

Después de asegurarme de que todo estaba bien cerrado, tomé la bolsa y me giré hacia él.

—Mi equipaje está en la sala, ¿me ayudas a moverlo al auto?

Shadow asintió sin decir nada y se dirigió a la sala. Lo seguí hasta donde estaban mis maletas, y cuando llegó frente a ellas, se detuvo de golpe. Se giró lentamente hacia mí con una ceja arqueada.

—¿Vas a llevar todo esto?

Frente a él había tres enormes maletas rosadas, perfectamente alineadas y listas para el viaje.

—Es toda una semana, Shadow —respondí, como si fuera obvio.

—¿No es demasiado?

—Estoy viajando ligero —dije con una sonrisa.

Él no discutió más. Con su fuerza natural, tomó dos de las maletas sin esfuerzo y salió por la puerta. Yo no me quedé atrás y, con una mano, agarré la tercera antes de seguirlo al exterior.

El aire frío de la madrugada me hizo estremecer un poco, pero la emoción del viaje me mantenía animada. Shadow abrió el maletero y acomodó mis maletas junto con su bolsa de ginmasio. Me acerqué para meter la última, y con un golpe seco, él cerró el maletero.

—¿Falta algo más? —preguntó, mirándome con expectación.

Me quedé pensativa por un momento, repasando mentalmente todo lo que había empacado. Y entonces lo recordé.

—¡Oh! Sí, espera aquí.

Abrí las puertas traseras del auto y coloqué la bolsa de snacks sobre los asientos, asegurándome de que quedara bien acomodada. Luego, sin perder más tiempo, corrí de regreso a la casa.

Subí las escaleras con prisa, casi tropezando en el último escalón, y me dirigí directo al armario. Ahí estaba la bolsa de regalo que había escondido días atrás, esperando el momento adecuado. La tomé con firmeza y volví a bajar las escaleras con la misma energía, sintiendo la emoción burbujear en mi interior.

Al llegar de nuevo a su lado, extendí la bolsa hacia él con ambos brazos. Shadow me miró con el ceño ligeramente fruncido, luego bajó la mirada a la bolsa, claramente sorprendido.

—Es para ti —dije con una sonrisa expectante.

Shadow parpadeó, su expresión pasando de la sorpresa a una cautelosa curiosidad. Con movimientos pausados, tomó la bolsa de mis manos y, sin decir nada, deslizó la mano en su interior, revisando su contenido.

—Cuando salí al mall con Rouge hace semanas, no pude dejar de pensar en ti... Y bueno... Espero que te gusten —murmuré, observándolo atentamente.

Lo vi sacar primero la chaqueta negra, pasándola entre sus dedos como si estuviera evaluando su textura y peso. Luego, revisó los guantes nuevos con la misma atención meticulosa. La bufanda roja de lana gruesa fue lo siguiente; sus dedos rozaron el tejido con una expresión apenas perceptible de interés. Finalmente, sacó el set de tazón y jarra negros con un diseño elegante y, en el fondo de la bolsa, encontró el paquete de granos de café exóticos.

Lo miré expectante mientras él examinaba los regalos en silencio.

—Tu chaqueta y guantes habían terminado llenos de sangre la última vez... y pensé que necesitarías unos nuevos. Y el café... bueno, sé cuánto lo disfrutas —dije, sintiéndome un poco nerviosa.

Shadow sostuvo la bolsa con ambas manos, su mirada fija en los objetos en su interior. Su expresión era difícil de leer, pero sus ojos carmesí brillaban con algo que no pude descifrar del todo.

—Rose... —murmuró en voz baja, como si estuviera buscando las palabras correctas.

Mi corazón latía con fuerza, esperando su reacción. Pero en lugar de responder de inmediato, dejó escapar una risa suave y sacudió ligeramente la cabeza.

—Es tu cumpleaños, no el mío.

Sonreí, cruzándome de brazos.

—¿Y eso qué importa? Solo quería agradecerte todo lo que haces por mí. Todos los obsequios... y el cariño.

Levanté la vista justo a tiempo para ver a Shadow dar un paso hacia mí. Su expresión se suavizó, y con una lentitud deliberada, levantó una mano y la apoyó en mi mejilla. Su palma era cálida, firme, y el gesto hizo que contuviera la respiración por un segundo.

Antes de que pudiera reaccionar, se inclinó ligeramente y depositó un beso en mis labios. No fue apresurado ni demandante, sino un toque dulce, pausado, como si cada segundo tuviera un significado especial.

Cerré los ojos, dejándome llevar por la calidez de sus labios y la quietud del momento. Fue un beso breve, pero lleno de algo que me dejó con el corazón latiendo con fuerza contra mi pecho.

Cuando se separó, sus ojos se encontraron con los míos, y una leve sonrisa, casi imperceptible, apareció en la comisura de sus labios.

—Gracias, Rose

Mi nombre en su voz me hizo sentir un calor distinto en el pecho. Asentí, con una pequeña sonrisa en los labios.

—De nada, Shadow.

Nos subimos a mi Mini Cooper, con Shadow acomodándose en el asiento del copiloto mientras yo ajustaba los espejos y me aseguraba de que todo estuviera en orden. Ambos nos abrochamos los cinturones, y él dejó su bolsa de regalo en el asiento trasero.

Encendí el motor, y el sonido familiar del arranque me hizo sonreír.

—Bien, Comandante, ¿listo para la aventura? —bromeé, echándole una mirada divertida.

Shadow solo sonrió, cruzándose de brazos.

—Siempre.

Solté una risa y pisé el acelerador, sacando el auto a la carretera.

El sol de la mañana aún estaba bajo en el cielo, bañando todo con una luz dorada. A los lados de la autopista, la naturaleza había reclamado su territorio. Edificios y casas abandonadas cubiertos de enredaderas, algunos pocos autos oxidados y estacionamientos donde la hierba alta había crecido sin control se extendían a lo largo del camino. Era un recordatorio silencioso de los siete años que habían pasado.

A pesar del escenario melancólico, el viaje no tenía por qué serlo. Subí el volumen de la radio, buscando mi estación favorita. Después de unos segundos de estática, una canción animada llenó el auto.

Mis orejas se movieron con la melodía y no pude evitar sonreír.

—¡Oh, me encanta esta! —exclamé, moviendo ligeramente los hombros al ritmo de la música.

Sentí la mirada de Shadow a mi lado, probablemente preguntándose cómo tenía tanta energía tan temprano en la mañana. Pero eso no me detuvo.

— I can't help falling for you, no matter what I do... —canté suavemente, siguiendo la letra de la canción con una sonrisa.

De reojo, vi a Shadow mirar hacia el frente con su expresión impasible, pero no se me escapó cómo los dedos sobre sus brazos cruzados se movían ligeramente al ritmo de la música.

— Every little thing you do, makes my heart race just for you... —continué, echándole una mirada divertida.

Me giré hacia él con una sonrisa traviesa.

—Vamos, Shadow. ¡Canta conmigo!

Él se quedó en silencio por un momento. Pensé que me ignoraría, pero entonces, en su voz grave y monótona, murmuró la siguiente línea de la canción:

— Even when the world is dark, you're my light, you're my spark...

No pude evitar soltar una carcajada.

—¡Oh, por favor! Podrías al menos fingir que te gusta.

—No finjo.

Me reí de nuevo y seguí cantando con entusiasmo, mientras él se limitaba a acompañarme con su tono inexpresivo.

La autopista estaba despejada, con la naturaleza rodeándonos en un abrazo verde y dorado. Las antiguas señales de tráfico seguían en pie, aunque muchas estaban corroídas por el tiempo. Árboles habían crecido en medio de lo que alguna vez fueron estaciones de servicio, y los restos de carteles publicitarios, ahora cubiertos de musgo y enredaderas, se alzaban como fantasmas de una era pasada.

A pesar de todo, el paisaje tenía su propia belleza. La civilización humana podría haberse desmoronado, pero la naturaleza nunca dejó de avanzar.

—Espero que no te aburra mucho el viaje —dije con una sonrisa, mirándolo de reojo.

Shadow, sin mirarme, respondió con calma:

—Nunca me aburro contigo.

Su respuesta me tomó por sorpresa, y mi corazón dio un pequeño vuelco. No pude evitar sonreír.

Reduje la velocidad cuando algo a un lado de la carretera captó mi atención. A través de una verja oxidada y parcialmente derrumbada, las siluetas fantasmales de un viejo parque de diversiones emergían entre la maleza. Las montañas rusas, ahora esqueletos de metal corroído, se retorcían contra el cielo nublado, con tramos incompletos donde el tiempo había reclamado su parte. Los letreros coloridos que alguna vez anunciaron atracciones y espectáculos yacían descoloridos, envueltos en enredaderas, sus letras apenas legibles.

Me estacioné a un lado del camino, incapaz de apartar la vista del espectáculo melancólico.

—Vamos a echar un vistazo —dije, desabrochándome el cinturón sin esperar respuesta.

Shadow arqueó una ceja, observándome con su acostumbrada expresión imperturbable.

—¿Quieres ir allí?

—Sí, vamos.

Él exhaló un suspiro bajo, pero cuando me vio abrir la puerta con determinación, no discutió más y simplemente salió también.

Al cruzar la verja rota, el aire pareció cambiar. No era solo el olor a óxido y tierra húmeda lo que lo hacía diferente, sino la atmósfera en sí. Un lugar que alguna vez vibró con risas y música ahora yacía en completo abandono, envuelto en un silencio que solo se rompía con el crujir del metal viejo y el susurro del viento.

Las taquillas de entrada aún contenían boletos amarillentos y frágiles por el tiempo, apilados en los mostradores polvorientos. Caminamos de la mano por el sendero principal, donde hojas secas y escombros cubrían lo que antes era un colorido suelo adoquinado. A ambos lados, los puestos de comida permanecían congelados en el tiempo: carteles descolgados aún promocionaban "Algodón de azúcar – ¡Dulce como un sueño!" y "Palomitas de maíz – ¡Siempre frescas!", pero en los mostradores solo quedaban restos de máquinas oxidadas y envases vacíos, fantasmas de un pasado bullicioso.

Nos detuvimos frente a una rueda de la fortuna gigante. Sus cabinas colgaban de manera inestable, algunas con los cristales rotos, y el metal crujía levemente con la brisa.

—Hace mucho que no vengo por aquí —murmuré sin apartar la vista de la estructura—. Cuando trabajaba en la reconstrucción, solíamos inspeccionar lugares como este para decidir si debían ser renovados o dejados a merced de la naturaleza.

Shadow se mantuvo en silencio, escuchándome con atención.

—Siempre me dolía hacer estas evaluaciones —admití—. Era triste pensar en cómo estos lugares alguna vez estuvieron llenos de vida, en cómo todo desapareció de un momento a otro.

Shadow desvió la mirada hacia la rueda de la fortuna, su expresión impenetrable.

—Durante mis viajes, solía visitar sitios como este.

Lo miré con curiosidad.

—¿Tu viaje sabático?

Shadow soltó un resoplido.

—Solo Rouge lo llama así —admitió, con un dejo de fastidio—. Pero sí.

Aproveché el momento para hacer la pregunta que había rondado en mi mente durante años.

—¿Qué estuviste haciendo esos dos años? No supimos nada de ti.

Hubo una pausa. Shadow no respondió de inmediato, y por un momento, pensé que tal vez no lo haría. Pero entonces, su voz se alzó, más baja, más contenida.

—Estaba buscando... —hizo una pausa breve, como si las palabras pesaran en su boca—. Buscando algún indicio de sobrevivientes.

Sentí cómo mi corazón se encogía.

—Viajé por todas partes, por todo el mundo, con la esperanza de encontrar alguna familia escondida en un búnker... o alguna comunidad oculta en el bosque —prosiguió, su tono apagado—. Pero no... El virus los aniquiló a todos. Ni siquiera dejó sus huesos.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Cuánto tiempo estuviste buscando?

—Un año.

El peso de su respuesta cayó sobre mí como una losa. Un año entero recorriendo ruinas, buscando entre ciudades fantasma, explorando búnkeres vacíos... todo para confirmar que la humanidad ya no existía.

—Y el año siguiente... —pregunté en un susurro.

Shadow desvió la mirada.

—Nada realmente —dijo al fin—. Vagaba sin rumbo. No tenía propósito, había fallado mi promesa, mi objetivo en esta vida... Solo estaba existiendo, deseando desaparecer.

Sin pensarlo, apreté su mano con la mía.

—Shadow...

Él respiró hondo antes de continuar.

—Pero un día, escuché un grito de auxilio.

Mis orejas se alzaron.

—¿De quién?

—Un ratón de mediana edad atrapado en un agujero —respondió, su voz volviendo a ese tono neutro, pero con un matiz distinto—. Al principio, se asustó al verme... gracias a que Infinite había usado mi imagen.

Sentí un escalofrío al recordar aquellos tiempos.

—Pero eventualmente se calmó —continuó Shadow—. Al parecer, tú y los demás habían estado... 'limpiando' mi nombre.

Asentí.

—Sí. No íbamos a dejar que la imagen falsa de Infinite quedara como la verdad.

Shadow no respondió, pero sentí cómo sus dedos se apretaban levemente alrededor de los míos.

—Cuando lo saqué de allí, me contó que estaba buscando a su hija. No sabía nada de ella desde la guerra contra Eggman, y cuando las cosas se 'normalizaron', decidió emprender un viaje para encontrarla.

Seguimos caminando entre las ruinas del parque. Las luces oxidadas colgaban inertes sobre nuestras cabezas, y el viento hacía temblar los restos de viejos estandartes publicitarios.

—Me pidió ayuda —continuó Shadow— Y... bueno, yo no tenía nada mejor que hacer.

Nos detuvimos junto a un carrusel abandonado, cubierto de enredaderas que trepaban por los postes oxidados y se enredaban en las luces rotas. Los caballos de madera, antes vibrantes, estaban despintados y agrietados, con crines astilladas y ojos desvaídos. Raíces gruesas se aferraban a sus patas inmóviles, como si intentaran hundirlos en la tierra. El techo, deshilachado y cubierto de moho, apenas se sostenía, mientras jirones de tela sucia colgaban como espectros de un pasado olvidado.

Me giré hacia él.

—¿Lograron encontrar a su hija?

Shadow guardó silencio. Su mirada escarlata se fijó en uno de los caballos, su expresión ensombrecida.

—Sí —susurró finalmente— La encontramos.

El aire se volvió pesado entre nosotros.

—Encontramos su cadáver bajo el pie de un Badnik gigante —dijo, su voz carente de emoción, pero con algo más oculto en su tono— Él pudo reconocerla... por un collar que le había regalado en su cumpleaños.

Me llevé una mano al pecho, sintiendo el nudo en mi garganta.

—Shadow...

—No pude consolarlo, pero entendía perfectamente cómo se sentía —murmuró, su mirada fija en el suelo, perdida en memorias lejanas—. La tristeza, el duelo, la impotencia de no haber podido proteger a sus seres queridos. Lo entendía perfectamente.

Lo observé en silencio. Shadow rara vez dejaba entrever lo que sentía, pero ahí estaba. El dolor en su voz, en la tensión de sus hombros, en la forma en que su mirada evitaba la mía.

—Al final, la enterramos en una colina cercana —continuó, y por un instante sus ojos se elevaron al cielo, como si aún pudiera ver aquel lugar—. Nos quedamos en silencio junto a su tumba, y cuando todo estuvo dicho y hecho, nos despedimos.

Seguimos avanzando hasta detenernos frente a la estructura esquelética de una montaña rusa. El metal corroído reflejaba la luz de la mañana con un brillo apagado. Shadow la miró por un momento, con una expresión melancólica, antes de volver a hablar.

—Luego de eso, continué con mis viajes —su voz sonaba distante, como si aún estuviera viendo aquellos recuerdos desarrollarse frente a él—. Pero esta vez... empecé a hablar con la gente, a escuchar sus historias.

Se quedó en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado. Luego, apretó levemente mi mano.

—Y siempre eran las mismas. Madres que perdieron a sus hijos. Niños que quedaron huérfanos. Familias que lo perdieron todo. Mobians que quedaron enfermos o discapacitados. Pero todos, de alguna forma... seguían adelante. Trataban de mantener la esperanza.

Mi pecho se apretó con fuerza. Bajé la mirada. Me gustaría decir que esas historias me sorprendían, pero no lo hacían. Había visto con mis propios ojos el peso que la guerra y el virus dejaron en nuestro mundo.

Seguimos caminando. A nuestro alrededor, la naturaleza había reclamado aquel parque de atracciones olvidado. La hierba crecía entre las grietas del pavimento, las paredes de los juegos estaban cubiertas de enredaderas, y los colores de los antiguos carteles se habían desvanecido con el tiempo.

Finalmente, nos detuvimos frente a una fila de juegos de feria abandonados. Había una cabina de tiro al blanco con premios aún colgando de sus estanterías, viejos peluches cubiertos de polvo que nadie había ganado. Shadow se quedó quieto, observándolos con una expresión inescrutable.

—Me di cuenta de que mi dolor, mi sufrimiento, mi culpa... todo era apenas una pequeña mancha en un cuadro gigante de miseria —su voz sonaba más baja ahora, más introspectiva—. No era el único sufriendo. Todos estamos en una situación similar.

Se mantuvo en silencio un momento, como si buscara las palabras correctas.

—Así que... decidí dejar de sentir pena por mí mismo y volví. Me uní al proyecto para restaurar G.U.N. y he estado trabajando allí desde entonces.

Había determinación en su voz, pero también un cansancio más profundo, uno que no tenía que ver con el cuerpo, sino con el alma.

—No soy un héroe, Rose. Y nunca lo seré —dijo de repente, su tono más firme, como si quisiera dejarlo en claro—. Pero al menos puedo hacer que los demás tengan la fuerza suficiente para defenderse a sí mismos.

Sus palabras quedaron flotando en el aire. Bajé la mirada a los peluches olvidados.

No dije nada al principio. Solo dejé que su tristeza se mezclara con la mía, porque entendía demasiado bien lo que sentía.

—Te entiendo, Shadow —susurré al final.

Levanté la vista y lo miré directamente.

—Yo sabía que jamás podría ser una heroína como Sonic. Correr a toda velocidad, atravesar el mundo en un instante y salvarlo con un increíble acto de valentía. Pero tampoco quería quedarme de brazos cruzados. No podía.

Respiré hondo antes de continuar, sintiendo un leve temblor en mi pecho.

—Por eso me esforcé tanto en la resistencia. En la reconstrucción. Di todo lo que tenía dentro de mí para ayudar a este mundo —mi voz sonó más baja, pero firme, como si cada palabra llevara consigo el peso de aquellos años—. Pasé noches en vela revisando incontables documentos, asegurándome de que cada piedra colocada en este nuevo mundo estuviera en su lugar.

Mi garganta se cerró un poco. Recordaba con claridad esas largas madrugadas iluminadas solo por el resplandor de una lámpara, con pilas de informes desbordando mi escritorio, con la presión constante de hacer todo bien, de no cometer errores.

Apreté su mano con fuerza.

—Pero... a diferencia tuya, yo me rendí. No pude seguir luchando más.

La confesión dejó un vacío en mi pecho. Hablarlo en voz alta lo hacía más real, más tangible. Bajé la mirada, sintiendo cómo el peso de mis propias palabras se acomodaba en mi espalda.

De pronto, movió su otra mano y cubrió la mía, sosteniendo mi mano entre las suyas. Luego, la alzó con suavidad. La sostuvo con fuerza, apretándola ligeramente, guiando mi mirada hacia él.

—No tienes por qué lamentarlo, Rose —su voz era suave, pero cargada de una certeza inquebrantable—. Ese trabajo te estaba destruyendo. A nadie le gustaba verte así.

Hizo una breve pausa antes de añadir algo más, su tono más bajo, más íntimo.

—Yo odiaba verte así.

Mis ojos se abrieron ligeramente.

Había algo en su mirada que me hizo contener el aliento. Una honestidad cruda, sin filtros, que se clavó en lo más profundo de mi corazón.

—Hiciste todo lo que pudiste por el mundo —continuó, sin apartar su mirada de la mía—. Fue suficiente.

Sus palabras envolvieron mi alma con una calidez inesperada. Un alivio silencioso, profundo, que no supe que anhelaba hasta ese instante.

Abrí la boca para responder, pero Shadow habló de nuevo.

—Y sí eres una heroína, Rose. Sí salvaste el mundo...

Lo miré con sorpresa, sin esperar esas palabras.

—Me recordaste mi verdadera promesa con Maria y evitaste que lo destruyera.

Mi respiración se cortó de golpe.

Los recuerdos del ARK regresaron como un eco lejano, envolviéndome en esa sensación vertiginosa de desesperación y esperanza. Aquella estación espacial, las luces rojas de emergencia titilando en el acero frío. La gravedad de una decisión que lo cambiaría todo. Shadow, con la mirada perdida en la venganza, a punto de dejarse consumir por el odio. Y yo... yo había sido la única que corrió hacia él. La única que creyó en lo que podía ser, en lo que realmente era.

Parpadeé, sintiendo el peso de esos momentos aplastándome el pecho.

—Lo recuerdo bien... —susurré.

Mi mente me arrastró de vuelta a ese día. A las palabras que le dije con todo mi corazón. Al instante en que logré alcanzarlo. Había conseguido que nos ayudara, que luchara a nuestro lado. Y juntos, salvamos el mundo.

Pero entonces, algo dentro de mí se quebró.

Una punzada de vacío se alojó en mi estómago. Un nudo áspero, pesado, como si miles de fragmentos se clavaran en mi interior.

—Y al final... la humanidad desapareció...

Mi voz tembló.

—Solo logré darles unos años más de vida...

La verdad de esas palabras cayó sobre mí como un golpe implacable. Algo que siempre había sabido, pero que nunca me había permitido sentir del todo.

Tragué en seco, pero el peso no desapareció. Se quedó ahí, oprimiéndome el pecho.

—¿Esto es lo que sientes, Shadow? —murmuré, con la voz rota—. ¿Qué todo fue en vano?

El silencio se extendió entre nosotros, denso, envolvente. Y luego, en un murmullo, su respuesta llegó a mí.

—Todo el tiempo.

Mi corazón dolió al escucharlo. No lo pensé. Simplemente me moví.

Lo abracé con fuerza.

Rodeé su cuello con mis brazos y hundí el rostro en su hombro, deseando transmitirle todo lo que las palabras no podían. Todo el dolor compartido. Toda la comprensión.

Sentí cómo sus brazos me envolvían con la misma intensidad, sosteniéndome como si yo fuera lo único que lo mantenía anclado a la realidad.

Cerré los ojos y me aferré más a él. Y cuando el peso en mi pecho se volvió insoportable, cuando el dolor se desbordó, mis lágrimas finalmente cayeron, humedeciendo su hombro en un llanto silencioso.

El aire dentro del auto se sentía denso, cargado con los restos de la emoción que todavía hormigueaban en mi pecho. Me pasé las manos por los ojos otra vez, sintiendo el ardor de tantas lágrimas derramadas. Mi reflejo en la ventana me delató: ojos hinchados, nariz mocosa, expresión cansada.

Shadow tomó el volante sin decir nada, dándome el tiempo que necesitaba para recomponerme.

—Lo siento, Shadow... —mi voz salió con un tono congestionado, la nariz aún tapada—. Se supone que este viaje debería ser alegre.

Intenté sonreírle, pero la expresión se desvaneció antes de formarse por completo.

Shadow mantuvo la vista en la carretera, pero su respuesta fue inmediata, tranquila.

—No tienes por qué disculparte, Rose. Eres una chica sensible.

Había algo en su tono, una mezcla de comprensión y firmeza, que hizo que mi corazón latiera más lento.

—Pero aun así... —susurré, tratando de sonar menos culpable.

Saqué un pañuelo de mi bolso y me limpié la nariz, aunque no sirvió de mucho. Solo logré que mi rostro se sintiera aún más irritado.

El silencio se acomodó entre nosotros por unos minutos. No era incómodo, pero sí pesado, como si ambos estuviéramos procesando nuestra conversación en el parque.

Entonces, Shadow habló, rompiendo la quietud con su voz baja y tranquila.

—Ya casi es la hora de almorzar. ¿Por qué no paramos en algún lado a comer?

Me tomé un segundo para responder, dándole un último resoplido a mi pañuelo.

—Sí, déjame ver el mapa...

Saqué mi celular y empecé a buscar el lugar donde había planeado hacer una parada durante nuestro viaje.

—A unos cinco kilómetros hay un pequeño pueblo de paso. Vamos a parar allí a almorzar.

Shadow asintió en silencio y, para mi sorpresa, encendió la radio, ajustándola a mi estación favorita.

El sonido familiar llenó el auto, envolviéndonos en una atmósfera más ligera. Mi corazón se encogió un poco ante el gesto. No dijo nada, pero sabía que lo había hecho intencionalmente, para animarme.

No pude evitar sonreír.

El pueblo apareció en la carretera unos minutos después, un rincón olvidado en medio del camino. No era más que un puñado de edificios bien conservados, rodeados por estructuras antiguas que el tiempo y la naturaleza habían reclamado poco a poco. En el horizonte, la vegetación crecía sin restricciones, trepando por las paredes de viejos edificios y letreros oxidados.

El restaurante donde nos detuvimos tenía un estacionamiento lleno de camiones de transporte y otros vehículos, señal de que la comida debía ser buena. Shadow aparcó con precisión y apagó el motor.

Al bajar, el aire tenía ese aroma a tierra seca y aceite, una mezcla extrañamente reconfortante.

Empujé la puerta del restaurante y nos recibió una cálida fragancia a café recién hecho y comida casera. El lugar tenía un estilo retro, un clásico diner de carretera con cabinas acolchonadas de color rojo y una barra con taburetes metálicos.

Algunos camioneros conversaban entre bocados de hamburguesas y papas fritas, y una vieja rockola en la esquina tocaba una melodía suave de fondo.

Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, desde donde podía ver la carretera extendiéndose en la distancia.

Una chica mapache se acercó a nuestra mesa con una sonrisa amistosa, sosteniendo dos menús en sus manos. Su uniforme de camarera tenía un ligero desgaste por el uso, pero se veía impecable.

—Bienvenidos. Aquí tienen los menús —dijo, dejándolos frente a nosotros con un gesto rápido.

Le di un vistazo rápido, recorriendo las opciones con la mirada.

—Voy a querer una hamburguesa con queso y papas fritas —dije con decisión, cerrando el menú. Luego miré a Shadow—. Para él, un sándwich de pavo con ensalada. Y también quiero un smoothie de fresa.

Shadow, sin siquiera abrir el menú, simplemente dijo:

—Y un café bien cargado.

La mesera anotó nuestra orden en su libreta con un pequeño movimiento de cabeza, luego nos dedicó una mirada curiosa antes de retirarse.

No pude evitar fijarme en eso. ¿Se preguntaba qué hacía alguien como él en un lugar así conmigo?

Note como las orejas de Shadow se movían casi imperceptiblemente, como pequeñas antenas captando cada sonido a nuestro alrededor. Sabía que su audición era increíblemente aguda. Observé su semblante serio, su mirada recorriendo sutilmente el diner, como si analizara todo sin esfuerzo.

—¿Qué están diciendo? —pregunté con curiosidad, inclinándome un poco hacia él.

Shadow desvió su mirada hacia mí y respondió con su tono característicamente neutral:

—Algunos solo hablan de cosas triviales... otros se preguntan qué hago aquí en un lugar como este.

Hizo una breve pausa antes de agregar:

—Y también se preguntan si eres mi novia.

No pude evitar una risa breve, rodando los ojos con cierta diversión.

—La chica del video de la bofetada, ¿no?

Shadow asintió con una expresión inescrutable, como si aquello ya no tuviera importancia para él. Luego, giró un poco la cabeza, como si estuviera escuchando algo más, y entonces dijo con la misma calma de siempre:

—Ah, y la camarera piensa que eres muy bonita.

Mi rostro se calentó al instante, y solté una risita nerviosa mientras miraba hacia otro lado.

—Vaya, qué halago —murmuré con un pequeño toque de vergüenza, pero con una sonrisa genuina.

Bajé la vista y volví mi atención al menú entre mis manos, buscando distraerme del repentino calor en mis mejillas. Mis ojos recorrieron la portada, donde había un dibujo animado de un elefante regordete vestido de chef. Tenía una sonrisa amigable y sostenía una espátula en una mano y una cacerola en la otra.

Pero entonces noté un detalle que hizo que mi expresión cambiara por completo.

Sus manos. No tenían guantes.

No tenían garras, ni almohadillas en los dedos, ni la estructura típica de cualquier Mobian.

Eran manos humanas.

Mis dedos se tensaron un poco alrededor del menú, y un largo suspiro escapó de mis labios antes de que pudiera evitarlo. Shadow no tardó en notarlo.

—¿Sucede algo? —preguntó, mirándome con seriedad.

Deslicé el menú sobre la mesa y señalé la ilustración con el dedo.

—Si te fijas bien... la mascota del menú es un humano al que simplemente le pusieron cabeza de elefante.

Shadow tomó su propio menú y lo observó con más detenimiento. Vi cómo su ceja se arqueaba ligeramente en reconocimiento antes de que volviera a mirarme.

—¿Y eso qué significa?

Suspiré nuevamente y dejé caer mi espalda contra el respaldo del asiento.

—Esto es un ejemplo del Proyecto Sobreescribir —dije en voz baja.

Vi la ligera confusión en sus ojos.

—¿Proyecto Sobreescribir?

Sonreí con un toque de ironía.

—Vaya, y yo que pensaba que Neo G.U.N. lo sabía todo.

Shadow no reaccionó a mi pequeña broma, así que simplemente continué con tono más serio.

—¿Recuerdas cuando mi trabajo en la administración se volvía agotador y era increíblemente miserable? Todo eso empezó cuando el partido Purista Pro-Mobian ganó las elecciones y se convirtieron en mis nuevos jefes. Cambiaron muchos procesos, implementaron nuevas políticas... y entre ellas estaba el Proyecto Sobreescribir.

—¿De qué se trata exactamente? —preguntó Shadow, entrecerrando un poco los ojos con interés.

—De borrar la humanidad —respondí con simpleza, girando el menú entre mis manos—. Limpiaron todo el internet, reciclaron toda la papelería que tuviera imágenes humanas, escondieron películas y series antiguas, y han estado recreándolas con actores Mobians. Y, como en este menú, simplemente dibujan sobre las imágenes originales, modificando lo que ya existía en lugar de eliminarlo completamente.

Shadow frunció ligeramente el ceño, tomando un momento para procesar lo que acababa de decir.

—Lo único que permiten conservar son los monumentos —continué— pero solo para "recordarnos" de ellos de la forma que ellos consideran adecuada.

El erizo se quedó en silencio, su mirada enfocada en el menú como si estuviera viendo más allá de la simple ilustración en la portada. Finalmente, tras unos segundos de reflexión, murmuró:

—No me había dado cuenta.

Su tono era bajo, casi como si hablara consigo mismo.

—He estado demasiado ocupado con mi trabajo.

—Nadie se dio cuenta. Y si lo hubieran hecho, tampoco les habría importado —murmuré, volviendo a ver al menú— Para muchos, los humanos no eran más que monos sin pelo que se creían los reyes del mundo.

Hice una pausa, mirando por la ventana del restaurante.

El proyecto era algo que había ocurrido de forma gradual, con medidas pequeñas que, acumuladas con el tiempo, habían moldeado una nueva realidad. Una en la que la humanidad no solo estaba extinta físicamente, sino también en la memoria colectiva.

Luego volteé a ver a Shadow, quien me observaba en silencio con esos ojos intensos.

—Siendo sincera —continué— somos de los pocos que realmente tuvo contacto con los humanos.

Él no respondió de inmediato, pero tampoco apartó la mirada.

Suspiré y recargué mi mejilla en una mano, dejando que los recuerdos me arrastraran un poco.

—Esos tiempos fueron duros... el papeleo, las largas horas de trabajo. Aún recuerdo cuando presenté mi renuncia. Me hicieron quedarme un mes más solo para entrenar a mi reemplazo —chasqueé la lengua con fastidio— Y para colmo, la misma semana en que por fin me liberé, Hot Honey anunció su separación.

Shadow arqueó una ceja.

—Si no hubieran cambiado las cosas, ¿seguirías trabajando ahí?

Me quedé pensativa, mirando hacia abajo.

—Tal vez —admití— Aunque siempre quise aprender a hacer pasteles más elaborados, esos con decoraciones tan impresionantes que parecen obras de arte —me encogí de hombros y esbocé una sonrisa pequeña— Pero lo que más me ilusiona es aprender a hacer pasteles de boda. Algún día, cuando me sienta más cómoda, quiero tomar clases.

Shadow me miró con interés, como si grabara cada palabra en su mente. Me devolvió una sonrisa discreta.

—¿Y tú, Shadow? —pregunté con curiosidad— ¿Seguirás en Neo G.U.N. o tienes algún otro plan para el futuro?

Shadow no respondió de inmediato. En su lugar, desvió la mirada hacia un punto distante, como si estuviera buscando la respuesta en la nada. Durante unos segundos, el silencio entre nosotros se hizo más pesado, y cuando finalmente habló, su voz fue baja, pero afilada como una cuchilla.

—No lo he pensado —admitió— Por ahora, solo quiero encontrar a Eggman...

Su expresión se tornó oscura, peligrosa.

—...y abrirle el estómago para ahorcarlo con sus propios intestinos.

Las palabras fueron dichas con una frialdad aterradora.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda y, de manera instintiva, me incliné ligeramente hacia atrás, como si la distancia pudiera amortiguar la intensidad de su furia. Shadow notó mi reacción de inmediato y su expresión se suavizó apenas.

—Lo siento —dijo, su tono un poco más bajo.

Sacudí la cabeza con una sonrisa nerviosa, tratando de restarle importancia.

—Tranquilo, es solo que... me recordó a la terrible pelea que tuviste con Sonic el año pasado —dije, bajando un poco la mirada— Desde entonces, no le diriges la palabra.

Shadow giró la cabeza, observando por la ventana con una expresión tensa.

—Hace meses fue su cumpleaños —continué—Y fue tan extraño que ni siquiera lo felicitaras.

Él me miró con irritación.

—Fui a su estúpida fiesta para verte a ti, Rose —soltó con desdén—. No me importa celebrarle a ese imbécil.

Me quedé en silencio por un segundo, antes de soltar una risa burlona.

—Para verme a mí... y comer pastel, ¿no?

Shadow no respondió de inmediato, pero al final solo asintió con su típico aire estoico. No pude evitar reírme un poco más.

Justo en ese momento, la camarera apareció junto a nuestra mesa con una gran bandeja en las manos.

—Aquí tienen su orden —dijo con una sonrisa amable mientras comenzaba a colocar los platos frente a nosotros.

Le devolví una sonrisa educada y agradecí en voz baja, pero noté que sus ojos se quedaron fijos en mí por más tiempo del necesario. Parecía debatirse internamente, mordiendo ligeramente su labio inferior, hasta que finalmente se armó de valor.

—No quiero molestar... pero, ¿acaso eres Amy Rose?

Sentí una punzada de molestia emerger en mi pecho. Mi nombre era reconocido por varias razones, y una de las más recientes no era precisamente la mejor. ¿Otra persona más que quería preguntarme si era la chica del video de la bofetada? Mantuve mi expresión neutral y le respondí con calma:

—Sí, soy Amy Rose. ¿Necesitas algo?

Para mi sorpresa, la camarera pareció ponerse más nerviosa. Su cola esponjosa se movió con ligera ansiedad mientras sacaba su celular del bolsillo de su uniforme.

—Podría... ¿podría sacarme una foto contigo? —preguntó con timidez, pero con una emoción sincera en sus ojos—. Soy tu fan.

Parpadeé, un poco desconcertada por la petición. No era lo que esperaba escuchar.

—Ah... claro —respondí, todavía sorprendida.

Su rostro se iluminó con una enorme sonrisa y se acercó un poco más, acomodándose a mi lado para tomarnos una selfie. Sonreí y levanté mi mano en un gesto de paz, mientras ella hacía lo mismo. El sonido del obturador del teléfono capturó la imagen, y al instante se incorporó de nuevo, abrazando su celular con entusiasmo.

—¡Muchísimas gracias! —exclamó con emoción—. ¡Eres mi heroína! Realmente te admiro.

Sentí un cálido cosquilleo en el pecho. Antes de que pudiera responder, la mapache desvió su mirada hacia Shadow, observándolo por un breve instante con curiosidad. Luego volvió a mirarme y sonrió con cierta picardía.

—Y ustedes hacen una muy bonita pareja.

Parpadeé, un poco sorprendida por el comentario. Por primera vez, alguien decía algo así... y no me llamaba "la novia de Sonic".

—Gracias —respondí con una sonrisa genuina.

La camarera asintió con entusiasmo antes de despedirse y volver a atender otras mesas.

Al girarme de nuevo hacia Shadow, lo encontré observándome con el mismo aire estoico de siempre, pero con un brillo sutil de satisfacción en sus ojos. Bebió un sorbo de su café sin decir nada, pero su postura relajada hablaba por sí sola.

No pude evitar reírme un poco, sintiéndome más ligera que antes.

Después de almorzar, regresamos al auto y continuamos con nuestro viaje. Otra vez intercambiamos roles: yo volví a ser la piloto y Shadow el copiloto. Apenas encendí el motor, una canción con un ritmo pegajoso comenzó a sonar en la radio, llenando el interior del auto con una energía vibrante. Sonreí, dejando que la música me envolviera, y empecé a tararearla con naturalidad mientras mis dedos tamborileaban suavemente el volante.

Eché un vistazo de reojo a Shadow. Como siempre, mantenía su postura recta, con la mirada fija en la carretera, como si fuera él quien estuviera conduciendo. Pero lo que realmente me llamó la atención fue su mano, sacando metódicamente granos de café de la bolsa que le había comprado y comiéndolos con tranquilidad.

Entre todas las opciones que teníamos—y no eran pocas, ya que había comprado una cantidad absurda de snacks para el viaje—él había decidido empezar con el café en grano.

—¿De verdad no prefieres unas papas o algo dulce? —pregunté con una sonrisa, sin apartar la vista del camino.

—No. Esto está bien —respondió sin siquiera mirarme, como si fuera la opción más obvia del mundo.

Sacudí la cabeza con diversión y continué cantando en voz baja, disfrutando de la música. En un par de ocasiones, lo escuché murmurando la letra. Apenas audible, casi imperceptible, pero suficiente para hacerme sonreír.

El tiempo pasó entre carreteras solitarias y el resplandor de la luna reflejándose en el asfalto. La noche nos envolvía con su manto oscuro, solo interrumpido por los faros del auto iluminando la vía adelante. El aire fresco entraba por la ventanilla ligeramente abierta, removiendo suavemente mi flequillo. Respiré hondo y suspiré con satisfacción.

—Esto es agradable —comenté más para mí que para él.

Shadow no respondió, pero noté que su postura estaba más relajada. Su brazo descansaba sobre el apoyabrazos y, aunque su expresión seguía siendo seria, no tenía esa rigidez que solía acompañarlo.

Después de un rato, miré el reloj en el tablero. Ya era tarde.

—Vamos a hacer una parada —dije con un tono firme, sin dejar espacio a discusión.

—No es necesario, yo pued—

—Si ibas a decir que ibas a conducir toda la noche, estás equivocado, Shadow —lo interrumpí antes de que terminara la frase. Giré el volante suavemente en una curva y añadí— Estamos de vacaciones, y vamos a descansar. Ya tengo todo el viaje planeado. Nos vamos a detener en un motel de paso.

Shadow suspiró apenas perceptiblemente, pero no discutió. Sabía que no tenía sentido intentar convencerme cuando ya había tomado una decisión.

Sonreí con satisfacción y activé la señal de giro en cuanto vi el letrero de neón a la distancia.

Parqueé el auto en el pequeño estacionamiento del motel y apagué el motor. El lugar tenía un aire antiguo y solitario, con luces de neón parpadeando débilmente en el letrero de la entrada. La fachada era de un amarillo deslavado, y el ambiente olía a tierra húmeda y asfalto caliente. Apenas bajamos del auto, el sonido lejano de grillos y el ocasional murmullo de la carretera nos acompañaban, recordándonos lo apartado que estaba el sitio.

Sacamos nuestras maletas del auto y nos dirigimos hacia la recepción. El interior del motel era sencillo, con paredes tapizadas de un papel tapiz desgastado y un mostrador de madera que había visto mejores días. Detrás del escritorio, un anciano lémur de pelaje grisáceo estaba sentado, completamente concentrado en su periódico. La lámpara sobre su escritorio iluminaba su rostro arrugado, y la forma en que pasaba las páginas con una lentitud meticulosa me hacía pensar que ya había leído ese mismo ejemplar varias veces.

Nos acercamos al mostrador, y yo fui la primera en hablar.

—Buenas noches. Un cuarto con cama matrimonial, por favor.

Antes de que el lémur pudiera siquiera reaccionar, la voz firme de Shadow interrumpió:

—Dos habitaciones separadas.

Lo volteé a ver, frunciendo el ceño.

—¿Qué? No. Una sola habitación, con cama matrimonial.

Shadow cruzó los brazos y me miró con la misma terquedad.

—Ignórala. Dos habitaciones separadas.

Lo miré incrédula.

—¡Shadow!

Y así comenzó una discusión que, para cualquier espectador, habría parecido ridícula. Nos lanzábamos argumentos como si estuviéramos negociando un tratado de paz. Yo insistía en que no tenía sentido gastar en dos habitaciones cuando podíamos compartir una, y Shadow argumentaba que era mejor dormir separados.

El lémur, por su parte, nos observaba con una mezcla de desconcierto y resignación, sus orejas inclinándose ligeramente como si estuviera tratando de entender la situación.

Finalmente, Shadow pareció hartarse. En un movimiento rápido, puso su mano sobre mi boca, silenciándome.

—Una sola habitación —le dijo al lémur con voz firme—. Dos camas separadas.

El lémur nos miró un segundo más y luego asintió con indiferencia, girándose para buscar la llave de la habitación.

Yo, por mi parte, me las arreglé para apartar la mano de Shadow de mi boca y le lanzé una mirada fulminante.

—Yo quería dormir junto a ti —le solté con frustración.

Shadow me miró con calma y replicó:

—Es el mejor compromiso. No insistas más.

Suspiré con fastidio, pero ya no tenía sentido seguir peleando.

El lémur nos entregó la llave y nos pasó un formulario para firmar. Una vez terminado el trámite, caminamos por un pasillo con alfombra vieja y un tenue olor a humedad hasta llegar a nuestra habitación. Shadow abrió la puerta, y ambos entramos.

El cuarto era pequeño y modesto, con dos camas individuales cubiertas con colchas de tonos marrones y beige. Un televisor antiguo descansaba sobre un gabinete de madera oscura, y en la esquina había una pequeña mesa con una lámpara de luz tenue. Una puerta lateral indicaba el acceso al baño. El lugar tenía ese aire de motel de paso: funcional, pero sin esfuerzo por ser acogedor.

Dejamos nuestras maletas a un lado, y antes de que pudiera decir algo, Shadow comenzó a recorrer la habitación con una mirada analítica. Revisó cada rincón con precisión, inspeccionando incluso detrás de las cortinas y bajo las camas.

Me senté en la cama de la izquierda y lo observé, cruzando los brazos.

—Yo quería dormir contigo —repetí, esta vez con el ceño fruncido.

Shadow se detuvo por un segundo, pero no me miró cuando respondió:

—No es seguro.

Fruncí el ceño aún más.

—¿Es por tus terrores nocturnos?

Shadow se quedó quieto por un momento y luego me miró de reojo.

—¿Rouge te dijo?

—Sí —admití, con un poco de culpa.

Él no dijo nada al principio. Solo continuó con su inspección, abriendo la puerta del baño y revisando su interior.

—Sí, es por mis terrores nocturnos —confirmó después de un instante—. Tiendo a... estrangular. No es seguro que estés a mi lado.

Mi expresión se suavizó.

—Pero Rouge dijo que solo tuviste dos el mes pasado.

Shadow cerró la puerta del baño y me miró con seriedad.

—Aun así, hay una posibilidad. No quiero lastimarte en mi sueño.

Bajé la mirada, resignada.

—¿Y qué hago si empiezas a tener uno?

Shadow se apoyó contra la pared y respondió sin dudar:

—No te acerques. Solo busca el sonido más agudo que puedas encontrar.

Asentí con firmeza.

—Entendido.

No era la respuesta que quería, pero si esa era su condición para compartir habitación, entonces la aceptaría.

Shadow se movía con precisión por la habitación, inspeccionando cada rincón con una atención casi obsesiva. Sus manos recorrieron los bordes del televisor viejo, palpando la parte trasera como si esperara encontrar algo oculto. Luego, se dirigió al gabinete y comenzó a abrir los cajones uno por uno, revisando su interior con una expresión seria. Su cola se movía ligeramente de un lado a otro, señal de su concentración.

Lo observé en silencio por un momento, sin poder evitar sentirme curiosa.

—¿Qué tanto estás haciendo? —pregunté, apoyando la cabeza sobre mi mano mientras lo miraba.

—Revisando —respondió sin detenerse. Abrió otro cajón y pasó la mano por dentro—. Nunca se sabe.

Fruncí el ceño.

—¿Saber qué?

—Si hay cámaras escondidas.

Lo miré con incredulidad.

—Shadow, eso es demasiado paranoico.

Cerró el último cajón con un movimiento preciso y me dirigió una mirada breve pero firme.

—No, es ser precavido.

Suspiré con resignación y me dejé caer sobre la cama con los brazos abiertos, observando el techo amarillento. A veces olvidaba lo profundamente arraigados que estaban sus hábitos. Supongo que era parte de lo que lo hacía quien era, pero aun así... cámaras en un motel de paso en medio de la nada.

Shadow dejó de moverse repentinamente. Al parecer, su inspección había terminado.

—¿Ya terminaste? —pregunté sin levantar la cabeza.

—Sí. Encontré una cámara oculta en el cuadro.

Me incorporé de golpe en la cama, tratando de procesar lo que acababa de decir.

—¿Encontraste una? —repetí, aún incrédula.

Shadow se acercó a mi cama y me mostró la pequeña cámara en su mano. Su carcasa negra brilló bajo la luz de la lámpara, y un escalofrío recorrió mi cuerpo al imaginar lo que alguien podría haber estado viendo.

—¿Puedes volver a revisar el baño, por favor? —le pedí, sintiéndome repentinamente expuesta.

Shadow asintió sin decir nada y se dirigió hacia la puerta del baño. Desde mi posición pude verlo inspeccionar cada rincón, pasando sus manos por el espejo, el borde del lavabo y la parte superior del marco de la puerta. No dejó ni un solo lugar sin revisar.

Cuando finalmente salió, se sentó en el borde de mi cama, sosteniendo la pequeña cámara en su palma.

—¿Entonces estamos seguros? —pregunté, aún sintiéndome nerviosa.

—Ya revisé el perímetro. Tranquila —dijo con su tono grave de siempre—. El fisgón no va a tener su show esta noche.

Y sin más, cerró su mano alrededor de la cámara y la destruyó con facilidad, haciendo crujir los circuitos entre sus dedos.

Lo observé en silencio por un momento, antes de soltar un suspiro.

—¿No deberíamos reportarlo a la policía?

Shadow apenas me dedicó una mirada antes de responder con calma:

—Estoy de vacaciones, Rose. Tal vez después.

Asentí, sin muchas ganas de discutir. Estaba cansada de los problemas que siempre parecíamos atraer. Solo quería olvidar el incidente y continuar con la noche.

Entonces, mi estómago rugió.

Me tensé por un momento, antes de ver de reojo a Shadow.

—¿Tienes hambre?

Shadow pareció pensarlo por un segundo antes de responder:

—Un poco.

Con un poco más de energía, bajé de la cama y caminé hacia mis maletas en la esquina de la habitación, donde tenía una bolsa con refrescos y snacks. La abrí y saqué un par de sándwiches que había preparado con anticipación, junto con dos paquetes de papas y dos botellas de té frío.

Sosteniendo todo entre mis brazos, le sonreí a Shadow.

—Cenemos.

Sin objeciones, nos sentamos en el suelo del cuarto, acomodando la comida entre nosotros. Encendí la televisión, donde una película vieja estaba en curso. Un western.

El ambiente era tranquilo. Solo el sonido del televisor y el ocasional crujido de las papas al masticarlas llenaban la habitación. Era agradable.

De vez en cuando, apartaba la vista de la pantalla para observar a Shadow. Su mirada permanecía fija en la película, tranquilo, con una expresión más relajada de lo que acostumbraba. Me gustaba verlo así. Después de todo, la última vez que fuimos al cine, las cosas no salieron como esperábamos y tuvimos que salir antes de que terminara la película. Así que estar aquí, compartiendo este momento, aunque fuera en el televisor antiguo de un cuarto de motel, se sentía bien.

Shadow tomó un mordisco de su sándwich, masticó con calma y, tras un instante, señaló la pantalla con un leve movimiento de la mano.

—¿Esto es otro ejemplo del proyecto Sobreescribir?

Tomé un sorbo de mi té frío antes de responder.

—Sí. Rehicieron la película línea por línea, escena por escena.

Shadow permaneció en silencio un momento más, observando la pantalla con atención. Luego, sin apartar la vista de la película, preguntó:

—¿Y la original?

Saqué una papa de la bolsa y la llevé a mi boca antes de responder con naturalidad:

—En alguna bodega secreta. Las copias originales son muy raras y valen mucho entre los coleccionistas.

Shadow asintió con simpleza, tomando un par de papas y llevándoselas a la boca. Su mirada seguía fija en la película, como si estuviera evaluando la información en su mente.

Yo, sin pensarlo mucho, me acomodé un poco más cerca y apoyé mi cabeza en su hombro.

Sentí su cuerpo tensarse por un breve segundo, pero luego se relajó. No dijo nada, y yo tampoco. Simplemente seguimos viendo la película en silencio, compartiendo un momento que, de alguna manera, se sentía especial.

El sonido insistente de la alarma de mi celular comenzó a arrastrarme fuera de mi sueño. Solté un leve quejido y alcé la mano, tanteando a ciegas en busca del aparato, pero mis dedos no tocaron nada. Fruncí el ceño y abrí los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue de la habitación.

No estaba en casa.

Me incorporé, sentándome en la cama, y el recuerdo regresó poco a poco: el viaje, la parada en el motel, la cena improvisada en el suelo mientras veíamos una película. Suspiré y bajé la mirada, buscando la fuente del sonido. Mi celular estaba en el suelo, aún conectado al tomacorriente con el cable estirado hasta la pared. Me incliné para recogerlo y, con un rápido deslizamiento del dedo, desactivé la alarma.

Un suave respiro a mi derecha me hizo voltear.

Shadow estaba en la otra cama, dormido boca arriba, con ambas manos apoyadas sobre el pecho. Su expresión, generalmente tensa o seria, ahora era serena. Su respiración era estable, rítmica. La manta apenas cubría parte de su torso, dejando ver su figura relajada sobre las sábanas. Lo observé por un instante, recordando lo poco que lo veía así: sin preocupaciones, sin la carga de Neo G.U.N. sobre sus hombros.

Pero no quería despertarlo.

Con cuidado, me levanté y caminé hacia la esquina del cuarto, donde había dejado mis maletas. Me agaché para abrir una de ellas y empecé a buscar ropa fresca. Nos estábamos acercando al sur, y el calor pronto sería insoportable. Necesitaba algo más ligero y acorde al clima.

Con un conjunto en mano, me dirigí al baño.

Giré la perilla con cuidado, cerrando la puerta tras de mí sin hacer ruido. Encendí la luz y observé mi reflejo en el espejo por un segundo. Mi cabello estaba un desastre después de dormir, y mis ojos aún llevaban rastros de cansancio.

Dejé la ropa sobre el lavamanos y abrí la ducha. El agua tibia comenzó a correr, creando un leve vapor en la habitación. Me deshice de la ropa y entré bajo el chorro, dejando que el agua terminara de despertarme.

Al terminar, apagué el agua y me puse la ropa, sintiendo el aire fresco del baño chocar contra mi pelaje mientras salía. Aún secándome el cabello con otra toalla, abrí la puerta con cuidado y eché un vistazo al cuarto.

Shadow seguía dormido.

Su postura no había cambiado mucho desde la última vez que lo vi. Estaba boca arriba, con una de sus manos descansando sobre su abdomen y la otra a un lado, sobre la cama. Su respiración era pausada y profunda.

Me acerqué a su cama y coloqué una mano en su hombro.

—Shadow —llamé en voz baja, dándole un leve sacudón.

No hubo respuesta.

Fruncí el ceño y lo moví un poco más.

—Shadow, despierta.

Nada.

Puse más firmeza en mi agarre y lo sacudí varias veces.

—¡Shadow!

De repente, su mano desnuda se movió con rapidez, atrapando mi rostro entre sus dedos en un agarre firme pero sin llegar a hacerme daño.

—¡Ah, cállate de una vez, Rouge! Estoy tratando de dormir —gruñó con molestia, su voz todavía adormilada.

Me quedé completamente quieta, parpadeando varias veces, más sorprendida que asustada.

—Shadow... soy yo, Amy —dije con calma, llevando mis manos a las suyas.

Pude notar el ligero fruncimiento de sus cejas cuando sus ojos comenzaron a entreabrirse. Sus pupilas se enfocaron en mí, y en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, me soltó de inmediato.

—Lo siento —dijo rápidamente, incorporándose en la cama mientras pasaba una mano por sus púas desordenadas.

Retrocedí un paso y crucé los brazos, mirándolo con una ceja levantada.

—De verdad hay que tener cuidado contigo cuando estás dormido.

Shadow desvió la mirada y repitió con un tono más bajo:

—Lo siento.

Sacudí la cabeza con una sonrisa pequeña.

—Ve a tomarte una ducha. Ya casi nos vamos.

Shadow asintió y, sin decir más, se levantó de la cama. Con pasos aún pesados por el sueño, caminó hacia la puerta del baño y desapareció dentro.

Tras terminar de alistarnos y desayunar un par de sándwiches más, salimos de la habitación con nuestras maletas a cuestas. Pasamos por el pasillo del viejo motel y nos dirigimos a la recepción, donde el anciano lémur que lo administraba estaba medio dormido detrás del mostrador. Con su pelaje grisáceo y su postura encorvada, apenas levantó la mirada cuando le entregué las llaves de la habitación.

—Buen viaje —murmuró con voz rasposa antes de volver a hundirse en su silla.

El aire matutino era fresco y el cielo tenía un tono anaranjado suave cuando cruzamos el umbral y llegamos al estacionamiento de grava. Mi MINI Cooper S rosado estaba cubierto por una delgada capa de polvo, consecuencia del camino sin pavimentar que habíamos recorrido el día anterior. Shadow, con su caminar relajado pero seguro, abrió la cajuela y metió nuestras maletas con facilidad, asegurándose de que todo quedara bien acomodado antes de cerrarla con un leve golpe.

Rodeé el auto y me acomodé en el asiento del copiloto, mientras Shadow se sentaba al volante. Apenas encendió el motor, prendí la radio y saqué mi celular para revisar el mapa, deslizando mi dedo sobre la pantalla.

—Ya casi llegamos a la frontera —comenté mientras hacía zoom en la ruta—. Y de ahí, directo al resort.

El auto se puso en marcha suavemente, avanzando por el camino que nos alejaba del motel. A nuestro alrededor, el paisaje se extendía como un océano de planicies doradas y colinas bajas. No había ni un solo edificio ni señales de civilización en kilómetros, solo la carretera y el cielo despejado.

—¿Ya has estado ahí antes? —preguntó Shadow, con la mirada fija en la carretera.

—Sí, hace un par de años —respondí, recostándome contra el asiento con una sonrisa nostálgica—. Todos fuimos y pasamos una semana entera en el resort. Te había invitado, pero no quisiste venir.

Shadow resopló levemente.

—La idea de pasar una semana entera con tus amigos suena como un dolor de cabeza.

No pude evitar soltar una risa ante su comentario.

—¿Y ni por mí lo harías? —pregunté en un tono juguetón, ladeando la cabeza para mirarlo.

Shadow me lanzó una mirada fugaz, con una leve alzada de ceja antes de volver a centrarse en el camino.

—Te adoro, pero tengo mis límites.

Mi sonrisa se amplió aún más.

—Yo también te adoro, Shadow.

Llenándome de energía, subí un poco el volumen de la radio cuando una de mis canciones favoritas comenzó a sonar. Una canción animada, con una melodía pegajosa y una letra que conocía de memoria. Sin pensarlo demasiado, comencé a cantar con entusiasmo, moviendo mis manos al ritmo de la música mientras dejaba que la energía del momento me envolviera.

Shadow no dijo nada al principio, pero después de unos segundos, pude escucharlo tararear muy bajito.

Mi sonrisa se volvió aún más traviesa.

—Te escuché —canturreé divertida, girando la cabeza hacia él.

Shadow solo negó con la cabeza, con su típica expresión neutral, pero poco a poco su voz se hizo más clara. No estaba cantando fuerte, ni mucho menos con entusiasmo, pero su tono bajo se mezcló con el mío, acompañándome en el estribillo.

Era un pequeño gesto, pero me hizo sentir cálida por dentro.

Así seguimos, cantando juntos mientras el auto avanzaba por la carretera interminable.

 

Chapter 18: Moon Casino Resort

Chapter Text

Tras horas de viaje, finalmente llegamos al Moon Casino Resort poco después del mediodía. El calor era intenso, y podía ver el mar extendiéndose en la distancia, con sus aguas cristalinas reflejando el sol brillante. A lo lejos, el enorme complejo hotelero se alzaba con su arquitectura elegante y moderna, una mezcla de cristal, metal y detalles en tonos dorados que relucían con la luz del día.

El resort tenía un ambiente vibrante y lujoso, con fuentes decorativas en la entrada, jardines bien cuidados con palmeras que se mecían con la brisa y el sonido lejano de la música ambiental proveniente del área de la piscina. Cerca de la entrada, un gran letrero luminoso anunciaba el Moon Casino, el corazón del complejo, donde las luces de neón y las pantallas mostraban promociones de juegos y espectáculos en vivo.

—¡Estamos aquí! —exclamé con entusiasmo cuando Shadow estacionó el auto en la zona de llegada.

Bajamos y, con nuestras maletas en mano, nos dirigimos al vestíbulo del hotel. El interior era aún más impresionante: techos altos con candelabros brillantes, pisos de mármol pulido y una decoración sofisticada en tonos azul marino y dorado. Varias personas caminaban por el lobby, algunas vestidas con atuendos elegantes, otras en ropa de playa, disfrutando del lujo del lugar.

Nos acercamos a la recepción, donde una joven koala con un impecable uniforme en tonos blanco y dorado nos recibió con una sonrisa profesional.

—Bienvenidos al Moon Casino Resort. ¿En qué puedo asistirles?

—Reservación a nombre de Amy Rose.

Mientras ella buscaba la información en su computadora, noté cómo su semblante cambió al ver a Shadow. Sus ojos se abrieron con sorpresa y su voz, casi en un susurro, dijo:

—¿Shadow the Hedgehog?

Shadow alzó una ceja con discreta indiferencia, mientras yo observaba, perpleja. Al darse cuenta, la koala retomó su actitud profesional y comentó:

—No esperaba contar con la presencia del comandante de Neo G.U.N. entre nuestros huéspedes. Un momento, por favor —dijo, dejando el teclado a un lado antes de desaparecer por una puerta lateral.

Volvio tras un par de minutos, acompañada ahora por un zorro mayor de pelaje grisaseo de traje impecable. Caminaba con porte seguro, pero con una sonrisa amable.

—Buenas noches —dijo con voz grave pero amable— Soy el gerente del Moon Casino Resort, mi nombre es Tagora. Y permítanme decir que es un honor contar con la presencia del comandante de Neo G.U.N. entre nuestros huéspedes. 

Shadow asintió levemente, serio como siempre, pero sin decir una palabra.

—En reconocimiento a su labor y trayectoria, nos gustaría ofrecerles una mejora de cortesía en su alojamiento —añadió mientras comenzaba a teclear en la computadora del mostrador— Les asignaremos nuestro penthouse principal, sin costo adicional.

—¿Penthouse? —pregunté, incrédula.

—Exactamente —confirmó con una sonrisa profesional mientras escribria algo en la computadora y sacaba una llave electrónica especial de un compartimento—. Aquí tienen. Esperamos que su estadía en el Moon Casino Resort sea inolvidable. Si necesitan algo, no duden en comunicarse directamente conmigo.

Tomé la llave, aún algo desconcertada, y miré a Shadow, quien me devolvió una mirada igual de perpleja.

—Gracias… —murmuré, sin saber muy bien cómo reaccionar.

Sin más palabras, nos dirigimos al ascensor, y al pulsar el botón que indicaba la última planta, me giré hacia él con una sonrisa inquisitiva:

—Vaya, no sabía que tenía el honor de vacacionar con una celebridad.

Shadow bufó, cruzando los brazos con indiferencia.

—Ni yo.

Finalmente, el ascensor se detuvo con un suave ding, y cuando las puertas se abrieron, nos encontramos frente a una puerta doble elegante con detalles dorados. Usé la llave electrónica, y al instante el mecanismo se desbloqueó con un bip suave.

Al abrir la puerta, me quedé sin aliento.

El penthouse era increíblemente espacioso y lujoso. Pisos de madera oscura pulida, techos altos con lámparas modernas y un diseño interior elegante con tonos beige, azul y dorado. A la izquierda, una sala de estar con sofás grandes y mullidos, una mesa de centro de cristal y una enorme pantalla plana. A la derecha, una cocina abierta con una barra de mármol negro y electrodomésticos de alta gama.

Pero lo que más me impactó fue la vista.

Dejé caer mis maletas a un lado y recorrí el lugar con emoción, explorando cada rincón hasta llegar a la enorme ventana panorámica que ocupaba casi toda la pared del fondo. Desde allí, se veía todo el resort y, más allá, el océano extendiéndose hasta el horizonte. La brisa marina entraba suavemente desde un balcón cercano, trayendo consigo el aroma salado del mar.

Apoyé mis manos sobre el cristal y sonreí con asombro.

—Esto es increíble... —susurré, admirando la vista.

Shadow se acercó a mí, deteniéndose a mi lado mientras observaba la vista panorámica. El sol brillaba sobre el océano, y la brisa marina movía ligeramente las cortinas del balcón. Nos quedamos allí por un momento, en un silencio cómodo, simplemente apreciando la inmensidad del mar y la belleza del resort a nuestros pies.

Me giré para mirarlo, con una sonrisa emocionada.

—¡Esta semana va a ser inolvidable!

Shadow desvió su mirada del paisaje para fijarla en mí. Durante un segundo, simplemente me observó, y luego una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

—Sí, lo va a ser.

Antes de que pudiera responder, inclinó la cabeza y capturó mis labios en un beso suave. Sonreí contra su boca y lo correspondí sin dudarlo, pasando mis manos por su pecho para acercarlo más. Sentí su agarre firme en mi cintura cuando el beso se volvió más profundo, más intencionado. La calidez de su cuerpo, la seguridad de su toque, la manera en que encajábamos tan bien... todo me hacía estremecer con una mezcla de emoción y ternura.

Cuando nos separamos, aún con la respiración un poco agitada, Shadow se apartó con naturalidad y comenzó a recorrer el penthouse con su mirada analítica, inspeccionando cada rincón como si estuviera en una misión. Me reí con suavidad, conociéndolo demasiado bien como para sorprenderme.

Lo vi revisar cada esquina, cada aparato, cada decoración con la misma meticulosidad con la que había inspeccionado el motel en el que habíamos pasado la noche anterior. Era casi adorable la manera en que aseguraba cada detalle, como si estuviera evaluando posibles amenazas en un simple cuarto de hotel de lujo.

Negando con la cabeza, decidí explorar por mi cuenta y fui hacia una de las puertas. Al abrirla, me encontré con una habitación increíblemente espaciosa y elegante.

El cuarto principal era un sueño hecho realidad.

En el centro, dominando el espacio, estaba una enorme cama king-size con sábanas de seda en un tono marfil, con una cabecera acolchonada de diseño moderno. Cojines mullidos y un edredón grueso la hacían lucir acogedora y lujosa a la vez. A los lados, dos mesas de noche de madera oscura con lámparas minimalistas, que proyectaban una luz cálida y relajante.

El suelo era de madera pulida, y una alfombra de textura suave se extendía bajo la cama, invitando a caminar descalzo sobre ella. En una de las paredes, un televisor de pantalla enorme estaba montado, y al otro lado, una puerta de vidrio conducía a un balcón privado con vistas directas al mar.

Sonriendo, corrí hacia la cama y me dejé caer sobre ella, hundiéndome en la suavidad del colchón. La sensación de la seda fría contra mi piel era deliciosa, y no pude evitar suspirar de placer.

—Por Gaia... esto es comodidad pura.

Eventualmente, escuché pasos detrás de mí y supe que Shadow había entrado también. Como era de esperarse, comenzó a revisar cada rincón de la habitación con su concentración habitual.

Apoyé mi cabeza sobre mi mano y lo observé con una mezcla de diversión y ternura mientras inspeccionaba meticulosamente el lugar, comprobando cada puerta, cada mueble, cada detalle.

—¿Buscas algo en particular, detective? —bromeé con una sonrisa juguetona.

Él no respondió de inmediato, simplemente siguió explorando como si tuviera un propósito claro en mente. Su expresión seria y su manera de analizar el entorno me parecían fascinantes.

Me quedé mirándolo un rato más, disfrutando de su presencia en la habitación, recordando que esta vez no dormiríamos en camas separadas.

Esta vez, Shadow dormiría conmigo.

Después de un rato nos encontrábamos en la sala del penthouse, sentados en el enorme sofá de cuero negro. El espacio era amplio y elegante, con muebles modernos y una iluminación tenue que le daba un aire sofisticado. A través de los ventanales, la vista del resort seguía extendiéndose hasta el mar, pero en ese momento, mi atención estaba completamente en Shadow y en lo que acababa de hacer.

Apenas terminó su inspección, me pidió que me sentara con él. Su tono fue serio, casi autoritario, lo que me hizo enderezarme instintivamente.

Entonces, sin previo aviso, sacó varios pequeños dispositivos y los colocó sobre la mesa de cristal frente a nosotros.

Cámaras ocultas. Grabadoras diminutas.

Mi corazón dio un vuelco.

Los vi brillar bajo la luz del penthouse, cada uno del tamaño de una moneda o más pequeño, tan discretos que jamás los habría notado por mi cuenta.

Tragué saliva, una incomodidad creciente instalándose en mi pecho. En el motel había encontrado solo una. Pero aquí... aquí había al menos cinco.

Esto no era una simple casualidad.

—¿Esto... todo esto estaba aquí? —pregunté en voz baja, casi sin querer oír la respuesta.

Shadow asintió, su expresión oscura.

—En diferentes partes. Cámara en la lámpara, otra en la televisión, dos grabadoras en los muebles y una más en el detector de humo.

No pude evitar estremecerme. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al pensar en la posibilidad de que alguien nos estuviera observando desde el momento en que llegamos.

Miré las cámaras de nuevo, como si al hacerlo pudiera descubrir quién las había puesto allí o qué tanto habían registrado antes de que Shadow las desactivara.

Un incómodo nudo se formó en mi estómago.

Ya no volvería a dudar de Shadow.

Miré a Shadow, quien observaba los dispositivos con una expresión impasible. Serio. Preciso. Calculador. Como si ya estuviera deduciendo quién estaba detrás de esto y por qué.

Yo, en cambio, no podía evitar sentirme expuesta.

Cruzándome de brazos, dejé escapar un suspiro tenso.

—No me gusta esto.

Shadow desvió su mirada hacia mí y, por un instante, vi su expresión suavizarse un poco.

—Lo sé.

Sus palabras eran simples, pero de alguna manera lograron calmarme un poco. No estaba sola en esto. Él ya estaba un paso adelante, como siempre.

Ignorando la horrible sensación de saber que había cámaras ocultas en el penthouse, decidimos enfocarnos en lo que realmente habíamos venido a hacer: disfrutar del viaje.

Era después de medio día, y después de tantas horas en la carretera, nuestros estómagos exigían atención.

Me cambié en la habitación, eligiendo un vestido blanco de verano con delicadas flores bordadas. Ligero, fresco y perfecto para el clima cálido del resort. Dejé mi cabello suelto y me coloqué unas sandalias cómodas, queriendo sentirme lo más relajada posible.

Cuando salí del baño, vi a Shadow de pie junto a la ventana, terminando de ponerse su chaqueta negra.

No cualquier chaqueta.

Era la chaqueta que yo le había comprado.

No pude evitar sonreír con ternura. El hecho de que hubiera decidido ponérsela sin que yo se lo pidiera me hizo sentir... especial.

—Te queda bien. —comenté con una sonrisa, acomodando el borde de mi vestido.

Shadow me miró de reojo, ajustando los puños de la chaqueta.

—Lo sé.

Reí ante su confianza y sacudí la cabeza. Definitivamente, era él.

Bajamos en el ascensor, el aire fresco del penthouse siendo reemplazado por un ambiente más vibrante conforme descendíamos. El resort estaba lleno de vida.

Cuando las puertas se abrieron, nos encontramos en el vestíbulo principal, rodeados de turistas, empleados bien uniformados y un ambiente lujoso.

Nos dirigimos hacia el restaurante principal del resort. Era una obra de arte en sí misma.

Un gran espacio con techos altos y ventanales gigantescos que dejaban entrar la luz del sol, dándole un toque cálido y acogedor. Las mesas estaban cubiertas con manteles blancos inmaculados, decoradas con pequeños floreros y velas.

Había una barra de buffet en el centro, extensa y llamativa, con una variedad de platillos que se extendían desde mariscos frescos hasta postres perfectamente decorados.

La combinación de olores era simplemente irresistible.

Con bandejas en mano, me acerqué con calma a la selección de comida, eligiendo cuidadosamente cada platillo. Tomé un poco de ensalada fresca, algunos mariscos y una pequeña porción de pasta.

De reojo, observé a Shadow. Como siempre, su enfoque era completamente diferente al mío.

En lugar de tomarse su tiempo para decidir qué quería, solo iba agarrando cualquier cosa que se viera remotamente comestible. Sin pensarlo demasiado. Sin importarle si combinaba. Apenas y miraba lo que ponía en su bandeja.

No pude evitar sonreír.

Era algo tan típico de él que, por un momento, la sensación incómoda que había sentido en el penthouse desapareció por completo.

Nos sentamos en una mesa junto a uno de los ventanales, donde la brisa del mar se filtraba a través del cristal, haciendo que el ambiente se sintiera aún más relajante.

Disfrutaba del sonido del restaurante: el suave murmullo de conversaciones, el tintineo de cubiertos contra los platos y la música ambiental que flotaba en el aire. Pero lo que más disfrutaba en ese momento era la compañía de Shadow.

Él comía en silencio, como siempre, su postura relajada pero firme. Sin embargo, sus orejas se movían constantemente, captando cada sonido a su alrededor.

Siempre alerta.

A pesar de que su rostro no mostraba ninguna señal de tensión, sabía que su mente estaba analizando cada conversación, cada movimiento en el lugar.

Yo, en cambio, giré la cabeza para observar el restaurante, fijándome en las demás mesas. No tardé en notar que varias personas nos estaban mirando.

No era una mirada hostil... pero sí de curiosidad y murmullos.

Algunas parejas y grupos de amigos susurraban entre sí, lanzando rápidas miradas en nuestra dirección. Era de esperarse.

Shadow no era cualquier Mobian. Era el comandante de Neo G.U.N., y aunque no se paseaba con un uniforme llamativo, su presencia por sí sola llamaba la atención.

Pero lo que realmente me pareció extraño fue el guardia de seguridad del hotel. Estaba cerca de la entrada del restaurante, de brazos cruzados y con una expresión severa.

No nos miraba a nosotros. Miraba a Shadow. Directamente. Sin apartar la vista ni disimular.

Fruncí levemente el ceño. Había algo raro en su mirada. No era simple curiosidad, parecía... desconfianza.

Volví la vista hacia Shadow, pero él parecía completamente ajeno a la atención que estaba recibiendo.

Seguía comiendo su plato lleno de comida al azar, tomándose su tiempo en cada bocado, sin preocuparse por lo que ocurría a su alrededor.

Pero yo sí me preocupé. Algo no estaba bien.

Tras terminar de almorzar, decidimos dar un paseo por el resort, tomados de la mano. La calidez de su palma contra la mía era algo que aún me hacía sentir mariposas en el estómago.

El resort era enorme, un paraíso vacacional construido con detalles exquisitos. Calles empedradas, jardines bien cuidados y fuentes decorativas adornaban el camino. Las palmeras se mecían con la brisa, y en la distancia, podía escuchar el sonido de las olas rompiendo contra la orilla.

Esta era mi segunda vez aquí. La primera había sido un par de años atrás, cuando vine con mis amigos. Pero para Shadow, todo esto era nuevo. Por eso, me tomé la tarea de guiarlo, mostrándole el lugar con la emoción de alguien que recordaba con cariño su última visita.

—Mira, allá está la piscina principal —dije, señalando un área amplia con camastros, sombrillas y una gran piscina de agua cristalina.

Shadow le echó un vistazo, pero no pareció particularmente impresionado.

—También tienen un spa y un área de masajes —continué, dándole un leve codazo—. ¿Qué dices? ¿Te animas a uno?

Shadow solo me miró de reojo con su típica expresión neutral.

—No necesito un masaje.

Rodé los ojos, sin poder evitar sonreír.

Seguimos caminando, explorando el resort. Pasamos por los distintos restaurantes temáticos, el bar junto a la piscina, el teatro al aire libre donde hacían espectáculos nocturnos. Cada rincón tenía algo interesante que ofrecer.

Pero lo que más me emocionaba mostrarle era el casino.

—Ven, te va a gustar esto —dije, jalándolo suavemente hacia la entrada de un edificio más elegante, con enormes puertas doradas y un letrero brillante que decía Moon Casino.

Shadow se detuvo en seco, miró el letrero y luego a mí con una ceja levantada.

—¿En serio?

—¡Sí! —respondí, sin soltar su mano—. No tienes que apostar si no quieres, pero quiero que lo veas.

Shadow suspiró, pero me dejó guiarlo.

Nos acercamos a la casetilla de cambio, donde un Mobian armadillo con chaleco rojo y pajarita nos atendió con profesionalismo. Deslicé un billete sobre el mostrador.

—Canjearé 1000 Rings en fichas, por favor.

El armadillo asintió y comenzó a contar las fichas de distintos valores. Mientras tanto, voltee a ver a Shadow y, con una sonrisa, le aclaré:

—Esto es solo por diversión, no me quiero endeudar.

Shadow cruzó los brazos, miró las fichas por un momento y, sin decir nada, se dirigió al encargado.

—Lo mismo para mí.

Mis ojos se abrieron con sorpresa.

—¿Vas a jugar?

Shadow tomó sus fichas y me miró con calma.

—Si tú lo haces, supongo que puedo intentarlo.

Mi sonrisa se amplió. Tomé su mano con emoción y lo jalé hacia adentro.

El Moon Casino era lujoso, vibrante y resplandeciente. Grandes lámparas de cristal colgaban del techo abovedado, reflejando la luz dorada que iluminaba todo el lugar. Las alfombras eran gruesas y rojas, con intrincados patrones dorados, y el aire tenía un ligero aroma a perfume floral y madera.

Las máquinas tragamonedas estaban alineadas en filas brillantes, con luces parpadeantes y sonidos electrónicos que anunciaban premios y rondas de bonificación. Algunas personas las usaban con entusiasmo, presionando botones con la esperanza de ganar el gran premio.

Más adelante, estaban las mesas de juego, donde los crupieres, con uniformes impecables, repartían cartas o hacían girar la ruleta. Se escuchaban murmullos, risas, y de vez en cuando, exclamaciones de alegría o frustración cuando alguien ganaba o perdía.

—¿Por dónde quieres empezar? —pregunté, mirando a Shadow con expectación.

Shadow observó el lugar con atención, analizando cada detalle, cada salida y cada persona a nuestro alrededor. Luego, me miró con su típica expresión serena.

—Tú eliges.

Nos dirigimos a la mesa de Blackjack, y desde la primera mano, todo comenzó a encajar de una manera casi mágica. Cada jugada parecía estar bajo mi control. No sabía cómo explicarlo, pero algo dentro de mí me decía cuándo debía pedir una carta, cuándo plantarme y cuándo apostar más. Era como si un instinto dormido se hubiera despertado, guiándome con certeza.

Las fichas comenzaron a apilarse frente a mí con una rapidez increíble. Mis 1000 fichas iniciales se triplicaron sin darme cuenta.

Shadow, que hasta ahora había permanecido en silencio observándome, se inclinó hacia mí. Su aliento cálido rozó mi oreja cuando susurró:

—¿Estás contando cartas?

Una sonrisa divertida se dibujó en mis labios mientras giraba el rostro hacia él.

—No... solo tengo esta sensación... la misma que con mis cartas de tarot.

De reojo, noté cómo los dos jugadores a mi izquierda fijaban la vista en mi imponente pila de fichas. Sus expresiones oscilaban entre el asombro y un sutil intento de coqueteo. Fue entonces cuando sentí la mano de Shadow deslizarse con calma por mi espalda, recorriéndola con una lentitud deliberada antes de posarse firmemente en mi cadera. Un gesto aparentemente casual, pero con un mensaje claro.

Los jugadores desviaron la mirada de inmediato y volvieron a centrarse en sus cartas.

Seguí jugando un poco más, y mi pila de fichas se volvió aún más impresionante. Las cartas parecían hablarme. Era un flujo constante de suerte.

Shadow volvió a inclinarse hacia mí, su voz grave y tranquila en mi oído.

—Será mejor que te detengas antes de que nos echen por pensar que estás contando cartas.

Bajé las cartas en mi mano y suspiré.

—Tienes razón... no quiero que me vuelvan a echar.

Shadow arqueó una ceja con curiosidad.

—¿Te echaron la última vez?

Solté una pequeña risa.

—Sí... tuve que ir al cuarto del hotel sola mientras los demás seguían jugando. Pero no me sentí tan mal, solo Rouge logró ganar algo. El resto perdió todo su dinero.

Vi cómo Shadow esbozaba una sonrisa discreta, casi como si se estuviera imaginando la escena.

Sin más, tomé mi bolso y comencé a meter mis fichas con cuidado. Shadow y yo nos levantamos de la mesa, tomados de la mano, y comenzamos a caminar por el casino.

Las luces parpadeaban en tonos dorados y rojos, iluminando el interior del casino con un resplandor cálido pero elegante. El aire estaba impregnado de una fragancia que mezclaba el aroma de alfombras nuevas, perfumes costosos y un leve toque de humo de cigarro proveniente de una zona exclusiva.

Había sonidos de fichas tintineando, tragaperras zumbando, y risas ahogadas de jugadores que celebraban victorias efímeras o lamentaban sus pérdidas. Un croupier movía ágilmente las cartas en una mesa cercana, mientras los jugadores observaban con expresión tensa.

Las pantallas electrónicas mostraban premios acumulados en un despliegue digital que parpadeaba en grandes números luminosos. Un cartel anunciaba una noche especial de póker VIP en un salón apartado, donde los jugadores más experimentados se reunían lejos de las miradas indiscretas.

Shadow levantó la mirada y se detuvo en seco.

—¿Qué tal si probamos allí? —dijo, señalando la ruleta.

—Vamos —respondí sin dudar.

Nos acercamos a la mesa, donde varios Mobians de diferentes especies estaban reunidos, debatiendo en voz baja y apostando con cautela. Algunos colocaban fichas al azar, mientras que otros, con gestos estudiados, parecían seguir estrategias meticulosas.

Shadow y yo analizamos el tapete verde frente a nosotros.

—¿Y qué te dice tu instinto? —preguntó él, cruzándose de brazos.

Cerré los ojos un momento, esperando sentir esa sensación que me había acompañado en el Blackjack. Y ahí estaba. Un presentimiento sutil, como una brisa cálida susurrándome al oído.

Abrí los ojos y, sin pensarlo demasiado, respondí con certeza:

—16 rojo.

Tomé un puñado de mis fichas y las coloqué sobre el número. Shadow me observó por unos segundos y, sin dudar, tomó de las suyas y las puso en el mismo lugar.

—Confío completamente en ti —dijo con seriedad.

El crupier giró la ruleta.

La pequeña bola de marfil comenzó a rebotar con un sonido hueco mientras el círculo giraba velozmente. Observé con el corazón latiéndome fuerte en el pecho. Y entonces, se detuvo en el 16 rojo.

La emoción me golpeó de lleno. Había acertado.

Una sonrisa radiante apareció en mi rostro. La última vez que estuve aquí, ni siquiera tuve oportunidad de probar este juego, pero ahora estaba dominándolo con la misma facilidad que el Blackjack.

Seguimos apostando. Y cada vez, mi instinto acertaba de manera casi imposible.

Las fichas se acumulaban en montones más grandes de lo que había imaginado. Alrededor de nosotros, un grupo de Mobians comenzó a reunirse, observando en silencio cómo mi racha de suerte continuaba sin cesar. Algunos murmuraban entre sí, otros simplemente observaban con asombro.

Volví a estudiar la mesa y coloqué mis fichas en el 20 negro. Shadow me imitó.

La ruleta giró una vez más.

La bola rebotó, saltando de un número a otro hasta que finalmente se detuvo en el 7 rojo.

Un pequeño sonido de decepción escapó de mis labios.

Antes de que pudiera decir algo, sentí el aliento de Shadow en mi oído cuando murmuró en voz baja:

—No van a dejarte ganar más. Detengámonos aquí.

Lo comprendí inmediatamente. Los juegos de azar siempre estaban manipulados a favor del casino. Había escuchado rumores de que, si alguien tenía demasiada suerte, ajustaban las probabilidades en su contra.

Sin decir una palabra, recogí mis fichas y nos alejamos de la mesa.

Después nos dirigimos a la fila de máquinas tragamonedas, iluminadas con luces de neón intermitentes. Cada máquina emitía sonidos alegres y llamativos mientras los rodillos giraban en busca de combinaciones ganadoras.

Me senté frente a una y puse algunas fichas. Tiré de la palanca y observé los rodillos girar. Nada.

Intenté otra vez. Otra pérdida.

Volví a intentarlo y, de nuevo, nada.

Solté una risa suave y le comenté a Shadow:

—Creo que mi suerte se acabó aquí.

Shadow, que estaba de pie junto a mí con los brazos cruzados, simplemente dijo con su tono inmutable:

—No puedes predecir estas máquinas.

Asentí con una sonrisa. Definitivamente, el azar tenía sus límites.

Nos dirigimos al bar dentro del casino, un elegante rincón iluminado por luces cálidas y decorado con estantes repletos de botellas de distintos colores y formas. El ambiente era relajado, con un murmullo constante de conversaciones y el suave tintineo de vasos al chocar entre sí.

La última vez que intentamos ir a un bar juntos, ni siquiera pudimos beber. Entre interrupciones y problemas inesperados, terminamos sin probar ni una gota. Pero esta vez, nada nos detenía.

Nos acomodamos en la barra. Yo tenía entre las manos un daiquiri de fresa, el vaso frío y ligeramente húmedo por la condensación. Shadow, a mi lado, sostenía un ruso blanco, la mezcla cremosa contrastando con su habitual apariencia sombría.

Tomé un sorbo de mi bebida, dejando que la dulzura de la fresa y el ligero ardor del alcohol recorrieran mi garganta. Solté un suspiro de alivio, disfrutando la sensación.

Sobre la barra, junto a mi codo, estaba mi bolso... que desbordaba una cantidad absurda de fichas. De verdad, parecía que en cualquier momento las monedas coloridas caerían en cascada al suelo. Casi no cabían ahí dentro.

Le di otro sorbo a mi daiquiri antes de girarme levemente hacia Shadow.

—Pasé años ahorrando para mi Mini Cooper —comenté, con una mezcla de incredulidad y diversión—, y en una sola tarde recuperé toda mi inversión en el casino.

Shadow dejó su vaso sobre la barra con un sonido sutil, observándome con su típica expresión tranquila antes de decir:

—Te voy a dar las mías. Realmente no las necesito.

Lo miré por un momento antes de sonreírle. Sabía perfectamente que a Shadow le pagaban demasiado. Era algo que Rouge mencionaba con frecuencia, bromeando sobre cómo "no sabía en qué gastarlo porque apenas tenía vida social".

—Voy a meter todo este dinero en un sobre de ahorro —le dije, mientras deslizaba distraídamente la yema de mis dedos sobre el borde del vaso—. Seguro en un par de años tendré suficiente para una casa propia.

Shadow levantó una ceja, claramente curioso.

—¿Y la casa donde vives ahora?

Le sostuve la mirada un momento antes de encogerme de hombros.

—Es rentada —expliqué con tranquilidad—. Podría haber seguido viviendo con Vanilla y Cream, pero no quería molestarlas más. Y no sé... supongo que quería ser más independiente.

Shadow asintió lentamente, sin decir nada más

Le di otro sorbo a mi daiquiri, disfrutando del dulce frescor de la fresa antes de mirar a Shadow con una sonrisa curiosa.

—¿Te estás divirtiendo? —pregunté, inclinándome un poco hacia él.

Shadow giró su vaso en la barra con un movimiento sutil antes de responder:

—Sí... —dijo con su tono habitual, pero su mirada tenía ese brillo tranquilo que solo mostraba cuando estaba relajado.

Sonreí aún más.

—Entonces, ¿deberíamos volver mañana al casino? Puedo hacernos multimillonarios —bromeé, dándole un ligero codazo en el brazo.

Shadow tomó un poco de su ruso blanco y me miró de reojo.

—Tal vez en otra ocasión. Este resort parece tener muchas cosas por hacer.

Su respuesta me emocionó más de lo que esperaba. Si Shadow quería explorar el resort conmigo, significaba que realmente estaba disfrutando el viaje.

—¡Sí, tienes razón! —exclamé animada—. Mañana podemos ir a la playa, pasar un rato en la piscina, ver un show en vivo...

Me giré un poco en mi asiento, enumerando con los dedos cada actividad que se me ocurría.

—También podríamos ir a bailar al salón. Dicen que tienen una pista enorme y buena música.

Shadow alzó una ceja, como si la idea de bailar le causara cierta duda, pero no dijo que no.

—Veremos —murmuró, llevándose su vaso a los labios de nuevo.

Yo reí suavemente y levanté mi daiquiri en su dirección.

—Brindemos entonces. Por ganar en el casino y por unas buenas vacaciones.

Shadow sostuvo su vaso y lo chocó con el mío con un leve clink.

—Por unas buenas vacaciones —repitió.

Sonreí. Definitivamente, esto estaba resultando mejor de lo que imaginé.

Salimos del bar y nos dirigimos a la casetilla de cambio. Caminábamos con calma, disfrutando aún del ambiente vibrante del casino, con el sonido de las máquinas tragamonedas y el murmullo constante de los jugadores a nuestro alrededor. Me acerqué al mostrador y comencé a cambiar nuestras fichas por dinero real. Había ganado una cantidad absurda, y mientras el cajero realizaba el cambio, tamborileé los dedos sobre la superficie de la ventanilla, todavía emocionada por mi victoria.

Sin embargo, algo interrumpió mi euforia. Esa sensación...

Me sentí observada.

Lentamente, giré la cabeza y recorrí el área con la mirada. Cerca de una de las columnas doradas, dos guardias de seguridad nos observaban con seriedad. No era una mirada casual, ni de curiosidad. Era algo más... algo calculador. Algo sospechoso.

Al principio, pensé que solo nos miraban por el gran volumen de fichas que estaba cambiando, pero pronto me di cuenta de que no era a mí a quien vigilaban con tanta intensidad. Era Shadow.

Mis ojos se desviaron hacia él. Se mantenía impasible, con su expresión neutra y relajada, pero lo conocía demasiado bien. Sabía que estaba consciente de que lo estaban vigilando.

De hecho, durante toda la tarde, cada vez que levantaba la mirada con la misma sensación de estar siendo observada, siempre me encontraba con la presencia de más guardias, siempre cerca, siempre atentos. Pero ¿por qué? Shadow no era alguien común, claro, pero era el comandante de Neo G.U.N.. No había razón alguna para que lo estuvieran mirando como si fuera un criminal.

El cajero me entregó el dinero en efectivo y, después de guardarlo en mi bolso, nos dirigimos hacia la salida del casino. Me aferré al brazo de Shadow con naturalidad, pero esta vez no solo porque me gustara hacerlo.

Fuimos a cenar a un restaurante elegante, un lugar con iluminación tenue, manteles de lino y música suave de piano en vivo. Pero la sensación de ser vigilados no desapareció.

Mientras hojeaba el menú, de reojo vi a un camarero que nos observaba por demasiado tiempo. Luego, en la mesa de la esquina, un leon con traje y comunicador en la oreja que claramente no estaba ahí solo para cenar.

No lo soporté más. Bajé la carta y miré a Shadow.

—Nos están observando —le murmuré.

Shadow no respondió de inmediato. En lugar de eso, tomó su vaso de agua con calma y bebió un sorbo. Su semblante permanecía impasible, pero sabía que él también se había dado cuenta.

—Lo sé —respondió finalmente, con su voz grave y baja.

Algo en su tono me dijo que estaba tan molesto como yo, pero lo disimulaba bien. Intenté concentrarme en la comida, en nuestra cena, en la idea de que estábamos de vacaciones. Pero la inquietud no se iba.

Cuando llegamos al penthouse, esperaba sentirme más aliviada. Pero lo primero que hizo Shadow al entrar fue revisar cada rincón del lugar.

Se movió con precisión, inspeccionando los adornos, el mobiliario, hasta el más mínimo detalle. Lo vi inclinarse junto a la mesa de café, tocar el respaldo del sofá, mover un jarrón ligeramente fuera de lugar.

No me gustaba esto. No me gustaba para nada.

Después de unos minutos, Shadow se giró hacia mí con seriedad.

—Revisa nuestras maletas.

No lo cuestioné. Fui directo a la habitación principal y coloqué mis tres maletas rosadas sobre la cama king-size. Las abrí con rapidez y empecé a revisar su interior, pasando mis manos entre la ropa y los compartimentos.

Y entonces, lo vi.

Entre mi ropa interior, había un pequeño aparato escondido.

Mi respiración se detuvo un segundo. Lo tomé con cuidado y una sensación de asco y enojo me invadió. ¿Desde cuándo estaba eso ahí? ¿Quién lo puso?

Sin perder más tiempo, tomé el bulto de gimnasio de Shadow y lo coloqué sobre la cama. Nada fuera de lo normal. Solo algunas chaquetas, zapatos... hasta que mi mano se deslizó dentro de un bolsillo lateral y mis dedos tocaron algo pequeño y rígido. Lo saqué y confirmé mis sospechas.

Dos en total.

Salí de la habitación con los pequeños objetos en mi mano y me dirigí a Shadow. Extendí los aparatos hacia él, pero me quedé helada al ver lo que ya tenía en su palma.

Tres más.

Cinco en total.

Eran pequeños, apenas visibles a simple vista, pero con una ingeniería delicada. Cámaras. Micrófonos. Grabadoras. Nos habían estado espiando. Otra vez.

—¿Qué está pasando? —pregunté en un susurro.

Shadow no apartó la vista de los dispositivos en su mano.

—No estoy del todo seguro —respondió con frialdad.

Con un movimiento de su mano, cerró su puño y aplastó los dispositivos con facilidad. Luego caminó hasta el basurero de la cocina y los arrojó dentro. Pero en lugar de relajarse, su expresión solo se endureció más.

Antes de que pudiera preguntar algo más, me tomó del brazo y me llevó de vuelta a la habitación.

Lo vi cerrar la puerta con llave y luego, sin dudarlo, empujar un mueble contra ella, bloqueándola. Luego se movió hacia el balcón, cerró las cortinas y repitió la acción, asegurándose de que nadie pudiera entrar fácilmente.

Yo me quedé sentada en la cama, observándolo en silencio.

Shadow terminó de revisar y se acercó a la cama, dirigiéndose a su bolsa aún abierta. Metió la mano dentro y, para mi sorpresa, sacó una escopeta.

Parpadeé.

—... ¿Dónde tenías eso escondido?

Shadow me miró con calma.

—Sé que estamos de vacaciones y debería descansar, pero necesito quedarme despierto esta noche —dijo con voz baja pero firme—. No sé qué está pasando, pero no me está gustando, Rose.

No discutí. No había nada que discutir.

Cerramos nuestras maletas y las colocamos en una esquina de la habitación. Luego nos dimos una ducha rápida en el lujoso baño, dejando que el agua caliente calmara un poco la tensión acumulada en mis hombros.

Cuando volvimos a la cama, Shadow se sentó contra el respaldar, su escopeta en manos. Yo simplemente me acosté a su lado. De reojo, vi mi martillo apoyado al lado de la cama.

La cama era lo suficientemente grande como para que los tres cupieran en ella: Shadow, yo y mi martillo.

Shadow exhaló despacio.

—Ve a dormir, Rose —murmuró—. Yo estaré pendiente toda la noche.

Apagué las lámparas, sumiendo la habitación en penumbras. Solo un tenue resplandor de la luna llena se filtraba a través de las cortinas, proyectando sombras suaves sobre las paredes.

El silencio se instaló en la habitación, solo interrumpido por el lejano sonido de las olas y la respiración acompasada de Shadow. Su postura no se relajaba, ni siquiera cuando yo me acomodé más cerca de él. Sus dedos envolvían la empuñadura de la escopeta con una firmeza inquebrantable, sus ojos brillaban en la penumbra con un fulgor rojo intenso, alerta, calculadores.

Me costó cerrar los ojos. La adrenalina seguía en mi sistema, haciéndome sentir inquieta. Nunca había experimentado algo así. Claro, había estado en situaciones peligrosas antes, pero esto... esto era diferente. La sensación de ser observados, la intrusión en nuestro espacio personal, la certeza de que alguien había entrado aquí mientras no estábamos. Era una amenaza silenciosa, pero no menos peligrosa.

Intenté racionalizar. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Era algo dirigido específicamente a Shadow, o acaso yo también estaba en la mira? No tenía respuestas, solo la seguridad de que esto no era una coincidencia. Habíamos venido aquí de vacaciones, alejándonos de los conflictos, de la rutina, de las responsabilidades, pero el peligro nos había seguido.

La respiración de Shadow era controlada, estable. Su pecho subía y bajaba con un ritmo preciso, como si incluso en reposo su cuerpo estuviera listo para reaccionar en cualquier momento. Sentí el calor que irradiaba su cuerpo, sólido, protector. Deslicé mi mano por su pierna, un contacto silencioso que él no rechazó. No se movió, pero su agarre en la escopeta se volvió un poco menos rígido.

Los minutos pasaron, quizás horas. No podía decirlo con certeza, pero en algún momento mi cuerpo cedió al cansancio y el sueño me envolvió. No fue un descanso profundo, sino uno inquieto, interrumpido por la sensación de que, en cualquier momento, algo podría suceder. Y, en efecto, algo sucedió.

Un sonido sutil, casi imperceptible, rozó el umbral de mi conciencia. Un clic suave. No cualquier clic. El sonido de una cerradura siendo manipulada.

Mis ojos se abrieron de golpe. No me moví, no hice ruido, pero mi cuerpo se tensó. Shadow también lo escuchó. Lo supe porque su agarre en la escopeta se endureció de inmediato. Lentamente, deslicé mi mano fuera de su pierna y me preparé para lo que pudiera venir.

El sonido se repitió. Luego, un leve crujido, como si alguien estuviera probando el peso de la puerta. A pesar de que Shadow la había bloqueado con un mueble, la presión sobre la madera era evidente. Contuve la respiración.

Shadow se movió con la precisión de un depredador. Con un gesto, me indicó que me mantuviera quieta. Luego, en un movimiento fluido, se levantó de la cama sin hacer el más mínimo ruido. Su cuerpo se deslizó por la penumbra con la misma naturalidad con la que se movía en combate. Se posicionó al lado de la puerta, la escopeta en mano, esperando.

El siguiente sonido fue definitivo: un ligero empujón, un intento de abrirla por la fuerza. No era un error. No era un huésped confundido. Alguien estaba tratando de entrar.

Mi corazón latía con fuerza, pero mi mente estaba clara. Sin hacer ruido, deslicé mis piernas fuera de la cama y tomé mi martillo. Su peso en mi mano era reconfortante, familiar. No importaba quién estuviera detrás de esa puerta. No iba a ser bienvenido.

Shadow giró apenas la cabeza hacia mí y extendió su mano. Sin dudarlo, la tomé.

—Chaos Control —susurró.

Un destello verde nos envolvió y, en un parpadeo, la oscuridad de la habitación se desvaneció. De pronto, estábamos en la sala del penthouse. La luz de la luna llena atravesaba la enorme ventana, proyectando sombras largas sobre el suelo de mármol.

Una figura alta, vestida completamente de negro, estaba empujando la puerta de la habitación principal. No le di tiempo a reaccionar. Con un movimiento rápido, alcé mi martillo y lo descargué con toda mi fuerza. El impacto lo lanzó hacia adelante, estrellándolo contra la puerta, antes de desplomarse al suelo, inconsciente.

El sonido de un disparo me hizo girar. Shadow había disparado su escopeta, pero su objetivo—una figura esbelta y ágil—lo esquivó con facilidad, su cola larga agitándose mientras se movía con destreza.

Vi la frustración en el rostro de Shadow cuando el enemigo esquivó otro disparo. Sin dudarlo, dejó caer el shotgun al suelo y se lanzó al combate cuerpo a cuerpo.

El sonido de los golpes resonó en la sala mientras ambos se atacaban y esquivaban con movimientos rápidos, la luz de la luna delineando sus siluetas.

Mi mirada recorrió la habitación en busca de más amenazas. Fue entonces cuando sentí unos brazos rodearme por detrás y el frío de un arma de fuego presionándose contra mi sien.

El clic del seguro al quitarse me heló la sangre.

—Más te vale rendirte, Comandante, si no quieres que tu novia termine con un agujero en la cabeza —gruñó una voz grave y burlona, impregnada de amenaza.

Vi a Shadow detenerse de golpe. Sus ojos rojos, usualmente llenos de determinación, ahora estaban cargados de una emoción que rara vez veía en él: miedo.

Pero dentro de mí, no había miedo.

Lo que sentí fue una oleada de furia ardiendo en mis venas.

Esta... esta era la segunda vez que alguien me apuntaba con un arma en la cabeza.

La primera vez había sido la semana pasada. Me había tomado por sorpresa. Todo sucedió demasiado rápido, y no pude reaccionar.

Pero esta vez...

Esta vez no había pánico. Solo irritación.

Apreté la mandíbula, mis dedos aferrándose con fuerza al mango de mi martillo. Y sin previo aviso, lo solté.

El arma cayó con fuerza sobre el pie del tipo que me sujetaba. Sentí el crujido del hueso rompiéndose bajo su peso, seguido de un grito de dolor. Aproveché su distracción para girarme y lanzarle un puñetazo directo al estómago. Se dobló con un jadeo, y sin perder el tiempo, lo rematé con un golpe en la quijada. Su cabeza se echó hacia atrás antes de desplomarse al suelo, inconsciente.

Shadow no desperdició la oportunidad.

Con un último movimiento, esquivó un golpe de la figura esbelta y contraatacó con un rodillazo en el abdomen. Antes de que pudiera recuperarse, Shadow la sujetó por el cuello de la chaqueta y le estrelló el puño contra la cara. La figura cayó pesadamente al suelo y dejó de moverse.

El silencio se apoderó de la habitación.

Respiré hondo, aún sintiendo la adrenalina correr por mis venas.

Shadow me miró, sus ojos rojos recorriendo mi rostro con atención, asegurándose de que estaba bien.

Yo solo exhalé, pasándome una mano por la frente.

—Bueno —dije con sarcasmo, observando los cuerpos inconscientes en la sala—. Esto fue divertido.

Shadow no respondió de inmediato. Su mirada se oscureció mientras miraba a los intrusos.

—Esto no ha terminado.

El clic del interruptor rompió la penumbra, inundando la sala del penthouse con una luz blanca y dura.

Los cuerpos de los intrusos yacían en el suelo, atados con los mismos cables que habían intentado usar contra nosotros. La luz reveló más detalles: sus trajes de negro opaco estaban hechos de un material elástico y reforzado, ideal para el sigilo. Sus respiraciones eran pesadas, pero estables.

Me agaché y, con un movimiento brusco, arranqué una de las máscaras. Debajo, la cara de una leopardo de pelaje dorado quedó al descubierto. Su expresión estaba relajada en la inconsciencia, pero su mandíbula fuerte y la cicatriz en su ceja hablaban de experiencia en combate.

Shadow hizo lo mismo con los otros dos.

El segundo era un jaguar de pelaje oscuro con manchas apenas visibles bajo la luz artificial. Su oreja izquierda estaba rasgada.

El tercero, una pantera de pelaje negro azabache, tenía una musculatura imponente y el hocico ligeramente chueco, como si se lo hubieran roto antes y nunca hubiera sanado del todo.

Observé a los tres por un momento antes de soltar un resoplido de fastidio.

Mi martillo seguía en el suelo donde lo había dejado caer. Me pasé la mano por el cabello, todavía sintiendo el cosquilleo de la adrenalina en la piel, y voltee a ver a Shadow.

—¿Sabes qué, Shadow? —dije, con la voz cargada de irritación y exasperación— En los dos meses que hemos estado saliendo, nos han apuntado con armas de fuego cuatro veces. ¡Cuatro!
Hice una pausa, mi pecho subiendo y bajando con fuerza.
—Y dos de esas veces han sido directamente a mi cabeza.

Shadow bajó ligeramente la mirada, su expresión endurecida por la culpa. Sus brazos, antes cruzados con firmeza, cayeron a los costados, y sus orejas se inclinaron apenas hacia atrás. Sus ojos rojos, normalmente imperturbables, reflejaban un peso que no podía ocultar

—Rose... —su voz sonó más baja de lo habitual, casi vacilante—. Lo siento.

El arrepentimiento en su tono debería haberme calmado, pero solo avivó mi frustración.

—¿Eso es todo? ¿"Lo siento"? —exclamé, señalándolo con una mano—. ¿Así es como va a ser el resto de nuestra relación? ¿Ser constantemente amenazados, perseguidos y atacados?

Shadow no respondió de inmediato.

Respiré hondo, tratando de calmar la tormenta de emociones en mi pecho, pero mi voz seguía cargada de enojo cuando continué:

—Mira, estoy acostumbrada a un viejo demente y su ejército de robots, pero esto... esto es diferente.

Shadow finalmente habló, con ese tono bajo y medido que usaba cuando no tenía respuestas claras.

—No sabría qué decirte, Rose.

Esa respuesta no me tranquilizó en lo absoluto.

Mi mandíbula se tensó.

—Estoy harta, Shadow. —Exhalé con fuerza, sintiendo cómo mi rabia se mezclaba con cansancio puro—. Solo quería pasar unas bonitas vacaciones contigo. Era todo lo que pedía.

Solté una risa seca, incrédula.

—Y en nuestra primera noche en este resort, nos instalaron cámaras ocultas en nuestra habitación ¡Dos veces! —enfatice, levantando dos dedos — y ahora nos atacaron en medio de la maldita noche.

Mis ojos se desviaron hacia los tres mobians en el suelo.

Por un instante, quise gritarles. Quise hacerlos despertar solo para descargar mi frustración en ellos.

Pero no tenía energía para eso.

Mi mirada volvió a Shadow, y con una voz baja, cansada, solté:

—Llama a seguridad. No quiero lidiar con esto.

Sin esperar respuesta, di media vuelta y caminé con pasos firmes hacia la cocina.

El mini bar estaba impecablemente ordenado, con botellas alineadas en una pequeña estantería de cristal. Agarré la primera que vi, un vino tinto de una etiqueta que no me importó leer, y la destapé sin ceremonia.

Sin vaso, sin pausas, llevé la botella directamente a mis labios y bebí un trago largo.

El vino descendía por mi garganta en un ardor dulce cuando sentí una presencia detrás de mí.

No me giré. Simplemente mantuve la botella en mi mano, mis dedos envolviendo el vidrio con más fuerza de la necesaria.

Sin decir una palabra, Shadow tomó la botella de mis manos, su guante rozando mis nudillos. Lo vi levantarla y dar un trago largo y firme, inclinando ligeramente la cabeza hacia atrás.

Cuando bajó la botella, dejó escapar un leve suspiro y me la devolvió.

—Desearía que el alcohol me hiciera efecto —murmuró, con un tono que no supe si era resignación o simple observación.

Me invadió una punzada de culpa. Apreté los labios, tomé la botella de vuelta y bebí otro trago, sintiendo cómo el calor del alcohol empezaba a recorrerme el cuerpo, a suavizar la tensión en mis hombros y en mi pecho.

—Lo siento... —dije en voz baja— No debí gritarte así. Sé que no es tu culpa. Lo lamento, de verdad...

Hubo un momento de silencio. Luego, su voz llegó a mi oído, baja y serena.

—Entiendo que estés decepcionada… Yo también me siento así.

Lo sentí moverse detrás de mí. Se acomodó a mi espalda, su pecho tocandome suavemente. Sus brazos se extendieron a cada lado de mi cuerpo, apoyando las manos en la encimera de mármol, justo al lado de las mías.

Su aliento, cálido y grave, rozó mi oreja cuando habló:

—Escucha, Rose...

Su tono era serio. Bajo. Me hizo estremecer.

—Algo no cuadra desde que llegamos.

Su voz tenía ese matiz calculador que usaba cuando analizaba una misión, fría y precisa.

—Nos dieron una habitación penthouse sin motivo. Estaba equipada con cámaras y micrófonos ocultos. Nos han estado observando todo el día. Luego, alguien se metió en nuestra habitación para instalar aún más cámaras... y ahora nos atacan.

Shadow desvió la mirada hacia los criminales atados en la sala, su expresión volviéndose aún más afilada.

—Además... —sus ojos se entrecerraron con desconfianza—. Reconozco a uno de ellos.

Mi cuerpo se tensó al instante.

Shadow giró apenas la cabeza en dirección a la pantera inconsciente en el suelo.

—Es un guardia de seguridad del casino.

Mis labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. Miré al tipo con más atención, tratando de encontrar algo familiar en su rostro. Habíamos pasado todo el día recorriendo el lugar, ¿lo había visto?

—¿Estás seguro? —pregunté en voz baja.

Shadow asintió con certeza.

—Lo vi patrullando cerca de la entrada principal esta tarde.

Fruncí el ceño, rebuscando en mi memoria. Pensé en los guardias en las puertas, los que revisaban a los clientes, los que patrullaban discretamente entre las mesas. Había muchos... pero ahora que lo decía, me sonaba vagamente haber visto a esa pantera en algún punto del día.

—Creo que... sí, me suena haberlo visto, pero no presté atención —admití, sintiendo un leve escalofrío.

No era solo un criminal cualquiera. Era alguien que trabajaba aquí.

—Si era parte de la seguridad... —murmuré, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda—. ¿Qué significa eso?

Shadow no respondió de inmediato. Su mirada seguía fija en los criminales inconscientes, su expresión oscureciéndose poco a poco, como si cada pieza del rompecabezas lo llevara a una conclusión que no le gustaba.

—No lo sé —dijo al fin, su voz baja y tensa—. Pero esto no es coincidencia.

Algo en su tono hizo que mi estómago se encogiera. Tragué saliva, intentando procesarlo.

—¿Por qué? —pregunté, mi voz apenas un susurro—. ¿Hiciste algo aquí antes?

Shadow negó lentamente, su mentón rozando mi cabello en el proceso.

—No. Pero cuando algo así sucede, suele haber un mensaje detrás.

Mi pecho se apretó con una sensación inquietante.

—¿Un mensaje?

Shadow soltó un leve suspiro.

—Alguien no quiere que esté aquí.

El peso de sus palabras cayó sobre mí como un bloque de hielo. Apreté los dedos contra la encimera de mármol.

—¿Por qué? —insistí, sintiendo el calor del vino entumecerme levemente los sentidos.

Shadow se tomó un momento antes de responder.

—Eso es lo que quiero averiguar. —Hizo una pausa y dejó escapar una risa seca, sin humor—. Pero se supone que estamos de vacaciones.

Eso último lo dijo con un tono que casi parecía burlarse de sí mismo.

Solté una risa seca, incrédula, y me giré lentamente hacia él, viéndolo cara a cara.

—Shadow...

Nuestros ojos se encontraron. Él no pestañeó. No apartó la mirada.

—Por eso necesito que cuando llamemos a seguridad —dijo con calma— actúes de la manera más indignada posible.

Entrecerré los ojos.

—¿Indignada?

—No sé actuar —admitió, con la misma seriedad de siempre.

Solté una risa sarcástica.

—¿Necesitas mi ayuda?

Shadow asintió levemente.

—Sí. Y algo más.

Antes de que pudiera preguntar qué más quería, sentí sus manos en mis caderas con firmeza. Me empujó suavemente hacia atrás, atrapándome aún más contra la encimera.

Mi respiración se aceleró. Su agarre era fuerte. Protector.

Su voz, más baja y tensa, me estremeció.

—No vuelvas a hacer algo así. —Su pulgar presionó ligeramente mi cadera, como si quisiera asegurarse de que entendiera la gravedad de sus palabras—. No sabes el susto que me diste.

Sus ojos brillaban con una intensidad feroz.

—Te pudieron haber matado, Rose.

Bajé la mirada, mis pestañas temblaron mientras el peso de sus palabras se asentaba sobre mi pecho como una piedra fría y pesada.

—Es que... estoy harta de sentirme indefensa —admití en un susurro apenas audible—. Entrené demasiado para no volver a ser la que necesita ser rescatada... para no ser una carga.

El silencio que se instaló entre nosotros no era incómodo, pero sí denso, casi sofocante. Como si las emociones que flotaban en el aire fueran demasiado intensas para pronunciarlas en voz alta.

Shadow no respondió de inmediato. En cambio, su mano se deslizó lentamente hasta mi rostro, con una delicadeza que contrastaba con la firmeza con la que me había sujetado antes. La calidez de sus dedos recorrió mi mejilla en una caricia inesperadamente suave, y con un ligero movimiento de su pulgar, me obligó a alzar la vista.

Nuestros ojos se encontraron. Los suyos brillaban con una intensidad cruda, feroz, como si dentro de ellos ardiera una tormenta de sentimientos retenidos.

—No quiero perderte.

Su voz fue apenas un murmullo, pero el peso de esas palabras me envolvió entera.

Y entonces, sin más, me besó.

No fue un beso vacilante ni delicado. Fue necesitado. Desesperado. Un choque de emociones contenidas, de miedo disfrazado de deseo.

Sus labios devoraron los míos con una mezcla de urgencia y control, y cuando nuestras bocas se entreabrieron, su lengua se deslizó contra la mía en una danza eléctrica, profunda, voraz. El sabor del vino se mezcló con su aliento, envolviéndome en un torbellino de sensaciones que hicieron que mi piel se erizara.

Llevé mis manos a su espalda, aferrándome a él, acercándolo más, respondiendo a su intensidad con la misma necesidad latente. Sentí la firmeza de sus músculos bajo mis dedos, la tensión en su cuerpo, como si se contuviera de algo más.

Su mano en mi mejilla descendió con lentitud por la línea de mi cuello, hasta enroscarse en la base de mi nuca, mientras su otra mano seguía anclada con firmeza en mi cadera, manteniéndome atrapada contra la encimera.

No sabía cuánto tiempo estuvimos así. El mundo alrededor desapareció. No había habitación, no había luces, no había más sonido que nuestras respiraciones y el leve roce de nuestros labios encontrándose una y otra vez.

En algún momento, nos separamos apenas unos centímetros, con la respiración errática y la piel encendida.

Ambos giramos la cabeza hacia la sala. Los tres intrusos seguían allí, inconscientes y atados. El desastre a nuestro alrededor era la prueba de que esta noche estaba lejos de terminar.

Soltamos un suspiro al unísono.

—Esta va a ser una larga noche —murmuré.

Shadow cerró los ojos un segundo antes de responder, su voz grave, aún cargada de emoción.

—Demasiado larga.

Y, por alguna razón, sonreí.

 

Chapter 19: Un día perfecto

Notes:

Este capitulo tiene algo de smut

Chapter Text

En cuanto la seguridad del hotel llegó al penthouse, me transformé en una mujer enojada con una misión.

—¡¿Me pueden explicar qué demonios está pasando aquí?! —exclamé, asegurándome de que mi voz retumbara en las paredes de la habitación. Puse las manos en mis caderas, mi pie golpeando el suelo con impaciencia.

El personal de seguridad, compuesto por tres mobians de traje oscuro y un gerente con expresión incómoda, se miró entre sí, sin saber cómo responderme. Mientras tanto, Shadow, de brazos cruzados, permanecía en completo silencio a mi lado, su expresión sombría, casi como si él también estuviera juzgándolos.

—¿Me están diciendo que este hotel de "cinco estrellas" permite que sujetos armados entren en las habitaciones de sus huéspedes? —proseguí, señalando con dramatismo a los tres intrusos que estaban siendo levantados del suelo y esposados—. ¡Nos atacaron en medio de la noche! ¡Nos apuntaron con armas de fuego! ¡¿Y qué han hecho ustedes para evitarlo?!

El gerente, Tagora, visitendo un traje impecable, se aclaró la garganta y alzó las manos en un gesto conciliador.

—Señorita, el hotel tiene los más altos estándares de seguridad, le aseguro que—

—¿Altos estándares de seguridad? ¿¡ALTOS ESTÁNDARES!? —solté una risa incrédula y giré hacia Shadow, como si esperara que él confirmara lo absurdo de la situación. Él apenas inclinó la cabeza, manteniendo su aire de letalidad contenida.

Regresé mi atención al gerente y di un paso amenazador hacia él.

—Dígame, ¿cómo explica las cámaras y micrófonos ocultos en nuestra habitación?!

Los guardias se tensaron, y vi cómo el rostro del gerente se tornaba más pálido.

—No... no sé de qué está hablando, señorita.

—¿No sabe? ¡Oh, por supuesto que no sabe! —dije, con sarcasmo exagerado—. ¿Cómo podría saberlo, si claramente permiten que criminales con acceso al hotel instalen lo que les plazca?

Los guardias seguían esposando y revisando a los intrusos, pero uno de ellos, el que Shadow había señalado antes, parecía especialmente nervioso.

—Voy a ser muy clara con usted —continué, mi tono venenoso—. O nos dan explicaciones y garantías de seguridad de inmediato, o voy a hacer un escándalo tan grande que este hotel perderá toda su reputación en menos de veinticuatro horas. ¡Voy a contactar a cada medio de comunicación, cada red social y cada autoridad que pueda! ¡Voy a dejar reseñas en cada sitio de viajes y asegurarte de que NADIE quiera hospedarse aquí jamás!

El gerente se quedó sin palabras, con gotas de sudor formándose en su frente. Shadow finalmente habló, con su voz baja y amenazante.

—Les sugiero que la escuchen.

El gerente tragó saliva.

—Por supuesto, señor... Haremos una investigación inmediata. Pero, por favor, señorita, le aseguro que el hotel tomará las medidas necesarias...

Crucé los brazos, sin suavizar mi expresión.

—Más les vale. Y exijo una compensación.

El gerente casi se atragantó.

—¿Una... compensación?

—Oh, sí. ¿Creen que después de esto vamos a pagar un ring por esta estadía? Olvídenlo. Exijo una estancia gratuita y el servicio completo. Spa, comida, todo. Shadow y yo vinimos aquí a disfrutar nuestras vacaciones, y no voy a permitir que un grupo de idiotas arruine mi experiencia.

Shadow me miró de reojo. Tal vez sorprendido. Tal vez impresionado. Tal vez ambas.

El gerente parecía a punto de desmayarse. Pero finalmente asintió, con resignación.

—Por supuesto, señorita... El hotel cubrirá todos los gastos de su estancia.

Sonreí, triunfante.

—Qué bueno que nos entendemos.

Con eso, los guardias terminaron de sacar a los intrusos y el gerente desapareció con ellos, seguramente para lidiar con el caos que acababa de desatar.

En cuanto la puerta se cerró, me dejé caer en el sofá, soltando un largo suspiro y dándole un trago a la botella de vino que había dejado en la mesa.

Shadow, aún de pie, me observó con una ceja arqueada.

—Admito que fue... una actuación efectiva.

Le sonreí con satisfacción.

—Gracias. Llamémoslo... pago por daños emocionales.

Shadow exhaló un leve sonido que casi parecía una risa. Luego se sentó a mi lado, tomando la botella de mis manos y dándole otro sorbo.

Mientras Shadow y yo compartíamos la botella de vino en silencio, el peso de la noche empezaba a disiparse. La tensión que había dominado nuestra habitación momentos antes se desvanecía poco a poco, reemplazada por una sensación de triunfo y alivio.

Aún con la adrenalina corriendo en mis venas, dejé que mi cabeza descansara en el respaldo del sofá, disfrutando de la calma momentánea. Shadow, por su parte, se mantenía en su usual estado de alerta, pero incluso él parecía más relajado.

—Deberías dormir un poco —sugirió después de un rato, su voz baja y firme.

Lo consideré por un momento. Estaba exhausta, pero la idea de quedarme sola en esa enorme habitación después del ataque no me resultaba demasiado atractiva.

—Solo si duermes conmigo —respondí sin rodeos.

Shadow no discutió. Simplemente asintió, aunque dejó en claro que lo haría a su manera. Fue así como, minutos después, terminó construyendo una ridícula barrera de almohadas y sabanas entre nosotros en la cama king-size.

"Por tu seguridad", había dicho con total seriedad.

Acomodada en la suavidad de la cama, observé con diversión la muralla que Shadow había construido entre nosotros. Era ridículo, pero al mismo tiempo, muy propio de él.

—¿De verdad crees que esto es necesario? —murmuré, apoyando la cabeza en una de las almohadas.

Desde el otro lado de la barrera, su voz sonó tranquila pero firme.

—Es mejor prevenir.

Suspiré suavemente. No discutí. Si esto lo hacía sentir más tranquilo, lo aceptaría.

El colchón se hundió apenas cuando Shadow se acomodó de su lado. Su respiración era pausada y controlada, como si ya estuviera preparado para caer en un descanso ligero, siempre alerta.

Me giré, quedando de espaldas a la barrera, y cerré los ojos. Al principio, me costó relajarme. La noche había sido intensa, y aunque todo parecía bajo control ahora, mi cuerpo todavía guardaba restos de tensión. Pero poco a poco, con el sonido del mar filtrándose a través de la ventana y la sensación reconfortante de saber que Shadow estaba cerca, me dejé llevar por el cansancio.

Desperté sintiéndome increíblemente descansada.

Las sábanas suaves acariciaban mi piel y el colchón bajo mi cuerpo era tan mullido que sentía que podía hundirme en él para siempre. La cama king-size era un verdadero lujo, como dormir sobre una nube.

Bostecé suavemente y giré la cabeza hacia la derecha.

Apenas podía distinguir la figura de Shadow a través de la muralla de almohadas y sábanas que nos separaba. Su silueta era apenas visible en la penumbra de la habitación, su respiración profunda y constante.

Me senté en la cama, estirando los brazos por encima de mi cabeza. Mis músculos se relajaron con el movimiento y solté un suspiro satisfecho.

Entonces, dirigí la mirada a la enorme ventana que daba al balcón.

La luz de la mañana bañaba la habitación con un brillo dorado, reflejándose en los muebles de lujo y las cortinas de tela fina. Afuera, la vista era impresionante: el resort extendiéndose hasta la orilla del mar, el agua azul brillante con pequeñas olas acariciando la arena blanca.

A pesar de lo que pasó anoche, había algo extrañamente gratificante en todo esto.

Después de todo, ahora no teníamos que pagar nada por nuestra estadía. Negociar con el gerente del hotel después de que capturamos a los intrusos había sido más fácil de lo que esperaba.

Me levanté de la cama con tranquilidad, sintiendo la suavidad de la alfombra bajo mis pies, y caminé hasta el teléfono de la habitación.

Marqué el número de servicio a la habitación.

—Buenos días —dije en un tono animado cuando respondieron—. Quisiera ordenar desayuno para dos en la suite penthouse.

Pedí una selección de frutas frescas, panqueques con miel, café para los dos, junto con algunos extras por si él tenía hambre.

Colgué el teléfono y me giré, cruzando los brazos mientras miraba la barrera de almohadas que seguía intacta en la cama.

Me mordí el labio, debatiéndome entre despertar a Shadow o dejarlo descansar un poco más. 

Caminé de puntillas hasta la ventana y corrí apenas un poco las cortinas, dejando que la luz iluminara mejor la habitación. Un destello dorado se reflejó en el espejo, creando un brillo cálido sobre la alfombra y las sábanas revueltas de la cama.

Me giré de nuevo, apoyándome contra el marco de la ventana mientras lo observaba.

Shadow seguía inmóvil, su respiración acompasada. Se veía tan relajado que casi me sentí mal por querer molestarlo. Casi.

Con una sonrisa traviesa, tomé una de las almohadas de la barrera y la lancé suavemente sobre él.

—Mmmh... —murmuró apenas, removiéndose un poco pero sin abrir los ojos.

Solté una risa quedita y tomé otra almohada, lista para repetir la jugada, pero antes de que pudiera hacerlo, su voz ronca interrumpió mis planes.

—Si lo haces otra vez, Rose, voy a lanzarte fuera de la cama.

Mi sonrisa se ensanchó.

—Buenos días para ti también.

Shadow abrió un ojo y me dirigió una mirada somnolienta pero alerta, como si su cuerpo siempre estuviera preparado para reaccionar ante cualquier cosa.

—¿Ya estás despierta a esta hora?

—Desperté descansada y con hambre —respondí, acercándome de nuevo a la cama—. Pedí desayuno.

Shadow se estiró ligeramente, pasando una mano por su rostro antes de sentarse, con sus púas un poco más desordenadas de lo usual. Observó la barrera de almohadas, todavía intacta, y dejó escapar un suspiro de alivio antes de mirarme de nuevo.

—¿Estás bien?

—Si tranquilo, no me mataste anoche.

Negó con la cabeza, pero no pudo ocultar la sombra de una sonrisa antes de apartar las almohadas, despejando el espacio entre nosotros.

Me senté a su lado, abrazando mis piernas.

—Hoy podríamos ir a la playa —comenté, moviendo mis dedos sobre la tela de la sábana—. Digo, ya que estamos en un resort en la costa...

Shadow arqueó una ceja.

—¿Quieres que pasemos el día en la playa?

—Claro. No me iré de aquí sin pisar la arena blanca. Además, después de lo de anoche, creo que nos merecemos un día tranquilo.

Me miró unos segundos, como si estuviera evaluando si valía la pena discutirlo. Luego se encogió de hombros y soltó un suspiro cansado.

—Está bien.

—¿“Está bien”? ¿No vas a quejarte ni un poco?

—Te prometí vacaciones. Eso incluye soportar cosas como esta.

Me mordí el labio, sintiéndome un poco egoísta por insistir. Sabía que a Shadow no le gustaba la playa. La primera y última vez que fue a una con nosotros fue un desastre. Fue justo después de la invasión de los Black Arms. El gobierno lo había llevado a juicio por todos los crímenes cometidos desde que desperto… aunque en realidad no fue declarado ni culpable ni inocente. Más bien, tomaron la vía “neutral”. Dijeron que no podían juzgarlo como a un ciudadano común, porque era una creación del Estado. Así que, en vez de una condena formal, le impusieron hacer “trabajo comunitario” para G.U.N. 

Rouge quiso levantarle el ánimo y organizó una salida a la playa para celebrar que al menos no lo encerrarían. Lo arrastró con nosotros pese a sus protestas, convencida de que un día de sol, arena y mar le haría bien. 

Pero no fue así.

El día terminó de la peor manera para él: una medusa le rozó la pierna, y Sonic, en un ataque de “heroísmo”, le orinó encima para “curarlo”, mientras yo intentaba aplicarle primeros auxilios a Shadow, a pesar de sus insistentes protestas. Y para colmo, tuvo que hacerle RCP a Sonic después de que se cayera al océano sin su flotador. Shadow era el único que sabía cómo hacerlo, así que no le quedó otra. Después de eso, jamás volvió a acompañarnos a una fiesta en la costa.

—Si no te sientes cómodo, no tenemos que ir. Podemos hacer otra cosa, lo que tú prefieras.

Me miró en silencio, evaluando mis palabras, y por un breve segundo creí que rechazaba mi propuesta. Entonces, con voz casi imperceptible, dijo:

 —Si estoy contigo… supongo que no será tan malo. Le correspondí con una sonrisa sincera, justo cuando el timbre de la puerta interrumpió el tierno instante de complicidad.

—¡Desayuno! —exclamé, levantándome con entusiasmo. 

Shadow se pasó una mano por el rostro, como si ya previera el inminente caos, y murmuró: 

—Espero que hoy sea un buen día...

El mar, el cristalino mar, se extendía ante nosotros como un espejo líquido que reflejaba la luz del sol. Las olas se deslizaban suavemente sobre la arena dorada, dejando tras de sí un rastro de espuma blanca antes de retirarse de nuevo al océano infinito.

Con mi traje de baño rojo y negro de dos piezas abrazando mi figura, estiré los brazos con un suspiro, sintiendo cómo el sol calentaba mi pelaje con su toque ardiente. Cerré los ojos por un momento, disfrutando del simple placer de la brisa salada en mi rostro.

Cuando abrí los ojos y volteé a mi lado, lo vi allí.

Shadow, con sus lentes oscuros reflejando el resplandor del día, vestido con una camisa hawaiana rosada, una elección inesperada pero que de alguna forma le quedaba bien. Sus Air Shoes, las inseparables botas que lo definían, habían sido reemplazadas por un par de zapatos casuales de playa. Era la imagen de alguien que, por una vez, estaba realmente de vacaciones.

Y aún así, podía sentir su mirada, silenciosa, recorriendo mi figura detrás de los lentes oscuros. Cuando notó que lo estaba mirando, desvió la vista hacia el mar con aparente indiferencia.

Aun así… no estábamos solos.

Ambos lo sentíamos: esa presencia sutil, invisible, como si alguien nos observara desde algún punto lejano, escondido entre las sombras. Pero esta vez, decidimos ignorarlo. Si había ojos sobre nosotros, que miraran. No íbamos a dejar que eso arruinara este momento.

Shadow se giró hacia mí, con su expresión neutral tras los lentes oscuros, y preguntó con su tono bajo y calmado:

—¿Y ahora?

Sabía que se refería a lo que haríamos a continuación. Habíamos llegado hasta la playa, el mar se extendía inmenso y brillante frente a nosotros, pero yo no tenía ninguna intención de sumergirme.

Me encogí de hombros antes de responder con sinceridad:

—Sinceramente, no me gusta nadar en el mar. La sal se me queda atrapada en las púas y no soporto la sensación pegajosa después.

Él ladeó la cabeza, visiblemente confundido.

—¿No te metes cuando vas a la playa con tus amigos?

Me llevé una mano al cabello, entre divertida y resignada.

—Sí… sí lo hago. No puedo ser la aguafiestas que se queda afuera. Pero si fuera por mí, no lo haría.

Entonces él habló, con voz tranquila:

—A mí tampoco me gusta.

Lo dijo con naturalidad, pero vi cómo sus hombros bajaban ligeramente, como si se hubiera quitado un pequeño peso de encima. Como si, en secreto, hubiera estado esperando que yo dijera eso.

No pude evitar sonreír.

—¿Entonces? —preguntó, alzando una ceja— ¿Qué hacemos ahora?

Me llevé un dedo al mentón, pensativa.

—Podemos hacer muchas cosas: jugar voleibol, hacer castillos de arena, caminar por ahí, hacer paravelismo o simplemente relajarnos.

Shadow no tardó en responder con su típica indiferencia.

—Lo que tú elijas.

Rodé los ojos con una sonrisa. Si lo dejaba decidir, probablemente terminaríamos sentados en la sombra en completo silencio, y eso no era lo que tenía en mente.

Eché un vistazo a nuestro alrededor y, a unos metros, noté una pequeña cabaña de alquiler de equipo. Sin pensarlo mucho, tomé la mano de Shadow y lo arrastré conmigo.

Al entrar, el lugar estaba lleno de equipo para todo tipo de actividades: tablas de surf alineadas contra la pared, equipo de buceo colgado en estanterías, pelotas de diferentes deportes y flotadores de todas las formas y colores. Un joven tortuga, que parecía estar a cargo, alzó la mirada y abrió los ojos con sorpresa al vernos.

Seguramente el gerente le había hablado de nosotros.

—¡Buenas! ¿Qué necesitan? —preguntó con un tono relajado y playero.

—Una pelota de voleibol y una malla —respondí con seguridad.

El chico asintió y se movió con rapidez dentro de la tienda, sacando lo que le pedí. En pocos segundos ya tenía todo en mis manos.

Salimos de la cabaña y caminamos por la arena, yo sosteniendo la pelota y Shadow cargando la malla. Buscamos un espacio libre para no molestar a los demás visitantes. Finalmente, encontré un lugar perfecto y comencé a preparar todo.

Una vez que la malla estuvo lista, me volví hacia Shadow con curiosidad.

—¿Alguna vez has jugado voleibol? ¿Te sabes las reglas?

Shadow, con los brazos cruzados, negó con la cabeza.

—Nunca lo he jugado.

Le di una explicación rápida de las reglas básicas, asegurándome de que entendiera lo suficiente para jugar sin problemas. Shadow escuchó sin interrumpir, asintiendo de vez en cuando.

Cuando nos pusimos en lados opuestos de la malla y comenzamos el primer saque, su actitud inicial fue exactamente la que esperaba: indiferente, casi como si estuviera haciendo esto solo por complacerme.

Pero pronto cambió.

No tardó en aprender la mecánica del juego y, antes de que me diera cuenta, ya estaba usando su velocidad y reflejos para devolver cada uno de mis intentos de anotación con una precisión frustrante.

—¡Oh, vamos! —exclamé, apoyando las manos en mi cintura tras otro de sus bloqueos perfectos—. ¡Dijiste que nunca habías jugado!

Shadow solo se encogió de hombros.

—Aprendo rápido.

Lo sabía, claro que lo sabía. Shadow era competitivo por naturaleza, y no iba a quedarse atrás. Pero yo tampoco.

Empezamos a lanzar la pelota con más intensidad, nuestros movimientos cada vez más rápidos. Empatábamos una y otra vez, sin que ninguno de los dos cediera terreno.

No me di cuenta de que habíamos atraído atención hasta que escuché los murmullos a nuestro alrededor.

—¿Es Shadow the Hedgehog?
—Ella se parece mucho a Amy Rose...
—¿No son la pareja que ganó un montón en el casino ayer?

Una pequeña multitud se había formado cerca de la cancha improvisada, observándonos con interés. No me molestaba, pero podía notar que Shadow estaba consciente de ello. Sin embargo, en lugar de distraerse, parecía aún más enfocado.

Finalmente, logré anotar el punto final, superándolo por un margen mínimo.

—¡Sí! —exclamé, levantando los brazos en señal de victoria.

Shadow frunció el ceño levemente y se quitó las gafas de sol, mirándome con intensidad.

—Quiero la revancha.

Iba a responderle cuando, de repente, una pareja de Mobians se acercó con una sonrisa desafiante.

—¡Buen partido! —dijo uno de ellos, un zorro de pelaje dorado—. ¿Qué les parece un dos contra dos?

Shadow y yo intercambiamos una mirada.

Yo sonreí.

—¿Qué dices?

—Acepto —respondió sin dudar.

Y así fue como terminamos en un pequeño torneo improvisado entre los visitantes del resort. Ni Shadow ni yo éramos de los que se dejaban ganar, y ninguno tenía intención de ceder la victoria.

Después de quedar invictos en el torneo improvisado, nos retiramos hacia un par de sillas de playa bajo la fresca sombra de una gran sombrilla color crema. La brisa marina acariciaba mi piel, aliviando el calor que aún sentía tras los intensos partidos. Entre mis manos tenía un cóctel adornado con una rodaja de piña y una pequeña sombrillita de papel.

Tomé un sorbo, dejando que la mezcla de mango y maracuyá se deslizara por mi lengua con su dulzura tropical y refrescante. A mi lado, Shadow bebía con calma su piña colada, sin prisa, con la mirada fija en la multitud que seguía jugando en la arena. A pesar de que ya no estábamos en la cancha, la emoción del juego aún flotaba en el ambiente.

El sonido de risas, aplausos y el golpe rítmico del balón llenaba el aire. Era una escena animada, pero al mismo tiempo relajante. Me hundí un poco más en mi silla, disfrutando el momento.

Entonces, Shadow tomó otro sorbo de su bebida y, con su tono bajo y despreocupado, comentó:

—Huele a barbacoa.

Justo cuando lo dijo, lo percibí también. Un aroma ahumado y especiado flotaba en el aire, haciéndome salivar al instante.

Giré la cabeza y, a pocos metros de nosotros, noté un pequeño restaurante de playa. Unos cocineros trabajaban sobre una parrilla al aire libre, asando brochetas de carne y vegetales mientras el humo se elevaba en espirales tentadoras.

—¿Quieres ir a probar? —le pregunté a Shadow, ladeando la cabeza con una sonrisa.

Él desvió la mirada hacia la parrilla, luego hacia el partido de voleibol que aún continuaba.

—Apenas termine el partido —respondió con su tono habitual, siempre tan calmado.

Solté una risita, llevándome de nuevo la pajilla a los labios.

—Qué considerado, esperando a que se enfríe la competencia.

Shadow solo me miró de reojo, sin responder, pero noté la ligera curva de su boca antes de que volviera la vista al partido.

Nos quedamos allí un rato más, disfrutando la brisa y nuestros cócteles mientras veíamos a los demás jugar. Pero, en cuanto el partido terminó y la multitud empezó a dispersarse, nos pusimos de pie y nos dirigimos al pequeño restaurante.

El lugar tenía un encanto rústico y acogedor. Las mesas de madera estaban cubiertas con manteles de colores vivos, y algunas antorchas decorativas estaban clavadas en la arena alrededor. Unos músicos tocaban en un rincón, añadiendo un ambiente aún más relajado.

Nos acercamos al mostrador y ordenamos un par de brochetas de carne y vegetales, junto con dos bebidas frías.

Cuando nos entregaron la comida, comenzamos a caminar por la orilla, disfrutando del contraste entre el calor de la barbacoa y la frescura de la brisa marina. La arena bajo mis pies se sentía más fresca ahora que el sol estaba bajando.

Tomé un trozo de carne de mi brocheta y suspiré de satisfacción.

—Esto está buenísimo.

Shadow, que mordía un trozo de pimiento asado, solo asintió en acuerdo.

Caminamos en silencio por un rato, disfrutando el momento sin necesidad de palabras. Había algo reconfortante en la combinación de buena comida, el sonido de las olas y la simple compañía de Shadow a mi lado.

Nos sentamos en la arena tras terminar de comer, sin un plan en mente, simplemente disfrutando la brisa y el sonido rítmico de las olas rompiendo en la orilla. Fue entonces cuando, sin pensarlo demasiado, hundí las manos en la arena y empecé a moldearla entre mis dedos.

Shadow me observó en silencio durante unos segundos antes de imitarme, recogiendo un poco de arena seca y luego húmeda para compactarla mejor. Lo que comenzó como un simple castillo improvisado pronto se convirtió en algo más elaborado.

Entre la perfección meticulosa de Shadow y mi lado artístico, lo que debería haber sido una estructura sencilla de montículos y torres rudimentarias se transformó en un proyecto arquitectónico ambicioso.

—Las bases necesitan más estabilidad —murmuró Shadow, concentrado, mientras compactaba la arena con precisión quirúrgica.

—Déjame encargarme de los detalles —le respondí, esculpiendo pequeñas ventanas y texturas en las torres con mis dedos.

Nos dábamos indicaciones el uno al otro como si estuviéramos en una misión de alta importancia.

—Cuidado con esa torre, si la haces demasiado alta, se desmoronará.

—Confía en mí, tengo experiencia en castillos de arena.

—Hmph. Lo dudo.

No pude evitar soltar una risita. A pesar de su tono serio, Shadow estaba completamente inmerso en la tarea, tanto como yo.

En algún momento, noté que una pequeña multitud había comenzado a reunirse a nuestro alrededor. Miré de reojo y vi varios niños mobianos observándonos con ojos brillantes, fascinados con nuestro monumento de arena. Algunos cuchicheaban entre ellos, otros parecían contener las ganas de unirse.

Uno de los más pequeños, un zorrito de pelaje dorado, se acercó con cautela y preguntó con una vocecita tímida:

—¿Podemos ayudar?

Miré a Shadow, quien levantó una ceja tras sus lentes oscuros. No dijo nada, pero tampoco se opuso. Sonreí y asentí, palmeando un espacio libre en la arena.

—¡Por supuesto! Necesitamos más arquitectos para terminar nuestro castillo.

Los niños no tardaron en lanzarse a la tarea con entusiasmo, trayendo arena, moldeando torres y decorando los alrededores con conchas y piedritas. Nuestro proyecto improvisado se convirtió en una actividad comunitaria, llena de risas y pequeñas manos ayudando a dar forma a nuestra obra maestra de arena.

Cuando terminamos nuestro castillo de arena, me aseguré de capturar el momento. Saqué mi teléfono y encuadré la imagen, asegurándome de que el atardecer, con su mezcla de naranjas, rosados y dorados, se reflejara en el fondo. La escena parecía sacada de un sueño, con la brisa marina moviendo suavemente las crestas de las torres de arena y los niños observando con orgullo nuestro trabajo.

No quería que esto quedara solo en mi memoria. Así que, sin previo aviso, me aferré al brazo de Shadow y lo jalé suavemente hacia mí.

—Selfie —anuncié con una sonrisa, levantando el teléfono.

Shadow no se resistió, pero tampoco cambió su expresión neutral. Ocultaba sus ojos tras los lentes oscuros, con la postura relajada y los brazos cruzados, mientras yo sonreía radiante junto a él. Tomé la foto y solté una risita al ver el contraste entre nosotros.

Antes de que pudiera guardar el teléfono, Shadow lo tomó con naturalidad.

—Tu turno —dijo, en su tono bajo y tranquilo.

Me indicó que me posicionara con el atardecer a mis espaldas. La luz dorada bañaba la arena y teñía el cielo de tonos suaves, haciéndome sentir como parte de un cuadro.

No pude evitar sonreír.

Cuando revisé las fotos, me sorprendió lo hermosas que eran. La forma en que la luz jugaba con las sombras, la manera en que el reflejo del sol sobre el agua creaba un efecto casi irreal... Eran perfectas.

Después de eso, seguimos caminando por la orilla, nuestros pasos hundiéndose en la arena húmeda, con el agua fría rozándonos los tobillos. La brisa marina despeinaba mis púas suavemente, y todo a nuestro alrededor parecía ralentizarse, como si el mundo nos diera un respiro solo para disfrutar el momento.

Nos detuvimos un instante, observando cómo el sol se hundía poco a poco en el mar.

Sin pensarlo demasiado, me acerqué y apoyé la cabeza en su hombro.

Sentí su mirada sobre mí, intensa como siempre.

Mi corazón latió un poco más rápido. Levanté el rostro, buscando sus labios.

Nos besamos bajo el resplandor del ocaso, con el sonido de las olas como única audiencia.

Era un beso tranquilo, sin prisas, como si ambos quisiéramos grabar la sensación en nuestra piel, en nuestros recuerdos.

Más tarde, cuando la noche cayó sobre la playa, el ambiente cambió por completo. El mar empezó a agitarse con violencia, rugiendo con una furia creciente y peligrosa. Ya era una escena familiar desde hacía una década, desde que parte de la luna fue destruida. Como era costumbre, todos comenzaron a alejarse con rapidez, internándose más allá de la línea de la costa, sabiendo lo que venía.

A lo lejos, en un bar desde un bar junto al resort, la música comenzó a elevarse, con un ritmo animado y vibrante que se mezclaba con el sonido de las olas. La fiesta en la playa estaba en su punto máximo. La música retumbaba en el aire, mezclándose con el sonido del mar y las risas de los Mobians que danzaban con energía alrededor de la fogata. Bebidas brillaban en manos alzadas, reflejando la luz del fuego, y el ambiente estaba cargado de emoción, de libertad.

Nos acercamos a la multitud, observando cómo se movían al ritmo de los tambores y la música envolvente. Las llamas de la fogata proyectaban sombras danzantes en la arena, y la calidez de la noche se sentía vibrante, casi mágica.

Sentí el brazo de Shadow deslizarse con naturalidad por mi espalda, hasta posarse con firmeza en mi cadera. Un gesto posesivo, protector. Me atrajo más hacia él, su agarre sutil pero indiscutible, como si quisiera asegurarse de que la multitud no me tocara.

Sonreí.

En lugar de apartarme, me giré en sus brazos y lo miré con picardía antes de empezar a moverme al ritmo de la música, incitándolo a bailar conmigo.

Shadow se tensó al instante.

Podía sentir su incomodidad en la rigidez de su postura, en la manera en que su agarre en mi cadera titubeó por un momento, como si estuviera considerando detenerme.

Sabía que no le gustaba esto.

Sabía que el solo hecho de estar rodeado de tanta gente lo ponía alerta, que bailar en público probablemente estaba fuera de su zona de confort.

Pero también sabía que, pese a todo, rara vez me decía que no.

—Vamos —susurré cerca de su oído, con un deje de diversión en la voz— Solo sigue el ritmo.

Sus ojos rojo rubí se encontraron con los míos, su expresión estoica y escéptica.

Pero, después de unos segundos de vacilación, exhaló suavemente por la nariz y dejó caer los hombros, resignado.

Y luego, lo sentí moverse.

Al principio, torpe, contenido, como si estuviera analizando cada uno de mis movimientos antes de decidir qué hacer con los suyos.

Pero poco a poco, sus manos en mi cadera comenzaron a guiarme con más confianza, y sus pasos se hicieron más fluidos.

Me reí suavemente.

Lo estaba haciendo. Shadow, el guerrero implacable, el comandante de Neo G.U.N., el erizo que enfrentaba a enemigos con una frialdad letal... estaba bailando conmigo en la playa, bajo la luna y el resplandor del fuego.

No importaba si la sensación de ser observados aún persistía en el fondo de mi mente.

Porque en ese instante, solo existíamos él y yo, envueltos en la calidez de la noche, moviéndonos al mismo ritmo.

La brisa cálida del océano envolvía la playa mientras bailábamos bajo la luz titilante de las antorchas. La música vibraba en el aire, mezclándose con las risas y el sonido de las olas rompiendo furiosamente en la orilla. Observé a mi alrededor, notando a varios Mobians con copas en la mano, el reflejo de los tragos danzando en sus sonrisas relajadas. Me giré hacia Shadow, la curiosidad latiendo en mi pecho.

—Dijiste que el alcohol no te hace efecto, ¿verdad?

Shadow me miró con su típica calma imperturbable, sus ojos rojos brillando bajo la luz cálida.

—No me hace efecto —confirmó con su voz firme—. Como la mayoría de drogas y venenos. Tendría que ser una dosis extremadamente alta para afectarme.

Fruncí el ceño, intrigada.

—¿Alguna vez has intentado emborracharte?

Shadow negó con la cabeza sin dudarlo, como si la idea ni siquiera se le hubiera pasado por la mente.

Una pequeña sonrisa melancólica se formó en mis labios mientras desviaba la mirada, notando cómo alguien nos observaba desde una esquina.

—Es una lástima que no podamos comprobarlo…

Shadow siguió mi mirada con disimulo, notando al guardia de seguridad apostado cerca del bar. Luego volvió a mirarme, con un brillo travieso en la mirada.

—Intentémoslo. Te aseguro que nada puede intoxicarme.

Solté una risita incrédula y lo tomé de la mano, arrastrándolo hacia la barra de la playa. La madera pulida brillaba con la luz de las antorchas cercanas, y el aroma embriagador de frutas, ron y sal marina flotaba en el aire.

El bartender, un mono araña de ojos astutos y una camisa tropical de colores vivos, nos observó con una ceja arqueada cuando nos sentamos en los taburetes.

—Danos el alcohol más fuerte que tengas —pedí con emoción, sintiendo un cosquilleo de anticipación.

El bartender nos miró por un instante, primero a mí y luego a Shadow. Su mirada evaluativa se demoró en él, como si intentara decidir si esto era una broma o un reto serio. Finalmente, sin decir nada, se giró, trepó ágilmente a una repisa y sacó una botella polvorienta. El líquido dentro era de un tono verdoso y espeso, casi hipnótico bajo la luz tenue.

Sirvió una pequeña copa frente a Shadow.

Sin pestañear, Shadow tomó la copa con calma y la bebió de un solo trago.

El bartender parpadeó.

Nada. Ni un cambio en su expresión, ni un parpadeo extra, ni siquiera un respiro diferente. Shadow dejó la copa en la barra con un suave clink y cruzó los brazos.

El bartender miró la botella, como si dudara de haber servido el licor correcto.

Entonces, un toro Mobian sentado cerca se inclinó sobre la barra con una sonrisa desafiante.

—Dame uno de esos también.

El bartender le sirvió una copa idéntica.

El toro la bebió de un sorbo.

Y en menos de tres segundos, se desplomó de espaldas al suelo con un fuerte thud.

Hubo un momento de silencio, seguido de una explosión de risas y murmullos de asombro. Alguien dejó escapar un silbido bajo.

Shadow alzó su copa vacía y miró al bartender con un gesto expectante.

—Otra.

Y así comenzó el espectáculo.

En cuestión de minutos, una multitud se había reunido a nuestro alrededor. Mobian tras Mobian desafiaba a Shadow, uno tras otro, intentando demostrar que podían resistir el licor que había derribado al toro en segundos. Y uno por uno, caían. Algunos apenas lograban mantenerse en pie unos instantes antes de desplomarse sobre la barra, otros tambaleaban un par de pasos antes de sucumbir al alcohol y caer en la arena.

Mientras tanto, Shadow seguía bebiendo, imperturbable. Ni siquiera un leve rubor en sus mejillas, ni un atisbo de mareo. Era como ver a una máquina en funcionamiento, imparable y serena.

El bartender observaba la escena con incredulidad, su mirada yendo de la botella, ahora a medio vaciar, a los cuerpos inconscientes esparcidos en la arena.

—¿Otra? —preguntó con una mezcla de asombro y resignación.

Shadow extendió la mano sin decir nada.

El bartender sirvió el trago, ya sin molestarse en ocultar su desconcierto. Shadow lo bebió de un solo trago y dejó la copa en la barra con la misma indiferencia de siempre.

—¡Esto es ridículo! —exclamó un bulldog Mobian con cicatrices en los brazos—. ¡Ese trago tumba a cualquiera en segundos!

—¿Será un truco? —murmuró una zorro dorada, observando a Shadow con sospecha.

—¡Déjenme intentarlo! —dijo un lobo con ojos brillantes, empujando a los demás para acercarse.

El bartender suspiró y le sirvió otra copa. El lobo la bebió de golpe.

Sus ojos se abrieron de par en par.

Trató de hablar... pero sus piernas flaquearon y, sin más, cayó de espaldas sobre la arena.

El público rugió en sorpresa. Y luego, como si fuera un desafío colectivo, más Mobians se acercaron, exigiendo su turno.

Uno tras otro, bebían.

Uno tras otro, caían.

La playa, que minutos antes era un lugar de fiesta animada, ahora parecía un campo de batalla cubierto de Mobians inconscientes o tambaleantes. Algunos roncaban sobre la arena, otros se apoyaban en sus amigos balbuceando palabras incoherentes antes de derrumbarse.

Y Shadow seguía en pie. Indiferente. Con la misma expresión neutral de siempre.

Me dolía el estómago de tanto reír. Me apoyé en la barra, observando la locura con una sonrisa.

—Deberíamos cobrar por esto.

Shadow me miró de reojo, luego tomó la última copa que el bartender le sirvió y la bebió sin pestañear.

El bartender dejó caer el trapo que tenía en la mano y se pasó las palmas por el rostro en total derrota.

—No me pagan lo suficiente para esto.

Cuando regresamos al hotel, entramos al ascensor que nos llevaría al penthouse. En mis manos aún sostenía la botella que había causado estragos en la fiesta, dejando a más de la mitad de los visitantes fuera de combate. Miré la etiqueta de nuevo: Sangre de Demonio. Un nombre bastante dramático para un licor, pero considerando su efecto, parecía apropiado

—Realmente no puedes embriagarte —dije, girando la botella entre mis dedos.

Shadow apenas me dedicó una mirada antes de responder con su tono habitual, imperturbable:

—Mi cuerpo procesa demasiado rápido las toxinas.

Recordé entonces la vez que fuimos a ese pequeño restaurante de comida exótica. Yo apenas pude soportar un bocado sin que se me llenaran los ojos de lágrimas, mientras que Shadow comió sin siquiera pestañear. Tal vez la razón era la misma. Su metabolismo simplemente estaba en otra categoría.

El ascensor llegó al último piso, y en cuanto entramos al penthouse, Shadow hizo lo que siempre hacía: revisarlo de pies a cabeza. Para mí, era un hábito al que ya estaba acostumbrada. Dejé la botella vacía sobre la encimera de la cocina y fui directo a la habitación principal. Busqué en una de mis maletas hasta encontrar un vestido fresco y ligero, luego me dirigí al baño.

El agua caliente se llevó la arena de mi cabello y el cansancio acumulado del día. Al salir, con la piel todavía húmeda, me puse el vestido y volví a la sala. Encontré a Shadow sentado en el sofá, con su típica postura relajada pero alerta.

—¿Encontraste algo? —pregunté mientras me acomodaba en otro extremo del sofá.

Él negó con la cabeza.

—Esta vez no. Captaron muy bien el mensaje.

Eso era un alivio. Aunque parte de mí ya estaba acostumbrada a que siempre ocurriera algo fuera de lo normal cuando estábamos juntos, era agradable tener un respiro de la constante tensión. Shadow se puso de pie y se dirigió a la habitación principal, seguramente para bañarse también.

Me recosté contra el respaldo del sofá y saqué mi celular. Sin pensarlo demasiado, abrí las redes sociales y busqué su nombre. Como esperaba, el hashtag #ShadowTheHedgehog estaba lleno de publicaciones. Decenas, no... cientos de fotos de nosotros juntos en la fiesta, en la playa, el casino, incluso de momentos en los que ni siquiera había notado que nos estaban fotografiando.

Casi parecía que era una celebridad.

Seguí deslizando la pantalla, sumergiéndome en la vorágine de publicaciones y comentarios. La mayoría eran reacciones emocionadas, teorías y debates interminables sobre quién era la "misteriosa chica rosa" al lado de Shadow.

Pero entonces, un post en particular llamó mi atención.

Una influencer con miles de seguidores había publicado una foto de Shadow y yo en la playa, afirmando con total seguridad: "Para los que siguen preguntando, sí, soy yo. Shadow y yo llevamos juntos un tiempo, pero preferimos mantenerlo en privado hasta ahora. Gracias por el apoyo. 💕"

Parpadeé, leyendo el mensaje dos veces para asegurarme de que no estaba imaginando cosas.

¿Quién demonios era esta chica?

—¿"Rosie"? —murmuré, alzando una ceja— ¿En serio se llama Rosie?

Abrí su perfil y, para mi sorpresa, el parecido era impresionante. No éramos idénticas, pero su tono de pelaje, el color de sus ojos, la forma de sus púas e incluso su estilo al vestir eran lo suficientemente similares como para confundir a cualquiera que no me conociera bien.

Su publicación ya acumulaba miles de "likes" y los comentarios estaban divididos: algunos la felicitaban sin cuestionar nada, mientras que otros analizaban cada detalle, comparando sus fotos con las mías en la fiesta y en la playa.

Fruncí el ceño y solté un resoplido.

—¿En serio…?

Seguí revisando sus publicaciones. En ninguna mostraba la espalda, lo cual me llamó la atención: era imposible confirmar si no tenía púas traseras, como yo. Esa ambigüedad jugaba a su favor. Y para colmo, en otro comentario celebraba el increible aumento de seguidores, de pasar de 400 a miles, como si todo esto fuera algún tipo de logro personal.

Qué descaro.

Pasé los dedos por mi sien, sintiendo una mezcla de incredulidad y fastidio. No podía decidir si quería reírme o molestarme. En lugar de eso, aproveché para guardar las fotos en mi galería. No podía evitarlo... Eran momentos que quería conservar.

Pasaron alrededor de treinta minutos antes de que Shadow regresara. Su pelaje oscuro lucía limpio y ligeramente húmedo, el aroma a jabón y frescura llegó hasta donde yo estaba. Se sentó a mi lado en el sofá, y sin pensarlo mucho, incliné mi cabeza sobre su hombro.

—Hoy fue un día increíble —dije con una sonrisa suave.

—Sí —respondió él, con un tono más tranquilo de lo usual— Por primera vez, nada malo pasó.

Sonreí más.

—Ni gente grosera, ni criminales, ni peleas.

El silencio que nos envolvió después no fue incómodo. Era ese tipo de calma que se siente cuando estás con la persona correcta, sin necesidad de palabras. No sé cuánto tiempo pasó, pero en algún momento sentí a Shadow moverse. Me enderecé, parpadeando cuando lo vi girarse hacia mí.

Una leve sonrisa curvaba sus labios.

—Feliz cumpleaños.

Lo miré, confundida, antes de dirigir la vista al reloj digital en la pared. 12:01 a.m.

Mis ojos se abrieron con sorpresa, seguidos de una sonrisa genuina.

No terminé de decir nada más porque se inclinó hacia mí, acercándose hasta que nuestros labios se encontraron en un beso lento. Me tomó por sorpresa, pero rápidamente respondí, correspondiendo con el mismo afecto.

Sus manos desnudas se deslizaron a mis caderas, atrayéndome más hacia él, mientras mis dedos se aferraban a sus hombros. La calidez de su boca, la sensación de su piel contra la mía… Todo se volvió una maraña de sensaciones. Pronto, el beso se volvió más profundo, más intenso. Nos aferramos el uno al otro, y en algún momento, sin darme cuenta, su peso comenzó a empujarme contra el sofá.

Sentí el respaldo en mi espalda, atrapada entre la firmeza de su cuerpo y la suavidad del mueble. Mi respiración se volvió más profunda mientras sus labios seguían explorándome con una dulzura inesperada, pero cargada de deseo.

Shadow no dijo nada mientras sus labios descendían por mi mandíbula, rozando mi cuello con besos lentos, suaves, como si buscara memorizar mi piel. Sentí su aliento caliente contra mi clavícula, y una oleada de escalofríos me recorrió la espalda. Cerré los ojos, entregándome a esa sensación envolvente que solo él podía provocar.

—Shadow… —susurré, mi voz apenas un aliento.

Podía sentir cómo su cuerpo temblaba ligeramente contra el mío. Su aliento cálido rozaba mi clavícula, y sus manos, inseguras por primera vez, comenzaron a deslizarse con cautela bajo la tela de mi vestido. No eran movimientos apresurados ni seguros. Eran tanteos torpes, dedos temblorosos que se alejaban y volvían como si dudaran de sí mismos.

Se detuvo un segundo, con la frente apoyada en mi hombro. Su respiración era pesada. Me aferré a él con ternura, dándole espacio para que continuara a su ritmo.

—Shadow… —susurré, acariciando su nuca con los dedos— Adelante…

Él no respondió con palabras, solo asintió contra mí. Y entonces, sus manos retomaron su avance. Sus dedos acariciaron la curva de mis muslos con una reverencia que me hizo contener el aliento. Podìa sentir las yemas de sus dedos acariciar mi pelaje. Luego su mano subió a mi hombro, y con una delicadeza casi temerosa, deslizó la tira de mi vestido hacia abajo.

Después llevó su mano al otro tirante, pero vaciló. Sentí cómo se detenía a medio camino, como si estuviera preguntándose si debía continuar. Le tomé la mano con la mía, entrelazando nuestros dedos. Con un leve gesto de mi cabeza, le di permiso para seguir.

Entonces, con lentitud, bajó la tira, dejando que la tela se deslizara hasta mi cintura, dejando mi pecho al descubierto. Mi primer instinto fue cubrirme, avergonzada, no llevaba sujetador, debido a que mi vestido tenía uno incorporado… pero él sujetó mis manos con suavidad y las llevó a sus labios.

—Eres preciosa, Rose —susurró, con una voz que sonaba herida de emoción— Toda tú…

Y luego, muy despacio, se inclinó hacia mí.

Su boca, temblorosa al principio, rozó mi piel con un respeto que me hizo estremecer. Dibujó círculos suaves con la lengua, dejando un camino húmedo sobre mi pecho, mientras sus manos se quedaban quietas, como si aún dudaran de su derecho a tocarme. Cuando se atrevió a mordisquear con cuidado, apenas un roce, un suspiro escapó de mis labios. Lo sentía contenerse. Medirse. Estaba tan concentrado en no ir demasiado rápido… que me conmovía profundamente.

Movida por ese mismo deseo de intimidad, llevé una mano temblorosa a su pecho, sintiendo el calor de su cuerpo. Bajé lentamente, rozando con mis dedos la línea de su abdomen, hasta llegar a su cintura. Sus músculos se tensaron bajo mi toque, pero no me detuvo. Solo me miró, con esos ojos carmesí encendidos, asintiendo ligeramente con la cabeza.

Mis dedos encontraron el bulto firme entre su pelaje. Palpitaba. Era grande, duro, y mi toque inseguro lo hacía estremecerse. Su boca se abrió sobre mi pezón, soltando un gemido bajo, contenido, que vibró contra mi pecho.

Nunca había hecho esto. Nunca había visto uno en persona. Todo lo que sabía venía de libros, de historias… y ahora, mis manos lo tocaban por primera vez. Mis dedos empezaron a explorar, sintiendo su carne agrandarse lentamente. 

En un movimiento rápido, Shadow llevó sus manos a mi cintura y me sujetó con firmeza, levantándome del sofá mientras él se sentaba en él, colocándome en su regazo, mis piernas en cada lado de su cintura.

Nuevamente llevó sus labios a mi pecho, lamiendo, besando, dando pequeños mordiscos en uno y luego en el otro. Yo daba pequeños gemidos con cada sensación, sintiendo mi cuerpo temblar y dejándome llevar por el calor del momento, mi mano empezó a bajar lentamente hacia su entrepierna, sintiendo su miembro endurecido entre mis dedos temblorosos.

Podía sentir su forma, pequeñas bolitas carnosas, la longitud de su miembro, lo firme y caliente que estaba. Shadow dejó escapar de sus labios un gemido grave, separándose de mi pecho, dejando un rastro de saliva sobre él. Su cuerpo temblaba ligeramente con cada roce tímido de mi mano sobre su miembro. Con una mezcla de timidez y curiosidad, fije la vista hacia su entrepierna, moviendo un poco la tela de vestido hacia un lado.

Lo que vi me dejó sin palabras.

Su miembro era grande. Oscuro, largo, firme, con protuberancias en la base. Lo sostenía entre mis dedos, y mi mano, pequeña en comparación, apenas lograba abarcarlo.

El rubor me cubrió el rostro al instante. Llevé una mano a mi boca, tratando de contener el sonido de sorpresa que escapó de mis labios. Nunca había visto uno… pero incluso yo sabía que esto era demasiado grande.

Shadow pareció notarlo. Movió la cabeza, confundido.

—¿Qué sucede?

Negué con una sonrisa nerviosa, bajando la vista.

—Nada… solo… wow.

Él pareció no saber qué decir. Sus mejillas también se habían teñido de un leve rubor, mientras que su mano se deslizaba entre mis piernas, con una timidez que contrastaba con la intensidad de lo que compartíamos. Rozó mi ropa interior con su mano con cautela, sus dedos temblando sobre el material.

—¿Quieres ver? —Pregunte en voz baja, sintiendo el nudo en la garganta.

Shadow solo asintió, sus ojos carmesí llenos de deseo y curiosidad, sus mejillas ardiendo de un tono rojizo.

—Bueno… yo vi el tuyo… me parece justo que… tú veas el mío. —Apenas pude decir, mi voz temblando con cada palabra, los nervios consumiéndome por completo, mi rostro calentadose como fuego vivo.

Shadow se mordió el labio, su mirada fija en mi ropa interior blanca, sus dedos apenas rozando el material. Respiro profundo y lentamente, apartó la tela hacia un lado, dejándome expuesta.

Mi piel reaccionó al instante al contraste entre el aire fresco y el calor de su cuerpo. Mi centro rozó apenas la base de su miembro caliente. Fue un toque mínimo, casi accidental, pero suficiente para que todo mi cuerpo se estremeciera. Un jadeo se escapó de mi garganta. El aire me faltaba. No sabía cómo controlar mi respiración, ni cómo manejar la oleada de emociones que me envolvía.

Pude sentir la mirada ardiente de Shadow en mi entrada, sus colmillos mordían sus labios, sus manos temblaban sobre mis muslos, aferrándose a ellos con fuerza como si necesitara un ancla para mantenerse bajo control. Al igual que yo, seguramente era la primera vez que veia las partes intimas del sexo opuesto. 

—Huele… delicioso… —Él murmuró con una voz profunda, cargada de deseo, mientras que su pulgar vacilaba sobre mi entrada, como si no supiera si tenía permiso para tocarme directamente. 

Shadow levantó la vista, sus ojos brillando bajo la tenue luz de la sala, buscando permiso o alguna señal en mi mirada que le indicara que podía proceder. Yo cerré los ojos con fuerza, me mordí el labio nerviosa, asintiendo con timidez, mientras que sentía que todo mi cuerpo ardía como un horno encendido.

Pude sentir el pulgar de Shadow rozarme ligeramente, moviéndolo suavemente sobre mi piel, apartando un poco la carne para tener mejor vista del interior. Podía sentir mi intimidad humedecerse ante su contacto, mi interior temblar de una manera inesperada. Quería gritar del pudor, de la vergüenza. Nunca nadie lo había visto, tocado, era algo sagrado que había reservado para mi noche de bodas, pero mi cuerpo parecía pedir a gritos ser explorado por este erizo de pelaje oscuro, un instinto del cual yo no tenía control. 

Lleve mi mano nuevamente al miembro de Shadow, sosteniéndolo entre mis dedos, acariciando sutilmente, sintiendo su calor y firmeza,  mientras que él me tocaba suavemente, su pulgar rozando mi intimidad con movimientos llenos de ternura y timidez. 

El ambiente se sentía más caliente, más íntimo y nuestros labios se encontraron en un beso suave, que rápidamente se tornó apasionado. Nuestras bocas se abrieron con naturalidad para que nuestras lenguas se encontraran nuevamente en esa danza, ese jugueteo, que nos encendía aún más, que nos incitaba a mover más nuestras manos, a explorar más el uno al otro. Mi mano empezaba a subir y bajar por su miembro, mientras que sus dedos empezaban a tocar con más decisión, explorando cada vez más adentro. 

Pero entonces, un sonido del otro lado de la habitación rompió el momento como un cristal. Fue leve, casi imperceptible… pero suficiente para que las alarmas internas de Shadow se encendieran.

Se separó de mis labios con rapidez, girando la cabeza hacia la puerta con el ceño fruncido. Su cuerpo, que hacía apenas segundos me envolvía con pasión, ahora estaba rígido, alerta.

—¿Qué sucede? —pregunté en voz baja, sintiendo mi corazón latir más fuerte, esta vez por una razón distinta— ¿Son ellos otra vez?

Shadow no respondió de inmediato. Escuchó en silencio, agudizando todos sus sentidos.

—No estoy seguro —dijo finalmente, su tono seco, concentrado.

Con manos firmes, me tomó por la cintura y me levantó con cuidado de su regazo, poniéndome de pie frente a él. Su cuerpo ya se movía con la precisión de quien está listo para pelear si es necesario.

Me quedé viéndolo mientras caminaba hacia la puerta, su espalda tensa, sus pasos silenciosos. Llevé una mano a mi ropa interior para acomodarla en su lugar, sintiendo de golpe cómo el ambiente se había desvanecido. El calor de antes se convirtió en una calma tensa.

Lo observé unos segundos más, luego suspiré.

—Voy a cambiarme de ropa. Me pondré la pijama.

Shadow apenas giró la cabeza para mirarme de reojo. Su voz fue breve, pero suave.

—Ve.

Asentí y caminé en silencio hacia la habitación. Mis pasos eran lentos, todavía envuelta en las sensaciones que su cuerpo había despertado en el mío. Rebusqué entre las maletas hasta encontrar ropa interior limpia y una pijama fresca. Me cambié en silencio, y mientras lo hacía, sentí mi rostro arder.

No por vergüenza… sino por la intensidad. Por lo rápido que todo escalaba entre nosotros, como si nuestros cuerpos se conocieran desde antes, como si no pudieran evitar buscarse cada vez que estábamos cerca. Llevábamos poco tiempo juntos, apenas tres meses… y sin embargo, la conexión era imposible de ignorar.

Traté de calmar mi respiración. El corazón todavía me latía con fuerza.

Me metí bajo las sábanas y me acomodé en la cama, dejando que el colchón absorbiera el calor de mi cuerpo. El sueño comenzaba a envolverme lentamente, pesado y cálido, mientras mis pensamientos se desdibujaban en imágenes de su piel, su voz, sus manos.

La calidez del sol matutino se filtraba a través de las cortinas del balcón, acariciando mi pelaje con su luz dorada. Apreté los ojos con suavidad, disfrutando del contraste entre la tibieza del amanecer y la frescura de la habitación. El colchón era tan suave y cómodo que parecía abrazarme, y las sábanas ligeras sobre mi cuerpo me invitaban a quedarme un poco más, a dejarme llevar por esa perezosa sensación de tranquilidad.

Me removí un poco antes de estirarme, alzando los brazos sobre mi cabeza y dejando escapar un suspiro relajado. Mientras mi mente se despejaba lentamente, giré hacia la izquierda y me encontré con la muralla de almohadas y sábanas que seguramente Shadow había construido anoche. Pero él no estaba.

Llevé una mano a mi rostro, sintiendo el calor subir por mis mejillas. Los recuerdos de la noche anterior me asaltaron de golpe, provocando que mi estómago se encogiera con una mezcla de timidez y emoción.

Apenas podía creerlo. Nos habíamos besado muchas veces ya, pero anoche... anoche fuae diferente. Exploramos un poco más, cruzamos una línea tenue, pero sin llegar demasiado lejos. Fue dulce y torpe a la vez, un descubrimiento mutuo en el que la incertidumbre y la curiosidad se entrelazaban en cada roce, en cada respiración contenida. No solo era mi primera vez experimentando algo así con alguien... ni siquiera yo misma me había permitido explorarme de esa manera.

Y Shadow... aunque siempre proyectaba esa imagen de firmeza y control absoluto, anoche también había sido inseguro, como si estuviera tanteando el terreno, tratando de entender qué hacer, cómo reaccionar. Supongo que para él también todo esto era nuevo. Me mordí el labio, sintiendo una mezcla de ternura y anticipación. Íbamos a necesitar tiempo para conocernos mejor de esa forma, y aunque todo fue inexperto y algo torpe, había sido especial.

Me quedé unos minutos perdida en esos pensamientos, con los labios aún hormigueando por el recuerdo de sus besos, hasta que el sonido de la puerta abriéndose me sacó de mi ensimismamiento.

Levanté la vista y vi a Shadow entrando con una bandeja en sus manos. Sus movimientos eran fluidos y seguros como siempre, pero había algo en su expresión que se sentía... más relajado. Como si estuviera disfrutando el momento sin prisas.

Parpadeé sorprendida cuando noté lo que llevaba: un vaso de jugo de naranja, un plato con pan tostado y huevo... y un muffin con una pequeña vela encendida en el centro.

Mi corazón dio un vuelco.

Shadow se acercó a la cama y colocó la bandeja sobre mi regazo con la misma precisión meticulosa que usaba para todo. Luego, con su voz profunda, grave y monótona, comenzó a cantar Feliz cumpleaños.

Me quedé mirándolo, completamente hipnotizada.

Era... posiblemente el intento de canto más mecánico y falto de emoción que había escuchado en mi vida. Pero al mismo tiempo, fue la cosa más adorable y dulce que jamás me habían hecho.

Mi pecho se llenó de una calidez inexplicable, y sin poder evitarlo, una sonrisa enorme se dibujó en mi rostro.

Cuando terminó la canción, Shadow aplaudió un par de veces de manera breve, como si estuviera siguiendo un protocolo.

Me llevé una mano a la boca, intentando contener la risa.

—Buenos días —le dije, con la voz aún cargada de sueño, pero llena de afecto.

Él solo asintió, sus ojos rojos fijos en mí con esa intensidad que siempre parecía atravesarme.

Me incliné un poco hacia adelante y soplé la vela del muffin, cerrando los ojos un segundo mientras deseaba, no algo material, sino simplemente que este sentimiento, esta calidez entre nosotros, durara por mucho, mucho tiempo.

Cuando abrí los ojos, Shadow seguía ahí, observándome en silencio, como si estuviera grabando cada detalle del momento en su memoria.

—Gracias —susurré.

Y aunque él no dijo nada, el leve alzamiento en la comisura de sus labios me bastó para saber que lo entendía.

Shadow se sentó en el borde de la enorme cama, su presencia imponente pero relajada mientras me observaba desayunar. Su expresión era tranquila, aunque su mirada seguía teniendo ese filo analítico que nunca lo abandonaba del todo.

Yo, por otro lado, disfrutaba cada bocado del desayuno que me había preparado. El pan tostado estaba crujiente en el punto perfecto, los huevos sabían deliciosos, y el jugo de naranja estaba frío y refrescante. Era un desayuno sencillo, pero el hecho de que él lo hubiera hecho para mí lo volvía especial.

Shadow entrelazó los dedos y apoyó los antebrazos sobre sus rodillas antes de preguntar, con su voz profunda y serena:

—¿Y qué quiere hacer la cumpleañera hoy?

Me tomé un momento para terminar de masticar la tostada antes de responder. Había tantas opciones, tantas cosas que podríamos hacer en el resort...

—Mmm... —murmuré, llevándome un dedo al mentón en gesto pensativo—. Hoy quiero ir a la piscina. No quiero ver arena por un rato.

Lo miré de reojo y noté que su expresión se mantenía neutra, pero la forma en que asintió me hizo saber que no tenía objeciones.

—Y en la noche... podríamos ir a ver un show. Me fijé en uno de los folletos y hay un espectáculo de magia.

Shadow ladeó la cabeza apenas un poco, como si procesara la información.

—Magia, ¿eh?

—Sí, creo que podría ser interesante —dije con entusiasmo, tomando un sorbo de jugo.

Él no comentó nada más, pero su silencio me decía que al menos lo consideraría.

Tomé el último pedazo de tostada, pero al tragar, sentí mi garganta apretarse un poco. Había algo más que quería decir, algo que me daba demasiada vergüenza admitir, pero que no podía quitarme de la cabeza.

Desvié la mirada, mis dedos jugueteando nerviosamente con la servilleta sobre la bandeja. El calor empezó a subir por mi cuello y mejillas antes incluso de pronunciar las palabras.

—Y... bueno... —susurré, sintiéndome torpemente vulnerable— Al regresar...

Tomé aire y, sin atreverme a mirarlo, dejé escapar lo que realmente quería decir:

—Me gustaría... que volviéramos a hacer lo de anoche...

Pude sentir cómo la tensión en la habitación cambió de inmediato.

Apreté los labios, mi corazón latiendo con fuerza contra mis costillas. Sabía que Shadow no se movía mucho cuando algo lo tomaba por sorpresa, pero aun sin verlo directamente, pude notar el ligero cambio en su postura, la forma en que su respiración se alteró apenas un poco.

Decidí seguir antes de perder el valor.

—Me gustaría saber cómo... sabe —murmuré, casi demasiado bajo, sintiendo mis mejillas arder.

Por el rabillo del ojo, vi a Shadow quedarse completamente inmóvil por un segundo. Luego, muy lentamente, giró el rostro hacia otro lado, su usual estoicismo quebrándose con el evidente rubor que empezó a colorear sus mejillas.

El silencio entre nosotros se alargó, lleno de tensión y electricidad, hasta que, finalmente, él habló con voz baja, casi inaudible:

—También...

Tragué en seco y alcé la vista apenas un poco, viendo cómo sus dedos se apretaban sobre sus propias rodillas.

—También me gustaría saber cómo sabes tú... —admitió, con una honestidad que me tomó desprevenida.

Y entonces, agregó algo que hizo que la respiración se me detuviera por un instante:

—Tu olor anoche... era embriagador.

Mi mente se quedó en blanco.

Sentí cómo todo el calor de mi cuerpo se acumulaba en mi rostro al procesar sus palabras. Me llevé las manos al rostro, completamente avergonzada.

—E-estas conversaciones no deberían tenerse tan temprano en la mañana... —murmuré entre los dedos, sintiéndome un desastre de emociones.

Shadow no respondió enseguida, pero cuando volví a mirarlo, vi cómo desviaba la vista hacia la ventana, su mandíbula tensa y su oreja temblando apenas, delatando su propia incomodidad.

Quizás no era el único que pensaba que esto era demasiado para una conversación matutina.

Pero a pesar de la vergüenza, no pude evitar sonreír un poco tras mis manos. Saber que él también sentía esa curiosidad, esa misma torpeza inexperta, hacía que todo esto se sintiera más real.

Tal vez nos tomaría tiempo... pero al menos, lo estábamos descubriendo juntos.

Después de esa conversación matutina, la habitación quedó en un silencio cargado de algo que no podía describir del todo. Ni Shadow ni yo parecíamos saber qué más decir, así que simplemente terminamos el desayuno en una calma extrañamente cómoda.

Cuando me levanté de la cama para ir al baño y alistarme, él recogió la bandeja con la misma eficiencia de siempre y se encargó de dejar todo en orden. No hubo necesidad de palabras; su mirada seria pero relajada bastó para hacerme saber que me esperaba un día tranquilo a su lado.

Una ducha refrescante y un cambio de ropa después, me sentía más ligera, más lista para disfrutar mi cumpleaños sin darle demasiadas vueltas a lo que habíamos dicho antes. Al salir del baño, encontré a Shadow junto a la ventana, observando el paisaje con los brazos cruzados.

—Voy a la piscina —le informé, acomodándome el pareo rojo sobre mi bikini negro.

Shadow desvió la mirada hacia mí y asintió con su usual serenidad.

—Te acompañaré en un rato.

Me sorprendió que no viniera conmigo de inmediato. Shadow no era del tipo que me dejaría sola en un lugar lleno de extraños, especialmente con lo que pasó nuestra primera noche aquí. Pero tampoco insistí. Quizás quería un momento a solas.

El sol del mediodía brillaba con fuerza sobre la piscina del resort, pero yo me mantenía cómodamente bajo la sombra de una gran sombrilla, disfrutando de la brisa fresca y el sonido relajante del agua cristalina. La tumbona en la que estaba recostada era increíblemente cómoda, y en mi mano sostenía un cóctel de color vibrante, decorado con una diminuta sombrilla.

Cerré los ojos por un momento, disfrutando la sensación del hielo derritiéndose lentamente en mi boca. La mañana había sido tranquila hasta ahora, y el sonido de la gente chapoteando en la piscina le daba un fondo sonoro animado a mi descanso.

Abrí los ojos y, por costumbre, miré de reojo hacia el edificio del resort. Desde el balcón de uno de los pisos inferiores, un guardia de seguridad me observaba. No parecía amenazante ni molesto, más bien curioso. Seguramente se preguntaba dónde estaba Shadow.

Tomé otro sorbo de mi cóctel y me hundí un poco más en la tumbona, sintiéndome completamente relajada... hasta que, de repente, todo quedó a oscuras.

Unas manos firmes y cálidas cubrieron mis ojos desde atrás.

Me tensé por reflejo, mis sentidos alertándose al instante.

Shadow no era de hacer esto.

Mis labios se curvaron en una sonrisa mientras intentaba girarme.

—Shad—

No terminé de pronunciar su nombre.

Mi aliento se atascó en mi garganta cuando vi quién estaba detrás de mí.

—¡Sorpresa! —exclamó con su sonrisa característica, sus ojos llenos de diversión.

Parpadeé, completamente sorprendida.

—¡¿Sonic?!

 

Chapter 20: Feliz Cumpleaños Amy

Chapter Text

Me volteé más en la tumbona, aún procesando la sorpresa, y vi a un grupo de Mobians conocidos parados junto a la piscina con sonrisas radiantes.

—¡Feliz cumpleaños, Amy! —exclamaron al unísono.

Mi sorpresa creció al ver a Tails, Knuckles, Cream, Rouge, Big, Vector, Espio, Charmy, Blaze, Silver e incluso Sally entre ellos. Todos llevaban trajes de baño o ropa ligera de vacaciones.

Me levanté de la tumbona con los ojos bien abiertos, todavía asimilando que estaban aquí.

—¡Chicos! —exclamé, llevándome una mano al pecho—. ¿Qué hacen todos aquí?

Sonic se adelantó con su típica actitud despreocupada y una gran sonrisa.

—Bueno, como dijiste que ibas a pasar tu cumpleaños en el resort, me dio algo de pena que lo celebraras sola, así que invité a todos para hacerte una fiesta sorpresa.

Tails asintió con entusiasmo.

—Siempre haces mucho por nosotros, Amy. Organizas todas las fiestas de cumpleaños, festividades y eventos importantes, así que pensamos que esta sería una buena oportunidad para devolverte un poco de todo lo que haces por nosotros.

Mi pecho se llenó de emoción al escuchar sus palabras.

—Tails… chicos… —murmuré, conmovida.

Vector, con su gran voz y su risa inconfundible, añadió:

—Además, nos pareció una idea genial… y bueno, Sonic está pagando todo el viaje.

Mis ojos se abrieron aún más. Me giré a ver a Sonic, atónita.

—¿Tú… estás pagando todo esto?

Él simplemente sonrió con orgullo, como si fuera lo más normal del mundo. Sonic nunca había hecho algo así antes.

Rouge se acercó con los brazos extendidos, sus ojos brillando con calidez.

—Te mereces una gran fiesta de cumpleaños.

Me envolvió en un abrazo firme pero suave. Mientras nos abrazábamos, susurró en mi oído:

—Lo siento, cariño. No pude pensar en una razón para explicarle a Sonic por qué no podía organizar una fiesta sorpresa.

Le devolví el abrazo y susurré de vuelta:

—Lo entiendo, Rouge. No te preocupes.

Cuando nos separamos, mis ojos encontraron a Cream, quien me sonrió con un toque de culpabilidad. Ella tampoco había podido detener a Sonic.

Luego, mi vista se dirigió a Blaze y Silver. Me alegraba mucho verlos aquí.

—¡Qué bueno es verlos! —les dije con una sonrisa—. No pude preguntarles antes, pero ¿cómo les fue? ¿Lograron encontrar la gema?

Blaze suspiró, cruzándose de brazos.

—Sí, pero solo era una piedra brillante.

Puse una mano en su hombro con empatía.

—Lo siento mucho, Blaze. Pero no te preocupes, sé que encontrarás una manera de regresar a casa.

Ella asintió con determinación.

—Aún no abandono la esperanza —dijo, pero luego miró de reojo a Silver—. Aunque él… ya se rindió.

Silver bajó la mirada, rascándose la nuca con cierta incomodidad.

—Ya intenté de todo… Y creo que, al final, la razón por la que no puedo viajar en el tiempo es porque, como otra versión de mí murió en esta línea temporal, el flujo del tiempo se detuvo para mí.

Me mordí el labio, sintiendo un nudo en el pecho. Silver había pasado por mucho.

Pero luego, él levantó la mirada con una determinación renovada.

—Pero eso no significa que vaya a rendirme en devolverte a casa, Blaze. Fui yo quien te trajo aquí, y seré yo quien te regrese.

Blaze lo miró fijamente por un momento, antes de desviar la vista y asentir.

Antes de poder decir algo más, Sally se acercó con una sonrisa.

—Feliz cumpleaños, Amy. Lamento no haber podido venir a las fiestas últimamente.

Le devolví la sonrisa con comprensión.

—Lo entiendo, Sally. Has estado súper ocupada.

Entonces, Sonic interrumpió con su energía inagotable, sosteniendo un flotador con forma de anillo gigante.

—¡¿Qué esperan, chicos?! ¡Que comience la fiesta!

Los demás gritaron animados y corrieron hacia la piscina.

No tuve tiempo de reaccionar cuando Sonic me tomó del brazo con su característica sonrisa traviesa.

—¡Es tu fiesta, Amy! ¡Diviértete!

Antes de que pudiera protestar, me lanzó al agua sin previo aviso.

El agua fría me envolvió de golpe mientras me sumergía por un instante. Salí a la superficie rápidamente, apartándome el cabello del rostro y respirando hondo.

Sonic flotaba cerca en su ridículo flotador, riéndose a carcajadas.

Miré alrededor, viendo a todos divertirse en la piscina, riendo, jugando y disfrutando del día. La calidez en mi pecho creció al verlos tan felices, al saber que hicieron todo esto por mí.

El sol del mediodía brillaba con intensidad sobre la piscina, pero el agua refrescante y la brisa ligera hacían que el calor fuera más que soportable. Me encontraba en la parte menos profunda de la piscina junto a Sonic, Tails, Knuckles, Cream y Charmy, lanzándonos una pelota de voleibol con entusiasmo.

—¡Allá va, Amy! —gritó Tails antes de golpear la pelota con ambas manos y enviarla en mi dirección.

Me preparé rápidamente y, con un golpe controlado, la devolví hacia Knuckles, quien la recibió con facilidad y la lanzó con más fuerza hacia Sonic.

—¡Vamos, Sonic, atrápala! —desafió Knuckles con una sonrisa burlona.

Sonic, confiado como siempre, saltó en el agua y logró golpear la pelota, aunque la dirección en la que la envió hizo que Charmy tuviera que zambullirse de cabeza para atraparla. El abejorro emergió riéndose, sacudiéndose el agua del rostro.

—¡Eso estuvo genial! ¡Otra ronda! —exclamó emocionado.

Mientras jugábamos, lancé una mirada hacia la orilla y vi a Rouge descansando en una lujosa tumbona bajo la sombra de una gran sombrilla. Llevaba unas gafas de sol elegantes y sostenía un cóctel de color vibrante en una mano. Se veía completamente relajada, con una expresión satisfecha mientras bebía despreocupadamente.

Más allá, en la barra del bar dentro de la piscina, Vector y Espio conversaban con expresiones serias, aunque de vez en cuando Vector se reía con su estruendosa voz. Parecía que estaban debatiendo sobre algo importante… o quizás solo sobre qué bebida pedir.

Mi vista se movió entonces a Big, quien, como era de esperarse, flotaba de espaldas en el agua con una expresión de absoluta paz. Froggie descansaba sobre su panza, moviendo sus patas lentamente, mientras Cheese, el pequeño Chao de Cream, también se había acomodado ahí, completamente relajado.

En el borde de la piscina, Blaze, Silver y Sally estaban sumidos en una conversación tranquila. Blaze hablaba con su típica serenidad, mientras Sally asentía de vez en cuando. Silver, por otro lado, parecía pensativo, con los brazos cruzados y la mirada en el agua.

Era una escena perfecta. Todos mis amigos estaban aquí, disfrutando de un día de diversión y relajación. Se sentía bien… pero, aún así, mi mente no dejaba de divagar.

Mi mirada se dirigió casi instintivamente hacia el edificio del resort, específicamente al balcón del penthouse.

Shadow seguía allí arriba.

Por mucho que intentara disfrutar del momento, una parte de mí no podía ignorar la sensación de que algo faltaba. Y ese "algo" tenía el pelaje negro y rojo.

Pero de un momento a otro, la piscina estalló en risas y emoción cuando Rouge, sin previo aviso, se lanzó al aire con un elegante batir de alas y cayó sobre los hombros de Knuckles, sentándose cómodamente detrás de su cabeza.

—¡Hey! —exclamó Knuckles, tambaleándose un poco por el peso inesperado.

Rouge simplemente ignoró su queja, acomodándose con una sonrisa juguetona. —Chicos, ¿por qué no hacemos esto más interesante? ¿Qué tal si jugamos voleibol así? —dijo, señalándose a sí misma y a Knuckles.

Sonic se iluminó al instante. —¡Eso suena genial! —Luego miró a Tails con una sonrisa traviesa—. Vamos, Tails, arriba.

Tails dudó por un segundo, pero finalmente voló sobre el agua con sus colas y aterrizó en la cabeza de Sonic, tratando de mantener el equilibrio.

—La única desventaja de tener espinas en la espalda. —se rió Sonic, ajustándose el flotador y agarrando con firmeza los pies de Tails sobre sus hombros.

El caos se desató cuando el resto del grupo se apresuró a formar equipos.

Rouge y Knuckles, Sonic y Tails, Blaze y Silver, Charmy y Vector, Sally y Espio.

Eso nos dejaba a Cream, Big y a mí en una situación incómoda.

Volteé a ver a Cream, pensativa.

—Big es bastante grande… podemos compartirlo.

Big, quien seguía flotando tranquilamente con Froggie y Cheese en su panza, abrió un ojo con su expresión siempre relajada. —Mmm… supongo que sí.

Justo cuando estábamos por subirnos, un movimiento en el borde de la piscina llamó la atención de todos.

Una figura de negro, con una camisa hawaiana rosada abierta sobre su torso, llegó con una expresión tan impasible como siempre.

Los ojos de todos se agrandaron.

—¡Shadow! —exclamé sin poder evitarlo.

Sonic fue el primero en reaccionar, levantando una mano con una sonrisa. —¡Hey, Shads! ¡Viniste! Rouge me dijo que no estaba segura de si ibas a venir o no.

Shadow lo ignoró por completo, dirigiendo su mirada afilada hacia Rouge.

—Rouge.

Ella levantó las manos con fingida inocencia. —No me mires a mí, no fue mi idea.

—Oh, vamos, Shads —insistió Sonic—, ya ha pasado un año. ¿No crees que es hora de que me vuelvas a hablar?

Nada.

Shadow desvió la mirada hacia a Knuckles, y ambos intercambiaron una mirada tensa.

—Equidna.

—Erizo negro.

El ambiente se sintió por un segundo como si estuvieran a punto de pelear… pero esa era solo su forma de saludarse.

El resto del grupo lo saludó con una mezcla de sorpresa y expectación. No esperaban que realmente apareciera.

Shadow recorrió la escena con la mirada, evaluando la situación con su usual seriedad. —¿Qué están haciendo?

—Jugando voleibol, pero con una regla extra —explicó Rouge, señalando a los jugadores sobre los hombros de sus compañeros.

—Pero estamos en números impares —añadió Sonic, lanzándome una mirada. —¿Te nos unes, Shads?

Shadow no respondió. Simplemente caminó hasta una de las tumbonas, con movimientos fluidos y deliberados. Se quitó los guantes, la camisa hawaiana y los zapatos, revelando sus marcas rojas en sus manos y pies antes de lanzarse al agua con un chapuzón limpio.

Al salir a la superficie, sus púas caían hacia atrás debido al agua, dándole un aspecto más relajado pero igual de imponente.

Empezó a moverse directamente hacia mí.

—Rose —fue lo único que dijo.

Y antes de que pudiera procesar lo que pasaba, en un solo movimiento fluido me levantó y me colocó sobre su hombro con facilidad, asegurándome con su brazo para mantenerme en equilibrio.

Un pequeño jadeo de sorpresa escapó de mis labios al sentir su agarre firme y su pelajecaliente por el sol.

Rouge sonrió con satisfacción. —Ahora estamos completos. ¡Que la fiesta comience!

Después de que Cream subiera sobre Big, el juego finalmente empezó.

Y lo malo de tener un grupo de amigos tan competitivos…

Era que nadie estaba dispuesto a perder.

—¡Muy bien, que empiece el juego! —exclamó Sonic, lanzando la pelota al aire.

Tails reaccionó rápido y la golpeó con ambas manos, enviándola hacia Rouge y Knuckles.

—¡La tengo! —anunció Rouge, inclinándose levemente mientras Knuckles se ajustaba para mantener el equilibrio.

Con un movimiento ágil, Rouge devolvió la pelota hacia Silver y Blaze, quienes estaban listos para recibirla.

—¡Vamos, Blaze! —Silver tensó los músculos cuando ella se inclinó y golpeó la pelota con precisión.

La pelota se elevó en el aire, dirigiéndose directamente hacia mí y Shadow.

Sentí su agarre apretarse ligeramente sobre mi pierna cuando habló con voz baja y firme.

—Tu turno, Rose.

Me preparé, levanté los brazos y golpeé la pelota con toda mi fuerza.

—¡Toma eso!

La pelota salió disparada en dirección a Vector y Charmy.

—¡Vamos, grandote! —gritó Charmy con entusiasmo.

Vector gruñó, tensando los brazos cuando Charmy se inclinó demasiado al intentar devolver la pelota.

—¡Oye, no te muevas tanto, abeja hiperactiva!

Demasiado tarde. Charmy perdió el equilibrio y cayó al agua con un chapuzón.

—¡Un punto menos para ustedes! —anunció Rouge, riendo.

Charmy salió del agua sacudiéndose. —¡Eso fue a propósito!

—Sí, sí, claro... —bromeó Espio, listo para recibir la pelota, con Sally en sus hombros

El partido continuó, cada equipo luchando por mantenerse de pie mientras intentaban devolver la pelota con la mayor fuerza y precisión posible.

Knuckles y Rouge eran un dúo fuerte, su coordinación era impecable. Sonic y Tails tenían ventaja gracias a la velocidad de Sonic y la agilidad de Tails. Silver y Blaze confiaban en la precisión, mientras que Sally y Espio eran estratégicos.

Big y Cream eran una combinación adorable pero sorprendentemente efectiva; Big no se movía mucho, pero su estabilidad permitía que Cream golpeara la pelota con fuerza.

En cuanto a Shadow y yo…

—No falles —murmuró Shadow cuando la pelota vino hacia nosotros.

—¡No lo haré! —respondí, golpeándola con más fuerza de la necesaria.

La pelota se elevó demasiado y fue directo hacia Sonic y Tails.

—¡Eso es todo lo que tienes, Ames! —se burló Sonic antes de que Tails la devolviera con un golpe preciso.

Me preparé para responder, pero justo cuando iba a golpear la pelota de nuevo, Sonic gritó:

—¡Shads, cuidado!

Mi compañero de equipo se distrajo apenas un segundo. Fue suficiente para que la pelota golpeara a Shadow directamente en la cara, haciéndonos perder el equilibrio.

—¡Whoa! —exclamé cuando sentí que caíamos.

El agua fría nos envolvió en un chapuzón fuerte.

Salí a la superficie jadeando y sacudiendo la cabeza. Shadow emergió justo después, con un ceño fruncido de molestia.

Sonic se estaba riendo a carcajadas.

—¡No puedo creerlo! ¡Shadow "la forma de vida definitiva" perdió en un juego de piscina!

El sonido de las carcajadas de Sonic retumbó en mis oídos, pero antes de que pudiera decir algo, una sensación cálida y firme me envolvió. Sin previo aviso, Shadow me abrazó, apretándome contra su pecho con una fuerza inesperada. Sus manos recorrieron mi espalda, y yo sentí como si el mundo se detuviera por un momento. Mi corazón comenzó a latir con rapidez, mis mejillas se encendieron al instante y una oleada de nervios me invadió. ¡Todos nos estaban mirando!

“¡¿Qué demonios, Shadow?!” Grité mentalmente, aunque no tenía el valor de decírselo en voz alta.

—T-Tu top… ya no está —susurró Shadow en mi oído, su voz más baja de lo normal, casi temblorosa. Pude sentir cómo tragaba saliva, como si estuviera intentando mantener la compostura, pero la calidez de su aliento sobre mi solo hizo que mi cara se pusiera aún más roja.

Mis ojos se abrieron de par en par, y sin pensarlo, llevé mis manos a mi espalda, intentando encontrar la parte trasera de mi bikini. Pero… no estaba. Mi mente estaba en pánico, mi cara completamente roja y mi respiración se aceleró. Me aferré a Shadow, desesperada por algo a lo que sujetarme.

Miré hacia atrás, los ojos clavados en mis amigos, pero no podía evitar la nerviosidad que invadía mi cuerpo. Tragué saliva, mi voz apenas audible, pero lo suficientemente fuerte como para que todos me escucharan.

—¿Alguien… ha visto el top de mi bikini? —pregunté, con el rostro enrojecido de vergüenza, mi voz temblorosa.

Un silencio extraño cayó sobre la piscina. Las risas y las bromas se detuvieron de golpe cuando todos procesaron mis palabras. Sentí el calor subir a mi rostro mientras me aferraba más a Shadow, escondiéndome contra su pecho.

—¿T-Tu qué? —Sonic balbuceó, sus ojos verdes abiertos de par en par.

—¡Oh cielos! —exclamó Cream, llevándose las manos a la boca, completamente roja.

—Bueno, esto se puso interesante —dijo Rouge con una sonrisa traviesa, apoyando una mano en su cadera mientras observaba la escena con diversión aun sobre los hombros Knuckles.

—Esto… esto es un desastre —dije en voz baja.

Sentí a Shadow tensarse contra mí, su agarre volviéndose un poco más rígido mientras sus músculos se ponían en tensión.

—¡E-Encuéntrenlo! ¡Ahora! —exigió, su voz más alterada de lo normal, con un tono tenso y urgente que delataba su incomodidad.

—¡Sí, sí! —dijo Tails, moviéndose rápido para buscarlo en el agua.

Cuando me atreví a mirarlo, sus mejillas estaban completamente rojas y su mirada evitaba la de cualquiera. Sus orejas, también encendidas, se movieron con incomodidad, y su agarre en mi espalda se volvió aún más firme.

—¿Cómo demonios desaparece un top de bikini? —Knuckles frunció el ceño mientras también comenzaba a buscar.

—Tal vez fue la fuerza con la que cayeron al agua —teorizó Espio, ya analizando la situación como si fuera una misión de alto riesgo.

—Es de color negro, sera fácil de encontrar— Dijo Sally, revisando bajo el agua.

Mientras tanto, yo seguía pegada a Shadow, incapaz de moverme o siquiera mirar a alguien más. Mi corazón latía con fuerza y mi piel ardía, pero no solo por la vergüenza… sino por lo consciente que estaba de él. De sus manos firmes en mi espalda, de la manera en que me sostenía con seguridad, de la sensación de su pelaje húmedo contra el mía.

—No te preocupes, Rose. No dejaré que nadie vea —susurró Shadow en mi oído.

Eso solo hizo que mi rostro se pusiera aún más rojo.

—¡Lo encontré! —gritó Charmy de repente, levantando mi top en alto como si fuera un trofeo.

—¡No lo levantes así, idiota! —le gritó Blaze, quitándoselo de las manos rápidamente.

—¡Dámelo, Blaze! —dije aún más avergonzada, extendiendo la mano sin despegarme de Shadow.

Blaze nadó hasta mí y me lo pasó con discreción. Rápidamente, con mis manos temblorosas, intenté ponérmelo de vuelta sin separarme de Shadow.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Rouge con diversión.

—¡No! ¡No necesito ayuda!

Después de varios segundos de lucha, finalmente logré ajustarlo bien. Solo entonces, suspirando profundamente, me separé de Shadow… aunque no demasiado.

—¿Podemos olvidar esto y seguir jugando? —pregunté, tratando de actuar con normalidad.

—Sí, claro —dijo Sonic, aunque la sonrisa en su cara me decía que no iba a dejar de molestarme por esto pronto.

—Yo no lo olvidaré —susurró Rouge con una sonrisa ladina.

—¡Yo tampoco! —dijo Charmy con emoción.

Silver suspiró. —Esto se sintió como un episodio de un reality show.

Shadow no dijo nada, pero su incomodidad era evidente en la rigidez de su postura y el leve sonrojo en sus mejillas. Su mirada se mantenía fija en mí, mientras yo aún sentía mi rostro arder de vergüenza.

A pesar de la timidez y la incomodidad del momento, seguimos jugando un par de horas más, dejando de lado cualquier tensión. Entre risas y desafíos, nos sumergimos en la diversión sin preocupaciones, disfrutando del instante como si nada más importara.

Con el paso del tiempo, el cielo comenzó a transformarse en un lienzo de colores cálidos. El sol descendía lentamente sobre el horizonte, tiñendo el agua con reflejos dorados y naranjas. La brisa se tornó más fresca, cargada con el aroma salado del mar y el murmullo distante de las olas rompiendo en la orilla, envolviendo el ambiente en una calma serena y nostálgica.

Fue entonces cuando Sonic decidió que era momento de cambiar el rumbo de la noche. Se sacudió el agua de sus púas con un movimiento rápido y anunció con entusiasmo:

—¡Bien, chicos, es hora de la verdadera fiesta! Vayan a sus habitaciones, cámbiense y nos vemos en una hora en la recepción.

Hubo murmullos de anticipación y algunas exclamaciones emocionadas. Todos comenzaron a salir del agua, estirándose y sacudiéndose el exceso de agua antes de caminar hacia sus cosas. Shadow y yo no fuimos la excepción.

Me acerqué al borde de la piscina, lista para impulsarme hacia afuera, pero antes de que pudiera hacerlo, sentí unas manos firmes sujetándome por la cintura. Shadow me levantó con facilidad, ayudándome a salir del agua con un movimiento fluido y sin esfuerzo.

Su toque fue breve, casi automático, pero aún así me dejó un ligero escalofrío en la piel. Tal vez era el contraste entre el calor del sol en mi cuerpo y la frescura de su tacto… o tal vez no.

Sin decir una palabra, nos dirigimos hacia las tumbonas más cercanas. Shadow tomó asiento primero y, con la misma eficiencia con la que hacía todo, agarró una toalla y comenzó a secarse el cuerpo, sin prisa pero sin pausa. Me senté a su lado y, sin pensarlo demasiado, tomé otra toalla para ayudarle.

Pasé el paño por su cabeza y luego por sus púas, secándolas con movimientos suaves pero firmes. Su pelaje, más denso que el de la mayoría, retenía más agua, así que me aseguré de hacerlo con cuidado. Shadow no protestó ni hizo comentario alguno, simplemente me dejó hacer, como si esto fuera lo más normal del mundo.

Pero entonces, sentí un peso adicional en la tumbona.

—Si estás dando secado gratis, ayúdame —dijo Sonic con su típica sonrisa despreocupada, girando la cabeza hacia mí y señalando sus púas.

Le lancé una mirada incrédula.

—Puedes secarte solo, Sonic.

—Pero estás secando a Shadow.

—Porque está ocupado, ¿no lo ves? —respondí, continuando con mi tarea sin prestarle más atención.

Shadow, que en ese momento se secaba los brazos con calma, giró la cabeza hacia Sonic y le dedicó una sonrisa burlona, una que solo aquellos que lo conocían bien sabían identificar.

Sonic frunció el ceño.

Antes de que pudiera decir algo más, una voz familiar interrumpió la escena.

—Ven, yo te ayudo —dijo Sally, sentándose en la tumbona de al lado con una toalla en la mano.

Sonic vaciló un segundo, pero finalmente se levantó y se sentó junto a ella. Sally comenzó a secarle las púas con movimientos cuidadosos, pero apenas unos segundos después, la escuchamos soltar un pequeño "¡ouch!".

—¿Estás bien? —preguntó Sonic, girando la cabeza para mirarla.

No pude evitar sonreír un poco.

—Ten cuidado, o podrías lastimarte —comenté con diversión.

Sally suspiró y me miró con una mezcla de frustración y admiración.

—Lo haces ver tan fácil, Amy.

Sonreí con confianza antes de responder:

—Soy una eriza también. Estoy acostumbrada.

Continué con lo que estaba haciendo, pasando la toalla por sus púas con movimientos cuidadosos, cuando noté algo que me hizo detenerme por un segundo.

Un sonido bajo, casi imperceptible.

Pensé que lo había imaginado, pero cuando deslicé la toalla sobre su cabeza una vez más, lo volví a escuchar: un ronroneo.

Shadow estaba ronroneando.

Mis manos se quedaron quietas por un momento. Nunca lo había escuchado hacer eso antes, y dudaba que él mismo se diera cuenta. Su respiración era pausada y su postura relajada.

No dije nada. No quería que se detuviera.

Pero la tranquilidad del momento se rompió cuando Sonic habló desde la tumbona de al lado.

—Ey, Shads, ¿qué onda con dejar que Amy te seque las púas?

Shadow y yo nos giramos hacia él al mismo tiempo.

Sonic estaba sentado junto a Sally, quien aún intentaba secarle las púas con una toalla sin pincharse.Tenía su típica sonrisa despreocupada, pero en su tono había esa chispa provocadora que usaba cuando quería jugar con los límites.

—¿Y dónde está tu misteriosa novia rosada? —continuó, inclinándose ligeramente hacia adelante—. ¿La dejaste sola para venir aquí?

Shadow frunció el ceño de inmediato.

Sonic sonrió aún más, como si eso solo lo animara a seguir.

—Porque, ya sabes, parecía que estabas disfrutando bastante tener a Amy contra tu pecho. Sin top y todo…

Mi corazón dio un pequeño brinco.

—Cuidado con lo que dices, Sonic —advertí, lanzándole una mirada afilada.

Pero él no se detuvo.

—Solo digo, Shads, si yo fuera tu novia, no sé qué tan feliz estaría con eso —dijo, encogiéndose de hombros con fingida inocencia—. No parece muy fiel de tu parte, ¿eh? Si yo fuera ella… te mandaría a volar.

La mandíbula de Shadow se tensó. Sus colmillos asomaron cuando entreabrió la boca, claramente a punto de responder con algo afilado, pero al final no lo hizo. En su lugar, simplemente apretó los dientes, cerró la boca con un chasquido y desvió la mirada, ignorándolo.

Él sabía lo que Sonic estaba intentando hacer.

Después de casi un año sin que Shadow le dirigiera la palabra, hasta Sonic estaba empezando a perder la paciencia. Recuerdo que al inicio decía que se le pasaría "con el tiempo", pero nadie había anticipado lo rencoroso que podía ser Shadow. Diez meses de silencio absoluto.

Sin decir nada, Shadow se puso los guantes con movimientos tensos, luego se calzó los zapatos con precisión mecánica, claramente listo para irse.

Sonic insistió, recargándose en la tumbona con una sonrisa más relajada, pero con los ojos atentos.

—¿Nada que decir, Shads? ¿Ni una palabra? Vamos, ya rompiste tu récord de silencio.

Shadow terminó de ajustarse los guantes con movimientos medidos, pero su ceño fruncido y la forma en que apretaba la mandíbula delataban su molestia.

Sonic, viendo que no obtenía respuesta, chasqueó la lengua.

—Vaya, esto ya es preocupante. Me estás recordando a Knuckles —dijo con una sonrisa ladeada—. Pero, ya en serio, ¿vas a seguir con esta actitud?

Shadow se levantó de la tumbona sin mirarlo, girándose como si Sonic no estuviera ahí.

—Huh. Ni siquiera un “cállate”, ni una amenaza de muerte. ¿Sabes qué, Shads? Esto ya no es orgullo, es terquedad —continuó Sonic, sacudiendo la cabeza.

Shadow se detuvo a medio paso.

Por un instante, pensé que le respondería. Pero en lugar de eso, solo exhaló lentamente por la nariz y siguió caminando.

Sally, que había estado en silencio todo este tiempo, le dio un codazo a Sonic.

—¿Puedes dejarlo ya?

Sonic hizo un gesto vago con la mano.

—Oh, vamos, Sal. Ni siquiera dije nada malo.

Ella le lanzó una mirada de incredulidad.

—¿En serio?

—Bueno… tal vez un poco.

—Un poco. —Sally cruzó los brazos—. Sonic, si de verdad quieres que te hable, provocarlo no va a funcionar.

Sonic suspiró, echando la cabeza hacia atrás en la tumbona.

—Solo… esto ya se está volviendo ridículo.

Yo, que había estado observando la escena en silencio, finalmente intervine.

—Sonic… ¿por qué te molesta tanto que Shadow no te hable?

Él giró la cabeza hacia mí, como si la pregunta lo hubiera tomado por sorpresa.

—Porque es Shadow —dijo, como si fuera lo más obvio del mundo—. Peleamos, discutimos, nos lanzamos insultos, pero nunca se había quedado callado tanto tiempo.

—¿Y no has pensado que tal vez lo que sea que hiciste, de verdad lo molestó?

Sonic parpadeó.

—Bueno, sí… pero no es como si no hubiera pasado antes.

Lo miré con seriedad.

—No de esta manera.

Sonic no respondió de inmediato. Su expresión perdió un poco de su confianza habitual, y por primera vez desde que empezó todo esto, parecía genuinamente confundido.

—Entonces… ¿qué se supone que haga?

—Darle espacio —dijo Sally, apoyando una mano en su brazo—. Y cuando esté listo, pedirle disculpas.

Sonic frunció el ceño.

—No voy a disculparme. Nada de lo que dije fue mentira.

Sally suspiró, cruzándose de brazos.

—Tal vez no, pero ¿te detuviste a pensar en cómo lo dijiste?

Sonic apretó la mandíbula, desviando la mirada.

—Tsk… no debería ser tan sensible.

—Sonic —intervine con firmeza—. No se trata de si él debería o no serlo. Si realmente quieres arreglar esto, tienes que intentarlo.

Sonic se quedó en silencio unos segundos antes de soltar un suspiro y frotarse la nuca con aire pensativo.

—Ugh. Odio cuando tienen razón.

Sally sonrió de lado.

—Pasa seguido.

—No tanto como crees.

Rodé los ojos y me levanté de la tumbona. Shadow ya estaba bastante lejos, dirigiéndose hacia el hotel.

—Voy a alcanzarlo —dije, tomando mi toalla—. Nos vemos en la recepción.

Sonic levantó una mano en señal de despedida.

—Dile que deje de ser tan amargado.

—Y tu deja de ser tan imprudente —repliqué antes de irme.

Pude escuchar la risa de Sally antes de que me alejara.

Shadow caminaba con paso firme, pero lo conocía lo suficiente como para notar la rigidez en sus hombros.

Aceleré un poco el paso para alcanzarlo.

—Hey —lo llamé suavemente.

No se detuvo, pero al menos giró la cabeza un poco en mi dirección.

—No dejes que te moleste —dije mientras me ponía a su lado.

Shadow soltó una exhalación pesada, sin mirarme.

—No lo hace.

Mentiroso. Pero no lo presioné.

Caminamos juntos de regreso al hotel, el sonido de nuestras pisadas apenas audible sobre el suave murmullo del resort. La brisa del atardecer aún traía consigo el eco del agua y las risas lejanas de los invitados, pero entre Shadow y yo, el silencio era casi tangible.

Pasamos rápidamente por la recepción, sin detenernos. La luz cálida del vestíbulo iluminaba el suelo de mármol pulido, reflejando nuestros pasos hasta llegar al elevador. Shadow presionó el botón hacia el penthouse y la puerta se cerró con un suave ding.

El aire dentro del elevador se sintió más denso.

Mientras ascendíamos, me sequé con la toalla, escurriendo el exceso de agua de mi cabello con movimientos lentos. Shadow, con los brazos cruzados, mantenía la vista fija en la puerta metálica frente a él. No decía nada, pero su postura lo delataba. La rigidez de sus hombros, la forma en que su cola se mantenía inmóvil… estaba molesto.

Bajé la mirada, mordiéndome el labio con culpa.

—Lo siento mucho, Shadow… —dije en voz baja, deteniéndome un momento antes de continuar—. No sabía que mis amigos iban a llegar. Al parecer, Sonic planeó una fiesta sorpresa.

Shadow suspiró profundamente y se pasó una mano por el rostro, deslizándola hasta su sien con un gesto lento, casi cansado. Luego, se giró apenas y me miró.

—No es tu culpa, Rose —murmuró, su tono más suave de lo que esperaba—. Dime, ¿qué tienen planeado?

Jugueteé con la toalla entre mis dedos antes de responder:

—No lo sé… solo sé que tenemos que vernos con ellos en la recepción después de cambiarnos.

Shadow asintió levemente y desvió la mirada de nuevo a la puerta del elevador.

El silencio volvió a establecerse, pero esta vez sentí un peso diferente sobre mis hombros.

Tomé aire y, sin dejar de mirar el suelo, añadí en voz baja:

—También… perdón por no poder contarles sobre nosotros. Sentí que no era un buen momento.

Shadow permaneció en silencio por un instante.

—Eso lo entiendo, Rose —dijo al fin, sin volverse hacia mí—. Agradezco que, por lo menos, no te comportaras distante conmigo.

Levanté la vista rápidamente hacia él, con el corazón latiéndome un poco más rápido.

—¡Eso jamás! —exclamé, sin pensarlo.

Shadow me miró de reojo.

—Puede que no les haya contado aún… pero no voy a dejar de ser tu novia —aseguré con firmeza.

Apreté la toalla entre mis manos, sintiendo cómo el calor subía a mi rostro.

—Y… gracias por cuidarme en la piscina —añadí, sonrojándome—. Sé que tuvo que ser incómodo para ti.

Shadow, esta vez, giró completamente el rostro hacia mí.

—No iba a permitir que nadie más te viera así —dijo con seriedad.

Su mirada ardía con una intensidad que me dejó sin palabras por un segundo.

Mis labios se entreabrieron, sorprendida, antes de que una sonrisa suave se formara en mi rostro.

—Tú eres el único con ese privilegio —susurré, sintiendo cómo el rubor en mis mejillas se intensificaba.

Shadow desvió la mirada rápidamente, pero no antes de que pudiera notar el leve tono rojizo cubriendo sus mejillas.

Me mordí el labio para no reír.

El ding del elevador nos indicó que habíamos llegado al penthouse.

Cuando la puerta del ascensor se abrió, di un paso al frente y, al entrar en la sala del penthouse, mi corazón se detuvo.

Los globos rosas y blancos flotaban suavemente en el aire, atados con listones que caían como cascadas de color. Rosas rosadas decoraban toda la sala. La luz dorada del atardecer se filtraba por los ventanales, iluminando una escena que me dejó sin aliento. Sobre la pared principal, en letras grandes y llamativas, colgaba un enorme letrero:

"FELIZ CUMPLEAÑOS ROSE"

Me cubrí la boca con una mano al sentir un nudo formarse en mi garganta.

Esto… Esto era lo que Shadow había estado haciendo mientras yo lo esperaba en la piscina.

El golpe de la emoción me tomó por sorpresa. Pude sentir las lágrimas brotar sin que pudiera detenerlas, deslizándose por mis mejillas mientras mi pecho se encogía con una mezcla de alegría y culpa.

Me giré lentamente hacia Shadow, y al ver su rostro, mi corazón se apretó aún más.

Él me observaba en silencio, su expresión era difícil de leer, pero sus ojos reflejaban algo que no me gustó. No era enojo… Era decepción. No conmigo, sino con la situación. Como si todo lo que había planeado hubiera sido en vano. Como si ya no importara.

Su voz fue apenas un murmullo cuando habló.

—Solo quería que tuvieras algo especial. Tenía planeado toda una cena… —bajó un poco la mirada—. Llevarte al show de magia… Celebrar juntos.

Mi pecho se encogió.

—Shadow…

No lo pensé dos veces. Me lancé hacia él y lo abracé con todas mis fuerzas, enterrando mi rostro en su cuello.

—Gracias… Gracias… Gracias… —susurré una y otra vez contra su cuello, aferrándome a él con todo mi ser.

Shadow no dijo nada, pero sus brazos se ajustaron alrededor de mí con más firmeza, sosteniéndome como si temiera que me desvaneciera. Hundí el rostro en su pecho, sintiendo el latido constante de su corazón. La culpa aún se retorcía dentro de mí, pero el calor de su abrazo me decía que, a pesar de todo, él estaba ahí.

Permanecimos así por varios segundos, sin importar el tiempo ni el hecho de que aún estábamos húmedos por la piscina. Solo éramos él y yo en aquel espacio decorado con tanto esmero.

Finalmente, con un suspiro tembloroso, me separé lo suficiente para mirarlo a los ojos.

—De verdad… esto significa mucho para mí —murmuré, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano—. Lamento que… no haya salido como lo planeaste.

Shadow soltó un leve resoplido.

—No importa —respondió en voz baja—. Lo importante es celebrarte, y ahora vamos a hacerlo con tus amigos.

Mi corazón se encogió con ternura ante sus palabras, y sin pensarlo, lo abracé con más fuerza.

—Eres el mejor novio del mundo.

Shadow no dijo nada, pero sentí su abrazo firme en respuesta, envolviéndome con esa calidez silenciosa tan suya.

Después de unos momentos, me separé con una pequeña risa, dándome cuenta de que aún necesitábamos cambiarnos y arreglarnos para la noche.

—Voy a darme una ducha —dije con un suspiro, soltándolo con suavidad—. Pero cuando regresemos de la fiesta… celebremos los dos solos.

Él asintió con una pequeña sonrisa.

Sonriendo un poco más tranquila, fui hacia la habitación para prepararme.

Después de darme una ducha rápida, me cambié el bikini por un vestido azul con flores blancas. La tela era ligera y fresca, perfecta para la cálida noche en el resort. Me miré en el espejo mientras ajustaba la falda con las manos. Se veía bonito, sencillo, pero justo lo que quería para la ocasión.

Al salir de la habitación, lo encontré en la sala, de espaldas a mí, observando el atardecer desde la ventana del penthouse. Sus orejas se movieron sutilmente antes de que girara para mirarme.

—Te ves bonita —dijo con naturalidad.

Llevé las manos a mi rostro, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.

—Gracias… Es la primera vez que me lo dices.

Shadow frunció ligeramente el ceño, como si mi comentario lo tomara por sorpresa.

—¿En serio?

Asentí con una sonrisa.

—Sí.

Pareció pensarlo por un momento antes de murmurar:

—No me di cuenta de que nunca lo dije en voz alta.

Me mordí el labio antes de soltar, con un tono coqueto:

—Entonces… ¿piensas que soy bonita?

Shadow sostuvo mi mirada con seriedad.

—Eres la criatura más hermosa de este planeta.

El rubor en mi rostro se intensificó, y, sin saber cómo responder a eso, me aclaré la garganta nerviosa.

—Ve a ducharte… Es tu turno.

Shadow se limitó a asentir antes de desaparecer en la habitación principal.

Suspiré, llevándome una mano al pecho. ¿Desde cuándo era tan bueno diciendo esas cosas?

Me giré hacia la enorme ventana, viendo cómo el sol terminaba de ocultarse en el mar, tiñendo el cielo de colores cálidos antes de que la luz plateada de la luna llena tomara su lugar.

Media hora después, Shadow salió de la habitación.

Llevaba su chaqueta negra y los guantes que le había comprado hace unas semanas. Algo en esa imagen me hizo sentir un calor extraño en el pecho, como si verlos en él los hiciera aún más especiales.

Pero lo que realmente me sorprendió fue la enorme caja que sostenía entre sus manos.

El papel de regalo rosa con un lazo blanco encima destacaba demasiado contra sus guantes oscuros, creando un contraste curioso entre la dulzura del envoltorio y la seriedad de su expresión.

Mis ojos se abrieron con asombro.

—¿Ese es mi regalo? —pregunté con una sonrisa juguetona mientras me acercaba.

—Sí —respondió Shadow con naturalidad—. Planeaba dártelo en nuestra cena, pero si vamos a una fiesta, tengo que llevar un regalo.

No pude evitar reír.

—Es enorme. ¿Dónde lo tenías escondido? ¿Lo acabas de comprar?

Shadow solo me miró con su típica expresión imperturbable.

—Es un secreto.

Eso solo me hizo reír aún más.

Negando con la cabeza, tomé su brazo con ligereza mientras nos dirigíamos hacia la puerta del elevador. Presioné el botón y esperé, sintiéndome mucho más animada que antes.

Al llegar a la recepción, me encontré con todos ya listos para la noche. Curiosamente, cada uno llevaba alguna prenda o accesorio en tonos rojos o rosas, como si hubieran coordinado su vestimenta sin decírmelo.

Shadow y yo nos acercamos, yo sosteniendo su brazo mientras él cargaba con el enorme regalo. Los demás nos miraron, y Sonic fue el primero en hablar.

—Shads, ¿Rouge no te pasó el memo? Tenías que llevar algo rosa o rojo.

Shadow solo arqueó una ceja antes de ignorarlo por completo, como siempre. Sonic frunció el ceño, claramente molesto por la falta de respuesta, pero no tardó en recuperar su actitud despreocupada de siempre. Con su característico carisma, sonrió y anunció al resto:

—¡Vamos, chicos! Tengo un salón especial reservado.

Sin más, empezó a caminar hacia la salida del hotel, liderando al grupo con la confianza de siempre. Con una última mirada a Shadow, que seguía tan imperturbable como de costumbre, tomé su brazo con un poco más de firmeza y seguimos al resto, listas para lo que la noche nos tenía preparado.

Caminamos a través de los pasillos del resort, las luces doradas reflejándose en los espejos y cristales que adornaban la arquitectura del lugar. Finalmente, llegamos a un enorme salón de eventos.

Era impresionante.

Un gran escenario dominaba el frente del salón, con luces estratégicamente colocadas para iluminarlo. Varias mesas estaban esparcidas por la estancia, elegantemente decoradas con manteles de colores suaves y centros de mesa con velas y flores.

Globos flotaban por el techo, con cintas colgantes que caían en suaves espirales. Se notaba el esfuerzo puesto en la decoración, desde los listones en los respaldos de las sillas hasta los detalles en las paredes.

A un lado, vi una mesa repleta de regalos envueltos en papeles brillantes, algunos con moños enormes, otros con envolturas más sencillas pero igualmente cuidadas.

Justo al lado, una mesa aún más grande rebosaba de comida: fuentes de frutas frescas, bandejas con bocadillos salados y dulces, y un enorme pastel decorado con motivos florales y velas listas para ser encendidas.

Me quedé sin palabras por un momento, admirando todo lo que se había preparado.

No tenía idea de lo que Sonic tenía planeado, pero sin duda, había puesto mucho empeño en esto.

Sonic se subió al escenario con su característico entusiasmo, tomó el micrófono y su voz resonó por todo el salón:

—¡Bienvenidos todos a la noche de karaoke!

Las luces brillantes iluminaban el escenario mientras la música de fondo se detenía por un momento. Una ovación se elevó entre mis amigos, sus voces mezclándose en vítores y aplausos. Mi corazón latió con fuerza cuando Sonic continuó, señalándome con una sonrisa astuta:

—Y los primeros honores serán para la cumpleañera. ¡Ven, Ames!

El calor de todas las miradas sobre mí era inconfundible. Sentí una mezcla de nerviosismo y emoción. Yo amaba el karaoke. Solté suavemente el brazo de Shadow y di un paso adelante, subiendo al escenario con una sonrisa ansiosa. Sonic me pasó el micrófono con una mirada confiada, como si estuviera seguro de que me divertiría.

Frente a mí estaba la pantalla táctil del aparato de karaoke, con una larga lista de canciones disponibles. Pasé mi dedo sobre la pantalla, deslizándome entre los títulos, buscando esa canción en particular. Cuando la encontré, mi pecho se apretó con una emoción diferente.

Era la canción que Shadow había cantado conmigo durante el concierto de reunión de Hot Honey. Un recuerdo que solo él y yo compartíamos de verdad. Toqué la pantalla para seleccionarla y, cuando las primeras notas llenaron la sala, una mezcla de sorpresa y confusión se reflejó en los rostros de mis amigos.

Sostuve el micrófono con ambas manos y cerré los ojos un segundo antes de empezar a cantar.

"I loved you once, I loved you deep,
But love is sometimes letting go,
A broken heart, a bittersweet,
It's in the pain we learn to grow."

La letra flotó en el aire como un susurro sincero, tocando una fibra sensible en la atmósfera del salón. Vi miradas cruzarse, algunas llenas de duda, otras con un brillo de curiosidad. Sonic, sentado junto a Sally, me observaba con una expresión difícil de descifrar. Tal vez todos pensaban que era un mensaje encubierto, una indirecta dirigida a él.

Pero solo Shadow y yo sabíamos la verdad.

Mi mirada lo buscó instintivamente entre la multitud. Ahí estaba, sentado en una de las mesas junto a Rouge, su rostro parcialmente iluminado por la luz del escenario. Sus ojos rojos estaban fijos en mí, atentos, profundos. Un vínculo invisible nos conectaba en ese instante. Cantaba para él, para nosotros.

Mientras continuaba con la canción, cada palabra salía con más sentimiento.

"We sang as one, a fleeting spark,
A moment lost in time’s embrace,
Yet echoes stay within the dark,
A melody we can't replace."

La sala desapareció a mi alrededor. Solo quedábamos Shadow y yo, atrapados en ese momento. Él, con su expresión estoica pero con esos ojos que decían mucho más de lo que su boca jamás pronunciaría.

Cuando la última nota se desvaneció, hubo un silencio efímero antes de que los aplausos llenaran la habitación. Volví a la realidad con una sonrisa leve, inclinándome en una pequeña reverencia.

Vector se levantó de golpe, levantando la mano con energía.

—¡Yo voy después! —exclamó con su potente voz.

Las risas rompieron la tensión en el ambiente, y el ánimo festivo regresó. Bajé del escenario con el corazón aún acelerado y caminé de regreso a la mesa de Shadow.

Me senté a su lado, sintiendo su presencia cerca, cálida a pesar de su habitual frialdad externa. No dijo nada, pero su mirada seguía sobre mí, como si aún estuviera escuchando la canción en su cabeza.

Fue entonces cuando sentí la mirada de Sonic clavada en mí.

Levanté la vista y lo encontré observándome con intensidad desde su mesa, sus brazos cruzados y una expresión que no podía definir del todo. Pero no importaba. Esta noche no era sobre él, ni sobre el pasado.

La fiesta continuó con la misma energía vibrante. Las voces de mis amigos se mezclaban con la música, algunos cantaban con verdadera pasión, otros desafinaban sin vergüenza, pero nadie dejaba de disfrutarlo. La emoción en la sala era contagiosa.

Pero entonces, todo el ambiente cambió cuando Rouge se acercó con una sonrisa maliciosa a Knuckles y, sin previo aviso, lo tomó del brazo y prácticamente lo arrastró al escenario.

—Vamos, grandote, canta conmigo —dijo ella con un tono juguetón.

—¡Oye, suéltame! ¡No pienso—!

Demasiado tarde. Ya estaba bajo el resplandor de las luces.

La imagen de Knuckles, con una expresión de absoluto desconcierto mientras Rouge le ponía un micrófono en la mano, nos sacó una carcajada a todos. La canción empezó, y aunque al principio él solo gruñía y desviaba la mirada, poco a poco fue dejándose llevar. Rouge cantaba con confianza, disfrutando cada nota, y Knuckles, aunque visiblemente incómodo, terminó siguiéndole el ritmo.

El dúo, inesperadamente, resultó divertido y algo adorable. Al terminar, ambos bajaron del escenario entre risas y aplausos.

Entonces, Silver se levantó de su asiento y tomó de la mano a Blaze.

—Tu turno, Blaze.

Ella lo miró con una ceja arqueada.

—No recuerdo haber aceptado.

—Demasiado tarde.

Y con la misma energía con la que Rouge había llevado a Knuckles, Silver guió a Blaze hasta el escenario. La música comenzó, y la escena fue tan contrastante que todos en la sala se rieron. Silver cantaba con entusiasmo, sintiendo la letra, moviéndose con emoción, mientras que Blaze se mantenía estoica, su voz afinada pero con una seriedad que hacía aún más graciosa la presentación.

Después de ellos, el Team Chaotix subió como un trío. Vector, Espio y Charmy tomaron los micrófonos y comenzaron su número. Como era de esperarse, Vector cantaba con todo su corazón, casi gritando más que entonando, Espio mantenía un aire misterioso pero participaba, y Charmy… bueno, Charmy simplemente gritaba la letra, disfrutándolo al máximo.

Cada presentación parecía superar a la anterior en caos y risas.

Y entonces, Sally se levantó y tomó a Sonic de la muñeca.

—Es nuestro turno.

Sin poner objeción, Sonic la acompañó al escenario y seleccionaron una canción a dúo. Desde mi asiento, observé cómo sus voces se mezclaban en la melodía. Sonic tenía una presencia natural en el escenario, su energía llenaba el lugar. Sally lo seguía con elegancia, su voz más suave pero armoniosa.

Pero lo que no esperaba era lo que vino después.

Cuando la canción terminó, Sally bajó del escenario… pero Sonic no.

En su lugar, Tails subió con él.

—¡Sigamos con la música! —exclamó Sonic, palmeando la espalda de su mejor amigo.

La siguiente canción empezó, y aunque Tails al principio parecía algo tímido, Sonic lo motivó y pronto ambos estaban cantando con entusiasmo. Sus voces se complementaban bien, y se notaba la complicidad de años de amistad entre ellos.

Cuando la canción llegó a su fin, la sorpresa no terminó ahí.

Knuckles se levantó y, con una sonrisa desafiante, subió al escenario.

—¿Cantando sin mí? Olvídenlo, ahora somos un trío.

El público estalló en vítores mientras comenzaba la siguiente canción, con los tres amigos compartiendo el escenario, sus voces mezclándose en un espectáculo improvisado pero increíblemente divertido.

Y entonces, Sonic giró hacia mí.

Con una sonrisa confiada, me extendió la mano.

—Vamos, Ames. Canta con nosotros.

El salón entero pareció contener el aliento por un segundo. Me levanté con una sonrisa, corrí hacia el escenario y tomé el micrófono que Sonic me ofrecía.

—¡Ahora sí que esto se pone bueno! —exclamó Knuckles.

La música comenzó a sonar y, sin pensarlo más, me sumé a ellos.

Canté con mis tres amigos de toda la vida, recordando tantos momentos que habíamos compartido juntos. Entre risas, emoción y melodía, la noche siguió siendo perfecta.

No sé en qué momento todos comenzamos a cantar al mismo tiempo. La música nos envolvió, y nuestras voces se alzaron en un coro que llenó toda la sala. No importaba quién desafinaba o quién seguía el ritmo perfectamente, lo único que importaba era la energía, la alegría del momento, la risa compartida entre amigos.

Cuando la canción llegó a su fin, el aplauso fue ensordecedor. Bajé del escenario con una sonrisa en los labios, pero también con la garganta algo cansada. Había cantado más de lo que esperaba. Con un suspiro satisfecho, me dirigí a una de las mesas en busca de algo para beber.

Justo cuando tomaba un vaso con refresco bien frío, sentí una presencia a mi lado.

—¿Disfrutando de la fiesta? —preguntó Tails con su tono tranquilo y amigable.

Le sonreí, aún con el vaso en la mano.

—Me encanta —respondí con sinceridad—. No puedo creer que Sonic planeara todo esto para mí.

Tails sacudió la cabeza con una leve sonrisa.

—Sonic fue él de la idea, pero entre todos lo organizamos —aclaró—. Conseguir la reservación de este salón fue lo más complicado.

No pude evitar reír.

—Eso suena a mucho esfuerzo.

—Lo fue —asintió con fingida exasperación—, pero valió la pena.

Después de un par de canciones más, Sonic subió al escenario con una gran sonrisa y tomó el micrófono.

—¡Es hora de cantarle a la cumpleañera! —anunció con entusiasmo—. ¿Vienes, Ames?

Me reí suavemente y me levanté de mi asiento. Caminé hasta el escenario mientras todos me aplaudían y me animaban. Justo en ese momento, un solo reflector se encendió sobre mí, iluminándome por completo. Desde un costado del salón, vi a Tails empujando un carrito con un enorme pastel de cumpleaños.

Mi rostro estaba pintado con gran detalle en la superficie del pastel, rodeado de decoraciones color rosa y blanco. En la parte superior, dos velitas formaban el número “23”, parpadeando suavemente con la luz de sus llamas.

Entonces, todos mis amigos empezaron a cantar “Feliz Cumpleaños” con fuerza y emoción.

Miré a mi alrededor, observando cada uno de sus rostros iluminados por la calidez del momento. Sonic sonreía ampliamente mientras marcaba el ritmo con palmadas. Tails, Charmy y Cream cantaban con alegría, mientras Vector y Espio intentaban mantenerse a tono. Blaze, con su expresión serena, se unía al canto junto a Silver, que la miraba con una sonrisa divertida. Rouge, con una mano en la cadera, cantaba de manera despreocupada, mientras Knuckles, aunque algo avergonzado, también participaba. Big, con su voz profunda y pausada, tarareaba la melodía con entusiasmo, y Sally, con su elegancia natural, sonreía mientras seguía el ritmo con suaves movimientos.

Todos… menos un erizo en particular.

Recorrí la multitud con la mirada, pero no lo vi. Shadow no estaba entre ellos.

¿Dónde estaba?

Chapter 21: Buenas Noches

Chapter Text

 

El canto terminó con una ola de aplausos, y yo sonreí antes de inclinarme sobre el pastel para soplar las velas. Pedí un deseo en silencio y las llamas se extinguieron con un solo soplido, desatando una nueva ronda de aplausos.

Sin perder tiempo, tomé el cuchillo y empecé a cortar el pastel, repartiendo generosas porciones entre todos. Mis amigos agradecían cada trozo, riendo y disfrutando el momento, pero mi mente estaba en otro lado. Cada tanto, mi mirada recorría la sala, buscando una silueta en particular entre la multitud. Pero Shadow no estaba en ningún lado.

Fruncí ligeramente el ceño y me acerqué a Rouge, quien disfrutaba su porción con total tranquilidad.

—Oye, Rouge —dije, intentando sonar casual—. ¿Has visto a Shadow?

Ella me miró de reojo y, antes de responder, tomó un pequeño mordisco de su pastel.

—Recibió un mensaje y salió afuera —dijo sin darle demasiada importancia.

Fruncí el ceño ligeramente. ¿Un mensaje? ¿De quién?

—¿Salió hace mucho?

—No lo sé, tal vez hace unos minutos —respondió encogiéndose de hombros.

Le di las gracias rápidamente y me dirigí hacia la salida del salón de eventos.

Apenas crucé las puertas, la brisa nocturna me envolvió, trayendo consigo el sonido lejano del mar y el murmullo de la música que aún resonaba en el interior. Mis ojos recorrieron la zona, buscando su silueta entre las sombras.

Caminé un poco más, dejando que la brisa cálida de la noche llenara mis pulmones. El aroma salado del océano flotaba en el aire, mezclado con la fragancia de las flores del jardín cercano.

Entonces, lo vi.

Su silueta oscura se fundía con la sombra de una palmera, proyectada por la luz de la luna llena. Estaba recargado contra el tronco, los brazos cruzados sobre el pecho, su semblante serio y enfocado. Sus orejas se movían ligeramente, captando cada sonido a su alrededor, y su mirada carmesí escaneaba el área con atención.

Di un par de pasos más hacia él, pero antes de que pudiera decir algo, levantó una mano y llevó un dedo a sus labios en un gesto claro: silencio.

Fruncí el ceño, pero obedecí. Shadow inclinó la cabeza sutilmente hacia un lado, indicándome algo con la mirada.

Giré la cabeza en esa dirección y vi a dos figuras.

Uno de ellos era un tigre alto y fornido, con una camisa hawaiana de colores llamativos que, sinceramente, se veía ridícula en él. La otra era una halcón de plumaje morado, vestida con un elegante vestido de playa que realzaba su figura.

Me tomó un segundo reconocerlos, pero cuando lo hice, la memoria me golpeó como un relámpago.

Axel y Mira.

Habían sido parte de la resistencia años atrás. Pero... ¿qué hacían aquí? Y más importante... ¿por qué se veían tan coquetos?

Parpadeé, confundida. Espera... ¿Axel no estaba casado?

Me llevé una mano a la boca, mirando la escena con incredulidad. ¿Están teniendo un amorío?

Me acerqué más a Shadow sigilosamente, colocándome junto a él detrás de la palmera. Quería escuchar mejor lo que decían, pero antes de que pudiera entender la situación, todo cambió en un instante.

La tensión en la conversación aumentó y, de repente, Mira le dio una bofetada fuerte a Axel.

El sonido del golpe resonó en el aire.

Axel se llevó una mano a la mejilla, sorprendido, y ambos se dieron la espalda antes de marcharse en direcciones opuestas.

Qué drama.

Pude escuchar un suspiro exasperado de Shadow mientras masajeaba su sien con dos dedos.

—Ahh... se supone que estamos de vacaciones —murmuró con evidente frustración.

Lo miré fijamente. Algo estaba mal.

—Hey, Shadow... ¿qué haces aquí? —pregunté, cruzándome de brazos—. Te perdiste mi canción de cumpleaños.

Me miró con sorpresa, y por un instante, vi un destello de culpa en sus ojos.

—¿Lo hice? Lo siento.

Mi expresión se suavizó un poco.

—¿Necesitabas un poco de aire? Podrías habérmelo dicho, sé que este tipo de reuniones te agotan.

Pero él desvió la mirada, con ese gesto que delataba que algo más estaba pasando.

—No es eso... recibí un mensaje.

Mi paciencia se agotó un poco.

—¿Es del trabajo? —pregunté con el ceño fruncido—. Me prometiste que no ibas a responder nada del trabajo.

Shadow me sostuvo la mirada y suspiró.

—Lo sé, pero esto es importante. Tiene que ver con el asalto en el penthouse nuestra primera noche aquí.

Eso me tomó por sorpresa.

—¿El asalto? —repetí, atenta. Di un paso más cerca de él—. ¿Qué descubriste?

Shadow no respondió de inmediato. En cambio, su mirada se desvió hacia otro punto. Siguiendo su línea de visión, vi a un guardia de seguridad patrullando la zona.

Uno de los mismos que nos ha estado vigilando desde que llegamos.

De repente, Shadow se movió con rapidez.

Antes de que pudiera reaccionar, me giró y me empujó suavemente contra la palmera, quedando de frente a mí.

Sus brazos se apoyaron a ambos lados de mi cabeza, atrapándome en un espacio cerrado.

—Pretende que somos una pareja —susurró con seriedad.

Mi corazón dio un pequeño vuelco. ¿Pretender?

Lo miré con diversión y le sonreí con picardía.

—Shadow... ya somos una pareja.

Llevé mis manos a sus hombros y, sin dudarlo, acorté la distancia entre nosotros.

El guardia nos observó con cierta sospecha.

No me lo pensé dos veces. Me incliné y lo besé.

Sentí a Shadow tensarse por una fracción de segundo, pero su respuesta fue inmediata. Correspondió el beso con la misma intensidad, atrapándome por completo en su calor.

Abrí un ojo y vi cómo el guardia desviaba la mirada, incómodo, antes de continuar con su ronda.

Cuando nos separamos, mi respiración estaba un poco agitada. Shadow me miraba con una mezcla de sorpresa y algo más que no supe descifrar de inmediato.

Me incliné hacia él y susurré:

—Ahora dime... ¿qué está pasando aquí?

Shadow me miró con una expresión seria, su voz fue apenas un susurro, pero cargada de significado.

—Los reconoces, ¿no? Axel y Mira.

Asentí lentamente, todavía procesando lo que había visto. Mi mente seguía atrapada en la imagen de ambos juntos, demasiado cerca, demasiado cómplices.

—Son parte de mi equipo élite —continuó Shadow, sin apartar la mirada de mí—. Después de que nos atacaran el primer día, los llamé para que vinieran a investigar qué estaba pasando.

—Entonces... ¿por qué esos dos estaban tan amorosos? ¿No que Axel está casado?

Shadow inclinó ligeramente la cabeza, impasible.

—Lo está. Tiene tres esposas.

Mis ojos se abrieron de par en par, pero antes de que pudiera expresar mi incredulidad, él siguió hablando con naturalidad.

—Ahora están de incógnito. Lo que viste no era coqueteo, estaban comunicándose en clave, pasándome información sobre lo que han descubierto hasta ahora.

Las piezas encajaron en mi mente con un clic sordo. A pesar de la explicación, la imagen seguía impresa en mi cabeza. Me obligué a centrarme en lo importante.

—¿Y qué han descubierto? —pregunté, con un nudo apretándose en mi estómago.

Shadow exhaló lentamente, como si hubiera esperado esa pregunta, y me sostuvo la mirada con intensidad.

—Este resort se ha convertido en el centro de operaciones del mercado negro de badniks.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Llevé una mano instintivamente a mi boca.

—¿El mismo mercado negro que investigaste cuando te fuiste esas dos semanas?

Shadow asintió con gravedad.

—Así es. Logramos desmantelar parte de la red... pero solo una parte. No sabíamos de dónde operaban hasta ahora.

Mi mente trabajaba rápidamente, tratando de procesar la magnitud de la revelación.

—¿Quieres decir que están usando el resort para moverse sin levantar sospechas?

—Exactamente —confirmó Shadow, su voz firme—. Por eso nos han estado vigilando desde que llegamos. Seguramente creen que vine a investigar usando las vacaciones como pretexto.

Todo cobró sentido de repente.

—Nos atacaron el primer día... Deben estar nerviosos.

Shadow me estudió por un momento antes de responder, su tono cargado de significado.

—Y si están nerviosos, significa que planean hacer algo.

—¿Y qué vas a hacer? —pregunté, sintiendo un leve temblor en mi voz.

Shadow se quedó en silencio por un instante, como si evaluara su respuesta. Luego, con una tranquilidad desconcertante, dijo:

—Nada. Mi equipo se encargará de eso. Yo estoy de vacaciones aquí... contigo.

Su tono firme y decidido hizo que un calor inesperado se expandiera en mi pecho. No importaba la amenaza que acechaba en las sombras ni lo que estuviera ocurriendo a nuestro alrededor. En ese instante, la única verdad que importaba era que él estaba aquí, conmigo.

Sin pensarlo demasiado, lo abracé, rodeando su espalda con mis brazos, sintiendo la solidez de su cuerpo contra el mío. Shadow tardó solo un segundo en corresponder, sus brazos envolviéndome con esa calidez que rara vez mostraba.

Aún atrapada entre su figura y la palmera, alcé la mirada y sonreí con suavidad.

—¿Podemos pretender que somos una pareja un poco más? —murmuré, dejando que la indirecta flotara en el aire entre nosotros.

Shadow me observó en silencio, su mirada carmesí buscando algo en la mía. Luego, sus labios se curvaron en una de sus escasas pero auténticas sonrisas, y antes de que pudiera procesarlo, se inclinó hacia mí, capturando mis labios en un beso.

Al principio fue un roce suave, exploratorio, casi como si estuviera probando el momento. Pero no tardó en profundizarlo. Su mano se deslizó por mi cintura, atrayéndome más contra él, mientras la otra se apoyaba junto a mi cabeza contra la palmera, encerrándome aún más en su espacio. Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir su cercanía, la calidez de su aliento mezclándose con el mío en la brisa nocturna.

Mi corazón latía con fuerza cuando nuestras bocas se entrelazaron con más intensidad. Sus labios se movían con precisión, con esa mezcla perfecta entre firmeza y ternura que hacía que cada segundo se sintiera aún más embriagador. Mis dedos se aferraron a su chaqueta, tirando de él instintivamente, como si temiera que se apartara demasiado pronto.

La luna brillaba sobre nosotros, el sonido distante de las olas acompañando el momento. Cada beso que compartíamos era más profundo, más necesitado, como si ambos estuviéramos perdiéndonos en esa burbuja que nos aislaba del mundo. Su mano en mi cintura se apretó levemente, y un suspiro se escapó de mis labios entre beso y beso.

No sabía cuánto tiempo pasó. Solo sabía que no quería que terminara.

Pero un sonido seco rompió la burbuja en la que nos encontrábamos atrapados.

Alguien tosió.

Mis ojos se abrieron de golpe, y antes de que pudiera pensar, mis manos se apoyaron instintivamente en el pecho de Shadow y lo empujé, separándolo de mí con más fuerza de la necesaria. Shadow dio un pequeño paso atrás, sin resistirse, y giré la cabeza rápidamente hacia la fuente del sonido, con el corazón latiendo frenéticamente.

Ahí, de pie a unos metros, con los brazos cruzados y una expresión estoica en el rostro, estaba Espio.

El calor subió de inmediato a mi cara, sintiendo cómo el rubor me cubría hasta las orejas.

—Te están buscando, Amy —dijo Espio con su tono calmado y neutral—. Es hora de abrir los regalos.

Parpadeé varias veces, aún en shock, antes de que mi cerebro pudiera procesar sus palabras.

—Oh... ok —dije rápidamente, mi voz un poco más aguda de lo normal.

Justo cuando pensaba que no podía avergonzarme más, Espio arqueó una ceja y, con absoluta seriedad, añadió:

—Y hagan eso en su habitación.

Mi rubor se intensificó hasta un punto ridículo. Abrí la boca para responder, pero no salió ningún sonido coherente, solo un leve balbuceo. Espio, sin más, asintió con la cabeza y se marchó con la misma discreción con la que había llegado, dejándome congelada en mi sitio.

Me quedé en silencio unos segundos, sintiendo la brisa nocturna acariciar mi piel ardiente. Lentamente, giré la cabeza hacia Shadow.

Él, por supuesto, parecía completamente imperturbable.

—El Team Chaotix ya sabía sobre nosotros desde hace tiempo —dijo con su tono bajo y seguro—. A pesar de lo ridículos que pueden ser, son buenos detectives. Tuve que pagarles para que mantuvieran la boca cerrada.

Lo miré, sin saber si sentirme frustrada o aliviada. Era cierto, quería ser yo quien compartiera la noticia con mis amigos cuando estuviera lista, no que lo descubrieran por rumores o, en este caso, por una escena comprometedora.

—Lo entiendo... —dije al final, cruzándome de brazos—. Pero pagarles, Shadow, ¿en serio?

—Era la opción más eficiente —respondió sin inmutarse.

Rodé los ojos, aunque una pequeña sonrisa se asomó en mis labios. Shadow siempre tenía su propio modo de hacer las cosas.

—¿Y cuánto les diste? —pregunté con curiosidad.

—Suficiente para que Vector deje de quejarse por un tiempo.

No pude evitar soltar una risa.

—Eso significa que fue bastante.

Shadow solo inclinó la cabeza ligeramente, como si confirmara mi suposición sin necesidad de palabras.

Suspiré de nuevo y lo miré, sintiendo que el calor en mi pecho aún no se disipaba del todo. Todavía podía sentir la presión de su cuerpo contra el mío, el toque firme de sus manos en mi cintura, la intensidad de su mirada antes de que Espio nos interrumpiera.

—Bueno, más te vale que haya valido la pena, porque esto no se va a quedar en secreto por mucho tiempo —dije con una mezcla de diversión y resignación.

Shadow esbozó una leve sonrisa—una de esas pequeñas y raras expresiones que solo yo tenía el privilegio de ver—antes de inclinarse un poco, bajando la voz.

—No me importa quién se entere, Rose.

Mis labios se entreabrieron ligeramente, y mi corazón dio un vuelco cuando sentí su aliento rozar mi piel.

—Ahora ve a abrir tus regalos antes de que alguien más venga a interrumpirnos.

Parpadeé, volviendo a la realidad de golpe.

—Cierto... mis regalos.

Me giré para caminar de vuelta al salón, aunque todavía sentía su mirada siguiéndome. Y aunque mi mente intentaba enfocarse en la fiesta, no podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar. En lo que podría haber pasado si no hubiéramos sido interrumpidos. 

Regresamos al salón, y el ambiente seguía vibrante con risas y música animada. Las luces colgantes iluminaban el lugar con tonos dorados y cálidos, reflejándose en los rostros de mis amigos mientras disfrutaban de la fiesta. Escaneé la habitación hasta que escuché mi nombre resonar entre la multitud.

—¡Amy!

Giré la cabeza justo a tiempo para ver a Cream, quien miraba de un lado a otro, claramente buscándome.

Levanté mi otra mano en el aire para que me viera.

—¡Aquí estoy!

En cuanto me notó, su expresión se iluminó y corrió hacia mí con su vestido de tonos pastel ondeando tras ella.

—¡Amy, allí estás! Es hora de abrir tus obsequios.

Sonreí con ternura al verla tan emocionada. Shadow dejó escapar un leve suspiro, pero no dijo nada cuando Cream prácticamente me tomó de la mano y me llevó al centro de la sala.

Frente a mí, sobre una larga mesa, se encontraba una impresionante montaña de bolsas y cajas de regalo envueltas con papeles brillantes y lazos de todos los colores. Me reí suavemente al ver la cantidad.

—Wow... creo que me han mimado demasiado este año.

Los demás comenzaron a acercarse, formando un semicírculo a mi alrededor mientras tomaba asiento en el centro. Shadow se quedó de pie detrás de mí, con los brazos cruzados, observando en silencio.

Respiré hondo y, con una sonrisa, tomé el primer regalo.

—Bueno, ¡vamos a ver qué hay aquí!

Tomé el primer regalo y rompí con cuidado el papel brillante. De la caja saqué un suéter rosa con detalles blancos en las mangas y un diseño bordado en el pecho.

—¡Oh, es adorable! —exclamé, sosteniéndolo para verlo mejor.

—Lo hice yo misma —dijo Cream con orgullo— Mamá me ayudó con algunos detalles.

—¡Es hermoso, gracias! —Me acerqué para abrazarla antes de tomar el siguiente paquete.

Al abrirlo, encontré un par de guantes nuevos de excelente calidad con detalles reforzados en los nudillos.

—Son míos —dijo Knuckles, con los brazos cruzados—. Vi los tuyos algo desgastados, así que pensé que te vendría bien un buen par de repuesto.

—¡Gracias, Knuckles! —dije, probándomelos de inmediato y sintiendo lo bien que encajaban.

Luego abrí una caja de Blaze, revelando un conjunto de tazas de porcelana con delicados patrones florales.

—Pensé que te gustaría para tu hora del té —comentó con una ligera sonrisa.

—¡Blaze, son preciosas! Me encantan.

De parte de Tails recibí un pequeño dispositivo de bolsillo con varias herramientas incorporadas.

—Te ayudará a arreglar cosas en tu auto si alguna vez lo necesitas —explicó entusiasmado.

—¡Siempre piensas en todo! —reí, dándole un abrazo.

Rouge me obsequió un elegante bolso negro de marca. El cuero era suave al tacto, y su diseño sofisticado lo hacía perfecto para cualquier ocasión.

—Apenas lo vi, supe que te quedaría perfecto —me dijo con una sonrisa confiada, guiñándome un ojo.

De Silver recibí un libro de historias y leyendas Mobians. La portada tenía un diseño antiguo, con grabados dorados en relieve.

—Pensé que te gustaría algo relajante para leer —dijo con una leve sonrisa.

Agradecí el gesto, imaginando lo bien que se sentiría leerlo con una taza de té en una tarde tranquila.

Big me entregó una bufanda tejida a mano, de un tono rosa suave con patrones de flores. La textura era cálida y esponjosa, perfecta para los días fríos.

—La hice especialmente para ti —murmuró con su típica voz calmada.

El equipo Chaotix se unió para regalarme una pequeña radio portátil de excelente sonido. Era compacta, con un diseño retro, y venía con diferentes estaciones preconfiguradas.

—Para que escuches buena música mientras trabajas —dijo Vector con una gran sonrisa.

Tomé el siguiente regalo, uno de Sonic. La caja estaba envuelta de forma sencilla, pero al abrirla, saqué una chaqueta rosa con flores blancas de cerezo bordadas en las mangas y en la espalda.

—Para que te veas más genial en tu Mini Cooper —bromeó Sonic, cruzándose de brazos con una sonrisa confiada.

—¡Me encanta! —exclamé, poniéndomela de inmediato. Era ligera, pero cálida, y el diseño era simplemente precioso.

De Sally recibí una caja cuidadosamente envuelta. Al abrirla, encontré una libreta de cuero marrón con mi nombre grabado y una pluma dorada.

—Sé cuánto te gusta organizarte —dijo con una sonrisa—. La pluma tiene tinta infinita, así que nunca se agotará.

Pasé los dedos sobre la portada, emocionada.

—¡Me encanta! Gracias, Sally.

La abracé con gratitud, y ella rió suavemente.

Pero entonces, mi mirada se posó en el último regalo sobre la mesa. Era el de Shadow. Una enorme caja envuelta en papel rosa.

Mi corazón dio un vuelco. Este era el regalo que más me emocionaba.

Después de años consecutivos de recibir tarjetas de regalo de su parte, este sería su primer regalo real de cumpleaños.

Me acomodé y, con un nudo en la garganta, comencé a desenvolverlo con cuidado.

Sonic alzó la mirada hacia Shadow con una expresión divertida.

—¡Wow, Shads! Este año compraste un regalo de verdad y no otra tarjeta de regalo.

Shadow le frunció el ceño con evidente molestia y desvió la mirada, negándose a responderle.

Cuando arranqué el último pedazo de papel, la caja quedó completamente visible.

Mi respiración se cortó por un segundo.

Mis ojos recorrieron la gran caja rectangular, con su fondo blanco brillante y una imagen de la batidora en el centro, resaltada en un tono metálico elegante.

—¿Una... batidora KitchenAid? —murmuré con voz temblorosa.

Sonic frunció el ceño y miró a Shadow.

—¿Le regalaste una batidora?

Pero no escuché su comentario.

Un grito de emoción escapó de mis labios antes de que pudiera contenerme, y abracé la caja con fuerza, pasando las manos sobre la superficie con una mezcla de incredulidad y felicidad.

—¡No puede ser!

Cream abrió los ojos de par en par y se apresuró a acercarse, cubriéndose la boca con ambas manos.

—No puedo creerlo... —susurró con un tono casi reverencial—. ¡Es una  KitchenAid! ¡Una  KitchenAid!

—¡Lo sé, Cream! ¡Lo sé!

Ambas comenzamos a gritar de emoción, saltando en nuestro lugar como niñas pequeñas.

El resto de mis amigos se quedaron en silencio, observándonos con confusión.

Knuckles nos miró con una ceja alzada.

—No entiendo —intervino Knuckles, frunciendo el ceño—. ¿Por qué tanto alboroto por una batidora?

Me giré rápidamente hacia él, aún abrazando la caja como si fuera un tesoro.

—¡Esto no es cualquier batidora! Es una KitchenAid, una marca de repostería profesional súper reconocida. Tiene un motor de 325 watts de alto rendimiento, diez velocidades ajustables, un tazón de acero inoxidable de 4.8 litros con asa ergonómica, y un sistema de mezcla planetaria que garantiza una mezcla uniforme. ¡Además, tiene ganchos intercambiables como el batidor de globo, el gancho para amasar y la pala mezcladora! ¡Los reposteros profesionales la consideran la mejor del mercado!

Cream asintió con entusiasmo.

—¡Es lo mejor de lo mejor!

Finalmente, giré sobre mis talones y, sin pensarlo, me lancé hacia Shadow, abrazándolo con todas mis fuerzas.Lo sentí tensarse por un instante, pero después de un segundo, correspondió el abrazo con una firmeza tranquila.

Mi cola se movía de emoción sin que pudiera evitarlo.

Me separé solo lo suficiente para mirarlo a los ojos, con una sonrisa enorme en el rostro.

—¡Lo recordaste!

Shadow me miró con una leve inclinación de cabeza y, con una voz baja y segura, respondió:

—Por supuesto que lo recordé. ¿Crees que no te pongo atención en nuestras videollamadas?

Mi corazón dio un vuelco.

—Pasé una hora y media hablando de la marca... pensé que no lo hacías.

Aún abrazándolo, giré la cabeza para ver la caja de la batidora y luego lo volví a ver.

—¿Cómo la trajiste sin que me diera cuenta?

Shadow, con su expresión inmutable, respondió con naturalidad:

—La envié hace unos días a una estación de policía aquí en el sur. Me hicieron el favor de resguardarla.

Una sonrisa temblorosa se formó en mis labios antes de volver a abrazarlo con aún más fuerza, sin importarme que los demás estuvieran viendo.

Sonic parpadeó varias veces, confundido.

—Esperen... ¿Ustedes... ustedes tienen videollamadas?

Giré ligeramente la cabeza para mirarlo.

—Cada dos días. Como solo podemos vernos en persona una vez a la semana, es la mejor manera de mantenernos en contacto.

Sonic cruzó los brazos y su mirada se quedó fija en la caja de la batidora. Dejo salir un suspiró y murmuró con tono burlón:

—Ustedes dos sí que son actores comprometidos.

Me quedé congelada por un instante, insegura de si había escuchado bien.

Giré la cabeza para mirarlo, pero en cuanto nuestras miradas se cruzaron, Sonic cambió rápidamente de actitud y levantó los brazos con entusiasmo.

—¡¿Quién está listo para la piñata?!

Hubo un breve silencio antes de que todos reaccionaran a su repentino cambio de tema.

—¡Yo! —gritó Charmy, alzando la mano con emoción.

Vector rió con diversión.

—¡Eso es, muchachos! ¡Es hora de los dulces!

Los murmullos entre el grupo se desvanecieron cuando la atención se desvió por completo hacia la piñata.

La fiesta había llegado a su fin. Con los brazos cargados de regalos, intenté equilibrarlos lo mejor posible mientras caminábamos fuera del salón. Shadow iba a mi lado, sosteniendo con facilidad la caja más grande: la batidora que él mismo me había regalado.

El aire nocturno era una bocanada de alivio después de tantas horas dentro. Aún podía escuchar las risas y las voces de mis amigos, todos de buen humor, disfrutando los últimos momentos de la celebración.

Fue entonces cuando un viejo zorro, el manager del hotel, se acercó con paso tranquilo y una expresión cordial. Se dirigió directamente a Sonic y, con un tono amable, preguntó:

—¿Cómo estuvo todo?

Sonic, con su actitud despreocupada de siempre, le dio un pulgar arriba.

—¡Todo estuvo excelente!

El zorro asintió con satisfacción, metió la mano en su chaqueta y sacó una pequeña tarjeta, que le extendió a Sonic.

—Me alegra escuchar eso. Aquí tienes tu invitación para la fiesta VIP del viernes en la noche. Por favor, no llegues tarde.

Sonic tomó la tarjeta con cierta duda y se rascó la nuca, sin mucho entusiasmo.

—Entendido...

Había algo en su tono que hizo que todos nos volviéramos a verlo con curiosidad.

—¿Fiesta VIP? —pregunté, ladeando la cabeza.

Sonic soltó una risa nerviosa.

—Bueno... Para conseguir las habitaciones y el salón en tan poco tiempo, tuve que... venderme un poco.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Venderte?

Sonic suspiró y giró la tarjeta entre los dedos.

—A cambio de saltarme la lista de espera, tengo que ir a una fiesta elegante con un montón de peces gordos del resort.

Lo miré con incredulidad.

—Pero tú odias ese tipo de fiestas, Sonic.

Él desvió la mirada, cruzando los brazos con cierta incomodidad.

—Lo sé... pero quería que tuvieras un buen cumpleaños, Ames.

En cuanto escuché esas palabras, sentí un nudo formarse en mi garganta.

Un cálido y punzante sentimiento de gratitud me envolvió por completo.

Siempre fui yo quien organizaba las fiestas, quien se aseguraba de que todos tuvieran un buen momento, quien cuidaba cada detalle. Nunca lo hacía esperando nada a cambio, pero... ver cómo mis amigos habían hecho todo esto por mí, cómo Sonic incluso se había sacrificado para conseguirlo, me llenó de una emoción tan fuerte que apenas pude contener las lágrimas que se acumularon en mis ojos.

Quería saltar y abrazarlo, pero mis brazos estaban llenos de regalos. Así que, en su lugar, le dediqué una gran sonrisa, una que intentó expresar todo lo que sentía en ese momento.

—Muchísimas gracias, Sonic, por organizar esta fiesta.

Luego, giré la vista hacia todos mis amigos, aquellos que habían estado conmigo en este día tan especial.

—Y gracias a todos por venir y darme estos maravillosos regalos... —mi voz se quebró ligeramente, pero no por tristeza, sino por lo increíblemente afortunada que me sentía en ese instante.

Sonic se acercó con una sonrisa confiada y puso ambas manos sobre mis hombros.

—Y te tengo una sorpresa más —dijo con entusiasmo.

Parpadeé, aún sosteniendo mis regalos, sintiendo mi pecho apretarse con la emoción del día.

—¿Una más? —pregunté, con los ojos aún humedecidos por la gratitud que sentía.

—¡Sí! Vamos a ir al show de magia —anunció con orgullo.

Mis labios se entreabrieron.

—¿En serio?

—¡Sí! Tú y yo, solos —afirmó con una sonrisa radiante.

Mi expresión se congeló un poco.

—¿Qué? ¿Tú y yo... a solas? —repetí, sintiendo una ligera incomodidad crecer dentro de mí.

—¡Sí! Solo nosotros dos —insistió, como si no notara mi vacilación.

Mi instinto me hizo girar la cabeza, buscando a Shadow casi sin pensarlo.

Él seguía sosteniendo la caja entre sus dos manos, los dedos firmemente aferrados a los bordes como si estuviera conteniendo algo más que solo el peso del paquete. Su ceño fruncido y la sombra en su mirada decían más que cualquier palabra. Sus hombros estaban rígidos, y la tensión en su postura era inconfundible.

Sentí una punzada en el estómago.

Ay no... esto no me está gustando.

Miré a mis amigos, esperando que alguien interviniera para aliviar la tensión, pero solo encontré diferentes reacciones. Algunos, como Rouge, miraban la escena con interés. Otros, como Blaze, simplemente observaban con una calma distante.

Esto no es un espectáculo para que se diviertan.

Aclaré mi garganta.

—¿Y los demás?

Rouge fue la primera en responder con su tono tranquilo.

—Nosotros vamos al casino.

—¡Este año vamos por el jackpot! —declaró Vector con emoción.

Espio cruzó los brazos con seriedad.

—No vamos a perder esta vez.

Knuckles golpeó sus nudillos juntos.

—Vamos a enseñarle a ese dealer.

Blaze suspiró.

—Nosotros volvemos al hotel. Es tarde, y no puedo dejar que Silver se acerque al casino otra vez.

Silver bajó la cabeza, murmurando con cierta vergüenza.

—Vamos, Blaze... no fue tan malo.

Blaze lo miró con una ceja arqueada.

—Tuvimos que sacarte a la fuerza de las tragamonedas la última vez.

—Nosotros también volvemos al hotel —intervino Tails—. Cream, Charmy, Big y yo vamos a jugar Monopoly.

—¡Y esta vez no voy a perder! —dijo Charmy con determinación.

—Eso decías la última vez —respondió Cream con una sonrisa.

Big asintió lentamente. —Mientras haya peces en el juego, me parece bien.

La conversación ligera me ayudó a calmarme un poco, pero cuando volví la vista a Sonic, él seguía mirándome con esa sonrisa confiada, esperando mi respuesta.

Tomé aire.

—Ahhh... Lo siento, Sonic, pero ya le había prometido a Shadow que cenaríamos juntos esta noche. Tal vez la próxima vez.

El cambio en su expresión fue inmediato. Sus ojos se abrieron apenas un poco, sorprendido.

No solo él, sino todos mis amigos parecieron reaccionar al mismo tiempo.

Amy Rose, rechazando una cita con Sonic.

Sonic parpadeó, incrédulo.

—¿La próxima vez?

Asentí con una leve sonrisa.

—Sí. Lo siento, pero ya hice planes. Tal vez otro día podamos ir. —Hice una pausa y luego agregué con naturalidad—. ¿Por qué no llevas a Sally? Seguro a ella le gustaría ver el show de magia.

Las miradas de todos se posaron en Sally.

Sonic desvió la vista hacia ella por un instante antes de volver a mirarme. La chispa en su expresión se apagó, y en su lugar, una sombra fría cubrió sus ojos.

Se inclinó apenas, su voz descendiendo a un susurro.

—Así que vas a insistir en seguir este juego... Pues dos pueden jugar a lo mismo, Ames.

Un escalofrío recorrió mi espalda, pero mantuve mi expresión firme.

Sonic apartó lentamente sus manos de mis hombros y se giró hacia Sally con su actitud despreocupada de siempre.

—Hey, Sal, Ames dijo que está ocupada. ¿Quieres venir al show conmigo?

Sally parpadeó varias veces, claramente incómoda con la tensión en el aire.

—Ehm... sí, claro...

La sonrisa de Sonic volvió, pero esta vez tenía un filo burlón.

Sentí mi propia paciencia agotarse.

¿En serio? ¿Este idiota cree que me va a dar celos con esto?

No iba a darle la satisfacción de pensarlo.

Sonreí con la misma actitud ligera y me giré hacia Shadow.

—Vamos, Shadow. Ayúdame a llevar esto a mi cuarto.

Shadow no dijo nada, pero su respuesta fue inmediata. Ajustó mejor la caja en sus brazos y se preparó para seguirme.

Volví la vista hacia mis amigos y les dediqué una sonrisa tranquila.

—Buenas noches a todos. Que la pasen bien.

Sonic no dijo nada más. Solo me miró mientras me alejaba con Shadow, pero yo ya no iba a darle más importancia.

La recepción del hotel seguía iluminada con un brillo acogedor, y las risas lejanas de algunos huéspedes aún resonaban en el aire. A pesar del ambiente relajado, yo sentía el estómago revuelto. Caminamos hasta el elevador en silencio, la tensión todavía vibrando entre nosotros.

Con un rápido movimiento, presioné el botón del ascensor y esperé con impaciencia.

Las puertas se abrieron con un ding, y entramos.

El ascensor era amplio, con un aroma ligero a madera pulida y tela recién lavada. Sostenía mis regalos con cuidado, intentando evitar que se me cayeran mientras trataba de mantener la calma. Pero la rabia todavía ardía en mi pecho, y la tensión en mis hombros era casi insoportable.

No pude callarme más.

—¿Escuchaste lo que dijo Sonic? —pregunté, con la voz cargada de frustración.

Shadow, que aún sostenía la caja de la batidora con facilidad entre sus manos, respondió con su tono inmutable.

—Sí. Cree que me estás utilizando para darle celos.

Mi mandíbula se apretó al escuchar esas palabras.

—¡Ahhh! —bufé, sin importarme si mi voz sonaba demasiado fuerte en el reducido espacio—. ¿Acaso sigue pensando que soy una niña inmadura? ¿Que todo esto es solo una estrategia para llamar su atención?

Mis dedos se crisparon alrededor de los regalos, conteniendo el impulso de pisotear el suelo con frustración.

Giré la cabeza para mirarlo, esperando encontrar en sus ojos alguna señal de que entendía lo que sentía.

—Tú sabes que yo no estoy contigo solo para darle celos, ¿verdad?

Esta vez, Shadow sí me miró. Sus ojos rojos tenían esa intensidad firme y penetrante, como si pudieran atravesar cualquier duda que tuviera.

—Eso lo sé.

Su respuesta fue tan segura, tan carente de vacilación, que me relajé un poco. Bajé la vista, mordiendo el interior de mi mejilla con nerviosismo.

—Tal vez sea mejor decírselo directamente —murmuré, observando el suelo con el ceño fruncido.

—No lo hagas —respondió Shadow sin dudar.

Lo miré con confusión, sin entender por qué cambiaba de parecer.

—Pensé que no querías ocultar nuestra relación.

Shadow se encogió de hombros levemente y dejó escapar una exhalación casi divertida.

—Lo sé. Pero la idea de que ese idiota crea que nos aliamos para fastidiarlo me parece... divertida.

Al decirlo, me dedicó una sonrisa ladeada, mostrándome apenas los colmillos.

—¿Te parece divertido? —pregunté, arqueando una ceja.

Shadow inclinó la cabeza apenas un poco, su sonrisa maliciosa aún presente.

—Solo de imaginar que el idiota va a esperar pacientemente a que te rindas y vuelvas corriendo a sus brazos, cuando eso nunca va a pasar... me entretiene.

No pude evitar soltar un suspiro.

—Así que esto es solo porque quieres molestarlo. ¿No te basta con no dirigirle la palabra?

Shadow negó con simpleza.

—No.

Su honestidad me hizo cerrar los ojos un momento, intentando calmarme.

—Supongo que una guerra psicológica es mejor que una pelea de verdad... —murmuré, más para mí que para él.

Shadow se giró levemente hacia mí, su mirada intensa clavándose en la mía.

—Si no quieres hacerlo, solo dile la verdad. —Shadow se giró levemente hacia mí, sus ojos brillando con seguridad—. No cambia el hecho de que eres mía.

Mis mejillas ardieron al escucharlo decirlo con tanta naturalidad. Esa intensidad suya aún me tomaba por sorpresa. Apreté los labios, tratando de ocultar la sonrisa que luchaba por aparecer en mi rostro.

—Hagamos eso, entonces —dije finalmente, mirándolo con un brillo divertido en los ojos—. Sigamos con nuestra vida como siempre y veamos cuánto tiempo le toma a Sonic darse cuenta de que vamos en serio.

Pude ver la satisfacción brillando en su mirada cuando esbozó una sonrisa orgullosa.

Dirigí mi vista a las puertas del elevador, pensativa. Shadow tenía razón, Sonic podía ser terco, pero yo no tenía por qué probarle nada.

Pero entonces otro pensamiento cruzó mi mente, y lo miré de nuevo.

—¿Y mis amigos? ¿Qué les diré?

Shadow se apoyó contra la pared del elevador con total tranquilidad.

—Vanilla, Rouge y Cream ya saben de nuestra relación. Le pagué al Team Chaotix para que no digan nada. Eso solo deja al resto.

Bajé la mirada nuevamente, procesando la información.

—Tendré que encontrar el momento para contarles...

El ding del elevador anunció que habíamos llegado. Cuando las puertas se abrieron, sentí que esta conversación solo era el inicio de algo más grande.

Shadow, con la caja de la batidora equilibrada en una sola mano, deslizó la tarjeta magnética y abrió la puerta del penthouse. Entramos, y de inmediato, la decoración de mi cumpleaños volvió a envolverme con su calidez: globos rosados y blancos flotaban en el techo, arreglos de rosas decoraban la sala, y el gran letrero de Feliz Cumpleaños seguía colgado en el centro de la estancia.

Sin embargo, cualquier sensación de tranquilidad se desvaneció en cuanto noté que no estábamos solos.

Un grupo de Mobians merodeaba la amplia sala con la confianza de quien ha estado ahí un buen rato.

En la cocina, un tigre alto y fornido rebuscaba en la nevera del bar, mientras que un lobo de pelaje café oscuro se asomaba por encima de su hombro, como esperando algo. A unos metros, una halcón morada permanecía de pie con los brazos cruzados, su postura rígida y atenta. Los reconocí al instante: Axel, Travis y Mira.

Pero lo que realmente me desconcertó fueron los otros tres: una pantera de pelaje azul oscuro, una fennec dorada de expresión despreocupada y un erizo café oscuro de baja estatura. Estaban conversando entre ellos hasta que nos vieron entrar.

Todos se giraron en nuestra dirección, enderezando sus posturas con rapidez.

—¡Comandante, señor! —saludaron al unísono.

Fruncí el ceño, confundida, mientras miraba de reojo a Shadow. Él solo exhaló con cansancio, su expresión endureciéndose.

—¿Qué demonios hacen aquí? —preguntó, su tono seco y directo.

La fennec dorada, que parecía la más animada del grupo, sonrió con aire de autosuficiencia y respondió con una tranquilidad que no parecía acorde con la situación:

—Me infiltré en su sistema de seguridad, mantuve las cámaras en un loop de un pasillo vacío y luego manipulé el sensor de la puerta para entrar al penthouse.

Su tono tenía un deje de orgullo, como si fuera una travesura bien hecha en lugar de una intrusión.

Shadow frunció aún más el ceño, claramente irritado.

—Pregunté por qué, no cómo, Nova.

La fennec—Nova, según supe ahora—bajó de inmediato las orejas y desvió la mirada con una expresión culpable.

La halcón morada, Mira, dio un paso adelante con una expresión seria.

—Comandante, sabemos que está de vacaciones y que ya hizo una excepción, pero tenemos que hablar con usted sobre la misión. Es importante.

Yo no entendía del todo la situación, pero el aire en la habitación se volvió más tenso.

La caja de la batidora crujió levemente bajo la presión de los guantes de Shadow. Su agarre se había tensado, y aunque su rostro permanecía inexpresivo, era evidente que la situación no le gustaba.

—Mira, te dejé a cargo junto con Axel —repitió con firmeza, su tono dejando claro que no quería seguir con la conversación—. Yo estoy de vacaciones.

Pero Mira no retrocedió ni un centímetro.

—Señor —insistió, manteniendo su postura recta y su mirada fija en él—, si no actuamos ya, podríamos perder la oportunidad de atrapar al líder del mercado negro.

El tigre en la cocina, Axel, cerró la puerta de la nevera sin sacar nada y se acercó con un semblante más relajado que Mira, pero igual de serio.

—Te necesitamos Comandante.

Hubo un momento de silencio.

Shadow cerró los ojos y exhaló un largo suspiro, como si estuviera reuniendo paciencia. Luego, con un tono inquebrantable, dijo:

—Los entrené lo suficientemente bien para que puedan encargarse de esto por su cuenta. Yo estoy de vacaciones.

El ambiente en la sala se volvió pesado.

Los Mobians que estaban allí, aquellos que habían irrumpido en el penthouse con tanta seguridad, ahora bajaban la cabeza con miradas tensas y preocupadas. Nadie dijo nada, pero podía sentir la frustración en el aire, la desesperación contenida en sus expresiones.

Shadow, aún sosteniendo la caja, mantenía una postura firme, su rostro serio y su ceño fruncido con evidente molestia. Pero yo lo conocía mejor. No era solo enojo lo que veía en sus ojos rojos.

Él estaba preocupado.

Se notaba en la forma en que apretaba la mandíbula, en cómo sus dedos se crispaban apenas alrededor de la caja, en la tensión de su cuerpo. No podía ignorar a su equipo. No cuando estaban ahí, necesitándolo. Pero tampoco podía simplemente aceptar su petición, porque yo le había pedido que descansara estas vacaciones.

Bajé la mirada a los regalos que llevaba en brazos.

Obsequios de mis amigos, símbolos de cuánto se habían esforzado para hacerme sentir especial hoy.

Sentí una punzada de culpa.

¿No estaba siendo demasiado egoísta?

Lentamente, levanté la vista y observé a los Mobians en la sala. Su equipo. Su gente. Personas que lo respetaban y confiaban en él. Y luego miré a Shadow otra vez. Un líder que estaba atrapado entre su deber y la promesa que me hizo.

Pensé en Sonic.

Si alguna vez nos hubiera abandonado en medio de una misión por coquetear con una chica, jamás se lo hubiera perdonado.

Respiré hondo y solté un largo suspiro antes de hablar.

—Shadow... puedes ayudar a tu equipo.

Él me miró de inmediato, sorprendido.

—Rose, no. —Su voz sonó firme, pero sus ojos mostraban otra cosa—. Te prometí que iba a descansar estas vacaciones.

Sacudí la cabeza con una pequeña sonrisa.

—Y ya descansaste lo suficiente.

Shadow frunció el ceño.

—Pero es tu cumpleaños. No puedo hacerte esto.

Sonreí con más suavidad esta vez, con cariño.

—Shadow, hicimos un viaje en auto juntos, descansamos en un penthouse de lujo, fuimos a la playa, jugamos voleibol en la piscina, celebramos mi cumpleaños con mis amigos... —Mis ojos brillaban con sinceridad—. Realmente la he pasado bien contigo. Gracias por eso.

Shadow bajó la mirada, apretando un poco los labios.

—Rose, yo...

—Además —lo interrumpí con un tono más ligero—, no me gustaría saber que por mi culpa un líder criminal se escapó.

Shadow levantó la cabeza y me miró fijamente. Por un momento, no dijo nada. Luego, respiró hondo y asintió.

—Gracias.

Le dediqué una sonrisa, con los ojos llenos de determinación.

—Lo único que quiero es escuchar qué está pasando.

Shadow me sostuvo la mirada antes de responder con firmeza:

—No hay problema con eso.

Escuché una voz en la sala y me giré justo a tiempo para ver a Travis, el lobo, levantar una mano con expresión dudosa.

—¿No se supone que no podemos revelar información confidencial a civiles?

Sus palabras flotaron en el aire por un segundo. Miré a Shadow, preguntándome cómo respondería.

Él giró la cabeza lentamente hacia Travis, con esa autoridad natural que hacía que todos se quedaran en silencio cuando hablaba.

—Rose es una testigo y una víctima —dijo con voz firme—. Tiene derecho a saber qué está ocurriendo.

Travis pareció considerar sus palabras por un momento antes de bajar la cabeza, sin discutir más. A su lado, Axel le dio una palmada en la espalda y soltó una risa baja, como si estuviera disfrutando de la situación.

Shadow, sin perder el tiempo, enderezó la espalda y ordenó con determinación:

—Comencemos la reunión.

De inmediato, Nova, la zorro fennec, sacó una tableta y caminó junto a Mira hacia la parte del fondo de la sala, al otro lado de la mesita de centro. Nova colocó un pequeño dispositivo en el piso, y en cuestión de segundos, una pantalla holográfica emergió, proyectando datos e imágenes en el aire.

El resto del equipo se movilizó con eficiencia. Se dirigieron a la sala y tomaron asiento en el amplio sofá de cuero negro, listos para la reunión.

Yo, aún con los regalos en brazos, me giré hacia Shadow. Sin decir una palabra, caminamos juntos hacia la cocina, donde dejé cuidadosamente los regalos sobre la barra. Shadow hizo lo mismo con la caja que había estado cargando y luego se dirigió de nuevo a la sala, sentándose en el sofá con su equipo.

Observé la escena por un momento. Todos parecían completamente enfocados, listos para planear su siguiente movimiento.

—¿Alguien tiene hambre? —pregunté, rompiendo un poco la tensión—. Puedo pedir algo.

De inmediato, todas las miradas se dirigieron hacia mí... y luego a Shadow. Era obvio que, incluso en algo tan simple como la comida, esperaban su aprobación.

Shadow apenas levantó la vista antes de responder con seguridad:

—Pide siete órdenes de alitas, todas de sabores diferentes, seis cervezas altas, tres órdenes de papas familiares y un café negro.

Su equipo celebró de inmediato con murmullos de aprobación, y yo sonreí antes de caminar hacia el teléfono del penthouse para hacer el pedido.

Una vez que terminé, regresé a la sala y me senté al lado de Shadow en el sofá, acomodándome mientras Nova comenzaba a manejar los datos en la pantalla holográfica y Mira se preparaba para su presentación.

La halcón de plumaje morado me dirigió una leve sonrisa antes de hablar:

—Es un placer volverte a ver, Amy. Espero que la escena de hace un par de horas no te haya incomodado.

De inmediato, recordé la imagen de ella y Axel coqueteando contra una palmera en los jardines del resort bajo la luz de la luna. Fue... llamativa, por decirlo de algún modo. Pero Shadow me aseguró que era una conversación en clave.

—No te preocupes, Mira. Shadow me explicó que estaban usando códigos.

—Exacto —asintió ella—. Teníamos que pasar desapercibidos ante la seguridad del resort.

Axel, un tigre alto y musculoso de pelaje anaranjado con rayas negras, resopló con los brazos cruzados.

—Fue terrible. Me sentí como un hombre infiel.

Antes de que pudiera procesar ese comentario, una risa familiar me hizo girar la cabeza. Travis, un lobo de pelaje marrón oscuro, sonreía con diversión. Lo recordaba bien... tuvimos una cita a ciegas hace unos meses, cortesía de Rouge. La peor cita de mi vida. No dejaba de hablar de sí mismo.

—Lo dice el tipo con tres esposas —soltó Travis con una media sonrisa.

Axel le lanzó una mirada de reojo, sin inmutarse.

—Solo estás molesto porque no consigues ni una.

Travis alzó las manos, indignado.

—¡No es justo que tú tengas tres! ¡TRES!

Negué con la cabeza, conteniendo la risa. Mira, suspirando con paciencia, simplemente dijo:

—Ignóralos, Amy. Son así todo el tiempo.

No pude evitar reír. Travis seguía quejándose y Axel solo sonreía con superioridad, disfrutando de molestarlo.

Mira aprovechó el momento para extender la mano hacia una pantera de pelaje azul oscuro, quien estaba cómodamente sentada en el sofá, observando la escena con una expresión relajada.

—Ella es Iris.

Iris me miró con una leve sonrisa y alzó la mano en un saludo casual.

—Un gusto conocerte en persona, heroína de la resistencia. Y gracias por tu trabajo en los proyectos para los niños huérfanos.

Me sorprendió que mencionara eso, pero también me alegró saber que alguien lo valoraba.

—Oh, muchas gracias, Iris. Es un placer conocerte.

Mira luego señaló a una zorro fennec de pelaje dorado, absorta en su tableta mientras manejaba los hologramas con rapidez.

—Y ella es Nova, nuestra experta en tecnología.

Nova levantó la vista con una sonrisa entusiasta.

—¡Al fin conozco a la famosa novia del Comandante! ¡Soy Nova! Fui estudiante del profesor Prower y, si alguna vez necesitas hackear algo, ya sabes a quién llamar.

Sentí mis mejillas calentarse al instante.

—E-Es un gusto, Nova...

Finalmente, Mira señaló a un erizo de baja estatura con pelaje café oscuro, sentado al borde del sofá con los brazos cruzados.

—Y él es Kane.

El erizo simplemente inclinó la cabeza.

—Kane. Un gusto.

—Mucho gusto, Kane —respondí, devolviéndole el saludo.

Mira echó un vistazo alrededor y asintió con profesionalismo.

—Bien, ahora que las presentaciones están hechas, empecemos.

Nova tocó algo en su tableta y los datos comenzaron a proyectarse en la pantalla holográfica.

—Hemos confirmado que el mercado negro de badniks opera a gran escala en esta región —explicó Mira, señalando varios puntos rojos en el mapa— Se están vendiendo piezas y tecnología de Eggman, y algunos compradores las están usando con fines hostiles.

Axel, con los codos apoyados en sus rodillas, intervino con voz grave:

—Lo preocupante es que esto no es solo un comercio clandestino. Hay una estructura bien organizada y, en la cima, alguien moviendo los hilos.

Mira asintió y Nova presionó un botón en su tableta. En la pantalla apareció la imagen de un león blanco con un traje oscuro y una sonrisa calculadora.

—Magnus.

Un silencio tenso se extendió por la sala.

—Es el dueño del Moon Casino Resort —continuó Mira— y, según nuestras investigaciones, la mente maestra detrás del mercado negro de badniks.

Iris cruzó los brazos y añadió con tono burlón:

—Pero claro, ganar millones con un resort no era suficiente —comentó Iris con una ceja alzada—. Tenía que meterse también en el negocio de la chatarra ilegal. Qué emprendedor.

—El resort solía ser un destino turístico humano de lujo —siguió Mira— pero tras la extinción de la humanidad, quedó abandonado. Magnus lo adquirió y lo renovó por completo, convirtiéndolo en un centro de entretenimiento legítimo. Sin embargo, desde hace seis meses, también se convirtió en la base de operaciones del mercado negro.

—¿Y por qué ahora? —pregunté, inclinándome un poco hacia adelante.

Nova proyectó otra imagen: una gráfica con un descenso drástico en la cantidad de badniks activos en los últimos nueve meses.

—Porque Eggman lleva casi un año sin aparecer —respondió Mira— Sin él fabricando nuevos badniks, las piezas en buen estado se han vuelto escasas y valiosas. La demanda ha subido y Magnus lo está aprovechando.

Mientras Nova cambiaba la imagen, una serie de registros de transacciones apareció en la pantalla, mostrando nombres de clientes VIP y fotografías de reuniones privadas en el casino. En algunas de esas imágenes, se veía a Magnus acompañado de figuras prominentes del partido Purista Pro-Mobian.

—¿Y cuál es la relación de Magnus con los Puristas Pro-Mobian? —pregunté, mirando a Mira con seriedad. Había trabajado en el gobierno, así que no me era difícil reconocer a estos individuos y sus intereses. Sabía que cualquier movimiento dentro de ese partido podría tener repercusiones mucho más grandes.

Axel soltó un resoplido, como si la respuesta fuera obvia.

—Es obvio que está buscando usar el mercado negro para hacerse con más poder —dijo Axel, con una mueca— No importa lo que digan sobre ser "Pro-Mobian", estos tipos no son más que una pandilla de poderosos que se creen mejor que el resto.

—Magnus está buscando entrar en el partido para aumentar su influencia —dijo Mira, su voz firme— Necesita demostrar que tiene lo que se necesita para ser parte de ese círculo cerrado. Y las piezas de badnik que vende... son clave para eso.

Axel resopló.

—Está desesperado por ganarse su favor. No tiene "sangre pura" y los Puristas no lo van a aceptar tan fácilmente, pero con suficiente dinero y poder, puede comprar influencia dentro del partido.

Hice memoria y algo encajó en mi cabeza.

—Espera... Sonic mencionó que aceptó hacer un meet & greet con algunos VIPs para conseguir habitaciones y el salón de eventos para mi cumpleaños.

Mira me miró con seriedad.

—Exacto. La presencia de Sonic es un movimiento estratégico de Magnus. Tener al "Héroe de Mobius" en su fiesta exclusiva le da más credibilidad ante los Puristas.

Nova se estiró con aire despreocupado.

—El problema fue cuando él —señaló a Shadow con un gesto de la cabeza— apareció.

Shadow levantó una ceja, pero no dijo nada.

—Cuando Amy se registró en el hotel, no hubo problemas —siguió Mira—, pero en cuanto la recepcionista vio que al Comandante estaba con ella, se encendieron las alarmas.

Nova sonrió con diversión.

—Neo G.U.N. ha estado dándoles caza. No les hace gracia que su peor enemigo esté caminando libremente por su casino.

Nova proyectó una nueva imagen: el registro del hotel, con un detalle llamativo.

—Aquí es donde hicieron la primera jugada. En lugar de asignarle la habitación a Amy, pusieron el penthouse a nombre del Comandante. Fue un intento de aislarlo y vigilarlo sin levantar sospechas.

Fruncí el ceño.

—¿Por eso "mejoraron" mi habitación?

—Exacto —confirmó Mira— La suite tiene cámaras ocultas y mejores medidas de seguridad. Querían monitorear al Comandante de cerca.

Kane, quien había permanecido en silencio hasta ahora, habló con voz baja pero firme:

—Y luego, intentaron eliminar la amenaza directamente.

Recordé el ataque de esa noche y me estremecí.

—¿Realmente querían matarnos?

—A él, sí —dijo Kane sin rodeos— A ti, no.

Tragué saliva.

—¿Por qué?

Nova proyectó otra imagen: las grabaciones de seguridad del casino.

—Porque eres valiosa para ellos —dijo Mira—.Magnus necesitaba asegurarse de que Sonic haga su meet & greet, y tú eras la razón por la que aceptó. Si te hacían daño, Sonic podría haberse retractado, y eso no le convenía a Magnus.

Shadow cerró los ojos con frustración.

—Así que su plan era deshacerse de mí sin arruinar su trato con Sonic.

Mira asintió.

—Pero fallaron.

Fruncí el ceño, todavía con dudas.

—Espera, espera... Si no querían hacerme daño, ¿por qué irrumpieron en el penthouse y nos atacaron?

Iris se cruzó de brazos y resopló.

—El Comandante desactivó las cámaras ocultas del penthouse, dos veces —dijo cruzándose de brazos— No sabían cuál de las dos habitaciones estaba ocupada por cada uno de ustedes o si estaban juntos. Se arriesgaron, y fue una jugada muy mala.

Axel comentó.

—Magnus está nervioso. Seguramente pensó que tener al Comandante aquí, en el resort, podría echar por tierra todos sus planes.

Hizo una pausa, su mirada se tornó más seria.

—Además, los del partido Purista no les agrada mucho el Comandante. Así que, no me sorprendería si el partido ayudara a Magnus a encubrirlo todo.

Miré a ambos, algo comenzó a encajar en mi mente.

—¿Es porque Shadow es un híbrido creado por humanos?

Iris asintió con una mirada decidida.

—Exactamente. Él representa todo lo que el partido odia y teme. Para ellos, un híbrido como él es una abominación, una amenaza a su visión de un mundo "puro" de Mobians. Así que, si pueden deshacerse de él sin que se note demasiado, lo harán.

Mira retomó la conversación.

—Pero desde que llamaste a seguridad y presentaste la queja con el gerente, han cambiado de estrategia. Ahora se están limitando a vigilarlos, pero están mucho más cautelosos.

Shadow apoyó los codos sobre las rodillas, pensativo.

—El meet & greet es el viernes en la noche. ¿Sabemos en cual salón va a desarrollarse ?

Axel respondió.

—Sí Comandante

Hubo un breve silencio, pesado. Todos sabíamos lo que eso significaba. Si Magnus lograba asegurar el apoyo de los Puristas con la presencia de Sonic, su influencia crecería exponencialmente, y sería aún más difícil de detener.

Shadow se puso de pie con la mirada afilada, su presencia imponiéndose sobre la sala.

—Tenemos que actuar antes del viernes. No podemos darle a Magnus la oportunidad de reforzar su seguridad o cubrir sus huellas.

Todos en la sala asintieron, atentos. Shadow cruzó los brazos y comenzó a dar órdenes con precisión.

—Axel, tú y Travis harán un reconocimiento del resort. Necesito un análisis completo de la seguridad, incluyendo rutas de escape y posibles puntos de acceso.

—Entendido, Comandante —respondió Axel, asintiendo.

—Mira, quiero que te enfoques en los movimientos de Magnus. Necesitamos saber con quién se reúne y en qué momento.

—Lo haré —confirmó la halcón, firme.

—Iris, encárgate de obtener información de los empleados. Saben más de lo que aparentan.

—Déjamelo a mí —respondió la pantera con una sonrisa confiada.

—Nova, mantente infiltrada en el sistema del resort. Quiero acceso total a las cámaras, registros y comunicaciones internas.

—Ya estoy en eso, dark prince —respondió la fennec con una sonrisa ladina, sus dedos ya volando sobre su tableta.

Shadow ignoró el apodo y giró hacia Kane, que hasta el momento había permanecido en silencio.

—Kane, quiero que analices las rutas del mercado negro. Si encontramos su punto de distribución, podemos cortarlo de raíz.

El erizo café oscuro asintió en silencio.

Shadow miró a su equipo con determinación.

—Nos movemos mañana al amanecer. Quiero informes preliminares antes del mediodía.

Todos respondieron con un firme:

—¡Sí, señor!

Justo en ese momento, se escuchó un timbre en la entrada del penthouse.

—Ah, la comida —dije, aliviando la tensión en la sala. Me levanté y fui a recibir el pedido.

Me levanté y caminé hacia la puerta. Al abrir, me encontré con dos empleados del hotel empujando carritos repletos de las bandejas que había ordenado. Me miraron con la expectativa de entrar y acomodarlo todo, pero el problema era que detrás de mí, en la sala, Shadow y su equipo estaban planeando cómo capturar al mismísimo dueño del resort. No podía dejar que escucharan nada sospechoso.

Les dediqué mi mejor sonrisa.

—Oh, muchas gracias. Yo me encargo desde aquí.

Uno de ellos arqueó una ceja.

—Señorita, podemos entrar y colocarlo todo...

—No, no, no se preocupen. Prefiero acomodarlo yo misma —dije rápidamente, deslizando una bandeja hacia mí—. ¡Además, necesito los pasos!

Los empleados intercambiaron una mirada y, aunque parecían dudosos, me dejaron hacerlo. Mientras cargaba las bandejas una a una al interior del penthouse, sentía sus miradas en mi espalda. No podía evitar preguntarme si todos los trabajadores de este hotel sabían en realidad quién era su jefe y lo que hacía tras bambalinas.

Finalmente, después de cerrar la puerta, solté un suspiro y anuncié:

—¡La comida llegó!

El aroma de alitas bañadas en diferentes salsas, papas crujientes y cervezas frías llenó la sala. Shadow, sin decir palabra, tomó su café negro y se sentó de nuevo en el sofá, tomándose su tiempo con el primer sorbo.

—Bien —dijo finalmente, con su tono bajo y tranquilo—. Ahora comamos.

El equipo no perdió tiempo en servirse. Por un momento, la planificación quedó en segundo plano mientras todos disfrutaban de la comida. Observé a mi alrededor: la iluminación cálida de la sala, la decoración de mi cumpleaños aún presente y el grupo de Mobians compartiendo la cena. Era casi como otra celebración, solo que esta vez con los amigos de Shadow, no los míos.

Le di un mordisco a una alita y, después de masticar, miré a Shadow, quien a mi lado comía una papa con tranquilidad.

—Shadow, ¿qué vas a hacer mañana? —pregunté casualmente—. ¿Vas a investigar con tu equipo?

Él levantó la mirada, observándome con su típica expresión imperturbable.

—No, voy a pasar la mañana contigo.

Parpadeé, un poco sorprendida por su respuesta.

—¿Conmigo?

—Nos están vigilando —respondió, como si fuera obvio—. Y se supone que estoy de vacaciones contigo, Rose. Sería sospechoso que estuviera merodeando solo por el resort, ¿no crees?

—Hmm... —reflexioné mientras mordía otra alita—. Sí, tienes razón.

Shadow continuó:

—Al mediodía volveré a reunirme con ellos, y en la noche ejecutaremos la misión. Tenemos que capturar a Magnus antes del meet and greet.

Fruncí el ceño, considerando algo.

—¿No deberíamos informarle a Sonic?

Shadow negó con la cabeza, bebiendo un sorbo de café antes de responder:

—Si atrapamos a Magnus, no habrá fiesta VIP.

—Oh... cierto... —dije, dándome cuenta de lo obvio.

Comí un poco más antes de volver a mirarlo.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudar?

Shadow dejó su taza sobre la mesa y me miró con una expresión seria.

—La noche en que comience la misión, quiero que estés con tus amigos.

Me sorprendió un poco su respuesta.

—¿Por qué?

—Así estaré más tranquilo.

Me quedé mirándolo por un momento antes de sonreír levemente.

—Entiendo, Shadow.

Asintió con un leve movimiento de cabeza antes de tomar otra papa.

La conversación fluía entre bromas y risas mientras todos disfrutaban de la comida. En medio de todo, Travis levantó la vista de su plato y comentó con entusiasmo:

—Por cierto, vi un pastel en la nevera. ¿Podemos partirlo?

Axel, que estaba sentado a su lado, dejó escapar un suspiro de pura exasperación antes de levantar la mano y darle un ligero golpe en la cabeza con el dorso de los dedos.

—¿Eres idiota o te haces? —le espetó con incredulidad—. Es para Amy. Hoy es su cumpleaños.

Travis parpadeó como si apenas estuviera procesando la información.

—Ah... cierto.

Solté una pequeña risa, pero mis ojos se desviaron hacia Shadow de inmediato. Él había preparado un pastel para mí. La idea me tomó por sorpresa, y no pude evitar mirarlo fijamente. Shadow, como siempre, sostenía mi mirada sin inmutarse, su expresión tranquila, pero sus ojos rojos parecían analizar mi reacción.

—¿Qué tan grande es? —pregunté, con una sonrisa en los labios.

Shadow tomó su taza de café negro y bebió un sorbo antes de responder con naturalidad:

—Demasiado para nosotros dos.

Su tono despreocupado me hizo sonreír más.

—Entonces, repartámoslo.

Me levanté del sofá y caminé hacia la cocina con curiosidad creciente. Al abrir la nevera, mis ojos se encontraron con un pastel de chocolate, cubierto con una suave ganache que brillaba bajo la luz. Pero lo que capturó por completo mi atención fue un papel colocado sobre la caja.

"Gracias por haber nacido."

Las palabras, escritas con una caligrafía elegante, hicieron que mi corazón se apretara en mi pecho. Deslicé mis dedos por la nota con cuidado, como si al tocarla pudiera absorber el significado detrás de esas palabras.

Tragué el nudo en mi garganta y tomé la caja con ambas manos, llevándola de vuelta a la sala. La coloqué sobre la mesa de centro, entre las bandejas de papas y alitas, y al instante, Nova movió su tableta con entusiasmo.

—¡Hay que cantarle!

Mis ojos se abrieron un poco, sorprendida, pero antes de que pudiera reaccionar, la melodía familiar comenzó a llenar la habitación.

"Feliz cumpleaños a ti..."

Era la tercera vez en el día que me cantaban Feliz Cumpleaños, pero esta vez se sentía distinto. Rodeada por un grupo que, hasta hace poco, no conocía del todo, pero que ahora compartía conmigo un momento genuino.

Cuando la canción terminó, sonreí, sintiéndome cálida por dentro.

Pero antes de que pudiera agradecer, la voz de Axel resonó con energía:

—¡Ahora para el Comandante!

Y de inmediato, todos volvieron a cantar.

"Feliz cumpleaños a ti..."

Shadow frunció el ceño al instante, su mirada oscureciéndose en una mezcla de resignación y molestia.

—¿Es tu cumpleaños también? —pregunté, confundida.

Shadow dejó escapar un suspiro y respondió con su tono seco de siempre:

—No.

Axel, con una gran sonrisa de satisfacción, se inclinó un poco hacia mí.

—No sabemos cuál es el cumpleaños del Comandante, así que cada vez que uno de nosotros cumple años, le cantamos también.

Mi risa salió sin que pudiera contenerla.

—Entonces envejeces como seis veces al año.

Shadow cruzó los brazos, claramente harto de la situación.

—Lo hacen para molestarme.

El equipo estalló en risas, y yo también, sintiendo una calidez inesperada en el ambiente. Entre bromas y sonrisas, tomé el cuchillo y comencé a cortar el pastel, repartiéndolo entre todos mientras la noche seguía avanzando en una comodidad inesperada.

Cuando la cena terminó, los miembros del equipo comenzaron a despedirse poco a poco, saliendo por la puerta con despedidas breves y miradas cómplices entre ellos. La sala fue recuperando su silencio, pero la mesa de centro quedó como zona de guerra: montones de huesos de alitas apilados en platos desordenados, bandejas grasientas con restos de papas fritas, servilletas arrugadas manchadas de salsa, migajas de pastel dispersas por toda la superficie y vasos con los últimos rastros de cerveza y refrescos.

Suspiré al ver el desastre, pero antes de que pudiera decir algo, noté que Shadow ya estaba en movimiento. Sin perder el tiempo, comenzó a recoger los platos con movimientos precisos, como si el desorden lo estuviera afectando físicamente.

Me acerqué y, con suavidad, tomé su brazo, deteniéndolo.

—Déjalo allí —le dije en un tono tranquilo.

Shadow me miró, claramente en desacuerdo.

—Son huesos —señaló con seriedad—. Gusanos van a empezar a formarse.

No pude evitar sonreír ante su lógica extrema.

—La limpieza del hotel se encargará de eso mañana —le aseguré, dándole un ligero apretón en el brazo.

Shadow frunció el ceño, como si esa respuesta no lo convenciera del todo.

—Pero—

No lo dejé terminar. Llevé un dedo a sus labios en un gesto suave y juguetón.

—Shadow, estamos en un penthouse, no en tu departamento. Déjalo allí —repetí con un tono más relajado.

Él parpadeó, visiblemente incómodo con la idea de dejar el desastre atrás. Podía ver cómo su mirada viajaba de un plato a otro, como si le costara aceptar que todo aquello quedaría así durante horas. Pero, tras un breve momento de indecisión, soltó un leve suspiro y dejó el plato que sostenía de vuelta en la mesa de centro.

No pude evitar sonreír. Shadow siempre tenía ese aire de imperturbabilidad, pero en situaciones como esta, donde su sentido del orden chocaba contra la realidad de una reunión desordenada, se notaba que era un poco más quisquilloso de lo que dejaba ver.

Aproveché su distracción y, con una leve presión en su muñeca, lo jalé con suavidad.

—Ven —susurré, guiándolo lejos del desastre.

Sentí una ligera resistencia al principio, como si todavía estuviera considerando volver por lo menos a apilar los platos, pero después de un segundo, dejó escapar un resoplido resignado y me siguió sin decir nada.

Lo llevé hacia la habitación principal del penthouse, lejos de la mesa caótica, lejos de la preocupación por los platos sucios y las migajas de pastel. Cuando la puerta se cerró tras nosotros, supe que, al menos por esta noche, Shadow podría olvidarse de todo eso.

Nos sentamos en el borde de la enorme cama, el colchón cediendo suavemente bajo nuestro peso. Me dejé caer de espaldas, hundiéndome en la suavidad de las sábanas de seda. Un suspiro de alivio escapó de mis labios mientras estiraba los brazos sobre la colcha, disfrutando la comodidad del momento.

Sentí el leve movimiento de Shadow a mi lado, y segundos después, él hizo lo mismo. Nos quedamos así, en silencio, mirando el techo con la tenue iluminación de la habitación envolviéndonos en una atmósfera tranquila.

Mi curiosidad me ganó.

—Shadow... ¿cuántos años tienes realmente?

Él permaneció callado por unos instantes, como si estuviera escogiendo sus palabras con cuidado.

—Sesenta y cinco... veinticinco... quince... —hizo una pausa—. Realmente no lo sé. No nací como los demás. Fui creado en un laboratorio.

Su voz tenía un matiz extraño, no de tristeza, pero sí de algo más profundo.

—No tengo un cumpleaños —continuó—, ni una niñez. He sido el mismo desde que tengo memoria.

Giré la cabeza para verlo. Su expresión era difícil de leer, como siempre, pero había algo en sus ojos, una sombra de nostalgia, tal vez.

—Shadow... —susurré, mi voz apenas rompiendo el silencio—. Gracias por haber sido creado.

Él me miró, sus ojos fijos en los míos por un segundo. Había algo en su mirada, una mezcla de sorpresa y suavidad que no me esperaba. Era como si mis palabras lo hubieran tocado de una manera que no había anticipado.

—Leíste mi nota —dijo finalmente.

Le sonreí con ternura.

—Gracias por estos meses juntos. A pesar de que cada vez que estamos juntos, algún problema siempre nos encuentra, agradezco sinceramente cada momento que paso contigo.

Mi voz tembló levemente mientras continuaba.

—Siempre están llenos de emoción, de ternura, de diversión... y de incertidumbre.

Me mordí el labio por un instante, dudando si debía decir lo siguiente, pero al final lo hice.

—Gracias por haberme besado aquella noche. Si no lo hubieras hecho, creo que no estaríamos aquí.

Un leve sonido escapó de Shadow, casi como una risa.

—Pude haber confesado mis sentimientos de otra manera... menos impulsivamente.

Me giré hacia él, apoyándome sobre un codo.

—¿Tenías algo planeado?

Él me miró con una pequeña sonrisa.

—Tenía varias ideas.

—¿Oh, sí? —pregunté, arqueando una ceja con diversión.

—Eres una chica romántica, Rose. Todo te habría encantado.

Solté una risa ligera y bromeé:

—¿Ibas a aparecer en un caballo blanco con un ramo de rosas?

Shadow negó con la cabeza, su sonrisa aún presente.

—No en un caballo... pero en un carruaje, tal vez.

Eso me hizo reír de verdad.

Sin pensarlo demasiado, me incorporé y me recosté sobre su pecho. Sentí el calor de su cuerpo bajo mis manos y escuché el ritmo constante de su corazón. Shadow pasó sus manos por mi espalda en un gesto instintivo, acariciándome con movimientos lentos y relajantes.

Cerré los ojos, disfrutando su calor, su aroma... una mezcla de lavanda y su olor natural, inconfundible y reconfortante.

—Quiero pasar mi próximo cumpleaños contigo —susurré. Mi voz apenas era audible, pero sabía que él me escucharía.

Hubo un pequeño silencio antes de que él respondiera, con esa misma certeza tranquila que lo caracterizaba.

—Yo también quiero eso.

Sonreí contra su pecho, sintiendo que todo a mi alrededor desaparecía. En ese instante, no importaba nada más. Solo él, solo yo, y el deseo de que ese momento no terminara nunca.

—Ten mucho cuidado mañana —dije contra su pecho, cerrando los ojos y dejando escapar un suspiro de cansancio.

—Lo tendré —respondió Shadow, su voz grave y tranquilizadora.

Giré la cabeza hacia arriba y miré sus ojos, sintiendo cómo la calma de su presencia me envolvía.

—Estoy agotada —le dije, sintiendo el peso de la jornada en cada músculo de mi cuerpo.

Shadow me miró un momento, sus ojos llenos de comprensión.

—Yo también —respondió, su tono suave, como si compartiera mi cansancio.

Entonces, con una leve sonrisa, dije:

—¿Quieres ayuda para construir tu muralla de almohadas?

Shadow soltó una pequeña risa y, sin dudarlo, asintió.

—Sí, por favor —respondió, su voz suave, pero cargada de una chispa juguetona.

Ambos nos levantamos de la cama. Yo comencé a colocar las almohadas con cuidado, mientras Shadow las organizaba a su lado. El sonido de las sábanas y almohadas siendo acomodadas llenaba el aire, y poco a poco, fuimos levantando una pequeña muralla que nos separaría en la enorme cama.

—Esto debería ser suficiente —dije, colocando la última almohada con una sonrisa.

Shadow puso su última almohada y me miró, una mirada que hablaba de agradecimiento.

—Gracias por comprender —dijo, su voz grave pero cargada de una calidez que no podía ocultar.

Yo le sonreí, ajustando las sábanas.

—Quiero que te sientas seguro —respondí con sinceridad, viendo cómo sus ojos se suavizaban ante mis palabras.

Shadow no dijo nada más, solo me sonrió, con una mirada que dejaba claro lo que no necesitaba ser dicho. Su sonrisa era suficiente.

—Y estoy segura que algún día podré dormir abrazada a tu lado —añadí, sintiendo un leve sonrojo teñir mis mejillas.

Shadow sonrió con una suavidad que rara vez mostraba.

—Yo también espero eso —respondió con una calma que me tranquilizó aún más.

Con eso, me levanté de la cama y fui a mis maletas. Saqué una pijama y, con una última mirada hacia Shadow, me dirigí hacia la puerta del baño.

Al salir, vi que Shadow estaba revisando su celular. Lo observé un momento antes de hablar.

—Es tu turno —le dije, mi tono lleno de esa complicidad que siempre compartíamos.

Shadow guardó su teléfono y se levantó de la cama sin decir palabra. Sabía que iría al baño a ducharse, como siempre lo hacía antes de dormir. El sonido del agua corriendo me tranquilizó mientras me acomodaba bajo las sábanas, disfrutando de la suavidad que me rodeaba.

Unos minutos después, Shadow salió del baño. Apagó la luz de la habitación, y la oscuridad envolvió la cama, pero no me sentí sola. Sabía que él estaba ahí, justo a mi lado, aunque la muralla de almohadas nos separara.

Giré la cabeza hacia él, pero no pude verlo debido a la barrera.

—Buenas noches, Shadow —le dije, mi voz suave, pero sincera.

—Buenas noches, Rose —respondió, su tono bajo, pero lleno de cariño.

Me acurruqué entre las sábanas, cerrando los ojos, sintiendo la paz en mi corazón.

 

Chapter 22: Vamos a actuar

Chapter Text

La luz dorada de la mañana se filtró por la ventana, pintando la habitación con un brillo cálido y despertándome de mi profundo sueño. Parpadeé un par de veces antes de incorporarme lentamente en la enorme cama, estirando los brazos con pereza mientras un bostezo escapaba de mis labios.

Giré la cabeza hacia la derecha y encontré la fortaleza de almohadas y sábanas que Shadow y yo habíamos construido anoche. Más allá de esa muralla, su figura descansaba en la penumbra, su respiración lenta y constante, su expresión tranquila, tan distinta a la severidad habitual de su mirada despierta.

Pero algo llamó mi atención. Justo al borde del colchón, unas orejas doradas se asomaban, moviéndose con emoción. Fruncí el ceño y me incliné un poco más hacia Shadow, fijándome mejor.

Ahí estaba.

Una zorro fennec, con una tableta en mano, grababa descaradamente a Shadow mientras dormía, sus orejas agitándose de la emoción.

Mi mirada se encontró con la suya.

Sus ojos brillaron con picardía, y en un instante su expresión pasó de travesura a culpabilidad. Lentamente, se enderezó y comenzó a retroceder sin hacer ruido, sus pasos ligeros llevándola hacia la puerta. La abrió con cautela, deslizándose fuera de la habitación antes de cerrarla con suavidad, como si nunca hubiera estado allí.

Me tomó un momento procesar lo que acababa de suceder. Parpadeé lentamente, todavía medio dormida, mientras mi mente intentaba ordenar los fragmentos de la escena que acababa de presenciar. La zorro fennec, Nova, había estado en nuestra habitación, grabando a Shadow mientras dormía.

Mi mirada volvió a él. Ahí seguía, completamente sumido en el sueño, ajeno a la pequeña invasión de su privacidad. Su respiración era tranquila, su pecho subía y bajaba en un ritmo constante, y su rostro se veía sorprendentemente relajado. Algo en su expresión era tan diferente, tan vulnerable, que me hizo preguntarme si era esa la razón por la que Nova había sentido la necesidad de grabarlo.

Suspiré, pasándome una mano por la cara para despejarme.

—Voy a matarla... —murmuré entre dientes, apartando las sábanas y deslizándome lentamente fuera de la cama.

El frío del piso de mármol bajo mis pies me despertó por completo mientras caminaba con pasos silenciosos hasta la puerta. La abrí un poco y asomé la cabeza. Allí, en la sala del penthouse, encontré a todo el equipo de Shadow reunido, charlando animadamente.

Salí de la habitación con cuidado, cerrando la puerta detrás de mí con suavidad, y al instante, las miradas de todos los presentes se fijaron en mí. La primera en hablar fue Mira, la halcón, que llevaba un vestido amarillo de playa, con una sonrisa amable pero algo culpable.

—¡Buenos días, Amy! Lamentamos haber interrumpido en su habitación... otra vez. Queríamos hablar con el Comandante, pero... no pensábamos que pudiera estar dormido.

Axel, el tigre, que vestía una camisa hawaiana, cruzó los brazos y comentó con diversión:

—El Comandante nunca duerme.

—Nunca lo hemos visto dormir —añadió Travis, el lobo, que también llevaba una camisa hawaiana—. Siempre está de guardia en las misiones.

Entonces, Nova, que llevaba un hoodie largo a pesar del calor, levantó su tableta con orgullo y, sin vergüenza alguna, proclamó:

—¡Lo tengo grabado!

Iris, la pantera, que estaba vestida con un traje de oficina, se inclinó hacia Nova con una sonrisa curiosa.

—Déjame ver eso.

Kane, el erizo de baja estatura, que vestía un traje de botones, también se acercó a la pantalla, con su mirada fija en la tableta.

Vi cómo los demás, todos los miembros del equipo de Shadow, excepto Mira —quien parecía avergonzada, masajeándose la frente—, se agruparon alrededor de Nova para ver la grabación en la tableta. Una mezcla de risas y comentarios curiosos empezó a llenar la sala, mientras observaban a Shadow dormir.

—Se ve tan relajado... —comentó Iris con genuina sorpresa—. Es extraño verlo así.

—Pensé que no dormía del todo —añadió Travis, inclinándose un poco más para observar la pantalla con atención.

—El Comandante tampoco es un robot —dijo Axel con una sonrisa ladeada, cruzándose de brazos.

Mira, quien hasta ahora había permanecido un poco al margen de la conversación, dejó escapar un suspiro y me miró con una expresión de disculpa.

—Lo siento tanto, Amy.

Exhalé lentamente, sintiendo una punzada entre la exasperación y la resignación. Mi mirada pasó de Mira a los demás, quienes seguían analizando el video como si hubieran descubierto un fenómeno imposible. Shadow durmiendo parecía ser un evento digno de estudio para su equipo.

Me crucé de brazos y arqueé una ceja.

—¿De verdad es tan raro verlo dormir?

Nova asintió con entusiasmo, agitando las orejas.

—¡Obvio! Es como ver a un eclipse solar... ¡tenía que documentarlo!

—Pues ahora lo vas a borrar—dije con firmeza, cruzándome de brazos.

Nova me miró con los ojos muy abiertos, como si acabara de decirle que destruyera un tesoro invaluable.

—¿Qué? ¡No! —protestó, aferrando la tableta contra su pecho—. ¡Esto es historia en proceso!

Le sostuve la mirada, sin ceder ni un poco.

BÓRRALO —repetí, esta vez con más fuerza, dando un paso al frente. Mi tono dejó en claro que no estaba de humor para juegos.

Nova dio un respingo, aferrando su tableta como si fuera su bien más preciado.

—¡Pero Shadow durmiendo! ¡Esto es material histórico!

Apreté la mandíbula y di otro paso, reduciendo la distancia entre nosotros.

—No me importa si es la octava maravilla del mundo. Bórralo. Ahora.

Nova frunció los labios en una mueca de frustración y miró a los demás en busca de apoyo. Pero en lugar de ayudarla, Axel se limitó a encogerse de hombros, Travis silbó como si no estuviera metido en esto, e Iris simplemente la observó con expectación, claramente entretenida con la escena.

—Vamos, Nova —intervino Kane con su voz tranquila—. Sabes que Amy tiene razón.

La fennec infló las mejillas, claramente fastidiada, pero tras unos segundos de tensión, dejó escapar un largo suspiro.

—Ugh, está bien... —murmuró con dramatismo mientras desbloqueaba la tableta.

Observé atentamente mientras deslizaba los dedos por la pantalla, asegurándome de que realmente eliminara el video.

—Listo... —dijo al final, aunque su expresión seguía siendo la de alguien a quien acababan de quitarle su juguete favorito—. Pero que conste que esto fue un desperdicio de material valioso.

—Que conste que sigues viva de milagro —repliqué con una sonrisa sarcástica.

Miré a Mira y le pregunté con calma:

—¿Quieres que lo despierte para su reunión?

Mira me sostuvo la mirada y asintió con una leve sonrisa.

—Si no fuera mucha molestia...

Suspiré, pasando una mano por mi cabello. Despertar a Shadow no era precisamente una tarea sencilla, y menos cuando parecía estar descansando tan profundamente. Pero, si su equipo estaba aquí, debía de ser algo importante.

—Está bien —respondí, girándome hacia la puerta de la habitación—. Pero si sale de mal humor, ustedes lo manejan.

Axel soltó una risa grave.

—Oh, créeme, lo hemos visto de mal humor muchas veces.

Travis asintió con una sonrisa nerviosa.

—Sí, pero nunca recién despertado... Esto va a ser interesante.

Ignorando sus comentarios, volví a entrar a la habitación, cerrando la puerta tras de mí con cuidado. Shadow seguía en la misma posición, su respiración lenta y rítmica. Me acerqué a la cama, dudando por un momento sobre la mejor forma de despertarlo.

Me senté en el borde del colchón y lo empujé suavemente por el hombro.

—Shadow... Shadow, despierta. Tu equipo está aquí.

No hubo respuesta.

Me incliné un poco más, moviéndolo con un poco más de firmeza.

—Shadow... ¡Shadow!

Esta vez, su respiración cambió sutilmente, como si estuviera saliendo poco a poco del sueño. Sus orejas se movieron ligeramente, y su ceño se frunció antes de que soltara un gruñido bajo. Se removió en la cama, pero aún no abrió los ojos.

—Mmm...

Rodé los ojos. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba.

—¡Shadow! —grité con más fuerza, sacudiendo sus hombros con firmeza.

Lo siguiente pasó en un abrir y cerrar de ojos. En un movimiento automático, su mano atrapó mi muñeca con un agarre firme, y antes de que pudiera reaccionar, me jaló con fuerza. Un segundo después, mi cuerpo fue impulsado al otro lado de la cama. Solté un jadeo de sorpresa cuando volé sobre el colchón, aterrizando justo en el espacio vacío más allá de la muralla de almohadas.

El impacto hizo que la barrera de almohadas se desmoronara sobre mí, cayendo en una avalancha suave pero inesperada. Bufé, apartando una con la mano mientras me incorporaba con dificultad.

Desde mi nueva posición, miré a Shadow con incredulidad. Seguía profundamente dormido, completamente ajeno al caos que acababa de causar. Su agarre sobre mi muñeca se aflojó hasta que su mano cayó inerte sobre las sábanas.

Solté un largo suspiro, pasándome una mano por la cara.

—No puede ser... —murmuré, acomodándome entre las almohadas desparramadas—. ¿Cómo es posible que hagas todo eso y sigas durmiendo?

Me crucé de brazos, pensando en la mejor manera de sacarlo de la cama sin arriesgarme demasiado. Nuestra primera mañana en el resort, Shadow se había despertado fácilmente... pero claro, en ese entonces aún estaba en alerta por el ataque de la noche anterior. Ahora, completamente relajado, sacarlo de la cama parecía una misión imposible.

Mis ojos recorrieron la cama hasta que se posaron en las almohadas esparcidas a mi alrededor. Una idea me cruzó por la mente y, sin pensarlo dos veces, agarré una y la levanté como un arma improvisada.

—¡Shadow, despierta! —exclamé, golpeándolo con la almohada en pecho.

Nada.

Fruncí el ceño y golpeé con más fuerza.

—¡Tu equipo está aquí!

Shadow ni siquiera se inmutó. Su respiración seguía igual de tranquila y su expresión relajada.

Apreté los labios, ya con más frustración que paciencia. Si con esto no se despertaba, entonces...

—¡Shadow! —grité y descargué la almohada contra su pecho con toda mi fuerza.

Lo que pasó después ocurrió en un parpadeo.

Shadow reaccionó con la velocidad de un rayo. Su mano salió disparada y atrapó la almohada en pleno aire antes de que pudiera alejarla. Luego, con un movimiento preciso y sin siquiera abrir los ojos, la lanzó con una fuerza sorprendente.

Mis reflejos fueron lo único que me salvó. Me agaché justo a tiempo, sintiendo el aire moverse sobre mi cabeza cuando la almohada pasó volando. Pero no fue solo eso. La almohada siguió su curso sin obstáculos y se estrelló de lleno contra la mesita de noche.

El impacto hizo tambalear la lámpara que descansaba sobre ella. Todo ocurrió en cámara lenta: la base inclinándose peligrosamente, el cable tensándose, y finalmente, el objeto cayendo al suelo con un estruendoso crash.

Me giré de inmediato, mis ojos abriéndose con horror al ver los restos de cerámica esparcidos por el suelo.

Y luego miré a Shadow.

Seguía completamente dormido.

No solo eso, sino que su expresión ni siquiera había cambiado. Como si no acabara de lanzar una almohada con la precisión de un francotirador y destruir una lámpara en el proceso.

Me pasé una mano por la cara, soltando un suspiro de absoluta incredulidad.

—No puede ser... —susurré, mirando el desastre en el suelo y luego al erizo dormido.

Definitivamente, tenía que encontrar otra manera de despertarlo.

En ese momento, me acordé de algo: la alarma en su habitación. Omega la tenía configurada para activarse si el ritmo cardíaco de Shadow subía demasiado, y el sonido que producía era simplemente horrible. Un tono agudo, insoportable para cualquiera, pero especialmente para alguien con un oído tan sensible como el suyo.

Él mismo me había dicho que, si alguna vez necesitaba despertarlo de una pesadilla, buscara el sonido más agudo posible.

Sonreí para mí misma. Si las palabras no funcionaban, tal vez un poco de "ayuda" sí lo haría.

Me acomodé en la cama y me incliné hacia la mesita de noche, removiendo la almohada que había terminado ahí. En la mesa descansaba un reloj con alarma integrada. Lo giré en mis manos hasta encontrar los controles.

Sabía que si subía el volumen al máximo, no tendría escapatoria.

Deslicé los dedos por la pantalla y ajusté la alarma a un tono agudo.

—No me odies por esto... —murmuré antes de presionar "Activar".

El chillido ensordecedor estalló en la habitación en un instante.

Shadow reaccionó al segundo.

Su respiración, antes profunda y rítmica, se cortó abruptamente. Sus orejas se agitaron violentamente y su ceño se frunció de golpe. Su expresión pasó de relajada a alerta en una fracción de segundo, y, como un resorte, se incorporó de golpe, sus músculos tensándose al máximo.

Sus ojos brillaban con intensidad, recorriendo la habitación con rapidez, como si buscara la amenaza que lo había despertado de esa manera tan abrupta.

—¡¿Qué demonios...?! —su voz salió ronca, todavía con el peso del sueño, pero impregnada de puro instinto.

Apagué la alarma de inmediato, antes de que se le ocurriera destruir el reloj con un Chaos Spear o lanzarlo contra la pared.

—Buenos días, bello durmiente —dije con una sonrisa divertida, apoyando la barbilla en mi mano.

Shadow parpadeó varias veces, su respiración aún agitada. Me miró fijamente, con los ojos entrecerrados, como si tratara de comprender por qué estaba allí y por qué su cuerpo entero estaba en modo de combate.

Y entonces, antes de que pudiera decir algo, sentí el contacto de sus manos desnudas alrededor de mi cuello.

Sus dedos, ligeramente fríos, se deslizaron con precisión sobre mi piel, palpando suavemente a lo largo de mi cuello y hasta mi clavícula. Su toque era inquietantemente meticuloso, como si estuviera inspeccionando algo con absoluta concentración.

Su mirada intensa se clavó en la mía, seria, preocupada.

—¿Shadow? —pregunté, todavía desconcertada por la situación.

Él no respondió de inmediato. Se tomó un momento más, recorriendo con los dedos mi garganta, antes de que finalmente hablara en un tono bajo, casi tenso:

—No te ahorqué en mi sueño... ¿verdad?

Parpadeé varias veces, procesando sus palabras.

¿Qué...?

—¿Qué? No, claro que no. —Sacudí la cabeza en negación, sintiendo el roce de sus dedos con el movimiento. Levanté mis manos y las coloqué suavemente sobre las suyas, sosteniéndolas para tranquilizarlo— Estás bien. Estoy bien.

Shadow me observó en silencio unos segundos más, como si necesitara asegurarse de que decía la verdad. Su expresión era ilegible, pero en sus ojos había un destello de algo... algo vulnerable.

Después de un largo suspiro, retiró lentamente las manos y se las pasó por el rostro, como si intentara despejarse.

—Tu equipo está afuera —le recordé con voz calmada.

Él solo asintió con un leve gruñido, apartó las sábanas y se levantó de la cama con movimientos fluidos, dirigiéndose hacia la puerta sin decir nada más.

Lo seguí con la mirada, todavía sintiendo un ligero cosquilleo en mi cuello por su contacto.

Suspiré y me pasé una mano por la frente.

—Tengo que encontrar una mejor manera de despertarlo... —murmuré para mí misma.

Si cada vez que intentaba sacarlo de un sueño profundo terminaba con él en modo ataque o revisándome con tanta preocupación, definitivamente necesitaba otro método.

Tal vez un toque más suave... o tal vez simplemente sacudirlo y salir corriendo.

Salí de la habitación tras Shadow, encontrándome con su equipo reunido en la sala, conversando animadamente entre ellos.

Al acercarme, vi a Nova repartiendo pequeños dispositivos entre los demás. Un vistazo rápido me bastó para darme cuenta de lo que eran: comunicadores, esenciales para mantener una comunicación fluida y segura durante sus misiones.

—Aquí tienen, frecuencia segura como siempre —dijo Nova con su tono despreocupado mientras entregaba los dispositivos—. Pero si pierden otro más, juro que les cobro.

Axel soltó una risa grave.

—Nos pagas por usarlos, Nova.

—Detalles, detalles —respondió ella con una sonrisa traviesa, agitando una mano en el aire como si no fuera gran cosa.

Cuando terminó de repartirlos, sus ojos ámbar se posaron en mí con una sonrisa burlona.

—Buenos días, rosa letal —dijo mientras se inclinaba un poco hacia mí, como si fuera a contarme un secreto—. ¿Cómo fue tu primera misión del día?

Parpadeé, sin entender de inmediato.

—¿Misión?

Nova sonrió más ampliamente, claramente disfrutando del momento.

—Hacer que el jefe salga de la cama —dijo con un tono conspirador.

No pude evitar sonreír ante la ocurrencia.

—Fue... complicado —respondí, manteniendo el tono ligero.

Iris soltó una risa divertida, cruzando los brazos.

—Sí, bueno, complicado es una forma de decirlo. Escuchamos algo romperse y luego, la alarma más aguda del mundo.

Travis levantó una ceja, claramente curioso.

—¿Qué tan difícil puede ser despertar al comandante? —preguntó, mirando a Shadow con una sonrisa traviesa.

Shadow no dijo nada, pero su mirada fulminante hizo que el resto del equipo se quedara en silencio. No hacía falta que hablara para que todos entendieran el mensaje claro: no seguirían con el tema.

—¡D-digo! —comenzó Travis, rascándose la cabeza—. No me había fijado lo fino que era el piso del penthouse...

Axel le dio una palmada en la espalda con una sonrisa, riendose con fuerza.

Nova, sin inmutarse en lo más mínimo, cambió de conversación con entusiasmo.

—Voy a montar mi equipo. Es la primera vez que lo hago en un penthouse —comentó mientras se levantaba con una energía contagiosa, como si estuviera a punto de enfrentar una nueva aventura.

Sin perder tiempo, Axel y Travis fueron hasta la entrada y cargaron un par de enormes maletas hasta la sala. Las abrieron con facilidad, revelando un surtido de computadoras, cables y aparatos electrónicos.

Nova se arrodilló frente al contenido y comenzó a sacar los monitores con una precisión casi mecánica, colocándolos sobre la mesa de centro. Shadow, que hasta ese momento había estado observando en silencio, se giró hacia mí.

—El penthouse será nuestro centro de operaciones —explicó con su tono habitual, directo y sin adornos.

Solo asentí. No es que me importara mucho; después de todo, no iba a estar aquí gran parte del día.

Observé cómo Axel ayudaba a Nova a acomodar los equipos, mientras Travis, con un puñado de cables en las manos, buscaba tomacorrientes por la sala. Se movían con una coordinación casi ensayada, como si hubieran repetido el mismo proceso cientos de veces antes.

Las pantallas empezaron a encenderse una a una, proyectando líneas de código, mapas, planos y diferentes programas. Nova se puso manos a la obra de inmediato, sus dedos volando sobre el teclado con precisión.

Y entonces, lo noté. La mesa estaba limpia.

Anoche, después de la reunión, la mesa de centro había quedado llena de bandejas llenas de grasa, vasos, huesos de pollo y migas de pastel. Pero ahora no había ni un solo rastro de todo eso.

Lancé un vistazo al reloj de pared. Era demasiado temprano para que el servicio de limpieza del hotel lo hubiera hecho.

Lo supe al instante. Shadow lo había limpiado.

A pesar de que le dije que no lo hiciera.

Cruzando los brazos, le dirigí una mirada molesta.

Shadow, que hasta ese momento observaba el montaje del equipo, se tensó ligeramente. Como si hubiera sentido mi mirada clavada en él, desvió la vista, fingiendo concentrarse en otra cosa.

Suspiré para mis adentros. Por supuesto que lo hizo. Shadow no era del tipo que ignoraba un desorden, menos aún cuando él y su equipo lo habían causado. Obstinado, meticuloso y completamente incapaz de quedarse quieto si algo lo molestaba.

—¿Por qué eres así? —murmuré, más para mí que para él.

Shadow no respondió, ni siquiera intentó justificarlo. Solo mantuvo su mirada en otro lado, con el aire de alguien que prefería evitar el tema.

Cuando Axel y Travis terminaron de ayudar a Nova, se giraron y regresaron con nosotros.

Con un leve gruñido, Shadow se volvió hacia el grupo.

—Ya todos saben qué hacer. Nos reunimos aquí al mediodía —ordenó con su usual tono de autoridad, su voz firme y decisiva.

—¡Sí, señor! —respondieron todos al unísono, comenzando a salir del penthouse.

Me giré de nuevo hacia la sala, donde Nova ya tenía varias pantallas encendidas, mostrando planos, programas y sistemas abiertos. Sus dedos volaban sobre el teclado con la concentración de alguien que estaba claramente en su elemento, ajustando configuraciones como si fuera algo rutinario.

De repente, se giró hacia nosotros, su expresión llena de entusiasmo.

—¿Puedo pedir todo el servicio de habitación que quiera? —preguntó con una sonrisa de niño travieso.

Shadow no tardó en responder con su tono habitual, autoritario.

—Solo mientras estemos aquí. Sería sospechoso si los huéspedes del penthouse no estuvieran, pero igual alguien estuviera pidiendo comida constantemente.

Nova hizo un gesto de ligera decepción, bajando las orejas, pero no insistió. En cambio, simplemente volvió a centrarse en las computadoras, como si nada hubiera pasado.

Me giré hacia Shadow, cruzando los brazos.

—Bueno, ¿y ahora qué?

Shadow mantuvo su postura relajada, con los brazos cruzados y esa expresión de calma calculada que rara vez abandonaba.

—Seguir con nuestras vacaciones hasta el mediodía —respondió sin rodeos— Me reuniré aquí con mi equipo y quiero que tú pases el resto del día con tus amigos.

Asentí con la cabeza. Sonaba lógico, pero algo no terminaba de encajar.

—Ok, entendido —dije, pero justo cuando estaba por darme la vuelta, una idea cruzó mi mente. Fruncí ligeramente el ceño y lo miré de nuevo— Espera...¿No será muy sospechoso que nos separemos en medio del día? —pregunté, pensativa—. Nos están vigilando, después de todo.

Shadow se llevó una mano a la boca, meditando en silencio.

—Tienes razón, Rose —murmuró tras unos segundos— Podrían sospechar.

Cruzándome de brazos, reflexioné. No podíamos simplemente alejarnos sin más. Tenía que haber una razón creíble para ello. Algo que hiciera que vernos por separado no pareciera raro.

Fue entonces cuando una idea me golpeó de repente.

—¿Y si fingimos que tuvimos una pelea?

Shadow entrecerró los ojos con ligera confusión.

—¿Pelea?

—Sí —afirmé con más seguridad— Si tenemos una discusión pública, no será raro que nos separemos después. De hecho, sería lo más lógico.

Shadow me estudió por un momento, analizando la idea.

—Exactamente como hicieron Axel y Mira cuando te estaban dando información en clave —añadí, recordando la estrategia que su equipo había usado antes.

Shadow asintió lentamente.

—Es una buena estrategia. Aunque no soy un buen actor.

Me puse las manos en la cadera y sonreí con ligereza.

—Solo tenemos que fingir que estamos molestos el uno con el otro. No es tan difícil. Como aquella vez que discutimos cenando con Vanilla.

Shadow dejó escapar un suspiro.

—No quiero repetir eso otra vez. Ya rompí suficientes mesas.

Eso me sacó una risa.

—No va a ser en serio —le aseguré— No tratemos de decir nada hiriente, solo pretender... no sé, pelear por algo ridículo.

Shadow ladeó la cabeza, evaluando la idea.

—¿Cómo qué?

Abrí la boca para responder... pero me detuve.

—No sé, algo en lo que nunca nos pongamos de acuerdo —dije, rascándome la cabeza.

Shadow me miró con expectación.

—¿Cómo qué? —repitió, con su tono tranquilo.

Fruncí los labios, tratando de pensar en algo concreto.

—No sé... —murmuré, sintiendo cómo la presión de su mirada analizadora hacía mi cerebro trabajar más lento.

Shadow dejó salir una risa suave.

—Ya veo, excelente idea, Rose —bromeó con sarcasmo.

—¡Oye! —exclamé, dándole un leve empujón en el brazo— Déjame pensar.

Shadow aún tenía una leve sonrisa cuando desvió la mirada, esperando mi respuesta.

Me giré hacia la sala y noté que Nova había dejado de teclear. Su rostro estaba levemente inclinado en nuestra dirección, observándonos con una expresión difícil de leer... Sus orejas estaban ligeramente bajas, y sus labios se apretaban en una línea tensa. Sus ojos, entrecerrados, se movían entre nosotros con un brillo que mezclaba algo parecido a la irritación con una sutil incomodidad.

Antes de que pudiera analizarlo más, Nova cambió rápidamente a una actitud animada. Levantó la mano con entusiasmo y exclamó:

—¡Tengo una idea!

Shadow y yo la miramos con curiosidad.

—Al Comandante le han propuesto matrimonio varias veces en Neo G.U.N. —dijo con una gran sonrisa—. ¡Podrían usar eso para su discusión falsa!

Parpadeé.

—¿Qué? —exclamé, sorprendida.

Shadow cerró los ojos por un instante y suspiró.

—Nova... —murmuró con tono de advertencia.

—¡Oh, vamos, Comandante! —respondió ella con diversión—. Es información pública dentro de Neo G.U.N. ¡No puedes culparme por traerlo a la mesa!

Me crucé de brazos, mirándolo con una ceja arqueada.

—¿Cuántas veces te han propuesto matrimonio exactamente?

Shadow desvió la mirada, claramente incómodo.

—No es relevante.

—Oh, yo creo que sí lo es —insistí, sintiendo una extraña mezcla de diversión y fastidio—. ¿Por qué no me habías dicho nada de esto?

—Porque no tiene importancia.

Nova rió desde su asiento.

—Bueno, ahora sí la tiene. ¡Podrían pelear porque Amy descubrió que un montón de agentes están detrás del Comandante!

Yo solté un resoplido.

—Eso sería demasiado ridículo.

—Exactamente —dijo Nova, apuntándome con los dedos— Y lo ridículo es lo que hace que la pelea parezca real sin necesidad de decir nada hiriente.

Me quedé en silencio, considerando su punto. Shadow, por su parte, solo suspiró otra vez.

—¿Y bien, Rose? —preguntó, con su tono paciente de siempre.

Lo miré con los brazos cruzados y una sonrisa de lado.

—Depende, Comandante... ¿Qué tantas fans tienes en Neo G.U.N.?

Shadow apretó el puente de su nariz, visiblemente arrepentido de todo este tema. Nova solo se echó a reír.

Caminé hacia el cuarto principal, dejando atrás la conversación con Shadow y Nova. Aún sonreía ligeramente por la reacción del erizo, pero sacudí la cabeza y me concentré en otra cosa.

Me acerqué a una de mis maletas y la abrí, revisando entre la ropa que había empacado. No tardé en encontrar lo que buscaba: un vestido de playa blanco con detalles en naranja. Ligero, fresco, perfecto para la ocasión.

Con la prenda en la mano, me dirigí al baño y cerré la puerta tras de mí.

Abrí la regadera y dejé que el agua caliente corriera antes de meterme bajo el chorro. El cansancio de la noche anterior y la tensión de la mañana parecieron derretirse con el contacto del agua sobre mi piel. Suspiré, disfrutando la sensación mientras me tomaba mi tiempo en enjabonarme y lavar mi cabello.

Entre la calidez y el sonido del agua cayendo, mi mente empezó a divagar. Pensé en Shadow, en la misión, en el hecho de que estaríamos actuando en público. Nunca había fingido una pelea con él... y la idea me causaba una sensación extraña.

Sonreí para mí misma.

—Esto va a ser interesante... —murmuré, mientras el vapor llenaba el baño y el día apenas comenzaba.

Al salir del baño, secándome el cabello con una toalla, me encontré con Shadow al lado de la cama. Estaba concentrado en algo que tenía entre las manos: un traje oscuro, con refuerzos en algunas áreas. Un uniforme táctico.

Me acerqué con curiosidad y me senté en el borde de la cama, cruzando las piernas. Sobre las sábanas estaban esparcidos varios objetos: pistolas, cajas de balas, un cuchillo de combate y otros equipos que definitivamente no tenían nada que ver con unas vacaciones en la playa.

Shadow seguía examinando el traje con expresión seria. Finalmente, habló sin apartar la vista de él.

—Mi equipo lo trajo —dijo, con un tono neutral— Es obvio que tenían la esperanza de que me uniera a la misión.

Levanté la vista hacia él, apoyando las manos en la cama.

—Sabes, Shadow... fuiste distante con mucha gente durante años. No dejabas que nadie se acercara demasiado.

Shadow siguió observando el traje en sus manos, sin decir nada.

—Pero con tu equipo es diferente —continué— Te llevas bien con ellos, incluso tienen tradiciones entre ustedes. No pareces el mismo Shadow que solía evitar a los demás.

Shadow dejó el traje sobre la cama y se cruzó de brazos.

—Es inevitable cuando trabajas con las mismas personas durante cuatro años —respondió con calma.

Lo observé por un momento. Su tono no era a la defensiva, solo una afirmación simple, como si el cambio en su actitud hubiera sido algo natural.

—¿Eso significa que les tienes aprecio?

Shadow desvió la mirada por un instante antes de soltar un leve suspiro.

—Son un buen equipo —admitió— Son eficientes, disciplinados... y confiables.

Sonreí de lado.

—Eso es una forma muy "Shadow" de decir que te importan.

Shadow me miró de reojo, pero no negó nada.

—Y dime —continué, apoyando un codo en mi rodilla— ¿qué otra tradición tienen además de comer alitas, tomar cerveza y cantarte cumpleaños todo el tiempo?

Shadow me miró de reojo, con esa expresión neutral que usaba cuando intentaba ocultar algo.

—Shadow, te sabes de memoria lo que les gusta ordenar —señalé con una sonrisa— Es obvio que siempre piden lo mismo.

Shadow soltó un leve suspiro.

—Eres demasiado perspicaz en estas cosas.

Le dediqué una mirada divertida.

—Entiendo muy bien estas dinámicas sociales. Y dime, ¿qué más hacen aparte de entrenar e ir a misiones?

Shadow bajó la vista hacia el equipo sobre la cama y empezó a cargar cartuchos en las pistolas con movimientos fluidos y mecánicos.

—Esta primavera organizamos una despedida de soltero.

Parpadeé, sorprendida.

—¿En serio?

Shadow asintió sin mirarme.

—Aunque no sé si llamarlo precisamente así. Era el tercer matrimonio de Axel. Le organizamos la despedida y, bueno...

Se detuvo por un segundo antes de continuar, como si estuviera decidiendo si decirlo o no.

—Fui un caballero de honor en su boda.

Mis ojos se iluminaron al escucharlo.

—¡¿Lo fuiste?!

Shadow se tensó ligeramente, pero no respondió de inmediato. Bajó la mirada, concentrándose en el arma en sus manos, pero su silencio ya lo decía todo.

—Axel me lo pidió —dijo finalmente, como si eso lo justificara todo.

No pude evitar sonreír ampliamente.

—Eso es adorable.

Shadow chasqueó la lengua.

—No lo es.

—Sí lo es.

Me crucé de brazos, analizándolo. Lo imaginé en una boda, de traje, de pie junto a Axel, participando en una celebración alegre y familiar... Era difícil imaginarlo, pero al mismo tiempo, no tanto.

—¿Y qué tal te fue con el discurso?

Shadow se detuvo por un segundo antes de mirarme con seriedad.

—No di ninguno.

—¡Shadow!

—Axel me lo pidió, no dijo nada sobre un discurso.

Solté una risa y negué con la cabeza.

—Definitivamente formas parte del equipo más de lo que quieres admitir.

Shadow guardó silencio por un momento antes de volver a concentrarse en su equipo, pero el leve tic en su boca me hizo pensar que, quizás, en el fondo, no le molestaba tanto que lo notara.

—Recuerdo que durante la Resistencia, Axel hablaba mucho de cuanto amaba a su esposa —comenté, apoyando la barbilla en mi mano— Me pregunto por qué terminó formando un harem.

Shadow continuó revisando su equipo, ajustando los cargadores y asegurándose de que todo estuviera en su lugar.

—Su clan eran guerreros orgullosos —dijo con voz neutra— Lo dieron todo en la guerra contra Eggman. Pocos sobrevivieron.

Me giré para mirarlo, sorprendida.

—No sabía eso...

Shadow asintió levemente.

—Es un tema delicado para Axel. Solo quedan unos pocos de su gente tigre. La mitad son adultos mayores.

Sentí un nudo en el estómago.

—Eso es terrible...

—Por eso él y su primera esposa decidieron revivir el clan —continuó Shadow—, pero eso toma tiempo. Así que fue ella quien le propuso casarse otra vez.

Mis ojos se abrieron un poco más.

—¿Fue idea de ella?

Shadow asintió sin dejar de revisar su equipo.

—Debido a la sangre pura de Axel, todos los bebés nacerán tigres.

—Ya entiendo... —murmuré, reflexionando sobre lo que Shadow me había contado.

Axel siempre había sido extrovertido y bromista, pero ahora veía las cosas desde una perspectiva completamente diferente. No solo era un guerrero y líder, sino que llevaba sobre sus hombros el peso de la supervivencia de su clan.

—¿Cuántos hijos tiene ahora? —pregunté, curiosa, sin poder evitar imaginarme cómo se las arreglaba con una familia tan grande.

Shadow, sin mirarme, respondió con tono neutro:

—Diez.

—¿¡Diez?! —exclamé, sorprendida—. ¡Tantos!?

Shadow asintió levemente y agregó:

—Y este otoño nacen tres más.

Mis ojos se agrandaron al escuchar eso. No podía imaginar cómo sería tener tanto niño en casa.

—Deben vivir en una mansión con tantos niños —comenté, aún impresionada.

Entonces, Shadow giró lentamente hacia mí, como si estuviera evaluando mi reacción, y dijo:

—Viven en la casa ancestral de su gente, es un lugar bastante espacioso.

Mi mente imaginó una gran mansión rodeada de naturaleza, con pasillos llenos de risas y caos infantil. Debía ser un lugar interesante para vivir.

—Vaya... eso suena... complicado, pero impresionante —comenté, sin poder evitar admirar la determinación de Axel y sus esposas.

Me incliné ligeramente hacia atrás, mientras pensaba en mi propia idea de familia. No sabía exactamente qué me impulsaba a decirlo, pero la imagen de la gran familia de Axel me hizo pensar en lo que yo también quería en el futuro.

—Yo también quiero tener una familia grande... pero no tan grande —dije, con una leve sonrisa.

Shadow me miró curioso, claramente interesado en lo que decía.

—¿Qué tan grande? —preguntó.

—No sé... tres, tal vez cuatro —respondí, encogiéndome de hombros con una sonrisa tímida.

Frunció el ceño, como si eso le hubiera sorprendido, y ladeó un poco la cabeza.

—¿Cuatro, eh?

Me llevé una mano al cabello y empecé a jugar con un mechón, nerviosa. Era una de esas conversaciones que se sentían demasiado personales, pero necesarias.

—Siempre he querido una familia propia, ¿sabes? Casarme, tener una casa con jardín, hijos correteando por ahí... Ese tipo de cosas. Era mi gran sueño desde que era una niña. Pero últimamente... lo estoy reevaluando. Estoy empezando a preguntarme qué es lo que realmente quiero para mi vida.

Bajé la voz sin querer, como si me estuviera confesando algo que apenas ahora empezaba a aceptar.

—Sigo queriendo una familia, pero antes... quiero una carrera. Algo que me apasione de verdad, como lo que tú tienes. Algo que me haga sentir que estoy haciendo una diferencia en el mundo. Que no solo existo, sino que dejo una huella.

Miré al frente, tratando de ordenar mis ideas mientras hablaba.

—Quiero ayudar a las personas, hacerlas felices. Pero cuando trabajé en la administración pública, me di cuenta de que incluso haciendo algo importante, puedes terminar sintiéndote vacía y miserable. Así que ahora estoy buscando algo que me llene a mí también. Que me dé propósito. Quiero ser feliz haciendo felices a los demás. ¿Me entiendes?

Lo miré, esperando que comprendiera lo que trataba de decir. Había algo en mi interior que estaba cambiando, y necesitaba que él lo supiera.

—Lo entiendo perfectamente, Rose —dijo Shadow, revisando el cuchillo entre sus manos.

Lo miré un momento, tomando aire, y luego continué, con un tono más pensativo.

—¿Sabes algo, Shadow? —empecé, casi como si me hablara a mí misma— Con Sonic, estaba dispuesta a dejarlo todo atrás, incluso mis propios sueños. Irme de aventuras con él por el mundo. No necesitaba nada más, solo estar a su lado. Pero ahora... contigo, es diferente.

Me tomé un momento para encontrar las palabras correctas, algo que explicara todo lo que sentía.

—Quiero caminar a tu lado, como tu igual —dije, dejando que las palabras tomaran forma mientras hablaba—No sé cómo explicarlo, pero... quiero que ambos tengamos nuestros propios sueños y al mismo tiempo nos apoyemos en cada paso. Construir algo juntos, algo real, sin que uno tenga que sacrificarlo todo por el otro.

Hice una pausa, buscando la manera correcta de expresarlo.

—Quiero que los dos pongamos de nuestra parte, que sea un equilibrio. No que uno lleve todo el peso, sino que avancemos juntos. ¿Me entiendes? No sé si lo estoy diciendo bien...

Mi voz se apagó al final, no porque dudara de lo que sentía, sino porque no estaba segura de si estaba logrando transmitirlo como quería.

Shadow terminó de revisar su equipo y finalmente levantó la mirada hacia mí. Su expresión era difícil de descifrar, pero no había rastro de burla ni escepticismo, solo una quietud calculada, como si estuviera analizando cada una de mis palabras.

—Un compromiso —repitió, su voz más baja, casi como si probara cómo sonaba la palabra en su boca.

Asentí, entrelazando mis dedos sobre mis rodillas.

—Sí. Un compromiso en el que ninguno de los dos tenga que renunciar a lo que es. Que avancemos juntos, pero sin que uno tenga que cargar con el otro.

Shadow sostuvo mi mirada por un instante más antes de exhalar suavemente. Luego, con un gesto casi imperceptible, dejó a un lado el último cartucho de balas que tenía en la mano.

—Tiene sentido —dijo, con la misma neutralidad de siempre, pero su tono era diferente, menos rígido.

Me reí con suavidad.

—¿Eso es todo lo que dirás?

—No veo qué más haya que decir.

Rodé los ojos, pero sonreí. Era tan propio de él no extenderse demasiado. Sin embargo, el hecho de que no hubiera rechazado la idea, de que no la hubiera evadido, significaba mucho.

Cuando volví a mirarlo, me encontré con su rostro más cerca. Sus ojos rojos me estudiaban con atención, pero esta vez sin la frialdad de un análisis, sino con algo más... algo cálido.

Su mano se deslizó hasta mi rostro, sus dedos rozando mi mejilla con una suavidad inesperada. No dijo nada, pero tampoco hacía falta.

Me incliné ligeramente hacia él, cerrando la distancia, y sus labios atraparon los míos en un beso lento y profundo.

Su otra mano se posó en mi cintura, atrayéndome con una firmeza que me hizo sentir un agradable escalofrío. Instintivamente, llevé mis brazos alrededor de su cuello, entregándome a la sensación de su cercanía.

Su peso me guió suavemente hacia la cama, nuestras respiraciones mezclándose en el aire tibio de la habitación.

Cuando nos separamos, nuestras frentes quedaron juntas. Sentía el cosquilleo en mis labios, la calidez de su aliento contra mi piel.

Sonreí.

—Me gusta esto —susurré.

Shadow exhaló suavemente, su mano aún en mi rostro.

—A mí también.

Continuamos besándonos, cada vez con más intensidad. Sus labios eran firmes y demandantes, pero al mismo tiempo, me guiaban con una paciencia inquebrantable. Me aferré a él, sintiendo la calidez de su cuerpo contra el mío mientras su peso me empujaba más hacia el colchón.

Sus manos descendieron por mi cintura, trazando un camino de fuego sobre mi piel incluso a través de la tela de mi ropa. Mi respiración se volvió errática cuando sus labios abandonaron los míos para deslizarse hasta mi mandíbula, dejando besos lentos y deliberados en mi cuello.

Un escalofrío me recorrió cuando su aliento cálido rozó mi piel.

—Regálame algo con tu olor —murmuró contra mi cuello, su voz baja y cargada de algo más profundo.

Me estremecí, no solo por sus palabras, sino por la forma en que las dijo, con esa intensidad que hacía que mi piel se encendiera.

—¿Algo con mi olor? —repetí, intentando recuperar el aliento mientras sus labios seguían explorando mi cuello.

—Sí —susurró, su lengua rozando mi clavícula de forma casi distraída—. Quiero que me acompañe durante la misión.

Cerré los ojos y solté un leve suspiro cuando sentí sus dientes rozar mi piel antes de presionar un suave beso en el mismo lugar.

—Hay muchas prendas en la maleta que están sudadas —dije entrecortadamente, sintiendo que mi capacidad de pensar con claridad se desvanecía con cada caricia—, pero ninguna que puedas llevar en el cuello...

Shadow no se detuvo. Su mano se deslizó por mi costado, y su otra mano se hundió en mi cabello, obligándome a inclinar la cabeza ligeramente para darle más acceso a mi cuello.

—No me importa —dijo con una seguridad firme, su aliento cálido contra mi piel— Dame lo que sea.

Su voz profunda y exigente envió un escalofrío directo a mi columna. Abrí los ojos y lo miré, encontrándome con sus ojos rojos encendidos con una intensidad inconfundible.

—Está bien —susurré, apenas pudiendo formar las palabras.

Él me observó en silencio por un segundo, como si evaluara mi respuesta. Luego, sin decir más, volvió a besar mi cuello, haciéndome estremecer, sintiendo un cosquilleo en mi interior.

—Shadow... —logré decir con la voz entrecortada—. No-Nova está en la sala...

Sentí cómo su respiración se volvía más pesada contra mi piel, pero no se detuvo de inmediato. Sus labios dejaron un último beso en mi cuello antes de que exhalara con frustración.

—Demonios... —murmuró, cerrando los ojos un segundo antes de apoyarse sobre sus antebrazos y apartarse ligeramente de mí.

Yo todavía intentaba recuperar el aliento cuando lo vi llevar una mano a su rostro, frotándose las sienes como si tratara de aclarar su mente.

—Olvidé que estaba allí... —admitió con tono seco.

No pude evitar soltar una risa entrecortada, todavía sintiendo el calor en mi rostro y el cosquilleo en mi piel.

—Bueno... es bastante silenciosa, es fácil ignorarla —bromeé, intentando aligerar el momento.

Shadow me miró de reojo, aún con su expresión seria, pero la sombra de una sonrisa apenas perceptible apareció en su rostro.

—Eso no lo hace menos molesto...

Solté un suspiro, sonriendo contra su hombro.

—Aún tenemos un par de días de vacaciones... —susurré, trazando círculos en su pecho con mis dedos— No hay prisa.

Él soltó otro suspiro, pero esta vez más relajado.

—Lo sé... —murmuró, deslizando una mano por mi espalda— Pero la próxima vez, la echaré de la maldita sala.

No pude evitar reír suavemente, imaginando la escena. Sí, definitivamente lo haría.

Shadow se levantó de la cama con un movimiento fluido, aún con la expresión seria, pero con una tensión apenas perceptible en su postura. Sin decir nada, caminó hacia la ducha, dejando tras de sí la sensación de su calor aún impregnada en mi piel.

Me senté en el borde de la cama, inhalando profundamente mientras trataba de calmar mi respiración. Mi corazón aún latía con fuerza, y el cosquilleo en mi cuello delataba lo cerca que habíamos estado de perder el control.

Llevé una mano a mi pecho, sintiendo los latidos bajo mis dedos, y sonreí para mí misma.

Me acomodé el vestido y me levanté de la cama. Caminé hacia mis maletas, las abrí y comencé a rebuscar entre las prendas usadas, buscando algo que Shadow pudiera llevar consigo.

La última vez le había dado un pañuelo que terminó usando alrededor del cuello, pero esta vez...

Fruncí el ceño mientras revisaba. Mis maletas estaban llenas de ropa de verano: vestidos ligeros, blusas sin mangas, shorts. Nada que realmente pudiera atarse al cuello o guardar fácilmente sin que llamara demasiado la atención.

Suspiré, sacando una prenda tras otra. Tiene que haber algo...

Seguí rebuscando entre las prendas hasta que me di cuenta de algo: la ropa había estado guardada en la maleta por días, así que todo debería conservar mi olor, al menos un poco.

Mis dedos encontraron el vestido que usé nuestro primer día en el resort, aquel con el que caminamos juntos por el casino. Lo saqué con cuidado y acaricié la tela antes de jalar el listón que tenía en la cintura. Era delgado, suave, y aunque no estaba segura de cuánto aroma tenía impregnado, Shadow lo sabría en cuanto lo sostuviera.

Lo envolví alrededor de mis dedos, pensando en su reacción. ¿Le gustaría? ¿Lo llevaría con él durante la misión? ¿O solo lo guardaría?

Escuché el agua de la ducha detenerse y supe que pronto podría averiguarlo.

Shadow salió de la ducha, secándose las púas con la toalla. Sus movimientos eran tranquilos, metódicos, como siempre.

Yo seguía en el suelo, junto a mis maletas abiertas, y alcé la vista hacia él. Sostuve el listón entre mis dedos y lo levanté un poco para mostrárselo.

—¿Qué tal esto? —pregunté—. ¿Huele a mí?

Shadow se acercó, tomó el listón con su mano desnuda y lo acercó a su rostro. Cerró los ojos por un instante al inhalar profundamente, como si estuviera grabando el aroma en su mente.

—Sí.

Sonreí, sintiendo una calidez inesperada en el pecho. Desde mi posición en el suelo, lo observé mientras se pasaba la toalla por el hombro y, con un movimiento natural, comenzó a atarse el listón en su muñeca derecha, justo al lado de su anillo.

Mi sonrisa se amplió un poco más.

—Te queda bien.

Shadow bajó la mirada hacia su muñeca, como si evaluara el nuevo accesorio. Y sin decir nada, se inclinó un poco y deslizó sus dedos por mi mejilla, su tacto cálido y directo.

Luego empezó a caminar hacia la cama con su característico paso firme y preciso. Se detuvo junto a la mesita de noche de su lado de la cama, abrió la gaveta y sacó sus guantes. Se los puso con la misma meticulosidad con la que hacía todo, ajustándolos uno a uno antes de sentarse en el borde de la cama para ponerse los zapatos.

Desde mi lugar en el suelo, lo observé en silencio. En un momento, se inclinó para alcanzar algo debajo de la cama, saliendo de mi rango de visión. Escuché el sonido de una cremallera deslizándose, seguido de un leve arrastre sobre el piso.

Cuando Shadow se incorporó de nuevo, llevaba en la mano su camisa hawaiana rosada.

Con una sonrisa juguetona, le lancé la pregunta sin pensarlo demasiado:

—¿Vas a usar la misma camisa otra vez?

Shadow me miró brevemente, sin cambiar mucho su expresión, y me respondió con naturalidad:

—Tengo tres iguales.

Solté una risa, más por lo simple y directo de su respuesta que por la camisa en sí. Siempre tan práctico, tan Shadow.

—¿Qué quieres hacer? —me preguntó, como si esperara que ahora fuera mi turno de decidir.

Pensé por un momento, no tenía mucho en mente, pero algo sencillo me sonaba bien.

—Quiero desayunar en el buffet. —Respondí con una sonrisa, mirando hacia la puerta.

—Entonces vamos —contestó él, moviéndose hacia la salida.

Salimos de la habitación principal, y nos dirigimos hacia la puerta del penthouse. A medida que nos acercábamos, Nova estaba en el sofá de la sala, en su estación de trabajo. No parecía notar que estábamos cerca, tan absorbida como estaba en su tarea. Sus ojos iban y venían de una pantalla a otra, con sus dedos moviéndose rápidamente sobre el teclado. Era impresionante cómo podía hacer todo eso tan rápido, todo mientras su mente estaba completamente enfocada en las decenas de pantallas que mostraban mapas, registros de seguridad y datos encriptados, cosas que para nosotros no tenían mucho sentido, pero para ella todo encajaba.

Lo que más me llamó la atención, sin embargo, no era su ritmo de trabajo, sino lo que estaba sobre la mesa de centro. La mesa estaba llena de canastas de postres y repostería, una mezcla extraña con todos los dispositivos. Croissants, tartaletas, muffins, y hasta pequeños pasteles de frutas llenaban la mesa.

No pude evitar comentar:

—¿Eso no es demasiado azúcar?

Nova no levantó la vista, pero su voz llegó a mis oídos con la respuesta automática:

—Es para el cerebro.

Shadow, sin perder tiempo, añadió con su tono característico, algo entre bromista y serio:

—Te va a dar diabetes a este paso.

Nova soltó una risa ligera, como si su consumo de azúcar fuera lo más natural del mundo.

—Por lo menos moriré feliz.

Me reí suavemente, pero pronto me acordé de que ya era hora de irnos. Miré a Nova, aún con la cabeza metida en su trabajo.

—Bueno, ya nos vamos. Suerte en la misión.

Sin apartar la vista de las pantallas, levantó el pulgar en señal de despedida.

Shadow y yo cruzamos la puerta para ir al ascensor, listos para disfrutar de un buen desayuno.

Eventualmente llegamos al restaurante, y el buffet estaba lleno de una increíble variedad de platos de desayuno. Tomé una bandeja y comencé a llenarla con waffles dorados, un tazón lleno de frutas frescas y un jugo de naranja recién exprimido. Mientras lo hacía, volví la vista hacia Shadow, quien, como era de esperar, tenía su bandeja llena de una mezcla de cosas al azar, sin mucho orden. Siempre tan impredecible.

Juntos caminamos por el área buscando una mesa, cuando de repente una voz me llamó:

—¡Amy!

Volteé hacia la fuente del sonido y pude ver la mano levantándose entre la multitud, acompañada de la voz familiar de Cream. Ella me llamaba desde una mesa larga en el centro del comedor, donde ya estaban sentados el resto de mis amigos.

Miré a Shadow, quien simplemente se encogió de hombros. Sonreí y caminamos hacia la mesa, donde me senté al lado de Cream, con Shadow tomando asiento a mi lado.

—¡Buenos días, Cream! —dije, sonriendo mientras me acomodaba en la silla. Luego, miré a todos los demás. —¡Buenos días a todos!

El ambiente estaba lleno de risas y conversaciones, como siempre.

—¡Buenos días, Ames! —dijo Sonic con su tono despreocupado de siempre, levantando la mano en un saludo.

Levanté la vista y me di cuenta de que nos habíamos sentado justo frente a él, con Sally y Tails a sus lados. Sonic tenía esa sonrisa burlona que conocía demasiado bien, y no tardó en soltar su comentario con tono juguetón:

—¿Y qué tal tu cena con Shads? Debió ser buena, viendo que vienen a desayunar juntos.

No me molesté en ocultar la sonrisa que se formó en mi rostro. Ladeé un poco la cabeza, disfrutando de la oportunidad de seguir con nuestra pequeña broma.

—Fue bastante buena, la verdad —respondí con un tono dulce, mientras me inclinaba ligeramente hacia Shadow—. Disfruto mucho de su compañía.

Sonic arqueó una ceja, pero antes de que pudiera decir algo, devolví el golpe con naturalidad:

—¿Y qué tal el show de magia? ¿Se divirtieron?

Sonic chasqueó la lengua y se apoyó en la mesa con los brazos cruzados.

—Estuvo genial, ¿verdad, Sally? —dijo, girándose hacia su derecha.

Sally, que estaba cortando una manzana en su plato, asintió con una leve sonrisa.

—Sí, fue impresionante. Hicieron desaparecer un auto.

Sonic volvió a mirarme con una expresión satisfecha.

—Fue de otro mundo, qué lástima que te lo perdiste.

Oh, así que quería jugar con eso.

Sostuve su mirada, sin perder mi sonrisa, y llevé un pedazo de waffle a mi boca con calma.

—No lo sé, Sonic —murmuré, con un tono de falsa duda—. Creo que mi noche fue aún mejor que un show de magia.

Dicho eso, giré el rostro hacia Shadow y, sin dudarlo, deslicé mis dedos por el dorso de su mano enguantada, jugando con su muñeca. Shadow, sin inmutarse, simplemente continuó comiendo como si esto fuera lo más normal del mundo.

La mirada de Sonic se oscureció por una fracción de segundo antes de que soltara una risa nasal y sacudiera la cabeza.

—Lo que digas, Ames.

Una batalla silenciosa se formó entre nosotros, un cruce de miradas que hablaba más que cualquier palabra. El resto de la mesa parecía notar la tensión, pero nadie dijo nada.

Cream, ajena a la batalla silenciosa que se libraba entre Sonic y yo, sonrió con dulzura y preguntó con inocencia:

—¿Y qué vamos a hacer hoy?

Agradecí su intento de aliviar el ambiente y tomé un sorbo de mi jugo antes de responder con tranquilidad:

—Voy a pasar la mañana con Shadow. Vamos a dar un par de vueltas por el resort.

Sonic alzó una ceja, su sonrisa burlona regresando de inmediato.

—Oh, ¿vas a abandonar a tus amigos para irte a pasear con el amargado?

No dejé que su comentario me afectara. En lugar de eso, apoyé un codo en la mesa y le sostuve la mirada con calma.

—Yo ya tenía planes con él. Ustedes fueron los que llegaron sin avisar.

Sonic parpadeó un par de veces antes de entrecerrar los ojos.

—Espera... ¿me estás diciendo que Shadow estaba aquí desde antes?

Me encogí de hombros con total despreocupación.

—Vino conmigo.

Por apenas un segundo, vi su mandíbula tensarse antes de que soltara un resoplido.

—Me dijiste que ibas a venir sola.

Tomé un pedazo de waffle con mi tenedor, dándole un pequeño giro antes de responder con un aire despreocupado:

—Cambio de planes de última hora.

Sonic apretó los labios en una línea delgada, claramente irritado. Y en ese momento, supe que el golpe había dado justo en el blanco.

A mi lado, Shadow seguía comiendo en completo silencio, con su típica indiferencia... o al menos fingiendo estarlo. La verdad era que no necesitaba intervenir; yo me estaba divirtiendo demasiado con esto.

Tails, que hasta el momento había estado ocupado con su desayuno, miró a Sonic con un dejo de preocupación antes de intentar calmar el ambiente:

—Si ya tenían planes, es justo que los sigan.

—Exacto —apoyó Rouge con una sonrisa ladina, claramente disfrutando el intercambio—. Además, Shadow sacó una semana entera de vacaciones para estar aquí. Lo lógico es que pasen tiempo juntos, ¿no?

La forma en que lo dijo solo avivó el fuego, y la expresión de Sonic me lo confirmó.

Sonic miró a Shadow con una sonrisa ladeada y comentó con un tono entre burlón y sorprendido:

—¿Toda una semana entera de vacaciones, eh? Eso jamás lo vi venir de ti.

Pero, como era de esperarse, Shadow lo ignoró por completo, ni siquiera dándole el mínimo reconocimiento con una mirada. Su actitud solo pareció irritar más a Sonic, lo que me divirtió aún más.

En lugar de seguir dándole vueltas a la conversación con Sonic, voltee hacia Rouge con genuino interés y le pregunté:

—Por cierto, ¿cómo les fue en el casino ayer?

Rouge esbozó una sonrisa confiada, dejando claro que disfrutaba cada momento. Se recargó en su silla con aire de suficiencia, cruzando los brazos mientras dirigía una mirada burlona hacia Sonic antes de responderme.

—Oh, fue... absolutamente fascinante —dijo, su voz suave y medida, como si saboreara cada palabra—. Knuckles casi destruye una mesa de blackjack con su "estrategia". Vector pasó la noche apostando en ruleta, y Espio... bueno, él estuvo tan tranquilo que parecía más un observador que un jugador.

Sonic soltó una risa, mirando a Knuckles, que en ese momento estaba tomando un gran sorbo de jugo.

—¿De verdad? ¿Una mesa de blackjack? No pensé que Knuckles fuera tan fanático de las apuestas pero... ¿destruir una mesa?

Knuckles, visiblemente avergonzado, levantó las manos en un gesto de defensa.

—¡Fue un accidente! No entendí bien las reglas del juego, y las cartas me hicieron perder la paciencia.

Rouge no pudo evitar reír con discreción antes de continuar.

—Y, por supuesto, hubo un pequeño "extra" en la noche. Encontramos a varios peces gordos del partido. Mañana te espera una noche muy interesante, Sonic.

Sonic suspiró, como si intentara restarle importancia al asunto. Sally, intrigada, intervino.

—¿De verdad no podemos acompañarte a esa fiesta?

Sonic, con un gesto de resignación, respondió:

—La entrada es solo para mí. Ya pregunté y me dijeron que nada de acompañantes.

Sally, con una sonrisa tranquila, pasó una mano por la espalda de Sonic, reconociendo en su gesto el malestar que siempre le causaban esas fiestas aburridas y llenas de gente rica y pretenciosa. Todos lo sabíamos, pero Sonic había aceptado ese "meet and greet" solo para conseguir el salón para mi fiesta.

Sintiendo un ligero remordimiento, me sentí culpable y dije, mirando a Sonic:

—No tenías que aceptar algo así por mí, Sonic.

Sonic levantó la vista y me miró directo a los ojos, su tono de voz cálido pero con una ligera risa irónica.

—Lo sé, pero quería que tuvieras un buen día. Y resulta que, al final, ibas a pasar todas las vacaciones con él —dijo, señalando a Shadow con una mueca en sus labios.

Shadow se giró hacia mí, y en un susurro suave, casi imperceptible, me dijo algo al oído y giro de vuelta a su café, tomando un sorbo.

Con una leve sonrisa, me dirigí a Sonic y, imitando el tono bajo y serio de Shadow, dije:

—Eres un idiota... pero fue un bonito gesto de tu parte.

Sonic frunció el ceño, claramente no esperando esa respuesta. Sin embargo, se quedó en silencio un momento, masticando sus palabras, antes de soltar una risa nerviosa.

El desayuno continuó en un ambiente más relajado, lleno de risas y conversaciones despreocupadas entre nosotros. La charla fluía, con comentarios sobre qué traje de baño usarían, qué masajes probarían en el spa y qué lugar del resort querían explorar primero. Había una atmósfera ligera y alegre, y no pude evitar sentirme agradecida de estar allí.

Al terminar el desayuno, me levanté de la mesa junto con Shadow, que estaba sentado a mi lado. Nos despedimos de nuestros amigos con sonrisas y promesas de vernos más tarde.

—Nos vemos después —dije, mirando a Sonic y a los demás. Sonic asintió, todavía con una sonrisa un tanto forzada, mientras Sally le daba un leve golpe en el hombro, como si intentara suavizar su incomodidad.

Nos dirigimos hacia la salida del restaurante, el sonido del bullicio de la mañana del resort llenando el aire mientras salíamos al exterior. El día estaba despejado, y el sol brillaba con fuerza, anunciando lo que parecía ser un día perfecto para disfrutar de todo lo que el lugar tenía para ofrecer.

Caminábamos por el resort sin rumbo fijo, disfrutando de la brisa cálida y la tranquilidad de la mañana. Yo lo tomaba del brazo, apoyándome ligeramente en él con cada paso. Me gustaba este momento, un respiro antes de que él tuviera que irse a su misión.

Después de un rato, mis ojos se iluminaron al ver el gift shop del resort.

—¡Vamos a ver qué hay! —tiré suavemente del brazo de Shadow, guiándolo hacia la entrada.

Al cruzar la puerta, me encontré rodeada de estantes llenos de recuerdos del Moon Casino Resort: camisetas con el logo del lugar, llaveros brillantes en forma de fichas de casino, peluches de delfines y ballenas, tazas, imanes y un sinfín de adornos. Mis ojos recorrieron todo con fascinación hasta que algo en particular llamó mi atención: una pequeña figura de cristal de dos peces besándose, con la base grabada con el nombre del resort.

—¡Mira esto! —le mostré la figurita a Shadow, girándola en mis manos para ver cómo la luz se reflejaba en el cristal—. Me encanta.

—Es bonito —dijo él de forma calmada, casi en voz baja.

Me sentí satisfecha con su respuesta y decidí seguir explorando. Un poco más allá, Shadow encontró un adorno en forma de ballena hecha de piedra pulida. Pasó los dedos por su superficie, fijándose en los detalles con su típica expresión seria.

—Este también está bien... —comentó mientras lo sostenía, sus dedos acariciando suavemente la figura.

—Sería bueno llevarnos recuerdos de este viaje —comenté, todavía observando los peces.

—Sí —respondió Shadow simplemente, dejando la ballena en su otra mano.

Íbamos a pagar cuando algo más captó mi atención al fondo de la tienda: una cabina fotográfica con un fondo de playa y un letrero colorido que decía Llévate un recuerdo divertido del Moon Casino Resort. Había una caja llena de accesorios al lado: lentes de sol gigantes, sombreros de playa, collares de flores...

No lo pensé dos veces.

—¡Shadow, ven! —le tomé del brazo y lo arrastré hacia la cabina antes de que pudiera protestar.

—¿Qué haces? —preguntó con el ceño fruncido, pero no se resistió.

Rápidamente, agarré un collar de flores y se lo puse alrededor del cuello, ajustándolo con una sonrisa. Luego tomé unos lentes de sol con forma de corazón y me los puse.

—Perfecto. Ahora, posemos.

Antes de que pudiera negarse, lo metí en la cabina y seleccioné la opción para cuatro fotos. La pantalla nos dio una cuenta regresiva:

3... 2... 1...

La primera foto salió sin que Shadow estuviera preparado, por lo que solo se veía con su típica expresión seria mientras yo sonreía ampliamente.

3... 2... 1...

En la segunda, me acerqué más a él y le tomé del brazo, inclinando la cabeza contra su hombro. Shadow mantuvo su mirada neutra, pero algo en su expresión parecía más relajado.

3... 2... 1...

Para la tercera, hice una pose más juguetona, levantando las manos en un gesto de paz y amor. Shadow, esta vez, apenas arqueó una ceja, pero sus ojos tenían un brillo divertido.

3... 2... 1...

En la última, me giré de sorpresa cuando sentí su mano en mi cintura. Shadow apenas había inclinado su rostro hacia mí, pero el gesto se capturó justo a tiempo antes de que la foto se imprimiera.

Unos segundos después, la máquina expulsó la tira de fotos con el logo del resort al pie de cada una. La tomé emocionada y la miré con una sonrisa.

—¡Salieron geniales! —se la mostré a Shadow.

Él observó las imágenes en silencio, sus ojos deteniéndose un poco más en la última.

—No están mal —dijo al final, desviando la mirada mientras cruzaba los brazos.

Solté una risita y guardé la tira de fotos en mi bolso antes de volver a la caja, donde nos esperaban los adornos que íbamos a comprar.

—Bueno, ahora sí, vamos a pagar.

Shadow solo asintió y seguimos nuestro camino, con nuestros recuerdos del viaje en las manos y uno más guardado en aquella pequeña tira de fotos.

Al salir de la tienda de regalos, con nuestras pequeñas bolsas en mano, seguimos caminando por el resort. El sol iluminaba los senderos adornados con plantas tropicales, y la brisa marina se filtraba entre los edificios, dándole un aire relajante al ambiente. Mientras paseábamos, un gran letrero llamó mi atención.

"Museo Histórico del Moon Casino Resort – La Evolución de un Ícono"

Me detuve en seco y miré a Shadow con emoción.

—¡Mira, hay un museo sobre la historia del resort! —dije, señalando la entrada.

Shadow observó el letrero con su típica expresión neutral, aunque por su postura relajada, supe que no le molestaría acompañarme.

—¿Quieres entrar? —preguntó.

—¡Por supuesto! Me encanta conocer la historia de los lugares que visito. Vamos.

Sin esperar respuesta, lo tomé suavemente del brazo y lo guié hacia la entrada. El interior del museo era fresco, con una iluminación tenue que destacaba las exhibiciones. La primera sala tenía una gran maqueta del resort antes del Virus Metal, cuando aún era un destino turístico humano. Paneles digitales mostraban fotografías antiguas del lugar: el enorme casino brillando con luces de neón, los hoteles de lujo, las piscinas infinitas y las playas privadas llenas de turistas.

Shadow se quedó mirando una de las imágenes en pantalla, donde un grupo de humanos sonreía junto a un crupier en una mesa de póker.

—Es extraño verlos así —comentó en voz baja.

Asentí, entendiendo a qué se refería. Era un recordatorio de un mundo que ya no existía.

—Sí... todo esto estuvo abandonado por años después del Virus Metal. Pero Magnus lo restauró.

Seguimos avanzando y llegamos a una exhibición dedicada a la decadencia del resort. Había fotos de las ruinas, las estructuras cubiertas de enredaderas y el interior del casino lleno de polvo y escombros. Un holograma explicaba cómo, tras la extinción de la humanidad, el lugar quedó en el olvido hasta que Magnus lo adquirió y lo renovó completamente.

—Es impresionante cómo lograron revivir este sitio —comenté.

Shadow cruzó los brazos, observando las imágenes de la restauración.

—Magnus hizo una inversión inteligente. Sabía que un lugar como este volvería a atraer a la gente.

—Y vaya que lo logró. Es el destino más visitado del sur.

Caminamos hasta una última exhibición, que mostraba el resort en la actualidad. Había una pantalla gigante con videos de los espectáculos, el casino en su máximo esplendor y turistas mobianos disfrutando de las instalaciones. También había una pared llena de testimonios de empleados y visitantes, donde destacaban frases como: "Un lugar donde todos pueden divertirse" y "El nuevo corazón del entretenimiento mobian".

Me detuve a leer algunas de las notas escritas a mano, cuando sentí que Shadow se movía detrás de mí. Me giré y lo vi observando una vitrina con placas conmemorativas y objetos antiguos del casino. Uno en particular llamó mi atención: un mazo de cartas de póker con un diseño dorado.

—¿Te interesa? —pregunté, acercándome a él.

Shadow se encogió de hombros.

—Solo pensaba en cómo las cosas cambian. Este lugar pasó de ser un paraíso humano a un paraíso mobian.

Sonreí y le di un pequeño golpe en el brazo.

—Supongo que así es la historia, ¿no? Todo evoluciona.

Mientras observábamos la vitrina conmemorativa, no pude evitar suspirar.

—Es una lástima —comenté, cruzándome de brazos.

Shadow desvió la mirada de la exhibición y me observó con curiosidad.

—¿Qué cosa?

—Que Magnus haya terminado involucrándose en el mundo criminal —respondí, girándome para verlo—. Hizo algo increíble al restaurar este lugar. Le devolvió la vida a un resort que, de otro modo, habría quedado en ruinas para siempre. Pero ahora... con todo lo que descubrimos anoche sobre el mercado negro de badniks y sus tratos con los puristas... —negué con la cabeza—. Parece que ese sueño que tenía de hacerlo un destino para todos terminó torciéndose.

Shadow se quedó en silencio por unos segundos, su mirada fija en la vitrina.

—El poder y la ambición corrompen fácilmente —dijo finalmente—. Magnus convirtió este lugar en un éxito, pero no le bastó. Quiere más.

—Y para conseguirlo, está dispuesto a jugar sucio —agregué con un suspiro—. Es irónico... Este resort representa un nuevo comienzo para muchos mobians, pero al mismo tiempo esconde un lado oscuro que pocos conocen.

Shadow asintió levemente.

—Nada en este mundo es completamente limpio.

Me mordí el labio, reflexionando sobre sus palabras mientras miraba las imágenes del pasado y presente del resort. Magnus había creado algo grandioso... pero ahora, su ambición lo estaba arrastrando por un camino peligroso.

Nos alejamos del museo, dejando atrás las imágenes del pasado del resort. Caminamos sin prisa por los senderos adornados con faroles elegantes y fuentes decorativas, disfrutando del cálido clima veraniego. La brisa marina traía consigo el aroma del océano mezclado con el dulce perfume de las flores tropicales.

Eventualmente, llegamos a un pequeño stand de helados con un colorido toldo rayado. Un grupo de mobians hacía fila, algunos con viseras y gafas de sol, otros con toallas de playa colgadas al cuello.

—Quiero un helado —dije con entusiasmo, tomando a Shadow del brazo para acercarnos al mostrador.

Revisé el menú con atención. Había demasiados sabores interesantes, pero al final opté por mi favorito.

—Uno de fresa, por favor —dije con una sonrisa.

Shadow miró la lista de sabores, aparentemente sin interés.

—Mocha —pidió con su voz usualmente seria.

El vendedor nos entregó los helados y le pagué antes de que Shadow pudiera reaccionar.

—Yo invito —le dije antes de que pudiera protestar.

Con nuestros helados en mano, encontramos un banco bajo la sombra de unas altas palmeras. Me acomodé, disfrutando la frescura de la sombra, y di la primera probada a mi helado.

—Mmm, está delicioso —comenté con satisfacción.

Shadow tomó un pequeño bocado del suyo, sin cambiar mucho su expresión.

—Está bien —fue todo lo que dijo.

Sonreí divertida. Aunque no lo expresara mucho, sabía que le gustaba. Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando del ambiente tranquilo y del sonido lejano de las olas. Me apoyé un poco en el respaldo del banco, observándolo de reojo.

—Creo que este es el momento más relajado que hemos tenido en mucho tiempo —dije suavemente.

Shadow solo asintió, tomando otra cucharada de su helado. Yo sonreí, sintiéndome satisfecha. Este tipo de momentos sencillos eran los que realmente hacían que las vacaciones valieran la pena.

Después de comer nuestros helados, nos levantamos, y miré a mi alrededor antes de preguntar:

—¿Qué hora es?

Shadow sacó su teléfono y, con voz tranquila, dijo:

—Ya casi es hora de que me vaya.

Me quedé pensativa por un momento antes de sugerir:

—Entonces deberíamos buscar un lugar adecuado para nuestra actuación.

Caminamos un poco más, buscando el sitio perfecto, hasta que encontramos un jardín tranquilo con una fuente y varias palmeras. Era un lugar poco concurrido, pero allí estaba lo que necesitábamos. Un guardia de seguridad nos observaba con cierto aire de sospecha.

—Bingo —dije en voz baja, con una ligera sonrisa en los labios.

Shadow y yo nos acercamos a la fuente, colocándonos en una posición que nos permitiera prepararnos para lo que íbamos a hacer. Mi corazón latía más rápido, pero era el momento. Tenía que hacerlo.

Miré a Shadow de reojo.

—¿Listo? —le pregunté.

Él hizo una mueca, casi imperceptible, y respondió con una ligera sacudida de cabeza.

—No realmente, pero es necesario.

Suspiré, cerrando los ojos para concentrarme. Recordé lo que Nova me había dicho:

"Al Comandante le han propuesto matrimonio varias veces en Neo G.U.N."

Usalo Amy, que sea tu llama. Que esta sea la actuación de tu vida, tienen que ser convincentes. Shadow dice que no sabe actuar bien, pero tiene que parecer lo más real posible. Así que mientras que lo confronte enojada, él podría responderme de la misma manera.

Abrí los ojos, mirando de reojo al guardia de seguridad que seguía observándonos. Sentí la energía burbujeando dentro de mí. Me giré hacia Shadow y lo miré directamente a los ojos, cruzando los brazos con una postura desafiante. Inhalé profundo y solté un suspiro dramático antes de hablar con un tono lo suficientemente alto para que el guardia nos escuchara.

—Así que te han propuesto matrimonio varias veces y nunca me dijiste, ¿eh?

Shadow, con el ceño fruncido, parecía visiblemente incómodo. No estaba acostumbrado a actuar en público, pero respondió con su típico tono impasible:

—Es irrelevante, no le vi razón.

Arqueé una ceja y di un paso adelante, fingiendo indignación.

—¡Será porque te gusta la atención, ¿no?! Que todas estén locas por ti...

Shadow suspiró, cerrando los ojos un segundo antes de volver a abrirlos con exasperación.

—No me gusta en absoluto la atención, Rose.

—¡Claro! Por favor, Shadow, no te hagas el desentendido —solté con dramatismo, alzando una mano—. Estoy segura de que muchas chicas lindas se te habrán propuesto. Debió ser muuuuy agradable, ¿no?

Sus orejas se movieron ligeramente hacia atrás, señal de que mis palabras lo estaban fastidiando de verdad.

—En primer lugar, no hay chica más linda que tú —soltó, con el ceño aún más fruncido—. Y en segundo... ¡No puedo hacer nada si cada maldito San Valentín a todos se les alborotan las hormonas!

Por un momento, casi me salgo de personaje cuando sentí mi rostro calentarse. Pero no podía distraerme ahora.

—Es el Festival de Unión, Shadow —lo corregí, entrecerrando los ojos—. Festival de Unión. No San Valentín. ¡San Valentín era como le llamaban los humanos!

—¡Yo le llamo como se me da la gana! —rugió, cruzando los brazos con irritación—. ¡¿Y tú crees que me gusta que cada inicio de primavera mi oficina se llene de regalos y cartas de amor?! ¡Es irritante y poco profesional!

Disimuladamente eché un vistazo al guardia. Bingo, ya estaba murmurando algo por su comunicador. Vamos bien. Volví la vista a Shadow y puse una mano en mi cadera.

—¡Oh, pobrecito! ¡Qué horror! ¡Ser un macho solicitado debe ser una maldición terrible! —dije con tono burlón.

Shadow dio un paso hacia mí, con sus ojos carmesí ardiendo de fastidio.

—Escúchame bien, Rose. Hace dos años tu olor se volvió más atractivo, atrayente... y yo no entendía qué demonios estaba pasando. Pensé que me había vuelto loco.

Mi corazón se saltó un latido. No esperaba que soltara algo así en medio de la actuación.

—Nunca he entendido sus estúpidas tradiciones y festivales. Tuve que investigar un montón para entender qué me estaba pasando —continuó, con la mirada fija en la mía—. ¿Y sabes qué aprendí? Algo llamado "compatibilidad genética". ¿Sabes lo que es?

Tragué saliva y mantuve mi postura desafiante.

—Por supuesto que sé lo que es. Todo el mundo lo sabe. Es cuando tu instinto te dice que alguien es compatible contigo.

Shadow asintió lentamente.

—Exactamente. Y entonces entendí que te encuentro atractiva... pero tú nunca sentiste lo mismo.

Me removí en mi sitio, desviando la mirada por un segundo antes de volver a fijarla en él.

—Mi mente estaba en otros lados. Simplemente no me di cuenta.

—Otros lados... quieres decir Sonic —espetó Shadow.

Su tono no fue acusador, pero sí firme.

—¡Pues sí! ¿Qué quieres que te diga? —respondí, alzando las manos y dejándolas caer con frustración—. Además, si tanto investigaste, debes saber que nuestros propios sentimientos afectan nuestras feromonas y cómo percibimos las de los demás.

Shadow entrecerró los ojos.

—Entonces... ¿no me encuentras atractivo?

—¡Claro que lo hago! —respondí sin pensar, sintiendo el calor subir a mi rostro—. Me di cuenta el día que me besaste. ¡Sin consentimiento!

Shadow bufó, dando otro paso hacia mí.

—¿Sin consentimiento? Rose, me acerqué a ti tan lentamente que pudiste haberte apartado en cualquier momento.

—¡Me tomaste por sorpresa! —repliqué, sintiendo mi cara arder—. ¡Era la primera vez que alguien intentaba besarme!

Shadow inclinó un poco la cabeza, mirándome fijamente.

—Entonces... cualquiera te pudo haber besado y lo habrías dejado.

Abrí los ojos como platos.

—¡Claro que no! ¡No soy una chica fácil! —solté, poniéndome en puntas de pie para acercarme a su cara—. ¡Simplemente dejé que me besaras porque... porque eres muy guapo, Shadow!

Vi cómo sus orejas se movieron de golpe, y por un instante su expresión se suavizó.

—Pude haber estado enamorada de Sonic, pero eso nunca cambió el hecho de que siempre me pareciste un erizo increíble. Fuerte, determinado, justo... y hasta dulce cuando quieres.

Shadow parpadeó. Sus mejillas se tornaron de un ligero color rojizo.

—Llevamos tres meses juntos y hasta ahora me entero de por qué carajos te gusto... —murmuró, con una mezcla de incredulidad y algo más que no pude descifrar.

Pero no iba a dejarlo ganar.

—¡Tú tampoco me has dicho por qué te gusto! —repliqué, apuntándolo con un dedo—. Solo me has dicho que soy bonita y que huelo bien. ¡Solo te gusto superficialmente!

Shadow frunció el ceño y cerró la distancia entre nosotros, inclinándose lo suficiente para que nuestras frentes casi se tocaran.

—¡Eres mi luz, Rose! —soltó con una intensidad que hizo que mi corazón diera un vuelco—. Eres alegre, enérgica, dulce, comprensiva, fuerte y valiente. ¡Cualquiera se habría enamorado de ti!

Abrí la boca, pero ninguna palabra salió. Por el rabillo del ojo, vi al guardia observándonos con los brazos cruzados, su expresión reflejaba una mezcla de confusión e interés.

"Esto no está funcionando. Estamos confesando porque nos gustamos, pero no se siente como una pelea real. Tengo que hacer algo al respecto."

—¡No te creo! —exclamé con furia fingida, frunciendo el ceño—. ¡Solo te gusto por mis feromonas! ¡Lo único que quieres es acostarte conmigo!

Shadow se sonrojó aún más, sus orejas se crisparon y su voz salió grave, cargada de emoción.

—¡Por supuesto que no! ¡Yo quiero una vida contigo! ¡Quiero que seas solo mía!

Su declaración me hizo hervir la sangre. Apreté los puños y di un paso hacia él.

—¡No soy tuya ni de nadie! ¡Soy mi propia persona, Shadow! —le grité indignada.

En un movimiento rápido, Shadow me sujetó por la cintura, pegándome contra su cuerpo con una firmeza que me dejó sin aliento. Su otra mano se cerró alrededor de mi rostro, inclinando mi barbilla hacia él. Sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa.

—¡Eres mía, Rose! ¡Mía! —rugió con voz grave—. Y el próximo San Valentín te encerraré por tres días, te pondré en celo y te voy preñar.

Mis ojos se abrieron de par en par. Puse ambas manos contra su pecho, empujando con todas mis fuerzas.

—¡Estás loco, Shadow! ¡Aún soy muy joven para eso! —grité, forcejeando contra su agarre.

Pero él me sujetó con más firmeza.

—No tienes mucha opción.

Y antes de que pudiera reaccionar, deslizó su mano detrás de mi cabeza y me besó con fuerza.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, pero reaccioné de inmediato. Golpeé su pecho con los puños, tratando de liberarme. Se lo estaba tomando demasiado en serio. Con un último empujón, logré separarme de su agarre y, sin pensarlo, le solté una bofetada que resonó en el aire.

Shadow se quedó inmóvil, con la mano en la mejilla, sus ojos oscuros fijos en los míos.

—¡Eres un demente! ¡No quiero volver a verte nunca más! —espeté con rabia.

Él bajó la mano lentamente y me dedicó una mirada intensa.

—Esto no se acaba aquí, Rose. Voy a volver. No lo olvides... eres mía.

Dicho esto, se giró y se alejó con paso firme, perdiéndose entre la multitud.

Me quedé allí de pie, sintiendo cómo la adrenalina se disipaba poco a poco. Miré de reojo al guardia y lo vi hablando rápidamente por su comunicador. El plan había funcionado, pero no podía bajar la guardia todavía.

Respiré hondo y, dejando que mi cuerpo se estremeciera ligeramente, llevé una mano a mis labios como si estuviera en shock. Mis hombros temblaron, y en cuestión de segundos, mis ojos se llenaron de lágrimas. Dejé que cayeran lentamente por mis mejillas mientras me abrazaba a mí misma, sollozando en silencio.

El guardia me lanzó una mirada incómoda, desviando la vista por un momento.

"Sí, eso es. Créetelo."

Solté un pequeño hipido y limpié torpemente mis mejillas con mi mano. Suspiré temblorosamente, como si intentara calmarme, pero dejé que un par de lágrimas más rodaran por mi rostro.

"Eso fue... una locura."

Sentí la vibración de mi celular en el bolsillo del vestido. Me giré un poco, fingiendo buscar consuelo en la pantalla, como si esperara un mensaje de alguien que pudiera hacerme sentir mejor. Saqué el celular y, al ver el remitente, casi solté una risa, pero me contuve.

Shadow: Eso dolió.

Apreté los labios y tecleé con dedos temblorosos, como si estuviera enviando un mensaje en medio de una crisis emocional.

Yo: ¡Lo siento! Me besaste de repente y tuve que reaccionar.

El guardia todavía me observaba de reojo, así que dejé que mi expresión se suavizara con tristeza fingida, como si el mensaje me removiera sentimientos encontrados.

El celular vibró de nuevo.

Shadow: Espero... que no te hayas tomado en serio nada de lo que dije.

Bajé un poco la cabeza y exhalé pesadamente, como si la conversación me afectara.

Yo: Tranquilo, todo fue parte del plan. Ten mucho cuidado en tu misión, regresa ileso, por favor.

Shadow: Tú también, Rose. Cuídate y mantente cerca de tus amigos.

Limpié una última lágrima de mi mejilla y me guardé el celular. Enderecé la espalda, fingiendo intentar recomponerme.

El guardia pareció relajarse un poco, pero seguía atento.

Dando un último suspiro, me dispuse a irme... solo para encontrarme con dos figuras familiares mirándome fijamente.

Ambos sostenían helados.

Uno se había caído al suelo.

El otro estaba en llamas.

Oh no.

Silver y Blaze.

 

Chapter 23: Te extraño

Chapter Text

Me quedé congelada al verlos allí, mirándome fijamente. Silver tenía el rostro completamente confundido, mientras que Blaze… Blaze estaba furiosa.

Su postura estaba tensa, los puños apretados con tanta fuerza que sus garras se clavaban en sus palmas. Sus ojos ardían con una intensidad feroz y, en un instante, las llamas comenzaron a danzar alrededor de sus manos. Su expresión se torció en una furia pura.

—¡Lo voy a matar! —exclamó, girando sobre sus talones y comenzando a caminar con pasos firmes en dirección a donde se había ido Shadow.

Mi corazón dio un vuelco.

—¡Espera, Blaze, no! —exclamé, corriendo tras ella y sujetándola del brazo con ambas manos.

Pero apenas logré detenerla. Su mirada encendida se clavó en la mía con una intensidad sofocante.

—¡¿Cómo se atreve ese erizo a propasarse así contigo?! —rugió, y sus llamas se avivaron, crepitando con peligro. El calor irradiaba de su cuerpo como una ola de rabia incontenible.

—¡No es lo que piensas! —le dije apresurada, pero sus ojos estaban llenos de ira, y sabía que no se calmaría tan fácilmente.

De reojo, noté que el guardia de seguridad nos observaba con una expresión de creciente sospecha. No podía permitir que dudara de la escena que acababa de presenciar.

Respiré hondo, obligándome a temblar. Dejé que mi expresión se desmoronara en una desesperación fingida, permitiendo que las lágrimas volvieran a brotar de mis ojos. Mi voz salió quebrada.

—Por favor, Blaze… No aquí… —susurré con un sollozo ahogado.

Blaze frunció el ceño, dudando por un instante. Silver reaccionó de inmediato, su confusión transformándose en pura preocupación mientras se acercaba rápidamente.

—Amy, ¿estás bien? —preguntó con suavidad, colocando una mano en mi espalda en un intento de consolarme.

Bajé la mirada y sollozé de nuevo.

—No… No lo estoy…

Blaze apretó los puños con fuerza. Sus llamas se agitaron violentamente en el aire.

—¡Ese maldito!

—Por favor, chicos, aquí no… —supliqué en voz baja, sintiendo cómo el guardia nos seguía observando.

Blaze resopló con rabia, pero Silver tomó la iniciativa.

—Vamos, Amy… —dijo con firmeza, guiándome con cuidado.

Blaze asintió con rigidez y, sin decir más, ambos me escoltaron lejos del lugar. Caminamos en silencio, con Blaze emanando una intensidad abrumadora y Silver lanzándome miradas preocupadas de vez en cuando.

Cuando nos alejamos lo suficiente y me aseguré de que el guardia ya no podía oírnos, dejé de temblar. Me enderecé por completo, limpié mis lágrimas y dejé que mi voz sonara firme y sin rastro de angustia.

—Vamos.

Blaze se detuvo en seco.

Silver parpadeó, aturdido.

—¿Qué…?

Blaze me miró fijamente. Sus llamas se extinguieron de golpe.

—¡¿Qué demonios fue eso?!

—Necesitaba que el guardia creyera la escena —respondí con naturalidad, ajustándome el vestido como si nada hubiera pasado.

Silver y Blaze intercambiaron una mirada antes de volver a verme, claramente sin palabras.

—Vamos a un lugar más privado.

Blaze y Silver intercambiaron una mirada de confusión, pero no dijeron nada y me siguieron. Caminamos en silencio hasta llegar a un rincón apartado de la playa, donde las rocas nos ofrecían algo de privacidad. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla llenaba el aire, pero la tensión entre nosotros era palpable.

Me aseguré de que no hubiera nadie cerca antes de girarme hacia ellos.

—¿Cuánto escucharon? —pregunté con cautela.

Silver se cruzó de brazos, aún con el ceño fruncido.

—Blaze y yo fuimos por helados cuando los escuchamos gritar. Pensamos que estaban discutiendo, así que nos acercamos para ver qué pasaba.

Blaze apretó los puños con fuerza, su mirada encendida por la rabia.

—Y justo llegamos a tiempo para ver cómo Shadow te sujetaba, te besaba a la fuerza y luego… —su expresión se endureció aún más— la bofetada.

Dejé escapar un largo suspiro y me pasé una mano por la cara.

—Así que no escucharon toda la discusión…

Blaze bufó con incredulidad.

—No puedo creer que Shadow hiciera algo así. Lo de la piscina fue un accidente, pero esto… esto es demasiado.

—Blaze, no es lo que parece —intenté explicar, pero ella no me dejó terminar.

—Una cosa es que estés montando este espectáculo para llamar la atención de Sonic, pero que Shadow se aprovechara de eso para acosarte así… ¡es inaceptable!

Abrí la boca para responder, pero Silver intervino antes de que pudiera decir algo.

—En realidad… me imaginé que algo así podría pasar.

Fruncí el ceño, desconcertada.

—¿Qué?

Blaze lo miró con la misma expresión de incredulidad.

—¿De qué estás hablando?

Silver suspiró y se rascó la parte trasera de la cabeza, como si estuviera reuniendo sus pensamientos.

—Siempre tuve la impresión de que Shadow tenía cierto interés en Amy.

Blaze arrugó el ceño.

—¿Desde cuándo Shadow muestra interés en alguien?

—No lo sé, pero en las reuniones, siempre la miraba. —continuó Silver, con la mirada perdida en sus recuerdos—, Y sonreía cuando creía que nadie lo veía.

Mi corazón dio un vuelco y sentí el calor subir a mi rostro de inmediato. Me quedé paralizada, sin saber qué decir. Blaze, por su parte, bufó con escepticismo y cruzó los brazos.

—Eso no prueba nada —dijo con tono firme—. Shadow no es precisamente el tipo más expresivo del mundo.

Silver asintió levemente.

—Lo sé. Pero créanme, me di cuenta. No era una sonrisa cualquiera, era… diferente.

La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Blaze aún parecía poco convencida, pero su mirada se suavizó un poco.

—Aunque Shadow sintiera algo por Amy —dijo tras un momento—, eso no le daba derecho a robarle su primer beso de esa manera.

El calor me subió al rostro de inmediato. Sentí un hormigueo incómodo en la nuca y mi estómago se encogió. Tartamudeé, mi voz apenas un hilo de sonido:

—Blaze… en realidad… ese no fue mi primer beso.

El silencio cayó de golpe. Sentí el peso de sus miradas sobre mí, como si hubieran olvidado cómo parpadear.

—¡¿Qué?! —exclamaron al unísono.

Blaze se inclinó hacia adelante con el ceño fruncido, sus orejas agitándose con confusión.

—¿Entonces Sonic ya te besó? ¿Es por eso que estás haciendo esto? ¿Porque tu relación con él no avanzaba y decidiste darle celos?

Su pregunta me tomó tan por sorpresa que di un paso atrás, sintiendo que el suelo se movía bajo mis pies. Mis orejas se agacharon y una sensación de indignación me recorrió de pies a cabeza.

—¡No! —exclamé, negando fuerza—. Nunca me he besado con Sonic.

Ambos parecieron aún más desconcertados.

—¿Entonces…? —Blaze ladeó la cabeza, expectante.

Mis dedos se apretaron con fuerza alrededor de los dobladillos de mi vestido. Me sentía acorralada, con el corazón latiendo en mi garganta. Tragué saliva con dificultad y respiré hondo, aunque el aire no parecía entrar bien a mis pulmones.

—Mi primer beso fue con Shadow.

Lo solté tan rápido que apenas creí haberlo dicho en voz alta.

El impacto en sus rostros fue inmediato. Silver abrió la boca como si fuera a decir algo, pero no encontró palabras. Blaze parpadeó rápidamente, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué? —murmuró Silver.

—Pero... dijiste que el beso de ahora no fue tu primer beso —señaló Blaze, su voz más pausada pero aún llena de incredulidad.

Aparté la mirada, sintiendo mis mejillas arder como fuego vivo. Bajé la cabeza y jugueteé nerviosamente con mis guantes, mis dedos enredándose torpemente en la tela.

—Porque no lo fue… —murmuré, sintiendo que mi propio pulso retumbaba en mis oídos.

Cerré los ojos con fuerza, deseando desaparecer bajo tierra, antes de soltarlo de una vez, mi voz apenas un susurro:

—Ya me he besado con Shadow... varias veces.

Mis orejas se agacharon aún más, y mi cola se enroscó levemente alrededor de mi pierna en un gesto reflejo de incomodidad. Sabía que sus reacciones serían fuertes, pero aun así, la sensación de vulnerabilidad me atravesó como un rayo.

El silencio que siguió fue atronador.

Mis dedos temblaban y mis rodillas se sentían débiles, como si en cualquier momento fueran a fallarme. Me atreví a alzar la vista solo un poco y encontré sus expresiones de puro asombro.

—¡¿Qué?! —Blaze casi gritó, su cola erizándose de golpe.

Silver levantó ambas manos, como si intentara calmarse a sí mismo, aunque sus ojos seguían enormes de la sorpresa.

—Espera, espera… ¿Estás diciendo que… tú y Shadow…?

Asentí torpemente, mordiéndome el labio inferior. Mi corazón latía tan fuerte que temí que lo escucharan.

—¿Pero cómo...? ¿Desde cuándo? —preguntó Blaze, aún sin poder asimilarlo.

Sentí un nudo formarse en mi garganta.

—Desde hace casi tres meses... Shadow y yo estamos juntos.

Las palabras salieron en un murmullo tembloroso, y con ellas, una sensación de alivio y nerviosismo mezclados. Ya estaba dicho. Ya no había vuelta atrás.

El silencio volvió a caer sobre nosotros. Silver y Blaze solo me miraban, como si esperaran que en cualquier momento me echara a reír y dijera que era una broma.

Pero no lo era.

—Esto... esto es una locura —murmuró Blaze, llevándose una mano a la cabeza.

Asentí con la cabeza, sintiendo mi rostro todavía ardiendo. Me mordí el interior de la mejilla, tratando de procesar todo. Había pensado que confesarle esto a mis amigos me haría sentir aliviada, pero en cambio, me dejó con los nervios a flor de piel.

Silver soltó un largo suspiro y se pasó una mano por el hocico.

—Bueno… eso explica muchas cosas.

Lo miré con el ceño fruncido, todavía sintiendo mi pulso acelerado.

—¿A qué te refieres?

Silver se encogió de hombros y cruzó los brazos, adoptando una postura pensativa.

—Al mismo tiempo que empezaste a salir con Shadow, Sonic dijo que estabas actuando raro.

Parpadeé, confundida.

—¿Raro cómo?

—Dijo que te notaba fría y distante —explicó Silver—. Y cuando mencionaste que pasarías tu cumpleaños sola en el resort, se preocupó muchísimo. Pensó que algo te pasaba y que no querías contárselo a nadie.

Sentí una punzada de sorpresa en el pecho.

—¿Sonic estaba preocupado por mí? —murmuré, bajando la mirada por un momento.

Blaze apoyó su mano en su cadera, observándome con ojos afilados.

—Pero en el viaje hacia aquí vimos fotos tuyas en el resort en redes sociales. Cuando Sonic las vio, su reacción fue… extraña.

Me tensé de inmediato.

—¿Extraña cómo?

—Tails estaba en su celular cuando alguien le mandó un enlace —explicó Silver—. Sonic miró las fotos y dijo: "Así que de esto se trata todo. Chicos, si ven a Shads y a Ames juntos, no digan nada."

Abrí los ojos con sorpresa.

—¿Así que todos sabían que Shadow estaba aquí conmigo en el resort? —pregunté, sintiendo que algo no encajaba—. Pero esta mañana, cuando Sonic se enteró, actuó como si fuera una sorpresa…

Blaze suspiró.

—Creo que Sonic quería hacerte creer que no lo sabía.

Fruncí el ceño y crucé los brazos, recordando la forma en que habían reaccionado.

—Y Tails y Rouge le siguieron el juego —dije, dejando escapar un suspiro cansado.

Silver negó con la cabeza y se pasó una mano por la frente.

—Todos ustedes están jugando ajedrez en cuatro dimensiones…

Solté un suspiro, todo esto se estaba volviendo más complicado.

Blaze me miró fijamente.

—Aún no entiendo… Si ustedes están juntos, ¿por qué lo abofeteaste? ¿Acaso te hizo algo?

—¡No, Shadow no me ha hecho nada! —Afirmé con firmeza, sintiendo mi pecho tensarse ante la idea de que alguien pudiera malinterpretarlo—. Lo que vieron hoy… solo fue una actuación.

Blaze frunció el ceño, su mirada afilada reflejando incredulidad.

—¿Una actuación? ¿Quieres decir que todo ese espectáculo de hace un rato fue fingido?

Asentí, manteniendo mi postura firme.

—Exactamente. —Inspiré hondo antes de continuar—. Si todos creen que Shadow y yo terminamos mal, nadie sospechará si él merodea solo por el resort.

Blaze entrecerró los ojos, analizando mis palabras con cautela.

—¿Y por qué sospecharían de él en primer lugar?

Sentí un escalofrío recorrerme al recordar la sensación de estar siendo observada desde que llegamos. Antes de responder, miré a mi alrededor, asegurándome de que nadie más estuviera lo suficientemente cerca para escucharnos. Me incliné levemente hacia ellos y bajé la voz.

—Porque desde que llegamos al resort, nos han estado vigilando. No puedo dar muchos detalles, pero algo está pasando aquí… y Shadow necesita investigarlo.

Blaze me sostuvo la mirada, su expresión endureciéndose.

—Amy… ¿Por qué los estarían vigilando? ¿Qué está pasando realmente aquí?

Solté un suspiro, cruzándome de brazos mientras elegía mis palabras con cuidado.

—Blaze, no puedo darte más información. Es un asunto confidencial de Neo G.U.N., y lo último que quiero es que Shadow se moleste conmigo por andar de chismosa —intenté bromear con una pequeña sonrisa, esperando aligerar la tensión—. Lo único que puedo asegurarles es que nuestras vidas no corren peligro.

Blaze no pareció muy convencida. Su ceño seguía fruncido, y su cola se movía levemente de un lado a otro, señal de que aún tenía muchas preguntas. Antes de que pudiera insistir, le dirigí una mirada sincera y llevé las manos a mi pecho.

—Por favor, confíen en mí.

El silencio se alargó unos segundos, hasta que Silver fue el primero en hablar.

—Confío en ti, Amy.

Le sonreí con gratitud.

—Gracias, Silver.

Blaze suspiró, visiblemente renuente, pero al final asintió.

—Yo también confío en ti, Amy.

Sentí un gran alivio al escucharlos.

—De verdad, gracias. Y, por favor, no le digan nada de esto a Sonic.

Blaze se cruzó de brazos y suspiró con resignación.

—Realmente no es de mi incumbencia todo este drama que se traen con Sonic… Solo no nos metan en eso.

—Se los prometo —dije con sinceridad.

Blaze sacudió la cabeza, como si aún le costara procesarlo todo.

—Y aún no supero el hecho de que estés saliendo con Shadow…

Silver rodó los ojos y dejó escapar una risa breve.

—Sí, esa sigue siendo la parte más difícil de creer.

Reí suavemente, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

—Se acostumbrarán.

Blaze arqueó una ceja, claramente poco convencida, pero dejó pasar el comentario.

—¿Y ahora qué harás, Amy? —preguntó, cruzándose de brazos.

Me encogí de hombros con una sonrisa juguetona.

—Voy a buscar a los demás, ver si quieren hacer algo. No quiero interrumpir más su cita.

Blaze y Silver se quedaron en silencio por un breve instante. Luego, casi al mismo tiempo, ambos reaccionaron.

—¡No es una cita! —exclamaron al unísono.

Me detuve y los miré con diversión. Blaze se había puesto rígida, desviando la mirada con los brazos cruzados, mientras que Silver se rascaba la nuca con torpeza.

—Ah, ¿no? —pregunté con fingida inocencia, conteniendo una sonrisa.

—¡Por supuesto que no! —insistió Blaze, sin mirarme directamente.

—Solo vinimos a pasar el rato, eso es todo —añadió Silver, riendo nerviosamente.

Mi sonrisa se amplió.

—Lo que digan.

Blaze, aún visiblemente incómoda, desvió la mirada y murmuró:

—En realidad, tenemos planeado reunirnos con los demás para el almuerzo.

Silver, aún un poco tenso, asintió rápidamente y me miró.

—Ven con nosotros.

Antes de que pudiera responder, sentí su mano en mi espalda empujándome suavemente hacia adelante.

—¡Hey! —reí, siguiéndoles el juego.

Así, los tres nos alejamos de la playa, caminando juntos hacia el restaurante del resort para reunirnos con los demás. Cuando llegamos a la recepción del hotel, el resto del grupo ya estaba allí, excepto Knuckles y el Team Chaotix.

—¡Hola, chicos! —saludé con alegría.

—¡Hola, Amy! —respondió Cream animadamente, con Cheese flotando sobre su hombro.

—Hey, Ames —intervino Sonic con una sonrisa burlona—. ¿Dónde está Shads?

Mis ojos se entrecerraron ligeramente al responder.

—Tuvo un compromiso de trabajo y tuvo que retirarse por un momento.

Sonic ladeó la cabeza con diversión, pero sus ojos reflejaban un atisbo de picardía.

—En realidad, se fue después de la pelea que tuvieron, ¿no?

Me congelé. Mi cuerpo se tensó y, casi de inmediato, mis ojos se dirigieron a Silver y Blaze. Ambos negaron con la cabeza con discreción, su expresión seria. Respiré hondo y volví mi mirada a Sonic, recuperando la compostura.

—No sé de qué estás hablando —crucé los brazos con firmeza.

—No sabía que Shadow se iba a meter tanto en el papel, pero hasta eso me dolió, Ames. No tenías que romperle el corazón así. —bromeó Sonic con un tono que me irritó de inmediato.

—Sonic, no sé de qué estás hablando —repetí, esta vez con más dureza en la voz.

Sonic intercambió una mirada con Tails, quien se veía visiblemente incómodo.

—Enséñaselo, Tails —dijo Sonic, cruzándose de brazos.

Tails suspiró con resignación antes de sacar su celular y mostrármelo.

Lo que vi me heló la sangre.

En la pantalla se reproducía un video de baja calidad, capturado por una cámara de seguridad. Se veía una toma a la distancia, pero era inconfundible: Shadow y yo. La escena mostraba nuestra pelea falsa, el momento en que me sujetándome a la fuerza, besándome sin previo aviso, y mi reacción inmediata al empujarlo y abofetearlo.

Mis dedos temblaban cuando tomé el celular y volví a ver el video una y otra vez.

El título decía en negritas:

“¡El Comandante de Neo G.U.N. rechazado por Amy Rose!”

Deslicé el dedo hacia abajo y vi los comentarios. Había miles.

"¡Por Gaia! Shadow fue rechazado en vivo, qué humillación."
"Neo G.U.N. va a quedar en ridículo, su comandante besando chicas a la fuerza y luego siendo rechazado."

Mi corazón latía con fuerza mientras seguía deslizando. En uno de los comentarios, había un enlace a un artículo.

Lo abrí.

El encabezado no mejoraba nada.

"TRIÁNGULO AMOROSO ENTRE AMY ROSE, EL COMANDANTE DE NEO G.U.N. Y EL HÉROE DE MOBIUS"

Había una foto de Shadow, Sonic, Sally y yo sentados en las tumbonas junto a la piscina, justo cuando le estaba secando las púas a Shadow.

El artículo detallaba toda una narrativa que no podía estar más alejada de la verdad.

"Desde hace semanas, se rumoreaba que el Comandante de Neo G.U.N. mantenía una relación secreta con una misteriosa eriza. Sin embargo, el reciente incidente ha revelado la identidad de la misteriosa eriza: AMY ROSE. Y resulta que la relación entre Shadow the Hedgehog y Amy Rose, no era más que una farsa. Fuentes cercanas afirman que Amy siempre ha estado enamorada de Sonic the Hedgehog y que su relación con Shadow no era más que un intento de provocarlo. Desafortunadamente, Shadow pareció tomárselo en serio y, al intentar reclamar lo que creía real, fue brutalmente rechazado en público. "

"Para hacer aún más escandalosa la situación, Sally Acorn ha sido vista en repetidas ocasiones junto a Sonic, lo que podría convertir esto en un cuadrado amoroso. ¿Estaba Sonic realmente interesado en Amy? ¿O simplemente ha estado disfrutando de la atención mientras Sally se mantenía al margen?

La rabia y la impotencia se mezclaron en mi pecho, pero el golpe final llegó con los comentarios al pie del artículo.

"Amy Rose, la mayor mentirosa de Mobius. Primero Sonic, ahora Shadow. ¿Quién sigue?"
"¿En serio vamos a ignorar que Shadow la forzó a besarlo?"
"Pensé que Amy había madurado, pero sigue jugando con los sentimientos de los demás."
"Shadow merece algo mejor, ojalá encuentre a alguien que de verdad lo quiera."
"Sonic y Sally hacen una mejor pareja de todos modos, Amy ya debería aceptar su lugar."

"Sabía que Amy Rose no tardaría en dejarlo tirado, todo era una farsa."
"Shadow, hermano, no valía la pena. ¡Te mereces algo mejor!"
"Era obvio que Amy siempre ha estado enamorada de Sonic, solo era cuestión de tiempo."
"No entiendo por qué Amy jugaría con los sentimientos de Shadow de esta manera."
"Esta eriza influencer es una mentirosa."

El mareo me golpeó de lleno, como si el suelo bajo mis pies se desvaneciera en un instante. Un zumbido sordo llenó mis oídos, ahogando las voces a mi alrededor. Mi visión comenzó a distorsionarse, las luces del lobby se convirtieron en manchas brillantes y las figuras de mis amigos en sombras borrosas que se mezclaban entre sí.

Sentí un frío repentino recorrer mi cuerpo, seguido de una sensación punzante en el pecho. Mis manos temblaron mientras intentaba aferrarme a algo, pero mis piernas cedieron.

—¡Amy! —escuché voces, lejanas, como si provinieran de otro lugar. Sonic. Tails. No podía distinguir cuál de los dos había gritado mi nombre.

El mundo giró violentamente. No sabía si caía o flotaba en un vacío. Pero antes de que mi cuerpo tocara el suelo, unos brazos fuertes y firmes me sostuvieron.

Parpadeé con dificultad, mi respiración era superficial y errática. Mi cabeza daba vueltas, pero la preocupación en el rostro de Silver fue lo primero que logré distinguir.

—¿Estás bien? —preguntó con una seriedad.

Intenté responder, pero mi garganta estaba seca, y mi pecho se sentía comprimido. Inhalé con dificultad, tratando de recuperar el control de mi propio cuerpo. No podía dejar que esto me dominara. No aquí. No ahora.

Apreté los dientes y obligué a mi mente a enfocarse. Me aferré a la primera pregunta que emergió entre el caos de mis pensamientos.

—¿Knuckles ha visto el video?

Mi voz salió más débil de lo que quería, apenas un susurro.

Sonic negó con la cabeza.

—Aún no.

La adrenalina explotó en mi sistema, impulsándome a moverme. Ignoré el latido doloroso en mis sienes y la sensación de inestabilidad en mi cuerpo. Me incorporé con un movimiento brusco, apartándome de Silver.

Con paso firme, me acerqué a Sonic y le clavé la mirada, encendiendo en mi interior la ira que me mantenía en pie. Sin pensarlo, extendí un dedo y lo presioné contra su pecho con fuerza.

—Más te vale que Knuckles no lo vea hasta que yo le explique todo. No puedo permitir que vaya por ahí buscando romperle la cara a Shadow y arruinando su misión.

Sonic levantó las manos en un gesto de rendición.

—Estás muy preocupada por alguien a quien acabas de rechazar —comentó con burla.

Algo en mí estalló.

—¡No lo rechacé! ¡Solo estábamos actuando! Estaba ayudando en su misión.

Sonic arqueó una ceja.

—¿Y tenían que besarse para eso?

Apreté los dientes.

—Escúchame bien, Sonic. Más te vale mantener a Knuckles en la oscuridad o te la vas a pagar.

Sonic suspiró, alzando aun más las manos en señal de paz.

—Entiendo, no le diré nada. Tranquila.

Mi respiración aún era errática. Sentía mi pecho subir y bajar con demasiada rapidez, como si no pudiera obtener suficiente aire. Un nudo se formó en mi garganta, y un sudor frío cubrió mis palmas. Apreté los puños con fuerza, clavando mis uñas en mis guantes, tratando de anclarme a la realidad. Tenía que hacer algo. No podía permitirme perder el control.

—Amy, respira —escuché la voz de Blaze, su tono firme pero preocupado.

—Sí, tranquila, todo estará bien —añadió Cream, tocándome suavemente el brazo.

Me di cuenta de que todos estaban más cerca ahora, formando un pequeño círculo a mi alrededor. La preocupación se reflejaba en sus rostros: Blaze fruncía el ceño, Silver mantenía la mano cerca de mí por si volvía a tambalearme, y Tails miraba nervioso entre su celular y yo. Sonic tenía una expresión que no supe leer, pero no dijo nada.

Entonces, Rouge se adelantó, cruzando los brazos y chasqueando la lengua con desaprobación.

—Esto es un desastre —dijo, evaluándome con la mirada—. Y tú, querida, estás a punto de desmayarte otra vez. No hay forma de que puedas lidiar con esto en este estado.

Intenté replicar, pero antes de que pudiera decir algo, Rouge se giró hacia el resto.

—Escuchen, lo mejor que podemos hacer ahora es sacarla de aquí y despejarle la cabeza. Y qué mejor forma de hacerlo que con un rato en el spa.

—¿El spa? —repetí con dificultad, mi voz aún temblorosa.

—Sí, todas las chicas deberían venir —afirmó Rouge con una sonrisa astuta—. Un buen masaje, un baño termal y una copa de vino. O de jugo en el caso de Cream.

—¡Eso suena bien! —exclamó la conejita con entusiasmo.

Blaze asintió lentamente, mirando a Rouge con algo de sospecha, pero sin oponerse.

—Podría ayudarnos a relajarnos antes de lidiar con este desastre —comentó.

—¡Yo también quiero ir! —dijo Sally, acercándose con interés—. Y Amy lo necesita.

Mi respiración seguía siendo irregular, pero la idea de salir de allí, de alejarme de la presión sofocante que sentía en ese momento, sonaba tentadora. Podía sentir las miradas de todos sobre mí, esperando mi respuesta.

Tragué saliva y exhalé, intentando calmarme. No podía resolver esto en este estado.

—Está bien… —dije al fin—. Vamos al spa.

El camino al spa fue más relajado de lo que esperaba. Rouge, Blaze, Cream, Sally y yo caminábamos juntas, seguidas de Big, quien decidió unirse sin que nadie supiera exactamente por qué. Nadie tuvo el corazón de decirle que no.

—Esto será genial —dijo Cream con entusiasmo, sosteniendo a Cheese en sus brazos—. Mamá siempre dice que un spa ayuda a liberar el estrés.

—Exacto, y Amy lo necesita más que nadie ahora —afirmó Rouge, echándome una mirada significativa.

Apenas respondí con un asentimiento. Aún sentía la presión en mi pecho, pero el solo hecho de alejarme de los demás, de ese video y de la conversación con Sonic, ya me hacía sentir un poco mejor.

Cuando llegamos, nos recibieron con batas de baño y pantuflas. El spa era un lugar elegante, con paredes de piedra natural, luces suaves y un leve aroma a lavanda flotando en el aire. Había una piscina de agua termal, camillas para masajes y varias salas de relajación.

—Bien, ¿por dónde empezamos? —preguntó Sally con una sonrisa.

—Masajes —dijo Rouge sin dudar.

—Baño termal —sugirió Blaze.

—Comida —añadió Big.

Todos lo miramos y, tras un segundo, Sally rió.

—Bueno, creo que podemos hacer todo eso.

El masaje fue una bendición. Me tumbé en la camilla mientras una experta en terapia muscular trabajaba en mis hombros tensos. Sentí cada nudo de estrés disolverse con cada movimiento de sus manos.

—Estás increíblemente rígida —comentó la masajista—. Deberías hacer esto más seguido.

—Quizás lo haga… —murmuré, sintiendo mi cuerpo hundirse en la camilla.

A mi lado, Rouge suspiraba de placer.

—Esto es vida —dijo—. ¿Ves, Amy? Te dije que lo necesitabas.

Blaze, que normalmente no se mostraba tan relajada, también parecía disfrutarlo.

—Esto es… agradable —admitió en voz baja.

Después del masaje, nos dirigimos al baño termal. La piscina tenía agua cálida y un ligero vapor flotaba en la superficie. Nos sumergimos con un suspiro colectivo de alivio.

—Esto es perfecto… —murmuré, apoyando mi cabeza contra el borde.

—¡El agua está muy calentita! —exclamó Cream, chapoteando suavemente mientras Cheese flotaba a su lado.

Sally estiró los brazos, con una expresión de satisfacción.

—Necesitábamos esto después de tanto drama.

—Y aún no hemos terminado —dijo Rouge con una sonrisa traviesa.

El calor me envolvió en cuanto entré al sauna. Era sofocante, pesado, pero al mismo tiempo tenía un efecto relajante en mis músculos cansados. Me ajusté la toalla alrededor del cuerpo y me senté en el banco de madera, sintiendo cómo la calidez se filtraba en mi piel.

Apoyé los codos sobre mis rodillas y exhalé lentamente, dejando que mi mente divagara.

¿Cómo estará Shadow?
¿Habrá visto el video?
¿Esto afectará su misión?

Cerré los ojos por un momento, intentando disipar la ansiedad creciente en mi pecho. Entonces, sentí una presencia acercarse.

—¿Puedo sentarme a tu lado? —preguntó una voz femenina, suave pero firme.

Abrí los ojos y giré la cabeza. Sally se encontraba ahí, envuelta en una toalla, con su largo cabello rojizo cayendo sobre sus hombros.

—Adelante, Princesa Sally —respondí con una leve sonrisa.

Ella soltó una risa suave mientras se acomodaba a mi lado en la banca de madera.

—Amy, sabes muy bien que ya no soy una princesa.

Me encogí de hombros con aire despreocupado.

—Lo serás siempre para mí.

Sally negó con la cabeza, sonriendo con indulgencia, aunque la sombra de algo más pasó fugazmente por su mirada. Sabía que el antiguo Reino Acorn era un tema delicado, así que dejé la broma ahí.

El silencio se instaló entre nosotras, solo interrumpido por el sonido del vapor escapando de las paredes de madera. Permanecimos sentadas en esa tranquilidad, dejando que el calor hiciera su trabajo.

Pero no duró mucho.

—Amy… ¿qué pasó entre tú y Sonic? —preguntó finalmente Sally, su tono más serio.

Parpadeé, desviando la mirada.

—¿A qué te refieres?

Sally suspiró, cruzándose de brazos.

—Ustedes dos han estado actuando como una pareja que se divorció en malos términos.

Eso me tomó por sorpresa. Fruncí ligeramente el ceño y giré el rostro hacia otro lado.

—Nada ha pasado entre nosotros.

—Amy, por favor —Sally me miró con esa expresión firme y analítica suya—. Las miradas, los comentarios, todo este teatro que te armaste con Shadow… —Hizo una pausa antes de mirarme más intensamente—. ¿Qué pasó entre ustedes dos? ¿Acaso Sonic hizo algo?

Le sostuve la mirada. Sally y yo siempre habíamos tenido una relación extraña. Ella siempre había sido una buena amiga, compañera en mi época en la administración… pero también mi rival en el amor. Nunca nos lo dijimos abiertamente, pero había una especie de guerra fría entre nosotras. Yo fui la expresiva, la que se lanzaba sin miedo, la que lo buscaba y lo declaraba sin reservas. Sally, en cambio, era más contenida, más estratégica.

Pero ahora, no había espacio para juegos ni rivalidades.

—No hizo nada… —murmuré—. Y ese fue el problema.

Sally ladeó ligeramente la cabeza, expectante.

—Nunca pasaba nada. Yo era la que siempre daba el primer paso, la que ponía el esfuerzo emocional en una relación de un solo sentido. Y me cansé.

Mis dedos se apretaron alrededor del borde de mi toalla.

Sally no respondió de inmediato. Sus ojos azulados se fijaron en mí con una mezcla de comprensión y cautela.

— Sonic estaba preocupado por ti y organizó toda esta fiesta para ti —dijo después de un momento—. Dijo que estabas actuando extraño últimamente.

Bajé la mirada.

—Silver y Blaze me lo contaron —admití con voz baja—. ¿"Fría y distante", no?

—Amy, pasar de declararle tu amor todo el tiempo a ignorarlo fríamente no es normal.

Mi agarre en la toalla se tensó. Bajé la cabeza, mordiéndome el labio.

—Sé que estuvo mal no haberle dicho la verdad desde el principio… —Mi voz apenas fue un susurro—. Tenía miedo… miedo de perder su amistad. Después de todo, es mi primer amor… y mi héroe.

Sally no apartó su mirada de mí.

—¿Decirle cuál verdad?

Respiré hondo antes de responder, sintiendo mi corazón latir con fuerza en mi pecho.

—Que ya no estoy enamorada de él… y que estoy saliendo con Shadow.

Sally se quedó inmóvil. Sus labios se entreabrieron, pero no emitió sonido alguno. Sus ojos reflejaban puro asombro mientras procesaba lo que acababa de confesarle.

—¿Es en serio?

Asentí, fijando mi vista en mis manos sobre mis rodillas.

—Desde julio estamos juntos…

El sauna quedó en completo silencio, solo el suave sonido del vapor llenando el espacio. Sally miraba la pared de madera frente a ella, pensativa, sin decir una palabra.

Eventualmente rompió el silencio con un tono más bajo, casi como si estuviera armando las piezas de un rompecabezas en su mente.

—Y sobre el video… dijiste que estaban actuando, ¿verdad?

Solté un suspiro, recargando mi espalda contra la pared caliente del sauna.

—Sí. Lo que viste en ese video era una actuación. —Hice una pausa, pasando una mano por mi frente húmeda—. Han pasado muchas cosas, pero todo está relacionado con el trabajo de Shadow.

Sally murmuró para sí misma, con expresión pensativa:

—Ya veo… Entonces, todo lo que hemos presenciado hasta ahora ha sido una relación legítima.

Asentí lentamente.

—Planeas decírselo a Sonic, ¿verdad?

Le dediqué una sonrisa juguetona y crucé las piernas con aire despreocupado.

—Quiero ver cuándo se da cuenta por sí solo.

Sally chasqueó la lengua y negó con la cabeza con una sonrisa divertida.

—Ay, Amy… definitivamente están divorciados.

No pude evitar reírme, cubriéndome la boca con la mano. La risa se sintió ligera, como si hubiera soltado un poco del peso que llevaba dentro.

Sally se acomodó mejor en la banca de madera, dándome una mirada curiosa antes de preguntar con un tono casual, pero lleno de interés genuino:

—¿Puedo preguntar cómo empezó su relación?

Mi rostro se calentó, y esta vez no era por el sauna. Aparté la mirada, mordiéndome el labio con una pequeña sonrisa nerviosa.

—No es nada del otro mundo, la verdad. —Jugueteé con el borde de la toalla, tratando de ordenar mis pensamientos—. Todo empezó con el concierto de reunión de Hot Honey. Compré dos entradas VIP para ir con Sonic, pero él me dijo que no, que tal vez la próxima vez.

Sally frunció el ceño con leve desaprobación, pero no interrumpió.

—Unos días después, me encontré con Shadow en la ciudad y, no sé por qué, lo invité a ir conmigo. —Me reí un poco—. Era solo un plan entre amigos, ¿sabes?

Sally asintió con interés.

—Y bueno… nunca fuimos los mejores amigos ni nada, pero fue bonito conectar de esa manera. —Me crucé de brazos, recordando aquella noche—. Luego de eso, Rouge me organizó una cita a ciegas, que fue terrible, por cierto… y bueno, Shadow me rescató de ella y me llevó a casa.

Sally alzó una ceja con diversión.

—¿Te rescató?

—Sí, literalmente. —Rodé los ojos con una sonrisa—. Se apareció de la nada, e hizo que mi cita, que por cierto es miembro de su equipo elite, hiciera como mil lagartijas en el estacionamiento.

No pude evitar reír recordando esa noche.

—Luego de eso me llevó a casa. Como agradecimiento, lo invité a cenar. Y… fue divertido. Pretendimos que estábamos en una cita a ciegas.

Sally sonrió.

—Eso suena lindo.

—Lo fue. Y luego, bueno…

Me sonrojé al recordar esa noche. Sally me miró con una chispa de picardía en los ojos.

—¿Luego qué?

Tragué saliva y bajé la mirada.

—Él me besó.

Los ojos de Sally se abrieron levemente.

—¿Shadow?

—Sí. —Me reí suavemente, sintiéndome algo avergonzada—. Estábamos en la sala de mi casa, comiendo pastel y… de repente, me besó. Y después de besarme, salió corriendo.

Sally dejó escapar una risa suave.

—¿Shadow? ¿Huyendo? Eso sí que es raro.

Me reí con ella, negando con la cabeza.

—Lo sé. Nunca lo había visto así. Nunca fue un amigo cercano, pero… cuando me besó, sentí que algo se despertó en mí.

Sally inclinó la cabeza con una expresión pensativa.

—Tienen buena química ustedes dos.

Sonreí de lado, apoyando los codos en mis rodillas.

—La famosa "compatibilidad genética"… —murmuré, haciendo una pausa mientras mi mirada se perdía en la pared de la sauna, observando cómo el vapor se elevaba en el aire. Sentía el calor envolviendo mi cuerpo, pero mi mente estaba lejos de allí, sumida en pensamientos más profundos.

—¿Sabes, Sally? Nunca creí en eso. Siempre pensé que todo estaba en el corazón, en los sentimientos.

Sally me observó en silencio, dándome espacio para continuar.

—Pero ahora que estoy con Shadow… —una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios, apenas perceptible—. Me doy cuenta de que es un 50/50.

Mi mano se deslizó por la tela húmeda de la toalla que cubría mis piernas, sintiendo su textura mientras buscaba las palabras correctas.

—Hay algo en la forma en que nos entendemos sin necesidad de hablar, en cómo nuestros cuerpos reaccionan el uno al otro, como si estuviéramos en la misma sintonía. No se trata solo de emociones o de lo que dicte mi mente… También hay algo físico, algo instintivo.

Sally apoyó el mentón en su mano, pensativa.

—Suena romántico —dijo con una sonrisa suave, aunque su mirada reflejaba una sombra de preocupación—. Pero me recuerda a los panfletos de los Puristas… ¿Los recuerdas? Esos que dicen que solo puedes sentir esa conexión con alguien de tu propia raza. Que lo usaban para justificar que las parejas interespecie no deberían existir.

Mi expresión se endureció de inmediato.

—Sí… recuerdo. —Apreté los labios—. Y me enferma pensar que usan algo tan natural para apoyar sus ideas.

—¡Es una contradicción tras otra! —exclamó Sally, su ceño fruncido reflejaba la indignación que ardía en su interior—. Dicen que esa conexión solo existe entre individuos de la misma especie, pero ahora el partido Purista Pro-Mobian planea segregar a todos durante el próximo Festival de Unión.

Mi estómago se tensó de inmediato.

—¿Qué? ¡Eso no puede ser! —Mis orejas se alzaron, alertas, mientras giraba el cuerpo hacia ella.

Sally cruzó los brazos con fuerza, respirando hondo como si intentara contener su frustración.

—Lo que quieren es mantener la "pureza de las especies". Si los separan en grupos durante los tres días del festival, la gente no tendrá más opción que sentirse atraída por las feromonas de su propia raza. —Soltó una risa amarga—. Y con eso probarán su propia versión de la "compatibilidad genética".

Fruncí el ceño, tratando de asimilar lo que me decía.

—Eso es… —Busqué las palabras adecuadas, pero ninguna era suficiente—. Es una manipulación descarada.

Sally apretó la mandíbula, sus dedos se cerraron con fuerza alrededor de sus propios brazos.

—Son unos hipócritas. O sus ideologías son ciertas, o no lo son. No pueden cambiar un festival tradicional solo para que encaje con sus políticas.

Quise decir algo, pero la determinación en su mirada era feroz.

—No pude detenerlos cuando ejecutaron el Proyecto Sobreescribir —continuó con amargura—. No tuve suficiente apoyo político. Pero esta vez no los dejaré salirse con la suya. —Sus manos se cerraron en puños—. ¡Voy a defender las libertades de mi pueblo! Todos tienen el derecho de amar a quien quieran.

Su convicción me impresionó. La Sally que tenía enfrente no era solo mi amiga, era una líder nata.

—Sally —dije con seriedad—, tienes que pedirle apoyo a Sonic.

Su reacción fue inmediata: negó con la cabeza, su mirada fija en la pared como si ya hubiera tomado una decisión inquebrantable.

—No puedo, Amy. No quiero arrastrar a Sonic a una guerra política.

Fruncí el ceño.

—Sally, ellos van a intentar usar a Sonic para su campaña, lo harán sin dudarlo. —Incliné el cuerpo hacia adelante, buscando su mirada—. Además, tú lo sabes mejor que nadie: Sonic siempre ha defendido la libertad de todos. Tan pronto como le cuentes lo que están planeando, él te dará su apoyo sin pensarlo.

Sally apretó los labios. La tensión en su rostro era evidente, sus pensamientos luchaban en su interior. Finalmente, su voz sonó más baja, menos firme.

—No estoy segura, Amy…

No iba a dejar que se rindiera tan fácilmente.

—Hazlo, Sally. —Tomé su mano con firmeza—. Y no estás sola. Yo aún tengo contactos, puedo ayudarte a que esto llegue a oídos de quienes puedan hacer algo. Juntos podemos luchar contra esto.

Por un momento, la dureza en su expresión se suavizó. Me miró con algo que parecía gratitud, como si mis palabras hubieran comenzado a calar en ella.

—Gracias, Amy… —Su tono fue más cálido—. De verdad, lo aprecio.

Apreté su mano antes de soltarla.

—Siempre.

Sabíamos que esto era solo el comienzo, pero ninguna de las dos estaba dispuesta a retroceder.

—Eso es intenso —dijo de repente una voz grave y pausada.

Sally y yo nos quedamos congeladas antes de girarnos lentamente.

Big estaba ahí, recostado contra el respaldo de madera con los ojos medio cerrados por el vapor, completamente relajado.

—¿Desde cuándo estás aquí? —pregunté, aún procesando su presencia.

Big abrió un ojo con tranquilidad.

—Desde el inicio.

Sally y yo nos miramos, sorprendidas. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta?

—¿Y por qué no dijiste nada? —preguntó Sally, levantando una ceja.

Big se encogió de hombros.

—Estaban teniendo una conversación importante. No quería interrumpir.

Su tono era tan despreocupado que no pude evitar reírme, cubriéndome la boca con una mano. Sally suspiró, llevándose una mano a la frente.

—Big, eres increíble…

El gato sonrió levemente, acomodándose mejor en su asiento.

—Gracias.

El vapor envolvía la habitación, dándole un aire casi surrealista a la situación. Después de unos segundos, no pude evitar soltar otra carcajada.

No tardamos en salir del sauna y dirigirnos al salón de espera del spa. El aire fresco fue un alivio instantáneo después del calor sofocante. Dentro, el resto del grupo se relajaba con bebidas frías y pequeños aperitivos. Me dejé caer en un sillón junto a Cream, quien bebía su jugo con tranquilidad. Cheese descansaba en su regazo, mordisqueando una galleta con sus pequeñas manos.

Pensé en pedir algo de beber también, pero algo me detuvo.

Una sensación incómoda.

Miradas.

Primero lo sentí en la nuca, ese cosquilleo inconfundible de ser observada. Luego, lo confirmé.

A mi alrededor, otras clientas del spa me miraban de reojo. Se inclinaban unas hacia otras, susurraban, fingían no mirarme cuando sus ojos se cruzaban con los míos. No era la primera vez que nos observaban desde que llegamos al resort, pero esto era diferente, se sentía más asfixiante.

Mi estómago se tensó.

No me gustaba esto.

Apreté los puños sobre mis rodillas, sintiendo la frustración hervir en mi pecho.

¿Por qué? ¿Por qué todo el mundo tenía interés en nuestra relación?

Sabía que había sido una heroína, una líder de la resistencia en su momento, que trabajé duro en la reconstrucción… pero nunca fui una figura pública. Nunca fui tan famosa como Sonic. Shadow, a pesar de ser el comandante de Neo G.U.N., siempre había mantenido un perfil bajo.

¿Cómo es que nuestras vidas personales se convirtieron en un espectáculo? ¿Comenzó todo con la noticia de la pelea en el bar? ¿Mi video abofeteando a esa cierva en la pista de patinaje?

Habíamos salido varias veces en público y nadie le dio importancia hasta que empezó a viralizarse nuestra relación en redes.

Mi respiración se volvió errática.

No.

No aquí.

No ahora.

Cerré los ojos por un instante, tratando de recuperar el control. Inhalé profundamente, llenando mis pulmones de aire y soltándolo lentamente. No podía dejar que esto me afectara. No podía darles el gusto de verme derrumbarme.

—¿Estás bien, Amy?

La voz dulce de Cream me sacó de mis pensamientos. Alcé la vista y me encontré con su mirada preocupada. Detrás de ella, Blaze y Rouge también esperaban mi respuesta con discreción.

Les sonreí lo mejor que pude y asentí con suavidad.

—Sí, solo estoy un poco cansada.

No quería preocuparlas más. No después de todo lo que ya había pasado hoy.

Después de un rato más en el área de descanso, nos dirigimos a los lockers para recoger nuestras cosas. Al abrir el mío, mis ojos recorrieron el interior de inmediato. Allí estaba mi vestido, perfectamente doblado, y la bolsa con los adornos que habíamos comprado en la tienda de regalos. Todo en su lugar.

Pero lo que capturó mi atención fue otra cosa.

Mi bolso.

Lo tomé con calma y lo abrí, revisando su contenido. Y entonces, ahí estaban.

La tira de fotografías.

La sostuve en mis manos y aprecié las cuatro pequeñas imágenes. Shadow, con su misma expresión seria de siempre y yo sonriendo y haciendo gestos. Recorrí las fotos con la yema de mis dedos, memorizando cada detalle. No pude evitarlo. Las llevé a mi pecho y cerré los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera aferrarme a esos momentos.

Cuando salimos del spa, la noche ya había caído por completo. La brisa marina era cálida y llevaba consigo el sonido del oleaje. Nos encontramos con los chicos en el lobby y, tras unos minutos de charla, decidimos ir a la playa.

La fiesta en el bar estaba en su punto más alto. Una gran fogata ardía en el centro de la arena, iluminando a los Mobians que bailaban alrededor con energía desbordante. La música retumbaba acompasada con las risas y charlas animadas.

Me deslicé en un taburete alto frente a la barra, apoyando los codos sobre la superficie de madera pulida. El aroma salado del mar se mezclaba con la fragancia dulce de las bebidas tropicales.

El bartender, un mono araña de pelaje castaño y manos ágiles, me dirigió una mirada curiosa mientras limpiaba un vaso con un paño blanco.

—¿Qué te sirvo, preciosa? —preguntó con tono jovial, aunque noté cierto matiz de cautela en su expresión. Tal vez también había visto el video.

—Un daiquiri de fresa —respondí con una sonrisa ligera, intentando mantener mi ánimo.

Él asintió y comenzó a preparar la bebida con movimientos rápidos y precisos. Mientras esperaba, giré la cabeza, observando el vaivén de la multitud. Sonic, como siempre, estaba rodeado de admiradores. Un grupo de mobians lo acosaba con cámaras y celulares, rogándole por fotos y autógrafos. No importaba a dónde fuera, siempre era el centro de atención.

Rouge, por otro lado, estaba sentada en un silla junto a una mesa baja, bebiendo tranquilamente una copa de vino mientras coqueteaba con un lobo de aspecto rudo.

Blaze y Silver bailaban juntos cerca de la fogata, sus movimientos sincronizados con la música, mientras que Cream y Tails reían sentados en unas sillas, metiendo los pies en la arena.

Vector y Espio estaban en el área de la parrilla, debatiendo sobre cuál era la mejor forma de asar mariscos, mientras Charmy picoteaba despreocupadamente la comida en la mesa.

Big estaba de pie con Froggie sobre sus hombros, mientras que un grupo de Mobians bailaban alrededor de él y Sally estaba hablando con un grupo de chicas en una esquina.

El bartender regresó con mi bebida y la colocó frente a mí con una sonrisa.

—Aquí tienes, un daiquiri de fresa bien frío. ¿Algo más?

Lo miré por un momento antes de asentir.

—Sí, también un ruso blanco.

El mono araña alzó una ceja, pero no hizo preguntas. Se limitó a preparar la segunda bebida mientras yo tomaba el daiquiri y le daba un sorbo. El dulzor de la fresa y el toque ácido del limón se deslizaban suavemente por mi garganta, refrescante y ligero. Pero mi mirada pronto se perdió en la otra bebida cuando llegó.

Un vaso corto, con líquido cremoso y hielo flotando en la mezcla. El ruso blanco. Shadow había pedido esa bebida cuando estuvimos en el bar del casino. Seguro le gustaba porque sabía a café.

Suspiré, acariciando el borde del vaso con los dedos. No pude evitar jugar con él, girándolo suavemente sobre la mesa mientras mis pensamientos se hundían en recuerdos. Nuestro segundo día en el resort había sido tan perfecto, paseamos por la playa, jugamos voleibol, construimos un castillo de arena, comimos, vimos el atardecer y en este bar, habíamos bailado y bebido, todo parecía tan simple, tan normal…

Pero ahora él no estaba aquí. Y no sabía cuánto más tendría que esperar para volver a verlo.

Sacudí la cabeza, intentando disipar la opresión en mi pecho. Volví la vista a mis amigos, buscando distraerme con su felicidad. La música subió de volumen y la fiesta alcanzó su punto máximo. Sin embargo, mi atención fue capturada por una escena más al fondo del bar.

Knuckles estaba de pie junto a una mesa alta, rodeado de espectadores emocionados. Su rival era un toro enorme, de músculos abultados y expresión feroz. El aire a su alrededor estaba cargado de expectación. Las manos de ambos estaban firmemente entrelazadas sobre la mesa, los músculos tensos por el esfuerzo. Durante unos segundos, parecía que el toro tenía una oportunidad… hasta que Knuckles aplicó más fuerza.

Con un rugido de esfuerzo, el equidna estampó la mano de su oponente contra la mesa con tal fuerza que el impacto resonó en la madera. El toro dejó escapar un quejido de dolor, sacudiendo su brazo mientras la multitud estallaba en vítores y risas.

—¡Ja! —Knuckles se cruzó de brazos con una sonrisa confiada—. ¿Alguien más se atreve?

Observé la escena con una leve sonrisa, sintiendo cómo una chispa de desafío se encendía en mi interior. Sin pensarlo dos veces, le di el último sorbo a mi daiquiri, tomé el ruso blanco y me levanté de mi asiento.

Era hora de un poco de diversión.

Me coloqué frente a él con calma y deposité la bebida sobre la mesa, deslizando el vaso con un leve empuje de mis dedos.

—Hey, Knuckles.

El equidna arqueó una ceja y cruzó los brazos sobre su pecho, con esa sonrisa confiada que siempre tenía cuando alguien se atrevía a desafiarlo.

—Hey, Amy. ¿Te sientes lo suficientemente valiente para retarme?

Sonreí de lado, sin apartar la mirada de la suya.

—Siempre.

Con un movimiento deliberado, llevé mis manos a mis muñecas y solté mis brazaletes. Cayeron al suelo con un golpe sordo, levantando una pequeña nube de arena. El sonido metálico resonó con peso en el ambiente.

Los Mobians que nos rodeaban reaccionaron con murmullos sorprendidos. Incluso Knuckles pareció impresionado por un segundo antes de recomponerse.

—¿Cuánto pesan ahora? —preguntó con curiosidad, inclinando ligeramente la cabeza.

—Quince kilos cada uno.

Knuckles asintió con aprobación, aunque una chispa competitiva brilló en sus ojos.

—Nada mal. Pero aún te falta.

Tomé el vaso con mi mano izquierda, sosteniéndolo sobre la mesa con un agarre relajado. Mi codo derecho tocó la superficie de madera con un golpe seco.

Knuckles hizo lo mismo, apoyando su codo con firmeza y tomando mi mano con fuerza. Su agarre era sólido, cálido y pesado, pero no retrocedí.

Nuestros ojos se encontraron en un duelo silencioso.

Un Mobian cercano—un zorro con una camisa de playa—se acercó y colocó su mano sobre las nuestras.

—¡Empiecen!

Las fuerzas se midieron de inmediato.

Knuckles no se contuvo. Sentí la presión de su brazo intentando empujar el mío hacia la mesa, pero me mantuve firme. Mis músculos se tensaron, mis nudillos se endurecieron por la fuerza del agarre.

El equidna frunció el ceño, dándose cuenta de que no iba a ser tan fácil como con los demás.

Los murmullos a nuestro alrededor aumentaron. Todos los Mobians que se habían enfrentado a Knuckles habían caído en cuestión de segundos… pero yo le estaba dando pelea.

Apreté los dientes. Mi mano izquierda se cerró con más fuerza alrededor del vaso de ruso blanco.

El líquido en su interior se agitó con mi agarre.

Entre jadeos, solté:

—Por cierto, Knuckles… estoy saliendo con Shadow.

El equidna no reaccionó de inmediato, pero noté el leve temblor en su brazo.

—Lo sé —dijo con voz tensa—. Ya todos sabemos.

Sacudí la cabeza, endureciendo aún más mi agarre sobre su mano.

—No, Knuckles… esto no es un juego para llamar la atención de Sonic.

Presioné con más fuerza, sintiendo la tensión en mi brazo arder.

—Estoy saliendo con él de verdad.

Knuckles parpadeó.

—¿¡QUÉ!?

El momento de distracción fue todo lo que necesité.

Aproveché la oportunidad y, con un último impulso, empujé con todas mis fuerzas. El impacto resonó cuando su mano golpeó la mesa con fuerza.

Los Mobians alrededor gritaron y vitorearon con sorpresa.

Knuckles me miró con los ojos abiertos, antes de soltar una carcajada ronca y sacudir la cabeza con incredulidad mientras frotaba su muñeca.

—Maldita sea, Amy. Eres más fuerte de lo que recordaba.

Tomé mi vaso de ruso blanco y lo giré entre mis dedos, viendo cómo el líquido cremoso se mezclaba con el hielo.

—No te confíes, Knuckles. No soy la misma de antes.

—Sí, ya me di cuenta —gruñó, aún masajeándose la mano adolorida—. Pero, en serio… ¿tú y Shadow?

Levanté la mirada y sostuve su expresión inquisitiva sin titubear.

—Sí, Knuckles.

Su sonrisa burlona se desvaneció y me mostró seriedad absoluta.

—¿Y te trata bien?

La pregunta me tomó por sorpresa, pero entendí de inmediato lo que quería decir.

Apreté el vaso en mi mano.

—Sí, me trata bien.

Knuckles me estudió por un momento, como si intentara encontrar algún indicio de duda en mis palabras. Luego, suspiró pesadamente.

—Mira, Amy… No voy a decirte qué hacer. Pero Shadow no es precisamente el tipo más… accesible.

—Lo sé.

—Y Sonic…

Rodé los ojos y le di un sorbo al ruso blanco, disfrutando el amargor del café mezclado con la suavidad de la crema.

—Si vas a decirme que Sonic no lo tomará bien, ya lo sé. Pero, sinceramente, Knuckles, no me importa lo que él piense.

Knuckles arqueó una ceja.

—¿Ah, no?

Pasé un dedo por el borde de mi vaso, sintiendo la condensación fría en la piel.

—Él se lo buscó.

Knuckles chasqueó la lengua y apoyó un brazo sobre la mesa.

—Bueno, no voy a meterme en eso. Solo te diré esto: si Shadow se atreve a hacerte daño…

—¿Le partirás la cara?

—Exacto.

Me reí suavemente y le di otro sorbo a mi ruso blanco, pero luego, recordando algo, volví a mirarlo con una sonrisa cautelosa.

—Hablando del tema… si por casualidad ves un video de nosotros dos…

Knuckles me miró con el ceño fruncido, confundido.

—¿De qué estás hablando?

Me encogí de hombros con fingida despreocupación y jugueteé con el hielo en mi vaso.

—Solo ten en cuenta que era una actuación.

El equidna me observó por un momento, esperando que dijera algo más. Cuando vio que no lo haría, resopló y levantó los hombros sin darle más importancia.

—Lo que digas.

Tomó su bebida que estaba en otra mesa, dio un gran trago y luego me miró de reojo.

—En serio, Amy. Si eres feliz con él… eso es lo que importa.

Esta vez, mi sonrisa fue más sincera.

—Lo soy.

Knuckles asintió y alzó su vaso.

—Entonces, brindemos. Por la única Mobian que ha logrado ganarme en un brazo de hierro.

Toqué su vaso con el mío y ambos bebimos, el licor cálido deslizándose por mi garganta. Me agache, recogiendo mis brazaletes y me los puse de vuelta en mis muñecas. A nuestro alrededor, la música seguía sonando, la fiesta continuaba en su máxima euforia, con risas, brindis y el sonido de las olas de fondo.

Pero un murmullo creció entre la multitud. No un ruido cualquiera, sino una mezcla de susurros inquietos y preguntas apenas contenidas. La gente comenzó a girarse hacia la playa, sus voces entrelazándose con una mezcla de emoción y desconcierto.

—¿Qué es eso?

—¡Miren el mar!

Knuckles y yo cruzamos una mirada rápida antes de movilizarnos. Había una tensión sutil en el aire, algo difícil de nombrar, pero innegable. Nos abrimos paso entre la gente, acercándonos hasta donde la multitud se apiñaba, con los ojos fijos en la orilla. Empujé suavemente para abrirme camino hasta la primera fila y fue entonces cuando lo vi.

En la distancia, bajo la luz fría y pálida de la luna llena, una lancha se abría paso a toda velocidad entre las olas enfurecidas. El mar, agitado y oscuro, lanzaba espuma como si intentara devorar la embarcación. Había desesperación en cada sacudida del timón, en la manera en que la nave saltaba sobre las crestas como si huyera de algo… o persiguiera a alguien.

—¿Pero qué demonios…? —murmuró una gata a mi lado, con los ojos muy abiertos— ¡¿Quién se atreve a salir en lancha con el mar así?!

—Están locos —respondió otro, con la voz baja y cargada de tensión— Nadie en su sano juicio estaría ahí afuera de noche.

El viento aulló, trayendo consigo el olor a sal y peligro.

De pronto, alguien señaló hacia el cielo.

—¡Miren ahí arriba!

El tiempo pareció estirarse como una cuerda tensa cuando alcé la vista. Contra la luna, una figura descendía en picada. Su silueta era negra, recortada contra el resplandor plateado, y sus alas… no eran naturales. No parecían de ave ni de murciélago. Eran deformes, asimétricas, como desgarradas por dentro.

Sentí que el corazón me daba un vuelco.

La figura se lanzó sobre la lancha con una fuerza devastadora. Un estruendo ahogado se mezcló con el rugido de las olas. La embarcación tambaleó violentamente, golpeada por la criatura y por una ola que la alzó como un juguete. Avanzó unos metros más a la deriva, como un animal herido… y luego, de pronto, el motor se apagó.

El mar, por un instante, pareció contener el aliento. La espuma seguía rugiendo, pero en la playa todo se quedó en un silencio denso, cargado de presagio.

—Voy a ver qué fue eso —dijo Sonic de repente, con los músculos tensos.

—Voy contigo, Sonic —agregó Tails, con sus colas listas para alzarlo en vuelo.

Pero antes de que pudieran moverse, un sonido abrupto los detuvo. La música de la fiesta se cortó de golpe, dejando un eco extraño en el aire. Todas las conversaciones cesaron al instante. Miramos hacia la cabina del DJ y vimos al bartender, el mono araña, sosteniendo un megáfono con una expresión grave.

—Queridos huéspedes, tenemos una situación de emergencia —anunció con voz firme— Les solicitamos que regresen a sus habitaciones de inmediato.

El murmullo volvió, pero esta vez era diferente. Ya no había emoción, sino confusión y un atisbo de preocupación.

—¿Qué está pasando?

—¿Por qué detuvieron la música?

—¿Nos están evacuando?

—No es posible que acaben la fiesta así…

El bartender insistió, su tono más tajante:

—Les pedimos que regresen a sus habitaciones. Ahora.

La tensión aumentó, una sensación colectiva de incomodidad extendiéndose como una sombra. Algo en su voz nos dejó claro que esto no era una broma ni una exageración. No estaban pidiendo nuestra cooperación: estaban exigiéndola.

Poco a poco, la multitud comenzó a moverse. Algunas personas protestaban en voz baja, otras simplemente obedecían sin hacer preguntas. El aire vibraba con una ansiedad contenida. La playa, que minutos antes había sido un escenario de risas y música, ahora se transformaba en un éxodo silencioso.

Me giré para ver cómo la gente de la piscina y otras áreas del resort también comenzaban a regresar. No había alarmas, no había señales de peligro inmediato… pero había algo en la forma en que todo estaba sucediendo que me hacía sentir que algo andaba mal.

Cuando llegamos al hotel, el lobby ya estaba repleto. Demasiada gente para tan poco espacio. El sonido del ascensor subiendo y bajando sin parar se mezclaba con el murmullo inquieto de los huéspedes. Algunos tomaban las escaleras, otros esperaban impacientes su turno.

Intenté encontrar a mis amigos entre la multitud. Me puse de puntillas, tratando de distinguir alguna cara familiar, pero solo veía desconocidos con expresiones igual de perplejas que la mía.

Mientras intentaba encontrarlos, sentí una mano firme posarse en mi hombro. Mi cuerpo se tensó de inmediato, pero al girarme, vi a Kane. Su expresión estoica, profesional, imposible de leer. A pesar de estar vestido como botones, su postura rígida y su mirada afilada lo delataban como el soldado que realmente era.

—Amy Rose —dijo con tono bajo, pero firme.

El bullicio a nuestro alrededor parecía amortiguarse mientras lo miraba, el eco de voces ansiosas y pasos resonando en el enorme lobby del resort.

—Kane, ¿qué está sucediendo? —pregunté, tratando de mantener la calma.

Él inclinó la cabeza apenas un poco y respondió con precisión militar:

—Nuestra misión fue un éxito.

Sentí mi respiración engancharse por un segundo. Mi mirada se agudizó. Me incliné un poco hacia él, bajando la voz.

—¿Atraparon a Magnus?

Kane asintió.

—Afirmativo.

No hubo emoción en su respuesta, pero las implicaciones de sus palabras hicieron que mi corazón latiera con más fuerza. Antes de que pudiera preguntar más, sacó una llave electrónica de su bolsillo y me la entregó.

—Esta será su nueva habitación. Su equipaje ya está allí.

Fruncí el ceño mientras tomaba la llave con cautela.

—¿Mi nueva habitación?

—Era su habitación original, antes de la mejora al penthouse —aclaró sin rodeos—. Por su seguridad, es mejor que vaya allí.

Su tono indicaba que la conversación estaba terminando, y ya se estaba girando para marcharse cuando instintivamente lo tomé del brazo.

—Kane, espera —dije, con un nudo apretándose en mi pecho—. ¿Y Shadow? ¿Dónde está? ¿Están todos bien?

Kane se detuvo, pero no hizo ningún gesto de duda o vacilación. Solo respondió con frialdad:

—El comandante se contactará con usted mañana.

No me gustó la respuesta. No me gustó que él no dijera "está bien" o "no hay bajas". No me gustó la sensación de incertidumbre en mi pecho.

—Si me disculpa —añadió, y con eso, Kane desapareció entre la multitud, dejando la sensación de que nunca había estado allí en primer lugar.

Miré la llave en mi mano: número 403. La habitación que originalmente había reservado.

Respiré hondo y cerré los dedos con fuerza sobre el pequeño pedazo de plástico, sintiendo su borde contra mi palma. No había nada más que pudiera hacer en ese momento, así que me dirigí a las escaleras.

El cuarto piso estaba en completo silencio cuando llegué. Un marcado contraste con el caos que se desarrollaba abajo. Encontré la habitación y la abrí con un clic.

El interior era acogedor, aunque mucho más modesto que el penthouse. Dos camas individuales, paredes en tonos suaves, una ventana con vista al mar. Solté un suspiro mientras entraba y dejaba mi bolso y la bolsa con los recuerdos sobre una mesa.

En un rincón, mis tres enormes maletas rosadas estaban alineadas perfectamente. Sobre la mesita de noche, la botella de Sangre de Demonio esperaba, intacta.

Me senté en el borde de una de las camas, con la llave aún en la mano, mi mirada perdida en el vacío.

Empecé a imaginar cómo todo pudo haber sido diferente.

Me imaginé a Shadow recorriendo la habitación con sus ojos críticos, inspeccionando cada rincón, buscando cada posible cámara oculta.

Lo vi tendido en la otra cama, dormido plácidamente. Su respiración pausada y tranquila, su ceño relajado. Sin la tensión constante en sus hombros, sin la carga de su deber pesándole. Solo él, descansando.

Lo vi de pie, poniéndose su camisa hawaiana rosada, que lo hacía lucir menos intimidante.

Cerré los ojos y suspiré, sintiendo una punzada de inquietud.

Espero que estés bien, me dije a mí misma.

Mientras mi mente divagaba, sentí una vibración en mi bolsillo. Saqué el celular de mi vestido y encendí la pantalla. El grupo de chat estaba lleno de mensajes de mis amigos preguntando dónde estaba y si me encontraba bien. Les respondí rápidamente, asegurándoles que estaba bien y que solo estaba descansando en mi habitación. Aproveché para preguntarles si ellos estaban bien también.

Las respuestas no tardaron en llegar. Todos estaban a salvo, pero la situación había sido extraña. Al parecer, la fiesta VIP a la que Sonic tenía que asistir fue cancelada sin previo aviso y, ahora, todos estaban atrapados en sus habitaciones sin explicación. Tras un par de mensajes más, les deseé buenas noches a todos y dejé el celular sobre la cama, tratando de despejar mi mente.

Me puse de pie y caminé hacia mis maletas. Abrí una de ellas y comencé a rebuscar entre mi ropa en busca de una pijama limpia. Entre las prendas dobladas, mis dedos rozaron una tela suave y familiar. La saqué con cuidado y, al verla bajo la tenue luz de la habitación, reconocí de inmediato una de las camisas hawaianas rosas de Shadow.

Me quedé un momento quieta, observando los patrones blancos sobre el fondo rosa. La sostuve con ambas manos y, casi sin pensarlo, la acerqué a mi rostro, aspirando profundamente su aroma. El leve rastro de lavanda, mezclado con su esencia natural, todavía impregnaba la tela. Un nudo se formó en mi garganta, y apreté la camisa contra mi pecho por un instante, cerrando los ojos.

Después de un momento, sacudí la cabeza para despejarme y doblé la camisa con cuidado, dejándola sobre la cama. Tomé mi pijama y me dirigí al baño para darme una ducha.

Cuando salí, con la piel aún cálida por el agua, mi mirada volvió a posarse en la camisa de Shadow. Sin pensarlo demasiado, la tomé y me metí en la cama, acurrucándome contra la suavidad de la tela. Apagué la luz de la mesa de noche y me hundí en la oscuridad de la habitación, abrazando la camisa como si con ello pudiera sentirlo un poco más cerca. El cansancio pronto me venció, y me dejé arrastrar por el sueño, aferrada a su aroma reconfortante.

El sol de la mañana pegaba con fuerza cuando salí del hotel, cargando con mis tres maletas. El aire olía a sal y a caos contenido. El resort, que días atrás había sido un paraíso de lujo y descanso, ahora parecía sacado de una película policiaca.

Huéspedes salían con el ceño fruncido, algunos murmurando entre ellos, otros lanzando miradas desconfiadas a los agentes de Neo G.U.N. y la policía que custodiaban el área. La operación estaba en su etapa final. Vi camiones de carga transportando partes mecánicas, badniks desmantelados, cajas con tecnología confiscada.

El mercado negro había caído.

Pero lo que más llamaba la atención eran los empleados del resort esposados, siendo escoltados hasta los vehículos policiales. Algunos protestaban, exigiendo respuestas, mientras que otros simplemente bajaban la cabeza, resignados.

Observé todo en silencio, sintiendo un nudo formarse en mi estómago. Mis vacaciones habían terminado abruptamente, pero eso no era lo que me preocupaba. Mi mirada escaneó la multitud de agentes de Neo G.U.N., buscando una silueta en particular. ¿Dónde estaba? ¿Estaba bien? ¿Por qué no me había contactado anoche?

Y entonces lo vi.

Su figura destacaba entre el caos, avanzando con su porte imponente, pero esta vez había algo distinto en él. Su uniforme táctico estaba cubierto de polvo y rasgaduras, su pelaje negro revuelto por la batalla. Pero lo que hizo que mi corazón se detuviera por un instante fue el parche negro cubriendo su ojo derecho.

El aire pareció volverse pesado en mis pulmones.

Sin darme cuenta, mis dedos perdieron fuerza y una de mis maletas cayó al suelo con un golpe sordo. No me importó. Mis pies se movieron por sí solos, cerrando la distancia entre nosotros sin vacilar.

—¿Qué te pasó en el ojo? —Mi voz salió más quebrada de lo que esperaba, la preocupación ahogando cada palabra.

Shadow se detuvo y giró levemente el rostro hacia mí. Levantó una mano y tocó el parche con un gesto casi indiferente.

—En el enfrentamiento contra Magnus… me lo arrancó con sus garras.

Mi estómago se hundió como si me hubieran dado un golpe.

La imagen de él herido, de Magnus desgarrándole el rostro con brutalidad, me golpeó con una intensidad que no esperaba. Mi garganta se cerró y el mundo pareció reducirse solo a él y ese maldito parche negro. Intenté hablar, pero mi voz se quedó atrapada en algún lugar entre la incredulidad y el miedo.

Antes de que pudiera encontrar palabras, su tono sereno interrumpió mis pensamientos.

—No te preocupes, Rose. Se regenerará en un par de semanas.

Sus palabras no lograron aliviar el nudo en mi pecho. Todo lo contrario.

Las lágrimas ardieron en mis ojos sin permiso. Bajé la cabeza, apretando los puños con fuerza.

—Me prometiste que no ibas a salir herido… —murmuré, mi voz temblando con una mezcla de enojo y angustia.

Sentí su mirada sobre mí antes de que sus manos firmes y cálidas descansaran en mis hombros.

—Estoy bien, Rose. No es nada.

Negué con la cabeza, incapaz de aceptar esa respuesta. No era "nada". No cuando podía imaginar lo cerca que estuvo de perder más que un ojo. No cuando la idea de perderlo—de verdad perderlo—hacía que cada fibra de mi ser se rebelara.

Las lágrimas cayeron sin control, y antes de que pudiera hacer algo para detenerlas, un sollozo escapó de mis labios.

Shadow no dudó. Me atrajo hacia él en un solo movimiento, envolviéndome con sus brazos con esa firmeza tranquila que siempre lograba calmarme. Su aroma familiar llenó mis sentidos, cálido, seguro. Sentí su mano deslizándose lentamente por mi espalda, un gesto silencioso para consolarme.

—Estoy bien, Rose. Estoy bien.

Cerré los ojos y me aferré a él, dejando que su presencia disipara el miedo que aún palpitaba en mi pecho. No sabía cuánto tiempo pasamos así, pero cuando finalmente el temblor de mis hombros cesó, él se apartó solo lo suficiente para verme. Sus manos aún descansaban en mis brazos, su único ojo visible reflejando una paciencia inquebrantable.

Tragué saliva, respirando hondo, y desvié la mirada hacia el caos a nuestro alrededor.

Intentando disipar la tensión, murmuré con voz aún rasposa:

—Esto va a ser mucho papeleo.

Shadow arqueó una ceja.

—No es mi problema. Estoy de vacaciones.

Una risa burbujeó en mi garganta y la solté, negando con la cabeza. Incluso después de todo, mantenía su actitud imperturbable.

—Entonces… ¿vas a regresar conmigo a casa?

Shadow cruzó los brazos, pensativo.

—Aún tenemos un par de días libres. Podríamos viajar a otro lado.

Puse mi mano sobre mi mentón, pensativa.

—Siempre he querido ver el Árbol Milenario.

Shadow asintió sin dudarlo.

—Podemos ir a verlo.

Antes de que pudiera responder, una voz conocida nos interrumpió.

—¿Qué te pasó en el ojo?

Sonic se había detenido frente a nosotros, observando a Shadow con genuina curiosidad. Shadow ni siquiera lo miró, simplemente desvió la vista, ignorándolo por completo.

Sonic suspiró, divertido.

—Ah, vamos, Shads. Lo menos que puedes decirme es si vas a quedar tuerto o no.

Sabía que Shadow no respondería, así que lo hice yo.

—Va a estar bien.

Sonic entrecerró los ojos, pero no insistió. En cambio, echó un vistazo alrededor: los huéspedes evacuando hacia el estacionamiento, los camiones repletos de restos de badniks, los agentes y la policía asegurando la zona. Chasqueó la lengua.
—¿Crees que nos hagan una devolución?

No pude evitar soltar una risa.
—Quién sabe. Pero al menos ya no tendrás que ir a esa fiesta VIP.

Sonic dejó escapar un suspiro de alivio exagerado.
—De la que me salvé. Me hubiera muerto del aburrimiento.

La imagen de Sonic, atrapado en una fila interminable de políticos, fingiendo una sonrisa mientras le daban la mano uno por uno, me hizo reír. Él notó mi expresión y me miró con una ceja alzada.
—¿Y tú, Ames? ¿Ya vas de vuelta?

—Sí. Shadow y yo regresaremos en mi Mini Cooper.

Sonic parpadeó sorprendido, como si apenas procesara la información, y luego sonrió con picardía.
—Ahh, cierto… ustedes vinieron juntos.

Fruncí el ceño y crucé los brazos.
—Sonic… —mi tono fue una clara advertencia.

Él solo rió con diversión, pero decidí ignorarlo y cambiar de tema.
—¿Y ustedes? ¿Qué harán ahora?

Sonic se encogió de hombros.
—Todos van de regreso en la buseta que alquilamos. Yo volveré corriendo… tal vez turistee un poco.

—¡Sonic! —Una voz femenina llamó su atención.

Ambos volteamos y vimos a Sally levantando una mano, haciéndole señas desde la distancia.
—Ya todos estamos listos —dijo, apoyando las manos en la cadera—. ¡Vámonos!

Sonic giró hacia nosotros una última vez.
—Bueno, me despido. Nos vemos, Shads. Espero que no te quedes tuerto.

Shadow soltó un resoplido apenas audible. Sonic se echó a reír y se dio la vuelta, caminando hacia Sally.

Ella también alzó una mano en despedida, y yo le devolví el gesto antes de verlos desaparecer entre la multitud.

Shadow soltó un largo suspiro y yo sonreí con diversión.

—Algún día le vas a tener que dirigir la palabra.

—Hasta que el infierno se congele.

No pude evitar reírme con su comentario.

Shadow tomó dos de mis maletas con facilidad, sujetándolas con ambas manos, mientras que yo cargaba la tercera. Nos dirigimos hacia mi auto, pero algo en el ambiente hizo que mi paso se ralentizara. Sentí las miradas sobre nosotros, pesadas, curiosas, expectantes.

La polémica en redes sociales aún ardía como un fuego sin control. La gente seguía creyendo que mi relación con Shadow era una farsa, un juego para llamar la atención de Sonic, y que en realidad lo había rechazado. Esa narrativa absurda se aferraba a la opinión pública como una plaga, y por más que intentara ignorarla, una punzada de indignación creció en mi interior.

No iba a dejar que siguiera así.

Sin pensarlo demasiado, solté mi maleta, el sonido del impacto contra el suelo apenas registrado en mi mente. Me giré con decisión hacia Shadow y tomé su brazo, obligándolo a mirarme. Su ojo rojo me observó con sorpresa, pero antes de que pudiera decir algo, me puse de puntillas y presioné mis labios contra los suyos.

Escuché un par de exclamaciones ahogadas a nuestro alrededor.

Shadow se quedó rígido al principio, su cuerpo reflejando el desconcierto, pero luego sentí cómo su tensión se disipaba poco a poco. Una de sus manos soltó una de las maletas y se deslizó con suavidad hasta mi mejilla, su pulgar acariciando mi piel en un gesto cálido e inesperadamente tierno.

Abrí un ojo de reojo y confirmé lo que ya sabía: varios espectadores nos observaban con atención, algunos incluso habían sacado sus teléfonos, grabando cada segundo.

Bien. Que vean.

Sin romper el beso, deslicé mi mano hasta la parte trasera de la cabeza de Shadow, hundiendo mis dedos entre sus púas. Lo atraje más hacia mí, inclinándolo ligeramente, profundizando el beso con más seguridad. Sentí su breve vacilación, pero luego me correspondió, su calidez envolviéndome por completo.

El tiempo pareció detenerse por un instante.

Cuando finalmente nos separamos, ambos estábamos ligeramente sonrojados, con la respiración alterada.

No dije nada. Shadow tampoco. Simplemente recuperamos mis maletas y continuamos nuestro camino hacia el estacionamiento, dejando atrás los murmullos y el sonido inconfundible de notificaciones de mensajes y publicaciones en redes.

Sabía que esto iba a explotar en internet. Pero esta vez, no me importó.

Cuando llegamos a mi auto, Shadow colocó mis maletas en el maletero sin decir una palabra. Su postura seguía siendo firme y disciplinada, pero su movimiento tenía algo pesado, como si le costara más de lo normal. Una vez terminó, cerró el compartimiento con un leve empujón y sin perder tiempo se dirigió al asiento del pasajero.

Yo me acomodé al volante y lo observé de reojo. La suciedad y el polvo aún cubrían partes de su pelaje, y aunque su semblante era tan impasible como siempre, su agotamiento era evidente. Su rostro se veía extraño con el parche, como si aún no me acostumbrara a verlo así.

—Vamos a buscar una casa de huéspedes primero, así puedes darte una buena ducha. ¿Qué te parece? —dije, encendiendo la pantalla del GPS en mi celular.

Shadow giró apenas la cabeza hacia mí y respondió con una voz grave y cansada:

—Por favor.

Su tono era tan seco y directo que no pude evitar reírme. Lo conocía lo suficiente para saber que detrás de esas pocas palabras había un sincero agradecimiento.

Sacudí la cabeza con una sonrisa y fijé la ruta en el mapa. Encendí el motor y comencé a conducir, solo para encontrarme con una interminable fila de autos en la salida del resort. Bufé, golpeando levemente mis dedos contra el volante.

—Esto va a tomar años… —murmuré con resignación.

—Yo me encargo.

La voz de Shadow fue firme, y antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, vi cómo sacaba una Esmeralda Chaos de entre sus púas. El fulgor verde de la gema contrastó con la oscuridad de su pelaje.

Con su mano derecha sostuvo la esmeralda y con la izquierda tomó la mía.

—Chaos Control.

El mundo a nuestro alrededor se distorsionó en un parpadeo. Una sensación extraña recorrió mi cuerpo mientras el resplandor esmeralda nos envolvía. Mi estómago se revolvió por la súbita alteración del espacio, y cuando todo se asentó, me encontré mirando algo completamente diferente al congestionado estacionamiento del resort.

Fruncí el ceño, desorientada.

—¿Dónde estamos…? —pregunté, parpadeando.

Shadow soltó mi mano y guardó la esmeralda de vuelta entre sus púas.

—En la estación de policía donde envié tu regalo de cumpleaños.

Mi cerebro tardó un segundo en procesarlo, y cuando lo hizo, abrí los ojos de par en par.

—¡¿Mi batidora?! !¿El resto de mis regalos?! —exclamé, llevándome una mano a la boca. Habían pasado tantas cosas que lo había olvidado por completo. Mi cabeza giró en todas direcciones, como si esperara verla mágicamente aparecer frente a mí—. ¿Los dejamos en el resort?!

Shadow, con su paciencia inquebrantable, respondió con calma:

—Están con mi equipo. Te los daré apenas regrese a la oficina.

Solté un suspiro de alivio, relajando los hombros.

—Oh, menos mal…

Volví mi atención hacia él y noté algo que antes había ignorado: Shadow parecía aún más agotado que antes. Su respiración era más pesada, y aunque intentaba mantener su expresión neutral, su cuerpo delataba el esfuerzo que había hecho.

—¿Estás bien, Shadow? —pregunté, esta vez con genuina preocupación.

Él cerró brevemente su ojo antes de contestar con voz baja:

—Teletransportar todo un auto mientras regenero mi ojo requiere mucha energía…

La manera en que lo dijo, con tanta simpleza, hizo que mi pecho se apretara un poco. No quería imaginar el esfuerzo que le había costado hacerlo en ese estado.

—¿Por qué no te tomas una siesta mientras busco un lugar donde quedarnos? —sugerí suavemente.

Shadow me miró por un momento. Su ojo, usualmente afilado y calculador, ahora estaba vidrioso por el cansancio. No discutió, ni intentó mantenerse firme como solía hacer.

—Buenas noches, Rose —murmuró, antes de cruzar los brazos sobre su pecho, acomodarse en el asiento y cerrar el ojo.

Lo observé por unos segundos, sorprendida por lo fácil que se dejó caer en el sueño. Una pequeña sonrisa se formó en mis labios. Confiaba en mí lo suficiente como para bajar la guardia de esa manera.

Tomé mi celular y busqué una nueva ruta. Prendí el motor y reinicié el viaje, esta vez disfrutando del paisaje que se extendía ante mí.

El sur tenía su propia manera de renacer. Las ruinas aquí no eran solo escombros olvidados; la naturaleza había reclamado su lugar con una belleza impresionante. Árboles crecían entre edificios derruidos, enredaderas cubrían las estructuras de concreto, y el cielo, teñido de tonos cálidos por la hora, añadía un aire melancólico al escenario.

Giré la vista de reojo hacia el asiento del pasajero. Shadow dormía profundamente, su respiración tranquila. Su cabeza había caído demasiado hacia un lado, en una posición incómoda.

Con delicadeza, llevé mi mano hacia él y acomodé su cabeza para que descansara mejor.

—No te preocupes, Shadow —susurré con una pequeña sonrisa, devolviendo mi mano al volante—. Yo te voy a cuidar.

Conduje en silencio, disfrutando del viento que entraba por la ventana abierta.

El viaje nos llevó hasta las ruinas de un antiguo pueblo, donde las casas de barro y piedra aún resistían el paso del tiempo, aunque la naturaleza se había abierto paso entre sus calles. La vegetación cubría los muros derruidos, enredaderas colgaban de los tejados y las raíces de árboles centenarios rompían las calles empedradas. El sol del sur bañaba todo con su resplandor dorado, y el aire tenía un aroma terroso, mezclado con el dulzor de la vegetación y el lejano olor a especias.

Entre las edificaciones, encontré la posada que había reservado en línea. Un lugar sencillo, pero acogedor, con una estructura de adobe y un tejado de tejas rojas. Un cartel de madera envejecido por el sol colgaba en la entrada, con letras pintadas a mano: "Posada El Remanso". Había un pequeño patio central con una fuente de piedra, donde el agua caía con un murmullo relajante. Algunos huéspedes charlaban en la sombra de los arcos, y en el aire flotaba la melodía lejana de una guitarra.

Me estacioné en el pequeño aparcamiento de tierra y apagué el motor con un suspiro. Me quité el cinturón y giré hacia mi copiloto. Shadow seguía profundamente dormido. Su respiración era profunda y tranquila, su pecho subía y bajaba con un ritmo pausado. Su cabeza se había inclinado hacia un lado, apoyándose contra la ventana.

Sabía que despertarlo sería una batalla perdida. Estos últimos días me habían enseñado que cuando Shadow caía en un sueño profundo, sacarlo de ahí era casi imposible sin resultados peligrosos. Así que simplemente salí del auto y rodeé el vehículo hasta su lado. Abrí la puerta con cuidado y me incliné para desabrochar su cinturón. Al hacerlo, él se removió un poco, murmurando algo ininteligible, pero no despertó.

—Bueno, aquí vamos… —murmuré para mí misma.

Lo deslicé suavemente hacia mí, rodeando su espalda con un brazo y pasando el otro bajo sus piernas. Shadow era pesado, su cuerpo estaba hecho de puro músculo, pero para mí no era un problema. Lo levanté sin esfuerzo, acomodándolo contra mí. Su brazo cayó sobre su estómago y su cabeza se apoyó instintivamente en la curva de mi cuello. El calor de su cuerpo contrastaba con la brisa cálida del lugar.

Con la mano que sostenía sus piernas, traté de maniobrar el control de mi Mini Cooper entre mis dedos y activé el seguro. Luego, cargando a Shadow con firmeza, crucé la entrada de la posada.

El interior tenía el mismo encanto rústico que el exterior. Las paredes eran de adobe blanco, adornadas con coloridos tapices y platos de cerámica pintados a mano. El suelo de terracota emitía un leve eco con cada paso. En la recepción, una señora iguana de piel verdosa y ojos sabios nos recibió con una mirada curiosa.

—Buenos días. ¿Cómo está? Reservación a nombre de Amy Rose.

La señora entrecerró los ojos con una mezcla de sorpresa y diversión. No todos los días debía ver a alguien cargando a un erizo adulto como si fuera un niño dormido.

—Oh, claro, claro, un momento… —dijo, girándose hacia una computadora vieja.

Mientras tecleaba con lentitud, sentí el peso de Shadow acomodarse más contra mí. Su respiración cálida chocó contra mi piel, y de alguna manera, eso hizo que me recorriera un escalofrío.

La recepcionista me tendió una llave, pero mis manos estaban ocupadas sosteniéndolo.

—Eh… Si no fuera mucha molestia, ¿podría abrir la puerta por mí? —pregunté, un poco avergonzada.

La señora sonrió con comprensión.

—Por supuesto. Ven conmigo, muchacha.

Avanzamos por un pasillo estrecho, iluminado por lámparas de hierro forjado que colgaban de las paredes. Las puertas de madera tenían números tallados a mano, y el aire tenía un leve aroma a incienso y flores secas.

—Tu chico debe estar agotado —comentó la señora iguana con voz amable.

—Sí… tuvo una noche difícil —respondí, sin dar más detalles.

Nos detuvimos frente a una habitación en el fondo del pasillo. La recepcionista giró la llave en la cerradura y empujó la puerta.

El cuarto era pequeño pero acogedor. Las paredes eran de adobe, decoradas con un par de pinturas al óleo que representaban paisajes del desierto. Había dos camas individuales, cubiertas con colchas de colores vibrantes. Una mesa de madera con dos sillas estaba contra la pared, y en la esquina, un ventilador de pie descansaba junto a una ventana con cortinas de tela gruesa. A través de la rendija de la ventana, se veía el exterior cubierto de verde, donde las ruinas se mezclaban con la naturaleza.

Agradecí a la recepcionista con una sonrisa.

—Muchísimas gracias.

—De nada, que la pasen bien —respondió, retirándose.

Cerré la puerta con el pie y caminé hasta una de las camas, bajando con cuidado a Shadow sobre el colchón. Su cuerpo se hundió en la suavidad del colchón, pero ni siquiera reaccionó. Su respiración siguió tan pausada como antes.

Suspiré con una sonrisa y me arrodillé junto a la cama, quitándole con cuidado sus Air Shoes. Los coloqué junto a la mesita de noche y me puse de pie, sintiendo el aire denso y cálido del cuarto. Caminé hacia el ventilador y lo encendí, acomodándolo para que la brisa golpeara suavemente a Shadow.

Volví a la cama y me senté en el borde. Lo observé por un momento. Su rostro, usualmente serio y tenso, ahora se veía relajado. Sus facciones parecían más suaves cuando dormía.

Con delicadeza, deslicé los dedos por su mejilla, sintiendo su piel cálida bajo mis guantes. Mi mano rozó levemente el parche que cubría su ojo. Me pregunté qué tan grave había sido la herida bajo él… pero sabía que no debía mirar.

Me incliné ligeramente y dejé un beso en su mejilla.

Shadow hizo un pequeño sonido en respuesta, un susurro casi inaudible.

Sonreí.

Me puse de pie y fui hacia la puerta, lista para regresar al auto y traer mis maletas.

 

Chapter 24: Turistas

Chapter Text

Tuve que hacer dos viajes para llevar mis tres maletas a la habitación y, una vez dentro, las alineé en una esquina, fuera del camino.

Suspiré, dejándome caer en el borde de la cama, dándome un momento para respirar. A unos metros de mí, Shadow dormía profundamente en la otra cama, su pecho subiendo y bajando con calma. Parecía tan relajado, tan ajeno a todo el caos que habíamos vivido recientemente.

Saqué mi celular y abrí el mapa para buscar restaurantes y puntos turísticos en la zona, pero apenas desbloqueé la pantalla, mi vista se llenó de notificaciones. Un número ridículo. Sabía perfectamente de dónde venía todo eso y no tenía ganas de leerlo. Yo solo posteaba cosas simples: fotos con mis amigos, mis creaciones de repostería, mi jardín… nada que justificara ese nivel de actividad en mis redes.

Bloqueé la pantalla sin pensarlo más y miré una última vez a Shadow antes de levantarme y salir de la habitación. Camine hasta la recepción, donde la señora iguana estaba sentada detrás del mostrador, organizando algunos papeles. Me acerqué con una sonrisa.

—Buenas tardes. Disculpe, ¿sabe de algún buen restaurante cerca?

La señora levantó la vista y me examinó con curiosidad antes de sonreír.

—¡Oh, claro! Si buscas comida tradicional, hay un lugar en el centro del pueblo que te va a encantar. Se llama La Sazón.

Saqué mi celular y empecé a buscar el nombre en el mapa, memorizando la ubicación.

—También pueden darse una vuelta por el mercado —continuó la señora—. Tienen de todo, seguro encuentran algo interesante. Y si buscan atracciones, hay varias opc—

Una puerta se abrió detrás de ella y una joven iguana salió con un celular en la mano.

—Abuela, tenemos tres reservaciones más —anunció, con la mirada aún en la pantalla.

—¿Tres más? —repitió la señora iguana, sorprendida—. Hoy ha sido un buen día.

Empezó a teclear lentamente en la vieja computadora mientras la joven se apoyaba en el mostrador, frunciendo el ceño.

—Algo pasó en el resort —murmuró—. Muchos huéspedes están viniendo para acá.

—¿Ah, sí? —La señora ladeó la cabeza—. Me pregunto qué habrá pasado.

—Lo cerraron —intervine con calma—. Lo estaban usando como un mercado negro de badniks.

La señora parpadeó, sorprendida.

—¿En serio? Qué terrible…

La joven, que había seguido tecleando distraídamente en su celular, de repente levantó la vista y me miró fijamente. Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Amy Rose?!

Sonreí de lado, ya esperando esa reacción.

—La misma.

La joven se quedó en completo silencio, sus dedos todavía apoyados en la pantalla del celular, pero sin escribir nada. Era evidente que no esperaba ver en persona a la protagonista de todo el drama que circulaba en redes sociales.

Me crucé de brazos y ladeé la cabeza.

—Déjame adivinar… ¿has leído cosas interesantes sobre mí últimamente?

La joven abrió la boca, pero no encontró palabras.

Sí, definitivamente había leído algo.

La joven cerró la boca de golpe y desvió la mirada, claramente incómoda. Decidí no presionarla más y volví mi atención a la señora iguana, lista para seguir preguntando sobre la zona.

Justo cuando iba a hablar, un sonido sutil me hizo detenerme.

Mis orejas se movieron instintivamente, afinando mi audición. Era débil, casi imperceptible entre el murmullo del lugar, pero lo reconocí al instante: la voz de Shadow.

Giré la cabeza en dirección al pasillo, sintiendo curiosidad. ¿Se habría despertado de su siesta?

—Si me disculpan… —dije rápidamente antes de alejarme, caminando con prisa hacia nuestra habitación.

Cuando llegué, giré la perilla y abrí la puerta.

Mi corazón casi se detuvo.

Shadow estaba en la cama, pero no descansando. Su cuerpo temblaba, su pecho subía y bajaba con fuerza. Sus manos estaban apretadas alrededor de su propio cuello, su espalda arqueada, los músculos tensos como cuerdas al borde de romperse. Gruñía entre jadeos, los ojos cerrados en una expresión de puro tormento.

Un terror nocturno.

—¡Shadow! —grité, corriendo hacia él.

Me arrodillé sobre la cama, mis manos fueron directo a las suyas, tratando de soltarlas de su garganta. Pero su agarre era brutal.

—¡Shadow, suéltate! —jadeé, tirando con todas mis fuerzas.

No lo hacía. Su cuerpo entero estaba atrapado en la pesadilla, su mente perdida en algún lugar oscuro. Sus dedos seguían presionando con fuerza contra su propia piel.

Apreté los dientes y usé aún más fuerza, forzando sus manos lejos de su cuello. Cuando finalmente lo logré, las sostuve con firmeza y las llevé a los lados de su cabeza, sujetándolo.

Pero Shadow no había despertado.

Todavía forcejeaba, gruñendo como un animal acorralado.

De repente, su ojo se abrió.

Por un segundo pensé que ya estaba despierto, pero su mirada no enfocaba nada. Seguía atrapado.

—¡Suéltame! —rugió de repente, intentando liberarse de mi agarre.

—¡No! Shadow, despierta —dije, apretando con más fuerza sus muñecas.

—¡Te voy a matar, inútil desperdicio de oxígeno!

El grito salió con tanto veneno que sentí escalofríos.

—¡Shadow, soy yo! ¡Despierta!

—¡Suéltame de una vez! —rugió otra vez, su voz temblando de rabia—. ¡Me las vas a pagar! ¡Por tu culpa todos están muertos! ¡Sos un maldito fracaso!

Cada palabra me atravesó como una aguja helada. Sentí mis ojos arder, el nudo en mi garganta volviéndose insoportable.

—¡Shadow, por favor, vuelve! —supliqué con voz temblorosa, sintiendo mis lágrimas escapar.

Pero él seguía atrapado en su propio infierno.

No podía seguir sosteniéndolo así, con todas mis fuerzas, esperando que simplemente despertara. Su cuerpo estaba rígido, sus músculos tensos como si aún estuviera peleando contra un enemigo invisible. Su respiración era errática, entrecortada, y cada jadeo me ponía más nerviosa.

Necesitaba hacer algo más.

Rápido.

Y entonces, se me ocurrió.

Llené mis pulmones de aire y solté un grito agudo. No uno normal. Fue un grito lo suficientemente fuerte como para hacerme doler la garganta.

El cambio fue inmediato.

El ojo de Shadow recobró su brillo de golpe, sus orejas se movieron y su expresión de furia se desvaneció, dando paso a una pura confusión.

Parpadeó, su pecho subiendo y bajando con fuerza.

—¿Rose? —preguntó, su voz rasposa y agotada.

Aún sostenía sus muñecas con firmeza, sin atreverme a soltarlo del todo.

—Hey, Shadow… por fin despertaste —murmuré, mi corazón latiendo con fuerza en mis oídos.

Shadow miró a su alrededor, inspeccionando la habitación con la respiración pesada. Luego bajó la mirada hacia mi mano, que todavía sujetaba su muñeca con fuerza sobre la almohada. Cuando volvió a verme, su expresión se tornó sombría.

—Rose… —su voz apenas fue un susurro antes de que frunciera el ceño, su mirada ahora llena de preocupación—. ¿Acaso intenté lastimarte?

Solté sus muñecas lentamente, sintiendo un hormigueo en mis dedos por la tensión de haberlo sujetado tan fuerte. Me enderecé en la cama, apoyando las manos sobre mis rodillas y mirándolo fijamente.

—Estoy bien… pero tú casi te ahogas a ti mismo —mi voz se quebró al final. Mis ojos seguían ardiendo, y aunque intenté contenerlo, una lágrima solitaria resbaló por mi mejilla—. Shadow… me asustaste tanto…

Shadow se incorporó un poco, apoyando su peso sobre los codos. Pasó una mano por su rostro, exhalando pesadamente antes de mirarme de nuevo.

—Te dije que no te acercaras —dijo, su tono bajo pero firme.

Apreté los labios, secándome las lágrimas con el dorso de la mano antes de responder, con un dejo de molestia en mi voz:

—Lo sé… pero verlo en persona es muy diferente a que te lo cuenten. —Lo miré directamente, mi pecho aún sintiéndose apretado—. No me iba a quedar de brazos cruzados mientras te ahorcabas a ti mismo.

Shadow me sostuvo la mirada, su expresión grave.

—Te pude haber lastimado.

Cruzándome de brazos, le respondí sin titubear:

—Shadow, soy lo suficientemente fuerte para defenderme de ti.

Pero suavicé mi expresión al ver la sombra de culpa en su rostro. Llevé una mano con cuidado a su cuello, rozando con los dedos sobre el pelaje desordenado.

—¿Te duele? —pregunté en un susurro.

Shadow bajó la mirada y tomó mi mano entre la suya, su agarre cálido y firme.

—Sí… pero dejará de doler pronto.

Mi corazón se encogió en mi pecho.

—¿Siempre ha sido así? —murmuré, entrelazando mis dedos con los suyos de manera instintiva.

Vi cómo su mirada se perdió en nuestras manos un momento. Su respiración seguía inestable, pero su agarre sobre mi mano no flaqueó.

—Creo que sí… No estoy del todo seguro —admitió, con un tono casi imperceptible.

—¿Cómo lo manejaste cuando estuviste viajando esos dos años?

Shadow exhaló despacio, sin soltarme.

—Casi no dormía… Y si sucedía… Me recuperaba rápidamente.

Mis labios se apretaron con fuerza.

Lo había visto casi estrangularse en su sueño. Había escuchado el odio, el dolor en su voz.

Mis ojos se llenaron de lágrimas antes de que pudiera detenerlas. Parpadeé rápidamente, limpiándolas con el dorso de la mano. No quería que me viera así. No quería que pensara que yo era la que necesitaba consuelo.

Shadow no dijo nada. Solo me observó en silencio. Su respiración aún era irregular, su mirada oscura y difícil de leer.

Entonces, bajó la cabeza y murmuró:

—Lamento que tengas que lidiar con esto.

Mi pecho se apretó con fuerza.

Sin pensarlo, lo abracé.

Lo hice con toda la intensidad que tenía, aferrándome a él como si pudiera protegerlo de sus pesadillas, de su pasado, de todo lo que lo atormentaba.

Shadow se quedó inmóvil por un instante, sorprendido. Pero luego, con un movimiento lento y algo indeciso, levantó un brazo y lo apoyó en mi espalda, abrazándome con fuerza.

Su cabeza cayó sobre mi hombro, y aunque no dijo nada, sentí su respiración temblorosa contra mi cuello.

—No tienes que disculparte —susurré, con la voz apenas firme mientras sentía las lágrimas acumularse en mis ojos—. No cuando eres tú quien está sufriendo.

Mi agarre se hizo más firme alrededor de su cuerpo, sintiendo su calor a través de la gruesa tela. Luego, con un gesto suave, comencé a deslizar mi mano lentamente por su espalda, en un intento de transmitirle algo de calma.

—Estoy aquí —murmuré contra su cuello.

Por un momento, solo se escuchó su respiración, aún irregular, aún con rastros de lo que acababa de experimentar. Su cuerpo seguía rígido, como si temiera que cualquier movimiento pudiera romper lo poco de control que le quedaba. Pero entonces, de a poco, sentí la tensión aflojarse. Sus hombros se relajaron levemente, su pecho subía y bajaba con más calma.

—A veces… —su voz fue apenas un susurro, tan bajo que casi no lo escuché— me pregunto si algún día podré dormir sin esto.

Me aparté apenas lo suficiente para verlo, pero Shadow no levantó la mirada. Su expresión era oscura, sus orejas ligeramente caídas, su mandíbula tensa. No sabía qué veía en su mente en ese momento, pero la tristeza en su voz era algo que no podía ignorar.

Con suavidad, llevé una mano a su rostro y, con la yema de mis dedos, acaricié su mejilla. Su pelaje era áspero bajo mi tacto, pero cálido.

—No sé si pueda prometerte que desaparecerán —dije en voz baja, buscando su mirada—, pero no tienes que pasarlo solo.

Shadow finalmente alzó la mirada. Su rojo profundo, aún nublado por el agotamiento, se encontró con el mío. Por un instante, no dijo nada. Solo me observó, como si buscara algo en mi rostro, algo que ni siquiera él sabía nombrar.

Entonces, con un suspiro lento, apoyó su frente contra la mía.

—Gracias, Rose…

Cerré los ojos por un momento, sintiendo el calor de su frente contra la mía, su respiración pausada y el peso de todo lo que no decía en palabras.

Apreté suavemente su mano entre las mías, asegurándole sin necesidad de más explicaciones que no estaba solo.

—Siempre estaré aquí para ti —susurré, mi voz cargada de determinación—. Hoy, mañana y siempre.

Shadow no respondió de inmediato. Su ojo rojo, cansado pero intenso, me observo por un momento antes de que cerrara la distancia entre nosotros. Sus labios rozaron los míos en un beso dulce, pausado, casi reverente. Sentí su calidez, su necesidad silenciosa de afecto, y le devolví el beso con la misma ternura.

Cuando me separé apenas unos centímetros, noté que su expresión se había suavizado. Ya no lucía tan abrumado, su respiración se había calmado. Con delicadeza, llevé mi mano a sus púas, enredadas y sucias tras la jornada. Su uniforme también estaba en mal estado, con manchas de suciedad y algunos raspones.

—¿Quieres tomarte una ducha? —pregunté, deslizando mis dedos por sus púas.

—Sí —respondió con un tono bajo, casi distraído. Luego, echó un vistazo a la habitación con el ceño fruncido—. ¿Dónde estamos?

—En una posada, aquí en el sur. —Me crucé de brazos y le dediqué una sonrisa ladeada—. Te traje en brazos porque sabía que no ibas a despertar fácilmente.

Su ojo visible se abrió con sorpresa, y un sonrojo leve tiñó su rostro.

—¿Me cargaste hasta aquí? —murmuró, su tono incrédulo.

Reprimí una risa traviesa y me encogí de hombros.

—Soy una chica fuerte, Shadow. Puedo cargarte fácilmente.

Shadow desvió la mirada, avergonzado. Su reacción me divirtió, aunque me abstuve de reír demasiado. Aún tenía los ojos húmedos, así que me los sequé con el dorso de la mano y me puse de pie.

Shadow se sentó en el borde de la cama y empezó a buscar sus zapatos, encontrándolos rápidamente. Mientras se los ponía, le anuncié:

—Voy a preguntarle a la señora de la posada dónde está el baño.

Caminé hacia la puerta, pero antes de salir, voltee a verlo. Shadow, con su instinto de soldado activado, inspeccionaba cada rincón de la habitación, seguramente buscando posibles cámaras ocultas o cualquier indicio de peligro. No pude evitar soltar una risa suave antes de abrir la puerta.

Apenas crucé el umbral, me encontré con la joven iguana apoyada contra la pared del pasillo. Estaba absorta en la pantalla de su celular. La observé fríamente, crucé los brazos y me acerqué hasta que estuvo a escasos pasos de mí.

—Si encuentro cualquier publicación en redes sociales sobre lo que pasó en esta habitación —dije en voz baja, pero firme—, yo personalmente te romperé todos los huesos con mi martillo.

La iguana se quedó helada. Sus ojos se abrieron con miedo, y tragó saliva con dificultad.

—Entendido —murmuró, guardando su teléfono antes de desaparecer por el pasillo.

Satisfecha, continué mi camino hasta la recepción, donde la señora iguana me miró con un gesto preocupado.

—¿Están bien? —preguntó—. Escuchamos un grito.

—Sólo tuvo una pesadilla —respondí sin titubear—. Solo se despierta con sonidos agudos.

La mujer asintió con comprensión.

—Yo también tengo pesadillas de vez en cuando —dijo con un suspiro—. Cuando me doy cuenta, estoy de cabeza en la fuente de afuera.

Parpadeé, sorprendida.

—¿Sonámbula?

—Ha sido así desde la muerte de mi hijo y su esposa —murmuró, con una sombra de tristeza en su voz—. Tu chico luce como un soldado. Seguro peleó en la guerra también.

Bajé la mirada por un segundo antes de responder:

—Y aún sigue peleando.

La conversación se volvió densa con el peso del tema, así que decidí cambiarla.

—¿Dónde está el baño?

—En el pasillo de la derecha, la última puerta al fondo —indicó con amabilidad.

—Gracias.

En ese momento, un grupo de mobians con equipaje entró en la posada. La señora los recibió con una sonrisa y yo aproveché para regresar a la habitación.

Al abrir la puerta, encontré a Shadow de pie, con los brazos cruzados, observando en silencio una pintura al óleo en la pared. No sabía si estaba analizándola o simplemente dejando que su mente divagara. Caminé hasta mis maletas, las abrí y saqué una toalla seca, shampoo y jabón.

—Aquí tienes —dije al acercarme a él, ofreciéndole las cosas.

Shadow despegó la vista del cuadro y tomó los artículos con un asentimiento leve.

—La señora dijo que el baño está en el fondo del pasillo de la derecha, déjame acompañarte.— dije, señalando la puerta.

Shadow solo asintió. Lo guié a través del pasillo, pasamos por la recepción, donde la señora atendía a más huéspedes. Algunos se sorprendieron al vernos, pero simplemente los ignoramos y continuamos hasta el otro pasillo, llegando a una puerta con un letrero escrito a mano que decía: "Baño".

Abrí la puerta y entramos a un baño simple pero funcional, con losas decoradas con pequeñas flores que le daban un aire rústico y hogareño. Shadow recorrió el lugar con la mirada, inspeccionando cada rincón con seriedad. Pensé en cerrar la puerta tras él, pero algo me detuvo.

Lo observé unos segundos y, antes de poder contenerme, pregunté en voz baja:

—¿Quieres que te ayude?

Shadow giró el rostro hacia mí, sorprendido. Mi corazón se aceleró al ver su expresión, y sentí el rubor subir a mis mejillas. Desvié la mirada por un momento antes de aclarar:

—Aún debes estar muy cansado y pensé que tal vez quisieras algo de ayuda...

Shadow bajó la vista, visiblemente avergonzado. Su rostro enrojeció y se quedó en silencio por unos segundos que se sintieron eternos. Finalmente, con voz baja y algo insegura, respondió:

—Si quieres.

Una sonrisa se dibujó en mis labios ante su respuesta. Sin dudarlo, entré al baño y cerré la puerta con seguro. Shadow colocó la toalla en el toallero de la pared y dejó el shampoo y el jabón en el borde de la ducha. Luego, sin decir nada, comenzó a revisar cada rincón del baño, probablemente asegurándose de que no hubiera nada sospechoso.

Decidí ayudarlo con la tarea, revisando también los rincones y esquinas del pequeño espacio. Cuando finalmente no encontramos nada inusual, Shadow pareció relajarse un poco. Exhaló un suspiro levemente y, sin más demora, empezó a quitarse su chaqueta táctica.

Observé sus movimientos, notando la tensión en sus hombros y la forma en que sus manos parecían dudar por un instante. Me acerqué sin decir palabra, llevé mis manos a la prenda y comenzé a ayudarlo a quitársela, con movimientos suaves pero firmes.

Lo ayudé a deslizarse fuera de la chaqueta táctica, sintiendo el peso de la tela impregnada de polvo y sudor. La dejé con cuidado en una canasta de mimbre en la esquina del baño. Shadow, sin decir palabra, comenzó a quitarse los guantes, uno por uno, depositándolos en el lavamanos. Yo hice lo mismo, colocando los míos sobre los suyos.

Fue entonces cuando lo noté.

El listón de mi vestido, atado aún a su muñeca derecha. Estaba algo sucio, deshilachado en los bordes, pero todavía ahí. Un recuerdo de la mañana antes de que partiera a su misión.

Shadow siguió mi mirada y me dedicó una sonrisa sutil, de esas que rara vez mostraba. Con movimientos lentos, desató el listón y lo sostuvo en su palma antes de entregármelo.

—Gracias —dijo en voz baja.

Lo tomé con delicadeza, sintiendo la suavidad de la tela húmeda entre mis dedos.

—De nada.

No era solo un pedazo de tela. Era prueba de que, de alguna manera, yo estuve con él.

Shadow se sentó en la tapa del inodoro y comenzó a quitarse los Air Shoes. Tomé cada uno con cuidado a medida que los iba dejando a un lado y los coloqué en la esquina del baño. Luego, desabrochó su faja y me la pasó para que la pusiera en la cesta.

Poco a poco, fue despojándose de las prendas que llevaban consigo la carga del día. Sin embargo, aún quedaba una.

Lo vi dudar cuando su mano se posó sobre el parche de su ojo. Apenas lo rozó con la yema de los dedos, como si estuviera reuniendo la fuerza para quitárselo. Me acerqué, mis pasos resonando suavemente en las losas.

—No me vas a asustar, Shadow —le aseguré en voz baja.

Lo vi tragar saliva antes de exhalar por la nariz. Finalmente, retiró el parche con un movimiento lento.

Mi pecho se encogió.

Su ojo derecho permanecía cerrado, atravesado por una cicatriz en forma de dos garras que cruzaban su párpado y parte de su mejilla. No aparté la vista.

Llevé mi mano a su mejilla, rozando con ternura la piel cicatrizada con la punta de los dedos. Shadow cerró su ojo sano e inclinó la cabeza, presionando ligeramente contra mi mano en un gesto silencioso de aceptación.

Acaricié su mejilla con mi pulgar, memoricé su peleje bajo mi tacto.

Después de un momento, murmuré:

—Vamos.

Él solo asintió y entró primero en la ducha, abriendo la regadera.

El agua cayó con un golpeteo suave sobre el suelo de losetas, salpicándome en el proceso. Pero no me importó mojarme.

Shadow pasó las manos por su cuerpo, dejando que el agua fría corriera sobre él, arrastrando la suciedad y el cansancio. Tomé el jabón y lo puse en su mano desnuda. Sentí su agarre aflojarse apenas lo sostuvo, su mirada baja, perdida en el suelo de la ducha.

Sin decir nada, tomé el shampoo y coloqué un poco en la punta de mis dedos. Me puse de puntillas y lo unté en sus púas, comenzando a lavarlas con paciencia.

Metí los dedos entre ellas, masajeando el cuero cabelludo con movimientos lentos y meticulosos. A medida que lavaba, fui encontrando pequeños restos entre sus púas: casquillos de bala, diminutos fragmentos de vidrio.

Y luego, algo más.

Mis manos se cerraron en torno a un objeto familiar y, al sacarlo, vi el resplandor de una Esmeralda del Caos.

Me reí suavemente.

—¿Se te olvidó sacarla antes de meterte a la ducha? —pregunté divertida.

Shadow no respondió, pero su ceja arqueada y el leve color en sus mejillas me dieron mi respuesta. Dejé la esmeralda en una esquina de la ducha y seguimos en silencio.

El agua siguió corriendo, arrastrando la espuma. Shadow se adentró por completo bajo el chorro de agua fría, dejando que ésta se llevara el resto del shampoo. Me acerqué y entre los dos, sin necesidad de palabras, nos aseguramos de enjuagarlo completamente.

No hubo prisa.

Solo el sonido del agua, el calor compartido y la sensación de que, en ese momento, Shadow podía permitirse bajar la guardia.

Salimos de la ducha y, antes de que pudiera hacer algo más, tomé la toalla y la pasé suavemente sobre la cabeza de Shadow, absorbiendo el agua que se escurría entre sus púas. Froté con delicadeza, secando su pelaje con movimientos cuidadosos.

Fue entonces cuando lo escuché.

Un sonido suave, casi imperceptible, vibrando en su pecho.

Ronroneaba.

Mi sonrisa se ensanchó al notar que disfrutaba el contacto, aunque su expresión seria intentara fingir lo contrario.

—¿Dónde quedó tu equipaje? —pregunté mientras seguía secándolo—. ¿Tienes algo más que ponerte?

Shadow negó con la cabeza, sin abrir los ojos.

—Bueno —dije con naturalidad—, la señora me dijo que hay un mercado cerca. Podemos conseguirte algo local.

Al oír eso, Shadow abrió su ojo sano y me dedicó una pequeña sonrisa.

Cuando terminó de secarse, se puso el parche, los guantes y los zapatos, mientras yo apenas me pasaba la toalla por el cuerpo para quitar lo peor de la humedad. Recogí las cosas de la ducha, y Shadow tomó su uniforme táctico con una mano firme. Salimos juntos del baño, pero apenas dimos unos pasos en el pasillo, nos cruzamos con una pareja que entraba a su habitación.

Nos miraron. Sorprendidos, casi boquiabiertos.

No era difícil adivinar por qué. Seguro estaban al tanto del drama en redes, de los rumores, de las especulaciones.

Pero no me importó.

Ignorándolos por completo, tome la mano de Shadow y lo guié a fuera del pasillo de vuelta a nuestra habitación. Me cambié rápidamente a un vestido limpio, tomando un respiro mientras me alistaba. Me incliné hacia mis maletas y tomé mi bolso, pero antes de que pudiera dar otro paso, Shadow me extendió su celular, su billetera y, con un gesto tranquilo, también una pistola.

Lo miré de reojo, frunciendo ligeramente el ceño.

—No voy a llevar eso —dije, apuntando con un dedo hacia la pistola.

Shadow chasqueó la lengua, como si ya lo hubiera esperado, y dejó que su mano cayera a un costado. Sin embargo, no insistió, y simplemente me miró en silencio.

Decidí no argumentar más, tomé su billetera y celular, guardándolos dentro de mi bolso.

—Vamos —dije, sacando las llaves de mi Mini Cooper—. Quiero ir al restaurante que me recomendó la señora.

Shadow asintió y, sin decir más, me siguió hasta la salida del lugar, para llegar al auto.

La carretera serpenteaba entre la espesa vegetación mientras seguía el mapa en mi celular, buscando el restaurante que me habían recomendado. Shadow, en el asiento del copiloto, observaba en silencio el paisaje a través de la ventana. Sus ojos escarlata recorrían la selva que se alzaba imponente a ambos lados del camino, su expresión inescrutable como siempre.

—No esperaba tanta vegetación —comentó de repente, sin apartar la vista del exterior.

—Es hermoso, ¿verdad? —respondí, sonriendo mientras mantenía la vista en la carretera—. La naturaleza nunca se detuvo.

Él no respondió de inmediato, pero noté cómo su postura se relajaba un poco contra el asiento.

Finalmente, el sendero nos llevó a un pueblo que parecía sacado de una postal. No era una zona en ruinas, sino todo lo contrario: estaba en todo su esplendor. Las casas de adobe, con sus paredes coloridas y techos de teja, estaban alineadas a lo largo de calles empedradas. Macetas con flores colgaban de los balcones de hierro forjado, y el aroma a maíz, especias y café flotaba en el aire.

—Este lugar tiene historia —murmuró Shadow, recorriendo el pueblo con la mirada.

—Sí… y parece que la han preservado bien.

Mi vista se detuvo en un gran letrero pintado a mano:

"El Sazón"

Sonreí. Ese era el lugar.

Aparqué el Mini Cooper en el estacionamiento y bajamos del auto.

Al entrar, la atmósfera del restaurante me envolvió por completo. Las paredes estaban decoradas con coloridos alebrijes y bordados artesanales, mientras que lámparas de papel picado colgaban del techo, balanceándose con la brisa. El sonido de música de guitarra sonaba de fondo, acompañando las voces animadas de los comensales.

Nos acomodamos en una mesa de madera cerca de una ventana, y un perro—con un bigote bien cuidado y un mandil bordado—se acercó con una sonrisa amable, entregándonos los menús.

Deslicé la mirada sobre la lista de platillos, explorando todas las opciones tradicionales. Había de todo: tamales, enchiladas, pozole, mole… era difícil decidir. Finalmente, elegí unas quesadillas de flor de calabaza para mí.

Cuando iba a preguntar qué quería Shadow, una idea traviesa cruzó por mi mente.

—Dígame —dije, levantando la vista al mesero—, ¿qué es lo más picante que tienen? Algo realmente peligroso.

El perro me miró con una ceja alzada, luego miró a Shadow y sonrió con cierto escepticismo.

—Tenemos el "Fuego del Infierno". Un guiso de carne bañado en nuestra salsa especial de chiles habaneros, serranos y manzano, con un toque de extracto de chile fantasma. Solo los más valientes lo terminan.

Le dirigí una sonrisa divertida.

—Eso. Quiero eso para él.

Shadow ladeó ligeramente la cabeza, mirándome con calma.

—¿Estás apostando contra mí?

—No exactamente —dije, apoyando un codo sobre la mesa y sonriendo—. Solo quiero ver hasta dónde llega tu resistencia.

El mesero volvió a mirar a Shadow, seguro había visto decenas de turistas que, llenos de confianza, pedían lo más picante solo para terminar llorando y suplicando por leche. Pero sin decir nada, lo anotó.

—Y también un par de smoothies de mango y un café negro —añadí.

Mientras esperábamos la comida, comencé a notar algunas miradas sobre nosotros. Murmullos entre los comensales, miradas furtivas de reojo, como si estuviéramos siendo observados sin que nadie se atreviera a mirar directamente. No me sorprendía. Después del revuelo en línea, era lógico que nos reconocieran. La atención, aunque no deseada, parecía inevitable.

De repente, la voz suave de Shadow interrumpió mis pensamientos.

—Tu celular lleva vibrando un rato.

Miré hacia la mesa, donde mi teléfono yacía boca arriba. Lo había puesto en vibración y las notificaciones seguían interrumpiendo el silencio con cada nuevo mensaje que llegaba. La pantalla se iluminaba repetidamente con alertas, la mayoría provenientes de las redes sociales. Suspiré y, en un movimiento automático, tomé el celular y lo puse en modo silencio.

—No me interesa ahora mismo —murmuré, guardando el teléfono dentro de mi bolso, tratando de dar la impresión de que todo eso no me afectaba.

Shadow me observó en silencio, su mirada fija en mí, y levantó una ceja con ligera curiosidad. Pero, como era de esperarse, no dijo nada más.

Unos minutos después, el mesero regresó con nuestra comida, y mi entusiasmo creció al ver el plato de Shadow. Apoyé la barbilla sobre mis manos, expectante.

Shadow tomó su tenedor y llevó el primer bocado a su boca.

Al instante, su ojo sano se abrió de golpe.

Una mueca cruzó su rostro fugazmente, apenas un parpadeo de incomodidad antes de que su expresión volviera a la normalidad.

—Está fuerte —comentó con voz neutral.

Pero siguió comiendo. Sin prisa, sin mostrar más reacción que un leve parpadeo entre bocados.

Me quedé mirándolo, fascinada.

—¿Eso es todo? ¿Ni siquiera un poco de sudor? —pregunté, incrédula.

Shadow me miró de reojo mientras tomaba otro bocado.

—Es intenso… pero soportable.

—¡Pero tiene extracto de chile fantasma! —exclamé, señalando el plato.

—Y tú subestimas mi tolerancia.

Disimuladamente, dirigí la mirada al mesero. Me observaba con una expresión confusa, como si algo no estuviera encajando. No era la reacción que esperaba.

Y no era el único.

Noté que el mesero cuchicheaba con sus compañeros. Luego, los cocineros salieron de la cocina, todos con los brazos cruzados, mirando a Shadow fijamente mientras devoraba el supuesto "plato más picante del mundo" como si nada.

—Nos están observando —murmuró Shadow.

—Tal vez porque esperaban verte suplicar por agua —reí.

Uno de los cocineros, un jaguar fornido, se acercó a la mesa con una sonrisa incrédula.

—Disculpe… pero, ¿seguro que siente el picante?

Shadow dejó el tenedor sobre la mesa y lo miró con su expresión seria habitual.

—Claro que lo siento —respondió.

—¿Y no quiere un vaso de leche?

—No.

Los cocineros intercambiaron miradas atónitas. Uno de ellos sacó su teléfono y empezó a grabar.

—¿Podemos… tomarle una foto? —preguntó otro mesero.

No pude contener la carcajada.

—¡Shadow, creo que acabas de convertirte en leyenda aquí!

Él solo suspiró, dándole otro bocado a su comida sin inmutarse.

Después de terminar de comer, salimos del restaurante, siendo recibidos por la intensa luz del mediodía. Caminamos en silencio hacia el estacionamiento, con el calor del sol golpeando nuestras caras. Sostenía mi celular en una mano, observando el video que el propio restaurante había compartido: Shadow comiendo el platillo más picante del menú como si nada. No pude evitar reír al ver su expresión tranquila, completamente ajeno al desafío que el plato representaba para la mayoría.

—Te estás volviendo viral otra vez —dije con una sonrisa divertida.

Shadow me miró de reojo sin decir nada, su expresión inescrutable como siempre. Aunque lo conocía lo suficiente para notar su leve frustración.

Recibí un par de notificaciones más, pero decidí ignorarlas, pero antes de bloquear la pantalla, sentí un movimiento rápido y repentino. Shadow había tomado mi celular sin previo aviso.

—¡Oye! ¡Shadow! —protesté, extendiendo mis manos para quitárselo, pero él se giró, alejándolo de mi alcance.

Con su dedo empezó a deslizar la pantalla, leyendo los mensajes con rapidez. Sentí un nudo formarse en mi estómago.

—¡Devuélvemelo! —exigí, tratando de alcanzarlo de nuevo.

Shadow esquivó mis intentos con facilidad. En un movimiento ágil, atrapó mis muñecas con una de sus manos, inmovilizándome sin esfuerzo mientras seguía revisando los mensajes con la otra.

—Shadow, en serio, ¡devuélvemelo! —intenté zafarme, pero su agarre era firme, aunque no doloroso.

Vi cómo su expresión se oscurecía cada vez más. Su mandíbula se tensó y su mano comenzó a temblar alrededor del dispositivo. Por un momento, temí que rompiera el celular de la pura rabia.

—¿Cómo se atreven a decirte estas cosas? —gruñó entre dientes.

Su ojo rojo se clavó en mí, exigiendo respuestas.

—Shadow… —murmuré, insegura de qué decir.

—Rose, ¿qué es todo esto? ¿Por qué te están mandando mensajes de odio?

Suspiré, bajando la mirada.

—Es por el artículo… —respondí en voz baja.

—¿Qué artículo? ¿De qué estás hablando? —su voz sonaba cortante, impaciente.

—¿Acaso no lo leíste? ¿No viste el video?

Shadow me soltó las muñecas de golpe y me devolvió el celular.

—Muéstramelo —ordenó.

Tragué saliva y busqué el video. Con el pulso tembloroso, lo seleccioné y se lo mostré. Shadow tomó el celular y fijó la mirada en la pantalla. La grabación era clara: él sujetándome con firmeza, besándome, y yo reaccionando con una bofetada.

Su expresión se endureció aún más.

—Esto fue grabado por una cámara de seguridad… —murmuró.

—No nos dimos cuenta de que había una allí —agregué, sintiéndome incómoda.

Pero Shadow negó con la cabeza.

—No… Yo me di cuenta —corrigió con tono grave—. Estuve revisando el área constantemente durante nuestra pelea falsa para asegurarme de que nadie nos estuviera grabando.

Lo miré, confundida.

—Si sabías que había una cámara, ¿por qué no dijiste nada?

Shadow entrecerró los ojos.

—Porque Nova estaba infiltrada en el sistema del resort. Tenía acceso a todas las cámaras en tiempo real. Era imposible que esto se filtrara a menos que…

Se quedó en silencio. Vi su ojo perderse en sus pensamientos, su mandíbula apretándose cada vez más. Un gruñido bajo salió de su garganta mientras fruncía el ceño con furia.

—¿Y cuál es el artículo? —preguntó con voz grave.

Tragué saliva y, con algo de duda, abrí el enlace y se lo pasé. Shadow comenzó a leer con rapidez, su ceño fruncido cada vez más. De repente, dejó escapar una risa seca y sin humor.

—Así que… un triángulo amoroso, ¿eh? ¿Y solo me estás utilizando?

Apreté los labios, bajando la mirada. Me crucé de brazos, sintiendo la pesadez del tema.

—Esa es la narrativa en línea… —admití en voz baja.

Antes de que pudiera decir algo más, Shadow golpeó la pared junto a nosotros con tal fuerza que una grieta se formó en el concreto. Me sobresalté ante el estruendo. Sus hombros se alzaban y bajaban con respiraciones pesadas, y su otra mano se crispó alrededor de mi celular, como si estuviera a punto de aplastarlo.

Me acerqué sin pensarlo.

—Shadow… —mi voz salió más suave, tratando de calmarlo.

Él exhaló con fuerza, su respiración agitada. Su cuerpo entero estaba tenso, sus músculos contraídos como si estuviera conteniéndose de hacer algo más.

—No te preocupes por el artículo —intenté razonar con él—. Con el tiempo la gente se aburrirá y se dará cuenta de que nuestra relación no es falsa.

Shadow me miró con furia, su ojo brillando con una intensidad peligrosa.

—Eso no cambia el hecho de que te estén mandando esta clase de mensajes, Rose —dijo con voz profunda y enojada.

Me mordí el interior de la mejilla. Sabía que esto lo enfurecía más que cualquier cosa. No le importaba lo que dijeran de él, pero que me estuvieran atacando a mí era algo que no podía ignorar.

Llevé mis manos a sus brazos, deslizando mis dedos suavemente en un intento de relajar su tensión.

—Estoy bien —susurré, buscando su mirada—. Estoy acostumbrada a los rumores y comentarios en línea.

Shadow apartó la vista con el ceño fruncido, pero su respiración empezó a estabilizarse poco a poco. Su enojo no desapareció, pero al menos ya no parecía a punto de destrozar la pared o mi teléfono.

—¿Cómo desactivas esta cosa? —preguntó con irritación, refiriéndose a las notificaciones.

No pude evitar reír un poco.

—Solo tengo que silenciar la app. Solo uso una red social —dije, tomando mi celular con delicadeza de su mano.

Fui a la configuración de la aplicación y silencié las notificaciones. Evité abrir mi buzón de mensajes. No quería leer nada de eso.

—Listo —dije, mostrándole la pantalla.

Shadow exhaló con molestia, pero su postura seguía rígida.

—Pensé que estarías más molesto por lo del triángulo amoroso —dije con una pequeña sonrisa, intentando aligerar el ambiente.

Shadow me miró con su ojo rojo intenso.

—Sos mía. No importa lo que digan los demás.

Mis mejillas ardieron al instante. Su tono no era opresivo ni posesivo en el mal sentido. Era una certeza, una confianza absoluta en lo que éramos.

Guardé mi celular y, sin pensarlo mucho, puse mis manos sobre sus hombros. Me elevé un poco en puntas de pie y lo besé suavemente en los labios. Él no tardó en corresponderme, su agarre firme en mi cintura, acercándome más a él.

Sentí cómo la presión de sus labios contra los míos aumentaba, cómo su mano en mi cintura me acercaba más a su cuerpo, como si quisiera fundirse conmigo. Mi corazón latía con fuerza, mi respiración se entrecortaba, pero no quería detenerme.

La sensación de su cuerpo contra el mío me hacía temblar, y sin darme cuenta, me incliné más hacia él, como si necesitara sentirlo más cerca.

Shadow deslizó su otra mano hasta mi nuca, entrelazando sus dedos en mi pelaje. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando inclinó mi cabeza con suavidad, haciendo que abriera más la boca, dándole paso sin resistencia. Su lengua rozó la mía con una seguridad que me hizo estremecer, y una pequeña exhalación escapó de mis labios antes de que me absorbiera por completo en él.

Estábamos en público, en el estacionamiento del restaurante, con el sol del mediodía brillando sobre nosotros. Se escuchaban las voces de los clientes que entraban y salían, el sonido de los autos pasando por la calle, el calor del asfalto elevando una ligera vibración en el aire. Pero nada de eso importaba. En ese momento, solo existíamos él y yo.

Pero entonces, de repente, se separó.

Jadeé levemente, sintiendo la pérdida inmediata de su calor, pero antes de poder preguntarle qué pasaba, vi cómo su expresión cambiaba. Su ojo rojo brillaba con molestia, su mandíbula estaba tensa y su respiración aún alterada por el momento que acabábamos de compartir.

—¿Qué tanto están mirando? —gruñó, con la voz baja y afilada como una cuchilla.

Confundida, giré la cabeza y vi lo que había llamado su atención.

Un pequeño grupo de Mobians estaba unos metros más allá, algunos con los ojos abiertos como platos y otros murmurando entre sí. Tan pronto como la voz de Shadow tronó en el aire, todos dieron un respingo y se apresuraron a alejarse, visiblemente asustados.

No pude evitar sonrojarme aún más, llevándome una mano a los labios, aún hinchados por la intensidad del beso.

—Creo que nos estaban mirando desde hace rato… —murmuré con vergüenza.

Shadow chasqueó la lengua y me miró de reojo antes de soltar un resoplido.

—Que se ocupen de sus asuntos.

No pude evitar sonreír, aún con la adrenalina palpitando en mi pecho. Shadow nunca había sido de los que les importara el qué dirán, pero la manera en que los había espantado me resultó entretenida.

El sonido de unos pasos acercándose nos hizo apartarnos sutilmente, aunque la cercanía entre nosotros seguía siendo evidente. Un gorrión, vestido con el uniforme del restaurante, se detuvo frente a nosotros con los ojos fijos en la pared agrietada detrás de Shadow.

Shadow y yo compartimos una mirada rápida antes de que él soltara un suspiro pesado y cruzara los brazos.

—¿Cuánto les debo? —preguntó sin rodeos, su tono seco y directo.

El gorrión negó con la cabeza y exhaló un suspiro.

—Bueno… bastante —respondió, mirando de nuevo la grieta con una ceja arqueada—. Pero, honestamente, tengo una mejor idea.

Su tono nos tomó por sorpresa. Lo observamos con una mezcla de curiosidad y desconfianza mientras él daba un paso adelante y extendía una mano con confianza.

—Soy Mario, el dueño del restaurante. Desde que llegaron y nos dieron permiso de subir el video, los he buscado en redes sociales.

Sentí un ligero escalofrío recorrerme. Ya imaginaba por dónde iba la conversación. Shadow deslizó una mano por mi espalda hasta descansarla en mi cadera, un gesto tan natural como protector.

—Ve al grano —gruñó, sin paciencia para rodeos.

Mario sonrió con calma, sin inmutarse por la actitud de Shadow.

—No me interesa el drama ni los chismes de internet, así que admito que no tenía idea de que ustedes dos eran protagonistas de una especie de telenovela junto con el "héroe de Mobius".

Fruncí el ceño y suspiré.

—¿Siempre eres así de directo?

—Mi padre me enseñó a ser transparente en los negocios —respondió con una sonrisa despreocupada.

Shadow entrecerró los ojos, claramente perdiendo la paciencia.

—¿Qué es lo que quieres?

Mario entrelazó las manos tras su espalda.

—Nada del otro mundo —respondió con tono ligero—. Verán, he pensado que podría aprovechar un poco la… atención que están atrayendo. Un poco de publicidad para el restaurante no me vendría mal.

Le lancé una mirada incrédula.

—¿Nos estás pidiendo que seamos parte de una campaña de publicidad para ti?

—Algo así, pero sin que tengan que hacer gran cosa —respondió con una sonrisa astuta—. Se me ocurrió una forma sencilla de hacer que esta pared pase de ser un accidente costoso a un atractivo del restaurante.

Shadow resopló con impaciencia, pero antes de que pudiera negarse, Mario ya estaba llamando a sus empleados. En cuestión de minutos, trajeron pintura en dos colores: negro y rosa.

—¿Y esto…? —pregunté, mirando los botes de pintura.

Mario sacó un pincel y trazó un boceto rápido con su dedo sobre la pared.

—Quiero que dejen sus huellas aquí, justo sobre la grieta. Sus manos, lado a lado, como símbolo de la fuerza y la unión. Después, pintaremos un diseño alrededor, algo sutil, como ondas que den la sensación de energía. Algo que llame la atención, pero que también sea significativo.

Shadow se quedó en silencio un momento, luego, sin decir más, se quitó el guante izquierdo. Yo hice lo mismo con mi derecho.

Hundimos nuestras palmas en la pintura, sintiendo la textura espesa y fría sobre nuestra piel. Luego, sin dudarlo, presionamos nuestras manos contra la pared, una al lado de la otra, justo sobre la grieta.

Cuando las retiramos, quedó la marca de nuestras manos en negro y rosa, unidas en contraste, cubriendo la cicatriz en la pared.

Por alguna razón, la imagen me provocó una sensación cálida en el pecho.

Mario sonrió satisfecho y sacó su teléfono.

—Perfecto —dijo, tomando una foto.

Yo hice lo mismo, inmortalizando el momento.

Shadow se sacudió la pintura sobrante de la mano y me lanzó una mirada de reojo.

—Al menos ahora la pared se ve menos horrible.

Reí suavemente y le di un ligero codazo.

Shadow resopló, pero no dijo nada. Y, aunque nunca lo admitiría en voz alta, pude notar que tampoco le había molestado tanto.

—Muchísimas gracias —dijo Mario con una sonrisa satisfecha—. Espero que disfruten el resto de su día.

Con eso, el gorrión se retiró junto con sus empleados, dejándonos a solas frente a la pared con nuestras huellas aún frescas en la pintura. Me quedé observándolas por un momento, la forma en que el negro y el rosa contrastaban pero se complementaban al mismo tiempo. Algo en esa imagen me hizo sentir extrañamente reconfortada.

Shadow también se quedó en silencio a mi lado, sus brazos cruzados, analizando la marca como si intentara encontrarle un significado más profundo.

Después de un rato, sin necesidad de decir nada, nos giramos y caminamos juntos hasta mi auto. Nos metimos y, apenas me acomodé en el asiento del conductor, abrí la guantera para sacar un paquete de toallitas húmedas.

—Toma —dije, entregándole algunas a Shadow antes de sacar unas para mí.

Ambos nos limpiamos los restos de pintura con movimientos eficientes y sin apuro. De vez en cuando, le lanzaba una mirada de reojo a Shadow, notando cómo sus cejas se fruncían cada vez que tenía que frotar con más fuerza la pintura negra de su piel.

Cuando terminamos, dejamos las toallitas usadas en una bolsa y nos pusimos los guantes de vuelta. Shadow ajustó su cinturón de seguridad con un chasquido y resopló.

—Qué tipo más raro.

Sonreí, abrochándome también el cinturón antes de apoyar las manos en el volante.

—Parecía tener una idea en mente —comenté, aún procesando todo el intercambio con Mario.

Por simple curiosidad, saqué mi celular y abrí sus redes sociales. Apenas unos segundos después de actualizar la página, me apareció la foto de nuestras huellas estampadas en la pared… y con ella, cientos de comentarios y compartidos.

—Y ahora es tendencia —dije, sorprendida—. Eso fue rápido.

Shadow se inclinó un poco hacia mí para ver la pantalla, su expresión pasando de curiosidad a incomprensión en cuestión de segundos.

—Aún no logro entender todo esto —murmuró con el ceño fruncido.

Sonreí con diversión y, sin pensarlo demasiado, solté:

—¿Es muy complicado para mi viejito?

Shadow giró lentamente la cabeza para mirarme, su expresión completamente muerta de seriedad.

Me cubrí la boca con una mano para aguantar la risa, pero al final terminé soltando una carcajada mientras encendía el auto. Shadow no respondió con palabras, pero sentí su mirada pesada sobre mí mientras salíamos del estacionamiento.

Definitivamente, seguiría molestándolo con eso.

Condujimos un poco más hasta encontrar un estacionamiento techado, un alivio considerando el calor sofocante del día. Apenas apagué el motor y bajamos del auto, un empleado del estacionamiento se acercó, entregándome una tarjeta con un número impreso.

—Aquí tienen —dijo con tono cortés—. El costo es por hora, y al regresar pueden pagar en la caja.

Asentí con una sonrisa, guardando la tarjeta en mi bolso. Shadow, a mi lado, se mantenía en silencio, aunque su mirada escaneaba el lugar con su típica atención discreta.

Sin decir una palabra, extendió su mano hacia mí y la tomé con naturalidad. Su agarre era firme y cálido, un pequeño gesto que me hizo sonreír. Con nuestras manos entrelazadas, salimos del estacionamiento y comenzamos a caminar hacia el mercado.

El calor se hacía notar de inmediato. El sol abrasaba el suelo y el aire estaba cargado de olores intensos: madera caliente, especias, el dulce aroma de frutas frescas y el inconfundible olor del cuero de los artículos artesanales.

El mercado era un festín visual. Puestos coloridos se alineaban en filas, cada uno ofreciendo algo único: cuadros vibrantes con paisajes, esculturas talladas en madera, pulseras tejidas a mano, y ropa ligera diseñada para soportar el clima caluroso. El bullicio de los vendedores mezclado con la charla de los turistas llenaba el ambiente de energía.

Lo primero que captó mi atención fue un puesto atendido por una lapa, que organizaba cuidadosamente varias prendas de vestir. La combinación de colores llamativos y telas frescas me atrajo de inmediato, así que nos acercamos.

—Disculpa —le dije con amabilidad—, ¿tienes chaquetas en su talla con aberturas en la espalda?

La vendedora, una mobiana de plumaje azul y pico curvado, nos miró con curiosidad antes de asentir.

—Sí, claro. Déjenme ver…

Sus manos expertas se movieron entre las prendas hasta que sacó una chaqueta de un azul oscuro profundo. La sostuvo frente a nosotros, mostrándonos el diseño con aberturas discretas en la espalda, perfectas para no estorbar con las púas de Shadow.

—¿Qué tal esta? —preguntó con una sonrisa orgullosa.

Tomé la chaqueta de manos de la vendedora y la sostuve frente a Shadow, observándola con atención. El material era ligero pero resistente, con un corte elegante que seguramente le quedaría bien.

—¿Qué te parece? —le pregunté, girándola un poco para que pudiera verla mejor.

Shadow tomó un extremo de la chaqueta, deslizando los dedos por la tela con su meticulosa forma de analizarlo todo. Luego revisó el interior, tanteando con la mano hasta encontrar algo que pareció convencerlo.

—Tiene bolsillos interiores —dijo, con un leve asentimiento—. Es funcional.

Sonreí. Sabía que con eso bastaba para que la aceptara sin objeciones.

—Nos la llevamos —dije con decisión, antes de señalar otros dos artículos que habían captado mi atención—. Además, quiero ese tote bag y ese sombrero.

El tote bag tenía un diseño sencillo pero bonito, con un estampado inspirado en flores de la región, mientras que el sombrero de playa era amplio, con un listón rosa que le daba un toque delicado. La vendedora asintió con entusiasmo, tomó los objetos y me los extendió para que los examinara de cerca.

Los sostuve entre mis manos, evaluando los detalles. Me encantó el diseño del sombrero, así que sin dudarlo se lo pasé a Shadow junto con la bolsa antes de abrir mi cartera.

—Paga con los billetes que tengo —dijo de pronto, en ese tono de orden tranquila que usaba cuando ya había decidido algo.

Levanté la mirada y parpadeé, sorprendida.

—Shadow, gané un montón en el casino, puedo pagarlo yo.

Sin darle oportunidad de insistir, extendí los billetes a la vendedora, quien los tomó con una sonrisa antes de darme el cambio. Shadow no dijo nada más, pero noté su mirada fija en mí, como si estuviera decidiendo si protestar o no.

Con la transacción hecha, tomé el sombrero de las manos de Shadow y me lo coloqué con cuidado, asegurándome de que el listón quedara bien acomodado. Shadow, por su parte, se puso la chaqueta de inmediato, ajustándosela con un movimiento fluido.

Aproveché para meter la mano en mi bolso, sacando su billetera y su celular. Se los coloqué en la mano y, con la misma eficiencia de siempre, Shadow los guardó en los bolsillos internos de su nueva chaqueta, sin siquiera mirarlos.

—Perfecto —dije, ajustando el ala de mi sombrero—. Ahora sí, sigamos explorando.

Unos puestos más adelante, algo captó mi atención. Un puesto estaba repleto de decoraciones para la Noche de los Dos OjosHabía velas talladas, máscaras de madera, y pequeñas esculturas representando a Amdruth, la criatura legendaria de la celebración.

Mis ojos se posaron en una figura en particular: Amdruth, tallado en madera oscura con detalles exquisitos. Sus dos cabezas, la del lobo y la del venado, estaban esculpidas con gran precisión, dándole una apariencia casi viva. Tomé la figura en mis manos y la examiné con admiración, recorriendo con los dedos las líneas detalladas de sus facciones.

—Mira esto —le dije a Shadow, levantándola para que la viera—. ¿No crees que quedaría perfecta en tu oficina?

Shadow bajó la mirada hacia la escultura y luego me miró a mí con expresión impasible.

—No quiero eso en mi oficina.

Sonreí divertida. Ya me esperaba esa respuesta.

—¿Qué pasa, Shadow? —canturreé, acercándole la figura un poco más—. ¿Acaso quieres que Amdruth te robe el alma?

Él chasqueó la lengua y cruzó los brazos.

—Si una abominación como esa entrara a mi oficina, la mataría sin dudarlo.

Solté una risita y le di un golpecito en el brazo con la figura.

—Shadow, no puedes dispararle a los fantasmas.

Shadow exhaló con frustración y pasó una mano por su rostro, como si de verdad estuviera lidiando con un problema serio.

—¿Por qué ustedes no pueden celebrar Halloween con solo disfraces y dulces?

—Se llama la Noche de los Dos Ojos.—respondí con una sonrisa traviesa— Y también hacemos eso.

Shadow me miró con escepticismo.

—También erigen una estatua gigante de paja de esta cosa, montan toda una mesa con ofrendas y luego prenden todo en llamas —dijo, señalando la figura de Amdruth con una mezcla de exasperación y resignación.

—¡Y también hacemos desfiles y muchas otras actividades! —agregué con entusiasmo—. Tú lo has visto cada vez que te toca vigilar el festival.

Shadow resopló y se cruzó de brazos.

—Y aún no lo entiendo.

Mi sonrisa se amplió y, con un movimiento juguetón, balanceé la estatua de Amdruth frente a él.

—Vamos, Shadow.

Él exhaló pesadamente, derrotado.

—Está bien —dijo con resignación—. Le dejaré una naranja o algo así.

Mi sonrisa se ensanchó, satisfecha con su respuesta.

Entonces, Shadow alzó una mano, tomó la parte superior de mi sombrero y lo sacudió ligeramente, provocando que el listón rosa ondeara con el movimiento.

—Te aprovechas del hecho de que te encuentro adorable —murmuró con una mezcla de diversión y resignación.

Le saqué la lengua con una sonrisa juguetona.

—¡Obvio!

Shadow sacó su billetera y pagó por la figura de Amdruth sin decir nada más. Yo la guardé cuidadosamente en mi tote bag y, con una sonrisa satisfecha, tomé su mano para seguir explorando el mercado.

Apenas dimos unos pasos cuando noté que Shadow giró levemente la cabeza, su atención fija en un puesto específico. Su oreja se inclinó ligeramente en esa dirección antes de que murmurara con interés:

—Venden café allí.

Me giré hacia donde miraba y vi un puesto pequeño pero bien abastecido, con sacos de café apilados y bolsas de distintos tamaños ordenadas en estantes de madera. El aire estaba impregnado con el aroma cálido y tostado de los granos.

Sonreí al instante.

—¿Entonces qué estamos esperando? —dije, tomándolo de la muñeca y jalándolo suavemente hacia el puesto.

El puesto estaba atendido por dos nutrias ancianas, ambas con sonrisas amables y vestidas con delantales de tela gruesa. Una de ellas estaba acomodando bolsas en un estante, mientras la otra contaba monedas y hacía cálculos en un cuaderno.

Cuando nos acercamos, una de ellas levantó la vista y nos recibió con una sonrisa.

—¡Bienvenidos, jóvenes! ¿Qué les puedo ofrecer?

Shadow no perdió el tiempo.

—¿Se puede probar?

La nutria parpadeó, algo confundida.

—Lo siento, joven, solo vendemos los granos. No tenemos café preparado para degustación.

Shadow reformuló su pregunta con paciencia.

—Me refiero a… ¿puedo probar los granos?

La nutria lo miró fijamente, como si intentara entender si hablaba en serio o si le estaba jugando una broma. Yo solté una risa y me incliné un poco hacia ella.

—Él se los come directamente —expliqué en voz baja.

La señora frunció el ceño un segundo, luego se encogió de hombros y tomó un grano de una de las bolsas.

—Bueno, supongo que no hay daño en intentarlo… Este es un café de altura, cultivado en las montañas del sur. Tiene notas de cacao y frutos secos.

Shadow tomó el grano entre sus dedos, lo inspeccionó con ojo crítico y lo metió en su boca, masticando con calma. Sus orejas se movieron apenas mientras procesaba el sabor.

—Hm. Es bueno. Me llevo una bolsa grande.

La vendedora sonrió, encantada con la rapidez de su decisión.

—¡Déjame mostrarte otro! Este viene de la región costera, tiene un toque más ácido, con matices de frutos rojos.

Sacó otro grano y se lo ofreció. Shadow lo tomó sin dudar, masticó y asintió.

—Siento… frambuesa, un poco de cereza… También me lo llevo.

La otra nutria, que hasta ahora solo nos observaba, se acercaba con curiosidad.

—Joven, si realmente le gusta probar los granos, tengo algo especial para usted.

Sacó una pequeña bolsa de un estante superior y le entregó un grano más oscuro y rugoso que los anteriores.

—Este es café añejado. Se deja en barricas de madera por meses para absorber los aromas. Es más fuerte, con un regusto ahumado.

Shadow lo tomó y lo masticó con el mismo interés meticuloso. Un segundo después, su pupila se dilató levemente.

—Hm. Sabe a… madera, un poco de caramelo quemado… Me llevo dos bolsas grandes.

Yo lo miré, divertida.

—Shadow, ¿estás comprando café o abasteciéndote para el apocalipsis?

Él me lanzó una mirada serena.

—No hay tal cosa como "demasiado café".

La vendedora rió con alegría.

—¡Eso es un verdadero amante del café! ¡Déjame mostrarte uno más!

Y así, Shadow siguió probando grano tras grano, mientras las nutrias le describían con entusiasmo las notas de sabor, los métodos de cultivo y las técnicas de tostado. Sus orejas se movían con cada explicación, su cola agitándose sutilmente cada vez que encontraba un grano de su agrado. Se veía feliz, realmente feliz.

Yo lo observaba con una sonrisa, disfrutando la escena. Shadow, el guerrero implacable, el comandante de Neo G.U.N., el tipo que podía derribar un robot gigante con un solo Chaos Spear… estaba aquí, degustando granos de café como si fuera un crítico gourmet.

Para cuando me di cuenta, ya había comprado diez bolsas grandes.

—Shadow… —murmuré, mirando la pila de café en el mostrador.

Él tomó una de las bolsas con expresión satisfecha y me miró de reojo.

—Es un suministro necesario.

Las nutrias rieron, encantadas con su mejor cliente del día. Yo suspiré, pero no pude evitar sonreír.

Las señoras estaban tan agradecidas con Shadow que, con una gran sonrisa, le regalaron un saco clásico de café de tela resistente para que pudiera llevar todas sus diez bolsas de granos con más comodidad. Shadow tomó el saco sin protestar, ajustándolo con facilidad sobre su hombro, mientras las vendedoras le deseaban que disfrutara su compra y que regresara pronto.

Seguimos explorando los puestos con calma. Me detuve en algunos para comprar un par de vestidos nuevos, accesorios hechos a mano, una hermosa pintura al óleo, un imán para la refrigeradora y algunos recuerdos para mis amigos. Mi tote bag estaba cada vez más llena, y justo cuando pensaba que ya había comprado suficiente, sentí cómo Shadow me guiaba suavemente hacia un pequeño puesto apartado.

El lugar tenía un aire nostálgico: cajas de discos de vinilo y CDs viejos estaban apiladas en estanterías de madera desgastada, y un tocadiscos antiguo giraba lentamente en una esquina, reproduciendo una melodía jazz suave con un ligero crujido.

Observé a Shadow con curiosidad mientras él deslizaba sus dedos con delicadeza entre los vinilos de una caja, hojeándolos con rapidez pero con precisión, deteniéndose solo cuando alguna portada llamaba su atención. De repente, vi cómo levantaba un disco de gran tamaño con ambas manos y lo observaba fijamente.

—Recuerdo este… —murmuró en voz baja, como si hablara consigo mismo.

Lo colocó con cuidado sobre la mesa y continuó explorando los discos, sacando otro de vez en cuando y añadiéndolo a la pequeña pila que comenzaba a formarse junto a él.

Tomé un vinilo al azar de otra caja y observé la portada: mostraba el rostro de un artista humano del pasado, con un estilo que gritaba otra época.

—¿Te gusta esta música? —le pregunté con curiosidad.

Shadow asintió levemente sin dejar de buscar entre los discos.

—Solían escuchar esto en el ARK —dijo con una voz baja, casi melancólica—. Aún no puedo creer que haya discos intactos después de todo este tiempo.

Me quedé en silencio por un momento, imaginando aquella estación espacial, con su ambiente frío y futurista, pero lleno de ecos de una música de otra era.

—Solo necesitas un reproductor —comenté con una sonrisa—. Ahora venden versiones más compactas.

Shadow me miró con interés, deteniendo su búsqueda por un momento.

—¿En serio?

Asentí.

—Sí, lo retro está de moda. Hay tocadiscos modernos que funcionan con Bluetooth y todo.

Shadow me dedicó una leve sonrisa antes de volver a revisar los discos con renovado entusiasmo.

Mientras él seguía explorando la colección de vinilos, yo dirigí mi atención a una caja cercana llena de CDs. Revisé los títulos con curiosidad, encontrando álbumes de pop clásico y rock viejo, algunos de nombres que apenas recordaba y otros que nunca había escuchado.

Eventualmente me acerqué un poco más a Shadow, observándolo mientras elegía con cuidado los discos que quería llevarse. Había algo fascinante en la forma en que se tomaba su tiempo, pasando los dedos con precisión sobre cada portada, como si cada una le trajera un recuerdo distante.

Sonreí y tomé uno de los discos que había apartado. Era viejo, con la portada ligeramente desgastada, pero se notaba que había sido bien cuidado.

—Cuando consigas un tocadiscos, podríamos escucharlos juntos —comenté en un tono ligero, pero con una intención sincera.

Shadow alzó la mirada hacia mí, sorprendido por la propuesta. Luego, su expresión se suavizó, y una pequeña sonrisa—de esas sutiles, pero genuinas—cruzó su rostro.

—Me gustaría eso —admitió con voz baja, pero firme.

Sentí una calidez expandirse en mi pecho al escucharlo. No era solo la idea de compartir música, sino de compartir momentos, de hacer de algo tan simple como escuchar un vinilo una experiencia compartida.

Shadow volvió a concentrarse en su selección, pero su postura era más relajada ahora. Me quedé a su lado, revisando algunos discos más, imaginando la escena: los dos en su departamento o en el mío, dejando que la aguja tocara el vinilo y llenara la habitación con sonidos de otro tiempo.

Definitivamente, iba a asegurarme de que consiguiera un tocadiscos pronto.

Shadow, con su nueva bolsa llena de vinilos en una mano y mi mano en la otra, caminaba a mi lado mientras recorríamos el mercado. El sol de la tarde pintaba todo con un tono dorado, y el bullicio de los vendedores y compradores se mezclaba con el aroma del café recién molido y la madera tallada.

Ya habíamos comprado todo lo que nos interesaba, o eso pensaba, hasta que algo captó mi atención. Un puesto exhibía hermosas hamacas hechas a mano, colgadas con gracia en una estructura de madera. Entre ellas, una hamaca columpio de un tono rosa suave destacaba bajo la luz.

—¡Oh! —exclamé emocionada, jalando a Shadow del brazo para llevarlo al puesto.

Shadow no opuso resistencia, pero su ceja se arqueó con leve curiosidad cuando me acerqué a la silla colgante, pasando mis dedos por la tela firme pero suave. Era preciosa, con un diseño trenzado elegante y una estructura resistente.

—¿No se vería genial en mi porche? —pregunté, girando hacia él con una sonrisa entusiasta.

Shadow cruzó los brazos y ladeó ligeramente la cabeza.

—¿No es demasiado grande? —murmuró, inspeccionando la estructura con la mirada crítica de alguien que ya estaba calculando la logística del transporte—. ¿Crees que quepa en el maletero?

Puse las manos en mis caderas y solté una risa confiada.

—Va a caber —afirmé con seguridad—. Yo quiero esto.

Sin más dudas, busqué con la mirada a una de las vendedoras y le indiqué que me llevaría la hamaca columpio. Tras pagar, la tomé con ambas manos y la levanté sobre mi cabeza, equilibrándola con facilidad.

—¿En serio vas a cargarla así? —preguntó Shadow, con una expresión que oscilaba entre la incredulidad y la diversión.

—¿Qué? No pesa tanto —dije con una sonrisa juguetona, balanceándola un poco sobre mi cabeza—. Además, me queda bien, ¿no?

Shadow negó con la cabeza y soltó un suspiro, pero pude notar la curva sutil de una sonrisa en sus labios mientras comenzábamos a caminar de regreso al estacionamiento.

El trayecto fue tranquilo, con la brisa fresca de la tarde acariciando mi rostro y el murmullo del mercado desvaneciéndose a medida que nos alejábamos. Al llegar al estacionamiento techado, Shadow abrió el maletero de mi MINI Cooper y ambos nos quedamos mirando el espacio disponible.

—Será complicado —comentó, analizando todas nuestras compras: su bolsa de vinilos, la bolsa llena de sus bolsas de café, mi tote bag con mis compras y, por supuesto, la hamaca columpio.

—Se puede —afirmé con determinación, ya visualizando cómo acomodarlo todo.

Tras unos minutos de ajustes, terminamos colocando las bolsas en los asientos traseros, dejando el columpio en el maletero. Shadow cerró la cajuela con un leve empujón y yo me dirigí a pagar el estacionamiento.

Cuando regresé, me subí al auto y tomé el volante. Shadow ya estaba acomodado en el asiento del copiloto, con una postura relajada pero atenta. Lo miré de reojo antes de encender el auto.

—¿Te divertiste? —pregunté con una sonrisa mientras ajustaba los espejos antes de encender el motor.

Shadow me miró, su expresión neutra como siempre, pero con un brillo sutil en su ojo que delataba su respuesta incluso antes de que hablara.

—Sí —respondió con calma.

Mi sonrisa se amplió.

—Eso me alegra mucho.

Shadow desvió la mirada hacia la ventana, observando las luces del pueblo que comenzaban a encenderse a medida que el sol descendía. Hubo un breve silencio antes de que hablara de nuevo, con un tono más relajado de lo habitual.

—Hoy disfruté más mi tiempo —admitió—. No me sentí tan alerta como en el resort.

Lo miré de reojo mientras tomaba la carretera de regreso a la posada.

—Lo noté —respondí con suavidad—. Te veías más tranquilo.

Shadow asintió levemente, cruzando los brazos sobre su pecho.

—La gente todavía nos mira, pero… ya no con sospecha. Es más curiosidad que otra cosa.

Sabía a qué se refería. En el resort, nos vigilaban todo el tiempo, las miradas de los guardias de seguridad siempre sobre nosotros. Pero ahora era diferente.

—Ahora nos miran por puro chisme —dije con una pequeña risa—. Internet hizo su trabajo.

Shadow bufó, sin molestia, pero tampoco con entusiasmo.

—Es molesto.

—Sí, pero al menos no están tramando nada en nuestra contra —señalé—. No hay un mercado negro operando en las sombras, solo gente curiosa queriendo ver si el "gran drama" es real.

Shadow se quedó en silencio, meditando mis palabras.

—Supongo que prefiero eso —murmuró finalmente.

Lancé una rápida mirada en su dirección. Su postura relajada lo decía todo: por primera vez en días, no estaba bajo presión. No tenía que vigilar cada rincón, cada sombra. La gente aquí podía mirarnos con morbo, pero no con intenciones ocultas.

Encendí el motor y seguimos nuestro camino de regreso a la posada, con la sensación de que el día había sido perfecto.

 

Chapter 25: El Árbol Milenario

Notes:

Este es el capitulo final de la primera temporada de esta telenovela. Muchas gracias a todos por sus comentarios y apoyo. Volveré despues de un tiempo, con la siguiente temporada lista.

Detalle a mencionar este capitulo tiene Smut, pero lo estoy comentando de antemano.

Nuevamente gracias por todo. ¡Nos vemos!

Chapter Text

Estaba sentada en nuestra habitación de la posada, mi espalda apoyada contra una almohada mullida, disfrutando de la calidez del momento. Entre mis piernas, Shadow descansaba con la cabeza sobre mis muslos, completamente relajado. No estaba dormido, pero tenía el ojo entrecerrado, disfrutando del contacto de mis dedos deslizándose lentamente por su pelaje.

Mis uñas rascaban suavemente detrás de sus orejas, y sentía cómo su cuerpo reaccionaba con leves movimientos de placer. A veces, su oreja izquierda se agitaba apenas y su cola daba un pequeño golpe contra la cama, delatándolo. De vez en cuando, su mano descansaba sobre mi pierna, acariciándome en gestos pausados y distraídos.

En mi otra mano, sostenía el celular, revisando la ruta hacia el Árbol Milenario, un sitio que siempre había querido visitar. Según la página del parque, estaba más adentrado en la montaña y la caminata era larga, con varias secciones de escalada. También mencionaban la posibilidad de acampar y alquilar equipo si no llevábamos el nuestro.

Fruncí ligeramente el ceño. El viaje tomaría muchas horas. Era viernes por la noche y el domingo ya tendríamos que regresar a casa. Si queríamos aprovechar el tiempo, tendríamos que salir temprano.

Mi primer pensamiento fue usar Chaos Control, pero de inmediato lo descarté. Shadow aún estaba regenerando su ojo derecho, y aunque no lo decía en voz alta, sabía que su cuerpo estaba gastando energía en el proceso. No quería que forzara su poder más de lo necesario.

Bajé la mirada hacia él. Su rostro estaba sereno, pero su ojo rojo me observaba con atención, brillando con una intensidad tranquila. Parecía estar completamente a gusto, disfrutando mis caricias sin ninguna prisa.

Con delicadeza, deslicé mi mano desde su púas hasta el parche que cubría su ojo derecho, acariciando con la yema de los dedos el pelaje alrededor.

—Aún me sorprende que puedas regenerar un ojo entero —murmuré, trazando suavemente el contorno del vendaje.

Shadow no apartó la mirada de mí, pero su mano en mi pierna se movió apenas, recorriéndola con una caricia distraída.

—Tampoco es como si lo hiciera todos los días —respondió con su tono bajo y tranquilo.

Sonreí levemente y volví a su cabeza, enredando mis dedos entre sus púas con un toque más juguetón.

—Bueno, todos estos años te has herido lo suficiente como para perfeccionar la técnica, ¿no es así?

Shadow exhaló un sonido entre una risa y un suspiro, sin molestarse en negarlo.

—Hmph. Supongo.

Seguí acariciándolo mientras volvía a centrarme en el celular.

—Mañana quiero llevarte a un lugar —dije después de unos segundos.

—¿Adónde? —preguntó sin moverse.

—Al Árbol Milenario. Es un árbol enorme que ha estado en pie por siglos. Dicen que su tronco es tan ancho que harían falta al menos veinte Mobians tomados de la mano para rodearlo.

Shadow cerró el ojo por un momento, pensativo.

—Lo habías mencionado ¿Qué tiene de especial?

—No lo sé... simplemente siempre he querido verlo en persona. Además, el camino es hermoso, hay que escalar un poco y podemos acampar allí.

—¿Quieres acampar?

Asentí con la cabeza.

—Sí. Dicen que de noche puedes ver todo el cielo estrellado sin nada que lo opaque. Suena divertido, ¿no crees?

Shadow no respondió enseguida, pero su mano en mi pierna se deslizó un poco más arriba, acariciándome con un gesto lento y meditabundo.

—Podríamos usar Chaos Control y ahorrarnos la caminata —dijo finalmente.

—No —respondí de inmediato, bajando mi mano otra vez a su cabeza, esta vez masajeando pelaje con más insistencia. —Estás regenerando un ojo, Shadow. No quiero que gastes energía en algo que podemos hacer por nuestra cuenta.

Shadow abrió el ojo, mirándome con una expresión neutra, pero con ese brillo en su mirada que me decía que estaba analizando cada palabra.

—No es para tanto, Rose.

—Lo es para mí.

Nos miramos por un momento antes de que él soltara un leve suspiro y se acomodara mejor contra mis piernas, inclinando la cabeza de manera que mi mano se hundiera más en su pelaje.

—Hmph... está bien. Caminaremos.

Sonreí, satisfecha, y volví a concentrarme en la pantalla. Shadow se movió otra vez, su rostro quedando más apoyado en mi muslo. Su brazo se deslizó lentamente sobre mi cintura, sujetándome con pereza, como si quisiera acurrucarse más pero sin admitirlo.

—Tienes suerte de que me guste estar así contigo —murmuró, su voz amortiguada contra la tela de mi pijama.

Reí con ternura y dejé un beso en la punta de una de sus orejas.

—Lo sé.

Empecé a hacer planes en mi cabeza, organizando horarios, rutas y paradas mientras mis dedos seguían deslizándose por la cabeza de Shadow.

—Tendremos que irnos a las 5 a.m. —murmuré, aún concentrada en mi celular—. ¿Crees que podrás despertarte?

—Yo siempre estoy a tiempo —respondió con su tono seguro de siempre.

Mi mirada se desvió hacia él, arqueando una ceja con escepticismo.

—¿Cómo haces para nunca llegar tarde, si tienes el sueño tan pesado?

Shadow cerró el ojo con tranquilidad, como si la pregunta le pareciera obvia.

—Si tengo algún pendiente, mi cuerpo se despierta a la hora correspondiente.

Fruncí ligeramente los labios y apoyé el celular sobre mi pecho, mirándolo con más curiosidad.

—¿Y si no tienes un pendiente?

—Entonces simplemente caigo profundo —respondió sin inmutarse.

No añadió nada más. Solo se acomodó mejor entre mis piernas, encajando su cabeza contra mis muslos con una confianza que me hizo sonreír.

Solté un leve suspiro, sin dejar de acariciarlo.

—Debí suponerlo.

El ritmo pausado de su respiración y el calor de su cuerpo contra mis manos hicieron que mis párpados se sintieran más pesados de lo normal. La noche estaba en calma, con solo el sonido ocasional del viento colándose por la ventana entreabierta.

Me quedé así un rato más, observándolo en silencio, deslizando mis dedos suavemente por su pelaje. Shadow se veía completamente relajado, respirando de manera profunda y pausada.

Un leve cosquilleo recorrió mis piernas cuando noté que el peso de su cabeza empezaba a entumecerme. Moví una mano con cuidado, deslizándola por su hombro.

—Shadow... —murmuré en voz baja, intentando llamarlo sin romper la tranquilidad del momento.

Él no abrió los ojos, pero gruñó levemente, como si estuviera en ese punto entre el sueño y la vigilia. Con movimientos suaves, intenté deslizarme fuera de su alcance. Al sentir la ausencia de apoyo, Shadow frunció ligeramente el ceño, pero no protestó cuando mi mano pasó por su espalda en un intento de acomodarlo mejor sobre la almohada.

Me incorporé con lentitud, estirando las piernas entumecidas antes de levantarme de la cama. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando mis pies tocaron el suelo frío.

Con un suspiro, caminé hacia mi propia cama y me acomodé entre las sábanas. Me giré hacia la mesita de noche y, con un movimiento pausado, apagué la lámpara, sumiendo la habitación en una suave penumbra.

Apenas mi cabeza tocó la almohada, el cansancio terminó por arrastrarme, y en cuestión de minutos, me sumí en un sueño profundo.

La mañana siguiente sentí un leve movimiento a mi lado.

—Rose...

Escuché una voz llamarme, pero estaba demasiado adormilada para reaccionar de inmediato.

—Rose, despierta.

La voz sonó más clara esta vez, acompañada de un ligero toque en mi hombro.

—Rose, ya es hora. Despierta.

Abrí los ojos lentamente, sintiendo la pesadez del sueño aún en mi cuerpo. Me apoyé en un brazo y me froté los ojos mientras soltaba un bostezo.

—¿Shadow...? —murmuré con la voz aún somnolienta, tratando de enfocarme en la figura frente a mí.

—Son las 4 a.m. Tenemos que alistarnos para el viaje —respondió con su tono firme y tranquilo.

Me enderecé en la cama, estirando los brazos con un suspiro mientras mi cuerpo intentaba despertarse por completo. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, miré a Shadow. Estaba de pie junto a la cama, completamente despierto y listo para empezar el día, como si no hubiera dormido solo unas pocas horas.

—Hay que ducharnos —dijo con naturalidad.

Apenas procesé sus palabras y respondí con voz ronca:

—Ve tú primero...

Shadow asintió sin discutir y salió de la habitación.

Me quedé sentada en el borde de la cama, apoyando los codos en mis piernas y dejando caer la cabeza entre mis manos. Gaia... ¿por qué decidí que las 5 a.m. era buena hora para empezar este viaje?

Sintiendo la pesadez del sueño aún sobre mí, volví a hundirme en la cama sin pensarlo dos veces. Me cobijé de nuevo, disfrutando del calor de las sábanas. Cinco minutos más... Solo cinco minutos...

No sé cuánto tiempo pasó, pero sentí una mano firme sobre mi hombro.

—Rose, despierta.

Solté un sonido ininteligible, un murmullo perezoso que apenas fue un intento de respuesta.

—Hmmm...

—¿No te levantas usualmente a esta hora para ir al trabajo? —preguntó Shadow, su voz sonaba tranquila, pero tenía un matiz de incredulidad.

Aún medio dormida, enterré un poco más la cara en la almohada y musité con voz adormilada:

—Es sábado... y el cuerpo lo sabe...

Apenas terminé de hablar cuando sentí las manos de Shadow sujetarme firmemente por el torso. En un solo movimiento, me jaló, obligándome a salir de la cama.

—Vamos —dijo con calma, pero sin darme opción a protestar.

—¡Agh, Shadow! —Me retorcí débilmente en su agarre, demasiado dormida para oponer resistencia real.

Él solo exhaló un ligero suspiro, sosteniéndome con facilidad. Definitivamente no iba a dejar que me durmiera otra vez.

El cielo aún estaba teñido de tonos oscuros, con los últimos vestigios de la noche aferrándose al horizonte. A lo lejos, un resplandor tenue comenzaba a anunciar la llegada del amanecer, tiñendo las nubes con pinceladas de azul y violeta. La carretera se extendía frente a nosotros, bordeada por árboles altos y frondosos, cuyas siluetas se mecían suavemente con la brisa matutina.

Bostecé mientras conducía, sintiendo aún el letargo del sueño a pesar de la ducha fría. A mi lado, Shadow me observó desde el asiento del copiloto, con su expresión neutral, pero su ojo analizándome con atención.

—¿Quieres que conduzca para que puedas dormir más? —preguntó con su tono habitual, sereno pero directo.

Negué con la cabeza de inmediato.

—Te falta un ojo, Shadow. No puedes conducir así.

Él exhaló suavemente, como si mi comentario le pareciera innecesario.

—Veo perfectamente bien.

—Igual —insistí, manteniendo la vista en la carretera—. Yo me encargo.

Shadow se acomodó en su asiento, cruzando los brazos.

—El parque donde está el Árbol Milenario está muy lejos.¿No estarás conduciendo por mucho tiempo?

Sonreí un poco, con aire confiado.

—Ya planeé todas las paradas. Primero desayunaremos en una panadería, luego almorzaremos en un restaurante cerca del parque. Después alquilaremos el equipo, subiremos la montaña y pasaremos la noche acampando bajo las estrellas.

Shadow ladeó un poco la cabeza.

—Tienes todo el día planeado.

—Mañana tenemos que volver a casa. Tengo que asegurarme de que todo salga bien.

Shadow desvió la mirada hacia la ventana, observando el paisaje pasar.

—Solo espero que nada suceda... como siempre.

Rodé los ojos con una sonrisa de lado.

—Si algo llega a suceder, resuélvelo en cinco minutos.

Hubo un segundo de silencio antes de que Shadow soltara una risa baja, profunda y genuina.

—Haré lo posible.

Sonriendo con confianza, extendí una mano y encendí la radio, buscando mi estación favorita. Quería algo que me mantuviera despierta, algo animado. Después de unos segundos de estática, una canción pop pegajosa llenó el auto con su ritmo enérgico y contagioso.

Moví la cabeza al compás de la música y empecé a cantar suavemente, disfrutando del cambio de ambiente. De reojo, noté cómo Shadow mantenía su expresión neutral, pero algo en su postura cambió sutilmente. Sus dedos, aún cruzados sobre sus brazos, comenzaron a moverse al ritmo de la melodía.

Mi sonrisa se ensanchó cuando lo vi murmurar la letra casi sin darse cuenta. No hice ningún comentario al respecto, solo seguí cantando, dejando que el momento transcurriera de forma natural.

Nuestra primera parada fue un pequeño pueblo antiguo, donde el tiempo parecía haberse detenido. Algunos edificios aún se mantenían en pie, con fachadas de madera y piedra bien conservadas, mientras que otros eran poco más que ruinas cubiertas de vegetación. Aun así, el lugar tenía vida. Había gente en las calles, pequeñas tiendas abiertas y un aire tranquilo que contrastaba con las estructuras desgastadas por el tiempo.

Estacioné en el pequeño aparcamiento de una panadería con un letrero de madera envejecido pero aún legible. El aroma a pan recién horneado flotaba en el aire incluso antes de que cruzáramos la puerta. Al entrar, nos envolvió el calor acogedor del local, con estantes llenos de panes, pasteles y repostería variada.

Nos acercamos al mostrador, donde una mobian tejón con delantal nos recibió con una sonrisa cortés.

—Dos cafés, por favor —dije, aún sacudiéndome el sueño de encima.

Recorrí con la vista la vitrina llena de opciones, hasta que algo captó mi atención.

—Dos croissants de jamón y queso. También quiero una tarta de moras y un éclair de chocolate —pedí.

Pagamos y llevamos nuestra bandeja hasta una mesa junto a la ventana. Me acomodé en la silla, sosteniendo la taza de café caliente entre mis manos mientras observaba el pueblo a través del vidrio. Shadow, como siempre, se veía tranquilo, tomando su café con una calma absoluta.

El tiempo de comida era de veinte minutos, lo suficiente para disfrutar sin prisas, pero no tanto como para distraernos demasiado de nuestro itinerario. Mientras comíamos, sentí algunas miradas sobre nosotros. No era raro. Desde que nuestra relación se hizo pública, la gente nos reconocía con más facilidad.

Algunos susurraban entre ellos, otros simplemente nos observaban de reojo. Ya se estaba volviendo algo normal. Shadow, por supuesto, los ignoraba por completo, concentrado en su comida. Yo, por mi parte, hice lo mismo. Habíamos venido a disfrutar del viaje, no a preocuparnos por la opinión de los demás.

Le di un sorbo a mi café y me volteé a mirar por la ventana. Justo en ese momento, sentí la mano de Shadow rozar mi cabello, sus dedos deslizándose entre mis púas en un movimiento sutil, como si lo hiciera sin pensar demasiado en ello.

—Estás despeinada —murmuró con su tono tranquilo—. Tus púas están hacia arriba.

Sonreí con un poco de diversión, llevándome un bocado de mi tarta de moras antes de responder.

—No me peiné bien esta mañana y esto pasa.

Su mano no se detuvo. Continuó acariciando mis púas con movimientos lentos y constantes, alisándolas suavemente. Sus gestos eran relajados, casi distraídos, pero su toque tenía una calidez reconfortante.

—Te ves igual de linda.

Mis orejas se movieron ligeramente ante su comentario, y sin poder evitarlo, sonreí, bajando un poco la mirada hacia mi plato. Había algo en la manera en que lo dijo, tan simple y natural, que hizo que mi pecho se sintiera cálido.

Shadow se detuvo, una pequeña sonrisa apareció en sus labios antes de que simplemente tomara su croissant y le diera un mordisco, como si nada.

Después de horas de viaje, finalmente llegamos al parque. El paisaje que nos rodeaba era impresionante: montañas cubiertas de árboles frondosos, un cielo despejado con el sol brillando alto y un aire fresco que llenaba nuestros pulmones. Al estacionar en el área designada, lo primero que vimos fue una cabaña de madera con un letrero que decía "Centro de Información y Alquiler".

Bajamos del auto y nos dirigimos hacia la cabaña. Al entrar, el aroma a madera y tierra húmeda nos envolvió. Un mono de pelaje castaño, vestido con un chaleco con el logo del parque, nos recibió con una sonrisa.

—Bienvenidos al Parque del Árbol Milenario —nos saludó amablemente—. ¿Es su primera vez aquí?

Asentí con entusiasmo.

—Sí, hemos querido venir desde hace tiempo.

El mono sacó un mapa del parque y lo extendió sobre el mostrador, señalando el recorrido principal.

—El sendero que lleva al Árbol Milenario es una caminata de aproximadamente tres horas. Es de dificultad moderada, con algunas zonas empinadas, así que recomendamos calzado adecuado. En el camino encontrarán puntos de descanso y fuentes naturales de agua potable.

Shadow y yo observamos el mapa mientras él continuaba explicando.

—Si planean quedarse, hay una zona de campamento cerca del árbol. Ofrecemos alquiler de equipo: carpas, sacos de dormir, linternas, todo lo necesario para una estancia cómoda.

—Tomaremos el equipo de campamento —dije sin dudar.

Shadow solo asintió, dejándome manejar la parte logística. El empleado nos entregó un formulario para registrar nuestra estadía y luego nos llevó a una sección trasera de la cabaña, donde estaban organizadas las mochilas con el equipo. Escogimos una tienda de campaña resistente, sacos térmicos y una pequeña estufa portátil. Shadow, sin decir palabra, tomó la mochila más pesada con la naturalidad de quien lo hace por costumbre.

De regreso en el mostrador, el mono señaló otro punto en el mapa.

—Antes de comenzar la caminata, les recomiendo pasar por la Tienda de Senderistas —dijo, indicando una pequeña construcción de madera a un lado de la cabaña—. Ahí pueden comprar snacks, agua embotellada y repelente de insectos.

—Buena idea —murmuré, repasando mentalmente nuestra lista de provisiones.

—También —continuó el empleado—, si aún no han almorzado, el restaurante del parque está a unos metros. Sirven comida caliente y especialidades locales, como el estofado de hongos silvestres y la sopa de raíz dorada, los platillos más populares.

Intercambié una mirada con Shadow. El viaje había sido largo y, aunque habíamos comido en la panadería esa mañana, algo más sustancioso antes de la caminata no nos vendría mal.

—Podríamos almorzar primero y después pasar por la tienda —sugerí.

—No me opongo —respondió Shadow con su calma habitual.

El empleado asintió con una sonrisa.

—Cuando estén listos para la caminata, solo pasen por aquí para el registro final.

Guardé el mapa en mi mochila y, con todo listo, nos dirigimos primero al restaurante del parque.

Con nuestras mochilas bien ajustadas y el equipo de campamento asegurado, nos dirigimos hacia la entrada del sendero. Un enorme letrero de madera, con letras talladas y envejecidas por el tiempo, se alzaba frente a nosotros. "Árbol Milenario" se leía en su superficie, decorada con hojas talladas a los lados, como si la madera misma estuviera reclamando su lugar en la naturaleza.

Me giré hacia Shadow con una sonrisa expectante.

—¿Estás listo? —pregunté, moviendo ligeramente las orejas.

Él me miró con esa serenidad que siempre tenía en su rostro y respondió con simpleza:

—Sí.

Sin más, dimos el primer paso.

El sendero comenzaba con una suave pendiente, cubierto por una alfombra de hojas secas que crujían bajo nuestras botas con cada paso. La tierra oscura estaba húmeda, lo suficiente para que el aroma a bosque llenara el aire, pero sin llegar a dificultar el camino. A nuestro alrededor, árboles altos y antiguos se alzaban, sus troncos cubiertos de musgo y enredaderas, y sus copas formando un dosel espeso que filtraba la luz del sol en haces dorados.

La brisa matutina traía consigo el murmullo del bosque. Pájaros trinaban escondidos entre las ramas, pequeños insectos zumbaban cerca de las flores silvestres que crecían a los lados del sendero, y a lo lejos se escuchaba el rumor de un arroyo serpenteando entre las rocas.

El camino se volvía más angosto conforme avanzábamos, serpenteando entre raíces gruesas y elevaciones de piedra. De vez en cuando, la sombra de algún animal pequeño se deslizaba entre los arbustos, apenas visible antes de perderse en la maleza. Shadow, atento como siempre, giraba ligeramente una oreja cada vez que el bosque revelaba un nuevo sonido, pero mantenía su postura relajada.

Tras una media hora de caminata, la inclinación comenzó a hacerse más pronunciada. Ahora el sendero estaba flanqueado por raíces que sobresalían de la tierra como escalones torcidos, obligándonos a usar las manos en algunos tramos para impulsarnos hacia arriba.

Me detuve un momento para recuperar el aliento y miré a mi alrededor. Desde esta altura, el paisaje se abría ante nosotros: un mar verde de copas de árboles extendiéndose hasta donde la vista alcanzaba, interrumpido solo por la silueta de antiguas ruinas, cubiertas enredaderas y devoradas lentamente por la naturaleza.

—Es hermoso... —murmuré, sacando mi celular para capturar el momento.

Shadow se quedó a mi lado, observando en silencio. Su mirada escarlata recorrió el horizonte antes de regresar a mí.

—Sigamos.

Asentí y retomamos la marcha, con el sol ascendiendo lentamente sobre nosotros y la promesa del Árbol Milenario esperándonos en la cima.

Seguíamos avanzando por el sendero, con la luz del sol filtrándose entre las copas de los árboles y dibujando patrones dorados en la tierra húmeda. A nuestro alrededor, el bosque respiraba con el sonido del viento moviendo las hojas, el canto ocasional de algún ave y el crujido de la grava bajo nuestras botas.

—¿Esto no te recuerda aquella vez que nos perdimos en un bosque buscando una Esmeralda Chaos? —pregunté con un deje de diversión, ajustando la correa de mi mochila mientras esquivaba una raíz gruesa en el camino.

Shadow, que caminaba a mi lado con su paso firme y seguro, giró levemente la cabeza en mi dirección.

—En aquella época aún me llamabas Amy —agregué con una sonrisa nostálgica.

Shadow soltó un pequeño resoplido, entre frustrado y entretenido.

—Estuvimos toda la noche buscándola entre cada maldito árbol —respondió, su tono seco pero con un matiz de exasperación.

Me reí suavemente, recordando la escena con claridad.

—Sí, bueno, tal vez porque alguien insistió en que su "sentido de la dirección" era infalible.

Shadow entrecerró el ojoy me lanzó una mirada de advertencia, pero había algo en su expresión que delataba que también recordaba la noche con claridad.

—No estaba equivocado.

—Shadow, tardamos horas en encontrarla.

—Por factores fuera de mi control.

—Claro, claro... —Rodé los ojos con una sonrisa mientras seguíamos ascendiendo por la pendiente.

—Si el rastreador no se hubiera roto... —Shadow repitió, con un tono casi resignado—. Nos habría ahorrado muchas horas de caminata innecesaria.

Solté una risa breve.

—Fue mala suerte que ese badnik lo destruyera durante la pelea. —Sacudí la cabeza—. Pero bueno, al menos pudimos encontrar la esmeralda antes de que Eggman la reclamara.

Shadow bufó con una leve sonrisa, mirando hacia adelante.

—Sí, pero estuvimos deambulando como idiotas en la oscuridad por horas.

—No éramos idiotas, solo... estábamos desorientados.

—Lo mismo.

Rodé los ojos y le di un leve empujón en el brazo con el hombro. Shadow apenas se movió, pero me miró de reojo con una ceja arqueada.

—Al final fuiste tú quien la encontró —continué—. Yo ya estaba convencida de que tendríamos que acampar en ese bosque toda la semana.

—Nunca acampó sin necesidad.

Me reí y miré hacia arriba, notando cómo la luz del sol comenzaba a filtrarse con más intensidad entre las hojas de los árboles. La pendiente se hacía cada vez más pronunciada, y cada paso requería más esfuerzo.

—¿Sabes qué más recuerdo? —dije, dejando que la curiosidad en mi voz lo intrigara.

Shadow no respondió de inmediato, pero algo en su mirada me dijo que sabía a dónde iba. Su tono fue más serio de lo que esperaría.

—¿Qué recuerdas? —preguntó, manteniendo una postura estoica pero con un ligero dejo de incomodidad.

Sonreí y me adelanté un paso, saboreando el momento.

—Cuando buscamos la Esmeralda, tuvimos que cruzar un río rápido, ¿recuerdas? —pregunté con tono casual, fingiendo que no esperaba una reacción en particular.

Shadow mantuvo la vista al frente, con su típico aire indiferente, pero vi cómo su oreja derecha se movía levemente en mi dirección.

—El único puente era un tronco caído —continué, observándolo de reojo—. Yo iba cruzando primero, con mucho cuidado, paso a paso... mientras tú, detrás de mí, te desesperabas porque iba "muy lento".

Shadow exhaló por la nariz en un gesto casi imperceptible, como si ya supiera a dónde quería llegar.

—Y ahí fue cuando decidiste darme un "pequeño empujón".

Esta vez, su reacción fue más evidente. Su quijada se tensó apenas un instante, y su mirada, fija en el sendero, se tornó más severa.

—No fue un empujón —murmuró, sin mirarme, llevándose una mano a la nuca—. Solo te estaba... ayudando a moverte más rápido.

—¡Shadow, me empujaste al río! —exclamé, conteniendo una risa mientras extendía los brazos—. ¡La corriente me arrastró como si fuera una hoja!

Finalmente, Shadow giró la cabeza hacia mí, frunciendo el ceño.

—No era tan fuerte la corriente.

—¿No? ¡Casi me caigo por la cascada!

Shadow no dijo nada de inmediato. Su expresión era la de alguien que intentaba encontrar una excusa que no sonara completamente falsa.

—Sabía que no pasaría —murmuró después de una pausa.

Yo resoplé con incredulidad.

—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué te lanzaste detrás de mí como si tu vida dependiera de ello?

Lo vi apretar la mandíbula y desviar la mirada por un segundo, claramente incómodo con la dirección que estaba tomando la conversación.

—Porque... no podías salir sola —dijo al final, con un ligero encogimiento de hombros.

Lo miré fijamente.

—¿Y si no hubieras llegado a tiempo?

Shadow hizo una mueca y, por primera vez en toda la charla, pareció incómodo de verdad.

—No pasó.

—Pero pudo haber pasado.

El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier excusa que intentara dar.

—Shadow... —dije, esta vez en un tono más suave.

Su postura se mantuvo rígida mientras avanzábamos, pero su ceño ya no estaba fruncido con fastidio, sino con algo más cercano a... ¿remordimiento?

—No pensé que perderías el equilibrio tan fácil —admitió, cruzando los brazos.

Me reí, sin poder evitarlo.

—¡Estaba caminando sobre un tronco mojado! ¡Por supuesto que iba a perder el equilibrio si alguien me empuja!

Shadow soltó un resoplido, como si no pudiera rebatirlo, pero aún así se negaba a ceder del todo.

—No te dejé caer por la cascada —dijo al final, casi con terquedad.

—No, pero nos quedamos empapados el resto de la noche, perdidos en el bosque como si nada hubiera pasado —recordé, con una sonrisa burlona—. Debíamos parecer un par de tontos chorreando agua mientras buscábamos la Esmeralda.

Shadow entrecerró el ojo, pero su expresión ya no era de molestia, sino de resignación.

—Fue una mala estrategia —murmuró, como si al fin estuviera aceptando que, quizá, empujarme al agua no había sido su mejor decisión.

—Eso es lo más cercano a una disculpa que jamás voy a recibir, ¿verdad? —pregunté con una ceja arqueada.

Él solo me miró de reojo antes de exhalar un suspiro breve.

—...Lo siento.

Me detuve en seco, sorprendida.

Shadow siguió caminando un par de pasos antes de darse cuenta de que me había quedado atrás. Se giró con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—¿Acabas de disculparte de verdad? —pregunté, cruzándome de brazos con una sonrisa victoriosa.

Él me miró con sospecha, como si lamentara haberlo hecho.

—No voy a decirlo de nuevo.

Me eché a reír y me apresuré a alcanzarlo.

—No puedo creer que te sientas mal por eso ahora. En su momento no parecías ni un poquito arrepentido.

Shadow mantuvo la vista al frente.

—En su momento no... pensaba en esas cosas.

Algo en su tono hizo que bajara un poco la guardia.

Lo miré de reojo, notando la tensión sutil en sus hombros. Shadow no era alguien que cuestionara muchos sus acciones. Que lo hiciera ahora, aunque fuera un poco, decía más de lo que él mismo admitiría.

—Bueno —dije después de un momento, con una sonrisa suave— no morí. Y lo compensaste rescatándome.

Shadow hizo un leve sonido de asentimiento.

—No volvería a hacer algo asi... —añadió después.

Reí suavemente.

—Lo sé.

Seguimos caminando en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad del bosque. Los recuerdos de esa noche, de nuestras discusiones bajo la luz de la luna, de la forma en que habíamos aprendido a trabajar en equipo incluso cuando no estábamos de acuerdo... todo eso me hizo darme cuenta de cuánto habíamos cambiado.

—Antes me llamabas Amy —murmuré de repente, sintiendo una ligera nostalgia.

Shadow no respondió de inmediato. Sus orejas se movieron apenas, captando mi tono.

—Sí —dijo finalmente.

Bajé un poco la mirada al suelo.

—Y ahora solo me llamas Rose.

Le lancé una breve mirada de reojo, pero Shadow seguía con la vista al frente, su expresión tan inescrutable como siempre. Aun así, noté el sutil movimiento de sus orejas, atento a mis palabras.

—Sabes... —empecé, ajustando la correa de mi mochila mientras lo observaba con curiosidad— Nunca le puse mucha atención a eso.

Fruncí ligeramente el ceño, como si recién me diera cuenta de lo natural que se había vuelto para él llamarme de esa manera.

—¿Cuándo empezaste a hacerlo?

No me miró, pero sus orejas se movieron apenas.

—Después del San Valentín del año pasado.

Parpadeé, sorprendida. Llevé una mano a mi mentón, tratando de recordar con precisión.

—Es cierto... —murmuré, conectando las piezas en mi cabeza— Empezaste a llamarme así después del Festival de Unión.

Fruncí ligeramente el ceño, dándome cuenta de algo que nunca me había cuestionado antes. Shadow llevaba más de un año llamándome "Rose", y yo simplemente lo había aceptado sin pensarlo demasiado. En ese momento, me di cuenta de que, sin decirme nada, me había dado un apodo... uno solo suyo.

Levanté la mirada hacia él, sintiendo una cálida sensación instalarse en mi pecho. Una sonrisa traviesa curvó mis labios.

—Sos tan lindo...

Esta vez, Shadow reaccionó. Fue apenas un instante, un cambio sutil en su expresión, como si mis palabras lo hubieran tomado por sorpresa. Su mirada siguió fija al frente, pero vi cómo su mandíbula se tensó levemente.

No me resistí a tentarlo un poco más.

—Tal vez debería darte un apodo también.

Shadow dejó escapar un exhalo breve, una mezcla entre resignación y advertencia.

—No lo harás.

Sonreí con más diversión, cruzando los brazos tras mi espalda mientras lo alcanzaba con pasos ligeros.

—Oh, ¿y por qué no? Yo creo que sería justo.

Él no respondió de inmediato, pero su silencio era igual de expresivo. Como si estuviera dándome la oportunidad de dejar el tema por mi cuenta.

Obviamente, no iba a hacerlo.

—Veamos... ¿Qué tal "Shads"? —propuse con una sonrisa.

Shadow no se inmutó.

—No.

Me reí suavemente.

—¿Shady?

Él se detuvo.

Yo también frené de golpe, girándome hacia él con una sonrisa mal disimulada. Su expresión era impasible, pero su ojo estaba entrecerrado apenas, evaluándome con una calma peligrosa.

—No —repitió, su voz más baja, con un matiz de advertencia.

Contuve la risa, fingiendo pensarlo.

—Está bien... ¿Qué tal "mi viejito"?

Shadow exhaló con un dejo de paciencia agotada y retomó el paso sin responder. Lo seguí, divertida, aún sintiendo esa calidez instalada en mi pecho.

El viento agitó suavemente las hojas a nuestro alrededor mientras el sonido de nuestros pasos se mezclaba con la tranquilidad del bosque.

Y justo antes de que la conversación se disipara, dejé escapar en un murmullo:

—Aun así... me gusta cuando me llamas Rose.

Shadow no respondió de inmediato, pero vi cómo sus hombros se relajaban apenas. Sin apartar la vista del camino, sus labios se curvaron en una leve sonrisa, apenas perceptible... pero real.

No dije nada más. No lo necesitaba. Seguimos avanzando, dejando que el bosque nos envolviera en su serenidad, mientras mis pensamientos aún revoloteaban en torno a una simple, pero dulce certeza.

Rose es solo suyo.

Después de horas de caminar, finalmente llegamos.

Ante nosotros, imponente y colosal, se alzaba el Árbol Milenario. No era solo un árbol; era una obra maestra de la naturaleza, un gigante que desafiaba el cielo y la lógica. Su tronco, tan ancho como una ciudad entera, se extendía con una textura rugosa y antigua, cubierta de enredaderas que parecían respirar con la brisa. La corteza tenía tonos oscuros y plateados, con surcos tan profundos que parecían contener historias grabadas en su superficie.

Miré hacia arriba, sintiendo un vértigo extraño al intentar ver su copa. Era imposible distinguir dónde terminaban sus ramas, pues se entrelazaban en un laberinto de madera y hojas que se extendían como un firmamento propio. Algunas ramas eran tan gruesas como puentes, otras parecían flotar en el aire, sosteniendo plataformas naturales donde la vida florecía en todas sus formas. Había musgo resplandeciente trepando por sus raíces expuestas, hongos lumínicos creciendo en su base, y en sus grietas, pequeñas criaturas se deslizaban con una paz ancestral.

El aire aquí era diferente, más denso, cargado de una energía antigua. Un leve resplandor dorado se filtraba entre las hojas, danzando con las partículas de polvo en el aire. El sonido del bosque se volvía un eco suave, como si el árbol mismo respirara y nos diera la bienvenida a su reino.

—Esto es... increíble —murmuré, sintiendo cómo mi voz se perdía en la inmensidad de su presencia.

No era solo un árbol. Era un testigo de siglos, un guardián de historias olvidadas, un coloso que había visto el paso del tiempo sin inmutarse. Y ahora, aquí estábamos, diminutos ante su grandeza.

Puse la mochila en el suelo y empecé a rebuscar entre sus compartimentos hasta encontrar el trípode. Lo saqué con cuidado y lo extendí, buscando el ángulo perfecto para capturar la inmensidad del Árbol Milenario detrás de nosotros. Una vez que lo coloqué en el lugar adecuado, aseguré mi celular en la montura y me alejé un poco para evaluar la toma.

—Sí, esto servirá —murmuré para mí misma antes de girarme hacia Shadow.

Sin darle tiempo a reaccionar, lo tomé del brazo y lo jalé suavemente hasta colocarlo en la posición perfecta. Él dejó escapar un suspiro, pero no opuso resistencia mientras lo acomodaba con precisión.

—Quédate justo ahí —dije con una sonrisa, volviendo rápidamente hacia mi celular.

Ajusté el encuadre, asegurándome de que tanto nosotros como el majestuoso árbol entráramos en la toma. Shadow me observaba en silencio, con los brazos cruzados, probablemente preguntándose cuánto más iba a tardar con mi perfeccionismo.

Cuando todo estuvo listo, activé el temporizador y presioné el botón.

—¡Bien, rápido! —exclamé mientras salía corriendo de vuelta hacia él.

Pero mis pies no calcularon bien el terreno.

Sentí cómo mi bota enganchaba una raíz saliente y, antes de poder reaccionar, perdí el equilibrio. Todo pasó en un segundo: un leve grito, el impacto contra algo sólido y, luego, el mundo girando. Shadow apenas tuvo tiempo de extender los brazos para sujetarme, pero mi impulso nos llevó directo al suelo.

Por un instante, todo quedó en silencio. Luego, no pude contener la risa.

El sonido escapó de mis labios sin control, un torrente de carcajadas incontrolables mientras yacía sobre él. Shadow parpadeó, sorprendido al principio, pero pronto lo sentí relajarse bajo mí.

—Eres increíble... —murmuró, y luego dejó escapar una risa baja, sincera.

Mi risa se intensificó al escucharlo. Era raro verlo reír así, con auténtica diversión, y verlo disfrutar del momento solo lo hacía más especial.

—No puedo creer que hiciera todo este esfuerzo... ¡y aún así lo arruiné! —logré decir entre carcajadas.

Shadow negó con la cabeza, todavía con una sonrisa en su rostro.

—Al menos la foto debio capturar este desastre...

Mis ojos se abrieron de golpe.

—¡La foto!

Me giré hacia el celular justo a tiempo para ver la luz parpadear. Seguramente había capturado el momento exacto en el que caíamos juntos, con mis brazos rodeando su cuello y su expresión de sorpresa mezclada con diversión.

Definitivamente, esta sería una foto para recordar.

El suelo cubierto de hojas nos sostenía con suavidad mientras nos quedábamos allí, bajo la imponente sombra del Árbol Milenario. Sus raíces gigantescas se extendían a nuestro alrededor como brazos antiguos y protectores, y las ramas colosales se alzaban tan alto que parecían tocar el cielo. El viento soplaba entre el follaje, creando un murmullo constante, casi como un susurro de la naturaleza. El canto de los pájaros resonaba a la distancia, armonizando con la brisa.

Estábamos solos. Verdaderamente solos. Sin miradas curiosas, sin interrupciones. Solo él y yo.

Mis manos descansaban sobre sus hombros, sintiendo la firmeza de su cuerpo bajo mis dedos. Sus manos se mantenían en mi cintura, con esa mezcla de seguridad y contención que siempre tenía conmigo. El calor de su piel se filtraba a través de la ropa, como un recordatorio silencioso de su presencia.

Mis ojos se perdieron en los suyos. Su ojo carmesí brillaba incluso en la penumbra creada por el árbol, atrapándome en su intensidad. Había algo en su mirada que siempre lograba detener el tiempo, algo que me hacía sentir completamente vista, completamente presente.

—Gracias por haberme acompañado hasta aquí —murmuré, mi voz apenas un aliento entre nosotros.

Shadow no apartó la vista. Su agarre en mi cintura se afianzó con un toque sutil.

—Fue un placer —respondió con ese tono grave y calmado que tanto me gustaba— Me gusta pasar tiempo contigo.

Sentí cómo una sonrisa se dibujaba en mis labios, cálida y genuina.

—A mí también...

No lo pensé demasiado. Simplemente incliné el rostro hacia él, mis párpados descendiendo instintivamente antes de que mis labios encontraran los suyos.

El beso fue suave al inicio, casi como un roce delicado, una caricia hecha de aliento y deseo contenido. Pero en cuestión de segundos, la intensidad creció, como siempre ocurría con nosotros. Con Shadow, todo era así: una chispa que prendía un fuego incontrolable.

Sus manos me aferraron con más firmeza, atrayéndome más cerca hasta que no quedó espacio entre nosotros. Nuestros cuerpos reaccionaban el uno al otro con naturalidad, con una sincronía imposible de describir con palabras. Era más que contacto, más que deseo.

Era una conexión indescriptible.

La caminata hasta la zona de descanso fue tranquila, acompañada solo por el murmullo del viento entre las hojas y el suave crujir de la hierba bajo nuestros pasos. El lugar estaba completamente vacío, algo que agradecí en silencio. Después de todo, habíamos venido aquí para estar juntos, sin distracciones.

Nos detuvimos en un claro con suelo firme y nivelado, lo suficientemente cerca del Árbol Milenario como para seguir sintiendo su imponente presencia, pero con espacio suficiente para instalar el campamento.

—Aquí servirá —murmuró Shadow, escaneando la zona con su mirada analítica.

Me agaché para abrir la mochila y sacar lo necesario, sabiendo que Shadow haría lo mismo sin necesidad de hablarlo. Había acampado varias veces con mis amigos, ya fuera por diversión o por misiones, y sabía que Shadow también tenía experiencia en ello. Trabajar juntos para montar el campamento no debería ser un problema.

Shadow desplegó la tienda de campaña con movimientos eficientes, mientras yo sacaba las estacas y cuerdas para asegurarla. Sin necesidad de pedir ayuda, me pasó una de las esquinas para que la sostuviera mientras él fijaba la estructura.

—¿Siempre tienes que hacer todo tan rápido? —bromeé, al ver que ya había asegurado la mitad de la tienda antes de que yo terminara con una sola cuerda.

Shadow exhaló una leve risa nasal.

—Es cuestión de práctica, Rose.

Rodé los ojos con diversión y continué asegurando las cuerdas, mientras él se encargaba de la lona extra para protegernos del viento. En menos de lo que esperaba, todo estaba listo.

—Listo —dije, poniéndome las manos en la cadera y observando nuestro trabajo.

Shadow asintió con satisfacción y, sin decir mucho más, se dirigió a encender una pequeña fogata en el centro del claro. Me acerqué con los sacos de dormir y los coloqué dentro de la tienda, asegurándome de que todo estuviera cómodo.

Por un momento, me detuve y lo observé. La forma en que sus manos habilidosas encendían el fuego, la expresión concentrada en su rostro, la forma en que la luz de las llamas reflejaba en su pelaje oscuro...

Una calidez familiar se instaló en mi pecho.

Me gustaba esto.

Me gustaba la tranquilidad, la facilidad con la que trabajábamos juntos, la simpleza de estar con él sin necesidad de palabras innecesarias.

Cuando terminó, Shadow se giró hacia mí y se encontró con mi mirada.

—¿Qué pasa?

Sonreí suavemente y me encogí de hombros.

—Nada. Solo... me gusta hacer esto contigo.

Shadow parpadeó, sorprendido por mi sinceridad repentina, pero luego su expresión se relajó y una leve sonrisa—apenas perceptible—curvó sus labios.

—A mí también, Rose.

El cielo estaba pintado de tonos naranjas y violetas cuando levanté la vista. Pronto, la noche cubriría todo con su manto estrellado. El sonido del fuego crepitando me devolvió la atención a Shadow, que terminaba de encender la fogata con movimientos precisos. La luz rojiza danzaba sobre su rostro, resaltando las líneas definidas de su expresión concentrada.

Podríamos asar malvaviscos, calentar salchichas o simplemente disfrutar del calor de la fogata, pero otra idea me cruzó la mente. Algo mejor.

Me metí en la tienda de campaña y, sin pensarlo mucho, llamé:

—Shadow, ven.

Él giró la cabeza en mi dirección, arqueando una ceja con desconfianza.

—¿Para qué?

Sonreí de lado.

—Solo ven.

Hubo una pausa en la que me sostuvo la mirada, evaluando mis intenciones. Luego, con la misma elegancia tranquila de siempre, se puso de pie y caminó hacia la tienda. La sombra de su figura bloqueó la luz del exterior cuando entró, agachándose levemente para no rozar el techo con sus orejas.

Aproveché el momento para subir el cierre de la entrada con un movimiento rápido. Un sonido sutil de tela deslizándose nos envolvió en el pequeño espacio, aislándonos del mundo exterior.

Shadow se sentó sobre la bolsa de dormir, su postura relajada pero expectante. Sus brazos descansaban sobre sus rodillas y su ojo escarlata me observaba con una mezcla de curiosidad y sospecha.

—¿Qué planeas?

Me acomodé junto a él, lo suficientemente cerca como para que el calor de su cuerpo se sintiera a través de la ropa. Coloqué mis manos en sus hombros, sintiendo la tensión bajo mis dedos, la solidez de sus músculos.

—Estamos solos —susurré, mirándolo con una sonrisa coqueta.

Shadow ladeó ligeramente la cabeza, su expresión apenas cambiando.

—Así es.

—No hay nadie a metros de distancia —continué, presionando un poco más mis manos sobre sus hombros, como si quisiera atraer su atención por completo—. Tampoco hay recepción telefónica.

Shadow alzó una ceja, su ojo escarlata brillando con astucia.

—Eso es peligroso.

—Nada ni nadie nos va a interrumpir esta vez —dije en un tono más bajo, casi como una promesa—. Podemos hacer lo que queramos.

Él sostuvo mi mirada, su cuerpo aún relajado, pero con esa intensidad característica brillando en su expresión.

—¿Y qué quieres hacer?

Mi sonrisa se curvó con picardía mientras me acercaba apenas un poco más, dejando que su propio instinto llenara los espacios entre nosotros.

—Lo que habíamos acordado esa mañana de mi cumpleaños —murmuré, dejando que la insinuación flotara en el aire entre nosotros.

Por un instante, Shadow se quedó en silencio. Luego, una leve sombra de sorpresa cruzó su rostro antes de ser reemplazada por algo más difícil de descifrar. Su oreja derecha se movió apenas, y, finalmente, una sonrisa ladeada apareció en sus labios.

Había entendido perfectamente.

—Hn... —exhaló con diversión, su mirada volviéndose más intensa mientras inclinaba ligeramente la cabeza hacia mí—. Ya veo.

Sus palabras eran simples, pero el significado en ellas me envió un leve escalofrío de anticipación.

Se inclinó hacia mí, y nuestras bocas se encontraron en un beso lento, profundo.

Al principio, fue un roce suave, como la caricia de una pluma. Pero cuando mis manos descendieron por sus hombros, cuando mis dedos se aferraron a su espalda y me acerqué aún más, sentí su reacción inmediata.

Su agarre en mi cintura se volvió firme, casi posesivo. Un sonido bajo y grave vibró en su garganta antes de que respondiera con un beso más profundo, más demandante.

Era como si el aire se hubiera vuelto más denso, más caliente dentro de la tienda. Cada roce de sus labios contra los míos enviaba escalofríos por mi piel. Su mano subió lentamente por mi espalda, explorando con una paciencia tortuosa, antes de hundirse en la base de mi cuello.

Cuando nos separamos apenas, con la respiración entrecortada, lo miré a los ojos. Su pupila estaba dilatada, su pecho subía y bajaba con un ritmo irregular.

—Vas a hacer que pierda el control—murmuró, su voz ronca.

Sonreí contra sus labios.

—Esa es la idea.

El aire dentro de la tienda se sentía cada vez más denso, como si el calor de nuestros cuerpos desplazara cualquier vestigio de frescura nocturna. Shadow puso sus manos en mi cintura, y con un movimiento firme me empujó hacia atrás.

Un leve jadeo escapó de mis labios cuando mi espalda tocó la bolsa de dormir. La tela acolchonada cedió bajo mi peso, y antes de que pudiera siquiera reaccionar, Shadow estaba sobre mí, apoyándose en sus antebrazos para no aplastarme, pero lo suficientemente cerca como para que su presencia me envolviera por completo.

Su mirada ardía con una intensidad que me robó el aliento. Había algo en la forma en que me observaba—como si estuviera tratando de memorizar cada expresión, cada detalle—que hizo que mi pecho se apretara.

Se inclinó lentamente, dejando un beso firme en mis labios, tan profundo que hizo que todo a mi alrededor se desvaneciera. Su respiración era cálida contra mi piel cuando se apartó apenas, solo para volver a besarme con más hambre, con más desesperación contenida.

Mis manos viajaron hasta su espalda, aferrándose a él como un ancla. Cada roce, cada caricia, hacía que mi piel ardiera.

Entonces, sus labios dejaron los míos y comenzaron a trazar un camino lento pero seguro por mi mejilla, depositando besos ligeros, casi reverentes. Mi respiración se aceleró cuando descendió hasta la línea de mi mandíbula, dejando un roce cálido y húmedo con cada beso.

Mis dedos se entrelazaron en el pelaje de su nuca cuando llegó a mi cuello.

El primer beso fue suave, apenas un susurro contra mi pelaje. Pero luego, su boca se abrió un poco más, y la sensación de sus dientes rozándome me hizo estremecer.

—Shadow... —mi voz salió en un susurro ahogado.

Él no se detuvo. Mordió con más firmeza esta vez, lo suficiente para dejar una sensación punzante que se mezcló con el calor de sus labios cuando los presionó de nuevo sobre mi cuello.

Cerré los ojos, sintiendo cómo cada mordisco enviaba un escalofrío a través de mi cuerpo. Sus manos se deslizaron por mis costados, explorando con una lentitud exasperante, como si estuviera disfrutando cada reacción que sacaba de mí.

—Me gustas tanto, Shadow... —las palabras escaparon antes de que pudiera detenerlas.

Lo sentí tensarse contra mí. Sus labios se detuvieron por un instante sobre mi cuello, como si mis palabras hubieran encendido algo en él.

Y entonces, perdió el control.

Sentí el filo de sus colmillos hundirse en la piel sensible de mi cuello, arrancándome un sonido que no pude contener. Una mezcla de sorpresa y placer recorrió mi cuerpo como una corriente eléctrica, haciéndome arquear levemente la espalda contra él.

El calor se intensificó cuando pasó su lengua sobre la marca, un gesto lento, casi reverente, que dejó mi piel ardiendo. El aliento de Shadow era pesado contra mi cuello, y cuando habló, su voz sonó más grave, más densa, como si estuviera conteniéndose con dificultad.

—Hueles delicioso... demasiado delicioso.

Su mano subió hasta mi nuca, sujetándome con firmeza, y antes de que pudiera siquiera procesar su intensidad, inclinó mi cabeza y atrapó mis labios en un beso arrollador.

Su lengua se deslizó entre mis labios, reclamando, explorando, jugando con la mía en un baile desesperado que me hizo perder el aliento. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente; mis dedos se aferraron a su espalda, rascando la tela de su chaqueta mientras me dejaba llevar por la sensación de su boca devorando la mía.

Su otra mano se deslizó bajo mi blusa, moviéndose lentamente sobre mi pelaje. Cada roce de sus dedos me hacía estremecer, desde mi estómago hasta mis costillas, ascendiendo con deliberación tortuosa hasta mi pecho. Cuando finalmente me tocó con más firmeza, un jadeo se ahogó entre nuestros labios.

De repente, Shadow se separó apenas, sus labios rozando los míos, su respiración entrecortada.

—Quiero sentirte directamente —murmuró, con ese tono bajo y grave que hacía que mi pelaje se erizara.

Antes de que pudiera responder, se deshizo de su chaqueta y luego de sus guantes con un movimiento rápido, lanzándolos a una esquina de la tienda. Su mirada ardía cuando volvió a mí, su peso contra mi cuerpo, atrapándome bajo su calor, bajó su intensidad.

Sus labios capturaron los míos de nuevo, más desesperados esta vez, más hambrientos. Sus manos buscaron los bordes de mi blusa, deslizándola hacia arriba lentamente, exponiendo mi pecho a su tacto.

Lo sentí moverse sobre mí, su cuerpo firme y cálido mientras sus manos recorrían mi espalda con determinación. Sus dedos tanteaban el broche de mi brasier, buscando liberarlo. Su respiración era pesada contra mi cuello, y por un momento pensé que lo lograría sin problemas.

Pero entonces, su agarre se volvió torpe. Un tirón. Luego otro.

—¿Cómo se quita esto?! —gruñó entre dientes, con evidente frustración.

Abrí los ojos y lo miré, tratando de contener la risa. Su expresión estaba completamente concentrada, pero la leve arruga en su ceño y el tic en su mandíbula delataban su impaciencia. Estaba perdiendo una batalla contra un simple broche.

No pude evitarlo. Una risa se escapó de mis labios, suave al inicio, pero pronto se convirtió en una carcajada divertida.

Shadow levantó la mirada, su ojo rojo brillando con una mezcla de confusión y molestia.

—¿De qué te ríes? —preguntó, su orgullo visiblemente herido.

Sacudí la cabeza, aún riendo, y deslicé mis manos por sus brazos en un gesto tranquilizador.

—Nada, nada... —dije entre risas, pero al ver su mirada cada vez más irritada, añadí con un tono juguetón— Solo que... ¿quieres que te ayude?

Shadow frunció el ceño aún más.

—No —gruñó, su orgullo herido en cada letra— Yo puedo.

Mordí mi labio para no reír más fuerte, pero la situación era demasiado divertida. Cerré los ojos un instante, tratando de recuperar la compostura.

—Lo que tú digas... —murmuré, dejándolo seguir en su misión imposible mientras me deleitaba con la expresión de absoluta determinación en su rostro.

Sentí sus manos firmes aferrarse a mis costillas, guiándome con facilidad hasta quedar sentada sobre la bolsa de dormir. Su cuerpo permaneció pegado al mío, cálido, fuerte, y antes de que pudiera preguntarle qué hacía, su cabeza se apoyó en mi hombro.

—Así tengo mejor visibilidad... —murmuró con seriedad, aún concentrado en su obstinada tarea.

No pude evitar sonreír.

Lo rodeé con mis brazos, atrayéndolo más hacia mí, y dejé que mi cabeza descansara sobre su hombro. Desde esa posición, podía sentir cada pequeña respiración que salía de su pecho, su calor envolviéndome de una manera reconfortante.

Pero aún así, seguía forcejeando con el broche.

—Tsk... ¿Por qué está diseñado de esta manera? —gruñó, claramente exasperado.

Mordí mi labio para no soltar otra carcajada. Lo que había empezado como un momento de intensa pasión, ahora se sentía como una comedia improvisada dentro de una tienda de campaña.

—No es tan difícil, Shadow… —susurré con diversión.

—Debería solo romperlo y listo… —su frustración era evidente, pero también había una terquedad adorable en su tono.

Suspiré con una sonrisa y deslicé una mano hasta su nuca, acariciándola con suavidad.

—¿Quieres que te dé una pista? —pregunté en un murmullo.

—No. Ya casi lo tengo —insistió, con esa testarudez que tanto lo caracterizaba.

Apoyé mi frente contra su cuello y cerré los ojos, disfrutando del momento. 

—¡Listo! —exclamó Shadow con evidente satisfacción.

Sentí el ligero tirón de la tela cuando finalmente el broche se soltó. No pude evitar soltar una risa suave.

—Bien hecho —le dije, con diversión en mi tono.

Pero cuando lo miré, su expresión ya no era la misma. Shadow se había separado un poco de mí, su cuerpo aún pegado al mío, pero su rostro reflejaba algo más… frustración.

—Arruiné el momento, ¿no? —murmuró, llevándose una mano al rostro.

Negué con la cabeza de inmediato y tomé su muñeca con suavidad, apartando su mano de su rostro para que me mirara.

—Shadow… está bien —le aseguré, acariciando el dorso de su mano con mis dedos—. Es la primera vez para ambos. Ninguno sabe exactamente qué está haciendo.

Pero él desvió la mirada, su mandíbula apretada en frustración.

—Investigé bastante sobre esto… —confesó en voz baja—. Quería hacerlo bien… no quería decepcionarte.

Mi corazón se encogió un poco al escucharlo.

Me acerqué más, deslizando mis manos por sus brazos hasta llegar a su rostro. Tomé su mentón con delicadeza, obligándolo a mirarme.

—No me has decepcionado.

Él me observó en silencio, como si intentara leer si realmente lo decía en serio.

—Aún podemos seguir… —susurré, con una sonrisa suave.

Me incliné hacia él y dejé un beso en su mejilla, luego en la comisura de sus labios.

—Quiero seguir. Contigo.

Shadow exhaló lentamente, como si con ese suspiro se deshiciera de todas sus inseguridades. Su ojo se suavizó y, en un movimiento lento pero seguro, volvió a acercarse, rozando sus labios con los míos.

Sus manos, que antes habían temblado levemente por la frustración, volvieron a posarse en mi cintura con una firmeza renovada. Sus labios, primero suaves contra los míos, se tornaron más demandantes, devorando mi boca con una mezcla de deseo y algo más profundo, algo que aún no podía describir del todo.

El calor entre nosotros volvió a crecer, como si nunca se hubiera interrumpido. Sentí sus dedos deslizarse por mi espalda desnuda, recorriendo mi cuerpo con una mezcla de curiosidad y necesidad. Un escalofrío recorrió mi columna cuando sus manos finalmente tomaron confianza y me atrajeron más contra él.

—Eres increíble… —murmuró contra mis labios antes de besarme de nuevo.

Su aliento era cálido, su cuerpo una barrera firme contra la frescura de la noche que se filtraba tenuemente en la tienda. Me dejé caer lentamente sobre la bolsa de dormir, con Shadow siguiéndome en el movimiento, sin dejar de besarme. Su peso sobre mí era algo que aún estaba aprendiendo a procesar, una sensación nueva pero nada incómoda.

Sentí sus labios deslizarse de nuevo por mi mandíbula hasta mi cuello, allí donde antes me había mordido. Su lengua pasó sobre la marca con una lentitud tortuosa antes de dejar un nuevo beso. Luego otro, y otro más.

—Shadow… —su nombre escapó de mis labios en un suspiro, mientras sus manos se deslizaban por mis pechos.

Él no respondió con palabras, pero lo sentí sonreír contra mi piel, su aliento cálido enviando un escalofrío a través de mi cuerpo. Había algo en la manera en que se movía, en cómo su boca se deslizaba lentamente, explorando con una mezcla de suavidad y urgencia, como si cada roce fuera una promesa silenciosa.

Sus labios dejaron un rastro de calor mientras descendían poco a poco, pausándose lo justo para hacerme contener la respiración. Su boca rozó sobre mi pecho, alternando entre besos y pequeñas mordidas que enviaban un cosquilleo punzante por mi piel.

Mi corazón latía con fuerza cuando sus labios continuaron su descenso, dejando un camino de besos sobre mi estómago, cada uno más profundo que el anterior. Sus manos, seguras y firmes, recorrían mi cintura con una caricia lenta, como si estuviera memorizando cada detalle de mi cuerpo.

Y entonces, con una calma deliberada, sus dedos encontraron el borde de mi short. Mi respiración se aceleró al sentir el ligero tirón de la tela, mi mente debatiéndose entre la anticipación y la timidez.

Me miró por un segundo, su ojo oscuro buscaban en los míos algún rastro de duda. No la había. Asentí con la cabeza, con la emoción palpitante de lo que vendría después.

El aire dentro de la tienda se volvió más denso cuando sentí el tirón suave de mis shorts deslizándose por mis piernas. Shadow los apartó con cuidado, dejándolos a un lado, y de pronto, solo la fina tela de mi ropa interior me separaba de estar completamente desnuda frente a él.

Tragué saliva, mi pecho subía y bajaba con rapidez, mientras la frescura del ambiente se mezclaba con el calor de su cuerpo. Shadow se detuvo unos segundos, como si dudara de su siguiente movimiento. Lo vi morderse ligeramente el labio inferior, sus dedos temblaban apenas al acercarse.

Su mano bajó con torpeza, y sentí sus dedos acariciar mi intimidad sobre la tela. La presión era ligera, tímida, como si no supiera cuánta fuerza aplicar. Me llevé una mano a la boca por reflejo, ahogando el gemido que escapó al sentirlo tocarme así por segunda vez.

La tela empezó a humedecerse bajo sus caricias. Lo noté, y por su mirada fija, sé que él también lo notó.

—¿Puedo? —preguntó con voz baja, su ojo brillando con deseo contenido.

Solo pude asentir, mi garganta demasiado cerrada para hablar.

Sus dedos se posaron en los bordes de mi ropa interior. Los jaló con lentitud, como si me diera tiempo para cambiar de opinión. La tela descendió por mis piernas hasta quedar completamente fuera de mi cuerpo. La dejó a un costado, y por primera vez, quedé completamente desnuda ante él. 

El calor subió a mis mejillas. Me llevé ambas manos al rostro, sin poder evitarlo. El pudor me abrazó de golpe, aunque también había algo excitante en saberme tan expuesta, tan vulnerable… y al mismo tiempo, tan segura con él.

Sentí sus manos acercarse de nuevo, esta vez sin barreras. El roce de sus dedos contra mi centro desnudo fue tan suave que apenas lo sentí al inicio. Luego, con un poco más de valentía, sus dedos delinearon los contornos de mi entrada, tanteando con una mezcla de cuidado y deseo.

—Hueles delicioso… —murmuró, su voz ronca y reverente— Necesito saber cómo sabes.

Antes de que pudiera siquiera procesar esas palabras, sentí su aliento cálido acercarse a mi intimidad.

Y entonces, su lengua me tocó.

Un jadeo se escapó de mis labios, ahogado por mis propios dedos, que aún cubrían parte de mi rostro. Su lengua se deslizó se deslizó con lentitud, de abajo hacia arriba, en un movimiento firme, cálido, e increíblemente húmedo. La sensación hizo que mi espalda se arqueara de forma instintiva, y un gemido suave se me escapó de la garganta.

—Ah… Shadow… —gemí, incapaz de contener el sonido.

Me estaba lamiendo directamente, sin dudar, sin contenerse. Me había mirado. Me había tocado. Y ahora… ahora me estaba saboreando.

—Deliciosa —murmuró contra mí, su voz baja, casi reverente— Tu sabor es tan delicioso… ¿Qué es esto? ¿Cómo puedes saber tan bien?

Había asombro en su tono—una fascinación genuina, como si yo fuera algo que nunca había imaginado que pudiera existir. Entonces su ritmo cambió. Comenzó a lamerme con más intensidad, con hambre en cada movimiento. Como si necesitara más de mí. Como si quisiera beberse cada parte que pudiera ofrecerle.

Mis piernas temblaban bajo el peso de las sensaciones, el placer creciendo en oleadas que apenas podía soportar. Cada movimiento de su boca era una descarga eléctrica que recorría mi cuerpo, encendiendo partes de mí que no sabía que podían despertar de ese modo. Shadow, con su lengua, su aliento, su presencia, estaba arrancándome gemidos que ni siquiera sabía que podía hacer.

Era torpe, sí. Pero también cuidadoso. Y cada vez que notaba que algo me hacía reaccionar, lo repetía, buscando complacerme, aprenderme, como si mi cuerpo fuera su único objetivo esta noche.

Pero no quería quedarme quieta. No quería ser solo una espectadora de todo lo que él me hacía sentir. Cada caricia, cada suspiro que escapaba de mis labios, era una expresión de lo mucho que me entregaba a él. Pero también quería corresponder. Quería tocarlo, hacerlo estremecer como él me hacía a mí. Quería verlo perder el control por mi culpa.

Respiré hondo, tratando de calmar el temblor en mis manos.

—Shadow… —murmuré, la voz apenas un hilo entrecortado por la emoción.

Él levantó la cabeza ligeramente, su mirada intensa fijándose en mí. Sus labios estaban húmedos, aún brillando por su propia saliva. Su respiración era pesada, expectante.

—Quiero intentarlo también —confesé, sintiendo mis mejillas arder con una mezcla de pudor y deseo.

Shadow no respondió de inmediato. Me observó en silencio, como si evaluara si lo decía en serio. Luego se apartó un poco, dándome espacio, sin romper nuestra conexión.

Me incorporé con lentitud, sentándome sobre la bolsa de dormir. Mi respiración seguía desordenada. Sin querer, mis ojos bajaron hacia su entrepierna, y cuando vi su estado… sentí cómo todo mi rostro se encendía.

Me llevé una mano a los labios, intentando controlar mis pensamientos.

—Es… demasiado grande —susurré, sin darme cuenta de que lo había dicho en voz alta.

Shadow notó mi mirada. Con un gesto rápido, intentó cubrirse con la mano, como si pudiera aliviar la tensión evidente en su cuerpo.

—¿Acaso eso es un problema?—Preguntó inseguro, sus orejas cayendo ligeramente al decirlo.

—No, para nada. —Balbucee nerviosa, sacudiendo mis manos en negación —Lo siento, aún me estoy acostumbrando a todo esto.

—Yo también… —Murmuró Shadow, sin mirarme directamente— He investigado bastante… pero aplicarlo en la vida real… es complicado.

—Lo es... — Dije, sintiendo el rubor en mis mejillas. 

Entonces cerré los ojos, tragué saliva y respiré profundo, reuniendo el valor suficiente.

—Acuéstate —le pedí suavemente, mirándolo directamente a su ojo, que brillaba con nerviosismo y anticipación.

Él asintió obediente, y se recostó sobre la bolsa de dormir, su cuerpo extendido ante mí, envuelto por la penumbra cálida de la tienda. La luz tenue delineaba su silueta con una suavidad casi irreal.

Reuniendo cada gota de valor, me acomodé sobre su cuerpo, mi respiración agitada y el corazón latiéndome con fuerza. Mi rostro quedó justo sobre su entrepierna, mi trasero sobre su rostro y apenas me coloqué así, sentí cómo su cuerpo se tensaba debajo de mí. Sus manos subieron lentamente hasta mis caderas, aferrándose con firmeza, temblorosas, como si necesitara asegurarse de que esto era real. Sus garras se hundieron apenas en mi piel, provocándome un escalofrío que recorrió toda mi espalda.

Mis ojos se posaron en su intimidad. Su miembro estaba completamente expuesto, firme, y un pequeño destello húmedo brillaba en la punta. Me incliné un poco más, apoyando un codo sobre su muslo para darme estabilidad, mientras con la otra mano lo tomaba con cuidado. Al tocarlo, sentí su cuerpo reaccionar al instante. Un sonido bajo y contenido escapó de su garganta.

Empecé a mover mi mano lentamente, torpe al principio, de arriba a abajo, atenta a cada reacción. Cada leve jadeo, cada respiración entrecortada, me guiaba. Era como un lenguaje silencioso entre nosotros, y yo aprendía con cada gesto.

Respiré profundo, armándome de decisión, y acerqué mi boca. Apreté suavemente los labios alrededor de la punta, sorprendida por el sabor salado con un toque dulce. Fui descendiendo lentamente, tanto como mi garganta me lo permitió, y luego volví a subir, dejando un rastro húmedo que provocó un gemido más profundo de su parte.

De pronto, sentí cómo se movía debajo de mí, sus brazos rodeándome con fuerza. Me guió con cuidado, bajándome sobre él, y antes de que pudiera decir algo, mi trasero quedó asentado sobre su rostro. 

—Shadow… —susurré, pero él no esperó.

Su lengua me encontró de nuevo, cálida, decidida, rozando mi centro con una precisión que me hizo gemir con fuerza. El contacto era tan directo, tan intenso, que arqueé la espalda sin poder evitarlo.

El aire dentro de la tienda parecía vibrar con cada movimiento. El mundo allá afuera, lleno de grillos y criaturas nocturnas, se desvanecía frente al sonido húmedo de nuestras bocas, frente a la forma en que él me lamía sin descanso, y yo lo tomaba entre mis labios con una mezcla de torpeza y deseo.

Mientras subía y bajaba la cabeza, no podía evitar notar cómo las pequeñas protuberancias en la base temblaban cada vez que mi boca apenas las rozaban. Curiosa, llevo mis dedos hacia ellas, acariciándolas con delicadeza, sintiendo lo suaves y tensas que eran. Shadow dejó escapar un gemido profundo, que se interrumpió de golpe, como si hubiera apretado los labios para no dejarlo salir.

Lo noté de inmediato: su voz sonó distinta, más tensa, más áspera. Así que moví mis dedos y empecé a acariciarlas aún más, apretándolas con suavidad entre mis dedos, explorando su reacción. Pero justo al hacerlo, sentí una ligera nalgada en mi trasero.

—No hagas eso —dijo Shadow, con la voz entrecortada, jadeante... y visiblemente molesto.

—¿Por qué no? —pregunté con picardía, sabiendo bien qué estaba provocando.

—Solo… no lo hagas —repitió él, con un tono firme que contrastaba con su respiración agitada.

Me reí por lo bajo, divertida. Decidí hacerle caso… al menos por ahora. Así que en cambio comencé a mover mi cabeza con más seguridad, subiendo y bajando con ritmo. Cada vez un poco más profundo. Cada vez más húmedo. Cada vez con más intención.

Escuché sus jadeos intensificarse. Su voz, ronca, murmuró mi nombre entre suspiros.

—Rose… algo… está… pasando…

Pero yo no me detuve. Seguí, sintiendo cómo su cuerpo temblaba debajo de mí. Shadow había abandonado completamente su tarea en lamerme y en cambio, me apretaba con fuerza, gimiendo con su voz grave y profunda, haciéndome sonreír de satisfacción.

Sabía lo que se avecinaba. Después de leer tantas novelas eróticas, reconocía cada señal. Shadow iba a soltarse por completo. Iba a dejar caer ese control férreo que siempre lo define, y yo… yo estaba más que lista para verlo arder.

Empecé a mover la cabeza más rápido, más decidida, dejando un rastro de saliva sobre todo su miembro, impulsada por sus gemidos, por el temblor en sus muslos, por cómo su voz empezaba a sonar más grave, más rota.

—R-Rose… —jadeó, con la voz tan tensa y vulnerable que me hizo estremecer.

Ese tono, esa forma en que decía mi nombre… era como si no pudiera contenerse más. Como si estuviera a punto de caer, de romperse, y yo tuviera todo el poder de decidir cuándo. Sentí cómo su cuerpo temblaba bajo mis manos, cómo sus garras se hundían en mi piel, luchando por no rendirse del todo. Pero era inútil.

Shadow estaba cayendo. Y yo lo estaba llevando al borde.

—Rose! ¡Maldita sea! ROSE! —Shadow rugió con fuerza, el sonido retumbando entre las paredes de la tienda de campaña

Sus manos se aferraron con fuerza a mis caderas, sus garras clavándose en mi cuerpo, rasgando mi carne. Su espalda se arqueó, y sus caderas empujaron hacia arriba con fuerza, llevando su miembro hasta lo más profundo de mi garganta justo cuando liberó todo dentro de mí.

Sentí el calor, el peso de sus fluidos llenándome la boca. El sabor era intenso, una mezcla extraña y abrumadora. Tragué lo que pude, pero pronto mi garganta no pudo más. Me aparté con dificultad, tosiendo, intentando recuperar el aliento. Un poco del líquido se escapó, manchando mi mejilla y la tela de la bolsa de dormir.

Me llevé una mano a la boca, respirando con dificultad, aún aturdida. A lo lejos, escuchaba la respiración errática de Shadow tratando de calmarse.

Lo sentí moverse debajo de mí. Su voz sonó preocupada.

—¿Estás bien, Rose?

Se deslizó un poco hacia atrás, dándome espacio mientras yo me movía para quedar de rodillas sobre la bolsa de dormir. Él se acercó de inmediato, apoyando una mano cálida y firme en mi espalda.

—Rose… lo siento, no quería…

Negué con la cabeza, aún sin hablar, respirando hondo para tranquilizarme. Acaricié su brazo con suavidad y logré mirarlo a su ojo.

—Estoy bien —susurré con una sonrisa débil— Solo… fue muy rápido.

Su mirada se suavizó al escucharme. Sentí sus dedos acariciar mi espalda en un gesto reconfortante. El momento podía haber sido torpe, sí, pero también era honesto

Shadow se movió en silencio, apartándose de mí solo lo necesario para buscar algo entre el equipaje. Su respiración aún era agitada, y su pelaje se veía erizado bajo la luz tenue. Lo observé mientras revolvía con rapidez una de las mochilas, hasta que encontró un pequeño pañuelo de tela.

Regresó a mi lado y, sin decir nada, lo llevó con suavidad hasta mi rostro. Sentí la tela tibia presionarse contra mi mejilla, limpiando el líquido que había quedado allí. Luego pasó el pañuelo por mis labios, con tanto cuidado que me hizo sonreír.

—Eso fue… demasiado fluido —bromeé, intentando aligerar la tensión.

Lo vi apartar la mirada por un segundo. Su expresión era seria, como si estuviera procesando todo lo que acababa de pasar. Pero no podía ocultar el leve rubor que se extendía por sus mejillas. Apretó un poco más el pañuelo en su mano antes de volver a pasarlo por la comisura de mis labios.

—No suelo… explorarme a mí mismo —murmuró, sin levantar la vista.

—Lo noté —respondí con una risa suave, aunque el leve dolor en mi quijada me hizo llevarme la mano al rostro— Auch…

Deslicé las manos hasta mis caderas, palpando suavemente la piel. Aún sentía el ardor donde sus garras se habían aferrado con fuerza. Pequeños rasguños… nada grave, pero sí lo suficientemente marcados como para recordarme lo intensa que había sido su entrega. 

Él se quedó en silencio, observándome con esa mirada suya que siempre parecía ir más allá de lo evidente. Como si buscara entender no solo lo que decía, sino lo que sentía. Había algo tierno en su seriedad, algo vulnerable que pocas veces me mostraba.

Y entonces, con voz grave pero honesta, preguntó:

—¿Te gustó?

Lo miré, sorprendida por la pregunta. No era una pregunta con orgullo ni con deseo de confirmación. Era duda genuina. Inseguridad. Una necesidad sincera de saber si me había hecho sentir bien.

Mi sonrisa se suavizó, y asentí despacio.

—Mucho —respondí— Fue… un poco torpe, un poco salvaje. Pero me encantó.

Vi cómo su cuerpo se relajaba, como si mis palabras hubieran aliviado algo dentro de él. Aún tenía el pañuelo en la mano, pero lo dejó caer suavemente a un lado, sin apartar la mirada de mí.

—Quiero hacerlo mejor —dijo en voz baja— Quiero... aprender, contigo.

Me acerqué y lo rodeé con los brazos, dejando que mi frente descansara contra su pecho. Sentí su calor, su respiración irregular aún recuperándose, y su corazón latiendo con fuerza.

—Yo también... —susurré.

Shadow me abrazó de vuelta, con esa fuerza que sabía contener perfectamente cuando se trataba de mí. Una de sus manos se posó en mi espalda, firme y reconfortante, mientras la otra se hundía entre mi cabello, acariciándolo con lentitud, como si disfrutara simplemente de tenerme cerca.

Nos quedamos así unos momentos. Solo respirando. Sintiendo el calor del otro. No hacía falta decir nada. Era uno de esos silencios que llenaban el alma.

Pero entonces, mi mirada bajó. Me separé apenas, lo suficiente para ver hacia su entrepierna. Aún había una ligera marca, el rastro brillante de mi saliva sobre su pelaje. La curiosidad me ganó por un segundo. Llevé la mano con suavidad hacia él, acariciándolo con la yema de los dedos, más como una caricia exploratoria que con verdadera intención de provocarlo. 

Pero antes de que pudiera hacer algo más, él tomó mi muñeca con firmeza, sin brusquedad, y la levantó, alejándola de su cuerpo.

—No me provoques más —dijo con una media sonrisa, esa mezcla entre picardía y advertencia que solo él sabía conjugar— ¿Acaso quieres terminar en celo la próxima primavera?

Su tono me hizo reír. Esa forma suya de bromear en serio, de decir cosas que suenan peligrosas pero llenas de cariño.

—Ahora hay medicamento para eso —respondí con una sonrisa desafiante, encogiéndome de hombros— No me preocupa.

Shadow alzó una ceja, claramente no impresionado por mi ligereza. Su mirada se estrechó apenas, como si quisiera analizar si hablaba en serio o solo estaba jugando.

—¿No habría efectos secundarios? —preguntó con voz medida.

No era un reproche, pero noté el leve cambio en su expresión. Una sombra de duda cruzó su rostro, como si no le hiciera gracia pensar en algo que pudiera afectarme, aunque fuera mínimamente.

Apoyé mis manos en sus hombros y lo miré de frente, con una sonrisa traviesa que buscaba aliviar su seriedad.

—Pareces muy preocupado… a pesar de que fuiste tú quien dijo que ibas a ponerme en celo y encerrarme por tres días.

Eso lo hizo reaccionar de inmediato.

Shadow desvió la mirada como si quisiera escapar de la conversación, sus orejas se movieron hacia atrás y cruzó los brazos con torpeza, una mezcla adorable entre fastidio y vergüenza.

—Te dije que no te lo tomaras en serio —murmuró, arrastrando un poco la voz—. Solo lo dije porque nuestra pelea falsa parecía más una confesión de amor que otra cosa. Solté la primera cosa extraña que se me ocurrió.

Algo en sus palabras me hizo alzar una ceja.

—¿Recordaste? ¿O sea… lo habías escuchado antes?

Shadow me lanzó una mirada fugaz antes de suspirar y responder:

—Rouge estaba viendo una película… apenas el protagonista dijo eso, puso una cara de pura repulsión.

No pude evitar soltar una carcajada, tan espontánea que me doblé un poco del cuerpo. La imagen mental era demasiado buena: Rouge mirando la pantalla, completamente escéptica, probablemente con una copa de vino en la mano y su ceja arqueada al máximo.

—Oh, por Gaia… ¿qué clase de película estaba viendo Rouge?

Solo de pensarlo, me reí aún más. Me la imaginaba haciendo comentarios sarcásticos cada cinco minutos, destrozando cada línea cursi mientras Shadow intentaba ignorarla desde el otro lado del sofá. Shadow simplemente negó con la cabeza, como si quisiera borrar por completo esa experiencia de su mente.

—No quiero hablar de eso —dijo, seco, pero sin dureza. Más bien como alguien que ya había sufrido suficiente.

Yo todavía sonreía cuando su expresión se volvió un poco más seria. Su mirada bajó a la mía, más suave esta vez, más centrada.

—Pero en serio, Rose… deberíamos tomarnos nuestro tiempo —dijo, con una voz grave pero cálida.

Su sinceridad me tocó. Respondí con un gesto de comprensión, bajando un poco la mirada.

—Entendido...

Mi risa se disipó poco a poco mientras mi atención se desviaba hacia la bolsa de dormir debajo de nosotros. Pasé la mano por la tela, notando la humedad y las manchas dispersas. La textura pegajosa y tibia me hizo suspirar.

—Esto es rentado... —murmuré.

Shadow, aún serio, simplemente dijo:

—Habrá que pagar extra.

Lo miré con incredulidad antes de soltar una carcajada. Él no se reía, pero había un destello de diversión en su ojo.

Aún con una leve sonrisa en mis labios, levanté la vista hacia él y dije:

—¿Quieres hacer malvaviscos en la fogata?

Shadow me sostuvo la mirada por unos segundos antes de asentir.

Busqué con los ojos mi blusa y mis shorts, que habían terminado desperdigados en las esquinas de la tienda. Tomé un paño para limpiarme y me puse la ropa con movimientos lentos, sintiendo la calidez residual de su cuerpo aún sobre mi piel. Shadow también se acomodó la chaqueta en silencio.

Cuando estuve lista, deslicé el zipper de la tienda, dejando que el aire fresco de la noche nos envolviera de inmediato. La fogata seguía ardiendo fuera, su luz anaranjada proyectando sombras danzantes en el suelo y en los árboles alrededor.

Sin decir nada más, ambos salimos. Y, bajo el cielo estrellado, nos preparamos para disfrutar de una noche mucho más tranquila.

Shadow me ayudó a bajar la bolsa de suministros del árbol con facilidad. Tomé la bolsa entre mis manos y empecé a sacar su contenido: botellas de agua, malvaviscos, galletas, salchichas. Separé lo que necesitaríamos y me dirigí a la fogata, dejando que el calor reconfortante envolviera mi piel. Me senté frente a las llamas, sintiendo la tierra tibia bajo mis piernas cruzadas.

Shadow se acomodó a mi lado con la misma naturalidad de siempre y me extendió un palo que seguramente había encontrado en algún momento. Lo tomé sin decir nada y ensarté un malvavisco en la punta.

Él metió la mano en la bolsa, sacó un malvavisco y lo colocó en su propio palo con precisión. Ambos acercamos nuestra comida al fuego, dejando que la cálida luz iluminara nuestros rostros.

Por un momento, lo único que nos rodeó fue el crepitar de la madera y el canto distante de los grillos y las ranas. Un silencio cómodo, de esos que no necesitan romperse con palabras.

Cuando mi malvavisco alcanzó el punto justo entre dorado y derretido, lo llevé a mi boca con cuidado, disfrutando de su dulzura mientras alzaba la vista al cielo. Shadow hizo lo mismo, masticando en silencio, su mirada fija en la bóveda nocturna.

Levanté una mano, señalando un grupo de estrellas que reconocía vagamente.

—¿Ese es Orión?

Shadow siguió la dirección de mi dedo y asintió.

—Así es.

—Siempre me ha gustado esa constelación. Se ve imponente.

—Lo es. Es fácil de reconocer por el Cinturón de Orión —señaló tres estrellas alineadas—. Alnitak, Alnilam y Mintaka.

Su voz tenía un tono seguro, casi didáctico. Me pregunté cuántas noches había pasado observando el cielo de esta manera, memorizando cada patrón de estrellas con esa precisión suya.

—¿Conoces muchas constelaciones? —pregunté, con curiosidad.

—Sí —respondió simplemente—. Puedo identificar la mayoría de las visibles desde este hemisferio.

Levantó su propio brazo, señalando otra región del cielo.

—Mira allí. Es la constelación de Tauro. Esa estrella brillante es Aldebarán.

—Es hermosa... —murmuré, siguiendo su dedo con la mirada.

—Y justo ahí está las Pléyades —continuó—. También se les llama "Las Siete Hermanas".

Me incliné un poco hacia él para seguir mejor su explicación. Su perfil estaba iluminado por el resplandor del fuego, su expresión tranquila, casi serena.

—¿Cómo aprendiste todo esto?

Shadow bajó el brazo y guardó silencio por un momento antes de responder.

—Pasé mucho tiempo solo. Y el cielo... siempre está ahí. No cambia.

Hubo algo en su voz que me hizo sentir un pequeño nudo en el pecho. No era tristeza, pero había un peso en esas palabras.

—Es cierto —dije en voz baja—. No importa qué pase aquí en la tierra, las estrellas siguen brillando.

Shadow me miró de reojo, evaluando mi expresión, y luego regresó la vista al cielo.

—Esa es la Cruz del Norte —señaló otra constelación—. Y allá, justo sobre el horizonte, está Leo.

Lo observé mientras hablaba, notando cómo su voz se volvía un poco más relajada, como si guiarme a través de las constelaciones fuera algo natural para él.

Sonreí y me acerqué un poco más, hasta que mi hombro rozó el suyo.

—Eres como mi propio planetario personal.

Shadow soltó un sonido bajo, algo entre un bufido y una risa breve.

—Hmph.

Volví a meter la mano en la bolsa, saqué un malvavisco y se lo pasé a Shadow antes de tomar otro para mí. Con los palos en mano, cada uno sostuvo su malvavisco sobre las llamas, girándolo con paciencia mientras el fuego doraba lentamente la superficie azucarada.

—Shadow —lo llamé con suavidad, observando cómo el fuego bailaba en su ojo carmesí—, ¿disfrutaste tus vacaciones?

Se quedó en silencio un momento, como si estuviera eligiendo bien sus palabras.

—Sí —dijo al fin, sin apartar la vista de la fogata—. A pesar de todo... me encantó poder pasar tanto tiempo contigo.

Mi pecho se calentó con su respuesta. Bajé un poco la mirada, sintiendo una sonrisa tironear de mis labios.

—Cuando volvamos a la ciudad —continuó, con un tono más bajo—, será difícil volver a verte solo un día a la semana.

Sus palabras hicieron que mi sonrisa se desvaneciera un poco. Me acomodé mejor, doblando las piernas y abrazándolas ligeramente mientras miraba el fuego.

—¿No puedes ajustar tu horario? —pregunté, sin mirarlo.

Shadow dejó escapar un suspiro.

—Tengo todo el año agendado.

Fruncí los labios con frustración.

—Me gustaría que al menos tuvieras los fines de semana libres —dije después de un momento—. Así podríamos pasar más tiempo juntos... no solo una vez por semana.

No me respondió de inmediato. Lo miré de reojo y vi que tenía el ceño levemente fruncido, sus orejas inclinadas hacia atrás en un gesto de concentración.

—Apenas termine el año, voy a reorganizar mi agenda —dijo finalmente—. Haré lo posible para tener los fines de semana libres.

Parpadeé, sorprendida por su respuesta.

—¿De verdad?

Shadow giró el rostro hacia mí, y su mirada era firme, sin el menor rastro de duda.

—Por supuesto —afirmó—. No hay nada que me haga más feliz que estar contigo.

Mi pecho se apretó con fuerza, una calidez agradable extendiéndose por todo mi cuerpo.

Sin pensarlo, solté el palo con el malvavisco y me lancé hacia él, rodeándolo con los brazos en un abrazo repentino. Shadow apenas se movió con el impacto, pero tras un breve instante, sentí su mano deslizarse por mi espalda y su otro brazo sujetarme con firmeza.

—Pero tendrás que esperar hasta el próximo año —añadió con un tono más relajado.

Sonreí contra su pecho, sintiendo su calor envolverme.

—Puedo esperar —susurré, cerrando los ojos por un momento y disfrutando el momento.

El fuego crepitaba a nuestro lado, las estrellas brillaban sobre nosotros, y en ese instante, no necesitaba nada más.

 

Chapter 26: Decorando

Notes:

Estamos de vuelta, con la segunda temporada de esta telenovela. Quiero agradecer personalmente a Sinatzeek por sus critica y consejos. Así que hice un cambio en la escena de la tienda de campaña del capitulo anterior, si quieren ir a leer. En fin, muchisimas gracias por esperar. Aunque las actualizaciones no serán tan seguidas por el aumento de trabajo que tengo, igual quiero hacer mi mejor para traerles más drama con nuestra pareja favorita. Ademas este capitulo tiene smut al final.

Chapter Text

El otoño teñía el mundo de tonos cálidos mientras el aire frío me envolvía. Las hojas secas crujían con cada ráfaga de viento, y el inconfundible aroma de tierra húmeda impregnaba el ambiente. Mi jardín delantero ya mostraba señales de la llegada del invierno.

Me balanceaba suavemente en la hamaca columpio del porche, envuelta en una manta gruesa. Shadow me había ayudado a instalarla hacía apenas una semana, cuando regresamos de nuestras vacaciones. Desde entonces, se había convertido en mi rincón favorito para leer. En mis manos tenía un libro del club de literatura, uno que había dejado a medias debido a la semana de descanso.

El aire estaba tan tranquilo que el rugido de un motor se sintió más fuerte de lo habitual. Levanté la cabeza de inmediato, mis orejas se movieron instintivamente al reconocer el sonido de una motocicleta acercándose.

Mis ojos se iluminaron en cuanto lo vi.

—¿Shadow?

Aparté la manta sin pensarlo y me puse de pie de un salto. Bajé los escalones del porche casi corriendo, sintiendo el corazón latirme con fuerza. La motocicleta se detuvo justo frente a mí, pero no esperé a que él se bajara. En cuanto tuvo un mínimo de estabilidad, me lancé sobre él en un abrazo.

—¡Shadow! —exclamé, rodeando su cuello con mis brazos.

Él apenas se movió ante mi impacto, como si ya lo hubiera anticipado. Su mano libre se apoyó con naturalidad en mi espalda.

—Rose —murmuró con su tono grave y tranquilo, pero había algo en su voz… algo cálido.

Me separé apenas para verlo mejor. Llevaba su chaqueta de Neo G.U.N. y su parche negro cubriendo su ojo derecho con firmeza. No había duda de que ese accesorio ya se estaba volviendo parte de su imagen.

—¿Qué haces aquí? —pregunté con una sonrisa, sin poder ocultar mi entusiasmo.

Shadow soltó un leve suspiro y desvió la mirada por un instante.

—El entrenamiento de hoy fue cancelado. —Hizo una pausa, su tono bajó un poco más—. Aparentemente, debido a mi ojo, me han restringido de ciertas actividades.

Frunció el ceño con ligera molestia.

—Les dije que estoy perfectamente bien, pero insisten en que quieren evitar problemas innecesarios.

Chasqueó la lengua y volvió a mirarme, su ojo carmesí sosteniendo mi mirada con intensidad.

—Así que pensé en venir a verte.

Sentí que algo se encogía en mi pecho. No supe qué responder al instante, pero la calidez en mi interior fue suficiente para que mis labios se curvaran en una sonrisa suave.

—Shadow… —susurré antes de abrazarlo de nuevo, esta vez con más suavidad, como si quisiera demostrarle sin palabras cuánto significaba que estuviera aquí.

Lo solté con cuidado y le di espacio para que apagara el motor de la motocicleta. En cuanto bajó, tomé su mano sin dudarlo y lo guié hacia la casa.

Mientras caminábamos, noté cómo su mirada se desviaba un momento hacia la hamaca columpio. Mis cosas seguían ahí: la manta caída al suelo y el libro abierto, con algunas hojas sueltas deslizándose con el viento.

—¿Te interrumpí? —preguntó, con ese tono sereno que siempre tenía cuando no quería parecer intrusivo.

Volteé a ver de qué hablaba y sonreí.

—Ah, no, solo estaba relajándome un rato.

Me incliné para recoger el libro y la manta. Mientras lo hacía, escuché el sonido del cuero rozando la tela de la hamaca. Cuando me giré, Shadow ya se había acomodado en ella con total naturalidad.

Levanté una ceja con diversión.

—¿Te adueñaste de mi columpio?

Shadow solo palmeó su pierna dos veces, mirándome con una ligera inclinación de cabeza.

—Ven.

El simple gesto y la forma en que su voz sonó baja, pero segura, hicieron que mi corazón latiera más rápido.

No necesité que lo repitiera. Con una sonrisa, me acomodé en sus piernas sin dudarlo, rodeándolo con la manta y asegurándome de que también lo cubriera a él. Sujeté el libro entre mis manos, pero antes de siquiera abrirlo, sentí cómo sus brazos me envolvían con firmeza, atrayéndome contra él. Me acurruqué sin pensarlo, disfrutando de su calor en contraste con el frío de la tarde..

—¿Cómo estuvo tu semana? —me preguntó Shadow, su voz baja y tranquila, casi como un susurro.

Me relajé un poco más en sus brazos, mirando al frente antes de responder.

—Bastante ocupada —dije con una sonrisa ligera, sin querer perderme de la calidez del momento—. Ya empezó la temporada de la Noche de los Dos Ojos, así que estamos vendiendo un montón de postres de calabaza y canela.

Hice una pausa, recordando el bullicio del local en los últimos días.

—Ya adornamos la cafetería, y como a muchos les gusta dar ofrendas como repostería o galletas, ya tenemos una lista larga de órdenes para el 31. Va a ser un mes muy ajetreado.

Shadow cerró el ojo con un leve asentimiento, como si procesara mi respuesta. Su agarre en mi cintura se reafirmó, atrayéndome un poco más.

—Es bueno que les esté yendo bien —dijo en voz baja.

Hubo un breve silencio antes de que volviera a hablar, su tono más serio esta vez.

—¿Nadie te ha molestado?

Suspiré suavemente y desvié la mirada hacia el jardín. Sabía a qué se refería.

—A veces me miran con curiosidad —admití—, pero nuestros clientes regulares son amables. En general, todo está tranquilo.

Hice un leve gesto con la mano.

—Y en internet… bueno, no he revisado mucho. No he activado las notificaciones ni he estado pendiente de las redes, así que no sé si ya todo se calmó.

Sentí cómo su cuerpo se tensaba ligeramente detrás de mí. Shadow nunca confiaba en la aparente calma, y eso me hizo preguntarme si había algo que yo no sabía.

Para romper la tensión, giré mi rostro hacia él.

—¿Y tú? ¿Cómo has estado, aparte de que no te dejan entrenar?

Shadow abrió su ojo rojo lentamente, pero en lugar de responder de inmediato, miró hacia la calle. Un gesto sutil, pero suficiente para que supiera que algo lo tenía pensativo.

—Tuve que suspender a Nova —dijo finalmente, sin rodeos.

Me enderecé un poco, girándome lo suficiente para ver su rostro.

—¿Por lo del video?

Asintió, su expresión permaneciendo seria.

—Hablé con ella. Insiste que no sabe cómo se filtró, que estaba enfocada en vigilar otras zonas del resort y que probablemente fue algún encargado de las cámaras.

Fruncí el ceño. Algo en eso no terminaba de convencerme.

—¿Y tú le creíste?

Shadow inhaló lentamente, como si estuviera pensando sus palabras antes de responder.

—No tengo pruebas para refutarlo… pero tampoco para confirmarlo.

Su mandíbula se tensó levemente.

—Aun así, que permitiera que el video se filtrara en primer lugar fue una negligencia inaceptable.

Se tomó un segundo antes de añadir:

—Por eso la suspendí temporalmente. Ahora está trabajando con el equipo de IT.

Jugueteé con la tela de la manta entre mis dedos, procesando lo que acababa de decir.

—¿Crees que lo hizo a propósito?

Shadow no respondió de inmediato. Su mirada se perdió en un punto lejano, pensativo.

—No lo sé —dijo finalmente—. Pero si lo hizo, encontraré la manera de comprobarlo.

Su tono tenía un filo sutil, una promesa de que no dejaría el asunto sin resolver.

Solté un leve suspiro y apoyé mi cabeza contra su hombro.

—Bueno… al menos hiciste algo al respecto —dije, pero me quedé pensativa por un momento antes de añadir—. ¿Cómo se lo tomó?

Shadow dejó escapar un leve suspiro antes de responder.

—Me suplicó que no la suspendiera… —hizo una breve pausa, como si aún procesara la escena—. Casi se pone a llorar.

Levanté una ceja, sorprendida.

—¿Nova? ¿Llorando?

Shadow asintió, su expresión estoica, pero con un dejo de cansancio en su mirada.

—Bueno, no llegó a hacerlo, pero se veía al borde. Intentó convencerme de que no era su culpa, que había sido un error… pero no podía dejarlo pasar.

Me acomodé en su regazo, apoyando una mano en su pecho.

—¿Y tú qué hiciste?

—Nada —dijo con simpleza—. Solo la dejé hablar. Cuando terminó, le dije que la suspensión se mantenía y que debía reportarse con IT.

—¿Y cómo reaccionó?

Shadow ladeó un poco la cabeza, como si recordara el momento.

—Bufó, murmuró algo sobre que era injusto y se fue arrastrando los pies.

No pude evitar soltar una risa baja.

—Bueno, al menos no se rebeló… aunque apuesto a que estará de mal humor por un tiempo.

Shadow cerró el ojo y apoyó su frente contra la mía.

—Que se acostumbre. Las acciones tienen consecuencias.

Sonreí y dejé que el silencio nos envolviera, disfrutando la calidez de su cercanía. No hacían falta más palabras; su presencia era suficiente. El murmullo del viento entre las hojas y el ritmo tranquilo de su respiración creaban un ambiente de paz que no quería romper.

Con una pequeña sonrisa, volví a tomar mi libro, buscando la última línea donde me había quedado.

Shadow, por su parte, se recostó más contra el respaldo del columpio, sus brazos aún alrededor de mí, sosteniéndome con una calidez relajada. Sentí cómo movía la pierna de vez en cuando, impulsando suavemente el columpio en un ritmo lento y pausado.

El silencio entre nosotros no era incómodo; al contrario, era una compañía tranquila, reconfortante. Con el paso de los minutos, noté cómo la respiración de Shadow se volvía más profunda, más pausada. Su pecho subía y bajaba en un ritmo sereno contra mi espalda.

Se estaba quedando dormido.

Regenerar su ojo le estaba exigiendo más energía de la que admitía.

Deslicé mis dedos suavemente por su brazo en una caricia distraída, pero no quise moverme demasiado. Si su cuerpo estaba reclamando descanso, lo dejaría dormir.

Así que simplemente seguí leyendo, dejando que el balanceo del columpio y la calidez de su abrazo nos envolvieran en aquella tarde de otoño.

El tiempo pasó en un vaivén tranquilo. Horas después, justo cuando estaba por terminar otro capítulo, sentí un cambio en la respiración de Shadow. Se volvió más agitada, irregular. Giré la cabeza para verlo y noté su ceño fruncido; su mandíbula estaba tensa, y sus colmillos asomaban por la mueca involuntaria de su boca.

Otra pesadilla.

No lo dudé.

Con cuidado, saqué mi celular del bolsillo y busqué rápidamente la alarma más aguda que encontré. Sin pensarlo dos veces, la encendí.

El sonido cortó de golpe la calma del jardín, rompiendo el aire como un vidrio estrellado. Shadow se despertó de golpe, su cuerpo se tensó mientras sus orejas se alzaban alertas. Su ojo se abrió con una mezcla de confusión y reflejo defensivo, como si aún estuviera atrapado en el rastro de su sueño.

Tan rápido como la encendí, apagué la alarma.

—Tranquilo —murmuré con suavidad, observando cómo su respiración aún tardaba en estabilizarse.

Shadow parpadeó varias veces, su respiración aún agitada mientras su mirada recorría el jardín, su moto estacionada y los postes del porche. Sus orejas giraban con ligera inquietud, intentando captar cualquier sonido que confirmara dónde estaba. Finalmente, sus ojos carmesí se posaron en mí, y su expresión pasó de la confusión al reconocimiento.

—Ah… Rose… —murmuró, su voz todavía un poco áspera por el sueño—. ¿Cuánto tiempo me dormí?

Su tono era serio, pero la forma en que sus manos aún descansaban sobre mi cintura, sin ninguna prisa por moverse, me hizo sonreír un poco.

—Unas dos horas —respondí, deslizando una mano por su brazo en una caricia tranquilizadora—. Te veías tan cansado que decidí dejarte descansar.

Shadow suspiró y cerró el ojo, inclinando la cabeza hacia atrás por un momento antes de volver a mirarme.

—No planeaba quedarme dormido.

—Lo sé —dije con suavidad—. Pero tu cuerpo parece tener otras ideas.

Shadow no respondió de inmediato. Sus dedos se flexionaron ligeramente sobre mi cintura, y su agarre se mantuvo ahí, cálido y firme. Sentí que aún estaba procesando la pesadilla, atrapado en esa delgada línea entre el sueño y la vigilia.

—¿Qué soñaste? —pregunté en voz baja.

Él exhaló lentamente, desviando la mirada hacia la calle.

—No lo recuerdo bien… —dijo tras una breve pausa—. Solo sé que no era nada bueno.

Su voz tenía un matiz de cansancio, pero también de resignación. Como si estuviera acostumbrado a esas sombras persiguiéndolo incluso en el descanso.

Apreté suavemente su brazo, queriendo recordarle que no estaba solo.

—Bueno… sea lo que sea, ya se terminó. Estás aquí.

Shadow me miró por un momento, su expresión suavizándose apenas. Luego, con un leve suspiro, apoyó su frente contra la mía, cerrando el ojo por un instante.

—Sí… estoy aquí.

Me quedé en silencio unos segundos, disfrutando la calidez de su cercanía. Su respiración aún era profunda, como si su cuerpo siguiera tratando de liberarse de la tensión de su pesadilla. Así que, buscando aligerar el ambiente, dejé que una pequeña sonrisa se formara en mis labios.

—Entonces, ya que estás aquí… ¿quieres ayudarme a decorar la casa para la Noche de los Dos Ojos? —pregunté, inclinando la cabeza para mirarlo.

Shadow me observó en silencio por un momento, su expresión neutral, como si estuviera evaluando la propuesta. Finalmente, exhaló y asintió con un ligero encogimiento de hombros.

—Está bien… no quiero que esa cosa se robe tu alma.

Me reí ante su comentario y me moví para salir de su abrazo, apartando la manta de encima.

—Oh, qué considerado de tu parte, Comandante.

Shadow solo chasqueó la lengua en respuesta mientras me ponía de pie, con mi libro aún en la mano. Caminé hacia la puerta y la abrí, sintiendo su presencia detrás de mí mientras dejaba la manta y el libro sobre el sofá.

—Acompáñame al sótano —le dije, lanzándole una mirada de reojo antes de guiarlo a través de la casa.

Shadow me siguió sin decir nada, aunque su curiosidad era evidente. Bajamos por la escalera de madera hasta el sótano, donde el aire olía a cartón viejo. Encendí la luz, revelando estantes y montones de cajas perfectamente organizadas con etiquetas de colores. Cada una estaba marcada según la festividad a la que pertenecía: Noche de los Dos Ojos, El Solsticio de Invierno, Año Nuevo, cumpleaños, celebraciones varias…

Me acerqué a la sección dedicada a la Noche de los Dos Ojos, pero antes de que pudiera abrir una caja, escuché a Shadow detenerse detrás de mí.

—¿Qué demonios es todo esto? —preguntó, cruzándose de brazos mientras examinaba las filas de cajas apiladas.

Sonreí con orgullo.

—Mi material de trabajo. Todo lo que necesito para organizar fiestas.

Shadow alzó una ceja.

—¿Siempre tienes esto tan… estructurado?

—Por supuesto. —Me giré para mirarlo—. ¿Qué, esperabas un montón de cajas desordenadas?

—Sí.

Solté una pequeña risa y sacudí la cabeza. Shadow volvió a recorrer el lugar con la mirada y luego me observó con curiosidad.

—Eres buena organizando fiestas. ¿No has pensado en dedicarte a esto?

Parpadeé, sorprendida.

—¿Planificación de eventos?

Él asintió levemente.

—Te gusta hacerlo y, claramente, eres eficiente. Podrías convertirlo en algo más grande.

Reflexioné por un momento. Me gustaba organizar fiestas porque veía a mis amigos felices, porque creaba recuerdos especiales para ellos. Pero hacerlo profesionalmente… nunca lo había considerado en serio.

—No lo sé… nunca me lo había planteado. —Me encogí de hombros—. Lo pensaré.

Shadow hizo un leve sonido de aprobación, como si hubiera marcado un punto a su favor, pero luego me miró con sospecha cuando llevé mis manos a la primera caja.

—Solo dime que no planeas poner una estatua gigante de esa cosa de dos cabezas en tu jardín.

Sonreí con picardía.

—Bueno…

Shadow me miró con una mezcla de resignación y sorpresa cuando abrí una de las cajas más grandes, levanté la tapa y, con un leve dramatismo, revelé su contenido.

Dentro, una estatua de cobre de Amdruth se alzaba imponente. Medía casi metro y medio de alto, con una base robusta y detalles increíblemente bien trabajados en el metal envejecido. Sus dos cabezas, la de lobo y la de venado, estaban talladas con expresión severa, como si estuvieran juzgando a quien se atreviera a mirarlas. Sus ojos, profundos y huecos, le daban un aire inquietante, y en sus manos extendidas sostenía un plato de cobre ennegrecido, listo para recibir ofrendas.

—¿En serio?… —murmuró Shadow, cruzándose de brazos—. ¿De dónde demonios sacaste esta cosa?

Le sonreí con orgullo.

—De una venta de garaje.

Su ceño se frunció aún más.

—¿Quién demonios vende una estatua como esta en una venta de garaje?

—Alguien con buen gusto y sin espacio en casa. —Le di unas palmaditas al metal—. Este bebé va en el porche.

Shadow dejó escapar un suspiro profundo y se llevó una mano a la frente, como si intentara procesar la idea de convivir con esto.

Pero yo apenas comenzaba.

—Eso no es todo —dije con entusiasmo, abriendo otra caja.

Con cuidado, saqué un esqueleto de plástico del tamaño de un lobo real, posado en cuatro patas. Su estructura era una fusión extraña, con costillas prominentes y una columna torcida que conectaba sus dos cabezas esqueletizadas: una de lobo, con colmillos afilados expuestos, y otra de venado, con una mandíbula ligeramente abierta como si estuviera a punto de soltar un bramido silencioso. Pero lo mejor eran sus ojos, pequeños orbes rojos incrustados en las cuencas vacías, que, aunque apagados por ahora, emitían una presencia inquietante.

—Este lo compré en línea. Va en el techo.

Shadow me miró fijamente, parpadeando lentamente.

—… ¿Es en serio?

Le saqué la lengua.

—Por supuesto. La ambientación lo es todo.

Shadow soltó un largo suspiro, el tipo de suspiro que dice "por qué me metí en esto".

—¿Y qué sigue? ¿Un altar para hacer sacrificios?

Sonreí con picardía.

—Esa es una idea interesante…

—No.

Reí divertida, dándole un par palmadas a la estatua de cobre de Amdruth.

—Anda, ayúdame a sacar a este par afuera. Yo subiré unas cajas con más decoraciones.

Shadow observó el esqueleto con una expresión de absoluto escepticismo, como si esperara que se moviera en cualquier momento. Luego, sin decir una palabra más, tomó la estatua de Amdruth con ambas manos y comenzó a caminar hacia la salida.

—Si esto cobra vida en mitad de la noche, será tu problema.

—Bueno, al menos tendré compañía.

Shadow negó con la cabeza, pero su exasperación no era genuina. Al menos, no parecía completamente en contra de ayudarme. Antes de que pudiera decir algo más, su figura se desvaneció en un destello verde.

Sacudí la cabeza suspirando, recogí un par de cajas del suelo y las apilé entre mis brazos antes de llevarlas a la sala. Las dejé junto al sofá y me dirigí hacia la puerta. Al salir, me encontré con Shadow acomodando la estatua de Amdruth en el porche. Sus dos cabezas, una de lobo y otra de venado, brillaban bajo la luz del atardecer con un tono cobrizo envejecido. Shadow se aseguraba de que estuviera bien centrada, con el plato en sus manos perfectamente equilibrado.

—Shadow —lo llamé con firmeza—, no deberías usar Chaos Control todavía.

Me miró con indiferencia.

—Fueron solo unos metros, Rose. No es nada.

Se enderezó y sacudió las manos con desinterés, pero noté el leve aumento en su respiración.

—Ahora tengo que ir por tu esqueleto.

—Espera —extendí una mano, deteniéndolo antes de que desapareciera otra vez—. Déjalo en el jardín primero, tengo que ponerle las baterías antes de montarlo en el techo.

Shadow arqueó una ceja, claramente dudando de la importancia de ese detalle, pero sin discutir, volvió a desaparecer en otro destello de energía. Un segundo después, reapareció en el jardín, sosteniendo el esqueleto de Amdruth con ambas manos.

—¿Feliz ahora? —Shadow cruzó los brazos, mirándome con una mezcla de resignación y leve fastidio.

Vi cómo respiraba un poco más agitado, aunque trataba de disimularlo.

Negué con la cabeza, sin comentar nada, y regresé a la sala. Rebusqué en las gavetas del mueble del televisor hasta encontrar el paquete de baterías grandes. Volví afuera, donde Shadow seguía en el mismo lugar, con su mirada fija en mí, esperando.

Me arrodillé junto al esqueleto, pasando los dedos por la parte trasera de uno de los cráneos hasta encontrar la pequeña tapa oculta. La abrí con un leve chasquido y coloqué las baterías dentro.

—Listo —anuncié, cerrando la tapa con un clic antes de inclinar la cabeza hacia Shadow—. Ahora sí, ¿puedes ponerlo en el techo?

Shadow tomó el esqueleto con facilidad, pero noté cómo lo inspeccionaba con cautela antes de alzarlo.

—Si esta cosa se mueve mientras lo cargo, lo destruiré.

Sonreí divertida.

—No lo hará… probablemente.

Rodó el ojo antes de desaparecer otra vez en un parpadeo de energía verde. Esta vez, reapareció sobre el techo de mi casa, sosteniendo el esqueleto entre sus brazos.

—Un poco más a la derecha —le indiqué, observando la posición desde abajo—. Un poco más… ahí está perfecto.

Shadow ajustó ligeramente la postura del esqueleto antes de soltarlo con cuidado. Luego saltó al suelo, aterrizando a mi lado con su gracia habitual.

Saqué mi celular, abrí la aplicación de control y, con un toque en la pantalla, activé la figura.

Las dos cabezas comenzaron a moverse lentamente de un lado a otro, como si escanearan la zona en busca de algo. De repente, los ojos rojos se encendieron con un resplandor siniestro, proyectando sombras alargadas sobre el techo y las paredes. La luz parpadeante hacía que el esqueleto pareciera aún más espeluznante, como si en cualquier momento fuera a saltar sobre nosotros.

Shadow entrecerró el ojo, observando el efecto con atención.

—Huh… más realista de lo que esperaba.

Sonreí con satisfacción, cruzándome de brazos.

—Aún funciona.

Shadow frunció ligeramente el ceño, estudiando la figura un momento más antes de soltar un leve resoplido.

—Si esta cosa se mueve por su cuenta en la noche, te juro que le disparo.

No pude evitar soltar una carcajada.

—¿En serio? ¿Tú? ¿El ‘Definitivamente-no-le-temo-a-nada’ Shadow the Hedgehog amenazando con dispararle a un adorno?

Shadow me dedicó una mirada fulminante.

—No es miedo. Es sentido común.

Eso solo me hizo reír más.

—¡Por Gaia, me recuerdas tanto a Knuckles!

Shadow chasqueó la lengua con fastidio, cruzando los brazos con más fuerza.

—Quiero que quede claro, Rose, que eso—señaló al esqueleto con un leve movimiento de la cabeza—, nada de esto me asusta.

Le sostuve la mirada con una sonrisa divertida.

—Ajá… claro.

Shadow suspiró con exasperación.

—Solo me parece extraña esta tradición. Si esto fuera solo decoración, no le daría importancia. Pero ustedes no solo ponen estas cosas, sino que también tienen todo un ritual para dejarle ofrendas a eso… —volvió a señalar al esqueleto—, para que no les robe el alma.

Me encogí de hombros, con una sonrisa traviesa.

—Bueno, qué puedo decir… es mejor prevenir que lamentar.

Shadow negó con la cabeza, pero noté cómo su cola se movía con una ligera rigidez. Oh… esto definitivamente le daba mala espina.

Decidí seguir jugando un poco con él.

—Y, técnicamente, el ritual dice que si alguien no deja una ofrenda, es más probable que Amdruth lo elija.

Shadow arqueó una ceja.

—¿Ah, sí?

—Sí. Sobre todo si ese Mobian desafía la tradición o dice que no le tiene miedo… —ladeé la cabeza, mirándolo con fingida preocupación—. ¿Sabes? Como alguien que conozco.

Shadow soltó una risa seca.

—Rose, si estás insinuando que esa abominación de dos cabezas va a venir por mí, te advierto que—

Un fuerte crack resonó de repente en la estructura de madera del porche, haciendo que ambos nos giráramos en dirección al sonido.

Shadow automáticamente llevó una mano a su arma dentro de su chaqueta.

Yo, en cambio, simplemente sonreí.

—Oh, creo que Amdruth ya te escuchó.

Shadow me miró, completamente impasible.

—Si estás intentando asustarme, estás fracasando miserablemente.

Le di un golpecito en el brazo con el dorso de la mano.

—Sí, sí. Lo que digas, Comandante.

Pero cuando volví a mirar el porche, mi sonrisa se congeló.

La estatua de cobre de Amdruth, esa que Shadow había colocado hace unos minutos junto a la puerta, estaba… diferente.

Antes, sus dos cabezas miraban directamente hacia el frente. Ahora, la cabeza de lobo estaba ligeramente girada hacia la izquierda.

Tragué saliva, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

—…Rose?

Parpadeé y sacudí la cabeza, volviendo a mirar a Shadow, que me observaba con una ceja alzada.

—Nada, nada… —murmuré con una sonrisa forzada.

No quería admitirlo, pero mi propia broma comenzaba a sentirse demasiado real.

Volví a mirar hacia el techo, asegurándome de que el esqueleto estuviera firmemente colocado y que sus ojos rojos brillaran con intensidad en la creciente oscuridad de la noche. Luego, me giré hacia Shadow, intentando ocultar el nerviosismo con una sonrisa.

—Bien, esto es solo el comienzo. Aún falta mucho por hacer.

Shadow me miró con una expresión neutral, aunque su postura —los brazos cruzados y un ligero movimiento de una de sus orejas— me decía que estaba cuestionándose cómo se había dejado arrastrar a esto.

—¿Qué más tienes planeado? —preguntó con un suspiro.

Regresé a la casa y tomé las cajas apiladas entre mis brazos y volví al jardín, dejándolas en el suelo con cuidado. Al abrir una, saqué varias lámparas altas de metal oscuro con un diseño elegante y alargado. Sus pantallas de vidrio teñidas en tonos rojizos y anaranjados les daban el aspecto de pequeñas llamas atrapadas, y al ser solares, no necesitarían cableado alguno.

—Primero, vamos a colocar estas lámparas desde el porche hasta la calle —expliqué, levantando una para mostrársela mejor—. Son para guiar a los espíritus que visitan esta noche.

Shadow tomó una de ellas y la inspeccionó con una ceja arqueada.

—¿Y estás segura de que atraer espíritus es una buena idea?

Le dediqué una sonrisa traviesa.

—Son para que regresen a casa y no deambulen en nuestro mundo.

Shadow bufó con escepticismo, pero no argumentó más. Juntos llevamos las lámparas al jardín y comenzamos a clavarlas en la tierra, alineándolas cuidadosamente en un sendero recto desde los escalones del porche hasta la calle.

El cielo oscurecía rápidamente, y cuando coloqué la última lámpara en su sitio, me giré hacia él con una expresión triunfante.

—Ahora solo falta activarlas.

Me incliné y presioné el interruptor de la primera. Una suave luz rojiza iluminó el suelo. Shadow hizo lo mismo con la que tenía cerca, y una a una, las lámparas cobraron vida, bañando el sendero en un resplandor cálido y vibrante. Los tonos anaranjados y rojos parpadeaban levemente, como si fueran pequeñas antorchas ardiendo en la penumbra.

Nos quedamos en silencio unos segundos, admirando el efecto.

—Debo admitir que se ven bien —dijo Shadow al final, con los brazos cruzados.

Le di un leve codazo en el costado.

—Sabía que te gustarían.

Shadow solo rodó el ojo y señaló las cajas restantes.

—¿Y ahora qué?

Mi sonrisa se amplió. Me agaché junto a una de las cajas y saqué un puñado de huesos falsos. Aunque eran de plástico, estaban increíblemente detallados: costillas con manchas de desgaste, cráneos Mobian con fisuras y fémures astillados, como si hubieran sido hallados en una excavación antigua.

—Ahora, los huesos.

Shadow tomó uno de los cráneos y lo giró en sus manos, examinándolo con ojo crítico.

—Estos parecen demasiado realistas.

—Gracias, los mandé a hacer a medida —dije con orgullo, colocando un fémur estratégicamente en la tierra—. La idea es que parezca un antiguo cementerio.

Shadow me lanzó una mirada entre incrédula y resignada antes de agacharse a ayudarme.

Con paciencia y precisión, transformamos el jardín en un escenario digno de una historia macabra. Enterramos parcialmente algunos cráneos, dejando asomar apenas la parte superior, como si hubieran estado ocultos bajo la tierra por siglos. Costillas emergían del suelo en ángulos inquietantes, y pequeños huesos dispersos daban la impresión de que algo los había arrastrado hasta allí.

Cuando terminamos, me alejé unos pasos para contemplar la escena. El resplandor rojizo de las lámparas proyectaba sombras distorsionadas sobre los huesos, dándole un aire aún más escalofriante. Y en lo alto, el esqueleto de Amdruth se alzaba sobre el techo, con sus dos cabezas iluminadas por un brillo siniestro.

Suspiré con satisfacción.

—Perfecto.

Shadow observó el resultado en silencio durante unos instantes antes de soltar, con tono seco:

—Si alguien no sabe que esto es decoración, probablemente llame a la policía.

Solté una carcajada.

—Eso significa que hice un buen trabajo.

Él negó con la cabeza, aunque el brillo divertido en sus ojo delataba que, en el fondo, le entretenía la situación.

—¿Algo más?

Sonreí y le di una palmada en el hombro.

—Aún falta la cereza del pastel. Vamos por la niebla artificial.

Shadow cerró el ojo por un momento, como si reconsiderara todas las decisiones que lo habían llevado hasta esta noche.

—Por supuesto —murmuró, siguiéndome de vuelta a la casa.

Dentro, recogí una caja de tamaño mediano y la coloqué sobre la mesa de centro. Al abrirla, saqué un generador de niebla compacto junto con un bidón del líquido especial.

—Esto va a darle el toque final al ambiente. Imagina la niebla arrastrándose por el suelo, cubriendo los huesos y las lámparas… va a ser perfecto.

Shadow cruzó los brazos y observó el dispositivo con cautela.

—Has invertido mucho en esto.

—¡Claro que sí! —dije, comenzando a preparar la máquina—. ¿Sabes cuánto tiempo llevo planeándolo? Desde que empezó septiembre. Y no es solo por la decoración, es por la experiencia. La atmósfera tiene que ser perfecta.

Shadow inclinó ligeramente la cabeza.

—Supongo que para ti esto es como una misión.

Solté una risa mientras vertía el líquido en el compartimento.

—Exacto. Y como en toda misión, cada detalle cuenta.

Shadow resopló con suavidad, pero noté que su mirada seguía cada uno de mis movimientos con una atención silenciosa.

—Si esto explota, quiero que quede claro que no tuve nada que ver.

Le lancé una mirada de fingida indignación.

—¿De verdad crees que dejaría que mi casa explotara por una máquina de niebla?

—Solo estoy cubriendo todas las posibilidades.

Rodé los ojos con diversión, y llevamos el generador al porche, colocándolo estratégicamente cerca de la entrada. Cuando lo encendí, una densa neblina comenzó a extenderse lentamente por el suelo, deslizándose entre los huesos y las luces como si el propio Amdruth estuviera liberando su aliento espectral.

Shadow miró la escena en silencio durante unos segundos y luego asintió.

—Debo admitir que mejora el efecto.

—Lo sé —respondí con orgullo—. Ahora, vamos con el interior.

De vuelta en la casa, saqué varias cajas más del sótano y las coloqué en el suelo de la sala. Shadow las observó como si acabara de darse cuenta de que la decoración aún estaba lejos de terminar.

—¿Cuánto más piensas poner?

Le dediqué una sonrisa traviesa mientras sacaba las primeras decoraciones.

—Solo lo esencial. Velas, guirnaldas y luces.

Shadow resopló, pero se acercó para ayudarme. Mientras él sacaba las luces, yo coloqué velas artificiales en distintos rincones: sobre la mesa del comedor, en repisas y en la chimenea. Su luz parpadeante proyectaba sombras temblorosas, añadiendo un aire aún más misterioso a la casa.

Después, desenrollamos guirnaldas de hojas otoñales teñidas de rojo y naranja, colgándolas en las barandillas de las escaleras y alrededor de las ventanas. Shadow trabajó en silencio, pero noté que se aseguraba de que cada adorno quedara perfectamente alineado.

Por último, llegó el turno de las luces. Shadow las sostuvo en alto, mirándome con una ceja arqueada.

—¿Exactamente cuántas piensas usar?

—Las suficientes para que se vea acogedor, no como una feria ambulante.

—Hmph. Lo dudo.

Pese a su escepticismo, me ayudó a colocarlas alrededor del marco de la puerta y a lo largo de las paredes, donde su cálido resplandor anaranjado complementaba la tenue luz de las velas. Cuando terminamos, nos detuvimos a observar el resultado.

La casa se veía diferente, con un aura entre acogedora y misteriosa. Las sombras danzaban con la luz titilante, y la combinación de tonos rojizos y naranjas creaba la ilusión de estar en un santuario de la Noche de Dos Ojos.

Suspiré con satisfacción y me giré hacia Shadow.

—Bueno, ¿qué opinas?

Shadow miró a su alrededor con expresión neutral, pero luego se encogió de hombros.

—No está mal.

Sonreí, dándole un suave codazo.

—Admite que estás entrando en el espíritu de la festividad.

Shadow no respondió de inmediato, pero el leve brillo en su único ojo visible traicionó su indiferencia. No lo estaba pasando tan mal como quería hacer creer.

—¿Algo más? —preguntó al final.

Me llevé un dedo a los labios, pensativa, antes de sonreír con complicidad.

—Solo un detalle final…

Shadow entrecerró el ojo.

—No me gusta cómo suena eso.

Me reí mientras me dirigía a otra caja, lista para la última sorpresa de la noche.

—Solo quiero tu opinión sobre algo —respondí con una sonrisa misteriosa mientras abría la caja.

Revolví un poco entre el contenido hasta encontrar lo que buscaba y lo saqué con cuidado. Era un disfraz de ángel: un vestido blanco de tela ligera, con detalles dorados en los bordes y mangas largas y vaporosas. Venía acompañado de un par de alas delicadas con plumas sintéticas y una pequeña aureola sujeta a una diadema.

—Pensaba usar esto en la Noche de Dos Ojos —expliqué, sosteniendo el vestido contra mí—. ¿Qué te parece?

Shadow fijó la vista en el disfraz por un instante, pero rápidamente desvió la mirada hacia un punto cualquiera de la habitación. Sus orejas se movieron con inquietud, y su mandíbula pareció tensarse.

—¿Un ángel, eh? —murmuró, cruzándose de brazos con un movimiento rígido.

—Sí. Pensé que sería un buen contraste con toda la decoración espeluznante —dije, girando un poco para que viera cómo caía la tela—. ¿Crees que me quedará bien?

Shadow guardó silencio unos segundos, su única reacción fue el sutil temblor de su cola. Su ojo recorrieron el vestido, pero en cuanto se encontraron con los míos, se apresuró a apartar la mirada.

—Te quedará… bien.

Su tono fue seco, casi brusco, pero el leve temblor de sus orejas y la rigidez en su postura lo delataron. Entreabrí los labios, captando la señal de inmediato. Una sonrisa traviesa se asomó en mi rostro.

—¿Solo "bien"? —lo provoqué, inclinándome apenas hacia él—. Esperaba un poco más de entusiasmo.

Shadow entrecerró el ojo y apretó los labios en una línea tensa, con un tenue rubor apareciendo en sus mejillas.

—Te vas a ver… muy adorable

Mi sonrisa se amplió y moví el disfraz con emoción.

—¡Te encanta!

Shadow soltó un suspiro y sacudió la cabeza, sin intentar discutir más.

—¿Desde cuándo lo tienes guardado? —preguntó con aparente indiferencia—. Nunca te había visto con él.

—Lo compré el año pasado, pero al final decidí usar otra cosa.

Shadow asintió levemente, su ojo brillando con una emoción difícil de descifrar.

—El traje de brujita.

Me detuve en seco y lo miré con los ojos entrecerrados.

—¿Me viste?

Shadow no respondió de inmediato. Se encogió apenas de hombros y desvió la mirada, su expresión manteniéndose neutral… demasiado neutral.

—Estaba vigilando el festival toda la noche. Por supuesto que te vi en algún momento.

Lo observé con sospecha.

—¿En algún momento? —repetí, alzando una ceja.

—Sí.

Su respuesta fue firme, pero algo en su postura me hizo dudar. Shadow no era de los que se ponían tensos por una simple pregunta.

—O sea… ¿pasaste, me viste y seguiste con tu ronda? —aventuré, observándolo con atención.

—Algo así.

—¿"Algo así"?

Shadow mantuvo la mirada seria, pero noté cómo su cola se movía con un poco más de rigidez.

—Sí.

Fruncí los labios, procesando la respuesta. Si solo me hubiera visto una vez de pasada, no habría recordado el disfraz con tanta facilidad, ¿cierto?

—Bueno, qué buena memoria tienes para alguien que solo me vio una vez —comenté con tono casual, tanteando el terreno.

—Es difícil no notar un disfraz así en medio de la multitud.

—Ah, claro, porque yo era la única vestida de bruja esa noche.

—No dije eso.

—Pero me recordaste a mí.

Shadow guardó silencio por un segundo, como si evaluara sus siguientes palabras.

—Fue solo una coincidencia.

Ahí estaba. No negó haberme visto más veces, solo intentó esquivar la pregunta.

—Hmm… Entonces dime, ¿dónde estaba cuando me viste?

—En la plaza principal.

—¿Haciendo qué?

—Hablando con Cream y Rouge.

Mi sonrisa se ensanchó apenas.

—Vaya, qué específico para haber sido solo un vistazo.

Shadow entrecerró el ojo, dándose cuenta de que lo estaba arrinconando.

—Simplemente tengo buena memoria.

—Ajá… ¿y luego?

—¿Luego qué?

—¿Me viste otra vez después de eso?

Shadow se tomó un momento para responder.

—No lo recuerdo.

—¿No lo recuerdas o no quieres decirlo?

Shadow soltó un leve suspiro, desviando apenas la mirada.

—Tch...

—Shadow, me estuviste observando, ¿verdad?

Él cruzó los brazos y no respondió de inmediato. Su oreja se movió apenas, como una pequeña traición de su nerviosismo.

—Tsk… Está bien —murmuró al final, con resignación—. Sí, te vi más de una vez.

Mi pecho se llenó de satisfacción.

—¿Cuántas?

—No llevo la cuenta.

—Eso suena a "bastantes".

Shadow suspiró, como si se diera por vencido, y al final solo admitió la verdad, sonrojado.

—No podía evitarlo… te veías muy linda, lo admito —murmuró con fastidio, desviando la mirada mientras se cruzaba de brazos—. Ese maldito vestido te quedaba demasiado bien… y el sombrero era ridículamente grande, pero, de alguna forma, solo te hacía ver aún más adorable.

Hizo una pausa, frunciendo el ceño como si no quisiera seguir hablando, pero terminó soltando un leve suspiro.

—Y sí… me distrajiste bastante esa noche.

Sonreí con satisfacción al verlo tan frustrado y sonrojado.

—Vaya, vaya… así que sí me estuviste mirando—canturreé, balanceándome ligeramente sobre mis talones—. Si lo hubiera sabido, te habría buscado entre la multitud para darte un buen susto.

Shadow chasqueó la lengua y desvió aún más la mirada.

—Habría funcionado… porque no esperaba que una brujita se viera tan condenadamente linda.

Mi sonrisa se amplió, sintiendo un cálido cosquilleo en el pecho.

—Entonces, supongo que este año un ángel también atrapará tu atención.

Guardé el vestido de ángel con cuidado en la caja y me giré hacia Shadow con una expresión pensativa.

—Es una lástima que no puedas disfrazarte para la festividad —comenté, apoyando las manos en mis caderas—. Estoy segura de que podría haberte encontrado algo interesante.

Shadow me lanzó una mirada breve con su habitual expresión neutral.

—Lo siento, tengo que vigilar el festival.

No me sorprendió su respuesta, pero aun así solté un pequeño suspiro mientras jugueteaba con la tapa de la caja.

—Sí, me lo imaginaba… —murmuré—. Pero habría sido divertido verte con algo diferente por una vez.

Shadow arqueó una ceja con escepticismo.

—¿Diferente cómo?

Le dediqué una sonrisa traviesa.

—No sé, quizás algo que no sea solo tu uniforme de Neo G.U.N. o tus chaquetas. Algo con un poco más de creatividad… Tal vez un vampiro, un caballero oscuro… ¿qué tal un demonio?

—¿Un demonio? —repitió con un matiz curioso en su tono—. ¿Querías que nos disfrazáramos en conjunto?

Me detuve un segundo, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.

—B-Bueno, no lo había pensado exactamente así, pero… supongo que se vería bien juntos —dije, soltando una risa tímida mientras desviaba la mirada.

Shadow negó con la cabeza, pero su postura se relajó ligeramente.

—Si tanto lo quieres, compraré una máscara de demonio después de mi turno.

Mis ojos se abrieron con sorpresa, y me enderecé de inmediato, caminando hacia él.

—¿Después de tu turno? —repetí, ladeando la cabeza—. ¿Quieres decir que vas a poder pasar parte del festival conmigo?

Shadow sostuvo mi mirada con naturalidad, como si no entendiera por qué estaba tan sorprendida.

—Sí. Me imaginé que eso sería lo que querías.

Me quedé mirándolo, tratando de procesar lo que acababa de decir. Mi cerebro tardó un segundo en reaccionar, pero cuando lo hizo, la emoción me golpeó de lleno.

—¡¿Qué?! —solté, llevándome las manos a la boca— ¡Pero tú pasas toda la noche vigilando el festival!

Shadow alzó un hombro con indiferencia.

—Eso lo hacía porque no me interesaba festejar. Pero este año… lo vamos a pasar juntos, ¿no?

Mi corazón dio un brinco. Durante años, Shadow nunca había mostrado interés en celebrar esta festividad. Siempre estaba en servicio, patrullando, asegurándose de que todo estuviera bajo control. Y ahora… ahora estaba diciendo que lo pasaríamos juntos.

No podía creerlo. Un cosquilleo de emoción me recorrió el cuerpo, y antes de poder contenerme, solté un grito entusiasta y salté a sus brazos.

—¡Shadow! —exclamé, riendo con alegría.

Él me atrapó con firmeza, aunque su cuerpo se tensó por la sorpresa.

—¿A qué hora termina tu turno? —pregunté, mirándolo con los ojos brillantes.

—A las ocho de la noche.

Me separé un poco y le tomé las manos con entusiasmo.

—¡Entonces podremos ver juntos el desfile de antorchas y la hoguera!

No podía ocultar mi felicidad. El desfile de antorchas era uno de los eventos más hermosos de la Noche de Dos Ojos: una procesión de luces cálidas iluminando la oscuridad, guiando a los espíritus y celebrando la historia de nuestra gente. Y ahora, por primera vez, lo compartiría con Shadow.

Sin poder evitarlo, lo abracé de nuevo, riendo de pura alegría.

—Haces que parezca que te acabo de regalar la luna —murmuró, su voz grave resonando contra mi oído.

—¡Es mejor que eso! —exclamé sin dudarlo.

Él soltó una leve risa nasal, rodando el ojo con un gesto de resignación.

—No te emociones demasiado. Solo serán un par de horas.

—¡No me importa! ¡Lo importante es que vas a estar ahí!

Me aparté lo justo para mirarlo a los ojos, mi sonrisa aún presente. Shadow tenía esa expresión de estoicismo habitual, pero en su mirada había algo diferente. Una pequeña chispa de diversión… y tal vez, solo tal vez, un poco de anticipación.

Apreté sus manos con suavidad.

—Gracias, Shadow. De verdad.

Él sostuvo mi mirada por un instante antes de desviar la vista con un leve suspiro.

—Tch. No es para tanto.

Solté una pequeña risa ante su respuesta, pero no insistí. En lugar de eso, le di un leve apretón en las manos antes de soltarlo.

—Ven, aún hay cosas por hacer.

Shadow no dijo nada, pero me siguió sin objeciones.

Me ayudó a bajar las cajas vacías al sótano. Trabajamos en silencio, en perfecta sincronía, como si fuera una rutina bien ensayada. Cuando terminamos, me sacudí el polvo de las manos y cerré la puerta con un suspiro.

—¿Tienes hambre? —pregunté, girándome hacia él.

Shadow asintió con un leve movimiento de cabeza.

—¿Qué te parece si pedimos pizza?

Shadow arqueó una ceja.

—¿Pizza?

Sonreí.

—Sí. Podemos pedir pizza y ver una película. ¿Te apetece?

Él meditó la idea por un segundo antes de asentir.

—Suena bien.

Marqué el número de la pizzería mientras lo miraba de reojo.

—¿Algún sabor en particular?

Shadow se encogió de hombros ligeramente.

—Lo que elijas está bien.

—Entonces… una de pepperoni y otra de cuatro quesos.

Terminé de hacer el pedido, asegurándome de incluir también una botella de gaseosa antes de colgar el teléfono.

Cuando levanté la vista, vi a Shadow de pie junto a la puerta, con los brazos cruzados y la mirada fija en la mesita a su lado. Su expresión era neutra, pero su ojo visible se movía con atención, analizando cada objeto sobre la superficie.

Me quedé en silencio, observándolo mientras su mirada recorría el ramo de rosas frescas que me enviaba cada domingo. Luego, se deslizó entre las fotografías y los pequeños recuerdos que había ido colocando con el tiempo. Desde nuestras vacaciones, la colección había crecido: el adorno de cristal con dos peces besándose, nuestra selfie enmarcada en la playa al atardecer, la fotografía fallida frente al árbol milenario donde nuestras caras salieron medio borrosas, y la tira de cuatro fotos que nos tomamos en la tienda de regalos del resort, protegida entre dos piezas de vidrio.

Sabía que no era la primera vez que notaba ese rincón. Mi casa siempre había estado llena de recuerdos; las paredes tenían fotografías de mis amigos y nuestras aventuras, y varios muebles exhibían adornos o pequeños objetos que me recordaban momentos especiales. Pero este mueble en particular era diferente.

Era solo para él.

Me acerqué con una sonrisa suave, disfrutando el momento en que él se tomaba su tiempo para observar esos detalles.

—Cada vez está más llena —murmuró de repente, sin apartar la vista del mueble.

Me crucé de brazos con aire pensativo, siguiendo su mirada.

—Y seguirá llenándose —dije con certeza—. Creo que pronto tendré que conseguir un mueble más grande.

Shadow bajó ligeramente la vista, como si estuviera considerando mis palabras. Luego, exhaló un leve resoplido.

—Hmph.

—¿Qué? —pregunté con diversión, inclinando la cabeza para mirarlo mejor.

Él negó con un leve movimiento, pero esta vez, la sombra de una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.

—Es solo que… antes solo teníamos una fotografía juntos.

Sentí una calidez inesperada en el pecho. Extendí la mano sin dudar y entrelacé mis dedos con los suyos, apretando suavemente.

—Hemos avanzado mucho, ¿no crees? —murmuré, trazando círculos distraídamente con el pulgar sobre su mano.

Shadow bajó la mirada hacia nuestras manos un instante, luego le dio un pequeño apretón.

—Sí —dijo al fin, su voz baja, firme—. Más de lo que hubiera imaginado.

Sonreí con ternura.

—Sé que no eres muy fotogénico, pero aprecio que te tomes fotos conmigo.

Shadow me sostuvo la mirada por un momento antes de responder con total naturalidad:

—Me gusta hacerte feliz.

Mi sonrisa se ensanchó mientras una cálida sensación se expandía en mi pecho. No necesitaba decir nada más. Con un suave tirón, lo guié hacia el sillón. No hubo resistencia, solo la firmeza tranquila de su presencia siguiéndome. Nos sentamos juntos, uno al lado del otro.

Tomé el control remoto, encendí la televisión y comencé a desplazarme lentamente por las opciones de películas. En realidad, no estaba prestando mucha atención a la pantalla. Mi mirada se desviaba de vez en cuando hacia Shadow, luego a las luces cálidas y las decoraciones que habíamos puesto para la Noche de Dos Ojos.

La atmósfera tenía algo de nostálgico, algo que me hizo preguntarme cómo habrían sido estas fechas para él en el pasado.

—Shadow… —lo llamé con suavidad, esperando a que me mirara antes de continuar—. ¿Celebraste Halloween en el ARK?

Él giró la cabeza hacia mí con una expresión inescrutable. Luego miró al frente, como si estuviera decidiendo cuánto quería decir.

—Supongo —respondió tras unos segundos—. María quería experimentar las festividades de la Tierra, así que nos disfrazábamos y recorríamos el ARK pidiendo dulces a los científicos y empleados.

Hizo una breve pausa antes de añadir, con un tono casi indiferente:

—Aunque… los dulces eran gomitas vitamínicas.

Una sonrisa se me escapó al imaginar la escena.

—Eso suena adorable.

Shadow resopló con ligera exasperación, desviando la mirada.

—No era nada especial —añadió, cruzándose de brazos—. No es como si pudiéramos hacer mucho allá arriba. Solo dábamos una vuelta y, al final, veíamos una película de terror mientras comíamos nuestros “dulces”.

Me acomodé más contra el sofá, tomando su brazo con naturalidad, sintiéndome más curiosa con cada palabra.

—¿Qué clase de películas veían?

Shadow me miró de reojo antes de responder.

—Eran en blanco y negro.

Su expresión se suavizó apenas, como si los recuerdos afloraran con más claridad.

—María tenía una favorita sobre hormigas gigantes.

Solté una risa suave al imaginarlo.

—Oh, seguro era Them! —dije con entusiasmo—. Esa película es un clásico.

Shadow asintió levemente, la sombra de una sonrisa jugando en sus labios.

—Cada año pasaban una maratón de películas de terror por la televisión del ARK. María insistía en quedarse hasta tarde para verlas todas, pero… nunca lo lograba.

Pude imaginarla, acurrucada contra él, parpadeando pesadamente mientras intentaba luchar contra el sueño, solo para terminar cabeceando antes de la medianoche.

—¿Y tú sí aguantabas hasta el final? —pregunté con una sonrisa.

—Siempre —respondió sin dudarlo—. Aunque, tenía que darle un resumen a María al día siguiente, y me pedía detalles.

Sonreí al imaginar la escena. No pude evitar pensar que esas pequeñas memorias de compañía debían haber sido especiales para él.

—Debió ser interesante cuando viste una película moderna por primera vez.

Shadow exhaló por la nariz, su mirada perdiéndose un instante en el televisor encendido.

—Sí, fue… interesante —dijo tras un momento—. Demasiado realista.

—¿Demasiado realista? —repetí, ladeando la cabeza.

Shadow guardó silencio unos segundos, como si meditara si debía continuar. Finalmente, suspiró.

—Rouge insistió en ver una película todos juntos. Dijo que era “perfecta para la ocasión”.

Noté cómo apretó ligeramente la mandíbula antes de continuar.

—Puso una… sobre un alien infiltrándose en una estación espacial.

—Oh… —mi mente tardó un segundo en hacer la conexión—. ¿Alien?

Shadow asintió con un leve gruñido.

—Digamos que… reaccioné de forma instintiva.

Había algo en su tono que me hizo entrecerrar los ojos.

—¿Qué tan “instintiva”?

Él desvió la mirada, notablemente incómodo.

—Lancé un Chaos Spear al televisor.

Parpadeé. Luego, sin poder evitarlo, miré de reojo mi propio televisor, como si pudiera compartir el terror de su predecesor. Volví a mirarlo a él.

—… ¿Lo destruiste?

—Completamente —admitió con un tono seco.

Me tapé la boca con una mano para contener la risa, pero una pequeña carcajada se me escapó de todos modos.

—Shadow…

—No lo encontraba gracioso en ese momento —murmuró, cruzándose de brazos, aún sin mirarme.

—No, claro que no —dije, mordiéndome el labio para no seguir riendo—. ¿Y qué hicieron después?

—Rouge me hizo comprar un televisor nuevo —resopló—. Y aprendí que hay ciertos… tipos de películas que no debo ver.

Lo miré con una sonrisa traviesa.

—Gracias por haberme advertido con antelación —respondí, todavía divertida.

Movía el control entre mis manos, recorriendo los títulos uno por uno. La pantalla estaba llena de películas de terror recientes, todas alineadas con la temporada.

—¿Crees que re-hicieron la película de las hormigas gigantes? —preguntó Shadow, mirando la televisión con una curiosidad creciente.

Fruncí el ceño por un segundo, antes de encogerme de hombros.

—Seguramente. ¿Quieres que la busque? —respondí, ya tomando mi celular.

Shadow asintió con interés.

—Sería interesante ver la versión con Mobians.

Sonreí, aceptando el desafío.

—Déjame ver… —dije, mientras tecleaba rápidamente en mi celular. Después de unos momentos de búsqueda, encontré lo que buscaba. —Parece que sí, pero no sería como la recuerdas. Lo hicieron a color y con hormigas CGI de fuego.

Shadow inclinó la cabeza ligeramente, su expresión intrigada.

—¿Y cómo la vemos?

Lo miré a los ojos, todavía con el teléfono en la mano. Él observó el dispositivo con algo de desconcierto en su rostro.

—Tenemos que alquilarla en línea —respondí, mostrando la pantalla.

Shadow frunció el ceño y miró el celular con algo de desconcierto.

—¿En línea?

No pude evitar reírme ante su pregunta. Dejé el celular sobre mis piernas y levanté las manos, intentando explicarlo de manera sencilla.

— Básicamente, entramos en un sitio web, seleccionamos la película, y luego pagamos a través de una tarjeta... y en cuestión de minutos, está lista para ver.

Shadow frunció el ceño, claramente intentando procesarlo.

—Pagar sin recibir algo físico… —murmuró con una ligera expresión de desconfianza.

Me reí suavemente y le di una sonrisa tranquilizadora.

—Exacto. Todo está digitalizado ahora. Ya nadie compra discos.

Shadow se quedó en silencio un momento, mirando el teléfono como si pudiera transformarse en algo más tangible. Luego, volvió a mirarme, su mirada aún un poco desconcertada.

—Hmph, supongo que es más sencillo de lo que pensaba.

Sonreí y volví a mirar la pantalla de mi teléfono.

—Sí, lo es. Déjame hacer esto por ti.

Luego, me detuve un momento, una curiosidad creciente me invadió.

—Espera... ¿nunca compras nada en línea? —pregunté, mirando con sorpresa a Shadow.

Él negó con la cabeza, con un suspiro.

—No. La última vez que lo intenté, fue para comprar boletos de Hot Honey hace... ¿cinco años? —dijo, como si lo estuviera recordando con un poco de frustración—. Y terminó siendo tú quien tuvo que ayudarme a comprarlos. Desde entonces... nunca lo he vuelto a intentar.

Tuve que cubrirme la boca para no soltar una carcajada. La imagen de Shadow, serio y frustrado, luchando con algo tan simple como una compra en línea, era demasiado graciosa.

—No es tan complicado, Shadow —dije entre risas, tratando de contenerme.

Él bufó, cruzándose de brazos con expresión molesta.

—Simplemente no entiendo por qué todos insisten en hacer estas cosas en línea cuando pueden hacerlo en persona.

Mi sonrisa se mantuvo, divertida por su terquedad.

—Porque es rápido, fácil y conveniente —respondí con ligereza—. Así es la vida moderna.

Podía entender que Shadow no fuera precisamente un experto en tecnología, pero su reticencia a comprar en línea me resultaba curiosa. Si apenas usaba estos servicios, ¿qué tanto hacía con su celular en su día a día? ¿Lo usaba para algo más que llamadas y mensajes?

—Hey, ¿me dejas ver tu celular? —pregunté con curiosidad.

Shadow levantó una ceja, pero, sin decir palabra, sacó el dispositivo de su chaqueta y me lo entregó sin dudar.

Lo tomé entre mis manos; era un modelo antiguo, posiblemente de hace una década. Lo desbloqueé con facilidad y parpadeé, atónita.

—Shadow… ¿ni siquiera tienes clave?

—¿Para qué? —respondió con total tranquilidad—. Nadie más usa mi teléfono.

Solté un suspiro, negando con la cabeza, y bajé la mirada a la pantalla de inicio. Apenas vi su contenido, me llevé una mano a la boca para ahogar una carcajada.

—¡Por Gaia, Shadow! Esto es lo más básico que he visto en mi vida.

El fondo de pantalla era el predeterminado de fábrica: un paisaje vacío y sin alma. No tenía widgets, ni redes sociales, ni juegos, ni ninguna app extra. Solo lo esencial, como si el teléfono existiera únicamente por obligación.

—¿En serio? —dije, todavía riendo—. ¿Ni siquiera una app para revisar el clima?

—No necesito nada más que eso —murmuró, casi como si intentara justificarse.

—¡Es adorable! —dije entre risas, mirándolo con una mezcla de diversión y ternura—. Realmente tienes 60 años.

Él frunció el ceño y extendió la mano para recuperar su teléfono.

—Déjame en paz.

Eso solo me hizo reír más. Me aparté de inmediato, sujetando su celular fuera de su alcance.

—¡Déjame cambiarte el fondo de pantalla, al menos! ¡Esto necesita un poco de personalidad!

Shadow me miró con confusión.

—¿Se puede cambiar?

Parpadeé.

—Shadow… ¿en serio?

Él no respondió, solo me sostuvo la mirada con su típica expresión neutral, como si lo que acababa de preguntar fuera completamente razonable.

Solté un suspiro entre divertido y resignado antes de entrar a su galería en busca de una imagen. Lo que encontré me hizo detenerme.

Ahí estaban, perfectamente alineadas en su historial: las selfies que le había enviado antes.

Sentí cómo el calor subía a mis mejillas.

—Vaya… —murmuré con una sonrisa, sintiendo un extraño cosquilleo en el pecho—. ¿Cuál te gusta más?

—Todas me gustan—su voz fue firme, sin vacilar — Pero mi favorita es la de las rosas.

Mi sonrisa se suavizó.

—Buena elección.

Busqué la imagen y la coloqué como su fondo de pantalla. Cuando le devolví el celular, vi su expresión cambiar. Miraba la pantalla con detenimiento, casi con desconcierto, como si el cambio fuera algo irreal.

Aproveché el momento y le mostré mi propio celular.

—Mira —dije, mostrándole la pantalla.

Shadow bajó la mirada y vio mi fondo de pantalla. Era él.

—¿Cuándo tomaste esa foto? —preguntó, frunciendo levemente el ceño, genuinamente sorprendido.

—Rouge me la pasó —respondí con una sonrisa—. No sueles sonreír en cámara.

Shadow entrecerró los ojos. Luego, sin previo aviso, me miró directamente y forzó una sonrisa exagerada, mostrando los colmillos de una manera tan teatral que parecía una parodia de sí mismo.

No pude contenerlo. Estallé en carcajadas.

—¡Eso no cuenta! —exclamé, riendo sin poder detenerme.

—Es, técnicamente, una sonrisa —replicó él con su tono seco de siempre.

Negué con la cabeza, aún riendo, y volví a concentrarme en mi celular.

—Déjame alquilar la película antes de que intentes otra de esas expresiones aterradoras…

Un rato después, el timbre sonó, rompiendo momentáneamente la calma de la sala. Shadow se puso de pie con su andar silencioso y se dirigió a la puerta. Desde mi lugar en el sofá, lo observé abrirla con su expresión habitual, seria e imponente.

Afuera, el repartidor—un joven mapache con una chaqueta roja de la pizzería—parpadeó un par de veces antes de aclararse la garganta y revisar su recibo.

—Ehh… Son 52 rings por las dos pizzas y la gaseosa grande —dijo, equilibrando las cajas de pizza en un brazo mientras sostenía la botella dentro de una bolsa de plástico en la otra mano.

Shadow asintió con un leve movimiento de cabeza y, sin dudar, sacó un billete de 100 rings de su billetera. Sin decir una palabra, tomó las pizza con facilidad y le extendió el billete al repartidor.

El mapache parpadeó al ver la cantidad y rápidamente intentó reajustar la bolsa en su brazo para sacar el cambio.

—Oh, eh… Déjeme darle el cambio…

Shadow negó con un simple gesto.

—No es necesario.

El repartidor lo miró sorprendido, alternando la vista entre el billete y la expresión inescrutable de Shadow.

—¿En serio? Oye, gracias, hombre. En serio.

Shadow ya estaba girándose para cerrar la puerta cuando el mapache carraspeó.

—Uh… señor, su refresco.

Shadow se detuvo y bajó la mirada hacia la botella dentro de la bolsa, como si apenas la notara por primera vez. Con el mismo silencio que había mantenido hasta ahora, la tomó con calma y observó por un segundo más al repartidor alejarse antes de girarse de nuevo hacia la casa.

Pensé que entraría de inmediato, pero vi cómo su mirada se desvió. Sus orejas se movieron sutilmente y su postura se tensó, apenas perceptible para alguien que no lo conociera.

Shadow se detuvo en la entrada, su mirada fija en la estatua de Amdruth.

—Rose… —su voz salió grave y pausada—. Las cabezas estaban mirando al frente, ¿cierto?

El escalofrío que había sentido antes regresó de inmediato. Tragué saliva y asentí.

—Sí. Así es como es la estatua. ¿Por qué?

Shadow no respondió de inmediato. Apretó un poco más la botella en su mano antes de decir:

—Porque ahora están viendo hacia el jardín.

Mi piel se erizó.

—No bromees con eso… —murmuré, abrazando un cojín del sillón.

Pero Shadow ignoró mi advertencia y, con una calma inquietante, se dirigió directamente a la estatua.

—Amdruth… —dijo, con la seriedad de quien habla con alguien real—. De un fenómeno de la naturaleza a otro, no te robes mi alma, aún la necesito.

Lo observé, incrédula.

—¿Qué estás…?

—Te voy a dejar una naranja —continuó, sin inmutarse—. Mejor escríbeme una carta y dime qué quieres personalmente.

No pude evitar soltar una carcajada. Claro, Shadow podía mirar con desprecio a cualquiera que intentara hacerle una broma, pero aquí estaba, negociando con una estatua de cobre como si fuera una amenaza legítima.

Sin decir más, se giró y entró a la casa, cerrando la puerta con el pie.

El viento agitó las hojas en el porche, y entonces lo oímos.

Un crujido seco.

Shadow se detuvo a mitad de la sala.

Yo también lo escuché.

No fue un sonido común, no como los tablones viejos cediendo bajo nuestro peso o la estructura ajustándose al clima. Fue algo diferente. Algo que… se movió.

Shadow giró la cabeza apenas, como considerando si valía la pena revisar.

Pero después de un segundo, simplemente negó con la cabeza y siguió caminando hacia la sala, con las pizzas y el refresco en mano, como si nada hubiera pasado.

Él solo soltó un leve "Hmph" antes de dejar las cajas sobre la mesita de centro y colocar el refresco a un lado.

Mientras él se encargaba de la comida, yo me levanté y caminé hasta la cocina. Abrí el gabinete y saqué un par de platos de cerámica, luego me incliné para tomar un par de vasos del estante inferior. Al abrir el cajón de los cubiertos, agarré un paquete de servilletas y los acomodé sobre los platos antes de regresar a la sala.

Shadow ya había abierto la caja de pizza y estaba observando su contenido con detenimiento, como si analizara cada ingrediente.

—¿Aprobada? —pregunté con una sonrisa, ofreciéndole los platos y vasos.

Él los tomó con un simple asentimiento y comenzó a servir. Mientras tanto, me acerqué al interruptor de la luz y lo apagué.

La sala quedó iluminada únicamente por el resplandor del televisor y las luces decorativas que habíamos colocado. La atmósfera adquirió un tono cálido y relajante, perfecto para la noche.

Regresé al sofá y me acomodé a su lado, sintiendo la calidez de su presencia. Shadow, sin decir nada, me entregó un plato con un par de piezas de pizza perfectamente servidas.

—Gracias —dije, tomando el plato y recostándome ligeramente en el respaldo.

Agarré el control remoto y puse la película, mientras Shadow tomaba su propia porción de pizza.

Un silencio cómodo se instaló entre nosotros cuando la película comenzó. El sonido del televisor llenó la habitación, acompañado ocasionalmente por el crujir de la pizza al ser mordida y el suave murmullo de las luces decorativas vibrando con la corriente.

El momento era simple, pero cálido. Un par de comentarios bajos sobre la película, el roce casual de nuestras manos al alcanzar la misma porción de pizza, la tranquilidad de compartir un espacio sin necesidad de palabras.

Con el tiempo, la película terminó, pero la noche no lo hizo con ella.

Las cajas de pizza fueron a la basura, los platos quedaron limpios en el escurridor, y la luz tenue de la cocina proyectaba sombras suaves en las paredes. Pero nada de eso importaba en ese momento.

Me encontraba atrapada entre la encimera y el cuerpo de Shadow. Su calor irradiaba contra mí, su presencia envolviéndome por completo. Sus labios se movían con hambre y precisión sobre los míos, besándome con una intensidad que hacía que mi pecho se comprimiera y mis pensamientos se dispersaran.

Sus manos firmes recorrían mi espalda con una mezcla de urgencia y devoción. Sentí el roce de sus dedos contra la tela de mi sweater, el ligero temblor en su tacto cuando sus manos se deslizaron por debajo de la prenda, acariciando mi pelaje expuesto con una calidez que me hizo estremecer.

Mis dedos se aferraban a sus hombros, rascando apenas la tela de su chaqueta en un intento de mantenerme anclada. No nos habíamos visto en una semana, y era evidente cuánto nos habíamos echado de menos. Cada caricia, cada beso, cada roce hablaba de ese anhelo contenido, de esa necesidad mutua que solo parecía crecer con la distancia.

Entonces, sentí sus dedos encontrarse con el broche de mi brasier.

Un jadeo ahogado escapó de mi garganta, atrapado entre sus labios. Mi corazón latía con fuerza, y por un instante, me dejé llevar por la sensación de su toque, por el calor de su cuerpo contra la mía.

Pero entonces, un pensamiento cruzó mi mente.

Él me había dicho que nos tomáramos nuestro tiempo.

Y aquí estaba, todo apresurado.

Con suavidad, me separé lentamente de él, mis labios dejando los suyos con una caricia final.

—Shadow… creo que tenemos que hablar.

Shadow abrió su único ojo visible y se alejó apenas, sus manos cayendo hasta mi cintura, pero sin soltarme por completo. Su mirada cambió de inmediato; no solo por la interrupción, sino porque su instinto captó que quería hablar en serio.

Llevé mis manos a sus brazos, ejerciendo una leve presión para poner un poco más de distancia entre nosotros. Quería verlo bien, asegurarme de que me escuchara.

Él no dijo nada. Su expresión era neutra, pero sus orejas se movieron sutilmente, captando la tensión en mi tono.

Respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos.

—Esta semana he estado pensando… Y tienes razón. Tenemos que tomarnos nuestro tiempo.

Su mirada permaneció fija en la mía, atenta, dándome espacio para continuar.

—Durante las vacaciones, estaba emocionada porque era la primera vez que íbamos a pasar tanto tiempo juntos y… me dejé llevar.

Desvié la mirada por un momento, mordiendo mi labio. La calidez de su tacto aún persistía en mi piel, y el recuerdo de nuestras noches juntos me hizo sentir un leve cosquilleo en el estómago.

—Apenas llevamos poco más de tres meses juntos, y creo que estamos yendo demasiado rápido.

El silencio que siguió fue breve pero pesado. Shadow inclinó la cabeza apenas, evaluando mis palabras con esa expresión estoica que me hacía imposible adivinar lo que estaba pensando.

—¿Qué es lo que quieres hacer entonces? —preguntó finalmente, su voz grave y tranquila.

Mordí mi labio, nerviosa.

—No quiero que pienses que no quiero… —Hice una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Quiero que sigamos explorando y probando cosas nuevas, pero…

Sentí mis mejillas arder y bajé la mirada por un instante antes de volver a encontrarme con la suya.

—Pero quiero que nos tomemos nuestro tiempo antes de dar el siguiente paso.

Shadow asintió con un leve movimiento de cabeza, pero su mirada no perdió ese filo analítico, como si intentara descifrar algo en mí.

—No me molesta esperar —dijo con simpleza—. Si lo quieres así, así será.

Apreté mis dedos contra la tela de su chaqueta, sintiendo un pequeño alivio en su tono firme.

—Gracias.

Él ladeó la cabeza.
—Pero… ¿esto te preocupa? —preguntó con genuina curiosidad.

Suspiré.
—Un poco. No quiero que pienses que… te estoy alejando o algo así.

Shadow frunció levemente el ceño.
—Rose, si quisieras alejarme, lo sabría.

Su tono era seguro, sin el menor atisbo de duda. Esa certeza suya me desarmó un poco. A veces olvidaba lo perceptivo que era, lo fácil que le resultaba leerme incluso cuando yo misma estaba tratando de entenderme.

Mis dedos se aferraron con más fuerza a la tela de su chaqueta antes de aflojar el agarre. Bajé la mirada por un segundo, tomándome un respiro, y cuando volví a alzarla, encontré su ojo aún fijo en mí, expectante, paciente.

Sonreí suavemente ante su confianza.
—Supongo que sí.

Shadow no respondió de inmediato. Sus dedos, aún posados en mi cintura, trazaron un leve movimiento, casi imperceptible, como si su propia naturaleza le impidiera estar completamente inmóvil. No me estaba presionando, solo estaba ahí, firme y atento.

—Dijiste que querías seguir explorando —señaló.

Asentí, sintiendo el rubor volver a mi rostro.
—Sí… quiero que sigamos conociéndonos, pero sin apresurarnos.

Shadow pareció pensarlo por un momento.
—Entonces… ¿quieres límites?

Su pregunta me tomó por sorpresa.

—¿Límites?

—Si te preocupa que vayamos demasiado rápido, dime hasta dónde quieres llegar. Así los respetamos.

Lo miré fijamente, sintiendo algo cálido instalarse en mi pecho. No era solo que estuviera dispuesto a escucharme, sino que realmente quería asegurarse de que me sintiera segura.

—No sé si quiero poner reglas exactas —admití—, pero sí quiero que nos aseguremos de que ambos estemos cómodos con lo que hacemos.

Shadow asintió, aceptando mi respuesta sin cuestionarla.
—Está bien.

Respiré hondo, lista para abordar el otro tema.

—Y cuando estemos listos para dar el siguiente paso… tendremos que ser cuidadosos.

Shadow frunció levemente el ceño.

—¿Cuidadosos?

Tragué saliva.

—Shadow… ¿Tú no tienes ningún problema con… usar protección?

Su ceja se arqueó ligeramente, desconcertado por mi pregunta.

—¿Por qué tendría un problema?

Desvié la mirada por un momento, sintiéndome algo avergonzada.

—Bueno… a muchos no les gusta. Dicen que es antinatural, y por eso muchas chicas terminan en celo durante la primavera —dije, desviando la mirada por un momento. Luego, solté una pequeña risa, algo incómoda—. Por algo lo llaman los tres días en el cielo y en el infierno.

Shadow suspiró, pasándose una mano por el rostro con un gesto de exasperación.

—Toda esta biología Mobiana es un dolor de cabeza.

No pude evitar soltar una risa suave, negando con la cabeza.

—Así es como somos. Así funciona la naturaleza.

Shadow se cruzó de brazos, pensativo.

—Mencionaste algo sobre un medicamento la otra vez.

Asentí.

—Sí, el que salió en enero. Me informé más... Es efectiva, pero tiene muchos efectos secundarios. —Hice una pausa, mi dedo tocando ligeramente su chaqueta — Y me dio un poco de miedo, así que no quiero tomarlo.

Él no dijo nada de inmediato, pero su ojo me indicó que estaba procesando la información.

—Por eso quería confirmarlo contigo. Mientras tu no… ya sabes… “descargues la mercancía adentro”..., mi cuerpo no debería buscarte durante la primavera.

—Entendido.

Fue lo único que dijo, pero su voz salió un poco más grave de lo usual, con un matiz bajo y contenido.

Shadow apartó la mirada, su ojo fijo en un punto cualquiera de la cocina, y fue entonces que lo noté: el rubor apenas visible en sus mejillas.

Mis manos volaron a mi rostro en un intento inútil de ocultar mi propio sonrojo. Hablar de esto era… vergonzoso. No cuando estaba ocurriendo, no cuando el calor del momento se llevaba cualquier pensamiento racional, pero ahora, de vuelta a la normalidad, en medio de nuestra rutina, me hacía darme cuenta de lo impulsiva que había sido durante las vacaciones.

Habíamos hecho cosas.

Cosas que jamás había imaginado hacer con él, con nadie.

Y ahora, con la cabeza más clara y la intensidad del deseo atenuada, ponerlo en palabras era extraño.

Sentí el tacto de su mano sobre la mía. Firme, cálida, con la misma seguridad que siempre, pero con un matiz distinto esta vez. Su pulgar se deslizó lentamente sobre mis nudillos, en un gesto deliberadamente suave, antes de que su voz rompiera el silencio.

—¿Quieres parar por esta noche, o quieres continuar?

Mi pecho se comprimió un poco.

Levanté la mirada hacia él. Shadow me observaba, su expresión neutra, pero su ojo rojo aún ardía con la sombra de algo que reconocía bien. Deseo contenido. Paciencia puesta a prueba.

Apreté los labios, mi corazón latiendo más rápido de lo normal.

La respuesta estaba clara dentro de mí, pero decirla en voz alta me daba un pudor extraño.

Bajé la mirada, dejando que mis dedos rozaran los suyos, como si estuviera buscando apoyo en su contacto.

—Quiero continuar.

Apenas terminé de decirlo, su otra mano encontró mi cintura, firme y segura. No hubo más palabras.

Shadow cerró la distancia en un instante, inclinándose para capturar mis labios en un beso que esta vez no tenía la impaciencia de antes, sino algo más profundo… más intencional. Sus dedos se apretaron con firmeza en mis caderas, a través del vestido, guiándome hacia él con una seguridad que me hizo estremecer. Era como si supiera exactamente lo que necesitaba.

El beso se volvió más intenso, más hambriento. Llevé mis manos a su nuca, a sus púas, aferrándome con fuerza mientras nuestras lenguas se encontraban en un ritmo conocido y nuevo al mismo tiempo. Esto se sentía distinto. Muy distinto a nuestras primeras veces. Lo que compartimos durante las vacaciones cambió algo entre nosotros. Nos habíamos explorado, confiado el uno en el otro. Ya no eran solo besos y caricias… era algo más profundo, más visceral.

Cada roce de su boca, cada desliz de su lengua sobre la mía encendía algo dentro de mí. Un calor, una ansiedad dulce, una necesidad creciente. Shadow empezó a besarme las mejillas, luego la línea de la mandíbula, hasta llegar a mi cuello. Sus labios se tornaron más juguetones, sus mordiscos más atrevidos. Gemidos suaves escapaban de mi boca, sin que pudiera contenerlos. Lo sentía marcarme con su boca, y cuando sus colmillos se clavaron con firmeza sobre mi piel, un gemido más agudo se me escapó. Fue un relámpago bajo la piel, directo a mi centro, y mi cuerpo reaccionó sin que yo pudiera evitarlo, humedeciendo ligeramente mi ropa interior.

—Shadow… —susurré, apenas audible.

Pero él no se detuvo. Sus labios siguieron dejándome sin aliento, mientras sus manos descendían lentamente por mis caderas, por mis muslos, hasta meterse debajo de la falda de mi vestido. Sus dedos rozaron mis pantimedias, tocando suavemente mis muslos, mi vientre, y antes de que pudiera prepararme, una de sus manos se deslizó al interior de mis pantimedias. Sentí sus dedos rozar mi ropa interior y presionar suavemente contra mí, el contacto fue suficiente para arrancarme un quejido bajo y lleno de deseo.

Mi rostro se encendió por completo. Mis manos volaron a sus brazos, aferrándome a la tela de su uniforme, buscando anclarme a algo mientras el mundo parecía girar solo alrededor de su tacto.

Sentía sus dedos moviéndose con cuidado, rozándome con esa mezcla de deseo y ternura que solo él sabía conjugar. Su boca se deslizó hacia mi oído y, con un pequeño mordisco, susurró:

—No sabes cuánto te extrañé… Esta última semana no he parado de pensar en ti. En lo que hicimos en esa tienda de campaña... en cómo se sintió tu boca en mí.

Mi cuerpo se estremeció. Me aferré aún más a él, mis dedos apretando con fuerza el material de su chaqueta como si eso pudiera contener lo que estaba despertando en mí.

Shadow continuó, su voz ronca y temblorosa, como si confesara algo demasiado íntimo:

—He estado fantaseando… He tenido pequeños… accidentes, pensando en ti. Rose… ¿qué fue lo que me hiciste? Perdí todo mi autocontrol… 

Sus palabras me hicieron arder por dentro. El calor en mi rostro aumentó, mis mejillas se encendieron como si acabara de tocar fuego. Entonces sentí cómo su mano se retiraba lentamente de mis pantimedias gruesas, solo para deslizarse debajo de mis muslos. Con un solo movimiento firme y decidido, me levantó y me sentó sobre la encimera de la cocina. Solté un pequeño sonido de sorpresa, más por el repentino cambio de altura que por otra cosa.

Se inclinó hacia mí y me besó con una urgencia distinta. No era impaciencia, era necesidad pura. Hambre contenida. Entre besos entrecortados, su voz emergió con un tono bajo, casi suplicante:

—Te necesito, Rose… Necesito probarte otra vez. Déjame, aunque sea eso. No quiero nada más… solo eso.

Mis mejillas ardieron. Me sentía expuesta y vulnerable, pero también emocionada. Avergonzada y deseosa a la vez. Evité su mirada por un momento, desviando la vista hacia la cocina, mientras asentía con timidez.

Vi cómo una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro, cargada de gratitud y deseo. Sus manos se deslizaron por mi vestido, debajo de la falda, hacia el borde de mis pantimedias y comenzó a bajarlas con lentitud, llevándose mi ropa interior con ellas. Tragué saliva. A pesar de todo lo que ya habíamos vivido juntos, esta era apenas la segunda vez que Shadow me veía así… completamente expuesta. Y no podía evitar sentir un nudo en el estómago.

Shadow se acomodo entre mis piernas abiertas, puso sus manos enguantada en mis rodillas e inclinó su cabeza. Pude sentir su aliento cálido entre mis piernas, esa cercanía que provocaba un escalofrío suave recorrerme la espalda. Shadow empezó a besarme la parte interna de los muslos con una lentitud casi devocional. Primero uno… luego el otro… Sus labios eran cálidos, suaves, firmes. Cada beso dejaba una estela de calor que me hacía estremecer. Sentía cómo respiraba sobre mi piel, cómo se tomaba su tiempo para adorar cada centímetro, como si estuviera memorizándome con la boca.

Entonces, sus besos se volvieron más atrevidos. Sentí el primer mordisco, pequeño, apenas un pellizco juguetón. Me hizo soltar un suspiro ahogado. Luego vino otro, un poco más intenso, más firme, y luego otro más… Cada uno dejaba una sensación distinta, una mezcla de placer, sorpresa y un cosquilleo que me subía por la espalda.

Noté cómo me dejaba pequeñas marcas, rastros de su paso, como si su deseo necesitara dejar constancia de que había estado ahí. Sentía su deseo en cada mordida, en cada roce, como si estuviera reclamándome suavemente, con un hambre contenida pero honesta. Mi piel ardía bajo su toque. 

Tras un último mordisco, vi como sus labios se acercaron con delicadeza, y luego, con una necesidad evidente, su lengua empezó a lamer mi entrada.. El contacto era suave al principio, como si me saboreara lentamente, con reverencia, y luego más profundo, más seguro, adentrandose en mi interior. Cada movimiento, cada caricia, despertaba una oleada de sensaciones en mí que me hacían soltar pequeños gemidos sin poder evitarlo.

Cerré los ojos, enfocándome en las sensaciones. El frío de la encimera contrastaba con el calor de su boca y su aliento. Todo mi cuerpo parecía responder a él, como si lo reconociera, como si ya se hubiese acostumbrado a su forma de tocarme, de conocerme.

Mis dedos se deslizaron hasta su cabeza, acariciando su pelaje con cariño. Sentía cómo su lengua se movía con devoción, como si quisiera saborearme por completo, y sin darme cuenta mi mano se aferró a su cabeza, acercandolo a un más. Todo en ese momento se sentía familiar, íntimo pero diferente.

Lo escuché soltar un leve sonido, una mezcla entre un suspiro y un gemido contenido. Su respiración se volvió un poco más rápida, más intensa. Algo estaba cambiando también en él.

—Shadow… —murmuré con un hilo de voz, apenas audible.

Shadow estaba absorto en mí, su mano izquierda sobre mi muslo, su atención entera centrada en cada reacción mía. Pero fue entonces que noté algo más… un gesto, su mano derecha moviéndose con rapidez, un movimiento que me hizo llevar una mano a mi rostro, sonrojada.

Comprendí en ese instante, Shadow se estaba masturbando mientras me saboreaba.

Me dejé caer sobre la encimera, cubriéndome el rostro con ambas manos, el momento se sentía demasiado real, demasiado íntimo y al mismo tiempo demasiado indecente. Podía escuchar sus gemidos entrecortados mientras me lamía, el calor de su aliento en mi entrada. 

Miré al techo de la cocina, dejando que mi mente se perdiera en las sensaciones que recorrían mi cuerpo. Habíamos hablado sobre tomar las cosas con calma, con tiempo. Pero, al parecer, no podíamos hacer nada de eso. Toda mi vida había soñado con un romance de cuento de hadas, con momentos ideales y perfectos, pero nunca me detuve a pensar en lo que realmente implicaba una relación real. No solo el aspecto emocional, sino también lo físico, lo íntimo.

Siempre había tenido una imagen de Shadow como alguien callado, reservado, incluso tímido. En cambio, yo era un torbellino de emociones, impulsiva, ruidosa, llena de ideas románticas. Era extraño, y a la vez fascinante. Shadow había sido apasionado desde el inicio y yo tenía que seguirle el ritmo. 

Nuestra relación definitivamente había cambiado desde las vacaciones. Ya no sería más inocente ni dulce. Había algo más profundo ahora, algo que no podíamos ignorar.

Mis gemidos escapaban sin control, mientras un temblor intenso recorría mi cuerpo y una corriente eléctrica parecía atravesarme de pies a cabeza. Sentía tantas sensaciones que apenas lograba entenderlas todas. Escuchaba la voz de Shadow volverse cada vez más entrecortada, más profunda. 

Apoyé los codos sobre la encimera, sintiendo la frialdad de la superficie bajo mi suéter mientras respiraba hondo, tratando de juntar el valor para hablar. Mi rostro estaba ardiendo y con voz temblorosa, me atreví a preguntar:

—¿Tú no quieres?

Las orejas de Shadow se movieron al instante, captando cada palabra como si no se esperara esa pregunta. Se separó de mí con suavidad, dándome un poco de espacio. Sus labios estaban húmedos, aún brillantes por lo que había estado haciendo.

—Estoy bien —respondió en voz baja, casi grave— Con esto me basta.

Lo miré, confundida, sintiendo un pequeño nudo en el pecho. Quería creerle, pero… no se sentía justo.

—Pero no me parece justo… —dije, bajando un poco la mirada, antes de volver a encontrar la suya— Yo soy la única aquí recibiendo cariño.

Él tragó saliva y desvió la vista, visiblemente incómodo, como si sus pensamientos pesaran más de lo que quería admitir. Su voz salió cargada de una preocupación real.

—No quiero ahogarte… como la última vez.

Su sinceridad me conmovió. Lo decía en serio. Lo estaba cuidando todo, incluso cuando no hacía falta.

—No tienes que preocuparte —dije con más decisión, dejando que la calidez de mis palabras lo alcanzara. Me impulsé con los brazos y me senté por completo sobre la encimera, con las piernas colgando a cada lado de él.

— Shadow, eso fue… no sé, ¿sesenta años acumulados? Ahora solo ha pasado una semana.

Él permaneció en silencio, aún con la cabeza levemente agachada. Vi cómo sus cejas se fruncían apenas, cómo sus hombros se tensaban. Estaba debatiéndose por dentro, eso era evidente. 

Pero poco a poco, su mirada subió hasta encontrarse con la mía. Sus mejillas estaban encendidas de un rojo tenue. Y entonces, con esa voz grave que solo usaba cuando hablaba desde el fondo de su alma, murmuró:

—Está bien.

Se enderezó un poco más, separándose para darme espacio, sin dejar de observarme. 

Yo le sonreí, con dulzura. Me deslicé lentamente fuera de la encimera, dejando que mis pies tocaran el suelo otra vez, pero sin romper el contacto visual. 

—Ahora… apóyate contra la encimera —le dije en voz baja, con una mezcla de seguridad y deseo.

Shadow asintió en silencio, y su espalda chocó suavemente contra el mueble. Lo observé por un segundo, maravillada por su obediencia tranquila, por cómo me entregaba el control sin decir una palabra. Luego me arrodillé frente a él, acomodándome con calma, y tomé su miembro oscuro, grande y firme entre mis manos.

Era la segunda vez que hacía esto. Y aunque el recuerdo de la primera vez aún estaba fresco, esta vez era diferente. Me sentía menos nerviosa, más segura.

Como la vez anterior, abrí los labios y tomé su miembro con cuidado dentro de mi boca. Apenas lo hice, escuché a Shadow dejar escapar un gemido profundo, ronco, que vibró en el aire como una corriente eléctrica. Esa reacción me hizo cerrar los ojos por un momento, dejándome llevar.

Empecé con un ritmo lento, deslizándome hacia adelante y hacia atrás, moviendo la cabeza con suavidad y constancia. Lo sentía humedecerse más y más con mi saliva, y eso solo me animaba a seguir. Shadow bajó una mano hasta mi cabeza y comenzó a acariciar mi cabello, con esa delicadeza suya que siempre parecía chocar con su aspecto tan duro. Su tacto me reconfortaba, me guiaba sin presionarme.

Levanté la vista mientras me movía, y esta vez sí pude ver su rostro.

La primera vez no había podido, pero ahora… ahora lo tenía todo frente a mí. Su expresión estaba completamente entregada: sus mejillas enrojecidas, las cejas fruncidas por el placer, la boca entreabierta, dejando escapar pequeños gemidos ahogados. Sus colmillos brillaban, cubiertos de saliva, y su ojo se entrecerraba con cada movimiento de mi cabeza. Era hermoso. Increíblemente hermoso y era solo mío.

Esa imagen me hizo temblar por dentro. Me moví con más ritmo, con más intención, guiada por sus reacciones, por la forma en que su cuerpo temblaba, por el calor que irradiaba su piel. La habitación entera parecía llenarse solo con el sonido de su voz: sus jadeos contenidos, sus suspiros tensos, y ese ocasional gemido grave que escapaba de sus labios cada vez que lo llevaba un poco más al límite.

Seguí moviéndome, manteniendo el ritmo con la boca y la lengua, hasta que, una vez más, vi esas pequeñas protuberancias en la base.

La última vez, Shadow no me había dejado explorarlas demasiado. Pero la curiosidad no se me había ido desde entonces… De hecho, solo había crecido. ¿Qué reacción podía sacar si me atrevía a tocarlas de verdad?

Moví una mano lentamente y, con los dedos, empecé a explorarlas. Las rocé primero con delicadeza, luego empecé a jugar con ellas, a presionarlas suavemente, una a una. Eran más firmes de lo que recordaba, y sentí cómo respondían a mi tacto, hinchándose apenas entre mis dedos.

Un gemido grave y profundo escapó de la boca de Shadow, tan fuerte que lo sentí vibrar por todo su cuerpo. Su mano, que hasta ahora acariciaba mi cabello, se posó de golpe en mi cabeza, deteniéndome.

—Te dije que no hicieras eso —gruñó, molesto, su voz áspera y temblorosa.

Me aparté de inmediato, notando la saliva en mis labios al hacerlo. Lo miré desde abajo, con el corazón aún latiendo fuerte por la intensidad del momento

—¿Por qué no? —pregunté en voz baja, intentando no sonar desafiante— Parecía que… te gustaba.

Shadow desvió la mirada. Su mandíbula se tensó y sus orejas se movieron ligeramente hacia atrás, como si estuviera lidiando con algo dentro de sí mismo.

—Es… muy sensible —respondió al fin, su voz bajando apenas a un susurro— No lo hagas.

—¿De verdad no quieres? —insistí con suavidad, sin intención de presionarlo, mientras mi mano se deslizaba una vez más por la base, apenas tocando las pequeñas protuberancias con la yema de los dedos.

Su cuerpo reaccionó al instante. Un gemido ronco y entrecortado brotó de sus labios, tan crudo y real que vi sus rodillas vibrar.

Shadow me miró con seriedad, su respiración agitada.

—Rose… hablamos de límites —dijo con firmeza— Este es uno de ellos.

Sentí cómo el calor de la vergüenza me subía al rostro. Retiré mi mano de inmediato y bajé la mirada, sintiéndome culpable. Me estaba dejando llevar… y no estaba respetando lo que habíamos acordado.

—Lo siento… —murmuré— Me dejé llevar.

Se hizo un silencio breve. Sentí su respiración acelerada y pesada, como si aún procesara todo. Entonces soltó un largo suspiro, y cuando volvió a hablar, su voz sonó más suave. 

—Sí… se siente bien —admitió con honestidad— Pero es muy… intenso. No sé cómo procesarlo. Me cuesta... mantenerme en control.

Levanté la mirada con cuidado, tratando de leer su expresión. Ya no parecía molesto, solo abrumado. Shadow no era alguien que entregara el control fácilmente, y esto… lo sacaba de su zona segura.

—Tal vez… —dijo después de un momento, como si aún dudara— Podría dejarte hacerlo… solo un poco. Solo para probar.

Lo miré con asombro y ternura. Esa pequeña apertura significaba mucho más de lo que cualquiera podría entender. No se trataba solo del acto, sino de la confianza que estaba depositando en mí.

Abrí mi boca de nuevo, tome su miembro entre mis labios, y empecé a mover mi cabeza nuevamente. Llevé mis manos a la base y mis dedos comenzaron a acariciar esas protuberancias con intención, a apretarlas con más firmeza, jugando con cada una como si ya supiera lo que provocaban.

Sentí cómo su cuerpo temblaba bajo mi tacto. Shadow se curvó hacia adelante, soltando un gemido más largo, más crudo. Su boca se abrió, dejando salir hilos de saliva que caían por su barbilla mientras su respiración se volvía errática. Sus colmillos brillaban, expuestos, y su ojo se cerró como si estuviera perdiendo el control.

Realmente era una zona muy, muy sensible.

Continué un poco más, fascinada por cómo reaccionaba a mi toque. Cada gemido que se le escapaba, cada leve sacudida de su cuerpo, solo aumentaba mi curiosidad. Pero entonces, de pronto, sentí su mano envolver mis muñecas con firmeza. Me las levantó por encima de la cabeza, inmovilizándome sin brusquedad, pero sin darme oportunidad de seguir.

—No más… no más, Rose… —dijo con la voz agitada, temblorosa, como si estuviera al borde de algo que no podía controlar.

Lo observé con atención. Su pecho subía y bajaba rápidamente, intentando recuperar el ritmo de su respiración. Su pelaje estaba erizado y sus mejillas encendidas. Parecía casi vulnerable, pero no asustado… solo sobrepasado por la intensidad del momento.

—Es muy sensible… —añadió, cerrando el ojo un segundo— No puedo…

Se quedó en silencio, procesando, y luego abrió el ojo para mirarme directo. Su mirada carmesí estaba nublada por el deseo. Casi en un susurro, con una timidez que contrastaba con la lujuria en su voz, dijo:

—¿Puedo… moverme yo?

Esa simple pregunta me tomó por sorpresa. Hasta ahora había sido yo quien se movía y le daba placer.. Pero si él tomaba el control… entonces sería yo quien tendría que ceder y entregarme. Confiar en que no iría demasiado lejos.

Lo miré a su único ojo visible sin apartar la vista. Ese rojo profundo, intenso, hermoso. Mi corazón latía con fuerza, no de miedo, sino de emoción.

Asentí suavemente.

Y con eso, comenzó a moverse. Su cadera marcaba el ritmo, entrando y saliendo de mi boca, llenándola por completo, llegando hasta lo más profundo de mi garganta, deslizando su miembro húmedo por mi lengua.

La vista era increíble. Shadow tenía el ojo cerrado, sus dientes hundidos en su labio inferior mientras intentaba contener los gemidos que le escapaban. Su pecho subía y bajaba con fuerza, y su cuerpo temblaba por el esfuerzo de mantenerse en control.

Sentí mis ojos humedecerse cada vez que el miembro de Shadow tocaba mi campanilla. Era como si cada movimiento borrara los límites que antes podía medir, cortando mi respiración y generando ese reflejo de vomitar involuntario.

Shadow estaba demasiado enfocado en mover sus caderas, atrapado en su propio placer, completamente perdido en la intensidad de lo que sentía, que no se daba cuenta que yo necesitaba un respiro. Las lágrimas comenzaron a brotar y mis manos, aún atrapadas entre la suya, se agitaron con fuerza, suplicando una pausa, temblando con una mezcla de desesperación y necesidad de aire.

Shadow lo notó de inmediato. Soltó mis manos al instante y aflojó la presión que mantenía en mi cabeza, dándome espacio sin decir una palabra.

Moví mi cabeza hacia atrás y me incliné hacia un lado, apartándome apenas, y tomé una bocanada de aire como si volviera del fondo de un océano.

—Lo siento… —murmuró Shadow, su voz ronca y tensa, cargada de culpa. Se arrodillo a mi lado, poniendo una mano en mi hombro— Rose, lo siento… Me dejé llevar. ¿Estás bien?

Lo miré, aún jadeando suavemente mientras intentaba recuperar el aliento.

Mis ojos estaban vidriosos, las mejillas húmedas por las lágrimas que habían escapado sin permiso, pero no había enojo en mí. Solo una mezcla de agotamiento y ternura.

Él estaba justo frente a mí, arrodillado, con el ceño fruncido y el pecho subiendo y bajando de forma irregular.  Su expresión era una tormenta de emociones: remordimiento, autocontrol quebrado… y esa necesidad que todavía latía en su mirada, intensa pero contenida, como si no supiera qué hacer con ella.

—Estoy bien —logré decir al fin, con voz débil pero firme, esbozando una sonrisa que buscaba calmarlo— Solo… dame un momento para respirar. Y ten cuidado con mi campanilla… si me tocas ahí muy seguido, me puedes hacer vomitar.

Una sombra de horror pasó por su rostro. Él bajó la cabeza un poco, sus orejas se movieron hacia atrás como lo hacían cuando se sentía verdaderamente culpable.

—Lo siento… —repitió, esta vez en un susurro más suave, su ojo carmesí buscando los míos con una mezcla de vergüenza y preocupación— Me cuesta medirme contigo. Olvidé por completo ese pequeño detalle.

Vi la sinceridad en su rostro. Esa vulnerabilidad que casi nunca mostraba.
Shadow no era alguien que se permitiera perder el control… pero conmigo, a veces lo hacía.

—No te preocupes, Shadow —le dije con dulzura, acercando una mano a su mejilla para acariciarla suavemente con el pulgar— Estoy bien de verdad. Intentémoslo de nuevo, solo ten un poquito más de cuidado esta vez ¿sí?

Él me miró con esa intensidad suya, pero ahora más tranquila, más centrada.
Asintió en silencio, como si esas pocas palabras fueran más de lo que merecía.

Y entonces, sin romper el contacto visual, y saqué la lengua, húmeda y temblorosa, ofreciéndosela en silencio. Luego cerré los ojos, confiando en él, porque sabía que lo haría mejor esta vez.

Shadow llevó sus manos a mis mejillas con una ternura que me desarmó por completo. Sus pulgares acariciaron mi pelaje con cariño, como si quisiera borrar las lágrimas que antes me habían brotado. Y entonces, sin decir nada, inclinó su rostro y me besó.

Fue un beso profundo, desesperado, pero contenido. Su lengua se entrelazó con la mía, moviéndose con hambre y al mismo tiempo con devoción. El sabor en su boca me tomó por sorpresa: ácido, íntimo, desconocido y a la vez familiar.

Y lo supe al instante. El sabor era mío.

Una oleada de vergüenza y deseo me recorrió por dentro, y un pequeño gemido se escapó de mi garganta, ahogado entre nuestras bocas.
Shadow pareció notarlo, porque se separó de mí solo un poco, dejando un hilo de saliva entre nuestros labios.

—Eres maravillosa —murmuró, apenas audible, como si no pudiera contenerlo.

Sus palabras me estremecieron más que cualquier caricia.

Shadow se levantó sin apuro y se colocó frente a mí, una de sus manos deslizándose con lentitud por mi cabello, la otra apoyada detrás de mi cabeza, guiándome con suavidad hacia su miembro duro, palpitante y humedecido. Lo tomé entre mis labios, saboreandolo de nuevo, sintiendo su tamaño y calor en mi boca. 

Sus caderas se balanceaban hacia adelante y hacia atrás con firmeza, pero con un control absoluto. Ya no se hundía hasta lo más profundo; ahora, cada movimiento parecía medido, enfocado solo en hacerme sentir segura.

Pude respirar por la nariz con facilidad, y eso me permitió relajarme. Mis manos se apoyaron instintivamente en sus muslos, sintiendo la tensión en sus músculos, cómo se endurecían con cada impulso.

Su cuerpo estaba caliente, vibrante, y sus gemidos comenzaron a cambiar.
Se volvieron más guturales, más quebrados, como si brotaran directamente desde su pecho sin filtro. Su voz grave me envolvía, como un eco en la habitación, rugidos bajos que nacían de su garganta cuando el placer lo superaba.

Lo sentía temblar contra mí. Cada sacudida de su abdomen, cada contracción en sus caderas, me decía que estaba al borde. Sus dedos se cerraron con más fuerza en mi cabello, no con brusquedad, sino como si necesitara algo que lo anclara.

Y entre jadeos, gruñidos y una respiración agitada, escuché cómo murmuraba mi nombre una y otra vez, como una plegaria.

—Rose… Rose…

Yo lo miraba desde abajo, con la respiración controlada, mis ojos fijos en los suyos. Shadow estaba perdiendo el control, deshaciéndose frente a mí con una vulnerabilidad cruda, hermosa.

Y entonces sucedió.

—¡Rose! —rugió mi nombre con una intensidad tan salvaje, tan rota, que vibró en lo más profundo de su pecho.

Sentí su cuerpo estremecerse de golpe, rígido, tembloroso… y enseguida, el calor del fluido llenó mi boca. Ese sabor extraño, denso, salado, que ya había probado hacía una semana, ahora me resultaba familiar, casi esperado.

Tragué con facilidad, sin dudar, sintiendo cómo el momento se cerraba entre nosotros con una intensidad que me dejó sin aliento.

Los dedos de Shadow, que hasta entonces se aferraban a mi cabello, se aflojaron de inmediato, como si de pronto el peso de todo su cuerpo le cayera encima.
Yo me aparté suavemente, echando la cabeza hacia atrás, dejando su miembro libre de la prisión de mi boca. Llevé una mano a mis labios, limpiando la saliva y los restos con calma, mientras lo observaba.

Él se había apoyado con ambas manos contra la encimera de la cocina, inclinado hacia adelante, respirando con dificultad. Sus púas estaban completamente erizadas, y su pelaje, normalmente liso, se veía alborotado, temblando todavía con los restos del clímax.

Lo contemplé un instante, fascinada por cómo se veía: vulnerable, agitado… y mío.
Una sonrisa traviesa se dibujó en mis labios mientras me incorporaba lentamente.

—¿Te gustó? —pregunté con tono juguetón, limpiando lo último de mi barbilla con el dorso de la mano.

Shadow apenas se incorporó un poco, ladeando el rostro hacia mí.
Abrió su único ojo visible con esfuerzo, y me miró con una mezcla de ternura y asombro, su voz aún quebrada por el esfuerzo:

—¿Tú qué crees?

Solté una pequeña risa, ligera y satisfecha, mientras me acercaba un poco más a él, con el corazón todavía latiendo con fuerza.

—Parece que lo disfrutaste bastante… para alguien que prometió tomarse las cosas con calma —dije con tono burlón, dándole un suave empujón en el brazo.

Shadow solo sonrió de lado, exhalando profundamente, como si su cuerpo aún intentara alcanzar a su alma. Se quedó así por unos segundos, inclinado sobre la encimera, procesando en silencio todo lo que acababa de pasar.
Entonces, sin mirarme directamente, murmuró con voz entrecortada:

—¿Y tú…? ¿Te gustó?

La pregunta me tomó por sorpresa.
Sentí el pudor subir de golpe por mi pecho, encendiendo mis mejillas.  Era tan extraño…
¿Cómo podía sentirme tan atrevida y, al mismo tiempo, tan tímida?

Me aclaré la garganta, intentando sonar natural, aunque mi voz salió más suave de lo que esperaba:

—Sí… me gustó mucho.

Desvié la mirada y me pasé una mano por el cabello con nerviosismo. Había algo vulnerable en ese momento, pero también una calidez envolvente. Estábamos empezando a explorar nuestra relación, nuestros cuerpos, buscando la manera de complacernos mutuamente con cuidado, con deseo, con amor. Y si seguíamos así… era más que evidente que pronto íbamos a dar el siguiente paso.

Baje mi cabeza, tratando de evitar su mirada y  noté la humedad evidente en mi entrepierna, la forma en que su saliva y mis fluidos se pegaban a mi pelaje. Era más que claro que ahora necesitaba un baño.

—¿Quieres darte un baño conmigo? —pregunté con naturalidad, mirándolo por sobre mi hombro.

Él me miró con una ceja ligeramente alzada.

—¿Un baño?

Asentí, sonriendo con un toque de picardía.

—Estamos muy… pegajosos —respondí, con un gesto de manos que dejaba claro a qué me refería.

Shadow bajó un poco la mirada, como si de pronto fuera consciente de su estado.

—Sí… —dijo al fin— Un baño suena como una buena idea.

Entonces, sin decir más, tomé su mano con suavidad y comencé a guiarlo hacia las escaleras. Al llegar al pasillo, abrí la puerta del baño y lo hice pasar primero. Encendí la luz y cerré la puerta tras de mí. Camine hacia la tina, me agaché frente a ella y le coloqué el tapón, luego abrí el grifo y dejé que el agua caliente comenzara a llenar el espacio. El vapor se alzó de inmediato, tibio, reconfortante. Añadí dos cucharadas generosas de sales de baño con lavanda, romero y un poco de menta. El aroma comenzó a envolvernos, calmando mis nervios de inmediato.

Nos quedamos uno frente al otro, bajo esa luz suave. Él me miraba como si no supiera si debía moverse. Fui yo quien dio el primer paso.

Empecé a quitarme el vestido lentamente. Lo dejé caer a mis pies y luego me quité el resto: el sujetador, los guantes, mis brazaletes dorados. Shadow me observaba en silencio, sus mejillas todavía encendidas de emoción y pudor. Cuando estuve completamente desnuda, le ofrecí una sonrisa tranquila, invitándolo con una mano.

Él comenzó a desvestirse con lentitud, quitándose su uniforme, sus guantes y por último sus Airshoes. El pelaje en su entrepierna aún tenía rastros de lo que había pasado, haciéndome sonrojar un poco. 

Cuando ambos estuvimos completamente desnudos, fui la primera en meterme en la tina. El agua estaba en su punto perfecto: no ardía, pero era lo suficientemente caliente como para sacarme un suspiro apenas mis piernas entraron. Me deslicé con lentitud, dejando que el calor envolviera mi cuerpo palmo a palmo, hasta que pude recostarme en uno de los extremos, apoyando la espalda contra el borde de cerámica tibia. Cerré los ojos un segundo, respirando el aroma a lavanda y menta que flotaba en el vapor.

Luego estiré una mano hacia él, invitándolo con una sonrisa silenciosa.

Shadow entró con cuidado. Se sentó frente a mí, en el otro extremo, con las piernas ligeramente dobladas, su cuerpo fuerte pero contenido, rozandome ligeramente.

Nos quedamos en silencio unos segundos, sumergidos hasta el pecho, dejando que la fragancia de las sales impregnara cada rincón del cuarto. Todo estaba en calma. El sonido del agua, el calor, la respiración compartida.

Apoyé la cabeza en el borde de la tina para observar. Él estaba allí, frente a mí, con el cuerpo relajado y la mirada serena, casi pensativa, como si el vapor danzando sobre la superficie del agua hubiera hechizado su mente por un momento. Sus púas caían con suavidad por efecto del vapor y la humedad, y sus hombros, normalmente tensos, se veían más sueltos, más tranquilos.

Estiré la pierna con lentitud, arrastrándola suavemente bajo el agua, hasta que mi pie tocó su pecho. El contacto fue cálido, blando, justo sobre ese mechón de pelaje blanco que siempre llamaba la atención.

Shadow bajó la mirada hacia mi pie, curioso. No dijo nada al principio, pero lo vi alzar apenas una ceja, como si intentara descifrar si estaba jugando o simplemente buscando un poco más de cercanía.

—Esto es agradable —murmuré con una sonrisa, moviendo los dedos sobre su pecho en pequeños círculos, como si acariciara una nube.

Él ladeó la cabeza ligeramente, manteniéndose inmóvil mientras me observaba con atención, como si cada gesto mío le resultara nuevo y fascinante.

—Huele bien… —comentó de pronto, como si recién notara la fragancia que flotaba en el aire.

—Son mis sales de baño mágicas —dije con tono teatral, llevándome una mano al pecho como una bruja del agua satisfecha con su hechizo— Curan el alma, relajan el cuerpo y… dejan el pelaje brillante. Perfectas para erizos testarudos.

Shadow entrecerró el ojo apenas, divertido por mi exageración, y asintió con ese gesto mínimo que le era tan característico.

—Es agradable… —repitió, pero esta vez su voz tenía un dejo de calidez que me hizo sonreír aún más.

—Podemos hacerlo más seguido, ¿sabes? —le ofrecí, juguetona— Tengo una bomba de baño que se llama Romance . Es rosa, con brillantina. Sería divertido probarla.

Él arqueó una ceja y ladeó la cabeza con esa mezcla de desconfianza y genuina curiosidad que tanto me gustaba.

—¿A qué huele?

Me encogí de hombros, dejando escapar una risa suave.

—Ni idea. Solo la compré porque era edición limitada del Festival de Unión. La etiqueta prometía una “experiencia inolvidable”. No pude resistirme.

Shadow soltó una risa apagada, corta, pero auténtica. De esas que no se veían venir. Sus labios se curvaron apenas y, sin decir nada, llevó sus manos grandes hasta mi pie, sujetándolo con firmeza pero con cuidado. Empezó a masajearlo con los pulgares, presionando con ritmo lento, constante.

El contraste entre su fuerza contenida y ese gesto tan tierno me hizo cerrar los ojos y dejarme ir. Sus manos recorrían cada parte de mi pie con una dedicación casi absurda, como si aprenderme de memoria fuera lo único que importaba en ese momento.

Me recosté mejor contra el borde, el vapor acariciándome la cara, el cuerpo completamente sumergido y la mente flotando. 

—Esto es el paraíso… —susurré con los ojos aún cerrados, sintiendo cómo la vida misma parecía suspenderse dentro de aquella tina compartida.

Shadow no dijo nada al principio. Sentí cómo sus manos seguían el recorrido hacia mi pierna, subiendo lentamente por la pantorrilla con ese mismo cuidado, esa misma precisión. Se sentía increíble.

—Sos muy bueno en esto —comenté con una sonrisa perezosa, sin abrir los ojos.

—Tuve que aprender —respondió él, su voz tranquila, casi distraída.

Abrí un ojo con curiosidad, girando apenas la cabeza para mirarlo.

—¿Ah, sí? ¿Dónde aprendiste a hacer magia con las manos?

Se detuvo un segundo. No porque no quisiera responder… sino porque lo estaba pensando. Luego bajó la mirada hacia el agua, y habló con esa honestidad suya que a veces parecía dolerle usar.

—Gerald era un hombre viejo. Y Maria siempre quería ayudarlo, sobre todo cuando le dolía la espalda. Pero no tenía la fuerza… así que aprendí yo, en su lugar.

Mi pecho se encogió con suavidad. Era tan él. Siempre tan protector, tan dispuesto a cargar con lo que otros no podían. 

Entonces, como si quisiera cambiar el tono, murmuró:

—¿Quieres que te dé uno?

Me enderecé al instante, salpicando un poco de agua sin querer, con una sonrisa amplia.

—¡Por favor! No tenés que ofrecerlo dos veces.

Él sonrió, solo un poco, pero ese poco bastó. Me deslicé con cuidado hasta darle la espalda, acomodándome entre sus piernas, dejando que mi cuerpo descansara contra el suyo mientras apoyaba los brazos en los bordes de la tina.

Sus manos, grandes y firmes, se posaron con seguridad sobre mis hombros desnudos. Y cuando comenzó a masajear, sentí como si toda la tensión del mundo abandonara mi cuerpo poco a poco. La presión era perfecta. Su ritmo, constante. Su calor, reconfortante.

—Eres el mejor… —murmuré entre suspiros, sintiéndome derretir contra su tacto.

—Lo sé —respondió con esa mezcla de seguridad y humor seco que me sacó una risa suave.

Apoyé la mejilla contra mi brazo, cerrando los ojos otra vez. Sentí sus dedos seguir bajando con cuidado por mi espalda, deteniéndose en cada punto tenso como si pudiera leer mi cuerpo mejor que yo misma. Mi respiración se volvió más lenta, más profunda, acompañando la suya. Entre el vapor, el aroma a sales y el murmullo lejano del agua moviéndose entre nosotros, me sentí envuelta en algo más que un baño. Algo más que un masaje.

Me sentí amada.

Abrí los ojos solo un poco, giré la cabeza y lo miré por encima del hombro. Él me observaba también, con esa intensidad callada suya, como si todavía no creyera del todo que esto era real.

—Gracias, Shadow —susurré.

Él no respondió. Solo asintió una vez, en silencio, y sus dedos siguieron moviéndose, ahora con más suavidad. Como si supiera que no hacía falta decir nada más.

Y así nos quedamos. En esa quietud compartida. En esa pausa del mundo que habíamos creado para los dos

 

Chapter 27: La segunda sacudida

Chapter Text

Sostuve la mirada en el espejo de mi habitación, soltando un suspiro. La tenue luz proyectaba sombras suaves en mi reflejo, resaltando la marca en mi cuello.

Los colmillos de Shadow habían dejado una huella apenas difuminada en la curva de mi piel, un recordatorio de la noche anterior. Me mordí el labio, sintiendo un leve escalofrío recorrer mi espalda al recordar el momento en que la dejó ahí.

—Sí que le gusta morder... —murmuré para mí misma, con una mezcla de diversión y resignación.

Deslicé los dedos sobre la marca, notando el calor residual que parecía persistir bajo mi piel. Con un leve suspiro, subí el cuello de tortuga de mi sweater, asegurándome de que quedará completamente cubierta. Agradecí el clima frío de otoño; la temporada perfecta para abrigos y cuellos altos sin levantar sospechas.

Me giré frente al espejo, alisando la falda con las manos antes de ajustarme las medias. Luego tomé mi abrigo y me lo puse con movimientos rápidos, sintiendo su calidez envolverme. Revisé mi bolso una última vez, verificando de llevar todo lo necesario, y finalmente bajé las escaleras hacia la sala.

Al salir por la puerta principal, giré la llave en la cerradura y mis ojos se posaron en el llavero que colgaba de ella: la mitad de un corazón plateado. Sonreí con suavidad, recorriéndolo con la yema de los dedos antes de guardarlo en mi bolso.

Aún era de madrugada, el cielo teñido de azul profundo con apenas un rastro de luz en el horizonte. Respiré hondo el aire fresco del amanecer antes de dirigirme a mi auto. Afortunadamente, los días de depender del transporte público habían quedado atrás.

El camino hacia Station Square era tranquilo a esas horas. Los colores cálidos del otoño se extendían a ambos lados de la carretera, con los árboles meciéndose bajo la brisa matutina. Pasé junto a varias ruinas, vestigios de un pasado que la naturaleza intentaba reclamar, hasta que finalmente las luces de la ciudad comenzaron a aparecer en la distancia.

Estacioné en un lado de la cafetería y bajé del auto, estirándome ligeramente antes de sacar las llaves y abrir las puertas cerradas. El interior me recibió con un silencio apacible, solo interrumpido por el suave crujido de la madera bajo mis pasos y la presencia de las decoraciones de la temporada.

El aroma tenue de café en el aire y las luces cálidas de las guirnaldas otoñales me hicieron sonreír. Otro día de trabajo comenzaba.

Con mi delantal bien ajustado, hundí las manos en la masa suave y tibia, esparciendo un poco de harina sobre la superficie de trabajo mientras mezclaba los ingredientes con paciencia. El aroma de la canela ya comenzaba a impregnar el ambiente, creando una atmósfera acogedora a pesar de la mañana aún fría.

A mi lado, Cream sostenía una larga lista de pedidos, con Cheese flotando cerca de ella, observando con curiosidad. La joven coneja repasaba cada encargo en voz alta, anotando mentalmente la cantidad exacta de ofrendas para la Noche de Dos Ojos.

—Y con eso, son 30 más... —murmuró, doblando la hoja con una expresión de leve preocupación—. ¿Crees que podremos terminar todo a tiempo?

Me detuve un momento para estirar los hombros y le dediqué una sonrisa determinada.

—Tenemos que hacerlo. La reputación de la cafetería depende de ello.

Cream asintió con decisión, guardó la lista en el bolsillo de su delantal y se subió las mangas. Sus manos se unieron a las mías en la tarea, presionando la masa con la misma dedicación que yo. Durante unos minutos, trabajamos en silencio, solo con el sonido rítmico de nuestras manos contra la superficie enharinada.

Entonces, con un tono que intentaba sonar casual, Cream preguntó:

—Por cierto... ¿has visto las redes sociales recientemente?

Mi ritmo se desaceleró por un instante antes de negar con la cabeza.

—No, y tampoco quiero saber qué están diciendo de nosotros.

Cream rió suavemente, pero su expresión se tornó algo incómoda.

—Pues... hay muchos videos de teorías, y todo el mundo parece tener una opinión al respecto.

Fruncí el ceño, con un mal presentimiento creciendo en mi pecho.

—A ver, cuéntame...

Cream dudó un instante antes de decir con cautela:

—Hay una fotografía tuya besando a Shadow que está causando un revuelo...

Mis manos se detuvieron por un segundo antes de volver a moverse con más lentitud. No necesitaba preguntar de qué imagen hablaba. Sabía perfectamente cuál era. Fue afuera del hotel en el resort, cuando decidí besarlo a propósito, asegurándome de que los otros huéspedes lo vieran y lo subieran a redes. Lo hice intencionalmente. Quería que vieran que estaba con Shadow, que no lo había rechazado.

Solté un suspiro y seguí amasando.

—¿Y ahora qué están diciendo?

Cream bajó la mirada, jugueteando con la tela de su delantal.

—Bueno... algunos dicen que eres una manipuladora. Que primero lo alejas y luego lo acercas, que te gusta jugar con él.

Rodé los ojos.

—No me sorprende.

—Otros dicen que tu relación es falsa... que todo es un acto para llamar la atención de Sonic o del público en general.

Ese comentario me hizo apretar la mandíbula.

—¿Y cuál es la teoría más ridícula hasta ahora? —pregunté con sarcasmo.

Cream pareció dudar, como si no supiera si debía decirlo.

—Algunos creen que todo esto es parte de una estrategia de Neo G.U.N. Que el Señor Shadow está siguiendo órdenes y que tú eres parte de un plan para mejorar su imagen pública...

Esa sí me sacó una risa.

—Sí, claro. Porque obviamente Shadow estaría dispuesto a hacer relaciones públicas.

Cream suspiró.

—Dicen muchas cosas malas de ti... ¿Has pensado en decir algo al respecto?

Negué con la cabeza.

—Por ahora, quiero ignorarlo y esperar a que pase. Siempre es así con todos los escándalos.

Cream frunció los labios, como si no estuviera del todo convencida.

—Supongo... pero creo que podría ponerse peor. Digo, la influencer que fingió ser tú la está pasando muy mal. Todo el mundo la tachó de mentirosa.

Mi expresión se endureció.

—Eso no es mi problema. Ella tomó la decisión de hacer eso, y ahora está pagando las consecuencias.

Cream me miró con cierta preocupación.

—Aun así... da miedo lo rápido que la gente cambia de opinión y ataca. Antes la apoyaban, ahora la odian. ¿No te da miedo que hagan lo mismo contigo?

Me detuve por un momento, reflexionando su pregunta.

—Ya me odian Cream, además no puedes vivir con miedo de lo que diga la gente. Siempre encontrarán algo para criticar. Si nos preocupáramos por cada rumor, no podríamos hacer nada con nuestras vidas.

Cream suspiró y asintió con suavidad.

—Pero igual me molesta que hablen así de ti.

Le dediqué una sonrisa más cálida esta vez.

—Agradezco que te preocupes, pero de verdad, no vale la pena perder el tiempo en eso. Lo único que importa ahora es que terminemos estos pedidos a tiempo.

Cream respiró hondo y luego sonrió, más animada.

—Tienes razón. Vamos a hacer los mejores postres de canela que hayan probado.

Sonreí de lado y asentí, volviendo a centrarme en la masa.

—Esa es la actitud.

El dulce aroma a canela aún flotaba en el aire cuando terminé de dar los últimos toques a otro postre. A mi lado, Cream colocó con cuidado una bandeja en el horno, asegurándose de que todo estuviera en su lugar antes de cerrar la puerta.

Entonces lo sentí.

Al principio, fue apenas una vibración sutil bajo mis pies, lo suficientemente leve como para hacerme dudar si realmente había ocurrido. Pero en cuestión de segundos, la sacudida se intensificó. La mesa frente a mí tembló, y los utensilios comenzaron a deslizarse por su superficie antes de caer al suelo con estrépito. Los frascos y bolsas de ingredientes en los estantes se tambalearon, derramando su contenido al desplomarse.

—¡Amy! —gritó Cream, su voz teñida de miedo.

El suelo bajo nosotras se movía con violencia, como si una fuerza invisible intentara derribarnos. Me aferré a la mesa con todas mis fuerzas, tratando de mantener el equilibrio. Desde afuera, los gritos asustados de los clientes de la cafetería se mezclaban con el ruido de vidrios quebrándose y muebles arrastrándose por la sacudida.

Otro terremoto. Más fuerte que el de hace unos meses.

El pánico me golpeó en el pecho cuando, de reojo, vi cómo el refrigerador industrial comenzaba a inclinarse peligrosamente. Su enorme estructura metálica osciló un par de veces antes de ceder al movimiento del suelo. Mi mirada se clavó en la figura de Cream, que estaba justo en su trayectoria, encogida en el suelo mientras protegía a Cheese entre sus brazos.

—¡Cream, muévete! —grité, pero no había tiempo.

Sin pensarlo, me lancé hacia ella.

Mis manos se aferraron al costado del refrigerador en el último segundo, frenando su caída con todo el peso de mi cuerpo. Un quejido escapó de mi garganta por el esfuerzo; el metal frío y pesado empujaba contra mí, intentando aplastarnos. Cream me miraba con los ojos muy abiertos, aún encogida en el suelo con Cheese temblando contra su pecho.

—¡Amy! —exclamó con terror— ¡Te va a aplastar!

Apreté los dientes, plantando firmemente los pies en el suelo y empujando hacia atrás con todas mis fuerzas. Mis brazos temblaban bajo la presión del refrigerador, cada músculo ardiendo por el esfuerzo.

—¡Tienes que moverte, ahora! —jadeé.

Cream dudó por un instante, pero luego asintió y se arrastró rápidamente fuera del peligro, aún sosteniendo a Cheese con fuerza. Pero el temblor no daba tregua y, poco a poco, el peso del refrigerador me empujaba hacia abajo.

No iba a aguantar mucho más.

Respiré hondo, reuniendo toda la fuerza que tenía, y con un último esfuerzo, empujé el refrigerador lo suficiente para cambiar su dirección, dejándolo caer pesadamente hacia un lado con un estruendo ensordecedor. El impacto retumbó en la cocina, y el suelo tembló una última vez antes de que la sacudida comenzará a disminuir.

Jadeando, caí de rodillas, sintiendo mis brazos arder por el esfuerzo.

—¿Estás bien? —pregunté, girándome hacia Cream.

Ella asintió rápidamente, aunque aún parecía asustada.

—Sí... gracias, Amy.

Suspiré con alivio, pero no hubo tiempo de descansar. Desde afuera, los gritos y el caos continuaban.

—Tenemos que salir de aquí —dije, poniéndome de pie con esfuerzo—. Puede haber réplicas.

Cream asintió, y juntas nos apresuramos hacia la salida, con el corazón aún latiéndonos con fuerza en el pecho.

Salimos apresuradas de la cocina y, apenas cruzamos la puerta, Vanilla se lanzó hacia nosotras, rodeándonos con sus brazos en un abrazo fuerte y tembloroso.

—¡Gracias a Gaia! —exclamó con el rostro lleno de preocupación—. ¿Están bien? ¿Les pasó algo?

—Estamos bien, mamá —respondió Cream con la voz aún un poco temblorosa.

Asentí, aún sintiendo el peso del susto en el cuerpo.

—Solo un par de golpes... pero estamos enteras.

A nuestro alrededor, la cafetería era un desastre. Varias sillas y mesas estaban volcadas, los platos y tazas rotos cubrían el suelo en pedazos brillantes, y algunos estantes cercanos al mostrador se habían desmoronado, esparciendo su contenido por todas partes. Los clientes salían lentamente de debajo de las mesas donde se habían refugiado, sacudiéndose el polvo y mirando alrededor con expresiones de desconcierto y alivio.

—¿Todos están bien? —preguntó Vanilla, dirigiéndose a los clientes con genuina preocupación.

Poco a poco, la gente empezó a murmurar afirmaciones, revisándose entre ellos. Algunos sacaban sus celulares con manos temblorosas, tratando de comunicarse con sus familiares o buscando información sobre lo que acababa de ocurrir. A través de los ventanales de la cafetería, vi a varias personas afuera, aún asustadas, abrazándose o hablando apresuradas por teléfono.

Entonces, sentí mi celular vibrar en el bolsillo de mi delantal. En cuanto comenzó a sonar "Letting Go" de Hot Honey, supe de inmediato quién era.

Saqué el teléfono rápidamente y contesté sin dudar.

—Shadow.

—Rose.

Su voz era firme, pero había un tinte de urgencia en su tono.

—¿Estás bien?

Apreté el teléfono con más fuerza al escucharlo.

—Estoy bien —respondí, tratando de mantener mi voz estable—. ¿Y tú?

—También, pero estamos en una situación de emergencia —contestó con seriedad.

De fondo, pude oír el caos: voces hablando con rapidez, teclados sonando en frenesí, el pitido de radios de comunicación. No necesitaba verlo para saber que estaba en medio de una tormenta de actividad.

Quería preguntarle qué estaba pasando, pero entonces una voz, distante pero clara, lo llamó:

—¡Comandante, tenemos que irnos a las zonas afectadas!

—Entendido.

El tono de Shadow se endureció. Sabía lo que significaba: el trabajo lo llamaba.

Apreté los labios, luchando contra la necesidad de pedirle más información, de preguntarle si este terremoto tenía algo que ver con la emergencia de la que hablaba. Pero antes de que pudiera decir algo, su voz volvió a dirigirse a mí, baja y firme:

—Mantente alerta y aléjate de cualquier área inestable. No salgas sola.

—Shadow...

—Nos hablamos luego, Rose.

Y colgó.

El silencio momentáneo de la llamada me dejó un vacío en el pecho, pero apenas tuve tiempo de procesarlo.

—¿Puedes poner las noticias? —pidió un cliente, su voz tensa.

Vanilla asintió de inmediato, como si ella también necesitara respuestas. Caminó hasta el televisor de la esquina y tomó el control remoto. La pantalla parpadeó antes de mostrar a una reportera, una rana naranja, de rostro serio y ceño fruncido.

—Última hora.

Su tono era firme, pero la tensión en su expresión era evidente.

—Hace unos minutos, un fuerte sismo sacudió las regiones centrales. Si bien la infraestructura de las ciudades no parece haber sufrido daños severos, la situación es caótica. Hay tráfico detenido, ciudadanos evacuando edificios y numerosas llamadas a los servicios de emergencia.

La imagen cambió a una fábrica en llamas. La reportera continuó:

—Nos llegan imágenes desde Emerald City, donde un incendio de gran magnitud se ha desatado en una fábrica de productos químicos. Como pueden ver, las llamas avanzan sin control, alimentadas por materiales altamente inflamables. Se han escuchado varias explosiones, lo que dificulta el trabajo de los bomberos que ya están en camino.

La transmisión mostró entonces una toma aérea de Central City.

—En otro punto de la región, una tienda departamental ha sufrido un derrumbe parcial. Aún no está claro cuántas personas podrían haber quedado atrapadas dentro, pero los equipos de rescate ya se movilizan para evaluar la situación.

Un sonido de sirenas de fondo acompañó sus últimas palabras.

—Seguiremos informando en cuanto tengamos más detalles.

Tragué saliva con dificultad.

De pronto, la pantalla cambió a otro reportero. Un pingüino de plumaje grisáceo, con un casco de protección torcido sobre la cabeza, aparecía frente a la tienda departamental colapsada.

La tensión en su voz era evidente, casi ahogada por el bullicio de sirenas y las voces apuradas de los rescatistas. Detrás de él, el caos se desplegaba en todas direcciones: policías intentaban despejar la zona, paramédicos se abrían paso entre los escombros y algunos civiles, con el polvo cubriéndoles la ropa y el rostro, eran guiados fuera del área de peligro

Aunque el derrumbe no había sido total, el daño estructural era evidente. Trozos de concreto colgaban de lo que quedaba de la fachada, los ventanales destrozados dejaban ver un interior en ruinas y la tienda, que hasta esa mañana había sido un sitio concurrido, ahora parecía una trampa mortal.

Un destello verde iluminó la pantalla, cegador y repentino.

Mi corazón se detuvo un instante.

Cuando la luz se disipó, Shadow apareció en medio del caos, rodeado por un equipo de diez rescatistas. Todas vestían trajes especiales celestes. Las Holy Marías.

Su expresión era severa, y su postura reflejaba tensión contenida: hombros rígidos, brazos ligeramente separados del cuerpo, listo para reaccionar al menor indicio de peligro. La brisa levantaba polvo a su alrededor, haciendo ondear su chaqueta azul oscuro con el emblema de Neo G.U.N.

—Acaban de llegar los equipos de rescate de Neo G.U.N., incluyendo al escuadrón de élite Holy Marías —informó el reportero, haciendo un esfuerzo por mantener la calma mientras la cámara temblaba por el movimiento a su alrededor.

Shadow se giró brevemente hacia uno de los rescatistas que le hablaba con urgencia, asintió con seriedad y, sin perder un segundo más, levantó la mano. Un nuevo destello de luz esmeralda brilló en la pantalla, y en el siguiente parpadeo, desapareció.

Está usando Chaos Control.

Aún estaba regenerando su ojo y usar Chaos Control en su estado era un desgaste tremendo, más de lo que debería ser, y sin embargo, lo estaba haciendo sin dudar.

Mi pulso se aceleró.

La transmisión cambió de golpe, enfocándose ahora en Emerald City, donde el incendio devoraba lo que quedaba de la fábrica. Desde una vista aérea proporcionada por un dron, el fuego se extendía sin control, reflejándose en las ventanas de los edificios cercanos y tiñendo el cielo matutino de un resplandor anaranjado.

Chispas y brasas saltaron por el aire como lenguas de fuego danzantes, mientras el humo negro se alzaba en densas columnas, amenazando con engullir toda la zona.

En la parte baja de la pantalla, un rótulo rojo parpadeaba insistentemente: "ALERTA: Incendio en Emerald City – Situación en desarrollo"

Entonces, otro destello verde apareció en la escena.

Mi estómago se encogió al instante.

Shadow reapareció en medio del caos, acompañado por otro equipo de otras diez rescatistas de Holly Marías.

Ella se movieron con rapidez, pero el calor era sofocante. Algunas llevaban mascarillas de oxígeno, protegiéndose con mantas ignífugas mientras intentaban abrirse paso entre los restos calcinados del edificio, otras corrían hacia una zona despejada, montando carpas médicas improvisadas.

Mi mirada se quedó fija en Shadow que estaba en la escena dando órdenes.

Su respiración era más agitada y sus movimientos, aunque aún precisos, se notaban más pesados. Sus hombros estaban más tensos, como si el peso del esfuerzo comenzara a aplastarlo poco a poco. Incluso a través de la pantalla, podía notar el leve tambaleo en su postura, la forma en que llevaba la mano a su frente fugazmente, como si intentara ahuyentar un mareo.

La imagen en la televisión se dividió en dos.

En una mitad, Shadow en Central City; en la otra, Shadow en Emerald City. Dos crisis, dos ciudades, un solo guerrero intentando estar en ambas al mismo tiempo.

Con cada parpadeo de luz esmeralda, volvía a aparecer en un sitio distinto, transportando heridos, moviendo equipo, evaluando la zona, dando órdenes. No se detenía. No se permitía ni un solo respiro. Pero con cada nueva aparición, lucía más cansado, su ceño más fruncido y su respiración más errática. Estaba usando demasiada energía Chaos, forzando su cuerpo más allá de lo prudente.

La cámara hizo un primer plano, enfocando su rostro.

Mi corazón dio un vuelco.

Su ojo visible ya no reflejaba solo determinación. Había algo más profundo allí, algo que odiaba admitir. Cansancio. El agotamiento se filtraba en cada una de sus facciones, en la rigidez de su mandíbula y en la manera en que su pecho subía y bajaba con más esfuerzo.

Y entonces, lo vi.

Un simple movimiento, pero uno que hizo que toda la sangre se me helara en las venas.

Shadow llevó las manos a sus muñecas con un gesto brusco y, sin dudarlo, se quitó los anillos inhibidores.

Mi respiración se cortó de golpe.

No.

No, no, no.

—¡Shadow, no! —grité, como si pudiera alcanzarlo a través de la pantalla, como si mi voz pudiera cruzar la distancia que nos separaba y detenerlo antes de que fuera demasiado tarde. Pero él no podía oírme.

Y yo no podía quedarme aquí.

Sin pensarlo, me giré y corrí hacia la salida.

—¡Amy! —escuché la voz de Vanilla detrás de mí, preocupada, pero mis pies no se detuvieron.

Empujé la puerta con fuerza y salí a la calle, sintiendo el aire frío golpearme en el rostro. Mi auto estaba a unos metros y corrí hacia él, pero al llegar, me congelé. Las calles estaban completamente saturadas. Nadie iba a moverse pronto. El tráfico estaba colapsado.

El incendio estaba en Emerald City.

El derrumbe en Central City.

Demasiado lejos.

Y yo... yo no era lo suficientemente rápida.

Pero alguien sí lo era.

Mis dedos temblaban sobre la pantalla del celular mientras marcaba el número. No podía pensar en nada más, solo en la imagen de Shadow quitándose los anillos inhibidores. Su expresión agotada, la forma en que su pecho subía y bajaba con esfuerzo, el destello esmeralda envolviéndolo una y otra vez mientras se forzaba más allá de sus límites.

Pegué el teléfono a mi oreja, caminando de un lado a otro frente a mi auto estacionado. Cada tono de llamada se sentía como un golpe en el pecho. Vamos, vamos, contesta...

—¿Ames? —La voz de Sonic sonó al otro lado, despreocupada, pero con un toque de alerta.

—¿Estás yendo a los incidentes? —solté de golpe, sin rodeos.

—Sí —respondió enseguida, y en el fondo escuché el silbido del viento, el sonido característico de su velocidad cortando el aire—. Primero a Emerald City, el fuego está fuera de control. ¿Por qué?

—Necesito que vengas por mí. Estoy en la cafetería de Vanilla.

Sonic guardó silencio por un segundo, como si estuviera procesando mi petición. Luego, su voz se tornó más firme.

—Amy, no es seguro. No tienes equipo para esto.

—No me importa. Llévame con Shadow.

Al otro lado de la línea, Sonic chasqueó la lengua, frustrado.

—Amy...

—¡Sonic, por favor! —interrumpí, apretando el celular con ambas manos—. Shadow está sobrecargándose, usando Chaos Control sin parar de un lado a otro. Se quitó los anillos inhibidores, Sonic. ¡No va a detenerse y sabes lo que eso significa!

El silencio que siguió me hizo contener la respiración. Sabía que él entendía. Sabía que, aunque Sonic y Shadow no se hablaban desde hacía un año, aunque su orgullo chocaba una y otra vez como dos fuerzas imparables, esto era algo que no podía ignorar.

Finalmente, exhaló un suspiro pesado.

—Voy para allá. No te muevas.

La llamada se cortó.

Me quedé quieta por un segundo, con el celular aún pegado a mi oído, sintiendo el latido acelerado en mi pecho. Luego, me giré hacia la calle. La gente seguía moviéndose con desesperación, los autos seguían atascados. Todo a mi alrededor se sentía lento, demasiado lento para la urgencia que me quemaba por dentro.

Entonces, lo sentí.

Un cambio en el aire, una presión repentina, y luego una ráfaga de viento que me hizo sujetar el borde de mi falda para que no se levantara. El polvo y las hojas secas se arremolinaron a mi alrededor en un torbellino breve, y cuando parpadeé, él ya estaba ahí.

Sonic.

—¿Lista? —preguntó, con su característico tono confiado, pero sin la usual diversión en su voz. Sus ojos verdes estaban fijos en mí, serios, evaluando si realmente quería hacer esto.

No dudé.

—Sí.

Sonic se inclinó un poco, ofreciéndome su brazo. Sin perder tiempo, me sujeté con fuerza y, en el siguiente segundo, el mundo se convirtió en un borrón de colores y velocidad.

Sonic me sostuvo firmemente mientras nos deslizábamos a través del mundo a una velocidad que solo él podía dominar. Las luces de la ciudad se convirtieron en líneas borrosas, los edificios se difuminaban en sombras al pasar, y las carreteras quedaban atrás en un parpadeo. Cruzamos planicies abiertas, donde el viento golpeaba mi rostro como agujas frías, luego nos adentramos en bosques donde las copas de los árboles parecían un techo verde interminable. Las ciudades aparecían y desaparecían en el horizonte como espejismos, pero ninguna era nuestro destino. Solo una cosa importaba: llegar a Emerald City.

El resplandor anaranjado del fuego nos recibió antes de que lo hiciera la ciudad. A lo lejos, gruesas columnas de humo se elevaban en el cielo, devorando las nubes. Sonic desaceleró solo lo suficiente para no lanzarme al suelo al detenerse, pero aun así, mis piernas temblaron al tocar tierra. Lo primero que sentí fue el calor sofocante golpeándome de frente, envolviéndome como un muro invisible.

Antes de que pudiera reaccionar, un par de chicas del escuadrón Holy Marías corrieron hacia Sonic, una de ellas, una tortuga, le extendió un traje especial antifuego.

—Póntelo, te ayudará con el calor extremo —le dijo, con voz firme. Sonic asintió y comenzó a vestirse con rapidez.

Pero yo apenas las registré.

Mi mirada ya estaba recorriendo el caos.

Las llamas rugían, altas y hambrientas, devorando los restos de la fábrica que había colapsado parcialmente. Las luces de los camiones de bomberos giraban en destellos rojos y azules sobre el asfalto ennegrecido. Rescatistas corrían de un lado a otro, gritando órdenes, cargando equipo, ayudando a los heridos. Todo era movimiento, ruido, humo. Pero yo solo buscaba una cosa.

Shadow.

¿Dónde estás? ¿Dónde estás?

Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, casi ahogando los sonidos a mi alrededor. No lo veía. No lo veía en ninguna parte. El calor hacía que el aire vibrara como un espejismo, distorsionando las figuras en la distancia.

Y entonces, lo vi.

Un destello verde iluminó la zona como un relámpago repentino, cegándome por un instante. Parpadeé, enfocando mi visión.

Ahí estaba.

Apenas a unos metros de distancia, en el centro del desastre, Shadow reapareció en medio de un grupo de rescatistas. Pero algo en él estaba mal.

Su postura estaba encorvada, su respiración forzada, sus hombros subían y bajaban con esfuerzo, y su pecho se expandía con cada bocanada de aire como si cada inhalación fuera una batalla.

No lo pensé.

No me importó el calor abrasador ni el humo espeso que rascaba mi garganta.

Me lancé hacia él.

—¡Shadow! —grité, sintiendo cómo el aire caliente quemaba mis pulmones.

Corrí a través del asfalto agrietado, esquivando escombros y mangueras, ignorando las advertencias de los bomberos. Solo quería alcanzarlo, solo quería llegar a él antes de que cayera, antes de que siguiera forzando su cuerpo más allá de sus límites.

Porque si no lo detenía ahora, temía que él no se detendría nunca.

El calor aumentaba con cada paso que daba, el aire se volvía más denso, cargado de humo y cenizas que flotaban como copos de nieve oscura. Mis pulmones ardían, mis ojos lagrimeaban, pero nada de eso me importaba. Solo veía a Shadow.

Él estaba allí, con la mano apoyada en una losa de concreto semiderretida, como si necesitara un segundo para recuperar el aliento.

Mis pasos resonaron en el pavimento agrietado.

—¡Shadow! —grité de nuevo, pero él no reaccionó de inmediato.

Apenas estaba consciente de mi alrededor cuando lo alcancé. El calor irradiaba de su cuerpo como si fuera parte del incendio. Más de cerca, podía ver su ojo entrecerrado por el agotamiento, el sudor recorriendo su pelaje negro y rojo. La tela de su uniforme estaba cubierta de polvo y hollín, y su guante izquierdo tenía una rasgadura por la que asomaba un rasguño sangrante. Pero lo peor de todo eran sus anillos inhibidores... que ya no estaban.

Mi corazón se detuvo.

—Shadow... —murmuré con el aliento entrecortado.

Él alzó la vista, finalmente notándome. En su único ojo visible brillaba un destello de reconocimiento, pero también de algo más... algo que me heló la sangre.

Dolor.

—¿Qué estás haciendo aquí? —su voz sonó más rasposa de lo normal, como si le costara pronunciar cada palabra.

—Vine por ti. —Mi voz tembló más de lo que quise.

Alargué una mano hacia él, pero en cuanto mis dedos rozaron su brazo, un espasmo recorrió su cuerpo y se apartó con un jadeo corto, como si mi toque le hubiera quemado.

Mi estómago se encogió.

Su energía estaba fuera de control.

Había usado tanto Chaos Control que su propio cuerpo estaba al límite, incapaz de contener el poder que se desbordaba sin los anillos para regularlo. Sabía que su regeneración avanzaba bien, pero su ojo derecho aún no estaba completamente sanado, y usar tanta energía en ese estado solo estaba drenándolo más rápido de lo que su cuerpo podía soportar.

—Shadow, tienes que parar —dije con urgencia, acercándome otra vez.

—No puedo... —su voz fue apenas un murmullo, y sus piernas cedieron un poco.

No lo dejé caer.

Atrapé su brazo y lo sujeté con fuerza, sintiendo la tensión de sus músculos, la vibración sutil de su energía revolviéndose dentro de él.

—Ya hiciste suficiente —le dije, con firmeza, aunque mi propia voz estaba al borde de quebrarse—. Déjame ayudarte.

Él apretó los dientes, su expresión endurecida por la terquedad, pero su cuerpo decía otra cosa. Su respiración era errática, su fuerza menguaba con cada segundo que pasaba.

Y entonces, antes de que pudiera replicar, otra voz se unió a la nuestra.

—¡Hey amargado, es hora de apagar las luces!

Sonic.

Me giré justo cuando él apareció en un borrón azul, su traje anti fuego ya puesto, pero con el casco en una mano en vez de sobre su cabeza.

Shadow intentó enderezarse, su orgullo empujándolo a mostrarse firme frente a su eterno rival, pero apenas logró mantenerse en pie. Sonic lo notó de inmediato y chasqueó la lengua.

—Tsk. Sabía que ibas a hacer alguna locura —dijo, antes de cruzarse de brazos— Sal de aquí antes de que te desplomes en medio del incendio y me obligues a cargarte como princesa en apuros.

Shadow frunció el ceño con irritación, pero no pudo decir nada antes de que una nueva ráfaga de humo nos envolviera, obligándome a toser y cubrirme la nariz con el brazo. El aire se hacía más denso, el calor más sofocante, y cada segundo que pasábamos allí era un riesgo mayor.

No había más tiempo.

Antes de que pudiera pensar demasiado en lo que hacía, me incliné y pasé un brazo por debajo de sus piernas y otro por su espalda. Shadow gruñó en protesta cuando lo levanté en mis brazos, pero no tenía fuerzas para resistirse.

—S-Suéltame... —jadeó, su voz débil, pero aún con ese tono terco que tanto lo caracterizaba.

—No —respondí con firmeza, ajustando mi agarre.

Él era pesado, su musculatura densa y compacta, pero no era la primera vez que lo cargaba.

Sonic nos observó con una ceja arqueada y una sonrisa divertida.

—Vaya, Ames, qué cambio de roles. Creí que él era el del complejo de caballero en armadura negra.

—Cállate y haz tu trabajo, Sonic —solté sin mirarlo, concentrándome en sostener bien a Shadow.

Sonic dejó escapar una risa baja y se ajustó el casco.

—Tú ganas. Cuídalo, Ames. Yo me encargo del resto.

Con un último vistazo, me dedicó una de sus sonrisas confiadas y luego salió disparado en dirección al incendio, convirtiéndose en un destello azul que se perdió entre las llamas y la humareda.

Me quedé allí, con Shadow en brazos, sintiendo su respiración entrecortada contra mi pecho.

—Idiota... —murmuró él con los ojos entrecerrados.

—Lo sé, pero me trajo hasta ti. —susurré de vuelta.

—Tch...

Y entonces, sin mirar atrás, me alejé del caos, llevándolo conmigo.

Me abrí paso entre los escombros y el suelo cubierto de cenizas, con Shadow aún en mis brazos. El calor del incendio seguía ardiendo en mi espalda, pero no me detuve hasta llegar a la estación de rescatistas, donde varios heridos estaban siendo atendidos bajo carpas improvisadas. El aire aquí era menos denso, aunque el olor a humo seguía impregnando todo.

Apenas crucé el umbral de la zona segura, un grupo de rescatistas giró en nuestra dirección. Las Holy Marías, que hasta ese momento estaban ocupadas estabilizando a otros heridos, alzaron la mirada y reaccionaron de inmediato.

—¡Comandante! —exclamó una gacela marrón con manchas claras, su uniforme celeste lleno de sudor, corriendo hacia nosotros con evidente preocupación.

La seguí hasta una camilla vacía y, con sumo cuidado, ayudé a Shadow a sentarse. Sentí la rigidez en su cuerpo mientras lo sostenía, la tensión persistente en sus músculos incluso cuando ya no estaba de pie. Sus orejas caídas y su respiración irregular hablaban de un agotamiento profundo. Apenas se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas, tratando de estabilizarse.

Las Holy Marías se movilizaron de inmediato. Una de ellas, una husky de pelaje plateado pasó un escáner médico portátil sobre su cuerpo, sus ojos recorriendo la pantalla con concentración, mientras la gacela revisaba su pulso con manos firmes.

—Comandante, ha estado usando Chaos Control de manera excesiva. —El tono de la husky reflejaba preocupación—. Necesita descansar de inmediato.

—Presenta signos de agotamiento severo. —agregó la gacela—. Debemos administrarle suero y verificar si hay alguna lesión interna.

Se apresuraron a quitarle la chaqueta con movimientos cuidadosos. Sus manos expertas recorrieron su cuerpo, palpando su cuello, rostro y torso en busca de heridas ocultas. Mientras tanto, otra rescatista, una pequeña ardilla de cola esponjosa, corrió hacia una caja de suministros.

—¿Dónde está el suero especial del Comandante? ¿Lo trajimos? —preguntó con urgencia.

—Está allí, es el azul.

—No está aquí.

—Entonces revisa en la otra caja.

Yo permanecí de pie, observando en silencio mientras lo revisaban, sintiéndome inútil. Shadow tenía el ojo cerrado, sin moverse, completamente entregado a las manos de los rescatistas.

—¡Lo tengo! —exclamó la ardilla, regresando apresurada.

La gacela tomó el suero y, con precisión, sacó una aguja de su equipo, inyectándoselo en el brazo con rapidez. Al mismo tiempo, la husky conectó la bolsa a una base de pie, asegurándose de que el líquido comenzará a fluir.

Me quedé allí, viendo cómo trabajaban, con el corazón encogido. Shadow no decía nada... pero tampoco necesitaba hacerlo.

La husky plateada, le quitó el guante izquierdo con cuidado. Sus ojos analizaron la piel debajo, donde apenas quedaba el rastro de una raspadura ya cerrada.

—La herida ya se regeneró. —comentó en voz baja, con cierto asombro.

Antes de que pudiera continuar, la gacela marrón, frunció el ceño al notar algo.

—Espera... ¿dónde están sus anillos? —Su mirada se tensó, recorriendo rápidamente sus muñecas desnudas antes de alzar la voz con urgencia—. ¡¿Comandante, dónde están sus anillos?!

Shadow, aún con el ojo entrecerrado y la respiración pesada, respondió con voz ronca:

—En mi chaqueta.

Sin perder un segundo, la ardilla de cola esponjosa se apresuró hacia la chaqueta que habían dejado a un lado. Revisó los bolsillos internos hasta que sus dedos encontraron los anillos inhibidores. Con la misma prisa con la que los sacó, regresó a su lado y, con suma delicadeza, colocó cada anillo en sus muñecas.

Shadow exhaló despacio. No se relajó por completo, pero su postura dejó ver un leve alivio.

Miré a mi alrededor y noté que otras dos rescatistas de Holy Marías, una lagartija verde agua y una cuervo de plumaje oscuro, se estaban acercando, preocupadas. Murmullos inquietos llenaban el aire mientras intercambiaban miradas entre ellas.

—¿Está estable?

—¿Cómo se encuentra?

Shadow entreabrió el ojo y, con voz algo cansada, pero firme, respondió:

—Estoy bien, chicas. Vuelvan al trabajo.

Hubo un momento de duda, pero al final, las rescatistas intercambiaron miradas y, aunque aún preocupadas, obedecieron su orden, volviendo a sus respectivas tareas.

Me incliné un poco más hacia él, mi voz baja, cargada de preocupación y quizás un poco de frustración.

—¿En qué estabas pensando, Shadow? —pregunté, sin poder evitar que la angustia se filtrara en mis palabras.

Él no levantó la cabeza. Su respiración seguía agitada, aunque algo más controlada ahora que los anillos inhibidores estaban en su lugar.

Su silencio solo hizo que mi pecho se sintiera más pesado. Mi corazón latía con fuerza, como si mi propio miedo a perderlo se enredara en mi garganta, impidiéndome respirar.

—No podía dejar que todo se viniera abajo —dijo por fin, su voz apenas un susurro, como si las palabras le costaran más de lo normal.

Su mirada se desvió hacia afuera, como si estuviera pensando en todo lo que había sucedido, todo lo que había hecho.

—No quería que nadie muriera... No podía quedarme atrás.

Supe en ese instante que esas palabras eran una verdad arraigada en lo más profundo de él. No era solo un pensamiento pasajero, era su razón de ser. Shadow no podía evitarlo. Siempre tenía que estar al frente, siempre tenía que cargar con todo.

Pero esta vez... esta vez era demasiado.

—Shadow... —Mi voz tembló un poco, pero me obligué a seguir—. ¿Y qué hay de ti? ¿Cuándo vas a darte un respiro?

Él frunció el ceño, pero no respondió.

—No tienes que hacerlo todo solo —insistí, mi voz ganando fuerza—. No importa cuán fuerte seas, no importa cuántas veces puedas levantarte después de caer. Hay un límite, incluso para ti.

Shadow se quedó en silencio, su mandíbula apretada con fuerza.

—He entrenado mi Chaos Control durante años... Día tras día, he hecho todo lo posible para que esto fuera sencillo. Pero si no fuera por mi maldito ojo... —Su voz se endureció, y sus puños se cerraron sobre sus propias rodillas.

Su frustración era tangible, casi podía sentir la presión con la que se contenía.

—¿Crees que tu ojo es el problema? —pregunté con suavidad, pero sin apartar la mirada de él—. ¿Crees que eres menos por estar herido?

Él no respondió, pero su postura lo decía todo.

Sin pensarlo, me acerqué más a él, me senté a su lado y tomé sus manos con suavidad entre las mías, buscando algo de calidez en su contacto, algo que nos conectara de nuevo. Sus dedos estaban fríos y tensos. Miré su rostro, su ojo lleno de frustración, y mi voz tembló al salir, cargada de desesperación.

—Por favor, Shadow... —murmuré, mi tono suave pero firme—. No quiero que te hagas esto.

La tensión en su rostro vaciló por un momento.

—No puedo fallar, Rose... —murmuró. Su voz sonaba quebrada, cansada, agotada de una guerra que llevaba demasiado tiempo librando solo—. No puedo...

Me incliné hacia él, tomando su rostro entre mis manos con suavidad, como si temiera romperlo con un simple gesto. Su ojo, normalmente tan firme y decidido, estaba lleno de una vulnerabilidad que rara vez mostraba.

—No tienes que ser perfecto, Shadow... —Mi voz bajó hasta ser casi un susurro entre nosotros.

Él parpadeó, como si mis palabras lo tomaran por sorpresa.

—No es cuestión de perfección —murmuró, pero su tono había perdido dureza—. Es cuestión de responsabilidad. Si me detengo...

—¿Si te detienes, qué? —lo interrumpí con suavidad, pero con firmeza—. ¿Crees que todo se derrumbará si dejas que alguien más se encargue?

Él no respondió de inmediato, y ese silencio me dijo más de lo que cualquier palabra podría haber expresado.

—Has pasado tanto tiempo siendo la "forma de vida definitiva" que olvidaste que sigues siendo un ser vivo, Shadow —dije, con un nudo en la garganta—. Y los seres vivos también necesitan descanso.

Shadow cerró el ojo por un instante, como si intentara procesar lo que le decía. Como si quisiera creerlo... pero aún no supiera cómo.

Con ternura, dejé que mis dedos rozaran su mejilla,como si con ese gesto pudiera aliviar aunque fuera una fracción de su carga.

—Shadow —Mis ojos buscaron los suyos, queriendo que entendiera—. Quiero que te des prioridad a ti mismo. Quiero que estés bien. No quiero que termines destruyéndote en el proceso de salvar a todos los demás.

Esperé. Observándolo, dándole espacio para procesarlo. Quería que me escuchara, pero más que eso, quería que sintiera lo que intentaba decirle.

Y entonces, lo vi ceder.

Su cuerpo tenso, siempre en guardia, se desplomó poco a poco, como si todo el peso de su agotamiento finalmente lo hubiera alcanzado. Su respiración se volvió más irregular, su postura perdió estabilidad y su cabeza comenzó a inclinarse hacia un lado, demasiado cansado para sostenerla.

Sin pensarlo, lo sostuve con firmeza, evitando que se desplomara por completo. Con cuidado, lo acomodé hasta recostarlo sobre mis piernas, asegurándome de que estuviera cómodo.

Mi mano se deslizó hasta su cabeza, acariciando suavemente entre sus púas, sintiendo el leve calor de su piel bajo mis dedos. Su respiración, que había sido errática al principio, empezó a cambiar. Se hizo más pausada, más profunda, hasta sumergirse en un sueño pesado.

Me quedé así, sosteniéndolo, acariciándolo con delicadeza. Si había algo que podía hacer por él en ese momento, era esto.

A mi alrededor, el flujo de heridos y sobrevivientes no cesaba. Más Mobians eran llevados a la carpa improvisada, algunos con quemaduras leves, otros tosiendo por la inhalación de humo. Las Holy Marías se movían de un lado a otro con precisión y rapidez, sus trajes manchados de ceniza mientras brindaban los primeros auxilios. La tensión en el ambiente no se disipaba del todo, pero al menos había esperanza en los rostros de aquellos que lograban salir con vida.

Eventualmente desde donde estaba, pude ver cómo los bomberos, finalmente, lograban controlar el fuego que había arrasado la zona. El sonido de las mangueras y el siseo de las llamas extinguiéndose se sentía como una melodía de alivio en medio del caos. A lo lejos, la columna de humo se disipaba lentamente, y el aire comenzaba a sentirse un poco más fresco.

Entoinces Sonic entró a la carpa con paso firme, aún con su traje especial contra incendios puesto. Estaba cubierto hasta las cejas de ceniza y hollín, sus guantes ennegrecidos por el esfuerzo de la jornada. Su característico azul se veía opacado por la suciedad, pero su expresión seguía siendo la misma de siempre: confiada, casi despreocupada, como si acabara de salir de una simple carrera y no de un infierno de llamas.

No pude evitar encontrarlo... curioso.

Una risa se me escapó antes de poder contenerla. Fue un sonido breve, casi ahogado, pero Sonic lo notó de inmediato. Giró el rostro hacia mí, arqueando una ceja con una sonrisa ladina en los labios.

—¿De qué te ríes? —preguntó, con ese tono casual suyo que parecía restarle importancia a todo.

Negué con la cabeza, cubriéndome la boca con la mano.

—Nada, nada... Solo que nunca pensé verte así. Parece que estuviste peleando con un saco de carbón y perdiste.

Sonic soltó una carcajada corta y se sacudió un poco el torso, como si eso fuera a limpiar el desastre en el que estaba envuelto.

—Bueno, si viste el incendio, sabrás que en cierto modo sí.

Sonic comenzó a sacudirse la cabeza con fuerza, como si pudiera despejar todo el polvo y el hollín de sus púas y su rostro. El gesto fue tan típico de él que me hizo sonreír aún más. Una de las chicas rescatistas, la cuervo, se acercó a él con una toalla y una botella de agua. Sonic tomó ambos objetos con una sonrisa cansada y, antes de hacer cualquier otra cosa, se limpió la cara con la toalla, frotándose los ojos y la frente con fuerza.

El agua que bebió fue un trago largo, casi desesperado, como si necesitara limpiar el sabor del humo y la fatiga de su cuerpo. Después de un momento, su mirada se dirigió hacia mí, donde seguía sentada, con Shadow recostado en mis piernas, completamente relajado por primera vez desde el caos del terremoto. Sonic frunció ligeramente el ceño al ver la escena, pero no dijo nada al principio. Parecía que procesaba lo que veía antes de acercarse a nosotros.

Sonic se detuvo frente a la camilla, la ceniza cayendo de su traje, y sus ojos, aunque cansados, parecían estar evaluando la situación.

—¿Todo bien por aquí? —preguntó con una voz que intentaba sonar despreocupada, aunque no podía evitar que se asomara cierta preocupación en su mirada.

—Sí —respondí suavemente, sonriendo de manera tranquila, aunque no pude ocultar del todo mi ansiedad—. Está descansando. El suero parece estar ayudando. Solo... necesita un poco de tiempo.

Sonic asintió, observando a Shadow con atención, y luego se giró hacia mí, su mirada más suave.

—¿Tú? ¿Cómo estás? —preguntó, aunque era claro que ya sabía la respuesta.

—Yo... —vacilé un momento, sintiendo cómo mi garganta se cerraba ligeramente. Tomé un respiro y traté de sonreír más ampliamente—. Estoy bien. Solo preocupada por él.

Sonic se agachó frente a la camilla, mirando el rostro dormido de Shadow. Seguro le parecía extraño verlo tan relajado, una imagen tan poco común en él. Sonrió, como si estuviera buscando alguna manera de hacerle una broma. Sin previo aviso, llevó un dedo hasta el ceño de Shadow y lo golpeó suavemente.

—Sonic, no hagas eso —le advertí, mis palabras saliendo en un susurro bajo. Mi vista se fijaba en Shadow, que no había reaccionado en lo más mínimo.

Pero Sonic continuó ignorándome, empeñado en jugar con la tranquilidad de Shadow. Con una sonrisa divertida en su rostro, siguió tocando su frente, disfrutando de su pequeña travesura.

Vi cómo el ceño de Shadow se fruncía levemente, mostrando una pequeña mueca de molestia.

—Sonic, te recomiendo no despertarlo. Shadow reacciona muy mal si tratas de despertarlo.

Sonic, siempre tan despreocupado, soltó una risa juguetona.

—Oh, vamos, Ames, ¿qué me podría hacer dormido? —dijo, sin dejar de golpear suavemente la frente de Shadow.

No pasaron ni tres segundos cuando Shadow reaccionó, con una rapidez impresionante, movió su brazo hacia el traje especial de Sonic, lo atrapó con fuerza y, en un solo movimiento, lo lanzó al otro lado de la carpa.

El sonido del impacto fue fuerte, varias rescatistas y heridos se sobresaltaron, mirando sorprendidos a Sonic, que ahora yacía en el suelo, atónito y cubierto de polvo y escombros.

—Te lo advertí —dije, conteniendo la risa mientras mis ojos se entrecerraban ligeramente, una mezcla de diversión y exasperación. No pude evitar sonreír al ver cómo Sonic se sacudía la tierra de su traje, su cara entre la sorpresa y el asombro.

—¿¡En serio!? —exclamó, frotándose el lugar donde había aterrizado. — ¡Eso fue brutal! Pensé que estaba dormido, no en modo ataque sorpresa.

—¿No te lo dije? —respondí, levantando una ceja con una sonrisa que dejaba claro que lo había disfrutado un poco más de lo que debía.

Sonic se frotó el brazo, como si la experiencia todavía le costara asimilarla. Un rastro de incredulidad estaba pintado en su rostro mientras miraba a Shadow, que seguía tan tranquilo sobre mis piernas, ajeno al caos que acababa de provocar.

—Bueno, parece que no le gusta que lo molesten... ya entendí la lección. Pero, en serio, ¿tan feroz es cuando duerme?

Me encogí de hombros, continuando mis caricias sobre la cabeza de Shadow. Mi sonrisa se suavizó al verlo tan pacífico, tan sereno después del alboroto. No había rastro de la furia que acababa de desatarse en un abrir y cerrar de ojos.

—Solo cuando tratan de despertarlo de esa manera —le expliqué con tono juguetón, mirando a Sonic con una mirada divertida, casi burlona. — Si lo dejas dormir en paz, ni te va a mirar mal.

Sonic entrecerró los ojos, claramente intrigado, pero con esa chispa de duda que siempre llevaba cuando no lograba entender algo completamente.

—Oye, ¿tú cómo sabes eso...?

Lo miré con una sonrisa traviesa y levanté una ceja.

—Fuimos de vacaciones juntos, ¿no te acuerdas? —le respondí, soltando la pregunta con un toque de misterio, pero también con un tono ligero y juguetón.

Sonic se quedó en silencio por un momento, sus ojos parpadeando mientras procesaba lo que había dicho. Luego, frunció el ceño, y una ligera mueca de molestia apareció en su rostro.

—Oh, no... No me digas que... —comenzó a decir, claramente un poco molesto por la insinuación, pero no continuó.

Sin decir nada más, Sonic se dio media vuelta, dándose por vencido. Me lanzó una mirada rápida, como si estuviera a punto de decir algo más, pero simplemente se alejó, dejando la carpa con su característico paso acelerado, como si intentara huir de la conversación.

Vi cómo se alejaba, y una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro. La verdad, me encantaba cómo podía divertirme un poco con él.

Pasó un rato en silencio, con solo la respiración pausada de Shadow y el tenue murmullo de la carpa médica a nuestro alrededor.

Entonces, la entrada se abrió nuevamente. Levanté la vista y vi entrar a Axel y Mira, ambos vistiendo sus uniformes de Neo G.U.N. Sus expresiones eran serias, pero en sus ojos brillaba una preocupación latente. Cruzaron la carpa con paso firme, su atención fija en Shadow, que seguía descansando sobre mis piernas.

Axel fue el primero en hablar. Se cruzó de brazos, su mirada recorriendo a su superior antes de detenerse en mí.

—¿Cómo está el Comandante?—preguntó con su tono grave de siempre, aunque en su voz se notaba una genuina inquietud.

—Está descansando, pero usó demasiada energía Chaos.— Mi respuesta salió en voz baja, sin apartar la vista de él.

Mira suspiró, su expresión endureciéndose con un dejo de frustración.

—Suspendieron su entrenamiento para que no se sobreesforzara... y aun así terminó haciéndolo.

—No me sorprende. — Axel negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro pesado—. Tenemos que llevarlo al centro médico de la base. La Dra. Miller necesita revisarlo.

Mira se giró hacia una de las rescatistas.

—June, ¿puedes quitarle el suero?

La gacela marrón asintió de inmediato.

—Enseguida.

Con movimientos precisos, llegó hasta la camilla y con cuidado desconectó la aguja del brazo de Shadow. Se aseguró de hacerlo con suavidad, sus ojos escaneando su rostro por si había alguna reacción.

—¿Lo llevarán a la base?—preguntó al terminar.

—Es mejor que la doctora lo revise. —Mira asintió con convicción.

June no discutió. Se limitó a asentir y recoger la chaqueta de Shadow, doblándola antes de entregársela a Mira.

—Su chaqueta está aquí.

Con movimientos cuidadosos, deslicé mis manos debajo de la cabeza de Shadow para acomodarlo sobre el colchón. Su rostro se veía tranquilo, su respiración estable.

Axel se acercó con la intención de levantarlo, inclinándose ligeramente para sujetarlo. Sin embargo, en un movimiento rápido y completamente instintivo, Shadow lanzó un puñetazo directo a su abdomen.

El impacto fue seco y fuerte. Axel retrocedió un par de pasos, llevándose una mano al estómago con una mueca de dolor, tratando de recuperar el aire.

—¡Axel! ¿Estás bien? —pregunté alarmada, acercándome un poco.

Él levantó una mano, aún encorvado, y con voz entrecortada respondió:

—N-No...

No pude evitar soltar un suspiro de resignación.

—Debe estar en modo ataque... Sonic lo molestó hace un rato mientras dormía.

Mira se llevó una mano a la cadera, observando a Shadow con el ceño fruncido.

—Genial. ¿Y ahora qué hacemos? Si alguien más intenta levantarlo, podría reaccionar igual.

Lo pensé por un momento antes de decidirme.

—Déjenmelo a mí —dije con confianza, moviéndome hacia Shadow.

Me acerqué con cuidado y bajé la voz, hablándole suavemente.

—Hey, Shadow... soy Amy, tu novia linda y preciosa —susurré con una sonrisa, tocando su mejilla con delicadeza—. Necesito levantarte, así que por favor... no me pegues.

No hubo respuesta, pero su cuerpo seguía completamente relajado.

Con movimientos cuidadosos, deslicé mis brazos alrededor de él y empecé a incorporarlo con lentitud.

—Eso es... tranquilo... solo soy yo —seguí susurrándole mientras lo acomodaba contra mi cuerpo.

Para mi alivio, su inconsciente instinto de ataque no se activó. En lugar de resistirse, su cuerpo se acomodó al mío de manera natural, como si, incluso en su estado de agotamiento, reconociera mi presencia.

Mira y Axel nos observaron en silencio, hasta que Axel, todavía masajeando su abdomen, resopló con incredulidad.

—Increíble...

Mira cruzó los brazos y arqueó una ceja.

—Definitivamente tiene sus prioridades bien claras.

Sonreí un poco, sin dejar de sujetarlo con firmeza.

—Vamos. Llevémoslo a la base antes de que cambie de opinión.

Con Shadow en mis brazos, seguí a Axel y Mira hasta un vehículo militar de Neo G.U.N. aparcado a un lado de la carretera. Su estructura robusta y blindada reflejaba el resplandor anaranjado de los restos del incendio, dándole un aspecto aún más imponente.

Antes de subir, giré la cabeza hacia la fábrica. Las llamas habían cedido, pero el edificio seguía humeando, una estructura ennegrecida y agonizante. La silueta de los rescatistas y bomberos se movía entre los escombros, algunos apagando los últimos focos de fuego, otros asegurándose de que no quedaran atrapados.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Todo esto pudo haber terminado mucho peor.

Mira me abrió la puerta trasera del lado vehículo, y con sumo cuidado, acomodé a Shadow en el asiento. Su cuerpo, pesado por el agotamiento, se hundió ligeramente en la tela oscura del asiento. Su cabeza se ladeó, su expresión relajada a pesar de lo ocurrido. Cerré la puerta con suavidad, como si temiera despertarlo, y rodeé el auto para entrar por el otro lado.

Mira tomó el volante, Axel se sentó en el asiento del copiloto y, tras asegurarse de que todos estábamos listos, ella encendió el motor. El vehículo rugió con fuerza y comenzó a avanzar por la carretera rumbo a Central City.

Aproveché el momento para sacar mi celular de mi delantal. La pantalla estaba llena de notificaciones, pero fueron los nombres de Vanilla y Cream los que captaron mi atención de inmediato.

Ambas habían enviado mensajes llenos de preocupación:

Vanilla: Amy, por favor dime que estás bien.

Cream: ¡Te vimos en las noticias! ¡Mamá está preocupada! ¿Dónde estás?

Vanilla: Llámame en cuanto puedas.

No quería preocuparlas más de lo necesario, así que marqué el número de Vanilla y me llevé el celular al oído. Apenas escuché su voz, supe que había estado esperando ansiosa.

—¡Amy, por fin contestas! —exclamó con alivio, aunque su tono tenía un deje de regaño—. ¡Te vimos en las noticias! ¿Cómo se te ocurre correr hacia un incendio?!

Me removí en el asiento, sintiéndome un poco avergonzada.

—Tenía que detener a Shadow... estaba usando demasiada energía Chaos, y pudo haber pasado algo malo.

Vanilla suspiró pesadamente al otro lado de la línea.

—Amy, cariño... entiendo que te preocupes por él, pero lanzarte así en medio del caos no es una buena idea. ¡Pudiste haberte lastimado!

Mordí mi labio inferior, sintiéndome un poco culpable.

—Lo sé, lo sé... pero no podía dejarlo solo. Estaba empujando sus límites demasiado y... —miré de reojo a Shadow, su respiración tranquila, su rostro relajado como si todo esto no hubiera ocurrido— ...simplemente no podía quedarme quieta.

Hubo un breve silencio antes de que Vanilla suspirara de nuevo, pero esta vez con una resignación más tierna.

—Eres tan terca como siempre... —su voz se suavizó—. Lo importante es que estás bien. ¿Y Shadow?

—Lo llevo a la base de Neo G.U.N. Necesita revisión médica, pero va a estar bien.

—Me alegra escuchar eso. Cream también estaba preocupada. Quiere verte cuando puedas.

Sonreí ligeramente.

—Claro, le escribiré más tarde.

—Está bien, pero prométeme que la próxima vez te cuidarás más.

Asentí, aunque ella no podía verme.

—Lo prometo.

Después de unas palabras más, colgué la llamada y dejé escapar un suspiro, apoyando la cabeza contra el respaldo del asiento.

—¿Todo bien? —preguntó Axel desde el frente, girando un poco la cabeza hacia mí.

—Sí... solo que me regañaron un poco. —Hice una mueca, lo que hizo que Axel soltara una risa baja.

—Bueno, te lo ganaste.

Rodé los ojos, pero no discutí.

El viaje transcurría en relativo silencio, solo interrumpido por el sonido del motor y el murmullo de la radio en la cabina delantera. La ciudad se acercaba poco a poco, sus luces destellando en la distancia como luciérnagas.

Me encontraba observando a Shadow, su rostro sereno y su respiración acompasada, cuando noté un leve movimiento en sus párpados. Al principio fue apenas un tic, pero luego su ceño se frunció ligeramente, como si su mente intentara procesar dónde estaba.

Supe que estaba despertando cuando su respiración cambió de ritmo y sus dedos se crisparon levemente.

—Shadow... —susurré con suavidad, inclinándome un poco hacia él.

Su expresión se endureció por un instante antes de que su ojo se entreabrio lentamente. Parpadeó un par de veces antes de enfocarme.

—¿Rose...? —Su voz sonó ronca, baja, como si le costara salir del letargo.

Sonreí con alivio.

—Sí, soy yo. Estás en un auto de Neo G.U.N., vamos camino a la base.

Shadow frunció el ceño y trató de incorporarse, pero tan pronto intentó moverse, su cuerpo se tensó con un espasmo de dolor.

—No te levantes tan rápido —le advertí con suavidad, colocando mi mano sobre su pecho para evitar que forzará sus músculos.

Él gruñó con molestia, pero no insistió en moverse. En cambio, dejó caer la cabeza contra el respaldo y cerró el ojo un momento, como si tratara de estabilizarse.

Desde el asiento delantero, Axel giró un poco la cabeza.

—Bienvenido de vuelta, Comandante.

Shadow soltó un resoplido cansado.

—¿Qué... pasó?

—Te desmayaste después de usar demasiada energía Chaos —le expliqué—. Logré detenerte antes de que te agotaras por completo, pero estuviste fuera un buen rato.

Su mirada se dirigió a mí, y por un instante, pareció analizar cada detalle de mi rostro. Su expresión cambió levemente, como si notara el cansancio en mis ojos o la preocupación aún latente en mi voz.

—...Gracias.

Fue apenas un murmullo, pero suficiente para hacerme sonreír con ternura.

—Para eso estoy.

Shadow exhaló con cansancio y volvió a cerrar el ojo, permitiéndose descansar sin pelear más contra su agotamiento.

—¿El incendio? —murmuró Shadow, su voz aún algo ronca.

—Controlado —respondió Axel—. Sonic logró sacar al resto de los sobrevivientes. No hubo muertes, pero la fábrica... ya es pérdida total.

Shadow asintió levemente, pero su expresión se mantuvo tensa.

—¿Y la tienda departamental?

—Todos fueron rescatados.

Shadow dejó escapar un suspiro lento, su cuerpo relajándose un poco más contra el asiento. Como si estuviera procesando toda la información antes de finalmente asentir.

—Bien...

Axel, sin decir más, estiró la mano y le ofreció la chaqueta sucia y rasgada.

—Su chaqueta, Comandante.

Antes de que Shadow pudiera reaccionar, la tomé con cuidado y la coloqué sobre mis piernas, alisando instintivamente el tejido maltrecho con los dedos.

El silencio en el auto se volvió casi reconfortante, solo interrumpido por el leve zumbido del motor y el sonido lejano de la ciudad en movimiento. Shadow no dijo nada más, pero su respiración se había vuelto más estable. Sentí su calor bajo mi mano y dejé que mi pulgar trazara pequeños círculos sobre su brazo, un gesto instintivo, casi involuntario.

El paisaje urbano comenzó a transformarse a medida que nos acercábamos a la base de Neo G.U.N. Las luces de los edificios dieron paso a la estructura imponente de la instalación, con su entrada custodiada por agentes que se mantenían firmes en sus puestos. El auto descendió suavemente por la rampa del estacionamiento subterráneo, y Mira lo aparcó con precisión en una de las zonas reservadas. Apenas el motor se apagó, todos comenzamos a salir.

Abrí la puerta y, sin dudarlo, llevé mi brazo hacia Shadow para ayudarlo, pero él apenas frunció el ceño y apartó la mirada.

—Estoy bien, no es necesario.

Suspiré, cruzando los brazos.

—Eso lo decidirá la doctora.

Shadow no discutió más, pero su expresión mostraba una clara molestia.

Mira y Axel tomaron la delantera, guiándonos hacia un ascensor cercano. Al entrar en el ascensor, el suave zumbido de las puertas cerrándose nos envolvió en un breve silencio antes de que comenzáramos a ascender.

Cuando las puertas se abrieron, nos recibió el vestíbulo principal de Neo G.U.N. No había estado aquí desde su remodelación, y aunque reconocía parte de la estructura original, el lugar había cambiado mucho.

La recepción estaba decorada para la Noche de los Dos Ojos con guirnaldas anaranjadas y linternas que simulaban ojos brillantes. En una de las esquinas, una estatua de Amdruth, la misma figura de dos cabezas de la leyenda, se alzaba con una expresión severa.

Shadow avanzó con paso firme, aunque aún podía ver en su rostro rastros de agotamiento. Su voz se escuchó firme al dirigirse a Axel y Mira:

—Quiero un informe detallado de los acontecimientos de hoy. Número de afectados, daños estructurales, coordinación con equipos de rescate, bomberos y policía.

—Sí, señor —respondieron al unísono, saludándolo con respeto antes de volver al ascensor para cumplir con la orden.

Shadow me hizo un gesto para que lo siguiera hacia la recepción, donde una coneja rosa en silla de ruedas nos esperaba con una pila de documentos en su escritorio.

—Buenas tardes, Comandante —saludó con cortesía.

—Buenas tardes, Lindy. Por favor, dale un pase de acceso a la señorita Rose.

—Por supuesto —respondió Lindy con una sonrisa profesional.

Rebuscó entre sus papeles y sacó un gafete de identificación que decía "Visitante", el cual me entregó. Lo tomé y me lo colgué alrededor del cuello.

—Gracias, Lindy —dije con una sonrisa.

—De nada —respondió ella amablemente.

Shadow se giró hacia mí.

—Vamos.

Asentí y lo seguí por los pasillos del edificio. La última vez que estuve aquí, todo seguía en remodelación. En ese entonces, mi trabajo en la reconstrucción me llevaba a inspeccionar varios proyectos, incluyendo este. Pero ahora el lugar tenía una atmósfera completamente distinta.

Los pasillos eran más amplios, las paredes estaban revestidas con materiales resistentes pero elegantes, y los hologramas de seguridad se proyectaban en varios puntos estratégicos. Neo G.U.N. ya no era la antigua organización en la que una vez trabajaron los humanos; ahora era algo completamente nuevo, manejado por Mobians, más eficiente y, en teoría, más confiable.

Cada vez que avanzábamos por los pasillos, las miradas se dirigían hacia nosotros. Algunos agentes se detenían momentáneamente en su camino para saludar a Shadow con respeto, inclinando levemente la cabeza o alzando una mano en reconocimiento. Él respondía con un simple gesto o un breve asentimiento, manteniendo siempre su porte serio.

Era impresionante ver la autoridad que tenía aquí. Su presencia imponía respeto sin necesidad de palabras. No importaba que acabara de salir de una misión peligrosa o que aún llevara rastros de agotamiento en su rostro, su imagen seguía siendo la de un líder incuestionable.

Tras recorrer varios pasillos más, llegamos a la zona médica. Las paredes blancas y las luces frías daban al ambiente un aire estéril y silencioso. Nos detuvimos frente a una puerta metálica con un letrero que decía "Dra. Miller".

Shadow golpeó la puerta rítmicamente, en un patrón que parecía ser algún tipo de código. Segundos después, se escuchó el sonido del seguro al desbloquearse. Sin decir nada, Shadow abrió la puerta y me hizo un gesto con la cabeza para que entrara primero.

Dentro, esperándonos, estaba una topo marrón de lentes, vestida con una bata blanca de médico, sentada en su escritorio a nuestra derecha.

—Comandante, lo estaba esperando —dijo con una voz tranquila, pero firme. Luego sus ojos se posaron en mí y sonrió levemente —Mira nada más a quién traes a mi pequeño consultorio. La famosa Amy Rose.

—Hola, mucho gusto —respondí, sonriendo con cortesía.

La doctora desvió su mirada hacia Shadow y le indicó con un movimiento de cabeza.

—Tú ya sabes qué hacer.

Shadow asintió sin decir una palabra, y comenzó a caminar hacia una camilla en el fondo derecho de la habitación. Mientras tanto, me acerqué a él y le extendí su chaqueta, que había estado arrugada y sucia por los incidentes.

—Te dejo aquí, entonces. —Le di la chaqueta, con una sonrisa ligera—. No quiero interferir con la revisión.

Shadow levantó una mano en un gesto que podría haber sido un agradecimiento o simplemente una señal para que me fuera, pero luego, sorprendentemente, me miró con una expresión que dejaba claro que no quería que me fuera tan pronto.

—Puedes quedarte si quieres —dijo con voz baja, apenas un murmullo.

Mi corazón dio un pequeño salto, y aunque quería respetar su espacio, algo en su tono me decía que quizás necesitaba que estuviera cerca. Sin embargo, antes de que pudiera responder, la Dra. Miller, que observaba la escena con una sonrisa traviesa, me interrumpió.

—Si lo prefieres, Amy, puedes quedarte a tomar un poco de té conmigo —dijo mientras se movía hacia una pequeña mesa a mano izquierda de la puerta, donde había una tetera y algunas galletas. Su mirada parecía genuina, como si realmente disfrutara de la compañía.

Miré a Shadow por un momento, que ya se había acomodado en la camilla, y luego volví la mirada a la Dra. Miller.

—¿Por qué no? —respondí, sonriendo suavemente.

Shadow apenas levantó la mirada, pero levemente, su ojo me hizo saber que, aunque no lo dijera en voz alta, apreciaba que me quedara. Con una última sonrisa a su dirección, me dirigí a la mesa donde la Dra. Miller preparaba el té, dispuesta a disfrutar de un breve respiro mientras él recibía la atención que necesitaba.

Tras servirme el té y galletas, la Dra. Miller se acercó a Shadow y comenzó a examinarlo con movimientos precisos y meticulosos, como si ya estuviera acostumbrada a tratar con él.

Primero, encendió una pequeña linterna y revisó su ojo, inclinando su rostro con delicadeza para inspeccionarlo mejor. Shadow no protestó, pero su ceño se frunció levemente cuando la luz lo alcanzó. Luego, pasó a examinar su boca y sus orejas, manteniendo un silencio profesional mientras trabajaba.

Después, sacó un dispositivo compacto y lo deslizó sobre el pecho y los brazos de Shadow. En la pantalla se reflejaban líneas y números que no entendí del todo, pero supuse que estaba midiendo su energía Chaos.

Cuando la doctora preparó una aguja para sacarle sangre, miré hacia otro lado, dándole un momento de privacidad. No es que pensara que Shadow era del tipo que se inmutaría por algo así, pero de alguna forma, ver a alguien tan fuerte en una situación tan médica e impersonal me hacía sentir extraña.

Regresé la vista justo cuando la Dra. Miller se inclinó un poco más sobre él. Con una mano firme, levantó con cuidado el párpado de su ojo derecho, ese que aún no había abierto desde el incidente. No logré ver bien lo que ella examinaba, pero su expresión se mantuvo neutra mientras observaba el progreso de su regeneración.

Finalmente, revisó las lecturas en su dispositivo y dejó escapar un pequeño suspiro antes de mirarlo directamente.

—Bien, Comandante. Tienes que ir a la máquina —indicó con un tono firme.

Shadow apenas reaccionó, pero yo alcancé a notar el leve endurecimiento en su mandíbula. ¿De qué máquina hablaba?

Shadow comenzó a quitarse el guante derecho con movimientos pausados, luego se quitó sus cuatro sus anillos inhibidores y los dejó cuidadosamente sobre la camilla. Saco su Esmeralda Chaos entre sus puás y la coloco al lado de sus anillos. Después, se inclinó para quitarse sus zapatos con la misma calma metódica. Sin decir una palabra, se alejó hacia la izquierda del consultorio, dirigiéndose detrás de una cortina más grande.

Fruncí el ceño con curiosidad. Algo en su actitud me decía que esto era parte de una rutina, algo que había hecho muchas veces antes. Me levanté de la silla y lo seguí con la mirada, tratando de entender qué estaba haciendo.

Lo vi acercarse a una máquina incrustada en el suelo, similar a una cápsula de recuperación. Su diseño era limpio, con una base metálica y una gran cubierta de vidrio que reflejaba las luces tenues del consultorio. Una sensación extraña me recorrió el cuerpo; no había visto algo así antes.

Shadow se detuvo por un momento y me lanzó una mirada breve.

—Voy a estar un largo tiempo aquí —dijo con tono bajo, sin emoción en su voz—. Puedes irte a casa.

Y con eso, lo vi acomodarse dentro de la cápsula con movimientos precisos, como si cada acción estuviera programada en su mente. Se recostó con la misma rigidez con la que hacía todo, y antes de que pudiera decir algo más, la puerta de vidrio se cerró automáticamente con un leve clic.. En cuanto la cápsula quedó completamente sellada, el interior comenzó a llenarse con un líquido verde translúcido. Se movía con lentitud, envolviéndolo poco a poco hasta cubrirlo por completo.

Miré a la Dra Miller en busca de respuestas.

—¿Qué es esto exactamente? —pregunté, sin apartar la vista de Shadow.

Ella se sentó en la silla y tomó un sorbo de su propio té antes de responder con calma.

—Es una máquina especial para el Comandante. Una reliquia del viejo G.U.N.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué necesita algo así?

La doctora me miró con seriedad.

—Amy, tú sabes que el Comandante no es precisamente... "normal". Su fisiología es diferente a la nuestra; sus células pueden regenerarse, pero cuando usa demasiada energía Chaos, su cuerpo entra en un estado de colapso. Esta máquina le ayuda a estabilizarse.

Bajé la mirada hacia la cápsula, observando cómo el líquido brillaba suavemente.

—¿Quieres decir que sin esto...?

—Podría recuperarse por sí solo, pero tardaría mucho más y sufriría un desgaste considerable. Especialmente hoy —añadió, señalando los anillos dorados que Shadow había dejado sobre la camilla—. Sin sus anillos, consumió más energía de la que su cuerpo puede manejar.

Me mordí el labio, sintiendo una punzada de preocupación.

—Nunca me había dicho nada de esto...

La doctora topo esbozó una pequeña sonrisa.

—¿El Comandante? No me sorprende. No es del tipo que se queja.

Solté un suspiro, abrazándome a mí misma mientras caminaba hacia la mesa.

La doctora tomó otra galleta del plato mientras encendía una tableta en sus manos. Con un par de toques en la pantalla, observó los datos que aparecían con interés.

—Y lo mejor de la máquina —dijo, sin despegar la vista de la pantalla— es que puedo monitorear su estado en tiempo real.

Me incliné un poco hacia adelante, intentando echar un vistazo.

—¿Y cómo está?

La Dra.Miller deslizó su dedo por la pantalla, revisando los parámetros uno por uno.

—Sus niveles de energía Chaos están peligrosamente bajos, pero la cápsula ya está estabilizando su sistema. Su presión sanguínea es normal, aunque su frecuencia cardíaca sigue un poco más lenta de lo habitual. Nada grave, solo signos de agotamiento extremo.

Exhalé un suspiro de alivio, aunque la tensión en mis hombros no desapareció por completo.

—¿Y cuánto tiempo exactamente tomará que se recupere?

Ella dejó la galleta sobre un platillo y ajustó unas configuraciones en la tableta.

—Dependerá de qué tan rápido absorba los nutrientes y regenere sus células. Siendo optimista, unas seis horas. Si su cuerpo tarda en responder, podría extenderse hasta diez.

Fruncí el ceño.

—Eso es mucho tiempo...

—No tanto si consideras lo que ha hecho hoy —dijo con un tono despreocupado, aunque con una pizca de reproche—. Se sobreexigió demasiado. Sin sus anillos, su cuerpo perdió el regulador natural de su energía. Probablemente tenga un dolor de cabeza infernal cuando despierte.

Miré nuevamente hacia la cortina donde estaba la cápsula.

—Debería ser más cuidadoso...

La Dra.Miller dejó la tableta sobre la mesa y me miró con una leve sonrisa.

—Díselo tú cuando despierte. Quizá contigo sí haga caso.

Bufé suavemente.

—Lo puedo intentar...

La doctora se rió entre dientes y tomó otro sorbo de su té.

—Buena suerte con eso, Amy.

Me senté nuevamente en la silla y tomé un par de galletas del plato, sintiendo su textura crujiente entre mis dedos antes de darles un mordisco. Eran dulces y especiadas, con un ligero toque de canela. Sin embargo, mi mente estaba en otra parte.

Cada tanto, mi mirada se desviaba hacia la cortina detrás de la cual Shadow permanecía en la cápsula de regeneración. Seis horas, tal vez más. Iba a ser una larga espera.

¿Debería quedarme aquí todo ese tiempo? ¿O salir a despejarme un poco? Tal vez dar un paseo por la ciudad y regresar más tarde...

Levanté la vista hacia la doctora, que tomaba tranquilamente su té mientras revisaba su tableta. Su rostro se mantenía sereno, pero algo llamó mi atención: en el pliegue de su gabacha blanca, justo en el bolsillo lateral, asomaba la empuñadura de un arma.

Fruncí el ceño, sorprendida. No esperaba ver a una doctora armada dentro de un edificio como este.

La doctora notó mi mirada y, con total naturalidad, sacó la pistola del bolsillo y la dejó sobre la mesa, con el seguro puesto.

—Es mi pistola designada de Neo G.U.N. —explicó, con voz tranquila—. Todos aquí tenemos una.

Mis orejas se alzaron levemente.

—¿Todos?

—Todos —confirmó, dando otro sorbo a su té—. Incluso el conserje.

Me incliné ligeramente hacia adelante, inspeccionando el arma. Parecía más compacta que las estándar, pero bien diseñada, con el logo de Neo G.U.N. grabado en un costado.

—¿Por qué?

—Es una medida de seguridad. Nos aseguramos de que todos podamos defendernos en caso de un ataque.

Me quedé en silencio por un momento, procesando la información.

—Wow...

La doctora topo sonrió con diversión ante mi asombro y continuó:

—Todos aprendimos a usarlas en nuestro entrenamiento intensivo introductorio.

—¿Entrenamiento intensivo? —repetí, arqueando una ceja.

La doctora dejó su taza sobre la mesa y asintió.

—Es el segundo requisito para entrar a Neo G.U.N. Tienes que sobrevivir a cuatro meses infernales bajo el mando del Comandante.

Me enderecé en mi asiento.

—¿Cuatro meses infernales?

—Entrenamiento en combate cuerpo a cuerpo, uso de armas, técnicas de supervivencia, primeros auxilios... Todo lo básico para manejar cualquier situación de riesgo.

Me quedé mirándola con una mezcla de sorpresa y respeto. Nunca me habría imaginado que una doctora pasaría por algo así.

—Pensé que, por mi especialidad, podría saltarme la parte de primero auxilios... pero el Comandante insistió en que practicara aún más mis tiros.

Eso no me sorprendía. Shadow no era del tipo que dejaba cabos sueltos.

Bajé la vista a la pistola sobre la mesa.

—Así que... cuando me dijo que quería asegurarse de que el mundo pudiera defenderse a sí mismo... ya entiendo a qué se refería.

La doctora sonrió levemente.

—Exactamente. Aquí no hay nadie indefenso.

Parpadeé un par de veces, procesando lo que acababa de escuchar.

—Espera... la recepcionista está en silla de ruedas.

La Dra. Miller me miró con una ceja alzada y luego sonrió.

—Si te refieres a Lindy, ella tiene una Gatling debajo de su silla.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Qué?

—Aquí no se discrimina —añadió con tranquilidad, dándole otro sorbo a su té.

Me quedé boquiabierta, tratando de imaginar a la amable coneja de la recepción con una ametralladora incorporada en su silla de ruedas. La imagen era tan inesperada que casi parecía sacada de una película de acción.

La Dra. Miller notó mi expresión y soltó una pequeña risa.

—Sí, lo sé, es impresionante. Pero créeme, Lindy es tan letal como cualquiera de los soldados aquí.

Sacudí la cabeza, aún procesando la información, y exhalé con asombro.

—Vaya...

La doctora se reclinó en su asiento, observándome con curiosidad mientras tomaba un sorbo de su té. Luego, con un gesto despreocupado, comentó:

—Si te aburres, puedes darte una vuelta. Incluso podrías ir a la oficina del Comandante.

La miré con duda, entrecerrando los ojos.

—No creo que sea correcto entrar sin permiso...

—Su asistente está en la oficina, no hay problema —respondió con calma.

Fruncí el ceño, recordando vagamente que Shadow había mencionado a alguien antes.

—¿Su asistente? Ah... creo que la había mencionado una vez.

La Dra. Miller asintió.

—Su oficina está en el primer piso, por el campo de entrenamiento.

Miré mi taza de té y le di un último sorbo antes de apoyarla suavemente sobre la mesa. Luego, me levanté y le dediqué una sonrisa a la doctora.

—Voy a darme una vuelta. Volveré en un rato.

Ella asintió y me despidió con un gesto de la mano mientras me dirigía hacia la máquina donde estaba Shadow. Me detuve a su lado y le dije en voz baja:

—Ahora vuelvo.

Sin esperar respuesta, salí del consultorio y comencé a caminar por los pasillos, recordando la última vez que estuve en esta base y guiándome por las señalizaciones en las paredes. No tardé mucho en encontrar la puerta con el letrero: "Comandante Shadow".

Toqué dos veces la puerta y, casi al instante, una voz femenina respondió desde adentro:

—¡Adelante!

Chapter 28: Amor escrito en tinta y sangre

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Abrí la puerta y entré en una oficina pequeña pero ordenada. A mi derecha, un pavo real albino con detalles fucsias en las plumas escribía con rapidez en una computadora. Llevaba el uniforme femenino de Neo G.U.N. y parecía concentra…da hasta que levantó la vista y me vio.

Sus ojos se abrieron de par en par. Se quedó rígida por un segundo y, de repente, se puso de pie con tanta energía que su silla rodó unos centímetros hacia atrás. Sus plumas traseras se desplegaron en un abanico brillante y espectacular mientras exclamaba:

—¡¿Amy Rose?! ¡¿La Amy Rose?! ¡Oh, por Gaia!

Parpadeé, sorprendida por la reacción. El pavo real pareció darse cuenta de su propio entusiasmo y, rápidamente, se aclaró la garganta, bajando sus plumas con un intento de compostura.

—Tranquilízate, Chiquita, compórtate —murmuró para sí misma. Luego, con un elegante gesto, se dirigió a mí—. Disculpa la reacción, querida. Es un honor conocerte en persona.

Sonreí, divertida.

—No pasa nada. Hola.

El pavo real puso una mano en su pecho y se presentó con orgullo.

—Soy Chiquita, asistente personal del Comandante. ¡Bienvenida a su oficina! Por favor, toma asiento.

Señaló con gracia un sillón cercano y, mientras me acomodaba, continuó con entusiasmo:

—¿Te gustaría algo? Agua, café… ¿té tal vez?

Negué con la cabeza, aún sonriendo.

—No, gracias. Estoy bien.

Chiquita asintió con una expresión profesional, pero no podía ocultar la emoción en su mirada. Sus plumas temblaban ligeramente, como si le costara contener su entusiasmo.

—¡Bueno! —dijo, entrelazando las manos sobre el escritorio—. Entonces dime, querida Amy, ¿qué te trae por aquí?

Me acomodé en el sillón y crucé las piernas con tranquilidad antes de responder:

—Bueno, Shadow está en el consultorio de la Dra. Miller. Tengo que esperar a que termine su revisión, así que decidí darme una vuelta por las instalaciones.

Chiquita asintió con un gesto comprensivo.

—Ah, sí, me lo informaron. Va a estar allí un buen rato.

Aproveché para hacerle un comentario con un toque de humor:

—Eso significa que tendrás la tarde libre.

Chiquita soltó un suspiro dramático y apoyó un codo en el escritorio, como si el peso del mundo recayera sobre ella.

—No me hagas ilusiones —dijo, poniendo una mano sobre su frente como si fuera a desmayarse—. Todavía tengo que terminar de transcribir estos reportes.

Fruncí el ceño, algo confundida.

—¿Transcribir?

—Sí —resopló—. El Comandante escribe todo a mano. Absolutamente todo. Pero, claro, todos los informes tienen que estar en nuestra red, así que me toca pasarlos a digital.

Me incliné ligeramente hacia adelante, mirándola con incredulidad.

—Eso suena agotador.

Chiquita hizo un gesto despreocupado con la mano.

—Bah, no es tan malo. Trabajar para el Comandante es pan comido. Solo organizo su agenda, hago unas cuantas llamadas y transcribo documentos. Por lo menos no me manda a cruzar media ciudad por un latte de crema con espuma de almendra y un toque de vainilla orgánica.

No pude evitar reír.

—Eso suena a que lo tuviste difícil antes.

Chiquita se echó hacia atrás en su silla y suspiró con resignación.

—Trabajar para una CEO de una empresa de modas fue la peor experiencia de mi vida.

Levanté una ceja, intrigada.

—¿Incluso peor que cuatro meses de entrenamiento intensivo?

Ella soltó una carcajada.

—Al menos en el entrenamiento aprendí algo útil. Además, la paga aquí es fenomenal y los beneficios… bueno, digamos que nunca me había sentido tan valorada en un trabajo.

Su sonrisa tenía un brillo de satisfacción, como alguien que finalmente encontró su lugar. Y en cierto modo, me alegraba por ella.

Eché un vistazo alrededor, tomando nota de los detalles de la oficina. A la izquierda del escritorio, había una puerta cerrada, que asumí llevaba directamente al despacho de Shadow. Las paredes estaban decoradas con un par de cuadros sobrios y algunas plantas cuidadosamente distribuidas, dándole un aire más acogedor del que esperaba. Pero lo que realmente me sorprendió fue lo que vi en una esquina: un enorme peluche de Chao, sentado en una silla como si estuviera esperando su turno para hablar con el Comandante.

—Oh, sí, ese es mi pequeño trofeo —dijo Chiquita con satisfacción, inclinando la cabeza en dirección al peluche—. Mi botín personal del Festival de Unión de este año.

Fruncí el ceño, aún desconcertada.

—¿Botín?

Ella bajó la voz, como si estuviera compartiendo información clasificada.

—El Comandante recibió montañas de regalos durante el festival. —Rodó los ojos con exageración— Peluches, chocolates, cartas, flores… y, por supuesto, propuestas de matrimonio.

De inmediato recordé lo que Nova había mencionado. Crucé los brazos y arqueé una ceja.

—Así que es cierto. ¿Realmente intentan casarse con él?

—¡Por supuesto! —exclamó, alzando las manos con dramatismo—. Las feromonas del Comandante son demasiado fuertes, Amy. Es un peligro público.

Me reí ante su tono exagerado, pero ella me miró con una expresión pensativa.

—El año pasado estuvo más calmado, pero este año fue una locura. Lo curioso es que no siempre fue así. Dicen que los años anteriores lo ignoraban por completo.

Mire de vuelta al enorme peluche, la idea que solo estos últimos dos años se había vuelto un imán durante el festival me parecía bastante… curiosa.

—Pero en serio, tenías que verlo. La oficina se llenó hasta el techo de obsequios. Durante esos tres días apenas podía entrar sin tropezar con alguna caja de bombones de lujo o un ramo de flores más grande que yo.

Me crucé de brazos, tratando de ignorar la ligera punzada de celos que aquello me provocaba.

—¿Y qué hizo Shadow con todo eso?

Chiquita soltó un suspiro exagerado.

—Los dejo ahí, sin tocarlos. Cualquiera podía venir y llevarse lo que quisiera. Aunque —se inclinó un poco hacia adelante, bajando la voz como si estuviera revelando una conspiración secreta—los peluches y las flores los donó a hospitales infantiles.

Mis labios se curvaron en una sonrisa sin que pudiera evitarlo.

—Eso es… realmente adorable.

—El Comandante tiene su lado noble —dijo Chiquita con orgullo—. Como le pagan demasiado bien, tiene programado donaciones mensuales para al menos tres hospitales de niños.

La revelación me tomó por sorpresa.

—Nunca me había contado eso…

—Porque lo hace todo en anonimato —dijo ella con una sonrisa, como si fuera un hecho obvio.

Me mordí el labio, sintiendo cómo una cálida sensación se expandía en mi pecho. Shadow casi nunca hablaba de sí mismo, nunca alardeaba de lo que hacía en segundo plano. Pero ahí estaba, ayudando en silencio.

Miré de nuevo el enorme peluche de Chao y sonreí.

—Bueno, al menos alguien aquí no teme quedarse con un recuerdo del festival.

Chiquita rió.

—¡Por supuesto! Si voy a trabajar en medio de una avalancha de regalos, al menos me llevo algo lindo a casa… o bueno, a la oficina. —Se encogió de hombros con una sonrisa traviesa—. Además, el Comandante ni siquiera lo notó y está allí desde marzo.

Sacudí la cabeza con una sonrisa, volviendo la mirada hacia la puerta cerrada del despacho de Shadow. Cuanto más descubría sobre él, más crecía mi curiosidad.

Chiquita notó mi interés y me lanzó una sonrisa cómplice.

—Si quieres, puedes entrar.

La miré con escepticismo.

—No quiero invadir su privacidad.

—Te aseguro que no le va a importar —respondió con un encogimiento de hombros, apoyando un codo en el escritorio.

Apreté los labios, pensativa, antes de devolverle una sonrisa juguetona.

—Vaya, la seguridad en Neo G.U.N. es bastante deficiente si me dejas entrar así de fácil.

Ella soltó una risa ligera, agitando una mano en el aire.

—Por favor, si fueras una espía, el Comandante ya se habría dado cuenta.

Solté una carcajada.

—Supongo que tienes razón. —Miré nuevamente la puerta, debatiéndome entre la prudencia y la curiosidad—. Bueno… una mirada rápida no hará daño, ¿verdad?

Chiquita sonrió satisfecha, recostándose en su silla.

—Exacto. Además, si descubres algún oscuro secreto, yo no tengo nada que ver.

Me levanté del sillón con intención de acercarme a la puerta, pero Chiquita se cruzó de brazos y me dio un repaso de arriba abajo.

—No quiero ser grosera, pero... deberías mirarte en un espejo antes de ir.

Parpadeé, confundida por su comentario. Su sonrisa dejaba claro que estaba a punto de decir algo incómodo.

—¿Qué? —pregunté, sin comprender del todo.

Ella abrió un cajón del escritorio, rebuscó un momento y sacó un espejo mediano, que me entregó con cierta timidez.

—Toma, no quiero que pases más vergüenza. —Rió con una mezcla de nervios y diversión.

Tomé el espejo entre las manos y, en cuanto lo acerqué a mi rostro, comprendí por qué Chiquita había insistido tanto. No había visto mi reflejo desde el incendio. Mi cabello era un desastre absoluto, con un pañuelo mal atado que apenas sujetaba los mechones rebeldes. Mi rostro estaba cubierto por una capa fina de polvo y manchas oscuras y mi delantal, normalmente rosa, estaba cubierto de harina, hollín y polvo; una mezcla caótica de suciedad y cenizas que hablaba de un día más que complicado.

—¡Oh, no! —exclamé, llevándome una mano a la cara e intentando inútilmente borrar las manchas con la palma.

Chiquita soltó una leve risa, aunque rápidamente se cubrió el pico con la mano para disimularla.

—¡Lo siento tanto! Pero estás hecha un desastre.

Me sonrojé de vergüenza mientras intentaba peinarme con los dedos, tratando de alisar un poco el caos de mi cabello.

Chiquita rebuscó en su escritorio y sacó un pequeño kit de maquillaje. Sin darme tiempo a protestar, me extendió una toallita húmeda.

—Toma. Limpia tu cara y… ¿quieres otra para tu delantal?

—Por favor —respondí con una sonrisa agradecida, tomando la toallita y limpiando cuidadosamente mi rostro. Las manchas desaparecían poco a poco, aunque el calor en mis mejillas seguía ahí.

—¿Y tu cabello? —preguntó Chiquita, sacando un pequeño cepillo de su kit y ofreciéndomelo.

Negué con la cabeza con una risa suave.

—Gracias, pero necesito un cepillo especial para púas. Te terminaría arruinando tu cepillo.

—Ah, claro. Esto es para plumas, no lo pensé. —Sonrió nerviosa mientras guardaba el cepillo de vuelta en su kit.

Terminé de limpiar mi rostro y, con la otra toallita húmeda, traté de quitar lo peor de la suciedad de mi delantal. Al menos ya no parecía un completo desastre, aunque mi cabello seguía siendo un problema sin solución inmediata.

—Gracias por esto, Chiquita. Eres una salvavidas —dije con genuina gratitud.

—Lo intento. —Respondió con una sonrisa divertida mientras cerraba su pequeño kit de maquillaje.

Solté un suspiro y, con una mezcla de emoción y nerviosismo, me dirigí hacia la puerta del despacho de Shadow. Antes de abrirla, miré una vez más a Chiquita, quien me dio un asentimiento alentador.

Abrí la puerta con cuidado y entré en la oficina. Sentí un leve cambio en el ambiente al cruzar el umbral. La habitación era pequeña pero impecablemente ordenada, como si cada objeto tuviera un propósito específico y estuviera en su lugar exacto.

Al fondo, un escritorio grande de madera oscura dominaba el espacio, su superficie pulida reflejando la luz tenue del techo. No había papeles desordenados ni tazas de café a medio terminar, solo una meticulosa organización que gritaba disciplina. Sobre el escritorio, el único adorno presente era la pequeña estatua de madera de Amdruth que le había hecho comprar durante nuestras vacaciones.

Sonreí levemente. Shadow no celebraba nuestras tradiciones, y recuerdo lo mucho que se resistió a comprarla, argumentando que no quería darle ofrendas a un espíritu vengativo. Pero después de nuestro susto de ayer, finalmente me hizo caso. Y ahora estaba aquí, en su escritorio, en su espacio más privado.

Caminé lentamente por la habitación, pasando la mirada sobre el gran librero al lado derecho de la oficina, repleto de archivos organizados meticulosamente.

Desvié la vista hacia la pared lateral y me detuve al ver una línea de fotografías enmarcadas. Me acerqué y observé cada una con detenimiento.

En cada imagen, Shadow estaba con un grupo diferente de reclutas, todos vestidos con los trajes de entrenamiento azul oscuro de Neo G.U.N. Sus rostros mostraban expresiones de cansancio, concentración o determinación. Shadow, en el centro de cada grupo, mantenía su postura firme y autoritaria, ya fuera con los brazos cruzados o con las manos detrás de la espalda.

Recordé lo que la doctora Miller me había contado: todos en Neo G.U.N., sin importar su puesto, debían pasar por un entrenamiento intensivo. Lo que significaba que cada persona en este edificio había enfrentado pruebas físicas, combate y tácticas de supervivencia… incluso la señora de la cafetería.

La idea me pareció tan absurda como divertida.

Miré con más detenimiento las fotografías y comencé a reconocer rostros familiares. En una de ellas estaba Lindy, la recepcionista, sentada en su silla de ruedas, con una expresión seria y decidida, a su lado estaba Chiquita, posando de una forma coqueta. En otra, la doctora Miller, con una expresión cansada en su rostro.

Seguí revisando las imágenes hasta encontrar caras aún más conocidas. En una estaban Axel y Mira juntos, ambos con posturas firmes, sus miradas desafiantes dirigidas a la cámara. En otra, Iris y Kane, con expresiones casi idénticas de concentración. Y en una más, Travis y Nova, con la energía que los caracterizaba reflejada en sus posturas relajadas.

Pero algo en la última foto me hizo fruncir el ceño. Nova estaba mirando a Shadow de una manera que me inquietó un poco. No era la típica admiración de un recluta hacia su comandante. Había algo más en su expresión.

Sacudí la cabeza, apartando la idea de mi mente.

Me giré hacia el escritorio nuevamente y me senté en la silla detrás de él. No pude evitar girarla levemente, disfrutando la sensación de movimiento antes de fijar mi atención en la ventana.

Abrí las persianas y aprecié la vista. Desde aquí se veía claramente el campo de entrenamiento, donde varios agentes estaban corriendo en formación, sus movimientos sincronizados y disciplinados. Algunos de ellos son alzaron la vista y me notaron.

Les sonreí y levanté la mano en un gesto de saludo. Para mi sorpresa, varios me devolvieron el saludo de inmediato, algunos incluso con sonrisas divertidas.

No pude evitar reír suavemente para mí misma. A pesar de todo, los agentes de Neo G.U.N. no eran tan fríos y rígidos como su Comandante.

Me giré de nuevo hacia el escritorio y, por simple curiosidad, empecé a abrir las gavetas una por una.

La del centro estaba cerrada con llave, lo que solo hizo que me intrigara más, pero decidí no forzar nada. Las otras cuatro estaban abiertas, así que empecé con la primera.

Dentro había papeles y archiveros organizados con precisión, nada fuera de lugar. En la segunda encontré artículos de oficina: un set de reglas, un abrecartas y un montón de plumas perfectamente alineadas, todas del mismo modelo y color.

—Tan meticuloso como siempre… —murmuré para mí misma, sonriendo.

Abrí la tercera y vi más papeles, probablemente reportes de misiones o documentos importantes, así que no quise revolver demasiado.

Pero la última gaveta llamó mi atención.

Dentro había un jarrón metálico sellado. Lo saqué con curiosidad y lo abrí lentamente.

El aroma fuerte y amargo de granos de café me envolvió de inmediato.

—Así que aquí guarda sus snacks… —reí suavemente, agitando el frasco antes de colocarlo de nuevo en su lugar.

Sin embargo, cuando me disponía a cerrar la gaveta, noté algo más en el fondo.

Una caja metálica, negra y discreta, como todo lo que Shadow poseía. La tomé con cuidado y la coloqué sobre el escritorio, sintiendo el peso ligero en mis manos. Mi instinto me decía que esto era algo personal.

La abrí.

Dentro, había varios sobres sin sellar, de un tono lavanda.

No parecían informes ni documentos oficiales. Tampoco cartas de trabajo.

Eran personales.

Había algo en la pulcritud con la que estaban ordenados, en la forma en la que los sobres estaban apenas doblados en los bordes, como si hubieran sido abiertos y cerrados varias veces.

Tomé el primero de la pila. Mi instinto me decía que no debía abrirla, que estaba a punto de cruzar un límite. Pero el peso de la curiosidad, avivado por los celos, hizo que mis manos se movieran por sí solas.

“Cartas de amor.”

El pensamiento golpeó mi mente. No era descabellado. Chiquita dijo que le enviaban regalos durante el Festival de Unión. Flores, peluches… cartas...

Mi conciencia gritó que me detuviera, que respetara su privacidad, que no tenía derecho a leer algo que no estaba dirigido a mí.

Tragué saliva, sintiendo una punzada de culpa en el estómago.

Esto no está bien.

Y aun así, deslicé la hoja fuera del sobre.

La caligrafía era inconfundible. Shadow.

Mi culpa se mezcló con confusión y una ansiedad creciente mientras recorría las primeras líneas, sintiendo que estaba a punto de descubrir algo que tal vez no quería saber.

“Rose,

No sé por qué estoy escribiendo esto. Tal vez es un error. Tal vez debería simplemente seguir con mi vida y dejar las cosas como están. Pero aquí estoy, con esta hoja en blanco frente a mí, y siento que si no lo hago ahora, nunca tendré el valor de hacerlo.

No soy bueno con las palabras, y menos cuando se trata de esto. No sé cómo expresar lo que siento sin que suene torpe o fuera de lugar. He pasado demasiado tiempo evitando este tipo de emociones, demasiado tiempo convenciéndome de que no las necesito. Pero contigo… todo es diferente.

Siempre lo ha sido.

Me di cuenta hace tiempo, pero lo ignoré. Pensé que si lo enterraba lo suficiente, desaparecería. Pero cada vez que sonríes, cada vez que hablas con esa confianza que tienes, cada vez que te preocupas por los demás sin pensarlo dos veces, todo lo que creía saber sobre mí mismo se desmorona un poco más.

No espero nada con esta carta. No quiero ponerte en una posición incómoda ni cambiar lo que tenemos. Solo quería que, aunque sea una vez, estas palabras existieran fuera de mi cabeza. Que quedara constancia de que, en algún punto de mi vida, me atreví a admitirlo.

Me importas más de lo que debería. Más de lo que alguna vez pensé que sería capaz de sentir por alguien otra vez. Y aunque nunca te lo diga en persona, aunque esta carta nunca llegue a tus manos… quiero que al menos, por un instante, estas palabras sean reales.

Shadow.”

Parpadeé dos veces.

El aire se sentía pesado de repente, como si la habitación entera se hubiera encogido a mi alrededor.

Volví a leer la carta, asegurándome de que mis ojos no me estaban engañando.

Esto… esto era real.

Mis dedos se aferraron al papel con más fuerza de la necesaria mientras sentía mi corazón latir con una intensidad dolorosa contra mis costillas.

Esto no era solo una carta. Era un pedazo de su alma, escondido en una gaveta, lejos de los ojos de cualquiera. Incluso de los míos.

Y había más.

Mis ojos bajaron a la caja aún abierta.

Más sobres. Más cartas.

Mi respiración se volvió inestable.

Tomé otro sobre y lo abrí.

“Rose,

Pensé que cuando admitiera mis sentimientos la inseguridad desaparecía. Que una vez que aceptara que te quería de una forma en la que nunca había querido a nadie, todo se calmaría.

Pero no fue así.

Si acaso, ahora es peor.

Porque ahora, cuando me miras, cuando hablas, cuando simplemente existes a mi lado, mi mundo entero se inclina hacia ti.

Nunca quise sentir esto. Pero ahora que lo hago, no cambiaría nada.

No sé qué tan bueno seré en esto, pero si me permites intentarlo… haré lo mejor que pueda.

Shadow.”

Mis labios temblaron al leerlo.

Sentí una presión en el pecho, una mezcla extraña de alegría, asombro y un amor tan profundo que me mareó.

Tomé otra carta, con los dedos ligeramente temblorosos.

“Rose,

Eres hermosa.

Sé que te lo han dicho antes, y sé que probablemente pienses que es un cumplido superficial.

Pero no lo es.

Eres hermosa cuando sonríes sin darte cuenta. Cuando frunces el ceño concentrada en un libro o cuando cocinas. Cuando caminas con determinación, con ese paso ligero que parece que siempre estás por echar a correr.

Eres hermosa cuando peleas, con ese brillo en los ojos que me hace imposible apartar la vista.

Eres hermosa cuando hablas de lo que amas, cuando defiendes a quienes te importan, cuando me miras.

Eres hermosa, y no sé cuántas veces he querido decírtelo en voz alta.

Pero me conformo con escribirlo aquí.

Shadow.”

El sonido del papel deslizándose entre mis dedos seguía resonando en mi cabeza, como un eco persistente que se negaba a desvanecerse.

Había leído cada carta, una por una, con el corazón apretado y la respiración atrapada en mi pecho. Ahora, todas estaban extendidas sobre el escritorio de Shadow, como si sus sentimientos, cuidadosamente guardados en una caja de metal negro, hubieran sido liberados de golpe.

Y, sin embargo, ahí habían estado.

Escondidos.

Cartas escritas antes de que fuéramos pareja, donde sus sentimientos eran un peso silencioso que llevaba en el pecho sin atreverse a compartirlos. Y cartas escritas después, cuando ya estábamos juntos, cuando podía tocarme, besarme, llamarme suya… y aun así seguía sintiendo la necesidad de plasmar en papel lo que su corazón no siempre se atrevía a decir en voz alta.

Mis ojos recorrieron las hojas, temblorosos, asimilando cada fragmento de su corazón derramado en tinta.

Había cartas antiguas, donde hablaba de lo mucho que disfrutaba mi compañía. De cómo me extrañaba cuando no estaba cerca, de la paz inesperada que encontraba en los momentos sencillos que compartíamos, aunque él nunca me lo hiciera saber.

Había otras más dolorosas. Cartas donde admitía cuánto le había dolido verme seguir enamorada de Sonic. Viéndome correr tras alguien más, sin notar que él estaba ahí, en la sombra, guardando sentimientos que creía que nunca tendrían espacio en mi vida.

Cartas donde hablaba de la frustración de verme agotada por mi trabajo en la administración, de cómo quería decirme que me detuviera, que descansara, que no tenía que cargar con todo… pero no lo hacía.

Había cartas donde su deseo se filtraba entre palabras medidas, donde confesaba cuánto había querido simplemente pedirme que me quedara con él. Cuánto había deseado tenerme entre sus brazos, besarme, perderse en mí.

Cartas donde la duda se había disipado, donde la contención había sido reemplazada por certeza.

Hablaba de lo feliz que era ahora. De cómo cada instante a mi lado se sentía como un regalo que nunca imaginó merecer. De cómo durante nuestras videollamadas, se preguntaba cómo se merecía tener algo tan hermoso.

Y finalmente, la última carta.

La más reciente.

“Rose,

He perdido la cuenta de cuántas veces me he sentado frente a una hoja en blanco, tratando de escribir algo que jamás podré decirte con las palabras correctas. Pero hoy, por primera vez, no hay miedo en mis manos. No hay dudas en mi mente. No hay barreras en mi corazón.

Te amo.

Te amo de una forma que nunca creí posible para alguien como yo. Con una intensidad que a veces me abruma, con una certeza que no deja espacio para el vacío en mi pecho.

No sé en qué momento exacto se convirtió en esto. Tal vez fue la primera vez que tomaste mi brazo sin dudarlo. Tal vez fue cuando me miraste y viste algo en mí que yo mismo no podía ver. Tal vez fue en el instante en el que decidiste quedarte conmigo, a pesar de mis defectos.

Pero ahora lo sé.

Te amo cuando sonríes sin razón aparente.

Te amo cuando frunces el ceño porque algo te molesta.

Te amo cuando hablas sin parar de algo que te emociona y cuando guardas silencio porque las palabras no son suficientes.

Te amo cuando me buscas sin siquiera darte cuenta.

Cuando dices mi nombre con suavidad, como si fuera algo valioso.

Cuando me tocas con esa ternura que desarma cada pared que construí a mi alrededor.

Te amo en los momentos pequeños. En la forma en que tu risa llena los espacios vacíos. En la calidez que dejas en mi piel cuando te alejas. En la certeza de que, incluso en el silencio, sigues estando conmigo.

Eres la única que ha logrado romper la barrera entre lo que soy y lo que creí que debía ser.

Eres mi paz y mi tormenta. Mi equilibrio y mi caos.

Eres mi luz.

Y aunque nunca termine de encontrar las palabras perfectas para explicarlo, aunque nunca deje de sentir que este sentimiento es más grande de lo que puedo abarcar… siempre, siempre serás lo mejor que me ha sucedido.

Shadow.”

El aire en la oficina se sentía pesado, como si el mundo entero se hubiera detenido en el instante en que mis ojos recorrieron la última línea de la carta.

Mis dedos temblaban, aferrándose al papel como si pudiera absorber las palabras en mi piel, como si necesitara sentirlas de una manera más tangible, más real.

Shadow me ama.

No solo me quiere, no solo me aprecia. Me ama con cada parte de sí mismo. Me ama con un amor tan absoluto que lo había guardado en cartas, como si ni siquiera él mismo supiera qué hacer con tanto sentimiento.

Un sollozo me rasgó la garganta antes de que pudiera detenerlo.

Y entonces, las lágrimas empezaron a caer.

No eran suaves ni contenidas. Eran desbordantes, desesperadas, como una presa que finalmente cedía ante la fuerza del agua.

Me llevé una mano a la boca, tratando de ahogar los sonidos que escapaban de mis labios, pero no podía parar. No podía dejar de sentir.

Porque en cada carta que había encontrado, en cada línea escrita con esa caligrafía firme pero cuidadosa, estaba la verdad que nunca había visto con claridad.

Shadow había estado amándome en silencio durante tanto tiempo. Había estado ahí, viéndome, queriéndome, sin esperar nada a cambio. Había guardado su amor en estos pedazos de papel, lo había escondido en un cajon y lo había dejado existir solo en la privacidad de su oficina.

Y yo… yo nunca lo había sabido.

Todo lo que había sentido por mí, todo lo que había callado, todo lo que había contenido mientras yo seguía mirando hacia otro lado.

Me dolió.

Me dolió darme cuenta de cuánto había tenido que soportar en silencio. De cuánto había querido estar a mi lado sin atreverse a pedírmelo. De cuánto me había amado incluso cuando yo no era capaz de verlo.

Apreté la carta contra mi pecho, como si pudiera devolverle el mismo amor con mi simple contacto.

—Shadow…

Su nombre salió de mis labios como un suspiro roto, perdido entre mis lágrimas.

Entonces el sonido de la puerta abriéndose me atravesó como un rayo.

Levanté la cabeza de golpe, los ojos aún empañados de lágrimas, y me encontré con la silueta de Chiquita en la entrada. Su plumaje blanco relucía bajo la luz de la oficina, y su enorme cola se movió levemente cuando inclinó la cabeza, observando la escena con un aire de sospecha.

Mis ojos se encontraron con los suyos, grandes y brillantes, llenos de alarma.

—¿Amy…? —Su voz era suave, cuidadosa, como si estuviera pisando terreno peligroso—. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás llorando?

Su mirada bajó a la mesa. A la caja abierta. A las cartas desordenadas. Sus plumas blancas se erizaron ligeramente cuando comprendió lo que veía, como si estuviera atando cabos muy equivocados.

—Oh, cielos… —murmuró, llevándose una mano al pico— ¿Son lo que creo que son?

Su expresión horrorizada me puso en pánico. Con mi llanto descontrolado y mi intento torpe de esconder las cartas, parecía que había descubierto algo terrible. Como si Shadow guardara cartas de amor de otras mujeres.

—¡No es lo que piensas! —grité, desesperada, y me lancé a recoger las cartas con manos temblorosas.

Pero en mi desesperación, mis manos torpes resbalaron y las cartas se esparcieron por el suelo. Algunas aterrizaron boca arriba, dejando a la vista fragmentos de la letra de Shadow.

Me lancé al suelo de inmediato, tratando de recogerlas como si fueran billetes en una tormenta de viento. Pero mis manos temblaban tanto que apenas podía agarrarlas sin arrugarlas.

Chiquita, caminó hacia mí, sus tacones resonando con un ritmo acelerado y firme en el suelo, mirando el desastre con incredulidad.

—Oh, por el amor de Gaia… —susurró mientras se inclinaba para ayudarme.

—¡No, no, no! —exclamé con pánico. Antes de que pudiera detenerla, Chiquita tomó una carta del suelo.

Yo salté como un resorte, arrebatándosela de inmediato, sonrojada hasta las orejas.

—¡No mires! —grité, abrazando la carta contra mi pecho como si fuera mi último escudo.

Nos quedamos en silencio por un instante eterno, mientras yo intentaba recoger el resto de las cartas. Finalmente, volteé a verla, con el rostro ardiendo de vergüenza.

—¿Puedes fingir que no viste nada? —murmuré, con la voz rota.

Chiquita se cruzó de brazos, su mirada evaluándome con curiosidad.

—¿Esos papeles… son documentos importantes restringidos? —preguntó con seriedad.

—No… —admití, encogiéndome un poco—. Son… cartas personales.

—¿Cartas de amor? —sus plumas se erizaron con un interés repentino.

Mis mejillas ardieron aún más.

—S-sí… Shadow las escribió para mí.

El silencio se rompió con un agudo chillido de emoción de parte de Chiquita. Las plumas de su cola se expandieron por completo, revelando patrones fucsias brillantes que resaltaban contra el blanco.

—¡Eso es tan romántico! ¡No puedo creerlo! —chilló mientras comenzaba a dar pequeños brincos como si tuviera un resorte bajo los pies. Inmediatamente, sacó su celular con dedos ágiles—. ¿Puedo tomarle una foto a una carta y subirla al grupo?!

—¿¡Qué?! ¡No, claro que no! —me apresuré a responder, abrazando las cartas contra mi pecho—. Estos son los sentimientos privados de Shadow, no puedes subirlos a internet. Además… ¿de qué grupo estás hablando?

—¡Del grupo Team ShadAmy! —respondió con entusiasmo, sus ojos chispeando de emoción—. ¡Allí subimos y debatimos todo lo relacionado con ustedes dos!

—¿Qué? ¿Quiénes...?

—¡Todos los que te apoyamos! La mayoría son de Neo G.U.N y miembros de los servicios de rescate y defensa, pero también hay muchos fans tuyos que te defienden de los haters.

Sentí que mi cerebro se detenía en seco.

—¿Me defienden?

—¡Sí! Todo el mundo se dividió por el triángulo amoroso. Hay quienes siguen creyendo que Sonic y tú están destinados a estar juntos y que solo usas al Comandante para darle celos, pero aquí estamos los que apoyamos al rosado-negro.

Observé a Chiquita, todavía procesando lo que acababa de decirme. Desde que el escándalo estalló, me había preparado para el odio, para los rumores, para los comentarios hirientes en redes sociales. Había hecho todo lo posible por ignorarlos, por no darles poder sobre mí... pero nunca se me ocurrió que también hubiera personas apoyándome.

—¿Y de verdad hay... mucha gente en ese Team ShadAmy? —pregunté con incredulidad.

Chiquita asintió con entusiasmo, alzando su celular para mostrármelo. En la pantalla desfilaban publicaciones de las fotografías de Shadow y yo juntos en el resort, acompañadas de mensajes de apoyo, chistes internos y debates apasionados sobre nuestra relación..

—¿Ves? ¡No estás sola en esto! Hay mucha gente que cree en ustedes.

Sentí un nudo en la garganta. No esperaba esto. Siempre había pensado que, si no estaba con Sonic, el mundo entero me vería como una impostora, como una manipuladora... pero aquí estaba Chiquita, mirándome con genuina emoción y orgullo, como si yo fuera alguien digna de apoyo.

—Gracias, Chiquita. De verdad.

—¡Oh, no tienes que agradecerme! —exclamó, batiendo sus plumas traseras con emoción.

De repente, se detuvo y me miró con una sonrisa cómplice.

—Por cierto… ¿sabes quién empezó el hashtag?

Parpadeé, sorprendida.

—¿No fue solo algo que surgió en internet?

—No exactamente —respondió, mostrándome la pantalla—. Lo empezó una mesera en un diner.

El aire se me atascó en los pulmones al ver la foto en su celular. La reconocí de inmediato.

Era aquella mapache… la chica que nos atendió el primer día de nuestras vacaciones, cuando paramos a cenar en un restaurante de carretera antes de llegar al motel de paso. Me había pedido una foto con emoción, diciendo que era mi fan.

—¿Ella…? —murmuré, en shock.

Chiquita asintió.

—Subió esta foto contigo y escribió: "Amy merece ser feliz. Shadow también. Apoyen el amor. #TeamShadAmy." —me miró con una sonrisa cálida—. Y así empezó todo.

Hice un esfuerzo por asimilarlo. No había sido un gran influencer, ni un medio sensacionalista… solo una chica normal, una seguidora sincera que simplemente quería defendernos.

Chiquita continuó:

—Y luego se creó un grupo dedicado a ustedes, pero no teníamos tanta fuerza. Nadie creía que realmente eras la novia del Comandante, y esa influencer se robó todo el crédito… Pero después de su escándalo, y su hermosa foto besándose, el hashtag se hizo tendencia.

Sentí un calor inesperado en el pecho. Jamás imaginé que aquel pequeño momento, una simple foto en un restaurante de carretera, hubiera sido el inicio de algo así.

Chiquita deslizó la pantalla y apareció otra imagen. Mi aliento se quedó atrapado en mi garganta.

Era la pared del restaurante en el sur. La pared que Shadow había golpeado.

En la imagen, se veía la marca de nuestras huellas, justo donde el dueño del restaurante nos pidió que las dejáramos en pintura negra y rosa en vez de pagar por las reparaciones. Solo que ahora… no eran solo nuestras manos.

A nuestro lado, había decenas de huellas de diferentes colores y tamaños.

Manos pequeñas, grandes, Mobians de todas las especies… Como si otras personas hubieran querido sumarse a lo que comenzó como una simple solución creativa a un problema.

—El dueño del restaurante subió esto hace una semana —explicó Chiquita—. Dijo que, después de ver la última publicación, mucha gente que pasaba por ahí quiso agregar sus propias huellas, en honor a ustedes.

No supe qué decir. Solo miré la imagen, sintiendo cómo un nudo de emociones se formaba en mi pecho.

—Y lo más increíble de todo —agregó Chiquita, con una sonrisa llena de asombro— es que todas las huellas son de parejas interespecie. Ustedes dos se volvieron el símbolo de las relaciones interespecie.

Mi cabeza tardó en procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué? —parpadeé, confundida—. Pero… Shadow y yo… ambos somos erizos.

Chiquita se encogió de hombros.

—Bueno, sí, pero ya sabes cómo es internet… —agitó una de sus manos— Con esos rumores sobre el Comandante rondando por ahí, de que en realidad es un híbrido creado en un laboratorio por humanos, la gente lo interpreta como una relación interespecie. Honestamente, no lo entiendo muy bien.

Abrí la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, Chiquita resopló con fastidio.

—Y, por supuesto, están los puristas diciendo que sería mejor que estuvieras con un "erizo de verdad" como Sonic. —Se cruzó de brazos, molesta— Ridículos.

Fruncí el ceño. No debería sorprenderme. Siempre habría gente con opiniones absurdas, pero escuchar esas palabras en voz alta, después de todo lo que pasó, me hizo apretar los puños.

Chiquito deslizó los dedos sobre la pantalla de su celular y lo giró hacia mí.

—Y mira esto. Como toda la nación te vio cargar al Comandante fuera del incendio de esta mañana, hizo que internet explotara. El hashtag está en llamas. Aunque claro, hay quienes tienen sus propias opiniones.

Mis ojos bajaron a la pantalla, donde un video en bucle mostraba la escena desde varios ángulos, gracias a las cámaras de los noticieros y los videos tomados por testigos.

Ahí estaba yo, atravesando el humo con Shadow en brazos, su cuerpo pesado apoyado contra el mío. Mi expresión era tensa, enfocada. La suya… agotada. Tenía el ojo cerrado, su respiración irregular contra mi pecho.

—¡Y ni siquiera han pasado 24 horas y ya hay un montón de ediciones! —exclamó Chiquita con entusiasmo, casi dando saltitos mientras revisaba su teléfono—. ¡Mira esto! Ya hicieron fanarts, memes y hasta edits con música dramática. ¡Están todos obsesionados con cómo lo cargaste en brazos!

Fruncí el ceño. —¿Ediciones?

Vi la pantalla y ahí estaban: montajes de mí y Shadow con efectos dramáticos, música sentimental y frases cursis.

"Cuando el guerrero más fuerte encuentra su razón para luchar…"

"El sol y la luna, diferentes pero destinados a encontrarse."

Incluso había uno donde alguien había editado la escena del incendio para hacerla ver aún más cinematográfica, con luces resplandecientes y una balada intensa de fondo.

Me llevé una mano a la cara, entre divertida y avergonzada. —Por Gaia, internet no pierde el tiempo.

Chiquita soltó una carcajada. —¡Obvio! ¡Eres la protagonista de la historia de amor del año! —Alzó las manos con dramatismo, como si estuviera presentando un gran espectáculo—. Amy Rose, la heroína valiente, rescatando a su amado Comandante de entre las llamas. ¿Qué más quieren?

Rodé los ojos, aunque una sonrisa se asomó en mis labios. —No fue tan dramático…

—¿Que no fue tan dramático? —me interrumpió Chiquita, cruzándose de brazos con incredulidad—. ¿Viste el video? Saliste del humo con él en brazos como si fueras una leyenda viviente. Solo faltó un zoom dramático y música épica de fondo.

Solté una carcajada genuina. —Bueno, cuando lo dices así…

—Es una lástima que no pueda subir una foto de las cartas al grupo… —dijo Chiquita con un puchero fingido—. Pero al menos déjame tomarme una selfie contigo. ¡Por favor!

—Solo si me dejas guardar estas cartas primero —respondí entre risas.

Chiquita dejó escapar un suspiro exagerado. —El Comandante se va a dar cuenta —dijo con los brazos cruzados—. No necesita ser detective para saberlo.

—Lo sé... —admití, mordiéndome el labio con preocupación. Bajé la mirada hacia los sobres arrugados—. ¿Te vas a meter en problemas por esto?

—¿Problemas? —Chiquita se encogió de hombros con despreocupación—. Quizá me gane un regaño, pero dudo que me despidan. Además, no es como si hubieras leído archivos clasificados... Solo cartas de amor.

—No ayuda que lo digas así —repliqué, intentando sonar ligera, aunque mi voz tembló un poco.

Sostuve las cartas y sobres en mis manos. El papel estaba arrugado, los bordes doblados de forma descuidada. Era obvio que alguien las había revisado. Apenas Shadow abriera la caja, lo sabría. Se daría cuenta de que alguien había invadido su privacidad, de que sus sentimientos más ocultos habían sido expuestos.

Con manos temblorosas, traté de guardar cada carta en su sobre. Pero el daño ya estaba hecho.

Al mirar alrededor, noté que una carta había caído más lejos. Me acerqué para recogerla y me di cuenta de que estaba al lado de la pequeña estatua de madera de Amdruth. ¿Se había caído también?

Tomé la carta y al instante noté que la letra no era la de Shadow. Era irregular y caótica, con algunas letras cuidadosamente dibujadas y otras garabateadas de manera apresurada. Parecía como si dos Mobians diferentes la hubieran escrito... o más bien, dos niños.

Con curiosidad y algo de nerviosismo, leí el mensaje:

“Eriza de rosado pelaje,
Haced saber al híbrido nacido entre las estrellas que su ruego no ha caído en oídos sordos. Hemos escuchado su súplica de resguardo, y hemos decidido abstenernos de arrebatarle su alma. No obstante, si desea que nuestra indulgencia persista, deberá ofrecernos tributo: una bolsa de aquellos granos oscuros y preciados que resguarda con tanto celo en su cofre de hierro.
Cumplid este pacto, y habremos de brindaros nuestro auxilio con las cartas.”

Me quedé mirando la carta, luego a la estatua de Amdruth. Tragué saliva, un escalofrío recorriéndome la espalda. ¿Acaso esto era… algún tipo de broma? ¿O algo más extraño?

—C-con mucho gusto le digo… —murmuré, todavía en shock.

Coloqué la carta y la estatua de Amdruth sobre la mesa, sintiendo cómo la piel se me erizaba. Intenté calmarme mientras guardaba cada carta en su sobre, las apilaba con delicadeza dentro de la caja negra metálica y cerraba la tapa. Después abrí la gaveta del escritorio de Shadow y la volví a colocar en su sitio original.

Deslicé mis dedos sobre el metal frío antes de cerrar la gaveta con un suspiro. ¿Por qué tenía algo así en su oficina y no en su habitación?

La respuesta me golpeó de inmediato.

Rouge.

Si ella encontraba las cartas, no lo dejaría respirar. Las leería en voz alta con dramatismo solo para verlo sufrir, y probablemente guardaría algunas como material de chantaje eterno.

Una sonrisa cálida se dibujó en mi rostro. Shadow había escondido sus sentimientos en el único lugar donde sabía que Rouge jamás los buscaría: su despacho.

De repente, escuché el sonido de un cajón al abrirse. Al voltear hacia el librero, vi a Chiquita rebuscando en una gaveta inferior. Dentro, había una fila perfectamente ordenada de chaquetas de Neo G.U.N. y guantes. Tomó una chaqueta y un par de guantes antes de cerrar el cajón con delicadeza.

—El Comandante lo va a necesitar —dijo Chiquita, acercándose y extendiéndome la chaqueta y los guantes con una expresión seria.

—Gracias —respondí con una sonrisa agradecida mientras los tomaba entre mis manos.

Chiquita miró alrededor con cierto nerviosismo antes de susurrar:

—Será mejor que salgamos de aquí antes de que alguien nos descubra.

—Sí, mejor —asentí, sintiendo cómo el nerviosismo crecía dentro de mí. Salimos del despacho de Shadow con cuidado, mi mente aún girando en torno a las cartas y el riesgo que había tomado al leerlas sin su permiso.

Tras cerrar la puerta, Chiquita sacó su celular y me miró con entusiasmo.

—¿Lista? —preguntó con una sonrisa radiante.

Le devolví la sonrisa, levantando la mano en señal de paz.

—Lista.

El clic de la cámara selló el momento, y Chiquita saltó emocionada mientras publicaba la foto en sus redes sociales.

—¡No puedo creer que me tomé una selfie con Amy Rose! —exclamó alegremente, su entusiasmo tan contagioso que no pude evitar reír.

Estaba por responderle cuando el teléfono en su escritorio sonó de repente, cortando el momento con un tono insistente. Las dos nos giramos al unísono hacia el aparato, y Chiquita lo tomó con rapidez, contestando con eficiencia impecable.

—Oficina del Comandante Shadow the Hedgehog, Chiquita al habla. ¿En qué puedo ayudarle?

Hubo un breve silencio mientras escuchaba al otro lado de la línea, pero su expresión pasó rápidamente de neutral a exasperada.

—El Comandante en este momento está en el consultorio de la doctora Miller, recuperándose por los eventos de hoy… Sí, está en la máquina de regeneración, por eso no contesta su teléfono.

Hizo una pausa, parpadeando como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

—¿Cómo que quiere que vaya a despertarlo? Señor Lance, haga su trabajo, por favor, y deje al Comandante descansar…

Se apoyó en el escritorio, masajeándose el puente de la nariz con frustración.

—¿Disculpe? ¿Que usted paga nuestros cheques? —repitió con incredulidad—. Ah, qué interesante, porque juraría que mi sueldo viene directo del presupuesto de Neo G.U.N., no de su bolsillo.

Chiquito hizo una pausa, respiró hondo y continuó con más firmeza.

—Además, señor Lance, ¿qué parte de "deje de llamar a cada rato" no le ha quedado clara? El Comandante no puede estar resolviendo todo por usted.

Frunció el ceño, inclinándose un poco hacia el teléfono como si el simple acto de hacerlo le permitiera perforar la terquedad del hombre al otro lado de la línea.

—Si es sobre el terremoto y los incidentes de hoy, ¿no le parece que ya tiene suficientes informes y directrices para hablar con las noticias? No puede esperar que el Comandante le diga exactamente qué decir en cada situación. No es su asistente personal, ¿entiende?

Apretó los labios mientras escuchaba la respuesta de Lance, su pie tamborileando contra el suelo con impaciencia.

—Si vuelve a llamar con esto otra vez, voy a ponerlo en espera hasta que el Comandante salga por su cuenta. Y créame, eso podría tardar horas.

Pude ver cómo su paciencia se desgastaba con cada segundo que pasaba. Cuando me miró de reojo, me mostró una expresión de alguien que sabía que esta llamada iba para largo.

Aproveché la oportunidad para levantar una mano en despedida y escabullirme de la oficina. No quería interrumpir su pelea verbal con Lance, y además… tenía ganas de explorar un poco.

Así que me dirigí de vuelta a los pasillos de Neo G.U.N., dejando atrás el bullicio de la oficina y sumergiéndome en el corazón de la base.

Los pasillos estaban tranquilos, iluminados por la luz artificial que reflejaba en el suelo impecable. Caminé con el ritmo de alguien que tiene mucho en la cabeza, pero que aún se aferra a la sensación de urgencia.

Fue entonces cuando la vi.

Nova venía en dirección contraria, cargando una laptop bajo un brazo, su otra mano metida en el bolsillo de su chaqueta. Su andar era rápido y decidido, como si tuviera un propósito claro. No dijo nada al pasar a mi lado. Ni una palabra, ni un gesto. Solo esa mirada fugaz, cargada de algo afilado y venenoso.

Molestia. Desprecio.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Me detuve, girando apenas la cabeza para verla desaparecer al doblar la esquina del pasillo, su silueta desvaneciéndose en la distancia.

No entendía. Nova había sido bromista, incluso insolente cuando la conocí, pero esa mirada… Era algo más.

Un mal presentimiento se aferró a mi pecho como un puño helado. Seguí avanzando por el pasillo, intentando sacudirme la incomodidad. Sin embargo, cada paso que daba solo reforzaba la sensación de que algo estaba fuera de lugar. Era como si un frío persistente se hubiese instalado en la base de mi cuello, advirtiéndome de un peligro que no lograba identificar.

Me detuve en seco, mi respiración ligeramente acelerada. No, no podía ignorarlo. Si algo había aprendido con el tiempo era a no descartar esas corazonadas que se clavaban tan profundo.

Dándome la vuelta, desanduve el camino con pasos apresurados, casi sin darme cuenta de que mi ritmo se volvía cada vez más rápido. Tenía que regresar con la Dra. Miller.

Al llegar a su consultorio, golpeé la puerta con determinación, la mano aún tensa por la ansiedad que se había instalado en mis nervios.

—Doctora Miller, ¿puedo pasar? —mi voz sonó más firme de lo que esperaba, pero también cargada de una urgencia que me resultaba imposible disimular.

Por un momento, solo escuché el sonido bajo de un teclado siendo tecleado rápidamente al otro lado de la puerta. Luego, un leve clic indicó que el seguro se había liberado.

Empujé la puerta y entré, cerrándola tras de mí.

La doctora estaba sentada en una mesa metálica con ruedas, su mirada enfocada en una pantalla llena de datos. Con una mano, tecleaba con precisión, y con la otra, manipulaba varios tubos de ensayo con una concentración absoluta. Sobre la mesa, un pequeño frasco con sangre oscura destacaba bajo la luz de la lámpara, su contenido espeso y casi negro, como tinta.

La doctora Miller se reclinó en su silla con un leve crujido del cuero y me saludó con una sonrisa

—Ya volviste —comentó con un matiz de diversión en su voz—. ¿Te divertiste husmeando por ahí?

Me crucé de brazos y solté un suspiro.

—Sí. Chiquita es bastante animada para ser la asistente de Shadow.

Ella dejó escapar una risa corta mientras giraba levemente la muestra de sangre entre sus dedos, observándola con ojo clínico.

—Es la mejor asistente que ha tenido. Su personalidad es lo de menos.

Volvió a enfocarse en la pantalla, tecleando algunas líneas de información, pero después de unos segundos, levantó la mirada con una ceja arqueada.

—Por cierto… veo que ya te limpiaste.

Parpadeé un par de veces antes de fruncir el ceño.

—Oh, muchas gracias por avisarme que tenía la cara hecha un desastre.

Miller se encogió de hombros con una sonrisa divertida.

—Lo siento. Quería ver cuánto tiempo tardabas en darte cuenta.

Rodé los ojos, negando con la cabeza, pero no pude evitar reírme un poco.

—Agradezco la confianza, doctora.

—De nada.

Mientras ella volvía a sus análisis, me acerqué un poco más a su mesa, inclinándome ligeramente para observar mejor la pantalla.

—¿Es de Shadow? —pregunté en voz baja.

La doctora asintió sin apartar la vista de su trabajo.

—Sí. Estoy monitoreando su progreso de regeneración.

Mi mirada se quedó fija en el líquido espeso dentro del frasco. La sangre de Shadow tenía un tono más oscuro que la de un Mobian común, y cuando la doctora giraba el tubo, podía ver cómo parecía casi gelatinosa por momentos, antes de volver a un estado más fluido. Algo en ella no se veía del todo… normal.

—¿Cómo va? —pregunté, aunque ya intuía la respuesta.

—Bien. Su ojo está en proceso de regeneración sin complicaciones. Los tejidos se están reconstruyendo a un ritmo estable.

La observé verter una gota de sangre en una placa de Petri. La sustancia pareció brillar por un instante y, ante mis ojos, las células comenzaron a moverse, a extenderse y a multiplicarse por sí solas.

—Mira esto —indicó la doctora, señalando la pantalla—. Se regenera incluso fuera de su cuerpo. Es asombroso.

Me mordí el labio, sintiendo una extraña inquietud en el pecho. Sabía que Shadow tenía una capacidad de regeneración increíble, pero verlo en acción, reducido a la escala microscópica, hacía que se sintiera aún más irreal.

La doctora tomó otro frasco de la mesa, este con una etiqueta descolorida.

—Ahora, observa esto —dijo, vertiendo una segunda muestra en otra placa de Petri y colocándola bajo otro microscopio.

Me incliné hacia la pantalla, viendo cómo las células de esta nueva muestra también intentaban regenerarse… pero el proceso era mucho más lento. A simple vista, la diferencia era evidente.

—¿De quién es esa sangre? —pregunté, aunque en el fondo ya lo sospechaba.

—También es del Comandante. Pero esta muestra tiene ocho años. —explicó, cruzándose de brazos— La encontramos en la zona médica abandonada de G.U.N. mientras limpiábamos la instalación.

Fruncí el ceño, alternando la mirada entre ambas muestras. La diferencia en la velocidad de regeneración era abismal.

—¿Qué significa esto?

La doctora apoyó una mano en el borde de la mesa y me miró con seriedad.

—Significa que su regeneración no es solo algo innato… El Comandante ha entrenado a su propio cuerpo para mejorarla.

Parpadeé, confundida.

—¿Entrenado? —repetí lentamente, dejando que la palabra se asentara en mi mente—. Querrás decir que se lastima… —Mi voz bajó de tono al decirlo en voz alta, como si el solo hecho de admitirlo lo hiciera más real.

La doctora exhaló despacio, tomándose un momento antes de responder.

—Esa es la teoría —dijo finalmente—. Su cuerpo ha pasado por un proceso de adaptación extrema. La regeneración siempre ha sido parte de él, pero la velocidad con la que ocurre ahora es considerablemente mayor que hace casi una década.

Volvió su mirada a la pantalla, observando las células moverse con rapidez bajo el microscopio.

—El desgaste físico, las heridas constantes, la presión sobre su biología para sanar una y otra vez… todo eso ha obligado a su cuerpo a evolucionar. Su regeneración no solo es más rápida, sino más eficiente. Es como si, con el tiempo, hubiese aprendido a priorizar su supervivencia a toda costa.

Sentí un nudo en la garganta.

Mi mente me llevó de vuelta a aquella noche… la sangre empapando su pelaje, los agujeros de bala en su pecho, la carne desgarrada… y cómo, en cuestión de segundos, su cuerpo se reparó ante mis ojos, como si nada hubiera ocurrido.

—¿Shadow sabe sobre esto? —pregunté, volviendo a ver la pantalla.

—Sí. De hecho, él lo propuso.

Eso sí me sorprendió.

—¿Él pidió esto?

—Desde el principio —asintió la doctora—. Quiere saber hasta dónde llega su capacidad de regeneración. Si solo puede sanar heridas… o si algún día podrá regenerar un órgano completo.

Su tono era serio, casi reverente.

Fruncí el ceño, tratando de entender.

—¿Por qué pediría algo así?

La doctora dejó el tubo de ensayo en su soporte y me miró fijamente.

—Porque fue creado para ser una cura.

Me quedé en silencio, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

—Para María —murmuré.

Ella asintió.

—Su propósito original era encontrar la clave para salvarla. Para curar cualquier enfermedad. Y aunque María Robotnik ya no está… El Comandante aún espera que, de alguna manera, ese propósito pueda cumplirse.

Me quedé en silencio por un momento, procesando sus palabras. Shadow casi nunca hablaba de su pasado, pero sabía cuánto lo marcaba su historia con María.

—¿Crees que algún día pueda regenerar un órgano entero? —pregunté, observando la sangre en la pantalla.

La doctora suspiró y apoyó la barbilla en su mano.

—Es lo que queremos averiguar. Si descubrimos la clave de su regeneración, podríamos crear tratamientos y usarlos para ayudar a otras personas a recuperar partes de su cuerpo, incluso regenerar órganos. Imagina lo que eso significaría para Mobians que han perdido extremidades o que sufren heridas irreparables.

Mi mente procesaba lentamente la magnitud de sus palabras. Aquello no solo era una investigación sobre Shadow; era una posibilidad para cambiar vidas.

—Pero… —mi voz sonó insegura—. ¿Esto no es peligroso? ¿Y si alguien quiere usarlo para otra cosa?

La doctora se quedó en silencio por un momento antes de responder:

—Es un riesgo. Pero si encontramos la clave, podríamos hacer mucho bien. El Comandante lo sabe y, a pesar de todo, está dispuesto a seguir adelante.

Me quedé observando la pantalla, perdida en mis pensamientos mientras las células de Shadow seguían dividiéndose sin descanso. Era abrumador pensar en lo que esto significaba… en lo que podría significar para el futuro. Pero también era aterrador.

La idea de que alguien más pudiera usar este conocimiento con otros fines me dejó un mal sabor en la boca. Shadow lo sabía. Y aun así, estaba dispuesto a seguir y eso era digno de admirar.

Sin embargo, una punzada de dolor se instaló en mi pecho al darme cuenta de que me estaba enterando de todo esto hasta ahora. Shadow nunca me había contado nada al respecto. ¿Por qué me ocultó algo tan importante? ¿No confiaba en mí?

Sintiéndome un poco insegura, caminé hacia la camilla donde descansaban las pertenencias de Shadow. Su chaqueta sucia, su parche y su guante desgastado estaban perfectamente doblados, alineados con la meticulosa precisión que siempre lo caracterizaba.

Acomodé la chaqueta y los guantes limpios que llevaba en brazos junto a los suyos, dejándolos listos para cuando despertara.

Respiré hondo antes de girarme hacia la cortina que separaba la camilla de la máquina de regeneración. Mis pasos fueron lentos mientras me acercaba.

Y ahí estaba él.

Su cuerpo inmóvil dentro del tanque, suspendido en el líquido verde. Su rostro parecía tranquilo, relajado, como si estuviera en un sueño profundo.

Me quedé mirándolo, sintiendo el peso de todas esas cartas en mi pecho.

"Te amo."

Las palabras que había leído aún vibraban en mi mente. Todo lo que había sentido por mí. Todo lo que había callado.

Y sabía que, cuando despertara, tendría que decirle que había leído sus cartas sin su consentimiento.

La voz de la doctora rompió el silencio, sacándome de mis pensamientos.

—Faltan aproximadamente tres horas y media.

Parpadeé y volví la mirada hacia ella. La vi tomar la pequeña muestra de sangre del microscopio y colocarla en un contenedor especial. Luego, con movimientos meticulosos, la transfirió a un aparato, parecido a un microondas. Tecleó algunas cosas en su computadora, observó la pantalla con atención y, tras unos segundos, dejó escapar un suspiro.

—Y no puedo hacer nada más, solo esperar a ver hasta dónde llega el proceso de regeneración de la muestra.

Se estiró con pereza en su silla antes de apoyarse en su escritorio y revisó su tableta con expresión pensativa. Luego, me miró con una ceja levantada.

—Podemos quedarnos aquí observando cómo las células se dividen durante tres horas… o podríamos hacer algo más entretenido.

Giré la cabeza hacia ella, confundida.

—¿Algo más entretenido?

—Si quieres, podemos ver Isla Pasión mientras esperamos.

La sugerencia me tomó tan desprevenida que tardé unos segundos en procesarla.

—¿Isla Pasión? —repetí, sin poder evitar reírme—. ¿En serio? Ese es el reality favorito de Rouge.

—Es demasiado entretenido. —respondió con una sonrisa cómplice— Es como un experimento sociológico, pero con más drama y bikinis.

No pude evitar soltar una carcajada.

—Bueno… supongo que podría usar una distracción.

Me sonrió antes de tomar su tableta y buscar el episodio más reciente, colocando sobre la mesa en el costado de la oficina.

Me senté a su lado, y nos dispusimos a pasar las siguientes cuatro horas viendo drama televisado. Cuando íbamos por el segundo episodio, el sonido de una alarma resonó en la sala, un pitido intermitente y agudo que me hizo dar un respingo.

La Dra. Miller se tensó, llevó su mano hacia la tableta de la máquina y sus ojos clavados en la pantalla con creciente preocupación.

—Su ritmo cardíaco está aumentando drásticamente —dijo con urgencia, sus dedos moviéndose rápidamente sobre la pantalla.

Me levanté rápidamente y me acerque hacia la máquina, moviendo la cortina. Dentro de la cápsula el cuerpo de Shadow comenzó a retorcerse dentro del líquido, sus músculos tensándose con espasmos involuntarios. Sus manos temblaban, sus dedos se curvaban como si estuviera aferrándose a algo inexistente. Su rostro, normalmente impasible incluso en descanso, ahora estaba marcado por una mueca de dolor, de angustia.

Oh no. No otra vez. No otro terror nocturno.

Mi pecho se apretó. No era la primera vez que pasaba esto. Shadow sufría pesadillas recurrentes, tan intensas que su cuerpo reaccionaba incluso estando inconsciente. La última vez, un sonido agudo fue lo único que pudo despertarlo.

—Tenemos que despertarlo —dije, ya con una mano dentro de mi delantal.

¿Dónde está mi celular?

Levanté la vista y vi mi celular sobre la mesa. Corrí hacia ella, tomé mi celular y rápidamente empecé a deslizar por la pantalla, buscando aquel sonido que sabía que podía sacarlo de esta pesadilla.

Pero un sonido mecánico me hizo levantar la vista bruscamente. La Dra. Miller había presionado un botón en el panel de la máquina. Un zumbido bajo, seguido de un chasquido metálico.

Mis ojos se agrandaron de horror al ver cómo la puerta de vidrio comenzaba a abrirse.

—¡Doctora Miller, espere! —grité con desesperación.

Pero ya era demasiado tarde.

Un movimiento súbito y violento ocurrió ante mis ojos. Shadow, aún con el cuerpo empapado en el líquido de la máquina, estiró su brazo con una rapidez aterradora. Sus dedos se cerraron en torno al cuello de la doctora con una fuerza implacable.

—¡No! —mi voz se quebró en el aire.

La Dra. Miller intentó forcejear, sus manos aferrándose a la muñeca de Shadow, sus piernas pateando débilmente mientras su rostro se tornaba rojo. Su respiración se volvió errática, sofocada.

Sin pensar, me lancé hacia ellos.

Mis manos se aferraron a la de Shadow, intentando desesperadamente aflojar su agarre. Sus músculos estaban rígidos, duros como acero. Sentí su fuerza descomunal oponiéndose a la mía, como si ni siquiera estuviera consciente de mi presencia.

—¡Shadow, suéltala! —jadeé, tirando con todas mis fuerzas.

La doctora se sacudió con menos intensidad. Sus ojos comenzaron a nublarse, su cuerpo perdiendo la batalla contra la falta de aire.

No podía permitirlo. No podía dejar que Shadow la matara.

Reuní cada gramo de fuerza en mis brazos y tiré con todas mis fuerzas. Finalmente, sentí cómo su agarre se debilitaba y la Dra. Miller cayó al suelo, su cuerpo rendido, inconsciente.

Me agaché rápidamente junto a ella, presionando dos dedos contra su cuello con manos temblorosas. Un latido débil. Respiraba, aunque con dificultad.

Un suspiro de alivio se escapó de mis labios. Pero no tuve tiempo de descansar. Un sonido detrás de mí hizo que mi pelaje se erizara.

Algo emergiendo del agua. Volteé de inmediato y mis ojos se encontraron con una imagen aterradora.

Shadow se incorporaba lentamente, su cuerpo empapado del líquido viscoso que la máquina escupía en hilos gruesos y pegajosos. Su respiración era irregular, cada jadeo un eco grave en la habitación helada. Su ojo izquierdo, el único abierto, no se enfocaba en mí. Estaba atrapado en algún rincón oscuro de su mente.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal cuando su voz brotó de sus labios secos, un murmullo áspero cargado de veneno:

—Allí estás... escoria.

Salió de la maquina mientras que el líquido verde se deslizaba por su pelaje, goteando desde sus manos hasta el suelo en un ritmo constante y siniestro. Su ceño se frunció, su expresión una mueca de odio visceral. No había confusión en su mirada, solo un rencor afilado y latente.

No llevaba sus guantes, sus anillos, ni sus zapatos. Solo su cuerpo cubierto en ese líquido viscoso, cada músculo tenso y listo para atacar.

Esto era lo más vulnerable que había visto a Shadow. Pero también lo más aterrador.

—Shadow… —susurré, dando un paso atrás—. Despierta. Soy yo.

Él no reaccionó.

—Esta vez no te vas a escapar —gruñó, su voz goteando veneno.

Otro paso.

—Vas a pagar por lo que hiciste.

Mi corazón latía con fuerza contra mis costillas.

Su postura. Su tono. Todo en él me decía que estaba atrapado en un recuerdo, reviviendo algo terrible.

—Por favor, Shadow, escucha mi voz. No estás allí. Estás aquí, conmigo.

Pero mis palabras se estrellaron contra una barrera invisible.

Shadow frunció el ceño con más intensidad, su mandíbula apretada, su puño temblando a los costados.

—Por tu culpa, todos están muertos.

El peso de esas palabras cayó sobre mí como una losa.

—Por tu arrogancia. Por tu maldito orgullo.

Mis labios se entreabrieron, pero ningún sonido salió.

—Creíste que eras invencible. Que eras superior a todos los demás.

Otro paso.

—Y mírate ahora. Te dejaste infectar.

Su ojo, oscurecido por una furia que no me pertenecía, brilló con un peligro latente.

—Fuiste un estorbo. No hiciste nada más que arruinarlo todo.

Negué con la cabeza, sintiendo la desesperación aferrarse a mi pecho.

—Shadow, yo—

—¡Por tu culpa, todos murieron!

Y entonces, sin advertencia, se lanzó hacia mí. Intenté esquivarlo, pero fue inútil. Siempre había sido más rápido que yo.

Sus dedos se cerraron alrededor de mi garganta, pero antes de que pudiera aplicar más presión, mis manos volaron hacia las suyas, aferrándome a sus muñecas con todas mis fuerzas.

—¡Shadow, suéltame! —jadeé, mis pies retrocediendo mientras intentaba deshacer su agarre.

Su pupila tembló por un instante. ¿Me estaba escuchando?

Pero entonces, su agarre se endureció.

—No esta vez —gruñó.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Llevé mis brazos hacia arriba, metiendo mis antebrazos entre los suyos y usando un rápido movimiento para romper su agarre. Me solté, dando un paso atrás de inmediato.

Shadow no se detuvo. Se lanzó otra vez, sus manos buscando atraparme.

Me moví instintivamente, inclinando mi cuerpo hacia un lado para evitar sus dedos. Retrocedí rápido, esquivando el siguiente intento, mis pies deslizándose con precisión sobre el suelo.

Él gruñó con frustración lanzando un golpe.

Mi cuerpo recordó cada lección con Knuckles. Mi instinto me gritó que bloqueara.

Subí mis puños, mis antebrazos amortiguando el impacto cuando su puño chocó contra ellos. Aun así, la fuerza detrás del golpe me hizo retroceder.

—¡Shadow, para! ¡No tienes que hacer esto!

Pero él no me escuchaba.

Su otro puño se alzó, y lo bloqueé nuevamente, sintiendo mis huesos vibrar con la fuerza del impacto.

Estaba atrapada en el centro de la habitación, rodeada por los muebles en los extremos. Si me movía mal, quedaría acorralada.

Shadow se lanzó otra vez. Su velocidad era abrumadora, su presencia sofocante. Cada golpe venía con una furia letal, y yo apenas podía reaccionar a tiempo para bloquear o esquivar.

—¡Shadow, escúchame! —jadeé, desviando un golpe que habría impactado mi rostro.

Nada.

Solo el eco de su respiración pesada, el sonido de nuestros cuerpos moviéndose, el golpeteo del líquido verde cayendo de su pelaje salpicando el suelo.

Dio un paso al frente, su mirada ardiente de odio.

—No cumpliste tu promesa —gruñó, su voz grave y rota—. ¡Dejaste que todos murieran!

Su puño se alzó de nuevo.

Levanté mis brazos para bloquear, sintiendo la fuerza del impacto recorrerme como una descarga. Un segundo después, él ya estaba girando, su pierna alzándose en un movimiento tan rápido que apenas tuve tiempo de reaccionar.

Salté hacia atrás, pero su patada aún rozó mi abdomen.

El aire escapó de mis pulmones en un jadeo sofocado.

—¡Shadow, basta!

Él no se detuvo.

Su mirada era como una grieta en la realidad. Fría, vacía, pero al mismo tiempo llena de una furia implacable.

Vi el siguiente golpe venir y me incliné hacia un lado, sintiendo el aire cortar cerca de mi cabeza. Mi cuerpo se movía por instinto, cada músculo de mi cuerpo gritaba en alerta, cada fibra de mi ser clamaba por moverse más rápido, por sobrevivir a la tormenta que se desataba frente a mí.

—Eres un error. —Su voz fue un cuchillo directo a mi pecho—. Un experimento fallido.

Mi espalda casi tocó la pared cuando me lanzó otro golpe. Estaba acorralada.

Cuando él levantó el brazo más ampliamente, por instinto encontré la apertura y giré en el último segundo, mi pierna impulsándose con toda la fuerza que tenía.

El impacto contra su costado lo hizo soltar un gruñido de dolor, su cuerpo tambaleándose un paso hacia atrás.

—¡Shadow! —Mi corazón se encogió. Bajé los brazos de inmediato, mi mente atrapada en la culpa—. Lo siento, yo—

Pero su expresión cambió. Se irguió lentamente. Su ojo, brillando con una furia ciega, completamente atrapado en un pasado al que yo no podía alcanzar.

Sus golpes fueron más rápidos, más calculados. Atacaba con la brutalidad que lo caracterizaba. Un puño voló directo a mi rostro, y apenas logré esquivarlo inclinando mi cabeza. Un segundo ataque siguió de inmediato, obligándome a levantar los brazos en defensa.

Mi respiración se volvió errática. Yo bloqueaba. Esquivaba. Aguantaba.

Shadow se lanzó como una bala. Apenas tuve tiempo de reajustar mi postura antes de que él girara sobre su eje y lanzará una patada a mi estómago.

Me agaché, sintiendo el viento silbar sobre mi cabeza.

Rodé hacia un lado justo a tiempo para evitar su puño que se estrelló contra el suelo con un estruendo seco. Trozos de baldosas saltaron por los aires, la fuerza del impacto reverberando en mis oídos.

No podía darme el lujo de quedarme quieta.

Me impulsé hacia atrás, tratando de crear distancia, pero él no me dio tregua.

Saltó sobre mí, su sombra cubriéndome, y apenas alcé los brazos a tiempo para bloquear cuando su rodilla impactó contra mi guardia.

El dolor explotó en mis músculos. Mis piernas casi cedieron. Pero me negué a caer.

Apreté los dientes, empujándolo con todas mis fuerzas, obligándolo a dar un paso atrás. Su mirada ardía, su aliento era áspero, su cuerpo seguía goteando el líquido verdoso que empapaba su pelaje desnudo.

Y lo peor de todo… seguía sin reconocerme.

—¡Shadow! —jadeé, mis pies deslizándose sobre el suelo mientras él volvía a cargar—. ¡Detente por favor!

Un rugido salió de su garganta.

—¡Cállate de una vez por todas!

Se lanzó hacia mí con los brazos extendidos, pero antes de que pudiera tocarme, levanté los míos y entrelacé mis dedos con los suyos, atrapándolo en mi agarre.

Sus palmas eran grandes, frías, húmedas, y temblaban de rabia bajo mis manos. Sus músculos se tensaron como si fueran a romperse.

—¡Shadow, soy Amy! ¡Mírame!

Su respiración era errática, entrecortada. Trató de zafarse, de apartarme con pura fuerza bruta, pero me aferré a él con todo lo que tenía.

—¡Suéltame! —gruñó, su voz retumbando como un trueno.

—¡No lo haré!

El forcejeo se intensificó. Sus brazos empujaban con una fuerza que me hacía arder los músculos. Me dolían las muñecas, me ardían los dedos de aferrarme a los suyos, pero no podía dejarlo ganar. Si lo hacía, iba a lastimarme. O peor… iba a lastimarse a sí mismo.

Su mandíbula se tensó. Su pecho subía y bajaba como si estuviera a punto de explotar. Su expresión dejó de ser solo ira. Se torció en algo más oscuro, más primitivo.

No podía seguir así. El cansancio me drenaba, mis brazos temblaban bajo la presión y cada intento de contenerlo parecía inútil. Pero más que el dolor físico, era la desesperación lo que me empezaba a quebrar. No podía seguir con esto. No podía mantener esa lucha inútil mientras él se hundía cada vez más en su propia oscuridad.

Tenía que despertarlo. Ahora.

Respiré hondo, llenando mis pulmones de aire como si eso fuera a darme la fuerza que me faltaba. Me preparé para gritar, para lanzar el sonido agudo que sabía que podía traerlo de vuelta. Pero nunca tuve la oportunidad.

De repente, su frente chocó violentamente contra la mía.

El impacto hizo que todo se sacudiera en mi cabeza.

Un dolor punzante explotó en mi cráneo, mi visión se llenó de manchas negras, y por un segundo, mi cuerpo quiso ceder. Pero no lo hice.

No lo solté.

Mis dedos se hundieron más en su piel, aferrándose con desesperación, negándome a ceder un solo centímetro.

—¡Shadow…! —jadeé, mi voz rasgada pero firme, a pesar del dolor que martilleaba en mi cabeza—. Mírame. ¡Soy tu Rose!

Su cuerpo tembló bajo mi agarre. Sus músculos eran puro acero, tensos, dispuestos a romper todo lo que se interpusiera en su camino. Pero debajo de esa dureza había algo más. Algo que empezaba a resquebrajarse, a ceder bajo el peso de mis palabras.

Gruñó con más fuerza, su voz rasgada por un terror que no podía comprender. Empujó con todo su peso, como si intentara expulsar de su mundo a un fantasma imposible.

—¡No! —su voz era un rugido desesperado, cargado de un terror visceral—. ¡No estás aquí! ¡No puedes estar aquí!

Su voz se rompió en la última palabra, y la furia en su rostro parpadeó por un instante, como si estuviera a punto de derrumbarse.

Apreté sus manos con más fuerza.

—¡Sí, estoy aquí! —insistí, con cada fibra de mi ser—. ¡Shadow, mírame! ¡Siente mis manos! ¡Escucha mi voz!

Su respiración era caótica, errática, pero ya no se resistía con la misma intensidad.

Su pupila tembló.

Ahí estaba. La grieta en la niebla.

—Por favor… —mi voz se suavizó—. Vuelve conmigo.

Shadow parpadeó. Un leve espasmo recorrió sus dedos, su agarre se aflojó.

Un segundo de duda. Un instante de lucidez.

Era todo lo que necesitaba. Con el corazón latiendo con fuerza, solté sus manos y, sin dudarlo, lo abracé.

No con suavidad. No con vacilación.

Lo sostuve con desesperación, con la intensidad de alguien que teme que, si lo deja ir, se perderá para siempre. Mi frente chocó contra su hombro, mi cuerpo se pegó al suyo, tratando de transmitir con ese simple gesto lo que mis palabras no alcanzaban a expresar.

Sentí su cuerpo húmedo y viscoso tensarse, duro como una piedra.

Por un instante, temí lo peor. Pensé que iba a rechazarme. Que intentaría apartarme de un empujón.

Pero no lo hizo. Se quedó ahí. Inmóvil.

Y entonces lo escuché. Un susurro, apenas un aliento contra mi oído.

—Rose… no deberías estar aquí.

No había furia en su voz.

Lo sentí inhalar con dificultad, como si tuviera un nudo en la garganta, como si el simple acto de respirar le costara demasiado.

—Deberías estar con Sonic. —Su tono era bajo, vacío, casi un eco de sí mismo—. Él sí es un héroe.

Su cuerpo tembló.

—No deberías estar con un fracasado como yo.

Cerré los ojos con fuerza.

—No digas eso…

Una risa amarga escapó de sus labios, más un suspiro roto que una verdadera risa.

—Le fallé a Maria… —Su voz se quebró en la última sílaba—. Y te fallé a ti.

Apreté más mi agarre, negándome a soltarlo, como si pudiera sostenerlo en pedazos y unirlo de nuevo solo con mi abrazo.

—No me has fallado, Shadow.

Él negó con la cabeza, su aliento caliente y errático rozando mi piel.

—No entiendes… —su voz era apenas un murmullo, un eco quebrado de algo más profundo—. No fui una cura, solo un arma. La forma de vida definitiva que nunca cumplió su propósito.

Tomó una respiración temblorosa, como si cada palabra que estaba a punto de decir le pesara más de lo que podía soportar.

—Soy una abominación sin objetivos.

Su pecho subía y bajaba con cada latido errático de su corazón.

—Soy el capricho de un hombre muerto… un experimento fallido… algo que jamás debió existir.

Sus manos se cerraron en puños a sus lados, como si se aferrara a la única certeza que le quedaba: su propio desprecio.

Pero yo no iba a dejarlo hundirse más.

Llevé una de mis manos a su mejilla, acariciándola con ternura.

—Shadow… —susurré, sintiendo la viscosidad bajo mis dedos—. Sí tienes un propósito.

Él dejó escapar otra risa seca, incrédula, sin una pizca de calidez.

—¿Ah, sí? —su voz era un susurro amargo—. Dímelo, entonces. Dime qué razón tengo para seguir existiendo cuando todo lo que toco se desmorona.

Levanté mi rostro y presioné mi frente contra la suya, obligándolo a mirarme, obligándolo a ver la verdad en mis ojos.

—Tu propósito es estar aquí conmigo.

Su pupila se dilató, un atisbo de confusión atravesó su mirada.

—¿Aquí? ¿Contigo?

Asentí, sin dudar.

—Sí. Conmigo.

Su aliento se entrecortó.

—¿Por qué…? —susurró después de un largo silencio—. ¿Por qué querrías estar con alguien como yo?

No había rabia en su pregunta. Solo incredulidad.

Solo un abismo en el que alguien, en algún momento, le hizo creer que nunca sería suficiente para ser querido.

Llevé mis manos a los costados de su rostro, sosteniéndolo con delicadeza, con firmeza.

—Porque no eres un error, Shadow.

Él apretó los dientes.

—No eres una abominación. No eres un arma.

Deslicé mis dedos hasta su mandíbula, sintiendo cómo temblaba levemente bajo mi tacto.

—No eres lo que Gerald Robotnik quiso que fueras. No eres lo que G.U.N. te hizo creer. No eres lo que Eggman ni Black Doom intentaron usar.

Mis manos se deslizaron hasta su pecho, justo donde su corazón latía con violencia.

—Eres Shadow. Eres fuerte, leal, valiente, dedicado, cariñoso, romántico, protector, apasionado y tierno.

Sus labios se separaron como si fuera a decir algo… pero nada salió.

—No tienes que ser la "forma de vida definitiva" —susurré—. No tienes que ser perfecto, ni cumplir con ninguna expectativa absurda.

Apreté su mano entre la mía, sosteniéndolo con todo lo que tenía.

—Solo tienes que ser tú. Y eso es suficiente para mí.

Levante nuestras manos hasta mi pecho, apretandolo con más fuerza.

—Te amo.

Lo dije sin miedo. Sin dudar. Sin arrepentimiento.

Lo dije con la convicción de quien ya no tiene nada que ocultar.

Su respiración se detuvo.

Su ojo se abrió, reflejando algo que nunca antes había visto en ellos: un destello de algo puro, algo crudo, algo real.

—Yo… —Su voz falló.

Shadow, el guerrero imparable, el sobreviviente, el comandante imperturbable… estaba temblando entre mis brazos.

Sus manos, vacilantes e inseguras, se movieron lentamente…

Y, con un gesto torpe y desesperado, me abrazó.

Con el miedo y la vulnerabilidad de alguien que jamás creyó que volvería a ser amado.

Su frente cayó contra mi hombro, y en su exhalación sentí el peso de todo lo que había estado cargando.

Sentí su cuerpo ceder poco a poco entre mis brazos, su respiración volviéndose más pausada, más profunda. El temblor en sus músculos desapareció lentamente, su agarre se aflojó y, finalmente, su rostro se relajó. Su terror nocturno había terminado, devolviéndolo a un sueño más tranquilo.

Mis manos resbalaron ligeramente sobre su pelaje aún húmeda por el líquido de la máquina, un frío pegajoso que me recordó lo frágil que se veía en ese momento.

Un sonido ronco me hizo alzar la mirada.

La Doctora Miller tosió antes de enderezarse, masajeando su cuello con una mueca de incomodidad. Sus lentes estaban torcidos en su rostro y, al colocárselos de nuevo sobre su nariz de topo, su expresión se tensó al vernos.

Me observó abrazando a Shadow, su cuerpo inerte contra el mío. Retrocedió un paso, el miedo reflejado en sus ojos.

No la culpaba. Después de todo, Shadow la había estrangulado.

—Tranquila… —dije suavemente, sin soltarlo—. Se volvió a dormir.

Ella dudó, su mirada yendo de mí a él.

—¿Cómo estás? —pregunté con cautela, preocupada por su cuello.

La doctora suspiró y masajeó su garganta con gesto cansado.

—Bien, bien… No me apretó tan fuerte como para hacer un daño real, nada que no se me pase en un rato. —dijo con voz ronca.

Suspiré, aliviada, pero antes de que pudiera decir algo más, ella agregó con cierta ironía:

—Aunque supongo que fumar no me ayudó.

—¿Fumas?

—Desde que tengo dieciocho —admitió con un encogimiento de hombros—. Pero tranquila, solo lo hago fuera del laboratorio… no quiero que Neo G.U.N. me corte el presupuesto por mal ejemplo.

A pesar de la tensión del momento, solté un pequeño suspiro entre risas, más por la extraña normalidad de la conversación que por el comentario en sí.

—¿Deberíamos meterlo de nuevo en la máquina? —pregunté, enfocándome en Shadow otra vez.

La doctora pareció pensarlo por un momento antes de asentir.

—Sí. Pero esta vez le ajustaré los sedantes. No quiero más despertares violentos.

Con cuidado, lo acomodé mejor entre mis brazos, ajustando su peso contra mí. No era fácil sostenerlo por lo resbaloso que estaba, pero me aseguré de que su cabeza reposara contra mi hombro mientras caminaba hacia la cápsula de regeneración.

Con delicadeza, lo coloqué dentro del líquido, viendo cómo su cuerpo se hundía lentamente en el medio viscoso.

La Doctora Miller presionó un botón en el panel de control, y la compuerta de vidrio comenzó a cerrarse con un leve zumbido mecánico.

—¿Qué demonios fue eso? —murmuró de repente, su voz cargada de incredulidad.

Me giré hacia ella y vi que me miraba con el ceño fruncido, sus manos aún temblorosas.

—En los cuatro años que he sido su doctora, esto nunca había pasado.

Me pasé un brazo por los hombros, sintiendo la tensión en mi cuerpo. No estaba segura de cómo responder, pero después de un momento, suspiré.

—Shadow tiene terrores nocturnos… —admití—. Solo los he visto un par de veces en persona, pero nunca imaginé que fueran tan intensos.

La doctora se ajustó los lentes con un gesto mecánico y me miró fijamente por un segundo, como si algo acabara de hacer clic en su mente.

—Amy… por Gaia.

Se acercó de inmediato, examinándome con ojos expertos.

Antes de que pudiera protestar, pasó su mano sobre mi frente, y en cuanto su mano rozó mi piel, un dolor agudo me atravesó la cabeza.

Solté un leve jadeo.

—¿Dónde más te duele? —preguntó con preocupación.

Me mordí el labio, tratando de ignorar el ardor en mi piel, pero al final suspiré.

—Mis brazos me están matando…

La doctora topo chasqueó la lengua, frunciendo el ceño.

—¿Qué demonios pasó entre ustedes? —Su mirada recorrió mi ropa empapada en el líquido regenerativo—. Estás completamente cubierta…

Sus palabras se cortaron cuando algo en el suelo llamó su atención.

Giré la cabeza para seguir su mirada… y entonces lo vi.

Justo en el centro del consultorio, donde antes solo había un suelo impecable, ahora estaba lleno de charcos viscosos y una grieta enorme, astillada como si algo—o alguien—hubiera impactado contra ella con una fuerza brutal.

La doctora llevó una mano a su frente, atónita.

—¿Es en serio?!

Me encogí de hombros con una risa nerviosa.

—Eh… digamos que fue intenso.

La doctora suspiró, todavía procesando lo que había ocurrido, pero rápidamente volvió a enfocarse en mí.

—Déjame revisarte mejor —dijo, con tono firme—. Ya te daré una bata.

Se dirigió a un gabinete cercano y sacó una bata de hospital, entregándomela sin más preámbulos.

—Cámbiate —ordenó—. No puedes quedarte con esa ropa empapada.

Asentí sin discutir. La tela mojada y fría se pegaba incómodamente a mi pelaje, y solo ahora me daba cuenta de lo agotada que me sentía. Me cambié con movimientos lentos, cada músculo de mi cuerpo protestando con punzadas de dolor.

Cuando terminé, me senté en la camilla mientras la doctora preparaba su instrumental médico.

—A ver… —murmuró mientras se acercaba, encendiendo una pequeña linterna para examinarme.

Suavemente, apartó un mechón de mi cabello y frunció el ceño al ver mi frente.

—Bueno… eso se ve feo —comentó mientras pasaba los dedos con cuidado sobre la hinchazón.

Contuve una mueca cuando presionó ligeramente la zona.

—Tienes un buen chichón —diagnosticó—. ¿Cómo te hiciste esto?

—Eh… —miré hacia un lado, incómoda—. Shadow me dio un cabezazo.

Miller parpadeó.

—¿Qué?

—No fue a propósito —aclaré rápidamente—. Se estaba debatiendo en su pesadilla y… bueno, pasó.

La doctora suspiró y negó con la cabeza, murmurando algo sobre pacientes problemáticos antes de continuar su revisión.

Pasó sus dedos con cuidado por mi cuello, buscando tensión o moretones.

—Uhm… —tragué saliva cuando noté su ceño fruncido al descubrir la marca en mi cuello.

La Dra.Miller ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.

—Amy…

—¡No es ese tipo de mordida! —solté de golpe, sintiendo cómo mi rostro se encendía de inmediato.

Hubo un breve silencio.

La doctora parpadeó lentamente antes de que una expresión de comprensión, seguida de leve diversión, se reflejara en su rostro.

—Oh… —Fue todo lo que dijo, y mi vergüenza se duplicó.

Me cubrí el cuello con una mano y desvié la mirada, sintiéndome ridículamente expuesta.

—Bien… —Miller carraspeó, tratando de contener una sonrisa—. Sigamos con la revisión.

Pasó a examinar mis brazos con delicadeza, y los giró lentamente, evaluando la piel. Mis antebrazos estaban cubiertos de moretones oscuros, marcas evidentes de la fuerza con la que había resistido los golpes de Shadow.

—¿Duele? —preguntó, pasando los dedos con suavidad sobre las zonas amoratadas.

—Mucho —admití.

—No me sorprende. Estos moretones no son superficiales. Te llevaste una buena paliza.

Respiré hondo y desvié la mirada. No me gustaba pensarlo de esa manera.

—Levanta un poco la bata —indicó entonces.

Obedecí, revelando mi costado donde sentía un dolor sordo desde hacía rato.

La Dra.Miller apretó los labios al ver el moretón en esa zona.

—¿Aquí también te golpeó?

—Me rozó apenas… pude esquivarlo a tiempo

La doctora suspiró, masajeandose las sienes—. Primero casi me estrangula, y ahora descubro que te dejó llena de golpes…

—No lo culpes —interrumpí de inmediato—. No estaba consciente de lo que hacía.

Ella me observó por un momento y luego negó con la cabeza.

—No lo estoy culpando, Amy… solo me preocupa lo que esto significa. Si sus terrores nocturnos han llegado a este nivel, su estado mental es peor de lo que pensábamos.

Su voz era seria, pero no había juicio en ella.

Miré hacia mi derecha, hacia la máquina de regeneración, sintiéndome más cansada de lo que quería admitir. Mi cuerpo estaba tenso, mis hombros caídos, como si todo el peso de la conversación estuviera hundiéndome en la silla.

—Estuvo hablando dormido…

Mi voz apenas fue un murmullo.

La doctora Miller detuvo lo que estaba haciendo por un momento y me miró con el ceño fruncido.

—¿Habló dormido?

Asentí lentamente, un escalofrío recorriéndome al recordar su voz quebrada, cada palabra cargada de angustia. Bajé la mirada a mis manos, sintiendo mis dedos crispándose sobre mis muslos.

—Era como si estuviera peleando con alguien… pero creo que su peor enemigo en esa pesadilla era él mismo.

Mis labios se apretaron, mi garganta se sentía áspera. La imagen de Shadow, tenso y gritando perdido en su pesadilla, aún me perseguía.

—Las cosas que decía… hablaba con tanto odio. —Mi voz se quebró sin que pudiera evitarlo—. Era como si estuviera atrapado en un juicio interminable en su cabeza.

La doctora exhaló con lentitud y dejó los vendajes a un lado por un momento.

—¿Mencionó algo en particular?

Tragué saliva, sintiendo mi pecho contraerse.

—Se culpaba por la extinción de los humanos —dije en voz baja—. Pero no solo eso…

Me mordí el labio con fuerza, sintiendo mis ojos arder.

—No era solo culpa… era fracaso.

La doctora frunció el ceño.

—¿Fracaso?

Mis hombros se estremecieron y me abracé los brazos, como si intentara sostenerme a mí misma.

—Sí. No solo se odiaba por lo que pasó… sino porque sintió que él, de todos los Mobians, debía haberlos protegido.

Respiré hondo, pero no sirvió de nada. Mis ojos se llenaron de lágrimas que parpadearon en el borde de mis pestañas.

—Creo que en su mente, se suponía que debía ser su salvador. La "forma de vida definitiva", creada con un propósito. Pero en lugar de salvar a la humanidad… los perdió. Y en su mente, eso lo convierte en un fracaso.

Me pasé una mano temblorosa por el rostro, limpiando una lágrima que se me escapó.

La doctora guardó silencio, dejando que mis palabras flotaran en el aire.

—Si su mente lo está haciendo revivir eso una y otra vez, no me sorprende la gravedad de sus terrores nocturnos.

Su expresión se endureció.

—Amy, esto no es algo que yo pueda tratar.

Levanté la cabeza de golpe, con el corazón latiéndome más rápido.

—¿Qué quieres decir?

—Soy médica, no psicóloga —dijo con firmeza, pero sin dureza—. Lo que describes no es solo estrés o insomnio. Esto es algo profundo, algo que necesita ser tratado por un especialista.

Mi pecho se oprimió de inmediato, como si me faltara el aire.

—¿Crees que él aceptaría ayuda?

Miller me miró con seriedad.

—Para ser honesta, lo dudo. Pero alguien tiene que intentarlo.

Me mordí el labio y giré la vista hacia la cápsula donde Shadow descansaba, su cuerpo flotando en el líquido regenerativo. Su rostro estaba relajado ahora, en aparente paz. Pero sabía que esa tranquilidad era una mentira.

—No quiero que pase por esto solo…

La doctora me observó un instante antes de hablar.

—No lo hará, Amy. No mientras tú estés aquí.

Bajé la vista a mis brazos vendados, sintiendo una punzada de ansiedad retorcerse en mi pecho. Las lágrimas aún empañaban mis ojos, pero las parpadeé, intentando recomponerme.

—Y ahora… —murmuré, con un suspiro tembloroso— ¿qué mentira voy a decir sobre cómo terminé así?

La Dra.Miller, que aún terminaba de revisar mis heridas, alzó la vista con una ceja arqueada.

—¿No piensas decirle la verdad?

Levanté la cabeza de golpe, sintiendo el pánico subir por mi garganta como un nudo sofocante.

—¡Por supuesto que no! —exclamé, mi voz quebrándose.

Ella frunció el ceño ante mi reacción, pero yo sacudí la cabeza rápidamente, sintiendo cómo el temblor se extendía por mis manos.

—Si se entera de que me lastimó mientras estaba inconsciente… va a romper conmigo.

La doctora parpadeó, sorprendida.

—Amy…

—Lo conozco, doctora. —Mi voz se quebró y tuve que respirar hondo para poder seguir—. Shadow me quiere demasiado… tanto que haría cualquier cosa para protegerme, incluso si eso significa alejarse de mí.

Mis labios temblaron y otra lágrima escapó antes de que pudiera detenerla.

—Si cree que es un peligro para mí, no lo pensará dos veces antes de irse.

Me pasé una mano por la cara, intentando calmar mi respiración entrecortada.

—No puedo permitir que haga eso. No cuando sé que esto no fue su culpa.

La Dra.Miller cruzó los brazos y suspiró profundamente.

—No creo que ocultárselo sea lo correcto —dijo con seriedad—. El Comandante merece saber lo que pasó.

Apreté los puños, sintiendo las vendas morder mi piel.

—No voy a perderlo por esto.

Mi tono salió más firme de lo que esperaba, casi desesperado.

—Solo… solo necesito una historia creíble para justificar estas heridas. Y por favor, no digas nada. Cuando despierte de su regeneración, no recordará nada de lo que pasó.

La doctora me miró en silencio durante un largo momento, como si analizara mis palabras, pensando sus opciones. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado y se ajustó los lentes sobre su larga nariz con un gesto cansado.

—¿Y cómo piensas explicar la grieta en el suelo?

Mi mente trabajó rápido, buscando una solución absurda pero funcional.

—Podemos… poner un tapete encima —dije torpemente.

La doctora arqueó una ceja y me miró con incredulidad.

—¿Un tapete?

Me encogí de hombros, sintiéndome más ridícula con cada segundo que pasaba.

—¡No lo sé! Ya pensaré en algo.

La doctora cerró los ojos y se frotó las sienes con un gesto lento, como si tratara de espantar un dolor de cabeza inminente. Luego, sin decir nada más, se giró hacia un estante y comenzó a buscar medicinas.

Yo intenté limpiar las lágrimas de mi rostro, pero mis brazos me dolían demasiado. El escozor de mis heridas me trajo de vuelta a la realidad y un pensamiento me cruzó por la cabeza.

—Doctora… ¿hay cámaras en el consultorio?

Se detuvo por un segundo antes de volver a mirarme, esta vez con una caja de pastillas en la mano.

—Por supuesto que no —respondió con tranquilidad—. Ahora, toma esto. Te ayudará con la inflamación, y esto es para el dolor.

Asentí y tomé las pastillas con dedos temblorosos. Me las tragué de un solo trago, sin preocuparme por el sabor. Luego, con un suspiro agotado, me recosté en la camilla y cerré los ojos, esperando a que hicieran efecto.

De reojo, vi a la doctora recorrer la habitación con la mirada. El líquido verde de la máquina de regeneración, ahora formaba charcos pegajosos en el suelo y la grieta en el suelo seguía ahí, como una cicatriz recién abierta. Parecía debatirse entre gritar o simplemente ignorar el desastre. Finalmente, sin decir nada, salió del consultorio.

Cuando regresó, traía un trapeador, una bolsa plástica y un tapete doblado bajo el brazo.

Apoyó el trapeador contra la pared y se acercó a mí, extendiéndome la bolsa.

—Póntelo —dijo con suavidad—. Dudo que quieras regresar a casa con la ropa empapada en ese líquido.

Tomé la bolsa y, al abrirla, encontré un uniforme de Neo G.U.N. La tela oscura se sentía extraña entre mis dedos, ajena.

—¿No tienes algo más? —pregunté en voz baja.

La doctora se cruzó de brazos.

—Es lo único seco que tengo a la mano. A menos que prefieras salir oliendo a químico…

Suspiré y asentí, aceptando mi destino. Moverme seguía siendo una tortura; cada músculo de mi cuerpo protestó cuando intenté incorporarme. Me tomé mi tiempo para vestirme con el uniforme. La tela se ajustaba a mi cuerpo con firmeza, y por alguna razón, la sensación me resultó incómoda.

Finalmente, volví a acostarme en la camilla, dejando que el agotamiento me envolviera poco a poco. Mi mente divagaba entre todo lo que había sucedido hoy. El terremoto y el incendio. Las cartas de amor escritas por Shadow, ocultas en su oficina. La revelación de que parte del público apoyaba nuestra relación. Y ahora, la verdad sobre sus terrores nocturnos, la culpa que lo consumía en sus sueños.

El sonido repentino de un pitido interrumpió mis pensamientos. Alcé la vista justo cuando la doctora se puso de pie, tomando una toalla antes de caminar hacia la máquina de regeneración. Apretó un botón en el panel y, con un leve siseo, la compuerta comenzó a abrirse.

Shadow salió de la máquina con la naturalidad de alguien acostumbrado a la rutina, estirando sus brazos mojados mientras el líquido goteaba de su pelaje. Tomó la toalla que la doctora le ofrecía sin necesidad de decir nada. Luego, su mirada se posó en mí.

Pude ver el momento exacto en que su expresión cambió. Su ojo se abrió con preocupación al notar el uniforme de Neo G.U.N. y mi cabeza vendada. En menos de un segundo, estaba frente a mí, sus manos aún húmedas aferrándose con firmeza a mis hombros.

—¿Qué te pasó?

Me congelé.

No tenía una mentira lista.

No podía decir la verdad, pero cualquier cosa que inventara debía ser algo que él no pudiera comprobar fácilmente. Algo que no pudiera confirmar revisando cámaras o interrogando a alguien.

Su mirada exigía una respuesta, su agarre en mis hombros se tensaba con cada segundo de silencio.

Pensé rápido. Algo sencillo, algo que explicara la venda en mi cabeza sin levantar sospechas.

—Yo… —tragué saliva—. Tropecé mientras rondaba por las instalaciones.

Shadow frunció el ceño, obviamente esperando más detalles.

—¿Tropezaste?

—Sí, ya sabes… —solté una pequeña risa forzada—. A veces me pasa cuando estoy cansada. Me di un buen golpe en la cabeza, pero la doctora solo me vendó por precaución.

Shadow miró de reojo a la doctora, buscando confirmación. Ella se aclaró la garganta y asintió con una sonrisa nerviosa.

—Sí… no fue nada grave.

Shadow volvió a mirarme, su ojo aún reflejando preocupación.

—Deberías tener más cuidado.

—Lo tendré —respondí, forzando una sonrisa para tranquilizarlo—. Pero tú también, termina de secarte antes de que te resfríes.

Le señalé la camilla cercana, donde estaban sus cosas. Su chaqueta usada y sucia descansaba sobre ella, mientras que a su lado había una chaqueta limpia con guantes nuevos.

Shadow asintió en silencio y comenzó a secarse el cuerpo con la toalla. Yo aproveché para lanzar una mirada rápida a la doctora, quien seguía con la sonrisa nerviosa en su rostro. Me mordí el labio y desvié la vista antes de que Shadow notara algo extraño.

Una vez seco, tomó la chaqueta limpia y la deslizó sobre sus hombros con movimientos automáticos. Luego se puso los guantes nuevos, ajustándolos en sus manos con la misma precisión de siempre. Después, tomó sus anillos y los colocó en su lugar, como si sin ellos algo le faltara. Por último se colocó de nuevo el parche sobre su ojo derecho y tomó la esmeralda, ocultándola entre sus púas.

Shadow volvió su mirada hacia la camilla y recogió su chaqueta desgastada y sucia. De uno de los bolsillos sacó su billetera y celular y los guardó en la chaqueta limpia sin pensarlo mucho. Luego, con un gesto igual de mecánico, sacó su pistola, revisando el cargador por costumbre antes de colocarla dentro de la chaqueta.

Yo solo lo observaba en silencio, asegurándome de que mi expresión no delatara nada.

—¿Y el uniforme?—Dijo Shadow, volteandome a ver.

—Mi ropa estaba llena de hollín y polvo —respondí, sintiéndome más confiada con la mentira—. No quería ensuciar todo, así que la doctora me dio esto para cambiarme.

Shadow no dijo nada de inmediato. Su mirada bajó a mis brazos, pero el uniforme de Neo G.U.N. los cubría por completo. No había forma de que notara los vendajes.

Pareció dudar por un momento, pero finalmente soltó un suspiro y empezó a ponerse sus Air Shoes.

Yo dejé salir un suspiro. Ahora solo tenía que asegurarme de que no descubriera nada más… y evitar cualquier contacto físico demasiado íntimo hasta que mis heridas sanaran.

Shadow terminó de ajustarse sus zapatos con movimientos precisos y se puso de pie, acomodando la chaqueta sobre sus hombros. Su ojo recorrió la habitación con rapidez antes de volver a mí.

—¿Dónde fue exactamente que tropezaste? —preguntó de repente.

Mi mente reaccionó en automático.

—En el baño de mujeres —respondí con naturalidad.

Shadow arqueó una ceja.

—¿En el baño?

Asentí.

—El suelo estaba resbaloso, no me fijé bien y... bueno, ya sabes cómo soy a veces.

No podía verificarlo. No había cámaras en los baños. Era una excusa perfecta.

Shadow pareció considerar mi respuesta, pero algo en la habitación captó su atención. Bajó la mirada al suelo, frunciendo el ceño al notar el tapete en el centro del consultorio.

—Este tapete no estaba antes —comentó.

Mi corazón se aceleró, pero antes de que pudiera decir algo, la doctora intervino con una risa nerviosa.

—Oh, sí, lo puse esta tarde—dijo rápidamente—. Quise redecorar un poco y Amy me ayudó a elegirlo.

Shadow la miró con su típica expresión inescrutable. No dijo nada, pero era evidente que estaba analizando cada palabra.

No iba a dejarlo seguir pensando demasiado.

—Estoy cansada —dije, interrumpiendo antes de que pudiera hacer más preguntas—. Quiero ir a casa.

Shadow me miró en silencio por un segundo.

—Te llevaré.

No era una oferta, era una decisión.

Yo solo asentí. Mejor que él me llevará directamente a casa, así no tendría oportunidad de investigar más.

—Gracias. Tenemos que pasar por la casa de Vanilla primero, ella debe tener mi bolso.

Shadow asintió y se giró hacia la Dra. Miller.

—Gracias por todo.

La doctora cruzó los brazos y lo miró con severidad.

—Comandante, no puedes seguir exigiéndote así —dijo con firmeza—. Quitarte los anillos y abusar de la energía Chaos no es algo que tu cuerpo pueda soportar siempre.

Él mantuvo la mirada, sin discutir.

—Si quieres que la regeneración de tu ojo sea rápida y efectiva, necesitas más descanso y una mejor alimentación —continuó la doctora—. No puedes depender solo de tu resistencia.

Hubo un breve silencio. Shadow bajó la mirada por un segundo antes de asentir.

—Lo tendré en cuenta.

—Más te vale —dijo ella con un suspiro, antes de suavizar un poco su expresión—. Y procura no darme otro susto como el de hoy.

Shadow no respondió a eso, pero se tomó un momento antes de decir:

—Y gracias por cuidar de Rose.

La doctora sonrió de lado.

—De nada.

Mi pecho se sintió un poco más ligero ante ese intercambio. Di un paso adelante y miré a la doctora con gratitud.

—Gracias por todo. Por ayudarme y… por seguirme la corriente.

Ella sonrió con complicidad, pero se aclaró la garganta recordando algo.

—Un momento, Amy.

La vi moverse hacia una mesa, sacó algo y regresó a mí, extendiéndome una bolsa de plástico.

—Tu ropa —explicó con una leve sonrisa.

Tomé la bolsa y la abrí ligeramente. En su interior, mi ropa mojada y arrugada descansaba enredada, aún con algunas manchas de agua y el ligero olor del fluido de la cápsula de regeneración.

—Oh… gracias —murmuré.

Metí la mano en la bolsa y sentí algo más rígido entre las prendas. Fruncí el ceño ligeramente y saqué un pequeño rectángulo de plástico con un cordón negro.

—Mi gafete de visitante… —murmuré, observándolo por un momento.

Había olvidado por completo que me lo habían dado al entrar. El logo de Neo G.U.N. resaltaba en la parte superior, y la frase VISITANTE estaba impresa con letras blancas.

Me lo coloqué alrededor del cuello casi por inercia antes de volver la mirada a la doctora.

—Gracias por todo —dije con sinceridad—. En serio.

—Cuando quieras, Amy —respondió ella con una expresión comprensiva—. Cuídense los dos.

Asentí antes de finalmente seguir a Shadow fuera del consultorio.

El pasillo estaba en calma, con solo el leve zumbido de las luces resonando a nuestro alrededor. Caminamos en silencio por un momento, hasta que él habló.

—Gracias por esperarme.

Su voz sonó más relajada, pero aún llevaba un dejo de cansancio.

—Lamento si tardé demasiado.

Lo miré de reojo y le sonreí con suavidad.

—No fue tanto —dije—. El tiempo se me fue rápido.

Shadow arqueó una ceja.

—¿Ah, sí?

—Sí. Pasé por tu oficina.

Su expresión cambió ligeramente, alerta.

—¿Y?

—Conocí a tu asistente personal —continué con un tono ligero—. Chiquita.

Shadow cerró el ojo por un breve momento, soltando un leve suspiro.

—Sí…

No pude evitar sonreír al ver su reacción.

—Es adorable. Tiene una energía contagiosa.

—Ese es el problema —murmuró él—. No hay quien la detenga cuando empieza a hablar.

Me reí suavemente.

—No parece molestarte tanto.

Shadow chasqueó la lengua.

—Hace bien su trabajo. Pero es insistente.

Sonreí más, disfrutando el tono resignado en su voz.

—Debe ser porque te aprecia.

Shadow no respondió de inmediato, solo mantuvo la vista al frente mientras seguíamos caminando.

—Tal vez —murmuró finalmente.

Lo miré de reojo y suavicé mi sonrisa.

—Igual que yo.

Su ojo rojo se movió hacia mí por un instante, pero no dijo nada. No necesitaba hacerlo.

Salimos de la zona médica y tomamos el pasillo de vuelta a la recepción. Al principio, me forcé a mantener un ritmo normal, pero con cada paso, mis movimientos se volvían más lentos, más pesados. La medicina ya estaba perdiendo efecto, y lo sentí en el mismo instante en que el dolor empezó a instalarse en mi cuerpo, implacable.

Mi cabeza latía con un dolor sordo debido a la hinchazón; cada latido parecía resonar en mi cráneo como un tambor amortiguado. Mis brazos estaban entumecidos por los moretones y la tensión, apenas podía moverlos sin que me recorriera un ardor molesto. Y mi costado… cada respiración era como una punzada afilada que me obligaba a inhalar con cautela.

Lo único que aún respondía eran mis piernas, pero incluso ellas comenzaban a debilitarse.

Apreté los dientes y me obligué a seguir caminando. No podía detenerme. Shadow no debía sospechar nada.

Pero la forma en que su mirada me miró de reojo me hizo darme cuenta de que ya lo había hecho.

Se detuvo de golpe.

—¿Estás bien, Rose? —Su voz sonó firme, pero con un matiz de preocupación—. Te ves agotada.

Sentí un escalofrío de frustración. No quería preocuparlo.

Me obligué a esbozar una sonrisa, aunque sabía que probablemente no era muy convincente. Con esfuerzo, levanté una mano hasta la venda en mi cabeza y presioné ligeramente sobre ella, como si así pudiera justificar lo evidente.

—Es el golpe… —dije en un tono casual—. Me duele la cabeza.

Shadow no pareció convencido. Dio un paso adelante y, con naturalidad, apoyó una mano en mi espalda, en un gesto tan instintivo que casi hizo que mi corazón se saltara un latido.

—Puedo cargarte hasta el estacionamiento —dijo, con esa calma característica suya.

El calor se arrastró hasta mis mejillas de inmediato.

—No es necesario —me apresuré a decir—. Puedo caminar.

Shadow arqueó una ceja, esa pequeña expresión que usaba cuando encontraba un argumento débil.

—Tú me cargaste hoy —señaló con tranquilidad—. Creo que sería justo.

Solté una risa baja y avergonzada, desviando la mirada. Sabía que tenía razón. Mi cuerpo dolía como si hubiera pasado por una trituradora, y aunque quería mantener mi orgullo intacto, la verdad era que no estaba segura de cuánto más aguantaría de pie.

Sin pensarlo demasiado, solté un leve suspiro y, con algo de timidez, extendí los brazos hacia él en señal de rendición.

Shadow no dudó ni un segundo. Me levantó con facilidad, acomodándome en sus brazos con movimientos firmes pero cuidadosos. Apenas sentí la estabilidad de su agarre, una pequeña oleada de alivio recorrió mi cuerpo.

No tenía que esforzarme más.

Me dejé llevar por el ritmo de sus pasos, sintiendo el vaivén sutil de su marcha mientras avanzábamos por el pasillo. Podía escuchar el eco amortiguado de sus zapatos en el suelo, el leve sonido de su respiración. El calor de su cuerpo traspasaba el tejido de mi uniforme, contrastando con el frío que aún sentía en la piel.

Al llegar a la recepción, le entregué mi gafete de visitante a la recepcionista, con algo de torpeza debido a la falta de movilidad en mis brazos. Luego seguimos hasta el ascensor. Shadow presionó el botón y, cuando las puertas se abrieron, entró sin soltarme.

El leve temblor del ascensor descendiendo se sumó a la sensación de somnolencia que empezaba a invadirme.

Cuando las puertas se abrieron, el aire fresco y ligeramente húmedo del subterráneo nos recibió. Shadow caminó con paso seguro hasta uno de los vehículos estacionados en la penumbra.

Lo reconocí de inmediato.

Era el mismo auto militar que usó para llevarme a casa después de mi desastrosa cita a ciegas con Travis. No pude evitar sonreír un poco al recordarlo.

Shadow se detuvo junto a la puerta del copiloto y, con cuidado, me puso de pie. Apenas mis pies tocaron el suelo, mis piernas flaquearon un poco, pero él no se apartó hasta que estuvo seguro de que me mantenía en equilibrio. Luego abrió la puerta y me hizo un gesto para que entrara.

Con algo de dificultad, me subí y me dejé caer contra el asiento con un suspiro aliviado.

Shadow se inclinó un poco y, sin decir nada, me ayudó a abrochar el cinturón de seguridad. Sus manos, firmes y eficientes, trabajaron con rapidez, asegurándose de que estuviera bien sujeta. Luego, con el mismo cuidado de antes, colocó la bolsa de plástico con mi ropa en mi regazo y cerró la puerta.

Lo observé rodear el vehículo hasta el lado del conductor y subirse.

Aún me sentía agotada, pero el calor del asiento y la sensación de seguridad en el vehículo hicieron que el malestar se sintiera un poco más distante.

Con esfuerzo, le dirigí una mirada cansada y solté en un murmullo divertido:

—Espero que no terminemos en una zanja.

Shadow me lanzó una mirada de incredulidad antes de resoplar, sacando las llaves de su chaqueta.

—Ja ja —murmuró con su tono bajo y grave, mientras encendía el motor.

Al salir del estacionamiento, mis ojos se desviaron instintivamente hacia el cielo. Era de noche, y aunque deseaba ver las estrellas, las luces de Central City las ocultaban casi por completo. La ciudad nunca dormía, con sus rascacielos iluminados y el resplandor artificial que se reflejaba en las calles mojadas por la humedad nocturna.

Suspiré suavemente.

Iba a ser un viaje largo hasta casa.

Me acomodé en el asiento, sintiendo la suavidad del respaldo contra mi espalda adolorida. Mis músculos todavía protestaban por el dolor, y la sensación de agotamiento pesaba sobre mis párpados, pero había algo más rondando en mi mente, algo que no podía ignorar.

Giré la cabeza hacia Shadow.

Conducía en silencio, su mirada fija en la carretera. Sus manos, firmes en el volante, se movían con precisión cada vez que cambiaba de marcha. Sus orejas apenas se inclinaban con el sonido del motor, atento a la ciudad pero sin decir una palabra.

Pensé en cuánto tiempo había pasado desde que lo conocí. En cómo solía verlo como una figura distante, alguien inalcanzable, rodeado de un aura de soledad autoimpuesta. Pero ahora… ahora estaba aquí, a mi lado, con la misma presencia imponente de siempre, pero con algo más. Algo que había descubierto hace poco.

Las cartas.

Mi estómago se revolvió de nervios al recordarlas.

Aún sentía el papel entre mis dedos, las palabras garabateadas con una caligrafía firme pero cuidadosa. Cartas que nunca fueron enviadas. Cartas en las que sus sentimientos estaban expuestos con una sinceridad tangible.

Sabía que tenía que decírselo.

Había cruzado un límite al entrar en su oficina sin permiso, y aunque mi intención no era mala, tampoco podía ignorar lo que había hecho. No solo por mí, sino porque Chiquita también podría meterse en problemas por haberme dejado entrar.

Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo decirle a Shadow, de todos los Mobians, que había leído las palabras que jamás pensó que alguien más vería?

Tomé aire con fuerza y decidí confiar en la palabra de un espíritu vengativo.

—Shadow —lo llamé con voz suave, apenas sobre el ruido del motor.

—¿Sí? —respondió sin apartar la vista de la carretera.

—Estaba pensando... tal vez deberías ofrecerle a Amdruth un paquete de tus granos de café premium. —Dejé que mis palabras flotaran en el aire, tratando de sonar despreocupada.

—¿Qué? —Su tono fue incrédulo, como si hubiera dicho la cosa más absurda del mundo.

—Ya sabes, es lo mejor que puedes hacer. Nunca le has dado ofrendas antes, ¿no? —Hice una pausa deliberada, antes de añadir—. Podrías darle uno de los paquetes que guardas en tu caja fuerte.Lo vi tensar las manos sobre el volante, sus dedos apretándose con fuerza. Su ojo seguían fijos en la carretera, pero el leve movimiento de sus orejas me dijo que había escuchado cada palabra.

—¿Cómo sabes lo de mi caja fuerte? Nunca se lo he contado a nadie.

—Rouge me lo mencionó. —Encogí los hombros, fingiendo que no era nada importante.

Shadow soltó un resoplido bajo, entre incredulidad y resignación.

—Claro… Rouge. —Su tono era seco, pero la fatiga se filtraba en cada sílaba.

—Vamos, hasta Amdruth tiene que apreciar un buen café, ¿no? —intenté bromear, forzando una sonrisa que apenas se sostenía.

Su cabeza se inclinó un poco, negando despacio. Esta vez, sin reproche. Más bien, parecía… agotado.

—Definitivamente te golpeaste la cabeza muy fuerte.

Solté una risa suave que me hizo doler las costillas. Dejé que el silencio se asentara mientras miraba por la ventana, observando las luces de la ciudad que se deslizaban como ríos de neón. Pero había algo que tenía que decir. Algo que no podía dejar para después.

Volví a mirarlo.

—Shadow… prométeme que no vas a quitarte los anillos de nuevo.

El silencio que siguió fue espeso, casi tangible. Lo vi tensarse de nuevo, pero cuando habló, su voz sonó más vulnerable de lo que esperaba.

—Lo prometo… Trataré de… darle prioridad a mi bienestar.

—Gracias. —Sonreí con genuina gratitud, sintiendo que, por ahora, eso era suficiente.

Shadow desvió la mirada hacia mí, aunque fuera solo un segundo.

—Y tú… no vuelvas a meterte a un incendio sin equipo.

Solté una risa débil, pero auténtica.

—Lo prometo.

 

Notes:

Dato curioso: Chiquita la base en una villana de una película mexicana en 3D llamada "Un gallo con muchos huevos" El nombre del personaje era Chiquis, era un pavo real y novia de un gallo de pelea.

Chapter 29: El amor de un monstruo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El viaje de vuelta a Green Hills era tranquilo, con el ronroneo constante del motor llenando el silencio entre nosotros. La carretera se extendía ante nosotros como una cinta oscura y serpenteante, flanqueada por árboles altos cuyos follajes se mecían bajo la brisa fría del otoño. A ambos lados, la penumbra del bosque parecía interminable, solo interrumpida por las luces del vehículo que cortaban la oscuridad con destellos amarillentos.

Shadow estaba concentrado en la carretera, su mirada fija hacia adelante. Su perfil se veía duro y sereno bajo la luz pálida del tablero. No parecía cansado después de todo lo que había sucedido hoy.

Yo, en cambio, me sentía como si mi cuerpo estuviera hecho de plomo. Cada pequeño movimiento me recordaba los golpes que había recibido: la venda en mi cabeza palpitaba con un dolor sordo, y los moretones en mis antebrazos vendados ardían con cada roce contra la tela del uniforme de Neo G.U.N. Definitivamente iba a faltar al gimnasio esta semana. Quizá dos.

Apoyé el codo con cuidado contra la ventana, tratando de encontrar una posición menos dolorosa, y saqué el celular, buscando algo con lo que distraerme. La pantalla se encendió, iluminando mi rostro con su luz azulada. El ícono de Mobopic mostraba un contador absurdo: +99 notificaciones.

Rodé los ojos, resignada.

—Ya era hora —murmuré para mí misma.

Abrí la aplicación y, sin pensarlo demasiado, toqué “ver todas”, viendo cómo el contador volvía a cero en un instante.

Curiosa, fui a mi perfil. Tenía unos 70,000 seguidores antes de todo este escándalo. Era popular, claro, pero no a un nivel imposible de manejar. Ahora, el número se había cuadruplicado a 320 000… 

 Solté una tos repentina, más por sorpresa que por irritación. Shadow me lanzó una mirada de reojo.

—¿Todo bien? —preguntó él, mirándome de reojo con una mezcla de preocupación y curiosidad.

—Sí, todo bien. No te preocupes. —Le sonreí, aunque mi voz salió un poco más áspera de lo que pretendía.

Él me estudió un instante más antes de devolver su atención a la carretera. Sus orejas se movieron apenas, captando cualquier cambio en mi tono o respiración. 

Mientras tanto, yo bajé la vista a mi celular, intrigada. Busqué mi nombre en la plataforma… y ahí estaba: publicaciones, capturas, comentarios, teorías. Ediciones del video de las noticias donde cargaba a Shadow entre los escombros del incendio. Gente debatiendo si estábamos bien, si nuestra relación era real. Todo el internet parecía estar hablando de nosotros.

Toqué el hashtag #TeamShadAmy y fue como abrir una represa emocional. Fanarts, mensajes de apoyo, memes, comentarios emocionados. Mobians de todas partes mostrando cariño y entusiasmo. Entre todo eso, reconocí una selfie: era Chiquita, la asistente de Shadow, posando conmigo en su oficina, ambas sonriendo. Había subido la foto hacía un par de horas. Sin pensarlo mucho, le di "me gusta" y la seguí. Me había caído bien. Su energía había sido contagiosa, y había algo en su entusiasmo que me hizo sonreír.

Me quedé un momento sosteniendo el teléfono con ambas manos, sintiendo el peso de la pantalla brillante en mis ojos cansados. Había dejado de publicar desde que el escándalo con Shadow había explotado en internet. Parte de mí se había acobardado, se había escondido detrás del silencio para evitar alimentar a quienes buscaban un motivo para criticarme.

Pero no quería que el miedo me ganara. No esta vez. Ya había sido suficiente de ocultarme.

Así que abrí mi galería y empecé a buscar entre las fotos que tenía. No tardé mucho en encontrarla: una selfie tomada en el resort, semanas atrás. Estábamos en la playa, con el atardecer tiñendo el cielo de dorado y rosa. Yo salía sonriendo, el viento moviendo mi flequillo. Shadow estaba a mi lado, de pie, con su típica expresión estoica con los brazos cruzados. La luz del sol resaltaba las puntas rojas de su pelaje. Era una foto sencilla, pero íntima. Real.

La subí.

Escribí un pequeño texto, sin pensarlo demasiado:

“Disfrutando de nuestras vacaciones.”

Apenas la publiqué, las notificaciones empezaron a llegar en oleadas. Me asustó un poco ver cómo todo se activaba tan rápido: los corazones, los comentarios, los reposts, las menciones. La pantalla parpadeaba sin descanso, como si hubiera detonado una bomba virtual.

Me quedé observándola por unos segundos, los números subiendo sin control. Sentí una punzada en el pecho. No era alegría. Era una especie de vértigo. Como si el suelo se moviera un poco bajo mis pies.

Apagué la pantalla.

Ver cómo el público diseccionaba nuestra relación, cómo la convertían en espectáculo, me resultaba surreal. Como si, de pronto, me hubieran quitado la ropa en medio de una multitud.

Me sentía expuesta. Vulnerable.

El auto se detuvo en una luz roja. Estábamos entrando a Stadium Square, las luces de la ciudad reflejándose en el parabrisas, tiñendo el interior del auto con destellos dorados y rojos.

Sentí la mirada de Shadow sobre mí. Giró la cabeza hacia mi dirección, sus cejas fruncidas en una línea tensa. Miró el celular en mis manos. No necesitaba decir nada para saber qué pensaba.

—¿Te siguen enviando mensajes de odio? —preguntó, su voz grave, cargada de tensión. Sus manos se cerraron un poco más fuerte sobre el volante, los nudillos marcándose.

Yo lo miré, sintiendo el calor de su preocupación, y le sonreí con suavidad.

—Sí… pero —me encogí de hombros con un suspiro— gracias a Chiquita me di cuenta que también hay muchos que nos apoyan. Al parecer nos volvimos la pareja del momento.

Él volvió la mirada al frente justo cuando la luz cambiaba a verde. Soltó un suspiro largo, profundo, y puso el auto en marcha con un movimiento mecánico.

—No entiendo cómo pasó todo esto —murmuró, negando con la cabeza.

—La gente está aburrida —dije, cruzando los brazos con cuidado sobre mi abdomen, aún con molestias—. Y les encanta el drama.

Sus dedos tamborilearon una vez contra el volante, un tic nervioso que rara vez se permitía.

—Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es cómo terminamos nosotros en medio de ese drama.

Su tono era bajo, más frustrado que molesto, como si realmente estuviera tratando de resolver una ecuación que no cerraba.

—¿Recuerdas nuestras primeras citas? —continuó—. Íbamos a restaurantes. Caminábamos por las calles. A veces incluso nos tomábamos de la mano. Nadie nos tomaba fotos. Nadie comentaba.

Lo miré de reojo. Su ceño se marcaba más con cada palabra. 

—Pero desde que mi nombre se volvió… ¿Cómo era esa palabra? Empezaba con "H"…

—¿Un hashtag? —le ayudé, apenas conteniendo una sonrisa.

—Sí, esa estupidez —gruñó, molesto—. Desde que me volví “popular” y ese video tuyo abofeteando a esa cierva se viralizó, todo el mundo se metió en nuestra relación.

Su mandíbula se marcó con tensión mientras hablaba. Golpeó ligeramente el pulgar contra el volante.

—Que si la chica rosada era mi novia. Que si de verdad eras Amy Rose o solo una Mobian parecida. Luego el video en el resort… —una pausa amarga, el ceño fruncido— y ese maldito artículo insinuando que estamos en un ridículo triángulo amoroso con el idiota azul.

Me miró de reojo, antes de volver su mirada al camino.

—Simplemente no entiendo por qué todos se empeñan en opinar, en enviarte esas cosas.

Su voz había subido apenas, pero la carga emocional era evidente. Sentía su frustración como un nudo en mi pecho.

Hice un esfuerzo y, a pesar del dolor, estiré el brazo para poner mi mano sobre su muslo. Mis dedos presionaron suavemente, en un gesto más para calmarlo que para hablar.

—Porque, aunque no lo parezca, somos figuras públicas —le dije, en voz baja—. No somos tan famosos como Sonic. No tenemos diez clubs de fans, ni millones de seguidores, ni una marca de bebidas energéticas patrocinándonos…

Shadow giró apenas la cabeza.

—¿Al idiota lo patrocinan?

Tuve que reírme, aunque fuera un poquito.

—Sí. Tiene una chaqueta con su logo y todo.

—Ridículo —murmuró

—Pero ese no es el punto —agregué, volviendo al tema—. El punto es que no somos don nadies.

Shadow no dijo nada, pero noté cómo su oreja derecha se inclinaba hacia mí. Estaba atento.

Me incliné un poco, buscando su perfil.

—Tú eres el comandante de Neo G.U.N. —dije con un tono medio burlón—. El tipo que aparece en un montón de teorías conspirativas sobre experimentos secretos del gobierno.

—No son conspiraciones si son verdad —murmuró con ese gruñido seco, aunque esta vez había una pizca de humor en su voz.

Reí entre dientes.

—Touche —asentí, y luego bajé un poco la voz—. Y yo soy la chica que estuvo colgada por Sonic durante años.

Hice una pausa breve, dejando que las palabras fluyeran sin apuro. El coche se deslizaba por las calles iluminadas, y las luces parpadeaban suavemente en el parabrisas.

—La que ayudó a reconstruir media ciudad... —seguí, casi con aire nostálgico—. Que sobrevivió al Virus Metal, que organizó refugios, que lideró la resistencia.

Le lancé una mirada de costado.

—Y tú y yo estuvimos ahí, ¿no? En las líneas frontales contra Eggman.

Él no reaccionó de inmediato, pero sentí cómo su postura se aflojaba apenas. No era mucho, pero lo suficiente para notar que mis palabras hacían eco.

—Y tú… tú nos salvaste de una invasión alienígena, Shadow.

Lo miré, y vi cómo sus labios temblaban apenas, como si no supiera qué hacer con lo que sentía.

—Así que sí —agregué, encogiéndome de hombros con una sonrisa un poco más cálida—. Es normal que la gente se interese en nosotros. Especialmente porque... bueno, estamos ligados a Sonic. Para bien o para mal.

Apreté su muslo una vez más.

—No podemos evitar que el Internet ni el público hablen —continué, con voz suave—. Lo único que podemos hacer… es que no afecten nuestras vidas.

Le dediqué una última sonrisa, cansada pero sincera, y me recosté un poco en el asiento. Apenas lo hice, una punzada me atravesó la zona del abdomen. Respiré hondo, intentando disimular, pero fue imposible no tensar los músculos ni soltar un leve quejido.

Shadow lo notó al instante.

Frunció el ceño, su ojo pasó de la carretera a mí con rapidez, y su agarre al volante se endureció.

—¿Te duele mucho? —preguntó, con una voz más baja, cargada de preocupación—. ¿Quieres pasar a una farmacia?

Me mordí el labio, pensativa, sin querer alarmarlo más… pero también sin fuerzas para seguir fingiendo que era solo un golpe tonto.

Asentí, bajando un poco la mirada.

—Sí —murmuré—. Necesito un par de medicamentos.

Shadow no dudó. Asintió con firmeza, giró el volante y tomó la siguiente salida sin decir nada más.

Reconocí la farmacia incluso antes de que Shadow girara el volante para entrar al estacionamiento. Las luces exteriores seguían igual que entonces, frías y parpadeantes, como un recuerdo no resuelto. Era la misma donde habíamos parado en nuestra primera cita… cuando terminé con un ojo morado después de enfrentarnos contra una banda de ladrones de autos.

Qué romántico. 

Shadow había entrado sin decir mucho aquella vez, pero volvió con una bolsa llena de cosas que yo ni siquiera había pedido. Solo por si acaso.

Ahora… bueno, ahora no era tan distinto.

Me removí un poco en el asiento, mordiéndome el labio mientras sentía cómo el cinturón de seguridad rozaba una de las zonas donde tenía un moretón. No solté ni un quejido, pero debió notarlo, porque giró ligeramente la cabeza en mi dirección. Su mirada bajó apenas a mis brazos, donde el uniforme de Neo G.U.N. no podía disimular del todo la hinchazón en mis antebrazos.

—Necesito algunas cosas —dije, tratando de mantener el tono neutro, casual, como si no fuera más que una pequeña molestia pasajera.

Me tomé un segundo, como si estuviera organizando mentalmente la lista, pero en realidad solo estaba escogiendo con cuidado cada palabra.

—¿Puedes ir a comprarme pastillas para el dolor…? Algo fuerte, si tienen. También antiinflamatorios.Y… paquetes de hielo. De esos que se activan al presionarlos. Crema para los moretones… vendas, por si acaso. Y algo para el estómago, en caso de que las pastillas me caigan mal.

Sentí su ojo sobre mí, analizando con ese silencio que usaba cuando estaba a punto de hacer una pregunta difícil. Me aferré al cinturón, sin mirarlo.

“No necesitas todo eso solo por un golpe en la cabeza” 

Iba a decirlo, lo sentía venir, como un disparo cargado.

Pero no lo hizo.

No dijo nada.

Solo asintió, una sola vez, su expresión impenetrable. Luego se soltó el cinturón de seguridad, abrió la puerta del auto con ese movimiento seguro y metódico que lo caracterizaba, y salió. El golpe suave de la puerta al cerrarse detrás de él resonó con un eco extraño en mi pecho.

Suspiré.

El auto se quedó en silencio, y por un momento solo escuché mi propia respiración. Lenta, medida. Como si respirar correctamente fuera suficiente para mantenerme entera. Apoyé la frente con cuidado contra el vidrio frío de la ventana, cerrando los ojos.

Recordé sus manos húmedas y viscosas, tratando de atraparme. La forma en que me atacó sin reconocerme, atrapado en esa pesadilla. El sonido sordo de mi cuerpo resistiendo sus golpes. Y su voz después, preocupada, preguntándome que me había pasado.

Y ahora estaba ahí afuera, comprándome todo lo que necesitaba para curarme las heridas que él mismo me había provocado… sin saberlo.

Me llevé una mano al pecho, justo sobre el corazón, intentando contener la punzada de culpa que me atravesó el esternón.

—Lo siento, Shadow… —susurré en voz baja, sin abrir los ojos.

Me quedé esperando a Shadow en el auto, recostada contra el asiento, con la cabeza palpitándome suavemente y los antebrazos todavía sensibles por los golpes. Las luces del estacionamiento encendidas lanzaban haces blancos y fríos que rebotaban contra el capó metálico. Cada tanto, una polilla pasaba volando cerca del parabrisas, atraída por el resplandor.

Fue entonces cuando noté un grupo de cuatro Mobians acercarse al vehículo. Eran jóvenes, tal vez adolescentes, y claramente estaban fascinados con el auto militar. Rodearon el auto con curiosidad, hablaban entre ellos señalando los detalles del vehículo, fascinados. Uno se agachó para ver los neumáticos blindados, otro posaba frente al capó como si se tratara de una celebridad, mientras el resto le tomaba fotografías. 

Desde mi asiento, con las ventanas polarizadas, podía observarlos sin ser vista. Sus risas, sus comentarios entusiasmados, todo me sacó una sonrisa. La escena era bastante ridícula, aunque... entretenida.

Pero el ambiente cambió rápido.

Desde el borde del estacionamiento apareció otro grupo, más grande, más ruidoso. Eran lobos. Caminaban con confianza agresiva, hombros erguidos, mirada filosa. La forma en que se movían... ya lo había visto antes. El tipo de grupo que preferías no encontrarte en un callejón oscuro. O en un estacionamiento medio vacío.

Se acercaron a los chicos que rodeaban el auto, intercambiando palabras cortantes. No oía bien, pero no hacía falta. La tensión se palpaba. Entonces, de pronto, uno empujó a otro. Otro respondió con un golpe. En cuestión de segundos estaban lanzándose patadas y puñetazos entre autos, gritando, empujándose. Un lobo fue a dar contra nuestro parachoques, sacudiendo todo el auto con su peso. Instintivamente me aferré al cinturón, alarmada.

Estaba a punto de bajar la ventana, tal vez gritar algo, cuando lo vi.

Shadow salió de la farmacia, con una bolsa blanca colgando de su mano enguantada. La luz del cartel de neón lo bañaba en un resplandor verdoso, dándole un aire casi fantasmal. Se detuvo un momento en la acera, observando la escena. Luego suspiró.

Se acomodó la chaqueta con un gesto seco, como quien se prepara para una tormenta inevitable, y caminó hacia el auto.

Golpeó mi ventana con los nudillos un par de veces.

Bajé el vidrio y la brisa nocturna entró al instante, fresca y con un leve olor a asfalto húmedo.

—Ten —me dijo, extendiéndome la bolsa. Dentro estaban las pastillas para el dolor, antiinflamatorios, las compresas frías, la crema… incluso una botella de agua fría.

—Gracias —murmuré, sorprendida por el detalle.

Shadow señaló con la cabeza hacia la pelea que se estaba saliendo de control.

—Tengo que encargarme de eso —dijo, volviendo a mirarme—. ¿Vas a estar bien?

Me recosté contra el respaldo con suavidad, sintiendo los moretones en mis brazos, y le sonreí apenas, cansada pero tranquila.

—Estoy dentro de un auto militar blindado. A menos que traigan un misil, voy a estar bien.

Shadow soltó una exhalación breve, más parecida a un resoplido. Me sostuvo la mirada un segundo más… y entonces se inclinó aún más hacia la ventana. Su mano entró, tibia dentro del guante, y acarició mi mejilla con una delicadeza que contrastaba completamente con el caos que nos rodeaba.

—No voy a tardar mucho… —murmuró, su pulgar rozando mi pelaje con ternura.

Una pequeña sonrisa cruzó mi rostro.

—Ve, esos chicos están recibiendo una paliza.

Su mano rozó mi rostro una última vez antes de retirarse.

—Sube la ventana.

Obedecí. El cristal subió con un zumbido suave, y de nuevo el ruido del mundo quedó del otro lado, ahogado en el silencio artificial del interior del auto.

Lo seguí con la mirada mientras se alejaba. Su silueta recortada por la luz parpadeante, el paso firme, como si nada pudiera detenerlo.

Nadie lo había notado todavía. No hasta que ya estaba encima de ellos.

Uno de los lobos lo vio primero. Gritó algo —una advertencia o un insulto, no lo supe— y, en un parpadeo, todos salieron corriendo como ratas. 

Fue como si alguien hubiera apretado un botón de emergencia.

Shadow activó sus air shoes sin perder el ritmo, un destello rojo iluminando brevemente la vereda antes de perderse entre las sombras de la calle, tras ellos.

El grupo de chicos que había quedado en el suelo comenzó a levantarse con lentitud, mirándose entre ellos con expresiones confundidas y aturdidas. No entendían qué acababa de pasar, cómo algo tan cotidiano como curiosear un auto terminó en una escena de persecución nocturna.

Yo tampoco. Pero si había algo que ya estaba aprendiendo a aceptar... era que las cosas nunca eran normales cuando estaba con Shadow the Hedgehog.

Con algo de esfuerzo, me incliné hacia el asiento del piloto y bajé la ventana de ese lado. El aire fresco de la noche me rozó la piel, trayendo consigo el olor a hojas mojadas y concreto frío. Me asomé apenas, sujetándome del marco de la puerta.

—¿Están bien? —pregunté, mi voz suave, pero lo bastante firme como para llamar su atención.

Los cuatro chicos se congelaron al instante. Se miraron entre ellos con sorpresa, como si recién procesaran que el auto no estaba vacío. Uno de ellos—un gato atigrado de pelaje oscuro, con una chaqueta rota y un pequeño corte en la ceja—asintió torpemente.

—Sí, sí... estamos bien. Solo… fue una pelea tonta.

Se miraron entre ellos, incómodos, evaluándose mutuamente. Tenían algunos raspones, moretones frescos en los codos, y uno cojeaba un poco, pero se notaban más avergonzados que heridos. Estaban en esa edad en la que todo parece una hazaña hasta que un adulto los mira.

Uno de ellos, un zorro gris con gafas grandes y una bufanda anaranjada, se acercó un poco más, entrecerrando los ojos para verme mejor.

—Oye… tú… tú me suenas conocida. ¿Tú no eres…?

Entonces el tejón, más bajito y de complexión fuerte, casi se atraganta con su propia saliva:

—¡Es Amy Rose! ¡La del martillo! ¡La que estuvo en el frente de batalla durante la invasión!

El tercero, un ave joven con plumaje naranja y una gorra de visera ladeada, abrió los ojos como platos.

—¡Entonces el tipo que salió corriendo detrás de los lobos era…!

—Shadow —interrumpí con una sonrisa tranquila.

Los cuatro quedaron paralizados por un segundo. Luego se desató el caos.

—¡¿Shadow the Hedgehog?! —gritó el zorro, llevándose las manos a la cabeza—. ¡No puede ser! ¡Y nosotros peleando justo al lado de su auto!

—¡Ahora entiendo por qué esos lobos huyeron como si hubieran visto a un espectro! —exclamó la liebre de pelaje café, sus orejas decoradas con una secuencia de piercings —. ¡Tiene todo el sentido!

—Lo reconocieron al instante —añadí, divertida—. Y supieron que no valía la pena quedarse a averiguar si iba en serio o no.

—¡Esto es lo mejor que nos ha pasado en todo el año! —gritó el gato, y los cuatro estallaron en carcajadas. Yo también reí, contagiada por su entusiasmo.

Estaban realmente emocionados. Era como si acabaran de encontrarse con dos celebridades en una noche cualquiera.

Cuando el bullicio y las risas empezaron a calmarse, los chicos me miraron con una mezcla de timidez y emoción contenida. El gato atigrado, aún con las mejillas coloradas por la risa, se acercó al auto. Jugaba nerviosamente con las mangas raídas de su chaqueta, arrugando la tela entre los dedos.

—Oye… perdón por tomarle fotos al auto sin permiso —dijo al fin, con la voz algo baja—. Es que… está increíble. 

Le dediqué una media sonrisa.

—Es comprensible. No todos los días se ve un modelo de asalto de Neo G.U.N. estacionado frente a una farmacia.

Me observó con más atención entonces, frunciendo ligeramente el ceño.

—¿Estás bien? ¿Te pasó algo en la cabeza?

Instintivamente, me llevé una mano al vendaje. El roce me hizo notar que la zona seguía algo sensible.

—Me resbalé en el baño y me golpeé —dije con una sonrisa ligera, levantando la bolsa blanca llena de medicamentos—. Vinimos a comprar analgésicos. Nada grave, lo prometo.

Los otros tres se acercaron un poco más, curiosos. Había una preocupación sincera en sus rostros, como si aún no supieran si debían bromear o mantenerse serios. Les ofrecí una sonrisa para tranquilizarlos.

—Pero me alegra saber que ustedes están bien.

Justo en ese momento, un rugido grave y traicionero resonó en medio del silencio.

Mi estómago.

Sentí cómo el calor me subía al rostro mientras me llevaba las manos al abdomen, intentando disimular el sonido con una risa torpe.

—¡Eso fue fuerte! —exclamó el ave, sin contenerse, echándose a reír.

—No he comido casi nada hoy —admití, bajando la mirada, todavía sonrojada—. Ha sido un día largo con todo lo del terremoto.

—Sí, eso fue de locos —dijo el tejón, cruzando los brazos—. Estábamos en el parque y de repente todo se sacudió como si alguien lo hubiera pateado.

—Vimos los edits de ti cargando a Shadow fuera del incendio —agregó el ave con entusiasmo—. Hay uno con música dramática que está por todas partes.

—Mi mamá dijo que eso fue lo más romántico que ha visto en años —añadió la liebre, riendo—. Casi llora.

Solté una carcajada con ellos, aunque una punzada en la cabeza me recordó que debía tomarme las pastillas pronto. Saqué la botella de agua y empecé a abrir el blíster, pero antes de que pudiera sacar una pastilla, una mano se alzó.

—¡Espera! —dijo la liebre, alzando la voz como si estuviera evitando una catástrofe—. Mi mamá siempre dice que no hay que tomar medicina con el estómago vacío. Que te puedes descomponer.

—Hay un puesto de tacos por allá, cruzando la calle —intervino el gato, ya mirando en esa dirección—. ¿Le traemos algo?

—Sí, sí, vamos todos —dijo el zorro con entusiasmo, como si acabaran de organizar una expedición improvisada.

—¿Tienes alguna preferencia? —me preguntó el gato, dándome una sonrisa sincera.

—Nada muy picante, por favor —respondí, tocada por su preocupación—. Y gracias. De verdad.

El gato asintió con una seriedad inesperada, y los cuatro salieron trotando como si acabaran de recibir una misión oficial de alto secreto.

Eventualmente regresaron unos minutos después. El gato se acercó con algo que parecía más arma que alimento: un burrito enorme, envuelto en papel de aluminio que todavía estaba caliente al tacto.

—Aquí tienes —dijo, entregándomelo con una sonrisa.

—Gracias —respondí, y apenas abrí el paquete, el olor a frijoles, carne sazonada y cilantro me golpeó de lleno. Mi estómago rugió otra vez, más fuerte esta vez, como si celebrara su llegada.

No lo pensé mucho antes de darle un buen mordisco. El sabor era perfecto: cálido, sabroso y reconfortante. Sentí cómo el hambre, que había estado agazapada, me alcanzaba de golpe.

Mientras masticaba con entusiasmo, ellos se acomodaron cerca de la ventana del auto, cada uno con su propio burrito o taco en la mano, y botellas de soda frías goteando por la condensación. Reían y charlaban entre ellos con la energía despreocupada de quienes han sobrevivido a algo raro y solo quieren normalidad por un rato.

En un momento, el celular del gato vibró. Lo revisó rápidamente, y sus orejas se alzaron con un leve sobresalto antes de ponerse visiblemente rojo. El resto del grupo no tardó en notar el cambio.

—¡Solo invitala a salir de una vez! —exclamó el ave, con la boca medio llena, sin ningún filtro.

—No estoy seguro... —murmuró el gato, bajando la mirada hacia su teléfono.

—No seas tan cobarde —dijo el tejón con tono burlón, empujándolo levemente con el codo.

—¿Y si me dice que no? —preguntó el gato, claramente nervioso, rascándose la nuca.

—Entonces seguís con tu vida y no perdés más tu tiempo —intervine, tras tragar otro bocado de mi burrito—. Te lo digo por experiencia propia.

Tomé la botella de agua y le di un sorbo, dejando que las palabras flotaran un momento en el aire.

El ave asintió con fuerza, como si acabara de escuchar una gran verdad.

—Escuchá a la profesional, loco. Solo invitala. Peor que un “no” no va a ser.

El gato se removió incómodo, pero al final suspiró, apretó los labios y empezó a escribir en su celular con una mano, como si estuviera desactivando una bomba.

Nos quedamos en silencio, observándolo como si fuera un reality show en vivo. Escribía, borraba, volvía a escribir. Fruncía el ceño. Chasqueaba la lengua. Volvía a empezar.

—¡Ya mándalo de una vez! —dijo el ave, desesperado.

—¡Estoy tratando de no sonar como un imbécil! —le respondió el gato, sin levantar la vista—. No quiero que piense que soy un idiota más.

—Pero si ya te conoce —añadió el tejón, muerto de risa—, ¡no podés empeorar!

—¡Gracias por el apoyo emocional! —replicó el gato, sarcástico.

Solté una risa suave, dándole otro mordisco a mi burrito.

—Debe gustarte mucho —comenté.

El tejón aprovechó el momento para exponerlo por completo:

—Su crush trabaja en una tienda de música en el centro comercial. Va todos los sábados a mirar guitarras carísimas que no puede pagar, solo para verla.

—¡Eso es una exageración! —dijo el gato, enrojeciendo. Pero ya era muy tarde. El resto soltó carcajadas.

Se dio la vuelta con un bufido, cubriendo su celular como si fuéramos paparazzis.

—Entonces... —empezó el ave, con una sonrisa entre cómplice y traviesa—, ¿ustedes de verdad están saliendo? Tu y Shadow, digo.

Lo miré de reojo, masticando con calma.

—Eso dicen las redes, ¿no?

—¡Sí, pero viste cómo es! —saltó la liebre—. Hay edits, teorías, drama por todos lados. Algunos dicen que lo hacés para darle celos a Sonic…

—Vi un video que decía que estabas manipulando a los dos para quedarte con el control de la nación —agregó el tejón, conteniendo la risa.

—Ah, ese es buenísimo —dijo el ave—. Mi favorito sigue siendo el que dice que Shadow es un robot que construyó Eggman para reemplazar al verdadero, pero se enamoró de vos por accidente.

—Ese tenía música triste de piano de fondo —dijo el zorro, riéndose bajito.

—Pero en serio, no se ha hablado tanto de ustedes desde la última vez que ese viejo panzón atacó la ciudad —añadió el ave, refiriéndose claramente a Eggman.

—Viejo, eso fue hace qué… ¿diez, once meses? —dijo el tejón, arqueando las cejas.

—Desde noviembre del año pasado no hemos sabido nada de él —respondí— Ni una señal, ni una transmisión, nada.

—¿Y no lo buscan? —preguntó el ave, frunciendo el ceño.

—Sonic lo busca todos los días —respondí, con un suspiro—. De punta a punta del planeta. Creo que lo único que no ha explorado todavía es el fondo del mar… o el espacio.

Apreté un poco la botella de agua en mis manos, siento una ligera punzada de dolor en el brazo. 

—Y Neo G.U.N. también está en eso —añadí—. Tienen a Omega conectado a una red de drones, escaneando todo lo que se mueve.

La liebre bajó la mirada.

—¿Creés que vuelva? ¿Con algo peor?

Los demás se pusieron serios. Se notaba que ese pensamiento ya les había cruzado por la cabeza más de una vez. Tenían la edad justa para recordar la guerra… y temer otra.

Dejé el burrito a un lado, y los miré uno por uno.

—Miren… si vuelve, vamos a estar listos. Y no importa qué tan grande sea su plan. Lo vamos a detener. Como siempre lo hacemos.

Un silencio breve se instaló entre nosotros, pero no era incómodo. Era un silencio lleno de alivio.

—Bueno —dijo el gato, alzando el celular con renovada energía—. Si ella me rechaza, al menos sabré que el mundo está en buenas manos.

—¡Eso! ¡Ahora sí mandá ese mensaje! —gritó el ave, dándole un golpecito en el brazo.

Y por fin, esta vez sin dudar, el gato apretó “enviar”.

Shadow regresó un momento después, caminando con paso firme desde la oscuridad del callejón. Sobre su hombro llevaba lo que, a primera vista, parecía ser un cañón. Pero no uno cualquiera: reconocí de inmediato el diseño curvado y amenazante, el mismo metal oscuro con placas grabadas con números en serie. Era parte de un robot de Eggman. Uno de los grandes. Uno de los problemáticos.

Lo apoyó contra el costado del auto con un golpe seco que hizo que todos los chicos se sobresaltaran. Yo apenas pestañeé.

Lo miré, aún con el mega burrito entre mis dedos y la ventana baja. Él me miró primero a mí… luego giró la cabeza hacia los chicos. Esa mirada suya, siempre seria, intensa, como si estuviera juzgando sus almas. No hacía falta que dijera nada para intimidar. Shadow podía estar sosteniendo un ramo de flores y aún haría temblar a la gente.

—Lamento mucho la demora, Rose. —Dijo volviendo su mirada hacia mi.

—No te preocupes. Me entretuve con ellos —dije, señalando a los chicos con un gesto de la cabeza—. Incluso me compraron un burrito.

—Hm —murmuró Shadow, mirando al grupo con expresión neutra.

Los chicos se pusieron tensos al instante. El tejón se tragó un bocado sin masticar bien. El zorro se ajustó las gafas, nervioso. El ave y el gato solo lo miraban sin parpadear, como si un solo movimiento pudiera desatar el apocalipsis.

Sin decir nada más, lo observé mientras rodeaba el vehículo y se dirigía al maletero. Con movimientos firmes, lo abrió y fue directo hacia el costado donde reposaba el cañón que había traído antes, tomándolo entre sus brazos.

—¿Y eso? —pregunté, inclinándome un poco hacia afuera de la ventana, curiosa.

—Solo porque arrestamos a Magnus —dijo mientras acomodaba el cañón dentro— no significa que el mercado negro se haya detenido. Siguen traficando piezas de Eggman.

Cerró el maletero con un golpe seco y se volvió hacia mí. Cuando llegó a la ventanilla, lo noté más relajado que antes. 

—¿Y qué pasó con esos lobos? —pregunté, sin perder la oportunidad de saber más.

—Son escurridizos. Conocen bien los callejones de Stadium Square —respondió—. Pero pude seguirlos hasta su guarida. Los dejé a cargo de Jordan.

Levanté una ceja, entre divertida y curiosa.

—¿Jordan?

—Agente de policía Jordan. Esta zona es su jurisdicción.

Hizo una pausa mínima y luego añadió, con toda la seriedad del mundo:

—Con suerte no los deja escapar… a menos que lo sobornen con un combo de hamburguesa.

Eso me sacó una risa inmediata y escandalosa. No me lo esperaba en absoluto.

Llevé la mano a la frente al instante, porque el movimiento hizo que el dolor reapareciera con una punzada punzante. Shadow frunció el ceño al notarlo.

—¿Te tomaste los medicamentos?

—Todavía no —admití—. Quería llenar el estómago primero. No quería que me cayeran mal. Pero creo que ya es hora.

Me incliné hacia la bolsa blanca que él me había traído de la farmacia y, entre las compresas frías y la crema, encontré el blister con las pastillas. Lo abrí con cuidado y me metí dos en la boca antes de tomar un largo sorbo de mi bebida.

Levanté el brazo y le ofrecí mi burrito por la ventana.

—¿Quieres?

Shadow no respondió. Solo se agachó un poco, tomó el burrito entre sus labios y le dio un mordisco sin quitarme la mirada. Masticó en silencio. Su ceja subió apenas un milímetro: lo había aprobado. Lo conocía lo suficiente como para saber que ese gesto era lo más cercano a un "esto está delicioso".

—Ahora que lo pienso —le dije, dándole otro mordisco a lo que quedaba del burrito—, tú tampoco has almorzado ni cenado.

Terminó de masticar y me miró con el ceño levemente fruncido.

—¿No almorzaste? —preguntó, esta vez con un tono más suave, genuinamente preocupado.

—Hoy fue un día muy ajetreado. —Me encogí de hombros—. Solo comí las galletas que me dio la Dra.Miller. Mi cabeza ha estado en otro lado todo el día… ni sentí el hambre hasta ahora.

Mordí de nuevo con más cuidado. 

—Tú también deberías comer —le dije con la boca medio llena—. La doctora dijo que necesitas comer mejor si quieres que ese ojo se regenere más rápido.

Shadow exhaló por la nariz, entre resignado y pensativo. Se cruzó de brazos, luego volvió a mirar a los chicos con la misma intensidad de antes.

—¿Dónde lo compraron?

Uno de los chicos —el zorro— tragó saliva y levantó un dedo tembloroso, señalando con torpeza hacia el otro lado de la calle.

—A-allí… en el puesto… el de la carpa roja…

Shadow asintió lentamente. Luego, sin decir más, se giró sobre sus talones y se encaminó hacia el puesto de tacos, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido.

Los chicos soltaron el aire que no sabían que estaban aguantando.

—¿Él siempre es así? —susurró el ave.

—¿Así cómo? —pregunté, con una sonrisa.

—Como si estuviera a punto de  asesinar a alguien… 

—Sí. —Me reí—. Esa es una buena descripción, en realidad.

Miré a Shadow de espaldas, su silueta recortada contra las luces cálidas del puesto. Su andar era decidido, imponente, como si hasta pedir tacos fuera parte de una misión secreta.

Después de un rato regresó al auto, con una bolsa pesada que olía a tacos y burritos recién hechos. La había llenado con todo tipo de opciones: de carne, de pollo, de nopales, todo lo que uno podría desear para llenar el estómago. Sus movimientos eran tan precisos y confiados que no había duda de que lo hacía con una destreza digna de un profesional. Abrió la parte trasera del auto y metió la bolsa con cuidado, asegurándose de que todo encajara perfectamente.

Shadow giró la cabeza, una vez más, hacia los cuatro chicos que aún estaban de pie cerca, observándonos con curiosidad. Se acercó un poco más, manteniéndose erguido y tranquilo.

—¿Ustedes están bien?

Los cuatro se miraron entre sí, algo sorprendidos por la pregunta. Luego asintieron con rapidez.

—Sí, sí, estamos bien —dijo el zorro, con la voz un poco más segura que antes.

—¿Han tenido enfrentamientos previos con esa banda? —preguntó Shadow, con ese tono grave que se notaba incluso cuando intentaba sonar amable.

—Nunca —respondió el tejón—. Esta fue la primera vez. Aunque… últimamente los hemos visto más seguido. Empiezan a molestar a cualquiera que encuentran en la calle.

—Está claro que quieren controlar el territorio —añadió el ave—. Pero no sabíamos que se estaban volviendo tan agresivos.

Shadow asintió lentamente, tomándose un momento para procesar esa información. 

—Gracias por la información. Manténganse alejados de estas zonas por ahora.

—S-sí, señor —respondieron los cuatro casi al unísono.

Yo observaba la escena desde mi asiento, con la cabeza recostada un poco hacia el respaldo, sonriendo con ternura. Shadow podía ser intimidante… pero cuando hablaba así, con esa mezcla de autoridad y cuidado, era imposible no notarlo: le importaba la gente, aunque nunca lo dijera en voz alta.

Sin embargo, justo cuando pensaba que la conversación había terminado, Shadow hizo una pausa, se volvió hacia los chicos una vez más, como si hubiera olvidado algo.

—¿Cuánto costó el burrito de Rose? —preguntó, mirando rápidamente a los chicos. 

—N-no sé… creo que 10 rings —balbuceó el gato, mirando hacia abajo, como si fuera una pregunta que no hubiera anticipado.

Shadow asintió, su rostro impasible, y sin perder el ritmo, sacó su billetera de su chaqueta. Con movimientos rápidos, extrajo un billete de 100 rings y lo extendió hacia el gato, que lo tomó nervioso 

—Aquí tienen —dijo Shadow con su tono habitual, grave y tranquilo.

El gato miró el billete con una expresión de total sorpresa, como si nunca hubiera tenido entre sus manos algo tan valioso. Los otros chicos también se quedaron boquiabiertos, claramente impresionados al ver el billete rojo brillante. Sus ojos brillaron, y pude notar cómo, por un instante, el dinero parecía algo completamente ajeno a ellos.

No pude evitar soltar una risa suave mientras observaba la escena. Era difícil no reír al verlos tan sorprendidos por algo tan cotidiano para Shadow, mientras él volvía a meter la billetera en su chaqueta y se dirigía con calma hacia la puerta del piloto. Una vez dentro, se ajustó el cinturón.

Con una sonrisa divertida, aproveché el momento para hacerle una broma mientras me acomodaba en mi asiento:

—¿No tenías un billete más bajo?

Shadow no me respondió de inmediato, en cambio encendió el motor con un suave rugido y empezó a poner el auto en marcha. Los faros delanteros se encendieron, bañando de luz a los cuatro chicos que seguían frente al vehículo, justo al lado de mi ventana.

—Use el resto de los billetes en nuestras citas y las vacaciones. Solo me quedan los de 100.

Justo entonces, uno de los chicos exclamó delante del parabrisas.

—¡Oye, hay otro billete!

Los cuatro se amontonaron para ver, y efectivamente, ahora sostenían no uno, sino dos billetes de cien rings.

Shadow parpadeó apenas. Sus labios no se movieron mucho, pero lo dijo con ese tono neutral que a veces era más gracioso que cualquier sarcasmo:

—Creo que había dos pegados.

Y ahí no pude más. Solté una carcajada de esas que salen sin permiso, y me incliné hacia adelante abrazándome el abdomen.

—¡Agh! —me quejé entre risas, apretando los ojos mientras el cuerpo me dolía de tanto reírme—. ¡No te rías así, Amy, duele!

Shadow solo alzó una ceja, medio girado hacia mí, y esperó a que me calmara.

Cuando por fin me incorporé, todavía sonriendo, moví mi rostro hacia la ventana para despedirme.

—¡Gracias por el burrito! Y por la compañía —les dije, sacando una mano con cuidado para saludar.

Los cuatro respondieron con una sonrisa amplia, alzando las manos en el aire con sus burritos y refrescos como si brindaran.

—¡Cuídense! —gritaron al unísono, y uno añadió con una carcajada—: ¡Dígale al jefe que tire billetes más seguido!

Shadow solo murmuró algo por lo bajo, negando con la cabeza mientras comenzaba a maniobrar el auto para alejarse.

Cerré la ventana mientras el auto se deslizaba fuera del estacionamiento de la farmacia, y tomaba su rumbo hacia Green Hills. 

Tomé el último sorbo de agua, sintiendo el plástico arrugarse en mi mano, y metí la botella vacía dentro de la bolsa con los medicamentos. También arrugué con cuidado el aluminio del burrito que acababa de comer, metiéndolo en la misma bolsa.

Lancé una mirada de reojo a Shadow. Iba completamente enfocado en la carretera, el ojo fijo al frente, la mandíbula relajada.

—De todas las cosas que nos han pasado cuando estamos juntos… —rompí el silencio con una sonrisa ladeada— esta no fue tan mala.

Shadow me lanzó una mirada rápida, apenas un segundo, y volvió al volante.

—Ya tuvimos suficiente con el terremoto —murmuró.

Solté una risa suave, un poco irónica,.

—Sí… para toda una vida —dije, dejando que mi cabeza reposara sobre el respaldo del asiento.

El auto avanzó por las calles de la ciudad, cruzando luces, semáforos y edificios que poco a poco iban quedando atrás. Me acomodé en el asiento, un poco más relajada, y volví a mirarlo con curiosidad.

—¿Tienes hambre?

Él asintió apenas, sin apartar la vista del camino.

—Un poco… Voy a comer cuando te lleve a casa.

—Puedo darte de comer mientras conduces —ofrecí, acomodándome en el asiento.

—La bolsa con los tacos está atrás —me dijo, sin cambiar el tono.

Giré un poco la cabeza y vi la bolsa en el asiento trasero, justo donde la había dejado.

—Puedo intentar alcanzarla —comenté, estirando un poco el cuello.

Pero él negó suavemente con la cabeza.

—No te molestes —dijo con tono neutro, pero luego vaciló—. Podría alcanzarla yo… pero no quiero asustarte.

Lo miré, algo confundida.

—¿Por qué me asustaría?

Shadow se quedó en silencio unos segundos antes de responder, casi con culpa.

—Porque la última vez te pusiste a llorar. No quiero volverte a asustar así.

Intenté recordar de qué hablaba, y entonces me vino a la mente aquella noche, hace meses.

—¿Te refieres a esa vez que te curaste las heridas de bala?

Él asintió, apenas perceptible.

—Esa vez no lloré porque me pareciera aterrador —dije con firmeza—. Lloré porque estabas herido. No hay nada que hagas que me asuste, Shadow.

Sus dedos apretaron el volante con un poco más de fuerza.

—¿Segura?

Le sonreí con suavidad.

—Segura. Te conozco. No hay nada en ti que me asuste.

No respondió. Pero su silencio tenía un peso distinto ahora. Aceptación, quizás. Confianza.

—Entonces espera a que haya una luz roja.

Y no pasó mucho tiempo antes de que ocurriera. Nos detuvimos detrás de cinco autos, bajo el resplandor ámbar de un semáforo suspendido.

Sin decir palabra, Shadow se giró en su asiento y estiró el brazo derecho hacia atrás… Pero lo que vi no fue natural. Su brazo... cambió. Se alargó como si los huesos fueran elásticos, como si los músculos se deshicieran y volvieran a formarse mientras alcanzaba la bolsa. Los dedos se cerraron con precisión sobre el asa, y luego, lentamente, su brazo volvió a su forma normal al tiempo que me ofrecía la bolsa.

Parpadeé.

—Eso no me lo esperaba —murmuré, aceptando la bolsa sin hacer preguntas.

Sin pensar demasiado, tomé un burrito, desenvolví un poco el aluminio y lo acerqué a su boca.

—Aquí tienes.

—Desenvuélvelo entero —ordenó, sin apartar la vista de la carretera.

—¿Seguro?

Asintió.

Comencé a desenvolver con cuidado el aluminio del primer burrito, dejando el envoltorio arrugado dentro de la bolsa. Cuando lo tuve listo, lo levanté, acercándolo a su boca mientras él mantenía ambas manos en el volante, sin desviar ni un milímetro su atención de la carretera.

Entonces sucedió.

Escuché un crujido sordo, casi como el sonido de huesos deslizándose fuera de sus encajes. Lo miré y mis ojos se abrieron apenas un poco. Su mandíbula… cambió. Primero se descolgó, soltándose de forma antinatural, y luego comenzó a ensancharse, abriéndose más allá de lo que debería ser posible. La piel de sus mejillas se estiró, tensa, y sus colmillos —afilados y largos, más marcados de lo normal— se hicieron visibles.

Su boca se dividió levemente en dos, justo en la línea de la mandíbula inferior, como una serpiente que despliega su mandíbula para engullir una presa. No era grotesco, pero sí extraño. Una visión que en cualquier otro contexto habría sido aterradora.

Pero yo no me moví. No me alejé. Solo lo observé. Con curiosidad. Con confianza.

Le ofrecí el burrito.

Shadow lo atrapó con sus fauces como si fuera una criatura salvaje acostumbrada a cazar. Sus dientes lo partieron sin esfuerzo y masticó con rapidez, tragando casi de inmediato. No apartó la vista de la carretera en ningún momento. Su mandíbula se movía con una precisión animal, eficiente, como si estuviera hecho para comer así.

—Otro —gruñó, su voz más profunda, rugosa.

Yo obedecí. Desenvolví el siguiente burrito, lo limpié bien de aluminio y se lo di. Lo devoró igual de rápido. No saboreaba. Solo comía. Como si su cuerpo necesitara reponerse.

Uno a uno, los burritos desaparecieron. La bolsa crujía con cada movimiento mío, mientras él tragaba, masticaba y pedía otro sin pronunciar palabra. Cada nuevo alimento era recibido con la misma mandíbula monstruosa, esa que parecía no pertenecerle del todo.

Cuando le di el último, sus movimientos comenzaron a calmarse. Su respiración se estabilizó. Y entonces, lentamente, su mandíbula empezó a retroceder.

El sonido volvió, esa mezcla de huesos acomodándose y músculos reajustándose. Su mandíbula se cerró de forma progresiva, encajando de nuevo en su lugar con una naturalidad inquietante. Sus mejillas retomaron su forma normal. Su boca, ahora relajada, parecía como siempre.

Como si nada hubiera pasado.

—No sabía que podías hacer eso —dije en voz baja, aún impresionada por lo que acababa de presenciar.

Shadow solo respondió con un tono tranquilo, casi indiferente:

—Puedo hacer muchas cosas.

Tomé la bolsa ahora vacía, llena de envoltorios arrugados, y la acomodé en el suelo, a mis pies. El crujido del papel contrastaba con el silencio entre nosotros. Me reacomodé en mi asiento, estirando un poco las piernas adoloridas, y lo miré de reojo, observando su perfil bajo la luz tenue del tablero.

—¿Te duele? —pregunté, sin mencionar directamente lo que acababa de hacer con su mandíbula.

Él me miró fugazmente y luego volvió la vista a la carretera, negando con la cabeza.

—No tanto como al principio —respondió con serenidad.

Me quedé pensando un momento. Había algo en su tono… ese tipo de dolor al que uno ya se ha acostumbrado, que ya no sorprende. Me animé a decir:

—Lo entrenaste también, ¿verdad?

Asintió, sin necesidad de palabras.

Bajé la mirada hacia mis manos, jugando con la tela de mi uniforme prestado, todavía un poco rígido por las vendas en mis antebrazos.

—Entrenas tus poderes todos los días ¿no? —dije, más como una afirmación que una pregunta.

—Sí —respondió sin dudar.

—¿No es agotador?

—Es necesario.

Esa respuesta me hizo mirarlo otra vez. Su voz era firme, sin queja. Como si para él no hubiera otra opción.

—¿Tienes que usar esa cápsula de regeneración con frecuencia? —pregunté después de un momento.

—Una vez a la semana —contestó—. Es incómoda… me tapa la nariz con ese olor químico.

Fruncí un poco el ceño.

—¿No puedes oler nada ahora?

—Absolutamente nada. Se me pasará en unas horas.

Me quedé callada, observando cómo sus manos se aferraban al volante con una tranquilidad entrenada. Su cuerpo parecía relajado, pero sus palabras decían otra cosa. Pensé en lo solitario que debía ser mantener todo eso dentro, no solo el dolor físico… sino todo lo que conllevaba sostener ese poder. Esa disciplina. Esa rutina que yo apenas comenzaba a entender.

Lo conocía desde hace diez años. Habíamos compartido batallas, misiones, momentos intensos… pero incluso ahora, después de cuatro meses de estar juntos, seguía habiendo un océano de cosas que no sabía de él.

En nuestras conversaciones, había entendido que además de entrenar a otros en Neo G.U.N., él también se entrenaba a sí mismo. No solo ejercicios o práctica de tiro. Entrenaba su control del Chaos. Su regeneración. Esa extraña capacidad de alterar su cuerpo, como si su ADN ya no respondiera a las reglas normales. Y no lo hacía por vanidad. Ni por impresionar a nadie.

Me pregunté si todo eso lo hacía por elección… o si, en el fondo, era una forma de castigo. Una manera de lidiar con la culpa que seguía arrastrando.

Tal vez entrena así porque cree que si se vuelve lo suficientemente fuerte, rápido, preciso… nunca más volverá a fallar. Nunca más perderá a alguien. Nunca más permitirá que algo se salga de control.

Como si cargar con el peso de todas las tragedias del pasado le impidiera detenerse.

Lo miré de nuevo, con suavidad. Su ojo seguía fijo en la carretera, pero había una ligera tensión en su mandíbula, como si incluso en este momento de calma, no pudiera desconectarse del todo.

Y aun así, ahí estaba. Conduciendo de regreso conmigo. Tomándose el tiempo de cuidar que llegara a casa sana y salva. Comiendo burritos mientras su cuerpo olía a químico y a metal.

Shadow rompió el silencio con una frase inesperada, incómoda en su sinceridad:

—Gracias por… darme de comer.

Lo miré de nuevo, sorprendida por lo directo que fue. Sonreí un poco, con suavidad.

—Fue un placer —respondí—. Pero… pudiste haber comido de a poquitos.

Él me respondió sin dudar, como si lo tuviera perfectamente calculado:

—Era lo más eficiente.

No pude evitar soltar una risa corta, casi incrédula. Claro, transformar tu mandíbula por completo… eficiencia pura, pensé, divertida.

Me recosté un poco más en el asiento, dejando que mi cuerpo encontrara un respiro. Afuera, la ciudad desfilaba lenta: luces cálidas, letreros luminosos, ventanas encendidas en edificios altos. Todo parecía seguir su curso, como si nada hubiera cambiado.

Cerré los ojos solo un momento, dejando que el movimiento del auto me arrullara. Y antes de que pudiera darme cuenta, sentí el leve frenazo y el cambio en la textura del camino.

Shadow estaba estacionando frente a la casa de Vanilla.

Me acomodé en el asiento, dejando escapar un bostezo largo. El cansancio me pesaba en los hombros y en los párpados, pero al menos ya estaba en casa… o cerca.

—¿Quieres que vaya por tu bolso?  —preguntó Shadow con voz tranquila.

Negué con la cabeza, sin abrir los ojos del todo.

—No… Quiero ver a Vanilla y a Cream. Deben estar muy preocupadas por mí.

Él solo asintió y se bajó del vehículo, rodeándolo con paso firme hasta llegar a mi puerta. Me desabroché el cinturón justo cuando abrió. Apenas puse un pie fuera, sentí su mano en mi espalda, dándome apoyo. Ese gesto silencioso me sacó una sonrisa.

Caminamos juntos hasta la entrada, nuestras pisadas hundiéndose en las hojas secas que cubrían el sendero. El aire olía a tierra mojada, flores nocturnas y un toque de pan recién horneado que se escapaba por alguna rendija de la casa. Todo el frente tenía ese aire acogedor tan propio de Vanilla.

La decoración para la Noche de Dos Ojos era más discreta que en mi casa, pero no por eso menos encantadora. En las ventanas colgaban guirnaldas hechas a mano con hojas secas, ramitas trenzadas y cintas anaranjadas, sujetas con pequeñas pinzas de madera. Justo al lado de la puerta, pegados a la pared, dos faroles en forma de calabazas, cada uno con la cara de Amdruth —una mitad de lobo, otra de venado—, iluminaban la entrada con una luz temblorosa. 

Entre los canteros de flores, cuidadosamente acomodadas, se escondían figuritas de plástico pintadas a mano: de pequeños lobo y venados, con expresiones serenas, casi como si velaran por quienes entraban. No daban miedo. Más bien parecían guardianes antiguos, protectores del hogar.

Shadow tocó el timbre. Pasaron apenas unos segundos antes de que la puerta se abriera de golpe.

Cream apareció al instante. Sus ojos se agrandaron al verme y, sin pensarlo, corrió hacia mí. Me abrazó con fuerza, sin medir lo delicada que estaba. Sentí el dolor punzante en el abdomen, como si una cuerda se tensara de golpe, pero no dije nada. No podía.

—¡Amy! ¡Estábamos tan preocupadas por ti! —dijo, su voz temblando entre alivio y angustia.

Me envolvió como si se negara a soltarme, pero poco a poco se separó lo suficiente para mirarme bien. Sus ojos se posaron en la venda en mi frente y después en el uniforme de Neo G.U.N.

—¿¡Qué te pasó!? —preguntó con un tono mucho más serio, como si ya estuviera pensando en lo peor.

Vanilla llegó justo detrás, y su expresión se transformó en puro susto al verme.

—¡Amy, por el amor de Gaia! —exclamó, acercándose con pasos rápidos—. ¿Qué te ocurrió?

Me forcé a sonreír, llevándome una mano a la cabeza con suavidad.

—Me resbalé en el baño de la base de Neo G.U.N. y me golpeé…  —mentí sin tartamudear, o al menos eso intenté—. Me di un buen golpe, pero no es nada grave.

Vanilla se acercó más, examinándome con el ceño fruncido.

—¿Resbalaste…? —repitió, como si quisiera convencerse a sí misma. Me tocó con cuidado la frente—. ¿Y ya tomaste algo?

—Pasamos por una farmacia antes de venir —intervino Shadow desde el umbral, con voz baja.

Vanilla alzó la mirada hacia él por primera vez esa noche.

—Buenas noches, Shadow —dijo con algo más de calidez, aunque la preocupación no se le quitaba del rostro—. Me alegra ver que estás bien y gracias por todo tu trabajo hoy… pero no vuelvas a preocupar así a Amy.

Él bajó la cabeza un poco, con ese gesto que en él casi equivale a una disculpa completa.

—Haré mi mejor esfuerzo —respondió con sinceridad.

Cream me abrazó otra vez, esta vez más suave.

—¿De verdad estás bien…? No estás fingiendo, ¿verdad?

Le acaricié la espalda, respirando hondo para no dejar que el dolor me hiciera flaquear.

—Estoy bien, en serio. Solo un poco adolorida y cansada… nada que no se me pase con una buena noche de sueño.

Quise cambiar el tema. No quería que se sintieran mal, ni yo volver a mentir.

—Lamento mucho haberme ido de la cafetería así… Les dejé todo el trabajo…

Vanilla negó con la cabeza, con una pequeña sonrisa comprensiva.

—No tienes que disculparte, cariño. Supimos que era algo importante.

—¿Y qué pasó después de que me fui? —pregunté preocupada.

—Tuvimos que cerrar temprano —respondió Cream, ya más tranquila.

—La cafetería estaba hecha un desastre —añadió Vanilla—. Y cuando revisamos bien, encontramos una grieta en la pared de la cocina. Vamos a tener que cerrar un par de días mientras vienen a revisarla y arreglarla. No quiero arriesgarme a que, si tiembla otra vez, se nos venga todo encima.

—Ay no… —murmuré, llevándome una mano al rostro—. Espero que no sea algo grave.

—Eso espero yo también —suspiró Vanilla, masajeándose las sienes—. Pero lo primero es que tú estés bien. El resto se arregla.

Cream se separó del todo y me dio una palmadita en la mano.

—Tenemos tu bolso adentro. ¡Ya te lo traigo! —dijo, y salió corriendo dentro de la casa.

Vanilla me observó en silencio durante unos segundos. Su mirada, amable pero aguda, se detuvo en el uniforme que llevaba puesto. Inclinó ligeramente la cabeza, con esa curiosidad tranquila que siempre ha tenido.

—No esperaba verte vestida así, Amy —dijo al fin, con una sonrisa apenas visible—. ¿Ese es un uniforme oficial de Neo G.U.N.?

Sentí una punzada de incomodidad y me forcé a sonreír, bajando un poco la vista.

—Ah… sí. Mi ropa se arruinó con todo el humo y el desastre —me aclaré la garganta, disimulando—. Me prestaron esto en la base. Era eso o volver a casa oliendo a incendio.

Vanilla asintió con comprensión.

—Con todo lo que pasó, es completamente comprensible. El humo debió ser terrible.

—Lo fue —respondí más suave, casi para mí misma. Me froté un poco el brazo, donde aún sentía el dolor de los golpes. Miré a lo lejos, recordando—. En un momento parecía que el cielo se estaba cayendo. Solo ceniza y fuego por todas partes.

Vanilla suspiró, esa clase de suspiro que traía alivio por tenerme de vuelta, pero también preocupación.

—Aún así… te queda bien. Te ves fuerte con él. Como parte de un escuadrón especial o algo así.

Solté una risa breve, negando con la cabeza.

—Por favor, no digas eso. Apenas puedo moverme con estos pantalones. No sé cómo hacen para usarlos todo el día.

Shadow, que había estado en silencio a mi lado, habló con su tono firme, sin molestarse en disimular su seriedad.

—Es un modelo básico. No tiene peso adicional. Deberías poder moverte con libertad.

Le lancé una mirada sarcástica.

—Gracias, manual técnico.

Shadow extendió una mano hacia mí y, con movimientos precisos, levantó un poco el cuello de la chaqueta que llevaba puesta. Sentí sus dedos firmes moviendo el borde con precisión.

—G83930 —murmuró—. Este uniforme es de Yaneris.

—¿Yaneris? —repetí, girándome un poco hacia él.

—Contabilidad. Tiene tu contextura. La Dra. Miller probablemente pidió su uniforme de repuesto para ti.

Vanilla entrecerró los ojos, claramente sorprendida.

—¿Reconociste a la dueña solo con el número serial?

Shadow simplemente asintió, como si fuera lo más obvio del mundo.

—Me sé los códigos de identificación de todos los miembros de Neo G.U.N.

Lo miré con escepticismo, arqueando una ceja.

—¿Todos? Para alguien que decía odiar trabajar con otros, te has vuelto increíblemente atento con los detalles personales.

Él mantuvo su mirada fija, sin mostrar ninguna reacción evidente.

—No son detalles personales. Son parte de la estructura. No puedes liderar si no sabes a quién estás liderando.

Yo me quedé mirándolo un segundo más, sintiendo una calidez extraña en el pecho. Antes, Shadow habría ignorado incluso un saludo. Ahora, sabía sus números y nombres.

—Bueno —dije mientras me acomodaba el cuello de la chaqueta prestada—, tendré que lavar el uniforme de Yaneris antes de devolvértelo.

Shadow respondió con su tono habitual, como si hablara de cualquier cosa técnica:

—Solo no uses ningún detergente perfumado. Le da alergia.

Sentí una punzada aguda, inesperada, justo en el centro del pecho. Fue rápido, como un relámpago, pero lo suficientemente fuerte como para que me doliera. Me mordí la lengua antes de reaccionar, aunque mi estómago ya se había revuelto.

¿Alergia? ¿Shadow sabía que Yaneris, una chica de contabilidad, era alérgica a ciertos detergentes?

Intenté calmarme. Respirar hondo. Era solo información. Nada más. Pero aún así… no pude evitar ese pequeño defecto mío. Ese viejo impulso.

Lo había trabajado mucho. Lo seguía trabajando. Pero a veces, simplemente… aparecía.

—¿Y tú cómo sabes eso? —pregunté, con un tono que intenté mantener neutral, pero que salió un poco más filoso de lo que quería.

Shadow giró apenas el rostro hacia mí, su voz, tan neutra como siempre.

—Porque tuvo un incidente durante su primera semana en el entrenamiento intensivo. Charlie y Sebastian lavaron todos los uniformes del grupo sin recordar que Yaneris había mencionado su alergia. Terminaron llevándola a la enfermería.

—¿Y te lo contaron o estuviste ahí? —repliqué, con una ceja en alto, como si la pregunta no me importara tanto… pero me importaba.

—Estuve ahí. Yo superviso todos los entrenamientos —dijo sin rodeos—. Tuve que hacer el informe médico.

—Ajá —murmuré, cruzándome de brazos con disimulo. Mi pecho se sentía un poco apretado—. ¿Y también sabes las alergias de todos los demás?

—Sí.

Su respuesta fue tan inmediata que me desconcertó.

—¿Todos? —insistí, con una risa nerviosa—. Además de sus códigos y nombres te sabes sus alergias, signos zodiacales ¿Así, de memoria?

Shadow me miró, sereno.

—No recuerdo los signos zodiacales —dijo con absoluta seriedad—. Pero sí las alergias, historial médico y restricciones dietarias. Es parte del protocolo de emergencia. Hay más de quinientos empleados, pero los memoricé por prioridad operativa.

Me quedé en silencio un momento, sintiéndome como una idiota por dejar que mi inseguridad hablara por mí. Pero aún así, la espinita estaba ahí. No era lógico, lo sabía. Pero cuando una parte de ti quiere a alguien de verdad… el corazón no sigue ningún manual.

—Qué eficiente —dije, un poco más bajito.

—Lo es —intervino Vanilla, suavemente. Su mirada pasó de mí a Shadow, evaluando la atmósfera tensa como si estuviera oliendo algo quemado en la cocina—. Pero también parece que te has vuelto más… social. Antes no te imaginaba preocupándote por alergias o uniformes ajenos.

Shadow alzó apenas una ceja.

—Antes tenía otras prioridades. Ahora estoy al mando. No puedo darme el lujo de no prestar atención.

—Claro —murmuré, sin mirarlo, tocándome el vendaje en la cabeza como excusa para no sostenerle la mirada—. Me imagino que Yaneris debe sentirse muy segura contigo vigilando que nadie le ponga jabón con lavanda.

Lo dije más ligera de lo que sentía. Como una broma. Pero me delaté en la mirada.

Y Shadow la atrapó.

Me miró directamente, sin fruncir el ceño, sin girar la cabeza. Solo con ese ojo que no necesitaba elevar el tono para hacerte sentir expuesta.

—¿Rose? —dijo, en voz baja, sin juicio, solo… preguntando.

Yo desvié la mirada.

No quería hablar de eso ahí. No cuando Vanilla seguía presente, intentando fingir que no estaba oyendo cada palabra.

Por suerte, en ese momento…

—¡Aquí está! —la voz de Cream irrumpió como una campanita salvadora.

La joven coneja salió corriendo con mi bolso en brazos.

—¡Te lo dejaste en la cafetería! Lo tenía guardado por si regresabas.

—Gracias, Cream —dije, sonriendo al fin con sinceridad. Lo tomé con ambas manos.

Cream me abrazó con más cuidado esta vez, y Vanilla soltó un suspiro audible. Como si el aire hubiese vuelto a circular normalmente.

—Bueno —dijo ella, ahora con una sonrisa más firme—, al menos tienes todo contigo. Y... lo digo en serio, el uniforme te queda bien.

—¿De verdad? —dije, dejando escapar una risa nerviosa—. Pero ni te imaginas cómo extraño mi falda. Siento que camino como robot oxidado con esta ropa.

—A mí me pareces una heroína —dijo Cream, con los ojos brillantes—. Como en las películas.

Me despedí de Vanilla y Cream con un abrazo más corto de lo usual. Quería irme. Apreté un poco el paso hacia el auto, sintiendo cómo la venda en la frente se aflojaba un poco por el sudor. Abrí la puerta del copiloto antes de que Shadow pudiera alcanzarme. Me acomodé en el asiento con un movimiento torpe, molesta por el ardor en mis brazos.

No era solo el dolor físico. Tenía un sabor amargo, metálico, en la boca.

Shadow entró sin decir nada, y encendió el motor. El rugido grave del vehículo llenó el silencio entre nosotros. Nos alejamos de la casa, rumbo a la mía.

Yo crucé los brazos, sintiendo cómo los moretones protestaban. Pero no me importó.

—Para ser alguien que no sabe ni prender una computadora —dije con la voz cargada de veneno contenido—, te aprendiste los datos de todo el mundo.

—Tomé notas —respondió, sin girar la vista, sin cambiar el tono.

Me mordí el labio inferior, rabiosa. No me gustaba sentirme así. Celosa. Pero ahí estaba.

—¿Y esa tal Yaneris? —dije con una sonrisa fría—. ¿También te pidió matrimonio durante el festival?

—Sí.

Solté una risa ahogada, sin humor. Lo miré de reojo.

—¿Quién más que yo conozca lo ha hecho? A ver… ¿La Dra.Miller? ¿La recepcionista? ¿Nova? ¿Iris? ¿Mira? ¿Incluso Rouge?

Lo vi fruncir apenas el ceño, sorprendido por la intensidad de mi pregunta.

—La Dra.Miller está casada —respondió, sin elevar la voz—. A Iris le atraen las mujeres. Y Rouge esta con…  Rogue jamás. Ni en un millón de años.

—Ajá —dije con sarcasmo—. Entonces el resto, sí.

Shadow respiró hondo, su incomodidad visible en cómo ajustó el volante con ambas manos.

—Sí… —dijo al fin—. Me dieron pequeños obsequios. Notas, gestos... Es incómodo. Especialmente porque tengo que trabajar con ellas después del festival, cuando todo se calma. Pero no puedo culparlas del todo.

Fruncí los labios, el pecho oprimido.

—Claro. Pobrecitas. No pueden evitarlo. —Luego giré la cabeza hacia la ventana, fingiendo desinterés—. ¿Qué tiene tus estúpidas feromonas que las vuelven locas?

—La Dra. Miller dice que mi glándula Dualitas es el doble de grande que la de un Mobian promedio. —Su voz era seria, profesional, casi como si estuviera leyendo un informe—. Expulsó feromonas más intensas durante los tres días del festival. Afecta a muchas. Pero…

Se detuvo.

Yo no lo miré, pero esperé.

—Pero nunca funcionaron contigo —murmuró finalmente.

Su expresión cambió. Ya no era solo incomodidad. Era frustración contenida, acumulada.

—Estabas tan ocupada persiguiendo a ese maldito erizo azul —soltó de pronto, su voz más áspera—. Preparándole una canasta de chili dogs como si fueras su maldita novia, vistiéndote adorable, usando esa fragancia que combinaba justo con tus feromonas, esa que olía a rosas con… con algo más que todavía me cuesta no reaccionar. Solo para que él te ignorara.

Me quedé mirándolo, sorprendida.

—Y yo… —siguió, su voz se elevó, molesto—. Y yo mientras, perdiendo la cabeza. Tuve que irme temprano antes de hacer una estupidez. Antes de confesarme ahí, frente a todos, como un imbécil.

Se pasó una mano por la cabeza, exasperado, sin mirarme.

—Veía cómo lo mirabas. Cómo esperabas que él notara los pequeños detalles. Y cada vez que no lo hacía, yo… yo quería arrancarle la cara. Pero no podía hacer nada. 

Parpadee, tragando saliva, sorprendida por la crudeza de sus palabras. Pero no me quede callada.

—Bueno, por lo menos ya no tienes que preocuparte por Sonic —dije, con una risita amarga —. Ya lo superé. Ya estoy contigo.

Cruzando los brazos, a pesar del dolor de los moretones, lo miré directamente.

—En cambio yo tengo que estar lidiando con docenas de mujeres babeando por ti.

Mi voz salió más molesta, intensificando el dolor de cabeza.

—¡Pensé que era una broma! Que se querían casar contigo —solté, con rabia—. Pero resulta que todas en Neo G.U.N. se quieren aparear contigo como si fueras el macho alfa de una novela barata.

Me llevé una mano al rostro, frustrada.

—Esto es mil veces peor que lidiar con las fans de Sonic. Al menos ellas solo gritan a la distancia. Estas trabajan contigo. Te ven todos los días. Te admiran. Te desean. Y tú… ¡y tú te sabes sus alergias!

Shadow frenó de golpe. El cinturón me apretó el pecho mientras el auto se detenía al costado de la calle con un chirrido de llantas. Mi corazón dio un salto y lo miré, confundida.

Giró hacia mí de inmediato. Estaba furioso. La sombra de su ceño, la rigidez de su mandíbula, esa mirada tan intensa que me taladraba.

—Yo mantengo una relación profesional con todo el personal de Neo G.U.N. —dijo con la voz grave, cada palabra cargada de furia contenida—. Nunca he cruzado la línea. Nunca les he dado razones. De eso no tenés que preocuparte. Nunca .

Mi corazón palpitó fuerte. 

—La única mujer en mi vida eres tú, Rose —añadió, su voz apenas más baja, más íntima.

 

Lo vi inclinarse, acercándose más a mi asiento, y mi respiración se volvió un poco más rápida.

—Pero yo, en cambio, tengo que aguantar que aún seas amiga de ese idiota —continuó, con un tono más bajo pero mucho más personal—. No quería decir nada, quería ser maduro, tragarme el enojo, pero… él te trajo hasta el incendio, ¿no es así? Te cargó en brazos.

Sentí la rabia detrás de su voz, esa mezcla de orgullo herido y celos que yo conocía tan bien. Levanté la barbilla.

Tuvo que hacerlo —dije, firme, sin apartar la mirada—. ¿O qué? ¿Preferías que me arrastrara por el suelo? ¿Que me cargara como una bolsa de papas?

Shadow apretó los dientes. Su mano se alzó y tomó mi muñeca con firmeza, lo suficiente para que el moretón me punzara. Apreté los labios por el dolor, pero no retrocedí.

—Odio que te toque —murmuró, con una voz tan baja y rasposa que casi no parecía normal—. Lo detesto . Que ponga sus manos sobre ti, que se acerque como si tuviera algún derecho...

Acercó mi mano hacia él, con cuidado, pero sin soltarme. Su mirada se hundió en la mía, intensa, brutalmente honesta.

—Sé que está mal. Sé que es egoísta. Pero no puedo evitarlo. No quiero que te toque. No quiero que se haga el héroe contigo.

Bajó la mirada por un segundo, la mandíbula apretada.

—Sabía que no debía intervenir… Pero me aseguraba de que no te salvara, al menos no cuando yo estaba ahí.

Abrí los ojos. Mi corazón palpitaba tan fuerte que sentía el eco en los oídos. Una idea me atravesó de golpe.

—¿Por eso empezaste a ayudarme tanto durante las batallas contra Eggman? —pregunté, sin poder ocultar la incredulidad—¿No era solo estrategia? ¿Lo hacías para que Sonic no pudiera?

Shadow negó con la cabeza... pero su expresión decía otra cosa.

—¡Sí! No... —exhaló, frustrado—. Lo hacía porque me importas. Porque me preocupas. Porque no podía soportar la idea de que algo te pasara. Cubría tus espaldas, te salvaba si era necesario… pero también lo hacía para estar cerca. Para tener una excusa. Para poder tocarte. Para que...

Bajó la voz.

—Para que me vieras como lo veías a él.

Sentí un nudo formarse en mi garganta. No sabía qué decir. Porque era cierto. Me había acostumbrado a tener a Shadow cubriéndome, peleando a mi lado, cuidándome. Pensaba que era compañerismo. Pero ahora...

—Durante la batalla final contra Eggman, cuando te atrapó en las garras de su Titan Omega, esa vez... —su voz se quebró un poco—. Tus ojos me buscaron a mí. No a Sonic. A mí .

Me quedé helada. Sin saber qué responder. Recordé la presión de las garras metálicas, la desesperación al sentir que me partían el brazo. Y recordaba gritar su nombre. El de Shadow. No el de Sonic.

Shadow bajó la mirada, solo un segundo, y luego la alzó con algo más oscuro en los ojos.

—Cuando estabas en mis brazos, con el hombro dislocado, llorando de dolor… —trató de tragar, como si las palabras le costaran—. Sentí que no podía respirar. No pude aguantarlo.

Mi pecho se apretó, igual que esa vez, cuando la adrenalina me había abandonado y solo quedaba el dolor y la sensación de sus brazos alrededor mío.

—¿Y por eso rompiste nuestro juramento de llevarlo ante la justicia? —pregunté, bajito, casi con miedo a la respuesta—. ¿Por eso intentaste matarlo?

Su mandíbula se tensó. Su agarre se volvió más firme, pero no agresivo.

—Y no dudaría en volverlo a intentar —dijo con calma brutal—. Si Eggman vuelve a aparecer lo voy a matar. No voy a permitir que te vuelva a lastimar. Ni a ti ni a nadie. 

Traté de apartar mi mano de la suya, pero no me soltó. No aún.

Llevé la otra mano a mi cabeza, rozando la venda, sintiendo el dolor punzante debajo. Todo se sentía tan irreal. Tan... pesado.

—Entonces… —dije, bajando la mirada— es mi culpa que ya no le hables a Sonic.

—No, Rose —dijo enseguida—. Claro que no. No le hablo a ese idiota porque todavía no se ha disculpado.

—Pero si yo no hubiera estado ahí… si no te hubieras enojado así… —dije, mirándolo fijo—. No hubieras roto el juramento. No se hubieran peleado así. No habrían terminado a los gritos, a los golpes.

Shadow soltó una risa baja, sin alegría.

—Rose, lo que pasa entre ese imbécil y yo es cosa nuestra. No tiene nada que ver contigo. Nunca tuvo. Siempre fuimos una bomba esperando estallar. Él se puso en mi camino. Yo no quise detenerme. Eso es todo.

Solo pude suspirar. Mi cuerpo dolía, pero no tanto como mi mente. Como mi corazón, que parecía latir en un ritmo equivocado desde esta tarde.

—Solo llévame a casa —murmuré, con voz cansada. Sin enojo. Sin drama. Solo agotamiento.

Entonces, y solo entonces, Shadow soltó mi mano. Sus dedos se separaron de los míos con una lentitud que casi dolía.

Volvió al volante sin decir nada, encendió el motor, y el silencio que nos envolvió fue espeso. Casi sofocante.

Mientras el auto avanzaba por la carretera vacía, yo cerré los ojos un momento. Y solo pensé en llegar a mi cama.

Finalmente llegamos a mi casa. La figura esquelética de Amdruth nos recibió desde el techo, con sus dos cabezas mirando hacia abajo y los ojos rojos brillando como carbones encendidos. Un recuerdo inquietante de la festividad, que por un momento, parecía observarnos de verdad.

Me quité el cinturón con lentitud, abriendo la puerta mientras recogía mis cosas. Me colgué el bolso al hombro, tomé con una mano la bolsa blanca con los medicamentos y con la otra la que contenía mi ropa. Caminé hasta el porche con pasos cautelosos, aún sintiendo las molestias en el cuerpo. Me detuve un momento en medio del jardín, iluminada por las lámparas solares que simulaban llamas. Volteé la cabeza. Shadow estaba de pie junto al auto, observándome desde la distancia.

Le sonreí suavemente y asentí con la cabeza, indicándole que podía seguirme. Él captó el gesto de inmediato y comenzó a caminar hacia mí con su paso firme y silencioso.

Seguí hacia la puerta, dejé la bolsa de ropa a un lado y comencé a rebuscar las llaves en mi bolso. Las encontré enseguida, el llavero con forma de medio corazón plateado tintineó al sacarlas. Lo observé un segundo antes de girar la llave y abrir la puerta. Tomé la bolsa del suelo y entré a mi casa, encendiendo la luz del recibidor.

Un sonido de sorpresa se escapó de mis labios. El terremoto había dejado su marca también aquí.

Las velas artificiales estaban esparcidas por el suelo, los cuadros torcidos en las paredes, varios libros desparramados por la sala. Miré hacia abajo y vi trozos de cerámica rota bañados en agua, con pétalos de rosas rosadas desparramados entre los fragmentos. Algunos marcos de fotos estaban caídos, sus vidrios hechos añicos.

—El jarrón... —murmuré— Era uno de mis favoritos.

Shadow entró detrás de mí. Se detuvo al ver el desastre.

Sin decir una palabra, se agachó y comenzó a recoger las fotos, volviéndolas a colocar con cuidado sobre la mesita. Después tomó los trozos de cerámica en sus manos, con la delicadeza de alguien que no quiere dañar algo aún más de lo que ya está.

Yo salí de mi estupor y avancé hacia la sala. Coloqué ambas bolsas en la mesa de centro y fui a buscar papel y una bolsa plástica para guardar los restos del jarrón. Con los brazos adoloridos, nos pusimos a trabajar juntos. Sin necesidad de palabras, cada uno sabía lo que el otro necesitaba hacer.

Cuando terminamos, recogí con cuidado las rosas húmedas del suelo. Fui a la cocina y busqué un pichel vacío que pudiera usar como florero improvisado. Shadow, mientras tanto, limpiaba el agua del suelo con una toalla y devolvía libros y adornos a sus lugares. Era rápido y meticuloso, como si reparar mi espacio fuera también una forma de reparar lo que había pasado entre nosotros.

Me quedé un momento quieta, mirando las rosas. Las que me enviaba cada domingo sin falta, desde que empezamos a salir. Mis dedos rozaban los pétalos húmedos cuando hablé, sin mirarlo.

—Lo siento... Actué de forma muy inmadura.
Hice una pausa. Me armé de valor y continué:
—Confío en ti, Shadow. Sé que nunca traicionarías lo que tenemos... Es solo que… nunca imaginé que fueras tan popular.

Escuché sus pasos acercarse, seguros y pesados, y segundos después sentí el roce de su pecho contra mi espalda. Sus brazos me rodearon por la cintura con delicadeza, y me estremecí levemente al sentirlo tan cerca. Un latido de dolor me recorrió el abdomen, recordándome el moretón, pero no quise alejarme. Al contrario, apoyé la espalda contra él, buscando su calor.

Shadow apoyó su cabeza en mi hombro, su respiración cálida acariciando mi cuello. Mis manos buscaron las suyas por instinto, y entrelacé los dedos con cuidado, como si unirlos pudiera detener el paso del tiempo. Cerré los ojos, sintiendo su pecho moverse con cada respiración lenta. Permanecimos así unos instantes, envueltos en un silencio que lo decía todo, sin necesidad de palabras.

Entonces lo escuché decir, en voz baja, como si lo confiara solo al aire que nos rodeaba:

—Lo digo en serio, Rose. Eres la única mujer para mí.

Mi corazón dio un salto. La voz me salió apenas como un susurro, temerosa de romper la fragilidad del momento.

—¿Nunca hubo alguien más? ¿Algún antiguo amor, una chica linda que conociste en tus viajes?

Sentí cómo negaba suavemente con la cabeza. Su barbilla rozó mi hombro.

—No. Nunca. Tú has sido la primera —respondió sin titubear, con una seguridad que me desarmó.

Abrí los ojos y bajé la mirada hacia nuestras manos. Las suyas, más grandes, me envolvían con fuerza contenida. Mis dedos se aferraban a los suyos con una dulzura que solo compartes con alguien que amas de verdad. Ambos éramos el primero del otro. Primer beso, primera cita, primer noviazgo... nuestras primeras veces. La única diferencia era que yo sí me había enamorado antes. Pero nunca así. Nunca tan profundo.

—Lamento ser tan... territorial —murmuró de pronto, su voz más baja, más vulnerable, como si temiera a ser juzgado—. Sé que no está bien, que debería saber controlarlo... pero contigo… hay momentos en los que me desborda. No sé cómo manejar lo que siento.

Pude percibir la tensión en su cuerpo, la forma en que sus palabras cargaban más con culpa que con excusa. Apreté un poco más sus dedos entre los míos.

—Te entiendo más de lo que imaginas —susurré, sin apartar la vista de nuestras manos entrelazadas—. Pensé que había madurado, que había dejado atrás esa parte celosa, la que perseguía, la que necesitaba constante atención. Creí que ya no era esa Amy... Pero sigue ahí. Es más silenciosa ahora. Más consciente. Y me da miedo.

Respiré hondo, sintiendo cómo su pecho se movía con el mío.

—Me prometí no volver a sentirme así, a depender tanto. Pero cuando te vas durante días, cuando no puedes contestar… la ansiedad me revienta por dentro… 

—Yo siento lo mismo —admitió, apenas audible—. Cuando no estás conmigo, empiezo a pensar demasiado…Yo… yo te necesito más de lo que estoy acostumbrado a necesitar a alguien.

—Entonces estamos igual de jodidos —dije, con una sonrisa suave, casi resignada.

Shadow soltó una risa baja, grave, que me hizo vibrar el pecho.

—Supongo que sí —respondió, apretando un poco más mi cintura—. Pero al menos estamos jodidos juntos.

Me reí junto a él, pero sentí una punzada de dolor recorrer mi torso, y me tensé sin querer. Él lo notó de inmediato. Levantó la cabeza, sus brazos aflojaron la presión con un gesto lleno de preocupación.

Giré un poco el rostro, apenas lo necesario para mirarlo por el rabillo del ojo. Estaba tan cerca que su ojo color rubí parecía reflejar la luz del lugar, intenso, atento solo a mí. No dije nada. No hizo falta. Cerré los ojos completamente y me dejé llevar por ese impulso suave que me nacía del pecho.

Él respondió sin dudarlo.

Sus labios se encontraron con los míos en un beso lento, contenido, que apenas rozó mi boca al principio. Se sintió como una caricia: cálido, respetuoso, pero profundamente presente. Sus brazos me abrazaron con más fuerza y yo apreté sus manos, como pidiéndole que no me soltara todavía.

El beso continuó, creciendo poco a poco. Ya no era solo un roce: era un lenguaje íntimo, sin palabras, donde cada movimiento —cada suspiro compartido— decía más que cualquier promesa. Su boca se movía con una mezcla de necesidad contenida y ternura absoluta. No había prisa. No había urgencia. Solo nosotros, en ese instante.

Sentí su aliento calentar mi mejilla entre cada pausa breve, cada respiración contenida. El contacto seguía siendo suave, pero más decidido, como si por fin se permitiera quedarse un poco más. Mis dedos acariciaban los suyos con lentitud, y su pulgar se movía, apenas rozando el uniforme en un gesto inconsciente que me hizo estremecer.

Se separó de mí con un suspiro apenas audible, sus manos aún aferradas a mí, como si temiera que el momento desapareciera si me soltaba por completo.

—Descansa. Si necesitas ayuda, lo que sea, llámame. Vendré de inmediato —dijo con seriedad, mirándome a los ojos.

—Voy a estar bien —le aseguré, girándome un poco más para poder mirarlo mejor.—Pero aprecio mucho que lo digas. Gracias, Shadow.

Cuando finalmente nos separamos, lo hizo con lentitud, deslizando sus manos por mis brazos hasta que nuestras yemas se soltaron. Me miró por unos segundos más, como si necesitara asegurarse de que estaría bien realmente, no solo porque lo dije.

Shadow giró hacia la sala y comenzó a caminar. Su silueta se recortó brevemente contra la luz cálida del recibidor antes de cruzar el umbral. Ya en el porche, se detuvo un instante y levantó la vista hacia la figura de cobre de Amdruth, que lo observaba con sus ojos huecos, las dos cabezas erguidas y solemnes bajo el cielo nocturno.

Él ladeó ligeramente la cabeza, como si la estatua le hablara en silencio. Su mirada era serena, pero cargada de intención. Luego, murmuró algo con voz baja.

—Te traeré granos de café —prometió, como quien hace una ofrenda a un guardián antiguo.

Me apoyé en el marco de la puerta, observándolo, enternecida por ese gesto tan peculiar en él. Algo entre superstición y respeto. Algo que sólo compartiría conmigo.

—¿Cuándo es tu próximo día libre? —pregunté, aprovechando ese momento de calma.

—El jueves. —Dijo, dirigiendo su mirada hacia mi. 

—Perfecto. Vamos de compras. Necesito un florero nuevo… y podríamos buscar tu tocadiscos.

Asintió, con una leve sonrisa apenas curvó la comisura de sus labios.

—Hagámoslo. ¿A qué hora paso por ti?

—A las once —le respondí—. Quiero almorzar contigo antes.

—A las once, entonces —repitió.

Se acercó con lentitud, sin apuro, como si aún dudara de si debía irse. Sentí su mano enguantada rozar la mía, luego subir con delicadeza por mi brazo hasta alcanzar mi mejilla. Me sostuvo con tanto cuidado que me sentí hecha de porcelana.

Se inclinó, y cerré los ojos para recibirlo.

El beso fue suave, sí, pero también lleno de intención. No era un simple adiós; era una promesa silenciosa. Sus labios se quedaron apenas un segundo más de lo habitual, lo justo para que el mundo desapareciera otra vez. Mi corazón latió con fuerza, cálido y tranquilo a la vez, como si hubiera recordado que seguía seguro con él cerca.

Cuando se apartó, lo hizo con un último roce de nariz, como si no quisiera irse del todo. No dije nada. No hacía falta.

Lo vi caminar por el sendero del jardín, iluminado por las luces solares que titilaban en tonos anaranjados.

Llegó al auto militar, abrió la puerta, y antes de subir, me lanzó una última mirada por encima del hombro. Un leve asentimiento. Un “nos vemos pronto”.

Encendió el motor y desapareció en la distancia, tragado por la noche tranquila de Green Hills.

Cerré la puerta con suavidad, como si el más leve ruido pudiera romper la calma que habíamos construido entre los dos.

La casa estaba en silencio. Solo el suave zumbido del refrigerador llenaba el espacio.Tomé  la bolsa blanca con los medicamentos que había dejado sobre la mesa de centro y comencé a subir las escaleras, cada paso recordándome los moretones que ocultaba bajo el uniforme.

El baño me recibió con su familiar olor a humedad y jabón. Abrí la llave de la tina y dejé que el agua caliente comenzara a llenar el espacio con vapor. Me quedé un momento de pie, viendo el remolino crecer bajo el chorro, como si el mundo entero se redujera a ese pequeño caos.

Me desvestí con cuidado. Cada movimiento tiraba un poco de alguna herida. Me quité el uniforme de Neo G.U.N. con lentitud, sintiendo la aspereza de la tela contra la piel sensible. Luego las vendas: las del abdomen, los antebrazos, y por último, la de la frente. Caían como restos de un campo de batalla privado. Me miré en el espejo. Mis brazos estaban cubiertos de moretones. Tonos oscuros y verdosos que contaban una historia que aún me dolía admitir.

Solté un suspiro largo, exhalando parte del peso del día.

Tomé un puñado de sales aromáticas del frasco junto al lavabo y las dejé caer en la tina. El vapor olía a lavanda y eucalipto, y por un instante, me permití cerrar los ojos. Me metí con cuidado en el agua caliente, sintiendo cómo envolvía mi cuerpo como un abrazo silencioso. El calor hizo lo suyo. Relajó los músculos, pero también aflojó emociones que llevaba demasiado tensas desde la madrugada.

Cuando el agua comenzó a perder temperatura, salí con lentitud. Me envolví en una toalla y fui directo a mi habitación, el bolso colgando flojo de mi brazo y la bolsa blanca en mi mano. 

Busqué mi celular, puse una lista de reproducción tranquila —una banda nueva que había estado escuchando últimamente— y me dejé llevar por la melodía suave que llenó el espacio.

Tomé los antiinflamatorios con un poco de agua. Luego la crema: la apliqué en los moretones de los brazos, en la frente aún sensible, y en el costado adolorido del abdomen. Intenté vendarme de nuevo, con torpeza, pero al menos lo logré. Suficiente para dormir.

Me dejé caer en la cama con un suspiro. El colchón crujió apenas bajo mi peso. Activé las compresas frías y las acomodé sobre los moretones más sensibles. Cerré los ojos unos segundos, pero no vino el descanso. Solo pensamientos.

Hacía mucho que no recibía una paliza así. La última vez… había sido cuando me disloqué el hombro. El recuerdo volvió con nitidez, inesperado. Eggman había atacado la ciudad de nuevo —una de esas tantas veces en las que parecía que el mundo se detenía sólo para ver qué nueva locura traía entre manos. Me había atrapado entre las garras de su robot gigante. Y Shadow… Shadow fue quien me rescató.

Me había ayudado, como tantas veces durante el todo el año pasado. Cubriéndome las espaldas, peleando a mi lado, levantando escudos, atrapándome en sus brazos antes de caer hacia el vacío. Y sin darme cuenta, había empezado a notar su presencia antes de que él siquiera hablara.

Y aunque le agradecía siempre su ayuda, él sólo asentía, o me miraba unos segundos, y se marchaba sin una palabra. A veces me preguntaba si no sabía cómo responder. Si tal vez se sentía incómodo.

Pero era claro que empecé a esperarlo. A buscarlo con la mirada. A necesitar la compañía de mi compañero de batalla. 

Pero después de aquel último ataque, todo cambió. No hubo más misiones compartidas. No más encuentros fortuitos. Shadow volvió a desaparecer entre sus responsabilidades y su silencio. Solo encontrándonos durante las fiestas que yo organizaba. 

Y todo ese tiempo, estuvo guardando sus sentimientos, en lo más profundo de su ser. 

Mi mente siguió divagando, enlazando recuerdos como cuentas de un rosario. Hasta que el cansancio empezó a ganarme. El dolor aún estaba ahí, pero más suave. Más lejano.

Hasta que eventualmente me rendí ante el sueño.

Notes:

He estado dibujando de nuevo, haciendo fan art de Shadow y Amy. Si quieren pueden buscarme en Twitter o Instagram.

Chapter 30: Solo una cita normal

Chapter Text

El pitido de la alarma cortó la oscuridad con la precisión de una navaja. Eran las 4:00 a. m.

Extendí la mano entre las sábanas, a tientas, hasta alcanzar el celular. El sonido cesó en cuanto toqué la pantalla, pero no apagué la alarma de una vez. Me quedé ahí, con los ojos aún cerrados, esperando que el cuerpo obedeciera.

No lo hizo.

Todo estaba entumecido. Desde los dedos hasta los hombros, desde el abdomen hasta las piernas. Como si me hubieran rellenado de arena mojada. Cada músculo pesaba. Cada articulación parecía protestar en silencio por haber sido utilizada de más.

Fruncí el ceño. Tenía que levantarme. Tenía que preparar el panecillo de manzana para los clientes de la mañana, revisar si la cafetera industrial seguía goteando… y luego recordé.

La cafetería.

Vanilla la iba a cerrar por reparaciones. El terremoto de ayer había causado algunas grietas en la cocina y Vanilla quería que vinieran a inspeccionar, así que iba a suspender las operaciones por un par de días.

Me dejé caer otra vez sobre el colchón, mirando el techo sin verlo. Un suspiro largo se escapó de mis labios.

—Gracias.

No sabía cómo iba a poder amasar en este estado.

Giré la cabeza hacia mis brazos, aún vendados. Las vendas blancas contrastaban con la penumbra azulada que empezaba a colarse por la ventana. Sentí un leve ardor debajo de ellas, como un recordatorio silencioso de todo lo que había pasado ayer.

Cerré los ojos un momento más. Hoy podía quedarme en cama. Hoy… me lo iba a permitir.

Me volví a dormir sin darme cuenta. El colchón, tibio y pesado, me envolvió como un nido, y mi cuerpo dolorido se rindió a ese consuelo sin protestar. No fue hasta que una notificación vibró en la mesita que volví a abrir los ojos.

El cielo había cambiado. Ya no era la negrura azul de la madrugada, sino un gris suave con pinceladas doradas colándose entre las cortinas. Tal vez ya eran las nueve.

Me giré con pereza y estiré la mano hacia la mesita, tanteando hasta dar con mi celular. La pantalla brillaba con un mensaje:

Shadow: ¿Estás bien?

Sonreí un poco, aún medio dormida, y le contesté:

Yo: Sí. Ya no me duele la cabeza.

Me quedé mirando la pantalla, con el corazón más despierto que el cuerpo, como si esperara una respuesta inmediata. Aunque sabía que, a esa hora, probablemente ya estaba entrenando… o enterrado en informes.

Yo: ¿Te puedo llamar?

Apenas presioné “enviar”, el teléfono vibró y empezó a sonar Letting Go. Me giré hacia mi costado izquierdo, me acomodé mejor en la almohada, puse el teléfono contra otra almohada y acepté la videollamada.

Tardó un par de segundos en conectar, y entonces apareció su rostro. Llevaba puesta su chaqueta de Neo G.U.N. y un parche azul oscuro cubriendo su ojo derecho. Detrás, un cuarto blanco, sin detalles que pudiera reconocer de inmediato.

—¿Te interrumpí? —pregunté, bajando la voz.

Shadow negó con la cabeza.

—No, estoy esperando a que empiece la reunión.

Giró la cámara y me mostró una sala vacía. Era amplia, con una mesa de juntas larga, varias sillas de respaldo alto y una gran pantalla encendida al fondo. Por la posición, parecía estar sentado en la silla principal.

—¿Una reunión importante? —pregunté, todavía con voz dormida.

—Con los inversionistas y el director —dijo, mirando a un costado de la cámara—. Vamos a discutir el terremoto de ayer y cómo manejar la comunicación con los medios. También quieren saber si afectó alguno de nuestros laboratorios o depósitos.

Fruncí un poco el ceño, recordando algo.

—Ayer, cuando estaba en tu oficina con Chiquita, llamó un tipo llamado Lance. Le pedía a Chiquita que te despertara. Parecía urgente.

Shadow se recostó en la silla y soltó un suspiro largo.

—Lance es el director de Neo G.U.N.… y no puede hacer nada sin mí.

—¿El director? ¿O sea, tu jefe? —pregunté, un poco incrédula.

Él soltó una risa baja, casi burlona.

—No exactamente —respondió, negando con la cabeza.

Lo observé un momento, antes de cambiar el enfoque.

—¿Y tú cómo estás? ¿Te sientes mejor?

Asintió, aunque sin mucha energía.

—Más o menos. Solo un poco agotado… pero estoy tratando de comer mejor para compensarlo.

—¿Mucho papeleo?

Él dejó escapar otro suspiro, más profundo.

—Reportes, reportes y más reportes. El terremoto de ayer sacudió a todos los sectores, y todavía no termino de leer todo.

Hizo una pausa. Su tono cambió, volviéndose más seco.

—Y para colmo, la doctora Miller me pidió que me haga una evaluación psicológica.

Me mordí el interior del labio. Sabía perfectamente por qué.

Intenté sonar serena, aunque algo en mi pecho se tensó.

—Bueno… tal vez quiere asegurarse de que la regeneración no esté afectando tu salud mental. Y quién sabe, si hablas con un especialista, podrías empezar a entender la razón de tus pesadillas.

Shadow negó con la cabeza, con ese escepticismo agotado tan típico de él.

—Claro. Hablar con un loquero me va a curar mágicamente.

—Haz el intento, Shadow —dije con voz suave, sin reproche—. Nadie te está pidiendo que te abras por completo… solo que te des una oportunidad.

Desvió la mirada un instante, como si las palabras se le quedaran trabadas entre el orgullo y el cansancio. Luego, soltó un suspiro breve y murmuró:

—Está bien… lo voy a intentar —murmuró al fin, como si cada palabra le costara.

Sonreí, aliviada. Era un paso pequeño, pero un paso.

—Me alegra oír eso.

Hubo un silencio cómodo por unos segundos. Shadow observó la pantalla con ese gesto suave que solo aparecía conmigo.

—¿Estás en tu habitación? —preguntó de pronto.

—Estoy en mi cama —respondí, estirándome un poco bajo las sábanas—. La cafetería estará cerrada por unos días, así que me estoy dando el lujo de descansar.

—Eriza suertuda —dijo él con una leve sonrisa.

Le saqué la lengua juguetona y me reí bajito, dispuesta a continuar la conversación, cuando escuché un sonido: una puerta deslizándose, y vi cómo Shadow desvió la mirada de la pantalla y, con gesto repentinamente molesto, dejó el celular sobre la mesa sin colgar.

Lo escuché alzando la voz con ese tono seco y autoritario que no le escuchaba usar conmigo.

—Veinte minutos. Llegas veinte minutos tarde, Lance. Sabes perfectamente bien lo ajetreada que es mi agenda.

—Lo sé, lo sé —respondió una voz masculina, algo más liviana y burlesca—. Estaba desayunando con unos pesos pesados del gobierno. Ya sabes cómo les gusta hablar hasta que la comida se enfría. Me estaban rogando que te reemplazara. Otra vez. Yada yada. A pesar de que les explicó mil veces que sin ti, esta organización se hunde.

—No entiendo por qué sigues perdiendo el tiempo lidiando con ellos —espetó Shadow.

—Porque nos dan dinero —respondió Lance, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—No lo necesitamos. Tenemos fondos propios.

—Sí… pero nunca está de más una ayudita extra del gobierno. Además, tenemos una cierta alianza.

—Una alianza disfrazada —gruñó Shadow—. Nosotros hacemos el trabajo pesado, y ellos siguen pretendiendo que les importa el pueblo.

Lance dejó salir un suspiro cansado.

—Así es como es con los Pro-Mobian.

Me removí incómoda en la cama. Era una conversación privada, de trabajo, y aunque Shadow había dejado la llamada abierta, no me parecía correcto seguir escuchando. Alcé un poco la voz, apenas lo suficiente para hacerme notar:

—Creo que deberíamos colgar. Hablamos más tarde, Shadow.

Vi cómo él giraba la cabeza, sorprendido, y me miró con expresión de culpa al tomar el celular de nuevo en la mano.

—Lo siento, Rose. Se me olvidó que seguíamos en la llamada.

—¿Rose? —escuché decir a la otra voz—. ¿Amy Rose?

Pasos. Rápidos. Y entonces, en pantalla, apareció un ratón gris de mediana edad, con gafas demasiado grandes para su rostro y un tupé cuidadosamente peinado. Nada en él gritaba “cabeza de una organización paramilitar”, pero ahí estaba.

—Es un placer por fin conocerte en persona —dijo con entusiasmo sincero—. Mi hija era tu fan número uno. Cuando venías a revisar la reconstrucción, nunca tuve la oportunidad de saludarte. Si te pasas por aquí algún día, te invito a una cena de lujo.

Shadow frunció el ceño de inmediato. Se cruzó de brazos con brusquedad, los hombros tensos, el rostro endurecido.

—¿Estás invitando a mi novia a cenar? —preguntó, con un tono afilado que no se molestó en disimular.

Lance levantó las cejas, entre divertido e incómodo.

—Es solo una cena casual. Vamos, Shadow. Soy demasiado mayor como para tener intenciones con una jovencita.

—Yo soy mayor que tú —respondió Shadow, con los dientes medio apretados y el tono cada vez más seco—. Y eso no me detuvo.

—Sí, pero tú no pareces más de veinte. —sonrió Lance con picardía.

Yo interrumpí, con una sonrisa algo nerviosa mientras me tapaba mejor con la sábana, recordando que había ido a dormir recién duchada y con lo mínimo encima.

—Hola… Un gusto conocerlo, señor Lance.

—El placer es todo mío, señorita Amy —dijo con un gesto teatral—. Pásate cuando quieras. Y para que el comandante no me lance por una ventana, vamos los tres a cenar. Así, quedamos en paz.

—Gracias por la invitación, señor Lance. Es muy amable de su parte —dije con un tono genuinamente cortés—. Si se presenta la oportunidad, sería un gusto acompañarlos a cenar.

—Le diré a Chiquita que se lo agregue a su agenda. —dijo Lance con una sonrisa.

Shadow me miró, con una expresión incómoda, como si quisiera que todo esto se acabará de una vez.

—Nos hablamos más tarde, Rose. Y si necesitas cualquier cosa… no dudes en llamarme.

—Lo haré —le dije, sonriendo con suavidad.

Entonces Lance suspiró dramáticamente y se llevó una mano al pecho.

—Ah, mi corazón… Tal vez debería buscarme una novia también. Ya me estoy sintiendo solo entre tanto romanticismo.

Shadow ni lo miró. Solo respondió con sequedad:

—¿Y crees que tu ex te deje?

Lance soltó una carcajada amarga.

—Por favor. Ya me quitó la mitad de todo lo que tenía… ¿qué más podría quitarme?

Shadow arqueó una ceja, sin perder su tono impasible:

—La dignidad. Aún te queda un poco.

—Touché —dijo Lance, con una sonrisa resignada.

Yo me reí desde mi lado de la pantalla, negando con la cabeza.

Como última despedida, le lancé un beso a la pantalla con una sonrisa juguetona. Vi a Shadow entrecerrar los ojos apenas un segundo, y luego—para mi deleite—sonrojarse un poco. Apenas un matiz en sus mejillas, pero lo suficiente para hacerme sentir como si acabara de ganar algo importante.

Terminé la llamada con cuidado y dejé el celular sobre mi pecho, soltando un suspiro largo, casi contento.

Hoy no iba a hacer nada más. La cafetería seguiría cerrada por un par de días, y mi cuerpo, cubierto aún de moretones, pedía descanso a gritos. Así que me hundí en las sábanas, dejando que me abrazaran como si fueran parte del colchón. El calor suave, el silencio... todo invitaba a una tregua

Pero… entonces recordé las cartas.

Shadow no había dicho nada al respecto. Ni una palabra. ¿Será que no lo ha revisado aún? Ha estado tan ocupado… aunque si entró a su oficina, seguro notó mi olor. Tal vez pensó que Chiquita me dejó pasar un momento. Pero aun así… no podía quitarme la espinita.

No podía preguntárselo ahora. Estaba en una reunión. Y no quería parecer ansiosa.

Tomé el celular otra vez y abrí Mobopic, ignorando todas las notificaciones. Busqué el perfil de Chiquita y le mandé un mensaje corto:

Yo: Buenos días.

Pasaron unos minutos y me respondió como un torbellino de energía:

Chiquita: ¡¡¡Buenos días Amy!!! Ahhh no puedo creer que me sigas y que le hayas dado like a nuestra selfie!! ¡Mi novio está celosísimo jajajaja! ¿Cómo estás? ¿En qué te puedo ayudar?!!🥰✨

No pude evitar sonreír. Usaba muchos más emoticones de los que yo jamás me atrevería, pero su entusiasmo era contagioso.

Yo: Necesito pedirte un favor.

Chiquita: ¡Clarooo! ¿Qué necesitas?!! Lo que sea por ti, en serio.🤩

Yo: ¿Shadow ha actuado raro hoy? ¿Diferente?

Chiquita: ¿El Comandante? Mmm… no. Igual que siempre. Súper metido en el trabajo. Apenas llegué a la oficina hace una hora y ya tenía una montaña de papeles en mi escritorio para transcribir. Estuvo toda la mañana revisando informes. ¡Ni siquiera se tomó su cafecito! ☕️

Yo: ¿Y no ha dicho nada sobre su oficina? ¿Las cartas?

Chiquita: No, nada de eso. Solo preguntó por qué moví la estatua de Amdruth al librero. Yo le dije que la había puesto en su escritorio, pero… ¡me dio cosa! Porque yo no la moví!! 😱

Me quedé en silencio, leyendo ese último mensaje. Así que sí notó algo. Pero no las cartas. ¿Quizá aún no las ha visto? ¿O simplemente no ha dicho nada?

Chiquita: Si estás preocupada por el Comandante… puedo ser tu espía personal jejeje😎

Yo: Gracias por la oferta, Chiquita, pero mejor no. Sería como no confiar en él.

Chiquita: Oki doki, entiendo jeje. Pero si cambias de opinión, ¡aquí estoy!

Yo: Gracias por responder. En serio.

Chiquita: ¡Para ti siempre tengo tiempo! ¡Cualquier cosa, me escribes! 🥰

Sonreí y puse el teléfono otra vez sobre mi pecho. Mi cuerpo dolía, y mi mente no quería dejarme descansar del todo. Giré el rostro hacia la ventana: la luz de la mañana ya era plena, sin sombras. No podía quedarme en cama todo el día.

Me obligué a levantarme. Lo primero fue una ducha.

Frente al espejo del baño, el chichón de mi frente se había desinflado un poco, pero los moretones en mis brazos y costado seguían allí, oscuros, feos, sensibles. No iban a desaparecer pronto. Pero no era la primera vez que algo así me pasaba. Las batallas contra Eggman solían dejarme marcas. Ésta solo era una más… aunque doliera diferente.

Me bañé con cuidado, volví a aplicarme la crema y me coloqué vendajes nuevos. Luego me vestí con una pijama limpia, suave, calentita. Algo que me abrazara sin presionarme.

Y por fin, con pasos lentos, me dirigí a la cocina.

Me preparé un tazón de cereal—algo simple, rápido, sin esfuerzo—y me fui al sofá, moviéndome con cuidado, como si cada paso fuera una pequeña prueba. No podía hacer mucho más. No quería usar los brazos. Solo el acto de levantar la cuchara ya me hacía fruncir el ceño.

Esto no era lo que tenía planeado para esta semana.

Quería hornear. Tenía todo listo desde hace días: mantequilla sin sal, harina especial, moldes nuevos, y la batidora preciosa que me había regalado Shadow… aún reluciente, esperando ser usada más allá de pruebas pequeñas. Iba a probar varias recetas nuevas, ver cuál funcionaba mejor para llevar a la fiesta de cumpleaños de Tails la próxima semana. Quería hacer algo especial, algo que él recordara.

Y ahora, con los brazos así… ¿cómo iba a mezclar nada? ¿Cómo iba a cargar cajas, o bandejas, o incluso decoraciones? Suspiré, apoyándome con suavidad en el respaldo del sofá.

Supongo que para la próxima semana ya estaré mejor.

Y si no… bueno, podría pedirle ayuda a Shadow. Él siempre encontraba un espacio para los cumpleaños, a pesar de que no es su estilo. Aunque nunca decía mucho, se quedaba por ahí, de pie, con los brazos cruzados, como si solo estuviera cumpliendo.

Yo pensaba que era por cortesía. Que tal vez Rouge lo arrastraba o que venía por compromiso. Nunca lo vi como algo más... hasta que me confesó que siempre iba por mí.

Me quedé mirando el cereal, el corazón apretado por dentro. ¿Cuántas veces estuvo allí, en silencio, esperando que yo lo mirara... mientras yo solo tenía ojos para Sonic?

Entonces lo recordé, y me reí sola, casi escupiendo el cereal.

Siempre que Shadow venía a las fiestas, los regalos eran “de parte de él y Rouge”. Yo pensaba que era solo eso: un gesto educado, una formalidad. Seguro él le daba la mitad del dinero y Rouge se encargaba de elegir el obsequio. Normal, ¿no?

Pero a mí…

 siempre me daba algo más. Una tarjeta de regalo.

Al inicio eran sencillas, con dibujitos y una cantidad simbólica.

Pero después… Eran de esas que parecen una tarjeta de crédito dorada con chip, de esas que tienen un límite altísimo y que vienen en una cajita negra con moño satinado.

Me compré ropa, accesorios, libros… de todo con esas tarjetas. Y todo el tiempo pensé: “Wow, qué generoso. Es frío como un témpano, pero tiene un gran corazón”.

Solté un pequeño grito y me tapé la cara con las manos.

—¡Ahhhhhhh! ¡¡Me estaba cortejando!! ¡Y yo ni me daba cuenta!

Hundí la cabeza contra el respaldo del sofá, ahogando una risa avergonzada. Me sentía completamente tonta. ¿Cómo no me di cuenta? Siempre me he creído experta en leer a las personas, en captar esos pequeños gestos que otros pasan por alto, en descifrar tonos, silencios, miradas… ¡Y con él estaba a ciegas!

—¡Ay, por favor! —me reí, sacudiendo la cabeza con incredulidad— ¿Qué otras señales dejaste por el camino, Shadow?

Me quedé mirando el techo, los ojos entrecerrados, mientras mi cerebro empezaba a repasar todo como si intentara resolver un rompecabezas. ¿Cuántas veces habíamos estado juntos en el campo de batalla? ¿Cuántas veces me cubrió las espaldas sin dudarlo, como si su vida no importara tanto como la mía?

Recordé cómo me protegía de ataques que yo no alcanzaba a ver. Cómo me sostenía cuando flaqueaban mis piernas. El modo en que, sin decir nada, tomaba mi mano con esa delicadeza casi reverente para ayudarme a levantarme. O cómo a veces —muy de vez en cuando, como si le costara el alma— me lanzaba algún cumplido breve sobre mis habilidades en combate. Seco, directo, sin adornos… pero siempre sincero.

Y yo… yo simplemente lo asumí como profesionalismo. Como una extraña forma de compañerismo silencioso. Nunca pensé que estaba intentando decirme algo con todo eso.

Cerré los ojos, exhalando profundamente. Entonces un último recuerdo vino a mi.

Eran cerca de las dos de la tarde y mi turno estaba por terminar. La cafetería estaba casi vacía, solo había dos mesas ocupadas, y yo estaba acomodando las últimas bandejas en el mostrador refrigerado. La repostería brillaba bajo la luz del expositor: panecillos de especias, mini tartas de crema, pastelitos glaseados. Estaba tarareando bajito, limpiando las orillas del vidrio, cuando algo fuera del ventanal llamó mi atención.

Allí estaba Shadow.

Con los brazos cruzados y el ceño más fruncido de lo normal, caminaba lentamente por la acera frente al local. Dio dos pasos hacia la puerta, se detuvo. Luego giró sobre sus talones y se alejó un poco. Parecía... inseguro. Shadow, el mismo que podía entrar en una base enemiga sin pestañear, se veía como si estuviera librando una batalla contra el mismo suelo que pisaba.

Fruncí el entrecejo, me limpié las manos y salí por la puerta principal.

Apenas me vio, se enderezó. Tenía una expresión dura, como siempre, pero sus ojos se desviaban constantemente, sin poder quedarse fijos en mí mucho tiempo.

Entonces noté que tenía algo en la mano. Un sobre negro y elegante, con el logo de Neo G.U.N, que apretaba con los dedos enguantados como si le quemara. Parecía querer decirme algo, pero las palabras no le salían. Abrió la boca varias veces, y nada. Su cuerpo tensó los hombros, como si lo que fuera a decirle costará más que cualquier otra cosa que hubiera hecho en su vida.

Yo no entendía qué pasaba. Shadow estaba allí, parado frente a mí, con ese sobre en la mano, luchando con sus palabras como si fueran enemigos difíciles de vencer. Entonces, casi en un murmullo, me preguntó si tenía planes para Año Nuevo.

Yo, sin pensarlo demasiado, empecé a hablarle de inmediato, con una sonrisa en la cara. Le conté que sí, que iba a ir a la fiesta comunitaria en Green Hills, que había escuchado que habría fuegos artificiales en la plaza. Le hablé de cómo ya tenía preparado mi vestido rojo, y cómo esperaba que Sonic también fuera, como siempre. Que este año iba a intentar quedarme cerca de él justo antes de medianoche… y que quizás, solo quizás, si el ambiente era el adecuado y él estaba de humor, podría recibir por fin ese beso de Año Nuevo que llevaba tantos años esperando.

Mientras hablaba, ni siquiera miraba a Shadow. Estaba perdida en la idea, en la fantasía, riéndome y gesticulando con entusiasmo.

Cuando finalmente volví a mirarlo, él solo me observaba en silencio. El sobre seguía en su mano, pero ya no parecía tener intención de dármelo. Su expresión era completamente neutra… o eso pensé en ese momento. Ahora que lo recuerdo, había algo más. Una tensión en su mandíbula, un leve apretón en su entrecejo.

Y él… simplemente cerró el puño en torno al sobre.

Después, sin decir nada más, lo guardó en su chaqueta. Me dio un leve asentimiento de cabeza —ese gesto que parecía decir tanto y tan poco—, y se fue. Sin explicaciones.

No le di importancia en ese momento. Solo pensé que había tenido un mal día. Pero ahora, con la perspectiva que da el tiempo y el cariño que tengo por él... todo toma otro color.

El sobre era para mí. Él había ido a buscarme, había hecho el esfuerzo de estar ahí, y yo ni siquiera supe verlo.

Me sentí tonta. Tan tonta. ¿Cómo no lo noté?

Me llevé las manos a la cara y dejé escapar un grito ahogado, como si pudiera exhalar la vergüenza de golpe. Mis mejillas ardían, entre la incredulidad y la frustración.

Bajé la cabeza lentamente, mis dedos jugando con el tazón de cereal que tenía sobre las piernas.

Si me hubiera dado cuenta... ¿habría cambiado algo? ¿Lo habría visto con otros ojos? ¿Lo habría rechazado sin entender lo que sentía? Nunca lo sabría. Nunca antes alguien me había mostrado que le gustaba, más allá de una amiga.

Solté una risa vacía y me recosté más en el sofá, negando con la cabeza. No quería perder el día dándole mil vueltas a algo que ya no podía cambiar.

Miré el control remoto, lo tomé con una mano y solté un suspiro largo. Terminaría de desayunar, tomaría mis medicamentos, pediría comida para el almuerzo y me sumergiría en una maratón de películas románticas, de esas donde el amor siempre aparece a tiempo, incluso cuando todo parece perdido.

Y así pasaron dos días enteros. Dos días conmigo misma, envuelta en cobijas, pegada a la televisión, sin hacer absolutamente nada. Solo descansar, sanar, dejar que mi cuerpo y mi mente encontraran un poco de paz.

Pero el descanso se acababa. Ya era jueves. Tenía una cita con Shadow.

Me miré en el espejo del baño, acomodando el flequillo con delicadeza. El chichón había bajado bastante; apenas se notaba bajo el cabello. Me puse un vestido grueso de manga larga, de esos que abrigan sin ser pesados, perfecto para ocultar los vendajes en mis brazos y los moretones que aún dolían un poco si los tocaba. Ya había desayunado bien, tomado mis medicamentos, y sentía que por fin podía tener algo de energía. Hoy podía estar con él… y pretender, aunque fuera un rato, que nada había pasado.

Tomé el celular. Eran casi las once. Shadow iba a llegar pronto.

Me alisté con cuidado, tirando suavemente de las pantimedias gruesas hasta acomodarlas, ajustando mis botas altas y guardando el celular en el bolso. Salí de la casa y cerré la puerta con llave, dejando atrás el aire tibio del interior. Me senté en el columpio hamaca del porche, balanceándome despacio mientras observaba el jardín. El viento de otoño levantaba las hojas secas en remolinos naranjas y dorados, como si la estación me saludara con una caricia.

Entonces volví la vista hacia la estatua de cobre de Amdruth. Otra vez sus dos cabezas habían girado en una dirección distinta a la que recordaba.

—Ya entiendo por qué te vendieron —le dije, en voz baja, con una sonrisa cansada, como si el viejo espíritu pudiera escucharme.

No tuve que esperar mucho.

El rugido conocido de su motocicleta interrumpió el silencio suave del vecindario. Shadow apareció al doblar la esquina, y estacionó frente a la casa con elegancia contenida. Llevaba una chaqueta color vino, una que no le había visto antes. Le quedaba demasiado bien.

Me puse de pie al instante, bajando con cuidado del columpio para acercarme a él.

Apenas se bajó de la moto, me regaló una sonrisa pequeña pero sincera. Yo le devolví una más amplia, sintiendo cómo se aflojaba algo dentro de mí. Extendí los brazos, con cuidado de no estirar demasiado los moretones, lo abracé. Él me sostuvo con firmeza, sin apretar, cálido como siempre.

Nos separamos solo lo suficiente para besarnos, un beso breve, suave y familiar. Su aroma era suave, una mezcla de algo que ya reconocía como suyo y un leve toque de lavanda. No olía al metal ni a químicos de la cápsula de regeneración. Olía a él.

Saqué las llaves de mi bolso y, con una sonrisa coqueta, se las extendí.

—¿Me llevas al centro comercial?

Él las tomó con una sonrisa de lado, divertida.

—Será un placer.

Sonreí también, y caminamos hacia mi auto. Shadow me abrió la puerta del pasajero como siempre, con ese aire caballeroso que nunca perdía. Me acomodé en el asiento, y lo observé rodear el coche para subirse al volante. Encendió el motor con suavidad.

—¿A cuál quieres ir? —preguntó.

—Al Silver Plaza, en Stadium Square —respondí, mientras me abrochaba el cinturón.

Encendí la radio y justo empezó una de mis canciones favoritas. Sonreí de inmediato y empecé a cantarla en voz baja, balanceando los pies al ritmo. Pero lo que me sorprendió fue lo siguiente: la voz grave y monótona de Shadow uniéndose a la melodía, cantando conmigo. No murmurando ni tarareando como solía hacer. Cantando.

Lo miré, y él me devolvió una mirada fugaz antes de volver los ojos a la carretera, sin dejar de cantar.

Seguí cantando también, creando un dueto inesperado, encantador. Tenía a Shadow a mi lado, cantando pop pegajoso conmigo, como si fuera lo más natural del mundo. Recordé que había tarareado las canciones durante nuestras vacaciones en auto, pero ahora me daba cuenta de algo: Shadow se sabía la letra de todas las canciones. ¿Le gustaban de verdad… o las había aprendido solo por mí?

Eventualmente llegamos al centro comercial. Shadow estacionó cerca de la entrada principal, se bajó primero y me abrió la puerta. Apenas puse un pie fuera, instintivamente busqué su brazo, y él lo dejó libre, metiendo las manos a los bolsillos de su chaqueta mientras yo lo rodeaba con ambas manos. Lo quería cerca. Quería sentirlo ahí.

El techo alto del Silver Plaza nos recibió con su luz artificial. La Noche de Dos Ojos se había apoderado del lugar. Guirnaldas de hojas secas, hilos de luces cálidas y farolillos en forma de ojos colgaban de los pasillos superiores, proyectando sombras danzantes sobre el suelo brillante. En las jardineras que rodeaban la fuente, habían colocado pequeñas figuras de Amdruth en paja trenzada: unas con la cabeza de venado, otras con la de lobo. Incluso el quiosco de información estaba decorado con dos linternas talladas en forma de calabazas-ojos, que parecían seguirte con la mirada.

Todo tenía ese aire festivo, ligeramente inquietante.

Y en el centro, la vista imponente de la fuente central, donde la estatua gigante de Silver dominaba el espacio. Su figura heroica, solemne, mirando al frente con determinación. Como si aún estuviera listo para salvar el mundo.

—¿Recuerdas cuando Silver vio esta estatua por primera vez? —dije, con una sonrisa divertida.

—Fue cuando entendió que sí había muerto. Bueno… no él, este Silver —respondió Shadow, bajando la voz un poco— Hizo un gran sacrificio por este mundo.

Asentí, con un nudo en la garganta.

—Dio su vida por nosotros—agregué en voz baja— Si no fuera por él… todo se habría acabado.

Nos quedamos en silencio, los dos mirando la estatua. Recordando al joven erizo que vino del futuro para proteger un presente que no era suyo. Que nos salvó a todos sin esperar nada a cambio.

Dejando atrás la melancolía que nos envolvía frente a la estatua de Silver, nos internamos más profundamente en el centro comercial. Las luces altas y brillantes nos bañaban mientras caminábamos entre tiendas y vitrinas relucientes, y pronto me di cuenta de que no pasábamos desapercibidos. Podía sentirlo: las miradas, los susurros, incluso el discreto destello de cámaras de celular apuntando hacia nosotros. Algunas personas se detenían descaradamente a vernos, como si no creyeran lo que veían.

Pero yo decidí ignorarlo. No iba a dejar que me arruinaran el día.

Apreté un poco más el brazo de Shadow con el mío y mantuve la cabeza en alto, tratando de enfocarme en lo importante: disfrutar este rato juntos. Mi mirada se perdía de vez en cuando en las vitrinas, especialmente cuando pasábamos frente a tiendas de ropa o calzado. Había botas preciosas, vestidos otoñales de tela gruesa, suéteres con cuello alto y guantes suaves… Todo me llamaba. Me picaban las manos por entrar a probarme cosas, pero me contuve.

Especialmente porque sabía que si decía una sola palabra, Shadow pagaría sin pensarlo dos veces. Él no dudaba. Si yo quería algo, él lo conseguía.

Pero hoy no estábamos aquí para eso.

Nos desviamos hacia la tienda departamental más grande del mall, y yo lo guié directo a la sección de hogar. El florero se había roto debido al terremoto, y quería encontrar uno nuevo. Algo que combinara con el resto de los recuerdos que decoraban ese rincón tan especial para mí.

Al entrar, me sumergí entre estantes llenos de cerámicas y cristales. Había floreros altos, delgados, dorados, con patrones grabados; otros más modernos, minimalistas; algunos de colores pastel que se veían adorables, y unos de vidrio soplado que brillaban como gotas de agua. Sentí a Shadow a mi lado, silencioso, observando con atención cada pieza que yo alzaba. Tomaba algunos entre sus manos, girándolos con cuidado, evaluándolos con esa expresión analítica que ponía cuando algo realmente lo hacía pensar.

Me gustaba verlo así. Metido en las cosas pequeñas.

Finalmente, lo vi. Era perfecto: negro, de líneas simples pero elegantes, con un acabado mate que combinaba con la madera oscura de la mesa. Lo levanté con ambas manos, lo miré desde distintos ángulos, y supe que ese era el indicado.

Y ese iba a ser nuestro único objetivo.

Pero, por supuesto, no fue así.

Terminamos eligiendo también unos marcos nuevos para las fotos, un mantel de lino color rojo oscuro, un juego de sábanas suaves que estaban en oferta y un par de moldes para hornear con formas divertidas que me hicieron sonreír. No tenía idea de cómo sucedió. Solo ocurrió. Como si el tiempo se doblara cuando estaba con él, y de pronto había más cosas en nuestras manos de las que planeábamos.

Shadow terminó cargando con todo. No discutí. No sabía si lo hacía por costumbre, por cortesía o porque se dio cuenta de que mis brazos estaban adoloridos. Pero fuera cual fuera la razón, me conmovía. En su silencio siempre había gestos que hablaban más fuerte que las palabras.

Ya cerca de la caja, pasamos por la sección de juguetes. No fue algo planeado… simplemente, mi mirada se desvió hacia una estantería baja repleta de peluches redonditos y adorables. Algunos tenían forma de frutas, otros de animalitos, todos con colores pastel y caritas bordadas que parecían suplicar un abrazo.

Uno en particular capturó mi atención. Se veía increíblemente suave, blandito como una nube, y tenía una sonrisa diminuta que me derretía el corazón. Su cuerpo estaba formado por capas de colores: la base era beige, como un bizcocho esponjoso; encima tenía una franja rosada con puntitos blancos que simulaban glaseado o chispas de azúcar; y coronándolo todo, un copito blanco bordado —como si fuera crema— con una pequeña fresa encima. Sus ojitos eran redondos, negros y brillantes, con una expresión amable, tranquila… feliz.

Me acerqué sin pensarlo, lo tomé entre mis manos y giré la etiqueta entre los dedos, como si eso fuera a darme una excusa para llevármelo. Shadow se acercó entonces, con las cosas en los brazos, y miró el peluche con una ceja ligeramente levantada. Su ojo se entrecerró, como si intentara descifrar qué estaba viendo exactamente.

Yo sonreí una última vez y lo volví a dejar en la estantería con cuidado.

—Vamos —le dije, girándome para seguir caminando.

Pero él no se movió de inmediato. Mantuvo la mirada en el peluche un segundo más y dijo, con voz baja pero firme:

—Agárralo.

Lo miré, sorprendida.

—¿Qué?

—El peluche —repitió, sin rodeos— Tómalo.

Me acerqué de nuevo y lo recogí, con las dos manos. Me quedé ahí por un instante, abrazándolo suavemente contra mi pecho. Era tan, tan suave… y olía a algodón nuevo, a estante limpio y ternura envuelta en tela.

Una sonrisa se me escapó sin que pudiera evitarlo.Lo abracé con fuerza, como si fuera un pequeño secreto entre nosotros. Uno tonto, tierno y sin necesidad de explicación.

Shadow no dijo nada más. Se giró y siguió caminando hacia la caja, con ese paso firme, seguro y constante de siempre. Al llegar a la caja, pagó por todo, como era costumbre, sin dejarme opinar lo contrario. Tomó la bolsa plástica llena de las compras y la sostuvo en su mano.

Al salir de la tienda, me extendió su brazo, ofreciéndomelo de nuevo. Lo tomé sin dudar, apoyándome en él con ternura. En mi otro brazo, bien protegido, llevaba el peluche nuevo. Una bolita de pastel que me haría compañía por muchas noches más.

Caminábamos hacia nuestro siguiente destino: una tienda de música para que Shadow escogiera un tocadiscos. Durante las vacaciones, había comprado varios discos en un mercadito—viejas joyas que ojeó con una mezcla de nostalgia y concentración, como si cada portada le contara una historia. Cuando me mostró su pequeña colección con un brillo sutil en los ojos, le sugerí que podía comprarse un tocadiscos para escucharlos de verdad, no solo tenerlos como reliquias.

Mientras andábamos entre el flujo de gente, trataba de recordar exactamente dónde estaba la tienda. Sabía que estaba en uno de los pisos superiores, pero el centro comercial era tan grande que me costaba ubicarme. Íbamos a paso tranquilo, hasta que una voz nos cortó en seco.

—¡¡Hey, hey!! ¡¿Ustedes dos pueden detenerse un momento?!

Me giré, parpadeando con desconcierto. Una chica iguana de piel verde lima, con un abrigo blanco, se acercaba a nosotros con un micrófono en mano, una sonrisa ensayada en el rostro y una energía que me pareció… excesiva. A su lado venía un chico alce, alto y delgado, con una cámara grande colgando del cuello y el celular grabando en mano. Sentí que algo en su cara me resultaba vagamente familiar, pero no lograba ubicarla. Tal vez la había visto en alguna red social. O tal vez era solo su forma de moverse, tan artificialmente entusiasta, que me recordaba a cientos de otros streamers.

La iguana se paró frente a nosotros, como si ya supiera que no íbamos a rechazarla.

—¡Hola! Soy Shyle, del canal el Rincón de Shyle, ¡y me encantaría poder hacerles una entrevista! ¿Puedo hacerles unas preguntas rápidas?

Mi mirada fue directa al celular, cuya cámara ya apuntaba hacia nosotros.

Instintivamente, apreté el brazo de Shadow.

Sentí su cuerpo tensarse. Al mirarlo de reojo, pude ver su mandíbula marcarse bajo el pelaje, y, cómo su ceño se fruncía con lentitud, formándose esa mirada suya que no necesitaba palabras: fría, filosa. Una amenaza en sí misma.

No. No ahora.
Sabía lo que estaba a punto de pasar. Lo vi en su mirada.
Si decía una palabra, si respondía con ese tono suyo, seco y brutal, el clip daría la vuelta al mundo. "Shadow el agresivo", "La pareja problemática", "¿Amy está con él por miedo?"

No. No iba a permitirlo.

Así que sonreí. Una risa nerviosa se escapó de mis labios mientras me adelantaba medio paso, aún colgada de su brazo.

—¡Claro! No hay problema. Solo unas preguntas rápidas, ¿verdad?

La streamer asintió, animadísima, sin notar el pequeño apretón que le di al brazo de Shadow, como si intentara calmar a una bestia enjaulada. Sentí su mirada clavarse en mí por un segundo, dura… pero no dijo nada. Se dejó llevar.

Y yo respiré hondo.
Sabía que esto era un riesgo, pero también sabía que, a veces, ser amable era el escudo más fuerte.

La streamer alzó el micrófono con energía, con esa sonrisa permanente que parecía pegada con pegamento industrial.

—¡Estamos en vivo con una pareja icónica que nos encontramos de pura suerte! —dijo, girando la mirada hacia el celular y luego de nuevo hacia nosotros— ¡Amy Rose y Shadow the Hedgehog! ¡Wow! ¡Qué honor tenerlos aquí! ¿Cómo están?

Yo asentí suavemente y respondí antes de que Shadow pudiera decir algo.

—Bien, gracias. Solo estamos aprovechando un pequeño día libre —dije con una sonrisa educada, manteniendo el tono ligero, casi juguetón.

Shadow no dijo nada. Su silencio no era hostil, pero tampoco amable. Se limitó a mirar a la cámara como si estuviera esperando que se apagara.

La chica rió nerviosa, como si sintiera el filo invisible que él proyectaba.

—¡Qué bueno! Y bueno, sabemos que son una pareja muy comentada últimamente en redes. ¿Cómo manejan toda la atención mediática?

Me tensé apenas un poco. Lo disimulé girándome hacia Shadow con dulzura, acariciando su brazo con mi mano libre antes de responder.

—Trato de no leer demasiados comentarios —dije— A veces solo hay que enfocarse en lo que de verdad importa. Estar juntos. Cuidarnos. Reírnos un poco de todo eso.

—¡Awww! —exclamó la iguana— ¿Y tú, Shadow? ¿Qué opinas de todo el ruido en redes? ¿Eres más reservado o te gusta molestar un poquito a los haters?

Una pausa.

Por un momento creí que no diría nada. Pero entonces lo escuché.

—No me interesan.

Su voz fue grave, medida. Lo suficientemente cortante como para que nadie pudiera confundirla con simpatía, pero tampoco tan seca que podía interpretarse como una provocación directa. Lo conocía bien: esa era su forma de cooperar... sin rendirse.

La streamer tragó saliva, todavía sonriendo.

—¡Directo y claro! Jajaja. Está bien, está bien. ¡A todos les encanta su estilo! Última pregunta, lo prometo: ¿qué es lo que más les gusta del otro? Algo que tal vez no todos sepan.

Me reí, ahora un poco más cómoda. Esa pregunta era fácil.

—Shadow es increíblemente atento y caballeroso —dije con una sonrisa suave, elevando un poco la vista como si buscara entre mis recuerdos— Siempre se asegura de que esté bien, incluso en los pequeños detalles. Y tiene una forma muy suya de demostrar cariño... a veces silenciosa, pero siempre sincera.

La iguana asintió, enternecida. Luego giró hacia Shadow con expectativa.

Él me miró por un segundo, y luego habló.

—Rose es el amor de mi vida —dijo, sin titubear— La mujer más hermosa que he conocido, por dentro y por fuera. Cuando ella sonríe, todo lo demás deja de importar.

Sentí cómo el calor me subía de golpe al rostro, como si alguien hubiera encendido una lámpara detrás de mis mejillas. Apreté con fuerza el peluche que tenía en la mano, hundiendo los dedos en su panza acolchada para no llevarme las manos a la cara como una adolescente enamorada. Mis labios temblaron un poco, y bajé la mirada, sin poder evitar una sonrisa tonta, embobada.

La streamer se llevó ambas manos a la boca y soltó un chillido bajito.

—¡Ay, por favor! ¡Eso fue como una declaración de película! —exclamó, visiblemente emocionada— ¡Yo quiero que alguien me mire así algún día!

Yo levanté la vista, directo al rostro de Shadow, quien seguía con la misma expresión de siempre, como si no se diera cuenta del peso de lo que acababa de decir. Como si para él, simplemente, esa fuera la verdad y ya.

Miré un poco a mi alrededor... y me di cuenta de que varias personas se habían detenido a vernos. Nos estaban rodeando. Algunos grababan con sus teléfonos. Otros solo miraban con sonrisas o susurros. Tragué saliva.

Entonces la iguana se giró hacia la cámara que el chico alce sostenía, pero esta vez su tono cambió, más suave.

—Me alegra tanto verlos tan bien. Honestamente, quiero disculparme con ustedes. No sabía que mi pequeño video iba a causar tanto caos en las redes.

¿Video?

Y fue como si me cayera un balde de agua fría. La reconocí.

Ella era la que había grabado ese momento en la pista de patinaje. El momento donde abofeteé a la cierva. Ese video que se había vuelto viral y desató toda una tormenta de opiniones y malentendidos.

—Apenas estaba comenzando —continuó la iguana—. Subía videos pequeños, nadie me ponía atención... y luego boom, ese se hizo viral y mi carrera despegó. Fue una locura. Un montón de cuentas empezaron a repostearlo, a comentarlo, a hablar de la “misteriosa novia rosa del comandante”.

Pude sentir cómo el cuerpo de Shadow se tensaba a mi lado. Esa dulzura de hace unos segundos desapareció, como si alguien hubiera roto algo muy delicado dentro de él. Apretó con fuerza la bolsa de compras que llevaba en una mano. Demasiada fuerza. Como si en cualquier momento fuera a soltarla para hacerle daño a la chica ahí mismo.

Yo reaccioné sin pensar. Con el peluche en mi mano, agarré su brazo con más fuerza, llevándolo más hacia mi cuerpo, como si con eso pudiera anclarlo al suelo y evitar que estallara.

—Shadow... —murmuré apenas, sin que la cámara pudiera captarlo.

Sentí cómo sus músculos estaban tan tensos que parecía una cuerda a punto de romperse. Su mirada ya no estaba en la iguana, sino en el vacío, en algún punto muy lejano dentro de él donde todavía ardía esa rabia que solo él sabía contener a medias.

La streamer se dio cuenta. Tal vez no de todo, pero sí lo suficiente como para dar un paso atrás y bajar ligeramente el micrófono. La sonrisa que antes parecía clavada en su rostro se desvaneció, reemplazada por algo más serio.

—Oye, de verdad, lo siento —dijo con una voz más baja, más real— Nunca quise que se saliera de control. Yo... solo grabé lo que vi. No sabía que eso iba a desencadenar una tormenta.

El chico alce también reaccionó, bajando la cámara con un movimiento lento, como si él también entendiera que ese momento no debía ser capturado. Todo el entusiasmo viral, toda la energía del principio, se disipó en el aire como humo. Se sentía como si una alarma silenciosa hubiera sonado, solo perceptible para los que estábamos involucrados de verdad.

—Mira… entiendo que estabas tratando de levantar tu canal. Grabar lo que pasa a tu alrededor es parte del juego, lo sé. Pasó algo inesperado, algo que parecía entretenido o impactante. Y lo publicaste. Eso pasa todos los días.

Ella asintió muy ligeramente, sin levantar del todo la vista.

—Pero nosotros —continué, usando el plural con intención— tenemos cierta reputación. Y las cosas se salieron de control, mucho más de lo que cualquiera esperaba.

Hice una pausa. Me dolía admitirlo, pero tenía que decirlo.

—Pero no puedo culparte. Tú solo grabaste un video. Yo fui quien tomó la decisión de abofetear a esa chica en público... Así que todo está bien. ¿Verdad? —dije, girándome apenas hacia Shadow, dándole un tirón suave en el brazo.

Él no me miró. Su mandíbula estaba tensa, el ojo clavado en algún punto distante entre la multitud y el horizonte.

—Sí —respondió al fin, con la voz baja y dura, como quien no quiere hablar, pero siente que debe.

Me volví hacia la chica iguana con una sonrisa pequeña. Una sonrisa que decía esto se terminó aquí.

—Así que, todo está bien.

Ella parpadeó un par de veces y luego bajó la cabeza, mordiéndose el labio. Guardó el micrófono en su bolso de lado y dio un paso más cerca. Cuando habló, lo hizo en un susurro casi imperceptible, como si no quisiera que nadie más lo escuchara.

—Cuando el video se viralizó… al principio me emocioné mucho. Mi canal estaba despegando, por fin. Me pasé horas revisando quién lo compartía, quién comentaba. Y entonces noté algo raro.

Me incliné ligeramente hacia ella, mi voz en un murmullo:

—¿Raro cómo?

Ella bajó la mirada.

—Las primeras cuentas que lo repostearon... eran bots. Todas. Tenían fotos de perfil, pero sin biografía, sin publicaciones previas. Nada. Cuentas vacías.

Fruncí el ceño.

—¿Bots?

—Sí. Muchísimos. Y después, cuando empezó a moverse lo suficiente, ahí sí llegaron las cuentas reales. Influencers, streamers más grandes, gente con seguidores. Como si alguien hubiera empujado el video hasta que ya no se pudiera ignorar.

Sentí un escalofrío recorrerme los brazos. Las piezas del rompecabezas empezaban a moverse dentro de mí.

—¿Estás diciendo… que alguien quería que ese video se volviera viral?

Ella asintió despacio.

—Eso creo. No sé quién. Pero no fui yo. Te lo juro. No tengo dinero para bots, y jamás los compraría aunque lo tuviera. Pero alguien más… alguien sí quería que todo el mundo lo viera.

La miré fijamente, buscando mentiras y encontrando solo incomodidad y algo de culpa. Pero no la culpa de haber hecho algo malo, sino de estar atrapada en algo más grande.

—Gracias por la información, Shyle —le dije, y usé su nombre de forma consciente. Quería que supiera que me lo tomaba en serio.

—De nada —susurró. Luego se enderezó, se colocó el micrófono de nuevo y levantó la cabeza. Su máscara profesional volvió a su lugar, como si nada hubiera pasado.

Hizo una seña a su compañero, y el alce levantó otra vez la cámara.

—Muchísimas gracias por su tiempo hoy —dijo ella con una sonrisa radiante y una energía casi idéntica a la del inicio—. Sé que los fans de Team ShadAmy van a estar encantados. Ustedes son una bellísima pareja.

—Fue un placer. Gracias por la entrevista —respondí, también sonriendo, también actuando.

Con eso, la grabación terminó. El alce bajó el celular y se acercó a ella. Intercambiaron unas palabras rápidas, y luego ambos se despidieron con gestos educados antes de alejarse entre la multitud. La gente, como si entendiera que el espectáculo había terminado, comenzó a dispersarse poco a poco.

Nos quedamos ahí, inmóviles unos segundos. El mundo se sentía más lento, como si alguien hubiera bajado el volumen a todo.

Me acerqué a Shadow, apenas rozando su brazo con mi nariz. Él no se movió, pero sabía que me escuchaba.

—¿Escuchaste lo que dijo? —susurré, apenas moviendo los labios.

—Sí —respondió él sin mirarme— Tendré que consultarlo con los de IT.

—Yo voy a preguntarle a Tails —dije, con decisión. Porque si alguien podía ayudarnos a seguir ese rastro de bots, era él.

Respiré hondo. Sentía el pulso aún acelerado, la energía acumulada en los hombros. Miré mi peluche y lo acomodé mejor en la mano, como si con eso pudiera recuperar algo de equilibrio. Luego jalé suavemente a Shadow.

—Ven —le dije en voz baja, casi como una promesa— Vamos por ese tocadiscos.

Shadow bajó apenas la cabeza y asintió, sin decir palabra, dejándose guiar por mí.

Caminamos un rato por el centro comercial, con el paso un poco acelerado. Mi mente intentaba recordar dónde estaba la tienda y después de un rato, dimos con la tienda de música.

Era de esas tiendas con olor a madera vieja y metal nuevo, con estantes interminables de discos, guitarras colgadas como trofeos detrás de vitrinas, y pósters viejos cubriendo las paredes. En una esquina, una sección entera de vinilos, organizados por género y color. Se sentía como un lugar fuera del tiempo.

Miré alrededor buscando a alguien que nos atendiera… y entonces lo vi.

Un gato atigrado de pelaje oscuro, con una sudadera roja con el logo de alguna banda músical, charlaba con una gata siamés vestida con estilo grunge: camisa de franela, medias rotas y botas pesadas.

Nos acercamos sin hacer mucho ruido, y fue la chica quien nos notó primero. Sus ojos se abrieron como si acabara de ver un fantasma… o una celebridad.

—¡Wow! ¡Amy Rose y Shadow the Hedgehog! —dijo, sorprendida pero sonriendo.

El gato volteó al escucharla y sus ojos también se agrandaron. Nos reconoció enseguida, y nosotros a él. Era uno de los chicos que habíamos conocido hace unos días.

—¡Hola! —le dije, con una sonrisa—. Qué gusto verte otra vez. ¿Cómo estás?

Se rascó la cabeza, nervioso, intentando parecer tranquilo.

—Todo bien... relajado —respondió, aunque su voz decía otra cosa.

La chica lo miró, como si no supiera si estaba más impresionada por vernos o por lo que acababa de descubrir.

—¿Los conoces? —le preguntó, sorprendida.

—Sí, je je... los conocí hace unos días —dijo, sin atreverse a mirarme directamente. Se notaba que intentaba mantener la compostura, pero su cola iba de un lado a otro sin parar.

—¡Qué coooooool! —dijo ella, alargando la palabra.

Él se sonrojó, y yo decidí intervenir antes de que se pusiera más nervioso.

—¿Trabajas aquí? ¿Podrías ayudarnos?

Ella asintió enseguida.

—¡Por supuesto! ¿Qué están buscando?

—Un tocadiscos —le respondí, sonriendo—. Algo con estilo.

—Entonces vinieron al lugar indicado. Vengan conmigo.

Nos llevó a una sección especial, más iluminada, con vitrinas donde exhibían varios modelos de tocadiscos. Algunos eran modernos, con Bluetooth y luces LED. Otros, de madera oscura y detalles metálicos, parecían sacados de otra época.

La chica empezó a explicarnos las diferencias: el tipo de aguja, la conectividad, la calidad del sonido. Shadow estaba completamente concentrado, asintiendo de vez en cuando, con la mirada fija en los modelos más clásicos. Su postura cambió apenas, como si esa tecnología tan simple le resultara extrañamente familiar.

Solté su brazo con suavidad, dejándolo en su momento, y me acerqué al gato.

—Y… ¿cómo te fue? —le pregunté en voz baja, con una sonrisa cómplice—. ¿Aceptó salir contigo?

Él me miró como si no supiera si reírse o esconderse detrás de una estantería.

—Más o menos… salimos a comer. Nada del otro mundo.

—Pero salieron —dije, levantando una ceja.

Asintió, todavía algo sonrojado. Y no pude evitar sentirme un poquito orgullosa de haberlo animado.

—Eso ya es un buen comienzo —le dije, dándole un codazo suave en el brazo.

Lo dejé con esa sonrisa tonta en la cara y volví junto a Shadow, que seguía revisando los tocadiscos con la misma concentración con la que examina un plano estratégico.

Abrazaba el peluche contra mi pecho mientras me quedaba a su lado. Él seguía revisando los tocadiscos de madera. Le llamaban la atención los de diseño sencillo, compacto, con ese aire clásico que encajaba tan bien con él. Había un par de opciones frente a él, y podía notar que se debatía entre ellas con esa concentración suya tan silenciosa.

La gata siamés, que había estado explicando las diferencias, se alejó un poco para darle espacio. Volvió junto al gato atigrado, que no dejaba de seguirnos con la mirada.

No hablaban en voz baja, así que podíamos oírlos sin necesidad de esforzarnos.

—Es tan cool —susurró ella, con una mezcla de emoción y asombro—. Su voz es tan grave… no puedo creer que esté aquí.

—Sí, es bastante cool —respondió él, intentando sonar casual.

—Los de Neo G.U.N. me parecen tan geniales —añadió ella, entusiasmada.

—Bueno… Yo me voy a unir pronto —dijo él, nervioso.

Ella lo miró con sorpresa.

—¿En serio?

—Sí, los cuatro hemos estado pensando en unirnos juntos, ¿sabes?

—¡Eso es tan genial, Bobby! —dijo ella, como si acabara de enterarse de que su artista favorito le había dedicado una canción.

Yo los observaba de reojo, y era evidente que el pobre Bobby acababa de meterse en una situación solo por impresionar a su crush. Sonreí para mí misma. A todos nos pasa alguna vez.

Volteé a ver a Shadow justo cuando parecía haberse decidido. Con su voz grave y segura, llamó a la chica:

—Este.

Señaló uno de los modelos: madera oscura, diseño clásico y compacto, perfecto para poner sobre una mesa sin que ocupara demasiado espacio.

Ella asintió rápido, como si acabara de ser elegida para una misión especial, tomó el tocadiscos con cuidado y nos guió hacia la caja registradora.

Mientras Shadow pagaba el tocadiscos, me volteó a ver y me preguntó en voz baja:

—¿Hay algo que te llame la atención?

Negué suavemente con la cabeza y le sonreí.

—No, no te preocupes.

Frunció levemente el ceño, como dudando de mi respuesta.

—¿Segura?

Me reí por lo bajo y levanté un poco el peluche entre mis brazos, como quien muestra un pequeño tesoro.

—Con esto me basta.

Asintió, satisfecho, y giró de nuevo hacia la cajera, que justo en ese momento le decía el precio.

—Son 300 rings —dijo ella, con un tono amable.

Shadow asintió sin decir nada. Se agachó un poco, dejó la bolsa de compras en el suelo con cuidado y metió la mano en su chaqueta. Sacó su billetera: delgada, de cuero negro, con las esquinas un poco desgastadas. Abrió el broche con un clic suave, y extrajo tres billetes de cien rings.

Mientras la gata procesaba el pago, eché un vistazo fugaz a su billetera. Estaba prácticamente vacía. No llevaba tarjetas, ni más efectivo. Solo su identificación. Me llamó la atención, pero no dije nada. Shadow era así. Llevaba lo justo, lo necesario. Nunca más.

Guardó la billetera con la misma precisión con la que la había sacado, como si cada movimiento estuviera medido. Luego tomó la caja del tocadiscos con una mano y, con la otra, levantó la bolsa del suelo, acomodando todo con naturalidad y firmeza.

No lo decía, y mucho menos lo mostraba de forma obvia… pero yo lo noté. Esa expresión serena, la leve relajación en su mandíbula, el sutil cambio en el arco de sus cejas… eran señales mínimas, imperceptibles para cualquiera más, pero para mí, eran claras: estaba feliz. Esa era su forma de sonreír cuando creía que nadie lo estaba leyendo.

Se acercó a Bobby y le habló con ese tono grave y firme que lo caracterizaba.

—Las próximas inscripciones son el mes que viene. Si quieres una oportunidad, tendrás que anotarte desde ya. Espero que estés preparado.

Vi a Bobby tragar saliva, nervioso, y a la gata siamesa mirarlo con una mezcla de asombro y admiración. Ya no había vuelta atrás. Ahora tenía que cumplir, o quedaría como un mentiroso frente a su crush.

—Sí, señor —respondió Bobby, enderezándose como un cadete en formación.

—Hasta luego y muchas gracias. —me despedí con una mano en alto.

—Vuelvan pronto —dijo la gata, sonriendo con amabilidad.

Salimos de la tienda de música, de vuelta a los pasillos del centro comercial, decorados con luces suaves y arreglos otoñales.

—¿Vamos a almorzar? —le pregunté, girándome hacia él con una sonrisa.

Asintió, ajustando el peso de la caja en su brazo.

—Déjame llevar esto al auto.

Lo miré con una ceja levantada, sabiendo exactamente lo que planeaba.

—¿Vas a usar Chaos Control?

—Solo es un viaje rápido —respondió, sin perder ese tono sereno—. No voy a quitarme los anillos.

Suspiré con un gesto exagerado, aunque no estaba molesta. Coloqué el peluche con cuidado encima de la caja del tocadiscos, me acerqué y lo besé en la mejilla.

—Vuelve pronto —le dije en voz baja.

Me dedicó una de esas sonrisas mínimas que casi nadie sabía leer, pero que para mí era más que suficiente.

—Te espero aquí.

Y con eso, desapareció en un destello verde, dejando un leve zumbido eléctrico en el aire.

Saqué el celular de mi bolso mientras esperaba y empecé a revisar mis redes sociales. Las notificaciones volvieron a explotar en pantalla: +99 otra vez. Suspiré. Esa entrevista va a causar un revuelo, pensé, deslizando el dedo por los mensajes sin abrir.

No pasaron ni dos minutos antes de que el mismo destello verde iluminara el suelo frente a mí. Shadow estaba de vuelta, como si ni siquiera hubiera ido a ningún lado.

Me acerqué, lo tomé del brazo con naturalidad y, sin decir nada más, comenzamos a caminar juntos hacia la zona de comidas, pasando por incontables vitrinas decoradas con tonos naranjas y cafés, con lobos y venados adornando los ventanales.

Shadow rompió el silencio con su voz baja, como si le costara un poco admitirlo:

—Por cierto… me quedé sin efectivo.

Lo miré de reojo, esperando que continuara.

—¿Te molestaría pagar el almuerzo? —añadió, un poco incómodo.

—Para nada —respondí con suavidad—. Yo invito. Si quieres, después pasamos al banco.

Asintió agradecido, y seguimos avanzando. Subimos juntos unas escaleras eléctricas mientras las luces cálidas del centro comercial nos bañaban desde lo alto. Al llegar al segundo piso, se abría ante nosotros la zona de comidas: un semicírculo amplio y ruidoso, lleno de puestos de todo tipo. Desde pizza hasta burritos, desde comida Mobian tradicional hasta cosas importadas de las viejas cocinas humanas.

Como era de esperarse, el lugar estaba a reventar. Era plena hora de almuerzo y todas las mesas estaban ocupadas, la mayoría por familias o parejas. Las filas serpenteaban frente a cada puesto, y el murmullo del lugar era constante, entre conversaciones y risas.

Nos quedamos en una esquina del lugar, justo frente a un puesto de curry, observando el panorama. Shadow, por supuesto, no decía nada. Solo miraba a su alrededor con esa calma suya, dejando que yo eligiera.

Porque al final, así era siempre: yo tenía que decidir qué comer, porque a Shadow todo le parecía bien.

Me llevé una mano a la barbilla, pensativa, mientras observaba los distintos puestos y olía la mezcla de fritura, pan y salsas especiadas flotando en el aire.

—Mmm... —murmuré, entornando los ojos—. Quiero hamburguesas.

Sin darle tiempo a opinar, aunque sabía que no lo haría, tomé su brazo y lo guié directo hacia la fila del puesto que se veía más prometedor. Apenas llegamos, sentí de inmediato las miradas. Los Mobians que estaban esperando su turno se giraron hacia nosotros, algunos con los ojos bien abiertos, otros empezando a murmurar entre ellos. Sentí ese pequeño nudo incómodo en el pecho. Susurraban nuestros nombres. "¿Es ella?" "¿Ese es Shadow?"

Yo solo suspiré.

Había algo pesado en ser reconocida todo el tiempo. Aunque intentaba restarle importancia, no dejaba de incomodarme. A veces solo quería almorzar con mi novio sin sentir que estábamos en exhibición, como si cualquier gesto pudiera acabar en redes sociales con un filtro encima.

Cuando por fin llegamos al mostrador, pedí algo sencillo: una hamburguesa con queso, papas medianas y un refresco mediano. Nada especial, solo algo que pudiera disfrutar sin pensarlo demasiado.

Antes de que pudiera decir algo más, Shadow se inclinó levemente hacia mí. Su voz grave rozó mi oído:

—Necesito comer bastante. Te pago después.

Le lancé una mirada rápida, divertida, y asentí sin decir nada más. Entonces pedí tres combos grandes: hamburguesas gruesas, extra de papas y una bebida enorme. La cajera me miró con una ceja levantada, pero solo sonreí y saqué mi billetera del bolso.

La mía era rosada, con un patrón de corazones y un llavero en forma de corazón colgando del cierre. Muy diferente a la de Shadow: sobria, oscura, sin adornos. La abrí y, entre varias tarjetas y billetes doblados con descuido, saqué mi tarjeta de crédito y pagué sin complicaciones.

Mientras llenaba las bebidas en la máquina automática, Shadow se quedó a un lado, observando en silencio a la gente que seguía mirándonos de reojo. No dijo nada, pero yo notaba cómo su postura cambiaba sutilmente. Estaba alerta, no incómodo, solo... vigilante.

Cuando llamaron nuestro número, él tomó la bandeja sin esfuerzo y comenzamos a buscar una mesa. Tuvimos que dar varias vueltas entre filas apretadas y charlas cruzadas, hasta que encontramos una mesita de dos en una esquina, un poco más apartada del bullicio.

Nos sentamos, y por supuesto, las miradas continuaron. Algunas personas sacaron sus celulares. Alcancé a ver el destello de una cámara. Bajé un poco la mirada, intentando no perder la compostura.

Esto ya se estaba volviendo cansado.

Tomé mi hamburguesa con ambas manos, procurando no aplastarla demasiado, y le di un mordisco lento, con calma. Sabía bien, jugosa y con ese pan tostado por fuera. Mientras tanto, Shadow comía de forma mecánica. Mordía las hamburguesas y comía las papas sin saborearlas, como si solo estuviera cumpliendo con el hecho de alimentarse.

Me apoyé con los codos sobre la mesa, acercándome un poco a él mientras le daba otro mordisco a mi hamburguesa. Masticaba con calma, observando su rostro serio que comía casi en automático.

—¿Y cómo has estado? —le pregunté suavemente, buscando su mirada por un momento.

Shadow se llevó una papa frita a la boca, masticó rápidamente y tragó antes de contestar.

—Regular —dijo con ese tono bajo y tranquilo. —La doctora Miller dice que siga comiendo en grandes cantidades. Que va a ayudar con la regeneración del ojo. Ya se han formado varios sensores oculares y conexiones nerviosas. Posiblemente esté completamente regenerado para la próxima semana.

Abrí los ojos con una mezcla de sorpresa y alegría.

—Eso es increíble… —dije con una sonrisa sincera— Por fin podrás dejar ese parche atrás.

Él se encogió de hombros, con un tono sarcástico.

—Y ya me estaba acostumbrando.

Reí suavemente, aunque notaba que no lo decía del todo en broma. El parche se había vuelto casi parte de su imagen estos últimos días, pero más allá de eso, sabía que una parte de él aún tenía recelo de mostrar vulnerabilidad.

—¿Y ya tuviste tu evaluación psicológica? —pregunté, cambiando un poco de tema, aunque no menos importante.

Shadow dejó su hamburguesa a medio camino y asintió, mirándome brevemente.

—Sí. Ayer. Estuve en su oficina un par de horas. Contestando preguntas… sencillas. No era lo que esperaba. No se parecía en nada a las pruebas cognitivas que me hacían en el ARK. —Hizo una pausa breve, su expresión se volvió un poco más introspectiva— Él solo quería que hablara de mi vida. Me pidió que regresara la próxima semana.

Sentí un nudo en el estómago al imaginarlo ahí, tan acostumbrado a que lo examinen como arma, no como persona. Me incliné un poco más hacia él.

—¿Vas a ir, verdad?

Él bajó la mirada. Su postura se volvió un poco más encorvada, como si estuviera cargando el peso de esa decisión. Soltó un suspiro resignado, uno de esos que solo yo lograba notar como una señal de aceptación y no de fastidio.

—Sí —dijo finalmente.

Le sonreí. No dije nada más, solo seguí comiendo mientras lo miraba de reojo, sintiéndome un poquito más tranquila por dentro.

Shadow me miró mientras se llevaba unas papas a la boca, y con ese tono bajo que solo usaba conmigo, preguntó:

—¿Y tú cómo estás? ¿Todavía te duele la cabeza?

Dejé la hamburguesa en la bandeja y me llevé la mano a la frente, levantando el flequillo con cuidado.

—Mira, ya casi ni se nota —le dije, mostrándole el lugar del golpe con una sonrisa.

Él asintió despacio, con un leve gesto de alivio

—¿Y cómo va la cafetería? —añadió.

—Vanilla me contó que ayer vinieron los albañiles. Repararon la grieta y reforzaron parte de la estructura. El lunes ya volvemos a abrir como siempre.

Shadow asintió mientras se acomodaba en el asiento.

—Que bien... Debería mencionarlo en la próxima reunión.Tal vez deberíamos hacer una revisión general de todos los edificios.

—Sería lo ideal. Si yo siguiera trabajando en la administración, seguro estaría nadando en papeleo con eso —comenté, soltando una risita.

Shadow se quedó pensativo un momento y luego murmuró:

—Habrías sido mi vecina.

—¡Es verdad! Las oficinas de la administración están cerca de Neo G.U.N., ¿no? —dije, sonriendo con algo de nostalgia— Pudimos haber almorzado juntos más de una vez.

—Pudimos... —murmuró él, bajando la vista por un segundo, como si le pesara el pensamiento.

Yo suspiré suavemente, recordando aquellos días.

—Yo solía vivir en un apartamento en el centro de Central City, antes de mudarme a la casa de Vanilla. No era muy grande, pero tenía una linda vista. Rouge solía visitarme bastante seguido... —me reí un poco— Nos escapábamos a los clubes los fines de semana. Bailábamos hasta que nos dolían los pies.

Shadow levantó una ceja, curioso.

—No me imagino a Rouge bailando con gente común.

—Créeme, no era precisamente gente común —le guiñé un ojo— Ella siempre encontraba la zona VIP, aunque nadie la hubiera invitado.

Él esbozó una ligera sonrisa.

—Suena como ella.

—Sí —asentí, mirando mi bebida— Fue una etapa muy distinta… más alocada.

Mire hacia abajo, sintiendo un poco de nostalgia por esa época, donde había disfrutado bastante y también sufrido mucho. Levanté la vista, encontrándome con la mirada de Shadow.

—¿Alguna vez Rouge te llevó a un club? —le pregunté con una sonrisa curiosa.

Shadow soltó un resoplido breve, como si acabara de recordar algo incómodo.
—Solo una vez... y fue una muy mala idea.

Me reí, imaginándomelo completamente fuera de lugar entre luces parpadeantes y música estruendosa.
—Sí, eso suena exactamente como lo imaginaba. Esos sitios no son lo tuyo.

Terminamos de comer sin apuros, disfrutando del silencio entre frases sueltas y miradas que decían más que cualquier palabra. Cuando la bandeja estuvo vacía, Shadow la levantó y la llevó al contenedor con su eficiencia habitual, mientras yo acomodaba mi bolso al hombro.

El centro comercial seguía igual de abarrotado que cuando llegamos, pero algo había cambiado. Las miradas ya no nos molestaban tanto. Tal vez era porque estábamos más centrados el uno en el otro. Tal vez era simplemente que estábamos acostumbrándonos.

Salimos de la zona de comidas y cruzamos los pasillos decorados, las luces colgantes reflejándose en los vidrios, la música ambiental mezclándose con las voces de la gente. Caminábamos sin prisa, como si el resto del mundo se hubiese vuelto un poco más lejano. Un poco más irrelevante.

Tras cruzar la entrada principal, el aire frío de otoño nos recibió. Avanzamos hasta el estacionamiento, donde estaba mi auto rosado, que brillaba sutilmente bajo la luz cálida del sol. Shadow sacó las llaves de mi auto del bolsillo interior de su chaqueta, y sin decir una palabra, se sentó en el asiento del conductor y encendió el motor con la naturalidad de quien lo ha hecho muchas veces.

—Mi banco está en Central City —me dijo mientras se abrochaba el cinturón— ¿Te molestaría hacer el viaje?

Negué con una sonrisa.
—Vamos —respondí mientras encendía la radio.

Una canción pop pegajosa empezó a sonar, y sin darnos cuenta, acabamos cantando juntos, en dueto, entre risas y miradas de complicidad.

El trayecto entre Stadium Square y Central City siempre me ha gustado. Las calles estaban casi vacías a esa hora, flanqueadas por árboles altos que dejaban pasar la luz del sol en haces dorados. Era como si el mundo respirara más lento por un momento.

Al llegar a Central City, Shadow condujo el carro hacia una zona más exclusiva, con calles anchas, aceras limpias y vitrinas brillantes de tiendas de alto nivel. Estacionó el auto frente a un edificio imponente: altos ventanales de cristal polarizado, columnas negras con vetas de mármol blanco y una entrada custodiada por dos Mobians vestidos de traje, que saludaban con discreción. Era el tipo de lugar que no ves en comerciales; simplemente sabes que existe para la élite.

Shadow me abrió la puerta y me bajé del auto, todavía mirando hacia arriba, impresionada por la arquitectura sobria pero elegante. Tomé su brazo y entramos juntos al edificio.

El interior era todavía más impresionante: techos altísimos con candelabros de diseño moderno, pisos de piedra pulida que reflejaban las luces cálidas, y sillones de cuero oscuro distribuidos en una sala de espera donde sonaba música instrumental muy suave.

Apenas cruzamos la puerta, un leopardo en uniforme se acercó con una sonrisa educada.
—Señor Shadow, bienvenido —dijo, con un leve gesto de cabeza—. Por aquí, por favor.

Nos guiaron a una zona privada, una especie de salón lounge con ventanas tintadas, y enseguida una camarera se acercó y le sirvió un café en una taza blanca de porcelana. Luego se volvió hacia mí con amabilidad.
—¿Y para usted?

—Agua, por favor —respondí, todavía observando todo el lugar.

La chica asintió y me sirvió un vaso con agua, pero sabia interesante, como agua de manantial. Me giré hacia Shadow con los ojos ligeramente abiertos.

—¿Este es tu banco?

—Sí —respondió con naturalidad, como si fuera lo más común del mundo.

Lo miré con escepticismo.
—Dijiste que te pagaban demasiado, pero no creo que sea como para tener acceso a un sitio como este.

Shadow tomó un sorbo de café antes de responder.
—Sabes que Rouge invierte en muchos negocios, ¿verdad?

Asentí con una sonrisa.
—Sí, siempre ha tenido buen ojo para eso.

Dejó la taza sobre el platillo con ese gesto preciso que tiene para todo.
—Cuando los humanos desaparecieron y empezó la reconstrucción, Rouge apostó por varios emprendimientos nuevos que estaban surgiendo. Y aparte de su propia inversión, usó todo mi dinero para eso… aunque yo no tenía idea.

Fruncí el ceño, curiosa.
—¿No se lo diste tú?

—No. En ese entonces, estaba viajando, buscando sobrevivientes. Pasé dos años lejos de todo, ya sabes. —dijo, con la mirada perdida por un segundo— Cuando volví, Rouge me entregó "mi parte". Y era... considerable.

—Wow… —murmuré, aún sorprendida, con una mezcla de asombro y admiración en la voz— Eso fue muy considerado de su parte.

—Sí, lo fue —asintió con suavidad. Por un momento, su expresión dura se relajó, y una sombra de nostalgia cruzó su mirada— Después de eso me reencontré con Lance. Un ratón con un gran olfato para los negocios… e increíblemente inutil para todo lo demás.

Solté una risa breve. Recordando haberlo conocido hace unos días y su muy curiosa dinámica con Shadow.

—Ya tenía varios emprendimientos antes de la guerra, y sabía exactamente en qué terrenos moverse. Así que le confié ese dinero sin pensarlo mucho. Y… bueno, creció.

Lo miré con una ceja alzada, entre sorprendida y divertida.
—¿Así que técnicamente eres un multimillonario discreto?

—Más o menos —dijo con esa media sonrisa que solo me muestra cuando está relajado.

Apoyé el codo en el apoyabrazos, sonriendo de lado.
—Y yo preocupándome por pagar el almuerzo.

Él soltó una leve risa.
—Te lo voy a devolver. Con intereses.

Pasados unos minutos, la puerta se abrió y entró un koala con un traje gris impecable. Llevaba un pequeño pin dorado en la solapa y se movía con eficiencia profesional.

—Señor Shadow, ¿lo de siempre? —preguntó con voz neutra, como si fuera parte de un ritual muy ensayado.

Shadow asintió sin decir una palabra. El koala salió y, al poco rato, regresó con un maletín negro brillante y un par de documentos que sujetaba con ambas manos. Colocó el maletín sobre la mesa frente a nosotros y lo abrió con un clic, revelando fajos de billetes organizados por denominación. Todo parecía sacado de una película.

Yo tomé un sorbo de mi agua en silencio, mientras Shadow hojeaba los documentos con atención, revisando cada página con la concentración de alguien que ha hecho esto muchas veces antes.

Tras unos minutos, firmó con un bolígrafo elegante que le pasó el koala, luego echó un vistazo rápido al contenido del maletín —contando con la vista, seguramente— y lo cerró con calma.

El koala recogió los papeles, se inclinó ligeramente con una sonrisa formal y se despidió sin más.

Shadow se puso de pie con su típica tranquilidad. Sin soltar el maletín, me ofreció la mano con la otra. La tomé, sonriendo, y sentí cómo sus dedos se cerraban con firmeza y cuidado alrededor de los míos, ayudándome a levantarme.

Con una mano ocupada en el maletín y la otra guiándome, salimos del salón privado. Volvimos a atravesar la elegante recepción del banco, flanqueada por pisos de madera, techos altos y lámparas que parecían joyas suspendidas en el aire. Me sentía fuera de lugar en ese entorno tan frío y pulido, como una pieza que no encajaba del todo.

Los guardias de la entrada, firmes en sus puestos, nos despidieron con un leve gesto de cabeza, impecablemente profesionales.

Salimos al estacionamiento, y mi vista se encontró de inmediato con un pequeño contraste brillante entre tanto auto oscuro y elegante: mi Mini Cooper rosado. Parecía casi cómico verlo allí, rodeado de sedanes negros, autos deportivos plateados y camionetas de lujo.

—Ahí está mi humilde corcel —murmuré en voz baja, más para mí que para él.

Shadow no dijo nada, pero noté una leve sonrisa curvarse en una esquina de sus labios mientras se acercaba al auto. Rodeó el vehículo con esa elegancia tranquila que lo caracteriza y abrió la puerta del copiloto para mí. Entré con una sonrisa agradecida, acomodándome en el asiento mientras él continuaba su recorrido alrededor del auto. Abrió la puerta del conductor, se sentó en el asiento y arrojó el maletín al asiento trasero con despreocupación, como si no cargara nada más que papeles sin valor.

Giré ligeramente para mirar hacia atrás. No tenía ni idea de cuánto dinero había allí dentro, pero la forma en que lo trataba —como si no fuera gran cosa— me dejaba claro que, para él, ese tipo de cifras ya no significaban demasiado.

Me acomodé en el asiento, aún pensándolo, cuando su voz me sacó de mis pensamientos:

—¿Qué quieres hacer ahora? Tenemos toda la tarde juntos —preguntó, mirándome de reojo con ese tono sereno que siempre logra ponerme de buen humor.

Me lo pensé un momento. Podríamos hacer tantas cosas… y de repente lo supe.

—¡Ya sé! Quiero ir al cine. Vamos a ver una película.

Shadow asintió con una pequeña sonrisa y dijo:

—Hagamos eso.

Encendió el motor del auto y salimos del estacionamiento, dejando atrás la zona elegante del banco. Las calles nos fueron guiando fuera del distrito elite, de vuelta a una ciudad más viva, más colorida, más caótica. Eventualmente llegamos al cine, un edificio moderno decorado con luces de neón y carteles animados.

Después de estudiar la cartelera, nos decidimos por una película de terror: La Maldición del Lagarto de la Sierra Eléctrica 5. Una de esas sagas que se niegan a morir cada otoño, perfecta para la temporada. Compramos palomitas, mitad mantequilla, mitad caramelo, como a mí me gustan y entramos a la sala, encontrando nuestros asientos al fondo, lejos de todos.

La película era tan absurda como perturbadora. Sangre, gritos, un asesino con escamas y una motosierra maldita… y yo, saltando en mi asiento más veces de las que me gustaría admitir. Me cubría los ojos a ratos, aunque dejaba un huequito entre los dedos. Shadow, en cambio, estaba completamente impasible. Ni una ceja levantada, ni una mueca. Era como si estuviera viendo un documental sobre el clima. Aun así, fue divertido. Me aferré a su brazo en cada susto, y él no se quejó ni una vez.

Al salir del cine, decidimos caminar sin rumbo, simplemente dejándonos llevar por el aire fresco de la tarde. No dijimos mucho, pero no hacía falta. Nuestros pasos nos llevaron a una galería de arte pequeña, de esas escondidas entre calles tranquilas. Tenía esculturas abstractas que no entendía del todo, formas imposibles y texturas extrañas… pero algunas me hicieron sonreír. Shadow parecía igual de confundido, pero me dio la mano sin soltarla mientras recorríamos las salas en silencio.

Más tarde, terminamos en un restaurante elegante, con velas encendidas en cada mesa y una música de piano suave que llenaba el aire sin imponer su presencia. Era un ambiente íntimo, como hecho para susurrar. Comimos despacio, sin apuros, mirándonos entre frase y frase, disfrutando el sabor de la comida… pero más que nada, disfrutando el estar juntos.

Ya de noche, regresamos a casa. Shadow guardó con cuidado el maletín del banco y su nuevo tocadiscos en el compartimiento de su motocicleta. Después me ayudó con las bolsas de nuestras pequeñas compras del día. Entre los dos, decidimos darle un nuevo aire a la mesita donde suelo poner nuestros recuerdos con lo que habíamos comprado. Cambiamos el mantel por uno de lino rojo oscuro, sustituimos los marcos de las fotos por unos más sobrios, y coloqué mis rosas rosadas en el florero nuevo, justo en el centro.

La mesa se veía distinta ahora… más nuestra. Como si de a poco estuviéramos construyendo un pequeño altar para lo que somos.

Shadow observó la escena en silencio y luego dijo, con una ceja apenas alzada:

—¿Vas a colocar el peluche también ahí?

Le respondí con una sonrisa traviesa mientras caminaba hacia el sofá, donde me esperaba mi nuevo compañero: un peluche redondo y suave con forma de pastelito de fresa. Me senté y lo abracé entre los brazos, sintiendo su textura mullida contra el pecho.

—No —le dije, juguetona— Dulcito va a dormir conmigo.

Shadow se acercó sin decir nada y se sentó a mi lado. Extendió una mano hacia el peluche y empezó a apretarlo suavemente, como si evaluara su suavidad.

—Es suave —comentó, casi para sí mismo.

—Bastante esponjoso —coincidí, sonriendo.

—¿Qué se supone que es?

—Un pastel de fresa. Creo...

Shadow soltó una breve risa nasal y dijo:

—Entonces es perfecto para ti.

Levanté la mirada hacia él… y justo en ese instante, su mirada se encontró con la mía. Sentí cómo el mundo se aquietaba a nuestro alrededor. El rojo de su pupila brillaba, profundo y vibrante, y pude ver cómo se dilataba al mirarme. Nos fuimos acercando poco a poco, como si una fuerza invisible —magnética, inevitable— nos empujara el uno hacia el otro.

Cerré los ojos lentamente, dejando a Dulcito a un lado. Mis manos buscaron el calor de sus hombros al tiempo que mis labios encontraban los suyos, suaves y seguros, en un beso que llevaba todo lo que habíamos sentido durante el día, sin decirlo en palabras.

Al principio fue un roce suave, lleno de ternura... pero el beso se profundizó pronto, volviéndose más intenso, más hambriento. Rodee su cuello con mis brazos y lo atraje hacia mí, dejando que nuestros cuerpos se acercaran aún más.

Sentí su lengua pedir permiso, y lo dejé entrar sin dudar. Nuestras lenguas se encontraron, juguetonas, ansiosas, conociéndose una vez más. Se exploraban, se saboreaban, se buscaban como si hubieran estado esperando este momento por días.

Entonces una de sus manos empezó a deslizarse por mi muslo, despacio, subiendo por debajo del vestido, hasta llegar a mi cadera. Su tacto era firme, pero cuidadoso. Sin embargo, en cuanto sus dedos tocaron mi trasero... algo dentro de mí se tensó. Abrí los ojos de golpe.

No podía. No podía dejar que me quitara el vestido, no ahora. No con los moretones aún visibles en mis brazos, y mucho menos el del abdomen. Iba a preguntar. Iba a verlos. Y no tenía respuestas que pudiera darle sin que doliera.

Me separé de golpe, rompiendo el beso.

Shadow se quedó quieto, claramente confundido, su ojo buscándome en silencio.

—Hoy... no —dije, sin atreverme a mirarlo directamente.

Él ladeó un poco la cabeza, todavía tratando de entender, pero al final solo asintió.

—Entiendo —susurró, retirando sus manos con suavidad, dejándolas reposar sobre sus rodillas.

Sentí un nudo en la garganta. No me gustaba rechazarlo. No a él. No cuando lo deseaba tanto. Pero no podía permitir que viera lo que había debajo del vestido. No aún.

Y entonces, con esa misma paciencia que tanto me conmovía, me miró de nuevo y preguntó con una leve sonrisa:

—Pero… ¿podemos seguir besándonos?

No pude evitar sonreír. Le respondí en voz baja:

—Sí.

Y sin decir nada más, tomó mi rostro entre sus manos y me besó de nuevo, como si nada más importara.

 

Chapter 31: Gomitas de limón

Chapter Text

El sábado siguiente, bien abrigada con mi chaqueta gruesa, y una bufanda de lana, emprendí el camino hacia el taller de Tails. El aire estaba fresco y el cielo teñido de un gris suave. A ambos lados del sendero de tierra, los árboles otoñales mostraban sus hojas en tonos dorados y anaranjados, como si el bosque entero estuviera ardiendo en silencio. Había tomado mis medicamentos, aplicado la crema, renovado los vendajes... y aunque aún sentía ciertas molestias, me sentía lo suficientemente bien como para hacer el recorrido hasta la playa caminando.

Cuando llegué, el taller tenía un aire acogedor. La entrada estaba decorada con guirnaldas de hojas secas, y por las ventanas asomaban lámparas que parpadeaban suavemente con luz cálida. Toqué dos veces la puerta.

—¡Adelante! —escuché desde adentro.

Apenas crucé el umbral, el olor a metal, aceite y circuitos me golpeó con familiaridad. Lo primero que vi fue una estatua de Amdruth, imponente, construida enteramente con piezas metálicas recicladas: placas oxidadas, tornillos, mallas y alambres formaban sus dos cabezas. Era espeluznante y fascinante a la vez. Las paredes estaban decoradas con más guirnaldas y luces rojas tenues que aportaban un aire cálido al ambiente industrial.

Avancé hacia la puerta del taller principal. Como siempre, el lugar era impresionante: una mesa de trabajo central cubierta de piezas, herramientas y planos, varias pantallas encendidas, estanterías con frascos etiquetados, un rincón que parecía un laboratorio... y en una plataforma elevada, un submarino a medio construir reposaba como una bestia dormida.

—¡Amy! —llamó una voz suave.

Giré la cabeza y vi a Cream sentada en una silla con un libro abierto entre las manos. Cheese estaba a su lado, feliz, comiendo galletas sobre una mesa pequeña. Sobre la mesa de trabajo, descansaba el cuerpo apagado de Gemerl, rodeado de herramientas y componentes sueltos.

—¡Hola, Cream! —saludé, acercándome con una sonrisa—. ¿Le estás leyendo a Gemerl?

Ella asintió, con una dulzura que no había perdido a pesar de todo.

—Sí. Ya vamos por el capítulo ocho.

Desvié la mirada hacia el robot, completamente inmóvil. Crucé los brazos, sintiendo esa punzada familiar en el pecho. Era difícil verlo así... tan quieto.

—¿Cómo va su reparación? —pregunté con cautela.

Cream bajó la mirada, y sus orejas cayeron un poco más.

—No muy bien... Tails dice que no ha conseguido las piezas adecuadas para reparar su tarjeta principal…

—Lo siento tanto, Cream —dije con sinceridad, acercándome un poco más—. Ojalá hubiera podido hacer algo más ese día…

Ella negó suavemente con la cabeza.

—No te disculpes, Amy. Tenías el brazo dislocado, no podías hacer nada…

Se quedó en silencio un momento, y luego miró con ternura el cuerpo metálico de Gemerl.

—Todo fue tan caótico… —murmuró—. Ese robot gigante destruyendo todo, los otros robots sembrando el pánico... y Gemerl… él se puso delante de mamá y yo sin pensarlo. Nos protegió cuando un rayo venía directo hacia nosotras.

Pasó los dedos por uno de los brazos del robot, con una delicadeza que partía el alma.

—Si no hubiera sido por él...

Tragué saliva, sintiendo cómo las emociones me apretaban el pecho.

—Estábamos celebrando el quinto aniversario de la cafetería… y terminó convertido en una guerra en medio de la ciudad —dije con amargura.

Cream asintió lentamente.

—Y todo empeoró cuando el señor Shadow y el señor Sonic empezaron a pelear…

Me miró con cierta incertidumbre en los ojos.

—¿Tú crees que… algún día volverán a ser amigos?

Solté un bufido leve, con una mezcla de cansancio y resignación.

—No creo que “amigos” sea la palabra adecuada… Pero mientras Sonic no se disculpe, no. Las cosas no van a volver a ser como antes.

Entonces, una puerta se abrió y volteé de inmediato. Tails apareció, secándose el rostro con una toalla mientras sostenía sus goggles con la otra mano. Tenía manchas de aceite en los brazos y el pelaje despeinado por el calor del taller. Tras limpiarse bien, se colocó las gafas sobre la cabeza y nos miró. Su sonrisa se amplió al vernos.

—¡Hola, Amy! Tanto tiempo. No nos veíamos desde tu fiesta de cumpleaños.

—Hola, Tails —le devolví la sonrisa, genuinamente contenta de verlo—. ¿Cómo has estado?

Él se rascó la cabeza con un gesto cansado, dejando caer la toalla sobre su hombro.

—Ocupado. Entre dar clases, tratar de reparar a Gemerl, terminar el submarino de Sonic… y todo el drama con mi canal, no he tenido ni un segundo para relajarme.

Fruncí el ceño, curiosa.

—¿Drama en tu canal? ¿Ha pasado algo?

Tails bajó la mirada hacia mí, frunciendo el ceño como si le sorprendiera mi pregunta.

—¿No has visto mi canal últimamente?

Negué con la cabeza, sintiéndome un poco culpable.

—No, lo siento… he estado tratando de mantenerme alejada de internet estos últimos días.

—Lo entiendo. Todo el mundo está hablando de ustedes dos… Pero pensé que habías visto mis videos… o que Cream te había contado.

—Yo pensé que Amy ya lo sabía —intervino Cream con tono apenada.

Mi corazón dio un pequeño brinco. Algo no estaba bien.

—¿Qué ha pasado exactamente?

Tails miró hacia el suelo, inseguro, pero Cream fue quien respondió.

—Tails te ha estado defendiendo en su canal.

—¿Defendiendo? —repetí, desconcertada.

—Sí —asintió ella, bajando un poco la voz—. Ha estado discutiendo con un montón de otros tubers que dicen cosas feas de ti. Corrigiendo malentendidos, desmintiendo rumores…

Me giré lentamente hacia Tails, con el pecho apretado por la culpa.

—Tails… no tenías que hacer eso. Tú te has esforzado tanto estos años para hacer crecer tu canal. No tenías por qué meterte en todo ese drama por mi culpa.

Pero él me sostuvo la mirada con una convicción que me estremeció.

—No voy a quedarme de brazos cruzados mientras hablan mal de ti Amy. Están inventando historias, difamando tu carácter… no lo soporto.

Sentí una oleada cálida mezclada con remordimiento.

—Tails…

Él respiró hondo.

—Han sido un par de semanas complicadas. Entre que Sonic anda diciendo que tu y Shadow no están juntos y los videos sobre ustedes dos, la narrativa se descontroló.

Lo miré, incrédula.

—¿Sonic ha estado diciendo que… que Shadow y yo no estamos juntos?

Tails se cruzó de brazos, visiblemente frustrado.

—Sí. A pesar de que es más que obvio que tú y Shadow están en una relación seria, él simplemente se niega a aceptarlo. Ha estado actuando muy extraño desde hace tiempo.

Fruncí el ceño.

—¿Extraño cómo?

Tails descruzó los brazos y bajó un poco la voz.

—No sé si solo yo lo noto porque vivo con él, pero… desde el Festival de Unión del año pasado, empezó a actuar distinto. Digo, dejó de salir contigo como solía hacerlo, de manera casual… aunque aún lo hace con Sally.

Me crucé de brazos, intrigada.

—¿Sonic sale con Sally?

Tails se tensó un poco, claramente nervioso.

—Salen a almorzar, súper casual. No te preocupes…

Reí un poco, negando con la cabeza.

—Tails, no me preocupa. Está bien.

Él también rió, algo avergonzado.

—Perdón, la costumbre. Es que, desde que te conozco, siempre has estado enamorada de él… así que es raro ver el cambio.

Asentí, melancólica.

—Sí… lo entiendo. Fueron casi catorce años.

Cream abrió los ojos como platos.

—¿¡Tanto!?

Asentí suavemente.

—Desde que tenía ocho años… cuando me salvó de Metal Sonic.

Hubo un silencio. Cream me miraba con ternura, y luego preguntó:

—¿Y qué pasó? ¿Por qué el señor Sonic dejó de salir contigo?

Desvié la mirada, insegura.

—No lo sé. Antes salíamos a caminar o a comer algo, como amigos claro. Pero luego empezó a rechazar mis invitaciones —murmuré, mientras me frotaba el brazo con suavidad—. Creo que en el festival… no le gustaron mis feromonas. Tal vez ahí se dio cuenta de que nunca podría sentir algo romántico por mí. Así que, en lugar de decírmelo directamente, empezó a alejarse poco a poco… supongo que para no darme falsas esperanzas.

Tails suspiró, llevándose una mano a la cabeza.

—Desde ese festival ha estado… extraño. Primero empezó a ir a las oficinas de Neo G.U.N. demasiado seguido.

Levanté una ceja, confundida.

—¿A qué?

Tails se encogió de hombros.

—Ni idea. Solo sé que Shadow se hartó y le negó la entrada.

No pude evitar imaginarme la escena: Shadow echando a Sonic a patadas del edificio, con su mirada helada e implacable. Seguramente ni se inmutó.

—Y después fue lo más raro —continuó Tails—. Siempre que terminábamos una pelea contra Eggman, Sonic se iba a correr, a distraerse con alguna carrera, o simplemente se compraba un chili dog y se recostaba en el tejado. Pero en vez de eso… empezó a quedarse tirado en el sofá, mirando el techo, como si no supiera qué hacer consigo mismo.

—¿Sonic? —pregunté, incrédula— ¿Melancólico?

Tails asintió, serio.

—Sí. Le pregunté muchas veces qué tenía, pero siempre respondía lo mismo: “no es nada”. 

Me quedé en silencio. Era difícil imaginar a Sonic así. En pausa.

—Y cuando tuvo esa pelea con Shadow —siguió—, pensé que había vuelto a la normalidad. De inmediato se obsesionó con encontrar a Eggman antes que él, como si fuera una competencia. Pero en vez de estar motivado… se quejaba todo el tiempo de que Shadow no le hablaba. Que lo ignoraba.

Tails se frotó la cabeza, frustrado.

—Le dije que se disculpara. Que hablara con él, si tanto le importaba. Pero no quiso. Dijo que no había dicho ninguna mentira.

Lo miré en silencio. Algo en mi pecho se removió, inquieto.

—Y ahora… —Tails bajó la voz, cansado— no para de repetir que ustedes dos están en una relación falsa solo para fastidiarlo. Dice que entiende por qué lo haría Shadow, pero aún que no puede creer tu harías algo así.

Mi garganta se cerró por un instante.

—¿Y tú qué le dijiste?

—Le dije que era obvio que te cansaste de que te rechazara una y otra vez. Que no podía culparte por seguir adelante con tu vida. Me dio la razón, pero aun así insiste en que… no puede ser real, especialmente después de pasar años diciéndo que lo amas.

Tails suspiró, y por primera vez en la conversación, se le notó un dejo de tristeza.

—Sonic es mi mejor amigo. Es como un hermano para mí. Pero a veces… no tengo idea de qué pasa por su cabeza.

Los tres nos quedamos en silencio por un momento, y el único sonido en la habitación fue el de Cheese mordisqueando galletitas, sentado sobre la mesa. Mi mente daba vueltas, sin poder digerir del todo lo que acababa de decirme Tails. Había tantas cosas ocurriendo con Sonic… y yo no tenía ni la más mínima idea.
No pude evitar sentirme un poco fuera de lugar, como si me hubieran estado dejando fuera de algo importante.

Mis pensamientos seguían dando vueltas cuando la voz de Tails me sacó de mi espiral mental.

—¿Quieres ver el progreso del submarino? —dijo con su tono animado de siempre, tratando de aligerar el ambiente.

Negué suavemente con la cabeza, aunque le dediqué una sonrisa.
—En realidad vine a pedirte ayuda con algo.

Tails ladeó un poco la cabeza, curioso. Sus orejas se movieron ligeramente hacia mí, alerta.

—¿Con qué? —preguntó, visiblemente interesado.

Saqué mi celular del bolsillo y busqué el video original, el que había empezado todo. La bofetada. Lo encontré en la cuenta de esa chica… Shyle. Se lo mostré a Tails con la pantalla en alto.

—¿Viste este video, no?

Tails asintió, reconociéndolo de inmediato.
—Sí. Nadie creía que fueras tú.

Hizo una pausa antes de añadir con sinceridad:
—Y honestamente, yo tampoco lo creí.

Solté una risa sin humor.
—Solo Vanilla me reconoció.

Mire de nuevo el teléfono, enfocándome en lo importante.
—Necesito que me ayudes a verificar si las primeras cuentas que repostearon este video eran bots.

Tails frunció el ceño, intrigado, y alzó una ceja.
—¿Bots?

Asentí con firmeza.
—Quiero saber si es posible rastrear de dónde vienen. Quién las activó… o al menos, si fue algo espontáneo o manipulado.

Él me miró por un segundo, y vi cómo su expresión cambiaba: de la curiosidad inocente al interés analítico. Era la misma cara que ponía cuando algo encendía su instinto de investigador. Su mente ya estaba trabajando, lo sabía. Y yo solo podía esperar que encontrara algo... algo que me ayudara a entender por qué todo esto estaba ocurriendo.

Tails frunció el ceño, ahora completamente enfocado.

—Así que bots… —repitió, tomando el celular de mis manos para mirar el video más de cerca—. Hmm… Sí, es posible. Si son bots bien hechos, podrían estar usando VPNs o servidores falsos para ocultar su origen. Pero si son caseros… —comenzó a teclear mentalmente mientras hablaba—. Si alguien los programó de forma manual o con un sistema automatizado barato, es probable que estén conectados a una misma IP o patrón de comportamiento.

—¿Puedes rastrearlos? —pregunté, esperanzada.

—Sí. No desde la app directamente, pero si consigo acceso a los metadatos de los primeros reposts, puedo buscar similitudes en los horarios de actividad, geolocalización aproximada, estructura del código de sus publicaciones y hasta la forma en que escriben. Muchas veces los bots tienen errores recurrentes o patrones sospechosos.

—Entonces… ¿podrías saber quién los maneja?

Tails asintió, ajustándose sus lentes con una sonrisa de determinación.

—Si los rastros no están muy cubiertos, sí. Puedo rastrear el origen. Tal vez no dé con un nombre real de inmediato, pero con lo suficiente, podemos identificar si es una sola persona moviendo todo esto… y desde dónde lo hace.

Lo abracé con fuerza.

—¡Gracias, Tails!

Mientras lo abrazaba, sentí que algo se apretaba en mi pecho, y lo solté un poco, bajando la voz.

—Perdón… por no haberte contado lo de Shadow antes. Fuiste uno de los últimos en saberlo, y eso me pesa. Me duele haberlo hecho así contigo.

Él me miró con calma y una ternura que solo Tails podía transmitir. Me dio unas palmaditas suaves en la espalda.

—Está bien, Amy. En serio. Entiendo por qué no lo hiciste. Pero… si algún día tú y Shadow deciden casarse, quiero ser el primero en enterarme. ¿Vale?

Solté una pequeña risa, con un nudo en la garganta.

—Vale. Prometido.

Tails se separó con una sonrisa aún más amplia. Luego silbó con energía—. ¡Vamos!

En segundos, un pequeño robot voló hacia nosotros desde el taller interior. Era redondo, flotaba gracias a una hélice en la cabeza, y tenía orejitas de zorro como las de Tails. Su pantalla digital mostraba una carita animada, y debajo de ella salían un par de bracitos metálicos con pequeñas garras.

—B-Fox, tenemos trabajo que hacer —ordenó Tails con tono animado.

Se sentó en su silla giratoria frente al escritorio repleto de pantallas, cables y placas base. Abrió una ventana en una de las pantallas, donde el video original seguía publicado en la cuenta del canal de Shyle.

Cream y yo nos quedamos a su lado, en silencio, viendo cómo comenzaba a trabajar. Tails tecleaba veloz, abriendo varias pestañas y programas especializados, a la par que murmuraba cosas para sí mismo, mientras sus dos colas se movían de un lado a otro.

—Ok, empecemos con las cuentas que compartieron este video al principio… —dijo concentrado—. A ver quiénes fueron los primeros en darle tracción.

Durante varios minutos solo se oía el zumbido de B-Fox y el constante clic de las teclas.

De pronto, Tails frunció el ceño.

—Esto no es normal…

—¿Qué encontraste? —pregunté, inclinándome un poco.

—Mira esto —giró ligeramente la pantalla para que pudiéramos ver—. El video original apenas tuvo impacto. Shyle era una influencer pequeña, su cuenta no tenía alcance suficiente como para hacerlo viral por sí sola. Pero de la nada… empiezan a aparecer reposts.

—¿Cuántos? —preguntó Cream, sorprendida.

—Decenas. En menos de una hora, y todos desde cuentas vacías o casi vacías. Sin seguidores, sin publicaciones anteriores, algunas con nombres generados aleatoriamente… —Movió el cursor entre varios perfiles—. Pero lo raro es que parecen legítimos. Están muy bien armados, como si alguien se hubiera tomado el tiempo de disfrazarlas para que pasaran por usuarios reales.

—¿Un ataque organizado? —pregunté.

Tails asintió.

—Sí, pero no de una granja de bots comercial. Esto no es algo comprado en la deep web o por un paquete de “mil likes”. No… esto es artesanal. Cada cuenta fue creada individualmente. Es trabajo de un solo hacker. Alguien bueno… muy bueno.

Se quedó callado un momento, mientras sus dedos volvían al teclado. Pasó a una segunda pantalla y ejecutó otro programa. Sus ojos se entrecerraron.

—Y esto lo hace más claro… Mira los hashtags. —Señaló una lista que se desplegó en una de las pantallas—. Casi todos los reposts del video usaban uno en común: #ShadowTheHedgehog .

—¿El mismo hashtag que siempre se ha usado para él? —pregunté, aún un poco perdida.

Tails negó con la cabeza.

—No exactamente. Este hashtag explotó justo en dos momentos clave: uno, con la difusión masiva del video de la bofetada… y dos, al mismo tiempo que se empezaron a repostear noticias y rumores sobre la pelea que ocurrió en el bar Last Trip . Todo en la misma ventana de tiempo. Minutos de diferencia, como si hubieran querido conectar ambas cosas.

—¿Me estás diciendo… que todo esto fue intencional?

—Mucho más de lo que pensábamos —dijo serio—. Quien sea que esté detrás no solo usó bots para viralizar el video… también los usó para amplificar una narrativa. Querían que todo el mundo supiera que Shadow estuvo involucrado en un incidente público y que tenía una… acompañante. 

Sentí cómo se me apretaba el pecho. No era solo una exposición. Era una campaña.

—Alguien quería que todos estén hablando de Shadow —murmuré—. No por su trabajo, sino por su vida personal.

Tails asintió, con una expresión más seria de lo habitual, la mirada fija en la pantalla.

—Y lo lograron... Shadow siempre ha sido muy privado. Tengo entendido que ni siquiera tiene redes sociales.

—Ni sabe cómo funcionan —respondí con una pequeña sonrisa.

Tails soltó una breve risa, pero volvió enseguida a su tono concentrado.

—Siempre se ha mantenido al margen. Incluso en todas las noticias relacionadas con Neo G.U.N., su nombre rara vez aparecía. Era como si su identidad estuviera deliberadamente protegida. Pero este hacker... logró que su nombre se volviera público. Lo trajo de golpe a la conciencia colectiva. Lo convirtió, prácticamente, en una celebridad.

Volvió a concentrarse en el teclado. Tecleó rápido, abriendo más pantallas, ventanas y líneas de código. Después de unos segundos en silencio, murmuró sin mirarme:

—Además... tú deberías saber que hay muchos rumores en internet sobre su origen.

Asentí en silencio, sintiendo el peso de lo que estaba por decir.

—Antes, esos temas estaban enterrados en foros oscuros, espacios dedicados a conspiraciones y teorías locas... hablaban de la invasión de Black Arms, de proyectos secretos, incluso de que era un experimento alienígena. Cosas que casi nadie tomaba en serio.

Se detuvo, girándose hacia mí.

—Pero desde que el hashtag se volvió viral, todo eso... explotó. Su pasado, su supuesta conexión con el Proyecto Shadow, su rivalidad con Sonic… y ahora su vida romántica. Todo está siendo diseccionado y comentado en tiempo real. Como si él fuera una figura pública más. 

Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta.

—Esto no fue un ataque a mí… fue contra él. Quieren usarme para exponerlo.

Tails bajó un poco el volumen de su voz, como si temiera que alguien más pudiera escucharnos, aunque estábamos solos.

—No estoy del todo seguro... —murmuró—. Pero tengo el presentimiento de que todo esto no fue solo para exponerlo... sino para volverlo interesante . Para que el “triángulo amoroso” entre ustedes dos y Sonic... se volviera una noticia nacional.

Me giré hacia él, confundida.

—¿Una noticia?

Tails asintió lentamente, mirando una de las pantallas donde el hashtag seguía creciendo en interacciones.

—Piensa en esto, Amy. Toman un video escandaloso, lo viralizan con bots, posicionan el nombre de Shadow que hasta ahora era un completo misterio para el público, y de pronto, ¡bam! Tienes una historia: el comandante frío y reservado de Neo G.U.N., el héroe nacional de Morbius y la chica que siempre estuvo enamorada de Sonic. Es perfecto para alimentar el morbo de la gente. Deja de ser una vida privada y se convierte en una narrativa mediática.

Guardó silencio un segundo, y luego agregó en voz baja:

—Y si lo piensas bien... ¿cuántos de esos rumores que ahora se están esparciendo existían antes? ¿Y cuántos están siendo fabricados ahora que la atención está puesta sobre ustedes?

Me llevé una mano a la cabeza, sintiendo cómo el dolor del golpe regresaba con fuerza, punzante, como si mi cuerpo también intentara procesar lo que acababa de oír. Cream, preocupada, apoyó con suavidad su mano en mi espalda, temiendo que volviera a desmayarme.

La miré y le sonreí con ternura, intentando transmitirle tranquilidad, aunque por dentro estaba hecha un desastre.

Tails desvió la mirada de sus pantallas para dirigirse a mí, su tono más suave.

—Es solo una teoría, Amy... —dijo con cautela—. No puedo confirmar cuáles fueron las intenciones reales de este hacker.

Volvió la vista a su computadora, tecleando algo más. Su ceño se frunció ligeramente mientras analizaba nueva información.

—Lo único que sí pude confirmar es que se usaron bots para viralizar específicamente el nombre de Shadow. Porque... —hizo una breve pausa, como si dudara en compartir lo que seguía—. Porque ya no hay más actividad.

Me miró de nuevo, esta vez con más gravedad.

—Le pedí a B-Fox que siguiera rastreando interacciones. Revisó los perfiles, los patrones de actividad, todo. Y no hay más rastros de bots activos ni movimientos extraños. Quien haya estado detrás de esto... solo empujó la narrativa justo lo necesario para que despegara por sí sola. Y después se desvaneció.

Me quedé en silencio, mientras mi corazón latía cada vez más fuerte.

—¿Puedes rastrear al hacker?

Tails bajó la mirada a la pantalla.

—Lo estoy intentando. Pero... cubrió muy bien sus huellas. Usó proxys, redes privadas, borró metadatos del video. Es un trabajo limpio, profesional. No imposible de rastrear, pero va a tomar tiempo.

Suspiré, sintiendo que todo el asunto era más grande de lo que imaginé.

—¿Qué tipo de persona haría algo así?

Tails se recostó en el respaldo de su silla, cruzando los brazos y mirando la pantalla con cautela.

—Alguien que quiere lastimar... o desenmascarar —dijo, sin compromiso, mientras se frotaba la nuca con un gesto pensativo—. No lo sé aún. Pero esto no fue una broma ni un impulso pasajero. Fue un plan. Y... tú estabas en medio.

Sus palabras resonaron en mí con fuerza. Sentí un cosquilleo de inquietud y, a la vez, una extraña sensación de inevitabilidad. ¿Quién querría destruir o exponer a Shadow de esa manera? Mientras Tails seguía analizando los datos, su mirada se volvió seria y decidida, y su entusiasmo en ese momento de investigación me hizo comprender que la historia que se estaba tejiendo era mucho más compleja y oscura de lo que jamás hubiese imaginado.

—Lo resolveremos, Amy. Llegaremos al fondo de esto —añadió con convicción.

Cream dijo con firmeza, aunque su voz seguía siendo suave:
—No te preocupes, Amy. Vamos a encontrar a ese hacker y darle una lección.

Sus palabras me hicieron sonreír. La abracé con fuerza, agradecida, y ella me devolvió el gesto con cariño, envolviéndome con ese apoyo incondicional que siempre me ofrecía sin dudar.

—Necesitas despejar tu mente mientras Tails se encarga —añadió ella, separándose un poco para mirarme a los ojos—. Ven conmigo a Stadium Square, necesito comprar algo y quiero tu opinión.

Tails asintió desde su silla, sin apartar la vista de las pantallas.
—Salgan a tomar un poco de aire. Yo me quedo aquí trabajando en esto, y en cuanto encuentre algo, te lo haré saber de inmediato.

Me los quedé mirando a los dos, con el pecho apretado pero también cálido. A pesar de todo lo que estaba ocurriendo, no estaba sola.

—Gracias, chicos… de verdad —les dije, con una voz más débil de lo que esperaba, pero honesta.

Me limpié los ojos rápidamente con el dorso de la mano, respiré hondo y me separé de Cream, lista para acompañarla a la ciudad. Por ahora, debía confiar en ellos… y tratar de recuperar un poco de paz mientras el mundo giraba más rápido de lo que yo podía seguir.

Nos despedimos de Tails con una última mirada de confianza. Cream se acercó al cuerpo inmóvil de Gemerl, que yacía acostado sobre la mesa de trabajo, con su cabeza metálica expuesta, y le dijo con cariño:

—Volveré mañana, Gemerl. No te preocupes.

Luego tomó a Cheese en brazos y salimos juntas del taller, respirando el aire cálido y húmedo de la tarde en Green Hills. Caminamos en silencio un buen tramo por el sendero que llevaba a la pequeña estación de tren, dejando que el viento jugara con las hojas caídas, mientras el sol descendía poco a poco sobre el horizonte. El viaje hacia Stadium Square fue tranquilo; el vagón estaba casi vacío, lo que nos permitió relajarnos. Hablamos de libros de fantasía, música tranquila y recetas de pan dulce, dejando atrás por un rato el caos digital del día.

Al llegar a Stadium Square, Cream me tomó del brazo con entusiasmo.

—¡Vamos! —dijo con una sonrisa brillante.

—¿A dónde? —pregunté, divertida.

Pero con esa sonrisa traviesa que le conocía desde niña, me jaló directamente hasta una tienda de disfraces. El lugar estaba abarrotado de Mobians de todas las edades, buscando el atuendo perfecto para la Noche de los Dos Ojos. Luces anaranjadas y violetas decoraban el techo, y un leve olor a tela nueva, maquillaje y confeti llenaba el ambiente. Había disfraces de criaturas míticas, máscaras brillantes y capas largas colgando por todas partes. Cheese flotaba alegre, dando vueltas frente a los disfraces como si los estuviera inspeccionando.

Cream me llevó hasta una sección más tranquila, con disfraces colgados en percheros giratorios.

—Quiero que me ayudes a escoger uno para el festival —me dijo, algo nerviosa—. Quiero verme bien... madura. Nada muy infantil, pero tampoco tan provocador como para que a mamá le dé un infarto.

La miré con una ceja alzada, divertida.

—¿Verte madura, eh?

Ella bajó la mirada, entrelazando los dedos y con un leve sonrojo en las mejillas.

—Tengo… tengo una cita para la Noche de los Ojos —murmuró—. Y quiero verme bien.

Solté un pequeño grito de sorpresa.

—¿¡Tienes una cita!? ¿¡Con quién!?

Me acerqué de inmediato, medio riéndome, medio escandalizada. Cream me miró de reojo, mordiéndose el labio inferior con timidez.

—Con… Charmy.

Mi boca se abrió como si fuera a decir algo, pero ninguna palabra salió de inmediato. Solo logré ponerme una mano sobre la boca, anonadada.

—¿Charmy te invitó?

Ella asintió, empezando a jugar con la punta de una de sus orejas.

—Como Vector siempre pasa a la cafetería en las tardes a ver a mamá, a veces Charmy lo acompaña. Y… bueno… empezamos a platicar. Hace unos días me pidió si quería ser su cita para el festival.

—¿Y por qué me estoy enterando hasta ahora? —pregunté en tono de falsa indignación, cruzándome de brazos.

Cream me sacó la lengua. Cheese hizo lo mismo. Solté una carcajada inevitable.

—¡Ahora estamos a mano! —dijo ella entre risas.

—Está bien, estamos a mano —repetí, negando con la cabeza, aún sonriendo—. ¿Y le preguntaste de qué va a ir vestido Charmy? Podrías elegir algo que combine.

—No le he preguntado aún… —respondió, pensativa—. Pero me gustaría que fuera una sorpresa.

—Entonces —dije, mirando los disfraces con determinación—, elijamos el disfraz más bonito de toda la tienda.

—¡Sí! —exclamaron Cream y Cheese al unísono.

Y así, nos lanzamos entre las telas, máscaras y accesorios, decididas a encontrar algo especial.

El primer intento fue un disfraz de bruja: un vestido morado con estrellas doradas y un sombrero puntiagudo que le tapaba media cara. Se veía adorable, pero al mirarse al espejo frunció los labios.

—Parece que voy a pedir dulces, no a tener una cita…

—Es cierto —dije, conteniendo una risa—. Demasiado "ofrenda para los espiritus", no suficiente misterio.

El segundo fue un conjunto de pirata elegante: falda con volantes, corsé rojo y una chaqueta corta con hombreras doradas.

—¿Demasiado teatral? —preguntó girando sobre sí misma.

—Un poco… y Vector probablemente haría un comentario sobre eso. Algo como “¡argh, timón a estribor!” —imité la voz de Vector y ambas estallamos en risas.

Después vino uno de hada del bosque, con alas verdes y un vestido hecho de capas que parecían hojas. Era precioso… pero Cream alzó una ceja.

—Demasiado etéreo, ¿no? Me siento como una ilustración de un libro infantil.

—Coincido. Bellísima, pero no “cita con Charmy” bellísima.

Cheese se probó una mini capa de murciélago mientras esperábamos que Cream saliera del probador con el siguiente disfraz. Y entonces… salió.

Vestía un traje de vampiresa elegante: un vestido de tono vino oscuro, con mangas de tul bordado, una capa corta con el interior rojo sangre, y una piedra roja colgando de un collar sencillo en su cuello. Sus orejas estaban peinadas hacia atrás con un pequeño moño negro. Se veía como salida de un cuento gótico.

—Wow… —murmuré, llevándome una mano al corazón—. Cream, te ves increíble.

Ella se quedó en silencio frente al espejo, observando su reflejo con atención. Luego giró despacio, mirando cómo se movía la falda al ritmo de sus pasos.

—¿No es muy serio? —preguntó en voz baja.

—Es perfecto. Madura, elegante, con un aire de misterio. Y sigues viéndote tú. Charmy va a quedarse boquiabierto.

Cheese giró a su alrededor con admiración, soltando un alegre “chao!” y tirando confeti que había encontrado en algún lado.

Cream sonrió, esa sonrisa tímida pero auténtica que solo mostraba cuando realmente se sentía bien con algo.

—Entonces… este será.

—Definitivamente —asentí—. Este año la Noche de los Dos Ojos va a ser inolvidable.

Y mientras íbamos a pagar, no podía evitar pensar en lo mucho que Cream había crecido… y en lo bonita que era esa transición entre la niñez y la juventud. Ella seguía siendo la misma chica dulce de siempre, pero ahora también era una joven con fuerza, decisión y… una cita para el festival.

Salimos de la tienda de disfraces entre risas, con Cream abrazando con cuidado la bolsa que contenía su nuevo vestido de vampiresa, como si llevara un tesoro entre los brazos. Cheese iba sentado sobre su cabeza, agitando las alitas negras de su disfraz de vampiro con orgullo. Caminábamos despacio, hablando sobre el próximo festival, sobre cómo ambas teníamos una cita este año y lo emocionadas que estábamos. Era una de esas tardes suaves, donde el aire ya olía a hojas secas y a pan de calabaza, y todo se sentía ligero.

Hasta que lo vi.

Fue solo un destello al principio, una figura en mi visión periférica que me hizo detenerme en seco. Cream dio unos pasos más antes de notar que ya no iba a su lado, y se volvió hacia mí, ladeando la cabeza.

—¿Amy? ¿Qué pasa?

Pero yo no respondí. Mi mirada estaba fija en un erizo de pelaje gris. Llevaba gafas oscuras y un abrigo rojo tan largo que le rozaba los zapatos negros. En sus manos, firmemente sujetado, descansaba un bastón para ciegos. A su lado, tomándolo del brazo con ternura, había una eriza de pelaje rojizo, boina ladeada y un vestido azul cubierto por un abrigo grande. Estaban de pie contra la pared de una tienda de ropa, quietos, esperando algo o a alguien.

—¿Amy? —insistió Cream, ahora más cerca—. ¿Los conoces?

Tragué saliva. No podía apartar los ojos del erizo. Había algo en su postura, en la manera en que sujetaba el bastón, incluso en la forma en que escuchaba a la chica a su lado. Algo que me resultaba… familiar. Como un eco lejano de alguien que conocía muy bien. Como un recuerdo atrapado entre las sombras de la memoria.

Y entonces lo supe.

No por su rostro —que no podía ver tras los lentes oscuros—, ni por su voz —porque aún no había dicho nada—. Lo supe por el aroma. Esa mezcla inconfundible de lavanda y algo más… algo masculino, denso, que siempre me envolvía cuando me acercaba demasiado. Que se quedaba en mi ropa, en mi auto, en mi sofá, cuando él estaba cerca.

—Shadow… —susurré, sin pensarlo, sintiendo cómo el mundo alrededor se aflojaba un poco.

Y él, sin siquiera voltear, giró apenas el rostro en mi dirección. Como si me hubiera sentido.

Me acerqué con paso cauteloso, como si temiera que un movimiento brusco pudiera deshacer la ilusión que tenía frente a mí.

A cada paso, mi mente me gritaba que no podía ser él. El erizo tenía el pelaje más claro, grisáceo. Su postura era distinta, y el abrigo largo y rojo que lo envolvía no se parecía a nada que yo hubiera visto en su guardarropa. Incluso el bastón blanco que sostenía entre ambas manos me decía que no era Shadow. Que era simplemente un Mobian ciego esperando con su compañera.

Y, aun así, algo en mí no podía creerlo.

La pareja giró sus cabezas hacia mí al notar mi presencia. El erizo no dijo nada. Tenía los ojos cerrados bajo las gafas oscuras, el rostro sereno pero tenso. La eriza a su lado, más bajita que yo, me miró sin expresión, con una calma que se sentía… ensayada. Su mano seguía en su brazo. Poseía un aire de intimidad que me desagradó al instante.

Pero ese olor…

Sentí que el corazón me latía en la garganta.

—Shadow —dije, con la voz firme y clara.

Vi cómo las orejas del erizo se movieron de inmediato, como un reflejo involuntario, y cómo su mandíbula se tensaba. No respondió de inmediato, pero ya no tenía dudas. Era él.

Miré a la eriza. Seguía sin mostrar emoción, como si mi presencia no le afectara en lo absoluto. Pero su mano permanecía en su brazo. Y no pude evitarlo: sentí esa punzada. Otra vez. Celos, rabia… lo que fuera que siempre se encendía cuando veía a otra mujer demasiado cerca de él.

Volví la vista al erizo con una mirada cargada de molestia. Sé que no podía verme, pero estaba segura de que podía sentirlo. El ambiente se volvió espeso. Shadow soltó un suspiro lento.

—Rose —dijo al fin, su voz grave, inconfundible.

Le apunté con el dedo sin pensar.

—¡Sabía que eras tú!

Él ladeó la cabeza, como si le divirtiera mi reacción.

—¿Cómo lo supiste?

Me crucé de brazos con firmeza, el ceño fruncido.

—Te reconocería en cualquier parte.

Hubo un momento de silencio entre los tres. Y entonces él soltó una risa breve, seca, casi nostálgica.

—¿De qué te ríes? —pregunté, molesta.

Shadow giró ligeramente el rostro hacia la eriza que lo acompañaba.

—La primera vez que la conocí, me abrazó por la espalda pensando que yo era ese imbécil azul. Y mírala ahora… me reconoce incluso disfrazado.

La eriza lo miró apenas, y con una voz grave, plana, masculina, murmuró:

—Es impresionante.

Retrocedí un par de pasos, sorprendida por la voz tan profunda y masculina que había salido de la eriza. No me lo esperaba.
Sentí los pasos de Cream acercándose, y en un segundo estaba a mi lado, con los ojos tan confundidos como los míos.

—¿Cream? —dijo Shadow, con un tono más suave.

Ella abrió los ojos de golpe, reconociendo de inmediato la voz.

—¿Señor Shadow? ¿Es usted?

Él solo asintió con la cabeza.

Cream se llevó una mano a la boca, atónita, y luego desvió la mirada hacia la figura a su lado. La observó con cautela, con ese instinto agudo que pocas veces mostraba, como si algo no le terminara de cuadrar.

—¿Y ella es…? —preguntó, sin ocultar la sospecha en su voz.

La eriza respondió con calma, sin emociones:

—Kane.

Mi corazón dio un vuelco.

—¡¿Kane?! ¿Eres tú?

—Afirmativo —respondió.

Entonces lo entendí todo.

Mi mente hizo las conexiones de inmediato, como piezas de un rompecabezas encajando de golpe. Shadow. Kane. Un disfraz elaborado. Un bastón de ciego. La actitud reservada. Todo tenía sentido. Estaban en una misión. Estaban encubiertos.

Y yo…

Yo los estaba arruinando.

—Oh, no… —murmuré, sintiendo el calor subir a mi rostro por la vergüenza.

Rápidamente puse una mano en la espalda de Cream y empecé a guiarla para alejarnos de allí, para sacarla de la escena antes de causar más problemas.

—Vamos, Cream, mejor nos—

—Espere, señorita Amy —me interrumpió la voz de Kane, tan firme como una orden.

Me detuve en seco. El ambiente se volvió tenso otra vez. Giré lentamente sobre mis talones, todavía con las manos sobre los hombros de Cream, sin saber si me había metido más profundo de lo que debía.

Kane soltó el brazo de Shadow y lo miró con firmeza.

—Comandante… creo que sería prudente pedirle ayuda a la señorita Amy con esta misión.

Shadow alzó apenas una ceja, curioso.

—¿A qué te referís?

—Con todo respeto, señor —dijo Kane sin alterar su tono—, ni usted ni yo tenemos las habilidades sociales necesarias para esta clase de tarea. Normalmente nos emparejan con agentes más carismáticos, con facilidad para interactuar. Esta vez… no tenemos eso.

Shadow bajó un poco la cabeza, pensativo. Lo vi tomarse un segundo, como si masticara las palabras. Luego asintió lentamente.

—No estás equivocado… —dijo, casi con resignación, y tras una breve pausa—. Y Rose es bastante elocuente. Sabe moverse en entornos sociales. Y actuar.

Sentí mi corazón dar un vuelco cuando giró su rostro hacia mí. No abrió los ojos, pero su expresión era seria.

—Rose —dijo con esa voz grave que siempre me desarmaba—, ¿puedo pedir tu ayuda?

Lo miré por un segundo, procesando lo que acababa de decir. Luego volteé hacia Cream, mi expresión cargada de duda. No quería dejarla sola en medio de nuestra salida, no después de lo emocionadas que estábamos por nuestro día juntas.

Pero Cream me sonrió, tranquila, con esa dulzura que le nacía tan natural.

—Parece ser algo muy importante —dijo, colocando con cuidado la bolsa del disfraz bajo su brazo—. No te preocupes, Amy. Iré al arcade un rato y luego a casa. Tú ve a ayudar al señor Shadow.

—¿Segura? —le pregunté, sintiéndome culpable.

Ella asintió con una sonrisa más amplia.

—Segura. Pero si te sientes mal… mañana podés pasar por la casa y pasar el día juntas.

Me giré un poco para abrazarla y respondí con cariño:

—Hagamos eso, Cream. Gracias… y no regreses muy tarde a casa, ¿sí?

—Lo sé —dijo, dándose media vuelta con Cheese todavía sobre su cabeza.

Antes de alejarse, se detuvo un segundo, miró a los dos agentes y dijo con educación:

—Hasta luego, señor Shadow. Un gusto conocerlo, señor Kane.

Tanto Kane como Shadow asintieron con la cabeza a modo de despedida.

Y con eso, la vi marcharse, sus orejas moviéndose mientras se alejaba calle abajo, hasta doblar la esquina y desaparecer con Cheese flotando suavemente detrás de ella.

Me acerqué a ambos con paso firme, aunque la curiosidad me latía fuerte en el pecho.

—¿En qué necesitan ayuda exactamente? —pregunté, sin rodeos.

Shadow giró ligeramente el rostro hacia mí, su expresión serena pero tensa.

—Estamos en medio de una misión de infiltración —dijo con ese tono bajo y firme que siempre usaba cuando estaba concentrado—. Esta tarde se llevará a cabo una reunión organizada por un grupo purista extremista. La información que tenemos indica que podrían estar reclutando nuevos miembros… o algo peor.

Me crucé de brazos, sintiendo un escalofrío.

—¿Puristas extremistas? ¿Del tipo "solo sangre pura o sino la muerte" …?

Kane asintió.

—Correcto. Y el evento tiene una condición de entrada muy específica: solo aceptan parejas de la misma especie.

—Por eso el disfraz —murmuré, mirando de nuevo a Kane, y entendiendo de golpe por qué llevaba vestido, boina y maquillaje. Volví la vista a Shadow—. ¿Y ustedes iban a entrar así, como… pareja?

—Era el plan —dijo Shadow, sin cambiar de expresión.

—¿Y no te pareció extraño? —pregunté, alzando una ceja.

—Extraño sí —dijo con un leve suspiro—. Pero funcional.

Kane intervino, en su tono neutro de siempre:

—La misión tiene prioridad. Y, como es habitual, las unidades de infiltración social se emparejan con agentes que puedan compensar nuestras… limitaciones conversacionales.

—Traducción: ustedes dos no saben hablar con la gente —dije, conteniendo una sonrisa.

Shadow ladeó la cabeza.

—Kane lo dijo más elegantemente.

—¿Y son solo ustedes dos? —pregunté, volviendo al tema.

Shadow negó con la cabeza.

—No. Axel y Iris son la otra pareja. En este momento están en el furgón poniéndose su disfraz.

Señaló con la barbilla un camión blanco estacionado al otro lado de la calle, con un gran logo que decía “Transportes Multifast”

—Axel está oscureciendo su pelaje para que parezca una pantera —explicó.

—Wow… tienen todo bien pensado —admití, bajando la mirada un segundo—. ¿Y qué se supone que quieren de mí?

Kane fue el que respondió esta vez.

—El Comandante necesita una pareja. Una eriza, preferentemente carismática, convincente, que pueda desenvolverse en un entorno hostil sin levantar sospechas.

—Y casualmente me crucé con ustedes en la calle —dije, alzando una ceja.

—El destino tiene una puntería curiosa. —respondió Shadow.

Sentí un cosquilleo en el estómago. Me aclaré la garganta para sacudirlo.

—¿Y qué tendría que hacer exactamente?

—Entrar con él —dijo Kane—. Son una pareja. Te presentás como tal. Nada más, nada menos.

—Observar, escuchar —añadió Shadow—. Mantenernos alerta. Y si todo se va al infierno, cubrirnos las espaldas.

Lo miré un momento. Su postura seguía siendo firme, el rostro impasible como siempre… pero había algo en su voz. Algo en la forma en que me pedía ayuda. No era una orden, ni una exigencia. Era una súplica silenciosa. Shadow confiaba en mí. 

—Está bien —dije finalmente, con una sonrisa ladeada—. Vamos a infiltrarnos en una secta de puristas.

Me reí con cierta nostalgia, bajando un poco los hombros.
—Me recuerda cuando tenía que colarme en las bases de Eggman disfrazada de robot. Aquello sí era incómodo.

Shadow asintió, y por un segundo, juraría que sus labios se curvaron en una sonrisa casi imperceptible.

—Gracias, Rose.

—Un placer, Shadow —respondí, con suavidad.

Kane levantó una mano en dirección al vehículo blanco.

—Acompáñame. Necesitarás un disfraz.

Le di una última mirada a Shadow. Sus ojos seguían cerrados, pero su presencia lo llenaba todo. Luego giré sobre mis talones y seguí a Kane.

Subimos los dos al furgón. Apenas abrimos la puerta, el aire se impregnó del olor a pintura para pelaje. La escena dentro era caótica, pero organizada a su manera. 

Al fondo, había una cortina negra que tenia un letrero que decía “ZONA DE CAMBIO” Justo al frente de la cortina, había una pequeña mesa abatible con un espejo iluminado por luces LED tenues. Encima, frascos de pintura para pelaje, brochas, esponjas, toallitas húmedas y fijador.   Iris, la pantera y Mira, la halcón, estaban agachadas junto a Axel, quien ya tenía el rostro completamente oscurecido, y la mitad de su torso cubierto con pintura negra. tapando su pelaje naranja y sus rayas negras. Su brazo derecho también estaba pintado, y mantenía una expresión estoica, como si esto fuera parte de su rutina habitual.

Un poco más adelante, había un perchero portátil que sostenía varias perchas con uniformes, disfraces y capas. En una caja plástica había pares de botas y guantes ordenados por talla.

Y en la entrada, había un sistema de computadoras que parpadeaba con luces verdes y azules, vi a Travis, el lobo, sentado en una de las sillas, comiendo unas frituras, despreocupado. A su lado había un oso que no reconocí: fornido, de pelaje gris oscuro y con gafas de aumento, claramente el nuevo genio tecnológico del escuadrón.

Mira se giró al notar nuestra entrada, frunciendo el ceño.

—Kane, ¿qué hace Amy aquí?

Kane respondió sin titubear:

—Cambio de planes. Amy será mi reemplazo.

Hubo un segundo de silencio. Iris levantó la mirada, entre sorprendida y divertida, mientras Axel alzó una ceja sin decir palabra.

—¿En serio? —preguntó Mira, cruzando los brazos—. ¿Y eso fue idea tuya… o del Comandante?

—De ambos —contestó Kane, mientras caminaba hacia una de las cajas del fondo que decía “DISFRACES - ESPECIE ERIZO (F)”—. El comandante necesita una pareja convincente. Y, como sabes, yo no califico en ese apartado.

Travis giró brevemente desde las computadoras y me guiñó un ojo.

—Bueno, bueno, ahora sí se puso interesante.

Rodé los ojos con una sonrisa. Justo en ese momento, Axel gruñó desde su asiento mientras Iris le pasaba cuidadosamente pintura oscura por el brazo.

—Si hubiera sabido que podíamos traer a nuestras mujeres —murmuró con fastidio—, habría hecho que Luna viniera. Así no terminaba todo embarrado de pintura.

Iris levantó una ceja burlona, sin dejar de trabajar.

—¿Y creés que te habría ayudado?

Axel se quedó mirando el suelo por un segundo, claramente considerando la posibilidad… 

—...No. Me hubiera gritado que tiene cosas más importantes que hacer —dijo con una sonrisa torcida, casi divertida, pero con un dejo de amargura en los ojos.

Mira, con el rostro sereno mientras le repasaba los bordes del rostro con un pincel:

—Además —murmuró con tono neutro, como si solo estuviera nombrando un hecho, no lanzando una acusación—, ¿Luna no comparte algunas ideas puristas? Si no mal recuerdo, peleó bastante contigo cuando decidiste casarte con Gigi… porque no había un tigre en su árbol genealógico, ¿cierto?

Axel suspiró, resignado.

—Sí… definitivamente habría sido una muy mala idea.

Desde la entrada del furgón, se escuchó la carcajada incontrolable de Travis. Se reía tanto que golpeó la consola frente a él con el puño.

—¡Te habría hecho unirte a la secta también, hermano!

Me reí un poco. Este equipo tenía una química especial.

Entonces, Kane se acercó a mí con dos botellas en las manos. Una era roja, la otra azul. Las agitó ligeramente frente a mí como si me ofreciera un cóctel inofensivo.

—Tenemos rojo y azul. ¿Cuál preferís?

Levanté una ceja, confundida.

—¿Para qué?

—Para teñirte el pelaje. Has sido el centro de atención de un circo mediático recientemente, serás reconocida fácilmente. 

Bajé la mirada y tomé una de mis mechas entre los dedos. El rosado de mis púas brillaba incluso bajo la luz tenue del vehículo. Suspiré con una sonrisa resignada.

—Tiene sentido…

Suspiré, divertida, y señalé la botella roja.

—Rojo. Si elijo azul, creo que Shadow me terminaría en el acto.

Kane levantó ligeramente la ceja y luego me entregó un vestido violeta oscuro, claramente anticuado, un abrigo blanco largo con botones dorados y un gorro de lana a juego.

—Este es el disfraz. Te ayudará a pasar desapercibida… o al menos a no parecer vos misma.

Kane señaló una cortina al fondo, detrás del improvisado “salón de belleza” donde trabajaban sobre Axel.

—Puedes cambiarte ahí. Cuando estés lista, Travis y yo nos encargamos del color.

Tomé el vestido y miré a todo el equipo, sintiendo una mezcla de nervios y entusiasmo. Me encantaba esa sensación: la de estar en el centro de algo grande, con adrenalina corriendo y todos unidos por un objetivo.

—Perfecto —dije con una sonrisa cómplice—. Denme cinco minutos, y les devuelvo a Amy Rose convertida en toda una agente encubierta.

Con el conjunto en brazos, caminé hacia la improvisada cabina de cambio. Al cruzar la cortina, me quité con cuidado mi abrigo y el vestido que llevaba puesto, revisando los vendajes de mis brazos antes de colocarme la nueva ropa. Me ajusté las medias, los guantes, y me aseguré de que todo quedara perfectamente en su sitio.

Al salir, Kane me indicó un asiento de plástico frente a un espejo portátil.

—Siéntate acá.

Lo hice, y de inmediato sentí las manos de Travis y Kane trabajando con precisión en mis púas. Utilizaban pinceles especiales y una pintura espesa pero fresca al tacto.

—Es pintura natural —explicó Kane mientras comenzaba a cubrir los mechones delanteros—. Se va con agua y jabón. Nada permanente.

—Es bueno saberlo —respondí, soltando una pequeña risa.

Eché un vistazo hacia Axel, que ya se ponía de pie. Habían terminado de pintarlo y ahora se colocaba un abrigo café claro encima. Estaba completamente irreconocible.

Kane y Travis terminaron mi cabello con sorprendente rapidez. Aun así, tuve que esperar unos diez minutos para que se secara por completo. Aproveché para observar al equipo moverse, prepararse, afinar detalles. Se sentía la tensión antes de una misión, pero también la confianza. La sensación de estar lista.

Me coloqué el gorro de lana con cuidado y Kane me entregó un último detalle: unos anteojos sin aumento.

—Para ocultar mejor el rostro —dijo sin más.

Me los puse y me miré en el espejo. Era yo… y al mismo tiempo no. Ya no era Amy Rose. Ahora era otra.

Y estaba lista para entrar en territorio enemigo.

Axel, ahora completamente cubierto de pintura negra, Iris con un gorro ruso gris y un abrigo largo del mismo tono combinado con pantalones azul oscuro, y yo salimos de la vagoneta entre despedidas breves y un último comentario sarcástico de Travis. Cruzamos la calle con paso firme, de regreso hacia Shadow, que seguía esperando apoyado contra la pared de una tienda de ropa, con las manos en los bolsillos y la cabeza agachada, oculto tras sus lentes oscuros.

Cuando nos acercamos, alzó ligeramente la cabeza.

—¿Están listos?

Me adelanté un poco y me detuve frente a él con una sonrisa juguetona.

—¿Qué tal me veo?

Shadow se bajó lentamente los lentes hasta la punta de su hocico y abrió su ojo izquierdo para mirarme. Me escaneó de arriba abajo en silencio, su expresión imperturbable. Luego, sin cambiar de tono, dijo:

—Bastante bien, señorita Amelia.

Le sonreí con picardía, alzando una ceja.

—¿Ese es mi nombre clave?

Se colocó de nuevo los lentes con calma.

—Desde ahora.

Hizo una pausa breve, y luego nos explicó:

—Yo seré Maximilian. Axel es Richard, e Iris, Miranda. Somos dos parejas, amigos desde hace años, interesados en la ideología purista. Tu y yo llevamos cinco años casados; ellos, tres. Ninguno tiene hijos. Yo no trabajo por mi discapacidad, y tu eres heredera de unas propiedades familiares. Axel es contador, e Iris profesora. ¿Todos tienen claro el papel que les toca?

Asentí, repasando mentalmente los detalles como una lista antes de una obra de teatro. Me llevé las manos  a su brazo y lo tomé suavemente, acercándome a Shadow con gesto cómplice.

—Entendido.

Axel, ajustándose el cuello del abrigo, habló con tono neutro.

—Vamos a ver qué están planeando.

Shadow asintió. Activó su bastón de ciego y comenzamos a caminar. Yo lo guiaba con un brazo enganchado al suyo, mientras Axel e Iris tomaban la delantera, caminando con paso seguro y controlado.

El camino nos llevó cuesta arriba por una calle adoquinada, hasta llegar a un salón de eventos. En la entrada, un guepardo vestido con un traje morado nos recibió con una sonrisa medida. Nos miró a los cuatro de arriba abajo, como evaluando si encajábamos.

Tragué saliva disimuladamente, sonreí con elegancia y me obligué a mantener la mirada firme, sin titubear. Después de unos segundos de tensión, el felino se apartó y nos hizo un gesto con la mano.

—Adelante.

Entramos.

El interior era amplio, con iluminación cálida y cortinas pesadas a los costados. Había varias filas de sillas colocadas frente a un pequeño escenario, sobre el que colgaba una pantalla enrollada y algunos reflectores mal dirigidos. El aire olía a café barato y a perfume caro. El tipo de lugar donde te convencen de que todo está por cambiar… aunque ya sabés que no.

Me acomodé el gorro con disimulo, sintiendo el peso de mi nuevo nombre, mi nueva historia… y el hecho de que estaba caminando hacia el corazón de una ideología peligrosa.

Caminamos entre las filas de sillas hasta encontrar un lugar a mitad del salón. Axel e Iris se sentaron primero, y yo ayudé a Shadow a acomodarse junto a ellos. Él minimizó su bastón plegable y lo dejó sobre su regazo con discreción. Me senté a su lado, echando un vistazo alrededor. Varias parejas estaban entrando, buscando sus asientos en silencio, con miradas curiosas o contenidas.

Me incliné hacia los demás y susurré:

—¿Y ahora qué?

—Esperamos —respondió Shadow con calma, sin mover la cabeza.

Iris se giró un poco hacia Axel y, también en un susurro, preguntó:

—¿Ya nacieron los bebés?

Axel asintió con una sonrisa leve y sacó su teléfono.

—Sí, mirá.

Le mostró unas fotos, y vi cómo a Iris se le iluminaba la cara de inmediato.

—¡Ay, son divinos! Qué cositas más lindas… ¡los amo!

Me incliné con curiosidad, intentando mirar también. Iris me notó enseguida y giró un poco el teléfono para que pudiera ver. Tres pequeños cachorros de tigre, acurrucados en mantitas, con los ojos apenas abiertos.

—¡Qué lindos! —dije, sonriendo.

Iris giró el teléfono hacia ella, mirando las fotografías, completamente derretida. 

—¿Ya tienen nombres?

Axel asintió con orgullo.

—Sí. El de la derecha es Marcus, hijo de Luna. La del centro es Sandra, de Jazmín. Y el último es George, de Gigi. Nacieron casi al mismo tiempo, con sólo unos días de diferencia.

Iris asintió, con una expresión cálida.

—Gigi debió estar hecha un manojo de nervios, siendo su primer embarazo y todo…

—Lo estaba —dijo Axel, bajando un poco la voz—. Pero Luna y Jazmín la apoyaron mucho. Fue bonito verlas juntas en eso.

—¿Y planean tener más en la primavera del año que viene? —preguntó Iris, aún en tono suave.

Axel negó con la cabeza.

—No. Quiero que ellas descansen, que se enfoquen en los bebés sin presión. Además, escuché que están mejorando el medicamento contra el celo.

—¿Hablás de Harmoni-Q? —preguntó Iris, alzando una ceja.

—Sí. Dicen que es muy efectivo, pero tiene efectos secundarios fuertes. Aunque parece que ya están trabajando en una nueva fórmula con menos impacto.

Iris sonrió con ironía.

—Me alegra mucho no tener ese problema.

Iris le devolvió el teléfono a Axel con una sonrisa todavía dulce, y luego nos miró a nosotros dos con picardía en los ojos.

—No puedo esperar a que ustedes tengan un hermoso bebé erizo —dijo, con un tono entre en broma y sincero.

Sentí el calor subir a mis mejillas y me enderecé de inmediato en mi asiento.

—E-en el futuro... tal vez —respondí, intentando sonar casual, aunque mi voz tembló un poco.

Lancé una mirada rápida de reojo a Shadow. Él seguía mirando al frente, completamente impasible, con los ojos cerrados tras sus lentes oscuros. No reaccionó, como si no hubiera escuchado... o como si estuviera eligiendo no responder.

Iris abrió la boca para decir algo más, pero se detuvo al mismo tiempo que todos comenzamos a girar la cabeza hacia el escenario.

Un oso hormiguero de pelaje beige subió al escenario con paso seguro. Vestía un traje negro perfectamente ajustado y llevaba una sonrisa carismática y ensayada. El murmullo en la sala se apagó casi al instante, mientras las luces se atenuaban un poco y un foco iluminaba el centro del escenario.

El oso hormiguero dio un par de palmadas suaves al micrófono para probarlo, y luego extendió los brazos como si quisiera abrazar a todo el salón.

—¡Muy buenas tardes, hermanos y hermanas! ¡Qué gusto verlos a todos reunidos aquí hoy! —dijo con una voz enérgica y melosa, cargada de emoción—. ¡Qué alegría, de verdad! Gracias, gracias por estar aquí, por tomarse el tiempo, por hacer el esfuerzo de venir, de reunirse con nosotros en esta fecha tan importante. ¡Mírenlos nada más! ¡Guapísimos todos!

Se escucharon algunas risitas entre el público. Su sonrisa se amplió mientras caminaba de un lado al otro del escenario, como un presentador de televisión carismático.

—Estamos en una época especial del año… una época de reflexión, de memoria… y de compromiso. Porque , cada otoño nos enfrentamos al recordatorio anual de una tragedia que muchos prefieren olvidar… pero nosotros no. Nosotros recordamos . Recordamos la historia de horror que marcó el inicio de la decadencia… la historia de Amdruth.

Su tono se volvió un poco más pausado, más íntimo.

—Mi abuela solía contarme esa historia cuando yo era niño —dijo con un suspiro cargado de nostalgia—. Me sentaba junto a la chimenea, y ella me hablaba del lago… de cómo, una vez, un lobo y una venado se encontraron allí. Dos Mobians de especies distintas. Dos almas que, en lugar de escuchar a sus clanes, en lugar de respetar los límites de la naturaleza… decidieron dejarse llevar por la lujuria. Por el deseo. Por el pecado.

Algunas personas del público asentían lentamente. Él continuó, sin perder su tono dulce.

—Y de esa unión prohibida… nació una criatura. Un ser deforme. Un bebé con dos cabezas… una mezcla impura, una abominación. La madre, horrorizada por lo que había creado, no pudo siquiera mirarlo. Lo abandonó en el bosque. Lo dejó… solo. Y fue ahí donde los espíritus del bosque lo encontraron… y lo transformaron en lo que conocemos hoy.

Hizo una pausa dramática. El salón se había quedado en silencio.

Amdruth . El devorador de otoño. El que se lleva nuestras almas si no lo apaciguamos con ofrendas. El que nos recuerda, cada año, lo que puede pasar cuando ignoramos el orden natural de las cosas. Cuando mezclamos sangre que nunca debió mezclarse.

Su sonrisa volvió, casi como si acabara de contar una fábula inofensiva.

—Pero nosotros estamos aquí porque sabemos la verdad. Porque elegimos proteger nuestras especies. Porque valoramos la pureza, el equilibrio, y el legado que nuestros ancestros nos dejaron.

Levantó un brazo.

—Así que celebremos hoy. Celebremos con convicción, con unidad… y con propósito. Porque juntos, podemos construir un mundo mejor.

El público comenzó a aplaudir.

Yo me quedé anonadada, los aplausos me golpeaban como una bofetada. ¿Esa era la versión que todos estaban celebrando? ¿Ese relato distorsionado y cruel?

—Esa no es la verdadera historia —dije en voz baja, casi un susurro, lleno de indignación..

Shadow giró la cabeza lentamente hacia mí, sus lentes oscuros cubrían sus ojos, pero su voz fue tranquila.

—¿Y cuál es la versión original? —preguntó.

Lo miré, todavía en shock por lo que acababa de escuchar en el escenario, y tragué saliva antes de responder.

—Para empezar… la venado no abandonó a su hijo. Al contrario, ella y su pareja, el lobo, lo amaron con todo su corazón. Lo criaron con ternura, en una cabaña lejos de los clanes. El niño creció feliz, rodeado de cariño.

Tragué saliva. El nudo en mi pecho apretaba.

—Pero todo cambió cuando un miembro del clan de los venados los vio y fue a contárselo al jefe. Fue él quien convocó a los lobos. Y juntos… decidieron que el niño no debía vivir.

Sentí a Shadow buscar mi mano, la tomé con delicadeza y entrelace mis dedos con los tuyos.

—Una noche, fueron hasta su casa. El padre lobo se interpuso, intentando protegerlos… mientras la madre venado tomó al niño en brazos y huyó al bosque. Corrió todo lo que pudo… pero cuando vio que la multitud los estaba alcanzando… —tomé aire— …lo dejó sobre un altar antiguo, pidiendo a los espíritus que lo protegieran.

Me quedé en silencio por un segundo. Shadow no dijo nada, pero noté que su mandíbula se tensaba ligeramente.

—Eso fue lo que pasó. No esa mentira retorcida…

Sentí la presión en mis dedos. Shadow me apretó la mano con más fuerza, como si quisiera anclarme, como si su gesto dijera: Te oí. Estoy aquí.

Giré a verlo, buscándolo con la mirada… pero justo en ese instante, el presentador volvió a hablar, su voz proyectándose alegre y energética, como si estuviera vendiendo licuadoras.

—¡Pero no teman, queridos hermanos y hermanas! —exclamó con los brazos abiertos—. ¡Porque hoy les traigo la solución definitiva a todos nuestros males!

La sala quedó en silencio expectante. Algunas cabezas se inclinaron hacia adelante.

—Sí, escucharon bien. ¡Una cura milagrosa! Un escudo genético que protegerá a sus familias, a su sangre… a su legado. ¡Les presento nuestras Vitaminas Milagro™!

La pantalla detrás de él mostró una imagen brillante de unas cápsulas color blanco con etiquetas doradas, rodeadas de símbolos de pureza, árboles genealógicos y familias felices.

—Con solo una cápsula diaria, sus cuerpos estarán preparados para rechazar cualquier impureza . —Su sonrisa se ensanchó—. Incluso si sus hijos se extravían… incluso si caen en el pecado de mezclarse con otra especie… ¡sus descendientes seguirán siendo de su raza! ¡Puros! ¡Perfectos! ¡Limpios!

Hubo un murmullo entre la audiencia. Algunos ya asentían, impresionados. Otros aplaudían suavemente, como si acabaran de escuchar la revelación de sus vidas.

Yo me quedé helada. Quise decir algo. Gritar que era una estafa, que la biología no funcionaba así, que estaban vendiendo miedo en una botella. Pero mis dientes apretados no me dejaron.

Shadow se quedó inmóvil, pero pude sentir cómo su pulgar rozaba el dorso de mi mano, en un gesto lento, casi imperceptible. 

—Así que de esto se trataba… —murmuró Axel, cruzándose de brazos con fastidio—. Qué pérdida de tiempo.

Iris soltó una risa suave y le dio un codazo en el costado.

—Qué dicha que no trajiste a Luna —dijo en tono burlón—. Si te descuidás, te obliga a comprar un suministro de por vida para "proteger a los bebés".

Axel suspiró con los ojos en blanco y dejó caer la cabeza hacia atrás con dramatismo.

—No me lo recuerdes… la última vez que nos metimos en algo así, terminamos con veinte frascos de polvo de algas para "fortalecer el aura del útero".

La presentación terminó poco después, y como si fuera un espectáculo de magia que había hipnotizado a su audiencia, todos se levantaron y caminaron con entusiasmo a una sala contigua, decorada con pancartas brillantes y mesitas llenas de folletos y frascos.

Una fila se formó rápidamente frente a un mostrador, donde voluntarios vestidos con trajes color morado repartían muestras y tabletas de registro.

Yo y Shadow nos sumamos a la fila, intentando no llamar la atención. Delante de nosotros, un burro con un traje morado y corbata plateada nos miró con una sonrisa tan amplia que era casi agresiva.

—¡Buenas tardes, futuros guardianes de la pureza racial! —nos saludó con energía casi chillona—. ¡Qué alegría ver tantas caras comprometidas con el futuro brillante de nuestra especie! ¿Han oído hablar ya de nuestra membresía Esencia Dorada ?

Sacó un folleto brillante con letras doradas en relieve.

—Por solo 99 rings mensuales, recibirán su dosis personalizada de Vitaminas Milagro™ directo a su casa, junto con consejos nutricionales, guías espirituales, ¡y un amuleto de linaje certificado!

Yo asentí con una sonrisa fingida, agarrando el folleto como si de verdad me interesara. A mi lado, Shadow se mantuvo en completo silencio, con la misma expresión impasible de siempre.

Pero eso no desanimó al burro, que se inclinó un poco hacia nosotros, bajando la voz en un tono conspirativo:

—Y si se suscriben hoy mismo , pueden acceder a nuestra membresía Platino Celestial… beneficios exclusivos, acceso prioritario al linaje certificado, y pruebas genéticas mensuales para asegurar que la pureza de su especie no se contamine por… malas decisiones.

No pude evitar apretar los dientes. Shadow no se inmutó.

—Miren, muchos piensan que con una pastilla basta. ¡Pero esto es un estilo de vida! Una declaración de principios. ¡Una revolución espiritual!

Shadow simplemente dijo, seco:

—Quiero un tarro de muestra.

El burro parpadeó, claramente descolocado por la interrupción, pero se recuperó de inmediato y le entregó un pequeño frasco plateado.

—¡Claro que sí! Una muestra gratuita, cortesía del camino hacia la iluminación genética. Recuerde: una mente limpia empieza con sangre pura.

Shadow abrió el frasco, tomó una de las vitaminas y la masticó con calma. Tras un segundo, murmuró:

—Sabor a limón.

El burro abrió la boca para seguir, pero Shadow cerró el tarro, me tomó de nuevo de la mano y me sacó de allí, dejando de pretender estar ciego. 

Cruzamos la sala sin mirar atrás y nos quedamos esperando a Axel e Iris, que aún conversaban con uno de los vendedores.

Shadow se quitó los lentes oscuros con tranquilidad y metió una mano en el bolsillo interior de su abrigo. Sacó un pequeño parche negro y se lo colocó con precisión sobre el ojo derecho, en un gesto ensayado y casi automático.

Yo fruncí el ceño, un poco molesta.

—Nos pintamos todo el pelaje… ¿para investigar una estafa?

—Definitivamente fue una pérdida de tiempo —respondió Shadow mientras destapaba el frasco y se llevaba otra vitamina a la boca, como si fuera una pastilla cualquiera.

Lo miré horrorizada.

—¿Estás comiendo eso? Shadow, no sabés qué tiene.

Él me miró con una ceja alzada, mientras se llevaba otra a la boca.

—No es veneno —murmuró—. Me recuerdan a las gomitas vitamínicas que nos daban en Halloween.

Crucé los brazos, medio molesta.

—Solo porque tu sistema inmunológico está hecho de adamantium no significa que te podés tragar cualquier porquería que te den con una sonrisa.

Shadow, impasible, se llevó otra a la boca.
—Tienen sabor a limón. Bastante bueno, en realidad.

—¡Shadow! —Me acerqué y le di un golpecito en el brazo, más por impulso que por enojo real—. De verdad, ¿y si tienen algo que altera el sistema nervioso o peor? No sos indestructible.

—Sí lo soy —dijo sin rastro de ironía.

—¡No lo sos! —respondí, riendo a medias por lo absurdo de la conversación. Lo miré a los ojos, más seria—. Me preocuparía mucho si te pasara algo, sabés.

Por un momento pareció considerar eso. Luego bajó la mirada al tarrito en su mano, le dio un último vistazo… y continuó comiendo sin remordimientos.

Bajé los brazos y los llevé a la cintura, soltando con una media sonrisa:

—Si seguís así, vas a asegurarte de que nuestro linaje sea de erizos puros… si es que algún día tenemos hijos.

Shadow comentó sin titubeos:

—Podríamos. La doctora Miller me confirmó que estoy bastante saludable. Y fértil.

Parpadeé, atónita ante el comentario.

—¿Cómo… sabés eso? Shadow, ¿te hiciste un espermograma?

—Sí —asintió con total seriedad—. Después de que me diste mi primer orgasmo, entendí cómo funcionaba todo... y le pedí ayuda a la doctora para confirmar si mi sistema reproductivo era funcional.

Me sonrojé al instante y le di un pequeño golpe en el hombro antes de cubrirme la cara con ambas manos.

—¡Shadow! No digás esas cosas en público.

Tardó un par de segundos en procesar el impacto de lo que había dicho. Luego bajó la cabeza, visiblemente avergonzado, y un leve sonrojo se asomó en su rostro.

—Lo siento… Lo estaba pensando desde un enfoque técnico.

Me cubrí la cara con las manos, entre la vergüenza y el calor que me subía por la nuca.
—Bueno… me alegra saber que estás sano, supongo.

Shadow me miró de reojo, como si aún no estuviera seguro de si había metido la pata o no.
—¿Estás enojada?

—No… solo… —bajé las manos y lo miré directo—. Me cuesta cuando decís ese tipo de cosas sin filtro. Pero también me gusta. Porque sos vos.

No dijo nada, pero me tocó suavemente la espalda baja con la mano enguantada. Un gesto discreto. Solo para mí.

Justo en ese momento, Axel e Iris salieron de la sala. Ambos llevaban su tarrito de muestra en la mano.

—¿Y ustedes también probaron las gomitas mágicas? —dije, recuperando el tono más ligero.

Axel le extendió su frasco a Shadow con una mueca.
—No puedo creer que me teñí entero para esta estupidez.

—Yo sí puedo creerlo —agregó Iris, estirándose como un felino y soltando un suspiro burlón—. La gente se traga cualquier cosa si viene en un frasco brillante y un discurso convincente.

Shadow cerró su frasco con un clic preciso y guardó ambos frascos en su abrigo.
—Hay que llevar esto al laboratorio. Si hay algo raro en la fórmula, lo vamos a encontrar.

Axel ya caminaba hacia la salida, gruñendo por lo bajo.
—Espero que esto valga la pena. Me siento como si hubiera nadado en brea.

Iris me guiñó un ojo antes de seguirlo.
—Lo bueno es que te hace resaltar los ojos.

Salimos del salón de eventos y caminamos por la acera en silencio. A unos metros nos esperaba el furgón del escuadrón Alpha: un camión comercial común y corriente por fuera, pero por dentro, era el centro de operaciones móvil más completo que había visto.

Shadow se adelantó y golpeó la puerta trasera con los nudillos. Tres toques, una pausa, dos toques más. Definitivamente, un código.

Después de unos segundos, se escuchó un clic del otro lado, y la puerta se abrió.

—Regresaron temprano —comentó Travis, apoyado en una silla con una lata de refresco en la mano. 

Axel entró sin decir nada, visiblemente agotado. Se sentó pesadamente en la silla por la zona de maquillaje, encorvado, con los codos en las rodillas y la mirada clavada en el suelo. 

—¿Tuvieron problemas? —preguntó Mira, quien estaba contra una pared, por la cortina al fondo. Su tono era profesional, pero no frío. 

Shadow sacó los dos tarros de su abrigo y se los entregó a ella sin decir una palabra al principio. Luego, habló con esa voz grave que no dejaba lugar a dudas:

—Era un evento para vender un “medicamento milagroso” a un montón de puristas. No está conectado con el grupo extremista que estamos investigando… pero igual hay que analizar las muestras.

Mira los tomó y asintió.

—Entonces fue una pérdida de tiempo —dijo Travis, hundiéndose un poco más en su silla.

—Exacto —murmuró Shadow.

Yo solté un pequeño suspiro y me pasé una mano por la frente.

—Voy a cambiarme… ¿Dónde está mi ropa?

Mira guardó los tarros dentro de un maletín metálico, luego se giró, tomó un pequeño bulto cuidadosamente doblado y me lo entregó sin decir mucho.

—Gracias —le dije con una sonrisa cansada, y caminé hacia una cortina al fondo del camión que servía como cambiador improvisado.

Me deshice del disfraz con rapidez, y con alivio volví a ponerme mi ropa con cuidado de no mover las vendas. Cuando salí, le entregué el disfraz a Mira y busqué a Shadow entre todos. Me acerqué y le tomé la mano.

—Lamento no haber podido ser de más ayuda.

Shadow negó con la cabeza suavemente.
—No te disculpes, Rose. Tu compañía fue apreciada.

Eso me hizo sonreír.
—Voy de vuelta a casa, entonces. Mucha suerte con la investigación.

Me incliné un poco y le di un beso corto en la mejilla, antes de soltar su mano… pero no llegué a dar un paso cuando sentí sus dedos cerrarse de nuevo sobre los míos.

—Esperá —dijo—. Yo voy contigo.

Me quedé quieta, sorprendida.
—¿Qué? ¿Y tu trabajo?

—Yo puedo hacer lo que quiera —respondió con total calma.

Se giró hacia su escuadrón, su presencia volviéndose más firme, más militar.

—Axel, Iris, quiero un reporte detallado de lo ocurrido hoy. En mi oficina. Mañana temprano.

Axel levantó la cabeza, claramente sorprendido.
—Ah… claro, comandante.

—Iré tomando notas esta noche —dijo Iris con una inclinación leve, también desconcertada.

Mira se adelantó un paso, su voz seria.

—Aún quedan las entrevistas, y cruzar los datos con los informes de vigilancia del grupo extremista…

—Mañana —la interrumpió Shadow, con un tono tan firme que no dejaba espacio para debate.

Ya iba a abrir la puerta del camión cuando Kane sin su disfraz, alzó la voz desde un rincón.

—Comandante, un momento.

Shadow se giró con la misma calma tensa de siempre.
—¿Sí?

—Si va a retirarse temprano… ¿sería posible dejar salir temprano a Chiquita? Me gustaría aprovechar esta oportunidad para llevarla a cenar.

Hubo un breve silencio. Yo miré a Kane, sorprendida. No sabía que él y Chiquita estaban… bueno, saliendo. Shadow pareció pensarlo un segundo.

—Sí. Ten una buena cena con tu novia.

Sacó su celular, escribió algo rápido, y dijo:
—Listo.

Kane, sin emoción alguna, murmuró:

—Yay.

Axel se incorporó de inmediato, con la energía de alguien que acaba de ver una salida inesperada.
—¿Y si termino mi reporte, puedo irme a casa?

—Sí —dijo Shadow sin rodeos.

—¡Sí! —gritó Axel, levantando un puño al aire como si hubiera ganado la lotería.

Iris arqueó una ceja, medio divertida.
—Entonces si yo termino mi parte… ¿supongo que también puedo irme?

Shadow asintió, sin decir nada más.

Travis, desde su silla, levantó la mano mientras daba otro sorbo a su lata.
—¿Y yo también me puedo ir temprano?

—No —respondió Shadow con firmeza—. Fallaste tu examen HG3H. Tienes que repetirlo.

Travis bajó la cabeza, sus orejas cayendo junto con su ánimo.

 —Demonios…

—Me aseguraré de que lo repase y lo entregue, Comandante —intervino Mira.

Y por último, el oso grande y callado que había estado sentado todo este tiempo, alzó la voz con timidez:
—¿Yo también puedo irme temprano?

Shadow lo miró.
—¿Hiciste lo que te pedí?

El oso negó con la cabeza, con una expresión culpable.

—Entonces no —dijo Shadow, y abrió finalmente la puerta del camión, saliendo conmigo de la mano.

El aire fresco de la tarde me golpeó suave, pero lo que realmente me hacía girar la cabeza era otra cosa: que Shadow, con todo lo que tenía encima, decidiera venir conmigo. Que dejara su equipo, su misión, todo… solo para acompañarme.

No era poca cosa. No viniendo de él.

Seguíamos caminando de la mano, sin rumbo fijo, por las calles amplias de Stadium Square. El sol de la tarde colgaba bajo en el cielo, dándole a todo un brillo dorado que resaltaba los tonos naranjas y rojizos de las hojas que cubrían el suelo. La ciudad seguía activa, pero era como si estuviéramos en una burbuja aparte, caminando despacio, sin prisa.

Miré a mi alrededor. Nadie nos estaba mirando. Nadie nos reconocía. Volví la vista a Shadow: sus púas traseras caían de forma más relajada de lo normal, su pelaje grisáceo absorbía la luz del sol, y ese abrigo largo que llevaba ondeaba apenas con la brisa.

Bajé la mirada a mi propia silueta. Tomé un mechón de mi cabello entre los dedos—rojizo, brillante bajo la luz. Me di cuenta de algo.

No éramos Amy Rose ni Shadow the Hedgehog.

Éramos Amelia y Maximilian. Dos Mobians cualquiera caminando por la ciudad, sin deberes, sin títulos, sin pasado a cuestas. Solo nosotros.

Me acerqué un poco más a él, rozando su brazo con mi hombro. Le sonreí con amplitud, una sonrisa verdadera, de esas que nacen solas. Él no dijo nada, pero sus dedos apretaron suavemente los míos, y su expresión cambió apenas. Una calma sutil. Una tregua consigo mismo.

Terminamos llegando a un parque modesto, en una esquina tranquila del distrito. Había un viejo juego para niños en el centro—de esos de madera que crujen cuando te subes—rodeado de árboles que dejaban caer sus hojas como si el otoño pintara todo de cobre.

Nos sentamos en una banca algo desgastada, frente al juego. El aire era fresco pero agradable, y el crujir de las hojas bajo los pies de algún transeúnte ocasional completaba el silencio.

Me recosté levemente contra su hombro. Él inclinó la cabeza y la apoyó suavemente sobre la mía, permitiendo que nuestros cuerpos descansaran juntos, como si esa cercanía fuera algo cotidiano, algo natural.

Nuestras manos seguían unidas, los dedos entrelazados, firmes y cálidos. Mi mirada se perdió por un momento en el horizonte, observando cómo la luz de la tarde acariciaba las hojas secas. Podía sentir su presencia al lado mío, constante, serena.

Giré apenas el rostro para mirarlo. Él hizo lo mismo. Nuestros ojos se encontraron en silencio, y en ese cruce, algo más profundo nos habló—una conexión que no sabía cómo explicar, pero que estaba ahí, latiendo entre nosotros.

Nuestros rostros se acercaron lentamente, como si el mundo nos empujara con suavidad el uno hacia el otro. Nuestros labios se encontraron en un primer beso, breve, tierno. Luego vino otro… y otro más. Pequeños besos, dulces, casi tímidos, como muestras de afecto que no necesitaban palabras.

Entonces sentí la mano libre de Shadow subir con delicadeza hasta mi mejilla. La sostuvo con cuidado, guiando mi rostro para profundizar el beso. Cerré los ojos y dejé que el momento me envolviera.

El beso empezó a profundizarse. Ya no era solo tierno… había urgencia, deseo, una necesidad que se desbordaba entre caricias suaves y labios juguetones. Sentí cómo su mano se aferraba un poco más a mi mejilla, cómo nuestras respiraciones se mezclaban, cómo la calidez entre nosotros crecía…

—¡Ewww! —interrumpió una voz infantil, rompiendo el hechizo.

Nos separamos de golpe, casi como si nos hubieran echado un balde de agua fría. Mi rostro se encendió al instante, y giré la cabeza para ver quién había sido.

Frente a nosotros estaban dos niños, quizás de unos nueve años. Uno era un pequeño lobo de pelaje grisáceo, despeinado, con un colmillo salido que le daba una expresión permanente de travesura. El otro, un venado de pelaje castaño claro, con pequeñas astas apenas visibles entre su cabello alborotado. Llevaban abrigos marrones, visiblemente grandes para su tamaño, seguramente heredados de hermanos mayores o algún adulto generoso del barrio.

Pero lo que realmente me llamó la atención fueron sus ojos.

Ambos tenían heterocromía. Uno verde y uno rojo. En el caso del lobo, su ojo derecho era rojo; en el venado, el izquierdo. No pude evitar quedarme viéndolos un segundo más de la cuenta, sintiendo algo extraño en el pecho. No miedo, ni incomodidad… más bien curiosidad. Eran raros, sí, pero también… hermosos. Como si compartieran un vínculo invisible, uno que yo apenas podía empezar a imaginar.

—¡Mira lo que hiciste! —dijo el venado, golpeando con el dorso de la mano la cabeza del lobo.

—¿¡Qué hice!? —protestó el lobo, sobándose y frunciendo el ceño—. ¡Fueron ellos los que se estaban comiendo la cara!

Me llevé una mano a la boca, riéndome nerviosa. Shadow no dijo nada, pero se cruzó de brazos con una ceja alzada, mirándolos con ese gesto neutral que usaba cuando no sabía si reírse o poner orden.

Entonces, el niño lobo se nos acercó con toda la energía del mundo y preguntó con una sonrisa descarada:

—¿Quién jugar Muska con nosotros?

Shadow parpadeó, confundido, y levantó una ceja todavía más.

—¿Muska?

—Es un juego infantil tradicional —le expliqué, sonriendo—. Todos nos aprendemos la canción desde pequeños.

El venado se acercó entonces, con una expresión más tímida, y tiró de la manga del abrigo de su amigo.

—No deberíamos molestarlos…

—¡Oh vamos! —replicó el lobo, sin perder el ánimo—. ¡Es aburrido jugar Muska entre dos!

Miré a Shadow, buscándole con la mirada, tratando de preguntarle en silencio si debíamos hacerlo. A veces no necesitábamos palabras. Y esta fue una de esas veces.

Él me miró, soltó un pequeño suspiro mientras cerraba su ojo como si se resignara… y luego asintió.

—Tendrás que explicarme cómo se juega ese Muska.

Le sonreí, feliz, y tomé su mano.

—Yo te enseño.

Luego me volví hacia los niños.

—¡Juguemos Muska!

El niño lobo alzó ambos brazos con un "¡sí!" eufórico, mientras el venado simplemente sonrió, con ese gesto suave que parecía decir más de lo que dejaba salir en voz alta.

Me levanté de la banca y tomé la mano de Shadow, tirando suavemente de él para que se pusiera de pie conmigo. Caminamos juntos hacia los niños, y cuando estuvimos cerca, le dije en voz baja:

—Lo primero que hay que hacer es buscar cinco piedras.

—¿Piedras? ¿Para qué? —preguntó él, alzando una ceja.

El niño lobo fue quien respondió, como si eso fuera lo más obvio del mundo:

—¡Son tus puntos! ¡Vamos!

Y sin esperar respuesta, los dos salieron corriendo, riéndose mientras buscaban por el parque. No pude evitar reírme también al verlos tan emocionados.

—Vamos —le dije a Shadow, dándole un empujoncito con el hombro.

Él suspiró por lo bajo, pero enseguida empezó a mirar al suelo, buscando piedras con esa seriedad suya que usa hasta para lo más simple. Lo encontré adorable.

Después de un par de minutos, los cuatro teníamos nuestras cinco piedras. Nos acomodamos formando un cuadrado amplio y dejamos las piedritas detrás de nosotros, justo al alcance pero sin tocarlas.

—Maxy —dije, mirando a Shadow con una sonrisa—, no se sabe la canción. Así que hagamos una ronda de prueba, ¿les parece?

—¡Me parece! ¡Vamos! —gritó el niño lobo, entusiasmado.

El venado asintió, más tranquilo, pero con una sonrisa igual de genuina.

Me acerqué un poco a Shadow y le dije en voz baja:

—Escucha bien y sigue nuestro ritmo, ¿sí?

Los niños y yo nos pusimos en posición. Shadow nos miraba con una ceja levantada, evidentemente escéptico, pero dispuesto a seguirnos el juego. Le dediqué una sonrisa tranquilizadora.

—Vamos a ir cantando la canción —le expliqué—, y cada parte tiene una acción. Solo tienes que imitar lo que hacemos, ¿de acuerdo? Es como seguir una coreografía, pero cantada.

Shadow asintió lentamente, como si aún estuviera decidiendo si esto era ridículo… o divertido.

—Bien —dije con entusiasmo, girándome hacia los niños—. ¡Versión de prueba!

Y comenzamos.

"Muska, Muska, suena el tambor,"
Mientras cantábamos la primera línea, todos comenzamos a trotar suavemente en el lugar, marcando el ritmo con los pies como si siguiéramos el sonido de un tambor imaginario.

"trota, trota, sin temor."
Aumentamos un poco la energía, como si estuviéramos corriendo con valentía hacia una aventura. Vi por el rabillo del ojo a Shadow imitarnos, algo torpe, pero totalmente concentrado.

"Muska, Muska, salta ya,"
Todos saltamos hacia adelante.

"sobre la piedra sin mirar."
Saltamos otra vez hacia atrás, esta vez sin mirar hacia abajo. La idea era confiar en el ritmo, no en la vista. Shadow vaciló un segundo, pero lo hizo.

"Muska, Muska, da dos palmadas,"
Todos golpeamos nuestras palmas dos veces.

"una adelante y otra cruzada."
Estiramos los brazos dando una palmada y luego cruzamos nuestros brazos, tocando nuestros hombros, como si nos abrazáramos por un instante. Los niños lo hacían con una precisión adorable.

"Muska, Muska, gira en el pie,"
Nos paramos en un solo pie y dimos una vuelta completa saltando, riendo mientras tratábamos de mantener el equilibrio.

"balancéate y no te caés."
Seguíamos en un solo pie, balanceándonos de un lado al otro. Shadow abrió los brazos como si estuviera en una misión de alto riesgo. Me dio risa.

"Muska, Muska, cambia de lado,"
Giramos el cuerpo hacia el lado contrario, primero lento…

"una vez lento y luego apurado."
Y luego rápido, lo cual hizo que casi me tropezara. El niño lobo se rió, pero también perdió un poco el equilibrio.

"Muska, Muska, corre en redondo,"
Todos corrimos en un círculo, ya más agitados, como si estuviéramos girando alrededor de una fogata.

"gira tres veces, ¡rápido y hondo!"
Dimos tres vueltas sobre nosotros mismos lo más rápido que pudimos. Shadow paró en seco, claramente mareado. Yo me tambaleé un poco, pero lo logré.

"Muska, Muska, toca el suelo,"
Nos agachamos rápido, manos al suelo como si recogiéramos algo invisible.

"agáchate y sube con anhelo."
Y luego nos levantamos con energía, como si estuviéramos saltando hacia el cielo.

"Muska, Muska, grita sin parar:"
¡QUIEN PIERDA LA ROCA, VUELVE A EMPEZAR! —gritamos todos al unísono, lanzando los brazos al aire.

Terminamos riendo y jadeando. Shadow se quedó de pie, observando sus piedras detrás de él, y notó que le faltaba una.

—Parece que perdiste una roca —le dije, entre risas—. Eso significa que la próxima ronda empieza otra vez… ¡pero más rápido!

Los niños aplaudieron y se pusieron en posición de nuevo. Shadow, resignado, volvió a su lugar.

—Esto es oficialmente ridículo —murmuró… pero tenía una pequeña sonrisa en los labios.

La siguiente ronda comenzó con el mismo entusiasmo. Los niños ya saltaban en su lugar, emocionados por acelerar el ritmo. Yo miré a Shadow de reojo: se estaba preparando como si fuera una misión de campo.

"Muska, Muska, suena el tambor,"
Volvimos a trotar, esta vez un poco más rápido. Shadow ya no parecía tan torpe; sus pasos eran más firmes, y aunque no se veía exactamente “divertido”, tampoco estaba sufriendo. Su concentración me causaba ternura.

"trota, trota, sin temor."
Todos aumentamos el ritmo, y él lo siguió sin perder el paso. Me di cuenta de que lo estaba logrando.

"Muska, Muska, salta ya,"
Saltamos hacia adelante. Shadow lo hizo sin vacilar.

"sobre la piedra sin mirar."
Y otra vez hacia atrás, confiando en la memoria. Esta vez cayó justo donde debía.

—¡Lo estás haciendo bien! —le dije con una sonrisa mientras seguíamos cantando.

"Muska, Muska, da dos palmadas,"

"una adelante y otra cruzada."

 Shadow las hizo con algo de torpeza, pero ya sin dudar.

"Muska, Muska, gira en el pie,"
Se paró en un solo pie y giró. Apenas tambaleó. Yo me distraje viéndolo, justo cuando…

"balancéate y no te caés."
…al tratar de imitar la oscilación, me desequilibré. Mi pie resbaló en una ramita y solté una pequeña exclamación.

En ese instante, una mano firme me sostuvo por la cintura.

—Te tengo —dijo Shadow con calma, sus dedos sujetándome con precisión.

Me aferré a su brazo, riendo un poco, aliviada. Nuestros rostros estaban muy cerca, y por un segundo el juego pareció detenerse.

—Gracias —susurré, con las mejillas algo rojas.

—Concéntrate, jugadora experta —respondió él, y por primera vez… lo vi sonreír abiertamente.

Los niños se rieron, y el lobo gritó:

—¡Eso fue trampa!

—¡Shhh! ¡Sigamos! —dije entre risas, volviendo a mi lugar.

"Muska, Muska, cambia de lado,"
Shadow ya giraba con libertad, y al parecer le estaba tomando gusto a esto.

"Muska, Muska, corre en redondo,"
"gira tres veces, ¡rápido y hondo!"

 Tres vueltas rápidas. Esta vez él no se mareó, solo giró con precisión de soldado.

"Muska, Muska, toca el suelo,"
Nos agachamos juntos, sincronizados.

"agáchate y sube con anhelo."

"Muska, Muska, grita sin parar:"


Subimos con energía, y entonces todos gritamos:

"¡QUIEN PIERDA LA ROCA, VUELVE A EMPEZAR!"

Y, por primera vez, Shadow no perdió ni una piedra.

—Te fue bien en esta ronda —le dije con una mezcla de orgullo y asombro.

Él alzó una ceja, satisfecho.

—No está tan mal este tal Muska.

—¿Ves? Te lo dije.

El niño venado aplaudió y dijo:

—¡Maxy ya es experto!

—¡Sí! ¡Maxy Muska! —gritó el niño lobo.

Shadow suspiró como si su dignidad acabara de ser robada, pero no se quejó.

La tarde continuó como una pintura viva de risas y movimiento. Después de varias rondas de Muska —donde Shadow, sorprendentemente, ya no parecía un novato—, los niños cambiaron de juego sin previo aviso, como si la energía dentro de ellos simplemente necesitara una nueva forma de salir.

—¡Ahora jugamos a las traes! —gritó el lobo, tocando a su amigo venado y saliendo disparado en una carrera veloz.

—¡Noooo! ¡Otra vez no yo! —protestó el venado mientras corría tras él, aunque con una sonrisa enorme.

Yo reí y miré a Shadow, que simplemente negó con la cabeza... hasta que el venado, en una jugada atrevida, lo tocó a él y gritó:

—¡Tú la traes, Maxy!

La mirada de incredulidad de Shadow me hizo reír tanto que me dolió el estómago.

—No pueden estar hablando en serio —murmuró, pero ya estaba avanzando con paso firme, como si cazar enemigos y perseguir niños fueran tareas comparables. No tardó mucho en alcanzarlos.

Jugamos a las traes por casi veinte minutos, y cuando uno de los niños se tropezaba, todos corríamos a ayudar como si fuera parte de la mecánica. Luego pasamos a escondidas , y fue entonces cuando me di cuenta de que Shadow era sorprendentemente bueno escondiéndose. Ni los niños ni yo podíamos encontrarlo… hasta que escuchamos su voz, seca y calmada:

—Arriba.

Levantamos la vista, y ahí estaba, encaramado en una de las vigas del módulo de juegos de madera, brazos cruzados, observándonos con una ceja arqueada.

—¿Cómo subiste ahí? —pregunté entre risas.

—Técnica. E impulso.

—Eso es trampa, Maxy —dijo el lobo, aunque estaba claramente impresionado.

Después vinieron semáforo rojo y verde , donde Shadow se tomaba muy en serio lo de quedarse inmóvil, como si estuviera en una misión de sigilo. Cada vez que decía "verde", el niño venado avanzaba con pasos minúsculos, mientras el lobo se lanzaba como proyectil, y al gritar “¡rojo!”, todos nos congelábamos. Shadow incluso nos observaba con esa mirada de soldado entrenado, buscando el mínimo movimiento. Me hizo reír tanto que una vez no pude detenerme a tiempo, y perdí.

—Estás fuera, jugadora —me dijo con voz seria, pero con un brillo divertido en sus ojos.

Jugamos a congelado después, donde había que tocar al que estaba congelado para liberarlo. Shadow, en algún momento, me dejó congelada a propósito, solo para caminar lentamente hacia mí, mirándome fijamente mientras yo fingía indignación.

—¿Planeas salvarme o dejarme así para siempre?

—Estoy considerando opciones.

Me reí y él, finalmente, puso su mano suavemente sobre mi brazo.

—Descongelada.

Los niños no paraban de correr, y después de un rato, treparon a los juegos del parque. El módulo de madera crujía levemente bajo su peso, pero no les importaba. Subían por los barrotes, se deslizaban por los tubos, jugaban a que el fuerte estaba siendo atacado por un ejército invisible.

Me senté de nuevo en la banca, dejando que mi cuerpo se hundiera con gusto en la madera tibia por el sol. Desde ahí, observé a los niños que aún correteaban entre los juegos, sus risas flotando en el aire como cometas. 

Shadow se sentó a mi lado sin decir palabra, una pierna estirada, la otra doblada. Su postura era relajada, aunque aún mantenía ese aire reservado que nunca terminaba de irse del todo. Tenía algunas hojas secas atrapadas entre las púas de su cabeza, y su guante derecho estaba manchado de tierra. Se veía un poco desordenado… y sin embargo, había algo en su expresión que me hizo sonreír aún más. Estaba tranquilo. Casi feliz. Como si algo dentro de él hubiera aflojado apenas un poco.

—No estuvo tan mal —dijo de pronto, sin mirarme. Como si fuera un secreto que no estaba del todo listo para compartir.

—Me alegra que la hayas pasado bien—dije con una sonrisa. 

Me incliné suavemente hacia él y apoyé la cabeza en su hombro, cerrando los ojos. Escuché nuestras respiraciones mezclarse, mientras el viento movía las ramas sobre nosotros. Por un instante, todo era tan perfecto, tan quieto… que casi parecía que el mundo contenía el aliento junto con nosotros.

Fue Shadow quien rompió el silencio.

—Nunca hice esto antes —dijo en voz baja, como si pensarlo en voz alta ya fuera bastante difícil.

—¿Jugar con niños? —pregunté, sin moverme de su hombro.

—No así. No… de esta manera.

Lo miré de reojo, dejando que él eligiera sus palabras con ese ritmo pausado que tenía cuando estaba abriéndose.

—Con María era distinto… —continuó—. Escuchábamos música. Leíamos juntos. Jugábamos ajedrez, a veces. O tomábamos té mientras hablábamos de las estrellas.

Hizo una pausa. Su mirada se perdió en el cielo, donde la luna mostraba aún su rostro roto, y más allá, el ARK brillando apenas como una estrella tenue y lejana.

—Ella nunca tuvo la condición para jugar así… —dijo, casi con culpa, casi con tristeza.

Mi corazón se encogió un poco. Sin pensarlo demasiado, deslicé mi mano sobre su muslo, firme y cálida, ofreciéndole una presencia más que palabras.

Los últimos rayos del sol acariciaban el pasto y los columpios vacíos cuando los niños se acercaron a nosotros. Venían cubiertos de polvo, con las mejillas rojas y las rodillas manchadas de tierra, pero con esa energía especial que solo da una tarde de juego real, de libertad pura.

Se detuvieron frente a nosotros, y sin decir nada al principio, extendieron sus pequeñas manos y, con total naturalidad, tomaron cada uno una de las manos de Shadow.

Él bajó la mirada, desconcertado por un instante. Pero no se apartó. No dijo nada.

—Juguemos así el próximo año —dijeron los dos al mismo tiempo, con esa convicción inocente que hace que todo parezca posible.

Vi cómo los ojos de Shadow se fijaban en esas manitas aferradas a él. No se movía, como si estuviera grabando ese momento en lo más profundo de sí mismo. Luego, con voz baja pero firme, respondió:

—Seguro.

La sonrisa que le devolvieron fue tan amplia, tan luminosa, que parecía envolverlos en una especie de magia fugaz. Luego se giraron hacia mí, y con la misma sinceridad me dijeron:

—Gracias.

Sonreí también, aunque algo en el pecho se me apretó sin razón clara. Asentí suavemente. No tuve tiempo de decir nada más; ya estaban corriendo de nuevo, riendo, perdiéndose entre los árboles. Sus siluetas se fundieron con los últimos tonos dorados del atardecer hasta desaparecer por completo.

Shadow se quedó en silencio unos segundos. Seguía mirando sus manos, como si aún pudiera sentir el calor de las pequeñas palmas aferradas a las suyas.

Lo miré con ternura, entrelacé mis dedos con los suyos y le dije:

—Maxy, ¿qué opinas si vamos por algo caliente de tomar?

Él me miró, y una pequeña sonrisa asomó en sus labios.

—Suena como una buena idea, Amelia.

Me reí suavemente. Nos levantamos de la banca, tomados de la mano, dejando atrás el parque mientras la ciudad empezaba a encender sus luces una a una.

Encontramos un pequeño local de café en una esquina tranquila. Ordené un chocolate caliente para mí, un café negro para Shadow, y un par de piezas de repostería salada para compartir. Él insistió en pagar, como siempre.

Buscamos una mesa junto a la ventana, desde donde podíamos ver cómo el cielo se oscurecía poco a poco, teñido de azul profundo y faroles encendidos. El murmullo del lugar era suave, reconfortante. El mundo allá afuera parecía ignorarnos, tal vez gracias a nuestros pelajes pintados de colores diferentes, o quizás simplemente porque la noche ya caía, arrullando a todos en su propia rutina.

Comimos con tranquilidad. Tomé su mano sobre la mesa, le ofrecí un pedazo de repostería directamente a la boca, y él aceptó con una ceja levantada y una mirada casi divertida. Hablamos sin prisas, sin preocupaciones, como si estuviéramos dentro de una burbuja cálida donde solo existíamos él y yo.

Al salir de la cafetería, la noche nos envolvió con esa calma especial que solo tienen las ciudades pequeñas a punto de dormirse. Las luces cálidas de los faroles dibujaban sombras largas sobre el asfalto, y las vitrinas de las tiendas cerradas reflejaban nuestros cuerpos cubiertos aún con pintura. 

Shadow caminaba a mi lado en silencio, su paso tranquilo y seguro. De pronto, sentí su mano posarse en mi cadera, con esa mezcla tan suya de firmeza y ternura. Me acercó a él sin decir nada, como si su cuerpo supiera lo que sus palabras aún no habían dicho. Su calor me recorrió la piel bajo la ropa.

Me incliné apenas hacia él, y entonces lo sentí: su aliento cerca de mi oreja, su voz grave como un susurro que solo yo podía escuchar.

—¿Por qué no vamos a tu casa… y nos quitamos esta pintura con una buena ducha?

Me quedé congelada por un instante. La frase se quedó suspendida en el aire, flotando como un secreto entre nosotros. El corazón me dio un vuelco, y el calor me subió al rostro como una ola.

Una ducha… con él. Imaginé sus manos limpiando las mías, sus dedos deslizándose por mi espalda, por mis muslos. El vapor del agua llenando el baño. Nuestros labios encontrándose bajo el chorro caliente. Nuestros cuerpos húmedos, resbalando, abrazándose.

Me mordí el labio sin querer, y lo miré de reojo. Mi rostro ardía. Llevé una mano a mi mejilla, intentando disimular el rubor, pero sabía que él ya lo había visto: el deseo que me encendía desde dentro. Su mirada se cruzó con la mía, intensa, oscura, entendiendo sin palabras. Me estaba leyendo.

Y entonces sonrió.

No una sonrisa burlona ni arrogante. Fue una de esas sonrisas que él solo me muestra a mí: lenta, íntima, peligrosa. Una promesa callada.

Mi cuerpo quería decirle que sí.

Pero mi mente recordó los vendajes ocultos bajo mis mangas. Los moretones en mis antebrazos. El dolor sordo en mi costado cada vez que me movía demasiado rápido. Aún no estaba del todo lista. Ni física… ni emocionalmente.

Bajé la mirada. Sentí que algo dentro de mí se encogía. Me separé un poco, apenas lo suficiente para que mi cuerpo dejara de rozar el suyo. Crucé los brazos sobre el pecho y, sin poder mirarlo, dije en voz baja:

—Hoy… sería mejor que cada uno se bañara en su propia casa.

Pude sentir cómo la tensión cambió a su alrededor. Levanté la vista y vi cómo su ceño se fruncía apenas. No dijo nada de inmediato, pero su ojo mostraba esa mezcla de confusión, tristeza… y algo que se parecía al rechazo. Como si, sin querer, lo hubiese herido.

Me dolió verlo así. Me dolió decirle que no, cuando lo que más deseaba era abrazarlo, besarlo, dejar que me envolviera por completo.

Tragué saliva y pasé una mano por mi antebrazo, sobre el lugar donde estaban los moretones. Él no los podía ver, pero yo sí los sentía. Y no quería que él los viera aún.

—Voy a pedir un taxi para regresar a casa —añadí, intentando sonar tranquila—. Tú también deberías hacerlo. Nada de chaos control , ¿sí?

Él bajó la mirada al suelo, como si se rindiera ante algo que no podía controlar. Luego, con voz baja, murmuró:

—Voy a acompañarte hasta que te subas al taxi.

Asentí con un leve movimiento, agradecida por su cuidado, por su paciencia, aunque no pudiera decírselo con palabras.

Pedí el taxi desde mi celular. La pantalla iluminó brevemente nuestros rostros, y cuando apagué la luz, todo volvió a quedar en ese azul profundo de la noche. Esperamos bajo la luz amarilla de una farola. Yo podía sentir el silencio entre nosotros, cargado de todo lo que no habíamos dicho.

Cuando el auto llegó, me giré hacia él. No quería despedirme así. Me acerqué y lo abracé, fuerte, rodeando su cuello con los brazos, cerrando los ojos al sentir su calor, su olor.

Me levanté un poco sobre la punta de los pies y le di un beso en los labios. No fue largo. No fue urgente. Fue suave. Lleno de cariño, de “gracias”, de “lo siento”, de “aún quiero estar contigo”.

ÉL solo me miró y dijo:

—Cuídate.

Asentí con una sonrisa pequeña, tratando de no mostrar lo apretado que sentía el pecho. Subí al vehículo, y mientras el auto se alejaba, lo vi quedarse ahí, de pie en la acera. Su silueta recortada contra la luz, cada vez más lejana, cada vez más pequeña…

Chapter 32: Tercer aniversario

Notes:

Feliz viernes santo a todos. Solo quiero avisar que este capitulo contiene algo de smut y mucho drama. Espero que lo disfruten.

Chapter Text

Cuando llegué a casa, el silencio me recibió como un abrazo frío. No encendí ninguna luz. Me moví en la penumbra como si mi cuerpo recordara el camino por costumbre. Me quité los zapatos con cuidado en la entrada, dejando que mis pies tocaran el suelo como si algo pudiera romperse si hacía demasiado ruido.

El zumbido leve del refrigerador era el único sonido que llenaba el aire. Todo lo demás estaba quieto. Vacío.

Fui directo al baño, subiendo las escaleras y atravesando el pasillo sin encender nada. Tras abrir la puerta y encender la luz, me detuve frente al espejo y me observé a mi misma.

Parecía otra.

El cabello teñido con la pintura natural seguía rojo, seco y apelmazado. Con esa tonalidad intensa y desordenada, parecía una eriza completamente distinta. Mis ojos, más oscuros. Mi expresión, más cansada de lo que recordaba.

Me quité el abrigo y deslicé el vestido por mis hombros con lentitud, dejando que la tela cayera al suelo sin apuro. Las vendas quedaron al descubierto. Me quité una a una, con cuidado, hasta que mis antebrazos quedaron desnudos frente al espejo. Los moretones ya estaban comenzando a cambiar de color, del violeta profundo al amarillo sucio. El de mi costado seguía ahí, persistente, como un recuerdo que no quería irse.

Me acerqué un poco, pasando los dedos sobre la piel inflamada. Ya no dolía tanto. Unas semanas más… y todo esto desaparecería. Al menos por fuera.

Abrí la llave de la tina, dejando que el agua caliente fluyera con fuerza. Tomé la manguera de ducha y me arrodillé frente a la bañera. Hundí la cabeza bajo el chorro, dejando que el calor me envolviera. Cerré los ojos. Sentí el agua correr por mis púas, por mi cuello, por mi espalda.

Con una mano, apliqué el champú. Con la otra, sostuve la manguera, dirigiendo el chorro directo a mi cabeza. Empecé a frotar con movimientos lentos, sintiendo cómo la pintura roja se deshacía entre mis dedos. Goteaba por mi rostro, por mis hombros, por mis brazos. El agua se volvió escarlata por un momento… y luego, poco a poco, se aclaró.

Eventualmente, ya no quedaba más color. Solo el tono suave, familiar, de mi cabello rosado.

Cerré la llave. Me quedé allí un instante, respirando el vapor, con los ojos cerrados. Luego me incorporé, tomé un paño limpio y empecé a secarme lentamente. Saqué el secador del cajón, lo conecté, y me miré al espejo mientras el aire caliente comenzaba a soplar.

Mi reflejo me devolvió la mirada. Exhausta, sí… pero limpia. Reconocible.

Salí del baño con el cabello seco, envuelta en el vapor tibio que dejaba tras de mí. Fui hasta mi habitación en silencio, como si cualquier ruido pudiera hacer que todo se rompiera aún más. Me puse una bata de dormir de mangas largas, suave y cálida, y me dejé caer en la cama con un suspiro que parecía haber estado esperando todo el día para salir.

Lo primero que hice fue abrazar a Dulcito, el peluche en forma de pastel que Shadow me había regalado. Era suave, esponjoso, familiar. Lo apreté contra mi pecho con fuerza, como si pudiera evitar que el nudo en mi garganta se soltara. Sentí las ganas de llorar empujando desde adentro, desordenadas y tercas.

No me gustaba mentirle. No me gustaba rechazarlo. Solo quería estar cerca de él, sentir su calor, su voz en mi oído. Abrazarlo. Besarlo. Dejar que nuestros cuerpos se buscaran sin miedo. Que su peso me hundiera en el colchón, que sus manos me recorrieran como ya lo habían hecho antes.

Me sonrojé al recordarlo. La última vez. Cómo me había levantado sobre la encimera de la cocina. Cómo su boca besaba y lamía mi entrepierna, haciéndome olvidar dónde estaba. Cómo el placer me quebró en pedazos dulces.

Abrí los ojos, mirando al techo, mientras el recuerdo me envolvía. Lo quería tanto. Lo deseaba tanto que dolía.

Tímidamente, una mano soltó a Dulcito y fue bajando, como por voluntad propia, guiada por la memoria de sus caricias hasta mi entrepierna. Cerré los ojos, evocando sus dedos, su aliento, la forma en que me hacía sentir como si nada más existiera. Dejé escapar un jadeo entrecortado, tembloroso.

Jamás había hecho esto. Siempre había amado de una forma inocente, con flores, promesas y finales felices. Soñando con vestidos blancos y canciones suaves. Nunca imaginé esto: este fuego nuevo, este anhelo físico, esta urgencia que me nacía desde un lugar que apenas comenzaba a reconocer como mío.

Desde que comencé a estar con él, todo cambió. Dejé de ser solo la niña que soñaba, y comencé a convertirme en una mujer que sentía, que deseaba, que quería más. No solo amor. No solo ternura. Quería a Shadow. Completamente.

Pero por más que mi mano se moviera, por más que cerrara los ojos e imaginara su voz, su cuerpo, sus labios, todo se sentía… vacío. Incompleto.

No era lo mismo sin él.

Eventualmente, dejé de intentarlo. Retiré la mano, con los ojos aún cerrados, y volví a abrazar a Dulcito. Me acurruqué en la cama y dejé que las lágrimas salieran, suaves al principio, luego más intensas. No las detuve. Era tristeza. Culpa. Miedo. Todo lo que había contenido por días.

Mi voz rompió el silencio de la habitación en un llanto tembloroso.

Al día siguiente, me desperté con la garganta seca y los ojos pesados. Me costó un poco incorporarme, como si el colchón intentara retenerme un poco más. Finalmente me obligué a salir de la cama y caminé en silencio hasta el baño.

Frente al espejo, lo confirmé: cabello desordenado, ojos hinchados, el rostro apagado. Era evidente que había llorado. Demasiado.

Suspiré, resignada. Hoy tenía que visitar a Cream, y lo último que quería era que notara algo raro. Era hora de sacar el kit de emergencia: ese pequeño ritual que había creado para aparentar normalidad en días como este.

Me di una ducha larga y caliente, dejando que el vapor suavizara un poco el peso en mi pecho. Me apliqué mis cremas, cuidadosamente, una a una, como si cada paso me fuera reconstruyendo. Me puse los vendajes con delicadeza, cubriendo los moretones que seguían marcando mi piel. Luego, ropa cálida: un suéter suave, pantalones cómodos y gruesos calcetines.

Solo entonces bajé a la sala, envuelta en esa calma fingida, y me dirigí a la cocina. Era hora de preparar el desayuno, aunque no tenía hambre. Solo necesitaba que todo pareciera normal.

Tras comer, me tomé los medicamentos con un sorbo largo de agua tibia. Luego alisté mi bolso con todo lo necesario y salí de casa, cerrando la puerta con cuidado detrás de mí.

Antes de bajar los escalones del porche, me detuve. La estatua de Amdruth seguía allí, como siempre, con su expresión dual de fiera y sabio, pero algo en ella llamó mi atención. El pequeño plato de cobre que sostenía ya no estaba vacío.

Me acerqué con cautela. Sobre el plato descansaban unas castañas frescas y un par de hongos comestibles, acomodados con una delicadeza casi ritual. Fruncí el ceño y miré a mi alrededor, esperando ver a algún vecino, algún niño jugando, cualquier indicio de quién los había dejado. Pero la calle estaba desierta.

Tragué saliva, un poco nerviosa. Dejé las ofrendas donde estaban y di media vuelta, empezando mi caminata hacia el barrio donde vivían Vanilla y Cream. A pesar de la brisa fresca y el cielo despejado, no lograba sacarme del todo ese pequeño escalofrío.

El trayecto me ayudó a despejar la mente. Me concentré en el sonido de mis pasos, en las hojas secas bajo mis pies. Al llegar a la casa de Vanilla, respiré hondo antes de tocar la puerta.

Vanilla no tardó en abrir, y su sonrisa fue como un cálido amanecer. Me recibió con un abrazo suave pero firme, de esos que no hacen preguntas, pero lo dicen todo. Era justo lo que necesitaba. Crucé el umbral con un suspiro silencioso, y Vanilla cerró la puerta con ese cuidado que siempre tiene, como si el mismo aire de su casa mereciera respeto.

Al entrar, la atmósfera me envolvió como una manta conocida. Las decoraciones de la Noche de Dos Ojos adornaban la sala con ese encanto entre lo tradicional y lo casero: guirnaldas deformadas por el paso del tiempo colgaban de las paredes, velas encendidas descansaban en mesas y esquinas, y había figuras de lobos y ciervos pegadas aquí y allá, hechas a mano con papel y madera. En una esquina, la vieja estatua de Amdruth seguía en pie, tallada en madera oscura, con sus dos cabezas mirando en direcciones opuestas.

Una nostalgia suave me llenó el pecho. Recordé las celebraciones del año pasado, cuando todavía vivía aquí, después de dejar la administración y mudarme de mi apartamento en Central City. Aquellos meses habían sido una pausa necesaria, una transición entre el caos y algo más parecido a la paz.

Vanilla me miró con ternura y preguntó:

—¿Cómo has estado, querida?

Le sonreí, intentando sonar ligera:

—Bastante bien. Relajada, disfrutando estas mini vacaciones.

Ella suspiró con esa mezcla de cansancio y humor que sólo una madre puede lograr.

—Yo también las habría disfrutado… si no fuera por el enorme pago que tuve que hacerle a esos albañiles para reparar la cafetería.

Solté una risita.

—Volvemos mañana, ¿verdad? Vamos a recuperar todo ese dinero.

Vanilla asintió con una sonrisa más traviesa.

—Con todas esas órdenes de ofrendas que tenemos, seguro que sí.

Vanilla me guió hacia la cocina mientras hablábamos, al entrar olí el aroma reconfortante del té de jazmín y las galletas recién horneadas, donde me lanzó un comentario con una sonrisa ligera, casi casual:

—Por cierto, Cream me contó que ayer te encontraste con Shadow en una misión encubierta.

Me detuve un instante, sorprendida por lo rápido que las noticias viajaban en esa casa. Solté una risita nerviosa, más por agotamiento que por vergüenza.

—Sí… nos cruzamos en la calle. Terminé ayudándolo con su misión, aunque al final no fue gran cosa. Solo un grupo de estafadores vendiendo "píldoras mágicas" a un montón de puristas crédulos.

Vanilla alzó una ceja, divertida, y negó con la cabeza.

—Sé a cuáles te refieres. Cada octubre aparece ese grupo. Según los rumores, esas píldoras no hacen nada. Son pura azúcar con sabor a limón.

Esta vez me reí de verdad, al recordar la escena.

—Shadow casi se come todo el tarro de muestra.

Vanilla soltó una carcajada suave, de esas que se sienten como una caricia cálida.

—Ay no… ¿hablas en serio?

—Totalmente. Confía demasiado en sus defensas —respondí, riéndome también—. Pero bueno, me alivia saber que solo era azúcar.

Justo en ese momento, escuchamos pasos rápidos bajando las escaleras. Cream apareció con una blusa otoñal de manga larga decorada con hojitas y una falda de lana que le daba un aire adorable. Cheese flotaba detrás de ella, agitando las manitas con emoción.

—¡Amy! —exclamó con una sonrisa radiante antes de lanzarse a abrazarme—. ¡Viniste!

La rodeé con los brazos y apoyé mi mejilla contra la suya.

—Claro que vine. Ayer te dejé a mitad de nuestra salida. Te debía tiempo de calidad.

Cream sonrió como solo ella sabe hacerlo, dulce y luminosa.

—Ven, quiero mostrarte algo.

Me tomó de la mano y me guió con entusiasmo hasta su habitación. En cuanto abrió la puerta, una ola de nostalgia me golpeó en el pecho. Todo estaba igual.

La habitación de Cream seguía oliendo a flores dulces, con ese toque cálido y suave que siempre la había hecho sentir como un lugar seguro. Solo había pasado un año desde que me mudé, pero bastó con cruzar la puerta para que la nostalgia me golpeara en el pecho. Durante meses compartimos este espacio, como dos hermanas que se hacían compañía en medio de una ciudad en reconstrucción. Ahora, volver era como asomarme a un capítulo cerrado… y al mismo tiempo, aún abierto.

El camarote seguía en su sitio, apoyado contra la pared izquierda, y las sábanas en la cama superior —mi cama— seguían siendo las mismas: de algodón lila con pequeños patrones de margaritas. Incluso el cojín extra que yo solía usar estaba ahí, perfectamente acomodado, como si nadie hubiera tocado nada desde que me fui. La alfombra tejida en tonos pastel seguía en su lugar, gastada justo donde solíamos sentarnos a leer o planear nuestras salidas.

En las paredes había láminas de arte floral, un corcho con recortes de revistas, frases inspiradoras y un calendario académico. Sobre su escritorio, había libros de texto, un cuaderno de bocetos, un organizador metálico y una lámpara de escritorio elegante que no estaba allí antes. En una esquina había una planta con flores rosadas que claramente había estado cuidando con esmero.

Los peluches todavía ocupaban una repisa cerca de la cama, pero estaban más ordenados, como si Cream ya no los usara tanto, aunque se negara a guardarlos del todo. En una esquina estaba la camita acolchada de Cheese, con una mantita tejida encima. La ventana seguía con las cortinas de mariposas, pero ahora estaban recogidas con unos broches dorados en forma de luna.

Me detuve frente al camarote y acaricié con los dedos una de las barandillas.

—Está igual —murmuré para mí misma.

Subí la escalera y me dejé caer sobre el colchón con un suspiro. El techo seguía teniendo marcas de cinta adhesiva de cuando colgábamos estrellas fosforescentes. Y justo en el centro, pegada como un mal chiste, estaba esa vieja foto de Sonic. La miré unos segundos en silencio. Luego fruncí el ceño, me incorporé, y la arranqué de un tirón seco.

Cream asomó la cabeza por el borde de la cama, con Cheese flotando a su lado, moviendo las manitas como si también estuviera curioso por mi reacción.

—Ha estado ahí desde que te fuiste —dijo ella, con un tono suave, como si no supiera si era mejor mencionarlo o no.

Miré la foto arrugada en mi mano. No recordaba haberla dejado pegada ahí, pero verla ahora, en ese lugar exacto donde solía dormir… se sentía fuera de lugar. La apreté sin pensar, haciendo un puño.

—No puedo creer que dejé esto aquí —murmuré.

Cream sonrió con un brillo travieso en los ojos, ese que usaba cada vez que quería fastidiarme con cariño.

—Todavía me acuerdo cómo le dabas un beso de buenas noches antes de dormir —dijo con tono cantadito.

Solté un quejido ahogado y me tapé la cara con la almohada.

—¡Cream! No me recuerdes eso… qué vergüenza.

Ella rió bajito y subió por la escalerita con la familiaridad de quien había hecho eso mil veces. Se tumbó a mi lado como antes, mientras Cheese se quedaba flotando cerca del techo, como si también le diera nostalgia.

—Oye, mira esto —dijo de repente, levantando un peluche en forma de piña—. Me lo gané en una de las máquinas del arcade.

Lo tomé entre mis manos. Era blandito y simpático, con carita feliz y todo.

—¡Está adorable! ¿Cuántos intentos te tomó?

—Solo tres —respondió, con una sonrisa de orgullo—. Estoy mejorando, ¿a que sí?

—Definitivamente —dije, devolviéndole el peluche—. Ya eres toda una experta.

Entonces sacó algo del bolsillo de su falda y me lo mostró: un panfleto colorido y algo arrugado.

—Una chica me dio esto cuando salía del arcade —me explicó—. Es de un grupo nuevo, se llaman Triple Queen . Van a dar un concierto en Silver Plaza este domingo. A las tres.

Leí el panfleto. Era justo como los eventos pequeños donde los grupos idols empezaban, esos con coreografías sincronizadas, vestuarios llamativos y mucho entusiasmo.

—Me gustan sus atuendos —añadió Cream—. Y pensé… ¿te gustaría ir conmigo? No es gran cosa, pero… no sé, se ve divertido.

La miré y le sonreí.

—Claro que sí, Cream. Además, te debía un concierto desde hace tiempo, ¿recuerdas?

Su cara se iluminó por completo.

—¡Sí! ¡Va a ser tan divertido! Podemos ir temprano, comprar bubble tea, y si llegamos con tiempo, tal vez logremos un buen lugar cerca del escenario.

—Me parece un plan perfecto —dije, acomodándome a su lado, sintiéndome de nuevo como en casa.

Seguimos charlando un rato más, las dos recostadas en la cama, mientras Cheese flotaba a su ritmo por la habitación. Me sentía cómoda, como si nunca me hubiera ido. En algún momento, la voz cálida de Vanilla nos llamó desde la planta baja:

—¡Chicas, el almuerzo está listo!

Nos miramos con una sonrisa cómplice antes de levantarnos. Bajé con Cream y nos sentamos las tres a la mesa, frente a un plato humeante de espagueti con salsa casera. Era exactamente como en los viejos tiempos… La calidez, el olor, la risa suave de Vanilla al vernos hablar de cualquier cosa. Me invadió una sensación de nostalgia que no había esperado. Un pequeño nudo se formó en mi garganta, pero lo disimulé dando un sorbo a mi vaso de jugo.

Después de almorzar, nos despedimos con abrazos. Fuimos hasta la estación de tren, rumbo a Stadium Square. Nuestro destino: Silver Plaza.

—¿Podemos pedir bubble tea apenas lleguemos? —preguntó Cream con una sonrisa de emoción contenida.

—Obvio, eso fue parte del trato —le guiñé un ojo.

Una vez allá, nos pedimos nuestros tés: el mío de taro, el suyo de fresa con leche. Caminamos por varias tiendas de ropa y zapatos, señalando cosas que nos gustaban, riéndonos de los maniquíes con poses raras o conjuntos imposibles.

—Mira ese vestido, ¿crees que alguien en serio se pondría eso? —dije señalando un conjunto que parecía hecho de cortinas.

—¡Parece salido de una obra de teatro! —rió Cream—. Aunque el color no está mal…

En un momento, mi mirada se desvió a una vitrina que mostraba lencería sexy en colores oscuros y encajes atrevidos. Había un conjunto en particular —de encaje negro con detalles burdeos, tan delicado como provocador— que me hizo detenerme un segundo de más. Me imaginé usándolo. ¿Le gustaría a Shadow verme así? ¿Le parecería demasiado? ¿O… demasiado poco?

Apenas me di cuenta de hacia dónde iba mi mente, giré rápido hacia otra dirección, con las mejillas enrojecidas, esperando que Cream no se hubiera dado cuenta. Por suerte, estaba absorta mirando una mochila con detalles brillantes en la vitrina de una tienda.

Cuando se acercó la hora, encontramos asientos bastante buenos justo frente al escenario. No había muchos Mobians alrededor; supuse que el grupo todavía no era muy conocido.

—¡Qué suerte encontrar lugar tan cerca! —comentó Cream, sentándose con los ojos brillantes.

Y entonces, las luces cambiaron. La música empezó.

Las tres chicas subieron al escenario entre luces púrpuras y humo suave que flotaba como niebla. Eran un trío llamativo: una ardilla con vestido rosa, una lagartija brillante de vestido celeste y una gata de pelaje oscuro con vestido verde esmeralda. El grupo se llamaba Triple Queen.

La canción que interpretaron era alegre, pegajosa, con una base electrónica bailable. Cada una tenía un micrófono con luces integradas, y su coreografía era tan fluida como energética, con pasos bien sincronizados y vueltas que hacían que los vestidos giraran como pétalos.

—¡Me gusta la del vestido rosa! —me gritó Cream por encima de la música, señalando a la ardilla que hacía los coros con una voz dulce y clara.

—¡La del celeste canta muy bien! —respondí, sonriendo. Era la lagartija, su voz tenía un tono grave y elegante que contrastaba con el ritmo animado.

La gata en verde era claramente la líder: su presencia era fuerte, su voz potente, y se movía con seguridad por todo el escenario mientras guiaba al grupo.

Interpretaron al menos cinco canciones, todas diferentes: una sobre perseguir sueños, otra más romántica, y una que hizo que algunos del público se levantaran a bailar. Al final, las tres se tomaron de las manos, respirando agitadas, y se inclinaron al frente con una sonrisa radiante.

—¡Gracias por venir a vernos! ¡Esperamos que les haya gustado nuestra música! —dijo la gata líder, alzando el brazo—. ¡Silver Plaza, son increíbles!

Después del show, nos dirigimos a la zona de mercancía. El aire olía a plástico nuevo y papel brillante. Había camisetas con los nombres de las chicas —Lyria, la gata; Mina, la lagartija; y Poppy, la ardilla—, además de pósters metalizados, discos recién impresos, pulseras de silicona y pequeños pins con sus caritas estilizadas. Todo estaba dispuesto con precisión detrás de una mesa larga, donde varias asistentes del grupo gestionaban la venta con sonrisas y eficiencia.

Voltee a ver hacia Cream, que observaba todo con los ojos enormes.

—¿Quieres algo? —le pregunté en voz baja, como si fuera un secreto entre nosotras.

Ella dudó un segundo, pero luego dijo tímidamente:

—Un póster… y el disco, si se puede.

Sonreí.

—Claro. Y también una camiseta para cada una. Así recordamos nuestra primera vez en un concierto juntas.

Cream abrazó su disco como si fuera un premio. Luego se acercó a hablar con las chicas, que estaban sentadas del otro lado, hablando con quienes se animaban a saludarlas. Se notaba que hacían un esfuerzo genuino por mostrarse accesibles, por conectar con sus posibles fans. Cream se veía tan feliz, tan natural ahí… como si lo hubiera hecho mil veces.

La miré mientras hablaba, mientras se reía, mientras señalaba su disco con orgullo. Algo cálido me llenó el pecho. Estaba feliz y animada.

Fue entonces cuando sentí la vibración, leve, casi imperceptible, en mi bolso.

Saqué el celular con un gesto automático, esperando una notificación cualquiera… y vi su nombre en la pantalla.

Shadow

Me sonreí antes de darme cuenta. Esas sonrisas que uno no puede evitar, que se le escapan de los labios como reflejos.

Toqué la pantalla. Esperaba un "¿cómo estás?" o algún comentario seco que, en su idioma emocional, significaba "pienso en ti".

Pero no era un texto.

Era una fotografía.

Una imagen de Shadow, captado desde un ángulo oculto, hablando con una chica koala. Ambos llevaban sus uniformes de Neo G.U.N. Parecía una escena cotidiana de trabajo: Shadow estaba de pie, serio, con los brazos cruzados; la koala hablaba con expresión animada. Todo era perfectamente normal, incluso aburrido… salvo por el texto añadido en la imagen:

“Ella le ofreció darle tres hijos.”

Me quedé helada.

No había nada en la expresión de Shadow que se pudiera malinterpretar. Ni una sonrisa, ni una mirada comprometida. Era profesional hasta el extremo. Pero aún así, algo se agitó dentro de mí. Ese nudo denso en el estómago, ese ardor áspero en el pecho. Una parte irracional, salvaje, quería encontrar a esa chica y—.

—¡Amy!

La voz de Cream me sacó de golpe de ese estado.

Parpadeé. Me giré hacia ella, que agitaba una mano con una sonrisa enorme. Estaba entre Lyria, Mina y Poppy, y me señalaba su celular.

—Las chicas dijeron que me puedo tomar una selfie con ellas, ¿puedes tomar la foto por favor?

La miré un segundo más, intentando recuperar el control de mi expresión. Le sonreí.

—Claro, Cream. Ya voy.

Mientras caminaba hacia ella, eché una última mirada al celular. Quería volver a verlo. Analizar cada detalle.

Pero ya no estaba.

No había ninguna fotografía. El mensaje había desaparecido.

Me detuve un segundo, con el teléfono todavía en la mano, mirando su nombre en la pantalla. "Shadow ❤"   Y debajo, el último mensaje real que me había mandado… hacía días. Una frase ordinaria sobre su agenda.

¿Lo había imaginado?

¿Fue una broma? ¿Un virus? ¿Un… mal sueño metido a la fuerza en mi cabeza mientras estaba despierta?

No quería pensarlo. No ahora. No aquí.

Me obligué a guardar el celular en mi bolso, a tomar el celular de Cream y a enfocar la cámara mientras ella sonreía como si su corazón flotara.

Click.

—¡Gracias, Amy! —dijo, radiante.

—Salieron geniales —respondí.

Pero mis ojos no veían del todo la pantalla. Seguía atrapada en esa imagen que tal vez no existía. O tal vez sí. En esa frase. En esa sensación. En esa herida invisible que ardía sin razón.

Después de pasar un rato más con Cream, decidimos cerrar la tarde con una parada en una zapatería. Yo encontré unas botas negras con detalles en rosa viejo que me encantaron apenas las vi. Me las probé sin pensarlo demasiado. Me gustaron. Me hicieron sentir fuerte. Cream dijo que me daban “vibra de estrella de rock con corazón romántico”, lo cual me hizo reír. Las compré. Después, la llevé a casa y me aseguré de que entrara sana y salva antes de regresar sola a la mía.

El camino fue tranquilo. El vecindario parecía haberse dormido bajo una manta suave de luces lejanas. Cuando llegué a mi casa, ya estaba empezando a anochecer, pero mi jardín me recibió como siempre: iluminado por las pequeñas lámparas a lo largo del sendero. Su luz cálida hacía que las flores y arbustos parecieran susurrar en la brisa. Caminé despacio, sintiendo cómo el cansancio del día se mezclaba con la quietud de la noche.

Fue entonces cuando lo vi: sobre mi columpio hamaca, un ramo de rosas.

Sonreí. Era domingo.

Shadow había enviado flores, como cada semana. Lo había olvidado por completo. Seguro Charlie, el repartidor, las dejó ahí al no encontrarme en casa. Me acerqué y tomé el ramo con ambas manos. Las rosas eran frescas, de un rosa pálido con bordes más oscuros, como si hubieran sido pintadas con acuarela. Las acerqué a mi rostro y respiré hondo. Tenían ese aroma dulce y profundo que siempre lograba calmarme, como si el mundo bajara el volumen solo por un instante.

Entré a casa con las flores en brazos, cerrando la puerta con el pie. Todo estaba en silencio. Dejé las botas nuevas sobre la mesita de centro de la sala y comencé mi ritual dominical.

Primero, retiré las rosas viejas con cuidado. Algunas ya estaban secas, otras aún conservaban un poco de color. Cambié el agua del florero por agua fresca, de la fría, como me había dicho una vez la florista. Coloqué el nuevo ramo, acomodándolo hasta que quedara perfecto, con los tallos rectos y las flores abiertas hacia la luz.

Luego, me senté en la mesa de la cocina con las rosas viejas y empecé el proceso que ya era casi sagrado para mí. Corté los pétalos con delicadeza, uno por uno, colocándolos sobre una bandeja para que se secaran y después poder hacer mis bolsitas de popurrí. Me gustaba la idea de conservar un pedacito de cada ramo.

Cuando terminé, me limpié las manos y tomé el celular. Le escribí como siempre:

“Gracias por las flores. Son preciosas.”

Esperé. Normalmente, al poco rato, recibía su clásica respuesta: “Me alegra que te gusten.”
Pero esta vez… no llegó.

Esperé un poco más, distraída entre platos y especias mientras preparaba la cena. A lo mejor estaba ocupado. Estaba envuelto en esa investigación sobre los grupos puristas extremistas. Seguro era eso.

Intenté no darle vueltas, aunque algo en el silencio me pesaba. Me obligué a concentrarme en el aroma del guiso, en el sonido suave de la lluvia contra las ventanas, en las páginas del libro que había dejado a medio leer.

Al día siguiente, volví al trabajo.

Apenas crucé la puerta de la cocina, lo noté de inmediato: cuál había sido la pared reparada. El yeso nuevo estaba perfectamente pintado, pero aún tenía ese olor distintivo, como a polvo seco y pintura fresca. No me detuve a mirarlo demasiado. Me puse el delantal, ajusté el nudo en la espalda y me dispuse a comenzar.

A pesar del ligero dolor en mis antebrazos, logré amasar y hornear sin problemas. Los analgésicos estaban haciendo efecto y agradecí que, al menos en apariencia, mi cuerpo no me traicionara. Nadie parecía notarlo. Y yo fingí que tampoco.

La mañana transcurrió con normalidad. El horno mantenía la temperatura justa, la masa subía en su punto, y el dulce aroma del pan llenaba poco a poco la cocina como una manta tibia. Me perdí en la rutina, como siempre, con las manos cubiertas de harina y los pensamientos vagando sin destino fijo.

Estaba sacando la última bandeja de repostería del horno cuando sentí la vibración en el bolsillo del delantal.

Mi corazón se detuvo un segundo. Saqué el celular con las manos aún tibias por el calor del horno. Un nuevo mensaje.

De Shadow.

Contuve la respiración. Pensé que sería una respuesta a mi mensaje de anoche, ese que nunca tuvo respuesta. Pero no. Era otra imagen.

Shadow estaba de pie en lo que parecía una sala de reuniones. Tenía unos documentos en la mano, y frente a él, una chica salamandra lo escuchaba con atención. Ambos vestían sus uniformes de Neo G.U.N., serios, formales. Una escena de trabajo, como cualquier otra.

Pero sobre la imagen, en letras negras, estaba escrito:

“Ella le trajo el ramo de flores más grande que jamás haya existido.”

Sentí la furia subir como lava hirviendo. Esa mezcla ácida de celos, desconfianza, miedo y rabia. Pero antes de que pudiera hacer algo —responder, guardar la imagen, reenviarla, cualquier cosa—, el mensaje desapareció.

Así. Como si nunca hubiera existido.

Me quedé inmóvil, con el celular aún entre mis manos, sintiendo un cosquilleo helado recorriéndome la espalda.

Volví a revisar los mensajes, una y otra vez. Nada. Ninguna pista. Ni un rastro. Solo el vacío y el eco de esa sensación incómoda, como si alguien invisible estuviera jugando conmigo.

Sin pensarlo demasiado, le escribí a Shadow:

“¿Me mandaste algo por error?”

Esperé. Nada. Me repetí que era temprano, que seguramente estaba ocupado, tal vez revisando documentos o en una sesión de entrenamiento. No quería saltar a conclusiones. No quería dejarme llevar por ese miedo.

Así que traté de volver a enfocarme. En mi trabajo. En el olor del pan, en los pedidos, en la limpieza de la cocina. Seguí mi rutina hasta que dieron las dos de la tarde, mi hora de salida.

Me quité el delantal, recogí mis cosas y, ya con el bolso al hombro, revisé el celular una vez más.

Ningún mensaje nuevo.

Al salir, el aire frío del otoño me recibió con una brisa ligera. Caminé hasta mi auto y, sin pensarlo demasiado, marqué su número.

Uno, dos, tres tonos… nada. Siguió sonando. Hasta que la llamada se cortó sola.

Me dije a mí misma: está ocupado . Eso era todo.

Abrí la puerta de mi auto, me senté frente al volante y cerré los ojos unos segundos. Inhalé profundamente, tratando de calmarme a mí misma. Luego, encendí el motor y emprendí el camino de regreso a casa, con la sensación de que algo se estaba moviendo bajo la superficie, pero aún no sabía qué era.

La tercera vez no me tomó por sorpresa.

Estaba en la cocina de la cafetería, a punto de sacar una bandeja de panecillos, cuando sentí la vibración en el bolsillo de mi delantal. Me limpié las manos con rapidez y saqué el celular. Un nuevo mensaje. Otra foto.

Shadow, con una gasela joven. Uniformes impecables, ambiente profesional… pero algo en la imagen no me dejaba tranquila. Él sostenía una caja, señalando algo, mientras ella lo miraba con atención. La foto estaba un poco desenfocada, como si la hubieran tomado a escondidas.

Sobre la imagen, otra frase escrita con esas letras negras inconfundibles:

“Ella le trajo como siete cajas de chocolate premium.”

Esta vez reaccioné a tiempo. Con manos temblorosas, hice una captura de pantalla justo antes de que desapareciera como las anteriores.

Finalmente, tenía una prueba.

Me quedé mirando la imagen congelada en mi galería. El pulso acelerado. El estómago revuelto. Como si alguien me hubiera vaciado por dentro. Pero aun así, me forcé a moverme. A seguir.

Guardé el celular en el bolsillo de mi delantal y continué mi jornada en la cafetería como si todo estuviera bien. Preparé masas, glasse pasteles, decoré galletas… todo en automático, como si no acabara de ver algo que me había dejado helada. Cada tanto, encontraba excusas para revisar el teléfono, esperando ver un nuevo mensaje de Shadow, alguna explicación. Pero no había nada.

Cuando mi turno terminó, volví a casa. El cielo ya se teñía con los tonos cálidos del atardecer. Me cambié de ropa, me até el cabello y empecé a preparar algo para almorzar, más por costumbre que por hambre. El celular seguía junto a mí, sobre la encimera, como una mancha que no podía ignorar. Lo miraba entre corte y corte de verduras, entre el hervor de la olla. Aún nada.

Había decidido que le mandaría la captura de pantalla en la noche, sabiendo que para entonces ya estaría en casa. Era mejor hablar de esto en un momento tranquilo, sin interferencias. Quería escucharlo, pero también necesitaba que él me escuchara.

Sentada en el sofá de mi casa, con las luces apagadas salvo por el resplandor tenue de la lámpara del rincón, le mandé un mensaje a Shadow. Le adjunté la imagen y escribí: “¿Sabes algo de esto?”

Esperé. Y nada.

Miré la hora: 7:03 p.m.

Él ya debería estar en su apartamento.

Mandé otro mensaje: “¿Estás ocupado? Solo necesito saber si estás bien.”

Volví a esperar. Nada.

Mi corazón empezó a latir más fuerte. Una ansiedad sorda me apretaba el pecho. Marqué una videollamada. El tono sonó… una, dos, cinco veces. Pero nunca fue contestada.

Me quedé mirando la pantalla vacía, sintiendo cómo el pecho se me apretaba, como si un puño invisible apretara mi corazón.

Tal vez está ocupado. Tal vez se está bañando , me repetí. Pero cuando volví a mirar el reloj, ya casi eran las 8:30. Nuestra hora. Esa hora fija que nunca fallaba.

Shadow siempre me llamaba a las 8:30 en punto los martes y viernes. Siempre.

Así que esperé.

Esperé, tragando saliva, con el celular en la mano, mirando cada minuto pasar. Las 8:30 llegaron. Y pasaron.

Y no hubo llamada.

Esperé veinte minutos. Traté de convencerme de que era un malentendido. Que su celular se había apagado. Que lo habían llamado a una reunión. Que...

Pero la ansiedad ya se había desbordado. Me dolía el pecho. Me ardían los ojos.

Finalmente, le escribí a Rouge. Solo un mensaje rápido, con los dedos temblando un poco:

“¿Sabes si Shadow está en casa?”

Su respuesta llegó casi de inmediato, tranquila, sin una pizca de preocupación:

“Sí, llegó hace rato. ¿Está todo bien?”

Me quedé mirando ese mensaje como si me hubieran lanzado un balde de agua helada. Él estaba en casa. Había vuelto. Había estado ahí todo ese tiempo.

¿Y entonces…?

Las palabras salieron solas de mis dedos, torpes, urgentes:

“¿Sabés si su celular se rompió o algo? ¿Lo perdió? ¿No lo tiene a mano?”

No tardó en responder:

“No, lo tiene. Lo vi hace un rato escribiendo algo en él.”

Sentí el estómago caerme como piedra.
Me llevé una mano a la boca, intentando no dejar que el temblor subiera a la garganta.
Él lo tenía. Lo había usado. Y aún así… nada.

Le marqué de nuevo a Shadow. Dos veces más. Pero no hubo respuesta.

A las 10:04 p.m., me rendí.

Solté el celular en el sofá y me llevé las manos al rostro. Las lágrimas comenzaron a brotar sin permiso, ardientes, silentes. Primero un par. Luego muchas. Sentía la garganta cerrada, el pecho oprimido. Me abracé a mí misma como si pudiera evitar que el corazón se me partiera en pedazos.

¿Me estaba ignorando?

Esa idea, tan dolorosa como absurda, se aferró a mí con garras.

¿Era por aquella noche? ¿Porque lo rechacé? ¿Porque no quise…?

Recordé mis vendajes. El miedo de que me viera herida. Mi voz temblorosa diciéndole “Hoy… sería mejor que cada uno se bañara en su propia casa.” ¿Fue eso?

¿Es eso lo que soy para él? ¿Una distracción? ¿Un capricho? ¿Algo pasajero??

Sentí cómo algo dentro de mí se rompía. Pensé que me amaba. Pensé que yo era especial. Pensé que él me necesitaba tanto como yo a él.

Pero ahora… ni una palabra. Ni una explicación. Solo silencio.

Me abracé a mí misma en el sofá, y el llanto, ahora sin control, me sacudió por completo. Las dudas, el dolor, el miedo… todo se acumulaba como una tormenta dentro de mi pecho.

Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba completamente sola.

El día siguiente llegó como una brisa espesa, difícil de respirar.

Después del trabajo en la cafetería, volví a casa sin mucha prisa. No quería pensar. No quería sentir. Me metí directamente al sótano, buscando ocupar mi mente en algo concreto, físico, simple. Allí abajo, entre las cajas perfectamente etiquetadas —globos, luces, serpentinas, vajilla desechable, temáticas varias— todo tenía un orden. Un sistema que no fallaba. A diferencia de las personas.

Encendí la luz y el polvo en el aire brilló por un instante. Me agaché junto a una de las cajas donde había guardado los adornos para la fiesta de cumpleaños de Tails. Todo estaba listo: los bocadillos, el pastel de chocolate con glaseado de menta, las decoraciones, los desechables temáticos, el confeti, los manteles.

Una parte de mí siempre había disfrutado planear momentos especiales para los demás. Y no importaba cuánto doliera, yo iba a hacer que mi amigo tuviera una celebración alegre, como merecía.

Mientras revisaba el contenido y me aseguraba que no faltara nada, saqué mi celular. Una punzada de ansiedad me recorrió al abrir la galería. Tenía otra captura. Esta vez no era una Mobian desconocida, era alguien había conocido brevemente: la recepcionista de Neo G.U.N., una coneja en silla de ruedas con una sonrisa cálida y una voz suave. En la imagen, ella hablaba con Shadow en la recepción. Él estaba inclinado hacia ella, sosteniendo una carpeta. Nada particularmente íntimo. Hasta que leí el mensaje sobreimpreso:

“Ella le dijo que, incluso con su incapacidad, podría darle hijos.”

Sentí que algo se rompía dentro de mí. Era un tipo de dolor crudo, primitivo. Como si alguien hubiese hundido los dedos en mi pecho.

Miré el chat con Shadow. Seguía en línea. Su última conexión marcaba apenas unos minutos atrás. Sabía que hoy tenía el día libre. Sabía que vendría al cumpleaños de Tails.

Me senté sobre una de las cajas, los dedos aferrados al celular, comencé a escribir con los dedos temblorosos:

¿Puedes venir a ayudarme a cargar las cosas al taller?

Era una petición sencilla, lógica, amable.

Esperé. Un minuto. Luego dos. Luego cinco. Nada.

Escribí otro mensaje:

"Ya tengo todo listo, solo necesito ayuda para llevarlo."

Esperé nuevamente. Cinco minutos. Luego diez más. Pero sin respuesta.

Y finalmente, como último recurso, marqué. Una videollamada. La señal sonó. Una vez. Dos. Tres. No dejada de sonar sin respuesta.

Mis labios temblaron. La pantalla se volvió negra. Bajé la mano con el celular aún encendido. Sentí una lágrima recorrer mi mejilla y no la limpié. Solo me quedé ahí, sola en mi sótano, con cajas llenas de colores mientras mi mundo interior se deshacía en escala de grises.

Finalmente, me levanté con movimientos lentos y recogí cada caja con cuidado. Las lleve hasta la entrada y las metí una por una en el maletero de mi auto, y luego fui a la cocina por los bocadillos y el pastel decorado la noche anterior, y los acomode con cuidado en el asiento trasero. No sabía cómo lo hice sin romperlo todo. No sabía cómo seguía en pie.

Cuando terminé, me quedé un momento de pie junto al auto, respirando el aire fresco de Green Hills. Mis ojos miraban el cielo, pero mi mente estaba en otra parte.

Sabía que él tenía el día libre. Sabía que había visto mis mensajes. Y sabía, en lo más profundo de mí, que me estaba ignorando.

Hoy iba a celebrar el cumpleaños de Tails. Iba a poner la mejor sonrisa que pudiera, iba a colgar cada maldito globo con precisión. Pero mientras encendía el auto, me prometí una sola cosa:

Esa fue mi última llamada. Mi última súplica. Y si él no me buscaba después de hoy…

Entonces no quedaba nada que salvar.

Conduje hasta el taller de Tails en completo silencio. No puse la radio, ni siquiera abrí las ventanas. Solo el zumbido del motor y el crujir de mis pensamientos acompañaban el trayecto. Me obligué a respirar lento. A no pensar en lo que no debía. A concentrarme en lo tangible: globos, bocadillos, pastel, adornos. La celebración de hoy.

Llegué en cuestión de minutos. Apenas bajé del auto, fui directo a la puerta. Toqué con los nudillos y no tardó en abrirse. Sonic apareció del otro lado, su sonrisa habitual encendida.

—¡Llegas temprano, Ames! —dijo con tono ligero—. ¿Tienes todo para la fiesta?

—Por supuesto que sí —respondí, intentando sonar alegre.

Fuimos juntos al auto. Él, como siempre, se encargó de las cajas con una velocidad ridícula, casi haciendo piruetas mientras las transportaba dentro. Yo me limité a tomar el pastel con mucho cuidado y los bocadillos, asegurándome de que todo llegara intacto a la cocina.

—¿Y Tails? —pregunté mientras organizaba los refrigerios.

—Está en su taller, distraído como siempre —respondió Sonic—. Creo que se olvidó de que hoy es su cumpleaños.

Solté una pequeña risa, llena de ternura.

—Pasa todos los años.

Me sacudí las manos y caminé hacia una de las cajas decorativas.

—Bueno, empecemos.

Nos pusimos a trabajar sin necesidad de palabras, como tantas veces antes. Globos, cintas, letreros. Sonic inflaba y ataba, yo colgaba y organizaba. El silencio era cómodo, casi mecánico. Era una coreografía que conocíamos bien.

En un momento me subí a una escalera para colgar unos globos en el techo. Estaba estirando el brazo cuando la escalera se tambaleó. Sentí que perdía el equilibrio, y el vacío en el estómago me avisó que iba a caer. Cerré los ojos por reflejo.

—¡Te tengo! —exclamó Sonic, atrapándome justo a tiempo.

Me sostuvo con firmeza entre sus brazos, con esa sonrisa despreocupada que siempre llevaba puesta. Iba a agradecerle, pero en ese instante su expresión cambió por completo. Sus ojos se abrieron con sorpresa, mirando algo detrás de mí.

Y de repente, me soltó.

Caí al suelo con un golpe seco, aterrizando sobre mi trasero. Me quejé por lo bajo, aturdida, y lo miré con incredulidad.

—¿Qué fue eso? ¿Por qué me soltaste…?

Volteé en la dirección a la que él miraba.

Y entonces lo vi.

Shadow estaba en el pasillo del taller. Inmóvil, pero tan cargado de furia que parecía que el aire temblaba a su alrededor. Tenía el cuerpo completamente tenso, los puños cerrados, los colmillos visibles tras una mueca de puro enojo. El ceño fruncido, los ojos encendidos como carbones al rojo vivo. Ardían.

Sonic levantó las manos como en señal de rendición, dando un par de pasos atrás.

—No es lo que crees, Shads...

Pero Shadow no lo escuchaba. Su voz estalló, cargada de rabia contenida.

—¿¡Por esto me has estado evitando!? ¿¡Por esto te comportas tan rara, tan distante últimamente?! —gritó, apuntándome con la mirada—. ¡¿Por él ?!

Entonces, sin contenerse más, golpeó la pared con un puño. El estruendo fue ensordecedor. La pared de madera se agrietó al instante y varios objetos cayeron de los estantes, estrellándose contra el suelo.

Desde el fondo se escuchó la voz de Tails, sobresaltada:

—¿¡Qué fue eso!?

Mientras me incorporaba del suelo, sentí pasos firmes acercándose. Cada uno resonaba como un tambor en mi pecho. Shadow se aproximaba con esa presencia imponente suya, su aura vibrando con una furia que parecía llenar la habitación. Era como si el aire se volviera más denso a su alrededor, difícil de respirar.

Se detuvo frente a mí y me miró directo a los ojos. Por un instante, todo lo demás desapareció.

Su ojo derecho… ya no estaba cubierto. Se había regenerado. Pero había cambiado. Su color era más oscuro, más intenso, como si lo que había pasado hubiera dejado una sombra permanente en él.

—Te he estado enviando mensajes durante días —gruñó con una voz grave, rota por el enojo—. Te dije que hoy iba a ir por ti… fui hasta tu casa .

Sentí que la sangre me abandonaba el rostro.

—Y en lugar de encontrarte, te vi aquí. En los brazos de ese imbécil —espetó, girando la cabeza hacia Sonic y señalándolo con un desprecio feroz.

—¡En primer lugar, Shadow! —le grité, poniéndome de pie por completo y llevando las manos a la cintura, mi cuerpo temblando de rabia—. Sonic solo me atrapó porque me estaba cayendo de la escalera . Y segundo, ¿¡Y así entras, gritando como si me hubieras descubierto siéndote infiel!?

Su mirada ardía, pero yo no me detuve.

—¡¿Y en serio tienes el valor de decir que te he estado evitando cuando tú no has respondido ni uno solo de mis mensajes o llamadas?! ¡Faltaste a nuestra videollamada ayer!

—¡La videollamada no me estaba funcionando! —replicó él con un gruñido. Su voz tenía un filo afilado por la frustración—. Te mandé un mensaje para explicarlo, pero nunca me respondiste .

—¡Porque jamás lo recibí! —le grité, dando un paso al frente— ¡Me dejaste en visto, Shadow! No una, no dos, varias veces . ¿De verdad tienes el descaro de decirme que yo te estuve ignorando?

—Tú fuiste la que empezó a actuar distante. La que ya no respondía como antes. ¡Yo pensé que estabas perdiendo el interés!

—¡¿Perdiendo el interés?! —repetí, y me reí sin humor—. ¡Claro! Porque lo lógico es pensar eso y no, no sé… hablar conmigo como un adulto ! ¿Sabes lo preocupada que estuve? Pensé que te habías cansado de mí. ¡Y ahora vienes a gritarme en público porque Sonic me atrapó cuando me caía!

En ese momento, escuché pasos rápidos y una voz preocupada.

—¿Qué está pasando aquí? —Tails apareció desde el fondo del taller, la mirada confundida y alerta.

Antes de que pudiera acercarse, Sonic se interpuso en su camino, levantando una mano.

—Déjalos, Tails. No es el mejor momento —escuché decir a Sonic, firme pero sereno, mientras detenía a su amigo con una mano en el pecho.

Tails vaciló, claramente incómodo, pero no dijo nada más. Su mirada pasó de mí a Shadow y luego a Sonic, antes de dar un paso atrás con visible preocupación.

Yo seguía en el mismo lugar, sintiendo la mirada de Shadow clavada en mí como una daga. Me temblaban las manos. No quería llorar. No frente a él. No frente a nadie.

—No puedo creer que pienses tan mal de mí —dije en voz más baja, con amargura—. Después de todo lo que hemos pasado. Después de todo lo que… tú y yo...

—No pienso mal de ti —dijo él, con la mandíbula tensa—. Pienso mal de él. ¡Siempre está rondándote! Siempre metido, como si...

—¡Él es mi amigo, Shadow! —lo interrumpí con más fuerza de la que creía tener—. ¡Mi mejor amigo desde antes que siquiera tú me miraras a los ojos con algo que no fuera indiferencia!

Shadow dio un paso más, su ceño fruncido, el parche ya ausente de su rostro revelando el ojo que recién se había recuperado, más oscuro que antes, más salvaje.

—¿Por eso estás con él mientras ignoras mis mensajes?

—¡Tal vez no sería el caso si me hubieras contestado por lo menos una vez! —repliqué con la voz quebrada, los ojos ardiéndome—. ¡Eres tan hipócrita, Shadow! Te rodeas de tus compañeras de trabajo como si nada, te ríes con ellas, compartes cosas con ellas, y después vienes a hacerme sentir como si yo fuera la que está fallando.

Él apretó los puños, su voz estalló como una tormenta.

—¿De qué demonios estás hablando, Rose?

—¿¡En serio me lo preguntas!? —escupí, dolida—. ¿Crees no se como todas en tu trabajo quieren acostarse contigo? ¿Y yo tengo que sonreír, fingir que no pasa nada mientras tú me gritas porque Sonic me sostuvo para que no me partiera la cabeza?

Se acercó de golpe, poniéndose frente a mí, con las manos alzadas hasta mis hombros. Su tacto era firme, pero no agresivo. Solo desesperado.

—Tú sabes perfectamente bien que a la única que quiero es a ti.

Lo miré a los ojos un segundo, y sentí que esa frase me dolía más que todo lo anterior.

—Pues no lo parece. —Me zafé de su agarre con fuerza, retrocediendo un paso como si me quemara—. ¡Ignorarme por cuatro días seguidos, Shadow! ¡Cuatro!

Di otro paso atrás, cada vez más lejos de él. Más lejos de nosotros.

—¿Sabes qué? Ya tuve suficiente. —Mi voz ya no era fuerte. Era rota. Cansada. Fría—. No pienso seguir discutiendo aquí. ¡No quiero volver a verte!

Me giré sin esperar su respuesta, sin mirar si me seguía. Escuché mi nombre detrás de mí, su voz áspera cortando el aire.

—¡Rose!

Lo oí acercarse, apurado. No quise correr. Me negaba a hacerlo. Caminé por el pasillo del fondo del taller, empujé la puerta trasera con fuerza y salí, dejando atrás el calor sofocante de la discusión… y las miradas incómodas de Sonic y Tails, que no habían dicho ni una palabra.

El aire de otoño me golpeó como una bofetada: frío, húmedo, salado, cargado con el olor del mar cercano. Agradecí ese frío. Me ayudaba a no quebrarme.

Pero entonces sentí su mano. Fuerte. Firme. Agarrando mi muñeca con una urgencia que me revolvió el estómago.

Me giré con violencia, me zafé de un tirón, y grité desde el fondo del pecho:

—¡No me toques!

Mi voz resonó entre los árboles, entre las rocas. Me dolió gritarlo. Me dolió sentirlo.

Di unos pasos más, bajando el pequeño sendero que llevaba al bosque detrás del taller. No quería que me viera llorar. No quería que me viera temblar.

Lo escuché detrás de mí. Shadow seguía ahí, siguiéndome.

—¡Rose!

—¡No! —le grité sin detenerme, levantando una mano como si fuera un escudo—. ¡No me sigas! ¡No me hables!

Pero él no se detuvo. Dio un paso más. Extendió la mano, como si aún quisiera detenerme. Como si todavía no entendiera.

Me giré con brusquedad, esta vez a unos pocos metros de la linde del bosque, mi pecho subiendo y bajando como si hubiera corrido una maratón. Lo miré directo a los ojos, con todo el dolor, con toda la rabia acumulada que ya no sabía cómo contener.

Y él, en un movimiento rápido, me tomó de los hombros. Me empujó contra una gran roca musgosa en medio del bosque. No con fuerza para hacerme daño… pero lo suficiente para atraparme entre su cuerpo y el frío de la piedra.

Antes de que pudiera reaccionar, sentí sus labios sobre los míos. Un beso desesperado, roto, como si quisiera aferrarse a algo que ya se estaba cayendo en pedazos.

Pero yo me aparté enseguida, girando el rostro con brusquedad, sin poder contener el dolor.

—¿Ahora rechazas mis besos? —gruñó él, dolido, la voz quebrada—. ¿Tanto te disgusto ahora? ¡Solo dime si ya no quieres nada conmigo de una vez, Rose!

Lo miré con ira, los ojos llenos de lágrimas.

—¡¿Y tú no podrías preguntarte lo mismo de mí?! —exploté—. ¡Me dejaste sola! ¡Completamente ignorada por casi cuatro días ! ¿Y ahora actúas como si fuera yo la que te falló?

—¡No lo hice! —soltó él de inmediato, con voz firme, casi ofendida.

Entonces, con furia, saqué mi celular de mi bolsito. Temblando, abrí nuestra conversación y se la mostré.

—¡¿Ves?! —grité—. ¡No hay ni un solo mensaje tuyo! ¡Te mandé cientos ! ¡Te llamé varias veces ! ¡Y tú nada!

Él bajó la vista a mi pantalla. Frunció el ceño, desconcertado. Luego, lentamente, metió la mano en su chaqueta y sacó su propio celular.

Mi enojo vaciló.

Ahí estaba, en la parte superior de su pantalla: “Mi Rose” , con un pequeño corazoncito al lado.

Ese detalle me golpeó en el pecho de forma absurda. Como un latido acelerado que se me escapó sin permiso.

Pero su pantalla… su pantalla estaba llena de mensajes. Mensajes suyos . Todos dirigidos a mí.

Ninguno de los míos.

—No hay nada aquí, Rose —murmuró él, confundido—. Ni un solo mensaje tuyo…

Me congelé. Miré su pantalla. Luego miré la mía. En la mía seguía todo: los mensajes enviados, las llamadas perdidas. El silencio que yo había sentido tan real.

—¿Pero… cómo? —susurré, con la garganta apretada. Tomé su celular con cuidado, como si tuviera entre mis manos una pieza clave de un rompecabezas incompleto.

Mi corazón latía con fuerza. Y no solo por la discusión.

Había algo raro. Algo que no encajaba.

—Esto no tiene sentido… —dije, apenas un murmullo, más para mí que para él.

Shadow me miró, la confusión en su rostro lentamente dando paso a algo más oscuro. Preocupación. Sospecha.

—Esto… no es normal —dijo con el ceño fruncido, tomando su celular de nuevo y navegando rápido por las conversaciones, revisando el historial—. No solo no recibí nada tuyo. Es como si… como si nunca hubieran llegado.

Volví a mirar mi celular. Dudé un segundo.

—Hay algo más… —dije, con la voz aún temblorosa—. Empecé a recibir fotografías desde nuestro chat. Y se borraba al instante. Alcancé a hacer capturas.

Busqué rápido en mi galería y le tendí el celular. Dos capturas de pantalla. Las mismas que me habían estado persiguiendo como un aguijón en la espalda.

Shadow tomó el celular con cuidado. Su rostro, antes cargado de tensión, pasó por una serie de emociones: desconcierto, confusión… y luego rabia. No hacia mí. Sino hacia lo que estaba viendo.

—Estas fotos fueron tomadas en las oficinas de Neo G.U.N…—dijo, su voz grave—. ¿Venían de mi parte? ¿Y se borraban?

Asentí, cruzándome los brazos, sintiéndome desnuda emocionalmente.

—Sí. Me sentí... tan tonta… Me estaba carcomiendo por dentro… —confesé, la voz rota otra vez.—Yo sé que no puedo prohibirte hablar con otras mujeres. Sé que no tengo ese derecho.

Me mordí el labio, mirando hacia abajo, sintiendo las lágrimas caer por mis mejillas.
— Pero… no sé. Ver esas fotos, leer esos mensajes que después desaparecían…
Me hizo sentir insegura. Como si no tuviera lugar en tu mundo.

Shadow se acercó un paso. Su tono cambió.

—¿Por eso has estado rechazando mis avances? —preguntó, suave.

Sus ojos se clavaron en los míos.

—Trate de preguntarte tantas veces de que se trataba, pero nunca me contestaste— murmure, sobándome el brazo.

Shadow cerró los ojos un segundo, exhalando como si llevara una tonelada sobre los hombros. Luego me miró, directo, sin evasivas.

—Yo nunca te ignoraría a propósito, Rose —dijo, en voz más baja de lo que le había escuchado nunca—. Estaba… esperando tus respuestas. Y me dolía que no llegaran. Pensé que estabas molesta. Que te habías cansado de mí.

—Y yo pensé lo mismo —susurré, temblando.

Shadow se acercó aún más, atrapándome más contra la roca. Sus hermosos ojos carmesí se perdieron en los míos.

—Rose —murmuró—. Sos la única. La única que hace que mi corazón se acelere. La única que me hace sentir… esto.

Su otra mano subió hasta mi mejilla, cálida, firme.

—No importa cuántas veces tenga que repetirlo. Si hace falta mil veces, lo haré. Sos la única que quiero. La única que deseo.

Mi pecho se llenó de aire, y por fin dejé salir todo lo que había estado ahogando.

—Y tú… tú eres el único que me ha hecho sentir así —dije, con la voz quebrada—. Con tanta fuerza. Con tanta necesidad. Nadie me ha hecho desear tanto.

Sus ojos se hundieron en los míos. Profundos. Intensos. Y antes de que pudiera decir algo, sus labios se encontraron con los míos.

Urgente. Hambriento. Sin control.

Los celulares cayeron de nuestras manos sin que nos diéramos cuenta.
Mis brazos rodearon su cuello. Los suyos me envolvieron la espalda, empujándome con fuerza contra la roca.

Era un beso sin control.
Su boca era cálida, firme, y se movía contra la mía con una mezcla de urgencia y cuidado.
Mis dedos se aferraron a la base de su cuello, sintiendo el latido acelerado bajo su piel. Su respiración se mezclaba con la mía, desordenada, desesperada.

Shadow bajó una mano por mi cintura, luego por mi espalda, recorriéndome con una seguridad que me hizo temblar. La otra mano subió por mi costado, rozando mi brazo, mi hombro, hasta posarse detrás de mi cabeza, sosteniéndome con delicadeza, como si fuera algo precioso.

Yo gemí apenas contra sus labios, y eso pareció encender algo más profundo en él. Su cuerpo se pegó más al mío, presionándome con su peso contra la textura rugosa de la piedra.

El beso ya no era solo una descarga emocional. Era deseo, necesidad contenida.

Shadow rompió el contacto solo un segundo para mirarme. Sus ojos eran fuego líquido. Su voz, ronca, apenas un susurro:

—Dime si quieres que me detenga.

Yo negué con la cabeza, sin poder decir nada, con los labios aún entreabiertos, buscando los suyos de nuevo.

Entonces sentí sus manos en mis muslos, firmes. Me levantó con facilidad, como si no pesara nada. Instintivamente, rodeé su cintura con las piernas, apretándome contra él.

Su cuerpo estaba caliente, fuerte, y yo me sentía segura ahí, anclada a su pecho, sus brazos, su aliento.

Me sostuvo contra la roca, sus manos aferradas a mis piernas, y volvió a besarme con una intensidad que me dejó sin aliento. Hambriento, decidido, y mis manos se aferraron a su espalda, bajando por su chaqueta hasta sentir la firmeza de su cintura.

Él murmuró mi nombre entre beso y beso, apenas audible, como si estuviera aferrándose a mí tanto como yo a él.

Mi vestido se subió un poco con el movimiento de su cadera, su entrepierna rozando la mía, la fricción dándome una sensación nueva y abrumadora, la lujuria apoderándose poco a poco de mi ser, mi ropa interior humedeciendose con cada roce.

Lo sentía temblar, como si se estuviera conteniendo, como si toda su voluntad se centrara en no perder el control… y aun así, una de sus manos soltó mi pierna, dejándola caer y su mano se deslizó con hambre por mi muslo, subiendo lentamente, hasta que sus dedos encontraron el interior de mis medias gruesas.

—Sos mía… —susurró contra mi cuello, con esa voz grave que parecía nacer desde lo más profundo de él.

El sonido del encaje rasgándose me sobresaltó. Mi cuerpo se tensó. Lo miré, jadeando, con el corazón golpeando mi pecho. Pude sentir sus dedos tocar mi ropa interior y jalar el material hacia un lado, dejando mis partes privadas expuestas.

Nuevamente su mano sostuvo mi pierna, levantandola, haciéndome cerrar mis piernas alrededor de su cadera para sostenerme. Baje la vista y pude ver su miembro rozar mi entrada, la punta humedecerse con mis fluidos.

Él se detuvo, con los ojos clavados en los míos, esperando… casi pidiendo permiso sin decir palabra.

Respiré hondo, mordiéndome el labio.

—Sos solo mío, Shadow.

Sus ojos brillaron con algo que no supe nombrar y él volvió a besarme, lento esta vez, profundo, como si con ese beso me preguntara una vez más si estaba segura.

Entonces, su cuerpo comenzó a unirse al mío.

No pude evitar gemir cuando él avanzaba lentamente, expandiendo mis paredes, abriéndome conforme se adentraba en mi interior, hasta que se detuvo de golpe, detenido por una barrera. En el momento que la atravesara, no habría vuelta atrás.

Shadow no se movió. Se quedó quieto, respirando agitado, sus brazos temblando por el esfuerzo de sostenerse.

—Rose... —dijo en voz baja, con el ceño fruncido, como si estuviera peleando contra cada fibra de su instinto.

Yo lo abracé con fuerza, mis brazos sujetando su cuello, escondiendo mi rostro en su hombro. Temblé en sus brazos, asintiendo con la cabeza, dándole permiso de continuar.

Shadow dejó salir un sonido ahogado, salió un poco y entró de golpe, con fuerza, rompiendo la última barrera que nos separaba, tomando mi virginidad.

Escuché su voz grave y profunda gemir al entrar completamente en mi interior, yo en cambio no pude evitar gritar de dolor. Era más de lo que había imaginado. Mucho más. Cada parte de mi cuerpo se tensó. El dolor me sorprendió, punzante, y me aferré a él con fuerza. Shadow se detuvo al instante, mirándome con el ceño fruncido, respirando agitado.

—¿Te duele...? —murmuró preocupado, su rostro cerca de mi oído.

Yo tragué saliva, aguantando el temblor de mis piernas alrededor de su cintura.

—Sí… —respondí con un nudo en la garganta, sin poder evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas—. Pero... está bien. Solo... solo dame un segundo…

Nos quedamos quietos. Pegados. Sin movernos.

El dolor palpitaba, sordo, distinto al que había leído en novelas. No había música, ni velas, ni sábanas de seda. Solo nosotros dos, en medio del bosque, con la brisa de la playa y el sonido del mar de fondo.

—Rose… ¿puedo moverme? —dijo con una voz ronca, llena de deseo y necesidad.

Yo asentí, tratando de contener las lágrimas y el dolor.

Shadow empezó a moverse, apenas un poco, y el dolor fue más fuerte.

Era demasiado. Él era demasiado grande, y por mucho que lo deseara… mi cuerpo simplemente no podía.

—No… —murmuré, bajito, apretando mis ojos. Lo abracé con fuerza, aferrándome a él—. Lo siento... no puedo...

Shadow se apartó al instante, con lentitud, como si tuviera miedo de lastimarme más. Me bajo al suelo con cuidado, aunque su brazo seguía rodeando mi cintura como si no quisiera soltarme del todo. Se quedó unos segundos sin decir nada, con su frente apoyada en la mía, respirando con dificultad.

—No te disculpes —murmuró al fin, con la voz ronca, quebrada por la emoción—. Nunca.

Llevó ambas manos a mis mejillas, sus dedos acariciando mis lágrimas con desesperada ternura. Como si borrarlas pudiera cambiar lo que pasó. Como si doliera más en él que en mí.

—Lo siento, Rose… nunca quise lastimarte…

Negué de inmediato, mordiéndome el labio mientras mis dedos buscaban su chaqueta y la apretaban con fuerza.

—No te disculpes, Shadow… —susurré, con la garganta cerrada—. No fue tu culpa.

Pude ver cómo bajaba la mirada, su expresión cargada de culpa. Los músculos de su mandíbula temblaban.

—Esto no era lo que tenía planeado para nuestra primera vez… —dijo, con la voz quebrada—. Quería que fuera especial. Más romántico. No en medio del bosque, después de una pelea…

Intenté decir algo, pero él continuó, atropellando sus propias palabras:

—¡Y te fallé! Te prometí usar protección y… y no lo hice. Solo me dejé llevar. Lo siento, Rose. ¡Lo siento tanto!

Negué otra vez, con fuerza, sintiendo que el pecho me dolía más por su angustia que por cualquier otra cosa.

—Shadow… no tienes que disculparte tanto. Yo también lo quise. Yo también me dejé llevar.

Sus manos subieron hasta mis hombros, apretando con fuerza, temblorosas.

—Había leído… que se necesitaba cuidado. Preparación. Paciencia —murmuró, con la voz rota—. Y no hice nada de eso. Me dejé llevar por esta… esta lujuria ciega. Te extrañaba tanto que… perdí el control. Y te lastimé, te hice daño…

Sus ojos se movían, como si estuviera perdido en alguna parte oscura dentro de él. Su voz se volvió apenas un susurro, roto.

—Tal vez no deberías volver a confiar en mí para esto…

Lo detuve de golpe, llevando mis manos a su rostro. Lo obligué a mirarme, sosteniendo su rostro entre mis palmas con todo el amor que podía transmitirle.

—No, Shadow. No digas eso. Saca eso de tu mente —le pedí, firme—. Las primeras veces son así. No son perfectas. A veces duelen, a veces no salen como uno espera. Pero eso no significa que esté mal. Solo… necesitamos tiempo. Aprender juntos. Con el tiempo, vamos a hacerlo bien. Y va a sentirse bien.

Él me miró como si no pudiera creerme del todo, pero sus manos me sujetaron con más firmeza, con un cariño contenido que me hizo apretar los ojos.

—Pero, Rose… —susurró, aún con culpa en la voz.

—Estoy bien —le dije, acariciando sus mejillas con mis pulgares—. Estoy bien porque tú estuviste ahí. Porque me cuidaste. Porque te detuviste.

Me incliné y apoyé mi frente en la suya, cerrando los ojos.

—No ignoraste mi dolor... y eso significa todo para mí.

Lo abracé con fuerza, mis piernas temblaban, apenas sosteniéndome. Mis manos se aferraron a su espalda, acariciándola con ternura, como si pudiera calmar ese torbellino en mi pecho.

Y en ese instante, lo supe.

Si Shadow se hundía así, al punto de nunca querer tener relaciones conmigo.
Si llegaba a saber que me había lastimado en medio de una pesadilla. Que su cuerpo, sin querer, me había golpeado mientras dormía…
Se alejaría de mí sin dudarlo.

No podía decírselo. Tendría que guardarme el secreto por siempre.

Tragué el nudo que me subía por la garganta y me separé un poco, apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos. Me forcé a sonreír, a sonar natural.

—¿Me puedes llevar a casa rápidamente? —pregunté, con una dulzura forzada—Necesito cambiarme estas medias rotas. Aún tengo una fiesta que organizar.

Él asintió sin decir nada.

Un destello verdoso nos envolvió, y el mundo desapareció por un segundo en la luz.
Cuando volví a ver con claridad, estaba de pie en el pasillo, justo frente a mi habitación.

Todo se sentía irreal. Como si lo que acababa de pasar entre nosotros flotara en el aire, suspendido.

Lo miré de reojo. Él seguía ahí, a mi lado, como una sombra protectora. Y aun así, sentí que algo en mí se quebraba lentamente.

Porque había una verdad que no podía contarle. Y me dolía más que cualquier herida.

Abrí la puerta de mi habitación en silencio, sin voltear a verlo. Caminé directo al cajón, buscando ropa interior limpia y unas medias gruesas, de esas que me protegían bien contra el frío. Al salir del cuarto, me lo encontré ahí: Shadow, recostado contra la pared con los brazos cruzados, la mirada baja, pensativo.
Me detuve frente a él. Acaricié su brazo con cuidado, como si ese pequeño gesto pudiera decirle lo que aún no podía poner en palabras.

—¿Puedes volver por nuestros celulares? —le pedí con voz suave—. Creo que los dejamos en el bosque.

Él asintió sin decir nada. Y en un segundo, desapareció en un destello de luz.

Yo caminé hacia el baño, cerré la puerta, me bajé las prendas y me dejé caer sobre el inodoro, soltando un largo suspiro que sentí arrancarse desde lo más profundo de mi pecho.

Dolía. Dolía más de lo que esperaba.

Me sentí traicionada por todas esas novelas románticas que había leído.
Por esas escenas de pasión dulce, suave, que prometían que "la primera vez" iba a sentirse como una explosión de estrellas. Como magia.

Y, sin embargo, yo estaba aquí. En silencio.
Pensando cómo iba a lograr atravesar por esto otra vez.

Sin pensarlo demasiado, me limpié con cuidado, apretando los dientes. Luego me puse la nueva ropa y salí del baño.

Shadow ya estaba ahí. De pie, esperándome, con nuestros celulares en las manos.

Me acerqué y tomé el mío. Sentí el roce de sus dedos en los míos, cálido. Familiar.
Entonces, su voz grave rompió el silencio.

—Hoy es el tercer aniversario.

Lo miré, confundida.

—¿Tercer aniversario?

Shadow sostuvo mi mirada, sin vacilar.

—Sé que muchas veces he dicho que te he esperado desde hace tres años… —hizo una pequeña pausa—. Pero hoy, oficialmente… son tres años desde que entraste a mi corazón. Desde que te quedaste en mi mente. Desde ese día.

Mi pecho se apretó.

Shadow metió la mano dentro de su chaqueta y sacó algo pequeño. No dijo nada al principio. Solo extendió el objeto hacia mí, con una seriedad tan suave que me rompió un poco por dentro.

Era una cajita rosa. Delicada.
La tomé entre mis dedos, con un nudo formándose en mi garganta. Tenía ese peso particular que tienen los regalos cuando sabes que no es solo un objeto. Era algo más. Algo cargado de intención.

Mis dedos temblaban ligeramente mientras abría la tapa. Y entonces lo vi.

Un broche en forma de corazón.

De oro brillante, finamente trabajado. Las pequeñas gemas incrustadas no solo reflejaban la luz, sino que parecían atraparla. Era hermoso. Más que hermoso. Era el tipo de regalo que alguien solo da si ha estado pensando en ti por mucho, mucho tiempo.

Y en ese instante, no pude contener lo que me atravesó el pecho. Una mezcla de ternura y culpa, de alivio y dolor.

Lo miré. Directamente a él.
Shadow no me apartó la mirada. Su expresión era serena, contenida, pero sus ojos… sus ojos decían todo.

—Quería dártelo en un mejor momento —dijo, con esa voz baja que usaba solo cuando hablaba desde lo más hondo de sí.

Y ahí fue cuando rompí. No pude evitarlo.

Las lágrimas comenzaron a caer otra vez, pero esta vez no eran de miedo o angustia. Eran por la belleza del gesto. Por la culpa que sentía. Por cuánto lo quería, incluso con todo lo que cargaba dentro.

Di un paso al frente y lo abracé. Con fuerza. Como si pudiera fundirme en su pecho. Como si pudiera esconderme ahí un ratito y detener el mundo.

Él me recibió con los brazos abiertos, envolviéndome. Sus manos se apoyaron en mi espalda con la misma firmeza con la que me sostenía el alma. No dijo nada. No tenía que hacerlo.

Mi rostro se hundió en su cuello mientras trataba de respirar, pero era difícil. Me sentía tan pequeña, tan abrumada por todo. Por haber dudado. Por haber callado. Por el amor que me tenía, tan puro y genuino, y yo sin poder contarle lo que me dolía.

—Es precioso… —logré murmurar, contra la tela de su chaqueta—. Y tú… tú también lo eres.

Me separé solo un poco, apenas para mirarlo a los ojos.
Él me observaba como si yo fuera lo más importante que había visto jamás.

—Nunca nadie me ha hecho sentir así —confesé, con voz temblorosa— Todos estos sentimientos nuevos y abrumadores. Esta mezcla de calma y caos…

Shadow alzó una mano y, con toda la delicadeza del mundo, me limpió una lágrima de la mejilla.

—Entonces estamos iguales —murmuró, y sus labios rozaron mi frente—. Porque tú me haces sentir exactamente lo mismo, Rose.

Entonces, sin decir nada más, me quitó el broche suavemente de las manos y lo colocó él mismo en mi pecho, cerca del corazón.

Y juro que pude sentir cómo todo dentro de mí se quebraba y se recomponía al mismo tiempo.

Chapter 33: Feliz cumpleaños Tails

Chapter Text

Después de un rato, Shadow nos teletransportó de vuelta al taller de Tails con Chaos Control . Aterrizamos en medio de la cocina, justo donde estaban Tails y Sonic… robando de los bocadillos para la fiesta. Literalmente, Sonic tenía media dona en la boca cuando aparecimos, y casi se atraganta del susto.

—¡Oigan! —exclamé, llevándome las manos a la cintura— ¡No se supone que coman eso todavía! ¡Es para la fiesta!

Sonic me miró con cara de no haber hecho nada malo, mientras se terminaba de tragar el bocado robado.

—Mira quién ya volvió —dijo con una sonrisa burlona. Luego empezó a aplaudir como si estuviera en el teatro— En serio, bravo . La actuación de sus vidas. Nivel drama de telenovela . ¡Toda esa discusión sobre los mensajes!¡ La intensidad emocional! ¡El conflicto! De verdad, parecía que estaban a punto de romper.

Levanté una ceja y crucé los brazos. Shadow hizo lo mismo a mi lado, pero su expresión no era de escepticismo... era de puro deseo de asesinato. La clase de mirada que lanza cuchillas silenciosas.

Sonic se rió, completamente ajeno al peligro inminente.

—Me encanta su compromiso con la puesta en escena. Realmente están vendiendo ese "drama de pareja". Se agradece la dedicación.

—Sonic… —empezó Tails, ya cansado de esto— Ya te he dicho varias veces que no están actuando. Son pareja de verdad.

—Oh, vamos, Tails. —replicó Sonic, rodando los ojos como si fuera el único cuerdo en la sala— Me creo que Shads le esté siguiendo el juego a Ames. Siempre ha tenido este crush raro con ella. Pero que Amy esté con Shadow… Nah. No es su tipo. Él es todo oscuridad, drama y silencios eternos. Ella es—no sé—una explosión de color y ruido. Es como ver fuego abrazar hielo.

Me quedé paralizada un segundo. ¿Crush ?

—¿Espera, qué? ¿Estás diciendo que tú sabías que le gustaba a Shadow?

Sonic se encogió de hombros, como si fuera el secreto más obvio del universo.

—Era obvio. Empezó a actuar como tu caballero en brillante armadura y a matarme con la mirada cada vez que me acercaba. Como está haciendo justo ahora.

Volteé a ver a Shadow. Su mirada era una daga afilada directamente al corazón de Sonic. Si pudiera incinerarlo con la vista, ya solo quedarían cenizas en el suelo.

Tails ladeó la cabeza, confundido.

—Yo… nunca lo noté.

Sonic soltó una risita, como si la conversación fuera más divertida que peligrosa.

—Tenía un par de cartas de amor escondidas en su escritorio. Muy poéticas. La verdad, era un poco deprimente.

Sentí el cuerpo de Shadow tensarse a mi lado. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban abiertos, fijos en Sonic como cuchillas. La mandíbula apretada. Ni siquiera respiraba.

Y de repente, todo encajó. Ahora entendía por qué le había prohibido la entrada a Neo G.U.N. Sonic había sido igual de curioso que yo…

—¡Oh! Ups —dijo Sonic, llevándose la mano a la boca como si realmente le importara— Lo siento, Shads. Creo que acabo de revelar tu pequeño secreto.

Shadow dio un paso al frente. Su cuerpo se tensó como si estuviera a punto de embestir.
Los dedos crujieron, uno por uno. Avanzó lo justo como para dejarle un buen golpe en la cara a Sonic.

Y lo habría hecho. De no haber sido porque reaccioné primero.

Lo sujeté del brazo con ambas manos, firme, tirando suavemente de él hacia mí.
Sentí la fuerza contenida en cada músculo, la rabia acumulada apenas sostenida por el autocontrol.

Yo traté de fingir ignorancia, aunque el corazón me latía con fuerza.
Me giré hacia Sonic con una ceja levantada, como si no entendiera nada.

—¿Cartas de amor? ¿De qué estás hablando?

Hubo un silencio breve. Shadow no dijo nada al principio. Solo me miró.

Sus ojos bajaron un poco. Sus orejas se movieron hacia atrás, como si acabara de darse cuenta de lo mucho que lo había expuesto Sonic.

Y entonces, en voz baja, pero firme, lo admitió:

—Las escribí para ti… —hizo una pausa, mirándome directamente esta vez— Luego te las muestro.

Sentí cómo se me apretaba el pecho.

Sonic chasqueó la lengua, como si acabara de presenciar el chisme del siglo.
—¿Nunca se las diste? —preguntó, alzando las cejas con incredulidad— Wow. Y yo que pensé que eras frío, no cobarde.

Sentí cómo el aire se ponía más denso de repente. Shadow no reaccionó de inmediato, pero su cuerpo hablaba por él. La tensión regresó a sus hombros. Su mirada se oscureció.

Yo apreté su brazo con más fuerza, un intento silencioso de detener la tormenta antes de que explotara.

Sonic seguía hablando, como si no notara la tensión.

—Pero en serio, Ames, no deberías aprovecharte del pobre para darme celos. No va a funcionar.

—Claro, Sonic —respondí con sarcasmo, mirándolo con el ceño fruncido— Le di mi primer beso a Shadow solo para darte celos.

—¿Tu primer beso? —repitió, incrédulo.

—Sí, mi primer beso.

Sonic giró un poco la cabeza, confundido.

—Entonces… ¿a quién besé en el solsticio de invierno?

Tails comentó cruzándose de brazos. 

—A Sally. Sonic, ¿qué tan ebrio estabas esa noche?

—No lo recuerdo —admitió él, como si no fuera gran cosa. Luego me miró de nuevo— Si yo estaba con Sally… entonces ¿dónde estabas tú, Ames?

—Afuera —le dije, bajando un poco la voz, casi en un murmullo— Porque tú estabas muy ocupado coqueteando con Sally.

El recuerdo me golpeó con más fuerza de lo que esperaba. Me giré lentamente hacia Shadow, que seguía ahí, firme como una roca a mi lado. Esa noche… la nieve cayendo en silencio, el aire helado en mis mejillas, las lágrimas queriendo salir… y  su chaqueta sobre mis hombros y él, a mi lado, sin decir una sola palabra. Solo conmigo.

No pude evitar sentir una punzada de vergüenza. En ese momento no lo vi. No vi lo que ese gesto significaba.

Negué suavemente con la cabeza, con una mezcla de incomodidad y cansancio. Me giré hacia Tails, sintiendo una punzada en el pecho por haber convertido su día en un espectáculo

—Tails… —empecé, con voz baja pero firme— Lamento mucho la escena que hicimos. No era el momento ni el lugar.

Shadow, a mi lado, asintió con seriedad.

—No fue correcto actuar de esa manera en tu cumpleaños, Prower. Lo lamentamos.

Tails parpadeó, sorprendido, y bajó un poco las orejas. Claramente no esperaba una disculpa directa de Shadow. Se removió incómodo antes de negar con la cabeza y sonreír con nerviosismo.

—Vaya... No esperaba eso —dijo finalmente, rascándose detrás de una oreja— Pero no se preocupen. Honestamente, ni recordaba que hoy era mi cumpleaños.

Se rió suavemente, quitándole peso a la situación. Luego, sus ojos se afilaron con esa chispa de ingenio que lo caracterizaba, y señaló con el mentón entre nosotros.

—Pero… durante su discusión, hubo algo que me llamó la atención. Mencionaron que hubo mensajes que no se enviaron, llamadas que no llegaron… ¿quieren que revise sus teléfonos?

Abrí los ojos, algo sorprendida, y luego asentí lentamente. Con todo lo que había pasado entre Shadow y yo, ese malentendido no era pequeño. Quizá… quizá de verdad había una razón detrás. Me llevé la mano al bolsillo del abrigo y apreté el teléfono con los dedos.

—¿No sería mucha molestia? Hoy deberías descansar, no ponerte a revisar dispositivos. Es tu día, Tails.

Él solo me sonrió con ese brillo tan suyo, el de cuando está frente a un nuevo reto técnico.

—La fiesta empieza en la tarde. Tengo tiempo. Y siendo sincero… no hay mejor regalo de cumpleaños que un buen misterio.

Le devolví la sonrisa, con cariño.

—Muchas gracias, Tails —le dije, mientras sacaba mi teléfono del bolsillo y se lo entregaba.

Shadow también sacó el suyo y se lo entregó sin decir nada. Tails los tomó con cuidado, uno en cada mano, y alzó una ceja al mirar el de Shadow.

—Wow… esto es… anticuado.

—Me lo dio G.U.N. hace años. Funciona —respondió Shadow con naturalidad, cruzándose de brazos.

—Funciona… más o menos —murmuró Tails mientras encendía el aparato y fruncía el ceño— Esto va a ser interesante.

Se giró y caminó hacia su taller, ya absorto en su tarea. Shadow y yo nos quedamos viéndolo desaparecer por el pasillo, hasta que el sonido lejano de herramientas nos indicó que Tails ya estaba en su mundo.

Sonic, todavía recostado en la encimera, silbó con sorna.

—Debo admitir que me sorprendió que te disculparas, Shads.

Shadow lo miró con el ceño fruncido, la mandíbula apretada, como si en su mente ya lo estuviera ahorcando con una sola mano… despacio.

Yo respiré hondo y me obligué a cambiar el enfoque.

—Bueno… —dije, estirándome un poco y sacudiéndome la incomodidad— deberíamos terminar de decorar el lugar. Vamos.

Sin esperar respuesta, tomé a Shadow del brazo y lo jalé con suavidad hacia la sala, donde aún quedaban cajas con adornos sin colgar. Sonic se nos unió con un bostezo, como si todo esto fuera parte de una comedia que solo él entendía.

Los tres nos pusimos manos a la obra, retomando la decoración que habíamos interrumpido. Trabajando en silencio mientras colgamos guirnaldas, inflamos globos, ajustamos luces.

Yo tomé un trío de globos y subí nuevamente a la escalera, tratando de no perder el equilibrio esta vez. Me estiré para pegarlos al techo, pero entonces, lo sentí. Las manos de Shadow se posaron con firmeza en mis caderas, dándome estabilidad.

Me detuve por un momento. Miré hacia abajo, dedicándole una sonrisa agradecida.

—Gracias —murmuré, apenas audiblemente.

Él asintió, apenas un leve movimiento con la cabeza.

Terminamos de decorar más rápido de lo que había previsto. Las serpentinas estaban bien distribuidas por el techo, los globos flotaban en grupos de colores, y la encimera de la cocina parecía sacada de una revista: bocadillos ordenados con precisión, dulces en pequeñas torres, vasos alineados como soldados listos para la acción.

Aún faltaban un par de horas para que llegaran los demás. Fui a la cocina a hacer una última revisión, como siempre, queriendo asegurarme de que todo estuviera perfecto. Me incliné sobre las bandejas de sándwiches, verifiqué las botellas de refresco, conté por cuarta vez los mini pasteles.Todo lucía perfecto.

Hasta que escuché ese sonido inconfundible: la tapa de plástico de la caja de donas levantándose con todo el disimulo que alguien como Sonic era incapaz de tener. Ni siquiera necesitaba girarme para saber que era él. Sus pasos eran siempre los mismos: rápidos, impacientes… como si hasta caminar fuera una pérdida de tiempo para él.

—Sonic —dije sin volverme, cruzándome de brazos— Ya te dije que no puedes comer los bocadillos antes de la fiesta.

—¡No lo haría! —respondió, la voz un poco más pastosa de lo normal— Si tuviera mi buen plato de chili dogs, como siempre. Pero alguien decidió boicotear mi legado culinario.

Me di la vuelta y lo miré. Tenía glaseado en la comisura de los labios y esa típica expresión suya de “ups”, como si no hubiera hecho nada tan grave. Antes, eso me habría hecho reír. Esta vez, solo suspiré.

—No tiene sentido seguir haciéndolos —dije con calma. 

Sonic parpadeó. Dejó la dona a medio camino de regreso a la caja y me miró en serio. Esa expresión de diversión eterna se desvaneció por un momento.

—Digamos que te creo… que tú y Shads están juntos —murmuró, acercándose lentamente hasta apoyarse en la encimera a mi lado— ¿Cuándo empezó todo esto? —preguntó, haciendo una vaga seña con las manos.

Seguí revisando una bandeja de sándwiches mientras respondía sin mirarlo del todo:

—Cuando rechazaste mi invitación para ir al concierto de reunión de Hot Honey.

Lo miré de reojo. Lo vi fruncir el ceño, claramente haciendo memoria.

—Esa fue la última vez que me invitaste a algo —dijo en voz baja, como si acabara de atar cabos— Con razón.

—Fui con Shadow esa noche —le dije.

Sonic me miró, esperando que dijera más, como si lo que ya había dicho no fuera suficiente.

—Después de eso, empezamos a salir —añadí.

Desvió la mirada. Su voz sonó más baja, casi como un recuerdo arrastrado:

—Recuerdo que dijiste que me ibas a amar por siempre.

Sentí un nudo en el pecho. No de tristeza, sino de todo lo que había cambiado.

—Lo dije cuando era una niña, Sonic —respondí, con suavidad— Las cosas cambian. Las personas cambian. No iba a seguir persiguiéndote por siempre.

Volvió a mirarme. Había algo distinto en sus ojos… como si no supiera si estaba sorprendido, dolido o simplemente incómodo.

—¿Pero con Shads? —dijo, como si todavía le costara creerlo.

Crucé los brazos, la expresión se me endureció un poco.

—¿Qué tiene de malo Shadow?

—Nada, nada —dijo alzando las manos de inmediato, como si esperara que mi martillo le cayera de un momento a otro— Solo que nunca dijiste que te gustaba. No de esa manera.

—Shadow siempre me ha parecido alguien increíble —respondí— A pesar de su personalidad fría y distante, siempre ha sido cordial y amable conmigo. 

Sonic apretó los labios, incómodo. Dio un paso hacia mí.

—¿Así que él se confiesa, y tú aceptas sin pensarlo dos veces?

Lo miré de frente.

—Él no juega a los “tal vez después” —dije— No me hizo esperar 50 citas sin rumbo para al final quedarme igual que al principio. Me pidió que fuera su pareja. Sin rodeos. Sin excusas.

Sonic entrecerró los ojos, dolido. No podía esconderlo. Pero tampoco podía negarlo.

—Si tan solo hubieras sido más directo, si me hubieras dicho que no desde un principio —continué—, me habría ahorrado años de esperanzas vacías. Tal vez ahora... estaría aún más feliz con Shadow. Tal vez desde antes.

—No quería lastimarte, Ames —dijo él, casi en un susurro— Eres mi amiga.

—¿Como si rechazar todas mis invitaciones durante los últimos dos años no me hubiera lastimado? —solté, la voz alzándose por primera vez— Solo tenías que decirlo, Sonic. "No me gustas, Ames". "Déjalo ya". "¿Sabes qué? A Shadow sí le gustas, ve a molestarlo a él."

—No es que no me gustes… —empezó, con esa voz temblorosa que solo usaba cuando no sabía qué decir— Es solo que...

Primero, un leve cambio en el aire. Una presencia firme, casi pesada. Luego, dos brazos fuertes rodearon mi cintura desde atrás. Me levantaron con facilidad, como si no pesara nada, y antes de que pudiera procesarlo, ya no estaba de pie. Estaba en el aire, en sus brazos.

Volteé instintivamente.

Era Shadow.

Sus ojos rojos clavados en Sonic, el ceño profundamente marcado, la mandíbula tensa. Todo su cuerpo emanaba una sola advertencia:

"No te acerques más."

Sonic no retrocedió. En lugar de eso, se cruzó de brazos y sostuvo la mirada, desafiándolo con calma.

—Ser demasiado posesivo no es buena idea, Shads —dijo con tono seco— Ames se va a cansar de eso algún día.

La mirada de Shadow se endureció aún más. Un músculo le vibró en la mejilla. Por un momento pensé que lo iba a bajar solo para golpearlo ahí mismo.

Pero no lo hizo.

Simplemente giró sobre sus talones, aún cargándome con firmeza, sin despegar los ojos de Sonic hasta el último segundo. Y entonces se alejó. Caminó directo hacia el taller con paso firme, decidido, como si nada más importara. Como si estuviera reclamando algo que era suyo por derecho.

Yo, todavía en sus brazos, lo miré por encima del hombro. Quería decir algo más. Terminar aquella conversación que había quedado abierta. Pero no me salieron las palabras.

Solo me dejé llevar.

Shadow me llevó hasta el taller de Tails. Caminaba rápido, como si no quisiera detenerse hasta que estuviéramos lejos de todo. Apenas llegamos, abrió la puerta con una mano y me dejó de nuevo en el suelo con suavidad. Sentí cómo sus brazos me soltaban poco a poco, pero aún quedaban rastros de su calor en mi cintura.

Le fruncí el ceño, pero decidí no decir nada. No todavía.

Ambos nos adentramos al taller. Tails estaba sentado frente a su enorme monitor, rodeado de cables, pantallas abiertas y herramientas. Al vernos, giró un poco en su silla y nos dedicó una medio sonrisa.

—Tengo buenas y malas noticias —dijo, con esa calma que usaba cuando sabía que lo que venía no iba a gustarnos— ¿Cuáles quieren primero?

Nos miramos, Shadow y yo, intercambiando una mirada cargada de curiosidad y una pizca de ansiedad. Fui yo quien habló primero:

—Las buenas.

Tails asintió y tomó mi celular de la mesa. Me lo tendió con una sonrisa tranquila.

—La buena noticia es que tu teléfono está limpio. No había nada raro en él: ni virus, ni malware, ni rastreadores.

Solté el aire sin saber que lo había estado conteniendo. Sonreí y abracé mi celular como si fuera un peluche.

—¡Qué alivio!

Pero entonces la mirada de Tails se volvió más seria. Bajó las orejas un poco, con un dejo de culpa, y tomó el otro celular de la mesa. Lo alzó en dirección a Shadow.

—La mala… es esta —dijo, ofreciéndoselo— Tu celular está muerto.

Shadow frunció el ceño, tomó el celular y presionó el botón de encendido. Nada. Lo intentó de nuevo, más fuerte. La pantalla seguía negra. Ni una vibración. Ni una luz.

Yo me incliné un poco para mirar también.

—¿Qué pasó? —pregunté, preocupada.

Tails se rascó detrás de una oreja, incómodo.

—Mientras lo revisaba con mis programas, el hacker activó algún tipo de protocolo de autodestrucción. Literalmente mató el sistema operativo y borró todo lo que había dentro. Lo dejó inservible y no dejó rastro alguno de su presencia. 

Shadow bajó la mirada al teléfono en sus manos, los ojos encendidos por una mezcla de rabia e impotencia.

—Maldición… Tenía las fotos de Rose ahí —murmuró, y por un instante su voz se quebró, apenas audible.

Me acerqué y, sin dudarlo, puse una mano en su hombro.

—No te preocupes —le dije con suavidad— Te las puedo pasar de nuevo.

Shadow me miró de lado. Sus ojos todavía estaban oscuros por la frustración, pero su expresión se suavizó. Me dedicó una leve sonrisa, esa que rara vez mostraba. La que decía más de lo que las palabras podían.

—Gracias, Rose —susurró.

—Siempre —le respondí, dándole un pequeño apretón en el hombro.

Tails nos observó un segundo antes de hablar de nuevo.

—Sea quien sea este hacker, sabía lo que hacía.

Miré de reojo a Shadow. Tenía la mirada clavada en el celular apagado en sus manos, el ceño marcado, con una tristeza que no solía dejar ver.
Tal vez el aparato era anticuado, sí. Pero había estado con él durante diez años. Un compañero silencioso, parte de su rutina, incluso si no usaba todas sus funciones.

Guardé mi propio celular en el bolsillo del abrigo y, en silencio, llevé ambas manos a su espalda. Acaricié con suavidad, intentando aliviarle la tensión acumulada.

Tails notó también la expresión sombría de Shadow y se quedó en silencio unos segundos, como si estuviera decidiendo cómo darnos más malas noticias sin que se sintiera como un golpe directo al estómago. Sus orejas se movieron levemente hacia atrás mientras sus ojos seguían fijos en la pantalla. Luego suspiró.

—Antes de que el hacker activara la autodestrucción... —dijo serio— alcancé a ver lo suficiente.

Shadow y yo nos tensamos al mismo tiempo.

—Era un troyano. Uno muy bien disfrazado. Estaba incrustado en una aplicación que parecía legítima, probablemente un parche o actualización. Lo que hacía era... bueno, básicamente convertir tu celular en su cámara espía personal.

Sentí cómo se me helaba la sangre.

—¿Espía personal? —preguntó Shadow, la voz baja y cortante.

Tails tragó saliva.

—Bueno.... Podían leer tus mensajes, modificarlos, ver tu historial de llamadas, interferir en sus llamadas y videollamadas, acceder a tus fotos y documentos. 

Tails continuó más serio que nunca.

—Pero lo peor es que podían activar el micrófono y la cámara en cualquier momento. Podían escuchar cualquier conversación, dentro o fuera del teléfono, y ver lo que tú estabas viendo sin que lo supieras.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Un frío sutil, pero punzante, que me bajó por la nuca hasta la columna.

—¿Desde cuándo…? —pregunté, casi sin aire.

Tails negó con la cabeza, con frustración contenida.

—No lo sé con certeza. Tal vez días... tal vez semanas, incluso meses. Depende de cuándo lo instalaron. Pero ya no tengo manera de comprobarlo.

Sentí cómo mi estómago se encogía.

Shadow apretó los puños. El celular crujió apenas entre sus dedos, como si lo estuviera sujetando con tal fuerza que se rompiera solo por la presión.

—¿Alguien más ha tenido acceso a tu teléfono? —preguntó Tails, mirándolo con una mezcla de cuidado y sospecha.

—Solo el equipo de IT de Neo G.U.N. —respondió Shadow sin dudar, su voz firme, aunque cargada de tensión— De vez en cuando hacen actualizaciones de seguridad.

Tails se dejó caer hacia atrás en su silla, sus colas se movían de lado a lado con nerviosismo.

—Entonces ahí está nuestra pista —dijo finalmente, volviendo sus ojos hacia mí con seriedad— Alguien dentro de Neo G.U.N. pudo haber instalado el troyano. Y no fue por accidente.

Me quedé callada. Sentí como si algo me oprimiera el pecho, como si cada palabra pesara más de lo que podía soportar. Si el teléfono de Shadow había estado comprometido… entonces alguien había estado viendo. Escuchando.

Incluso los momentos más íntimos.

Mi mente se fue directo a lo que habíamos vivido apenas hace una hora, en el bosque. A los besos hambrientos, al temblor de nuestras manos, a los jadeos que compartimos con la piel ardiendo…

Los teléfonos que dejamos caer sin pensar, sin precaución. Demasiado ocupados el uno con el otro. Demasiado entregados.

Abrí los ojos con horror. Me tapé el rostro con ambas manos al sentir cómo la vergüenza me explotaba en las mejillas. Un grito ahogado escapó de mis labios, mezcla de incredulidad, pánico y pura humillación.

—¡No… no, no, no! —susurré entre mis dedos, temblando.

Tails y Shadow me miraron, confundidos al principio. Pero luego, como si de pronto el infierno se abriera bajo sus pies, Shadow lo entendió.

Giré para verlo… justo a tiempo para escuchar el sonido seco de algo partiéndose en dos.

¡CRACK!

El celular. Había roto su propio teléfono con las manos, la carcasa rajada, la pantalla astillada como si fuera papel.

Sus ojos rojos brillaban con rabia pura. No ira común, no frustración pasajera. Era furia. Era indignación. Era el tipo de enojo que solo nace cuando algo sagrado ha sido violado.

—¡VOY A DESCUBRIR QUIÉN FUE! —gritó con una furia desgarradora, la voz rasgando el aire— ¡Y LO VOY A MATAR!

Sus puás se erizaron de golpe, como un latigazo negro. Varias se soltaron de su cabeza y espalda, y salieron disparadas por la habitación con un sonido seco, incrustándose en la pared con fuerza.

Tails dio un paso atrás por reflejo en su silla. Yo solo lo miré, paralizada por la intensidad de su cólera.

Shadow bajó la mirada a sus manos. Aún temblaban, apretando los restos de su celular como si aún pudieran darle respuestas. Su respiración era agitada. Sus púas seguían tensas, como si estuviera listo para atacar a un enemigo invisible.

—Ahora no puedo llamar a las oficinas centrales… —gruñó entre dientes, su voz hecha pedazos— Demonios…

Mi corazón se apretó. Me acerqué despacio, con cautela, como quien se acerca a un animal herido.

—Tengo el contacto de Chiquita por Mobopic —le dije en voz baja, casi un susurro— Puedo intentar comunicarme con ella.

Shadow me miró entonces, con la mandíbula apretada y los ojos encendidos por una furia contenida. Su voz fue baja, firme, casi militar.

—Hazlo.

Asentí sin dudar, saqué mi celular y abrí la app de Mobopic. Busqué rápidamente el perfil de Chiquita y le envié un mensaje corto pero claro:

Yo: "Chiquita, SOS. Necesito que me llames. Este es mi número."

Pasaron apenas un par de minutos antes de que la pantalla se encendiera con una llamada de un número desconocido. Me apresuré a contestar.

—¡Amy! ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Necesitas mi ayuda? —la voz de Chiquita sonaba agitada, preocupada, como si ya supiera que algo serio estaba pasando.

—Chiqui, yo…

Pero no alcancé a terminar. Shadow ya estaba a mi lado, y con un movimiento rápido pero firme, tomó el celular de mis manos. Se lo llevó a la oreja, y su voz cambió por completo: fría, controlada, letal.

—Chiquita, Comandante Shadow al habla —dijo con voz firme, de esas que no dejaban espacio a dudas— Código amarillo 75639. Repito: código amarillo 75639. Procedan inmediatamente.

Y sin esperar respuesta, colgó la llamada.

Se giró hacia Tails con un gesto seco, más agradecido de lo que sus palabras podían transmitir.

—Gracias por tu asistencia, Prower. Si encuentras algo más, contáctame más tarde.

Tails asintió con seriedad, pero no dijo nada. También había entendido el peso de lo que acabábamos de descubrir.

Entonces, Shadow se volvió hacia mí. Me miró fijamente, y durante un breve instante, esa intensidad impenetrable en sus ojos se suavizó apenas. Se inclinó hacia mí y me dio un beso rápido, pero cargado de significado. 

—Vuelvo en un par de horas —me dijo, su voz baja, pero firme.

—Ten cuidado… —le susurré, sin poder evitarlo.

Él solo asintió.

Y en un destello de energía verde, desapareció. Chaos Control.

Me quedé mirando el espacio vacío donde había estado. El silencio volvió al taller, roto solo por el zumbido lejano de las computadoras de Tails.

Tails rompió el silencio con una risa suave, casi nerviosa.

—Eso fue intenso…

Yo apenas asentí, con el corazón todavía golpeando fuerte en el pecho. Me incliné lentamente, dejando que mis manos recogieran con cuidado los pedazos del celular roto de Shadow. Los sostuve un momento entre los dedos, sintiendo su peso inútil. Lo que quedaba del dispositivo que lo había acompañado por diez años… en mis manos parecía casi una reliquia herida.

Lo llevé hasta la mesa de trabajo de Tails y lo deposité con suavidad, como si aún pudiera dolerle.

—¿Crees que puedas repararlo? —pregunté en voz baja.

Tails observó las piezas con ojo crítico. Sus colas se movían con un leve vaivén, su expresión mezcla de resignación y curiosidad técnica.

—Como recuerdo, sí… —dijo, encogiéndose de hombros— Pero como teléfono, esto ya no sirve. Está completamente frito.

Suspiré y me crucé de brazos, mirando las luces parpadeantes del taller sin realmente verlas. Luego lo miré de nuevo.

—¿Pudiste averiguar algo más sobre las cuentas bots?

Tails negó con la cabeza, su expresión se tornó más seria.

—No mucho. Como no han estado activas últimamente, no hay nueva información que rastrear. Todo está congelado. Pero después de lo que pasó hoy… hay algo me dice que están conectados.

Asentí lentamente, sintiendo ese mismo presentimiento retumbarme en los huesos.

—Yo también lo sospecho. Todo esto... no puede ser coincidencia.

Me mordí el labio, con una sensación incómoda instalándose en mi estómago. Había una persona que venía a mi mente sin querer. Alguien que había estado demasiado cerca. Demasiado silencioso. Pero no quería decirlo en voz alta aún. No sin pruebas.

—Alguien en Neo G.U.N. quiere perjudicarme… o perjudicarnos a mí y a Shadow —dije finalmente, más para mí que para Tails.

Él frunció el ceño, como si sus pensamientos fueran por el mismo camino.

—Eso… sería muy grave, Amy. Si hay una fuga interna, o peor, un traidor… Shadow no va a dejarlo pasar.

Lo sabía. Lo había visto en sus ojos antes de desaparecer con el Chaos Control. Y sin embargo, lo que no lograba entender… era el por qué .

¿Qué ganarían con eso? ¿Por qué alguien dentro de su propia organización querría destruirlo desde adentro?

Y ¿por qué a mí también?

Me senté en el sofá de la sala del taller de Tails, con el celular medio reparado de Shadow entre las manos. Las piezas se sentían frías y extrañas, como si ya no pertenecieran a ningún lado. Lo apoyé con cuidado sobre mi regazo, tratando de no pensar demasiado en todo lo que había pasado.
Había una fiesta por comenzar, después de todo. Invitados por llegar, música por sonar, risas que fingir.

Aun así, no podía ignorar el nudo en mi estómago, esa sensación incómoda y expuesta que no me dejaba respirar del todo. Como si, en cualquier momento, alguien pudiera ver más de lo que debía.

Respiré hondo y llevé una mano a mi pecho. Allí estaba el broche en forma de corazón que Shadow me había regalado hoy. Un gesto silencioso que decía más que mil palabras. Apreté con suavidad el pequeño accesorio entre mis dedos, encontrando en él un poco de calma.

Poco a poco, los invitados comenzaron a llegar, trayendo consigo el ruido alegre que había estado esperando… y temiendo.

Cream fue la primera en cruzar la puerta, con Cheese flotando alegremente a su lado. Me saludó con una sonrisa brillante y un pequeño abrazo, como si no hubiera pasado nada extraño en los últimos días. Le seguían los del Team Chaotix: Vector, siempre tan escandaloso, Espio con su andar tranquilo y Charmy zumbando como un torbellino emocionado por la música y los bocadillos.

Knuckles apareció poco después, ya discutiendo a media voz con Rouge por alguna tontería, probablemente sobre Angel Island o alguna otra cosa. No pude evitar sonreír con un poco de ternura; incluso sus discusiones parecían tener una coreografía ensayada.

Sally entró hablando animadamente con Blaze y Silver, los tres con vasos reutilizables en la mano y el tipo de energía social que yo no estaba lista para manejar. Blaze me dedicó una leve inclinación de cabeza desde lejos, su forma elegante de decir “te vi”.

El último en llegar fue Big, quien saludó a todos con su típica calma serena. Traía consigo una caja de dulces que me entregó en las manos para llevarlo a la cocina.

La música empezó a sonar, animando el ambiente con ritmos suaves pero alegres. Las voces se mezclaron con risas, pasos, y la ocasional exclamación por ver a alguien después de tanto tiempo.

Yo me quedé en la cocina, como si fuera parte del mobiliario. Sirviendo comida en platos de colores, llenando vasos con jugos y sodas, entregando botanas cada vez que alguien asomaba la cabeza para buscar algo. Nadie me pedía que lo hiciera. Simplemente lo hice. Me sentía más cómoda moviéndome entre platos y bocadillos que intentando mantener conversaciones vacías con una sonrisa forzada.

Desde donde estaba podía ver la sala, las siluetas bailando, charlando, viviendo. Y aunque una parte de mí deseaba estar allí con ellos, otra se sentía más segura en las sombras de la cocina, manteniendo las manos ocupadas mientras mi cabeza seguía dándole vueltas a lo que había pasado esta mañana.

El celular roto de Shadow seguía sobre la barra, como un recordatorio silencioso de que no todo estaba bien… pero al menos por ahora, fingir un poco de normalidad se sentía como un respiro.

Escuché el familiar sonido de tacones golpeando con firmeza la madera del suelo. Me giré, sabiendo de antemano quién era. Rouge caminaba hacia la barra con su elegancia habitual, moviéndose como si tuviera el control total de la habitación, incluso antes de cruzar la puerta.

—¿Te contrataron de mesera o qué? —preguntó, apoyando un codo en la barra con media sonrisa— Llevas toda la tarde metida en la cocina.

—¿Hey, Rouge, quieres algo?

—Sí —dijo sin rodeos— Saber cómo estás.

Sus ojos bajaron lentamente hasta detenerse en el broche dorado en forma de corazón sobre mi pecho. Su sonrisa se volvió más suave, casi cómplice.

—Se ve precioso en ti.

Sonreí, bajando la mirada al broche y acariciándolo con la yema de los dedos.

—Gracias... Shadow me lo dio esta mañana.

—Lo sé. —Rouge sonrió con más intención— Yo lo ayudé a elegirlo. Shadow y el buen gusto no suelen ir de la mano, ya sabes.

Solté una risa, solo de imaginarlo entre vitrinas llenas de joyas, con cara de querer volarse la cabeza.

—Fuimos como a siete tiendas diferentes —continuó, divertida— Probablemente habría seguido buscando si yo no lo obligaba a a tomar una decisión. Y eso que sabía desde el principio que quería algo en forma de corazón.

—Le dio muchas vueltas, ¿eh?

—Dijo que era su "tercer aniversario" —dijo Rouge con un gesto de duda— La verdad no estoy del todo segura de a qué se refería...

Reí por lo bajo, con una calidez que me subió por el pecho. Yo sí sabía a qué se refería. Shadow estaba celebrando en silencio el momento en que aceptó lo que sentía por mí. Para él, ese era el verdadero inicio de todo.

Rouge notó algo sobre la encimera y frunció el ceño.

—Espera... —Se inclinó hacia adelante— ¿Ese no es el celular de Shadow? ¿Qué le pasó? ¿Dónde está él?

—Tuvo que irse por una emergencia de trabajo —respondí, volviendo a tocar el broche con cierta melancolía— Dijo que regresaría más tarde.

—¿Y el celular?

—Bueno... —empecé a decir, incómoda.

Rouge entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.

—Déjame adivinar… ¿tuvieron una pelea?

Me quedé helada.

—¿Cómo lo supiste?

—Porque lo conozco. —Su tono era firme pero no duro— Estaba más huraño que de costumbre últimamente. Y ayer, cuando me escribiste preguntando si estaba en casa, supe que algo pasaba. Fui a buscarlo a su cuarto, pero salió molesto y se fue a dar una vuelta nocturna en su moto.

—¿Salió a dar una vuelta?

—Lo hace cuando necesita calmarse. Cuando no sabe cómo manejar lo que siente. —Hizo una pausa— Y tú sabes que Shadow no es precisamente bueno con las emociones. A veces se pierde dentro de ellas.

Bajé la mirada, con un nudo en la garganta.

—No fue su culpa —dije en voz baja, sintiendo el peso del broche contra mi pecho como si intentara recordarme algo. Me removí incómoda, dudando de cuánto debía contarle a Rouge. Aun así, continué— Discutimos porque… tuvimos problemas de comunicación. Pero después de hablar con Tails, descubrimos la causa…

Hice una pausa, mirando mis manos.

—Había un troyano en el celular de Shadow. Alguien lo estaba usando para manipular nuestras conversaciones... para espiarlo.

Rouge alzó una ceja y miró con atención el celular roto sobre la encimera, como si de pronto viera una bomba sin detonar.

—¿Me estás diciendo que alguien estuvo espiando a través del celular del mismo erizo que lo primero que hace al entrar en una habitación es revisar si hay cámaras ocultas?

Asentí con un leve gesto.

—Sí... 

Rouge chasqueó la lengua, cruzándose de brazos.

—Debe estar furioso.

—Lo está. —Apreté los labios— Y más aún porque sospechamos que ese virus... se lo instalaron en Neo G.U.N. Por eso se fue. Necesita respuestas.

Rouge dejó escapar un suspiro, lento y calculado.

—Eso explica muchas cosas... —murmuró. Luego me miró de nuevo, más seria— ¿Y tú? ¿Cómo estás tú, Amy?

Bajé la mirada, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

—No me gusta para nada. —Mi voz salió tensa— Saber que alguien nos ha estado escuchando... viendo... invadiendo cada momento privado. Siento que me arrancaron algo, algo que no puedo recuperar.

—Tu intimidad —dijo Rouge, suavemente.

Asentí.

—Sí... Y no es solo eso. Me da miedo pensar en cuánto sabían. En qué momento exacto empezaron a espiarnos. ¿Fue cuando me besó por primera vez? ¿Cuando dormiamos juntos? ¿O cuando nosotros…?

Rouge guardó silencio. Por un instante, sus ojos no fueron los de la espía cínica y elegante de siempre, sino los de una amiga que entendía lo que se sentía estar expuesta.

—Tú no te mereces esto —dijo al fin, con firmeza— Y Shadow tampoco. Alguien va a pagar por esto, te lo prometo.

La miré, sintiéndome un poco menos sola.

—Gracias, Rouge.

Entonces Sally entró en la cocina y nos saludó con una sonrisa al vernos conversando.

—Hola, chicas.

Se acercó a la encimera, sirviéndose un poco de gaseosa. Luego tomó uno de los sándwiches del contenedor, le dio un mordisco y comentó con una sonrisa:

—Mmm… deliciosos, como siempre, Amy.

—Gracias —le respondí, algo más animada.

Entonces su mirada se detuvo en el broche que llevaba puesto. Frunció ligeramente el ceño, curiosa, y se acercó un poco más para verlo mejor.

—Qué bonito. Me encanta el diseño.

—Gracias, fue un regalo de Shadow —dije, acariciando con los dedos el broche con una pequeña sonrisa.

—Se ve que es de buena calidad —comentó Sally, inclinándose un poco más para examinarlo.

—Y caro —añadió Rouge con una sonrisa divertida— Esos diamantes son reales.

Sally alzó las cejas, sorprendida.

—Vaya… así que Shadow no escatima en gastos.

Yo solté una pequeña risa, todavía acostumbrándome a ese lado generoso de él.

—¿Y tú cómo has estado? —le pregunté a Sally— ¿Lograste convencer a Sonic de ayudarte con tus campañas?

Sally se apoyó en la encimera, con su bebida en una mano y el sándwich en la otra. Soltó un suspiro.

—Sí… más o menos. Dijo que me puede ayudar cuando no esté ocupado buscando a Eggman o metiéndose en sus propias aventuras.

Rouge levantó una ceja.

—Eso suena a "cuando me acuerde".

Sally rió suavemente.

—Sí, algo así. Pero la verdad es que voy a necesitar toda la ayuda posible. Octubre siempre es complicado.

—¿Por los puristas? —pregunté, aunque ya intuía la respuesta.

—Exacto —respondió Sally con un gesto cansado— Cada año sacan a relucir esa historia de Amdruth para justificar sus discursos sobre la “sangre pura” y lo antinatural de mezclarse entre especies. Ya sabes, su excusa favorita para vomitar odio.

Rouge bufó, cruzándose de brazos.

—Apuesto a que están planeando otra de sus ridículas protestas para la Noche de los Dos Ojos.

—Probablemente —dijo Sally— Solo espero que no se salgan de control. Y... bueno, hablando de eso...

Nos miró a ambas y luego fijó sus ojos en mí.

—Ha habido mucho movimiento en redes por tu relación con Shadow. Ustedes dos se convirtieron en la pareja interespecie del momento.

Solté una risa corta, algo incómoda.

—Sí, eso parece…

—No lo digo en mal sentido —añadió Sally enseguida— En realidad, es algo positivo. Mucha gente los admira. Y gracias a ustedes, más personas están alzando la voz contra la propaganda purista. Están prestando atención.

Rouge asintió con una leve sonrisa.

—A veces el amor también puede ser un acto de rebelión.

Miré hacia abajo, a mi broche, sintiendo el peso de esas palabras. Una mezcla de orgullo… y temor.

—Solo espero que eso no nos meta en problemas —dije en voz baja.

Sally me miró con seriedad, pero con dulzura.

—Y si lo hace, no estarás sola. Lo sabes, ¿verdad?

La miré. Luego miré a Rouge, que asintió sin decir nada

No pude evitar sonreir. 

La atención de Sally se desvió hacia el celular roto que descansaba sobre la encimera. Era difícil no notarlo: la carcasa rajada, los bordes desgastados, y una evidente marca que indicaba que había sido forzado a mantenerse unido con pegamento.

—¿Y ese teléfono? —preguntó, alzando una ceja— Parece que lo partieron a la mitad y luego lo pegaron como pudieron.

—Es de Shadow —respondí, encogiéndome de hombros— Tuvo un pequeño... accidente.

Rouge bufó con una sonrisa divertida.

—Ya era hora de que se comprara uno nuevo. Ese teléfono es prácticamente una reliquia.

—No creo que quiera uno moderno —dije— Tiene que ser algo sencillo. No tiene sentido darle uno de última generación si apenas usa lo básico.

Sally soltó una carcajada y comentó:

—Existen celulares para abuelitos, ¿sabes? Con teclas grandes y todo.

Yo no pude evitar reírme, y Rouge también estalló en carcajadas.

—¡Le encantaría uno así! —dijo entre risas— Con botones gigantes y fuente tamaño cuarenta.

—Y seguro con una alarma para recordarle que debe dejar de gruñir —añadí bromeando.

Las tres reímos juntas por un momento, y esa risa compartida alivió la tensión que aún me pesaba en el pecho.

Gracias a Rouge y a Sally, mi ánimo mejoró bastante. Me sentía más ligera, como si me hubieran quitado un poco del peso que llevaba en el pecho. Así que dejé la cocina y decidí unirme a los demás en la fiesta.

En la sala se había armado un torneo improvisado de videojuegos. Tails había conectado su consola con sus ocho controles —¿quién necesita tantos?— y estaban jugando un caótico juego de carreras, con pistas imposibles, trampas absurdas y poderes ridículos.

Sonic, Tails, Silver, Charmy, Vector, Espio, Knuckles y Blaze estaban completamente concentrados en la pantalla, con los pulgares volando sobre los botones. Cada vuelta era una locura: uno lanzaba una bomba de confeti, otro caía en una trampa de miel, y alguien más atravesaba una zona de velocidad gritando como si fuera real.

—¡Eso fue trampa! —gritó Knuckles mientras Blaze lo adelantaba con un cohete impulsor.

—No es trampa si sabes usar el juego —respondió Blaze, sin apartar la vista de la pantalla.

—¡¿Quién me lanzó un plátano?! —protestó Silver, y Charmy levantó la mano riéndose.

Me senté en uno de los sillones, observándolos jugar mientras reía. Había algo reconfortante en verlos tan metidos en una tontería así. El ruido, las risas, los gritos de victoria o desesperación... Era justo lo que necesitaba.

Pasaron un par de horas. Me había unido al juego un par de veces —nunca logré quedar de primera, pero al menos tampoco terminé de última. Ya eso era una victoria personal. Reíamos tanto que ni notamos lo rápido que pasaba el tiempo.

Fui a la cocina a buscar algo de beber cuando, de pronto, una intensa luz verde me cegó por un segundo. Me cubrí los ojos por reflejo, y cuando los bajé, ahí estaba él: Shadow, apareciendo entre el resplandor del caos controlado de su transportación.

No lo pensé ni un segundo. Corrí hacia él y lo abracé con todas mis fuerzas. Escuché un ligero crujido —seguido de un quejido contenido— y me aparté de inmediato, sobresaltada. Recordé todas las veces que Sonic me había dicho que mis abrazos podían romper costillas si me emocionaba demasiado.

—¡Lo siento! —dije, llevándome las manos a la boca.

Pero Shadow no dijo nada. Me tomó de los brazos antes de que pudiera retroceder del todo y, sin una sola palabra, me atrajo hacia él de nuevo. Rodeó mi espalda con sus brazos y me abrazó fuerte, cálido, como si hubiese estado esperando ese momento todo el día. Apoyé la frente contra su pecho, cerrando los ojos.

—¿Cómo te fue? ¿Qué pasó?

Shadow soltó un suspiro lento y me rodeó con más fuerza, como si necesitara aferrarse a mí.

—Caos… —murmuró— En los cinco años desde que renovaron Neo G.U.N., nunca se había activado un código amarillo 75639.

Se acomodó contra mí, descansando un poco su peso, y continuó:

—Todos dejaron sus tareas apenas se dio la alarma. Lance, el equipo de investigación interna y yo fuimos directo al departamento de IT. Confiscaron cada aparato, computadora, disco duro... todo. Cada miembro del equipo fue interrogado.

Hizo una pausa, con el ceño fruncido.

—Mañana siguen los interrogatorios —dijo Shadow con un suspiro.

Se separó un poco de mí, lo justo para buscar mis ojos con los suyos. Luego, con suavidad, pasó una mano por mi cabeza, acariciándome con una ternura que me desarmó.

—Pero la verdad, solo podía pensar en volver contigo. Imagino que estás tan molesta como yo.

Asentí lentamente. Sentía un nudo en el pecho que no se iba.

—Desde que empezamos nuestra relación, comenzó toda esta ola de atención.—murmuré— Comentarios en redes, videos, artículos, rumores... Todo el mundo mirándonos... Al principio me molestaba que todos supieran lo nuestro… pero con el tiempo, me acostumbré.

Me aferré a él con más fuerza, respirando su aroma, buscando algo de paz en su calor. Pero entonces, las palabras empezaron a quebrarse solas.

—Pero esto es diferente, Shadow… —sentí las lágrimas subir, la garganta apretada— Alguien ha estado espiándote. Escuchando nuestras conversaciones… nuestras discusiones, nuestras intimidades.

Él me sostuvo fuerte, pero no dijo nada. Me dio espacio para desahogarme.

—Quien haya sido… sabía de mis inseguridades. Sabía cuánto me afectaba que tus compañeras se te insinuaran durante el festival de Unión, de esta primavera y la del año pasado. Sabía lo celosa que podía llegar a ser…  y usó eso contra mí.

Respiré hondo, con la voz temblando.

—Me enviaron esas fotos desde tu celular, Shadow. Eran solo imágenes tuyas hablando con tus compañeras de trabajo. Conversaciones normales. Pero los mensajes… me hicieron sentir tan insegura, tan pequeña.

Tragué saliva. Mi voz era apenas un susurro ahora.

—No entiendo por qué lo hicieron. ¿Querían separarnos? ¿Herirme? ¿Romper lo que tenemos? No lo sé… pero dolió. Me dolió mucho.

Shadow pasó su mano por mi espalda con una ternura que contrastaba con la tensión en su voz, que se quebró apenas un poco al hablar.

—Es evidente que querían destruir lo nuestro… si no, no habrían interferido en nuestra comunicación.

Guardó silencio. Sentí cómo su pecho subía y bajaba con una respiración contenida, como si estuviera eligiendo con cuidado cada palabra.

—Si podían escucharlo todo… también sabían lo inseguro que me he sentido últimamente —susurró.

Entonces me abrazó con más fuerza, como si necesitara asegurarse de que yo seguía ahí, real, tangible, suya.

—Me hicieron creer que no querías hablar conmigo… Que me estabas alejando…

No pude contenerme. Las lágrimas empezaron a caer, silenciosas al principio, pero pronto mi pecho tembló con un llanto ahogado. Me apreté contra él, escondiendo mi rostro en su cuello, como si así pudiera esconder también todo lo que sentía. Intenté contener los sollozos, con la esperanza de que la música de la fiesta, aún resonando en la sala, fuera suficiente para que nadie más nos oyera.

Shadow me abrazó con más fuerza, y sentí su cuerpo temblar apenas, como si estuviera luchando por no dejar salir todo lo que cargaba dentro. Me aferré más a él, llorando en silencio, tratando de no romperme por completo entre sus brazos.

Pero en medio de mi llanto, una idea me golpeó, clara y cruel.

Si ese hacker había estado escuchando todo este tiempo… entonces también sabía lo que pasó aquella tarde en el consultorio de la Doctora Miller. Sabía que Shadow me había lastimado mientras estaba atrapado en su pesadilla. Si quería herirnos de verdad, solo tenía que usar eso. Bastaría una palabra, una insinuación… y Shadow, con lo noble que es, se alejaría de mí para protegerme. Renunciaría a nosotros sin pensarlo dos veces, creyendo que era lo correcto.

Pero entonces… ¿por qué no lo hizo?

¿Estaba guardando eso como un as bajo la manga? ¿Esperando el momento perfecto para separarnos de la manera más cruel posible?

Esa sola posibilidad me heló la sangre. Un nudo se formó en mi pecho y no pude evitar llorar más fuerte, esta vez por miedo. Un miedo real y profundo: perder a Shadow. Perder este amor que ha estado floreciendo los últimos 4 meses. Perder esta relación que me daba tanta felicidad. Perder al único que me mira con ternura y deseo. 

Me aferré más a él, como si pudiera protegernos con solo no soltarlo nunca.

Entonces escuché el sonido inconfundible de unos tacones entrando a la cocina, y luego una voz familiar y segura:
—Ya estás de vuelta... Amy me lo contó todo.

Era Rouge.

No me solté del abrazo de Shadow, pero la escuché acercarse mientras continuaba, con un tono más suave de lo usual:
—¿Encontraste al culpable?

La voz de Shadow respondió, baja, cargada de tristeza y rabia contenida:
—Aún no… pero lo sabremos pronto.

Hubo un pequeño silencio. Luego, Rouge dijo con firmeza:
—Tómense su tiempo. No voy a dejar que nadie entre a la cocina por ahora.

Sentí a Shadow asentir apenas, su barbilla rozando mi cabello.

—Gracias, Rouge.

No sé cuánto tiempo pasó, hasta que eventualmente logré calmarme. Me limpié el resto de las lágrimas con la manga de mi abrigo, mientras Shadow me ofrecía un vaso con agua. Lo tomé con cuidado y empecé a beberlo en pequeños sorbos. Su mano seguía en mi espalda, acariciándola con suavidad, dándome alivio, recordándome que no estaba sola.

Al terminar de beber, lo miré con una sonrisa cansada pero sincera.
—Gracias, Shadow.

Él me miró con esa expresión suya tan serena, tan llena de todo lo que no decía en voz alta, y preguntó:
—¿Quieres regresar a casa?

Negué con la cabeza.
—No… no quiero irme de la fiesta así. Aún tenemos que cantarle cumpleaños a Tails.

Una sonrisa leve, casi imperceptible, apareció en su rostro.
—Esta será la segunda fiesta en la que puedo tenerte a mi lado.

Solté una pequeña risa, bajita, desde el pecho.
—Y no será la última.

Le tomé las manos con firmeza, entrelazando nuestros dedos. Juntos salimos de la cocina, de regreso a la sala, donde todos bailaban al ritmo de la música, riendo sin preocupaciones.

Apenas entramos a la habitación, Silver nos vio y se acercó rápidamente, con una mezcla de alivio y urgencia en el rostro.

—¡Hey, Shadow! Pensé que no vendrías.

Shadow respondió con calma, aunque su voz aún cargaba el peso de todo lo que había pasado.

—Tuve algunos asuntos que atender.

—Te estaba esperando —dijo Silver, sacando algo del bolsillo de su chaqueta— Necesito darte esto.

Silver metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un sobre un poco arrugado, que le entregó a Shadow. Este lo tomó con una sola mano, girándolo para examinarlo, mientras leía en voz alta las palabras escritas con tinta algo desvanecida:

—“Para Shadow”... ¿Qué es esto?

—Lo encontré mientras limpiaba la casa —explicó Silver— Estaba bien escondido, al fondo de un cajón del escritorio. Creo que es del otro yo... parece que planeaba dártelo en algún momento.

Shadow soltó mi mano y empezó a abrir el sobre con cuidado. Sacó una tarjeta de cumpleaños sencilla, con un dibujo de un pastel en la portada. La abrió, y leyó en voz baja, confundido:

—“Feliz cumpleaños 275, Baba”... ¿Baba?

Fruncí el ceño, acercándome a mirar la tarjeta.

—¿275? ¿Eso significa que el otro Silver planeaba darte esto... en su época?

Silver se encogió de hombros, algo incómodo.

—Tal vez... No lo sé. Soy él, pero no exactamente. No podría decirte con certeza qué estaba pensando o sintiendo ese Silver…  pero algo significaba para él.

Shadow seguía observando la tarjeta con una mezcla de confusión y culpa en su mirada. Pasó el pulgar lentamente por las palabras escritas a mano, como si pudiera conectar con su significado solo al tocarlas.

—Debí hablar más con él… antes de su muerte —murmuró.

—Eras muy distante en ese entonces  —dije con suavidad, sin juicio.

Shadow me miró un momento. Asintió levemente antes de volver su atención al papel entre sus manos.

—Sí... lo era.

Silver rompió el silencio, pensativo.

—Incluso después de todo este tiempo viviendo en esta línea temporal… todavía no entiendo por qué el otro yo viajó al pasado  Ustedes me contaron que no fue para salvar el futuro…

Me quedé pensativa unos segundos.

—Creo que nunca explicó sus motivos… Solo recuerdo que un día apareció de la nada, con ese gusano gigante y horrible persiguiéndolo.

—Él lo llamó un devorador del espacio-tiempo —añadió Shadow, con tono grave— Dijo que apareció mientras viajaba por un túnel temporal. Lo atacó sin previo aviso.

—¿Y qué había pasado con esa cosa? —preguntó Silver, intrigado.

—El idiota azul, el otro Silver y yo logramos vencerlo —respondió Shadow— Pero no antes de quedar atrapados en un bucle temporal por un buen rato.

Sonreí al recordar.

—Sonic dijo que vieron dinosaurios.

—Sí —dijo Shadow, como si aún no creyera del todo lo que vivieron— Viajamos por distintas épocas antes de quedar atrapados. Fue… agotador.

Silver se rascó la cabeza, incómodo.

—Eso suena como una aventura completamente distinta a la que yo viví…

Me giré hacia él, curiosa.

—Silver… si lograste salvar tu futuro, ¿por qué volviste al pasado?

Silver sonrió con tristeza.

—Solo quería saludarlos. No esperaba quedarme atrapado en otra línea temporal…

Silver se rascó la cabeza, mirando de reojo hacia Blaze, que estaba charlando tranquilamente con Sally y Cream no muy lejos de nosotros.

—Ya acepté que nunca podré regresar a casa —dijo en voz baja, con una tristeza contenida— Pero lo que no logro superar… es la culpa de haber traído a Blaze a esta dimensión por accidente. Todos los días intentamos encontrar una solución. Investigamos reliquias antiguas, artefactos, cualquier cosa que pueda abrir la barrera entre dimensiones… Han pasado tres años. Y aún nada.

Sin pensarlo demasiado, me acerqué y lo abracé con suavidad, como si pudiera aliviarle un poco esa carga que llevaba encima. Sentí cómo soltaba un suspiro cansado y bajaba la cabeza, dejándose sostener un instante.

Me solté del abrazo con una sonrisa breve. Silver me devolvió la mirada con gratitud.

—Gracias, Amy —dijo, con una sinceridad que me llegó directo al pecho.

—Si alguna vez necesitas hablar, ya sabes dónde encontrarme —le respondí, suave.

En ese momento, Sonic apareció como una ráfaga, poniéndole un brazo por encima a Silver, con su típica energía despreocupada.

—¡Hey, Shads! ¡Así que ya volviste!

Shadow no respondió. En lugar de eso, alzó los brazos hacia mí y me jaló con firmeza de nuevo a su lado, creando una clara distancia entre nosotros y Sonic.

—Todavía con la ley del hielo, ¿eh? —dijo Sonic, ladeando la cabeza— No lo habia mencionado antes, pero veo que no te quedaste tuerto.

Seguí la dirección de su mirada y vi el ojo derecho de Shadow, ahora más oscuro que el izquierdo. Lo observé con asombro. Había pasado tanto el día de hoy que no había podido mencionarlo aún.

—¿Cuando te lo quitaste? —pregunté, tocando con cuidado su mejilla— ¿Cómo te sientes? ¿Puedes ver bien?

—Hace dos días. Veo perfectamente —respondió Shadow, con su tono habitual.

Le sonreí, genuinamente impresionada.

—Es increíble… regeneraste un ojo entero.

Silver levantó una ceja, intrigado.

—¿Regenerar?

—Perdí el ojo derecho durante una misión —explicó Shadow.

—¿Perder cómo? —insistió Silver.

—Unas garras lo atravesaron. Lo dañaron por completo —dijo Shadow con voz neutral, como si relatara un informe— Así que me lo arranqué y esperé a que se regenerara.

Sonic abrió los ojos, sorprendido.

—¿Te lo arrancaste? —silbó— Eso sí que es intenso. ¿Y qué hiciste con él? ¿Lo guardaste en un frasco como trofeo?

Shadow no respondió. Su silencio fue total.

—¡Vamos! —dijo Sonic, medio riendo— ¡Quiero saber!

Silver, curioso, también preguntó:

—¿Qué pasó con tu ojo viejo?

—Está en el laboratorio de Neo G.U.N. —respondió Shadow, sin inmutarse.

Sonic frunció el ceño y movió el pie derecho varias veces, frustrado.

—Claro, a él sí le contestas —murmuró.

Lo miré directamente.

—Si quieres que te hable, ya sabes qué tienes que hacer.

Sonic se cruzó de brazos, sin moverse.

—Lo haría… si él se disculpara por romper nuestro juramento.

Yo también crucé los brazos, reflejando su postura.

—Shadow ya se disculpó por eso.

Sonic desvió la mirada un segundo, luego volvió a clavarla en Shadow.

—Pero se niega a retomarlo. Todavía insiste en matar a Eggman.

Shadow lo miró con frialdad, los brazos cruzados, completamente en guardia. Sonic dio un paso al frente, y su voz bajó en tono pero ganó en intensidad:

—Voy a encontrar a Eggman primero. Y no voy a dejar que le pongas un dedo encima.

El ceño de Shadow se frunció aún más, sus ojos ardían con desafío. La tensión entre ambos era tan espesa que apenas podía respirar. Se podía sentir en el aire, densa y eléctrica, como un campo de batalla a punto de estallar. Esa energía… ya la conocía bien. Esa chispa peligrosa que surgía cada vez que Sonic y Shadow se encontraban frente a frente.

Y entonces, vi cómo la sonrisa de Sonic se ensanchaba, esa sonrisa traviesa que precedía al caos.

En un movimiento rápido, llevó su mano hacia mí, como si fuera a jalarme hacia él. Pero no llegó a tocarme.

Shadow reaccionó al instante. Su brazo se alzó en un golpe seco y preciso, bloqueando el intento con una exactitud casi quirúrgica.

—Tch —bufó Sonic, divertido. Sus ojos brillaron como si hubiera encontrado justo el botón que quería presionar.

Y desapareció. Rodeó el espacio y apareció a mi otro lado, repitiendo el movimiento.

Otro bloqueo. Impecable. Shadow apenas giró el torso. Solo un brazo, solo el ángulo justo.

—¿En serio están haciendo esto ahora? —murmuré, cruzándome de brazos, sin moverme del sitio.

Pero no se detenían.

Una y otra vez, Sonic se deslizaba a nuestro alrededor, como un rayo azul, intentando tocarme solo para provocar a Shadow. Y cada vez, Shadow respondía con reflejos milimétricos, sin dejar que me rozara siquiera.

Yo me crucé de brazos y suspiré, ya más exasperada que sorprendida.

—¿Estás viendo esto? —le pregunté a Silver, que se había quedado junto a mí, observando la escena con las cejas arqueadas.

—¿Yo? ¡Estoy intentando entender las reglas! —dijo con un suspiro, aunque su expresión tenía un toque de diversión. Sabía que debía detenerlos... pero claramente quería ver en qué terminaba.

Poco a poco, los demás empezaron a acercarse, atraídos por el bullicio. Algunos miraban con asombro, otros reían como si fuera parte de un show improvisado.

Vector fue el primero en hablar:
—Yo le apuesto diez rings a que Shadow pierde la paciencia y le da un puñetazo en la cara.

—Yo digo que Sonic lo logra. Un solo toque —respondió Espio, sin parpadear, los brazos cruzados también.

Knuckles soltó una risita.
—¿Qué tal si hacen ambas cosas? Que Sonic la toque… y Shadow le meta el puñetazo de todas formas.

—¡Esa sí es una apuesta interesante! —rió Vector, sacando su billetera de su abrigo— ¿Quién más se apunta?

Sonic continuó usando su velocidad para intentar tocarme. Shadow seguía sin decir una sola palabra. Su cuerpo se movía al mismo ritmo que Sonic: rápido, preciso, implacable. Cada intento era bloqueado antes de que siquiera se acercara.

Sonic se detuvo un segundo frente a nosotros, el pecho apenas agitado, la sonrisa intacta.

—Vamos, Shads . Una sola palabra. Solo una y me detengo.

Shadow no respondió. Pero su ceño se frunció con fuerza, y los ojos le brillaban con una rabia contenida. 

Sonic chasqueó la lengua y retrocedió un paso, raspando el suelo con la punta del zapato.
Se estaba divirtiendo.

—¡Pueden parar ya! —grité, alzando la voz mientras daba un paso al frente. 

—Me detengo si él dice una palabra —insistió Sonic, sin dejar de mirarlo.

Pero Shadow ni se inmutó. Su respiración se volvía más pesada, su mandíbula firme, y las púas le temblaban ligeramente de pura tensión. Todo en su postura gritaba no pienso ceder .

Sonic resopló, como quien acepta un reto.
—Tch. Entonces seguimos.

Desapareció en un parpadeo.

El aire se volvió una corriente entrecortada de choques sutiles: manos bloqueando, pasos rápidos, movimiento tras movimiento. La danza entre ellos continuaba, cada vez más precisa, más molesta, más absurda.

Hasta que Sonic lo logró.

Solo fue un roce. Su mano tocó mi brazo.
—¡Yeah! —exclamó, sonriendo como si hubiera ganado una medalla— Te toqué.

Fue un segundo. Pero bastó.

Shadow reaccionó como si Sonic hubiera activado un interruptor. Su cuerpo entero se tensó, y sin decir nada, se impulsó con un movimiento brutal y lo embistió con fuerza, tacléandolo al suelo con un estruendo seco.

—¡Shadow! —grité.

Ambos rodaron por el suelo, hasta que Shadow quedó encima de Sonic, sujetándolo por el pañuelo blanco amarrado a su cuello con una mano y con el puño cerrado en la otra, temblando de pura rabia contenida.

—¡Hey! ¡No me arrugues el pañuelo! —protestó Sonic, tratando de zafarse.

Shadow miró hacia el pañuelo blanco entre su puño. El mismo pañuelo que Sonic había usado desde hacía años, desde la muerte de Silver. Algo tan parte de sí mismo que se había vuelto inseparable de su imagen. Se había negado a quitárselo desde entonces.

Me acerqué con rapidez y puse mis manos sobre el puño levantado de Shadow. Lo tomé con firmeza y le dije, en voz baja pero clara:

—Suéltalo ya, Shadow.

Shadow apretó la mandíbula... pero me escuchó. Soltó a Sonic sin una palabra y se levantó, tenso. Yo lo alejé despacio, sintiendo todavía la furia contenida en sus músculos.

Sonic se incorporó, sacudiéndose la ropa mientras se acomodaba el pañuelo con cuidado en el cuello.

—Ustedes dos no van a arruinar la fiesta de Tails —dije, con firmeza en la voz.

Miré a Sonic primero:

—Sonic, deja de provocar a Shadow.

Luego volví la vista a Shadow:

—Y tú, no te dejes provocar por él.

Shadow me miró por un momento… y luego bajó la vista, con el ceño fruncido. Respiró hondo, como si el aire le pesara en los pulmones, y dejó salir un largo suspiro que pareció vaciarlo por dentro. Volvió a alzar la mirada, más calmado, aunque con los ojos oscuros aún cargados de frustración contenida.

—Lo voy a intentar —dijo al fin, en voz baja, áspera por el esfuerzo que le costaba decirlo.

—Con eso me basta —respondí, y asentí con un gesto firme, aunque suave. 

Entonces me giré hacia Sonic. Crucé los brazos con lentitud, marcando el gesto.

—¿Sonic?

Él se llevó las manos detrás de la cabeza, intentando mantener su sonrisa despreocupada. Pero no le salió. La incomodidad se colaba por los bordes de su actitud como una grieta que se negaba a cerrarse.

—No lo sé… —dijo, encogiéndose de hombros con teatralidad, pero sin convicción.

No le di espacio para más juegos. Di un paso firme hacia él, y esta vez dejé que la furia contenida que me venía carcomiendo desde el fondo de la garganta saliera en forma de amenaza clara y directa:

—Por Chaos, por Gaia, por todos los dioses antiguos y olvidados… —le espeté, con la mirada fija como una lanza— Te juro, Sonic, que si sigues intentando provocar a Shadow te voy a mandar al espacio con mi martillo.

Sonic me miró, y por primera vez en mucho tiempo, su sonrisa desapareció por completo. Sus orejas se inclinaron hacia atrás, como si sintiera el peso de mis palabras más allá de lo físico.

Sabía cuándo hablaba en serio. Siempre lo supo.

Giró el rostro hacia un lado, rascándose la nuca con una expresión más humilde, más real.

—Lo voy a intentar —murmuró.

Suspiré. No porque todo estuviera resuelto, sino porque, por ahora, era suficiente. Ambos habían cedido un poco. No necesitaba más esta noche.

Volví hacia Shadow, que permanecía donde lo había dejado, tenso como una estatua, pero con la mirada menos afilada. Al llegar a su lado, noté de reojo una pequeña escena detrás de mí.

Vector, Knuckles y Rouge… estaban sacando rings de sus bolsillos y entregándoselos discretamente a Espio, que solo los recibió con una expresión imperturbable. Él solo se limitó a alzar una ceja y guardar los rings con toda la calma del mundo.

Entonces, por fin, una voz clara rompió la tensión que aún flotaba, como si alguien hubiera abierto una ventana para dejar escapar el humo:

—¿Qué tal si cantamos cumpleaños? —dijo Tails, con una sonrisa nerviosa pero genuina— Amy, ¿puedes traer el pastel?

Lo miré. El brillo en sus ojos, la esperanza de que esa noche volviera a ser solo suya, me suavizó el pecho.

—Claro, Tails —le dije con una sonrisa más tierna— Un momento.

Tomé el brazo de Shadow con delicadeza, como quien guía a alguien fuera de una tormenta, y lo llevé conmigo hacia la cocina. Él no dijo nada, pero caminó a mi lado sin resistirse. Se notaba que aún estaba procesando todo, pero su respiración ya era más tranquila.

Abrí la refrigeradora con cuidado y saqué el pastel que había preparado esa mañana: bizcochuelo de chocolate, cubierto con un lustre de menta suave que me había tomado horas perfeccionar. En el centro, dibujada con todo mi esmero, estaba la carita sonriente de Tails, con sus mechones y gafas de aviador marcados en glasé.

Lo coloqué con cuidado sobre la barra y retiré la tapa de plástico, dejando que el aroma dulce se esparciera en el aire.

Saqué de una bolsita dos velas con forma de número: un dos y un cero, doradas y brillantes, elegidas con cariño.

—Está muy bien detallado —comentó Shadow, observando el pastel con genuino interés..

—Gracias —respondí, abriendo el paquete de velas— He estado practicando mi decoración últimamente… y gracias a la batidora que me regalaste, la preparación fue mucho más sencilla.

—Me alegra saber que mi regalo te ha sido útil —dijo, con ese tono sereno que me gustaba tanto, como un remanso después de la tormenta.

Puse las dos velas con cuidado, alineándolas perfectamente sobre el pastel, justamente en el centro. Luego busqué el encendedor, y una a una, encendí las velas. Las pequeñas flamas bailaron levemente, como si también estuvieran celebrando.

Lo miré, y con una sonrisa traviesa le pedí:

—¿Puedes apagar todas las luces?

Él asintió sin preguntar por qué. Bastó un parpadeo, un ligero cambio en la presión del aire, y sentí esa energía que reconocía bien: Chaos Control. Deslizándose por la cocina como un suspiro invisible.

Y entonces — puf — todas las luces de la casa se apagaron al mismo tiempo.

Desde la sala llegaron algunas exclamaciones de sorpresa y risas, y no pude evitar reírme también, suavemente, mientras sostenía el pastel. Ahora las velas eran la única fuente de luz, lanzando reflejos cálidos sobre mi rostro, sobre la menta brillante del lustre, y proyectando sombras suaves en las paredes.

Volteé hacia Shadow. Sus ojos rojos brillaban en la oscuridad como dos brasas tranquilas. Me sentí segura, aunque todo estuviera a oscuras.

—¿Puedes guiarme?

—Sígueme —respondió él, y se adelantó con paso firme, pero casi silencioso.

Empecé a cantar el “Feliz cumpleaños” mientras entrábamos a la sala. Uno a uno, los demás se sumaron, sus voces llenando el aire como una ola suave de cariño. Las palmas marcaron el ritmo, y por un instante, todo fue luz tenue, risas, y el aroma a menta flotando en el aire.

Avancé lentamente entre ellos, centrando mi atención en no tropezar con nadie. Shadow iba abriéndome camino, y finalmente llegamos hasta donde estaba Tails.

Él nos miraba con una mezcla preciosa de emoción y vergüenza, las orejas alzadas y los ojos brillantes. 

Cuando terminamos de cantar, me acerque hacia él y le dije, con voz suave:

—Pide un deseo.

Tails cerró los ojos. No dijo nada. Solo pensó.

Hubo un segundo de silencio respetuoso. Un pequeño espacio en el tiempo en el que todos contuvimos el aliento.

Entonces, sopló con fuerza. Las velas se apagaron de golpe, y la sala quedó por un instante en completa penumbra… solo para llenarse, un segundo después, de aplausos, silbidos y carcajadas.

Prendimos las luces de nuevo. La sala se llenó otra vez de murmullos, risas y pasos suaves sobre el suelo. Llevé el pastel a la cocina, y con la ayuda de Shadow, empezamos a cortarlo en porciones y servirlo en platos de plástico con sus respectivas cucharitas.

Yo me encargaba de cortar con cuidado, procurando que cada pedazo fuera equitativo. Shadow los tomaba y los repartía entre los demás con esa eficiencia casi militar que tenía para todo.

Todo iba tranquilo… hasta que llegó el turno de Sonic.

Shadow apuñaló el pedazo de pastel con la cuchara de plástico. La sostuvo un segundo, mirándolo fijamente con el ceño fruncido, como si quisiera atravesarlo con algo más que utensilios desechables.

Sonic solo le devolvió una sonrisa burlona mientras tomaba el plato, levantando una ceja con aire juguetón. Sin decir una palabra, se llevó el pastel a la boca, como si no hubiera notado la amenaza implícita.

Yo los miré de reojo mientras seguía cortando, y no pude evitar suspirar.

Después de terminar con todos, me serví un pedazo pequeño y le pasé otro a Shadow. Ambos nos quedamos cerca de la barra, por si alguien pedía más.

Tails se nos acercó, con la boca llena, y masticando con una sonrisa genuina.

—Esto está delicioso, Amy —dijo con entusiasmo —Gracias.

—Un placer, Tails —respondí, sonriendo mientras me limpiaba un poco de lustre de los dedos. 

Después de tragar, Tails giró hacia Shadow, con curiosidad.

—¿Y cómo te fue? ¿Lograste atrapar al hacker?

Shadow terminó de masticar su porción, tragó y respondió con calma:

—Aún no. Estamos en medio del proceso de investigación.

—Tails, ¿por qué no le explicas a Shadow lo que descubrimos la vez pasada? —le dije, inclinándome un poco hacia él— Lo de las cuentas bots.

Tails asintió y empezó a explicarle… o mejor dicho, le dio un resumen bastante técnico de todo lo que habíamos analizado: desde los movimientos sospechosos en las redes sociales, hasta cómo los hashtags se habían disparado artificialmente gracias a una red organizada de cuentas falsas. Todo lo del algoritmo, los ciclos de actividad, y los indicios de manipulación intencionada.

Yo ya lo había escuchado antes, así que esta vez simplemente observé la reacción de Shadow.

Él se quedó callado, atento. Masticaba lentamente mientras procesaba la información, los ojos fijos en Tails como si cada palabra formara parte de un mapa invisible en su cabeza.

Cuando Tails terminó, Shadow se limpió con la servilleta y preguntó sin rodeos:

—¿Qué es un VPN? ¿Y qué son cuentas bots? —preguntó Shadow, frunciendo el ceño— Entiendo que es un término tecnológico, pero no tengo claro qué significa. También mencionaron algo sobre un algoritmo… suena a matemáticas.

Tails y yo nos miramos por un segundo. Yo tuve que morderme el labio para no reírme.

Tails comenzó a explicarle los términos con su entusiasmo habitual, usando palabras como dirección IP , red enmascarada , tráfico digital … y yo veía cómo la expresión de Shadow se mantenía serena por fuera, pero sus ojos comenzaban a perderse en el aire como si estuviera leyendo un idioma desconocido.

Asentía de vez en cuando, pero claramente no estaba entendiendo nada.

Tails también se dio cuenta. Hizo una pequeña pausa, bajó un poco el tono y dijo con una sonrisa paciente:

—Ok, vamos más simple. Un VPN es como una capa de invisibilidad para cuando usas internet. Nadie puede ver desde dónde te estás conectando realmente.

Shadow asintió más lentamente, como si esa imagen tuviera más sentido.

—Y las cuentas bots —continuó Tails—, son como marionetas. Alguien crea muchas cuentas falsas para que parezca que muchas personas están diciendo lo mismo, aunque en realidad es una sola persona controlándolas. Es una forma de manipular lo que la gente ve primero en internet.

—¿Y el algoritmo? —preguntó Shadow, esta vez con cautela.

—El algoritmo es como una lista de prioridades que decide qué cosas mostrar primero. Si muchas “personas” —hizo comillas con los dedos— están hablando de ti, el sistema cree que eres importante, y te pone al frente. Aunque esas personas no sean reales.

Shadow se quedó en silencio unos segundos, digiriendo tanto la explicación como el último bocado de pastel.

Shadow dijo en voz baja, pero firme:

—Entonces, en resumen… ¿Quien haya hecho eso, el responsable de volverme “popular” en internet, podría ser el mismo que infectó mi celular con ese virus?

Tails asintió con seriedad.

—Es una posibilidad —respondió— Aunque no podría asegurártelo al cien por ciento.

Shadow se quedó en silencio un momento, con la mirada fija en el aire, como si estuviera revisando una lista invisible de sospechosos en su mente. Podía ver que su mandíbula se tensaba un poco, lo que en él era casi una declaración de guerra.

—Prower —dijo finalmente—, ¿sería mucha molestia que redactaras un informe con lo que sabes hasta ahora, y se lo enviaras a Rose? Ella se lo hará llegar a mi asistente.

—No hay problema —respondió Tails enseguida— Y si necesitan cualquier tipo de asistencia técnica en Neo G.U.N. para desenmascarar a ese hacker… ya saben que estoy aquí.

—Gracias —murmuró Shadow, con un leve asentimiento.

Cream se acercó con Cheese flotando a su lado y sonriendo alegre. Rodeó a Tails con un abrazo suave, que lo tomó por sorpresa y le hizo sonrojarse levemente. Luego se apartó apenas lo suficiente para entregarle un pequeño regalo envuelto en papel celeste con moño blanco.

—Feliz cumpleaños, Tails. Esto es de mi parte —dijo con una vocecita dulce.

Tails lo tomó con cuidado, sonriendo.

—Gracias, Cream

Ella bajó ligeramente las orejas, con una expresión de culpa en el rostro.

—Me encantaría quedarme más tiempo… pero ya casi es la hora del toque de queda. No quiero que mamá se preocupe.

Metí la mano en el bolsillo de mi abrigo y revisé el celular: 8:30 p.m. Ya era de noche.

Cream se volvió hacia mí y Shadow con una pequeña inclinación de cabeza.

—Buenas noches, Amy. Señor Shadow.

—¿Quieres que te acompañemos? —le ofrecí con una sonrisa.

—No es necesario —respondió ella enseguida, y señaló hacia la entrada— Charmy dijo que podía acompañarme. 

Tails levantó la cabeza, sorprendido.

—¿Charmy?

Cream lo miró con dulzura.

—Sí. Se ofreció antes de que empezáramos a cantar cumpleaños. Fue muy amable.

Tails parpadeó, y luego, como si hubiera tomado una decisión rápida, dijo:

—Yo puedo ir también. Los acompaño.

Cream pareció confundida por un segundo.

—¿En serio? Pero es tu fiesta, Tails.

Él se encogió de hombros con una media sonrisa.

—Solo voy a caminar un poco. Me vendrá bien un poco de aire fresco… y así me aseguro de que lleguen bien.

Ella lo observó un instante y luego asintió, con esa dulzura tranquila que la caracterizaba.

—Está bien. Gracias, Tails.

Tails dejó su plato sobre la mesa, tomó una chaqueta ligera que alguien había dejado colgada en el respaldo de una silla y se encaminó junto a Cream hacia la sala. Desde la cocina, vimos a Charmy esperándolos. Al notar que Tails se les unía, sonrió aún más y le dijo algo que no alcancé a oír, pero el tono era alegre.

Los tres salieron entre risas suaves, y la puerta principal se cerró con un clic amable tras ellos.

Apenas la puerta se cerró, escuché desde la sala la voz de Rouge elevarse con ese entusiasmo travieso tan típico de ella:

—¡Ahora que los niños se fueron, empieza la verdadera fiesta!

Intercambié una mirada con Shadow y sonreí. Él me tomó de la mano, y juntos salimos de la cocina hacia la sala. El resto del grupo ya se había reunido alrededor de Rouge, que estaba en el centro como si fuera la presentadora de un espectáculo.

En una mano sostenía una botella con un líquido color musgo que no inspiraba mucha confianza, y en la otra, un paquete de cartas negras con bordes dorados.

—Vamos a jugar "verdad o reto" —anunció con una sonrisa felina— Y quien falle... tendrá que beber del jugo misterioso —añadió, agitando la botella para darle más dramatismo. El líquido burbujeó ligeramente.

Hubo unas cuantas risas nerviosas, pero nadie protestó. De algún modo, todos terminamos aceptando el reto sin pensarlo mucho.

Nos trasladamos a una habitación más amplia, una que solíamos usar en nuestras reuniones de estrategia contra Eggman. Al centro, una gran mesa redonda nos esperaba, con varias sillas alrededor. Al fondo, colgaba la enorme pantalla donde Tails solía mostrar sus presentaciones, que ahora permanecía apagada, como si también se tomara un descanso.

Me senté en una de las sillas, y Shadow tomó el lugar a mi derecha. Justo en ese momento, Sonic se dejó caer en la silla a mi izquierda con una sonrisa descarada, claramente provocadora. Shadow le lanzó una mirada que, si pudiera matar, le habría arrancado cada una de sus púas lentamente. Yo solté una risita nerviosa, tratando de hacerme la que no notaba la tensión eléctrica que había entre ambos.

A continuación, se fueron acomodando los demás: Knuckles junto a Sonic, luego Espio, Vector, Sally, Blaze, Silver y, por supuesto, Big, que apenas cabía bien en la silla pero se las arreglaba con su eterno buen humor.

Mientras nos instalábamos, Rouge empezó a repartir pequeños vasos de shot frente a cada uno. La botella que tenía en las manos parecía aún más sospechosa ahora que la tenía cerca. Apenas llenó el mío, un olor fuerte, amargo y casi químico me golpeó las fosas nasales.

—¿Esto es legal? —murmuré, tosiendo un poco.

Volteé hacia Shadow y vi cómo fruncía el ceño y la nariz, claramente arrepentido de tener el olfato tan agudo. Rouge, por supuesto, disfrutaba cada segundo.

Una vez todos tuvimos nuestros vasitos frente a nosotros, Rouge colocó el mazo de cartas negras en el centro de la mesa con teatralidad.

—Muy bien —dijo, con una sonrisa de desafío—, estas son las reglas: cuando sea tu turno, tomás una carta del mazo. Puede salirte "verdad" o "reto". Si es reto y no lo cumplís, o simplemente no querés hacerlo… shot. Si es verdad, tenés que responder honestamente la pregunta de la carta. Si mentís o te negás… también shot.

Miró alrededor de la mesa, midiendo nuestras expresiones como una reina ante su corte.

—¿Alguna pregunta?

Knuckles levantó la mano.

—¿Qué tiene ese "jugo misterioso"?

Rouge solo sonrió.

—Mejor no saber.

Rouge se acomodó junto a Big con una sonrisa confiada y tomó la primera carta del mazo. La miró, arqueó una ceja y leyó en voz alta:

—¿Estás en una relación romántica con alguien? Y si es así, ¿con quién?

El silencio se hizo pesado en la sala. Rouge bajó la carta lentamente, mirando primero su vaso lleno del infame “jugo misterioso”. Luego nos escaneó a todos con una expresión neutral, como si evaluara sus opciones. Por un segundo pensé que mentiría… pero en cambio, soltó con total calma:

—Sí. Estoy saliendo con Knuckles.

El impacto fue inmediato.

Knuckles se levantó de su silla como si le hubieran puesto un resorte.

—¡Rouge! —exclamó, con los ojos bien abiertos, entre escándalo y pánico.

Ella se encogió de hombros con total naturalidad.

—Lo siento, Knuckie, pero no pienso beber esta cosa asquerosa.

Knuckles abrió la boca, perplejo.

—¡Pero si tú misma la preparaste!

—Error —respondió ella con una sonrisa traviesa—La compré en un mercado.

Yo me llevé una mano a la boca, en shock total. ¿Rouge y Knuckles? ¿¡Juntos!? Me incliné hacia Shadow y le susurré:

—¿Puedes creerlo?

Shadow ni parpadeó.

—Llevan dos años saliendo en secreto.

Lo miré con los ojos bien abiertos.

—¿Lo sabías?

—Vivo con Rouge —dijo en voz baja, con total calma— Una vez volví más temprano de lo usual y… digamos que los encontré en una situación comprometedora. Me hicieron prometer guardar silencio.

—Y tú te tomás esas promesas muy en serio, ¿eh?

Me reí por lo bajo, justo cuando Rouge y Knuckles seguían discutiendo —o mejor dicho, Knuckles discutía y Rouge sonreía divertida, como si hubiera estado esperando ese momento todo el día.

Rouge alzó las manos como si intentara calmar una turba:

—Podemos discutir esto después, ¿sí? Es el turno de Big.

Knuckles bufó, pero se volvió a sentar de mala gana. Big, tranquilo como siempre, asintió lentamente con esa sonrisa amable que rara vez se le iba del rostro. Estiró su enorme mano hacia el mazo y tomó una carta.

—Reto —leyó con su voz profunda y serena— Lee este trabalenguas sin equivocarte.

Rouge sacó una segunda carta auxiliar y la deslizó hacia él. Contenía un trabalenguas largo y endemoniadamente enredado. Big la tomó, la acercó a su rostro, entrecerró los ojos y murmuró algo para sí, moviendo los labios. Luego, sin cambiar de expresión, lo soltó todo de un tirón:

—El cielo está encapotado, ¿quién lo desencapotará? El desencapotador que lo desencapote, buen desencapotador será. Pedro Pérez pintor pinta preciosos paisajes por poca plata para poder partir para París. Pablito clavó un clavito, ¿qué clavito clavó Pablito? El clavito que clavó Pablito era el clavito más chiquito.

Se hizo un silencio. Un silencio real. Ni una respiración, ni un zumbido. Solo el eco mental de lo que acababa de pasar.

Big levantó la vista. Parpadeó.

—¿Eso era todo?

Blaze lo miró como si acabara de ver levitar una piedra.

—Lo… ¿lo dijiste todo? Sin trabarte ni una vez…

—Practiqué con Froggy —respondió Big, alzando los pulgares con una sonrisa radiante.

—¡¿Qué acabamos de ver?! —exclamó Sonic, echándose hacia atrás con los ojos bien abiertos.

—¡El rey del zen acaba de humillarnos a todos! —rió Vector fuerte.

La tensión que había dejado el anuncio de Rouge se esfumó como si nunca hubiera existido, mientras todos estallábamos en risas. 

Knuckles soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza. —Big… eres un misterio andante.

Big simplemente sonrió sereno, como si no acabara de derrotar a un trabalenguas legendario con la paz de un monje.

El siguiente en tomar una carta fue Silver. Estiró la mano con evidente cautela, como si el mazo fuera una trampa explosiva. Sacó una carta, la giró lentamente y leyó en voz alta, con un tono algo plano:

—¿Alguna vez has cometido un crimen? ¿Qué tan grave fue?

Un silencio incómodo flotó sobre la mesa. Silver bajó la carta con lentitud, parpadeó como si no entendiera bien lo que acababa de leer, y luego miró su vaso de shot con resignación. 

—Bueno… —empezó, rascándose la nuca y frunciendo ligeramente el ceño— técnicamente... sí.

—¿"Técnicamente"? —repitió Blaze, cruzándose de brazos, con una ceja arqueada— Eso no suena nada bien.

—¡Es que no fue a propósito! —dijo él rápidamente— Fue... en el futuro. Estaba ayudando a contener una armada de robots… Solo que… bueno…todo se descontroló. Una explosión de energía psíquica arrasó media zona industrial.

Hubo un silencio. Esta vez, más largo y más tenso.

Big dejó de sonreír.

—¿Media zona industrial? —repitió Knuckles con una mezcla de risa nerviosa y asombro.

—¡No había nadie dentro! —agregó Silver apresurado— Lo revisé antes. Solo quedaron escombros. Y un par de contenedores flotando en la estratósfera… pero eso es otra historia.

Sonic soltó una carcajada contenida.

—Eres como Shadow 2.0, pero con más expresiones faciales y menos trauma.

Shadow giró la cabeza lentamente hacia él. No dijo una palabra, pero esa mirada afilada como cuchilla congeló la risa de Sonic al instante.

—Lo decía como un cumplido —añadió Sonic, alzando las manos, claramente intimidado.

Rouge no pudo evitar soltar una carcajada, y mientras se abanicaba con una carta, dijo:

—Bueno, lo confesaste. No hay shot para ti… aunque honestamente, creo que te lo ganaste igual.

Silver se encogió de hombros y murmuró algo como “al menos no exploté esta casa”, mientras deslizaba la carta usada hacia la pila de descarte.

Yo crucé las piernas debajo de la mesa, recostándome levemente contra Shadow mientras susurraba:

—Y yo que pensaba que tú eras el más peligroso de este cuarto.

—Sigo siéndolo —murmuró él con seguridad, sin apartar la mirada de Sonic.

La tensión se disolvió en una mezcla de risas y comentarios burlones. El juego apenas comenzaba, pero ya estaba revelando secretos que jamás imaginé oír tan casualmente.

La siguiente fue Blaze.

Con un suspiro corto, tomó la carta del centro del mazo y la giró. La leyó en voz baja primero, y de inmediato se le encendieron las orejas. Parpadeó. Luego leyó en voz alta, con voz firme pero tensa:

—Reto: siéntate en el regazo de la persona a tu derecha o izquierda.

Hubo una pausa larga. Todos la miramos con los ojos bien abiertos

—¿Qué clase de juego es este? —preguntó Blaze, alarmada, con las cejas arqueadas. Su voz sonaba más cortante que de costumbre.

—Las reglas son las reglas —canturreó Rouge, alzando las manos— O haces el reto… o te tomas el shot.

Blaze miró hacia su vaso. El líquido musgoso y apestoso que contenía parecía mirarla de vuelta. Su nariz se arrugó con repulsión, y en su rostro se formó una expresión de genuina lucha interna.

Después de pensarlo un rato, se levantó con una resignación silenciosa. Bajó la vista, sus orejas aplanadas hacia atrás, y el sonrojo que subía por su rostro era visible incluso en medio de la tenue luz.

—Perdón —dijo con voz apenas audible, antes de girarse y sentarse suavemente en el regazo de Silver.

Silver, que hasta entonces solo había estado expectante, se quedó completamente rígido. Literalmente, como una estatua de mármol.

—Ah… esto es… esto está pasando —murmuró, claramente sin saber dónde poner las manos.

Blaze se quedó tan recta como una columna, sin moverse ni un milímetro. Parecía más un gato asustado que una princesa del fuego.

—No te pongas raro —le advirtió en voz baja, sin mirarlo.

—¡No estoy raro! ¡Estoy normal! ¡Ultra normal! —balbuceó Silver, riendo nervioso.

—Se ve tan incómodo —murmuré hacia Shadow, tapándome la boca para disimular la risa.

Shadow asintió, mirando la escena con indiferencia fingida, pero el brillo en sus ojos delataba que estaba disfrutando el juego. 

Rouge se aclaró la garganta y anunció con tono teatral:

—Reto cumplido. ¡Aplausos para Blaze!

Los demás aplaudieron y silbaron entre bromas. Blaze no dijo nada. Solo se bajó de las piernas de Silver con la dignidad de una reina, regresó a su silla… y se sirvió agua como si quisiera borrar la experiencia de su memoria.

El siguiente fue Espio. Se inclinó hacia el centro de la mesa con su calma habitual y tomó una carta del mazo. La leyó en voz alta, sin inflexión, como quien anuncia el clima:

—Verdad: ¿alguna vez has matado a alguien? ¿A quién?

El ambiente cambió de inmediato. Todos lo miramos. Incluso Rouge dejó de juguetear con sus uñas, y Big inclinó la cabeza con una mezcla de curiosidad e incomodidad.

Espio no dijo nada. Siguió mirando la carta un instante más, su expresión impasible. Luego bajó la mirada al vaso frente a él, ese brebaje musgoso y humeante. Su mano se movió con decisión.

En un solo movimiento, tomó el shot y lo bebió entero. El sonido que hizo el vaso al volver a tocar la mesa fue seco y firme, como una sentencia.

Espio cerró los ojos y frunció la cara, su cuerpo entero reaccionando al sabor. Tragó con dificultad, y su garganta se movió visiblemente. Un par de segundos después, respiró hondo por la nariz, como si volviera del fondo del océano.

Vector lo miraba, completamente en shock.

—¿Espio...? —preguntó, la voz cargada de preocupación genuina.

Espio abrió los ojos lentamente. No dijo nada de inmediato. Luego giró la cabeza y miró directo a Vector.

—Vector… —dijo con voz baja pero firme— Somos mejores amigos desde hace años… Pero hay cosas que no deberías saber.

El silencio fue absoluto. Nadie se atrevió a hacer una broma esta vez. Incluso Sonic, con su eterna sonrisa de lado, parecía no saber cómo reaccionar.

—Uff… —murmuró Rouge finalmente, rompiendo la tensión con un intento de alivio— Esto se puso… intenso.

Shadow asintió despacio, con los brazos cruzados. Su mirada fija en Espio tenía algo entre respeto y entendimiento.

Espio simplemente se recargó en su silla, cerrando los ojos de nuevo como si no quisiera ver las reacciones. 

Blaze se aclaró la garganta.

—¿A quién le toca ahora? —preguntó, no tanto por entusiasmo, sino para aligerar el peso 

Vector estiró el brazo y tomó una carta del centro de la mesa. La sostuvo un segundo entre sus dedos gruesos y, tras un suspiro apenas audible, la leyó en voz alta:

—Verdad: ¿alguna vez has hecho algo muy vergonzoso por un amor no correspondido? ¿Qué hiciste?

La pregunta quedó flotando en el aire. Algunos esbozaron sonrisas, esperando una anécdota divertida. Pero la sonrisa en el rostro de Vector no apareció. Solo se quedó ahí, con la vista clavada en el papel, como si de pronto se hubiera convertido en una ventana a algo que prefería mantener enterrado.

—Vector… —susurró Espio con preocupación.

Pero el cocodrilo no respondió. En su lugar, tomó el vaso frente a él. El líquido verdoso parecía más espeso bajo la tenue luz de la sala.

Sin levantar la vista, se lo llevó a los labios y lo bebió de un solo trago.

El sonido seco del vaso de shot golpeando la mesa fue lo único que se oyó durante varios segundos.

Vector tosió un poco, se atragantó casi en silencio, y se limpió la boca con el dorso de la mano. Luego soltó una risa entrecortada. Pero sus ojos… sus ojos estaban brillosos.

—Ugh… asqueroso… —murmuró. Su voz era apenas un hilo.

—Vector… ¿estás bien? —insistió Espio, esta vez con más firmeza.

El cocodrilo asintió una vez, lentamente, sin mirarlo.

—Estoy bien, estoy bien… —dijo. Luego, con una voz apenas audible, agregó—: Mejor que esa historia se quede donde está.

Rouge se inclinó un poco hacia adelante, apoyando su barbilla sobre sus manos.

—Bien, sigamos. Te toca, princesa 

Sally tomó una carta del mazo con total naturalidad. La leyó en voz alta, sin perder esa elegancia tranquila que siempre cargaba encima:

—Verdad: ¿alguna vez has besado a alguien en esta sala?

El aire se puso un poco más denso. Todos la miramos, expectantes. Sally colocó la carta boca abajo con suavidad y dijo con tono firme:

—A Sonic.

Un murmullo recorrió la mesa. Yo giré el rostro hacia Sonic justo a tiempo para verlo parpadear como si le hubieran arrojado agua fría encima.

—¿Así que de verdad nos besamos? —dijo, medio sorprendido.

Sally frunció el ceño. Lo miró con una mezcla de decepción e incredulidad.

—¿No lo recuerdas? Fue durante el solsticio del año pasado, después del brindis.

Sonic se rascó la cabeza, incómodo.

—No lo recuerdo muy bien, honestamente pensaba que había sido... Ames —dijo, mirando de reojo hacia mí.

Yo me quedé en silencio, intentando disimular la incomodidad que se me subió al pecho, pero Sally no dejó pasar ese comentario.

Cruzó los brazos, levantó una ceja y le respondió con filo:

—Ya entiendo por qué Amy dejó de perseguirte... Yo también debería buscarme a mi propio Shadow.

Me reí por lo bajo, mientras Shadow a mi lado fruncía apenas el ceño, incómodo con estar incluido en el comentario.

Entonces, Espio levantó la mano con seriedad.

—Yo puedo ser tu Shadow —dijo, con su voz tranquila.

Sally lo miró con sorpresa y luego sonrió.

—¿Sabes qué? Me gusta esa idea, Espio.

La risa colectiva no tardó en llegar, pero Sonic se incorporó en su asiento, alarmado.

—¡No, no, no, no, esperen! ¡Ya perdí a una de mis chicas, no quiero perder a la otra!

Sally y yo lo miramos al mismo tiempo, incrédulas.

—¿Tus chicas? —dijimos al unísono.

Sally no perdió ni medio segundo.

—Escúchame bien, Sonic. Si no quieres perderme, quiero algo serio. Nada de mensajes cada dos semanas o almuerzos improvisados cuando te acuerdas. Quiero una relación, no una nota al pie en tu agenda.

Sonic suspiró, claramente incómodo. Se rascó la cabeza de nuevo, como si eso le ayudara a pensar.

—Sally… sabes que estoy ocupado con todo lo de Eggman. No es que no quiera, es que...

—Shadow trabaja doce horas al día, seis días a la semana —intervine, calmada pero directa— Y aun así me da tiempo, me llama, me hace sentir importante. No es una excusa, Sonic.

Él se giró hacia mí, frunciendo el ceño.

—Que él sea un adicto al trabajo no es mi culpa.

Sally soltó una risa sarcástica y lo fulminó con la mirada.

—Si Shadow puede dedicarle tiempo a Amy, no veo por qué tú no puedes hacerlo conmigo.

Sonic se removió incómodo en su asiento, como si de pronto la silla le quedara mal. Sus ojos dieron un par de vueltas por la sala, evitando el contacto visual con cualquiera de nosotras. Se rascó detrás de la cabeza, ese gesto suyo clásico cuando no sabe qué decir. 

Giro para mirar directamente a Shadow. No fue una mirada cualquiera; había algo en su expresión, algo que no logré descifrar. ¿Duda? ¿Envidia? ¿Tal vez una súplica muda? No lo sé.

Después, se giró hacia Sally.

—¿Puedes darme tiempo hasta el próximo Festival de Unión? —dijo con una voz más baja, más seria de lo normal— Solo necesito… confirmar algo antes.

Sally lo observó en silencio unos segundos. Yo podía ver cómo analizaba cada palabra, como si buscara leer entre líneas si Sonic hablaba en serio o solo estaba ganando tiempo. Finalmente, asintió.

—Está bien, Sonic. Hasta el festival.

La tensión en el aire era tan densa que podías cortarla con un cuchillo. Por suerte, Knuckles intervino en el momento justo, como una bocanada de aire fresco y torpe.

—¡Mi turno! —dijo con una sonrisa y tomó una carta del mazo— Reto. Hmm… “Haz diez flexiones de brazo con un solo brazo”.

—Pff, esto es pan comido —se rió Knuckles, ya levantándose.

Se tiró al suelo, se apoyó con un solo brazo y empezó a hacer las flexiones con la espalda recta, bajando y subiendo con la facilidad de alguien que se entrena todos los días. Hasta se dio el lujo de contar en voz alta.

—Uno… dos… tres…

Algunos empezamos a aplaudirle en broma, más por romper la tensión que por otra cosa. Rouge silbó entre risas.

—Mírenlo, todo un acróbata de guerra. ¿Ese brazo es el mismo con el que partes árboles?

Knuckles sonrió de oreja a oreja sin dejar de hacer repeticiones.

—El mismo con el que parto egos también.

Cuando Knuckles terminó su exhibición, se dejó caer en su silla con una sonrisa satisfecha. Todos le aplaudimos entre risas, y el ambiente se sentía un poco más relajado después de la tensión anterior.

Entonces Sonic tomó su turno, como siempre con una sonrisa de lado.

—Veamos qué tan peligroso es esto… —dijo mientras sacaba una carta del mazo.

La leyó en voz alta:

Reto: tienes que besar a la persona a tu izquierda o derecha.

Sonic soltó una risita, de esas que siempre usa cuando sabe que está a punto de hacer algo que va a incomodar a alguien.

—Bueno bueno… —miró a su alrededor exageradamente— A mi izquierda tengo a Knuckles, y a la derecha… —me miró directamente y sonrió— a la dulce Ames. Y claro, la opción de la bebida infernal.

Apoyó el codo en la mesa, y con una mano en la barbilla, se inclinó ligeramente hacia mí.

—Hey, Ames.

Rodé los ojos. Me crucé de brazos y le respondí con tono plano:

—Solo en la mejilla, Sonic.

Él se rió, divertido, como si eso lo hiciera aún más entretenido.

—¡Entendido! 

Pero justo cuando empezó a moverse para acercarse, algo cambió en la atmósfera.

Shadow, que hasta entonces se había mantenido en silencio y tranquilo, se levantó con una calma tensa. Todos lo notamos. Me tomó del brazo con firmeza, aunque sin brusquedad, y se puso de pie junto a mí.

—¿Shadow...? —empecé a decir, pero él no respondió.

Me ayudó a levantarme, me guió hacia su silla y me sentó en ella. Luego él se acomodó en la mía, justo al lado de Sonic.

El cambio de lugares fue tan rápido y decidido que nadie dijo nada por unos segundos.

Shadow se cruzó de brazos, con esa postura suya tan seria y cerrada, y clavó los ojos en Sonic. Una mirada completamente fría, como si evaluara si valía la pena convertirlo en polvo o dejarlo vivir otro día.

Sonic, que aún tenía la sonrisa medio congelada en la cara, se aclaró la garganta y se echó hacia atrás con disimulo.

—Bueno… —dijo forzando una sonrisa— ahora mis opciones son Knucks… Shads… o el shot de jugo radioactivo.

Knuckles soltó una risotada.

—Vamos, elige con valentía.

Sonic se cruzó de brazos, pensativo. Lo vi mirar a la izquierda, luego a la derecha… Podía ver en su cara que estaba tramando algo, como siempre que se le ocurre una tontería peligrosa que lo divierte más a él que a nadie.

 Y entonces fijó la mirada directamente en Shadow. Ya con esa sonrisa suya, supe que iba a soltar una locura.

—Ok, Shads. Si decís mi nombre mirándome a la cara, me tomo el shot. Pero si no lo hacés… te doy el beso más grande que hayas recibido en tu vida.

Shadow abrió los ojos, sorprendido, y por un segundo pareció que hasta el aire se había detenido. Todos en la mesa reaccionaron al instante.

—¡Uuuuuh! —gritaron algunos. Vector chifló fuerte, y Knuckles se carcajeó.

Yo me puse de pie, el corazón se me aceleró.

—¡¿Estás completamente loco, Sonic?!

Él me miró con una sonrisa ladeada, como si la situación le pareciera un simple jueguito inofensivo.

—Lo digo en serio, Ames. Solo necesito una palabra. Una sola. Con eso me basta.

Shadow se mantuvo firme, brazos cruzados, sin decir nada. Solo entrecerró los ojos, con la mandíbula tensa. Su orgullo no lo iba a dejar hablar, eso lo sabía.

Sonic sonrió más.

—Te doy hasta la cuenta de diez.

—Sonic, no… —dije en voz baja, pero ya estaba contando.

—Nueve… ocho… siete…

Yo quería intervenir, pero no podía moverme. Todos estaban expectantes, como si fueran parte del público de un duelo de vaqueros.

—Tres… dos… uno…

Cuando dijo “cero” y empezó a inclinarse hacia Shadow, actué sin pensar. Rodeé a Shadow con mis brazos, y puse las manos sobre su boca para cubrirla como si fuera un escudo viviente.

—¡NO! —grité.

Sonic frenó de golpe, a escasos centímetros de nosotros, y me miró como si yo fuera la loca.

—Eso es trampa, Ames.

—¡No voy a dejar que lo beses! —le grité, sonrojada hasta las orejas.

—¡Y yo no quiero beber eso! —respondió él, señalando el vaso como si fuera veneno— A menos que lo bebas tú en mi lugar… lo beso.

Shadow, aún con mis manos sobre su boca, levantó una mano y sujetó las mías con firmeza. Luego me las apartó despacio y giró un poco la cabeza para mirar a Rouge.

—Si yo bebo el shot de Sonic, ¿eso cancela su turno?

Rouge se encogió de hombros con una sonrisa pícara.

—Supongo que sí. ¿Por qué no?

Shadow alzó una ceja, bajó la mirada hacia el shot y lo tomó con cautela. Lo olió apenas y frunció la nariz, haciendo una mueca.

Lo conocía bien. Sus sentidos eran demasiado sensibles. Para él, esa mezcla debía oler como veneno puro.

Entonces giró hacia mí y levantó un poco la cabeza, mirándome con esos ojos serios que a veces escondían más de lo que decían.

—Recuerda que sos lo más importante para mí —dijo, con voz baja, pero firme.

Antes de que pudiera decir algo, me tomó por la nuca y me atrajo hacia él, dándome un beso corto, cálido, como si me entregara su último pedacito de lucidez.

—Shadow… —susurré, pero ya era tarde.

Se llevó el vaso a los labios. Lo bebió de un solo trago.

Lo vimos quedarse quieto por un par de segundos… y luego, su rostro se contrajo de golpe. Sin previo aviso, se giró bruscamente hacia Sonic y vomitó justo al lado de él.

Sonic saltó de la silla como si le hubieran disparado.

—¡AAH! ¡¿Qué demonios, Shads?!

Shadow giró de vuelta hacia la mesa y se tambaleó, perdiendo el equilibrio en la silla y se dejó caer hacia adelante, como si se le hubiera apagado el sistema. Su cabeza golpeó la mesa con un pomf seco, y se quedó ahí, inmóvil.

—¡Shadow! —me lancé a su lado, sacudiéndolo con cuidado— ¿Estás bien? ¡Dime algo!

Nada.

Su cuerpo estaba caliente, pero completamente inerte, como si se hubiera fundido. Sus brazos colgaban como si fueran de trapo, y su rostro estaba hundido contra la mesa.

—Oh no… —murmuré, palmeándole suavemente la espalda— Esto es culpa del shot, ¿verdad?

—Rouge… ¿acabas de matar a Shadow?— Comentó Sonic en broma. 

—¿Yo? ¡Él lo bebió solo! —se defendió ella entre risas nerviosas— Yo no sabía que el jugo misterioso lo iba dejar así. 

Sonic se frotó el rostro, mirando al erizo negro desmayado sobre la mesa.

—Genial. Shadow se inmoló para salvar su orgullo... y para evitar un beso mío. Estoy herido.

Knuckles soltó una carcajada tan fuerte que casi se cae de la silla.

—¡El tipo se sacrificó como un héroe de guerra!

Yo lo seguía intentando, hablándole en voz baja.

—Shadow, mi amor, decime que solo estás… meditando…

Nada.

—Rouge… —dije, girándome hacia ella, preocupada— ¿Qué hacemos si no se despierta?

Rouge sacó su celular con calma y empezó a marcar.

—Le voy a pedir a Omega que venga por él. 

Sonic se apartó de la mesa de inmediato, limpiándose con una servilleta.

—Me voy a bañar con cloro.

Mientras tanto, Shadow seguía ahí, completamente rendido.

—Al menos... —murmuré acariciándole las púas—, al menos no te besó.

Justo cuando el silencio aún pesaba sobre la mesa, la puerta se abrió y entró Tails. Pero en cuanto levantó la vista, se encontró con el panorama: todos nosotros alrededor de la mesa, algunos con expresiones raras: Espio recostado contra su silla mirando al techo, Vector con los ojos rojos, Sally con los brazos cruzados claramente molesta y yo con las manos apoyadas suavemente sobre la espalda de Shadow… quien yacía desplomado sobre la mesa, completamente inconsciente, con el vaso de shot vacío a un lado.

Tails parpadeó.

Una. Dos veces.

Luego nos miró a todos, claramente confundido.

—…¿Qué me perdí? —preguntó al fin, su voz cargada de esa mezcla entre incomodidad y genuina preocupación.

Chapter 34: En salud y enfermedad

Chapter Text

La mañana siguiente la pasé entre harina, azúcar y mantequilla, como siempre. Amasando sin parar, envolviendo trenzas dulces y preparando las primeras tandas de pan para la tarde. La Noche de los Dos Ojos se acercaba y eso significaba una cosa: más pedidos, más trabajo, más ofrendas para hornear. Pero ni siquiera el olor del pan caliente pudo distraerme del cosquilleo constante en la yema de mis dedos... ese impulso inevitable de revisar el celular.

Otra vez.

Eran casi las 12 del mediodía. Y no había recibido un solo mensaje.

Anoche, cuando Omega cargó a Shadow sobre su hombro como si fuera una bolsa de papas y se lo llevó de vuelta a su departamento, quise ir con él. La verdad es que quise insistir, meterme en ese vehículo frío de metal y no soltarle la mano ni por un segundo. Pero Rouge me detuvo con su típica sonrisa entre tranquilizadora y misteriosa.

—Nosotros nos encargamos —me dijo—. El sistema de Shadow hizo cortocircuito... probablemente por el terrible mal sabor del jugo misterioso. Solo necesita descansar.

Yo asentí, aunque no estaba del todo convencida. Shadow rara vez se desmaya. Mucho menos por un trago. Pero lo conocía: si su cuerpo se apaga, es porque está procesando más de lo que debería.

Lo único que le pedí a Rouge fue una cosa:
"Avísame cuando despierte."
Solo eso.

Ella lo prometió. Y esperaba que Rouge cumpliera su promesa.

Pero el teléfono seguía en silencio. Ni un mensaje. Ni un "ya despertó". Ni un emoji. Nada.

Apoyé las manos en la encimera de la cocina, cubierta de harina, y exhalé despacio. Vanilla me lanzó una mirada desde el otro extremo de la cafetería, sin decir nada, como si supiera exactamente en qué estaba pensando. Y sí. Extremadamente preocupada. Algo me decía que el sabor amargo, rancio y desagradable de ese jugo no era lo único que se le había quedado atorado por dentro.

Pasó una hora cuando ya casi era mi hora de salida, sentí el zumbido del celular en el bolsillo del delantal. Lo saqué de inmediato, el corazón apretado, y contesté antes de siquiera mirar la pantalla.

—¿Rouge?

—Hey, Rosadita... —su voz sonaba extrañamente apagada, como si no supiera cómo decirme algo.

—¿Cómo está Shadow? —pregunté de inmediato—. ¿Apenas se está despertando? ¿Faltó al trabajo?

Hubo una pausa antes de que Rouge respondiera, con un tono entre incómodo y preocupado:

—Prácticamente, sí... Acaba de despertar y ahora está atrapado en el baño, vomitando.

Me enderecé de golpe, con el corazón en la garganta.

—¿Vomitando? ¿Está enfermo? ¡Shadow nunca se enferma!

—Lo sé —dijo Rouge, suspirando—. Es rarísimo. No estoy segura, pero... creo que fue el jugo de anoche.

Mi voz sonó más alto de lo hubiera querido:

—Rouge... ¿Qué demonios tenía ese jugo que serviste que fue capaz de enfermar a Shadow? ¿Vector y Espio están bien?

—Sí, los llamé hace poco. Me dijeron que están perfectos. El único enfermo es Shadow.

Me llevé una mano al pecho, tratando de calmar la sensación de ansiedad que subía por mi garganta.

—¿Le diste algún medicamento? ¿Algo que lo ayude?

—No... —respondió Rouge, con pesar—. Ya sabes que los medicamentos normales no le hacen nada. Su cuerpo los filtra como si fueran agua.

Me quedé en silencio un momento. La preocupación me calaba como una espina en el estómago.

Fuera lo que fuera lo que contenía ese maldito jugo, lo había dejado hecho un desastre. Y si le afectó a él, con su sistema inmune modificado y su metabolismo avanzado... entonces era en serio.

—Voy para allá —dije con firmeza.

—Te esperamos —contestó Rouge—. Shadow te necesita.

Me quité el delantal de un tirón, tratando de no mancharme más de harina, y corrí hacia el mostrador, donde Vanilla servía café a un par de clientes. Apenas me vio acercarme, dejó la jarra sobre la bandeja y me recibió con una mirada comprensiva.

—¿Todo bien, querida? —preguntó con suavidad.

Me pasé la mano por el cabello, dejando una marca de harina en uno de mis mechones, sin importarme.

—Vanilla, necesito irme —dije, respirando rápido—. Es urgente. Es Shadow... está enfermo. Mañana repongo la hora faltante.

Vanilla frunció el ceño, pero asintió de inmediato, sin pedir explicaciones.

—Ve tranquila, Amy. Nosotros nos encargamos aquí —dijo con ese tono cálido que siempre me hacía sentir un poco menos culpable.

—Gracias Vanilla.

En ese momento, Cream salió del baño, aún secándose las manos con una toalla.

—¿El señor Shadow está enfermo? ¿Qué pasó? —preguntó, seria.

Me acerqué un poco a ella y, sin tiempo para explicaciones largas, le puse una mano en el hombro.

—No lo sé bien aún —le dije—. Solo sé que necesita ayuda, y voy a estar con él.

Cream apretó los labios, preocupada, pero asintió.

—¿Quieres que te acompañe? —ofreció, dispuesta a moverse en cuanto le dijera.

—Gracias, Cream, pero creo que es mejor que me vea solo conmigo por ahora. Le haré saber que te preocupaste por él —le prometí.

Corrí hacia el perchero, donde me puse mi abrigo con movimientos torpes de la prisa, y recogí mi bolso del estante bajo el mostrador.

—Cuídense mucho —les dije, abotonándome el abrigo mientras me dirigía a la puerta.

—Tú también, Amy —me respondió Vanilla, con una sonrisa cálida, aunque en su mirada quedaba una sombra de inquietud.

—Dale ánimos de nuestra parte —añadió Cream, levantando una mano.

Abrí las puertas de la cafetería con un empujón torpe y salí a paso rápido, casi corriendo. El corazón me latía tan fuerte que podía oírlo en los oídos. Por suerte, mis brazos ya no dolían como antes; la recuperación iba bien, y me sentía lo bastante segura como para volver a conducir.

Me subí al auto, cerré la puerta de golpe, me puse el cinturón y arranqué sin pensarlo dos veces.

La ruta hasta Central City pasó como un borrón de luces y concreto. Manejé más rápido de lo que debía, sin importarme los límites. Solo quería llegar. Quería verlo. Asegurarme con mis propios ojos de que estaba bien.

Una hora después, me estacioné frente al edificio donde vivían. Subí por los pequeños escalones de la entrada, y toqué la puerta con firmeza. Rogue me abrió casi de inmediato.

—Está en el baño de arriba —me dijo, apartándose para dejarme pasar—. No ha parado desde que se levantó. No entiendo cómo sigue vomitando si ya tiene el estómago vacío.

Apenas puse un pie en el apartamento, lo escuché.

El sonido seco, desgarrado, de alguien vomitando. Tos áspera. Un gemido sordo.

Mi corazón se encogió.

—Por Gaia... —murmuré, mirando hacia el segundo piso—. Necesitamos llevarlo a un hospital o algo.

—Su asistente me contactó temprano —explicó Rogue, cerrando la puerta detrás de mí—. Me preguntó por qué no fue al trabajo, le dije que solo estaba agotado. Pero cuando lo oí vomitar así... llamé a Neo G.U.N. Ya viene su doctora.

—¿La doctora Miller?

—Sí. Me dijo que venía en camino, debe estar por llegar.

No esperé más.

—Voy a verlo —dije, y sin escuchar objeciones, subí las escaleras de dos en dos.

Mi corazón se apretaba más con cada paso. No había forma de que ese jugo fuera normal si Shadow, el más resistente de todos, estaba así.

Abrí la puerta con cuidado, pero el corazón se me detuvo al instante.

El baño era amplio y elegante, con una tina enorme al fondo y paredes revestidas de mármol oscuro. Pero mi atención no fue a eso. Fue directo a él.

Shadow estaba recostado sobre la tapa del inodoro, medio desplomado, con los brazos colgando y los ojos entrecerrados, apagados. Su pelaje estaba desordenado y puás caidas; un líquido oscuro y espeso, casi negro, manchaba la comisura de sus labios.

El mismo líquido llenaba el interior del inodoro. No era vómito común. Era algo más. Más denso, más oscuro. Y el olor... Gaia, el olor. No era ácido ni normal. Era un hedor químico, como metal oxidado mezclado con brea caliente. Nunca había olido algo así. Me revolvió el estómago de solo respirarlo.

Me agaché de inmediato junto a él, llevé una mano firme a su espalda, sintiendo cómo su cuerpo temblaba muy levemente bajo mi palma.

Shadow giró un poco el rostro hacia mí. Sus ojos, normalmente tan intensos, parecían ahora velados por una niebla grisácea.

—Rose... —susurró, con la voz ronca, casi sin aire.

—Estoy aquí —le dije, con un nudo en la garganta. Metí una mano temblorosa en mi bolso, saqué un pañuelo limpio y empecé a limpiarle con cuidado la comisura de la boca.

Lo hice con ternura, como si fuera lo único que podía ofrecerle en ese momento.

—¿Cómo te sientes? —pregunté en voz baja, aunque la respuesta era tan obvia como dolorosa.

Shadow cerró los ojos, como si le costara mantenerlos abiertos. Respiró hondo —más un jadeo que una inhalación real— y su cuerpo se estremeció por dentro.

—Anoche... cuando bebí esa cosa... —murmuró Shadow, con voz quebrada— sabía asquerosamente horrible... fue lo más asqueroso que he probado en mi vida... no pude manejarlo...

Su cabeza se mantenía apenas erguida, como si hablar le costara tanto como respirar.

—Con tus sentidos tan sensibles... —le respondí, peinando sus púas con mis dedos— debió saberte el doble de horrible.

Él cerró los ojos con un leve gesto de afirmación. Sus orejas temblaron apenas. Se notaba tan agotado.

—Y cuando desperté... —continuó, en un hilo de voz— me entraron estas ganas de vomitar... apenas pude llegar al baño... —su mano se apoyó débilmente sobre la tapa del inodoro, como si necesitara anclarse a algo— nunca me había sentido así... en vida... nunca había estado enfermo...

Sus palabras se quedaron flotando en el aire. Y me dolieron.

Me dolió verlo así. Vulnerable. Cansado. Derrotado.

Me incliné un poco más hacia él, pasé los dedos por su espalda baja, como si pudiera absorber algo de su malestar, como si pudiera transferirle algo de alivio solo con mi toque.

—Ya va a pasar, Shadow... —le dije con suavidad, inclinando mi frente hacia la suya— estoy aquí, ¿sí? No estás solo. La doctora Miller viene en camino. Vamos a entender qué fue lo que pasó... y vas a estar bien.

Él no respondió. Solo apoyó su frente contra la mía, respirando con dificultad.

—Quería contarte tantas cosas... en nuestra videollamada... —murmuró Shadow, la voz entrecortada por la náusea— quería decirte que mi ojo ya se había regenerado...

Lo sostuve con más fuerza entre mis brazos, asegurándome de que no se deslizara hacia el suelo, y le acaricié suavemente la espalda.

—¿Sabías que uno de tus ojos ahora es más oscuro que el otro? —le dije en un intento de suavizar el momento, de arrancarle una chispa de su viejo yo.

Él asintió levemente.

—Lo noté... —asintió apenas— la doctora dice que pronto volverán a ser iguales.

Intentó incorporarse, apoyando sus antebrazos temblorosos sobre la tapa del inodoro. Cerró los ojos por un segundo, y luego volvió a vomitar. Otra bocanada de ese líquido negro y espeso cayó al inodoro, salpicando con un sonido húmedo. El olor era más fuerte esta vez, algo entre metal oxidado y tierra podrida. Me cubrí la boca con una mano, temiendo que mi cuerpo reaccionara igual, pero logré contenerme.

Cuando terminó, dejó caer la cabeza con cansancio sobre sus brazos. Me acerqué otra vez, con el pañuelo que ya estaba húmedo y sucio, y limpié con cuidado las comisuras de su boca. Su piel estaba fría.

Entonces habló, con voz más baja, como si el vómito lo hubiese dejado casi sin aliento.

—También quería contarte... que tuve otra cita con el loquero.

Me obligué a sonreír un poco, con ternura, como si estuviéramos conversando sobre cualquier cosa.

—¿Y cómo te fue? —le pregunté, mientras le acariciaba el borde de una oreja.

Shadow esbozó una sonrisa quebrada. Sus ojos seguían nublados, como si no terminaran de enfocar.

—Me preguntó cuál era mi relación con mi madre... —soltó una risa débil y ronca— tuve que explicarle que literalmente no tengo madre...

Quise reír con él, pero me dolió más de lo que me hizo gracia.

Hizo una pausa. Parecía que iba a vomitar otra vez, pero no lo hizo. Solo respiró hondo y continuó, como si tuviera que sacar esas palabras de adentro junto con todo lo demás.

—Entonces me preguntó si tenía padre... —me miró, todavía con esa sonrisa torpe— y bueno... le dije: "¿Cuenta que un alien le dio una muestra de su ADN a un científico loco para que me creara en un laboratorio?"

Se quedó callado un momento, con esa expresión de cansancio en el rostro, y luego soltó una risa débil. Una carcajada que no tenía nada de graciosa, casi vacía.

—¿Y sabes qué me preguntó después? —me miró entornando los ojos, como si ni él mismo pudiera creerlo— "¿Y cómo es tu relación con ellos?" —se rió de nuevo, y esta vez fue peor. Sonaba... roto. Como si en lugar de reírse, se estuviera derrumbando por dentro.

Lo abracé más fuerte, sintiendo la tensión en su cuerpo.

—Le dije que el científico, Gerald, solo me creó para curar a su nieta. Que cuando ella murió... me lavó el cerebro para que destruyera la Tierra.

Se quedó mirando al vacío, perdido en sus propios recuerdos.

—Después preguntó por el alienígena —continuó Shadow, su voz bajando un poco—. Tuve que explicarle que vino a invadir la Tierra... que se aprovechó de mi amnesia para usarme como un arma... que me convenció de pelear a su lado creyendo que era lo correcto.

Hizo una pausa breve, como si eligiera con cuidado sus próximas palabras—. Pero al final... fui yo quien lo mató.

Suspiró, con una pequeña risa amarga que me rompió el corazón.

—También le conté que la luna está rota por mi culpa... —ladeó un poco la cabeza—. No sé si lo anotó como "daños colaterales".

Intentó reír otra vez, pero el reflejo volvió con fuerza. Lo vi inclinarse hacia el inodoro, y vomitar más de ese líquido espeso y negro. El nivel del agua ya estaba altísimo, y por instinto fui a jalar la cadena... pero me detuve. No sabía si eso... si eso podía ir directo al sistema de aguas residuales. Algo en mi estómago se encogió.

Bajé la mano y volví a limpiarle la boca con el pañuelo, con suavidad. No dije nada. Solo estuve ahí.

Shadow respiró hondo. Sus ojos estaban brillosos, pero no por lágrimas.

—Al final... el loquero me preguntó si había tenido alguna relación positiva. —Su voz bajó, apenas un susurro.

Se quedó en silencio un instante. Cuando volvió a hablar, su voz fue más baja, casi temblorosa.

—Le hablé de Maria.

Yo solo asentí, sin decir nada. No quise interrumpir.

—Me preguntó cómo era ella para mí —continuó, la mirada perdida—. Y le dije que... era como la luz en medio de todo. La única persona que me trató con ternura, como si yo fuera alguien real, no solo una "cosa creada". Me hablaba con dulzura, me escuchaba. Jugaba conmigo.

Se le quebró un poco la voz.

—Le dije que yo... que yo la quería. No sabía bien qué significaba eso en ese momento, solo que quería estar con ella siempre. Que cuando ella sonreía, todo tenía sentido.

Hizo una pausa. Sentí que sus hombros temblaban apenas.

—El loquero me dijo que eso era probablemente la primera —y única— figura de apego real que tuve. Que como la perdí de forma tan violenta, siendo tan joven mentalmente... eso marcó cómo me relaciono con los demás.

Lo miré con cuidado. Shadow no me miraba a mí, hablaba casi para sí mismo.

—Me explicó que los vínculos seguros se construyen con el tiempo, que se basan en la confianza, en sentir que alguien va a estar ahí... pero que si tu primera experiencia termina en muerte, traición, o abandono, te queda ese miedo. De volver a necesitar a alguien. De volver a perderlos.

Shadow se pasó la mano por la frente, con una expresión de dolor que no venía solo del cuerpo.

—Me preguntó si eso me hacía evitar encariñarme con las personas... y yo le dije que no. Que sí me encariño. Solo que... lo escondo. Lo entierro. Me alejo.

Apretó los puños un poco, todavía débil.

—Le dije que contigo era diferente. Que contigo no quería alejarme. Que me daba miedo sentir tanto, pero al mismo tiempo... me da más miedo perderlo.

Lo abracé fuerte, sin importar el olor, el vómito, ni el temblor de su cuerpo.

—Según él "tengo problemas con el apego"—murmuró, con una risa amarga—. Porque nunca aprendí a amar con calma. Solo con urgencia, o con culpa.

Yo no dije nada. Solo le pasé los dedos con cuidado por la mejilla, limpiando una mancha oscura que le había quedado cerca del ojo. Se apoyó más en mí, como si estuviera cediendo de a poco, como si ya no le quedaran fuerzas para mantener la coraza.

—No es justo —murmuró, con un hilo de voz—. No es justo que lo único que haya aprendido del amor... sea cómo se pierde.

Me apreté contra él, deseando poder quitarle ese dolor con solo abrazarlo. Sus dedos buscaron los míos, con torpeza. Apreté su mano.

—Shadow... —dije en voz baja—. No tienes que seguir aprendiendo solo lo que duele.

Él cerró los ojos. Y por un segundo, su respiración pareció calmarse. Pero fue solo un segundo.

El espasmo volvió, y antes de que pudiera moverse, ya estaba vomitando de nuevo. El líquido negro parecía más espeso, más lento. Le sostuve la frente con una mano y le pasé el pañuelo con la otra, aunque ya estaba empapado. Mi estómago se revolvió, pero me obligué a aguantar. Él estaba peor.

Lo abracé con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo caía contra el mío, frío y débil, como si de pronto todo el peso de sus recuerdos lo hubiera quebrado.
Instintivamente, empecé a sobarle la espalda en pequeños círculos, buscando —aunque fuera en vano— aliviar un poco su dolor.

Apreté los labios, buscando palabras, y terminé susurrando, en un hilo de voz:

—Yo tampoco recuerdo a mis padres... —cerré los ojos un momento—. Los perdí cuando era muy pequeña...
Tragué saliva, el pecho apretándome un poco.

—Lo más cercano que tengo a una madre... es Vanilla —admití, con una sonrisa triste que él no podía ver.

Él no respondió, pero su cuerpo reaccionó, como si esa confesión hubiera atravesado la neblina del dolor. Se aferró un poco más a mí, sus dedos temblorosos sujetando la tela de mi abrigo con la poca fuerza que le quedaba.

—Vanilla fue la que me enseñó a hacer pan —seguí, sin saber si hablaba más para mí o para él—. Me enseñó a coser botones, a preparar té cuando alguien está triste... y a no tener miedo de ser amable, aunque el mundo esté hecho pedazos.

Sentí su respiración contra mi cuello, agitada pero atenta. No estaba bien, pero estaba escuchando.

—Creo que por eso me cuesta tanto ver a alguien sufrir y no hacer nada. Porque cuando era niña, alguien se quedó a mi lado... y ahora soy yo la que quiere quedarse.

Me acomodé un poco, sosteniéndolo con cuidado, como si temiera que se me deshiciera en los brazos. Él seguía frío, débil, pero sus ojos estaban clavados en mí. Así que seguí hablando.

—Creo que... tal vez por eso me aferré tanto a Sonic durante tantos años —dije por fin, casi en un susurro.

Noté cómo sus orejas se movieron apenas, como si la mención de ese nombre le removiera algo por dentro.

—Varias veces lo he pensado... que tal vez no era solo una tontería infantil... —continué—. Era que necesitaba algo, alguien que no se fuera. Que me hiciera sentir que, aunque todo estuviera mal, había alguien rápido, fuerte, que siempre iba a estar ahí. Aunque fuera solo una ilusión. Aunque me hiciera daño seguir esperándolo.

Deslicé una mano por su nuca, con ternura, para acariciarlo mientras hablaba. No quería que pensara que estaba comparando. No era eso. Era abrirme. Como él lo había hecho conmigo.

—Me pasé años... creyendo que si corría lo suficientemente rápido detrás de él, podría alcanzar algo parecido al amor. Pero ahora entiendo que no era amor. Era miedo. Miedo de quedarme sola otra vez.

Shadow no dijo nada, pero sus ojos ya no estaban tan perdidos. Me miraba con una expresión que no había visto antes en él: no compasión, sino algo más cercano a comprensión. Como si, de pronto, una parte de mí le resultara familiar.

—Pero tú.. tu no me vas dejar sola, ¿verdad?

Shadow trató de abrazarme con fuerza, pero su cuerpo simplemente no le respondió. Lo sentí temblar, apenas sosteniéndose, su brazo apenas rodeándome por la espalda como si el simple hecho de tenerme cerca fuera todo lo que podía hacer. Me aferré a él sin pensarlo, sujetándolo con cuidado, como si fuera una pieza de porcelana a punto de quebrarse.

Y fue entonces cuando algo en mí se rompió también.

—Porque si te pierdo a ti, no sé si voy a saber cómo seguir adelante...

No hubo respuesta inmediata. Solo su respiración entrecortada, su frente aún apoyada en la mía, y ese calor débil pero persistente entre los dos. Como un hilo invisible que nos ataba en medio de toda esa oscuridad.

Mi voz empezó a temblar. Sentí un nudo en la garganta, tan apretado que casi me impedía hablar. Pero aun así, con todo el miedo del mundo, abrí la boca.

—Shadow... la verdad... hay algo que quiero contarte...

Él trató de buscar mi mirada, aún con la frente pegada a la mía. Sus ojos estaban opacos, pero atentos. Me armé de valor, respiré hondo, y con el corazón latiéndome en las costillas como si quisiera salir, empecé a decir:

—Vieras que...

Pero no pude terminar.

Los pasos de alguien afuera del baño interrumpieron mis palabras, seguidos por el leve chirrido de la puerta al abrirse. Giré la cabeza y allí estaban: Rouge, que apenas entró se llevó una mano a la nariz con una expresión de asco, y la doctora Miller, impecable como siempre en su bata blanca. Llevaba consigo una maleta médica, sus lentes grandes algo empañados y su característico turbante blanco ajustado sobre la cabeza. A pesar de su compostura, vi cómo su nariz de topo se torció por el olor penetrante del baño.

—Doctora Miller —alcancé a decir, apenas susurrando.

Ella miró rápidamente la escena: el inodoro casi rebalsando de aquel líquido negro y espeso, Shadow agotado entre mis brazos, y yo, con las mejillas mojadas y las manos temblorosas. Se quedó un segundo en silencio, y luego murmuró con una mezcla de ironía y resignación:

—Este ha sido un mes interesante. Cuatro años siendo su doctora... y es la primera vez que lo veo enfermo.

Se acercó con profesionalismo, dejando a un lado la incomodidad. Se arrodilló frente al inodoro, abrió su equipo médico y sacó un pequeño frasco de vidrio, que llenó cuidadosamente con el líquido negro. Luego sacó otro frasco, esta vez con una espátula esterilizada, y se dirigió a Shadow.

—Perdón, Comandante —dijo en voz baja, casi con ternura profesional.

Con delicadeza, le sostuvo la mandíbula y usó la espátula para tomar una muestra directa de la comisura de su boca. Shadow no se resistió; apenas reaccionó. Tenía los ojos entrecerrados, la piel fría y el cuerpo tan débil que parecía desvanecerse en mis brazos.

La doctora sacudió ligeramente las muestras en sus tubos de ensayo, observándolas con atención.
—Qué color tan interesante —murmuró, más para sí misma que para nosotras—. Hay algo más aquí...

Sin perder la concentración, guardó las muestras con precisión quirúrgica, sellándolas en un compartimento especial de su maletín.

Rouge, todavía apoyada en la pared, mantenía una mano cubriéndose la nariz.
—¿Es seguro que sigamos respirando esto? —preguntó, frunciendo el ceño—. Porque huele como si un experimento de Eggman hubiera muerto... y luego resucitado.

La doctora no respondió enseguida. Se movio despacio, y me miró directamente a los ojos, su expresión seria.

—¿Cuándo empezó a vomitar?

—Según Rouge, desde hace rato —respondí, sintiendo un nudo de preocupación en el estómago—. Desde que se despertó... no ha parado.

La doctora Miller empezó a preparar una jeringa. La vi revisar su maletín con calma, como si no estuviéramos rodeados del olor penetrante a vómito y desesperación. Cuando encontró lo que buscaba, tomó el brazo de Shadow con delicadeza y buscó una vena.

No pude evitar mirar esta vez.

La aguja se deslizó bajo su piel sin resistencia, y vi cómo la jeringa se llenaba lentamente con esa sangre espesa, casi negra. Como tinta vieja mezclada con algo vivo.

Shadow murmuró algo, apenas audible:

—No... no necesito más inyecciones hoy...

Su voz sonaba lejana, arrastrada, como si hablara desde un lugar muy lejos de este cuarto, como si ya estuviera a medio camino de perderse entre recuerdos o delirios.

La doctora no se detuvo. Guardó la muestra con eficiencia y profesionalismo, sellándola en un pequeño tubo, luego lo etiquetó y lo colocó en una cápsula protectora.

—Está delirando —murmuró para nosotras mientras tomaba su estetoscopio y comenzaba a revisar su respiración y pulso—. Está débil, pero su presión está estabilizándose. Lo importante es que siga hidratado.

La doctora Miller guardó cuidadosamente todos sus utensilios, cerrando el maletín con un clic seco. Luego se puso de pie, alisándose la bata con movimientos mecánicos.

—¿Eso fue todo? —pregunté, sintiendo una mezcla de urgencia e impotencia—. ¿No va a recetarle nada?

La doctora me miró con paciencia... pero también con un cansancio que parecía ir más allá de esta tarde.

—Lo siento, Amy. No hay ningún medicamento convencional que funcione con él... a menos que lo desarrollemos desde cero. Nos tomó siete meses crear su suero especial. —Sacudió ligeramente la cabeza—. Por ahora, lo único que puedo hacer es llevar estas muestras al laboratorio y averiguar qué está pasando.

Asentí, aunque las palabras me dejaron un vacío en el pecho. No era su culpa... pero dolía igual.

La Doctora Miller se giró hacia Rouge, cambiando de enfoque.

—¿Dónde está ese susodicho "jugo misterioso"?

—Abajo —respondió Rouge, cruzada de brazos, su ceño fruncido de preocupación.

La doctora asintió, y volvió a mirar a Shadow. Se agachó un poco, poniéndose a su nivel, con una expresión firme.

—Encontraré la causa de sus náuseas, Comandante. Se lo prometo.

Shadow apenas logró asentir, los ojos entrecerrados de puro agotamiento. Un momento después, cerró los ojos por completo, hundiéndose contra mí con un suspiro ronco.

Rouge se apartó de la pared, sacudiéndose un poco las mangas.

—Amy, te dejo a cargo —dijo, su tono sonaba casual, pero había tensión en sus ojos—. Voy a salir a darme una vuelta; ese olor está impregnando toda la casa.
Hizo una pausa y añadió, más seria—: Cualquier cosa rara, cualquier cambio... llámame de inmediato. O busca a Omega; está en su habitación. No dudes.

Sin más palabras, la doctora y Rouge salieron del baño. Escuché sus pasos alejarse por el pasillo y luego descender por las escaleras.

Y entonces, otra vez, nos quedamos solos.

Lo sostuve entre mis brazos un rato, ignorando el olor lo mejor que pude. Me dolía verlo así. Lo había visto cansado. Lo había visto atrapado en sus pesadillas. Pero ahora... ahora lo veía enfermo.

Sentí la culpa apretarme el pecho.

Con voz baja, casi un susurro, empecé a tararear una melodía suave. Una de esas canciones que ambos conocíamos, de cuando las noches eran más largas, pero menos oscuras. Mis dedos acariciaban con cuidado su espalda mientras cantaba, como si pudiera protegerlo solo con eso.

No sé cuánto tiempo pasó.

De pronto, Shadow se incorporó de golpe, como si algo en su interior hubiese despertado de repente. Se giro hacia el inodoro y volvió a vomitar, una vez más, llenándolo con ese líquido negro que parecía no tener fin.

El cuerpo de Shadow no aguantó más. Se quedó allí, inclinado sobre el inodoro, respirando con dificultad, sus hombros subiendo y bajando como si cargar con su propio peso fuera una batalla. Me acerque a él, queriendo ofrecerle un poco de alivio, aunque fuera con una caricia en la espalda.

Pero entonces lo sentí.

Un temblor.

No un escalofrío común ni un espasmo de debilidad. Era algo más profundo, más visceral. Como si todo su cuerpo estuviera... vibrando desde adentro.

—Shadow... —dije con miedo, y en ese instante lo escuché gruñir.

Un gruñido grave, húmedo, como si viniera desde una garganta que ya no era del todo suya. Me aparté instintivamente justo cuando él alzó la cabeza con violencia y sus ojos se abrieron de par en par, inyectados en rojo, dilatados, como si algo hubiera estallado en su interior.

Y entonces sucedió.

Un sonido desgarrador llenó el baño. Era un crujido carnoso, húmedo, como si se rasgara una tela viva. Vi con horror cómo su espalda se abría... literalmente se abría, rajándose desde la columna hacia los costados como una flor podrida. Una sustancia viscosa, negra como petróleo caliente, empezó a brotar de la herida, goteando en hilos gruesos.

Mi mano, que aún lo había estado tocando, quedó empapada en esa sustancia viva que palpitaba al contacto.

Los músculos de su espalda se retorcían como si algo estuviera intentando empujar desde adentro, forzando su camino a través de carne, hueso y piel. Y entonces los vi: tentáculos. Negros, fibrosos, cubiertos de una película brillante que reflejaba la luz con un tono negro enfermizo. Uno, dos... cuatro... ocho... comenzaron a salir, retorciéndose con movimientos espasmódicos, como si buscaran algo a ciegas.

Shadow gritó. Pero no era un grito de rabia. Era de puro dolor.

Su cuerpo comenzó a cambiar. No solo su espalda: sus piernas se arqueaban, sus brazos se encogían como si sus huesos se reacomodaran, como si su esqueleto estuviera siendo reemplazado desde adentro. Su pelaje se oscureció aún más, tornándose casi líquido, fundiéndose con esa masa negra que ahora le cubría el torso, los brazos, el cuello.

Vi cómo sus púas se alargaban y luego se deformaban, volviéndose más afiladas, más irregulares, como si se transformaran en espinas. Sus dedos se alargaron, sus uñas se volvieron garras, y su hocico... su hocico se extendió apenas, mostrando colmillos que no le pertenecían.

Un aura negra, densa, comenzó a rodearlo. No era solo energía... era materia viva, flotando, envolviéndolo, protegiéndolo y devorándolo al mismo tiempo. La criatura que una vez fue Shadow estaba tomando forma, y no había nada que yo pudiera hacer.

El baño, amplio y cerrado, se volvió una prisión. Su cuerpo mutado llenó el espacio, y una de sus extremidades me empujó contra el suelo, atrapándome debajo de él. No con fuerza asesina, sino con el peso de algo que ya no controlaba su propio volumen.

Estaba allí, atrapada bajo la criatura, y aun así... aun así, podía verlo.

Entre aquella carne negra palpitante, entre tentáculos, seguían estando sus ojos. Rojos. Trémulos. Perdidos. Como si supiera que estaba atrapado en su propio cuerpo.

Entre los crujidos húmedos de la transformación y el olor metálico que impregnaba el aire, escuché una voz.

No era un rugido. No era un gruñido. Era una voz.

Grave. Gutural. Desfigurada... pero con una intención que reconocí al instante.

—Rose...

Sentí que el corazón se me detenía. Estaba atrapada bajo su cuerpo, apenas podía moverme. A mi alrededor, los tentáculos palpitaban con una vida propia, latiendo como si tuvieran su propio pulso. La sustancia negra seguía escurriéndose sobre las baldosas, envolviéndolo todo... mis brazos, mis piernas, parte de mi rostro.

—¿Shadow...? —mi voz salió temblorosa, apenas un susurro.

Lo siento tanto, Rose... lo siento tanto... lo siento tanto... —la criatura repitió, con una culpa tan intensa que vibraba en cada palabra.

Sacudí la cabeza y respondí, conteniendo el temblor en mi voz:

—No te disculpes, Shadow... estás enfermo. No es tu culpa.

Sus tentáculos se agitaron con incomodidad. Uno golpeó el espejo, que se rajó de lado a lado con un sonido seco. Otro derribó el toallero, que cayó al suelo con un tintineo metálico. Las paredes se llenaron de marcas negras donde sus extremidades se doblaban torpemente, como si su cuerpo no supiera cómo habitar ese espacio.

—¿Te lastimé, Rose?

—Estoy bien —le aseguré—. Solo... algo pegajosa.

Traté de incorporarme con cuidado, resbalando un poco en los restos viscosos del suelo. Entonces, uno de sus tentáculos se alzó con un movimiento sorprendentemente delicado, apartándose para abrirme un espacio. Me arrastré fuera de su sombra, jadeante, y me puse de pie con dificultad.

Me acerqué lentamente. El aire estaba cargado de olor a metal, a sal... a algo antiguo y vivo. Como el océano en descomposición.

Extendí las manos y, con una temeridad absurda, las posé sobre lo que debía ser su cabeza. Estaba tibia, húmeda... viva. Sus ojos, cinco de cada lado, parpadearon en desorden, enfocándose en mí desde distintos ángulos.

Era como mirar una criatura marina asfixiándose en tierra firme.

—¿No te doy asco? ¿Miedo? ¿No me encuentras... repugnante? —preguntó con una voz que ya no sonaba como él, pero llevaba su dolor.

—Solo me sorprendiste un poco —le dije, esbozando una sonrisa tímida—. Pero no me das miedo. Sos un pulpo. Y los pulpos son lindos.

Su cabeza se movió hacia un lado, apartándose de mis manos. Sus tentáculos golpearon otra vez las paredes, como si no supiera qué hacer con su cuerpo.

—Deberías irte...

—No te voy a dejar solo, Shadow. ¡Estás enfermo! —crucé los brazos con firmeza—. Y aunque seas un pulpo gigante, seguís siendo mi novio.

Vi cómo su cabeza se giraba hacia mí, cómo todos esos ojos se enfocaban. Uno de sus tentáculos flotó en el aire, acercándose lentamente, tembloroso.

—¿Estás segura... de que no te doy asco?

Yo, cubierta de esa sustancia negra, me acerqué. Sin pensarlo demasiado, me incliné hacia él y lo abracé como pude. Mis brazos apenas rodearon una parte de su cuerpo, pero lo hice con todo mi corazón.

—Estoy segura. Sos mi Shadow. No importa qué forma tengas.

Sentí la cabeza de Shadow acercarse más a mí, y uno de sus tentáculos empezó a rodearme con torpeza, como intentando abrazarme.

—Gracias... Rose...

—¿Cómo te sientes? —pregunté en voz baja, sin apartar las manos de su cabeza, mientras los tentáculos a mi alrededor seguían estremeciéndose suavemente.

Shadow tardó un momento en responder.
Su voz resonó como si saliera de una caverna profunda, grave y densa.

—Incómodo... Hace años que no tomaba esta forma.

Lo miré, boquiabierta.

—¿Así que... no es la primera vez?

Él parpadeó varios ojos a la vez, como si evaluara cuánto estaba dispuesto a contar.

—No. La primera vez fue en Ark... cuando todo se descontroló.

Me quedé en silencio unos segundos, procesando lo que acababa de escuchar. Luego, medio en broma, medio en serio, murmuré:

—Y yo que pensaba que el jugo misterioso te había mutado.

Uno de sus tentáculos tembló ligeramente, como si ese comentario le hubiese arrancado una risa muda, una exhalación profunda desde lo más hondo de su pecho desfigurado.

—Ya no tengo náuseas... pero si algo de sed.

Miré alrededor. El baño ya era un caos: sus tentáculos ocupaban cada rincón, aplastados contra los azulejos, tocando el techo, el espejo astillado, el lavabo. No había forma de que siguiera aquí mucho más tiempo sin romper algo más... o romperse a sí mismo.

Miré la puerta, luego lo miré a él.

—¿Crees que puedas salir por ahí?

Sí. Es fácil —dijo, como si meterse por un marco angosto siendo una masa tentacular de tres metros de alto fuera lo más simple del mundo.

Di un paso hacia la puerta, pero el piso seguía mojado por... bueno, por su transformación. Resbalé. Sentí el impulso hacia atrás, el grito saliéndome de la garganta... y de pronto, uno de sus tentáculos me sostuvo desde la espalda, deteniendo la caída como si me hubiese atrapado en una red viscosa pero firme.

—Gracias... —murmuré, sin atreverme a mirar mucho más ese tentáculo, y continué mi camino hasta la puerta.

La abrí con cuidado y salí al pasillo, donde el piso estaba seco. Respiré hondo.

—EXPLIQUE LA PRESENCIA DE LÍQUIDO DESCONOCIDO EN SU SUPERFICIE. —dijo una voz robótica,.

Volteé hacia el techo y ahí estaba: una cámara de seguridad.

—Omega... hola. Esto, estoy así porque... Shadow se transformó en un pulpo gigante.

Dicho eso, escuché un sonido detrás mío: como carne húmeda deslizándose contra cerámica.

Volteé justo a tiempo para ver cómo el cuerpo de Shadow comenzaba a salir del baño. Era una visión surreal: su forma líquida, densa, pasaba por el marco de la puerta sin esfuerzo, aplastándose y estirándose como si no tuviera huesos. Las paredes se curvaban a su paso, presionándolo por momentos, pero él simplemente se adaptaba.

Omega guardó silencio unos segundos. La cámara titiló levemente.

—CONFIRMA: ¿PULPO GIGANTE? ¿TRANSFORMACIÓN INVOLUNTARIA? ¿MUTACIÓN ORGÁNICA?

—Sí... sí, supongo que todo eso —dije, alzando una ceja. El aire frío del pasillo me pegaba en la ropa mojada. Me crucé de brazos—. No me preguntes cómo, pero ahora es... eso. Está saliendo del baño.

La cámara giró un par de grados, enfocando hacia la puerta del baño justo cuando Shadow terminó de deslizar la parte trasera de su cuerpo por el marco, sus tentáculos chasqueando con un sonido húmedo contra el suelo. El cuerpo oscuro y brillante se retorcía como si aún no se hubiera terminado de decidir qué forma tener.

Omega no pareció sorprendido. Ni impresionado.
Solo dijo:

—OBJETIVO: PROTEGER A SHADOW EL PULPO. NUEVA VARIABLE DETECTADA: ALTERACIÓN FÍSICA EXTREMA. ACTIVANDO PROTOCOLO DE EMERGENCIA "MASCOTA INESTABLE"

Parpadeé.
—¿Mascota qué?

Omega ignoró mi tono.

—CONSULTA: ¿SHADOW CONSERVA SUS FUNCIONES COGNITIVAS Y NIVEL DE AMENAZA ESTÁNDAR?

—Sí. O sea, sigue siendo él —respondí, mirando de reojo cómo Shadow se arrastraba por el pasillo, con la cabeza ligeramente agachada para no pegarle al techo. Su cuerpo ocupaba más de la mitad del ancho—. Está lúcido. Habla. Solo... más pulpo.

Omega pareció procesarlo todo en milisegundos.

—EVALUACIÓN: NO REPRESENTA PELIGRO INMEDIATO. ASISTENCIA INNECESARIA. RECOMIENDO UNA MANGUERA, DOS CUBETAS Y UNA TOALLA GRANDE.

Me llevé la mano en la boca, callando una pequeña risa.

Shadow estiró un poco, y uno de sus tentáculos golpeó accidentalmente una lámpara colgante, haciéndola girar como un péndulo torcido. Se detuvo un momento, miró a la cámara, luego a mí. No dijo nada.

Omega, por su parte, inclinó ligeramente la cámara a modo de saludo.

—SALUDO: PULPO SHADOW. ME ALEGRA QUE CONSERVE SU FUNCIONALIDAD MOTRIZ. EL JARDÍN ESTÁ DESPEJADO. HE DESACTIVADO LOS SENSORES DE INTRUSIÓN POR LAS PRÓXIMAS DOS HORAS.

Shadow gruñó apenas, un sonido bajo y gutural. Parecía una mezcla entre gratitud y fastidio.

Yo solo suspiré.

—Gracias, Omega...

—PROCEDAN. YO OBSERVARÉ.

La cámara volvió a girarse lentamente, siguiéndonos mientras nos dirigíamos hacia la escalera.

Y yo, empapada, con el cuerpo lleno de brea, un poco temblando del frío y otro poco del agotamiento, no pude evitar pensar: ¿Cómo demonios voy a explicarle esto a Rouge cuando regrese?

Avancé primero por el pasillo, mis botas haciendo un sonido húmedo sobre el suelo de madera. Las gotas resbalaban por mis brazos mientras bajaba la escalera con cuidado, una mano en la baranda y la otra aún algo temblorosa por la tensión.

Escuchaba a Shadow detrás de mí. El sonido de sus tentáculos deslizándose, el leve eco de su cuerpo húmedo tocando las paredes... y, cada tanto, un golpe seco. Algo cayendo al suelo.

—Eso era un florero... —murmuré por lo bajo, girando apenas el rostro para verlo.

Lo vi en la esquina de mi ojo: su cuerpo ocupaba gran parte del pasillo, aplastado contra los muros como una sombra viva, con tentáculos que se enroscaban para evitar golpear cosas, pero no siempre con éxito. Su andar era torpe, como si cada movimiento fuera demasiado lento para su peso o demasiado rápido para sus nuevos límites. Sus ojos se posaron brevemente en mí, como pidiéndome disculpas.

No dije nada. Solo seguí.

Cruzamos la cocina, donde una silla cayó con un chirrido al paso de uno de sus tentáculos. Abrí la puerta del garaje y entramos. El espacio era más amplio, y lo escuché respirar más tranquilo. Aún así, al intentar esquivar la bicicleta que tenía colgada en una de las paredes, terminó tumbándola al suelo con un estruendo.

Suspiré.

—Rouge va a matarte si arruinas su auto —le advertí, con tono ligero.

Otro tentáculo se alzó, como si prometiera tener cuidado.

Finalmente llegamos a la puerta que daba al jardín. La abrí de par en par, y el aire frío del atardecer me dio en la cara. Fuera, el césped estaba cubierto de hojas secas. El cielo se había vuelto gris, cargado de nubes, y una brisa levantó un remolino de pétalos marchitos.

Me giré para mirarlo.
—Adelante —le dije, suave.

Shadow se movió con más soltura hacia la abertura, y me aparté para darle espacio.

Era como ver pasar una criatura hecha de tinta, una mezcla entre el mar y la oscuridad. Su cuerpo parecía expandirse y contraerse mientras se deslizaba por el marco de la puerta, adaptándose con facilidad inquietante. Ni huesos, ni rigidez. Solo músculo líquido y una voluntad silenciosa.

Cuando salió por completo al jardín, se irguió apenas, liberando un suspiro largo que hizo vibrar las hojas del suelo. El aire olía a hojas secas y tierra mojada, y el silencio era cómodo, apenas roto por el crujir de las ramas bajo nuestros pasos.

Shadow miró a su alrededor, girando su cuerpo con lentitud, como si estuviera inspeccionando el terreno. Sus tentáculos se extendieron levemente, tocando el césped, los bordes de piedra, el tronco del árbol que solía dar sombra en verano.

—Las hojas se están acumulando —murmuró de pronto, su voz resonando con esa gravedad nueva que aún me ponía la piel de gallina.

Lo miré. No tenía expresión facial ya... pero lo conocía lo suficiente. Sabía exactamente en lo que estaba pensando.

—¿Estás considerando ir por un rastrillo? —pregunté, medio incrédula, medio divertida.

No respondió, pero uno de sus tentáculos se alzó, como si lo hubiera pillado con las manos en la masa.

Yo aparté la vista por un momento y miré a mi alrededor, a los otros edificios que rodeaban el patio. Las ventanas de los departamentos vecinos daban justo hacia aquí.

—¿No crees que alguien podría verte desde ahí?

Shadow también se volvió a mirar los edificios. Estuvo un momento en silencio, como si analizara cada ángulo, cada posibilidad. Luego respondió, con una calma impasible:

—Soy un adorno de la Noche de los Dos Ojos.

Solté una pequeña risa.
—Eso es... una buena excusa.

Sin más, Shadow empezó a moverse hacia la piscina vacía del fondo del jardín. Sus tentáculos se arrastraban por el suelo dejando pequeños surcos entre las hojas. Cuando llegó, bajó con cuidado, acomodándose dentro de la estructura de concreto como si fuera una tina gigante hecha a su medida. Su cuerpo se relajó, y pude notar cómo se hundía ligeramente, casi abrazado por las paredes frías del lugar.

—Pero por precaución —añadió, con esa voz densa y baja— me voy a quedar aquí.

Me crucé de brazos y lo miré desde arriba, sonriendo. Había un monstruo en la piscina, pero era mi monstruo. Y estaba tratando de no asustar a los vecinos.

—¿Necesitas algo? —pregunté, cruzándome de brazos mientras lo observaba acomodarse como podía dentro de la piscina vacía.

Shadow levantó tres tentáculos, uno por uno, como si estuviera enumerando con dedos invisibles.

—Sí. Tres cosas.

—¿Tres? —repetí, con una ceja alzada, casi riendo.

—Primero... un jarrón con agua. Segundo, mi tocadiscos... y el álbum Kind of Blue de Miles Davis.

—¿Y la tercera cosa?

Shadow se quedó en silencio un segundo antes de decir, con voz baja:

—Que te cambies de ropa.

Parpadeé, confundida, hasta que bajé la mirada y me di cuenta de cómo estaba. Toda mi ropa estaba empapada de ese líquido negro, espeso, que aún goteaba en algunas partes. Se había secado parcialmente en otras, volviéndose brillante y pegajoso, y olía... extraño.

—Oh. —Fue lo único que atiné a decir mientras el asco me recorría de golpe.

—Parece alquitrán —comentó Shadow, sin emoción—. Es parte del fluido de mi transformación... Pero aún así... es mejor que te lo quites antes de que se endurezca.

Asentí, incómoda.

—¿Voy a buscar algo tuyo?

—En mi clóset, al fondo, hay una caja rosa. Dentro hay un vestido que puedes usar.

Lo miré con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—¿Por qué tienes un vestido en tu armario?

—Lo compré hace un año —respondió, sin dudar ni un segundo—. Pensando en ti.

No pude evitar sonreír como una tonta. Me llevé las manos a las caderas.

—Ah bueno... al menos no improvisaste.

—Puedes usar el baño de privado Rouge —añadió.

—No sé si esté bien entrar a su habitación sin avisarle.

Shadow exhaló algo parecido a un suspiro frustrado.

—Ella te hizo entrar a mi cuarto, no veo porqué deberíamos respetar su privacidad.

Solté una risa incómoda.

—Entendido —asentí—. Voy a usar su baño.

Ya cuando me daba la vuelta, se me ocurrió algo más:
—Oye... ¿puedo aprovechar y usar tu lavadora también? Mi ropa está empapada.

Shadow, aún recostado, movió uno de sus tentáculos en un gesto que interpreté como un "haz lo que quieras".
—Claro. El lavadero está al fondo del pasillo.

Le dediqué una pequeña sonrisa agradecida antes de salir en busca del vestido.Camine de regreso a la casa, escuchando el crujido de las hojas secas bajo mis pies.

Caminé de nuevo por el apartamento, subí las escaleras y me dirigí hacia la habitación de Shadow. No entraba ahí desde aquella vez en que lo hice sin permiso... hace meses. Respiré hondo antes de girar el pomo.

Todo seguía igual.

La misma organización impecable, la atmósfera silenciosa, contenida. Lo único fuera de lugar eran las sábanas de la cama: arrugadas, como si se hubiera levantado de golpe, tal vez justo antes de vomitar.

Avancé despacio, reconociendo los objetos familiares. Sobre su escritorio estaban esas pequeñas piezas de su vida que atesoraba. La foto antigua con María y el Profesor Gerald, descolorida pero bien cuidada. Nuestra foto en el primer concierto de Hot Honey. El pequeño gato negro que le tejí cuando cumplimos un mes... estaba ahí, junto a un par de bolígrafos. Y una nueva sorpresa: una foto mía en mi fiesta de cumpleaños en septiembre. Estábamos hablando, sonriendo. Seguro alguien la tomó sin que nos diéramos cuenta... y si tuviera que adivinar, diría que fue Rouge.

Sonreí con cariño.

Me acerqué a su clóset y lo abrí. Todo estaba ordenado con una precisión casi quirúrgica. Las chaquetas, alineadas con exactitud. Algunas camisas dobladas con cuidado, separadas por color. En el suelo, un par de zapatos que nunca lo había visto usar. Tal vez eran para ocasiones que nunca llegaron.

Busqué con cuidado hasta que encontré lo que me había dicho: una caja rosa, discreta, guardada en el fondo. La saqué y la abrí.

Dentro había un vestido rosado de estilo lolita, lleno de volantes, lazos y encajes delicados. Parpadeé, atónita. Esto... esto lo había comprado pensando en mí. ¿Desde cuándo lo había tenido guardado? ¿Cómo lo había elegido? Apenas vio esto, pensó en mí... Me mordí el labio, entre divertida y conmovida.

Sin pensarlo demasiado, salí de su habitación y me encaminé a la de Rouge.

Pasé por su cuarto—un verdadero caos comparado con el de Shadow—y fui directo al baño. Cerré la puerta con seguro y empecé a desnudarme con cuidado. La ropa pegada a mi piel estaba endurecida por el líquido negro, ese fluido denso de la transformación que parecía más alquitrán que sangre. Caía en hilos pesados, brillantes bajo la luz.

Me metí bajo la ducha y dejé que el agua tibia hiciera su trabajo.

Terminé de ducharme, el agua caliente ayudó a despegar el líquido oscuro de mi pelaje Se deslizaba con lentitud, espeso y pegajoso, aferrado a mí como si no quisiera irse. Me enjaboné dos veces y aun así sentía la textura viscosa en los dedos. Cuando por fin me sentí limpia, me sequé, me puse el vestido y mis botas, y recogí la ropa sucia, metiéndola en una bolsa de basura que encontré en el baño. Al salir, me detuve un segundo en la puerta de la habitación de Rouge, sintiendo una ligera culpa... pero la dejé a un lado.

Caminé hacia la habitación de Shadow y abrí su armario. Tomé una de sus tantas chaquetas. Me la puse encima del vestido, demasiado grande para mí, pero perfecta. Afuera hacía frío, y además... no podía permitir que viera mis moretones.

Fui hasta la mesita donde descansaba el tocadiscos compacto. Abrí el compartimento inferior y comencé a revisar los discos. Había muchos, todos clásicos, perfectamente ordenados. Pasé los dedos por las carátulas hasta que lo vi: Kind of Blue de Miles Davis.

Lo tomé con cuidado, pero antes de cerrar el mueble, comencé a ojear otros discos, pensando que tal vez con uno solo no bastaba. Elegí un par que me parecieron interesantes, cerré la puerta del mueble, cargué el tocadiscos compacto entre mis manos y salí de su habitación.

Baje las escaleras, pase por la sala, la cocina y el garaje hasta llegar al jardín. Fui directo a la mesa de patio que tenía la sombrilla cerrada y coloqué el tocadiscos y los discos encima. Saqué el vinilo con ambas manos, como si fuera algo frágil y valioso, lo puse sobre el plato y encendí el aparato. La aguja bajó, y enseguida los primeros compases llenaron el ambiente, flotando con elegancia.

Me giré hacia la piscina vacía. Shadow estaba ahí, acomodado en el fondo como si fuera su trono temporal, una figura extraña pero también... triste. Me acerqué y me detuve al borde.

—Aquí está tu música. —dije suavemente.

—Gracias —respondió él sin mirarme.

Me puse las manos en la cadera, balanceándome sobre los talones un momento antes de sonreír con picardía.

—Entonces... ¿este fue el famoso vestido que compraste?

Shadow levantó apenas la cabeza, su mirada deslizándose, lenta y breve, sobre el vestido.

—Sí —dijo con esa voz grave, apenas un susurro.

Miré hacia abajo. El vestido era una fantasía de lazos, encajes y volados, tan bonito y detallado que parecía sacado de un sueño. No pude evitar reírme bajito, mordiéndome el labio para contener la emoción.

—¡Está precioso! —exclamé, dándome una pequeña vuelta sobre mí misma para que la falda flotara en el aire como una nube ligera. Extendí los brazos, dejando que el vestido girara y se desplegara—. ¡Me encanta, Shadow! ¡Es tan lindo!

Me detuve de nuevo en el borde la piscina, riéndome en voz baja, mientras Shadow apenas parpadeaba, mirándome como si no supiera si estaba soñando o si realmente estaba allí.

Y entonces, rompiendo el silencio como un disparo, se escuchó la voz metálica de Omega a través de algún altavoz escondido:

—EL RITMO CARDÍACO DE SHADOW HA AUMENTADO CONSIDERABLEMENTE

Los tentáculos de Shadow se alzaron de golpe, sacudiéndose con furia.

—¡Cállate, Omega! —gruñó.

Yo estallé en carcajadas. Me cubrí la boca con una mano, intentando contenerme, pero era imposible. Verlo así, frustrado y tierno a la vez, era simplemente adorable.

—Ay, no puedo contigo... —dije entre risas—. ¿Sabes que este vestido va a la perfección con el broche?

Shadow bufó, girándose hacia un lado para ocultarse más dentro de la piscina.

—No fue intencional.

—Y eso lo hace mil veces mejor.

Me acerqué un poco más y me incliné desde el borde.
—Ahora sí, voy a lavar mi ropa y voy a traerte tu jarra de agua antes de que te seques como una pasa marina. No te muevas de ahí, ¿ok?

Shadow solo emitió un sonido gutural, mezcla de resignación y fastidio, mientras uno de sus tentáculos se alzaba como un pulgar improvisado en señal de aprobación.

Sonriendo para mí misma, salí del jardín, pasé por el garaje y crucé la sala hasta llegar a las escaleras. Subí de dos en dos los escalones hasta llegar a su habitación, donde recogí la bolsa de basura con mi ropa mojada. Luego volví a bajar, atravesé la sala y seguí por el pasillo, buscando la puerta que llevaba al lavadero.

Cuando la encontré, entré y me encontré con una secadora y una lavadora de lujo, modernas y relucientes. Abrí la bolsa de basura, saqué mi abrigo, mi vestido y mi bolso. Sin perder tiempo, abrí la lavadora, metí las prendas dentro, añadí jabón y una buena cantidad de cloro —más de la necesaria, quizás, pero no iba a arriesgarme a dejar ese jugo apestoso impregnado—.

Después vacié mi bolso sobre una pequeña mesa al lado. Por suerte, la mayoría de las cosas estaban secas. Tomé mi celular y lo guardé en el bolsillo interior de la chaqueta de Shadow que llevaba puesta. Luego revisé el resto:
Mi billetera, mi bálsamo labial, las llaves de mi casa y del MINI, un paquete de chicles, un espejo compacto, una liga para el cabello, un pequeño estuche con curitas, un bolígrafo mordisqueado, dos facturas arrugadas, y un par de monedas sueltas.

Suspiré, sacudiendo todo un poco para quitarles cualquier residuo, y los organicé dentro de un cajoncito vacío que encontré cerca. Cuando terminé, metí mi bolso dentro de la lavadora y puse el ciclo de lavado en limpieza profunda.

Tras terminar, fui hacia la cocina, abriendo estantes hasta encontrar una jarra grande de vidrio. La llené con agua fría del grifo, asegurándome de que estuviera lo más llena posible. La sostuve con ambas manos al salir nuevamente al jardín, la brisa de la tarde acariciando mis piernas mientras caminaba hacia la piscina vacía.

Me detuve justo al borde y llamé suavemente:

—Aquí está tu agua, Shadow.

Un tentáculo se alzó desde las sombras del fondo. Se deslizó hacia mí como una serpiente oscura, pero en lugar de intimidarme, me rodeó con cuidado por la cintura. Me levantó sin esfuerzo, el vidrio de la jarra vibrando un poco entre mis manos, y me bajó lentamente hasta el fondo de la piscina, donde él esperaba.

Me colocó con suavidad sobre el suelo, y al estar más cerca de él, noté el leve pulso de su cuerpo... y algo más. Shadow me miró, o lo que yo creía que era su rostro entre la masa negra, y dijo con voz más baja que de costumbre:

—Necesito tu ayuda. Espero... no asustarte.

Lo miré directamente, sin retroceder ni un paso, y respondí con una media sonrisa:

—Una buena enfermera no se inmuta.

Shadow asintió ligeramente. Luego, los tentáculos se movieron, separándose como cortinas para revelar algo oculto. En el centro de su pecho, emergió una boca. Una gran boca.

Llena de colmillos curvados, perfectamente alineados en filas dobles, como los de un depredador marino. Brillaban con humedad y algo en mi instinto me dijo que retrocediera, pero me obligué a mantener la compostura. Era él. Era Shadow.

La boca se movió al hablar, y su voz parecía más grave, más profunda, como si viniera desde el fondo de un pozo:

—¿Puedes meter el agua directamente... aquí?

Asentí sin dudar.

—Claro.

Di un par de pasos hacia la boca, sintiendo cómo los ojos invisibles de Omega seguramente nos observaban desde alguna cámara. Me incliné con cuidado, y vertí el contenido de la jarra dentro de su boca abierta con cuidado, asegurándome de no derramar nada. El sonido del agua al caer dentro de él era más profundo de lo que esperaba, como si cayera en un pozo sin fondo. Su cuerpo se estremeció levemente, como si el agua lo aliviara de un dolor interno que no podía expresar.

Cuando terminé, di un paso atrás. Shadow cerró la boca lentamente, con un sonido húmedo y orgánico, y tragó con un leve movimiento de su cuerpo.

—Gracias, Rose —dijo con voz más suave, más suya—. Lo necesitaba.

—De nada —susurré, sin apartar la vista de él.

Me agaché y coloqué la jarra vacía sobre el suelo de concreto es una esquina de la piscina. Miré sus tentáculos, largos, envolventes, tensos pero tranquilos... y me atreví. Subí con cuidado sobre él, buscando un hueco entre sus extremidades. Él no se movió, solo me observó en silencio mientras me acomodaba con cuidado, apoyando mi espalda contra una parte más firme de su cuerpo. Era cálido, palpitante, y no me sentía en peligro.

Apoyé mi cabeza sobre uno de sus tentáculos enrollados, que me rodeó con la misma delicadeza con la que me había bajado a la piscina.

—¿Estás cómodo así? —pregunté, en voz baja.

—Contigo aquí... más de lo que crees —respondió.

Cerré los ojos por un momento, escuchando el suave jazz que seguía sonando desde el tocadiscos sobre la mesa. La música se mezclaba con el rumor lejano del viento y el crujido ocasional de hojas en el jardín.

Me sentí extrañamente segura, acurrucada en los brazos de un monstruo que conocía mi nombre, que me había comprado un vestido hace un año, que seguía siendo él... incluso cuando parecía cualquier cosa menos eso.

—Shadow... —dije, apenas un susurro— no estás solo en esto.

Un tentáculo se apoyó con suavidad sobre mi hombro, como una caricia muda.

—Gracias Rose... —respondió.

Me acomodé un poco más, dejando que el cuerpo blando y cálido bajo mí se adaptara a mi forma. Doblé las piernas y me recosté de lado, en silencio, mientras la música seguía envolviendo el aire con su ritmo lento y suave. Los tentáculos se ajustaron con delicadeza, como si él también buscara una posición más cómoda sin romper ese frágil equilibrio. No hablamos. Solo respiramos. El jazz llenaba el espacio entre nosotros, como un puente invisible.

—Es un buen álbum —comenté finalmente, en voz baja—. Me gusta... Tiene algo nostálgico. Cálido.

Shadow murmuró:

—Era el favorito de la Doctora Jules.

Abrí un poco más los ojos. No esperaba que lo dijera. No interrumpí, solo esperé en silencio.

—Era la científica que me extraía sangre todos los días en el ARK. Me inyectaba nutrientes, hacía pruebas... Pero lo hacía con cuidado. Nunca dolía tanto como con los otros.

Recordé cosas que él me había contado antes, de sus días en la estación espacial.

—Nunca te dieron comida real, ¿cierto?

—No —respondió, su voz firme pero con una nota lejana—. En una estación espacial, todo era limitado. La comida era para los humanos. A mí solo me inyectaban lo que necesitaba.

El silencio cayó unos segundos, solo el suave crujir de sus tentáculos al moverse sobre el concreto seco de la piscina vacía.

—A veces —continuó él, con voz más baja—, cuando María ya estaba dormida... salía a caminar por los pasillos. No tenía sueño. Y terminaba en la sala de descanso.

—¿Ibas solo? —pregunté suavemente, acomodándome contra su cuerpo, cálido y blando.

—Sí... Me sentaba en un rincón, donde no me vieran. Allí tenían su propio tocadiscos. Ponían música. Jazz, soul, algo de música clásica... cada doctor tenía su disco favorito.

Me quedé en silencio, escuchando. Él siguió.

—Los doctores hablaban del proyecto, de la Tierra, de lo que harían al volver abajo. Yo solo... escuchaba. Me hacía sentir parte de algo. Aunque nunca me hablaran, aunque no dijeran mi nombre.

Me apreté un poco más contra él, pasando una mano sobre uno de sus tentáculos con ternura.

Entonces sentí que algo vibraba en el bolsillo de la chaqueta de Shadow. Metí la mano y saqué mi celular: era un número desconocido. Dudé un segundo, pero contesté.

—¿Aló?

—Hola, Amy. ¿Cómo está el Comandante? —era la voz de la Doctora Miller.

—Está... mejor. Ya no tiene náuseas, aunque... —mi voz se fue apagando. No sabía si debía contarle lo que estaba viendo. ¿Cómo se lo explicaba sin sonar como una loca?

Shadow me miró con sus múltiples ojos y dijo con su voz, profunda pero serena:

—Ponla en videollamada.

Asentí, obediente. Cambié al modo de cámara frontal. En segundos, la doctora aceptó y su rostro apareció en la pantalla. Me sonrió al principio, pero la sonrisa se desvaneció cuando notó mi expresión tensa.

Entonces uno de los tentáculos de Shadow se deslizó alrededor de mi cintura. Me levantó con cuidado, como si no pesara nada. Ya sabía lo que quería. Sin decir palabra, cambié la cámara para apuntarla hacia él.

—Doctora, mire... —susurré.

La reacción fue inmediata.

—¿¡Qué diablos... qué es esa cosa?! —gritó.

—Es Shadow —respondí, tratando de no reírme.

—¿¡¿El COMANDANTE?!? —chilló— ¡¿QUÉ?!

No pude evitar soltar una carcajada mientras Shadow me volvía a bajar con suavidad y yo me acomodaba otra vez sobre su cuerpo, tibio y blando.

—Se convirtió en un pulpo gigante —añadí, con humor.

—¿Desde cuándo?! —ella seguía alterada, sacándose los lentes para frotarse los ojos— ¡¿Cómo... cómo es posible?!

—Él dice que no es la primera vez. —acaricié uno de los tentáculos con los dedos—. Aunque nunca lo había visto así antes.

La doctora se quedó un momento en silencio, claramente reorganizando sus pensamientos. Se acomodó los lentes, sacó una libreta de su escritorio y comenzó a anotar con rapidez.

—Bien... Bien, lo tendré en cuenta para los próximos chequeos. Aunque necesitaré como tres hojas extra para el nuevo historial médico del Comandante...

—¿Descubriste qué lo enfermó? —pregunté.

La doctora se aclaró la garganta, su voz bajando un poco el tono.

—Bueno... fue el jugo misterioso...

El silencio que siguió fue espeso. Pude escuchar el leve susurro del viento y mi propia respiración. La doctora se detuvo, como midiendo sus palabras.

—Amy, ¿recuerdas cuando esos alienígenas invadieron la Tierra? Y después, cuando todo terminó, el viejo gobierno humano "limpió" las calles llenas de cadáveres...

—Sí —asentí—. Dijeron que lo incineraron todo.

—No exactamente... Algunos civiles consiguieron... retener algunos de esos cadáveres. Y...

Hizo una pausa. Tragué saliva.

—¿Y...?

Ella asintió con una expresión tensa.

—Y según la información que encontré en foros de la deep web, algunos... sujetos con mucho tiempo libre y cero instinto de supervivencia... decidieron experimentar. Cortaron los cuerpos, los metieron en licuadoras, y los convirtieron en... batidos.

Me tapé la boca, horrorizada, sintiendo mi estómago revolverse.

—¿¡Qué!? ¿¡Quién en su sano juicio haría algo así!?

—Por la misma razón por la que los fabricantes de pegamento ponen advertencias que dicen "NO BEBER". Si algo existe, alguien va a tratar de tragárselo.

—No... —murmuré, horrorizada—. ¿Estás diciendo que el jugo que compró Rouge... era batido de Black Arm?

—Después de comparar los análisis de las muestras del Comandante con la composición del "batido", sí. El Comandante... ingirió tejido crudo de su propia especie.

Me quedé en blanco. Atónita.

—Entonces Shadow... —me detuve, mirando a mi alrededor—. ¿Shadow cometió... canibalismo?

Sentí su cuerpo estremecerse debajo mío. Sus tentáculos se agitaron con incomodidad, uno de ellos incluso se enroscó más fuerte a mi pierna.

La doctora, intentando mantener la compostura, añadió:

—Técnicamente, sí —respondió la doctora—. Aunque fue accidental. Y como el tejido estaba crudo... es probable que aún conservara patógenos o estructuras genéticas activas. Esas cosas no están hechas para ser digeridas, ni siquiera por uno de ellos.

—¿Entonces... está enfermo por... tomarse el jugo?

—Exactamente.

Fruncí el ceño.

—Pero él lo vomitó apenas se lo tragó —comenté—. Ni siquiera llegó a digerirlo. ¿Cómo pudo enfermarse así de grave?

La doctora asintió con seriedad, ya esperando esa pregunta.

—El problema no fue la digestión —explicó—. Fue el contacto directo. El tejido estaba vivo a nivel celular. Bastó con que tocara su boca, su garganta... para que las células alienígenas comenzaran a interactuar con las suyas.

Apoyé la frente en una mano, suspirando. Me sentía atrapada entre la repulsión y la pena ajena.

—Es como si alguien hiciera jugo de primo tercero y lo vendiera como bebida energética...

—Y con efectos secundarios graves —añadió la doctora, tomando más notas—. No me sorprende que su cuerpo reaccionara de esta forma. La mutación podría ser un efecto temporal... o algo más complejo. Necesitaremos hacerle un examen físico completo.

Shadow resopló, incómodo.

—¿Cómo se siente ahora, Comandante? —preguntó la doctora.

—Hambriento... pero no de jugo —murmuró con voz rasposa.

Me tapé la risa con una mano, sin éxito. La doctora solo sacudió la cabeza y suspiró otra vez.

—Por favor, Amy, asegúrate de que no coma ni beba nada que no venga con etiqueta... ni nada viscoso, brillante o con nombres raros.

—Lo intentaré.

—Y... Amy —agregó, bajando el tono—, ¿estás sentada encima de él?

—Sí.

—¿Y... estás bien con eso?

—Está... sorprendentemente cómodo —admití, acariciando suavemente el tentáculo que me rodeaba la cintura.

La doctora se quitó los lentes un momento, masajeándose el entrecejo, antes de mirar de nuevo a la cámara.

—Cuando mi esposo me preguntó una vez si aún lo amaría si se convirtiera en un gusano, le dije que era una pregunta tonta... —comentó, medio riendo—. Pero parece que tú te tomaste la pregunta muy en serio.

Me reí con ella, sintiendo un calor dulce en el pecho, y miré de reojo a Shadow, que seguía sujetándome con ternura, casi como si temiera que me alejara.

—Lo voy a querer... no importa en qué forma esté —dije con firmeza.

Sentí a Shadow tensarse bajo mí, como si mis palabras lo hubieran atravesado de una manera que no podía expresar con palabras. Uno de sus tentáculos se deslizó cuidadosamente por mi espalda, apretándome contra su cuerpo blando en un gesto que entendí como un "gracias" silencioso.

La doctora sonrió de forma cansada pero sincera.

—Con ese tipo de amor... va a recuperarse más rápido de lo que creemos.

Luego, más profesional, añadió:

—Voy a revisar un par de parámetros más aquí, y después iré a tomar nuevas muestras para analizar su nueva forma. Si notan cualquier cosa fuera de lo normal, no duden en llamarme de inmediato.

Asentí con energía.

—Lo haremos. Gracias, doctora.

—Y Amy... —agregó antes de colgar—. Si se te adormecen las piernas por estar sentada sobre un pulpo gigante, no me culpes.

Me reí otra vez mientras ella cortaba la llamada.

Me acomodé sobre Shadow, sintiendo su cuerpo moverse de forma suave bajo mí, como un océano tranquilo. Bajé la vista hacia él, acariciando con cariño su cuerpo.

Él no dijo nada por unos segundos. Uno de sus tentáculos se levantó lentamente y se colocó entre sus ojos, como si quisiera desaparecer del universo. Otro se golpeó contra el suelo con fuerza, como si estuviera frustrado consigo mismo.

—Genial... otra cosa más para contarle al loquero —murmuró al fin, con la voz ronca y derrotada.

—No sabías lo que era —intenté consolarlo—. Nadie sabía que era batido... de Black Arms.

—Debí haber besado al idiota azul.

Me indigné en el acto y le di un golpe contra su cuerpo blando pero firme.

—¡Prefiero mil veces que seas un pulpo gigante a que hubieras besado a Sonic!

Shadow gruñó con suavidad y respondió:

—¿Así que... estás bien con que sea un pulpo gigante?

—A mí me pareces igual de sexy con tentáculos. Tal vez más.

—Estás enferma.

—Y tú eres un monstruo del espacio. Estamos hechos el uno para el otro.

Esta vez, sí lo escuché reír por lo bajo. Una risa suave, ronca, con vergüenza, pero sincera. Uno de sus tentáculos se deslizó alrededor de mi cintura de nuevo, y me apretó con suavidad.

Le pregunté en tono juguetón:

—¿Tienes hambre? ¿Quieres que ordene algo de comer?

Shadow, con su voz baja y algo áspera, respondió:

—Vas a tener que ordenar bastante.

Reí entre dientes y bromée:

—Entonces voy a pedir como... veinte pizzas.

Shadow soltó un sonido grave, casi divertido.

—Me gusta la idea.

Sonriendo, me acomodé más cómodamente contra su cuerpo tibio, saqué el celular y abrí la app de entregas. Empecé a seleccionar pizzas de todos los tipos posibles, lanzándole de vez en cuando miradas rápidas para asegurarme de que aún estaba bien. Cuando vi el total de la cuenta, mis ojos se abrieron un poco.

—Vas a deberme una, Comandante —bromee en voz baja.

Shadow me miró con sus múltiples ojos, con una expresión difícil de descifrar.

—Pásame la cuenta. Se la cargaré a Neo G.U.N. como gastos médicos.

—Van a tener que darte licencia por enfermedad —contesté, divertida—. "Sí, Lance, me convertí en un pulpo alienígena por accidente. Necesito unos días de descanso y veinte pizzas para estabilizarme".

Él soltó otra risa baja, más clara esta vez.

—Podrías escribir el informe por mí.

—Claro. Con dibujos incluidos.

Me reí con él, finalizando el pedido. Guardé el celular y me dejé caer de nuevo contra su cuerpo, cerrando los ojos un momento. La música de fondo —un suave jazz que salía del tocadiscos de la mesa— llenaba el aire de un ambiente cálido y tranquilo.

Pasó casi una hora hasta que, finalmente, sonó el timbre.

Fui a la puerta en puntitas, acomodándome el vestido Lolita rosa mientras abría. El repartidor, un zorro joven, me miró con los ojos bien abiertos al ver mi atuendo y las montañas de cajas que traía.

—¿Fiesta de disfraces? —preguntó, curioso.

Sonreí sin dar explicaciones.

—Algo así.

Tomé la torre de pizzas de sus manos, cerré la puerta con el pie y las cargué hasta el jardín. Llegué al borde de la piscina vacía, tratando de mantener el equilibrio.

Desde abajo, unos tentáculos gruesos y suaves se alzaron, envolviéndome con cuidado por la cintura.

—Gracias —le susurré a Shadow.

Me bajó al fondo como si fuera una pluma. Acomodé las cajas en el suelo, abrí la primera, y enrollé la pizza entera como si fuera un burrito improvisado.

—Listo, abre la boca.

Shadow obedeció, apartando sus tentáculos para darme acceso. Su boca se abrió, mostrando las dobles filas de dientes, pero ya no me intimidaba. Metí la pizza sin pensarlo.

Mientras él masticaba con calma, yo abría otra caja de pizza.

—Un día deberíamos abrir un restaurante —bromeé—. "La Pulpería del Comandante". Solo venderíamos comida enrollada.

Shadow gruñó, algo que sonó peligrosamente parecido a una risa.

Iba por la tercera pizza cuando de pronto escuché un grito ahogado, seguido de otro más fuerte.

—¡¡¿QUÉ DEMONIOS ES ESO?!! —rugió una voz.

Volteé hacia arriba.

Allí estaban Rouge y Knuckles, de pie al borde de la piscina, mirándonos con una mezcla de horror y confusión. Knuckles se adelantó de inmediato, poniéndose como escudo frente a Rouge.

Sin alterarme, tiré otra pizza directo a la boca de Shadow.

—Es Shadow —anuncié tranquilamente.

Shadow, tras terminar de masticar, entreabrió un ojo carmesí y gruñó con su voz grave:

—Rouge. Equidna.

El silencio que siguió fue tan espeso que podría haberse cortado con cuchillo.

Rouge se cruzó de brazos, chasqueando la lengua con desaprobación.
—¿Sabes? Un mensaje hubiera estado bien, Amy. Algo así como: "Oye, por cierto, Shadow ahora es un pulpo gigante".

Me encogí un poco, apretando la caja de pizza contra mí.
—Lo siento... —dije con una sonrisa culpable—. Se me olvidó, con todo lo que ha pasado hoy.

Rouge soltó un suspiro largo y exasperado, aunque no parecía realmente enojada.
—¿Y adónde fuiste? —pregunté, curiosa.

—Fui a ver a Knuckles un rato —respondió, lanzando una mirada de soslayo al equidna, que seguía tenso como si esperara tener que pelear con algo—. Lo traje conmigo... solo por si acaso.
Me señaló con un gesto vago.
—Pero lo que no esperaba era encontrarme un monstruo marino merendándose pizzas en mi piscina.

Yo sonreí de lado mientras enrollaba otra pizza para Shadow.

Entonces Rouge miró hacia la casa, frunciendo el ceño al ver la cámara de seguridad apuntando hacia nuestra dirección.

—¿Y tú por qué demonios no me avisaste? —le gritó.

Omega, completamente impasible, respondió con su voz robótica:
—QUERÍA GRABAR SU REACCIÓN.

—¿¡Qué?! —exclamó Rouge.

—EXPERIMENTO SOCIAL. RESULTADOS: ALTAMENTE SATISFACTORIOS.

Omega movió la cámara de seguridad lentamente, como si se estuviera riendo.

—SUBIENDO A LOS ARCHIVOS DE "REACCIONES DRAMÁTICAS DE ROUGE", VOLUMEN CINCO.

Rouge se tapó la cara con una mano, murmurando algo ininteligible mientras Knuckles, confundido, miraba alternativamente a la cámara, a mi, a Shadow y a las cajas de pizza como si estuviera tratando de entender un rompecabezas imposible.

Después de un rato Rouge voló hacia la piscina vacía con una calma envidiable, como si no hubiera un monstruo alienígena gigante frente a ella. Caminó directo hasta Shadow, lo observó de arriba abajo con una ceja arqueada, y luego se encogió de hombros

—Bueno... por lo menos todavía tienes estilo —comentó.

Abrió una de las cajas, sacó una pizza entera, la enrolló como si fuera un wrap y, sin dudar, la lanzó dentro de la boca de Shadow.
—Es como alimentar a un animal salvaje en un safari de lujo.

Shadow atrapó la porción con un leve chasquido húmedo, masticando lentamente con esas dobles filas de dientes que podrían darle escalofríos a cualquiera.

—¿Y entonces? —preguntó Rouge mientras agarraba otra caja—. ¿Qué dijo la doctora Miller? ¿Va a volver a tener piernas algún día?

Yo me crucé de brazos, soltando un largo suspiro.

—Fue el jugo. El que compraste en el mercado.

Rouge se congeló, la pizza medio enrollada entre sus manos.
—¿Qué tenía?

—Tejido de Black Arms. Crudo. Probablemente de algún cadáver.

—¿Qué...? —Rouge retrocedió medio paso—. ¡Estás bromeando!

—Ojalá. Por eso solo Shadow se enfermó. Su cuerpo reconoció la genética. Técnicamente... fue canibalismo.

Rouge soltó una risa nerviosa y miró a Shadow con una mezcla de con una mezcla de fascinación, culpa y asco.

—Ay, cariño... si querías reconectarte con tus raíces había formas menos traumáticas.

Shadow solo gruñó bajo, masticando otra pizza mientras uno de sus tentáculos uno se alzó con precisión pasivo-agresiva y le dio un golpe seco a Rouge en la cabeza, haciéndola inclinarse hacia adelante.

—¡Oye! —chilló ella, sacudiéndose el cabello—. ¡No me golpees con tus cosas viscosas!

Shadow gruñó, su voz más grave de lo usual.

—¡Trajiste ese jugo maldito sin saber qué demonios contenía! ¡Deja de comprar cosas raras en la calle!

—Shadow tiene razón, Rouge —dije, apuntándola con una pizza de pepperoni en la mano—. ¡No vuelvas a comprar bebidas sin etiquetas, y menos si brillan!

Rouge puso los ojos en blanco como si eso fuera un reflejo muscular.

—¿Y cómo iba a saber que tenía parientes lejanos en forma de batido?

—No voy a volver a limpiar tu cuarto —sentenció Shadow molesto.

—¡¿Qué?! —protestó Rouge, como si le hubieran declarado la guerra civil—. ¡¿Y quién va a pasar la aspiradora por debajo de la cama?! ¡Yo no hago trabajo manual!

Se giró indignada hacia Knuckles, esperando que al menos él la apoyara.

—¡Knuckie!

Knuckles levantó las manos.

—A mí no me mires. Yo te dije que era una pésima idea traer eso a la fiesta.

Rouge se cruzó de brazos con un puchero visible, inflando las mejillas como una niña de cinco años. Luego murmuró con fastidio:

—El vendedor dijo que haría cosas bastante interesantes...

—Pues en eso tenía razón —dije yo, mirando hacia los múltiples ojos de Shadow,

Abrí otra caja, enrollé la pizza y se la lancé con un movimiento ensayado. Shadow la atrapó con la misma eficiencia perturbadora que antes, y la devoró sin pestañear. Rouge me imitó, enrollando otra y lanzándosela también.

Shadow emitió un gruñido satisfecho, claramente disfrutando la atención y la comida. Al mirar las cajas, noté que solo quedaban dos completas. Volteé hacia él.

—¿Estás satisfecho? —pregunté.

Él asintió con un leve gruñido gutural, visiblemente más relajado.

Tomé una de las cajas, la abrí y descubrí una meat lovers. Con una mano sostuve la caja y con la otra agarré una rebanada. Di un mordisco grande, dejando que el sabor de la carne y el queso se derritiera en mi boca.

Fue entonces cuando sentí un tentáculo de Shadow tocarme suavemente por detrás. Me giré para ver cómo lo curvaba con cuidado, formando algo que parecía un asiento improvisado.
Sonreí.
—Gracias —murmuré, y me senté sobre él con total naturalidad.

Rouge me imitó, cruzando las piernas con elegancia mientras se acomodaba en otro de los tentáculos, como si fuera lo más normal del mundo. Estiró su mano hacia la caja de pizza en mis manos y tomó una rebanada. Con total naturalidad, sacó su teléfono de su chaqueta, tomándose una selfie.

—Voy a subir esto a mis historias —dijo con la boca medio llena—. Nadie va a creerlo, pero igual lo haré.

Shadow, en el centro de todo, tenía los ojos cerrados. Se le notaba tranquilo, satisfecho, como si hubiera comido después de días de ayuno. Su respiración era pesada, pero estable, y sus tentáculos se movían con lentitud, casi como si también estuvieran digiriendo.

Knuckles seguía de pie al borde de la piscina, mirándonos como si fuéramos miembros de una secta extraña.

—Ustedes dos están completamente locas.

Rouge giró para verlo, sonriendo con descaro.

—¿Recién te das cuenta?

—No puedo creer lo que estoy viendo —murmuró, cruzado de brazos—. Están... sentadas sobre él. Comiendo pizza. Como si esto fuera normal. ¡Esto no es normal!

—Define "normal" —dijo Rouge sin mirar.

—¡Normal es que tu amigo no se convierta en una criatura abisal y se coma veinte pizzas enteras con doble fila de dientes!

Rouge le lanzó una mirada divertida por encima del hombro.

—Vamos, Knuckie. Como si esto fuera lo más raro que hubieras visto.

Knuckles suspiró, rascándose la cabeza.

—Admito que en eso tienes razón.

Solté una risa ligera, incapaz de evitarlo. La imagen debía ser absurda desde fuera: dos mujeres sentadas sobre una criatura tentacular abisal, comiendo pizza como si fuera una tarde cualquiera.

—¿Ves? Te estás acostumbrando —dije, dándole otro mordisco a mi rebanada.

Rouge río también, y tras un par de mordiscos, ella me miró de reojo, con la ceja arqueada como quien acaba de notar que algo no cuadra.

—Y ese vestido, cariño... —dijo con tono ligero, casi distraído—. ¿No es el mismo con el que llegaste? ¿O me estoy volviendo loca?

Tuve que levantar un dedo para pedirle paciencia; todavía tenía la boca llena. Tragué con esfuerzo, limpiándome la comisura con el dorso del guante antes de responder:

—Cuando Shadow... cambió, hubo mucho líquido en el baño. Terminé empapada —hice una pausa para morder de nuevo la pizza, luego añadí con naturalidad—. Me dio este vestido. Lo tenía guardado en su clóset, aparentemente.

Rouge se volvió hacia él como si acabara de descubrir el secreto más jugoso del mes. Su sonrisa se ensanchó, descarada.

—Ahhh... ya entiendo. Con razón sos su tipo.

Shadow, sin abrir los ojos, murmuró con voz grave y seca:

—Solo me pareció bonito el vestido.

Rouge soltó una risita y dijo:

—Pues elegiste bien. Es muy bonito, y es totalmente tu estilo, Amy.

Sonreí, pasando los dedos por el borde de la falda.

—Me gusta mucho —admití—. Es cómodo... y además es rosa.

Mientras hablábamos, Knuckles, que estaba de pie, cruzado de brazos, mirando hacia el horizonte en silencio, murmuro:

—Me gusta esta música.

Knuckles entrecerró los ojos mirando hacia el tocadiscos que descansaba sobre la mesa del jardín y preguntó, curioso:

—¿La música viene de ese aparato? ¿Qué es esa cosa?

Shadow giró ligeramente la cabeza hacia él. Su voz, ronca y cargada de fastidio, salió como un filo entre dientes:

—Es un tocadiscos. Tócalo, y te arranco los brazos.

Knuckles lo miró con una ceja alzada, y luego soltó una carcajada nasal.

—¿Tú? ¿Así como estás? Por favor. Eres básicamente inofensivo. Como si un pescado sin huesos pudiera hacerme algo.

El cuerpo de Shadow se tensó, y los tentáculos que nos sostenían se agitaron de inmediato. Sin necesidad de decir una palabra, Rouge y yo intercambiamos una mirada y nos bajamos de él antes de que se pusiera peor. Con la caja de pizza en mano, salté hacia el azulejo de la piscina vacía, justo a tiempo para ver cómo la cabeza de Shadow emergía por encima del borde de concreto, al nivel de Knuckles, con los tentáculos extendiéndose como cuchillas en alerta.

—En esta forma, todavía puedo romperte la cara —espetó Shadow, con los ojos brillando peligrosamente.

Knuckles no retrocedió. Todo lo contrario: se cuadró, flexionando los brazos, con una sonrisa que era más provocación que simpatía.

—Dale. Inténtalo.

Un segundo de silencio se tensó entre ellos como una cuerda a punto de romperse. Shadow inclinó apenas la cabeza, como un depredador evaluando el ángulo del ataque. Knuckles se inclinó también, bajando el centro de gravedad, los puños listos, las piernas firmes en el césped.

—Ah, genial —suspiró Rouge detrás de mí—. La última vez que se pelearon terminaron destruyendo el jardín.

Me giré para verla con una ceja arqueada.

—¿Pasa seguido?

—Todo el tiempo. Es como una tradición. Knuckles viene de visita y en menos de diez minutos ya están midiéndose como dos adolescentes hormonales.

Volvimos a mirar la escena frente a nosotras. Shadow a nuestro lado, dentro de la piscina vacía, con los tentáculos alzados y listos como látigos. Knuckles, justo en el borde, en guardia, con una sonrisa de satisfacción anticipada en la cara. El sol de la tarde les daba un brillo dramático, como si estuvieran por protagonizar una batalla épica... en lugar de un berrinche glorificado.

—¡Ya basta, ustedes dos! —gritó Rouge, llevándose dos dedos al puente de la nariz—. ¡Ni se les ocurra arruinar otra tarde!

Ambos la ignoraron como si fuera una brisa molesta.

—¡Shadow, en serio! —intenté yo, alzando la voz—. ¡No empieces una pelea ahora!

Pero él tampoco me miró. Sus ojos estaban clavados en Knuckles, que ya estaba bloqueando uno de los tentáculos con el antebrazo, deslizándolo hacia un lado con un gruñido satisfecho.

—¡Vamos, pescadito! ¿Eso es todo lo que tienes? —bufó Knuckles, girando para evitar otro tentáculo que se lanzó como un látigo.

Otro tentáculo se disparó hacia su cabeza, y Knuckles lo bloqueó con un golpe seco de su puño. El impacto resonó como un chasquido hueco en el aire frío de la tarde. El equidna retrocedió medio paso, con una sonrisa torcida.

—¿Eso fue un intento de golpe o me estás acariciando?

Shadow respondió sin palabras, lanzando dos tentáculos más en ángulo, uno bajo y otro alto. Knuckles saltó hacia atrás, rodando por el césped para evitar ser atrapado. Cayó de pie, con una expresión encendida por la adrenalina.

—No deberías contenerte, Shadow. Pensé que eras más fuerte.

Los tentáculos se alzaron, ondulando como serpientes listas para atacar. La piscina vacía amplificaba el sonido de sus movimientos, como un eco de guerra. Los ojos de Shadow brillaban con una mezcla de concentración y furia. Knuckles flexionó los nudillos, avanzando un paso, desafiándolo sin miedo.

Rouge y yo intercambiamos una mirada cansada. Ambas soltamos un suspiro casi sincronizado, como si ya hubiéramos vivido esto demasiadas veces.

—¿Sabes qué es lo peor? —murmuró Rouge—. Que se toman estas riñas demasiado en serio.

—Sí —dije—. Ambos tienen el ego demasiado inflado

Y entonces lo vi. Uno de los tentáculos se alzaba peligrosamente cerca de la mesa del jardín... y del tocadiscos. Ese tocadiscos compacto, con su base de madera, que Shadow compró hace poco. Lo había elegido con tanto cuidado y consideración.

—¡Shadow! —grité, alzando las manos como si pudiera detenerlo con el poder del pánico—. ¡A este paso vas a romper tu tocadiscos!

La palabra mágica surtió efecto. De inmediato, los tentáculos se detuvieron en seco a medio camino, flotando rígidos como si el aire se hubiera congelado. Shadow parpadeó, girando la cabeza bruscamente hacia la mesa. Sus ojos se abrieron apenas, como si recién recordara que había algo más en juego que su orgullo.

Knuckles frunció el ceño, indignado al ver la pausa repentina.

—¡Oye! —exclamó, alzando los brazos—. ¡Esto no ha terminado, pescadito! ¡Aún no hemos probado quién es el más fuerte!

Shadow lo miró desde la piscina, los tentáculos bajando lentamente, aunque no del todo.

—No te confundas —murmuró, con voz grave—. Detuve el ataque por el tocadiscos... no por ti.

Knuckles chasqueó la lengua y se cruzó de brazos, como si la sola idea le ofendiera.

—Claro. Siempre tienes una excusa lista cuando estás perdiendo.

Los ojos de Shadow se entrecerraron, y los tentáculos se sacudieron con un leve temblor, casi como si le costara resistirse.

—Dilo cuando consigas hacerme retroceder un solo paso.

Knuckles sonrió con los dientes apretados.

—Lo haré. Solo es cuestión de tiempo.

Rouge voló afuera de la piscina, y se dejó caer con dramatismo sobre una de las sillas de la mesa del jardín.

—Sí, claro. Y yo voy a envejecer esperando a que ustedes dos maduren —murmuró Rouge, llevándose una mano a la sien.

En ese momento, la música se detuvo de pronto. El leve chirrido de la aguja al final del disco dejó un silencio incómodo flotando en el aire.

Shadow giró bruscamente la cabeza hacia Knuckles.

—No lo toqué —se defendió el equidna, cruzándose de brazos con rapidez, ofendido por la sola sospecha.

—El disco solo se terminó —suspiró Rouge, exasperada.

Luego rodó los ojos y deslizó una mano hacia la pequeña pila de discos que yo había traído. Los recogió con cuidado entre las manos.

—Déjame ver qué más tienes por aquí, cariño —dijo, lanzándole una sonrisa ladeada por encima del hombro.

Empezó a hojear las carátulas con lentitud, deteniéndose a examinar algunas con más atención.

—Hmm... esto es interesante... —murmuró, con una ceja alzada mientras analizaba una portada con colores deslavados.

Sacó con cuidado el disco que había estado sonando, lo deslizó de nuevo en su funda y eligió otro. Lo colocó con precisión sobre el plato, bajó la aguja con manos expertas, y casi al instante una melodía animada de los años 50 comenzó a vibrar desde los parlantes. Era rápida, bailable, con una energía juguetona que llenó el ambiente como una ola repentina de luz.

Rouge sonrió, moviendo los hombros suavemente al ritmo de la música.

—No pensé que tuvieras algo tan animado en tu colección, guapo—comentó divertida, lanzándole una mirada.

Shadow pareció relajarse al fin. Sin decir nada, se volvió lentamente y se deslizó otra vez al fondo de la piscina vacía, acomodándose en posición de descanso, como si nada hubiera pasado.

Después de un momento de silencio, escuchando la musica, Shadow respondió, su voz resonando suavemente:

—Esto me trae recuerdos... Solían poner este tipo de música durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo en el ARK. Los empleados y científicos se animaban demasiado... y terminaban bastante borrachos.

Solté una risa espontánea ante el comentario.

Shadow continuó, con una pequeña sonrisa melancólica:

—Maria siempre quería imitar los pasos de baile, pero se cansaba muy rápido. Así que normalmente solo hacíamos movimientos sencillos... —su voz bajó aún más, casi como una caricia— o nos tomábamos de las manos y solo las movíamos al ritmo de la música.

Permanecí en silencio, imaginándome la escena, sintiendo una punzada cálida en el pecho.

Entonces Shadow añadió, casi como quien comparte un pequeño secreto:

—La única otra persona con la que he bailado es contigo, Rose.

Rouge soltó una risa divertida mientras estiraba las alas para acomodarse mejor en la silla.

—Todavía me acuerdo de aquella vez que te llevé a un club —dijo, señalándolo con un dedo juguetón—. Rechazaste la invitación de una chica para bailar... y de alguna forma terminaste empezando una pelea.

Shadow emitió un resoplido breve, un sonido seco, casi divertido:

—No fue intencional —dijo con su tono plano, pero el leve movimiento de uno de sus tentáculos denotaba cierta incomodidad—. Ellos empezaron..

No pude evitar reírme mientras caminaba hacia donde estaban apiladas las cajas vacías de pizza, dejando la mía a un lado, y luego volví hacia él.

Levanté las manos con una sonrisa traviesa:

—¿Quieres bailar conmigo?

Shadow me miró durante un segundo, sus ojos rojos brillando a la luz cálida del atardecer. Luego levantó dos de sus tentáculos, sus extremos rozando con una suavidad casi tímida mis palmas abiertas.

Cerré suavemente mis manos alrededor de ellos, como si fueran sus propios dedos, y comenzamos a movernos.

Intenté recordar los pasos sencillos que había visto en viejos videos: un pequeño giro, un paso hacia atrás, otro hacia adelante... pero no éramos exactamente elegantes.

Shadow, sin embargo, parecía disfrutarlo a su manera: movía sus tentáculos para hacerme girar, como si fuera una bailarina de caja de música, sus movimientos un poco torpes pero llenos de cuidado.

Me reí en voz baja, dejando que me llevara en esos movimientos torpes y encantadores.

Rouge, mientras tanto, cruzó los brazos y nos miró desde donde estaba sentada.

—Admito que es la primera vez que veo a alguien bailar así con tentáculos —comentó con tono burlón—. Pero, hey, se ven adorables.

—Se ve... raro.—Comentó Knuckles.

Rouge se puso de pie, claramente disfrutando la oportunidad de provocarlo:

—¡Vamos, grandote! Baila conmigo también.

Knuckles negó de inmediato, cruzando aún más fuerte los brazos:

—No.

—Oh, vamos... —insistió Rouge, señalándonos con un gesto—. ¡Shadow está bailando con Amy y es un pulpo gigante ahora! ¡No tienes excusa!

Knuckles negó de nuevo, su ceño fruncido como una roca:

—Ese es su problema. Yo no voy a bailar.

Rouge soltó una carcajada maliciosa y, sin pensarlo dos veces, se acerco hacia él:

—¡Vas a bailar conmigo, quieras o no, grandote!

Knuckles soltó un gruñido, se dio media vuelta y salió corriendo, con Rouge siguiéndolo como un torbellino, desapareciendo ambos detrás del borde vacío de la piscina.

Yo no pude contenerme: me reí a carcajadas, aferrándome a los tentáculos de Shadow para no perder el equilibrio. Para mi sorpresa, lo escuché reír también. Su risa, más grave y profunda de lo usual, me calentó el pecho.

Entonces lo escuché comentar, con ese tono reflexivo que usaba cuando se perdía en sus recuerdos:

—Verlos así... me trae recuerdos de las mañanas siguientes a las fiestas en el ARK.

Mi curiosidad se encendió al instante.

—¿Ah, sí? —pregunté, sonriendo, mientras él me redondeaba de nuevo, haciéndome girar como si fuera un pequeño remolino.

—La mañana siguiente a las fiestas... el ambiente siempre era incómodo —dijo, sus tentáculos moviéndose perezosamente a su alrededor, como si reviviera aquellos días—. Muchos evitaban mirarse entre sí. Otros discutían en voz baja en los pasillos... y algunos simplemente no aparecían en sus turnos de trabajo.

—¿Drama de oficina? —pregunté, incapaz de ocultar la risa en mi voz mientras seguíamos moviéndonos al ritmo improvisado.

Shadow soltó un resoplido, breve pero cargado de ironía:

—Bastante... ahora que lo pienso —respondió, su tono plano como siempre, pero con ese matiz que aprendí a reconocer como "humor de Shadow"—. Estábamos en una estación espacial, alejados de todo.

Sus tentáculos se movieron con un pequeño gesto, casi como un encogimiento de hombros.

—El ARK se parecía más a una mala telenovela de lo que deberían admitir en los reportes oficiales.

Me reí abiertamente esta vez, imaginándome a todos esos científicos con batas de laboratorio, intercambiando miradas culpables y susurrando dramas personales en pasillos de acero brillante, como un capítulo interminable de una telenovela espacial.

—¡Me puedo imaginar la cantidad de chisme! —exclamé, soltándome de uno de sus tentáculos para girar sobre mí misma, como si protagonizara una escena de drama barato—. ¡Dr. Klein, no puedes besar a la Dra. Vesper justo después de declararle tu amor a la ingeniera Hartley! —dije, llevándome teatralmente una mano a la frente, fingiendo un desmayo—. ¡Y en la sala de descontaminación, para colmo!

Shadow dejó escapar un sonido que fue mitad bufido, mitad risa sofocada.

Yo sonreí satisfecha. Hacerlo reír, aunque fuera de esa forma seca, era uno de mis pequeños triunfos personales.

Cuando regresé a sus tentáculos, él me atrapó con más firmeza, como si temiera que volviera a escaparme. La presión era ligera, pero significativa, como un abrazo improvisado que solo Shadow podría dar.

Sonreí, disfrutando de la calidez inusual de ese contacto, y decidí seguir la corriente mientras balanceábamos nuestras manos de un lado a otro, dejándonos llevar por la música.

—¿De dónde sacaban el alcohol para las fiestas? —pregunté, mi voz curiosa y ligera—. ¿Lo traían desde la Tierra o tenían un almacén secreto lleno de cervezas y vino escondido entre los laboratorios?

Shadow movió sus tentáculos en mis manos, manteniendo el ritmo perezoso de la música. Su respuesta llegó tranquila, como si rebuscara entre recuerdos polvorientos:

—Lo producían allí mismo. —Hizo una breve pausa, como si organizara las imágenes en su mente—. Si no me falla la memoria, había una división encargada de un proyecto para cultivar alimentos en el espacio. La mayoría de los vegetales venían de allí.

Parpadeé, sorprendida.

—¿Crecían plantas en la estación espacial? —repetí, como si aún me costara imaginarlo.

Shadow asintió levemente. Sus tentáculos se relajaron, envolviendo mis manos con movimientos lentos, casi pensativos.

—Sí. Tenían un área especial... con temperatura, humedad y luz controladas. Era extraño ver tanto verde rodeado de metal. —Su voz se suavizó, volviéndose casi nostálgica—. Maria y yo solíamos pasar por ahí y mirarlo todo a través del vidrio. No nos dejaban entrar, pero... era bonito. Un pequeño trozo de Tierra flotando en el vacío.

Imaginé a la pequeña Maria, con su cabello rubio y su sonrisa curiosa, pegada al vidrio, con Shadow acompañándola en silencio. El contraste entre la frialdad de la estación y ese oasis de vida me revolvió algo dentro del pecho.

Él me hizo girar otra vez, con una delicadeza inusual. Cuando volví a mirarlo, noté que sus ojos parecían más oscuros, atrapados en esos recuerdos.

Su voz bajó un poco, más grave:

—Trato de concentrarme en los buenos recuerdos... —se detuvo, como si dudara en continuar—. Pero al final... todos ellos murieron durante la redada.

La música siguió sonando, pero para mí, el mundo pareció quedarse en silencio.

Aflojé mis manos, solo un poco, buscando su mirada.

Shadow mantuvo los ojos fijos en algún punto más allá de mí, su expresión cerrada, hermética.

—No es que me importaran mucho —agregó después de un momento, su tono más seco, como si intentara convencerse a sí mismo—. Pero... aún recuerdo sus nombres. Y sus rostros. Cada uno de los científicos del Proyecto Shadow.

Mis dedos apretaron la punta de sus tentáculos, enredándome más, como si pudiera reconfortarlo a través de ese pequeño gesto.

Tomé aire y, en voz baja, le dije:

—Te entiendo... —bajé la mirada un instante, arrastrada por un recuerdo distante—. A veces pienso en los humanos que solía ver casi todos los días antes de la extinción...
Mi vecino que siempre saludaba desde su bicicleta. El panadero que me regalaba pedacitos de pan dulce. El tipo de la florería que insistía en regalarme una rosa cada primavera. Las mujeres de la tienda de ropa, que siempre me decían que cierto vestido me quedaría "perfecto" aunque claramente no era mi talla...

Sonreí, un poco triste.

—No es que fuéramos cercanos ni amigos. Apenas cruzábamos un par de palabras... pero aun así, los recuerdo. Sus voces, sus sonrisas. Como si estuvieran congelados en el tiempo.

Shadow me observó en silencio, sus tentáculos envolviendo mis manos con una calidez nueva, distinta.

—No puedes simplemente... olvidar —murmuró, casi para sí mismo.

Asentí lentamente.

—No. No puedes. —Busqué sus ojos, aferrándome a su mirada—. Pero puedes llevarlos contigo. De una manera diferente.

Un breve destello cruzó sus pupilas, algo que no era tristeza ni rabia. Algo más difícil de nombrar. Quizá aceptación.

Seguimos bailando en silencio por un rato, arrullados por la música y los fantasmas que, de alguna manera, también bailaban a nuestro alrededor.

Pero un golpe seco desde la casa nos hizo detenernos.
Me quedé quieta, con las orejas erguidas, tratando de adivinar qué había sido.

—¿Qué fue eso...? —pregunté, mirando hacia el borde la piscina.

Shadow ladeó un poco la cabeza, atento, antes de responder con calma:

—Están peleando.

Me giré hacia él, desconcertada.

—¿Rouge y Knuckles? —pregunté, frunciendo el ceño.

Él asintió, como si fuera lo más normal del mundo.

—Es parte de su rutina —explicó, moviendo uno de sus tentáculos al ritmo de la música, despreocupado—. Discuten por cualquier tontería, se golpean un poco... y luego tienen sexo de reconciliación.

Abrí la boca, escandalizada, y después solté una risa nerviosa, llevándome una mano a la boca.

—¡No puedo creer que lograran ocultar su relación por dos años enteros! —exclamé.

Shadow soltó un resoplido bajo, una especie de carcajada contenida.

—Yo tampoco entiendo cómo funcionan —dijo—. Golpearse así... yo nunca podría.

Lo miré de reojo, intrigada.

—¿Ni siquiera en una pelea de práctica? —pregunté con curiosidad.

Él movió sus tentáculos entre mis dedos, como pensándolo bien.

—Lo he considerado —admitió, su voz bajando un poco—. Entrenar contigo, enseñarte a pelear mejor... —hizo una pausa, como si pesara cada palabra—. Pero la idea de lastimarte, aunque fuera por accidente... —sus tentáculos se tensaron suavemente en mis manos—. Me destrozaría.

Sentí que algo se apretaba en mi pecho. Solté sus tentáculos despacio y llevé la mano a mi antebrazo, frotándome inconscientemente sobre la tela.

—¿Y qué pasaría si... si me lastimaras de verdad, sin querer? —pregunté en un murmullo, sin atreverme a mirarlo a los ojos.

Shadow bajó la mirada.
Su silencio pesó un instante en el aire, antes de que respondiera, su voz apenas un susurro roto:

—No podría vivir conmigo mismo.

Me quedé quieta, observándolo. La tristeza en sus ojos era tan pura, tan devastadora, que tuve que tragar saliva para deshacer el nudo en mi garganta.
Bajé la vista a mi antebrazo. Los moretones casi habían desaparecido... Un par de días más, y no quedaría ninguna marca de lo que había pasado aquella noche.

Sentí el peso de su mirada sobre mí.

—¿Ocurre algo, Rose? —preguntó Shadow, su tono cauteloso, casi temiendo la respuesta.

Negué suavemente con la cabeza.
Levanté la mano, buscando de nuevo la punta de uno de sus tentáculos, y la acaricié con cuidado.

—Nada... —murmuré—. No te preocupes.

Mire hacia arriba, notando como los colores naranjas del atardecer estaban siendo reemplazos por un azul oscuro. Trayendo consigo el frío típico del otoño. Sentí un escalofrío recorriéndome el cuerpo al cambio brusco de temperatura, y me estremecí ligeramente.

—Deberías entrar a la casa —dijo Shadow, su voz tranquila pero firme—. Está empezando a hacer frío aquí.

Me giré hacia él, abrazándome los brazos por instinto.

—¿Y tú? —pregunté—. ¿No tienes frío?

Shadow negó con la cabeza, como si fuera obvio.

—No te preocupes por mí.

Fruncí el ceño, poco convencida.

—No te quiero dejar solo —dije, clavando mis ojos en los suyos.

Shadow sostuvo mi mirada por un momento más largo de lo normal, como si estuviera buscando las palabras correctas.

—Voy a estar bien, Rose —respondió finalmente, su tono suave—. No quiero que te resfríes.

Puse las manos en mis caderas, inflando las mejillas de leve frustración.

—Me lo dice el enfermo... —repliqué, medio en broma, medio en serio.

Alcé la vista de nuevo hacia el cielo, que era solo un manto oscuro y vacío sobre la gran ciudad, sin estrellas que brillaran.
Luego volví a mirarlo, apretando los labios.

—No te quiero dejar solo —repetí, esta vez en un susurro más sincero.

Shadow se quedó callado unos segundos, como si estuviera considerando mis palabras con más seriedad de la que esperaba.
Finalmente, habló:

—En el cuarto de lavandería, en uno de los closets... Hay una manta gruesa. Tráela.

Sonreí, aliviada, y asentí enseguida.

Shadow acercó uno de sus tentáculos a mi cintura, envolviéndome con facilidad, y me levantó de la piscina con un movimiento delicado, casi cuidadoso, como si yo fuera algo precioso que no quería dañar.

Dejé escapar una pequeña risa sorprendida mientras mis pies tocaban tierra firme, el contraste de la brisa nocturna erizándome la piel.

—Gracias —le dije en voz baja, dándole un pequeño apretón a la punta de su tentáculo antes de soltarlo.

Shadow solo inclinó un poco la cabeza, como si no mereciera agradecimiento alguno.

Entré a la casa por la puerta del garaje, pasando por la cocina hasta llegar a la sala. Fue entonces cuando lo escuché.

Un sonido. Bajo, ahogado al principio... y luego otro, más claro. Un gemido.

Me detuve en seco, con los ojos bien abiertos, como si hubiera pisado una mina.

Otro gemido. Esta vez, acompañado de una risa entrecortada que reconocí al instante: Rouge.

Y luego la respuesta ronca de Knuckles, apagada, jadeante.

Sentí cómo la sangre me subía de golpe al rostro, desde el cuello hasta las orejas, quemándome la piel. Apreté los puños a los costados con fuerza.

¡Chaos, no necesitaba escuchar eso!

Con la cara ardiendo, me apresuré, casi corriendo hacia el pasillo.

¡Manta, manta, manta!, gritaba mi mente en pánico, como si un escudo textil pudiera borrar la escena mental que acababa de implantarse sin permiso.

Crucé la casa como una sombra roja, evitando mirar hacia las escaleras... de donde, por desgracia, aún se oía algo.

Por suerte, la puerta del cuarto de lavandería estaba abierta. Me lancé dentro y la cerré con un golpecito rápido y silencioso.

Respiré hondo, apoyando la espalda contra la puerta. Me sentía como si acabara de escapar de una zona de guerra.

"Todo está bien", me dije mentalmente. "Nada que no puedas olvidar en los próximos diez años."

Sacudí la cabeza, intentando despejar la incomodidad, y encendí la pequeña luz del techo.

El cuarto olía a detergente, suavizante y a telas limpias. Me sentí ligeramente más segura allí, como si la normalidad de ese espacio me envolviera y protegiera de... todo lo demás.

Entonces recordé mi ropa. ¡La ropa!

Corrí hacia la lavadora, la abrí y saqué toda la carga tibia, pasándola a la secadora. Pulsé los botones sin siquiera mirar.

Después, fui directo al primer clóset, empujando un par de cajas hasta que mis manos toparon con lo que buscaba: una manta gruesa, cuidadosamente doblada en un estante.

La saqué con reverencia, como si fuera un objeto sagrado. Era grande, pesada, suave... perfecta para una noche fría..

Misión cumplida.

Apreté la manta contra mi pecho como si fuera un escudo y respiré hondo antes de abrir la puerta del cuarto de lavandería.
Salí despacio al pasillo, manteniéndome pegada a la pared como si eso fuera a volverme invisible.

Pasé por la cocina lo más rápido que me permitieron mis pies, evitando mirar en dirección a las escaleras. Los ruidos se habían calmado un poco... pero prefería no arriesgarme.

Ya en el garaje, di un pequeño trotecito nervioso, deseando llegar cuanto antes al exterior, a la seguridad tranquila de la piscina y de Shadow.
El aire fresco me recibió como un amigo fiel cuando abrí la puerta al patio.

"Sobreviví", pensé con alivio.

Caminé por el jardín, escuchando el crujido de las hojas secas bajo mis botas, hasta llegar al borde de la piscina vacía, donde Shadow seguía esperándome. Sus tentáculos se movían al ritmo de la música que aún sonaba de fondo.

En cuanto me vio aparecer con la manta entre los brazos, su mirada se suavizó, como si la simple imagen bastara para tranquilizarlo.

Me obligué a sonreír y a caminar como si todo estuviera perfectamente normal.

—Aquí está —anuncié, agitando un poco la manta en el aire, como si nada hubiera pasado.

Shadow asintió lentamente, con esa serenidad suya que parecía captar más de lo que decía.

—¿Quieres que elija un disco más tranquilo? —le pregunté, intentando sonar casual.

—Sí —respondió él, en voz baja.

Fui hacia el tocadiscos, apoyado sobre la mesa del jardín. Detuve la música, guardé el disco anterior y rebusqué entre las carátulas hasta encontrar algo más suave. Tras colocar el nuevo disco bajo la aguja, una melodía lenta y serena empezó a flotar en el aire nocturno.

Con la manta sobre mis hombros, regresé al borde de la piscina.

Shadow alzó un par de tentáculos y, con una suavidad casi reverente, me sujetó por la cintura, bajándome hacia el fondo seco de la piscina.

Sin pensarlo, me acomodé sobre él, sentándome entre sus tentáculos, que se movieron para envolverme y darme soporte.

Uno de ellos se deslizó con lentitud sobre mi espalda, envolviéndome junto con la manta.

—¿Todo bien? —preguntó en voz baja, sus ojos rojos fijos en los míos.

—Sí, todo bien —mentí con una sonrisa apretada.

Quizá demasiado rápido.

Shadow ladeó ligeramente la cabeza, estudiándome con paciencia, como si pudiera ver a través de mí... pero no dijo nada más.

Me acomode debajo de la manta y de los tentáculos que me envolvían como un capullo tibio. Me acurruqué un poco más, disfrutando del momento, y alcé la mirada hacia el cielo. No había ni una sola estrella esa noche, solo una vasta negrura, profunda y silenciosa.

Permanecimos así un buen rato, escuchando la música, cada uno inmerso en sus pensamientos, hasta que el sonido del timbre rompió la tranquilidad.

Poco después, escuché el sonido de pasos, y vi a alguien asomarse por el borde de la piscina, su rostro iluminado por las luces del jardín.

La doctora Miller.

Su rostro, normalmente sereno y analítico, mostró una mezcla de sorpresa y temor genuino al ver a Shadow en esa forma mutada.

Dudó un momento en el borde de la piscina, mirándolo como si su mente tratara de procesarlo todo. Luego, con cierta tensión visible en su postura, empezó a bajar lentamente las escaleras de la piscina, paso a paso, hasta llegar a donde estábamos.

Se detuvo a una distancia prudente, y en voz baja, casi temblorosa, dijo:

—Comandante...

La respuesta de Shadow fue inmediata, grave y reconocible, a pesar de la distorsión extraña que su forma actual provocaba en su voz:

—Doctora Miller.

La doctora Miller se acomodó los lentes sobre su nariz larga de topo, dejando escapar un suspiro que no me gustó nada. Sacó una libreta de su bolso, hojeó unas páginas llenas de anotaciones rápidas, y luego habló, con un tono serio pero no alarmista:

—Tras varias pruebas, tanto con tus muestras de sangre como con... —hizo una pausa, buscando palabras más amables— el "jugo misterioso", he llegado a una conclusión preliminar.

Shadow no dijo nada. Sus tentáculos se movieron apenas, tensos, mientras yo me ajustaba mejor la manta, sintiendo que algo importante estaba por venir.

La doctora continuó:

—La razón de tus náuseas... y probablemente de esta transformación... es que tu sistema inmunológico entró en colapso total. Tu cuerpo absorbió tejido de Black Arms—explicó, con un dejo de pesar en la voz—. Y aunque tú tienes ADN de Black Arms de nacimiento, la forma en que fuiste creado, como un híbrido controlado en laboratorio, hizo que tu organismo nunca estuviera preparado para recibir tejido crudo, no procesado, directamente de ellos.

La escuchábamos en silencio, perplejos ante la información.

—El tejido contaminado comenzó a fusionarse de manera incontrolable con tus células. Tu sistema inmunológico, incapaz de reconocerlo como propio ni rechazarlo como extraño, colapsó. Eso abrió paso a mutaciones... como esta —dijo, señalando con un gesto leve el cuerpo alterado de Shadow.

Sentí cómo uno de los tentáculos se enroscaba más cerca de mí, como si buscara un ancla.

—¿Puedes curarlo? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

La doctora Miller se ajustó de nuevo los lentes sobre su nariz y negó despacio.

—No puedo curarlo —dijo finalmente—. Esto está fuera de mi control. Al menos, por ahora. Necesitaría estudiarlo a fondo, pero eso podría llevarme meses.

Sentí que el corazón me caía al estómago. Me removí incómoda bajo la manta, abrazándola más fuerte contra mí. No me gustaba esa respuesta... no me gustaba nada.

La doctora, sin mirarnos, añadió en tono más formal:

—Así que, por el momento, solo queda esperar. Esperar si su organismo es capaz de revertir la mutación por sí mismo.

No pude evitar morderme el labio. ¿Esperar? ¿Solo eso?

—Si me disculpa, Comandante —dijo entonces la doctora, inclinando ligeramente la cabeza.

Sin esperar respuesta, se acercó a uno de los tentáculos de Shadow, sacando una pequeña linterna y un par de instrumentos del bolso. Con movimientos rápidos y expertos, empezó a palpar, medir y examinar la textura y respuesta de la piel viscosa. Luego se movió a otros tentáculos, luego al torso, y finalmente a su rostro.

Se detuvo frente a sus ojos, iluminándolos con cuidado.

—Comandante —preguntó, con el ceño fruncido—, ¿dónde está la Esmeralda Chaos?

Me sobresalté.

—¡Es cierto! —exclamé, enderezándome bajo la manta—. Siempre la llevas entre las púas... ¿Dónde está?

Shadow parpadeó despacio. Entonces, justo entre sus ojos, noté cómo una delgada línea en su piel se abría, apenas un movimiento sutil. Como una flor oscura abriéndose en la penumbra, su carne se separó con cuidado, revelando algo brillante en el interior. La Esmeralda Chaos. Incrustada en un hueco perfectamente formado entre tejidos húmedos y relucientes, pulsaba con un verde puro, sereno, intacto.

—Aquí está —dijo él, con su voz grave, aunque tranquila.

La doctora se inclinó con un brillo de fascinación en los ojos, tomando notas rápidas en su libreta mientras murmuraba observaciones en voz baja. Luego siguió con el examen, meticulosa, recorriendo el cuerpo de Shadow con sus pequeños instrumentos, escáneres portátiles, pinzas finas y tubos de muestra. Tomó varias muestras del tejido de los tentáculos y las guardó en frascos rotulados, como si recogiera evidencia de un fenómeno natural único.

Yo no podía dejar de observarlo. Shadow estaba increíblemente quieto. Se dejaba revisar sin resistencia, sin una palabra de queja, como si confiara plenamente en ella.

Cuando la doctora terminó de tomar notas, se acomodó los lentes con un gesto automático y dijo con suavidad:

—Comandante, necesito que abra la boca.

Los tentáculos que me envolvían se movieron levemente, como si él también se preparara. Levantando un par de tentáculos, su boca se reveló con claridad: grande, bien definida, con una doble fila de dientes relucientes que brillaban bajo la tenue luz del jardín.

La doctora se acercó con cautela, como quien se aproxima a una criatura poderosa pero calmada. Con rapidez, tomó una muestra de saliva con un hisopo, luego encendió una linterna médica para examinarle el interior, sin tocar directamente.

—Veo que comió recientemente —comentó con alivio.

Yo sonreí desde mi rincón entre la manta y los tentáculos, recostándome un poco más contra su calor.

—Pizza. Tenía mucha hambre.

La doctora asintió y apagó la linterna.

—Eso es bueno. Significa que su organismo aún responde bien a comida común.

Con una precisión silenciosa, comenzó a guardar cada muestra, cada herramienta, asegurándose de que todo estuviera en orden dentro de su maletín negro. Cerró la tapa con un suave "clic", y se enderezó.

—Voy a regresar al laboratorio para analizar todo esto —dijo mientras se ajustaba los lentes otra vez.

Me acomodé bajo la manta, sintiendo el peso del cansancio sobre los hombros, pero también una gratitud profunda. La miré con sinceridad.

—Doctora... gracias. Gracias por no alterarse y por revisarlo sin dudar. No cualquiera hubiera tenido el valor.

Ella me miró de reojo, y respondió con una sonrisa serena:

—Es mi trabajo. Además... desde que soy su doctora, he aprendido a aceptar lo bizarro.

Me reí suavemente. Acaricié uno de los costados de Shadow con delicadeza, sintiendo cómo su piel palpitaba muy levemente bajo mi mano.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté en voz baja, buscando su mirada.

—Normal —respondió él, su tono plano, como siempre. Luego, con un leve movimiento de los ojos hacia el cielo negro, añadió—: Veo que la examinación terminó.

Me deslicé un poco más cerca de él, y en un susurro, murmuré:

—¿En qué estabas pensando?

Shadow fijó la vista en el cielo, sin una sola estrella visible, y respondió:

—En nada. —Hizo una pausa breve—. Así suele ser.

La doctora Miller tomó su maletín y se volvió hacia él con una mirada determinada.

—Comandante, voy a buscar una solución a su condición.

Shadow asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Gracias.

—Nos vemos —dijo ella, antes de girarse con pasos seguros.

—Déjame acompañarte —le dije. Luego, girándome hacia Shadow, añadí en voz baja—: Ahora vuelvo.

Él movió lentamente sus tentáculos, dándome espacio para bajar. Ascendí las escaleras de la piscina junto a la doctora, de regreso a la casa. Entramos, y el aire cálido nos envolvió de inmediato. Rouge estaba en el sillón de la sala, su pelaje desordenado, recostada con un vaso de vino en la mano, mirando distraídamente la televisión encendida..

—Hey —nos saludó al vernos entrar, con una media sonrisa cansada—. ¿Quieren una copa de vino?

—Sí, por favor —respondió de inmediato la doctora Miller, sin dudarlo.

—Sí... poquitito —añadí yo, sintiendo de pronto el cansancio en mis hombros.

Rouge se levantó con calma del sillón, se estiró un poco y fue hasta el pequeño mueble junto a la cocina. Sacó un par de copas y volvió con nosotras. Tomó la botella de vino tinto de la mesa de centro, sirvió con cuidado y nos entregó una copa a cada una.

La doctora tomó un sorbo y dejó escapar un suspiro leve, como si con ese gesto se sacudiera parte del peso de la noche.

Yo miré el líquido rojo en mi copa, dándole vueltas con los dedos, antes de romper el silencio.
—¿Has sido su doctora desde hace cuatro años, verdad? —pregunté con tono curioso, buscando conversación mientras el vino brillaba suavemente con la luz de la lámpara.

La doctora Miller asintió, girando su copa lentamente, como si también le diera vueltas a un recuerdo.
—Así es. Desde que me uní a Neo G.U.N.

—¿Esperabas trabajar como médico general... o te asignaron directamente a él? —pregunté, cada vez más intrigada.

Ella se tomó un momento, pensativa, antes de responder:
—No fue una asignación al azar. En realidad, me buscaron a propósito. —Hizo una pausa, luego añadió con serenidad profesional—. Mi especialidad es en Bioingeniería Celular y Genética Avanzada... y sabían que necesitaban a alguien con experiencia en fisiología no convencional. Me dijeron desde el primer día que estaría a cargo del Comandante y tuve que estudiar todo su historial médico.

Sus palabras cargaban una mezcla de respeto, responsabilidad y... fascinación científica contenida. Yo asentí suavemente, impresionada.

Rouge cruzó las piernas con elegancia, jugueteando con el tallo de su copa.

—¿Te dieron acceso a las notas del Proyecto Shadow?

—Sí —dijo la doctora, ahora mirando a ambas—. Encontramos un diario y varias notas originales del Dr. Gerald Robotnik en una caja fuerte en uno de los laboratorios del viejo G.U.N. —Frunció el ceño ligeramente, como si recordara lo frustrante que había sido—. La mayoría de los documentos estaban muy dañados. Páginas arrancadas, otras ilegibles... apenas pudimos rescatar fragmentos útiles.

—Imagino que no fue fácil entenderlo todo —murmuré, tomando un sorbo de vino.

La doctora dejó escapar una risa seca.

—"Confuso" sería quedarme corta. —Luego bajó la voz, como si compartiera un secreto incómodo—. La ciencia detrás del Comandante es tan avanzada y... desordenada, que a veces parece un milagro que esté vivo.

Rouge alzó las cejas, como si aquello no le sorprendiera. Yo me abracé más a la manta, escuchando con el corazón apretado.

—Pero aparte de las notas originales —continuó la doctora—, también encontramos muchos estudios posteriores realizados por G.U.N.: radiografías, muestras de sangre, análisis de tejido, evaluaciones físicas, estudios de la energía Chaos... —Sacudió la cabeza, incrédula—. Me tomó mucho tiempo descifrarlo todo, entender cómo su cuerpo realmente funciona.

—¿Y ahora? —preguntó Rouge, dándole un sorbo pausado a su vino.

La doctora se acomodó los lentes con dos dedos.

—Gracias a nuestro pequeño proyecto de regeneración y al análisis profundo de su sangre en los últimos años, puedo decir que... —hizo una pausa, como eligiendo bien sus palabras— ya empiezo a comprender su fisiología a un nivel mucho más detallado.

Yo jugueteaba con el borde de la copa, pensativa.

—Debe confiar mucho en ti para dejarte analizarlo así...

La doctora sonrió apenas.

—En parte sí, confía en mí —admitió—. Pero en otra parte... —se detuvo un momento— siempre se ha quedado quieto. Desde el primer día.

Rouge ladeó la cabeza.

—Sé a qué te refieres...

—Imagínense —dijo, esbozando una sonrisa—:el Comandante, el mismo que me hizo pasar cuatro meses de entrenamiento infernal, sentado en la camilla de mi consultorio... completamente inmóvil. Como un maniquí. Sin que yo siquiera se lo pidiera.

Sonreí, un poco divertida ante la imagen tan surreal.

—Con el tiempo me di cuenta... —añadió ella— que no era sólo obediencia o paciencia. Era algo más profundo. Una reacción automática.

—¿Condicionamiento? —sugirió Rouge, ahora seria.

—Sí. Su mente lo asocia con su tiempo en la estación espacial ARK —explicó la doctora—. Allá arriba, durante su creación y crecimiento, debió pasar por innumerables pruebas médicas, estudios, experimentos... una rutina constante. Pinchazos, escáneres, mediciones... día tras día.

Yo bajé la vista, tomando otro sorbo de vino, dejando que el sabor aliviara un poco la incomodidad que estaba sintiendo.

—Su cuerpo aprendió a quedarse quieto —dijo ella en voz baja—. No porque quiera... sino porque fue entrenado para ello. Como un reflejo condicionado. Una respuesta grabada muy dentro de él.

Sentí un nudo pequeño en la garganta al imaginarlo: un erizo solitario, creado en un laboratorio, aprendiendo que debía quedarse inmóvil mientras científicos analizaban cada aspecto de su existencia.

—Recuerdo que las primeras veces —añadió la doctora, con una voz más suave—, intenté decírselo. Le dije: "Comandante, puede moverse si quiere, no necesita quedarse quieto". Incluso bromeé un par de veces, intentando que se relajara. —Sacudió la cabeza con una sonrisa triste— Pero él... simplemente no podía. Era como si su cuerpo no le obedeciera.

—Eso explica por qué hay tantos estudios hechos por GUN... —murmuré—. Shadow no se dejaría analizar así, no por voluntad propia.

Me quedé pensando, Shadow siempre había sido orgulloso, distante y desconfiado... Pensar que los científicos de GUN lo habían examinado me parecía ridículo.

—Rouge... —empecé, girando para verla—. ¿Tú sabías que... le hacían análisis y experimentos a Shadow en GUN?

Rouge desvió la mirada hacia su copa de vino. Bebió un trago antes de responder, con una incomodidad visible en su postura.

—Sí... —admitió en voz baja—. Cuando estábamos en espera, en la base, a veces un científico venía a buscarlo. Querían llevárselo al laboratorio.

Apreté la copa de vino con fuerza entre mis dedos, sintiendo cómo mi pecho se apretaba.

—¿Y él...? —intenté preguntar, pero mi voz se quebró un poco.

Rouge suspiró, jugando con su copa.

—La primera vez, un soldado intentó darle la orden. Shadow casi lo deja sin cabeza —dijo, con una sonrisa amarga—. Pero después... cuando un científico, alguien de bata blanca, se presentó... Shadow simplemente lo siguió. Sin decir nada. Como si fuera algo... automático.

Se quedó callada, mirando fijamente el reflejo del vino.

—Fue tan bizarro —murmuró—. Tan... triste.

El silencio cayó entre nosotras, pesado, como una manta que nadie quería levantar.

—Debió ser muy... incómodo. —dije con suavidad.

Rouge soltó una risa seca, casi sin humor.

—No era fácil verlo así —admitió—. Shadow siempre ha sido fuerte, orgulloso... Pero en esos momentos, parecía un objeto. Era como si algo dentro de él se apagara.

Miré hacia la cocina, hacia la puerta que daba al garaje, donde más allá estaba el jardín. Allá abajo, en la oscuridad de la piscina, sabía que Shadow estaba esperándome.

—¿Él sabe que ustedes se daban cuenta? —pregunté, casi en un susurro.

Rouge sonrió levemente, pero no era una sonrisa feliz.

—Creo que sí —dijo—. Shadow siempre sabe más de lo que aparenta. Pero nunca habló de eso. Ni una sola palabra.

La doctora asintió.

—El Comandante siempre ha sido reservado... Ya me imaginaba que su situación en GUN era así. Su cuerpo respondía inconscientemente ante las batas blancas y se dejaba examinar...

Guardó silencio un segundo, y luego su voz se tornó más amarga.

—Y GUN, claro, aprovechó eso al máximo. Nunca entendieron realmente a quién tenían frente a ellos. Solo vieron un arma obediente, lista para ser estudiada y usada.

La sala se quedó en silencio unos segundos. Solo el tintineo suave del vino en nuestras copas nos mantenía ancladas al presente. Pensé en Shadow, en la forma en que a veces su mirada se volvía tan distante. Como si reviviera otra vida que nadie podía tocar.

La doctora Miller se incorporó con suavidad, dejando su copa vacía sobre la mesa de centro con un gesto tranquilo mientras buscaba su maletín.

—Ya es hora de que me vaya —dijo, con una sonrisa amable—. Gracias por la copa de vino... y la charla.

Se levantó del sofá, se ajustó el abrigo con movimientos pausados y tomó su maletín. Me levanté también, casi por reflejo, y caminé con ella hasta la puerta principal. La abrí en silencio.

—Buenas noches, doctora Miller —murmuré.

—Buenas noches, Amy. Rouge —respondió con un leve gesto de cabeza.

Luego cruzó el umbral y descendió los escalones con paso firme, hasta llegar a la acera. Un auto oscuro la esperaba encendido al borde del camino. La vi subir al asiento del pasajero. Un segundo después, el vehículo se alejó por la carretera silenciosa, perdiéndose en la penumbra.

Cerré la puerta con suavidad, como si no quisiera romper la calma del momento. Volví al sofá y me dejé caer con un suspiro, envolviéndome de nuevo en la manta. La casa volvió a llenarse del suave murmullo del televisor, y del silencio cómodo que deja una conversación difícil pero necesaria.

Luego, impulsada por la curiosidad, pregunté:

—¿Y Knuckles? ¿Dónde está?

—Se fue a casa —respondió Rouge—. A Angel Island. Aunque Tails reprogramó al Metal Knuckles para que vigile la Esmeralda Maestra cuando él no está, no le gusta pasar mucho tiempo lejos.

Me incliné un poco hacia ella, con una sonrisa curiosa.

—¿Y cuándo empezaron ustedes a salir?

Rouge desvió la mirada, pensativa. El brillo burlón que solía tener en los ojos se había suavizado, como si rebuscara entre recuerdos más dulces de lo que esperaba.

—Después de que los humanos desaparecieron, y Shadow se fue de viaje, me quedé sola con Omega... y bueno, era muy aburrido.

Hizo una pausa, bebiendo otro sorbo de su vino.

—Omega es excelente compañero de piso si disfrutas conversaciones sobre armamento y destrucción estratégica. Pero no es precisamente cálido. Así que, cada tanto, volaba a Angel Island. Iba a molestar a Knuckie —dijo con una leve risa—. Le robaba frutas, lo retaba a duelos que sabía que iba a perder, le escondía el sombrero cuando dormía...

Levantó la vista, y había una chispa juguetona en sus ojos ahora.

—Era divertido, ¿sabes? Él se enojaba fácil, pero nunca me echaba. Siempre terminábamos sentados en alguna roca, mirando el atardecer, discutiendo cualquier cosa... o en silencio. Supongo que ya estábamos construyendo algo sin saberlo.

—¿Y cuándo se dieron cuenta? —pregunté en voz baja, intrigada.

Rouge suspiró, su sonrisa volviéndose más suave.

—Durante la Noche de los Dos Ojos de hace dos años. Durante la hoguera de la estatua de paja de Amdruth... Yo acababa de hacer un comentario tonto, y él me miró... con esa cara tan seria suya, pero había algo distinto. Me tomó la mano. No dijo nada cursi, ni hizo una declaración dramática. Solo... me sostuvo la mano. Como si fuera lo más natural del mundo.

Sus ojos brillaban, y por un segundo, parecía más joven, más abierta.

—Desde entonces, ha sido lento, pero constante. A su ritmo. Knuckles no es de palabras bonitas, pero es firme. Cuando decide cuidar de alguien, lo hace con todo lo que tiene.

La miré en silencio, sintiendo que, por primera vez, estaba viendo a Rouge sin sus capas de sarcasmo y coquetería. Solo una mujer que había encontrado algo inesperado... y verdadero.

—Se nota que lo quieres —le dije, sincera.

Ella desvió la mirada, fingiendo no haber escuchado. Pero la forma en que se acomodó en el sillón, el leve sonrojo en sus mejillas, lo decía todo, como si de pronto se sintiera demasiado expuesta. Luego, con una pequeña sonrisa avergonzada, murmuró:

—Deberías volver con Shadow. Debe estarse sintiendo todo solito sin ti.

Su tono tenía una mezcla de cariño y burla ligera, pero también un dejo de sinceridad que me hizo sonreír.

Asentí, ajustándome la manta alrededor de los hombros mientras me incorporaba.

—Buenas noches, Rouge.

Ella levantó su copa apenas, en un gesto perezoso, pero afectuoso.

—Buenas noches, Amy.

Le dediqué una sonrisa agradecida y, sin decir más, me encaminé de regreso a la piscina, hacia Shadow. Tras pasar por el garaje y el jardín, me detuve en el borde de la piscina, abrazando la manta contra mi cuerpo, y esperé.

En la calma de la noche, vi los tentáculos de Shadow deslizarse hacia mí, envolviéndose con cuidado alrededor de mi cintura y piernas para bajarme suavemente hasta su cuerpo. Me acomodé entre ellos, dejándome abrazar por su calidez, protegiéndome aún más bajo la manta.

Durante un momento solo se escuchó la música tranquila que provenía del tocadiscos. Entonces, escuché su voz, baja, ronca, casi un susurro:

—Gracias... por quedarte conmigo.

Sonreí, acurrucándome más cerca de él.

—Siempre —le respondí, con toda la sinceridad de mi alma.

Sentí un leve apretón, como si sus tentáculos buscaran abrazarme más.

—Gracias... —dijo de nuevo— por no tenerme miedo.

Me aparté apenas un poco para mirarlo, aunque solo veía parte de su forma en la penumbra.

—Eres Shadow —dije con suavidad—. No importa cómo te veas.

Hubo un silencio cargado de emoción. Sentí que sus tentáculos se movían apenas, temblando como si aquellas palabras hubieran atravesado las defensas más profundas de su corazón.

Me acurruqué de nuevo contra él, cerrando los ojos, dispuesta a quedarme así el tiempo que hiciera falta, eventualmente quedándome dormida entre el calor de su enorme cuerpo, envuelta en la manta y su abrazo de tentáculos.

No sé cuánto tiempo pasó, pero unas voces suaves me despertaron.

Parpadeé, adormilada, y miré hacia el borde de la piscina. Allí, de pie, vi a dos niños: un pequeño lobo y un venado.

¿Estaba soñando...?

El niño lobo se veía preocupado, mirándome y luego a Shadow.

—Deberíamos ayudar a nuestro amigo —dijo, con la voz cargada de ansiedad.

El venado dudó, moviendo sus orejas hacia atrás.

—No lo sé... No está bajo nuestro poder —respondió con tristeza.

El lobo apretó los puños.

—Sigue siendo Mobian... Algo podemos hacer, hermano.

El venado se quedó callado un momento, pensativo, y finalmente asintió.

—Podemos intentarlo.

Entonces, ante mis ojos, sus pequeños cuerpos comenzaron a fusionarse.

Una sombra densa, oscura, surgió de ellos, creciendo, deformándose, estirándose, hasta formar una criatura alta e imponente. Dos cabezas —una de lobo y una de venado— surgieron de sus hombros, y cada una tenía un ojo brillante color carmesí.

La criatura, envuelta en pura oscuridad, empezó a moverse, acercándose a nosotros con una velocidad antinatural.

Un rugido profundo estremeció todo a mi alrededor. Me desperté de golpe, con el corazón desbocado.

Me incorporé jadeando, justo a tiempo para escuchar los gruñidos ahogados de dolor de Shadow. Debajo de mí, su cuerpo se agitaba violentamente, sus tentáculos sacudiéndose de forma errática.

Antes de que pudiera reaccionar, uno de sus tentáculos me envolvió por la cintura y me lanzó fuera de la piscina con un movimiento brusco y desesperado.

Caí de lado, raspándome un poco en el césped frío, pero me incorporé enseguida, aturdida.

—¡Shadow! —grité, aterrada.

Me arrastre rápidamente al borde de la piscina, con el corazón desbocado por lo que estaba presenciando.

Shadow se revolvía en el fondo vacío de la piscina, su cuerpo sacudido por espasmos violentos. Su piel se tensaba, se ondulaba como si algo dentro de él estuviera intentando desgarrarlo desde dentro.

Sus tentáculos se retorcían erráticamente, golpeando el concreto con fuerza, dejando marcas profundas. El sonido era un eco gutural y áspero, mezclado con gruñidos de dolor que parecían salir de lo más profundo de su pecho.

Yo solo podía mirar, paralizada por el horror, mis manos apretadas contra mi boca.

Vi cómo, lentamente, su cuerpo empezaba a cambiar.

Las membranas negras que cubrían su piel comenzaron a desgarrarse, como si se estuvieran desprendiendo capa por capa. No era una simple transformación: era como si su propia carne se rebelara contra la forma monstruosa que había adoptado.

Primero los tentáculos empezaron a retroceder, temblando, hundiéndose en su cuerpo con movimientos espasmódicos. Después, su silueta entera comenzó a comprimirse, a encogerse, como si se replegara sobre sí mismo.

Su pelaje, que había adquirido un tono más oscuro y desordenado, poco a poco recuperaba el brillo pulido y las tonalidades rojas características de su cuerpo.

Escuché un crujido espantoso —como huesos recolocándose— y vi sus piernas temblar violentamente antes de doblarse, mientras sus brazos volvían a adoptar proporciones normales, más delgadas, más propias de él.

Shadow gritó. Un grito de dolor desgarrador.

Me arrodillé en el borde, queriendo bajar, queriendo ayudarlo, pero incapaz de moverme, con el corazón encogido de impotencia.

Finalmente, tras varios minutos de agonía, la masa oscura se desprendió completamente de su cuerpo como humo denso, disipándose en el aire frío de otoño.

Shadow quedó tendido en el fondo de la piscina vacía, jadeando, su cuerpo temblando de agotamiento. Era él otra vez. Más delgado, con su forma habitual, respirando con dificultad.

Me levanté tambaleándome, acercándome al borde, las lágrimas nublando mi visión. Sin pensarlo, salté dentro de la piscina vacía. Sentí el impacto en mis piernas, pero el miedo me impulsaba más que cualquier dolor.

Corrí hacia él. Shadow yacía en el suelo de concreto, su cuerpo rígido, temblando débilmente.

—¡Shadow! —grité, mi voz quebrándose.

Me arrodillé junto a él y, con sumo cuidado, lo tomé en mis brazos. Estaba ardiendo de fiebre, su respiración era entrecortada, casi desesperada. Su pelaje, aunque regresado a su forma normal, estaba erizado por el esfuerzo.

—Ya pasó... Ya pasó... Estoy aquí... —susurré cerca de su oído, abrazándolo como si pudiera protegerlo del mismo dolor que lo había destrozado.

Sentí el calor abrasador que emanaba de su cuerpo, sus músculos tensos bajo su pelaje recuperado. Apenas podía mantenerse consciente.

Escuché una puerta abrirse de golpe y pasos rápidos corriendo por el césped. Alcé la mirada apenas un instante y vi la figura de Rouge asomarse.

—¡¿Amy?! ¡¿Qué ocurrió?! —gritó desde el borde de la piscina.

—¡Ayúdame! ¡Está muy mal! —le grité de vuelta, sujetándolo con más fuerza.

Sin pensarlo, Rouge extendió sus alas y voló hacia nosotras. Bajó rápido, sin preocuparse por su aterrizaje, aterrizando con fuerza junto a mí.

—Aguanta —dijo apresuradamente. Se agachó a mi lado, evaluando la situación con un vistazo rápido.

Antes de que pudiera decir algo más, sentí sus manos firmes rodearme por la cintura.

—Sujétalo bien —me ordenó—. Yo te sacaré de aquí.

Asentí, apretando a Shadow contra mi pecho.

Con un fuerte aleteo, Rouge nos levantó del suelo. Yo sostuve a Shadow con todas mis fuerzas mientras Rouge nos elevaba apenas lo suficiente para salir de la piscina.

Apenas sentí que mis pies tocaron tierra, me arrodillé aún abrazando a Shadow. Él se quejaba en voz baja, su rostro crispado de dolor.

—Ya está, ya está... —susurré, acariciándole la cabeza con ternura—. Estoy contigo...

Rouge se arrodilló a mi lado, sin aliento, observándolo con una preocupación imposible de disimular.

—Tenemos que llevarlo adentro —dijo con voz grave—. No puede quedarse aquí.

Shadow abrió los ojos apenas una fracción de segundo. Buscó mi rostro y, con un hilo de voz que casi no era suyo, susurró:

—Rose...

Se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Shhh, tranquilo... No hables... Estás a salvo... —le aseguré, besando suavemente su frente.

Rouge colocó una mano sobre mi hombro.

—Vamos. —murmuró con determinación.

Con Shadow entre mis brazos, Rouge y yo avanzamos hacia la casa lo más rápido que podíamos. Subimos las escaleras con cuidado, y nos dirigimos directo a su habitación.

Con la mayor delicadeza, lo acosté sobre la cama. Sentí cómo su cuerpo se relajaba apenas rozó el colchón, como si hubiera estado esperando ese momento para soltar todo el dolor que aguantaba.

Rouge, sin decir palabra, se apartó en silencio para darnos algo de espacio.

Me arrodillé junto al borde de la cama, acomodando las sábanas sobre su cuerpo para cubrirlo, con gestos suaves y atentos. Su respiración seguía agitada, pero ya no se retorcía como antes.

Tomé su mano entre las mías, acariciándola con ternura.

—Estás bien... —le susurré—. Estoy aquí.

Observé cómo, poco a poco, su pelaje y su energía parecían estabilizarse. Su cuerpo, que hacía poco era una maraña de tentáculos y sombras, comenzaba a verse nuevamente como el de siempre. Su respiración se fue haciendo más profunda y regular.

Me quedé sentada en el borde de la cama, sin apartar la vista de él ni por un segundo, escuchando cada exhalación, cada pequeño movimiento.

Era como verlo regresar a casa.

Rouge apoyó el hombro contra el marco de la puerta, cruzada de brazos, vigilando en silencio. No dijo nada, pero su expresión, seria y protectora, decía suficiente: estaba lista para intervenir si algo salía mal.

Pasaron minutos que se sintieron eternos. El cuarto estaba en silencio, apenas interrumpido por el murmullo lejano del viento contra las ventanas. Yo seguía sentada junto a él, sin soltarle la mano, acariciándola con lentitud.

Entonces, lo noté.

Un leve movimiento de sus dedos.

Al principio pensé que lo había imaginado, pero luego sentí cómo sus dedos se cerraban, débiles, alrededor de los míos. Alcé la mirada rápidamente hacia su rostro. Su ceño se fruncía levemente, como si luchara por salir de un sueño profundo.

—Shadow... —susurré con cuidado, inclinándome un poco sobre él.

Sus párpados temblaron, y con esfuerzo, comenzó a abrir los ojos. Solo un poco. Sus pupilas tardaron en enfocarse, dilatadas por la oscuridad de lo que fuera que acababa de atravesar. Pero cuando finalmente me vio, sus ojos se suavizaron, y una exhalación temblorosa escapó de sus labios.

—R... Rose... —murmuró, su voz ronca, como si no hubiera hablado en días.

Mi corazón dio un vuelco. Acaricié su mejilla con la yema de los dedos, sin poder evitar que una lágrima se deslizara por mi rostro.

—Aquí estoy...

Shadow parpadeó lentamente. Sus músculos parecían aún tensos, como si no terminaran de creer que todo había terminado. Pero no se apartó de mi tacto. Al contrario, ladeó apenas el rostro hacia mi mano, como buscando más calor.

—Tuve un sueño extraño —susurró, su voz apenas un murmullo entrecortado por la sequedad de su garganta.

Lo miré, con el corazón encogido.

—¿Un sueño? —pregunté con suavidad, acariciando su mejilla.

—Usualmente no recuerdo mis sueños... pero este lo recuerdo —respondió, con la mirada aún perdida en algún punto entre la realidad y la memoria.

Me incliné un poco más y dejé que mis dedos se deslizaran hacia su cabeza, acariciándolo con ternura.

—¿Y qué soñaste?

Con esfuerzo, se incorporó y apoyó la espalda contra el respaldar de madera de la cama. Sus movimientos eran lentos, cargados de agotamiento.

—Estaba en el ARK —dijo, su voz rasposa pero firme—. Jugando a la casita con Maria, como solíamos hacer cuando ella era más pequeña... pero no estábamos solos. Estaban esos niños que conocimos en el parque hace unos días. Era... extraño. Muy real.

Una corriente helada me recorrió la espalda. Porque yo también había soñado con esos niños. Nada más que el mío fue más aterrador. Me acomodé a su lado, sintiendo esa punzada en el pecho que no sabía si era miedo o una conexión más profunda.

—¿Cómo te sientes? —pregunté en voz baja, buscando su mano y acariciándola con cuidado.

Shadow soltó un pequeño suspiro antes de responder:

—Me duele todo el cuerpo... pero estoy bien.

Apreté su mano con fuerza, como si así pudiera anclarlo más al mundo. Ahí estaba. Mi Shadow. El erizo de pelaje negro, de ojos profundos e intensos, con su respiración ahora tranquila. No quedaba rastro de la criatura extraña y aterradora que había sostenido horas antes en brazos.

—Gracias... por cuidar de mí —murmuró, su voz sincera, cargada de algo que me hizo arder el pecho.

Le sonreí, sintiendo las lágrimas amontonarse de nuevo en mis ojos.

—De nada —le respondí, intentando sonar liviana—. La verdad, temía que ibas a quedarte como un pulpo gigante para siempre... y que íbamos a tener que salir en citas así.

Shadow soltó una risa baja. Ese sonido grave, tan raro y precioso, que siempre lograba erizarme la piel.

—¿Te lo imaginas? —bromeó—. Caminando contigo por el parque... yo en forma de monstruo gigante... espantando a todos los niños...

—¡Tendríamos que buscar restaurantes con techos muy altos! —añadí, sonriendo a través del nudo en mi garganta.

Fue entonces cuando oí pasos suaves acercándose. Rouge apareció junto a la cama, su mirada relajada, pero los ojos brillando con alivio.

—Es bueno verte de vuelta, guapo —dijo con una sonrisa ladeada, cruzándose de brazos—. ¿Cómo se siente enfermarse por primera vez?

Shadow resopló levemente, dejando caer la cabeza contra el respaldar.

—Doloroso —respondió con honestidad.

Rouge soltó una risa nasal.

—Por lo menos solo duró un día. He visto resfriados más persistentes.

Nos miramos los tres, y por primera vez en muchas horas, sentí que podíamos respirar.

Que todo estaba, por fin, volviendo a la normalidad.

Chapter 35: Tarot

Notes:

Este capitulo incluse temas sensibles como suicidio. Y también tiene una escena de Smut al final.

Chapter Text

Ahora que Shadow había vuelto a la normalidad, lo primero que hice fue meter mi mano en el bolsillo de la chaqueta buscando mi celular. Lo desbloqueé y busqué el número de la doctora Miller entre las últimas llamadas recibidas. Al encontrarlo, marqué de inmediato.

Contestó casi al segundo.

—¿Amy? ¿Cómo está el Comandante? ¿Ha habido algún cambio?

—Pues sí... volvió a la normalidad —le dije, todavía con la voz baja

—¿¡Qué?! ¿Es un erizo nuevamente? ¿Tan pronto?

—Sí —dije, echando un vistazo a Shadow, que estaba recostado contra el respaldar de la cama— A mí también me sorprendió.

—¿Cuáles son sus síntomas? —preguntó ella con tono médico— ¿Tiene fiebre, siente alguna incomodidad o algo inusual?

Me giré hacia él, apoyándome ligeramente sobre un mano en el colchón mientras lo observaba.

—La doctora quiere saber cómo te sientes —le dije, pasándole mi celular.

Shadow lo tomó y se lo llevó al oído con naturalidad, aunque sus movimientos aún se veían pesados, como si el cuerpo apenas estuviera recordando cómo funcionar.

—Comandante Shadow al habla —dijo con voz firme, aunque algo más grave de lo habitual.

No pude oír lo que ella le decía, pero él respondió con brevedad, como siempre:

—No, solo dolor muscular... No, mi energía Chaos está a un nivel normal... No lo creo... Sí, nos vemos mañana.

Sin decir más, colgó y me devolvió el celular sin decir mucho.

Entonces, con movimientos lentos pero decididos, se incorporó en la cama, apoyándose sobre un brazo antes de ponerse de pie. Apenas noté el gesto, me giré hacia él de inmediato.

—¿Adónde vas? —pregunté, mirándolo con el ceño fruncido.

—A limpiar —dijo simplemente, ya caminando hacia la puerta.

Me levanté de golpe y lo sujeté del brazo antes de que pudiera dar otro paso.

—¿Cómo que a limpiar? ¡Shadow, estuviste enfermo todo el día! Tienes que descansar, no puedes ponerte a hacer eso ahora.

Él apenas giró la cabeza para mirarme, con esa expresión que mezclaba molestia, tensión… y culpa..

—No puedo descansar sabiendo que el baño está hecho un desastre… y ese olor todavía está impregnado en toda la casa —murmuró, evitando mi mirada.

—Ay por favor... —bufé, apretando un poco más su brazo— Shadow, tienes que priorizar tu salud. No estás bien del todo.

Desde la cama, Rouge se acomodó el cabello y nos miró con una ceja levantada.

—Amy tiene razón, guapo. Vuelve a la cama. Tu única obligación ahora mismo es descansar.

Shadow apretó la mandíbula y desvió la vista hacia la puerta abierta, como si pudiera ignorarnos si no nos miraba. Dio un paso, pero yo planté bien los pies en el suelo y no lo solté. Él tiraba hacia afuera, yo lo sostenía con fuerza.

—No pienso dejarte limpiar nada —dije, firme— Yo lo puedo hacer por ti.

—No vas a limpiar con ese vestido puesto —replicó él, bajando la mirada hacia mi ropa con desaprobación.

—Puedo ponerme mi ropa seca, no pasa nada.

—No. Es mi vómito, mis fluidos. Yo me encargo —insistió con voz terca, esa que usaba cuando ya no escuchaba razones.

—¡Shadow! ¡Estás enfermo, estás débil! ¡No podés simplemente ignorar eso porque no te gusta cómo huele el baño!

El tira y afloja se volvió casi ridículo, con ambos tensando los brazos como si uno de los dos pudiera ganar por pura fuerza de voluntad. Entonces, Rouge dejó escapar un suspiro exagerado y se cruzó de brazos.

—¿Pueden pasar ustedes dos? —dijo, seria— Amy, si lo seguís deteniendo así, le va a agarrar un ataque de ansiedad. Ya lo conozco.

—Aun así, él debe descansar — le reclamé a Rouge, girando mi cabeza para mirarla. 

—¡Estoy perfectamente bien Rose!— Gruño Shadow, jalando su brazo, tratando de escapar de mi agarre.

Lo apreté con más fuerza y lo miré directo a los ojos.

—¡No lo estas! ¡Yo puedo encargarme! ¡Tú debés descansar! —dije, alzando mi voz más de lo que hubiera querido. 

—¡Suéltame Rose! ¡No seas tan testaruda!—Pude sentir su mano sobre las mismas, tratando de alojar mis dedos. 

—¡Tu eres el testarudo aquí!— Le respondí de vuelta, mis dedos apretando aún más.

Exasperada, Rouge se acercó hacia nosotros y gritó: 

—¡Ustedes dos son un par de testarudos! ¡Paren con esto!

Rouge se llevó las manos a la cadera y me miró fijamente, claramente cansada con la situación.

—Cariño, lamento tener que decirte esto, pero es mejor que te vayas a casa. Mañana tienes que trabajar, ¿no? Y encima tienes un montón dependientes por la Noche de los Dos Ojos.

Me quedé inmóvil un momento. Bajé la mirada y vi mis manos, todavía aferradas a su brazo con terquedad. Rouge tenía razón. Mañana tenía que trabajar, y no podía fallarle a Vanilla. Nos esperaba una montaña de pedidos, y si algo salía mal, eso podría poner en juego la reputación de la cafetería, todo lo que habíamos construido con tanto esfuerzo en estos años. Vanilla había trabajado incansablemente para levantar ese lugar después de la guerra… aún tenía deudas que pagar.

Volví la mirada hacia Shadow. Sus ojos carmesí seguían fijos en mí, con ese brillo silencioso de alguien que no iba a ceder fácilmente. Lo quería cuidar, asegurarme de que descansara. Pero si seguía aquí, terminaría limpiando todo el departamento y llegaría al trabajo sin descansar.

¿De verdad podía hacer eso? ¿Ponerlo por encima de todo? ¿Fallarle a quienes también me importaban por quedarme a pelear con él por quién debía lavar un baño?

Solté el aire en un suspiro largo antes de dejarlo ir, poco a poco. Mis dedos tardaron en aflojarse, como si no quisieran obedecer.

—Tienes razón, Rouge… Iré a casa —dije, mirando al suelo, un poco avergonzada.

—Ve a recoger tus cosas —dijo Shadow de inmediato— Yo te llevo.

—¡Shadow! —repliqué, cruzándome de brazos— Puedo regresar en mi auto.

Él me miró con esa intensidad suya, la que decía sin palabras que no iba a retroceder.

—Puedo llevarte con Chaos Control, yo—

Levanté una mano, interrumpiéndolo.

—No puedo evitar que limpies, eso ya lo entendí. Pero yo soy quien decide cómo regreso a casa.

Entrecerró los ojos. No le gustaba en absoluto. El podía ser terco, pero yo también.

—Iré a recoger mis cosas del cuarto de lavado —dije al fin, dándome la vuelta.

Y aunque no lo vi, sé que me siguió con la mirada hasta que salí por la puerta. Cruzando el pasillo, bajé las escaleras con cuidado, sintiendo todavía ese olor mezclado a químico, metálico y algo que no podía describir que se pegaba al fondo de la garganta. Al llegar a la planta baja, pasé junto a la sala y seguí hasta el cuarto de lavado.

Empujé la puerta y el olor a detergente del interior me envolvió. Caminé directo hacia la secadora, abrí la compuerta y saqué mi vestido, el abrigo y el bolso. Todo estaba seco, con un olor suave a jabón de lavanda, el que siempre olía en la ropa de Shadow. Me tomé un momento para doblar las prendas con cuidado, y luego abrí una de las gavetas del estante. Ahí estaban mis cosas: Mi billetera, mi bálsamo labial, las llaves de mi casa y del MINI, un paquete de chicles, y otras cosas más.

Me colgué el bolso al hombro, tomé la ropa doblada en los brazos y salí de la habitación. Al volver a la sala, me encontré con Shadow y Rouge esperándome. Estaban de pie, uno al lado del otro. Ella con una expresión tranquila y divertida, y él... él con esa seriedad suya que parecía menos pesada que antes, ahora vistiendo un abrigo azul oscuro.

—Ya estoy lista —les dije, parándome frente a ellos.

Shadow me miró unos segundos antes de acercarse. Sus manos grandes se posaron con suavidad en mis hombros, y se inclinó apenas para darme un beso en la frente. Cerré los ojos y respiré hondo, como si quisiera retener ese momento un poco más.

—Rose... —murmuró, con una voz más baja, más sincera— De verdad, gracias por cuidarme hoy... Lo aprecio más de lo que creés. Y siento haber sido una carga...

Lo miré a los ojos, entre sorprendida y conmovida.

—No sos una carga, Shadow —le dije con firmeza, aunque mi voz seguía siendo suave— Estabas enfermo. Le pasa a cualquiera.

—A mí no —replicó, como si eso debiera ser una constante universal.

—Bueno, ese jugo misterioso no estuvo de acuerdo —le dije, cruzándome de brazos.

—Eso fue envenenamiento, no enfermedad —gruñó él, girando la vista hacia Rouge con los ojos entrecerrados.

Ella alzó las manos como si no tuviera nada que ver.

—¡Ya dije que no fue a propósito! ¿Cómo iba a saber que era jugo de Black Arms?

Shadow apretó la mandíbula, aún molesto.

—Nos dejaste solos.

Rouge suspiró, un poco fastidiada, pero aún con esa calma suya intacta.

—Tuve una buena razón. Solo... esperen.

Se dio la vuelta y fue hacia un mueble de la sala. Abrió una de las gavetas y sacó una caja negra con elegancia. Volvió hacia nosotros y se la entregó a Shadow con una sonrisa pícara.

—Para ti, guapo.

Shadow frunció el ceño, pero tomó la caja entre sus manos. Levantó una ceja al ver el logo brillante en la tapa: Kolo 25 . Reconocí el modelo: uno de esos teléfonos nuevos que se doblan. Lujoso, elegante y demasiado moderno para él.

Abrió la caja con cuidado y ahí estaba: un celular nuevo, pantalla brillante y cuerpo metálico plegado en forma cuadrada.

—¿Cuándo...? —preguntó Shadow, mirando hacia Rouge.

—La verdad… no solo me fui por el olor —dijo ella con una sonrisa traviesa— Me escapé a hacer compras con Knuckie, para buscarte un teléfono. No puedes andar por ahí incomunicado, menos ahora.

Shadow abrió la caja con cuidado. Sacó el teléfono y lo desplegó. La pantalla se estiró de cuadrada a vertical con un brillo tenue. Al encenderlo, mostró un fondo de pantalla básico, con sólo unas pocas aplicaciones.

—Me encargué de dejartelo todo listo como te gusta —dijo Rouge, con tono orgulloso— Le puse la SIM de tu teléfono viejo. Y como sospecho que tu antiguo correo también fue hackeado, te hice uno nuevo. Te dejé el correo y contraseña escrita en tu agenda. Después vas a tener que actualizar tu información personal con el banco y todo eso. 

Shadow la miró, sin reproche pero con ese tono serio de siempre.

—No era necesario. Yo podía comprarme uno.

—Lo sé —dijo ella, con una sonrisa tranquila— Pero no sabía cuándo lo ibas a hacer. Y no quería seguir siendo tu intermediaria. Además... si ustedes no pueden hablar, se desmoronan en dos días. Par de pegajosos.

Él dejó salir un bufido que, para Shadow, casi era una risa.

Después, se volvió hacia mí.

—¿Me pasás las fotos?

Le sonreí y asentí. Moví un poco la ropa en mis brazos, saqué mi celular del bolsillo interior de su chaqueta —que aún llevaba puesta— y abrí la galería. Seleccioné las selfies que me había tomado las semanas que él estuvo en una misión y las fotografías que nos habíamos tomado durante nuestras vacaciones y se las reenvié.

Un ping suave sonó desde su nuevo teléfono. Shadow lo revisó... y sonrió. Apenas un gesto, pero suficiente para hacerme latir más rápido el corazón.

—¿Me ayudás? —me preguntó, alzando el celular.

—Claro —le dije, con una sonrisa cómplice.

Tomé el teléfono, fui a los ajustes y puse como fondo de pantalla la foto que más le gustaba: yo sosteniendo un ramo de rosas rosadas. Le devolví el celular, y él lo recibió con un gesto más sereno.

—Gracias.

Shadow guardó el nuevo teléfono en su chaqueta y caminó hacia la puerta principal. La abrió sin decir mucho, como siempre, dejándome el paso libre. Me volví hacia Rouge antes de salir.

—Buenas noches, Rouge. Nos vemos en el festival.

Ella me sonrió con ese aire elegante tan suyo.

—Hasta luego, rosadita. Gracias por toda tu ayuda. Nos vemos.

Apenas crucé el umbral, el aire de otoño me envolvió con su frescura húmeda y el olor a hojas secas. Bajé los escalones con cuidado, apretando la ropa contra mi pecho. Cada paso hacía crujir las hojas bajo mis botas.

Me detuve al llegar cerca de mi auto. Me giré un poco, solo lo suficiente para ver a Shadow acercarse, sus pasos firmes bajo la luz cálida de los faroles de la calle. Sus púas rojizas destellaban, contrastando con el pelaje oscuro que ya me resultaba tan familiar, tan reconfortante. Hace unas horas era una masa incontrolable y febril, y ahora volvía a ser él mismo.

Sus ojos rojo vino buscaron los míos, con una expresión que mezclaba duda y preocupación.

—¿Estás segura de que no quieres que te lleve a casa? —preguntó, acercando una mano con suavidad a mi antebrazo.

—Segurísima —le respondí, con una sonrisa tranquila— Todavía no sabemos si tu Chaos Control está completamente estable.

—Está estable —replicó él, apartando su mano. Unas pequeñas chispas verdes comenzaron a bailar en la punta de sus dedos.

Observé fascinada cómo esas chispas resaltaban en la penumbra, iluminando apenas su silueta. Aún me sorprendía ver su dominio tan natural sobre algo tan inestable.

—Aún me parece increíble que puedas usar el poder de la Esmeralda sin tenerla en la mano.

—Es solo cuestión de práctica —respondió con calma— Mientras mantenga contacto físico con ella, puedo usar Chaos Control sin problema. Aunque tiene sus límites…

—¿Límites? —pregunté, intrigada.

Shadow asintió.

—Gerald teorizaba que la energía Chaos podría manipular tiempo y espacio. Hicimos muchas pruebas en el ARK.

Lo miré, completamente absorta. Quería saber más.

—Intentamos viajar en el tiempo, incluso detenerlo. Pero nunca lo logre… ni siquiera ahora que tengo mejor control. Gerald llegó a creer que el tiempo, al ser relativo, no podía ser manipulado tan fácilmente.

Se detuvo un segundo, y luego dejó escapar una risa seca.

—Aunque Silver terminó probando que sí es posible, de alguna forma.

Me reí con él, encantada por ese gesto tan raro y espontáneo.

Shadow alzó la mirada al cielo antes de continuar.

—Lo que sí logre fue manipular el espacio. Descubrí cómo teletransportarme, pero incluso eso tiene condiciones.

—Siempre me ha parecido increíble que puedas aparecer y desaparecer como por arte de magia —dije, sonriendo— ¿Cuáles son esas condiciones?

—Primero, tengo que tener una imagen mental clara del lugar al que quiero ir. Si no, podría acabar en el fondo del océano... o peor. —respondió con tono serio, pero burlón.

Solté una risita, imaginando semejante desastre.

—Segundo —añadió, mirándome de reojo— no es recomendable hacerlo en lugares cerrados o con muchos objetos alrededor. Podría materializarme dentro de algo sólido… como una mesa. O una pared.

Reí más fuerte esta vez, imaginándolo atrapado con media pierna dentro de un mueble.

—¡Qué horror! —dije, aún sonriendo.

El dejó escapar una risa y continuo:

—Puedo hacer muchas otras cosas con el Chaos Control , pero prefiero limitar su uso.

—¿Lo limitas? ¿Por qué?

—No quiero volverme dependiente de él.

—Tiene sentido… Recuerdo historias que me contaba Knuckles sobre guerreros que se volvieron tan dependientes de las Emeraldas Chaos que, cuando las perdieron, también perdieron su lugar en la batalla.

—Además —añadió con seriedad— como guardián de esta Esmeralda, me pidieron que no abusara de su poder.

—¿Y cómo los convenciste para quedártela? Las demás están resguardadas en distintas ciudades.

—Yo la encontré. Es mía —respondió cruzándose de brazos, con total convicción.

Eso me sacó una pequeña risa.

—Bueno, no es como si alguien pudiera quitártela. Eres prácticamente el líder de nuestra armada.

Mire hacia sus ojos, brillantes y serenos. Por instinto, cerré los ojos y alcé un poco la cabeza, esperando ese beso de despedida que siempre sellaba nuestras noches. Pero pasaron unos segundos… y no llegó.

Abrí los ojos con desconcierto. Shadow tenía una expresión tensa, algo incómoda.

—Lo siento, Rose… No es que no quiera besarte. Es que… —bajó un poco la mirada, apenado— creo que mi aliento apesta.

Parpadeé. Me tomó por sorpresa, pero enseguida me di cuenta de que tenía razón. El día había sido un caos: vómito y pizzas. Claro que no había tenido tiempo para lavarse la boca.

—Oh, por favor —dije con una sonrisa mientras rebuscaba en mi bolso— Justo por eso siempre llevo esto conmigo.

Mis dedos encontraron el paquete de chicles de menta que siempre llevaba conmigo. Lo saqué y le ofrecí uno.

—Ten.

Shadow lo observó como si no esperara ese gesto. Lo tomó, prensandolo suavemente entre sus dedos antes de quitarle la envoltura y llevarse el chicle a la boca, empezando a masticarlo con lentitud.

—¿Y ahora? —pregunté, alzando una ceja, juguetona.

—Sí —dijo él, tras comprobar su aliento— Ahora sí.

Cerré los ojos, levantando el rostro. Sentí primero el roce de sus manos sobre mis hombros, firmes pero tiernas, y luego su aliento fresco acercándose… hasta que sus labios tocaron los míos.

El beso fue suave, contenido, una caricia dulce que me hizo suspirar contra su boca. Lo extrañaba. Ese contacto, su forma de besarme… era nuestro primer beso en todo el día y aunque breve, me llenó de ternura.

Pero justo cuando empecé a abrir los ojos, sus manos descendieron hasta mi cintura, y con un movimiento decidido, me atrajo hacia él.

Su boca volvió a buscar la mía con urgencia, con hambre. Su lengua rozó mis labios, pidiendo acceso, y se lo concedí sin pensarlo. Nuestras lenguas se encontraron con un anhelo antiguo, jugueteando, enredándose, empujando y retrocediendo en una danza íntima y deliciosa.

El beso se volvió profundo, húmedo, apasionado. Sentí el calor de su cuerpo, la presión de sus labios, su respiración mezclándose con la mía.

Me aferré a su chaqueta, sintiéndome anclada a él, mientras me dejaba llevar por la intensidad del momento. Nos devoramos. Cada movimiento, cada roce, era una mezcla de deseo contenido, de necesidad, de cariño profundo. 

Finalmente, nuestras bocas se separaron un poco. Ambos respirábamos con fuerza, los labios húmedos, los rostros apenas separados.

Fue entonces cuando sentí algo extraño en mi boca… y me di cuenta.

—¡Me pasaste el chicle! —exclamé entre risas, sorprendida.

Hice una pequeña burbuja que explotó con un pop perfecto.

Shadow sonrió de lado, conteniendo una risa, pero sus ojos brillaban con complicidad.

—Supongo que ahora es tuyo.

Volví a masticar el chicle, divertida, e hice otra burbuja. Esta explotó con un pequeño pop . Pero justo cuando pensaba hacer una más grande, Shadow se inclinó hacia mí de improviso, sus labios encontrando los míos en un beso inesperado. Su lengua se deslizó dentro de mi boca, juguetona, como buscando algo…

Se apartó un segundo después, y yo parpadeé, sorprendida al ver que ahora él estaba masticando el chicle.

—¡Oye! —protesté entre risas— ¡Dijiste que era mío!

Él encogió un hombro con tranquilidad, con esa arrogancia encantadora que solo él podía hacer ver natural.

—Cambié de parecer —dijo.

Solté una carcajada, sacudiendo la cabeza.

—Nos vemos, Rose —añadió con suavidad— Nos hablamos pasado mañana.

Lo miré con los brazos cruzados, fingiendo molestia.

—Esta vez no faltes a nuestra videollamada.

Shadow suspiró, pero había ternura en su voz.

—Sabes que no fue mi culpa.

—Lo sé… —admití, bajando un poco la mirada— Pero igual me dejaste esperando.

Él asintió, firme.

—Te juro que si vuelvo a tener problemas técnicos… me aparezco en tu puerta.

—Eso espero —dije con una sonrisa suave.

Me acerqué a él sin pensarlo demasiado y le di un beso rápido en la mejilla. Su piel estaba tibia al tacto, suave bajo mis labios. Me quedé apenas un segundo más de lo necesario y, en voz baja, como un secreto que no quería que el viento se llevara, susurré:

—Buenas noches, Shadow.

Él sostuvo mi mirada por un instante más. Sus ojos estaban serenos, su voz profunda, suave, distinta a la frialdad con la que solía hablar con el resto.

—Buenas noches, Rose.

Asentí con una pequeña sonrisa y me giré hacia el auto. Abrí la puerta del conductor, me acomodé en el asiento y coloqué la ropa doblada junto con mi bolso en el asiento del copiloto. Antes de encender el motor, alcé la vista una última vez. Shadow seguía ahí, de pie en la acera, con la chaqueta azul oscura ondeando apenas por la brisa. Levantó una mano en una despedida breve pero significativa.

Le devolví la sonrisa, levantando mi mano también, y entonces me abroché el cinturón. El sonido del motor llenó el silencio mientras me alejaba lentamente por las calles tranquilas de Central City. El viaje sería largo hasta Green Hills, pero a esa hora, el tráfico era casi inexistente. Solo yo, las luces tenues de la ciudad, y el recuerdo cálido de su voz.

En una luz roja, metí la mano en la chaqueta y saqué el celular. Lo coloqué en la base magnética del tablero y, sin pensarlo demasiado, abrí mi aplicación de podcasts. Navegué entre los más recientes, y lo primero que apareció fue un nuevo episodio del canal de Tails. No me sorprendió. Siempre estaba publicando cosas nuevas, como si su mente jamás pudiera detenerse.

La voz de Tails llenó el auto apenas el podcast comenzó a reproducirse, clara y cálida a través de los parlantes.

—Buenas noches a todos —decía con ese entusiasmo que siempre lo caracterizaba— Miles "Tails" Prower a su servicio. Hoy tengo una invitada muy especial conmigo: ¡Shyle, del canal El Rincón de Shyle!

Una voz femenina y animada respondió enseguida, con una risa contagiosa. La reconocí enseguida, era esa chica iguana. 

—¡Hola a todos! ¡Soy Shyle! Es un placer estar aquí, Tails. ¡Soy tu fan número uno!

—Jejeje, gracias —dijo él, con una risa algo nerviosa— Es genial tenerte hoy, justo cuando se acerca una de mis fechas favoritas: ¡la Noche de los Dos Ojos!

Sonreí al escucharlo. Era inevitable sentirme un poco contagiada por su emoción.

—¡Sí! —dijo Shyle con entusiasmo— ¡Todo el mundo está hablando del festival! ¡Los disfraces de este año van a estar geniales! Estoy haciendo uno con plumas y luces. ¡Quiero parecer un espíritu del bosque!

—¡Suena increíble! —respondió Tails— Yo estoy armando un disfraz inspirado en un superhéroe famoso. Mucho trabajo, pero valdrá la pena. Y los niños… bueno, los niños están desatados. Vanilla me contó que en su vecindario no paran de tocar puertas preguntando si ya pueden pedir dulces.

Reí por lo bajo. Eso sonaba totalmente como Green Hills.

—Me encanta —dijo Shyle con una sonrisa en su voz— Esta época tiene algo mágico. Aunque… también un poquito espeluznante, ¿no?

—Bueno… eso es parte del encanto, ¿no crees? —Tails hizo una pequeña pausa— De hecho, quería aprovechar para hablar un poco sobre la leyenda de Amdruth. Ya sabes, el Devorador de Otoño.

Shyle soltó un pequeño sonido de emoción.

—¡Sí! Esa historia siempre me fascinó. ¿Qué descubriste esta vez?

—Bueno, algunos historiadores y folcloristas están empezando a considerar que Amdruth no era una criatura con dos cabezas, como se ha contado durante generaciones… sino dos niños. Gemelos, en realidad: un lobo, y un venado.

Abrí un poco los ojos, sorprendida. Era la primera vez que oía esa interpretación.

—¿Qué? ¿En serio? —preguntó Shyle, genuinamente asombrada— Pero… ¿eran niños normales entonces? ¿Por qué los clanes intentaron matarlos?

Tails respondió con un tono más serio, aunque sin perder la calidez.

—Porque, normales o no, eran hijos de una pareja interespecie. En esa época, eso era motivo suficiente para verlos como una “abominación” o un “mal augurio”. Aunque no eran peligrosos, los clanes temían que su existencia representara una ruptura en las antiguas costumbres.

—Qué triste… —murmuró Shyle— O sea, entiendo que antes todo estaba dividido: mamíferos, aves, reptiles, etc… cada grupo en su zona. Pero… ¿también había división dentro de los grupos?

—Sí. Incluso entre mamíferos, por ejemplo, había quienes no aceptaban uniones entre especies diferentes. Los zorros con otros zorros, los lobos con otros lobos. Las mezclas eran vistas como algo impuro.

Sentí un nudo en el estómago mientras escuchaba. No era difícil imaginarlo. Había gente hoy en día que aún pensaba así…

—Qué horror… —dijo Shyle, con tono más apagado— Me alegra que hayamos avanzado, aunque… a veces no tanto como creemos.

—Sí —asintió Tails— Pero conocer las raíces de nuestras leyendas nos ayuda a entender por qué celebramos lo que celebramos… y cómo podemos resignificarlo.

Suspiré, dejando que las palabras calaran hondo. El podcast continuaba mientras avanzaba por una avenida larga y vacía, con las luces de Central City quedando atrás poco a poco. La voz de Shyle volvió a escucharse, ahora con un tono algo más serio, casi incómodo.

—La verdad es que las cosas se han puesto intensas últimamente… —dijo— En redes sociales, en los comentarios de mi canal… Desde que entrevisté a Amy y a Shadow, no ha parado. La cantidad de mensajes que recibí fue absurda.

Sentí un cosquilleo en la nuca. Recordaba esa entrevista en el centro comercial, fue rápida y sencilla, una confección de amor por parte de Shadow prácticamente. 

Tails suspiró del otro lado de los parlantes.

—Sí, te entiendo perfectamente. Conozco a Amy y a Shadow desde hace años. Y aunque su relación fue una sorpresa para todos, incluso para mí… mucha gente ha querido convertirla en algo que no es. Especialmente con los rumores sobre el pasado de Shadow.

Mi agarre en el volante se tensó apenas. No me gustaba ese tema. Sabía que existían esos rumores desde hace años, aunque eran prácticamente verdad, no me gustaba como los usaban para juzgarlo y discriminarlo. 

—Hablando de eso —dijo Shyle, con curiosidad cautelosa—… ¿es cierto eso que dicen? Lo de que Shadow es mitad alienígena… Suena tan… exagerado. Sé que los humanos hacían muchas cosas raras, pero ¿crear algo así? Es como sacado de una película.

Tails tardó unos segundos en responder.

—Lo sé, suena increíble. Pero la verdad es que, sin importar cuál sea su origen, el foco ahora ni siquiera es él como individuo. Es la relación. Se ha vuelto un símbolo… un punto de discusión sobre lo “aceptable” o “peligroso” que pueden ser las relaciones interespecie.

Suspiré, sintiendo una punzada en el pecho. Nunca quise que nuestra relación se convirtiera en eso. Quería que se mantuviera privado, íntimo, darnos tiempo para conocernos mejor y reforzar nuestra relación. Pero ahora se había vuelto en un asunto político.

—Y con la extinción de los humanos, y el ascenso del Partido Purista-Pro Mobian… —continuó Tails— estas ideologías radicales han tomado fuerza. Están aprovechando cualquier cosa para empujar su narrativa sobre “sangre pura” y “unidad de especie”.

—Sí… —murmuró Shyle, ahora con una mezcla de tristeza y frustración— Se ha salido de control. Entiendo que ustedes sean figuras públicas, después de todo lo que han hecho… salvar el mundo, pelear contra Eggman… Son prácticamente celebridades. Pero esto… esto ya no es admiración. Esto es política. Y agresiva.

No pude evitarlo. Mi pecho se apretó. Las voces de Tails y Shyle empezaron a desdibujarse en mis oídos, volviéndose un murmullo lejano mientras mi mente se alejaba por completo. Mantenía los ojos en la carretera, pero no estaba del todo presente. Mis pensamientos eran un remolino constante.

No podía dejar de preguntarme…
Si aquel hacker no hubiera inflado artificialmente el nombre de Shadow en redes sociales…
Si su imagen no se hubiera convertido en tendencia… ¿Habría pasado todo esto?

Tal vez, solo tal vez, nadie se habría fijado tanto en nosotros. Tal vez nuestra relación habría sido solo eso: nuestra. Algo silencioso, bonito, sin titulares ni teorías ni etiquetas. Un romance tranquilo sin drama. 

Aun así, me aferraba a la esperanza de que todo esto fuera temporal.
Que, eventualmente, la gente se cansara del escándalo. Que para diciembre, cuando llegaran las festividades del solsticio de invierno, todo el mundo volviera a enfocarse en lo que realmente importaba: el calor del hogar, la unidad, los nuevos comienzos.
Quizá ese espíritu borraría, al menos por un tiempo, las divisiones, los discursos, los prejuicios.
Quizá…

Pero antes de que pudiera completar el pensamiento, un escalofrío me recorrió la espalda. Fue tan repentino, tan intenso, que tuve que frenar en seco. El chirrido de los neumáticos en la carretera vacía me sacudió por dentro.

Mi pelaje se erizó al instante.

El aire cambió.

Algo... algo no estaba bien.

Mi mirada se desvió hacia la derecha, hacia el bosque oscuro que bordeaba la autopista.
No lo vi, no lo escuché… pero lo sentí. Una presencia. Ancestral, inmensa y poderosa. Como si la tierra misma contuviera la respiración. Algo me miraba desde la sombra de los árboles. Algo que no era de este mundo.

Mi corazón palpitaba fuerte.
No había movimiento. No había luz. Solo la certeza aguda de que allí, entre los árboles, habitaba algo con lo que jamás debía cruzarme.

Mis instintos gritaban al unísono: no te acerques .

No supe cuánto tiempo estuve allí, inmóvil, el motor aún encendido, mi aliento entrecortado. Pero eventualmente, la sensación se desvaneció.

 Así como había llegado, se disipó… como si nunca hubiera estado allí.
No hubo señales, ni sonidos. Solo el silencio denso del bosque y la carretera vacía ante mí. Pero algo en mí sabía que eso no había sido una simple imaginación.

Tragué saliva con dificultad, aún sintiendo el latido de mi corazón en los oídos. Llevé una mano al pecho, respirando hondo varias veces, intentando volver a ese estado de calma en el que había estado antes.

Encendí de nuevo el auto. El motor rugió suavemente, rompiendo el extraño hechizo del momento.

Y entonces, simplemente… continué.

Pisé el acelerador con suavidad, avanzando por el asfalto como si nada hubiera pasado. Como si no hubiera sentido esa presencia antigua mirándome desde la espesura. Como si todo siguiera igual.

Pero no pude evitar una última mirada por el retrovisor, hacia aquel bosque inmóvil y oscuro, preguntándome si de verdad había sido solo eso: una sensación.

Después de viajar por una hora a través de la carretera y Stadium Square, finalmente llegué a mi vecindario, a casa. 

Tomé las cosas del asiento y bajé del auto, rebuscando las llaves del MINI en mi bolso. Al encontrarlas, activé el seguro con un suave beep . Caminé por el sendero de linternas encendidas que iluminaban tenuemente la entrada. Alcé la vista hacia sobre el techo, la silueta del esqueleto de Amdruth, con sus dos cabezas que se movían con un movimiento mecánico, sus ojos rojos brillando en la oscuridad, dando a la escena un aire macabro y encantador.

Al llegar al porche, mis pasos se detuvieron frente a la estatua de cobre de Amdruth. Las dos cabezas —una de venado, la otra de lobo,  estaban mirando hacia direcciones diferentes a las de esta mañana. Me quedé ahí, observándola más tiempo del necesario, con las palabras de Tails resonando en mi memoria.

—Si eran gemelos… ¿cómo terminó como un monstruo de dos cabezas?

La pregunta salió en voz baja, suspendida en el aire, sin esperar respuesta. Una parte de mí deseaba que alguien la respondiera, y otra se arrepintía de haberla pronunciado. Negué con la cabeza para sacudirme el escalofrío, y saqué las llaves de mi bolso. Abril a puerta para cruzar el umbral hacia la sala. Encendí la luz y dejé cuidadosamente mi bolso junto con la ropa sobre la mesita de centro y fui directamente hacia las escaleras para llegar a mi habitación.

Al entrar, lo primero que hice fue sacar mi celular del bolsillo y colocarlo sobre el escritorio. Luego, me quité con cuidado la chaqueta negra de Shadow. La sostuve entre las manos unos segundos, admirándola. La acerqué a mi rostro, buscando su aroma. Pero estaba limpia, recién lavada, con ese tenue perfume de detergente que no lograba borrar la decepción en mi pecho.

Caminé hacia el armario y la colgué con cuidado en un gancho, como si fuera una prenda delicada. La acomodé entre mis otras chaquetas, dándole oficialmente un lugar. Ahora era parte de mi colección.

Mis ojos bajaron al vestido rosa que llevaba puesto. Shadow lo había elegido para mí, y no podía dejar de pensar en eso. Deslicé las manos por la tela con cariño, sintiendo cada detalle como una caricia silenciosa. Era hermoso. Demasiado bonito para usarlo sin motivo. Con movimientos lentos, lo desabotoné y lo dejé caer, doblándolo con cuidado antes de depositarlo en la cesta de ropa sucia.

Saqué una pijama cómoda de una sola pieza del armario, me la puse y suspiré con alivio al sentir la calidez del algodón. Ya con ropa más adecuada para estar en casa, salí de mi habitación y fui a la cocina.

El resto de la noche transcurrió sin sobresaltos: preparé una cena sencilla, leí un par de capítulos de mi libro, y me acosté temprano, sabiendo lo que me esperaba la mañana siguiente.

Chaos total.

Faltaban solo cuatro días para la Noche de los Dos Ojos, y ya habíamos empezado con los preparativos para las ofrendas. Todas debían estar listas el día anterior al festival, lo que significaba adelantar el resto de los pedidos regulares y asegurarnos de tener organizados todos los ingredientes. Las ofrendas tenían que entregarse frescas y en su punto exacto, justo la misma mañana del evento, sin margen para errores.

Pasé ese día —y el siguiente— atrapada entre montañas de harina, bloques de mantequilla y el calor constante de los hornos. El ambiente de la cafetería era una mezcla embriagante de especias otoñales y estrés. Con la Noche de los Dos Ojos acercándose, cada pedido parecía urgente, cada bandeja más pesada. Para cuando terminé, ya era de noche, y mi cuerpo pedía descanso a gritos.

Al llegar a casa, no lo dudé ni un segundo. Fui directo al baño. Todo lo que quería era sumergirme en una tina de agua caliente, con sales minerales y aromas suaves que me ayudaran a desconectar. Cerré la puerta tras de mí, me desvestí con lentitud, dejando que cada prenda cayera al suelo como si se deshiciera del cansancio junto conmigo.

Antes de entrar al agua, me detuve frente al espejo. Miré mis antebrazos con detenimiento. La piel estaba limpia. Ya no quedaba ni rastro de los moretones. Me giré un poco, con curiosidad, y revisé mi costado. También se veía bien. Sin moretones, sin marcas. Nada.

Una sonrisa se me escapó sin poder evitarlo. Di un pequeño salto, como si de pronto todo mi cuerpo celebrara la noticia. Ya no estaba herida. Ya no tendría que ocultarle nada a Shadow. Podía volver a sentirme libre, deseada, sin temor a que notara lo que había pasado aquel día, en el consultorio de la doctora Miller. 

Puse música desde el celular: un álbum pop lleno de ritmos optimistas, burbujeantes, perfectos para ese tipo de momento. Mientras sonaba la primera canción, busqué entre mis aceites esenciales y elegí uno de lavanda, mi favorito para relajar el cuerpo y calmar la mente. Vertí unas gotas en la tina, donde el agua ya humeaba, y el aroma se extendió al instante por el baño.

Me deslicé dentro con lentitud, dejando que el calor me envolviera desde los pies hasta los hombros. Cerré los ojos un momento, respirando hondo. El vapor me acariciaba el rostro, y cada músculo tenso empezaba a ceder.

Era justo lo que necesitaba.

Miré hacia el techo del baño, donde algunas manchas de humedad dibujaban formas extrañas sobre la pintura descascarada. El vapor flotaba suave, y el aroma a lavanda me envolvía como una manta invisible. Ese olor me recordaba a él. A Shadow. Siempre lo usaba en su ropa. Era casi su aroma insignia.

Y de pronto, sin querer, me vino a la mente el cumpleaños de Tails. Aquella tarde en el bosque. Después de discutir y resolver el malentendido, cruzamos esa línea invisible y compartimos algo que habíamos contenido por mucho tiempo.

La primera vez.

Bajé la mirada hacia mis manos, cubiertas por el agua, y respiré hondo. Esa tarde fue… abrumadora. Apenas me había penetrado y el dolor me cortó el aliento. No duró mucho. Todo acabó antes de que realmente empezara. No lo hicimos bien. Ninguno de los dos sabía qué estaba haciendo. Fue torpe. Raro. Doloroso.

Pero ahora… mis moretones habían desaparecido. Ya no tenía que esconderme. Podíamos intentarlo de nuevo. Esta vez con calma. Con cuidado. Hacerlo bien.

Miré hacia abajo, entre mis piernas, bajo el agua turbia por las sales y los aceites. A pesar de tener 23 años, no sabía tanto como debería. Siempre me dejé llevar por lo que leía en novelas románticas, esos libros que idealizaban todo. Nunca busqué información real, nunca pregunté, y lo poco que me explicaron de adolescente fue vago y confuso.

El primer miembro masculino que vi en mi vida fue el de Shadow. Y su miembro… bueno, es impactante. Me sorprendió bastante la primera vez que lo vi, durante nuestras vacaciones. La verdad me sentí tan tonta e ingenua. Como si hubiese vivido toda mi vida creyendo en cuentos de hadas.

Volví a mirar al techo, dejando que el agua caliente siguiera calmando mis músculos, pero no podía sacudirme esa espina de curiosidad que me picaba por dentro. Una especie de necesidad urgente de entender. De saber.

Me incliné hacia el pequeño hueco en la pared donde guardaba mis shampoos y jabones, saqué mi celular y lo desbloqueé. Me mordí el labio, sintiéndome nerviosa. Nunca había hecho esto antes. Nunca me había atrevido. Pero era solo información, ¿no? No estaba engañando a Shadow.

Escribí: “reproducción entre erizos”.

Los resultados fueron… interesantes. Artículos científicos llenos de jerga técnica, diagramas fríos, y... otras cosas más explícitas. Dudé un momento. Me repetí que era por curiosidad, por educación. Solo quería entender.

Entré a una de esas páginas para adultos. Sentí un cosquilleo de culpa en el pecho, pero me forcé a seguir. La pantalla se iluminó con imágenes en movimiento, y mi rostro se encendió al instante, como si estuviera en llamas. 

Pero no pude dejar de mirar.

Y después de un par de minutos, algo me llamó la atención. El miembro del erizo del video... no se parecía al de Shadow. Era más pequeño, más pálido. No tenía ese anillo marcado en el centro, ni esas pequeñas protuberancias en la base. Era completamente distinto.

Cerré el video y busqué otro. Y otro más. Siempre lo mismo. Ninguno coincidía con lo que yo recordaba haber visto. Entonces busqué en sitios más científicos. Anatomía. Estructura. Fisiología.

Y ahí estaba. Lo que era normal.

Y comprendí algo. Shadow... no era como los demás. Ni su forma, ni su color, ni su tamaño. No era normal.

Me llevé la mano a la boca, conteniendo un pequeño grito, una exclamación de sorpresa y desconcierto. Me sentí estúpida. Totalmente ignorante. Me metí eso en la boca un par de  veces sin cuestionarlo. 

Dejé el celular de nuevo en el hueco de la pared, apoyándolo contra una de las botellas de shampoo que usaba siempre. El vapor del baño seguía flotando en el aire, y el olor a lavanda se mantenía, suave pero persistente, como si se negara a irse. Bajé la mirada una vez más, entre mis piernas, y llevé una mano tímida a mi entrepierna, con curiosidad, casi con reverencia.

Todo se sentía… diferente.

La idea de que algo tan grande, tan extraño, hubiese estado dentro de mí, aunque solo por unos pocos minutos, todavía me resultaba difícil de procesar. Una parte de mí se resistía a creerlo. La otra… la otra no podía dejar de pensarlo. Y aunque ya no dolía, sabía que la próxima vez sería distinta. Que mi cuerpo lo recordaría. Que yo dudaría más y sentiría más.

Mis pensamientos se empezaban a perder en una mezcla de recuerdos y escenarios imaginarios cuando una canción empezó a sonar desde el celular. Reconocí la melodía en cuanto empezó: Letting Go . El ringtone de Shadow. 

Mi corazón dio un pequeño salto.

Lo tomé con torpeza, todavía con los dedos húmedos, y contesté:
—Hola, Shadow. Aún faltan un par de horas para nuestra videollamada. ¿Pasó algo?

Mi voz salió algo temblorosa. Había estado imaginando su voz, susurrándome obscenidades. Y ahora lo tenía al otro lado de la llamada.

—Rose... ¿podemos vernos en persona? Hay algo importante que necesito decirte —su voz sonaba más seria de lo usual.

Me incorporé en la tina, dejando que parte del agua se desbordara con el movimiento. Un leve cosquilleo recorrió mi espalda.

—Oh… por supuesto —respondí, un poco sorprendida— ¿A qué hora?

—Llegaré a las ocho y treinta.

—Está bien… entendido. Te espero.

—Nos vemos.

Y colgó.

Me quedé mirando el fondo de pantalla por un momento, su rostro sonriente, sintiendo cómo se me formaba un nudo en el estómago. ¿Qué podría ser tan importante que necesitaba contármelo en persona? ¿Por qué esa urgencia en su voz? 

Intenté no darle demasiadas vueltas, pero era imposible no sentirme nerviosa. Miré el agua que ya se estaba enfriando y, sin pensarlo mucho, jalé del tapón para que se vaciara. Me levanté despacio, el aire tibio chocando contra mi pelaje mojado, y tomé una toalla gruesa de color rosa. Me envolví con ella, secándome con calma, aunque por dentro todo en mí se sentía acelerado. 

Salí del baño y caminé hacia mi habitación con pasos suaves. Frente al armario, me quedé mirando la ropa como si esperara que ella decidiera por mí. Ya era tarde... ¿debería ponerme una pijama cómoda? ¿Algo más provocador? ¿O quizá un punto medio? Una pequeña chispa de picardía se encendió dentro de mí. Mis dedos se deslizaron hasta un camisón blanco, suave, que me llegaba solo un poco más abajo de la entrepierna. Lo combiné con un suéter largo y calientito, uno de esos que daban la ilusión de inocencia y comodidad, aunque por debajo no ocultaban tanto.

Ya vestida, crucé el pasillo y bajé la escalera rumbo a la cocina. Saqué las sobras de la cena de anoche, las metí en el microondas y, mientras giraban, dejé que el zumbido del aparato llenara la casa vacía. Un minuto y medio después me senté en el desayunador con el plato humeante, puse en el celular un programa cualquiera para distraerme.

Cuando terminé, fregué el plato y eché un vistazo al reloj del teléfono: 8 : 23pm .
Shadow llegaría en cualquier momento.

Un nudo me apretó el estómago. Esa mezcla de expectación y nervios se me trepó por la espalda como electricidad estática. Quería verme tranquila, impecable, como si los latidos acelerados no existieran.

Subí corriendo al baño para lavarme los dientes y, mientras me cepillaba, me estudié en el espejo: mejillas algo sonrosadas, quizá por el vapor… o quizá por la idea de volver a quedarme a solas con él.

En ese instante sonó el timbre.

—¡Ay, no! —murmuré, la boca llena de espuma.

Escupí rápido los restos de pasta dental, me enjuagué como pude y salí casi corriendo del baño, con el corazón latiéndome fuerte. Bajé las escaleras con apuro... y tropecé. Mis pies se enredaron con mi propio entusiasmo y terminé cayendo de trasero en el último escalón.

—¡Auuuch! —me quejé, frotándome el trasero, haciendo una mueca.

Entonces, la puerta de la sala se abrió de golpe y escuché su voz, grave y cargada de preocupación:

—¿Rose? ¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Levanté la vista y lo vi ya en medio de la sala, caminando hacia mí con pasos firmes. Llevaba puesto su uniforme azul de Neo G.U.N., y en su brazo izquierdo sostenía una caja metálica negra. Mi corazón dio un vuelco al reconocerla. Sabía exactamente qué era.

La caja donde guardaba sus cartas de amor hacia mí.

Shadow dejó la caja sobre la mesita del centro con un movimiento rápido y se acercó sin pensarlo. Me tendió la mano para ayudarme a ponerme de pie.

—Gracias, Shadow —le dije, tomando su mano firme.

—¿Te hiciste daño? —preguntó de inmediato, bajando la mirada para examinarme con preocupación.

—Solo caí de trasero, estoy bien —respondí con una risa suave.

Sin decir nada, llevó su mano a mi trasero y lo sobó con cuidado. Me reí más fuerte, algo sonrojada.

—Estoy bien, de verdad —repetí, divertida.

Él me miró con esa expresión seria suya, pero sus ojos aún reflejaban preocupación.

—Llegaste justo a tiempo —le dije, intentando aligerar el ambiente— ¿Quieres algo de tomar?

Se lo pensó un segundo.

—Café —dijo al fin.

—Perfecto. Espérame en el sofá.

Me di la vuelta rumbo a la cocina, dejando que el sonido de mis pasos rompiera el silencio. Abrí la alacena, saqué el frasco del café molido y lo vertí con cuidado en el filtro de la cafetera. El olor amargo y familiar empezó a llenar el ambiente mientras añadía el agua y la encendía.

Mientras la máquina comenzaba su ciclo con un zumbido burbujeante, abrí una de las gavetas y elegí dos tazas: una rosa, decorada con pequeños corazones en relieve, que usaba casi siempre; y otra completamente negra, de cerámica mate, que había comprado pensando en él. Para momentos como este.

Me detuve un instante, apoyada en la encimera, y miré hacia el salón a través del umbral. Shadow estaba sentado en el sofá, con los brazos cruzados sobre el pecho, la espalda rígida y la mirada fija en un punto que no podía ver desde mi ángulo. Había algo distinto en su postura: más tenso de lo habitual. Lo que fuera que vino a decirme era serio.

El sonido agudo de la cafetera me sacó del trance. Serví el café con manos cuidadosas, agregando leche y azúcar solo en mi taza. La suya la dejé tal como sabía que le gustaba: fuerte y negro.

Regresé al salón con ambas tazas en mano y le ofrecí la negra. La tomó sin decir nada, sus dedos rozando los míos apenas por un segundo.

Me senté a su lado, acomodándome cerca, nuestros brazos casi rozandose. Él mantuvo la vista fija en el café, como si necesitara un momento más. Luego dio un sorbo lento, silencioso. Vi cómo sus hombros bajaban apenas, un leve gesto de alivio. Pero la tensión no desapareció del todo. Aún estaba allí, latente, vibrando bajo la superficie.

Nos bebimos el café casi en absoluto silencio. Yo desvié la mirada hacia las paredes, hacia las fotos en las paredes, los recuerdos de mis amigos cuando éramos jóvenes, tratando de distraerme del ambiente tan tenso. Entre sorbo y sorbo, Shadow soltó un suspiro contenido y, con un leve gesto de la barbilla, señaló la caja negra que descansaba sobre la mesita de centro.

Seguí la línea de su mirada.

—En esa caja están… las cartas que escribí para ti —dijo, la voz baja, casi áspera— Te prometí que te las enseñaría.

Dejé mi taza sobre la mesita y estiré los brazos hacia la caja. El metal, frío al tacto, se deslizó bajo mis dedos. Respiré hondo antes de abrirla. Dentro, los sobres color lavanda permanecían casi impecables, sin ninguna arruga, ni una marca. Como si lo que pasó en su oficina no hubiera ocurrido nunca.

Shadow desvió la mirada hacia la ventana, como si el peso del momento le resultara demasiado.

—Pensé que… —aflojó el aire en un suspiro— …que era un buen momento para dártelas.

Una punzada de culpa me cruzó el pecho. Tomé el primer sobre, deslizando la carta con cuidado. Era esa carta, la que mencionaba  aquellas dos palabras que aún me erizan el pelaje. Sentí un tirón más fuerte de remordimiento y la volví a guardar casi de inmediato.

El movimiento llamó su atención. Sus ojos carmesí se clavaron en mí, llenos de inseguridad.

—Lo siento si… si mis sentimientos te abruman —murmuró, la voz quebrándose un poco— Tiendo a sentir las cosas muy intensamente. El loquero dice que… pese a mi exterior frío, tengo un control emocional limitado.

Negué con la cabeza, cerrando la caja con cuidado.

—No es eso, Shadow. No me incomodan tus sentimientos. Es solo que… —tomé aire­— …ya leí estas cartas antes.

Él parpadeó, desconcertado.

—¿Cómo que ya las leíste?

Lo miré de frente, sin esquivarle.

—Fue el día del terremoto, cuando estabas en la cámara de regeneración. Fui a tu oficina y… curioseé un poco. Encontré la caja y… las leí todas.

Sus cejas se fruncieron aún más.

—Eso no es posible —dijo, casi para sí— No olí tu rastro en mi oficina y las cartas están intactas.

Me reí bajito, en parte por lo absurdo, en parte por los nervios.

—Lo sé… es extraño. Pero ocurrió. Hasta recuerdo qué frase venía al final de esta carta —toqué el sobre— “Siempre, siempre serás lo mejor que me ha sucedido.  Shadow.” 

Shadow se quedó inmóvil. La tensión en su mandíbula se aflojó apenas y su respiración se hizo más lenta, como si necesitara procesarlo.

—Entonces… —susurró, casi incrédulo— ¿ya las habías leído?

Asentí despacio, mientras colocaba con cuidado la caja negra sobre la mesita de centro.

—Lo siento, Shadow... —dije en voz baja— No debí husmear en tu oficina, ni leer estas cartas sin tu consentimiento. Fue una falta de respeto. Me siento… peor que Sonic.

Una sombra de sonrisa cruzó su rostro, apenas perceptible, mientras negaba con la cabeza.

—No sos peor que ese idiota azul —murmuró, sin pizca de enojo en la voz— Esas cartas eran para ti desde el inicio. Solo... no había reunido el valor para dártelas.

Lo observé mientras desviaba la mirada, sus dedos jugueteando con nerviosismo alrededor de su taza de café. Luego le dio un sorbo, largo, como si buscara refugio en el calor del líquido oscuro.

—¿Por qué decidiste dármelas hoy? —pregunté, con suavidad— ¿Esto era lo importante que querías contarme?

Shadow giró la taza entre las manos, la mirada fija en ella como si buscara respuestas en el fondo.

—No… —dijo, después de un silencio breve— Es solo que... ayer tuve otra sesión con el loquero.

—¿Y cómo te fue? —pregunté, acercando una mano a su antebrazo, acariciándolo con los dedos.

—Normal, supongo. Me dio varios "consejos". Uno de ellos fue que empezara a escribir lo que pienso y siento en un cuaderno… para procesarlo mejor.

Desvió la vista, esta vez hacia la mesita donde guardaba nuestras fotos, pequeños recuerdos que habíamos ido construyendo sin darnos cuenta. Vi su expresión suavizarse levemente, como si algo en esas imágenes lo reconfortara.

—Me hizo gracia... —continuó, con una sonrisa irónica— ya que había hecho algo así antes. Escribir todas estas cartas… fue mi forma de procesar lo que sentía por ti.

Dejó salir un suspiro largo, como si acabara de soltar una piedra que llevaba mucho tiempo cargando.

—Pensé que eventualmente desaparecerían… estos sentimientos. Pero no lo hicieron. Solo se hicieron cada vez más fuertes.

Rió, sin humor, una risa seca, amarga.

—Es ridículo... Apenas nos veíamos. Solo nos cruzábamos de vez en cuando… y aun así, no podía evitar enamorarme de ti.

—Shadow… —dije en voz baja, con el corazón apretado en mi pecho, mi mano acariciando con suavidad su brazo. 

Él siguió hablando, su tono más relajado, como si al fin se permitiera bajar la guardia un poco.

—También me dijo que debería intentar relajarme cuando llego a casa. Que no me ponga a limpiar todo compulsivamente o a revisar reportes hasta tarde… 

Hizo una pausa, bajando la mirada. Pude notar el cansancio en su voz, no solo físico, sino mental.

—Me dijo que no está bien que solo me permita descansar cuando estoy contigo —agregó, como si eso le costara un poco más decirlo.

Mi pecho se apretó. No sabía si sentirme halagada o preocupada. Me incliné hacia él, llevando mi mano hacia las suyas. Él soltó una mano de su taza de café y tomo mi mano con suavidad. 

—¿Y qué te dijo que hicieras? —pregunté en voz baja, como si estuviéramos compartiendo un secreto.

—Que buscara un pasatiempo —respondió casi de inmediato— Algo que me guste hacer. 

—¿Y ya pensaste en algo? —pregunté, acariciando el dorso de su mano con el pulgar.

Él frunció el ceño y miró hacia un punto cualquiera en la pared.

—No lo sé… —suspiró— Antes me gustaba limpiar mi moto, cambiarle piezas, ajustarla, salir a dar una vuelta sin rumbo fijo. Me ayudaba a pensar, a sentirme… libre, supongo. Pero ahora solo la toco cuando es necesario o cuando necesito despejar la cabeza un rato. Ya no lo hago porque me guste.

Hizo una pausa breve y continuó con voz baja:

—Solía leer también… bastante. Libros de todo tipo, ciencia, historia, literatura clásica… 

Sacudió ligeramente la cabeza, frustrado.

—La verdad… estos últimos años no he hecho nada más que trabajar.

Sentí un nudo en el pecho. Shadow estaba atrapado en un ciclo de trabajo constante, casi compulsivo. Dejé que mi voz se suavizara.

—¿Y por qué no probás algo diferente? —le dije, animándolo— Hay tantas cosas que podrías intentar.

Él me miró, curioso. 

—Por ejemplo, a mí me gusta cocinar, hacer jardinería, leer novelas, escuchar música... bailar cuando estoy sola, ver series tontas, pintar de vez en cuando… incluso me puse a tejer hace unos meses. 

Shadow bajó la mirada, incómodo. No con lo que decía, sino consigo mismo.

—No soy bueno en esas cosas, Rose —murmuró— No soy muy... creativo. Si no hay instrucciones, no puedo hacerlo. Me quedo en blanco…

—Ey —dije, girándome un poco más hacia él— No se trata de ser bueno. Se trata de disfrutarlo. De desconectarte. No hay que ser el mejor cocinero para preparar algo rico, ni el mejor bailarín para mover los pies.

Lo miré con una sonrisa suave.

—¿Nunca hiciste algo solo porque te hacía sentir bien? Sin una razón lógica detrás.

Se quedó callado. Sus ojos buscaron los míos por un momento, como si no supiera qué responder. Luego bajó la mirada otra vez y dijo, apenas audible:

—Estar contigo.

Eso bastó para que mi corazón se apretara un poco. Pero antes de que pudiera responder, él agregó con una mueca leve:

—Pero eso no cuenta como pasatiempo.

Sonreí, negando con la cabeza suavemente.

—No, no lo es… pero sí es una buena razón para descansar.

Apreté su mano con un poco más de fuerza, como queriendo anclarlo en ese momento.

—¿Y en el ARK? —pregunté con curiosidad— ¿Había algo que te gustara hacer allá arriba? ¿Algo que te hiciera feliz?

Shadow desvió la mirada, perdiéndose en algún rincón lejano de sus recuerdos. Se quedó en silencio unos segundos antes de responder.

—Aparte de escuchar la música que ponían en los tocadiscos… —hizo una pausa— no mucho, en realidad. Yo solo hacía lo que María quería hacer. Leía con ella, jugaba con ella, asistía a las clases con ella…

—Creo que siempre… He dependido de la felicidad de los demás para estar bien —confesó, casi en un susurro— No aprendí a buscar eso en mí mismo.

Las palabras se volvieron un hilo tenue, cargado de un peso que pareció encorvarle los hombros.

—Eso no está mal, Shadow —dije en voz baja— Está bien encontrar paz en los que queremos. Pero también merecés tener algo solo tuyo. Algo que te haga feliz. 

Él parpadeó, como si le costara procesar esas palabras. Como si no supiera cómo sería vivir así.

—Creo que lo primero que deberías hacer es volver a lo que ya te gusta… —dije, buscando su mirada— No todo tiene que ser un gran descubrimiento ni algo nuevo. A veces lo que uno necesita ya está ahí, solo que olvidado o cubierto por todo el ruido.

Vi cómo bajaba un poco los hombros, como si estuviera soltando algo de la tensión que traía encima.

—Puedes empezar con tu moto. Limpiarla, cambiarle piezas, salir a dar una vuelta sin rumbo fijo… no porque tengas que, sino porque quieres. Y lo mismo con leer, escuchar música, lo que sea que te hacía sentir bien antes.

Me incliné un poco hacia él, buscando su atención con una sonrisa.

—Y después, si te dan ganas, podemos buscar algo nuevo. Alguna cosa que no tenga nada que ver con tu trabajo o con lo que los demás esperan de ti. Algo que te despierte curiosidad, aunque no sepas bien por qué.

Me encogí un poco de hombros y añadí con una risa suave:

—Puedes probar cosas tontas si quieres. Pintar, armar maquetas, aprender a cocinar, ver películas malas… lo importante no es ser bueno, es disfrutarlo. Te sorprenderías de lo que a veces te termina gustando.

Vi que me escuchaba, más presente, más tranquilo. Acaricié con el pulgar su mano, aún entrelazada con la mía.

—Y no tenés que hacerlo solo. Podemos descubrirlo juntos, si te parece. A veces, solo hace falta tener a alguien ahí para animarse a probar.

Shadow apretó mi mano con firmeza, y  me dedicó una sonrisa cálida. Una de esas que no le nacen fácilmente, pero que cuando aparecen, iluminan más que cualquier palabra.

—Gracias, Rose… —murmuró con suavidad.

Le devolví la sonrisa, sintiendo un nudo cálido formarse en mi pecho.

—Siempre voy a estar aquí para apoyarte —le dije, acariciando con el pulgar el dorso de su mano— Cualquier cosa nueva que quieras probar, puedes hacerlo conmigo. No tienes que cargar con todo solo.

Él desvió la mirada hacia su taza de café. La alzó con la otra mano y le dio un último sorbo, vaciándola por completo. 

El silencio volvió a colarse entre nosotros. Todavía podía ver la tensión anidada en sus hombros, como si hubiera algo más atascado, algo que no podía decir con facilidad.

Con suavidad, volví a apretar su mano entre las mías.

—¿Y… qué era eso importante que querías contarme? —pregunté en voz baja, tratando de no presionarlo, pero sintiendo que el momento pedía que lo dijera.

Shadow suspiró. Un suspiro largo, de esos que parecen venir desde el fondo del alma. Vi cómo su rostro se tensaba de nuevo, su mirada cansada, como si hubiera dormido poco… o demasiado mal. Lentamente soltó mi mano, no con rechazo, sino con cuidado, como si necesitara ambas para contener algo dentro de sí.

Sus dedos se cerraron un poco más sobre la cerámica vacía, tensa e inmóvil. Sus nudillos se tensaron un poco mientras la sostenía, como si intentara aferrarse a algo concreto, algo que le diera estabilidad.

Yo junté mis manos sobre mi regazo, de pronto sintiendo el peso de la incertidumbre. Notaba que lo que fuera que tenía que decirme no era fácil. Y a pesar de todo lo compartido, de las sonrisas y los suspiros, algo en su postura me hizo contener la respiración.

Shadow se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas. Su mirada se quedó fija en la puerta, sin realmente verla.

—Esta mañana... terminó la investigación sobre el virus que metieron en mi celular —dijo al fin, con voz baja, tensa.

Sentí cómo mi cuerpo se tensaba al instante. Me enderece más, acercándome, con el corazón golpeando con fuerza en mi pecho.

—¿Y? ¿Quién fue? —pregunté, buscándole los ojos, con una mezcla de ansiedad y enojo latiendo en mi interior— ¿Quién lo hizo?

Él giró apenas la cabeza hacia mí, sus ojos sombríos.

—Blanes. Un zorrillo. Departamento de IT. Código 652943. Alérgico al maní —enumeró como si todavía estuviera repitiendo un informe.

Fruncí el ceño.

—¿Blanes...? —repetí en voz baja. No me sonaba de nada.

—Entró a Neo G.U.N. hace unos tres años —explicó— Escuálido, pero determinado. Chiquita me dijo que siempre fue muy antisocial... y raro. No lo entendí bien, pero al parecer tenía una “vibra extraña”. Nadie se le acercaba mucho.

Sentí un nudo incómodo en el estómago. Mis manos aferrándose al borde de mi camisón con fuerza. 

—¿Cómo lo descubrieron?  —pregunté, con la garganta apretada.

—Mientras estuve enfermo, el equipo siguió trabajando. Las interrogaciones continuaron y rastrearon el origen del virus. Ayer fueron a su casa, revisaron sus dispositivos. Encontraron software espía conectado a mi teléfono... —se detuvo un segundo— y mucho más de lo que esperaban.

Me quedé inmóvil.

—¿Más...? —repetí, sintiendo cómo algo se comprimía dentro de mi pecho.

Shadow bajó la mirada, como si le costara decirlo.

—Tenía archivos... dos años enteros de grabaciones. Videos. Fotos. Audios. Todo sacado directamente de mi celular. Me había estado espiando todo ese tiempo —dijo, con una rabia contenida en la voz.

Me helé. Dos años.  Dos años de momentos privados, de rutinas cotidianas, de palabras íntimas y gestos que nunca fueron pensados para nadie más.  Sentí un escalofrío subirme por la espalda, y de inmediato una pregunta me golpeó la conciencia.

—Shadow... —susurré— ¿Grabó cuando... nosotros...?

No pude terminar la frase.

Él asintió con lentitud.

—Sí. —Su voz se mantuvo medida, aunque podía oír la incomodidad en cada sílaba— El equipo me dijo que, en cuanto se dieron cuenta de lo que estaban viendo, apagaron el video inmediatamente.

Sentí una oleada caliente subir desde el pecho, como un incendio que me recorría por dentro. Me hervía la piel. Me sentí expuesta, violada. Me repugnaba. Pero, por sobre todo, me llenaba de rabia.

Lo miré fijamente, intentando contener el temblor en la voz.

—¿Acaso también fue él quien estuvo detrás de los bots en redes?

—Al parecer sí —dijo Shadow, con la mandíbula apretada— También fue quien te envió esas fotografías. Encontraron rastros suyos en los servidores de NEO G.U.N. Incluso en la laptop de Nova… colocó un virus.

Hizo una pausa. La siguiente frase tardó más en salir.

—Y fue él quien filtró el video de nuestra pelea falsa.

Parpadeé, desconcertada. ¿Nova no había sido la responsable? Esa había sido la versión oficial… pero ahora algo no me cerraba. Algo en mi interior decía que aún había piezas fuera de lugar.

—¿Y por qué lo hizo? —espeté, sintiendo que la pregunta me quemaba la lengua— ¿Por qué alguien haría todo eso?

Shadow negó con la cabeza, lento, como si cada movimiento le costara.

—No lo sé...

Fruncí el ceño, incrédula. Sentí cómo algo me hervía por dentro y me puse de pie sin pensar.

—¿Cómo que no lo sabes? —alcé la voz, sin poder evitarlo— ¡¿Cómo que no lo sabes, Shadow?! ¡Ese tipo te estuvo espiando por quién sabe cuánto tiempo, me expuso, nos expuso, y nadie sabe por qué!? ¿¡Era algo personal!? ¿¡Fue un encargo!? ¿¡Solo lo hacía por diversión!?

Él cerró los ojos un segundo, con una respiración larga, pesada. No era solo aire lo que intentaba controlar. Era algo más. Bajó la mirada al suelo sin decir nada al principio, como si las palabras se negaran a salir.

—Hoy… iba a interrogarlo —dijo al fin, con voz baja, tensa— Era lo primero que tenía en agenda. Quería hablar con él cara a cara. Entender qué buscaba, si actuaba solo... si había alguien más detrás. Pero...

Se detuvo.

Esa palabra — pero — quedó suspendida entre los dos, como un corte afilado que anunciaba algo peor. Lo sentí en el aire, en mi piel, en el silencio que lo siguió.

—¿Pero qué? —pregunté, apenas un susurro. El pecho me dolía de tanto contener la respiración.

Shadow me miró. No tenía la expresión distante o controlada de siempre. Era otra cosa. Dolor contenida en forma de rabia.

—Lo encontraron muerto esta mañana. En su celda.

Sentí que me quedaba sin aire.

—¿Muerto...? —La palabra salió de mis labios como un hilo roto, apenas un susurro arrastrado por la incredulidad. Me llevé la mano a la boca, como si pudiera contener la náusea que se me trepaba por la garganta. Como si taparme pudiera evitar que el mundo cambiara de golpe.

Shadow asintió. Despacio. Sus ojos fijos en el suelo, la mandíbula tensa, apretada con esa rabia muda que solo mostraba cuando las cosas se salían de su control.

—Tenía un chocolate con nueces en la mano.

Tardé unos segundos en procesarlo. La frase flotó en el aire, absurda. Inofensiva. Casi ridícula. ¿Un chocolate?

Pero entonces lo recordé.

—Dijiste que era alérgico al maní… —mi voz salió más baja de lo que esperaba.

Él no dijo nada. Solo asintió de nuevo, con ese gesto seco que hablaba más que las palabras.

—Así es… —murmuró— Los guardias lo encontraron colapsado esta mañana, en el suelo de la celda. Sin nota… sin explicación.

El silencio que siguió fue como una grieta que se abría bajo mis pies. El mundo, de pronto, parecía detenido. Solo el tic tac del reloj en mi sala se atrevía a moverse, marcando los segundos con una frialdad insoportable.

Las piernas me flaquearon y me dejé caer en el sofá. El calor húmedo de las lágrimas me nubló la vista. Sentía un nudo en la garganta que me ahogaba.

No lo entendía.

—¿Por qué…? —murmuré, en voz tan baja que apenas me escuché a mí misma. Me froté los brazos, como si pudiera sacudirme el temblor— ¿Por qué haría algo así? ¿Por qué… tan solo… irse?

Me limpié los ojos con torpeza, tratando de contener el llanto. 

¿Por qué elegir la muerte en lugar de enfrentar la verdad, pagar por lo que hizo… o al menos darnos una explicación? Se llevó las respuestas y también la mínima posibilidad de redención. Ni confesión, ni perdón, ni justicia. Nada.

Shadow bajó la mirada; su voz salió áspera, apretada.

—En los cinco años de Neo G.U.N. no habíamos tenido ni una sola baja. Ni una. —Hizo una pausa— Y ahora la primera… es un suicidio.

Vi cómo apretaba los dientes; sus colmillos asomaron, la mandíbula tensa, los hombros rígidos. La rabia le erizaba cada púa.

—Intenté ser profesional —gruñó, la voz temblándole— Pensar con la cabeza fría… —de pronto estalló— ¡Pero maldita sea! ¡Ese cobarde se mató antes de que pudiera romperle el maldito cuello con mis propias manos!

El chasquido me heló la sangre: la taza negra estalló entre sus dedos, la cerámica saltó en pedazos y tintineó contra el suelo.

—¡Shadow! —grité, lanzándome hacia él. Su cuerpo estaba tenso, las manos abiertas, temblorosas, las púas erizadas de furia. Rodeé sus dedos con los míos, revisando que la cerámica rota no lo hubiera cortado.

No pareció oírme. La rabia seguía vibrando en su cuerpo. Aquella ira no era solo por haber sido espiado—era por mí. Por haberme arrastrado a su infierno privado: miradas clandestinas, conversaciones robadas, mentiras sembradas para volcar a la gente en mi contra y tambalear lo que él y yo apenas comenzábamos a construir.

Alguien se había deslizado bajo su radar—él, el más meticuloso de todos—y me había convertido en un blanco para herirlo donde más dolía. Y ahora, el culpable se había llevado consigo cada motivo, cada nombre, cada respuesta.

Alguien se había colado bajo su radar —él, el más meticuloso de todos— y me había convertido en el blanco perfecto para herirlo donde más dolía. Y ahora el culpable se había ido, arrastrando con él cada motivo, cada nombre, cada respuesta.

Me agaché para examinarle la mano. La cerámica apenas había rasgado el material de su guante derecho, pero aún así busqué sangre entre los pliegues. Shadow apretó mis dedos de pronto, con más fuerza de la habitual.

—Por eso me sé de memoria el historial médico de todos —gruñó, obligándome a mirarlo— Cuando lo estaban procesando, le permitieron entrar a la celda con el chocolate. ¡Nadie imaginó que fuera gran cosa!

Sus púas se erizaron aún más; su agarre se volvió doloroso.

—Si yo no hubiera estado enfermo… si hubiese estado allí…

Sentí su ira vibrar en cada fibra de su cuerpo. Su mano se cerró tanto sobre la mía que solté un gemido ahogado. Él reaccionó al instante, soltándome, la culpa pintándole los ojos.

Aparté la mano y empecé a frotarme los dedos.

—Lo siento, Rose… Yo no quise…

—Estoy bien, Shadow —lo calmé, forzando una sonrisa para que viera que de verdad no pasaba nada.

Él bajó la vista hacia el corte en el guante, luego al suelo, donde los pedazos de la taza brillaban apagados. Sus púas empezaron a bajar, despacio, mientras la culpa reemplazaba la furia en su mirada.

—He roto tu taza… lo siento…

Posé una mano sobre su brazo.

—Solo es una taza, nada más —susurré— No te preocupes.

Se quedó inmóvil, el ceño aún fruncido.

—Siempre termino rompiendo algo… —murmuró, casi para sí.

—Tienes un carácter fuerte —respondí con suavidad— Y a veces se desborda. No pasa nada.

Exhaló con un resoplido que apenas logró disfrazar de risa.

—¿Crees que el loquero me mande a clases de manejo de la ira?

Solté una risa suave, breve, pero sincera. Solo escucharle bromear, aunque fuera un poco, alivió algo del nudo que tenía en el pecho.

—Si eso pasa, iré contigo —respondí, enlazando nuestros dedos con cuidado, acariciando los suyos con el pulgar— Ambos somos muy explosivos, después de todo.

Eso le arrancó una sonrisa, leve pero verdadera. Vi cómo la tensión en sus hombros descendía apenas un poco, sus púas perdiendo rigidez. No dijimos nada más durante un largo momento. El silencio entre nosotros no era incómodo, sino denso, lleno de pensamientos que aún no sabíamos cómo poner en palabras.

Yo había esperado algo completamente distinto. Pensé que capturarían al culpable, que descubriríamos sus motivos, que habría justicia, respuestas, cierre. Pero ahora solo quedaban más preguntas que antes.
¿Por qué lo hizo?
¿Cuáles eran sus razones?
¿Estaba solo o alguien más lo ayudó?
¿Era un espía infiltrado? ¿Trabajaba para algún grupo? ¿Eggman, quizás?

Mi mente intentaba poner orden en el caos, pero no encontraba punto de inicio. Sentí los dedos de Shadow acariciando los míos, y supe que él también buscaba anclarse. Su pulgar se deslizaba una y otra vez sobre mi piel, como si ese movimiento pudiera apaciguar la tormenta interna que ambos compartíamos.

Entonces lo recordé.
No era una solución definitiva, ni infalible. Pero era algo. Una posibilidad.
Me incorporé lentamente del sofá, tirando de su mano con suavidad para invitarlo a ponerse de pie.

—¿Confías en mí? —le pregunté con voz baja, pero firme.

Él no lo dudó ni un segundo.

—Por supuesto que sí.

—Entonces ven conmigo.

Lo guié por la sala en silencio. Subimos las escaleras uno al lado del otro, nuestras manos aún entrelazadas. El pasillo estaba en penumbra, y el eco de nuestros pasos era lo único que se escuchaba mientras nos dirigíamos a mi habitación. Al llegar, abrí la puerta con una mano y me giré hacia él, dándole paso con una mirada que intentaba transmitir más confianza de la que realmente sentía.

Shadow me miró, primero con una mezcla de desconcierto y curiosidad, y luego, con algo más vulnerable en la mirada. Como si supiera que lo que íbamos a hacer era importante… o arriesgado.

Cruzó el umbral con un leve asentimiento, y lo seguí, cerrando la puerta tras de nosotros.

Shadow se quedó de pie en el centro de la habitación, sin moverse, simplemente observando.

Era la primera vez que estaba aquí.

Sus ojos se paseaban lentamente por todo: las paredes pintadas en un tono suave de rosa, las fotografías colgadas en pequeños marcos con hilos de luces alrededor, mi escritorio con papeles, lápices y flores secas en un frasco, los estantes repletos de pequeñas figuras, recuerdos, y adornos que había ido coleccionando desde niña. Mi cama, amplia, con su colcha floreada y Dulcito esperando sobre las almohadas.

Un cosquilleo nervioso me pellizcó el estómago; crucé los brazos sin darme cuenta y me quedé junto a la puerta, esperando algún veredicto. El silencio se extendió—tan denso que casi podía contarlo—hasta que su voz grave lo cortó:

—Tu habitación huele mucho a ti. Es… abrumador.

Sentí el rubor subir a mis mejillas. Bajé la mirada, de pronto consciente de que cada objeto allí dentro llevaba mi olor, mis colores, mis recuerdos. Como si lo hubiera dejado entrar en mi cabeza sin filtros.

Vi su mirada detenerse en la pared de fotografías.

Su ceño se frunció de inmediato al encontrar una en particular: una vieja foto de Sonic y yo, sonriendo en un día soleado en el campo. Mi corazón dio un vuelco. Shadow se giró hacia mí con una expresión que no era exactamente enojo, pero sí molestia, incomodidad… una sombra en su mirada carmesí.

Shadow se giró; su expresión no era ira, pero sí un gesto tenso, contenido, que le nublaba la mirada carmesí con algo difícil de descifrar.

—Lo siento —balbucé, dando un paso hacia él— No he… no he revisado esas fotos en mucho tiempo.

—Deberías redecorar —murmuró, sin dureza, mientras se acercaba a la pared. Alzó la mano, descolgó el marco con calma y lo apoyó con cuidado en el suelo, boca abajo.

Me sacó una risa nerviosa.
—Tal vez debería —respondí, con una mezcla de culpa y alivio.

Shadow se volvió hacia mí, y esta vez su mirada era más centrada.
—¿Hay algo que necesitas enseñarme?

Asentí.
—Es una forma de conseguir respuestas… aunque no es infalible.

Me observó con atención, expectante. Entonces caminé hasta el escritorio y me senté, notando que él me seguía en silencio, deteniéndose a mi lado con los brazos cruzados. Inspiré hondo y abrí la gaveta con lentitud, deslizando la mano hacia el fondo hasta tocarla: una vieja caja rectangular, decorada con lunas y estrellas, un poco descolorida en las esquinas. La saqué con cuidado.

Mis cartas del Tarot.
Había pasado años desde la última vez que las usé.

Las sostuve en las manos un momento, dudando de si aún era capaz, si la conexión seguía allí… pero algo en mí sabía que este era el momento para intentarlo. Shadow se inclinó un poco, apoyando una mano sobre el escritorio.

—¿Tarot? —preguntó, con un matiz entre curiosidad y cautela.

Asentí.
—Puedo preguntarle un par de cosas sobre el criminal. Tal vez nos dé algunas respuestas.

Él bajó la mirada hacia la caja, luego volvió a mis ojos.
—¿Y cómo funciona exactamente?

Sonreí, aliviada de que no lo descartara de inmediato.
—Solo necesitas pensar en él… en tus preguntas. Yo me encargaré del resto.

Saqué el mazo de la caja y empecé a barajar con soltura, dejando que el familiar sonido de las cartas deslizándose entre mis dedos me ayudara a entrar en ese estado mental necesario. Cerré los ojos, respiré profundo, sintiendo esa antigua energía empezar a despertar, como una corriente tibia bajo la piel.

Cuando los abrí, lo miré.
—Pon tu mano sobre el mazo. Piensa en ese zorrillo… en tus dudas. Y di tu pregunta en voz alta.

Shadow dudó solo un segundo, pero lo hizo. Colocó su mano sobre el mazo, cerró los ojos.

—¿Por qué? —dijo en voz baja, casi como un ruego contenido— Quiero saber por qué lo hizo.

Asentí en silencio, sintiendo el peso de esa pregunta. Coloqué el mazo en el centro del escritorio, respiré una vez más, y con manos firmes, saqué tres cartas del tope, colocándolas boca abajo en fila frente a nosotros.

Shadow se inclinó un poco más, una mano apoyada en el borde de la mesa, la otra en el respaldo de mi silla. Podía sentir su concentración, la tensión contenida. Él sabía que yo era buena con esto, pero era la primera vez que me veía hacerlo en vivo.

Respiré hondo, sintiendo cómo el aire temblaba en mi pecho, y en voz baja comencé a leer las cartas, con la delicadeza con la que se desvela un secreto.

—Primera carta…

Mis dedos rozaron el borde decorado, y con cuidado la giré.

—La Luna… invertida —dije, sintiendo un leve escalofrío recorrerme la espalda. Mi voz titubeó, pero no me detuve— Esta carta habla de ilusiones… de verdades envueltas en sombras. De engaños que comienzan a resquebrajarse. Significa que no todo lo que vimos era real. Que hay piezas ocultas… mentiras enterradas que aún no hemos descubierto.

Hice una pausa, absorbiendo el simbolismo de la carta: una luna pálida eclipsada, figuras que emergían del agua en un paisaje onírico y torcido.

—Hay algo más detrás de lo que vimos, Shadow. Algo que se nos escapa.

Él no dijo nada, pero su mirada ardía fija en mis manos.

Con un leve temblor, giré la segunda carta.

—Los Enamorados —susurré, y tragué saliva, sintiendo una presión inesperada en el pecho— Esta carta… no se trata solo de deseo. Habla de decisiones importantes, de vínculos profundos, de un cruce de caminos emocional. Aquí no se trata solo de él.

Me obligué a seguir hablando, aunque cada palabra me dejaba más inquieta.

—Puede que no estuviera solo. Tal vez… alguien más lo impulsaba. ¿Un amante? ¿Una obsesión? ¿Una figura que representaba una elección emocional intensa? Sea quien sea, su influencia fue poderosa.

El ambiente se volvió más denso. El aire, más pesado.

Lentamente, levanté la tercera y última carta. Y entonces la vi.

—El Diablo.

Un silencio absoluto cayó sobre la habitación. Sentí un nudo formarse en mi garganta, y mi piel se erizó como si una sombra me hubiese rozado.

—Esto es… oscuro —dije en voz baja, apenas más que un suspiro— Habla de ataduras. De control. De manipulación… Adicciones, dependencias, cadenas invisibles. Esta carta grita que él no actuó libremente. Que estaba atado a algo. A alguien. Como una marioneta tirada por hilos invisibles.

Me obligué a mirar las tres cartas juntas. Las imágenes parecían conectarse entre sí, como partes de un rompecabezas.

—Shadow… esto no fue un crimen simple. No fue solo un impulso. Siento que había algo más grande detrás… una influencia, una presencia que lo dominaba desde las sombras.

Me quedé mirando las cartas unos segundos más. El silencio entre nosotros pesaba, denso, lleno de pensamientos que ninguno se atrevía a decir en voz alta. Sentía el pecho apretado, como si una mano invisible me estuviera sujetando el corazón. Había demasiadas preguntas sin respuesta… y demasiadas emociones latiendo al mismo tiempo.

Shadow dejó escapar un suspiro lento, grave, que parecía salir desde lo más profundo de su pecho. Un sonido bajo, contenido, casi resignado. Luego, estiró una mano enguantada y tomó con cuidado la carta de Los Enamorados , como si temiera dañarla con solo mirarla.

Su ceño estaba fruncido, pero no por rabia. Era una expresión de concentración, de análisis. Su mirada carmesí se clavó en los detalles de la ilustración: las figuras enfrentadas, el lazo invisible entre ellas, la sensación de destino que parecía emanar de la carta.

—¿Así que… hay alguien más involucrado? —preguntó en voz baja, casi como si se hablara a sí mismo.

Asentí con suavidad, girándome para observarlo mejor.

—Eso es lo que me dicen las cartas —respondí— No puedo decirte quién exactamente… pero es alguien con quien compartía un vínculo emocional fuerte. Amor, obsesión… algo así.

Shadow no respondió de inmediato. Su mirada permanecía fija en la carta, pero yo sabía que en su mente, cientos de piezas estaban tratando de encajar. Lo conocía bien: estaba repasando cada detalle del caso, cada informe, cada interacción con el sospechoso, buscando algo que se le hubiese escapado.

Yo bajé un poco la vista, sintiéndome de pronto inútil, fuera de lugar en medio de una investigación tan seria. Mis manos temblaban un poco, todavía tibias por la energía de la lectura.

—Lamento no poder ser de más ayuda —murmuré, mi voz apenas un hilo que se escapó sin permiso.

Shadow negó con la cabeza al instante, sin apartar los ojos de la carta.

—No digas eso, Rose —dijo con firmeza— Esto… esto es una gran pista.

Lo miré, sorprendida por su tono. Mi pecho se alivianó un poco, y una pequeña sonrisa insegura curvó mis labios.

—¿Tú crees que tomen en serio una lectura de tarot como evidencia?

Finalmente, sus ojos se alzaron hacia mí. Fijos. Intensos. Ese rojo profundo que podía atravesar paredes si quisiera.

—Si yo digo que investiguen, lo harán —declaró con convicción— Y ahora tienen una nueva dirección por dónde empezar.

Sonreí para mi misma, alegre que mis habilidades lo pudieran ayudar de alguna manera, aunque algo de inseguridad se formó como un nudo en mi garganta. 

—Por un momento pensé que no lo tomarías en serio —dije en voz baja, jugueteando con un mechón suelto de mi cabello.

Shadow dejó la carta de Los Enamorados sobre la mesa con cuidado, sin apartar la vista de ella.

—¿Por qué piensas eso? —preguntó, con ese tono neutro que no dejaba adivinar si se sentía ofendido o simplemente curioso.

Me encogí de hombros, sonriendo apenas.

—No sé... no te veo como el tipo de Mobian que cree en lo místico. Siempre tan lógico, tan… estructurado.

Shadow dejó escapar una risa breve, apenas un suspiro con forma de sonido. Una de esas risas que se le escapaban cuando no quería reír.

—Soy más abierto de lo que crees.

Esa respuesta me sacó una sonrisa genuina. Una cálida, que me aflojó el pecho.

Tomé las tres cartas de la mesa y las devolví al mazo con cuidado. Mientras lo barajaba entre mis manos, sentí la energía acumulada vibrar levemente, como si el universo no hubiera terminado de hablar todavía.

Entonces, con una seriedad inesperada, Shadow rompió el silencio.

—Rose… ¿crees que puedes localizar a Eggman?

Levanté la vista, sorprendida por la pregunta. Aunque, en el fondo, no era tan inesperada. Ya alguien más me había hecho esa misma consulta.

—Sonic me preguntó exactamente lo mismo —respondí mientras seguía barajando, con los ojos en el mazo.

El simple hecho de mencionar su nombre fue suficiente para que Shadow se tensara. Lo sentí. Sus hombros se endurecieron y su mandíbula se apretó con molestia contenida.

—Hice una lectura de tarot —continué— Incluso intenté radiestesia. Busqué señales, cualquier vibración… Pero lo único que pude confirmar es que está vivo. Y escondido. Muy escondido, en algún rincón del mundo. Planeando algo, como siempre.

Escuché a Shadow chasquear la lengua, frustrado, y luego cruzarse de brazos. Seguramente esperaba que yo pudiera ofrecerle una ventaja sobre Sonic, ganar esa carrera silenciosa en la que ambos estaban enfrascados desde hacía meses.

No dijo nada por un rato. El silencio volvió a caer entre nosotros, pesado y denso, mientras su mente trabajaba en silencio. Hasta que, finalmente, rompió la quietud.

—¿Puedo hacerle otra pregunta a las cartas?

Levanté la mirada hacia él, sonriendo de lado.

—Claro. ¿Qué quieres saber?

Shadow vaciló un instante, como si no estuviera seguro de querer decirlo en voz alta. Luego se inclinó un poco hacia la mesa.

—¿Crees que tus cartas podrían decirnos algo sobre esa tarjeta que me dejó el otro Silver?

Parpadeé, sorprendida por el giro inesperado.

—¿La tarjeta de cumpleaños?

Asintió, cruzando los brazos de nuevo.

—Sí. Todavía estoy tratando de entender por qué decía “Baba”.

Su voz tenía una mezcla de molestia y genuina intriga. Y yo no pude evitar sonreír otra vez, sintiendo cómo ese misterio extraño y casi infantil, en medio de tanta tensión, traía consigo una extraña calidez.

—Vamos a preguntarle —dije, tomando el mazo con ambas manos, lista para ver qué más quería revelarnos el universo.

Una sensación distinta me envolvió mientras barajaba el mazo. No era como las veces anteriores. Esta vez había algo más… suave. Más íntimo. Como si un hilo invisible uniera este momento con algo que aún no comprendíamos del todo, algo enredado en el futuro. Un lazo que vibraba entre lo desconocido y lo inevitable.

Corté el mazo con cuidado y saqué tres cartas, colocándolas boca abajo frente a nosotros. El silencio se sentía casi sagrado.

Giré la primera.

—Primero… El Sol —dije, dejando que mi voz flotara en el aire— Vitalidad. Renacimiento. Celebración. Un nuevo inicio… pero también, la infancia. Algo relacionado con un hijo, o con la descendencia.

Sentí cómo mi corazón se detenía un segundo. Mi mirada se cruzó brevemente con la suya, pero aparté los ojos antes de que pudiera leer demasiado en ellos.

Giré la segunda.

—La segunda carta es… El Loco . Un salto de fe. Inicios espontáneos. Un viaje que no estaba planeado… pero también imprudencia. Inmadurez.

Shadow frunció el ceño apenas.

—¿Un viaje?

Asentí, sin dejar de mirar las cartas.

—Uno inesperado. Impulsado por la curiosidad… o por accidente.

Giré la última carta.

—Y finalmente… El Mago invertido . Manipulación de energías. Poder sin control. Tal vez… un objeto poderoso mal empleado.

Shadow se incorporó con interés renovado.

—Una Esmeralda del Caos… recuerdo que llevaba una consigo…

—La verde, si no me falla la memoria —murmuré, sintiendo que la energía de la lectura vibraba suavemente en mi pecho— Estas cartas… me hablan de alguien joven. Que llegó aquí sin querer. Que aún no comprende bien el poder que usó.

—¿Qué significa todo eso? —preguntó Shadow, su voz baja, pero cargada de tensión.

Lo miré a los ojos.

—Que ese Silver tiene una conexión contigo. Y que vino al pasado por accidente. Si te dejó una tarjeta de cumpleaños… claramente eran cercanos. En su línea temporal, tú eras alguien importante para él.

Shadow se quedó mirando las cartas, inmóvil. Sus ojos parecían buscar respuestas entre las figuras de los arcanos. Luego, lentamente, dijo:

—Cuando estábamos viajando por el tiempo… huyendo de ese gusano… recuerdo que tuvo una conversación con ese idiota azul. Dijo que había llegado al pasado por accidente, y que estaba intentando volver a casa… pero esa cosa siempre lo seguía. A cada línea temporal a la que iba, ese gusano lo encontraba.

El silencio volvió. Esta vez cargado de algo más denso.

—Rose… —dijo de pronto, con una seriedad contenida—, ¿tú sabes cómo murió Silver exactamente? Yo… era un Zombot en ese momento. No tengo recuerdos de lo que ocurrió.

Bajé la mirada y empecé a barajar de nuevo, despacio.

—Solo sé lo que me contó Sonic… —dije, en voz baja— Que estaba en su forma Super… que hizo algo con su telequinesis para expulsar el virus. Y luego… explotó.

Shadow levantó una ceja, incrédulo.

—¿Explotó?

Asentí con pesar.

—Eso fue lo que dijo Sonic. Tú sabes que su funeral… no tuvo cuerpo.

Un suspiro largo escapó de los labios de Shadow. Se llevó una mano a la sien y caminó hacia el centro de la habitación, como si el movimiento pudiera ayudarlo a digerir todo eso.

Yo terminé de barajar y guardé las cartas en su caja de terciopelo, dejándola sobre el escritorio con cuidado. Luego me levanté de la silla.

Fue entonces cuando lo noté. La forma en que la mirada de Shadow descendía lentamente hacia mi cintura. Seguí el rumbo de sus ojos… y me di cuenta de que mi camisón se había subido un poco, revelando parte de mi ropa interior.

El calor me subió al rostro de inmediato. Me acomodé la tela rápidamente, con una pequeña risa nerviosa.

Shadow se giró por completo hacia mí, y vi el leve rubor que le coloreaba las mejillas.

—Rose… estamos en pleno otoño… ¿por qué no estás usando pantalones?

Me abracé a mí misma, con una sonrisa traviesa y las mejillas ardiendo.

—Tal vez… —dije, mordiéndome apenas el labio—, lo hice a propósito.

Él dejó escapar otro suspiro, uno cargado de resignación y deseo.

—Vas a ser mi muerte.

Y luego, por fin, sonrió. Una sonrisa de esas que me hacían sentir como si el mundo desapareciera a mi alrededor. Sus ojos brillaban, oscuros y encendidos, y se acercó a mí con pasos seguros, como si nada más importara.

Una de sus manos se posó suavemente en la nuca, la otra rodeó mi cintura con firmeza, atrayéndome hacia él. Sentí su respiración justo antes de que sus labios se fundieran con los míos. El beso fue profundo, ardiente, urgente. 

Llevé mis manos a su espalda, buscando el calor de su cuerpo bajo la tela de su chaqueta, aferrándome a él como si eso pudiera evitar que este momento se desvaneciera.

El beso empezó a profundizar. Mi boca se entreabrió y nuestras lenguas se encontraron en un juego familiar pero siempre emocionante. Saboreándonos, explorándonos, volviendo a memorizar los espacios del otro como si fuera la primera vez. 

Lo sentí acercarse más, como si no quisiera dejar espacio entre nosotros. Un pequeño gemido escapó de mi garganta, ahogado contra su boca.

Lo había extrañado tanto. Extrañaba su contacto, su calor, la manera en que me sujetaba como si yo fuera lo más importante en el mundo. Extrañaba esta intimidad, esta conexión silenciosa donde todo lo demás desaparecía. No había temor en mí ahora. Ya no me preocupaban los moretones ocultos, podía entregarme completamente. 

Mi corazón latía con fuerza contra su pecho cuando sentí sus manos en mi cintura, levantándome con suavidad, como si no pesara nada. Instintivamente rodeé su cuello con mis brazos, aferrándome a él mientras me dejaba llevar.

La anticipación se arremolinaba en mi pecho cuando mi espalda se encontró con el colchón, y la parte trasera de mis rodillas tocaron la madera de mi cama. Las sábanas frías contrastaron con el calor que emanaba de nosotros. Shadow cayó sobre mí con una gracia medida, apoyando sus rodillas a cada lado de mis muslos. Sus manos atraparon las mías y entrelazó nuestros dedos contra el colchón.

Seguimos besándonos. Más profundo. Más lento. Como si hubiéramos estado esperando todo este tiempo solo para volver a este momento.

Su peso sobre mí era reconfortante, sólido. Me sentía protegida. Deseada. Su respiración era irregular, al igual que la mía. Sentía su pecho rozar el mío, enviando pequeños escalofríos por todo mi cuerpo.

Lo miré a los ojos cuando se detuvo por un instante. Nuestras miradas cruzándose. Su mirada era intensa, llena de deseo. 

Se inclinó de nuevo, dejando un suave beso en la comisura de mis labios, luego otro en mi mejilla, descendiendo con delicadeza hacia mi mandíbula. Mi cuerpo tembló suavemente cuando sus labios se posaron en mi cuello, y luego, cuando sentí el mordisco, una corriente eléctrica me recorrió la piel.

El aire parecía vibrar a nuestro alrededor.

Mi camisón ya se había subido un poco, lo suficiente para sentir la caricia de su mano en mi muslo, acariciando con delicadeza, subiendo lentamente. Su tacto era firme pero reverente, como si explorara un terreno sagrado. Mi piel ardía bajo sus dedos, cada roce encendía una chispa más.

Sus dedos rozaron suavemente mi vientre, luego mis costillas y eventualmente mi seno derecho, apretando con suavidad, sacándome un gemido ahogado. Con su otra mano, tomó la tela de mi camisón y la subió hasta mi clavícula, revelando mi bralette. Era de encaje blanco, delicado y femenino. El bralette apenas cubría lo necesario, con esas transparencias florales que jugaban con la luz y dejaban poco a la imaginación.

Shadow se quedó viendo, hipnotizado. Luego giró la cabeza hacia mis bragas, notando que eran blancas con detalles florales, haciendo juego. Vi como una sonrisa pícara se le escapó de sus labios, encantado con la situación. 

Yo llevé mis manos a mi rostro, tratando de ocultar el rubor que se estaba formando en mis mejillas. No lo había comprado para este propósito. Solo fue una compra impulsiva que había hecho hace mucho tiempo, enamorada de los detalles delicados del conjunto. 

Con suavidad, Shadow agarró mi bralette y lo subió, revelando mis pechos. Pude sentir su aliento conforme su boca se acercaba y le daba un par de lamidas a mi pezón. Cerré los ojos y llevé una mano a la boca, tratando de contener los gemidos mientras él movía su lengua, jugando, mordiéndolo con sus dientes, mientras su otra mano, con movimientos suaves pero firmes, apretaban mi otro pecho. Sus dedos agarraron mi otro pezón, jalándolo y moviéndolo de vez en cuando. 

Habían pasado semanas desde la última vez que Shadow me acariciaba así. Tanto tiempo sin estas sensaciones, deseo y placer contenido. Mi mente divagó hacia esos videos, los que había visto hace unas horas. Las múltiples cosas que podían pasar. Y sin darme cuenta, mi cuerpo empezó a reaccionar y pude sentir mis bragas humedecerse por mis propios fluidos. 

Shadow se detuvo de golpe, su boca separándose de mí, dejando la marca sus dientes y saliva sobre mi pecho. Se apoyó en sus codos y miró hacia abajo, hacia mis partes íntimas. Vi como su nariz empezó a moverse, claramente olfateando el aroma de mi deseo. Él levantó la cabeza, su mirada encontrándose con la mía, sus ojos oscuros, llenos de pasión y necesidad. 

—Rose… hueles tan delicioso— Murmuró, con su voz grave y profunda.

Sus labios chocaron contra los míos, su lengua buscando entrada dentro de mi boca, y le di acceso, sintiendo como jugueteaba con mi lengua, mientras que una de sus manos bajó lentamente hasta mi entrepierna, sus dedos apartando la tela hacia un lado, dándole acceso directo a mi entrada humedecida. 

Un gemido ahogado se escapó de mis labios mientras Shadow me devoraba con fervor. Sentí como dos de sus dedos enguantados explorando mis adentros, entrando y saliendo con facilidad, tocando mis paredes, mandando ondas eléctricas de placer por mi cuerpo. 

Mi lengua bailaba con la suya, una de sus manos apretaba mi pecho mientras que la otra exploraba mi interior. Era demasiado abrumador, demasiadas sensaciones al mismo tiempo. ¿en qué momento había aprendido a hacer todo esto? ¿lo había visto en algún video también? ¿O simplemente lo había intuido?

Shadow separó sus labios de los míos, y pude ver una línea de saliva uniendo nuestras bocas, rompiéndose eventualmente. 

—Estas tan húmeda… — Susurro, su voz profunda, llena de deseo. — Quiero saborearte.

—Shadow… —murmuré, apenas un susurro.

Sentí un escalofrío recorrerme cuando lo vi levantarse, retrocediendo fuera de la cama, para arrodillarse frente a mí. Sus manos, firmes y cálidas, se posaron sobre mis muslos con una delicadeza casi reverente. Su mirada subió hasta encontrarse con la mía, intensa, decidida, pero también teñida de ternura. Mi respiración se entrecortó al instante, y mi corazón empezó a latir con fuerza otra vez.

Me mordí el labio, asintiendo en silencio mientras me recostaba otra vez, cerrando mis piernas con anticipación. Sus dedos se deslizaron lentamente hacia mi bragas, con paciencia empezó a jalarlas hacia abajo, desprendiéndome de la prenda completamente, dejándola caer al suelo. 

Sus manos se posaron sobre mis rodillas, empujando mis piernas hacia los lados, dándole acceso a mi entrepierna ligeramente humedecida. Él se inclinó hacia adelante y sentí el calor de su aliento… Sus labios tocaron mi piel con devoción, besándome y lamiéndome, saboreando mis fluidos con gusto.

Mi espalda se arqueó suavemente, mis dedos aferrándose a las sábanas, mis gemidos llenando el silencio de la habitación. Podía sentir sus manos aferrarse a mis muslos y su lengua moverse en mi interior, de arriba a abajo, de un lado a otro. Un placer que extrañaba demasiado. Sensaciones que apenas estaba volviendo a reconocer. 

Pero sentí mi interior vibrar, contraerse, como si algo faltara, una sensación de vacío que nunca había experimentado antes. Apreté las sábanas con fuerza, estremeciéndose un poco. 

Shadow lo notó de inmediato y se alejó un poco de mi entrepierna, levantando la cabeza, buscando mi rostro.

Yo me apoyé en mis codos, tratando de verlo mejor, encontrándome con su mirada insegura. Sus manos apretaron mis piernas, tensas, nerviosas. Como si esperaba que le dijera que algo andaba mal.

—Lo siento Shadow… no.. es solo que… —tartamudee, las palabras saliendo torpemente. —Es lo que… por dentro.. se siente raro.

—¿Raro?— Preguntó curioso, ladeando la cabeza.

Mis mejillas se encendieron de inmediato, mi mirada enfocada en cualquier cosa menos él.

—No sé… como que falta algo… No sé cómo explicarlo. 

Shadow se quedó en silencio, sus ojos carmesí enfocados en mi rostro ruborizado y luego bajó la vista hacia mi entrepierna. Su mente parecía planear algo, encontrar una solución a mi incomodidad.

Entonces lo vi, como abría la boca y poco a poco, su lengua se extendía de una manera sobrenatural. Se volvió larga, gruesa y carnosa. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, mi pelaje erizarse un poco. Siempre había algo nuevo que me sorprendía. 

—No sabía que podías hacer eso…—Dije con una risa nerviosa.

—Te dije que podía hacer muchas cosas — Me respondió, su voz más grave de lo normal. 

Lleve una mano hacia mi pecho descubierto, agarrando la tela de mi camisón, aferrándome a él, en busca de un ancla, mientras que aguantaba mi peso sobre mi otro brazo, mi cuerpo apenas inclinado para verlo ocultar nuevamente su rostro en mi entrepierna. 

Una burbuja de nerviosismo se apoderó de mí, mi corazón latía con fuerza con mi pecho y mi respiración empezó a entrecortarse. Yo ya no era virgen. Ya no había ninguna barrera que evitará que esa lengua larga y gruesa explorara todo mi interior.

Me mordí el labio, tratando de contener los gemidos que salían mientras que su lengua lamía mi entrada con suavidad, para luego poco a poco adentrarse dentro de mi, moviéndose lentamente, expandiendo poco a poco mis paredes. 

¡Shadow! —Grité, cerrando mis ojos con fuerza, abrumada por la sensación. — ¡Espera! ¡Ah!

Su lengua no era tan grande como su miembro, era algo que yo podía soportar. Era una sensación extraña, desconocida pero placentera, ajena a todo ese dolor que sentí durante la primera vez. Se adentro cada vez más, con delicadeza, hasta que llegó al final, haciéndome gritar. Había llegado a lo que podía asumir que era la entrada de mi útero. 

Luego su lengua empezó a retroceder, para volver a adentrarse, en un movimiento lento pero adictivo. La fricción era demasiado para mi. 

Mi brazo perdió fuerza, y me dejé caer sobre las sábanas, mis manos aferrándose a ellas con todas mis fuerzas, mientras mi voz se quebraba entre gritos y gemidos de placer. Mis piernas se movían sin control, pataleando en el aire y Shadow trataba de mantenerme quieta, sus manos aferrándose a mis muslos, mientras que su lengua me penetraba una y otra vez, llenándome completamente. 

Apenas podía respirar, la sensación era increíblemente abrumadora. Pero no estaba preparada para lo que iba a suceder. La lengua de Shadow empezó a juguetear en mi interior, a explorar cada pared, cada rincón, hasta que tocó un lugar que hizo que me retorciera del placer. 

—¡SHADOW!—Grité su nombre con todas mis fuerzas, mientras arqueaba la espalda.

Esa fue la señal que él estaba esperando. Empezó a tocar ese punto una y otra vez con su lengua, con movimientos rápidos y precisos, mientras una de sus manos se posó sobre mi pelvis, su pulgar ejerciendo movimientos circulares sobre mi clítoris, llevándome al borde de la locura. 

Fue como si una ola empezará a crecer en mi interior, lenta pero imparable. Cada movimiento suyo, cada roce, me empujaba más cerca del borde. Mi respiración se volvió entrecortada, mis piernas temblaban ligeramente, y sentía cómo el calor se acumulaba con una intensidad casi abrumadora.

Y entonces, sucedió.

No hubo advertencia clara. Solo una acumulación de sensaciones que se volvieron imposibles de sostener. Mi cuerpo se tensó por un instante, todo mi ser conteniéndose como si el mundo entero aguantara la respiración conmigo… y luego, simplemente, explotó.

Una oleada cálida me recorrió desde el centro, dulce, poderosa, como una corriente eléctrica bañada en miel. Me arqueé con fuerza, los dedos aferrándose a las sábanas, y mi voz escapó de lo más profundo de mi garganta:

—¡Shadow!

Fue un grito desgarrado, tembloroso, lleno de entrega. Su nombre, tan familiar, fue lo único que pude pronunciar mientras el placer me atravesaba por completo. Era como caer en el abismo y, al mismo tiempo, volar por encima de todo. Un instante tan absoluto que parecía detener el tiempo.

Todo se volvió difuso: el cuarto, el sonido, incluso el tiempo. No existía nada fuera de ese momento. Mi pecho subía y bajaba con rapidez, mis pulmones esforzándose por llenarse de aire, mientras mi cuerpo entero se relajaba, temblando ligeramente. Sentía la piel sensible, como si cada centímetro estuviera iluminado desde dentro.

Una sonrisa pequeña, involuntaria, se dibujó en mis labios. Lo miré con los ojos entrecerrados, aún brillantes por la intensidad del momento, y susurré, con un tono que solo él podía oír:

—Shadow… eso fue… increíble.

Shadow sacó su lengua de mi interior lentamente y se levantó, alejándose un poco de mí cuerpo inmovil. Giré un poco la cabeza, apenas lo suficiente para verlo ahí, de pie entre mis piernas. Su figura imponente contrastaba con su expresión satisfecha. Su rostro estaba completamente húmedo, bañado por los rastros de lo que acabábamos de compartir, y aun así, no parecía importarle en lo más mínimo.

Poco a poco, su lengua empezó a encogerse, volviendo a su forma habitual, como si nada de lo anterior hubiera pasado. Como si no acabara de usarla para desarmarme por completo. Luego vi cómo lamía la comisura de sus labios lentamente, saboreando hasta el último rastro con una devoción que me hizo estremecer de nuevo. 

Shadow se limpió los restos con el dorso de su guante, con un gesto lento, casi perezoso, y entonces me sonrió. Con una de esas sonrisas pequeñas, apenas marcadas, cargadas de orgullo y cariño. Satisfecho. 

—Te ves preciosa así —murmuró con esa voz grave que siempre me hacía temblar.

Y yo solo pude reír entre dientes, sin fuerzas para replicar, todavía perdida en la intensidad del momento.

Miré hacia abajo y vi su miembro endurecido, grueso y palpitante. Tenía esa misma forma anormal que lo caracterizaba sólo a él. Piel oscura, el anillo en el medio y las pequeñas protuberancias en la base. 

Una punzada de nerviosismo y anticipación se apoderaron de mí. Sabía lo que iba a suceder. Estaba completamente lista para recibirlo por segunda vez, para unir nuestros cuerpos en esa danza prohibida, y esta vez, lo íbamos a hacerlo bien.

Shadow se acerco a mi, estiró sus brazos y me tomó de la cintura con firmeza, levantándome ligeramente sobre el colchón, haciendo mi cuerpo girar para quedar paralela sobre el colchón, mis pies desnudos por fin tocando las sábanas. 

Pensé que se lanzaría sobre mí inmediatamente, pero lo vi sentarse en el borde de la cama, encorvandose para llevar sus manos a sus zapatos. Con movimientos rápidos y precisos, se quitó sus Air Shoes y los dejó en el suelo, quedándose solamente con los anillos que siempre llevaba en sus tobillos. 

Se giró para verme, con una mirada llena de deseo, lujuria, necesidad, la cual hizo que mis adentros se contrajeran. Se acomodó lentamente sobre mí, entrando en mi espacio, arrodillado entre mis piernas, permitiendome verlo en todo su esplendor, su mano moviéndose de arriba hacia abajo sobre su miembro erecto. 

Trague saliva mientras llevaba mis manos a mi rostro, nerviosa por lo que iba a suceder. 

—Shadow… — dije, apenas un susurro.

—¿Quieres esto? ¿Estas lista? —preguntó Shadow, con esa voz profunda, que me hacía sentir mariposas en el estómago.

—S-sí— Asentí apenas, mi voz apenas audible tras mis manos. 

Shadow llevó su miembro hacia mi entrada, humedeciendose a sí mismo con mis fluidos. No pude evitar cerrar los ojos y sentir mi respiración acelerarse, mi corazón latir a mil por hora. Estaba totalmente expuesta, mis piernas abiertas alrededor de su cintura, expectante a lo que iba a suceder. 

Pero… no sucedió. 

Abrí los ojos para ver a Shadow completamente quieto, la cabeza cabizbaja, mirando la parte donde nuestros cuerpo se unirían. Su respiración era agitada, sus ojos oscuros por el deseo… y la culpa.

—No… No quiero lastimarte de nuevo —dijo, su voz más baja que un susurro, como si le doliera.

Me incorporé lentamente, apoyándome con los codos contra el colchón. Mi pecho subía y bajaba, y sentía el calor ardiéndome en la cara.

—Shadow… —murmuré con cuidado— Nuestra primera vez fue un poco… apresurada. Y sí, no salió bien… Pero estamos bien ahora. Podemos volver a intentarlo.

Él me miró, todavía con esa mezcla de deseo e inseguridad. Lo conocía lo suficiente para notar que estaba luchando contra sus impulsos. Y también sabía cuánto se culpaba por lo ocurrido aquella vez.

Me moví suavemente, acercándome un poco más, y llevé una mano hacia su brazo, acariciándolo, queriendo tranquilizarlo, invitarlo. Él no se movió, solo me observó… hasta que murmuró:

—Aun si… digo… no ando protección… 

Mis ojos se abrieron con sorpresa. Me había olvidado por completo de ese detalle. Miré hacia un lado, como si eso pudiera hacer que mágicamente apareciera algo. Pero no… No tenía nada en mi habitación. Y aunque mi cuerpo lo deseaba con desesperación, mi mente sabía que no estaba preparada para enfrentar las consecuencias de hacerlo sin protección.

—Yo tampoco…  —admití con un suspiro — Lo siento…

Shadow negó con la cabeza, sus ojos rojizos buscando los míos.

—No te disculpes Rose… esto no… estuvo planeado.

Me mordí el labio, observando su miembro palpitante en su mano. Yo había recibido una experiencia fuera de este mundo, gracias a las caricias de Shadow. Había alcanzado ese placer que solía leer en las novelas románticas. Pero ahora él se iba a quedar insatisfecho, y eso era algo que no me podía permitir.

—Bueno… puedo… chupartela… ya sabes. —Murmuré, sintiendo mis mejillas arder.

Shadow miró hacia su miembro y luego hacia mi boca, debatiendo la idea en su cabeza. Sus ojos nuevamente se llenaron de ese deseo contenido, de esa pasión que ardía dentro de él.

—Tengo una idea… ¿puedes… ponerte de cuatro sobre la cama? —Preguntó, con un sonrojo en sus mejillas.

—¡Oh! Ah… ah… si… puedo —Respondí con nerviosismo, sintiendo como si el corazón quería salirse por mi garganta. 

Me incorpore sobre la cama, apoyando mi peso sobre mis rodillas y mis codos, levantando mi trasero hacia él, mi cabeza apoyada contra mi almohada. Desde esta posición no podía verlo, solo podía mirar hacia la cabecera de madera y hacia Dulcito, que estaba cómodo en mi otro almohada, testigo de todo lo que estaba sucediendo. 

Sentí las manos de Shadow agarrar mi suéter y mi camisón, moviendo la tela hasta la mitad de mi espalda, sus dedos deslizándose hacia abajo, dejando un rastro caliente sobre mi piel, sus manos posándose sobre mi trasero, moviéndolas con suavidad, casi con reverencia. 

Una de sus manos agarró mi cola, acariciándola con delicadeza. Yo me aferre a la almohada, tratando de mantener el control mientras que todo mi cuerpo temblaba sin control. Shadow continuó con sus caricias sobre mi trasero hasta que sus manos descendieron hasta mis muslos, agarrándolas con firmeza, cerrando mis piernas en un solo movimiento.

Pude sentir nuevamente su miembro rozar mi entrada, pero en vez de penetrarme, su miembro rozó mi clítoris, abriéndose paso entre el espacio de mis piernas, mi pelaje creando fricción contra él.

Un gemido ahogado se escapó cuando sus manos firmes sujetaron mi trasero, manteniéndome en mi lugar. Lentamente el miembro de Shadow empezó a retroceder y con un movimiento rápido volvió a entrar en el espacio entre mis muslos, la punta rozando mi entrada, enviando una chispa de electricidad por mi cuerpo.

Lento al inicio, Shadow empezó a tomar ritmo, sus caderas chocando contra mí, usando mis muslos para masturbarse prácticamente. Podía escuchar su voz romperse entre gemidos y gruñidos, mi nombre escapando de sus labios.

—Rose… Rose…

El movimiento era cada vez más rápido, más fuerte, más agresivo. Me empujaba hacia adelante sin control y sus manos me llevaban hacia atrás de vuelta con fuerza. Sus dedos aferrados con firmeza sobre mi cuerpo, pudiendo sentir sus garras dentro de sus guantes. Sujeté la almohada con todas mis fuerzas, sin poder evitar gemir junto a él cada vez que rozaba contra mi.

La voz de Shadow se volvía cada vez más gruesa, más necesitada, más urgente. Sus gruñidos llenaban la habitación juntos con mis gemidos, creando una melodía única, que me hacía pensar en cómo sería tener relaciones de verdad, no este juego sexual para evitar el celo de la próxima primavera. 

—Rose… ya casi… yo —Lo escuche gruñir, su voz baja y entrecortada.

—Hazlo… en mi boca… no quiero manchar… las sábanas. —dije, mi voz apenas entendible por mi respiración descontrolada.

Y antes de que pudiera darme cuenta que estaba pasando, Shadow se separó de mí, sacando su miembro de entre mis piernas y sus manos se lanzaron hacia mis hombros, haciéndome girar. Mi rostro se encontró con su miembro duro y palpitante, humedecido por mis fluidos. Sin decir nada, abrí la boca y mis labios se encerraron alrededor de él, moviendo mi cabeza hacia atrás y hacia delante, saboreando a mi misma. 

—¡ROSE! —Gruño Shadow, sus dedos agarrando mi cabeza con fuerza.

No me tomó mucho tiempo para que su orgasmo explotara en mi boca, sus jugos llenando mi garganta, hasta desbordarse. Trague lo mejor que pude, aliviada que la cantidad no era tanta como la primera vez que hicimos esto. 

Shadow se alejó, saliendo de mi boca con cuidado, mientras que yo llevaba una mano hacia mis labios, tratando de evitar que el fluido viscoso cayera sobre mis sábanas. 

Abrí los ojos para ver a Shadow sentado sobre la cama, apoyándose en sus manos, su rostro mirando hacia al techo, tratando de controlar su respiración. 

—Esto… es bastante Shadow — Bromee un poco, sintiendo el sabor salado en mi lengua.

—No suelo… tocarme mucho… la última vez… fue cuando… le di la muestra… a la doctora Miller… — Shadow bajo la cabeza, buscando mi mirada, tratando de explicar con dificultad.

—¿Y como hiciste? —pregunté curiosa, ladeando la cabeza.

—Use… esa foto tuya… en bikini… en la playa… —Murmuró, su rostro encendido, evitando mi mirada.

No pude evitar reírme. La idea de que Shadow tuviera que masturbarse en una habitación blanca y clínica, mirando mi fotografía para llenar un tarro de muestra, me pareció tan absurdo. 

—Si alguna vez necesitas… desahogarte, sabes que estoy siempre disponible — Dije, mientras me acomodaba, mi cuerpo descansando sobre las sábanas.

—En ese caso… en vez de videollamadas… puedo venir… y podemos… jugar un rato.

—Eso sería… una buena idea. 

Chapter 36: La Noche de los Dos Ojos parte 1

Chapter Text

Hmp... homp...

Ese sonido familiar, suave y molesto, vibró contra la madera de mi mesita de noche. Era la alarma. Siempre la misma, siempre a la misma hora.  Alargué el brazo aún medio dormida, tanteando a ciegas con los dedos hasta topar con el borde frío de mi celular. Lo tomé entre las manos y deslicé el dedo por la pantalla, apagándola sin siquiera mirar.

El silencio volvió a llenar la habitación, espeso como una manta. Parpadeé, aún tumbada de lado, y giré la cabeza hacia la ventana. El cielo era una lona oscura apenas iluminada por la silueta de los árboles al otro lado del vidrio. Una brisa otoñal se filtraba por una rendija, cargada de ese aroma característico: hojas húmedas, tierra fría, el susurro del día que apenas comienza.

Me senté en la cama con un suspiro pesado, sintiendo cómo mis músculos protestaban al abandonar la calidez de las sábanas. Mis pies tocaron el suelo frío de madera, y avancé lentamente hasta el baño, arrastrando los pasos como si el piso intentara retenerme.

Me quité la ropa con movimientos automáticos y me metí a la ducha. Cerré los ojos al sentir el primer contacto del agua tibia sobre mi piel. Dejé que se deslizara por mi cuerpo, envolviéndome, despertándome. El vapor comenzó a llenar el pequeño espacio, suavizando mis pensamientos.

Mientras me enjabonaba con mi gel de lavanda y menta, uno que me encantaba por lo mucho que relajaba mis sentidos, mi mente comenzó a despejarse. Los recuerdos de anoche volvieron con fuerza. Tantas cosas habían pasado... Revelaciones, preguntas, misterios que aún no tenían respuesta. Y no había tenido tiempo real para procesarlo todo.

Shadow me había contado que habían capturado al hacker. Encontraron audios y videos en sus dispositivos. Y luego… se había quitado la vida antes de ser interrogado.

Mi pecho se tensó.

Si los investigadores revisaron todo, todo , entonces seguramente encontraron alguna grabación de esa tarde. En el consultorio de la Doctora Miller. Su terror nocturno. Sería imposible que no hubiese una grabación. El sonido de las alarmas, los gritos, el golpe del suelo al romperse…

Entonces… ¿por qué no dijo nada? ¿Intentó protegerme? ¿O no sabe? Tal vez los investigadores aún no le han informado. O tal vez… no revisaron todo aún. ¿O podría ser que esa grabación nunca existió, que se perdió? ¿Y si… simplemente, nadie la encontrará jamás?

¿Y si esa verdad... desaparece por completo?

Cerré la llave y me envolví en la toalla, secándome con lentitud. El reflejo del espejo me devolvía una silueta borrosa, desenfocada. Me froté los brazos, aún perdida en mis pensamientos.

Salí del baño con la toalla en mis hombros, pensando en qué ropa usar. Pero en la penumbra del pasillo algo me hizo detenerme en seco.

Un par de ojos rojos brillantes me observaban.

Grité por instinto, saltando hacia atrás mientras invocaba mi martillo con un movimiento instintivo.

La figura dio un paso al frente y, al ver la silueta bajo la tenue luz, solté un suspiro agitado.

—¡Shadow! —exclamé, bajando el martillo de inmediato

Él no respondió. Simplemente se frotó los ojos, avanzando con lentitud hacia el baño como si no me hubiera visto realmente. Como un sonámbulo.

Y entonces miré hacia abajo... mi cuerpo aún estaba desnudo, con gotas de agua deslizándose por mi pelaje. Me cubrí con la toalla rápidamente, sintiéndome repentinamente avergonzada, aunque sabía que era un poco ridículo. No era la primera vez que me veía así.

—Buenos días, Shadow —murmuré, incómoda, apartando la mirada.

—Hmm… —fue lo único que dijo antes de desaparecer en el baño.

Lo seguí con la mirada un instante. Tal vez ni se dio cuenta de lo que pasó. Su cuerpo parecía moverse en automático

No le di más vueltas y regresé a mi habitación. Escogí ropa cómoda: una camiseta de manga larga, jeans ajustados y un suéter de lana con tonos otoñales. Me até el cabello en una coleta baja, me puse medias y zapatillas, y salí de nuevo.

Pasé por el pasillo, bajando por las escaleras con cuidado. En la sala, vi la almohada y la sábana que le había dado a Shadow la noche anterior, dobladas a un lado del sofá. Sus Air Shoes estaban colocados en fila junto a una de las patas, y su chaqueta de Neo G.U.N. colgaba del perchero, con ese aire militar tan característico suyo.

Sonreí sin querer.

Fui a la cocina y comencé a preparar café, el aroma llenando el ambiente de inmediato. Abrí la alacena y saqué una caja de cereal de fresa. Era mi favorito, aunque ligeramente infantil para mi edad. Lo vertí en un tazón mientras la cafetera empezaba a burbujear. En ese momento, escuché pasos descendiendo.

Me asomé al umbral y lo vi.

Shadow estaba sentado en el sofá, colocándose sus Air Shoes con precisión. Luego tomó su chaqueta y se la puso de un solo movimiento, ágil, como si todo su cuerpo recordara exactamente qué hacer sin pensarlo.

Cuando entró a la cocina y me vio, sonrió ligeramente.

—Buenos días, Rose.

Mi pecho se apretó un poco. Esa forma suave de decir mi nombre… Me era imposible no sonreírle de vuelta.

—¡Buenos días, Shadow! ¿Quieres café? ¿Cereal?

Levanté la caja para mostrársela.

—Si no es mucha molestia —respondió, sentándose en el desayunador.

Tomé otro tazón y le serví bastante cereal, más de lo que me suelo servir a mi misma. Tras llenarlo de leche, le pasé una cuchara y él empezó a comer sin decir nada más.

Voltee a ver para notar que el café ya estaba listo. Abrí una gaveta y me detuve un segundo.

La taza que le había comprado… la negra matte… se había roto ayer. Me dio una punzada de tristeza tonta, así que saqué una taza blanca sencilla. No era lo mismo, pero al menos era neutra. Le serví el café y lo puse junto a él. 

—Gracias. —Dijo, con una ligera sonrisa.

Tomó la taza con una mano y bebió un sorbo como si ese pequeño gesto marcará el inicio oficial del día.

Entonces, serví mi propio café: leche y azúcar, como siempre. Llené de leche mi cereal y caminé hasta el desayunador, sentándome a su lado en el banco acolchado.

El silencio entre nosotros no era incómodo. Era ese tipo de silencio que se siente lleno, cómodo… como si las palabras no fueran necesarias. Aun así, de vez en cuando lo miraba de reojo.

Verlo ahí, relajado, en mi cocina, usando una de mis tazas, comiendo de mi cereal como si lo hiciera todos los días… Me hizo sentir una especie de ternura suave, cálida. No era la primera vez que desayunábamos juntos, pero sí era la primera vez que él se quedaba a dormir en mi casa.

Anoche, después de ducharse, simplemente se acomodó en el sofá sin que yo dijera nada. No quise insistir. Él no es de los que se dejan convencer con facilidad en ciertas cosas. Pero eso… esto… se sentía tan bien. Tan cotidiano. Como si compartir la mañana fuera lo más natural del mundo.

Y no pude evitar imaginar cómo sería si viviéramos juntos.

Obviamente no podríamos vivir aquí. Mi casita es acogedora, sí, pero no lo suficientemente grande para dos personas… y definitivamente no compartimos techo con Rouge y Omega. 

Tendríamos que buscar una casa propia. Espaciosa, pero con rincones acogedores. Con un jardín enorme para sentarnos bajo el sol… y una piscina. Sí, quiero una piscina. Y varios cuartos. Uno solo para libros, quizás. Y otro con una cama lo suficientemente grande como para que nunca vuelva a elegir el sofá…

—Rose.

Su voz me sacó de golpe de mis pensamientos. Parpadeé, volviendo a enfocarme.

—¿Sí? —pregunté, girándome hacia él.

Shadow me miraba con calma, los ojos entrecerrados, con esa expresión que casi nadie conoce… esa mezcla de atención y suavidad que me reserva solo a mí.

—¿Estás bien?

Asentí con una sonrisa ligera, tomando un sorbo de mi café para disimular el rubor que amenazaba con subirme a las mejillas.

—¿Pudiste dormir anoche? —le pregunté, con voz suave—. ¿El sofá no fue muy incómodo?

Shadow arqueó apenas una ceja, como si mi pregunta le resultara innecesaria, pero no molesta.

—Rose —dijo con ese tono seco que a veces usa, pero que esta vez sonó cálido, casi divertido— he dormido a la intemperie. En cuevas. En hangares congelados. Incluso una vez en el ala destrozada de un robot de combate. Tu sofá es un lujo.

No pude evitar soltar una risita, llevándome la mano a mis labios.

Shadow tomó otro bocado de cereal, masticando en silencio unos segundos antes de levantar la mirada hacia mí.

—¿Y tú cómo dormiste?

—Bastante relajada —admití, girando lentamente la cuchara dentro de mi café antes de mirarlo con una pequeña sonrisa—La verdad… no quería levantarme de la cama esta mañana.

Durante un instante, no dijo nada. Luego, vi cómo dejaba la cuchara en el tazón y se inclinaba hacia mí con naturalidad. Su presencia cálida me envolvió al acercar su rostro a mi cabello, hablándome cerca de la oreja con una voz baja, grave y suave.

—Te entiendo —susurró—. Fue una de las noches más relajantes que he tenido en mucho tiempo.

Mi aliento se atascó por un segundo. Sentí cómo el rubor me subía al rostro, cálido y suave, mientras apretaba los labios para no sonreír como tonta.

Desvié la mirada, concentrándome en mi taza como si eso fuera a ayudar.

—Deberíamos repetirlo —murmuró, y antes de que pudiera procesar del todo sus palabras, sus dientes atraparon suavemente el borde de mi oreja en un mordisco lento y deliberado.

Mi cuerpo reaccionó al instante. Un escalofrío me recorrió la espalda y un sonrojo feroz me subió hasta las orejas.

—¡Shadow! —protesté entre risas, girándome para empujarlo con suavidad en el hombro.

Él solo se recostó un poco en el respaldo con esa sonrisa apenas marcada, como si disfrutara cada segundo de mi reacción.

—¿Qué? Solo dije la verdad.

—¡No se dice así! —seguí riendo, cubriéndome el rostro con una mano mientras sentía que las mejillas me ardían—. ¡No mientras tomo café!

—Entonces la próxima vez te lo diré después del desayuno —replicó con calma, tomando su taza como si no acabara de hacerme hervir por dentro.

No pude hacer más que reír, bajando la cabeza mientras el corazón me latía fuerte.

Al terminar de comer, Shadow se ofreció a lavar las tazas. Yo aproveché el gesto para ir por mi bolso, que había dejado en mi habitación. Cuando regresé, él ya me esperaba en la puerta principal, con los brazos cruzados y la mirada perdida.

Shadow abrió la puerta, y yo salí tras él, cerrándola con llave. Guardé las llaves en mi bolso con movimientos automáticos, mientras un viento frío me golpeaba de lleno en el rostro, despertando mis sentidos. Al alzar la vista hacia el jardín, noté las primeras gotas de una llovizna delicada. El cielo estaba gris, cargado, y el olor a tierra húmeda flotaba en el aire. Se acercaba una lluvia más fuerte, sin duda.

Miré de reojo a Shadow. Seguía con los brazos cruzados, contemplando en silencio la gran estatua de Amdruth en el porche. Y otra vez... sus dos cabezas —la de lobo y la de venado— apuntaban en direcciones diferentes que las de ayer. 

—Sus cabezas siguen moviéndose —comenté, divertida, aunque con un pequeño escalofrío—. Es bastante espeluznante, ¿no?

—Un lobo y un venado… —murmuró, sin apartar la vista— Me recuerdan a los niños que conocimos en el parque.

Seguí su mirada, repasando los rostros de cobre. Uno fiero, el otro tranquilo. Dos extremos compartiendo un mismo cuerpo.

—Escuché una nueva versión de la leyenda de Amdruth —dije, acariciando con la vista las líneas oxidadas del metal envejecido— Al parecer, no era un niño con dos cabezas, sino gemelos.

Shadow se giró lentamente hacia mí, con una expresión intrigada.

—¿Así que… una horda furiosa intentó matar a un par de niños inocentes, y luego inventaron que eran un monstruo de dos cabezas para justificarlo?

Asentí, con el corazón apretado. A veces, las leyendas eran solo excusas antiguas disfrazadas de tradición.

—Es lo más probable… Pero también hay muchas anécdotas históricas de personas que aseguran haber visto una figura hecha de sombras con dos cabezas, durante los otoños.

Él siguió en silencio unos segundos, pensativo. Luego me miró de reojo.

—Dijiste que la madre entregó al bebé a los espíritus, ¿no?

—Eso cuenta la historia. Que los llevó al bosque y pidió a los espíritus que los protegieran.

Shadow guardó silencio un momento. Sus ojos rojos, intensos, parecían perderse en algo más allá del presente.

—Recuerdo haber leído en un libro que no debes confiar en los espíritus —dijo finalmente— Que son caprichosos… crueles. No tienen moral, ni justicia. Solo hacen lo que quieren.

—He leído eso también —respondí, cruzando los brazos para abrigarme— Hay tantas leyendas de personas secuestradas o cambiadas por espíritus... transformadas para siempre.

Él levantó una mano y señaló a la estatua frente a nosotros.

—Tengo la sospecha de que los espíritus transformaron a los gemelos… en esta cosa . Eso explicaría todas las leyendas, y por qué la gente siempre habla de una criatura con dos cabezas en vez de dos niños separados.

—Eso… tiene bastante sentido —dije en voz baja, con una extraña sensación en el pecho.

Me quedé mirando el cielo por un instante. Las nubes eran gruesas y oscuras. Iba a llover sin duda, debería apresurarme antes de que…

—¡Ay no! ¡Voy a llegar tarde! —exclamé de pronto— No puedo seguir aquí parada hablando de espíritus y niños mágicos. ¡Me tengo que ir!

Crucé el jardín a toda prisa, sacando las llaves del Mini mientras corría. Me lancé dentro del auto, me abroché el cinturón en tiempo récord y encendí el motor. Al mirar por los espejos, vi la motocicleta de Shadow estacionada cerca del buzón. Y a él, acercándose a mi ventanilla. Me hizo una seña con la mano para que la bajara, y obedecí de inmediato.

—¿Te vas a ir así? ¿Sin despedirte? —preguntó, con una ceja alzada y una media sonrisa que solo él sabía hacer.

—Lo siento, Shadow. No quiero llegar tarde. Mañana es el festival y tenemos tantas órdenes que preparar…

Asintió despacio.

—Podría llevarte con Chaos Control.

—Lo sé —respondí, agradecida—. Pero si llego tan temprano, no sabría qué hacer conmigo misma. Prefiero conducir. Estos viajes me relajan… me ayudan a prepararme mentalmente para el caos.

Él se quedó pensativo un segundo, luego asintió otra vez.

—Entiendo. Pero aun así... no puedes irte sin darme mi beso de despedida.

Me reí bajito y negué con la cabeza, divertida.

—Tienes razón…perdón.

Cerré los ojos y asomé la cabeza por la ventana. Sus labios cálidos se posaron sobre los míos en un beso suave y lleno de ternura. Uno de esos besos que te siguen en el pecho por el resto del día.

—¿No te vas a mojar? —pregunté al separarnos, mirando hacia su motocicleta.

—Probablemente —respondió, encogiéndose de hombros—. Pero me daré una ducha al llegar a casa.

—O podrías usar Chaos Control —le dije en tono juguetón.

Él me miró por encima del hombro.

—Como dijiste... viajar ayuda a despejar la mente.

Solté una risita suave. Qué tonto podía ser a veces… y cuánto me gustaba eso.

—Nos vemos mañana, Shadow… Te quiero.

—Y yo a ti, Rose.

Pulsé el botón para subir la ventana y él se apartó del auto, dándome espacio para maniobrar. Retrocedí con cuidado, salí del jardín y me incorporé a la carretera. Alcé la mano una última vez en señal de despedida, y él hizo lo mismo, quieto bajo la llovizna, con su silueta firme recortada contra el gris del día.

Con una última sonrisa, encendí la radio. Mi estación favorita llenó el auto de música pop ligera, como si el mundo pudiera seguir girando sin peso mientras me alejaba del vecindario, rumbo a Stadium Square.

Mientras conducía por las calles mojadas, las luces anaranjadas de los faroles se reflejaban en el parabrisas como ojos encendidos. El festival era mañana, y la ciudad entera parecía estar sosteniéndose con cinta adhesiva, café y buena voluntad.

Pero nosotras teníamos algo mejor: azúcar, harina y una reputación que mantener.

Suspiré profundamente cuando vi la cafetería a lo lejos. Estacioné en reversa y corrí hasta la puerta, sintiendo el golpe del viento húmedo en la cara.

Un día más, Amy. Uno más.

Empujé la puerta con el hombro, dejando que el aroma suave a café viejo y madera me diera la bienvenida. Aún estaba oscuro adentro, pero bastó un clic para que las luces cálidas encendieran la pequeña cafetería como si despertara conmigo. Cerré detrás de mí, colgué el bolso en el perchero de siempre y, sin pensarlo dos veces, me até el delantal mientras caminaba hacia la cocina.

Hoy iba a ser un día largo. Larguísimo. Un campo de batalla, pensaba, mirando el espacio impecable que pronto se convertiría en una zona de guerra cubierta de harina, azúcar y nervios.

Comencé a moverme en automático, como si mi cuerpo supiera mejor que yo qué hacer. Verifiqué que los hornos estuvieran en buen estado, revisé los niveles de gas, organicé cada bandeja, cada espátula, cada rodillo. Abrí las alacenas y pasé lista a los ingredientes como si fueran soldados en formación.

—Harina, check. Azúcar, check. Canela, vainilla, levadura, miel… check, check, check. ¿Dónde está la segunda bolsa de semillas de amapola?

Fui tachando mentalmente los puntos de mi lista mientras la releía por tercera vez. No podía haber errores. Cada pedido era una ofrenda. Cada pastel, una promesa. Y había muchos .

Justo cuando doblaba la lista con manos ya ligeramente harinosas, escuché el sonido familiar de la puerta abriéndose con su campanita tintineante. Me asomé por la cocina y sonreí al ver entrar a Vanilla, Cream y Cheese, todos cargando cajas, termos y energía positiva.

—¡Buenos días! —saludé, saliendo a su encuentro.

—¡Buenos días, Amy! —respondió Vanilla con una sonrisa cansada pero cálida— ¿Estás preparada?

Respiré hondo, sentí cómo mi corazón se alineaba con el ritmo acelerado de lo que venía, y respondí con una sonrisa decidida:

—Estoy al cien por ciento. Que empiece el caos.

Había harina en el aire. En mi pelo. En mis pestañas. En mi alma, probablemente.

—¡Necesito más bandejas! —grité, mientras sacaba una hornada humeante de mini tartas de calabaza del horno.

—¡Ya voy! —contestó Cream desde la despensa, con los brazos cargados de moldes vacíos— ¡Mamá, la segunda tanda de galletas de miel ya está lista para decorar!

—¡Perfecto, corazón! ¡Amy, cuidado con la mesa! ¡Cheese, no te acerques al chocolate caliente!

El pequeño Chao flotaba a toda velocidad entre nosotras, llevando con esfuerzo una bandejita con minipanes de anís. Habíamos convertido la cafetería en un campo de guerra. Cada superficie estaba ocupada: la barra, las mesas, incluso las sillas. Todo cubierto de repostería. Tartas, galletas, panecillos, bizcochos con glaseado, dulces en forma de lobos, venados, ojos… y cada uno con etiquetas de los respectivos clientes.

—¿Quién pidió el pastel de boniato sin nueces pero con semillas de amapola? —exclamé, revisando una lista con más anotaciones que una novela.

—¡Familia Small Claw! ¡Son doce! ¡Y todos pidieron algo distinto! —respondió Vanilla desde el fondo, usando su codo para empujar una caja mientras sostenía dos mangas de glaseado.

El horno pitó. Otra tanda.

—¡Voy! —dije, corriendo a abrirlo. Una bocanada de calor me golpeó la cara. Sentí que mi flequillo se rizaba aún más.

En la radio, una canción animada intentaba animarnos, pero la estática la ahogaba. Afuera, la llovizna golpeaba los cristales. Dentro, el ambiente era una mezcla de olor a canela, mantequilla, desesperación y puro amor.

Cream tropezó ligeramente con una caja y casi dejó caer una charola entera de magdalenas.

—¡Cuidado! —gritamos al unísono, pero Cheese la sostuvo en el aire a último segundo. El pequeño flotó, tambaleándose, y logró depositarla sana y salva sobre una mesa.

—¡Eres un héroe, Cheese! —exclamé, riendo entre el caos.

Vanilla suspiró, deteniéndose apenas un segundo para mirar el reloj de pared.

—Son las siete. Si seguimos a este ritmo, tal vez terminemos a la ocho… o a las nueve…

—¡Podemos hacerlo! —dijo Cream, inflando el pecho como si estuviera en una misión épica.

Yo asentí, recogiendo otra manga pastelera.

—¡Por Gaia! ¡Esta cafetería no se rinde!

Todas gritamos una especie de “¡sí!” mientras volvíamos al ataque. El piso estaba lleno de migas, nuestras mejillas estaban manchadas de glaseado, y a este punto, nuestros delantales ya parecían parte del paisaje. Pero no importaba. Las ofrendas eran importantes. Cada una representaba a alguien. Un alma en peligro de ser robada. Un pequeño gesto para proteger el hogar.

—¡Amy! —me llamó Vanilla—. ¿Puedes encargarte de los bizcochos de jengibre con forma de ojos para el Clan Tigre?

—¡Los tengo! ¡Están en el congelador! ¡Solo hay que decorarlos y ponerlos en la caja con la calabaza pintada!

Cream rió.

—¿La que dice “Para el Clan Tigre que siempre piden cosas raras” ?

—¡Esa misma!

Y así seguimos. Horas. Cajas. Azúcar. Harina. Ofrendas. Sudor.

Y en medio de todo, aunque estábamos agotadas, nos lanzábamos miradas de complicidad, pequeñas risas entre mordidas de galleta rota, y promesas de que el próximo año íbamos a organizar mejor los pedidos .

Pero por ahora, había que sobrevivir. Amdruth esperaba. Y nosotras no íbamos a fallarle a ninguna familia.

Y tras un par de horas más terminamos.
No sé cómo, pero lo hicimos.

Cada pedido estaba meticulosamente embalado, etiquetado y colocado en su caja o bolsa correspondiente, apiladas sobre prácticamente todas las mesas de la cafetería. Solo una quedaba libre, y ahí estábamos nosotras: Vanilla, Cream, Cheese y yo, hundidas en el agotamiento.

Estábamos cubiertas de harina, con el pelaje pegajoso por el sudor y los delantales hechos un desastre. El calor de los hornos seguía flotando en el aire, espeso, casi insoportable, aunque afuera el viento de otoño aullaba contra las ventanas. El contraste era irreal.

Yo estaba recostada sobre la mesa, los brazos cruzados como almohada, la mejilla pegada al antebrazo. No podía moverme. Ni quería.

Entonces, escuché un par de golpes suaves en la puerta principal. Al principio creí que lo había imaginado. Pero ahí estaban de nuevo: toc, toc.

Levanté la cabeza, confundida. El cartel de “CERRADO” colgaba claramente en la puerta.

—¿Quién será…? —murmuró Vanilla, incorporándose un poco.

—¿Un cliente queriendo recoger su ofrenda? —preguntó Cream con voz débil.

Fruncí el ceño.
—No deberían. Todos saben que se entregan mañana.

Me puse de pie con lentitud, como si mis huesos pesaran el doble, y caminé hasta la puerta, arrastrando los pies por el suelo como un fantasma exhausto. El tintineo de la campanita me pareció ridículamente alegre comparado con lo muerta que me sentía por dentro.

Afuera, un joven koala con chaqueta térmica y su casco puesto me saludó con una pequeña sonrisa.

—¿Tú eres Amy Rose?

—Sí… —respondí, ladeando la cabeza, algo perpleja—. ¿Pasa algo?

—Tengo una entrega para ti —dijo, abriendo el enorme bolso de repartidor que cargaba a la espalda—. De parte del señor Shadow.

Parpadeé.
—¿Shadow?

Él asintió y, con sumo cuidado, me entregó una bolsa grande con varios contenedores de comida y una botella de refresco bien fría.

—Aquí tienes. Que tengas buena noche.

—Gracias… —musité, aún procesando.

El repartidor se despidió con un leve gesto de cabeza, se ajustó el bolso y volvió a su motocicleta, desapareciendo en la calle como si nunca hubiera estado ahí.

Yo me quedé unos segundos en el umbral, con el calor escapando tras de mí y el viento frío acariciándome la cara. Luego volví hacia la mesa cargando la bolsa con ambas manos.

Cream se levantó de inmediato para ayudarme.

—¿Y todo eso? ¿Ordenaste comida?

 Negué con la cabeza, aún un poco aturdida.

—No… Es de parte de Shadow.

Vanilla soltó una risa suave, mientras me quitaba un poco de harina del flequillo con un dedo.

—Es muy dulce de su parte. ¿Para ti?

—Para nosotras —aclaré, mirando la bolsa entre mis brazos— Él sabía que íbamos a  trabajar muy duro hoy. Seguro quiso asegurarse de que comiéramos bien.

Vanilla sonrió con una expresión suave, de esas que te hacen sentir abrazada sin tocarte.

—Qué considerado. No muchos se toman el tiempo de pensar en esos detalles… Se nota que te quiere mucho.

—Shadow es serio—dije, sintiendo el pecho un poco más tibio— Pero cuando hace cosas así… no puedo evitar enamorarme más.

Justo en ese instante, como si mi cuerpo decidiera arruinar el momento tierno, mi estómago rugió con una ferocidad dramática.

Todas lo escuchamos. Hubo un segundo de silencio… y luego estallamos en carcajadas.

Vanilla trajo unos platos limpios mientras Cream sacaba los contenedores y los abría uno por uno sobre la mesa. El vapor se elevó enseguida, llenando el aire con aromas deliciosos: arroz salteado con verduras, fideos especiados, bolitas de tofu en salsa dulce, dumplings, brochetas de setas glaseadas… incluso había un pequeño paquete con panecillos dulces al vapor.

—¡Wow! Esto parece una cena de celebración —dijo Cream con los ojos brillando, aunque su cara aún mostraba señales del cansancio.

Cheese revoloteó feliz por encima de nosotras y luego se posó sobre el respaldo de una silla, observando la comida con atención.

Yo me senté de nuevo en mi lugar y empecé a servirme un poco de arroz y fideos, notando con alegría que estaban aún calientes. El primer bocado me supo a gloria.

—Mmm... —cerré los ojos—. Esto. Esto era justo lo que necesitaba.

Cream se sentó frente a mí, ya con la boca llena, y asintió con entusiasmo. Vanilla comía con más calma, pero con la misma satisfacción en la mirada. Durante un rato, solo se oyeron los sonidos suaves de los cubiertos, nuestras respiraciones y el débil crujido de los hornos enfriándose.

Saqué mi teléfono para revisar la hora, y ahí vi su nombre en la pantalla: Shadow.

Shadow: ¿Te llegó el paquete?

Sonreí sin pensarlo. Apreté los dedos alrededor del teléfono por un segundo antes de escribir:

Yo: Sí, lo tengo frente a mí. Está delicioso. Gracias, Shadow. De verdad.

Poco después, él respondió:

Shadow: Sabía que hoy ibas a darlo todo… así que me adelanté para que al menos cenaras bien

Me reí en voz baja, sacudiendo la cabeza.

—¿Te escribió? —preguntó Cream, notándolo.

—Sí. —Levanté la vista, aún sonriendo. Dice que quería asegurarme que cenara bien.

Vanilla asintió como quien ha escuchado eso antes.
—Ese muchacho no es de muchas palabras, pero siempre está pendiente.

—Lo sé… —dije, bajando un poco la mirada—. Y se lo agradezco más de lo que puedo decirle por mensaje.

Terminé de escribirle otro mensaje:

Yo: Eres el mejor. Me salvaste la noche. Nos vemos mañana.

No me respondió de inmediato, pero no importaba. Volví a guardar el teléfono y suspiré otra vez, esta vez más tranquila, más ligera. Miré a mis compañeras, a mi pequeño equipo de batalla, y sonreí.

—Bueno… creo que nos ganamos cada bocado.

—¡Sí! —dijo Cream, alzando sus palillos como si brindara—. ¡Por sobrevivir al caos!

—Y por Shadow, el héroe de la cena —añadí, alzando mi vaso de refresco.

—Por Shadow —repitió Vanilla, brindando con su propio vaso.

Volví a centrarme en el festín improvisado, rodeada de aquellas dos conejas y un Chao, que, de formas distintas, eran parte esencial de mi vida. El cansancio seguía ahí, pegado al cuerpo como el calor de los hornos… pero en ese momento, entre comida, risas suaves y el vapor de los platos, no me importaba en absoluto.

La mañana siguiente fue mucho más tranquila, aunque no por eso menos importante. La cafetería permanecía cerrada, salvo para los clientes que venían a recoger sus pedidos entre las siete y las once de la mañana. Hoy era el día del festival de la Noche de los Dos Ojos, y a partir de la una de la tarde, varias calles de Stadium Square serían cerradas para comenzar con las decoraciones, montar los puestos de los vendedores y, por supuesto, instalar la gran estatua de Amdruth en la plaza central. Se sentía en el aire esa energía vibrante y expectante, como una olla a presión a punto de silbar.

Los clientes llegaban uno por uno, haciendo fila frente al mostrador con sus recibos en la mano y sonrisas de emoción. Algunos venían disfrazados. Había algo especial en ver cómo cada caja que entregábamos no era solo comida, sino parte de una tradición que unía a tantas familias.

Entre ellos, reconocí a una tigre, la primera esposa de Axel, con quien había coincidido algunas veces. Se veía tan imponente como siempre, con esa seguridad tranquila que transmitía sin esfuerzo. Venía a recoger uno de los pedidos más grandes del día, lo cual no era sorpresa: con más de diez hijos, era lógico que su ofrenda incluyera una variedad casi absurda de dulces. Nos saludamos con una sonrisa cómplice antes de que desapareciera con su torre de cajas perfectamente balanceadas.

A las once en punto, entregamos el último pedido. Vanilla cerró la puerta con el letrero de “Cerrado” y todas nos dimos un pequeño aplauso entre risas cansadas. Nos abrazamos, prometiendo encontrarnos más tarde en el festival. Cada una tomaría ese pequeño respiro antes del siguiente torbellino.

Yo regresé a casa en auto, y lo primero que hice fue prepararme algo sencillo para almorzar. Luego, sin perder tiempo, me puse a trabajar en mi propia ofrenda. Este año, como todos los anteriores, iba a hornear uno de mis postres favoritos: pastel de fresa. Pero esta vez quería que fuera aún más especial.

Saqué la batidora que Shadow me había regalado,una hermosa máquina de acero color rojo con detalles en dorado, y sentí una calidez particular al ponerla sobre la encimera. Era una de esas cosas pequeñas pero significativas que hacían que su cariño se sintiera incluso cuando no estaba cerca.

Me até el delantal, recogí el cabello con una pinza y empecé a trabajar. Fresas frescas, bizcocho suave, crema batida perfecta. Cada paso lo hice con cuidado, queriendo que no solo supiera bien, sino que también representara algo mío. 

A las tres en punto, subí a mi habitación para empezar a prepararme. Era hora de ponerme el disfraz.

Con cuidado, me coloqué el vestido blanco con detalles dorados. La falda, esponjosa y ligera, se abría como una nube a mi alrededor. Me puse unas medias blancas y zapatillas a juego, sencillas pero elegantes. Luego, me deslicé los guantes largos hasta los codos y ajusté mis brazaletes sobre ellos, como siempre hacía. La tiara venía después: un aro dorado suspendido por un delgado cable metálico, que flotaba justo sobre mi cabeza. Finalmente, aseguré las alas artificiales en mi espalda. Eran grandes, con plumas sintéticas suaves y un armazón que apenas se sentía.

Me miré varias veces en el espejo de mi cuarto. Todo encajaba. Me veía… perfecta. No pude evitar sonreír, un poco emocionada, un poco nerviosa. El conjunto lo completé con un pequeño bolso blanco, adorable, compacto, donde solo llevaba lo esencial: las llaves de mi casa, mi teléfono y la billetera.

Bajé las escaleras hasta la sala, crucé hacia la cocina y abrí la nevera. El pastel de fresas, cubierto con una capa brillante de lustre y decorado con flores de crema, estaba listo. Lo tomé con ambas manos y volví a la sala, dirigiéndome hacia la puerta principal. Al abrirla, el aire fresco de la tarde me recibió.

En el porche, me detuve frente a la estatua de Amdruth. Estaba colocada allí desde inicios de octubre: una figura de cobre con sus dos cabezas mirando en direcciones opuestas. El gran plato de cobre en su base esperaba las ofrendas.

Coloqué el pastel con cuidado en el centro del plato, asegurándome de que quedara bien presentado. Luego junté las manos frente al pecho y, cerrando los ojos, dije en voz baja:

—Amdruth, Devorador de Otoño… te ofrezco esta ofrenda a cambio de mi alma.

Era una frase que decíamos todos los años. Parte de la tradición, parte del juego. No importaba si lo decíamos en serio o como parte de un ritual antiguo que se había vuelto entrañable.

Después, volví a entrar a la casa y tomé una bolsa plástica llena de dulces que estaba sobre la encimera. Era parte de las nuevas costumbres que habíamos adoptado: los niños pedían dulces diciendo "¡ofrenda para los espíritus!" Era algo heredado de Halloween, sí, pero ya era nuestro también, y lo habíamos hecho especial.

Con la bolsa en mano, cerré la puerta y crucé el jardín. Decidí tomar el tren, sabiendo que las calles estarían llenas, cortadas y caóticas. No quería pasarme la tarde atrapada en tráfico.

El sendero hasta la estación era tranquilo. Los árboles, teñidos de tonos naranjas, cobrizos y dorados, crujían bajo la brisa de otoño. Aquel frescor me hizo temblar un poco, pero también me llenó de calma. Era como si la estación me abrazara con su belleza melancólica.

Cuando llegué, ya había varios vecinos esperando en el andén, todos disfrazados o con máscaras en la mano. El ambiente era alegre, animado. Entonces, varios niños disfrazados me vieron acercarme. Sus ojos brillaron al ver la bolsa que cargaba, y sin dudarlo, corrieron hacia mí agitando sus calabacitas de plástico.

—¡Ofrenda para los espíritus! —gritaron en coro, con una mezcla de emoción y risas.

Yo sonreí, agachándome para repartirles algunos dulces.

—¡Pero qué espíritus más hambrientos! —dije con una risita mientras repartía los caramelos.

El festival apenas comenzaba, y ya se sentía la magia en el aire.

Cuando bajé del tren en Stadium Square, sentí como si hubiera entrado en otro mundo. La plaza, tan familiar durante el día, estaba irreconocible bajo la transformación del festival. Donde por la mañana todo era rutina y calma, ahora todo brillaba con un aire mágico y festivo.

Las calles estaban decoradas con luces naranjas que colgaban en guirnaldas entre los postes y edificios, parpadeando suavemente como si respiraran. Guirnaldas de hojas secas, cuidadosamente enlazadas, colgaban de ventanas y toldos, y por todas partes había recortes en cartón o tela de ojos brillantes, lobos aullando y venados de cornamentas enredadas. Las figuras parecían observarnos en silencio, como si el mismísimo Amdruth nos vigilara.

Cada Mobian que pasaba iba disfrazado. Algunos eran monstruos clásicos como vampiros, brujas, momias o zombis. Otros encarnaban personajes de películas, videojuegos o series de televisión. Había quienes se vestían como espíritus del bosque, cubiertos con capas de musgo falso y máscaras talladas en madera, y algunos… bueno, algunos simplemente iban ridículos, pero eso también era parte del encanto. Vi un par de erizos vestidos de gelatina, a una ardilla disfrazada de semáforo, y a un enorme oso con un tutú de hada que repartía volantes para un espectáculo cómico. Reí en silencio.

Avancé por las calles despacio, disfrutando de cada detalle. A ambos lados, los puestos de madera estaban decorados con cintas y ramas secas, vendiendo todo tipo de cosas: comida callejera, juegos de feria, máscaras hechas a mano, recuerdos del festival, artesanías y golosinas de temporada. Había olor a canela, palomitas recién hechas, manzanas caramelizadas y azúcar. Cada tanto, una melodía folklórica salía de algún altavoz o conjunto en vivo, llenando el aire con un ritmo alegre.

Algunos edificios tenían letreros enormes anunciando laberintos del terror o casas embrujadas , con filas de niños y adultos riendo nerviosos mientras esperaban su turno. Otros ofrecían espectáculos de sombras o narraciones de leyendas antiguas. Me detuve un segundo frente a un pequeño escenario donde un grupo de niños representaba una versión divertida de la leyenda de Amdruth. 

Finalmente llegué a la plaza principal. Y ahí estaba.

La estatua de Amdruth se alzaba en el centro, enorme, imponente, hecha completamente de paja dorada y ramas secas. Sus dos cabezas, una de venado majestuoso y otra de lobo feroz, miraban en direcciones opuestas, como vigilando ambos extremos del mundo. El cuerpo, de apariencia alargada, estaba decorado con collares de hojas, cintas rojas y símbolos antiguos. A sus pies, en un plato de piedra tallado, ya se acumulaban las ofrendas de los vecinos: pasteles, frutas, panecillos, cartas, muñecos de trapo y flores de otoño.

La multitud se reunía alrededor con respeto, aunque el ambiente seguía siendo alegre. Algunos rezaban en voz baja, otros simplemente se tomaban fotos. Me detuve unos segundos, respirando hondo.

Lo primero en mi lista era encontrar a Shadow.

Sabía que, como todos los años, él y su escuadrón se encargaban de la vigilancia durante el festival en Stadium Square. Siempre me había parecido curioso que lo asignaran aquí, en lugar de Central City, donde está la sede principal de Neo G.U.N. Pero ahora lo entendía. Venía aquí por mí. Para estar cerca, aunque fuera desde la sombra, como era tan suyo hacerlo.

La estación temporal de Neo G.U.N. no era difícil de encontrar: un puesto grande con lonas azul oscuro y el logo de la organización, justo a un costado de la plaza. Había varios agentes uniformados conversando entre ellos, algunos entregando información a civiles, otros repartiendo dulces a los niños que se acercaban tímidamente. Incluso tenían calabazas decorativas en la mesa, tratando de parecer más accesibles. No lo lograban del todo, pero se apreciaba el esfuerzo.

Paseé la mirada entre ellos hasta que lo vi.

Shadow estaba de pie junto a dos agentes, señalando algo en un portapapeles mientras daba instrucciones con su tono firme y sereno. Llevaba su traje táctico azúl oscuro, con las placas blindadas y el símbolo plateado de Neo G.U.N. en el brazo. Con su postura recta y su expresión seria, parecía sacado de un cartel de propaganda. Un militar de pies a cabeza. 

Y aún así, mi corazón dio un brinco al verlo.

Me acerqué en silencio, de puntitas, intentando sorprenderlo por detrás. Tal vez asustarlo un poco, como broma. Pero justo cuando estaba a unos pasos, él giró la cabeza sin mirarme del todo y dijo con voz clara:

—Rose.

Me detuve en seco. Me atrapó. Me llevé una mano a la nuca con una sonrisa nerviosa.

—Shadow —respondí, como si no acabara de intentar asustarlo.

Sus ojos se abrieron un poco al verme. Su mirada bajó y subió, recorriendo mi disfraz con detenimiento. Sentí el calor en mis mejillas cuando noté que se había quedado sin palabras.

—¿Qué tal me veo? —le pregunté, girando sobre mí misma para mostrarle el vestido blanco con detalles dorados, las alas artificiales, el aro flotante.

Él se sonrojó visiblemente y desvió la mirada, incómodo pero encantado.

—Te ves… muy bien —dijo al final, con la voz algo más baja.

Sonreí divertida. Moví ligeramente las caderas, haciendo que la falda esponjosa se elevara un poco y brillara con la luz naranja del festival.

—Gracias.

Sus ojos, aunque intentaban no mirarme directamente, no podían evitar regresar a mí una y otra vez. Entonces notó la bolsa de plástico que llevaba colgando del brazo.

—¿Qué llevas ahí? —preguntó, señalándola.

—Dulces para los niños —respondí, levantándola con orgullo. El interior estaba lleno de golosinas surtidas, cuidadosamente empaquetadas.

Shadow no dijo nada más. Simplemente metió la mano sin permiso, sacó un cubito de chocolate, rompió el envoltorio con los dedos y se lo metió en la boca con toda la calma del mundo.

Lo miré, fingiendo indignación.

—¡Hey! ¡Eso es para los niños!

Él solo me miró con una sonrisa pequeña, ladeada, casi traviesa.

—Nadie lo sabrá —murmuró, masticando.

Suspiré, cruzándome de brazos mientras lo miraba.

—¿Y cómo están las cosas? —pregunté, bajando un poco el tono. Sabía que él siempre estaba pendiente de todo, incluso en noches como esta.

Shadow soltó un leve bufido, más por rutina que por molestia.

—Lo normal. Tenemos que estar atentos… Hay muchos niños corriendo por ahí pidiendo dulces. Además, como todos los años, los puristas planean una pequeña protesta, así que tenemos que vigilar que no se salga de control. Y también tenemos carteristas rondando entre la multitud. Ya atrapamos a tres.

Alzó una ceja, como si dijera "nada nuevo" .

—Ya sabes, lo regular.

No pude evitar reírme por lo bajo. Lo regular para Shadow era lo que haría temblar a la mayoría. Pero él lo manejaba todo con ese aire estoico tan suyo.

Entonces me miró de nuevo.

—¿Y cómo les fue en la cafetería?

—Excelente —le respondí con una sonrisa. —Pudimos completar todas las órdenes sin problemas y las entregamos hoy mismo. Fue una locura, pero lo logramos.

Me detuve un segundo, recordando un detalle curioso del día.

—Ah, incluso vi a la primera esposa de Axel.

—¿Luna? —preguntó Shadow, asintiendo. —Axel debe andar por aquí con sus esposas e hijos, aprovechando el festival. Apenas den las ocho, él será mi relevo.

—¿Vengo aquí a buscarte entonces? —pregunté, queriendo coordinar bien nuestro reencuentro.

Shadow desvió un momento la mirada hacia los faroles que ya empezaban a encenderse por el atardecer. Su voz bajó un poco.

—Estaré rondando por todo el festival, pero… este sería un buen punto de encuentro.

Hubo un breve silencio, cómodo. Lo miré mientras la luz cálida de las linternas se reflejaba en sus ojos rojos. Me pareció que estaba un poco más relajado que antes. Tal vez incluso contento.

Y sin pensarlo mucho, seguí ese impulso que a veces me costaba contener.

—Entonces aquí estaré —dije más bajo, acercándome un poco más.

Shadow me sostuvo la mirada, como si supiera exactamente lo que pensaba hacer.

Me incliné despacio, buscando su rostro, con la intención clara en mis gestos. Me puse de puntitas, decidida a robarle un beso, sabiendo que tal vez no tendría otra oportunidad hasta más tarde…

—¡Hey, Amy! ¡Tanto tiempo!

La voz interrumpió el momento como un baldazo de agua fría. Salté un poco hacia atrás, girando la cabeza con una sonrisa nerviosa, mientras sentía cómo me ardían las mejillas.

Shadow solo cerró los ojos por un instante, como si respirara hondo para no fruncir el ceño.

Nova.

La zorra fennec se acercaba con paso animado, su uniforme de Neo G.U.N. bien puesto, aunque su aire despreocupado hacía que pareciera más una disfrazada que una agente. Su pelaje dorado brillaba bajo las luces del festival, y sus ojos violeta, siempre tan expresivos, estaban fijos en mí con una sonrisa entusiasta.

—Hey, Nova —respondí, un poco nerviosa, bajando los brazos.

—Lamento tanto lo que pasó con ese video filtrado —dijo rápidamente, como si necesitara sacarlo de encima—. ¿Quién iba a imaginar que Blanes, el de IT, había puesto un troyano en mi laptop también?

La miré. Sonreí, apenas. Pero por dentro sentí una punzada de incomodidad. Algo en su manera de hablar, tan ligera, me dejaba una sensación extraña en el pecho. No del todo sincera.

—Sí… no me lo esperaba para nada —dije al final, sin saber muy bien qué más decir.

—Pero gracias a eso, ya termino mi suspensión —agregó con emoción— ¡Volví al equipo del Comandante!

Abrí los ojos, sorprendida.

—¿Volviste?

Shadow respondió por ella, con su tono neutro de siempre:

—Cumplió su tiempo de suspensión. Además, con las evidencias presentadas, quedó impune de haber filtrado el video.

Miré a Nova, luego a Shadow. Algo en mí no encajaba del todo. Como si hubiera regresado una sombra que apenas estábamos aprendiendo a ignorar.

Nova seguía hablando con una energía que contrastaba brutalmente con lo que decía.

—Los del equipo encontraron tantas cosas en los dispositivos de Blanes —contó, como si hablara de chismes de oficina y no de algo serio— Videos, audios, fotos… Tenía esta extraña colección de fotografías tomadas como si fuera un paparazzi. Todas del Comandante, hablando con distintas chicas de la oficina.

La escuchaba, tiesa, sintiendo cómo mis dedos apretaban con más fuerza la bolsa de dulces que aún sostenía. Pero Nova no se detenía.

—Y lo más raro… —agregó, con un brillo particular en los ojos—. Había un mensaje extraño en una de las fotos. ¿Sabes qué decía?

—¿Qué… qué decía? —pregunté, incómoda. Algo en mi voz me traicionó, temblando apenas.

Ella me dio su sonrisa más amable, la más natural. Pero no sentí amabilidad. No sentí naturalidad.

Sentí una amenaza.

Si no le dices tú, le digo yo.

Fue como si el aire se helara de golpe. Un escalofrío me recorrió desde la nuca hasta la base de la espalda, como un rayo que se arrastraba por mi columna vertebral.

Sabían.

Sabían lo que había pasado en el consultorio de la doctora Miller.

Existía ese audio. Lo que yo había intentado enterrar. Lo que él no recordaba. Lo que yo no quería enfrentar. Entonces… ¿por qué no lo mencionaron directamente? ¿Estaba guardado en algún lugar? ¿Esperaban algo? ¿Era un as bajo la manga, una cuerda alrededor de mi cuello, apretando despacio?

Mi mente comenzó a girar, errática, desordenada, inundada de suposiciones y miedo. Pero entonces, la voz grave de Shadow me sacó de esa espiral.

—Eso lo encuentro extraño —dijo, con el ceño ligeramente fruncido— Las otras fotografías tenían mensajes insinuando cosas que pasaron durante San Valentín… pero esta última no la entiendo. ¿Rose, sabes a qué se refiere?

Mi corazón latía tan fuerte que dolía.

Tartamudeé. Sentí cómo el temblor comenzaba en mi garganta, luego bajaba a mi pecho, como si mi cuerpo supiera que estaba a punto de derrumbarse.

—Y-yo… no lo sé. La verdad.

Mi voz no sonó convincente. Lo supe. Lo sentí . La mentira que había resguardado con tanto fervor estaba a punto de romperse como una burbuja demasiado tensa.

Debía irme. Ya.

—Ah… bueno, Shadow —me apresuré a decir— voy a encontrarme con los demás. Nos vemos aquí a las ocho, ¿sí?

No le di tiempo de responder. Me giré de inmediato y me alejé caminando rápido, con pasos duros, casi torpes. Todo se sentía opresivo. El aire, las luces del festival, los sonidos, las risas. Como si todo me empujara.

El corazón me latía a mil por hora. Me costaba respirar.

No… no, por favor no otra vez…

Me apoyé contra un poste, sintiendo el metal frío en la espalda, tratando de calmar mi respiración que ya era errática, cada vez más. El temblor se apoderó de mis manos, del pecho, de las piernas. Estaba al borde.

—¿Estás bien?

Dos voces, al unísono. Pequeñas. Familiares.

Parpadeé varias veces, luchando por enfocar. Frente a mí estaban ellos. Los niños del parque.

El lobo de pelaje gris y el venado de pelaje café claro. No llevaban disfraces, solo los mismos abrigos cafés que usaban aquella tarde. Sus rostros eran los mismos: uno brillante, curioso; el otro, tranquilo y atento. Sus ojos —uno verde, el otro rojo— me observaban con preocupación, como si pudieran ver más allá de mi intento de sonreír.

Traté de enderezarme. No quería desmoronarme frente a un par de niños. Inspiré hondo, obligándome a calmar mi respiración.

—Estoy bien, no se preocupen —logré decir, con una sonrisa que esperaba fuera creíble.

Ellos no dijeron nada de inmediato, pero sus miradas seguían fijas en mí. Había algo extraño en cómo me observaban, como si buscaran algo que no entendían del todo. O como si ya supieran más de lo que deberían.

Para desviar su atención, metí la mano en la bolsa de dulces que aún cargaba y saqué dos chocolates, ofreciéndoselos.

—¿Para nosotros? —preguntaron sorprendidos, al mismo tiempo.

Asentí con suavidad.

—Claro que sí. Ofrenda para los espíritus, ¿recuerdan?

Sus ojos brillaron, iluminados por la emoción. El pequeño lobo dio un saltito en su lugar, tan alegre que por un momento todo mi miedo pareció lejano.

—¡Es para nosotros! ¡Nosotros! —repitió entusiasmado, como si fuera un canto.

El venado, más callado, tomó su dulce con un gesto educado.

—Gracias —dijo simplemente, y comenzó a desenvolver el envoltorio con calma.

Entonces, el niño lobo me miró otra vez, ladeando la cabeza.

—¿Dónde está Maxy?

Sentí que el aire se me escapaba del pecho.

¿Maxy?

¿Me reconocieron? Ese día en el parque llevaba el pelaje teñido de rojo, gafas gruesas… parecía otra eriza por completo. Pero ellos… eran perceptivos. Más de lo que un par de niños deberían ser.

Tragué saliva y respondí, con la voz más tranquila que pude:

—Maxy está trabajando. Está vigilando el festival esta noche.

El niño lobo asintió con seriedad, como si eso resolviera todas sus dudas.

—Oh, ya veo.

Intentó abrir su chocolate con torpeza, usando las uñas, luego los colmillos. Fruncía el ceño, concentrado, como si enfrentara un reto de vida o muerte. El venado lo miró con resignación, le quitó el dulce con delicadeza, lo desenvolvió sin esfuerzo y luego le metió el chocolate directo en la boca.

El lobo cerró los ojos, saboreando el dulce con una felicidad desbordante.

No pude evitar reír. Su dinámica, su ternura, la forma en que se cuidaban… algo dentro de mí se aflojó, como si esa pequeña escena me hubiera dado permiso para respirar otra vez.

Mientras los dos saboreaban sus chocolates, un grupo de niños disfrazados se nos acercó. Había de todo: brujas, vampiros, fantasmas, incluso un pequeño Eggman. Todos alzaban sus calabacitas de plástico al unísono, cantando con entusiasmo:

—¡Ofrenda para los espíritus!

No pude evitar sonreír. Metí la mano en mi bolsa de dulces y empecé a repartirlos con cuidado, dejando caer una o dos piezas en cada calabaza. Los niños me dieron las gracias con risas y corretearon hacia otra persona, repitiendo la frase mágica mientras saltaban entre la gente.

A mi lado, el lobo y el venado observaron todo con ojos grandes y curiosos.

—¿Así que… regalan dulces? —preguntó el lobo, casi con asombro.

—Eso parece. Es algo nuevo —respondió el venado, con esa calma que lo caracterizaba.

—Es una tradición humana —comenté, aún sonriendo— De unas festividades que se llamaban Halloween.

—Ah… ya veo —murmuró el venado, pensativo.

El lobo le tironeó la manga con entusiasmo repentino.

—¡Quiero ir a pedir dulces! ¡Quiero ir a pedir dulces!

El venado lo miró con paciencia.

—Lo sé. Pero no tenemos esas canastas para llevarlos.

—¡Quiero pedir dulces! —repitió el lobo, con los ojos brillantes de emoción, pero con la voz temblorosa, casi al borde del llanto.

Los observé en silencio por un instante. No llevaban disfraces ni calabacitas. Solo esos abrigos grandes, demasiado grandes para su tamaño. Y entonces me fijé mejor.

Llevaban sandalias de cuero gastado. No usaban guantes, y los abrigos que tenían estaban viejos, sucios, con los bordes raídos. Sentí una punzada en el pecho. ¿Sería que su familia era pobre? ¿O tal vez… huérfanos?

No sería raro. Muchos niños quedaron solos tras la guerra con Eggman. Si ahora tenían ocho u nueve años, en aquel entonces apenas habrían sido bebés.

No dudé un segundo.

—No se preocupen —les dije, con voz firme y cálida—. Yo los voy a ayudar.

El lobo me miró con los ojos abiertos como platos.

—¿En serio?

Asentí.

—Por supuesto que sí. Vengan conmigo.

Los guié entre los puestos hasta uno que vendía máscaras y adornos. El vendedor, un mapache mayor con un sombrero lleno de telarañas de mentira, me sonrió mientras me acercaba.

—Necesito dos calabacitas, por favor —le pedí, y él de inmediato me pasó un par de cubetas naranjas.

Me giré hacia los niños.

—¿Qué máscaras quieren?

El lobo levantó la mano de inmediato, señalando una máscara enorme de pez naranja con ojos saltones.

—¡Esa! ¡Esa!

El vendedor rió, buscó la máscara entre la pila y se la entregó. El niño se la puso enseguida, cubriéndose la cabeza por completo. Parecía feliz.

—¿Y tú? —le pregunté al venado— ¿Cuál quieres?

Él no respondió de inmediato. Se quedó mirando las opciones en silencio, con una expresión tensa, como si no quisiera molestar. Entonces el lobo le dio un pequeño empujón con la cadera.

—¡Vamos! ¡Pide algo!

Finalmente, el venado señaló una tiara con grandes cuernos de venado tallados en madera.

—¿Esos? —pregunté.

Él asintió, apenas.

—Perfecto. Él quiere esos —le dije al vendedor.

El mapache los tomó con cuidado y se los entregó. El niño se los colocó sobre la cabeza, justo detrás de sus propios cuernitos naturales. Le quedaban perfectos.

—¡Pareces un adulto! —gritó el lobo, riendo.

El venado sonrió, una sonrisa tímida pero sincera. Le brillaban los ojos.

Le pagué al vendedor y me agaché para entregarles sus calabacitas.

—Ahora sí —les dije— ¡Pueden ir a pedir dulces!

—¡Gracias! —gritó el lobo, abrazando su cubeta.

—Gracias —repitió el venado, más suave.

Se tomaron de la mano, como si fuera lo más natural del mundo, y salieron corriendo entre la gente, en busca de su primera “víctima”.

Me quedé de pie unos segundos, viéndolos alejarse con las calabacitas rebotando en sus manos y las risas flotando en el aire.

Un poco más calmada, continué mi camino entre la multitud del festival, rodeada de Mobians disfrazados de todo tipo de criaturas, héroes, monstruos y leyendas. De vez en cuando me detenían algunos niños para pedirme dulces, y yo, feliz, llenaba sus calabacitas con golosinas. En un momento, incluso tuve que torcerle la muñeca a un tipo que se acercó demasiado a mi bolso. No todo podía ser dulzura, después de todo.

Finalmente llegué a un teatro improvisado, decorado con telas rojas y doradas, luces cálidas colgadas como luciérnagas. En el escenario, vi a Sally vestida de Carmen Sandiego, dando indicaciones enérgicas al grupo de actores frente a ella. Parecía estar organizando una obra. Fue entonces cuando un panfleto apareció de golpe justo en mi cara, haciéndome dar un pequeño brinco.

Lo tomé entre mis manos, algo confundida, y giré para ver quién me lo había entregado.

—Hey, Ames —me saludó con su típica sonrisa confiada—. Te queda bien el traje de ángel.

Era Sonic. Estaba vestido de jester, con un traje colorido, azul, rojo, amarillo, un gorro con campanitas que cubría sus púas, y unos zapatos largos de bufón. Me hizo sonreír.

—Tú también luces bien. Te va lo de bufón —le dije, divertida.

Vi que llevaba un montón de panfletos bajo el brazo.

—¿Estás ayudando a Sally con la obra de teatro?

—Solo por un rato —respondió encogiéndose de hombros— Estoy repartiendo panfletos. Sally quiere hacer una obra pro-relaciones interraciales. Ya sabes, con todo este auge de ideas sobre la unidad entre especies y “sangre pura”... —Hizo un gesto con la mano, como si aquello le diera dolor de cabeza.

—Ni me lo digas —suspiré. El tema había dominado muchas conversaciones últimamente.

Entonces Sonic cambió de expresión. Ya no era su típica confianza relajada. Algo en su mirada bajó de tono, y se llevó la mano a la nuca, como si le pesara algo.

—Ames... Lo siento.

Parpadeé, sorprendida.

—¿Lo sientes?

Asintió, sin poder sostenerme la mirada por completo.

—Tails me contó que... alguien metió un virus en el teléfono de Shads. Que lo estaban espiando, que todo se salió de control... Y bueno —suspiró. Sé que he estado actuando como un idiota ultimamente… Y no quiero traerles más molestias. Ya tienen suficiente con lo suyo.

Me quedé congelada. Sujeté mi bolsa de dulces con fuerza, sintiendo que el momento se volvía más pesado de lo que esperaba. No sabía exactamente qué decirle. Pero sí sabía que no era fácil para Sonic pedir disculpas... mucho menos así.

Traté de enfocarme, de salir de la sorpresa que me provocó escucharlo disculparse. Lo miré con cuidado, sin saber del todo qué decir.

—¿Entonces… por fin crees en lo mío con Shadow? —le pregunté, todavía incrédula.

Sonic bajó un poco la mirada. Dudó. Pero al final asintió.

—Sí. Les creo.

Soltó un suspiro profundo, como si se estuviera quitando algo de encima.

—Para ser honesto, al principio no quería hacerlo —dijo con una sonrisa triste— Pensaba que era una fase, que estabas jugando… que querías hacerme reaccionar, ponerme celoso, no sé. Quería creer que… que tú todavía me querías. Que eso no había cambiado.

—Sonic… —dije apenas, sorprendida por lo directo que estaba siendo.

—Muchas cosas cambiaron en estos años —continuó. —La guerra, el virus… se extinguieron los humanos. Perdimos a Silver…

Dijo lo último llevándose una mano al cuello, donde tenía atado su pañuelo blanco, que contrastaba con su disfraz de bufón colorido. 

—Y después todos tuvimos que seguir adelante… Sally dejó de pelear y se volvió una política. Tails… ya es más alto que yo —sonrió apenas, como si aún no lo creyera— Tú dejaste los papeles y ahora trabajas en la cafetería. Incluso Shads ¿Te acuerdas cuando volvió de su viaje? Era exactamente el mismo. Como si no hubiese pasado ni un solo día.

Sonreí, recordándolo.

—Sí. No podía creer que yo era más alta que él.

Sonic soltó una carcajada breve.

—¡Era todo bajito! Y luego de la nada, ¡boom! Pegó el estirón.

Ambos nos reímos un poco. Era un alivio compartir algo ligero en medio de esa conversación tan seria. Entonces dijo:

—La única persona que pensé que nunca iba a cambiar… era Knuckles. Pero resulta que está saliendo con Rouge.

Lo miré con sorpresa.

—¿Tú sabías?

Asintió con un gesto de culpabilidad divertida.

—Digamos que los vi… muy cómodos cuando fui a visitarlo a Angel Island.

Reí por lo bajo, sin poder evitar imaginarlo. Al parecer tanto Sonic como Shadow se habían guardado ese secreto.

Entonces él desvió la vista hacia la multitud disfrazada, y su voz bajó un poco.

—Cuando dijiste que ibas a amarme por siempre… yo te creí. Pensé que eso era lo único que nunca iba a cambiar.

Bajé la mirada, sintiendo un nudo en la garganta que me obligó a respirar hondo antes de hablar.

—Sonic… yo… —hice una pausa, apretando los labios mientras ordenaba mis ideas— Yo de verdad pensaba que te iba a amar para siempre.

Tragué saliva, y continué, más despacio:

—Pero con el tiempo… se volvió difícil. Difícil mantener ese amor cuando me evitabas, cuando rechazabas cada invitación mía… aunque solo fuera para dar un paseo o comer algo juntos.

Mis dedos se apretaron sobre el borde de mi falda sin darme cuenta.

—Yo sabía que no estabas listo para una relación seria, y estaba bien. Me bastaba con estar cerca de ti, compartir momentos… —suspiré— Pero lo que no entiendo es por qué incluso eso desapareció. ¿Por qué te alejaste así?

Levanté la vista, buscándole los ojos.

—Dime la verdad… ¿hice algo que te molestó? ¿Dije algo? ¿Fue mi manera de ser…? —sentí el calor subir a mi rostro— ¿O acaso… fue que mi olor te desagradaba?

Él desvió la mirada, incómodo, y se rascó la nuca… ese gesto suyo tan típico cuando no sabía cómo decir algo.

—Ames… —empezó, dudando— Dejé de salir contigo… por Shadow.

Sentí un escalofrío que me recorrió los brazos.

—¿Por Shadow? —repetí, desconcertada— ¿Acaso te amenazó?

—No, no… no fue así —negó de inmediato, moviendo la cabeza con torpeza— Verás… ¿te acuerdas del Festival de Unión del año pasado? ¿La fiesta temática que tú organizaste?

Asentí, frunciendo el ceño. Claro que me acordaba.

—Esa noche —continuó— lo noté. A Shadow. No dejaba de mirarte… pero no con cara de pocos amigos, como suele hacer, sino de otra forma. Como… ya sabes —hizo una pausa, buscando las palabras— con esa mirada intensa de un macho… interesado. Muy interesado.

Se rió por lo bajo, nervioso, y a mí se me hizo un nudo en la garganta.

—Estaba tenso, raro… daba vueltas en su lugar como si estuviera decidiendo si hacerlo o no. Y de pronto, empezó a caminar directo hacia ti. Sin dudar.

Me quedé completamente quieta, escuchándolo.

—Y yo… no quería que tu fiesta terminará con un rechazo incómodo. Así que… me adelanté y me metí en medio.

Lo miré boquiabierta, incrédula.

—¿Tú… evitaste que Shadow me cortejara esa noche?

Sonic se encogió un poco de hombros, como si quisiera desaparecer.

—Sí… y lo siento. No pensé que él… que ustedes… —se detuvo— Solo pensé que estaba haciendo lo correcto. Qué te estaba salvando de pasar un mal rato.

Me crucé de brazos, procesando lo que acababa de oír. Antes de que pudiera abrir la boca, él bajó la vista y habló más despacio:

—Cuando lo detuve… me miró. Y no fue una mirada cualquiera, Ames. Fue… como si en su cabeza me estuviera partiendo en dos con un cuchillo oxidado... Nunca me había visto así. Ni siquiera en nuestras peleas más fuertes.

Me quedé en silencio, sin saber qué decir. Claro que sabía que a Shadow no le gustaba que Sonic se me acercara. Lo había notado muchas veces. Pero no imaginaba que todo eso… venía desde entonces.

—No tenía idea… —murmuré al fin, más para mí que para él.

Sonic desvió la mirada de nuevo, como si lo que venía le costará decirlo. Se rascó la nuca de nuevo.

—Y bueno… desde entonces, cada vez que estaba cerca de ti… en reuniones, fiestas o incluso durante las misiones contra Eggman… Shadow me miraba como si quisiera matarme ahí mismo.

Soltó una risa breve, nerviosa.

—Y créeme, Ames… no es nada agradable.

Me lo imaginé fácilmente. Esas miradas de Shadow, tan intensas, tan cortantes. Si a mí me intimidaban a veces… estar del otro lado debía ser sofocante.

—Así que… decidí alejarme. Pensé que sería algo temporal, ¿sabes? Que ese… crush raro que tenía por ti se le pasaría y todo volvería a la normalidad. 

Sentí un cosquilleo en la espalda. No sabía qué me afectaba más: que Sonic lo hubiera hecho para evitar conflictos… o que pensara que los sentimientos de Shadow eran un simple “crush”.

—Pero no pasó —continuó— Nunca pasó. Al contrario… las cosas solo se pusieron más raras.

Hizo una pausa, como si evaluara cuánto contarme.

—Intenté arreglarlo —dijo, finalmente— Quería que volviéramos a llevarnos bien, así que fui a Neo G.U.N. a buscarlo. Pensé que podríamos hablar, aclarar las cosas.

Lo observé en silencio, sintiendo cómo algo en mi pecho se apretaba.

—Y parecía que sí, que todo estaba… en calma. Hasta que vi las cartas.

Mis ojos se abrieron un poco. No dije nada, pero él notó mi reacción.

—No las estaba buscando —dijo rápidamente— Estaban ahí, a la vista. Fue sin querer… pero cuando entendí lo que eran, él apareció justo detrás mío.

Pude sentir el peso de ese momento, la tensión, lo inevitable.

—No me gritó ni nada. Solo me dijo… que no volviera. Que no pisara Neo G.U.N. otra vez. Y lo dijo tan serio que… entendí que no había manera de arreglarlo. 

Me crucé de brazos, abrazándome sin darme cuenta. Era demasiado.

Sonic se había alejado… no porque ya no quisiera verme, no porque estuviera harto, ni porque yo hubiera hecho algo mal.

Había sido por Shadow.

—Después vino lo de Eggman —siguió Sonic, la voz cada vez más apagada— Shadow intentó matarlo. Yo lo detuve. Tuvimos esa pelea.

Desvió la vista hacia algún punto del suelo.

—Y desde entonces… no volvió a hablarme. Nada. Como si no existiera.

Se frotó las manos, nervioso.

—Luego tú… tú empezaste a salir con él.

Sus palabras se hundieron en el aire. No dijo nada más por unos segundos. Luego, con un suspiro largo, agregó:

—Y ya no hubo vuelta atrás. Ustedes están juntos ahora… eso no se puede cambiar.

Me miró de reojo, con una mezcla de tristeza y resignación en los ojos.

—Pero aún así… Me gustaría que, al menos, Shads me volviera a hablar.

Solté un suspiro, cruzando los brazos sin darme cuenta.

—Solo tienes que disculparte, Sonic.

Me miró con el ceño fruncido, la mandíbula apretada, molesto pero más consigo mismo que conmigo.

—Lo sé. Sé que tengo que hacerlo —dijo, bajando la voz— Pero… no va a cambiar nada. Shadow no va a volver a tomar el juramento. Apenas Eggman reaparezca, va a ir directo a matarlo. Y yo… voy a tener que interponerme otra vez.

Me quedé callada. No porque no tuviera nada que decir, sino porque sabía que tenía razón.

—Y no solo será él. Tal vez todo Neo G.U.N. esté de su lado. ¿Te das cuenta de eso, Ames? —dijo, señalando al aire con una mano— Shadow tiene prácticamente una armada entera lista para disparar si él lo ordena. Y ahí estaré yo, solo… contra todos.

Tenía razón. Shadow no dudaría ni un segundo en eliminar a Eggman. Y Sonic… seguiría cumpliendo su promesa de proteger al último ser humano, aunque eso significara enfrentarse al mundo entero.

Respiré hondo.

—Entonces más razón para hablar con él. Sé directo, discúlpate de verdad. No puedes seguir esquivando los conflictos, esperando que todo se solucione solo.

Hice un gesto con la cabeza hacia el escenario, donde Sally sonreía mientras hablaba con alguien del comité.

—Mira a Sally. Está a punto de rendirse contigo. Y tú solo le pediste tiempo… hasta el próximo Festival de Unión.

Sonic siguió la dirección de mi mirada, pero no dijo nada.

—Tienes que dejar de postergar todo, Sonic —agregué, con suavidad pero firmeza— No puedes seguir dejando que el tiempo decida por ti. A veces hay que enfrentarlo. Aunque duela. Aunque sea tarde.

—Lo sé, Ames… Es solo que… —Sonic bajó la vista y se frotó la nuca, incómodo. Sally me importa. Tú también. Pero hay alguien más… alguien que me importa mucho más que cualquiera de ustedes dos.

Levanté la mirada, sorprendida. No por el tono de su voz, que era suave y casi culpable, sino por lo que acababa de decir.

—Pero esa persona… me odia —agregó, con una risa seca, sin humor.

Me quedé helada.

¿Una tercera? ¿Alguien más? Sally y yo habíamos estado años en este tira y afloja con él. Rivalizando en silencio por su cariño, por un espacio en su vida. ¿Y ahora había una tercera? ¿Una chica que lo había superado en su corazón… y que lo odiaba?

¿Surge? ¿Alguien del pasado? ¿Una desconocida? Mi mente empezó a repasar nombres, caras, momentos. 

Sonic miraba al suelo, como si hablar le costará más de lo que quería admitir.

—Solo quiero estar seguro… —hizo una pausa, tragando saliva— En el próximo Festival… Quiero ver si lo que siento es real o si es solo una idea que me he metido en la cabeza.

Se encogió de hombros, con una sonrisa triste.

—Y si no lo es… rendirme de una vez. Superarlo.

Crucé los brazos, molesta, con esa espinita punzándome en el pecho que sólo Sonic podía provocarme.

—Sonic… si te gustaba alguien más, ¿por qué no me lo dijiste antes? —pregunté, intentando sonar calmada, aunque me dolía más de lo que quería admitir— Lo habría entendido. Habría dejado de insistir.

Él bajó la mirada, nervioso, moviendo un pie sin parar. Abrió la boca para decir algo, pero se quedó en silencio. Después desvió la vista hacia el escenario, donde Sally organizaba unas luces.

—Creo que Sally necesita mi ayuda… ¿Podemos hablar luego? Bye-bye, Ames.

Y, sin darme oportunidad de responder, salió disparado con su típica velocidad, alcanzando el escenario en un abrir y cerrar de ojos. Me quedé sola otra vez. 

Suspiré profundamente, soltando toda la frustración contenida.

En el escenario, Sally hablaba con uno de los técnicos. Me notó y me saludó con una mano. Le devolví el gesto mientras ella bajaba las escaleras con su característico porte elegante. Su disfraz rojo de Carmen Sandiego le daba un aire teatral y sofisticado, con ese sombrero de ala ancha proyectándole una sombra en los ojos. Se veía increíble.

—¡Amy! Te ves preciosa con ese vestido —dijo con una sonrisa genuina.

—Gracias, Sally —respondí— Tú también te ves genial. El rojo te queda perfecto.

—¿Sí? —respondió, ajustándose la capa con un guiño— Siempre quise aprovechar esta fecha para usar un look dramático. Y este personaje… simplemente encajaba.

Luego notó el panfleto que sostenía en mi mano.

—¿Vas a venir a ver la obra?

Levanté el folleto y, por primera vez, me fijé en los detalles: “Amdruth: Verdad y Leyenda – 7 p. m.”.

—Tal vez. ¿De qué se trata exactamente?

—De la historia de Amdruth, por supuesto —respondió con entusiasmo— Pero esta vez con un giro moderno. Quiero que la gente vea que, en el fondo, se trata de prejuicio, discriminación, segregación… y del miedo a lo que es diferente.

—Wow… —comenté, impresionada— Están yendo directo contra el Partido Purista, ¿eh?

Sally asintió con determinación.

—En esta época del año ganan fuerza con sus discursos. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras distorsionan nuestras tradiciones.

Sonreí con sinceridad.

—Sabes que siempre puedes contar conmigo, Sally.

—Lo sé —dijo suavemente— Solo que… tú y Shadow han estado envueltos en un caos mediático últimamente, y no quería echar más leña al fuego.

Solté una pequeña risa, casi amarga.

—Sí… las cosas han sido complicadas, por decir lo menos.

—Pero todo se acomodará, Amy. Ya verás. Cuando llegue diciembre, todos estarán más enfocados en adornar sus casas y comprar regalos que en escándalos políticos.

—Eso espero —murmuré, más para mí misma que para ella.

Entonces, una voz masculina gritó desde el escenario:

—¡Directora Sally! ¡Las luces están listas!

—¡Ya voy! —respondió ella, y luego me miró una vez más— Lo siento, tengo que volver. Pero de verdad espero que puedas venir a ver la obra.

—No prometo nada, pero haré lo posible —le aseguré.

Sally me dedicó una sonrisa cálida antes de girar sobre sus talones y regresar al escenario con paso firme y elegante. Guardé el panfleto en la bolsa de plástico y comencé a caminar por el festival, dejando que los sonidos, las luces y el aroma a especias otoñales me envolvieran, mientras buscaba al resto de mis amigos.

 

Chapter 37: La Noche de los Dos Ojos Parte 2

Notes:

Buenas, mensaje para todos. Como habia mencionado en Twitter, este Google Doc https://t.co/F2LJoOQlNX, tiene el timeline hasta ahora de la historia, que ire actualizando poco a poco.

Chapter Text

Continué mi paseo por el festival, caminando entre linternas colgantes y decoraciones otoñales,con la esperanza de encontrarme con alguno de mis amigos.

No tardé en ser detenida una y otra vez por grupos de niños, todos con disfraces adorables —pequeños esqueletos, brujitas, monstruos de dos cabezas— que se acercaban agitando sus canastitas con ojitos brillantes.

—¿Ofrendas para los espíritus? —decían al unísono, con sonrisas radiantes.

Les di a cada uno dulces, pero eventualmente… me quedé sin nada. Y cada vez que uno más se acercaba, tenía que agacharme y decirle, con el corazón encogido:

—Lo siento, ya no me queda nada…

Ver esas caritas tristes dolía más de lo que creía. Me prometí a mí misma llevar el doble de dulces el próximo año.

Suspiré suavemente y seguí caminando, dejando atrás las zonas más infantiles para adentrarme en la sección de juegos y puestos callejeros. El aire cambió, cargado con el aroma irresistible de palomitas, manzanas caramelizadas, frituras y algodones de azúcar.

Me detuve en un puesto iluminado por farolitos naranjas y pedí un algodón de azúcar, grande y esponjoso, como una nube rosa que parecía flotar en mi mano. Mientras me lo comía, seguí paseando entre los distintos juegos de feria. Había de todo: pesca de patitos con imanes, lanzar aros a botellas, tiro al blanco, el juego del martillo, ruletas de premios y, por supuesto, el clásico de dardos para reventar globos.

Fue ahí donde los vi.

Me detuve en seco, reconociendo de inmediato la figura de Cream, que observaba un puesto de dardos con los ojos brillantes. Llevaba el vestido de vampira de tono vino oscuro, una capa corta con el interior rojo sangre, con sus orejas estaban peinadas hacia atrás con un pequeño moño negro. Cheese, como siempre, reposaba sobre su cabeza, llevando una miniatura del mismo disfraz.

Me acerqué con curiosidad y entonces vi lo que captaba su atención.

Dos Mobians competían en el juego, uno al lado del otro, lanzando dardos con una intensidad absurda… y con muy poco éxito.

El primero llevaba un traje robótico impresionante, de pies a cabeza: tenía nueve colas, siete de ellas metálicas, articuladas como si fueran parte de un exoesqueleto. Las placas metalicas brillaban bajo la luz artificial, con detalles amarillos y blancos. Era imposible no notar las dos colas doradas entre las mecánicas. No había duda: era Tails.

El otro llevaba un traje de aviador clásico, con gafas sobre la frente, una chaqueta marrón y una bufanda blanca que volaba ligeramente con la brisa otoñal. Su tamaño, su entusiasmo, y la forma en que reía entre intento e intento lo delataban de inmediato.

—Charmy… —susurré para mí misma, divertida.

Ambos estaban completamente absortos en su competencia, lanzando dardos con torpeza, fallando globo tras globo. El encargado del puesto, una salamandra con un sombrero de hotdog gigante, parecía ya resignado, con los brazos cruzados y una expresión de resignación profesional.

—¡Vamos, vamos! ¡Este es el bueno! —gritó Charmy, lanzando un dardo que fue directo… al marco de madera.

—¡Te estás inclinando demasiado hacia la derecha! —le reclamó Tails, mientras su siguiente intento pasaba justo entre dos globos sin tocar ninguno.

—¡Estoy usando visión de piloto profesional! ¡No me cuestiones, hojalata! —le respondió Charmy con dramatismo, fingiendo que ajustaba sus gafas.

Me llevé una mano a la boca para ahogar una risa. Verlos así me llenó de una calidez especial. Me acerqué a Cream, que también reía suavemente.

—¿Quién va ganando? —le pregunté en voz baja.

Ella me miró con alegría.

—Ninguno, Amy. ¡Han fallado todos los globos! Pero están tan concentrados que no se han dado cuenta.

—Qué competitivo se ha puesto esto…

Cream y yo nos quedamos allí un buen rato, observando cómo Tails y Charmy seguían fallando dardo tras dardo, sin rendirse ni un segundo. Ambos estaban tan metidos en su absurda “batalla” que parecía que el mundo a su alrededor se había desvanecido. El encargado del puesto ya ni siquiera intentaba disimular su aburrimiento. Solo suspiraba y recogía dardos con gesto automático, como si estuviera atrapado en un bucle eterno.

—Llevan como veinte intentos —murmuré, divertida.

—Cincuenta y tres, en realidad —me corrigió Cream con una sonrisa traviesa, aceptando feliz un trozo del algodón de azúcar que le ofrecí.

Nos reímos juntas mientras compartíamos el dulce, hasta que dos figuras se detuvieron a nuestro lado, atrayendo mi atención de inmediato.

—¡Rouge, Knuckles! —dije, sonriendo.

Rouge estaba deslumbrante, vestida como una diosa egipcia.

Su disfraz era dorado y blanco, con detalles brillantes que centelleaban bajo las luces del festival. Llevaba un top blanco ajustado con tiras finas sobre los hombros y una falda larga, traslúcida, con aberturas a los costados que dejaban ver sus piernas perfectamente cuidadas. Un cinturón ancho con jeroglíficos falsos marcaba su cintura, y sobre su cabeza descansaba una tiara con forma de cobra.

En uno de sus brazos llevaba abrazado un gran peluche de Chao con gorrito de mago. El muñeco colgaba con ternura, contrastando con lo elegante y majestuosa que se veía ella.

—Knuckles me lo ganó en el juego del martillo—me dijo cuando notó que lo miraba— Le dio al primer intento. Fue… sorprendentemente caballeroso.

Knuckles, que estaba justo a su lado, resopló como si lo que acababa de oír le pareciera una exageración. Llevaba un disfraz completamente distinto al de Rouge, pero de alguna forma combinaban a la perfección.

Vestía como un arqueólogo salido de una película de aventuras: camisa beige arremangada, algo arrugada; pantalones de explorador con manchas de “tierra”; cinturón con bolsillos de utilería llenos de herramientas, y un sombrero fedora marrón.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Knuckles con el ceño fruncido, sin entender muy bien el contexto del caos frente a nosotros.

—¿Acaso es algún tipo de torneo infantil? —añadió Rouge, ladeando la cabeza con una mezcla de burla y curiosidad.

Cream se adelantó ligeramente para explicarlo.

—No exactamente… —empezó, jugueteando con las puntas de su capa de vampira— Verán, estaba en una cita con Charmy. Vinimos juntos al festival… pero mientras paseábamos por los juegos, nos encontramos con Tails, y… bueno, ambos quisieron ganarme un premio.

Yo terminé de darle un mordisco a lo que quedaba de mi algodón de azúcar.

—Así que eso fue lo que pasó —dije, observando a los dos chicos seguir lanzando dardos como si se les fuera la vida en ello.

—Así es —confirmó Cream con una mezcla de timidez y resignación dulce— El premio es un peluche raro de una brujita Chao. Desde que lo vieron, no han parado de competir para ver quién me lo gana primero. Ya llevan como una hora.

Rouge soltó una carcajada y estrechó el peluche que tenía contra su pecho.

—Oh, el ego masculino. No importa la edad ni la especie… siempre compitiendo por el honor de una dama.

Knuckles resopló suavemente, sin molestarse en discutir. Solo desvió la mirada, como si algo muy interesante acabara de aparecer en el cielo. Noté cómo sus mejillas se sonrojaban ligeramente. Probablemente recordando cuánto se había esforzado él también para ganarle su peluche a Rouge.

Estábamos los cuatro ahí, en ese extraño paréntesis de calma rodeado de luces, risas y sonidos de feria, observando la absurda batalla de orgullo entre un zorro y una abeja, cuando dos figuras más se unieron a la escena.

La primera emergió de entre la multitud con pasos silenciosos y elegantes. Llevaba un disfraz de ninja impecable: túnica morada oscura con detalles en negro, una malla por debajo, las piernas vendadas, una katana de utilería cruzada en la espalda y una máscara colocada bajo el mentón. No necesitaba presentación. Ese aire reservado, esa mirada tranquila y esa postura perfecta solo podían pertenecer a Espio.

Junto a él, de manera mucho menos sutil, apareció una figura alta, verde y musculosa, con un sombrero ancho de mosquetero que apenas se mantenía sobre su cabeza. Su capa ondeaba detrás suyo, su bigote postizo estaba ligeramente torcido y su espada de plástico golpeaba su rodilla a cada paso. Vector, por supuesto.

—¿Qué es todo este espectáculo? —preguntó Vector con una sonrisa mientras se cruzaba de brazos, dejando que su espada falsa cayera contra su pierna una vez más.

—¿Están… peleando por un peluche? —añadió Espio con voz tranquila, alzando una ceja.

—No solo por un peluche —dijo Rouge, girándose para mirarlos —Por el honor y el corazón de una doncella en esta noche.

Todos miramos a Cream al mismo tiempo. Ella solo se cubrió la cara con las manos, avergonzada.

—Señorita Rouge… —dijo en voz baja, como si estuviera rogando que me detuviera.

Los seis estábamos ahí, en línea, como jueces silenciosos de una competencia que se alargaba más de lo necesario. Observábamos cómo Tails y Charmy fallaban una y otra vez, gastando Rings en cada intento con la misma determinación tonta y orgullosa. A este ritmo, la noche se iba a terminar antes de que alguno lograra algo más que frustrarse.

Miré de reojo a Cream. Su sonrisa se había desdibujado, apenas sostenida por cortesía. Abrazaba a Cheese contra su pecho con fuerza, como si intentara encontrar consuelo en su suave pelaje. Sus orejas estaban caídas y su mirada perdida seguía el ir y venir de los dardos que erraban el blanco. Su esperada cita, aquella noche especial que probablemente había imaginado con ilusión, se estaba deshaciendo frente a ella como azúcar en la lluvia.

Yo sabía exactamente lo que era eso. Estar junto a alguien que no te presta atención porque está atrapado en su propio mundo, ignorando tu presencia sin maldad, pero con descuido. Lo conocía demasiado bien. No quería que Cream pasara por eso.

Así que me acerqué lentamente a Espio, que observaba la escena con sus brazos cruzados y su mirada tranquila, como si estuviera evaluando una misión.

—¿Puedes ganar ese Chao brujita? —le susurré, apenas audible para los demás.

Espio me miró. Luego miró a Cream, que seguía abrazando a Cheese con los ojos bajos. Su ceño se frunció apenas un poco. Asintió con decisión y, sin decir nada más, caminó hacia el puesto.

Le entregó un billete al vendedor, quien, sin hacer demasiadas preguntas, le entregó un nuevo set de dardos. Charmy lo notó enseguida y giró sobre sus talones, sorprendido.

—¡Espio! —exclamó, desconcertado.

Tails también se volvió, curioso.

Espio se colocó frente al blanco, con la postura relajada pero precisa de un guerrero entrenado.

—Ustedes dos tienen una técnica terrible —dijo simplemente, sin intención de herir, solo constatando un hecho.

Y sin perder el tiempo, lanzó el primer dardo. Dio en el blanco. El segundo, también. Tercer dardo: estallido certero. Todos fueron seguidos de ese pequeño pop seco de los globos explotando bajo una puntería impecable. Su cuerpo casi ni se movía, como si lo hiciera por puro instinto.

—Quiero ese —dijo al terminar, señalando con un gesto el peluche raro de la brujita Chao colgado al fondo, un premio que parecía tan inalcanzable como encantador.

El vendedor, visiblemente impresionado, le entregó el premio sin decir palabra.

Charmy y Tails se quedaron boquiabiertos. Pude escuchar a Rouge contener una risa y a Vector decir algo como "¡Técnica ninja, bebé!" por lo bajo.

Espio se giró, caminó con serenidad hacia Cream y se lo tendió sin dramatismo, como si no acabara de resolver una situación entera con tres dardos y una mirada.

—¡Oh! ¡Gracias, señor Espio! —exclamó Cream, sus ojos brillando al recibir el peluche, como si su noche acabara de recuperar la magia que había estado perdiendo.

—De nada —respondió él con calma.

Charmy y Tails, claramente vencidos por el ninja silencioso que había resuelto en segundos lo que ellos no pudieron en una hora, finalmente se rindieron. Vi cómo bajaban los hombros al unísono, como si todo el peso de la derrota cayera sobre ellos de pronto.

Charmy fue el primero en moverse. Caminó hasta Cream, ajustándose las gafas de su gorra de aviador con torpeza. 

—Lo siento… —murmuró, cabizbajo —No pude ganarte ese peluche.

Cream negó suavemente con la cabeza, sus orejas bamboleándose con el gesto. Su sonrisa era genuina, aunque tímida.

—No te preocupes, es lo de menos —respondió con dulzura.

Charmy dejó escapar una risa nerviosa, claramente aliviado. Se notaba que el intento, aunque torpe, había nacido del cariño.

Tails se me acercó en silencio. Escuché el leve zumbido de su máscara robótica al activarse; las placas se deslizaron hacia atrás con un clic suave, revelando su rostro al aire libre. Al alzar la vista para mirarlo  y me encontré con una mueca incómoda en su expresión. No parecía molesto ni triste, pero sí… fuera de lugar. Tal vez un poco avergonzado.

Me acerqué un poco, solo lo suficiente para que nadie más nos oyera, y le susurré:

—No debiste interrumpir su cita así.

Tails bajó la mirada, su hocico tenso. No dijo nada. Y no hacía falta. En su silencio había reconocimiento y arrepentimiento.

Nos habíamos reunido todos en un círculo algo desordenado, como si por un momento ninguno supiera bien qué hacer con tanto alboroto recién presenciado. 

Vector fue el primero en romper el silencio, mirando a Cream con una mezcla de confusión genuina y… ¿decepción?

—Oye, Cream… ¿y tu mamá? —preguntó de golpe, como si recién cayera en cuenta de su ausencia.

Todos lo volteamos a ver con la misma cara: cejas levantadas.

Cream parpadeó, sorprendida por la pregunta.

—Oh, ella decidió quedarse en casa esta vez. Dijo que estaba muy cansada después de cocinar todas esas ofrendas.

Vi cómo la expresión de Vector se desinflaba por completo. Bajó los hombros, su boca se torció en una mueca triste, y dejó escapar un suspiro largo.

—Ah… claro. Tiene sentido —dijo, casi murmurando.

Espio lo miró de reojo, apenas conteniendo una sonrisa, pero luego me miró a mí con cierta curiosidad.

—¿Y tú, Amy? ¿No estás con Shadow esta noche?

Antes de que pudiera responder, Rouge se me adelantó con su tono dramático de siempre, abrazando más fuerte su peluche de Chao.

—¿Te dejó sola en el festival? Eso suena tan fuera de personaje para cierto erizo gruñón.

Me reí un poco y negué con la cabeza.

—No, no… Está trabajando, patrullando todo el festival. Nos vamos a ver más tarde, cuando termine su ronda.

—Por supuesto… —dijo Rouge con un suspiro exagerado —Ese hombre necesita que lo amarren a una banca para que aprenda a descansar un poco.

Entonces Charmy dio un paso adelante con renovada energía. Tomó con suavidad la mano de Cream, que seguía abrazando a su nuevo peluche, y la miró con una sonrisa algo tímida.

—¿Quieres ir por unas palomitas acarameladas?

Cream levantó la vista, sorprendida por el gesto, y luego asintió con una sonrisa luminosa.

—¡Sí, me encantaría!

Cheese dio una vuelta en el aire, lanzando burbujas de emoción.

Charmy nos miró a todos, levantando una mano.

—¡Nos vemos, chicos!

—¡Que disfruten el festival! —agregó Cream dulcemente.

Y con eso, comenzaron a alejarse tomados de la mano, caminando entre luces de papel y faroles flotantes. El bullicio del festival volvió a envolverlos, como si esa pequeña escena fuera solo un respiro en medio del caos.

—Ese es mi muchacho… —murmuró Vector, limpiándose una lágrima exagerada con el dorso de la mano—. Ya todo un don Juan.

Espio asintió, con los brazos cruzados.

—Con buen gusto, además —dijo, como si fuera una evaluación seria.

Yo me giré hacia Tails. Seguía ahí, más quieto que todos, con una expresión difícil de leer. Su máscara robótica se activó otra vez, cerrándose con un leve chasquido. Su rostro desapareció tras el visor, pero algo en sus hombros delataba su estado de ánimo.

—¿Estás bien? —le pregunté en voz baja.

Tails ignoró mi pregunta y se giró sobre sus talones. 

—Voy a ver qué está haciendo Sonic —dijo con tono neutro, pero algo apagado.

—La última vez que lo vi, estaba ayudando a Sally con la obra de teatro —le respondí con suavidad.

Tails asintió una vez, sin levantar mucho la vista.

—Gracias, Amy.

Y sin más, comenzó a alejarse. Las placas de su traje resonaban con cada paso, un eco metálico constante. Sus nueve colas —las robóticas y las reales— colgaban bajas detrás de él.

—Pobrecito… —dijo Rouge en voz baja, observándolo marcharse— Parece que el pequeño aviador le ganó su chica.…

Knuckles frunció el ceño y ladeó la cabeza.

—¿A Tails le gusta Cream?

Rouge se giró hacia él y se cruzó de brazos, como si la respuesta fuera evidente.

—Por favor. ¿Tú no lo habías notado?

—Hmm… no. Solo los vi hablar mucho últimamente —respondió Knuckles, rascándose la mejilla con torpeza.

—Es más que hablar —dije, sin apartar la vista del sendero por donde Tails se había ido —Desde que Gemerl termino dañado, Cream ha estado yendo casi todas las tardes al taller. Al principio solo era para ver cómo avanzaba la reparación, pero… después se quedaban conversando. Compartían té, historias, pequeñas tonterías del día.
Y no sé… con el tiempo, creo que Tails empezó a sentir algo más.

—¿Y entonces llegó nuestro Charmy y zas —soltó Vector, haciendo un gesto exagerado de estocada con la mano— se le adelantó?

—Charmy es más directo —suspiré, acomodando mi tiara —Más impulsivo. A veces algo torpe, pero tiene esa seguridad que a Tails le cuesta encontrar. No se queda dándole vueltas a todo. Solo... actúa. Y a veces, eso basta.

Espio permanecía en silencio, con los brazos cruzados y el ceño ligeramente fruncido. Se notaba que lo estaba meditando en su cabeza.

Rouge se encogió de hombros, abrazando a su peluche de Chao.

—Bueno… aún no son pareja, ¿no? —dijo con una sonrisa ladeada —Si Tails se decide, todavía tiene oportunidad. Solo necesita atreverse un poco.

Vector se giró hacia ella con una expresión indignada, llevándose una mano al pecho como si le hubieran ofendido el honor.

—¡Oye! ¡No van a venir ahora a quitarle la novia a nuestro Charmy!

Rouge soltó una risita suave, divertida por su reacción.

—Por favor, Vector. Aún no es su novia. Solo están teniendo una cita causal, no se han comprometido en matrimonio.

—¡Pero se tomaron de la mano! ¡Eso cuenta ! —protestó Vector.

—Todo se vale en el amor y en la guerra —respondió Rouge, encogiéndose de hombros —Si Tails quiere luchar por ella, que lo haga. Nadie le está deteniendo… más que él mismo.

Yo sonreí con suavidad, mirando la dirección en la que Tails se había ido.

—No sé si lo hará. Él es muy cuidadoso con los sentimientos de los demás. Teme cruzar una línea… o arruinar lo que ya tiene con Cream. Y ahora que vio a Charmy dar ese paso… bueno, tal vez piense que ya es demasiado tarde.

Rouge suspiró, esta vez con menos burla en el tono.

—A veces, lo que más duele no es perder… sino no haberse atrevido nunca.

Quedamos en silencio un momento. El murmullo del festival nos envolvía: música lejana, risas, farolillos tintineando con la brisa.

Espio fue el siguiente en hablar, con su voz tranquila y firme.

—Quizás Tails solo necesite tiempo. O una conversación honesta con Cream.

—O con Charmy —añadió Knuckles, medio en broma, medio en serio.

—Mejor que no —respondí con una sonrisa forzada— No quisiera verlos compitiendo otra vez a ver quién vuela más alto o quién come más chili dogs.

Todos rieron suavemente con la imagen. Incluso Vector soltó una risita, aunque seguía murmurando por lo bajo algo sobre "los códigos del escuadrón" como si hablara consigo mismo.

Mientras los escuchaba, no pude evitar mirar de reojo hacia donde se había ido Tails. Pensaba en lo mucho que había crecido… y en lo difícil que era ver a alguien que quieres lidiando con un corazón roto. Me daban ganas de ir tras él, pero en ese momento Rouge tomó a Knuckles del brazo y dijo con entusiasmo:

—Bueno chicos, nosotros tenemos una cita con la casa embrujada.

Knuckles se erizó al instante.

—¿¡Qué!? ¡Oh no, mujer, no vamos a ir ahí!

—¡Vamos a irrrr~! —canturreó Rouge, abrazándose aún más a su brazo —Anda, Knuckie~.

—¡NO! ¡NO ME GUSTAN LOS FANTASMAS! ¡ROUGE, SUÉLTAME!

Ella ya lo estaba arrastrando mientras él gritaba, completamente espantado. Los vimos alejarse entre risas, y me quedé con Vector y Espio.

—¿Y ustedes? —pregunté— ¿Algún plan secreto?

—Solo dar una vuelta por ahí —respondió Vector, ajustándose su sombrero de mosquetero —Y luego voy a arrasar en la competencia de comida. Este año voy a romper mi récord.

—Vas a terminar vomitando como cada año —dijo Espio, sin levantar la voz.

—¡Hey! ¡He estado practicando! ¡Tengo un estómago de acero ahora!

No pude evitar reír en voz baja mientras me frotaba las manos, nerviosa. Los mire a ambos, dispuesta a hacer algo que había aplazado por un tiempo. 

—Chicos… Sé que no lo había dicho antes, pero… muchisimas gracias. De verdad les agradezco haber guardado el secreto sobre mi relación con Shadow.

Espio asintió con tranquilidad.

—No tienes que agradecerlo. Shadow nos pagó por mantener la boca cerrada.

—Y fue bastante generoso, como siempre —añadió Vector con una sonrisa.

Parpadeé, sorprendida.

—¿Como siempre? ¿No era la primera vez?

—Trabajamos como freelancers para Neo G.U.N. —explicó Espio —A veces nos llaman para casos delicados.

—Hace poco —dijo Vector, tomando la palabra —nos tocó investigar quién le había metido un virus al teléfono de Shadow.

—¿Qué? ¿¡Fueron ustedes!? —Grite sin querer, llevándome una mano a la boca. 

—Sí, estábamos en la oficina cuando su asistente, Chiquita, nos llamó toda alarmada —dijo Vector, gesticulando —"¡Vengan ya! ¡Esto es urgente!"

—Solicitaron nuestra ayuda con la investigación. Estuvimos presentes durante las interrogaciones del equipo de IT —dijo Espio, cruzado de brazos —Vector sospechó de uno casi de inmediato.

—Ese tal Blanes, ese zorrillo flacucho, me dio mala espina al instante. Vibras horribles, ya sabes.

—Vector tiene buen instinto… para “vibras” —añadió Espio sin ironía.

—Encontramos su dirección y nos colamos en su casa —continuó Vector, orgulloso —Espio halló montones de archivos en su computadora.

Espio me miró, su voz bajó de tono.

—Amy, te aseguro que, en cuanto vi que algunos archivos eran… muy íntimos, no continúe viendolos.

Sentí el calor subir a mis mejillas.

—¿Por qué Shadow no me dijo que ustedes estaban en el equipo?

—Seguramente por lo delicado del tema —respondió Espio —No quería ponerte en una situación incómoda.

—A mí tampoco me gustaría saber que mis amigos encontraron mi sextape —añadió Vector sin vergüenza. 

—¡VECTOR! —exclamé, cubriéndome el rostro con las manos.

—Vector, eso no se dice —lo regañó Espio.

—¡Oh! Lo siento Amy… Fue muy insensible de mi parte —Levantó la mano Vector es señal de disculpa.

—Disculpa aceptada, todo bien Vector —dije, aun sintiendo el calor en mis mejillas —¿Ustedes van a continuar con la investigación? 

—Así es. De hecho esta mañana Shadow nos pidió que investiguemos más sobre ese zorrillo. —Comentó Vector, cruzándose de brazos con orgullo —Quiere saber si tenía una amante o algo así... o algún secreto raro.

—Empezamos mañana temprano —añadió Espio, con los brazos cruzados también —Vamos a repasar los movimientos del sujeto, sus contactos, todo lo que dejó atrás.

Me mordí el labio, dudando. Sentía el corazón apretado. Si ellos ya estaban investigando… quizás debía hablar. Aunque fueran solo sospechas. Aunque fueran solo “vibras”.

—Chicos… si ya están investigando —dije en voz más baja, sintiéndome algo insegura —Hay alguien en quien… yo también sospecho. Pero… ¿podrían no decirle a Shadow todavía? Solo… hasta que estén seguros.

Los dos se miraron. Vector parpadeó, confundido, pero Espio asintió lentamente antes de hablar.

—Podemos manejarlo con discreción. Pero Shadow es nuestro cliente.

—Pero también eres nuestra amiga —dijo Vector, encogiéndose de hombros —Si es importante para ti, lo manejamos con cuidado. ¿Quién es?

Tragué saliva. No quería decirlo. Sonaba como una tontería… pero las malas vibras no me dejaban en paz.

—Nova —dije finalmente —La fennec. Parte del escuadrón de Shadow.

Vector soltó un “ah” largo, como si hubiese estado esperando ese nombre.

—Ya sé de quién hablás —dijo, llevándose una mano a la nuca —La interrogaron cuando empezó todo esto. Y… no sé. Me dio una sensación rara. Demasiado tranquila. Como si todo le resbalara.

—La calma no es necesariamente sospechosa —intervino Espio, pero luego bajó un poco la voz —Aunque en este caso… sí, noté algo fuera de lugar. 

—Exacto —siguió Vector —Ya sé que dicen “el que nada debe, nada teme”, pero cuando te interrogan sobre un tema serio, es normal que al menos te pongas un poco nervioso. 

—¿Ella tenía algún vínculo cercano con el zorrillo? —preguntó Espio.

—No lo sé —respondí —Solo esa sensación de que algo no está bien.

Espio asintió con calma.

—Está bien. A veces, una corazonada bien dirigida puede ser tan útil como una pista. Vamos a tenerla en la mira.

Sentí una pequeña ola de alivio. No estaba tan loca después de todo. Que ellos también tuvieran esas impresiones… al menos me daba algo de fundamento. Pero entonces, algo me vino a la cabeza.

Ellos habían visto los archivos del teléfono de Shadow. Tal vez… tal vez habían escuchado esa pelea. Necesitaba saberlo. Tenía que asegurarme.

—Una pregunta más... —dije, agarrando el borde de mi falda —Cuando revisaron los archivos del teléfono de Shadow... ¿Encontraron alguna grabación o algo donde él y yo... peleamos?

Espio frunció el ceño.

—¿Pelea? ¿Qué tipo de pelea?

Vector intervino antes que yo pudiera contestar.

—Bueno, estaba esa vez que fueron a la casa de Vanilla y Shadow rompió una mesa. Esa fue intensa. 

—Otra en el resort —añadió Espio— Aunque esa fue claramente actuada. Demasiado sobreactuada.

—Y creo que había una más —continuó Vector —donde discutían porque Shadow es un imán de chicas. Sonabas increíblemente celosa Amy.

Yo solté una risa nerviosa. Era incómodo saber que tus amigos encontraron tus trapos sucios. Pero eso no era lo importante.

—¿Eso es todo? ¿No encontraron… ninguna más?

Espio me miró con atención.

—Sí. Eso es todo. ¿Por?

—No, por nada… solo curiosidad —dije, apretando los labios con una sonrisa forzada —Gracias por decirme.

—Estamos para ayudarte —dijo Vector con una sonrisa ancha —Somos profesionales… Bueno, más o menos.

—No hemos dicho nada comprometedor —añadió Espio, alzando una ceja hacia mí —¿Verdad, Amy?

—¿Yo? No sé de qué están hablando.

Los tres reímos y el aire se sintió más liviano por un momento. Espio y Vector se despidieron con un gesto y se alejaron por el sendero, charlando entre ellos.

Yo los vi irse en silencio, con una mezcla extraña en el pecho: alivio, duda… y algo más que no podía nombrar.

Me di la vuelta y continué caminando sin rumbo fijo, solo gastando el tiempo hasta mi encuentro con Shadow a las ocho de la noche. No sabía qué hacer con esas horas muertas. Pensé en ir a la obra de teatro de Sally, pero empezaba a las siete, y no tenía idea de cuánto iba a durar. Tal vez podría quedarme cerca del teatro, ver solo el principio… pero no estaba segura.

Mi mente divagaba mientras paseaba entre los puestos decorados, el aire lleno del aroma de comida dulce, hojas secas y humo de las linternas. Sonreía sola cada vez que veía un disfraz ridículo: un niño vestido como una pizza, un chao disfrazado de cubeta, un adulto con una cabeza gigante de calabaza que apenas podía girar el cuello.

De pronto, unas vocecitas me llamaron la atención.

—¡Hola!

Volteé a ver, y ahí estaban otra vez: los niños lobo y venado, corriendo hacia mí con una energía desbordante. Se detuvieron justo frente a mí, agitados pero radiantes.

—¿Consiguieron muchos dulces? —pregunté, inclinándome un poco para estar a su altura.

El niño lobo respondió enseguida, con los ojos brillantes de emoción:

—¡¡Muchíiisimos!! ¡Mira, mira! —dijo mientras levantaba su calabacita llena y la sacudía como si fuera un trofeo. —¡Y todos son nuestros! —añadió con orgullo —¡No tenemos que dárselos a los espíritus como las ofrendas!

Me reí al verlo tan contento con su botín, la máscara de pescado sacudiendo sobre su cabeza mientras daba saltitos. El niño venado, más tranquilo pero igual de dulce, metió la mano en su calabacita y sacó un dulce envuelto en papel brillante. Me lo ofreció en silencio, con una pequeña sonrisa.

—Gracias —dije, tomándolo con cuidado.

El niño lobo lo notó y enseguida quiso igualarlo. Con una mano entusiasta, metió los dedos en su calabacita, agarró un puñado entero y me lo puso en la mano con urgencia.

—¡Ten! ¡Ten! ¡Toma más!

No pude evitar reír.

—Gracias, campeón. Qué generosos son —les dije, con el corazón un poco más liviano.

Metí los dulces en la bolsa de plástico vacía y me quedé con uno solo. Lo desenvolví y lo dejé derretirse en mi lengua: era de mora, dulce y un poco ácido. Los niños me imitaron, sacando cada uno un caramelo de sus calabacitas y saboreándolo con la misma satisfacción.

No podía evitar sonreir. Había valido la pena comprarles las cubetas y las máscaras. Ningún niño debería quedarse fuera de la celebración.

Entonces la voz de un megáfono retumbó por todo el recinto.

Me giré hacia el pequeño parque cercano. Sus árboles estaban cubiertos de luces naranjas y guirnaldas de hojas, pero entre los farolillos había un grupo grande de Mobians sin disfraz, pero con camisas blancas que decían “Pureza Eterna”. Entre sus manos, llevaban letreros y pancartas diciendo: “Sangre pura”, “Orden natural”, “Una sola especie”. Una de las cartulinas mostraba dos corazónes unidos, uno negro, el otro rosa, pero tachados con pintura roja. Esos corazones, eran el símbolo que se usaba en redes sociales para apoyar mi relación con Shadow. 

Se me heló el estómago.

—Ay, no… —murmuré— Los puristas.

El que manejaba el megáfono era un armadillo de tonos ocres, el rostro endurecido por la rabia contenida. Alzó un brazo para acallar el murmullo que empezaba a formarse alrededor.

—¡Mobians de bien, escúchenos! —tronó su voz metálica— ¡Estas fechas no son para disfraces ni para malgastar el tiempo en juegos sin sentido! ¡Son para recordar los horrores que trajeron las relaciones interespecie! ¡El peligro de que un nuevo Amdruth camine entre nosotros!

Varias cabezas se voltearon. Algunas personas, incómodas, se hacían a un lado; otras miraban con curiosidad morbosa. Los niños lobo y venado dejaron de masticar y se aferraron a sus calabacitas, con las orejas gachas.

—¡Debemos mantener nuestra sangre pura! —continuó el armadillo —¡Cada clan en su lugar, como dicta el orden natural!

Sentí cómo se me subía la presión. Una mezcla hirviente de indignación, furia y asco me trepó por la garganta como bilis.
Otra vez. Otra maldita vez.

Cada año era lo mismo. La misma bocina chirriante. Las mismas frases disfrazadas de “orden natural” y “pureza”.

Mis mejillas ardían. Apreté la mandíbula hasta que me dolieron los dientes y sentí las uñas clavarse en las palmas, arrugando la bolsita de dulces. La rabia me quemaba por dentro como aceite en una sartén olvidada al fuego.

Miré a mi alrededor, buscando con desesperación algún uniforme. Pero no había ningún agente de Neo G.U.N. a la vista.
¿Dónde está Shadow? Él debería estar patrullando esta zona…

Apreté los puños y di un paso delante de los niños, apartándolos un poco.

—No se preocupen —les susurré —Solo son palabras feas; no significan nada.

Pero mientras lo decía, el orador levantó una pancarta con aquellos corazónes negro y rosa.

—¡Este símbolo! —gritó, agitándolo— ¡Esta burla contra la pureza! ¡Es la marca de un romance aberrante que insulta el orden natural!

Sentí un latigazo helado y ardiente a la vez. El corazón me retumbó en los oídos, ahogando todo sonido.

¿Aberrante...?  ¿Mi amor por Shadow es “aberrante”?

Se me acumularon los recuerdos: su mano apretando la mía mientras caminábamos, su voz dulce en las videollamadas nocturnas, nuestros besos y caricias cada vez que estábamos juntos, nuestras citas semanales, nuestras vacaciones disfrutando del tiempo compartido en la ruta, en la playa, en la montaña. Todo eso, ahora manchado con pintura roja frente a unos niños que sólo querían caramelos.

Una furia gélida me anudó el estómago.

No voy a permitir que conviertan nuestro amor en un blanco de odio. Ni que manchen la alegría de estos pequeños con su veneno.

Di un paso. Luego otro. El pulso me martilleaba en las sienes, una corriente imparable empujándome hacia adelante.
Si Neo G.U.N. no está aquí, yo misma marcaré el límite.

Los coros de “¡Impureza!” y “¡Vergüenza!” crecían; algunos transeúntes alzaban sus teléfonos para grabar. Un par de disfrazados discutían con los manifestantes, los gestos crispados. 

De pronto, sentí un tirón en la falda que me detuvo.

El niño lobo se aferraba a mi vestido, temblando. Sus garritas se clavaban en la tela como si temiera que el suelo fuera a abrirse. Me volví y el corazón se me encogió al ver sus ojos vidriosos y los colmillitos temblorosos.

El niño venado se acercó a él con calma, como si lo hubiera hecho mil veces antes. Puso una mano firme sobre su espalda.

—Todo está bien, Caín —le dijo en voz baja, suave —No pueden hacernos daño.

Pero el lobo murmuró con voz temblorosa:

—Se parecen… a la gente mala… que mató a papá…

Mi respiración se cortó. El venado se tensó, pero no perdió la calma. Bajó la voz aún más.

—No nos pueden hacer daño —repitió con seguridad —Mamá se encargó de eso.

Yo quise hacer algo. Decir algo. Cubrirlos con mis brazos y meterlos en una burbuja donde nada pudiera tocarlos. Pero el megáfono volvió a rugir, y el veneno que salía de él me atravesó como cuchillas de hielo.

—¡Amy Rose! ¡La heroína de Morbius! ¡Traicionó su linaje al mezclarse con una aberración híbrida! ¡Un error genético, mitad Mobian, mitad alienígena!

Tragué saliva. El niño lobo se encogió más.

—¡En lugar de seguir el curso natural y unirse con Sonic, su igual! —continuó el armadillo, elevando la voz —¡Prefirió entregarse a lo antinatural! ¡Eso es corrupción del alma y del cuerpo! ¡Debemos preservar nuestra pureza! ¡No más mezclas! ¡No más monstruos!

Los cánticos se intensificaron. Las pancartas parecían moverse como olas de un mar podrido, con frases como “Sangre pura” y “Una especie, un destino”. 

—¡Los humanos ya no están para contaminarnos! —continuó el armadillo —¡Solo nosotros podemos arreglar el mundo! ¡Y lo primero que debemos hacer es detener la mezcla! ¡Restaurar el orden natural! ¡No podemos permitir otro monstruo de dos cabezas! ¡Debemos ser tan firmes como los clanes que acabaron con esa abominación!

Caín se aferró aún más fuerte. Su cuerpo entero temblaba, y esta vez no era solo miedo: era algo más. Algo que se agitaba bajo su piel.

Me agaché, quedando en cuclillas frente a él, tratando de encontrar su mirada.

—Ey… —susurré con cuidado— Estás a salvo, ¿sí? Estoy aquí… Todo está bien.

Entonces lo sentí. Esa energía. Como un golpe seco al alma.

El ojo verde de Caín comenzó a tornarse rojo. No era un cambio de luz ni de reflejo: era profundo, como si algo despertara desde dentro. Una fuerza ancestral. Antigua y poderosa. El aire se volvió denso, frío. Mi pelaje se erizó al instante, como si mi cuerpo reconociera un peligro desconocido que mi mente no podía comprender.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Esa sensación… ya la había sentido hace unos días. En el auto cruzando el bosque. Esa presencia abrumadora, extranjera. Más vieja que la historia misma.

—Amdruth… —dije sin querer, apenas un susurro escapándose de mis labios.

Caín me miró de inmediato, con el rostro torcido por la culpa. Bajó la mirada, avergonzado. El niño venado puso una mano en su hombro.

—Hermano… bajaste la guardia —le dijo.

—Lo siento —murmuró el lobo.

Cerró los ojos, y muy lentamente, la energía se disipó. Sentí cómo se retiraba como una marea oscura volviendo al fondo del mar. El aire se aliviano. Mi pelaje se relajó, mis músculos, tensos como cuerdas, comenzaron a soltarse, pero mi corazón seguía golpeando fuerte.

El niño venado me miró. Sus ojos, a pesar de su rostro pequeño, parecían mucho más antiguos de lo que debían ser.

—Lo sentimos —me dijo con voz serena —No fue nuestra intención engañarte.

Me quedé quieta. No sabía qué decirles. Porque en el fondo lo sabía: no eran solo dos niños disfrazados, ni solo huérfanos asustados.

Eran algo más. Una leyenda viviente.

Tragué saliva, sintiendo de golpe el bullicio a nuestro alrededor. La protesta crecía, las voces subían, y la multitud se hacía más densa con cada segundo. La tensión en el ambiente se volvía espesa, pegajosa.

Miré de nuevo a los niños.

—Tenemos que irnos de aquí —dije con firmeza, sin levantar la voz.

Ambos asintieron al instante, colocándose a cada lado mío. 

Saqué mi celular del bolso con manos aún un poco temblorosas. Tecleé rápido:

“Shadow, hay una protesta de puristas en el parque cerca del Yoyo Market. Siento que las cosas van a salirse de control. Deberías venir.”

Envié el mensaje sin esperar respuesta, volviendo a guardar el teléfono mientras apuraba el paso.

Y entonces, una voz me cortó el aliento.

—¡Ahí está! ¡Amy Rose! —gritó una voz masculina, aguda y cargada de rabia desde la multitud protestando —¡La sucia que se mezcló con una abominación!

Mi cuerpo se congeló. Sentí cómo las miradas caían sobre mí como cuchillas. Los murmullos se convirtieron en un oleaje de palabras indescifrables. Vi cómo la gente empezaba a retroceder, como si de pronto yo fuera una enfermedad contagiosa. Algunos sacaban sus celulares, apuntándome con sus cámaras como si yo fuera un espectáculo, un chisme con patas.

—¡Esa es! —gritó el armadillo del megáfono, girándose hacia mí con los ojos inyectados —¡La traidora de la pureza! ¡La que se acuesta con lo antinatural!

Los cánticos cambiaron de inmediato, de consignas vagas a ataques personales:

—¡Traidora!
—¡Sucia!
—¡Que se vaya!

El niño lobo a mi lado empezó a temblar. Sus orejas se pegaron contra su cabeza, su respiración se volvió errática… y entonces, sin poder contenerlo más, rompió en llanto. Soltó su calabacita de dulces; que cayó al suelo con un golpe sordo y los caramelos se esparcieron por la acera. Se aferró a mi falda con sus pequeñas garras, como si su vida dependiera de ello.

Me agaché de inmediato, poniéndole las manos en las mejillas para obligarlo a mirarme.

—Shhh… tranquilo, Caín… —le susurré, esforzándome por mantener la voz firme —Estoy aquí. No va a pasarte nada, ¿me oyes? Nada.

El niño venado soltó también su calabacita, que rodó por el suelo sin que le importara. Se puso al lado de su hermano y le puso ambas manos en los hombros.

—Todo está bien, Caín. No nos pueden hacer daño —le decía en voz baja, aunque con una seguridad extraña para alguien tan pequeño —Respira, hermano. Estoy contigo.

Seguían lloviendo insultos detrás de mí. Gritos llenos de odio, como ráfagas contra mi espalda. “¡Perversa!” “¡Que se largue!” “¡Antinatural!”

Pero yo solo podía concentrarme en los niños. En sus caritas temblorosas. Eran una criatura ancestral, conocida por robar almas, pero ahora no eran nada más que un par de niños que necesitaban protección.

Y entonces, algo cruzó el aire. Una botella de vidrio voló entre la multitud. La vi venir, trazando una línea sucia y rápida directo hacia nosotros.

Instintivamente cerré los ojos, cubriendo a los niños con mi cuerpo.

Pero no hubo impacto.

Cuando los abrí, el venado la tenía en la mano. La había atrapado en el aire con una facilidad sobrenatural, sin siquiera inmutarse. Luego la dejó caer al suelo, intacta, con un clonc seco sobre el pavimento.

Levantó la vista hacia la multitud. Y por un segundo, sus ojos ya no eran los de un niño.

—¡Amy! ¡Amy!

Reconocí la voz enseguida entre el bullicio.

Me giré y vi a Chiquita intentando abrirse paso entre la multitud. Su vestido azul celeste —un diseño de princesa claramente inspirado en Cenicienta— brillaba bajo las luces cálidas de los faroles. Su abanico de plumas blancas se desplegó con un sonido suave y envolvente, obligando a la gente a apartarse por instinto.

Parecía una visión en medio del caos. Majestuosa, serena y firme.

Cuando llegó junto a mí, se agachó, sus ojos llenos de preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó, colocando una mano sobre mi hombro.

—Estoy bien —le respondí, intentando sonar más segura de lo que me sentía —Solo… solo necesito sacar a estos niños de aquí.

—No te preocupes. Esta cola sirve más que bien para abrir camino. Nadie quiere ser picoteado por belleza emplumada.

Intentó sonreírme, pero su expresión se endureció de golpe cuando escuchó las voces a nuestro alrededor.

—¿Ese pavo real… está hablando como mujer? —murmuró un gato purista.

—Mírale el vestido, qué ridiculez —dijo otro, riéndose —¡Es uno de esos! ¡Un raro! 

Ella se giró despacio. Sus ojos, normalmente brillantes y amables, se oscurecieron.

—Puede ser que no haya nacido hembra —dijo, con voz clara y potente —Pero soy mujer, en corazón y alma ¿Te quedó claro?

—¡Si vas a fingir ser hembra, al menos córtate esas plumas! —bufó el gato, agitando su pancarta.

—¡Oye! —intervine, indignada, pero Chiquita levantó una mano para frenarme.

Dio un paso al frente, con la barbilla en alto.

—Y tú deberías operarte el hocico —respondió ella con una sonrisa cortante —Porque claramente el incesto generacional no te hizo ningún favor.

El gato se puso rojo de inmediato. Se abalanzó sobre ella con un rugido, lanzando un puñetazo torpe.

Pero Chiquita se movió como el viento.

Lo esquivó girando sobre un talón, le clavó un puño preciso en las costillas y, con una barrida elegante, lo tumbó en el suelo. El gato cayó de espaldas con un quejido, su pancarta rota bajo su cuerpo.

Chiquita lo miró desde arriba, sus plumas extendidas.

—¿Saben qué me da asco? —dijo, con voz firme —Que apenas los humanos murieron, ustedes se creyeron los dueños del mundo. Empezaron a dividir, a señalar, a decirnos cómo debíamos vivir. Cómo debíamos amar. Ustedes no buscan pureza. Solo control y miedo.

Un murmullo creció entre la multitud. Luego una voz se alzó:

—¡Abajo los puristas!
—¡El amor es libre!
—¡Unidad, no pureza!

La multitud respondió con vítores, su entusiasmo se elevó con cada palabra de Chiquita. Pero los puristas no tardaron en replicar con insultos, gritos llenos de desprecio y odio. En cuanto uno de ellos empujó a otro, el caos estalló de inmediato: puños alzados, carteles que se convertían en astillas volando por el aire, gritos cruzados que llenaban el parque con una tensión palpable.

Fue un caos absoluto. Una señora disfrazada de bruja lanzó su escoba hacia la multitud como una lanza. El impacto de la escoba hizo que alguien tropezara, y como si fuera una señal, otros se lanzaron al centro de la calle para pelear. Vi a un canguro con máscara de zombie subirse a un banco, sacando su teléfono y comenzando a grabarlo todo, narrando en directo, como si aquello fuera un espectáculo.

Mis pensamientos se nublaron por un momento.

—Detrás de mí —les susurré a los niños, con la voz tensa y firme.

Caín temblaba, pero asintió rápidamente, aferrándose a mi falda. El venado, por su parte, se puso frente a él, su pequeño cuerpo erguido como una barrera entre su hermano y la multitud furiosa. Sentí cómo se desbordaba mi protección hacia ellos, a pesar que sabía su verdadera identidad.

A mi alrededor, los empujones crecían con cada segundo. Los faroles de papel, tan cuidadosamente decorados, caían como trozos de confeti ardiente, mientras las chispas de fuego rodaban por el suelo, haciéndome temer que todo el lugar se incendiara. Gente tropezaba con los cables de las guirnaldas, las luces titilaban de forma inestable, sumiendo la calle en una atmósfera cada vez más caótica.

Necesitábamos salir de allí. Y rápido.

Mis ojos recorrieron la multitud, buscando alguna señal de la presencia de los miembros de Neo G.U.N. Un uniforme azul. Cualquier cosa. Pero no los vi. La desesperación comenzó a asfixiarme.

Con el corazón en la garganta, sujeté con fuerza las manos de Caín y el venado, mis dedos entrelazándose con los suyos.

—¡Chiquita, cúbrenos! —grité, mi voz apenas audible entre tanto ruido.

—¡Hecho! —respondió Chiquita, levantando su abanico de plumas. Usó su cola como una barricada resplandeciente, abriendo un camino a través de la multitud, su figura brillante y majestuosa en medio del caos. A su alrededor, la gente parecía retroceder, dándole paso, como si su presencia exigiera respeto, aunque muchos no entendían por qué. 

Mientras avanzábamos, mis ojos se llenaron de escenas absurdas y aterradoras. La calle ardía en caos, como si todo hubiera perdido su sentido de comunidad. En un momento, una rana purista embistió a Chiquita, lanzándola al suelo con un golpe certero. Ambos forcejeaban en el piso, sus cuerpos retorciéndose en una lucha por el control.

—¡Chiquita! —alcancé a gritar.

—¡Vete, Amy! ¡Yo puedo con esto! —me gritó, sus ojos chispeando determinación.

Asentí con el corazón en un puño y seguí avancé como pude, empujando cuerpos, buscando una salida de la calle sin soltar a los niños ni por un segundo. Pero no llegamos lejos. Una sombra se interpuso frente a nosotros, alta y pesada. Era un jabalí con una camisa blanca que decía “Pureza Eterna”, los ojos llenos de odio.

—¡Allí estás sucia traidora! —gruñó. Su voz era áspera, cargada de veneno.

No me dio tiempo de responder. Se lanzó contra mí con un empujón brutal que me hizo soltar las manos de los niños. Caí de espaldas, y sentí el asfalto frío golpearme el codo.

Él vino tras de mí.

Sin pensar, me impulsé con una pierna y le lancé el puño directo a la mandíbula. Sentí el impacto hasta el hombro, y el chasquido me confirmó que había hecho daño. El jabalí gruñó de dolor, pero no cayó. Intentó sujetarme del brazo, y lo pateé en la espinilla con fuerza, obligándolo a tambalearse.

No podía sacar mi martillo. Demasiada gente. Demasiado estrecho. Tenía que protegerlos así.

Levanté las manos y cerré los puños, con el corazón en llamas y los nudillos palpitando. Me puse delante de los niños, lista para lo que fuera.

—Aléjate de ellos —escupí, sin temblar.

El jabalí volvió a lanzarse, esta vez con más rabia que precisión. Me agaché, esquivé por pura intuición, y lancé un derechazo directo a su nariz. Lo escuché bufar. Otro golpe, esta vez un gancho al hígado que resonó con el impacto. Cayó de rodillas con un gruñido ronco.

No esperé.

Le di una patada en el pecho que lo tiró de espaldas, entre los pies de la gente que comenzaba a dispersarse en círculos. El murmullo era un río incontrolable de voces, gritos y pasos que huían. Voltee a ver y pude ver más camisas blancas acercarse. Podía seguir peleando sin problema.

Pero sentí un tirón en mi falda.

El niño lobo se aferraba con fuerza, su cara húmeda de lágrimas, sollozando sin poder respirar bien. Su ojo verde poco a poco tornándose rojo, esa sensación poderosa y ancestral nuevamente invadiendo mis sentidos y erizando mi pelaje. 

Miré al jabalí, aún sacudiéndose en el suelo. Miré a mi alrededor: una batalla campal nacida de las diferencias ideológicas, en lo se suponía que iba a ser un festival divertido para todos. Era demasiado.

No valía la pena. No ahora. No cuando algo grande podría suceder. 

Me agaché y levanté a Caín en brazos, apretándolo contra mi pecho.
—Shh… ya está. Estoy contigo —murmuré.

 Él hundió la cara en mi cuello, temblando, calmandose un poco. La sensación desapareciendo levemente.

Con la otra mano, busqué a tientas la del venado, que me miraba con los ojos serenos, todavía en silencio.

—Vámonos de aquí —le dije.

Y tratamos de huir. Esquivando piernas, saltando charcos de dulces y confeti aplastado, sorteando empujones. Pero no avanzamos mucho más. La multitud se había cerrado sobre nosotros, y pronto nos encontramos atrapados en una esquina entre unos edificios. El bullicio estaba justo frente de nosotros, el sonido de los golpes, los gritos, la violencia… todo se mezclaba en una atmósfera abrumadora de pavor.

El pequeño lobo no podía más. El miedo lo consumía por completo. Lloraba sin cesar, su cuerpo temblando de terror mientras se aferraba con todas sus fuerzas a mi pecho. Sentí cómo mi propio cuerpo se tensaba, un nudo en el pecho al sentir esa energía tan antigua congelar mi sangre. Lo abracé con fuerza, acunándolo en mis brazos mientras sus sollozos seguían sin cesar.

—Todo está bien, Caín —le susurré, mi voz suave, buscando consolarlo— Todo está bien. No voy a permitir que te pase nada.

El pequeño lobo levantó su rostro, con los ojos llenos de lágrimas, llorando su angustia.

—¡Mamá! —gritó, su voz quebrada.

Mi corazón se rompió al escuchar ese grito. ¿Qué más podía decir? ¿Cómo podía calmarlo cuando yo misma sentía que el mundo entero se desmoronaba?

Entonces, el venado, sin previo aviso, se quitó la tiara de cuernos de madera que llevaba sobre la cabeza. La mirada en su rostro cambió de inmediato. Sus ojos se tornaron más profundos, como si de repente, alguien mucho mayor estuviera al frente de mí. Su expresión se volvió seria y distante.

—Eriza rosa… —dijo con voz clara, sin rastro de inocencia infantil —Cuida a mi hermano.

Me quedé en silencio, sin saber qué responder. El venado continuó, su voz firme y madura, como si estuviera guiándome en algo mucho más grande que yo.

—Pese a los siglos vividos —continuó —su alma permanece como la de un niño. Atrapada en el recuerdo. Buscando siempre el calor de nuestra madre.

Apenas pude asentir, con un nudo en la garganta.

—Manténlo en calma —añadió, con seriedad —No querrás que esta multitud presencie a Amdruth en la vida real.

Pero antes de que pudiera procesarlo, algo increíble ocurrió.

El venado comenzó a crecer. Su cuerpo, tan pequeño hace apenas unos segundos, empezó a alargarse, a transformarse. Su figura se estiró, sus cuernos crecieron majestuosamente hacia el cielo, y el abrigo que antes le quedaba grande ahora se ajustaba perfectamente a su nueva forma. Sus manos se llenaron de una energía oscura.

Se puso frente a nosotros, una barrera inexpugnable, un protector formidable. Cuando alguien se acercó demasiado, el venado levantó su mano, y la fuerza en el aire derribó al agresor con facilidad. 

Mientras tanto, con la voz temblorosa y el cuerpo entumecido, intentaba calmar al pequeño lobo entre mis brazos.

—Shhh… todo está bien, Caín… no pasa nada… estoy aquí… —repetía, más para convencerme a mí que a él.

Sus manitas se aferraban con desesperación a mi vestido, mientras yo pasaba mi mano por su espalda, arriba y abajo, suave, con movimientos lentos, como lo hacía Vanilla con Cream cuando tenía pesadillas. Cada sollozo me golpeaba el alma.

Delante de nosotros, su hermano no se movía. El venado permanecía firme, repartiendo patadas y empujones con una fuerza. Parecía saber dónde golpear, cómo hacer que retrocedieran sin lastimar de verdad. Lo vi echar hacia atrás a un zorro disfrazado de vaquero y luego a un mapache con un megáfono que no dejaba de gritar. 

Era Amdruth. El Devorador de Otoño. Una criatura de dos almas.

Y, sin embargo, uno de ellos lloraba entre mis brazos, mientras el otro me protegía con fiereza. La dualidad era tan absurda como hermosa. 

Pero entonces lo sentí. Esa sensación asfixiante, aún más fuerte que antes.

Primero fue un cosquilleo en la nuca. Luego una presión en el pecho, como si el mundo contuviera el aliento. Algo se despertó, una fuerza antigua. Una energía que solo había leído ser descrita en leyendas e historias.

Un escalofrío me recorrió entera, la piel erizada, los sentidos alterados. Sentí como si mi propio cuerpo dejará de funcionar por completo.

Con dificultad volteé a mirar al niño lobo en mis brazos, y allí lo vi.

Su ojo verde comenzaba a teñirse de rojo, como el otro. 

—¡¡Caín, no!! —gritó el venado, girando justo a tiempo para bloquear a otro purista.

Yo me quedé inmóvil. Congelada. Estaba demasiado cerca de un poder que no entendía.

Una sombra oscura empezó a cubrir el cuerpo del niño entre mis brazos. Y al mismo tiempo, la misma energía comenzó a brotar del venado. Como si ambos fueran polos opuestos de un mismo campo magnético, empezaron a atraerse. El venado era arrastrado lentamente hacia su hermano, como si sus cuerpos quisieran fundirse en uno solo.

—¡Hermano, cálmate! —suplicó el venado, luchando contra esa fuerza invisible —¡¡Eriza rosada, haz algo!! ¡¡Cálmalo!!

Sacudí la cabeza, obligándome a salir del trance. Volví a acariciar la espalda del pequeño, ignorando cómo las sombras me rozaban los dedos, jalando con violencia, como si quisieran tragarlo todo. El venado se aferraba al suelo, resistiéndose a ser absorbido por esa oscuridad. Y yo… yo trataba de calmarlo.

—Tranquilo, Caín… estoy aquí… estoy contigo…

Y entonces… Un disparo.

¡PANG!

El sonido fue como un relámpago que partió la tormenta en dos.

El silencio cayó de golpe, denso, pesado. La gente dejó de pelear, congelados en medio del desorden. Alguien gritó:

—¡Neo G.U.N.!

Vi los uniformes azules desplegarse por las calles, poniendo orden al caos. Algunos arrestaban a los puristas; otros ayudaban a levantar a los heridos. Vi un conejo vestido de espantapájaros ser arrastrado lejos por un agente; a Kane socorrer a un purista que estaba sangrando por la nariz, a Mira ayudar a bajar a un tipo vestido de hot dog de un árbol. 

Yo miré hacia abajo, y noté que las sombras estaban desapareciendo. El niño ya no temblaba ni lloraba. Estaba simplemente… sorprendido por el disparo.

Y yo, todavía con la mano en su espalda, apenas podía creer que aún lo tenía en mis brazos.

El venado se giró hacia nosotros y, como si algo ancestral se disipara en el aire, su cuerpo comenzó a cambiar. Su forma adulta se encogió poco a poco, la energía oscura se desvaneció como humo, y volvió a ser un niño. Se acercó a mi lado y llevó una mano sobre la espalda de su hermano.

—Caín —susurró, con ternura — el híbrido nacido entre las estrellas ya llegó. Ya todo está bien.

Caín levantó la cabeza. Su hocico temblaba. Miró a su hermano con ojos grandes y húmedos.

—Abel… lo siento. Lo arruiné todo, ¿verdad?

—No tienes que disculparte —dijo Abel, con una sonrisa suave —No hemos hecho nada malo. Los Grandes Espíritus recibirán sus ofrendas. Y entonces… podremos salir a jugar de nuevo el próximo año.

Caín asintió. Se limpió el hocico con la manga de su abrigo y yo lo bajé al suelo lentamente.

Respiré hondo, intentando anclarme. Me lleve una mano al pecho, el corazón retumbando con fuerza.

 —¡Rose! ¡Rose! 

Escuché su voz llamar mi nombre. Levante la mirada y lo vi.

Su silueta era inconfundible: pelaje negro con vetas rojas que brillaban con cada farola que pasaba. Se movía como un relámpago contenido, sus ojos escaneando cada rostro, cada esquina: Su nariz olfateando el aire, buscando mi aroma entre la gente. 

—¡Shadow! —grité con todas mis fuerzas, levantando una mano.

Cuando sus ojos me encontraron entre la multitud, fue como si el mundo se quedara sin aliento. Todo desapareció: el ruido, las luces, el gentío. 

Lo vi correr hacia mí con una expresión que me desarmó, mezcla de angustia y alivio, como si acabara de cruzar un desierto y yo fuera el primer oasis en días. Y antes de pensarlo, mis piernas se movieron por sí solas, como si algo dentro de mí recordara el camino a casa. Crucé los últimos metros con el corazón palpitando tan fuerte que dolía, con el alma al borde de un grito.

Y entonces, nos encontramos.

Me envolvió con los brazos con una fuerza desesperada, y el aire me abandonó en un jadeo tembloroso. Me hundí en su pecho como si fuera el único refugio que me quedaba en el mundo. Lo abracé con todo el cuerpo, con toda mi alma, aferrándome a él como si pudiera desaparecer si lo soltaba.

—¿Estás herida? —preguntó. Su voz era baja, firme, pero temblaba en el fondo, cargada de una preocupación tan profunda que me apretó el pecho.

—Estoy bien —susurré contra su cuello, mi voz rota, trémula, como si aún no creyera del todo que era real, que él estaba aquí.

Se apartó solo un poco, lo justo para verme. Su mirada recorrió mi rostro como si necesitara confirmar que seguía entera. Su mano subió con ternura hasta mi frente, y con un gesto suave, me acomodó la tiara que se me había ladeado entre las púas del cabello. Ese pequeño detalle, tan tonto y tan delicado, me hizo tragar saliva.

—Lo siento… —murmuró con una exhalación áspera, mirándome como si se odiara por dentro —No vi tu mensaje a tiempo.

—No te disculpes, Shadow —le dije, llevándome la mano a su rostro, acariciando su mandíbula con los dedos —Llegaste. Eso es lo único que importa.

Entonces lo vi en sus ojos. El miedo de haber llegado tarde. El terror de imaginarme herida. La rabia por no haberme tenido a su lado desde el inicio.  Lo vi y lo sentí, como si lo gritara sin decir una sola palabra.

No habló más.

Solo se inclinó y me besó.

Fue un beso lleno de todo: de alivio, de rabia, de amor no dicho. Sus labios se estrellaron contra los míos con una intensidad que me sacudió hasta lo más profundo. Le respondí sin pensar, como si mi cuerpo ya supiera lo que mi corazón llevaba horas suplicando. Lo abracé con más fuerza, aferrándome a su espalda, sintiendo cada músculo tenso, cada respiración agitada.

Su aliento era cálido, y su boca temblaba apenas, como si todavía no pudiera creer que me tenía. Sus brazos me rodearon con una urgencia feroz, como si buscara asegurarse de que no era un sueño, como si tuviera miedo de soltarme y perderme otra vez.

Se separó apenas lo justo para mirarme. Sus ojos carmesí estaban fijos en los míos, intensos, tan abiertos que dolían.

—Rose… —murmuró mi nombre con una voz rasgada, que contenía mil emociones en una sola palabra —¿Cómo terminaste en esta situación?

Aún sin aliento, sonreí apenas.

—Los niños... —empecé a decir, volviendo la cabeza para señalarlos.

Pero ya no estaban. El lugar donde estaban hacía solo unos segundos estaba vacío. Parpadeé, confundida. Shadow también giró para mirar. Nada. Ningun rastro de los pequeños.

El silencio se volvió denso, como si algo invisible acabara de desvanecerse con ellos.

—Se... fueron —susurré, más para mí que para él, con un nudo en la garganta —Estaban... justo aquí.

—¿Cuáles niños? —preguntó él, con el ceño fruncido.

Traté de explicarme, balbuceando —Los gemelos... ellos...

Pero no pude terminar. Desde la calle lateral, un agente apareció corriendo, con la armadura ligeramente sucia y el comunicador en la oreja.

—¡Comandante! Uno de los líderes puristas intentó escapar. Lo tenemos rodeado cerca del antiguo mercado.

Shadow me miró entonces, y vi el cambio. Su cuerpo se tensó de inmediato. Se quedó inmóvil, como si una parte de él se negara a dar el primer paso. Su mandíbula se apretó con fuerza. Apretó los puños, como si peleara consigo mismo por dentro.

—Vuelvo en un momento, Rose —dijo, pero su voz no era tan firme como antes. Era más baja y llena de culpa.

Sus ojos no me soltaron. Dio un paso atrás y se detuvo, su mano temblando apenas antes de dejar de tocarme. Quiso decir algo más, lo vi en su mirada, pero se mordió las palabras.

Y entonces se giró con rapidez, como si la decisión le doliera más si lo pensaba demasiado, y siguió al agente a paso rápido. Lo vi alejarse sin mirar atrás, desapareciendo entre la multitud como una sombra arrancada a la fuerza.

Me quedé allí, abrazando el aire donde él había estado, mirando el rincón vacío, esperando que los niños volvieran a aparecer. Pero no lo hicieron. 

—¡Amy!

La voz me sacudió como un rayo. Me giré de golpe, con el corazón en la garganta.

Era Chiquita, con su vestido de Cenicienta sucio y rasgado por el borde. El azul brillante aún resistía, y me dio una punzada de lástima: era un vestido muy bonito.

Se acercó con pasos cortos y preocupados.

—¿Estás bien, Amy? —preguntó, deteniéndose justo frente a mí —¿Y los niños?

Negué con la cabeza, aún aturdida.

—No lo sé... estaban aquí hace unos momentos.

Ella me miró preocupada, frotándose las manos. 

—¿Estás bien, Chiquita? —pregunté con el ceño fruncido, mirándola de arriba a abajo —Te tiraron al suelo...

Ella negó con la cabeza, sacudiéndose un poco el polvo con una mano.

—Estoy bien, de verdad. Me lo quité de encima rápido... pero no pude encontrarte entre tanta gente. Me asusté.

—Lo siento por tu vestido —dije bajando la voz, notando las manchas y rasgaduras en la tela —Estaba precioso.

Chiquita se encogió de hombros con una sonrisa suave, aunque triste.

—No importa, Amy. No fue tu culpa. Cuidar a dos niños en medio de todo ese caos... no es poca cosa. Además…

Ella se quedó callada un momento, mirándome de arriba a abajo con una mueca incómoda y dijo: 

—Yo no fui la única que terminó con el vestido arruinado.

Baje la mirada hacia mi vestido y lo noté. Había manchas en mi vestido blanco, rasgones en la tela, seguramente por las garras de Caín que no paraba de aferrarse a mi falda. Mis pantimedias y mis zapatillas ya no tenían ese blanco reluciente y los codos de mis guantes blancos estaban sucios.

No pude evitar suspirar, mientras me llevaba las manos a la espalda, acomodando las alas dobladas de mi disfraz mientras soltaba un suspiro.

—Nunca había visto una protesta purista salirse así de control.

—Este año ha sido distinto —dijo ella, mirando hacia el lugar donde había estado la multitud peleando —En las redes sociales está todo mucho más tenso. La gente está dividida... y hay demasiada propaganda.

Asentí, cruzando los brazos, pensativa.

—Es fácil borrar el rastro de la humanidad... —murmuré —Pero no es fácil controlar los sentimientos de la gente. 

Chiquita me miró con cierta tristeza, y luego asintió en silencio.

Entonces Kane, el erizo de pelaje café, se acercó a nosotras. Caminaba con la espalda recta, su andar silencioso y medido. Se detuvo frente a mí, me saludó con un leve gesto y dijo con su voz plana, sin una pizca de emoción en el rostro:

—El Comandante informa que vaya al punto de encuentro establecido. Yo seré su escolta.

—Ah… está bien —respondí, aún procesando todo

Kane desvió la mirada hacia Chiquita. La observó de arriba a abajo, deteniéndose brevemente en su vestido sucio y desgarrado. Su rostro no cambió en lo más mínimo, pero Chiquita pareció entender algo que yo no podía ver.

—Tranquilo, bebé —dijo, sacudiendo con gracia el borde roto de su falda —No es la primera vez que pierdo el glamour. Hoy soy la Cenicienta escapando del castillo a medianoche.

Kane no respondió, ni siquiera pestañeó, pero Chiquita parecía reconocer sus emociones.

—No fue tu culpa —continuó con voz amable —Estabas asignado a otro sector. Y después de leer el chat del grupo... es evidente que esta noche fue un caos.

Kane bajó la cabeza apenas, como si ese simple gesto pesara mucho en él.

—Los planes siguen en pie —añadió ella —En cuanto Travis te releve, nos vemos en el restaurante. Todo está bien, bebé.

Él asintió, como un soldado obediente, pero también… como alguien que necesitaba escuchar esas palabras.

Chiquita se le acercó entonces. Como era más alta, se inclinó ligeramente, tomó su rostro entre las manos con delicadeza y, con una sonrisa tierna, apoyó su pico contra el hocico de Kane y soltó un chasquido suave, ese pequeño sonido que los avianos hacen para mostrar afecto.

Kane, sin cambiar de expresión, correspondió con suavidad, besando la parte delantera del pico de Chiquita.

Había algo hermoso en ese gesto, mostrandose cariño a pesar de pertenecer a diferentes reinos.

—Nos vemos, bebé —dijo Chiquita al separarse —No llegues tarde.

Kane volvió a asentir y desvió su mirada hacia mi. 

—Nos vemos, Amy. Necesito un trago... o tres. No estoy hecha para tanta adrenalina.

—Yo también necesito uno —le respondí, sonriendo con cansancio — Gracias por todo, Chiquita. En serio.

Ella me guiñó un ojo, con esa chispa que nunca perdía.

—¿Cómo iba a dejar sola a mi ídola?

Y con eso, Chiquita se alejó con su gracia habitual, dejando tras de sí el leve crujido de su vestido sucio y la estela de su voz dulce. Me quedé a solas con Kane, en medio de la calle donde, hace solo unos minutos, había estallado una batalla campal.

Él no dijo nada. Solo me miró con su rostro inexpresivo y asintió ligeramente, indicándome que lo siguiera.

Caminé tras él, sin hacer preguntas.

A nuestro alrededor, el caos seguía latiendo con fuerza. Agentes de Neo G.U.N. interrogaban a testigos, detenían a alborotadores, ofrecían mantas y primeros auxilios. En una esquina, un pequeño incendio chispeaba dentro de un basurero, y varios agentes intentaban sofocarlo con rapidez. Todo estaba iluminado por las luces de emergencia, las linternas y los faroles en forma de ojos, algunos aún parpadeando en el suelo, olvidados.

Dejando atrás aquel lugar, avanzamos entre los puestos aún iluminados, donde el festival bullía con vida: mobians disfrazados de todo tipo, niños con calabacitas llenas de dulces alzando la voz para pedir “¡Ofrenda para los espíritus!”, risas que emergían de cada esquina.

Finalmente, llegamos a la plaza donde se alzaba la estación temporal de Neo G.U.N. Pero el ambiente no podía ser más distinto al de esta tarde.

Había gente por todas partes. Algunos estaban sentados en el suelo con las manos detrás de la cabeza, otros eran interrogados por agentes con rostros serios. Los gritos, las quejas, el sonido constante de comunicadores y botas contra el pavimento llenaban el aire. Protestantes y civiles comunes mezclados por igual. La protesta claramente se había salido de control.

Kane se detuvo al llegar al límite de la zona acordonada. Se giró hacia mí, tan estoico como siempre, y me saludó con una leve inclinación de cabeza.

—Misión cumplida —dijo, su voz monótona rompiendo el murmullo —Espere al Comandante aquí.

—Gracias, Kane —respondí, con gratitud y un matiz de alivio.

Él asintió, sin despojarse de su semblante estoico, y regresó por la misma calle repleta de faroles naranjas y mobians risueños, como si aquella zona de tensión fuera un anexo aislado de la fiesta.

Gire hacia el puesto de Neo G.U.N, entre los agentes y los alborotadores arrestados vi una figura conocida con un disfraz dorado de diosa egipcia, elegante y deslumbrante… pero con los hombros tensos y la mirada cargada.

—¡Rouge! —llamé, aliviada de verla mientras me acercaba entre la gente.

Ella se giró y me vio. Su expresión cambió al instante, y soltó una media risa al ver el estado de mi vestido.

—Ay, cariño... ¿acaso te atacó un animal salvaje?

Solté un suspiro, mirando mi vestido destrozado. Las cortaduras y manchas de tierra en la tela blanca.

—Digamos que estuve en medio de la protesta —dije, encogiéndome de hombros.

—Vi el live —dijo, bajando un poco la voz —Realmente se salió de control. Lamento mucho que te gritaran esas cosas... —Su rostro reflejaba una culpa honesta, y su mirada se veía agotada —No pudimos ir a tu rescate.

Su voz sonaba sincera, pero cansada. Sus ojos pasaron brevemente por los agentes que interrogaban gente cerca del puesto temporal.

Fue entonces cuando noté que no llevaba su peluche de Chao, y que Knuckles no estaba con ella.

—¿Y Knuckles?

—Está con Tails y Sonic, terminando de revisar unas cosas —contestó con un suspiro largo, cruzándose de brazos y abrazándose los codos.

Luego añadió, más suave:

—Esta noche no se suponía que iba a ser así… hoy es nuestro tercer aniversario.

Mi preocupación se hizo más intensa. Rouge no solía mostrar vulnerabilidad tan fácilmente, y ahora tenía esa mirada… como si su noche hubiera sido tan caótica como la mía.

—¿Qué pasó, Rouge?

Ella me miró por un momento, luego echó un vistazo a nuestro alrededor. 

—Ven. Aquí no.

Sin decir más, me tomó del brazo con delicadeza y me guió a una esquina más tranquila de la plaza, lejos del bullicio. 

Rouge soltó un suspiro antes de empezar a hablar.

—Estábamos caminando por la plaza principal —dijo— disfrutando de las festividades… cuando vimos a un par de niños jugando con las ofrendas que habían dejado en la estatua de paja de Amdruth.

Puso los ojos en blanco, con una media sonrisa cansada.

—Knuckles fue directo hacia ellos, con ese tono de guardián suyo. Les dijo que debían respetar a los grandes espíritus si no querían ser castigados. —Hizo una pequeña risa nasa l—Le tiene pavor a los fantasmas, pero es el primero en defender las tradiciones espirituales.

Me reí un poco también, pero su expresión volvió a volverse seria enseguida.

—Eran dos niños…Un lobo y un venado, con abrigos cafés. En cuanto nos acercamos, señalaron una caja que estaba junto a las raíces de la estatua y dijeron: “Eso no debería estar ahí.”

—¿Y qué hiciste? —pregunté, ya sintiendo cómo algo se apretaba en mi pecho.

—Me agaché para revisarla. Parecía una caja de madera normal, pero al abrirla…

Se detuvo. Me miró directamente, los ojos más duros de lo que estaba acostumbrada a ver en Rouge.

—Había una bomba.

—¿¡Una bomba!? —exclamé, abriendo los ojos como platos.

—¡Shh! —saltó ella enseguida, levantando las manos hacia mi rostro —¡No lo grites, Amy! Es información confidencial.

Me tapé la boca de inmediato, bajando la voz.

—Lo siento… pero… ¿una bomba? ¿En los pies de la estatua?

Rouge asintió, ahora más tranquila.

—He desactivado muchas bombas en mi vida, Amy. Pero esta era diferente. No tenía cronómetro, ni cables visibles ni un detonador clásico... Estaba camuflada entre cera negra endurecida y viruta, como si fuera parte del altar… pero cuando me fijé bien, tenía un mecanismo de ignición térmica.

—¿Térmica?

—Sí —asintió de nuevo —Esa cosa no explotaría con un botón. Estaba diseñada para detonar con el calor del fuego… justo cuando encendieran la estatua gigante durante la ceremonia final.

Sentí que se me helaba la sangre. Cada año quemaban la estatua de Amdruth como parte del cierre del festival, y era un evento masivo. Con decenas, a veces cientos de personas alrededor.

—¿La desactivaste? —pregunté con voz apenas audible.

Rouge asintió lentamente.

—No podía sin las herramientas adecuadas en el momento. Así que de inmediato llamé a Shadow y la trajimos hasta aquí para desactivarla. 

Se cruzó de brazos, su mirada perdida por un segundo.

—Esa cosa no estaba ahí esta mañana. La pusieron en algún momento de la noche. Y si esos niños no la hubieran señalado…

—¿Quién haría algo así? —pregunté, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.

Rouge me miró con seriedad.

—Los puristas extremistas.

—¿Extremistas? —repetí, sintiendo la garganta seca. Había escuchado a Shadow mencionarlos antes cuando lo ayude en esa misión encubierta, que terminó siendo una venta de píldoras mágicas. 

Ella asintió, cruzándose de brazos.

—Los puristas que tú enfrentaste hoy… son los "pacíficos", los que solo gritan estupideces y agitan pancartas. Pero hay otros… otros que han decidido llevar su odio a otro nivel.

Me llevé una mano al pecho. Mientras yo estaba en medio de una protesta que se descontrolaba, algo mucho más grave estaba ocurriendo en paralelo.

Rouge continuó, con el ceño fruncido.

—Apenas entregamos la bomba a Neo G.U.N., Shadow y todo su equipo entraron en acción. Se pusieron a investigar a contrarreloj. Y lo que encontraron fue peor.

—¿Qué encontraron? —pregunté con la voz baja.

—Más bombas —dijo —Una en cada estatua de Amdruth… en todas las ciudades donde se celebraba el festival. Central City, Emerald City, Westopolis, Empire City… Las bombas estaban preparadas para estallar al mismo tiempo, justo cuando encendieran la paja.

Me quedé atónita. Era una masacre planeada. Una ceremonia tradicional, convertida en una trampa mortal.

—¿Y Shadow…? —susurré.

—Tuvo que coordinar a todos los agentes que estaban desplegados en las festividades. Se teletransportó de ciudad en ciudad, asegurándose de que se encontraran y desactivaran a tiempo.

—¿Lo lograron? ¿Encontraron todas? —pregunté con ansiedad.

Rouge asintió.

—Según el último informe, sí. Las neutralizaron a todas…Pero había una más.

—¿Una más? —repetí.

—Sí —dijo ella con un suspiro, bajando la mirada —Una más convencional. La acabo de desactivar yo misma… y vine directo a reportarla.

—¿Convencional cómo? —pregunté, sintiendo una sensación de vértigo.

 —Tenía un detonador remoto, con una señal lista para ser activada desde un teléfono. Bastaba una llamada, un mensaje… y habría estallado.

Me quedó helada un segundo.

 —¿Dónde estaba? —pregunté al fin, casi en un susurro.

 Rouge tragó saliva.
—Estaba bajo el escenario de la obra de Sally.

—¿¡Qué!? —grité, sin poder evitarlo.

Mi mente corrió en mil direcciones. No solo habían intentado provocar explosiones en los rituales… también habían querido asesinar a Sally y a todos los presentes en su función.

—¿Sally está bien? —pregunté rápidamente.

Rouge asintió.

—Sí. Sonic y los chicos están con ella. Knuckles y yo acompañamos a Shadow y varios agentes hasta la obra, para encontrar la bomba.

La miré, aún con la angustia latiendo en el pecho, como un tambor incesante.

—¿Y cómo encontraron esa última bomba?

Rouge se cruzó de brazos, su mirada deslizándose hacia el puesto de Neo G.U.N. a unos metros de distancia. Sus labios se tensaron antes de hablar.

—Llamaron al Team Chaotix —dijo al fin —Ellos trabajan como freelancers para Neo G.U.N., sobre todo en misiones de inteligencia. Les avisaron sobre las bombas escondidas en las estatuas de Amdruth, y empezaron a investigar por su cuenta. Hicieron algunas conexiones, preguntaron en los alrededores... y terminaron sospechando que la obra de Sally podía ser un blanco.

Fruncí el ceño, incrédula. 

—Shadow tuvo que llamar a Travis —continuó Rouge, esta vez con una mezcla de gratitud y cansancio en la voz —Lo tuvo que sacar de su tiempo libre. Él y Shadow usaron su olfato para rastrear cualquier rastro de explosivos en el teatro. No sabían con certeza si habría algo, pero prefirieron no correr riesgos.

Se pasó una mano por el cabello, visiblemente agotada.

—La encontraron minutos antes de que comenzara el clímax de la obra. Apenas tuvieron tiempo. Evacuaron al público sin levantar el pánico, y yo... bueno, me tocó desactivarla. Estaba bien escondida, justo bajo la tarima principal.

Tragué saliva.

—¿Pero por qué Sally? —murmuré, aún incrédula— ¿Por qué atacarla a ella?

Rouge me miró como si la respuesta fuera evidente.

—Porque es Sally —dijo con un deje amargo —Ex princesa, figura pública, respetada por Mobians de todo tipo… y ahora, política. De las más vocales en apoyar la unidad, las relaciones interespecie y el fin del purismo. Es una amenaza directa para los extremistas.

Se detuvo un segundo, y luego añadió con voz baja:

—No hay mejor blanco para ellos. Quieren silenciarla… y mandar un mensaje con su muerte.

No pude evitar sentir un nudo apretándoseme en el pecho. Los puristas me odian. Me ven como una traidora por estar con Shadow…. Pero Sally… a Sally quisieron matarla. Y no solo a ella. Intentaron asesinar a tanta gente esta noche.

Tragué con dificultad y murmuré:

—Si no hubiera sido por esos niños…

Entonces me detuve, el recuerdo atravesándome como un rayo. Me giré hacia Rouge, con una sensación extraña por dentro.

—Rouge —dije de pronto, alzando la mirada —Dijiste que los niños que encontraron la bomba eran un lobo y un venado, ¿cierto?

—Sí —respondió ella, algo confundida.

Mi voz se volvió más precisa, casi urgente.

—¿El lobo tenía pelaje gris, con un solo colmillo salido? ¿Y el venado era café, con cuernos pequeños? ¿Sus ojos eran rojo… y el otro verde?

Rouge me miró, sorprendida.

—Sí. Así eran. Justo así. ¿Cómo lo sabías?

Me llevé una mano a los labios, abrumada.

—Porque estuvieron conmigo… durante la protesta.

Rouge alzó las cejas, sorprendida.

—¿Estaban contigo? ¿Estás segura? ¿Dónde están ahora?

Negué lentamente con la cabeza, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

—No lo sé. Solo… desaparecieron.

Rouge me miró con el ceño fruncido, claramente confundida, pero antes de que pudiera decir algo más, una voz llamó nuestra atención.

Volteamos, y vimos a Knuckles, Tails y Sonic escoltando a Sally hacia el puesto de Neo G.U.N. Ambas caminamos hacia ellos, encontrándonos a medio camino.

No dudé un segundo y fui directo hacia Sally, tomándola por los brazos con preocupación.

—¿Estás bien, Sally?

Ella sonrió con cansancio.

—Aparte de una obra interrumpida y un buen susto… estoy bien. Pero, Amy, ¿qué te pasó a ti? Tu vestido está hecho trizas.

Bajé la mirada a mi ropa antes de contestar:

—Terminé en medio de la protesta…

Sally suspiró, cansada.

—Me contaron algo sobre eso… Qué noche.

—Y que lo digas —añadió Sonic —Tails me enseñó el video de la protesta. Se puso feo rápido. Si hubiera sabido que estabas ahí, habría ido volando a sacarte, Ames.

—Gracias, Sonic —le respondí con una pequeña sonrisa.

Tails, en su traje mecánico, levantó el visor metálico de su máscara.

—Lo siento, Amy. Normalmente estoy al tanto de todo en redes sociales, pero esta noche…

—No tienes porqué disculparte, Tails —le aseguré con sinceridad —No fue tu culpa.

De pronto, Rouge murmuró en voz baja, como si no pudiera creer lo que veía:

—¿Es en serio?

Todos giramos la cabeza.

Knuckles, visiblemente incómodo, tenía las mejillas encendidas y extendía algo brillante hacia Rouge con su enorme mano.

—Feliz aniversario… —dijo sin levantar mucho la voz.

Rouge arqueó una ceja, tomando el objeto. Era una piedra preciosa, de un naranja intenso.

—¿Esto es… un zafiro naranja? ¡Knuckie! ¿Sabes lo raro que es esto?

Él se encogió de hombros con torpeza, sin mirarla directamente.

—Lo encontré mientras exploraba una caverna en Angel Island. Pensé que te gustaría… o algo así.

Rouge se quedó mirándolo por un segundo, y luego, con una risa encantada, se lanzó a sus brazos.

—¡Eres un tonto adorable! —exclamó entre carcajadas, plantándole una lluvia de besos en el hocico.

Knuckles se tensó como una estatua, completamente rígido, con la cara encendida como una antorcha, los brazos paralizados, como si no supiera qué hacer con ellos.

—¡Mujer, estamos en público! —gruñó, torciendo la boca, mientras las marcas de labial comenzaban a multiplicarse por todo su rostro.

Rouge se alejó un poco, aún riendo, y apoyó sus manos suavemente sobre los hombros de Knuckles.

—¿Y por qué me lo das ahora? —preguntó con curiosidad, con la gema aún en su mano.

Knuckles desvió la mirada, incómodo.

—Porque… porque te vi triste cuando dijiste que habías perdido el peluche de Chao… Pensé que… no sé… esto podría compensarlo.

Rouge lo observó con una expresión suave, sus ojos brillando por un momento.

—Knuckie… —susurró, esta vez sin burla ni exageración.

Él se encogió un poco, como si no supiera cómo manejar la ternura sin estar en guardia.

—Es solo una roca —gruñó —No es gran cosa.

—No —dijo Rouge, alzando la gema para mirarla a contraluz —Es perfecta.

Luego, le dio un beso más en el hocico, esta vez lento y cálido. El cual Knuckles regresó de vuelta con algo de timidez.

La escena frente a mí me llenaba de ternura. Ahora que su relación ya no era un secreto, Rouge podía permitirse ser más abierta con sus sentimientos, incluso si eso significaba poner un poco incómodo a Knuckles. Aún así, él no se alejaba. Solo se ponía rojo como un tomate y dejaba que ella lo cubriera de besos. Era dulce… y un poco gracioso.

Desvié la mirada apenas un poco y noté a Sally observándolos. Su expresión era difícil de leer: mezcla de ternura sincera y una pizca de celos silenciosos. Me dio una punzada en el pecho. Empatía, lástima tal vez. Conocía ese anhelo. Sally también deseaba algo así. No solo un gesto romántico, sino alguien con quien pudiera bajar la guardia, aunque fuera solo por un momento.

Ella negó con la cabeza suavemente, como alejando el pensamiento, y me miró.

—Amy, ¿dónde está Shadow? Necesito hablar con él.

—Está atrapando a uno de los líderes de la protesta —le respondí con calma —Pero debe regresar pronto.

Y como si mis palabras hubieran invocado su presencia, lo vi aparecer entre la multitud.

Shadow emergió del gentío con ese paso firme y determinado que lo caracterizaba. A su lado venían Kane, silencioso como una sombra, y Travis, con un disfraz de rockero pero con una mirada cansada. Detrás de ellos, varios agentes de Neo G.U.N. escoltaban a un grupo de protestantes esposados, vistiendo sus camisas blancas con lemas borrosos por el sudor y la noche agitada.

Shadow me vio de inmediato.

Me sostuvo la mirada apenas un segundo y levantó la mano para dar una señal. Sus agentes asintieron y se desviaron hacia el puesto de Neo G.U.N., guiando a los arrestados. Él, en cambio, empezó a caminar directo hacia mí.

Shadow se detuvo apenas llegó a nuestro grupo, y yo fui hacia él casi por instinto.

En cuanto nuestras miradas se encontraron, vi cómo sus ojos bajaban lentamente, recorriéndome. Su expresión se tensó al ver el estado de mi disfraz: el vestido blanco de ángel estaba sucio, la falda desgarrada por las garras de Cain, con plumas arrancadas y manchas oscuras en todo mi disfraz. Noté cómo apretó un poco la mandíbula, lleno de culpa.

A él… le gustaba este disfraz. Era más que obvio. Cuando me encontró tras la protesta, no se había dado cuenta, pero ahora, podía ver las consecuencias de no haber llegado a tiempo. 

Le sonreí, nerviosa, tratando de restarle importancia al desastre.

Pero antes de que pudiera decir algo, Sonic rompió el silencio con su tono relajado de siempre:

—Ey, Shads. Vaya noche, ¿eh?

Shadow le lanzó una mirada de medio segundo… y luego lo ignoró por completo. Giró la cabeza hacia Knuckles y Rouge, su rostro volviendo a la seriedad.

—Equidna. Rouge. Buen trabajo en localizar esa bomba.

Knuckles, con los brazos cruzados y el hocico lleno de marcas de labial, gruñó:

—Fueron los niños los que la encontraron primero.

Rouge, sonriente, comentó con ligereza:

—¡Ah, qué noche! Desactivar esa bomba me dio un poco de nostalgia. Como en los viejos tiempos.

Shadow alzó una ceja, con una media sonrisa ladeada:

—¿Nostalgia? ¿Como aquella vez que fallaste desactivando esa bomba y terminamos escapando con el edificio cayendo sobre nosotros?

—¡No puedes culparme por eso! —protestó Rouge, llevándose una mano a la cadera— ¡Tú y Omega no paraban de destrozar robots justo al lado mío! ¡Era imposible concentrarse con tanto caos!

La escena me hizo sonreír con ternura. Era reconfortante verlos discutir así.

Shadow finalmente giró la mirada hacia Sonic. Inspiró hondo, con ese tipo de suspiro que uno da cuando sabe que está a punto de hacer algo que no le gusta pero siente que debe. Luego se inclinó apenas hacia mí, su voz rozando mi oído, murmurando algo.

Parpadeé, sorprendida, pero sabía que tenía que hacer. Enderecé la espalda y repetí con una imitación discreta de su tono seco y autoritario:

—Sonic… buen trabajo manteniendo a la multitud calmada y ayudando en la evacuación.

Sonic parpadeó como si no lo hubiera escuchado bien. Luego su rostro se iluminó, una sonrisa grande y burlona asomando.

—¿Shads? ¿Acabas de… agradecerme?

Shadow entrecerró los ojos y desvió la mirada con un leve gruñido contenido.

Sonic desapareció con un estallido de velocidad y reapareció justo al lado de Shadow, siguiéndole la mirada con descaro.

—Vamos, no tienes que hacerte el difícil. Solo cumplí mi deber como héroe local… —hizo una pausa dramática, apoyando un codo en el hombro de Shadow —Pero se siente bien ser reconocido por ti .

Shadow soltó una exhalación exasperada, sacudiéndose el hombro para quitarse a Sonic de encima. Luego se volvió hacia Sally, su tono recobrando la seriedad habitual:

—Sally. Necesito hablar contigo sobre lo que ocurrió esta noche.

—Justo eso iba a proponerte. Vamos. —respondió ella, igual de seria.

Shadow asintió también, y antes de dar un paso, me miró. Su mirada se suavizó apenas, solo un poco, lo suficiente para que solo yo lo notara.

—Regreso pronto —me dijo —Quiero terminar esto antes de nuestra cita. ¿Está bien?

Le dediqué una sonrisa tranquila.

—Aquí te espero. No te preocupes.

Lo observé alejarse junto a Sally, caminando hacia el puesto de Neo G.U.N., sus figuras desapareciendo entre la multitud. 

Yo dejé escapar una risa suave, sacudiendo un poco la cabeza.

—Parece que todos tuvimos una noche... alocada —comenté, intentando sonar ligera, aunque en el fondo sentía una mezcla de tensión y alivio.

—Como en los viejos tiempos —añadió Sonic, estirando los brazos como si acabara de terminar una carrera— Solo que antes teníamos más robots y menos carteles.

Tails se cruzó de brazos, suspirando.

—Antes todo era más simple… Eggman lanzaba un satélite al cielo, íbamos, lo destruíamos, y listo. Ahora hay discursos, protestas, fanáticos... gente que quiere cambiarlo todo a su manera.

Rouge asintió lentamente.

—Por lo menos con Eggman sabías qué esperar. Era un tirano, sí, pero tenía un patrón.

Knuckles frunció el ceño, con los brazos cruzados.

—Si ese viejo aún estuviera por allí, dudo que esta gente se atreviera a hacer lo que hacen ahora.

Nos quedamos todos en silencio por un momento.

—Cuando Eggman desapareció… fue como si el mundo se quedará en pausa. Como si de pronto, alguien hubiera apagado el ruido que nos mantenía enfocados. —Miré hacia las estrellas, apenas visibles entre las linternas —Dejó un hueco enorme. Y ahora… otros están tratando de llenarlo.

—El orden necesita chaos —murmuró Tails, pensativo —Equilibrio.

Sonic chasqueó la lengua, su expresión más seria que antes.

—Por eso quiero que regrese…

Los demás lo miramos sorprendidos. Él alzó las manos.

—No porque lo extrañe, ni porque quiera que vuelva a hacer de las suyas. Pero al menos sabíamos contra qué estábamos peleando. Él tenía planes, reglas, estilo incluso. Estos nuevos enemigos... son distintos. Caóticos. Creen en lo que hacen. Y eso los vuelve más peligrosos.

Rouge suspiró cansada.

—Bienvenidos a la nueva era, chicos. Donde los monstruos no tienen bigote ni construyen robots gigantes. A veces, solo usan palabras... y la gente los escucha.

Sonic rió con suavidad, pero sin alegría.

—Y pensar que todo esto empezó como un festival de máscaras y dulces.

De reojo, noté movimiento al otro lado de la plaza. Un grupo numeroso se acercaba, atrayendo miradas y sonrisas por donde pasaban. Al frente, inconfundible incluso con una máscara de dragón cubriéndole la cabeza, venía Axel. Su silueta ancha y su andar seguro no dejaban dudas.

A su derecha, una tigresa elegante, de aire sereno y maternal, caminaba con un disfraz de hechicera estelar. En sus brazos sostenía con firmeza a un bebé tigre que dormitaba sin importarle el bullicio.

A la izquierda de Axel, una lince con un coqueto disfraz de enfermera blancoy una gata vestida como un hada —con alas transparentes y un tutú iridiscente— seguían el paso, cada una también con un pequeño en brazos. Detrás de ellas, como un río viviente y colorido, desfilaba un grupo de niños y niñas tigres de todas las edades. Algunos llevaban colas de dinosaurio, otros capas de superhéroes; uno iba disfrazado de calabaza, otro de robot. Reían, se empujaban suavemente entre ellos, arrastrando sus calabacitas llenas de dulces, y varios ya mordisqueaban caramelos sin ningún pudor.

—Eso es todo un equipo de béisbol —murmuré, sonriendo.

Entonces, desde el otro extremo, vi a Iris acercarse. Llevaba un atrevido traje de sirvienta, y apenas divisó a los pequeños, alzó los brazos como si recibiera a un ejército de cachorros.

—¡Mis bebés! —gritó con entusiasmo.

—¡Tía Iris! —gritaron los niños al unísono, y salieron corriendo hacia ella como una estampida peluda. La envolvieron en un abrazo tan caótico que casi la tiran al suelo.

—¡Ay, mis hermosuras! ¿Cómo la han pasado? —decía ella, riendo y repartiendo besos y caricias por doquier.

Todos empezaron a hablar a la vez: “¡Genial!”, “¡Muchos dulces!”, “¡Vi a un zombi de verdad!” Iris reía sin poder seguirles el hilo. Mientras tanto, Axel los miraba con los brazos cruzados y una sonrisa de orgullo tan amplia que parecía iluminarle la cara entera.

Una vez logró liberarse del enjambre, Iris fue directamente hacia las tres esposas de Axel. Se inclinó con dulzura para saludar a cada bebé que cargaban.

—Ay, pero miren esas caritas… ¡qué ternura! ¿Y esos cachetitos? ¡Por Gaia!

Mientras mis amigos conversaban entre ellos, yo me quedé un poco al margen, observando la escena con curiosidad… y una punzada de ternura que no supe muy bien de dónde venía.

Entonces, bajando desde el cielo, aterrizó Mira con precisión militar. Llevaba su uniforme de Neo G.U.N. y sostenía un rifle con aire profesional. Su mirada recorrió el grupo en segundos.

—Axel, Iris, llegaron justo a tiempo al punto de encuentro —informó con tono firme —¿Dónde están Kane, Travis y Nova?—¿Nos llamaron? —dijo una voz despreocupada.

Travis apareció entre la gente, ahora con su uniforme de agente puesto, saludando con una sonrisa ladina. A su lado venía Kane, inexpresivo como siempre, pero con un giro inesperado: llevaba un disfraz de príncipe azul, con capa y todo, claramente elegido para hacer juego con el vestido de princesa que llevaba Chiquita.

Axel, sonriendo de lado, levantó una palma y le dio una palmada sonora en la espalda a Travis, casi haciéndolo tambalear.

—Buen trabajo localizando esa bomba —dijo con tono firme pero amistoso.

Travis soltó un largo suspiro, exagerado.

—Estaba a punto de conseguir una cita con una hermosa sirenita... No debí poner en mi aplicación que tenía buen olfato para químicos.

—¡Pero salvaste a la princesa Sally de convertirse en fuegos artificiales! —exclamó una voz alegre.

Nova apareció entre la multitud caminando hacia ellos con paso alegre, vistiendo un traje de astronauta.

—Deberías estar orgulloso —añadió, dándole una palmada en el hombro a Travis.

—Claro que lo estoy —respondió Travis con una sonrisa ancha, inflando un poco el pecho— No todos los días uno salva a una princesa con su olfato impecable. Admito que estuve brillante.

Mira se giró hacia Nova, con una expresión serena, aunque sus ojos brillaban un poco más al verla.

—Me alegra que estés de vuelta, Nova. Te extrañamos.

Travis asintió con energía.

—Sabía que eras inocente desde el principio.

Axel cruzó los brazos con gesto seguro.

—Era evidente. Nova jamás cometería un error tan básico como dejar que se filtrara un video.

Desde un lado, Iris se incorporó, alejándose de los bebés tigre con una mirada furiosa.

—Ese miserable de Blanes...  Ni no se hubiera matado el muy cobarde, le hubiera arrancado las orejas —gruñó enojada. 

Nova levantó las manos en señal de paz, con una sonrisa comprensiva.

—Está bien, chicos. En serio. No se preocupen tanto. Fue mi culpa por no revisar mi laptop por malware. Aprendí la lección.

En ese momento, la tigresa —la esposa de Axel vestida como hechicera— se acercó con voz suave, balanceando suavemente al bebé que llevaba en brazos.

—Cariño, nosotras vamos a volver al festival. Los niños están emocionados por el desfile de faroles.

Axel se volvió hacia ella con una sonrisa cálida.

—Está bien. Vayan con cuidado.

Él se acercó a cada una de sus esposas, dándoles un beso corto en los labios, y luego se agachó frente a sus hijos.

—Papá tiene que ir a trabajar —dijo con una sonrisa suave, abriendo los brazos— ¿Qué tal un abrazo de despedida?

De inmediato, los niños se lanzaron sobre él al mismo tiempo, envolviéndolo en un abrazo desordenado y caluroso mientras hablaban todos a la vez.

—¡Que te vaya bien, papá!
—¡Atrapa a los malos!
—¡Vuelve pronto!
—¡Te vamos a extrañar!
—¡¿Puedo quedarme despierto hasta que regreses?!

Axel se rió con cariño, abrazándolos a todos con fuerza.
—Los amo, pequeños salvajes —murmuró, besando la frente de uno de los más cercanos —Compórtense y cuiden mucho a sus mamás, ¿entendido?

—¡Sí, papá! —respondieron en coro, con una mezcla de orgullo y emoción.

Se incorporó con esfuerzo, como si le costara desprenderse de ese momento y les dedicó una última mirada llena de amor mientras su familia se alejaba de vuelta al festival.

Yo los observaba desde mi lugar, los brazos cruzados contra el pecho, completamente ajena al debate que estaban teniendo Sonic y Knuckles a mi lado. Mi atención estaba clavada en el escuadrón élite de Shadow, que conversaban entre ellos con la familiaridad de quienes han compartido demasiado terreno juntos. Había algo reconfortante en verlos así, relajados… y sin embargo, no podía evitar sentir una punzada de incomodidad.

Sabía que no debía escuchar. Que aquello era conversación privada, entre compañeros que confiaban los unos en los otros. Pero cuando oí cómo defendían a Nova, cómo estaban seguros de que ella no había cometido ningún error, una oleada de culpa me golpeó en el pecho.

Tal vez… tal vez tenían razón. Quizás Nova no había tenido la culpa del incidente. Quizás sí era inocente. Pero esa sensación extraña, esa corazonada persistente de que algo seguía mal… no me abandonaba.

Entonces lo vi.

Shadow apareció entre la multitud, caminando hacia su equipo con paso seguro. Ahora llevaba puesta una gabardina larga de color rojo sangre, el forro oscuro ondeando detrás de él con cada paso como si fuera parte de una escena de película.

Y en su espalda… unas alas negras y rojas.

Me tomó un segundo procesarlo. Alas cortas, puntiagudas, casi como de murciélago, salían desde su espalda, rígidas, de una textura extraña que captaba la luz. Eran increíbles. Tal vez hechas de goma moldeada, alambre forrado o algún material más elaborado. Tenían ese aire oscuro y elegante que le iba demasiado bien.

Sentí una calidez inesperada en el pecho.

Yo había sido quien se lo pidió semanas atrás, que fuera de demonio para complementar mi disfraz de ángel. Pensé que simplemente se compraría una máscara en el festival y listo. Pero ahí estaba, con una gabardina roja y con esas alas. Haciendo el esfuerzo por mí.

—Lamento el retraso —dijo, deteniéndose frente a ellos —Estaba terminando unos informes. Ahora que todos estamos aquí, podemos iniciar el cambio de ronda.

Axel se estiró con un bostezo exagerado, elevando los brazos al cielo.

—Hora de cambiarse. Adiós, disfraces.

—Iba tan bien con el traje de sirvienta… —murmuró Iris, fingiendo decepción.

—Comandante… —intervino Travis, con una sonrisa astuta y tono meloso —A mí me llamaron fuera de turno, así que… ¿cómo me van a compensar?

Shadow entrecerró los ojos, ya previendo alguna petición absurda.

—¿Qué quieres?

—Un día libre extra. Con paga —respondió Travis sin dudar.

Hubo un breve silencio. Shadow lo observó sin parpadear, su mirada como una piedra.

—Encontramos la bomba gracias al análisis del Team Chaotix —dijo finalmente, serio.

—¡Pero igual necesitaron mi olfato para ubicarla! —replicó Travis con una mezcla de orgullo y picardía.

Shadow soltó un suspiro apenas audible, llevándose una mano a la frente como si de verdad estuviera considerando si valía la pena discutir.

—Se te compensará económicamente por las horas extras que estuviste en acción.

Travis bajó las orejas, evidentemente decepcionado por no haber conseguido su día libre, aunque no perdió del todo su sonrisa.

—Bueno, al menos eso. Gracias, jefe —dijo Travis, encogiéndose de hombros.

Shadow le lanzó una mirada de advertencia.

—Más te vale no distraerte coqueteando con las civiles.

Travis suspiró dramáticamente.

—Tranquilo, ya tuve una tarde llena de rechazos. Mi dignidad está en cuidados intensivos.

Axel soltó una carcajada y le dio otra palmada en la espalda.

—Nada como una buena dosis de realidad, ¿eh?

Iris, con los brazos cruzados, ladeó la cabeza hacia Shadow y comentó con una media sonrisa:

—Linda gabardina, Comandante. ¿Eso cuenta como disfraz este año?

Shadow giró ligeramente la cabeza hacia mí antes de responder, seco pero sin dureza:

—Rose se vistió de ángel. Quiere que hagamos un disfraz combinado.

En cuanto lo dijo, todos los ojos del equipo se volvieron hacia mí. Sentí el calor subir a mis mejillas, pero me limité a sonreír y levantar la mano en un saludo casual.

—Ay, qué lindos —dijo Iris, con una sonrisa de lado.

—¡Te ves genial, Comandante! —añadió Nova, haciendo un gesto de aprobación exagerado —Todo el estilo infernal te queda a la perfección.

Kane asintió lentamente, con su típica voz baja:

—Funciona. Te queda bien.

Mira, más reservada pero sincera, dijo con suavidad:

—Se verán bien juntos.

—Espero que disfruten su primera Noche de los Dos Ojos juntos —añadió Axel con una sonrisa genuina

—Lo intentaré —respondió Shadow, y comenzó a caminar hacia mí con paso firme y tranquilo.

Lo vi acercarse desde el otro lado del grupo, y por un segundo, el bullicio del festival pareció desvanecerse. Su gabardina roja ondeaba con cada paso, moviéndose como una lengua de fuego al viento, el forro oscuro vibrando como una sombra viva. Bajo la tenue luz de los faroles de papel, sus alas capturaban reflejos como si fueran de cristal teñido. 

Sentí cómo mi corazón empezaba a latir más rápido, apretando con fuerza dentro de mi pecho. No pude evitar sonrojarme al verlo. Su sola presencia, tan silenciosa y decidida, me robaba el aliento.

Al llegar a mi lado, colocó su mano suavemente en mi espalda, con esa firmeza que tenía la extraña capacidad de calmarme.

Llevé las manos a mi pecho, tratando de disimular lo agitado de mi corazón.

—Te ves muy bien, Shadow —le dije, con una sonrisa tímida pero sincera.

—¡Te dije que esa gabardina era la indicada! —comentó Rouge con una mano en la cadera y una sonrisa triunfal, disfrutando el crédito.

—Te ves genial, Shads —añadió Sonic con su típica energía— ¿Estás haciendo cosplay de Dante?

Tails asintió con entusiasmo..

—Sí, puedo verlo. Se parece bastante a la ropa de Dante.

Shadow frunció el ceño y levantó una ceja, claramente confundido. Sin dignarse a mirar a Sonic, dirigió su pregunta a Tails.

—¿Por qué iría vestido de Dante Alighieri?

Sonic lo miró como si acabara de hablar en otro idioma.

—¿Alig-qué?

Tails soltó una pequeña carcajada, llevándose una mano a la cabeza.

—No, no ese Dante. Hablamos de un personaje de videojuego, no del autor de la Divina Comedia .

No pude evitar reírme. Era tan... Shadow. Siempre tan serio, tan ajeno a los videojuegos o la cultura popular. 

—¿De qué vas vestido entonces? —preguntó Knuckles, cruzándose de brazos con curiosidad.

Shadow soltó un leve suspiro antes de responder, como si fuera obvio.

—De un demonio. Solo me falta la máscara.

—Entonces estás vestido de Dante —dijo Sonic con una sonrisa triunfal, señalándolo con un dedo —Ya tienes las pistolas, solo te falta la actitud.

Shadow entrecerró los ojos, visiblemente confundido por la comparación. Yo no pude evitar reírme y me acerqué a él, tomando su brazo y abrazándolo con cariño.

—Bueno, chicos —dije con tono juguetón— yo llevo a mi hermoso demonio a pasear antes de que empiece a dispararle a Sonic. 

—Nosotros haremos lo mismo —dijo Rouge con total naturalidad, enganchándose del brazo de Knuckles— Vamos, Knuckie, quiero ver ese concurso de disfraces.

—¿Por qué no? —respondió Knuckles, encogiéndose de hombros como si no le importara demasiado, aunque ya caminaba a su ritmo con ella.

—Nosotros vamos a esperar a Sally —dijo Sonic, girándose hacia Tails— Después iremos directo a la competencia de comida.

—¿Crees que Vector gane esta vez? —preguntó Tails, con una sonrisa curiosa.

—Solo hay una forma de saberlo —contestó Sonic, guiñándole un ojo.

—Avísenme si gana o pierde —intervino Rouge, alzando la voz desde más adelante— Tengo una apuesta en juego con su nombre.

Yo me reí mientras caminábamos.

—¿Ustedes siempre apuestan por todo o solo cuando hay comida de por medio?

—Eso hace la vida interesante, querida —respondió Rouge, sin volverse.

—Más le vale a ese cocodrilo ganar —gruñó Knuckles.

Nos reímos todos mientras cada quien tomaba su rumbo entre la multitud iluminada por las linternas. Miré a Shadow de reojo, y sin poder evitarlo, una sonrisa cálida se dibujó en mi rostro. Nuestra cita en la Noche de los Dos Ojos apenas comenzaba… y ya sentía que iba a ser especial.

 

Chapter 38: La noche de los Dos Ojos Parte 3

Chapter Text

Después de una tarde bastante larga y agitada, por fin Shadow y yo podíamos disfrutar juntos de la Noche de los Dos Ojos. Caminábamos tomados de la mano por las calles del festival, iluminadas por linternas con forma de ojos brillantes. A nuestro alrededor se escuchaban risas, música y el crujir de hojas secas bajo nuestros pasos.

Shadow se veía increíble con esa gabardina roja sangre y esas alas. Le quedaba perfecto: elegante, oscuro y dramático. En cambio, yo me sentía un poco fuera de lugar con mi disfraz de ángel. Después de la protesta, tenía la falda rasgada y estaba manchada de tierra. Bajé la mirada y pasé los dedos por los cortes del vestido, hechos por las pequeñas garras de Caín al aferrarse a mí. El vestido había empezado el día limpio, impecable… y ahora, me sentía desalineada a su lado.

Shadow me guió hacia la pared de un edificio decorado con figuras de lobos y venados. Nos detuvimos allí, para no estorbar a los disfrazados que seguían pasando. Lo noté callado, con el ceño bajo y la culpa marcada en su rostro.

—Rose... Lamento no haber leído tu mensaje a tiempo —murmuró —Por mi culpa, tu vestido terminó arruinado.

Negué con la cabeza y llevé una mano a su mejilla.

—No tienes que disculparte, Shadow. No fue tu culpa. Rouge me contó que estuviste ocupado lidiando con bombas… evitaste una catástrofe. Además, estoy bien. Solo un poco sucia.

Me miró con esa expresión que usaba cuando quería creerme pero no podía. Dudaba. Así que le sonreí y añadí con suavidad:

—De verdad. Todo está bien.

Él siguió mirándome, aún inseguro.

—¿Por qué no vamos por algo de comer? —propuse —Hay cientos de puestos callejeros en el festival.

Shadow asintió con un leve suspiro.

—Hagamos eso.

Lo miré y sonreí, sintiéndome un poco más ligera.

—Pero primero —dije, divertida, entrelazando mejor nuestros dedos —debemos conseguirte una máscara de demonio. Hay que completar el disfraz.

Lo jalé con entusiasmo hacia los puestos de máscaras y artesanías, y él me siguió sin resistirse. Nos detuvimos frente a un pequeño puesto adornado con luces naranjas y moradas, atendido por un chihuahua vestido de mariachi que parecía más feliz por su disfraz que por vender algo.

—¿Qué se les ofrece, parejita? —preguntó con una sonrisa amplia.

—Queremos ver máscaras de demonio —dije, apoyándome un poco en el mostrador.

El chihuahua asintió y comenzó a sacar varias opciones, colocándolas frente a nosotros con cuidado: rojas, negras, doradas, con cuernos grandes o pequeños, grotescas o burlonas. Shadow las fue revisando una a una, con la misma concentración con la que analizaba planes de misión.

Finalmente, tomó una. Era roja, con largos cuernos negros curvados hacia atrás, el ceño fruncido en una mueca severa, colmillos bien marcados y un solo ojo en medio de la frente. La sostuvo un momento entre las manos, como si midiera su peso.

—Esta —dijo con voz firme, sacando la billetera de su gabardina para pagar.

Mientras el chihuahua tomaba el billete de las manos de Shadow, noté que no llevaba sus guantes usuales. En su lugar, tenía unos de cuero rojo oscuro que combinaban con el abrigo. No pude evitar sonreír un poco.

—No esperaba que te pusieras esa gabardina, ni las alas…—comenté, mirándolo con cariño —Pensé que solo comprarías la máscara y ya.

Me devolvió la mirada, serio pero con un brillo suave en los ojos.

—No me gusta hacer las cosas a medias.

Sentí ese calor tonto en el pecho. Su forma de demostrar que le importaba siempre era directa y clara. 

Con la máscara en mano, Shadow dijo:

—Tengo la mascara, ahora comida. 

—Vamos, me estoy muriendo de hambre, solo he comido dulces —le confesé entre risas.

Él se colocó la máscara sobre la cabeza, ajustándola con un cordón delante de las orejas y detrás de la nuca, dejándola allí para que no estorbara al comer. Luego, sin decir palabra, me volvió a tomar de la mano—con esa seguridad tranquila que siempre me desarmaba—y juntos comenzamos a caminar entre los puestos del festival.

El aire estaba cargado de aromas cálidos y tentadores. A nuestro alrededor, los puestos de comida parecían brillar con su propia luz, decorados con faroles, guirnaldas de hojas secas y ojos falsos tallados en calabazas. Cada uno ofrecía algo distinto, y cada uno parecía más delicioso que el anterior.

Pasamos junto a una mesa de brochetas humeantes, donde el olor a carne asada y verduras caramelizadas me hizo detenerme un segundo. Un poco más adelante, otro puesto ofrecía panecillos rellenos de calabaza especiada, dispuestos en cestas tejidas y cubiertos con un ligero glaseado que brillaba bajo las lámparas de papel. Cerca, una olla gigantesca burbujeaba con sopa de maíz y papa, el vapor perfumado escapando como si la caldera respirara. Y más allá, un mostrador con dulces artesanales: nueces confitadas, pastelillos en forma de ojos, manzanas acarameladas con pintura comestible roja como sangre.

Mi estómago rugió, pero no fui capaz de decidirme. Todo olía bien. Todo se veía bien.

—¿Qué quieres comer? —preguntó Shadow, mirándome de reojo con paciencia.

Me mordí el labio, apretando un poco su mano sin darme cuenta.

—No lo sé… todo —admití con una risita nerviosa, sintiéndome como una niña frente a una vitrina gigante.

Él no dijo nada, pero sentí la ligera presión de sus dedos sobre los míos. Era su forma de decir "tómate tu tiempo" sin necesidad de palabras.

Yo seguí observando cada puesto, dando pequeños pasos hacia un lado y hacia otro, como si pudiera resolverlo por eliminación, aunque sabía que era inútil. Todo me apetecía. Todo me recordaba al otoño, al calor de una cocina llena, a momentos tranquilos que hacía mucho no tenía.

—Quiero algo salado… y también dulce. Pero no al mismo tiempo. O sí. No sé —me reí, llevando mi mano libre a la frente —Esto es más difícil de lo que debería ser.

Shadow dejó escapar una exhalación leve, que casi parecía una risa.

—Empezamos por lo salado —dijo finalmente —Si todavía tienes espacio después, volvemos por el dulce.

Lo miré con una sonrisa agradecida, asintiendo.

—Sabia decisión, mi querido demonio.

Él alzó apenas una ceja, pero no dijo nada. Sólo me guió con paso firme hacia el primer puesto: una parrilla de brochetas humeantes, atendida por un demonio de Tasmania con delantal manchado y una gran sonrisa bajo el hocico.

Me acerqué a leer la pizarra colgada al lado: brochetas de vegetales especiados, carne marinada, queso asado, hongos glaseados, incluso una opción con piña caramelizada. Se me hizo agua la boca.

—Dame cinco brochetas deluxe —le pedí al vendedor sin pensarlo demasiado.

Él asintió con entusiasmo, ya preparando el pedido.

Fue entonces cuando, por el rabillo del ojo, vi un puesto más allá, decorado con banderines de colores y botellas de vidrio brillante. Vendían batidos y refrescos de frutas, ya empacados en envases decorados con ojos o calabazas. Se veían fríos, dulces y perfectos.

—Tú recibe la orden —le dije a Shadow, señalando las brochetas —Voy a comprarnos algo de beber.

Él asintió con un leve movimiento de cabeza, y yo me alejé a paso ligero, sintiendo la brisa nocturna en mis mejillas. El aroma dulce del puesto de batidos me envolvió al llegar. Me incliné un poco para ver las opciones en la neverita de cristal. Había jugos de melón, mango, uva, durazno, piña… Pero yo ya sabía lo que quería.

—Un batido de fresa, por favor —dije con una sonrisa.

La vendedora, una zorrilla con gorrito de chef y uñas pintadas de naranja, me entregó el frasco con una pajilla torcida en forma de espiral.

Pero entonces me quedé mirando el resto de las opciones, pensativa. Sabía que Shadow tomaba café por costumbre. Pero… ¿cuál era su fruta favorita? ¿Le gustaban los batidos dulces o ácidos? ¿Textura espesa o ligera? No lo sabía. Y eso me dejó un poco inquieta, como si hubiese descubierto un rincón suyo aún por explorar.

Me giré sobre mis talones y lo busqué con la mirada. Seguía esperando pacientemente junto a la parrilla, con la máscara levantada y el humo bailando a su alrededor como si formara parte del disfraz.

—¡Shadow! —le llamé —¿Qué batido te gusta más?

Levantó la vista y respondió sin dudar:

—No tengo preferencia. Tú elige.

Volví a mirar a la zorrilla, divertida y con una ceja alzada.

—Dame el batido con la combinación más loca que tengas.

Ella me sonrió, cómplice.

—Entonces prepárate.

Y mientras empezaba a mezclar frutas, polvos de colores y algo que chispeaba, no pude evitar reír en silencio. Tal vez no conocía aún todos los detalles de Shadow… pero me encantaba la idea de seguir descubriéndolos. Uno a uno.

La zorilla me entregó un batido con múltiples capas de colores brillantes, chispeantes y eléctricos. Cada tono se mantenía separado en un equilibrio imposible, como si el vaso contuviera una pequeña galaxia.

—A este le llamamos “De Otro Mundo” —dijo con una sonrisa orgullosa.

Solté una risa breve y encantada.
—Perfecto.

Dejé ambas bebidas sobre el mostrador, abrí mi bolso y saqué la billetera para pagar. Una vez guardé el cambio, tomé los batidos, uno en cada mano, y regresé hacia donde me esperaba Shadow.

Él acababa de pagar y sostenía las brochetas entre sus dedos: tres en una mano y dos en la otra, con esa eficiencia suya que hacía ver fácil lo complicado. Me acerqué con una sonrisa divertida.

—Tenemos que hacer un intercambio —le dije, alzando las cejas.

Shadow dejó escapar una risa suave, apenas audible, pero suficiente para provocarme cosquillas en el estómago.

—¿Cuál es mi bebida? —preguntó.

—La multicolor —respondí, mostrándole el vaso iridiscente.

Él alzó una ceja, intrigado. Entonces, sin perder el ritmo, se llevó los palillos de tres brochetas a la boca y los sostuvo entre los colmillos, mordiéndolos como si fueran ramitas, dejando una mano libre. Estiró los dedos para alcanzar su bebida, tomándola con cuidado. 

Yo, ya con una mano libre, tomé con cuidado las dos brochetas que él sostenía. El intercambio fue fluido, casi como si lo hubiéramos ensayado.

Shadow retiró las brochetas de su boca con precisión y murmuró:

—Listo.

—Eso fue sorprendentemente fácil —dije, riendo.

—No hay que sobrecomplicarse.

Sonreí, encantada. Y así, comenzamos a caminar lentamente por el festival, uno junto al otro, mordiendo nuestras brochetas en silencio mientras la música y las luces vibraban a nuestro alrededor. Las linternas de papel flotaban en lo alto, los faroles proyectaban sombras danzantes sobre la gente disfrazada, y los aromas de especias, dulces y comida frita llenaban el aire. Todo parecía moverse a un ritmo distinto, como si el mundo entero nos diera un respiro. 

En un momento, Shadow bajó su vaso y comentó en voz baja:

—Este refresco... chispea.

Lo miré, divertida, notando cómo las burbujas brillaban en sus labios.

—¿Qué te parece? —le pregunté, inclinándome un poco hacia él.

Él observó la bebida como si intentara descifrarla.
—Tiene un sabor... interesante.

Me reí de nuevo, pero al mirarlo noté algo brillante justo en la punta de uno de sus colmillos.

—¿Tienes brillantina en los colmillos?

—¿Tengo? —preguntó Shadow, levantando una ceja con sospecha.

Al hablar, noté cómo su lengua había adoptado varios tonos: Rojo, verde. azul… una verdadera obra psicodélica. Solté una carcajada.

—¡Te pintó la lengua!

Frunció el ceño con esa expresión de falsa molestia que me encantaba, y en un gesto inesperado sacó la lengua completamente, alargándola de forma exagerada para verla él mismo antes de retraerla de nuevo con naturalidad.

—Rose —dijo con tono acusador  ¿qué demonios compraste?

—La vendedora lo llamó “De Otro Mundo” —respondí entre risas, orgullosa de mi elección.

Él bufó, simulando fastidio.
—Primero Rouge, ahora tú. ¿Van a turnarse para intentar envenenarme?

Inflé las mejillas y lo miré con fingida indignación.
—¡Shadow! ¿Cómo puedes pensar eso de mí? ¡Jamás haría algo así! 

Él rió por lo bajo, esa risa suya que parecía venir desde lo más profundo de su pecho. Entonces, extendió su bebida hacia mí, con la pajilla justo frente a mis labios.

—No puedo ser el único con la lengua multicolor —murmuró.

Lo miré, primero a él y luego al vaso brillante que chispeaba con pequeñas burbujas de colores. Sonreí, divertida, y me incliné hacia la pajilla. Di un buen sorbo.

Definitivamente chispeaba. Y la mezcla de sabores era tan loca como prometía: fresa, menta, uva, algo picante… y quizás un toque de jengibre. No tenía sentido, y sin embargo, funcionaba.

Me separé de la pajilla con una sonrisa sorprendida.
—Ok... eso fue más extraño de lo que esperaba. Pero me gusta.

Shadow asintió, satisfecho.
—Interesante, ¿verdad?

—Interesante es una forma de decirlo —le respondí, riendo de nuevo.

Seguimos caminando juntos, comiendo en silencio nuestras brochetas mientras explorábamos el festival. Cuando terminamos de comer, ambos lanzamos los palillos vacíos en un cesto cercano sin necesidad de hablar; fue un gesto sincronizado, natural. Shadow se limpió los dedos con una servilleta que sacó de su gabardina y me miró con una ceja alzada.

—¿Siguiente parada?

—Obvio —le respondí con una sonrisa traviesa— Aún no hemos probado ni la mitad de todo esto.

Y así comenzamos una pequeña ruta improvisada por los puestos de comida callejera. En el siguiente, nos encontramos con empanadas recién hechas, de masa dorada y crujiente. Pedimos tres sabores: setas con queso, espinaca con ajo, y una algo sospechosa que simplemente decía "sorpresa de otoño". Shadow dio el primer bocado con recelo, y luego asintió aprobando con la boca llena. Yo me reí y me llevé la mía a los labios, saboreando el relleno caliente.

Más adelante, había un puesto de frituras, donde probamos pequeños rollitos de arroz crujiente rellenos de mariscos y especias. Picaban un poco, lo cual me hizo jadear un poco mientras me abanicaba con la mano. Shadow, por supuesto, no reaccionó en lo más mínimo al picante y solo comentó:

 —Tiene buen sabor… aun sigo sin sentir el picante.

Rodé los ojos, aún sorbiendo el batido para aliviarme la lengua.

Pasamos también por un carrito de mini bollos dulces al vapor, rellenos de pasta de nuez y otros de frambuesa. Shadow no pidió ninguno, pero cuando le ofrecí uno directamente en la boca, no se negó. Lo vi masticar en silencio, mirando hacia un grupo de niños disfrazados que corrían con sus calabacitas llenas de dulces. Luego dijo sin mirarme:

—No está mal.

Cuando llegamos a un puesto de tapas saladas con quesos derretidos, verduras asadas y galletas de maíz especiadas, ya estábamos empezando a sentirnos llenos, pero aun así pedimos una porción para compartir. Nos sentamos en un banco de madera cercano, bajo una lámpara de papel con forma de lobo. Yo me acurruqué a su lado mientras él sostenía el contenedor de cartón entre los dos.

—Deberíamos hacer esto más seguido —dije en voz baja, apoyando mi cabeza con suavidad contra su brazo.

—Deberíamos —respondió sin vacilar, como si la idea ya le hubiera gustado antes de que la terminara de decir.

Sonreí, imaginando posibilidades.

—Podríamos ir a distintos restaurantes y probar cosas nuevas cada vez. Incluso podríamos hacer un blog. “SyA: probando de todo”.

Shadow me miró de reojo con una media sonrisa.

—Tiene que ser “AyS”. Suena más ordenado.

Reí, rodando los ojos.

—Está bien, señor ordenado. “AyS: probando de todo”. Me encantaría hacerlo.

Hubo un breve silencio antes de añadir, con una risita:

—No es por comparar, pero... Sonic siempre fue muy quisquilloso con la comida.

—¿Quisquilloso? —preguntó Shadow, intrigado.

—Sí. Él es un aventurero de pies a cabeza, pero cuando se trata de comida… no tanto. Podríamos estar en el lugar más hermoso, recóndito y extravagante del mundo, y él igual pediría chili dogs.

Shadow parpadeó lentamente, procesando la idea.

—¿Tiene el paladar de un niño de cinco años?

Solté una carcajada, cubriéndome la boca con la mano.

—¡Exactamente! —dije entre risas, inclinándome un poco hacia él mientras apoyaba una mano en su brazo— Por eso me encanta que tú estés dispuesto a probar de todo. Es como si el mundo tuviera más sabores contigo.

Shadow ladeó apenas la cabeza, y sus ojos rojos brillaron con suavidad. Una pequeña sonrisa curvó la comisura de sus labios, discreta, pero sincera.

 —Yo podría decir lo mismo —murmuró, con ese tono bajo que a veces me hacía olvidar el resto del mundo —Cuando estoy contigo, siempre termino probando algo nuevo.

Sentí cómo se me aceleraba el corazón, pero disimulé con una sonrisa traviesa. Metí la mano en mi bolso con decisión y saqué el celular.

 —¿Por qué no empezamos de una vez? —dije, alzando una ceja con picardía mientras encendía la pantalla y me acercaba un poco más a él.

Shadow me miró con curiosidad mientras yo activaba la cámara. 

—Levanta un poco la caja —le pedí, señalando las tapas saladas frente a nosotros.

Él obedeció sin decir palabra, sosteniéndola con firmeza mientras yo encuadraba la toma con las manos, ajustando el ángulo para que se vieran bien las texturas y colores. Cuando estuvo perfecto, toqué el botón y capturé la imagen.

—Luego nos creo una cuenta en Mobopic —comenté, bajando el celular con satisfacción.

Shadow arqueó una ceja.

—¿Vamos a elegir restaurantes específicos, o dónde nos lleve el viento?

—Definitivamente lo segundo —respondí de inmediato, ilusionada —Me gustaría viajar más contigo, ir a toda clase de lugares, descubrir rincones escondidos, probar sabores raros... explorar el mundo.

Él asintió despacio, como si ya estuviera haciéndose la idea.

—Aún tengo como cinco meses de vacaciones —dijo con calma.

Reí, dándole un pequeño codazo en el costado.

—Entonces hay que usarlos todos. Uno por uno. Hasta el último día.

Terminamos de comer las tapas y nos levantamos de la banca, enlazando nuestras manos de nuevo sin siquiera pensarlo. La calidez de su palma en la mía era reconfortante.

—¿Estás llena? —preguntó Shadow, girando apenas su rostro hacia mí.

Asentí, dejando escapar un suspiro satisfecho.

—Sí… pero algo dulce no me vendría mal.

Él se rió por lo bajo, ese sonido grave que me hacía cosquillas en el pecho.

—¿Y qué se te antoja ahora, mi golosa?

—Vamos por algo clásico —respondí, con una sonrisa traviesa —Manzanas caramelizadas.

—Eso suena bastante específico —murmuró con tono divertido mientras comenzábamos a caminar entre la multitud —¿Una tradición tuya o un antojo espontáneo?

—Un poco de ambas —admití —Me recuerdan a cuando era niña y venía a festivales con Cream y Vanilla. Siempre terminábamos llenas de caramelo hasta en el cabello.

—Y ahora me arrastras a repetir la historia —dijo, rodando los ojos suavemente.

—¡Exacto! Pero tú te ves más capaz de manejar el caramelo —reí, apretándole la mano —Si te llega a las puás, no sabría cómo sacártelo.

—Con fuego —respondió, completamente serio. Pero luego añadió, más bajo —O con mucha paciencia… si tú me ayudas.

Eso me saco una carcajada, no podía evitar reírme con su sentido del humor tan seco.

Llegamos a un pequeño puesto adornado con luces cálidas y cintas brillantes. Una zarigüeya con delantal nos recibió con una sonrisa amable. Pedí dos manzanas caramelizadas, y antes de que pudiera sacar mi billetera, Shadow ya había pagado, dejando el billete con ese gesto elegante y despreocupado tan suyo.

—Gracias, mi querido demonio —dije, ofreciéndole una sonrisa juguetona mientras le extendía las manzanas.

Él la aceptó con un leve movimiento de cabeza y me miró mientras yo sacaba mi celular.

—¿Otra foto para el blog? —preguntó, alzando una ceja.

—¡Así es! —dije, enfocando la cámara en las brillantes manzanas rojas —Mira cómo brillan. Están pidiendo a gritos ser inmortalizadas.

Tomé la foto justo antes de que el caramelo comenzara a gotear por un costado. Shadow negó con la cabeza, divertido, y me ofreció mi manzana justo cuando guardaba el teléfono. La tomé con cuidado, procurando no mancharme los dedos.

Y entonces, sin ninguna ceremonia, él le dio un gran mordisco a la suya, como si fuera una simple manzana. El crujido del caramelo sonó fuerte y claro, haciendo que hasta la vendedora lo mirara, sorprendida.

—Está crujiente —murmuró él, claramente satisfecho, dándole otro bocado sin perder el ritmo.

Me quedé observándolo, entre divertida y asombrada.

—¿Siempre muerdes así las cosas duras? —le pregunté con una sonrisa curiosa.

Shadow me miró, tragó su bocado, y dijo con toda naturalidad:

—¿No se supone que así se comen las manzanas?

—Sí, pero… no todos pueden romper el caramelo como si fuera papel. Creo que hiciste que la vendedora se replanteara el grosor de su receta.

Él sonrió con esa expresión sutil que tanto me gustaba, apenas una curva en la comisura de sus labios.

—Ventajas de tener mandíbula de arma letal.

—A veces olvido lo fuerte que eres… hasta que haces crujir algo así como si nada —dije, dándole por fin un mordisco delicado a mi propia manzana— Mmm… está muy buena.

Caminamos en silencio unos pasos, disfrutando del sabor dulce con ese toque nostálgico. La manzana crujía con cada mordisco, el caramelo se pegaba un poco a los dientes, y el aire fresco del festival lo volvía todo aún más perfecto.

—¿Sabes? —dije de pronto, mirándolo de reojo —Me gusta esto. Caminar contigo. Comer tonterías. Reírnos. Es… simple. Pero me hace feliz.

Shadow giró un poco la cabeza hacia mí, sus ojos serenos que brillaban bajo las farolas del festival.

—A mí también —dijo con honestidad simple.

Cuando terminé mi manzana, buscamos una cesta cercana para tirar el palillo. Shadow, con las manos libres, aprovechó para colocarse la máscara que hasta ese momento llevaba sobre la cabeza. Llevó los brazos hacia arriba con intención de bajarla al rostro, pero se detuvo, frunciendo el ceño mientras tanteaba los cordones entre su pelaje y las púas.

—Tch —gruñó con frustración —No hay forma de atarla bien con estas malditas púas...

Me reí por lo bajo al verlo forcejeando con la cuerda, que se enredaba sin compasión entre las púas de su cabeza.

—Déjame ayudarte —le ofrecí, dando un paso hacia él.

Sin decir palabra, se inclinó levemente para darme acceso. Me acerqué por detrás, lista para apartar sus púas… pero lo que encontré me hizo detenerme por un segundo.

Sus dos alas oscuras salían directamente de su espalda, entre sus dos púas posteriores, como si hubieran brotado desde lo más profundo de su columna. Al principio creí que seguían siendo parte del disfraz… pero no lo eran. Se movían, respondían a cada pequeño gesto suyo, como una extensión más de su voluntad. 

Me incliné un poco más, con el corazón acelerado, y vi lo que parecía la raíz de esas alas: un tejido rojizo y oscuro que se hundía en su espalda como cicatrices abiertas, todavía sensibles. La piel alrededor estaba tensa, con un brillo húmedo, casi doloroso. ¿Cómo no los había notado antes?

Seguro había usado sus poderes para crearlas especialmente para el disfraz. Estaba tan comprometido con el papel… que eso hizo que mi pecho se calentara un poco.

Trate de concentrarme en los cordones, buscando la manera de pasarlos por entre sus púas sin enredarlos. Mis dedos trabajaron con paciencia, y al final logré hacer un nudo firme y seguro. La máscara encajó perfectamente.

Él se volteó para verme, ahora con el rostro cubierto por la cara del demonio: los cuernos negros alargados, el ceño fruncido, y esos colmillos afilados… pero lo más impresionante eran sus ojos. A través de los agujeros, sus pupilas rojas brillaban con intensidad bajo las luces del festival.

—Uhh... qué aterrador —dije con dramatismo fingido, llevándome las manos al pecho como si me desmayara, mientras la risa se me escapaba sin poder evitarlo.

Shadow colocó sus manos firmes sobre mis hombros y se inclinó un poco, su voz amortiguada pero profunda detrás de la máscara:

—¿Te atreves a reírte de mí, pequeño ángel?

—Lo hago —respondí con descaro, mirándolo directo a los ojos brillantes que se asomaban por los agujeros de la máscara.

Me sostuve de su gabardina, entre risas, mientras añadía con una sonrisa ladeada:

 —Y lo haría otra vez.

Shadow apretó suavemente mis hombros, con una calma que parecía contener algo más peligroso.

—Te lo advierto... —murmuró con ese tono oscuro que usaba cuando quería intimidar, pero que conmigo solo lograba hacerme reír más —Vas a pagar muy caro si sigues burlándote de mí.

Le devolví la mirada con una ceja levantada, los ojos entrecerrados, dando un paso atrás, separándome de su agarre.

—¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacerme, demonio?

Un silencio breve se instaló entre nosotros. Sentí el aire cambiar, espeso, eléctrico.

—Ya verás... —susurró Shadow, y antes de que pudiera responder, dio un paso adelante como si fuera a atraparme ahí mismo.

Di un pequeño grito juguetón y me eché a correr entre la gente, esquivando un grupo de Mobians disfrazados de calabazas y esqueletos. Escuché su risa breve y baja, y luego el sonido de sus zapatos tras de mí.

—¡Shadow, no te atrevas! —le grité entre risas mientras corría entre los puestos.

—Demasiado tarde, Rose —respondió, su voz ahora más cerca.

Giré entre una fila de puestos de máscaras y terminé junto a una fuente decorada con flores otoñales. Cuando me di vuelta, él ya estaba ahí, su silueta recortada por la luz cálida de las linternas. La máscara de demonio le daba un aire más salvaje, más peligroso.

Se acercó despacio, como un depredador jugando con su presa.

—¿Me vas a seguir corriendo toda la noche o piensas rendirte?

—Tal vez solo estoy alargando el castigo —dije, respirando un poco agitada por la carrera.

Shadow se detuvo frente a mí, la máscara oculta su expresión, pero conocía ese brillo en sus ojos. Alzó una mano enguantada y con cuidado retiró la máscara, dejándola colgando del costado de su rostro. Su boca estaba apenas curvada en una media sonrisa, la más rara y valiosa de sus expresiones.

—Entonces deja que empiece el castigo —murmuró.

Mi corazón dio un brinco. Bajé la mirada un segundo, tragando saliva... luego lo miré de nuevo con una sonrisa temblorosa.

—Está bien... pero con una condición.

—¿Cuál?

—Me tienes que llevar a otro concierto.

Él soltó una risa breve, esa que solo yo solía escuchar.

—Trato hecho.

Shadow se colocó nuevamente la máscara de demonio, ajustándola con un gesto preciso, y sin soltar mi mano, me guió entre la multitud hasta un edificio viejo decorado con telarañas falsas, luces rojas parpadeantes y un letrero grande que decía: "El hospital de la muerte– Solo para valientes".

Me detuve un momento para leerlo, arqueando una ceja.

—¿Mi castigo será... una casa embrujada? —pregunté, mirándolo de reojo, aunque ya sabía la respuesta.

—Según me contaron mis agentes, esta es la casa más terrorífica de todo el festival —respondió con su tono tranquilo, casi divertido.

—¿Ah sí? —dije, cruzándome de brazos con fingido escepticismo.

—Vamos —me dijo simplemente, como si fuera una orden suave, tirando de mi mano con decisión.

Entramos bajo un arco decorado con cráneos de plástico y cadenas colgantes que tintineaban suavemente con la brisa. Nos pusimos en la fila detrás de un grupo disfrazado que hablaba animadamente entre ellos, riendo y tomándose fotos. Cuando finalmente llegó nuestro turno, un mono de pelaje oscuro disfrazado de doctor nos recibió con una reverencia exagerada. Llevaba una bata blanca manchada con salpicaduras rojas, un estetoscopio colgando del cuello y una sonrisa permanente pintada con maquillaje.

—¡Bienvenidos al Hospital de la Muerte! —dijo con voz ronca y dramática, alzando los brazos como si presentara una obra de teatro —¿Tienen cita previa... o vienen para emergencias?

Yo solté una risita, divertida por lo comprometido que estaba con su papel.

—Definitivamente emergencia —respondí, jugando el juego.

—Perfecto —dijo el mono, frotándose las manos con entusiasmo —En ese caso, pasen al área de admisión. La entrada cuesta 20 Rings por visitante. 15 si prometen no gritar demasiado... aunque eso no suele funcionar.

Shadow sacó su billetera de la gabardina y, sin decir nada, pagó nuestras entradas. El mono tomó los billetes y los guardó en una pequeña caja oxidada con una cruz roja pintada encima.

—Ahora, escuchen bien. Solo hay una regla en esta casa del horror: no usar el celular bajo ningún motivo . Ni para mensajes, ni para fotos, ni para pedir ayuda cuando empiecen a gritar. ¿Entendido?

—¿Y si quiero grabar mi muerte para mis redes sociales? —bromeé con una sonrisa traviesa.

—Entonces será la muerte... ¡de la inmersión! —dijo con tono grave, y luego soltó una risita rasposa —Pero si sobreviven, tendrán una recompensa.

Abrió un pequeño cajón y nos mostró un llavero en forma de cráneo de lobo, con ojos huecos y colmillos detallados.

—Este cráneo es el símbolo de los pacientes que lograron salir caminando... o al menos arrastrándose —dijo, agitando el llavero frente a nosotros.

—Motivador —murmuró Shadow en voz baja, cruzándose de brazos.

—El elevador está por allá —indicó el mono, señalando un pasillo oscuro al fondo, iluminado solo por una luz parpadeante —Piso seis. Ahí comienza su tratamiento intensivo.

—¿Listo, mi querido demonio? —le dije a Shadow con tono burlón, tomando su brazo.

—Siempre estoy listo —respondió él con calma, aunque en su mirada brillaba un dejo de diversión.

Nos dirigimos al ascensor, y mientras las puertas se cerraban lentamente detrás de nosotros, pude jurar que el mono susurraba algo como “no todos regresan igual”. Me reí para mis adentros, aunque una parte de mí se preguntó si lo decía en serio.

Subimos hasta el sexto piso. Apenas se abrieron las puertas, una corriente de aire frío nos envolvió, y la oscuridad lo cubrió todo como un manto.

El interior imitaba un hospital abandonado: las paredes estaban cubiertas de manchas de sangre, luces intermitentes revelaban camillas oxidadas, muñecos quirúrgicos con máscaras grotescas, y sonidos de máquinas con pitidos erráticos se mezclaban con gritos grabados a lo lejos. Una música baja, distorsionada, parecía arrastrarse por los pasillos.

Me sostuve del brazo de Shadow, apretándolo con un poco más de fuerza de lo que me gustaría admitir. Solo un poco.

—Qué ambiente tan acogedor —murmuré con ironía, mientras un tubo colgante casi me roza el cabello.

Shadow no dijo nada. Caminaba despacio, con paso firme, como si pudiera ver perfectamente a través de la penumbra. Su máscara de demonio añadía algo perturbador a su presencia.

—¿Estás disfrutando esto? —le susurré, pegada a su costado.

—Mucho —respondió sin girarse, con esa calma suya que podía ser igual de tranquilizadora que intimidante.

En ese momento, una figura disfrazada de doctor ensangrentado saltó de una puerta lateral con un bisturí en la mano, soltando un grito espeluznante.

—¡AH! —grité sin poder evitarlo, dando un pequeño salto del susto y abrazándome al brazo de Shadow con fuerza.

Pero para mi sorpresa, Shadow también reaccionó. Soltó un pequeño jadeo contenido, casi como un siseo, y de inmediato dio un paso atrás. Llevó su mano a la mía, asegurándose que yo estuviera bien aferrada a su brazo y comenzó a caminar rápido hacia adelante, alejándonos del actor sin mirar atrás.

—¡¿Qué...?! ¡Oye! —me reí, tropezando un poco mientras intentaba seguirle el ritmo —¿Te asustaste tú también? ¿¡Shadow el imperturbable!?

—Vámonos —gruñó bajo, aunque no sonaba enojado. Solo decidido.

Me reí más fuerte, entre adrenalina y diversión. El susto me había hecho latir el corazón con fuerza, pero ver a Shadow reaccionar —aunque fuera parte del show— tenía su encanto. Era raro verlo así, tan fuera de su postura firme y controlada.

—¡No sabía que corrías tan rápido cuando ves doctores falsos! —bromeé, sin soltar su brazo —¿Qué será lo siguiente, huir de una enfermera zombie?

De repente, unos gritos agudos y risas nerviosas resonaron más adelante. Al doblar la esquina, nos topamos con un grupo de visitantes que corrían y reían histéricamente, perseguidos por un par de enfermeras zombies. Sus uniformes desgarrados colgaban de sus cuerpos, el maquillaje grotesco y los ojos en blanco les daban un aspecto aterrador.

Una de ellas se acercó arrastrando un pie, emitiendo un gemido grave y lastimero.

—¡Ah! —grité, retrocediendo un paso mientras el miedo divertido me recorría.

Shadow pareció tensarse al instante, sus músculos rígidos bajo la máscara. La figura avanzaba sin prisa pero con intención hacia nosotros.

Instintivamente, tiré del brazo de Shadow, intentando alejarlo.

—¡Tenemos que correr! —susurré con urgencia.

Sin dudarlo, él me siguió mientras nos escapábamos juntos, el corazón latiendo con fuerza.

Avanzamos por los pasillos oscuros, donde cadáveres dispuestos con realismo macabro yacían esparcidos por el suelo. Muchos tenían miembros arrancados y las paredes estaban salpicadas con manchas de sangre que brillaban bajo las luces tenues. Un par de órganos reposaban dispersos entre charcos rojizos que reflejaban la poca luz, junto a botellas médicas vacías que crujían al pisarlas.

No podía evitar alternar entre el miedo y la risa nerviosa con cada susto inesperado. Cada vez que algo me sobresaltaba, me pegaba un poco más a Shadow, quien caminaba tranquilo, casi como si estuviera recorriendo un museo. Sin embargo, sus músculos se tensaban cada vez que un doctor o una enfermera ensangrentada aparecía de repente, mostrando que él también sentía algo bajo esa calma aparente.

Eventualmente, llegamos a un pasillo más ancho, donde un pequeño grupo de visitantes se había detenido. La oscuridad seguía presente, pero aquí las luces parpadeaban con menos frecuencia, y el aire olía a látex, químicos y un poco a pintura vieja. Había murmullos entre los presentes, curiosos y expectantes.

Un elefante grande, disfrazado de esqueleto con pintura fosforescente en la cara, comentó en voz alta:

—Creo que para pasar esta parte hay que resolver algo. Escuché que esta casa tiene un “modo secreto”. Hay que buscar llaves o pistas para avanzar.

—¿Modo secreto? —repetí en un murmullo, entre divertida y sorprendida.

Volteé a ver a Shadow, y de pronto una calidez suave se me instaló en el pecho. Una sensación de ternura me envolvió, como si una chispa invisible acabara de encenderse.

—Shadow… ¿acaso me trajiste a esta casa embrujada porque tiene un modo secreto? —le pregunté, sin poder esconder la sonrisa que me floreció en la cara —¿Recordaste que me encantan los misterios?

No podía ver su expresión tras la máscara de demonio, pero lo sentí. Esa energía suya, esa satisfacción silenciosa cuando acierta sin decirlo. Lo supe en cómo ladeó apenas la cabeza, en cómo su ala se movió apenas detrás de él.

Y no me aguanté.

—¡Sos el mejor, Shadow! —exclamé con entusiasmo, lanzándome hacia él.

Lo abracé con fuerza, rodeando su torso con los brazos. Escuché un leve crujido en sus costillas, y él soltó un gruñido apenas audible. Me separé enseguida, sobresaltada.

—¡Ay, perdón! ¿Te lastimé?

Shadow negó con la cabeza, con esa paciencia suya que a veces parecía infinita. Luego estiró los brazos y me atrajo suavemente hacia él, envolviéndome en un abrazo cálido y firme.

—No te preocupes, Rose —murmuró, su voz grave vibrando contra mi oído —Amo tus abrazos.

Sentí cómo el calor me subía al rostro, directo desde el pecho. Me acurruqué contra él sin pensarlo, dejando que mi sonrisa se escondiera en su mechón blanco mientras mi corazón latía más rápido de lo que me atrevía a admitir.



Pero una voz femenina interrumpió el momento:

—Deberían esperar a estar a solas —dijo una hiena, disfrazada de vampira sexy, con una ceja arqueada.

Su grupo comenzó a chiflar, lanzando risitas y algún que otro comentario burlón. Yo me limité a sacarles la lengua, riéndome con picardía, y tomé la mano de Shadow con fuerza, entrelazando nuestros dedos con orgullo.

—Vamos, mi querido demonio —le dije en voz baja, tirando de él con suavidad mientras retrocedíamos por el pasillo —Si esto tiene un modo secreto, lo vamos a encontrar .

A la derecha del pasillo noté una puerta entreabierta. Una luz tenue parpadeaba desde dentro, lanzando destellos irregulares que se reflejaban en el suelo como si algo respirara con dificultad dentro del cuarto. Me adelanté unos pasos, la curiosidad chispeando en cada zancada, y eché un vistazo por la rendija.

El cuarto estaba ambientado como una sala de operaciones abandonada. En el centro había una camilla metálica, cubierta de sangre seca y con cinturones de sujeción rotos a los lados. El olor era una mezcla de óxido, polvo y algo dulzón que me revolvió un poco el estómago. Al fondo, estantes polvorientos sostenían frascos con contenido turbio, y herramientas quirúrgicas cubiertas de óxido colgaban de ganchos como si esperaran volver a usarse. Un corazón latía débilmente en una bandeja de acero, con un zumbido mecánico que acompañaba cada contracción.

—Esto se ve… prometedor —dije, con una mezcla incómoda de fascinación y asco.

Shadow entró detrás de mí, su figura recortada por la luz que venía del pasillo. Ambos comenzamos a revisar el lugar con la mirada, en busca de pistas, mecanismos ocultos o cualquier detalle que se saliera de lugar.

—Si aquí hay una llave secreta, seguro está en un sitio desagradable —murmuré, agachándome para mirar debajo de la camilla.

—Eso tendría sentido —respondió él con su tono calmo, casi mecánico, como si ya estuviera entrando en modo misión.

Nos separamos ligeramente para abarcar más espacio. Yo abría cajones con cuidado, apartando bisturís, pinzas y guantes manchados de pintura roja. Cada bisagra rechinaba, cada bandeja metálica parecía querer anunciar nuestra presencia con cada movimiento.

Shadow se movía despacio, meticuloso. Revisaba las superficies sin prisa, como si inspeccionara una escena real de crimen. En un momento me detuve y lo observé de reojo.

Él estaba quieto. Completamente inmóvil frente a una bandeja. En su mano sostenía una jeringa larga, reluciente, aunque torcida en el extremo, como si hubiera sido usada y desechada mil veces. Lo curioso no era la jeringa en sí… sino su expresión. Su mirada estaba clavada en ese objeto como si ya no estuviera aquí conmigo. Como si el decorado desapareciera, las luces intermitentes se apagaran, y solo quedara un recuerdo lejano al que había regresado sin querer.

—¿Shadow…? —pregunté con suavidad, acercándome con cuidado.

No reaccionó al instante. Di un paso más, con el corazón latiéndome un poco más fuerte, y toqué ligeramente su brazo.

Parpadeó. Una vez. Como si saliera de un trance profundo. Bajó la jeringa lentamente y la devolvió a la bandeja con un leve clink metálico.

—Lo siento —dijo en voz baja, sin mirarme del todo —Por un segundo… recordé otra cosa.

Yo sabía exactamente qué “otra cosa”. No necesitaba explicaciones. Bastaba con ver el cuarto, con respirar el ambiente. Seguro esto era demasiado parecido a lo que él vivió en la estación espacial. A sus años viviendo como un experimento.

Pero no quise decir nada. No quise hacerle sentir que tenía que hablar, ni arruinar el momento. Después de todo, él eligió esta casa embrujada especialmente para mí. Por mi amor a los misterios.

Así que solo le sonreí y le pregunté con suavidad:

—¿Encontraste alguna pista?

Él me miró y negó con la cabeza.

—No. Solo herramientas de utilería. —Hizo una pausa, y su tono recuperó firmeza —Tenemos que investigar más a fondo.

A pesar de buscar en cada rincón, la famosa llave no apareció. Revisamos hasta el último cajón, incluso detrás de una cortina ensangrentada que ocultaba una mesa con más instrumentos oxidados… nada.

Resignados, salimos del cuarto sin soltarnos las manos. El pasillo seguía sumido en la misma penumbra irregular, la luz titilando desde algún rincón oculto. Caminamos en silencio, hasta encontrar otra puerta entreabierta.

—Probemos aquí —dije, dándole un pequeño empujón con la mano.

La abrimos despacio. Esta habitación era aún peor que la anterior.

Estantes del piso al techo cubrían las paredes, repletos de frascos de vidrio con líquidos turbios y etiquetas descoloridas. Dentro de ellos flotaban órganos, cabezas cortadas con expresiones de horror congelado, y ojos sueltos que parecían seguirte si los mirabas demasiado tiempo. 

Di un paso con cautela, apretando la mano de Shadow con fuerza.

Entonces lo vi.

En una esquina de la habitación, algo me hizo detenerme en seco: una cápsula de vidrio gigante. Adentro, sumergida en un líquido verdoso y burbujeante, había una figura suspendida… grotesca y musculosa, con una armadura alienígena negra y roja, garras largas y un rostro que parecía una mezcla entre reptil y depredador.

Era un soldado de Black Arms.

Sentí la mano de Shadow tensarse en la mía.

Sin decir palabra, caminó hacia la cápsula, como hipnotizado. Se detuvo frente a ella, cruzándose de brazos, observando en silencio la figura flotante. No había música tenebrosa en ese momento, ni gritos de fondo. Solo el zumbido grave del generador que mantenía la cápsula iluminada. 

Negó con la cabeza, despacio, y bajó la mirada.

Me acerqué a su lado, en silencio, compartiendo ese instante extraño. La figura encerrada no era real, pero la reacción de Shadow sí lo era.

Finalmente, él se giró hacia mí. Su expresión volvía a ser firme.

—No es más que un muñeco mal hecho —murmuró.

Asentí con una sonrisa leve, tratando de alivianar el ambiente.

—Sí. De mala calidad. Ni siquiera tiene proporciones reales —bromeé, aunque mi voz no sonó tan convincente.

Avanzábamos despacio, con la única luz de una lámpara roja que parpadeaba como si agonizara. Las sombras bailaban por las paredes llenas de frascos y restos falsos, y el zumbido eléctrico del generador nos envolvía como un murmullo ominoso. 

Juntos comenzamos a revisar la habitación. Abríamos frascos con cuidado, inspeccionábamos papeles húmedos y carpetas manchadas de tinta roja. Algunos estantes estaban atornillados a la pared, pero otros crujían cuando los empujábamos, como si escondieran algo detrás. 

Inspeccionamos cada rincón por una pista de la llave cuando de pronto sentí una corriente de aire a mi espalda, un cambio casi imperceptible en la presión del ambiente.

Me giré.

El soldado de Black Arms ―el que hacía un segundo flotaba inerte en la cápsula― estaba allí, goteando un fluido verdoso que chispeaba sobre el suelo. Sus ojos rojos brillaban con rabia, y su gruñido bajo reverberó en mi pecho como un tambor.

Ni siquiera tuve tiempo de abrir la boca; Shadow se movió primero. Lo agarró del cuello con una sola mano y lo levantó del suelo como si fuera de papel. Su otra mano se cerró en un puño, el brazo tensándose, listo para golpear. El actor soltó un chillido ahogado, sus piernas pataleando en el aire.

—¡Shadow, para! ―grité, pero mi voz salió temblorosa.

En ese instante la puerta se abrió de golpe y aquel grupo de visitantes irrumpió riendo… hasta que la escena se congeló ante ellos: el “demonio” levantando a la criatura alienígena con los ojos encendidos. Las luces parpadearon una sola vez y se apagaron por completo, dejándonos en tinieblas. Solo quedaron los dos pares de ojos rojos de Shadow, reluciendo como brazas en la oscuridad.

—¡AAAAAAAAH! —chilló la multitud, estallando en pánico. El pasillo se llenó de pasos y gritos que se alejaban.

El tumulto sacó a Shadow de su trance. Parpadeó, aflojó la mano, y el actor cayó al suelo de rodillas, tosiendo, quitándose la máscara rápidamente y llevándose ambas manos al cuello.

Yo me arrodillé junto a él de inmediato. —¡Lo siento muchísimo! ¿Estás bien?

El chico comadreja asintió, respirando entrecortado. —Estoy… estoy bien. Solo… no esperaba que me levantaran de verdad —balbuceó, intentando reír.

Le eché una ojeada a Shadow. Seguía quieto, los hombros rígidos y la máscara inclinada hacia el piso.

—Fue un reflejo, lo siento… —murmuró, la voz apagada.

El actor se masajeó el cuello, forzando una sonrisa. —Tranquilos. No es la primera vez que alguien golpea a un actor por reflejo. 

—¿Necesitas que llame a alguien del staff? —pregunté.

—No, en serio. Solo… intenten no estrangular a más gente —bromeó el actor, intentando alivianar el momento.

Reí con nerviosismo, aunque todavía sentía las piernas como gelatina. Le tendí la mano y lo ayudé a incorporarse. Aún se frotaba el cuello cuando se giró y, con profesionalismo admirable, se puso la máscara de vuelta y regresó a la cápsula, tambaleándose un poco, para volver a meterse en posición como si nada hubiera pasado. Se dejó caer dentro, y volvió a fingir ser un cadáver suspendido en el líquido verdoso.

Yo me giré hacia Shadow, que seguía de pie en silencio, la mandíbula apretada bajo la máscara.

—Tal vez deberíamos seguir revisando otra habitación —sugerí en voz baja, intentando devolvernos a la realidad.

Sin decir nada, Shadow asintió y salimos al pasillo.

El silencio era absoluto. El otro grupo que antes se escuchaba conversando y riendo ya no estaba. Solo quedaba la penumbra roja de las luces de emergencia y un leve olor a químicos.

—Creo que ahuyentamos a todos —susurré, buscando la mirada de Shadow.

—Hmph. Deberían agradecerme —masculló él —Parecía una amenaza real.

—Era un chico con un traje de látex y luces de neón, Shadow —respondí, dándole un codazo suave.

Shadow no contestó, pero apretó mi mano con más cuidado que antes.

—Sigamos —dije, tratando de reavivar el ánimo— Pero si alguien más salta de una cápsula, déjamelo a mí esta vez.

—Te cedo el honor —respondió con un murmullo seco —Pero si te arrancan un brazo, no digas que no te advertí.

Solté una risita nerviosa y tiré de él hacia el siguiente cuarto.

Una puerta doble se abrió con un chillido metálico, revelando una habitación igual de lúgubre que las anteriores. El aire olía a humedad y óxido. Camillas de hospital llenaban el lugar, algunas volcadas, otras perfectamente alineadas… y todas con cadáveres encima.

Cuerpos podridos, descuartizados, cubiertos de vendas sucias o con los ojos abiertos en expresiones de horror. Algunas camillas tenían charcos de sangre en el suelo, como si hubieran sido arrastrados por los tobillos.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

Me aferré con más fuerza a la mano de Shadow, y él me la apretó en respuesta. Avanzamos entre los cuerpos, buscando con la mirada algo brillante, metálico… una llave, cualquier pista.

Revisamos bandejas, una caja de herramientas oxidada, el interior de un carrito médico. Nada. Shadow se agachó junto a una camilla con un torso abierto, mirando debajo. Yo le seguí el paso y me detuve a su lado.

—Oye… —murmuré, sin mirarlo —Cuando levantaste al tipo disfrazado de Black Arms, me recordaste algo.

Él no respondió, pero noté cómo una de sus orejas se giraba ligeramente hacia mí mientras se enderezaba y pasaba a revisar la siguiente camilla.

—Me acordé de la invasión… La ciudad estaba en ruinas y había aliens por todos lados… Y apareciste tú de la nada.

Él no se detuvo, pero murmuró con la voz baja:
—Cryptic Castle.

Lo miré, sorprendida.
—¿Si lo recuerdas?

Asintió apenas. Sus ojos rojos brillaban un poco más en la penumbra.

 —El aire olía a polvo y fuego —dijo —Tú estabas sola y no parabas de decir llamar el nombre de Cream una y otra vez. 

Mi pecho se apretó al oírlo.
—Pensé que la había perdido para siempre… Y tú…

 Me reí un poco, con un ligero calor en las mejillas.
—Tú llegaste como salido de una pesadilla, pero eras increíble. Saltabas entre los escombros, destruías a esos alienígenas como si nada pudiera tocarte. No dijiste una sola palabra al principio, solo ibas delante de mí, abriéndome camino entre todo ese caos…

 Bajé la voz, más suave.
—Me sentí segura. Incluso en ese lugar horrible, porque estabas tú.

Shadow apartó la mirada.

—Yo no pensaba ayudarte. No al principio. Solo quería llegar al final del castillo… cumplir la misión.

 Guardó silencio. Luego añadió, más bajo:
—Pero, por alguna razón… reconocí tu aroma.

Se volvió lentamente hacia mí. Sus ojos, intensos detrás de la máscara,  buscaron los míos.

—Algo en ti... en tu olor, en tu voz... me resultó familiar.

Bajó la mirada un segundo, como si buscara las palabras con cuidado.

—No lo entendí en ese momento. Solo... supe que tenía que ayudarte. Que tenía que protegerte.

Volvió a alzar la vista, y esta vez su voz fue más baja, pero firme.

—No necesitaba recordar tu nombre para saber que eras importante.

—Shadow… —susurré, sintiendo cómo algo cálido me llenaba el pecho.

Él me había olvidado. Todo, incluso quién era él mismo. Y aun así… de alguna manera, me había recordado.

No por mi nombre. No por la historia compartida. Sino por algo más profundo, más instintivo. Porque algo en mí le había resultado familiar.

Me llevé una mano al corazón, como si intentara contener ese calor inesperado. Lo miré, y por un segundo me pareció que la sala se desvanecía, que solo estábamos él y yo, conectados por ese hilo invisible que ni la amnesia pudo romper.

Sin pensarlo, me acerqué más y levanté su máscara apenas lo suficiente para besar sus labios. Él me lo devolvió al instante, sus manos encontrando mi cintura, sujetándome como si no quisiera soltarme jamás. El beso empezó suave, pero se encendió rápidamente.

Me aferré a sus hombros, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la gabardina, y él me atrajo más cerca, sus labios firmes, su aliento entrecortado mezclándose con el mío.

Sus manos descendieron con lentitud, rodeando mis caderas y bajando hacia mis muslos. Sentí cómo sus dedos se deslizaban por debajo de mi vestido, rozando la tela de mis pantimedias con una caricia tan precisa que me estremecí.

Me guió hacia atrás con cuidado, hasta que mi espalda tocó el colchón frío de una de las camillas. Aún tenía los pies en el suelo, pero él se inclinó sobre mí, cubriéndome con su cuerpo. Todo en él irradiaba calor, tensión y deseo contenido.

Sus labios buscaron los míos de nuevo, luego mi mejilla, mi cuello… cada beso dejando una estela ardiente en mi piel.

—No sabes cuánto te deseo con este vestido —murmuró contra mi oído, su voz ronca, apenas contenida —Te ves hermosa. Te ves celestial.

Me besó de nuevo, más profundo, más intenso.

—Me vuelves loco, Rose —susurró, y ese murmullo se hundió en mi pecho como una promesa peligrosa.

La camilla crujía suavemente bajo nosotros mientras nuestros cuerpos se movían al compás de una necesidad cada vez más urgente. Mis piernas rodeaban sus caderas, sus manos se deslizaban por mis muslos con una mezcla de devoción y hambre. Cada beso suyo encendía algo más profundo, más intenso. Su boca encontró la curva de mi cuello, y yo jadeé con los labios entreabiertos, aferrándome a su gabardina mientras el calor crecía entre nosotros.

—Shadow… —susurré, perdida en el roce de su cuerpo, en su aliento contra mi piel.

Sus manos acariciaban mis costados, explorando con una lentitud casi reverente. Mi vestido se había subido hasta mis caderas, y sentía el contraste entre el frío de la sala y la calidez de sus caricias. Nuestras respiraciones eran desiguales, rápidas, llenas de deseo. Sus labios volvieron a encontrar los míos, hambrientos, y nuestras lenguas se buscaron como si no hubiera un mundo más allá de esa camilla.

Entonces lo escuchamos.

CLICK

Un sonido metálico, sutil, pero perfectamente audible en el silencio del cuarto.

Nos separamos de golpe, como si alguien nos hubiese lanzado agua helada. Ambos nos incorporamos de inmediato, los sentidos agudizados. Miré a Shadow con el corazón latiendo desbocado, esta vez por otra razón.

—¿Escuchaste eso? —pregunté en un susurro.

Él ya estaba mirando alrededor, alerta. Nos bajamos de la camilla, aún jadeando, y él tiró de la sábana manchada que colgaba del borde. Allí, apenas visible entre las patas de metal oxidadas, había una línea fina en el suelo… como una junta mal sellada.

Me arrodillé con cautela y pasé los dedos por la ranura. Era una trampilla. Estaba perfectamente disimulada entre las baldosas sucias, justo debajo de donde habíamos estado. Palpé los bordes hasta encontrar una pequeña hendidura, y tiré con cuidado. La tapa se levantó con un rechinido sordo, revelando una oscuridad profunda.

Metí la mano con precaución, y mis dedos rozaron algo frío, metálico.

La saqué con delicadeza, y una sonrisa se dibujó en mi rostro cuando la luz tenue iluminó el objeto: una vieja llave, cubierta de pintura roja agrietada.

—¡La encontré! —exclamé, alzándola entre mis dedos.

Sentí las manos de Shadow posarse de nuevo en mi cintura. Su cuerpo se inclinó, y su voz grave me susurró al oído con una mezcla peligrosa de deseo y calma:

—No hay prisa.

Sus manos se deslizaron otra vez por debajo de mi vestido, y sus colmillos atraparon el borde de mi oreja, arrancándome un jadeo involuntario. El calor volvió a recorrerme, envolviéndome desde el pecho hasta los muslos, intenso, insaciable.

Pero entonces…

CLANG.

Un golpe seco… Como una compuerta abriéndose con violencia.

Nos congelamos.

Una de las losas del piso se elevó, rechinando como si algo desde abajo la estuviera empujando con fuerza. Y de la oscuridad emergió una figura que hizo que la sangre se me helara en las venas.

Un médico. O lo que quedaba de uno.

Su bata blanca estaba empapada en sangre seca, rasgada a la altura del pecho. Tenía el rostro cubierto de heridas abiertas y manchas violáceas, como si su piel se estuviera pudriendo desde dentro. Y en sus manos temblorosas, sostenía una sierra para cortar huesos, pesada, manchada, y todavía húmeda de algo que no quería identificar. La levantó lentamente, como si pudiera saborear nuestro miedo.

—¡Shadow! —grité, la llave temblando entre mis dedos.

Él se tensó de inmediato. Sentí cómo su cuerpo se ponía rígido detrás de mí. Sus brazos me rodearon con fuerza, pegándome contra su pecho como si quisiera fundirme en él.

El médico dio un paso y luego otro, acercándose lentamente. 

Y entonces, Shadow reaccionó.

Manteniendo su agarre, movió sus brazos y me levanto del suelo. Me cargó con un solo brazo, como si fuera peso muerto, y me alzó contra su costado.

—¡¿Qué estás haciendo?! —chillé, mientras mis piernas colgaban y mi vestido se arrugaba de la forma menos heroica posible.

—Optimizando —gruñó, sin detenerse.

Y salió disparado.

Mi cuerpo rebotaba contra su costado con cada zancada, su brazo rodeando mi cintura como una pinza de acero. Mi cabello volaba, la tiara se tambaleaba peligrosamente, y yo apenas lograba aferrarme a su gabardina con una mano, mientras la otra sujetaba la llave como si fuera lo último que me quedaba.

Shadow corrió sin pausa durante varios metros, hasta que de repente giró bruscamente, frenando en seco. Nuestras miradas se enfocaron, buscando en la oscuridad del pasillo alguna señal, pero no había rastro del doctor ensangrentado siguiéndonos.

Dejó salir un suspiro por la nariz y me bajó con cuidado, sus manos deslizándose por mis costados hasta soltarme. Sentí el frío del suelo bajo mis zapatillas y me obligué a respirar.

—Bueno… —dije, intentando aligerar el ambiente con una sonrisa ladeada —Qué manera de arruinar el momento, ¿no?

Shadow se llevó una mano al rostro. Su voz salió baja, cargada de una mezcla de incredulidad y vergüenza.

—No puedo creer que estuve a punto de… —hizo una pausa —en un lugar público… y lleno de cadáveres falsos. 

—Supongo que hay gente que paga por experiencias así —respondí, tratando de bromear. Levanté una ceja y añadí —Dime al menos que esta vez trajiste protección.

No esperaba que respondiera. Era una broma. Una forma tonta de aliviar la tensión… pero él giró apenas el rostro, desviando la mirada.

—Sí…

Parpadeé, y sentí cómo el calor me subía por el cuello hasta las orejas.

—¿Hablas en serio? —pregunté, entre una risa ahogada.

—La última vez tuvimos que parar… —dijo, sin mirarme directamente —quería estar preparado.

Sentí el calor subir por mis mejillas de inmediato. Me cubrí la boca, riendo entre dientes por la vergüenza.

—¡Shadow! —dije, en voz baja y escandalizada —Deberíamos tener un poco más de decoro, ¿no crees?

Él me miró entonces, sus ojos brillando más rojo que de costumbre.

—Es difícil... —admitió —Cuando luces tan hermosa.

Tragué saliva. Era una frase sencilla, pero dicha con esa voz baja y honesta, me derritió por dentro. Me sonrojé aún más y no supe qué decir por unos segundos.

—¿Y si alguien de verdad nos vio? —dije finalmente, intentando recuperar la compostura.

Shadow soltó un suspiro largo. Se giró de espaldas, llevándose ambas manos a la cabeza, como si intentara sacudirse sus propios pensamientos.

—Soy un imbécil... —murmuró, más para sí que para mí —Ya fue suficiente con que hubiera una grabación de nuestra primera vez… ¡Demonios, Shadow! ¡Controla tus malditas hormonas!

Me quedé mirándolo, con la llave aún apretada entre los dedos. Lo oía regañarse en voz baja, la espalda rígida, los hombros alzados por la frustración, esas alas negras decaídas. Parecía un resorte a punto de romperse, atrapado entre la culpa y el deseo.

Me dio una punzada de ternura y dolor verlo así.

Sin pensarlo demasiado, di un par de pasos hasta quedar justo detrás de él. Deslicé los brazos alrededor de su cintura con suavidad, apoyando la mejilla contra su espalda. Él se tensó al instante, sorprendido por el contacto.

—Oye… —susurré, dejando que mi voz se volviera un poco más baja, un poco más traviesa —Tú no eres el único con las hormonas alborotadas, ¿sabes?

Mientras lo decía, deslicé una mano por su abdomen, bajando apenas, acariciando su entrepierna. Sentí cómo su cuerpo se tensaba aún más bajo mis dedos, como si contuviera la respiración.

—Rose… —dijo mi nombre como una advertencia, pero su voz ya no sonaba molesta. Sonaba temblorosa.

—No estoy diciendo que lo hagamos aquí —añadí rápidamente, sonriendo contra su espalda —Solo que… no te castigues tanto por desearme. No estás solo en eso.

Lo sentí exhalar por la nariz, largo y contenido. Como si estuviera tratando de aferrarse al último gramo de autocontrol.

—Lo digo en serio —susurré —Si hubieras seguido, tal vez no te habría detenido…

—Rose —repitió, girando apenas el rostro hacia mí, con un tono que era mitad súplica, mitad rendición.

—Lo sé, lo sé —reí en voz baja —“Lugar público, cadáveres falsos, actores, hormonas”. Ya me sé la lista. —Me detuve un segundo, bajando un poco el tono —Pero no te odies por sentir. A mí también me cuesta… cuando estás tan cerca. Cuando me miras así.

Él finalmente se giró del todo. Quedamos tan cerca que nuestras frentes casi se rozaron. Sus ojos brillantes me atravesaron con esa intensidad suya que parecía encenderme por dentro.

—¿Prometes que vamos a continuar esto… en otro momento? —preguntó en voz baja, como si temiera romper el momento.

Sonreí, dejando que mis dedos rozaran los suyos.

—Lo prometo. En un lugar más apropiado. Con menos sangre falsa… y sin doctores zombies, si es posible.

Su cuerpo se relaja mientras él entrelazaba nuestros dedos, su mirada rojo intenso fijos en los mios. Me incliné un poco y añadí en susurros:

—Pero te advierto que sigues mirándome así, no sé cuánto tiempo voy a poder mantenerme cuerda.

Shadow dejó escapar una pequeña risa ronca. Esa que sólo escuchaba cuando bajaba la guardia.

—Entonces mejor salgamos de aquí antes de que uno de los dos haga una locura. —dijo, llevando sus manos a la cabeza, bajando la máscara para colocarla nuevamente sobre su rostro.

—Me parece una buena idea —dije, sonriendo buscando de nuevo su mano para entrelazar nuestros dedos. 

Con la llave en mano y su calor aún en mis labios, caminamos juntos hasta el final del pasillo, nuestras pisadas resonando suaves entre las paredes que parecían encogerse a nuestro paso.

Al llegar a la puerta cerrada, introduje la llave en el cerrojo, giré, y con un clic seco, seguido de un chirrido oxidado, anunció que la puerta cedía. El metal protestó como si llevase décadas sin abrirse, y un soplo de aire denso escapó de la abertura.

Del otro lado solo había oscuridad. No penumbra ni sombras. Una oscuridad total y silenciosa, como si el mundo se acabara tras el umbral.

Instintivamente, me aferré con fuerza al brazo de Shadow, sintiendo el músculo firme bajo mi palma enguantada.

—¿Listo? —murmuré, aunque mi voz apenas se escuchó.

Él asintió con un leve gesto y cruzamos juntos el umbral.

Apenas pusimos un pie dentro, la puerta detrás de nosotros se cerró de golpe con un estruendo metálico.

—¡Ah! —grité, saltando del susto mientras un espasmo de miedo me recorría el cuerpo.

Sin pensar, apreté con tanta fuerza el brazo de Shadow que sentí sus músculos tensarse bajo mis dedos.

—Tsk… —soltó un leve quejido, apenas un respiro contenido, pero suficiente para darme cuenta.

—¡Ay, perdón! —exclamé al instante, soltándolo de golpe —Lo siento, lo siento, últimamente he vuelto a ese mal hábito de... de apretar demasiado fuerte.

Me froté las manos, avergonzada, sin atreverme a mirarlo del todo.

—No me molesta —dijo él, con esa voz firme que siempre suena tan cierta, tan segura.

Una sonrisa pequeña se me escapó, justo en la comisura de los labios. Sentí un calorcito familiar en el pecho. Levanté mi vista para encontrar su rostro y pude ver los ojos carmesí de Shadow. Brillaban suavemente en medio de la oscuridad, como dos faros en la noche. Me relajé un poco, sonriendo con alivio. Siempre me pareció fascinante esa peculiaridad suya, y en este momento, me reconfortaba más que nunca.

Tanteé en la oscuridad, estirando la mano con cuidado hasta que volví a rozar su brazo, y esta vez lo tomé con más suavidad.

—Gracias —murmuré, casi como un secreto.

Avanzábamos por el pasillo desconocido, guiada solo por su presencia firme y por esos ojos encendidos como brasas. Cada paso que dábamos parecía hacer crujir el suelo bajo nuestros pies. La oscuridad era tan espesa que sentía que me envolvía como una manta húmeda, y de vez en cuando, ruidos apagados —un susurro, un golpe seco, un arrastre lejano— me hacían dar pequeños saltos del susto.

—¿Puedes ver algo? —pregunté en un susurro, aferrándome aún a su brazo.

Shadow entrecerró los ojos tras la máscara, escaneando la oscuridad con ese enfoque tan suyo, como si estuviera analizando el mismísimo aire.

—Hay cadáveres colgando del techo —respondió, con tono bajo, casi clínico —Utensilios… frascos rotos en el piso. Y algo escrito en las paredes, pero está tan distorsionado que no puedo leerlo.

Hizo una pausa, ladeando un poco la cabeza.

—Y veo una pareja más adelante.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Mi agarre en su brazo se hizo más firme sin querer.

—¿Están… vivos?

Shadow no respondió de inmediato. El silencio se volvió más denso, como si el aire mismo esperara con nosotros.

—Están disfrazados —murmuró por fin —Uno de policía. La otra… bombero. Son visitantes también.

Dejé escapar un suspiro de alivio que no sabía que estaba conteniendo.

—No te separes de mí —añadió, sin apartar la vista del frente.

Asentí, apretándome un poco más contra su brazo mientras avanzábamos. Shadow guiaba nuestros pasos con firmeza entre la penumbra, esquivando los cadáveres colgantes con una facilidad, yo en cambio, me aferraba a él con más fuerza de la que pensaba. Bajo nuestros pies, los frascos rotos y herramientas oxidadas crujían como huesos viejos quebrándose. Me ardían los nervios. No podía evitarlo.

Entonces, el silencio se rompió de golpe.

—¡¿Qué demonios es eso?! —gritó una voz masculina, temblorosa.

—¡Tiene ojos rojos! Por Gaia, tiene ojos rojos! —chilló una chica justo después.

—¡¡¡UN MONSTRUO DE OJOS ROJOS!!! ¡¡AAAHHH!!

Nos detuvimos en seco. Sentí cómo se me encogía el estómago y abrí los ojos de par en par, girándome hacia Shadow. Sus ojos, ese rojo incandescente tan suyo, brillaban con fuerza en medio de la oscuridad. Oh claro. Lo entendí de inmediato.

—¡Jeremy! ¿¡Adónde vas!? ¡¡No me dejes sola!! ¡¡Jeremy!!

Escuché el golpe sordo de alguien cayendo, seguido por pasos alejándose a toda velocidad. Me llevé una mano a la boca, horrorizada. La habían abandonado. A su suerte. Así, sin más.

Tragué saliva, sintiendo una punzada de rabia por esa cobardía, separé mis manos del brazo de Shadow y di un paso hacia donde provenía la voz de la chica. Hablé con la mayor suavidad que pude.

—¿Estás bien?

—¡No, no estoy bien! —soltó entre sollozos la voz desde la oscuridad —¡Mi exnovio acaba de abandonarme en medio de este maldito lugar!

¿Ex?, pensé con una ceja alzada. Bueno, eso fue rápido. Supongo que ahí murió esa relación.

—¿Ustedes… son parte del staff? ¿O también están atrapados aquí? —preguntó luego, su voz aún vibrando de miedo.

—Visitantes, igual que tú —respondí con una pequeña sonrisa, aunque todavía no podía verla del todo.

Escuché un crujido suave; probablemente se estaba incorporando. Respiraba agitada, como si hubiera corrido una maratón.

—Pues qué buen disfraz —murmuró al acercarse un poco más —¿Son luces LED o algo así?

Me giré para ver los ojos de Shadow, que seguían ardiendo como carbones encendidos. Solté una risita, breve pero genuina.

—Algo así —alcancé a decir… y en ese instante, una luz roja intensa se encendió de golpe a lo largo del pasillo, como si se hubiera activado un sistema de emergencia.

Me quedé helada.

Los cadáveres colgantes se volvieron visibles de pronto, revelados por la nueva iluminación. Todos llevaban batas de pacientes manchadas, y todos mostraban signos grotescos: algunos sin brazos, otros con los abdómenes abiertos, los órganos colgando hacia fuera como si alguien los hubiese estado examinando… o desechando.

Tragué saliva con fuerza. El olor a óxido, sangre falsa y algo podrido se volvió más intenso, más real.

Y en las paredes, escrito una y otra vez con pintura roja —aunque parecía cualquier cosa menos pintura— aparecían las mismas palabras, repetidas sin descanso:

NO HAY ESCAPATORIA.

NO HAY ESCAPATORIA.

NO HAY ESCAPATORIA.

Cada frase más distorsionada, más temblorosa que la anterior, como si las hubiera escrito alguien al borde de la locura. O en medio de ella.

Sentí un nudo duro y pesado apretarse en mi estómago.

—Shadow… —murmuré, apenas un susurro —Esto es demasiado espeluznante.

La chica soltó una risa nerviosa.

—Ok… esto está demasiado bien hecho. Si querían asustar a alguien hasta el alma, lo lograron.

Me froté los brazos con las manos, tratando de calmar el temblor que recorría mi pelaje erizado. Respiré hondo y me forcé a seguir hablando.

—¿Cómo te llamas? —pregunté, todavía sin poder verla con claridad entre las sombras.

—Reina —respondió, con un tono un poco más firme, como si nombrarse la ayudara a reconstruirse —Y el cobarde que salió corriendo era Jeremy. Mi exnovio oficial a partir de esta noche, gracias a ustedes por presenciar la ruptura.

—Lo sentimos —dije con una sonrisa débil.

—No puedo creerlo… —resopló ella— Años juntos y bastaron unos ojos rojos para que me dejara tirada como una muñeca vieja. Que se pudra.

Al oír eso, miré a Shadow de reojo. Sus ojos brillaban con más intensidad ahora que las luces rojas bañaban todo. Lo imaginé mirándose en un espejo, preguntándose si también habría espantado a alguien así en el pasado. Su expresión era ilegible.

—No estás sola, Reina —le aseguré, con más convicción —Si quieres, puedes quedarte con nosotros hasta que encontremos la salida.

—¿Con ustedes? —repitió, y finalmente dio un paso adelante.

Por fin pude verla bien. Era una ozelote, de pelaje corto y moteado, con un disfraz de bombera: chaqueta roja, botas pesadas, el casco en la mano… y maquillaje corrido por las lágrimas. Su expresión era una mezcla de alivio, confusión y algo de fascinación.

—Qué bonito combo —comentó, mirándonos, colocando su casco de bombero sobre la cabeza —Un ángel y un demonio.

—Gracias —respondí, sonriendo —Me llamo Amy. Y él es Shadow. Un gusto.

Ella parpadeó. Su boca se entreabrió, y luego soltó un pequeño grito ahogado.

—¡¿Espera, espera, espera… Amy Rose y Shadow ?! ¿La pareja del momento?! ¡Oh por Gaia!

Yo solo solté una risita nerviosa, mientras buscaba la mano de Shadow, entrelazando nuestros dedos. Él, por su parte, murmuró algo que sonó sospechosamente parecido a “esto se va a poner peor”.

—Vamos... —dijo Shadow finalmente, mientras me daba un suave apretón a mi mano. 

Avanzó en silencio por el pasillo, entre las camillas sangrientas y los cadáveres colgantes, guiándonos como si ya supiera el camino. Lo seguí de cerca, y Reina justo detrás de mí. Mientras caminábamos, las luces rojas parpadearon una vez… dos veces… luego se apagaron de golpe, devolviéndonos a la oscuridad.

Y entonces, algo se arrastró cerca del suelo, justo detrás de nosotros. Un gruñido gutural, . bajo, húmedo…. Seguido de pasos arrastrados lentos y pesados.

Nos detuvimos al instante, como si un instinto ancestral nos dijera que algo venía por nosotros. Volteamos al unísono hacia el final del pasillo, justo de donde habíamos venido.

Y entonces las luces parpadearon… una, dos, tres veces… y se encendieron por completo.

Del fondo del pasillo emergía una horda de figuras: doctores y enfermeras, sus batas empapadas de sangre, sus rostros demacrados y ojos en blanco. Algunos tenían jeringas clavadas en los brazos, otros arrastraban bisturís oxidados. Corrían todos directo hacia nosotros.

—¡AAAAAH! —gritamos Reina y yo al mismo tiempo, nuestras voces rebotando por las paredes del pasillo como un eco de puro pánico.

Detrás de nosotros, las figuras zombies avanzaban con torpeza aterradora. Sus ojos vacíos parecían fijos en nosotras. Al frente, el pasillo se estrechaba, oscuro y húmedo, sin una salida clara.

A mi lado, escuché a Shadow inhalar bruscamente por la nariz. Fue un sonido bajo, controlado, pero cargado de tensión. Solo esa respiración repentina, como si el susto le hubiera cortado el aliento por un instante.

Sus hombros se tensaron. Lo vi quedarse quieto, su mirada fija, congelado por una fracción de segundo. Su cuerpo, siempre alerta, parecía detenido entre el impulso de atacar y la duda.

—¡Shadow! —exclamé, girándome hacia él.

No lo pensé dos veces. Me abalancé hacia él y lo tomé del brazo con fuerza.

—¡Vamos! —le exigí, tirando de él, obligándolo a mirarme —¡Nos tenemos que mover, ahora!

Sus ojos parpadearon. Una, dos veces. Luego se enfocaron en mí y reaccionó, como si algo se encendiera en su interior.

—¡Sí! ¡Sí, vamos! ¡VAMOS! —dijo, con una mezcla de urgencia y rabia, sacudiéndose el letargo.

Los tres salimos corriendo, Reina adelante sin mirar atrás, su disfraz de bombero ondeando con cada zancada, el casco rojo apenas aferrado a su cabeza. Shadow tomó la retaguardia, corriendo justo detrás de mí, girando la cabeza cada pocos segundos para asegurarse de que los zombis no nos alcanzaran.

Los gritos y gruñidos nos perseguían, cada vez más cerca, cada vez más fuertes. El sonido de pisadas golpeando el suelo húmedo resonaba con eco por todo el corredor, como una jauría de horrores corriendo justo detrás de nosotros.

—¡Corre, Amy! ¡Más rápido! —gritó Reina desde adelante.

—¡Estoy tratando! —dije entre jadeos.

El pasillo parecía alargarse con cada paso, como si nos arrastrara en una pesadilla sin fin. Esquivábamos camillas volcadas, frascos rotos que crujían bajo los pies y cadáveres colgantes que se balanceaban desde el techo, rozándonos la cara con dedos helados y rígidos. El corazón me martillaba en el pecho. Sentía el sudor mezclarse con el maquillaje, la tiara inclinarse peligrosamente hacia un lado, y mi respiración era un jadeo ansioso que me quemaba la garganta.

Entonces pasó.

 Mi pie pisó algo húmedo—un charco oscuro que no vi venir—y resbalé. El mundo se inclinó bruscamente y caí de rodillas con un golpe seco que me sacudió los huesos y me hizo ver chispas.

—¡Ahh! —grité, más por la sorpresa que por el dolor.

El sonido de mis pasos cesando hizo eco entre los gruñidos. Shadow, que venía justo detrás, se detuvo de inmediato.

—¡Rose! —exclamó, su voz cortante como un disparo. En un solo movimiento se giró hacia mí.

Antes de que pudiera incorporarme, una sombra cálida me envolvió. Shadow se agachó y me alzó en brazos con esa fuerza suya, rápida y segura, sin perder ni un segundo. Sus movimientos eran precisos, su cuerpo un escudo viviente. Me aferré a su cuello con fuerza, instintivamente, y sentí el calor de su pecho contra el frío pegajoso de mi piel húmeda por el sudor.

—Te tengo —murmuró con firmeza, sin dejar de moverse.

Volvió a correr, cargándome sin esfuerzo, y detrás de nosotros el eco de los gruñidos crecía, como si la oscuridad misma nos estuviera cazando. Cada zancada retumbaba bajo sus zapatos, cada respiro era un reloj que marcaba segundos robados al peligro.

Entonces la vi.

—¡Allí! —grité, señalando una puerta grande y metálica al final del pasillo, entreabierta como una salvación que apenas nos esperaba.

Reina llegó primero. Sin perder tiempo, empujó la puerta de golpe, cruzamos el umbral y ella la cerró con fuerza, girando el seguro con un clack metálico que resonó como un suspiro de alivio.

El silencio cayó de golpe, apenas roto por nuestras respiraciones agitadas.

Al mirar alrededor, descubrimos que estábamos en una especie de descanso entre escaleras: una bajaba, la otra subía, ambas envueltas en penumbra.

Entonces, desde las escaleras que descendían, se asomó una cabeza. Un ocelote vestido de policía, con orejas bajas y expresión de alivio.

—Reina… ¿estás bien?

Ella se giró al oír su voz, lo miró un segundo... y luego avanzó hacia él sin detenerse. Levantó una mano y le estampó una bofetada seca en la mejilla —el sonido rebotó por la escalera como un latigazo— y luego señaló hacia nosotros con rabia encendida.

—¿Ves eso? ¡Eso es lo que tenías que hacer! ¡Eso es lo que hace un hombre de verdad, maldito cobarde!

—Pero Reina… —murmuró el ocelote —¡Es una casa del terror... no es real...

—¡Y aún así saliste corriendo! —le interrumpió —¡Me dejaste sola! ¡Terminamos, Jeremy! ¡No me vuelvas a hablar en tu vida!

Sin darle oportunidad a replicar, Reina giró sobre sus talones y empezó a bajar las escaleras, su cola temblando de rabia. Jeremy titubeó, murmuró algo que no entendí... y fue detrás de ella.

Shadow y yo nos miramos. No dijimos nada, pero ambos compartimos la misma sensación: una punzada de vergüenza ajena. Esa clase de discusión era tan privada que estar ahí, en medio de todo, me hizo sentir como una intrusa. 

 Él me sostuvo un momento más y luego, con cuidado, me bajó al suelo. Me agaché un poco y me miré las medias: tenían varias manchas rojas, como salpicaduras. No le di demasiada importancia.. 

Volví la vista a las escaleras. Una iba hacia arriba, la otra hacia abajo. Y aunque la lógica me decía que debíamos seguirlos, la idea de escuchar su pelea durante todo el camino me revolvía el estómago.

Me giré hacia Shadow y le susurré:

—No quiero seguirlos. Ya tuve suficiente drama por un rato.

—¿Arriba entonces? —preguntó él.

Asentí.

—Arriba.

Subimos las escaleras en silencio, solo interrumpido por el eco de nuestros pasos sobre los peldaños metálicos. Cada tramo se sentía más largo que el anterior, como si la casa se burlara de nosotros, estirando sus entrañas a propósito.

Encontramos la primera puerta al llegar al siguiente piso. Shadow intentó abrirla, pero estaba cerrada. Probó con un leve empujón, luego con más fuerza, pero nada.

—Cerrada —dijo, y siguió subiendo sin perder tiempo.

—Bueno... tal vez la siguiente —murmuré, siguiéndolo de cerca.

La segunda puerta tampoco cedió. Ni un centímetro.

—¿De verdad hay algo arriba? —pregunté con una risa nerviosa, pero Shadow no respondió, simplemente continuó subiendo. Yo apreté el paso para no quedarme atrás.

Tercer nivel. Cuarta puerta. Nada.

Ya había empezado a sentir cómo el cansancio me pesaba en las piernas cuando por fin, al final de las escaleras, encontramos una última puerta. Shadow la empujó, y esta vez se abrió con un chirrido largo, como un suspiro contenido.

Salimos al exterior.

Era el tejado del edificio, rodeado por una malla metálica alta que se extendía alrededor como una jaula. La noche se sentía más viva allá arriba: el viento era fuerte y despeinaba mis rizos, y desde esa altura, podíamos ver parte del festival, sus luces lejanas titilando como luciérnagas en la oscuridad.

—¿Esto también es parte del recorrido? —pregunté, entrecerrando los ojos ante el viento.

Shadow escaneó el lugar con la mirada. Sus ojos rojos se reflejaban contra la malla metálica.

—No lo sé. Pero no hay nadie aquí.

Di unos pasos hacia adelante y respiré hondo el aire fresco otoñal.

—Por lo menos no hay zombis —dije con una sonrisa.

Shadow se acercó a mí en silencio, sus ojos rojos brillando suavemente bajo la luz de la luna. El viento jugaba con mi cabello, alborotándolo como si intentara llevárselo. Él alzó una mano y apartó con cuidado los mechones que me cubrían el rostro, y sus dedos se quedaron ahí, entre mis rizos, hundiéndose con ternura en mi cabello. Sentí cómo su mano se deslizaba con suavidad, acariciando mi cabeza en una caricia cálida y deliciosa.

Sus propias púas se mecían con el viento nocturno, y su gabardina ondeaba detrás de él como una bandera roja en medio de la oscuridad.

Mi vestido blanco, manchado ya de pintura y polvo, se agitaba con fuerza. La escena tenía algo irreal. Como si estuviéramos en la cima del mundo, solos por un instante.

Llevé mis manos a los pliegues de su gabardina y le pregunté, con un hilo de voz:

—¿Qué hacemos ahora?

Él no respondió de inmediato, solo bajó la mirada hacia mí, pensativo, con ese aire serio que hacía querer besarlo.

—Bajar, supongo —dijo al fin, sin apartar sus ojos de los míos.

Fruncí el ceño, aún sosteniéndome de su ropa.

—¿Pero por qué harían dos caminos? Uno hacia arriba… otro hacia abajo. ¿Qué sentido tiene?

No tuvo tiempo de contestar.

Un crujido metálico nos hizo girar al mismo tiempo. La puerta que habíamos cruzado se abrió de golpe, como si una ráfaga de viento la hubiera empujado… pero no era el viento.

Una horda de doctores y enfermeras zombis comenzó a llenar el umbral, tambaleándose con rapidez. Sus uniformes estaban manchados con lo que parecía sangre seca, sus ojos eran opacos, como vidrio sucio, y sus movimientos eran erráticos, pero decididos. Algunos aún llevaban bisturís colgando de los bolsillos; otros arrastraban instrumentos médicos oxidados por el suelo, dejando un chirrido insoportable en el aire. Avanzaban sin detenerse, como si supieran exactamente dónde estábamos.

Retrocedimos por instinto, nuestras espaldas chocaron con la malla metálica que bordeaba el tejado. Sentí cómo el frío del metal traspasaba mi ropa, pero era insignificante comparado con el hielo que me llenó los dedos al ver cómo se acercaban.

—¡Es una trampa! —grité, aferrándome con fuerza al brazo de Shadow —¡Es nuestro fin!

Pero él no respondió.

Lo miré.

Shadow estaba completamente quieto. Era como si su mente estuviera atrapada en otro lugar. Sus ojos fijos en los zombis, su cuerpo tenso. Como si algo invisible lo sujetara desde dentro.

—¡Shadow! —lo llamé, con urgencia —¡Shadow, dime qué vamos a hacer!

Seguía sin moverse.

Tragué saliva, mi corazón retumbando en mis oídos como un tambor de guerra. Alcé una mano y lo toqué en el pecho, justo sobre su mechón blanco.

—¡Shadow! —dije, más firme esta vez.

Parpadeó.

Su mirada se enfocó. Su respiración, que había quedado en pausa, volvió de golpe. Luego negó con la cabeza, su expresión recuperando esa calma férrea que solo él sabía mantener incluso en medio del caos.

—Nos vamos de aquí —dijo Shadow con voz firme, baja, pero definitiva.

Y entonces, lo vi hacer algo nunca había presenciado tan cerca.

Sus alas comenzaron a desplegarse.

Fue como ver a la oscuridad misma cobrar forma. Crecieron con un movimiento poderoso, expandiéndose de golpe como una sombra viva. Eran grandes, imponentes, negras con vetas rojas que brillaban con un resplandor tenue y siniestro. El viento nocturno las levantó con violencia, agitándolas como si fueran velas negras encendidas por la tormenta.

Antes de que pudiera siquiera articular una palabra, ya me había tomado entre sus brazos. No hubo duda ni titubeo. Sus movimientos fueron precisos, llenos de esa fuerza tranquila que me hacía sentir que, mientras estuviera con él, nada podría alcanzarme.

—Sujétate —me susurró.

Con un salto firme, Shadow se elevó del tejado con un poderoso aleteo, dejando atrás a los zombis que levantaban sus manos hacia nosotros desde el borde. El viento rugió a nuestro alrededor mientras volábamos hacia al cielo y yo cerré los ojos por un segundo, sintiendo cómo mi corazón latía desbocado contra su pecho.

—No sabía que podías volar —dije, alzando la voz para que me escuchara por encima del viento.

Shadow no respondió de inmediato. Sentí cómo sus brazos me sostenían con firmeza, seguros, y cómo sus alas batían con potencia mientras ascendíamos en el cielo nocturno. Entonces, su voz grave llegó a mi oído:

—¿Qué te he dicho?

Sonreí, divertida, dejando que mi frente se apoyara suavemente en su hombro.

—Qué puedes hacer muchas cosas —respondí, sintiéndome pequeña y segura a la vez.

El viento jugueteaba con mi cabello, levantando los mechones como si danzaran alrededor de mi rostro. Mi vestido flotaba a nuestro alrededor como una nube blanca, moviéndose con gracia entre las ráfagas heladas del cielo. Respiré hondo. El aire allá arriba era distinto… más limpio, más frío… más libre.

Alcé la vista.

El cielo se extendía infinito sobre nosotros, profundo y tachonado de estrellas. La luna brillaba redonda y pálida, pero rota —aún con esa enorme cicatriz que cruzaba su superficie desde hace tantos años. A un lado de ella, casi como un guiño fantasmal, flotaba la estación espacial ARK, reflejando una tenue luz plateada.

Bajé la mirada entonces.

Debajo de nosotros, la ciudad se desplegaba como un mapa vivo. Las luces naranjas del festival llenaban las calles como luciérnagas organizadas. Desde esa altura, las personas parecían hormigas disfrazadas, caminando entre los puestos y los faroles con forma de ojos brillantes decoraban cada rincón de la ciudad. 

Eventualmente comenzamos a descender. El viento seguía silbando a nuestro alrededor, pero ya no era el mismo del cielo abierto. Ahora traía consigo los aromas del festival: palomitas, pan de calabaza, azúcar y el sonido lejano de risas y música.

Aterrizamos suavemente en medio de la plaza, justo donde estaba instalado el puesto temporal de Neo G.U.N. Las luces blancas del módulo contrastaban con las linternas naranjas del festival, y varios agentes uniformados se movían entre computadoras portátiles, cajas de equipo y pantallas de vigilancia.

Shadow me bajó al suelo con cuidado, como si aún quedara algo de esa ligereza aérea en su tacto. Sentí sus manos firmes soltarme con delicadeza, y sus alas —aún extendidas por un momento— comenzaron a encogerse lentamente hasta volver a fundirse con su espalda, integrándose otra vez como parte de su disfraz demoníaco.

Llevé las manos a mi cabello, que se había despeinado un poco durante el vuelo. Me peiné con los dedos, intentando ordenar los mechones rebeldes, y luego acomodé mi tiara torcida. El halo dorado sobre mi cabeza se balanceó antes de quedar fijo otra vez.

—Gracias por el aterrizaje de emergencia —le dije con una media sonrisa, aún sin aliento del todo.

Él solo asintió, sus ojos rojos brillando bajo la luz artificial del puesto. 

—Eso fue bastante divertido —dije con una sonrisa que no podía ocultar —No esperaba terminar una casa embrujada… volando por los cielos.

Shadow cruzó los brazos, su mirada fija en el edificio del que habíamos escapado..

—Se suponía que al final nos darían un llavero por completar el recorrido —dijo con voz tranquila, casi divertida —Pero parece que nos lo perderemos.

Me llevé una mano al pecho con fingida exageración.

—¡¿Qué?! ¡No, yo lo quería! —protesté con una risa auténtica, girándome hacia él.

Shadow soltó un resoplido suave, con algo que se parecía mucho a una risa escondida en su voz.

—Podemos volver.

Solté una carcajada, sacudiendo la cabeza mientras me abrazaba a mí misma, como si así pudiera contener la adrenalina que aún me recorría el cuerpo.

—No, ya tuve suficientes sustos por esta noche, gracias —dije entre risas, aún con el corazón acelerado —Además, tengo otras cosas que prefiero hacer ahora mismo.

Me acomodé la falda, sacudiendo el polvo que se había quedado pegado a la tela mientras pasaba la mano con suavidad por encima.  Mis dedos rozaron unas manchas rojas en el dobladillo y bajé la mirada a mis medias, también salpicadas. Suspiré con una sonrisa irónica

—Cada vez parezco más un ángel caído que uno celestial —murmuré para mí misma, mientras intentaba limpiar un poco con la mano.

Al enderezarme, mis ojos se posaron en Shadow. Su figura recortada contra el resplandor tenue del festival era tan imponente como familiar. Sus alas se mecían suavemente con la brisa nocturna. Me acerqué y, con curiosidad, llevé mis manos a una de ellas. La toqué con cuidado, sintiendo la textura viva, tensa y suave al mismo tiempo. Me recordaban sus tentáculos cuando se había transformado en un pulpo gigante. 

—Me recuerdan a tus tentáculos… —dije en voz baja, trazando con los dedos la forma curva del ala— ¿Por qué no las usas más seguido?

—Gastan mucha energía —respondió sin rodeos, como si no valiera la pena entrar en detalles.

Llevé mis dedos a la punta de una de las alas, la parte roja y afilada. Su forma era elegante, casi como la de una joya sin pulir. La toqué con cuidado, sintiendo el calor latente en ella.

—No tenías que usarlas solo para el disfraz… —dije con voz más baja, algo triste —Si te cansan… podrías haber comprado unas de utilería, como las mías.

Shadow soltó un leve suspiro, no de molestia, más bien de resignación.

—Rouge me acompañó a una tienda de disfraces —dijo, bajando un poco la mirada, casi como si recordara algo incómodo —Pero ninguna me convenció… eran demasiado falsas, demasiado brillantes, o simplemente ridículas. Así que decidí usar las mías.

Me miró entonces, directamente. Su mirada tenía esa firmeza que siempre me desarmaba.

—Además, no me canso tanto si solo están quietas —añadió, como si intentara tranquilizarme.

Lo observé en silencio un momento, bajando lentamente la mano.

—¿De verdad? —pregunté, todavía con algo de preocupación en la voz.

—De verdad —repitió, con un tono más suave —No tienes nada de qué preocuparte, Rose.

—Digamos que te creo —murmuré, apenas alzando las cejas con una sonrisa ligera mientras bajé la mirada hacia mi bolso.

Busqué mi celular y encendí la pantalla. La hora brilló sobre mi rostro, y con ella, una chispa de emoción me recorrió el cuerpo.

—¡Ya casi empieza el desfile de faroles! —exclamé, más animada, y guardé el celular de inmediato con torpeza apurada.

Entonces tomé su mano sin pensarlo mucho, entrelazando nuestros dedos con naturalidad.  Su guante era firme, su palma cálida. Me aferré con una mezcla de entusiasmo y cariño, como quien se asegura de no perderse en medio de una multitud.

—Vamos, no quiero perdérmelo —dije con una sonrisa amplia, mirándolo de reojo mientras tiraba suavemente de su brazo.

Él no dijo nada, pero su mirada se suavizó un poco. Lo suficiente para saber que me seguiría a donde fuera.

Avanzamos por las calles iluminadas, nuestras manos unidas. Los faroles colgaban de cables sobre nuestras cabezas como estrellas artificiales, y las sombras de las decoraciones otoñales bailaban con cada brisa. El sonido del festival nos envolvía poco a poco: música suave de flautas, tambores rítmicos, el murmullo de multitudes contentas.

Finalmente, llegamos a una avenida más amplia.

Una procesión interminable de niños disfrazados marchaba con paso lento, solemne, pero con ojos llenos de asombro. Llevaban faroles de papel que brillaban en tonos dorados, naranjas, rojos y verdes. Algunos tenían forma de calabazas sonrientes, otros eran criaturas del bosque con ojos grandes, y otros simplemente parecían flamas con rostros. Era como ver un río de luz fluyendo suavemente sobre el asfalto.

Levanté la vista y vi Mobians alados planeando por encima de la calle, flotando como espíritus curiosos que observaban la tierra. Algunos se habían subido a árboles o postes de luz. Otros, más pequeños, estaban sobre los hombros de alguien más, riendo y señalando con emoción cada nuevo farol que pasaba.

Miré a mi alrededor y, por un instante, me sentí parte de algo mucho más grande que yo. Como si estuviera envuelta en un tapiz antiguo, tejido con hilos de tradición, de magia, de recuerdos que no eran míos pero que, esta noche, podía reclamar como propios. El desfile de faroles se deslizaba por la calle como un río de luces flotantes, marcando el regreso simbólico de los espíritus a casa. 

Me aferré al brazo de Shadow, rodeándolo con los míos y apoyando la cabeza en su hombro. Desde nuestro lugar en la acera, observábamos en silencio cómo pasaba la procesión: niños disfrazados, máscaras brillando bajo las linternas, y los ecos suaves de tambores y flautas envolviéndolo todo en una melodía antigua.

Entre los niños, distinguí a algunos de los hijos tigres de Axel, marchando con paso decidido y faroles rojos con rayas negras entre sus pequeñas manos. Cuando sus ojos detectaron la figura inconfundible de Shadow en medio de la multitud, se enderezaron al instante y alzaron la mano en un saludo marcial. Parecían pequeños soldados en miniatura, obedeciendo a un comandante al que admiraban profundamente.

No pude evitar reírme.

—Tus fans —le susurré, divertida.

Las luces temblaban con el viento suave, y los rostros de los niños brillaban a la luz cálida de las linternas como si todos fuéramos parte de un sueño. Todo parecía suspendido en un instante mágico, fuera del tiempo.

Apreté con un poco más de fuerza la mano de Shadow y, poniéndome de puntillas, me acerqué a su oído.

—¿Sabías que hay un rumor…? —le susurré, dibujando una sonrisa en mis labios —Que si besas a tu pareja durante el desfile de faroles, estarán juntos por siempre.

Él giró apenas la cabeza hacia mí, lo suficiente para que nuestras miradas se cruzaran bajo el resplandor ámbar de las linternas. 

—¿Y por qué habría un rumor así? —preguntó, con ese tono seco pero levemente burlón que usaba cuando algo lo divertía, aunque no quisiera admitirlo.

Me encogí de hombros, jugando con la idea como si no me importara… aunque cada latido me delataba.

—No lo sé. Supongo que a la gente le gusta encontrar excusas para besarse. Especialmente cuando hay magia en el aire.

Lo oí exhalar suave. Luego, sin apartar la mirada de mí, llevó una mano a la máscara y se la quitó con lentitud, apoyandola sobre su cabeza, dejando su rostro al descubierto. La luz de los faroles lo envolvía con una calidez casi sagrada: sus ojos carmesí, la firmeza de su expresión… y sin embargo, en su mirada había una ternura que solo yo conocía.

—Yo no necesito una excusa para besarte —dijo, con voz baja y directa, como si esa fuera la única verdad necesaria esta noche.

Sentí que el corazón se me apretaba dulcemente en el pecho. Sonreí, incapaz de contenerlo, y cerré los ojos mientras me inclinaba hacia él. Sentí el calor de su aliento, la cercanía de sus labios…

Y justo cuando el mundo parecía reducirse a ese solo instante, algo interrumpió la perfección.

Una figura comenzó a moverse con rapidez entre la multitud, apartando a la gente con cuidado, pero con una urgencia evidente. Al principio no distinguí quién era, pero al pasar cerca de nosotros, la reconocí al instante: Cream. Llevaba su disfraz de vampira, cargando a Cheese entre sus brazos. Nuestras miradas se cruzaron por un instante, y pude ver su rostro sonrojado y visiblemente incómodo.

—¿Cream? —murmuré, siguiéndola con la mirada. Pero ella no se detuvo; al contrario, apretó el paso entre la gente como si quisiera desaparecer.

Entonces escuchamos una voz desde arriba:

—¡Cream, espera!

Alcé la vista y vi a Charmy volando sobre nosotros, su bufanda de aviador blanca ondeando con cada batido de alas. Se notaba que hacía un esfuerzo por alcanzarla, pero ella ni siquiera miró hacia atrás.

Giré hacia Shadow, y no hizo falta decir nada. Con un leve movimiento de cabeza, él ya había entendido. Empezó a abrir camino entre la gente, empujando suavemente con su cuerpo, y yo me mantuve pegada a su lado. 

Finalmente logramos salir de la multitud y los encontramos a unos metros. Cream y Charmy estaban de pie, frente a frente, hablando. No podía escuchar lo que decían por el estruendo de la banda musical que pasaba, pero el lenguaje corporal de ambos lo decía todo: posturas tensas, miradas esquivas, manos inquietas.

Vi cómo Cream bajaba la cabeza y se inclinaba ligeramente, en lo que parecía una disculpa. Luego se giró y se marchó, alejándose con Cheese en brazos. Charmy no la siguió. Solo se quedó allí un momento, con la mirada baja, sus alas plegadas a la espalda, como si pesaran demasiado.

Quise ir tras ella, pero en ese momento noté que Sonic y Tails ya se habían cruzado con Cream más adelante y habían comenzado a hablar con ella. Cream asintió suavemente ante algo que le decía Tails, sin detenerse mucho.

Charmy, por su parte, sacó su celular con una expresión apagada. Sus alas se desplegaron con pereza y comenzó a elevarse lentamente en el aire, alejándose del lugar sin mirar atrás.

Mi mirada se cruzó brevemente con la de Sonic, quien me dedicó una gran sonrisa y formó un corazón con las manos. Como si dijera "todo estará bien"… o quizás simplemente bromeando como de costumbre.

Me eché a reír, sacudida por el gesto tan típicamente suyo. Pero cuando miré de reojo, vi a Shadow levantando una ceja y devolviendo el saludo… con una seña bastante grosera.

—¡Shadow! —susurré entre risas, dándole un golpecito suave en el brazo, divertida— ¡Niños presentes!

Él solo alzó una ceja con su típica expresión imperturbable.

Volví a mirar a Cream, con preocupación mientras Sonic y Tails la acompañaban, alejándola con cuidado del lugar. Parecían estar hablando con suavidad, intentando calmarla o simplemente hacerla sentir acompañada.

—Está con ellos… —dije en voz baja, aunque mi mirada seguía fija en su silueta —Pero debería hablar con ella después.

Shadow, aún a mi lado, frunció ligeramente el ceño.

—¿Qué pudo haber sucedido?

Negué despacio con la cabeza, sintiendo un nudo pequeño en el pecho.

—No lo sé… —susurré —Parecía que estaban teniendo una bonita cita hasta ahora.

Él alzó una ceja con curiosidad.

—¿Una cita?

—Sí —respondí con una pequeña sonrisa melancólica —Están en esa edad. Hace nada eran unos niños… y ahora, míralos. Ya casi son adultos. El tiempo vuela tan rápido que a veces da vértigo.

Shadow asintió despacio, mirándome con atención.

—Si realmente estás preocupada por ella, podemos seguirlos.

Me mordí el labio inferior, dudando. No quería invadir su espacio, pero algo en mí insistía en no dejarlo pasar. Levanté la vista hacia la dirección en la que habían desaparecido y asentí con decisión.

—Vamos —le dije, y tomé su mano con fuerza renovada.

Comenzamos a caminar juntos, en silencio, cuando de pronto sentí una vibración dentro de mi bolso. Me detuve en seco y llevé las manos a buscar el celular, con el corazón latiendo un poco más rápido.

Era un mensaje de Cream.

Cream: Estoy bien. No te preocupes. Disfruta tu cita con el Señor Shadow.

Leí su mensaje una, dos veces, frunciendo el ceño con preocupación. Empecé a escribir de inmediato.

Yo: No parecías estar bien. ¿Qué pasó? ¿Necesitas hablar?

Pasaron unos momentos de silencio. Finalmente, la respuesta llegó.

Cream: Quiero hablar mañana.

Guardé el teléfono con cuidado y solté un suspiro. Me apoyé brevemente en el brazo de Shadow, buscando en su cercanía algo de calma.

—Bueno… al menos quiere hablar —le dije, medio para mí misma —Eso ya es algo.

Shadow no dijo nada. Solo apretó suavemente mi mano, como recordándome que estaba ahí, conmigo. 

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Shadow, con la voz más suave de lo usual —¿Quieres seguir viendo el desfile?

Me quedé pensando. Miré hacia la multitud, aún brillante y colorida, pero mucho más densa. Antes teníamos una vista perfecta del desfile de faroles… ahora, encontrar ese lugar otra vez sería casi imposible. Di un par de pasos hacia la multitud, moviéndome de un lado a otro,  buscando un espacio libre con la mirada, y fue entonces que la vi.

Sentada sobre la rama baja de un árbol, mirando con atención el desfile, estaba Iris, la pantera negra del equipo de Shadow., con su uniforme impecable. Su cola colgaba relajada mientras su mirada se perdía entre las linternas flotantes.

Shadow también la notó y, sin decir palabra, empezó a caminar hacia el árbol. Lo seguí sin cuestionarlo.

—Iris —llamó con voz firme.

Ella reaccionó de inmediato, como si su nombre la hubiese arrancado de algún pensamiento secreto. Bajó con agilidad felina de la rama y se plantó frente a nosotros, algo tensa, como si la hubieran descubierto en plena travesura.

—Comandante —dijo, haciendo una media sonrisa mientras su mirada se deslizaba hacia la máscara en la cabeza de Shadow— Veo que se compró una máscara para su disfraz.

Shadow cruzó los brazos, sin devolverle la sonrisa.

—Iris, este no es tu sector.

—Lo sé —respondió ella, encogiéndose un poco de hombros— Hice un pequeño intercambio con Travis. Estoy vigilando el desfile y los alrededores.

Shadow se llevó una mano a la sien suspirando como si ya hubiese visto venir todo eso.

—Te asigné otra zona justamente porque sabía que te ibas a distraer con el desfile.

Iris se cruzó de brazos, ladeando la cabeza con un gesto casi infantil.

—No puedo evitarlo… solo míralos —dijo, señalando hacia la avenida— Se ven adorables con sus disfraces, llevando sus faroles. ¿Cómo se supone que no me distraiga con eso?

No pude evitar sonreír. Aunque Iris intentaba mantener una actitud profesional, había algo genuino en su expresión. Esa clase de dulzura que a veces se esconde detrás de los uniformes y los rangos.

—Te gustan mucho los niños, ¿verdad?

Ella me miró de reojo, sin ocultarlo.

—Los amo. Son tan chiquitos, con esos ojos grandes y esas manitas suaves… podría abrazarlos todo el día.

—¿Y nunca has pensado en tener uno propio? —pregunté con una sonrisa curiosa.

Su expresión se suavizó, pero también se volvió un poco triste.

—Sí… siempre ha sido mi sueño. Pero… —suspiró, mirando hacia la multitud con un dejo de resignación —no me gustan los machos.

Dicho así, tan directo, me tomó por sorpresa.

—Escuché que los humanos tenían clínicas para eso —continuó—, donde las mujeres podían embarazarse usando donantes. Pero nosotras… —hizo una pausa —nuestra biología no lo permite. Para concebir tendría que entrar en celo en primavera… y solo la idea de que un macho me marque me da escalofríos. Eugh.

Solté una risa suave por su expresión, pero la miré con comprensión.

—Bueno… podrías intentarlo como lo hacían los humanos. Encontrar a alguien que te dé su... ya sabes —hice un gesto con las manos, algo incómoda— y tratar de embarazarte fuera de temporada. No es imposible.

Iris alzó una ceja, escéptica pero no del todo cerrada a la idea.

—¿La probabilidad no es super minima? —dijo, pensativa —Tendría que ser un bebé milagroso.

Shadow, que había estado escuchando en silencio, intervino con su voz firme:

—Y tendrías que solicitar la ayuda de un pantera negra.

Iris lo miró sorprendida, y luego esbozó una sonrisa juguetona:

—Comandante… no sabía que eras un purista.

Shadow entrecerró los ojos, claramente molesto por la insinuación.

—No lo soy —respondió, tajante. Luego, con tono más neutral, continuó— Solo que, según los últimos estudios, la compatibilidad genética y las probabilidades de concebir afuera del festival son de un 25% si ambos padres son de la misma especie.

—O sea, si quiero aumentar mis chances… —Iris levantó una ceja— ¿tendría que buscarme un pantera negra?

—Exactamente —asintió Shadow, como si estuviera dando un informe.

Yo no pude evitar sonreír divertida:

—Lees muchos estudios científicos, Shadow.

Él me miró, dejando salir un suspiro cansado.

—No tienes idea de cuántos reportes leo al día. Muchos vienen directamente de nuestro laboratorio.

Shadow mantuvo su tono serio mientras continuaba:

—Hubo un proyecto de investigación interinstitucional sobre compatibilidad genética y reproducción, realizado en cinco laboratorios y universidades diferentes. Uno de ellos fue el nuestro.

Levanté una ceja, cruzándome de brazos.

—Y no me digas… ¿patrocinado por el Partido Purista Pro-Mobian?

Shadow dejó escapar otro suspiro, como si esa parte le disgustara particularmente:

—Sí. Y como Lance quiere mantener relaciones diplomáticas con el gobierno actual, aceptó que nuestro laboratorio participara. Así que… sí. La información es legítima, aunque el trasfondo político apeste.

Iris hizo un gesto con la mano, como si apartara el mal sabor de boca del tema, y bromeó:

—Entonces… me toca encontrar a algún pantera, dispuesto a ayudarme con mi bebé milagroso.

Shadow la miró de reojo, serio como siempre.

—Solo ten en cuenta que, si no logras embarazarte antes de San Valentín, corres el riesgo de terminar en celo.

—Eso no me preocupa —respondió Iris, restándole importancia con un gesto de la mano —Ya hay medicamentos para suprimir el celo, Comandante.

Vi cómo Shadow fruncía el ceño, esa arruga entre sus ojos marcándose con fastidio.

—Confían demasiado en ese medicamento —murmuró, sin mirarla directamente —Solo las va a poner de mal humor.

—Se supone que la nueva versión no tiene efectos secundarios —replicó Iris, encogiéndose de hombros.

—No existe medicamento sin efectos secundarios —respondió Shadow, su voz baja, firme, con ese tono que usaba cuando sentía que tenía la razón absoluta.

Iris soltó una risita corta, ladeando la cabeza con una sonrisa confiada.

—Pues prefiero estar de mal humor que pasar tres días atrapada en casa, agonizando como si me estuviera incendiando desde adentro —dijo con franqueza.

Shadow suspiró cansado, un suspiro corto que decía más de lo que cualquier palabra hubiera podido. Luego desvió la mirada, claramente incómodo. De seguro le resultaba difícil tener ese tipo de conversación tan íntima con una subalterna directa.

Iris, en cambio, parecía encantada con el efecto que había provocado. Sonrió como si acabara de ganar un pequeño debate, y sacó su celular del bolsillo interior de su chaqueta con la misma naturalidad con la que alguien se sacude el polvo de los hombros.

—En fin… hora de investigar en internet si hay algún voluntario con buen corazón y buenos genes —dijo con humor— Voy a seguir con mis rondas. Que sigan disfrutando del desfile.

—No te distraigas —le recordó Shadow con tono severo.

—Sí, sí, lo sé —replicó ella sin detenerse, alzando una mano en despedida mientras se alejaba por la acera.

Me quedé observándola mientras se perdía entre la multitud, con una leve sonrisa en los labios. Había algo admirable en su determinación, por muy caótica que fuera su forma de mostrarlo.

—Parece que la motivamos a dar el primer paso —dije en voz baja.

Shadow no respondió de inmediato. Lo vi exhalar por la nariz, casi con resignación.

—Si realmente lo hace… tendré que reasignarla —dijo finalmente, sin apartar la mirada del camino que Iris acababa de tomar —El equipo de campo requiere demasiado tiempo y disponibilidad. No es compatible con criar a un bebé.

Lo miré de reojo. En su voz no había juicio ni molestia. Solo esa lógica suya, práctica y inevitable. Asentí en silencio, entendiendo el dilema. Para Shadow, prever consecuencias era tan natural como respirar.

Pero algo en su respuesta, en el modo en que lo dijo, me hizo bajar la mirada hacia mis propias manos. Casi sin pensarlo, sin atreverme a mirarlo directamente, le pregunté con cierta timidez:

—Oye… y según ese estudio del que hablabas… ¿cuántas posibilidades habría de que nosotros tengamos hijos?

Shadow alzó una ceja, sorprendido por la pregunta. Sus ojos buscaron los míos, pero luego miró al frente, pensativo, como si estuviera calculando algo complejo.

—Bueno... —empezó, con ese tono analítico tan suyo —si tomamos en cuenta que me encanta tu olor, y que hay una fuerte atracción física entre nosotros… eso indica una buena compatibilidad biológica. Pero… —hizo una pausa —el estudio se basó en cruces entre especies nativas de Mobius. Yo soy mitad erizo… y mitad otra cosa. Mi parte alienígena no entra dentro de las clasificaciones estándar. Así que no hay datos certeros.

—¿Y… podríamos saberlo con seguridad? —pregunté, bajando un poco la voz.

—Podríamos pedirle a la doctora Miller que nos haga pruebas genéticas —sugirió con naturalidad —Ella tiene acceso al laboratorio. Sería fácil.

Negué con la cabeza de inmediato, llevándome las manos a las mejillas, que ardían de vergüenza.

—No… quiero que sea una sorpresa. Por ahora.

—Entendido —respondió él sin dudar, respetando mi decisión con la calma que siempre lo caracteriza.

Guardé silencio, mirando hacia la multitud que se agolpaba a los lados de la calle para ver el desfile. A lo lejos, el sonido de los tambores y flautas llenaba el aire, marcando el ritmo de la celebración. Pero mi corazón latía más fuerte por la conversación que acabábamos de tener que por la música o las luces.

¿Qué clase de preguntas estoy haciendo? ¡Hablamos de tener hijos como si ya estuviéramos casados!

No era la primera vez que algo así surgía entre nosotros. Recuerdo claramente aquella ocasión en que Shadow, con la misma naturalidad con la que uno comenta el clima, me dijo que era fértil. Yo apenas había hecho un comentario casual, medio en broma, sobre las gomitas de limón, sobre si algún día tendríamos hijos… y él soltó ese dato como quien menciona la presión atmosférica. Pero ahora, al recordarlo con calma, me doy cuenta de que nunca llegamos a tener una conversación seria sobre el tema. Yo había compartido mis sueños, mis ideas sobre una familia… pero Shadow nunca llegó a decir qué pensaba él. Si se lo imaginaba. Si lo deseaba. Si lo temía.

Me volví hacia él, tragando saliva. El nudo en mi pecho se apretó un poco más, pero aun así me animé a preguntar:

—Shadow… ¿tú quieres tener hijos?

Él me miró de inmediato, sin evasivas ni rodeos.

—Sí. Contigo.

Mis labios se entreabrieron. Su respuesta fue tan sencilla, tan firme… tan él. Pero no me bastó. Necesitaba saber más.

—¿Lo dices porque yo quiero? ¿O porque tú también lo deseas?

Shadow entrecerró los ojos apenas un poco, como si eligiera con cuidado sus palabras.

—Yo también lo quiero. Además, tú misma dijiste que lo estás considerando… que primero quieres encontrar una carrera que te apasione. Me pareció lógico y justo.

Asentí lentamente. Eso era verdad. Él recordaba cada detalle.

Tomé aire.

—Entonces… ¿te quieres casar conmigo?

Shadow giró el rostro hacia mí. Sus ojos rojos eran como brasas serenas bajo el reflejo de las luces del desfile.

—Rose —dijo con suavidad —Ya tuvimos esta conversación cuando cenamos con Vanilla. Fui muy claro aquella vez que estoy dispuesto a casarme contigo. Si tú también lo quieres… es solo cuestión de tiempo.

Me quedé en silencio. Una sonrisa temblorosa se asomó a mis labios. Mi corazón palpitaba con fuerza, pero no de nerviosismo… sino de algo más cálido, más profundo.

—No estoy acostumbrada a que las cosas importantes se digan con tanta tranquilidad —susurré, bajando la mirada.

Shadow se acercó un poco más, inclinándose apenas hacia mí.

—No necesito gritar lo que ya es evidente —dijo— Yo sé lo que siento por ti. Y no tengo dudas.

Mi corazón latía a mil por segundo. Las luces del desfile, los tambores y las risas alrededor se desvanecían, como si el mundo entero se hubiese vuelto un susurro.

Shadow continuó:

—Tú leíste todas mis cartas. Sabes perfectamente lo que siento por ti. Sabes que te amo y que quiero estar contigo. Siempre he sido claro con mis intenciones, Rose. 

Lo dijo con esa seguridad tan suya, sin dramatismos, pero con una sinceridad aplastante.

—Eres la única —añadió —La única mujer que he amado. La única con la que me veo construyendo algo más allá de mis misiones o deberes. Y puede ser que no soy bueno con las palabras… pero siempre he tratado de demostrarte cuando te amo. 

No supe qué decir. Me llevé una mano al mechón que caía sobre mi hombro, enredando los dedos mientras bajaba la mirada. Sentía un calor extraño en el pecho, entre miedo, emoción y algo que no podía nombrar.

—Y si yo te dijera que… quiero casarme contigo mañana mismo —dije con voz temblorosa—… ¿qué harías?

—Vamos al registro —respondió, sin dudar— Buscamos testigos. Lo hacemos.

Lo miré. Lo miré de verdad. Con todo lo que eso significaba. Buscaba en su expresión algo que me hiciera detenerme, una señal de duda, de temor, de juego. Pero no la encontré. Solo vi firmeza. Una ternura sutil en su mirada roja, y la misma convicción que mostraba en el campo de batalla.

—¿No hay duda? ¿Ni un poco?

Negó con la cabeza, una vez, sin quitarme los ojos de encima.

—No. Esta relación no es un pasatiempo para mí, Rose. Nunca lo fue. Desde el primer momento supe que si me entregaba a alguien, sería completamente. Siempre he tenido el matrimonio en cuenta. Y si es contigo, no hay nada que me detenga.

Fue como si una muralla invisible, esa que había construido con años de silencios, decepciones y esperanzas guardadas, se viniera abajo de golpe. Todas esas emociones contenidas—los sueños de niña, las promesas que nunca se cumplieron, las ilusiones que aprendí a callar—brotaron sin aviso, transformándose en pequeñas lágrimas ardientes que me nublaron la vista.

Shadow lo notó enseguida. Dio un paso hacia mí y colocó suavemente sus manos sobre mis hombros, con ese cuidado suyo que siempre me desarma.

—Rose… —murmuró, con una mezcla de preocupación y ternura en su voz.

Negué con la cabeza, intentando sonreír, aunque la voz ya se me quebraba.

—Lo siento… es solo que… tú estás tan seguro —susurré, sintiendo cómo me temblaba el pecho— Y yo… no sé cómo manejar eso.

Tragué saliva. Mi corazón latía fuerte, como si quisiera salirse de mi pecho. Lo miré a los ojos y, para mi sorpresa, vi un leve destello de duda en los suyos. Una pequeña grieta en su firmeza. Tal vez, por un instante, temió haberme empujado demasiado lejos.

No podía permitir que pensara que lo nuestro era algo frágil o pasajero. No quería que lo malinterpretara.

—No quiero que pienses que no me importa —me apuré a decir, con la voz aún temblorosa —Yo también estoy comprometida contigo. Desde el primer día… desde que empezamos esto, he estado con el corazón puesto. No es un juego para mí.

Me mordí los labios, pero me obligué a seguir.

—Es solo que… cuando era más joven, yo hablaba de casarme como si fuera parte de un juego —empecé, con una sonrisa triste asomando entre las palabras —Decía que me casaría con Sonic, que formaríamos una familia. Lo perseguía sin descanso, lo presionaba… y él siempre huía. 

Bajé un poco la mirada, no con rencor, sino con una melancolía tranquila.
—Y la verdad es que no puedo culparlo —admití, en voz baja —¿Quién no se asustaría si alguien le hablara de matrimonio con tanta insistencia? Yo no entendía lo que estaba pidiendo. No sabía lo que realmente implicaba amar a alguien de verdad… solo quería que alguien me eligiera, que me dijera que no estaba soñando sola.

Respiré hondo, intentando que la voz no se quebrara, pero me fallaba. La garganta me ardía, y las emociones seguían agolpándose sin permiso.

—Con los años, aprendí a no decir lo que sentía tan fuerte. A callar mis ganas. A parecer más tranquila, más madura, menos intensa —continué —Empecé a convencerme de que pedir algo así… era demasiado. Así que traté de enfocarme en mí, en mi trabajo, en mis propias aventuras. Aprendí a valerme por mí misma, y a solo de vez en cuando… esperar una mirada, una señal, un poco de su atención.

Cerré los ojos un instante, limpiando las lágrimas que me nublaban la vista con el dorso de mi guante.

—Y aun así… —susurré— en el fondo, siempre tuve la esperanza. Una esperanza pequeña, tonta, pero persistente… De que algún día, quizás después de muchos años, él me pediría matrimonio. Que con el tiempo se daría cuenta. Que si me quedaba el tiempo suficiente, si era paciente, me elegiría.

Abrí los ojos, y los fijé en los suyos. Sentí el calor de su tacto en mis hombros, firme pero delicado, como anclándome a este momento.

 —Pero no aguanté... —admití, bajando un poco la voz —Me rendí. No pude con su indiferencia. Con su rechazo constante.

Solté una risa breve, amarga, como un eco de algo que ya no dolía, pero seguía pesando.

 —¿Sabes qué me dijo Sonic?

Shadow frunció el ceño, atento, sin interrumpirme.

—Me dijo que empezó a ignorarme por tu culpa.

Vi su ceja alzarse con sorpresa. Lo sentí desconcertado.

—Dijo que tú lo mirabas como si quisieras matarlo cada vez que me acercaba —seguí, con una media sonrisa triste —Que le incomodaba… y que prefirió alejarse de mí, esperando que todo “volviera a la normalidad”.

Negué despacio, sintiendo cómo otra lágrima amenazaba con caer. Me adelanté a ella, limpiándola con el dorso del guante.

—Pero tú nunca volviste a la normalidad, ¿verdad? —dije en voz baja —Nunca te rendiste. Me seguiste amando… en silencio, a tu manera. Sin exigencias, sin condiciones. Solo… esperando por mí.

Sus dedos se apretaron apenas sobre mis hombros, como si no supiera qué decir… pero tampoco quisiera soltarme. 

—Y ahora estás aquí —continué, apenas un susurro —Diciéndome que quieres casarte conmigo. Que quieres una familia. Que esto… que yo , soy algo serio para ti.

Mi voz se quebró, la emoción se me subió a la garganta y me costó terminar la frase.

—No sabes cuánto he deseado eso, Shadow… Cuánto he soñado con escucharlo. Pero también... cuánto miedo me da.

Tragué saliva, buscando aire.

—Miedo de que te canses de mí. De que me quieras solo en la fantasía, pero no en la rutina. Miedo de que un día esto te abrume. Que me veas entera y… no te guste. No quiero que te asustes. No quiero que te alejes.

Él no respondió de inmediato. En lugar de hablar, acercó una mano cálida a mi mejilla y secó con el pulgar una lágrima que se había escapado sin permiso. Su mirada era tan suave, tan sincera… que por un momento sentí que no podía sostenerla.

Pero entonces habló, con esa calma suya que siempre me desarma.

—Puedes ser tú misma conmigo. Toda tú. No tienes que contenerte. Si quieres llorar, gritar, romperme los huesos con tus abrazos... hazlo. Si quieres pedirme que me case contigo esta misma noche, también. No hay nada que me asuste de ti.

Me quedé quieta, atrapada en sus ojos.

—Puedes ser intensa, impulsiva, apasionada. Celosa si lo necesitas. Exagerada. Emocional. Todo eso. No quiero que te frenes conmigo.

Su voz se volvió un susurro bajo, cargado de ternura y de deseo.

—Quiero que te obsesiones conmigo. Que me busques. Que me persigas. Que me ames con todo lo que eres. Porque yo… lo quiero todo de ti.

Y en ese instante, todo dentro de mí se quebró. No de tristeza, sino de alivio. De amor. Las lágrimas me brotaron sin control, como si mi corazón al fin pudiera respirar.

Me lancé hacia él, rodeando sus hombros con los brazos, cerrando el espacio entre nosotros sin pensarlo, y lo besé con fuerza. Con urgencia. Como si necesitara comprobar que todo era real. Que él de verdad estaba allí, que de verdad me quería así.

Shadow me sostuvo con firmeza, como si me hubiera estado esperando todo este tiempo.

Nos besamos como si el mundo no importara. Como si en ese instante, en medio del bullicio de la ciudad y las luces del festival, solo existiéramos él y yo.

Sentí sus manos acariciar mi espalda con suavidad, como si tuviera miedo de romperme, y al mismo tiempo con esa firmeza que siempre me había hecho sentir protegida. Me sostuvo como si yo fuera algo valioso… como si no quisiera soltarme nunca.

—Eres lo más importante que tengo, Rose —murmuró contra mis labios, apenas separándose para hablar —No hay nadie más. No habrá nadie más.

Mis dedos se cerraron en la tela de su gabardina, como si no pudiera acercarlo más, como si quisiera fundirme en él.

—Te amo, Shadow —susurré, la voz temblorosa, cargada de todo lo que sentía y nunca me había permitido decir tan claro— Te amo tanto. Te quiero cerca… siempre.

Él apoyó su frente contra la mía, nuestras respiraciones entrelazadas.

—Quiero estar contigo siempre, vivir a tu lado, compartir cada momento juntos —dijo, tras besarme la curvatura de mis labios —Quiero que solo seas mía Rose.

Yo solté una pequeña risa entre lágrimas.

—Quiero casarme contigo, Shadow. De verdad lo quiero.

Él sonrió, esa sonrisa leve que rara vez mostraba, pero que era solo mía.

—Entonces lo haremos. Cuando tú quieras, como tú quieras. Solo dime cuándo… y ahí estaré.

Nos besamos más fuerte, como si quisiéramos sellar una promesa sin necesidad de anillos ni papeles. Solo nosotros dos, rodeados del sonido lejano de los tambores, del murmullo de la multitud, de las luces doradas del festival que brillaban como estrellas sobre nuestras cabezas.

Nos separamos apenas unos centímetros, lo justo para mirarnos bien a los ojos. Su rostro seguía iluminado por el resplandor suave de los faroles flotantes, y su mirada… su mirada tenía ese brillo cálido que me derretía por dentro.

Shadow ladeó apenas la cabeza, y una sonrisa leve, íntima, curvó sus labios.

—Nos besamos —murmuró, con un tono suave y casi juguetón —Eso significa que vamos a estar juntos por siempre, ¿no?

Sonreí, sintiendo cómo el pecho se me llenaba de calidez. Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, aunque seguían cayendo un poco. 

—Así es —le respondí con firmeza, con una felicidad tan inmensa que casi me dolía —Estaremos juntos por siempre.

Entonces lo abracé, sin contener la risa entrecortada que me salió del alma. Me lancé contra su pecho como si pudiera quedarme ahí para siempre. Hundí la cara en su mechón blanco, en su olor, en su calor, y sentí que no necesitaba nada más. 

Nos quedamos así unos segundos, respirando juntos, con el corazón latiendo al mismo ritmo.

Después me separé apenas lo justo, lo miré con una sonrisa traviesa y le tomé la mano con decisión. Mis dedos se entrelazaron con los suyos como si lo hubieran hecho toda la vida.

—Vamos —le dije, guiñándole un ojo, con esa energía chispeante que me nacía cuando estaba con él  —Que la noche aún es joven.

Él no dijo nada, pero me apretó la mano en respuesta.

Y así, con nuestras sombras alargándose bajo la luz de los faroles y el murmullo del festival a nuestro alrededor, nos alejamos juntos. Nuestras siluetas se perdieron entre las luces flotantes, los tambores lejanos y las voces de la celebración. 

Y por primera vez, de verdad, imaginé el futuro con claridad: caminando a su lado siempre.

Chapter 39: Una noche de despedidas

Chapter Text

Tomados de la mano, nos adentramos en la zona de los juegos de feria. Las luces de colores parpadeaban a nuestro alrededor como estrellas nerviosas, y el aire estaba cargado de risas y música. Shadow caminaba a mi lado, su disfraz de demonio contrastando con mi atuendo de ángel arruinado, como si fuéramos personajes de un cuento mal contado… y sin embargo, funcionaba. 

Mi mirada brincaba de un puesto a otro como una niña en una juguetería: juegos de tiro al blanco, ruletas de la suerte, canastas imposibles de encestar, y premios colgando como tesoros esperando dueño. Pero fue el sonido metálico de una campana lo que captó mi atención. Me giré hacia el clásico juego del martillo.

Una pequeña fila de Mobians disfrazados esperaba su turno. Uno a uno, alzaban el martillo con esfuerzo, golpeaban la base… y el disco subía apenas unos centímetros, sin alcanzar la campana.

—¡Ese! —dije, señalando el juego con emoción— Voy a ganarte un premio.

Shadow arqueó una ceja, apenas divertido.

—¿Ah, sí?

—Oh, sí. Vas a ver.

Me acerqué al encargado del puesto, un armadillo algo rechoncho con un chaleco de lentejuelas verdes y un antifaz torcido.

—Un intento, por favor —le dije, mientras sacaba un billete de mi bolso.

—Adelante, señorita —dijo con tono animado, entregándome el martillo.

Lo sostuve entre las manos, sintiéndolo más liviano de lo esperado. Después de años usando el Piko Piko, esto era prácticamente un juguete.  Me coloqué frente al aparato, ajustando postura y respiración. Shadow, con los brazos cruzados, me observaba en silencio, como si analizara cada movimiento. Una parte de mí quería impresionarlo… otra solo quería divertirme.

Levanté el martillo con fluidez y lo dejé caer con toda mi fuerza.

¡CLANG!

El disco subió como un disparo, directo hacia la campana… y la hizo sonar con un “¡TIN!” tan satisfactorio que solté un grito triunfal.

—¡Sí!

El armadillo me aplaudió entre risas, claramente sorprendido.

—¡Impresionante para un ángel tan delicado!

Le guiñé un ojo con picardía.

—Soy una chica más fuerte de lo que aparento.

—Lo estoy viendo, lo estoy viendo… —dijo entre risas— ¿Cuál premio quieres?

Mis ojos buscaron entre los premios… hasta que lo vi. Un patito de plástico amarillo, con un casco de motociclista negro y una pequeña hélice giratoria sobre su cabeza.

Lo señalé con decisión.

—Ese.

El vendedor alzó una ceja, pero no preguntó. Me lo entregó con una sonrisa cómplice.

—Un gusto hacer negocios contigo, campeona.

Volví hacia Shadow y, con toda la solemnidad del mundo, le tendí el pato entre las manos. Él lo tomó, lo giró en sus dedos como si no supiera qué era, y levantó una ceja.

—¿Un pato?

—No cualquier pato —dije, divertida. Hice girar la hélice con el dedo, y unas luces diminutas comenzaron a parpadear desde dentro del plástico— Este se pone en el manubrio de tu motocicleta. Cuando vayas a toda velocidad, el viento hará girar la hélice… y va a brillar.

Shadow lo miró fijamente. Su expresión era una mezcla perfecta entre escepticismo y resignación.

—¿Es en serio?

—Totalmente en serio —dije, aguantando la risa— Es la última moda. Le dará personalidad a tu moto.

—Va a arruinar la estética —murmuró con fingida gravedad.

—Pero será divertido —repliqué, soltando una carcajada.

Él bajó la mirada hacia el pato, luego me miró a mí. Y, por un momento, lo vi rendirse a algo mucho más grande que un adorno ridículo. Sus ojos se suavizaron. No dijo nada… pero su sonrisa leve, tan escasa y valiosa, fue suficiente.

—Lo vas a poner, ¿verdad? —insistí, medio abrazándolo.

—Lo consideraré.

—Shadow…

Él suspiró, vencido.

—Está bien, lo pondré.

Le robé un beso rápido en la mejilla y sonreí como si hubiera ganado un trofeo.

Él bajó la mirada al patito otra vez y murmuró:

—No se lo digas a nadie.

—Será nuestro secreto… tú, yo y el pato motociclista.

Shadow soltó una leve exhalación, apenas un soplo que podía ser una risa contenida. Guardó el pato en uno de los bolsillos interiores de su gabardina como si fuera un artefacto clasificado. Luego, con un gesto lento y casi ceremonial, se colocó de nuevo la máscara demoníaca sobre el rostro, volviendo a ser un demonio aterrador entre las luces de feria. 

Extendió su mano hacia mí, dedos abiertos, firmes.

No lo dudé. Enlacé mi mano con la suya, y él entrelazó nuestros dedos con una seguridad que me hizo sonreír por dentro.

—Vamos —dijo con ese tono bajo que usaba cuando estaba decidido— Ahora me toca a mí ganarte algo a ti.

Caminamos de nuevo entre los puestos de feria, entre risas, luces de colores y la música chillona proveniente de algún parlante. A nuestro alrededor, la gente reía, gritaba y se maravillaba con los juegos.

Fue entonces cuando vi cómo su mirada se detenía. Él ya había elegido su campo de batalla: el tiro al blanco.

Nos acercamos. El letrero del puesto era de madera pintada con calaveras sonrientes y telarañas decorativas. Las luces alrededor parpadeaban en naranja y púrpura. Detrás del mostrador, un castor regordete con gafas redondas y un chaleco naranja fluorescente nos saludó con entusiasmo.

—¡Bienvenidos al Tiro Fantasma! —dijo, ajustándose las gafas con una sonrisa —¿Listos para probar su puntería?

—¿Cuáles son las reglas? —preguntó Shadow con tranquilidad, metiendo la mano en su gabardina y sacando su billetera.

—Es muy sencillo —respondió el castor, mientras le entregaba un rifle de aire comprimido— Cada jugador tiene cinco disparos. Los blancos grandes valen 50 puntos. Los medianos, 100. Pero ese puntito dorado al fondo… —señaló una ficha diminuta, difícil de distinguir— Vale mil. Nadie ha podido tocarlo esta noche. Es pura decoración, según dicen.

—Entonces no es imposible —replicó Shadow, casi como si hablara para sí mismo.

Me crucé de brazos, conteniendo la sonrisa. Conociéndolo, eso solo lo motivaba más.

Se colocó frente a la barra, apoyó los pies con firmeza en el suelo y adoptó una postura tan estable que parecía de mármol. El rifle se alzó en sus manos con una precisión tranquila. Su cuerpo entero parecía afilarse, volverse parte del arma.

El mundo alrededor se apagó un momento.

Disparó.

¡CLINK!

Un sonido metálico, limpio. La ficha dorada saltó en el aire antes de caer al suelo, girando.

Mi boca se abrió de golpe.

—¡Le diste! —grité, lanzándome hacia él y tomándolo del brazo con emoción— ¡Le diste al blanco más difícil de todos!

Shadow no dijo nada. Solo ladeó la cabeza apenas un poco, en ese gesto que usaba cuando estaba satisfecho… pero no lo iba a admitir en voz alta.

El castor estaba atónito, con la mandíbula floja y los ojos como platos.

—¿Qué clase de ojos tienes tú, muchacho? ¡Eso era casi invisible desde aquí! Nunca vi a nadie darle a esa cosa. ¡Nunca! —añadió después, aún procesando el milagro que acababa de presenciar—¿Qué premio quiere?

Shadow levantó una mano y apuntó a algo colgando en la parte alta del puesto.

Un par de dados de peluche rosados, con los puntos blancos bien bordados y colgando de un hilo negro. Se movían suavemente con la brisa.

—Buena elección —murmuró el castor, aún impresionado, y los descolgó para entregárselos— Aún te quedan cuatro tiros, por cierto. Tienes 600 puntos si quieres algo más.

Pero Shadow negó con la cabeza, sin apartar la mirada de mí.

—No. Esto es todo lo que necesito.

Me puso los dados en las manos. Eran suaves y tontos. Los miré un segundo, confundida, y solté:

—¿Dados de peluche?

—Tienes que colgarlos del espejo de tu MINI —dijo con naturalidad.

Parpadeé. Luego me reí, agachando la cabeza un poco. Me lo imaginé: mi MINI Cooper, decorado con dados rosas rebotando en cada curva. Era tan absurdo como adorable.

—¿Estás diciendo que si tú te quedas con el pato, yo me quedo con los dados?

—Exactamente.

Negué con la cabeza, riendo más fuerte ahora, apretando los dados contra mi pecho como si fueran un tesoro.

—Me encantan, Shadow.

Los acomodé con cuidado en las asas de mi bolso, entrelazándolos con las correas para que no se perdieran. Ahora mi pequeño bolso blanco lucía ridículo… y adorable, con esos enormes dados de peluche colgando. Reí bajito al verlo balancearse con cada movimiento.

Observé los blancos un momento más, fijos al fondo del puesto, y luego bajé la mirada hacia el rifle apoyado sobre la barra. La madera estaba algo desgastada por el uso, pero el metal del arma brillaba bajo las luces parpadeantes.

Sin pensarlo mucho, me volví hacia Shadow.

—¿Me puedes enseñar? —pregunté, tocando el borde del rifle con la yema de los dedos.

Él giró un poco la cabeza, intrigado.

—¿A disparar?

Asentí, con una pequeña sonrisa.

—Siempre me ha parecido... no sé, interesante. Pero nunca lo he intentado.

Shadow me miró con esa expresión suya que era mitad incredulidad, mitad diversión, como si no entendiera del todo por qué me interesaba algo tan simple… pero le gustaba la idea.

—Bueno —dijo finalmente, encogiéndose de hombros— No puedo enseñarte a disparar de verdad con un rifle de feria... pero puedo enseñarte a apuntar.

Se volvió hacia el castor detrás del mostrador.

—Aún me quedan cuatro tiros, ¿cierto?

—Correcto —dijo el castor, enderezándose un poco con energía— Supongo que la señorita va a querer intentarlo. Pero si ella dispara, empiezo a contar los puntos desde cero.

—Nos parece justo —respondió Shadow, sin dudar.

El castor me extendió el rifle, y yo lo tomé con ambas manos. Era más pesado de lo que parecía. Me esforcé por sostenerlo firme, pero mis brazos no sabían muy bien qué hacer.

—Así no —dijo Shadow con calma, acercándose por detrás.

Sentí su presencia antes de que me tocara. Era como si el aire mismo se tensara alrededor de él. Sus manos, firmes pero gentiles, tocaron mis brazos, guiándome con la precisión de alguien que ya lo había hecho incontables veces.

—Tienes que sostenerlo como si fuera parte de ti —murmuró, corrigiendo la postura de mis brazos con cuidado— No como si fueras a lanzarlo al suelo si se mueve.

Levanté una ceja —¿Esa es tu manera inspiradora de enseñar?

—Funciona —respondió sin inmutarse.

Colocó mi mano izquierda en la base del cañón y luego tomó mi derecha con la suya, moviéndola con lentitud hacia el gatillo.

—Aquí. La derecha siempre controla —dijo— Pero la izquierda sostiene el peso. Ambas son igual de importantes.

—Ambos importantes… —susurré.

Se colocó detrás de mí, y esta vez no hubo forma de ignorar lo cerca que estaba. Sentí su pecho firme contra mi espalda, su respiración rozándome el cuello.

—¿Y los pies? —pregunté, con voz más aguda de lo que me hubiera gustado.

—Un poco más separados. El izquierdo al frente, el derecho firme detrás. Sí, así. —Su tono bajó, casi un murmullo —El equilibrio empieza por el suelo. No puedes apuntar bien si no estás plantada.

Lo miré de reojo, arqueando una ceja con suspicacia.

—¿Eres así de íntimo instruyendo a los reclutas?

Shadow entrecerró los ojos, sin apartarse un centímetro.

—Claramente tenemos definiciones diferentes de “íntimo”.

—Mmm… no sé —bromeé, bajando el tono — Si yo fuera una de tus reclutas y te tuviera tan cerca, probablemente no podría concentrarme. Sería una pésima tiradora.

—Entonces es buena suerte que no lo seas —dijo con humor.

Una de sus manos subió con calma hasta mi hombro, firme pero delicada. La otra volvió a recorrer mi brazo, guiando la inclinación del rifle con precisión.

—Relaja los codos —susurró cerca de mi oído— No lo agarres como si fuera a morderte. El rifle no va a pelear contigo.

—¿Y si fallo? —pregunté en voz baja, casi sin darme cuenta de que lo decía en voz alta.

—No importa si fallas —respondió sin dudar— Lo importante es cómo sostienes el disparo.

Me quedé quieta. Su voz me envolvía. Su aliento rozaba mi cabello, y por un momento, el festival desapareció. El bullicio, las luces, el mundo. Solo quedábamos él, yo… y el blanco al fondo.

—Ahora, mira por la mira. Cierra un ojo. Respira hondo. No contengas el aire, solo síguelo…

Obedecí, enfocándome. Todo temblaba un poco —mis brazos, mi respiración— pero él estaba allí, firme, como si con solo estar cerca lograra estabilizarme.

—Y cuando estés lista —murmuró— aprieta el gatillo. No pienses. Solo siente.

Lo hice.

¡CLANK!

La ficha mediana saltó con un chirrido metálico.

—¡Le diste! —exclamó el castor desde su sitio, con una sonrisa grande— ¡Cien puntos! 

—¡¿En serio?! —reí, más por la sorpresa que por el orgullo.

—Nada mal —susurró Shadow a mi lado.

Giré un poco para verlo, el rifle aún en mis manos. Le sonreí de forma amplia, sin esconder nada.

—¿Qué tal mi postura, Comandante?

—Mejor de lo que esperaba —admitió— Aunque lo mejor fue tu concentración.

—¿Ah, sí? ¿Y tú qué sabes de mi concentración? —dije, alzando una ceja.

Shadow me sostuvo la mirada unos segundos. 

—Te he visto pelear, Rose.

Su voz fue baja, casi un murmullo. No había en ella burla ni coquetería. Sólo una afirmación. Un reconocimiento.

—Sé lo que haces cuando estás enfocada. Cuando todo se alinea en ti. Eres... difícil de ignorar.

Sentí que el corazón me daba un salto. Tragué saliva, pero no aparté la mirada.

—Entonces voy a intentarlo otra vez. Quiero que veas lo que puedo hacer cuando intento de verdad.

Juraría que una sonrisa se dibujó en su rostro detrás de la máscara. 

—Eso quiero verlo.

Respiré hondo, dejándome llevar por la adrenalina del primer acierto.

Volví a enfocar la mira, dispuesta a repetir la hazaña. Esta vez Shadow no dijo nada. Me dejó hacerlo sola. Cerré un ojo, apunté... y disparé.

¡CLANK!

El proyectil voló ligeramente desviado y pasó rozando el borde de un blanco sin llegar a impactar. Nada se movió.

—Mmh... —musité, bajando el rifle apenas.

—¿Qué pasó con tu concentración? —preguntó Shadow con un tono que era mitad reto, mitad diversión.

—Se me escapó —admití con una sonrisa torpe.

Él soltó una risa suave, de esas casi inaudibles, pero sentidas. Dio un paso más cerca y puso una mano en mi espalda baja.

—Estabas inclinada hacia adelante. Eso afecta tu equilibrio —dijo, corrigiendo mi postura con un toque firme en la cadera— Y apretaste el gatillo con miedo, no con intención.

Volvió a colocar su mano sobre mi hombro, con la misma calma que un escultor corrigiendo la pose de una estatua. Luego me ajustó suavemente el brazo derecho, guiándome sin apurarme.

—¿Así? —pregunté, esforzándome por mantener la nueva posición sin perder la compostura.

—Mejor. Pero levanta un poco más el mentón —murmuró con voz baja, casi didáctica—. Que no se hunda en la culata.

Sus dedos rozaron mi barbilla con precisión. Era una corrección, sí… pero se sentía como una caricia escondida en la excusa de la técnica. Su tacto fue leve, pero dejó un calor persistente en mi piel.

—Respira. No corras. Tómate el tiempo —añadió—. El blanco no se va a ir.

Asentí con un leve movimiento de cejas, cerrando un ojo. Mi campo de visión se redujo a la madera gastada del puesto, el blanco inmóvil al fondo… y la voz de Shadow, que flotaba en el aire como un ancla que no me dejaba a la deriva.

—No pienses —susurró, áspero, casi ronco— Solo siente.

Y lo hice.

¡CLANK!

El blanco mediano salió disparado hacia el suelo, girando con un golpe seco. Otro impacto certero.

—¡Cien puntos otra vez! —exclamó el castor desde el fondo, tan emocionado que parecía que él había disparado— ¡Esta chica tiene puntería de francotiradora!

Solté una risa, bajando el rifle mientras el calor me subía a las mejillas. Me giré apenas, buscando a Shadow con el rabillo del ojo, esperando ver su reacción en su rostro estoico.

—Mejor —dijo simplemente, con ese tono seco y neutro que solo yo sabía leer. En su lenguaje, eso era casi un aplauso.

Sonreí, animada, y volví a acomodarme. Recordé sus instrucciones: postura, respiración, enfoque. Apoyé el rifle contra la mesa, respiré hondo y me alineé con la mira, esta vez con los hombros más relajados, sin la tensión del segundo disparo. Solo concentración… y algo de disfrute.

¡CLANK!

El blanco grande se tambaleó antes de ceder y caer con un golpe hueco.

—¡Cincuenta puntos! —cantó el castor, levantando los brazos como si celebrara en mi nombre.

Solté una pequeña risa, bajando el rifle y sacudiendo los brazos como si pudiera soltar con eso la tensión que se había acumulado en mi espalda.

—Bueno… no fallé —comenté con media sonrisa, divertida— Pero no volví a darle a uno de cien.

Shadow me miró de lado, brazos cruzados, observándome con esa mirada que pesaba más que cualquier halago.

—No está nada mal. Dos de cien y uno de cincuenta. Eso es más que aceptable para alguien que nunca ha disparado.

—Creí que iba a ser más fácil —admití, devolviendo el rifle al mostrador— Lo haces parecer tan… natural.

—Porque lo es —respondió él con calma— Para mí.

—Modesto como siempre —dije en broma, empujándolo suavemente con el codo.

El castor revisó los blancos, hizo cuentas rápidas en su mente y alzó la vista:

—250 en total, señorita. Bastante impresionante. Puede elegir un premio de la segunda repisa que digan 250.

Me incliné un poco para ver las opciones. Había varios peluches pequeños, uno con forma de chili dog con ojos, una estrella de mar con cara feliz, y una margarita de tela con pétalos blancos y un centro amarillo, con una sonrisa bordada. Sonreí al verla. Tenía un cordón arriba, como si fuera un llavero o para colgar del retrovisor.

—¿Puedo llevarme esa margarita? —pregunté, señalándola.

—Por supuesto.

El castor la tomó entre sus manos y me la entregó con una sonrisa satisfecha. La sostuve entre los dedos unos segundos, girándola lentamente. 

Sin pensarlo demasiado, se la tendí a Shadow.

—Toma.

Él me miró sorprendido.

—¿Para mí?

—Claro —respondí, intentando sonar casual, aunque había una chispa de ternura que se me escapó en la voz— Por ser mi instructor… y porque sí.

Shadow parpadeó como si no esperara que realmente se la diera. Tomó la margarita entre sus manos con cuidado, casi con reverencia. Sus dedos enguantados, grandes y oscuros, contrastaban con lo suave y ridículo del peluche. La observó por un momento, con una expresión curiosa… y divertida.

—Primero un pato, y ahora una margarita —murmuró con una sonrisa de medio lado.

Luego abrió su gabardina y metió el peluche en uno de los bolsillos internos, como si fuera un objeto de valor.

—Me pregunto cuántos juguetes conseguiremos hoy.

Solté una risa suave, tocando los dados de peluche que colgaban de mi bolso como si fueran amuletos.

—Muchos, tal vez.

Lo miré de lado, todavía con una sonrisa.

—Gracias por la instrucción —Hice una pausa, observando su perfil bajo la luz cálida de los faroles— Se te da bien enseñar.

Él giró ligeramente el rostro hacia mí, atento, pero en silencio.

—¿Quién te enseñó a disparar?

Su mirada se perdió un poco en el aire, pensativo.

—Nadie —dijo al final, con esa serenidad suya— Ya sabía hacerlo desde el principio. Como si… como si siempre lo hubiera sabido.

—¿Estaba… programado en ti?

—Sí —asintió con naturalidad— Doom quería un arma perfecta. Gerald se aseguró de que lo fuera.

Me costó imaginar lo que debía ser nacer con todo ya definido.

—¿Y todas tus habilidades…? —pregunté en voz más baja— Combate, puntería, velocidad, estrategia… ¿todo eso venía contigo desde el inicio?

Él asintió, apenas.

—Sí. Nunca las aprendí. Solo… estaban ahí. Como si ya estuviera completo desde el primer momento.

Se quedó callado un instante, y luego añadió en voz más baja:

—Por eso enseñar se me hizo tan raro al principio. No sabía cómo explicar cosas que yo nunca tuve que aprender. En Neo G.U.N. hay reclutas que tardan semanas en entender lo básico. Y tuve que… aprender paciencia. Entender que no todos nacen sabiendo. Que no todos son como yo.

Sentí algo cerrarse dentro de mi pecho. Era tan fácil olvidar lo solo que debía haber estado… rodeado de expectativas imposibles desde antes de tener conciencia. 

Quise aliviar un poco la carga del momento, así que sonreí otra vez, más ligera.

—¿Me llevarías a un campo de tiro? Me gustaría practicar más contigo.

Él me miró, curioso.

—¿Un concierto y ahora un campo de tiro? —musitó con voz suave— Tendré que anotarlo en mi agenda.

Solté una risita y llevé mi mano hacia la suya, con la intención de guiarlo a otro juego. Pero justo cuando íbamos a movernos, una voz nos detuvo.

—¡Hola, Maxy!

Ambos nos giramos al unísono.

Eran ellos. Los gemelos.

El lobito de pelaje gris llevaba la máscara de pescado sobre la cabeza, ladeada como si fuera una corona. En una mano sujetaba con fuerza su calabacita anaranjada, hinchada de dulces. A su lado, el venadito de pelaje marrón claro, más callado, lucía su tiara de cuernos de madera con elegancia; su calabacita colgaba del brazo como si no le diera importancia.

Cain y Abel.

Sus ojos verdes y rojos brillaban con entusiasmo infantil. Me sorprendió ver sus calabacitas intactas. Juraba que las habían perdido en medio del caos de la protesta. Pero ahí estaban, rebosantes.

Aunque, pensándolo bien… no debería haberme sorprendido.

Porque esos niños no eran solo niños. Eran Amdruth.

Miré de reojo a Shadow. Su cuerpo se había tensado al instante, como si su columna se hubiese vuelto de piedra. Por su expresión no esperaba que lo fueran a reconocer a través del disfraz demoníaco.

Pero lo hicieron. Vaya que lo hicieron.

—¡Hola, hola! —canturreó Cain, sonriendo con una energía luminosa.

Shadow no respondió de inmediato. Se quedó en silencio unos segundos, observándolos con esa expresión suya tensa, casi calculadora. Luego desvió la mirada al vendedor, que acomodaba premios tras el mostrador, antes de volver a enfocarse en los niños.

—Escuché que encontraron algo… interesante —dijo con un tono medido, eligiendo bien sus palabras— En la estatua de paja de Amdruth.

Cain asintió con entusiasmo, su cola agitada como si todo esto fuera un juego.

—¡Sí! Esa cosa no debía estar ahí. Iba a arruinar todo el festival.

—Hubiese sido una muy mala noche —dijo  Abel simplemente.

Shadow simplemente asintió y se cruzó de brazos.

—Sí… hubiera sido una muy mala noche —murmuró— Pero ustedes salvaron las fiestas.

Y luego, con una voz más suave, dirigida a ellos:

—¿Cómo se llaman? Necesito saberlo para hacer sus medallas de honor.

El lobo se rió, claramente divertido con la idea.

—Yo soy Caín, y mi hermano es Abel. Somos Amdruth.

Sentí como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Lo estaban confesando. Así, sin rodeos, como si no fuera nada.

Pero Shadow no se inmutó.

—Un gusto —dijo con calma— Yo soy Shadow. No Maxy. La última vez que nos vimos… estaba en personaje.

Lo miré rápido, por el rabillo del ojo. Parecía no haberse tomado en serio la confesión de los niños. ¿Quién lo haría, realmente? Yo solo lo descubrí por accidente, y porque suelo sentir esas cosas más que la gente normal.

Caín se rió de nuevo.

—¡Shadow, no Maxy! ¡Entendido!

Luego sonrió y señaló con entusiasmo el puesto de tiro al blanco.

—¿Nos enseñas a hacer eso? —preguntó, mirando a Shadow con los ojos brillantes.

Shadow lo miró un segundo, luego desvió la vista al vendedor, y con un leve asentimiento, empezó a sacar otro billete de su billetera.

Pero antes de que pudiera entregarlo, Caín se le adelantó y colocó sobre la mesa... una moneda.

No una cualquiera. Era gruesa, dorada, con marcas antiguas talladas a mano y un brillo opaco por los siglos. Una moneda que no pertenecía a ninguna era reciente. Uno de esos objetos que contarían mil historias si pudieran hablar.

El castor la tomó con curiosidad, la giró entre los dedos, y con una sonrisa amable pero firme, dijo:

—Es muy bonita, pero no se puede pagar con monedas, lo siento.

Cain bajó las orejas y tomó de nuevo su tesoro, un poco decepcionado. Shadow, sin decir palabra, entregó el billete que ya tenía en mano.

Yo me llevé una mano a la boca para disimular una risita. Si ese pobre castor supiera que acababa de rechazar una moneda que probablemente valdría millones entre coleccionistas de artefactos antiguos…. Aunque, conociendo la verdadera naturaleza de los niños, quizás esa moneda valía mucho más que eso. O mucho menos. Difícil saberlo con criaturas como ellos.

El vendedor, ajeno a su suerte, entregó dos rifles pequeños, adaptados para manos diminutas. Volvió a explicar las reglas con paciencia, sin notar la intensidad con la que los niños lo escuchaban.

Shadow se arrodilló junto a ellos con paciencia, como si ya lo hubiera hecho mil veces. Tomó el rifle grande para adultos de la mesa y lo sostuvo con cuidado.

—Primero… —dijo, su voz tranquila pero firme— tus manos van aquí. Una en la empuñadura, la otra sosteniendo el cañón por debajo. Nunca pongas los dedos cerca del gatillo hasta que estés listo.

Caín intentó imitarlo de inmediato, aunque el rifle temblaba un poco entre sus dedos.

Shadow le corrigió suavemente la postura, acomodándole las manos.

—Bien. Ahora apóyalo contra tu hombro, así. No se dispara solo con las manos; se dispara con el cuerpo entero… y con calma.

Abel observaba en silencio, imitando la postura con una precisión sorprendente.

—¿Ves esa mirilla en la parte de arriba? —continuó Shadow, señalando con un gesto mínimo— Vas a alinear eso con tu blanco. La parte trasera, la delantera, y el centro del objetivo tienen que estar en línea recta. No te apures.

—¿Y si se mueve? —preguntó Caín, entusiasmado.

—Entonces esperas. Respiras. No dispares cuando estés agitado. Dispara entre latidos. —Shadow hizo una breve pausa— Toma aire… y cuando exhales, dispara. No cuando estés ansioso por hacerlo, sino cuando estés listo.

Cain abrió los ojos, como si eso fuera la cosa más seria del mundo. Abel asintió lentamente, como si comprendiera todo de forma instintiva.

Yo apreté el borde de mi falda, mirando a Shadow con una mezcla de ternura y respeto. Esa voz suya, tan firme y segura, que seguro usaba para enseñar a su escuadrón… ahora la usaba para guiar a dos niños.

Los dos niños se turnaron con los rifles pequeños. Caín fue el primero. Cerró un ojo, apuntó tal como Shadow le había enseñado, y disparó. El proyectil apenas rozó el borde del blanco más grande.

—¡Aaaw! —gruñó, frunciendo el ceño.

Abel se lo tomó con más calma. Respiró hondo, exhaló despacio… y entonces apretó el gatillo. Un suave cling confirmó que había dado justo en el centro del blanco mediano.

—¡Le diste! —dije, sonriendo, con las manos entrelazadas frente a mí— ¡Muy bien, Abel!

Caín apretó los labios con determinación, frunciendo el ceño mientras recargaba el rifle con movimientos torpes pero decididos. Volvió a disparar, esta vez más rápido, como si la emoción le ganara a la precisión. El corcho pasó de largo, desviándose del blanco.

—Tranquilo —dijo Shadow, sin levantar la voz— No es una carrera. Hay que esperar el momento justo.

Caín asintió sin mirarlo, todavía concentrado. Los dos niños se prepararon de nuevo. Abel acomodó la culata contra su hombro como le habíamos enseñado, sus orejas bien erguidas, la lengua apenas asomando entre sus labios. Caín, más inquieto, se movía un poco más, pero esta vez tomó una respiración profunda y exhaló despacio, bajando el mentón.

Ambos apuntaron al mismo tiempo, los ojos fijos en las fichas colocadas sobre una tabla de madera.

¡Clank!

—¡Le di! ¡Le di! —gritó Caín, emocionado, levantando el rifle por encima de su cabeza como si acabara de ganar una competencia internacional.

—¡Muy bien, Caín! —dije entre risas, llevándome una mano al pecho— ¡Sabía que lo lograrías!

—¡Gracias! —respondió él, tan radiante que parecía a punto de explotar de alegría. Sus mejillas estaban encendidas, el pecho inflado de orgullo. Incluso su cola se agitaba como un banderín.

Abel se volvió hacia él con una sonrisa genuina

—Bien hecho —le dijo con un pequeño empujón amistoso en el brazo.

—¡Lo sentí! Como si supiera justo cuándo disparar —dijo Caín, dando un pequeño salto en el lugar.

Shadow observaba en silencio, con los brazos cruzados, pero sus ojos tenían ese brillo que yo ya aprendía a reconocer: orgullo callado, satisfacción sin adornos.

Me incliné hacia él con una sonrisa traviesa.

—¿Eso haces cuando alguien lo hace bien? ¿Solo cruzas los brazos y miras intensamente?

Shadow apenas giró la cabeza hacia mí, sin perder su expresión seria.

—No es mi estilo dar muchos halagos. Ese rol es para alguien como tú.

—¿Ah, sí? ¿Entonces yo me encargo de las palabras bonitas y tú de las miradas intensas?

—Funciona, ¿no?

—¿Funciona para quién? —le di un codazo suave en el brazo— Vamos, no te haría daño practicar un “muy bien hecho” de vez en cuando. Te juro que no se te va a caer nada.

—Les daría uno… si le dieran al blanco dorado. No por intentos a medias.

Me giré hacia él, entre divertida y escandalizada.

—¡Shadow, son niños!

—Y mi política aplica para todos —respondió, sin inmutarse.

Le sostuve la mirada, arqueando una ceja.

—¿Incluso para mí?

Shadow me miró de costado, y su respuesta llegó con ese tono seco que usaba cuando estaba a punto de soltar algo que en él calificaba como broma.

—Solo porque eres linda no significa que te voy a regalar un “muy bien hecho”.

Me llevé una mano al pecho, fingiendo indignación.

—¡Qué bárbaro! ¿Así tratás a tu novia? Voy a tener que presentar una queja formal.

Él rodó los ojos apenas, pero sentí que la comisura de sus labios se curvó apenas detrás de la máscara. Lo suficiente para que yo lo notara.

—Tu ya sabías en qué te estabas metiendo.

—Sí… y aun así firmé el contrato. —Lo miré de costado con una sonrisa suave, más sincera— Y no me arrepiento.

Los niños apuntaban, disparaban, acertando, fallando, hasta gastar sus cinco rondas. Estaban tan concentrados que ni siquiera parpadeaban. Yo apenas podía contener la sonrisa, viendo cómo sus colas se agitaban por la emoción.

Entonces Shadow habló.

—¿Quieren intentarlo otra vez?

Su voz fue calma, pero en ella había un matiz curioso, como si ya conociera la respuesta. Caín y Abel asintieron con tanta energía que sus orejas casi se les despegaban.

Shadow se giró con tranquilidad, deslizó la mano dentro de su gabardina y sacó otro billete. Lo hizo con esa naturalidad que tiene cuando sabe que algo vale la pena. 

—Otra más —dijo, tendiéndoselo al vendedor con su tono seco y sereno.

El castor lo tomó sin dudar. Ya conocía esa clase de determinación. Los niños estaban listos de nuevo, firmes, rifles en mano, con la postura torpe pero resuelta de quienes todavía están aprendiendo… pero que no van a rendirse.

Shadow cruzó los brazos y los observó con atención. Su mirada era seria, inquebrantable, como si evaluara una operación delicada y no a dos niños lanzando proyectiles de corcho. Por un momento, me pareció ver a ese comandante implacable del que tanto hablan… y al mismo tiempo, al protector silencioso que solo yo conocía bien.

Caín fue el primero en disparar. Esta vez no se contuvo. Apuntó con rapidez, con más confianza, y el proyectil dio justo en el blanco mediano. El golpe hizo un sonido seco, satisfactorio. El lobito alzó la cabeza con orgullo, me buscó con la mirada, y su sonrisa fue como un rayo de sol directo al pecho.

—¡¿Viste eso?! —dijo, con los ojos brillándole— ¡¡Le di de lleno!!

—¡Lo vi, lo vi! —contesté entre risas, levantando el pulgar— ¡Muy bien, campeón!

Abel tomó su turno con la misma calma tranquila de siempre. Acomodó el rifle con delicadeza, como si fuera una herramienta precisa. Respiró hondo, se tomó su tiempo… y disparó. El proyectil dio justo en el borde del blanco más pequeño, apenas lo suficiente para hacerlo vibrar.

—Eso fue casi un tiro perfecto —comenté, genuinamente impresionada— Muy cerca del centro.

Abel no dijo nada, solo asintió con una pequeña sonrisa.

Tras las cinco rondas, el vendedor revisó los puntos y les indicó que podían elegir un premio. No era una gran cantidad, pero suficiente para opciones simpáticas. Aunque por sus expresiones, podrían haber ganado un tesoro.

—¡Ese! —exclamó Caín, señalando un pez de peluche azul eléctrico con ojos saltones.

El castor se lo entregó y Caín lo abrazó enseguida, encantado, y no pude evitar soltar una risa al recordar la máscara de pez que le había comprado. Claramente tenía un tema favorito.

—Con razón te gustó —dije, señalando la máscara de pez sobre su cabeza —Ya hacían juego desde antes.

—Los peces son divertidos —dijo con una amplia sonrisa.

Abel se acercó con más calma. Recorrió con la mirada todos los premios y finalmente eligió una pequeña calabaza de felpa, del tamaño de su palma, la cual el vendedor se la entrego enseguida.

—¿Una calabacita? —pregunté, curiosa.

—Las calabazas son deliciosas —respondió con seriedad— Me gustan más cuando están asadas.

Sonreí, sin poder evitarlo. Cada uno tenía su mundo particular. Uno lleno de energía, el otro de observación silenciosa… pero ambos brillaban a su manera bajo la luz tenue de la feria.

Me acerqué un poco a Shadow, que no había dicho palabra desde que empezó la ronda. Se mantenía de pie, en silencio, con la mirada fija en los niños.

—Pareces orgulloso —le dije, en voz baja, casi como un secreto compartido.

Él no respondió de inmediato, pero su expresión se suavizó apenas, lo justo para alguien que no estaba acostumbrado a dejar que se le notara.

—Están aprendiendo rápido —murmuró— Más rápido de lo que esperaba.

—Eso también es mérito tuyo —le recordé.

Me recargué ligeramente contra su brazo, sintiendo su calor bajo la tela gruesa de la gabardina. Mire a los niños, ellos regresaban los rifles al vendedor y le agradecian con una sonm. Pero también note que ya no tenían sus calabacitas con ellos. ¿En qué momento desaparecieron? Sin duda estos dos eran mágicos. 

Entonces Caín levantó la mano, con ese brillo travieso en los ojos, y señaló el puesto de lanzar aros a las botellas.

—¿Nos puedes enseñar a jugar ese? —preguntó, ilusionado.

Shadow lo miró, ligeramente incómodo, como si lo hubieran sacado de su zona de confort.

—Yo nunca he… —empezó a decir, pero no llegó a terminar.

Caín ya lo había tomado del brazo, y Abel del otro. Entre los dos lo arrastraron —literalmente— hacia el juego. Yo iba detrás, riéndome sin poder evitarlo ante la imagen: el gran Shadow the Hedgehog, temido comandante de Neo G.U.N., siendo secuestrado por dos niños entusiasmados.

Cuando llegamos al puesto, Shadow me lanzó una mirada que era mitad súplica, mitad resignación.

—No te preocupes —le dije entre risas, dándole una palmadita en el brazo— Es muy sencillo. Solo tienes que lanzar los aros para que caigan sobre las botellas. No hay más ciencia.

Asintió con seriedad, como si acabara de recibir instrucciones para desactivar una bomba.

Una chica jaguar con manchas doradas y una camiseta morada nos miró desde el otro lado del mostrador.

—Tres rings por diez aros cada uno —anunció con voz práctica.

Shadow nos miró a todos, y por su expresión supe que estaba haciendo las cuentas mentalmente. Luego metió la mano en su gabardina, sacó su billetera —ese gesto que ya se le estaba haciendo costumbre esa noche.

—10 para mi y para la bellísima angel a mi lado. 20 para cada uno de los niños—dijo Shadow con su clásico tono serio, entregando el dinero a la chica.

Ella nos entregó los sets de aros con una sonrisa. Yo tomé el mío, apunté a una botella del centro… y acerté al primer intento.

—Así se juega —dije con una sonrisa, girándome hacia ellos.

Los niños asintieron, visiblemente confiados, y comenzaron a lanzar. Caín falló su primer tiro y frunció el ceño, inflando las mejillas.

—No es tan fácil como parece —refunfuñó.

Abel lanzó el suyo con cuidado… y también falló. Frunció el ceño con esa seriedad calmada suya.

—Debe haber un truco —dijo, casi para sí mismo.

Ambos se voltearon al unísono hacia Shadow, como si esperaran que él tuviera la respuesta mágica. Shadow los miró, luego me miró a mí, claramente sin saber qué decir. Yo no pude contener la risa.

—Está bien, está bien —dije, levantando las manos— Les enseño la técnica.

Me incliné un poco hacia ellos, sujetando uno de los aros con la punta de los dedos.

—No lancen con fuerza. Es más un movimiento suave, como dejarlo caer en dirección a la botella. Apunten alto, pero no demasiado. Y sobre todo… —hice una pequeña pausa, sonriendo— no piensen en ganar. Solo diviértanse con el intento.

Me giré hacia Shadow y le guiñé un ojo.

—Eso también va para ti, Comandante.

Shadow exhaló suavemente por la nariz. Casi una risa. Y luego tomó su primer aro con calma, sin decir nada. Lo evaluó un segundo, apenas inclinando la cabeza como quien hace un cálculo rápido, y lo lanzó. El aro voló en línea limpia y perfecta hasta caer justo en el cuello de una botella. Cling.

Caín se quedó boquiabierto.

—¡¿Cómo hiciste eso?! —exclamó, con los ojos casi saliéndosele.

Shadow se limitó a encogerse de hombros.

—No sé. Solo calculé... —respondió, y antes de terminar la frase ya tenía otro aro en la mano. Lo lanzó con la misma tranquilidad. Cling . Otro acierto.

—¡Oye! —protestó Caín, mientras él y su hermano empezaban a lanzar los suyos en fila, con una mezcla de esperanza y desesperación.

Los aros de los niños rebotaban fuera de las botellas una y otra vez. Algunos giraban de lado, otros golpeaban el borde y salían volando. Ninguno acertó.

Yo reí, cubriéndome la boca con una mano.

—Parece que no soy tan buena enseñando como tú —le dije a Shadow, medio en broma.

Él me miró de reojo, con ese gesto sutil que tiene cuando está relajado.

—No te culpes —murmuró. Esto es diferente.

Tomó otro aro y lo lanzó. Cling . Impecable.

—¿Diferente, eh? —le dije con una ceja levantada—. Pues parece que se te da bastante bien. ¿No que nunca habías jugado esto?

—No había jugado… —dijo, tomando otro aro— Pero tampoco es ciencia espacial.

Cling . Otro acierto. Yo solté una carcajada.

— El señor que nació aprendido parece que aprende rápido—dije, divertida.

—Así fui diseñado —respondió él con una sonrisa apenas visible detrás de la máscara, casi desafiante, mientras lanzaba otro aro sin mirar siquiera. Cling .

—¡¿Quéééé?! —exclamó Caín, llevándose las manos a su máscara de pescado con cara de tragedia— ¡Esto es injusto! ¡Él tiene trucos!

—No tengo trucos —dijo Shadow, sin alterar el tono— Es solo cálculo. Miras la distancia, ajustas la fuerza, consideras la trayectoria y…

—¡Habla en un idioma que yo pueda entender! —le interrumpió Caín, exasperado, y lanzó otro aro con fuerza, fallando al final.

Abel se concentró, tomando su tiempo para alinear su siguiente tiro. Falló también, aunque por poco.

—Debe haber un truco real… —murmuró, pensativo.

—La verdad es que es más difícil de lo que parece —comenté, y lancé un aro al azar. Este rebotó con tristeza en la botella y cayó fuera— Mira, ni yo le atino ahora.

Shadow me miró, ligeramente divertido.

—¿Ya ven? No es solo suerte. Es cuestión de cálculo y técnica.

—¿Y qué, ahora te vas a convertir en campeón de ferias? —le dije, con una sonrisita burlona.

—No lo había considerado —respondió, lanzando otro aro. Cling . Otro más.

Caín gruñó bajito y se cruzó de brazos.

—Ustedes lo hacen ver tan fácil… ¡Quiero hacer trampa!

Abel soltó una risita suave, discreta.

—No es divertido así —le dijo, sin juzgarlo.

—Lo séééé —dijo Caín, dejando caer los hombros— Pero igual quiero ganar algo…

—Eso también es parte del juego —les dije a los dos— A veces se gana, a veces se falla… pero si uno se divierte, ya vale la pena.

Abel asintió despacio, pensativo. Caín infló las mejillas como si aún no estuviera convencido, pero al final tomó otro aro y se preparó para lanzarlo.

Mientras Caín y Abel seguían lanzando sus últimos aros con torpeza pero sin perder el entusiasmo, Shadow y yo continuábamos con los nuestros. 

—¿Sabes? —le dije en voz baja, mientras lanzaba un aro que cayó dentro de una botella— Si alguien me hubiera dicho hace unos años que te iba a ver en un festival, con niños, lanzando aros… me hubiera reído muchísimo.

Shadow giró ligeramente el rostro hacia mí, con la mirada entrecerrada.

—¿Y por qué te parece tan gracioso? —preguntó, justo antes de lanzar su aro. Otro acierto, claro.

—No es que sea gracioso en sí —le respondí con una sonrisita ladeada— Solo que… me sorprende. Y me encanta lo mucho que has cambiado.

Fallé mi siguiente tiro por poco y fruncí el ceño. Él lanzó el suyo con calma, como si no tuviera que pensarlo demasiado. Otro acierto, por supuesto.

—No he cambiado tanto —murmuró, como si quisiera convencerse a sí mismo más que a mí.

Me giré completamente hacia él, sosteniendo los aros en una mano. Levanté la otra para alcanzar su altura, poniéndome de puntillas con aire juguetón.

—¿Shadow, cómo que no has cambiado tanto? Has crecido como el doble en los últimos tres años. ¡Me duele el cuello de mirar tanto hacia arriba!

Shadow desvió la mirada hacia las botellas, su voz sonando más amarga de lo usual.

—Sí… he crecido mucho.

Noté ese tono, una carga silenciosa, pero decidí mantener el momento en la luz. Sonreí, y con un toque más animado, seguí:

—Shadow… has cambiado muchísimo. No solo físicamente, sino como persona. Antes solo trabajabas con Rouge y Omega, y aún con ellos eras de pocas palabras. Y solo trabajabas con Sonic y el resto de nosotros cuando no tenías otra opción. Nunca te quedabas más tiempo del necesario. Nunca sonreías. Nunca me hablabas como ahora.

Llevé la mano a su brazo, con suavidad.

—Y mírate ahora. Diriges una organización entera. Tus agentes no solo te obedecen; te respetan. Te escuchan. No porque te teman… sino porque confían en ti.

Shadow entrecerró los ojos, no molesto, más bien como si tratara de encontrar las palabras adecuadas.

—Solo cambié en esa parte —murmuró— Me di cuenta de que confiar en las habilidades de otros es más eficiente que intentar hacerlo todo yo solo. Es sentido común.

Reí suavemente, rodando los ojos.

—¿Sentido común, eh? Vamos, tú fuiste a una boda. Has ido a patinar conmigo, a cafés, a estos festivales. Te animas a interactuar con la gente… Estás aquí pasando tiempo con dos niños.

Tomé un aro y lo lancé, esta vez sin mirar. Fallé de nuevo.

—Vas a decirme que el Shadow del pasado habría hecho algo de eso —añadí, mirándolo con una sonrisa medio desafiante.

Él se quedó en silencio un momento. Luego lanzó otro aro. Acierto. Como si lo hiciera sin pensar.

—Tal vez no... —admitió finalmente, con voz baja, como si le costara aceptar esa verdad en voz alta.

Me reí bajito y negué con la cabeza, con esa ternura que se escapa sin permiso cuando algo te calienta el corazón. Mire hacia nuestro lado, hacia los niños y allí fue entonces cuando me di cuenta de que ya no tenían aros en las manos. Me había perdido el momento exacto entre conversación y risas. Shadow también lo notó al voltear la vista, y ya se estaba metiendo la mano en la gabardina buscando su billetera, cuando Caín levantó una manito.

—Quiero intentar pagar yo —dijo, con voz firme pero educada.

Sacó de su abrigo esa misma moneda dorada, antigua, que habia internado usar antes en el puesto de tiro al blanco, y se la ofreció a la jaguar que atendía el juego.

—Dos intentos más, para mí y para mi hermano —añadió.

La chica tomó la moneda, la sostuvo entre los dedos, y la examinó con las cejas alzadas.

—Esto… es oro de verdad.

Caín asintió, completamente serio.

—Así es.

La jaguar lo miró por un segundo, luego sonrió como quien acaba de recibir un regalo del universo, guardó la moneda en el bolsillo de su pantalón y les entregó a cada uno una pila nueva de aros.

—Diviértanse, campeones.

Los gemelos aplaudieron, emocionados, y se pusieron a lanzar con renovada energía. Esta vez acertaban más seguido, celebrando cada vez que una caía en una botella. Me reí otra vez, mirando cómo se inclinaban y chocaban los puños entre sí, como si fueran expertos tiradores.

Yo no podía dejar de reírme. Sabía que si la chica decidía hacer lo correcto con esa moneda y llevarla a valorar, probablemente terminaría millonaria. Shadow, sin decir nada, guardó su billetera y lanzó otro aro. Dio en el blanco otra vez, por supuesto

Yo respiré hondo, sonriendo, y regresé la atención a él.

—Sabes, Shadow… cuando regresaste de tu viaje, era como si fueras otra persona.

Su oreja se giró hacia mí, atento, mientras tomaba otro aro en su mano.

—Fuiste a  mi fiesta de cumpleaños en el Mirage Express y cumpliste tu papel sin quejarte. Has venido a todas las celebraciones que he organizado… y no porque Rouge te arrastrara a la fuerza.

Shadow me lanzó una mirada ladeada, sus alas moviéndose apenas.

—Te dije que fui solo por el pastel…

Pero luego bajó la vista por un segundo, y con la voz un poco más baja, añadió:

—Y luego… para verte a ti.

Sentí un cosquilleo cálido recorrerme el pecho, como si esas palabras encajaran en un lugar que llevaba tiempo esperando. Me reí con dulzura, y lo miré de lleno.

—¿Ves? Eso es lo que quiero decir. Ahora eres más social, más abierto. Te das permiso para disfrutar, para probar cosas nuevas… Ya no te encierras en ti mismo como antes.

Shadow suspiró con suavidad, como si admitirse eso en voz alta le costara un poco.

—Supongo que tienes razón —murmuró— Antes… me habría ido antes de llegar. O habría inventado cualquier excusa para no aparecer.

Entonces me miró. Fue una de esas miradas que te envuelven. Una ternura silenciosa que no necesitaba adornos.

—Pero si siguiera siendo así —dijo— no podría disfrutar momentos como este contigo. No podría… verte sonreír así.

Me quedé en silencio unos segundos, mordiéndome el interior del labio para no derretirme ahí mismo. Sentía el pecho caliente, como si una flor hubiera florecido de golpe. Entonces llevé una mano a su brazo, lo rodeé con cuidado y lo atraje hacia mí hasta que su brazo quedó pegado a mi pecho.

Shadow no se inmutó. Solo siguió lanzando sus aros con esa calma tan suya, hasta que le quedó uno solo en la mano.

—La verdad… —dijo, con un tono casi distraído— le debo mis nuevas habilidades sociales a Lance.

Lo miré, arqueando una ceja, curiosa.

—¿Lance? ¿Por qué a él?

Me devolvió la mirada con suavidad.

—Viajé con él durante unos seis meses. ¿Recuerdas al ratón que encontré atrapado en un agujero? Te lo mencioné alguna vez.

Abrí los ojos, cayendo en cuenta.

—¿El que ayudaste a encontrar a su hija? ¡Oh! No sabía que era él. Nunca lo asocié.

Shadow asintió.

—Nunca dije que eran la misma persona… pero sí, ese es Lance.

Lanzó el último aro y volvió a acertar. Hizo una pequeña pausa antes de seguir.

—Viajar con él fue… distinto. Nunca había compartido tanto tiempo con alguien así. No era un científico, ni un guerrero, ni un agente de G.U.N. Solo un tipo común. Un hombre de negocios que buscaba a su hija.

Lo observé de reojo, intrigada, mientras jugueteaba con uno de mis aros.

—¿Y cómo fue viajar con él? —pregunté con una sonrisa ligera.

—Mmm… ¿cómo explicarlo? Lance no sabe pelear. Para nada. Perdí la cuenta de las veces que tuve que salvarle el pellejo —dijo con una voz nostálgica— Pero tenía algo que yo no: una habilidad increíble para tratar con la gente. Me enseñó a leer ambientes, a detectar señales sociales, a negociar sin terminar estafado. Cosas que jamás había aprendido… porque nunca me interesaron.

Me hizo gracia imaginar a Shadow aprendiendo a negociar en un mercado o tratando con comerciantes. Lancé uno de mis aros y, para mi sorpresa, acerté. Le sonreí.

—Hablaba mucho de su vida —continuó Shadow, con un tono más suave— De su pasado antes de la guerra, de sus negocios, su exesposa, su hija… Tenía historias para todo. Ha vivido mucho más que yo. Escucharlo fue… educativo.

—Y después de encontrar a su hija… ¿se separaron?

—Sí. Él volvió a su ciudad. Yo seguí con mi viaje. Nos reencontramos cuando regresé.

Me quedé pensando unos segundos y dije:

—No sabía que había tanto entre ustedes. Pensé que eran simples conocidos.

Shadow negó suavemente con la cabeza.

—No diría que somos grandes amigos… pero sí hay confianza. Lo respeto. Me ayudó a ver cosas que yo no quería ver.

Lo miré con ternura. Esa parte de él, la que reconocía y valoraba los cambios, la que abría su mundo aunque fuera un poco… me conmovía profundamente.

—Creo que Lance dejó una buena marca en ti —murmuré, casi como un secreto.

Shadow me miró de reojo.

—Sí… pero no se lo digas —dijo, en ese tono suyo entre serio y juguetón.

Me reí bajito y lancé mi último aro, sintiéndome especialmente satisfecha cuando acerté. Alcé el puño con orgullo mientras echaba una mirada al costado. Los niños seguían lanzando sus aros con emoción, sin importar si fallaban o no. Solo se reían y seguían intentando, una y otra vez, como si el juego nunca tuviera final.

La jaguar que atendía el puesto se acercó a nosotros con una sonrisa amplia.

—Como el demonio aquí acertó todos los aros —dijo, señalando a Shadow con el pulgar— puede elegir uno de los peluches grandes de arriba.

Levanté la vista y me di cuenta entonces de lo enormes que eran. Peluches gigantes colgaban del techo del puesto, con formas de animales adorables, algunos casi del tamaño de un niño pequeño.

Shadow me miró.

—¿Cuál quieres?

Me quedé un momento mirando la fila de peluches. Todos eran enormes, suaves, exageradamente tiernos. Me recordaron a todos los que solía tener de niña, los que dejé en el cuarto de Cream cuando me mudé por segunda vez. Iban a seguir ahí, coleccionando polvo, hasta que alguien los necesitara más que yo.

Entonces miré a los niños y sonreí.

—¿Ustedes quieren uno? —pregunté, señalando con el dedo la fila de peluches.

Ambos se congelaron de la sorpresa, como si no supieran si me habían escuchado bien. Sus ojos se agrandaron con una mezcla de ilusión y asombro.

—¿Se puede? ¿De verdad se puede? —preguntó Caín, dando un brinquito en su lugar.

—Sí —respondió Shadow, simplemente, con ese tono tranquilo que usaba cuando ya había tomado una decisión.

Caín se volvió hacia Abel, los ojos brillando.

—¿Qué pedimos? ¡Hay muchas opciones!

Abel miró con atención y dijo, pensativo:

—Algo que parezca cómodo para usar como almohada.

—Buena idea —asintió Caín con entusiasmo— Así tendremos algo suave donde dormir. La cama de hojas ya es muy dura.

Vi cómo Shadow ladeaba apenas la cabeza al escuchar eso, con una expresión fugaz de desconcierto. Yo, en cambio, lo entendí al instante. Si ellos eran Amdruth… claro, debían vivir en el otro plano. Junto a los demás espíritus.

Ambos niños fijaron la mirada al mismo tiempo en la fila de peluches colgados del techo, sus ojos brillaban con emoción mientras examinaban uno por uno. De repente, sin decir palabra, estiraron sus manos hacia el mismo peluche: una banana gigante, de un amarillo vibrante, lo suficientemente larga y mullida para usarse como almohada para dos.

La jaguar encargada del puesto, con una sonrisa amable y algo divertida, tomó un palo con gancho y cuidadosamente bajó el enorme peluche, entregándoselo a los niños que lo recibieron con una mezcla de sorpresa y alegría desbordante. Caín la abrazó con fuerza y Abel le lanzó una sonrisa cómplice.

—Es adorable —comenté, acariciando la superficie suave y brillante de la banana, incapaz de contener una sonrisa.

Shadow ladeó un poco la cabeza y murmuró con un tono seco, pero sin malicia:

—Eligieron una banana.

—Y es adorable —repliqué, divertida por su comentario—. No todos los días ves almohadas en forma de fruta.

Miré a los niños y les dije con una sonrisa maternal:

—Ahora tienen su almohada… pero tendrán que cargarla toda la noche.

Ambos soltaron una risita, pero Caín, con ojos brillantes de astucia, respondió:

—No se preocupe, tenemos una solución.

Abel levantó un poco el abrigo que llevaba puesto, y Caín comenzó a deslizar cuidadosamente la banana gigante debajo, que fue desapareciendo poco a poco como si se tratara de un truco de magia.

Shadow y yo intercambiamos una mirada de asombro, mientras la jaguar encargada del puesto se quedó boquiabierta. Sus orejas se alzaron y sus ojos se agrandaron, como si no pudiera creer lo que acababa de presenciar. Después de un momento de silencio, soltó una carcajada entre divertida y desconcertada.

—¡Qué gran truco de magia! —exclamó, aún mirando el abrigo de Abel, donde hacía apenas segundos había desaparecido por completo la enorme banana de peluche.

Shadow llevó una mano lentamente a su máscara y, con un gesto medido, la empujó hacia su frente, dejando al descubierto sus ojos. Se inclinó con suavidad, acercándose apenas. Su ceño se frunció con intensidad, y en su rostro se reflejaba una curiosa mezcla de desconcierto y asombro contenida.  Sus labios se entreabrieron, pero su voz apenas fue un susurro, cargado de duda.

—¿Acaso… ustedes… cómo hicieron eso?

Caín se llevó un dedo a los labios con teatralidad y una sonrisa traviesa.

—Es un secreto —dijo, guiñándole un ojo.

Yo no pude evitar reírme. Una risa suave y cálida se me escapó sin remedio, y sentí cómo algo dentro de mí se iluminaba. Era magia, magia real sin duda alguna. 

Shadow abrió la boca para decir algo más, pero no tuvo oportunidad. Caín lo interrumpió de golpe, jalándolo por el brazo con fuerza sorprendente para alguien tan pequeño.

—¡Vamos a aquel juego ahora! —exclamó, señalando un puesto de dardos más adelante.

Abel no se quedó atrás y tomó el otro brazo de Shadow, tirando de él con entusiasmo. Shadow solo resopló con resignación mientras los dos pequeños lo arrastraban como si fuera un trofeo viviente.

Y así comenzó nuestro pequeño tour entre todos los juegos del festival.

Yo les explicaba las reglas en cada puesto, con paciencia y una sonrisa, mientras los niños escuchaban con atención y ojos brillantes. Shadow, por otro lado, era increíblemente eficiente. No importaba el juego: dardos, latas, pesca de patitos, tirar a un blanco en movimiento… todo lo hacía parecer fácil. Siempre atinaba, siempre ganaba.

Los niños, en cambio, daban lo mejor de sí. A veces atinaban, a veces fallaban, pero lo hacían riendo y sin frustrarse. Y yo… yo jugaba sin preocuparme por ganar o perder. No quería estresarme tratando de competir contra Shadow, porque si me ponía competitiva —como sé que pasaría— terminaríamos enfrascados en una guerra silenciosa de habilidades que podía durar horas . Así que opté por disfrutar el momento, centrarme en ayudar a los niños a ganar algo pequeño, darles consejos, animarlos, aplaudir sus aciertos.

Shadow, mientras tanto, acumulaba peluches de todos los tamaños con una eficiencia militar. Apenas los ganaba, se los entregaba a los niños con naturalidad. Ellos los recibían encantados, agradecían con emoción, y luego... simplemente volvían a hacerlos desaparecer bajo sus abrigos, como si tuvieran un portal oculto ahí dentro. Un bolsillo interdimensional digno de una historia de fantasía.

Pero lo que más me encantaba —lo que realmente me llenaba el corazón— era ver el rostro de Shadow. Sus ojos, por lo general serios y calculadores, estaban relajados; su expresión tenía una suavidad poco común en él. Se estaba divirtiendo. No fingía y no estaba actuando por compromiso ni por cortesía. Estaba probando cada juego con una curiosidad casi infantil, una concentración que no tenía nada que ver con su entrenamiento militar, y cuando acertaba— que era siempre— la comisura de sus labios se curvaba en una pequeña sonrisa satisfecha que me derretía por dentro.

Era su primera Noche de los Dos Ojos participando como uno más, más allá de simplemente patrullar o vigilar desde las sombras. Estaba presente . Estaba compartiendo, viviendo el momento.

Y no pude evitar pensarlo… en todo lo que probablemente nunca había vivido.

Esas experiencias pequeñas, simples, casi insignificantes para muchos… pero que para él tal vez no habían existido nunca. Cosas cotidianas, de esas que uno da por hechas, pero que en su mundo de misiones, entrenamiento y soledad, quizá nunca ocurrieron.

Caminar bajo la lluvia compartiendo un paraguas, los dos pegados para no mojarnos tanto. Tener un picnic al atardecer, comiendo algo sencillo sobre una manta mientras el cielo se tiñe de naranja. 

Hacer una guerra de almohadas que termine con carcajadas y las púas hechas un desastre. Ir a una feria de libros, escoger uno al azar y leerlo en voz alta como si estuviéramos solos en el mundo.

Decorar un árbol de invierno, aunque sea uno de plástico, torcido y chiquito, solo porque sí.
Perdernos juntos en una ciudad desconocida, sin mapa, sin plan, solo con el deseo de descubrir algo nuevo.

Cocinar algo que salga horrible y terminar riendo mientras pedimos pizza a última hora.
Hacer una lista de deseos compartida, y prometer tachar cada uno con el tiempo.

O simplemente… caminar tomados de la mano, sin tener que mirar por encima del hombro.

Y yo quería estar allí para cada una de esas cosas. Para mostrárselas. Para vivirlas con él.
Porque Shadow... Shadow merecía una vida con dulzura.Con primeras veces llenas de alegría. 

Fue entonces cuando su voz me sacó, suave, como si temiera interrumpirme.
—¿Estás bien, Rose? —me dijo con esa mirada que solo usaba conmigo—. Te ves… pensativa.

Le sonreí, sintiéndome descubierta.
—Solo estaba pensando en lo bien que la estamos pasando.

Shadow asintió, mirando a su alrededor como si no pudiera evitarlo.
—Es más divertido de lo que esperaba.

—Por eso me encantan los festivales —dije con una sonrisa que no podía quitarme del rostro.

Las luces cálidas que colgaban entre los puestos iluminaban los rostros disfrazados. Las risas se mezclaban con la música de fondo, los aromas de dulce flotaban en el aire, y por un instante todo parecía un sueño cálido en medio del otoño. Todo vibraba con una energía especial.

 —Creo que ya probamos cada juego en existencia —comenté, divertida, mirando la hilera de puestos por la que habíamos pasado.

Entonces Caín, tomado de la mano de su hermano, alzó el brazo libre y señaló con entusiasmo:
—¡¿Y ese de allá?! ¡No fuimos a ese todavía!

Seguimos su dedo. A unos pasos, había un puesto decorado con luces titilantes en forma de caramelos y una gran pizarra con letras doradas que decía: “¿Puedes adivinar cuántas gomitas hay en el frasco?”

Nos acercamos los cuatro, y un cerdo simpático disfrazado como el Hombre de Hojalata nos recibió con una sonrisa ancha. Su pintura plateada estaba un poco corrida, y una tuerca colgaba torpemente de su sombrero.

 —¡Bienvenidos! —exclamó alegremente—. Si adivinan cuántas gomitas hay en el frasco, ¡se llevan un premio increíble!

Me acerqué al frasco, colocado sobre un cojín rojo. Era un frasco enorme, de al menos dos litros, lleno hasta el tope de gomitas de colores. Algunas apretadas contra el cristal, otras enredadas en formas raras, como si jugaran a esconderse unas detrás de otras.

—Entonces, campeón… —le dije a Shadow con una sonrisa pícara— ¿cuántas gomitas hay?
Él entrecerró los ojos con su típica expresión analítica, observando el frasco como si fuera un arma desconocida.

—Puedo calcular velocidad, fuerza y distancia en los juegos— dijo, con un leve gesto de frustración elegante— Pero esto... esto es pura suerte.

—Mi especialidad —respondí, soltando una risa. Él me miró de reojo, pero la comisura de sus labios se curvó apenas. 

El vendedor carraspeó suavemente, indicándonos el cartel con las reglas.

—Un intento por un ring —dijo, señalando la caja donde se colocaban las monedas.

Shadow no dijo nada. Solo se llevó una mano al interior de su gabardina, sacó su billetera negra y extrajo sin esfuerzo la cantidad exacta para cuatro intentos. 

—Supongo que uno para cada uno —dije, mirando las monedas mientras caían en la caja con un tintineo suave.

Caín se adelantó de inmediato, sus los ojos brillando de emoción.

—¡Yo primero! ¡Yo puedo adivinar! Hay... ¡ochocientas gomitas!

—¿Ochocientas? —pregunté, levantando una ceja.

—¡Son muchas! —dijo, como si eso lo justificara todo.

—Uy, no. Frío como el metal —respondió el vendedor con una risa.

Abel, por su parte, se quedó mirando el frasco en silencio. Contaba algo mentalmente, moviendo apenas los labios.

 —¿Trescientas?

—¡Más lejos todavía!

Shadow se encogió de hombros y soltó al azar:
—¿Ciento setenta y ocho?

—Ni cerca, mi estimado demonio rojo —dijo el Hombre de Hojalata con una reverencia burlona.

Me acerqué al frasco. Lo observé unos segundos. No tenía cómo adivinarlo con exactitud. No era como Tails, que probablemente podría hacer una estimación con densidad, volumen y geometría irregular. Pero yo tenía algo más: intuición. Esa vocecita que siempre me decía por dónde empezar.

Cerré los ojos. Respiré. Y simplemente lo sentí.

—Doscientas ochenta y cinco —dije con seguridad.

El vendedor parpadeó. Luego, sonrió de sorpresa y alzó una campana que colgaba del techo del puesto.

 —¡Y tenemos una ganadora! ¡Exactamente doscientos ochenta y cinco gomitas!

Los niños gritaron de emoción, brincando, todavía tomados de la mano. Shadow arqueó una ceja, sorprendido, y me miró con una mezcla de incredulidad y orgullo.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó en voz baja.

—Intuición —le guiñé un ojo— El mejor superpoder de todos.

El cerdo disfrazado me entregó una caja decorada con papel brillante, calaveritas pintadas a mano y cintas de colores otoñales. Tenía un pequeño lazo en la tapa, y pesaba un poco más de lo que esperaba. La sostuve con ambas manos, sintiendo una pequeña emoción creciendo en el pecho.

Caín se acercó rápidamente, con los ojos brillando como si fuera una caja de tesoros.

—¡Ábrela, ábrela! ¡Quiero ver qué ganaste!

Abel, que venía justo detrás, tomó su mano con fuerza, pero asintió con entusiasmo.

—Ya va, tranquilos —dije riendo— Hay que saborear el misterio.

Me senté sobre una de las bancas cercanas al puesto, y con cuidado llevé una mano al lazo. Sentía los ojos de todos puestos sobre mí. Deslicé la cinta y levanté la tapa despacio.

Y ahí estaba. Entre un nido de paja artificial y papel de colores, reposaba un huevo de Chao. Grande, con motas celestes que brillaban apenas bajo la luz de las linternas del festival.

—Es un huevo de Chao —dije, un poco sin aliento por la sorpresa.

—¿Un huevo? —repitió Shadow, inclinándose ligeramente para mirar dentro— Es... definitivamente un huevo.

—¿¡Lo vas a cocinar!? —preguntó Caín con total seriedad, como si fuera una idea completamente razonable.

—¡Claro que no! —reí, llevándome la mano a la frente— No, cariño, no se cocina. Es un bebé Chao. Está dormidito aún, esperando nacer.

—¿Un Chao? —repitió Caín, acercándose más— ¿Va a salir caminando?

—No de inmediato —dije, conteniendo la risa— Primero hay que cuidarlo, mantenerlo calientito, hablarle, cantarle... los Chaos aprenden del amor que reciben.

Shadow se cruzó de brazos, observando el huevo con una expresión más suave de lo usual.

—¿Vas a criarlo? —preguntó en voz baja.

Miré el huevo por un momento, y luego a él.

—No es como si tuviera otra opción —respondí, sonriendo de lado— Me lo gané, ¿recuerdas? Ahora es mi responsabilidad. Supongo que seré mamá.

—Es una experiencia... interesante —dijo con ese tono que usaba cuando los recuerdos lo visitaban.

Lo miré con más atención, notando el matiz en su voz.

—Tú tenías un Chao, ¿verdad? ¿Qué pasó con él?

Hubo una breve pausa. Shadow bajó un poco la mirada, sus dedos tamborilearon una vez contra su brazo.

—Lo dejé en el Jardín de Chaos —respondió con calma— Antes de irme de viaje. Pensé que estaría mejor allí.

—Y nunca volviste por él —dije, más como una reflexión que una acusación.

—Sí volví —dijo, su voz un poco más baja— Fue lo primero que hice cuando regresé. Pero habían pasado dos años... y él ya no era el mismo. Tenía una familia. No quise sacarlo de ese entorno. Era feliz.

Me quedé en silencio unos segundos, mirando cómo sus ojos se perdían un poco en el recuerdo. Sentí que algo se me apretaba en el pecho. Ese gesto, esa renuncia silenciosa por amor... era tan propio de él.

—Además —añadió, con un leve suspiro— trabajo tanto que no tendría tiempo para cuidarlo. Lo veo de vez en cuando, cuando puedo, pero siempre le pregunto a Cream cómo está.

Lo dijo con esa mezcla de culpa tranquila y aceptación. Como alguien que ya hizo las paces con su decisión, pero que aún lleva el cariño en algún rincón del alma.

Sonreí, acariciando con los dedos el borde de la caja donde dormía el nuevo huevo de Chao.

—Ella me contó que son amigos por carta —le dije, mirándolo de reojo con suavidad.

Shadow asintió apenas, como si le costara admitirlo, con una de esas muecas sutiles que apenas curvan los labios, pero que yo ya había aprendido a leer.

—Sí… algo así. —Su voz era baja, como si no quisiera que nadie más la oyera— Yo solo quería saber cómo estaba mi Chao… y a Cream le pareció buena idea lo de escribir cartas. Creo que le hacía ilusión, eso de enviar y recibir sobres.

Lo miré de reojo, con una sonrisa juguetona en los labios, dejando que el calor en mi pecho se asomara en la voz.

—Cream me contó que preguntabas por mí.

Vi cómo Shadow se tensaba por un segundo. Un leve rubor le subió por las mejillas, y sus ojos se apartaron hacia algún punto del suelo. Me dio tanta ternura que casi me reí en voz alta.

Aun después de meses de relación, incluso después de habernos dicho que nos amábamos sin reservas y con planes de boda en el horizonte, todavía se avergonzaba al recordar lo que sentía en secreto. Aquellos días en que apenas me hablaba, pero siempre me observaba desde lejos, con ese aire distante que ahora sabía que solo era timidez e inseguridad.

Y yo lo encontraba precioso.

—Sí… preguntaba —murmuró él, casi en un suspiro, como si admitirlo le costara un poco y, al mismo tiempo, no le molestara del todo.

—Podías preguntarme a mí directamente, ¿sabes? —le dije con una risita— Hubiera sido más fácil.

—Sí claro… —murmuró con un suspiro entre resignado.

Iba a decirle algo más, pero en ese momento Caín apareció entre nosotros, como un torbellino de energía.

—¿Le vas a poner nombre? —preguntó, ya encariñado.

Miré el huevo dentro de la caja. Me era imposible verlo como un simple premio. Ahora era... un nuevo miembro de mi familia.

—No lo sé… ¿alguna idea? —pregunté, mirándolos a los dos.

Abel, que había permanecido más callado, se apoyó un poco contra Caín y murmuró:

—¿Y si se llama… Bebe?

Shadow ladeó un poco la cabeza, curioso.

—¿“Bebe”? —repitió, alzando una ceja— ¿Por qué ese nombre?

Abel se encogió de hombros con timidez.

—No sé… fue lo primero que pensé. Es chiquito. Y... da ternura.

Repetí el nombre en voz baja, probando cómo sonaba en mi boca.

—Bebe…

Me hizo sonreír. No solo era adorable, sino que había salido de un impulso genuino. Sin complicaciones. Como todo lo bueno.

—Me gusta —dije, metiendo mi mano dentro la caja y acariciando el huevo con los dedos enguantados— Es sencillo, dulce… perfecto.

—Es un buen nombre. —Murmuro Shadow.

Lo miré a él, luego al huevo tibio en la caja decorada con calaveritas y dulces. Por un momento, me invadió una calidez tan profunda que sentí que todo en el mundo estaba en su lugar. 

—Vas a ayudarme a criarlo, ¿verdad? —le pregunté a Shadow, mirándolo directamente, con media sonrisa.

Shadow entrecerró los ojos, como evaluando la idea, y luego curvó apenas una ceja en una sonrisa discreta.

—¿Será nuestro bebé de prueba?

Solté una risita, sorprendida y encantada por su respuesta. Ese tono entre serio y bromista era una de las cosas que más me gustaban de él.

—Vamos a ver qué tan compatibles somos en eso de la crianza —le respondí, como si fuera un reto.

—Conociéndonos... va a salir bien —dijo él, esta vez con una certeza serena que me hizo sonreír más todavía.

Había algo tan simple, tan claro en su seguridad. Como si para él ya no existieran dudas entre nosotros. Como si confiar en mí fuera tan natural como respirar.

Entonces, como si notara que el momento empezaba a volverse demasiado emocional, se incorporó un poco, volviendo a su tono más habitual.

—Hemos caminado bastante —dijo, volviendo a escanear el entorno con su instinto protector— ¿Tienes sed? ¿Hambre?

—Un poco de sed. Algo frío me vendría bien —respondí, acomodando la caja con el huevo en mi regazo. El aire se sentía un poco más cálido con tanta gente alrededor.

—Quédate aquí en la banca con los niños. Voy a buscar algo.

—¡¿Puedo ir contigo?! —exclamó Caín, alzando la mano como si estuviera en clase— ¡Quiero ir! ¡Por favor!

Shadow lo miró un segundo, evaluando, y luego asintió con un gesto leve.

—¿Por qué no? Vamos, pequeño lobo.

—¡Detrás tuyo, erizo nacido en las estrellas! —gritó Caín, entusiasmado, trotando para alcanzarlo.

Shadow lo miró por encima del hombro, frunciendo apenas el ceño.

—¿En las qué?

—¡Nada, nada! —rió Caín, y se perdió a su lado entre los puestos del festival.

Me quedé en la banca, viendo cómo se alejaban entre luces y disfraces, entre risas y faroles de papel que colgaban como ojos brillantes del cielo. Bajé la mirada al huevo otra vez, sintiendo una ternura que me desbordaba. Era pequeño, pero sentía que ya llenaba tanto.

Abel se sentó a mi lado sin hacer ruido. Cuando habló, su voz ya no sonaba infantil.

—Gracias, eriza rosada.

No me sorprendió el cambio. Lo sentí apenas habló. Esa forma de hablar con pausas medidas, con la madurez de alguien que ha visto muchas estaciones pasar.

Lo miré con atención.

—De nada... Abel. —Hice una pausa, y luego añadí, sin bajar la mirada— ¿O debería decir Amdruth?

Él no desvió la vista de mí.

—En esta forma soy Abel —dijo con una certeza que me dejó sin réplica.

Asentí, aceptando la respuesta. Ya no me costaba tanto comprender su dualidad, aunque seguía pareciendo un misterio antiguo, como los que aparecen en leyendas que se cuentan frente al fuego.

—¿Se están divirtiendo? —le pregunté con una sonrisa suave, sin querer romper la calma.

—Mucho —respondió Abel con un pequeño suspiro—. Caín no para de sonreír. Este ha sido uno de los mejores festivales que hemos vivido.

Mis labios se curvaron en una amplia sonrisa.

—¿Sí? Me alegra mucho escuchar eso. Me imagino que han visitado muchísimos festivales de la Noche de los Dos Ojos, ¿verdad?

Abel me sonrió, pero había algo antiguo en ese gesto, una nostalgia que parecía pesarle un poco en los ojos.

—Cada otoño, cada festival vamos a un lugar diferente. Jugamos, reímos, hacemos amigos. Vivimos todo como si fuera nuevo.

Por un segundo, pareció perderse en algún recuerdo. Luego bajó la mirada, y su cuerpo pequeño se recogió un poco, como si de pronto el peso de los siglos lo encogiera. 

—Pero Caín siempre olvida.

Parpadeé, confundida.

—¿Olvida?

Abel asintió con lentitud.

—Su memoria no es buena. No sé si hay algo roto en su mente… o si simplemente se obliga a olvidar. Tal vez para protegerse. —Hizo una pausa, breve, como si cuidara sus palabras— Después de todo… es un niño. De cuerpo y de alma.

Levantó la vista y me sostuvo la mirada con una serenidad triste.

—Y yo... yo tengo que fingir que lo soy también. Cada año, cuando despertamos en otoño. 

Me quedé en silencio, escuchando. Su voz tenía una soledad que dolía sin alzar la voz. Una carga que cargaba con elegancia, pero que era demasiado grande para alguien tan pequeño.

Deslicé mi mano dentro de la caja y acaricié con cuidado el cascarón cálido, casi como si pudiera traspasarle algo de amor con solo el roce de mis dedos.

—Debe ser tan duro… —dije apenas, sintiendo un temblor leve en mi garganta.

—Lo es —admitió Abel, con una pequeña exhalación— Pero lo hago por él. Por verlo feliz. Por escucharlo reír, como ahora. Ese sonido… hace que todo valga la pena.

Sus palabras me calaron hondo. Sentí que algo en mi pecho se agrietaba. Había tanta ternura en él… y tanta tristeza escondida debajo.

Tomé aire. Me atreví.

—¿Puedo preguntarte algo?

Él giró el rostro hacia mí y asintió, sereno, con sus pequeños cuernos de madera temblando al moverse.

—Adelante.

—¿Qué son ustedes... exactamente?

Su mirada no cambió, pero una sombra muy leve pasó por su rostro.

—He escuchado tantas versiones, tantas leyendas —continué— Algunas dulces, otras terribles. Y la verdad… es confuso.

Abel tardó un momento en responder. Cuando lo hizo, su tono fue pausado, casi como si hablara más consigo mismo que conmigo.

—Somos... un par de hermanos. Nuestra madre nos ofreció a los espíritus para protegernos… cuando una turba enfurecida vino por nosotros. Lo hizo con amor, con fe. Pero creo que jamás imaginó lo que harían con nosotros.

Sentí la primera punzada de lágrimas presionando detrás de mis ojos. Me mordí el labio para contenerlas.

—Los grandes espíritus no son como los describen los cuentos de cuna. No son guías ni protectores. Son antiguos, inmensos… y hambrientos. Nos fusionaron en una criatura de dos cabezas, en Amdruth… para infundir miedo en los corazones de los mortales. Para extorsionarlos por ofrendas, por cosechas, por sangre.

Sentí el nudo en mi garganta apretarse.

—¿Matones? —dije sin pensar, pero sin burla. Solo desconcierto.

 

Él asintió lentamente.

—Eso somos. No por elección... pero sí por obligación. Nos transformaron en un monstruo para que recorriéramos aldeas y ciudades durante esta época, exigiendo tributo. Las ofrendas… nunca fueron para nosotros. Son para ellos. Nosotros solo somos... su herramienta.

Me dolió escucharlo, porque lo decía sin enojo, sin resentimiento. Lo decía con la serenidad de quien ya ha hecho las paces con su condena.

—Y después —añadió— cuando octubre termina y la estatua de paja se prende en llamas, nos obligan a dormir. Hasta el siguiente año.

Me quedé un segundo en silencio. El corazón me pesaba, pero aún había algo que necesitaba saber.

—¿Y lo de robar almas? —pregunté al fin, con la voz más baja de lo que esperaba.

Abel suspiró, largo y pesado. Parecía que ya esperaba esa pregunta, como si llevara años preparándose para responderla.

—Las amenazas no sirven si no estás dispuesto a cumplirlas —dijo con amargura— Si queremos salir otra vez… en nuestras formas originales, libres de la bestia… tenemos que cumplir cuotas. Asegurarnos de que todos ofrezcan lo que deben. Solo entonces los grandes espíritus nos permiten caminar entre ustedes, jugar, reír... existir.

Una lágrima cayó. No pude evitarlo.

—¿No pueden negarse? —pregunté con voz temblorosa.

Abel bajó la cabeza. Ya no parecía un espíritu antiguo. Parecía un niño cansado.

—No sin desaparecer. No sin rompernos. No sin condenar a Caín a una eternidad de encierro mental. A un abismo donde no hay juegos ni risas, solo silencio y oscuridad. No es que queramos hacerlo, eriza rosada. No tenemos elección. Los grandes espíritus... tienen demasiada hambre. Y nosotros... nosotros somos su cuchillo y su tenedor.

Me tapé la boca con una mano. No para no hablar, sino para contener el llanto que se me venía encima. Lo miré, y sentí que algo dentro de mí se deshacía.

Vi en sus ojos algo más profundo que tristeza: una resignación vieja, curtida, sin dramatismo. No buscaba lástima. Ni perdón. Solo... que alguien lo entendiera.

Con un movimiento lento, puse la caja con el huevo a un lado de la banca, me incliné hacia él y lo abracé con fuerza. Como si con eso pudiera protegerlo de un destino que no merecía. Mi voz salió temblorosa, empapada de la emoción que luchaba por contener.

—Lo siento tanto… —susurré— De verdad… lo siento. Es tan cruel. Ustedes… solo son niños.

Abel apoyó suavemente una mano en mi espalda baja, justo debajo de mis alas. Era un gesto contenido, sereno… pero lleno de calor.

—Gracias por tu compasión —dijo en voz baja— Pero tengo más de dos mil años, eriza rosada. Estoy bien.

Negué despacio, con los ojos ya empañados. Las lágrimas me nublaban la vista, pero no me detuve.

—No… no estás bien —dije entrecortada— Nada de esto lo está. No es justo. Ni para ti, ni para Caín. Los usan. Los dejan vivir apenas un mes al año. Solo para servirles… Es una crueldad.

Abel bajó la mirada. Su mano permaneció donde estaba, cálida, como anclándome al momento. Pero su voz perdió parte de su firmeza.

—Lo es…

Se hizo un silencio. Luego su voz volvió, apenas un susurro. Y se quebró, apenas al final.

—Pero Caín no lo sabe.

Hablaba con una ternura que desentonaba con todo lo que acababa de contar. O quizás era precisamente por eso que dolía tanto.

—Caín no recuerda. Solo vive el presente. Ríe, corre, hace preguntas tontas, se asombra con todo… Y yo… haría cualquier cosa por proteger eso. 

Mi corazón se rompió.

Lo que habían vivido estos hermanos… era demasiado cruel. Perseguidos por una turba solo por nacer de una unión entre especies. Ofrecidos a espíritus que no los protegieron, sino que los usaron.

Lo abracé con fuerza, sintiendo su pequeño cuerpo entre mis brazos. Y aun así… fue él quien me acarició la espalda, de arriba a abajo, en un intento por calmarme. El que estaba sufriendo era él, y sin embargo, estaba consolándome.

—Deberías secarte las lágrimas —dijo con suavidad—. Cuando regresen el erizo híbrido y mi hermano… van a preguntar qué pasó.

Asentí despacio y me alejé de él con cuidado, soltando el abrazo. Me limpié las lágrimas con el dorso de mi guante, intentando componerme.

—Tienes razón… Lo siento. Por ponerme así.

Abel negó con la cabeza.

—No tienes por qué disculparte.

—Es solo que… —dije, tragando saliva— no puedo imaginar llevar esa carga durante tantos siglos. Fingir ser niño cada año. Volver a empezar… sabiendo que todo va a repetirse.

—Es lo que hay —respondió con una calma que no era resignación, sino hábito. Como si ya no esperara otra cosa— Y si fingir ser niño le da a Caín una infancia, aunque sea prestada… entonces vale la pena.

Respiré hondo, intentando calmar el temblor en mi pecho. Tomé la caja con cuidado, volviéndola a colocar sobre mi regazo. El huevo dentro parecía dormido, tibio, ajeno a todo. 

—Quiero ayudarles —murmuré— No sé cómo… pero si hay algo que pueda hacer, cualquier cosa… lo haré. No merecen esto. Nadie lo merece.

Abel me observó en silencio. Hubo algo en su mirada que se suavizó aún más.

—Tal vez… solo jugar con nosotros el próximo año. Eso es más que suficiente. 

Me mordí el labio, conteniendo otra oleada de emoción.

—Lo haré. Lo prometo.

Abel asintió con solemnidad. Se sentó derecho, sus pequeños cuernos de madera temblando apenas con el viento. Me miró con una gratitud que no tenía edad.

—Gracias, eriza rosada.

Terminé de secarme las lágrimas con el dorso de mi guante. Mi corazón todavía se sentía apretado, así que empecé a acariciar distraídamente el cascarón con la yema de los dedos mientras buscaba serenarme del todo.

Abel permanecía en silencio, a mi lado. Miraba hacia el festival, hacia la corriente viva de luces y disfraces, de niños corriendo con sus calabazas llenas de dulces y adultos riendo entre puestos de juegos y fortuna.

Tomé aire, y me atreví.

—¿Puedo hacerte una última pregunta? —pregunté en voz baja, sin dejar de mirarlo.

Abel giró el rostro hacia mí lentamente. Sus cuernos de madera se movieron apenas con el gesto, y su mirada, serena como el agua de un lago antiguo, se posó directamente en la mía.

Asintió con suavidad.

—Claro, eriza rosada.

—¿Por qué nosotros?

Él parpadeó despacio. Luego soltó una risita suave, por su nariz de venado, como si le hiciera gracia el recuerdo. Era una risa ligera, casi infantil... más parecida a la de Caín que a la suya.

—Porque Caín los encontró interesantes —respondió, ladeando apenas la cabeza, con ese gesto tranquilo de quien ha visto pasar muchas estaciones— Más bien, encontró interesante al erizo híbrido.

Sus ojos brillaron apenas, y su tono cambió sutilmente, como quien se permite una pequeña ternura.

—Podemos ver a través de nuestras estatuas —explicó, con la misma naturalidad con la que uno comenta el clima— Y cuando tú lo animaste a comprar esa figura de madera para su oficina, fue ahí donde lo notamos por primera vez. Él no creía en nuestra leyenda. Pero Caín… bueno, a él le causó curiosidad. Le cayó bien.

Soltó otra risa breve, genuina esta vez.

—Y fue bastante gracioso ver su reacción cuando hicimos que las cabezas de tu estatua se movieran. Caín se rió durante horas.

Se encogió de hombros, sin perder esa media sonrisa que hablaba de momentos dulces en medio del absurdo.

—Y no sé... tratar de interactuar con él, hacerlo nuestro amigo, me pareció una buena idea. Ese híbrido... no es como los demás. Tiene una energía... diferente. Como si no estuviera del todo atado al tiempo. Como si pudiera vivir por mucho más….

Bajó la mirada un momento, reflexivo. Las luces del festival titilaban en sus ojos como estrellas temblorosas. 

—Y pensé que, si nos hacíamos amigos, tal vez querría jugar con nosotros el año siguiente. Y el siguiente. Y el siguiente…

Hizo una pausa. El sonido lejano de los niños riendo, las luces del festival parpadeando como luciérnagas en el aire frío.

—En el fondo... creo que tenía la esperanza de que si alguien lograba quedarse en la memoria de Caín... si alguien lograba resistir el peso del sueño y sobrevivir en sus pensamientos… entonces, tal vez, mi hermano podría empezar a recordar.

Sentí cómo algo se rompía dentro de mí otra vez. Como una fibra del alma que se deshilachaba con lentitud. Las lágrimas volvieron, implacables, empañando mis ojos y me apresuré a limpiarlas con las manos.

Apreté un poco más la caja entre los brazos, sintiendo el calor suave que irradiaba el huevo. Pasé los dedos por los bordes de madera, como si ese simple gesto pudiera anclarme al presente.

—Shadow siempre ha sido difícil de ignorar —dije con una sonrisa breve, apenas un susurro que nació más en el pecho que en los labios.

Abel me miró con una chispa divertida en los ojos, y comentó con suavidad:

—El único problema con nuestro plan… eras tú.

Parpadeé, desconcertada.

—¿Yo?

Él asintió, como si fuera una obviedad.

—Tienes un sentido más afinado que los demás para lo sobrenatural. Percibes las energías, incluso cuando tratamos de ocultarnos. Tuvimos que usar más poder del habitual solo para que no nos sintieras tan pronto.

Reí por lo bajo, entre apenada y halagada.

—Lo siento por eso.

—No te disculpes —dijo con una media sonrisa— Eres de las pocas personas que conocen la verdad. No muchos tienen ese nivel de percepción.

Un murmullo distinto en la multitud nos hizo alzar la vista. Abel se giró apenas.

—Oh... parece que ya vienen de regreso.

Y entonces los vi.

Shadow avanzaba entre la gente con su paso firme, aunque con cuidado de no derramar las dos sodas que llevaba en las manos. A su lado, Caín caminaba feliz, los brazos llenos a más no poder: palomitas, algodón de azúcar, varias bolsas de frituras y algo que parecía un globo en forma de calabaza colgando de su muñeca. Iba hablando animadamente, moviendo la cola y con una sonrisa que iluminaba todo a su paso.

—Parece que alguien logró sacarle más dinero a Shadow —murmuré, divertida.

Abel soltó una risa leve.

—Mi hermano es muy persuasivo cuando quiere.

Cuando llegaron a la banca, Caín no perdió tiempo. Fue directo a su hermano, entregándole las bolsas de frituras con una energía casi incontrolable.

—¡Mira, mira! —exclamó, sus ojos brillando como si acabara de descubrir un tesoro— ¡Frituras!

Un par de bolsas cayeron al suelo, pero ni Caín ni Abel parecieron notarlo. Abel, con calma, las levantó entre sus manos y las miró con interés.

—Son muchas —dijo con su voz suave y tranquila, casi como si se estuviera sorprendiendo él mismo—. ¿De qué son estas? ¿Nachos con limón picante?

—¡Suena delicioso, ¿no?! —respondió Caín con entusiasmo, como si estuviera compartiendo su hallazgo con el mundo.

Mientras los gemelos hablaban emocionados sobre su botín de golosinas, Shadow se acercó a mí y, con un gesto tan casual como siempre, me ofreció la bebida. La tomé con una sonrisa agradecida, sintiendo el frío del vaso contra mis dedos enguantados.

—Gracias —susurré, y él asintió apenas, una pequeña sonrisa en sus labios.

Justo cuando iba a tomar un sorbo, Shadow levantó una mano y la posó suavemente sobre mi rostro, como si estuviera buscando algo. Sus ojos, siempre tan intensos, se encontraron con los míos, y vi en ellos una preocupación sutil.

—¿Estuviste llorando?

Sonreí, negando con la cabeza rápidamente.

—No, no… algo se me metió en el ojo. No te preocupes.

No pareció del todo convencido, pero no insistió. En cambio, se sentó junto a mí, y sentí cómo una de sus alas se extendía ligeramente hacia mí, rodeando mi espalda con un gesto protector. No pude evitar sonreír ante su cercanía.

Llevé finalmente la pajilla a mis labios y tomé un sorbo. El sabor me sorprendió: una mezcla chispeante de mandarina, piña y fresa, que explotaba en mi boca de manera refrescante.

—Mmm… —dejé escapar un suspiro satisfecho—. Está delicioso.

Shadow también bebía de su refresco, pero sus ojos estaban fijos en los gemelos, observando cómo disfrutaban de las golosinas. Sentí que la atmósfera era tranquila, como si nada pudiera romper este momento. Entonces, me incliné un poco hacia él, el tono travieso surgiendo sin pensarlo.

—Te hizo comprarle todo lo que vio, ¿verdad?

Shadow levantó los hombros, indiferente.

—Dijo que quería probar. No vi razón para negarme.

Solté una risa suave y juguetona.

—Qué considerado de tu parte —bromeé, dándole un pequeño empujón.

Justo entonces, un sonido familiar, una vibración en el aire, me hizo mirar hacia Shadow. Sin decir palabra, él sacó su celular del bolsillo de su gabardina, lo desplegó y empezó a leer lo que parecía ser un mensaje importante.

—¿Trabajo? —pregunté, curiosa, al ver su expresión concentrada.

—Sí —respondió sin apartar la vista de la pantalla, frunciendo el ceño—. Dicen que hay inconsistencias entre los testimonios de los protestantes y los videos grabados por los civiles durante la protesta.

Me senté más erguida, sintiendo que la tensión comenzaba a acumularse entre nosotros.

—¿Qué tipo de inconsistencias? —pregunté, intrigada.

Shadow hizo una pausa, leyendo un par de líneas más antes de responder.

—Los testimonios dicen que te vieron con un par de niños… Pero en los videos, estás sola hasta que aparece Chiquita.

Entonces, levantó la mirada, sus ojos entrecerrándose ligeramente mientras pasaban de mí a los gemelos, observándolos con detenimiento.

—Los testigos dicen que estabas con un lobo y un venado, ambos con abrigos cafés... —dijo, la voz grave y cargada de una pregunta no formulada—. Rose… ¿Estabas con Abel y Caín en la protesta?

Mi corazón dio un pequeño brinco. Apreté el vaso en mis manos, sintiendo que la tensión de la conversación se volvía palpable. Tomé aire antes de hablar.

—Sí, los encontré allí… antes de que todo se saliera de control.

La preocupación en los ojos de Shadow no pasó desapercibida. Se inclinó hacia mí, su tono más bajo, pero aún firme.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Estábamos pasándola tan bien… que se me olvidó mencionarlo —respondí, intentando restarle importancia al asunto.

—¿Cómo se te olvidó mencionar algo así? —dijo, sorprendida— ¿Me estás diciendo que estuviste toda la protesta cuidando a esos dos?

Antes de que pudiera responder, Caín intervino con su tono característico de alegría desbordante.

—¡Ella fue muy valiente! —exclamó, interrumpiendo nuestra conversación con su voz aguda—. ¡Nos protegió de la gente mala! ¡Casi, casi nos transformamos allí mismo, y eso hubiera arruinado la fiesta!

Shadow lo miró, luego me dirigió una mirada preocupada antes de volver a Caín.

—¿Transformarse?

Caín asintió enérgicamente, señalando con sus manos a su alrededor como si estuviera mostrando una imagen gigante.

—¡En nuestra forma de Amdruth! ¡Grande! ¡Con dos cabezas!

Shadow me miró, sus ojos un tanto más serios, y luego miró a los gemelos nuevamente, como si estuviera evaluando algo que aún no entendía completamente.

—Rose —dijo Shadow finalmente, su voz grave y profunda, como un eco que se asentó en mi pecho— Explica.

Llevé la pajilla a mis labios, tomé un sorbo lento para ganar unos segundos… y apreté un poco más la caja tibia sobre mi regazo antes de responder, sin apartar la mirada de sus ojos.

—Ellos son Amdruth —dije, con suavidad, como si pronunciarlo hiciera que todo se volviera más real— En carne y hueso.

Shadow los miró.

A un lado, Caín reía, metiéndose un puñado de palomitas en la boca con los dedos llenos de sal, las piernas balanceándose con la despreocupación de un niño. Al otro, Abel sostenía una bolsa de frituras con ambas manos, comiendo despacio, con ese aire silencioso y sereno que parecía envolverlo todo.

Dos criaturas con apariencia de niños, llenos de energía y risa. Y, sin embargo…

—¿Me estás diciendo —murmuró Shadow, llevándose una mano a la sien con incredulidad contenida— que hemos pasado parte del festival con una leyenda folklórica?

—Te dijimos que éramos Amdruth —intervino Caín con la boca llena, hablando entre palomitas— No fue nuestra culpa que no nos creyeras.

—No pensé que lo decían en serio —replicó Shadow, exasperado, volviendo su mirada hacia mí con los ojos entrecerrados— ¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde la protesta —confesé, bajando un poco la voz— Sentí su energía… su esencia. Lo entendí ahí.

Lo observé en silencio, con atención. Su respiración era pesada, la mirada tensa, como si estuviera procesando algo demasiado grande, demasiado rápido. Entonces se puso de pie sin decir una palabra.

Antes de que pudiera reaccionar, sentí su mano tomarme del brazo con firmeza, obligándome a levantarme, alejandome de la banca. En una mano llevaba la caja con el huevo, en la otra el vaso con el refresco, y casi se me caen ambos al mismo tiempo.

—¿Qué pasa? —pregunté, desconcertada.

Shadow no respondió. Caminó un par de pasos al frente, interponiéndose entre los niños y yo. Sentí la energía Chaos en el aire antes de verla: esa vibración densa, como electricidad silente, cargada de peligro. Su mano empezó a brillar, la energía acumulándose en su palma, y la dirigió directamente hacia Caín y Abel.

Mi corazón se disparó.

—¡Shadow! —grité, corriendo hacia él y poniéndome frente a su brazo extendido, justo en medio de su línea de fuego— ¡¿Qué crees que estás haciendo?!

Él no bajó la mano de inmediato. Me miró con una mezcla de furia, angustia y algo que dolía más: miedo.

—Son capaces de ocultarse incluso de las cámaras —dijo, su voz cargada de tensión— Eso requiere un nivel de poder... considerable. Y si pueden manipular registros, tal vez también puedan alterar recuerdos.

Frunció el ceño. Ahora hablaba más alto, más duro.

—No voy a permitir que nadie vuelva a jugar con mi mente. Ni que se atrevan a hacerlo contigo.

—¡Shadow, basta! —le respondí, con la voz quebrada entre rabia y desesperación— ¡No quieren hacernos daño! ¡Son inofensivos! ¡Solo quieren divertirse esta noche, como todos los demás!

—Rose, no son niños normales. Son una criatura que devora almas.

—Y también son dos niños que no pidieron ser lo que son —le repliqué, dando un paso más hacia él, sin apartarme— ¿Ya olvidaste lo que se siente? ¿Que te vean como un monstruo solo por lo que eres, no por lo que haces? ¿Que te teman, que te juzguen, que no te comprendan?

Me costaba hablar, la garganta apretada.

—Tú más que nadie deberías entender esto, Shadow. ¿O es que ahora vas a tratarlos como te trataron a ti?

Su expresión vaciló. La energía verde en su mano titiló, inestable, como una llama sacudida por el viento. Y en ese pequeño temblor, supe que mis palabras habían llegado a alguna parte.

—Baja la mano —le pedí en voz baja, pero firme— Todo está bien, Shadow. Te lo prometo. No son peligrosos. Son buenos niños.

Él bajó lentamente el brazo. La energía Chaos se disipó con un leve zumbido en el aire. Me miró, casi con vergüenza.

—Lo siento, Rose. Sobre-reaccioné… un poco.

Alcé una ceja, incrédula.

—¿Un poco? Estabas a punto de desintegrarlos en plena vía pública.

Miré a nuestro alrededor. Algunas personas disfrazadas se habían detenido a observar, sus rostros pintados y ojos curiosos clavados en nosotros.

Shadow desvió la mirada, incómodo. Sus orejas se movieron apenas, como si notara de golpe lo que había hecho.

—Lo siento —repitió, más bajo— No quiero que te pase nada… Y después de todo lo que hemos enfrentado, una parte de mí… nunca deja de sospechar. Es automático.

Me reí con suavidad, sin burlarme.

—Lo entiendo. Seguro tienes historias de todo tipo.

—Le pateé la cabeza a un T-Rex —dijo él, muy serio.

No pude evitar soltar una carcajada.

—Bueno, con ese historial, créeme: Caín y Abel son de los buenos.

Shadow suspiró, más relajado, y se giró hacia los niños. Caminó hacia ellos con pasos lentos, mientras ellos seguían sentados en la banca, comiendo tranquilamente como si nada hubiera pasado.

—Lo siento —dijo Shadow, deteniéndose frente a ellos— Caín… Abel… Por juzgarlos sin conocernos.

Ambos lo miraron. Intercambiaron una mirada rápida entre ellos y luego volvieron la vista hacia él.

—¿Qué era esa energía verde? —preguntó Caín con los ojos muy abiertos, claramente fascinado.

Shadow parpadeó. Levantó su mano y, con un leve impulso, la envolvió una vez más con energía Chaos, verde y chispeante.

—Se llama energía Chaos —respondió.

Caín se rió, emocionado.

—¡Yo también puedo hacer eso!

Y alzó su propia mano. Desde sus dedos, comenzó a surgir una energía oscura, vibrante, negra como la tinta, salpicada de chispas plateadas que bailaban en el aire.

Los ojos de Shadow se abrieron, impresionados.

Yo me acerqué, sin poder apartar la vista de lo que estaba ocurriendo. Caín extendió la mano hacia Shadow. Y cuando sus energías se encontraron —la verde y la negra—, comenzaron a interactuar. Chispeaban, crepitaban, entrelazándose como si se reconocieran.

—Energía Chaos… —murmuró Shadow.

Abel habló con su calma habitual:

—Es la misma energía de los grandes espíritus.

Shadow lo miró.

—¿Seres de Chaos…? —repitió en voz baja.

Se quedó en silencio un momento, observando las energías fusionarse entre los dos. Había asombro en su rostro, pero también algo más profundo: una chispa de comprensión.

—He leído que los grandes espíritus tienen un conocimiento infinito —dijo finalmente.

Caín y Abel lo miraron con atención.

—¿Puedo hacer una pregunta? —preguntó Shadow.

—Adelante —dijeron ambos a la vez, con esa sincronía inquietante y encantadora que siempre tenían.

Shadow miró a los niños con seriedad.

—¿Dónde está Ivo Robotnik? —preguntó— El último humano.

Caín y Abel respondieron al unísono, con una extraña calma:

—No está en este mundo.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Cómo que no está en este mundo?

—No está en este mundo —repitieron, idénticos, como si fuera una verdad absoluta.

Shadow entrecerró los ojos.

—¿Está en el espacio? —preguntó lentamente.

Ambos alzaron la vista hacia el cielo estrellado, como si estuvieran viendo algo más allá de lo visible.

—Sí —confirmaron.

La respuesta encendió algo en Shadow.

La energía Chaos en la mano de Shadow vibró de golpe, saliéndose parcialmente de su control. Apretó el puño con furia, sus dientes apretados.

—¡Ese maldito bastardo!

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

—Con razón no pude encontrarlo con mi radiestesia… —murmuré— Por eso ni tú ni Sonic pudieron dar con él. Huyó al espacio exterior…

Shadow se irguió de golpe, girando sobre sus talones. Nos dio la espalda con el cuerpo tenso, las alas agitadas por la rabia contenida. Sus puños seguían cerrados con fuerza.

—Ese maldito ha estado allí todo este tiempo… —murmuró Shadow, con la mandíbula apretada— Como una rata cobarde.

Los niños no respondieron. Solo lo miraban en silencio.

Entonces Shadow dio un paso hacia ellos, su energía Chaos aún chispeando bajo la piel.

—¿Qué está planeando? —preguntó, con voz baja pero cargada de amenaza.

Los niños inclinaron apenas la cabeza al mismo tiempo, y respondieron con esa sincronicidad inquietante:

—Solo una pregunta… no más.

Shadow gruñó frustrado.

—Demonios… —murmuró entre dientes, cruzándose de brazos con esfuerzo, intentando no perder la paciencia.

Gire mi rostro hacia Shadow y luego voltee a ver hacia los niños.

—¿Yo puedo hacer una pregunta? —pregunté con cuidado.

Los niños sonrieron levemente, asintiendo.

—Adelante.

Sentí la mirada de Shadow posarse en mí. No dije nada de inmediato. Podía sentir en su expresión que esperaba que preguntara algo sobre Eggman, algo útil, estratégico... Pero yo tenía otra duda, una que me había acompañado desde hacía tiempo.

—Tenemos un amigo… viene del futuro —empecé a decir, con voz suave— Y siempre me he preguntado… ¿por qué no puede volver a su propio tiempo?

Sentí a Shadow acercarse un paso. Lo miré de reojo. Había algo de decepción en sus ojos, pero también comprensión. Sabía que me importaba Silver. Sabía que esto también era importante para mí.

Los niños se miraron un momento y luego dijeron al unísono:

—¿Te refieres al erizo blanco?

Asentí.

—Sí. Se llama Silver.

—Hubo dos erizos —dijeron— Uno de este mundo, de un futuro muy lejano. El otro… no es de aquí. Viene de otro mundo, de otro tiempo. De un lugar donde nosotros no existimos.

Me quedé pensativa. Asentí con lentitud.

—Eso tiene sentido…

Volteé hacia Shadow.

—El primer Silver… él ofreció una gran ofrenda a Amdruth. Vino con nosotros al festival, vestido de pepinillo —dije con una pequeña sonrisa.

Shadow me miro atento, dando un más hacia mi.

—Y el otro Silver —continué— Dijo que en su tiempo no se celebra la Noche de los Dos Ojos. Por eso pasa estas fechas en casa, viendo películas de terror con Blaze.

Shadow frunció el ceño.

—Entonces… ¿por qué no puede volver a su futuro?

Los niños hablaron al mismo tiempo, sin cambiar el tono:

—El primer erizo tenía sangre de este mundo. Los grandes espíritus le permitieron viajar. El segundo… es un intruso. No pertenece. Y los grandes espíritus no toleran eso. Le cortaron el poder.

Me cubrí la boca, sorprendida.

—¿Entonces… la razón por la que no puede viajar… es porque no lo dejan?

Los niños asintieron al mismo tiempo, con esa calma tan suya que no dejaba espacio para dudas.

Shadow bajó la mirada, reflexivo.

—Eso explicaría por qué Blaze tampoco puede volver a su dimensión.

—Porque también es de otro mundo —dije, asimilándolo— Otra intrusa...

Volví la vista hacia los niños.

—¿Y hay alguna manera de que puedan volver a casa?

Ellos me observaron, sus rostros sin malicia, y respondieron al unísono:

—Solo una pregunta por persona.

Solté un suspiro resignado, medio sonriendo.

—Uno por cabeza… claro.

Me levante, sosteniendo mi refresco y la caja para que no se cayeran de mis manos. Gire hacia Shadow, bajando un poco la cabeza.

—Lo siento… —le dije a Shadow, bajando un poco la voz— Sé que tú querías saber más sobre Eggman…

Él negó con la cabeza, despacio.

—No tienes que disculparte, Rose —respondió con suavidad— Era tu pregunta. Y entiendo que quieras ayudar a Silver… y a Blaze también.

Me sostuvo la mirada un instante, con esa mezcla de firmeza y ternura que solo él tiene. Bebí un poco de mi refresco para calmarme, el sabor dulce y fresco ayudando a aflojar el nudo en mi garganta.

Luego miré hacia los niños, que seguían sentados con esa tranquilidad casi mágica que los envolvía.

—Gracias… —les dije con sinceridad.

Caín sonrió de inmediato, moviendo las orejas con alegría.

—¡De nada! ¡Eso fue divertido!

Abel asintió con calma, más serio pero igual de amable.

—Esperamos que sus dudas hayan sido respondidas.

Shadow los observó en silencio un momento y luego inclinó la cabeza ligeramente.

—Sí… gracias —dijo con voz baja, pero genuina.

Entonces, una voz empezó a sonar por los altavoces de emergencia, clara y repetitiva, como si el tiempo nos empujara suavemente hacia el final de la noche:

“La quema de la estatua comenzará en diez minutos. Repito, la quema de la estatua comenzará en diez minutos.”

—¿Qué? ¡Nooo! —protestó Caín con un puchero, inflando las mejillas como un globo a punto de estallar— ¡Yo quería jugar más!

—Podemos jugar el próximo año —le recordó Abel con serenidad.

Ambos se pusieron de pie al mismo tiempo, abrazando sus bolsitas de palomitas y frituras como si fueran tesoros que aún no estaban dispuestos a soltar.

—Es hora de irnos —dijo Abel con suavidad.

—Fue muy divertido —añadió Caín, volviéndose hacia nosotros con una gran sonrisa— ¡Juguemos mucho el próximo año!

Sentí una oleada cálida en el pecho. Me acerqué a ellos, me agaché a su nivel con cuidado, dejando mi bebida y la cajita del huevo de Chao sobre el suelo. Extendí los brazos y los envolví a ambos en un abrazo apretado, uno de esos que buscan guardar memorias en la piel.

—Claro que sí —les dije, con una sonrisa que me nacía del alma— Jugaremos un montón. Los estaré esperando con ansias el próximo octubre. Y si algún día vienen a visitarme a mi casa… les prepararé todos los dulces que quieran.

—¿En serio? ¿Podemos? —preguntó Caín, con los ojos brillando de ilusión.

Asentí, acariciando suavemente sus cabecitas.

—Así es. Siempre serán bienvenidos.

Ellos me devolvieron el abrazo con fuerza, como si quisieran quedarse un ratito más. Luego retrocedieron un paso, y Abel fue quien tomó la iniciativa, estirando la mano hacia Shadow para despedirse con toda la educación del mundo.

—Gracias por pagar por los juegos y la comida, erizo nacido entre las estrellas. 

Caín lo imitó de inmediato, moviendo su manita con energía.

—¡Sí! ¡Y por dejarnos jugar con ustedes! ¡Feliz Noche de los Dos Ojos!

Shadow parpadeó una vez, sorprendido. Luego, muy lentamente, se agachó también, y les estrechó la mano a ambos con una seriedad casi solemne… aunque yo alcancé a ver cómo la comisura de su boca se curvaba apenas, en esa forma sutil que en él significaba una sonrisa.

—Hasta la próxima —dijo.

Los niños dieron unos pasos hacia el sendero, pero antes de marcharse, Caín giró una última vez para agitar la mano con entusiasmo.

—¡Amy! ¡Shadow! ¡Prométanlo! ¡Que el próximo año vamos a jugar mucho mucho mucho!

—¡Lo prometemos! —respondí, llevándome una mano al corazón mientras reía.

Y entonces los vimos alejarse, uno dando pequeños saltitos de emoción, el otro caminando tranquilo, como si protegiera el recuerdo de la noche en cada paso. Me quedé ahí un momento, en cuclillas junto a mis cosas, sintiendo cómo el aire nocturno se volvía más frío… pero mi pecho, en cambio, más cálido.

Shadow se acercó en silencio. Sin decir una palabra, dejó caer una de sus manos sobre mi cabeza en un gesto suave, casi torpe… pero lleno de ternura. Cerré los ojos un instante, dejándome envolver por ese toque que, viniendo de él, decía más que cualquier frase.

Tomé mis cosas del suelo, el vaso con la bebida ya tibia y la caja del huevo de Chao, y me puse de pie junto a él. A nuestro alrededor, la multitud comenzaba a movilizarse, caminando en dirección a la plaza principal, donde nos esperaba la enorme estatua de paja de Amdruth. Las voces, las risas, el crujir de envoltorios y pasos se entremezclaban como una sinfonía otoñal.

Levanté la mirada y, por un segundo, me detuve.

Allí, a lo lejos, entre la oscuridad y las luces titilantes del festival, lo vi.

Una figura gigantesca comenzaba a formarse sobre la estatua a la lejanía. Una sombra que no era sombra, flotando en el aire como humo denso. Miles de pequeñas luces danzaban a su alrededor, girando en espiral, uniéndose, flotando como luciérnagas convocadas por un sueño antiguo.

Amdruth.

Sus dos cabezas —el lobo y el venado— se alzaban al cielo estrellado, mirando más allá del mundo, con ojos rojos que ardían entre la oscuridad como brasas vivas. No parecía amenazante. Solo... inmenso.

Y poco a poco, comenzó a desvanecerse. Como si la noche misma lo reclamara. Como si nunca hubiera estado ahí.

Sentí la mirada de Shadow a mi lado. Volteé hacia él y vi su ceño fruncido, su preocupación latente.

—¿Qué sucede, Rose? —preguntó en voz baja—. ¿Hay algo allí?

Lo miré, una sonrisa melancólica asomando en mis labios.

—Solo algo hermoso —susurré—. Que al parecer… solo yo puedo ver.

Shadow levantó una ceja, apenas, y luego deslizó un brazo alrededor de mis hombros, atrayéndome con suavidad hacia él justo a tiempo para apartarme del camino de un elefante disfrazado de hamburguesa que pasó trotando alegremente.

—Hay que movernos —dijo, con tono práctico.

Avanzamos entre la multitud, que se volvía cada vez más densa, más cerrada, como un río de cuerpos y pasos que fluía hacia un mismo destino. Las voces se mezclaban en un murmullo constante, entre risas, comentarios y canciones que flotaban desde los altavoces. A mi alrededor, todo era movimiento: disfraces coloridos, linternas en forma de ojos, manos entrelazadas, niños sobre los hombros de sus padres.

En algún punto, sin darme cuenta, mi vaso de refresco se me había resbalado de los dedos. Pero no importaba. Lo único que abrazaba con fuerza era la pequeña caja decorada que contenía el huevo de Chao. La sostenía contra mi pecho como si fuera lo más valioso del mundo, con los brazos cruzados sobre ella, protegiéndola del vaivén de la gente.

Shadow no se separaba de mí. Su mano permanecía firme sobre mi hombro, guiándome con seguridad entre el gentío. Sus alas se habían desplegado suavemente hacia los costados, extendiéndose apenas lo suficiente para crear una burbuja invisible entre nosotros y el resto. Nadie lo empujaba. Nadie se acercaba demasiado. Caminábamos juntos dentro de ese pequeño refugio que él había formado instintivamente para mí.

Sentí el calor de su presencia a mi lado, su calor cercano, su cuerpo cuidándome incluso sin decir palabra. Y así, paso a paso, nos fuimos acercando más a la plaza principal.

La estatua de paja de Amdruth se alzaba frente a nosotros como un gigante mitológico, recortada contra el cielo nocturno. Cada vez que avanzábamos unos metros, su figura hecha de ramas, heno y cuerda se volvía más imponente, más real. 

Llegamos hasta la estatua, apenas tres filas detrás de la primera línea de espectadores. A nuestro alrededor, la emoción se palpaba en el aire. La gente hablaba animadamente, reía, señalaba, se tomaba fotos y compartía dulces. El murmullo era constante, vibrante… hasta que ocurrió.

El silencio cayó de pronto como una manta de terciopelo, suave pero absoluto, cuando Sally Acorn subió al estrado. Su silueta se recortó con elegancia contra la enorme estatua detrás de ella. Vestía una capa sencilla, de lino azul profundo con bordes dorados, los colores del otoño tardío, y sostenía una antorcha encendida en una mano.

Su mirada recorrió a la multitud, y cuando habló, su voz fue firme y cálida, como una hoguera que no abrasa, pero sí reconforta.

—Esta noche no solo celebramos el fin de la cosecha —dijo— No solo rendimos homenaje a una vieja leyenda de tiempos oscuros.

Hizo una pausa, y el fuego de la antorcha parpadeó con ella.

—Esta noche celebramos algo más profundo: la unión.

La multitud la escuchaba en un silencio reverente, como si el mundo entero contuviera el aliento.

—Amdruth tenía dos cabezas: una de lobo, otra de venado. Dos criaturas distintas atrapadas en un mismo cuerpo. Durante generaciones, se le temió por eso. Por su dualidad. Por lo que representaba: lo desconocido, lo mezclado, lo que no encajaba.

Otra pausa. Las palabras flotaban sobre nosotros, densas y certeras como hojas cayendo.

—Pero nosotros ya no tememos eso.

La antorcha tembló apenas en sus manos cuando Sally alzó el rostro. Sus ojos brillaban con convicción.

—Hoy, más que nunca, entendemos que la fuerza nace de nuestras diferencias. Que la armonía no se encuentra en la uniformidad, sino en el respeto mutuo. En las amistades entre especies. En los amores inesperados. En las familias que se eligen. En las manos que se toman sin importar su forma, su color… o su especie.

Vi a varias personas del público mirarse entre sí. Algunos se sonrieron tímidamente, otros se tomaron de las manos.

—Quemamos a Amdruth no solo para finalizar las fiestas, sino para transformar su significado. Ya no es símbolo de miedo… sino de superación. De comunidad y esperanza.

Entonces alzó la antorcha sobre su cabeza, como si ofreciera luz al mundo entero.

—Que esta llama nos recuerde que juntos —mamíferos, aves, reptiles, anfibios, insectos, marinos— somos más fuertes.

La plaza estalló en aplausos y vítores. Voces emocionadas llenaron el aire, como si todos, de golpe, recordaran que podían respirar. Que podían reír, llorar, abrazarse… y sentirse orgullosos de estar allí, juntos.

Y en medio de ese júbilo, con un movimiento firme y solemne, Sally lanzó la antorcha hacia la base de la estatua de paja.

El fuego tomó fuerza con rapidez. Primero fue un susurro, una lengua tímida de llama que lamía la paja. Pero luego creció, trepó por los cuerpos trenzados del lobo y el venado, devorándolos lentamente bajo el cielo salpicado de linternas. Las llamas danzaban como espíritus antiguos liberados, y el calor empezó a alcanzarnos en oleadas suaves.

Recosté mi cabeza en el hombro de Shadow, dejando que el calor del fuego y el de su cuerpo se fundieran en un mismo abrigo.

—Gracias por pasar el festival conmigo —murmuré, con una sonrisa suave.

Shadow no apartó la vista de las llamas cuando respondió:

—Me divertí bastante… más de lo que pensaba.

Cerré los ojos un instante, respirando profundo. A mi alrededor, la noche se sentía más serena, como si todo el mundo hubiese exhalado al mismo tiempo. El crepitar de la hoguera era un canto de cierre, una última canción antes del silencio.

Y eventualmente, el fuego murió.

La multitud empezó a dispersarse poco a poco, arrastrando consigo risas, restos de dulces y el crujir de pasos sobre hojas secas. El festival había terminado.

Sostuve mi caja con cuidado entre los brazos, y comencé a caminar junto a Shadow, de regreso a la base temporal de Neo G.U.N., donde él debía recoger su uniforme. A medida que avanzábamos por la plaza —ahora medio vacía, adornada solo por faroles apagados y papeles de colores—, vi una figura de pie, esperándonos cerca del acceso al campamento.

Era Sonic.

Vestía aún su traje de bufón, con los cascabeles tintineando levemente en cada movimiento. Apenas nos vio, levantó la mano en un saludo amplio y relajado, acompañado de su clásica sonrisa.

Cuando llegamos hasta él, Shadow se detuvo a mi lado y murmuró:

—Voy por mi uniforme. Ya vuelvo.

Luego giró hacia Sonic. Sin decir palabra, levantó su mano, formó dos dedos y se los llevó brevemente a sus ojos, antes de apuntarlos hacia él.

Una advertencia silenciosa.

Sonic simplemente soltó una risita nasal, como si le pareciera divertido, y observó cómo Shadow se alejaba, desapareciendo entre los puestos de Neo G.U.N., donde varios agentes se le acercaron de inmediato, dándole reportes y rodeándolo con eficiencia casi militar.

Me quedé a solas con Sonic, quien volvió a mirarme con expresión relajada.

—¿Qué tal tu noche, Ames?

—Increible —le respondí con sinceridad, levantando la caja hacia él—. Me gané un huevo Chao.

—¿En serio? —se inclinó para mirar dentro, y sonrió— Vaya, ya eres mamá

Solté una risa corta, bajando un poco la mirada.

—Eso parece.

Hubo un pequeño silencio, cómodo al principio, pero que luego me dejó con una sensación rara en el pecho. Algo pendiente, como un nudo que no se ha deshecho. Lo miré de nuevo, esta vez con más cuidado.

—¿Y Cream? ¿Está bien?

La sonrisa de Sonic se apagó un poco. Bajó la mirada y se pasó una mano por la nuca, como si no supiera bien qué decir.

—No quiso contarnos qué pasó… solo dijo que quería irse.

—¿Se fue sola?

—No, Tails la acompañó a casa —respondió con voz más baja, pero segura—. No se despegó de ella ni un segundo.

Asentí, sintiéndome un poco más tranquila. Luego lo miré de nuevo, tratando de aligerar un poco el ambiente.

—¿Y tú? ¿Qué tal tu noche, Sonic?

Él levantó una ceja y sonrió con su clásico aire despreocupado.

—¿Aparte de una amenaza de bomba? Genial.

Reí por lo bajo, y él continuó como si nada:

—Comí como trece tipos distintos de chili dogs. Vimos a Vector ganar la competencia de comida —dijo, casi con asombro—. No sé cómo no explotó. Después fui a una casa embrujada con Tails y Sally.

Sonic metió la mano en su bolsillo y sacó un llavero con forma de calavera de lobo, colgando de una cuerda negra.

—Nos dieron esto al final del recorrido —dijo, mostrándomelo con una sonrisa— Estuvo divertido… aunque Tails no paraba de asustarse. Cada vez que algo caía del techo, saltaba como si le hubieran dado un toque eléctrico.

Negó con la cabeza, riendo con cariño.

—Fue oro puro.

Solté una risa sincera.

—Yo también fui a una casa embrujada. Fue demasiado divertido. Me recordó aquella vez que fuimos todos y Knuckles terminó rompiendo una pared porque pensó que el fantasma era real.

Sonic soltó una carcajada.

—¡Sí! Todavía le tiene miedo a los fantasmas, no puedo creerlo. Cada vez que oye una puerta rechinar, se pone a la defensiva como si fuera una emboscada.

Ambos reímos un poco más, pero entonces su expresión cambió. Se quedó en silencio unos segundos, mirando hacia un punto indefinido entre los faroles apagados.

—Ames…

Su tono me hizo alzar la mirada de inmediato. Había dejado de bromear. Lo vi dudar un segundo, antes de hablar.

—Solo… espero que seas feliz con Shads.

Me quedé en silencio por un momento. Sonic hablaba con ese tono que no usaba muy a menudo. Como si estuviera dejando caer algo que había tenido guardado durante un tiempo.

—Él parece ser del tipo… comprometido —añadió, encogiéndose un poco de hombros—. Alguien que se toma las cosas en serio. Que cumple sus promesas… 

Bajé la mirada, abrazando mi caja con el huevo. Sentí un rubor tibio en las mejillas y murmuré:

—Estamos planeando casarnos.

Levanté apenas la vista y lo vi. Sonic parpadeó una vez. Su sonrisa se congeló por una fracción de segundo… no era enojo, ni siquiera tristeza pura. Era algo más sutil. Algo entre la sorpresa y una punzada que no supe cómo leer del todo. Su expresión fue como una grieta momentánea en una máscara que había llevado mucho tiempo.

Y justo cuando quise preguntar si estaba bien, él desvió la mirada, se obligó a sonreír y me respondió con su tono habitual, aunque más suave.

—Vaya… Así que al final vas a cumplir tu sueño, ¿eh?

—Parece que sí —respondí, sin poder evitar sonreír también, con timidez, pero con el corazón lleno.

—¿Y cuándo será la boda?

—No lo sé todavía. Tal vez el próximo año... o el siguiente. Pero tú sabes cómo será —dije con una sonrisa más ancha, mirando de reojo.

Sonic cerró los ojos y asintió.

—En el viejo templo, bajo las flores de cerezo —repitió como si leyera de un recuerdo— Me lo has contado miles de veces… como si pudiera olvidarlo.

Me reí suavemente.

—Me alegra que te acuerdes.

Sonic abrió los ojos y sonrió, con esa chispa traviesa en la mirada.

—Quiero ser la dama de honor.

Solté una carcajada.

—Vas a tener que ponerte un vestido.

—Y voy a lucir fabuloso —dijo con un tono dramático, llevándose una mano a la cintura como si posara en una pasarela imaginaria.

No pude evitar reírme sin control. El aro de mi tiara tembló y la caja entre mis brazos se sacudió con mis carcajadas.

Fue entonces cuando sentí una presencia familiar.

Shadow regresaba, con su uniforme de Neo G.U.N. doblado bajo el brazo. Caminaba entre los últimos rezagados del festival con paso firme, como si acabara de salir de una misión. Nuestros ojos se encontraron y, apenas me vio, su expresión se suavizó en una sonrisa leve.

—Ya estoy listo —dijo al detenerse junto a mí.

Sonic le dedicó una sonrisa breve y una inclinación de cabeza.

—Hey, Shads. ¿Disfrutaste tu noche?

Shadow lo miró en silencio… y simplemente decidió no responder.

Sonic cruzó los brazos, teatral.

—Ames, por favor, ¿le podrías preguntar a tu novio si se la pasó bien?

Levanté una ceja, divertida, y giré mi rostro hacia Shadow, como si estuviéramos en medio de una obra.

—¿Y tú, Shadow? ¿Te divertiste esta noche?

Shadow me miró directo a los ojos, con ese gesto suyo que siempre mezcla seriedad con ternura.

—Bastante —dijo con calma.

—Me alegra oír eso —dijo Sonic, exageradamente formal, antes de guiñarme un ojo.

Shadow entrecerró los ojos, molesto, y me miró.

—Rose, no hagas de intermediaria para este idiota.

Me llevé una mano a la boca para contener la risa.

—Dijo “por favor”, Shadow.

Él solo suspiró, resignado, mientras yo y Sonic rompíamos en una nueva ronda de risas. La tensión se disolvió como polvo en el aire, y por un momento, todo era simple.

Después de un rato, Sonic estiró los brazos hacia el cielo estrellado y se dio media vuelta.

—Bueno… los dejo solos. La noche está linda, aprovéchenla.

—Nos vemos, Sonic —le dije, aún sonriendo.

—Cuídense —respondió él, antes de desaparecer en un parpadeo con su característico estallido azul. El viento remolinó suavemente donde había estado, y su silueta se desvaneció entre las luces del festival.

Shadow dejó salir un pequeño suspiro, ladeando apenas la cabeza.

—Es un idiota.

Yo me reí bajito, casi con cariño, abrazando más fuerte mi caja con el huevo de Chao.

Shadow se acercó y me tomó suavemente del brazo.

—Vamos a casa.

—¿Usamos Chaos Control ? —pregunté, mientras echaba un vistazo al cielo estrellado. La brisa nocturna era fresca, pero no incómoda.

—Es lo más eficiente —dijo sin dudar.

Miré hacia la caja en mis brazos con cierta preocupación.

—¿Eso no va a afectar al huevo de Chao?

Shadow bajó la vista hacia la caja y luego me miró con tranquilidad.

—No lo creo. Pero si quieres, lo envolvemos mejor la próxima vez.

Asentí, confiando en su juicio.

—Está bien. Vámonos.

Y entonces, sin más, una luz verde suave comenzó a envolvernos. Era cálida, pulsante, casi como una promesa. El mundo a nuestro alrededor se desdibujó por un instante… y, en un suspiro de energía, el festival quedó atrás.

Aparecimos frente a la puerta de mi casa, rodeados por la calma suave del vecindario. La brisa nocturna movía apenas las hojas de los árboles, y las linternas en mi jardín parpadeaban con una calidez acogedora. La estatua de Amdruth en mi porche ya no tenía la ofrenda en su plato, entregada seguramente a los espiritus como cada año. 

—Sostén la caja un momento —le pedí a Shadow, girandome un poco hacia él.

Le entregué con cuidado la caja con el huevo de Chao, y él la sostuvo con una sola mano, con la delicadeza de quien carga algo precioso. Me giré hacia la puerta, deslicé la mano dentro de mi bolso y saqué mis llaves. El pequeño llavero plateado, en forma de medio corazón, tintineó suavemente al balancearse en mis dedos.

Deslicé la llave en la cerradura, y justo cuando la giré y empujé la puerta, sentí el aliento cálido de Shadow junto a mi oreja. Su cuerpo se acercó por detrás, envolviéndome, y su mano libre se posó en mi cintura con firmeza.

Su voz me llegó grave, casi como un susurro ronco que hizo que mi pelaje se erizara.

—Vamos a jugar como prometiste… ¿verdad?

Chapter 40: Te amo tanto que duele

Notes:

Este seria oficialmente el capitulo de final de media temporada. Volveremos a programación regular despues de un descanso. Gracias a todos los que han leído, comentado, hecho fan arts. Los quiero mucho a todos. Son los mejores. Este capítulo tiene un poco mas de Smut como lo esperado por muchos de ustedes.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Shadow me alzó con un solo brazo antes de que pudiera siquiera procesarlo, dándome apenas el tiempo justo para sacar las llaves de la cerradura. Con la puerta ya abierta, avanzó con paso firme dentro de la casa, cerrándola de un golpe suave con el pie. Todo estaba a oscuras, iluminado sólo por la pálida luz de la luna que entraba por la ventana del salón, dibujando sombras alargadas en el suelo.

Con cuidado, Shadow dejó la caja con el huevo Chao sobre la mesita de centro, sin detenerse demasiado. Me acomodó mejor entre sus brazos, lo que provocó que, por instinto, rodeara su cuello con mis brazos, aferrándome a él. Y sin decir palabra, caminó directo hacia las escaleras.

Subía escalón por escalón, como si no pesara nada.

Yo no pude evitar reírme, con los nervios bailándome en el pecho.

—Shadow… espera —dije, sin dejar de aferrarme a él— Necesito ir al baño primero.

Él se detuvo, girando el rostro para mirarme. Sus ojos rojos brillaban incluso en la penumbra, serios, como si estuviera evaluando si hablaba en serio o si era una excusa.

—Es en serio —añadí, riendo otra vez, esta vez un poco más avergonzada— Me he estado aguantando toda la noche.

Shadow dejó salir un suspiro bajo, casi resignado, y me depositó con suavidad en el pasillo.

—No tardes mucho —dijo, y siguió su camino hacia mi habitación, empujando la puerta con la mano y entrando sin más.

Yo me quedé un segundo quieta, sintiendo las piernas un poco flojas y me dirigí hacia la puerta del baño. La abrí con cuidado y encendí la luz. El brillo cálido llenó el pequeño espacio, y lo primero que hice fue cerrar la puerta tras de mí con un suave clic. 

Colgué mi bolso en unos de los ganchos de la pared, me senté en el sanitario y solté un largo suspiro mientras al fin encontraba alivio. Había aguantado todo el festival, y mi cuerpo lo agradecía.

Al terminar, me limpié con calma, como si cada movimiento me devolviera poco a poco a mí misma. Luego me puse de pie, jalé el vestido hacia abajo con un gesto automático y me giré hacia el espejo.

Y ahí estaba.

Mi reflejo me observaba con ojos grandes, brillantes de emoción y nervios. El vestido blanco de ángel que tanto había amado horas antes estaba ahora arrugado, con algunos desgarrones en la falda y manchas de tierra cerca del dobladillo. Las medias también estaban sucias con tierra y pintura roja con una pequeña carrera bajando por una pierna. Los guantes, que alguna vez estuvieron inmaculados, mostraban manchas de polvo en los codos.

Me veía desordenada, agotada… pero viva. Hermosa, a mi manera. Y sabía que a Shadow no le importaría ninguna de esas imperfecciones. Él me miraba como si fuera lo más valioso del mundo.

Me sostuve del borde del lavamanos, bajando un poco la cabeza. Sentía el corazón latiéndome fuerte, como si mis nervios quisieran escapar por los dedos.

Shadow había conseguido protección. Esta vez no íbamos a detenernos a medias.

Esta vez iba a ser diferente.

Había una parte de mí temblando por lo que venía. Era hambre contenida, guardada durante semanas en miradas, en besos apasionados, en roces íntimos y exploraciones de nuestros cuerpos. Era la expectativa ardiente de sentirlo, de estar con él sin restricciones. De rendirme por completo a esa conexión física que también nos unía.

Me volví a mirar al espejo. Mis mejillas estaban sonrojadas. Mis labios entreabiertos. Mis ojos, un poco más oscuros de lo normal, reflejaban todo lo que sentía: amor, sí… pero también deseo. Mucho deseo.

Respiré hondo. Dos veces. Cerré los ojos.

Estaba lista.

Apagué la luz del baño con un clic suave y salí al pasillo, deslizándome en silencio. Cada paso hacía eco en mi pecho, donde el corazón latía con fuerza, marcando un ritmo nuevo, anticipado. Llegué a la puerta de mi habitación y la abrí con lentitud, como si cruzar ese umbral fuera entrar en otro mundo. 

Y ahí estaba él.

Shadow estaba sentado sobre mi cama sin sus alas. Su gabardina roja reposaba doblada en la esquina, y sus Air Shoes descansaban a los pies de la cama, perfectamente alineados. Llevaba solo su chaleco gris ajustado al torso y ese cinturón negro que cruzaba su cuerpo como una línea de tensión constante. Sus guantes, oscuros, yacían sobre la gabardina. Sus manos, por fin sin esa barrera constante, jugaban con algo pequeño y brillante entre los dedos: un envoltorio cuadrado, morado metálico, que captaba el brillo de la luz del techo  al girar.

Levantó la vista. Sus ojos rojos se encontraron con los míos. Serios y intensos.

—Quiero preguntarte —dijo con voz baja, grave, cargada de contención— ¿Estás preparada para esto? ¿Lo deseas también?

Sentí cómo mis manos se apretaban instintivamente contra la tela de mi falda, arrugándola. Mis mejillas ardían, y no supe si era por la emoción, el pudor o el deseo. Tal vez todo al mismo tiempo. Asentí, sin palabras, porque las palabras se me habían quedado atascadas en la garganta.

Shadow levantó una mano en un gesto sereno, abierto.

—Ven.

Tragué saliva. Me quité con cuidado la tiara de halo que aún llevaba puesta y la coloqué sobre el escritorio. Luego retiré las alas de ángel, soltándolas de mis hombros con lentitud, y las deposité junto a la tiara. Después, deslicé las zapatillas fuera de mis pies, una a una, sintiendo el frío del suelo de madera en mis plantas.

Cuando lo miré de nuevo, él seguía allí, inmóvil, esperándome.

Me acerqué despacio, con el corazón latiendo a toda prisa y el pelaje erizándose en los brazos, como si todo mi cuerpo respondiera a la expectativa contenida.

Tomé su mano. Sus dedos, cálidos y firmes, se cerraron sobre los míos en un gesto que me hizo temblar. Con la otra, me rodeó con cuidado por la espalda, guiándome hacia él, acercándome con esa seguridad que siempre transmitía solo con un toque. Me senté en su regazo, con las piernas a ambos lados de las suyas, sintiendo el calor que emanaba de su cuerpo.

Mis manos buscaron sus hombros, firmes bajo el chaleco. Él apoyó ambas manos en mi cintura, sujetándome con una mezcla perfecta de fuerza y ternura.

Mi pecho subía y bajaba más rápido de lo que quería admitir. Sentía el golpeteo de mi corazón como un tambor contra mis costillas. Cerré los ojos y avancé un poco más, encontrándome con él en un primer beso suave.

Un beso. Luego otro. Y otro más.

Pequeños toques cargados de emoción, de cariño, como si estuviéramos recordando el camino juntos.

Llevé mis manos a su rostro, sosteniéndolo entre mis dedos con una delicadeza reverente. Él inclinó un poco la cabeza, correspondiendo con una pasión que comenzaba a encenderse.

Una de sus manos subió por mi espalda, lentamente, trazando mi columna hasta llegar a la base de mi cuello. La calidez de su palma en mi piel me estremeció.

Abrí la boca, guiada por el instinto, y sentí su aliento mezclarse con el mío justo antes de que su lengua se deslizara, encontrando la mía en un juego íntimo, conocido, ardiente.

El beso se volvió más profundo. Más intenso. Su respiración se aceleró junto a la mía, y nuestras bocas se fundieron en un ritmo que era hambre contenida y deseo acumulado.

Sentí cómo una de sus manos bajaba lentamente por mi espalda, firme pero cuidadosa, buscando el momento justo. La otra apretó mi cintura, sujetándome con una intención clara.

Entonces, con un movimiento suave pero seguro, Shadow inclinó su cuerpo y me recostó contra el colchón. Mis piernas se acomodaron naturalmente mientras su peso me seguía, aplastándome.

Sin romper el beso, sus manos buscaron las mías y entrelazó nuestros dedos, llevándolos por encima de mi cabeza, contra la almohada.

Su agarre era fuerte y firme, como si necesitara sentirme cerca en todos los sentidos.

Mi pecho subía y bajaba bajo él, y mi boca seguía encontrando la suya en besos cada vez más desesperados, más profundos.

Shadow se separó apenas, sus labios rozando los míos mientras una delgada línea de saliva se rompía entre nosotros. Me miró con esos ojos rojos tan profundos, encendidos, su voz ronca y cargada de deseo:

—¿Puedo pedirte algo?

Mi piel ardía, mi respiración era un temblor constante. Tragué saliva, con la voz temblorosa pero ansiosa.

—¿Qué cosa?

Él bajó la mirada un segundo y luego volvió a mis ojos.

—¿Puedo destrozar tu vestido?

Bajé la vista también, viendo mi vestido blanco con bordes dorados, sucio y rasgado. Sonreí, con el corazón en la garganta.

—No es como si lo fuera a usarlo otra vez… Haz lo que quieras con él.

Una leve sonrisa curvó sus labios, esa que solo me mostraba a mí. Soltó lentamente mis manos, sus dedos deslizándose como una caricia final antes de moverse hacia mi pecho.

Sus garras se hundieron con delicadeza en la tela, y en un movimiento seguro, rasgó el vestido justo al centro, dejando a la vista mi lencería blanca. Sentí un estremecimiento recorrerme de pies a cabeza.

Pero no me dio tiempo de pensar. Sus labios volvieron a los míos con hambre, reclamándome.

Sus besos se desplazaron hacia mi mejilla, luego descendieron a lo largo de mi mandíbula, hasta hallar el hueco de mi cuello. Su boca se abrió, y comenzó a besar, a morder suave, a saborear cada rincón de mi piel.

Un gemido se me escapó, involuntario.

—Shadow… —susurré, aferrándome a él.

Rodeé su cuello con los brazos, mis piernas envolviendo su cintura con un impulso natural, instintivo, como si mi cuerpo lo estuviera llamando sin palabras.

El calor se extendía por todo mi cuerpo, palpitante, urgente. Sentía el pulso en mis muñecas, en mis labios, en cada rincón de mi piel donde sus manos habían estado. Mi corazón latía con tanta fuerza que me costaba escuchar otra cosa. Shadow se movía sobre mí como si nos perteneciera este instante, como si el mundo allá afuera hubiera dejado de existir.

Su boca seguía en mi cuello, hambrienta, entregada, besando, mordiendo, probando. Sus colmillos rozaban mi piel con un cuidado casi reverente, y cada roce me hacía arquearme debajo de él, buscando más, pidiendo sin palabras. Sentí su lengua en la curva de mi hombro, su aliento cálido, su pecho firme contra el mío, su mano acariciando el interior de mi muslo con lentitud, como si ya conociera el camino.

Estábamos tan cerca. Tan peligrosamente cerca de dejar atrás todo lo que nos detenía.

Y aun así, algo dentro de mí se crispó. No era miedo ni duda. Era… esa espina, esa verdad que había ocultado desde hace semanas. Un peso invisible que no me permitía entregarme del todo.

Debía decirle la verdad. Porque si íbamos a cruzar esta línea, si íbamos a unirnos de verdad, tenía que hacerlo con la conciencia limpia.

Tragué saliva, sintiendo mi cuerpo arder bajo el suyo, sintiendo el deseo vibrando en mis venas. Pero llevé mis manos a su rostro, suave, temblorosa, y empujé apenas, deteniéndolo.

—Shadow…

Él gruñó apenas, su aliento aún agitado, y me miró. Sus ojos rojos brillaban bajo la luz de la lámpara del techo, y al ver mi expresión, se detuvo.

Con cuidado, se apoyó en sus codos, quedando sobre mí sin aplastarme, observándome en silencio. El calor de su cuerpo seguía envolviéndome. Aun así, podía sentir el cambio: la atención, el cuidado, el espacio que me ofrecía sin tener que pedírselo.

—¿Qué ocurre? —preguntó, con voz baja, ronca por el deseo que aún no lo abandonaba.

Yo inspiré hondo. Tenía la garganta seca, el corazón acelerado, y una punzada de miedo. Pero también estaba decidida.

—Hay algo que no te he contado —dije al fin— Algo que he estado guardando desde aquella tarde… desde que estuviste en la cápsula de regeneración, en el consultorio de la doctora Miller.

Vi cómo fruncía el ceño apenas. Su cuerpo no se apartó, pero sus ojos se volvieron más intensos, más alertas.

—¿Qué… pasó? —preguntó, su voz aún grave, pero más suave. Más preocupada.

Bajé la mirada por un instante, como si me costara sostenerle los ojos. Y luego volví a alzarlos. Porque si iba a decirlo, necesitaba hacerlo mirándolo.

—Esa tarde… no me resbale en el baño … tu —trague saliva, con la voz temblorosa— Tú tuviste un terror nocturno y me atacaste.

El silencio que siguió fue espeso, tenso como un hilo a punto de romperse. Sentí que él contenía el aliento. Vi cómo su rostro se contraía apenas.

—Yo no… —empezó a decir, pero su voz se apagó.

Llevé mis manos a sus mejillas, acariciando su pelaje con dulzura.

—No fue tu culpa —dije rápido, con la voz apenas temblando— Estabas teniendo una pesadilla. No sabías lo que hacías. Y yo.. yo nunca dudé de ti ni te tuve miedo. Pero necesitaba que lo supieras. Porque esta noche… si vamos a dar este paso, no quiero que exista ninguna mentira entre nosotros.

Lo vi.

Vi cómo algo se rompía dentro de él. No solo en su rostro. Fue en sus ojos… ese brillo de seguridad que siempre tenía, se apagó por un segundo, como si un recuerdo oscuro se abriera dentro de él. Su cuerpo entero se tensó, su respiración se cortó, y comenzó a temblar. 

Sus pupilas se agitaron, erráticas, perdidas. Su voz salió quebrada:

—¿Dónde te lastimé? Dímelo, Rose… ¿dónde?

No quise mentirle más. Acaricie su rostro con mis dedos, lo sostuve para que no desviara la mirada, y hablé con toda la dulzura que pude:

—En los brazos. Tuve que mantener la guardia contra tus ataques. Y… me pateaste también, en el costado.

Vi cómo sus ojos se agrandaban, como si lo que acababa de decir se le incrustara en el pecho.

—Pero ya no tengo moretones —añadí con una sonrisa pequeña, tratando de calmarlo— Estoy bien, te lo juro. Ya me curé.

Shadow se movió al instante, como impulsado por un rayo. Se incorporó por completo, sentado derecho sobre la cama, y llevó sus manos a las mías con una fuerza desesperada. Con un tirón hábil, quitó los brazaletes pesados de mis muñecas, que cayeron al suelo con un sonido metálico seco, que retumbó contra la madera como si fueran cadenas liberadas.

—Shadow… —murmuré, sin saber si detenerlo.

No me escuchó. Ya estaba quitándome los guantes, deslizándolos con precisión, casi con furia, y lanzándolos al suelo también. Sus manos, grandes, cálidas y temblorosas, envolvieron mis muñecas desnudas, inspeccionándolas con sus ojos como brasas encendidas. Sus dedos recorrieron mi piel con una urgencia contenida, como si necesitara pruebas de que lo que yo decía era cierto.

—Estoy bien —repetí, bajando la voz, suavemente— Te lo dije… ya me curé.

Pero él seguía sin escuchar.

Soltó mis manos y sin dudarlo llevó sus dedos a la parte delantera de mi vestido, al listón dorado que lo cruzaba por el centro. Lo deshizo con un solo tirón, dejando que la cinta cayera como un hilo de luz sobre la cama. Sus garras fueron directo a la tela del escote rasgado, abriéndolo aún más con determinación. Sus manos se deslizaron por mi abdomen, por mi cintura, por mi costado derecho, palpeando con ansiedad buscando cualquier daño.Como si necesitara confirmar con sus propias manos que no me había roto.

Yo llevé mis manos sobre las suyas, intentando detener su recorrido, sujetándolo con fuerza.

—Shadow… —susurré, con la voz lo más suave que pude— Estoy bien. Todo está bien. Ya pasó. Ya no hay dolor.

Shadow se zafó de mi agarre y se echó hacia atrás bruscamente, llevándose las manos a la frente. Vi cómo sus garras se hundían en su piel con desesperación, lo suficiente para saber que lo hacía con dolor.

—Shadow… —repetí su nombre, esta vez más firme, apoyándome en mis codos, inclinándome hacia él, tratando de anclarlo a mi voz, de traerlo de vuelta— Te aseguro que estoy bien. Por favor, mírame.

Y lo hizo.

Apartó las manos lentamente de su rostro, sus ojos rojos ardiendo, no con enojo hacia mí, sino con una furia salvaje dirigida a sí mismo. 

—¡No! —soltó, su voz grave, desgarrada, vibrando con una rabia que no sabía contener— ¡No está bien, Rose!

Su cuerpo temblaba. Lo vi contener el aliento. Su quijada apretada. El músculo de su cuello tenso.

—¡Te lastimé! —dijo, con una furia que le quebró la voz al final— ¡Te hice daño!

Sus manos se cerraron en puños, sus garras vibrando por la tensión de su cuerpo.

—Me prometí a mí mismo… —gruñó, la voz más grave, más rota— Me juré no hacerte daño nunca. Jamás.

Me miró, directo a los ojos, con una expresión que me rompió el alma.

—Primero te… —su voz se quebró y tragó saliva— …primero te penetré sin consideración. Sin cuidado. Te lastimé. Convertí nuestra primera vez en algo doloroso, algo que no merecías.

Bajó la mirada. Su respiración se volvió más rápida, más errática.

—Pero tú… tú me dijiste que no me preocupara. Que estaba bien.

Hubo un silencio. Luego, con voz baja, más amarga:

—Investigué. Supe que era posible… que doliera… especialmente considerando mi tamaño. Lo acepté. Tragué esa culpa y traté de superarla. Me dije que lo haría mejor la próxima vez.

Volvió a mirarme.

Y sus ojos… sus ojos se estaban llenando de lágrimas.

No pestañeaba, como si se obligara a mirarme y sostener todo ese dolor. Como si mereciera sentirse culpable sin escapatoria.

—Y ahora… —dijo con voz quebrada— ahora me entero que te ataqué. Que te lastimé y te hice daño mientras dormía. Y tú… tú tuviste que ocultarlo todo este tiempo. Tú cargaste con eso sola.

Sus labios temblaron al final de esa frase.

Shadow se curvó hacia adelante, como si el peso de su propio cuerpo lo venciera. Otra vez llevó las manos a su rostro, sus garras ahora apretando con más fuerza, al borde de herirse.

—No era por el hacker… —gruñó con amargura, casi escupiéndolo— No eras distante por eso. No querías intimidad porque… porque tenías que ocultar tus heridas de mí. ¡Maldita sea!

Golpeó el colchón con una de sus manos, fuerte, haciendo la cama vibrar.

Me arrodillé frente a él, sintiendo el temblor bajo mis rodillas mientras me acomodaba con suavidad sobre la colcha. Me incliné con cuidado, llevando mis manos a sus hombros, tratando de anclarlo a mí, de sacarlo de esa espiral de culpa que lo estaba devorando. Sentía la tensión en su cuerpo, los músculos duros, a punto de romperse. Y debajo de todo eso… la fragilidad de alguien que solo quería proteger.

—Shadow… —susurré con dulzura, acariciando sus hombros con las yemas de los dedos— Fue un accidente. No fue tu culpa. Jamás tuviste la intención de hacerme daño.

Él seguía con la mirada baja, apretando los dientes con fuerza. Y entonces lo vi: lágrimas caer. Rodaban por sus mejillas, cayendo sobre la cama entre nosotros. Mi corazón se partió.

—No hago más que herirte —murmuró con voz ronca, como si las palabras le arrancaran algo desde el pecho. —No hago más que arrastrarte conmigo.

Negué con la cabeza de inmediato. Me incliné más y apreté con más fuerza sus hombros, queriendo envolverlo, protegerlo, calmar esa tormenta que se agolpaba detrás de su silencio.

—No es cierto, Shadow. ¡Eso no es verdad!

Alzó la mirada hacia mí, y mis ojos se encontraron con los suyos. Había tanto dolor, tanta culpa allí, que sentí un nudo en el estómago. Sus pupilas vibraban con lágrimas acumuladas que caían lentamente, sus labios temblaban al hablar.

—¡Es cierto! —dijo con voz rota, casi en un grito, como si las palabras salieran pese a él, como si no pudiera seguir conteniéndolas— Desde el momento en que decidiste estar conmigo, tu vida no ha hecho más que estar en peligro.

Lo vi morderse el labio inferior con fuerza, los colmillos marcando la piel, conteniéndose apenas.

—En nuestra primera cita. En el bar. En la carretera. En el resort. En la protesta.

Su voz tembló. Trató de hablar, pero tuvo que tragar saliva. Bajó la cabeza un instante, como si le costara sostener mi mirada. Luego alzó la vista de nuevo, con una furia dolorosa brillando en sus ojos.

—Y no solo eso —continuó con rabia contenida— Por estar conmigo, te han difamado. Te han insultado. Han arrastrado tu nombre por el suelo, en redes sociales, en la prensa, en la calle. 

Su voz se quebró y lo vi temblar. El pelaje de sus brazos se erizó. Sus manos se apretaron en puños cerrados.

—Vi los videos, Rose —dijo, la voz grave, ronca— Vi lo que dijeron esos Puristas en la protesta. Los insultos. Las palabras llenas de veneno. Cómo te gritaban cosas horribles… solo por estar conmigo. Por amar a lo que ellos ven como un monstruo híbrido.

Clavó los ojos en los míos, roto, vulnerable, con esa mezcla imposible de odio a sí mismo y miedo de perderme que me partía el alma.

—Estabas en medio de esa multitud y no pude hacer nada. No pude protegerte.

Se llevó una mano al pecho, como si intentara contener un dolor que lo desgarraba por dentro.

—Si estuvieras con Sonic… o con cualquier otro… no pasarías por esto. No tendrías que soportar ese odio. Serías más feliz.

Yo no pude más.

Me lancé hacia él, lo abracé con fuerza, lo apreté con todo mi cuerpo, con todo mi amor, mis lágrimas corriendo ahora libres por mis mejillas, mojando su cuello.

—No digas eso, Shadow —susurré, con voz quebrada— No es verdad. Tú me haces feliz. Inmensamente feliz.

Sentí cómo contenía el aliento, temblando bajo mis brazos.

—No me importa lo que digan de mí. No me importa lo que digan de nosotros. No me importa si el mundo entero está en contra de esto.

Me separé solo lo justo para poder mirarlo a los ojos. Coloqué mis manos en su rostro con cuidado, con todo el amor que sentía vibrando en mis dedos. Sus mejillas estaban húmedas, el pelaje ligeramente pegado por las lágrimas, y con los pulgares fui limpiando el rastro de ese dolor, como si pudiera borrarlo con una caricia.

—Yo no me arrepiento. Ni un solo segundo. —Mi voz se quebró, pero no me detuve— Te amo, Shadow. Te amo con todo lo que soy. Y quiero estar a tu lado siempre.

Lo abracé otra vez, fuerte, rodeando su cuello con mis brazos, sintiendo cómo su respiración se quebraba contra mi pelaje. Jadeaba en silencio, luchando por mantener el control, tembloroso, vulnerable.

—Y si tuviera que elegir de nuevo... —susurré, con la voz enredada entre lágrimas y determinación— Si tuviera que escoger entre una vida fácil sin ti... o este caos contigo... te elegiría a ti. Siempre. Una y otra vez.

Shadow tembló en mis brazos. Su cuerpo, fuerte y contenido, finalmente cedió al gesto. Con lentitud, llevó sus brazos hacia mí, cerrándolos a mi alrededor en un abrazo desesperado, profundo, como si tuviera miedo de que me desvaneciera entre sus dedos.

—Rose... —su voz era apenas un susurro tembloroso— Debiste haberme rechazado aquel día del primer terremoto. Debiste decirme que no te interesaba... debiste apartarte...

Su frente se hundió en mi hombro, y lo sentí sollozar más intensamente. Cada palabra salía cargada de una culpa tan vieja como él mismo.

—Lo hubiera entendido. Lo habría soportado, aunque me rompiera por dentro... —su voz se quebró del todo— Pero me diste una oportunidad. Me dejaste amarte. Me abriste tu mundo, tu vida, tu corazón... me entregaste tu cuerpo con confianza, con ternura... y yo... no lo merezco. No merezco alguien tan hermoso y especial como tú. No después de todo lo que he hecho...

Mis propias lágrimas brotaron sin control. Lo abracé más fuerte, como si pudiera sostenerlo desde dentro, como si mi amor fuera suficiente para reconstruir lo que se rompía en su alma.

—Sí lo mereces, Shadow —le susurré, con todo el peso de mi verdad temblando en mi voz— Lo mereces. Tú mereces amor. Mereces descanso. Mereces toda la felicidad del mundo.

Sentí su respiración cortarse por un segundo. Luego sus brazos me envolvieron con más fuerza, casi desesperados, apretándome contra su pecho como si temiera perderme en cualquier momento.

—Si tan solo… —murmuró, con la voz rasposa, quebrada— Si tan solo los humanos no hubieran muerto… si ese día no hubiera fallado… nada de esto estaría pasando. Tú… tú serías feliz. No tendrías que cargar conmigo.

Me quedé en silencio unos segundos, envuelta aún en su abrazo, tratando de procesar lo que acababa de decir. Una punzada de confusión me cruzó el pecho.

Giré un poco la cabeza, mi mejilla aún rozando su cuello, y susurré contra su pelaje oscurol:

—¿Qué estás diciendo? ¿Qué tiene que ver la extinción de los humanos… con nosotros?

Me separé con suavidad, solo lo justo para poder mirarlo a los ojos. Estaban húmedos aún, pero ahora también había en ellos una tormenta contenida.

—¿Te refieres a que… si ellos no hubieran muerto… tú no habrías cambiado? ¿No te habrías vuelto mejor?

Shadow bajó la mirada, incapaz de sostenerme la vista. Se mordió el labio con fuerza, su mandíbula se tensó como si las palabras quisieran salir pero su orgullo se las tragara.

—Shadow… —le dije, sintiendo que algo se retorcía dentro de mí— ¿Qué estás tratando de decir?

Él se quedó callado unos segundos. Luego lo soltó, con una voz grave, como si le doliera cada sílaba:

—Si no hubiera fallado ese día… si no me hubiera infectado con el virus como un idiota arrogante… si no me hubiera creído invencible… si hubiera escuchado a Sonic y huido cuando aún había tiempo…

Su voz tembló. Se detuvo, tragó saliva.

—Tú y yo no estaríamos juntos. Esta relación… no existiría.

Mis ojos se abrieron, perpleja. Una lágrima descendió por mi mejilla, muda, como si no quisiera interrumpir la crudeza del momento.

—No… no entiendo… —murmuré, con la garganta apretada, sin poder contener el temblor en mi voz— No entiendo lo que estás diciendo.

Entonces Shadow se soltó de mi abrazo. Se incorporó, alejándose de mí con movimientos secos, como si le costara mantenerse entero. Me dio la espalda, clavando la mirada en la pared, sus puños cerrados a los costados. Su silueta, bajo la luz artificial de la lámpara de techo, parecía aún más pesada, como si cargara siglos de culpa en los hombros.

Me bajé rápido de la cama y caminé hacia él, sintiendo el suelo frío bajo mis pies. Me acerqué por detrás, con el corazón latiéndome con fuerza contra el pecho.

Shadow hablaba sin mirarme, con los hombros tensos y la voz tan baja que casi se perdía entre suspiros.

—Cuando fallé… cuando no pude cumplir la promesa que le hice a Maria de proteger a la humanidad… y todos murieron —dijo, dejando que las palabras cayeran como plomo— Cuando volví de ese viaje inútil buscando sobrevivientes, tuve que aceptarlo: no era la forma de vida definitiva. No todavía.

Lo observaba con el pecho encogido, sin atreverme a interrumpirlo. Cada palabra era una confesión que venía desde lo más profundo de su alma.

—Lance apareció con la idea de fundar Neo G.U.N., y yo… me aferré a ella como si fuera redención. Me prometí a mí mismo que iba a ser mejor. Imposible de derrotar. Imposible de quebrar.

Finalmente, giró un poco el rostro hacia mí. Lo suficiente para que viera en sus ojos ese brillo seco de quien ha sobrevivido a demasiado.

—Cambié todo. Mi alimentación, mis hábitos, mis entrenamientos. Perfeccioné aún más el chaos control, forcé mis límites con el poder de Black Doom… y empecé a herirme a propósito. Día tras día. Me desgarraba la piel, me rompía los huesos, obligando a mi cuerpo a regenerarse más rápido, a adaptarse. Quería asegurarme de que jamás, jamás volviera a ser vulnerable.

Su mirada bajó al suelo. Su voz bajó con ella.

—Y con el tiempo… mi cuerpo comenzó a cambiar. A evolucionar. A crecer como el todos ustedes. Y sin que yo lo notara… también empezó a reparar lo que estaba roto.

 —¿Roto…? —pregunté en un susurro, sin poder evitar que mi voz temblara.

Shadow me miró directamente. Sus ojos rojos ya no eran duros ni fríos, sino infinitamente tristes, como si se asomara a un abismo que había aprendido a ocultar incluso de sí mismo.

—Leí algunas notas antiguas de Gerald —dijo finalmente, con una calma tensa que me erizó el pelaje— Eran informes, anotaciones clínicas... detalles sobre mí. Sobre cómo fui creado.

Su voz era baja, áspera, como si le costara hablar. Como si cada palabra sacara algo que llevaba enterrado demasiado tiempo.

—Doom... —continuó, con un tono casi reverencial pero lleno de desprecio— ...quería un arma perfecta. Una criatura obediente, precisa y letal…No quería que se distrajera... con emociones innecesarias.

Tragué saliva. Sentí una punzada en el pecho. Apreté las manos contra mis piernas para no temblar.

—¿Emociones innecesarias…? —repetí, apenas capaz de entender la magnitud de lo que insinuaba.

Él asintió, sin mirarme.

—Gerald… —dijo entonces, con una risa rota que no contenía humor, solo amargura— ...se aseguró de eso. Que jamás sintiera atracción física. Que no pudiera reproducirme.

Lo vi bajar la cabeza. Sus orejas se plegaron levemente hacia atrás. Parecía más pequeño, más roto… como si las palabras que decía estuvieran rasgando una herida que nunca terminó de sanar.

—Me crearon sin un sistema reproductivo funcional —dijo, con una dureza que no era para mí, sino para sí mismo— Manipuló mis glándulas e inhibió mi capacidad hormonal. 

Sentí como si el mundo se detuviera.

Cada palabra suya me desgarraba. Lo escuchaba, pero me dolía imaginarlo así. Nacido con un propósito que le negó todo lo demás.

—Fui creado para ser una cura. Diseñado para ser un arma. —murmuró, la voz rota— No para amar. No para ser amado. Ni para compartir intimidad con nadie

Mi corazón se comprimió. El dolor en su voz era tan profundo, tan antiguo, que me rompió el alma.

No sabía qué decir. 

—Shadow… —dije apenas, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas. —Pero tú…tu miembro funciona…

Él bajó la mirada, vacilante, como si no supiera si debía continuar. Luego se llevó una mano a la entrepierna, sin vergüenza, solo con la misma honestidad brutal con la que vivía.

—Sí. Funciona ahora —dijo, con voz baja— No es igual a la de un erizo común, su forma es distinta… pero gracias a ti comprobé que funciona. 

Me mordí el labio, sin saber cómo responder a eso. Sentí mis mejillas arder ante la idea que Shadow empezó a entender su sexualidad gracias a mi. 

—Y mis glándulas también… —continuó, apartando la vista —La doctora Miller me lo explicó. A medida que mi regeneración se volvió más eficiente, mi cuerpo empezó a reparar lo que estaba atrofiado. Poco a poco… hasta que todo fue funcional. Incluso más que eso…

Su voz se hizo más baja, como si dudara en seguir.

—Ahora mi glándula Dualitas… es el doble del tamaño promedio que la de un Mobian promedio —concluyó, casi en un murmullo.

Bajé la mirada, procesando todo. Su cuerpo se había rebelado contra lo que lo habían forzado a ser. Sanándose. Transformándose.

—Y hace poco… comprobaste que eres fértil —dije en voz baja, sin levantar los ojos, con un nudo en la garganta.

Shadow no respondió de inmediato. El silencio entre nosotros se volvió espeso, palpitante. Cuando finalmente habló, su voz sonó como un rayo contenido:

—Todo cambió cuando mi cuerpo comenzó a sanar… cuando esas partes de mí que me negaron desde mi creación comenzaron a despertar. Empezaron a surgir emociones, sensaciones… cosas que nunca había sentido antes. Que ni siquiera sabía que podía sentir.

Dio un paso hacia mí. Sentí el leve crujido de la madera bajo sus pies descalzos. Alcé la mirada, solo para encontrar sus ojos… y no pude sostenerlos por más de un segundo. Estaban llenos. No solo de lágrimas, sino de hambre, de amor, de un fuego que ardía tan profundamente que me cortó el aliento.

—Y entonces… tu olor —murmuró, con una mezcla de asombro y confusión— Desde que me abrazaste en Prison Island, tu olor me pareció agradable. Pero después… se volvió algo más. Se volvió atrayente, embriagador. Irresistible. Como si estuviera hecho para mí.

Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo entero.

—No podía pensar con claridad —continuó— Todo en mí respondía a ti. Mi piel, mi sangre, mi instinto… Todo gritaba tu nombre. Quería tenerte cerca. Besarte hasta quedarme sin aliento. Sostenerte y sentirte entre mis brazos.

Sus manos, temblorosas, subieron hasta mi rostro. Me sostuvo con una ternura que contrastaba con la intensidad de su voz.

—Quería llenarte por completo —susurró, con los ojos encendidos por una mezcla de deseo y devoción— Meterte en un cuarto oscuro y hacerte gritar mi nombre, una y otra vez. Oírte decir que eras mía. Solo mía.

Mis piernas se debilitaron, y mis labios se entreabrieron por puro reflejo. La forma en que me deseaba me estremecía hasta los huesos. Fue eso lo que me ató a él desde el inicio. En como me hizo sentir deseada como mujer. 

Y entonces, sin soltarme, añadió con una voz aún más baja, quebrada:

—Pero también quería escucharte reír. Ver tu sonrisa. Saber que eras feliz. Porque no solo te deseaba… Rose, te amaba. Y eso fue lo más aterrador de todo.

Su voz era un temblor, una rendición. Y entonces su frente tocó la mía, cálida, húmeda. Sentí cómo una lágrima suya descendía, lenta, recorriendo mi mejilla como si fuera también mía.

—Contigo… me permitía imaginar tener todo lo que se me había negado —susurró con la voz rota— Amar… tener una familia…vivir una vida normal.

Y antes de que pudiera responder, sus labios buscaron los míos. Fue un beso suave, lento, profundo. No había prisa, no había urgencia, pero sí una intensidad que quemaba por debajo de la calma. Un beso cargado de anhelo, de vulnerabilidad, de todo lo que no podía decir con palabras.

Quise responderle, abrir mi alma y fundirme con él en ese instante… pero se apartó antes de que pudiera hacerlo. Me miró con los ojos rotos, como si le doliera respirar.

—Tú me haces feliz —dijo en un susurro áspero, como si cada palabra rasgara su garganta— Increíblemente feliz. Cada momento contigo es un regalo que no merezco.

—Shadow… —dije, alargando la mano hacia él, con el corazón desgarrado. Lo toqué, lo sentí real, presente, temblando bajo mis dedos.

—Esta felicidad que siento… todos estos deseos, estos anhelos, estas esperanzas que vivo contigo… —continuó, con la mirada clavada en el vacío— nacieron porque fallé. Porque fracasé en mi único propósito. Porque rompí mi promesa.

Se le quebró la voz. Y fue como si una onda helada se expandiera por mi pecho.

—No merezco ser feliz… —concluyó en un murmullo que me heló la sangre.

Me aferré a él con fuerza, abrazándolo como si pudiera protegerlo de su propio juicio, de esa culpa que lo devoraba por dentro. Sentí sus brazos tensos, dudando, y lo abracé aún más fuerte, como si con eso pudiera volver a juntar todas sus piezas rotas.

—Shadow… eso no es verdad —dije, mi voz temblando, empapada en lágrimas— Yo estoy segura de que habrías cambiado igual… Incluso si nada de eso hubiera pasado, tu cuerpo se habría reparado como ahora.

Lo sentí negar suavemente con la cabeza contra la mía.

—No —dijo, su voz apagada— No habría pasado. Porque yo era arrogante. Estaba convencido de que no necesitaba cambiar. Era la forma de vida definitiva después de todo. Me habría mantenido pequeño, solitario y ciego. Aferrado a un único propósito como si eso fuera suficiente.

Se apartó apenas, lo justo para mirarme. Su mirada dolía. Una risa seca salió de su garganta, amarga.

—Y tú… tú jamás habrías estado conmigo. Jamás me habrías visto como lo haces ahora. Estarías esperando a Sonic… o estarías con alguien más. Alguien menos roto.

Me quedé en silencio unos segundos. Lo suficiente para sentir el peso de sus palabras hundirse en mi pecho, y luego deshacerse como cenizas. Porque no eran verdad. No podían serlo.

Levanté la mano con suavidad y tomé su rostro entre mis dedos, obligándolo a mirarme, a sostenerme la mirada aunque le doliera. Aunque me doliera también.

—No vuelvas a decir eso —susurré, con la voz temblorosa pero firme, anclándome a su mirada— No vuelvas a decir que estaría esperando a otro… que estaría con alguien más.

Mis labios se apretaron. Un nudo se formó en mi garganta mientras luchaba por contener las lágrimas. 

—Aunque digas que no mereces ser feliz… tú quieres ser feliz, Shadow. Lo sé. Lo he visto. Por eso nunca te rendiste. Por eso me esperaste. Por eso me besaste aquella noche.

Mi voz se quebró apenas, pero seguí hablando, sin soltarlo.

—Y yo quiero que seas feliz. Con todo mi corazón. Y estoy segura… absolutamente segura… que Maria también habría querido eso para ti. Que fueras feliz. Que fueras libre de toda esa culpa que te persigue.

Sus labios temblaron. Y sus ojos, esos ojos rojos que siempre parecían indestructibles, se volvieron a llenar de lágrimas. Me miró como si acabara de romperse por dentro.

—Fallé, Rose… —dijo, con un dolor tan crudo que me dolió el alma— ¡Fallé! Y no solo le fallé a Maria. Te fallé a ti. Te lastimé. Te hice la vida más complicada. Lo arruiné todo.

Su voz se quebró del todo y quise envolverlo, protegerlo, detener esa marea de culpa que lo ahogaba. Lo sostuve con más fuerza, con los brazos firmes y el corazón expuesto.

—¡Shadow, no lo hiciste! —dije, con las lágrimas resbalando por mis mejillas— No arruinaste nada. Has llenado mi vida de amor, de cariño y emoción. Me has dado todo lo que soñé. Eres… tú eres el amor de mi vida.

Él cerró los ojos con fuerza, como si le doliera escucharme, como si no pudiera creer que esas palabras fueran para él. Cuando los abrió, estaban llenos de una tristeza abrumadora.

—Pero no quiero volver a lastimarte —susurró— No quiero que un día, mientras duerma… vuelva a hacerte daño.

Me dolió. Me dolió porque yo también lo pensaba a veces. Porque lo que vivimos esa tarde me dejó una marca. Pero no era una herida abierta… era un recuerdo de lo mucho que él necesitaba sanar.

—Entonces sigue yendo a terapia —dije, llevando una mano a su pecho, justo sobre su corazón— Repara lo que está roto en ti, Shadow. Lucha contra tus demonios.

Las lágrimas salieron con más fuerza, nublando mi vista, desdibujando su rostro frente a mí. 

—Porque yo no puedo hacerlo por ti… —susurré, con la voz quebrada, pero firme, tan firme como podía sostenerme en ese momento— Puedo apoyarte. Puedo amarte con todo lo que soy. Puedo quedarme contigo, abrazarte en las noches en que el miedo te ahogue, escuchar cada sombra de tu pasado…

Tragué saliva. Las palabras me quemaban en la garganta.

—Pero no puedo repararte. No tengo las herramientas. No tengo las respuestas.

Me detuve un segundo, buscando su mirada, acariciando su rostro con ambas manos como si pudiera sostener su alma con mis dedos.

—Solo tú puedes hacerlo, Shadow… debes comprometerte de verdad a sanar.

Sentí cómo temblaba bajo mi tacto. Lo vi cerrar los ojos, como si no pudiera soportar el peso de lo que decía. Pero yo no iba a dar un paso atrás.

—Y si decides luchar… si decides tomar el control de tu historia… aquí estaré. Día tras día.

Mi voz tembló otra vez, pero esta vez con toda la fuerza del amor que sentía

—Sin importar cuánto tardes. Sin importar cuántas veces tengas que empezar de nuevo. Porque tú también mereces vivir sin miedo de ti mismo. Sin cargar con la culpa del mundo. Sin sentir que tienes que pagar una condena eterna.

Respiré hondo, acariciando su mejilla con mis pulgares, limpiando el rastro húmedo de sus lágrimas. Él no decía nada, pero su cuerpo estaba tenso, como si estuviera conteniendo algo enorme.

—Mereces paz —susurré— Mereces mirar el cielo sin pensar en todo lo que perdiste. Mereces sentir amor sin tener que justificarlo. Mereces una vida en la que no tengas que pedir perdón por existir.

Me acerqué más, apoyando mi frente contra el mechón blanco de su pecho, abrazándolo con fuerza.

—Y si te caes, yo estaré aquí para ayudarte a levantarte. Pero tienes que dar ese paso, Shadow. Porque eres más que un experimento. Más que un arma. Más que una cura. Mucho más.

Levanté la mirada, buscando sus ojos carmesí, y levanté mis manos nuevamente hacia su rostro. Acaricié su mejilla con la yema de los dedos, tan suave como pude.

—Eres Shadow the Hedgehog —susurré, mirándolo con todo el amor que tenía dentro— El Comandante de Neo G.U.N. El protector de este planeta…Y el erizo con el que voy a compartir el resto de mi vida.

Y entonces lo besé.

No fue un beso suave ni contenido. Fue uno que salió desde lo más profundo de mi pecho.

Él me respondió con igual intensidad. Entre lágrimas, con desesperación, con ternura envuelta en deseo. Sus manos me envolvieron como si tuviera miedo de soltarme, como si aferrarse a mí fuera lo único que lo mantenía en pie. Nuestros cuerpos se encontraron con ese impulso tan nuestro, tan inevitable. Como si nuestros corazones arrastraran todo lo demás con ellos.

Y así, el momento dulce, reconfortante, lleno de amor… cambió.

Se volvió más profundo. Más salvaje. Como siempre pasaba con nosotros.

Como una tormenta contenida. Como fuego bajo la piel. Como si nuestros cuerpos se buscaran por instinto, con una urgencia animal, salvaje, desesperada. Como si la misma vida nos empujara a unirnos.

Mi piel ardía bajo sus dedos. Cada caricia suya me entremecia. Mi corazón latía como si quisiera salir de mi pecho y quedarse en el suyo. 

Sus labios se separaron de los míos solo para perderse en mi piel: sobre mis mejillas, bajando por mi cuello, deteniéndose en mi hombro.

Y yo… yo ya no sabía dónde terminaba mi cuerpo y empezaba el suyo. Éramos un solo temblor, una sola llama encendida por la urgencia de sentirnos completos.

—Quiero ser mejor para ti —susurró entre jadeos, su voz vibrando contra mi pelaje, sus dedos enredándose en mis púas como si no pudiera soltarme— Quiero ser el erizo que mereces, Rose… el que no te falle nunca.

Llevé ambas manos a su rostro con cuidado, como si su piel pudiera quebrarse con solo rozarla. Lo guié hacia mí, buscando sus ojos, queriendo anclarlo al presente.

Besé la comisura de sus labios, sus mejillas húmedas por el llanto, y sentí cómo todo lo que llevaba dentro —amor, ternura, pena, deseo— subía por mi garganta como un río a punto de desbordarse.

—Shadow… —susurré, con la voz cargada de verdad, con el corazón latiendome en cada palabra— Eres el erizo que quiero ¿No lo ves?

Acaricié el borde de su mandíbula con las yemas de los dedos, y deposité un beso allí, tan suave, tan íntimo, que me temblaron los labios. Me incliné un poco más hacia él, dejando que mi aliento se mezclara con el suyo.

—Eres lo más hermoso que tengo…Lo más preciado en mi vida.

Él parpadeó, como si mis palabras lo desarmaran. Como si no supiera cómo recibir tanto amor sin quebrarse.

—No necesito que seas perfecto —añadí, con la voz apenas audible, mis labios rozando los suyos— Solo quiero que seas tú. Solo mío.

Él cerró los ojos como si mis palabras lo golpearan por dentro, como si algo dentro de él se aflojara por fin.

Y entonces volvió a besarme. Con más fuerza, con más urgencia. Sus manos recorrían mi cabello, mi nuca, mi espalda con una mezcla de ternura y deseo contenido, como si quisiera memorizar cada curva, cada rincón de mí.

Nos movimos lentamente, tambaleantes entre suspiros y caricias, hasta que nuestras piernas tropezaron con el borde de la cama. No sabíamos quién guiaba a quién. Solo sabíamos que no queríamos separarnos.

Caímos entre las sábanas, riendo suavemente entre jadeos y lágrimas que ya no dolían. Lágrimas que se evaporaban al contacto del calor compartido. Dulcito, mi peluche, cayó rodando al suelo, desplazado por el peso de nuestros cuerpos entrelazados. 

Su cuerpo y el mío parecían hechos para encajar. Nos conocíamos de memoria y, aun así, cada roce era nuevo. Nos besábamos con fuerza, como si el mundo entero se hubiese reducido a este cuarto, a esta cama, a este instante.

Sus labios empezaron a besarme las mejillas una y otra vez, suaves, cálidos, dulces. Su voz temblaba, pero cada palabra que decía era más firme que la anterior.

—Te amo… te amo… te amo, Rose —susurró contra mi piel, como si mis mejillas fueran sagradas.

Yo cerré los ojos, sintiendo cómo el amor se me desbordaba por dentro.

—Te amo, Shadow —le respondí, con la voz rota de tanta emoción— Te amo, con todo lo que soy.

Lo abracé con todas mis fuerzas, mis brazos alrededor de su cuello, mis piernas cerrándose a su alrededor, envolviéndolo, sosteniéndolo. Quería que sintiera todo lo que él significaba para mí. Quería que supiera que ya no había dudas, ni barreras, ni heridas que nos separaran.

Él me sostuvo con la misma intensidad, y sus palabras me estremecieron:

—Quiero hacerte mía… Solo mía, Rose….

Yo apoyé mi frente contra la suya, y susurré, con el corazón latiendo como un tambor:

—Tómame, Shadow… Lléname por completo. No quiero a nadie más. Solo a ti.

Shadow no respondió de inmediato. Cerró los ojos, como si necesitara ese segundo para contener el temblor que le recorría el cuerpo. Pude sentirlo respirar hondo, sus dedos acariciando lentamente mi espalda, como si memorizara cada centímetro. Su pecho subía y bajaba con fuerza, tan cerca del mío que nuestros latidos se buscaban otra vez, en ese intento por latir juntos.

Y entonces me miró. Esos ojos rojos, llenos de devoción y deseo, buscaban aprobación.

Yo asentí, ansiosa y el corazón en la garganta.

Sus manos comenzaron a moverse con una dulzura temblorosa, bajando por mi espalda, hasta encontrar los pliegues de mi vestido rasgado.

Fue ahí cuando sentí sus dedos deslizarse hasta mi pecho, abriendo un poco más la rasgadura de la tela. Con delicadeza, tomó entre sus dedos mi brassier blanco, sencillo, sin encajes ni adornos. Lo había elegido por comodidad más que por estética; después de todo, planeaba caminar por todo el festival

Sus ojos se detuvieron un momento en el broche delantero. Levantó una ceja, entre curioso e intrigado.

 —¿Te lo pusiste para hacer las cosas más fáciles para mí?

Reí en voz baja, sintiendo cómo el calor me subía a las mejillas.
—Fue pura coincidencia.

Me sonrió, esa sonrisa leve y ladeada que solo yo conocía, mientras sus dedos se movían con cuidado hacia el broche. Uno a uno, fue desabrochando los pequeños ganchos, hasta que el último cedió y la prenda se abrió, separándose sobre mi piel.

Me mordí el labio con nerviosismo, sintiendo el aire frío sobre mi pecho expuesto, y el peso de su mirada roja que se detenía ahí, tan fija y profunda que casi dolía.

Pero no me tocó de inmediato. En lugar de eso, sus manos volvieron a mi vestido, sus garras rasgando con facilidad las mangas esponjosas. Lo miré hacerlo, sintiendo el crujido de la tela mientras el disfraz de ángel se deshacía poco a poco. Solo quedaban la falda blanca y mis medias. Me sentía casi desnuda… 

Con un gesto sorprendentemente suave, Shadow deslizó las tiras del brassier por mis brazos, una a una, ayudándome a incorporarme apenas para quitarme la prenda por completo.

La sostuvo en su mano derecha, observándola un segundo… y entonces, la llevó a su rostro. Inhaló profundamente, cerrando los ojos, y sus pupilas se dilataron, oscureciéndose.

Tragué saliva, sintiendo el temblor en mi estómago mientras lo veía hacer aquello.

Con voz ronca, casi un susurro, dijo:
—Huele delicioso... Me encanta.

Me reí, nerviosa, mientras me limpiaba las últimas lágrimas que aún se asomaban en mis ojos.
—Shadow… está todo sudado.

Me miró, los colmillos apenas visibles en una sonrisa suave, sin apartar la tela de su hocico.
—Pero huele a ti.

Llevé la mano a mi boca para intentar contener la risa. Luego estiré el brazo, le quité la prenda de la mano y la lancé hacia una pared lejana.

—¡Oye! Estaba oliendo eso —protestó, mirando en dirección a donde cayó.

—Estoy aquí —le dije, cruzando los brazos bajo el pecho con fingido enfado— No me dejes esperando por andar oliendo ropa interior sudada.

Shadow se rió, con esa risa suya… grave, profunda, hermosa. Solo mía. 

Y entonces bajó la cabeza. Su boca se abrió mientras se inclinaba hacia mí, y sus labios se cerraron sobre mi pezón. Sentí su aliento cálido, su lengua húmeda, rodeando y jugando con él. Sus dientes rozaron con cuidado, dándome un pequeño tirón que me hizo temblar.

Un gemido escapó de mis labios sin permiso, y llevé una mano a mi rostro, intentando callarlo. Pero él ya lo había escuchado. Y yo sabía que esa pequeña confesión sonora le había gustado.

Llevó una mano a mi otro seno, atrapando mi pezón entre sus dedos. Lo jaló con suavidad, girándolo apenas, jugando con esa mezcla deliciosa de firmeza y ternura. Otro gemido escapó de mí sin que pudiera evitarlo.

—Sabes delicioso… —murmuró, pasando su lengua por mi seno con un ritmo que me hacía arquear la espalda.

Lo miré, avergonzada, con las mejillas ardiendo. Mi voz apenas era un susurro entre jadeos.

—Estoy… sudada…

Pero él no se detuvo. Su calor me envolvió mientras su boca y su mano seguían dedicándose a mi pecho con una devoción que me deshacía por dentro.

—Me encanta cómo sabes… cómo hueles. Es adictivo. Intoxicante. Necesito más.

Me llevé una mano al rostro, tratando de ocultar el temblor en mis ojos. Sentía su aliento, su lengua, sus manos, sus colmillos… cada uno marcándome de placer. Pero ese placer pronto se tornó más agudo, más intenso, cuando sus dientes empezaron a dejar pequeñas marcas en mi piel. Mordiscos suaves pero firmes, que me hacían estremecer.

Empezó en un lado, luego en el otro. Su boca se movía con hambre, dejando rastros rojos sobre mi pecho, como si quisiera reclamar cada parte de mí.

Cuando terminó, su boca volvió a buscar la mía. Me besó con fuerza, con hambre, su lengua rozando la mía, desafiándola, acariciándola. Gemí dentro del beso, mientras sus manos volvían a jugar con mis senos, como si no pudiera decidir si adorarlos o poseerlos.

Llevé mis manos a sus hombros, y mis uñas rasgaron la tela de su chaleco gris sin querer. Era como si algo naciera en mi vientre, una corriente cálida, intensa, que bajaba por mis piernas y me hacía temblar de adentro hacia afuera.

Entonces se separó de mí. Su aliento aún rozaba mis labios mientras me miraba con intensidad. Su voz fue apenas un murmullo cargado de deseo:

—Puedo olerte, Rose… Puedo oler tu deseo…

Me sonrojé de inmediato, girando el rostro, intentando cubrirme con las manos. La vergüenza me quemaba por dentro, como si me hubiera descubierto por completo.

Pero él sonrió, esa sonrisa llena de deseo y dulzura que me derretía.

—No es momento para que seas tan tímida… ¿no crees, Rose?

Tragué saliva, intentando responder con una voz que me temblaba:

—Es que… todavía me pongo nerviosa. Apenas es nuestra segunda vez…

Shadow se inclinó hacia mí, con esa mirada cargada de necesidad.

—Yo diría que es la quinta… —murmuró con una sonrisa ladeada— Pero esta vez, vas a tenerme dentro tuyo completamente.

Cerré los ojos con fuerza, deseando fundirme con las sábanas, desaparecer bajo la intensidad de ese momento… pero también deseando todo lo contrario. 

Shadow se incorporó apenas, llevando sus manos a la falda rasgada de mi vestido. La levantó con cuidado, descubriendo lentamente mi ropa interior y las medias blancas que seguían sujetas con el liguero. Me miró con algo salvaje en los ojos, pero su gesto seguía siendo reverente.

Llevó sus manos a mi ropa interior, y con un gesto lento, comenzó a deslizarla por mis piernas. La dejó a un lado, húmeda y arrugada, como una pequeña prueba de lo que ya ardía en mi interior. Quedé completamente expuesta ante él. No era la primera vez… pero mi cuerpo aún reaccionaba como si lo fuera. El nerviosismo me recorría la piel como fuego suave.

Sabía lo que iba a pasar esta noche. Lo que ambos deseábamos. Y aun así, me sentía como si mi corazón latiera por todo el cuerpo.

Mis ojos bajaron instintivamente hacia él, hacia su entrepierna. Su miembro oscuro estaba duro, firme y palpitante. Con esas pequeñas protuberancias en la base, el anillo en el medio. La forma, los detalles… todo en él me resultaba familiar y a la vez impresionante. Me llevé las manos a la falda rasgada y la apreté con fuerza, conteniendo la mezcla de ansias y pudor que me invadía.

Él lo notó. Siempre lo notaba.

—Aún no, Rose —murmuró con esa voz suya que me acariciaba más que las manos— Quiero seguir dándote cariño primero.

Lo miré, con los labios entreabiertos y los ojos temblorosos, sin saber que decir. Solo cerré los ojos y me dejé guiar por sus movimientos.

Sentí su rostro acomodarse más cerca, su aliento cálido rozando contra mi entrada, y entonces su lengua tocó mi piel. Con una mezcla de hambre, reverencia y devoción. Moviéndose de arriba hacia abajo. Como si estuviera adorando cada rincón de mi interior.

Un gemido escapó de mis labios mientras mis dedos se apretaban contra la falda, aferrándome a algo para no perderme en la sensación. La pared frente a mí se volvió borrosa mientras las corrientes eléctricas me recorrían la espalda y bajaban por mis piernas.

Shadow disfrutaba de esto. Disfrutaba de hacerme sentir así. Y lo hacía con tanta entrega, como si este fuera su modo más sincero de decir que me amaba.

—Sabes delicioso… —susurró entre suspiros— Estás dulce. Muy dulce.

Mi espalda se arqueó de forma automática. Los gemidos empezaban a escaparse sin control, cada uno más alto que el anterior. Me llevé una mano a los labios, queriendo acallarlos, pero no pude evitarlo: su lengua seguía saboreándome con una delicadeza que me rompía por dentro y me reconstruía al mismo tiempo.

Sentí cómo un par de sus dedos se deslizaban en mi interior, tocando mis paredes más sensibles con cuidado, como si conociera cada rincón de mi cuerpo. Sus dedos se movían dentro mío, saliendo y entrando, humedeciendose con mis fluidos, mandando chispas de placer por todo mi cuerpo.

—Estás muy húmeda —murmuró Shadow, su voz grave, cálida, temblando igual que yo.

Intenté responder, pero mi voz apenas salía entre suspiros temblorosos.

—Shadow… por favor… yo… te necesito.

Él retiró los dedos con lentitud, y se incorporó, mirándome directo a los ojos. Sus pupilas eran fuego vivo. Se limpió con el dorso de la mano, sin dejar de observarme.

—¿Estás lista, Rose?

Asentí, con el rostro ardiendo, el corazón golpeándome con fuerza desde dentro. Lo deseaba. Lo necesitaba.

Shadow desvió la mirada por un momento, buscando algo a su lado. Lo seguí con los ojos y vi cómo tomaba un pequeño paquete cuadrado, hecho de un material brillante. Lo sostuvo con ambas manos y lo abrió con delicadeza. Dentro, había un preservativo.

—No sabes cuánto me costó encontrar el tamaño correcto —dijo con una risa seca, casi nerviosa.

Lo observé en silencio, un poco intimidada por la realidad tangible del momento. El material semitransparente brillaba a la luz, delgado y real. Nunca había visto uno fuera de los libros, ni mucho menos lo había sostenido. Solo conocía su importancia. Y ahora iba a ser parte de este momento… nuestro momento.

—¿Te queda bien? —pregunté, con la voz apenas audible.

Shadow asintió, y llevó el preservativo hasta la punta de su miembro. Comenzó a deslizarlo lentamente, cubriéndose hasta la base con un movimiento suave.

—¿Ves? Me queda.

Me quedé mirándolo, mordiéndome el labio, con el estómago hecho un nudo y el cuerpo temblando de ansiedad. Esto iba a suceder. De verdad iba a pasar.

Cerré los ojos un instante. Nuestra primera vez había sido dolorosa. Demasiado rápida. Mi cuerpo no estaba preparado y no pude soportarlo. Pero esta vez… esta vez quería que fuera distinto. Quería que se sintiera como lo describian mis novelas románticas.  

Shadow se inclinó hacia mí, con una suavidad que me hizo contener el aliento. Sus labios buscaron los míos, y cuando por fin se encontraron, me besó con una ternura que me desarmó por completo. No había prisa en su gesto, ni hambre, solo amor. Amor puro y profundo.

Yo llevé mis manos a su rostro, sintiendo la calidez de sus mejillas bajo mis dedos. Acaricié su pelaje con cuidado, como si estuviera tallando ese instante en mi memoria, y respondí al beso con la misma devoción con la que lo amaba.

Entre beso y beso, su voz se coló entre nosotros:

—Te amo, Rose.

Apreté suavemente sus mejillas entre mis manos, y le devolví las palabras con una sonrisa temblorosa, desde lo más profundo de mi pecho:

—Y yo a ti, Shadow… 

Shadow se apartó apenas lo necesario, con ese cuidado que siempre tenía cuando se trataba de mí. Tomó su miembro con una mano firme, y lo alineó con mi entrada, guiándose con precisión. Sentí su calor rozarme, tan cerca… que todo mi cuerpo se sacudió de anticipación.

Lo miré con el corazón latiendo como un tambor. Mis dedos se cerraron con fuerza sobre las sábanas. Cerré los ojos justo cuando empezó a entrar, centímetro a centímetro, con esa lentitud respetuosa que me permitía respirar entre cada latido.

Ya no había barreras. Nada que lo detuviera esta vez.

Pero su tamaño seguía siendo demasiado grande para mí. No dolía, no como la primera vez… pero era una sensación nueva, intensa. Invasiva, pero también íntima. Sentía cómo mi cuerpo se estiraba, cómo cada fibra cedía para acomodarlo, expandiéndose poco a poco, adaptándose a él, hasta que finalmente me llenó por completo. Las protuberancias de su base rozaron mi clítoris y las lágrimas simplemente brotaron.

No eran de dolor. Eran de emoción, de lo abrumador que resultaba estar así de abierta, de conectada, de vulnerable ante alguien a quien amaba tanto.

Shadow lo notó de inmediato. Como siempre.

Llevó una mano a mi rostro, con esa suavidad que me hacía temblar por dentro, y limpió una de mis lágrimas con su pulgar. Me miró, preocupado, su voz grave teñida de ternura.

—¿Te duele, Rose? ¿Debo detenerme? ¿Salgo?

Negué suavemente, sin poder aún abrir los ojos.

—Solo… dame un momento —susurré, tratando de recuperar el aire que su cercanía me robaba.

Respiré hondo, una vez, y luego otra, dejando que mi cuerpo se acostumbrara al calor, a la presión, al peso dulce y profundo de su presencia dentro de mí. Y mientras lo hacía, sentí sus labios.

Besó mis mejillas, mi frente, la comisura de mis labios. Cada beso era suave, lleno de ternura, de paciencia. Me envolvía con su amor sin necesidad de palabras.

Busqué su boca y lo besé. Quería distraerme. Quería sentirlo de otra manera, más cálida, más familiar. Nuestras lenguas se encontraron, suaves, lentas, danzando con ese ritmo íntimo que solo compartíamos nosotros dos.

Poco a poco, la incomodidad fue disminuyendo. Sentí mi cuerpo adaptarse, abrirse por completo para él. Solo quedaba esa sensación de plenitud, de calor compartido.

Abrí los ojos y lo miré. Esos ojos carmesí que solo me mostraban a mí esa ternura suya 

—Puedes moverte, Shadow —le dije, en un susurro— Soy toda tuya.

Shadow comenzó a moverse dentro de mí con lentitud y delicadeza. Entraba y salía con un ritmo suave, constante, y con cada movimiento, con cada roce de su base contra mi clítoris, hacía que una oleada de placer chispeara por mi espalda, haciéndome gemir suavemente.

Llevé mis manos a sus antebrazos, buscando anclarme a él, mientras mis piernas, casi por instinto, rodeaban su cadera, invitándolo a quedarse, a seguir, a no detenerse. Me entregué por completo a él, al calor, a la conexión, al ritmo compartido que empezaba a formarse entre nuestros cuerpos.

Abrí los ojos y lo observé. Su rostro, usualmente reservado y sereno, ahora se veía distinto. Estaba deshecho, consumido. Sus cejas fruncidas, los ojos fuertemente cerrados, y los labios entreabiertos, dejando escapar sonidos profundos y guturales con cada empuje lento y deliberado de sus caderas. Como si estuviera descubriéndolo todo por primera vez, cada sensación nueva, abrumadora.

Era hermoso. Salvajemente hermoso.

Estaba tan concentrado en sentir, en adaptarse… que parecía estar perdido en mí. Lo sentía adentro, llenándome con su enorme miembro de forma lenta pero implacable, hasta tocar lo más profundo de mí y luego retroceder, solo para volver a entrar una vez más. Mi cuerpo palpitaba con cada roce, con cada contacto, con cada nueva embestida medida.

Entonces lo escuché.

—Así… que así se siente… —jadeó, apenas encontrando las palabras— Rose… estás tan apretada…

Su voz ronca, cargada de deseo y asombro, me hizo temblar. No pude contestarle. No podía pensar. Todo mi ser estaba enfocado en esa sensación: en cómo se movía dentro de mí, en cómo su tamaño me llenaba, me reclamaba con cada lento y profundo avance.

—Rose… quiero… puedo… ¿puedo moverme más rápido? —preguntó, la voz quebrada por la lujuria.

Lo miré directo a los ojos carmesí, tratando de responder aunque mis gemidos apenas me dejaban hablar.
—Sí… sí puedes… —logré decir al fin, con dificultad.

Shadow sonrió apenas, una sonrisa oscura y cargada de deseo, antes de inclinarse para besarme la frente y luego los labios. Ajustó su peso sobre la cama, sus manos aferrándose con fuerza a las sábanas. Se retiró con lentitud solo para adentrarse de golpe en mí, arrancándome un gemido ahogado.

Pronto encontró un nuevo ritmo, esta vez mucho más rápido, y la fricción encendió cada fibra de mi cuerpo. Sus movimientos ya no eran suaves ni medidos… se volvieron firmes, intensos, decididos. Cada embestida era más rápida, más profunda, haciendo que mi cuerpo se arqueara con cada impacto, estremeciéndome por dentro.

Los gemidos escapaban de mi garganta sin que pudiera contenerlos. Eran más intensos ahora, mezclados con jadeos entrecortados que apenas me dejaban respirar. La fricción entre nosotros me hacía temblar, y el sonido de su respiración agitada, sus gruñidos bajos, llenaban el cuarto como una melodía primitiva que me enloquecía.

—Se siente tan bien, Rose… te sientes demasiado bien… —dijo entre jadeos, la voz ronca.

—Tú también, Shadow… —alcancé a responder entre gemidos temblorosos— se siente tan bien…

—¡Quiero más, necesito más! —rugió, con un tono áspero que me estremeció.

Y entonces lo sentí perder el control. Sus brazos rodearon mi cintura con fuerza, atrayéndome contra su cuerpo como si quisiera fundirme en él. Me sostuvo con una intensidad feroz mientras sus caderas se movían con un impulso creciente, embistiéndome una y otra vez con un ritmo potente que sacudía el colchón bajo nosotros, haciendo crujir la cama con cada impacto.

Mis gemidos se volvieron frenéticos a medida que me golpeaba hasta lo más profundo. Podía sentir las protuberancias de su base rozando y besando mi entrada, frotando mi clítoris con cada embestida, arrancándome ondas de placer que me desarmaban más y más.

Su cuerpo me presionaba contra las sábanas, abrumándome, envolviéndome en su calor y en su peso. Alcé los brazos, rodeando su cuello, queriendo mantenerlo cerca, queriendo sentirlo entero, sin dejar ni un espacio entre nosotros.

Entonces lo escuché.
—Rose… Rose… —susurró, o quizá lo gruñó, con esa voz ronca que me atravesaba la piel.

Mi nombre escapaba de sus labios una y otra vez, como un mantra, como si al pronunciarlo buscara anclarse en mí, como si yo fuera lo único que lo mantenía en tierra en medio de tanta intensidad.

—Shadow… —logré decir entre gemidos ahogados, mis piernas temblando alrededor de su cintura.

—Quiero que solo seas mía… tu cuerpo, tu corazón, tu alma… solo mía… —jadeó con un tono feroz que me erizó el pelaje.

—Soy tuya, Shadow… solo tuya… —respondí con la voz quebrada, entregándome por completo.

Él empezó a moverse aún más rápido, más fuerte, más profundo. Cada embestida era fuego recorriendo mi espalda, mi vientre, mi pecho. Un torbellino de sensaciones: calor, presión, deseo… amor. Me estaba tomando, sintiéndome, deseándome como si nada más existiera.

Y entonces lo sentí. Tocó un punto dentro de mí que me hizo ver estrellas, un placer tan súbito y eléctrico que me arrancó un grito desgarrado, puro, sin control.

Shadow lo notó y cambió el ritmo, golpeando ese punto a propósito, arrancándome gemidos que ya no podía contener. Cada embestida era un latigazo de fuego que me atravesaba, llevándome con él, llevándome a un lugar al que solo nosotros dos podíamos llegar.

—¡Shadow! Sha–daow… —empecé a gritar, llevando una mano a mi rostro, intentando contener esos sonidos tan agudos que se me escapaban.

Pero él atrapó mi mano con la suya y la apartó de mi cara, apretándola contra el colchón, entrelazando nuestros dedos con firmeza.
—No te calles… di mi nombre, grita mi nombre —ordenó con esa voz ronca que me encendía aún más.

—¡Shadow! —grité otra vez, con fuerza, incitada por su mandato.

Él bajó la cabeza, su aliento caliente y errático chocando contra mi cuello, y su pecho aplastándose contra el mío. El calor entre nuestros cuerpos era un pulso vivo, un tambor que anunciaba la tormenta a punto de estallar, contenida solo por el fino hilo del control que aún trataba de sostener.

—Rose… voy a… voy a… —jadeó, la voz temblorosa, quebrada, al borde de perderse por completo en lo que estaba sintiendo.

Y entonces, con una última embestida profunda, tan intensa que me dejó sin aliento, lo sentí liberarse por completo.

Un rugido escapó de su garganta, ronco, quebrado… pero no llegó a salir del todo. Porque en ese mismo instante, Shadow abrió la boca y me mordió duro.

Sus colmillos se hundieron en mi cuello con una precisión feroz, instintiva. El dolor fue breve, un relámpago agudo que me hizo abrir los ojos, pero se desvaneció de inmediato, ahogado por una ola abrumadora de calor, de energía, de algo más grande. Como si algo invisible, inmenso, hubiera despertado dentro de mí.

El mundo parecía disolverse. Todo dejó de existir excepto él.

Mi cuerpo reaccionó sin pensar, dominado por esa marea salvaje. Me arqueé hacia su cuerpo, el pecho pegado al suyo, temblando, como si buscara grabarlo dentro de mí. Mis piernas se cerraron con fuerza a su alrededor, sin dejarle espacio para escapar, como si al fundirnos pudiera quedarme tatuada en su piel para siempre.

Y entonces lo sentí. Esa oleada imparable subiendo por mi vientre, por mi espalda, por mi garganta…

Un grito nació desde lo más profundo de mis entrañas, crudo y desbordado, escapando de mis labios con una fuerza que hizo temblar las paredes.

 —¡Shaaaadow! 

Mi cuerpo fue arrasado por una corriente de éxtasis. Una descarga tan intensa que me desgarró y me elevó al mismo tiempo, dejándome sin voz, sin aliento, con lágrimas brotando de mis ojos sin razón más que la magnitud de lo que estaba sintiendo.

Lo abracé con todas mis fuerzas, con mis brazos, mis piernas, mi alma entera. Sentí su cuerpo aún temblando encima del mío, su rostro escondido contra mi cuello, su respiración agitada, ardiente, todavía aferrado a mí como si no pudiera soltarme.

Yo jadeaba, intentando recuperar el aliento entre suspiros entrecortados. Mis brazos se aflojaron poco a poco, igual que mis piernas. Todo mi cuerpo se rendía, hundiéndose sobre el colchón, agotado.

Shadow soltó con suavidad el mordisco. Su boca cálida se mantuvo en mi cuello un momento más, y entonces… sentí su lengua pasar delicadamente por la herida. Un gesto tierno e íntimo. 

Sus labios comenzaron a besar mis mejillas, suaves, uno tras otro, como si necesitara recordarme cuánto me amaba. Yo lo sentí todo: cada roce, cada aliento, cada temblor de sus labios. Me perdía en ese contacto, en esa calma después de la tormenta.

—Te amo, Rose… —susurró contra mi piel.

Yo apenas logré responder, con la voz ronca y los ojos nublados.

—Y yo… te amo, Shadow…

Entonces sentí cómo, con cuidado, su cuerpo comenzaba a separarse del mío. Su miembro salía de mí con lentitud, dejándome con una extraña sensación de vacío.

Mis piernas cayeron sin fuerza sobre las sábanas. Todo mi cuerpo era un suspiro largo, una exhalación rendida. Mi visión se volvió borrosa por el cansancio, la relajación y el eco del placer. Todo era tibio, suave, como una neblina que me envolvía y me invitaba al sueño.

Escuché a Shadow moverse. Algo crujió. Un paquete. Sus manos haciendo algo. Me costaba pensar, pero oí su voz, como si hablara desde muy lejos.

—¿Rose? ¿Dónde debería botarlo?

Me tomó un segundo responder, medio dormida.

—El… el basurero del baño… —musité, sin abrir los ojos.

Escuché el colchón moverse. Sus pasos alejándose. El suave sonido de la puerta abriéndose.

Me dejé caer más profundamente en el colchón, los párpados cerrándose como si pesaran una tonelada. Todo mi cuerpo se hundía en la paz absoluta. Mi corazón latía lento, satisfecho. Todo estaba en silencio.

Me dormí con lágrimas en los ojos… pero con una sonrisa en los labios.

Fue entonces que unas voces, suaves pero persistentes, me sacaron del letargo. Algo que sonaba como una conversación, aunque no pude entender las palabras.

Parpadeé lentamente, aún envuelta en esa neblina tibia que queda después de un sueño profundo… 

Me moví apenas bajo las sábanas, y una punzada sutil recorrió mi vientre. Mi cuerpo se sentía agotado, pesado. No era doloroso, no como la primera vez… pero sí había algo. Una incomodidad extraña, íntima, que no sabía cómo nombrar. Como si me hubieran abierto por dentro y todavía estuviera cerrando lentamente.

Instintivamente, busqué con la mano a mi lado. El hueco donde debería estar él. Pero solo toqué sábanas frías. Un vacío húmedo de ausencia.

Abrí los ojos del todo, el corazón apretándose poco a poco, como si ya supiera lo que venía.

Me incorporé despacio, abrazando las mantas contra mi pecho. La habitación estaba en penumbra, con la lámpara de mi mesita noche encendida. Los cojines estaban desordenados, una almohada caída en el suelo. Dulcito yacía boca abajo junto a mis brazaletes, como testigos mudos del desorden. Todo hablaba de lo que había pasado. 

Miré hacia el borde de la cama. Su gabardina roja no estaba. Tampoco sus Air Shoes.

Y con eso, el nudo en mi pecho se hizo más real. Algo no estaba bien.

Me obligué a salir de la cama, el frío del suelo colándose por mis pantorrillas. Caminé hacia la puerta con pasos rápidos, todavía descalza, todavía con la esperanza absurda de verlo en la cocina, en el baño, en cualquier lugar.

Pero cuando llegué al pasillo… no fue solo su voz la que escuché.

También habían otras. Voces firmes y desconocidas.

Desde lo alto de las escaleras, lo vi. Shadow estaba en la sala, con su gabardina ya puesta, los Air Shoes ajustados, hablando con dos oficiales de policía en la puerta abierta de la casa. El aire nocturno entraba por la rendija, helado y ajeno a la intimidad que había llenado mi habitación minutos atrás.

Me detuve un segundo y miré hacia mí misma. Mi vestido estaba arrugado, rasgado, y con el pecho descubierto. No llevaba ropa interior y estaba algo húmeda. El rubor me subió a las mejillas de inmediato: no estaba para nada presentable.

Sin hacer ruido, corrí de vuelta a mi habitación, cerré la puerta con suavidad y me deshice del vestido con manos temblorosas. Abrí el armario y saqué ropa interior limpia, de algodón suave, luego un vestido largo de manga larga, negro, de tela abrigadora. Me lo puse a toda prisa, aún con el cabello alborotado y la piel sensible. Me calcé las pantuflas y volví a salir al pasillo, bajando las escaleras con cuidado, aunque el corazón me golpeaba el pecho como un tambor de guerra.

—Rose… —dijo Shadow al verme bajar las escaleras. Su voz sonaba grave, pero cargada de algo más: preocupación, quizá algo de culpa.

Me acerqué, envolviéndome más con mis brazos por el frío y la incomodidad de la escena. Dos oficiales estaban de pie en la entrada. Una coyote de pelaje claro, con el cabello recogido en una coleta, y una canguro de complexión robusta y rostro serio. Juraría haberlas visto antes, tal vez patrullando por la zona.

—¿Sucede algo? —pregunté con cautela mientras me acercaba, sintiendo cómo el aire frío de la noche se colaba por la puerta abierta.

La coyote me dirigió una mirada profesional, aunque su tono fue considerado.

—¿Está bien, señorita Amy?

—Sí… sí, claro. ¿Por qué?

La canguro consultó su tableta antes de hablar, sin quitarme la vista de encima.

—Recibimos una llamada de una vecina suya. Denunció posibles disturbios domésticos… sonidos fuertes, gritos. Teniendo en cuenta la hora, vinimos a verificar que todo estuviera en orden.

Mi cuerpo entero se tensó. Sentí que me ardían las mejillas. Tragué saliva.

—Oh… fue un malentendido. De verdad. No pasó nada malo.

La coyote ladeó ligeramente la cabeza. En ese momento notó la marca que aún llevaba en el hueco de mi cuello: la mordida. Había intentado cubrirla con el vestido de manga larga, pero con el escote algo caído y la forma en que me moví… estaba a la vista.

Su expresión cambió sutilmente. Ya no era solo una visita rutinaria. Ahora había alarma contenida en sus ojos.

—Señorita Amy… ¿quiere que hablemos en privado? —preguntó con voz suave pero firme— Si hay algo que quiera contar sin que el Comandante escuche…

—No, no —dije rápidamente, levantando las manos— De verdad, todo está bien. No es… lo que parece.

La canguro frunció el ceño.

—¿Esa marca fue reciente?

—Sí, pero fue… durante una situación consensuada. Muy íntima. No fue violencia —añadí rápidamente, intentando mantener la compostura, tocando mi cuello— Fue… solo ruidoso. Y más de lo que esperaba.

Las dos oficiales intercambiaron una mirada incómoda. Claramente estaban tratando de respetar, pero también cumplir con su deber.

—Lo entendemos —dijo al fin la coyote, asintiendo— En ese caso, lo tomaremos como falsa alarma. Pero si en algún momento necesita ayuda o quiere reportar algo, sepa que estamos para usted, señorita Amy.

—Gracias —murmuré, deseando desaparecer.

La canguro dirigió una última mirada a Shadow, algo más personal esta vez.

—Comandante… perdone la molestia. Solo cumplimos con el protocolo.

Shadow asintió con seriedad.

—Lo sé. Están haciendo bien su trabajo.

—Que pasen una buena noche—dijo la coyote antes de girarse. Ambas se marcharon hacia la patrulla aparcada al frente.

Suspiré largo, cerrando la puerta con lentitud… solo para alzar la vista y ver la ventana de la señora Myrna —mi vecina del frente— encendida. La vieja osa estaba detrás de las cortinas, claramente mirando. Cuando se dio cuenta de que la vi, las cerró de golpe.

Me quedé unos segundos en silencio.

—Genial… —murmuré, cubriéndome el rostro con las manos— Esto va a salir en la próxima reunión del vecindario, lo sé.

Shadow me dio la espalda, claramente tenso. Su postura rígida, los puños cerrados a los lados. Sentí el silencio colarse entre nosotros, incómodo.

—La próxima vez… podríamos, no sé… cerrar las ventanas. Poner música. —reí suavemente, con un tono tímido— O tal vez amordazarme para que no grite tan duro tu nombre. 

Él no respondió.

—Shadow… —me acerqué unos pasos, bajando la voz— ¿Qué pasa?

—Esto siempre sucede —murmuró, casi para sí mismo, pero su voz era como un cristal por romperse— Siempre… algo. No importa cuánto lo intente, cuánto luche por ser mejor. Al final, tú terminas saliendo lastimada.

Agacho la cabeza, llevándose una mano al rostro.

—No podemos ni siquiera tener un momento de intimidad…

Sentí un nudo formarse en mi pecho.

Me moví alrededor de él para buscar su mirada, pero al principio evitó mis ojos. Logré tocar su brazo suavemente.

—Shadow, no digas eso… —susurré buscando sus ojos— Lo que pasó no fue culpa de nadie. Solo estuvimos amándonos. 

—Eso lo hace peor —soltó, con una voz rota— Me dejé controlar por mis instintos y terminé poniéndote en una posición humillante. Gritaste tan duro que una vecina llamó a la policía, Rose. ¡Te vieron así! Te hicieron preguntas. Vieron la marca que te dejé…

—Shadow… —lo llame suavemente— Mi vecina la señora Myrna… Ella es purista. No me sorprendería que haya llamado a la policía solo para fastidiarnos. Lo ha hecho antes, con otras parejas.

Apreté suavemente su brazo, intentando que me buscara con la mirada.

—Y les dije la verdad a las oficiales —le interrumpí— No me maltrataste. No me hiciste daño. Fue un momento íntimo que se salió de control y no me arrepiento. No hay nada de lo que arrepentirse, Shadow.

Él bajó la mirada. La tensión en su mandíbula lo decía todo.

—No puedo soportar la idea de ser un riesgo para ti —susurró Shadow, con una voz tan apagada que apenas era un eco de sí mismo— Me prometí protegerte. Cuidarte. No hacerte daño jamás… y sin embargo, cada vez siento que fallo. Una y otra vez.

Sus palabras se hundieron en mí como el peso de una lluvia helada. Dolían porque él lo creía de verdad.

—Shadow… —murmuré, con el corazón estrujado— No me has fallado. No has hecho nada malo.

Pero él dio un paso atrás, como si el contacto de mis palabras quemara. Como si necesitara más aire del que el cuarto podía ofrecerle.

—Necesito tiempo, Rose.

El tiempo se congeló. Todo mi cuerpo se tensó.

—¿Tiempo? —pregunté, y la palabra me salió rota. Apenas un susurro.

Shadow evitó mi mirada por un momento. Luego, con esfuerzo, me sostuvo los ojos y dijo:

—Tiempo para pensar. Para ir con el loquero…. Para… re-ordenar mi cabeza… Necesito estar lejos de ti, por un momento, antes de hacer algo que no pueda deshacer.

Me abracé los brazos. Como si de pronto la temperatura del mundo hubiera bajado veinte grados. Como si el calor que él me daba ya no estuviera allí para protegerme.

—¿Estás… terminando conmigo?

Él alzó la cabeza rápidamente, como si mis palabras fueran un golpe.

—¡No! No, Rose. Jamás.

Avanzó un paso hacia mí, con los ojos abiertos de par en par, y la voz temblando.

—No estoy terminando contigo. Eres el amor de mi vida. La mujer con la que me quiero casar… Solo que ahora mismo… no estoy bien. No quiero seguir haciéndote daño, aunque no sea a propósito. Solo necesito… un poco de espacio…

Yo quería gritar.
Gritarle que se quedara, que no me dejara sola. Que podíamos con todo, juntos, como siempre. Quería lanzarme a sus brazos, aferrarme a él con fuerza, llorar en su pecho hasta que cambiara de opinión. Decirle que me partía en dos con esas palabras.

Porque sabía que si lo detenía en ese momento, lo haría desde el miedo. Desde ese pánico primitivo a quedarme sin su calor, sin su voz, sin su risa suave, sin su mirada intensa.

Y él no necesitaba más culpa encima de sus hombros

Y si lo amo —y lo amo tanto que a veces siento que me consume—, entonces debía soltar un poco. Darle el espacio que me pedía, aunque eso doliera más que cualquier despedida.

Apreté los puños, clavándome las uñas en las palmas, obligándome a mantenerme firme.

Respiré hondo y dejé que el silencio hablara entre nosotros por unos segundos. Lo miré a los ojos. Vi su dolor. Su amor. Su lucha interna.

Y entonces, aunque cada fibra de mi cuerpo gritaba lo contrario, asentí.

—Si eso es lo que necesitas... tómate tu tiempo. Solo... solo vuelve a mí, Shadow. Por favor.

Él se acercó. Sus pasos eran inseguros, como si le pesaran mil toneladas. Me tomó el rostro con ambas manos, como si temiera que me deshiciera entre sus dedos.

Sus ojos estaban húmedos.

—Voy a volver. Te lo aseguro.

Su beso fue suave, contenido, lleno de una ternura que desgarraba. No era un adiós. Era una promesa. Una cuerda invisible que nos ataba incluso en la distancia.

—Buenas noches, Rose —susurró, con la voz quebrada— Te amo.

—Y yo a ti, Shadow —respondí, apenas en un suspiro que me rompió por dentro.

Me miró una última vez. Una de esas miradas que se quedan clavadas en el alma. Luego abrió la puerta. El viento nocturno entró, helado y cruel. Cruzó el umbral y, antes de desaparecer, giró la cabeza, como si quisiera grabarme en su mente una vez más.

Y entonces, cerró la puerta.

El "clic" resonó como un eco hueco. Como el final de una canción.

Me quedé sola.

En medio de la sala, parada como una figura olvidada entre sombras y muebles. A mi alrededor, todo parecía más frío de lo que recordaba. Más silencioso. Más ajeno.

Me abracé a mí misma, intentando atrapar lo que quedaba de su calor, como si mi cuerpo se negara a aceptar su ausencia. Pero se desvanecía con rapidez. Ese calor que había sentido tan íntimo, tan presente, se deslizaba fuera de mí como arena entre los dedos.

Volteé la mirada hacia la mesita junto al sofá y allí estaba.

La caja estaba cubierta con papel brillante. Era un refugio festivo en medio de la noche. La abrí con cuidado, y el crujido del cartón me pareció casi un suspiro. Entre un nido de paja artificial y tiras de papel coloridas, reposaba el huevo Chao. 

Me acerqué despacio. Me arrodillé al lado de la caja y metí las manos dentro, tomándolo con delicadeza, como si temiera que el más mínimo movimiento pudiera romper algo más que la cáscara. Lo acerqué a mi pecho, lo abracé, y susurré con la voz quebrada:

—Vamos, Bebe… es hora de dormir.

La primera lágrima cayó sin que me diera cuenta, resbalando por mi mejilla y cayendo justo sobre la paja. Luego otra y otra. No era llanto desesperado… era un desbordamiento tranquilo, inevitable. Como si mi alma necesitara desahogarse en silencio.

Me levanté con lentitud, el huevo seguro entre mis brazos, pegado a mi pecho como si necesitara sentir su latido.

Mis pasos resonaron apagados sobre la madera del suelo mientras subía las escaleras. Una tras otra. No tenía prisa. No quería mirar atrás.

El pasillo estaba en penumbra. La puerta de mi habitación, entreabierta, dejaba escapar un rastro de la luz tenue de la lámpara de noche. Empujé con el hombro, sin soltar al huevo. 

Todo seguía como lo habíamos dejado. Las sábanas revueltas. Cojines por el suelo. Dulcito tirado de lado junto a mis brazaletes. El aire aún olía a él. A nosotros.

Me senté en la cama con un suspiro tembloroso. Coloqué al huevo sobre una de las almohadas, envolviéndolo con una manta suave, como si eso pudiera bastar para protegerlo del mundo.

Y luego me recosté a su lado, de lado, con la mano extendida hacia él. Mis dedos rozaban su superficie curva, tranquila.

Apreté los ojos, y me dejé hundir en ese hueco de tristeza que se abría lentamente dentro de mí.

—Te amo, Shadow… —susurré al vacío, sabiendo que esta vez él no estaba para escucharme— Vuelve a mí… por favor.

Notes:

Feliz Cumpleaños Shadow.... Feliz cumpleaños.

Chapter 41: Distancia

Notes:

¡Su programa favorito está de vuelta!
Gracias a todos por esperar, aprecio muchísimo su paciencia.

Un par de anuncios: estuve revisando capítulos anteriores y creo que aún me faltan algunos por corregir. Los mantendré informados.

Para quienes les interese, los capítulos 19, 25 y 26 ahora tienen nuevas escenas smut, por si quieren ir a leerlas.

En fin, ¡espero que tengan un gran fin de semana!
Los quiero a todos

Chapter Text

Escuché golpes en la puerta.

Toques firmes. Uno, dos, tres.

Abrí los ojos de golpe, incorporándome con un sobresalto. La habitación estaba tranquila, teñida por la luz cálida y tenue de la lámpara de noche. El sonido del viento resonaba contra las ventanas cerradas. El huevo Chao descansaba a mi lado, envuelto en mantas suaves. Todo estaba en calma.

Pero entonces, otra vez.

Uno, dos, tres.

Mi corazón dio un vuelco.

Me puse de pie lentamente, sintiendo el suelo frío bajo mis pies descalzos. El vestido negro se me pegaba al cuerpo por el sudor tibio, que no sabía si venía del sueño o de algo más profundo. Crucé el pasillo en silencio, bajando las escaleras mientras el eco de mis pasos se confundía con el murmullo lejano de la lluvia.

Al llegar a la sala, me acerqué a la puerta y la abrí lentamente. Entonces vi una sombra oscura de pie, bajo la luz del farol del porche. El viento nocturno se coló de inmediato, trayendo consigo su aroma, ese que conocía tan bien: lavanda con un toque masculino tan propio de él.

Shadow.

La luz plateada recortaba el contorno de su figura, su pelaje oscuro empapado, las gotas deslizándose por su rostro, por su cuerpo descubierto. 

—¿Volviste? —dije en un suspiro. Las palabras salieron antes de que pudiera contenerlas— ¡Volviste!

Me lancé a sus brazos sin pensarlo, rodeándolo con fuerza. Enterré el rostro en su pecho, sobre su mechón blanco humedecido, sintiendo cómo su cuerpo temblaba levemente, como si hubiese corrido hasta aquí. 

—Shadow… oh por Gaia, volviste. Pensé… pensé que no lo harías…

Pero sus brazos no me rodearon. En cambio sentí sus manos empujarme con firmeza, separándome de él.

Me alejé un paso, confundida. El aire parecía más frío de pronto. Lo miré a los ojos y algo dentro de mí se resquebrajó.

Sus pupilas, normalmente tan intensas, estaban apagadas. Sus labios estaban apretados, su expresión dura.

—Rose… —dijo, bajito, casi sin fuerza— No vine a quedarme.

El suelo pareció inclinarse levemente bajo mis pies. Tragué saliva, pero la garganta me ardía.

—¿No?

—Vine porque necesitaba decirlo en persona. No podía… esconderme detrás de una llamada. Tú mereces más que eso.

—¿Decir qué? —pregunté, temiendo la respuesta, pero obligándome a escucharla.

Él cerró los ojos. Su mandíbula se tensó.

—Quiero terminar.

El mundo se detuvo.

No entendí. Las palabras no tenían sentido. Era como si hablara en otro idioma. Como si esa voz, que tantas veces me había susurrado te amo , dijera ahora algo imposible.

—No… no. No digas eso. No puedes decir eso —murmuré, la voz rompiéndoseme.

Intenté tocarlo, pero él retrocedió un paso. Como si quemara.

—No puedo seguir contigo, Rose. No puedo darte lo que necesitas. Lo intenté. Pero cada día que pasa siento que te arrastro más hacia el abismo.

—¿Qué estás diciendo? —La desesperación crecía— No me estás arrastrando a ningún lado. Estoy aquí porque quiero. ¡Te elegí, Shadow! ¡Cada día te elijo!

—Yo no. —Sus palabras fueron un cuchillo.

—¿Qué…?

—No quiero esto. No quiero una vida contigo. Me di cuenta de que no eres lo que necesito. Que nunca lo fuiste. Que te idealicé.

—¡Tú me prometiste casarte conmigo! —le grité, la voz temblando.— ¡Tú dijiste que querías una vida conmigo! ¿Eso también era mentira?

Él apartó la mirada y respiró hondo. 

—Me equivoqué.

Sus palabras cayeron como una roca en un lago en calma. Solo lo miré, sintiendo cómo todo dentro de mí se partía de golpe.

—¿¡Cómo puedes decir eso tan fácil!? —exploté al fin, con un nudo en la garganta— ¡¿Después de todo lo que dijimos, todo lo hicimos juntos?!

Mis puños se cerraron con tanta fuerza que las uñas se clavaron en la piel. El pecho me dolía. 

—No puedo lidiar contigo, Amy —espetó, seco, como si decirlo le costara menos de lo que debería. Su voz se endureció— No puedo seguir fingiendo que estoy bien con todo esto.

Me detuve. Sentí que mis pies se pegaban al suelo.

¿Esto… está pasando?

—¿Qué…?

—Eres demasiado emocional. —dijo, cada palabra una cuchilla— Siempre al borde del llanto o la risa o la rabia.  Siempre buscando algo de mí: cariño, palabras, promesas. Aferrándote a mí como si fuera lo único que te sostiene.

Sus ojos no titubeaban. No había calor en ellos. No había compasión.

—No sabes estar sola. No sabes… respirar sin mí. Y eso me ahoga. Eres una carga 

Mi mano subió sola a cubrirme la boca. Me temblaban los dedos.

—No es verdad… —susurré, y mi voz se quebró— No soy así… No soy una carga… tú me dijiste que me querías como era… que no tenía que cambiar…

Pero él siguió, como si no me oyera. Como si sus palabras fueran una sentencia dictada mucho antes.

—Eres inmadura. Pegajosa. Agotadora.

Me encogí un poco, como si su voz me empujara hacia el suelo.

—No me digas eso… —pedí, apenas audible— Por favor, no me digas eso.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, borrosos como cristales empañados. Todo lo que alguna vez fue mío en él parecía esfumarse palabra tras palabra.

—Lo intenté, Amy. Juro que lo hice. Pero no puedo más.

El viento sopló con violencia repentina, haciendo crujir las ramas de los árboles. Las hojas giraban en espirales a nuestro alrededor. Las linternas del jardín titilaban como si también se quebraran.

Y entonces, sin más, él se volteó. Su silueta negra y roja me dio la espalda, a todo que habíamos construido.

—Adiós, Amy Rose.

Empezó a caminar bajo la lluvia, en el sendero de mi jardín hacia la calle.

—¡Shadow! ¡NO! ¡NO TE VAYAS! —grité mientras corría tras él, mis pies descalzos chapoteando en los charcos— ¡Vuelve! ¡Por favor! ¡No me dejes!

Iba detrás de él, jadeando, gritando su nombre. La calle estaba envuelta en sombras. Las farolas parpadeaban, pero no alumbraban. El cielo giraba. El agua caía como agujas. No veía nada, solo su figura alejándose. Cada paso mío parecía más lento, como si algo invisible me jalara hacia abajo.

—¡SHADOW! —grité tan fuerte que sentí cómo algo se rompía en mi garganta— ¡NO ME DEJES! ¡TÚ DIJISTE QUE ME AMABAS!

Mi voz rebotó en la calle vacía, en las casas cerradas, en los árboles inmóviles, pero él no se detuvo.

Su silueta seguía avanzando, cada paso más lejos, cada segundo más pequeño. Lo veía perderse entre la niebla que comenzaba a colarse desde las esquinas del mundo. Su figura, antes firme y fuerte, se reducía como si el tiempo retrocediera. Su espalda se volvía más delgada, sus púas más cortas, su andar más ligero. Hasta que lo vi tal y como era aquel día que lo conocí.

Y entonces se giró.

Sus ojos carmesí brillaban en la oscuridad como carbones encendidos, pero no tenían calor. Me miraban como si fuera una extraña. Como si no supiera quién era. Como si todo lo que habíamos compartido nunca hubiera existido.

Como si nunca me hubiera amado. 

Abrí los ojos de golpe, jadeando, como si acabara de salir de un mar profundo.

Estaba en mi cama, las sábanas empapadas de sudor. La lámpara de noche lanzando su luz tenue sobre la habitación quieta. El huevo Chao seguía allí, en su mantita a un lado. Todo estaba exactamente igual.

Todo… menos yo.

Llevé una mano temblorosa a mi pecho. Sentía el temblor bajo la piel, un vacío extraño que dolía. La garganta me ardía. Las lágrimas comenzaron a caer sin permiso, calientes, calladas, inevitables.

—Solo fue un sueño… —susurré, con la voz rota— Solo fue un sueño…

Pero el dolor seguía allí, como una espina enterrada. 

Me abracé las piernas, encogiéndome, y dejé que algunas lágrimas cayeran.

—Él no terminó conmigo… —me dije en voz baja, intentando creerlo— Solo… solo me pidió tiempo. Eso fue todo.

No era la primera vez que se iba. Cuando salía a sus misiones en Neo G.U.N. pasaban días sin que supiera de él. Yo entendía y siempre lo esperaba. 

Pero esta vez era diferente.

Esta vez no estaba allá afuera cumpliendo una misión.

Esta vez se alejó… de mí.

Inhalé hondo, y en medio del aire tibio sentí su aroma, aún atrapado en las sábanas. A pesar de que se había ido anoche, su esencia seguía allí: café amargo, lavanda… y su aroma natural.

Mi pecho se apretó.

Hundí la cara en la almohada, como si pudiera absorber lo que quedaba de él. Como si eso bastara para llenar el hueco. Las lágrimas se deslizaron por mi rostro sin pausa.

—Yo puedo esperar por ti… —susurré, con los labios pegados al algodón— No pasa nada, Shadow… si necesitas espacio… tómalo. Solo… solo vuelve a mí.

Me aferré a esa almohada como si pudiera sujetarlo también a él, como si mi amor pudiera alcanzarlo incluso ahora que no estaba.

—Todo está bien… —murmuré de nuevo, aunque mi voz temblaba— Todo va a estar bien…

Y dejé que el llanto siguiera su curso.

No sé cuánto tiempo estuve así, abrazada a la almohada, con las rodillas contra el pecho, llorando en silencio hasta que la garganta me ardió y los ojos me dolieron. Como si algo dentro de mí se hubiera roto y ya no supiera cómo volver a armarse. Sentía que cada sollozo salía de lo más profundo, como si la pena no viniera solo de esta noche, sino de todo lo que había guardado por tanto tiempo.

La última vez que lloré así fue cuando decidí dejar de amar a Sonic. Cuando comprendí, por fin, que lo que sentía por él no era correspondido. Que era un amor que siempre iba en una sola dirección. Aquella vez sentí tristeza, sí… pero también algo de alivio. Como cerrar una herida que llevaba abierta años.

Pero esto… esto era distinto.

Esto era como perder algo que ya era parte de mí. No un amor no correspondido, sino uno que me había envuelto por completo. Uno que me eligió de vuelta. Uno con el que construí sueños, con el que me imaginé una vida, una familia. Este dolor era más profundo. Más real. Más devastador.

Y sin embargo, al vaciarme… al dejar que todo saliera, sentí cómo poco a poco el pecho dejaba de doler con tanta fuerza. Como si cada lágrima aligerara apenas un poco el peso. Como si me quedara un espacio nuevo que debía llenar con calma y con esperanza.

No podía quedarme ahí para siempre.

No quería.

Me limpié las lágrimas con la parte trasera de la mano, tratando de recuperar algo de dignidad, aunque mi rostro estuviera hinchado y húmedo. Respiré hondo, buscando un poco de firmeza en el aire.

—Solo tengo que esperar —me dije en voz baja, con un nudo aún en la garganta— Eso fue lo que dijo. Que necesitaba tiempo. Nada más.

Y lo entendía. De verdad lo entendía. Shadow tenía sus demonios, sus sombras. Y si necesitaba alejarse un poco para volver más fuerte… yo podía soportarlo. Podía ser paciente. Porque lo amaba. Y porque sabía que él también me amaba a mí.

Miré hacia la ventana. Aún estaba oscuro, pero el cielo empezaba a aclararse apenas, tiñéndose de un gris azulado en los bordes. Una señal de que la noche, por más larga que fuera, siempre daba paso al amanecer.

Me giré hacia la mesita de noche, buscando mi celular. Pero no estaba.

Claro… lo había dejado en el baño, dentro de mi bolso, cuando volvimos del festival.

Me incorporé lentamente. Sentía el cuerpo pesado, como si el llanto me hubiera drenado toda la energía. Salí de mi habitación, crucé el pasillo en silencio y abrí la puerta del baño. Encendí la luz… y ahí estaba. Mi bolso blanco, colgado torpemente de uno de los ganchos para toallas.

Pero lo que hizo que el corazón me diera un golpe seco en el pecho…
Fueron los dados rosados de peluche.

Colgaban de una de las asas. Shadow me los había ganado anoche en el festival. No pude evitar sonreír al recordarlo. Yo le había ganado el patito motociclista y en a cambio ganó los dados para mi…

Respire hondo y me acerqué al bolso, lo abrí y rebusqué hasta encontrar mi celular. La pantalla se encendió. Batería al 10%. Eran las 4:30 de la madrugada.

Era como si mi cuerpo supiera que debía despertarse a esa hora, como por costumbre.

Hoy la cafetería estaría cerrada al público, pero tenía que ir a las nueve para ayudar con la limpieza y quitar las decoraciones. El festival había terminado.
Hoy era primero de noviembre.

Dejé el celular sobre el lavamanos y me empecé a desnudar en silencio. Me metí bajo la ducha y abrí el agua caliente, esperando que el vapor se llevara algo de esa angustia que no quería soltarme.

El chorro caliente me golpeó la espalda, haciéndome soltar un suspiro largo. Cerré los ojos, dejando que el vapor envolviera mi cuerpo y el agua arrastrara el sudor, los pensamientos… y tal vez un poco del dolor.

Tomé la esponja con lentitud, me enjaboné con movimientos suaves, y el aroma dulce del jabón empezó a llenar el baño, espeso y envolvente. Pero ni el calor ni la espuma podían arrancarme esa punzada extraña que sentía muy dentro, esa sensación imposible de ignorar… como una huella invisible que no quería borrarse.

Anoche… Nos habíamos amado.

No solo habíamos tenido relaciones. Fue más que eso. Nos habíamos entregado completamente, sin reservas ni miedos, y por primera vez, Shadow estuvo dentro de mí, sin contenerse, sin detenerse…

Completamente mío y yo, completamente suya.

Se sintió… increíble. Cálido, intenso, real. Como esas escenas de mis novelas románticas favoritas, sí, pero con algo que ninguna página podría capturar.

La forma en que me tocó, con ternura y firmeza. La manera en que me susurró "Rose", como si fuese un secreto solo para él. Cómo me sostuvo contra su pecho, como si temiera que me desvaneciera. Sabía que para él también significó algo. 

Y ahora… algo en mí se sentía distinto.

No estaba mal. No dolía. Pero era como si una parte de mí hubiese cambiado para siempre. Como si hubiera cruzado un umbral del que no podía regresar.

Deje salir un suspiro y trate de concentrarme en enjuagarme. Me lavé las púas con cuidado, masajeando el champú con los dedos tranquilos .

Al terminar, apagué la ducha, me envolví en una toalla y caminé hacia el botiquín. Tomé mi secadora y mi plancha para el cabello, y me puse de pie frente al espejo. Empecé por secar las púas más rebeldes, esas que siempre parecían apuntar al cielo como si soñaran con escapar. Luego las planché una a una, con mucha paciencia. Algunas se alisaban fácilmente. Otras luchaban como cada mañana.

Al terminar, levanté la mirada y me vi en el espejo. Mi reflejo me devolvió unos ojos hinchados, rojos en los bordes, delatando la noche difícil que había tenido. Las ojeras se marcaban bajo mis párpados, y aunque mi piel aún conservaba algo de su color habitual, se notaba apagada. Desgastada. Me incliné un poco hacia adelante, estudiando los rastros del llanto en mi rostro. No podía salir así.

—Vamos, Amy… —murmuré para mí misma, con voz suave pero decidida.

Abrí el cajón más pequeño del botiquín y saqué mis cosméticos básicos: un poco de corrector, un polvo suave, rubor. Nada exagerado. Solo lo suficiente para verme un poco más como yo misma.

Con cuidado, apliqué el corrector en los bordes de mis ojos, disimulando el enrojecimiento. Luego, un poco de polvo para matizar el brillo húmedo de mi piel, y una pizca de rubor en las mejillas para devolverme algo de calidez. Incluso me puse un poco de bálsamo en los labios, solo para que no se vieran tan secos.

Cuando terminé, me di un último vistazo.

Seguía siendo yo… pero también distinta. Más fuerte, quizá. Más decidida.

Respiré hondo y asentí suavemente ante el espejo, como si con ese gesto pudiera reafirmarme que todo estaría bien.

Al terminar, recogí mi celular del lavamanos, tomé mi bolso del gancho, y los llevé de vuelta a mi habitación. Lo primero que hice fue conectar mi celular al cargador sobre mi mesita de noche. Luego saqué mi billetera y las llaves del bolso, y las dejé sobre la cama.

Fui al armario con pasos lentos, arrastrando un poco los pies. Me puse ropa interior limpia, simple pero cómoda. Luego elegí una blusa de manga larga, suave y cálida, de color vino tinto. Después me puse unos pantalones gruesos, de esos que se ajustan bien y protegen del frío. Cuando me agache para abrir el cajón de medias, fue cuando lo vi. 

Dulcito en el piso.

Estaba boca abajo, tirado junto a mis brazaletes, como si hubiera quedado allí olvidado en medio del caos de la noche anterior. Lo recogí con cuidado, sosteniéndolo entre mis manos. Su cuerpo de felpa seguía tan esponjoso como siempre, tan tierno…

Otro regalo de Shadow. Otro recuerdo para atesorar. 

Acaricié su cabeza con los dedos y lo coloqué con cuidado sobre la cama. Luego tomé mis brazaletes. Los revisé por dentro, asegurándome de que ningún cristal se hubiera soltado. Por suerte, todo estaba en su lugar.

Me los puse de nuevo, uno en cada muñeca. Sentí ese peso familiar, firme, reconfortante… como una parte de mí que volvía a estar completa.

Me acerque a mi armario, saqué las medias del cajón y me las puse, una a una. Al ponerme de pie, mi mirada cayó sobre el huevo Chao, aún en su sitio sobre la cama. No podía dejarlo solo.

Volteé de nuevo hacia el armario y rebusqué en el fondo, entre cajas olvidadas y cosas que no tocaba desde hacía años, hasta que mis dedos lo encontraron: un bolso cargador para huevos Chao, edición limitada, color rosado brillante, decorado con corazones. Increíblemente adorable. Un capricho de otra época.

Lo había comprado en un impulso, como muchas otras cosas.
Cada vez que Sonic me rechazaba, hacía una de dos cosas: o me iba a hacer compras compulsivas, o descargaba mi frustración contra el saco de boxeo en el gimnasio.

Sonreí apenas. Una sonrisa triste.

Abrí el bolso con cuidado y coloqué el huevo dentro, ajustando cada agarre con dedos delicados. Quedó bien sujeto, cómodo y muy tierno. Como si estuviera listo para salir al mundo. Le acaricié suavemente la parte superior, apenas un roce con la yema de los dedos.

Luego me volví hacia el armario y tomé mi bolso de trabajo. Grande, resistente, con esas correas firmes que siempre me acompañaban en los días largos de la cafetería. Metí dentro mi billetera, las llaves del Mini… y me detuve un segundo cuando sostuve las de la casa.

Ahí colgaba, brillante a pesar de la poca luz: el llavero en forma de corazón. Solo una mitad.

La mía. La otra… la tenía Shadow.

Lo tomé entre mis dedos y lo observé en silencio. El metal estaba frío, pero al sostenerlo, algo en mí se aflojó. Saber que él llevaba la otra mitad… me daba consuelo. Como si estuviéramos conectados, incluso ahora. 

Guardé las llaves y mi mirada cayó entonces sobre los dados rosados de peluche, colgando aún de una de las asas de mi bolso blanco. Me acerqué y los desaté con cuidado, acariciando su textura suave y esponjosa. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, suave y sincera, al imaginar cómo se verían colgando del retrovisor de mi Mini. Moviéndose con cada curva, con cada frenada… acompañándome en cada viaje.

Los metí con cuidado en el bolso de trabajo y cerré el bolso, dejándolo sobre la cama. Luego tomé el bolso con el huevo Chao y salí de la habitación.

Bajar las escaleras fue como cruzar otra capa de recuerdos.

Las decoraciones de la Noche de Dos Ojos seguían colgadas en la sala, exactamente como las dejamos. Las guirnaldas de hojas secas, las luces naranjas y rojas que colgaban en bucles suaves, las velas sobre la repisa, las figuras de lobos y venados en las paredes… todo seguía allí, intacto.

Recordé cómo había venido sin avisar, cómo terminamos entre cajas de decoraciones y cómo discutimos si el las luces debían ir en la puerta o en la ventana. Al final de esa noche, comimos pizza en el sofá, viendo una película ridícula sobre hormigas gigantes que invaden una ciudad. Nos reíamos entre mordiscos, hombro contra hombro, con una comodidad que solo se construye con cariño verdadero. Y al final de esa noche nos dimos cariño. Mucho cariño.

El rubor subió a mis mejillas, pero no me sentí mal. Fue un buen recuerdo. Uno cálido. 

Fui a la cocina con pasos suaves, coloqué el bolso del huevo sobre el desayunador, y me puse a preparar el desayuno. Necesitaba hacer algo con las manos. Algo simple y dulce.

Panqueques. 

Me até el delantal a la cintura, me amarré el cabello con una liga, y comencé a sacar los ingredientes uno por uno: la harina, los huevos, la leche, la batidora… Era una rutina familiar. La masa se mezcló con facilidad. Y entonces, giré la cabeza hacia la cafetera.

Quería café.

Me acerqué a la alacena, abrí la puerta y saqué el frasco del café en polvo. Al abrir la tapa, el aroma me envolvió.

Café… A Shadow le encanta el café..

Recordé a ese erizo con su taza de café fuerte entre las manos, una sonrisa en sus labios cuando lo probaba, y esa manía extraña —y encantadora— de masticar granos de café como si fueran dulces. Me hizo reír en silencio.

Vertí el agua, coloqué el filtro y prendí la cafetera. El goteo empezó a llenar el silencio. Mientras tanto, comencé a verter la masa de los panqueques en la sartén caliente. El chisporroteo al contacto con el metal fue casi terapéutico.

Poco a poco, la cocina se llenó del olor reconfortante de panqueques recién hechos… y café.  Ese olor familiar, acogedor, como un abrazo invisible.

Mientras apilaba los panqueques dorados en un plato, algo dentro de mí empezó a sentirse… un poco más ligero.

Quizás por el olor, o por la quietud de la mañana, o tal vez simplemente porque necesitaba soltar el peso.

Sin pensarlo, empecé a tararear. Y luego a cantar, bajito al principio.

 — I don’t know about you… but I’m feelin’ 22…  

Moví las caderas al ritmo de la música imaginaria, dejando que la letra me sacara una sonrisa. Giraba sobre mis talones con la espátula en la mano como si fuera un micrófono.

 — Everything will be alright if we just keep dancing like we’re…

Mientras bailaba fui hacia la refrigeradora y saqué la miel y un puñado de fresas frescas, las lavé rápido bajo el grifo y las rebané con cuidado. Las coloqué sobre los panqueques, dejé caer un generoso hilo de miel por encima y me serví una taza de café recién hecho, con leche y azúcar.

Me senté en el desayunador con mi plato y mi taza, y por un instante… todo estaba bien. La cocina cálida. El café humeante. La canción aún en mi cabeza. El huevo Chao en su bolso sobre el desayunador.

Mientras comía, repasaba mentalmente todo lo que tenía que hacer ese día: quitar las decoraciones de la Noche de Dos Ojos, limpiar la casa en general, continuar con la novela que había dejado a medias, y volver al gimnasio ahora que los moretones ya se habían desvanecido del todo.  Me gustaba tener cosas por hacer. Me mantenía centrada.

Cuando terminé de desayunar, recogí los platos y los lavé con calma, disfrutando del agua tibia en las manos, del sonido del agua corriendo. Una vez terminé, sequé todo con un paño limpio y lo guardé en su sitio.
Decidí aprovechar el resto de la mañana para poner la casa en orden.

Fui hasta el sótano, bajando con cuidado las escaleras de madera, y busqué las cajas vacías donde guardaba las decoraciones. Estaban apiladas en su rincón, junto al resto de adornos de temporadas pasadas, cubiertas con un poco de polvo.

Volví a la sala con las cajas en brazos, tarareando una melodía alegre que se me había quedado pegada desde que cocinaba. 

Puse las cajas sobre el sofá y comencé a guardar las decoraciones una por una. Las guirnaldas de hojas, las figuras de lobos y venados, las luces naranjas… cada cosa tenía un recuerdo, una risa, un instante. Mientras doblaba una cinta, empecé a cantar en voz baja:

—Yeah
We're happy, free, confused and lonely in the best way
It's miserable and magical, oh, yeah
Tonight's the night when we forget about the heartbreaks
It's time, oh-oh...

Después de guardar todo, bajé de nuevo las cajas al sótano. Respiré hondo. Se sentía bien. Como cerrar un pequeño capítulo con cuidado.

Regresé a la planta principal, abrí la puerta de mi cuarto de lavandería, fui hasta el clóset y saqué mis utensilios de limpieza: trapos, guantes, limpiador y la escoba. Me arremangué un poco la blusa y me puse a limpiar cantando con todo el corazón.

Mientras pasaba la escoba detrás del sofá, entre el polvo y algunas pelusas de hilo, encontré algo más. Me agaché, curiosa, y ahí estaban. No solo mis propias púas rosadas, que siempre se me caen por todas partes… sino también un par de púas rojas y negras.

Las suyas.

Las recogí con delicadeza, comparándolas con las mías. Eran claramente más duras… más firmes, más densas. Pero cuando las acariciaba, eran increíblemente suaves. Como él. 

Sonreí mientras las guardaba con cuidado en el bolsillo de mi delantal, como si fueran un pequeño tesoro.

Seguí limpiando y llegué a la mesita cerca de la entrada. Allí estaban las rosas rosadas que Shadow me enviaba cada domingo. Siempre iguales, siempre hermosas. Y al lado, nuestras fotografías. Me detuve un momento frente a ellas, y dejé que los recuerdos me envolvieran.

Nuestra selfie en el concierto de reunión de Hot Honey . Nuestra foto con ropas de los 80 en la pista de patinaje. Una selfie juntos en la playa al atardecer. La fotografía fallida frente al árbol milenario. Y la tira de fotos que nos tomamos en la tienda de regalos del resort.

Tomé un trapo y limpié cada marco con cuidado. También la mesa, el florero y ese adorno adorable de los dos peces besándose. Cada cosa era parte de nuestro pequeño universo. De lo que habíamos construido con risas, palabras suaves… y también silencios llenos de significado.

Al terminar, tomé entre mis manos la foto del concierto de Hot Honey . Me hizo recordar el concierto se reunión del grupo. Aquella noche la habíamos pasado muy bien. Solo fue una salida como amigos… o más bien, como conocidos. Lo había invitado al concierto por impulso, sin pensarlo. Y eso nos reconectó. Terminó siendo el comienzo de todo.

Empezó en julio y hoy era primero de noviembre.
Cuatro meses de relación y ahora… no sabía si continuaría.

Sabía que Shadow me amaba. Lo sabía con una certeza que no necesitaba palabras. Lo veía en su forma de mirarme cuando pensaba que yo no notaba, en la manera en que su voz se ablandaba al decir mi nombre, en esos silencios donde su presencia hablaba más que cualquier frase.

Y, sin embargo, también sabía que tenía miedo.

No era un miedo cualquiera. No era solo inseguridad. Era algo más profundo. Una sombra vieja, de esas que nacen del dolor y se cuelan bajo la piel hasta volverse parte de uno. Miedo a fallar otra vez. Miedo de repetir errores, de romper promesas, de no ser suficiente. A no poder proteger lo que ama y en cambio lastimar. 

Y yo… yo entendía ese miedo.

Porque él ya había perdido antes. Ya había prometido antes. Ya había visto a sus seres queridos desvanecerse entre sus manos, quedándose solo, en un mundo extraño y desconocido, con la memoria alterada y el alma envenenada.

Y ahora estaba aquí, conmigo, llevando ese peso en el pecho… con la esperanza de que esta vez fuera distinto.

Yo no soy una flor delicada.No soy la niña que corría detrás de Sonic soñando con cuentos de hadas. No soy una damisela esperando que alguien venga a salvarla. Hace mucho tiempo que dejé de serlo.

He peleado contra Eggman más veces de las que puedo contar. He defendido ciudades, amigos, sueños. He sentido el suelo temblar bajo mis pies y el calor de la adrenalina en mis venas. He tomado decisiones difíciles, he estado en primera línea. He sangrado, me he caído y levantado una y otra vez.

Yo soy fuerte y soy capaz. Pero aun así… él no puede evitar temer por mí.

Y no lo culpo. Porque cuando uno ama de verdad, el miedo también se vuelve más real.
Miedo a perder, a arruinarlo y no poder repararlo.

Dejé escapar un suspiro, largo y hondo, sintiendo el pecho aflojarse.

Tenía que confiar. Confiar en lo que sentimos. Confiar en él y esperar.

Dejé la fotografía sobre la mesa con delicadeza. Luego me quité el delantal, tomé mi abrigo del perchero y me lo puse, sintiendo el calor suave del forro abrazarme los brazos. Me agache y me puse mis botas de hule, abrí la puerta al exterior y salí al porche con la intención de guardar las decoraciones del jardín.

Al girar mi cabeza a la derecha, allí estaba, justo donde lo habíamos colocado desde el inicio de octubre: la estatua de cobre de Amdruth, firme y solemne. Más allá en el jardín, las linternas aún encendidas en el sendero, los huesos falsos seguían esparcidos entre el pasto húmedo por el rocío, y aunque no podía verlo desde aquí, sabía que el esqueleto de plástico aún estaba sobre el techo, moviendo sus dos cabezas. 

Suspiré. Tenía que guardar todo eso también. Me até mejor el abrigo y bajé los escalones con decisión, caminando hacia el jardín delantero.

Fue entonces cuando la vi.

Allí, en su jardín al otro lado de la calle, estaba la señora Myrna.

Esa vieja osa de expresión permanentemente fruncida, como si le molestara incluso la luz del sol. Sujetaba una regadera con una mano mientras gesticulaba con la otra, enfrascada en una conversación animada con la señora Clara, la golondrina que administra las casas del vecindario, siempre tan impecable, siempre tan sonriente. Ambas parecían divertidas, sonriendo con esa clase de alegría que siempre sentí que ocultaba algo más afilado.

Me detuve un instante, cruzándome de brazos sin disimular mi incomodidad.
Anoche, después de… todo, llegó la policía a mi puerta. Una queja por “ruidos”.

Y yo sabía perfectamente de dónde había salido esa llamada.. No tenía pruebas, claro. Pero tampoco las necesitaba.

Myrna era purista. Y aunque siempre había sido cuidadosa con sus palabras, nunca había ocultado su desdén. Estoy segura de que nos ha observado desde su ventana cada vez que Shadow venía a visitarme. Anoche fue la excusa perfecta para fastidiarnos.

Apreté los labios, tragándome las ganas de decir algo. No iba a darle el gusto.
En cambio, di media vuelta y empecé a caminar hacia mi porche, para regresar a dentro. 

Fue entonces cuando oí pasos. Ligeros, firmes, elegantes. Al alzar la vista, vi a la señora Clara  acercándose por el sendero, cruzando la calle con la misma gracia con la que uno cruza una sala de baile. Llevaba un abrigo marfil perfectamente abotonado, guantes de encaje blanco, y una bufanda de hilo fino anudada con precisión. Su andar pausado y su sonrisa educada la hacían ver como salida de un catálogo antiguo.

—Buenos días, Amy —saludó, con voz cálida y cortés— ¿Tienes un momento?

Sentí cómo el estómago se me encogía un poco. Su presencia inesperada, su tono amable... algo en mí se preparó para lo peor.

 —Claro, señora Clara —respondí con suavidad, esforzándome por mantener el tono sereno— ¿Pasa algo?

Ella negó con la cabeza con una sonrisa breve, pero su expresión adquirió un matiz más serio, más directo.
—Nada grave, tranquila —dijo— Y no, no es por lo de anoche. No hay ninguna queja formal… al menos no de mi parte.

Mis mejillas se encendieron al instante. Ella sonrió con un dejo de complicidad, como si supiera exactamente lo que había estado pensando.
—Solo quería hablar contigo sobre tu contrato de alquiler —continuó— Como sabes, he sido la propietaria de estas casas desde hace años, pero… he tomado la decisión de venderlas todas. El vecindario completo.

La noticia me tomó por sorpresa.
—¿Las vendió todas? —repetí, incrédula.

Clara asintió, cruzando los brazos con suavidad.
—Sí. Ya es oficial. La venta se cerró la semana pasada, pero el cambio de dueño se hará efectivo dentro de un mes. Quería avisarte personalmente antes de que recibas cualquier notificación por correo o por parte de la agencia. El nuevo propietario está comprometido a respetar los contratos actuales, pero una vez que se concrete la transición, necesitarán que cada inquilino firme un nuevo contrato bajo su administración. —aclaró rápidamente— Todo seguirá igual, sólo que con un nuevo nombre al pie de página.

Asentí, todavía procesando la información.
—Entiendo… 

—Tendrás tiempo suficiente para leer el nuevo contrato cuando llegue y tomar una decisión. Solo quería darte un aviso con tiempo.

Me quedé en silencio un momento, mirando más allá del porche mientras sus palabras se asentaban. Si renovaba el contrato… estaría comprometiéndome a otro año más aquí, sola, en esta casa.
Amaba este lugar, era tranquilo, me llevaba bien con mis vecinos, con algunas excepciones, me gustaba mi jardín, el ambiente… pero las cosas habían cambiado.

Ahora tenía planes con Shadow. Habíamos hablado de casarnos, de construir un futuro juntos.Y aunque todavía no sabíamos con certeza cuándo ni cómo, sí sabíamos que queríamos compartir una vida.

Incluso había pensado que tal vez, antes del matrimonio… podríamos vivir juntos. Probar cómo era compartir el día a día. Ver si nuestras rutinas se acoplaban, si podíamos convivir bajo el mismo techo.  Yo deseaba eso. Despertar a su lado, reírnos en pijama, tener discusiones tontas sobre quién usó más café.

Lo deseaba con todo mi corazón… pero no podía tomar una decisión así por mi cuenta. Tenía que esperar. Hablarlo con él, cuando estuviera listo para volver.

Así que sonreí con amabilidad, negando levemente con la cabeza.
—Voy a pensarlo —respondí— Gracias por decírmelo en persona, señora Clara.

La golondrina hizo una pausa, como si dudara un segundo antes de continuar.
—También hay otro tema que quería comentarte. Es sobre tu novio.

Sentí un leve nudo en el estómago.
—¿Sobre Shadow?

Ella asintió con suavidad, sus ojos buscándome con una mezcla de precaución y genuino interés.
—Después de que la policía visitó tu casa, por protocolo tuvimos que revisar las cámaras de seguridad del vecindario y estar un poco más atentos… solo por procedimiento —aclaró— Y bueno, lo vimos salir caminando hasta la entrada del vecindario… Pensé que se iría directo, tal vez esperar un taxi o algo así… pero no.

Fruncí el ceño, sin entender del todo.

—Se quedó allí, inmóvil. Incluso cuando empezó a llover. Estuvo bajo la lluvia por casi una hora antes de volver a caminar.

—¿Caminar? —repetí en un susurro, como si la palabra me pesara. 

Clara asintió con calma, aunque en sus ojos había una expresión de inquietud sincera.

—Pensé que haría eso que a veces hace —hizo un gesto vago con los dedos, imitando un destello— Pero solo se fue caminando bajo ese aguacero.

El silencio cayó de golpe entre nosotras. Sentí el pecho oprimido, como si sus palabras hubieran desbloqueado una imagen que no quería ver. Shadow bajo la lluvia, mojándose como si no supiera a dónde ir.

La golondrina suspiró y apoyó una mano ligera sobre mi brazo.
—Bueno, Amy… Espero que todo esté bien entre ustedes. Sé que tener a la policía tocando tu puerta por una denuncia de ruido no es precisamente agradable… pero más allá de eso, solo quería que supieras lo que vimos. 

Asentí con una leve sonrisa, aunque apenas podía sostenerla.
—Gracias por decírmelo… de verdad.

Clara me miró por un segundo más, como si quisiera decir algo más pero decidioa dejarlo así. Luego asintió con la misma amabilidad de siempre y bajó los escalones del porche con paso tranquilo.

La observé mientras se dirigía a la casa de al lado, tocando con suavidad la puerta del siguiente inquilino, como si llevara en los hombros el peso silencioso de muchas conversaciones pendientes.

Me quedé allí, quieta. Su despedida había sido amable… pero lo que dejó atrás pesaba más que cualquier palabra.

Shadow… Se había ido caminando. Bajo la lluvia. Solo.

El corazón se me apretó tanto que sentí que iba a deshacerse dentro de mi pecho.
Cerré los ojos por un instante, apretándolos con fuerza. Imaginármelo así, mojado de pies a cabeza, su gabardina pegada al cuerpo, sus púas goteando, la mirada clavada en el asfalto sin rumbo…pensando que me había fallado, que había causado daño, que había destruido algo hermoso.

Llevé una mano a mi boca y el primer sollozo escapó sin permiso. Luego otro. Y otro.

Me dejé caer lentamente sobre el escalón del porche. Las lágrimas empezaron a correr sin control, silenciosas al principio, y luego más abiertas, más desesperadas.

Me dolía. Me dolía tanto.

Intenté respirar hondo, calmarme, pero un nudo duro y húmedo me oprimía la garganta. Me limpié los ojos con la manga del abrigo, temblorosa, y al levantar la vista, allí estaba.

La señora Myrna. Parada en su porche, mirándome fijamente.

Sus cejas fruncidas parecían más marcadas que nunca, y su expresión… ni siquiera fingía simpatía.

Apreté los labios, fruncí el ceño. No tenía fuerzas para pelear, ni para sonreír. Solo me puse de pie con firmeza, me sacudí la ropa y caminé de vuelta a casa sin darle una sola palabra.

Cerré la puerta tras de mí con suavidad, sintiendo el golpe sordo de la madera como un punto final. Apoyé la espalda contra la puerta cerrada, y por un momento más… me permití llorar en silencio, con la frente inclinada y los brazos cruzados sobre el pecho.

Después de un par de minutos, caminé por la sala en silencio, con el corazón todavía pesado. Crucé la habitación rumbo a las escaleras, subí con pasos lentos y volví a mi cuarto. El celular seguía conectado al cargador sobre la mesita. Lo tomé y lo encendí. La pantalla iluminó mis dedos: 8:06 a. m. .

Aún tenía tiempo antes de irme, pero algo dentro de mí no me dejaba estar quieta. Abrí la app de mensajes y, sin pensarlo, mis dedos buscaron su nombre.

Shadow ❤ ️

Sentí una punzada en el pecho al ver su contacto. Respiré hondo, y mis pulgares empezaron a escribir, casi por reflejo:

"¿Llegaste bien? ¿Te mojaste anoche? ¿A qué hora volviste?"

El texto temblaba en la pantalla. Me quedé mirándolo, sin enviarlo. El corazón me latía rápido. Quería saber. Necesitaba saber. La imagen de él caminando solo bajo la lluvia no dejaba de dar vueltas en mi cabeza, como un aguijón suave pero constante.

Pero entonces lo recordé.

"Necesito tiempo, Rose."

Bajé lentamente el celular. Mis ojos empezaron a picar. Me llevé una mano al pecho.

No podía hacer esto. No hoy.

No podía aferrarme a él como si con un mensaje pudiera calmar esta angustia. Él necesitaba distancia. Yo se la había prometido. Y si lo amaba de verdad, tenía que ser fuerte. Tenía que esperar.

Borré el mensaje. Respiré profundo, aunque me costó cerré su chat,y abrí el de Rouge.

Yo: Buenos días Rouge, ¿a qué hora regresó Shadow a casa?

Sabía que probablemente seguía dormida, pero no podía esperar. Una parte de mí rogaba por una señal, por cualquier cosa que me asegurara que él estaba bien.

Guardé el celular en mi bolso de trabajo, salí de la habitación rumbo al baño para retocar mi maquillaje y luego bajé las escaleras en silencio. En la cocina, recogí con cuidado el bolso del huevo Chao del desayunador. Me cambié de zapatos en la entrada y al abrir la puerta, el aire fresco me envolvió de nuevo con olor a tierra mojada y hojas. Aún podía olerse la lluvia de anoche.

Fui hasta mi Mini Cooper rosa, abrí la puerta del conductor y coloqué los bolsos en el asiento del acompañante. Luego, abrí el cierre principal de mi bolso de trabajo y saqué los dados de peluche.

Me detuve un segundo a mirarlos, suaves y rosados, con ese brillo tonto y encantador que parecía sonreírme. Pensé en Shadow, apuntando con precisión en el juego de tiro al blanco, con esa mirada intensa suya… y luego, su media sonrisa cuando me los entregó como premio. 

Sonreí sola al recordarlo y até los dados al espejo retrovisor, asegurándome de que colgaran bien. Se balancearon un poco, como si también recordaran la noche del festival.

Cerré la puerta del auto y me puse el cinturón. Encendí la radio: una canción suave llenó el auto, cálida, familiar. 

Antes de arrancar, miré una vez más al espejo, a los dados que ahora adornaban mi camino. Era un pequeño gesto, pero me dio fuerzas. Como si, incluso en medio de la incertidumbre, aún pudiera conservar lo bueno. Lo que construimos juntos.

Respiré hondo, ajusté el retrovisor y giré la llave. El motor del Mini cobró vida y salí rumbo a Stadium Square mientras el sol seguía trepando por el cielo. No tardé mucho en llegar. Parqué en el estacionamiento de siempre, apagué el auto y recogí mis cosas: el bolso del huevo Chao al hombro, el bolso de trabajo en la mano. Cerré el Mini con un clic.

A mi alrededor, la ciudad aún llevaba la resaca del festival. Había guirnaldas enredadas en postes de luz, envoltorios de dulces rodando con el viento, decoraciones colgando medio sueltas.

 Hoy la municipalidad tenía que encargarse de todo eso.

Me acomodé mejor el bolso en la espalda y caminé hacia la cafetería. Al abrir la puerta, el suave tintineo de la campanita me recibió. Y justo al otro lado del mostrador, allí estaba Vanilla, barriendo el piso con una escoba anaranjada. Levantó la vista al oírme, y por un segundo noté la preocupación en sus ojos.

—Buenos días, Amy… —dijo con voz suave.

—Buenos días, Vanilla —respondí con mi mejor sonrisa. No quería preocuparla. Hice una pausa— ¿Todo bien?

Vanilla negó despacio. Apoyó una mano sobre el mango de la escoba y dijo:

—Anoche Cream regresó más temprano de lo que esperaba. Estaba muy callada. No quiso contarme nada. Solo subió a su habitación y no volvió a salir.

La preocupación en su voz era genuina. Vanilla siempre había sido una madre atenta, y verla así me dio un pequeño vuelco al corazón.

—¿Tú sabes qué pasó? —preguntó.

Bajé un poco la mirada y negué suavemente con la cabeza.

—Solo sé que algo ocurrió en su cita con Charmy… pero no sé más que eso. No me ha contado nada.

Vanilla suspiró con cierta tristeza, retomando el barrido del suelo.

—Espero que no haya sido algo serio —murmuró.

—Yo también —le respondí, con un nudo formándose en el estómago.

Vanilla me lanzó una mirada más larga esta vez, con esa calidez serena que siempre tenía, pero también con una nota de preocupación.

—Y tú, Amy… ¿estás bien? —preguntó, deteniendo la escoba. —Vi los videos de la protesta. Esos puristas te gritaron cosas muy desagradables.

Sentí una punzada en el pecho, pero la disimulé con una sonrisa suave.

—Estoy bien —respondí con ligereza— No fue para tanto.

Vanilla frunció los labios, dudando.

—Desde que empezaste a salir con Shadow… no han dejado de atacarte. Primero en redes, y ahora esto… en la calle…

Me acerqué despacio, dejé el bolso sobre la barra y apoyé una mano sobre la madera pulida.

—No es culpa de Shadow… —murmuré.

—Lo sé —asintió ella de inmediato— Sé que no es culpa de ninguno de los dos… pero aun así me preocupo. Es inevitable.

—Vanilla… —dije en voz baja— si en algún momento mi relación con Shadow ha afectado la reputación de la cafetería… lo lamento de verdad.

Ella alzó la vista enseguida y negó con la cabeza, con firmeza.

—No te disculpes, Amy. No has hecho nada malo. Nuestros clientes vienen por el sabor y el ambiente. Se preocupan más por la calidad de nuestro servicio que por tu vida amorosa.

Me quedé en silencio un instante, sintiendo cómo algo se aflojaba dentro de mí. Un alivio cálido.

—¿En serio? —pregunté, con una sonrisa que esta vez sí fue genuina.

Vanilla sonrió también, de esas sonrisas que llegan hasta los ojos. Metió la mano en el bolsillo de su delantal, sacó su celular y empezó a buscar algo.

—Mira —dijo— Últimamente nos están dejando comentarios maravillosos. Que los postres están más ricos, más deliciosos, que recomiendan el lugar a todos sus amigos.

Me extendió el teléfono. Lo tomé con cuidado y empecé a deslizar el dedo por la pantalla.

Cinco estrellas. Una tras otra. Comentarios como "el mejor pastel de limón que he probado" , "ambiente acogedor, se nota que lo hacen con amor" , "¡el servicio es excelente y los panecillos de calabaza son un sueño!" .

Mis ojos se humedecieron un poco, pero esta vez de algo bueno. Orgullo, tal vez. 

—Wow… —murmuré— Realmente nos va bien, ¿no?

Vanilla asintió, con voz suave:

—Nos va muy bien, Amy. Y mucho es gracias a ti

—¿A mí? —pregunté, mirando a Vanilla como si no hubiera escuchado bien. Sostenía el celular aún en la mano, con la pantalla llena de comentarios positivos sobre la cafetería.

Ella asintió con una sonrisa suave, de esas que no necesitaban adornos para sentirse sinceras.

—Sí, Amy. Mucho es gracias a ti.

Me quedé callada un momento, confundida, sintiendo cómo esa afirmación se me instalaba en el pecho. Era extraña… pero bonita.

Vanilla se acercó, limpiando sus manos en el delantal mientras hablaba con esa voz suya, serena y maternal.

—Siempre has cocinado con amor, desde el primer día. Pero últimamente… ese amor se siente distinto. Más fuerte y profundo. Como si estuviera en cada cucharada de crema, en cada bizcocho recién horneado. Como si rebosara sin que pudieras contenerlo.

—¿A qué te refieres? —le pregunté en voz baja, casi como si temiera la respuesta.

Ella suspiró y apoyó una mano sobre el mostrador.

—Antes, tus postres estaban llenos del amor que sentías por Sonic. Ese amor era bonito, claro, pero también solía doler. Se notaba en tus ojos, en tu forma de trabajar, como si cocinar fuera también una forma de aliviar esa espera constante.

Yo bajé la mirada, mordiendo mi labio inferior.

—Pero ahora… —continuó ella, acercándose un poco más— ahora todo lo que haces sabe a algo diferente. El amor que sientes por Shadow no solo lo entregas… él te lo devuelve. Y ese amor compartido… ese amor que va y viene… está en tu cocina. Y eso, Amy… eso los clientes lo notan. 

Sentí cómo algo se apretaba dentro de mí. Las palabras de Vanilla eran cálidas, como un té con miel. Pero también removían emociones que tenía muy adentro, pegadas al alma. Miré los comentarios una vez más. “El mejor pastel de mi vida”, “se nota que cocinan con cariño”, “recomiendo este lugar con los ojos cerrados”.

—No sabía que se notaba tanto… —murmuré, con la voz algo temblorosa. Me limpié una lágrima que no supe en qué momento había empezado a caer.

Vanilla sonrió con ternura y me tocó el brazo con cuidado.

—El amor verdadero, Amy, no se puede esconder. Se filtra, se cuela y termina en tus creaciones. Ese amor lo llevas contigo a todas partes.

Me llevé una mano al pecho, como queriendo sostener el corazón antes de que se me desbordara.

—Gracias… —dije, apenas un susurro— No sabes cuánto necesitaba escuchar eso hoy.

Vanilla me sonrió con calidez, esa calma suya que parecía envolver todo. Puso sus manos sobre mis hombros, apretando con suavidad.

—Estás convirtiéndote en una repostera increíble, Amy. Mucho mejor que yo.

Parpadeé, confundida.

—¿Yo… mejor que tú? —repetí, aún procesándolo.

—Sí —asintió, sin dudarlo— Y por eso mismo me preocupa que te quedes atrapada donde estás.

Fruncí el ceño, desconcertada.

—¿Atrapada?

—Sí —dijo con tono sereno, cruzándose de brazos— Te enseñé todo lo que sé. Y aunque me enorgullece lo que has logrado, también sé que yo tengo mis límites. Soy buena con los sabores, pero no con las técnicas modernas ni con la presentación. Tú sueñas con más que recetas tradicionales. Quieres dominar el fondant, el glaseado, hacer flores de azúcar, crear postres que parezcan pequeñas obras de arte.

Bajé la mirada, sonriendo con cierta vergüenza.

—Puedo aprender. Hay muchos cursos en línea. Siempre hay algo que ver en internet...

—Sí, lo sé —me interrumpió con una sonrisa comprensiva— Pero no es solo eso, Amy. No hablo de aprender lo básico. Hablo de vivirlo. De darte la oportunidad que no tuviste. Pasaste tu juventud peleando guerras, trabajando en oficinas, reconstruyendo un mundo roto. Siempre pensando en los demás. Nunca en ti.

Sus palabras me tocaron en lo más profundo. Me quedé en silencio. Tenía razón. Siempre había estado en modo sobrevivir, avanzar, ayudar… y en todo ese correr, se me había olvidado pensar en lo que realmente quería para mí.

Vanilla se giró un momento, fue detrás del mostrador y volvió con algo entre las manos. Me lo tendió.

—Ten.

Lo tomé. Era un panfleto, algo arrugado por las esquinas. En la portada se leía "Academia de Alta Pastelería" en letras elegantes, junto con fotos de postres brillantes, vitrinas de ensueño y estudiantes con uniformes blancos.

—Abren matrícula para enero del próximo año —dijo suavemente— Aún estás a tiempo de inscribirte.

La miré en silencio, sin saber qué decir. Sentía un nudo en la garganta, de esos que no sabes si son emoción, miedo… o ambas cosas mezcladas.

—Vanilla… —susurré, y mi voz se quebró  apenas un poco.

—No tienes que decidir ahora. Solo prométeme que lo vas a pensar. No quiero verte renunciar a ti misma. No cuando tienes tanto amor por dar… y tanto talento para compartir.

Volví a mirar el panfleto entre mis manos. Era la mejor academia de repostería de la región. Prestigiosa, exigente, y sí… bastante cara. Solo escuchar su nombre solía parecerme como nombrar un sueño lejano, algo casi fantasioso. De esas cosas que uno idealiza cuando es joven, pero que va dejando de lado con los años, porque la vida siempre pone otras prioridades en el camino.

Yo quería ir. Siempre había querido. De adolescente me imaginaba entrando a esas cocinas brillantes, usando ese uniforme blanco y horneando entre vitrinas relucientes y hornos industriales. Pero después llegó la guerra. Después el trabajo. Después las cuentas.

De hecho, al principio comencé a ahorrar para estudiar ahí. Incluso tenía una pequeña cuenta dedicada a eso. Pero el sueño se desvió —como tantos— cuando mi primer auto quedó destruido al ser pisoteado por un robot gigante de Eggman. A partir de ahí, lo urgente le ganó a los sueños.

Si quisiera hacerlo ahora, tendría que averiguar los detalles: en cuál matrícula podría entrar, si era presencial, los horarios, los requisitos… y claro, los gastos. Aún tenía el dinero que gané en el casino cuando fuimos al resort, guardado con cuidado por si algún día lo necesitaba. Tal vez… este era ese día.

Podía usarlo. Podía intentarlo.

—Gracias, Vanilla —dije con una sonrisa suave, aún mirando el panfleto entre mis manos— Voy a pensarlo, de verdad.

Vanilla me respondió con esa calidez suya tan particular. Me sonrió sin presionarme, como si supiera que la semilla ya estaba plantada.

Suspiré y guardé el panfleto en mi bolso con cuidado. Luego me froté las manos, lista para trabajar.

—Bueno, es hora de empezar a limpiar este lugar —dije, y crucé hacia el otro lado de la barra.

Fue entonces cuando Vanilla notó algo en mi espalda y alzó una ceja, curiosa.

—¿Eso es un huevo Chao?

Me giré un poco para ver el bolso que colgaba de mi espalda. Sonreí.

—Sí —asentí— Me lo gané en el festival anoche. No podía dejarlo solo en casa.

Vanilla soltó una pequeña risa nostálgica.

—Eso me trae tantos recuerdos… Cuando Cream era chiquita, estaba todo el día pegada al huevo de Cheese. No lo soltaba ni para dormir. Parecía parte de su cuerpo. Ah… sí que han pasado los años.

—Más rápido de lo que uno se imagina —le dije con una sonrisa, sintiendo un nudo de ternura en el pecho. Luego añadí— Ya casi es el sexto aniversario de la cafetería.

Vanilla asintió, apoyando ambas manos sobre el mostrador como si eso también le costara creerlo.

—Y este año espero celebrarlo sin que Eggman venga a destruir la ciudad —dijo, con ese tono entre resignado y esperanzado.

Me reí, negando suavemente con la cabeza.

—Eggman está en el espacio —respondí, pero entonces mi sonrisa titubeó un poco.

Recordé de inmediato lo que Abel y Caín nos habían revelado anoche. Eggman estaba allá arriba, en alguna parte del espacio exterior. Y también habíamos descubierto porque Silver y Blaze no podían volver a sus mundos.

Después de todo lo que había pasado anoche con Shadow, lo había olvidado. 

Saqué mi celular de mi bolso. La pantalla se encendió y abrí el chat grupal con los demás y escribí:

Yo: “Reunión importante. Necesito comunicar algo en persona. Confirmen si pueden asistir al taller de Tails hoy.”

Presioné enviar. Luego guardé el celular en mi bolso y me dispuse a ayudar a Vanilla. Entre las dos comenzamos a desmontar todas las decoraciones de la Noche de Dos Ojos, quitando guirnaldas, luces colgantes, figuras de lobos y venados, velas medio derretidas… Todo iba a su lugar correspondiente, envuelto con cuidado en papel y guardado en cajas bien etiquetadas.

Después pasamos a la limpieza profunda de la cafetería. Era inicio de mes, y después de todo lo que habíamos cocinado para las ofrendas, el lugar lo necesitaba. Lustramos las superficies, desinfectamos, organizamos la despensa, y cambiamos los manteles. Todo quedó impecable, con ese olor fresco a limpieza que siempre me hacía sentir renovada por dentro.

Cuando terminamos, me senté con un suspiro pesado en una de las mesas junto a la vidriera, estirando los brazos como si eso fuera a quitarme el cansancio de los hombros. Vanilla se unió a mí con dos tazas humeantes de té de jazmín, su infusión favorita para los días de limpieza, y colocó entre nosotras un platito con galletitas de almendra y naranja. El vapor subía lento desde la taza, perfumando el aire con notas dulces y suaves.

Mientras bebíamos, empezamos a intercambiar ideas para el aniversario de la cafetería.
—¿Y si hacemos una semana de postres exclusivos? —sugirió Vanilla, con un brillo de entusiasmo en la mirada— Algo como un menú por tiempo limitado.

 —Podríamos agregar promociones… o tal vez una pequeña fiesta para los clientes más frecuentes —respondí, ya imaginando decoraciones, música suave y lucecitas colgantes en la entrada.

Pero ninguna de las ideas pasó de eso. Solo ideas. Cream no estaba, y ambas sabíamos que su opinión contaba. Era parte de todo esto desde el inicio, y decidir sin ella… simplemente no se sentía bien.

Suspiré y tomé el celular con una mano, jugando con la pantalla como si el movimiento me ayudara a pensar. Vanilla, me había dicho que Cream había decidido quedarse en casa. Que no se sentía bien y que necesitaba espacio.

La duda me quemó por dentro unos segundos, pero al final escribí:

Yo: ¿Quieres hablar de lo que pasó ayer?

Me quedé observando el mensaje enviado, los tres puntitos que no aparecían, el silencio digital que a veces pesaba más que las palabras.

Finalmente, unos minutos después, llegó la respuesta.

Cream: Otro día... lo siento, Amy.

Yo: Cuando necesites hablar, solo ven a mi casa, estoy aquí para ti.

Cream : Gracias

La leí una, dos veces. Mi pulgar rozó la pantalla con suavidad, como si tocar el texto pudiera suavizar el peso que dejaba.

Dejé salir un suspiro, apagué la pantalla y estaba a punto de dejar el celular sobre la mesa de nuevo… cuando sentí la vibración repentina en mi mano.

Lo encendí por instinto. Al ver el nombre en la parte superior, mi estómago se tensó: Rouge.

Deslicé el dedo para abrir el mensaje:

Rouge: Shadow no regresó anoche. Pensé que se había quedado a dormir en tu casa. He intentado comunicarme con él, pero no me contesta. ¿Qué pasó, Amy? ¿Sucedió algo entre ustedes?

Me quedé mirando la pantalla, inmóvil.

Lo leí una vez más.

“Shadow no regresó anoche.”

La preocupación me golpeó como un cubo de agua fría. ¿Entonces… no durmió en su casa? ¿Dónde estuvo toda la noche? ¿Estuvo caminando bajo la lluvia, empapado, solo… sin rumbo? El nudo que sentí en el pecho no tenía palabras. 

Escribí con rapidez, los dedos temblando apenas:

Yo: Hablamos más tarde. En persona.

Me mordí el labio, nerviosa, intentando que el temblor en mi mano pasara desapercibido.

 Vanilla lo notó de inmediato.
—¿Sucede algo, Amy?

Le dediqué una sonrisa suave, forzada, como esas que uno da cuando no quiere preocupar a nadie.
—Sí… digo, no. No te preocupes, está todo bien.

Ella no insistió, pero su mirada se quedó en mí por unos segundos más, como si supiera que no era del todo cierto.

Volví a mirar el celular. Shadow tenía que trabajar hoy. Siempre era puntual, estricto con sus horarios. Responsable hasta el exceso. Si no había vuelto a casa… tal vez fue directamente a la oficina.

Rápidamente escribí un mensaje a Chiquita:

Yo: Buenos días, Chiquita. Quería preguntarte si Shadow está en las oficinas de Neo G.U.N.

La respuesta llegó casi de inmediato, como si hubiera estado esperando que alguien —cualquiera— preguntara por él:

Chiquita: Sí, aquí está. Está revisando informes desde temprano, pero lo noto más serio de lo normal. No me ha pedido café ni ha dicho gran cosa.

Suspiré, cerrando los ojos por un momento. Shadow estaba bien. Estaba trabajando. Al menos no estaba encerrado en algún lugar, ni había desaparecido.

Chiquita: Lo que me llamó la atención es que vino al trabajo con su disfraz puesto. El Comandante nunca había venido sin su uniforme ni tan desaliñado. Casi me da un susto cuando lo vi. Tuve que insistirle que se fuera a las duchas y se cambiara.

Leí el mensaje en silencio. Shadow… ¿había ido al trabajo sin ducharse? ¿Él? Que era tan limpio, tan impecable, tan meticuloso.

Chiquita: Estoy preocupada por él. ¿Le pasó algo malo anoche?

Sentí mis dedos temblar sobre el teléfono, dudando. No sabía qué hacer. ¿Podía contarle la verdad a Chiquita? ¿Debería mentir? Pero… ella estaba ahí, con él. Podía decirme cómo estaba, si comía, si hablaba, si empeoraba.

Así que decidí confiar en ella.

Yo: Ciertas cosas pasaron y ahora estamos… en una pausa. Él pidió tiempo.

Hubo una breve pausa antes de que respondiera.

Chiquita: ¿Quieres que te mantenga al tanto del Comandante?

Apreté los labios, conteniendo el temblor que me subía por el pecho.

Yo: Sí, por favor.

Chiquita: Sera un placer. Te mantendré informada. 🫡

Sonreí con tristeza al ver el emoji. Me sentía más aliviada al saber que podía saber el estado diario de Shadow.

Pero todavía no sabía dónde había dormido. O si siquiera había dormido. No sabía si tuvo frío, si había comido, si había llorado o solo caminado sin rumbo toda la noche. Mi pecho se apretó, con esa angustia que nace de amar a alguien profundamente y no poder hacer nada más que esperar.

Me llevé la taza de té a los labios, pero ya no sentía su sabor. La incertidumbre me pesaba como plomo.

Eventualmente, me despedí de Vanilla con un abrazo largo y cálido. Me agradeció por la ayuda, y yo le agradecí por el té… y por todo lo demás. Salí de la cafetería, con el sol del mediodía dándome en el rostro, y caminé hacia mi auto con pasos más lentos de lo habitual.

Subí al MINI, coloqué con cuidado el bolso del huevo Chao y el de trabajo sobre el asiento del pasajero, y puse en marcha el motor. Mientras manejaba de regreso a casa, decidí pasar por un restaurante de comida rápida. No tenía energías para cocinar. El cansancio no era físico. Era algo más… profundo. Como si mis emociones hubieran estado trabajando horas extras.

Al llegar, estacioné en la entrada de la casa y me quedé unos segundos dentro del auto, mirando el frente de mi hogar. Aún quedaban huesos falsos esparcidos por el jardín, las linternas en el sendero. Y sobre el techo, estaba la figura esquelética de plástico, mitad lobo, mitad venado, con sus dos cabezas mecánicas oscilando lentamente con el viento.

No hoy. Me sentía vacía, drenada. Lo último que quería era subir al techo o andar recogiendo cosas por el césped.

Tomé mis cosas y entré a la casa.

Dejé los bolsos sobre el desayunador con un suspiro, luego me senté y puse la bolsa de comida frente a mí. Por fin, almuerzo. Abrí el empaque despacio, dejando que el cálido aroma de la hamburguesa recién hecha y las papas fritas me envolviera al instante. Tenía hambre, sí, pero más que eso… solo quería dejar de pensar por un rato.

Justo cuando tomaba el primer bocado, mi celular vibró sobre la mesa. Lo desbloqueé y vi las notificaciones del grupo.

Todos habían respondido.

Uno a uno, mis amigos confirmaban que podían reunirse esa misma noche en el taller de Tails. Me aliviaba saber que no tendría que esperar días para hablar de lo que sabíamos… y lo que habíamos descubierto.

Guardé el celular de nuevo y seguí comiendo. Masticaba lentamente, tratando de centrarme en los sabores, en la textura, en cualquier cosa que no fuera la espiral de pensamientos que amenazaba con arrastrarme de nuevo.

Entonces, mi celular vibró de nuevo.

Lo tomé entre las manos, esperando otra notificación del grupo, pero el nombre que apareció en la pantalla me hizo frenar en seco: Dra. Miller.

No me lo esperaba.

Abrí el mensaje y leí:

Dra. Miller:  Buenos días, Amy. Lamento si este mensaje te toma por sorpresa. Solo quería preguntarte… ¿le dijiste al Comandante la verdad sobre lo que ocurrió en el consultorio?

Casi me atraganté. Tuve que tomar un trago rápido de refresco para aclararme la garganta.

Volví a leer el mensaje. Después, con los dedos temblorosos, respondí:

Yo: Sí. Anoche le dije la verdad.

La respuesta llegó casi de inmediato:

Dra. Miller: Ya veo. Eso explica por qué me preguntó directamente sobre el incidente. Tuve que decirle lo que recordaba… aunque no pude contarle mucho sobre la pelea entre ustedes. No estaba consciente cuando sucedió.

Iba a empezar a escribir algo, pero otro mensaje apareció:

Dra. Miller: El Comandante se disculpó conmigo. Eso no me esperaba. Me dijo que lamentaba profundamente haberme estrangulado. Que si pudiera, renunciaría. Le dije que sabía que no fue apropósito y que agradezco que estuviera yendo a sus terapias. 

Uno minuto despues aparecio otro mensaje:

Dra. Miller:  Además… yo también rompí protocolo. Después de que ustedes se fueron, estuve revisando mis notas. En una de ellas, encontré algo que él mismo me había indicado años atrás: que jamás me acercara si alguna vez empezaba a convulsionar dormido. Le expliqué que tú viniste en mi ayuda y así fue como terminaron peleando.

Le respondí, rápido:

Yo: Cuando le conté, no tuve tiempo de explicarle todo… Las cosas se complicaron enseguida.

Su contestación fue corta, pero llena de comprensión:

Dra. Miller: Me lo imagino…

Otro mensaje más extenso apareció poco después:

Dra. Miller: El Comandante me dijo que entendería si ya no me siento segura cerca de él. Incluso me dijo que podría pedir un traslado. Le respondí que no pienso irme a ningún lado. Que lo que ocurrió fue un accidente. Me gusta mi trabajo, y quiero seguir adelante con nuestra investigación.

Me quedé mirando la pantalla. Sentía el corazón pesado en el pecho, con una punzada de culpa que no me soltaba.

Escribí:

Yo: Lo siento, doctora. Nunca te pregunté si estabas cómoda con guardar el secreto, o si seguías sintiéndote segura cerca de él. No debí ponerte en esa situación. Solo pensaba en protegerlo… y no me detuve a pensar en ti.

Unos segundos después, ella respondió. Sin rodeos, pero con calidez:

Dra. Miller: Nunca me sentí en peligro con él después de ese día.
He vivido cosas peores. Durante el brote del Virus Metal, mi esposo fue infectado. Me persiguió por toda la ciudad durante horas hasta que me alcanzó.. Dormí semanas con el sonido de sus pasos resonando en mi cabeza. Así que créeme cuando te digo… lo que pasó con el Comandante no fue la gran cosa.

Tuve que cubrirme los labios con una mano. La imagen me heló la sangre.
Quise escribir algo, pero no me salían palabras.

Pasaron unos minutos. Y entonces llegó otro mensaje más:

Dra. Miller: Por cierto… el Comandante me dio acceso total a su historial médico. Me entregó los documentos que faltaban. Dijo que confiaba plenamente en mí.
Que podía hacer lo que quisiera con esa información… o con él. Le dije que jamas lo trataría como un muñeco de pruebas como lo hicieron los humanos. Lo que me dio no solo es un expediente… es una muestra de confianza. Y pienso honrarla.

Entonces llegó el mensaje final:

Dra. Miller: Solo quería que supieras lo que pasó. Pensé que merecías saberlo.

Me quedé mirando la pantalla un momento más, sintiendo cómo se apretaba la garganta con una mezcla de gratitud, culpa y afecto.

Respiré hondo y empecé a escribir, despacio, eligiendo cada palabra con cuidado… con el corazón.

Yo: Gracias por decírmelo… y por todo lo que haces por él. También gracias por perdonarlo. Él lleva demasiado tiempo pensando que todo lo que toca se rompe.

Pasaron apenas unos segundos antes de que respondiera.

Dra. Miller: Cuando vino a hablarme, estaba tan serio como siempre… pero se notaba que algo no estaba bien. Estaba apagado.

Volví a mirar el celular un rato más, dejando que sus palabras me calaran. Tal vez… tal vez también podía confiar en ella, como había confiado en Chiquita. Shadow no estaba bien, y no podría cargar con todo solo. No otra vez.

Yo: Como te dije aquella vez… yo sabía que si él se enteraba de lo que pasó, iba a alejarse. Y así fue. Ahora estamos tomándonos un tiempo…Doctora, ¿podrías cuidar de él por mí? ¿Asegurarse de que está bien de salud? 

Esta vez, la respuesta tardó un poco más. Pero cuando llegó, fue como un alivio que me envolvió despacito.

Dra. Miller: Claro que sí. Estaré pendiente de él. Puedes contar conmigo.

Yo: Gracias, de verdad.

Apoyé el celular sobre la mesa, con cuidado, como si aún llevara el peso de lo que acababa de leer. Shadow se estaba abriendo. Tal vez no conmigo todavía… pero lo estaba intentando.

Después del almuerzo, pensé en poner algo en la televisión. Alguna serie ligera, o una película que ya hubiera visto mil veces. O tal vez retomar mi novela. Estaba a mitad de un capítulo, y había dejado el libro justo en la mesa de centro.

Sabía que me costaría concentrarme. La mente me iba a traicionar. Iba a volver una y otra vez a la misma página sin procesar una sola palabra, o terminar viendo la pantalla sin saber qué había pasado en los últimos veinte minutos.

Pero aun así, cualquier cosa servía. Cualquier distracción era bienvenida, con tal de no mirar el reloj cada cinco minutos esperando que llegara la noche.

Cuando el reloj marcó las 7 en punto, me puse el abrigo, aseguré el bolso del huevo Chao sobre mi espalda y tomé una sombrilla. Afuera, una lluvia ligera comenzaba a caer, apenas un velo húmedo que impregnaba el aire con el olor a tierra mojada y hojas secas. Caminé con paso constante, escuchando el crujido de las hojas bajo mis botas mientras avanzaba por las calles silenciosas de Green Hills, rumbo a la costa.

Al acercarme a la playa, el viento salado me golpeó el rostro. Las olas rompían con fuerza contra la orilla, desatadas, embravecidas. Como era costumbre, desde que la luna había sido dañada, el mar en la noche se había vuelto peligrosamente inestable. Las mareas no obedecían ningún patrón, y estar cerca del agua a estas horas daba escalofríos.

Me detuve un segundo a mirar el horizonte oscuro, y luego giré hacia el taller de Tails. Toqué la puerta metálica con los nudillos y escuché su voz familiar responder desde adentro:

—¡Adelante!

Empujé la puerta y entré. El olor a aceite, metal y electricidad quemada me recibió como siempre, envolviéndome con esa mezcla tan propia del lugar. La gran estatua metálica de Amdruth seguía instalada junto a la entrada, su silueta siniestra aún más inquietante bajo la luz tenue.

Avancé hasta llegar a la sala principal. Todos ya estaban reunidos: Tails, Sonic, Knuckles, Rouge, Blaze y Silver, acomodados en los sillones, cada uno con una bebida caliente entre las manos, envueltos en mantas o bufandas, charlando en voz baja. 

Apenas crucé el umbral, todos giraron la cabeza al mismo tiempo y, con una sonrisa, me recibieron al unísono:

—¡Hola, Amy!

Sonic me miró con curiosidad, alzando una ceja mientras movía la cabeza ligeramente, como si buscara algo o a alguien.

—¿Viniste sola, Ames? ¿A qué hora llega Shads?

Me obligué a sonreír, manteniendo la compostura.

—Tiene unos asuntos pendientes en Neo G.U.N., con lo de los terroristas y todo eso —respondí, mordiéndome el labio casi sin darme cuenta. No era una mentira, pero tampoco era toda la verdad. 

Me senté en uno de los sofás, acomodando el bolso del huevo en mi regazo como si fuera un escudo. Tails se inclinó un poco hacia adelante, curioso.

—¿Ese es un huevo Chao?

Asentí con una sonrisa.

—Me lo gané en el festival, acertando el número de gomitas un jarron.

Sonic soltó una carcajada y Tails puso los ojos en blanco con los brazos cruzados. Alcé una ceja, extrañada.

—¿Qué pasa?

Sonic no se contuvo:

—Tails trató de ganarlo también. Usó un montón de cálculos complicadísimos para tratar de adivinar cuántas gomitas había en ese jarrón… pero falló. Una y otra vez. Y cada vez pagaba más rings para volver a intentarlo. Al final, Sally y yo tuvimos que sacarlo de ahí antes de que hipotecara su taller.

Todos soltaron una risa, incluso Tails, aunque se le notaba el rubor bajo el pelaje.

—Era un desafío estadístico interesante… —murmuró.

—Era una trampa —agregó Rouge, burlona— El jarrón tenía doble fondo. Lo vi cuando pasé.

Yo reí por lo bajo, acariciando con los dedos la superficie tibia del huevo en mi regazo. Ese momento de risa entre amigos me alivió más de lo que esperaba

Knuckles fue el primero en darle un tono serio a la conversación. Su voz grave, los brazos cruzados y el ceño apenas fruncido lograron cambiar el ambiente de inmediato.

—Entonces, Amy… ¿qué motivo hay para esta reunión? Tiene que ser algo importante para que nos hayas convocado así.

Blaze asintió con curiosidad, su mirada fija en mí.

—Sí. Y bastante repentina. Algo urgente, supongo.

Sonic se giró hacia mí, apoyando un brazo en el respaldo del sofá, la sonrisa ladeada pero expectante.

—¿Qué pasa, Ames?

Respiré hondo. Sentía cómo cada par de ojos se enfocaba en mí, pero ya estaba lista. 

—Anoche, en el festival… Shadow y yo nos encontramos con Amdruth. En persona.

Hubo un silencio, como si el aire se hubiera detenido un segundo. Luego, murmullos de sorpresa, cejas alzadas, miradas de confusión.

—¿Amdruth? —repitió Sonic, con una mezcla de incredulidad y tensión en su voz— ¿El Amdruth? ¿El devorador de almas de dos cabezas?

—Sí. Ese mismo —asentí lentamente— Pero no como lo imaginábamos. No era un monstruo gigante ni una sombra infernal. Eran… dos niños. Gemelos. Un venado y un lobo.

Miré hacia Knuckles y Rouge mientras hablaba.

—Y eran los mismos niños que encontraron las bombas anoche.

Rouge entreabrió los labios, sorprendida.

—Querida… ¿me estás diciendo que yo conocí a Amdruth en persona?

Knuckles murmuró, como si finalmente todo encajara:

—Con razón había una energía rara en ellos… lo sentí, pero no supe por qué.

Tails se inclinó hacia adelante, fascinado.

—Entonces es cierto. No era un bebé con dos cabezas como dice la leyenda, sino que eran gemelos…

—Muy dulces, por cierto —agregué con una sonrisa melancólica.

Blaze frunció el ceño.

—Okay… Amy conoció a una leyenda viva del folclore cara a cara. ¿Y después qué?

—Les hicimos preguntas —dije. Y esa simple frase bastó para captar toda su atención de nuevo.

Knuckles alzó una ceja.

—Ah… entonces ya usaron su única pregunta.

—¿Te refieres a esa historia del anciano que solo puede hacerle una pregunta a un espíritu del bosque? —intervino Rouge, apoyando el mentón en su mano con curiosidad.

—No es solo un cuento. Es real. Yo ya usé la mía hace años.

—¿Y es verdad? ¿Puedes preguntar cualquier cosa? —preguntó Silver, interesado.

—Sí —asintió Knuckles— Siempre y cuando logres encontrarte con uno. Como Amy lo hizo.

Sonic volvió a intervenir, esta vez con su típico tono bromista.

—¿Y qué preguntaron? ¿Shadow pidió una guía para sonreír sin que le duela la cara?

Solté una pequeña carcajada. Me hacía bien escuchar su voz en ese tono familiar.

—No… nada de eso —dije, bajando un poco la voz—  Shadow preguntó dónde está Eggman.

La habitación se congeló. La ligereza que había flotado en el ambiente se desvaneció. Todos se tensaron, como si una corriente eléctrica invisible nos hubiese recorrido. Sonic dejó de sonreír. Se inclinó hacia mí, los codos sobre las rodillas, su voz firme, más seria de lo que lo había escuchado en semanas.

—¿Dónde está Eggman? —preguntó, bajo pero firme.

—En el espacio.

—¿En el espacio? —repitió Sonic, alzando una ceja. Levantó una mano y apuntó hacia arriba con un dedo— ¿O sea… allá arriba?

Por un segundo, todos contuvimos la respiración. Entonces, él soltó una risa repentina y se recostó contra el respaldo del sofá.

—Con razón no lo podía encontrar.

Algunos se rieron nerviosamente, pero el silencio volvió a imponerse.

Tails frunció el ceño.

—¿En órbita? ¿En una estación espacial? ¿En la Luna? ¿En Marte?

—No lo sé —respondí— Lo único que Amdruth me dijo fue: “no está en este mundo”. Esas fueron sus palabras exactas.

Knuckles asintió, como si todo tuviera sentido ahora.

—Claro… los Grandes Espíritus están ligados a Gaia. No pueden saber más allá de lo que toca la tierra.

Sonic entrecerró los ojos.

—Entonces… ¿cuándo se fue? —murmuró. Luego giró hacia Tails— ¿Hay alguna manera de saberlo? ¿No tenemos un satélite por ahí que lo haya visto despegar?

Tails negó lentamente.

—Los únicos satélites funcionales son los de televisión. Todo lo demás está fuera de línea desde que la humanidad desapareció. La NASA dejó de operar cuando el virus los acabó. Ninguno de sus proyectos siguió… y, seamos sinceros, los Mobians no han mostrado mucho interés por el espacio exterior.

—Vaya —dijo Sonic, dejando salir una exhalación prolongada— Entonces si Eggman está flotando allá arriba… significa que Shadow no puede alcanzarlo.

Rouge se acomodó el cabello con una sonrisa maliciosa.

—No estés tan seguro, Azulito. Tal vez Shadow use sus contactos en Neo G.U.N. para revivir la NASA.

Sonic la miró de reojo y luego se giró hacia Tails con una chispa repentina en los ojos.

—Hermano, es hora de construir una nave espacial.

Tails soltó un suspiro cansado.

—¡Apenas terminé de construir el submarino!

Blaze, que había estado callada hasta ahora, se cruzó de brazos, pensativa.

—Es extraño… en mi dimensión no existen estos espíritus que lo ven todo.

—En mi futuro tampoco —agregó Silver.

Hubo un momento de silencio, y entonces Rouge se volvió hacia mí.

—Entonces, cariño… ¿qué le preguntaste tú?

—Mi pregunta fue… por qué Blaze y Silver no pueden volver a sus mundos.

Vi cómo ambos alzaban la cabeza al instante, sorprendidos. Los dos habían estado atrapados en nuestra dimensión desde hacía tres años. Intentaron usar las Chaos Emeralds, pero sin éxito. Recorrieron templos, estudiaron artefactos antiguos, desesperados por una salida. Una forma de volver a casa.

Blaze fue la primera en hablar, su voz apenas un susurro.

—¿Amy… por qué? ¿Por qué no podemos volver?

Tragué saliva antes de responder.

—Amdruth me dijo que… los grandes espíritus no los ven con buenos ojos. No los consideran parte de este mundo. Y por eso no permiten que usen el poder de las Chaos Emeralds.

Silver abrió los ojos con incredulidad.

—¿No nos dejan… porque no somos de aquí?

—Exacto —respondí, sintiendo un nudo formarse en mi garganta— El primer Silver sí era de este mundo. Era del futuro de nuestra línea temporal. Pero ustedes no. Y los grandes espíritus lo saben. Para ellos, ustedes son intrusos.

—¿Qué? —exclamó Blaze, completamente atónita.

—¡Eso es ridículo! —dijo Silver, levantándose de golpe— ¿Tres años atrapados… solo porque a un puñado de espíritus no les caemos bien?

—Tiene sentido  —intervino Knuckles con los brazos cruzados— Solo la Esmeralda Maestra puede neutralizar el poder de las Esmeraldas Chaos. Y al ser el corazón del mundo, actúa en sintonía con los grandes espíritus. Si ustedes no están alineados con este mundo, simplemente… los rechaza.

Blaze se giró hacia él con el ceño fruncido, incrédula.

—Knuckles… ¿lo sabías desde el principio?

Silver también lo miró, parpadeando como si no pudiera creerlo.

—¿Tú sabías todo esto… y no dijiste nada?

Knuckles los miró como si la respuesta fuera tan obvia que ni valía la pena explicarla.

—Claro que lo sabía. Pensé que ustedes también lo habían notado. Por eso han estado buscando artefactos antiguos como plan B, ¿no?

Rouge, sentada a su lado en el sofá, giró apenas la cabeza hacia él, apoyando un codo en el respaldo y sonriendo con ese aire despreocupado.

—Knuckie, amor… Todos esos artefactos antiguos funcionan con energía Chaos, ¿o me equivoco?

Knuckles asintió con firmeza, sin dudar.

—No te equivocas.

Rouge alzó las cejas con elegancia y exhaló una risita baja, entre divertida y resignada.

—Entonces tienen un problema más grande del que pensaban. Los grandes espíritus no van a permitirles usar nada que utilice ese tipo de energía.

Knuckles permaneció en silencio un momento, observando a Silver y Blaze con seriedad.
Luego soltó, con la crudeza típica de quien no adorna las malas noticias:

—Están jodidos.

Blaze apretó los labios, mientras Silver se pasaba una mano por el rostro, frustrado.

—Genial —murmuró el erizo plateado— Tan solo lo que necesitábamos oír.

Rouge palmeó suavemente el muslo de Knuckles, divertida.

—Podrías trabajar en tu tacto, Knuckie.

Knuckles se encogió de hombros.

—¿Para qué? Si igual están jodidos.

Silver se dejó caer de golpe sobre el sofá, hundiendo la cabeza entre sus manos.

—Tres años… —murmuró, con la voz ahogada por la frustración— Tres años investigando, buscando soluciones, dudando de nosotros mismos…  Todo para descubrir que no podemos regresar porque nos odian.

Blaze lo miró con firmeza, aunque en sus ojos había un dejo de compasión.

—No pierdas la esperanza, Silver. Tal vez podamos enfrentar a esos grandes espíritus Espíritus directamente.  Obligarlos a dejarnos usar las Esmeraldas Chaos.

Knuckles soltó una risa suave, casi como si no pudiera evitarlo.

Blaze giró el rostro hacia él, molesta.

—¿De qué te ríes?

—Lo siento —respondió Knuckles, alzando las manos sin malicia— Es solo que… no es tan fácil como creen.

Silver levantó la cabeza, frunciendo el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Knuckles se inclinó hacia el frente, apoyando los codos sobre las rodillas.

—Verán… “grandes espíritus” es solo un término general que la gente usa porque no entiende la estructura real. Pero en realidad, hay una jerarquía.

Todos lo miramos con atención. Él comenzó a explicar con tono grave, pero sereno.

—En la base están los Chao.

Silver parpadeó, desconcertado.

—¿Los Chao son espíritus?

Knuckles asintió.

—Sí… y no.  Los Chao son la manifestación viva de energía Chaos. No son espíritus en el sentido tradicional, pero tampoco son simples criaturitas. Se agrupan naturalmente en lugares con alta concentración de energía Chaos: templos, lagos sagrados, ruinas antiguas. Pero como son adorables, la mayoría los ve solo como mascotas.

Silver asintió, aún con algo de asombro.

Knuckles continuó, su voz cada vez más seria.

—Después vienen los espíritus menores, esos que aparecen en leyendas y folkclore. Esas luces brillantes en el bosque, que te guían de regreso a casa… o te arrastran lejos. Son los más impredecibles. Algunos ayudan. Otros… no tanto.

Se hizo un pequeño silencio. Knuckles miró a cada uno, asegurándose de que estuviéramos siguiendo.

—Luego están los guardianes, los protectores, los mensajeros… como Chaos, o Amdruth. Espíritus con forma física, con conciencia propia e incluso personalidad.

—¿Y quienes están en el tope? —pregunté.

— Los cuatro pilares. Fuente de toda energía Chaos. La Esmeralda Maestra es el canal central, el que vincula a los otros. Juntos sostienen el equilibrio del mundo. Si algo le llegara a pasar a un pilar, sería el fin del mundo. 

Silver sacudió la cabeza, frustrado.

—He leído tanto… tantos libros, archivos antiguos, leyendas olvidadas… y nunca vi esto mencionado en ningún lado.

—Porque es conocimiento reservado a los clanes guardianes —dijo Knuckles— No es información pública.

Silver bajó la mirada, derrotado.

—Entonces… ¿no hay forma de volver? —susurró.

Blaze permaneció en silencio unos segundos, temblando. Luego se puso de pie de golpe. Sus manos se encendieron en llamas y su voz estalló como una llamarada:

—¡¿Eso es todo?! ¡¿Después de tres años, esa es la respuesta?! —Exclamó con los ojos brillantes de furia y dolor.

Silver se quedó helado.

—Blaze…

—¡Tenía una vida! ¡Un reino, una responsabilidad! —continuó, con la voz quebrada— ¡Mis padres, Marine… todo lo que soy está allá! 

—Lo siento tanto Blaze, no fue a propósito —dijo Silver, dando un paso hacia ella, con culpa evidente— Lo juro, solo quería volver a mi futuro. El viaje… salió mal. Nunca quise que tú...

—¡Nunca quisiste! ¡Nunca pensaste! —lo interrumpió— ¡Siempre haces las cosas por impulso, sin pensar en las consecuencias!

Silver la miró con ojos empañados, su voz rota.

—Solo quería volver a ver a mis amigos… No sabía que el túnel dimensional se torcería.

Blaze negó lentamente con la cabeza, apretando los dientes para no llorar. La intensidad de sus llamas disminuyó, pero su tristeza no.

—Mantuve la esperanza, ¿sabes? —dijo, en un hilo de voz— Esperaba que un día… de alguna forma… pudiera volver. Pero ahora resulta que este mundo tiene leyes… fuerzas antiguas… que simplemente nos odian por existir aquí.

Se dio la vuelta bruscamente, sin mirar a nadie más, y salió de la sala rumbo a la cocina.

Nadie se atrevió a moverse por unos segundos.

Yo me incliné hacia adelante, con el impulso de seguirla, pero me detuve. Blaze no era de las que buscaban consuelo con palabras dulces. Prefería enfrentarse sola a sus emociones. Siempre había sido así.

Así que respiré hondo y miré a Silver, que seguía de pie, inmóvil, con el rostro sombrío.

—Silver… ¿puedes contarnos otra vez exactamente qué pasó? —pregunté con suavidad— Dijiste que el túnel se torció.

Él se frotó la nuca, incómodo.

—Estaba viajando con las Esmeraldas Chaos —explicó Silver, su voz sonaba medida, como si aún intentara entenderlo él mismo— Todo iba normal, como otras veces. Pero justo cuando el túnel empezó a abrirse… algo explotó. Fue como una ruptura, o una presión extraña.

—¿Pudo haber sido un gusano dimensional? —preguntó Tails, frunciendo el ceño—Siempre me he preguntado si esa fue la razón…

—No lo sé… —respondió Silver, bajando la mirada— Fue como si el camino que estaba tomando hubiera sido obligado a cambiar de rumbo.

—Aún recuerdo el día que apareciste —dijo Sonic de pronto, con una sonrisa pequeña, cargada de incredulidad— Pensamos que eras un fantasma. Ames lloró apenas te vio 

Me reí entre dientes, girando la cabeza hacia Sonic.

—No fui la única —dije, cruzándome de brazos— Tú te le lanzaste encima y lo abrazaste como por media hora.

Sonic resopló.

—Lo vi morir… ¿qué esperabas?

Silver soltó una risa suave, casi nostálgica.

—También lo recuerdo —dijo, mirando al vacío— Cuando llegué a esta dimensión, todo era tan diferente.  Los humanos estaban extintos. Las tradiciones, las leyendas… la historia entera era otra.

Se rascó la nuca, incómodo.

—Había una estatua gigante de otro Silver… uno que no era yo. Un héroe nacional.

Después bajó la mirada. Su voz se volvió más baja.

—Y bueno… ustedes ya saben cómo fue que Blaze terminó aquí.

Knuckles se cruzó de brazos, con el ceño fruncido.

—Forzaste el uso de las Esmeraldas Chaos, ¿verdad? En lugar de viajar a través del tiempo… abriste un portal entre dimensiones.

Silver asintió lentamente, avergonzado.

—Sí… fue un intento desesperado. La energía era inestable, pero no quise detenerme. Pensé que podía controlarlo. Y cuando vi a Blaze, del otro lado…

Hizo una pausa, tragando saliva.

—Me hizo tan feliz verla de nuevo, tan aliviado… que extendí mi mano sin pensar. Solo quería sentir que no estaba solo. Pero al hacerlo… la arrastré conmigo.

Sus hombros se hundieron un poco  más, como si todo el peso del error lo aplastara.

—Fue egoísta. Solo pensé… en lo mucho que la extrañaba.

Sonic lo miró en silencio. Rouge bajó la mirada. Tails fruncía el ceño, claramente procesando la información. Nadie dijo nada por unos segundos.

Yo observé a Silver con una mezcla de tristeza y compasión. Lo conocía. Sabía que no lo hizo con malas intenciones. Pero también sabía lo que significaba perder tu hogar… y sentir que todo lo que amabas quedaba en otro lugar, inalcanzable.

—Blaze no te odia, Silver —dije con suavidad— Está dolida… eso es todo. Pero ella sabe quién eres. Solo necesita un poco de espacio para respirar.

Silver asintió débilmente, aunque sus ojos seguían fijos en el suelo.

Sonic fue el primero en moverse. Se levantó del sofá con naturalidad y caminó hasta donde estaba Silver, luego le pasó un brazo por los hombros con ese aire relajado y reconfortante tan suyo.

—Anda, ven. Vamos a ver el nuevo submarino de Tails —dijo, con una sonrisa ladeada— Te vendrá bien despejar la cabeza.

Silver alzó la vista, sorprendido al principio, pero su expresión se suavizó. Esa pequeña chispa en sus ojos volvió por un instante.

Tails se levantó también y le dio una palmada amistosa en la espalda.

—Ya está terminado —dijo con entusiasmo .Le instalé el nuevo sistema de navegación, la propulsión híbrida y hasta un sonar de largo alcance. Además… tiene calefacción interna, por si a alguien se le ocurre sumergirse en el Mar del Norte.

—Y un compartimento para bocadillos —agregó Sonic, guiñándole un ojo.

Silver rió por lo bajo, sacudiendo la cabeza, y se dejó guiar por ambos hacia el pasillo del taller. El ambiente que minutos antes estaba lleno de tensión y dolor, se alivió un poco con esa camaradería tranquila y sincera.

Los vi alejarse juntos, hablando de cables, escotillas y rutas oceánicas como si fuera lo más normal del mundo. 

Rouge me observó en silencio por un momento, y luego se giró hacia Knuckles.

—Knuckie, ¿por qué no vas tú también con los demás a ver el submarino? —le dijo con suavidad, aunque con un tono claro de que quería quedarse a solas conmigo.

Knuckles no respondió, pero se levantó sin quejarse y caminó hacia el pasillo del taller, siguiendo a los demás.

Cuando el sonido de sus pasos se perdió, Rouge se puso de pie y se sentó a mi lado en el sofá. Se cruzó de piernas, apoyó el codo en el respaldo y me miró con esa mezcla suya de interés genuino y chispa inquisitiva.

—Entonces, cariño… —empezó, con voz más baja— ¿qué está pasando entre tú y Shadow?

Sentí que el pecho se me apretaba. Acaricié con los dedos el cascarón tibio del huevo Chao en mi regazo, intentando organizar mis pensamientos.

—¿Por dónde empiezo…? —murmuré, con la mirada fija en la cáscar, como si pudiera darme las palabras.

—¿Rompieron? —preguntó Rouge directo al grano, con esa precisión quirúrgica que siempre tenía cuando quería respuestas.

—No —dije rápido, mirándola a los ojos y negando con la cabeza— Claro que no… solo que… Shadow pidió espacio. Tiempo para pensar.

Rouge se llevó una mano a la sien, con gesto exasperado, como si ya hubiera vivido esto demasiadas veces.

—No pasa un mes sin que ustedes tengan una tragedia romántica —soltó con una mezcla de burla y preocupación.

Suspiré, dejándome caer un poco en el respaldo.

—Muchas cosas han pasado, Rouge. Cosas feas. Y todo eso ha golpeado muy fuerte a Shadow. A veces creo que ni él sabe cómo manejar lo que siente.

Ella bajó la mano y sacó su celular. Lo desbloqueó con rapidez y me lo tendió con expresión grave.

—Pues esto no le va a ayudar —dijo con tono seco.

Tomé el celular de las manos de Rouge y vi la pantalla. Era un artículo sensacionalista de uno de esos portales que se alimentan del drama ajeno. En la foto, Shadow aparecía saliendo de mi casa, de noche. Las luces de los postes iluminaban apenas su figura y su rostro se veía apagado, los ojos brillando con un resplandor tenue en medio de la oscuridad, los hombros caídos, como si llevara el peso del mundo encima.

Debajo de la imagen, el titular:

“¿Crisis amorosa? Shadow the Hedgehog abandona la casa de Amy Rose en plena madrugada. La policía fue alertada por vecinos tras una supuesta pelea doméstica. ¿Es este el fin de su romance?”

Mi estómago se revolvió.

—¿Qué…? —alcancé a decir en un susurro— Esto es mentira. ¡No tuvimos una pelea! La policía vino porque alguien llamó por el ruido, eso fue todo… ¡no fue una discusión!

Mis dedos temblaban mientras sostenía el celular. No hacía falta adivinar quién había sido la responsable de la llamada ni de la “filtración”.

—La señora Myrna… —mascullé entre dientes, con la rabia subiéndome a la garganta— Fue ella. Estoy segura. Esa vieja se pasa el día espiándonos desde su ventana, esperando cualquier excusa para meterse. Y ahora esto…

Le devolví el teléfono a Rouge con una mezcla de rabia y tristeza, apretando los dientes para no dejar que las lágrimas se asomaran otra vez.

—Todo esto es falso. No peleamos. No gritamos. Solo tuvimos una… pequeña discusión.

Sentí el calor subir de golpe a mis mejillas. Me llevé la mano al cuello de forma instintiva, como si pudiera ocultar la marca aún sensible de su mordida. El verdadero motivo del ruido… 

Rouge me miró de reojo, como si lo hubiera intuido todo, pero no dijo nada. Solo suspiró con suavidad y bloqueó el celular.

—Lo sé, cariño. Sé perfectamente que es falso. —Su voz era más baja ahora, casi cálida— Pero tú y yo sabemos que eso no importa para los demás. La mayoría solo necesita una foto borrosa y un título dramático para tragarse cualquier historia. Y esta… ya está dando vueltas.

Me llevé una mano al rostro y cerré los ojos, apretando los párpados con frustración.

—Esto lo va a lastimar… justo ahora, cuando está más vulnerable. Él odia todo esto, Rouge. Odia ver mi nombre envuelto en dramas, que digan cosas sobre mí en redes, como si yo no valiera más que un chisme de domingo.

Sentí cómo el nudo en mi garganta volvía a apretarse, subiendo desde el pecho como una ola difícil de contener.

—Y ahora todos creen que tuvimos una pelea horrible. Que terminamos.

La miré, con los ojos húmedos, luchando por mantener la voz firme. En mi regazo, el huevo Chao seguía tibio, como un pequeño recordatorio de las cosas buenas que aún estaban conmigo. Lo acaricié con suavidad, buscando consuelo.

—¿Qué debería hacer, Rouge?

Ella suspiró, alzando una mano con dos dedos extendidos.

—Tienes dos opciones, cariño —dijo, sin rodeos— Puedes quedarte callada, dejar que hablen, esperar que el drama se apague solo… o puedes salir y desmentirlo tú misma. Aunque eso también te va a exponer.

Podía no hacer nada. Esperar a que todo se calmara por sí solo. O… podía hacer algo. Podía hablar.

Metí la mano al bolsillo y saqué el celular. La pantalla se encendió y abrí Mobopic. Las notificaciones eran incontables. Menciones, etiquetas, capturas del artículo…

Deslicé el dedo por algunos de los comentarios:

“¿De verdad terminaron?”
“¡Ya era hora!”
“Amy va a volver con Sonic.”
“Está soltera otra vez 😍”

Respiré hondo. No iba a quedarme callada. No esta vez.

Quizá si hubiera sido honesta desde el principio, si hubiera dicho con orgullo que estaba con Shadow desde el primer día, todo esto sería diferente. Pero ya no podía cambiar el pasado. Solo el ahora.

Fui al botón de publicación y escribí algo breve, pero claro:

“El artículo que circula es completamente falso. Shadow y yo seguimos juntos. No hubo pelea, ni gritos. Por favor, no difundan información sin fundamentos. Gracias a quienes han mostrado apoyo. 💗🖤”

Le di a enviar.

No pasaron ni treinta segundos antes de que comenzaran a llegar los corazones, los comentarios, los reposts. Algunos de apoyo. Otros… no tanto. Pero esa mezcla ya la conocía. Lo importante era que lo había dicho. Claro, directo y sin miedo.

Rouge se inclinó para mirar la pantalla y me dio una palmadita en la pierna.

—Bien hecho, corazón.

Yo solo asentí, sintiendo por fin un poco de aire regresar a mis pulmones.

Blaze regresó de la cocina con pasos más tranquilos. Su expresión ya no estaba nublada por las emociones intensas de antes; volvía a ser ella misma, firme y controlada, aunque con un leve brillo en los ojos que no ocultaba del todo lo que acababa de vivir.

—¿Dónde está Knuckles? —preguntó con voz serena—. Quiero hacerle más preguntas sobre los grandes espíritus.

—Está en el taller con los chicos —le respondí—. Se fueron a ver el submarino de Tails.

—Gracias —dijo simplemente, y salió con paso decidido hacia el taller.

Rouge y yo intercambiamos una mirada, luego seguimos conversando unos minutos más... hasta que Blaze volvió, esta vez con el ceño fruncido.

—No están —anunció, cruzándose de brazos— El taller está vacío. Tampoco está el submarino.

—¿Cómo que no están? —pregunté, poniéndome de pie.

—Tal como lo oyes. No hay rastro de ellos.

Rouge se puso de pie, soltando un suspiro largo y pesado.

—Ay no… No me digas que…

Sin decir una palabra más, las tres nos pusimos en marcha y cruzamos el pasillo hasta el taller. Efectivamente, al abrir la puerta, lo encontramos todo en silencio. No había ni rastro de Sonic, Tails, Silver o Knuckles. Tampoco del submarino.

Salimos de inmediato por la puerta trasera del taller, cruzando el pequeño pasillo de concreto que llevaba al muelle privado de Tails. El aire húmedo del mar nos recibió junto con una fina llovizna, y desde allí, finalmente los vimos.

Sonic, Tails, Silver y Knuckles, ya abordando el submarino. La escotilla seguía abierta, y los cuatro se movían con prisa pero también con esa energía imprudente que los caracterizaba. La lluvia no parecía molestarles mientras hacían los últimos ajustes.

Silver fue el primero en vernos. Alzó la mano con entusiasmo, empapado hasta las cejas pero sonriente.

—¡Knuckles dice que hay un templo de uno de los Pilares oculto en el océano! ¡Vamos a ir a buscarlo!

Rouge se llevó la mano a la sien y dejó salir un suspiro largo, exasperado.

—No puede ser…

Yo solté una risa incrédula, mientras Blaze, de brazos cruzados, los observaba con desaprobación resignada.

—Nunca pueden quedarse quietos, ¿verdad?

En ese momento, la escotilla del submarino se cerró con un suave chasquido metálico, y segundos después, el vehículo comenzó a sumergirse bajo el mar embravecido.

Y nosotras… solo pudimos quedarnos ahí, bajo la lluvia, viendo cómo se alejaban directo hacia lo desconocido.

Chapter 42: Boxing

Notes:

Quiero agradecer a mi amiga @KaitlynsCreations por su aporte en este capítulo. 💕

Chapter Text

La lluvia seguía golpeando suavemente las ventanas, como un tamborileo persistente que se mezclaba con el leve zumbido de mi lámpara de noche. Estaba en mi cama, envuelta en una manta gruesa, con el huevo Chao a mi lado, descansando cómodo entre los pliegues de su mantita. Yo sostenía mi novela con ambas manos, sumergida en la lectura.

—El hombre apuñaló la cama con el cuchillo y dijo, con una voz profunda: “Ahora, móntalo.”

Fruncí el ceño al leer esa línea, soltando una pequeña mueca. Era una escena intensa… grotesca, incluso. Pero seguí leyendo. Página tras página, la narrativa se volvía más ardiente, más provocativa, más sucia. La autora no se guardaba nada. Mi respiración se volvió un poco más lenta, más pesada, conforme el deseo en la historia comenzaba a filtrarse dentro de mí.

Me mordí el labio sin darme cuenta. Mis ojos seguían las palabras, pero mi mente ya no estaba allí. Estaba con él.

Con sus besos en mi cuello. Con sus manos fuertes sobre mis caderas. Con su respiración caliente contra mi oído.

Me estremecí, y mis piernas se movieron bajo las sábanas. El libro se me resbaló de una mano, quedando abierto sobre mi pecho. Mi otra mano descendió lentamente, trazando una línea invisible desde mi vientre hasta mis muslos. No podía evitarlo. Me sentía encendida. Me dolía no tenerlo aquí.

Justo cuando mis dedos se deslizaban dentro del borde de mi pijama, lo escuché.

Tres golpes.

Me quedé quieta. Abrí los ojos de golpe, el corazón latiéndome más rápido. Miré hacia la puerta de mi habitación. No estaba segura si lo había imaginado… o si de verdad alguien había tocado.

Entonces, otra vez:

Tres golpes secos.

Me incorporé, dejando el libro a un lado. Saqué las piernas de la cama, deslicé los pies dentro de mis pantuflas y, sin pensarlo mucho, caminé hacia la puerta principal. El sonido de la lluvia se hizo más fuerte a medida que me acercaba a la sala.

Giré la perilla y abrí la puerta.

Y ahí estaba él.

De pie en mi porche, empapado de pies a cabeza. Su pelaje negro brillaba con el agua, las púas chorreando. Respiraba con fuerza. Su expresión… era ilegible, pero intensa. 

Mis labios se entreabrieron, sin saber si debía decir su nombre o preguntarle por qué estaba allí. Y antes de que pudiera decir algo, se lanzó hacia mí. Sus labios encontraron los míos con una urgencia abrasadora, como si el tiempo se nos escapara entre los dedos. El beso estaba cargado de deseo, pero también de una necesidad más profunda, casi desesperada, que me dejó sin aliento.

Respondí sin pensarlo. Cerré los ojos y rodeé su cuello con los brazos, aferrándome a él con fuerza, como si al soltarlo pudiera desvanecerse.

Me sostuvo con firmeza, su cuerpo cálido y empapado pegado al mío. El beso se volvió más profundo, más impaciente. Sentí su lengua rozar mis labios y le permití entrar. Nuestras lenguas comenzaron a buscarse, a reconocerse, danzando juntas como si hubieran estado esperando este momento desde hace siglos.

Nos separamos apenas un instante para respirar, nuestras frentes tocándose, nuestras bocas aún demasiado cerca.

—¿Qué estás haciendo aquí…? —jadeé, la voz apenas un susurro, temblorosa, confundida y deseosa.

Pero no respondió.

En su lugar, me levantó en brazos y me abrazó contra su pecho, y sin apartar la mirada de la mía, comenzó a subir las escaleras. Había una intensidad en sus ojos, una mezcla de deseo y determinación que me estremeció hasta lo más profundo.

Empujó la puerta de mi habitación con el pie, y con una delicadeza que contrastaba con la pasión de sus actos, me depositó sobre la cama. Mi espalda tocó las sábanas y, en un parpadeo, ya lo tenía sobre mí, devorando mis labios de nuevo, besándome con esa urgencia feroz de quien teme no volver a tener otra oportunidad.

Sus besos descendieron lentamente, acariciando mi mejilla, luego mi mandíbula, hasta llegar a mi cuello. Allí se detuvo a dejar pequeños mordiscos, sus labios creando un sendero de calor que me hizo arquear la espalda. Cada contacto suyo era un incendio, un recuerdo vívido de todo lo que habíamos compartido.

—Shadow… —gemí entre sus labios, aferrándome a su espalda, temblando con cada caricia.

Y entonces lo escuché. En medio de los besos, entre cada mordida suave, su voz se quebraba contra mi pelaje:

—Rose… Rose…

Intenté hablar, aunque mi voz se rompía entre suspiros.

—Tú… tú dijiste que necesitabas tiempo…

Él se detuvo. Me miró a los ojos con una vulnerabilidad tan cruda, tan real, que me partió el corazón. Vi dolor, culpa… y miedo. Miedo a que esto no fuera correcto. Miedo a que yo lo rechazara.

—Rose… si quieres que me vaya, solo dímelo —susurró—  Por favor… dime que me vaya… —Su voz se quebró, sus ojos brillaban por algo más que deseo— No voy a poder detenerme… si no me lo pides tú.

Llevé las manos a su rostro, acariciando sus mejillas húmedas, y sentí cómo temblaba. Su aliento rozó mis labios, su cuerpo aún tenso, conteniéndose.

—Shadow no quiero que te vayas. No quiero perderte. Pero tampoco quiero que esto sea algo de lo que te arrepientas mañana.

Me besó entonces, con una ternura que me dejó sin habla. 

—Nunca voy a arrepentirme de esto —dijo, contra mis labios— Y a estas alturas… no sé si puedo controlarme.

Lo miré fijamente, sintiendo el corazón latir con una intensidad casi dolorosa. Mi cuerpo ya lo había decidido antes que mi mente. Lo deseaba, lo necesitaba.

Rodeé su cintura con las piernas, atrayéndolo hacia mí, sellando mi respuesta con un beso profundo.

—Yo tampoco…

Volví a tomar sus labios con un beso apasionado, cada vez con más hambre, más necesidad. Sus labios eran fuego sobre los míos, sus manos me recorrían como si temiera que me desvaneciera entre sus dedos. Lo deseaba con cada rincón de mi cuerpo, con cada latido acelerado. Quería unirme a él de nuevo, sentirnos completos, fundidos el uno en el otro.

Pero mis ojos se abrieron por un instante, quizás por impulso, por un reflejo involuntario... y ahí lo vi.

Ojos verdes.

No rojos.

Verdes.

Un escalofrío me recorrió la espalda como un rayo. Grité, con el corazón encogido, y lo empujé con todas mis fuerzas.

Ya no era él.

Frente a mí estaba Sonic, mirándome con desconcierto.

—¿Qué fue eso, Ames? ¿Por qué me empujaste?

Retrocedí, sintiendo la sangre abandonar mi rostro.

—¿¡Qué estás haciendo aquí!? —grité, con la voz temblorosa, apenas reconocible.

Mi cuerpo entero se tensó. Bajé la vista y vi mi cuerpo desnudo, expuesto y vulnerable. Un nudo me cerró la garganta.

Tomé la sábana arrugada con manos temblorosas y me cubrí de forma torpe, casi desesperada, mientras buscaba a Shadow con la mirada por todos los rincones de la habitación. Pero no estaba. Solo él… Solo Sonic.

—Vamos, Ames… —dijo con una sonrisa torcida, acercándose— No te pongas así, ¿no era esto lo que siempre quisiste?

—¡No! ¡Aléjate!

Me acurruqué más fuerte bajo las mantas, temblando, como si el calor de la tela pudiera protegerme de lo que acababa de ocurrir, de esa realidad absurda y cruel que no podía estar viviendo. Mi corazón palpitaba con fuerza, al borde del pánico. Extendí el brazo, desesperada, tratando de invocar mi martillo. 

Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe.

Y lo vi.

Shadow.

De pie en el umbral, como una sombra viva, mojado hasta los huesos, la lluvia goteando desde sus púas hasta el suelo. 

El aire se volvió espeso. Intolerable.

Vi cómo Shadow tragaba saliva, su pecho subiendo y bajando con dificultad. Sus puños se cerraron con tanta fuerza que escuché el crujido de sus nudillos. Su mandíbula temblaba, desfigurando su rostro en una mueca de dolor puro. Sus ojos… sus ojos me atravesaron como cuchillas.

—Hey, Shads… —dijo Sonic con una sonrisa torcida— ¿Qué te trae por aquí?

Shadow lo miró, dejando ver los colmillos. Sus púas, a pesar de estar empapadas, se erizaron con violencia.

No pude soportarlo.

—¡Shadow! —grité, mi voz quebrada, desesperada— ¡No es lo que parece!

Me incorporé con torpeza, luchando contra las sábanas. Quise correr hacia él, explicarle, suplicar. Pero mis pies se enredaron en la tela y caí. Mi cuerpo golpeó el suelo con fuerza. 

Y entonces desperté.

La habitación estaba en penumbra. La lluvia golpeaba suavemente la ventana, como un murmullo distante. La tenue luz gris del amanecer comenzaba a asomarse entre las cortinas. El aire estaba frío. Mi cuerpo, empapado en sudor. Sentía el corazón golpear con violencia dentro de mi pecho.

Sobre mí, la novela que había estado leyendo antes de quedarme dormida.

Me llevé una mano temblorosa a la frente. Cerré los ojos con fuerza, como si así pudiera borrar esa imagen de mi mente.

—Solo fue una pesadilla… —susurré, la voz apenas un hilo escapando de entre mis labios.

Pero aunque lo supiera, no podía detener el temblor que me sacudía el cuerpo… Me quedé inmóvil un rato, tratando de calmar mi respiración. Deseaba que la imagen de Shadow, con el alma rota en la puerta, se desvaneciera de mi mente… pero no lo hacía. Seguía ahí, clavada como una espina.

Alcé lentamente la mano, aún temblorosa, y tanteé a ciegas la mesita de noche hasta encontrar mi celular. Lo tomé con torpeza y encendí la pantalla

Eran las 6:03 de la mañana.

Suspiré, larga y pesadamente. Demasiado temprano para un sábado. Mi cuerpo pedía seguir durmiendo, pero mi mente ya no me lo permitiría.

Justo cuando iba a dejar el teléfono, vi la notificación de un mensaje. Era de Rouge.

Fruncí el ceño. No era común que me escribiera a esa hora.

Rouge: Regresó por fin, a las 3 de la mañana. Hizo tanto escándalo que me despertó.Traté de hablar con él, pero se encerró en su cuarto. Voy a intentarlo de nuevo más tarde. Buenas noches.

Me quedé viendo la pantalla, el mensaje temblando frente a mis ojos. De repente, la habitación se sentía más fría.

Apreté el celular contra mi pecho.

—Shadow… —susurré, como si él pudiera oírme.

Salí del chat con Rouge y busqué su nombre en mis conversaciones. Mis dedos temblaban sobre la pantalla, queriendo escribirle, preguntarle si estaba bien… si había dormido, si necesitaba algo. Pero respiré hondo. Me obligué a apagar la pantalla.

Él, igual que yo, probablemente estaba destrozado por todo lo que había pasado. Y si me pidió tiempo, era porque necesitaba espacio para componerse. No quería presionarlo.

Llevé una mano al huevo Chao, arropado entre su mantita y lo acaricié con ternura. Su calor tibio me reconfortó un poco, como si me recordara que aún había vida creciendo, que aún podía hacer algo bueno con este día.

Era sábado. Tenía el lujo de descansar, de distraerme. Así que, decidí intentarlo.

Esa mañana traté de actuar con normalidad: me bañé, me preparé un desayuno sencillo, me vestí con ropa más abrigada —un suéter grueso, jeans y botas de lluvia— y salí al jardín con un par de cajas en los brazos para comenzar a guardar las decoraciones del festival.

De pie en el porche, mi mirada se encontró con la estatua de cobre de Amdruth. Alta, inmóvil, majestuosa.

Una punzada me atravesó el pecho.

Sabía que Caín y Abel estaban dormidos, que esa criatura ya no estaba consciente. Pero parte de mí quería creer que, de algún modo, podían verme a través de los ojos vacíos de la estatua. 

Decidí no guardarla. La dejé en su sitio, firme sobre las tablas del porche, como un guardián silencioso.

Con las cajas en mano, bajé los escalones hasta el jardín. Coloqué todo en el suelo húmedo y comencé a recoger las lámparas solares que había colocado a cada lado del sendero. Una por una, las fui zafando del suelo y guardándolas con cuidado.

Luego me agaché entre las plantas, recogiendo los huesos de plástico que había esparcido por el jardín como parte de la decoración. Estaban sucios de tierra y algo húmedos por la lluvia de la noche anterior. Los limpié uno a uno antes de llevarlos a la caja.

Cuando terminé, me estiré de pie, sacudiéndome un poco las manos… y miré hacia el techo.

Allí seguía. El esqueleto articulado de Amdruth, aún de pie en cuatro patas, una cabeza de lobo, la otra de venado. Se movía lentamente, sus extremidades agitadas por el viento. Las luces interiores parpadeaban débilmente en su interior.

—Vaya… —murmuré— La batería ha durado bastante.

Miré a mi alrededor, buscando la escalera. Estaba arrinconada junto al cobertizo, medio cubierta de hojas secas. La tomé con ambas manos y la arrastré hasta la pared más cercana, apoyándola con cuidado.

El techo me esperaba.

Empecé a subir la escalera, peldaño a peldaño, con cuidado. Estaba concentrada, tratando de no mirar hacia abajo, cuando una voz suave me hizo detenerme.

—¡Buenos días, Amy!

Me giré con cuidado y miré hacia el jardín. Era Cream, sonriendo dulcemente, con Cheese asomando apenas la cabeza desde dentro de su abrigo acolchonado. Bajé con cautela los escalones hasta volver a tocar el césped, sonriéndole de vuelta.

—Buenos días —le respondí, caminando hacia ella.

Nos encontramos a mitad del jardín, justo entre las cajas de decoraciones y las plantas dormidas por el clima. Cream me miró con curiosidad y señaló la escalera.

—¿Estás intentando subir al techo?

—Sí —asentí, señalando hacia arriba con una mano— Ese caballero necesita regresar a su caja.

Cream soltó una risita suave y asintió con entusiasmo.

—Déjame ayudarte.

Antes de que pudiera decir algo más, empezó a batir sus orejas, elevándose del suelo con gracia. Voló hasta el techo y, con cuidado, tomó el gran esqueleto decorativo aún colgado entre las tejas. Lo sostuvo con firmeza entre sus brazos y descendió lentamente, hasta depositarlo frente a nosotras.

—Gracias —dije, con una sonrisa sincera, tomando al esqueleto entre mis manos— Pasa, adelante. Voy a guardar estos adornos primero y luego te sirvo una taza de té.

—Gracias —dijo ella con suavidad, y ambas cruzamos hacia la casa.

Apenas pusimos un pie en la sala, los ojos de Cream se iluminaron. Soltó un pequeño jadeo emocionado al ver el huevo Chao, arropado con mantas sobre el sofá.

—¡No sabía que tenías un huevo Chao! ¿¡Cuándo lo conseguiste!? ¿Cómo!?

Me reí, encantada por su entusiasmo.

—Ya te cuento todo.

Mientras ella se quedaba embelesada mirando el huevo, acariciandolo con ternura sin levantarlo, yo me ocupé de llevar los adornos al sótano. Luego fui a la cocina y comencé a preparar té de jazmín, dejando que su aroma empezara a llenar poco a poco la casa.

Cuando el té estuvo listo, lo serví en dos tazas humeantes y coloqué un plato con galletas al lado. Con cuidado, llevé la bandeja hasta la sala y la deposité sobre la mesita de centro.

Cream estaba completamente encantada. Tenía el huevo Chao en su regazo, arropado con las mismas mantas que antes, y lo acariciaba con una ternura casi maternal. A su lado, Cheese flotaba con una mueca claramente celosa, mirando el huevo como si fuera un intruso que le robaba la atención.

No pude evitar reírme suavemente al ver la escena.

Me senté junto a Cream en el sofá, tomando una de las tazas. Soplé apenas la superficie del té antes de dar un pequeño sorbo.

—¿Desde cuándo lo tienes? ¿Por qué no me contaste nada? —preguntó Cream de pronto, girando el rostro hacia mí con una mezcla de sorpresa y leve reproche.

—Lo gané en el festival —respondí con una sonrisa tranquila.

Apenas escuchó eso, los ojos de Cream bajaron. Su expresión se apagó un poco mientras miraba en silencio la taza de té sobre la mesa. Con cuidado, acomodó el huevo a un lado del sofá, asegurándose de que quedara bien cubierto con su manta.

Luego se inclinó hacia adelante y tomó su taza con ambas manos. Dio un pequeño sorbo sin decir nada, en silencio, como si hubiera algo más que quisiera decir pero aún no encontraba las palabras.

—¿Quieres hablar del tema? —pregunté en voz baja.

Cream no respondió de inmediato. Miró hacia un rincón de la sala, como si buscara una salida invisible, y luego asintió con la cabeza, apenas.

Ahora que el huevo ya no estaba en su regazo, Cheese aprovechó para tomar una galleta de la bandeja y se acomodó en las piernas de Cream, feliz, comiéndola con entusiasmo. La escena me sacó una pequeña sonrisa, pero mi atención seguía en ella.

—¿Qué fue lo que pasó entre tú y Charmy? —pregunté, intentando que mi tono no sonara intrusivo.

Cream se estiró con lentitud para tomar una galleta. Le dio un mordisco pequeño, como si estuviera ganando tiempo antes de enfrentar lo que quería decir. Luego, con la mirada baja, empezó a hablar:

—Hay un rumor… —murmuró— Uno que seguro conoces. Dicen que si te besas con alguien durante el desfile de faroles… van a estar juntos para siempre.

Me mordí el labio y llevé la taza de té a mis labios, esperando que el calor ayudara a contener ese nudo que se me formó en la garganta. No solo conocía ese rumor: Shadow y yo nos habíamos besado en ese desfile… después de prometer que nos íbamos a casar algún día. Un recuerdo que ahora dolía más de lo que podía admitir.

Tragué con esfuerzo y forcé una sonrisa tranquila.

—Es un rumor muy popular —dije suavemente.

—Sí… lo es —repitió Cream, bajando la mirada— Y durante el desfile… Charmy intentó besarme.

—¿Qué? ¿Quiso besarte? —me giré un poco más hacia ella, sorprendida— ¿Y qué pasó? ¿Te besó?

Ella negó con la cabeza, con expresión culpable.

—No. No lo dejé. Apenas se inclinó, levanté la mano y… le pedí que se detuviera. Me asusté. No supe qué decir… y salí corriendo.

Suspiró, bajando aún más la mirada.

—Fue entonces cuando me crucé con ustedes entre la multitud. Después, cuando Charmy me alcanzó, me disculpé. Y… Tails me acompañó a casa.

Dejé mi taza sobre la mesita de centro y me acerqué un poco más a Cream. Llevé mis manos hacia su espalda y la acaricié suavemente.

—No quisiste dar tu primer beso —le dije con voz tranquila— Y eso está bien, Cream. No tienes por qué sentirte mal por rechazarlo.

Ella asintió levemente, sin mirarme. Tomó otro sorbo de té, lo dejó junto al mío, y luego acarició a Cheese, que seguía en su regazo,  que la miro con preocupación, dejando salir un suave “Chao”

—Era el momento perfecto —murmuró al fin— Las luces, el ambiente… todo se sentía tan bonito, tan romántico. Y sí, me gusta Charmy… Me parece un chico muy divertido, interesante, siempre está de buen humor. Me hace reír. Pero…

—¿Pero?

—Pero él es una abeja —dijo bajito, mirando hacia sus manos— Y yo soy un conejo. Ni siquiera somos del mismo reino animal…

Me giré un poco hacia ella, con una ceja levantada.

—No me digas que estás empezando a creer en esa filosofía purista —dije, con un toque de incredulidad.

—Yo... no lo sé —susurró— Nunca conocí a mi papá. Lo único que sé es que no era un conejo. Y cuando se fue, mamá me crió sola... Nunca volvió a tener pareja. Ni siquiera una cita. Siempre la vi... sola.

Acarició distraída la cabeza de Cheese mientras hablaba.

—Y yo sé que le gusta Vector. A veces la veo sonrojarse cuando él la llama, o cuando pasa por la cafetería. Pero no quiere… no quiere darse la oportunidad.

Le tomé la mano con cariño.

—Cream… tu mamá no evita estar con Vector porque sea un cocodrilo —le dije, con tranquilidad— Es por la diferencia de edad. Son más de diez años. Y estoy segura de que eso la hace sentir insegura. Tal vez piensa que ya no es tan joven para empezar una relación.

Cream me miró por primera vez con una mezcla de duda y esperanza en los ojos.

—¿Tú crees?

—Lo sé —afirmé con suavidad— Y tú no tienes por qué cargar con sus decisiones. Si Charmy te gusta, si te hace sentir bien, si puedes ser tú misma con él… no importa lo que digan los demás. No importa si es una abeja y tú una coneja. Lo único que importa es cómo te hace sentir.

Ella bajó la mirada, acariciando ahora a Cheese con más calma. No dijo nada, pero vi cómo sus hombros se relajaban un poco.

—Mírame a mí y a Shadow —dije con una pequeña risa— Somos perfectamente compatibles… y él es mitad alien.

Cream me miró con sorpresa, pero luego frunció un poco el ceño.

—¿Pero cómo sabes que son compatibles? Siempre escucho eso de la compatibilidad genética, pero no lo entiendo.

Me removí incómoda. Sabía hacia dónde iba esa pregunta. Ya no hablábamos de besos o primeras citas. Era un tema serio. Uno que tocaba la reproducción, el futuro… lo que significa ser adulta.

La observé por un instante. Ya no era la niñita que solía cargar en mis brazos. Era una joven, dulce e inteligente, que en poco tiempo iba a enfrentarse al mundo por sí misma. Y ahora me estaba pidiendo una respuesta honesta.

—Necesito saber, Amy… —insistió— Siempre que le pregunto a mamá, ella cambia de tema. Me sigue tratando como si tuviera cinco años.

Solté un suspiro, me armé de valor y asentí.

—Está bien… Lo que voy a explicarte es algo que toda persona debería saber. Pero no hay prisa, ¿sí? Tómate tu tiempo para procesarlo, y más aún para decidir si eso es algo que quieres en tu vida.

Cream asintió, seria.

—Bueno… —comencé, eligiendo bien mis palabras— En términos simples, la compatibilidad genética es cuando dos cuerpos, biológicamente hablando, pueden tener hijos sanos juntos. Es una cuestión química, biológica… sin emoción. No tiene nada que ver con los sentimientos ni con el amor.

Cream me escuchaba con atención, sin parpadear.

—Hay muchísimas parejas que se aman profundamente —continué—, que se cuidan, se respetan, y construyen una vida juntas, aunque se les dificulte tener hijos biológicos. Porque lo más importante no es lo que dice tu ADN… sino lo que tú sientes. Lo que el otro te hace sentir. Si puedes crecer con esa persona, si te hace bien, si te apoya… eso es lo que de verdad importa.

Ella bajó un poco la mirada, pensativa. Cheese se había dormido en su regazo.

—Y tú y Shadow… —preguntó en voz baja— ¿cómo saben que son compatibles… físicamente?

Sonreí con ternura.

—Porque nuestros cuerpos nos lo dijeron. Hay señales físicas, reacciones, impulsos… pero aún así, eso no es lo que define nuestra relación. Shadow y yo nos elegimos cada día, no porque podamos tener hijos, sino porque nos amamos tal y como somos.

—¿Qué tipo de señales? —preguntó Cream, con curiosidad sincera.

Me sonrojé un poco, bajando la mirada.

—Bueno… —dije con una risita— Primero son cosas simples, como los besos, las caricias… luego la intimi… El olor. El olor es un aspecto importante también.

—¿El olor? ¿Como en el Festival de Unión? —preguntó, abriendo los ojos— Siempre escucho anuncios de perfumes que aumentan las feromonas para el festival…

No pude evitar reír suavemente.

—Sí, exactamente. Durante ese festival, muchas personas descubren si son compatibles. Todo empieza cuando inicia la primavera. Por tres días, todos los adultos empiezan a liberar muchas feromonas. Es una forma natural de atraer pareja.

Me acomodé un poco mejor en el sillón, recostándome más cerca de ella.

—Y si te gusta el olor de alguien… y esa persona también se siente atraída por el tuyo… es una señal fuerte de compatibilidad biológica. Pero eso no significa que ya debas casarte ni nada de eso —añadí con una sonrisa— Es solo el primer paso.

Cream asintió, muy atenta, casi conteniendo la respiración.

—Después de eso —continué— las parejas comienzan a conocerse de verdad. Ver si coinciden en su estilo de vida, en sus gustos, sus ideales, sus sueños… Porque la compatibilidad más importante no es la biológica, sino la emocional y la de valores. Esa es la que realmente mantiene unida a una pareja con el tiempo.

Cream bajó un poco la mirada, pensativa, como si estuviera procesando todo, y luego preguntó con una voz bajita, pero directa:

—¿Y qué es eso de los tres días en el cielo… y en el infierno?

Sentí un escalofrío en el estómago. Me atraganté con mi propia saliva y tosí, incómoda, sintiendo el calor subirme por las mejillas.

Habíamos llegado a terreno… más adulto.

—Bueno… —empecé, dudando— Antes de seguir, Cream… ¿tú sabes cómo nacen los bebés?

Ella se sonrojó al instante, mirando hacia un lado.

—Sí… lo básico.

Asentí, tratando de encontrar el equilibrio entre honestidad y cuidado.

—Está bien. Entonces… verás, el Festival de Unión no solo existe para encontrar pareja. También es la época más fértil del año para las mujeres... Nuestros cuerpos se preparan, de forma natural, para reproducirse… y eso trae sensaciones fuertes.

Me llevé una mano al rostro, aún sintiéndome algo nerviosa, pero sabiendo que tenía que hablar con sinceridad. Cream merecía información clara y respetuosa. Respiré hondo.

—Hagamos una historia… tú como ejemplo, ¿te parece?

Ella asintió, con los ojos bien abiertos.

—Imaginemos que tú y un chico se gustan durante el festival. Se atraen, empiezan a salir, a tomarse de la mano, a darse besos, a conocerse poco a poco…

Ella asintió con un leve sonrojo.

—Con el tiempo, si ambos se sienten listos y hay confianza, pueden empezar a tener intimidad física. A veces, eso incluye relaciones sexuales. —Hice una pequeña pausa— Y cuando ese chico… eyacula dentro de ti… eso se llama “Marcar”.

Cream abrió un poco los ojos, sin hablar. Yo continué con delicadeza:

—Marcar significa que tu cuerpo empieza a reconocer su esencia. Es como si lo identificara, biológicamente, como “tu macho”. Cada vez que eso ocurre, esa conexión se vuelve más fuerte. Y cuando llega el festival del año siguiente, tu cuerpo lo va a buscar. Literalmente va a querer atraerlo. ¿Me sigues?

—Sí… creo que sí —respondió, un poco tímida.

Yo le tomé la mano suavemente, para asegurarme de que no se sintiera sola en esto.

—Durante esos tres días del festival, las mujeres marcadas entran en un estado que se llama celo. No es algo que puedas controlar. Tu cuerpo empieza a liberar feromonas sin parar para atraer al macho que te marcó. Y mientras eso pasa, empiezas a sentir cosas intensas.

Hice una pausa. Mi voz bajó un poco.

—Se dice que es como si tu cuerpo ardiera. Te tiembla todo… hay necesidad física constante. No puedes ni comer ni dormir. Es muy difícil resistirlo, y esas sensaciones solo se calman si estás con la persona que te marcó. Si él se reproduce contigo.

Cream se quedó en silencio, visiblemente sorprendida. Sus mejillas estaban encendidas, pero no apartó la mirada.

—Por eso es tan importante que sepas bien lo que estás haciendo antes de llegar a ese punto —dije con suavidad, buscando sus ojos— Es algo que puede afectar tu futuro y tu bienestar.

Cream asintió despacio, como si mis palabras hubieran despertado algo nuevo en ella.

Tomé aire antes de continuar, con un tono más serio:

—Y quiero que entiendas algo más… la razón por la que le llaman “los tres días en el cielo y en el infierno”. Dicen que se siente como el cielo cuando estás con tu pareja, con el macho que elegiste, pero es un infierno si estás sola. Durante esos tres días, tu cuerpo entra en celo y la necesidad de estar con él puede volverse abrumadora… incluso dolorosa.

Vi cómo sus orejas bajaban un poco, y seguí hablando con delicadeza:

—Muchas parejas, para evitar embarazos no deseados, deciden mantenerse alejadas durante el festival. Pero eso significa que la hembra tiene que pasar por todo eso sola. Sin compañía, sin consuelo, sin alivio… aguantando hasta que termina el festival. Y no es fácil.

Ella me miró con los ojos un poco más abiertos, sorprendida.

—Por eso, si aún no estás lista para pasar por eso, es mejor usar protección —añadí con firmeza pero sin dureza— No dejes que te marquen hasta que estés realmente segura de que es el momento.

Cream levantó una ceja, un poco confundida.

—¿Protección?

Asentí con una sonrisa leve.

—Sí. Es algo que inventaron los humanos. Se le llama condón, es un tipo de funda, para el miembro… masculino, que impide que te marquen. No es algo que se use mucho, pero existe. Puede ayudarte a mantener el control hasta que estés preparada.

Ella asintió lentamente, con una expresión seria en el rostro.

—Ok… ya entiendo.

Cream me apretó la mano con delicadeza. La vi bajar la mirada por un segundo, como buscando el valor entre sus pensamientos, y luego me habló en voz baja:

—Gracias, Amy… por explicarme. De verdad, gracias. Son muchas cosas… que no entendía del todo. Y a veces siento que el mundo todavía me ve como una niña pequeña… —sus ojos se alzaron hacia los míos, brillando con una sinceridad que me apretó el pecho— Gracias por no verme así.

Me quedé en silencio un momento, sintiendo cómo sus palabras se me metían muy hondo. Apreté suavemente su mano entre las mías, con cariño.

—Cream… tú eres mucho más fuerte y más sabia de lo que crees. Y mereces que te hablen con verdad, con respeto… como la joven mujer que estás llegando a ser.

Ella sonrió, tímida pero genuina, y en ese instante supe que este momento sería importante para ambas.

Cream me soltó lentamente, llevó una mano a la bandeja, tomó otra galleta y su taza de té. Dio un sorbo en silencio. Yo la imité, mordí una de las galletas que había tomado y de inmediato reconocí el sabor.

Mocha. 

Otro sabor favorito de Shadow. Desde hace tiempo las empecé a preparar y tenerlas listas, para las tardes que él podría venir de imprevisto.

Tomé otro sorbo de té para suavizarlo, pero fue entonces cuando la escuché hablar, con voz algo dudosa.

—Mmm... No estoy segura de si debería decir esto, pero... ¿pasó algo entre tú y el señor Shadow?

Sentí que el té se me iba por el camino equivocado. Tosí un poco, dejando la taza en la mesa y limpiándome la comisura de los labios.

—¿A qué te refieres? —pregunté, tratando de sonar más tranquila de lo que me sentía.

—Anoche vi una publicación tuya —dijo, bajando la mirada un segundo— Decías que tú y Shadow no habían roto, y que dejaran de inventar rumores. Me pregunté de qué se trataba, así que busqué… y encontré algunos artículos que hablaban de una supuesta ruptura. No sabía si debía preguntarte.

Suspiré. Bajé la vista a mi taza, viendo cómo el vapor se elevaba lento, como si esperara que me diera las palabras. Me tomé unos segundos para ordenar lo que sentía. Cream había confiado en mí para hablar de sus dudas y miedos, lo menos que podía hacer era corresponderle con la misma sinceridad.

—No… no hemos terminado —respondí al fin, con voz suave— Pero Shadow me pidió espacio. Distancia. Quiere pensar… aclarar su mente.

Vi cómo Cream fruncía las cejas, genuinamente confundida.

—¿Por qué? —preguntó, como si intentara encontrar sentido a algo que simplemente no encajaba—  Ustedes se veían tan felices… Tan unidos.

Asentí despacio, sin poder evitar una sonrisa apagada.

—Lo estábamos. Y aún lo estamos, creo… —desvié la mirada hacia la ventana— Pero no ha sido fácil. Nuestra relación ha tenido muchos obstáculos… Momentos que nunca terminaban como esperábamos. Citas interrumpidas. Ataques hacia mi persona y reputación por estar con él. Nuestra vida íntima no ha sido simple tampoco… Y todo eso, poco a poco, ha empezado a afectarlo.

—¿Al señor Shadow? —susurró Cream.

—Sí —asentí— Shadow… tiene una fuerza increíble. Es capaz de cargar con todo el mundo sobre sus hombros sin decir una palabra. Pero por dentro, su corazón… es otra historia. Es más frágil de lo que la gente piensa. Se culpa por todo. Por cada vez que yo salí herida, por cada cosa que no pudo controlar, por cada rumor que me hizo daño. Cree que él es la causa de todo lo malo que me ha pasado desde que estamos juntos.

Cream bajó la mirada, pensativa.

—Eso es muy triste…—dijo con voz baja.

—Lo es —respondí con un nudo en la garganta que intenté disimular con una sonrisa cansada— Y ahora… necesita estar solo. Necesita convencerse de que no está arruinando mi vida. Que no me está arrastrando con él. Y aunque me duele… estoy tratando de respetar eso.

Cream levantó la vista y me miró con sus ojos color chocolate, llenos de tristeza.

—Tú también estás cargando con mucho, Amy…

Su voz fue apenas un susurro, pero sus palabras cayeron con el peso de una verdad que no quería admitir. Cream se acercó y, sin decir nada más, me rodeó con sus brazos. Yo la abracé de vuelta, apretando los labios para no quebrarme. Pero su calidez… su ternura… me desarmaron por dentro.

—Lo siento tanto, Amy… —susurró contra mi hombro— Siento que estés pasando por todo esto. Que tú y el señor Shadow estén sufriendo así. Ojalá pudiera hacer algo más. Pero pase lo que pase… siempre voy a estar aquí para ti.

Tragué saliva con dificultad, y mi voz salió más débil de lo que esperaba:

—Gracias, Cream… De verdad. A veces… a veces se me olvida que no tengo que ser fuerte todo el tiempo.

Y entonces, sin poder evitarlo, sentí cómo las lágrimas empezaban a deslizarse. Lágrimas silenciosas, suaves, que se perdían en el tejido de su abrigo mientras me sostenía con esos brazos que alguna vez fueron más pequeños… Lloré un poco, sin vergüenza, dejándome estar en ese consuelo que tanto necesitaba.

Eventualmente, aflojamos el abrazo. Me limpié las lágrimas con la manga de mi suéter y le sonreí, intentando aligerar el momento con un poco de humor, aunque mi voz aún sonaba algo quebrada.

—¿Quieres que te cuente una historia divertida?

Cream me miró con un leve fruncir de ceño, confundida al principio… pero luego asintió, esbozando una sonrisa suave.

—Cuando era niña, tendría unos ocho, nueve años, estaba completamente obsesionada con mis cartas de tarot —dije, dejando salir una risa baja al recordar— Me gustaba descifrar el futuro romántico de los demás. Me sentía como una adivina profesional.

Cream sonrió, interesada. Me animé a seguir.

—Un día me puse seria, muy seria. Encendí una vela, puse música suave, ya sabes, de esas tonadas raras que decía que atraían “buena energía” y le pregunté a las cartas: “¿Como sería mi futuro amoroso?”. Era la gran pregunta, la más importante de todas. Barajé con cuidado, corté el mazo y saqué tres cartas.

Me detuve un momento, sintiendo la nostalgia mezclarse con una leve vergüenza. Cream no dijo nada, solo me escuchaba con atención.

—La primera fue Los Enamorados . ¡Esa me encantó! Era perfecta. Me decía que tendría una conexión amorosa destinada. Luego salió La Fuerza , y eso también me hizo sentido… Porque incluso de niña ya sabía que iba a tener que luchar por ese amor. Y bueno, en ese entonces pensaba que era Sonic… ya sabes, él siempre huía de mí.

Hice una pequeña pausa y bajé un poco la voz.

—Y la última carta fue La Luna . Y no me gustó para nada. Se sentía rara… incierta. Esa carta no se parecía en nada a Sonic. No representaba ni su energía ni lo que yo sentía por él. Así que… hice trampa.

Cream parpadeó, sorprendida.

—¿Trampa?

Asentí, riendo un poco.

—Sí… Extendí las cartas de nuevo y busqué una que encajara mejor con lo que yo quería ver. Una carta luminosa, clara, esperanzadora. Y elegí La Estrella . Esa sí era Sonic para mí. Brillante, inspiradora, lejana, pero hermosa. Me aferré a esa idea por años. 

Dejé escapar un suspiro, más melancólico esta vez.

—Pero ahora… ahora que estoy con Shadow, y que he vivido todo esto con él… Me doy cuenta de que aquella carta, la que de verdad salió, La Luna ... siempre fue Shadow.

Cream ladeó la cabeza, curiosa.

—¿Y qué significa La Luna ?

Me quedé en silencio por un segundo, pensando bien mis palabras.

La Luna representa lo oculto, lo profundo, las emociones intensas, los miedos… las verdades que no se ven a simple vista. También habla de confusión, de caminos que no están del todo iluminados.

Miré hacia abajo, mis manos alrededor de la taza humeante de té. 

—Claro, el destino no está escrito en piedra. Las cartas solo muestran posibilidades, no certezas. Solo era una vista a un posible futuro… pero yo no quise escuchar. Y si tal vez lo hubiera tomado en serio… mi relación con Shadow sería diferente.

Tomé otro sorbo de mi té.

—Pero sabes… si pude esperar más de diez años por alguien que nunca me eligió, entonces puedo esperar lo que sea por alguien que sí lo hizo… incluso si ahora necesita tiempo para sanar.

Cream apretó suavemente mi mano, como si quisiera asegurarse de que estaba de verdad ahí, de que no me desvanecería en medio de todo lo que estaba sintiendo.

—¿Vas a estar bien, Amy?

Su pregunta fue tan simple… pero tan profunda. La miré y le sonreí con ternura, intentando disipar la niebla de la melancolía que aún flotaba en mí.

—Voy a estar bien —dije, con un tono juguetón, flexionando el brazo con exageración— Soy una chica fuerte, después de todo.

Hice fuerza justo lo suficiente para que el bulto del músculo se marcara bajo la tela de mi suéter. Cream soltó una risa dulce, y por un instante, el ambiente se llenó de calidez.

Entonces, con una chispa de timidez en los ojos, me preguntó:

—¿Crees que podrías hacerme una lectura? Me gustaría saber… mi futuro amoroso.

Sus mejillas se tiñeron de un rosa suave, y su voz tembló apenas al pronunciar las palabras. Me sorprendió un poco, pero luego le sonreí con entusiasmo.

—¡Por supuesto, Cream! Dame un segundito.

Dejé con cuidado mi taza de té sobre la mesita de centro y me levanté. Subí las escaleras hasta mi habitación, fui directo a mi escritorio y abrí la gaveta superior, donde guardaba mi mazo de tarot y lo saque de su caja. Lo sostuve entre las manos un momento, permitiendo que el cosquilleo familiar recorriera mis dedos.

Bajé con paso liviano y me senté de nuevo a su lado. Coloqué el mazo sobre la mesa con cuidado ceremonial.

—Pon tu mano sobre las cartas y haz tu pregunta —le dije, con voz suave y envolvente.

Cream cerró los ojos y respiró hondo. Su expresión era de pura concentración.

—Quiero saber… sobre mi futuro amoroso.

Tome las cartas entre mis manos, dejando que esa intención impregnara el aire. Cerré los ojos por un momento, centrándome. Sentí cómo su energía fluía hacia las cartas, tibia y clara como el agua. Entonces barajé con calma, y saqué tres cartas, colocándolas boca abajo frente a nosotras, formando una línea.

—¿Estas lista?

Cream asintió nerviosa.

—Estoy lista…

—Veamos qué nos dicen las cartas —susurré, y giré la primera. —El Dos de Copas.

Cream se quedó viendo la imagen de dos figuras sosteniendo copas en sus manos.

—Ah… —sonreí—  Esto habla de una conexión especial, una relación que florece. Un vínculo genuino y afectuoso. Esta carta representa el inicio de un amor profundo, quizás inesperado… pero muy sincero.

Cream parpadeó, un poco sonrojada.

—¿Y la siguiente?

Giré la segunda carta.

—El Diablo.

Me detuve un momento, contemplando los detalles del arcano. Cream notó mi silencio.

—¿Es… mala?

Negué con suavidad.

—No exactamente. El Diablo habla de deseo, de pasión intensa, pero también de apegos y tentaciones. Es una carta poderosa. Podría significar que te verás envuelta en una situación emocional complicada, quizá atrapada entre sentimientos intensos que te confundan. Mucho drama.

Cream me miró con ojos grandes, entre asombrada y nerviosa.

—¿Y la última?

Volteé la tercera carta… y al verla, mi voz se detuvo un segundo.

—El Dos de Espadas —murmuré.

Cream ladeó un poco la cabeza.

—Es una carta de decisiones —dije, mirándola con suavidad— De indecisión. Significa que te verás dividida entre dos caminos. Dos personas. Y solo tú podrás elegir a cuál seguir.

Ella se quedó muy quieta, procesando en silencio. Sus ojos se agrandaron un poco.

—¿Dos personas…? ¿Yo?

—Eso parece —reí en voz baja, como si le compartiera un secreto— Vas a estar en medio de un triángulo amoroso. Dos amores distintos. Y tú, con el corazón en las manos, intentando decidir a quién realmente pertenece.

Cream bajó la mirada y se llevó una mano al pecho, como si ya pudiera sentir esa futura confusión… pero también sonreía, con un brillo en la mirada.

—Eso suena… un poco aterrador. Pero también emocionante.

—Lo es —dije— Pero recuerda: el tarot no dicta tu destino. Solo te muestra los caminos posibles. Eres tú quien elige cuál seguir.

Ella asintió despacio, pensativa, como si las cartas hubieran abierto una pequeña puerta dentro de ella. Yo me quedé en silencio por un momento, observándola. Tal vez su viaje apenas estaba comenzando.

—Tus cartas de tarot son increíbles —dijo al fin, mirando las figuras ahora boca abajo sobre la mesa—  Lo saben todo.

Reí un poco, tocando con cariño el borde del mazo.

—Sí, lo son —dije— Pero tienen sus límites. No pueden darte respuestas exactas como un sí o un no. Tampoco nombres, fechas o lugares. Lo que ofrecen son posibilidades. Caminos. Razones. Y a veces advertencias.

Mientras hablaba, deslicé cuidadosamente las cartas entre mis dedos y empecé a guardarlas dentro de su caja.

—También hay que saber cómo preguntar —añadí, mirando a Cream— Hay que hacer las preguntas correctas… y saber interpretar las respuestas. Sino, es incomprensible.

—¿Ah sí? —pregunto Cream, levantando una ceja,.

—Es como intentar leer un libro sin entender el idioma. Puedes mirar las palabras, pero no sabrás lo que significan hasta que aprendas a escucharlas de verdad.

Cream miró la caja decorada con lunas y estrellas con respeto, como si contuviera un secreto antiguo. Sus ojos brillantes, se detuvieron en mí con genuina curiosidad.

—Si las cartas no pueden decirte lugares… entonces, ¿cómo hacías para encontrar a Sonic tan fácilmente?

Solté una pequeña risa nostálgica.

—Con radiestesia —expliqué, acomodándome sobre el sofá mientras cerraba con cuidado la tapa de la caja— Usaba un péndulo. Primero lo sostenía sobre un mapa para localizar una zona general, y luego, ya en el lugar, seguía la dirección en la que se movía para afinar la búsqueda.

Cream se enderezó un poco, intrigada.

—¿Aún puedes hacerlo?

Asentí, con una sonrisa tranquila.

—Sí. O al menos… creo que sí. Hace tiempo que no lo intento, pero es una herramienta muy útil. Especialmente para encontrar personas o objetos perdidos. Solo se necesita concentración, un objetivo claro… y fe en la conexión.

Ella parpadeó, admirada, como si acabara de descubrir un truco mágico.

—Eso es increíble, Amy.

—No es magia —le dije suavemente, mientras dejaba la caja en la mesa— Es solo una forma diferente de escuchar. A veces el mundo nos habla… solo que no todos saben cómo escucharlo.

Cream me miró con curiosidad sincera.

—¿Dónde aprendiste todo esto? ¿Quién te enseñó?

Bajé la mirada, intentando escarbar entre los recuerdos... pero todo era bruma y silencio.

—No lo sé con certeza —dije despacio— No recuerdo mucho de antes del gran incendio.

—¿Incendio? —repitió Cream, ladeando la cabeza.

Asentí, sintiendo ese nudo antiguo en el pecho.

—Sí. Fue hace muchos años…. Eggman provocó un incendio enorme en el pueblo y sus alrededores. Yo tenía como siete años. Ese día… perdí a mis padres. Nunca más los volví a ver.

Me quedé en silencio unos segundos, obligándome a mantener la voz firme.

—Solo recuerdo haber terminado en un refugio, rodeada de gente herida, todo cubierto de humo… Y fue allí donde conocí a tu mamá. Ella estaba ayudando como voluntaria, repartiendo mantas y comida. Desde entonces… ella fue una de las pocas personas que me hizo sentir segura otra vez.

Desvié la mirada, sonriendo con tristeza.

—Empecé a vivir por mi cuenta poco después, pero visitaba a tu mamá cuando podía. Fue ella quien me enseñó a cocinar… como coser… incluso a hacer las compras con cuidado. 

La miré con ternura, una pequeña sonrisa asomando en mis labios.

—Eras una bebé adorable en aquel entonces. Aún recuerdo cuando ayudaba a Vanilla a cuidarte… jugar contigo, vigilarte mientras dormías. Me encantaba pasar tiempo con ustedes.

Cream se acercó con  tanta rapidez que hizo que Cheese perdiera el equilibrio sobre sus piernas. El pequeño Chao soltó un chillido suave y empezó a flotar con torpeza en el aire. Ella tomó mi mano y preguntó con la voz baja:

—Entonces… si eso fue cuando yo era bebé… ¿conociste a mi papá?

Negué despacio, sin soltar su mano.

—No… lo siento, Cream. Nunca llegué a conocerlo.

Ella bajó la cabeza y me soltó la mano. Sus orejas cayeron más de lo normal, dándole una expresión frágil que me rompió un poco el corazón. Llevé la mano a su espalda y la acaricié con ternura. Sabía exactamente cómo se sentía.

Había pasado tanto tiempo que yo tampoco podía recordar los rostros de mis padres… ni siquiera sus nombres.

Intenté pensar en algo, cualquier cosa que pudiera levantarle el ánimo. Y entonces lo recordé.

—Hey, Cream… Quería preguntarte algo. ¿Qué necesito para cuidar a un Chao?

Sus ojos se iluminaron de inmediato y alzó la cabeza, claramente emocionada. Cheese voló hacia ella y se posó sobre su cabeza con alegría.

—¡Oh! Cuando son recién nacidos necesitan comida especial —empezó a decir, contando con los dedos— Lo más recomendable es una cama aérea; pueden dormir en cualquier lugar suave, pero prefieren sitios altos. Y también necesitan entrenamiento especial si quieres que evolucionen.

Sonrió dulcemente.

—Aunque yo, personalmente, amo a Cheese tal como es… y lo amaría igual si algún día cambiara de forma.

La escuché con atención mientras me explicaba todo aquello con una emoción contagiosa. Su voz era suave, pero hablaba con tanta pasión que me hizo sonreír sin darme cuenta.

—También es importante bañarlos con frecuencia —continuó— No solo para que estén limpios, sino porque los relaja mucho. Cheese se queda dormido si le lavo la cabecita —dijo entre risitas, mirando hacia arriba donde su Chao se sentaba somnoliento.

—Wow… eso suena como tener un bebé —murmuré, medio en broma, pero con algo de asombro real en la voz. Miré hacia el lado del sofá, donde aún estaba el huevo cubierto entre sus mantitas. 

Cream asintió con fuerza.

—¡Exacto! Hay que cuidarlos, alimentarlos, jugar con ellos, enseñarles a ser buenos. Pero también… hay que dejar que sean ellos mismos. Cheese me enseña cosas todos los días, ¿verdad que sí? —dijo, mirando a su Chao, quien soltó un sonido alegre.

Nos reímos juntas. Me sentí más ligera.

—Gracias, Cream —le dije— Estaba un poco nerviosa con esto… pero ahora me siento más preparada.

Ella me sonrió con ternura.

—Lo harás muy bien, Amy. Lo sé. Ese Chao va a tener muchísima suerte de crecer contigo.

Me quedé un momento en silencio, conmovida. Luego miré de nuevo el huevo y susurré para mí misma: “Te vamos a cuidar muy bien, Bebe”.

Luego la miré con una sonrisa.

—¿Me acompañas de compras? Me gustaría estar lista.

Cream se levantó de golpe, emocionada.

—¡Por supuesto! Hay una tienda en Station Square que tiene de todo para Chao, ¡te va a encantar!

—Mándame la ubicación al teléfono —le pedí mientras me ponía de pie.

Ella sacó su celular entusiasmada y la mandó de inmediato. Pude escuchar la notificación en el mío apenas unos segundos después.

Recogí las tazas de té y las galletas sobrantes con cuidado, llevándolas a la cocina. Luego subí a mi habitación para cambiarme. No estaba vestida para una salida de compras, así que me puse algo lindo, cómodo, pero con estilo. Tomé el bolso rosa especial para el huevo y bajé por las escaleras de nuevo.

Al llegar a la sala, coloqué con cuidado el huevo dentro del bolso acolchonado. Cream se quedó maravillada al verlo.

—¡Oh, qué hermoso! —exclamó— Lo había visto en un catálogo hace años. Es edición limitada, ¿no?

Me lo colgué al pecho con orgullo.

—Así es. Lo compré después de que Sonic no quiso ver la película de Barbie conmigo —dije, dejando salir un suspiro cansado. —Vamos, Cream.

Ella asintió alegremente y alzó a Cheese en brazos. Juntas salimos de mi casa rumbo a mi Mini Cooper. Nos montamos, y le pasé el bolso con el huevo para que lo cuidara mientras yo conducía.

Encendí el motor, prendí la radio, y comencé a salir del estacionamiento. Los dados de peluche colgados del retrovisor se movieron un poco con el arranque. Cream, sentada a mi lado, giró hacia mí con una sonrisa tímida.

—Amy… ¿crees que me podrías dar clases de manejo?

La miré de reojo con una sonrisa.

—Por supuesto, Cream.

Y con eso, tomamos la carretera rumbo a Station Square. La tienda especializada en Chao era enorme, colorida y con todo lo que una nueva cuidadora podía necesitar. Cream me recomendó de todo: comida, juguetes, camas, jabones especiales, incluso un cepillo de dientes para Chao bebé. Y yo… me dejé llevar con gusto.

Salí de la tienda con las manos llenas de bolsas, tantas que tuve que meterlas en el maletero del Mini. Cream venía justo detrás, radiante, charlando feliz sobre todo lo que habíamos comprado para el huevo. La salida había sido tan linda que no quise que terminara allí, así que la invité a comer a un restaurante. Uno de verdad, no de comida rápida.

Cuando llegamos, sus ojos brillaron de emoción. Por suerte, no tuvimos que esperar mucho. Nos acomodaron en una mesa junto a la ventana, y el mesero nos entregó los menús. Era un restaurante de mar y tierra, con platillos de lo más variados. Me perdí leyendo las opciones, algunas combinaciones eran tan extravagantes que parecía que los chefs estaban jugando a ser alquimistas.

Entonces vi uno en particular. Tenía una descripción extraña pero llamativa… una mezcla de ingredientes tan improbable que me hizo sonreír.

—¿Y si pruebas este? —dije, divertida, levantando un poco la vista— Dice que es una exper—

Me detuve.

La silla frente a mí no estaba ocupada por un erizo oscuro de mirada intensa que comería cualquier cosa sin pensarlo dos veces. Era Cream. Una coneja dulce, de pelaje cremoso, que en ese momento hablaba con Cheese sobre qué ordenar.

El nudo en mi pecho fue inmediato.

Volví a mirar mi menú. Mis manos temblaban un poco mientras pasaba las páginas, sin leer realmente nada. De pronto, todos los platillos me parecieron demasiado. Demasiado elaborados. Demasiado ajenos.

Pedí algo sencillo. Algo que no requiriera pensarlo mucho. Porque si lo pensaba demasiado… iba a doler.

Hablamos con calma mientras esperábamos nuestros platillos, y cuando llegaron, ambas comenzamos a disfrutar la comida. Cream tomó una porción de su plato y la sirvió cuidadosamente en un pequeño recipiente que sacó de su bolso para Cheese. Estaba preparada para todo.

—Eres toda una experta —comenté mientras cortaba mi carne, observándola con una sonrisa.

Ella se rió con dulzura.
—No diría experta… pero Cheese ha estado conmigo desde siempre.

Cheese empezó a comer feliz, usando un par de cubiertos miniatura. Se le notaba contento, moviendo sus alitas mientras masticaba.

—Estoy pensando en estudiar algo relacionado con los Chao —añadió Cream de repente, sin dejar de mirar a su compañero.

Levanté la vista, curiosa.
—¿Ah, sí?

Ella asintió con entusiasmo.
—Me gusta hornear y ayudar a mamá en la cafetería, claro… pero quiero algo más. Quiero estudiar todo sobre ellos… trabajar en un santuario para Chao, como cuidadora.

—Eso suena increíble, Cream —le dije con sinceridad.

Se sonrojó un poco.
—Aún lo estoy pensando…

—Yo también estoy en esa etapa —le confesé— Tu mamá me dijo que debería considerar entrar a la academia de repostería el próximo año.

—¿Te refieres a esa súper famosa a la que siempre quisiste ir? —preguntó con los ojos bien abiertos.

Asentí, con una mezcla de ilusión y nervios.
—Sí… tengo el dinero para la matrícula… pero aún necesito pensarlo bien.

Cream apoyó los codos en la mesa, mirándome con determinación.
—Deberías seguir tus sueños, Amy. Ya no hay guerra, ni virus, ni Eggman. El mundo está en paz. Creo que… ya es tiempo de vivir tu vida.

La miré un segundo, sonreí, y asentí de nuevo.
—Tienes razón en eso.

Me llevé un buen bocado de comida a la boca, sintiendo que aquellas palabras me habían llegado al fondo del pecho. El almuerzo continuó alegre, entre risas y anécdotas, hasta que finalmente llegó la hora de pagar.

Cuando el mesero regresó con la cuenta, noté que había algo más dentro del folder: un papel doblado cuidadosamente. Lo saqué con disimulo, fingiendo revisar la factura, pero en cuanto leí lo que decía : "Llámame" , seguido de un número, no pude evitar sentir un pequeño nudo en el estómago.

Alcé la vista hacia el mesero, un chacal de pelaje oscuro que me observaba con una sonrisa ladeada, dejando claro que no se trataba de un error.

Era la primera vez que alguien me dejaba su número de esa forma, y en lugar de sentirme halagada, solo me sentí incómoda. No supe cómo reaccionar, ni qué se suponía que debía hacer en una situación como esa. Solo quería que se alejara.

Volví la vista al folder, intentando enfocarme en la cuenta como si nada hubiera pasado. Escribí la propina, un poco menor de lo que normalmente solía dejar, y guardé el papel adentro de nuevo. Luego le entregué el folder junto con mi tarjeta, acompañándolo de una sonrisa amable… completamente fingida.

—Aquí tiene —dije con voz tranquila, casi automática— Todo bien, gracias.

Él la tomó con naturalidad y se alejó, perdiéndose entre las mesas. Traté de respirar hondo y seguir como si nada, pero mi expresión debió delatarme.

 

—¿Qué pasa, Amy? —preguntó Cream, mirándome con preocupación.

—Nada —respondí, bajando la vista mientras rompía el papel en dos, dejando los pedazos sobre la mesa como si fueran migajas de algo que no merecía atención.

Cuando el mesero volvió con mi tarjeta y la factura, le di un “gracias” forzado, acompañado de una sonrisa que no me salía del corazón. Salimos del restaurante en silencio, y caminamos directo hacia mi auto.

Dejé a Cream en su casa, y Vanilla me invitó a pasar un rato. Acepté. No tenía ganas de estar sola todavía, y su casa siempre se sentía como un lugar seguro.

Unos minutos después, ya estábamos en su comedor. Vanilla colocó con cuidado una bandeja con té y galletitas en la mesa de centro, se sentó frente a mí y me ofreció una taza con su clásica sonrisa serena.

—¿Y cómo van las cosas con Shadow? —preguntó con naturalidad, como quien pregunta por el clima— ¿Ya le contaste sobre la escuela de repostería?

Me quedé unos segundos en silencio, mirando el vapor que salía de mi taza.

—No… no le he dicho nada todavía —admití, bajando un poco la voz— En realidad… no sé si debería contarle.

Vanilla no dijo nada enseguida. Me dio espacio. Solo asintió despacio, dándome a entender que podía tomar mi tiempo si quería hablar.

—Últimamente las cosas se pusieron raras entre nosotros —confesé al fin, sintiendo un nudo apretarse en mi estómago— Le conté algo que llevaba tiempo guardándome… un incidente que ocurrió…  y bueno… eso lo afectó más de lo que imaginé. Me pidió tiempo. Dijo que necesitaba pensar.

Vanilla frunció el ceño y torció ligeramente los labios. Un gesto extraño en ella, como un parpadeo de dolor contenido. Solo se lo había visto una vez antes… cuando alguien mencionó a su ex pareja.

—¿Vanilla? —pregunté con cuidado.

Ella parpadeó, como si volviera en sí, y rápidamente llevó su taza a los labios, ocultando por un momento su expresión tras el borde de la porcelana. Fingió normalidad, pero no engañaba a nadie. Al menos, no a mí.

—¿Te recuerda a alguien? —pregunté con más suavidad, con cuidado de no presionar.

Vanilla desvió la mirada hacia las escaleras, como asegurándose de que Cream aún estaba en su habitación. Luego bajó la voz, sin mirar directamente, como si las palabras le costaran salir.

—Solo me trajo recuerdos… —dijo con lentitud, dejando que la amargura se colara en su voz— De alguien que también me dijo que necesitaba tiempo. Y nunca volvió.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire como una sombra pesada. No me atreví a decir nada más. Todos conocíamos esa regla no escrita: nunca se hablaba del padre de Cream.

Solo tomé mi taza entre las manos y le di un sorbo al té, que de pronto me supo más amargo. Ninguna de las dos volvió a hablar. La habitación se llenó de un silencio denso, solo interrumpido por el suave tintinear de las cucharitas al chocar con la porcelana.

Pasaron unos minutos así, en esa pausa silenciosa que no sabíamos cómo romper. Hasta que se escucharon unos pasos rápidos bajando la escalera.

—¡Ya la encontré! —gritó Cream, entrando al comedor con su libreta rosada en la mano— ¡Aquí está todo lo del aniversario del año pasado! ¡Ya tengo unas ideas para los carteles y los cupcakes temáticos!

Vanilla sonrió al verla y yo dejé la taza sobre la mesa con un leve suspiro. El ambiente se había vuelto denso, pero la voz alegre de Cream lo fue disipando poco a poco. Las tres nos inclinamos sobre la libreta, formando un pequeño círculo, dejando que las ideas para el aniversario de la cafetería fluyeran sin prisa. Entre bocetos improvisados, risas suaves y comentarios al azar, la tarde se fue escapando sin que nos diéramos cuenta.

Al cabo de un par de horas, me despedí y emprendí el camino de regreso a casa.

Al cruzar el umbral, dejé caer las bolsas de compras sobre la mesa de centro, sin cuidado, y me dejé caer en el sofá, abrazando con suavidad el bolso especial donde estaba mi huevo Chao. 

Mis ojos se posaron en las bolsas. Normalmente, salir de compras me levantaba el ánimo; me distraía, me hacía sentir en control. Pero esta vez, nada de eso había funcionado. Ni siquiera pasar tiempo con mis amigas había logrado hacerme sentir mejor.

Una sensación de vacío se extendía en mi pecho, como si nada pudiera llenar ese hueco. Tal vez necesitaba liberar esta tensión de otra forma.

Me levanté del sofá con un suspiro, acomodé con cuidado el bolso del huevo en el sillón y me dirigí hacia las escaleras. En mi habitación, abrí el armario y saqué mi viejo bolso rosa de gimnasio. Lo abrí y metí mi toalla rosa favorita, suave y con ese olor familiar a fresa. Luego empecé a desvestirme lentamente, dejando caer la ropa del día sobre la cama. Me puse un top negro de entrenamiento y unas licras deportivas a juego que se ajustaban perfectamente a mis piernas.

Me calcé unas medias cortas y luego mis tenis deportivos, ya un poco desgastados por el uso. Agregué mis vendas para muñecas y mis guantes de combate dentro del bolso, y con todo listo, me lo colgué al hombro.

Antes de salir, bajé a la cocina y llené mi enorme botella de agua, escuchando el sonido del líquido llenar el espacio como un preludio de calma. Tal vez, solo tal vez, un buen entrenamiento era justo lo que necesitaba para sentirme viva otra vez.

Con mi bolso de gimnasio en un hombro y el bolso del huevo Chao en el otro, subí a mi auto y conduje rumbo a mi gimnasio habitual. El trayecto fue corto, pero el silencio del auto me dio tiempo para ordenar mis pensamientos. Al llegar, estacioné como de costumbre, tomé ambos bolsos y me bajé.

El enorme letrero sobre la entrada seguía igual que siempre: “Gym Rats”, letras grandes, musculosas y brillantes. Apenas crucé la puerta, una voz conocida me recibió con entusiasmo.

—¡Amy! ¡Tanto tiempo! Pensamos que te habías cambiado de gimnasio —exclamó una lora de plumaje verdoso que trabajaba en recepción.

Me reí, un poco apenada.

—Lamento no haber venido en todo un mes… Me lastimé y no podía entrenar —expliqué.

—¿Estás bien? —preguntó, bajando el tono con una mirada preocupada.

—Sí. Y más que lista para volver.

Eso pareció alegrarla.

—Me alegra mucho escucharlo —dijo con una sonrisa, y entonces me vio levantar el bolso del huevo. 

—¿Tienen guardería para huevos Chao? —pregunté.

—No, pero si quieres, puedo cuidarlo yo —respondió con amabilidad.

Tomó el bolso con cuidado y lo colocó con suavidad sobre el mostrador, acariciando con sus dedos la superficie del huevo.

—Es adorable —comentó.

—Lo es —sonreí, orgullosa.

—Aquí tienes tu llave del locker —dijo, extendiéndomela.

—Gracias.

Me adentré en el gimnasio, reconociendo de inmediato el ambiente: el sonido de pesas cayendo, el eco de las zapatillas contra el suelo de goma, las voces de los entrenadores corrigiendo posturas. Era un escenario tan familiar como reconfortante. Vi algunas caras conocidas y otras nuevas, pero no me detuve a saludar. Tenía una meta.

Llegué a los lockers, me senté en una banca y abrí mi bolso. Saqué mi toalla, la botella de agua y comencé a envolver mis manos con las vendas, asegurando cada vuelta con firmeza antes de colocarme mis guantes de combate. Guardé el resto de cosas en el bolso, lo metí dentro del locker, cerré con llave y la escondí en un pequeño compartimento secreto dentro de mi top, un truco que Rouge me había enseñado años atrás.

Con todo listo, salí rumbo a la zona de los sacos de boxeo. Coloqué mi toalla y botella en el suelo a un lado, di un par de pasos hacia atrás y empecé a calentar, estirando los brazos, el cuello y las piernas. Sentí cómo mis músculos despertaban, tensos al inicio pero obedientes, como viejos amigos que se reencontraban conmigo después de un tiempo.

Hoy iba a sudar, y lo necesitaba.

Empecé con unos jabs ligeros, sintiendo el ritmo en cada impacto contra el saco de boxeo. Poco a poco fui acelerando, variando los golpes: jabs, derechazos, ganchos, golpes al hígado… uno tras otro, haciéndome sudar. Con cada golpe dejaba salir un rugido de frustración, liberando el peso que tenía en el pecho, dejando que mi espíritu se desahogara con cada sensación de mis nudillos golpeando el saco.

Antes, esos mismos sacos habían sido testigos silenciosos de muchas de mis lágrimas. Lágrimas por cada vez que Sonic me rechazaba, por cada salida a la que me decía que no. Pero esta vez… esta vez no lloraba por él.

Lloraba por otro.
Por un erizo de pelaje oscuro, que parecía odiarse a sí mismo, incluso cuando recibía respeto, cariño… y amor.

—¡¿Por qué…?! —grité sin poder contenerlo— ¡¿Por qué tienes que huir…?!

Mis golpes se volvieron más violentos, menos coordinados. Solo quería golpear. Solo quería que dejara de doler. Podía sentir algunas miradas a mi alrededor. Muchos ya me conocían y sabían dejarme en paz. Otros… simplemente preferían no acercarse a la chica que lloraba mientras golpeaba con rabia un saco de boxeo.

Sentía el ardor en los brazos, los latidos acelerados, el sudor corriendo por mi espalda. Y aun así, no paraba. No quería parar.

—¡Siempre te estás castigando! —grité con un golpe al centro del saco— ¡¡Te niegas a perdonarte a ti mismo!!

Otro derechazo.

—¡Soy tu novia, maldita sea! ¡Deja de alejarme!

Un hook con la izquierda. Otro con la derecha. El saco se balanceaba con violencia.

—¡Te amo, estúpido! ¡Te amo! 

Mis nudillos ardían debajo de las vendas. Sabía que me estaba haciendo daño, que no debía seguir golpeando así… pero no podía detenerme. Lo único que podía hacer era golpear y gritar.

—¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí, demonios! ¿¡Por qué no puedes quedarte tú también!?

Golpeaba el saco sin parar. Ya no fue fuerza lo que me impulsaba, sino pura rabia y dolor.

—¡¿Por qué tienes que arrastrar tu maldito pasado como una cadena?! ¡¿Por qué no puedes dejar de creer que estás roto?! ¡¡No lo estás, Shadow!! ¡¡No lo estás!!

Lancé un último golpe, con todas mis fuerzas, y el saco salió disparado hacia atrás, balanceándose con violencia hasta casi golpear la pared. Cuando al fin se detuvo, apoyé los puños contra la lona áspera y dejé caer la frente sobre ella, respirando entre jadeos rotos.

No sé cuánto tiempo me quedé así. Solo notaba las lágrimas abriéndose paso, tibias, mezclándose con el sudor que me empapaba. Y aun así… no sentía alivio.

Solo un gran, inmenso vacío.

—Shadow grandisimo idiota… —susurré entre dientes, apenas respirando— te extraño…

Entonces escuché un silbido, lo suficientemente fuerte como para sacarme de mi rabia. Giré la cabeza hacia la fuente del sonido.

De pie, cerca del área de pesas, estaba una tortuga corpulenta, con brazos musculosos, cicatrices por toda la piel verdosa y el caparazón agrietado como si hubiera vivido mil batallas. Llevaba una gorra roja desgastada sobre la cabeza y me observaba con una media sonrisa. Nunca lo había visto antes.

—He estado viniendo toda la semana y eres la primera que veo que realmente sabe golpear —dijo con voz grave, rasposa.

Me pasé el antebrazo por la frente, limpiándome el sudor, mientras trataba de recuperar el aliento.

—Gracias —respondí, con una ligera sonrisa.

—Soy Red —dijo, dando un paso al frente.

—Amy Rose. Un gusto.

Él arqueó una ceja, como si de pronto todas las piezas encajaran.

—Con razón me resultabas familiar… —dijo, ladeando la cabeza con una media sonrisa— La heroína de la Resistencia, ¿cierto?

No pude evitar sonreír con cierta nostalgia.

—Hace años de eso —respondí, encogiéndome de hombros.

Él se rió con una mezcla de burla y respeto, luego escaneó la sala con la mirada.

—¿Te animás a una ronda? —preguntó con un gesto hacia el ring— Sos la única por aquí que parece capaz de darme una buena pelea. La mayoría solo viene a sacarse selfies con los guantes puestos.

Me reí, bajando un poco la guardia ante el desconocido..

—Claro, ¿por qué no? Hace rato que no tengo una buena pelea.

Red sonrió con aprobación y se giró para caminar hacia el cuadrilátero.

Me agaché, tomé mi toalla y mi botella. Mientras me secaba el rostro y daba un buen trago, lo seguí al ring, sintiendo cómo la rabia en mi pecho empezaba a transformarse en algo más manejable.

Con un cambio de guantes y las protecciones adecuadas, subí al ring. Red ya estaba al otro lado del cuadrilátero, girando los hombros para calentar mientras mascaba chicle como si esto fuera solo otro martes.

Poco a poco, varios curiosos del gimnasio comenzaron a acercarse, rodeando el área. Escuché algunas voces entre la multitud:

—¡Tú puedes, Amy!
—¡Demuéstrale cómo se hace!
—¡Vamos, chica martillo!

Sonreí con un poco de nervios, pero también con una chispa de orgullo. A pesar de todo, aún quedaba algo de leyenda en mi nombre.

Uno de los entrenadores subió al ring para hacer de referí. Tenía el silbato colgado al cuello y la voz grave:

—Quiero una pelea limpia, nada de golpes bajos ni empujones. Toquen guantes... y a la señal, ¡pelea!

Red chocó sus puños contra los míos con una sonrisa de medio lado. Sus nudillos eran duros como piedra. El referí dio un paso atrás, levantó la mano y luego la bajó de golpe.

—¡A pelear!

Me puse en posición al instante, el cuerpo bajo, los pies firmes, los brazos listos. Red también bajó su centro de gravedad, los puños cerca del rostro, los codos cerrados. Su postura era de manual: un in-fighter , uno que se mete en tu espacio, golpea duro y no deja respirar.

Yo no podía igualar su fuerza directamente, no con los brazaletes puestos y las restricciones de seguridad del ring. Pero sí podía ser más rápida. Más lista. Tenía que observar. Esperar. Golpear en el momento exacto.

Mi corazón latía con fuerza. No solo por la pelea, sino por todo lo que llevaba dentro. Si quería liberar esa tormenta, tenía que hacerlo bien.

Y entonces, cuando vi el primer leve movimiento en sus hombros, supe que el combate había comenzado.

Red dio el primer paso. Uno rápido, fuerte, y sin dudar. Lanzó un derechazo dirigido a mi costado. Me moví hacia atrás justo a tiempo, sintiendo el aire silbar junto a mis costillas. No era solo fuerza, era velocidad. Si me comía uno de esos golpes directo… estaría en el suelo.

—Vamos, rosadita, ¿eso es todo? —gruñó con una sonrisa confiada, los ojos encendidos por la adrenalina.

—¿Quién te enseñó a hablar así? ¿Tu abuela? —le respondí con una sonrisa burlona, fingiendo seguridad mientras analizaba su guardia.

Me deslicé a un costado y solté un jab rápido al centro de su pecho. No fue un golpe fuerte, pero sí lo suficiente para marcar distancia. Red intentó atraparme con un gancho, pero giré sobre mi eje y lancé un uppercut directo al mentón. Rozó su mandíbula. Nada mal.

Él retrocedió un paso y chasqueó la lengua.
—Tienes buen ritmo, pero no vas a mantenerlo.

—No subestimes cuánto puedo aguantar  —respondí con una sonrisa desafiante—pronto te vas quedar sin aliento.

Avancé con un uno-dos a su guardia. Sentí el rebote del impacto en mis muñecas. Enseguida retrocedí, esquivando el contragolpe. Sus golpes eran como martillazos: contundentes, rápidos, difíciles de leer.

—¡Dale, Amy! ¡No lo dejes respirar! —gritó alguien desde afuera.

—¡Es tu ring, nena, tu ring!

Inspiré hondo, y solté un gruñido mientras lanzaba una combinación rápida a su abdomen.

Red se cubrió, pero una de mis derechas le rozó la mejilla. Retrocedió con una sonrisa torcida.

—¡Eso es! —gruñó—. ¡Ahora sí estás peleando de verdad!

—Disfrútalo mientras puedas, tortugón —le respondí, con una mirada desafiante.

Lo presioné contra la esquina con una lluvia de golpes. No tan fuertes, pero constantes. Un martilleo incesante. Mi respiración ardía. Mi cuerpo temblaba, pero no por cansancio.

Era liberación.

Ese nudo que había estado apretando mi pecho durante dos días por fin comenzaba a soltarse. Se sentía como si una presión invisible que me había mantenido atrapada lentamente se desvaneciera con cada golpe que lanzaba, con cada respiración profunda que lograba tomar entre la lluvia constante de mis puños. 




Red logró bloquearme con un antebrazo y me empujó con el hombro. Dio un paso al frente y me lanzó un golpe cruzado, que apenas logré esquivar girando bajo su brazo. Me deslicé por el lado y le metí un gancho al hígado.

Él gruñó. Por primera vez, bajó los brazos un segundo.

—¡Vamos, Amy! ¡Lo estás logrando! —chilló alguien.

Sabía que no podía relajarme. Red se sacudió, dio un paso atrás, y esta vez me sorprendió con un golpe al hombro. Retrocedí, tambaleando apenas por el golpe. Ardía, pero no era nada que no pudiera soportar. Volví a mi guardia justo a tiempo para esquivar por centímetros el hook que venía directo a mi rostro. Escuché el viento cortado por su puño al pasar. Usé ese impulso para girar y colarme por el costado, apuntando con un jab rápido al flanco de Red.

Él gruñó, se giró y me lanzó una combinación de dos golpes rápidos. Bloqueé el primero con mi antebrazo, pero el segundo me rozó la costilla. Aproveché la cercanía para soltarle un uppercut corto al estómago. Lo escuché exhalar con fuerza y retroceder un paso.

—¡Así se hace, Amy! —gritaron desde afuera.

Red se relamió los labios, como si disfrutara cada segundo de este intercambio. Avanzó de nuevo, esta vez más rápido. Empezó a lanzar golpes más bajos, queriendo sacarme del balance. Respondí con movimientos de pies rápidos, esquivando, bloqueando, devolviendo uno que otro puño directo a su pecho o brazo.

Red lanzó una finta y por poco caigo. Corrigí a tiempo y respondí con una combinación propia: jab, jab, gancho al cuerpo.

La gente empezó a aplaudir al ritmo de los golpes. Red se rió.

—¡Eso es! ¡Así me gusta!

Una carcajada escapó de mis labios, clara y llena de energía, mientras sentía cómo la emoción del combate me envolvía por completo. El sonido de los aplausos y los gritos del público improvisado se mezclaba con el ritmo acelerado de mi corazón. Estaba disfrutando cada segundo, cada movimiento, cada golpe.

Sin dejar de sonreír, lancé otro golpe a su costado. La adrenalina corría por mis venas, y no había nada que pudiera quitarme esa sensación de estar verdaderamente viva.

 

Un puño suyo se estrelló contra mis guantes y me empujó hacia atrás. Tragué saliva y apreté los dientes, cargando de nuevo contra él. Lo forzamos a un breve intercambio cerrado, puño con puño, defensa contra defensa, como si ambos esperáramos que el otro cometiera el primer error.

Entonces, el silbato sonó. El referí alzó una mano y dio un paso entre nosotros.

—¡Tiempo! ¡Fin del primer round!

Ambos nos detuvimos de inmediato, respirando con fuerza. La tortu me dio una mirada de respeto, inclinando apenas la cabeza. Yo le devolví la sonrisa, jadeando, con el corazón retumbando como un tambor en mi pecho.

Estaba en mi esquina, respirando con fuerza mientras dos personas me asistían: uno me secaba el sudor con una toalla, el otro me ofrecía agua y palabras de aliento. Al otro lado del ring, pude ver a una tortuga parecida a Red, aunque más delgada, con menos cicatrices y una sonrisa despreocupada. Llevaba una gorra naranja hacia atrás y tenía cierta energía traviesa.

Lo vi animar a Red mientras le pasaba la botella de agua. Red, molesto, le soltó un golpe ligero en la cabeza, como si intentara ahuyentar su entusiasmo. A pesar de la rudeza, noté algo de cariño fraternal en ese gesto.

El referí se acercó al centro del ring y alzó la voz:
—¡Segundo round! ¡A sus posiciones!

Mis ayudantes improvisados bajaron del cuadrilátero, dejándonos solos otra vez. Me puse de pie, cuadrando los hombros. Sentí cómo el aire cambiaba a mi alrededor. El corazón me martillaba en el pecho, pero mi mente estaba más clara que nunca.

Estaba lista. Otra ronda comenzaba.

El resto del combate fue un borrón de golpes, esquivas y respiraciones entrecortadas. El ruido del público, el eco de las pisadas sobre la lona, el sudor cayendo por mi frente… todo se mezclaba en una corriente que me empujaba hacia adelante. No había espacio para pensar, solo para reaccionar.

Cuando el referí levantó ambos brazos, declarando un empate, una pequeña ovación estalló a nuestro alrededor. Sonrisas, silbidos y un par de palmadas resonaron desde fuera del ring. Red me dedicó una sonrisa ladeada y chocó sus guantes con los míos en un gesto de respeto.

—Buen combate —comentó la tortuga. 

Le devolví la sonrisa, chocando mis guantes con los suyos con firmeza.
—Sí, fue un buen combate.

 

Con esa despedida, ambos bajamos del cuadrilátero. Me separé de él para dirigirme al baño, buscando una ducha rápida que se llevara el sudor y el cansancio.

Quince minutos después, estaba frente al espejo del gimnasio, respirando lentamente mientras me pasaba una toalla húmeda por el rostro. Un moretón oscuro comenzaba a dibujarse en mi hombro, otro en las costillas, y mi labio estaba ligeramente hinchado. La adrenalina se había disipado, dejando en su lugar un zumbido sordo de agotamiento… y la satisfacción pura de haberlo dado todo.

—Había escuchado que la heroína de la Resistencia tiene una resistencia increíble… y vaya que no exageraban —dijo una voz grave detrás de mí.

Lo vi a través del espejo antes de girarme. Red caminaba hacia mí, con la toalla sobre un hombro, una bolsa de hielo presionada contra la mandíbula, y un par de moretones marcando su piel gruesa. Tenía una sonrisa ladeada, de esas que uno solo muestra cuando respetas de verdad a alguien.

—Gracias por eso —continuó— Hacía rato que no me hacían sudar de verdad.

Me encogí de hombros, sintiendo el pinchazo en el músculo adolorido.

—Igualmente. Pensé que me ibas a pulverizar.

Red soltó una carcajada baja y seca.

—Pff, por poco lo haces tú.— Hizo una pausa y me miró directo a los ojos. —Tenemos que hacerlo de nuevo algún día. En serio.

Lo pensé un momento y asentí.

—Sí… eso me gustaría.

Él me sonrió de vuelta, y lo vi alejarse mientras la otra tortuga —más delgada y de sonrisa relajada— le rodeaba los hombros con un brazo, riéndose de algo. Me hizo gracia la escena. Había sido divertido. Hacía tiempo que no peleaba así, sin presión, sin miedo. Solo por el gusto de hacerlo.

Fue entonces que capté la conversación de un pequeño grupo cerca del área de pesas. Tres tipos, todos sudados, secándose con toallas mientras hablaban bajo pero sin demasiado cuidado.

—¿Escucharon? El líder del Partido Purista renunció ayer —dijo un mapache musculoso, bebiendo agua de su botella de metal.

—¿Eh? ¿En serio? ¿Por qué? —preguntó un lobo de pelaje claro, con vendas en las muñecas.

—Por el caos de la protesta durante el festival. Parece que varios de los que armaron bronca eran de su círculo cercano… incluso su hijo.

—Wow —murmuró un azulejo, que estaba estirando las alas en una banca— Qué feo.

El mapache bajó la voz, como si de pronto se diera cuenta de que alguien más podía estar escuchando.

—No se lo digan a nadie, pero… un amigo me contó que también fue por un ataque terrorista.

El lobo se irguió, alerta.

—¿Terrorista?

—Sí —afirmó el mapache. —Dicen que un grupo extremista puso una bomba en el escenario donde la princesa Sally estaba organizando una obra de teatro. Lograron desactivarla a tiempo, pero casi casi.

—¡Por Gaia…! —exclamó el azulejo, tapándose el pico.

—Ahora están buscando un nuevo líder para reemplazarlo —terminó el mapache, cruzándose de brazos— Todo el partido está temblando.

Me giré con discreción, observándolos por el espejo. Aquel chisme tenía peso. Si era cierto, algo grande se estaba moviendo en el escenario político, algo que podía cambiar muchas cosas.

Me enfoqué de nuevo en mi reflejo: el rostro moreteado, el cabello húmedo cayendo en mechones sueltos, y los ojos cansados. Pero lo que más llamó mi atención fue la marca de su mordida en mi cuello, ya difuminándose.

Llevé una mano hasta ella y dejé escapar un suspiro, sintiendo cómo un torbellino de recuerdos y emociones me recorría por dentro.

 

Chapter 43: Cambios

Chapter Text

El viento soplaba con violencia, arrancando hojas y polvo seco de entre las rocas. La colina estaba agrietada, y el cielo teñido de un rojo enfermizo. Todo parecía detenido en una eterna puesta de sol.

Frente a mí, a unos veinte metros de distancia, él me esperaba. Su figura oscura y silenciosa recortada contra el resplandor del horizonte. La Esmeralda Chaos flotaba sobre su palma extendida, girando lentamente, irradiando pulsos verdes que hacían vibrar el aire.

—Devuélvela, Shadow —exigí, con mi martillo ya en posición de combate. Mi respiración era agitada. Ya habíamos intercambiado algunos golpes antes, y ambos sabíamos que el siguiente movimiento decidiría el curso del enfrentamiento.

Él no respondió de inmediato. Solo bajó la mano, cerrando los dedos sobre la Esmeralda.

—¿Por qué me seguiste hasta aquí? ¿Intentas convencerme de nuevo?—dijo por fin, con voz baja, firme— Sabes muy bien que no va a funcionar, no te la voy a entregar.

—¡Entonces tendré que arrebatartela de las manos! —le grité, con un paso más hacia adelante.

Sus ojos me observaron con una mezcla de cálculo y… algo más difícil de leer. 

—Tienes agallas —dijo al fin, como si fuera un hecho irrelevante— Pero no tienes idea contra quién te enfrentas.

—¡Cállate! —rugí, y me lancé.

Salté en el aire, girando con fuerza el martillo. Él se deslizó a un lado con facilidad, dejando solo una estela roja detrás. Mi martillo chocó con el suelo y partió la piedra, levantando una nube de polvo que me cegó por un segundo.

Giré en seco, intentando golpearlo con un giro ascendente, pero él lo bloqueó con su antebrazo, con fuerza precisa. 

Nuestros ojos se encontraron un instante.

—¡Deja de insistir! —musitó, con los dientes apretados, y me empujó hacia atrás con un solo golpe.

Retrocedí dos pasos, tambaleando. El brazo me vibraba del impacto, pero me negué a soltar el martillo. Volví a la carga. Él intentó desviar mi golpe con una patada baja, pero salté justo a tiempo, girando en el aire y lanzando otro ataque vertical. Esta vez, rozó su hombro, arrancando un gruñido.

—Claramente no lo entiendes  —me escupió con rabia contenida, lanzando un puñetazo que apenas logré esquivar por centímetros— No puedes ganar esta batalla.

—¡Eso no lo sabes! Voy a recuperar la Esmeralda aún si me cuesta la vida —rugí, y traté de golpearle el costado, pero él lo esquivó y giró, lanzando una patada contra mi estómago, obligándome a retroceder de nuevo. 

Él cargó hacia mí, más rápido de lo que esperaba. Me lancé al suelo para esquivarlo, rodé y me incorporé en un solo movimiento, clavando los pies con fuerza.

—No te tengo miedo —le dije, alzando el martillo por encima de mi cabeza.

—Deberías —fue todo lo que respondió.

El intercambio se volvió más salvaje, más físico. Golpes, esquivas, giros. Él era rápido, pero yo era terca. Lo empujé hasta un borde y le hice perder el equilibrio por una fracción de segundo. Aproveché y lancé el martillo con todas mis fuerzas, apuntando directo al brazo que sostenía la Esmeralda. Pero antes de que pudiera alcanzarlo, un destello de energía oscura rodeó su figura.

—¡Chaos Control! —gritó, y desapareció en un parpadeo, dejándome mirando al vacío, mi martillo pasando por donde él había estado.

Me giré de inmediato y lo vi a unos metros. Sin pensarlo, corrí hacia él, el martillo en alto, mis pasos resonando con fuerza en el suelo. Pero antes de que pudiera llegar a su alcance, me detuvo. Su mano envolvió el mango de mi martillo, bloqueando mi avance.

 Nos miramos a los ojos, ambos respirando agitados por el esfuerzo. La tensión entre nosotros era palpable, como un hilo tenso a punto de romperse. Y entonces, en un solo movimiento, rápido y sin aviso… me besó.

Sus labios tocaron los míos con una mezcla de fuerza y urgencia. Me congelé. El martillo se me resbaló de mis manos y retrocedí, llevándome los dedos a los labios, boquiabierta.

—¿¡Qué…?! ¿¡Pero qué hiciste!? —balbuceé— ¡Me robaste mi primer beso! ¡Ese beso era para Sonic!

No respondió. Solo soltó el martillo y dio un paso hacia mí. En un parpadeo, volvió a acortar la distancia, me sujetó por los hombros con firmeza y me besó otra vez.

—¡Espera! —intenté protestar, extendiendo las manos para empujarlo. Pero él no me soltaba. Me sostenía como si mi mundo fuese a desmoronarse si me dejaba ir.

—Te amo… —murmuró, con voz ronca— Te amo, te amo, te amo…

Me quedé inmóvil, con las manos temblando sobre su pecho, sintiendo el latido frenético bajo su pelaje, el calor de su aliento contra mi cara, la intensidad de sus palabras repitiéndose como un eco. Buscaba mis labios, con desesperación… y yo no sabía qué decir.

—¿Po-por qué? —logré preguntar, entre susurros.

El me miró, sus ojos carmesí brillando y abrió su boca. Pero antes de que pudiera obtener una respuesta, todo se desvaneció. 

Me desperté, mi cuerpo sudando a pesar del frío de la mañana. Mi cuerpo dolía. Los músculos ardían, recordándome el entrenamiento del día anterior. Aún tenía el corazón acelerado, y mis labios… mis labios ardían.

—¿Qué rayos fue eso…? —susurré.

Me incorporé en la cama, aún sintiendo el eco del sueño. La luz grisácea de la mañana se filtraba por las cortinas, revelando un cielo nublado que amenazaba con lluvia. Estos dos días había estado soñando con Shadow… pesadillas. Pero este fue distinto, como si mi mente estuviera tratando de procesar mi lucha interna.

Me llevé una mano al rostro y exhalé con cansancio. Estaba agotada.

Alargué el brazo hasta la mesita de noche y tomé mi teléfono. Eran las nueve de la mañana. Me obligué a salir de la cama, sintiendo la pesadez en el cuerpo, y me dirigí al baño. Una ducha caliente y un poco de crema sobre los moretones me ayudaron a despertar del todo.

Luego bajé las escaleras rumbo a la cocina, donde me preparé un tazón de cereal con fresas y bananas frescas. Me senté en la barra del desayunador con el celular en mano, hojeando las últimas noticias mientras comía.

La primera que llamó mi atención me hizo fruncir el ceño: la renuncia del líder del Partido Purista Pro-obian. Al parecer, era cierto. Los medios ya hablaban de sus posibles reemplazos, y entre los candidatos estaban el ministro de Educación y el de Agricultura. Reconocí a ambos de inmediato; los había conocido en persona durante mi tiempo trabajando en la administración de la reconstrucción.

Uno de ellos, en particular, se me hizo… familiar. Un pavo real albino, de plumaje blanco impecable, con una sonrisa tan perfectamente ensayada que rozaba lo encantador. Siempre me agradecía mis esfuerzos, y ahora que lo pienso… tiene un parecido inquietante con Chiquita.

Pasé a la siguiente noticia, aunque ya sabía de qué se trataría.

Y como esperaba, no era precisamente agradable.

A pesar de que yo misma había confirmado que Shadow y yo seguíamos juntos, el rumor de nuestra ruptura se había esparcido como un virus. Canales de chismes, foros, comentarios en redes sociales… parecía que todos estaban obsesionados con el drama de “la pareja del momento”.

Y entre todos los comentarios y videos reconocí a alguien.  Ese rostro… ese pelaje rosado… esos ojos verdes tan parecidos a los míos.

Era ella. La misma eriza que, tiempo atrás, había fingido ser la novia de Shadow cuando todavía nadie sabía quién era en realidad la famosa “misteriosa novia del comandante de Neo G.U.N.”. En internet la conocían como “Rosie.”

Lo último que supe de ella fue que su mentira terminó explotándole en la cara. Recibió odio, burlas y desprecio… y luego desapareció. Pero ahí estaba de nuevo, como si nada hubiera pasado.

—Hola, hola a todos, Rosie aquí —saludó con una sonrisa que parecía hecha para una cámara— Antes que nada, quiero disculparme por mi pequeña mentirita blanca.. Sé que fingir ser la novia de Shadow fue… digamos, una mentira tonta. Pero no lo hice para hacer daño. Lo hice para proteger a Amy.

Puso una mano en el pecho, teatral.

—Verán, yo sabía que iban a atacarla. Que iban a llamarla traidora por “dejar” a Sonic… aunque todos sabemos que nunca estuvieron juntos de verdad. Así que pensé que, si yo me ponía en su lugar, podría desviar las críticas. Y bueno… las cosas se me fueron un poquito de las manos.

Una risa breve, como si todo fuera una anécdota graciosa.

—Lamento que haya terminado así, sobre todo ahora que el dúo único Shadamy se ha roto. Uf… me rompió el corazón enterarme. Pero seamos sinceros… creo que todos sabíamos que no iba a durar. Son demasiado distintos. Así es el amor, ¿no? Chispas al principio… y luego humo.

Inclinó la cabeza, como si estuviera siendo empática.

—Solo espero que Amy encuentre a alguien que la quiera de verdad. Incluso… con todos sus defectos.

—¿Defectos? —escapó de mis labios, seco y cortante.

Rosie remató su actuación con entusiasmo artificial:

—Muy bien, mis amores, no olviden suscribirse y pasar por mi tiendita para aprovechar la oferta especial de esta semana. ¡Ah, y comenten “Rose” si llegaron hasta el final del video! ¡Byeeeeeeeeeee!

La pantalla se oscureció y apareció un enlace a su tienda. Entre los productos, una camiseta con el dibujo de una casa en llamas y la frase “Mal timing”.

Sentí un nudo apretándome el estómago.  La primera vez que vi su cara no me había detenido demasiado a pensar…Pero ahora… ahora no podía ignorarlo: esa eriza realmente se parecía a mí

Pero decidí no darle más vueltas al asunto… o al menos intentarlo. Dejé salir un largo suspiro y dejé el teléfono a un lado.

Esto era agotador.

Terminé de comer, lavé el tazón y volví a mi habitación. Me recosté sobre la cama, estiré los brazos hacia el huevo que descansaba entre su mantita y lo acerqué a mí, acariciando su superficie con los dedos. Empecé a cantarle una canción suave, mientras mi mente comenzaba a perderse en pensamientos difusos.

Entonces, unos golpes me sacaron del trance. Me incorporé con rapidez, atenta. Era la puerta principal. Bajé las escaleras con el corazón en la garganta y, al llegar a la sala, tragué saliva antes de girar el picaporte. Al abrir, lo vi: Charlie, el repartidor.

Era domingo. Eso solo significaba una cosa.

Las flores semanales de Shadow.

Pero esta vez, en lugar de las habituales rosas rosadas, Charlie sostenía un ramo de rosas blancas entre sus brazos. Su expresión era distinta... preocupada. Él también lo sabía lo que significaban en el lenguaje de las flores.

—Entrega para usted, señorita Amy —dijo con voz suave.

Extendí las manos, temblorosas, y tomé las flores, dejando que su aroma me envolviera. Contuve las ganas de llorar.

—¿Todo bien entre ustedes dos? —preguntó el ornitorrinco con cautela.

Bajé la cabeza.

—No...

Charlie desvió la mirada, incómodo, sin saber qué más decir.

—Gracias —murmuré.

—De nada. Espero verla el próximo domingo.

—Eso mismo espero...

Me dio un leve saludo con la gorra antes de marcharse, cruzando el jardín en dirección a su camión.

Yo me di la vuelta, cerré la puerta con el pie y avancé unos pasos. Al pasar junto a la mesita, noté el jarrón con las rosas rosadas de la semana pasada, ya casi marchitas. Bajé la mirada hacia el nuevo ramo. Entre los pétalos blancos, una pequeña tarjeta se asomaba. La tomé con cuidado y leí en voz baja:

“Te amo. —S.”

No pude contenerlo. Caí de rodillas, el corazón hecho pedazos. Abracé las flores con fuerza contra mi pecho, y solté un grito ahogado mientras las lágrimas corrían sin freno. Los pétalos empezaron a soltarse, aplastados por mis brazos, mientras mi garganta ardía de tanto llorar. 

—¡Si tanto lo sientes… solo vuelve a mí! —grité con la voz rota— ¡¡¡¡Estúpido!!!!

Mi eco rebotó por las paredes vacías de la casa. Las flores temblaban entre mis brazos, húmedas por las lágrimas y aplastadas por la rabia. Me incliné hacia adelante, apoyando la frente contra el suelo. No me importaba si me escuchaban los vecinos. No me importaba nada en ese momento.

Solo quería que él volviera.

—Maldito seas, Shadow… —susurré, jadeando, con los ojos hinchados— Maldito seas por hacerme amarte tanto…

El silencio que siguió fue brutal. Solo se escuchaba mi respiración entrecortada, mis sollozos apagados y el crujido sutil de los pétalos rotos entre mis dedos. Era como si pudiera invocarlo con el dolor. Como si el amor fuera suficiente para hacer que volviera. Pero en el fondo sabía que no sería así.

Con un suspiro tembloroso, me levanté del suelo. Caminé hacia la cocina y, sin pensarlo dos veces, tiré las rosas a la basura. No quería sus disculpas. Quería que estuviera aquí, conmigo. Quería sus brazos rodeándome, sus labios sobre los míos. Quería que me tomara y me hiciera el amor como si el mundo se fuera a acabar. Que me dijera que me amaba, cara a cara, sin mensajes ni excusas. Que me prometiera que nunca más me dejaría sola.

La frustración me ardía en el pecho. Y aunque todo mi cuerpo dolía, aunque cada músculo me suplicaba descanso, me negué a quedarme quieta. Fui a mi habitación, me puse mi ropa de entrenamiento, recogí el huevo Chao y lo acomodé con cuidado en su bolso especial. Tenía que moverme. Tenía que hacer algo o me iba a romper.

Minutos después, ya estaba en el gimnasio. Me coloqué los audífonos y subí a la caminadora. El ritmo era rápido, exigente, pero eso era justo lo que necesitaba. Corría con furia, como si pudiera dejar atrás todo lo que sentía. Como si el sudor pudiera limpiar la tristeza, como si el dolor físico pudiera distraerme del peso que llevaba en el alma.

Solo quería vaciarme. Sudar hasta no pensar. Hasta no sentir. Hasta que su ausencia dejara de doler.

Y entonces, vi a alguien subirse a la máquina de al lado. Giré la cabeza y lo reconocí al instante. Era Red. La  tortuga musculosa corría a un ritmo más rápido que el mío, como si nada. Me miró y me dedicó una media sonrisa confiada.

Le devolví la sonrisa y me quité uno de los audífonos.

 —Buenos días, Red. ¿Cómo está tu cara? —pregunté con picardía.

 —¿Y tus costillas? —replicó sin perder la sonrisa.

Solté una risa breve, sincera.

 —¿Listo para una segunda ronda?

 —Solo si tú lo estás, rosadita —dijo, mirándome de reojo con ese tono burlón que ya se me estaba haciendo familiar.

Corrimos por unos treinta minutos más antes de tomar un descanso y dirigirnos al ring. Esta vez, acordamos hacer un entrenamiento ligero de combate mixto, para hacerlo más interesante según Red... Nuestros cuerpos aún cargaban los estragos de la pelea de ayer: moretones en las costillas, golpes en los brazos, la musculatura resentida. No era prudente exigirnos demasiado, aunque algo en mí deseaba golpear con fuerza, soltarlo todo.

Nos pusimos los guantes sin prisa. Red ajustó los suyos con una sonrisa torcida mientras me miraba.

 —¿Lista, rosadita? —preguntó, con esa voz grave y tranquila.

 —Siempre lo estoy —le respondí, alzando la barbilla.

Subimos al ring. El ambiente era distinto al del día anterior. No había espectadores, no había gritos ni tensión. Solo el zumbido lejano de la música en el gimnasio, el golpeteo rítmico de una cuerda saltando en algún rincón y nuestras respiraciones sincronizadas.

Los primeros intercambios fueron suaves. Red lanzaba ganchos lentos que yo bloqueaba con facilidad. Yo respondía con patadas controladas, sin intención real de hacer daño.

—Tu guardia está un poco baja —comentó él, después de que mi brazo derecho tardara en reaccionar a un directo suyo.

—Mi cabeza también lo está —respondí, soltando una risa corta.

Red asintió con un gesto comprensivo, sin detener el ritmo.

—¿Mal día?

 —Algo así —dije, esquivando su siguiente golpe y contraatacando con un leve empujón al pecho— Solo quiero moverme hasta que se me olviden sus malditos ojos carmesí.

Red no insistió. Solo se ajustó la postura y continuó.

Entramos en una especie de trance físico. Golpe, defensa, esquiva, giro. A veces nuestros guantes chocaban en el aire, otras veces solo rodábamos el torso.

El sudor comenzaba a resbalar por mi espalda. Mis piernas ardían. Pero se sentía bien. Sentía que podía respirar de nuevo. Red me lanzó un derechazo lento al hombro, que apenas me movió, y se detuvo un segundo para observarme.

—¿Mejor? —preguntó.

 —No. Pero… menos peor.

Él sonrió, como si entendiera perfectamente. Luego levantó los guantes de nuevo.
—Seguimos entonces.

Asentí con la cabeza y me lancé hacia él, retomando el entrenamiento.

Nuestros cuerpos volvieron a sincronizarse en ese vaivén silencioso: golpe, bloqueo, paso lateral, respiración contenida. Cada movimiento era una respuesta al otro, una especie de diálogo mudo entre el cansancio y la voluntad.

Pasaron seis días en esta nueva rutina. 

Soñaba con Shadow, a veces una pesadilla, otras veces un sueño dulce y cálido. Pero siempre soñaba con él, haciendo la herida en mi corazón más grande. Aún así me levantaba temprano, adolorida por los entrenamientos del día anterior, y me dirigía a la cafetería con nuevos moretones en los brazos, las piernas o el abdomen, incluso el rostro. Esta vez no lo ocultaba. Cuando alguna clienta curiosa me preguntaba con tono de chisme qué me había pasado, respondía con simpleza: "entrenamiento."  

En las tardes, después del turno, me dirigía al gimnasio, donde Red ya me esperaba. La tortuga musculosa se había convertido en un compañero constante, sin preguntar, sin presionar. Me acompañaba en los ejercicios, me corregía la postura con respeto, me retaba a superar mis propios límites y, al final, entrenábamos en el ring. No eran peleas reales, no después de la primera. Eran más bien prácticas ligeras, con golpes medidos y controlados, que nos dejaban respirando fuerte, riendo entre cada ronda, y con nuevos moretones... pero sin resentimientos.

Era agradable. Red tenía una energía que me recordaba a Knuckles: confiado, algo terco, pero noble. Me trataba como su igual, sin condescendencia, sin temor de herir mis sentimientos, sin sentir que tenía que protegerme de mí misma. No era como Sonic, que me había mirado siempre con lástima cada vez que intentaba acercarme más allá de la amistad. Ni como Shadow, que... sin querer, había terminado rompiéndome. Red no se comparaba con ninguno de ellos. Era otra cosa, mucho más simple.

Sobre Shadow… no sabía nada directamente de él. No me escribía, no me llamaba. Pero tenía a mis “espías”, dándome informes diarios. 

Rouge me contaba que Shadow estaba desvelándose viendo películas hasta la madrugada con Omega. Maratones enteros de películas de todo tipo. A veces, hasta se quedaba dormido en el sofá. “No le digas que te dije esto, pero se reía solo viendo comedias tontas. De esas que tú amas,”

Chiquita, con su estilo dramático y adorable, me escribía al celular con actualizaciones que parecían informes secretos: “El Comandante llegó hoy a las 6:43 a.m., con la cara de pocos amigos. Salió a las 8:12 p.m., con la misma cara. No almorzó. Dijo que no tenía hambre. Tuve que llevarle el almuerzo a su oficina.”

Y la doctora Miller, la más seria de todas, me comentó durante una videollamada rápida: “Sigue yendo a terapia. Su salud física es buena. No tiene desórdenes en la presión ni en los ritmos cardíacos. Pero… no ha mejorado su calidad de sueño. Está funcionando en automático. Es como si no quisiera detenerse a sentir nada.”

Yo solo asentía. Las escuchaba a todas con el corazón encogido, con una parte de mí deseando que un día, entre todas esas pequeñas noticias, llegara la que más quería oír: que Shadow había preguntado por mí. Que quería verme. Que iba a volver.

Pero eso no pasaba. Así que yo también seguía funcionando en automático. Con las manos llenas de harina en las mañanas, y los nudillos vendados en las tardes.

Pero no todo era tranquilidad. El rumor en redes sociales me perseguía como una sombra persistente, pegada a mis talones allá donde fuera. Artículos, comentarios, videos llenos de teorías sobre nuestra supuesta ruptura aparecían a cada rato, alimentados por una sola cosa: nadie nos había visto juntos en días.

Le pregunté a Chiquita y a Rouge si Shadow se había enterado del rumor, y cómo lo había tomado. Rouge me contó que, al leer la noticia, él salió de la casa furioso en su motocicleta, bajo la lluvia… y no regresó hasta horas más tarde. 

Chiquita, fiel a su estilo de espía leal y discreta, me aseguró que en Neo G.U.N. nadie se atrevía a mencionar el tema. “La privacidad del Comandante es sagrada. Además, todos estaban demasiado ocupados lidiando con la investigación al grupo terrorista.”

También le pregunté a Chiquita si alguna mujer en Neo G.U.N. había intentado acercarse a Shadow con otras intenciones, más allá de lo profesional. No pude evitarlo… la duda se me coló en el pecho como una espina.

Pero ella me aseguró, con total firmeza, que nadie se había atrevido. Que en ese ambiente, la figura de Shadow imponía demasiado respeto —y un poco de miedo— como para que alguien se atreviera a cruzar esa línea afuera del Festival de Unión.

Esa respuesta, aunque sencilla, me dejó un poco más tranquila. Al menos por ahora.

Así, entre entrenamientos, rutinas y pequeños momentos de calma, el sábado por la tarde me encontró sentada en el suelo del ring, bebiendo de mi botella de agua después de un riguroso entrenamiento con Red. Sentía cómo el sudor resbalaba por mi espalda mientras trataba de recuperar el aliento. La tortuga musculosa  estaba a mi lado, con una toalla roja al cuello, secándose el rostro. A pesar del esfuerzo físico, el ambiente era relajado… cómodo, incluso.

Entonces, un joven se acercó al ring. Era una gacela, alto y delgado, con una camiseta sin mangas que dejaba ver sus brazos tonificados. Se apoyó con confianza en las cuerdas del ring, cruzando los brazos mientras sonreía.

—Hey, Amy. ¿Quieres salir conmigo este domingo?

Volteé a verlo, parpadeando. ¿Otra vez? ¿Cuántas veces había escuchado esa misma pregunta en los últimos días? En la cafetería, en la calle, cuando iba de compras… y ahora también en el gimnasio.

Me forcé a sonreír con la misma amabilidad de siempre.

—Lo siento, no gracias. Tengo novio.

La gacela arqueó una ceja, ladeando un poco la cabeza.

—Pero tú y el Comandante de Neo G.U.N. rompieron, ¿no?

Mi sonrisa se desvaneció. Bajé la mirada y me mordí el labio. Otra vez. Otra maldita vez. Ese chisme me perseguía como una sombra pegajosa, recordándome lo mucho que me dolía no verlo, no escucharlo, no tocarlo. El silencio de Shadow era un hueco constante en mi pecho, y la gente lo usaba como excusa para acercarse, como si mi dolor fuera una invitación.

Red, que estaba bebiendo agua, se detuvo y bajó la botella con lentitud. Giró la cabeza hacia el tipo con una expresión tan fría como un bloque de hielo.

—Lárgate de aquí, imbécil —dijo con voz firme y profunda— La chica tiene novio.

El tono fue tan directo y sin rodeos que incluso yo me asuste. La gacela dio un paso atrás, visiblemente incómodo, y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se alejó.

Nos quedamos en silencio unos segundos. Luego, Red me lanzó una mirada de reojo mientras volvía a secarse el sudor.

—Tienes que empezar a gritarles tú —dijo con una sonrisa ladeada—  Aunque admito que fue bastante satisfactorio.

Solté una risa suave, más por alivio que por gracia.

—Gracias… —susurré— Estoy un poco cansada de repetirlo.

El silencio volvió al ring.

Me quedé mirando el suelo con la botella entre las manos. El sudor en mis sienes ya se había secado, pero la presión en el pecho seguía allí. Como una piedra que no se movía. Red no dijo nada por un momento. Solo se escuchaba el zumbido lejano de la música del gimnasio y el golpeteo de unos guantes contra un saco de arena al fondo. Hasta que, con voz serena, él habló:

—¿Quieres hablar del tema?

Lo miré de reojo, sorprendida por la suavidad en su tono. Me quedé en silencio unos segundos, evaluando la idea. Red no conocía a Shadow personalmente. Nunca habían trabajado juntos, ni tenían historia compartida. En cierto modo, eso lo hacía… seguro. Alguien sin prejuicios, sin opiniones formadas. Y quizás eso era justo lo que necesitaba: una perspectiva nueva. 

—No sé si debería… —murmuré, bajando la mirada otra vez. Mis dedos jugaban con la tapa de la botella.

—No tienes que hacerlo si no quieres —dijo él enseguida, sin presionarme. Se encogió de hombros con naturalidad— Solo pensé que tal vez te haría bien.

Volví a mirarlo. Sus ojos eran serenos, pacientes, sin rastro de morbo ni de juicio. Solo… apertura.

Respiré hondo.

—Es sobre mi novio… —dije, finalmente.

—¿Problemas en el paraíso?

Asentí lentamente, bajando la vista a mis rodillas. Me costó empezar.

—Es… complicado —murmuré— Shadow y yo estamos juntos. O… estábamos. No sé qué somos ahora. Él me pidió tiempo.

—¿Tiempo? —repitió Red, con cautela— ¿Después de una pelea?

—No fue una pelea. No en el sentido común. —Hice una pausa, tragando saliva— Fue… como la culminación de muchos pequeños incidentes, no muy agradables, que se fueron acumulando durante nuestra relación… y que lo hicieron sentirse culpable por todo. Como si solo me causara daño o problemas.

Red frunció ligeramente el ceño, pero no dijo nada. Solo escuchaba. Yo continué:

—No sé cómo explicarlo. Él es alguien… difícil. Tiene una historia tan pesada. Y sin embargo, cuando estamos bien, es la persona más leal, más protectora y amorosa que he conocido. Pero cuando cae… se rompe muy fácilmente.

Mire hacia mis manos, apretando la botella con mis dedos, buscando las palabras correctas.

—Él lucha cada día contra sus propios demonios. —susurré— Pero cuando comete errores, cuando se siente como un fracaso, lo único que hace es odiarse a sí mismo… 

Cerré los ojos y dejé salir un suspiro cansado, sintiendo mi corazón pesado en el pecho.

—Se preocupa demasiado por mi bienestar… por mi felicidad… y por eso… siento que por eso él necesita ser perfecto… aún cuando le digo que no necesita serlo…

El silencio volvió a posarse un instante. Red no lo apuró. Lo dejó estar, como alguien que entiende que a veces, solo hay que dejar que el corazón hable cuando esté listo.

—Puedo entender un poco su perspectiva —dijo finalmente, con una voz más grave— Tengo tres hermanos. Un dolor de cabeza cada uno… por razones muy distintas. Pero si algo les llegara a pasar… y si fuera por mi culpa, o si no pudiera ayudarlos a tiempo… no podría soportarlo. Ellos son lo más importante en mi vida.

Lo miré en silencio, mientras él bajaba un poco la cabeza, recordando algo que parecía dolerle.

—Somos de la misma edad, pero uno de ellos es el mayor… al menos en espíritu. Es el líder. Siempre ha sentido que tiene que cargar con todo: nuestra seguridad, nuestro futuro, nuestra estabilidad, especialmente desde que nuestro padre murió. Lo he visto exigirse demasiado. Lo he visto romperse… tratando de ser ese pilar inquebrantable.

Me abracé las piernas, escuchando sin interrumpir.

—Y se fue una vez. Solo. Meses enteros. Dijo que necesitaba encontrarse a sí mismo. —Red exhaló lentamente— Así que… puedo entender tu situación. Es difícil ver a alguien que amas cargar con tanta culpa. Tanto odio hacia sí mismo. Pero a veces… ese dolor nace del amor. De la necesidad de proteger… de no fallar a los que más queremos.

—Sí… —murmuré, con un nudo en la garganta— Eso es lo más doloroso de todo. Que él lo hace por amor.

Red asintió con la cabeza, con una expresión serena.

—En situaciones como estas, lo único que puedes hacer es eso… esperar y confiar. Tener paciencia. Confiar en que lo van a superar, y que cuando lo hagan… van a volver más fuertes.

Miré el suelo. La botella entre mis manos estaba tibia, pero la apreté con más fuerza, como si necesitara algo que sostener. Agradecí ese momento de empatía silenciosa. Saber que alguien entendía… me hizo sentir menos sola.

—Sí… —dije al fin, con un suspiro suave. —Eso debo hacer. Tener fe en él… y esperar.

Red sonrió apenas, ladeando la cabeza.

—Pero si resulta que te está engañando, yo y mis hermanos podemos ir y patearle el trasero en tu honor.

Me reí, de forma genuina. Algo en mi pecho se aflojó, como si me dieran permiso de respirar otra vez.

—Gracias… aunque va a ser una pelea difícil.

—Somos más fuertes de lo que crees —replicó, con una sonrisa segura.

—¿Ah, sí? Me gustaría conocer a tus hermanos y comprobarlo por mí misma.

Él frunció el ceño de inmediato.

—No gracias. Me estarían fastidiando todo el mes con que traje una novia a casa.

Solté una risa más abierta, llevándome una mano al rostro.

—Sí… mejor tratemos de evitar más drama.

Ambos nos reímos, dejando que las carcajadas llenaran el silencio del ring. Fue un momento breve, cálido, donde sentí que el peso en mi pecho se aligeraba apenas un poco. Red no era alguien cercano, pero su apoyo me había llegado en el momento justo.

Cuando regresé a casa, el cansancio se me vino encima como una ola. Tras darme una larga ducha caliente que apenas logró calmar el dolor de los músculos adoloridos, me dejé caer en el sofá con una toalla enredada en el cabello y un suéter viejo que me quedaba un poco grande. Encendí la televisión, más por tener algo de ruido que por interés real en lo que estaban transmitiendo. Un programa de cocina con voces suaves se filtraba por la sala mientras abría el botiquín portátil que tenía sobre la mesa.

Saqué una pomada para los moretones y empecé a aplicarla con lentitud en los brazos, luego en las costillas, donde sentía los golpes más recientes. Después tomé un poco de gel frío para relajar los músculos, masajeando con los dedos mientras me apoyaba en el respaldo, exhalando con fuerza. 

Sobre la mesita de centro estaba el huevo Chao, descansando en su bolsito rosado acolchonado, como siempre. Pero ahora… tenía tantos llaveros colgando que parecía una piñata móvil. Colgaban de todos lados: uno con forma de mancuerna, uno de un perrito musculoso, otro con una miniatura de un guante de boxeo.

Solté una risa al verlo. Lo dejaba en el mostrador del gimnasio mientras entrenaba, bajo el cuidado de la recepcionista, y parece que se había convertido en la mascota no oficial del lugar. Alguien debió haber empezado la moda de regalarle llaveros y, ahora, todos querían sumarse. Me lo imaginé, quietecito en su bolsito, rodeado de cuerpos sudorosos, escuchando gritos de entrenamiento y música fuerte mientras lo llenaban de souvenirs. 

—Eres toda una celebridad, ¿eh? —murmuré, acariciando suavemente la superficie cálida del huevo con la yema de los dedos.

Me recosté en el sofá, mirando el techo, mientras el aroma mentolado del gel muscular llenaba la sala. El cuerpo me dolía, pero al menos ya no era ese tipo de dolor que me hacía fruncir el ceño con cada movimiento. Solo... el recordatorio de que había entrenado bien. Tomé el control remoto sin pensar demasiado y empecé a cambiar canales, buscando algo que me distrajera. Algo que no requiriera mucho cerebro ni muchas emociones.

Pasé por caricaturas, concursos, novelas recicladas y documentales... hasta que algo en el canal 6 captó mi atención. Era una sección de noticias. No suelo quedarme en ese canal, pero fue la gente en pantalla lo que me hizo detenerme.

El presentador, un león con un traje gris oscuro, se acomodó en su asiento y miró directamente a la cámara con esa expresión seria pero cordial que usan los periodistas veteranos cuando están a punto de tocar un tema espinoso.

—Buenas noches a todos —dijo, con un tono grave, pulido y perfectamente ensayado— Hoy, en nuestra sección de política, tenemos a tres invitados muy especiales.

La cámara hizo un paneo lento mientras él los presentaba, uno por uno.

—Nos acompaña Alejandro, del Clan del Lirio, recientemente juramentado como nuevo Primer Ministro de nuestra nación. 

La cámara se detuvo en él. Ese pavo real albino de plumaje blanco inmaculado y sonrisa impecable, cuya sola presencia llamaba la atención. Vestía un traje color vino perfectamente entallado, elegante y llamativo sin ser vulgar. Exministro de Educación y ahora flamante primer ministro del Partido Purista Pro-Mobian, parecía más una obra de arte que un político… aunque sus palabras solían ser tan afiladas como una navaja bien pulida.

—También nos honra con su presencia Sally Acorn —continuó el presentador— ex princesa del Reino Acorn, actual líder del partido Libertad Unida y Presidenta de la Comisión de Cultura y Patrimonio.

Sally estaba impecable, con el cabello recogido en un moño alto que dejaba ver la elegancia natural de su cuello. Había escogido un traje sastre azul rey que se ceñía perfectamente a su figura atlética, dándole un aire imponente. Ella mantenía la espalda recta, los labios firmemente cerrados, como si cada músculo de su rostro estuviera bajo control. Siempre lista para un ataque.

—Y finalmente, Lance Mousetrap, director de la organización paramilitar Neo G.U.N.

Lance, el ratón de pelaje gris claro y un tupé castaño, vestía un sobrio traje negro que contrastaba con sus grandes lentes redondos, casi caricaturescos. Era el actual director de Neo G.U.N., y su postura, espalda recta, manos entrelazadas sobre la mesa, hablaba de la serenidad de alguien acostumbrado a este tipo de situaciones.

El contraste entre ellos era tan marcado, tan raro, que me incorporé sin pensarlo. Me recosté contra las almohadas del sofá, dejando el control a un lado, con la mirada fija en la pantalla. Algo en mi pecho se apretó sin que pudiera evitarlo. ¿Qué hacían ellos tres juntos, en el mismo programa? ¿Qué estaban discutiendo? ¿Qué mensaje iban a dar al público?

—Es un gusto tenerlos aquí esta noche —dijo el presentador, su melena brillante bajo la luz del estudio— para hablar de un tema delicado, pero crucial para el futuro de nuestra nación: la protesta que se salió de control durante el festival de la Noche de los Dos Ojos, el pasado 31 de octubre.

Un zumbido leve recorrió mi cuerpo. Me tensé un poco en el sofá, abrazando un cojín contra mi pecho. Recordaba esa noche demasiado bien.

—Como sabemos —prosiguió el presentador— los incidentes violentos que ocurrieron esa noche llevaron a la renuncia inmediata del antiguo Primer Ministro. Desde entonces, se han descubierto vínculos preocupantes entre varios de sus colaboradores y los actos vandálicos ocurridos en ese parque en Stadium Square.

El presentador hizo una pausa dramática antes de girar hacia la pantalla detrás de él.

—Veamos imágenes captadas durante los recientes disturbios —anunció con voz grave.

Las imágenes en la pantalla cambiaron del estudio a un clip grabado desde un celular. Mi respiración se detuvo un segundo.

Ahí estaba yo. Sola, con mi disfraz blanco de ángel, parada a unos metros de la multitud que protestaba entre pancartas y gritos. Podía escucharlos claramente, incluso a través del ruido distorsionado del video: “Sucia”, “Traidora”,“Vergüenza” Como Shadow había mencionado antes, las cámaras no lograron captar a Abel y a Caín a pesar que estuvieron conmigo durante la protesta.

En la siguiente escena apareció Chiquita, vistiendo su vestido celeste de Cenicienta, abriéndose paso entre la multitud. La vi correr hacia mí, colocarse frente a un manifestante que comenzó a insultarla. El forcejeo fue rápido, y luego todo se volvió caos: empujones, gritos, confusión. Protestantes peleando con visitantes disfrazados del festival.

La imagen volvió al estudio. El presentador león, con su expresión seria y voz firme, se giró ligeramente hacia el pavo real albino, bajando apenas el tono.

—Señor Primer Ministro, usted fue juramentado hace apenas tres días. ¿Qué tiene que decir sobre el incidente?

Alejandro entrelazó los dedos y sonrió con calma, como si ya hubiera ensayado cada palabra frente al espejo.

—Todo movimiento política genera ruido —dijo, con su voz suave y medida— Es natural que los ciudadanos expresen sus opiniones. Sin embargo, no toleramos actos violentos. Nuestro partido está enfocado en el bienestar de cada Mobian de esta nación. Queremos asegurar un futuro mejor para todos.

—¿Y qué puede decir sobre los ataques cometidos por miembros de su partido contra la heroína de la Resistencia, Amy Rose?

Contuve el aliento. Abrazaba el cojín con más fuerza, como si pudiera esconderme en él. Volvía a estar en las noticias. Pero esta vez, no por algo heroico, sino por... esto.

Alejandro, sereno, acomodó su saco y respondió:

—Los actos cometidos por los protestantes no representan la filosofía de nuestro partido —dijo— Amy Rose es una heroína nacional. Su relación con el Comandante de Neo G.U.N. no es razón para ser atacada de esa manera. Al contrario, merece respeto.

Mi corazón dio un vuelco. ¿En serio estaban mencionando eso?

—Pero —intervino el presentador— según varios rumores, el motivo del ataque contra ella  es precisamente el Comandante de Neo G.U.N., Shadow the Hedgehog. Algunos dicen que es un experimento genético creado por humanos en una estación espacial... mitad erizo, mitad alienígena. ¿No contradice eso los principios del partido purista?

Me quedé paralizada. Estaban hablando de Shadow en televisión nacional. 

El pavo real negó con la cabeza, sin perder la compostura.

—Ese rumor es completamente infundado. Teorías conspirativas. Nada más. Y Lance puede confirmar eso mejor que nadie.

Tragué saliva y apreté más fuerte el cojín.

Lance, sentado erguido con su porte tranquilo, tomó la palabra:

—Como dijo nuestro primer ministro, eso es absurdo. Son rumores reciclados de foros conspirativos. Nuestro Comandante no es un experimento, ni mucho menos mitad alienígena. Al contrario: él fue el primero en entrar al campo de batalla durante la invasión de hace once años.

—Pero hay testigos que dicen haberlo visto hacer cosas imposibles para un Mobian promedio—insistió el presentador— Como regenerarse o transformar su cuerpo. ¿Cómo se explica eso?

Lance volvió a responder, sin perder la compostura:

—¿Y qué si nuestro Comandante tiene habilidades únicas? ¿Eso lo hace un experimento? ¿Vamos a decir que Sonic es también mitad alienígena porque tiene supervelocidad? Muchos de nuestros ciudadanos tienen talentos extraordinarios. Son bendiciones de la mismísima Gaia.

Alejandro intervino de nuevo, las plumas blancas de su cabeza moviéndose un poco:

—Exactamente. No podemos señalar a cada Mobian con dones especiales como si fueran anormales. Shadow es un erizo. Como cualquier otro. Y su relación con Amy Rose es prueba de lo hermosas que pueden ser las relaciones puras y monoespecie. No hay motivo para atacarlos, ni para poner en duda su vínculo.

Yo bajé la mirada, mordiéndome el labio.

Puras. Monoespecie. Eso éramos ahora.

Yo y Shadow, la pareja del momento. Ya no éramos el símbolo de las relaciones interespecie o la esperanza de un nuevo entendimiento entre especies. Ahora éramos una pareja de erizos, "aprobada" por el partido. Una narrativa limpia, controlada… y perfectamente cómoda para ellos.

Estiré la mano hacia el celular sobre la mesita de centro y busqué el contacto de Shadow. Él debía saber sobre esto. Seguro que se había puesto de acuerdo con Lance para negar, en televisión nacional, cualquier duda sobre su origen.

Empecé a escribir:

Yo: Estoy viendo las noticias. ¿Tú sabías que Lance iba a decir que no eres…

Pero me detuve. Leí la frase una vez más, con los dedos suspendidos sobre la pantalla.

No lo envié, en cambio lo borré todo y dejé el celular a un lado, abrazando de nuevo la almohada, enfocándome nuevamente en la televisión. 

El león se giró hacia Alejandro con una sonrisa torcida, dispuesto a ponerlo contra las cuerdas.

—Primer Ministro, cambiando de tema… ¿qué opina de la intervención de su hijo Sergio durante la protesta? Hay quienes no están contentos con que su hijo sea, cito textualmente, “un rarito”. Muchos lo ven como una contradicción, incluso una hipocresía, viniendo de alguien que ahora representa al Partido Purista.

Solté un pequeño sonido de asombro. ¿Hijo? Espera… ¡Con razón se me hacían tan parecidos!

Era el padre de Chiquita.

Alejandro impasible, tomó aire antes de responder con firmeza:

—Primero que nada, su nombre es Chiquita , y es mi hija. Y segundo, utilizar la palabra “rarito” para referirse a un miembro de una minoría como los Lazari es ofensivo e inaceptable. Esa terminología no tiene lugar en este debate ni en ninguna sociedad que se considere civilizada.

El presentador no se inmutó. Al contrario, parecía más animado, como si acabara de descubrir una grieta en la armadura del ministro.

—¿Pero no cree que eso contradice los valores fundamentales del Partido Purista? Los Lazari promueven ideologías distintas sobre reproducción, identidad de género e incluso son los más abiertos a las relaciones interespecie. ¿No va eso directamente en contra de los principios que usted ahora representa?

El pavo real no parpadeó. Su voz fue seca, clara.

—Los Lazari, como comunidad, mantienen relaciones entre miembros del mismo sexo. No pueden reproducirse entre sí, por lo tanto no afectan la pureza genética de ninguna especie. Al contrario, son la comunidad con mayor número de adopciones registradas después de la guerra. Brindaron hogar y cuidado a miles de crías huérfanas. Su aporte fue invaluable.

—Pero eso no cambia el hecho de que su “hija” no podrá continuar la línea sanguínea del clan Lirio, ¿verdad?

—Mi hija ya me dio un nieto de sangre pura —respondió Alejandro, con una sonrisa apenas visible en su pico— El clan Lirio sigue en pie.

No pude evitar soltar un grito ahogado:

—¿¡Chiquita tiene un hijo!?—Me cubrí la boca al instante, sorprendida.

En la televisión, el presentador no dio tiempo a procesar la revelación. Parecía decidido a encontrar otra grieta en la fachada del nuevo ministro, y continuó con una seriedad forzada:

—Además de la protesta, también hubo otro incidente, ocacionado por un grupo purista extremista: el intento de asesinato de la líder Sally Acorn durante su obra de teatro, a través de una bomba.

Me enderecé de golpe. ¿Iban a hablar por fin de los terroristas? Sentí que mi corazón se detenía por un segundo.

—¿Qué opina del tema, primer ministro? —preguntó el presentador, con el tono de quien lanza una red al mar esperando atrapar algo grande.

Alejandro mantuvo el rostro sereno mientras respondía:

—No tenemos relación con ese grupo de ninguna forma. Rechazamos totalmente cualquier organización que atente contra la vida de nuestros ciudadanos. Nuestra prioridad como partido es el bienestar de la nación, y gracias al esfuerzo de los agentes de Neo G.U.N., el peligro pudo evitarse.

Luego, el león se giró ligeramente hacia Sally, como si quisiera enfatizar que sus palabras también eran para ella:

—Señorita Acorn, este atentado contra su vida ha sido el primero desde que usted ha promovido públicamente las relaciones interespecies, ¿no es así?

Sally asintió, con el mentón en alto y la voz firme:

—Desde hace meses he recibido cartas de odio y amenazas de ciudadanos que siguen la filosofía purista. No es algo nuevo, y con el tiempo aprendí a acostumbrarme. Sin embargo, este acto... este intento de asesinato, no fue solo contra mí, sino contra todos los presentes esa noche. Ha sido un extremo inaceptable  —Hizo una pausa, sus ojos brillando con convicción— No podemos permitir que ideologías extremistas y discursos de odio se expandan entre nuestros ciudadanos.

—¿El partido Libertad Unida ha tomado alguna medida al respecto?

Sally sostuvo la mirada y respondió sin vacilar:

—Desde el incidente, el Comandante de Neo G.U.N. me asignó un guardaespaldas personal para que pueda continuar con mis labores. De ninguna manera permitiré que este acto me aparte de mi objetivo: defender los derechos y la libertad de nuestros ciudadanos.

Sally luego volteó a ver al pavo real y dijo con firmeza:

—También quería comentarle algo, señor primer ministro. Usted dice que su política se basa en el bienestar de los ciudadanos. Pero, ¿realmente cree que promover la segregación entre especies nos llevará al bienestar? Las personas tienen derecho a amar y formar una familia con quien deseen, sin importar la especie.

Alejandro asintió lentamente, como si ya hubiera anticipado esa confrontación.

—Princesa Sally —comenzó, con tono diplomático— antes que nada, permítame reconocer su valentía y dedicación. Su liderazgo durante la guerra, su papel en la reconstrucción tras la caída de su reino y la pérdida de sus padres, así como sus años de servicio como primera ministra, son dignos del mayor respeto.

Hizo una breve pausa, dejando que sus palabras se asentaran. Luego, su voz adquirió un tono más distante, calculado:

—Sin embargo, debo decir que su visión está demasiado enfocada en el presente… y no en el futuro.

Sally frunció el ceño, sus orejas alerta, sin ocultar su escepticismo.

—¿A qué se refiere con eso?

Alejandro no tardó en responder. Su tono era controlado, pero firme, como si cada palabra hubiera sido cuidadosamente ensayada.

—Durante la guerra, usted fue una de las responsables de cuidar a los sectores más vulnerables y sabe perfectamente bien que perdimos cerca del setenta por ciento de la población mundial a manos del Dr. Eggman. Y la mayoría de esas víctimas eran adultos jóvenes y adolescentes.

Hizo una breve pausa, como si le diera peso a lo que venía a decir a continuación.

—Hoy vivimos en una sociedad donde la mayoría de la población activa pertenece a generaciones mayores. Si no tomamos medidas ahora, si no protegemos el crecimiento y la estabilidad de las nuevas generaciones, nos enfrentaremos a un colapso demográfico. Nuestro deber es pensar en el futuro... aunque eso implique tomar decisiones difíciles.

Sally no tardó en replicar, con el ceño fruncido y la voz firme.

—¿Y eso implica segregar por especie?

Alejandro asintió con gravedad, como si ya esperara esa pregunta.

—Un estudio reciente reveló que la probabilidad de embarazo entre parejas de la misma especie es del 90% durante el Festival de Unión. Si pertenecen a la misma familia —como un perro y un lobo—, la cifra baja al 75%. Entre especies del mismo reino animal, por ejemplo una ardilla y un erizo, la probabilidad es del 50%. Y si hablamos de diferentes reinos —como un ave y un mamífero—, el porcentaje cae hasta el 25%.

Se giró ligeramente hacia la cámara, y luego volvió a ver a Sally.

—¿Lo entiende ahora, Princesa Sally? Si no concentramos nuestros esfuerzos en fomentar relaciones entre miembros de la misma especie, las posibilidades de reproducción disminuyen drásticamente. Y con eso, se estanca el crecimiento de nuestra nación.

Sus ojos rojos brillaron, ampliando su tono.

—Tal vez en el pasado, cuando nuestra población era estable, eso no era motivo de preocupación. Pero hoy estamos frente a una crisis demográfica. Y seguir ignorándola solo nos llevará a la extinción.

Sally no dudó en contraatacar, su voz vibrando con indignación contenida.

—¿Y por eso también decidieron borrar todo rastro de la cultura humana? ¿Reemplazarla como si jamás hubieran existido? ¿Reducir su legado a unas cuantas estatuas y museos?

No podía creerlo. Sally acababa de mencionar el Proyecto Sobreescribir en plena transmisión nacional.

El pavo real, sin perder la compostura, se acomodó en su asiento, acomodando sus plumas traseras, antes de responder con calma calculada:

—Todos los niños nacidos después del virus jamás han visto a un humano en persona… con una sola excepción: el mismo que nos ha atormentado durante años. El doctor Eggman.

Hizo una pausa breve, el silencio pesando como plomo en el aire, antes de continuar:

—Hoy en día, él es el Boogie Man de las nuevas generaciones. Muchos aún sufren las secuelas de la guerra, del virus, de las pérdidas. Por el bien de la nación, por el futuro de quienes están creciendo ahora, fue necesario eliminar todo vestigio de esa sombra que nos acechó por tanto tiempo… y cualquier cosa que nos lo recuerde.

La ardilla castaña se adelantó sin titubear, con los ojos brillando de indignación.

—Eggman no fue el único responsable. Fue asistido por Infinite durante la guerra, y el Virus Metal fue co-creado por el doctor Starline. Ambos eran Mobians. ¿Acaso también deberíamos eliminar a todos los chacales y ornitorrincos del mundo por las acciones de dos individuos?

Alejandro entrecerró los ojos, sin perder la compostura.

—Infinite y el doctor Starline están muertos. Ambos pagaron por sus crímenes. Pero el doctor Eggman… él ha seguido atacándonos. Durante siete años enteros, ha evadido la justicia, destruyendo, manipulando, aterrorizando. Y ahora está libre en algún lugar, planeando su próximo movimiento. No puede comparar esas dos situaciones, Princesa.

Sally no se dejó intimidar. Se inclinó hacia adelante, su voz firme y cargada de convicción.

—Con ese mismo razonamiento, los humanos no tuvieron la culpa de las acciones de un solo individuo. Su legado no debió haber sido borrado de esa forma.

Alejandro sonrió apenas, un gesto más político que cordial.

—Si realmente hubiera sido un problema, los ciudadanos habrían protestado.

Yo me quedé viendo la pantalla. El debate estaba encendido. Sally nunca ha sido de las que se dejan intimidar, pero incluso yo podía notar que el primer ministro Alejandro era un contrincante duro. 

El presentador pasó rápidamente una mano por su melena castaña, y giró la mirada hacia Lance, quien hasta ese momento había sido el más callado del grupo.

—Hablando del tema del doctor Eggman —dijo, tratando de sonar casual, pero con un brillo en los ojos— ¿Cuál es la postura de Neo G.U.N. ante él? ¿Están preparados para un posible ataque?

Lance se ajustó los lentes con calma. Sus orejas se movieron ligeramente al acomodarse en su asiento. No parecía nervioso… solo medido, como si ya supiera exactamente qué decir.

—Estamos más que preparados —respondió con voz serena, pero firme— Y si llega el día en que Eggman regrese… no volveremos a dejarlo escapar. Nuestro Comandante está dispuesto a acabar con él de una vez por todas.

El presentador alzó las cejas, visiblemente sorprendido.

—Esa es una afirmación contundente, especialmente si consideramos las declaraciones de Sonic, el héroe de Mobius, sobre traer a Eggman ante la justicia.

Lance replicó sin dudar:

—Nosotros no somos tan ingenuos como para darle una segunda oportunidad a ese dictador.

El presentador volvió la vista a la cámara, recuperando su tono neutral.

—Ahí lo tienen: posturas firmes y sin concesiones desde el nuevo gabinete. El debate sobre seguridad, justicia y las amenazas que enfrenta nuestra nación sigue abierto… y, como siempre, lo seguiremos de cerca.

La pantalla mostró el logo del noticiero mientras la música de cierre llenaba el estudio. Pronto la pantalla cambió al segmento de deportes. El set brillante y las voces animadas contrastaban de forma grotesca con la tensión que aún sentía en el pecho. Extendí la mano y apagué la televisión con un clic seco. La habitación quedó en silencio.

Me quedé sentada en el sofá, abrazando la almohada por un momento, tratando de procesar todo. El debate había sido más crudo de lo que esperaba. Sally, como siempre, se mantuvo firme, brillante… pero podía ver en sus ojos que estaba agotada. No solo por el debate de esta noche, sino por todas las batallas que había venido dando desde hace años.

Solté la almohada y tomé mi celular. Mis dedos se movieron casi por instinto, marcando su número. Quería asegurarme de que estuviera bien.

Después de un par de tonos, contestó.

—¿Hola?

—Hola, Sally… ¿cómo estás?

—Amy —dijo enseguida, con un suspiro que sonó mitad alivio, mitad cansancio— ¿Acabas de ver el debate?

—Sí… lo vi todo. Fue bastante intenso.

—Eso es una forma amable de ponerlo —respondió con una risa breve, aunque sin alegría— Alejandro no se contiene en absoluto.

—Pero tú tampoco —dije, sonriendo un poco. —Eres increible y no te dejaste intimidar.

Hubo un pequeño silencio al otro lado. Luego la escuché murmurar:

—Gracias, Amy.  A veces siento que estoy peleando contra una corriente demasiado fuerte.

—Pero no estás sola. Tu sabes que siempre puedes contar conmigo.

Sally no respondió enseguida. Escuché el leve sonido de su respiración, como si estuviera procesando lo que le acababa de decir.

—¿Amy, quieres salir a comer mañana? —dijo con un poco de duda— Me vendría bien salir… despejarme un poco.

—Oh, ¡por supuesto! ¿Qué te parece a las doce, junto a la estatua de Silver en el mall?

—Perfecto. Es una cita.

Reí suavemente ante el comentario.

—Es una cita entonces. Buenas noches, Sally. Nos vemos mañana.

—Nos vemos mañana, Amy. Y… gracias.

Corté la llamada y dejé el teléfono a un lado. Miré por la ventana, hacia la oscuridad tranquila de mi vecindario. Aunque las luces estaban apagadas y el vecindario dormía, sentí que algo se había movido esta noche.

Al día siguiente, ya estaba lista para mi salida con Sally.

Me había puesto un vestido de cuello alto color vino, acompañado de un abrigo largo de lana gris, medias opacas y mis botas altas favoritas. 

Frente al espejo del baño, terminé de revisar los últimos detalles de mi maquillaje. El moretón en mi mejilla derecha aún no había bajado del todo. Suspiré al verlo y lo cubrí con una segunda capa de corrector. No quería preocupar a Sally ni distraer la conversación con explicaciones. 

Fue entonces que escuché un par de golpes suaves en la puerta principal.

Me giré hacia la puerta del baño, frunciendo el ceño por un segundo, hasta que caí en cuenta. Susurré para mí misma, con resignación:

—Hoy es domingo…

Bajé las escaleras con lentitud, sintiendo el peso de una rutina que ya se me había hecho conocida. Al llegar a la puerta de la sala, solté un largo suspiro antes de abrirla.

Charlie, el repartidor, estaba ahí, de pie con su uniforme de siempre, sosteniendo un ramo de rosas blancas. Estaban combinadas con jacintos morados y lirios rosados. Flores que, sabía bien, representaban disculpas, perdón… y arrepentimiento.

—Buenos días, Charlie —dije, con una sonrisa suave, aunque algo tensa.

—Buenos días, señorita Amy —respondió él, con una expresión incómoda pero respetuosa. Me tendió el ramo con ambas manos— Entrega para usted.

Tomé las flores con cuidado y las sostuve entre mis brazos.

—Gracias —murmuré.

Charlie asintió, moviendo su gorra con una mano.

—Un placer. Nos vemos la próxima semana.

Lo vi dar media vuelta y alejarse hacia su camión, dejándome sola con el ramo.

Me di la vuelta, crucé el umbral y cerré la puerta con el pie, sin apartar la vista de las flores. El ramo pesaba más de lo que parecía, aunque no por el número de flores. Era el mensaje el que lo hacía difícil de sostener.

Desde el inicio de nuestra relación, Shadow siempre me enviaba rosas rosadas. Eran dulces, delicadas, hermosas... como si me estuviera dibujando en forma de flor. Supuse que lo hacía porque pensaba en mí al verlas. Porque se asociaban a mí de alguna manera.

Pero ahora todo había cambiado. Ahora me mandaba flores con significado. Cómo desearía que este ramo fuera de rosas rojas, brillantes y hermosas. Cómo desearía que, en lugar de disculparse, me amara sin miedo.

Fue entonces cuando, entre los pétalos, vi una pequeña tarjeta.

La tomé con dedos temblorosos y la leí:

“Te amo —S.”

Solté una risa suave. Y luego otra.  Hasta que se volvió una carcajada vacía, frustrada, llena de rabia contenida.

Con un movimiento brusco, lancé el ramo contra el suelo. Las flores estallaron contra la madera, los pétalos volando en todas direcciones como una explosión de algo que había estado apretado por demasiado tiempo.

—¡¡¡Dímelo en persona!!! —grité, con la voz rota.

Traté de respirar hondo, de obligarme a recuperar la compostura. Cerré los ojos unos segundos y apreté los puños con fuerza, como si eso bastara para contener todo lo que sentía.

No iba a llorar más. No por esto.

—Respira, Amy —me dije en voz baja— Solo respira.

Abrí los ojos y miré al frente. Las flores seguían desparramadas en el suelo, hermosas incluso en su caída. Caminé sobre ellas con cuidado, pero sin detenerme. Ya no podía darme el lujo de quedarme ahí parada esperando que algo cambiara.

Tomé mis bolsos del perchero —el mío, y el del huevo chao—, revisé por última vez que llevara todo y salí de la casa.

El aire de la mañana estaba fresco, como si quisiera consolarme sin palabras. Cerré la puerta con llave y avancé hacia mi auto con pasos decididos, aunque por dentro todavía me temblaban las piernas.

Hoy iba a ver a Sally. Y por más difícil que fuera, iba a sonreír. Iba a seguir adelante.

Me subí al MINI, encendí el motor y puse rumbo al centro comercial. Era domingo. Y yo estaba decidida a no permitir que mi corazón roto arruinara todo el día.

Tras minutos de viaje, estacioné el auto en el parqueo del mall, apagué el motor y respiré hondo antes de salir. Me colgué los bolsos al hombro y me dirigí hacia la entrada principal. El centro comercial ya estaba lleno de movimiento: familias, parejas, grupos de amigos, todos paseando entre vitrinas y cafés.

La vi enseguida, parada junto a la estatua central, justo donde habíamos acordado. Sally Acorn destacaba como siempre. Llevaba un abrigo largo azul, entallado a la cintura, sobre una blusa de seda beige y un pantalón recto gris oscuro. Sus botas negras tenían un pequeño tacón que la hacía ver aún más elegante. Al verme, se acomodó un mechón de su melena castaña y me regaló una sonrisa cálida.

—Hola, Sally —saludé, acercándome.

—¡Amy! —respondió con entusiasmo.

Su mirada bajó rápidamente hacia el bolso especial del huevo Chao, decorado con una colección de llaveros coloridos que tintineaban al andar.

—Es tan adorable —comentó— Sonic me dijo que ganaste un huevo en el festival.

Sonreí con cierto orgullo.
—Es una celebridad en el gimnasio —dije, levantando un poco el bolso para mostrárselo.

Sally rió suave.
—¿Ah, sí? Pues a este paso va a nacer siendo un deportista nato.

Reí con ella, agradeciendo internamente ese momento de ligereza.
—Vamos —dije, señalando con la cabeza hacia las escaleras mecánicas— Hay un restaurante muy bueno en la segunda planta.

—Perfecto, te sigo —respondió ella, cruzándose el bolso al otro hombro mientras caminábamos juntas.

Al llegar al restaurante, elegimos una mesa al fondo, cerca de la ventana. El lugar era acogedor, con luz cálida y un suave murmullo de conversaciones a nuestro alrededor. Cuando la mesera se acercó para atendernos, noté cómo se le ensanchaban los ojos al vernos. No era sorpresa; en cierto modo, ambas éramos figuras públicas : yo por mis años en la reconstrucción, y Sally por su rol político.

Después de pedir, me acomodé en el asiento acolchado y, sin rodeos, le pregunté:
—¿Cómo estás?

Sally me miró con una expresión apagada, sus orejas decaídas, sus ojos y  mostraban un cansancio difícil de disimular.
—Agotada —respondió con franqueza— Ese debate fue un golpe fuerte.

Se reclinó un poco en el asiento, cruzando los brazos con un suspiro.
—Alejandro no solo presentó cifras reales que podrían incentivar a las personas a evitar relaciones entre especies… también logró que ustedes se volvieran, al menos en la percepción pública, una pareja mono-especie.

La escuché en silencio, sintiendo cómo sus palabras caían pesadas en el aire.

—No esperaba eso en absoluto —admití, bajando la mirada— Parecía como si Alejandro y Lance ya tuvieran todo planeado... como si quisieran dejar bien claro que Shadow no es mitad alienígena, sino solo un erizo común.

Sally se inclinó hacia mí, su voz más baja:
—¿Y qué opina Shadow al respecto?

Bajé la vista a mis manos, que jugueteaban nerviosamente con la servilleta de tela sobre la mesa.

—No lo sé —susurré— No he hablado con él en una semana entera. Me pidió tiempo...

Hubo un silencio tenso. Sally me observó en silencio, evaluando mis palabras, antes de hablar.
—Así que… ¿los rumores de que rompieron son ciertos?

Negué con la cabeza, casi de inmediato.
—No. No hemos terminado. Solo… estamos en una pausa. Él necesita pensar, y yo... estoy tratando de respetarlo.

Sally asintió con suavidad. No dijo nada más al respecto, pero el gesto fue suficiente para saber que me entendía.

Entonces ella intentando aliviar el ambiente tenso, sonrió con suavidad y dijo:
—¿Recuerdas cuando solíamos almorzar juntas en la cafetería?

Sonreí también, con un dejo de melancolía.
—Por supuesto que lo recuerdo. Cuando eras Primera Ministra, pasábamos horas trabajando juntas… planeando proyectos, debatiendo leyes, soñando con un país nuevo.

 Me reí un poco al recordarlo.
—Incluso después de que perdiste las elecciones, seguíamos almorzando juntas, aunque ya estuviéramos en edificios distintos.

Sally asintió, su mirada perdida por un momento.
—Hablábamos por horas... —dijo, y una sonrisa nostálgica se dibujó en sus labios— Es increíble que termináramos siendo amigas, considerando que al principio no me soportabas.

Reí de nuevo, esta vez con más sinceridad.
—Era una niña entonces. Una muy celosa, para ser honesta.

—Nunca nos llevamos bien del todo… —admitió ella— Pero cuando empezó la guerra… y Eggman atacó el castillo... tú y la Resistencia llegaron a rescatarnos.

Su voz se quebró ligeramente al final. Sus orejas cayeron apenas, y su expresión se volvió más seria.

—Recuerdo que viniste hacia mí —continuó con voz baja— Me dijiste que entendías mi dolor… y que siempre tendría un hombro donde llorar.

Yo asentí con lentitud, sintiendo el peso de esos recuerdos.
—Puede ser que no fuéramos amigas en ese entonces, pero… no podía dejarte sola, no después de perder a tu familia.

La ardilla castaña respiró hondo y luego asintió, sus ojos brillando ligeramente.
—Después de aquel día… nuestra relación cambió para mejor. Tú y la Resistencia tomaron el frente de batalla, mientras yo me encargaba de los heridos, de los niños y los ancianos. Nos llamábamos por radio todos los días, nos coordinábamos como si hubiéramos sido aliadas de toda la vida.

Se inclinó hacia atrás en el asiento, su tono más ligero.
—Aunque seguimos compitiendo por la atención de Sonic.

 — Pero nunca de manera hostil. —Comenté, con una risa.

Sally asintió con una sonrisa pícara.
—Aún recuerdo aquellas noches en las que tú y Rouge me arrastraban a los clubes nocturnos.

Reí, negando con la cabeza.
—No queríamos que pasaras todo el tiempo encerrada en la oficina. Necesitabas divertirte un poco.

—¡Fue una locura! —dijo ella, soltando una carcajada— Rouge siempre encontraba la manera de hacernos entrar sin hacer fila… y nos metía directo a la zona VIP.

—Tenía sus mañas —admití con una risa— Nunca supe cómo lo lograba, pero funcionaba cada vez.

Sally suspiró con nostalgia.
—Qué tiempos… La verdad, los extraño.

Me quedé en silencio unos segundos, dejando que la idea tomara forma antes de hablar.
—Podríamos volver a hacerlo, ¿sabes? Ir a un club. Como en los viejos tiempos.

Sus ojos se iluminaron mientras se enderezaba en su asiento.
—¡Eso me encantaría! Podríamos llevar a Blaze incluso.

Solté una risa suave.
—¿Blaze en un club nocturno? Eso va a ser toda una experiencia. Nunca ha ido a uno, ¿cierto?

—Jamás —dijo Sally, divertida— Pero quién sabe, tal vez termina disfrutándolo más que nosotras.

Ambas reímos de nuevo, con esa clase de alegría que solo nace al compartir recuerdos reales… y al construir nuevas posibilidades. Por un momento, me sentí más ligera.

Terminamos de almorzar y decidimos hacer algunas compras juntas. Sally quería comprarse un traje nuevo para una sesión de fotos para una revista y decidimos aprovechar la tarde para hacerlo.

Íbamos conversando tranquilamente cuando, al girar una esquina, nos topamos con una figura inconfundible. Rouge estaba de pie frente a una vitrina, vistiendo un abrigo de diseñador, de lana en tono borgoña, largo hasta las rodillas, con botones dorados. Un gorro de punto rojizo cubría parte de su cabello, y usaba botas altas de tacón junto con guantes finos de cuero. A sus pies descansaban varias bolsas de tiendas exclusivas, algunas con papel brillante y moños de temporada.

Alcé la mano con entusiasmo.
—¡Rouge!

Ella volteó enseguida, y una sonrisa amplia se dibujó en su rostro.
—Amy, Sally… qué coincidencia más divina.

Nos acercamos mientras se quitaba los lentes de sol con ese toque dramático tan suyo.
—Vaya, parece que alguien se está preparando para el invierno con estilo —comentó Sally, mirando las bolsas.

Rouge se rió con ese tono seguro que siempre la acompañaba.
—La moda invernal es mi debilidad. Además, Black Friday está a la vuelta de la esquina. Considero esto una inversión anticipada.

—¿Y cuántas tiendas has saqueado hasta ahora? —pregunté con una sonrisa burlona.

—Sólo las imprescindibles —respondió, alzando la barbilla con orgullo— ¿Y ustedes qué hacen por aquí?

—Almorzamos y ahora Sally busca un traje nuevo —expliqué.

—Entonces están en buenas manos. Justo vi un conjunto azul marino que te quedaría fabuloso —dijo, señalando una boutique al fondo del pasillo— Vengan, se los muestro.

Seguimos a Rouge a través del centro comercial hasta una boutique elegante en el segundo piso. El interior estaba impecablemente decorado: alfombra gris claro, percheros metálicos minimalistas y espejos de cuerpo entero rodeados de luces tenues que daban un aire casi teatral. Apenas entramos, el aroma de perfumes caros y tela nueva me envolvió como una ola de nostalgia.

—Es ese de allá —dijo Rouge, señalando con determinación un traje azul marino con solapas satinadas y pantalones de corte recto— Clásico, elegante, con un toque moderno. Es muy tú , Sally.

Sally se acercó con una ceja alzada, observándolo de arriba abajo.
—Admito que me encanta —dijo al final, esbozando una sonrisa. Se giró hacia la vendedora— ¿Puedo probármelo?

—Por supuesto —respondió la mujer, llevándola hacia los vestidores del fondo.

Mientras esperábamos, me alejé un poco, paseando entre los percheros de trajes. Había tonos sobrios: grises, burdeos, verde botella… tejidos finos, cortes estructurados. No podía evitar tocarlos con los dedos, dejando que la textura me transportara a otro tiempo. A mi tiempo en administración.

Recordé los días en los que mi agenda estaba llena de reuniones, decisiones, revisiones… cuando tenía que vestir con formalidad todos los días. Recordé mi escritorio lleno de papeles, mis tacones resonando por los pasillos del edificio gubernamental, y las noches que pasaba repasando informes en lugar de dormir. 

También recordé los paquetes misteriosos que empezaron a llegar cada lunes: llenos de snacks, bebidas, y… rosas rosadas.

Giré ligeramente la cabeza hacia Rouge y le pregunté:
—¿Cómo está Shadow?

Con su oído infalible, sabía que me había escuchado, aunque tardó un par de segundos en responder. Caminó hacia mí con ese aire relajado tan suyo y contestó:

—Como siempre, desvelándose. Ayer apareció con una máquina de escribir antigua y no paró de teclear en toda la noche. Al final, tuve que ponerme tapones en los oídos… ya me estaba sacando de quicio el clac clac clac constante.

Solté una risa leve, más de asombro que de diversión. Shadow se había conseguido una máquina de escribir… por alguna razón. 

La murciélago me lanzó una mirada de reojo.

—¿Y han hablado?

Negué, bajando un poco la mirada.

—No… no he sabido nada directamente de él.

Ella arqueó una ceja.

—¿Y por qué no le escribes tú, si estás tan preocupada?

—No quiero molestarlo —respondí, encogiéndome de hombros— Él pidió espacio.

Rouge soltó un largo suspiro, cruzándose de brazos con teatralidad.

—Ustedes no tienen remedio.

Justo entonces, desde los vestidores, la voz de Sally resonó con tono juguetón:

—¿Están listas para ver a la futura portada de Mobian Politics Monthly ?

Nos giramos de inmediato… y cuando salió con el traje puesto, radiante y segura, las dos exclamamos al unísono:

—¡Wow!

Sally posó frente al espejo con una mano en la cadera y la otra alzada, como si sostuviera un micrófono invisible.

—¿Qué opinan? ¿Demasiado “voten por mí”? ¿O lo justo para que me tomen en serio y quieran invitarme a cenar?

—Es perfecto —dijo Rouge sin dudar, dándole una vuelta rápida con mirada experta— Profesional, elegante… y te marca la cintura justo donde debe.

Asentí con una sonrisa sincera, aunque por dentro me sentía un poco ausente.

—Te queda increíble, Sally. Vas a deslumbrar en esa portada.

Sally pareció satisfecha con nuestras reacciones. Se giró de nuevo hacia el espejo, fascinada por su reflejo, mientras Rouge se le unía para sugerirle accesorios con entusiasmo. Yo, en cambio, me quedé un poco atrás, dejando que sus voces se convirtieran en un murmullo de fondo.

No podía dejar de pensar en él.

Me lo imaginé frente a su escritorio, tecleando como si el teclado tuviera la culpa de algo. ¿En qué estaría trabajando? ¿Un informe? ¿Una carta? ¿Un diario? Lo vi en mi mente, con el ceño fruncido, la mandíbula apretada, encerrado en su mundo. 

Saqué el teléfono casi sin darme cuenta, solo para mirar la pantalla. Ningún mensaje. Ninguna llamada perdida. Nada.

Lo guardé rápidamente antes de que Rouge me descubriera en el acto.

Entonces Sally se volvió hacia ella con una sonrisa entusiasta.

—Rouge, Amy y yo estábamos pensando en tener una noche de chicas, como en los viejos tiempos. Queremos invitar también a Blaze. ¿Qué te parece?

Los ojos de Rouge brillaron.

—¡Me encantaría! Justo este sábado hay una fiesta VIP en uno de mis bares. Sería perfecto.

—Excelente —dijo Sally, palmeando las manos— Solo hay que preguntarle a Blaze y decidir la hora.

—Déjenmelo a mí —respondió Rouge, ya sacando su teléfono, con esa chispa en los ojos que siempre anunciaba una gran noche.

Sally pagó por su traje y salimos de la tienda, caminando juntas por el centro comercial, conversando con ligereza mientras el eco de nuestras risas se perdía entre los pasillos.

Entonces me detuve. Mi mirada se había quedado atrapada en una vitrina.

Un babydoll.

Negro, elegante, sutilmente provocador. Semitransparente, con encaje fino en los bordes y tirantes delgados que apenas parecían sostenerlo. Había algo hipnótico en él… algo que me hizo dar un paso más cerca, como si mi cuerpo se moviera por sí solo.

Era hermoso.

Y, sin poder evitarlo, mi mente se llenó de imágenes: ese mismo babydoll sobre mi cuerpo, los ojos rojos de Shadow clavados en mí con deseo, su voz grave pronunciando mi nombre, sus manos firmes recorriéndome con devoción.
Un escalofrío me recorrió la espalda y sentí un nudo familiar en el vientre.

—Si te gusta tanto… —dijo Rouge de repente, sacándome de mi trance— ¿por qué no entramos?

Parpadeé, sobresaltada, y negué con la cabeza, con una sonrisa nerviosa.

—No hace falta… me distraje, lo siento.

Rouge no se dejó engañar. Me tomó del brazo con esa seguridad tan suya y me guiñó un ojo.

—Vamos. Siempre hay una primera vez para entrar a una tienda para adultos.

Me sonrojé de inmediato, como si me hubieran descubierto haciendo algo prohibido. Pero antes de poder negarme otra vez, ya me estaba arrastrando con ella hacia la entrada. Sally soltó una carcajada divertida y nos siguió sin dudar.

Apenas cruzamos la puerta, me sentí como si hubiera entrado en otro mundo. Un mundo suave, sensual… y un poco intimidante.

El sex shop estaba iluminado con luces tenues y cálidas, que bañaban el espacio en tonos rosados y violáceos. Las paredes estaban decoradas con terciopelo oscuro, espejos dorados y pósters de Mobians —de todo tipo de especies— modelando lencería provocadora o posando con juguetes en las manos, con miradas intensas y seguras.

El lugar estaba dividido en secciones claramente delimitadas con carteles brillantes. Era… elegante. Casi lujoso. Y muchísimo más grande de lo que imaginé.

A la izquierda, había un rincón completo dedicado a lencería: encajes, telas suaves como pétalos y colores que iban desde el clásico negro hasta tonos pastel y neones atrevidos. 

Más al fondo, una pared completa exhibía disfraces: enfermera, profesora estricta, espía seductora, y hasta uno que parecía una versión sexy de una heroína de cómic.

A la derecha, estaba la sección de juguetes. Y no eran pocos. Estaban organizados por tamaño, forma y función con descripciones detalladas. Algunos parecían intimidantes. Otros… tentadores.

Más allá, había una vitrina de cristal con perfumes especiales. Según Rouge, estaban diseñados para aumentar la producción natural de feromonas dependiendo de tu especie. 

Era evidente que no era un lugar cualquiera. Este sex shop había sido diseñado pensando en Mobians, en nuestras formas, sentidos y… curiosidades. Había espacio para todo: placer, autoexploración, fantasía, conexión en pareja. Y aunque al principio me sentí cohibida, no pude evitar sentir también una punzada de emoción.

Un pensamiento fugaz cruzó por mi mente:
Shadow jamás ha venido a un lugar como este… ¿Y si le traigo algo? ¿Y si… nos sorprendemos mutuamente?

Mi mirada se desvió hacia el mostrador, donde una chica mariposa de alas violetas y detalles tornasolados organizaba unos frascos con etiquetas doradas. Al verme, me regaló una sonrisa cálida y profesional.

—Bienvenida —dijo con voz dulce— ¿Buscas algo en específico, cariño?

Me tomó por sorpresa. Abrí la boca, pero mis ojos se desviaron sin querer hacia la vitrina junto al mostrador… llena de cajas de condones. Algunos de sabores. Otros texturizados. Tragué saliva. De repente recordé algo muy importante. Algo alarmante.

No tenía ni un solo condón en casa.

—Condones —solté al fin, con una vocecita apretada.

La vendedora asintió con naturalidad.

—Claro. ¿Qué especie es tu chico? Así te recomiendo la talla adecuada.

Sentí cómo el calor me subía desde el pecho hasta las orejas.

—Es un erizo —murmuré— Pero no es un erizo cualquiera…

La mariposa parpadeó, confundida.

—¿...En qué sentido?

Justo entonces, Sally y Rouge se acercaron.

—¿Qué pasa? —preguntó la murciélago.

Yo me cubrí la cara con una mano, queriendo desaparecer.

—Estoy buscando condones, pero no… no estoy segura del tamaño exacto de Shadow.

Rouge soltó una risa suave, divertida, y se giró hacia la vendedora.

—Eso tiene solución. ¿Podrías traernos un dildo de erizo? Uno de tamaño estándar para comenzar.

—¡Con mucho gusto! —respondió la mariposa con profesionalismo, y se fue hacia el fondo de la tienda.

Rouge volvió a mirarme, acercándose con esa mirada felina que siempre me ponía nerviosa.
—Entonces, cielo… si buscas condones, ¿es porque están planeando hacerlo o porque ya lo hicieron?

Me sonrojé tanto que sentí mi rostro arder. Crucé los brazos, y el bolso del huevo Chao que colgaba de mi espalda se balanceó, haciendo tintinear los llaveros.

Rouge se inclinó aún más, como una periodista persiguiendo una primicia.
—Anda, dímelo. Estás entre amigas.

Desvié la mirada, sintiendo cómo me ardían las mejillas.
—Lo segundo… —susurré.

La sonrisa pícara de Rouge se ensanchó.

—¿Y qué tal?

—Rouge… —la miré con una mezcla de molestia y vergüenza— Eso es información confidencial.

Sally soltó una risita ante nuestra interacción, y terminé riéndome yo también. Pero mi sonrisa se desvaneció pronto.
—Lo extraño mucho… es difícil… antes no me preocupaba por estas cosas… pero esta última semana… me he sentido… —me quedé callada, buscando las palabras y sin encontrarlas.

—¿Insatisfecha? —aventuró Sally.

La miré y asentí, mordiéndome el labio.

—Una semana sin acción deja así a cualquiera —comentó Rouge con naturalidad— Lo que tú necesitas es una ayudita para esas noches solitarias.

La observé, frunciendo el ceño.
—¿Ayudita?

Sally sonrió de lado.
—Un juguete sexual, Amy.

Sentí que el calor me recorría por todo el cuerpo. Me encogí un poco, apretando el borde mi vestido, mi mirada fija en el suelo.

En ese momento, la chica mariposa regresó. Llevaba una cajita blanca con bordes redondeados. La colocó con cuidado sobre el mostrador y la abrió con ambas manos. Adentro, sobre un fondo acolchado de tela negra, descansaba un dildo con forma anatómica de miembro de erizo. Lo reconocí al instante. Tenía la misma apariencia que las fotos y videos que había visto por internet.

Lo miré en silencio, con la respiración ligeramente agitada. Sentí una presión en la base del estómago. Inmediatamente pensé en Shadow. 

—Tiene que ser más grande —susurré, casi sin darme cuenta de que lo había dicho en voz alta.

La chica mariposa parpadeó, sorprendida.

—¿Más grande? —repitió, ladeando ligeramente la cabeza.

Asentí, sin levantar la mirada. Usé ambas manos para marcar en el aire una longitud estimada, unos cuantos centímetros más.

—Algo… así.

Y luego hice un gesto con los dedos, mostrando el grosor. Ni siquiera sabía cómo estaba teniendo el valor de hacerlo, pero ya lo había dicho.

—Y así de grueso...

La chica abrió los ojos como platos y soltó una risa nerviosa.

—Ya veo por qué dijiste que tu erizo no es uno cualquiera.

La vendedora cerró la caja y se dio la vuelta cuando Rouge levantó una mano para detenerla.
—Y, si no es mucha molestia, tráele también un juguetito para principiantes. Esta eriza lo va a necesitar.

La mariposa sonrió con complicidad.
—Por supuesto. Ya vuelvo.

Apenas la vendedora desapareció tras los estantes, Rouge se inclinó hacia mí con esa sonrisa pícara que significa que está a punto de divertirse a mi costa.
—¿Es en serio, Amy? —arqueó una ceja— No sabía que eras tan temeraria.

 —¡No es mi culpa! —protesté, casi en un susurro— Es que… él es… bueno… tú sabes…

Sally, aún procesando, comentó con una mezcla de asombro y curiosidad:
—Eso está… muy por encima del promedio para un erizo.

Rouge soltó una risita suave, moviendo apenas las alas.
—Cariño, Shadow no es un erizo cualquiera. Y tú… —me señaló con una sonrisa cómplice— vas a necesitar ayuda para sobrevivirlo.

Se enderezó y añadió con total seriedad:
—Voy a buscar lubricante. Mucho.

Se alejó hacia una estantería cercana, revisando frascos con mirada experta antes de internarse entre los pasillos, taconeando como si estuviera en una pasarela.

Me cubrí el rostro con ambas manos, deseando desaparecer.
Sally me dio una palmadita en el hombro y me apartó un mechón de cabello con ternura.

—No te avergüences, Amy —dijo, con voz suave pero segura— Estás entre amigas. Y créeme… nadie aquí te va a juzgar por tener un gusto tan bueno.

La miré, apartando las manos de mi rostro con algo de timidez. Ella me sostuvo la mirada con una sonrisita ladeada y, en tono juguetón, soltó:

 —De hecho… ¿tú y Shadow nunca han considerado una relación poliamorosa?

Solté una risa nerviosa ante la idea.
—Shadow no es del tipo de hombre que quisiera un harem —me encogí de hombros— Pero si fuera Sonic… tal vez lo habría pensado.

Sally rió divertida.
—Una de nosotras en cada brazo —bromeó.

—Yo de lunes a miércoles, tú de jueves a sábado —seguí la broma— El domingo es su día libre.

Ambas nos echamos a reír justo cuando Rouge reapareció, sosteniendo dos botellas de lubricante: una con olor a chocolate, la otra a fresa. Las dejó sobre el mostrador con un gesto triunfal.
—Listo, cariño —dijo con picardía— ahora sí estás equipada para sobrevivirlo .

Luego se giró hacia nosotras, arqueando una ceja como quien suelta una bomba a propósito.

—Y díganme… ¿por qué nunca intentaron una relación poly con Sonic? —preguntó, divertida. —Era más que obvio que nunca iba a elegir entre ustedes dos.

La miré, frunciendo un poco el ceño.

—¿A qué te refieres?

Rouge soltó un pequeño suspiro, como si hablara de algo tan evidente que le sorprendía que no lo viéramos.

—Por favor, ya lo saben. Sonic le huye al drama como si fuera una peste. No puede lidiar con conflictos emocionales. Cuando las cosas se complican, simplemente se aleja y espera que todo se arregle solo. Y cuando no pasa… se porta como un completo imbécil.

Sally asintió, sin dudar.

—Sí. Sonic le teme al conflicto. Siempre ha sido así.

—Todo se lo toma a la ligera —dije yo, bajando la mirada— Nunca es honesto consigo mismo… ni con los demás. Y siendo honesta, no creo que habría podido compartirlo contigo, Sally. Soy demasiado celosa para eso.

Sally sonrió con cierta melancolía.

—Y yo, demasiado orgullosa como para aceptar ser “la otra”.

El ambiente se volvió un poco más íntimo, más crudo. Sally dejó escapar un suspiro, largo, dolido.

—Aunque, honestamente… no importa. Tu te alejaste y aun así, Sonic no me eligió. Me pidió “tiempo” hasta el Festival de Unión… incluso después de haber tenido relaciones conmigo…

Rouge y yo nos quedamos en silencio, impactadas. Me tomó un par de segundos procesar lo que acababa de decir. Mis ojos se abrieron un poco más mientras la miraba.

—¿Tú… tú tuviste relaciones con Sonic?

Sally dejó escapar un suspiro cansado, y por un momento, apartó la mirada hacia un rincón del local, como si buscara en el vacío las palabras correctas. Luego volvió a mirarnos.

—Sí… —admitió, con voz suave— Varias veces. Todo fue muy casual… nada serio.

La miré con curiosidad, aunque sentía un nudo formarse en mi pecho.

—¿Desde cuándo? —pregunté, sin sonar acusatoria, solo confundida.

La ardilla castaña me sostuvo la mirada un segundo antes de responder:

—Desde las vacaciones en el resort —dijo— Todo empezó esa noche en que Sonic te invitó al show de magia y tú… le dijiste que no. ¿Recuerdas?

Asentí lentamente.

— El show estuvo buenísimo, nos reímos mucho… pero cuando terminó, Sonic parecía distinto. No dijo nada, pero se le notaba apagado, como decepcionado. Se ofreció a acompañarme hasta mi habitación del hotel y… cuando llegamos, lo invité a pasar un momento.

Sally bajo la mirada, sus orejas decaídas, sus mejillas un poco sonrojadas.

—Se sentó en el borde de la cama. Me dijo que se sentía raro… que no sabía qué estaba haciendo mal, que todo se le estaba saliendo de las manos. Me abrazó, y en ese abrazo… me pidió consuelo…  Las cosas escalaron… y pasó lo que pasó.

Se hizo una pausa. Sally apretó los labios un segundo antes de continuar.

—Me sentí terrible… porque en ese entonces, todos creíamos que tú estabas armando un teatro para ponerlo celoso.

—Sally… —murmuré, sin saber muy bien qué decir.

Pero ella continuó, con una mezcla de honestidad y resignación.

—Cuando supimos que tu relación con Shadow era real, sentí… alivio. Pensé que entonces, quizás, lo mío con Sonic podría avanzar. Incluso… volvimos a hacerlo la noche siguiente cuando nos hicieron regresar a nuestras habitaciones…

—¿Y después de eso? —preguntó Rouge curiosa.

Sally se encogió de hombros, sin mirarnos directamente. 

— No sé… nos volvimos amigos con derechos supongo… Nunca tenemos citas de verdad… Solo salimos a comer de vez en cuando, pasamos la noche juntos y luego él se iba… dejándome sola…

Sus ojos brillaban con orgullo herido.

—Él nunca lo llamó una relación. Nunca usó esa palabra aún cuando yo le insistía en definir lo nuestro. Por eso me molesto tanto lo que pasó durante el cumpleaños de Tails…

—Sonic no recordaba haberte besado… pero si tenía relaciones contigo — Murmuré, recordando ese juego de verdad y mentira. 

—Los amigos con derechos… no se besan. Es como una regla no establecida —comentó Rouge, sus grandes orejas temblando de molestia.

Sally dejó escapar un suspiro largo, vencido, como si soltara todo lo que llevaba conteniéndose desde hacía semanas.

—No sé qué estoy haciendo… —murmuró, sin mirarme—  Sigo intentando, incluso sabiendo que esto no tiene futuro. Pero aun así… quiero que se formalice. Quiero que sea real.

Sentí un nudo apretado en el estómago.. Alcé la mano y la apoyé con suavidad en su hombro.

—Sally… hay algo que deberías saber.

Ella giró ligeramente el rostro hacia mí, expectante.

—Sonic me confesó… que hay otra chica —dije con cuidado— Que le gusta… mucho más que a ti. O que a mí.

El impacto se reflejó en su mirada de inmediato. Se quedó quieta, con los ojos bien abiertos, como si no supiera si había oído bien. Luego frunció el ceño, entre sorpresa e indignación.

—¿Quién? —preguntó, la voz un poco más dura de lo habitual.

Negué con la cabeza.

—No lo sé. No quiso decirme. Ya sabes cómo es él… cambia de tema, se hace el tonto. Pero lo dijo muy serio. Y… no parecía confundido. Parecía convencido.

Sally desvió la mirada, sin decir nada. Caminó hacia el mostrador con pasos lentos, casi mecánicos, y se apoyó en el borde con ambas manos y pasó una mano por su cabello castaño, apartándolo de su rostro.

—Así que… —murmuró, medio riendo con incredulidad— todo este tiempo que se acostaba conmigo, estaba pensando en otra…

Sacudió la cabeza y soltó una risa más seca, amarga, como si no supiera si estaba enfadada o simplemente cansada.

—Necesito tomar algo —dijo de pronto, incorporándose— Agua… lo que sea. Las espero afuera.

Y sin esperar respuesta, se dirigió a la puerta y salió del local.

Rouge me miró con seriedad, pero con ese toque de firmeza que solo ella puede tener.

—Voy a hablar con ella… ¿podés terminar tus compras sola?

Asentí sin decir palabra, aún sintiendo el impacto de lo que Sally había dicho minutos atrás. Rouge se acomodó las bolsas de compras sobre un brazo, se giró con decisión y salió del local, su silueta elegante desapareciendo entre los pasillos del centro comercial.

Yo me quedé en medio de ese sex shop luminoso y perfumado, rodeada de estantes llenos de lencería colgante, perfumes afrodisíacos y juguetes de todo tipo. Traté de enfocarme en lo que me faltaba comprar, aunque por dentro todavía sentía un pequeño nudo de culpa por lo que acababa de confesarle a Sally.

La chica mariposa regresó  llevando un par de cajas entre sus brazos. La colocó con cuidado sobre el mostrador y me dedicó una sonrisa amable. Luego miro a mi alrededor, confundida.

—¿Tus amigas? —preguntó con voz suave.

—Fueron por algo de tomar —respondí, intentando sonar más tranquila de lo que me sentía.

Ella asintió y empezó a abrir la caja frente a mí, con movimientos ligeros de sus manos adornadas por pequeñas garras esmaltadas de azul metálico. Cuando retiró la tapa, vi el dildo.

Mi garganta se secó.

Era… grande. El diseño era realista, la textura ligeramente aterciopelada, y la forma… bueno, no pude evitar sonrojarme. Era muy parecido a Shadow. A sus proporciones. A lo que yo había descrito.

Tragué saliva y, con una voz un poco baja y tímida, dije:

—Ese mismo, por favor…

La mariposa sonrió con complicidad, como si hubiera escuchado esa frase cientos de veces en mil tonos diferentes. Luego me mostró la otra caja: el juguete para principiantes que Rouge había pedido. Con cuidado lo sacó y lo sostuvo frente a mí.

—Esto es una rosa —dijo, con voz suave— Es un vibrador pequeño. Su forma se inspira en la flor que le da nombre, con pétalos redondeados que se ajustan cómodamente a la mano y a la anatomía femenina.

Se inclinó un poco y continuó:

—Funciona con batería recargable. Tiene varios modos de vibración: desde pulsaciones suaves hasta movimientos más intensos. Puedes usarlo para estimular directamente la zona que desees, o acompañarlo con lubricante para una sensación más placentera. Su tamaño compacto lo hace discreto y fácil de controlar, perfecto si es la primera vez que usas algo así.

Observé el juguete, mis manos temblando levemente mientras lo sostenía en el aire. Era delicado, simple, pero al mismo tiempo provocaba una mezcla de curiosidad y nervios. La mariposa sonrió, viendo mi reacción.

—No tengas miedo —añadió— Puedes usarlo sola para descubrir lo que te gusta, o junto a tu pareja para hacerlo más divertido. Y recuerda: es completamente seguro y discreto.

Sentí que mi corazón latía rápido, entre la vergüenza y la emoción. Nunca había tenido algo así en mis manos… y aún menos, pensando en cómo podría usarlo.

—Me lo llevo…

Respiré hondo y continué:

—También… quiero dos cajas de condones del tamaño del dildo… y voy a llevarme los lubricantes —dije, señalando con la mano las botellas  con olor a fresa y chocolate.

Gire hacia un lado, hacia la esquina con la lencería, donde estaba la prenda que había llamado mi atención en primer lugar. 

—Y vi un baby doll negro en la vitrina… uno con encaje y tirantes finitos. Quiero ese también. Talla pequeña.

Ella asintió, fue a buscar el babydoll y comenzó a empacar mis cosas en una bolsa negra con detalles dorados y asas gruesas. Todo el proceso fue rápido, como si fuera una rutina diaria, pero yo me sentía como si estuviera cometiendo una pequeña travesura.

Pagué con tarjeta, evitando mirar directamente a la mariposa mientras digitaba mi código. Al terminar, ella me entregó la bolsa con una sonrisa discreta.

—Gracias por tu compra. Que lo disfrutes.

—Gracias… —murmuré, tomando la bolsa con ambas manos.

Salí del local con el corazón acelerado, apretando las bolsas de compra contra mi pecho mientras mis ojos barrían el centro comercial, buscando entre la gente los rostros familiares de mis amigas. No sabía si lo que sentía era vergüenza, emoción… o una mezcla inestable de ambas. El aire frío me golpeó la cara, pero ni eso lograba calmar el calor que sentía en las mejillas.

Caminé unos pasos hasta encontrarme con Rouge, que estaba de pie cerca de la baranda, inmóvil, observando algo en la distancia. Me acerqué a ella en silencio y seguí la dirección de su mirada. Allí estaba Sally, de pie junto a una vitrina, con un latte frío en la mano, conversando con Espio. Aunque no podíamos oír lo que decían, el lenguaje corporal lo decía todo: era una charla tranquila, incluso ligera. Sally sonreía, y Espio asentía con los brazos cruzados.

—Esperemos a que terminen de hablar —murmuró Rouge a mi lado— No quiero interrumpirlos.

Un par de minutos después, Sally se acercó a nosotras. Se veía más relajada, los hombros menos rígidos y la mirada tranquila, como si aquella charla le hubiera despejado la mente. Dio un sorbo a su latte antes de que Rouge, con su habitual picardía, soltara:

—Entonces… ¿tú y Espio?

Sally dejó escapar una pequeña risa y negó con la cabeza.

—No, no es nada de eso. Es mi nuevo guardaespaldas. Shadow fue quien sugirió que me vigilara desde las sombras… y vaya que lo hace. Creo que no me ha perdido de vista ni para ir a comprar café.

Se encogió de hombros, con un leve sonrojo.

—Al principio pensé que sería incómodo, pero… es buena compañía. Es alguien con quien puedes hablar de cualquier cosa: historia, política, arte… hasta de teorías conspirativas rarísimas que me han hecho reír más de lo que debería. —Sonrió con un matiz sincero— Me sorprende lo mucho que escucha.

Hizo una pequeña pausa, como si decidiera contarnos algo más.

—Incluso aceptó acompañarme como escolta a una gala benéfica. Fue amable, divertido… y no se quejó ni una sola vez. —Su sonrisa se volvió un poco amarga— Sonic, en cambio, dijo que prefería “no morir de aburrimiento” rodeado de gente estirada.

Rouge arqueó una ceja con curiosidad, pero yo ya estaba uniendo las piezas.

—Espera… ¿me estás diciendo que Espio nos ha estado vigilando todo este tiempo? —sentí el calor subirme a las orejas— ¿Incluso… allá adentro?

Mi mirada se fue, inevitablemente, hacia la tienda para adultos. Rouge tuvo que taparse la boca para no estallar de risa.

Sally bajó la vista, sus orejas se aplastaron contra su cabeza, un poco culpable.

—Lo siento, Amy… debí advertírtelo.

Yo suspiré y me crucé de brazos.

—Gracias a Gaia que Espio es discreto… aunque ahora me pregunto qué tan discreto.

Rouge ya no aguantó más y soltó una carcajada. Sally intentó mantenerse seria… pero terminó riéndose con ella. Yo, mientras tanto, solo quería que me tragara la tierra.

Chapter 44: Noche de chicas

Notes:

Este capítulo contiene smut al final.

Chapter Text

Ese domingo, Sally, Rouge y yo decidimos extender la tarde juntas. Después de caminar por varias tiendas, terminé comprándome unos tenis de correr nuevos; hacía rato que los necesitaba. Y, como siempre me pasa, no pude evitar fijarme en algo para Shadow. Una chaqueta de invierno, verde oscuro, con un cuello afelpado que parecía hecha para él. Apenas la tuve en las manos, supe que tenía que comprarla.

Pero no solo nos quedamos de compras. Nos metimos al cine sin pensarlo demasiado y escogimos la primera película que tenía función disponible. Nada especial, pero lo divertido fue verla en buena compañía, riéndonos en las partes tontas y compartiendo palomitas. La noche la terminamos cenando juntas en un restaurante tranquilo, donde la conversación se alargó con esa ligereza que da estar entre amigas.

En algún momento, aproveché para preguntarle a Sally si quería hablar sobre el tema de Sonic. Ella me miró con calma, pero negó suavemente. Me dijo que quizá en otra ocasión, cuando estuviera lista y sus emociones más en orden. Yo no quise presionarla; entendí que a veces lo mejor que una amiga puede dar es silencio y compañía. Así que me limité a estar a su lado, riéndome con ella y compartiendo la mesa como si nada más importara.

Al regresar a casa, guardé las compras y me di una buena ducha. Luego me recosté en mi cama, con el huevo Chao entre los brazos, disfrutando de la quietud. Mi mente empezó a divagar mientras lo acariciaba con los dedos y la imagen de Chiquita apareció entre mis pensamientos. No solo mi nombre y el de Shadow habían aparecido en el último debate político, sino también el de ella, con información personal expuesta en televisión nacional. Imaginé que tampoco lo estaba pasando bien, así que decidí escribirle.

Yo: Buenas noches, Chiquita. ¿Cómo estás? Ayer salimos en las noticias y… quería saber cómo te sentías.

Su respuesta llegó enseguida, casi como si hubiera estado esperando alguien con quién desahogarse:

Chiquita: Hola Amy, buenas noches. Gracias por preguntar. Estoy bien…

Hubo una pausa. Luego volvió a escribir: 

Chiquita: Bueno, no estoy del todo bien. No esperaba que me expusieran de esa manera en las noticias… Fue bastante duro. Pero puedo soportarlo. Tengo a Kane conmigo.

Apreté el huevo un poco más contra mi pecho antes de responder:

Yo: Lo siento tanto, Chiquita. Por mi culpa terminaste envuelta en esa situación.

Ella contestó rápido, como si no quisiera que yo cargara con esa culpa:

Chiquita: No es tu culpa, Amy. Es culpa del noticiero. Y era de esperarse, tomando en cuenta que mi padre ahora es el primer ministro.

Me mordí el labio antes de escribirle:

Yo: Eso fue bastante inesperado. ¿Quién lo hubiera pensado? Pero me pareció admirable que él te defendiera, a pesar de su filosofía purista.

Chiquita: Tenemos un trato. Y él solo estaba cumpliendo su parte. Es un hombre muy astuto, Amy…

Yo: Bastante… Logró que Shadow y yo nos volviéramos una pareja de erizos mono-especie…

Me detuve un momento, dudando, y luego envié otro mensaje:

Yo: ¿Sabes algo al respecto? ¿Sabes si Shadow tuvo algo que ver?"

Tardó un poco más en contestar, y eso me puso nerviosa. Finalmente llegó su respuesta:

Chiquita: No estoy del todo segura, pero sí sé que tuvo una cena con Lance y mi padre. Creo que llegaron a un tipo de acuerdo. Lo siento, Amy, no sé más.

Me quedé mirando la pantalla unos segundos antes de escribirle:

Yo: No te preocupes, gracias en serio. Y lamento todo lo que estás pasando. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Esta vez, su respuesta me hizo sonreír con ternura:

Chiquita: Personalmente… me encantaría que saliéramos juntas algún día. Pasar un día entero contigo, con mi heroína.

Yo: Es un trato. Podemos salir en tu próximo día libre.

Chiquita: ¡Ahhh, que emoción!🤩 Déjame revisar mi agenda y te digo.

Pasaron unos minutos de silencio hasta que me llegó un nuevo mensaje suyo:

Chiquita: También quería pedirte otro favor. ¿Sería posible que mandaras a la oficina alguna repostería? Cualquier cosa. A cuenta de Neo G.U.N., por supuesto. Estoy preocupada por el Comandante… creo que se le está olvidando comer.

Un nudo se me formó en la garganta al leerlo.

Chiquita: Creo que te había informado antes… Usualmente en las mañanas me pide café con algo de desayuno… pero ahora no desayuna, se le olvida almorzar y no sé si está cenando en casa. Estoy tomando la iniciativa y llevandole la comida a la oficina para que al menos coma algo.

Una punzaba me atravesó el pecho. Shadow… no estaba comiendo ni durmiendo bien. Me duele… me duele tanto saber que no se está cuidando. Que olvida comer, que deja pasar el día sin probar bocado, que su cuerpo aguanta solo porque siempre ha sido fuerte… pero no porque realmente esté bien. Y yo, aquí, abrazando este huevo contra mi pecho, incapaz de hacer más que esperar.

Quiero estar ahí, a su lado, prepararle la cena, obligarlo a sentarse un momento, a descansar, aunque sea un rato. Quiero tomarle la mano y recordarle que no tiene que cargar con todo solo, que no tiene que castigarse así. Pero no puedo. Él pidió espacio, y yo prometí respetarlo.

Y sin embargo, esa promesa me pesa. Siento como si lo estuviera dejando caer más hondo, como si mi silencio lo empujara aún más hacia la soledad en la que él mismo se encierra. Sé que es indestructible, sé que es Shadow… pero al mismo tiempo, es solo un erizo. Un erizo que no duerme, que no come, que se está dejando consumir.

El último mensaje de Chiquita me arrancó lágrimas silenciosas:

Chiquita:  Así que pensé… si tal vez comiera algo preparado por ti… se le subirían los ánimos.

Entonces lo entendí. Una revelación cálida y dolorosa al mismo tiempo se abrió paso en mi pecho. Aunque no pudiera hablarle, aunque no pudiera verlo, todavía podía llegar hasta él. Podía mostrarle mi amor y mi cariño de otra forma, sencilla pero verdadera. No con palabras… sino con lo que mis manos podían crear.

Sí. Podía prepararle repostería. Podía hacer eso por él.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro, temblorosa, mientras me limpiaba los ojos con la manga antes de contestar a Chiquita:

Yo: Claro que sí, Chiquita. Puedo preparar una orden especial, solo necesito coordinar con el repartidor.

Ella respondió de inmediato:
Chiquita: No te preocupes, yo puedo enviar a alguien a recogerlo. Si lo tienes listo antes de las 7 am, sería perfecto.

Yo: Entendido. Le tendré algo especial, lleno de amor, a las siete en punto. Y muchas gracias Chiquita, muchísimas gracias.

Chiquita: 😁yo debería decir eso. Solo quiero que ustedes dos estén bien… y gracias por preocuparte por mi. Buenas noches Amy.

Yo: Buenas noches Chiquita, avisame apenas tengas un día libre en tu agenda.

Chiquita: ¡Eso no lo dudes!!!!!

Cerré el chat y apagué la pantalla, abrazando al huevo, dejando salir un suspirando largo. Quizás no podía estar con Shadow en ese momento, pero al menos podía cuidarlo a la distancia, aunque fuera con un pedazo de pan dulce y todo mi cariño.

La mañana siguiente, apenas abrí la cafetería y puse todo en orden para el día, lo primero que preparé fue un pan salado y un postre de café. Lo hice despacio, con dedicación, cuidando cada movimiento. No era solo masa ni azúcar: era una parte de mí que quería llegar hasta él. Puse todo mi amor en esa receta, con la esperanza de que, al probarlo, pudiera sentirme un poco más cerca.

Cuando el reloj marcó las siete en punto, la campanita de la puerta sonó y un agente de Neo G.U.N. entró con paso firme. Era un albatros errante, de plumaje blanco, de porte elegante, con un uniforme impecable y unas alas que parecían listas para abrirse en cualquier momento. Se inclinó apenas hacia Vanilla y dijo con voz sobria:

—Vengo por un pedido especial para Neo G.U.N.

Vanilla, con esa calidez que nunca perdía, le devolvió una sonrisa antes de ir en busca del paquete. Yo ya le había contado sobre la orden especial para Shadow y ella me había dicho que le parecía hermoso, que esperaba que mis postres lograran animarlo un poco.

El albatros tomó la bolsa con una reverencia breve, pagó con una tarjeta oficial y agradeció con un gesto cortés. saliendo de la cafetería. Yo, desde el umbral de la cocina, lo seguí con la mirada hasta que lo vi desplegar sus alas con fuerza, aferrando la bolsa contra el pecho. En un solo impulso se elevó, y en cuestión de segundos ya no estaba, solo quedaba una estela en el aire.

Continué con mis labores en la cafetería, intentando concentrarme en las órdenes y en el aroma del café recién hecho, hasta que, una hora después, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Chiquita.

Chiquita: Le di la repostería con su taza de café al Comandante. Apenas lo probó, se detuvo. Pensé que algo estaba mal… pero entonces vi cómo sus ojos se humedecían. ¡Nunca había visto al Comandante así! Se comió el pan y el postre lentamente, como si realmente quisiera saborearlos, no como la comida que siempre dejó en su escritorio. Al final me agradeció… y me pidió que siguiera ordenando del mismo lugar. Creo que se dio cuenta que lo preparaste tú.

Sentí un calor repentino encenderse en mi pecho y, sin darme cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Traté de contenerlas, de disimularlo mientras seguía preparando una orden, pero fue imposible. Saber que lo había conmovido, que por un instante se había permitido sentir y descansar en algo tan simple como un bocado dulce… me quebró. Era la prueba de que, incluso a la distancia, aún podía llegar a él.

Y así, mi rutina volvió a cambiar.
Por las mañanas seguía trabajando en la cafetería, pero lo primero que siempre hacía era  preparar la repostería especial para Shadow. Chiquita me enviaba reportes de que lo disfrutaba, que lo comía con calma y hasta pedía más. Yo variaba las recetas cada día, poniendo todo de mí en cada pan, cada postre… cada uno lleno de mi amor, de sabor y de la esperanza de que él lo sintiera, aunque fuera un poco.

Por las tardes iba al gimnasio, entrenaba con Red, y agotaba mi cuerpo en cada sesión. Y por las noches… por las noches empecé a explorarme a mí misma.

Comencé despacio, casi con timidez, leyendo las instrucciones de la Rosa, ese juguete que había comprado y que me daba tanta curiosidad. Al principio fue torpe, extraño, pero poco a poco me fui soltando. Entonces, Rouge hizo lo impensable: apareció con una chaqueta de Shadow, recién sacada de una canasta de ropa sucia, y me la entregó como si fuera un contrabando. Tenerla conmigo fue como abrazar un pedazo de él, como recuperar un refugio que creía perdido.

Desde ese momento, cada noche se transformó. Usaba la Rosa con más intención, con más deseo… mientras sostenía la chaqueta contra mi rostro, respirando su aroma. Ese olor familiar me desarmaba; despertaba algo profundo dentro de mí, sensaciones dormidas que me hacían temblar. Poco a poco, me fui descubriendo… y al mismo tiempo, lo extrañaba aún más.

Algunas noches mi mirada se detenía en el dildo que imitaba su tamaño. Lo sostenía entre mis manos, lo observaba en silencio, preguntándome cómo sería… Pero aún no me atrevía. Me limitaba a practicar cómo colocar un condón sobre él, como un ensayo silencioso para una ocasión que, en el fondo, anhelaba que llegara.

De él directamente, no sabía nada. Ningún mensaje. Ninguna llamada. Ninguna señal que viniera de su parte. Pero los demás me hablaban de él.

Rouge me dijo que pasaba horas frente a su vieja máquina de escribir, como poseído por pensamientos que no lo dejaban descansar. 

Chiquita me contaba no solo sus reacciones a mi repostería, sino también que estaba completamente enfocado en investigar al grupo purista extremista y en preparar un entrenamiento infernal para los nuevos reclutas de Neo G.U.N.

Y la doctora Miller, con su tono sereno, me aseguró que estaba yendo a sus sesiones, que comía mejor, que dormía con más regularidad. Que había señales claras de un cambio positivo en él.

Con eso… me bastaba, por ahora. Saber que se estaba cuidando. Saber que, de algún modo, seguía adelante.

En cuanto a las conversaciones en línea sobre mi situación… se habían vuelto aún más complicadas. Le había pedido a Tails que no hablara sobre la situación en su canal; no quería que terminara envuelto en drama con otros creadores de contenido por mi culpa. Él, aunque todavía inseguro, decidió respetar mi petición.

Y de una forma que ni yo misma termino de entender, empecé a seguir a Rosie, esa eriza tan parecida a mí que casi parecía un reflejo distorsionado. Se dedicaba a dar las últimas noticias sobre mi relación con Shadow mientras se maquillaba frente a la cámara. Y aunque me doliera admitirlo, no podía negar que daba consejos de maquillaje bastante útiles. Incluso noté cómo se estaba esforzando en impulsar su canal: cambió su flequillo, tiñó las puntas de sus púas de un rosa más oscuro, y su estilo se veía cada vez más pulido. 

Rosie, con su voz alegre y sus brochas en mano, sonrió hacia la cámara:
—La situación ShadAmy está más intensa que nunca. Como todos vieron, en televisión nacional anunciaron que Shadow no es un alien, sino un erizo normal. Los puristas están eufóricos y los pro-interespecie, súper decepcionados.

Mientras aplicaba la base en su rostro, siguió hablando como si fuera la comentarista oficial de mi vida:
—Obvio, a los fans de ShadAmy no les importa eso. Ellos solo quieren que estén juntos. Siguen insistiendo en que Amy y Shadow nunca terminaron porque ninguno de los dos lo ha dicho públicamente. Aunque, bueno, todos sabemos que esa relación murió hace días… pero ellos, fieles a su ship.

Yo la escuchaba desde mi cama, con el celular entre las manos, a sabiendas de que no era sano alimentar mi mente con tantos comentarios negativos sobre mí. Y aun así, verla me producía una sensación de familiaridad que no comprendía.

Rosie se inclinó hacia el espejo, delineándose los ojos mientras soltaba la siguiente bomba:
—Hay rumores de que Amy ya anda con un chico nuevo, un crush de gimnasio. Imagínense: ni un mes y ya está saliendo con otro. Esa chica nunca cambia, siempre saltando de un hombre a otro. Primero Sonic, luego Shadow… y ahora este gymbro.

Sentí el estómago encogerse, pero no aparté la vista. Rosie continuó con una naturalidad escalofriante:
—Los puristas insisten en que sigue con Shadow, porque, según dicen, este chico nuevo no es un erizo. Y los pro-interespecie, en cambio, están felices con la idea de que Amy ya lo haya reemplazado. Es un drama total.

Y así continuaron mis días, hasta que llegó el sábado por la noche. Las chicas y yo habíamos decidido salir a uno de los clubes nocturnos de Rouge, algo que no hacía desde hacía tiempo. Solía ir con Rouge en mis tiempos más alocados, y de vez en cuando lográbamos convencer a Sally de acompañarnos, aunque con protestas incluidas. Pero esta vez sería diferente.La siempre estoica y seria Blaze se uniría por primera vez. Y yo no podía evitar la emoción que me recorría como electricidad.

Antes de empezar a arreglarme, pasé por la casa de Cream para dejarle el huevo Chao. Se ofreció a cuidarlo con una sonrisa dulce y maternal, encantada de ayudar. Saber que lo dejaba en buenas manos me dio tranquilidad para concentrarme en prepararme.

Pasé la tarde entera eligiendo el atuendo perfecto. Revisé mi armario como si fuera una pasarela privada, descartando opciones hasta dar con la combinación ideal: un vestido corto, rojo intenso, que abrazaba mis curvas con descaro y seguridad. Lo acompañé con unas botas altas de cuero negro que llegaban hasta los muslos, una chaqueta ligera que caía justo a la altura de la cintura, y un bolso pequeño a juego.

Me maquillé con dedicación, delineando mis ojos con precisión felina, aplicando rubor con sutileza y un labial rojo que combinaba con mi vestido. Me observé en el espejo una última vez y respiré hondo. Estaba lista. No solo para una noche de fiesta, sino para dejar atrás las tensiones acumuladas… y simplemente, disfrutar.

Baile, tragos, risas, luces de neón, música vibrando en el pecho. Una noche para nosotras.

El club estaba en Central City, así que, como planeaba beber, decidí ir en tren. Primero tomé la línea hacia Stadium Square y desde allí abordé el expreso directo al Central City. Durante el trayecto, me sorprendió sentir más de una mirada clavada en mí. Antes nunca me fijaba en esas cosas: siempre estuve tan absorta en mi amor por Sonic, y luego por Shadow, que jamás presté atención a las intenciones de otros hombres. Pero ahora… era distinto. Ahora sentía esas miradas, pesadas, recorrían mi silueta con descaro. Y no sabía si debía sentirme halagada o incómoda.

Me forcé a no darles importancia, subí un poco el volumen de la música en mis auriculares y me refugié en el ritmo que me acompañaba. Dejé que las luces intermitentes del tren y el paisaje de los edificios en ruinas  que pasaba de largo fueran mi distracción hasta que, finalmente, llegué a mi destino.

Al salir, el aire nocturno de la ciudad me golpeó con su energía vibrante. Las calles estaban llenas de movimiento: risas, taxis que pasaban a toda velocidad, parejas tomadas de la mano. Seguí el bullicio hasta llegar a las afueras del Club Topaz, donde una fila interminable de gente esperaba para entrar. Luces de neón bañaban la entrada en destellos púrpuras y dorados, marcando la promesa de una noche inolvidable.

Miré a mi alrededor, buscando rostros familiares. Pero no vi a las chicas. Solté una risa nerviosa: parecía que yo había sido la primera en llegar.

Me recosté contra la pared para esperar, pero no pasó mucho antes de que más de un hombre me reconociera y se acercara con la excusa perfecta para coquetear. Yo respondía con un simple “ya tengo novio”, intentando mantener la calma. Pero la réplica siempre era la misma:

—¿Ustedes no habían roto?

La primera vez me limité a sonreír con incomodidad; la segunda, solté un bufido de fastidio. Pero para la quinta, ni siquiera hacía falta responder: apenas alguien se acercaba demasiado, mis púas se erizaban con un chasquido eléctrico. Era una advertencia clara. Lo entendían al instante y retrocedían.

Después de un rato, al fin distinguí a Blaze entre la multitud. Venía con paso firme, vestida con una blusa negra de tirantes que dejaba sus hombros felinos al descubierto, shorts de mezclilla ajustados y botas militares que resonaban con autoridad en el pavimento. Sus brazos, adornados con decenas de brazaletes, tintineaban a cada movimiento. Me sorprendió verla con un atuendo tan atrevido, hasta que vi a la figura que la acompañaba detrás.

Rouge avanzaba como si la acera fuera su pasarela personal. Llevaba una blusa color vino con un escote profundo, apenas sostenida en el centro por un entrecruzado de cordones, una falda corta de cuero que se ceñía a sus caderas y tacones negros que realzaban cada paso. 

Levanté la mano con entusiasmo.
—¡Blaze! ¡Rouge!

Blaze soltó un gruñido, cruzándose de brazos y lanzándole a la murciélago una mirada de advertencia.
—Amy, lamento la tardanza. Alguien me hizo cambiarme de ropa cinco veces.

Rouge posó una mano en la cadera, con sonrisa inocente.
—¿Qué podía hacer? No tenías nada que sirviera para un club nocturno. Solo un montón de ropa demasiado conservadora.

Blaze chasqueó la lengua.
—Soy una princesa. Debo vestirme apropiadamente.

—No precisamente… —intervino una voz conocida a nuestra espalda.

Giramos al mismo tiempo y ahí estaba Sally. Llevaba su cabello castaño recogido en una coleta alta, dejando escapar algunos mechones que enmarcaban su rostro. Su atuendo era sencillo pero elegante: una blusa negra de manga larga con los hombros descubiertos, una falda corta y holgada —perfecta para bailar— y unas botas de tacón bajo que equilibraban comodidad con estilo. A su lado, como su sombra inseparable, estaba Espio, vestido con su traje ninja, bufanda al cuello cubriéndole parte del rostro.

—Perdón la tardanza —dijo Sally con calma— Surgió un asunto de último minuto.

Rouge arqueó una ceja, brazos cruzados.
—Se supone que hoy es una noche de chicas, Sally.

—Lo sé —respondió ella con serenidad—, pero Espio no puede dejarme sola. Ya saben. No se preocupen, solo vigilará desde lejos.

Espio inclinó la cabeza con formalidad.
—Les prometo que no interferiré en su diversión esta noche.

Rouge suspiró con teatralidad y le señaló con un dedo.
—Más te vale. Porque esta noche… ¡vamos a enloquecer!

Rouge tomó la delantera y, con la seguridad de quien está en su propio terreno, se detuvo frente a la barrera de cuerda que marcaba la entrada. El guardia apenas la vio y enderezó la postura.
—Jefa.

Con un simple movimiento de mano, liberó la cuerda para dejarla pasar. Rouge hizo un gesto con el dedo, indicándonos que la siguiéramos. Al lado de nosotros, la fila comenzó a quejarse en voz alta, pero el guardia se plantó frente a ellos como un muro perruno mientras nosotras cruzábamos sin problemas.

El interior del club nos envolvió de inmediato: un mar de luces de neón bañaba el espacio, el DJ dominaba desde un panel gigante que vibraba con cada pulso de la música, y en el fondo, un escenario iluminado acogía a las bailarinas en plena presentación. El bar, enorme y resplandeciente, brillaba del otro lado, repleto de botellas de todos los colores. Un segundo piso se alzaba sobre nosotras, con mesas y sillones desde donde se podía mirar toda la pista. Una cinta marcaba la zona con un letrero inequívoco: VIP .

La fiesta estaba en su punto máximo; el aire parecía palpitar al ritmo del bajo. Rouge nos guió directamente hacia la entrada de la zona exclusiva, donde otro guardia la reconoció de inmediato. Se inclinó en una reverencia rápida antes de apartar la cuerda y dejarnos subir.

En lo alto, nos esperaba una mesa amplia rodeada de sillones de terciopelo que parecían brillar bajo la tenue luz púrpura. Nos acomodamos en círculo, riendo y comentando, hasta que me di cuenta de algo: Espio ya no estaba a la vista. Seguro se había perdido entre las sombras, invisible incluso en un lugar tan vibrante.

Una mesera —una hiena de andar ligero y sonrisa pícara— se acercó a nuestra mesa con la familiaridad de quien ya conocía la rutina.
—¿Con qué quieren empezar, jefa? —le preguntó directamente a Rouge, como si ni siquiera hiciera falta consultar a las demás.

Rouge ni lo dudó.
—Unos shots de tequila para abrir la noche… y tráenos también unos aperitivos.

La hiena asintió con un “entendido” y se escabulló entre la multitud, dejando tras de sí un rastro de perfume barato mezclado con alcohol.

Nos quedamos todas en silencio unos segundos, hasta que Blaze habló con los brazos cruzados y un gesto serio.
—¿No podías habernos preguntado primero?

Rouge soltó una carcajada ligera, esa que siempre usa cuando sabe que se salió con la suya.
—Oh, lo siento, cariño. Pero es tradición: primero tequila para aflojar el cuerpo, y luego cócteles para encender la fiesta.

No pude evitar sonreír.
—Siempre ha sido así —murmuré, recordando tantas noches pasadas.

Sally rió con un dejo de nostalgia.
—La primera vez que salí con ustedes… no aguante después del tercer shot. —sacudió la cabeza, divertida. Casi me sacan cargada.

Blaze suspiró, como quien acepta a regañadientes una costumbre extraña.
—Ya veo. Entonces estas salidas tienen sus rituales.

Rouge la observó con una sonrisa astuta, ladeando la cabeza.
—Oh, pronto vas a dejar esa actitud tan seria, Blaze.

Blaze arqueó una ceja, desafiante.
—¿Eso es un reto?

—Tal vez… —respondió Rouge, encogiéndose de hombros con descaro.

La chispa entre ellas era imposible de ignorar, como siempre. Yo solté una risa, y Sally me acompañó de inmediato. Nos miramos con complicidad, como dos espectadoras privilegiadas de un duelo silencioso. Esa rivalidad entre Rouge y Blaze parecía inevitable, como si estuvieran destinadas a retarse en cada palabra, sin importar la ocasión.

La mesera regresó con una botella de tequila, un set de vasos brillantes y algunos tazones con aperitivos sencillos. Rouge no perdió tiempo: tomó la botella con naturalidad y sirvió con pulso firme, llenando cada shot como si estuviera marcando el inicio de un ritual.

—Por una noche inolvidable —declaró con una sonrisa traviesa, alzando su vaso.

—Por una noche inolvidable —repetimos al unísono, y los cristales tintinearon al chocar.

El tequila me quemó la garganta como fuego líquido, dejándome un sabor amargo que se me quedó en la lengua. Nunca me había gustado este tipo de alcohol; prefería los cócteles dulces, afrutados, fáciles de beber. Pero tradición era tradición, y en las salidas con Rouge siempre había que empezar así.

Tras un par de shots más, pude sentir cómo mi cuerpo y mi mente se iban aflojando. Mis músculos se relajaban, mis pensamientos perdían filo. Podía notarlo también en Sally, que ya reía con más facilidad, y en Blaze, cuyo gesto severo se suavizaba apenas. Rouge, en cambio, parecía inmune: bebía como si el tequila fuera agua, imperturbable.

La murciélago de pelaje blanco apoyó la cabeza en una mano, con los ojos brillantes de picardía, y lanzó su pregunta sin rodeos:
—Y dime, Blaze… ¿cómo van las cosas con Silver? ¿Han avanzado un poco?

Blaze arqueó una ceja, desconfiada, sus orejas moviéndose con fastidio.

 —¿A qué te refieres?

Rouge agitó la mano con gesto teatral.
—Oh, vamos. Sabes perfectamente a qué me refiero. Han vivido juntos desde que llegaron a nuestro mundo. ¿De verdad quieres que crea que no pasa nada entre ustedes?

Blaze enderezó la espalda, seria.
—Solo somos amigos y compañeros de habitación. No tuvimos otra opción que vivir en la casa del otro Silver.

Rouge no se rindió; su sonrisa era la de una cazadora olfateando presa.
—Estar todo el tiempo juntos, compartir aventuras, momentos privados… es inevitable que salten chispas.

Sally, que justo en ese instante daba un sorbo, tosió un poco y se atragantó con su shot. Fingió recomponerse de inmediato, pero vi cómo se le encendían las mejillas.

Blaze, sin perder la compostura, lanzó la pelota de vuelta:
—Entonces, según tu lógica, Rouge… si convivir con alguien genera atracción, ¿eso significa que tú y Shadow alguna vez tuvieron algo?

Las orejas de Rouge se movieron de golpe, y noté un leve movimiento nervioso en sus alas. Fue apenas un segundo, pero ahí estaba. Yo también lo sentí como un golpe en el estómago, un nudo incómodo apretándome la garganta.

Nuestros ojos se encontraron. Sus verdes agua me buscaron, y ella soltó una risa nerviosa para ganar tiempo.
—Por supuesto que no. Lo mío con Shadow siempre fue platónico. Éramos compañeros de trabajo, ahora compañeros de cuarto. Nunca hubo nada romántico. —Alzó el vaso con ligereza, como si eso sellara su declaración— Amy lo puede confirmar.

Yo me reí, pero la risa me salió nerviosa.
—Eso es cierto… yo… yo soy el primer amor de Shadow.

Blaze sonrió con satisfacción, casi como si hubiera ganado una partida de ajedrez.
—Entonces queda demostrado: dos individuos pueden convivir y compartir su vida sin ningún interés romántico de por medio.

Sally decidió cambiar de tema, apoyando un codo sobre la mesa mientras nos miraba con curiosidad.
—Y bien… ¿cómo han estado las cosas?

Blaze dejó escapar un suspiro, como si necesitara ordenar sus pensamientos antes de hablar.
—Bueno… no sé si lo sabes, Sally, pero descubrimos la razón por la cual no podemos regresar a nuestras dimensiones. Silver ha estado viajando con Tails en un submarino, explorando las profundidades del océano en busca de un templo antiguo.

Me incliné hacia adelante, intrigada.
—¿Y qué pasó con eso? ¿Siguen buscando?

—Lo encontraron —respondió Blaze, asintiendo lentamente— Pero casi mueren a manos de un clan de tiburones que protegía el templo.

Abrí los ojos de par en par. Nadie me había contado nada de eso… aunque, siendo justa, yo también había estado demasiado atrapada en mis propios problemas.

Sally se inclinó más hacia la mesa, con la mirada fija en Blaze.
—¿Y qué ocurrió después?

—Pudieron dialogar con ellos  —explicó Blaze, con la calma que la caracterizaba— Y gracias a eso les permitieron entrar al templo. Allí conocieron al espíritu guardián… un pulpo gigantesco monstruoso. Silver dijo que se lo llamaban Kraken.

Todas nos acercamos un poco más, como si quisiéramos atrapar cada palabra.

—Silver aprovechó la oportunidad y formuló su única pregunta: quería saber si había una manera de regresar a casa. El espíritu le dijo que sí… pero tendría que superar una serie de pruebas para ganarse el derecho de presentarse ante los pilares y apelar nuestro caso.

Rouge arqueó una ceja, con esa mezcla de incredulidad y curiosidad que siempre la caracteriza.
—¿Y qué tipo de pruebas hablamos?

—Enfrentarse a los espíritus guardianes de cada templo, vencerlos en combate y recibir un artefacto antiguo como muestra de su victoria  —respondió Blaze con firmeza.

Sentí un vuelco en el corazón.
—¿Derrotarlos… a todos?

—Así es —afirmó Blaze, sin apartar la mirada de su vaso— Silver, con un traje de buceo, usó sus poderes telequinéticos para luchar contra el Kraken… y lo venció. Dijo que no fue nada sencillo y que tuvo que utilizar los restos de varios buques de guerra para lastimarlo… 

Sally dejó escapar una exclamación de pura emoción.
—¡Eso es increíble!

Yo también sonreí, incapaz de contener una chispa de esperanza.
—Entonces… si ganó, ¡solo faltan tres guardianes más!

Blaze asintió.
—Exacto. Ahora, con la ayuda de Knuckles, estamos buscando un templo oculto en algún punto del desierto Arid Sands. 

Se quedó en silencio unos segundos, girando el vaso entre sus manos, hasta que habló de nuevo con voz más suave.
— A pesar de todo, Silver no ha perdido la esperanza. Y su determinación… nos abrió las puertas para seguir adelante. —Sonrió apenas, como si le costara mostrar ese lado vulnerable— Por primera vez en mucho tiempo, siento que realmente tenemos una oportunidad de volver a casa.

Esa sonrisa tenue se reflejó en su mirada antes de darle un trago lento a su bebida, como si necesitara ocultar lo que acababa de compartir.

Blaze, giró hacia Sally con suavidad en la voz:
—¿Y tú, cómo has estado, Sally?

Sally soltó un suspiro cansado antes de contestar.
—¿Yo? Bueno… digamos que estas semanas han sido bastante agitadas. —Alzó el vaso, como si el tequila pudiera darle fuerzas— Intentaron asesinarme con una bomba en medio de una obra de teatro… y desde entonces me asignaron a Espio como guardaespaldas.

El silencio cayó sobre nosotras un instante. Sally se sirvió otro shot y continuó, con un deje de amargura:
—Me han estado enviando cartas de odio al trabajo, rompieron mi buzón dos veces, tiraron basura sobre la baranda directo a mi jardín, y hasta pintaron “sucia traidora” en el muro de la propiedad. Entre otras cosas igual de desagradables.

Sentí un nudo en la garganta. Llevé mi mano sobre la suya y murmuré con sinceridad:
—Oh, Sally… lo siento tanto.

Ella me dedicó una sonrisa cansada, pero firme.
—Es soportable. Al menos no están diciendo pestes de mí en internet, como en tu caso. Mi reputación sigue intacta —bromeó antes de darle un sorbo al tequila.

Su semblante, sin embargo, se suavizó enseguida.
—Pero no todo ha sido malo. Estoy organizando el Festival de las Artes, que se celebrará en tres meses. Será más grande que el del año pasado: encontramos tantos artistas talentosos que fue imposible elegir solo a unos pocos.

Un ligero sonrojo apareció en sus mejillas cuando agregó:
—He estado quedándome hasta tarde en la oficina y… bueno, últimamente Espio y yo vamos a cenar a un restaurante nuevo cerca de allí. Es bastante bueno. —Sally rió entre dientes— Aunque la primera vez pidió un tazón de escarabajos como aperitivo.

—¡Oh, los escarabajos son deliciosos! —intervine enseguida, recordando con cariño los sabores de la infancia.

Rouge alzó la mano con complicidad.
—Exacto. Son un manjar. A Knuckles y a mí nos encanta un platillo de hormigas en salsa dulce.

Un ruido de náusea nos hizo girar. Blaze tenía el rostro torcido en una mueca de puro asco.

No pude contener la carcajada.
—¡Esa misma cara puso Shadow cuando le conté lo deliciosos que son los insectos! —agité la mano entre risas— Le dije que debería probar y me respondió que esa era la única cosa en el mundo que jamás comería.

Sally terminó riéndose con nosotras.
—Yo, al menos, lo intenté una vez. Y no… definitivamente no son para mí. Es un gusto muy… peculiar.

Con decisión, se echó otro shot y, más animada, retomó la charla:
—También fuimos al Castillo Acorn, a inspeccionar el estado de las pinturas y las reliquias. Fue… bastante nostálgico, la verdad. Le di a Espio un tour completo; como él nunca había estado allí desde que lo convirtieron en un sitio turístico. Le conté mis recuerdos de infancia mientras recorríamos los pasillos.

Una sonrisa cálida se dibujó en su rostro, acompañada de una risa ligera:
—Y últimamente le doy clases de baile de salón. Dijo que un ninja no debería carecer de ninguna disciplina.

Rouge arqueó una ceja con diversión, y yo también sonreí al imaginarlo.

—En cambio, él me ha estado ayudando a recuperar mis habilidades de esgrima. Dice que es necesario saber defenderme a mi misma, por si algo llegara a suceder. Y la verdad… ha sido liberador. Dejar que el cuerpo se mueva, que la tensión y la frustración salgan con cada golpe… es casi terapéutico.

 

Yo suspiré y asentí con la cabeza.
—Te entiendo completamente, Sally. He estado yendo al gimnasio todas las tardes, entrenando fuerte para liberar todo. Me recuerda a cuando Knuckles me enseñaba a pelear.

Rouge arqueó una ceja, sonriendo con malicia.
—Deberías tener cuidado con eso, cariño. Ya todo el mundo anda diciendo que reemplazaste a Shadow con un gymbro.

Negué de inmediato, con un gesto firme.
—Red es solo un amigo. Un compañero de entrenamiento, nada más.

Pero de pronto, una sensación amarga se me instaló en el pecho. Bajé un poco la voz.
—Acaso… ¿Shadow habrá escuchado esos rumores también?

Rouge soltó un suspiro pesado, como si eligiera bien sus palabras.
—Puede que ustedes no se hablen, pero él sigue pendiente de ti. Y sí, estaba bastante molesto y celoso.

Solté un largo suspiro, cansada.
—Ya veo…

Blaze me observó con seriedad.
—¿Qué pasó entre ustedes?

Me mordí el labio antes de confesar.
—Lo siento, Blaze. Creo que no te lo había contado… Shadow y yo nos estamos tomando una pausa. Él quiere espacio para pensar.

—Comprendo —respondió Blaze con calma.

Sally intervino enseguida, buscando aliviar la tensión. Se inclinó hacia mí con una sonrisa ligera.

—Y aparte de ganar todo ese músculo, Amy, ¿qué más has estado haciendo?

Levanté la cabeza, un poco más animada.
—Pues… he estado enviándole repostería a Shadow a su trabajo. Estoy revisando mis cuentas para ver si me matriculo en enero en una academia de alta repostería. Estuve mirando la página y los cursos que ofrecen. También he investigado un montón sobre Chaos y sus cuidados, sigo con mi club de lectura… en fin, todo bien.

Rouge sonrió con picardía.
—¿Solo eso? ¿No le has estado sacando provecho a la chaqueta que robé por ti?

Sentí las mejillas encenderse y me mordí el labio, pero acabé murmurando:
—Sí… sí le he estado sacando provecho.

Rouge soltó una carcajada y Sally la siguió.

Blaze, con el ceño fruncido, nos miró confundida.
—No entiendo.

Rouge agitó la mano, divertida.
—Es un chiste interno, cielo. Aún eres muy pura para entender.

Blaze se irguió, ofendida por el comentario.
—¿Pura? ¿Se trata de algo relacionado con… relaciones sexuales? Porque quiero que sepan que no soy ninguna niña inocente. Recibí educación sobre el tema para mi futuro compromiso.

Rouge se dobló de la risa ante la seriedad con que lo dijo. Sally también estalló, y yo terminé riéndome igual, el alcohol aflojando nuestras lenguas y haciéndonos soltar más de lo habitual.

Yo traté de calmar mi risa y miré a Rouge.

—¿Y tú? ¿Cómo has estado últimamente, Rouge?

Ella también trató de contenerse, acomodando una sonrisa elegante.

—De maravilla, cariño. Abrí un nuevo club hace poco, unas inversiones que hice explotaron en la bolsa… y  Knuckles me preparó un hermoso picnic bajo la luz de las estrellas en Angel Island.

De pronto soltó un suspiro cansado.

—Aunque, para ser honesta, el constante tecleo de la máquina de escribir de Shadow me está volviendo loca. Tuve que comprarme mejores tapones para los oídos.

Todas soltamos una carcajada, y Sally, con gesto divertido, preguntó:

—¿Y cómo es que tú y Knuckles se volvieron pareja? Siempre lo estás fastidiando… jamás pensé que tenían algo en secreto todo este tiempo.

—Al parecer, se tomaron de las manos la Noche de los Dos Ojos —intervine con picardía.

—Oh, escandaloso… —rió Sally, llevándose la mano a la boca.

Blaze, más seria, ladeó la cabeza.

—Yo también quiero saber cómo empezó su relación. Siempre los he visto… pelear.

Rouge jugueteó con uno de sus aretes, como si organizara sus ideas, y finalmente habló con calma.

—Bueno… no es tan complicado, la verdad. Nos tomamos nuestro tiempo.

Levantó su shot, lo bebió de un trago y continuó con un tono más bajo.

—Todo empezó cuando el virus aniquiló a la humanidad… y perdí a… —se detuvo, tragando saliva, antes de recomponerse— Y me quedé prácticamente desempleada. Y Shadow… desapareció, sin decir una palabra, después del funeral del otro Silver.

El ambiente se volvió más pesado, y Rouge sonrió apenas, con un aire melancólico.

—En ese momento, pensé que el mundo se convertiría en una tierra salvaje sin ley, como en esas películas tipo Mad Max. Todo era un caos. Honestamente no tenía idea de qué iba a hacer conmigo misma.

Nos señaló a mí y a Sally con un gesto agradecido.

—Pero gracias a ustedes dos, que organizaron un nuevo gobierno y pusieron orden, las cosas no se fueron al abismo.

Rió suavemente antes de añadir:

—Y gracias a Tails y otros cerebritos, todavía tenemos internet, plantas de energía, agua limpia… porque, sin los humanos, muchas cosas se vinieron abajo.

Su mirada se perdió por un momento antes de volver a nosotras.

—Por suerte, la economía sobrevivió de alguna manera milagrosa. Y bueno, yo aún tenía mis ahorros… y los de Shadow, de nuestros días en G.U.N. Así que empecé a invertir en pequeños emprendimientos, negocios que nacían de las cenizas. Y, sin darme cuenta, me convertí en inversionista mayoritaria de un montón de empresas.

Guardó silencio unos segundos y luego sonrió con un rubor apenas visible.

—A veces, cuando necesitaba escapar de todo, iba a Angel Island. Molestaba a Knuckles o simplemente me quedaba contemplando el paisaje junto a la Esmeralda Maestra. Y… poco a poco, entre tantas visitas, nos fuimos acercando.

El rubor se intensificó apenas en sus mejillas.

—Él tiene una visión distinta de todo lo que ocurrió. Claro que lamentó la muerte de los humanos, como todos… pero su prioridad siempre fue proteger la Esmeralda. Y, no sé… su simpleza, su manera directa de ver la vida, era como una bocanada de aire fresco entre reuniones de negocios y un mundo en caos.

Rouge apoyó la quijada en una mano, con una sonrisa distraída.
—Knuckles nunca estuvo interesado en el romance ni en las relaciones. Y yo… bueno, tuve un par de novios, pero nada serio. Él y yo…solo éramos amigos, supongo… hasta que me tomó la mano durante la Noche de los Dos Ojos.

Cerró los ojos unos segundos, como saboreando el recuerdo.
—El rumor dice que si te besas con alguien durante el desfile, estarán juntos para siempre. —Soltó una risa suave— Pero que Knuckles me tomara de la mano ya fue un gran paso para él. Tuve que esperar tres meses hasta nuestro primer beso… y un año hasta nuestra primera noche juntos. Es demasiado tierno y serio con esas cosas.

Rouge alzó los hombros, con un dejo de ternura en la voz.
—Claro que seguimos teniendo nuestras diferencias, y peleamos de vez en cuando. Pero me siento feliz con él. Verdaderamente feliz.

Yo no pude evitar sonreír al verla hablar con tanto cariño. Sally, curiosa, preguntó:
—¿Y han pensado en casarse?

Rouge agitó la mano con ligereza.
—Oh, no, cariño. Todavía es muy pronto para eso.

Giré la vista hacia Blaze, que mantenía una expresión seria, perdida en sus pensamientos.
—¿Qué sucede, Blaze?

Ella bajó la mirada a su vaso y lo giró entre los dedos antes de contestar.
—He vivido en esta dimensión tres años ya… y he estado tan enfocada en buscar una manera de regresar a casa, que nunca me detuve a pensar en todo lo que ustedes hicieron para reconstruir el mundo.

Su tono se volvió más grave.
—Conozco otra versión de ustedes… un mundo donde Amy aún ama a Sonic, donde vencieron al virus y nadie murió, donde Sally no existe. Todo es distinto allí. Pero aquí… este mundo sufrió una guerra y una pandemia que aniquiló a toda una especie. Ustedes tuvieron que levantarse, sacrificarse y empezar de nuevo. Y yo… yo no tuve que vivir nada de eso.

Alzó apenas la mirada, con un dejo de tristeza.
—He explorado templos, ruinas, islas y continentes lejanos… pero su sociedad en sí me es desconocida. Ni siquiera he asistido a un solo festival de la Noche de los Dos Ojos.

Tomé su mano con suavidad.
—Nunca es tarde para empezar. Y hoy… hoy puede ser tu primer paso para conocer más de nuestro mundo.

Rouge se enderezó de golpe, animada, y levantó su copa.
—¡Así es! ¡Hoy celebramos el primer paso de Blaze! ¡Vamos a bailar!

—¡Sí! ¡Vamos! —exclamó Sally levantando la mano. Luego giró hacia un rincón— ¡Espio! ¡Vamos a bailar en el salón!

De repente, Espio apareció deshaciendo su invisibilidad. Asintió con calma.
—Entendido. Permaneceré visible para que me encuentres en la multitud.

Me puse de pie de inmediato, jalando de la mano de Blaze.
—Vamos, no hay excusas. ¡Es hora de bailar!

Blaze titubeó un poco, insegura, pero acabó levantándose.
—Está bien…

Y así, las cinco bajamos juntas al segundo piso, donde el salón de baile vibraba con luces y música, ardiendo de energía.

Espio se quedó en una esquina, serio y atento, como una sombra que observaba cada movimiento. Yo apenas lo notaba, porque la música del DJ me envolvía por completo; cada vibración hacía temblar el suelo y recorría mi pecho como un latido más fuerte que el mío. Las luces giraban y parpadeaban, bañando todo el salón en destellos morados, azules y rojos, hasta el punto en que el aire parecía eléctrico, cargado de energía. La multitud estaba tan apretada que el calor se sentía como una ola pegajosa que no me dejaba escapar, pero lejos de incomodarme, me empujaba a moverme más, a dejarme llevar.

Rouge y Sally se movían con una confianza natural, como si la pista les perteneciera, atrayendo miradas sin esfuerzo. Blaze estaba más retraída, quedándose un paso atrás, aunque entre risas intentábamos arrastrarla al centro para que se soltara.

—¡Vamos, Blaze, suéltate un poco! —rió Rouge, dándole un empujoncito juguetón con la cadera.

—La pista no muerde —añadió Sally con una sonrisa divertida.

—Bueno, depende de quién la pise —comenté entre risas, girando con gracia.

Blaze exhaló, intentando disimular la incomodidad, aunque poco a poco el ambiente la fue envolviendo.

Yo, por mi parte, me estaba divirtiendo más de lo que había planeado. Me gustaba perderme en el ritmo, sentir que el mundo se reducía a luces, música y pasos rápidos.

Claro, no todo era perfecto. Cada vez que algún hombre se acercaba demasiado, una sensación de alerta me recorría la piel. Era casi instintivo: mis púas se erizaban, tensas y afiladas, como una advertencia silenciosa.

Rouge lo notó y sonrió de lado.

—Amy tiene su propio sistema de seguridad incorporado.

Me reí, pero al mismo tiempo lancé una mirada clara: advertencia silenciosa a cualquiera que pensara en tratar de invadir mi espacio.

Y así bailamos por un buen rato, hasta quedar sudadas y con la garganta seca. Fui la primera en rendirse y caminar hacia la barra, donde una nutria con gafas preparaba tragos con movimientos rápidos y expertos.

—Un daiquiri de fresa, por favor.

 —Enseguida —respondió con amabilidad.

Mientras esperaba, giré la cabeza hacia la pista. No pude evitar soltar una risa al ver a Sally y Rouge atrapando a Blaze entre ellas, moviéndose como si fueran un sándwich. La pobre intentaba mantener la compostura, pero sus pasos rígidos no podían competir con la soltura de las otras dos.

—Su daiquiri —dijo la nutria, dejándome el vaso frío frente a mí.

—Gracias —respondí, sacando el dinero de mi bolso.

Le di un primer sorbo: dulce, con el toque ardiente del alcohol que se deslizaba por mi garganta, encendiéndome por dentro. Fue entonces cuando escuché una voz conocida a mi lado:

—Shot de whisky.

Me giré instintivamente. A mi derecha estaba una tortuga de complexión grande, con una gorra roja y un hoodie de un tono más oscuro. Mis ojos brillaron de sorpresa.

—¡Red! —exclamé con alegría— ¡Qué coincidencia!

Él se cruzó de brazos sobre la barra y me devolvió una sonrisa ladeada.
—Hey, Rosadita.

Me giré hacia él, sosteniendo mi daiquiri con una mano y dándole otro pequeño sorbo.
—Nunca pensé verte fuera del gimnasio. ¿Cómo está tu quijada? —pregunté con una sonrisa pícara.

—¿Y tus costillas? —respondió en el mismo tono.

Reímos juntos. Era nuestro intercambio habitual, como si no pasara un día sin que nos recordáramos los golpes del entrenamiento. Pero entonces noté su mirada desviarse hacia mis muñecas.

—Siempre usas esos brazaletes… ¿no te los quitas nunca?

Bajé la vista a la pulsera dorada que descansaba en mi muñeca. La levanté un poco y respondí con suavidad:
—Solo para bañarme. Nunca me los quito.

—¿Nunca? —insistió, intrigado.

Sonreí y asentí.
—Nunca. Son una reliquia que me dio Knuckles cuando empezó a enseñarme a pelear. Son especiales… gracias a ellos puedo invocar mi martillo PikoPiko.

—Así que ese es el truco —murmuró Red, impresionado.

Me reí con un encogimiento de hombros.
—Se me hizo costumbre tenerlos siempre puestos. Nunca se sabe cuándo Eggman podría aparecer con algún plan ridículo.

—Siempre es mejor tener un arma preparada. Nunca se sabe —dijo, con ese aire pragmático que tanto lo caracterizaba.

Aproveché la pausa para devolverle la curiosidad:

—¿En qué trabajas, Red? Siempre he tenido la duda. Entrenas mucho, así que debo asumir que eres deportista… o tienes un trabajo pesado.

Levantó una ceja y sonrió de lado.

—¿En qué trabajo, eh? —repitió, como saboreando la pregunta— Trabajo con mis hermanos, en una compañía de mantenimiento.

Incliné la cabeza, intrigada.

—¿Mantenimiento? ¿De qué tipo?

—Ya sabes que solo el centro de la ciudad es funcional. —dijo, apoyando un codo en la barra— Afuera, lo que hay son edificios en ruinas, plantas creciendo sin control y animales salvajes.

Di un sorbo a mi daiquiri, recordando.

—Sí… durante la reconstrucción decidimos enfocarnos solo en lo importante y dejar que el resto lo dominara la naturaleza.

—Exacto. Pero a veces las plantas crecen demasiado y empiezan a invadir la zona funcional. Nuestro trabajo es podarlas, también reforzar la barrera y asegurarnos de que no haya huecos por donde puedan colarse criaturas peligrosas.

Abrí los ojos con asombro.

—Debe ser mucho trabajo… es un anillo bastante grande el que rodea la ciudad.

Red asintió con calma, como si hablara de algo rutinario.

—Lo es. Pero el gobierno nos paga muy bien.

Fue entonces cuando alguien pasó un brazo alrededor de su cuello. Era otra tortuga, más delgada, con una gorra naranja puesta hacia atrás y un hoodie abierto de un tono chillón.

—¡Veo que te escapaste para hablar con tu noviaaa! —canturreó con burla.

Red resopló, apartándolo de un manotazo y dándole un golpe en la cabeza.
—No seas idiota, Range. Ella ya tiene novio.

—¿Ah, sí? —replicó el tal Range sobándose la cabeza— Pero no que ella y el erizo negro habían roto…

Sus palabras me atravesaron como una aguja. Sentí una punzada en el pecho y me giré hacia la barra, dándole un trago más largo a mi daiquiri. El dulzor me supo más amargo esta vez.

Antes de que pudiera decir nada, otra tortuga apareció y le dio un golpe seco en la cabeza a Range. Este nuevo llevaba un blazer azul y tenía una cicatriz marcada sobre el ojo derecho, lo que le daba una expresión seria y curtida.

—No seas tan fastidioso, Range. No ves que la estás molestando.

—Lo siento, lo siento… —gruñó el de naranja, sobándose otra vez.

Y como si la escena no estuviera lo bastante llena, apareció una tercera tortuga, más alta y delgada, con lentes de marco púrpura y una chaqueta de un morado oscuro.

—Es por eso que las chicas no te hacen caso —dijo con calma.

—¡Las nenas me aman! ¿De qué hablas? —refunfuñó Range, ofendido.

Red soltó un suspiro cansado y me miró de reojo.
—Rosadita… mis hermanos.

La tortuga naranja se inclinó con una sonrisa descarada.
—Soy Range. Un gusto en conocer a la no-novia de mi hermano gruñón.

El de azul inclinó la cabeza en un gesto respetuoso.
—Soy Blue. Es un placer conocer a la heroína de la resistencia.

El de morado extendió la mano hacia mí.
—Me dicen PL, un gusto.

Tomé su mano con una sonrisa y luego miré a los tres.
—Un gusto conocerlos a todos. Soy Amy Rose.

Red se volvió hacia sus hermanos y, con un suspiro cansado, dijo:
—¿Van a ordenar o no?

Blue alzó la mano para llamar al bartender nutria, que enseguida se acercó.
—Un sake, un gin-tonic y un… ¿cómo se llamaba? —preguntó Blue.

—Un Bloody Mary —respondió Range con entusiasmo.

—Eso mismo. Y un Bloody Mary —repitió Blue al bartender.

La nutria asintió y comenzó a preparar las bebidas con movimientos ágiles. Yo me quedé observando a los hermanos: Red estaba con los brazos cruzados, el ceño fruncido, soportando a duras penas cómo Range lo fastidiaba. Blue, en cambio, permanecía erguido, recto como un soldado, mientras que PL parecía ajeno a todo, concentrado en escribir rápidamente en su celular.

Al poco, la nutria regresó con las bebidas. Cada uno tomó la suya. Red enderezó la espalda, sujetó su shot de whisky y lo levantó en un gesto de despedida.

 —Bueno, Rosadita, nosotros tenemos una fiesta privada que atender.

—¿Fiesta privada? —pregunté, intrigada.

—¡Una despedida de soltero! —intervino Range con una sonrisa amplia.

—No podemos alejarnos demasiado —añadió Blue con calma— Tenemos que asegurarnos de que el novio no haga alguna estupidez.

—Están en la habitación VIP número 3 —dijo PL, sin apartar del todo la vista de su teléfono.

—Vamos —ordenó Blue con firmeza. Luego me miró y agregó con cortesía— Fue un placer conocerla, señorita Amy Rose.

—El placer fue mío —respondí con una sonrisa ligera.

Range me dedicó un guiño descarado al levantar su vaso.
—Si alguna vez te cansas de tu erizo, llámame.

Red le estampó otro golpe en la cabeza.
—Deja de fastidiar.

Luego se giró hacia mí, con su media sonrisa habitual.
—Nos vemos, Rosadita.

—Nos vemos —respondí, despidiéndome con un gesto de la mano, mientras las cuatro tortugas se abrían paso entre la multitud del club.

No pasaron ni unos segundos cuando el resto de las chicas llegó a la barra, sudadas y sonrientes tras tanto baile.

—Derek, dame un Sex and the City —pidió Rouge, levantando la mano hacia la nutria.

—Yo quiero una margarita —añadió Sally, y luego giró hacia Blaze— ¿Tú qué quieres?

—Un vaso con agua —respondió Blaze, con su seriedad habitual.

—Nada de agua, cariño. Dale una piña colada —intervino Rouge con tono mandón.

—A la orden, jefa —asintió el bartender con una sonrisa.

Rouge me miró de reojo, arqueando una ceja traviesa.
—¿Y con quién estabas coqueteando?

Fruncí el ceño, molesta.
—No estaba coqueteando. Solo me encontré con mi amigo Red… y sus hermanos.

—Oh, ya veo —murmuró Rouge, entre divertida y sospechosa.

Tras un par de minutos la nutria volvió con las bebidas y las puso sobre la barra.

—También una limonada bien fría, por favor. —dijo Sally, levantando la mano.

 —¿Limonada? —preguntó Rouge, sorprendida.

—Es para Espio —respondió Sally con un leve sonrojo.

—¿Para Espio, eh? —repitió Rouge, con una sonrisa pícara.

—Ha estado toda la noche de pie en la esquina, vigilando. Alguien tiene que asegurarse de que se hidrate —se defendió Sally, aún ruborizada.

Todas soltamos una carcajada, y yo alcé mi vaso.
—¡Salud, chicas!

—¡Salud! —respondieron al unísono.

Lo que siguió fueron cinco cócteles más, la música retumbando en nuestros pechos, y horas de baile que hicieron que el cansancio se acumulara lentamente. Mis pies empezaban a sentirse pesados, mis movimientos menos coordinados, y una sensación de mareo dulce y cálido se apoderó de mí. Mi mente se volvió un poco difusa, mis pasos torpes y desordenados, y mantenerme en pie se convirtió en un pequeño desafío mientras la risa y la euforia seguían arrastrándome.

Con la voz entorpecida por el alcohol, solté un comentario entre risas:
—Ese camaleón te está mirando desde hace rato, Sally…

Ella giró la cabeza hacia la esquina, donde un camaleón de escamas color fucsia tenue y ropas oscuras, nos observaba con seriedad.

—¿En serio? —balbuceó Sally, igual de ebria— Ay no… es demasiado atractivo… ¿debería ir a hablarle?

Le puse una mano torpe en el hombro, animándola como pude:
—¡Ve! ¡Aprovecha! ¡Ve, ve, ve!

—Sí, sí… —repitió ella, como convenciéndose a sí misma.

—¡Vamos, Sally, tú puedes! —la animé, levantando mi vaso como si fuera una porrista.

Sally trató de caminar con elegancia, pero sus pasos tambaleantes la delataban. Movió un mechón de cabello hacia atrás, intentando sonar coqueta, y dijo:
—Me has estado mirando toda la noche…

El camaleón la observó con calma y respondió en voz baja:
—Sally, estás increíblemente ebria. Lo mejor sería que pares.

—No estoy tan ebria… —replicó ella, apoyando la mano sobre su pecho— ¿Quieres bailar, guapo?

El camaleón dejó escapar un suspiro y apartó con cuidado su mano.
—Voy a preguntar en la barra si tienen algo para que te despejes un poco.

—¡Espera! —dijo Sally, sujetándole la muñeca con torpeza— Lo siento si te incomodé… es solo que… de verdad me gustas.

El camaleón giró el rostro para mirarla, sorprendido por la sinceridad en su tono.
—Aprecio el cumplido… pero lo mejor es que nos retiremos.

Sally, en un arrebato de valor ebrio, tomó su cara entre las manos y lo besó rápidamente en la boca.

Nosotras, desde la barra, estallamos en silbidos y carcajadas.
—¡Consíguelo, Sally! —grité levantando mi vaso.

Pero la risa se me apagó al instante cuando sentí lágrimas subir a mis ojos. El mareo mezclado con la tristeza me golpeó fuerte.
—A mí no me han besado en semanas… —solté con la voz quebrada— Estúpido Shadow, ¿por qué no me llamas…?

Rouge pasó un brazo por mi espalda y me acercó a ella, murmurando con suavidad:
—Lo sé, lo sé, Amy…

Yo lloraba entre sorbo y sorbo, confesando lo mucho que lo extrañaba, mientras levantaba la vista justo a tiempo para ver cómo el camaleón se sonrojaba ligeramente. Por un instante sus escamas tomaron un tono rojizo antes de volver a la normalidad. Finalmente, sujetó a Sally por los hombros con firmeza.

—Definitivamente nos vamos a casa.

—¿A casa? —repitió Sally con voz soñadora— ¿Vas a llevarme a casa, guapo?

—Sally, reacciona. Soy Espio —dijo, un poco tenso.

Ella entrecerró los ojos y sonrió de golpe.
—¡Oh, Espio! ¡Con razón olías tan bien!

Yo dije sorprendida.

 —Oh, es Espio. ¡Con razón nos estaba viendo!

Espio se sonrojó de nuevo, dejando escapar un largo suspiro resignado. La tomó del brazo y la llevó tambaleando hasta donde estábamos nosotras.

—Creo que ya es hora de terminar la fiesta —anunció— Son las dos de la mañana.

—¿¡Las dos!? —se sorprendió Blaze— ¿Cuántas horas hemos estado aquí?

—Unas seis aproximadamente —respondió él con calma.

Rouge asintió, acomodándose el cabello revuelto.
—Creo que hemos celebrado lo suficiente, ¿no lo creen, chicas?

Yo solté un sollozo obstinado.
—Pero aún quiero bailar más…

Rouge me acarició la mejilla con ternura.
—Lo sé, Amy… podemos venir el próximo finde si quieres.

La abracé con fuerza y le di un beso torpe en la mejilla.
—Me encantaría, Rouge. Te amo.

Ella rió suavemente.
—Yo también… pero no se lo digas a Shadow, que seguro me corta las alas.

Sacó su celular y empezó a escribir rápidamente.
—Voy a avisarle a Silver para que venga a recoger a Blaze —dijo, y luego me miró con atención— ¿Y tú, Amy? ¿Quieres que le diga a Shadow que venga por ti?

Hundí el rostro en su hombro, dejé que unas lágrimas se escaparan y respondí con voz baja:
—No quiero molestarlo… Voy a pedirme un taxi.

Saqué mi propio teléfono del bolso y empecé a buscar la aplicación de taxis, mientras Espio tomaba la palabra:
—Mientras esperamos, voy a ordenar algo para que se les baje el alcohol.

Después de bastante agua y algo sencillo de comer, los cinco salimos finalmente del club. El aire helado del otoño nos golpeó de lleno. Me puse enseguida mi chaqueta, mientras veía a Sally frotarse los brazos, temblando.

—Dejaste tu chaqueta adentro. Iré por ella —dijo Espio con firmeza— No te muevas de aquí. Las dejo a su cuidado.

—Ve, cariño, yo te la cuido —respondió Rouge, sujetando a Sally contra sí.

Giré la cabeza y alcancé a ver a Blaze inclinada en la acera, vomitando discretamente. Caminé tambaleándome hacia ella y puse una mano en su espalda, acariciándola de arriba abajo.
—¿Estás bien, Blaze?

Ella me miró de reojo, y murmuró con voz débil:
—No…

Seguí frotándole la espalda, sintiendo el frío de la noche revolvernos un poco el cabello, mientras que Blaze vomitaba un poco más en la acera, cuando una voz conocida interrumpió:
—¿Estás bien, Blaze?

Levantamos la vista al mismo tiempo para ver a Silver acercarse apresurado. Llevaba puesta una chaqueta negra y traía otra doblada en los brazos. Se arrodilló a nuestro lado con gesto preocupado.
—Vine por ti. Te traje tu chaqueta.

—Gracias… —susurró Blaze.

Entre los dos la ayudamos a ponerse de pie, y Silver la sostuvo con firmeza contra su pecho mientras le colocábamos la chaqueta. Ella tambaleó un poco y él la abrazó con cuidado.
—Bebiste demasiado.

—Me pasé un poco con el alcohol —admitió Blaze, avergonzada.

Silver arqueó una ceja, con una media sonrisa.
—¿Solo un poco?

Yo di un paso atrás, tranquila al verla en buenas manos. Pero de pronto otra voz familiar irrumpió, cargada de molestia:
—¡Hey, Sally! ¿Por qué no me dijiste que ibas a salir a beber con las chicas?

Era Sonic, vistiendo su chaqueta blanca y verde promocional de la bebida energética que lo auspicia, su pañuelo blanco amarrado a su cuello como siempre. 

Sally, recostada contra Rouge, levantó la cabeza y respondió con voz entorpecida y áspera:
—Porque no es de tu incumbencia, Sonic.

Él se acercó, con el ceño fruncido.
—¿Cómo que no es de mi incumbencia? Me preocupo por ti, Sally. Solo me enteré que estabas aquí porque estaba con Silver.

Sonic suspiró, tensando los puños.
—Vamos, te llevo a casa.

Extendió la mano hacia ella, pero Sally se apartó bruscamente, rompiendo el agarre de Rouge.
—¡No me toques!

—¿Qué te pasa, Sally?! —exclamó Sonic, incrédulo— No me has respondido ni un solo mensaje esta última semana. ¿Por qué me estás ignorando?

Ella lo fulminó con la mirada, la voz cargada de ira y alcohol:
—¡Porque eres un manipulador mentiroso, por eso! ¡Te acostabas conmigo pensando en otra mujer!

Sonic frunció el ceño, desconcertado.
—¿De qué estás hablando? Estás demasiado ebria…

Avanzó un paso hacia ella, intentando tomarle la mano otra vez, pero Sally retrocedió de golpe.

Yo me acerqué hasta quedar junto a Rouge, observando el drama. Y no éramos las únicas: Blaze, Silver, e incluso varios que salían del club se habían detenido a mirar la discusión, sacando sus celulares para grabar al héroe de Mobius discutiendo con la princesa Acorn. 

De pronto, Sally me señaló con un dedo tembloroso y gritó:
—¡Amy me dijo que estás enamorado de otra!

El rostro de Sonic se tensó. Me miró con enojo, luego volvió la vista a Sally.
—Sally… eso no es…

—¡¿Quién es?! —lo interrumpió ella, fuera de sí— ¡Dime quién es! ¿La conozco?

Sonic tragó saliva. Se le notaba nervioso. Volteó hacia mí un instante, incómodo, antes de volver la mirada a Sally.
—Sally, por favor… hablemos de esto en otro lugar.

—¡Solo dime quién es, maldita sea, Sonic! ¡Dímelo!

Yo me quedé helada cuando él volvió a clavar sus ojos en mí, incómodo, como si buscara una salida. Sally lo notó al instante.

—¡¿Por qué la sigues mirando, Sonic?! —gritó, tambaleándose— ¡Amy no es la chica de la que estás enamorado, eso es obvio! ¿Entonces, por qué la miras?

Sonic bajó la mirada, tenso, sus orejas caídas, evitando los ojos celestes de Sally que lo miraban con intensidad, buscando una respuesta, cualquier cosa que pudiera calmar esa herida punzante en su interior. Sally abrió la boca para decir algo, pero de pronto se detuvo en seco. Su mirada se fijó en un punto invisible, como si acabara de tener una revelación. Entonces soltó una risa amarga, quebrada por la ebriedad.

—Ah… ya comprendo. Todo tiene sentido ahora… Ya sé quién es. No puedo creerlo… eso explica todo.

Sonic dio un paso hacia ella, suplicante:
—Por favor, Sally, no lo digas.

Ella se tambaleó, pero me señaló con el dedo, con una sonrisa triste.

 —No lo voy a decir por su bienestar… pero Sonic, eres de lo peor.

—Sally, entiende… yo… por eso te pedí tiempo hasta el Festival de Unión —dijo Sonic, acercándose un poco— Necesito confirmar algo.

Sally lo miró con los ojos entrecerrados, la voz cargada de veneno:
—¿Confirmar qué? ¿Si te gusta más su olor o el mío?

El erizo se quedó en silencio, incapaz de responder. Sally soltó una risa amarga, quebrada por la rabia y el alcohol.
—Entiendo todo ahora… por eso siempre me buscabas cuando estabas decaído. Todo este tiempo solo estabas buscando en mí un consuelo. Te sentías solo, rechazado, ignorado… y usaste mis sentimientos para levantarte el ánimo, para sentirte amado. ¡Sabías lo que siento por ti, y aún así me usaste!

—¡No, Sally, no es así! —replicó Sonic con desesperación— Tú me importas, me gustas, disfruto cada momento contigo. Nada de lo que hicimos fue buscando consuelo.

Sonic intentó tomarle la mano, pero en cuanto la rozó, Sally reaccionó. Un golpe seco resonó en la calle: lo había abofeteado.
—¡No me toques! —gritó con furia.

Sonic se llevó su mano a su mejilla derecha, sin poder creer lo que había pasado. Muchas veces él estuvo al borde de ser golpeado por mi martillo en nuestra juventud, pero Sally nunca había sido agresiva con él.  No supo qué decir, su boca media abierta de la sorpresa. 

En ese momento apareció Espio, sereno pero con autoridad. Le colocó la chaqueta sobre los hombros a Sally y habló con voz grave:
—Creo que ya es suficiente de esto. Vamos a casa.

Ella lo miró, la ira apagándose poco a poco en una extraña calma. Una sonrisa cansada se dibujó en sus labios.
—Espio… sí. Llévame a casa.

Sonic abrió los ojos con alarma, su mano sobre su mejilla derecha.
—¿¡Espio!? ¿Qué haces con Espio?

—Es mi nuevo guardaespaldas —respondió Sally con desdén— Lo sabrías si me pusieras atención.

Sonic dio un paso adelante, molesto.
—¿Por qué él? Me tienes a mí para protegerte.

La ardilla castaña empezó a acomodarse la chaqueta con torpeza, y soltó con voz cortante:
—¿Y qué tiene de malo Espio? Hace bien su trabajo.

El erizo bajó la voz, pero la rabia lo hacía temblar.
—¿De verdad confías en él? Es un asesino, Sally. ¿Cómo puedes sentirte cómoda con alguien así a tu lado?

El ninja se interpuso entre ambos, con la mirada afilada y la voz como acero:
—Tal vez haya hecho cosas de las que no estoy orgulloso en mi línea de trabajo… pero no fui yo quien provocó la extinción de toda la raza humana.

Sonic se erizó de inmediato, sus púas levantándose.
—¿Traes eso ahora?

—Quizás algunos te hayamos perdonado —continuó Espio, firme— pero nunca olvidé lo que hiciste. Dejaste que tu estúpida moral te cegara… y fue por eso que la humanidad cayó.

Sonic apretó los puños.
—¡Eso fue culpa de Eggman!

—Y se habría evitado si no hubieras convencido a Shadow y a mí de perdonarle la vida —replicó Espio, avanzando un paso hacia él..

—¡Era un viejo inofensivo y amnésico! No hubiera sido correcto matarlo.

—¿Y qué pasó después? —Espio lo cortó, con un filo en la voz— Silver tuvo que sacrificarse, y toda una civilización desapareció. Todo porque tú decidiste jugar al héroe perfecto.

Sonic bajó la mirada un instante, llevando su mano a su pañuelo blanco, apretando los dientes, pero el camaleón no se detuvo:
—El año pasado tampoco dejaste que Shadow acabará con Eggman, y encima tuviste la crueldad de decirle eso… sabiendo muy bien lo que siente por Amy.

Los ojos de Sonic se abrieron como platos.
—¿Él te lo dijo…?

—Trabajo con Neo G.U.N de vez en cuando. He hablado con él. —Espio bajó la voz, como si cada palabra fuera un veneno medido— Todos creen que solo le dijiste una pequeñez… pero yo sé la verdad. Y si estuviera en su lugar, tampoco volvería a dirigirte la palabra.

El erizo azul apretó los puños con furia.
—¡Intentó matarlo frente a todos!

El aire se volvió pesado. Se podía sentir la electricidad recorriendo la calle; las púas de Sonic estaban completamente erizadas, y Espio ya tenía una mano metida en el bolsillo trasero, preparado para lo que fuera. Todo indicaba que, en cualquier momento, iban a pelear.

Era extraño. Inusual. Nadie estaba acostumbrado a verlos enfrentarse así, y la incertidumbre nos mantenía en silencio. Yo me aferré al brazo de Rouge, que no había dicho una sola palabra desde el inicio. Nadie se atrevió a interrumpir la discusión; solo éramos espectadores atrapados en el drama.

Pero, antes de que la tensión pudiera romperse, Sally dio un paso adelante y sujetó con firmeza el brazo de Espio, tirando de él hacia si misma. 

 —Llévame a casa, Espio.

La seriedad en su voz cortó el aire como un filo. Espio bajó apenas la mirada hacia ella; la ira que lo había envuelto segundos antes se disipó con la misma rapidez con la que había llegado. 

Inclinó la cabeza, sereno, casi reverente.
—Lamento haber perdido la compostura, Sally. Vamos.

—¡Espera, Sally! —suplicó Sonic, su voz quebrada.

Ella se volvió lentamente hacia él. Sus ojos, enrojecidos por el alcohol y la rabia, lo atravesaron como cuchillas.
—Ve a casa, Sonic.

Él dio un paso, como si las palabras fueran cadenas que se le incrustaban en el pecho.
—Esto no se puede terminar así Sally… —su garganta temblaba, la voz le salía rota— Yo aún te quiero.

Sally negó suavemente, pero con una firmeza inapelable. Alzó el mentón, como una reina que se rehúsa a ceder, y se aferró al brazo de Espio. 

Caminaron juntos hasta el auto que estacionado al otro lado de la calle. Espio abrió la puerta del copiloto, la ayudó a acomodarse con cuidado y cerró con un clic seco. Luego rodeó el coche, subió al asiento del conductor y encendió el motor. El rugido del vehículo rompió la quietud de la avenida, y en pocos segundos desaparecieron en las calles iluminadas de Central City, dejando tras de sí un vacío tan palpable como la derrota de Sonic.

El erizo azul quedó clavado en el asfalto, inmóvil, su silueta apenas sostenida por la rabia. Giró lentamente sobre sus talones y me miró con un fuego encendido en sus ojos esmeralda. Caminó hacia nosotras con pasos pesados, cada uno cargado de reproche.
—Te conté eso en confianza. No tenías que decírselo a Sally —escupió, con la voz endurecida.

Rouge no dudó en alzar la barbilla, cortante.
—No puedes culpar a Amy. Eso debiste decirlo tú, antes siquiera de acostarte con ella.

La mandíbula de Sonic se tensó. Su mirada fulminante podría haber atravesado una muralla.
—No te metas, Rouge.

Yo lo enfrenté con la voz entorpecida pero cargada de reproche:
—Rouge tiene razón. Antes de enredarte con Sally, deberías haber resuelto tus sentimientos con esa otra persona. Lo que hiciste… fue muy bajo, Sonic.

Sus pupilas se dilataron, la rabia se mezcló con dolor en su rostro.
—Lo hubiera hecho… si no fuera por ti.

Mis cejas se fruncieron de inmediato, confundida.
—¿Por mí? ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?

Él apartó la mirada, apretó los dientes con fuerza, y murmuró:
—Nada… Olvídalo.

Y sin más, desapareció en un destello azul que zumbó en mis oídos, desapareciendo entre las calles.

—¿Cuál es su problema? —pregunté, tambaleándome, como si las piezas del rompecabezas nunca fueran a encajar.

—Está celoso. Y herido. Ese es su problema —respondió Rouge, amarga pero tranquila.

Yo la miré, perdida, demasiado alcoholizada como para hilar el trasfondo de todo aquello. Fue entonces cuando Silver y Blaze aparecieron, caminando con incomodidad. Sus rostros lo decían todo: habían presenciado demasiado.

—Bueno… nosotros nos retiramos —dijo Silver, con cuidado de no soltar a Blaze, que se apoyaba en él como si cada paso le costara. —Buenas noches.

—Buenas noches… —murmuró Blaze, débil, casi en un suspiro.

—Buenas noches —respondió Rouge— Silver, cuida de ella. Dale una sopa contra la resaca mañana.

Silver esbozó una sonrisa suave.
—Eso haré.

—Cuídense… —añadí yo, con un hilo de voz.

Silver acomodó a Blaze contra su pecho y, concentrándose, la energía telequinética lo envolvió. Flotaron lentamente, y en cuestión de segundos desaparecieron hacia el cielo estrellado.

Rouge se volvió hacia mí, con la paciencia de alguien que había cargado demasiadas responsabilidades en una sola noche.

 —Solo tenemos que esperar tu taxi.

—¿Y tú, Rouge? —pregunté, parpadeando.

—Tengo unos asuntos que atender en el club. No te preocupes por mí.

En ese momento escuché un silbido familiar y una voz que dijo con burla ligera:
—Eso sí que fue dramático.

Rouge y yo giramos al mismo tiempo. Allí estaba Red, de pie a unos pasos, con las manos en los bolsillos y una sonrisa ladeada.

—¡Red! —exclamé, con una alegría torpe que seguramente me delataba lo mareada que estaba.

Rouge arqueó una ceja, evaluándolo de arriba a abajo.
—Así que este es tu famoso compañero de entrenamiento.

Me apresuré a hacer las presentaciones, aunque mi lengua se enredaba un poco.
—Red, ella es mi amiga Rouge, dueña del club.

Red se quitó la gorra apenas lo necesario para saludar con un gesto breve y añadió, con una sonrisa ladeada:
—Un gusto.

Luego, con calma, se metió la mano en el bolsillo de su hoodie.
—Quise acercarme antes, pero… no encontraba el momento.

Me reí flojamente.
—Saludar en medio de todo esto habría sido… muy incómodo.

Él inclinó la cabeza, mirándome con curiosidad.
—¿Tu chico viene por ti?

—No, no… ya pedí un taxi —dije, sacando el celular para mostrarle la aplicación. Lo observé unos segundos y me quedé congelada antes de soltar una risa nerviosa—. Ups… olvidé darle a “aceptar”.

Red señaló con la barbilla hacia una van estacionada cerca.
—Mis hermanos y yo ya nos vamos. Podemos llevarte, si quieres.

Rouge me atrajo hacia ella de inmediato.
—Es un gesto amable, pero ya vienen por ella.

—¿Ah, sí? —pregunté, dudosa, mirando a Rouge.

Ella asintió con seguridad.
—Así es. No cre…

Pero lo que iba a decir fue interrumpido cuando una coneja de pelaje marrón, con uniforme del personal, llegó corriendo y le susurró algo urgente al oído. Vi cómo el rostro de Rouge se tensó de inmediato.

—Lo siento, jefa, pero tenemos una situación en el club —le informó la coneja.

—¿Qué clase de situación? —preguntó Rouge, seria.

—Tiene que verlo usted misma. Es en la habitación VIP número tres.

Rouge frunció el ceño y me soltó con delicadeza.
—Vuelvo enseguida. Quédate aquí, no te muevas. Ya vienen por ti.

—¿A dónde vas? —pregunté, confundida.

Ella solo levantó una mano en señal de despedida y desapareció entre las luces del club.

Me quedé sola con Red, el ruido de la música aún vibrando desde dentro. Él ladeó la cabeza, curioso.
—¿Qué habrá pasado?

Encogí los hombros, tambaleante.
—Ni idea…

Sin el apoyo de Rouge, mis piernas cedieron por un segundo. Estuve a punto de caer, pero los brazos de Red me atraparon antes de tocar el suelo.

—Wow, cuidado, Rosadita —dijo, con una mezcla de burla y ternura.

Me reí, aferrándome a su hoodie.
—Gracias…

Intenté enderezarme, pero el alcohol hacía que todo girara un poco más de lo normal. Red no me soltó.
—En serio, si quieres, mi oferta sigue en pie —murmuró, esta vez más serio.

Le sonreí, un poco sonrojada.
—Gracias, eres un…

Un rugido profundo de motor nos interrumpió de golpe. Un vehículo negro, enorme, con apariencia militar, se detuvo justo frente a nosotros.

La ventanilla del piloto bajó, y un olor inconfundible me golpeó de inmediato: lavanda mezclada con esa esencia masculina que conocía demasiado bien. Y ahí estaban: sus púas negras con detalles rojos, sus ojos carmesí atravesándome con intensidad, y ese ceño fruncido que imponía hasta sin hablar. Un rostro que no había visto en semanas…

—Sube al auto, Rose —ordenó Shadow, con voz grave.

Me quedé boquiabierta un instante, antes de que una sonrisa boba se escapara de mí.
—¡Shadow! ¿Qué haces aquí?

—Vine a recogerte. Ahora, sube al auto.

La tortuga levantó una ceja y murmuró:
—Parece que tu taxi ya llegó.

Me reí nerviosa.
—Sí… parece que sí.

De pronto, la puerta del vehículo se abrió y Shadow salió de un salto. En dos pasos ya estaba frente a mí, tomándome de los hombros y apartándome con firmeza del lado de Red. La tensión entre ambos era palpable: la mirada asesina de Shadow se encontró con los ojos verdes de Red, que no se dejó intimidar. Ninguno estaba dispuesto a ceder.

—Vamos, Rose —repitió Shadow, más autoritario aún.

Me volví hacia Red, levantando una mano.
—Chao, Red. Nos vemos en el gym.

—Hasta luego, Rosadita —respondió él, con una media sonrisa y levantando la mano en despedida.

Shadow me guió hacia el coche, abriendo la puerta del copiloto para mí. Me ayudó a sentarme con cuidado, ajustó mi cinturón y luego dio la vuelta al auto. Se acomodó en el asiento del conductor, encendió el motor, y en cuestión de segundos nos alejamos del club nocturno, tragados por las calles de Central City.

El interior del auto estaba impregnado por el olor de Shadow: lavanda, mezclada con ese aroma varonil y profundo que siempre lo acompañaba. Cada respiración lo traía más dentro de mí, provocándome un calor inesperado en el vientre. Lo observaba de reojo, contemplando su perfil serio, concentrado en la carretera. Su rostro era tan hermoso, tan familiar… Oh, cómo lo había extrañado.

De pronto habló, su voz grave cargada de molestia:
—¿Por qué no me dijiste que ibas a un club con Rouge y las demás?

Me sobresalté un poco. No esperaba que nuestras primeras palabras después de semanas fueran un reproche. Tartamudeé, torpe:
—Yo… no quería molestarte. Tú… me pediste tiempo.

Las manos de Shadow se aferraron al volante con fuerza, sus nudillos tensándose.
—Que haya pedido tiempo no significa que dejé de ser tu pareja, Rose.

Me encogí en el asiento, con un nudo en la garganta. No era la bienvenida que había imaginado.

Él siguió, sin apartar los ojos de la carretera:
—Debes informarme si vas a salir a beber. Tengo que asegurarme de que regreses a salvo a casa.

—Pero yo… —intenté decir.

—¡Pero nada! —cortó de golpe, con una firmeza que me desarmó— Estoy aquí porque Rouge me informó. Si no, estarías ahora en un taxi cualquiera, con un extraño, demasiado embriagada para defenderte.

Bajé la vista hacia mi bolso, sintiendo la culpa pesarme en el pecho.
—Lo siento… —susurré.

Shadow exhaló un suspiro cansado, pero el filo en su voz no desapareció.
—¿Quién es ese tal Red?

Alcé la vista, confundida por la brusquedad en su tono.
—Es mi amigo del gym. Entrenamos juntos.

Me miró de reojo, sus ojos carmesí brillando bajo la penumbra del tablero.
—¿Solo amigos?

Me tensé. Esta vez la molestia me recorrió a mí.
—¡Solo amigos!

—¿No ha intentado coquetear contigo? —insistió, su voz afilada.

Giré hacia él, indignada.
—¡No! Red siempre ha sido respetuoso conmigo.

Su mandíbula se tensó. Guardó silencio unos segundos, el motor llenando ese vacío incómodo, hasta que soltó otra pregunta que me hizo hervir la sangre:
—¿Has aceptado alguna cita… de alguien más?

Mi pelaje se erizó, ardiendo de ira. ¿Cómo se atrevía?
—¡Por supuesto que no! ¿Cómo se te ocurre pensar eso?

Shadow bajó la cabeza un instante, desviando la mirada de la carretera antes de volver a enfocarla. Su voz se quebró apenas:
—Tengo entendido que últimamente te han estado cortejando.

Crucé los brazos con fuerza, fulminándolo de lado.
—¿Me has estado espiando?

—No —replicó de inmediato, lanzándome una mirada fugaz— Pero he estado siguiendo comentarios online.

Su voz se volvió más baja, casi un murmullo:
—Eres muy popular… 

Desvié la vista hacia la carretera que se extendía frente a nosotros, sintiendo un nudo apretarse en mi pecho.
—Pues que te quede claro, los he rechazado a todos. A cada uno les repito lo mismo: tengo novio.  —Tragué saliva, y añadí con un dejo de amargura —Aunque ese novio me ha estado evitando por dos semanas enteras.

—¡No te he estado evitando! —exclamó Shadow, la molestia vibrando en su voz.

Lo miré, incrédula, con el corazón ardiendo.
—¿Entonces por qué no me has enviado ni un solo mensaje? ¡Ni uno, Shadow!

Sus ojos carmesí brillaron con frustración.
—No quería… hacerte sentir peor.

Solté una risa amarga.
—¿Peor que qué? ¿Peor que saber de que mi NOVIO es incapaz de escribirme para decirme cómo está?

Me devolvió la mirada, molesto, como si mis palabras le atravesaran.
—Yo diría lo mismo, Rose. ¡No he sabido nada de ti! 

Mi pecho subió y bajó con furia, sentí que iba a estallar.
—¡Porque te estaba dando tu estúpido tiempo! ¡El que me pediste!

De pronto, el auto se detuvo bruscamente al borde de la carretera, en medio de un bosque oscuro entre Central City y Stadium Square. Shadow apagó el motor, abrió la puerta de golpe y salió, caminando hacia los árboles.

Me quedé en shock por un instante, luego me desabroché el cinturón y lo seguí tambaleante, aún con el alcohol nublándome un poco la cabeza.

Cuando lo alcancé, lo vi descargar su ira contra un árbol. Sus puños se hundían una y otra vez en la corteza, dejando marcas profundas. El sonido seco de cada golpe me helaba la sangre.

—Esto fue una mala idea… —gruñó con la voz áspera, sin mirarme— Debí pedir que alguien más te llevara a casa.

Me crucé de brazos, deteniéndome a unos metros. Lo observé en silencio, mi mirada recorriendo cada parte de él: sus Air Shoes brillando bajo la luz de la luna, la fuerza de sus piernas tensas, el movimiento de su cola, su espalda poderosa, sus púas negras y rojas que parecían llamas congeladas, su rostro en sombras.
Era tan hermoso. Incluso en su furia, incluso cuando su rabia me asustaba un poco, no podía apartar los ojos de él. Mis piernas temblaban, tal vez por el alcohol, tal vez por lo mucho que lo deseaba.

De pronto, Shadow se giró hacia mí. Su ceño estaba fruncido, sus fosas nasales abiertas mientras inhalaba profundamente. Sus ojos carmesí brillaban como brasas.

—Rose… —su voz era un gruñido bajo, denso, cargado de tensión— Tu aroma… ¿Por qué estás…?

Se acercó con pasos largos, firmes, y sin detenerse, extendió una mano y tomó el borde de mi vestido. De un solo movimiento, me levantó la falda, dejando expuesta mi ropa interior, ligeramente humedecida.

No podía evitarlo. Había pasado la última semana masturbándome pensando en él, respirando su aroma en esa chaqueta suya que Rouge logró robar del cesto de ropa sucia. Y ahora que lo tenía tan cerca, que podía volver a oler ese perfume salvaje y tan suyo, sentía cómo el deseo se encendía dentro de mí, como un fuego en el vientre que me quemaba desde adentro.

—¿Rose… qué significa esto? —preguntó Shadow con tono molesto, una pizca de desconfianza en su voz.

Aún podía sentir el alcohol circulando por mi cuerpo, dándome ese impulso temerario. Llevé mis manos hasta el mechón blanco sobre su pecho, lo apreté con fuerza y, con la voz ligeramente arrastrada por los cócteles de la noche, le susurré:

—Eres tú… solo tú me pones así, Shadow.

Y sin dejarle espacio para responder, lo besé con fuerza, tirando de su mechón para atraerlo más hacia mí. Mi otra mano se deslizó hasta la parte trasera de su cabeza, enredando mis dedos entre sus púas, sujetándolo con firmeza y obligándolo a inclinarse, dándome más acceso a su boca. Hundí mi lengua en la suya, saboreando ese rastro dulce a chocolate… el mismo sabor de nuestro primer beso.

Shadow no se movía. Se había quedado quieto, inmóvil, algo completamente inusual entre nosotros. Tal vez no se lo esperaba. O tal vez aún se estaba readaptando, después de semanas sin vernos. Pero yo no iba a darle la oportunidad de retroceder.

Deslicé mi mano desde su pecho hacia abajo, acariciando su abdomen firme, hasta llegar a su entrepierna. Mis dedos buscaron sin pudor el bulto donde escondía a esa bestia que me había reclamado como suya tanto tiempo atrás.

Un gemido sordo escapó de sus labios. Sentí entonces sus manos enguantadas posarse en mis hombros… y empujarme suavemente, rompiendo el beso.

—Rose, detente. Estás ebria —dijo Shadow, mirándome directamente a los ojos, un leve rubor tiñendo sus mejillas.

Llevé mis manos a sus hombros y murmuré:
—¿Y qué? Aun así, te deseo.

Me incliné para besarlo de nuevo, pero él me detuvo, colocando su mano sobre mi rostro con delicadeza.

—No estás pensando con claridad —respondió con esa voz grave que tanto me hacía temblar.

Me mordí el labio, frustrada, y bufé inflando las mejillas.
—¿Acaso no me deseas? ¿Tienes otra mujer?

—¡Por supuesto que no, Rose! —gruñó, claramente irritado.

—Entonces ámame —susurré, mis labios rozando su palma.

Con dedos torpes y temblorosos, busqué bajo mi vestido la tela húmeda de mi ropa interior. Poco a poco, me la quité, deslizándola por mis piernas, una por una, hasta que quedó en mi mano.

La sostuve frente a su rostro, justo sobre su nariz.

—Huélela —dije con voz pastosa— ¿Huele a mí, no? Ese olor que tanto te gusta…

Shadow guardó silencio, pero inhaló profundamente. Pude sentir cómo su mano sobre mi rostro empezaba a temblar. Lentamente, la aflojó, no para alejarme… sino para tomar la prenda, arrebatándola de entre mis dedos y quedándosela.

Aproveché la distracción y bajé las manos a su entrepierna, acariciando el bulto con suavidad, jugueteando con él. Poco a poco, fue creciendo, adoptando esa forma salvaje que tanto había extrañado: la textura oscura, las protuberancias en la base, el grosor que me hacía estremecer solo de recordarlo.

Deslicé mi mano por toda su extensión, acariciándolo con una mezcla de ternura y deseo, provocando que Shadow soltara gemidos ahogados, bajos, contenidos… Ese sonido que tanto había añorado escuchar de sus labios.

Estábamos en medio de la carretera, junto a su auto, bajo la luz pálida de la luna. El aire frío del otoño anunciaba que el invierno no tardaría en llegar. No eran las condiciones ideales para un reencuentro… pero no me importaba.

Seguía moviendo mi mano con lentitud, acariciándolo con calma. Me incliné un poco más hacia él, apoyando mi rostro sobre su pecho, cálido y firme, mientras murmuraba con voz entorpecida por el alcohol y el deseo:

—Sé que me deseas, Shadow… no intentes negarlo.

Él respondió con un murmullo entrecortado, su respiración agitada:

—Rose… no deberíamos… no estás pensando con claridad…

Un leve fastidio se coló en mi interior por su resistencia. Llevé mis dedos hasta las protuberancias en la base de su miembro y empecé a apretarlas, una a una. Su cuerpo reaccionó al instante; un gemido más agudo escapó de sus labios. Esa era una de sus zonas más sensibles, y él lo sabía tan bien como yo.

—Rose, por favor… detente —suplicó con la voz apenas audible, su boca entreabierta, los colmillos expuestos.

—Deja de rechazarme… y me detendré —le respondí, mientras mis dedos seguían jugueteando con su base.

—Está bien… está bien… solo detente.

Retiré la mano, dándole espacio para respirar, para recuperar el control de su cuerpo. Pasó un minuto en silencio. Luego alzó la vista, sus ojos carmesí brillando como brasas en la oscuridad.

Le sonreí con picardía antes de abrir la puerta trasera. Me acomodé en el asiento, dejando el bolso en el suelo, y estiré la mano para encender la luz del techo.

El vehículo era una unidad táctica de Neo G.U.N., amplia y reforzada. Seguramente usado para misiones oficiales… y la idea de tener sexo en un lugar así me resultaba tan sucia como excitante.

Shadow echó un vistazo rápido a nuestro alrededor, confirmando que estábamos realmente solos, antes de deslizarse dentro y cerrar la puerta tras de sí.

Tomé mi bolso del suelo y lo abrí, rebuscando entre mis cosas para encontrar los condones que había comprado en la tienda para adultos.

Shadow, que todavía sostenía mi ropa interior en la mano, me miró con seriedad.

—Rose… esto realmente no es buena idea. Estás demasiado ebria…

Lo volteé a ver con una sonrisa ladeada.

—Puede que me haya pasado un poco con las copas —admití— pero estoy lo suficientemente lúcida como para querer tener relaciones con mi novio. Además… —bajé la mirada hacia su entrepierna, donde su erección ya dejaba escapar una gota brillante— …no soy la única aquí que quiere. ¿O es que acaso ya no te gusto?

—¡Por supuesto que me gustas! —respondió de inmediato, con la voz cargada de deseo— No he podido dejar de pensar en ti… pero…

Ese “pero” me hirvió la sangre.

—Si no me quieres, entonces llévame a casa y ya —dije, un poco atontada por el alcohol y molesta por su duda.

Se quedó en silencio por unos segundos, como debatiéndose consigo mismo, antes de suspirar.

—Por supuesto que quiero… pero no tenemos preservativos.

En ese momento, mis dedos dieron con lo que buscaban. Saqué el paquete de condones del bolso y se lo mostré con una sonrisa triunfal.

—Tal vez tú no… pero yo sí.

Shadow arqueó una ceja, y me preguntó con cierta inseguridad:

—¿Por qué tienes condones en tu bolso?

—Por si algún día decidías que ya era suficiente… y venías a mi casa a hacerme el amor otra vez —respondí, sin apartarle la mirada.

Abrí la caja, saqué uno de los paquetes y se lo tendí, guardando el resto nuevamente en mi bolso.

Shadow dejó escapar un suspiro profundo antes de romper el envoltorio con sus manos firmes.

—Asumo que quieres ir directo a la acción —murmuró, grave, con un matiz desafiante.

—Te necesito, Shadow. Por favor… no me hagas esperar —contesté, dejando que mi voz transmitiera toda la urgencia que me consumía.

Él desvió la mirada por un instante, como si necesitara un segundo para contenerse, y luego, con movimientos lentos y precisos, deslizó el preservativo sobre su erección, asegurándose de cubrirlo por completo. No pude evitar sentir una chispa de orgullo al confirmar que había elegido el tamaño correcto.

Me acomodé en el asiento, acostándome, y llevé las manos al borde de mi vestido. Lo subí lentamente, exponiendo mi entrada húmeda ante él, más que lista para recibirlo.

—Te lo advierto, Rose… podría hacerte daño —susurró mientras se colocaba sobre mí, sus manos apoyadas a cada lado de mi cabeza— Temo… no poder contenerme.

—Rómpeme, lastímame… haz lo que quieras conmigo —le dije, llevando mis manos a sus hombros, clavando suavemente las uñas en la tela de su chaqueta mientras mi cuerpo se arqueaba hacia él.

Shadow se inclinó hacia mí, sus ojos intensos entrecerrándose poco a poco antes de besarme. El dulce sabor a chocolate volvió a invadir mi boca. Sin pensarlo, abrí los labios para recibirlo y el juego comenzó: su lengua buscando la mía, entrelazándose en esa danza lenta, ardiente… casi prohibida.

Pero no fue solo su lengua lo que sentí. Algo cálido y firme rozó mi entrada, arrancándome un suave jadeo contra su boca. Poco a poco, empezó a abrirse paso dentro de mí, deslizándose con firmeza, expandiendo mis paredes, llenándome por completo hasta lo más profundo.

Una punzada de incomodidad se mezcló con el placer, recordándome que era apenas la segunda vez que tomaba todo su tamaño. El alcohol suavizaba un poco esa sensación, pero no del todo.

Shadow rompió el beso con un suspiro tembloroso, sus labios aún rozando los míos mientras murmuraba:

—Estás tan apretada, Rose…

Sonreí, sintiendo mis ojos humedecerse y el corazón hincharse al tenerlo dentro de mí otra vez.

—Han pasado dos semanas… —susurré con una risa suave— era de esperarse.

Shadow salió lentamente y volvió a entrar, y las protuberancias en la base de su miembro rozaron mi entrada, acariciando mi clítoris con el movimiento. Un gemido se me escapó sin querer, y lo abracé con fuerza, rodeando su cuello con mis brazos mientras enredaba mis piernas alrededor de su cintura, atrayéndolo aún más contra mí.

Me había masturbado tanto y jugado tantas veces conmigo misma, imaginando este momento, que mi cuerpo estaba más sensible y receptivo al contacto.

—Dame un momento… por favor —susurré, abrazándolo.

—¿Te duele? ¿Quieres que salga? —preguntó, su voz grave y cargada de preocupación.

Negué suavemente con la cabeza.

—Solo déjame acostumbrarme… luego haz lo que quieras conmigo.

Una sombra de deseo recorrió su mirada.

—Voy a tomar tu palabra, Rose —murmuró.

Nos quedamos quietos por un instante, ajustándonos el uno al otro, compartiendo ese primer contacto tan íntimo y abrumador. Nuestras bocas volvieron a encontrarse en un beso desesperado, hambriento, como si quisiéramos devorarnos mutuamente.

Afuera, el ruido lejano de los autos rompiendo la quietud de la noche solo avivaba la adrenalina que corría por mis venas. Estábamos expuestos, vulnerables… y más vivos que nunca.

Cuando mi cuerpo comenzó a adaptarse a su tamaño, mis labios se apartaron apenas para susurrar contra los suyos:

—Ahora sí… puedes moverte.

Poco a poco, Shadow comenzó a mover las caderas, entrando y saliendo de mí con un ritmo constante, cada embestida haciendo eco en el reducido espacio del auto, mezclando nuestros gemidos con el sonido húmedo y acompasado de su cuerpo chocando contra el mío. El roce de su base contra mi entrada provocaba descargas eléctricas que recorrían cada fibra de mi ser, encendiendo aún más el placer que me consumía.

Y Shadow cumplió con su advertencia. Lo que comenzó como un vaivén lento y cuidadoso, pronto se convirtió en un ritmo salvaje y desenfrenado. Cada embestida de sus caderas me hacía chocar contra el asiento, haciendo que el auto se meciera suavemente con cada golpe.

—Rose… ¡Maldita sea! —gruñó contra mi cuello, su voz ronca, casi animal, vibrando contra mi piel.

—No te detengas… por favor, sigue —gemí, con la voz entrecortada, mi mente nublada por el alcohol en mi sangre y el torbellino de sensaciones que me consumía desde dentro.

Sentía todo, demasiado —su cuerpo, su respiración, su fuerza— y aún así lo necesitaba más.

—¡No se suponía que debía ser así! —gruñó Shadow, su voz quebrada por la culpa y la rabia, mientras me rodeaba la cintura con fuerza, abrazándome como si temiera soltarme— Iba a volver a ti… entero, mejor… no así.

—No me importa… no me importa nada de eso… ¡solo amame! —le grité, sintiendo cómo sus movimientos se volvían más rápidos, más intensos, golpeando cada rincón de mi interior con una mezcla de pasión y desesperación.

Todo se sentía distinto a nuestra primera vez. La forma en que me llenaba. La forma es que su miembro me rozaba. Tal vez era el alcohol, o el hecho de estar en un carro. Tal vez eran los días separados o las noches en las que me tocaba sola, llorando en silencio por no tenerlo.

Pero no había duda. Lo necesitaba. Y sabía, con cada parte de mí, que no podría vivir sin él.

—Shadow… muérdeme —susurré, girando el cuello, ofreciéndoselo con plena intención.

—¿Qué? —preguntó, confundido.

—Quiero que me muerdas… que me dejes tu marca. Quiero que quede claro que soy solo tuya.

Él no se detuvo, pero lo vi dudar. Sus ojos carmesí se fijaron en mi cuello con intensidad. Sabía que quería hacerlo, que lo deseaba con cada fibra de su ser. Pero también sabía que tenía miedo… miedo de perder el control, de repetir lo de la última vez, cuando los gritos y el ruido llamaron a la policía.

—Shadow… te lo suplico… muérdeme —rogué, cerrando los ojos, entregándome por completo.

Y entonces lo hizo.

Sentí sus colmillos hundirse en mi piel con fuerza, marcándome, reclamándome. Un relámpago de placer atravesó todo mi cuerpo como una descarga eléctrica, haciéndome gritar su nombre sin contenerme.

—¡Sí! —grité, perdida en él— ¡Shadow!

Llevé mis manos a sus púas, aferrándome a él, atrayéndolo más cerca, más profundo. Sentía la humedad de su boca, el filo de sus dientes rozando mi piel, y el ardor punzante de la herida que acababa de dejar. Era algo extraño… pero excitante. Tan salvaje, tan íntimo, tan nuestro . Cerré las piernas con más fuerza a su alrededor, como si mi cuerpo supiera que no quería dejarlo ir jamás.

Shadow soltó el mordisco con un suspiro entrecortado, y su lengua pasó por la herida con una ternura inesperada, lamiendo con cuidado, como si intentara calmar el ardor con su amor. Luego se alejó apenas unos centímetros y me miró directo a los ojos. Yo no le respondí con palabras; simplemente giré la cabeza y le ofrecí el otro lado de mi cuello, entregándome de nuevo.

Sin dudarlo, volvió a clavar sus colmillos en mi piel justo cuando sus caderas retomaban ese ritmo salvaje contra mi interior, haciéndome temblar, haciéndome arder. Cada embestida hacía que el auto se sacudiera, que el mundo desapareciera.

—¡Sigue, Shadow! —grité entre jadeos— ¡No pares, dámelo todo!

Él aflojó el mordisco, su aliento caliente sobre mi cuello, y rugió mi nombre:

—¡Rose! ¡Eres deliciosa! ¡Eres lo más perfecto y hermoso de este maldito mundo! ¡No sabes cuánto te extrañé!

Cerré los ojos, con el pecho agitado, y rodeé su cuello con más fuerza, pegándolo a mí como si pudiera fundirlo con mi cuerpo.

—Yo también te extrañé, Shadow… te extrañé tanto… te amo, te amo…

Shadow me respondió sin dudar, su voz rota por la intensidad del momento:

—¡Y yo a ti, Rose… te amo!

Entonces me besó. No fue un beso cualquiera, fue profundo, entregado, ardiente… el tipo de beso que dice todo lo que las palabras no alcanzan. Le devolví el gesto con la misma pasión, dejando que nuestras bocas se encontraran con urgencia, como si quisiéramos recuperar todo el tiempo perdido en esos días de distancia. Lo sentía en cada roce, en cada caricia de su lengua, en el temblor de su respiración.

Y mientras nos besábamos así, con furia y amor a la vez, sus caderas no dejaron de moverse, embistiéndome con un ritmo salvaje y preciso, rozando una y otra vez ese punto dentro de mí que me hacía ver estrellas, mezclado con mi clítoris siendo golpeado por sus protuberancias.

El calor en mi vientre se volvió insoportable, una presión creciente que amenazaba con romperme por dentro. El sudor perlaba mi pelaje, mis piernas temblaban, y mis uñas se clavaron en su espalda a través de la chaqueta.

—¡Me voy a venir! —grité con voz ahogada, los ojos bien cerrados, con el alma colgando de un hilo— Vente conmigo, Shadow… por favor…

—Ya casi… ya casi —jadeó él contra mis labios, con su voz cargada de placer y urgencia.

Y entonces lo sentí.

Unas embestidas más profundas, rítmicas, y mi cuerpo se quebró por completo. El orgasmo me sacudió como una ola furiosa, y grité su nombre con el pecho abierto, sin contener nada, como si gritarlo fuera lo único que pudiera mantenerme a flote.

—¡SHADOW!

—¡Rose! ¡Rose! —gruñó él, su voz cargada de urgencia.

Abrió la boca y volvió a morderme el cuello, esta vez con más fuerza, justo cuando, con un último movimiento tenso, se derramó dentro de mí, gimiendo contra mi piel mientras su calor me llenaba por completo.

Mis brazos se aflojaron y dejé que mis piernas cayeran a los lados, liberándolo. Cerré los ojos, dejándome arrastrar por el placer, sintiendo cómo mi respiración y la suya empezaban a calmarse.

Shadow salió de mí lentamente y se dejó caer en el asiento. Entreabrí los ojos y lo vi retirarse el preservativo, ahora completamente lleno, y hacerle un nudo antes de quedárselo en la mano, mirando alrededor con cierta indecisión.

—Eso es bastante… —comenté, todavía con la voz entrecortada.

—Como dijiste… habían pasado dos semanas —respondió con una media sonrisa.

Finalmente, soltó un suspiro, abrió un compartimento que parecía ser para basura y lo dejó allí.
—Cuando regrese a la base, lo voy a vaciar.

Nos quedamos en silencio, nuestras respiraciones eran lo único que llenaba el interior del vehículo, interrumpidas apenas por el paso lejano de otros autos y el ocasional ruido de algún animal en la oscuridad.

Mis párpados comenzaron a pesar, todo el cansancio de la noche me golpeaba de golpe. Pero me negué a ceder al sueño. Tenía ese miedo clavado en el pecho: que al abrir los ojos, Shadow ya no estuviera a mi lado.

Forcé mi mirada a permanecer fija en él, como si al observarlo pudiera grabarlo en mi memoria. Sabía que no había regresado a mí del todo, que su presencia era apenas una visita fugaz, un destello, y que pronto su ausencia volvería a abrir un vacío en mi corazón.

Chapter 45: Mis Shadows

Notes:

Este capítulo contiene smut.

Chapter Text

Cuando por fin nos calmamos, usamos una toalla para limpiar la mancha en el asiento trasero y volvimos a nuestros lugares. Shadow tomó el volante, serio como siempre, y yo me acomodé en el asiento del copiloto. El mareo seguía presente, como un eco persistente del alcohol, pero ya no me dominaba. Estaba lo bastante sobria como para pensar con claridad… y esa claridad trajo consigo una punzada de culpa que me apretó el pecho.

Lo miré de reojo y noté la marca de mi labial en sus labios. Abrí mi bolso y saqué un espejo compacto, viendo cómo mi labial se había corrido. Dejé escapar un suspiro cansado y comenté,con algo de vergüenza.
—Tienes labial en la boca.

Shadow me miró de reojo, luego movió el espejo retrovisor hacia él y, en un gesto rápido, se limpió con su guante, manchándolo con el labial. 

Me miré de nuevo al espejo compacto y pasé la mano por mi cuello, donde el ardor de sus mordidas aún me quemaba como un recuerdo fresco. Guarde el espejo en mi bolso, dejando que el silencio se prolongará entre nosotros.

Después de un rato, gire mi rostro hacia él, tan enfocado en la carretera, y con voz apenas audible murmuré:
—Lo siento… si de algún modo te obligué a estar conmigo.

Shadow soltó un suspiro, pesado, como si hubiera estado cargándolo toda la noche.
—Honestamente, quise hacerte mía desde el momento en que subiste al auto. —confesó sin apartar los ojos del camino— Pero traté de contenerme. Según lo que he leído, alguien ebrio no puede consentir. No quería aprovecharme de ti.

Sentí el calor subir a mis mejillas. Jugueteé con un mechón de mi cabello, nerviosa, antes de responder:
—No lo hiciste. Quiero que quede claro… todo fue con mi consentimiento.

Él no dijo nada, y esa ausencia de palabras me dejó dudando si lo había aliviado o si acababa de darle otra carga más para arrastrar. Bajé la mirada hacia mi bolso en mis piernas, insegura, y después me animé a preguntar con cautela:
—¿Cómo has estado? ¿Cómo van tus sesiones?

Shadow me lanzó una mirada breve, antes de volver su atención al camino.
—El loquero me ha estado ayudando con los terrores nocturnos —dijo, con la voz más baja y áspera de lo normal— Y… ahora los recuerdo con claridad.

—¿Los recuerdas? —pregunté, en un susurro.

Asintió lentamente.
—Son pesadillas… en las que peleo contra alguien. Lo persigo, quiero destruirlo, asfixiarlo. —Se quedó callado unos segundos, como si le costara continuar —Y ese alguien… soy yo mismo, más joven. El loquero dice que es un reflejo de mi odio hacia mí mismo.

Apreté con fuerza la correa de mi bolso, el nudo en mi garganta creciendo.

Shadow desvió la mirada hacia mí por un instante, inseguro, y preguntó:
—Aquella vez… cuando tuve el terror nocturno en la oficina de la doctora Miller… ¿dije algo en voz alta?

No pude sostenerle la mirada. Bajé los ojos, jugueteando con la hebilla de mi bolso, y respondí en un hilo de voz:
—Sí… muchas cosas. Todas llenas de rabia contra ti mismo. Decías que eras un fallo… que por tu culpa los humanos habían muerto… y que no merecías estar conmigo.

Lo vi tensarse apenas, los nudillos apretando el volante.
—Ya veo… —murmuró, grave, casi para sí mismo— Es parecido a lo que me contó Rouge.

Intenté sonreír y murmuré:
—Es bueno que ahora, al menos, sepas la causa de tus terrores nocturnos.

Shadow se quedó callado un momento, como si estuviera organizando sus pensamientos, y luego dijo:
—También conseguí una máquina de escribir… es más eficiente que escribir a mano… He estado plasmando mis sentimientos, para poder discutirlos con el loquero.

—¿Así? —pregunté, curiosa, inclinándome un poco hacia él.

Shadow dejó escapar una risa baja, casi sorprendida de sí mismo:
—Es casi una novela a este punto.

No pude evitar reírme ante eso, recordando que Rouge me había contado cómo no paraba de escribir durante toda la noche. La imagen de él concentrado frente a la máquina de escribir, tan serio y meticuloso, me arrancó una sonrisa tierna y divertida.

Pero poco a poco sentí cómo mis ojos se empañaban con un cansancio que no logré disimular. Me recosté contra la ventana, dejando que el vaivén del auto y el murmullo constante del motor me envolvieran. Poco a poco, el cansancio se apoderó de mí y el sueño terminó por arrastrarme.

Desperté con una leve sacudida, confusa al principio. La puerta del pasajero estaba entreabierta y una corriente de aire frío rozó mi piel. Shadow se inclinaba sobre mí, su silueta recortada contra la tenue luz de la calle, mientras con cuidado liberaba el cinturón de seguridad de mi pecho.
—Lo siento —susurró con una voz baja y contenida— No era mi intención despertarte.

Parpadeé, aún adormilada, y negué con la cabeza, esbozando una sonrisa débil.
—No te preocupes.

Shadow se incorporó lentamente y dio un paso atrás para dejarme espacio. Yo bajé del auto despacio, frotándome los ojos, y al verlo rodear el vehículo para volver al asiento del conductor, un nudo de pánico me cerró el pecho. Apenas lo había tenido frente a mí un momento, después de semanas sin verlo, y ya se estaba marchando otra vez.

Con torpeza corrí hacia él y lo sujeté del brazo.
—¿Quieres pasar un momento?

Shadow me miró, y en sus ojos se reflejó una duda profunda. Desvió la mirada, como si luchara consigo mismo, hasta que finalmente murmuró:
—Por un rato.

Sonreí aliviada y lo guié hasta la entrada. Saqué las llaves del bolso, algo nerviosa, y abrí la puerta. La luz cálida del interior nos envolvió al cruzar el umbral. Shadow cerró detrás de sí mientras yo dejaba mi bolso sobre la mesita del centro.

Con entusiasmo le dije:
—Tengo unas galletas de moka, las hice especialmente para ti. ¿Quieres probarlas?

Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—Me gustaría.

Mi corazón dio un vuelco y me apresuré hacia la cocina. Saqué el contenedor de galletas y empecé a buscar un plato para servirlas, cuando su voz me alcanzó desde la sala:

—Rose…

—¿Sí? —respondí distraída, acomodando el plato.

Su tono era más tenso, casi una acusación contenida:
—¿Por qué el florero tiene rosas marchitas? ¿Dónde están las flores que te envié el domingo pasado?

Un golpe de culpa me atravesó el pecho como una daga. Mis dedos se congelaron sobre la tapa del contenedor de galletas. ¿Cómo podía decirle que había tirado a la basura los últimos dos ramos de rosas blancas que me envió?

Intenté aferrarme a la tarea frente a mí, pero su voz volvió a cortar el aire, más dura, con un filo que me hizo estremecerme.
—La florería me confirmó que las recibiste. Entonces… ¿dónde están?

Dejé el contenedor sobre la encimera y caminé con pasos pesados hacia la sala. Allí estaba él, de pie junto a la mesita donde descansaban nuestras fotos y el florero con las rosas rosadas marchitas. Su figura imponía, los brazos cruzados sobre el pecho, la mirada fija en mí con una severidad que me desarmó.

Intenté hablar, pero las palabras se me enredaban en la lengua. Entonces él, con voz firme, me dio el golpe final:
—Solo dime la verdad, Rose. No intentes protegerme. ¿Qué pasó con las flores?

Sentí la garganta cerrarse. Bajé la cabeza, tragué saliva y susurré apenas audible:
—Las boté…

—¿Las botaste? —repitió, con un tono cargado de incredulidad y furia.

Levanté la mirada, buscando su rostro.

 —Sí… las boté. No quería tus disculpas, Shadow. 

Su ceño se frunció con fuerza, los músculos de su mandíbula tensándose, las manos incrustándose con violencia contra sus propios brazos.
—¡Elegí esas flores porque quería mostrarte mis sentimientos! —rugió, su voz grave retumbando en la sala— ¡No puedo creer que las hayas tirado!

La rabia me subió a la garganta, abrasándome como fuego, y le respondí con la misma intensidad:

—¡No quería tus estúpidas flores de disculpas! ¡Odio las flores de disculpas! Sonic siempre me daba una maldita violeta cada vez que me hacía enojar. ¡Y yo detestaba esas flores! Nunca pensé que algún día tú… tú también me darías algo así.

El nudo en mi pecho se apretó. Crucé los brazos alrededor de mi propio cuerpo, tratando de sostenerme mientras los ojos se me llenaban de lágrimas.

—Hubiera preferido las rosas rosadas de siempre… o incluso mejor, unas rosas rojas. —Mi voz se quebró— Yo solo quería sentir tu amor… que estuvieras aquí conmigo.

Shadow bajó la cabeza en silencio. Sus puños se cerraron con fuerza a los costados y sus hombros se tensaron, como si cada palabra mía se le clavara bajo la piel.

—Así que odias ese tipo de flores… —murmuró al fin, la voz baja, áspera.

Él avanzó un paso hacia mí, con las orejas caídas y el semblante cansado.

—¿Y qué hiciste con las tarjetas? —susurró, casi como si temiera la respuesta— ¿También las tiraste?

Negué de inmediato, con el corazón en un puño.

—No… esas las guardé.

Por un momento, sus ojos brillaron con un destello extraño, pero enseguida se cubrió el rostro con una mano, arrastrando los dedos sobre la frente y apretando la quijada, como si no pudiera soportar más.

—Siempre lo arruino todo… —murmuró, con un hilo de voz que apenas reconocí como suyo. Luego se giró con brusquedad, encaminándose hacia la puerta, como si huir de mí fuera lo único que podía hacer.

El pánico me recorrió como una descarga eléctrica. El alcohol aún en mi sistema, la soledad y la rabia acumulada en estas dos semanas estallaron de golpe. Sin pensarlo, me lancé hacia él, abrazando su espalda con desesperación, sacándole un quejido, mientras las lágrimas me nublaban la vista.
—¡No te vayas, Shadow! ¡Lo siento! ¡Lo siento!

—Rose… —murmuró, pero yo ya lloraba con fuerza, ahogada en mis súplicas.

—¡Por favor, no me dejes sola! ¡Puedo cambiar, te lo prometo! ¡Puedo ser mejor!

Él se giró hacia mí, sus manos fuertes posándose en mis hombros, empujándome con cuidado para tomar distancia. Pero yo me aferré a sus brazos, sollozando.
—¡Puedo cambiar! ¡Ya lo hice una vez! Me volví más madura, como Sally. Dejé de ser tan pegajosa, tan insistente, tan celosa… dejé de ser tan emocional, tan agresiva. ¡Me hice fuerte! ¡Independiente! ¡Me volví mejor!

Las piernas me flaquearon y caí al suelo, mis rodillas golpeando contra la madera, incapaz de sostenerme. El llanto se apoderó de mí por completo.
—Cambié tanto… tanto por él… y él nunca me quiso. —Un sollozo desgarrador me escapó— Y tú tampoco… tú tampoco me quieres.

Shadow se arrodilló frente a mí, sus manos cálidas sobre mis hombros, firme pero suave.
—Por supuesto que te quiero, Rose. Te lo he dicho… puedes ser tú misma conmigo. No tienes que cambiar…

Levanté la vista, los ojos empañados de lágrimas, buscando desesperadamente su mirada.
—No… no puedo. Tengo que ser madura y esperar por ti, aunque me duela… aunque me destruya. No puedo ser pegajosa, ni insistente. Tengo que respetarte… aunque me mate por dentro.

Cerré los ojos, permitiendo que las lágrimas y la mucosidad resbalaran sin control por mi rostro, mientras mi voz se quebraba en sollozos temblorosos.
—Solo quiero que estés conmigo… ¡No me dejes, por favor!

Sentí cómo Shadow rodeaba mis hombros con sus brazos, su calor envolviéndome y sosteniéndome con firmeza. Su aliento cálido rozó mi oído cuando murmuró, cargado de arrepentimiento y dolor:
—Lo siento tanto, Rose… lo siento tanto. Nunca quise hacerte daño… nunca he querido hacerte daño.

Lo abracé con fuerza, aferrándome a él como si soltarlo significara desaparecer. Mi llanto era incontrolable, un río que arrastraba todo mi miedo y dolor. Sentí su respiración temblorosa contra mi cabello, su calor que me reconfortaba y al mismo tiempo me rompía el alma.

Su voz salió quebrada, cargada de un dolor que me heló la sangre.
—No hay nada en este mundo que desee más que estar contigo, Rose. Te necesito, te extraño… te deseo. Pero no puedo quedarme a tu lado. Aún no.

Un nudo en el pecho me apretó con fuerza, como si quisiera estrangularme desde dentro.
—¿Por qué no? —pregunté, la voz rota, apenas un susurro ahogado por los sollozos, mis manos temblando al aferrarme a su chaqueta.

Se apartó lo justo para poder mirarme, y sus ojos se clavaron en los míos, intensos, casi dolorosos de tanta sinceridad.
—Porque soy peligroso.

Sacudí la cabeza con fuerza, negando con todo mi ser, incapaz de aceptar sus palabras.
—No lo eres, Shadow. No para mí.

Shadow cerró los ojos con un hilo de agonía en el gesto, como si pronunciar cada palabra le arrancara un pedazo del alma.
—Aún tengo un montón de problemas sin resolver —susurró, su voz cargada de culpa y cansancio— Lo siento Rose, no puedo volver a ti, aún no.

Lo abracé más fuerte, hundiendo mi rostro en su pecho, sintiendo cómo su corazón latía bajo mi mejilla, cada golpe un recordatorio de que él seguía ahí. Lloré hasta que los sollozos se convirtieron en un temblor callado, pero mis ojos se desviaron hacia la ventana. Allí, a lo lejos, la negrura comenzaba a ceder ante los primeros rastros de luz, un amanecer tímido que pintaba el cielo con tonos grises y azulados. El corazón me dio un vuelco. ¿Ya era de mañana? ¿Qué hora sería?

Shadow se separó apenas lo suficiente para seguir mi mirada. Un destello de melancolía cruzó por sus ojos carmesí mientras murmuraba:

—Deben ser cerca de las cinco… Deberías intentar dormir un poco, Rose.

Yo giré el rostro hacia él, mis lágrimas todavía húmedas en mis mejillas, y lo miré como si de esa respuesta dependiera mi vida.

—Quédate… por favor. Aunque sea solo un día. Un día entero conmigo. Te lo suplico, Shadow…

La súplica me rompió en la garganta, y las lágrimas volvieron a escapar sin control. Shadow guardó silencio por un instante, luego besó mi frente con ternura y respondió, en un murmullo firme y sereno:

—Me voy a quedar un día, te lo prometo Rose.

Esas palabras me envolvieron como un refugio. El nudo en mi pecho se deshizo apenas lo suficiente para dejarme respirar, y sentí cómo el peso del sueño me dominaba poco a poco. Cerré los ojos, aferrada a él con todas mis fuerzas, hasta que la conciencia se me escapó suavemente, llevándome a la oscuridad tranquila del descanso.

La luz de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas, obligándome a entrecerrar los ojos al despertar. Sentía un leve martilleo en la cabeza, la típica consecuencia de una resaca, y al mismo tiempo una incomodidad persistente en mi interior que me hizo removerme bajo las sábanas.

Con un suspiro, me incorporé despacio y bajé de la cama, caminando con pasos lentos y algo torpes hasta el baño. Me dejé caer en el sanitario y apoyé una mano en la frente, intentando ordenar mis pensamientos. ¿Había sido real lo de anoche? ¿O solo otro de mis sueños recurrentes con él? Después de todo, lo había soñado tantas veces que ya no podía diferenciar bien entre la fantasía y la realidad.

Al terminar, bajé la cadena y me lavé las manos, todavía sintiendo el eco de esa duda en mi pecho. Levanté la vista y me encontré con mi reflejo en el espejo: mi rostro estaba cubierto por restos de maquillaje corrido, huella evidente de que me había acostado sin limpiarme.

—Tch, qué desastre… —murmuré.

Abrí el botiquín y saqué mi estuche de maquillaje. Con movimientos lentos, empecé a desmaquillarme, arrastrando con la toalla húmeda la mezcla de rímel y base. Sentí la frescura del algodón en mi piel, como si cada pasada me ayudara a despertar un poco más y a volver a mí.

Me terminé de lavar la cara y, al secármela con la toalla, noté algo que me hizo detenerme: tres marcas de mordiscos en mi cuello. Una de un lado, dos del otro. Pasé la mano sobre ellas con cuidado, dejando que mis dedos recorrieran la piel aún sensible, mientras mi mente retrocedía a los eventos de anoche.

Recordé fragmentos: el calor del vehículo, sus manos sobre mí, la urgencia, la cercanía… todo. Mi corazón empezó a latir con fuerza, y una punzada de duda se clavó en mi pecho.

Si todo eso había sido real… si Shadow realmente había estado conmigo anoche… ¿dónde estaba ahora? La habitación estaba vacía, silenciosa, y un frío inesperado me recorrió al darme cuenta de que él se había ido otra vez, dejándome sola con mis pensamientos y mis recuerdos.

Negué con la cabeza, abrí el botiquín para guardar mi estuche de maquillaje y sacar un tarro de pastillas para el dolor de cabeza. Llené un vaso con agua y me tomé dos pastillas, esperando que me pudieran aliviar la molestia retumbante en mi cabeza. 

Salí del baño, sintiendo un rugido en el estómago que me recordó que no había desayunado, y me encaminé hacia las escaleras, bajando con pasos cautelosos hasta la sala. Fue entonces cuando lo noté: una figura cubierta por una sábana, acurrucada en mi sillón. Sus púas negras sobresalían apenas de la tela, marcando su presencia incluso dormido.

Me acerqué con cuidado, cada paso cargado de dudas y esperanza, queriendo confirmar que lo que veía era real y no un sueño más. Al asomar mi rostro, vi su expresión serena, los ojos cerrados, completamente tranquilo sobre la almohada improvisada.

Un nudo de emoción se formó en mi garganta y las lágrimas empezaron a asomarse, rebeldes, queriendo deslizarse por mis mejillas. Shadow no se había ido. Estaba aquí, conmigo, tal como me lo había prometido. Por un instante, todo el miedo, la incertidumbre y la soledad que habían marcado mis días se desvanecieron, como si nunca hubieran existido. Me quedé quieta, observando su figura recostada, con la respiración tranquila y profunda que lo delataba. Mi corazón latía fuerte, casi dolorosamente, pero de una manera dulce.

Conociendo lo pesado que era su sueño, no me preocupé por el ruido que podría generar y caminé hacia la cocina descalza, sintiendo la madera fría del suelo bajo mis pies. Me até el cabello en una coleta rápida, y me coloqué mi delantal favorito, ese blanco con pequeños bordados de flores rosas en la orilla.

Lo primero que hice fue poner la cafetera en marcha y mientras el aroma del café se extendía por la cocina, empecé a sacar los ingredientes para hacer panqueques. Harina, huevos, leche… todo esperando a ser mezclado. Coloqué cuidadosamente los utensilios sobre la encimera, dejando que mis manos se movieran con familiaridad.

Batí la mezcla con cuidado, asegurándome de que no quedaran grumos, mientras mi mente vagaba hacia la noche anterior. Cada pensamiento sobre Shadow me hacía sonreír y suspirar al mismo tiempo. Colocando la sartén sobre la estufa, la calenté un instante y vertí un poco de la mezcla, escuchando el chisporroteo ligero al contacto con el metal caliente.

El aroma dulce y cálido de los panqueques recién cocinados comenzó a llenar la cocina, mezclándose con el café. Volví mi mirada hacia la sala, donde Shadow seguía dormido plácidamente, y un calor inesperado se extendió por mi pecho. A pesar de la resaca, el cansancio y la ligera incomodidad, no podía evitar sentir una especie de paz al verlo allí, confiando en que seguiría durmiendo un poco más mientras yo preparaba el desayuno.

Cuando los primeros panqueques estuvieron dorados, los retiré con cuidado y los apilé en un par de platos, cuidando que no perdieran su calor. Luego abrí la nevera y saqué fresas, cerezas y moras frescas. Las lavé con paciencia, disfrutando el simple gesto de prepararlas, y las acomodé sobre los panqueques como si estuviera decorando algo especial. Terminé vertiendo una generosa cantidad de miel dorada, que se deslizó lentamente hasta cubrir la fruta y el pan suave.

Después serví el café en dos tazas: la blanca para él, y la rosa para mí, a la que añadí leche y azúcar con calma, mezclando hasta que quedó justo a mi gusto. Coloqué todo cuidadosamente sobre el desayunador, alineando los platos y las tazas, con una sonrisa en los labios. 

Con pasos tranquilos, caminé de regreso a la sala. Mi mente era un torbellino: ¿debería despertarlo o dejarlo descansar un poco más? Shadow siempre había tenido un sueño pesado, y sabía lo brusco que podía reaccionar si lo sacaban de él de improviso. Pero tal vez esta vez… no estaba tan profundamente dormido.

Me acerqué lentamente, con los brazos algo tensos y el corazón en la garganta. Su figura bajo la sábana era tan imponente como vulnerable. Tragué saliva y, reuniendo valor, hablé con una voz clara pero suave:

—Shadow, buenos días.

Sus ojos se abrieron de repente, todavía desenfocados, como si la realidad y el sueño se mezclaran. Su voz sonó fría, casi cortante.

—¿Necesitas algo, Amy Rose? 

Un escalofrío recorrió mi espalda y di un paso atrás, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba. Shadow nunca me llamaba por mi nombre completo, y mucho menos con esa seriedad tan distante. Debía de estar todavía medio dormido, me repetí en silencio, intentando calmarme.

—El… el desayuno está listo —murmuré, mi voz temblando apenas.

Frunció levemente el ceño, pensativo, y respondió con voz medida: 

—¿Preparaste desayuno? Entendido. Dame un momento.

Se recostó de nuevo bajo las sábanas, cerrando los ojos. Su respiración se volvió lenta, profunda, y tras unos segundos comenzó a moverse, despertandose con calma. Un bostezo bajo escapó de sus labios mientras estiraba los brazos y las piernas, como si le costara regresar por completo al mundo real. Poco a poco, sus ojos volvieron a abrirse, esta vez con más claridad. Las pupilas carmesí se enfocaron en mí, y entonces lo vi: una sonrisa suave, cálida, que derritió mi miedo en un instante.

—Buenos días, Rose —dijo al fin, con esa voz grave pero dulce que tanto me gustaba.

Aquel cambio repentino, de la frialdad absoluta a la ternura familiar, me dejó sin palabras por un momento. Pero lo único que pude hacer fue devolverle una sonrisa amplia mientras mi corazón se relajaba de nuevo.

—El desayuno está listo —dije, con una voz que aún temblaba un poco.

Shadow se levantó con un movimiento tranquilo y me dedicó una mirada cálida.
—Gracias, Rose.

Su mano, grande y firme, se posó sobre mi cabeza, acariciando suavemente mis cabellos con un gesto casi instintivo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con tono preocupado— ¿Tienes resaca?

Cerré los ojos un segundo, disfrutando de la caricia, y sonreí apenas.
—Solo un poco… ya me tomé algo, estoy mejor.

Bajé la mirada entonces, y fue cuando noté algo extraño: su muñeca izquierda estaba desnuda, sin el anillo inhibidor que siempre llevaba. Fruncí el ceño, alzando la mano para señalarla.
—Shadow… ¿por qué no llevas tu anillo puesto?

Él levantó la mano, la observó un instante y frunció el ceño con un gesto irritado, dejando escapar un suspiro grave.
—Imbécil… —murmuró, claramente para sí mismo.

La inquietud me pinchó el pecho, y la voz se me escapó preocupada:
—¿Estás bien? ¿No es eso peligroso?

—Mientras tenga dos puestos y no use energía chaos, estaré bien —respondió con firmeza, como si quisiera disipar mis temores.

Se giró hacia el sofá y levantó la sábana con un movimiento brusco. Un sonido metálico resonó contra el suelo de madera. Shadow se agachó y recogió su anillo del suelo, colocándoselo en la muñeca con un movimiento seguro.

—Vamos —dijo con naturalidad, tomando mi mano.

El simple contacto me llenó de calidez, y lo seguí hacia la cocina. Nos sentamos frente al desayunador, y apenas sus ojos se posaron en la torre de panqueques decorados con frutas frescas y miel, una sonrisa sincera suavizó su rostro.
—Esto se ve delicioso —comentó, con un brillo casi infantil en la mirada.

La alegría me recorrió entera; tomé los cubiertos con entusiasmo, corté un trozo del panqueque más alto y se lo llevé hasta los labios. Shadow los entreabrió sin apartar su mirada de mí, aceptando el bocado y dejando escapar un pequeño sonido de gusto, grave y sincero, mientras masticaba. Aquella simple muestra de satisfacción me hizo sonrojar y sonreír al mismo tiempo.

Comenzamos a comer en silencio, dejando que el aroma del café y el dulzor de la miel llenaran el aire. La mañana se filtraba cálida por la ventana, bañando la cocina en una luz suave que hacía parecer todo más tranquilo, más simple. Por unos instantes me permití la ilusión de que esa era nuestra rutina, de que despertar a su lado y compartir el desayuno podía ser algo cotidiano.

Cuando terminamos los panqueques, recogí los platos y los llevé hasta la pila, enjuagándolos rápido antes de volver a sentarme a su lado. Tomé un sorbo de mi café, aún caliente, cuando de pronto sentí la mano de Shadow deslizarse con suavidad por mi nuca. Sus dedos se enredaron con cuidado en la parte trasera de mi cabeza, acariciándome con un gesto tan inesperadamente tierno que un ronroneo escapó de mi garganta antes de que pudiera evitarlo. Avergonzada, cerré los ojos, dejándome llevar por la calidez de su toque.

—Rose… —murmuró él.

—¿Sí? —respondí, sin abrir los ojos, disfrutando del contacto,  deseando que no terminara nunca.

Su voz bajó aún más, grave y contenida.
—Lamento… haberte recogido del club nocturno de esa manera… y haber discutido contigo. Quería hablar contigo de una mejor manera… pero no pude evitar sentirme celoso al verte tan cercana a esa tortuga.

Sentí cómo su respiración se agitaba apenas, y al abrir los ojos lo vi sonrojarse un poco. Su mirada se suavizó al encontrarse con la mía.

—Te veías muy hermosa anoche… —admitió en un murmullo que me derritió por dentro.

—Está bien, Shadow… —dije con una pequeña sonrisa, ligeramente sonrojada— Honestamente, yo también me habría puesto celosa en tu lugar.

Él entrecerró los ojos, como evaluando mis palabras, y su tono se volvió más inquisitivo.
—Dijiste que era tu amigo.

Asentí con calma.
—Del gimnasio. Entrenamos juntos.

Su mirada se oscureció apenas, y noté cómo su mano se detuvo por un instante.
—¿Él fue quien te dejó ese moretón en las costillas?

Parpadeé, confundida.
—¿Eh?

Shadow me observó con seriedad.
—Anoche, cuando te quedaste dormida… te cambié de ropa, te puse una pijama. Y entonces vi los moretones.

Mis labios se entreabrieron en sorpresa. Bajé la mirada hacia mí y recién entonces me di cuenta de que ya no llevaba el vestido rojo de la noche anterior, sino una bata celeste de manga larga, cálida y ligera. Un rubor me tiñó las mejillas al comprender que había sido él quien me había cuidado.

—Sí… —respondí, algo nerviosa— Entrenamos kickboxing juntos. Es inevitable que terminemos con moretones.

Shadow dejó escapar un suspiro profundo antes de inclinarse hacia mí, apoyando su mejilla contra la parte superior de mi cabeza. Sentí el peso de su respiración, cálida y grave, rozando mi cabello.

—No me gusta verte lastimada —murmuró con un tono bajo.

Una sonrisa nostálgica se dibujó en mis labios mientras mis ojos se entrecerraban, recordando el pasado.
—Antes solías decirme que diera todo en el campo de batalla… y que si no iba a hacerlo, mejor me quedara en casa. ¿Recuerdas?

Shadow dejó su taza sobre la mesa con un leve chasquido. Luego tomó mi rostro entre sus manos, firme pero delicado, y sus ojos carmesí brillaron con una intensidad que me dejó sin aliento. Se inclinó y me robó un beso breve, casi impaciente, como si las palabras no le alcanzaran.

—Eso fue antes de enamorarme de ti —susurró, y antes de que pudiera responder, sus labios volvieron a buscar los míos en un beso más lento, profundo, cargado de la calidez que escondía detrás de su armadura. —Tu furia, tu valentía… y la forma en que luchas son tan atractivas, Rose. Pero no puedo evitar preocuparme por ti.

—Lo sé…

Mis manos subieron instintivamente a sus brazos, cerré los ojos y le respondí con un beso dulce y prolongado. Sentir sus labios después de tanto tiempo casi parecía un sueño. Me aparté apenas, con el corazón ligero y los labios todavía hormigueando, y dije animada:

—Tengo tanto que contarte… ¿por dónde empiezo?—pregunté con emoción, incapaz de decidir qué tema abordar primero.

Shadow me soltó con una sonrisa en el rostro, llevó sus manos a su taza de café, se giró hacia mí, orejas atentas, listo para escucharme después de dos semanas enteras sin conversar.

Yo lleve mis manos a mi propia taza de café, y le un sorbo, rebuscando en mi cabeza el primer tema de conversación y solté lo que llevaba días dándole vueltas en la cabeza:

 —La señora Clara, la dueña del vecindario, me dijo que vendió todas las casas y que tenemos que decidir si firmamos con los nuevos dueños o si nos mudamos.

Bajé la mirada a mi taza, girándola entre las manos.
—Y estaba pensando en hablarlo contigo… quería preguntarte si… tal vez… —mi voz se apagó un poco— querías mudarnos juntos. A un lugar más amplio.

Shadow arqueó una ceja, sorprendido.
—¿Mudarnos juntos?

Tragué saliva y jugué con un mechón de mi cabello, sin atreverme a mirarlo del todo.
—Solo si quieres… convivir juntos, ver cómo nos va.

Él se inclinó un poco hacia mí, y en sus ojos vi una calidez que me desarmó.
—Me encantaría vivir contigo. ¿Tienes algún lugar en mente?

Mi rostro se iluminó con una sonrisa amplia y sincera.
—Bueno… aún no lo sé. Solo sé que quiero una cocina enorme —dije abriendo los brazos con entusiasmo —y un jardín grande, y una piscina… también un cuarto para mis proyectos, solo para mí. —Lo miré sonriendo, con un leve sonrojo—Esa es la idea que tenía… no sé qué quieras tú.

Shadow tomó un sorbo de café, pensativo, y apoyó la barbilla en su mano.
—Mmm… si vamos a compartir habitación, voy a necesitar una oficina propia. Y un garaje amplio… además de varias habitaciones extra.

No pude evitar reír, dando un aplauso.
—¡Y nada de vecinos metiches!

Él soltó una risa breve, divertida.
—¿Cuándo tienes que mudarte?

—Tengo hasta el final del mes… —respondí con un poco de seriedad.

Shadow adoptó un aire analítico, con los ojos entrecerrados.
—Entonces debemos resolverlo antes. Hay que contactar a una inmobiliaria, ver casas, hacer el pago, y organizar tu mudanza antes de que se acabe tu contrato de alquiler.

—Tenemos dos semanas… ¿nos dará tiempo para todo? —pregunté, mordiéndome el labio.

Shadow bajó la mirada, pensativo, sus dedos golpeando suavemente la mesa.
—Creo que sí… pero… no tengo espacio en mi agenda. Entre la investigación del grupo terrorista y el entrenamiento de los nuevos reclutas, apenas me queda tiempo para respirar. Y además… aún necesito espacio.

Me quedé callada, jugando con mi taza entre las manos. Tras un instante, lo miré de nuevo y dije con decisión suave:
—Yo puedo encargarme de eso. Salgo temprano del trabajo, puedo ir a ver casas y enviarte fotos y videos. También podría negociar con la inmobiliaria.

Shadow me miró de reojo, evaluando mi propuesta.
—Chiquita puede acompañarte en mi lugar, si eso te parece bien.

Asentí, sonriendo.
—Me parece una buena idea. Pero… ¿cómo haremos con el pago? El dinero que tengo guardado es para…

Shadow arqueó una ceja, intrigado.
—¿Para?

Bajé la vista, un poco nerviosa, y confesé en voz baja:
—Para entrar a una academia de alta repostería. No sé qué opinas.

Shadow frunció el ceño apenas.

—¿Necesitas mi opinión?

—Eres mi pareja. Necesito consultarlo contigo.

Shadow asintió despacio, sin apartar la mirada de mí.
—Rose, si eso es lo que quieres, hazlo. Pero si lo que buscas es mi opinión… creo que es una muy buena idea. Me contaste que querías hacer pasteles de boda.

Una sonrisa enorme me iluminó el rostro.
—¡Sí! Quiero hacer pasteles de boda increíbles, entre otras cosas. Revisé los cursos, y sería un año entero, de lunes a viernes. —Volví a jugar con mi taza— Eso significa que tendría que renunciar a la cafetería, los horarios no me lo permitirían… 

Lo miré de reojo, un poco nerviosa.

—Pero fue idea de Vanilla. Solo tengo que avisarle con tiempo para que encuentre a alguien más.
—¿Cuándo empiezan las clases?

 —En enero. Pero el dinero que tengo es para la matrícula. No podré ayudar con el pago de la casa. Tendríamos que pedir una hipoteca. —Murmuré, bajando la mirada. 

Shadow levantó una ceja, entre incredulidad y orgullo herido.

—Rose… no necesitamos una hipoteca. Yo puedo pagar por una casa en su totalidad. 

Yo lo mire preocupada. 

—Pero Shadow, ¿no es mucho? Son millones…

Shadow dejó salir un suspiro largo, y me miró entrecerrando los ojos:

—¿Es en serio Rose?

Después de un momento, me di cuenta de lo tonto que era mi comentario. Shadow era un millonario de perfil bajo. Como nunca usaba su dinero de manera frívola, era fácil de olvidar. 

—Lo siento… se me olvido. —Murmuré, tomando un sorbo de mi café. —Aunque debería buscarme un trabajo de medio tiempo… para las cuentas de la casa…

Shadow llevó su mano a la mía, la apretó suavemente y dijo con su voz grave y autoritaria, casi como una orden.

 —Rose, yo puedo encargarme de todo. De la compra de la casa, de las cuentas. Tú dedícate a estudiar.

Lo miré insegura, mordiendo mi labio inferior.
—Pero no sería justo dejarte toda la responsabilidad.

 —Puedo mantenernos a los dos por un año sin problema.

Apreté mis manos, todavía dudosa. No quería ser una carga y dejarle toda la responsabilidad financiera. No sería justo…

 Shadow afirmó con tono firme y sereno:
—Solo será un año, Rose.

Lo miré en silencio, conmovida, y finalmente respondí con una sonrisa decidida.

—¡Está bien! Pero yo me encargaré de los quehaceres. Solo por un año ¿entendido?

Él asintió con una expresión suave.
—Entendido.

La felicidad me invadió de golpe, tan fuerte que casi me dolía contenerla. Lo abracé con fuerza, rodeando su cuello y escondiendo mi rostro en su pecho, cerrando los ojos para dejarme envolver por su calor y su aroma.

Entonces, unos golpes firmes resonaron en la puerta principal. Ambos giramos la cabeza hacia la sala. Hoy era domingo… lo que solo podía significar una cosa: las flores semanales.

Me aparté de Shadow con un nudo en la garganta, aferrando mi taza de café entre las manos como si pudiera esconderme tras ella. Dudaba en abrir.

Shadow se levantó con calma, empujando la silla hacia atrás con un suave chirrido.
—Voy a recibirlas —dijo con esa seguridad.

Lo vi desaparecer por la puerta de la cocina, su silueta perdiéndose en la penumbra del pasillo. Poco después, el crujido del picaporte me hizo contener el aliento.

—¡Entrega para Amy Rose! —la voz animada de Charlie, el repartidor, llenó la entrada— Oh… disculpe… ¿acaso es el señor Shadow Robotnik?

—No muchos usan ese nombre —respondió Shadow, grave y cortante.

—Lo siento, es lo que siempre aparece en las órdenes. Es la primera vez que nos encontramos en persona. Gracias por su continuo patrocinio.

—No, gracias a ustedes por el cambio repentino.

—Cualquier cosa por uno de nuestros mejores clientes. Aquí tiene. Estoy seguro de que este ramo hará muy feliz a la señorita Amy.

—Eso espero.

La puerta se cerró con un golpe suave, y mi corazón latía con tanta fuerza que apenas podía quedarme quieta. Dejé la taza sobre la mesa y avancé, como atraída por un hilo invisible, hasta la sala.

Y allí me quedé sin aire. Shadow estaba de pie en medio de la estancia, sosteniendo entre sus brazos el ramo más grande de rosas que jamás había visto: un estallido de tonos rosados y rojos, tan vivos que parecían encender la habitación. El perfume dulce y fresco de las flores flotaba en el aire, llenándome de recuerdos y emociones que me golpearon de golpe.

Me llevé una mano a la boca, sintiendo cómo las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Shadow dio un par de pasos hacia mí, sin atreverse aún a alzar la vista.

—Esta sería la primera vez que te doy rosas en persona… —su voz salió baja, casi un susurro áspero— Rose, lamento haberte enviado flores de disculpa. No sabía que no te gustaban… pero debí preguntarme si te gustaría recibir algo así.

Entonces levantó la cabeza, y su mirada se clavó en la mía con una intensidad que me desarmó.
—Rose… te amo.

Un grito de felicidad se me escapó sin poder contenerlo, quebrado por las lágrimas que corrían libres por mis mejillas. Corrí hacia él, rodeando con torpeza el enorme ramo mientras me hundía en su pecho, riendo y llorando al mismo tiempo.

—¡Lo amo! ¡Me encanta, me encanta! ¡LO AMO! —exclamé entre sollozos y carcajadas, abrazando el ramo con todas mis fuerzas, como si nunca más quisiera soltarlo.

Sentí su brazo libre de Shadow envolverme, apretándome contra él, y por un instante el mundo entero desapareció, quedando solo el calor de su cuerpo, el aroma de las rosas y el latido firme que me repetía lo que sus labios ya habían dicho: me amaba.

Shadow alzó una mano con suavidad y la apoyó en mi mejilla, guiándome a levantar el rostro. Sus labios encontraron los míos en un beso cálido, al principio leve, casi tímido. Yo respondí con el corazón acelerado, entregándome al contacto y profundizándolo, como si quisiera grabar aquel instante en mi piel para siempre.

Se apartó apenas, lo suficiente para rozar mi nariz con la suya. En sus ojos brillaba una chispa divertida cuando murmuró:
—Si hubiera sabido que un ramo te haría tan feliz, te los habría entregado en persona desde el primer día.

Reí entre lágrimas, todavía abrazada al enorme ramo que me envolvía con su fragancia dulce.
—Amé cada uno de los ramos que me enviaste… —dije con la voz temblorosa de emoción— Todos fueron una prueba constante de tu amor. Pero este… este es el mejor de todos.

Hundí el rostro entre las rosas, respirando su perfume, dejando que sus pétalos suaves acariciaran mi piel mientras las apretaba contra mi pecho.

Shadow me observó en silencio, hasta que su voz profunda rompió la calma con una inesperada ternura:
—¿Puedo tomarte una fotografía? Quiero guardar este recuerdo.

Mis ojos se iluminaron al instante, y asentí con entusiasmo.
—¡Sí, sí! Pero hagamos una juntos.

Se me escapó una risa nerviosa mientras señalaba hacia la mesita de centro.
—Mi celular está en mi bolso.

Shadow caminó con paso seguro hasta la mesa, abrió el bolso y tomó el teléfono. Me miró de reojo con su seriedad habitual.
—¿El código?

—Cuatro, dos, ocho, cinco. —respondí rápido, mordiéndome el labio.

Él desbloqueó la pantalla y volvió hacia mí. Por un segundo permaneció pensativo, con la ceja apenas alzada.
—¿Cómo quieres que la hagamos?

Me giré hacia la pared más iluminada, ya imaginando el resultado.
—Ven, ponte aquí.

Shadow obedeció, situándose a mi lado. Lo miré con complicidad y, entre risas, le recordé:
—Puedes estirar tu brazo, ¿verdad?

Guardó silencio un instante, como si procesara mis palabras, y luego una sonrisa ladeada curvó sus labios.
—Buena idea.

Activó la cámara en modo selfie y, con un movimiento sobrenatural, estiró su brazo hasta lograr el ángulo perfecto. En la pantalla se reflejaban nuestros rostros juntos y el enorme ramo que llenaba media imagen.

Yo sonreí radiante, y Shadow mostró una sonrisa ladeada, discreta pero real. Entonces presionó el botón y el clic de la cámara capturó el momento.

Su brazo volvió a su forma normal, y me mostró la foto. Yo grité emocionada:
—¡Quedó genial! ¡Tengo que publicar esto ya!

Shadow tomó el ramo con un brazo y me devolvió el celular. Yo enseguida abrí Mobopic, escribí con rapidez y publiqué la foto con el texto: Shadamy 4 ever.

Al verla en pantalla, no pude evitar sonreír. Ahí estábamos: yo y Shadow, uno al lado del otro, con el ramo inmenso llenando de color la imagen. En mi cuello, se notaban las marcas de sus mordidas. No quise esconderlas, esperando que el público captara el mensaje: yo era de Shadow, y solo suya. Tal vez así, al fin, dejarían de acosarme con proposiciones no deseadas.

Con el celular aún en mano, volví a tomar el ramo de rosas, abrazándolo con fuerza mientras daba pequeños saltos por toda la sala. No podía contenerlo: ni la felicidad, ni las lágrimas, ni la risa que se escapaba de mi pecho como un torrente imparable.

—¡Estoy tan feliz! —grité, con la voz quebrada de emoción. —¡Me encanta!

Abrí los ojos mientras saltaba y vi a Shadow estaba apoyado en el umbral de la cocina, con los brazos cruzados, observándome en silencio. Su rostro, normalmente tan serio, se suavizaba en una sonrisa apenas contenida, y sus ojos brillaban con una ternura y un amor que me hicieron sentir aún más ligera.

Sin pensarlo, corrí hacia él. El impulso fue tan fuerte que me lancé contra su cuerpo, obligándolo a reaccionar en el último segundo. Shadow extendió los brazos para atraparme, pero la fuerza del salto nos arrastró a ambos al suelo. El ramo de rosas quedó atrapado entre nuestros cuerpos y, en un estallido de color y perfume, los pétalos y tallos se desparramaron por toda el suelo como una lluvia de flores.

El golpe me sacó una risa inmediata. Me encogí sobre su pecho, riendo a carcajadas sin poder detenerme, mis manos presionando contra él mientras las lágrimas de alegría seguían cayendo.

—¡Shadow! —alcancé a decir entre risas, sin aliento.

Él permaneció quieto un instante, mirándome desde el suelo como si aún procesara lo ocurrido. Y entonces, poco a poco, su risa grave y contenida comenzó a brotar, mezclándose con la mía. El sonido llenó la sala, cálido, inesperado, perfecto.

No pude evitar reír contra sus labios, con esa risa que siempre le sacaba una media sonrisa.

—Te amo, Shadow… —murmuré con un cariño juguetón.

Sin darle tiempo de responder, empecé a llenarle el rostro de besitos: en la frente, en la nariz, en las mejillas, hasta en la mandíbula. Él se quedó quieto, sorprendido al inicio, y luego su expresión se suavizó, como si estuviera disfrutando de cada pequeño roce.

—Rose… —susurró con un tono entre rendido y divertido, mientras yo seguía mi ataque de mimos.

Le di un último beso en los labios y lo miré con ternura, notando cómo su mirada oscura brillaba con esa calidez que solo me mostraba a mí.

Shadow entonces me abrazó con tanta fuerza que sentí que quería fundirme en él, sus brazos rodearon mi cintura y me apretaron como si nunca quisiera soltarme. Yo seguía riendo sin control, con la respiración entrecortada por tanta felicidad. Era imposible contenerlo; me sentía ligera, libre, completamente plena. Qué hermosa mañana estaba viviendo.

Cuando por fin nos calmamos, quedamos los dos sentados en el suelo entre la sala y la cocina, rodeados por un mar de pétalos y flores esparcidas por todas partes. El ramo había quedado destrozado en nuestra caída, pero en lugar de apenarme, no pude evitar soltar otra risita.

—Qué dicha que tomamos una fotografía primero —dije divertida, limpiándome una lágrima de la risa.

Shadow tomó uno de los pétalos del piso y lo giró entre sus dedos, observándolo con su mirada profunda.
—Te hizo feliz. Eso es lo importante.

Mi corazón se derritió un poco más con esas palabras, y de repente, una idea traviesa me cruzó por la mente.
—¡Tengo una idea! —exclamé emocionada— ¡Hagamos un baño de rosas!

Sin esperar su respuesta, empecé a recoger los pétalos del suelo con ambas manos. Shadow arqueó una ceja al principio, pero pronto se inclinó conmigo, ayudándome a reunirlos. Trabajamos en silencio, con pequeñas miradas cómplices y sonrisas que aparecían sin pedir permiso. Al final metimos todas las flores y pétalos en una bolsa, como si estuviéramos guardando un tesoro.

Subimos juntos las escaleras hasta el baño, sin soltar la bolsa ni las risitas que nos acompañaban. La dejé sobre la tapa del inodoro y caminé hasta la tina, colocándole el tapón antes de abrir el agua caliente. El sonido del agua llenando el espacio ya me transmitía calma.

Mientras el nivel subía, empecé a despojarme de la pijama y de los brazaletes, doblándolos con cuidado a un lado. Luego fui al botiquín y saqué una bomba de baño especial, una que guardaba para una ocasión como esta: Romance , con fragancias dulces y un brillo delicado.

Cuando la tina estuvo llena, abrí la bolsa y dejé caer todos los pétalos dentro. Flotaron sobre la superficie como un manto rosado y rojo. Acto seguido, lancé la bomba de baño; al contacto con el agua, empezó a burbujear y a disolverse, tiñendo todo de un rosa brillante mientras el aroma envolvía el cuarto.

—Ven, Shadow. Entremos —lo llamé, con el corazón latiendo fuerte de la emoción.

Me sumergí despacio, dejando que el agua caliente relajara cada músculo de mi cuerpo. Un suspiro se escapó de mis labios, acompañado de una pequeña melodía alegre que tarareé sin pensar. Minutos después, sentí el agua moverse y la presencia cálida de Shadow detrás de mí. Entró en la tina y se acomodó, quedando sus piernas a cada lado de mi cuerpo.

Me recosté contra su pecho, cerrando los ojos, dejándome envolver por su calor y su aroma mezclado con las fragancias del baño. Él pasó los brazos alrededor de mi cintura, ajustándome contra él con suavidad. Su respiración se acompasó con la mía, y sentí cómo también se relajaba, rindiéndose a la calma del momento.

Sonreí para mí misma. Esto era perfecto.

Nos quedamos en silencio, disfrutando de esa calma, de ese pequeño momento que parecía solo nuestro. Entonces, él inclinó un poco la cabeza, observándome con esa mirada profunda que me hacía sentir inquieta y segura al mismo tiempo.

—¿Quieres que te dé otro masaje en la espalda? —sugirió en voz baja.

Sentí que mi corazón dio un brinco. Le sonreí con los ojos brillando de ilusión y asentí enseguida.

—¿De verdad? ¡Me encantaría! —exclamé feliz, con una pequeña risa nerviosa— No sabes lo mucho que lo necesitaba.

Shadow arqueó una ceja, divertido, y me atrajo más hacia él.

—Entonces relájate, Rose —susurró con ese tono grave y suave que me estremecía— Yo me encargo de ti.

Sus manos descendieron lentamente por mi espalda, primero suaves, casi exploratorias, y luego aplicando una presión firme en los músculos tensos de mis hombros. Sentí cómo cada nudo de tensión se iba aflojando bajo sus dedos expertos, y un suspiro de alivio escapó de mis labios.

—Mmm… eso se siente increíble, Shadow —murmuré, mi voz suave y llena de gratitud.

Él sonrió contra mi cabello, sus dedos moviéndose con precisión, alternando movimientos circulares y largas caricias a lo largo de mi columna. Pasó sus manos más abajo, recorriendo mi espalda con cuidado, concentrándose en los puntos donde podía sentir que la tensión se acumulaba. Mi respiración se volvió más profunda y pausada, y me dejé hundir en el momento, sintiendo que podía soltar todo lo que me pesaba.

—Estás bastante tensa —susurró, y su voz era un bálsamo en sí misma —No te preocupes, yo te ayudo.

Llevé mis manos a sus rodillas, sintiendo su pelaje húmedo en mis dedos. El agua caliente de la tina y los pétalos flotando sobre la superficie añadían un aroma dulce y relajante que llenaba el baño. 

—Gracias… gracias, Shadow —dije finalmente, con una sonrisa.

Me relajé aún más contra él, dejando que sus manos recorrieran mi espalda. La sensación era tan reconfortante que un pensamiento travieso cruzó mi mente. Con un suspiro suave, giré ligeramente la cabeza hacia él, rozando su hombro con mi mejilla y murmurando:

—Shadow… ¿te gustaría que te diera un masaje ahora?

Él dejó escapar un suave resoplido, un poco sorprendido pero divertido, y respondió:

—¿Un masaje para mí?

Asentí con una sonrisa traviesa, mis manos deslizándose ligeramente por sus piernas mientras hablaba:

—Sí… después de todo lo que haces por mí, creo que te lo mereces. Déjame cuidarte un poco, como tú me cuidas a mí.

Shadow me observó por un instante, sus ojos carmesí llenos de ternura y algo de diversión. Luego asintió lentamente, dejando que una sonrisa ladeada apareciera en sus labios:

—Está bien… confío en ti.

Nos levantamos apenas y me acomodé detrás de Shadow, apoyando mis manos firmemente sobre sus hombros. Su espalda estaba tensísima, cada músculo parecía una cuerda apretada, un reflejo de toda la fuerza que siempre mantenía bajo control. Inspiré profundamente, decidida a aliviarle algo de esa carga.

Comencé con movimientos circulares, mis pulgares presionando sus trapecios, sintiendo la densidad de su musculatura bajo mi toque. Cada centímetro de su espalda era fuerte, firme… y necesitaría bastante presión para relajar esos músculos. Apliqué más fuerza, usando el peso de mis brazos, presionando con cuidado sobre sus omóplatos, mientras él dejaba escapar un suave suspiro, como si el alivio comenzara a llegar.

—¿Así está bien? —pregunté, sin apartar mis manos.

—Mm… sí… justo así —respondió con voz grave y un tono relajado que me hizo sonreír.

Mis manos recorrieron la parte alta de su espalda, bajando lentamente hacia su columna, amasando los músculos de los hombros y la parte superior de la espalda baja. Cada presión necesitaba ser firme, controlada; podía sentir cómo sus músculos lentamente cedían, relajándose bajo mi cuidado. Su respiración se volvió más profunda y pausada, y noté cómo sus hombros, que siempre parecían tensos, se hundían ligeramente bajo mi toque.

—Rose… —susurró, con una voz baja y ronca, casi un murmullo—… esto se siente bien…

Moví mis dedos a lo largo de su columna, sintiendo cómo cada músculo se tensaba y se relajaba bajo mi toque. Pero entonces noté algo curioso entre sus púas traseras. Con cuidado, empecé a apartar suavemente su pelaje y mi corazón dio un pequeño vuelco al descubrir una marca roja en su piel, bastante grande. La observé con atención, tratando de descifrar qué podía ser.

Los recuerdos vinieron a mí sin avisar: aquel tiempo cuando Shadow se enfermó, cuando su espalda se abrió dejando salir una sustancia negra y tentáculos antes de transformarse en aquel monstruo parecido a un pulpo. Un escalofrío recorrió mi espalda.

Shadow pareció percibir mi mirada inquisitiva y murmuró con voz grave:
—Allí… es donde nacen mis alas.

Moví mis manos un poco más, apartando más pelaje.
—¿Así que es… una cicatriz? —pregunté, con un hilo de voz.

—Algo así…

Continué mis movimientos sobre su espalda, sintiendo en la punta de la lengua esa duda que tenía desde hace días.

Pregunté con un hilo de voz, insegura:
—Shadow… ¿puedo saber por qué Lance y el primer ministro dijeron que eras un erizo normal?

Él se tensó bajo mi toque, quedándose en silencio unos instantes. Su respiración se volvió más pesada, como si midiera cada palabra antes de dejarla salir. Finalmente, habló:
—Cuando Alejandro asumió el cargo, se reunió conmigo y con Lance para discutir logística y alianzas. Durante esa conversación… fue él quien propuso acabar de una vez los rumores sobre mi origen.

Parpadeé, sorprendida.
—¿Fue idea del primer ministro?

Shadow asintió apenas.
—Sí. Dijo que, aunque mi existencia contradice todo el discurso del partido pro-mobian purista, él no es tan ingenuo como el anterior primer ministro para no ver mi verdadero valor.

Se detuvo un momento, y en sus ojos vi un destello de algo entre cansancio y alivio. Luego continuó:
—Y aunque no aprueba mi relación contigo, la respeta. Es más… le repugna los insultos que lanzan contra ti.

Una sonrisa grave, apenas marcada, se dibujó en los labios de Shadow.
—Sus palabras exactas fueron: “Amy Rose fue la heroína de la resistencia. Ella no merece este tipo de trato ni que manchen su nombre.” Así que me dio dos opciones: terminar contigo para “protegerte”… o enfrentar los rumores de frente y hacer algo al respecto.

Me quedé callada un momento, el corazón apretado. Bajé la mirada y susurré:
—Así que… eso fue lo que sucedió.

Shadow continuó, la voz cargada de desprecio contenido:
—El primer ministro anterior era un imbécil… más una marioneta que un líder, controlado por los demás. Pero Alejandro… —hizo una pausa, calibrando sus palabras— se nota que es un hombre astuto y decidido. Me sorprendió poder mantener una conversación civilizada y coherente con él. De hecho, llegué a preguntarme por qué no había ocupado el puesto antes.

Yo sonreí apenas, siguiendo con el masaje en sus hombros.
—Recuerdo haber conversado con él en mis tiempos en la reconstrucción. Cuando era ministro de educación, reforzó el sistema universitario que Sally había revivo… y empezó a crear escuelas para educación primaria e incluso secundaria.

Shadow giró la cabeza hacia mí, con una expresión genuina de desconcierto.
—¿Crear escuelas?

Asentí, hundiendo mis pulgares en un nudo de tensión en su espalda. El erizo dejó escapar un sonido grave, mezcla de alivio y dolor.
—Tal vez nunca lo notaste, pero nosotros no íbamos a la escuela como los humanos. Nos enseñaban lo básico en casa y después uno buscaba alguna especialización. Si eras lo bastante inteligente… y tenías suerte, podías aspirar a una universidad humana, como parte de un proyecto especial.

Su ceño se frunció con dureza.
—Entonces, ¿el resto…?

—El resto se las arreglaba como podía —expliqué con un suspiro— La educación estaba reservada para los ricos y los nobles. Los demás aprendíamos trabajando, escuchando a los mayores, sobreviviendo. A los doce años ya eras considerado lo bastante grande como para mantenerte solo.

Shadow bajó la mirada, un suspiro pesado escapando de su pecho.
—Olvide lo atrasada que era su civilización… —murmuró con amargura, la voz densa. —Aún eran una monarquía antes de la guerra…

—Por eso Sally quiso crear una civilización más justa, donde pudiéramos elegir a nuestros líderes y tener más oportunidades— murmuré con suavidad, recordando aquellas conversaciones largas y apasionadas sobre el futuro.

La emoción me ganó y, sin pensarlo, rodeé su cuello desde atrás, apretando con cariño.
—Por eso estoy tan emocionada. Ir a la academia de repostería será mi primera vez en una escuela formal. ¡Me pregunto cómo será! Tener compañeros de clase, profesores… ¡hasta tareas!— exclamé con una mezcla de ilusión y nervios.

Sentí cómo sus manos se alzaban, fuertes y seguras, hasta posarse sobre mis brazos, acariciándolos con un gesto lento.
—Yo nunca entregué las mías— murmuró con su tono grave, casi burlón.

No pude contenerme y solté una carcajada clara, inclinando la cabeza hacia adelante mientras lo abrazaba aún con más fuerza, como si quisiera fundirme con él. El calor del agua se deslizaba por nuestra pelaje, envolviéndonos en un manto de vapor, mientras el dulce aroma de las rosas y la bomba de baño llenaba el ambiente como un pequeño santuario de paz, hasta que el calor del agua comenzó a enfriarse. Shadow, siempre tan atento, me dijo que él se encargaría de limpiar la tina y que yo me fuera a cambiar de ropa. Asentí, todavía con el corazón latiendo suave, y salí del baño.

En mi habitación abrí el armario, buscando algo cómodo pero lindo. Al final elegí unas pantimedias negras gruesas y un vestido rojo de cuello alto y mangas largas. Me vestí despacio, acomodando el cuello frente al espejo. 

Salí de la habitación y bajé las escaleras hasta la sala. Mis ojos encontraron el celular descansando sobre la mesita de centro, justo donde lo había dejado. Lo tomé, lo encendí y, apenas abrí Mobopic, mi pantalla estalló en notificaciones. La cantidad de alertas era absurda. Me quedé un momento paralizada antes de entrar a la publicación que acababa de hacer.

Los comentarios se acumulaban uno tras otro, como si medio mundo hubiera estado esperando una prueba de que seguíamos juntos:

“¡¿Qué?! ¿No habían terminado? 😱”
“Yo juraba que ya no estaban juntos… ¡y mírenlos! ♥”
“JAJAJA esas marcas en el cuello lo dicen TODO 🤭🔥”
“Amy se ve más feliz que nunca, y Shadow… ¡wow, hasta sonríe!”
“Ok, oficialmente ship del año. #Shadamy4Ever”
“¡Qué mentira nos comimos todos! Yo pensé que había vuelto con Sonic 😳”
“El ramo es hermoso, pero lo mejor es verlos así, juntos.”
“Su amor sigue fuerte, ¡me encantan!”
“La próxima que alguien diga que terminaron le muestro esta foto.”

Me llevé una mano a la boca, entre risas y lágrimas contenidas. Estaban todos ahí, reaccionando, sorprendidos, celebrando. El mundo pensaba que habíamos terminado, pero esta foto lo había dejado claro: no solo seguíamos juntos, sino que estábamos más unidos que nunca.

Mientras seguía revisando la avalancha de comentarios en Mobopic, una notificación diferente llamó mi atención. No era otro seguidor curioso, sino un mensaje privado de Cream:

Cream: Vi tu publicación. ¿Quieres que me quede yo un día más con el huevo?

Una sonrisa se me escapó de inmediato. Siempre tan dulce, tan atenta. Escribí de vuelta con rapidez, sintiendo un calorcito en el pecho:

Yo: Sí, por favor. Gracias, Cream. Mañana traelo a la cafetería.

Aproveché el momento para escribirle también a las chicas. Después de la locura de anoche, necesitaba saber cómo estaban.

La primera en contestar fue Blaze:
Blaze: Estoy bien. Silver me hizo una sopa contra la resaca. Nada mal, la verdad.

Reí bajito, imaginándome a Blaze con esa calma orgullosa suya, aceptando que Silver la cuidara.

En cambio, Rouge no respondió. Extraño en ella… pero seguro estaba metida en algo, como siempre.

Y luego llegó el mensaje de Sally, directo y sin anestesia:
Sally: Estoy bien… pero el video de mi pelea con Sonic ya está circulando en línea.

Sentí un vuelco en el estómago. Mis dedos se movieron solos, buscando el canal de Rosie. Y sí, allí estaba: ya había publicado un video reaccionando al escándalo.

Lo abrí y su cara llenó la pantalla. Esa cara tan parecida a la mía, pero con esa sonrisa juguetona, la que usaba cada vez que sabía que estaba en medio de un huracán mediático.

—¿Pueden creer esto? —decía, mientras ponían en loop el momento exacto en que Sally le daba la bofetada a Sonic— ¡Por Gaia, qué drama !

Rodé los ojos y solté un suspiro. Rosie no perdía tiempo jamás.

Ella se acomodó el flequillo y miró directo a la cámara con un gesto burlón:
—Todos sabíamos que Amy estaba locamente enamorada de Sonic, eso era conocimiento público. Pero Sally, la princesa Sally, siempre estuvo allí… en una esquina, esperando su turno, jugando sus cartas. Y claro, muchos pensaron que, como Amy se fue con Shadow, el ship Sonally iba a florecer. ¡Pero resulta que no! —hizo un gesto teatral, llevándose la mano al pecho— El ship está muerto.

Me llevé la mano a la frente, sofocando un gemido.
—En serio, Rosie… ¿tienes que decirlo así ? —murmuré para mí misma.

Pero ella seguía, con su tono mordaz de siempre:
—Los puristas están celebrando, por supuesto. Pero los pro-interespecie… ¡ay, esos no se rinden! Ahora tienen un nuevo favorito: el amor prohibido entre cliente y guardaespaldas.

Solté un resoplido y murmuraba para mí misma mientras me pasaba una mano por el rostro:
—Ay no… pobre Sally.

Sabía muy bien lo crueles que podían ser los comentarios en línea, y más en su caso. Sally no era solo una heroína, también era una figura política, una ex princesa, alguien cuya vida siempre estaba bajo la lupa. Por suerte, también sabía que era fuerte, lo suficiente para resistir la presión. Y, al menos, me alegraba de que el escándalo se centrara en la bofetada y no en su vida privada.

Fue entonces cuando escuché pasos bajar por las escaleras. Levanté la vista y vi a Shadow entrar en la sala. Su semblante duro se suavizó apenas me miró, regalándome una sonrisa discreta. Se dirigió al sofá, se dejó caer en él con naturalidad y comenzó a ponerse los guantes, su chaqueta y sus Air Shoes.

—¿Y qué quieres hacer? —preguntó mientras ajustaba su guante, levantando apenas la mirada hacia mí.

Me acerqué y me senté a su lado, pensativa.
—Hay tantas cosas que podríamos hacer… —enumeré, llevando un dedo a mis labios— Salir a comer, ir al cine, de compras… o volver a la pista de patinaje.

Pero entonces vi su sonrisa. Era leve, un poco triste, como si intentara disimular algo. Mi pecho se apretó al notarlo.
—Shadow… —pregunté con suavidad, ladeando la cabeza— ¿Qué sucede?

Él bajó la mirada, esquivándome, y respondió con voz baja:
—Por hoy… me gustaría tenerte solo para mí. Quedarme en casa contigo. Lo siento…

Negué enseguida, llevándome la mano a su brazo con firmeza.
—No te disculpes, Shadow. Está bien. Podemos quedarnos aquí. Podemos ordenar comida, ver televisión, incluso preparar la cena juntos.

Sus ojos se alzaron hacia mí, más brillantes, y lo vi animarse de inmediato. Me abrazó con fuerza, hundiendo su rostro en mi cuello mientras murmuraba un sincero:
—Gracias, Rose…

Esa tarde tuve a Shadow solo para mí, y no pude evitar sentir que era un regalo. Empezamos pidiendo hamburguesas para el almuerzo, una de esas decisiones rápidas que siempre me parecen más divertidas que planear algo elaborado. Comimos juntos en el sofá, compartiendo papas fritas y comentarios sobre lo exagerada que era la publicidad en la caja.

Después pusimos una película animada; no era nada serio, solo algo colorido y tonto que me hizo reír más de lo que esperaba. Lo mejor fue ver a Shadow sonreír disimuladamente en ciertas escenas, aunque jamás lo admitiría.

Más tarde, saqué un rompecabezas que había comprado hace siglos en una compra impulsiva. Estuvo guardado tanto tiempo que ni recordaba el diseño. Shadow, con esa paciencia meticulosa suya, comenzó a clasificar las piezas por colores y bordes, mientras yo simplemente intentaba encajarlas al azar. Terminamos siendo un buen equipo, aunque él se quejara cada vez que “arruinaba el sistema”.

En un momento, puse música y terminamos en un dueto improvisado. Yo aún no podía creer que conociera todas las letras de mis canciones favoritas. Me sentí fascinada, como si lo hubiera descubierto de nuevo. Su voz grave se mezclaba con la mía de una forma tan natural que me quedé embobada más de una vez, olvidando incluso cantar.

La tarde terminó en la cocina, preparando lasaña, un recuerdo de nuestra cita a ciegas falsa. Shadow seguía la receta al pie de la letra, midiendo cada ingrediente con precisión casi militar, mientras yo improvisaba, agregando especias aquí y allá, probando y ajustando. Nos reímos de nuestras diferencias: él, el perfeccionista; yo, la caótica. Pero al final, el resultado fue delicioso, porque no se trataba de la comida, sino de compartir ese momento.

Ya entrada la noche, pusimos otra película, pero apenas duró unos minutos como centro de atención. La pantalla quedó en segundo plano, un murmullo de voces y música que se desvanecía mientras nuestras bocas se buscaban una y otra vez.

Nos besábamos en el sofá, sus manos firmes recorriendo mi espalda mientras las mías se enredaban en su cuello, atrayéndolo más y más hacia mí. El beso se volvió profundo, hambriento, con nuestras lenguas encontrándose y jugando, como si quisieran memorizarse. Sentí el calor encenderse en mi pecho, extendiéndose por todo mi cuerpo.

De pronto, Shadow rompió el beso, aunque sus labios no se alejaron mucho. Comenzó a besarme suavemente el borde de los labios, luego mis mejillas, bajando hasta la línea de la mandíbula. Cada roce de su boca me erizaba el pelaje. Entonces, su voz grave, susurrante y cargada de algo que me hizo temblar, preguntó:

—¿Quieres hacerlo, Rose?

Me quedé mirándolo, comprendiendo lo que esa pregunta significaba. Durante la mañana, tenia esa incomodidad en mi interior. Pero ahora… ahora no había nada de eso. Lo único que sentía era la certeza de que lo deseaba, y la urgencia ardiente de aprovechar cada instante, porque no sabía cuándo volveríamos a tener un momento así, solos, sin el peso del mundo sobre nosotros.

Tomé aire, mi voz quebrándose por el deseo que me dominaba, y respondí:

—Sí… sí quiero, Shadow.

Él me sostuvo la mirada un instante, sus ojos intensos brillando como brasas. Entonces volvió a besarme, fuerte, apasionado, como si esa respuesta hubiera desatado algo en él. Luego se levantó del sofá y extendió sus brazos hacia mí. Me cargó contra su pecho, sujetándome con firmeza, y yo me aferré a él, cada paso que daba hacia mi habitación retumbaba como un eco en mi pecho.

Al llegar, empujó la puerta con el hombro y, con una delicadeza que contrastaba con la tensión de sus músculos, me recostó sobre la cama. No dijo nada, pero su silencio estaba cargado de emociones.

Sin apartar los ojos de mí, se despojó de su chaqueta con un movimiento brusco, dejándola caer al suelo. Yo me estremecí bajo su mirada, incapaz de contener la electricidad que me recorría. Me incorporé lentamente, llevándome las manos al vestido hasta deslizarlo por mis hombros, liberando mi pelaje al aire de la habitación.

Nuestras prendas comenzaron a caer, una tras otra, esparciéndose por el suelo como testigos mudos de lo inevitable. Mis zapatos, su calzado, las telas que nos separaban… nada importaba ya.

Shadow se inclinó hacia mí, su pecho rozando el mío, su calor envolviéndome por completo. Sus labios buscaron los míos con urgencia, esta vez más hambrientos, más necesitados, como si el beso anterior hubiera abierto una grieta imposible de cerrar. Mi cuerpo respondió de inmediato, arqueándose hacia él, pidiéndolo todo.

Me tumbó suavemente sobre el colchón y se colocó sobre mí, sus rodillas a cada lado de mi cuerpo. Lo sentía mirándome, como si estuviera grabando cada detalle, cada expresión, antes de inclinarse otra vez y dejar un rastro de besos ardientes por mi cuello, mis hombros, mi pecho.

—Rose… —jadeó, su voz rota, una mezcla de deseo y ternura— Te necesito más que nunca.

Un estremecimiento me recorrió el cuerpo. Llevé mis manos a su rostro, obligándolo a mirarme a los ojos:
—Yo también… —Giré el rostro hacia mi mesita de noche — Tengo otra caja de condones allí.

Shadow asintió y se incorporó. Caminó hasta la mesa y abrió el cajón. En cuanto lo hizo, sus ojos se abrieron de par en par, sorprendido.

Se giró hacia mí, alzando una ceja.
—¿Qué es esto, Rose?

En sus manos estaba el dildo negro que imitaba sus proporciones: largo, grueso, intimidante, de alguna especie que desconocia y no supe no supe justificar.

—¡¡¡AAAAAH!!! —grité, presa de la vergüenza, lanzándome fuera de la cama. Me abalancé sobre él, le arranqué el juguete de las manos y lo escondí debajo de las sábanas, hecha una bolita con el rostro ardiendo como nunca en mi vida.

—Rose… —murmuró Shadow, genuinamente confundido— ¿Por qué tienes… un pene de plástico en tu gaveta?

Me acurruqué más, tapándome hasta las orejas, incapaz de verlo a la cara.
—¡¡¡Olvida que lo viste!!! —grité, la voz quebrada de pura vergüenza.

Pero él no parecía dispuesto a dejarlo pasar.
—Rose… —insistió con seriedad— ¿Puedes explicarme por qué tienes eso en tu posesión?

Yo negué con la cabeza, negándome a responder.

 —¡Rose! —volvió a insistir, esta vez con más gravedad.

La garganta me ardía, pero terminé explotando:
—¡¡¡Es un juguete sexual!!!

Hubo un silencio extraño. Podía sentir cómo me observaba, como si tratara de procesar mis palabras.
—¿Juguete… sexual? —repitió, confundido, como si se tratara de un concepto ajeno.

Hundí más el rostro contra las sábanas y, con la voz ahogada, admití:
—¡Se usa para penetración! ¡Es obvio!

Shadow no respondió enseguida. El silencio se alargó, y eso solo hizo que mi vergüenza creciera hasta el punto de querer abrir un agujero en el suelo y desaparecer. Finalmente, su voz grave rompió la tensión:
—¿Lo has usado?

El calor en mis mejillas era insoportable. Me incorporé de golpe, roja como un tomate, agitando los brazos con desesperación.
—¡NO! ¡No lo he usado! ¡Solo… solo lo he usado para practicar cómo poner un condón! ¡Y ya!

Sus ojos rojos se abrieron un poco más, incrédulos.
—¿De verdad? —preguntó, como si necesitara confirmación.

—¡¡¡SÍ, DE VERDAD!!! —grité, con tanta fuerza que mi voz se quebró.

Él me observó en silencio un segundo más, y luego, para mi desgracia, una pequeña sonrisa burlona asomó en sus labios.

—Interesante… —murmuró, inclinando apenas la cabeza, como si hubiera descubierto un secreto fascinante.

—¡No es interesante! ¡Es vergonzoso! —protesté, escondiéndome otra vez bajo las sábanas mientras él dejaba escapar una risa baja que solo me hizo querer morirme más.

Escuché el cajón abrirse otra vez y luego… un zumbido. Me volteé despacio, con los ojos muy abiertos. Shadow estaba sosteniendo la rosa fucsia, apretando botones al azar y activando los modos de succión y vibración. El juguete vibraba entre sus dedos como si tuviera vida propia.

Me miró con una mezcla de fascinación y picardía.
—¿Y este qué es, Rose?

Yo solté un grito ahogado de pura vergüenza.

Shadow volvió a preguntar, sosteniendo aún el juguete en su mano, su voz grave y curiosa:
—Rose… ¿para qué es esto?

Yo seguía hecha un bolita escondiendome, sin atreverme a mirarlo, con la voz temblorosa respondí:
—Es… otro juguete… se llama rosa… se coloca en el clítoris… y… da placer.

—Ya veo… —murmuró él, mientras continuaba presionando los botones, probando los diferentes modos de vibración y succión como si analizara una nueva arma. El sonido me hacía arder de vergüenza.

Al cabo de unos segundos, lo escuché apagarlo y rebuscar de nuevo en el cajón.
—Oh… también tienes lubricante… —leyó en voz alta— sabor chocolate… interesante. ¿Ya lo probaste?

Me tapé el rostro con ambas manos.
—Sí… —admití con un hilo de voz— A veces… lo uso con la rosa.

Él se quedó callado unos segundos, procesando, y luego dijo con una franqueza desconcertante:
—Entonces este sí lo has usado… ¿se siente bien?

Quise morirme ahí mismo, pero al final asentí con un hilo de voz:
—Sí… se siente bien…

Una ligera sonrisa torcida se dibujó en su rostro.
—Fascinante… —dijo en tono bajo, casi para sí mismo— Debería investigar más…

La manera en que lo dijo me puso los nervios de punta. No sonaba como una burla… sino como una advertencia. Como si en su mente ya estuviera imaginando cómo probar esos “métodos de investigación”.

Podía sentir su sonrisa incluso sin verlo.
—¿Y qué más compraste? —preguntó, divertido.

—L-lencería… —confesé, bajando aún más la voz.

—Lencería… —repitió, saboreando la palabra. Se quedó en silencio unos segundos, lo suficiente para que mi corazón retumbara en mi pecho, antes de añadir con un tono bajo y firme— Póntela, Rose. Quiero verte.

Tragué saliva, levantándome un poco sobre los brazos para mirarlo. Él estaba allí, expectante, con esa intensidad en los ojos que me desarmaba. Me mordí el labio, luchando contra la vergüenza. La había comprado justo para eso… para él… aunque nunca pensé que tendría el valor.

Con las mejillas ardiendo, finalmente asentí despacio. Me levanté de la cama, tambaleándome un poco, tratando de recuperar la compostura y de respirar profundo. La noche anterior había sido más atrevida porque estaba ebria… pero ahora, sobria, cada paso hacia el armario se sentía como un desafío.

De allí saqué el baby doll negro, semitransparente, con encaje fino y delicado. Me lo puse despacio, intentando calmar el temblor de mis manos, y regresé a la cama.

Shadow me esperaba sentado, sus ojos rojos, encendidos de deseo, recorriéndome de arriba abajo como si quisiera devorarme con la mirada. Extendió una mano hacia mí.
—Te ves… hermosa —murmuró, su voz grave cargada de lujuria.

El rubor me subió a las mejillas al tomar su mano.
—G-gracias…

Pero él la soltó enseguida, solo para deslizar ambas sobre mi cuerpo. Sus dedos exploraban con calma, deteniéndose en cada curva.
—Es bastante provocador… —susurró, jugando con la base de mi cola— Es diferente a verte desnuda… curioso…

Llevé mis manos a sus hombros, temblando ante la intensidad de su tacto, sintiendo mi vientre arder. Una de sus manos se posó firme en mi trasero, mientras la otra comenzó a recorrer el encaje del baby doll, subiendo hasta apretar mis pechos, haciéndome gemir. Luego descendió por mi vientre hasta rozar mi entrada, acariciando mi piel.

Su boca descendió sobre mi pecho, besando y mordiendo por encima de la tela, mientras sus dedos seguían torturando mi entrada dulcemente. Mis piernas temblaban bajo la ola de placer que me recorría… hasta que de repente se detuvo.

Shadow levantó el rostro, apartándose apenas, girando la cabeza hacia la mesita de noche. Mis ojos se abrieron cuando lo vi estirar la mano hacia el cajón, tomar la rosa fucsia, y encenderla. El zumbido vibró en el aire.

—Quiero verte usarlo… —susurró, su voz más una orden que una súplica— Quiero ver cómo responde tu cuerpo.

—¿Q-qué…? —dije, con incredulidad, aferrándome a sus hombros.

Él me sostuvo la mirada, seguro, dominante.
—Esto es lo que usabas en mi ausencia, ¿verdad? —bajó el tono, casi un gruñido— Quiero verte usarlo.

—¿Shadow… hablas en serio? —murmuré, mi rostro ardiendo, mi voz un temblor.

Él miró directamente a los ojos , y con esa voz grave, inquebrantable, me ordenó:
—Quiero verte, Rose.

Tomé el juguete de las manos de Shadow con una mezcla de decisión y temblor. Me recosté en la cama, la cabeza hundida en la almohada, y abrí mis piernas, dejando que la vergüenza y la excitación se mezclaran en mi piel encendida. Shadow se acomodó frente a mí, arrodillado entre mis muslos, sus manos fuertes recorriendo mis piernas con caricias lentas, expectantes, como si estuviera saboreando cada segundo antes del espectáculo.

Era tan extraño… exponerme así, usar un juguete frente a alguien más. Pero si Shadow lo deseaba, si quería verlo, yo se lo mostraría.

Con un nudo en la garganta, apreté el botón de succión y coloqué la rosa sobre mi clítoris. Al instante, un jadeo tembloroso escapó de mis labios, mis caderas estremeciéndose contra la cama. La vibración y la succión me arrancaban ondas de placer que me hacían perder el aire.

Mi mano libre se deslizó hacia mi pecho, apretando sobre la tela semitransparente del baby doll, buscando más estímulo. La combinación me hizo gemir más alto, mi cuerpo arqueándose contra la cama.

Sentía su mirada sobre mí como fuego líquido, intensa, ardiente, cargada de lujuria. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.
—Sh-sha… Shadow… —susurré entre jadeos, mi voz quebrada, mi respiración errática—… Shadow…

Me atreví a entreabrir los ojos, y allí vi su erección creciendo, tensa, palpitante, claramente excitado con cada gemido mío, con cada movimiento. Sus manos empezaron a acercarse cada vez más hacia mi centro, apretando con firmeza y un estremecimiento me recorrió al sentir su calor mezclarse con el placer que el juguete me provocaba.

Cada vibración, cada succión, se intensificaba mientras yo pronunciaba su nombre una y otra vez, sintiendo cómo el deseo crecía, y cómo la cercanía de Shadow, su mirada fija, me arrastraba cada vez más cerca del borde.

—Te ves deliciosa… eres tan deliciosa, Rose… —sus ojos brillaban rojos, hambrientos— Si este juguete logra ponerte así… —inclinó la cabeza, dejando escapar un gruñido bajo, casi animal— me pregunto qué podría hacerte el otro.

Confundida, lo vi moverse y rebuscar debajo de las sábanas hasta encontrar el dildo escondido. Luego se puso de pie y caminó hacia la mesita de noche. Tomó la botella de lubricante, la destapó y vertió el líquido sobre el dildo. Mis ojos siguieron cada movimiento, y un jadeo se escapó sin que pudiera contenerlo; brillaba, húmedo, listo para mí.

—¿Qué estás planeando, Shadow? —pregunté, nerviosa, con el corazón latiéndome con fuerza.

Él me miró con una sonrisa oscura y un brillo travieso en los ojos:
—Sería una lástima no usarlo después de haber gastado dinero en él, ¿no crees?

Me mordí el labio, sorprendida. Nunca había visto este lado suyo, tan audaz, tan sensual.

Shadow regresó a la cama y se sentó a mi lado. Sentí su mano firme empujándome suavemente para colocarme de lado. Giré apenas la cabeza y lo vi acercarse, sus ojos brillando con intensidad, mezclando hambre y control absoluto.

—¿Shadow…? —susurré, mi voz temblando, rota entre excitación y temor.

Antes de que pudiera decir algo más, sus labios se estrellaron contra los míos en un beso voraz, profundo y desesperado. Su lengua invadió mi boca con hambre, enredándose con la mía en una danza frenética que me dejó sin aliento.

Shadow rompió el beso, dejando un hilo de saliva entre nosotros, se acomodo erguido cerca de mi cadera y pude sentir cómo una de sus manos se apoderaba de mi pierna, levantándola con firmeza. Con la otra, Shadow guió el dildo lubricado hasta mi entrada y lo deslizó dentro de mí con un movimiento tan lento como implacable.

Un gemido desgarrado escapó de mi garganta, mientras mi espalda se arqueaba por la sensación.. Era extraño, inusual… nunca había tenido nada en mi interior que no fuera su miembro, y aun así, el hecho de que fuera Shadow quien lo movía, quien me dominaba, lo volvía suyo, solo suyo.

Shadow susurró con voz grave, ronca de deseo:
—¿Qué tal se siente?

El juguete se movía dentro de mí con un ritmo lento, medido, pero firme. Mis manos temblorosas se aferraban a la “rosa”, que vibraba y succionaba contra mi clítoris, haciendo que el placer se duplicara, que mi cuerpo temblara sin control bajo su dominio.

—Ahh… Sha-Shadow… —jadeé, mi voz rota, incapaz de decir nada más.

Su respiración caliente se roco contra mi pierna levantada, erizándome el pelaje..
—Dime, Rose… —gruñó, bajando aún más el tono de su voz— ¿se siente mejor que yo? ¿Ese plástico te llena tanto como yo?

Intenté responder, pero solo salieron jadeos rotos de mis labios. Cada movimiento profundo me dejaba sin aliento, arrancando lágrimas de puro placer.

Él levantó aún más mi pierna, mientras el dildo se hundía en mí con un ritmo más intenso y decidido.
—Rose —repitió, con un rugido contenido— Responde. ¿Se siente mejor que yo?

—Y-yo… —balbuceé, apenas capaz de articular palabras entre los jadeos.

Shadow gruñó, clavando sus uñas contra mi pierna, y su voz se volvió más áspera, feroz:
—¿Esto es lo que quieres, Rose? ¿Que otro macho te penetre?

Negué con la cabeza con desesperación, los ojos humedecidos, las manos temblando con el juguete en manos —¡N-no… no…! —jadeé, mi voz temblando, casi suplicante— Solo tú, Shadow… ¡solo tú…!

Sentí cómo el dildo dentro de mí se movía con un ritmo más firme y decidido, cada embestida buscando mis puntos más sensibles, mientras mi mano seguía usando la Rosa sobre mi clítoris. Cada vibración me hacía gemir, y cada empuje de Shadow me hacía arquear la espalda. 

— ¿Alguna vez alguien más te hizo sentir así? ¿Alguna vez alguien te tocó y te hizo gemir como yo?

Negué con un hilo de voz, apenas capaz de responder. Un escalofrío me recorrió mientras presionaba la Rosa con más intensidad, dejándome arrastrar por el placer. Shadow continuó, su voz ahora cargada de celos y hambre:

—No vas a dejar que nadie más te toque… nadie puede reemplazarme… tú lo sabes, ¿verdad? —su voz era ronca, cargada de celos y hambre.

—¡Nadie puede reemplazarte, Shadow! ¡Eres el único, el único! —gemí, presionando la Rosa con más fuerza, cada vibración enviándome más cerca del límite.

—Sí… así, Rose… dilo más fuerte… —susurró, sus dientes rozando mi pierna— Solo yo puedo hacerte sentir así… nadie más…

—¡S-solo tú, Shadow  —gemí más fuerte, mi voz quebrada por el placer y la excitación.

Shadow dejó escapar un gruñido bajo, mordiendo ligeramente mi carne mientras sus movimientos eran precisos y exigentes:

—Buena niña, eso es… eso es lo que quería oír… —dijo, ajustando el dildo con destreza para golpear una y otra vez ese punto dentro de mí, para que cada empuje me atravesara directamente ese punto sensible que me volvía loca.

—¡SHADOW! —grité, mis manos apretando la Rosa con fuerza— ¡oh GAIA!

—Dime, Rose… ¿cuántas veces pensaste en mí mientras lo hacías sola? —sus ojos carmesí me atravesaban, y cada palabra era una marca, un recordatorio de que era solo suyo.

Tragué saliva, temblando, y murmuré:

—Toda la semana…

—Toda la semana… ¿eh? —gruñó, su voz cargada de deseo.

—Sí… —logré susurrar, mi voz quebrada por el placer— Me masturbaba pensando en ti. 

Mis gemidos se hicieron más fuertes, cada vibración de la rosa contra mi clítoris y cada empuje del dildo me llevaba más cerca del borde. Mi respiración era entrecortada, mi cuerpo temblando de anticipación y deseo.

—Shadow… —jadeé, incapaz de sostener las palabras.

Él dejó escapar un gruñido bajo, lleno de hambre y posesión, y aceleró el ritmo del dildo, haciendo que cada empuje me hiciera doblar la espalda y soltar un gemido más largo. Su mano se clavó aún más en mi pierna, controlando mi cuerpo mientras sus ojos me devoraban.

—Grita mi nombre, Rose… —susurró con voz rasposa, sus palabras llenas de urgencia — Déjame escuchar cómo me quieres… cómo me deseabas…

Mi respiración se volvió entrecortada, mis piernas temblaban, y cada jadeo escapaba como una súplica:

—¡Shadow! ¡Te quiero! ¡Te necesito!

—Vente, Rose… ven por mí —gruñó, aumentando aún más la velocidad del dildo. —Grita mi nombre, Rose… déjame escucharte hasta que no quede nada de ti.

—¡Shadow! ¡Shadow! —grité, arqueando la espalda y dejándome llevar por el placer que me consumía.

Un calor intenso me recorrió de la cabeza a los pies, mis músculos se contraían sin control y mi respiración se volvió errática. Mi espalda se arqueó, una de mis manos se aferro a las sábanas y mis piernas temblaban, mientras cada golpe del dildo y cada vibración de la rosa me llevaban a oleadas de placer interminables.

Mi cuerpo tembló, exhausto y vibrante después de mi clímax, mientras el dulce calor del orgasmo todavía recorría cada fibra de mi ser. Mis manos se relajaron sobre las sábanas, y mis piernas se estremecieron suavemente mientras me recuperaba. Sentía la respiración entrecortada, el corazón latiendo con fuerza, y un hilo de placer que aún no se apagaba.

Sentí cómo Shadow retiraba lentamente el dildo de mi interior, y yo dejé caer la rosa a un lado. Me giré sobre mi espalda, jadeando, con la piel ardiendo y una sonrisa débil escapándose de mis labios. Eso fue… incluso mejor de lo que esperaba.

Cuando mis ojos se posaron en él, lo encontré sentado en la cama, sosteniendo el dildo aún húmedo con una expresión pensativa, casi oscura.

—Tenemos que investigar más y conseguir más de estos juguetes sexuales… son muy efectivos— murmuró con voz grave.

Pero mi atención pronto se desvió hacia abajo, a su entrepierna: su miembro erecto, duro y palpitante, reclamando atención. Shadow aún no había tenido su propio clímax. Una chispa de picardía se encendió dentro de mí, junto con una idea atrevida.

¿Y si esta vez fuera yo quien lo dominara?
¿Cómo reaccionaría?
Conocía sus puntos débiles… tal vez podría tomar ventaja.

Me incorporé lentamente, aún temblorosa tras el clímax, y con una mano firme empujé a Shadow contra el colchón. De sus labios se escapó un sonido entre sorpresa y gruñido, grave y ronco, que me hizo sonreír con malicia.

—Ahora es mi turno, guapo… —susurré con voz atrevida.

Me acomodé sobre él, mis piernas rodeando su cadera, y el roce de nuestros cuerpos, pleaje contra pelaje, era un calor insoportable que me incendiaba. Descendí despacio, apenas dejando que mi entrada húmeda acariciara la punta de su miembro. El contacto me arrancó un estremecimiento involuntario, mientras que Shadow dejó salir un leve gemido.

Me aferré a sus hombros, todavía jadeante con el eco de mi orgasmo vibrando en mi interior, y lo besé con desesperación, uniendo nuestras bocas en un choque profundo y hambriento. Él soltó el dildo, dejándolo caer sobre las sábanas, y sus manos fuertes se aferraron a mis muslos, apretando con tal fuerza que sentí cómo quería marcarme.

—Rose… —murmuró, con la voz ronca y cargada de deseo— aún no tengo puesto el condón.

—Solo voy a jugar un poco contigo… —murmuré con picardía, inclinándome hacia él.

Me enderecé lentamente y, con un movimiento calculado, descendí apenas lo suficiente para sentir la punta de su miembro abrirse paso dentro de mí, solo lo justo para temblar y para hacerlo gruñir bajo mi cuerpo. No más.

Una sonrisa traviesa se dibujó en mis labios mientras arqueaba la espalda y me inclinaba hacia atrás, disfrutando de la visión de nuestra unión, de cómo la punta palpitante apenas me reclamaba. Mis ojos bajaron hacia la base, y la curiosidad me recorrió entera.

Shadow notó mi mirada y negó con la cabeza, su voz grave y cargada de advertencia:
—No, Rose… ni se te ocurra.

Ignoré su orden con malicia, y mis manos se deslizaron lentamente hasta su base.
—Tú jugaste conmigo… ahora me toca a mí. No seas injusto… —susurré, con una sonrisa peligrosa.

Sentí cómo sus dedos se aferraban con más fuerza a mis muslos, sus garras casi hundiéndose en mi piel, como si necesitara contenerse. Cerró los ojos, y el primer gemido ronco escapó de su garganta cuando mis dedos comenzaron a acariciar aquellas protuberancias sensibles.

Las jugueteé con suavidad al principio, rozándolas apenas, para luego apretarlas entre mis dedos, sintiendo cómo reaccionaban al instante. Shadow se estremecía bajo mí, su respiración quebrada, gemidos entrecortados escapando de su autocontrol.

—Maldición… Rose… —gruñó, pero su voz sonaba más como súplica que reproche.

Yo sonreí, deleitándome en su vulnerabilidad, girando las pequeñas bolitas entre mis dedos, viendo cómo se hinchaban y se volvían más rojas, como si vibraran de placer propio.

—Wow… —susurré, fascinada— míralas… están contentas.

Shadow ya no era el mismo de antes; debajo de mí, su cuerpo temblaba con cada caricia a esas protuberancias que no dejaban de hincharse. Sus gemidos eran incontrolables, su voz ronca quebrándose en súplicas.

—Rose… p-por favor… para… se siente… extraño… demasiado… —jadeó, su tono cargado de urgencia y vulnerabilidad.

Yo sonreí, encantada con verlo así, y bajé mi rostro hacia el suyo, susurrando con picardía:
—¿Extraño cómo?

Me moví despacio sobre él, dejando que su miembro apenas saliera y volviera a entrar, rozando justo lo necesario para arrancarle un gemido profundo. Shadow abrió los ojos de golpe, sus pupilas dilatadas al máximo, la boca entreabierta, saliva escapando de la comisura de sus labios, sus colmillos brillando bajo la luz tenue.

—Rose… por favor… te lo pido… —su voz era un gruñido desesperado— Solo… pon el condón y déjame cogerte de una vez.

Su desesperación solo me hizo reír con dulzura traviesa. Incliné la cabeza, lamiendo apenas el borde de su mandíbula, y susurré:
—Está bien… suficiente tortura por un día…

Pero antes de concederle lo que pedía, decidí darle una última provocación. Bajé de golpe, hundiéndome por completo hasta la base, sintiendo cómo mis paredes abrazaban su longitud entera, hasta topar con esas protuberancias ultrasensibles. El gemido que escapó de él fue tan crudo que me estremeció, y yo misma gemí al sentir esa textura vibrante rozar dentro de mí.

Satisfecha con su reacción, empecé a incorporarme para salir y dejarlo colocar el preservativo… pero algo me detuvo.

Un tirón extraño no me dejó avanzar. Miré hacia abajo y me quedé helada: aquellas protuberancias no solo se habían endurecido, ahora parecían extenderse, alargándose como pequeños tentáculos carmesí que se aferraban a mi piel, pegajosos, como si se negaran a soltarme.

—¿Q-qué…? —jadeé, confundida, intentando incorporarme. —Déjame salir.

Tiré hacia arriba, pero cada movimiento hacía que esas extensiones se pegaran más, palpitando contra mí como si tuvieran voluntad propia. Shadow gruñó, sus manos temblando sobre mis muslos, sus ojos brillando con una mezcla peligrosa de placer y desesperación.

—Rose… yo… no lo controlo… —susurró, casi con miedo.

—¿No puedes controlarlo? —pregunté, jadeando, mientras los tentáculos seguían aferrados a mi entrada, impidiéndome moverme.

Shadow tragó saliva, con la mirada enrojecida y los músculos tensos, respirando con dificultad.
—No… no sé qué está pasando… —admitió, su voz ronca y temblorosa— No sabía que podía hacer esto.

Intenté moverme de nuevo, arqueando la espalda, pero los tentáculos se aferraron con más fuerza, palpitando sobre mi piel y obligándome a quedarme unida a él. Busqué su mirada con el corazón desbocado, luchando entre la excitación y la duda.

—Shadow… —susurré, apenas con voz— ¿cuántas posibilidades hay de que… me embaraces fuera de temporada?

Sus ojos se abrieron ligeramente, sorprendido por mi pregunta. Por un momento se quedó en silencio, como si calculase en su mente lo impensable.

—No estoy del todo seguro… —murmuró grave, su aliento cálido contra mi rostro— Pero creo que pertenecemos al tercer grupo… diferentes familias, mismo reino animal… así que… quizá un diez por ciento.

—¿Diez por ciento…? —repetí, más para mí misma que para él.

Diez por ciento era casi nada, casi un milagro. El verdadero problema era que me iba a marcar, pero… hacerlo una sola vez no bastaba para desencadenar el celo durante el Festival de la Unión. Una sola vez no podía cambiarlo todo… ¿o sí?

Respiré hondo y solté toda preocupación, cerré los ojos y me dejé arrastrar por el calor que nos consumía, por el instinto salvaje que me gritaba que me abandonara a él por completo.

Empecé a moverme lentamente, de arriba a abajo, sintiendo cada reacción de Shadow bajo mí. Mis manos se apoyaron firmes sobre su pecho, dominándolo con un control juguetón, mientras sus garras se incrustaban ligeramente en mis piernas, marcando mi piel.

—Rose… —susurró entre jadeos, la voz cargada de urgencia— ¿Qué estás haciendo? D-detente…

Sonreí con picardía, arqueando la espalda para aumentar la presión, mientras mis caderas seguían un ritmo firme.

—Solo estoy tomando el control —murmuré con voz ronca y segura— Relájate… y disfruta. Solo es un diez por ciento.

Cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación, mientras movía mis caderas con un vaivén lento y profundo. Era la primera vez que lo hacíamos sin protección, y todo se sentía completamente distinto. Podía percibirlo de verdad: su forma, su textura, su calor latiendo dentro de mí.

Un gemido escapó de mis labios.
—¡Ahora entiendo por qué todos lo hacen sin preservativo! ¡Se siente demasiado bien! ¡Oh, Shadow… amo cómo se siente!

—Rose… —lo escuché pronunciar mi nombre entre gruñidos, su voz quebrada por el placer—  Yo también… amo cómo se siente. Puedo sentir tus paredes… maldita sea… se siente demasiado bien.

Shadow jadeaba cada vez que me deslizaba sobre él; podía sentir cómo sus músculos se tensaban bajo mi cuerpo, mientras los tentáculos permanecían aferrados a mi entrada, palpando y rozándome de formas que arrancaban estremecimientos aún más profundos.

Desde arriba lo observaba completamente rendido a mí: los ojos cerrados, la boca entreabierta dejando escapar gemidos roncos, sus púas resueltas contra la almohada. La escena era tan erótica, tan perfecta, que un impulso juguetón me hizo querer imitarlo.

—Mira cómo reaccionas sólo por mí… —susurré, arqueando la espalda para hundirme más contra él— Nadie más podría hacerte sentir así. ¿O me equivoco?

—Rose… —jadeó, su voz quebrada entre deseo y desesperación.

Sonreí con malicia y aceleré el ritmo, moviéndome con más fuerza, haciendo que cada embestida de mis caderas llevara el entrenamiento de piernas del gimnasio a su máximo propósito.

—Respóndeme, Shadow… —exigí con un gemido ahogado— ¿verdad que ninguna otra mujer te ha hecho sentir así?

Shadow entreabrió un ojo, confundido, y con la voz entrecortada por sus propios gemidos murmuró:
—Por supuesto que no… eres la única mujer en mi vida, Rose.

Mis pensamientos se oscurecieron por un momento al recordar la noche anterior, cuando Rouge había reaccionado nerviosa al ser interrogada por Blaze sobre Shadow. Demasiado sospechoso. Una punzada de celos me atravesó, y sin contenerme, apreté con fuerza el mechón blanco de su pecho.

—¿Has hecho alguna vez algo con Rouge? —pregunté con un tono cargado de sospecha.

Shadow abrió los ojos, sorprendido, y frunció el ceño.
—¿Qué?

Me deslicé hasta hundirme por completo en él, negándome a moverme, obligándolo a responder.
—Sólo dime la verdad… ¿hubo alguna vez algo entre tú y Rouge?

Sus manos se aferraron a mis caderas, molesto.
—Por supuesto que no.

Shadow Intentó moverse, pero le di una palmada en el pecho, conteniéndolo.
—No, no… no te muevas. Respóndeme. ¿Alguna otra mujer?

—No. —gruñó con firmeza.

Me incliné apenas, moviendo mis caderas de nuevo, arrancándole un gemido ronco.
—¿Me lo juras?

Shadow apretó la mandíbula, mirándome directo a los ojos.
—Te lo juro. Eres la única mujer con la que he tenido cualquier interacción romántica o sexual.

Una sonrisa triunfal se dibujó en mis labios. Me incliné para besarlo con hambre y retomé mis movimientos sobre él, primero con un vaivén firme, luego más rápido, cada vez más profundo, como si mi cuerpo lo reclamara sin descanso. Sentía cómo su respiración se volvía irregular bajo mí, cómo sus manos se aferraban con más fuerza a mis caderas, empujándome a no detenerme. Lo montaba con un ritmo frenético, guiada por el deseo ardiente de llevarlo al límite, de arrancarle hasta el último gemido, hasta sentirlo temblar en mis brazos, perdido solo en mí.

Pero entonces sentí cómo, de repente, en un arrebato brusco y desesperado, empezó a embestirme con un frenesí crudo, cargado de urgencia, haciéndome perder el aliento. Sus manos se alzaron hacia mi espalda, atrayéndome contra su pecho, atrapándome en un abrazo que me robaba toda resistencia.

—¡Shadow…! —jadeé, mi voz quebrada mientras mis caderas eran sacudidas por el ritmo implacable de sus embestidas, tan poderoso que apenas podía sostenerme.

Intenté incorporarme, pero sus brazos me mantenían firmemente sujeta contra su pecho, reclamando todo el control.
—Shadow… n-no… —alcancé a susurrar entre jadeos— No deberías moverte… me toca a mí…

Él no me escuchó. Soltó una de sus manos de mi cintura y la deslizó con firmeza hasta la nuca, atrayéndome hacia él para devorar mis labios en un beso hambriento. Su lengua se enredó con la mía en una danza húmeda y desesperada, ahogando nuestros gemidos en la mezcla de saliva y deseo.

Traté de resistirme, de mantener mi dominio, pero era inútil: ahora era suyo. Estaba completamente rendida, temblando bajo su control, sintiendo cómo cada empuje profundo me llenaba y arrancaba de mi garganta gemidos cada vez más intensos.

Shadow rompió el beso de golpe, dejando un hilo de saliva brillante colgando entre nuestros labios entreabiertos.

—Rose… —gruñó entre jadeos, apretándome contra su pecho— ¡Eres deliciosa! ¡Quiero más!

Sus movimientos eran rápidos, profundos, y cada sacudida hacía que los tentáculos se adhirieran más a mi piel, incrementando la sensación de conexión y excitación. Mis manos se aferraban a su pelaje, a sus hombros, mientras mis uñas rozaban su piel, y no podía evitar gemir su nombre una y otra vez.

—¡Shadow! ¡Ahh… más rápido… no pares…! —grité, mientras sentía cómo mi cuerpo se llenaba de un calor que se expandía con cada embestida.

Su ritmo frenético me llenaba por completo, cada empuje era un golpe de placer que recorría cada fibra de mi cuerpo. Sentí que algo en mí se encendía nuevamente, preparándose para otro clímax intenso mientras los gemidos se escapaban sin control de mis labios.

— ¡Ahh… más…! —grité, arqueando la espalda mientras él me empujaba sin piedad, sus movimientos incontrolables llenándome de un calor abrumador— ¡Sí… sí… así…!

Sus dientes rozaron mi hombro, sus gemidos mezclándose con los míos, y la urgencia en su voz me hacía temblar:

—Rose… ¡No puedo… aguantar más…! ¡Te voy a marcar! ¡Vas a ser solo mía!!

Sentí cómo su cuerpo me presionaba contra él, cómo su fuerza y deseo me envolvían por completo y el calor dentro de mí se intensificó, un nudo en mi vientre que crecía con cada segundo, y mi respiración se volvió entrecortada, jadeante, un eco de la pasión que nos consumía.

—¡Shadow…! —jadeé, mi voz rota—. ¡No te detengas! ¡Márcame!

Sus movimientos se hicieron aún más salvajes, cada empuje más profundo, y finalmente sentí cómo el placer me envolvía por completo, una ola que me arrancaba un grito ahogado:

—¡Ahhh! ¡Shadow! ¡Shadow…!

Mi clímax me recorrió de pies a cabeza, temblando, gritando su nombre, mientras él seguía moviéndose dentro de mí, alcanzando su propio límite. Su cuerpo se tensó, sus gemidos se mezclaron con los míos, y sentí cómo me dio una mordida profunda en mi hombro, liberando su deseo con fuerza dentro de mí, llenándome por completo de sus fluidos. 

Sintiendo por primera vez lo que era ser marcada por un macho, quedé inmóvil jadeando, con el cuerpo tembloroso mientras trataba de recuperar la respiración. Los tentáculos en la base de su miembro me mantenían atrapada, impidiéndome moverme más allá de sus límites. 

Permanecimos así, unidos, compartiendo el sudor y el calor que nos envolvía, escuchando el ritmo desordenado de nuestras respiraciones hasta que, finalmente, aquellos lazos se relajaron y me dejaron libre. Solo entonces pude deslizarme lentamente fuera de él, sintiendo el líquido salir un poco de mi interior, manchando las sábanas. 

Rendida, me acomodé sobre él, usando su brazo como almohada. Llevé mi mano a su pecho, jugando distraída con los mechones blancos que caían sobre él, disfrutando simplemente de su calor y su presencia.

—¿Estás bien, Rose? —susurró Shadow, su voz grave apenas un murmullo.

—Sí, estoy bien —respondí, apoyando la mejilla contra su hombro. 

Me sentía satisfecha, completa, aunque el ligero ardor de la mordida en mi hombro y las marcas de sus garras en mis muslos me recordaban lo intenso que había sido. Casi irónico: Shadow siempre temía lastimarme, y sin embargo, cada encuentro dejaba mi piel marcada por él.

Sus dedos recorrieron mi espalda con suavidad, arrancándome un suspiro mientras me acurrucaba aún más cerca.

—Me alegra escucharlo… —murmuró, con un dejo de sonrisa— Yo… se sintió muy bien hacerlo así. Pero… no deberíamos repetirlo… no todavía. No estamos listos.

—En eso tienes razón… —admití, enredando mis dedos en los mechones de su pecho. Luego, con un atisbo de picardía, comenté: —Aunque, ¿quién hubiera imaginado que tus bolitas podían convertirse en tentáculos?

Shadow dejó escapar un suspiro profundo.
—Tendré que encontrar la manera de replicarlo y tomar evidencia fotográfica para mi expediente médico… La doctora Miller seguro tendrá mil preguntas.

Arqueé una ceja, alzando la mirada hacia él.
—¿Fotografías… para tu expediente médico? ¿Me estás diciendo que tu doctora va a ver tu…?

—Ya lo ha visto —respondió con calma— Hemos llevado un seguimiento del progreso de mi sistema reproductivo.

Aunque sonaba frío y clínico, algo en mi interior se revolvió. No pude evitar sentir la punzada amarga de los celos: la idea de que otra mujer —aunque fuese su doctora— hubiera visto lo que yo consideraba mío, me llenaba de furia.

Sin pensarlo, le di un golpe fuerte en el pecho, arrancándole el aire. Luego me giré de espaldas a él, negándome siquiera a mirarlo.

—¿Y eso a qué vino? —preguntó confundido.

—¡Nada! —respondí con voz cortante, apretando los labios.

Shadow guardó silencio, perplejo, como si intentara descifrar mi repentina hostilidad. Yo, en cambio, me aferré a mi enojo un instante más, hasta que poco a poco el peso del cansancio fue venciéndome, dejándome caer en el sueño entre la calidez de sus brazos.

Pero, de pronto, un tirón brusco en la nuca me arrancó de golpe del descanso. Un dolor punzante recorrió mi cuello, y abrí los ojos de par en par, sobresaltada. Mi mirada se cruzó con la de Shadow: su ceño fruncido, los ojos entrecerrados, la expresión dura y perdida entre el sueño y algo que no comprendía.

—Shadow… —susurré, apenas un hilo de voz, intentando sonar calmada, aunque mi corazón latía con fuerza. Su mano seguía aferrando mi cabello con una presión que me dolía.

Él habló entonces, con una voz fría, distante, sin rastro del hombre con el que había compartido mi amor minutos antes:

—Oh… eres tú, Amy Rose.

El sonido de mi nombre en sus labios me estremeció, pero no de la forma en que solía hacerlo. Esta vez se sintió ajeno, casi desconocido. Me soltó de golpe, como si mi presencia lo hubiera sorprendido, y su mirada recorrió la habitación con movimientos rápidos, desconfiados, tratando de ubicar cada rincón.

Giró de nuevo hacia mí, con un gesto impasible, y dijo con la misma frialdad:

—Parece que… tuvimos coito. Con razón tengo sed.

Antes de que pudiera reaccionar, se incorporó con brusquedad, empujándome hacia un lado de la cama sin cuidado.

—¡Shadow…! —alcancé a decir, con un nudo en la garganta, mirándolo marcharse.

Él ya caminaba hacia la puerta, sus pasos firmes pero tensos, sin voltear siquiera a verme. Me quedé sentada en la cama, con la sábana arrugada entre mis manos, el corazón desbocado y una confusión arremolinándose en mi pecho.

Eventualmente me levanté de la cama todavía aturdida, me acomodé el baby doll con manos temblorosas y salí tras él. Crucé el pasillo en silencio, bajé las escaleras con cuidado, y lo primero que vi fue la luz encendida de la cocina, proyectando sombras largas hacia la sala.

Me acerqué despacio, con el corazón apretado, y allí estaba Shadow: bebiendo un vaso de agua. Lo vació de un trago, lo llenó de nuevo en el grifo y volvió a beber como si hubiera estado sediento durante días. Cuando terminó, dejó el vaso sobre la pila y, sin siquiera voltear del todo, habló con seguridad:

—Tu olor es demasiado fuerte, Amy Rose. Siempre me daré cuenta de tu presencia. Entra de una vez.

Me quedé paralizada un instante. Su voz era firme, clara… pero sus ojos, cuando me atreví a mirarlos de frente, estaban desenfocados, como si mirara a través de mí. Obedecí a medias, entrando con pasos temerosos.

—Shadow… ¿estás bien? —pregunté, apenas reconociendo mi propia voz.

Él no respondió de inmediato. Caminó unos pasos hacia el centro de la cocina, luego giró hacia mí y dijo con naturalidad inquietante:

—Preparamos lasaña, ¿no? ¿Sobró algo?

Me quedé muda un momento, procesando su tono. Finalmente, respondí con vacilación:

—Sí… está en un tupper, en la refrigeradora.

Sin perder tiempo, se dirigió hacia allí, abrió la puerta, sacó el recipiente con las sobras de nuestra cena y lo puso sobre el desayunador. Tomó un tenedor del escurridor de la pila, destapó el tupper y comenzó a comer directamente, frío, sin siquiera dudarlo.

Me acerqué un poco, sorprendida.

—Shadow… eso está frío. Si tienes hambre, puedo calentártelo en el microondas…

De inmediato estiró la mano libre y me empujó hacia atrás. No fue un golpe, pero la brusquedad me hizo dar un par de pasos involuntarios.

—No fastidies. Puedo comer así.

El nudo en mi garganta creció. Nunca me había tratado con esa frialdad. Iba a decir algo más, pero entonces Shadow se dio así mismo un puñetazo en la cara, con fuerza, sin aviso.

—¡Ya entendí! —gruñó, mirando al aire, como si discutiera con alguien invisible— ¡No la vuelvo a empujar así! ¡Maldita sea, eres molesto!

Sentí que la sangre me helaba. ¿Quién era este erizo frente a mí? Me acerqué con cautela, intentando comprender lo incomprensible.

—¿Estás teniendo un terror nocturno? —pregunté, con voz temblorosa.

Él terminó de masticar, tragó, y luego respondió con calma, como si me hablara de algo trivial:

—Algo parecido. Desde que empezamos a ir a terapia, ahora podemos recordar nuestras pesadillas… y hacer un esfuerzo mental para no ahorcarnos. Aunque eso no resuelve el odio propio.

Se llevó otro bocado a la boca y añadió, como si nada, con la misma frialdad que antes:

—Ahora tenemos un resultado interesante.

Y siguió comiendo, indiferente, mientras yo lo miraba con el alma encogida, preguntándome si de verdad conocía al erizo que tenía delante de mí.

Me acerqué solo un poco, temblorosa pero decidida, y con un hilo de voz pregunté:

—¿Quién eres?

Él detuvo el tenedor un instante y volteó hacia mí. Su mirada estaba cargada de soberbia, sin el más mínimo rastro de calidez.

—¿Quién más voy a ser? Soy Shadow The Hedgehog. La forma de vida definitiva.

Sentí que algo se rompía dentro de mí. Ese… no era mi Shadow. Él no se llamaba así desde hacía años, desde que volvió de su viaje. Los demás lo usábamos a veces como broma, como apodo, pero él jamás había vuelto a invocar ese título. La última vez que lo escuché en sus labios lo había dicho con desprecio hacia sí mismo, no con orgullo.

Di un paso más, esta vez con firmeza, sin vacilar.

—¿Dónde está mi Shadow? —pregunté, clavando los ojos en los suyos.

Él arqueó una ceja, burlón.

—En el fondo —respondió con calma inquietante— No te preocupes. Cuando despierte, lo tendrás de vuelta… a esa patética excusa de erizo.

La rabia me estalló en el pecho.

—¡Él no es patético! —repliqué, la voz vibrando de furia.

Él golpeó el tenedor contra el tupper, el sonido metálico resonando como un latigazo, y me señaló con desdén.

—¡Claro que lo es! Se desmorona por tu culpa, pensando en ti todo el tiempo, en tu bienestar, en tus emociones. Ridículo. Patético. 

Él volvió a pinchar un bocado, se lo llevó a la boca con calma insultante, y entre masticadas murmuró con una frialdad que me heló la sangre:

—No eres María. No sé por qué se preocupa tanto.

El mundo entero se detuvo. Mi respiración se cortó de golpe, y la furia me recorrió las venas como fuego líquido. Cerré los puños hasta clavarme las uñas en las palmas, luchando contra el impulso de invocar mi martillo y hacerlo callar de un solo golpe. Pero no lo hice. No podía. Porque, aunque ese ser frente a mí me hería como nunca, sabía que no era mi Shadow el que me estaba hablando. Y si lo lastimaba… él también sufriría.

Tragué la rabia y, con la voz temblorosa pero firme, le espeté:

—Eres un imbécil. Y un grosero.

Él sonrió de lado, como si mi reacción lo divirtiera, y volvió a clavar el tenedor en la comida.

—Solo digo la verdad.

—No, no es la verdad —insistí, dando un paso al frente — Lo que dices es cruel y una mentira. Shadow no es patético. Shadow me ama. Y aunque intentes enterrarlo en veneno, aunque uses su voz y su cuerpo para escupirme estas cosas… sé perfectamente quién es él. Y sé que, en cuanto despierte, me abrazará y me pedirá perdón aunque no tenga por qué hacerlo. Porque ese es mi Shadow.

Él rió, una risa baja, áspera, como si se burlara de mí y de todo lo que me importaba.

—Por supuesto que lo hará —dijo con esa seguridad venenosa, casi disfrutando de cada sílaba— Porque es patético.

 Se inclinó un poco hacia adelante, como si quisiera remarcarlo, y añadió con desdén:
—No sabe controlar sus emociones. Se obsesiona contigo.

Volvió la mirada a la comida, pinchando un trozo con el tenedor con una calma insultante, como si lo que acababa de decir no tuviera peso alguno.

—No fuimos creados para esto —continuó, casi en un murmullo, pero cargado de certeza— No tenemos lo necesario, mentalmente, para manejarlo. Todo es… complicado, confuso, increíblemente estupido.

Me crucé de brazos, conteniendo mis emociones lo mejor que pude, tratando de calmar ese deseo de aplastar al erizo que se estaba burlando del amor que Shadow sentía por mi. Respire hondo y conté hasta diez, fijando mi mirada en él.

Sus ojos se desviaron hacia mí, fríos como cuchillas.

—Te contó que estamos escribiendo, ¿no?

—Sí… me lo contó. —Dice, sin emoción, no queriendo darle más munición para burlarse de mí. 

Shadow ladeó la cabeza, una sonrisa torcida dibujándose en sus labios antes de murmurar:

—Deberías leerlo. Es perturbador. Describe cómo te quiere encerrar dentro de una jaula para que nadie más pueda verte ni tocarte, cómo te tiene atada para que no puedas escapar … cómo te penetra, una y otra vez. Ja, ja, ja . Es enfermizo.

El aire me abandonó de golpe, como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Sentí la sangre helarse en mis venas. Apreté mis brazos con fuerza contra mi pecho, tan fuerte que casi me dolían.

—¿Por qué… por qué me estás diciendo esto? —pregunté firme, sintiendo la rabia en la garganta.

Él levantó la mirada, cruel y satisfecha, y respondió con frialdad:

—Porque puedo.

Dejó el tenedor en el borde del tupper y apoyó el codo sobre la mesa, mirándome fijamente.

—A diferencia de él, yo no te voy a ocultar nada. Cualquier cosa que quieras saber… solo pregúntame.

Mi garganta se cerró, pero me obligué a hablar.

—¿Shadow me oculta cosas?

La carcajada que soltó fue áspera, como vidrio quebrándose.

—Si supieras… la mitad de las cosas que no sabes —dijo con un deleite perturbador— Pero él jamás te lo contará. No quiere que lo veas como lo que realmente es… un ser aún más patético de lo que imaginas.

—¡Basta! —le corté, la voz quebrándose entre rabia y dolor— No te atrevas a hablar así de él.

Él me observó con una calma irritante, como si mis palabras fueran poco más que ruido.

—¿Lo defiendes? Claro que sí. Porque lo necesitas débil. —Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga— Te gusta que se aferre a ti como un cachorro. Te hace sentir importante, ¿no?

—¡No es así! —exclamé, mi corazón golpeando con furia dentro de mi pecho— ¡Yo lo amo!

Amor … —repitió él, como si saboreara la palabra con repulsión, arrastrándola en su lengua como veneno— Una ilusión estúpida. Una excusa para justificar la debilidad. No eres más que carne para darnos placer. 

Apreté los dientes, mi respiración agitada se mezclaba con el calor de la rabia que me ahogaba.

—¡No me hables de esa manera! ¡No soy un pedazo de carne! —le grité, con lágrimas ardiendo en mis ojos, luchando contra la desesperación que quería quebrarme.

Él se enderezo de golpe y en dos zancadas acortó la distancia y, sin aviso, me tomó del cabello con una fuerza brutal, tirando de mi cabeza hacia atrás.

—¡Agh! —gemí de dolor, mis manos subiendo de inmediato para sujetar la suya, intentando zafarme— ¡Suéltame!

Su mirada me atravesó como un cuchillo: fría e implacable.

—Ya te marcamos… —susurró con una sonrisa torcida, su voz goteando crueldad—  Solo falta un poco más de nuestro semen dentro tuyo para que estés lista para la primavera. Vas a dar a luz a nuestras crías. Por eso te elegimos. Tu cuerpo es el único compatible con nuestro ADN. Eres la única… no porque te amamos, sino porque literalmente eres la única capaz de ser la madre de nuestra descendencia.

Un escalofrío helado recorrió mi espalda. Las lágrimas de rabia me nublaron la vista. Todo mi cuerpo me exigía invocar el martillo y destrozarlo, arrancar esa sonrisa enferma de su rostro… pero mi corazón me gritaba, desesperado, que ese no era mi Shadow.

De repente, sin previo aviso, él se golpeó a sí mismo en la cara con tanta fuerza que me soltó. Retrocedió tambaleante, sus manos de golpe aferrándose al borde del desayunador. Su cuerpo temblaba, rígido, como si lo controlaran desde dentro. Y entonces, con un rugido ahogado, inclinó la cabeza hacia atrás y se azotó contra el borde de mármol de la encimera.

—¡Shadow! —grité, el terror clavándose en mi garganta.

El estruendo seco retumbó por toda la cocina. Pero Shadow no se detuvo. Lo hizo otra vez. Y otra. El mármol se manchó con su sangre oscura que corría espesa, grotesca, mientras yo me lanzaba hacia él. Traté de detenerlo, pero se apartó de un empujón y volvió a azotarse. Su piel se abrió, la herida deformando su frente… y luego, horriblemente, comenzó a regenerarse ante mis ojos, como si nada pudiera detenerlo.

—¡Es la verdad! —rugió al aire, con voz desgarrada, hablando con alguien que yo no podía ver— ¡Deja de engañarla con sentimientos vacíos! ¡Admítelo! ¡La única razón por la que estás con ella es porque nadie más puede darnos una familia!

Volvió a golpearse, el estrépito arrancándome un chillido de puro horror.

—¡Para! —grité, corriendo hacia él. Lo rodeé desde atrás, abrazándolo con todas mis fuerzas, tirando de su cuerpo lejos del mármol—¡Basta, por favor, basta! ¡Vas a matarte!

Él forcejeó como un animal enjaulado, sus músculos tensos, las venas del cuello marcándose mientras luchaba contra algo invisible.

—¡Solo intentas cumplir los sueños de María en su lugar! —bramó, su voz partida en furia y agonía.

Lo abracé con más fuerza, pegando mi rostro contra su espalda, ignorando la sangre que manchaba mi ropa.

—¡Paren de pelear, ustedes dos! —grité, con la garganta rota— ¡Paren ya! ¡Me están destrozando!

—¡Díselo a él! —rugió Shadow, todavía forcejeando.

Su cuerpo se sacudía como un animal atrapado y yo lo sujetaba con todas mis fuerzas, mis brazos ardiendo por la tensión. No tuve otra opción que abrir la boca y gritar con todo lo que tenía, un sonido agudo, desesperado, que desgarró mi garganta hasta hacerme arder por dentro.

De repente, sentí cómo su cuerpo se estremecía en un espasmo violento… y luego, la resistencia desapareció. El aire se llenó de un silencio espeso, solo roto por mi respiración entrecortada.

—…Rose? —dijo entonces, con voz quebrada. Pero esta vez no era fría, ni cruel, ni helada. Era cálida. Era mi Shadow.

Mis lágrimas se desbordaron de golpe.

—¡Shadow! —solté, sollozando, abrazándolo con fuerza— Shadow…

Él bajó la cabeza, jadeante, sus ojos aún oscuros y turbios, pero con un brillo distinto, el brillo que reconocía.

—Arruiné tu desayunador… —murmuró, la culpa pesándole en la voz.

Abrí los ojos y vi la encimera: manchada de sangre, rota, el borde de mármol astillado por los golpes.

—Eso no me importa —dije rápido, negando con fuerza, mis manos temblando al acariciar su pecho— Estás despierto. Eso es lo único que me importa.

Shadow se giró lentamente sobre sí mismo, apartándose apenas un paso de mí. Bajó la cabeza y cerró los puños, como si no pudiera mirarme a los ojos.

—Lo siento, Rose… lo siento… —su voz se quebró, apenas un murmullo— Perdóname… yo…

Me limpié las lágrimas con el antebrazo, aunque siguieron cayendo sin control.

—Yo entiendo, Shadow… —susurré, mirándolo con ternura a pesar del dolor— Todo está bien.

Shadow levantó la vista, sus ojos húmedos, ardiendo en una mezcla de dolor y sinceridad.

— Rose… No eres un útero para mí, no eres un medio para tener una familia biológica. —dijo con voz rota, pero firme— Yo te amo... Amo tu risa, tu fuerza, tu forma de mirar el mundo. Amo todo lo que eres, y no lo que puedas darme.

Se inclinó hacia adelante, abrazándome con fuerza, su voz quebrándose como si cada palabra se desgarrara desde lo más profundo de su pecho.
—Cuando te miro, no pienso en hijos, en deberes o en expectativas… pienso en lo afortunado que soy de que existas en mi vida. Eres lo que más amo en este mundo, Rose.

Lo rodeé con mis brazos, pegando mi frente contra su pecho aún ensangrentado, mis manos aferrándose con desesperación, como si de esa forma pudiera contener la tormenta que lo consumía por dentro. Pero aunque lo abrazaba con toda mi fuerza, no podía evitar sentir mi corazón quebrarse.
—Shadow… —susurré, con los ojos llenándose de lágrimas— ¿es verdad que soy la única que puede darte hijos?

Él me apretó más fuerte, temblando, con la respiración agitada contra mi cabello.
—El loquero… —empezó, la voz entrecortada— me pregunto por qué solo me atraía tu olor. Dijo que lo normal era sentir interés por varias personas al inicio, que lo mío era… irregular.

Me molestó escuchar eso y respondí con firmeza:
—¡Eso no es irregular!

Shadow suspiró, con un dejo de cansancio.
—Rose, tú estuviste enamorada de Sonic por años. Era normal que no percibieras otras feromonas… pero aun así, me encontraste atractivo, ¿no?

—Sí… —admití en voz baja.

Él entonces murmuró, con un peso extraño en sus palabras:
—Ahí está el problema…

Tomó aire, como si le costara sacar la verdad de su garganta.
—Le llevé una muestra tuya a la doctora Miller. Ella comparó tu ADN con el de otras mujeres… buscó mi compatibilidad en todas las direcciones posibles. Y tú… —su voz se quebró aún más, al borde del sollozo— tú fuiste la única capaz de soportarlo.

Mis brazos lo rodearon con más fuerza, mis lágrimas empapando su pelaje.
—Así que… sí soy única —susurré, con la voz rota.

Él apoyó la frente sobre mi hombro, su respiración temblorosa.
—Eres capaz de sobrevivir a tener mi descendencia… pero incluso así, la doctora dijo que tendrías que tomar medicamentos, y recibir apoyo médico. No será fácil, Rose… no es justo para ti.

Mi corazón se apretó con tanta fuerza que me faltó el aire. Lo abracé como si mi vida dependiera de ello, dejándome llorar en su pecho, derramando todo lo que no podía poner en palabras.
Él, entre sollozos, murmuró:
—Por favor… no me odies.

Me aparté apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos, mis manos tomando su rostro ensangrentado con firmeza, obligándolo a verme.
—Nunca podría odiarte, Shadow. Nunca. Yo te amo… con todo mi corazón. No me importa lo que eres, ni tu pasado, ni lo que hicieron contigo. Te amo por quien eres, por lo que veo en ti, por el hombre que lucha contra sus propios demonios cada día. Eres el amor de mi vida. 

Shadow cerró los ojos, y al fin dejó escapar un sollozo contenido, hundiendo su rostro en el hueco de mi cuello mientras me abrazaba como si temiera perderme.

Nos quedamos así, aferrados el uno al otro, atrapados entre nuestro calor y las lágrimas, sin querer romper ese instante. El mundo parecía haberse detenido, hasta que un sonido seco retumbó contra la puerta principal.

Ambos levantamos la cabeza de inmediato. El eco de los golpes se repitió una vez más, seco, fuerte, autoritario. Nos miramos en silencio, con la respiración entrecortada, y con pasos lentos y pesados caminamos hacia la sala.

Entonces lo escuchamos con claridad: una voz grave, firme, que se filtró desde afuera, acompañada de más golpes en la puerta.
—¡Policía! ¡Abran la puerta!

Sentí que el alma se me iba al suelo.
—Ay no… otra vez… —susurré, con la garganta cerrada.

Shadow me miró de reojo, la expresión seria.
—Yo les abriré. Ve y cámbiate.

Miré hacia abajo y recién fui consciente de mi estado: llevaba puesto el babydoll, ahora manchado con gotas oscuras de sangre. El rubor me subió de golpe a la cara; no podía dejar que me vieran así.

Salí corriendo hacia el cuarto de lavado, el corazón martillándome. Me lave el rostro y las manos en la pila rápidamente, quitandome la sangre del pelaje. Después de secarme,   rebusqué en la canasta de ropa limpia, hasta que encontré algo sencillo: ropa interior, una blusa de manga larga y un pantalón de pijama holgado. Me despojé del baby doll lo más rápido que pude, y me vestí a toda prisa.

Al salir del cuarto de lavado, me encontré con la escena: Shadow, cruzado de brazos en la entrada, erguido y frío como una muralla oscura. Frente a él, dos oficiales. Las mismas de la vez pasada.

La coyote de pelaje claro y la canguro de complexión robusta.

Ellas lo observaban con atención, serias, aunque la incomodidad se les notaba en los ojos. Shadow no había dicho una palabra aún, pero la tensión en el aire era palpable, como si la sala se hubiera vuelto demasiado pequeña para contenerlos a los tres.

Me acerqué con pasos lentos, intentando controlar el temblor de mis piernas, y me acomodé al lado de Shadow, aferrándome a su brazo. Alcé la vista hacia las oficiales y, forzando una sonrisa débil, saludé en voz baja:
—Hola…

La coyote fue la primera en responder, con un tono firme y directo:
—Recibimos una denuncia por posibles disputas domésticas en este domicilio.

La canguro ladeó la cabeza, sus orejas se movieron apenas, y sus ojos se clavaron en la frente ensangrentada de Shadow.
—Y parece que esta vez sí es cierto… Comandante, ¿está bien?

Shadow habló con serenidad, aunque su voz tenía un filo de cansancio:
—Como ven, la herida ya se cerró. No fue una pelea. Tuve una pesadilla… y me golpeé sonámbulo contra el borde del desayunador de mármol.

Después me señaló con una mano.
—Rose me detuvo y me despertó antes de que me hiciera más daño.

La canguro me miró con atención, como buscando contradicciones en mi rostro.
—¿Eso es cierto?

Asentí de inmediato, con firmeza, aunque mi corazón latía a mil.
—Sí, es cierto. Si quieren… pueden pasar a comprobarlo.

Las dos oficiales se miraron y luego cruzaron la sala. Yo y Shadow las guiamos hacia la cocina donde el desayunador era evidencia suficiente: la grieta enorme, los restos de sangre todavía frescos, todo parecía una escena sacada de un accidente brutal.

—Vaya grieta… —murmuró la coyote, arqueando una ceja.

La canguro abrió su cuaderno y empezó a anotar con trazos rápidos.
—Entonces, la versión oficial es que se golpeó sonámbulo contra el mármol.

—Así es —confirmó Shadow sin titubear.

La canguro encogió los hombros.
—Eso pasa.

Parpadeé, atónita por lo fácil que aceptaban todo.

—¿Pasa muy seguido? —pregunté, incrédula.

La coyote, mientras fotografiaba el borde roto con su cámara, respondió con voz grave:
—Más de lo que cree. Después de la guerra… y la pandemia que convirtió a todos en zombis metálicos, muchos quedaron con traumas severos. El PTSD se volvió casi cotidiano…

La canguro soltó un resoplido, sin apartar la vista de sus notas.
—Si el gobierno no invierte más en salud mental, esto se va a volver un infierno. Créanme.

La coyote asintió, bajando la cámara.
—Y no olvidemos del síndrome Berserk.

Fruncí el ceño, tratando de hilar recuerdos.
—¿Ese no era… la secuela del Virus Metal?

—Exacto —confirmó la coyote, guardando la cámara en su estuche— Mucha gente quedó con secuelas neurológicas… y de pronto entran en episodios violentos, casi como los zombots. En la mayoría de los casos, es porque olvidan tomarse su medicación.

El ambiente se tensó de golpe cuando la canguro levantó la vista del cuaderno y me examinó con atención. Sus ojos se entrecerraron, como si midiera cada detalle de mi piel.

—Hm… tienes más mordidas que la vez pasada.

Me llevé la mano al cuello de inmediato, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

Shadow no dudó ni un segundo:
—Como lo habrán notado antes, la odaxelagnia es mi parafilia. Rose me da su consentimiento para morderla.

La canguro me sostuvo la mirada, esperando mi reacción. Yo tragué saliva y asentí rápido:
—Sí… así es.

Ella suspiró entre dientes, murmurando con un deje de ironía:
—Eriza suertuda…

Luego cerró la libreta con un chasquido y asintió.
—Muy bien, Comandante. Dejaremos este caso registrado como otro caso más de psicosis. Lamentamos la molestia.

—No se disculpen por cumplir con su deber —contestó Shadow con calma.

—Nos retiramos, que pasen buenas noches —anunció la coyote, y ambas caminaron hacia la puerta.

Los seguimos hasta la salida y desde allí, vimos cómo las oficiales cruzaban mi jardín y se subían a su patrulla. Al otro lado de la calle, noté un movimiento tras una cortina. Era mi vecina, la señora Myrna, la osa chismosa, espiándonos sin disimulo.

No lo pensé dos veces: rodé los ojos, estiré un párpado con un dedo y le saqué la lengua antes de cerrar la puerta de golpe.

El silencio regresó a la casa, pesado, envolvente. Shadow se giró hacia mí, su voz recuperando un tono práctico y sereno:

—¿Dónde guardas tus artículos de limpieza?

Exhalé con un suspiro largo, apartando un mechón de cabello de mi cara todavía desordenada.
—En el lavadero… vamos.

Shadow y yo trabajamos en silencio, hombro con hombro, frotando el mármol y el piso hasta que la sangre espesa y oscura desapareció. Nos tomó tiempo; cada mancha parecía resistirse, como si quisiera quedarse grabada en la cocina. Cuando terminamos, Shadow se enderezó, respirando hondo, y se dirigió al baño para lavarse el rostro.

Mientras lo esperaba, me dejé caer en una silla y revisé mi celular. La pantalla iluminó mi cara en la penumbra: 3:40 de la mañana. Suspiré. Mi alarma sonaría en veinte minutos. Tenía que alistarme para ir a trabajar.

Me levanté arrastrando los pies y fui a la cocina. El aroma del café recién molido empezó a llenar el aire, cálido y reconfortante cuanto encendí la cafetera. Preparé un par de sándwiches, cortando el pan con cuidado, como si ese gesto cotidiano pudiera devolver algo de normalidad. Serví todo en la mesa justo cuando escuché sus pasos firmes acercándose.

Shadow entró a la cocina ya vestido: chaqueta, guantes y sus AirShoes puestos, listo para salir. Cuando me vio, sonrió suavemente y se inclinó para darme un beso en la mejilla. Ese gesto sencillo hizo que mi pecho se aflojara un poco.

Se sentó a mi lado y comenzó a desayunar conmigo. Yo lo miré de reojo, todavía con un nudo en la garganta, y me armé de valor para hablar:
—¿Puedes… enviarme al menos un mensaje de vez en cuando? Solo para saber que estás bien.

Él asintió despacio, y murmuró:
—Tú… puedes mandarme mensajes o fotos también, si quieres. Tal vez no responda mucho… pero me gustará recibirlos.

Una sonrisa se me escapó sin poder evitarlo, ligera, esperanzada.
—Espero que te puedas sanar pronto, Shadow.

Él bajó la mirada hacia su taza de café, y respondió en un susurro cargado de sinceridad:
—Espero lo mismo.

Chapter 46: Mi futuro

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Esa mañana de lunes nos despedimos con un beso largo, lleno de amor y anhelo. Nos abrazamos fuerte, aferrándonos el uno al otro como si el tiempo pudiera detenerse, aunque sabíamos que soltar era inevitable. Shadow me regaló una media sonrisa antes de subir al auto militar y encender el motor, perdiéndose poco a poco entre las calles tranquilas de mi vecindario.

Me quedé inmóvil en el jardín, contemplando el camino vacío, hasta que al fin respiré hondo y me dirigí a mi propio auto para ir rumbo a la cafetería.

Al llegar, lo primero que hice —por pura costumbre— fue preparar la orden especial de Shadow. Aunque ya había desayunado conmigo, quería que tuviera algo más que comer después. Ese pequeño ritual me hacía sentir que aún estaba cerca.

La mañana transcurrió entre masas, postres y el aroma acogedor del café recién hecho, hasta que vi a Cream cruzar el umbral de la cocina con Cheese flotando alegremente a su lado. En sus brazos llevaba mi huevo de Chao, seguro dentro de su bolso rosa.

—¡Buenos días, Amy! —me saludó con una sonrisa dulce.

—Buenos días, Cream —respondí, sintiendo que mi propio gesto se iluminaba con solo verla.

Ella se acercó y, con todo el cuidado del mundo, me entregó el bolso.
—Aquí tienes. Espero que lo hayan pasado genial.

—Gracias por cuidarlo, Cream —dije mientras lo tomaba y acariciaba con cariño la superficie lisa del huevo, antes de colgármelo a la espalda como siempre.

Cream rió bajito.
—No puedo esperar para ser mayor y poder ir a una noche de chicas con ustedes.

Solté una risita y le guiñé un ojo.
—El próximo año cumples dieciocho. Te prometo que iremos de fiesta.

Ella suspiró, con una chispa soñadora en la mirada.
—Aunque será hasta diciembre...

—¡Mucho mejor! —contesté entre risas suaves— En diciembre todo está decorado, será aún más especial.

—Supongo que sí — se rió Cream, y yo pude evitar reirme con ella.

Mi jornada en la cafetería transcurrió sin novedades, entre el aroma del pan recién horneado, el murmullo de los clientes y la rutina cómoda de cada día. Pero cuando el reloj marcó la hora de mi salida, sentí un cosquilleo en el estómago: aún tenía pendientes que no podía seguir postergando.

Mientras recogía mi bolso, me acerqué a Vanilla y le hablé en voz baja, cuidando que nadie más escuchara:

—Vanilla, necesito conversar contigo sobre algo muy importante. ¿Podemos hablar en tu casa más tarde?

Ella me miró con atención, deteniendo por un momento la limpieza de la barra. Suavizó la expresión, notando la seriedad en mi tono.
—Por supuesto, Amy. Ven a la hora de la cena.

Le sonreí con alivio, sintiendo un pequeño peso menos sobre mis hombros.
—Gracias, Vanilla. Nos vemos más tarde.

Con eso, me despedí y regresé a casa... donde me esperaba otro asunto inevitable.

Al entrar a la cocina, mis ojos fueron directo al desayunador. Allí seguía, como un recordatorio de esta madrugada, la enorme grieta en el mármol, extendiéndose como una cicatriz a través de la superficie clara. Pasé la mano por encima con cuidado, siguiendo el trazo irregular. Suspiré. No podía esconderlo: debía enfrentar a la dueña de la casa.

Llamé a la señora Clara, y poco después llegó. La golondrina apareció impecable como siempre, en su abrigo elegante de tonos azulados, con el porte de alguien que cuidaba cada detalle de su vida. Caminó hasta la cocina, observó el desperfecto en silencio y luego se volvió hacia mí:

—Tendré que descontarlo de tu depósito, Amy.

Bajé la mirada y asentí, resignada.
—Lo entiendo.

Se hizo un silencio breve antes de que ella continuara, con un matiz más curioso en la voz:
—Y dime, ¿ya tomaste una decisión? ¿Vas a firmar el nuevo contrato o piensas mudarte?

La miré, y una sonrisa tranquila se dibujó en mis labios.
—No voy a firmar. Hablé con mi novio y decidimos irnos a vivir juntos.

Los ojos de la señora Clara se suavizaron y me dedicó una sonrisa cálida.
—Eso es maravilloso.

Sentí que mi pecho se llenaba de ilusión al pronunciar las siguientes palabras:
—Sí. Vamos a buscar una casa que se ajuste a los deseos y necesidades de ambos.

La golondrina se acercó, con un tono más serio, como una madre dando un consejo.
—Si vas a buscar casa, ten cuidado con la inmobiliaria Dos Soles. Son unos estafadores.

No pude evitar reír suavemente.
—Entendido.

Con ese asunto resuelto y tras despedir en la puerta a la señora Clara, me dirigí a la cocina para prepararme un almuerzo ligero. No tenía demasiadas opciones, ya que Shadow... o mejor dicho, el otro Shadow, se había terminado las sobras de la lasaña. Así que abrí la nevera con un suspiro y reuní lo que encontré: unas verduras frescas, un poco de pan y algo de queso. Nada muy elaborado, pero suficiente para llenar el estómago.

Mientras las verduras chisporroteaban en la sartén y el aroma comenzaba a impregnar el aire, saqué el celular y aproveché para mandar un par de mensajes a Rouge, preguntándole cómo estaba. La pantalla permaneció en silencio, sin respuesta alguna. La inquietud me pinchó en el pecho, pero traté de no darle demasiadas vueltas.

También escribí a Sally, interesada en saber cómo iba su situación. Esta vez recibí una respuesta casi inmediata, breve y apresurada: "Estoy algo ocupada. Hablamos más tarde."

Con eso me resigné, dejando el teléfono sobre la mesa. Terminé de preparar el almuerzo y lo serví en un plato sencillo. Mientras comía, buscando distraerme del vacío de mis mensajes sin contestar, encendí mi celular y puse el video más reciente de Rosie. El sonido chispeante de su voz llenó la cocina de inmediato.

La eriza rosada apareció en pantalla, acomodándose el flequillo con ese gesto dramático tan característico suyo, y exclamó con voz llena de emoción:

—¡Ay, por favor, miren esto! ¡No lo puedo creer!

De inmediato mostró en la pantalla la selfie que me había tomado ayer con Shadow: los dos sonriendo, él con esa expresión seria pero suavizada, yo abrazada a su lado mientras sostenía el enorme ramo de rosas.

—¡No lo puedo creer! —repitió Rosie, tapándose la boca con las manos como si acabara de presenciar algo épico—. ¡El ShadAmy vive! Y los fans están que se vuelven locos. ¿Será que regresaron... o será que en realidad nunca se separaron? Esa es la gran pregunta.

Masticaba mi almuerzo con una sonrisa divertida, agradecida de que al fin se apagara el rumor de que habíamos roto. Pero mi sonrisa se desvaneció en cuanto Rosie, con una mirada traviesa, se inclinó hacia la pantalla.

—Ahora, ahora, ahora... —dijo, ampliando la imagen y señalando mi cuello— ¡Miren esas marcas! ¡Son mordidas! Ay, qué atrevido... ni siquiera se molestó en disimularlo. Y no es solo una, ¡son tres! ¿En qué clase de jueguitos andan estos dos? ¿Un poquito de BDSM, tal vez? Porque yo lo puedo ver, ¡eh!

Rosie guardó un momento de silencio, arqueó una ceja y, con voz maliciosa, remató:
—Seguro hacen la "danza del diablo" afuera, sin pudor alguno.

Me atraganté con un pedazo de verdura y tuve que golpearme suavemente el pecho para no toser frente a la pantalla. Rosie estaba lanzando suposiciones escandalosas sobre mi vida íntima con Shadow... y lo peor era que... bueno, la mitad eran ciertas.

—¡Por Gaia, Rosie! —murmuré para mí misma, cubriéndome la cara con una mano.

Pero, claro, ella no se detuvo ahí.

—En fin —dijo, enderezándose de nuevo— habrá que esperar a ver cuál es el próximo drama de esta pareja, porque siempre pasa algo con ellos. Peeero, hablando de parejas... —se inclinó otra vez hacia la cámara, bajando el tono como si compartiera un secreto con sus seguidores— Como ya todos saben, la situación de la princesa Sally y nuestro héroe Sonic está que arde después de esa pelea afuera del club nocturno Topaz.

—¿Qué pasó ahora? —susurré, con el tenedor suspendido en el aire.

—No solo la princesa Sally dio una disculpa más falsa que una cirugía plástica, ¡por favor! —continuó Rosie, rodando los ojos con exageración— Ni siquiera miraba directo a la cámara. Y ese mensajito en Mobopic... cero gracia, escrito claramente por su equipo de PR.

Me quedé boquiabierta. ¿Sally había dado una disculpa pública? ¿Cuándo había pasado eso? ¿Ayer?

Rosie bajó un poco la voz, como si estuviera contando un chisme prohibido.
—Pero lo que realmente está enloqueciendo a todos... es su guardaespaldas. Sí, hablo del ninja de la agencia de detectives Chaotix.

En la pantalla aparecieron varias capturas de un video grabado con celular a la salida del club. Imágenes borrosas, apenas iluminadas por los faroles, pero lo suficiente para distinguir a Espio interponiéndose entre Sally y Sonic, con una postura firme, dispuesto a todo.

—¡Solo miren esto! —exclamó Rosie, señalando la imagen congelada en pantalla— Tiene toda esa vibra de "te protegeré con mi vida". Y claro, todas están perdiendo la cabeza por él. Ahora todo el mundo se pregunta: ¿lo de Sally y Espio es solo profesional... o hay algo más?

Con un movimiento ensayado, Rosie se acomodó el cabello y continuó con tono pensativo:
—Lástima que la calidad del audio en los videos sea tan mala; apenas se entiende lo que dicen. Pero ya hay varios comentarios en línea resumiendo la pelea. Estoy pensando en recopilarlos y armar una historia más clara para ustedes.

Acto seguido, guiñó un ojo a la cámara, lanzó un beso y canturreó:
—Bueno, mis amores, nos vemos en la próxima. Tengo un poco de investigación que hacer.

La pantalla se oscureció y yo me quedé inmóvil, con el plato de comida olvidado frente a mí, el tenedor suspendido en el aire y la mente dando vueltas. Apenas podía procesar todo lo que acababa de escuchar.

Sin pensarlo dos veces, me limpié las manos con una servilleta, tomé el celular y corrí a buscar el dichoso video de la disculpa pública de Sally.

No tardé mucho en encontrar el video. La transmisión mostraba a Sally de pie frente a un podio metálico, iluminada por los reflectores de la prensa. Vestía el traje azul marino que se había comprado en el mall unas semanas atrás; el cabello lo llevaba recogido en un moño alto, aunque algunos mechones rebeldes caían a los lados de su rostro. Bajo los ojos se notaban leves sombras, evidencia clara de cansancio... y probablemente de la resaca de la noche de chicas del sábado.

A su derecha estaba Espio, erguido en su traje ninja, un poco más abrigado de lo habitual, con la bufanda cubriéndole parte del rostro. Sus ojos escaneaban constantemente el entorno, cada movimiento calculado, como si en cualquier momento alguien pudiera saltar desde las sombras. A la izquierda de Sally se encontraba un viejo ardilla de pelaje castaño apagado y baja estatura. Llevaba un chaleco gris que dejaba a la vista su brazo derecho protésico, cruzado firmemente sobre el pecho en una postura seria y protectora.

Sally tomó aire, apoyando ambas manos sobre los costados del podio. Sus dedos tamborilearon apenas contra el metal antes de detenerse; tragó saliva y levantó la barbilla.

—Buenas tardes a todos —empezó, con la voz un poco áspera, aunque firme.

Durante un instante, desvió la mirada hacia la multitud de periodistas, cámaras y micrófonos que se agolpaban frente a ella. El leve movimiento de sus hombros delató su incomodidad antes de recomponerse y volver a mirar de frente.

—Me presento hoy ante ustedes porque considero que la ciudadanía merece una explicación directa de mi parte. En las últimas horas ha circulado un video en el que aparezco en estado de ebriedad, discutiendo con Sonic y llegando incluso a abofetearlo.

Un murmullo recorrió la sala, pero Sally no se dejó intimidar. Inspiró de nuevo, ajustó su postura y prosiguió con voz más clara:

—Quiero empezar por reconocerlo sin excusas: lo que se ve en ese video es real, y es inaceptable. Ese no es el comportamiento que se espera de una servidora pública, ni el que yo misma deseo representar. Lamento profundamente mis actos y ofrezco una disculpa sincera, tanto a Sonic como a cada persona que confía en mí para liderar con respeto y responsabilidad.

Al decir "sincera", se llevó una mano brevemente al pecho, como reforzando la palabra, antes de volverla a apoyar en el podio.

—Soy consciente de que la confianza se construye con hechos y no solo con palabras. Por eso, estoy tomando medidas personales para asegurarme de que esto no vuelva a repetirse. He decidido evitar por completo el consumo de alcohol en espacios públicos y me comprometo a enfocarme en mis deberes con la seriedad que estos merecen.

Mientras hablaba, el viejo ardilla a su izquierda asintió lentamente, como respaldando sus palabras. Espio, en cambio, no dejó de observar a los costados, aunque la tensión en su postura parecía suavizarse apenas.

—Sé que he decepcionado a muchos con mi conducta, y entiendo que pedir perdón no borra lo ocurrido —continuó Sally, inclinándose un poco hacia adelante, como buscando conectar con la multitud— Pero sí puedo asegurar que este error no define quién soy ni cuál es mi compromiso con ustedes. Aprender de los momentos difíciles también forma parte de liderar, y voy a demostrarlo con acciones y resultados.

Guardó una breve pausa, los labios apretados, y luego finalizó con voz segura:

—Les agradezco por escucharme y por darme la oportunidad de corregir el rumbo. Mi compromiso sigue siendo el mismo: trabajar por nuestra comunidad con responsabilidad, con respeto y con la convicción de que podemos construir un futuro mejor.

Enderezó los hombros y bajó lentamente la vista hacia el podio.
—Gracias.

Los flashes de las cámaras iluminaron su rostro cansado, y los murmullos del público llenaron el aire en cuanto ella dio un paso atrás.

Terminé de ver el video y solté en voz baja:
—Pobre Sally...

Me recosté un poco más en la silla, con el teléfono aún en mi mano mostrando la pantalla en negro del final de la transmisión. Me mordí el labio, sintiendo un nudo en el pecho.

Yo también había recibido insultos, acusaciones y rumores desde que los tabloides convirtieron mi relación con Shadow en un espectáculo. Inventaron historias absurdas sobre un triángulo amoroso entre Sonic, Shadow y yo; me acusaron de usar a Shadow para darle celos a Sonic; incluso me habían gritado insultos en persona, en medio de una protesta purista. Pero a pesar de todo eso, nunca tuve que presentarme ante el público a dar explicaciones, y mucho menos disculpas.

Esa era la diferencia entre Sally y yo.
Ella era una política.
Yo, solo una repostera.

Miré mi plato medio olvidado y volví a tomar el tenedor, masticando lentamente las verduras ya frías. Ciertamente, las cosas no habían sido fáciles para Shadow y para mí... pero dentro de todo, teníamos la libertad de amarnos como quisiéramos. ¿Podía Sally decir lo mismo? ¿Podía amar a quien quisiera sin que la juzgaran los ciudadanos que ella representaba?

Un suspiro se me escapó sin darme cuenta. Terminé mi almuerzo en silencio, llevé los platos al fregadero y los lavé con movimientos mecánicos, todavía con esas preguntas rondando en mi cabeza.

Con el bolso colgado al hombro y el huevo de Chao acunado contra mi pecho, subí despacio las escaleras hacia mi habitación. Empujé la puerta y, apenas di unos pasos al interior, la escena frente a mí me arrancó un sonrojo inevitable. Allí estaba la evidencia de la noche anterior: manchas secas y oscuras se extendían sobre mis sábanas rosadas, testigos descarados de la pasión que había compartido con Shadow.

Dejé el huevo y el bolso sobre el escritorio con cuidado y me acerqué a la cama. Tomé a mi peluche Dulcito entre los brazos, mis ojos fijos en la mancha que lo alcanzaba también. Mi mejilla ardió un instante, y luego un suspiro escapó de nuevo, más pesado.

Era la tercera vez que me tocaba lavar las sábanas por la misma razón. La tercera vez que aquel recuerdo físico me obligaba a enfrentarme al detergente y la lavadora. Y mientras las recogía, no pude evitar pensar que, cuando viviéramos juntos, estas escenas serían más frecuentes... tal vez diarias. ¿De verdad tendría la paciencia para seguir lavándolas todas las veces?

Sacudí la cabeza, como queriendo apartar esos pensamientos antes de enredarme demasiado. Con un movimiento resignado, arranqué las sábanas de la cama y las amontoné en mis brazos junto con Dulcito, que ahora parecía mirarme con reproche silencioso.

Sin darle más vueltas, abrí la puerta de mi habitación y emprendí el camino hacia las escaleras, rumbo al cuarto de lavado. Metí todo en la lavadora, giré el dial y la puse a funcionar. El sonido del agua llenando el tambor me acompañó mientras regresaba a mi habitación. Abrí el armario y saqué un juego de sábanas limpias; el aroma a tela recién doblada me reconfortó un poco mientras las extendía sobre el colchón. Una vez tendida la cama, tomé con delicadeza el huevo de Chao y lo acomodé en el centro, arropándolo con un doblez de la sábana.

Al girarme hacia mi mesita de noche, mi mirada se topó con la otra evidencia de la noche pasada: la rosa y el dildo que habíamos usado, aún manchados con rastros secos de placer. Un suspiro pesado se me escapó sin querer. Los tomé entre mis manos con cierta incomodidad y salí rumbo al baño.

Abrí la llave del lavamanos, dejé correr el agua tibia y comencé a enjuagarlos con jabón de manos. El olor limpio contrastaba con la sensación extraña de sostenerlos. En especial el dildo... solo mirarlo me devolvía escenas nítidas de Shadow usándolo conmigo. La calidez me recorrió el vientre, como si mi propio cuerpo recordara cada detalle mejor que mi mente.

Aún me costaba asimilarlo todo. Había en mí una mezcla de pudor y emoción, la incomodidad propia de lo nuevo, pero también la certeza de que estaba aprendiendo a conocer otra faceta de mí misma... y de Shadow. Podía contar con las manos las veces que nos habíamos descubierto físicamente, y sin embargo cada encuentro era un universo distinto: una lección, un experimento, una entrega. Y quedaba tanto más por explorar juntos.

Froté los juguetes con cuidado, enjuagué cada rincón y los dejé escurrir en la pila, brillantes y limpios como si nada hubiera ocurrido. Cerré el grifo, me sequé las manos y regresé a mi habitación.

Me senté frente al escritorio, encendí la computadora y abrí el navegador. El reflejo de la pantalla iluminó mi rostro mientras tecleaba con cierta timidez: inmobiliarias, casas en venta.

Empecé a investigar a fondo entre páginas web y galerías de fotografías, buscando casas que tuvieran las características que ambos habíamos discutido. Una cocina amplia y luminosa, un garaje espacioso, un estudio acogedor, una oficina para Shadow, varias habitaciones, un jardín delantero y trasero lo bastante grandes como para llenarlos de vida... una casa práctica, pero con estilo.

—La locación... —murmuré para mí misma, deteniéndome un instante. Lo más lógico era que estuviera cerca de Central City. Después de todo, allí estaban tanto las oficinas centrales de Neo G.U.N. como la academia de repostería.

Afiné mis filtros de búsqueda, decidida a dar con el lugar perfecto. Y puedo decir que me metí de lleno en ello. Terminé explorando páginas de inspiración, guardando fotos de cocinas modernas, salas acogedoras, dormitorios llenos de luz, paletas de colores para las paredes, estilos de muebles, ideas de decoración. Imagen tras imagen fueron quedando almacenadas en una carpeta improvisada en mi computadora, como si pudiera armar nuestra casa pieza por pieza en la pantalla.

Con todos los conocimientos que había adquirido en mis años de reconstrucción, armé un documento detallado con las casas que más me habían gustado y que cumplían con los parámetros que habíamos establecido. Hice listas de pros y contras, comparé ubicaciones, precios, antecedentes de los dueños. Incluso anoté las ideas de diseño que me gustaría aplicar en cada espacio.

Cuando por fin levanté la mirada de la pantalla, me sorprendí: habían pasado horas. Pero ahí estaba, mi archivo perfectamente ordenado, como una maqueta de nuestro futuro. Y aunque solo era un documento en mi computadora, sentí que era el primer ladrillo de la vida que íbamos a construir juntos.

—¿Debería enviarlo a Shadow?—murmuré para mí misma, apenas un hilo de voz escapando de mis labios.

Me quedé inmóvil después de decirlo, como si esas palabras hubieran congelado el aire a mi alrededor. Apenas ayer habíamos hablado de mudarnos juntos, de empezar a planear nuestro futuro bajo un mismo techo... y ahora yo ya tenía un documento completo: organizado, con pros, contras, precios, ubicaciones, fotos y hasta anotaciones de decoración. ¿No era demasiado? ¿Muy apresurado? ¿Demasiada intensa?

La idea de presionarlo me golpeó como un balde de agua fría. Lo último que quería era que Shadow se sintiera acorralado por mi entusiasmo, justo ahora que estaba lidiando con tantas batallas dentro de su cabeza.

Subí las piernas sobre la silla y las abracé fuerte contra mi pecho, hundiendo la cara entre mis rodillas. El nudo en mi garganta me apretaba con fuerza, y mi mente empezó a llenarse de esos pensamientos que siempre aparecían para atormentarme: ¿y si lo asusto? ¿y si cree que me estoy adelantando demasiado? ¿y si piensa que no lo dejo respirar? Esa inseguridad me carcomía despacio, susurrándome que tal vez estaba repitiendo errores del pasado.

Respiré hondo, intentando tranquilizarme.

Shadow no es como Sonic...— me recordé, repitiendo esas palabras como un mantra.

Él me había dicho que me quería tal como soy, con mis defectos, con mis prisas, con mi intensidad. Así lo había dicho, y había sonreído cuando lo hizo. Tenía que confiar en eso. Tenía que confiar en él.

Solté un largo suspiro y enderecé la espalda, obligándome a bajar los pies de la silla. Me senté bien frente a la computadora, mis dedos temblando apenas mientras transformaba el archivo en un PDF. El sonido del clic final me dio una especie de alivio extraño.

—¿Cuál es el correo de Shadow? —pensé en voz alta, frunciendo el ceño. ¿Siquiera lo usará? Me lo imaginé mirando la pantalla con expresión seria, tecleando con lentitud y frunciendo las cejas, y tuve que sonreír un poco, nerviosa.

Miré la hora en la esquina inferior de la pantalla: 5:30pm. Seguramente aún estaba en la oficina. Tomé mi celular y, con cierta duda, le escribí a Chiquita:

Yo: ¿Shadow está en su oficina?

No tardó nada en contestar.

Chiquita: Sí, pero yo salgo en treinta minutos. ¿necesitas saber algo del Comandante?

Me mordí el labio inferior. Dudé unos segundos más, hasta que al final me decidí:

Yo: ¿Podrías darme su correo? Necesito enviarle un documento.

Chiquita: Yo manejo su correo, ¿es algo personal?

Yo: Algo así, pero confío en mi espía elite.

Ella me lo envió enseguida, acompañándolo con su toque característico de entusiasmo:

Chiquita: ¡Siempre a la orden! Y no te preocupes Amy, yo misma lo imprimo y se lo doy antes de irme.

Yo: Gracias Chiquita.

Con un nudo en el estómago, envié el PDF. Después me quedé mirando la pantalla como si fuera a explotar en cualquier momento, los dedos jugueteando nerviosos contra el borde del escritorio. Los minutos parecieron eternos hasta que, diez más tarde, mi celular vibró.

Chiquita: Listo, ya está en sus manos 😉.

Me quedé quieta, el corazón latiéndome fuerte contra las costillas. Ya no había marcha atrás: Shadow tenía mi documento en sus manos.

La espera se volvió insoportable. Intenté ordenar algunos adornos, alineé un par de lápices, cerré y abrí un par de gavetas que no tenían nada que ver con lo que pasaba en mi cabeza. Luego me levanté, caminé de un lado a otro de la habitación sin rumbo, hasta que terminé dejándome caer sobre la cama. Abracé el huevo de Chao contra mi pecho y lo acaricié suavemente, como si con ese gesto pudiera calmar los nervios que me consumían por dentro.

El vibrar del celular sobre la mesa de noche me hizo dar un respingo. Me incorporé de golpe, con el corazón en la garganta. Tragué saliva, los dedos me temblaban cuando desbloqueé la pantalla. Era de Shadow. Sentí un nudo fuerte en la garganta mientras lo abría, el estómago hecho un revoltijo de ansiedad.

Shadow: Leí el documento que me enviaste. Está muy bien investigado. Mañana lo revisaré con más detalle y te daré mi opinión completa. Gracias por tomarte el tiempo en hacerlo tan rápido.

Un suspiro de alivio escapó de mis labios antes de que me diera cuenta. No estaba molesto. No se había sentido presionado. Al contrario... me estaba agradeciendo. La tensión en mis músculos se disolvió de golpe y me dejé caer de espaldas sobre el colchón, con una sonrisa cansada en el rostro.

Entonces la alarma de mi celular sonó otra vez. Otro mensaje. Mi pulso se aceleró de nuevo, aunque esta vez con una chispa de expectativa.

Shadow:Si no es mucha molestia, ¿podrías buscar una agencia de mudanza confiable? Tenemos que dejar todo listo cuanto antes.

Una risa suave me escapó de la garganta. Esa simple frase me arrancó una sonrisa amplia, sincera, que iluminó mi rostro. Teclé de inmediato:

Yo: A la orden, Comandante.

No tardó ni un minuto en contestar:

Shadow: Confío en que cumplirás con la misión, Agente Rose.

Esta vez sí solté una carcajada sonora, auténtica, que llenó la habitación. Podía escucharlo en mi mente, con ese tono serio disfrazando su humor, como si realmente me estuviera dando una orden en persona. Me quedé abrazada al huevo de Chao, riendo todavía, con el pecho ligero y el corazón tibio. Qué bien se sentía poder comunicarme con él, aunque solo fuera a través de unos simples mensajes.

Miré la hora: casi las seis. Vanilla solía preparar la mesa a las siete en punto, así que aún tenía tiempo. Me levanté de la cama y decidí darme una ducha rápida para despejarme. El agua tibia alivió la tensión acumulada en mis hombros y, al salir, me envolví en una sensación de frescura renovada.

Elegí un vestido sencillo y cómodo, me puse encima un abrigo ligero y aseguré en mi espalda el bolso especial del Huevo Chao, cuidando de que quedara bien protegido. Eché un último vistazo a la casa, apagué las luces y crucé mi pequeño jardín hasta llegar al auto.

El motor de mi Mini rugió suavemente al encenderse, y pronto me encontré conduciendo por las tranquilas calles de Green Hills, disfrutando de la familiaridad del camino hasta el vecindario de Vanilla. Aparqué frente a su casa y, tras bajar del coche, puse el seguro con un clic.

Caminé por el sendero del jardín y toqué suavemente la puerta. No había terminado de apartar la mano cuando esta se abrió de inmediato, revelando a una sonriente Cream que me recibió con esa calidez tan suya.

—¡Hola, Amy! —dijo con entusiasmo— ¡Pasa!

La seguí adentro, dejando que el calor hogareño me envolviera como un abrazo. Esa casa tenía un aire nostálgico, lleno de paz, que siempre me hacía sentir bienvenida. Caminé tras Cream hasta el comedor, donde Vanilla ya estaba sirviendo los platillos.

Sobre la mesa reluciente, cubierta con un mantel rojo recién alisado, había ensalada fresca, espaguetis en salsa blanca y pan de ajo tostado, todos dispuestos con el cuidado y la elegancia de Vanilla. Era la misma mesa nueva que Shadow había comprado tiempo atrás para reemplazar la que había roto durante nuestra primera discusión de pareja.

—Huele delicioso, Vanilla —comenté al acercarme, con una sonrisa genuina.

Ella rio suavemente mientras dejaba el último plato en la mesa.
—Siempre dices lo mismo, Amy... pero gracias.

Me senté junto a Cream, colocando con cuidado el bolso del Huevo Chao en la silla contigua, como si también tuviera su lugar reservado en la cena. Vanilla empezó a servirnos, llenando los platos con esa calidez maternal que tanto la caracterizaba.

Empezamos a comer, y no pude evitar dejar escapar un pequeño sonido de placer. La comida de Vanilla siempre era así: deliciosa, reconfortante, como un abrazo en cada bocado. El espagueti estaba perfectamente cremoso, el pan crujía en su punto justo y la ensalada tenía ese frescor que solo Vanilla lograba darle. Jamás podría cocinar tan bien como ella, y no me importaba admitirlo; de hecho, cada vez que probaba uno de sus platillos, sentía que mi propia comida era apenas un intento torpe a su lado.

Durante unos minutos reinó un silencio cómodo, solo interrumpido por el tintinear de los cubiertos y el murmullo de Cheese revoloteando alrededor de la mesa, después de haber terminado su propia comida. Fue entonces cuando Vanilla me miró con serenidad y preguntó:
—Y bueno, Amy, ¿cómo estás? Dijiste que querías hablar de algo importante.

Dejé mi tenedor a un lado y tomé un sorbo de mi refresco para aclarar la garganta. Sentí un nudo en el estómago, mezcla de nervios y emoción.
—Sí... tengo un par de noticias importantes. —Respiré hondo y continué— Shadow y yo seguimos en pausa, pero logré hablar con él ayer. Primero, decidimos mudarnos juntos. Tenemos que buscar casas y planear la mudanza, así que puede que ya no esté tan cerca de aquí.

Vi cómo las orejas de Cream bajaban de inmediato, como si se desinflaran, pero enseguida se animó y sonrió con dulzura.
—¡Qué bien, Amy! Estás dando un paso hacia tu sueño.

Yo también sonreí, aunque me temblaban un poco las manos sobre la mesa.
—Sí... voy a tener por fin mi casa de ensueño. Estoy muy nerviosa, la verdad. Tiene que ser un lugar en el que tanto Shadow como yo seamos felices.

Vanilla asintió con calidez.

—Estoy muy feliz por ustedes dos.

Me animé a seguir, porque lo más grande aún estaba por salir.
—Y lo segundo... es que lo he considerado, y voy a ingresar a la Academia de Alta Repostería el próximo enero.

Cream casi se levantó de golpe, con los ojos abiertos como platos, haciendo que Cheese soltara un "chao" sorprendido en el aire.
—¿En serio? ¡Eso es genial, Amy!

Vanilla sonrió ampliamente, y sus ojos se iluminaron de orgullo.

—No sabes lo feliz que me hace escuchar eso. Estoy segura de que te convertirás en toda una profesional.

Me sonrojé bajo tanta emoción ajena y jugué un poco con mi vaso, evitando mirarlas directamente.
—Estuve revisando los horarios, los precios, el currículum... y es algo que realmente quiero hacer. Además, tengo todo el apoyo de Shadow. —Bajé la mirada, porque lo siguiente me pesaba un poco. La cuestión es que tendré que renunciar a la cafetería.

—¿¡Por qué!? —exclamó Cream, casi ofendida, con las orejas bien erguidas— ¿Por qué tienes que renunciar?

—Porque los horarios de las clases no se alinean con los de la cafetería. Además, la academia está en Central City. Es posible que Shadow y yo consigamos casa allá: él estaría cerca de su trabajo y yo de la academia. Y el viaje entre Central City y Stadium Square es bastante largo...

Vanilla tomó un sorbo de su bebida con calma, como si ya hubiera reflexionado sobre aquello mucho antes que yo.
—Lo esperaba. También investigué sobre la academia y sabía que tendrías que renunciar. Pero está bien, Amy. He estado buscando empleados nuevos en caso de que tomaras esa decisión.

—¿Ya tienes mi reemplazo listo? —pregunté, un poco nerviosa, sintiéndome de pronto culpable.

—Yo retomaré la cocina, y alguien más se encargará de los cafés y el mostrador. Tenemos un mes y medio para preparar todo.

Vi a Cream bajar aún más las orejas, y Cheese se acercó para consolarla, flotando alrededor como si intentara abrazarla.
—Eso significa que ya no nos vamos a ver todos los días...

Llevé mi mano a la suya y la apreté con cariño.
—No te preocupes, Cream. Vamos a seguir viéndonos. Haremos minicitas, solo tú y yo.

Ella me miró con un destello de esperanza y levantó su meñique en dirección al mío.
—¿Me lo prometes?

Entrelicé mi meñique con el suyo y asentí con firmeza.
—Prometido.

Ambas reímos suavemente al completar nuestro pequeño ritual. Vanilla nos miró con ternura, con esa sonrisa que mezclaba orgullo y nostalgia.
—No se te olvide visitarnos de vez en cuando.

Sonreí con sinceridad, sintiendo un nudo cálido en el pecho.
—Claro que sí. Voy a molestarlas en la cafetería de vez en cuando.

Las tres compartimos una mirada cómplice antes de retomar la comida. La calidez hogareña de ese momento me envolvió como una manta suave, recordándome una vez más lo afortunada que era de tenerlas en mi vida.

Al día siguiente en el gimnasio, apenas crucé miradas con Red junto a las pesas, lo vi alzar una ceja y cruzarse de brazos. Sus ojos verdes se clavaron en mi cuello y mi hombro, justo donde aún se notaban, apenas visibles, las marcas de mordida de Shadow.

—¿Acaso es tu erizo caníbal o qué? —soltó con tono burlón, ladeando la cabeza como si estuviera de verdad intrigado.

Me llevé la mano al cuello de inmediato y reí nerviosa, sintiendo el calor subirme a las mejillas.
—Le gusta morder... —murmuré, bajando la mirada, sin saber si debía sentirme avergonzada o presumida.

Red arqueó una sonrisa ladeada, y se dejó caer en la banca. El metal de la pesa tintineó cuando la levantó con facilidad, haciendo trabajar solo su brazo derecho. Yo me senté en la banca de al lado y empecé a imitarlo, aunque claramente a un ritmo mucho más lento.

—Tuve una mascota que también mordía un montón —comentó de pronto, como quien comparte un recuerdo casual.

Levanté la vista, sorprendida.
—¿Tenías una mascota animal?

Asintió con un gesto breve, los músculos de su brazo tensándose y relajándose con el movimiento.
—Sí. Una tortuga. Le encantaba morder todo lo que se le pusiera enfrente. —Dejó escapar un suspiro y bajó un poco la pesa— Pero la dejé libre cuando empezó esa propaganda de que tener animales de mascota era "cosa de humanos". Ya sabes, toda esa mierda del nuevo gobierno.

Bajé la mirada, apretando los labios.
—Lo recuerdo... sugirieron que todos tuviéramos Chao como mascotas en su lugar. —Hice una pausa, el eco de viejas noticias pasando por mi cabeza— Y ahora es tan raro ver un perro o un gato.

Red bufó, sacudiendo la cabeza.
—Si quieres ver uno, solo tienes que ir a las ruinas de la ciudad.

Levanté la ceja, intrigada.
—No he ido allá desde mis primeros años en la reconstrucción. Me pregunto cómo será ahora.

Él no dudó en responder, cambiando de brazo con la pesa, como si la frase le saliera de memoria.
—Una jungla salvaje. —Hizo una pausa, mascullando con fastidio— Es tan jodidamente molesto... No importa cuántos letreros enormes pongamos en la barrera, con "PELIGRO" escrito en rojo brillante, siempre hay algún grupo de idiotas que se creen exploradores y cruzan la malla. ¿Y sabes qué pasa?

Cambié de brazo también, y lo miré intrigada.
—¿Qué pasa?

Red apretó la mandíbula, el sudor resbalando por su frente, y soltó un resoplido molesto.
—Terminan siendo devorados por una manada de perros salvajes. —Cambiando de nuevo de brazo con la pesa, masculló con fastidio— Agh... es tan jodidamente molesto.

Seguí con mis repeticiones, tratando de sonar casual a pesar del comentario sombrío.
—Escuché que muchos criminales se esconden en las ruinas...

Red me miró de reojo, con una sonrisa seca.
—Sí. Es un buen escondite, casi un laberinto. No hay cámaras, ni patrullas, ni servicios de ningún tipo. Si logras encontrar un refugio decente y sabes moverte evitando a los animales salvajes, puedes pasar allí un par de días sin problemas.

Dejó caer la pesa con un golpe metálico y se apoyó en las rodillas, respirando hondo antes de continuar.
—Pero solo los que saben lo logran. —Su tono se volvió más duro, más serio— Los que no... terminan en la panza de algún animal desde el momento en que cruzan la malla.

Me estremecí al imaginarlo, mientras pasaba la toalla por mis manos sudorosas. La forma en que lo dijo, con esa mezcla de cansancio y certeza, no dejaba espacio para dudas: no era una exageración, era experiencia.

Quise romper la tensión y cambiar el tema a algo más alegre, así que sonreí hacia la tortuga musculosa y dije:
—Red, este 26 de noviembre es el aniversario de la cafetería donde trabajo. Vamos a hacer una celebración, ¿quieres venir?

Él me volteó a ver mientras destapaba su botella de agua y bebía un trago largo antes de responder:
—Nunca he sido cliente... ¿estás segura de invitarme?

—Claro —contesté con una sonrisa— Mis amigos van a ir, y bueno... tú eres mi amigo.

Red me dedicó una de esas sonrisas ladeadas que parecían pesar más de lo que dejaba ver.
—¿Puedo llevar a uno de mis hermanos?

—Por supuesto —asentí con entusiasmo— entre más mejor.

—Gracias. Range es el que juega de chef en la familia, seguro le va a encantar estar rodeado de repostería.

Me animé todavía más y le prometí:
—La próxima vez te traigo la invitación.

Él arqueó una ceja, divertido.
—¿Una invitación? ¿Así de exclusiva es el asunto?

Me tapé la boca riendo.
—Obvio, somos una tienda VIP.

Red soltó una carcajada grave y contagiosa, y no pude evitar reír con él. Después de ese momento ligero, nos levantamos de la banca y caminamos juntos hasta el área del press de banca.

La tortuga se acomodó primero, seleccionando un par de discos grandes que hicieron un clack metálico al encajarse en la barra. El sonido por sí solo ya imponía respeto. Él estiró los brazos, tomó aire y se dejó caer sobre la banca, colocando las manos firmes en la barra. Yo lo observaba con atención, preparada para ayudar en cualquier momento.

Red empezó a levantar la barra con un movimiento firme y controlado, los músculos de sus brazos tensándose bajo el esfuerzo. Yo, a su lado, me incliné ligeramente hacia adelante, animándolo con una sonrisa traviesa.
—¡Vamos, Red, tú puedes! Eso, ¡tú puedes! ¡Eso, Red!

Él soltó un gruñido entre dientes, sin perder el ritmo, y giró los ojos hacia mí con fastidio.
—No estás ayudando, Rosadita... —masculló entre esfuerzo y respiración.

Me llevé la mano a la boca para contener la risa, pero igual se me escapó un par de carcajadas suaves.
—No te preocupes, yo te cuido. No voy a dejar que te pase nada.

Red completó otra repetición impecable, dejó escapar un bufido orgulloso y, con una sonrisa confiada, murmuró:
—Por favor, este peso no es nada.

Estaba por replicarle cuando, de pronto, una mano dura me agarró del brazo con brusquedad. Tropecé hacia un lado con un sobresalto, el corazón saltándome en el pecho.

—¡Rosie! ¿En dónde diablos te habías metido?! —rugió una voz grave, cargada de rabia contenida.

Me giraron a la fuerza y quedé frente a un tigre blanco. Era alto, con una musculatura intimidante, los hombros anchos y los ojos azules que me fulminaban con una mezcla de furia y desconcierto.

—¡Suéltame! —le grité, intentando zafarme, con la adrenalina disparada.

Escuché a mi lado el clank metálico de la barra siendo asegurada en su lugar. Red se levantó de la banca como un resorte, sus ojos verdes chispeando de advertencia.
—¡Quítale las manos de encima imbécil! ¡Ella ya tiene novio! —tronó su voz, grave y firme.

El tigre apretó más su agarre y respondió con frialdad, sin apartar su mirada de mí:
—Sí, yo. Ella es mía.

Una oleada de furia me recorrió de pies a cabeza. Con un tirón brusco liberé mi brazo y le grité con toda la rabia que me hervía en el pecho:
—¡No soy tuya, imbécil!

El tigre se congeló por un segundo, sorprendido. Sus ojos se abrieron con un destello de desconcierto y luego, como si quisiera suavizar la situación, levantó ambas manos en un gesto de falsa calma.
—Perdona, muñeca... —dijo con un tono burlón y venenoso—. Es que te pareces a la zorra doble cara de mi novia. La muy puta desapareció sin dejar rastro.

Se cruzó de brazos y me recorrió con la mirada, lenta y descaradamente, como si evaluara cada detalle de mi cuerpo. La sonrisa torcida que le deformó la cara me revolvió el estómago.
—Aunque, siendo honesto... estás más buena que ella. Y bastante menos gorda.

El asco me golpeó de inmediato, como una arcada atrapada en la garganta. Antes de pensarlo siquiera, dejé que el impulso me guiara. Mi puño derecho se estrelló directo contra su estómago con un chasquido seco.

El tipo se dobló al instante, un jadeo ronco escapando de su boca mientras se sujetaba el abdomen, sin aire, retrocediendo tambaleante.

Tras recuperar el aire, gruñó, con los colmillos apenas asomando entre sus labios.
—¡Maldita perra!

Sentí cómo mis púas se erizaban de inmediato, el calor de la rabia subiendo por mi pecho. Me planté frente a él y, sin pensarlo dos veces, le solté un derechazo directo al hocico. El golpe fue tan certero que dio un par de pasos tambaleantes hacia atrás antes de desplomarse de culo en el suelo.

Una carcajada resonó cerca, clara y burlona. Me giré un poco y vi a una pantera con camiseta deportiva, doblándose de la risa.
—¡Hermano... te dejaron noqueado bien feo! —se burló.

El tigre se llevó la mano a la nariz, y cuando la apartó, el rojo brillante le manchaba los dedos. Le lanzó una mirada cargada de furia mientras gruñía entre dientes:
—Cállate, imbécil. Maldita sea... esta perra me rompió la nariz.

Di un paso al frente, cruzando los brazos, mi sombra cayendo sobre él.
—Y si no quieres que te rompa algo más, será mejor que desaparezcas de mi vista.

Sus orejas se doblaron hacia atrás y sus ojos azules, que antes brillaban de arrogancia, se llenaron de miedo. Sin responderme, se levantó con torpeza y se fue, tambaleante, mientras la pantera seguía riéndose a carcajadas detrás de él.

Gruñí por lo bajo.
—¿Qué le pasa a ese imbécil?

Red apareció a mi lado, mirándome de reojo.
—¿Lo conoces?

Negué con la cabeza, aún molesta.
—Nunca lo había visto en mi vida. Me confundió con Rosie.

Él arqueó una ceja.
—¿Rosie?

—¿No la conoces? —pregunté, un poco sorprendida— Es una influencer que se parece mucho a mí. La mayoría de su contenido son dramas que cuenta mientras se maquilla.

Red soltó una risa breve y negó con la cabeza.
—No, paso de esas cosas de redes sociales. El que sabe de eso es mi hermano, PL. Aunque... —frunció el ceño, mirando hacia la dirección por donde había desaparecido el tigre— diría que esa pobre chica tiene un ex de mierda.

Seguí su mirada por un instante, luego suspiré y me giré hacia él.
—Eso parece.

Red se encogió de hombros y volvió a la banca, acomodándose de nuevo para continuar con sus repeticiones. Yo me quedé de pie, vigilando a mi alrededor, pensando en lo sucedido.

Aunque Rosie se aprovechaba del drama alrededor de mi vida y la de mis amigos para alimentar su contenido, la idea de que hubiera tenido que huir de alguien como ese tigre me revolvía el estómago. El asco me recorrió otra vez al recordar el tono con el que me habló, esa seguridad con la que me redujo a un objeto. Imaginé cuántas veces se habría dirigido a Rosie de la misma forma y no pude evitar sentir el nudo formarse en mi pecho.

La única vez que Shadow me trató de esa forma... ni siquiera era él mismo. Recordar aquel episodio me arrancó un suspiro involuntario.

Sacudí la cabeza, obligándome a dejar de lado el malestar. Lo último que quería era que esos pensamientos me distrajeran. Y aunque Red no necesitaba mi apoyo, yo quería estar allí, concentrada, contando sus repeticiones y asegurándome de que no forzara de más.

Tras un rato más en el gym y después de despedirme de Red con una sonrisa cansada pero animada, regresé a casa .En cuanto cerré la puerta detrás de mí, solté un largo suspiro y subí las escaleras. Al abrir la puerta del dormitorio, dejé caer mi bolso en la silla y puse el huevo Chao sobre la cama, girándome de nuevo hacia el pasillo para ir al baño.

Mi cuerpo suplicaba agua caliente. La ducha fue un alivio inmediato: el vapor llenaba el espacio y el agua que corría por mi piel se llevaba el sudor y la tensión acumulada en mis músculos. Salí envuelta en una toalla, con el cabello húmedo pegado a las mejillas, y me puse un pijama cómodo antes de sentarme en mi escritorio.

Encendí la computadora y abrí el navegador. Había algo que debía resolver cuanto antes: la mudanza. Podría usar la agencia que me ayudó cuando me mudé aquí, pero recordaba perfectamente aquella caja de adornos perdida. En su momento no me importó demasiado, pero conocía demasiado bien el perfeccionismo de Shadow; él jamás permitiría un error así. Así que me puse seria, ajusté la silla y comencé a revisar reseñas online.

Busqué con calma, leyendo comentarios, comparando servicios, abriendo pestañas que se multiplicaban una tras otra. No me preocupaba el costo; al final, sabía quién iba a terminar pagando. Lo importante era encontrar algo que superara hasta el más alto de los estándares.

Después de casi una hora, tenía tres opciones sólidas en la pantalla. Justo cuando iba a empezar a compararlas, mi celular vibró sobre la mesa, haciéndome dar un pequeño salto. Lo tomé sin pensarlo y, al ver el nombre en la pantalla, mi corazón se llenó de calidez: Shadow.

Deslicé el dedo para abrir el mensaje.

Shadow: Revisé el documento. Las opciones 2, 5 y 7 me parecieron aceptables. Le pedí a Chiquita que se comunicara con las inmobiliarias. ¿Estás libre este jueves en la tarde para ir a ver las casas con ella?

Una sonrisa se me escapó sola. Tecleé rápido, con un cosquilleo en el pecho.

Yo: Sí, después de las 2 estoy libre.

La respuesta llegó enseguida.

Shadow: Excelente. Buenas noches, Rose.

Me mordí el labio, sintiendo una calidez dulce expandirse por mi pecho, y respondí sin dudar:

Yo: Buenas noches, Shadow.

Dejé el celular en la mesa y regresé a la computadora, aunque mi concentración ya no era la misma. Terminé distraída en una página de muebles, explorando sofás y comedores, deslizando con atención entre opciones que me parecían bastante bonitas. Cada vez que encontraba algo que me gustaba, le tomaba un screenshot y lo guardaba en mi carpeta de "nuestro hogar".

El zumbido del celular me sacó de nuevo del ensueño. Lo tomé con rapidez, y al leer el mensaje, mi rostro se encendió al instante.

Shadow: Te amo.

Me quedé mirando esas dos palabras como si fueran un tesoro. El corazón me latía fuerte, tan lleno que dolía de felicidad. Con los dedos temblando, escribí una respuesta rápida, pero cargada de emoción, llena de corazones rojos que acompañaban un sencillo y sincero:

Yo: ❤️❤️❤️❤️❤️Yo también te amo.❤️❤️❤️❤️❤️

Me quedé abrazando el celular contra el pecho unos segundos, cerrando los ojos y sonriendo como una tonta, dejando que ese calor me envolviera antes de volver a mi búsqueda.

Revisé un par de páginas más, deslizando entre catálogos interminables de muebles, hasta que un sillón blanco captó mi atención. Tenía líneas finas, elegantes, con un aire lujoso que inmediatamente me recordó al estilo de Rouge. Casi podía imaginarlo en su sala, con una copa de vino encima y ella recostada como si fuera una reina.

La idea me arrancó una sonrisa, pero pronto la preocupación se coló en mi pecho. Tomé el celular y abrí nuestro chat. Aún no había ninguna respuesta de ella. Fruncí el ceño, con un leve cosquilleo de ansiedad en el estómago.

Yo: Rouge, ¿estás bien?

Escribí, enviando el mensaje con la esperanza de verla contestar de inmediato. Pasaron unos segundos... luego varios minutos. Nada.

Mi corazón dio un vuelco. ¿Y si le había pasado algo? Dudé un instante, pero terminé buscando a Shadow en mis mensajes. Ojalá no lo molestara.

Yo: Shadow, ¿sabes si le pasó algo a Rouge? No me contesta los mensajes.

El tiempo hasta que llegó su respuesta se me hizo eterno. Cuando por fin vibró el celular, lo tomé con nerviosismo.

Shadow: No tengo toda la información, pero algo sucedió en el club y ahora está en una situación legal. Ha estado en reuniones con sus abogados.

Me llevé la mano a la boca, los ojos muy abiertos. ¿Una situación legal? ¿Qué había pasado en el club para que Rouge necesitara abogados? ¿La estarían demandando?

Escribí rápido, con un nudo en la garganta:
Yo: Gracias. Voy a esperar a que ella esté libre para contarnos.

Dejé el celular en la mesa, aunque mi mente seguía girando sin freno. Traté de retroceder en mis recuerdos de esa noche, pero estaban borrosos, enredados en el alcohol y la confusión. Apenas podía rescatar retazos de la pelea entre Sonic y Sally... y, a medias, la intensidad de mi encuentro con Shadow en su auto. Todo lo demás era un mar de imágenes distorsionadas.

Me dejé caer contra el respaldo de la silla, murmurando para mí misma:
—No deberían tomar tanto...

Le levanté de la silla, apague las luces del cuarto y me acomodé entre las sábanas con el huevo Chao pegado a mi lado. Cerré los ojos, esperando que el sueño me apartara, aunque mi mente siguiera llena de preguntas sobre Rouge y aquella noche confusa.

La mañana siguiente, la cocina se llenaba con el aroma dulce de vainilla y mantequilla derretida. Tenía las manos enharinadas mientras daba forma a un bizcocho que acababa de salir del horno, concentrada en no estropear el glaseado que estaba preparando. Fue entonces cuando Vanilla entró, secándose las manos con un paño de cocina.

—Amy, Sally pidió una orden bastante grande de repostería para una fiesta privada este sábado.

Levanté la vista, arqueando las cejas.
—¿En serio? ¿Y qué fue lo que pidió?

Vanilla levantó el papel que llevaba doblado en la mano y empezó a leer con calma:
—Noventa mini tartaletas, cien mini cupcakes, sesenta brownies en cuadritos, sesenta galletas variadas... y un pastel central decorado para sesenta porciones.

Mis ojos se abrieron como platos.
—¡Eso es enorme!

—Lo es —dijo con una sonrisa cansada, aunque divertida— Por eso te iba a preguntar si puedes quedarte hasta tarde el viernes. Podemos terminarlo juntas.

—Claro que sí —respondí sin dudar, aunque arrugué la nariz—Pero me resulta extraño que Sally encargue algo así tan de último minuto.

—Según me dijo, su proveedor le canceló. Encontró a alguien que se encargará de las bocas y pensó en nosotras para la repostería.

Solté una pequeña risa, negando con la cabeza.
—Bueno, nos toca brillar. ¡No la vamos a defraudar!

—Así es —asintió con convicción. Dio media vuelta para regresar al mostrador, pero de pronto se detuvo, como recordando algo importante. Giró hacia mí otra vez y dijo:
—Ah, casi lo olvido. Ya encontré a alguien nuevo para el equipo. Empieza este lunes.

—¿De verdad? ¡Qué buena noticia! ¿Cómo se llama?

—Sabrina. Tiene experiencia como barista y, la verdad, me pareció una chica muy amable y profesional.

Sonreí con entusiasmo, limpiándome las manos en el delantal.
—Ya quiero conocerla. Seguro que hará un trabajo excelente.

Con la nueva orden apuntada y ese cambio fresco en el equipo, el día continuó su curso. En la tarde fui al gimnasio, aprovechando para entregarle a Red la invitación de la fiesta de aniversario. Más tarde, ya en casa después de una buena ducha, me senté frente al escritorio a terminar de comparar empresas de mudanza. Una vez que tuve listo el documento, lo envié al correo de Shadow, confiando en que Chiquita lo imprimiría a primera hora de la mañana.

El día siguiente, jueves, después de almorzar en un restaurante cercano, regresaba caminando hacia la cafetería. El aire de la tarde estaba templado y lleno de ruido urbano, y yo iba repasando mentalmente los pendientes mientras ajustaba mi bolso grande sobre mi hombro, y llevaba mi mano a mi espalda, asegurándome de que el huevo de Chao no se moviera demasiado. Esa madrugada había recibido un mensaje de Shadow: Chiquita me recogería a las tres en punto para ir a ver las casas. Por eso había decidido dejar el auto en casa y tomar el tren al trabajo.

Revisé la hora en el celular: faltaban apenas unos minutos para las tres. Y justo entonces, un vehículo militar de Neo G.U.N. se detuvo frente a mí, con el rugido firme del motor marcando su presencia. La ventana del pasajero se bajó y apareció la silueta que esperaba: plumaje blanco reluciente, sonrisa cálida y esos ojos rojos alegres que siempre parecían brillar.

—¡Hola, Amy! ¿Lista para nuestra cita? —dijo Chiquita con su tono melodioso.

No pude evitar reírme.
—Esto no es una cita, es un viaje de negocios. Aún tenemos que coordinar nuestra cita de verdad.

Ella soltó una risita, aunque enseguida bajó la voz con un dejo de culpa.
—Lo siento tanto, este mes he estado llena de compromisos.

Incliné la cabeza, comprensiva.
—¿Tienes una vida ajetreada?

—Más de lo que imaginas —suspiró, aunque de inmediato recuperó su entusiasmo— Anda, entra. No queremos dejar esperando a la señora de la inmobiliaria.

Abrí la puerta trasera y me acomodé en el asiento, colocando con cuidado el bolso del huevo Chao a mi lado y mi bolso en el piso antes de ajustarme el cinturón. Chiquita se giró un poco para presentarme al conductor.

—Amy, este es Julián. Será nuestra escolta.

Levanté la vista y me encontré con una cara conocida. El albatros de plumaje blanco que siempre recogía las entregas de repostería en la cafetería me saludó con un leve gesto.

—Así que tu nombre es Julián... un gusto —le dije, sonriendo.

Él respondió con voz grave y seria:
—Igualmente.

Y sin más, encendió el motor, poniendo en marcha el vehículo con movimientos precisos.

No había pasado un minuto cuando escuché un grito alegre desde el asiento delantero:
—¡¿Eso es un huevo?!

Instintivamente, llevé mis manos al bolso y lo abracé contra mí.
—Sí —dije con cariño— es un huevo Chao.

Los ojos de Chiquita brillaron como si hubiera encontrado un tesoro.
—¿Puedo sostenerlo? ¡Porfiiiiis!

Me reí ante su entusiasmo desbordado.
—Por supuesto.

Le pasé el bolso con cuidado, y ella lo recibió como si cargara algo frágil. No alcanzaba a ver todos sus gestos, pero escuchaba cómo lo acariciaba mientras murmuraba entre risitas.

—¡Bebé! ¡Qué lindo bebé! Sos adorable...

Julián desvió la mirada un segundo hacia el huevo, sin perder la seriedad.
—Es realmente adorable —dijo, antes de volver la vista al frente.

Chiquita seguía en su mundo, canturreando suavemente:
—Sos, sos adorable y tibiooo...

Entonces levantó el huevo a la altura de su rostro y exclamó con seguridad inesperada:
—Yo diría que nacerá en unas dos semanas más.

Me quedé boquiabierta.
—¿Cómo lo sabes?

Ella se encogió de hombros, con una risita traviesa.
—No sé... instinto de pájaro, supongo. Jejeje...

Me devolvió el huevo con cuidado y lo abracé de nuevo contra mi pecho.
—Ya tiene nombre —le dije suavemente— Se llama Bebe.

Chiquita me sonrió de oreja a oreja.
—¡Es un nombre perfecto! Tan adorable como él.

Y, como si la emoción le diera cuerda, extendió la mano hacia la radio y puso una estación de pop alegre, de esas que siempre me encantaban. En segundos, ya estaba cantando a todo pulmón, desentonando con entusiasmo contagioso. No me pude resistir: la seguí, y entre las dos armamos un dueto improvisado que llenó el auto de risas y voces felices, mientras el mundo afuera parecía quedarse muy lejos.

Tras una hora de viaje, llegamos finalmente a la primera casa de la lista. Estaba en las afueras de Central City, en un barrio tranquilo donde las viviendas se alzaban separadas unas de otras. Algunas lucían cuidadas y pintorescas, mientras que otras, más alejadas, estaban en ruinas, recordando que no todo en la ciudad había logrado levantarse de los años difíciles.

Julian detuvo el vehículo en la acera y apagó el motor con un chasquido seco. El silencio del barrio reemplazó de golpe al rugido constante del motor. Me quité el cinturón, tomé mi bolso de trabajo y el del huevo Chao, y bajé al fresco aire de la tarde. Ajusté el bolso especial del huevo a mi espalda y me colgué el otro al hombro, esperando a que mis acompañantes también salieran.

Vi a Julian, vestido con su chaqueta azul de Neo G.U.N, rodear el vehículo hasta el lado del pasajero. Abrió la puerta con una cortesía sorprendente para alguien con su porte rígido.
—¿Puedes sola? —preguntó en su tono grave.

—Sí, solo déjame acomodarme —respondió Chiquita desde dentro.

Observé cómo, con cierta dificultad, ella lograba salir. Su gran cola de pavo real le complicaba los movimientos, pero en cuanto estuvo afuera, la desplegó con un movimiento elegante. Las plumas blancas, decoradas con destellos fucsia, se abrieron en abanico, reluciendo bajo la luz natural.

Chiquita, vistiendo también su uniforme azul, dejó escapar un suspiro de alivio.
—Ahhh... por fin.

Julian cerró la puerta de un golpe suave y presionó el seguro, asegurando el vehículo con un clic metálico. Luego, como si el encierro le hubiera pesado igual que a ella, extendió sus alas hasta su máxima envergadura. El sonido de las plumas ajustándose y rozando el aire llenó el espacio, seguido de otro suspiro cansado.

Me quedé observando fascinada. Nunca me había detenido a pensar lo incómodo que debía ser para ellos viajar en autos.

—Deberíamos hablar con el Comandante —refunfuñó Chiquita mientras sacudía su cola como si intentara devolverle la movilidad— Esto no es nada cómodo.

Julian bajó la mirada a sus alas, repasando con calma cada pluma para ordenarlas.
—Estos vehículos fueron creados por humanos para humanos —replicó con seriedad— No están pensados para seres como nosotros.

Terminó de acomodarse, plegó las alas detrás de su espalda y añadió con un deje cansado, aunque con cierto humor seco:
—Si tan solo supieras volar, habría cargado yo mismo a la señorita Amy hasta aquí.

Chiquita puso los ojos en blanco, cerró su cola y la dejó caer con dramatismo antes de llevarse una mano a la cintura.
—Julián, soy un pavo real. ¿Qué esperabas?

Él se cruzó de brazos, impasible.
—¿Qué sentido tiene tener todas esas plumas?

Ella arqueó una ceja con picardía, y volvió a desplegar su abanico majestuoso con un giro coqueto.
—Estas bellezas son para atraer a las chicas... en mi caso, a los chicos.

Julián soltó un bufido leve, casi burlón, aunque su voz seguía firme.
—¿Acaso le hiciste un bailecito a Kane?

El rostro de Chiquita se sonrojó apenas, y cerró su cola de golpe, cruzando los brazos con gesto defensivo.
—Sí... de hecho lo hice. Es difícil ignorar el instinto.

El albatross asintió despacio, como si la comprendiera de verdad.
—Te entiendo perfectamente. Por eso prefiero volar cuando recojo los paquetes.

Yo, que había estado observando en silencio con una mezcla de diversión y curiosidad, no pude resistirme a preguntar:
—Entonces... ¿eres repartidor?

Julián me dedicó una leve mirada seria antes de asentir.
—Sí, ese es mi trabajo. Recojo y entrego paquetes y correo.

Chiquita aprovechó para palmearle el hombro con entusiasmo.
—Pero no te equivoques, este chico es peligroso. No conozco a nadie con una técnica de judo mejor que la suya.

Juliñn soltó una breve risa nasal y contraatacó con calma, aunque con un filo burlón en su voz:
—Lo dice la chica que logró darle una bofetada al Comandante.

Me quedé congelada, con los ojos abiertos como platos.
—¿Qué?

Chiquita levantó las manos nerviosa, intentando explicarse:
—No es lo que piensas, Amy. No sé si lo sabes, pero cuando nos graduamos de nuestro entrenamiento intensivo, tenemos una especie de batalla campal... todos contra el Comandante.

Me crucé de brazos y asentí.
—Una vez una oficial de policía me comentó algo parecido.

Chiquita, ya más calmada, continuó:
—En nuestra graduación formamos equipo Lindy, Julián, yo y otros siete más, todos intentando acertarle un golpe al Comandante. Pero era imposible, aún con Lindy disparándole con la gatling gun como loca.

Julián comentó con seriedad:
—Yo casi me rompo una pierna.

—Al final yo solo tuve suerte —dijo Chiquita— Él se distrajo un segundo con un despliegue de mi cola, y ahí logré darle una bofetada en la cara. No fue de telenovela, más bien un golpecito suave... pero igual alcanzó a tocarlo. Pero antes de que me diera cuenta, ya me había tumbado con una patada en la cabeza.

El albatros intervino de nuevo:
—El único que he visto darle pelea de verdad fue Travis.

—Sí... —dijo Chiquita con un dejo de emoción— Aún recuerdo su graduación, fue una locura. Todo su grupo estaba rendido, rodeándolos en círculo, mientras esos dos se daban con todo.

Juliánafirmó con un gesto grave:
—Travis era una furia, parecía un zombot, golpeando al Comandante una y otra vez con un bate de metal.

—Con Christina —añadió Chiquita con una sonrisa.

—Cierto —asintió Julián— así llama a su bate: Christina. Esa batalla fue brutal, logró dislocarle la quijada al Comandante.

Chiquita se encogió de hombros.
—Aunque el Comandante se curó en un instante, como si nada.

Julián suspiró.
—Travis es un idiota, todos lo sabemos. Pero por una razón está en el equipo élite: es el mejor peleador de Neo G.U.N después del Comandante.

Me quedé helada con el relato. No esperaba que Travis tuviera semejante credibilidad. ¿Alguien como él realmente era el segundo mejor peleador de toda la organización? Bueno... como dicen, nunca hay que juzgar un libro por su portada.

Chiquita llevó su mano hacia mí, entrelazando nuestros brazos con naturalidad y sonrió:
—Bueno, vamos, tenemos tres casas por ver el día de hoy.

—Sí, vamos —le respondí.

Con eso empezamos a caminar, con Julián siguiéndonos de cerca, cruzando el sendero del enorme jardín hasta llegar a la puerta principal, donde nos esperaba una nutria de pelaje oscuro en traje, seguramente la agente de la inmobiliaria.

—Buenas tardes —dijo con cortesía— Soy Matilda, un gusto conocerla, señorita Amy Rose.

—Un gusto igualmente, Matilda— le respondí con una sonrisa.

Luego se volteó hacia Chiquita:
—Y tengo entendido que usted es la representante del señor Shadow Robotnik.

Chiquita asintió con firmeza.
—Así es. Tengo aquí la lista de sus criterios —dijo, sacando una libreta de anotaciones del bolsillo de su falda azul.

—Excelente. Vamos, adelante —respondió Matilda, abriendo la puerta con una sonrisa profesional.

Matilda nos guió con paso firme por la casa, abriendo puertas y señalando detalles que parecían evidenciar cada característica de la propiedad. Yo caminaba detrás de ella, con el bolso del huevo Chao colgado a la espalda, mientras sacaba mi teléfono para tomar fotos y videos. Shadow seguramente querría ver todo con detalle antes de decidir.

—Aquí tenemos la sala principal —dijo Matilda, abriendo una puerta amplia y dejando que la luz del sol entrara— Espaciosa, con ventanales grandes que dan al jardín trasero. Perfecta para reuniones o para relajarse.

Asentí, tomando un par de fotos de los ventanales y del suelo de madera brillante. Luego nos llevó a la cocina, y mis ojos se iluminaron: una isla central enorme, encimeras de mármol, mucho espacio para trabajar y colocar todos los utensilios y electrodomésticos que siempre había querido. Tomé un video breve, girando lentamente para capturar la amplitud.

—La cocina es impresionante —murmuré, casi para mí misma.

—Tiene suficiente espacio para un comedor grande también —añadió Matilda, señalando el área contigua— Y si lo desea, se puede instalar una barra adicional para desayunos.

Seguimos avanzando, pasando por habitaciones amplias con closets generosos y techos altos. Cada puerta que se abría parecía revelar un espacio pensado para comodidad y privacidad. Noté con entusiasmo que había varias habitaciones que podrían funcionar como oficina y estudio, justo lo que Shadow había mencionado que necesitaba. Tomé fotos de cada rincón, apuntando mentalmente detalles que podrían interesarle.

Cuando llegamos a la habitación principal, algo me hizo fruncir el ceño. Las paredes eran sorprendentemente delgadas, mucho más de lo que había esperado para un cuarto principal. Podrían escuchar todo lo que sucediera en la habitación, y eso me hizo sentir un poco incómoda. Guardé mi teléfono, pensando en cómo comentárselo a Shadow.

—El jardín trasero es enorme —dijo Matilda mientras nos dirigíamos hacia la puerta corrediza que daba a un balcón hacia el exterior— Ideal para reuniones al aire libre, juegos o incluso para instalar un pequeño invernadero si lo desean.

Me incliné un poco sobre la baranda del balcón, dejando que la brisa me rozara el rostro mientras admiraba el jardín. Podía imaginar a pequeños erizos correteando en el pasto algún día, y un cosquilleo de ternura recorrió mi pecho.

—Es realmente encantador —susurré, más para mí que para nadie en particular— Solo que... las paredes de la habitación principal son demasiado delgadas.

Chiquita me lanzó una mirada cómplice y asintió.
—Lo apunto en la lista, Amy. El Comandante querrá saberlo.

Volví a sacar el teléfono, tomando un par de fotos más de la habitación principal. Traté de capturar su potencial, enfocándome en los detalles que Shadow apreciaría, mientras mi mente evaluaba mentalmente cómo se podrían mejorar las paredes o reforzar la privacidad sin perder el encanto del espacio.

Matilda nos llevó al garaje, y quedé impresionada por lo amplio que era. Cabía fácilmente un par de autos grandes, con espacio de sobra para almacenamiento y un pequeño taller si uno quisiera. Me incliné ligeramente hacia Chiquita y susurré:
—Perfecto para nuestros vehículos ... y tal vez algún auto extra.

Chiquita asintió, evaluando el espacio con una sonrisa satisfecha, mientras Julián permanecía cerca, observando cada rincón con atención.

Luego, Matilda nos condujo hacia el jardín trasero, que se extendía detrás de la casa como un pequeño parque privado. Los árboles estaban alineados estratégicamente, dejando áreas soleadas y otras a la sombra, y podía imaginar fiestas, entrenamientos o incluso tardes tranquilas leyendo bajo la sombra de uno de ellos.

De pronto, Matilda recibió una llamada en su móvil y se excusó con rapidez.
—Disculpen, necesito atender esto un momento —dijo, alejándose con pasos apresurados mientras hablaba.

Julián alzó la vista hacia el cielo y dijo con calma:
—Voy a echar un vistazo a los alrededores.

Con un suave movimiento, desplegó sus enormes alas traseras. El sol se reflejaba en sus plumas blancas mientras batía con firmeza, elevándose del suelo con gracia.  En segundos, estuvo suspendido sobre el jardín, recorriendo la propiedad desde las alturas, sus alas cortando la brisa con precisión.

Chiquita frunció el ceño, divertida.
—Ya me parecía extraño que aguantara tanto sin volar.

Yo reí suavemente y comenté:
—¿Así que le gusta más estar en el aire que en la tierra?

Chiquita asintió, con una mirada que mezclaba admiración y diversión.
—Es casi instintivo para muchos pájaros. Estar en el aire es como... segunda naturaleza.

Observé a Julián planear con gracia sobre el jardín, la brisa jugando con sus plumas blancas y negras. Había algo hipnótico en la manera en que se deslizaba por el aire, ligero y elegante, y no pude evitar sonreír ante la belleza de su vuelo.

A mi lado, Chiquita soltó un suspiro satisfecho, su plumaje brillando bajo la luz de la tarde.

—Estoy tan feliz de que tú y el Comandante estén dando este paso —comentó con una dulzura sincera.

Le devolví la sonrisa, sintiendo cómo el corazón se me calentaba con solo pensarlo.

—Yo también... —respondí, con un tono soñador, dejando escapar una risita suave— Es algo que siempre he querido desde niña, y aún no termino de creer que esté a punto de hacerlo realidad... y mucho menos con Shadow, de todas las personas.

Chiquita rio bajito, agitando un poco su cola con gesto divertido.

—Uno nunca podría imaginarse al Comandante del tipo hogareño.

Me incliné hacia ella con picardía, arqueando una ceja.

—¿Y tú y Kane? ¿Han pensado en vivir juntos?

El rubor se extendió por sus mejillas de inmediato. Bajó la mirada, jugando con las plumas de su cabeza, como si de repente se hubiera puesto nerviosa.

—Es muy pronto para eso... apenas llevamos dos meses juntos. Además... él vive con su padre, que necesita cuidados especiales.

Parpadeé sorprendida, incapaz de disimularlo.

—¿Apenas dos meses? —pregunté incrédula— Pensé que llevaban mucho más tiempo juntos. Pareces entenderlo tan bien, incluso con lo estoico que es.

—Lo conozco desde que me convertí en la asistente del Comandante —comentó, con voz suave— La mayoría de nosotros hemos aprendido a leerlo un poco.

Me acerque aún más, con la curiosidad brillando en mis ojos.

—Oh... ¿y qué fue lo que los hizo convertirse en pareja?

Ella me miró entonces con una sonrisa pícara, como si compartiera un secreto.

—Fueron ustedes.

Fruncí el ceño, desconcertada.

—¿Nosotros?

Chiquita entrelazó las manos detrás de la espalda y dejó que su mirada se perdiera en el jardín, donde Julián seguía planeando. Su voz se tiñó de nostalgia.

—Cuando sucedió el incidente en el bar Last Trip, todos nos enteramos de que tú y el Comandante estaban saliendo.

Giró apenas la cabeza hacia mí, y sus ojos brillaron con un entusiasmo difícil de contener.

—Y bueno... yo estaba súper emocionada. Mi heroína, mi ídolo, saliendo con mi jefe.

La sonrisa de Chiquita se ensanchó aún más, iluminándole el rostro.

—Eso significaba que algún día podría volver a verte en persona.

Incliné la cabeza, intrigada por sus palabras.

—¿Volver a verme?

Chiquita soltó una risa suave, como si compartiera un secreto guardado durante años.

—Nos salvaste a mi padre y a mí durante el brote del Virus Metal. Quizás no nos recuerdes... todo era un caos.

Abrí los ojos con sorpresa, un ligero nudo formándose en mi garganta.

—¿En serio? Lo siento tanto, no te recordaba.

Ella negó con la cabeza con dulzura, riendo otra vez.

—No tienes que disculparte, Amy. Nosotros, junto con un grupo de sobrevivientes, decidimos refugiarnos en el mar, en el barco de uno de los pescadores de la zona, en lugar de unirnos a la resistencia.

Fruncí el ceño, la curiosidad picándome al instante.

—¿Y no se contagiaron?

—Por poco —respondió, bajando la voz con un deje de orgullo— Mi padre se aseguró de revisar a todos antes de subir a bordo... y encontró a alguien infectado. De no ser por él, nos hubiéramos infectado.

Giró la mirada hacia el jardín, la luz acariciando el blanco de sus plumas.

—Estuvimos en altamar varios días, hasta que finalmente supimos que el virus había sido erradicado.

Seguí la dirección de su mirada, enfocándome en la silueta de Julián, que continuaba volando con elegancia en el cielo despejado. Mis ojos lo acompañaron mientras mi mente viajaba, inevitablemente, hacia aquel recuerdo enterrado siete años atrás.

Aún podía ver la ciudad devastada, las calles llenas de zombots arrastrándose como plagas metálicas. Recordaba el momento en que empezaron a fusionarse, formando aquel coloso monstruoso que arrasaba con todo a su paso. Todavía podía sentir en mi palma el peso del dispositivo improvisado que Tails había construido a toda prisa para amplificar la señal del antivirus.

El viento golpeaba mi rostro mientras trepaba la torre más alta, llevando la pequeña caja en mi espalda, mientras los zombots intentaban escalar tras de mí. Cada golpe de mi martillo era desesperado, frenético, apenas ganando segundos antes de ser alcanzada. Me mantuve en la punta aguantando lo más que pude, temiendo ser contagiada con un solo toque. Ese día, creí que todo estaba perdido.

Pero entonces... la onda de luz dorada se esparció por el aire, atravesando la ciudad como un amanecer repentino, volviendo todo a la normalidad.

Chiquita se giró hacia mí, moviendo su cola con nerviosismo.

—Oh, lo siento, Amy... no quería poner el humor melancólico —dijo con una pequeña sonrisa apenada— Me preguntabas cómo Kane y yo nos volvimos pareja, ¿verdad?

La miré con interés, inclinándome un poco hacia ella.

—Sí... ¿cómo fue entonces?

Respiró hondo y dejó escapar una risita ligera, como si todavía le costara creerlo.

—Bueno... cuando nos enteramos de que tú y el Comandante eran pareja, me era imposible ocultar mi emoción. Un día, Kane vino a la oficina para entregarle un reporte al Comandante y, claro, notó mi cara de felicidad. Me preguntó por qué estaba tan contenta y... —Chiquita bajó la mirada, las mejillas tiñéndose de un rubor evidente— le conté sobre el ship Shadamy.

Sonreí divertida al escucharla, esperando lo que venía.

—Y él... —continuó ella, con voz más baja— me dijo que también pensaba que tú eras la pareja indicada para el Comandante. Que solo la heroína de la resistencia podía estar al lado de alguien como Shadow the Hedgehog.

Se rió suavemente, cubriéndose un poco el rostro con su mano enguantada

—Y ahí descubrí que Kane es un gran fan del Comandante.

No pude evitar reírme con cariño.

—¿Su fan?

—¡Súper fan! —asintió con energía, aunque luego bajó la cabeza, la voz suavizándose— Kane es incapaz de mostrar expresiones faciales. Me contó que solían llamarlo cara de piedra.

Alzó la vista otra vez, y esta vez sus ojos tenían un brillo melancólico.

—Me dijo que durante la invasión alienígena, cuando vio al Comandante en las noticias... tan serio y estoico, pudo sentirse identificado. Había encontrado a alguien más como él.

Guardó silencio un instante, antes de añadir con ternura:

—Aunque, claro, el Comandante es diferente. Él decide no mostrar demasiadas emociones... salvo enojo o autoridad. Pero Kane... Kane no tiene opción. No importa lo que sienta, nunca podrá expresarlo en su rostro ni en su voz.

Chiquita continuó con un tono más alegre, casi chispeante:

—Y bueno... Kane y yo empezamos a hablar más. Del ship, de nuestros ídolos, de arte, música, películas... un montón de cosas más.

Se llevó las manos al pecho, recordando con evidente ternura.

—Y un día apareció con un corazón de chocolate enorme en las manos y me pidió que fuera su novia.

Me miró con un brillo húmedo en los ojos, su voz temblando apenas.

—Yo le pregunté si estaba seguro... después de todo, no soy una hembra biológicamente.

Su respiración se entrecortó un poco, y con un esfuerzo, logró sonreír.

—Y él me dijo: "Me gustas por quien eres, Chiquita".

Vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas contenidas. Se llevó una mano al rostro, intentando mantener la compostura, pero su cola se agitaba suavemente, traicionando su emoción.

Sonreí con calidez, mi propio corazón enternecido.

—Me alegra tanto saber que, de alguna manera, fuimos la razón por la que ustedes dos están juntos. Son una pareja preciosa.

Chiquita se cubrió el rostro con ambas manos, riendo bajito, mientras su cola se desplegaba en un abanico blanco y fucsia que brillaba bajo el sol. Incapaz de ocultar lo feliz que estaba.

En ese momento, Matilda, la nutria de la inmobiliaria, salió de la casa hacia el jardín.

—Lamento mucho la espera —dijo con amabilidad.

Negué con la cabeza, restándole importancia.

—No se preocupe. En realidad creo que ya hemos visto suficiente. Muchas gracias por enseñarnos la casa, le confirmaremos si tomamos una decisión.

Matilda sonrió con profesionalismo y asintió.

—Perfecto, señorita Rose. Quedo a la espera de su respuesta. Y si necesitan cualquier detalle adicional, no duden en llamarme.

En cuanto se retiró, Chiquita levantó una mano y, como si fuera una señal pactada, Julián comenzó a descender lentamente del cielo, batiendo sus alas con elegancia hasta aterrizar a nuestro lado.

—Vamos —dijo Chiquita con energía, guardando la libreta en su falda— tenemos que ir a la siguiente casa.

Julián solo dejó escapar un suspiro pesado, el gesto resignado de alguien que hubiera preferido seguir volando antes que volver al asiento del auto.

No pude evitar reírme suavemente, sabiendo lo poco que le gustaba viajar en vehículo. Nos despedimos de Matilda con un gesto cortés y salimos de la propiedad, caminando hacia el auto para continuar con la siguiente visita en la lista.

La siguiente casa era igual de hermosa: tenía una cocina amplia, un jardín espacioso, un garaje grande, varias habitaciones suficientes para futuros hijos, además de una oficina y un estudio. Incluso contaba con una piscina en el jardín trasero. Al igual que con la primera propiedad, grabé videos y tomé fotografías de cada detalle para mostrárselos a Shadow.

Lo único que no me convenció fue que estaba en un vecindario demasiado concurrido. Había vecinos a los lados y al frente, y no pude evitar sentir cierta incomodidad, temiendo volver a tener una vecina chismosa.

La tercera y última casa también era preciosa y cumplía con todas las características que buscábamos. Sin embargo, apenas crucé la puerta sentí una vibra extraña. No sabía cómo describirla, pero había una energía negativa que me erizaba el pelaje y me hacía querer salir de ahí de inmediato.

El recorrido terminó alrededor de las siete de la tarde, y decidimos ir a cenar para relajarnos en un restaurante muy popular entre los empleados de Neo G.U.N., ubicado cerca de las oficinas. Al entrar, no pude evitar sonreír con cierta nostalgia: era el mismo lugar donde había tenido aquella cita a ciegas con Travis, la misma que Shadow interrumpió aquella noche de verano y que, sin saberlo en ese momento, cambiaría el rumbo de mi vida.

Pedimos un enorme platón de carnes y aperitivos para compartir, que llegó humeante y aromático al centro de la mesa. Entre bocado y bocado, Julián y Chiquita comenzaron a contarme anécdotas de su entrenamiento infernal: cómo, al aplicar únicamente para ser asistente y repartidor, terminaron viéndose obligados a aprender a pelear y a manejar armas de fuego; cómo debían entrenar al menos una vez por semana como regla obligatoria; y entre risas, me compartieron también varias historias curiosas de la oficina que me hicieron sentir parte de su mundo.

Cuando terminamos de cenar, me llevaron hasta mi casa y me despedí agradeciéndoles de corazón por su compañía y toda su ayuda.

Lo primero que hice tras abrir la puerta fue mandarle un mensaje a Shadow, avisándole que había visto las tres casas y que ya estaba en casa sana y salva. No esperaba respuesta inmediata, pero solo con enviarlo me sentí más tranquila. Subí las escaleras hasta mi habitación, donde dejé mi bolso sobre el escritorio y coloqué el huevo Chao con cuidado sobre la cama, antes de dirigirme al baño para darme una ducha rápida.

Tras salir del baño y de vuelta a mi habitación, me puse una pijama cómoda de algodón, me senté en el escritorio, conecté el celular a la computadora y empecé a trasladar todos los vídeos y fotografías que había tomado durante la visita a las casas.

Pasé un buen rato observando cada archivo mientras se transfería, deteniéndome de vez en cuando a recordar pequeños detalles: la luz natural en la primera sala, el brillo del agua en la piscina de la segunda casa, y esa sensación extraña que me recorrió en la tercera. Planeaba subir todo a la nube para luego enviarle un enlace directo al correo de Shadow, confiando en que Chiquita le explicaría cómo abrirlos y verlos desde una computadora.

Con esa tarea hecha, me quedé un momento apoyando la barbilla en mi mano, viendo la barra de carga avanzar lentamente. Una mezcla de cansancio y expectativa me envolvía: cansancio por la jornada, expectativa porque sabía que, tarde o temprano, Shadow y yo íbamos a hablar de todas esas opciones... de nuestro futuro juntos.

Notes:

Personalmente me pareció que el final del arco del Virus Metal en los comics fue muy flojo: traer a los Deadly Six como villanos finales no tenía sentido en una historia sobre una pandemia zombi. Por eso, desarrollé un headcanon alternativo, además de la extinción de la raza humana, me inspiré en películas como Gyo y Guerra Mundial Z para el villano final.