Chapter Text
—¿A dónde fuiste ayer? —me pregunta Christina mientras corremos a buscar un desayuno para Tris, que sigue intentando salir de la cama a primera hora.
—Becca me acompañó a hacerme un tatuaje —le digo. Agarro un pedazo de torta de vainilla de la cafetería y empiezo despedazarlo, metiéndome pedazo por pedazo en la boca. Christina agarra dos magdalenas, son de plátano y nueces, dos cosas que odio en combinación.
Christina me mira. De camino de vuelta a la habitación, algunos osados se apartan al ver nuestra prisa.
—¿Becca? —repite Christina.
—Si, Becca. ¿Qué con esa cara? —pregunto.
Tiene una expresión singular, como si quisiera decirme algo, pero no se atreviera.
—Nada.
—No, nada, no. Algo te molesta. ¿Es porque le pedí a Becca que me acompañe y no a ustedes? Creí que iban a estar ocupados con Tris y yo no...
—No, no es eso —niega y se detiene en medio del pasillo. Quiero decirle que debemos llegar a Tris deprisa o el tren nos dejara, pero noto que la conversación se está tornando seria —. Es solo que estoy preocupada por ti.
—¿Por mí? —repito incrédula, abriendo un poco los ojos.
—Si —ella asiente. Mira las magdalenas en su mano y eso le hace reunir coraje para decirme lo siguiente —: El otro día, tu pelea con Tris y... mi situación con Eric. Vi como eso te dejo, Cass. Estabas aterrorizada, parecías una persona completamente diferente. Nunca te había visto así. Y al otro día, crees que nadie te escuchó, pero lo hicimos. El sueño que tuviste, no sé de qué fue, pero te molesto, y mucho. Estuviste todo el día ausente y de repente, luego de que molieron a palos a Tris, desapareciste. Y ahora me dices que fuiste a hacerte un tatuaje, un tatuaje, ¡cuando tú misma te rehusaste a hacerte uno cuando nosotros fuimos porque decías que eran sin sentido! ¡Claro que estoy preocupada por ti! ¡Todos lo están! Entiendo que no somos amigas hace mucho, pero quiero que sepas que, si algo te molesta, puedes hablar conmigo.
Mi boca se abre, conmovida y anonadada por sus palabras.
Antes, en mi anterior vida, no era una persona emocionalmente muy estable. Creía que no tenía una razón en la vida para seguir existiendo: mis notas eran decadentes, no tenía trabajo, ni amigos o mucho menos familia. El único al que tenía era a mi padre, un señor ya mayor que trabaja doce horas diarias para poder traerme algo de comida a la mesa y con quien no tenía nada de relación. Los únicos momentos que teníamos juntos nos lo pasábamos rodeados de un silencio incómodo; desde que mi madre nos abandonó había sido así, ambos consumidos por el dolor de no haber sido suficientes para ella.
Mis amigos eran escasos, al menos los verdaderos. Me era difícil hacerlos y mantenerlos, pensaba constantemente que no tenía sentido tenerlos, ya que tarde o temprano también me abandonarían. Y así era. Se cansaban de mí. Decían que no tenía sentido en la vida: no salía, no hablaba y por poco vivía. Con ellos no era diferente. Me invitaban a salir con ellos y, las escasas veces que lo hacía, me las pasaba callada sin prestarle atención a ninguno perdida en mis pensamientos autodestructivos.
Ellos notaban algo raro en mí, me lo decían: era extraña, como un fantasma viviendo en un cuerpo cuyo corazón seguía latiendo. Pero, al igual que yo al notar el dolor de mi padre, decidieron que era más fácil ignorarlo y dejarme en paz.
Sé que todo esto es mi culpa, pero no podía evitarlo. No había nadie que me ayudara de todas formas a salir del agujero en que yo misma me había metido, así que no le veía sentido a mejorar. Me quedé ahí, colgando del abismo sin saber si algún día podría salir. Acostumbrada a sentirme de esa forma.
Ni siquiera sé si la razón de mi transmisión fue mi muerte o no, pero tendría sentido que lo fuera. Lo único que lamentaba era haber abandonado también a mi padre, ciertamente él no se merece vivir eso una segunda vez.
Saber que Christina se preocupaba por mí es...un sentimiento nuevo. Me calienta el pecho y despierta una alegría en mi cerebro que desde hace mucho había estado apagado. Ella tiene razón, he estado tan enfrascada en mis problemas que no me di cuenta de que preocupaba al resto con ellas.
Es este momento en que agradezco que Christina haya sido de Verdad, porque no hubiera podido elegir a otra mejor persona para que me lo dijera.
No sé si me sigo sintiendo de la misma forma que en mi anterior vida, es algo que uno no puede identificar a veces. Pero voy a intentar que sea diferente, no puedo desperdiciar también esta nueva oportunidad y desperdiciar la amistad de las primeras personas que se preocupan por mí en años.
Sé que mis ojos están brillosos por las lágrimas, pero no me importa.
—Lo siento —le digo a Christina, que me mira aun en silencio, preocupada —. Tienes razón, somos amigas, sin importar hace cuánto tiempo nos conozcamos. El sueño... me molesto —coincido —, pero no es algo de lo que tengas que preocuparse. Fue solo un sueño; no son reales.
Ojalá no lo fueran.
—¿Estás segura? —la preocupación de Christina no baja.
Asiento, me meto otro pedazo de torta en la boca y vuelvo a caminar, obligándola a seguirme.
—Hablaré con Tris sobre la pelea, es cierto que no me sentó bien golpearla.
—No podías evitarlo —me asegura Christina —. Alguna iba a tener que ganar de todas formas, o hubieran recibido el mismo castigo que yo.
Frunzo el ceño.
—Aun no puedo creer que te hiciera eso. Eric es un imbécil.
Christina mira a nuestro alrededor como si temiera que el recién nombrado saliera desde las sombras para agarrarme del cuello y dejarme colgando del Abismó también por lo que acabo de decir.
—Eric es un líder —me recuerda. Entiendo la puntuación de sus palabras, pero no me importa. Si Eric me escucha, pues no me importa. Creo que estaría bien que alguien se lo dijera al menos una vez a la cara —, era de esperarse que hiciera algo así. Además, ¿ya viste su cara? Se le nota lo sádico a una milla de distancia.
Me rio, aunque su comentario me sienta mal. No creo que Eric sea un sádico, al menos no por completo. Solo debe querer demostrar su poder, dejar imposibilitado que alguien intente someterlo.
Niego con la cabeza. ¿Qué estoy pensando? Eric es cruel. Solo que quizás no tanto como nos hace creer... ¡Agh! ¡No lo sé! Ayer creía que él era un monstruo y ahora estoy pensando que quizás hay algo de bondad y dulzura detrás de todo ese duro y caliente caparazón. Debo de estar realmente mal de la cabeza.
—¿Qué hay del tatuaje? —continúa diciendo Christina, una sonrisa más emocionada en su rostro.
Quito el cabello que cae sobre mi oreja y me giro para que pueda verlo. Christina hace un gesto de aprobación.
—Es lindo —me dice —. Pero sigo sin entender la razón.
—Un ataque de impulsividad supongo —le digo —. No quería ser la única sin uno —le guiño un ojo.
—¿Siguen siendo sin sentido? —me pregunta con un dejo de diversión.
—Oh, si, totalmente. Pero al menos el mío tiene uno.
Christina rueda los ojos y me roba un pedazo de mi torta.
—¡Ey! —me quejo. Ella se ríe.
Sonrío. Me alegra tener a Christina de amiga: es amable, sincera y ultra valiente, tres cosas que me encantan de ella.
—¿Sabías que en la antigüedad los caníbales no comían gente con tatuajes? Decían que la tinta afectaba el sabor de la carne al cocinarla.
Christina me mira como si me hubieran crecido cinco nuevas cabezas.
Subimos los escalones que llevan del Pozo y corremos hacia la salida. Debido a nuestra charla, tuvimos que apurarnos a buscar a Tris, quien había estado teniendo problemas para atarse las zapatillas antes de que Christina la socorriera. Acorde tener una conversación con Tris antes de que nos marcháramos, ella parecía aliviada de que lo hiciera. Llegamos a las vías justo cuando aparece el tren, haciendo sonar el claxon.
—¿Por qué habéis tardado tanto? —grita Will.
—La señorita piernas cortas se ha transformado en una ancianita de la noche a la mañana —responde Christina.
—Cállate ya —le dice Tris, medio en broma —. Yo no fui la que se tardó media hora buscando comida en la cafetería.
Suelto una risita. Cuando nos vio entrar con dos magdalenas y un pequeño pedazo de torta casi terminado nos preguntó si había habido una guerra campal para poder obtenerlos, nuestras caras debieron de ser magistrales por la forma en que Tris se rió.
Cuatro está delante del grupo, tan cerca de las vías que, si se mueve un par de centímetros, el tren le arrancara la nariz. Da un paso atrás para dejar que algunos de los otros suban primero. Will se sube al vagón sin mayor dificultad, aterriza sobre el estómago y arrastra las piernas hasta el interior. Cuatro se agarra al asidero del lateral del vagón y se impulsa con elegancia, como si no tuviera que llevar más de metro ochenta de cuerpo.
Luego de la primera vez, de alguna forma, ya no me asusta tener que subirme a un tren en movimiento. Creo que la parte que más me asustaba de hacerlo al principio era que sabía que tendría que saltar desde la azotea de un edificio a otro más tarde. Ahora, corro detrás de Edward, que prácticamente se lanza sobre el tren para subirse, y me agarro del asidero como Cuatro había hecho. Mi cuerpo choca contra el lateral del tren y suelto un gemido cuando siento toda su dureza estamparse contra mí. Maniobro como puedo y logro meterme dentro del vagón.
—Eso fue impresionante —me dice Will con una sonrisilla.
Le devuelvo el gesto y le saco el dedo medio. Cuatro, a un lado de nosotros, intenta no sonreír.
Me acomodo a un lado de Will, que se ríe por mi gesto y me da un empujón con el hombro. Lo miro con fingida indignación y se lo devuelvo, empezamos a jugar a empujarnos como si fuéramos niños.
—Niños —nos dice Cuatro —, nada de peleas en el vagón.
Will y yo nos reímos. El resto parece sorprendido de que Cuatro siquiera tuviera un sentido del humor.
Vemos a Al ayudar a Tris a subir al tren. Peter se para detrás de él y me preparo para cualquier comentario estúpido que este por hacer.
—¿Cómo va eso? —pregunta Peter, fingiendo simpatía: los labios torcidos hacia abajo, las cejas arqueadas y juntas —. ¿O notas los músculos un poco... estirados?
Se ríe de su propia broma, y Molly y Drew lo imitan. Molly tiene una risa fea, llena de ronquidos y movimientos de hombros, y Drew se ríe en silencio, casi como si le doliera algo.
Ruedo los ojos.
—Tu increíble ingenio nos tiene asombrados a todos —comenta Will a mi lado.
—Si, ¿seguro que no deberías estar con los de Erudición, Peter? —añade Christina —. He oído que no les importa aceptar a los gallinas.
—¡Ey, las gallinas son inteligentes! —digo girándome para mirarla.
Mis compañeros, excepto el grupo de Peter, se ríe. Peter, por otro lado, me mira con el rostro enrojecido de la furia.
Cuatro, que está junto a la puerta, habla de nuevo antes de que Peter pueda responder.
—¿Voy a tener que aguantar vuestras tonterías hasta que lleguemos a la valla?
Todos se callan, y me vuelvo hacia Will haciendo monería que lo hace volver a reír en silencio. Christina nos observa desde mi otro lado. Le guiño un ojo y me inclino para susurrarle que Peter nos sigue observando. Ella mira hacia el antiguo Veraz, que nos mira como si estuviera pensando en destriparnos vivas, sonríe y me devuelve el susurro. Ambas nos reímos por lo que dice y miramos hacia Peter de nuevo. Él aprieta los puños, como si pensara que nos estamos burlando de él.
—Ustedes dos son diabólicas —nos dice Will a Christina y a mí, luego de entender lo que estamos diciendo.
Christina y yo le dirigimos miradas idénticas de orgullo.
—¿Qué crees que habrá ahí afuera? —pregunta Tris a Christina cuando se acerca a nosotras, señalando a la puerta —. Vamos, al otro lado de la valla.
—Zombis —le digo con los ojos grandes.
La pareja en potencia se ríe y Tris me mira con obviedad.
—Supongo que unas cuantas granjas —responde Christina luego de unos segundos, encogiéndose de hombros.
—O zombis —le susurro a Will, que resopla para tragarse las risas al ver la mirada que Tris nos dirige.
—Si —continúa hablando Tris a Christina —, pero me refiero a... más allá de las granjas. ¿De qué protegemos a la ciudad? —me ve abrir la boca y me señala con un dedo —Si vuelves a decir Zombis te prometo que tendrás que dormir con un ojo abierto por la noche.
Abro mucho los ojos y me escondo detrás de Will. Teniendo en cuenta que dormimos una al lado de la otra, le voy a creer a su amenaza.
—¡De monstruos! —responde Christina, moviendo los dedos delante de su cara.
Tris pone los ojos en blancos y me mira como si me culpara por mi mala influencia.
—No hemos tenido guardias cerca de la valla hasta hace algunos años —dice Will —. ¿No recuerdas que los polis de Osadía patrullaban el sector de los abandonados?
—Si —responde Tris.
Yo sé porque empezaron a custodiar las vallas, pero no puedo decirlo. Es imposible que me crean, así que me quedo callada. Salgo detrás de Will y vuelvo a parar en mi anterior lugar para escuchar mejor la conversación.
—Oh, claro —comenta Will —, supongo que los verías mucho.
—¿Por qué lo dices? —pregunta Tris, con un tono ligeramente cortante.
—Porque tenías que pasar por ese sector para ir a clases, ¿no?
—¿Qué hiciste? ¿Memorizar el mapa de la ciudad por gusto? —pregunta Christina.
—Si —responde él, perplejo —. ¿Tú no?
—Amigo, eres raro —le digo con diversión. El no parece entender por qué.
—Lo dice la que sabe por qué los caníbales no comían gente con tatuajes —me dice Christina.
—¿Tú también lo sabes? —me pregunta Will, emocionado.
Le doy una sonrisa triunfal a Christina, que niega con la cabeza con cansancio.
El tren frena con un chirrido y todos caemos hacia adelante con el cambio de velocidad. Me agarro de Will y nos vemos obligados a detener nuestra conversación sobre los asesinos en serie más famosos de la antigüedad. Los edificios destartalados han desaparecido, solo vemos campos amarillos y vías. El tren se detiene bajo un toldo. Salto y piso la hierba al caer del tren.
Delante de mí hay una valla metálica con alambre de espino encima. Cuando empiezo a caminar me doy cuenta de que se pierde a lo lejos, perpendicular al horizonte. Más allá hay un grupo de árboles, casi todos muertos, algunos verdes. Arremolinados al otro lado de la valla hay unos cuantos guardias armados de Osadía.
Estoy sorprendida ante la vista frente a mí. No me había dado cuenta del gran impacto que tuvo la guerra que dejó al mundo dividido en facciones. No recuerdo de que se trató la guerra, o si alguna vez la explicaron, pero estoy segura de que no valía lo suficiente como para que todo terminara así.
—Seguidme —dice Cuatro.
Camino a un lado de Will, ambos en silencio. Habiendo sido de Erudición entendemos más sobre los cambios y las especies perdidas que causó la guerra. Muy seguramente, fuimos nosotros, los de Erudición, los que nos encargamos de que no desapareciéramos también, utilizando nuestra ciencia y conocimientos.
Cuatro nos conduce a la puerta, que es tan ancha como una casa y se abre a la carretera agrietada que conduce a la ciudad. Un recuerdo fugaz de una Aurora más pequeña viniendo aquí, acompañada de sus padres, aparece en mi mente. Se va tan rápido como aparece, pero me deja confundida.
—Si no quedáis entre los cinco primeros al final de la iniciación, seguramente acabareis aquí —explica Cuatro al llegar a la puerta —. Una vez que te conviertes en guardia, hay posibilidades de ascender, pero no muchas. Puede que vayas de patrulla más allá de las granjas de Cordialidad, pero...
—¿Qué objetivo tienen las patrullas? — pregunta Will.
En mi mente parece otro recuerdo, uno más claro, nítido.
Camino sobre una tierra dura, mis padres están peleando. Mi padre le reclama a mi madre que no deberían haberme traído, que es peligroso, mientras me señala con un dedo largo y calloso. Me molestan sus gritos, no me gusta cuando pelean. Mis zapatitos negros resaltan en la tierra oscura y mojada. Abrazo a mi peluche de zorro (no tiene nombre, no me dejan ponerle uno) y deseo volver pronto a casa, a donde mi tía terminara de contarme una historia de una princesa que lleva mi nombre.
Estoy caminando por el lugar, todo se ve destruido y sin ningún indicio de vida. A mí no me importa, soy demasiado pequeña para que lo haga. Salto entre los charcos de agua sucia que hay, intento distraerme de mis padres que no me prestan atención. Pego un salto y resbalo. Si no fuera por una mano oscura y fuerte que me agarra por debajo de las axilas me hubiera caído de lleno en el agua. El hombre que me sostiene parece joven, tiene el cabello rapado y una sonrisa suave. Me sostiene contra su cintura y yo no le tengo miedo. Me dice que tenga cuidado, que ahí el agua puede hacerme daño. No entiendo a qué se refiere, levanto mi peluche y se lo muestro. Él sonríe y me pregunta cuál es el nombre de mi peluche. Le digo que no tiene, él parece ofendido: “tiene que tener alguno”, me dice.
La pequeña Aurora lo piensa y, cuando está por decir el nombre que se le ocurre, empiezan los disparos.
Un empujón en el hombro me devuelve a la realidad. Peter pasa por mi lado sin dirigirme una mirada, sus amigos me sonríen con sorna.
Vuelvo a caminar y me pongo otra vez juntos a Will, que se había quedado esperándome más adelante luego de darse cuenta de que no los estaba siguiendo. Me pregunta si estoy bien, dice que estoy pálida. Asiento con la cabeza como puedo, aunque realmente no lo estoy.
No entiendo el nuevo recuerdo, y me muero por saber qué significa.
Durante el tiempo que nos quedamos en la valla intento buscar al hombre que aparece en mi recuerdo, pero no lo encuentro por ningún lado. Pregunto a algunos de los Osados que patrullan por ahí, pero ninguno parece saber de quién hablo.