Chapter 1: Capítulo 1
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Siento como si estuviera flotando, el mundo se siente distorsionado, borroso, a mi alrededor, dando vueltas y con el sonido incesante de murmullos inentendibles. Comprendo que estoy sentada gracias al contacto acolchonado de la silla bajo sobre la que me encuentro, mas no recuerdo como llegué aquí. muevo mis ojos, buscando algo, una forma, un sentido, que sé que no voy a encontrar. El movimiento me genera un mareo, y me llevo la mano a la cabeza. La ropa que llevo puesta es incómoda, muy ajustada, y me imposibilita moverme a gusto.
No recuerdo nada. Mi mente está en blanco, ocupada por el proceso automático que mi cuerpo emplea para inhalar y exhalar el oxígeno que respiro.
Parpadeo, intentando sacarme el malestar que esta confusión me produce. De a poco, mi vista va mejorando, me doy cuenta de que hay siluetas sentadas a mi alrededor, donde todo brillan más de lo necesario.
Trago saliva, mi garganta está seca y tengo ganas de vomitar.
Escucho una voz que me llama al oído y el aroma a cítricos llega a mis fosas nasales, llenándome de una tranquilidad que me resulta más propia de otra persona. Me levanto, siguiendo unas instrucciones que aparecen como manual en mi cabeza. Las personas que están sentadas en la fila al lado de la persona que me hablo se apartan para que pueda pasar. Algunas me hablan por lo bajo y noto que están queriendo hacerme sentir mejor.
Bajo despacio por una escalera y el repiqueteo de unos tacones sigue cada uno de mis pasos, son míos. al menos eso explica el repentino dolor en los pies. Termino de bajar y me pregunto mentalmente cómo es que no me caí.
Una tarima se alza frente mío y camino hacia ella, donde una silueta robusta y ancha vestida de gris oscuro me espera. mis niveles de nerviosismo aumentan y con ella el de mi respiración. Hago lo posible por tranquilizarme, usando una técnica mental para calmarme que me resulta conocida, sé que alguien me la enseñó y que la he utilizado muchas veces, pero no se ni quien me la enseñó o por qué.
Estoy cada vez más confundida.
Subo la tarima y levanto la cabeza, un hombre de rostro amable con ojos azules y cabello canoso me devuelve la mirada con una ligera sonrisa. Por alguna razón, sé que la amabilidad que aparenta no es cien por ciento sincera.
El hombre me extiende la mano y yo hago lo mismo. Él la agarra y, en ese mismo instante en que sucede, me doy cuenta que lleva un cuchillo en la mano libre, el mismo que utiliza para trazar una leve cortadura en la palma de mi mano. Suelto un siseo, la mano del hombre que me sujeta me impide apartarme. Lo miro a los ojos, y finalmente me suelta. Me hace un gesto con la cabeza para que mire algo. sigo su indicación, llevando mi mano dolorida que desprende hilos de sangre hacia mi pecho.
Frente a mí se despliegan cinco cuencos. aunque son iguales en tamaño y color, hechas de una porcelana gris fría e inmaculada, dentro suyo cada una lleva algo diferente, empezando por mi izquierda: carbones encendidos, piedras grises, agua, tierra seca y vidrios.
A éste punto ya tengo más o menos una idea de lo que puede estar pasando. Y no estoy segura de que me este gustado del todo.
Por puro instinto, y porque voy vestida toda de azul, llevó mi mano sangrante sobre el agua cristalina, pero una voz, dulzura y a rebosar de cariño, en mi cabeza me detiene a hacerlo. la escucho un instante, y me pide que deje caer mi sangre sobre los carbones encendidos. “Hazlo por mí” me dice. No puedo pensar, tengo que actuar. El tiempo se me termina. el hombre frente a mi empieza a impacientarse y se que el resto de los presentes también.
Llevo mi mano hacia el carbón encendido y dejo que una gota caiga sobre ella. la sangre chisporrotea, y con ella la confirmación de mis sospechas.
¿Qué carajos?, pienso. de todos los lugares… ¿Tenía que ser “Divergente”? ¿Por qué no “El Señor de los Anillos”? Al menos no fue es “Juegos de Trono”
Perdida en mis pensamientos, observo la forma en que mi sangre que se adhiere y desaparece en el carbono. Frente a mí, el hombre, al que ahora reconozco como Marcus Eaton, me regala una sonrisa entre tensa y sorprendida al tiempo en que me entrega una curita para mi herida. En cuanto acepto la curita y me la pongo, se dirige hacia la multitud detrás de mí:
—Osadía — dice.
Los gritos y aplausos estallan a mis espaldas y yo lo único que puedo hacer es seguir maldiciendome mentalmente.
Divergente ni siquiera es mi saga favorita, ¿Por qué entre todas las que he leído tuve que terminar en la que tiene el final más decepcionante de todos? Y eso que he leído bastante mierda a lo largo de mis años de lectora.
Bajando la tarima, los de Osadía me reciben con los brazos abiertos. Uno de ellos me deja su asiento para que pueda terminar de ver la presentación a gusto mientras que otra es tan amable como para darme un par de zapatos más cómodos y que se, por lo que recuerdo, que voy a necesitar con urgencias en unos minutos. agradezco todo con amabilidad y me siento.
La ceremonia continúa ante mis ojos. enfrascada en una batalla mental conmigo misma sobre cómo demonios puede haber terminado en esta situación, me la pierdo.
Apenas recuerdo los puntos importantes de esta historia, entre ellos los que más me impactaron del primer y segundo libros. El tercer, y último, libro está prácticamente olvidado entre mis recuerdos por lo decepcionante que fue. sin contar que ni siquiera se si este mundo sigue la historia de los libros o el de las películas, ya que ambas tienen sus similitudes y diferencias.
Continuando el tema sobre los recuerdos, no tengo idea de quién se supone que soy en este mundo. Quien es mi familia, mi nombre o si incluso tengo amigos o alguna mascota. No tengo idea. Lo único que sé es que tengo dieciocho años, porque esa es la edad a la que cada persona debe someterse a la Ceremonia de la Elección, y que era de Erudición, por mi atuendo, que consiste en una remera blanca debajo de un saco azul de apariencia cara, unos pantalones negros y tacones, que ya no tengo en este momento, también azules; y que ahora soy de Osadía.
Esto último, personalmente es una putada, porque siempre me he considerado más una Erudita que una Osada. Lo mío es aprender y leer libros, no golpear, disparar o, mucho menos, hacer ejercicio. Y ahora tendré que hacer todo eso porque sino terminare en la calle como los sin facciones y, dios no quiera, siendo reclutada por el grupo de la madre de Cuatro.
Suelto un suspiro y me recuesto en mi asiento. La chica sentada a mi lado me sonríe con curiosidad, pero la ignoro. La madre de Cuatro. Evelyn Eaton, si no mal recuerdo. Odiaba a esa mujer, me hacía sentir como si todo hubiera sido más fácil sin ella intentando meter sus dedos en donde no debía. Entendía cuáles eran sus razones, pero, aun así, no fue la mejor forma.
¿Y se supone que yo tengo que arreglar eso? ¡Ja, si claro! Soy una chica de Erudición, pero no me gusta tomar decisiones, son demasiado complicadas. A mí me van los hechos, esto sucedió así por esta razón, no “hay que hacer esto o sino llegara el fin del mundo y todos moriremos”. Agh, qué mundo cruel, hacerme esto a mí, que tan bien estaba con ser una simple espectadora y no una protagonista o personaje secundario.
Hablando de eso, ¿se supone que soy algún personaje secundario en realidad? No recuerdo una chica que haya sido de Erudición que se trasfiriera a Osadía. Recuerdo a esta chica que sí lo era, pero tenía un novio al que Peter había mandado a apuñalar en el ojo y que ambos luego se convirtieron en sin facción por eso. También recuerdo que el novio terminó trabajando con la madre de Cuatro.
Pero más allá de ella, no recuerdo a otra. Y teniendo en cuenta que no veo a nadie acercandoseme en plan romántico como para decir que tengo novio, yo supongo que no soy ella.
Entonces, ¿Quién soy? ¿Existía siquiera antes de aparecer? Probablemente sí, y, quizás siendo más inteligente que yo, la verdadera dueña de este cuerpo ignoro esa voz y se quedó en Erudición. Ojalá yo hubiera hecho lo mismo, pero me dejé llevar por esa voz maternal y como nunca tuve madre... Bueno, mis traumas, mis consecuencias.
La chica a mi lado se levanta y me doy cuenta de pronto que la Ceremonia acaba de concluir. Me paro y sigo a los nacidos de Osadía. Destaco con facilidad entre ellos, como un pircing azul en una nariz llena de puntos negros, pero también me doy cuenta de que no soy la única. Los veo muy de reojo, pero antes de que pueda averiguar si son quienes creo soy empujada por otros de Osadía. Devuelvo algunos empujones y me rio cuando estos me los devuelven de forma juguetona.
Por un instante pienso en darme la vuelta y ver si alguien me busca entre la multitud, algún amigo o familiar, pero la multitud de osados es tan grande y tan ruda para intentar arrastrarme fuera que se me hace imposible.
La multitud de Osadía nos dirige hacia la escalera en vez de hacia los ascensores. Miro los ascensores con anhelo y escucho el sonido de algunas risas al verme. alguien me empuja por el hombro hacia las escaleras, sin dejarme escapatoria. Mientras voy subiendo cada escalón, mis insultos hacia los osados van incrementando.
—Malditos osados, que no quieren usar los putos ascensores — mascullo por lo bajo con cada paso firme.
Finalmente, cuando llegamos al exterior el fuerte sol de la mañana hace que me detenga encandilada. Los osados que habían salido corriendo y gritando en un principio nos esperan ahí, aún tan excitados como un perro por un premio. Cuando el último de nosotros termina de salir, dan media vuelta y corren por la calle, impidiendole el paso a un autobús. Frunzo el ceño, mirándolos como si fueran locos, pero los sigo, ya que no me queda de otra, lamentablemente. Doblamos una esquina y oigo el sonido familiar de la bocina de un tren.
Este momento es uno de los más locos que recuerdo de este mundo, no porque sea algo del todo alucinante, sino porque es sumamente estupido. Entiendo que quieran dejar en claro que estar en Osadía es difícil y que solo los mas fuertes pueden sobrevivir a ella, pero no le encuentro sentido a hacer que para llegar a la facción tengan que subirse a un tren en movimiento, teniendo en cuenta lo peligroso que es y cuantos de tus activos pueden llegar a morir cada día por ello.
Quiero decir, si tan peligroso es el mundo y están tan necesitados de tener un ejército disponible y fuerte para contraatacar a los posibles enemigos, ¿Porque dejas que mueran sin más? Para probar que… ¿Si son lo suficientemente valientes? Que estupidez.
En fin, corro en dirección a las vías del tren, guiándome por la dirección en la que los nacidos en osadía se dirigen.
La ciudad no es gran cosa, sobre todo porque está parcialmente destruida, a excepción de los lugares ocupados respectivamente por cada facción. tiene edificios altos, calles anchas, suelos pavimentados y… A ver, es una ciudad. Incluso yo, que era de pueblo en mi otra vida, tengo una idea de cómo una ciudad debe verse. Lo único diferente es la destrucción, así que háganse una idea también.
A los pocos minutos de correr me empiezan a dolor las piernas y los pies, pero no paro hasta llegar a las vías, donde me paro, con las respiración agitada, a esperar a que el tren llegue. Los Osados, que no necesitan pasar la prueba, me sonríen con aprobación cuando no dudo al ver llegar al tren y empiezan a correr cuando este avanza hacia nosotros sobre sus raíles de acero con las luces encendidas y tocando la bocina. Todas las puertas de los vagones están abiertas, esperando a que entremos, y suelto un suspiro de alivio al ver que no es como en las películas, que había que esperar a que otros osados las abrieran mientras colgaban de las barandillas.
Reúno fuerzas y, soltando un último suspiro, empiezo a correr junto al resto de los osados. con mucho esfuerzo, subo detrás de un grupo de nacidos de osadía. Tropiezo al entrar al vagón y uno de ellos me sostiene por los hombros para que no caiga.
—Bien hecho —me alienta con una sonrisa amistosa cuando me recompongo.
Le devuelvo la sonrisa con un asentimiento y me giro hacia las puertas que aún están abiertas. Los iniciados, como yo, aún están corriendo a un lado de la vía intentando subir. Alejo la vista y me voy a un rincón del vagón, agradecida de haber empezado a correr desde un principio o si no me hubiera quedado muy atrasada. O peor, quizás ni hubiera podido subir, fallando la prueba desde el inicio.
—¿Cuánto tiempo hasta que lleguemos a la instalación de Osadía? —le pregunto al mismo que me ayudó.
Recibo la respuesta de otra chica.
—Parece que este año tenemos una verdadera osada —me dice. Tiene el cabello rojo como el fuego y unos ojos celeste preciosos. Todo en ella es precioso, desde su alta estatura y cuerpo tonificado hasta los tatuajes abstractos que llenan sus brazos —. No dudaste ni por un segundo al subirte, eso es bueno. puede que tengas madera para esto.
—Me siento halagada. ¿Cuánto tiempo hasta que lleguemos a la instalación de Osadía? —repito — Estoy que me caigo del cansancio.
La chica me sonríe, una sonrisa hermosa con hoyuelos.
—Unos treinta minutos —responde finalmente —. Puedes descansar mientras, aunque no me podría muy cómoda si fuera tú.
—Anotado — suspiro cansada mientras me siento en el suelo del vagón y me recuesto contra la pared lo más alejada de la puerta posible.
Nadie dice nada durante unos minutos, pero puedo sentir que todos me observan y me evalúan. Levanto la mirada, la chica pelirroja me sigue mirando. Por la forma en que todos siguen mirando de ella a mi puedo decir que debe tener cierta reputación entre los osados.
—Me gustas —me dice la pelirroja, parándose frente a mi —. Soy Becca.
La miro. No sé mi nombre, así que no sé qué decirle. Temo que alguien de aquí me conozca y me tome por mentirosa si digo el incorrecto.
—Hagamos algo — empiezo a decir, llamando su atención y la del resto. Alzo mi barbilla, una sonrisa juguetona en mi rostro —. Si paso la iniciación, te digo mi nombre.
Becca me mira sorprendida, con las cejas alzadas y la boca ligeramente entreabierta. Luego empieza a reírse, con una risa desquiciada que me hace alzar las cejas y mirarla sorprendida.
—Muy bien, Chica Misteriosa —me dice cuando se recupera —. Seré paciente y esperare, pero solo porque me gustas.
—Si, si, ya lo dejaste en claro — le recuerdo.
El tren suelto una última bocina y miro hacia fuera, preguntándome cuántos no habrán podido lograrlo. Realmente no soy buena recordando detalles menores.
Los minutos pasan rápidamente y yo logro recuperarme de todo el cansancio. Mi nuevo cuerpo es resistente, nada que ver con el enfermizo que solía tener en mi otra vida. Ahora soy más alta que antes, sobrepasando el metro setenta con seguridad, y mi cuerpo tiene ciertos rasgos que evidencian la existencia de algo de musculos. Casi como si la anterior dueña de este cuerpo hubiera empezado a prepararse para esta situación, pero no lo suficiente. al menos yo sé que no lo va a ser.
Cuando el segundo momento que había temido más llega, Becca vuelve a acercarseme. Esta vez estoy parada, ya esperando lo que va a suceder, y tengo que mirar ligeramente hacia abajo para ver sus ojos.
—Espero que te hayas recuperado de tu cansancio. Sería una verdadera lástima que fallaras en esta parte — me advierte.
Mientras la observa en silencio, ella se da la vuelta y salta sin dudarlo dos veces por el vagón. La veo caer y rodar en la azotea del edificio. El resto la sigue, pero yo alcanzó a ver como ella me mira aun desde el suelo, retándome a hacer lo que ella acaba de hacer.
Empiezo a sonreír. Dije que era una Erudita y lo soy, pero eso no quiere decir que sea una cobarde.
Me preparo, contando mentalmente hasta tres, y salto del tren.
Verlo y hacerlo son dos cosas diferentes. Para empezar, hacerlo es mucho más doloroso. Quedo suspendida en el aire durante un instante, hasta que mis pies tocan tierra firme y el dolor me recorre las espinillas. Ruedo por el suelo y la grava me raspa las manos y me genera moretones por el resto del cuerpo. Suelto un gemido y hago lo posible para lograr sentarme.
—Bien hecho, Chica Misteriosa — Becca llega a mi lado sin que me dé cuenta y tira de uno de mis brazos, obligándome a levantarme —. Vamos, todavía no ha terminado.
—Eso fue...una locura — le digo con la respiración agitada, dejando que me arrastre —. Una completa y totalmente absurda locura. Podría haber muerto.
—Si, así es —ella me sonríe sin remordimiento y me pasa un brazo sobre los hombros—. Pero eso nos hace osados. Nosotros no tememos a la muerte.
la contemplo en silencio.
—Todos morimos tarde o temprano.
Becca me mira.
—Me gustas mucho.
—Para, vas a hacer que empiece a sonrojarme —digo con indiferencia. Me resulta extraño como sigue diciéndolo, principalmente porque no me conoce, pero, bueno, es una osada, y ellos son raros por naturaleza, así que no le presto mucha atención.
Llegamos a donde todos los osados están. Los que iban en el mismo vagón que yo, me vuelven a sonreír con aprobación, el resto me mira con curiosidad. Me giro para observar a los últimos de los iniciados llegar y Becca me sigue, sin soltarme aun. Parece bastante cómoda en esta posición.
Reconozco a Tris y Christina a la distancia con facilidad, una rubia y vestida toda de gris y la otra pelinegra y vestida de blanco y negro. Se están riendo aun en el suelo. Veo a otros tres de Verdad, vestidos de blanco y negro. Se que uno es Peter, porque sonríe orgulloso, y la otra debe de ser Molly, porque es alta y robusta.
De pronto, sin que siquiera me de cuenta, una escena que no recordaba se produce frente a mis ojos. Una chica osada está al borde del tejado, mirando al suelo y gritando. Detrás de ella otro chico de Osadía la agarra por la cintura para que no caiga.
—Rita —le dice el chico —. Rita, cálmate. Rita...
No necesito acercarme para saber lo que encontraré si me asomo por el borde.
—Tarde o temprano — Becca repite, mirando la escena como yo, apenada, pero sin ser capaz de hacer nada.
Me doy la vuelta y me suelto de su agarre, sin soportar seguir sintiendo el tacto de su piel sobre la mía. me alejo lo más posible de la escena. Llego al frente de la multitud. No quiero pensar en la persona que acaba de morir, pero aun puedo escuchar los lamentos de Rica.
Niego con la cabeza, obligándome a ignorarla.
Alzo la mirada y me encuentro con los ojos grises más fríos y amenazantes que haya visto nunca en mi vida. El dueño de esos ojos tiene el cabello rubio corto a los lados y largo en el frente. Una mandíbula potente y muy marcada, labios pequeños pero carnosos y una barba de pocos días. Dos piercings sobre la ceja izquierda y otros dos en cada oreja, acompañado por unos tatuajes que le suben por el cuello. Su cuerpo es alto y musculoso, la ropa negra y apretada que tiene le hace resaltar eso. Es hermoso y peligroso al mismo tiempo.
Eric. Ese es su nombre. Y es uno de los antagonistas de esta historia, uno de los peores podría decir.
Está subido al borde del edificio y no deja de mirarme mientras camina por ella. Escucho unas risas detrás de mí y rompo la conexión de nuestras miradas sin poder soportarlo más.
Giro el rostro y me fijo en que Peter acaba de burlarse de Tris. Ruedo los ojos y vuelvo la mirada al frente, aunque me aseguro de que no sea en la dirección en que Eric se encuentra.
—¡Escuchad! ¡Me llamo Max! ¡Soy uno de los líderes de vuestra nueva facción! —grita el hombre que está parado a un lado de Eric en la cornisa.
Es mayor que los demás, se le ven unas profundas arrugas en la piel oscura y pelo gris en las sienes. Está tranquilo, sin dar vueltas como su compañero líder y no parece preocupado en lo más mínimo que este vaya a caer, como lo hizo el amigo o amiga de Rita.
—Varias plantas por debajo de nosotros está la entrada de los miembros a nuestro complejo—continúa diciendo—. Si no lográis reunir el valor suficiente para saltar, no están hechos para este lugar. Nuestros iniciados tienen el privilegio de saltar primero.
Reprimo un resoplido y sigo mirando hacia el suelo, porque sigo temiendo mirar hacia Eric y no confió en mí misma para no hacerlo.
—¿Quiere que saltemos de una cornisa? —pregunta la voz de una chica.
Me fijo en ella, va vestida de azul de Erudición. Es alta, pero no tanto como yo, su pelo es castaño desvaído y tiene labios grandes, está boquiabierta. Miro para otro lado antes de que ella pueda verme, temerosa de que me reconozca. Sigo sin saber que mierda voy a hacer sobre mi identidad.
—Si — responde Max que parece divertirse.
—¿Hay agua al fondo o algo así?—pregunta esta vez un chico.
—¿Quién sabe? — dice él, arqueando las cejas.
Saltaría yo primero, para ahorrarme tener que esperar y porque quiero que todo esto termine rápido así descansar un poco. Pero tengo que esperar a Tris. Ser la primera saltadora fue uno de sus grandes logros, uno del que estaba orgullosa y que le dio fuerza en los comienzos de su trayectoria como persona. No quiero quitarle eso. Puedo ser la segunda de todas formas.
Escucho el ruido de una caída, de la suela de una zapatilla chocando con la grava, y una sombra cubre mi cuerpo. Trago con fuerza y alzo la mirada. Eric se alza en toda su altura de más de metro ochenta sobre mí con un aura amenazante. Me evalúa con sus ojos y yo intento comprender qué es lo que quiere de mí, porque me sigue mirando de esa forma. ¿Quizás me reconozca de su tiempo en Erudición, la facción en que nació?
Oigo risas y por mi lado veo pasar a Tris, que me envía una mirada nerviosa de reojo al ver a Eric a escasos centímetros de mí. También veo que otros osados lo hacen, Becca especialmente parece a punto de querer socorrerme. Los iniciados, por otro lado, parecen más interesados en ver a una “Estirada” saltar primero. Max se aparta para darle espacio a Tris, aunque noto que también le envía una mirada fugaz llena de curiosidad a Eric.
A Eric, por otro lado, no parece importarle en lo más mínimo la atención que está atrayendo. Quiero sostenerle la mirada, pero cada pocos segundos tengo que apartarla debido a lo fríos que son sus ojos. Su colonia llega a mis fosas nasales, es algo fuerte y varonil, como tiende a ser en los perfumes y desodorantes masculinos; es agradable.
Tris empieza a quitarse la ropa poco a poco hasta quedar únicamente con un vestido largo y simple color gris. Eric, al darse cuenta de que iba a saltar realmente, se aparta para observarla. Ahora sin su ensordecedora presencia, me permito respirar con más tranquilidad.
Tris hace una bola con su ropa y se la tira a Peter, esta le golpea sin fuerzas en el pecho. Me tapo la boca ante la risita que se me sale al ver la cara que hace Peter. Se escuchan silbidos y gritos. Luego, con algo de duda, Tris se gira hacia el agujero, toma unas cuantas respiraciones y salta.
Me quedo sorprendida. Miro a Eric, creo recordar que hacía un comentario en esta parte en las películas. Entonces, recuerdo que se supone que en el libro él ni siquiera aparece hasta más tarde.
Entrecierro los ojos. Necesito saber si este mundo sigue la trama de las películas o los libros.
Esperamos un minuto exacto desde que Tris salto y entonces Max nos pregunta quién quiere ser el siguiente.
Doy un paso adelante, y de esa forma me convierto en la segunda saltadora.
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Como a Tris y al verme dudar con mi nombre, Cuatro me dio la oportunidad de elegir uno nuevo.
Ahora me llamo Cassandra. No sé si se parece al que tenía originalmente, y no me importa. Ahora soy una osada no una erudita, en cualquier caso, puedo utilizar eso como excusa. “Nueva vida, nuevo nombre”.
Cuando todos los iniciados están de nuevo en tierra firme, Lauren y Cuatro nos llevan por un túnel estrecho. Las paredes son de piedra y el techo está inclinado, así que es como descender al centro de la tierra. El túnel tiene unas farolas que emiten luz tenue, pero que están bastantes separadas entre sí.
Nos detenemos.
—Aquí es donde nos dividimos —anuncia Lauren. Tiene el pelo oscuro y lleva tres anillos de plata en la ceja derecha —. Los iniciados nacidos en Osadía, conmigo. Supongo que no necesitáis una visita guiada.
Sonríe y hace una seña a los iniciados nacidos en la facción, que se apartan del grupo y desaparecen entre las sombras. El último talón sale de la zona iluminada y miro a mi alrededor. La mayoría de los iniciados eran de Osadía, así que ahora somos diez. De esos, hay una sola trasladada de Abnegación —Tris— y no hay ninguno de Cordialidad. El resto somos de Erudición y de Verdad.
Cuatro se dirige a nosotros.
—La mayor parte del tiempo trabajo en la sala de control, pero, durante las próximas cuatro semanas, seré vuestro instructor —dice —. Me llamo Cuatro.
Alzo las cejas. Cuatro semanas, ¿solo eso? Voy a tener que pasar una iniciación, que podría matarme en el proceso, planear un plan para detener a Jeanine, que podría matarme en el proceso, y ver a Tris y Cuatro enamorarse, que, de hecho, también podría matarme en el proceso... Tiene que ser una broma. Podría jurar que parecían más que solo cuatro semanas.
—¿Cuatro? ¿Cómo el numero? — pregunta una chica a mi lado. Es Christina; es alta, tiene la piel marrón oscura y el pelo corto. Se ve como en la película, es guapa.
—Si, ¿algún problema?
—No.
—Bien. Estamos a punto de entrar en el Pozo, un sitio que aprenderéis a querer con el tiempo. Es...
—¿El Pozo? — repite Christina riéndose por lo bajo —. Qué nombre más agudo.
Niego con la cabeza por su estupidez.
Cuatro se acerca a ella y pega mucho la cara a la de la chica; entrecierra los ojos y se queda mirándola durante un segundo.
—¿Cómo te llamas? —pregunta en voz baja.
—Christina —responde ella con voz chillona.
—Bueno, Christina, si hubiese querido aguantar a los bocazas de Verdad, me hubiera unido a su facción — dice Cuatro entre dientes —. La primera lección que vas a aprender es a mantener la boca cerrada, ¿lo entiendes?
Ella asiente con la cabeza.
Cuatro empieza a caminar hacia las sombras del final del túnel y el grupo de iniciados lo sigue en silencio.
—Que imbécil — masculla la chica.
—Supongo que no le gusta que se rían de él — contesta Tris.
—No —niego yo también por lo bajo. Ambas chicas me miran de reojo —, solo está haciendo su trabajo. Cualquier otro te podría haber castigado peor — como Eric, pienso —. Recuerda que esto es Osadía, no Verdad. La humillación es de los menores castigos que vas a recibir aquí — la miro con fijeza, esperando que entienda mis palabras.
Christina me sonríe alegremente y dudo si escucho una de las palabras que le dije. Tris me regala una sonrisa más tensa. Las ignoro y vuelvo a mirar a Cuatro.
El instructor abre unas puertas dobles y entramos en el lugar al que ha llamado el Pozo.
—Oh — susurra Christina —, ya lo pillo.
“Pozo” es la mejor manera de describirlo; es una caverna subterránea tan enorme que no veo el otro extremo desde donde estoy, en el fondo. Las paredes irregulares de roca tienen varias plantas de altura y, excavadas en ellas, hay zonas de comida, compras, suministros y actividades de ocio. Unos estrechos senderos y escalones tallados en la roca los conectan. No hay barreras para evitar que la gente se caiga.
Una rendija de luz naranja sale por una de las paredes. El techo del Pozo lo forman unos paneles de cristal y, por encima de ellos, un edificio que deja entrar la luz del sol.
Hay unos faroles azules colgados al azar sobre los senderos de piedra, parecidos a los que iluminaban la sala de Elección. Su brillo aumenta conforme desaparece el sol.
Vemos personas por todas partes, todas vestidas de negro, todas vociferando y hablando, expresivas, gesticulante. No hay ningún anciano entre ellos. Verónica Roth, la autora de los libros, nunca explicó porque no había ancianos y si lo hizo, yo no lo sé.
Un grupo de niños sale corriendo por un sendero estrecho sin barandillas, y eso hace que se me acelere el corazón y me entren ganas de apartarlos antes de que se hagan daño. Cuando era pequeña me caí de la plataforma de un teatro mientras mi clase intentaba dar una obra a la institución y desde entonces le temo a las alturas, tanto por la caída, como por la humillación de haber arruinado la obra al tener que ser trasladada a un hospital por romperme una pierna.
—Si me seguís, os enseñaré el abismo —dice Cuatro, haciéndonos un gesto para que avancemos.
Nos conduce al lado derecho del Pozo, que está notablemente oscuro. Fuerzo la vista y distingo que el suelo sobre el que estoy acaba en una barrera de hierro. Cuando nos acercamos a la barandilla oigo un rugido: agua, agua moviéndose muy deprisa y estrellándose contra las rocas.
Oficialmente, mientras observo como el resto de los iniciados se asoma para ver por el borde y yo me voy alejando hasta chocar contra una pared, me doy cuenta de que el complejo es mi propia pesadilla. Todo oscuro, lugares demasiado altos sin nada seguro alrededor para no caer y, para el colmo, un rio abajo que atraviesa toda la instalación. Genial. Solo les falta tener una habitación en llamas en la que meterme y oficialmente me pueden contar como muerta, por el paro cardíaco que me va a dar en cualquier momento.
¡Puta voz de mierda, ¿Por qué no me dejaste quedarme en Erudición?!
—¡El abismo nos recuerda que la línea que separa la valentía de la idiotez es muy delgada! — grita Cuatro —. Un salto temerario desde este borde acabaría con vuestras vidas. Ha sucedido y volverá a suceder, quedáis advertidos.
—Advertencia tomada y anotada en mayúsculas, en negrita y con signos de exclamación— murmuró por lo bajo.
—Esto es increíble — escucho que dice Christina cuando todos se apartan de la barandilla.
—Increíble es la palabra, si — coincide Tris.
—Más bien, locura — les digo.
—¿Temes las alturas, Cass? —me pregunta Christina con una sonrisita.
—Si alguien te deja colgando por el Abismo por tres minutos, ¿no lo temerías tú también?
Ella lo piensa un instante y luego se encoge de hombros, sin responder.
Cuatro lleva al grupo de iniciados por el Pozo, hacia un agujero abierto en la pared. La sala del otro lado está lo bastante iluminada como para ver adónde vamos: un comedor lleno de gente haciendo ruido con los cubiertos. Cuando entramos, los osados de adentro se levantan y aplauden, dan pisotones en el suelo y gritan. El ruido me rodea y me llena. Christina y Tris sonríen, pero yo frunzo el ceño, molesta por todo el ruido.
Las chicas deciden que no puedo sentarme sola, como hubiera querido, y me arrastran con ellas hacia una mesa prácticamente vacía en el lateral de la sala. Me siento frente Christina y Tris, quien observa de reojo a Cuatro sentado a su lado. En el centro de la mesa hay una bandeja de hamburguesas. Agarro una y me degusto con el increíble sabor que tiene.
—Es ternera —le explica Cuatro a Tris, luego de ver que esta no sabía qué hacer con su comida —. Ponle esto —añade, pasándole un cuenquito lleno de salsa roja.
—¿Nunca has comido una hamburguesa? —pregunta Christina con los ojos muy abiertos.
—No, ¿se llama así? —pregunta Tris.
—Los estirados comen comida sencilla —explica Cuatro, asintiendo y mirando a Christina.
—¿Por qué? —pregunta ella.
—La extravagancia se considera una falta de moderación y algo innecesario — responde Tris, encogiéndose de hombros.
—Con razón te has ido —dice Christina, sonriendo.
—Si — contesta Tris, poniendo los ojos en blanco —, ha sido por la comida.
A Cuatro le tiembla un poquito la comisura de los labios.
—A esto le falta mayonesa —digo de pronto, con la boca llena. Los tres me miran y luego a mi plato. Ya me comí una entera y estoy por la segunda, pero de pronto me di cuenta de que le faltaba más sabor —. Oye, Cuatro, ¿me pasas la mayonesa? —señalo el pote a un lado de él. Luego me vuelvo hacia Tris —. Deberías de probar ponerle mayonesa, sabe cien veces mejor.
Cuatro me pasa el pote de mayonesa y, sin preguntar, agarro la hamburguesa de Tris que apenas tiene un mordisco y empiezo a ponerle mayonesa dentro. Me chupo el dedo que se me embarro con mayonesa y luego le devuelvo su hamburguesa a Tris. Termino de arreglar la mía también y asiento con alegría ante el sabor.
—¿Qué? —pregunto cuando veo que los tres en frente mío me miran con diversión.
Christina sonríe y me arrebata el pote de mayonesa para empezar a hacer lo mismo que yo había hecho. Lo prueba y asiente feliz también.
—Tienes toda la razón, así sabe mejor —concuerda conmigo.
—Aunque sigo pensando que habría que ponerle lechuga también. Y jamos y queso. Uuh, y huevo — asiento encantada ante la idea.
Cuatro niega con la cabeza con las comisuras de los labios temblando.
—Quizás deberías haber ido a Cordialidad —me dice —. Ahí se consigue la mejor comida.
Hago una mueca.
—¿Y llenarme las uñas de tierra? No, gracias.
Cuatro se atraganta con su comida y me mira como si me hubiera crecido una segunda cabeza. Lo miro inocentemente. Las chicas se ríen por lo bajo.
Se abren las puertas del comedor y la sala guarda silencio. al voltear me encuentro con la presencia abrasadora de Eric que acaba de entrar.
—¿Quién es? —pregunta Christina entre dientes — Lo vimos en la azotea, pero no se presentó.
—Se llama Eric —responde Cuatro —. Es un líder de Osadía.
—¿En serio? Es muy joven —dice Christina con sorpresa.
—Aquí no importa la edad —dice Cuatro, mirándola muy serio.
Antes de que se pueda decir algo más, Eric deja de examinar la sala y se dirige a nuestra mesa para sentarse en el asiento vacío a mi lado. No saluda, así que nosotros tampoco.
—Bueno, ¿no me vas a presentar? —pregunta Eric a Cuatro, señalándonos con la cabeza.
—Esta es Tris, esta Christina y la que está a tu lado, Cassandra — responde Cuatro.
Eric me envía una mirada fugaz y luego se dirige hacia Tris.
—Oooh, una estirada — dice Eric, sonriéndose —. Ya veremos cuanto duras.
Tris se remueve en su asiento ante la implicación y decido que me da pena. No es buena idea estar del lado malo de Eric, está demostrado.
Eric tamborilea con los dedos en la mesa. Tiene los nudillos llenos de costras, justo donde se desarrollarían si hubiera dado un puñetazo demasiado fuerte.
Termino de comer y me limpio las manos y la boca con una servilleta.
—¿Qué has estado haciendo estos días, Cuatro?
—Nada, la verdad — responde él, encogiéndose de hombros. Puedo notar la tensión en los músculos de sus hombros y espalda.
—Me dice Max que ha intentado reunirse contigo y no apareces — dice Eric —. Me ha pedido que averigüe qué pasa contigo.
Cuatro mira a Eric unos segundos antes de responder:
—Dile que estoy satisfecho con el puesto que tengo.
—Así que quiere darte un trabajo.
Hago una mueca y comparto una mirada con Tris y Christina. Tanta tensión hace que me entre sed. Veo que la jarra de agua está unos centímetros del lado derecho de Eric.
—Eso parece —dice Cuatro.
—Y a ti no te interesa.
Me inclino un poco e intento alcanzarla. Tris abre los ojos como un ciervo a punto de ser atropellado al ver lo que estoy haciendo. Christina se tapa la boca como si estuviera evitando no reírse.
—Lleva dos años sin interesarme —Cuatro no deja de enviarme miradas de advertencias.
—Bueno, esperemos que lo capte de una vez.
Eric agarra la jarra de agua que está a su lado y empieza a llenar mi vaso con una rapidez que hace que salpique por todos lados. la acción repentina me hace dar un salto en mi asiento. me quedo mirándole con los ojos muy abiertos. Cuando termina, vuelve a estampar la jarra sobre la mesa y me dirige una fría mirada. Se levanta y le da una palmada en el hombro a Cuatro, quizás con un poco más de fuerza de la cuenta, y se aleja.
—Que carajos fue eso —Christina suelta una ligera carcajada, pareciendo tan sorprendida como el resto de nosotros.
Hago una mueca, mirando la mesa ahora toda mojada. Sin prestarnos atención, Tris le pregunta a Cuatro si él y Eric son amigos.
—Estábamos en la misma clase de iniciados —responde él. El vino de Erudición.
—¿Lo conocías? — me pregunta Christina, ignorando la conversación que se está desarrollando al lado nuestro — Eras de Erudición también, tendrías que haberlo visto por lo menos una vez.
Lo pienso. En teoría sí lo conozco, pero aquí...
—No. Creo que no —respondo, tomando un poco de mi agua —. Nos llevamos al menos un año de diferencia así que… no sé. Creo que lo recordaría si así fuera.
—Sería genial si lo hicieras. Podrías tomarnos cierta ventaja —me guiña un ojo.
No entiendo el doble sentido de su guiño e inclino la cabeza hacia un lado.
—Eric no parece del tipo que ayude a las personas, por más cercanas que sean a él—medito.
—Parece más del tipo de apuñalarte por la espalda —concuerda Christina en broma.
Me río.
—Siempre y cuando sea para su conveniencia —señalo.
—Debe ser por lo accesible que resultas — el repentino comentario de Tris hace que nos volteemos a verlos —. Ya sabes, igual que un colchón de clavos.
Cuatro se le queda mirando y ella le sostiene la mirada, ignorando que está empezando a sonrojarse. Yo sonrió por lo bajo. “Aquí es donde todo empieza”, pienso.
—Ten cuidado, Tris —se limita a decirle Cuatro.
Un miembro de Osadía sentado en otra mesa llama a Cuatro por su nombre y Tris se vuelve hacia nosotras. Christina arquea las cejas.
—¿Qué? — pregunta Tris.
—Estoy desarrollando una teoría.
—¿Qué teoría?
—Que las dos tienen un instinto suicida.
Sonrío.
—Dijo la que se rió de Cuatro en su cara.
Después de la cena, Cuatro desaparece sin decir palabra. para reemplazarlo, Eric nos conduce por una serie de pasillos sin explicarnos adónde vamos.
Nadie habla, no porque nos ordenaron que no lo hiciéramos sino porque todos estamos concentrados en no tropezar los baches del suelo que no están iluminados por los faroles azules que hay colgados del techo.
Eric se detiene delante de una puerta de madera y se cruza de brazo. Nos reunimos a su alrededor y, por obra del destino, quedo parada frente a él.
—Para los que no lo sepáis, me llamo Eric. Soy uno de los cinco líderes de Osadía. Aquí nos tomamos muy en serio el proceso de iniciación, así que me he presentado voluntario para supervisar la mayor parte de vuestro entrenamiento.
Parpadeo. Recuerdo más de las películas que de los libros. En las películas, Eric se paseaba de aquí para allá entre los entrenamientos y siempre creí que era para crear más tensión con Cuatro, pero no me acordaba que él fuera el supervisor. Debería haber leído de nuevo el libro antes de terminar aquí, pero, en mi defensa, no sabía que iba a ser transmigrada.
De repente, recuerdo algo: el último libro que leí fue de la saga de Crepúsculo, para ser más exactos, Eclipse. Me pregunto si saber pelear contra neófitos me ayude en algo aquí.
Involuntariamente, me río en voz baja por mis pensamientos y esto termina llamando la atención de Eric, que sigue taladrándome con sus ojos. Estoy empezando a creer que es la única clase de mirada que tiene.
—Algunas reglas básicas —añade, sin dejar de mirarme. Esquivo su mirada, mirando a mi alrededor buscando algo que no sea él y en lo bien que se ve su cuerpo vestido de esa forma o en sus grandes bíceps expandidos al tener los brazos cruzados y sus fuertes muslos formando un triángulo parado en esa posición —. Tenéis que estar en la sala de entrenamiento a las ocho de la mañana todos los días. El entrenamiento durará hasta las seis, con un descanso para comer. Podéis hacer lo que queráis después de las seis. También tendréis algo de tiempo libre entre cada etapa de la iniciación.
Genial, eso quiere decir que tendré tiempo libre para idear un plan o, mejor aún, descubrir finalmente quien mierda se supone que soy. O hacer otra cosa, supongo.
—Solo se os permite salir del complejo si vais acompañados por un osado — sigue diciendo Eric. Su mirada recorre al resto de los iniciados y me siento aliviada al ya no seguir siendo receptora de toda su atención —. Detrás de esta puerta está la habitación en la que dormiréis las próximas semanas. Veréis que hay doce camas, aunque sois diez. Creíamos que llegarías más hasta aquí.
—Pero empezamos con trece —protesta Christina.
Me muerdo el labio interior para no gritarle que se calle. Lo primero que le voy a enseñar, si es que nos convertimos en amigas, es a darse cuenta cuando hay que quedarse callada y cuando no.
—Siempre hay al menos un trasladado que no llega al complejo —responde Eric mientras se tira de las cutículas; después se encoge de hombros —. En fin, en la primera etapa de la iniciación separamos a los trasladados de los nacidos en Osadía, aunque eso no quiere decir que se os evalúe por separado. Al final de la iniciación, vuestro puesto en la clasificación se determinará en comparación con los iniciados de Osadía. Y ya son mejores que vosotros, así que espero...
—¿Clasificación? —pregunta la erudita de pelo castaño desvaído que tengo a la izquierda —. ¿Por qué nos clasifican?
Eric sonríe y, bajo la luz azul, su sonrisa parece malvada.
—Vuestra clasificación obedece a dos propósitos. El primero es determinar el orden en el que podréis elegir cuántos puestos deseables haya. El segundo es que solo los diez mejores iniciados serán miembros.
Incluso aunque sabría que llegaría, la noticia me molesta. Es totalmente injusto. La mayoría de nosotros, los iniciados, nunca ha hecho ninguna clase de actividad física antes de venir aquí y no se diga menos de disparar o saber usar un arma. Pero aun así deciden que no les importa. Que, si queremos ser osados, debemos de aprender a ser lo suficientemente competentes como para herir a alguien en cuatro semanas. Cuatro-putas-semanas.
Me hierve la sangre y aprieto los puños. Es injusto.
El resto de mis compañeros están quietos como estatuas hasta que Christina dice:
—¿Qué?
—Hay once iniciados nacidos aquí, y vosotros sois diez —sigue explicando Eric —. Cuatro iniciados caerán al final de la primera etapa. El resto se decidirá después de la prueba final.
Eso quiere decir que, aunque superemos todas las etapas de la iniciación, siete iniciados no llegarán a ser miembros. Christina me mira y yo sé la devuelvo. Ella parece conmocionada mientras que yo, por otro lado, estoy furiosa.
Crecí siendo de constitución débil. Tenía unos problemas en los huesos, debido a mi nacimiento prematuro, que hacía que cada vez que hacía algo con mucha fuerza existía la posibilidad de que estos se me rompieran como ramitas contra un viento. Además, tenía una mala visión que me hacía utilizar unos lentes más grandes que mi cara y asma. Y eso sin agregar toda la cantidad absurda de alergias que tenía; entre ellas, los rayos del sol, ¿Qué clase de persona es alergia al sol? Yo lo era.
Y ahora tendría que luchar por mi vida para pasar unas iniciaciones que requerían cosas que no se me habían permitido hacer antes. El mundo debe de estar jugándome una mala broma.
Espero que mi alta estatura y los pocos músculos que este cuerpo tenga me ayuden en algo.
—¿Qué pasa si no lo conseguimos? —pregunta Peter.
—Abandonareis el complejo de Osadía — dice Eric con aire de indiferencia — y viviréis sin facción.
La chica de pelo castaño se lleva una mano a la boca y ahoga un sollozo. La miro con el ceño fruncido. No me parece el momento para ponerse histérica, especialmente frente a Eric, que debe de estar mediando nuestras reacciones y anotándolas para nuestras calificaciones más tarde.
—Pero ¡Eso no es... justo! —exclama la chica veraz de anchos hombros, Molly; aunque suena enfadada, tiene cara de terror —. Si lo hubiera sabido...
—¿Estás diciendo que si lo hubieras sabido antes de la Ceremonia de la Elección no habrías elegido Osadía? — suelta Eric —. Porque, si es así, deberías irte ahora mismo. Si de verdad eres uno de nosotros, te dará igual la posibilidad de fallar. Y, si no es así, eres una cobarde.
Eric abre la puerta del dormitorio.
—Vosotros nos habéis elegido. Ahora nosotros tenemos que elegiros a vosotros.
En grupo, entramos detrás suyo a la habitación. Es espaciosa y me recuerda a una sala de un hospital psiquiátrico, lo cual no tiene sentido ya que si fuera una interna de psiquiatría no se me permitiría dormir en la misma habitación que otras nueve personas.
No me gusta este nuevo arreglo. Crecí como hija única y nunca tuve que compartir habitación con ningún hermano o hermana molesta que tocara mis cosas. Ahora tendría que acostumbrarme a ello. Tendría que dormir rodeada por gente que no conozco de nada, y que la mitad es capaz de matarme mientras duermo.
El baño, que también está en la habitación, es abierto y sólo separado por una enorme abertura en la que no hay puertas. Los inodoros, que están a cada lado de la pared, están separados y cubiertos por una ligera pared, como en los baños públicos de cualquier cine y escuela. Pero las duchas, las duchas, están al descubierto para todos. Y me rehusó completamente a que esto esté sucediendo.
—¿Qué hay con las duchas? —me dirijo hacia Eric, que observaba con diversión nuestras reacciones — No puedes estar en serio diciéndome que tendré que bañarme rodeada de... de..., de ellos —mascullo la última palabra, señalando al grupo de hombres, entre ellos Peter, que observa entretenido en dirección al baño.
—¿Por qué no? —Eric me lanza una mirada de poco entusiasmo — Es una buena forma de incitar el compañerismo entre los iniciados.
—Si crees que voy a permitir que cualquiera de estos imbéciles me vea desnuda estás muy equivocado. sin ofender —señalo con la mano al grupo entero que está escuchando nuestra charla. Los chicos aceptan el insulto entre ofendidos y divertidos.
—¿Y qué vas a hacer para evitarlo? — Eric se inclina sobre mí.
Se que está esperando a que retroceda, pero esta vez no lo va a conseguir. Mi honor es más importante en este momento. Me acerco a él y, aunque él es unos veinte centímetros más alto que yo, me inclino para susurrarle al oído:
—El cuerpo tiene 15 puntos débiles, algunos te pueden inmovilizar por minutos y otros te pueden, simplemente, matar. Y yo tengo para elegir. Sería una lástima que apuntara por error alguno y terminara matando a la mitad de los hombres. Aunque, bueno, al menos podría bañarme en paz entonces, ¿no? — sonrió inocentemente.
Eric me mira en silencio, casi que puedo ver su cerebro intentando volver a funcionar luego de lo que acabo de decir. Se que se pregunta si soy capaz de hacer lo que acabo de decir, a lo que solo puedo sonreír, agradeciendo a mi yo puberta de haberse obsesionado con Naruto.
—¿Serías capaz de matar a alguien? —me pregunta.
—Tú mismo lo dijiste: esto es Osadía —le recuerdo. Me alejo de él, ahora estamos de nuevo frente a frente —. Se supone que Osadía es la facción que protege al resto. Para proteger, a veces hay que matar —me encojo de hombros.
La habitación está en silencio, el resto de mis compañeros observan con atención el intercambio de miradas entre el líder frente a mí y yo. Noto que algunos están sorprendidos y otros divertidos, como si ya hubieran esperado esto de mi parte.
—Podrán tener turnos para bañarse — sede al cabo de un minuto de puras miradas amenazadoras. Se aleja de mí y se da la vuelta para empezar a salir —. Elijan entre ustedes cuándo y a qué hora, luego se lo dirán a Cuatro. Elijan sabiamente, no lo podrán volver a cambiar.
Supongo que a Osadía le gusta ser ellos mismos los que acaben con sus iniciados, no estos mismos entre sí.
—¿Y cómo sabrán ustedes si los turnos se cumplen o no? —pregunto sin permitirle huir.
Eric se detiene. Cuando se gira, puedo ver que está furioso.
—Las puertas se cerrarán en cada turno y solo podrán ser abiertas por el o la encargada que tenga la llave para abrirla —me dice —. ¿Satisfecha?
—Si, de hecho — sonrío con alegría.
—Bien, porque tú serás una de las encargadas —mi sonrisa va desapareciendo, y ahora es él el que vuelve a sonreír —. Si pierdes la llave durante tu turno, serás castigada —deleitándose ahora que tiene la oportunidad de castigarme por desafiarlo, vuelve a dirigirse a la salida —. cuando hayan elegido los turnos, yo mismo te daré la llave.
Decido ignorar la amenaza de sus palabras y deleitarme con haber ganado esta batalla.
Me giro hacia mis compañeros. Las chicas me sonríen, incluso Molly, aunque parece estar queriendo esconderlo con su cabello. Y los chicos siguen pareciendo entre sorprendidos y enojados. Aunque, me doy cuenta de que Peter, quien más esperaba que estuviera enojado por este nuevo arreglo, me mira con una clase de orgullo disfrazado de diversión.
Christina y Tris se me acercan, amabas aun sonriendo.
—Mis dos amigas suicidas — Christina nos pone atrae a Tris a mi a un improvisado abrazo, sin quitar su sonrisa del rostro.
Notes:
Finjamos que no tengo otras ocho historias sin terminar 💀 En mi defensa, empecé a escribir esta historia hace MESES y tengo como otros diez capítulos ya escritos, solo me falta editarlos.
Espero que les guste 🤗
Chapter 3: Capitulo 3
Chapter Text
Levantarme de la cama es sin duda más fácil que el proceso de irme a dormir. Ser consciente de todas las presencias durmiendo a mi alrededor no me dejo casi ni pegar un ojo en toda la noche. Cada movimiento o respiración resonaba entre las cuatro paredes de cemento y eso hacía que siguiera despertándome, lo que hace que ahora me sienta exhausta. Aunque, como he tenido experiencias de dormir poco menos de cinco horas durante las semanas de solicitudes, lo estoy aguantando como toda una campeona.
— ¿Es eso pasta de dientes? —me pregunta Tris.
Bajo la mirada a mi remera y, si, efectivamente, tengo una mancha enorme de pasta de dientes impregnada en toda mi remera de la que no me había dado cuenta. Suelto un gemido y vuelvo al baño para lavarla.
—Ni una palabra sobre esto— digo cuando vuelvo, señalando con un dedo a Christina, que estaba por decir algo.
Ella entiende y vuelve a cerrar la boca, no sin antes soltar una risita.
Las tres salimos de la habitación y nos dirigimos al comedor para tomar el desayuno antes de empezar con el entrenamiento.
Antes de irnos a dormir, nos obligaron a deshacernos de la ropa con las que veníamos de nuestra anterior facción para cambiarla por una más Osada. Lo que llevo ahora consiste en un pantalón deportivo negro ajustado en los tobillos, zapatillas del mismo color y una remera mangas largas de cuello cerrado que combina con el resto de mi atuendo.
Entramos en la cafetería e inmediatamente dividimos a Peter sentado con su inestable grupo de amigos. Me dirigí hacia allí con Tris y Christina siguiéndome de cerca. Con un gesto de mano, llamo al resto de rezagados de nuestro grupo que se encuentra disperso por la sala y que, vaya sorpresa, solían ser de Erudición como yo y no dudan en seguir mi orden. Deben de conocerme.
—Muy bien, antes de irnos al entrenamiento me gustaría que eligiéramos los turnos para las duchas— empiezo a decir cuando todo el grupo termina de reunirse alrededor de Peter y sus amigos. Estoy parada frente al primero con los brazos cruzados y el resto de mis compañeros me observa—. Personalmente, me gustaría que el turno de las chicas fuera seguido al finalizar el entrenamiento, pero si tienen problemas con ello— miro a los chicos— podemos charlarlo.
—Por mí estaría bien— dice la otra chica que solía ser de Erudición. Me dirige una sonrisa, con la mano entrelazada a la de su novio—. No quiero estar toda sudorosa por el resto del día—hace una mueca.
Su novio se ríe y deja un beso sobre su frente, susurrandole algo al oído que le hace brillar los ojos de entusiasmo.
—Yo tampoco quiero estar sudoroso— dice Will, a quien reconozco porque se me presento anoche. No sé parece en nada al de las películas: es rubio, desgreñado y tiene una arruga entre las cejas—, pero no tengo problema en esperar un poco.
—Pues, yo si tengo un problema— dice de repente el amigo de Peter, mirándome con una sonrisa lasciva—. ¿Qué hay si no tengo ganas de bañarme durante nuestro turno?
—Esperas al siguiente día—dice Tris.
—O te bañas cuando no haya ningún turno con las puertas abiertas y frente a todos— dice en cambio Christina con una sonrisa burlona.
—Ahí tienes tus opciones— las apunto con una mano.
El chico frunce el ceño, dándose cuenta de que perdió la oportunidad de decir cualquier comentario estúpido.
—Bien, entonces, el turno de las chicas será luego…
—¿Quién te eligió como nuestra líder? — Peter me interrumpe. Tiene el ceño fruncido y parece molesto —No llevamos ni un día aquí y ya crees que puedes tomar todas las decisiones por nosotros. Parece ser que las cosas no cambian, sin importar la facción.
—No es así— es mi turno de fruncir el ceño. No sé a qué viene su comentario; lo que dice no es verdad, y me molesta que esté tachando de esa forma—. No estoy tomando ninguna decisión por ustedes, les estoy dando a elegir. Que ustedes no den otras opciones no es mi culpa. Nadie les puso un bozal en la boca como para impedírselo. Simplemente estoy preguntando ya que Eric me dejo a cargo de una de las llaves y quiero terminar rápido todo esto.
—¿Y quién será el otro encargado de la llave?
—Elijan ustedes. Ustedes son los chicos, no nosotras.
Peter sonríe.
—Por supuesto. Yo seré el encargado de la llave de los chicos— anuncia, sin preguntar al resto si están de acuerdo o no.
—¿Te das cuenta de la responsabilidad que eso conlleva, verdad?
—Si.
—No podrás perderla, tendrás que esperar a que todos terminen de bañarse sin importar si tú ya lo hiciste y tendrás que estar antes de tiempo para poder…
Peter estampa sus palmas en la mesa con fuerza. El ruido atraviesa la sala, haciendo que todo el mundo se calle y empiece a observarnos.
—Se lo que una responsabilidad significa. No necesito que me lo expliques cómo a un niño de primaria— me gruñe Peter en la cara, inclinado hacia mí y mirándome con pura furia en sus ojos.
Me le quedo mirando durante unos segundos. Retrocedo y limpio las gotas de saliva que cayeron en mi rostro, escucho algunas risitas de fondo por mi acción.
—Bien— acepto—, porque serás castigado si no lo haces. Ya escuchaste a Eric.
Peter no responde, sigue mirándome sin perderse ninguno de mis movimientos. Me asusta un poco, parece un perro rabioso a punto de darle un mordisco a su primera víctima.
—El turno de las chicas será al terminar el entrenamiento. Los chicos pueden seguir pensando a qué hora será el suyo— añado.
Viendo terminado el tema de la reunión, doy media vuelta y me alejo, siendo seguida por los iniciados que solían ser de Erudición y mis dos nuevas amigas.
—Chica, eso fue salvaje— me dice Christina cuando nos sentamos en otra mesa. Ella está a mi izquierda y Tris a mi derecha, el resto se sentó frente nuestro —. Parecía apunto de atacarte.
—Si, lo note — frunzo el ceño —. No sé qué le pasa, ayer no parecía tener problema conmigo.
—Quizás está enojado porque lo has ignorado desde que llegamos —me dice la chica que solía ser de Erudición.
—¿Por qué estaría enojado por eso? —pregunta Tris, igual de confundida que yo.
—Eeh, ¿por qué son mejores amigos desde la infancia? —dice Christina como si fuera obvio.
Mis ojos se abren por la sorpresa de la revelación. Yo, ¿amiga del imbécil de Peter desde la primaria? Mi vida se está convirtiendo cada vez más absurda.
—Pero eran de diferentes facciones — Tris me mira con curiosidad.
Will resopla.
—Eso nunca los detuvo. Cass era la chica más popular de toda Erudición desde su nacimiento, todos querían ser sus amigos. Y Peter no era la excepción. Siempre estaba jactándose de ser su mejor amigo—lo dice con un dejo de voz que deja en claro cuanto le irritaba.
—De toda Erudición, y de toda Verdad —aclara Christina —. Incluso a los de Cordialidad les gustabas.
—Cierto —concuerda el chico que ahora recuerdo se llama Edward —. Todos nos sorprendimos cuando elegiste Osadía, nunca te habíamos visto hablar con alguno de esta facción.
—Por cierto —su novia, la otra chica que era de Erudición, inclina la cabeza con curiosidad —. ¿Por qué elegiste Osadía? ¿Tu tía sabía que ibas a cambiarte?
—Yo, eeh — carraspeo, mi garganta se siente seca con toda la nueva información. Agarro un vaso y lo lleno de agua con una jarra que hay sobre la mesa. Cuando termino tomo un largo trago —. No lo sé, fue un impulso, supongo. De todas formas, ¿Qué importa si mi tía lo sabía?
El grupo entero me mira con incredulidad.
—¡Porque tu tía es Jeanine Matthews, la líder de Erudición y la mujer más inteligente de la actualidad! —suelta Will agitado, levantando un poco los brazos.
Me quedo en silencio, mirando hacia la nada. Mi cerebro puede haberse detenido por unos segundos.
¿Qué? ¿Qué, cómo que mi tía es la villana de la historia? Tiene que ser una equivocación… ¿He transmigrado en un manhwa y no en la saga Divergente? ¿Qué es esto: “Trasmigre como la sobrina de una villana”?
Esto realmente tiene que ser un mal chiste. No puede ser verdad. Will tiene que haberse equivocado. Quizás se refiere a otra Jeanine Matthews y no a la villana de la historia, quien intenta matar a Tris y a todo su grupo. Si, debe ser eso, ja, ja.
A quien engaño, solo hay una líder de Erudición y, aparentemente, es mi tía.
Ser la mejor amiga de Peter y popular desde pequeña es una cosa, aunque nunca había sido popular antes en mi vida; siempre me costó hacer amigos y mantenerlos, tarde o temprano se cansaban de mí. Pero ser la sobrina de Jeanine Matthews es otra cosa muy diferente.
¿Cómo mierda se supone que ahora la detenga? Ni siquiera sé si tenemos una relación cercana o no, aunque no creo que me haga caso de todas formas si le pido amablemente que detenga su plan genocida contra los Abnegados.
—Cass —me llama Tris.
—¿Sí? — contento, saliendo de mi aturdimiento para mirarla.
—¿Estás bien? Te quedaste como tildada.
Suelto una risita nerviosa ante su preocupación.
—Si, sí. Estoy bien —me rasco la nuca —. Estoy bien.
Como la mierda que estoy bien, me acabo de enterar de la peor forma que mi familia está, considerablemente, loca. Me pregunto qué hay de mis padres, ¿ellos estarán con Jeanine? Mierda, ¿tendré hermanos?
—Hola, chicos —escuchamos una voz débil y baja llegar a nuestra mesa. Levanto la mirada y me encuentro con la presencia de Al, quien no dejó de llorar y despertarme durante toda la noche —. ¿Puedo sentarme?
Parece recién levantado, tiene una marca de sábana en la mejilla y las puntas de cabello castaño oscuro algo mojadas, como si se hubiera limpiado sin precaución el rostro. Ni siquiera me había dado cuenta de que lo habíamos dejado olvidado en la habitación.
Me siento culpable y miro al resto de mis compañeros, ellos parecen compartir el sentimiento.
—Claro —le digo, señalando un espacio libre en la mesa —. Siéntate.
—Lo primero que aprenderéis hoy es a disparar. Lo segundo, a ganar en una pelea —dice Cuatro, y me pone una pistola en la mano sin mirarme antes de seguir caminando —. Por suerte, si estáis aquí, ya sabéis como subir y bajar de un tren en movimiento, así que no tengo que enseñaros a hacerlo.
Balanceo el arma en mi mano mirándolo con curiosidad. Es más pesado de lo que pensé que iba a hacer. Nunca había sostenido un arma antes. En mi anterior vida, las armas eran ilegales en mi país, así que realmente no había visto una más allá que a través de una pantalla. Es... linda, me atrevo a decir.
—La iniciación se divide en tres etapas. Mediremos vuestro progreso y os clasificaremos de acuerdo con vuestro rendimiento en cada una de ellas. Las etapas no tienen la misma importancia para determinar la clasificación final, así que es posible, aunque difícil, mejorar drásticamente la posición con el tiempo.
No voy a mentir, me da curiosidad probar disparar un arma. Las películas lo hacían ver fácil, aunque no se las podría considerar del todo real así que quién sabe.
—Creemos que la preparación erradica la cobardía, la cual definimos como la incapacidad para actuar cuando se tiene miedo — dice Cuatro —. Por tanto, cada etapa de la iniciación está diseñada para prepararos de una forma distinta. Lo esencial de la primera etapa es la parte física; de la segunda, la emocional; de la tercera, la mental.
—Pero ¿Qué...? —empieza a decir Peter, bostezando —. ¿Qué tiene que ver disparar un arma con... la valentía?
Cuatro da una vuelta a la pistola, pone el cañón contra la frente de Peter y coloca una bala en la recámara. Peter se queda helado, con los labios entreabiertos y el bostezo a medias.
—Despierta. Ya —le suelta Cuatro —. Llevas encima una pistola cargada, idiota. Actúa en consecuencia.
El instructor baja el arma y, en cuanto la amenaza inmediata desaparece, los ojos verdes de Peter se vuelven más duros. Parece tener que contener las ganas de responder, por la forma en que sus mejillas se tornan rojas.
—Y, en respuesta a tu pregunta..., es mucho menos probable que os ensucies los pantalones y lloréis llamando a vuestras mamas si estas preparados para defenderos —Cuatro se detiene al inicio de la fila y se da la vuelta —. Se trata de información que quizá necesitéis cuando llevemos más tiempo con la primera etapa. Así que observadme.
Se pone de cara a la pared en la que está el blanco (un trozo cuadrado de contrachapado con tres círculos rojos para cada uno de nosotros). Abre un poco los pies, sostiene la pistola con ambas manos y dispara. El disparo hace tanto ruido que me duelen los oídos. Miro al blanco: la bala ha atravesado el círculo del centro.
Observo la forma en que Cuatro se para y la manera en que sostiene el arma. Su cuerpo se ve flojo, pero firme. Sostiene el arma lista para dejar fluir el empuje que produce el arma al disparar, pero está listo para disparar una y otra vez y, al mismo tiempo, soportar cualquier peligro que no requiera una protección de corto alcance. Sonrío impresionada, lo hizo increíble y se nota que practica diariamente esto.
Copio la posición que le había visto utilizar a Cuatro. Abro las piernas al ancho de mis hombros y rodeo con ambas manos la culata. Apunto hacia arriba y la alejo de mi cuerpo, puedo notar inmediatamente que mis brazos no van a aguantar por mucho tiempo su peso. Relajo el cuerpo lo más que puedo, pero mantengo los pies en el piso con seguridad para no caerme. Miro a través hacia el blanco y mido la distancia que hay entre este y el cañón de mi arma.
A mi alrededor los disparos ya han empezado a sonar, noto que ninguno logra darle al blanco. Muy pocos los han rozado. Me mantengo calculando y, aunque la posición empieza a pesar, quiero estar segura de lo que estoy haciendo antes de disparar.
Pasan unos cuantos segundos más y, soltando un último aliento y sin separar la mirada del blanco, disparo. Aprieto el gatillo sin vacilar y con fuerza, el retroceso envía una descarga por mis brazos que me hace retroceder un paso. Suelto una risa baja, corta, sorprendida.
Miro hacia el blanco, le he dado, pero en la parte más alejada del centro. No es el mejor resultado que alguien podría esperar, pero si estoy en mejor posición que el resto de mis compañeros, que aún luchan por pegarle a la diana.
Sonrío victoriosa y vuelvo a repetir la acción, ya sin detenerme por tanto tiempo.
Vació cinco cargadores y mis disparos empiezan a acercarse cada vez más al centro. Estoy emocionada. No esperaba que me saliera tan bien en el primer intento, pero tampoco estoy sorprendida. Desde pequeña era buena para absorber información y luego almacenarla en mi cabeza para luego usarla cuando más lo amerite. También era buena memorizando y leyendo con una rapidez inigualable, al punto en que para las evaluaciones solo necesitaba estudiar tres horas la noche anterior para aprenderme de arriba abajo sobre el tema.
Cuando era pequeña solía tener siempre la cabeza metida entre libros de matemática, ciencia e historia debido a que me parecían más interesantes que las películas animadas que pasaban en la tele. Mis padres estaban emocionados creyendo que iba a ser un genio cuando creciera y me incentivaron a seguir explorando el mundo a través de ellos. Y, tenían razón, podría haber sido considerada un genio, si no fuera porque nunca se dignaron a tomarme un examen para averiguar si lo era debido a que mi madre nos abandonó y yo empecé a pasar más tiempo enferma o mirando series, películas y leyendo libros de fantasía que estudiando.
Suelto un suspiro con cansancio y bajo el arma cuando se me acaba la última bala. La emoción no me quita el cansancio que tener el cuerpo en la misma posición durante horas me produce. Siento los brazos entumecidos debido a la fuerza que tuve que emplear para no retroceder ante el retroceso de los disparos y el dolor me recorre desde las piernas hasta las plantas de mis pies por estar tanto tiempo parada.
Cuando Cuatro nos para, anunciando el receso para la comida, estoy casi a punto de saltarle encima y agradecerle. Me gusto disparar, pero mi cuerpo no está acostumbrado aún para hacerlo durante largos periodos. Christina invita a Al a sentarse con nosotros e intento no hacer una mueca. Recuerdo sus sollozos y me obligo a no culparlo por no dejarme dormir en toda la noche.
Al entrar en la cafetería nos paramos un poco apartados de la entrada buscando una mesa en la que los cuatro entremos sin problema. Estamos a punto de elegir una cuando escucho el grito de alguien que me llama.
—¡Ey, Chica Misteriosa!
Reconozco su voz incluso antes de verla. Becca atraviesa la habitación en un ligero trote y se para frente a mí como si no hubiera deslumbrado a mis amigos con su brillante presencia. Está vestida con una calza que se le adhiere al cuerpo y una remera parecida a la mía con un cuello en V debajo de un chaleco sin mangas. Toda su ropa es negra y hace resaltar el cabello rojo que le cuelga en una alta cola detrás de la cabeza.
Me regala una sonrisa grande de dientes perfectos.
—Lamento no haber podido reunirme contigo esta mañana, pero estaba muy ocupada levantando a los iniciados más holgazanes —me dice cruzándose de brazos frente a mi e ignorando a mis amigos que nos miran con curiosidad.
—No hay problema —le restó importancia —. De todas formas, apenas pudimos desayunar. Cuatro nos arrastró en cuanto el reloj llegó a las ocho a la sala de entrenamientos.
Becca se ríe con ganas.
—Si, ese es Cuatro, siempre puntual —me mira como si quisiera decirme algo y no se atreviera.
—¿Sucede algo?
—No — se encoge de hombros de la forma más genial que vi a alguien hacer —. Solo quería ver si querías sentarte conmigo —indica con la cabeza hacia el comedor atestado de gente.
—Oh, bueno, de hecho, me iba a sentar con mis amigos —los señalo. Todos ellos le regalan sonrisas a Becca, que no parece igual de emocionada de devolvérselos —. Pero si quieres puedes acompañarnos.
—Eeeeh, buenoooo... —alarga la palabra mediante se gira buscando algo en la habitación. No sé si lo encuentra o no, pero se vuelve hacia nosotros con otro encogimiento de hombros — Está bien, me sentaré con ustedes.
—Genial.
Nos movemos juntos, con la nueva integración, que se pega a mi costado como si siempre hubiera estado ahí, y nos sentamos en una mesa. Becca está a mi izquierda y Al a mi derecha, frente a él está Christina, a su lado Tris y por último Will, que se había unido a nosotros después de ver que Edward y Myra, ahora se su nombre, no dejaban de besarse continuamente. Antes de que pueda evitarlo, Becca ya ha agarrado mi plato y ha empezado a llenarlo con guisantes, carne y puré de papas.
—El puré es algo cuestionable —me dice, dejando el plato nuevamente frente a mi —, pero la carne es buena y los guisantes son guisantes, así que no pueden fallar.
Asiento con la cabeza, aceptando el plato sin más.
Becca aun no me ha preguntado el nombre de mis amigos. Es como si toda su atención estuviera sola y únicamente sobre mí.
—Y bien, ¿Cómo te fue en tu primer entrenamiento? —me pregunta.
—Bien.
—¿Solo bien? —me mira con diversión.
—Fue divertido —admito con una pequeña sonrisa.
—Y claro que lo fue, para ti —me dice Christina, señalándome con el tenedor —. Traidora, estoy segura de que alguna trampa hiciste, no hay forma de que lo hicieras tan bien la primera vez.
Le saco la lengua y ella me tira un guisante.
—No, pero enserio —Will dice, terminando de masticar su comida —. Estuviste genial. La mitad de nosotros apenas logró darle al blanco, pero tú lo hiciste desde un principio.
—¿Ya habías disparado antes? —me pregunta Al.
Niego con la cabeza.
—Simplemente soy muy buena observando y copiando, y eso es lo que hice con Cuatro —digo, metiendo un pedazo de carne en la boca. Becca tiene razón, es buena.
—¿Qué tan buena fue? —Becca les dirige la palabra por primera vez desde que nos sentamos.
—Su primer disparo dio en la parte más alejada del blanco, luego fue ascendiendo hasta acercarse al centro —le explica Will.
—Aunque no le di —señalo.
—Aun —dice Tris.
La miro como si me hubiera traicionado y ella baja la mirada a su comida con una sonrisa tímida.
Becca me mira impresionada.
—Bueno, bueno —dice con lentitud —, parece que tenemos un prodigio. ¿Deberíamos devolverte como un regalo a Erudición?
La miro y ella empieza a reírse, me palmea el hombro.
—Y yo que pensaba que podría convertirte en una Osada en unos pocos días —continúa burlándose de mí —. ¡Pero no va a ser necesario! Con solo ver y copiar, antes de que nos demos cuenta, serás más osada que todos nosotros juntos. ¿En dónde me inscribo para tus clases, maestra? ¡Quiero ser tan osada como tú!
Mis amigos se ríen a mi costa.
—Ja, ja, si soy una prodigio, ¿y qué? Mi coeficiente intelectual es más grande que el de todos ustedes, burros. Búrlense todo lo que quieran. Los odio.
Se ríen con más fuerza al ver cómo me pongo a la defensiva rápidamente. Rodeo mi plato y cómo sobre él, evitando que vean mi rostro sonrojado.
—No te pongas así —Becca me empuja, limpiándose una lágrima del ojo. La fulmino con la mirada —. Solo digo que es bastante impresionante, ¡ojalá yo hubiera podido hacer eso durante mi iniciación!
Me vuelvo a sentar correctamente, el mosquito de la curiosidad picándome.
—¿Por qué? —le pregunto. Sonrio —¿Qué tan mal te fue?
—¡Fue horrible! Y eso que nací en Osadía. Creí que mi madre me iba a escupir en la cara cuando vio lo bajo que había terminado en mi primera calificación.
—¡No! —exclamo conmocionada.
—¡Si!
—¡¿Pero por qué?!
—Le disparé a mi instructor en el pie mientras este intentaba explicar cómo usar un arma.
Suelto una carcajada.
—¿Quieres saber lo peor? —me pregunta Becca.
—¿Hay algo peor que eso?
Becca asiente.
—Mi instructor, en esos tiempos, era Max.
—¡¿El líder?!
—¡El líder!
Suelto un grito y continúo riéndome. Becca me acompaña en la risa y parece deleitarse al verme.
—¿Y cómo hiciste para no terminar eliminada luego de eso? —pregunta Christina que, al igual que el resto, también escucha la conversación y se ríe
—Supongo que le resultó divertido de alguna forma —responde Becca —. Pero créeme, no fue fácil conmigo. La segunda prueba fue aun más difícil, pero supongo que fue ahí que se dio cuenta que no me iba a rendir hasta lograrlo y decidió que era una osada de verdad — termina de decir con orgullo.
—Mierda —digo —. ¿Se imaginan si uno de nosotros le dispara a Cuatro? —me giro hacia mis amigos, que se ríen ante la sola idea.
—Creo que nos apuñalaría antes de poder lograrlo —dice Christina.
—No, no lo creo —niega Becca —. Cuatro es bastante calmado en lo que respecta. Con el que tienen que tener cuidado es Eric.
Suelto un gemido.
—No me lo digas. Me acabas de recordar que tengo que ir a reunirme con él... a solas —miro a Becca como si temiera por mi vida.
Becca hace una mueca.
—Uh, buena suerte con eso.
—¿Por qué lo dices como si temieras no volver a verme?
—Es que lo hago.
Lloriqueo. Ellos se ríen.
Después de la comida, Cuatro nos lleva a otra sala. Es enorme, tiene un suelo de madera que chirría y está lleno de grietas, con un gran círculo pintado en el centro. En la pared de la izquierda hay un tablero verde: una pizarra.
Nuestros nombres están escritos en la pizarra por orden alfabético. Colgados a intervalos de un metro a lo largo del fondo de la sala hay unos sacos de arena de color negro desteñido.
Nos ponemos en fila detrás de ellos, y Cuatro se pone en el centro, donde todos podamos verlos.
—Como dije esta mañana, ahora aprenderéis a pelear. El objetivo es preparaos para actuar; preparar vuestros cuerpos para que respondan a las amenazas y a los desafíos..., cosa que necesitareis si pretendéis sobrevivir como miembros de Osadía.
Tengo el presentimiento de que en esta lección no me va a ir tan bien como en la de disparar.
—Hoy repasaremos la técnica y mañana empezareis a luchar entre vosotros — dice Cuatro —. Así que os recomiendo que prestéis atención. Los que no aprendáis deprisa acabarán heridos.
Cuatro nombra unos cuantos tipos de golpes y hace una demostración de cada uno de ellos primero en el aire y después contra el saco de arena.
Como creía, no me va tan bien. Soy capaz de lograr copiar las posiciones y la forma en que Cuatro lo hacía, pero esta vez parece que algo mal estoy haciendo porque no dejo de tropezarme al dar patadas y morderme los labios cuando intento pegar y el dolor me recorre los brazos. Se que tiene que doler para poder acostumbrarme y mejorar, pero no creo que tropezar con cada golpe sea parte de ello.
Cuatro da vueltas entre los iniciados para observarnos mientras repetimos los movimientos. Me ve volver a tropezar, expresando todo mi dolor en el rostro, y se acerca a mí, como si ya lo hubiera estado esperando a que esto sucediera.
—Algo estoy haciendo mal —digo, sin lugar a duda, en cuanto se para al lado mío.
Cuatro asiente.
—Vi lo que hiciste en el otro entrenamiento —me dice —. Ver y copiar, te puede servir en algunas cosas, pero tienes que tener en cuenta que mi cuerpo es diferente al tuyo. Si sigues intentando hacerlo de la forma en que yo lo hago, vas a terminar hiriéndote. Prueba a probar tu fuerza y peso y luego a balancearlo, fijate en la forma en que tu cuerpo responde al movimiento. No se trata solo de imitar lo que ves, sino de escuchar cómo se siente tu cuerpo en acción. Cada uno tiene una forma única de moverse, y cuando encuentres tu propio ritmo, será más fácil mantener el control y evitar caídas o lesiones. Usa tu centro de gravedad, ajusta tu postura según lo que te pida el combate, y no tengas miedo de experimentar. Aprende a ser flexible en la manera en que te mueves, pero siempre con conciencia de lo que está pasando en tu cuerpo y a tu alrededor.
Asiento, tiene razón que nuestras constituciones son diferentes. Mis piernas son largas y no tienen músculos, a diferencia de mis brazos, con los cuales logro dar algunos golpes relativamente buenos. Intento con mi pierna secundaria, Cuatro nos explicó que con ella se produce un golpe más rápido que fuerte, como había estado intentando hacer.
Coloco mi pierna dominante detrás de la otra, con el pie de la pierna dominante apuntando a su lado. El pie de la pierna secundaria apuntando hacia adelante. El torso orientado en dirección de la pierna dominante. Y las manos en guardia para agarrar equilibrio.
Cuatro me da instrucciones y yo lo hago a medida. Inhalo y elevo la rodilla hasta el nivel de la cadera, dejando mi muslo paralelo con el suelo. Mantengo el equilibrio y espero a que Cuatro me indique cuando golpear.
—Patea —ordena Cuatro.
Libero el aire de mis pulmones y mi pierna golpea el saco con fuerza, creando una circunferencia perfecta. No pongo tanta fuerza como vi que mi instructor había hecho así que la patada no duele tanto ni me hace tropezar. El ruido llena la sala y vuelvo a poner los dos pies sobre el piso.
—Bien hecho —Cuatro me palmea el hombro, con una ligera sonrisa —. Continúa repitiendo eso unas cuantas veces más hasta que te canses. A partir de hoy empezarás con los estiramientos para ganar músculos en las piernas. Creo que ahí es donde más vas a necesitar.
Sin decir nada más, se aleja.
Cuando Cuatro nos deja salir para la cena, salgo siguiendo por detrás a mis amigos, que están hablando entusiasmados sobre hacerse un tatuaje. A mi no me gustan, así que rechazo la oferta de acompañarlos; me parecen inútiles y sin sentido, dejar una marca de tinta en tu cuerpo que puede o no llegar a ser permanente en tu vida. Absurdo.
Además, estoy cansada y todavía tengo que vivir una última experiencia antes de terminar mi día: enfrentarme a Eric para obtener la llave de la habitación.
Choco contra un hombro y alzo la mirada para encontrarme a Al petrificado en medio del pasillo. Sigo la mirada para ver que lo tiene en ese estado y me encuentro al mismísimo demonio mirando en nuestra dirección, a mí. Se supone que yo me iba a reunir con él, pero parece que estaba tan impaciente como yo de terminar esto.
Les digo a mis amigos que se adelanten y me acerco a él. Eric me mira como si fuera un pedazo de basura bajo la suela de su zapato al pararme frente a él.
—Y bien ¿ya eligieron sus turnos? — me dice— ¿O les aterra soportar el peso de una responsabilidad?
—Para nada— niego—. De hecho, nos pusimos de acuerdo fácilmente.
—¿Es así? — se burla, es claro que se enteró de mi pelea con Peter esta mañana.
—Sip— remarcó la p y eso parece irritarlo, lo que me hace sonreír con más fuerza—. Las chicas tendremos el primer turno luego del entrenamiento y los chicos luego. Peter será el encargado de la otra llave.
—Wow, que buena organización— dice Eric sin parecer impresionado. Mete una mano en uno de los bolsillos de su pantalón y saca dos llaves. Las agarra desde un extremo y las cuelga frente a mis ojos—. Será mejor que no las pierdan, sería una pena que tuviéramos que castigarlos por ello.
—Una verdadera pena, de hecho— intento arrebatarle las llaves, pero él la aparta antes de que pueda siquiera tocarlas, alzándola sobre mi cabeza a toda su altura. Lo fulmino con la mirada. Su sonrisa de comemierda incrementa —. ¿Podría dármelas? Me quiero bañar, apesto.
—¿Palabras mágicas?
En mi mente aparece una simulación. En ella me veo a mi misma en tercera persona con Eric parado frente a mi. Tal y como estamos ahora, con la única diferencia que cuando escondo uno de mis brazos tras mi espalda, al sacarla llevo un arma cargada en la mano, la cual utilizo para disparar al aparato reproductor de Eric.
Sonrió ante la imagen de mi cabeza. Resulta muy satisfactoria.
—Por favor, podría darme las llaves—pido con mi mejor tono de voz.
—Claro— asiente Eric con una sonrisa igual a la mía. Baja el brazo y deja las dos llaves sobre la palma de mi mano—. Después de todo, apestas. Deberías darte prisa y tomar un baño, no vayas a ser que llenes todo el complejo de Osadía con tu olor.
En mi cabeza los disparos siguen resonando cada vez con más fuerza.
Chapter 4: Capitulo 4
Chapter Text
—Como sois pares, todos pelearán hoy —dice Cuatro, y da un paso atrás para apartarse de la pizarra de la sala de entrenamiento. Busco mi nombre y lo encuentro al lado del de Tris.
Alzo las cejas. Ella en la historia original no peleaba, pero tiene sentido que ahora lo haga con mi aparición. Le envió una mirada a Tris, que está parada como una estatua a mi lado.
—¿Estás bien? —le pregunto en voz baja.
—Si, solo... no me destruyas —me pide con sus grandes ojos de corderito.
Hago una mueca y miro hacia donde Eric está parado a un lado del círculo de pelea junto a Cuatro. Tiene los brazos cruzados y está apoyado contra una columna, nos mira a todos con ojos despiadados. Parece preguntarse cuál de todos nosotros va a caer primero.
Sé que él no va a dejarme ser fácil con Tris. Aunque, tampoco debe ir cantando victoria, Tris también puede ganarme.
—Esto no es bueno —dice Christina, dándole un codazo a Tris.
—Ay —se queja Tris con una mueca.
—Perdona. Pero, miren, me toca contra el Tanque.
Suelto una risita por el sobrenombre. Molly es alta y tiene los hombros anchos, piel bronceada y nariz protuberante, y ciertamente le queda el apodo.
—¿El Tanque? —pregunta Tris, y busca el nombre de Christina.
Vuelvo a mirar a Eric, mi atención está eclipsada por su presencia.
—Si, de los seguidores de Peter, la que es ligeramente más femenina —responde Christina, señalando con la cabeza el grupo de gente del otro lado de la sala.
Sigo recorriendo con la mirada a Eric. Hoy lleva una remera mangas cortas con chaleco sobre este, al igual que siempre, todo de negro. Sus pantalones son holgados y tienen unos cuantos bolsillos, me hacen recordar a los pantalones militares que solían usar en mi época. Siempre me gustaron, pero nunca pude pagar uno.
Hoy el cabello de Eric está tan pulcramente peinado en un su distintivo copo, que lo hace ver aún más distintivo. Por la forma en que se viste y peina, podría aventurarme y decir que debe de tener algún problema con la limpieza, como si todo tiene que estar en su lugar. Algo que seguramente sacó de su anterior facción, los Eruditos son muy delicados con sus cosas.
...Esperen, ¿Cómo se eso? ¿Lo decía en algún libro?
Frunzo el ceño, no es algo de lo que debería de preocuparme ahora, siendo que en unos minutos tendré que pelearme con una de mis amigas. Para distraerme, busco algo más que mirar. Los bíceps de Eric me llaman mucho la atención. Son tan enormes...
—Cass —me llama Christina.
Levanto la mirada ante mi nombre y mis ojos chocan con los de Eric que, aunque a la distancia, son tan grises como una nube de tormenta precipitándose hacia mí a una velocidad que no me deja más escapatoria que prepararme para recibirla. Me está mirando con una sonrisa burlona, se dio cuenta que lo estaba mirando, y a que parte de su cuerpo más explícitamente.
Aparto la mirada con las mejillas encendidas y me giro hacia la persona que me llamó. Miro a Christina inquisidoramente, queriendo saber por qué me llama.
—Te preguntaba cómo es que eras amiga de Peter —me dice —. Él es tan diferente de ti.
Busco algo que decir, pero yo tampoco sé la respuesta a eso.
—No siempre es tán malo —digo, aunque suena más como si me lo estuviera cuestionando también. Christina alza una ceja y Tris me mira como si tampoco se lo creyera —. Es cuestión de conocerlo.
Mis amigas siguen sin creerse mis palabras, pero deciden no cuestionarme más.
En la arena, Al le da un buen puñetazo a Will en la mandíbula. Hago una mueca. Al otro lado de la sala, Eric sonríe con satisfacción y mira a Al con más atención.
Will se tambalea hacia un lado con una mano apretándose la cara y bloquea el siguiente puñetazo de Al con la mano libre. A juzgar por su mueca, bloquear el golpe le ha resultado tan doloroso como el golpe en sí. Al es lento, pero muy fuerte.
Peter, Drew y Molly nos lanzan miradas furtivas, y se ponen a susurrar juntando sus cabezas.
—Creo que saben que estamos hablando de ellos —dice Tris.
—¿Y? Ya saben que los odio— responde Christina.
—¿Lo saben? ¿Cómo?
Christina finge sonreírles y los saludo con la mano. Yo sonrió divertida y conecto mi mirada con Peter, él me devuelve la mirada. Me pregunto en qué consiste nuestra amistad, y porque terminó tan abruptamente.
Will engancha con un pie la pierna de Al y tira de ella, tirándolo al suelo. Al se pone de pie como puede.
—Porque se lo he dicho —responde Christina apretando los dientes, aunque sin dejar de sonreír —. En Verdad intentamos ser muy sinceros con nuestros sentimientos — explica, mirándonos —. Muchas personas me han dicho que les caigo bien, y otros muchos no lo han hecho. ¿A quién le importa?
—Es que nosotros... Se supone que nosotros no debemos hacer daño a los demás.
—Me gusta pensar que odiandolos les ayudo. Les recuerdo que no son un regalo de Dios a la humanidad.
Nos reímos un poco antes de volver a concentrarnos en la arena. Will y Al se quedan mirándose unos segundos, más vacilantes que antes. Will se aparta de los ojos un pálido mechón de pelo. Miran a Cuatro como si esperaran que detuviera ya la pelea, pero el instructor está de brazos cruzados y no dice nada. A unos cuantos metros de él, Eric mira la hora en su reloj.
Al cabo de unos segundos dando vueltas, Eric grita:
—¿Creéis que esto es para divertirnos un rato? ¿Os toca ya el descanso de la siesta, niños? ¡Luchad de una vez!
—Pero.... —responde Al, enderezándose y bajando las manos —. ¿Vamos por puntos o algo? ¿Cuándo acaba la pelea?
—Acaba cuando uno de los dos no puede seguir —contesta Eric.
—De acuerdo con las reglas de Osadía —añade Cuatro —, también es posible que uno de los dos se rinda.
—Eso es de acuerdo con las antiguas reglas —lo corrige Eric, entrecerrando los ojos —. De acuerdo con las nuevas reglas, nadie se rinde.
—Los valientes saben reconocer la fuerza de los demás —contesta Cuatro.
—Los valientes nunca se rinden.
Cuatro y Eric se quedan mirando unos segundos. Parecen luchar por el poder, pero Cuatro retrocede rápidamente, como si se hubiera cansado de la situación. Después de todo, Eric sigue siendo uno de los líderes de Osadía y Cuatro solo un instructor.
La frente de Al está perlada de sudor; se lo limpia con el dorso de la mano.
—Esto es ridículo —protesta, sacudiendo la cabeza —. ¿Qué sentido tiene darle una paliza? ¡Estamos en la misma facción!
—Ah, ¿tan fácil crees que va a ser? —pregunta Will, sonriendo — Venga, intenta pegarme, tortuga.
Will levanta de nuevo las manos; veo en su cara una resolución que no estaba ahí antes. Cree que puede ganar, pero es obvio que con un solo golpe Al puede dejarlo inconsciente.
Aunque para eso tenga que atraparlo primero. Al intenta hacerlo, pero Will se agacha; tiene la nuca reluciente de sudor. Esquiva otro puñetazo, rodea a Al y le da una fuerte patada en la espalda. Al se inclina un poco y se da la vuelta.
Al carga contra Will agarrándolo del brazo para que no se escape y le da un puñetazo en la mandíbula.
La luz desaparece de los ojos de Will, que son verde pálido, como el apio. Se le ponen en blanco y su cuerpo se relaja, cayendo al suelo como un peso muerto. Mi cara se contrae de la sorpresa.
Al abre mucho los ojos, se agacha junto a Will y le da en la mejilla con la mano. La sala guarda silencio, esperando la reacción de Will. Durante unos segundos no responde, se queda tirado en el suelo con el brazo tirado bajo el. Entonces parpadea, claramente aturdido.
—Levántalo —dice Eric.
El líder mira con avidez el cuerpo caído de Will, como si la imagen fuese una comida y él llevara varías semanas en ayunas. Tuerce los labios en una mueca cruel.
Cuatro se vuelve hacia la pizarra y rodea con un circuito el nombre de Al. Victoria.
—Los siguientes: ¡Cassandra y Tris! —grita Eric.
Una corriente eléctrica me recorre todo el cuerpo al escucharlo decir mi nombre, y me disgusta ver lo que me acaba de hacerme sentir. Por eso, cuando Tris intenta dirigirme una sonrisa tensa y ve mi rostro, esta se le esfuma de la cara.
Al se echa el brazo de Will al hombro y lo saca de la arena.
Tris y yo nos encaminamos a la arena. Christina nos desea suerte, pero yo estoy demasiado concentrada en cómo ganarle a Tris sin hacerle mucho daño como para agradecerle.
Me crujo los nudillos e intento quitarme el poco cansancio del cuerpo con movimientos libres. Tris me mira, desde su lugar frente a mí, como si no supiera que hacer e intenta copia lo que hago con torpeza.
Al otro lado de la sala, Cuatro sujeta a Will por la cintura y lo saca fuera. Al se queda un momento junto a la puerta, observándolos.
Eric queda a cargo nuestro y temo que me haga ser más dura con Tris de lo que quiero. Ya suficiente que me esté taladrando con la mirada.
El grupo nos observa en silencio.
No necesitamos que Eric nos indique cuándo comenzar así que empiezo utilizando la pose de pelea que Cuatro nos enseñó ayer. Tris hace lo mismo. Empezamos a rotar en la arena. Mi mirada baja por todo su cuerpo, anotando en mi cabeza cada ventaja que pueda.
Es de menor estatura que yo, apenas sobrepasando el metro y medio. Su constitución es delgada pero no excesiva. No tiene músculos en ninguna parte de su cuerpo, al menos no aun, y parece tan nerviosa que temo que le dé un ataque en cualquier momento.
Doy un paso hacia y ella retrocede con miedo. La miro e intento transmitir que seguir retrocediendo va a ser peor para ella. Tris parece entender el mensaje.
Cuando vuelvo a intentar acercarme, esta vez no retrocede. Sigo acercándome hasta que estoy frente a frente con ella. Lanzo un golpe con mi puño derecho y ello lo intercede con sus antebrazos. Suelta un quejido ante el dolor y su defensa baja unos centímetros. Vuelvo a lanzar otro golpe y ella retrocede para evitarlo. Su torso se echa hacia atrás durante un instante y luego vuelve a su posición. Intenta echarme un golpe y yo me agacho para evitarlo. Rápidamente, envió un golpe a su estómago en cuanto veo el paso libre.
Tris vuelve a quejarse y retrocede, su defensa desaparece y se agarra el estómago. Sin perder tiempo, utilizo una patada rápida que golpea en la parte blanda de su cintura. Cae al suelo, me mira asustada. Sus ojos me distraen, no quiero que me tenga miedo.
Ella aprovecha para enredar nuestros pies y hacerme caer también. El ruido de mi caída atraviesa la sala y hago una mueca cuando mi trasero amortigua todo el golpe. Sonrío, porque no esperaba que ella hiciera eso.
Intento pararme, pero Tris se me abalanza encima. Es gracioso, intenta inmovilizar mi cuerpo para que no pueda moverme, pero es tan débil que siento como si un viento fuerte me estuviera empujando. Las manos de Tris me aprietan las muñecas con fuerza y sé que voy a tener moretones más tarde ahí.
Miro a Tris, que logró sentarse a horcajadas sobre mí y sigue batallando para detener mis movimientos, su rostro está fruncido con el esfuerzo. Me resulta... tierno.
Utilizo el agarre que tiene sobre mí y empujo mi cadera para darle vuelta a nuestra posición. Ahora yo estoy sobre ella y esto parece conmocionarla. Su cuerpo queda inmóvil bajo mi peso, pero intenta hacerme daño con sus manos. Las aparto y las agarro con fuerza, poniéndolas a cada lado de su cara.
Miro hacia arriba, Eric me está mirando.
—Termínalo —me ordena.
Aparto la mirada y la vuelvo hacia Tris, que ahora parece aterrorizada e intenta escaparse de mi agarre a toda prisa.
—Lo siento —susurro.
Suelto una de sus manos y, antes de que pueda defenderse, le pego un puñetazo en la sien. Tris queda inconsciente al instante sobre el suelo, igual a como habíamos visto a Will hacer.
Eric se acerca a la pizarra y rodea con un círculo mi nombre.
Salgo de encima de mi amiga y me arrodillo a su lado, dándole palmadas suaves en la cara para despertarla. Un sentimiento de tristeza me embarga todo el cuerpo.
Al cabo de unos segundos, Tris recupera la conciencia. Me mira a los ojos y nota la tristeza en mi rostro. Abro la boca para volver a disculparme, pero ella se me adelanta.
—Tienes que enseñarme a hacer ese golpe —me dice con una media sonrisa adolorida.
La miro con sorpresa y la ayudo a levantarse. Es un golpe simple, que aprendí en uno de los cuantos libros que leí en mi otra vida. Se supone que si uno da un golpe en la sien de nuestro oponente este ocasionará que el cerebro se meza violentamente, causando un desmayo. Estaba asustada de usarlo, ya que nunca lo había hecho antes, pero me alegra ver que no le causó mucho daño.
—¡Siguiente: Christina y Molly! —grita Eric, mirándonos para que salgamos de la arena.
Le pregunto a Tris si quiere que la acompañe a la enfermería, pero esta se niega, diciendo que estaría bien. Christina nos mira con aprecion, preocupada por Tris, pero esta le quita importancia de nuevo y le envía suerte en su pelea.
Dejo que Tris se apoye en mí, porque creo que Eric lo tomara como una debilidad si se recuesta en el suelo, y empezamos a ver la pelea. Cuatro aún no ha vuelto con los chicos así que me preparo para lo que estamos por ver.
En la arena, Christina se mete el pelo detrás de las orejas. Lo lleva a la altura de la barbilla, sujeto con horquillas plateadas. Hace crujir sus nudillos, parece nerviosa.
Estoy medio ausente de la pelea que se desarrolla frente a mí. Haber golpeado a alguien, una amiga, no me sienta bien. No soy una persona a la que le guste pelear, pero tampoco es que me molesta si alguien más lo hace. Solo creo que son estúpidas, como, hay otras maneras de arreglar un problema. Aunque, bueno, entiendo que si tu vida corre peligro no te queda de otra que defenderte.
Pero mi vida no estaba en peligro. Tris es mi amiga y la inmovilice debajo mío como si no fuera nada. Se sintió como quitarle todo su poder, y no me gustó; porque sé que a mí no me gustaría que me hicieran eso. Estar inmovilizada bajo alguien sin poder hacer nada debe de ser aterrador.
Vuelvo a prestar atención a la pelea cuando Christina le da una patada en el costado a Molly, que suelta un grito y aprieta los dientes como si estuviera a punto de gruñir entre ellos. Un rizo de grasiento pelo negro le cae en la cara, pero no se lo aparta.
Tris no deja de enviarme miradas fugaces de preocupación. Quiero gritarle que fui yo la que la dejo inconsciente, no ella a mí, pero no lo hago. Es una buena amiga, pero me gustaría que se preocupara más por ella o la pelea que se está librando frente a nosotras que en mí. En este momento, no creo merecer su pena.
Molly dirige a Christina una sonrisa de suficiencia y, sin previo aviso, se lanza con las manos extendidas hacia su abdomen. Le da con fuerza, la derriba y la sujeta en el suelo. Christina se revuelve, pero Molly pesa mucho y no se mueve.
Molly le da un puñetazo y Christina aparta la cabeza, pero la otra chica sigue pegando una y otra vez hasta que su puño conecta con la mandíbula de Christina, con su nariz, con su boca. Aparto la mirada, se asemeja tanto a la pelea que Tris y yo tuvimos, solo que mucho más violenta, que me genera impresión. La sangre corre por la cara de Christina y salpica el suelo, al lado de su mejilla. Quiero correr del lugar y esconderme, yo podría haberle hecho eso a Tris si no hubiera tenido cuidado.
Sin embargo, a diferencia de mi amiga rubia, Christina no se desmaya con facilidad. Grita, se suelta de un brazo y le da un puñetazo a Molly que la desequilibra. Consigue librarse y se pone de rodillas, sujetándose la cara con una mano. La sangre que le cae de la nariz es espesa y oscura, y le cubre los dedos en segundos. Grita otra vez y se aleja de Molly. Por como mueve los hombros, sé que está llorando.
Mis ganas de correr y esconderme desaparecen y se transforma en ganas de correr y consolar a Christina. Doy un paso hacia la arena, pero Edward, que estaba parado hasta recién a mi lado, me detiene. Me envía una mirada y yo la entiendo.
No puedo ayudarla. No puedo ayudarla, ni mucho menos evitar lo que va a pasar.
Molly da una patada a Christina en el costado, tirándola de espaldas. Cuando ve que lo entiendo, Edward me suelta y vuelve a agarrar la mano de su novia, quien parece a punto de largarse a llorar.
—¡Para! —gime Christina cuando Molly levanta el pie para darle otra patada; levanta una mano — ¡Para! No puedo... —se interrumpe para toser —. No puedo más.
—No, no —susurro por lo bajo —. No le des el placer.
Tris me mira al escuchar mis palabras. Parece querer preguntarme a qué me refiero, antes parecía aliviada cuando Christina grito que se detuviera. Ahora vuelve a parecer alarmada.
Eric se acerca al centro de la arena muy despacio y se queda al lado de Christina, cruzando los brazos.
—Perdona, ¿Qué has dicho? ¿Qué no puedes más?
Christina consigue ponerse de rodillas. Cuando levanta la mano del suelo deja una huella roja. Se pellizca la nariz para parar la sangre y asiente con la cabeza.
—Levántate — dice Eric.
Habla en voz baja y con palabras precisas; después agarra por el brazo a Christina, la pone de pie y la arrastra al exterior de la sala.
—Seguidme — nos dice a los demás.
Soy la primera en obedecer. Camino tan rápido como puedo hasta pararme al lado de Christina, quien, al verme, intenta librarse del agarre del líder y apoyarse en mí. Eric no se lo permite y me lanza una larga mirada como si me dijera “atrévete, y serás la siguiente”. No me queda de otra que retroceder e intentar ayudarla a limpiarse las manos y la cara con mi remera, en un intento de que esto la ayude luego. Quizás si tiene las manos secas pueda agarrarse mejor.
Christina parece agradecerme mi intento de ayuda, pero yo no lo acepto. No cuando no estoy haciendo algo realmente.
Eric nos lleva a todos hacia El Pozo. Noto el ruido del río antes de verlo.
Nos ponemos cerca de la barandilla. El Pozo está casi vacío. En cualquier otro momento me hubiera mantenido lo más alejada posible, pero, igual a como hice al saltar del tren y la azotea, me trago mi miedo. Tengo que ser valiente, osada, por Christina.
Eric empuja a Christina contra la barandilla, dejándola fuera de mi alcance.
—Trápala — le ordena.
—¿Qué? —responde ella, como si esperase que Eric cediera, aunque sus ojos abiertos como platos y su rostro ceniciento indiquen lo contrario: sabe que Eric no cederá.
La barandilla es estrecha y metálica, y está cubierta por el agua del río, lo que hace que resulte resbaladiza y fría.
Christina me mira y su labio empieza a temblar. Suelto una exhalación temblorosa al verla en ese estado: está aterrada, puedo ver cómo sus pensamientos empiezan a formarse hasta acabar con su muerte. Le devuelvo la mirada y hago una seña con mis manos para que se calme. “Aquí estoy” gesticulo y ella medio sonríe, es una sonrisa triste destruida por los golpes que Molly le dio.
Eric nos mira a las dos. A mí no me importa, quiero dejarle en claro a Christina que voy a estar ahí si llega a resbalar o para sostenerla cuando lo logre.
—Vale —dice ella con voz temblorosa.
Su altura le permite pasar la pierna por encima de la barandilla, aunque le tiembla el pie. Apoya el dedo gordo en el saliente para pasar la otra pierna por encima. De cara a nosotros, se limpia el sudor de las manos en los pantalones y se sujeta con tanta fuerza a la barandilla que se le ponen blancos los nudillos. Después baja un pie del saliente; y el otro. Le veo la cara entre los barrotes de la barrera; está decidida, tiene los labios bien apretados.
Al pone el cronómetro de su reloj en marcha.
Christina resiste bien el primer minuto y medio. Agarra con manos firmes la baranda y no le tiemblan los brazos. No grito victoria todavía, aún faltan otros tres minutos y medio. Me parece eterno y no solo por verla en esa situación, sino por el miedo propio de estar tan cerca del saliente.
Entonces, el río da contra la pared y el agua salpica la espalda de Christina, que se da de cara contra la barrera y grita. Se le resbalan las manos hasta que solo se sujeta con las puntas de los dedos. Intenta agarrarse mejor, pero ahora tiene las manos humedas.
Doy un paso hacia ella para socorrerla, pero Eric me detiene agarrándome de un brazo y pegándome a su costado para que no pueda escapar. Su mano presiona con tanta fuerza mi piel que temo que me la atraviese.
—Quieta —me gruñe al oído —. O serás las siguiente.
Alzo la cabeza para mirarlo. Mis ojos están borrosos por las lágrimas contenidas, pero le mantengo la mirada.
—Vamos, Christina —la anima Al con su voz grave, en un tono sorprendentemente alto. Mi mirada se mantiene contra la de Eric —. Venga, aférrate otra vez. Puedes hacerlo, agárrate.
Me he dado, finalmente, cuenta de algo. Lo único atractivo que tiene Eric, es su físico. Porque mientras sigo mirando esos ojos profundos lo único en lo que puedo pensar es en el monstruo que se esconde dentro de ellos.
Aparto la mirada y la vuelvo hacia mi amiga que sigue luchando sujeta a la baranda.
—Vamos, Chris —le digo. Mi voz suena temblorosa, no sé si son por los nervios que me produce verla de esa forma o por el dolor que recorre mi brazo —. Tú puedes.
El agarre en mi brazo se afloja un poco y me sorprendo. Puedo seguir sintiendo su mirada sobre mí, pero estoy decidida a no devolvérsela esta vez.
Christina sube el brazo e intenta aferrarse al pasamanos. La otra mano logra agarrarse de nuevo a la barandilla. Le tiemblan tanto los brazos que parecen gelatina.
Asiento con la cabeza sin darme cuenta al verla, respirando con más tranquilidad ahora que está mejor agarrada. Al sigue apoyándola, aunque yo no. Temo que un sollozo salga de mi boca si la vuelvo a abrir.
Otra ola de agua se estrella contra la espalda de Christina, que grita cuando las dos manos se le resbalan de la barandilla. Suelto un grito y me aferro a lo primero que encuentro, que resulta ser el chaleco de Eric. En ese momento no me doy cuenta, demasiado enfocada en mirar a mi amiga, pero la fuerza del líder sobre mí desaparece completamente, aunque no su presencia ni el calor que esta me transfiere.
Sin embargo, Christina no se cae, se agarra a los barrotes. Se le resbalan los dedos por el metal hasta que ya no puedo verle la cabeza; solo los dedos.
El reloj de Al marca cinco minutos.
—Ya han pasado los cinco minutos —dice, casi escupiendo las palabras a Eric.
Es entonces que me doy cuenta de lo que estoy haciendo, y me aparto, casi como si temiera quemarme. Eric no me mira, en cambio, mira su propio reloj, se toma un tiempo, gira la muñeca y, mientras tanto, empiezo a sentirme cada vez más inquieta.
—Vale —dice Eric —. Puedes subir, Christina.
Al se acerca a la barandilla y yo lo sigo. Me paro a un lado de donde cuelga Christina. Se que sola no podré ayudarla a subir, por eso espero a que Al se pare del otro lado para hacerlo.
—No —nos detiene Eric —. Puede subir sola.
—No, no tiene que hacerlo sola —gruñe Al —. Ha hecho lo que le has pedido. No es una cobarde, ha hecho lo que le has pedido.
Eric no responde. Al baja un brazo por la barrera y es tan alto que logra llegar a la muñeca de Christina. Ella se agarra a su antebrazo y Al tira de ella, rojo de frustración. Agarro el brazo libre de Christina y ayudo a Al a tirar de ella. Mis brazos te tensan por el peso, pero no les hago caso. Tris corre a nosotros y sostienen el hombro de nuestra amiga para pasarla por encima de la barandilla. Christina cae al suelo con la espalda empapada y el cuerpo temblando.
Me arrodillo a su lado y la ayudo a quitarse los cabellos que se le pegan al rostro. Los cuatro intercambiamos miradas, recuperando finalmente el aliento.
Chapter Text
Esa noche me voy a dormir con unos niveles de estrés tan altos que termino teniendo uno de los sueños más raros.
Estoy en una habitación, es grande y espaciosa. Está iluminada por una luz brillante que hace resaltar las paredes pintadas de rosa pastel. Hay una cama de doble plaza en medio de ella, con dos mesas de luz y lámparas sobre ellas a cada lado, y a la derecha un ventanal que deja a la vista la ciudad que se extiende por fuera. Está a una gran altura, al punto en que casi puedo ver los límites de la ciudad.
En las paredes no hay nada que llame la atención, pero si hay un escritorio de madera blanca pegado al lado de uno de ellos. Sobre él hay dos retratos. Uno es de una joven pareja abrazando a una niña, que no parece tener más de seis años, en medio de ambos. Los tres parecen felices, pero la felicidad que desborda la niña es mayor que la de los dos adultos, casi como si la de estos últimos fuera fingida y la de ella no. La mujer es rubia y de ojos azules, tiene una piel rosada y tersa que da a entender que nunca tuvo que sufrir para que fuera así, un cuerpo esbelto y de mediana estatura; es muy bonita. El hombre, por otro lado, no es tan atractivo. Tiene el cabello castaño y ojos oscuros fríos, su cuerpo es alto y robusto. Por la mano que sostiene uno de los hombros de la niña se pueden ver unos indicios de callos.
La niña es otra historia, es una combinación de ambos. Es bonita y esbelta como su madre, pero sin dejar de parecer saludable. Es alta para su edad, eso se nota. Tiene el cabello unos tonos o dos más oscuros que su padre y los mismos ojos, que, a diferencia de los de este, brillan con alegría y picardía. Lleva puesto un bonito vestido de tul azul oscuro hasta la altura de sus tobillos y en sus pies unos zapatos blancos delicados. Sostiene un peluche de un zorro entre los brazos y parece apreciarlo, por la forma en la que se aferra a él como si temiera que alguien se lo fuera a quitar.
La siguiente foto es menos... feliz. Es la misma niña, pero más crecida. La picardía infantil desapareció de sus ojos y lo mismo pasa casi con su felicidad. Sonríe, pero esta no llega hasta sus ojos. Está vestida con un traje del mismo color que el vestido cuando era niña, pero esto la hace ver más adulta de lo que parece. Su cabello está recogido en una coleta alta impecable. Esta parada sobre unos tacones negros y sus manos están apoyadas con sumisión delante de ella. A su lado, una mujer rubia y de ojos azules gélidos como una montaña de hielo mira a la cámara con una sonrisa política, tensa, fría y notablemente falta. Está vestida con una camisa blanca y un blazer azul sobre este, lo acompaña una falda de tubo del mismo color que le hace ver las piernas más largas de lo que ya parecen con los zapatos blancos de tacón que lleva puestos.
La reconozco, es Jeanine Matthews. Se ve idéntica a como se veía en las películas y no me sorprende verla parada a un lado de la chica con las manos detrás de ella, demostrando autoridad.
De repente, como sucede en los sueños, todo cambia a mi alrededor.
Estoy en una escuela. Los estudiantes, que rondan mi edad, me saludan al pasar con una gran sonrisa. No entiendo porque lo hacen, pero respondo con el mismo entusiasmo. A mi lado camina un chico alto vestido de blanco y negro, un Veraz. Tengo que mirarlo dos veces para darme cuenta de que es Peter, el Peter que yo conozco de Osadía. Él también me regala una sonrisa, y parece amable, casi afectuosa. Parece hablarme, pero yo no logro entender lo que me dice. El resto de la gente a mi alrededor también me habla y empiezo a sentirme mareada por todos los parloteos.
El sueño vuelve a cambiar una vez más y ahora estoy sentada sobre una camilla en una habitación de cristal. Llevo puesto la clásica ropa que te ponen cuando te internan en un hospital. En mis manos se encuentra el peluche del zorro que había visto en la foto. Está desteñido por el tiempo y parece haber vivido mejores momentos en su vida que ahora. Lo acaricio, sigue siendo igual de suave que como lo recordaba.
Pero, un momento, este no es mi peluche. Yo no debería de saber cuál es su consistencia.
—Aurora.
Una voz llama a alguien. Es fría, pero amable al mismo tiempo. Y me hace feliz.
Alzo la cabeza y me encuentro a Jeanine que me dirige la sonrisa tierna que siempre utiliza cuando estamos a solas.
Yo no conozco a Jeanine, ¿Cómo puedo saber esto? ¿Qué está sucediendo?
—Aurora —vuelve a llamar Jeanine. Me está llamando, yo no me llamo de esa forma, pero sé que me está llamando a mí. Me está hablando a mi —. ¿Estás lista, cielo?
La forma afectuosa con la que me llama me llena y puedo sentir las comisuras de mis labios estirándose involuntariamente.
—Si —la voz sale de mi boca. La reconozco, pero yo no dije ninguna de estas palabras —. Estoy lista, tía.
Jeanine me acaricia el rostro durante unos segundos y luego se aparta.
Cuando alzo la mirada puedo ver por el reflejo del vidrio frente a mí a la niña de la foto devolviéndome la mirada.
—Empecemos —ordena Jeanine, y alguien detrás mío presiona algo en mi cuello que me hace sufrir.
Me despierto empapada en mi cama mirando a la oscuridad que la habitación compartida de los iniciados de osadía me regala.
Me doy cuenta rápidamente de algo.
Yo era esa niña. Yo era la niña de las fotos, yo era la niña del sueño. Yo soy Aurora.
Eso no era ningún sueño. Eran memorias.
Alguien se sienta a mi lado, escucho que bostezar.
—Un poco temprano para tomar un desayuno, ¿no lo crees? —Becca me dice al terminar su bostezo —Uno pensaría que luego de la primera pelea, estarías durmiendo hasta el último minuto.
No respondo, ni siquiera doy indicio de haber notado su presencia. Mi mirada sigue clavada sobre la madera de la mesa en la que estoy sentada. Los dedos de mis manos, que están sobre la mesa, juguetean con nerviosismo entre sí.
—Escuche lo que hizo Eric —continúa hablando Becca —. Debe de haber sido aterrador. Debo de admitir que, incluso para ser un líder, Eric se sobrepasó con su castigo. Pero, claro, Eric siempre fue de sobrepasar los límites y nunca temer a las consecuencias. Desde la primera vez que lo vi supe que iba a ser un niño problemático, quiero decir, tanta furia retenida en un solo cuerpo tiene que hacer mal a la salud, ¿verdad?
El sueño, o más bien, el recuerdo, sigue repitiéndose continuamente en mi cabeza. Estoy intentando descifrar porque ahora lo recuerdo, porque ahora, pero no logro entenderlo. No hice nada fuera de lo normal como para que pudiera desencadenar la liberación de ese recuerdo. Además, porque exactamente ese, no me dice nada interesante, y si lo hizo no lo note.
—De todas formas, ¿Qué te sucedió en la muñeca? —Becca agarra la muñeca con la que Eric me sostuvo ayer y el dolor me recorre todo el brazo.
Ahora sé que lo que decían Will y Christina no eran mentiras, era popular, muy popular, y Peter mi amigo más cercano. Jeanine es mi tía y debemos de tener una buena relación, una mejor relación que con nadie y fue ella la que me pidió que viniera a Osadía. Pude notar como mi cuerpo actuaba en ese recuerdo, esa mujer significa el mundo entero para mí y haría lo que sea que me pidiera. Sin embargo, no entiendo que fue ese último pinchazo en el cuello antes de despertar. No pude mirarme al espejo porque todavía era muy temprano y no quería molestar a nadie al prender la luz del baño.
—Becca —llamo a la pelirroja, que me mira con preocupación. Y qué razones tiene para estarlo, debo lucir destruida. No pegue un ojo desde que me desperté y tuve que venirme a la cafetería (en realidad fue a donde termine a parar inconscientemente luego de caminar por casi una hora por todos los lugares que conocía en Osadía, que ya de por si no son muchos) porque no podía quedarme quieta con tantas preguntas en la cabeza —, ¿tengo algo en el cuello?
Becca frunce el ceño, sin entender a qué viene la repentina pregunta.
—¿Tu cuello?
—Si, mi cuello. Fíjate si no tengo alguna clase de marca o algo que se pueda pasar inadvertido con facilidad.
Aunque sin entender a dónde quiero llegar, hace lo que le pide. Se inclina sobre mi cuello y observa detenidamente, incluso saca su portátil y utiliza la linterna para ver mejor.
—Tienes... —empieza a decir con un dejo de extrañeza, tocándome con un dedo el sector bajo de mi oreja, pero sin salirse del cuello — Creo que es una cicatriz. Es extraña, parece una pinchadura que se hizo múltiples veces en el mismo lugar hasta dejar esa marca. Es muy difícil de verla, ¿Cómo te diste cuenta de que la tenías?
No lo hice.
—Me la hice hace unos meses —digo con simpleza, queriendo quitarle peso a su curiosidad —. Solo quería ver si había quedado una marca de la que preocuparme.
Becca sonríe ante mi fingida vanidad.
—Bueno, como dije, es difícil de ver, así que no hay problema.
—Si, sin problema.
No lo creo. Hay muchos problemas. Becca dijo que parece una marca hecha múltiples veces en el mismo lugar por algo puntiagudo. Eso significa que, lo que sea que me hicieron en ese recuerdo, no era la primera vez.
—De lo que sí deberíamos de estar preocupándonos —vuelve a decir Becca con más énfasis, agarrando mi muñeca herida — es de esto. ¿Puedes decirme quién fue? Lo destripare sin lugar a duda.
Suelto una risita.
—Fue Eric —le digo sin más.
La boca de Becca se abre, casi como si no lo esperase. Cuando se recupera de su conmoción, se cubre el rostro con una mano.
—Ay, ese niño —niega con la cabeza como una madre ante la travesura de su hijo.
Vuelvo a reírme, esta vez con más ganas.
En el entrenamiento, luego de mi pelea contra Drew, en la cual terminé ganando por muy poco, ya que sigo estando distraída, no paro de tocarme el cuello en busca de algún relieve que me diga, sin verlo, que ahí hay una cicatriz. Nada, no noto nada. Es como si ni existiera, pero yo sé que existe y eso me enoja.
—¿Te lastimaste? —Will a mi lado me pregunta. Sus cejas están fruncidas y mira el lugar en que mi mano se posa —No recuerdo que Drew te haya golpeado ahí.
No, solo me pego en todo el resto del cuerpo.
Niego con la cabeza.
—No, no es nada —le digo. De repente, tengo una idea —. ¿Ustedes fueron a hacerse un tatuaje hace unas noches, ¿no?
—Si. ¿Por qué preguntas? ¿Quieres hacerte uno?
Will me sonríe expectante.
—Estoy pensando en quizás hacerme uno, sí.
Puede ser que no vea la cicatriz, pero yo sé que está ahí. Y no lo voy a olvidar hasta que descubra el porqué de que esté ahí. Un tatuaje puede ayudarme a nunca olvidar esta misión personal.
—¿En ese lugar? —asiento — Parece buena idea, creo que te quedaría bien, dependiendo de su diseño. Además, no tienes que temer, ahora los tatuajes ya casi ni duelen. ¿Sabías que antes utilizaban agujas, agujas —remarca con los ojos abiertos —, para hacérselos? Es una locura. No sé cómo soportaban el dolor.
La verdad, yo tampoco entiendo cómo. Que Will me aclarara que no dolían era todo un alivio.
—Cada uno elige su propio veneno —me encojo de hombros —. Supongo que, para ellos, esta clase de veneno les daba cierta satisfacción.
La pelea de Peter y Tris fue tan horrible que no quiero ni recordarla.
No fui a ver a Tris a la enfermería, principalmente porque siquiera pensar en una me hace sentir enferma, pero también porque quería hacerme lo más pronto posible el tatuaje. Encontré a Becca a la salida del entrenamiento de los nacidos de Osadía y la arrastré conmigo para que me acompañara a hacerlo.
—¿Qué tal este? —Becca me enseña un dibujo de un dragón enorme.
Ruedo los ojos.
—Ya te dije, quiero algo simple y bonito, no algo que sea más grande que mi propia cara —le digo —. Además, va a ir en el cuello, así que debe de ver genial. Eso —señalo el dibujo que sostiene en las manos — no se vería bien en mí.
—¿Qué dices? —rechaza, volviendo a poner el dibujo en su lugar — Lo harías lucir genial.
La miro con una cara de “no me creo una palabra de lo que dices” que la hace reír.
—Bien, bien. Algo simple y bonito, algo simple y bonito... ¿Qué tal...? ¡Esto!
Me muestra un dibujo de una flecha. Es simple, un palo largo, con una punta y líneas de pluma. La flecha significa protección: jamás dejaré que me vuelvan a hacer lo que sea que me hicieron en esa habitación de cristal; y también se relacionan con la evolución de uno mismo. Teniendo en cuenta que soy alguien metida en el cuerpo de otra persona, creo que es perfecto.
Me lo hice detrás de la oreja, con tal de que pueda esconderlo si quiero con el cabello, apuntando hacia el lugar exacto en que la cicatriz se encuentra.
Notes:
Espero que les este gustado! 😁
Chapter 6: Capitulo 6
Chapter Text
—¿A dónde fuiste ayer? —me pregunta Christina mientras corremos a buscar un desayuno para Tris, que sigue intentando salir de la cama a primera hora.
—Becca me acompañó a hacerme un tatuaje —le digo. Agarro un pedazo de torta de vainilla de la cafetería y empiezo despedazarlo, metiéndome pedazo por pedazo en la boca. Christina agarra dos magdalenas, son de plátano y nueces, dos cosas que odio en combinación.
Christina me mira. De camino de vuelta a la habitación, algunos osados se apartan al ver nuestra prisa.
—¿Becca? —repite Christina.
—Si, Becca. ¿Qué con esa cara? —pregunto.
Tiene una expresión singular, como si quisiera decirme algo, pero no se atreviera.
—Nada.
—No, nada, no. Algo te molesta. ¿Es porque le pedí a Becca que me acompañe y no a ustedes? Creí que iban a estar ocupados con Tris y yo no...
—No, no es eso —niega y se detiene en medio del pasillo. Quiero decirle que debemos llegar a Tris deprisa o el tren nos dejara, pero noto que la conversación se está tornando seria —. Es solo que estoy preocupada por ti.
—¿Por mí? —repito incrédula, abriendo un poco los ojos.
—Si —ella asiente. Mira las magdalenas en su mano y eso le hace reunir coraje para decirme lo siguiente —: El otro día, tu pelea con Tris y... mi situación con Eric. Vi como eso te dejo, Cass. Estabas aterrorizada, parecías una persona completamente diferente. Nunca te había visto así. Y al otro día, crees que nadie te escuchó, pero lo hicimos. El sueño que tuviste, no sé de qué fue, pero te molesto, y mucho. Estuviste todo el día ausente y de repente, luego de que molieron a palos a Tris, desapareciste. Y ahora me dices que fuiste a hacerte un tatuaje, un tatuaje, ¡cuando tú misma te rehusaste a hacerte uno cuando nosotros fuimos porque decías que eran sin sentido! ¡Claro que estoy preocupada por ti! ¡Todos lo están! Entiendo que no somos amigas hace mucho, pero quiero que sepas que, si algo te molesta, puedes hablar conmigo.
Mi boca se abre, conmovida y anonadada por sus palabras.
Antes, en mi anterior vida, no era una persona emocionalmente muy estable. Creía que no tenía una razón en la vida para seguir existiendo: mis notas eran decadentes, no tenía trabajo, ni amigos o mucho menos familia. El único al que tenía era a mi padre, un señor ya mayor que trabaja doce horas diarias para poder traerme algo de comida a la mesa y con quien no tenía nada de relación. Los únicos momentos que teníamos juntos nos lo pasábamos rodeados de un silencio incómodo; desde que mi madre nos abandonó había sido así, ambos consumidos por el dolor de no haber sido suficientes para ella.
Mis amigos eran escasos, al menos los verdaderos. Me era difícil hacerlos y mantenerlos, pensaba constantemente que no tenía sentido tenerlos, ya que tarde o temprano también me abandonarían. Y así era. Se cansaban de mí. Decían que no tenía sentido en la vida: no salía, no hablaba y por poco vivía. Con ellos no era diferente. Me invitaban a salir con ellos y, las escasas veces que lo hacía, me las pasaba callada sin prestarle atención a ninguno perdida en mis pensamientos autodestructivos.
Ellos notaban algo raro en mí, me lo decían: era extraña, como un fantasma viviendo en un cuerpo cuyo corazón seguía latiendo. Pero, al igual que yo al notar el dolor de mi padre, decidieron que era más fácil ignorarlo y dejarme en paz.
Sé que todo esto es mi culpa, pero no podía evitarlo. No había nadie que me ayudara de todas formas a salir del agujero en que yo misma me había metido, así que no le veía sentido a mejorar. Me quedé ahí, colgando del abismo sin saber si algún día podría salir. Acostumbrada a sentirme de esa forma.
Ni siquiera sé si la razón de mi transmisión fue mi muerte o no, pero tendría sentido que lo fuera. Lo único que lamentaba era haber abandonado también a mi padre, ciertamente él no se merece vivir eso una segunda vez.
Saber que Christina se preocupaba por mí es...un sentimiento nuevo. Me calienta el pecho y despierta una alegría en mi cerebro que desde hace mucho había estado apagado. Ella tiene razón, he estado tan enfrascada en mis problemas que no me di cuenta de que preocupaba al resto con ellas.
Es este momento en que agradezco que Christina haya sido de Verdad, porque no hubiera podido elegir a otra mejor persona para que me lo dijera.
No sé si me sigo sintiendo de la misma forma que en mi anterior vida, es algo que uno no puede identificar a veces. Pero voy a intentar que sea diferente, no puedo desperdiciar también esta nueva oportunidad y desperdiciar la amistad de las primeras personas que se preocupan por mí en años.
Sé que mis ojos están brillosos por las lágrimas, pero no me importa.
—Lo siento —le digo a Christina, que me mira aun en silencio, preocupada —. Tienes razón, somos amigas, sin importar hace cuánto tiempo nos conozcamos. El sueño... me molesto —coincido —, pero no es algo de lo que tengas que preocuparse. Fue solo un sueño; no son reales.
Ojalá no lo fueran.
—¿Estás segura? —la preocupación de Christina no baja.
Asiento, me meto otro pedazo de torta en la boca y vuelvo a caminar, obligándola a seguirme.
—Hablaré con Tris sobre la pelea, es cierto que no me sentó bien golpearla.
—No podías evitarlo —me asegura Christina —. Alguna iba a tener que ganar de todas formas, o hubieran recibido el mismo castigo que yo.
Frunzo el ceño.
—Aun no puedo creer que te hiciera eso. Eric es un imbécil.
Christina mira a nuestro alrededor como si temiera que el recién nombrado saliera desde las sombras para agarrarme del cuello y dejarme colgando del Abismó también por lo que acabo de decir.
—Eric es un líder —me recuerda. Entiendo la puntuación de sus palabras, pero no me importa. Si Eric me escucha, pues no me importa. Creo que estaría bien que alguien se lo dijera al menos una vez a la cara —, era de esperarse que hiciera algo así. Además, ¿ya viste su cara? Se le nota lo sádico a una milla de distancia.
Me rio, aunque su comentario me sienta mal. No creo que Eric sea un sádico, al menos no por completo. Solo debe querer demostrar su poder, dejar imposibilitado que alguien intente someterlo.
Niego con la cabeza. ¿Qué estoy pensando? Eric es cruel. Solo que quizás no tanto como nos hace creer... ¡Agh! ¡No lo sé! Ayer creía que él era un monstruo y ahora estoy pensando que quizás hay algo de bondad y dulzura detrás de todo ese duro y caliente caparazón. Debo de estar realmente mal de la cabeza.
—¿Qué hay del tatuaje? —continúa diciendo Christina, una sonrisa más emocionada en su rostro.
Quito el cabello que cae sobre mi oreja y me giro para que pueda verlo. Christina hace un gesto de aprobación.
—Es lindo —me dice —. Pero sigo sin entender la razón.
—Un ataque de impulsividad supongo —le digo —. No quería ser la única sin uno —le guiño un ojo.
—¿Siguen siendo sin sentido? —me pregunta con un dejo de diversión.
—Oh, si, totalmente. Pero al menos el mío tiene uno.
Christina rueda los ojos y me roba un pedazo de mi torta.
—¡Ey! —me quejo. Ella se ríe.
Sonrío. Me alegra tener a Christina de amiga: es amable, sincera y ultra valiente, tres cosas que me encantan de ella.
—¿Sabías que en la antigüedad los caníbales no comían gente con tatuajes? Decían que la tinta afectaba el sabor de la carne al cocinarla.
Christina me mira como si me hubieran crecido cinco nuevas cabezas.
Subimos los escalones que llevan del Pozo y corremos hacia la salida. Debido a nuestra charla, tuvimos que apurarnos a buscar a Tris, quien había estado teniendo problemas para atarse las zapatillas antes de que Christina la socorriera. Acorde tener una conversación con Tris antes de que nos marcháramos, ella parecía aliviada de que lo hiciera. Llegamos a las vías justo cuando aparece el tren, haciendo sonar el claxon.
—¿Por qué habéis tardado tanto? —grita Will.
—La señorita piernas cortas se ha transformado en una ancianita de la noche a la mañana —responde Christina.
—Cállate ya —le dice Tris, medio en broma —. Yo no fui la que se tardó media hora buscando comida en la cafetería.
Suelto una risita. Cuando nos vio entrar con dos magdalenas y un pequeño pedazo de torta casi terminado nos preguntó si había habido una guerra campal para poder obtenerlos, nuestras caras debieron de ser magistrales por la forma en que Tris se rió.
Cuatro está delante del grupo, tan cerca de las vías que, si se mueve un par de centímetros, el tren le arrancara la nariz. Da un paso atrás para dejar que algunos de los otros suban primero. Will se sube al vagón sin mayor dificultad, aterriza sobre el estómago y arrastra las piernas hasta el interior. Cuatro se agarra al asidero del lateral del vagón y se impulsa con elegancia, como si no tuviera que llevar más de metro ochenta de cuerpo.
Luego de la primera vez, de alguna forma, ya no me asusta tener que subirme a un tren en movimiento. Creo que la parte que más me asustaba de hacerlo al principio era que sabía que tendría que saltar desde la azotea de un edificio a otro más tarde. Ahora, corro detrás de Edward, que prácticamente se lanza sobre el tren para subirse, y me agarro del asidero como Cuatro había hecho. Mi cuerpo choca contra el lateral del tren y suelto un gemido cuando siento toda su dureza estamparse contra mí. Maniobro como puedo y logro meterme dentro del vagón.
—Eso fue impresionante —me dice Will con una sonrisilla.
Le devuelvo el gesto y le saco el dedo medio. Cuatro, a un lado de nosotros, intenta no sonreír.
Me acomodo a un lado de Will, que se ríe por mi gesto y me da un empujón con el hombro. Lo miro con fingida indignación y se lo devuelvo, empezamos a jugar a empujarnos como si fuéramos niños.
—Niños —nos dice Cuatro —, nada de peleas en el vagón.
Will y yo nos reímos. El resto parece sorprendido de que Cuatro siquiera tuviera un sentido del humor.
Vemos a Al ayudar a Tris a subir al tren. Peter se para detrás de él y me preparo para cualquier comentario estúpido que este por hacer.
—¿Cómo va eso? —pregunta Peter, fingiendo simpatía: los labios torcidos hacia abajo, las cejas arqueadas y juntas —. ¿O notas los músculos un poco... estirados?
Se ríe de su propia broma, y Molly y Drew lo imitan. Molly tiene una risa fea, llena de ronquidos y movimientos de hombros, y Drew se ríe en silencio, casi como si le doliera algo.
Ruedo los ojos.
—Tu increíble ingenio nos tiene asombrados a todos —comenta Will a mi lado.
—Si, ¿seguro que no deberías estar con los de Erudición, Peter? —añade Christina —. He oído que no les importa aceptar a los gallinas.
—¡Ey, las gallinas son inteligentes! —digo girándome para mirarla.
Mis compañeros, excepto el grupo de Peter, se ríe. Peter, por otro lado, me mira con el rostro enrojecido de la furia.
Cuatro, que está junto a la puerta, habla de nuevo antes de que Peter pueda responder.
—¿Voy a tener que aguantar vuestras tonterías hasta que lleguemos a la valla?
Todos se callan, y me vuelvo hacia Will haciendo monería que lo hace volver a reír en silencio. Christina nos observa desde mi otro lado. Le guiño un ojo y me inclino para susurrarle que Peter nos sigue observando. Ella mira hacia el antiguo Veraz, que nos mira como si estuviera pensando en destriparnos vivas, sonríe y me devuelve el susurro. Ambas nos reímos por lo que dice y miramos hacia Peter de nuevo. Él aprieta los puños, como si pensara que nos estamos burlando de él.
—Ustedes dos son diabólicas —nos dice Will a Christina y a mí, luego de entender lo que estamos diciendo.
Christina y yo le dirigimos miradas idénticas de orgullo.
—¿Qué crees que habrá ahí afuera? —pregunta Tris a Christina cuando se acerca a nosotras, señalando a la puerta —. Vamos, al otro lado de la valla.
—Zombis —le digo con los ojos grandes.
La pareja en potencia se ríe y Tris me mira con obviedad.
—Supongo que unas cuantas granjas —responde Christina luego de unos segundos, encogiéndose de hombros.
—O zombis —le susurro a Will, que resopla para tragarse las risas al ver la mirada que Tris nos dirige.
—Si —continúa hablando Tris a Christina —, pero me refiero a... más allá de las granjas. ¿De qué protegemos a la ciudad? —me ve abrir la boca y me señala con un dedo —Si vuelves a decir Zombis te prometo que tendrás que dormir con un ojo abierto por la noche.
Abro mucho los ojos y me escondo detrás de Will. Teniendo en cuenta que dormimos una al lado de la otra, le voy a creer a su amenaza.
—¡De monstruos! —responde Christina, moviendo los dedos delante de su cara.
Tris pone los ojos en blancos y me mira como si me culpara por mi mala influencia.
—No hemos tenido guardias cerca de la valla hasta hace algunos años —dice Will —. ¿No recuerdas que los polis de Osadía patrullaban el sector de los abandonados?
—Si —responde Tris.
Yo sé porque empezaron a custodiar las vallas, pero no puedo decirlo. Es imposible que me crean, así que me quedo callada. Salgo detrás de Will y vuelvo a parar en mi anterior lugar para escuchar mejor la conversación.
—Oh, claro —comenta Will —, supongo que los verías mucho.
—¿Por qué lo dices? —pregunta Tris, con un tono ligeramente cortante.
—Porque tenías que pasar por ese sector para ir a clases, ¿no?
—¿Qué hiciste? ¿Memorizar el mapa de la ciudad por gusto? —pregunta Christina.
—Si —responde él, perplejo —. ¿Tú no?
—Amigo, eres raro —le digo con diversión. El no parece entender por qué.
—Lo dice la que sabe por qué los caníbales no comían gente con tatuajes —me dice Christina.
—¿Tú también lo sabes? —me pregunta Will, emocionado.
Le doy una sonrisa triunfal a Christina, que niega con la cabeza con cansancio.
El tren frena con un chirrido y todos caemos hacia adelante con el cambio de velocidad. Me agarro de Will y nos vemos obligados a detener nuestra conversación sobre los asesinos en serie más famosos de la antigüedad. Los edificios destartalados han desaparecido, solo vemos campos amarillos y vías. El tren se detiene bajo un toldo. Salto y piso la hierba al caer del tren.
Delante de mí hay una valla metálica con alambre de espino encima. Cuando empiezo a caminar me doy cuenta de que se pierde a lo lejos, perpendicular al horizonte. Más allá hay un grupo de árboles, casi todos muertos, algunos verdes. Arremolinados al otro lado de la valla hay unos cuantos guardias armados de Osadía.
Estoy sorprendida ante la vista frente a mí. No me había dado cuenta del gran impacto que tuvo la guerra que dejó al mundo dividido en facciones. No recuerdo de que se trató la guerra, o si alguna vez la explicaron, pero estoy segura de que no valía lo suficiente como para que todo terminara así.
—Seguidme —dice Cuatro.
Camino a un lado de Will, ambos en silencio. Habiendo sido de Erudición entendemos más sobre los cambios y las especies perdidas que causó la guerra. Muy seguramente, fuimos nosotros, los de Erudición, los que nos encargamos de que no desapareciéramos también, utilizando nuestra ciencia y conocimientos.
Cuatro nos conduce a la puerta, que es tan ancha como una casa y se abre a la carretera agrietada que conduce a la ciudad. Un recuerdo fugaz de una Aurora más pequeña viniendo aquí, acompañada de sus padres, aparece en mi mente. Se va tan rápido como aparece, pero me deja confundida.
—Si no quedáis entre los cinco primeros al final de la iniciación, seguramente acabareis aquí —explica Cuatro al llegar a la puerta —. Una vez que te conviertes en guardia, hay posibilidades de ascender, pero no muchas. Puede que vayas de patrulla más allá de las granjas de Cordialidad, pero...
—¿Qué objetivo tienen las patrullas? — pregunta Will.
En mi mente parece otro recuerdo, uno más claro, nítido.
Camino sobre una tierra dura, mis padres están peleando. Mi padre le reclama a mi madre que no deberían haberme traído, que es peligroso, mientras me señala con un dedo largo y calloso. Me molestan sus gritos, no me gusta cuando pelean. Mis zapatitos negros resaltan en la tierra oscura y mojada. Abrazo a mi peluche de zorro (no tiene nombre, no me dejan ponerle uno) y deseo volver pronto a casa, a donde mi tía terminara de contarme una historia de una princesa que lleva mi nombre.
Estoy caminando por el lugar, todo se ve destruido y sin ningún indicio de vida. A mí no me importa, soy demasiado pequeña para que lo haga. Salto entre los charcos de agua sucia que hay, intento distraerme de mis padres que no me prestan atención. Pego un salto y resbalo. Si no fuera por una mano oscura y fuerte que me agarra por debajo de las axilas me hubiera caído de lleno en el agua. El hombre que me sostiene parece joven, tiene el cabello rapado y una sonrisa suave. Me sostiene contra su cintura y yo no le tengo miedo. Me dice que tenga cuidado, que ahí el agua puede hacerme daño. No entiendo a qué se refiere, levanto mi peluche y se lo muestro. Él sonríe y me pregunta cuál es el nombre de mi peluche. Le digo que no tiene, él parece ofendido: “tiene que tener alguno”, me dice.
La pequeña Aurora lo piensa y, cuando está por decir el nombre que se le ocurre, empiezan los disparos.
Un empujón en el hombro me devuelve a la realidad. Peter pasa por mi lado sin dirigirme una mirada, sus amigos me sonríen con sorna.
Vuelvo a caminar y me pongo otra vez juntos a Will, que se había quedado esperándome más adelante luego de darse cuenta de que no los estaba siguiendo. Me pregunta si estoy bien, dice que estoy pálida. Asiento con la cabeza como puedo, aunque realmente no lo estoy.
No entiendo el nuevo recuerdo, y me muero por saber qué significa.
Durante el tiempo que nos quedamos en la valla intento buscar al hombre que aparece en mi recuerdo, pero no lo encuentro por ningún lado. Pregunto a algunos de los Osados que patrullan por ahí, pero ninguno parece saber de quién hablo.
Chapter 7: Capitulo 7
Chapter Text
Me subo el cierre de las botas y levanto la mirada para verme en el espejo que tengo frente. Llevo un vestido negro que me llega hasta los muslos, con un cuello en forma de corazón y mangas semitraslucidas desde la punta de los hombros a las muñecas. Las botas son del mismo color que el vestido y tienen un tacón de casi diez centímetros. Mi cabello oscuro y largo hasta la cintura cae en una cascada de ondas hechas con una plancha a calor.
Becca me invitó a salir luego del entrenamiento de hoy y yo no pude negarme. Hace tanto que no salgo a divertirme que me siento curiosa por ver cómo lo hacen en este lugar.
Salgo de la habitación de Becca, donde me había estado preparando, y cuando salgo esta me recibe un grito atronador.
—¡Te ves increibleeeee! —grita Becca, corriendo para agarrarme de los hombros y mirar más detenidamente.
Ella lleva un vestido verde mate hasta los muslos que se puede acortar cuando tiras de una hilaza en su lado izquierdo; es cerrado de arriba, cubriéndole el pecho y los brazos. En sus pies relucen unos tacones dorados abiertos. Su cabello también está suelto y la hace ver aún más increíble de lo que ya es.
—¡Ese vestido te queda increíble! —le digo igual de emocionada. Quedé bastante sorprendida cuando me enteré de que, para ir de fiesta, a nadie le importa qué color lleves puesto.
—¡Y el tuyo a ti! Está claro, esta noche arrasaremos con todas.
Me rio e intento no sentirme incomoda con la idea.
Nos reuniremos con sus amigos osados en un bar al que ellos siempre van. Becca me contó que sus amigos estaban ansiosos por conocerme (al parecer ella habla mucho de mí, lo cual no entiendo todavía) y juntos decidieron que era buena idea que sea esta noche, ya que estarían ocupados en los siguientes días.
Estoy bastante nerviosa de conocerlos, temo no caerles bien, más que nada porque sé que todos van a ser mayor que yo. Becca sigue diciéndome que no tengo porque estarlo, que me adorarán en cuanto me conozcan como ella hizo, pero la verdad es que ni siquiera sé por qué le gusto tanto.
Salimos del departamento de Becca pasado el anochecer. Las personas nos saludan al pasar y algunos pocos nos sueltan comentarios sobre nuestra vestimenta, no son ofensivos, solo nos dicen que nos vemos bien. Becca es conocida en Osadía, no es una líder, pero a nadie le sorprendería que la eligieran para que lo fuera. Vivió sus veintidós años en la misma facción y conoce el complejo mejor que cualquier. Su belleza, destreza y su mente rápida para actuar ante cualquier circunstancia la hace alguien valiosa, sin contar su buena relación con la mayoría de los líderes.
Mediante atravesamos pasillos y voy descubriendo nuevos lugares, pienso en mis amigos, que se despidieron de mí cuando me fui. No los invité porque no me parecía bien hacerlo, la reunión la organizaron Becca y sus amigos; si yo fuera ellos, no me sentaría bien que alguien que aún no conozco invite a otras personas sin mi permiso. Además, presiento que a mi amiga pelirroja no le gustan del todo el resto de mis amigos. Sé que tiene buena relación con Christina, pero es prácticamente imposible que te caiga mal ella. No estoy tan segura de lo que piensa Tris, Will y, mucho menos, Al.
Como habíamos quedado, antes de irme hablé con Tris. Apenas pude abrir la boca cuando ella ya me estaba echando un sermón de cómo, si quiere mejorar, las personas tienen que dejar de ser fáciles con ella solo porque es débil. Al parecer, le enoja bastante ese hecho. Tuve que asegurarle que no me sentía mal por ganarle en sí, sino porque la consideraba mi amiga y no me gusta pegarle a mis amigos. Ella lo entendió y ambas quedamos de acuerdo en que sería algo de lo que acostumbrarse, ya que para pasar la iniciación deberíamos pelear continuamente entre nosotras.
Al entrar al bar lo primero que noto es la música alta. No la reconozco, pero es normal ya que debe de ser de estos tiempos. Lo segundo que noto es la cantidad de gente que hay: algunos están hablando cerca de la barra, otros sentados en mesas junto a las paredes y otros simplemente bailando en medio de la pista de baile. Las personas están vestidas con una impresionante variedad de ropas de todos los colores: veo gente vestida extravagantemente, otras prácticamente desnudas, por el minúsculo tamaño de sus atuendos, y algunos que parecen salidos de literalmente entrenar hace unos minutos. Es impresionante, es como si expresaran su interior con solo algunas prendas de vestir.
Parece una fiesta común y corriente de mis tiempos, y no una que se desarrolla como cien años en el futuro. No era lo que esperaba, pero me hace sentir cómoda.
Becca me arrastra a través de la pista de baile hasta una mesa más apartada en una esquina donde un grupo de tres personas ya nos esperan. En cuanto nos ve, una chica negra y de rastas rubias se levanta de su asiento vistiendo un vestido de dos partes de un color rosa chillón. Levanta la mano y nos llama a los gritos. Mediante nos vamos acercando voy notando lo brillante que es su sonrisa: sus dientes son blancos y bien arreglados, casi como si hubiera usado ortodoncias durante toda su vida.
—¡Llegaron! — nos saluda con pasión, salta de su asiento y nos aplasta a las dos en un fuerte abrazo. Es de baja estatura, aun con sus inmensos tacones, y ambas tenemos que inclinarnos para que pueda pasar sus brazos por nuestros hombros — Al fin, creí que mi coeficiente intelectual iba a terminar cayendo drásticamente hasta el subsuelo si pasaba otros veinte minutos más a solas con estos tontos —nos dice cuando nos separamos.
—Estos tontos, se encuentran muy ofendidos por tus palabras —le dice un chico pálido y de constitución delgada pasándole un brazo por el hombro. Tiene los ojos verdes y un cabello negro que parece indomable. Es uno de los pocos que parece salido de recién entrenar, con una camisa gris y pantalones deportivos. Cuando nos sonríe un hoyuelo aparece en su mejilla —. Nuestras conversaciones sobre pirañas son muy interesantes.
—¿Pirañas? —pregunto confundida.
—Si, pirañas — me dice, puedo ver la diversión en sus ojos —. Stefan y yo hablábamos sobre cómo las generaciones anteriores consideraban a las pirañas una gran amenaza para su vida diaria.
—Pero las pirañas solo se pueden encontrar en un muy reducido sector del mundo.
—¡Eso es lo que yo seguía diciendo! —un chico moreno y de baja estatura llega a nosotros. Tiene muchas pecas en el rostro y una sonrisa pícara. Supongo que debe de ser Stefan — Las muertes por pirañas alrededor del mundo eran escasas, mi teoría es que su miedo a ella se debía a las películas y series que veían por la televisión.
—Eso tiene sentido —asiento con la cabeza, pensándolo —. Muchas veces se solían usar como método de asesinato en las series policiales y de mafia.
—¡Exacto! Las personas deberían de haber estado más preocupados por los delfines.
—¡Son malvadísimos! —exclamo con énfasis — ¡Mataban a crías de otros delfines para abusar luego de ellas!
—¡Y también de otras especies por pura diversión! —asiente Stefan, mirándome como si dijera que al fin alguien lo entendía — Eran super inteligentes, pero también super sádicos. ¡Y la gente creía que eran tiernos y pagaban montones de dinero para nadar con ellos!
Abro la boca para volver a comentar algo, pero Becca me pone una mano sobre ella para impedirlo. Mira a sus dos amigos, que se habían quedado como estatuas observándonos hablar como si fuera un juego de pingpong.
—Creo que fue una muy mala idea reunirlos —les dice con una mueca.
Nos reímos y caminamos hasta la mesa, es como un semi circulo y entramos a la perfección, sobre ella ya hay unas cuantas botellas de cerveza esperando. Me siento en una de las punta y Stefan en la otra. Junto a Stefan se sientan la chica, que se llama Sasha y luego Clay, el otro chico. A mi derecha se sienta Becca, dejando mi lado izquierdo libre.
Becca abre una de las botellas cerradas con un abrelatas que lleva en su llavero y me lo pasa con una sonrisa. Tomo un trago y espero a que alguien diga algo.
—Cassandra, ¿así te llamas no? —me pregunta Sasha. Al final, luego de enterarme al inicio que Becca era una instructora no necesité decirle mi nombre, aunque estaba algo interesada por saber porque lo cambie (cosa que no le dije, y razón por la que a veces me sigue llamando Chica Misteriosa).
—Es mi nuevo nombre — asiento.
Los tres se miran entre sí y luego me miran con una ceja alzada.
—Decidí cambiarlo ya que, como iba a empezar una nueva vida en otra facción, me parecía lo correcto —miento.
—¿Y cuál era tu anterior nombre? —me pregunta Clay, tomando un trago de su bebida: es de un azul profundo y burbujea, parece radiactiva.
—Si, Cass, ¿Cuál es tu anterior nombre? —me dice Becca haciéndome ojitos de bebe mientras apoya su barbilla en sus manos.
Sonrió.
—Ya te dije —le digo —, tienes que adivinar... o esperar hasta que termine mi iniciación.
—Mi Chica Misteriosa —me señala mirando a sus amigos con fingida tristeza.
Sasha se ríe y Stefan me mira con una sonrisa.
—Respeto que quieras guardar tu anterior nombre en secreto —me dice este último —. El mío era horrible —admite —. En cuanto llegue aquí me lo saque y lo cambie por uno más genial. Seguro que sabes que significa.
—Stefan, del griego Stephanos: “El coronado con corona de flores” — le digo. Solo lo sé porque era fan de Diarios de Vampiros y me encanta buscar significados de nombres.
Stefan asiente, parece impresionado.
—¿Cómo lo sabes? —me pregunta Clay, curioso por saber.
—En Erudición los nombres son importantes —responde Stefan —. El afecto entre las familias se mide según el significado que cada uno les pone a sus hijos. Es una tradición.
Intento esconder mi sorpresa al enterarme de ello. El resto, que no eran de Erudición, nos miran sin saber qué decir.
—Ahora me pregunto qué significa mi nombre —dice Sasha, tocándose el labio con un dedo.
—Algo sobre una mujer que engatusa hombres, de seguro —le dice Clay, ganándose un golpe de las dos chicas a su lado —. ¡Auh! —se queja, sobándose el estómago — ¡Era una broma!
Intercambio una mirada con Stefan.
—De hecho —digo —, significa todo lo contrario. “Defensora de hombres”.
La boca de Sasha se abre y la mesa se queda en silencio.
—Por favor dime que en realidad no significa eso —me suplica.
—Significa exactamente eso, nuestra pequeña y querida renacuaja —le dice Stefan, burlándose en toda la cara.
Clay, que había empezado a inclinarse sobre la mesa luego de escuchar lo que “Sasha” significaba, se sujeta el estómago con los hombros temblando. Finalmente, luego de un instante, suelta una enorme carcajada. Becca y Stefan le siguen poco después. Yo me quedo con una sonrisa satisfecha observándolos mientras tomo un trago a mi bebida.
—¡No puedo creer que enserio signifique eso! —chilla Clay en medio de la risa —Oh, por los dioses —toma un respiro —¡Es mucho mejor de lo que pensaba! — vuelve a gritar y a soltar otra carcajada.
Empiezo a reírme un poco también cuando su risa se me contagia. Becca se apoya en mí mientras sigue partiéndose de la risa. Sasha desde su asiento, se cruza de brazos con una mueca de desagrado mirándonos a todos probablemente planeando nuestro asesinato.
—¡Me lo voy a cambiar! —decide, queriendo que dejemos de reírnos —¡Me voy a poner uno mejor, más lindo y con un gran significado! —se pone a pensar en un nombre y todos dejamos de reírnos para observarla — ¡Ya sé: Agnes!
—Bueno —empieza a decir Stefan, limpiándose una lágrimas del ojo —, si te consideras pura supongo que está bien.
—Lo único puro en ella son los calzones que tiene cuando se los compra —dice Becca con otra risita.
Clay vuelve a reír y su rostro empieza a tornarse tan rojo que empiezo a temer que deje de respirar.
Sasha se ruboriza por el comentario de Becca, pero no lo niega. Y se pone aún más roja cuando ve que noto el guiño que esta le regala. Levanto una ceja, pero no digo nada, cosa que parece aliviarla por alguna razón.
—Creo que nos desviamos un poco del tema — dice Sasha. Me mira —. Quería preguntarte si te esta gustado Osadía.
—Si, está bien. Es un poco más exigente de lo que hubiera esperado, pero me gusta. Hice muchos amigos.
—Eso es genial —me sonríe —. Recuerdo que la primera vez que llegué aquí me sentía desorientada y tenía ganas de llorar todo el tiempo. Por suerte hice un buen amigo—choca su hombro con Stefan, que le pasa un brazo sobre el hombro y le da un pequeño abrazo — y pude superarlo. Los amigos son necesarios luego de un gran cambio.
Asiento de acuerdo.
—Becca prácticamente me recogió como a un perro perdido en la calle en el tren — cuento con un gesto solemne —. No dejaba de repetir cuánto le gustaba.
Clay sonríe.
—Si, eso es lo que hace ella —mira a su amiga —. Desde pequeña solía recoger a personas aleatorias y decidía que sería su nueva o nuevo amigo. Yo fui uno; ahora somos amigos desde hace casi quince años.
Abro mucho los ojos.
—Wow, eso es un montón —les digo con impresión —. ¿No se cansan los unos de los otros?
—Todo el tiempo —confiesan Becca y Clay al mismo tiempo.
—Pero nos queremos —continua Becca con una sonrisa afectuosa —, así que seguimos volviendo.
Pienso durante unos segundos, paso mi dedo sobre la superficie mojada de mi botella de cerveza.
—Creo que nunca tuve una amistad tan duradera.
Sasha y Stefan me miran con simpatía, como si entendieran a lo que me refiero.
—¿Qué hay de ese chico con el que solías ser amigo desde la primaria? —me pregunta Becca con el ceño fruncido — ¿Aún no se pudieron arreglar?
Niego con la cabeza.
—Él me ignora, y cuando no lo hace, me trata mal. Creo que me ve como una enemiga más que como una amiga.
—¿De quién hablan? —pregunta Stefan curioso.
—Peter, es uno de los iniciados —le digo —. Solíamos ser amigos desde la infancia, aun cuando él era de Verdad y yo de Erudición.
Stefan alza las dos cejas, impresionado.
—Y qué, ¿se enojó porque no le dijiste que te cambiarías de facción? —me pregunta.
—Supongo —me encojo de hombros.
—Eso es una idiotez —dice Clay —. Quiero decir, tiene la oportunidad de pasar tiempo ilimitado con su amiga de toda la vida, ¿y en cambio se enoja porque no le dijiste que irían a la misma facción?
—Es que él tampoco me lo dijo.
—¿Crees que se quería deshacer de ti? —Sasha me mira con preocupación.
—No lo sé —me masajeo el rostro —. Pero lo que sí sé es que no está para nada contento conmigo.
Me miran en silencio.
—Sigo pensando que es idiota —dice Clay.
—Y yo —le segunda Becca.
—Puede ser —dice Stefan antes de tomar un largo trago de su bebida.
—Para mí debe de estar confundido —me dice Sasha —. Yo solía ser de Cordialidad y ahí los secretos es mejor llevarlos a la tumba. Recuerdo que nunca me sentí a gusto ahí cuando crecía y cuando pude tomar la decisión de cambiar a Osadía, mi familia vino a visitarme solo para decirme lo decepcionada que estaban de mí. Quizás Peter se sentía igual en su facción, quizás tú eras su único salvavidas que lo quitaba del entorno que lo rodeaba y que tanto odiaba. Y, quizás, debió de sentirse muy traicionado cuando vio que tú te sentías igual y nunca se lo dijiste.
—Entonces, ¿es mi culpa? —frunzo el ceño. Tiene sentido, es obvio, por su forma de ser, que a Peter nunca le gustó su facción de nacimiento; el ansia el peligro, golpear cosas y demostrar su fuerza, incluso si no es mucha. Es cruel, pero cruel de la forma en la que un niño es luego de verse obligado a esconder su verdadera forma de ser durante tanto tiempo detrás de una máscara.
—No, no es tu culpa —niega Becca sin dudar. Sasha, del otro lado de la mesa, le da la razón —. Lo que ella quiere decir es que deberían de hablar. Resolver este problema pendiente para que los dos puedan volver a estar en paz.
—Lo intentare —decido.
Después de todo, hay una razón porque Aurora y Peter pudieron mantener su amistad por tanto tiempo. Y, por los pocos recuerdos que tengo de Aurora, puedo decir que no tiene nada que ver con el estatus y el poder.
Seguimos hablando durante otra hora, sin tocar ningún tema sensible por si las dudas, cuando, de repente, pasa lo más catastrófico que me podía pasar esta noche.
Estoy recostada contra Becca, que tiene un brazo sobre mis hombros, sintiéndome de lo más cómoda, contenta y relaja que me he sentido en mucho tiempo mientras reímos por unas imágenes que Stefan nos enseña desde su portátil. Sasha y Clay, con el vínculo de hermano mayor y hermana menor que parecen compartir, no dejan de pelear porque sería mejor: morir incinerado o morir congelado. Hasta ahora, Clay parece ir ganando con su opinión de que morir quemado es más rápido, aunque más doloroso.
Entonces, mientras Becca me abre otra botella de cerveza, escuchamos a Clay gritar:
—¡Ey, Eric, por aquí! —se levanta de su asiento y mueve una mano para llamarla atención de alguien en medio de la multitud — Amigo, creí que no llegarías, la hora de llegada fue hace una hora —bromea.
—Max me detuvo para hablar de algunas cosas sobre mañana —escucho la voz de mi peor pesadilla responder.
Me doy media vuelta, los ojos abiertos de absoluto terror por lo que estoy por ver. Allí, caminando hacia nuestra mesa, se encuentra Eric. Vestido con unos jeans negros ajustados, botas y una camisa roja debajo de una chaqueta de cuero. Se ve... diferente, arreglado para una fiesta; caliente.
Los ojos de Eric se paran sobre los míos y parece casi petrificado de verme sentada en donde estoy tanto como yo.
—¿Ella es tu Chica Misteriosa? —le pregunta a Becca quien, ya algo borracha, asiente. Eric suelta una exhalación —Tiene que ser una broma.
—Lo mismo digo —me giro hacia Becca para preguntarle con urgencia en voz baja —. ¿Desde cuándo son ustedes dos amigos?
—Oh, ¿no te lo dije? —me dice Becca, sin bajar la voz y haciendo que el resto pueda escucharla con claridad — Fui su instructora cuando llegó aquí. Nos hicimos amigos luego de eso. ¿Por qué? ¿No te agrada?
Miro de ella a Eric, que alza una ceja, esperando también mi respuesta. Me muerdo la lengua para soltar la cantidad de insultos que quiero decirle y, en cambio, le regalo una sonrisa tensa.
—No, no. Para nada —digo.
—Genial —sonríe Becca. Alza la cabeza y mira hacia Eric, que se quedó parado con los brazos cruzados frente a nuestra mesa —. ¡Ven, siéntate!
Y luego se apretuja un poco más contra Clay y le hace seña de que se siente en el espacio libre a mi lado.
Juro que nunca antes quise matar a alguien con tantas ganas.
Tener a Eric, el líder más joven de Osadía, sentado a mi lado, hombro con hombro rosándose todo el tiempo, es igual de incómodo a como suena. Eric es enorme, rosa el metro noventa y tiene un cuerpo tan grande y lleno de musculatura que prácticamente tengo que hacerme una con Becca para no tocarlo por el miedo que me produce sentir su piel contra la mía. No porque crea que vaya a estrellar mi cabeza contra la mesa si sucede (bueno, quizás sí lo creo un poco, pero solo un poco), sino porque las cinco veces que ya sucedió (no es que esté contando, claro…) el calor que emana de su cuerpo me produjo un revoltijo en el estómago tan grande que me hizo pensar que devolvería toda la cerveza que había tomado hasta ahora.
No he vuelto a hablar más que algunas palabras desde que se sentó a mi lado y creo que se está empezando a notar, por la forma en que el resto me mira. Eric habla sin importarle con Stefan sobre una técnica de combate que desconozco completamente e intento no prestarle atención, pero la verdad que me resulta hipnotizante ver a Eric hablar durante tanto tiempo sin un gruñido de por medio y no dejo de enviarle miradas.
Me inclino para agarrar otra botella de cerveza luego de haber terminado mi segunda hasta ahora, pero una mano grande y dura me detiene al agarrarla primero. Eric destapa la botella contra el borde de la mesa, haciendo que la espuma empiece a brotar de ella. Luego se la pone en la boca y empieza tomar largos tragos que hacen que su nuez de Adán se mueva.
Trago saliva y aparto la mirada.
Sasha se queja con Eric de que agarró la última cerveza y este le devuelve el gesto con una sonrisa socarrona. Ella se vuelve a quejar y le pide a Stefan que se levante así puede ir a buscar más bebidas, arrastrando a Clay en el transcurso, que ya está tan borracho que me sorprende que pueda mantenerse parado por más de dos segundos.
—Uno pensaría que los osados tendrían mayor resistencia al alcohol —le digo a Becca.
Becca me mira y luego en la dirección en que Clay se va casi tambaleando. Suelta una risita.
—Y lo somos —me dice —. Es solo Clay el que no puede aguantar nada. Tiene que tomar esas cosas raras de colores y consistencias porque dice que no le gusta el sabor normal del alcohol.
—El alcohol es asqueroso —asiento, dándole un punto a Clay.
—Terminaste ya dos botellas —señala Becca.
—Lo sé, eso no quiere decir que crea que es menos asquerosa. Simplemente me acostumbro al sabor. ¿Sabes? El alcohol es como una droga legal, nos permite liberar endorfina que hace que nuestro cerebro empiece a sentirse de forma diferente a la normal: más liberado, más energético, en algunos casos. Por eso es tan adictiva, ya que...
—Supongo que a ti te convierte en una parlanchina —dice Eric, interrumpiéndome.
Me giro para observarlo.
—No —niego —, siempre soy así. Nada más que tu estas demasiado ocupado todo el tiempo siendo un idiota conmigo que…
Me tapo la boca con fuerza, los ojos abiertos ante lo que acabo de decir sin darme cuenta.
Eric tiene razón: el alcohol me convierte en una parlanchina, una parlanchina que no piensa antes de hablar. Estoy jodidisima.
La mesa está en silencio. Stefan y Becca nos observan con la boca abierta, entre preocupados y divertidos. Eric, por otro lado, mira la botella en su mano; debe de estar pensando en apuñalarme con ella, de seguro.
—Un idiota —repite Eric. Su rostro se gira y sus ojos grises chocan con los míos. Una descarga eléctrica me recorre el cuerpo al ver el fuego en ellos —, ¿eh?
—Q-quiero decir.... —suelto una risita nerviosa —. No quise decir idiota, quise decir... este... Idio... ¡Idiosincrasia! ¡Eso quise decir!
—Idiosincrasia —repite Eric, alzando una ceja y mirándome como si no pudiera decidirse si soy o muy estúpida o increíblemente ágil al pensar en una palabra que suene parecida a idiota.
—Sip —resueno la última letra. Stefan, desde su lugar, parece apunto de partirse de la risa —. Significa que tú eres como eres y eso te distingue del resto.
—Un idiota, básicamente — Eric pasa un brazo por detrás de mi respaldo y se acomoda para quedar frente a mí en su asiento.
—¡Tú lo dijiste, no yo! —sonrío indulgente. Retrocedo todo lo que puedo hasta apretujarme contra el hombro de Becca, que parece compartir la diversión con Stefan — Por favor, no me eches, fue sin querer —finalmente le pido, terriblemente aterrado de que mi estúpida cabezota borracha termine haciendo que me echen de la iniciación, haciendo que quede sin facción y en la calle.
Una sonrisa cruel aparece en el rostro de Eric, que no aparta en ningún momento su mirada de mí.
—Te daré un punto por tu valentía al llamarme idiota en la cara —se inclina sobre mí. Trago con fuerza y lo miro con la vista temblorosa —, pero te lo volveré a quitar por creer que tienes el derecho de siquiera dirigirte a mi sin mi permiso.
Mis ojos empiezan a humedecerse. Oh, dios: estoy borracha y me voy a poner a llorar, ¿Qué puede ser peor que eso? En mi defensa, en mi mente no dejan de pasar imágenes de mí misma viviendo en la calle y eso me hace tener ganas de llorar.
Becca sale a mi rescate.
—Oh, vamos, Eric, detente —le dice, empujándolo con una mano. Eric retrocede un poco, pero no aparta su mirada de mi —. Estás asustando a mi Chica Misteriosa. Se supone que la traje para que los conociera y se divirtiera, no para que pensara que la van a echar a la calle por decir algo borracha.
Asiento con la cabeza efusivamente. Una chispa de diversión aparece en los ojos helados de Eric al verme hacerlo.
Al cabo de unos segundos, Eric se harta de la mirada suplicante de Becca y mía y retrocede, haciendo que vuelva a respirar con tranquilidad.
—No te preocupes —me dice Becca, poniendo una mano sobre mi hombro para consolarme —, Eric no te va a echar. De hecho, se va a olvidar por completo de qué le dijiste algo mañana —le envía una mirada al líder tan dura que a este no le queda más que quedarse callado y tomar de su botella.
—¿En serio? —miro con duda al hombre a mi lado.
—Claro, preciosa —me dice Stefan, llamando mi atención. Me regala una sonrisa llena de picardía —. Eric es más de morder que de ladrar.
Eric alza su botella ante su comentario, como si estuviera brindando por ellas, y vuelve a tomar.
—No me estás ayudando —le digo en un gruñido a Stefan —. Además, eso ya lo sé. Casi tira por el Abismo a una de mis amigas el otro día.
Los ojos de Stefan se abren, mira a su amigo.
—No nos contaste eso —le dice.
—No tengo porque —responde Eric entre dientes, mirándome como si lo hubiera traicionado al contar lo que hizo.
—Somos amigos. ¡Los amigos se cuentan cosas! —le recuerda Stefan, mirándolo lastimado. Mira hacia Becca —¿Tu lo sabías?
Becca hace una mueca y asiente. Stefan parece indignado.
—Se me olvido — dice con calma Eric, pero noto que sus palabras lo pusieron nervioso; no parece acostumbrado a que alguien lo llame su amigo.
El pensamiento me genera tristeza. ¿Será verdad? ¿No está acostumbrado a tener amigos? ¿Por eso se esconde detrás de esa dureza?
Cada vez que paso tiempo con Eric siento que más preguntas sin respuestas aparecen en mi cabeza.
—No creo que a la amiga de Cass se le haya olvidado —dice Becca.
Eric la fulmina con la mirada.
—No, no lo hizo. Ninguno de nosotros lo hizo —digo.
Si las miradas mataran, Becca y yo ya estaríamos cinco metros bajo el suelo en este momento por la forma en que Eric nos mira.
—No me hubiera visto obligado a hacerlo si tu amiga se hubiera callado y aguantado la paliza como cualquier otro Osado —me dice Eric.
Frunzo el ceño.
—Te olvidas que, según tus propias palabras, aún no somos Osados del todo —le respondo, inclinándome hacia él. Me olvido por completo del miedo que tenía hace unos minutos por él; insultó a mi amiga y no voy a dejar esto pasar —. Obligado, dices. Nadie te dijo que tuvieras que colgar a Christina de una barandilla para demostrar que es valiente. Si te pararas más de dos segundos a mirarnos, sin pensar en lo inútiles que somos a tus ojos, te darías cuenta de cuanto todos estamos luchando por satisfacerte a ti y a tus estúpidos requisitos para no terminar en la calle.
—¿Estúpidos requisitos? —es su turno de parecer ofendido. Estampa su cerveza en la mesa y está tiembla por la fuerza de la acción — Hago lo suficiente para prepararlos para que luego no se queden como imbéciles quietos sin hacer nada cuando algo los sorprende en alguna patrulla; porque ahí es donde van a ir a terminar la mayoría.
—¡Tú no sabes eso! — vocifero — Además, lo dices como si el trabajo de patrullaje fuera algo malo. ¿O es que un simple trabajo como ese es demasiado para tu mimado trasero? ¿Temes que tu cabello se salga de su lugar si lo haces? ¿Temes qué tu ropa se ensucie, princesa?
—¡No te voy a permitir...!
—Wow —dice Sasha, interrumpiéndolo al llegar con las bebidas en la mano. Lleva tres cervezas en cada mano y nos mira con los ojos tan abiertos que parece que se les van a salir. Clay, detrás suyo, nos mira de la misma forma con una bandeja llena de vasos con líquidos igual de raros a como le había visto tomar antes —. ¿Qué está pasando aquí?
El ambiente está tenso mientras Eric y yo no apartamos la mirada del otro. Tenemos la respiración agitada de la furia y el rostro a centímetros del otro como si estuviéramos a punto de lanzarnos a mordiscos. Si Eric me lo pregunta, en este momento estaría a favor de salir a fuera y empezar una pelea, incluso si se con certeza que me va a ganar.
—Nada —le digo, sin separar los ojos del líder frente a mi —. Eric y yo solo estábamos poniéndonos de acuerdo con unas cosas.
—Oh..., está bien —asiente Sasha con lentitud, notando fácilmente el ambiente asesino que nos rodea —. Bueno, dennos lugar.
Nos movemos y quedo apretada en el centro con Eric de un lado y Becca del otro. Mi amiga pelirroja no deja de mirarnos cada cinco segundos como si temiera que nos fuéramos a matar el uno al otro en cualquier momento. Y qué razón tiene para hacerlo: Eric y yo quedamos tan apretados en la mesa que puedo sentir cada centímetro de su caliente cuerpo tocando el lado izquierdo del mío. El olor de su colonia llega a mí y me encuentro requiriendo fuerzas externas para no encontrarla encantadora (aunque lo es) y olfatearlo.
Luego de que nuestra pelea fuera detenida abruptamente, los dos nos mantuvimos ignorándonos mutuamente por otras dos horas. Soy consciente de que voy a recibir alguna clase de castigo el día siguiente y por eso me obligo a beber todo el alcohol que se me pone enfrente.
Estoy tan borracha que apenas soy consciente del momento en que la gente empieza a reunirse en nuestra mesa y a jugar con una botella que hacen girar en el centro, y mucho menos darme cuenta de que luego se dan besos aleatorios con otros.
Creo que estoy terminando mi quinta botella cuando Becca me da un codazo. Al principio no me doy cuenta, mi mente está dando vueltas y siento todo mi cuerpo caliente y a punto de estallar. Quiero meterme en una ducha y bañarme con el agua más fría posible para detener el estado de ebullición de mi cuerpo.
—Cass —me llama Becca, esta sonrojada y, me atrevo a decir, casi tan borracha como yo. El brillo de labios que se había puesto antes de venir lo tiene embarrado en todo el rostro y no logro recordar porque —, ¿quieres jugar?
La miro confundida y miro hacia la mesa. La botella bacia que estaban haciendo girar está apuntando hacia mí y muy fugazmente recuerdo el tonto juego de la botella que solían jugar en mis tiempos, y que parece no haber cambiado en la actualidad. Suelto una risita tonta y niego con la cabeza.
—No, no, yo no me beso con gente —le digo con una voz tonta.
Becca alza las cejas y me mira sin entender. Siento una mirada sobre mi desde mi lado izquierdo, pero estoy demasiado mareada para girarme a ver de quién proviene.
—¿A qué te refieres con que no te besas con gente? —se ríe.
—Nunca me bese con alguien. La gente... no me encuentra lo suficientemente atractiva para ello.
La mesa se queda en silencio durante unos segundos antes de que todos empiecen a reírse con fuerza. Hay gente que no conozco y no entiendo porque se están riendo. Becca también se ríe y me mira como si mis palabras le parecieran absurdas.
—¡¿Qué dices?! —me pregunta en un grito — Cass, ¡eres hermosa! ¡Cualquiera que no vea eso es porque es un idiota!
—¡O ciego! —dice uno de los desconocidos.
—¡O las dos! —dice otro.
La mirada sobre mí no se aparta y me giro lentamente para encontrarme a Eric mirándome con fijeza. A diferencia del resto, él no parece para nada borracho. No me decido si es porque, como es un líder, no tiene permitido beber tanto o si tiene demasiado aguante con el alcohol.
Empiezo a sentirme cada vez más caliente mediante su mirada sigue puesta sobre mí. Bajo la luz oscura del bar sus ojos se ven impresionantes. Siguen teniendo ese matiz tormentoso, pero cuanto más tiempo paso mirándolos me doy cuenta de los pequeños tonos de azul que hay entre ese gris tan claro que me electriza la piel. Son pequeños trazos finos de un azul tan claro que resaltan con tal nitidez que no entiendo porque no me di cuenta antes, o quizás es la borrachera y la escasa distancia que me permite darme cuenta; parecen pequeños rayos impactando en medio de unas nubes espesas y frías.
Me hacen querer mirar más de cerca y ver si esa frialdad que transmiten puede enfriar un poco el calor de mi cuerpo.
—¡Vamos, Cass, juega! —me pide Stefan a los gritos. Si me hubiera girado en ese momento quizás me hubiera dado cuenta de la sonrisa diabólica con que nos mira.
Mis ojos no se separan de los de Eric y él de los míos, y me encuentro pensando que si lo intento podre probar por una vez esos labios rosados carnosos que llevo toda la noche deseando desde que lo vi vestido con esa chaqueta de cuero negro. Me doy cuenta de que mi mirada baja sin darme cuenta hacia ellos y cuando vuelvo a subirla, Eric también hizo lo mismo. Me relamo los labios y sus ojos vuelven a los míos como un relámpago.
—Está bien —digo con la voz temblorosa, volviéndome hacia Becca —. Jugaré una vez, pero nada más.
Becca celebra alzando los brazos y se inclina para hacer girar la botella.
Me recuesto contra el respaldo y me encuentro con el roce de un brazo largo y trabajado sobre mis hombros al hacerlo. Inquieta, veo la botella girar con el corazón palpitándome rápidamente en el pecho.
La botella gira y gira durante unos segundos hasta que se detiene.
La botella apunta hacia Eric.
Contengo el aliento y, antes de que siquiera pueda pensarlo dos veces, el brazo de Eric sobre el respaldo de mi asiento baja hasta mis hombros y me empuja hasta su pecho. Su mano baja hasta mi cuello y me impulsa hacia él, permitiéndole estampar su boca contra la mía con rudeza.
Suelto un quejido exaltado y pongo mis manos sobre su pecho mientras él me besa y yo me quedo sin saber qué hacer.
Mis labios empiezan a moverse con cierta inexperiencia luego de unos segundos intentando copiar lo que él hace. El beso había empezado rudo, pero empieza a tornarse cada vez más suave mediante Eric intenta instruirme en cada movimiento. Sus labios son como terciopelos mientras se mueven contra los míos.
La mano que tenía sobre mi cuello baja hasta mi cintura y me aprieta contra él con fuerza mientras la otra sube para agarrarme del rostro y prohibirme retroceder. Suelto un suspiro por la acción, encantada bajo su tacto y me inclino más contra él, subiendo mis propias manos para pasarlas sobre sus hombros y cabello. Él aprovecha ese momento para dejar entrar su lengua a mi boca.
Nuestras lenguas empiezan una batalla por el control y me encuentro deseando por más. El calor de nuestros cuerpos se funde y empieza a convertirse en uno mismo mientras los segundos pasan y nosotros no somos capaz de separarnos, el resto del mundo olvidado fuera de nuestra burbuja de placer. El beso me llena de una pasión que no sabía que tenía y me desconcierta, nublandome la cabeza y haciéndome sentir como si estuviera flotando.
Nos separamos a causa de la falta de oxígeno.
Ambos tenemos la respiración agitada y los labios hinchados. Puedo sentir los ojos del resto de los presentes sobre nosotros, pero no me puede importar menos. Quiero volver a sentir sus labios sobre los míos y quiero sentir sus manos recorriéndome cada puto centímetro de mi cuerpo. Lo deseo.
—¿Necesitan una habitación? —nos pregunta Becca.
Eric le saca el dedo medio, haciéndola reír. Me aparto del líder, llena de vergüenza y vuelvo a sentarme en mi lugar, sin mirarlo una segunda vez.
Las palabras de Becca me sacan de la ensoñación en que el alcohol me había metido. Yo no deseo a Eric, es imposible que lo haga. Por dios, ¡Ni siquiera me gusta! Al contrario, lo odio por lo que le hizo a Christina y jamás se lo perdonaré.
Aunque... si debo de admitir me causa curiosidad poder conocerlo mejor.
Me inclino hacia Becca y le pido, prácticamente le suplico, al oído si nos podemos ir ya que mañana tengo entrenamiento y quiero descansar (es una excusa, aunque no debería ya que es verdad) antes de terminar pensando o, peor, haciendo otra estupidez. Becca me consiente rápidamente, anunciando nuestra partida a todo el mundo con un grito.
Salgo del bar sintiéndome como una perdedora y con los ojos de Eric taladrandome la espalda.
Chapter Text
Doy media vuelta en mi colchón y entierro la cara en mi almohada. Han pasado horas desde que me desperté luego de la fiesta y la cabeza me sigue martillando como si no hubiera un mañana. Tampoco ayuda que tuviera que pelear contra Will, quien me ganó sin importar cuanto lo haya intentado (nuestra pelea duró minutos y tuvimos que parar hasta que alguien quedara inmovilizado por que el resto se estaba empezando a impacientar). Me duele todo el cuerpo por los moretones, pero aún más la cabeza por la resaca.
Cuatro se dio cuenta de que estaba con resaca al instante en que me vio y me dio un enorme sermón sobre cómo tenía que moderar mi trago o esperar a que terminara la iniciación para ponerme tan borracha como quisiera. Me gritó tan fuerte que por un segundo alguien podría haber creído que estábamos emparentados, o eso fue lo que Christina me dijo. Entiendo su problema con el alcohol, ya que su padre solía golpearlo cuando era niño y cuando se ponía borracho, pero yo no tengo la culpa de ello. Tuve que tragarme mis ganas de responderle. Pensaba que estábamos en buenos términos, por como parecía no tener problema cuando estoy a su alrededor y le hablo, ahora ya no estoy tan segura.
Por otro lado, Eric no apareció hoy en el entrenamiento y no tuvo que verme sufrir esa vergüenza. Sin embargo, aun así, no pude evitar pensar que era mi culpa que no hubiera aparecido. Por el beso.
Me estremezco. El beso. Todavía me resulta difícil pensar en lo que sucedió la noche anterior. No sé cómo se le pudo ocurrir a mi mente borracha que era buena idea besar a Eric, el cruel líder que no ha hecho otra cosa más que hacernos la vida imposible a los iniciados desde que llegamos.
¡Y no se me olvida como Becca pudo dejarme hacerlo! Estoy enojada con ella por eso. No pude verla desde que me dejó en la habitación, pero en cuanto lo haga le voy a dejar muy en claro lo decepcionada que estoy porque no me detuviera de besar a Eric.
—¿Estás bien? —me pregunta Christina, acostada en la cama de al lado de la mía. Tris está de mi otro lado y se está preparando para acostarse.
—Si —le digo —. Solo mi cabeza está a punto de estallar.
Christina y Tris se ríen.
No les conté sobre lo sucedido en el bar, por temor más a que me odien si lo hago. Se que a ellas no les gusta para nada Eric y no quiero que el simple hecho de haberlo besado arruine nuestra amistad. Cuando me preguntaron sobre lo que hicimos en la fiesta, lo único que les dije fue “emborracharnos”, cosa que quedó en claro cuando no pare de quejarme por mi dolor de cabeza el resto del día.
Tris se acuesta y en cuanto su cabeza toca la almohada, la puerta del dormitorio se abre y un grupo de personas entra corriendo en la habitación con linternas. Se vuelve a sentar, casi a punto de darse en la cabeza contra la estructura de la litera.
Me siento y miro a mi alrededor, preguntándome qué está sucediendo.
—¡Todos arriba! —ruge alguien.
Podría reconocer esa voz en cualquier lado.
Una linterna se enciende detrás de su cabeza y se refleja en los anillos de las orejas: Eric. A su alrededor hay otros osados, algunos los conozco del Pozo, otros no los había visto nunca. Cuatro y Becca están entre ellos.
Salgo de la cama vestida con apenas una remera tres tallas más grandes; es de Will, me la presto luego de que le dijera que no tenía nada cómoda con lo que dormir. Al igual que Christina a mi lado, mis piernas quedan al descubierto y me hacen sentir indefensa. Los ojos de Eric se clavan en los míos en cuanto me ve.
—¿Te has quedado sorda, estirada? —le dice Eric a Tris, al verla aun metida en su cama.
Tris está vestida, a diferencia mía y de Christina; nos mira a ambas como si quisiera correr y cubrirnos con sus propias sábanas. Christina se cruza de brazos y mira a Eric con descaro, sin importarle que esté prácticamente desnuda.
Eric no le presta atención, se vuelve hacia el resto y dice:
—Tenéis cinco minutos para vestiros y reunirnos con nosotros junto a las vías. Vamos a hacer otra excursión.
Lo veo salir junto al resto y en cuanto está lejos de mi radar me doy la vuelta para empezar a vestirme a la velocidad de un rayo. Salgo corriendo detrás de mis compañeros en cuanto termino, camino al tren. Subimos por los senderos que recorren las paredes del Pozo, apartando a los miembros a nuestro paso. No parecen sorprendidos de vernos, para ellos es otro día más en Osadía.
Estos últimos días de ejercitación ya han echado fruto en mi cuerpo y prácticamente no siento ningún atisbo de cansancio, reconozco que se debe más que nada al tipo de entrenamiento que recibí antes de llegar aquí. Cada día estoy más segura de que me estuvieron preparando para esto.
Llegamos a las vías justo detrás de los iniciados nacidos en Osadía. Al lado de las vías hay una pila negra; reconozco algunos fusiles de asalto, armas de fuego que uno podría reconocer de películas o si se juega al Paintball.
Al lado de la pila hay cajas de munición. Entrecierro los ojos de la distancia y alcanzo a leer “balas de pintura”. Mi teoría se confirma.
—Linda remera, por cierto: ¿Qué está pasando? —me dice Will al llegar a mi lado.
Pongo los ojos en blanco y sonrío un poco. Sigo vestida con su remera, puesto que solo fui capaz de ponerme unas zapatillas y pantalones antes de salir corriendo.
—Creo que vamos a jugar a algo —respondo.
Ahora que estoy más espabilada, sé lo que está pasando. Vamos a jugar a captura la bandera y, si no mal recuerdo, Eric va a estar hirviendo de furia luego de perder.
Paso una mano por mi cabeza y me coloco el cabello hacia atrás, que vuelve a su estado natural luego de un instante. Me duele demasiado la cabeza aun para todo esto.
—¡Que todo el mundo elija un arma! —grita Eric.
Hago una mueca, su grito incrementa mi dolor.
Will me empuja con una mano en el hombre y me obliga a correr hacia la pila. Las personas se amontonan sobre ella y mi amigo es tan amable como para agarrar una por mí y extendérmela para no tener que sufrir el aplastamiento yo también. El arma pesa más que las pistolas, lo que no es sorprendente teniendo en cuenta su tamaño, y me lo cuelgo a la espalda de modo que la correa me cruce el pecho. Como él buscó las armas, yo busco las balas. Me las meto en uno de los bolsillos de mi pantalón en cuanto las tengo y luego le paso a Will las suyas, lo que me agradece.
Recuesto mi cabeza sobre el hombro de Will y cierro los ojos. Aún falta algo de tiempo hasta que el tren llegue, por lo que puedo escuchar. Will no se inmuta, ya acostumbrado al resto del día, y empieza a masajearme la nuca, contándome que una vez leyó que eso ayudaba para el dolor.
—Will, ¿puedes casarte conmigo? —le pregunto con dejo de placer debido a sus pasajes.
Will suelta una risita, sin detener su trabajo.
—Lo siento —me susurra en voz baja —, pero ya estoy interesado en alguien más.
Alzo la mirada, una sonrisa juguetona en mis labios.
—¿Puede ser que ese alguien más tiene cabello negro, piel morena, sonrisa radiante y un nombre que empieza con C y termina con Tina? —le digo en el mismo tono.
Mi pregunta lo hace sonrojarse.
—Puede ser —admite.
Me río, burlándome de él.
—Will y Christina sentados bajo un árbol, besándose —empiezo a cantarle.
Will sonríe y me rodea con sus brazos, empezando a hacerme cosquillas en el cuerpo. Me río e intento soltarme, pero él me tiene atrapada. Entierro mi rostro en el pecho de mi amigo, sin poder controlar mis risas o mi fuerza. Ahora él empieza a reír también y me sostiene para que no caiga al suelo.
—Nada de toqueteos —el gruñido de Eric nos sobresalta a los dos.
Nos alejamos de golpe al escucharlo y lo miramos con grandes ojos. Eric tiene los puños apretados con fuerza, no nos mira a ninguno de los dos mientras se aleja de nuevo. Las personas que están a nuestro alrededor nos miran con sonrisas burlonas, al parecer habíamos estado empezando a llamar la atención con nuestro jugueteo.
El gruñido de Eric me genera desconcierto. Creí que volver a verlo luego de la noche anterior me causaría vergüenza, así como también esperaba que él me ignorara. Pero no es así. Mis ojos siguen yendo a él en cada momento, como si no hubiera ningún otro hombre más en el mundo, y la mezcla de miedo y curiosidad sigue estando ahí.
Y mi cuerpo parece ser un campo magnético que atrae a Eric a mirarme casi del mismo modo. Eso cambió. Antes me miraba para burlarse de mí o para mirarme con disgusto, ahora solo... solo me mira.
—¿Qué le sucede a ese tipo? —me espeta Will, frunciendo el ceño a Eric —¿Desde cuándo le importa lo que otros hacen?
Hago un sonido con la garganta, afirmando sus palabras, pero sin decir nada.
Un círculo de luz aparece a mi izquierda, lejos. Crece cada vez más conforme se acerca, iluminandole un lado de la cara a Becca, que me mira desde la distancia con los brazos cruzados. Al ver que capta mi atención, sonríe y alza una mano para saludarme. Giro el rostro abruptamente y la ignoro.
—Vamos, el tren ya está llegando —agarro a Will por la muñeca y lo obligo a ir detrás de mí. Mi amigo se deja arrastrar.
Escucho a Becca llamarme a la distancia, pero continúo ignorándola. Se cansa luego de un tercer intento.
Cuatro es el primero en subir al tren, siendo seguido por Tris, que corre detrás suyo. El instructor se vuelve hacia ella y le ofrece una mano. Tris la acepta y él tira para ayudarla a subirse.
Cuando me subo, con Will siguiéndome detrás, me doy cuenta de que no soy la única enojada esta noche. Christina me observa con dolor en los ojos, parada a un lado de Tris que parece intentar consolarla, pero sin saber cómo. La miro confundida e intento acercarme a ella, pero la forma en que se estremece cuando doy un paso me hace retroceder.
No dejo de mirar a Christina, aunque ella no me devuelve la mirada, mientras el resto termina de subirse al tren.
En cuanto estamos todos dentro, Cuatro dice:
—Nos dividiremos en dos equipos para jugar a captura la bandera. Cada equipo tendrá una mezcla equitativa de miembros, tanto iniciados de Osadía como trasladados. Un equipo saldrá primero y buscará un sitio en el que esconder la bandera. Después, un segundo equipo saldrá y hará lo mismo —el vagón se balancea y Cuatro se aferra al lateral de la puerta para no caer —. Es una tradición de Osadía, así que os sugiero que os la toméis en serio.
—¿Qué nos dan si ganamos? —pregunta alguien.
—Es la clase de pregunta que haría alguien de fuera de la facción —responde Cuatro, arqueando una ceja —. La victoria, por supuesto.
—Cuatro y yo seremos los capitanes de los equipos —dice Eric y mira a Cuatro —. Primero vamos a dividir a los trasladados, ¿no?
Veo como Tris echa la cabeza hacia atrás, debe de creer que será la última elegida.
—Tu primero —ofrece Cuatro.
—Edward —dice Eric, encogiéndose de hombros.
Cuatro se apoya en el marco de la puerta y asiente con la cabeza. Examina un instante al grupo y dice:
—Quiero a la estirada.
Se escuchan débiles risas de fondo por el tren, y me cubro un poco el rostro para que no se note mi sonrisa.
—¿Es que quieres probar algo? —pregunta Eric, con una sonrisa de suficiencia que lo hace ver más atractivo a mis ojos —. ¿O es que eliges a los débiles para poder echarles la culpa si pierdes?
—Algo así —responde Cuatro, encogiéndose de hombros —. Te toca.
—Peter.
—Christina.
—Molly.
—Will.
—Cassandra.
Mis ojos se abren a más no poder al escuchar decir a Eric mi nombre. Me había estado preparando para que eligiera a Al y terminara en el grupo de Cuatro ya que sé que eligió a sus jugadores basándose en la fuerza, mientras que Cuatro en la estrategia. Yo no soy débil, pero tampoco soy de las más fuertes. ¿Por qué me eligió? ¿Es por lo del beso?
Frunzo el ceño y Will me aprieta el hombro como si se compadeciera de mí.
—Al —dice Cuatro, y lo veo fruncir el ceño también. Él sabe que Eric elige a los más fuertes; me envía una mirada evaluativa.
—Drew.
—Myra.
—Ahora, los iniciados nacidos en Osadía —anuncia Eric cuando terminan de nombrarnos.
Terminando de hacer los equipos, y Eric dedica una sonrisita a Cuatro.
—Tu equipo puede salir segundo —dice.
—No me hagas favores —contesta Cuatro, y sonríe un poco —. Sabes que no los necesito para ganar.
—No, sé que perderás salgas cuando salgas —responde Eric —. Llévate a tu escuálido equipo y sal primero, si quieres.
El grupo de Cuatro se prepara para bajarse y yo me veo desamparada junto a mi grupo viendo a mis amigos alejarse de mí.
Drew intenta empujar a Tris cuando se baja y yo le retuerzo un lado del cuerpo para poder evitarlo. El chico suelto un gemido y yo me escabullo entre el resto de los iniciados que no dicen una palabra al verme. Molly ve a Drew quejarse y me mira, intenta acercarse a mí, pero la mano y una mirada dura de Peter le detiene.
Apoyo mi espalda en la pared del vagón, con la pelvis inclinada ligeramente hacia adelante y tanto los brazos como los pies cruzados. Miro a mis compañeros, no conozco a ninguno de los nacidos de Osadía, pero reconozco a algunos por comentarios de Becca. Esta Abigail, que es tan grande como un toro, llena de musculatura y múltiples perforaciones en el rostro. Luego están Sebastián y Justin, mellizos idénticos de cabello rojizo y una cantidad incalculable de pecas que les bajan desde el rostro hasta los hombros, haciendo resaltar su piel pálida; parecen duendecillos, y deben de serlo por la forma en que pelean el uno con el otro por la mínima cosa. También está Emily que es rubia con ojos castaños y, por lo que contó Becca, debe de tener un cuchillo escondido en cada parte de su cuerpo.
Mi grupo, por otro lado, al lado de ellos parece casi inofensivo. Peter está con el ceño fruncido y sigue empecinado en ignorarme. Molly está a un lado de Drew, que se sigue quejando de mi retorcijada, y le dice algo al oído que le hace levantarla la mirada y mirarme con los ojos entrecerrados. Edward, tranquilo y callado Edward, es el más común del grupo y se recuesta a mi lado, pareciendo lamentarse el estar lejos de su novia por más de dos segundos.
Becca también está en el vagón, como una de las instructoras de los nacidos en Osadía. No deja de mirarme y está parada en el lado izquierdo de Eric. Nuestro líder observa algo en su portátil y me tiento a pensar que son cámaras de seguridad para vigilar a Cuatro y hacer trampa, pero sé que no es así porque eso sería de cobardes y Eric no le teme ni a la muerte misma.
Pasan los diez minutos de tiempo que nos separa del grupo de Cuatro para que puedan esconder su bandera y salimos. Bajo del vagón de un salto y troto para alcanzar al grupo que sigue a Eric la ciudad destruida. La chica, Emily, me sonríe cuando llego a su lado. Tiene las paletas de sus dientes separados por una pequeña franja, y eso la hace ver inocente... hasta que me doy cuenta de que está haciendo girar entre sus dedos uno de esos cuchillos que se doblan y desdoblan y toda la inocencia desaparece.
—Muy bien, esto es lo que haremos —nos dice Eric, deteniéndose y girándose para hablar en grupo. Nos acomodamos a su alrededor para escuchar.
Eric empieza a explicar su plan: dejar nuestra bandera en el campanal de la iglesia y que algunos la cuiden mientras el resto le hace una emboscada al equipo contrario cuando nos encuentren.
Parece una buena idea, si no fuera porque sé que vamos a perder de todas formas. Y, si hay algo que no me gusta, es perder. Puede ser que le cediera a Tris el lugar de primera saltadora, pero no le dejaré ganar esto también.
—¿No nos vas a preguntar si estamos de acuerdo o no? —le pregunto a Eric en el momento en que mis compañeros están por partir a hacer lo que dijo. Eric se detiene abruptamente, dándome la espalda, y se gira casi como la niña del exorcista para mirarme.
—¿Qué? —me espeta. Su voz sale en un gruñido y solo eso me basta para saber que no le gusto que lo cuestionara.
Debe de haber pensado que como nos besamos una vez dejaría de plantarle cara, lástima que no sea esa clase de chica.
—¿Qué tal si no nos gusta tu plan? —vuelvo a preguntarle. Los iniciados nacidos de Osadía me miran como si fuera un alien al cuestionar al líder, el resto de mis compañeros solo parece acostumbrado —¿No vas a escuchar nuestras sugerencias? Nosotros también tenemos derecho a hablar y elegir.
—Soy el líder de este grupo, yo tomo las decisiones —me dice Eric, girándose por completo y dando unos pasos de vuelta hacia mí. Emily guarda su cuchillo; no la culpo, Eric aparenta en este momento que se lo va a quitar y clavármelo en el cuello.
—Un líder debe escuchar las opiniones de sus subordinados—le digo.
Eso lo deja callado por un segundo. Los iniciados nacidos de Osadía nos miran a los dos repetidas veces, sin saber qué hacer. Peter, parado a un lado, bosteza.
—¿Están de acuerdo con el plan? —concede Eric entre dientes, mirando a todo el grupo por igual.
Sonrío un poco y doy un paso hacia adelante. Becca, apartada del grupo, me mira con orgullo.
—Creo que tu idea es buena, pero no lo suficiente —le digo, mirando al grupo en sí —. Si dejamos la bandera en el campanal, con tal de que se suban a un lugar más alto van a poder encontrarnos.
—Entonces ¿qué sugieres? —me pregunta Abigail, con una voz profunda.
—¿Deberíamos esconderla en un lugar más bajo? —pregunta Sebastián.
—¡O enterrarla! —dice su gemelo con ojos brillantes de excitación.
Poco a poco todos empiezan a soltar sus ideas y me emociona ver como la mayoría tiene sugerencias, sabiendo que si no fuera porque yo pregunté se las habrían tenido que guardar. Eric escucha todas y cada una de ellas, pareciendo casi incrédulo de que algunos tuvieran buenas ideas, pero no sorprendido de los que soltaban simples estupideces.
Finalmente, cuando nadie tiene más ideas que soltar, Eric me mira.
—¿Qué sugerencia tienes tú para decirme? —me pregunta.
La sonrisa que había mantenido en mi rostro crece al escucharlo querer saber mi opinión.
—¿Alguna vez escucharon el dicho que dice que “la mejor forma de ocultar algo es ponerlo a la vista de todos”? —pregunto.
El grupo contempla mis palabras y empieza a reírse con mi idea. Una sonrisa divertida aparece en el rostro de Eric, que no deja de mirarme a los ojos.
—Creo que alguien debería de tener la bandera colgada en el cuello —continuo, sin dejar de mirar tampoco a Eric con mi propia sonrisa.
—Se lo dejaríamos en bandeja de plata —dice un osado que no conozco.
—Pero —dice Emily, levantando un dedo —, si nos buscan desde lo alto como ella dijo, verían la luz de nuestra bandera moverse por todo el parque. Eso los dejaría desconcertados.
—Pero también les dejaría vía libre para causarnos una emboscada con más facilidad —dice Edward.
—Una que nosotros ya estaríamos esperando —señalo.
—Y de la que podríamos defendernos con facilidad —dice Peter, asintiendo ante mi idea.
Eric se lo piensa y, luego de unos segundos, asiente con la cabeza
—Bien, ¿Quién quiere ser el conejillo de indias? —nos pregunta. Cuando nadie responde, vuelve a preguntar —: ¿O tendré que elegir yo?
—Iré yo —me ofrezco sin problemas. Eric frunce el ceño —. Soy la más débil del grupo, o eso va a pensar el otro grupo —sonrío de lado —. No van a esperar que yo tenga la bandera, en cualquier caso, esperaran a que Eric la tenga y se prepararan para una emboscada más planeada para derribarlo.
—Podríamos aprovechar esto y romperlos desde adentro —dice Molly, empezando a mostrarse emocionada ante la idea de golpear a alguno del otro grupo.
Asiento y le doy la razón.
—Dividiremos el grupo —dice Eric —. Un grupo se quedará con Cassandra y se preparará para una posible emboscada. El otro, más pequeño, irá en busca de la bandera del grupo de Cuatro.
—Yo y los Demonios iremos a buscar la bandera —pide Emily, señalando a los gemelos. Me dirige una sonrisa —. Sabemos escondernos entre las sombras.
Le devuelvo la sonrisa con diversión y giro hacia Eric, esperando ver algún signo de oponerse a la idea. Me encuentro con Eric asistiendo.
—El resto nos acompañara a Cassandra y a mí, cuidaran que nadie pueda acercarse a la bandera y le disparara a cualquier que lo intente —nos dice.
Es en momentos así en que parece un verdadero líder: dictando órdenes, escuchando lo que el resto dice y siendo observado por el resto con admiración. No cuando parece más emocionado por el dolor de otros.
Descubro que me gusta mucho verlo en esos momentos.
Caminamos por el parque haciendo el menor ruido que podemos. Como habíamos planeado, voy al centro con mi pistola lista para disparar al menor indicio de un enemigo con la bandera amarrada a la muñeca y el resto de mis compañeros rodeándome. Tengo a Eric a mi izquierda y a Abigail a mi derecha. Peter y Molly van delante mío y Drew junto al chico y chica restante nacidos en osadía que no conozco. El resto de los osados, que no son iniciados, Becca entre ellos, llena los espacios restantes.
Un viento se alza desde el este, barriendo las hojas y enviándome un escalofrío cuando este se mete entre los pliegues de la remera de Will. Abigail se da cuenta de mi estremecimiento y me frunce el ceño; tiene la pistola preparada sobre el pecho y es tan alta que podría golpear sin esfuerzo en la cabeza con ella si no tiene cuidado. En serio, nunca vi a una mujer tan alta como ella, es incluso más alta que Eric, y eso ya es sorprendente.
—¿Esa es la remera de tu novio? —me pregunta, intenta decirlo en un susurro, pero su voz es grave, como si hubiera estado fumando desde su nacimiento y eso le hubiera atrofiado los pulmones, y todos pueden escucharla.
Me sonrojo y parpadeo como un búho al escucharla.
—Will no es mi novio —es lo primero que se me ocurre decir, mirando de reojo hacia Eric para ver su reacción. Ninguna, se mantiene mirando alrededor en busca de alguna amenaza con el rostro neutro como una piedra.
—Te vi en las vías del tren —Abigail frunce el ceño —. Es tu novio.
—Somos amigos.
—Pero él te abrazaba.
—Los amigos se abrazan.
—Y llevas su ropa puesta —señala, puesto que no negué que fuera de Will.
—Los amigos pueden prestarse ropa —aunque suena con algo de duda.
—No entre un chico y una chica, al menos que tengan algo.
—No le hagas caso —me dice una de las chicas que no es iniciada. Parece tener unos veinticinco años y tiene un tatuaje sobre las cejas, son palabras, pero no llego a leer lo que dicen —. Abby no es capaz de entender que dos personas de diferente sexo pueden ser amigos.
—Ah —exclamo, porque no sé qué más decir.
—Aunque no es difícil creer otra cosa con Cassandra —escucho que dice Molly frente a mi —. Ella solía usar la ropa de todos los chicos con los que salía en la secundaria. Cada día parecía tener una nueva prenda, ¿no es así, Peter?
—Si —confirma Peter, sin mirarme. Tiene los hombros tensos y parece molestarle lo que dijo Molly.
—¿Es por eso que te cambiaste el nombre, Aurora? —me llega la voz de Drew desde detrás mío, igual de burlona que la de su amiga — Perdón, quise decir, Cassandra —enfatiza —. ¿Temes que algunos de tus otros amigos se enteren de que estás aquí ahora y te busquen? A ti te gustaban los de años superiores después de todo.
Escucho a Molly reír. Abigail frunce el ceño y me mira como si fuera el mayor misterio en su vida.
—¿Es por eso que me odias, Drew? —le pregunto, deteniéndome para mirarlo con arrogancia — ¿Por qué nunca pudiste ser uno de esos amigos?
Los osados empiezan a reírse a su costa cuando Drew empieza a sonrojarse y no lo niega.
—Perra —me dice.
—Si, sere perra, pero al menos ladro y muerdo como una gran danesa, y no como un chihuahua como tu.
Las risas incrementan y Eric tiene que gritarles que se callen, aunque puedo ver que sus labios tiemblan de diversión también.
—Entonces él no es tu novio —acepta Abigail luego de un rato, justo cuando todos ya se estaban por olvidar de la conversación —, ya que tiene tu misma edad y a tú te gustan mayores. ¿Qué tan mayores, por cierto?
Las personas vuelven a reírse, esta vez por lo bajo y yo me pregunto si Abigail enserio pregunta por curiosidad o solo para burlarse de mí también. Por la forma en que su rostro no demuestra ninguna expresión más que ingenuidad, diría que es lo primero.
Suelto un suspiro. No lo va a dejar pasar hasta que responda.
—No lo sé... —empiezo a decir. Vuelvo a mirar de reojo a Eric — Un año o dos, quizás.
—Uuuuh, ¡Eric, ten cuidado, no vaya a ser que vaya a por ti! —le grita uno de los osados mayores.
Eric le saca el dedo medio.
Pasan diez minutos más hasta que escuchamos un fuerte ruido y vemos la noria empezar a moverse desde la distancia. Eric y yo nos miramos inmediatamente.
—Ya deben saber dónde estamos —le digo.
—¡Escuchen! —grita Eric, llamándole la atención al grupo. Nos detenemos, esperando sus órdenes—. Ellos deben de estar viniendo hacia aquí en este momento. Nuestro mayor objetivo es evitar que alguien se acerque mucho a Cassandra. Dispárenle a cualquiera que lo intente y usen su cuerpo si es necesario para cubrirla de los disparos del resto, si la perdemos a ella, perdemos también la bandera y si perdemos la bandera... —deja un espacio de silencio para que entendamos la gravedad de la situación —. Manténganse en sus posiciones y no se separen. Recuerden que ellos se van a estar preparando para algo diferente, aprovechen su desconcierto y eliminen a la mayor cantidad de oponentes posibles.
—¿Qué hacemos si perdemos las posiciones? —le pregunta Becca desde el final del grupo.
—Si perdemos las posiciones —responde Eric —, el objetivo sigue siendo el mismo. Si te encuentras atrapada entre muchos oponentes, corre —me dice.
Frunzo el ceño ante su pedido.
—Creí que éramos osados, no cobardes —le digo —. No voy a correr y dejar a todos ustedes solos.
—No es eso lo que harás —intenta hacerme entender —. Si corres, nosotros tendremos algo nuevo por lo que pelear, que es encontrarte. Mientras tú corres, alguno de nosotros te seguirá, y así hará el otro grupo. Intentarán detenerte, eliminarte, y nosotros lo haremos en su lugar.
—¿Y si nadie puede seguirme?
—Entonces, tendrás que arreglarlas sola —dice Eric sin más.
Hago una mueca.
—No voy a correr, es demasiado arriesgado. Intentemos mantenernos en nuestras posiciones mejor.
Seguimos caminando en sintonía y sin hacer ningún ruido. Es tal el silencio que casi pego un salto cuando escucho el ruido de un sapo croar venir desde unos tarros viejos de basura.
Y es tal el silencio que los escuchamos llegar antes de verlos.
Eric es el primero en disparar. Se gira un poco hacia su izquierda y le apunta a la oscuridad de un árbol con su pistola. Le da de lleno en el hombro a alguien.
Los gritos resuenan en el parque luego de eso.
Las balas salen disparadas a mi alrededor y yo no tengo tiempo de disparar, teniendo que arrodillarme en el centro para cubrirme de las balas de pintura. Debido a la escasa cantidad de lugares para escondernos, la pelea puede durar muy poco.
Eric me agarra del brazo y, aun rodeada por el escudo principal (los iniciados), soy arrastrada detrás de unos escombros para protegerme. El resto de mis compañeros se quedan para cubrir nuestro improvisado escondite.
Peter, Molly, Drew, Abigail, el chico y la chica desconocidos y Eric siguen protegiéndome al disparar desde detrás de los escombros. Intento hacerlo yo también, pero cada vez que intento levantarme de mi lugar la mano pesada de Eric vuelve a arrastrarme de nuevo al suelo. Decido acatar su orden (no verbal) luego de que lo intentara una segunda vez y me fulminara con la mirada por estar distrayéndolo.
Los disparos empiezan a menguar al cabo de un minuto. Mi respiración se acelera por el nerviosismo que me genera la situación.
Escucho un ruido de ramas partiéndose y miro frente a mí. Los árboles y arbustos proyectan una sombra que me hace imposible encontrar nada entre ellos. Aun así, me doy cuenta de que algo está mal.
—¡Eric! —grito con fuerza para llamar su atención al momento en que levanto mi pistola y escucho el ruido de algo estrellarse a centímetros de mi rostro. Apunto con mi pistola en dirección a donde vi venir la bala y disparo — ¡Eric! —repito con más urgencia al ver salir al chico que le acabo de disparar, con una mancha roja en el pecho, junto a otros de sus compañeros de su escondite.
Eric me mira y abre los ojos al ver la pintura rosada donde se supone que yo debería de estar, al lado de su pierna. Se gira y empieza a disparar como loco en cuanto ve a nuestros nuevos oponentes. Esto me permite cambiar de posición y pararme a su lado, disparando igual de rápido que él mientras Peter y Abigail se mueven para cubrir nuestras espaldas.
Parecemos un grupo de esos que solo verías en las películas. Las balas nos rozan, pero ninguna logra tocarnos cuando ya le estamos devolviendo el golpe.
Abigail es la primera en caer, debido a su exuberante tamaño, seguidos por Molly y Drew. Los tres se apartan y entonces los dos iniciados restantes ocupan su lugar.
Mi pistola se queda sin balas y la golpeó, como si eso pudiera arreglar algo. Comparto una mirada con Eric y me muevo para esconderme detrás de su espalda, pegando la mía propia contra la de Peter.
Pero esto no es suficiente. Tres disparos golpean a Peter y los otros dos iniciados. Peter suelta un quejido y aprovecha para patear su pistola llena hasta que choque con la que yo había dejado en el suelo al resultarme inútil vacía.
Al final solo quedamos Eric y yo. El silencio nos envuelve mientras esperamos a que algo pase. Todos los integrantes del grupo contrario fueron neutralizados, excepto por uno: Cuatro. Y los miembros faltantes del nuestro aún no han vuelto con la bandera, así que la pelea continúa.
—¿En serio, Eric? —escuchamos la voz de Cuatro aparecer desde entre las sombras. Eric dispara en todas direcciones, pero no logra darle. Donde sea que Cuatro esté, es un muy buen escondite — ¿Le dejas todo el trabajo a una niña indefensa?
El ruido de un disparo resuena y una bala de pintura cubre el lugar exacto en donde se encuentra el corazón de Eric. Mis ojos se abren y escucho a Eric soltar un gruñido por lo bajo mientras deja caer su pistola.
Cuatro baja desde un árbol a dos metros de nosotros. Casi puedo sentir a todo el mundo conteniendo el aliento y observándonos.
—Apártate —le ordena Cuatro a Eric, aún apuntándome con su arma —. Ya perdieron.
—Estás equivocado —le dice Eric con una sonrisilla —. Cassandra no es ninguna niña indefensa.
Da un paso hacia el costado y yo aprovecho ese momento exacto para agacharme y agarrar el arma de Peter. Le disparo a Cuatro en el pecho antes de que siquiera pueda darse cuenta.
El mundo estalla en gritos de euforia, o así me parece a mí. Mis compañeros de grupo saltan y festejan luego de haber neutralizado al último de nuestros enemigos, sin que ninguna bala de pintura lograra darme.
Yo también grito y me emociono. Suelto el arma y este choca con fuerza contra el suelo. Salto hacia Eric y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello sin dejar de festejar. Eric se tambalea un poco al tener todo mi peso sobre el suyo tan abruptamente y me agarra de la cintura para no caer. Se ríe contra mi hombro.
Me aparto de él y le regalo una enorme sonrisa que corresponde con algo de vacilación. Agarro su rostro y dejo un beso en cada una de sus mejillas. Cuando vuelvo a mirarlo, parece perplejo.
En ese momento, y antes de que pueda darme cuenta de lo que acabo de hacer frente a todos, llega Emily junto a los gemelos con la bandera del grupo de Cuatro. Los gritos vuelven a estallar, acompañados de quejas del equipo contrario.
Salto fuera de los brazos de Eric y corro hacia Emily, quien alza con orgullo la bandera y la mece en el viento. Me estrello contra su costado y ella se ríe al recibirme.
Cuando la emoción se me pasa me doy cuenta de dos cosas: osadía ya no me parece tan malo como creía y... puede ser que al final sí me guste un poco Eric.
Notes:
Cuéntenme que les está pareciendo hasta ahora 🤗
Chapter Text
A la mañana siguiente salgo de mi cama sintiéndome fresca y renovada. Becca me está esperando fuera de la habitación y yo salgo para recibirla. El resto de mis amigos siguen despertando, y creo que se están tomando su tiempo para hacerlo, así que me voy con mi amiga pelirroja a la cafetería antes de que tengamos que separarnos para los entrenamientos.
—Ya no estás enojada conmigo? —me pregunta Becca cuando nos sentamos en una mesa con nuestros desayunos.
—No —le digo. Le doy un mordisco a mi tostada con mermelada y le dirijo una sonrisa avergonzada —. Me di cuenta de que no debí enojarme contigo de esa forma, no es tu culpa. Tú también estabas borracha esa noche.
Becca frunció el ceño.
—¿Estabas enojada conmigo por algo que pasó en la fiesta? —tiene una mirada pensativa — No recuerdo nada de lo que sucedió para serte sincera.
Detengo mi masticación abruptamente al escucharla. Trago con fuerza, algunos pedazos de la tostada me raspan la garganta al pasar por mi garganta.
—¿Nada de nada?
—Nada de nada —asiente. Me mira de arriba abajo; mis ojos están abiertos y debo de tener una expresión extraña de desconcierto —Hice algo? Solo recuerdo hasta la llegada de Eric.
Ósea que no... no... ¡Mierda, no recuerda que Eric y yo nos besamos! Apoyo mi cabeza en mis dos manos, mirando a la madera de la mesa sin saber qué hacer. No le puedo decir, ¿verdad? No creo que me diga nada malo por hacerlo, pero Eric sigue siendo su amigo y un líder... Era más fácil prepararme para sus burlas; porque es eso lo que creí que recibiría de ella. ¡No esto!
Becca me mira con preocupación, poniendo una de sus manos sobre mi muñeca queriendo llamar mi atención.
— ¿Qué sucedió? —me pregunta — ¿Alguien te hizo algo? Dime y te prometo que lo encontraré y...
-¡No! —grito, un poco más alto de lo que hubiera querido. Alzo la cabeza y le regalo una sonrisa tranquilizadora — No pasó nada. No te preocupes. En serio, es mejor dejarlo olvidado.
No es como si ese beso vaya a repetirse de todas las formas. ¿Verdad?
Becca me mira con duda, sin creerme del todo.
Volvemos a centrarnos en nuestras comidas. La comida no es tan diferente a como era en mi mundo, tiene ciertos sabores artificiales de vez en cuando, pero es de esperarse teniendo en cuenta la situación actual. Osadía tiene una gran variedad de elecciones para elegir qué comer: dulce, salado, picante o lo que sea, ellos lo tienen. Si no mal recuerdo, es una de las tres facciones que tienen este privilegio. Las otras dos son Erudición y Verdad. Cordialidad usa todo lo que ellos mismos cosechan y Abnegación lo que sea que sobre del resto.
Estoy por terminar mi segunda tostada cuando Becca vuelve a hablar.
—La idea que tuviste anoche fue bastante impresionante —me dice con sonrisilla —. Nunca me imaginé que serías buena en estrategias de batalla.
—No lo soy. Yo solo di la idea, Eric se encargó de todo el resto prácticamente.
—Si, pero si no fuera por eso, porque le plantaste cara, lo más probable es que hubiéramos perdido. ¿Te das cuenta de esa verdad?
Claro que lo hago, leí y vi cómo hubiera terminado el plan de Eric si permitia que se llevara a cabo. Por eso tuve que interferir.
—Mis chicos no dejaban de hablar de ti y de cómo te plantaste a responderle al líder —continúa hablando Becca —. Y debo admitir que yo también estaba algo sorprendida cuando lo vi. Aunque no debería sorprenderme... Tú también hiciste eso en la fiesta, ¿no?
Un rubor aparece en mis mejillas, incrementando la sonrisa de Becca.
— ¿Es por eso que estabas enojada conmigo? —me dice —Por qué no te detuve?
— Deberías haberme detenido de hacer muchas cosas esa noche —mascullo.
Becca tira la cabeza hacia atrás y se ríe. Tiene lágrimas en los ojos cuando vuelve a mirarme.
—Para nada —niega —. Creo que le plantes cara a Eric continuamente es genial. Les hace bien a ambos. Tú lo bajas de su nube de omnipotencia y él te permite liberar toda esa ira internalizada que tienes.
—Yo no tengo ira internalizada —frunzo las cejas.
—Si lo tienes. Crees que no, pero sí. Siempre tranquila, pero te enojas rápido cuando alguien se estás burla de ti y tus amigos. Respondes con comentarios agresivos pasivos y no puedes evitar ponerte sentimental cuando respondes con más fuerza de la que querías, y empiezas a culparte por ello. ¿Alguien te molestaba cuando eras pequeña y nadie hizo nada para evitarlo?
Me quedé en silencio.
De pequeña era molestada en la primaria, se reían y ponían en mi contra para evitar que alguien hablara conmigo. Nadie hizo nada. Mi padre estaba superando la partida de mi madre y los profesores eran unos imbéciles (en su mayoría), y se unían para hacerme la vida imposible. No pensé que esto pudiera causar algún problema en mi a largo plazo, pero, ahora que lo recuerdo: una vez pensé en tirar a una maestra por las escaleras. Ella me había dicho que yo no servía para nada más que crear problemas luego de verso obligado a llamar a mi padre para que me buscara ya que me sentía mal y tenía fiebre. Tenía nueve años y recuerdo haber apretado con fuerza mis puños, al punto en que mis uñas se clavaron en las palmas de mis manos y se quedaron marcadas, para no tener que largarme a llorar o hacer lo que mi mente deseaba.
Esas palabras se quedaron marcadas en mi cabeza hasta el día de hoy. “No sirves para nada más que para molestar, con razón tu madre los dejos” una y otra vez a lo largo de los años, me repetía esas palabras en mi cabeza y yo no hacía nada más que darle la razón al no contribuir para ayudar a mi padre oa mí misma.
Mis ojos se llenan de lágrimas. Debí haber hecho más. Debí haber ayudado a mi padre; Yo no era la única que había estado sufriendo, pero solo ahora me doy cuenta de eso.
Mi padre, mi pobre padre con sus dulces y cansados ojos celestes que me sonreían cada vez que llegaba a la casa luego de una larga jornada laboral para verme desperdiciar mi vida acostada en una cama sin hacer nada. Quien me compraba fresas cada vez que podía, incluso cuando sabía que superaban nuestro presupuesto ya él no les gustaban. Que salía en la madrugada corriendo a comprar toallas femeninas y pastillas cuando me despertaba con la menstruación e increíblemente fuertes cólicos que me hacían sollozar de arriba abajo.
Mi padre, que fue abandonado por el amor de su vida y se tuvo que conformar con una niña malcriada que no le dirigió ni más de dos palabras o le sonreía.
Las lágrimas empiezan a caer por mi rostro y tengo que taparme la boca para que un sollozo no salga de ella.
—Oh, Cass —dice Becca, con mirada de tristeza en sus ojos al verme. Se levanta de su asiento y rodea la mesa para pasar un brazo alrededor de mis hombros y abrazarme.
—Sácame de aquí, por favor —le pido en medio de un sollozo al ver que estábamos empezando a llamar la atención.
Becca me cubre con su cuerpo mientras salimos de la cafetería y me lleva de vuelta hacia el dormitorio. Mantengo la cabeza baja, no quiero que nadie me vea llorar.
Cuando llegamos, mis amigos aún estaban ahí. Christina se está lavando los dientes en el baño y Tris y Will le esperan mientras hablan de algo sentados en la cama de la primera. Al vernos llegar, detuvo todo lo que están haciendo.
—Cass —me llama Will cuando nota mi estado. Se levanta de un salto de su lugar y corre para envolverme con sus brazos —. ¿Qué sucede? ¿Te duele algo? ¿Alguien te dijo algo? —me pregunta con preocupación al oído.
Niego con la cabeza y entierro mi rostro en su pecho sin dejar de llorar. No puedo dejar de culparme por haber sido tan mala hija y los recuerdos de todo lo que hice mal se reprodujeron en mi cabeza, la lista es larga y parece infinita.
Christina y Tris también llegan a mi lado e intentan consolarme como pueden también. Christina se apoya en el costado de mi izquierda, susurrándome palabras de aliento y me acaricia el cabello; No parece recordar que se supone que estaba enojada conmigo. Tris no me dice o pregunta nada, pero puedo sentir el suave tacto de su palma subiendo y bajando por mi espalda.
Mis amigos le preguntan a Becca que fue lo que sucedió y ella niega diciendo que no sabe, qué estábamos hablando bien sobre la noche anterior antes de que empezara a llorar.
—Cass, tienes que decirnos qué sucede —me pide Will.
—Si — está de acuerdo Christina —, estamos preocupados por ti.
Me aparte de Will y este me suelta con una mirada de angustia en el rostro. Me aparta unos mechones del rostro con su mano y seca con las yemas de sus dedos algunas lágrimas que siguen cayendo desde mis ojos.
—Es solo que... —un hipido hace que me detenga. Me paso la mano por el rostro, y Christina aprieta su agarre en mi cintura —Extraño a mi papá.
La confesión deja a todos helados. Ninguno dice nada durante unos largos segundos hasta que vuelvo a soltar otro sollozo y entre los cuatro se reúnen y me aplastan en un abrazo que me deja sin aliento.
—Oh, Cass, lo siento tanto —me dice Christina, enterrando su cara en mi cabello.
Niego con la cabeza. No es su culpa que yo haya sido una mierda como hija.
—No tienes que preocuparte, en unos días podrás verlo —me asegura Becca.
—Estoy segura de que él estará igual de feliz de verte —me dice Tris con sinceridad.
Will es el único que no dice nada. Se mantiene apretando sus brazos a mi alrededor con un agarre de hierro, casi como si temiera que me fuera a desmoronar frente a sus pies si no lo hace.
Nos separamos del abrazo y miro a Tris con una sonrisa triste y cansada.
—Eso no va a poder ser —le digo —. Mi padre está muerto.
Becca no quería dejarme ir cuando tuvimos que partir al entrenamiento. Seguía preocupada, sin importar cuanto le dijera que ya estaba bien. Will tuvo que asegurarle que me estaría vigilando, y Christina prácticamente gritó que no se separaría de mi lado, para que se pudiera marchar.
Mis amigos siguen preocupados por mí y, como prometieron, mantienen un ojo de águila sobre mí en todo momento. Tris está callado, lo ha estado desde mi abrupta revelación; No había esperado que le dijera que lloraba por mi padre muerto. Creo que se está cuestionando a sí misma como reaccionaría ella si estuviera en mi situación. Su familia está viva aún, a solo facciones de distancia, y puede visitarlos de vez en cuando.
Yo no tengo esa suerte. Las únicas dos familias que tengo hijo Jeanine en ese mundo y mi padre en otro, ambos tan lejos pero tan cerca al mismo tiempo.
Cuando entro en la sala de entrenamiento, veo un enorme blanco en un extremo de la sala y, al lado de la puerta, una mesa cubierta de cuchillos. No necesito pensar mucho para saber lo que vamos a hacer, o para recordar la escena que se va a desarrollar.
Eric está en el centro del cuarto, hay una sonrisa triunfadora en su rostro, la misma que lleva desde la noche anterior y no ha desaparecido desde entonces. Nos ve entrar y su sonrisa empieza a deteriorarse cuando nota la sobrecarga y rojez de mis ojos por haber llorado.
Aparto la mirada de él y bajo de nuevo la cabeza, manteniendo los ojos en el suelo, para evitar que pueda seguir viéndome. Estoy seguro de que me considerará alguien débil en cuanto se entere de la razón de mi llanto.
—Mañana será el último día de la primera etapa —dice Eric, sin moverse de su posición —. Entonces volveréis a luchar. Hoy aprenderéis a apuntar. Que todo el mundo elija tres cuchillos —ordena, con una voz más profunda de lo normal—. Y prestad atención a la demostración que os hará Cuatro de la técnica correcta para lanzarlos.
Doy un paso hacia delante, para buscar mis cuchillos, pero el grito de Eric me dé tiene:
—¡Sí!
El resto, que no se había movido hasta su grito, lo hace. Salen corriendo y me pasan por al lado, me tomo un segundo para seguirlos. Llego a la mesa y tomo mis puñales. Son ligeros y algo difícil de sujetar, creo que prefiero las pistolas.
Observa mi reflejo en la parte afilada del cuchillo y confirma que mi extraño está comenzando a desaparecer y que mis ojos ya ni parecen que hayan llorado hace unos minutos. La magia del agua fría.
Cuatro se pone en posición en medio de la sala y nos enseña a lanzar un cuchillo a nuestro blanco. Igual que las anteriores veces, absorbo su postura y la manera en que la utiliza para disparar. Acierta cada disparo en el blanco y suelta el aire cuando suelta el punal.
—¡En fila! —ordena Eric.
Sus gritos están empezando a hacerme sentir cada vez más nervioso, sobre todo porque parece que su malhumor empezó en cuanto entre en la habitación. Troto un poco hasta ponerme en una de las esquinas, ya que me da miedo tener a alguien disparando de los dos lados.
Eric da vueltas detrás de nosotros, demasiado rápido.
Sostengo uno de los cuchillos e intento calcular en mi cabeza cuánta fuerza y rapidez debo emplear paro poder lanzarlo. Cuatro lo hizo parecer fácil, como siempre que hace alguna demostración de algo, pero se por experiencia que no lo es.
Noto que uno de los cuchillos es más pesado en la empuñadura que en la cuchilla. Recuerdo haber leído en un libro de fantasía que uno debía lanzar primero la parte más pesada para lograr más precisión, así que pienso intentar eso. Miro al blanco e intento medir que tan lejos está. Creo que es corto, no nos separa más de seis metros.
Preparo mi postura: apoyo todo mi peso en mi pierna dominante y pongo mi pierna secundaria frente a mí. Levanto el brazo que voy a utilizar para disparar, dejándolo perpendicular al suelo, y doblo el codo llevando el chuchillo hasta la altura de mi cabeza, manteniéndolo a una distancia considerable para con cortarme en el proceso. Diviso mi blanco, inhala aire y suelta el aire.
Disparo.
Mi brazo se sacude hacia delante, transfiero mi peso de la pierna dominante a la secundaria creando impulso. Dejo que mi cuchillo se deslice por sí solo y este venta disparado en la dirección en que había apuntado.
El cuchillo pega en el blanco, pero cae sin fuerza al piso.
Haz una mueca. Me acaricio la muñeca, el movimiento abrupto hizo que me sonara.
Saco otro cuchillo e intento volver a hacerlo. Una mano me detiene antes de que pueda lanzarla.
—La estas agarrando mal —me dice la voz de Eric al oído, sin soltar mi muñeca.
Yo sobresalto. Eric nunca ayuda en nuestro entrenamiento, solo se queja y nos insulta.
—Debes agarrarlo como si estuviera sosteniendo un martillo —continúa diciéndome. Yo mira—. ¿Alguna vez sostuviste un martillo?
—Claro que sí —me suelto de su agarre y cambio la forma de sostener mi cuchillo a como él me dijo que lo hiciera.
En mi otra vida iba a una escuela técnica, donde nos enseñan variedad de cosas para que tengamos más probabilidad de obtener un trabajo al salir: electricidad, soldadura, tornería, química, farmacéutica y carpintería. A mí me gustaba la química e ir al laboratorio, aunque las configuraciones eran todo un problema para mí. Al resto las odiaba.
Eric me observa agarrar firme pero delicadamente el cuchillo y asiente.
—Tu postura al lanzar tampoco es buena —me dice. Señala hacia el blanco —. ¿Vez la distancia entre eso y tú? Es de rango medio, no corto como tu debes de creer. No dobles tanto tu muñeca al lanzar.
—Y ¿cómo se cuándo es de rango corto, medio o largo? —pregunto con curiosidad.
Eric se gira para quedar de frente a mí, yo no rompo mi postura y mi hombro queda a centímetros de su pecho.
—Si la distancia es menor de 5 metros, es corta; entre 5 y 15 metros, medios; y si supera los 15 metros, larga —me explica el.
Asiento con la cabeza. Alzo la cabeza para mirarlo.
—No creo que nunca logre dispararle a alguien a 15 metros de distancia —le digo con una sonrisa de lado.
—No, seguramente no—alza un hombro, como si lo que acabara de decir fuera obvio para él.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Y tú sí podrías? —alzo una ceja.
—Por supuesto —me sonríe con arrogancia.
—Mientras Cuatro sea el objetivo —murmuro.
Eric no lo niega.
Vuelvo a mi objetivo y lanza mi segundo cuchillo, siguiendo los consejos de Eric. El cuchillo vuela y va a parar en la parte más baja del blanco. Me giro hacia Eric y le sonrío, él asiente con la cabeza.
No presto atención a los murmullos a mi alrededor y mantengo mi enfoque en mejorar al lanzar. Mis cuchillos van subiendo de altura al clavarse en la tabla mediante le voy agarrando el truco.
Eric no se mantiene todo el tiempo a mi lado, caminando detrás de los otros iniciados también. No obstante, sé que me sigue observándome de vez en cuando porque puedo sentir su mirada calentandome la nuca cada vez que lo hace.
Media hora más tarde, cuando terminamos de lanzar, nos acercamos a la tabla a recoger nuestras armas. Eric vuelve a plantarse a mi lado, cada vez que lo hace va ganando un centímetro que acorta la distancia que separa nuestros cuerpos de tocarse.
—Has llorado —me dice Eric entonces de repente. Habla por lo bajo, solo para que yo lo escuche, pero aún así no puedo evitar mirar a mi alrededor para ver si alguien más lo hizo. Will a mi lado continúa lanzando sin inmutarse del líder que tengo prácticamente pegado a mi espalda —. ¿Por qué?
Su aliento cálido y mentolado pega con mi nunca y me genera un estremecimiento. Giro un poco el rostro para ver de reojo, tienen sus ojos fijos en mí.
—Nada —le digo.
Eric se ríe sin ganas por lo bajo, sonando con un villano de una película cliché que se esconde entre las sombras.
—Tu no lloras por nada — declara. Puedo sentir su pecho subir y bajar con cada respiración en mi espalda, lo que hace que la mía se agita y me obliga a contar para calmarla y respirar como una persona normal —. Lloras por tus amigos o porque algo te asusta. Tus amigos están bien y no pareces tener un problema con ellos. Así que..., ¿Quién te lastimó?
El cuchillo que sostengo se desliza entre mis dedos al escuchar el casi gruñido con que hizo la última pregunta. En un rápido movimiento, Eric lo agarra antes de que caiga al suelo y vuelve a asegurarlo en mi mano, rodeándola con la suya más grande.
Dejo atrás mi postura y me doy media vuelta.
—Ya te dije que no es nada —le digo, mirándolo directo a la cara con la expresión más dura que tengo. Eric me devuelve la mirada y no retrocede, en cualquier caso, me mira con más fijeza —. No es de tu incumbencia —le suelto luego de unos segundos, sin poder seguir soportando su abrumadora presencia tan cerca de mí.
—Cassandra... —dice mi nombre en un tono bajo y grave. Me doy cuenta de que está empezando a enojarse por la forma en que sus hombros se tensan y sus puños se cierran. Se inclina hacia mí para decirme algo más pero un fuerte ruido lo interrumpe.
A unos metros de nosotros, Al acaba de lanzar uno de sus cuchillos y este terminó rebotando en el suelo, provocando un ruido estruendoso. No ha logrado darle al blanco en ningún momento, por la forma en que su tabla se ve impecable y el resto de sus cuchillos están también desperdigados en el suelo, alrededor del recién caído.
Nos quedamos mirando. La siguiente vez que lo intenta y falla, Eric se acerca a él y pregunta:
— ¿Cómo se puede ser tan lento, veraz? ¿Es que necesitas gafas? ¿Tengo que acercarte más al blanco?
Al se pone rojo, lanza otro cuchillo y, esta vez, vuela casi un metro a la derecha de la tabla, da un par de vueltas y golpea la pared.
— ¿Qué ha sido eso, iniciado? —pregunta Eric en voz baja, acercándose más a Al.
Siento pena por Al; Eric está descargando su ira en él por mi culpa.
—Se... se me ha resbalado —responde Al.
—Bueno, pues deberías ir a por él —dice Eric, y mira a los demás iniciados, que han dejado de lanzar, para añadir —: ¿Os he dicho que paréis?
Los cuchillos empiezan a volar sobre el blanco. Todos hemos visto a Eric enfadado antes, pero esto es distinto, la expresión de su cara es muy similar a la de un perro rabioso.
— ¿Qué vaya a por él? —pregunta Al abriendo muchos los ojos — Pero todo el mundo está lanzando...
—¿Y?
—Y no quiero que me den.
—Ten por seguro que tus compañeros iniciados tienen mejor puntería que tú —responde Eric embozando una sonrisita, aunque su mirada sigue siendo cruel —. Ve a por tu cuchillo.
Al no suele objetar a lo que nos ordenan en Osadía. No porque le de miedo, sino porque sabe que quejarse no sirve de nada. Esta vez, el chico aprieta la mandíbula ancha; ha llegado al límite de su docilidad.
-No.
—¿Por qué no? —pregunta Eric, con los ojos clavados en el rostro de Al — ¿Tienes miedo?
—¿De qué me apuñalen? ¡Claro que sí!
Su error es la sinceridad. A lo mejor, de otro modo, Eric hubiera aceptado la negativa.
—¡Parad todos! —grita Eric.
Los cuchillos se localizaron y también las conversaciones. Meto mi cuchillo en uno de los bolsillos de mi pantalón y me cruzo de brazos, disgustada.
—Salid del círculo —dice Eric, y mira a Al —. Todos menos tú.
Hago lo que nos pide y sigo a los demás iniciados al lateral de la sala. Sigo con los brazos cruzados mientras observa desde la primera fila el enfrentamiento de Al y Eric. La simpatía me revuelve el estómago, se lo que es enfrentarse a la ira de Eric, pero al no parece tener la suerte que tengo yo de nunca ser castigada al responderle.
—Ponte de pie delante del blanco —dice el líder.
Las grandes manos de Al tiemblan mientras retroceden hacia el blanco.
—Oye, Cuatro —dice Eric, mirando hacia atrás —, échame una mano, ¿eh?
Cuatro se rasca una ceja con la punta de un cuchillo y se acerca a Eric. Tiene círculos oscuros bajo los ojos y los labios tensos.
—Vas a quedarte ahí mientras él te lanza cuchillo —le dice Eric a Al —, hasta que aprendas a no acobardarte.
—De verdad tengo que hacerlo? —pregunta Cuatro; Suena como si estuviera aburrido, aunque, en realidad, no lo parece: tiene tanto el cuerpo como el rostro tenso, alerta.
Trago saliva y me remuevo en mi lugar. A pesar de que Cuatro hace como si no pasara nada, la pregunta es un reto, y Cuatro no suele retar a Eric directamente.
Al principio, Eric lo mira en silencio y Cuatro le devuelve la mirada.
Pasan los segundos y sigo observando en silencio la pelea de miradas que se produce frente a nosotros.
—Aquí soy yo el que tiene la autoridad, ¿recuerdas? —dice Eric en voz tan baja que apenas lo oigo — Aquí y en todas partes.
Eric parece una garra demoledora, en cuanto alguien vuelva a apretar uno más de sus botones nos va a destruir a todos.
Cuatro se pone rojo y se vuelve hacia Al. El pobre chico parece una gelatina a punto de estallar por cómo todo su cuerpo empieza a temblar cuando el instructor lo mira a los ojos.
—Para —escucho que pide Tris desde detrás de mí.
Me giro para mirarla como si fuera tonta. Tris no se da cuenta, su mirada está demasiado enfocada en Cuatro. Nuestro instructor le echa una mirada dura por hablar.
—Cualquier idiota es capaz de ponerse delante de un blanco —añade —. No demuestra nada, salvo que nos estás acosando, y eso, según recuerdo, es una prueba de cobardía.
Alzo una ceja en su dirección. ¿En serio acaba de llamar cobarde a Eric? Esta chica pasa tanto tiempo observando a Cuatro desde la distancia que no se da cuenta que Eric es cualquier cosa menos cobarde.
Eric tiene un complejo de inferioridad que le hace ser de esa forma. Necesita demostrarse fuerte y hacer entender a todos que él tiene la mayor autoridad para que nadie intente volverse en su contra. Lo único que Eric puede llegar a temer es eso, que le quiten todo por lo que luchó al llegar a Osadía. Por eso le disgusta tanto Cuatro, cree que es el único que puede hacerlo.
No sé porque soy la única que parece darse cuenta de esto.
—Entonces debería resultarte fácil —responde Eric —. Si es que estás dispuesto a ocupar su lugar.
Tris se mete entre el grupo de iniciados y alguien le da un empujón en el hombro.
—Despídete de tu cara bonita —le dice Peter entre dientes —. Ah, no, que no la tienes.
—Cállate, Peter —le digo.
Ayudo a Tris a recuperar el equilibrio y esta me agradece con la cabeza. Se acerca a Al e intercambian puestos. Al se para junto al resto de los iniciados mientras Tris ocupa su lugar delante del blanco. La cabeza ni siquiera le llega al centro de la liana.
El ambiente está tenso y nadie parece respirar con tranquilidad mientras esperamos a que Cuatro disparen sus cuchillos.
Tris levanta la barbilla y no se acobarda.
—Si te echas atrás —dice Cuatro lentamente, con cuidado —, Al ocupara tu sitio, ¿entendido?
Ella asiente con la cabeza. Lo mira a los ojos cuando él echa el codo atrás y lanza el cuchillo. No es más que un relámpago en el aire hasta que se escucha un golpe: el puñal se ha clavado en la tabla, a quince centímetros de su mejilla. Cierra los ojos.
—¿Has tenido suficiente, estirada? —pregunta Cuatro.
Tris sacude la cabeza.
-No.
—Pues abre los ojos —responde Cuatro, dándose con el dedo en el espacio entre las cejas.
Tris se le vuelve a quedar mirando y aprieta las manos contra los costados, le tiemblan ligeramente. Cuatro se pasa el cuchillo de la mano izquierda a la derecha. El segundo puñal da en el blanco, sobre su cabeza.
—Vamos, estirada —dice Cuatro —, deja que otra persona te sustituya.
Miró hacia Eric. Está mirando la escena con una máscara de indiferencia, pero noto que la actitud de Cuatro lo está volviendo a hacer enojar.
—¡Cállate, Cuatro! —le grita Tris.
No me interesa ver dónde cae el último punal; ya sé dónde. Se escucha el ruido de otro cuchillo golpeando la tabla. Mantengo mis ojos sobre Eric, que sonríe con crueldad al ver que, si no mal recuerdo, Cuatro hirió a Tris en la oreja.
—Me encantaría quedarme a ver si los demás sois tan atrevidos como ella —dice Eric con voz suave —, pero creo que ya es suficiente por hoy.
Luego le pone una mano a Tris sobre el hombro y se lo aprieta. Le dice algo en voz baja que no logro escuchar.
Una llama de celos al ver su toque sobre ella empieza a crecer dentro de mí. Entrecierro un poco los ojos y aprieto la mandíbula. Me doy vuelta y empiezo a salir del lugar sin mirar dos veces detrás de mí.
Christina y Will intentan seguirme, aun sin olvidar su promesa a Becca, pero logro sacármelos de encima cuando anuncio que voy a ir a buscar la ropa que deje en la casa de la pelirroja antes de la fiesta. Le lanzo la llave del baño a Christina, diciéndole que volverá tan rápido como pueda y que no la pierda antes de seguir mi camino.
No tenía planeado ir en un principio a su casa, ni siquiera me acordaba de la ropa que había dejado, pero necesitaba alejarme de Eric y el resto para poder intentar encontrarle un sentido a estos nuevos sentimientos que tenía, así que me dirijo ahí de todas las formas.
Atravieso el complejo de Osadía dirigiéndome hacia el sector de los departamentos, que está en el lado contrario a donde se encuentran los iniciados.
Los departamentos son como cualquier otro que podrías ver, están pegados unos al lado del otro y tienen la privacidad suficiente como para que uno pueda hacer lo que quiera dentro de ellos sin que otros se enteren. Estos son datos dependiendo de tu nivel jerárquico y tu importancia en la facción.
Becca vive en el cuarto nivel antes de llegar al punto máximo del edificio, donde los líderes se dividen estos tres últimos para vivir cómodamente.
Uno pensaría que, debido a la altura, estaría aterrada de subir el elevador hacia el departamento de Becca y, lo cierto, es que lo estoy. Me aterra el elevador, porque cuelga solo de un largo hilo de metal grueso que permite que suba y baje. Pero no me da miedo subir en sí hasta el departamento. Los pasillos no tienen ventanas, son todos departamentos tras departamentos, así que mi cerebro no es consciente del todo de la altura en la que estoy.
Aprieto la tecla para llamar al elevador y espero. Cuando llega, me subo a él y cierra los ojos. Esto me permite pensar que el elevador va a subir más de prisa y me tranquiliza un poco. También me hace pensar que, si el elevador se llega a romper y caer, al menos no tendré que verlo, solo ser consciente de ello.
Las puertas del elevador se cierran y luego se vuelven a abrir luego de unos instantes. Abro los ojos confundida y me encuentro con la enorme presencia de Eric parado frente a mí, impidiendo que el elevador se vuelva a cerrar.
—¿A dónde crees que vas, princesa? —me pregunta.
Da un paso hacia adentro y me obliga a retroceder hasta que choco contra la pared de metal del elevador. Las puertas se cierran detrás de él. Mi mente está tan nublada por su presencia que no soy consciente de la manera en que acaba de llamarme.
Eric mira hacia el tablero con los niveles del edificio y luego me vuelve a mirar. El elevador empieza a ascender.
—¿Estabas en casa de Becca?
— ¿Qué haces aquí? —las palabras salen por mi boca antes de que pueda evitarlo.
Me observa con una sonrisa socarrona. Mi evidente nerviosismo le divierte.
—Tú qué crees? Yo vivo en este edificio.
Me maldigo por ser tan estúpida. Era obvio, ¿qué estaba pensando?: ¿Qué me siguió luego de ver que me puse celosa cuando toco a otra que no fuera yo? ¡Sí, claro! Eric no se daría cuenta de algo así, y mucho menos de mi parte.
Él me sigue observando y yo rehuyó su mirada, pegándome más a la pared e implorando porque el elevador termine de recorrer su trayectoria. No puedo cerrar los ojos porque eso me impediría saber dónde o qué estará haciendo si lo hago, lo cual hace que mi corazón comience a correr aún más rápido si es posible.
—No respondiste a mi pregunta —me dice.
— ¿Cuál de todas ellas? —intento sonreír, pero me sale más como una mueca.
Eric apoya su brazo entre el espacio de mi hombro y mi cabeza. Se inclina hasta quedar a mi altura. Sus hermosos ojos parecen mirar a través de mi cuando me repite la pregunta.
—¿Quién te hizo llorar?
Suelto un suspiro tembloroso y bajo la vista hacia mis manos, que tengo frente a mí, listas para defenderme si hace algo.
—Ya te dije que nadie —le recuerdo en un susurro.
Nuestras narices casi se tocan cuando vuelve a acercarse más a mí.
—Y yo ya te dije que no te creo una mierda. O me dices quien te hizo llorar o lo descubriré por mi propia cuenta, y tú sabes que eso no va a terminar bien para la otra parte.
—Mira —pongo mis manos sobre su pecho. Intento emplear fuerza para empujarlo, pero esto no tiene resultado. Eric es como una pared de hierro puro, no lo voy a poder mover por más que lo intento —, si creo que solo porque nos besamos una vez eso te da derecho a...
Eric rompe nuestra distancia y estrella sus labios contra los míos. Me besa con fuerza y hambre, como si hubiera estado queriendo hacerlo desde hace un tiempo. Recorre cada parte de mi cavidad bucal con su lengua y me agarra de la cintura con la mano que tiene libre para impedirme escapar.
A mí no me queda otra que corresponde... quiero decir, podría retroceder o algo, pero ¿Por qué haría eso? He querido volver a besarlo también desde que ganamos captura a la bandera y no pude hacerlo por todas las personas que nos rodeaban.
Mis labios se mueven en sintonía sobre los suyos y nuestras lenguas pelean por el control; Atrás quedó la inexperiencia que solía tener. Me paro sobre la punta de mis pies para poder mejorar nuestra posición y paso uno de mis brazos por detrás de su nuca para impedir que se aparte de mi en el procedimiento. Mi otra mano se posa sobre su mejilla, su piel suave pero puntiaguda por una barba de unos pocos días.
Eric deja de apoyarse en el elevador y la mano que tenía en mi cintura pasa a rodearme por completo mientras la otra la pasa por mi cabello. Me acaricia con una ternura que hace que prácticamente me derrita en sus brazos. Él sonríe un poco en medio del beso al notarlo.
El elevador llega al piso donde está el departamento de Becca y nos vemos obligados a separarnos cuando escuchamos como las puertas se abren.
—Dime quien te hizo llorar —me pide. La ira ha desaparecido de su voz. Está a centímetros de mi boca y me acaricia el rostro con una de sus manos.
Sigue tan empeñado en saber eso que hasta empieza a darme risa. Sonrío.
—¿Por qué te importa? —le digo.
—Creí que ya lo había dejado en claro.
Mi sonrisa crece. Sus ojos bajan a mis labios, que deben de estar rojos e hinchados.
—No, no lo hiciste.
Eric presiona otro botón en el tablero y las puertas del elevador empiezan a cerrarse.
Luego vuelve a besarme, haciendo con una convicción que me deja en claro que no va a dejar irme hasta que responda a su pregunta.
Notes:
Cuéntenme que les pareció 😉
Chapter 10: Capítulo 10
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El departamento de Eric es amplio y lujoso, me doy cuenta de eso en cuanto entramos. Está a oscuras al principio y no veo nada, pero en cuanto detecta nuestra presencia una luz se enciende en la sala. Tiene un enorme ventanal que permite la entrada de luz natural y ofrece una vista panorámica de la ciudad atravesando la mitad del lado derecho del departamento. Los pisos son de madera negra y bien pulida, al punto en que podemos ver nuestra silueta reflejada en ellos.
La decoración es simple pero moderna. El salón principal es espacioso, con un sofá en tonos neutros y una mesa de centro de cristal. Una estantería de madera alberga una colección de libros y objetos decorativos, dando a entender que no dejó su lado Erudito de todo en el pasado. Por el rabillo del ojo veo una cocina, de estilo abierto, equipada con electrodomésticos de acero inoxidable y encimeras de granito. Hay una isla central con taburetes altos. Y, el comedor, contiguo a la cocina, cuenta con una mesa de madera maciza y sillas tapizadas con tela suave.
Hay dos puertas más en el lugar, que deben de llevar a su habitación y al baño, pero que no puedo observar en este momento ya que Eric continúa besándome mientras me lleva a través del departamento hacia la sala.
Eric se deja caer sobre el sofá y me arrastra de la cintura para que me suba sobre él. Suelto una risita y me dejo ser. Él aprovecha ese momento para pasar a dejar besos sobre mi cuello y clavículas.
La sensación me hace soltar un suspiro de satisfacción, que lo hace apretar sus manos desde donde me sostiene: la parte superior de mi trasero. Eric aun no me ha tocado más allá de lo superficial, cosa que me alegra, porque todavía no estoy lista para pasar a algo más que simples besos.
Nunca había besado a alguien hasta hace dos noches, tener sexo todavía me parece algo lejano.
Nos seguimos besando y manoseando hasta que la luz que entra por la ventana empieza a menguar de a poco. Los pocos segundos que pasamos entre beso y beso para recuperar el aliento los utilizo para apreciar su hermoso rostro, y él hace lo mismo conmigo.
—¿Realmente quieres saber por qué llore esta mañana? —le pregunto cuando nos detenemos. Sigo sentada sobre su regazo, con mis brazos sobre sus hombros, mientras él juguetea con un mechón de mi cabello.
—Ya te dije: si no me lo dices tú, iré a golpear a alguien hasta que me lo diga —me responde.
Sonrío con ternura. Quizás su manera de expresarlo no sea la mejor, pero entiendo que se preocupa por mí. Me recuesto contra él y apoyo mi cabeza sobre su hombro.
—No es nada de lo que tengas que preocuparte.
—¿Quién dice que estoy preocupado? —él salta a la defensiva.
No me inmuto. Le acaricio la fuerte mandíbula con un dedo.
—Estaba triste porque extraño a mi papá —confieso.
Eso lo deja callado, igual a como sucedió cuando se lo dije a mis amigos.
—¿Por qué? —me pregunta entonces, como si no tuviera sentido que alguien extrañe a sus padres — Tus padres llevan muertos desde hace casi diez años.
Me estremezco ante la forma cruda en que lo dice. Puede ser que Aurora haya perdido a sus padres hace diez años, pero yo perdí a mi verdadero padre hace menos de una semana, sin aviso previo ni nada.
Eric me mira.
—Cassandra —me llama cuando me quedo callada.
—Simplemente lo hago —respondo, encogiéndome ligeramente de hombros —. Hubo un tiempo en que mis padres y yo solíamos ser inseparables, era muy feliz en esos días. Supongo que extraño eso.
—¿Ser feliz?
—No —niego —. Tener a alguien que cuide de mí y me quiera incondicionalmente.
Nos volvemos a quedar en silenció. Eric acaricia mi espalda con lentitud y dulzura. No espero de él ningún tipo de consuelo, pero es dulce de su parte escucharme.
—Ni siquiera recuerdo sus rostros —continúo hablando —. A veces sueño con ellos, me hablan y sus rostros cambian cada vez.
Eso es lo que sucede cuando sueño con mi madre biológica. Se fue hace tanto tiempo que ya ni recuerdo su rostro, el hecho de que me reuse a ver sus fotos desde que nos abandonó no lo hace mejor. No la recuerdo, pero sé que se parecía a mí. Eso debió ser otro puñal en el corazón de mi padre.
He soñado dos veces más sobre la anterior vida de Aurora y lo poco que me han podido transmitir es el amor que Jeanine tiene por mí y la forma en que sus padres siempre peleaban. El padre de Aurora la quería, o la apreciaba como mucho, siempre quería lo mejor para ella. Es una lástima que haya muerto, Aurora no merecía crecer sin él.
—¿Por qué no buscas en la red? —indaga Eric — Tu familia es famosa al ser parientes de la líder de Erudición, debe de haber cientos de fotos de ellos ahí.
—Porque si lo hago, entonces se volverá realidad —confieso con voz débil —. Si miro una foto de ellos y realmente no los reconozco, entonces pasaron más tiempo muertos que conmigo aquí.
Es la misma razón de porque yo tampoco nunca busqué una foto de mi madre.
—Bueno —dice, su voz suena titubeante, como si no supiera cómo continuar —, al menos tuviste a tu tía. Parece quererte mucho.
—¿Tu como sabes eso? —me aparto de su hombro, mirándolo con una ceja alzada —¿Me has estado investigando, Eric?
Él pone los ojos en blanco, y es tan raro verlo hacer eso que empiezo a partirme de la risa. Eric mantiene sus manos en mi cintura con fuerza, evitando que me caiga al inclinarme hacia atrás al reír.
—Era de Erudición antes de venir aquí —me dice.
—Lo sé —sonrío con diversión, dejando de reírme y mirándolo.
Es su turno de alzar una ceja.
—¿Quién es el que investiga a quien ahora? —me pregunta con una sonrisa burlona.
—Culpable, pero, en mi defensa, eres muy misterioso —le guiño un ojo —. Y es muy fácil sacarle información a Becca.
Hecho a mi amiga a los tiburones y esto lo hace soltar una risita profunda que retumba desde su pecho a las palmas de mis manos, que tengo sobre él.
—Qué hay de ti —empiezo a decir, queriendo saber más de él —, ¿te llevabas bien con tus padres?
La diversión desaparece abruptamente de su rostro, convirtiéndose en uno más lúgubre. Me doy cuenta de que no fue buena idea preguntarle por eso.
—No los he visto desde que cambié de facción —contesta luego de lo que parece una eternidad. Mira a través del ventanal, ha empezado a anochecer y me sorprendo con cuanto tiempo ha pasado sin que me diera cuenta. Los labios de Eric eran demasiado atrayentes para darme cuenta de otra cosa. Me pregunto si no tendrá alguna cosa de líder más importante que hacer —. Y espero que se quede así. No nos llevábamos bien.
—Humh —hago un sonido de entender con mi garganta —. ¿Eran unos imbéciles?
Uno de los lados de la boca de Eric se extiende en una media sonrisa.
—Los peores.
Ellos deben de ser la razón por la que él es así. No lo digo, pero lo pienso.
—Qué bueno que te hayas ido, entonces. Aquí pareces uno mismo con el ambiente.
—¿Eso crees? —vuelve a mirarme. Sus ojos parecen vulnerables cuando busca mi confirmación, hasta que vuelve a cubrirlos con frialdad de nuevo cuando se da cuenta.
Asiento con la cabeza.
—Junto con toda la apariencia sexy —bajo mis manos sobre su pecho trabajado. Juro que podría lavar mi ropa con la cantidad de abdominales que tiene.
—Sexy, ¿eh? —repite con una sonrisilla.
Se acomoda en el sofá y parece listo para lanzarse sobre mí de nuevo.
—¿Dije sexy? —inclino la cabeza, aparentando confusión y vergüenza — Lo siento, quise decir...
Me cubre la boca con una mano antes de que pueda soltar una excusa.
—No digas ninguna palabra estúpida que suene parecida a sexy, no creo soportarlo en este momento —me dice, sin quitar su mano de mi boca.
Quita su mano luego de un momento de suspenso.
—Bien —le digo —, no se me ocurría ninguna de todas formas.
Me río y salgo de su regajo. Eric intenta atraparme y devolverme a donde estaba, pero me escapo. Corro hasta su cocina y la miro con asombro. Solo he visto cocinas tan bonitas en revistas o por la televisión.
—Así que aquí es donde te esconden todas las mañanas y noches, privándonos de tu presencia —comento, caminando por el lugar.
Escucho otra risita viniendo desde la sala.
Sin poder evitar la chispa de curiosidad que me entra, empiezo a fisgonear entre los cajones y puertas que hay en la alacena y debajo de la encimera. Miro con sorpresa la enorme cantidad de utensilios de cocina y comida que encuentro. Estoy a punto de abrir la heladera cuando los fuertes brazos de Eric me rodean el cuerpo y me detienen.
—¿Qué estás haciendo? —me pregunta con dejo de diversión al oído.
—Fisgoneando —confieso, intentando soltarme para llegar a la heladera —. Tu cocina es increíble.
—Increíble es que te sorprenda —me dice Eric —. Teniendo en cuenta que creciste rodeada de lujos.
No en mi anterior vida. Apenas llegábamos a fin de mes con el sueldo de mi padre y nunca pude recibir muchos regalos costosos o irme de viaje como el resto de las familias podían.
—Eso no quiere decir que no pueda apreciar una buena cocina cuando la veo —respondo con simpleza.
Eric me deja ir y corro para abrir la heladera. Suelto un gritito cuando veo lo que hay dentro. Eric contempla el interior por sobre mis hombros también con las cejas fruncidas, como si se preguntara a sí mismo si olvidó un cuerpo descuartizado sin darse cuenta.
Agarro lo que llama mi atención y me giro para ponerlas frente a su rostro.
—¡Tienes fresas! —chillo como una niña emocionada por un nuevo juguete — ¡Yo adoro las fresas!
Eric resopla y niega con la cabeza, tal que mi emoción no le parece justificada.
Nos sentamos en la isla sobre los taburetes para comer las fresas. Eric come lentamente mientras que yo prácticamente aspiró una detrás de otra. Él no es tan fan como yo de ellas.
—¿Todos los departamentos de los líderes son así? —le pregunto cuando el silencio empieza a envolvernos. No es incómodo, pero yo sigo queriendo saber más y más de él.
—Algunos —Eric se encoge de hombros —. Yo hice remodelar el mío en cuanto lo obtuve.
—Ah, entonces si tienes un trasero mimado.
Mi sonrisa llega a mis ojos.
Eric aparta la mirada de mi rostro al verme, parece divertido. Creo que hoy lo he visto oficialmente más tiempo de esta forma que enojado como el resto de los días. Me hace sentir.... Bien. Me gusta ver a Eric así: feliz y sonriendo sin maldad.
—Tú tienes el trasero mimado —me dice, y me rio —. ¿Cómo era dónde vivías con tu tía?
Dejo el tenedor con el que había estado comiendo y me agarro el rostro de forma pensativa.
Por los recuerdos que tengo de Aurora…
—Grande, espacioso e increíblemente vacío —le digo —. No pasaba mucho tiempo ahí.
—¿Y qué hacías entonces? —Eric me pregunta con curiosidad, también dejando a un lado su cubierto. Cruza los brazos sobre la encimera de la isla, dejando a la vista sus enormes músculos.
Frunzo el ceño. La mayoría de los recuerdos que tengo de Aurora son de la escuela, pasando tiempo con Peter o con mi tía en esa sala de cristal, momentos antes de que vuelvan a pincharme con algo en el cuello y me obliguen a despertar (del recuerdo que aparece como sueño).
—Pasaba tiempo con Peter —digo mirándolo a los ojos —. Ya sabes, mi compañero de iniciación...
—Se quien es —me detiene con una mirada —. ¿Peter no era de Verdad?
—Si, pero, privilegio de ser sobrina de una líder —sonrío con arrogancia fingida —, podía hacer amiga de quien quisiera. Incluido alguien de otra facción.
Hablar con Peter es una de las cuantas cosas que aún tengo pendientes. Planeaba hacerlo luego de capturar a la bandera, pero él y sus amigos desaparecieron rápidamente de mi radar en medio de la celebración así que no pude hacerlo. Luego, cuando volví a la habitación, me parecía una conversación muy privada como para hacerlo en donde todos pudieran escucharnos. Y luego, a la mañana siguiente, él siguió ignorándome. Hoy ni siquiera me respondió o miro cuando lo mande a callar luego de que hiciera tropezar a Tris.
A este punto creo que nunca podremos resolver nuestro problema. Y me pone triste porque Aurora y él tenían una relación muy hermosa. Eran prácticamente hermanos inseparables, él solía protegerla ante todos.
—¿Están peleados? —me pregunta Eric — Por la forma en que te mira e intenta antagonizarte, sin lograrlo, parece estar enojado contigo.
—Yo también lo creo —asiento —. Sasha me dijo que cree que Peter es así conmigo porque yo no le dije que iba a cambiar de facción.
—Nadie puede decirle a otro el resultado de su examen.
—Lo sé, pero Peter y yo solíamos contarnos todo. Realmente todo —hago énfasis con mis manos.
—¿Como esos amigos mayores que solías tener en la secundaria que te prestaban su ropa?
Lo miro con la boca abierta. No tengo ningún recuerdo sobre otro amigo de la secundaria que no sea Peter, pero, por la forma en que este confirmó la existencia de estos, me hace pensar que si los tuve. Aunque espero que no sean esas clases de amigos. Sería muy vergonzoso encontrarlos y que volvieran a intentar algo sin yo saber siquiera sus nombres.
—Bueno, bueno —digo con solemnidad, cruzando mis brazos sobre la encimera y copiando su postura —. Hoy nos levantamos muy preguntones, ¿no, Eric? ¿Qué tal si cambiamos de lugar? Ahora soy yo la que te hace preguntas.
—Dispara —me dice sin ningún tipo de temor.
—Bien, entonces... —pienso. Miro a mi alrededor buscando algo de que preguntarle. Una idea aparece en mi cabeza —¿Dónde aprendiste a cocinar?
—¿Qué te hace creer que se cocinar?
—Porque tienen la cocina llena de ingredientes y elementos de cocina, cosa que alguien que no sabe cocinar no tendría. Así que, al menos que tengas a alguien que te cocine todos los días escondido en algún cajón, responde a mi pregunta.
—Becca me enseñó —concede el al ver que no me iba a rendir hasta obtener una respuesta.
—Déjame adivinar —lo señalo —: ¿A ti también te recogió como a un perrito de la calle?
Ambos nos reímos.
Notes:
Cuéntenme que les está pareciendo! 🤗
Chapter 11: Capítulo 11
Chapter Text
—¿Qué mierda fue eso? —les pregunto a Christina y Will, luego de ver la pelea de Tris con Molly.
La pelea había empezado bien, como cualquier otra. Molly se lanzaba sobre ella y Tris se defendía. Hasta que empezó a tornarse... mucho más violenta y personal. Cuatro tuvo que arrastrar a Tris fuera de la arena porque no dejaba de darle patadas como un perro rabioso a la cabeza de Molly.
Mis amigos están igual de perplejos que yo.
—¿Sucedió algo esta mañana? — nos pregunta Will.
Christina y yo nos miramos. Luego de mi momento el otro día, su enojo desapareció, aunque sigo notando a veces alguna que otra tensión sobre ella cada vez que hablo, río o estoy cerca de Will. Se lo que debe de estar pensando, y planeo hablar con ella más tarde.
—Dijo que todo estaba bien en el desayuno— le dice Christina.
—¿A dónde fue, por cierto? — pregunto ahora yo con sincera curiosidad.
Al despertar, Will, Christina y yo nos fuimos a la cafetería para tomar nuestro desayuno y Tris se quedó en la habitación, asegurando que nos seguiría dentro de unos minutos. Cuando la volvimos a ver me di cuenta de que estaba agitada, molesta y con los ojos llorosos. Christina le preguntó si todo estaba bien, y ella aseguro que lo estaba, pero yo no le creí mucho.
Ahora me doy cuenta de que debimos preguntarle más.
—Fue a tomar una ducha.
Me giro para mirarla.
—¿Y por qué no me pidió la llave?
—Dijo que no quería molestarte —ella se encoge de hombros —. Tenemos horarios por algo. Además, no había nadie; no había nada de qué preocuparse.
Observo a Tris salir de la sala de entrenamientos aun con la respiración agitada con preocupación. Está claramente molesta por algo, y ese algo es producto de lo que sea que Molly le hizo esta mañana.
—¿Crees que le hicieron algo? —me pregunta Will.
Me relamo los labios.
—No lo sé —respondo.
Hoy me tocó pelear contra Myra y fue tan fácil como suena. Llevamos casi una semana completa aquí, pero la chica parece no mejorar nunca. Sus golpes son débiles, mal dirigidos y retrocede asustada cada vez que intento devolverlos. La deje inconsciente luego de unos cuantos golpes.
No entiendo por qué se cambió a Osadía si va a temer cada mínima cosa que le digan que haga. Espero que su relación con Edward sea tan buena como lo hacen parecer, porque como para cambiarse a una facción que no te gusta por él y que no lo sea, me daría vergüenza.
Una relación que está pareciendo buena y siéndolo al mismo tiempo con seguridad es la mía con Eric.
Desde que nos besamos ayer y me llevó a su departamento pudimos pasar algo de tiempo juntos y descubrí cosas nuevas sobre él que no sabía. Como por ejemplo: su color favorito es el rojo sangre, no por la sangre en sí, sino porque le parece un color muy pasional y tiene cientos de camisas con ese color que no usa casi nunca por ninguna razón; su bebida favorita es un licuado de banana y mango y adora comer tarta de chocolate; tiene un hermano menor por seis años que no ve desde que se cambió de facción pero con el que habla a veces por cartas (el único medio que sus padres no interfieren para que puedan hablar) y parece estimarlo bastante; y, por lo que él mismo me contó, su apariencia cambió mucho desde que llegó a Osadía: antes era más delgado y debilucho y no le importaba tanto su apariencia, dejándose el cabello muy largo y utilizando ropa que no era a su medida.
Por supuesto, aún es muy pronto como para llamarlo “relación”, por ahora estamos tonteando (así es como lo llamo en mi cabeza): hablamos y nos besamos mucho. Tampoco puedo decir que llegará a algo más, él está muy ocupado con su puesto de líder después de todo y yo tengo que terminar mi iniciación, sin agregar que en términos reales esto no nos permitiría salir oficialmente hasta que me convierta en una osada verdadera (puesto que algunos pueden creer que Eric me ayudo), pero... si me gustaría.
Eric es diferente a como creí que sería. Puede hablar, bromear, reír y sonreír como una persona normal, sin ningún tipo de maldad de por medio, y eso es algo que yo en un inicio no creía posible. Le gusta escucharme, hacerme preguntas y creo que, sí lo conozco un poco más, podré descubrir que también es una persona muy protectora con sus allegados.
Y eso es algo que yo anhelo hacer. Me gusta verlo sonreír y reír, verlo devolverme las bromas sin ofenderse o temer que yo lo haga.
Eric nos manda a dar unas vueltas, anunciando que luego haremos una serie de ejercicios para fortalecer más los músculos. Detenemos nuestra conversación, quedando de acuerdo en preguntarle a Tris cuando vuelva que sucedió, y nos ponemos en marcha.
Paso trotando a un lado de Eric y mi mano baja de improvisto para rozar la suya en un movimiento rápido y casi imperceptible. Mis labios tiemblan en una sonrisa disimulada cuando él me devuelve el gesto.
Eric no pierde ninguna oportunidad para tocarme en el resto del entrenamiento, manifestando querer ayudarme a lograr un mejor resultado mis los ejercicios. Contengo mi risa al ver las caras escandalizadas de mis amigos y Cuatro al verlo pararse detrás de mí para ayudarme a estirar.
—Eso fue aterrador —me dice Christina cuando salimos del entrenamiento, quitándose el sudor de la frente con el dorso de la mano y mirándome con miedo —. Por un segundo creí que no saldrías viva de ahí dentro.
Alzo las cejas.
—¿Por qué lo dices? —le pregunto.
Caminamos por el pasillo en conjunto camino a nuestro turno para poder bañarnos. Tris volvió media hora después de salir siendo arrastrada por Cuatro y nos acompaña junto a Will y Al. El resto de mis compañeros nos siguen por detrás, igual de exhaustos que nosotros.
Hago girar la cadena de mi llave en mi dedo y Tris mira el movimiento como si la ofendiera con solo hacerlo.
—¿Bromeas? —me dice Will con la voz acelerada aun del cansancio — ¿No viste como te miraba?
—Parecía a punto de devorarte —me dice Al con las cejas fruncidas, entre preocupado y disgustado.
Suelto una risita. Es divertido que se dieran cuenta de eso. No debieron ver como lo mire yo cuando entré a la sala y lo vi con esa camisa roja ajustada, que prácticamente le suplique que debía usar la noche anterior antes de irme, y marcándole todos y cada uno de sus abdominales. Tuve que recordarme a mí misma cerrar la boca y no empezar a babear todo el suelo por lo bien que le quedaba.
—Exageran —les digo con un movimiento de mano restándole importancia.
—No lo hacemos —me dice Tris, sorprendiéndome al notar el tono enojado en su voz —. Desde el primer momento Eric te ha tenido en su mira, deberías de tener cuidado.
—No soy a la única que tiene en la mira —le recuerdo, mirándola directo a los ojos.
Ella frunce las cejas y esquiva mi mirada.
Seguimos caminando en un silencio tenso hasta la habitación.
—¿Son tu y Eric amigos? —me pregunta Al de repente antes de llegar.
—No —digo, girándose un poco hacia atrás para mirarlo —. ¿Por qué lo preguntas?
Eric y yo no somos amigos, al menos no del todo. Somos dos personas normales que se están conociendo y que se besan y tocan de vez en cuando. Nada más.
Hasta yo me doy cuenta de lo mal que suena.
Al se encoge de hombros.
—Te presta más atención que a nosotros —me dice —. Y esa vez que intentaste ayudar a Christina no recibiste ningún castigo como el resto de nosotros. Sin olvidar que te eligió para que seas de su equipo en captura a la bandera.
Mis amigos le dan la razón con la cabeza, pareciendo pensativos ahora que se dan cuenta de lo que Al dijo.
—Edward me contó también que le plantaste cara a Eric a la hora de elegir el plan y que él aceptó cambiarlo para seguir tu idea —me dice Will, frunciendo el ceño.
Empiezo a sonrojarme. Me había olvidado completamente de que Edward había estado conmigo en captura la bandera, es tan callado y sigiloso que me es imposible mantenerle la pista en todo momento.
—Supongo que le gusto yo más que ustedes —intento bromear con una sonrisa.
—Eso es asqueroso —me dice Tris con una mueca.
Al llegar a la habitación los chicos se detienen fuera de la puerta para esperar a su turno y yo dejo pasar a todas las chicas antes de cerrarla con llave, sin quitar la llave por temor a que alguien intente abrirla con la llave de Peter si la saco.
Cada una se desnuda por separado e intentamos no mirarnos entre nosotras. La primera vez había sido muy incómodo, pero con el paso del tiempo y viéndonos obligadas a hacernos compañía mutuamente todos los días decidimos que todas éramos mujeres y no teníamos nada de qué avergonzarnos. Ocupo una ducha y giro la manija para dejar que el agua empiece a caer frente a mí.
Poco tiempo después salgo y vuelvo a cambiarme. No me pongo nada extravagante: unos pantalones largos a la medida y una remera mangas cortas a juego de color negro. Tengo que esperar a que el resto de mis compañeras terminen así que me recuesto en mi cama pensando que puedo hacer ahora que tengo el tiempo libre.
No hay muchas opciones: Becca está ocupada con los otros iniciados, las chicas se van a quedar a descansar, Will y Al van a salir juntos para tener una “reunión de hombres” (nos burlamos de ellos en cuanto lo dijeron), el resto de mi grupo está ocupado en lo suyo y no sé dónde puedo encontrar a ninguno de los amigos de Becca, como para matar el tiempo.
Podría ir a la casa de Eric. Una sonrisa empieza a crecer en mi rostro en cuanto pienso en reunirme con él. El único problema que encuentro ante esta idea es que no se si va a estar trabajando o donde estará; debería de haberle preguntado al terminar el entrenamiento.
Suelto un suspiro y me paro de mi cama al ver que las chicas ya terminaron. Camino hasta la puerta y la abro para dejar pasar a los chicos. Estos están desparramados en el suelo compartiendo el silencio más incómodo que he presenciado en mi vida.
Miro a Will en busca de una explicación, pero no la necesito. Veo a Eric hablando con un hombre que desconozco a unos tres metros de distancia de nosotros; los chicos no se atreven ni a mirar en su dirección.
—La puerta al nuevo mundo ha sido abierta, pueden entrar —digo teatralmente dando un paso a un lado y señalando la entrada de la habitación.
Will y Al se paran de un brinco y entran en el cuarto, el primero de ellos dejando una caricia en mi cabello al pasar por mi lado. Edward me regala un asentimiento silencioso con la cabeza y los sigue. Los últimos son Peter y Drew, ninguno se atreve a mirarme a la cara por alguna razón.
Me encojo de hombros. Me resulta raro que de repente me ignoren, pero tampoco es que me sorprenda.
Me despido de mis amigas y salgo caminando por el pasillo. Eric y yo compartimos una mirada de reojo cuando paso por su lado. Me regala un movimiento sutil de cabeza cuando capta mi indirecta.
Recorre la misma trayectoria que había hecho el día anterior hacia la casa de Becca con un objetivo diferente en la cabeza esta vez. Suelto una risita cuando llego al sector de los departamentos y diviso el sonido de pisadas aproximándose rápidamente a mí.
Me encierro en el ascensor, y espero.
Las puertas se abren revelando al hombre más hermoso en el mundo a mis ojos. Ya no hay aura de intimidación como la primera vez que sucedió, ahora es todo lo contrario.
—¿Vas a visitar a Becca? —me pregunta Eric con un ligero tono de diversión mientras se para a mi lado con los brazos cruzados.
Observamos la puerta cerrarse. Me tenso por el sentimiento de subida y me agarro como puedo al elevador.
—No —le digo sin voltearme a mirarlo —. Voy a visitar a mi líder favorito.
—Humh —él dice, noto cierta satisfacción en este pequeño gesto.
—Max —sentencio. Eric se gira a mirarme a una velocidad que me sorprende que no se haya roto el cuello. Mis labios tiemblan al ver la confusión en sus ojos —. Él es mi líder favorito, ya sabes, hay un no sé qué en el que me gusta.
Los labios de Eric también empiezan a temblar.
—Un no sé qué —repite con diversión. Se acomoda para mirarme de lado —. Creí que no te gustaban los hombres tan mayores.
—Nunca dije que no me gustaban. Solo dije que prefería que no lo fueran.
Le guiño un ojo. Eric resopla y mira a la pantalla donde dice en qué piso estamos en este momento.
—Recuerdo que dijiste que preferías que fueran uno o dos años mayores —da un paso más cerca de mi —. ¿Es eso cierto?
—Puede ser —no le concedo mi mirada, eso es lo que él quiere.
—¿Estás segura de que Max es tu favorito? —me susurra al oído, inclinándose hacia mí. El sonido y su aliento caliente sobre mi cuello hace que se me ponga la piel de gallina — Cabe la casualidad de que entre tú y yo solo nos llevamos dos años.
—Una verdadera casualidad — asiento.
Las puertas del elevador se abren y Eric sale primero. Lo sigo de cerca por detrás.
Él se toma su tiempo para abrir la puerta de su departamento, pero, en cuanto lo hace, me arrastra de la cintura hacia adentro.
Mi espalda choca con la madera dura de la puerta con violencia y suelto un quejido que queda amortiguado cuando los labios de Eric se posan sobre los míos.
Empezamos un baile de anhelo mutuo en el que los protagonistas son nuestros labios. Mis manos suben por su cuerpo hasta llegar a su cabello, donde atino a dar una pequeña jalado como amonestación por casi haberme lastimado; él suelta un gemido y se ríe un poco, como si entendiera a qué se debe y le divirtiera. Me deja caricias en la cintura y la espalda en los lugares donde me golpee para enmendarlo.
Nos separamos luego de unos minutos.
—Está bien —le digo con la respiración agitada y sin quitar mis manos de encima de él; Eric tampoco lo hace —, puede ser que Max no sea mi líder favorito.
Eric tira su cabeza hacia atrás y suelta una larga y profunda carcajada.
Me deleito al verlo reírse con tanta libertad, significa mucho para mí que lo haga en mi presencia.
Nos sentamos juntos en el sofá y empezamos a hablar de nuestro día. Eric me cuenta de unas reuniones que tendrá más a la noche con el resto de líderes debido a la segunda fase de la iniciación, que me aclara no puede contarme (aunque no le pregunte; ya que lo sé) y yo le cuento sobre como mis amigos notaron la extraña nueva actitud que él tuvo conmigo en el entrenamiento.
Se parte de la risa cuando le describo todas y cada una de las expresiones de espanto de mis amigos.
—Tienes que ser más sutil —propino un golpe con el dorso de mi mano a su pecho, que parece no hacerle nada —. Lo de ayudarme a estirar fue demasiado.
Me río al volver a recordarlo. Eric sonríe con triunfo.
—Tú empezaste —me señala —. No prendas la llama si luego no sabes cómo apagar el incendio.
Ruedo los ojos.
Suelto una exclamación cuando recuerdo algo. Me giro hacia Eric, que está mirando su portátil.
—Eric —llamo su nombre con voz cantarina.
Él no me devuelve la mirada, está demasiado absorto en lo que sea que ve en la pantalla. Hago una mueca, medio puchero, y decido intentar con otra técnica para llamar su atención.
Me levanto de mi lugar y me paro frente a él. Mi mero movimiento ya llama su atención y quita la mirada de la pantalla para mirarme con el ceño fruncido. Pongo una pierna a cada lado de su cuerpo y me subo a su regazo. Eric deja a un lado su portátil para poder sujetarme de la cintura; le gusta mucho tocarme en ese lugar en especial.
—Eric —vuelvo a llamarlo, dejando castos besos sobre su rostro. Eric cierra los ojos y se deja mimar; suelta un sonido dando a entender que me está escuchando —, ¿no crees que Tris estaba rara hoy?
—Rara —repite con duda, sin abrir aún los ojos —. No, no lo creo.
—Eso es porque seguro no le prestaste atención.
—¿Preferirías que me la pase todo el tiempo mirándola a ella en su lugar?
Se que lo dice para molestarme, y me enoja aún más que lo logre. Detengo mi movimiento.
—Sabes que no —él suelta una risita burlona al notar el tono de mi voz —. Pero, vamos, tienes que haber notado que estaba extraña.
—Yo solo hago mi trabajo —me dice sin ganas, abriendo los ojos —. Si la chica se puso las pilas y se dio cuenta de que estaba por ser expulsada, bien por ella. A mí no me importa.
—Digámoslo de esta forma —pongo mis manos sobre sus hombros cuando noto que está por volver a buscar su portátil cuando este suena —: Si yo estuviera peleando con una chica que, junto con sus amigos, nunca pierde un momento para molestarme y de repente me vuelvo increíblemente violenta al punto de machacarla en una pelea incluso aunque ella estuviera inconsciente -luego de que toda mi vida me enseñaran a no demostrar emociones, ser amable y considerados con los demás- y que mi instructor tuviera que arrastrarme lejos de ella para detenerme, ¿Cómo reaccionarias? ¿No crees que mi actitud sería un poco extraña? ¿No te molestarías en descubrir que me puso así?
Eric frunce el ceño, pensativo. Hace un gesto con la cabeza, comprendiendo.
—Estás preocupada por tu amiga —me dice. Me regala una sonrisilla —. Eso es tierno.
Golpeo su hombro con mi puño. Él no se inmuta, si es posible, sonríe con más fuerza.
—Lo digo enserio. Quiero saber que le paso — me quejo —. Tris no nos quiere decir nada, lo cual me hace preocupar más porque quiere decir que es peor de lo que creemos como para callarse lo sucedido, no contarle a nadie y luego reaccionar de esa forma en la pelea.
—¿Y qué quieres que haga al respecto? —me pregunta Eric sin comprender.
Sonrío, llegamos a la parte que había estado esperando. Eric se da cuenta y entrecierra un poco los ojos, habiéndose dado cuenta de que lo lleve a donde quería.
—Eres un líder, tienes permiso a todo lo que sucede en este lugar —le digo. Me acerco más a él, poniendo mi trasero sobre su parte viril, lo que lo hace soltar un quejido y mirarme con los ojos llameantes de deseo. Paso mis brazos sobre sus hombros y le rodeo el cuello, atrayéndolo más cerca de mi rostro. Mis pechos (que son de tamaño considerado) se pegan al suyo —. ¿Puedes hacerme un favor y buscar en las cámaras para saber qué sucedió?
Al ver la duda en sus ojos, me muevo un poco sobre su regazo. Sus manos grandes y fuertes se aprietan en mi cintura, cada vez bajando más y más sobre mi trasero.
Paso una mano sobre su rostro con dulzura y puedo ver como sus ojos grises empiezan a dilatarse mientras su mirada no se aparta de mí.
—Por favor, Eric —le pido al oído, dejando besos húmedos sobre su oreja y continuando hacia abajo: a su cuello, clavículas y hombros.
—Cassandra —gruñe Eric y me obliga a moverme un poco más sobre él.
Mi respiración empieza a entrecortarse mediante la situación va incrementando y estoy por perder el hilo de mis pensamientos (y plan), volviéndome de a poco igual de excitada que Eric.
—Por favor —vuelvo a pedir.
Eric se rinde y alza su portátil, buscando rápidamente en él hasta que encuentra lo que le pido y me lo pasa.
Observo las siluetas de la pantalla moverse mientras al mismo tiempo siento los labios de Eric besándome el cuerpo de la misma forma en que yo lo había hecho antes.
En la habitación no hay cámaras, pero puedo ver en un costado de la pantalla el día y la hora, es hoy justo luego de que dejáramos a Tris atrás. Me veo a mí misma riendo con Christina mientras nos burlamos de Will y Al sobre su “reunión de hombres” y luego desaparecemos de la pantalla, camino a la cafetería. Luego veo a Tris mirar a su alrededor y cerrar la puerta con cuidado. Pasan diez minutos hasta que pasa algo más.
Me empieza a hervir la sangre cuando veo a Peter y a su grupo de matones entrar en la habitación, empujando las puertas cerradas con sonrisas idénticas de maldad en el rostro. Unos instantes más tarde, Tris sale corriendo con el cabello mojado y la ropa apretada contra su cuerpo, aun desnuda.
—¡Hijos de puta! —grito con furia.
Eric se aparta de mí y me mira con confusión, pregunta qué sucede, que vi, pero yo no respondo. Me levanto de su regazo, ignorando su gemido de protesta y sus manos intentando atraerme de nuevo.
—Tengo que irme —le digo, sin darle tiempo para decir algo.
Dejo a un lado su portátil y salgo de su departamento hecha una furia.
No me hace falta ver lo que pasó en esos escasos minutos en los que ellos entraron y Tris salió corriendo para entenderlo.
Ella se estaba bañando y ellos se aprovecharon de ella en ese momento de vulnerabilidad, estando sola y desprotegida. La avergonzaron, la acosaron sexualmente.
El momento de calor compartido con Eric desaparece de mi cuerpo, reemplazandolo por algo mucho más violento.
Esto no se va a quedar así.
Los encuentro en la habitación, riendo y divirtiéndose como si no hubieran casi arruinado la vida de una chica hace unas horas. Cruzo las puertas y sé que no debo de tener buen aspecto porque inmediatamente los tres se levantan de sus camas y me miran, adoptando una posición defensiva.
Entrecierro los ojos y me dirijo hacia ellos. Llego primero a Molly. Somos de la misma estatura, pero ella no es capaz de ver mi ataque llegar. Apunto a su estómago y golpeo mi puño con toda mi fuerza en él. Ella suelta todo el aire de su pecho con una gran exhalación entrecortada, se inclina hacia adelante, agarrándose la parte golpeada. Entonces, ahora en una posición debilitada, la agarro de la parte trasera de su cabeza y entierro mis dedos entre sus cabellos; tiro y empiezo a arrastrarla hacia la puerta.
Molly se queja, casi sollozando, e intenta librarse de mí pero mi agarre es de acero y no lo logra. Drew logra salir de su estupor y corre a mí gruñendo al ver el maltrato que le infrinjo a su amiga.
Suelto a Molly al llegar fuera de la habitación y aplasto mi pie en su espalda, haciéndola caer de cara al suelo. Ella se queja y se sostiene el rostro, no se levanta. Una mano me agarra del hombro y me giro para mirar a Drew, que impulsa su brazo hacia atrás con el puño cerrado en dirección a mi rostro.
No parpadeo, me muevo a una velocidad que me sorprende a mí misma. Esquivo su golpe y le devuelvo uno mismo cuando mi movimiento lo desconcierta. Él vuelve a intentarlo y yo aprovecho ese momento para interceptar su golpe a medio camino; tomo su muñeca y le hago una llave que lo hace gritar y agarrarse el brazo con dolor. Aprieto mi agarre y, con fuerza, lo lanzo a un lado de su amiga. Ambos me miran con miedo desde el suelo.
Saco la llave de la habitación de uno de los bolsillos de mi pantalón y cierro la puerta con tal fuerza que el sonido rebota en las paredes del lugar.
El silencio es tenso y frío cuando me giro hacia Peter, que está estático mirándome desde su lugar con los puños cerrados. Vio lo que le hice a sus amigos, pero no hizo nada para defenderlos. Él buscaba esto, quería mi atención. Bien, ahora la tiene.
Mi respiración está acelerada de la rabia, y noto que mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas al notar la forma en que Peter me mira. Veo su anhelo, el alivio y cariño en sus ojos color chocolate al mirarme, escondidos detrás de una máscara de frialdad y crueldad.
Peter solía ser mi amigo. Él solía ser el dulce chico que me esperaba todos los días fuera de la escuela para que pudiéramos entrar juntos. El que solía pelear con otros para poder sentarse a mi lado y tener mi atención en todo momento. El que sabía todos mis gustos: películas, series, libros, colores, comida, música; todo. Él era el que me hacía feliz, el que me hacía sonreír y reír cuando me creía insuficiente. Él era el que solía consolarme cada vez que me daba cuenta de que alguien se me acercaba por mi estatus, él era el que me defendía de esas personas.
Él era mi mejor amigo, mi hermano de otra madre.
Y lo amaba. Lo amaba profundamente.
Desde que llegué a este mundo, estuve luchando por saber quién era Aurora, pero lo cierto es que nunca lo necesité. Aurora es yo y yo soy Aurora. Los recuerdos sobre su vida y los sentimientos que albergaba por sus conocidos están conmigo, no todos, pero algunos lo están. Me han empezado a afectar, y por eso me duele ver en lo que Peter se ha convertido.
Se que no voy a poder reemplazar el lugar que Aurora dejó para Peter, no sé si puedo ser la amiga que él tanto anhela, pero, que me parta un rayo: ¡Quiero intentarlo!
Peter era especial para Aurora, y no puedo dejar morir eso así no más. Sobre todo, porque no puedo decirle a él que su amiga, su verdadera amiga, ya no está en este cuerpo y que jamás pudo despedirse antes de perderla, y que jamás la tendrá de vuelta.
—¿Por qué? —le pregunto a Peter.
Peter me mira, entrecierra los ojos y se cruza de brazos.
—Oh, ¿así que ahora soy digno de tu atención? —me dice, empleando una sonrisa sarcástica. Sus ojos siguen tristes.
—Basta, Peter. No me importa que creas, quiero que respondas a una única pregunta: ¿Por qué?
Me acerco un paso a él. Mis puños se aprietan a mis costados con tal fuerza que empiezan a dolerme las uñas al enterrarlas en las palmas de mis manos.
—¿No te importa? —repite incrédulo Peter. Se descruza de brazos y da unas largas zancadas hasta quedar frente a mi — ¡¿Y porque debería de importarme una mierda a mi lo que tú quieres, entonces?! ¡No eres mi líder! ¡No eres nadie aquí! Solo eres otra iniciada más —me sonríe, soltando un resoplido — ¿Eso te molesta no? Ya no poder comandar a otros. No poder decirles a todos que hacer, decir o sentir. Te molesta haber perdido toda la autoridad que creías tener en la secundaria, pero déjame decirte algo: ya no estamos en la secundaria y toda la autoridad que tenías era a causa de tu tía. A nadie le importabas realmente tu.
Me da la espalda luego de haber soltado sus palabras como un gruñido. Sus palabras no me afectan, nada de lo que dijo es lo que realmente me importa.
—¿Qué hay de ti? —Peter se detiene — ¿No te importaba a ti? ¿Eras también uno de esos chicos interesados que venía a mi para llegar a mi tía?... ¿Era todo una ilusión? —mi voz se entrecorta. Mis ojos están llenos de lágrimas que me rehusó a dejar salir —¿Era todo una mentira? Porque a mí no me pareció. Para mi todo fue real. Para mí, Peter Hayes, ese chico que conocí en sexto grado y tiró de mi coleta para llamar mi atención, era mi amigo. Mi amigo más cercano y querido, el que solía hacerme feliz con su mera presencia. El que me hacía sentir suficiente rodeaba de gente que siempre me pedía ser más y más.
>> ¿Fueron las noches de películas mentiras? ¿El ir a mi casa tarareando nuestra canción favorita? ¿Nuestras bromas internas que solo nosotros dos conocemos? ¿Nuestros secretos?
>>Mírame a la cara y dime que todo eso fue una mentira, Peter. Vamos, mírame y hazlo. Te reto.
Peter se gira para mirarme, una mueca cruza su rostro y de sus mejillas caen lágrimas. Ambos nos miramos a los ojos y eso parece un consuelo para el otro, nos estamos aferrando al último lazo de nuestra amistad y ambos parecemos a punto de derrumbarnos si es que se llega a cortar.
—¿Qué quieres, Aurora? —me pregunta en un susurro — ¿Qué más quieres de mí?
—Quiero que respondas a mi pregunta.
Peter suelta una risita sin emoción, se restriega el antebrazo con el rostro para limpiarse las lágrimas.
—Ya sabes la respuesta —me dice, sin descubrirse el rostro —. No, nada de eso fue una mentira.
Me planto frente a él, pongo mi mano sobre su brazo para permitirme mirarlo.
—Entonces, ¿Por qué? ¿Por qué te has convertido en.… esto? ¿A dónde fue mi Peter?
—Quedó en el edificio de la Elección cuando decidiste traicionarme —dice con dolor. Aparta mi agarre de un movimiento y retrocede lejos de mí.
—¿Traicionarte? —lo miro confundida. Recuerdo lo que me dijo Sasha — Peter, yo no te traicione... yo... —suelto un suspiro —Mira, es complicado. No lo entenderías.
—Pues, explícame para que lo entienda. Empieza por lo primero —él ofrece —¿Por qué no me contaste que querías venir a Osadía?
—Creí que te enojarías — me excuso.
—¿Enojarme? —Peter suena ofendido — Tu sabias que yo quería venir aquí, te lo dije. Pero estaba bien con dejar este sueño atrás para poder ir a Erudición contigo. Me prepare por meses, Aurora, ¡Meses! Para estar contigo, para poder estar a tu lado y no tener una facción completa que nos separe a los dos —toma unas respiraciones para intentar calmarse —. Cuando te vi subir a ese podio y hacer tu elección, yo ya estaba mentalmente preparado para verte volver con tu tía. Pero luego escuché que elegiste Osadía, y creí que, por una vez, decidiste hacer algo por mí. Que lo hiciste por mí. Ahora sé que estaba equivocado. Mi poca ilusión y felicidad quedó destruida en pedazos cuando empezaste a hacer como si nunca me conociste y a ignorarme, haciendo nuevos amigos y dejándome atrás y olvidado.
>>Dices que nuestra amistad fue verdadera, pero a mí no me lo parece. Te devuelvo la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué me hiciste eso?
Mis labios tiemblan cuando abro la boca para decir algo.
—No quería venir aquí —confieso. Los ojos de Peter se abren con sorpresa ante la revelación —. Nunca quise venir a Osadía, mi tía me obligó. Y, cuando me seguiste, estaba triste pensando que te arrastre conmigo aquí —empiezo a sollozar —. Quería que tuvieras una mejor vida sin mí en Osadía, así no podría arrastrarte con mis fracasos. Pero, luego empezó a gustarme y tú te convertiste en un imbécil conmigo. Así que no pude intentar arreglarlo.
Mis palabras tienen ciertas verdades y mentiras. Mentiras, porque son excusas que yo le digo, pero que siento, y que creo que Aurora le diría si estuviera en mi lugar. Verdades, porque es cierto que vine a Osadía por pedido de Jeanine.
Luego de que empezaran mis sueños, descubrí que la voz que me habló el primer día, y sentenció mi elección en la Elección, era la de ella. Sigo sin saber qué es lo que ella hacía conmigo, ya que no creo que ni la propia Aurora lo supiera, pero se al menos que ella me quiere, y que mi venida aquí debe de tener una razón para ella.
—¿A qué te refieres con que no querías venir aquí? —Peter me pregunta, su voz más suave y frunciendo el entrecejo con confusión.
—Obtuve Erudición en mi prueba de Selección —le digo —. No se supone que se lo digamos a nadie, pero mi tía se enteró. No sé cuál es su plan, pero ella me mandó aquí. Quise decirte, Peter, cientos de veces, quise decírtelo antes de la Elección, pero no podía. Te juro que no podía.
Esto también es cierto. La otra noche tuve un recuerdo del día de la prueba, donde la que me lo tomo me decía mi resultado. Ahora también recuerdo los días de preparación que Jeanine me hizo pasar para venir a Osadía; Aurora no tenía idea de porque empezó a obligarla a hacerlo meses antes de la Elección de Facción, pero lo hizo de todas formas, para hacer feliz a su tía.
—No puedo evitar ser un imbécil —me dice Peter de repente —. Es mi única forma de defensa.
Lo miro confundida. Se que no es cierto, él sabe pelear muy bien, se lleva entrenando desde pequeño.
—Eres mi amiga, Aurora —continúa hablando, volviendo a acercarse a mí —, pero nadie más lo es. Molly y Drew solo me siguen por como finjo ser.
—Tú no los necesitas —agarro su mano —. Me tienes a mí.
—¿Y, pero si no lo hago? No quiero estar solo. He estado toda mi vida solo. Ya has visto en lo que me convierto cuando no estoy contigo; tu eres todo lo que me queda.
Lo miro con tristeza. Gracias a los recuerdos de Aurora he visto que los padres de Peter no eran los mejores. Eran negligentes: lo ignoraban, lo insultaban y lo maltrataban cada vez que podía; por eso le gustaba pasar más tiempo conmigo en las calles que en su propia casa o en la mía.
Ambos nos sentíamos solos, y nos refugiamos en la inmensidad de la ciudad para hacernos sentir mejor.
—Siempre me tendrás, Pete —le aseguro —. Pero, para que lo hagas, tienes que dejar de ser de esta forma.
Peter asiente.
—Lo haré. Solo... no me dejes.
—No lo haré —prometo.
Ambos nos inclinamos y compartimos un dulce abrazo.
Finalmente, siento como un enorme peso sale de encima de mis hombros.
—Vas a tener que disculparte con Tris sobre lo que hiciste —le digo a Peter más tarde cuando ya estamos más calmados.
Peter parece haberse tragado un limón entero al escucharme, pero acepta.
Chapter 12: Capítulo 12
Chapter Text
Suelto una risita cuando paso a un lado de Tris y Peter y veo que la primera le da un puñetazo en el rostro al otro. Peter lo esperaba, aunque cae al piso sosteniéndose la nariz, que empieza a sangrarle. Mi amigo de la infancia me envía una mirada cuando me ve y yo le sonrío de lado saliendo del lugar. La noche anterior, luego de que prácticamente lo amenazara de que si no se disculpaba con Tris nuestra amistad terminaria, decidimos que un golpe era lo de menos que se merecía.
Al parecer, Tris está de acuerdo con nosotros.
Hoy es dia de Visita y estoy cagada hasta las patas. Eric ya cumplió su parte del día de amenazarnos para no hacer avergonzar a Osadía frente a nuestras familias y luego se fue. Está enojado por cómo lo dejé el día anterior y no me ha mirado ni una vez desde entonces. Intentaría justificarme o decirle algo pero lo cierto es que mi mente está demasiado ocupada pensando en que lo más probable es que Jeanine venga a visitarme hoy.
No sé qué esperar cuando vea a Jeanine. ¿Se dará cuenta que no soy la Aurora que ella conoce o pasará lo mismo que con Peter? No lo sé. Tengo los nervios de punta y salto con cada minimo ruido que suena a mi alrededor, como si temiera que Batman saliera desde las sombras y me atrapara para destapar la verdad de quien soy a mi tia. Lo cual es absurdo.
Los recuerdos de Aurora sobre ella y Jeanine son los más nítidos que tengo, junto con los de Peter. Esto debido a que son las únicas dos fuentes de amor y felicidad que ella tenía, y yo se esto porque pude sentirlo con cada palabra o gesto que compartían.
Al igual que me pasó con Peter, mis sentimientos por Jeanine son conflictivos. Por un lado, mi corazón anhela recibir su cariño y aprobación; pero mi mente me recuerda que se supone que es una mala persona, que quiere eliminar a todos los divergentes para un fin, matando a todos los que intentan arruinar sus planes.
Me detengo en la entrada del Pozo, mordiéndome los labios sin saber qué hacer. Tengo puesto un pantalon negro señido y una remera roja que robe de Will sin que se diera cuenta esta mañana. Estoy vestida como creo que a ella le gustaría verme vestida, y me siento avergonzada de eso.
La diviso con facilidad. Esta parada en el centro del Pozo rodeada de padres e hijos de otras facciones, sonriendo y hablando de algo que se que no debe de importarle en lo más mínimo por la forma en que su cuerpo no apunta a ninguno de ellos. Esta vestida con un vestido azul oscuro liso y unos tacones negros. Su cabello está pulcramente recogido en un enorme rodete.
Me ve en cuanto doy un paso dentro del lugar. Deja de prestarle atención al resto y se aleja de ellos en dirección a mi. Se detiene a unos tres metros y me sonríe. Extiende sus brazos hacia mí, esperando.
Suelto una profunda exhalación. Los ojos de Jeanine están llenos de amor y una pequeña sonrisa decora su rostro al mirarme, algo que solo recuerdo haber visto en mi padre en mi otra vida. Corro hasta llegar a ella y envuelvo mis brazos a su alrededor. Escondo mi rostro en el espacio entre su clavícula y su cuello e inhalo ese dulce sabor a cítricos que inunda mis recuerdos y me llena de felicidad. Jeanine me devuelve el abraza con el mismo entusiasmo y sin importarle todas las miradas que estamos atrayendo.
—Mi preciosa Aurora —me dice, su voz suave y tierna. Aprieta sus brazos a mi alrededor como si no quisiera soltarme nunca —, estoy tan orgullosa de ti.
—Tia —sollozo. No me importa lo que dijo Eric en este momento, siempre he anhelado el amor de una madre, y me es embriagador recibirlo por primera vez en tanto tiempo. Ya no me importa tener que detener a Jeanine, al menos no en este momento. Ahora quiero disfrutar del poco tiempo que tengo con ella, con la persona que crió y cuidó de Aurora mejor que nadie —. Te extrañe.
Extrañe sus brazos, sus susurros de consuelo cuando tenía una pesadilla o algo me alteraba. Sus sonrisas al levantarme y prepararme el desayuno. El beso en mi frente cuando me tenía que ir a la escuela. Los días en que podíamos quedarnos nosotras solas en nuestro departamento o me llevaba con ella a su trabajo y podríamos ser nosotras mismas, sin ningún tipo de preocupación.
Todo eso lo vi en los recuerdos y, aunque no lo viví, lo extrañaba.
—Yo también te extrañe —manifiesta Jeanine, separándose de mí y acariciándome la mejilla con una mano —. No podía dejar de contar los días para volver a verte.
Sonrio. Me llena de placer escucharla decir eso.
—Yo también —titubeo al continuar —. Creí que no vendrías.
Jeanine frunce el ceño. Aparta un cabello de mi rostro.
—¿Por qué creerías algo así? —su voz suena con dolor —Sabes que te aprecio más que a nada.
Me aparto de su toque como si una palangana de agua fría me hubiera caído encima. Repito sus palabras en mi mente. Aprecio, aprecio. No quiero.
—Lo sé. Simplemente estaba confundida —me excuso. Miro a mi alrededor, no estoy muy segura de si puedo decir lo que estoy por decir. Jeanine se inclina un poco hacia mí, entendiendo —. Aún no somos completamente de Osadía, tenemos que pasar por unas pruebas antes de poder serlo. Temo no poder lograrlo.
Jeanine me mira en silencio durante unos segundos, parpadeando como un búho confundido. Luego suelta una risita, que esconde poniendo una mano sobre su boca.
—Pero eso ya lo sabíamos, ¿recuerdas, cariño? —me dice, volviendo a su estado normal de solemnidad — Por eso te hice empezar a prepararte dos meses antes.
Claro, me había olvidado. Ella está aliada con los líderes de Osadía, probablemente estos les dijeron para ayudarme. Lo que no entiendo es porque, ¿Cuál es el sentido de mandarme aquí? ¿Eric sabía que terminaría en Osadía el primer día? Y si es así, si están tan empecinados en tenerme en este lugar, ¿vale la pena esforzarme para pasar la iniciación o me harán pasar sin importar que?
Las preguntas sin resolver hacen que me duela la cabeza.
—¿Por qué estoy aquí, tía? —le pregunto. Quiero respuestas, no más incógnitas — Sabes que mi prueba dio Erudición, entonces, ¿Por qué...?
Jeanine me calla con una mirada, parece sorprendida de que la cuestione por primera vez en la vida.
—Creo que Osadía es lo mejor para ti —me dice, y suena como una verdad. La tristeza inunda sus ojos por unos segundos; no entiendo porque —. Ahora, vamos, cuéntame todo lo que hiciste estos días. ¿Hiciste nuevos amigos? ¿Peter te ha estado tratando bien, no ha peleado con nadie ya? ¿Te esta gustando este lugar?
Jeanine me bombardea con preguntas tras pregunta, las cuales no dudo en responder. Ella parece feliz de escucharme hablar y no deja de acariciar una parte de mi cuerpo: mi cabello, mi rostro, mis manos, mi espalda; parece temer que desaparezca frente a sus ojos si no lo hace. A mi me encanta, me hace sentir querida; aunque ella no lo dijera verbalmente, se que me quiere y se preocupa por mi. O por Aurora, mejor dicho.
—Ahora me llamo Cassandra —le digo en un momento, cuando terminamos de ponernos al día —. Creí que sería una buena idea: nueva facción, nueva vida.
—Entiendo —me dice ella, asintiendo con la cabeza. Le disgusta, lo noto —. Bueno, tú sabes que en Erudición siempre seguirás siendo Aurora —me sonríe. No se da cuenta que sus palabras me afectan —. Nuestra gente te extraña, Aurora, espero que sepas eso.
Nuestra gente, más bien, su gente, sus seguidores que solo me ven como su mayor trofeo al que adorar.
No quiero que me recuerden como Aurora. Yo no soy Aurora. Mi nombre es Cassandra, aunque no siempre lo fue.
Elegí mi nombre en base al mito de Cassandra, quien era una de las hijas de los reyes de la antigua ciudad de Troya. Cassandra, al igual que yo, sabía lo que le deparaba el futuro a su pueblo, pero nadie la escuchó y todo terminó en el desastre que se conoce: la destrucción de Troya. Yo quiero ser una Cassandra capaz de cambiar el final de esta historia.
—¿Qué pasa si no logro pasar la iniciativa? —le pregunto.
Jeanine entrecierra los ojos, sin entender porque la repentina pregunta.
—No tienes que temer por eso —me dice —. Sabes que todos te aceptaremos de vuelta si no lo logras.
Lo dice de una forma que me hace creer que sabe que no lo voy a lograr. Mis ojos se llenan de lágrimas. Bajo la cabeza y parpadeo para quitarmelas.
—No estarán de acuerdo —le digo, negando con la cabeza.
—¿Quién no estará de acuerdo?
—Los de Erudición.
—Ellos no son los que toman las decisiones.
Me quedo helada ante la dureza en su voz. Alzo la cabeza para mirarla, me devuelve la mirada con desafío.
Me doy cuenta de que lo dice en serio. Los de Erudición pueden extrañarme, pero si no están de acuerdo con mi vuelta luego de haber fallado la iniciación de Osadía ella los va hacer callar. No le importa si pierde su poder al hacerlo, ella va a desafiar a todos para tenerme ahí de nuevo y no dejarme pudrir en las calles.
Empiezo a cuestionarme: ¿Es realmente amor lo que veo en sus ojos... o posesividad?
Detengo mis pensamientos cuando las familias de Will, Christina y Peter llegan a nuestro lado para hablar con nosotras. La hermana mayor de Will nos saluda a mi y a Jeanine con entusiasmo, mientras que la de Christina parece dudar un poco más. Por otro lado, la familia de Peter parece igual de ausente que siempre.
Peter me mira y rueda los ojos cuando escucha la forma en que su padre empieza a decirnos lo decepcionado que está de él enfrente de todos. Su madre lo mira en silencio y le da la razón a su esposo. Jeanine intenta ayudarlo un poco, diciendo que estaba feliz que al menos yo y Peter pudiéramos estar finalmente juntos, pero el padre de mi amigo niega con la cabeza diciendo que yo siempre había sido una sanguijuela chupa sangre que lograba que todos hicieran lo que yo quisiera sin importar que.
Alzo las cejas al escucharlo. Veo a mis amigos y a Jeanine saltar a defenderme con furia. Los padres de Peter terminan huyendo unos minutos más tarde luego de eso.
—Ahora entiendo de donde sacaste lo imbécil —le dice Will a Peter.
Su hermana abre mucho los ojos, sorprendida de lo que Will dijo.
Mis dos amigos se miran a los ojos y luego empiezan a reírse a carcajadas. Christina y yo nos miramos como si les hubieran crecido dos cabezas a cada uno.
—¿Eres amiga de mi hermana? —me pregunta la hermana menor de Christina. Bajo la mirada para mirarla con una sonrisita.
—Eso espero —le guiño un ojo a Christina, que se ríe y me rodea con un brazo los hombros.
—Mi mejor amiga —me dice ella —. Su nombre es Cassandra. Saludala.
—Hola, yo me llamo Marie —me dice su hermanita.
—Bueno, hola, Marie, encantada de conocerte.
Marie me mira en silencio, un pequeño rubor creciendo en sus mejillas. Se esconde un poco detrás de su madre.
—Eres bonita —me dice con vergüenza.
Todos empiezan a reírse mientras yo me quedo con la boca abierta de la conmoción.
—Gracias —le digo luego de unos instantes. Hay un rubor también en mi rostro —. Tú también eres muy bonita.
—Lo sé —la niña dice orgullosa.
Todos vuelven a reírse y esta vez yo me les uno por el descaro que presenta la niña.
Christina divisa a Tris con su madre a la distancia y la llama para que se nos una. El semblante de mi tía cambia a disgusto completo cuando las ve acercarse a nosotros.
Cuando llegan a nosotros, luego de que una mujer los interceptara en el camino, Tris nos presenta a su madre. Yo la saludo con una sonrisa y ella parece sorprendida de que lo haga cuando me corresponde el saludo.
Jeanine no es la única disgustada. Cara, la hermana de Will, parece compartir el sentimiento.
—No puedo creerme que te relaciones con uno de ellos, Will —le dice Cara a su hermano.
La madre de Tris aprieta los labios, pero no contesta.
—Cara —la regala Will, frunciendo el ceño —, no hay por qué ser maleducados.
—Claro que no. ¿Sabes quien es? —responde ella, señalando a la madre de Tris —. Es la mujer de un miembro del concejo, para que lo sepas. Dirige la “agencia de voluntarios" que, supuestamente, ayuda a los abandonados. ¿Se cree que no sabemos que guardan la mercancía para distribuirla entre los de su facción, mientras que nosotros llevamos un mes sin alimentos frescos, eh? Comida para los abandonados, que engaño.
Observo a mi tía mientras la pelea se desarrolla. Parece encantada con lo que sucede, aunque lo esconde bien con una máscara de frialdad.
—Lo siento —responde la madre de Tris con amabilidad —. Creo que se está confundiendo.
— Confundiendo, ja —suelta Cara —. Seguro que son justo lo que aparentan: una facción de buenos samaritanos sin una pizca de egoísmo en el cuerpo. Claro.
—No le hables así a mi madre —le dice Tris, apretando los puños con el rostro sonrojado de furia —. Como digas otra palabra, te juro que te rompo la nariz.
Me remuevo con sorpresa.
—Retrocede, Tris —dice Will —, no vas a pegarle un puñetazo a mi hermana.
—¿Ah, no? —responde ella, arqueando las cejas — ¿Tú qué crees?
—Tris es suficiente —le digo, intercediendo. Pongo una de mis manos sobre su puño derecho para detenerla. Miro suplicante a mi tía para que interceda.
Ella me concede el favor.
—No es necesario emplear la violencia, señorita Prior —dice, dando un paso al frente —. La preocupación de Cara por su hermano y su facción es justificada. Es cierto que los alimentos frescos han empezado a escasear y solo se está preguntando el porqué. Es normal a veces echarle la culpa a otro para intentar resolver una incógnita que nos preocupa. Por supuesto, no tendría que hacerse esas preguntas si tan solo su facción saliera a responder ciertas cuestiones.
Tris la taladra con su mirada y me paro frente a ella para evitarlo. Mi amiga me devuelve la mirada y retrocede levemente cuando ve que estoy lista para defender a mi tía si hace falta. Ambas sabemos que voy a volver a ganarle si lo intenta.
—Entiendo lo que dice, señorita Matthews —le responde la madre de Tris, parándose a un lado de su hija —. Pero le aseguro que nada de lo que se afirma es cierto. Quizas deberian de empezar a cuestionarse ustedes que hacen con la comida, después de todo son ustedes los Eruditos quienes inspeccionan la producción de alimentos junto con los de Cordialidad.
Tris parece impresionada de ver a su madre defenderse.
Una batalla de miradas se produce frente a nosotros. Jeanine, la líder de Erudición, contra la madre de Tris. No dura mucho, y la última termina retrocediendo cuando se recuerda en qué facción está.
Mi tía sonríe victoriosa, al igual que Cara.
—Le aseguro que eso hacemos —le dice Jeanine entonces —. El anuncio saldrá esta misma noche —se gira para dirigirle una sonrisa a Cara, que se la devuelve sin dudar —. Al parecer hubo un problema con las cantidades de producción en los laboratorios, nada más.
Las familias empiezan a irse cada uno por su lado luego de eso.
Empieza a llegar la hora de despedirse.
—Me alegra que te este yendo bien —me dice mi tía antes de irse —. Recuerda: no tienes porqué preocuparte por el resultado de la iniciación, siempre me tendrás.
Pero, mientras la observo alejarse, no dejo de preocuparme aún más por sus palabras.
¿No soy suficiente? ¿Por eso me lo dice? ¿Qué tan mal me está yendo que ni siquiera puedo darme cuenta yo misma?
—Bueno, bueno, alguien parece estar un poco deprimida —Stefan me dice, sentándose a mi lado en la mesa.
Han pasado cuarenta minutos desde que mi tía me dejó sola y lo mejor que he podido hacer es conseguir un pedazo enorme de torta de chocolate y deprimirme rodeada de otros osados para ayudarme a dejar de pensar. No lo logre. Ver a tantos osados, osados verdaderos, me deprimió más. Me hizo pensar en que quizás nunca pueda ser uno de ellos.
—¿Qué sucede, Cass? —Sasha se sienta en el asiento frente a mí, mirándome con las cejas fruncidas de preocupación.
—Si, ¿a quien tenemos que golpear?—dice Clay, sentándose a un lado de su amiga.
Una pequeña sonrisa crece en mi rostro, pero desaparece tan rápido como llego. Alzo mi tenedor y apuñalo un pedazo de mi pastel para luego metermelo en la boca.
—Nada —mascullo con la boca llena —. No pasa nada.
Los amigos de Becca se miran entre ellos.
—Vamos, Chica Misteriosa —Stefan se inclina para hablarme conspiratoriamente —, Clay tiene razón, ¿a quien hay que golpear? Confía en nosotros, nadie se va a enterar si nos lo dices.
—Exceptuando al que tengamos que golpear —señala Clay —. Él si se va a enterar.
Sasha suelta una risita y le da la razón con la cabeza a sus amigos.
Termino de masticar.
—No van a tener que golpear a nadie, porque nadie me molesto —le digo. Miro mi pedazo de pastel —. Es solo que... Mi tía vino a visitarme.
—¡Oh! —exclama Sasha. Una sonrisa feliz crece en su rostro — Pero eso es bueno, ¿no?
Me quedo en silencio. Continuo comiendo mi torta.
Ellos vuelven a mirarse entre sí, intentando descifrar qué sucede.
—¿No estás feliz de que tu tía viniera? —me pregunta Stefan.
—Estoy feliz — expreso.
—Entonces, ¿Cuál es el problema? —me pregunta Clay. Posa su cabeza sobre sus manos y me mira fijo.
—Mi problema es lo que se dijo después.
Me meto en la boca el último pedazo de mi pastel y aparto el plato a un lado.
—¿Qué te dijo? —me pregunta Sasha, compasiva.
Sonrio con cansancio.
—Me dijo que podía volver con ella en cuanto fallara la iniciación, que ella se encargaría de que me volvieran a aceptar —mi sonrisa se desmorona. Vuelvo a bajar la vista —. Es como si supiera que no lo voy a lograr.
Sasha se cubre la boca con una mano y me mira con pena. Clay frunce el ceño con molestia. Stefan está en blanco, mirando a la nada.
—Ella debe de estar preocupada por ti —intenta consolarme Sasha. Pone una de sus manos sobre la mía y me la aprieta con suavidad —. Estoy segura de que no lo quiso hacer sonar así.
—Pero sonó así —me defiende Clay, señalándome —. Claramente sono así si ella está tan preocupada por eso. ¿Quieres mi consejo? —se inclina hacia mí con determinación —: no escuches una mierda de lo que otros te digan, confía en ti siempre. Eso es lo que yo hago.
Sasha hace una mueca.
—No siempre lo que te dicen otros es malo —le dice a su amigo —. A veces se intenta ayudar, aunque no lo parezca.
—Si necesitara que alguien me dijera una mierda se lo pediría.
—¿Tu tía es la líder de Erudición, no? —me pregunta Stefan, sin prestar atención a la pelea de sus dos amigos frente a nosotros.
—Si —asiento, girando un poco para mirarlo. Sigue igual de serio — ¿Por qué?
—Me causó curiosidad la forma en que dijiste que ella se encargaría de que te volvieran a aceptar en tu antigua facción —me sonríe —. Solo alguien con mucho poder podría decir eso. De todas formas, no tienes que preocuparte por la iniciación. Aquí entre nosotros, un pajarito me contó que te está yendo muy bien.
Suelto una risita.
—¿Un pajarito? —le pregunto.
Stefan me guiña un ojo juguetón. Dudo entre quien puede ser este dichoso pajarito, pero me hace feliz que me lo dijera.
—Si, un pajarito —me inspecciona con la mirada unos segundos —. Pero estoy seguro de que tu ya sabes eso. ¿Por qué estás tan preocupada?
—No lo sé con certeza. Me va bien en el entrenamiento, pero no estoy tan seguro de cómo me vaya a ir en la segunda etapa.
Sasha hace una mueca.
—Te entiendo —me dice —. Yo casi termino eliminada por culpa de ella.
Clay le golpea el hombro, lanzándole una mirada de “callate, babosa” cuando ve el terror subir por mi rostro.
—No es tan malo como parece —me asegura Clay con una sonrisita, aunque duda un poco —. Quiero decir, si es difícil, y hay mucha gente que queda eliminada por su culpa ya que da un miedo de cagar. En nuestro año, cinco personas fueron eliminadas por...
—Clay —le calla Stefan ahora, mirándolo de la misma forma en que él había mirado a Sasha —. No los escuches, no es tan malo. Solo tienes que ser... fuerte.
—¿Fuerte? —alzo las cejas — Nos han estado enseñando combate desde que llegamos aquí.
—No, no, no me refiero a eso —empieza a ponerse nervioso —. Mira, no se supone que te digamos, pero no tiene nada que ver con lo físico.
—¿Es algo mental entonces?
Le pregunto aunque ya se la respuesta. Me divierte ver lo nervioso que se pone al tener que guardar un secreto.
—¡No te podemos decir nada! —grita Stefan, y se tapa la boca con las manos, evitando mi mirada.
Suelto una risita y miro a las dos personas frente a mi, que comparten mi diversión.
—¿Te gustaría volver a tu antigua facción, Cass? —me pregunta Sasha con curiosidad, inclinando la cabeza hacia un lado.
Lo pienso un instante.
—No, creo que no.
Si me hubieran hecho esa pregunta el primer día hubiera dicho que sí sin dudarlo. Erudición era todo lo que yo era: inteligencia, astucia y descubrimientos. Pero ahora sé que puedo ser más. Osadía me enseño que me gusta cuidar a los que quiero, que me divierte pelear, disparar armas y reír con mis amigos.
Ahora soy mucho más feliz de lo que podría haberlo sido en cualquier otro lugar.
—¿Ustedes? —les pregunto a Sasha y Stefan, puesto que Clay nació en Osadía.
—No volvería, pero sí me gustaría saber cómo está mi familia —responde Sasha, sus ojos nublados de tristeza y nostalgia —. Solíamos ser muy unidos, pero supongo que no lo suficiente: no me han venido a visitar en los cinco años que llevo aquí.
Clay le pone un brazo sobre los hombros y la abraza. Sasha sonríe un poco.
Miro hacia Stefan.
—Joder, no —suelta con alarma —. Me cortaría el pene dos veces antes de volver a ese lugar, sin ofender —me mira. Me río un poco —. Erudición era un puto infierno para mi. Mis padres me prepararon para ir a trabajar con ellos en el laboratorio desde que era un niño. No entendían que cada vez que tenía que estudiar algo prefería prenderme fuego vivo. Me fui en cuanto pude, y eso no les gusto para nada. Vinieron a visitarme en mi primera semana y tuve que correr por todo el lugar para evitarlos porque sabía que en cuanto me encontraran me humillarían frente a todos y me gritarían.
Lo miro con la boca abierta.
—Eso es una mierda —le digo. Frunzo el ceño —. No; tus padres son una mierda.
Stefan suelta una risa y me da la razón con la cabeza.
—Tienes toda la razón.
Chapter 13: Capítulo 13
Notes:
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Chapter Text
Suelto un jadeo silencioso y me despierto de un salto. Christina frente a mí me mira con confusión. La ignoro y me levanto de mi cama, caminando con cuidado entre la oscuridad sin hacer el más mínimo ruido.
Camino hacia la cama de Edward, tanteando entre las camas para no llamar la atención. Se supone que en algún momento de ahora, Peter va a atacarlo por haber quedado en primer lugar y me dirijo hacia ahí para detenerlo. Luego de mi charla con Peter no creo que él haga algo así, pero prefiero estar segura a tener que luego lamentarme más tarde.
Empiezo a escuchar unos susurros provenientes de un lado de la habitación y acelero mi paso. Me choco con la pata de una de las camas y me detengo para agarrarla con dolor. Mis ojos están de a poco acostumbrándose a la oscuridad y comienzo a divisar una silueta entre las penumbras. La figura se mueve y se encamina hacia el mismo lugar en que yo estoy yendo.
Suelto mi pie y troto lo más que puedo rengueando con un pie. La silueta llega antes que yo, se para a un lado de la cama de Edward y lo veo alzar un brazo hacia el.
—¡Ey! —grito, llamando su atención.
La persona se detiene y se gira para mirarme entre la oscuridad. No soy capaz de ver quien es, pero rezo para que no sea Peter. Salto sobre él y lo hago tropezar hacia atrás.
Trastabillando, pongo mis manos sobre las muñecas del individuo desconocido y empezamos a forcejear. Noto un ardor en mi mejilla derecha por culpa del cuchillo puntiagudo que el desconocido sostiene y suelto un siseo.
—¡Alguien prenda las luces! —grito a todos.
Los forcejeos y el ruido llaman la atención de todos y las luces se prenden en cuestión de segundos. Cuando veo a la persona con la que estoy peleando mis ojos se abren a más no poder.
Drew me mira con el rostro perlado de sudor y el desagrado mezclado con odio en los ojos.
—¿Qué está sucediendo? —me pregunta Edward detrás mío.
Se acerca a mí para ayudarme, y Drew aprovecha ese momento para empujarme con una de sus piernas y hacerme caer.
—¡No! —gruño cuando noto que empieza a soltarse de mi agarre —¡Alguien llame a los líderes, intentó apuñalar a Edward mientras dormía!
—¡Perra! —me insulta Drew con rabia, escupiendo gotas de saliva en mi rostro.
Mis compañeros iniciados empiezan a hablar entre ellos ante mis palabras y se acercan para ayudarme. Al sale corriendo a hacer lo que le pedí.
—¡Cobarde! —le espeta Edward, acercándose a Drew — Viste que termine primero en la calificación y ahora intentas eliminarme por ello, dignas elecciones de un cobarde.
La burla pone como loco a Drew, que sigue intentando soltarse. Will se acerca a mí para ayudarme y separar tanto a Edward como a Drew el uno del otro.
—Aunque no estoy sorprendido —continúa hablando Edward, mofándose de él —. Siempre fuiste de esta forma. Desde pequeño, siempre causando problemas y corriendo cuando estos te alcanzaban. Quizás, por una vez en tu vida, deberías de hacerte cargo de tus errores, y dejar de ser un fracasado.
Drew suelta un rugido de pelea y se suelta de mi agarre. Caigo de espaldas al suelo y me golpeo la cabeza, haciendo que esta empiece a darme vueltas. Los gritos me rodean y noto que mis compañeros han empezado a rodear a Edward que se encuentra retrocediendo como puede contra las estocadas de Drew.
Me levanto como puedo y corro para taclear a Drew en las piernas. El ataque funciona y caemos rodando al suelo. Edward toma ese momento para subírsele encima e intentar quitarle el cuchillo.
Todo a mi alrededor es un completo desastre. Edward y Drew pelean en el suelo por el poder del cuchillo mientras Will y yo intentamos detenerlos. Las chicas están a un lado, sosteniendo con fuerza a una Myra que llora y parece apunto de correr para intentar socorrer de alguna forma a su novio. Molly y Peter no están por ningún lado, y me parece extraño. Al aún no ha vuelto.
—¡Cobarde, puto cobarde! —Edward grita en el oído de Drew, dirigiéndole un golpe en su costado que el otro esquiva por muy poco. Me sorprende lo bien que Drew se está defendiendo, teniendo en cuenta que perdió incluso contra mi; debe ser la adrenalina del momento — ¡Eso es lo que eres y lo que siempre serás! ¡Por qué crees que tu familia no te vino a visitar, ¿eh?! ¡Por que saben como eres y no quieren seguir relacionándose con alguien que va a terminar como un abandonado! ¡Por que les das vergüenza!
—¡Cállate, joder, lo estas empeorando! —Will tiene que agacharse cuando Drew le envía una estocada con su cuchillo al intentar sostenerlo.
—¡No, no voy a parar! —Edward gira alrededor de Drew como un depredador, listo para lanzarse en cuanto encuentre su mejor momento — ¡Él necesita entenderlo! Eso les enseñan en Verdad, ¿no es así? Conocer vuestras mejores y peores cualidades para poder restregarselas al otro en la cara. Aquí están tus verdades, Drew: ¡Eres patético! Te escondes bajo la sombra de Peter creyendo que nadie te va a tocar si lo haces, pero, por si no lo has notado, él no está aquí. Incluso tus tontos amigos te han abandonado también.
—¡Cállate, cállate, cállate! —la histeria de Drew está subiendo cada vez y empieza a agarrarse la cabeza con las manos sin soltar el cuchillo — ¡Tú no sabes nada de mí, ninguno de ustedes lo hace!
—¡Pero si no hay nada que saber! —se burla Edward, señalándolo con los dos brazos y parándose frente a él —¡Eres tan simple y vacío como todos nosotros ya sabemos!
Will y yo nos miramos. Edward y Drew están parados a tres metros del otro sin moverse y, si nos apuramos, podremos detenerlos mientras siguen hablando.
—¡No es cierto! ¡No es cierto! — le dice Drew con lágrimas en los ojos — ¡Yo soy mucho más que todo eso, pero ninguno de ustedes nunca intentó darse cuenta! ¡Me he esforzado tanto como ustedes para llegar a este lugar!
—Pues, no parece que sea mucho, si tenemos en cuenta tu posición en la clasificación. ¡Octavo lugar! Eso es lamentable en verdad — suelta una risa burlona, riéndose en toda su cara.
Frunzo el entrecejo, entiendo que esté enojado porque intentaron matarlo, pero esto ya se está volviendo cruel. Jamás hubiera creído que Edward pudiera ser así, todo este tiempo había parecido un chico tan tranquilo y amistoso.
—¡Edward, basta! —le grito, intentando apaciguar todo.
Drew solloza y se jala del cabello, murmurando por lo bajo palabras inentendibles. Edward continúa burlándose de él, sin escuchar ni una palabra del resto, que quiere pararlo a toda costa al ver el estado lamentable en que el primero se encuentra.
Doy un paso hacia Drew y Will hacia Edward, estoy a punto de agarrarlo cuando el ruido de fuertes pasos llama la atención de todos. Myra debe haber logrado soltarse del agarre de Christina y Tris y ahora corre a toda prisa hacia su novio con los ojos llenos de lágrimas.
—Edward, por favor, détente —le dice con voz temblorosa.
Todo pasa muy rápido. En cuestión de segundos.
Drew alza la cabeza al escuchar la voz de la antigua erudita y su rostro está lleno de locura pura. Soy incapaz de detenerlo. Él da un paso hacia el frente, en dirección de Myra, y se mueve con una velocidad que nunca antes le había visto utilizar. Christina y Tris gritan advertencias e intentan detener a Myra, corriendo detrás de ella con el rostro contorsionado del horror. Pero es demasiado tarde.
Drew agarra del cuello a Myra y le entierra su cuchillo en el pecho una vez y luego otra, y luego otra y luego otra. Myra grita y cae al suelo retorciéndose del dolor. Su atacante se sube sobre ella, queriendo continuar su trabajo. Me toma un segundo entre que la información de lo que acaba de suceder frente a mi llega a mi cabeza y me lanzo sobre él para detenerlo.
Will se lanza sobre nosotros y le arranca el cuchillo de una patada a Drew mientras yo lo retengo en el suelo, rodeando su cintura con mis piernas y manteniendo sus manos detrás de su espalda.
La habitación se sumió en silencio durante unos segundos, solo siendo llenada por los sollozos de Drew y Myra, ambos sabiendo que su vida termina en estos momentos.
Las segundas en moverse son Christina y Tris que corren a socorrer a Myra, cubriendo sus heridas con sus manos para detener el sangrado. La chica solloza de dolor y se queda quieta mientras mis amigas intentan consolarla.
—¡Me duele mucho! —escucho que solloza Myra, mirándose las heridas de reojo y la sangre que empieza a manchar todo el suelo a su alrededor.
—Lo sé, lo sé —la tranquiliza Tris con voz suave. Tiene sus manos sobre una herida en su pecho, muy cerca del corazón, y hace presión, pero la sangre sigue chorreando de entre sus dedos —. Todo estará bien, tranquila, la ayuda llegará en cualquier momento.
—¡¿Dónde carajos están?! —grita Christina a su alrededor, sin soltar la presión en la herida cerca del cuello de Myra.
—¡Al fue a buscarlos! — Will se agarra el cabello con frustración, frunciendo el rostro — ¡¿Voy a buscarlos?!
—¡No! — niegó con la cabeza, sin dejar de sostener a Drew. Mi mirada está sobre Edward, quien ya no tiene ninguna pizca de diversión en el rostro y está parado en su lugar mirando petrificado a su novia perder la vida frente a él — ¡Quédate aquí! ¡Ayúdame con Drew, el hijo de puta sigue queriendo soltarse!
—¡Myra! ¡Myra! —empieza a gritar Tris con impaciencia —¡Myra, mantén los ojos abiertos!
—¡Myra! — Christina saca una de sus manos de la herida y le da palmaditas a la chica, manchandole el rostro de su propia sangre. Un sollozo se le escapa al no recibir ninguna respuesta — ¡Vamos, Myra, no nos hagas esto! ¡Unos minutos más! ¡Vamos! ¡Aguanta unos minutos más!
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda, joder! —empieza a insultar Will sin parar.
Mis ojos están abiertos a más no poder al ver la forma inmóvil y silenciosa de la dulce Myra en el suelo. Su pecho a deja de subir y bajar. Su piel está de un blanco muy pálido debido a la pérdida de sangre y su mirada permanece sin vida observando a la nada sobre ella.
Un sollozo se me escapa y me muerdo los labios hasta hacer que me duelan para tragarme los demás que intentan salir. Mis amigas continúan queriendo reanimar a Myra, pero nada está funcionando. En mis brazos, Drew solloza con violencia y ya no intenta soltarse, como si la realización de lo que acaba de hacer llegase por fin a su cabeza.
—Esto... es tu culpa —escucho que dice de repente Edward.
Alzo la cabeza con espanto al escuchar el tono sombrío de su voz. Lo veo girarse en cámara lenta hacia nosotros y observar con la mirada más terrorífica posible al chico entre mis brazos. Sus ojos están abiertos y la locura habita en ellos. Sus puños están cerrados y blancos de la fuerza. Todo su cuerpo está tenso y en posición de ataque.
—Edward —lo llamo con cuidado —. Edward, necesito que te tranquilices. Myra va a estar bien, la ayuda va a llegar en cualquier momento con Al.
—Myra está muerta —me dice Edward, su voz es terrorífica: baja y tranquila, sin vida —. Ella tenía una larga vida por delante, y tú la mataste. Le iba a pedir casamiento en cuanto termináramos la iniciación.
No me está hablando a mi. Está dando pasos cortos en mi dirección, pero no se dirige a mi. Drew vuelve a retorcerse e intentar escapar al ver la bestia que se acerca a por él. Me quedo petrificada, sin saber si lo mejor sería dejarlo escapar o no.
—Edward — Will lo llama, empezando a notar lo mismo que yo —. Vamos, tranquilízate.
Will pone una mano sobre su hombro, queriendo hacerlo retroceder, pero Edward se la aparta de un manotazo y lo empuja con fuerza, haciendo que caiga a unos metros al suelo. Retrocedo, me arrastro en el suelo, llevando conmigo a Drew, queriendo alejarnos de él, pero él es demasiado rápido y atraviesa la habitación en un parpadeo.
Suelto un quejido cuando soy agarrada del cuello y apartada de Drew de golpe. Edward aprieta con fuerza su agarre en mí, cortándome la entrada de oxígeno a mis pulmones. Golpeo con mis manos su rostro para soltarme. Eso lo molesta; me lanza contra la cabecera de una cama.
Luego agarra a Drew cuando este intenta querer escapar. Y no soy capaz de ver lo que sucede.
Es violento y oscuro. El ruido de los golpes resuena en la habitación, acompañados por los quejidos y sollozos de Drew, que intenta pedirle que se detenga. Se disculpa, intenta justificarse, pero nada de eso logra detener a Edward de que lo muela a golpes.
Drew deja de quejarse luego de unos minutos. Deja de moverse y de retorcerse de dolor.
Deja de respirar.
Me deslizo hacia el suelo junto a la cama en que caí y apoyo mi espalda en el borde de esta, llevándome las piernas al pecho y enterrando mi rostro en mis manos. Las lágrimas empiezan a caer de mis ojos y dejo salir mis primeros sollozos, son lastimeros y dolorosos. Mi garganta duele debido a la fuerza que Edward empleo en ella y me arde con cada quejido que brota desde mi boca.
No soy la única llorando. Christina y Tris se abrazan la una a la otra desde su lugar junto al cuerpo sin vida de Myra, sus manos y ropas manchadas de sangre me hacen sollozar con más fuerza. Will sigue en el suelo y se agarra la cabeza, sin apartar la mirada de Edward y Drew, o lo que queda de ellos. Está horrorizado, apenas noto el movimiento de su respiración.
Las pisadas de un gran grupo de personas empiezan a llegar desde la entrada de la habitación y me gustaría decir que me siento aliviada de escucharlo, pero no lo hago. Todo lo malo que podía llegar a suceder ya lo hizo.
Intenté salvar a Edward de que lo apuñalaran en el ojo y lo que obtuve por ello fue que una persona inocente fuera asesinada a sangre fría y que otras dos se volvieran locas. Y eso sin contarnos a nosotros, que quedaremos para siempre marcados por lo sucedido esta noche.
Lo único que quise fue ayudar, ¿y esto fue lo que cause para hacerlo?
Cinco personas tienen que agarrar a Edward para detenerlo de seguir golpeando lo poco que quedaba del rostro de Drew.
—¿Puedes explicarme otra vez qué fue lo que pasó esta noche, Cassandra? —Max, el líder, se sienta frente a mi en la mesa, con las manos frente a él, y buscando mi mirada para que le responda.
Mi mirada flota por la habitación. Es oscura y parece la clásica habitación de interrogatorio. Paredes grises, una mesa y una silla en el centro. Aburrida y simple.
Me siento ausente, flotando. No se cuanto tiempo ha pasado desde que recogieron el cuerpo sin vida de Myra y Drew o desde que se llevaron a Edward, tranquilizándolo con un sedante para que dejara de pelear e intentar volver a buscar a Drew para seguir golpeándolo. Solo sé que me siento... como una nada misma. Existo, pero no siento o pienso nada en este momento.
—Me desperté porque quería usar el baño — sigo usando la misma excusa que he estado empleando desde que me metieron en esta habitación. Puesto que fui la primera en reaccionar ante el ataque, quieren saber cada mínimo detalle que me haya hecho pensar que era uno para empezar. Mi voz suena neutral y sin emociones, porque así es como me siento. Me siento cansada —. Todo estaba oscuro, no quería despertar a mis compañeros. Estaba a unos metros de la cama de Edward cuando vi a alguien parado ya frente a esta.
—¿Sabías quién era?
—No —lo miro —, ya le dije que no. Iba a dejarlo pasar, porque pensé que era Myra. Ellos... ellos eran novios — trago con fuerza, el cuello me sigue doliendo por más que han intentado ayudarme en la enfermería. Aún siento los dedos de Edward apretar alrededor de él —. Pero luego me di cuenta de que algo no estaba bien.
—¿Cómo te diste cuenta?
—No se, no lo se —mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas cuando vuelvo a recordar todo en mi cabeza. Podría haberlo hecho mejor, quizás si me acordaba antes o derribaba a Drew desde un principio nada de esto hubiera pasado —. Solo lo sabía.
—Intuición femenina lo llamaste antes —me dice Max y, por el tono de voz, me doy cuenta de que quiere intentar consolarme de alguna forma.
—Esa mierda no existe —le digo, mirándolo a los ojos. Él me devuelve la mirada, sin sentirse insultado por haberle hablado de esa forma —. Las mujeres no tenemos un superpoder o algo así, es solo que los hombres son demasiado estúpidos como para prestar atención a las cosas más obvias — Max sonríe un poco y asiente con la cabeza, dándome la razón. Me paso las manos por los ojos y me seco las lágrimas —. Como dije, noté algo raro y me acerque. La vista de las personas se adapta a la oscuridad luego de un tiempo, así que cuando lo hice me di cuenta de que había una persona sosteniendo un cuchillo.
—¿Cómo es la forma de un cuchillo en la oscuridad?
—Como un cuchillo, pero más oscuro — ruedo los ojos —. Puntiagudo de un lado y alargado del otro. Se veía... extraño. Me di cuenta más que nada por el brillo de una luz reflejando en él. Realmente no pensé en nada cuando lo detuve, yo solo quería ir al baño.
Me cubro el rostro y suelto un sollozo. Me duele aun mas no poder decir la verdad, pero no quiero que me tomen por loca a mi también.
Max me palmea el hombro y se levanta de su silla.
—Terminamos por hoy, creo que tus amigos pueden rellenar el resto de la historia —me dice.
Asiento con la cabeza y me paro, absorbiendo mis mocos con la nariz. Max abre la puerta y me deja salir de la habitación.
Me topo con los cuatro líderes faltantes mirándome fijo en cuanto lo hago. Me envuelvo un poco más en la manta que me cubre y bajo la cabeza, queriendo salir de ahí lo más rápido posible.
Los escucho susurrar entre ellos mientras me alejo, pero no le tomo importancia. No quiero volver a mi habitación, no estoy lista para ver ese lugar todavía, pero no se a donde mas ir.
Eric me alcanza luego de un minuto. Camina a mi lado con calma y los brazos a cada lado, me mira como si me fuera a partir en dos en cualquier momento y no estuviera seguro de que hacer al respecto.
—Estoy bien —le digo, aunque ambos sabemos que no es verdad.
—Estás temblando —Eric me dice.
Bajo la vista a mi cuerpo. Tiene razón, mi cuerpo tiembla como un terremoto a cada paso que doy. Ni siquiera me había dado cuenta. Sigo con mi ropa de dormir: unos simples pantalones cortos negros y una remera celeste sin mangas. Max fue muy amable al darme una manta antes de empezar a interrogarme. Es plena primavera, pero para mi cuerpo es el invierno más frío en décadas en este momento.
Escucho el roce de una ropa y luego siento un peso suave y cálido sobre mis hombros. Me giro para mirar a Eric, se ha quitado su campera y permanece con una simple remera negra mangas cortas.
—Gracias —le digo con una corta sonrisa.
Él intenta devolvérmela, pero le sale más como una mueca. Es obvio que no sabe qué hacer conmigo.
—Vamos —me dice, agarrándome del antebrazo y empezando a arrastrarme hacia el lado contrario al que me dirigía.
—¿A dónde me llevas?
—No pueden dormir en vuestro dormitorio, ya que hay que hacer algunas pruebas en él y limpiarlo. Así que Stefan y Becca se ofrecieron para hospedarlos a ti y a tu grupo por el día.
Eso explica porque me lleva hacia los departamentos.
—Eso es muy amable de su parte.
—Lo hacen por ti —me mira.
—Y yo estoy profundamente agradecida por ello.
Aun es muy temprano así que no hay tanta gente mientras atravesamos el complejo hacia el departamento de Becca. Pero los pocos que si nos cruzamos me miran con pesar, al parecer la historia ya ha empezado a expandirse. Me escondo detrás de Eric tanto como puedo sin que nuestra cercanía llame la atención de otras personas.
Cuando llegamos al edificio de departamentos Eric me envuelve con un brazo, sin detenernos, y me aprieta a su lado. Yo apoyo mi cabeza en su hombro y me dejo arrastrar. Quiero que este día termine rápido y olvidarme de todo.
—¿Hay alguna noticia de Peter y Molly? —le pregunto cuando subimos al elevador. Esta vez, no hay nada de pasión o emoción en el ambiente.
Ni Peter ni Molly habían estado cuando sucedió... eso, y me causa sospecha sobre lo que podrían haber estado haciendo. No quiero llamarlos cómplices ni nada (especialmente porque temo que Peter sea uno), pero necesito saber si alguno sabía lo que Drew planeaba hacer.
—Ambos se habían estado emborrachando en uno de los bares. Lauren los encontró bailando ebrios entre otros osados —me dice Eric. Pongo mi cabeza en su pecho y este termina de envolverme con ambos brazos. Me permito relajarme un poco cuando él empieza a dejar caricias en mi cabello —. Al parecer, Peter había querido celebrar su clasificación, mientras que Molly quería olvidarse de ella. Ninguno de los dos sabía ni por asomo lo que planeaba hacer Drew.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto. Miro fijamente a su pecho, sin dejar de abrazar su cintura. No quiero cerrar los ojos, temo lo que pueda ver detrás de mis párpados.
—Molly nos dijo que Drew se veía raro antes de que lo dejaran, pero no le hicieron caso. Peter, por otro lado, dejó en claro que había terminado su relación con él luego de que insultara a alguien que le importaba. También estaba muy preocupado por ti, luego de que le dijéramos lo que sucedió. ¿Volvieron a ser amigos?
—Algo así — concedo con un movimiento de cabeza. Alzo la cabeza y lo miro. Sus ojos, que alguna vez me causaron tanto terror, son lo único que logra calmarme en este momento —. Le dije que si no dejaba de ser un idiota me perdería, decidió que no quería eso. Aun lo tengo a prueba, pero me alegra saber que no era parte del plan de Drew.
Eric alza una mano y la pasa por mi rostro, bajando por mis pómulos, mejilla y mandíbula hasta llegar a mi cuello, donde el agarre de Edward dejó su rastro.
—Me alegro por ti —me dice, sus ojos recorriendo todo alrededor de mi cuello, acompañado por la suave caricia de su dedo. Me mira a los ojos como si se preguntara si me duele.
La puerta del elevador se abre y hago una mueca. Me separo de Eric para dejar que me acompañe a la puerta del departamento de Becca.
—¿No estás enojado? —le pregunto cuando llegamos a esta. Ninguno se mueve para llamar. Eric tiene que irse para seguir hablando con el resto de los líderes para resolver este problema, pero no parece recordarlo. Continúa mirándome como si no hubiera nada en el mundo que le importara más en ese momento — Te deje para hablar con él.
—No estoy molesto — niega Eric con la cabeza —. Lo estaba, pero ya no.
—Desearía que siguieras estándolo —confieso, bajando la cabeza al suelo —. Al menos eso significaría que nada de lo paso hoy fue real.
—Pero lo es. Es real, y tienes que afrontarlo.
—Lo sé. Aunque lo único que quiero es escapar.
—Pero no puedes.
—Lo sé.
—Tu misma lo dijiste —posa uno de sus dedos bajo mi barbilla y, gentilmente, me obliga a levantarla—, esto es Osadía. Aquí dentro verás una o más veces lo que sucedió esta noche, los preparamos para esperar eso. Si no puedes afrontarlo, entonces... quizás no pertenezcas aquí.
—Pertenezco aquí —mi voz suena con una determinación alarmante. Agarro la mano que Eric tiene en mi rostro y se la aprieto un poco —. Soy una Osada, puedo demostrarlo; tu lo sabes. Superaré esto y trabajaré para volverme más fuerte. Yo sé que puedo, solo necesito un poco de tiempo.
—Tienes razón, yo se que eres una Osada y se que puedes contra esto y todo lo demás —que lo diga hace que me llene de alegría. Una alegría que me parece amarga en un momento como este—. Pero no tienes mucho tiempo para superarlo. Les hemos dejado este día libre para que se recuperen, pero mañana todo volverá a ser igual.
—Puedo hacerlo —repito.
Eric me mira con duda en los ojos, y asiente con la cabeza. Me deja ir y da un paso hacia atrás, listo para marcharse y seguir con sus tareas de líder.
—Intenta dormir un poco. Te ves terrible —me dice antes de dar media vuelta e irse.
—Si intentas hacerme sentir mejor con eso, déjame decirte que... —sonrío un poco.
—No estoy bromeando, Cassandra —Eric me mira con dureza. Mi sonrisa desaparece, me siento avergonzada —. Enserio, duerme un poco. Pareces un muerto que camina.
—Tan halagador.
—Cassandra...
—No prometo nada.
Me giro hacia la puerta y toco, esperando a que Becca me reciba. Eric desaparece por el elevador sin que ninguno se despida.
Doy vueltas en la cama, intentando conciliar el sueño. Los recuerdos me golpean con fuerza.
El ardor del cuchillo que Drew sostiene al lastimar mi rostro. Su fuerza al intentar soltarse de mi agarre. La frustración en su rostro al no poder hacerlo. Edward burlándose de él, mirándolo como si él fuera el gato y Drew el ratón del que se reía antes de comérselo. Myra queriendo tranquilizar a su novio. Drew señalándole múltiples veces en el pecho. Myra sollozando de dolor en el suelo, la sangre manchando el suelo a su alrededor. Tris intentado parar el sangrado. Christina llamando por ayuda. Will insultando.
Yo sin poder detener a Edward de que mate a Drew a golpes.
Un sollozo lastimero sale de entre mis labios. Me cubro la boca con una mano e intento detenerme. Mi otra mano sostiene el mismo lugar donde Edward me sostuvo en el aire.
—Podrías haberlo parado —me dice Drew en mi mente, mirándome directo a los ojos. Todo él está manchado de sangre —. Podrías haberme parado. ¿Es que yo no merecía vivir también?
—Lo siento. Lo siento —gimoteo en voz baja, meciéndome lentamente —. Lo siento.
Me pongo en posición fetal y abrazo mi cuerpo con mis brazos. Mis lagrimas manchas el cubre cama debajo de mi y los mocos cuelgan de mi nariz. La sábana que cubre mi cuerpo por completo me regala una oscuridad que no deseo, pero tampoco puedo apartar.
Mis ojos duelen de tanto llorar, y con ello mi cabeza y garganta. Siento la boca seca y mis labios se manchan de mis propias lágrimas, el sabor salado llena mi papilas gustativas.
Escucho la puerta de la habitación abriéndose y luego siento un nuevo peso en la cama a mi lado. La persona quita la sábana de encima de mi cabeza, dejándome al descubierto, y me observa.
Suelto otro sollozo más potente cuando veo la forma contorsionada de Becca en medio de la oscuridad. Me resulta fácil saber que es ella por la pequeña que es su cabeza, con forma de corazón, y por como los mechones de cabello largo y como el fuego se mecen al inclinarse.
—Lo siento —le digo con la voz entrecortada y ronca.
Becca no responde, sus cejas están fruncidas de preocupación. Entiende que mi disculpa no va dirigida a ella. Me rodea con uno de sus brazos y me atrae a su pecho, donde entierro mi rostro sin dudarlo.
—Shhh —me dice. Pasa una de sus manos por mi espalda mientras que con la otra me sostiene de los hombros para que no pueda echarme hacia atrás —. Todo estará bien, todo estará bien. Ya pasó. No dejaré que nada vuelva a sucederte, te lo prometo.
Niego con la cabeza, mis palabras interrumpidas por otra ola de llanto.
No quiero su protección, quiero que todo vuelva a ser como era el día anterior; porque ahora nada está bien. Drew y Myra están muertos y yo no pude hacer nada para evitarlo.
Es mi culpa.
Becca quiere ayudarme, tranquilizarme, pero es claro que no sabe cómo. En Osadía no están acostumbrados a que cosas así pasen. Aquí uno tiene que superar las cosas y seguir adelante.
Intento hacer eso, pero la sangre, los llantos y los golpes siguen resonando en mi cabeza con una fuerza de mil tambores a lo lejos.
Mis amigos empiezan a llegar al departamento a eso del medio día. El primero en hacerlo es Will, y parece igual de conmocionado que desde que lo vi la última vez.
Lleva puesta una ropa que no reconozco, creo que debe ser de Stefan, donde los chicos van a dormir, por la forma en que esta le queda algo apretada. Su cabello está revuelto de tanto tironeárselo y su rostro pálido y enfermizo.
Lo veo sentado en el sillón que está en medio de la sala de estar mirando hacia el frente. No se da cuenta de cuando salgo de la habitación de Becca. Me acerco a él y me siento a su lado, apoyando mi cabeza contra su hombro. Él me abraza con un brazo por pura costumbre.
Sigue sin mirarme, y creo que está bien.
—Me preguntaron sobre... lo que sucedió —me dice luego de unos minutos de puro silencio. Parpadea y gira su rostro para mirarme, sus ojos están rojos; parece haber llorado casi tanto como yo —. No supe qué decirles.
Suelta una risa sin ganas, como si su incapacidad para encontrar sus palabras en una situación como esta le diera risa.
—Podría haberles contado sobre el reglamento de Osadía o su historia desde su nacimiento—continúa hablando. Lo miro con atención, sin decir nada —. Podría haberles contado la historia de la Guerra de principio a fin, sin titubear, dos veces, si me lo hubieran pedido. Podría haberles contado todos los datos estúpidos que tengo en la cabeza, pero no podría haberles contado nada de lo que sucedió esta noche. Es como... es como si mi mente estuviera bloqueada. ¿Qué fue lo que sucedió, Cass? No logro entenderlo.
Y, durante los próximos quince minutos, procedo a contarle que fue lo que sucedió. Se larga a llorar a los cinco, y no aguanta hasta que llegue al final para aplastarme contra su pecho y llorar con fuerza con el rostro metido en el hueco de mi cuello.
Becca nos observa con atención desde su lugar en la puerta, sin saber qué más hacer o decir. No le fue muy bien para tranquilizarme a mí, y parece apunto de tener un ataque si es que tampoco puede hacerlo con Will.
Pero está bien, yo me encargo.
Empiezo a tararear en voz baja una melodía sin sentido para ayudar a Will a calmar su llanto. Meso mi cuerpo y lo obligo a hacer lo mismo. Paso mi mano por su espalda y cabello, dejo suaves caricias. Siento el temblor de su cuerpo contra el mío, y tengo que tragarme con dolor mis propias lágrimas. Uno de los dos tiene que ser fuerte en este momento. No me importa serlo por él.
Le pido que cante conmigo, para ayudarlo, pero él no responde. Su agarre se aprieta contra mi, y hace lo que le pido luego de un momento. No se porque creí que esto funcionaria, pero me alegro que lo hiciera.
Nos acompañamos mutuamente en nuestra melodía, sin separarnos ni por un segundo.
Así nos encuentran Tris y Christina. Acurrucados el uno sobre el otro en el sofá, sin ningún espacio de por medio, y conmigo aun tarareando diferentes melodías mientras Will duerme desparramado sobre mi pecho. Me miran con tristeza.
Noto que sus manos ya no están manchadas de sangre, lo cual me alegra ya que no podría soportarlo si lo hicieran. Tampoco llevan la misma ropa.
—¿Cómo les fue? —les pregunto en un susurro, deteniendo mi canción, lo suficientemente bajo para no despertar a Will, que suelta ligeros ronquidos por la boca. Me alegra que al menos uno de nosotros pueda dormir en estos momentos.
Christina se encoge de hombros y se sienta en el sillón a un lado del que nosotros estamos. Mira a Will como si quisiera tomar mi lugar. En otro momento se lo hubiera concedido con facilidad, pero Will no es el único que se aferra a mi; yo me aferro a él con la misma fuerza.
—No dejaban de hacernos preguntas y preguntas, en la mayoría no sabía que decir —me dice Christina, apartando la mirada hacia el techo —. Todo pasó tan rápido.
—Les dije lo que pude —dice en cambio Tris, sentándose en el suelo sin más. Se ve igual de cansada que nosotras, aunque no tan afectada emocionalmente —. Cuando nos despertamos, todo era muy confuso. Lo único que pude ver era a ti —me mira —peleando con Drew con un cuchillo. Creí... creí que era alguna clase de broma —suelta un resoplido —, aunque no sé de qué clase. Luego te escuche gritar que alguien quiso apuñalar a Edward.
Las tres nos tensamos ante ese nombre. Will se remueve entre sueños sobre mi.
—¿Cómo te diste cuenta.... —empieza a preguntarme Christina, volviendo a mirarme con curiosidad — de lo que estaba sucediendo?
—No lo hice —niego con la cabeza. Y es cierto, lo único en ese momento en mi cabeza era salvar a Edward de ser apuñalado, no había pensado en el resto —. Me levanté para ir al baño cuando choque con Drew —acaricio el cuero cabelludo de Will para distraerme un poco de los recuerdos. El pecho se me oprime por no decir la verdad —. Su cuchillo me cortó y fue entonces que me di cuenta.
Tris observa mis dos heridas con fijeza. Parece tensa al ver las marcas en mi cuello y mira con indiferencia el de la mejilla. Christina parece horrorizada por ambos, evitando mirarme por mucho tiempo.
—No se como pudiste detenerlo —me dice Christina con un suspiro —. Yo no hubiera sabido cómo reaccionar. Escucharte gritar por ayuda de esa forma..., fue horrible y tan valiente al mismo tiempo.
—Pedir por ayuda es una de las demostraciones de valentía más grandes de todas —nos dice Becca parándose frente a nosotros. Nos regala una débil sonrisa —. No muchos lo creen, pero es así.
—Me alegra que lo hayas hecho —la voz de Will llena el silencio de repente. Se aparta de encima de mí y se sienta en el sillón, no parece para nada avergonzada de que lo hayamos visto dormir en esa posición. En cualquier caso, parece feliz de vernos —. Quien sabe, podría haber terminado peor.
O mejor, me digo a mi misma.
El tiempo sigue pasando mientras intentamos organizar de alguna manera nuestros sentimientos y pensamientos. De a poco, acompañada por mis amigos, empiezo a sentirme yo misma de nuevo.
Los últimos en llegar son Al, Molly y Peter. Entran en el departamento seguidos por Stefan, que se acerca a su amiga para hablar en voz baja de algo que no llego a escuchar, aunque, estoy segura, debe de ser sobre nosotros.
Al se sienta junto a Tris en el piso, quien lo recibe con una sonrisa tensa. Peter se sienta junto a mi en silencio, no parece tan afectado como creí que se vería. Por otro lado, Molly parece haber sido drenada de adentro hacia fuera: su piel esta pálida como la leche, hay círculos negros bajo sus ojos enrojecidos de tanto llorar, tiene los labios agrietados y una mirada que te hace dar cuenta que quizás su amistad con Drew fue mas que eso para ella.
—Debimos habernos quedado con él —le dice Molly a Peter con voz queda y baja. Mira hacia el suelo, aun parada en el medio de la habitación.
—No podíamos adivinar que iba a hacer algo así —le dice Peter sin más, recostándose en el respaldo del sillón. Lo miro de reojo. Está tenso, mira a Molly como si fuera una bomba a punto de explotar.
—Pero podríamos haberlo hecho —alza la mirada y perfora con sus ojos bañados en lágrimas a todos —. Él estaba extraño... había algo que lo molestaba más que nada.
—¿Su calificación quizás? —dice Will, igual de tenso que el resto por la conversación.
Mis amigos y yo compartimos una mirada. Siempre creímos que la amistad de Peter, Drew y Molly era por conveniencia, porque se sentían más fuertes juntos que por separados. Al parecer, no era del todo así. Molly está realmente afectada por la muerte de Drew.
Molly mira a Will, entrecierra los ojos.
—Lo iban a echar —digo yo —. Estaba molesto por eso.
—Drew se estaba esforzando — dice Christina —, o al menos eso dijo. No quería que su esfuerzo fuera menospreciado.
—¿Pero al punto de querer apuñalar a alguien? —pregunta Tris con duda en la voz. Al igual que nosotros no entiende cómo alguien podría hacer algo así.
—Necesitaba subir un lugar para quedarse —responde Al. Se encoge de hombros —. Simplemente encontró una manera más fácil de hacerlo.
—¿Tú también harías algo así? —le pregunta Peter de repente.
Todos miramos a Al ante la pregunta. Si no fuera por las muertes de Drew y Myra, él hubiera sido echado en su lugar.
Al guarda silencio. Su nerviosismo sube cuando ve que todos lo estamos observando en busca de respuesta.
—No —se ríe nervioso —, claro que no. Jamás sería capaz de hacer algo así.
Molly suelta un resoplido, como si su respuesta le diera gracia, y luego se marcha a la cocina sin mirar atrás.
Aunque la respuesta de Al sonó sincera, su duda lo delata. Nadie le cree, y se abre un abismo entre él y nosotros.
Peter suelta una risita de repente. Nos mira a todos con los brazos cruzados y diversión en sus ojos chocolates.
—Los siete mejores iniciados —dice, y vuelve a reírse —. Que desastre.
Nos miramos entre nosotros durante un instante y empezamos a reírnos también.
La noche anterior, antes de que todo sucediera, nos dieron las calificaciones, que fueron:
- Edward
- Peter
- Will
- Cassandra
- Christina
- Molly
- Tris
- Drew
- Al
- Myra
Con las dos muertes y la expulsión o encarcelamiento de Edward, mi lugar sube a tercer lugar. Nos causa risa mas que nada porque la mitad de nosotros no se conocían antes de llegar aquí, y los que lo hacían se odiaban mutuamente. Además, sin contar, que cuando llegamos durante nuestro primer día lo que hicimos fue mirarnos entre nosotros e intentar pelear. Quién hubiera dicho que terminaríamos así, sentados juntos en un mismo cuarto y sin habernos matado los unos a los otros en los primeros quince minutos.
Stefan y Becca a un lado de la habitación nos observan reír con medias sonrisas.
Peter parece casi orgulloso de haberlo logrado.
—Se han arreglado —nos dice Will a mi y Peter cuando nos ve apoyarnos en el otro al reír.
—Algo así —le digo, encogiéndome de hombros —. Aun lo tengo a prueba —señalo con un pulgar a Peter, que rueda los ojos.
—Ahh, así que por eso te disculpaste —le dice Tris —. Ya me parecía que estabas actuando raro. Ahora se que es solo la influencia de Cass.
—Tiene sentido —le da la razón Christina —. ¿Por qué se disculpó, por cierto?
Peter parece algo alarmado de que Tris les cuente, pero la rubia niega con la cabeza y no responde. No quiere tener que volver a rememorar el momento.
—No importa, quedó en el pasado —le dice Tris —. Ya lo golpeé por eso.
Christina y ella chocan los cinco, aunque la primera sigue sin saber la razón, solo está feliz de que alguien golpeara a Peter. Suelto una risita.
—¿Qué tan cercano eras a Drew realmente? —le pregunta Will a Peter, mirándolo con curiosidad.
Peter lo piensa.
—Pasábamos el rato —le dice sin ganas —. Nada más. Molly era la más cercana a él.
Tris suelta un tarareo.
—Creo que él estaba enamorado de Molly —dice —. ¿Qué? —pregunta luego al ver cómo todos nos quedamos mirándole.
Una sonrisa burlona crece en mi rostro. Me sorprende que ella se hubiera dado cuenta de algo así.
—Tu eres la experta en el amor, tu dinos —me rio.
Tris pone los ojos en blanco, sonrojándose de la vergüenza cuando todos se empiezan a reír también.
—Es solo que era muy obvio —ella se defiende —. La miraba todo el tiempo.
—Cierto —Christina la señala con un dedo, dándole la razón. Tiene los ojos muy abiertos, sin creer que no se hubiera dado cuenta antes —. Siempre estaba a su lado, mirándola como si fuera las estrellas mismas.
Hacemos una mueca ante la comparación.
—Tiene sentido —dice Peter, sorprendiéndonos a todos al no intentar negarlo —. Me taladraba la cabeza hablando de lo fuerte y bonita que era y en como cualquier persona sería muy afortunado de tenerla. Claramente necesitaba lentes, además de un buen psicólogo.
Volvemos a reír con más fuerza.
—No me sorprende —dice Christina en medio de una sonrisa —. Drew era raro incluso para ser un Veraz.
—¿A qué te refieres? —le pregunto con curiosidad.
—Se reía como una hiena. ¿Sabes lo aterrador que es estar en medio de clase y escuchar esa clase de risa de repente?
—Cuando era niño solía hacer chistes cuando creía que nadie lo escuchaba — Al dice con una media sonrisa, perdido en los recuerdos —. Eran… bastantes buenos.
—Era un buen chico, aunque sin amigos. Luego se junto con la gentuza —Christina señala al chico sentado a mi lado — y cambio. Una verdadera lastima.
Abro la boca, sin saber qué decir.
Peter sonríe con diversión.
—Myra también era buena y dulce —dice Will con tristeza —. Un poco asustadiza, pero amaba profundamente a Edward. Ojalá hubiera ido a Cordialidad en vez de venir aquí.
—Nunca creí que Edward podría haber hecho algo así, era tan callado y tranquilo —digo —. Era una persona totalmente diferente anoche.
Seguimos hablando de nuestros compañeros perdidos por horas, dándonos cuenta de cosas que deberíamos haber hecho cuando estaban con nosotros, pero no lo hicimos.
Notes:
Este capitulo estuvo intenso 😬
Consecuencia de ponerte como nombre Cassandra 😣
Espero que les haya gustado!
Esme1188laura on Chapter 2 Tue 08 Apr 2025 12:45AM UTC
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Esme1188laura on Chapter 3 Fri 11 Apr 2025 05:00AM UTC
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Alex_fanfic_addict on Chapter 5 Fri 18 Apr 2025 10:27PM UTC
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Esme1188laura on Chapter 10 Fri 06 Jun 2025 03:31AM UTC
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