Chapter Text
Taza 1
El timbre sobre la puerta tintinea suavemente cuando Sirius entra, empujando con el hombro mientras mantiene a Harry cerca con una mano. El aire tibio del local lo golpea en la cara como un suspiro amable: huele a café recién molido, a pan de canela y madera vieja.
—¿Puedo ir allá? —pregunta Harry en voz baja, señalando un rincón con cojines, lápices de colores y una pequeña estantería de libros infantiles.
Sirius asiente sin pensarlo demasiado.
—Solo si no molestas a nadie —dice, pero Harry ya está camino al rincón.
Detrás del mesón, Remus levanta la vista de su libreta. Lo ve acercarse y le ofrece una sonrisa de esas que no presionan.
—¿Primera vez por aquí?
—Sí —responde Sirius, y su voz suena más ronca de lo que esperaba—. Vi el cartel afuera. Pensé que... necesitábamos un descanso.
Remus asiente, mientras apunta algo en la máquina registradora.
—¿Algo en mente?
Sirius duda un segundo. Mira el menú escrito con tiza en la pizarra. Le da igual, en realidad.
—Solo... algo fuerte. Que despierte a los muertos.
—Entonces doble espresso. Te lo dejo en mesa.
Sirius asiente otra vez. Se le escapa un gesto que intenta ser una sonrisa, pero queda a medio camino.
Va a sentarse cerca de donde Harry hojea un libro con otro niño de cabello castaño claro y mejillas rosadas. Los dos están compartiendo lápices sin hablar. El pequeño levanta la vista hacia Sirius, luego hacia Remus, y vuelve a su dibujo. No parece molesto por la invasión.
Remus llega con la taza unos minutos después. La deja sobre la mesa sin hacer ruido.
—Ese es Teddy —dice, señalando con un leve movimiento de cabeza al rincón—. A veces convence a los clientes pequeños de que la mesa de colores es suya.
Sirius baja la mirada a la taza, luego a los niños.
—Harry. Tiene diez. Le gusta leer en voz alta aunque no sepa qué significan todas las palabras.
Silencio. Pero no incómodo.
Remus se sienta en el borde del banco frente a él, sin invadir. Mira cómo los niños se pasan un libro con dibujos de dragones.
—Parece que se cayeron bien.
—Eso parece.
Otra pausa. Esta vez más suave. Sirius da un sorbo al café. Hace una mueca.
—Dios. Sí despierta a los muertos.
Remus sonríe, con los ojos esta vez.
—Te lo advertí.
Sirius se relaja medio centímetro. No es mucho, pero para él, es casi un milagro.
Taza 2
El cielo está desbordado. Sirius entra al local con la capucha chorreando, Harry pegado a su costado. El timbre sobre la puerta suena apagado por la lluvia.
Remus apenas levanta la vista desde el mesón. Ya no necesita preguntar.
—¿Doble espresso? —dice, mientras toma una taza.
Sirius solo asiente. Se sacude el abrigo, colgándolo en la percha junto a la entrada. Harry, como la vez anterior, corre hacia el rincón de libros sin preguntar.
Teddy ya está allí. Le hace un gesto con la mano, como si hubieran quedado de verse.
Remus deja la taza en la misma mesa que la vez anterior. Sirius murmura un "gracias" que se pierde en el vapor. Luego se sienta y observa, en silencio, cómo Harry y Teddy intentan armar una torre con libros.
Taza 3
Es lunes y el local está casi vacío. Sirius entra solo con Harry, más desaliñado que de costumbre. Tiene ojeras, y una marca de tinta en el dorso de la mano.
Remus le ve desde la barra, y sin decir nada, empieza a preparar su pedido.
—No vino con uniforme —comenta al dejar la taza—. ¿Día libre?
Sirius responde con un suspiro breve.
—Crisis existencial de las siete a.m. Decidimos que hoy no había colegio.
Remus no pregunta más. Le deja una galleta envuelta junto al café.
Teddy y Harry están dibujando juntos, espalda con espalda.
Taza 4
El café aún no abre oficialmente, pero la puerta está sin cerrar y la campanilla suena de todos modos. Remus, que está acomodando los bollos en el mostrador, se gira con cierta sorpresa.
Sirius entra con Harry medio dormido en brazos. Ninguno de los dos lleva chaqueta. Sus ojos están rojos, como si la noche les hubiese sido hostil. No parecen haber desayunado. Ni hablado mucho.
Remus no pregunta. Solo deja el pan en su sitio y se pone tras la máquina de café.
Sirius deja a Harry en uno de los sillones, donde el niño se enrolla sin protestar. Él se acerca al mesón con pasos pesados.
—¿Podemos...? —empieza a decir.
—Claro —responde Remus, sin dejarle terminar.
Prepara el espresso sin mirar, con movimientos suaves. Luego se detiene un momento y saca una taza extra.
—¿Qué le gusta algo al chico?
Sirius duda, pero asiente.
—Chocolate. Con leche. Mucha.
Remus prepara ambas bebidas sin prisa, mientras la radio del fondo susurra una canción vieja. Cuando las deja sobre la mesa, Sirius las toma con las dos manos, como si fueran más que tazas.
—Gracias.
—Días largos —dice Remus simplemente.
—Y noches que no terminan —responde Sirius, sin darse cuenta.
Ambos miran a Harry, que empieza a abrir los ojos al olor del chocolate. Teddy llega unos minutos después con su mochila a medio cerrar. Al ver a Harry en el sillón, sonríe y corre hacia él como si todo estuviera en su sitio.
Remus no vuelve a la barra. Se queda un rato más en la mesa, solo acompañando.
Y Sirius, por primera vez en mucho tiempo, no se siente solo en la madrugada.
Taza 5
Es jueves. El tipo de día en que el cielo parece rendido y las calles están más llenas de viento que de gente. Sirius y Harry llegan al café con los hombros ligeramente menos tensos que la vez anterior.
—¿Lo mismo de siempre? —pregunta Remus, con una media sonrisa.
Sirius asiente. Harry ya se ha instalado junto a Teddy, discutiendo sobre si los dragones deberían tener alas de murciélago o de águila.
Remus deja las tazas en la mesa y se sienta frente a Sirius sin pensarlo demasiado.
—Hoy tienes mejor cara —comenta, y no lo dice como un cumplido, sino como quien reconoce una tregua en medio del caos.
—Dormimos. No mucho. Pero dormimos —responde Sirius, mirando su taza.
Hablan poco. Una conversación que flota en pausas cómodas y miradas hacia los niños.
En un momento, Sirius clava la vista en el ventanal. Sus ojos se entrecierran. Del otro lado del vidrio, entre el reflejo de las luces cálidas y los cuerpos en movimiento, una silueta familiar lo observa por apenas un segundo antes de desaparecer tras una esquina.
Remus sigue su mirada.
—¿Todo bien?
Sirius parpadea.
—Sí. Solo... pensé que vi a alguien. Un viejo fantasma.
No dice más. Pero en sus manos, la taza tiembla apenas antes de volver a tocar la mesa.
Remus no insiste. Solo desliza una servilleta al centro, por si acaso. Blanca, doblada, como si sirviera para contener algo más que migas.
Taza 6
Es un día de sol amable, con la luz entrando por los ventanales como si pidiera permiso. Harry y Teddy ya no necesitan presentación ni permiso: se saludan con un choque de puños, y corren directo al rincón de lectura con una naturalidad que hace sonreír a ambos adultos.
Sirius llega con una caja de jugo en el bolsillo de su abrigo. La saca como si fuera una ofrenda, y se la deja a Harry sin mirarlo demasiado. Remus observa ese gesto con una ternura que no menciona.
—Hoy parece más tú —le dice cuando le entrega el café.
—Duermo un poco mejor cuando él está feliz —responde Sirius, sin necesidad de explicar a quién se refiere.
Afuera, pasan un par de niños en bicicleta. Dentro, el murmullo de las conversaciones y las cucharitas tintineando en las tazas acompaña una calma compartida.
Cuando Sirius y Harry se levantan para irse, Teddy le dice a su amigo:
—¿Vas a venir mañana?
—Si mi padrino quiere —responde Harry, mirando a Sirius.
Y Sirius, por primera vez, responde antes de pensarlo.
—Sí. Vamos a venir.
Taza 7
La tarde es gris, pero no llueve. Sirius entra con el pelo algo revuelto por el viento. Harry lleva una bufanda que parece demasiado grande para su cuello. Remus lo nota desde el mesón.
Teddy está otra vez en su rincón. Al ver a Harry, se levanta y le extiende un libro de dinosaurios sin decir palabra. El ritual se repite.
Remus deja el espresso en la mesa habitual. Esta vez también trae una servilleta doblada como avión.
Sirius la mira.
—¿Intentando que lo vuele o que lo lea?
—Ambas cosas —responde Remus, antes de volver tras el mesón.
Al rato, cuando Sirius y Harry ya se han ido, Remus encuentra la bufanda en la silla. No es nueva. Está remendada en un par de lugares.
La dobla con cuidado y la deja guardada detrás del mostrador. No la lavará. Huele a algo familiar que no sabe nombrar.
Taza 8
La campanilla suena más aguda de lo normal. Es muy temprano, tanto que las luces del local aún parpadean con esa tibieza lenta que precede al bullicio del día.
Remus ya estaba ahí, como siempre. Ordenando servilletas, limpiando la máquina de café. Al levantar la mirada, los ve: Sirius con el cabello atado a medias, camisa arrugada, ojeras marcadas; Harry abrazado a un peluche y con cara de haber llorado.
Ambos con la misma preocupación en la frente.
Remus no dice nada. Solo se gira, busca en el estante trasero y saca la bufanda, doblada con cuidado, aún con el nudo que Harry dejó mal hecho.
La deja sobre el mesón. Sirius da un paso al frente, sin aliento.
—Gracias —dice, sin levantar la voz. Su mano tiembla apenas al tomarla.
—Pensé en lavarla, pero...
—No. Está bien así.
Remus asiente.
Harry extiende los brazos para que se la pongan, y Sirius se arrodilla para enredársela con manos torpes.
—Era de James —murmura, sin saber por qué lo dice en voz alta.
Remus lo escucha. No pregunta nada.
Sirius se pone de pie. Sus ojos están húmedos, pero sostiene la mirada.
—¿Podemos quedarnos un rato?
—Claro —responde Remus, ya girándose para preparar el café.
Esa mañana, no se sientan en mesas separadas. Comparten la misma.
Harry y Teddy sacan los libros. Sirius deja la bufanda sobre su regazo. Y Remus, sin decir nada más, se sienta frente a él y sirve dos tazas.
Sin palabras, pero ya no son extraños.
Taza 9
Los niños han empezado una nueva tradición: intercambiar dibujos.
Harry le dibuja una moto a Teddy. Teddy le dibuja un dragón a Harry. Ambos firmados con sus nombres, en letras grandes y torcidas.
—¿Dónde pondrá eso en casa? —pregunta Sirius, señalando el dibujo con el dragón. Tiene fuego verde y alas rosadas.
—Probablemente en la nevera —dice Remus, sin necesidad de pensarlo.
Sirius ríe. Una risa suave, que le afloja los hombros.
—No tienes idea cuánto envidio esa estabilidad. Un refrigerador con dibujos. Una rutina.
Remus lo mira con cuidado.
—Tal vez no está tan lejos como crees.
No dicen más, pero Remus se levanta y vuelve con un imán pequeño —una estrella de cerámica— y se lo deja al lado del café.
—Por si algún día necesitas colgar algo.
Sirius se lo guarda sin decir nada, pero sus dedos lo aprietan como si fuera un ancla
Taza 10
Teddy y Harry están bajo la mesa, como otras veces, con libros y lápices repartidos en el suelo. Hablan en voz baja, pensando que nadie los escucha.
—Mi mamá vive lejos —dice Teddy—. A veces voy a su casa, pero casi siempre estoy con mi papá. Le gusta leerme cosas raras antes de dormir.
Harry asiente.
—Mi mamá y mi papá están lejos también… pero no puedo ir a verlos. Se fueron al cielo cuando yo era más chico. A veces sueño que están aquí, en la casa… y me despierto y solo está Sirius.
Silencio. Luego:
—¿Te da pena?
Harry se encoge de hombros.
—No me gusta dormir mucho. Prefiero estar despierto con él.
Desde su mesa, Sirius escucha todo. No se mueve. Solo baja la vista a su taza vacía. Sus ojos se llenan de lágrimas que no caen, pero arden.
Remus lo ha escuchado también. No dice nada. Va a la barra, toma un muffin tibio, lo coloca en un plato junto a una servilleta doblada, y lo deja frente a Sirius con una taza de chocolate caliente.
Sirius no lo mira. Pero después de un momento, murmura:
—Gracias.
Remus solo asiente. No es lástima lo que ofrece. Es algo más antiguo. Más necesario.
Compañía en la herida compartida.
Taza 11
Esa tarde, los niños no están. Tonks pasó a buscar a Teddy temprano, y Harry se quedó en casa de Minnie por un par de horas. Sirius llega solo, por primera vez.
Remus levanta una ceja desde la barra, sorprendido.
—¿Doble espresso sin acompañante?
—Hoy toca café sin ruido —dice Sirius, y se sienta en su mesa habitual.
Remus le lleva la taza y se queda de pie, dudando apenas antes de sentarse frente a él.
—¿Te molesta si me tomo un respiro?
—Mientras no me pongas a lavar tazas —responde Sirius, encogiéndose de hombros.
El silencio es cómodo. Se escuchan cucharas, el golpe del molino de café, y una canción suave que flota desde la radio.
—¿Siempre fuiste escritor? —pregunta Sirius, tras un rato.
—No. Fue más una forma de no hundirme —responde Remus, sincero—. Empecé escribiendo cuentos para Teddy, para explicar cosas sin decirlas del todo. Luego vino el café… y ahora intento mantener ambas cosas en pie. Barista de día, escritor de noche.
Sirius sonríe.
—Suena agotador.
—Lo es —responde Remus, sin quejarse—. Pero es mi agotamiento. Elegido.
—Qué lujo ese —dice Sirius en voz baja.
Remus lo mira, ladeando un poco la cabeza.
—¿Y tú?
Sirius se ríe, pero no suena alegre.
—Yo... No. No trabajo. Desde que Harry llegó… todo fue cuidar, reconstruir, explicar el mundo. No me cabía nada más.
—¿Y ahora?
—Ahora… estamos intentando algo de rutina. Él rinde exámenes libres, pero no ha ido mucho al colegio. Esta ciudad… es más pequeña. Más amable. No me gritan desde los autos por cómo me visto, y Harry puede caminar a mi lado sin miedo. No es perfecto, pero se siente menos como estar a la defensiva todo el tiempo.
Remus asiente. Entiende más de lo que dice.
Cuando Sirius se va, mira por la ventana y se queda quieto. Una figura delgada, con un abrigo oscuro, se cruza por la acera de enfrente. No se detiene. Pero Sirius la sigue con la mirada, inmóvil.
—¿Otra vez ese “alguien”? —pregunta Remus, que lo ha notado.
Sirius asiente, sin apartar la vista del vidrio.
—Siempre pasa cuando empiezo a sentir que todo está bien. Pero nunca es real.
Taza 12
Un lunes. Los niños dibujan nuevamente bajo la mesa, esta vez creando un mapa imaginario del café como si fuera una fortaleza mágica.
Remus escribe sus nombres en las tazas con marcador lavable: Harry y Teddy .
Sirius se ríe cuando las ve.
—¿Y a los adultos no nos tocan nombres?
—Depende —dice Remus—. Algunos prefieren que no los llamen por ninguno.
Sirius lo mira de reojo.
—¿Y tú?
—No tengo problema con mi nombre. Me acostumbré a que lo pronuncien mal.
—Remus. No es tan difícil —responde Sirius, probando la palabra en la boca.
Remus sonríe.
—¿Y tú? ¿Sirius siempre fue tu nombre?
Sirius asiente.
—Lo es. Aunque nunca se sintió cómodo hasta que James empezó a decirlo como si significara algo más que un apellido raro. Y Harry... bueno, él lo dice como si fuera mi único nombre posible.
Se quedan en silencio. Hay ternura en el ambiente, pero no una que presione.
—¿Y si quisieras volver a trabajar? —pregunta Remus, sin intención oculta.
—No sé. No me imagino siendo otra cosa que el tipo que acompaña a Harry a la biblioteca y le corta la comida cuando está cansado. No sé si eso tiene un nombre.
—Tal vez sí. Pero aún no lo inventamos —responde Remus.
Al salir, Sirius se queda de pie un momento en la vereda.
La misma figura de siempre —abajo el sombrero oscuro, el andar elegante— gira la esquina.
Esta vez, Sirius da un paso, pero no lo suficiente para alcanzarlo.
Taza 13
El cielo está cubierto de nubes que no se deciden a llover. La luz es suave, como si el mundo hablara en voz baja.
Sirius entra con Harry tomado de la mano. El niño tiene los ojos hinchados y camina más lento que de costumbre. Lleva su bufanda, la que Remus ya aprendió a reconocer con cariño, ajustada hasta la nariz. Sirius no se ve mucho mejor.
Remus no pregunta. Les prepara el café y el chocolate en silencio, pero cuando deja las tazas en la mesa, se detiene un segundo más de lo normal.
—¿Madrugaron? —dice al fin, con suavidad.
Sirius le lanza una mirada breve, como pidiendo que no tire demasiado del hilo.
—Mañana es su cumpleaños —responde, mirando a Harry, que hojea un libro sin pasar las páginas—. De James. No durmió bien. Yo… tampoco.
Remus asiente. No dice “lo siento”. En cambio, se sienta frente a él, sin tocar su café.
—Cuando mi madre cumplía años… después de que murió —empieza, con la voz baja—, solíamos comprar un pedazo de pastel. Nada especial. Algo sencillo. Le poníamos una vela, lo compartíamos con Teddy, y contábamos un par de historias. Cosas que recordaba. Buenas. Raras. Incluso alguna vergonzosa.
Sirius lo escucha, los ojos clavados en su taza.
—¿Y sirve? —pregunta.
—No cambia nada. Pero transforma el peso. Lo convierte en otra cosa. Algo que se comparte, no que se arrastra solo.
Sirius no responde. Pero más tarde, antes de irse, le pregunta al pasar:
—¿Qué pastel compraban?
—Zanahoria. Siempre decía que tenía nombre de comida sana para justificar repetir.
Por primera vez en días, Sirius sonríe. Pequeño. Pero real.
Y al día siguiente, Remus deja una vela envuelta en papel junto a una bolsa con dos porciones de pastel de zanahoria, esperando por ellos en la barra.
Taza 14
El departamento está en silencio. Es temprano, pero ya no es de madrugada. Sirius ha corrido las cortinas y encendido algunas velas que encontró en un cajón, poniéndolas alrededor de la mesa de centro. La luz es suave, temblorosa. No tanto como él, que aún se pregunta si esto es una buena idea.
Harry está sentado en el suelo, con una manta sobre los hombros y el cabello revuelto. No ha preguntado qué están haciendo. Solo lo sigue.
Sobre la mesa hay dos porciones de pastel de zanahoria —uno con más betún, claramente elegido para él—, y una vela blanca que Sirius enciende con cuidado.
—¿Hoy también es cumpleaños de alguien? —pregunta Harry, con voz ronca.
Sirius asiente.
—De tu papá. Hoy habría cumplido treinta y uno.
Harry lo piensa un momento.
—Como tú.
—Sí. Como yo.
Sirius toma aire.
—Remus me contó que él y Teddy hacen esto cuando recuerdan a alguien importante. Una vela, pastel… y hablar un poco de lo que extrañan.
Harry asiente en silencio, mirando la llama. Entonces Sirius comienza. Casi sin darse cuenta, empieza a contar pequeñas historias: de cómo James se caía constantemente intentando aprender a andar en bicicleta, de su colección de corbatas feas, de cómo perseguía a Lily con un anillo de papel desde el tercer año.
Harry lo interrumpe a cada rato.
—¿Era bueno cocinando?
—¿Y mi mamá se reía o se enojaba?
—¿Jugaban contigo también?
Sirius responde a todo. A veces inventa un poco, a veces deja espacios en blanco. Pero no importa. Entre una cucharada de pastel y otra, Harry se ríe. Y Sirius también.
Por un momento, todo es grato. Tierno. Real y no tanto. Una pausa en la ausencia.
Luego, en voz baja, Harry murmura:
—Yo me acuerdo —dice muy bajito— que mi papá usaba los calcetines de colores que nadie más quería. Había unos con sapos. Y decía que eran sus favoritos porque nadie se los robaba.
Sirius suelta una risa rota.
—Es verdad. Eran horribles. Lily intentó quemarlos una vez.
—Y me acuerdo —continúa Harry, más todavía bajito— que cuando llovía fuerte, me subía a sus hombros y decía que éramos un castillo.
Sirius lo observa. Su pecho duele. No está seguro de si eso ocurrió realmente, o si Harry lo inventó en sus sueños. Pero no importa. Lo ve tan convencido, tan orgulloso de ese recuerdo que quiere abrazarlo y no soltarlo jamás.
—A veces no me acuerdo de su voz —admite Harry, mirando el pastel—. Pero sé que me gustaban sus risas. Sentía que me hacían cosquillas.
Sirius no puede responder. Solo asiente, con los ojos vidriosos, y se acerca para rodearlo con un brazo.
—Él estaría tan orgulloso de ti, Harry. Lo sé. No hay forma de que no lo esté.
Harry se apoya en él. La vela sigue ardiendo, quieta, como si supiera que hoy no hay prisa.
—¿Podemos hacerlo todos los años? —pregunta Harry.
—Sí. Todos los años.
—Quiero hacerlo para mi papá y para mi mamá. Los dos están lejos, pero… creo que les gustaría.
Sirius se queda sin palabras. Solo asiente, y lo abraza sin apretar, como si estuviera conteniendo algo más que un cuerpo pequeño y cálido.
La vela sigue ardiendo, quieta, como si supiera que hoy no hay prisa.
Taza 15
Es tarde, casi la hora en que el café empieza a vaciarse. El murmullo de fondo es bajo, cómodo. Sirius llega con Harry medio dormido a su lado, y antes de sentarse, se acerca al mesón.
Remus levanta la vista desde la máquina de café.
—¿Lo mismo de siempre?
Sirius niega con la cabeza. Tiene una bolsa de papel en la mano y una expresión extrañamente serena.
—Hoy, sí. Pero antes quería darte las gracias.
Remus enarca una ceja, curioso.
—Por el pastel —aclara Sirius—. El de zanahoria. No solo estaba delicioso, sino que… bueno, fue un momento grato. De esos que no abundan, pero que hacen diferencia.
Remus se queda quieto un segundo, como si las palabras hubieran entrado por un lugar que no esperaba.
—Me alegra saberlo —dice al fin—. De verdad.
—Fue idea tuya, así que gracias. Por eso. Y por todo esto.
Sirius no dice más. Pero el tono no necesita traducción.
Remus le sirve el café con un gesto contenido, como si también quisiera decir algo y aún no supiera cómo.