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Legado viltrumita

Summary:

Viltrum puede ser muchas cosas a ojos y oídos externos, Mark lo sabe de primera mano. Un mal augurio. El fin del mundo. Desde que se enteró de la verdad en unos de los momentos más dolorosos de su vida tras enfrentarse no solo a su padre sino a otros de su misma especie, algo dentro de él se fortaleció. Una promesa, inamovible, repetida en voz alta más veces de las que querría. No será un guerrero más. No será un conquistador al servicio del Imperio. La Tierra, su hogar, es la prioridad. Sus habitantes y la esperanza de un mañana mejor, lo que ilumina su convicción de seguir adelante hasta el final. O eso creía hasta que la persona que menos esperó, que usaba ESE uniforme blanco, le presentaba una perspectiva diferente. No quiere aceptar pero el Imperio, el universo y el futuro no espera a nadie.

(AU viltrumita William Clockwell x Mark Grayson)

Notes:

Hace años que no escribo nada. No me vi la serie de Invencible (solo escenas sueltas), pero aviso que en mi historia, Anissa no abusó de Mark. Tampoco aparece Eve para ayudar en la pelea y menos Oliver. Literal esto se me ocurrió mientras estaba trabajado. Una disculpa de antemano si hay faltas de ortografía o haya agujeros argumentales. Vi por redes que se empezó a popularizar el AU de viltrumita William y aquí dejo mi granito de arena pero haciendo que nuestro twink favorito fuera malvado ya que, como dice el título, está adoctrinado por la propaganda viltrumita que se le inculcó desde una edad temprana. Como no se etiquetar se quedará esto así. Notaréis que me tomé la molestia de modificar el canon de la biología viltrumita. En resumen, su ADN es compatible con toda especie alienígena y a través de siglos de evolución, las nuevas generaciones de Viltrum nacen con hermafroditismo pero se presenta cuando han alcanzado la madurez. No intersexualidad porque no es lo mismo. Catalogué esto como un mpreg no porque William fuera hombre trans o nació intersex sino que en un futuro desarrollará órganos sexuales pélvicos externos e internos de ambos sexos. También Mark pero eso es se verá más adelante cuando publique las otras partes. Además, es explícito este tema y no porque en verdad haya escenas de sexo que termine en embarazo masculino. Si esperabas una historia así, solo te llevarás una decepción. Sin nada más que aclarar, espero que os entretenga un rato.

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: Propaganda

Chapter Text

El silencio y la destrucción es lo único que rodeaba el campo de batalla improvisado en el que Mark se encontraba después de que su actual rival aterrizase desde el cielo. Conquista, pensó con cierta burla estando en el suelo, boca arriba e intentando retener el máximo de oxigeno que podía, después de haber experimentado el enfrentamiento más brutal que en su corta edad había vivido como héroe. El sonido del viento y el ritmo acelerado de su corazón es lo único que le estaba acompañando. Los pájaros no cantaban. No podía escuchar sonidos de motores. Los gritos de los civiles ya dejaron de retumbar entre los edificios destruidos desde hace rato. Ni siquiera las comunicaciones directas con el GDA funcionaban. ¿Se le habría caído el auricular o se rompió en medio del enfrentamiento? No podría asegurarlo pero la sangre que se deslizaba libre desde su oído derecho al hombro, le hicieron sospechar que se encontraba absolutamente solo. Al menos, el segundo ser vivo respirando en medio de esta paliza. Llamar a lo que estaba experimentando una pelea sabiendo la diferencia tan abismal de fuerza, era irrisorio si lo contara alguien más.

Ese hombre sin duda no era normal.

Demasiado rápido, muy fuerte y sin miedo a las consecuencias de lo que podría pasar si usaba más fuerza de la necesaria contra su oponente. Nunca mostró duda y la piedad probablemente era una palabra que debía oír de fondo durante sus masacres en cada viaje a diferentes mundos dónde otros fueron arrasados o peor. Su uniforme estaba manchado. Su sangre adornaba los zapatos que llevaba puesto. No quería pararse a pensar siquiera sobre si en verdad era toda de el mismo... de alguien más.

Su figura, sin duda, era algo de otro mundo. Nunca vio a un viltrumita igual. Los que terminó enfrentando compartían rasgos que perfectamente podría confundir con los de un humano. Más alto que su padre. Con un uniforme blanco que se parecía bastante al que vio en Anissa. Canas más blancas que Thula. Más cicatrices que Kregg. Más corpulento que Lucan. Una cicatriz enorme le recorría el rostro. Sus dientes torcidos parecían las consecuencias de perderlos múltiples veces en combate y su propio cuerpo los terminó recolocando como quiso. Una mano de hierro. Una voz profunda, cargada de desprecio en cada palabra que le dirigía desde que decidió atacarlo por primera vez.

—Eres más resistente de lo que me esperaba— comentó el monstruo flotando cerca del cráter donde estaba. El tono que usó le hacia sonar tranquilo. Ni siquiera se le veía cansado, sudando, la respiración acelerada o con su pecho subiendo rápidamente por haber echo un esfuerzo.

—No llegas a representar una amenaza para nuestro Imperio con esas capacidades, aún no has alcanzado tu potencial.

—No me interesa lo que opine vuestro imperio sobre mis habilidades— dijo a duras penas.

Una mueca momentánea se asomo de la comisura de la boca del hombre, como si estuviera a nada de soltar con soplido bajo.—Ahí te equivocas, chico, no vine para destruir este planeta, nadie de aquí podría pararme si me hubieran enviado con ese objetivo.

Por un momento, Mark quiso responderle de forma tajante pero las facciones que vio en el viltrumita le hizo tragar saliva (o un coagulo de sangre, no lo sabia con seguridad). Pelear contra otros humanos era su rutina diaria, por muy dura que fuera la pelea que tuviera, se fortalecía con cada golpe. Ante otro de la misma especie que su padre, no pudo evitar sentirse como una presa sangrando en medio del mar ante la presencia de un tiburón toro. Como un cerdo en el matadero esperando el filo del cuchillo que le terminaría degollando hasta desangrarse.

—Me enviaron aquí para hacer el trabajo que Nolan no tuvo el valor de completar, no perteneces a este mundo, tienes una misión más importante ahí fuera junto a los de tu verdadera especie— Mark quiso incorporase en ese mismo momento, rápido.

Sus piernas y columna no opinaron lo mismo.

—No me iré contigo, no le debo nada a Viltrum— respondió en su lugar.

—Esto no es cuestión de lo que quieras hacer o no— el viltrumita apretó los puños al acercarse a la figura del humano sangrante del suelo hasta estar a pocos metros de distancia uno de otro. —Tienes una misión, me asignaron para asegurar que la cumplirás.

Su sobra ocupo todo su cuerpo, tapando el sol. Debía ponerse en pie, empezar a contraatacar, hacer cualquier cosa para empezar a oponer resistencia. Por un momento, sus extremidades inferiores hicieron algo mas que temblar por la fatiga de la paliza que ese hombre hace minutos atrás le propició. Ahora, mas que nunca, no podía darse el lujo de volver a fallarle a más gente. Más héroes que contaban con su apoyo para defender a la humanidad y que muchos habían perdido la vida brutalmente. A los miles de civiles que intentó hoy salvar pero sus restos se esparcían a su alrededor. Por su hermano, por su familia, sus seres queridos, su hogar...

—Vete a la mierda — casi gritó a duras penas después de que la adrenalina que le quedaba le dio fuerzas para, no solo apoyar las manos en el suelo sino también para levantarse.

Sintió por un momento la sangre deslizarse por su cara y traje destrozados, no quería ponerse a pensar si era suya o de una persona que fue una víctima colateral .

El viltrumita no respondió de inmediato. Lo observó con una mezcla entre curiosidad y desprecio, como si no esperara que Mark pudiera ponerse en pie tan pronto. Su silueta seguía tapando el sol, como una sentencia grabada en el cielo. La tierra crujía débilmente bajo sus botas flotantes y el calor del cráter aún no se había disipado por completo.

—¿Eso fue un intento de coraje? —preguntó Conquest, ladeando la cabeza como si analizara a un espécimen defectuoso—. Porque si crees que eso fue levantarte... —en ese momento, bajó lentamente al suelo con un gesto casi teatral— entonces no has entendido nada sobre lo que significa ser uno de nosotros.

Mark escupió un denso hilo de sangre y medio sonrió, aunque la mueca le dolía.

—Entiendo más de lo que tú jamás vas a admitir. Entiendo que si "ser uno de vosotros" significa asesinar sin razón, arrasar planetas por orgullo y llamar deber a la masacre, entonces prefiero morir como humano que vivir como viltrumita.

Conquest ya estaba frente a él. La velocidad con la que se movió fue apenas visible. En un segundo estaba flotando, en el siguiente, su puño atravesó el aire y se detuvo a centímetros del rostro de Mark. Amenaza pero no ejecutor.

—Dices eso ahora. Pero cuando todo lo que amas desaparezca... —el tono descendió como una amenaza fría—, cuando tu planeta esté reducido a cenizas y los tuyos lloren sobre ruinas, tal vez entonces recuerdes esta conversación. Y tal vez entonces, me des la razón.

Mark no retrocedió. El miedo aún palpitaba dentro de él como un segundo corazón, pero no lo dejó guiar sus actos.

—O tal vez, para entonces, tú ya no estés aquí para decirme "te lo dije".

Un instante de silencio los envolvió. Incluso el viento parecía haber desaparecido. Luego, como si una orden no pronunciada se activara, ambos cuerpos se lanzaron al combate.

Esta vez, Mark no esperaba ganar.

No lo hacía por victoria, ni por demostrar algo. Lo hacía porque alguien tenía que resistir, aunque fuera un segundo más. Aunque fuera con el cuerpo roto y el alma hecha pedazos. Lo hacía por los que ya no podían hacerlo.

Y mientras se elevaba en el aire a trompicones, cada músculo gritando en protesta, pensó que si ese era su final, entonces al menos Conquest no se lo llevaría sin resistencia.

El aire se partió con un silbido cuando el otro lanzó el primer golpe. Mark apenas logró cubrirse con el antebrazo, pero la fuerza era inhumana. Voló hacia atrás como un muñeco de trapo, rebotando contra el suelo arrasado y dejando un surco humeante tras de sí.

—¡Te rompes igual que los demás! —bramó mientras lo alcanzaba con un zumbido sónico. Su sombra volvió a cubrirlo como una lápida que cae.

Mark tosió, escupiendo sangre y tierra. Cada parte de su cuerpo suplicaba rendirse. Su visión era un torbellino de polvo, luz y dolor.

—Y tú... —murmuró, tambaleándose de nuevo hacia arriba—. Gritas igual que todos los cobardes que se esconden detrás de sus títulos.

Conquest frunció el ceño. Algo en sus ojos cambió: un destello de furia auténtica, como si hubiera atravesado el barniz de superioridad con sus palabras. Sin avisar, lo tomó por el cuello y lo alzó del suelo.

—No tienes idea de con quién estás hablando. He conquistado mundos cuyos nombres ni siquiera puedes pronunciar. He destruido civilizaciones enteras en un día. ¡Tú no eres nada!

—Y aun así… —jadeaba, aferrándose a la muñeca que lo sostenía en el aire—. Sigues hablando. Como si intentaras convencerte a ti mismo de que eso te hace fuerte.

Un latigazo cruzó el rostro de Mark. El golpe fue seco, brutal, y lo envió de nuevo contra el suelo. Pero esta vez si se quedó allí.

—¿Por qué sigues levantándote? —gruñó Conquest, ya sin la máscara de desprecio sereno. Ahora era odio puro.

—Porque alguien tiene que hacerlo. —dio un paso más, tambaleante, pero firme—. Porque tú no entiendes lo que significa tener algo por lo que luchar, algo por lo que morir si hace falta.

Silencio. Solo el viento soplando entre los restos de la ciudad destruida.

El viltrumita descendió lentamente, su respiración audible ahora. La rabia aún latía en su rostro, pero también algo más. ¿Era respeto? ¿Ira contenida? ¿O simplemente incredulidad de que este muchacho aún no supiera cuándo rendirse?

—Eres tenaz —dijo al fin, con voz más baja, como si le costara admitirlo—. Tal vez demasiado para tu propio bien.

—Tal vez. —Mark alzó la vista, con un hilo de sangre descendiendo por su ceja—. Pero prefiero morir siendo yo que vivir siendo uno más de vosotros.

Conquest cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, algo en su expresión había cambiado. Dio media vuelta y comenzó a elevarse lentamente.

El no respondió de inmediato. Su mirada permanecía fija en el, como si evaluara si valía la pena matarlo ahora o más adelante. Sus puños se relajaron lentamente, y en lugar de cargar de nuevo, alzó la vista hacia el cielo. Un cambio súbito en el aire avisó a Mark de que algo se acercaba. Lo sintió antes de verlo: una presencia densa, aplastante, distinta a la brutalidad del otro. Más familiar.

Una figura descendió desde lo alto, envuelta en un halo rojo, el calor de la fricción atmosférica dibujando un aura letal a su alrededor. El aterrizaje fue elegante, casi coreografiado, pero la onda expansiva quebró el suelo bajo sus pies y arrojó escombros en todas direcciones. Un silencio inquietante siguió a la sacudida.

Cuando la nube de polvo se disipó, Mark parpadeó, escupió sangre, y se quedó paralizado. El corazón le latía con violencia.

—No… —susurró—. No puede ser.

Delante de él, el uniforme blanco brillaba impoluto, como si el caos no lo tocara. Ese rostro… esa postura erguida, segura… la expresión tranquila.

No lo creía.

—¿William? —musitó, incrédulo, sintiendo cómo la adrenalina que lo mantenía en pie se mezclaba con algo más profundo y quebradizo.

La figura caminó hacia él, usando el uniforme de un blanco prístino imperial. Mismo rostro. Mismos gestos. La misma voz, cuando habló:

—Hola, Mark.

Mark retrocedió un paso. La fatiga y el dolor físico ahora eran reemplazados por una herida distinta.

—¿Qué... qué haces aquí? ¿Cómo...?

—Siempre estuve aquí —dijo William con una calma que contrastaba brutalmente con la tensión del momento. Sus ojos lo examinaban con una frialdad que Mark jamás había visto en él—. Solo que no estabas listo para saberlo.

—¿No estaba listo? —la rabia empezó a brotar como lava contenida—. ¡Eres mi amigo! ¡Nos criamos juntos! ¡Me defendiste en la escuela! ¡Compartimos todo! ¿Y tú…? ¿Todo ese tiempo... tú eras como ellos?

—No como ellos, Mark. Soy como tú. Como nosotros. Viltrumita. Nacido en este planeta, sí, pero creado para algo más.

—Tú... —Mark apretó los dientes—. ¿Cómo pudiste ocultarlo todos estos años?

—Porque sabía que reaccionarías así —respondió, más serio ahora—. Con miedo y rechazo. Como lo haría cualquier humano. Pero tú no eres solo humano, Mark. Eres más. Igual que yo.

—¡No me compares contigo! —escupió, avanzando un paso pese a su cuerpo destrozado—. ¡No después de lo que han hecho!

—Y, sin embargo, sabes que nuestras vidas son diferentes a quienes nos rodean. ¿Cuántas veces te lo preguntaste? ¿Por qué no envejeces como los demás? ¿Por qué eres más fuerte, rápido y resistente? ¿Por qué tu lugar entre ellos siempre fue aparte?

Mark apretó los puños, y su mirada se nubló de confusión. Era cierto. Se lo había preguntado. Muchas veces. Pero jamás pensó que su mejor amigo… estuviera viviendo esa misma mentira a su lado.

—No tienes idea de lo que estás diciendo —dijo, con la voz entrecortada.

William dio un paso más, con ese andar tranquilo, casi afectuoso.

—Sí la tengo, Mark. Lo que tú llamas traición, yo lo llamo destino. He visto el futuro de esta especie. Divididos. Rotos. Autodestructivos. Viltrum no conquista por odio, conquista por necesidad. Por orden. Por evolución. La humanidad está condenada, y nosotros podemos salvar lo que vale la pena. Y tú puedes ayudarnos.

—¿Y destruir el resto? ¿Eso también te parece evolución?— William lo miró con una mezcla de lástima y paciencia.

—Tarde o temprano lo entenderás. Lo que tú ves como violencia es el precio de la paz. El precio del avance. Ya no eres un niño, no puedes vivir con un pie en cada mundo. Tienes que elegir.

Mark tragó saliva, aunque sentía la garganta cerrada. No sabía si era por el dolor, la furia... o el hecho de que su mejor amigo estuviera hablando como un predicador de un imperio genocida.

—Yo... —Su voz apenas era un susurro, pero cargado de una convicción quebrada—. No me creo que esto es lo que de verdad piensas sobre todo esto.

William no respondió de inmediato. Bajó la mirada un segundo, luego suspiró. Y en ese suspiro había algo genuino.

—Es normal que duela. Lo entendí cuando me pasó a mí también— no retrocedió ni un paso. Su mirada se mantuvo fija en el, con una paciencia implacable, como quien intenta razonar con un niño terco.

—Mark, escúchame bien —dijo con voz baja pero firme—. No vine aquí para pelear contigo. Vine porque sé que tienes la fuerza, el potencial, y sobre todo el deber, de comprender algo más grande que tú mismo.

Apretó los puños, todavía dolido por la revelación y la traición, pero también extrañado por la serenidad de su amigo.

—¿Deber? ¿Qué deber? —exclamó con amargura—. ¿Deber hacia un imperio que destruye mundos y ve a la humanidad como basura? ¿Qué clase de deber justifica un genocidio? ¿Destruir culturas? ¿Anular la voluntad de miles de mundos?

Su amigo ladeó la cabeza y dejó escapar un suspiro, casi con lástima.

—Eso que llamas destrucción es parte del ciclo. Todo sistema muere si no se adapta, si no evoluciona. Y la evolución no es gentil. Es selección. Precisión. Continuidad.

Mark frunció el ceño. Algo en ese tono le revolvía el estómago.

—¿Evolución? ¿Continuidad cómo?

William dio un paso más cerca, su voz ahora casi íntima.

—Nuestra especie no se sostiene solo con fuerza. Necesita expansión. Necesita... semillas en tierra fértil. Potencial. ADN compatible. ¿Entiendes?

Mark lo miró en silencio, parpadeando. Un ligero temblor en la mandíbula delataba que empezaba a atar los hilos. Pero aún se resistía.

William sonrió con suavidad, sin burla. Era lo más inquietante de todo: no hablaba como un conquistador. Hablaba como un creyente.

—Cada mundo al que llegamos es una oportunidad. No para arrasarlo, como crees… sino para dejar algo. Herencia. Fusión. Supervivencia. Los humanos tienen recursos, sí. Pero más importante: tienen adaptabilidad. Tienen cuerpo. Tienen matrices fértiles para algo mejor.

Un silencio denso cayó entre los dos. El viento levantaba cenizas en la distancia, como si el paisaje quisiera reforzar la gravedad de esas palabras.

El héroe apenas pudo murmurar:

—Entonces… ¿todo esto… todo este "orden" que hablan… también incluye eso...?

William mantuvo el silencio un segundo más, lo suficiente para que doliera.

—No hay conquista más efectiva que la biológica, Mark. La guerra termina. Las razas se extinguen. Pero la descendencia... perdura. En ella continúa todo lo que somos. Los humanos no son basura. Son como monos que juegan con palos. No pueden entender el orden, la fuerza o el propósito. Nosotros tenemos la responsabilidad de ponerlos en su lugar, de guiarlos. Y parte de eso es asegurarnos de que nuestra especie siga creciendo. Expandiéndose y creciendo. Necesitamos a la raza humana, son medios para un fin.

Mark frunció el ceño, lleno de repulsión por lo que significaba.

—¿Medios para un fin? ¿De eso se trata todo esto? ¿Queréis conquistar a través de la sangre también? —preguntó con incredulidad—. ¿Incluso me mentiste sobre ser gay?

Le hizo un gesto muy poco sutil, como si la sola idea le provocara un profundo desagrado. Una mueca casi de asco asomó en sus labios.

—¿Yo? ¿Reproducirme con un humano? Por favor, Mark, bajo los estándares terrestres, soy gay —dejó caer la frase con desprecio apenas contenido—. Eso es algo que nunca haría. Pero no me malinterpretes. Mi misión principal no es esa. Es mucho más... personal. —Su sonrisa se volvió sutil, y sus ojos brillaron con un destello que hizo que Mark se tensara—. El Imperio solo me permitirá tener hijos si es contigo. Nuestra biología, siendo de la misma especie, puede hacer que cualquiera de los dos pueda gestar descendencia. Eso es parte de lo que esperan de mí: preservar la raza viltrumita, junto contigo. Mi misión principal eres tú.

Sintió un escalofrío recorrer su espalda y William mantuvo su mirada fija en él, sin apartarla. El aire se volvió pesado, y la amenaza ya no era solo física ni ideológica. Era íntima. Personal. Y quizás la más peligrosa de todas, no supo si sentirse horrorizado o confundido. Todo parecía sacado de una pesadilla.

William continuó, con un tono frío y casi resignado:

—Mi madre, al igual que tu padre, vino a la Tierra con varios propósitos. Uno de ellos fue tener hijos con humanos para ver si éramos compatibles genéticamente. Y funcionó. Pero a diferencia de Nolan, que no te educó bajo los ideales viltrumitas, yo sí fui criado desde pequeño sobre mi deber y obligaciones al Imperio. Me entrenaron para ser leal no solo a Viltrum sino para garantizar su futuro incluso si eso significa usar a la humanidad como medio. Acepté mi destino con gusto hace mucho tiempo.

Mark bajó la mirada, sintiendo una mezcla de pena y negación arder en su pecho.

—No… no es cierto —replicó con voz temblorosa—. Te conozco, William. No harías algo así. Eres mejor que esto, que todo lo que me estás diciendo que te han exigido hacer. No puedes… no puedes haberlo aceptado.

Conquest, que había permanecido en silencio, dejó escapar una risita burlona y se acercó con una sonrisa cruel.

—Estás perdiendo el tiempo con humanos inferiores —dijo—. Ellos solo prolongarán una muerte inevitable. La única elección lógica es servir junto a los de tu propia especie. Es lo obvio. Lo único que tiene sentido si quieres sobrevivir.

William asintió con tranquilidad, con una sombra de convicción en su rostro.

—Conquest tiene razón. No hay honor en aferrarse a un mundo condenado. Los humanos son débiles, finitos. Solo están retrasando un final inevitable.

Mark, aún aturdido, intentó enfocar su mente en algo concreto, en una pregunta que le quemaba por dentro.

—¿Pero cómo funciona la biología viltrumita? —murmuró—. No entiendo… ¿Cómo es posible que puedas tener un hijo conmigo?

El viltrumita mayor resopló con gracia y añadió —Es detestable que no te hayan ni explicado lo más básico de tu propia especie—

William no se molestó en mirarle.

—Eso, Mark, es parte de lo que solo los de nuestra sangre pueden entender. No te molestes en tratar de asimilarlo ahora. Solo acepta que, para el Imperio, este es un paso necesario.

Sintió como si le hubieran dado un puñetazo, mientras las palabras se fundían en una maraña imposible de descifrar. No dijo nada. Solo lo miraba. Su rostro, antes lleno de furia y dolor, ahora se contraía en algo más profundo: horror. La revelación de que la humanidad era vista como una herramienta (nada más que eso) lo paralizaba por dentro. No era solo la traición de William. Era la certeza de que todo por lo que había peleado, todo lo que había creído proteger, estaba siendo descartado como prescindible. Como ganado.

Conquest, al notar su expresión desencajada, dio otro paso adelante. Su tono perdió la burla y adquirió un peso antiguo, endurecido por generaciones de batallas.

—¿Quieres saber por qué dominamos mundos, Mark? ¿Por qué hacemos esto?

Apenas movió la cabeza. Una respuesta muda, incapaz de resistirse.

—Viltrum ya no es lo que era —dijo—. Nuestra raza fue arrasada por una guerra civil. No por enemigos externos, sino por nosotros mismos. Eliminamos a los débiles, a los que dudaban, a los que estorbaban nuestra evolución. Solo los más fuertes sobrevivieron. Solo los más decididos. Fue brutal pero necesario. Y ese acto es lo que forjó el Imperio. Un sistema que no deja espacio para la decadencia.

Se acercó un poco más mientras alzaba su brazo de carne sutilmente, un gesto para que viera el panorama a su alrededor. Asfalto destrozado, edificios derruidos, coches volcados, cristales por todas partes. Sangre, mucha sangre alrededor de ellos. Su voz se hacía cada vez más baja pero igual de firme.

—Mira a tu alrededor y tu planeta. Lo que llaman civilización es un caos disfrazado de progreso. La Tierra se está pudriendo. Crisis climáticas que no detienen, guerras ideológicas que dividen, sistemas políticos que colapsan. Todo en nombre de “libertad”. ¿Y sabes qué los une con el resto de asentamientos planetarios? Todos rehúsan hacer lo que hay que hacer. Nadie toma el control. Nadie impone orden.

William asintió detrás de él, con expresión fría.

—Por eso estamos aquí. Porque, como con Viltrum en su momento, la única forma de evitar el colapso total es actuar con fuerza. Hacerse cargo. Y si eso significa subyugar a los que se niegan a ver más allá de su egoísmo, que así sea.

Mark apenas respiraba. El sudor y la sangre en su rostro parecían no compararse con el peso de lo que acababa de oír. Y cuando William se acercó de nuevo, con esa mezcla de cercanía y determinación cruel, solo pudo dar un paso atrás.

—No... no puede ser así —dijo, negando con la cabeza, la voz quebrada—. No es salvación si viene de destruir todo lo que somos. No puedes llamarlo orden cuando nace del miedo.

William sostuvo su mirada por un momento, y aunque no alzó la voz, su tono fue cortante.

—Yo no vengo a salvar a nadie, Mark. Vengo a construir algo nuevo. Algo mejor.

Y Mark, completamente superado por todo lo que oía, comprendió que el amigo que conocía… ya no estaba allí.

Se mantenía inmóvil, con la respiración entrecortada. Las palabras de William y Conquest giraban en su mente como metralla: dominación, selección, control. Y en medio de ese caos, su amigo —su mejor amigo— seguía acercándose.

Con el rostro sereno y una media sonrisa que parecía querer reconectar con lo que alguna vez fueron, se agachó ligeramente a su altura. Su tono se volvió más suave, más íntimo. Como si las ruinas del campo de batalla desaparecieran por un instante.

—Mark… mírame —dijo con voz calmada—. No te estoy pidiendo que traiciones a nadie. Lo que intento es hacerte ver que nuestras diferencias con los humanos no son motivo para dejarlos a su suerte. Todo lo contrario. Tienen potencial, pero necesitan una guía firme. Orden. Propósito. Eso es lo que les falta y nosotros podemos dárselo.

El apretó los dientes, desviando la mirada. Pero el otro no se detuvo. Su voz se volvió más personal, casi afectuosa.

—¿Y quién mejor que tú y yo, que crecimos aquí, que los conocemos? Mark… somos compatibles en más formas de las que imaginas. Hemos sufrido juntos, reído, crecido lado a lado. Eres fuerte y noble, exactamente lo que Viltrum necesita. Exactamente lo que yo necesito a mi lado.

Tragó saliva, incómodo, sin saber si las palabras eran una trampa o una súplica. Sentía la piel erizarse, no por cercanía emocional, sino por la confusión de ver a alguien tan familiar hablando con tanta convicción sobre algo tan ajeno. Dio un paso atrás, torpe, como si su propio cuerpo rechazara lo que estaba escuchando.

Conquest lo notó de inmediato y soltó una carcajada seca y pesada.

—Ah... Los lazos humanos —comentó con sarcasmo, cruzándose de brazos—. Siempre tan complicados. Cargados de emociones, culpa, dudas. Entre viltrumitas es todo más simple. Claridad. Propósito. Instinto. Pero vosotros siempre necesitáis más. Palabras, miradas y esperanzas vacías.

Mark se giró bruscamente hacia él, pero no encontró nada para contestarle. Todo lo que sentía era una maraña de traición, pena, y una creciente rabia por no saber cómo escapar de la situación sin romper del todo lo que aún quedaba entre él y su amigo.

—Esto no está bien —susurró—. No puede estar bien…

William lo miró con paciencia, casi con ternura.

Invencible seguía paralizado. Lo que acababa de escuchar se sentía como una fractura que no podía repararse. Como si el suelo bajo sus pies ya no fuera el mismo. Y sin embargo, aún buscaba algo familiar en los ojos de William. Algo que le dijera que su amigo seguía allí.

—¿Por qué, William? —preguntó, la voz aún temblorosa—. ¿Por qué aceptaste todo esto? ¿Por qué unirte a ellos? ¿Por qué dejar que… que esto te consuma?

El otro no retrocedió. Al contrario, dio un paso más cerca. Se detuvo justo frente a él, a escasos centímetros, sin tocarlo, pero invadiendo el espacio con una calma peligrosa. Había algo en su postura, en su mirada fija, que no dejaba lugar a dudas.

—Porque es lo que soy, Mark —respondió con firmeza, casi con orgullo—. Puedo parecer humano. Puedo hablar como ellos, vestirme como ellos, crecer entre ellos… Pero en el fondo sé que no lo soy. Igual que tú. Eres viltrumita. Puedes fingir lo que quieras, pero lo sientes. En tu sangre. En cada batalla. En la forma en que te contienes. En la rabia que te quema cuando ves injusticias y te das cuenta de que nadie más está haciendo lo suficiente para cambiarlo.

Algo dentro de él quería gritar que no, que estaba equivocado, que él no era eso. Pero no podía negar que aquellas palabras, aunque deformadas, tocaban una parte de el que no quería mirar.

William bajó la voz, pero no el peso de lo que decía.

—No voy a aceptar una vida que no me pertenece. No nací para encajar en este mundo. ¿Estudiar para conseguir un título que solo sirve para trabajar por migajas mientras otros se enriquecen? ¿Romperme el cuerpo por empresas que me desecharán cuando ya no les sirva? ¿Todo para vivir cansado y con miedo de envejecer sin haber hecho nada real?

Una pausa. Un latido incómodo.

—Con Viltrum, tengo un propósito, uno que llevo en la sangre y no me avergüenza. Me enorgullece porque sé quién soy.

Mark sintió un escalofrío que le recorrió la columna. Era como si sus palabras hubieran sido escritas para herirlo y abrazarlo al mismo tiempo. Como si en su crudeza, hubiese una verdad que prefería ignorar pero que no podía borrar.

—No, no puedes… —intentó responder, pero la voz se le quebró—. No puedes estar diciendo esto como si fuera justo. Como si estuviera bien.

Conquest bufó con una sonrisa torcida mientras los observaba.

—Los humanos se pasan la vida huyendo de lo que son. Intentan ser especiales, únicos… y cuando lo son, les aterra. Por eso sus vínculos siempre se complican. Cargan con dudas, reglas absurdas, emociones contradictorias...

William no desvió la vista de Mark ni un segundo.

—Tú no tienes que cargar con su debilidad. Puedes decidir. No mañana, no cuando sea tarde. Hoy. Aquí. Puedes elegir quién eres y con quién estarás cuando este mundo inevitablemente se derrumbe.

Y entonces, en el silencio que siguió, Mark sintió por primera vez que no estaba frente a un enemigo… sino frente a un reflejo que no quería aceptar.

El mareo le golpeó como una ola helada. La pérdida de sangre, el agotamiento de la batalla… todo se combinaba para hacerlo tambalearse. Cuando el ojiazul dio un paso más, él instintivamente alzó las manos y lo agarró de los hombros, buscando equilibrio. Pero al hacerlo, también se aferró a algo más: la esperanza de que aún podía entenderlo. De que aún podía traerlo de vuelta.

—¡Dímelo! —exclamó, la voz cargada de ira y desesperación—. ¡Explícamelo, maldita sea! ¿Cómo puedes decir todas esas cosas con esa calma? ¿Cómo puedes hablar así de la gente que te vio crecer? ¿De tus amigos? ¡De nosotros!

Sus manos temblaban mientras lo zarandeaba levemente, la debilidad de su cuerpo contrastando con la intensidad de su voz.

—¿Qué hay de Amber, de Rick, de todos los demás? ¿De los profesores que te trataron bien? ¿La gente que se preocupó por ti, que te ayudó sin pedir nada a cambio? ¿Eran solo monos bien entrenados para ti? ¿Solo parte del decorado mientras esperabas a que te activaran como un soldado del Imperio?

William no se apartó. Su cuerpo permaneció firme, sereno. Y entonces, con una sonrisa que no era burlona pero sí profundamente resignada, se echó a reír suavemente.

—Mark… —dijo, mirándolo con esos ojos azules tan tranquilos como el cielo antes de una tormenta—. Claro que los recuerdo. Obvio que fui amable y si que sentí algo por ellos. Pero eso no cambia lo que soy. Ni lo que tú eres.

Retrocedió un poco, sin soltarlo aún, atónito por la frialdad con la que su amigo pronunciaba esas palabras. William, con una calma inquietante, extendió los brazos y lo envolvió en un abrazo.

El gesto era humano. El calor, real. Pero todo en el se sentía extraño, como si fuera una sombra de lo que había sido. Como si estuviera abrazando a un eco de su amigo… uno que ya no creía en nada de lo que los unía.

—No estoy loco, Mark —susurró William junto a su oído—. Solo dejé de mentirme. Y quiero que tú hagas lo mismo.

Se quedó helado. No sabía si empujarlo, gritar o rendirse al peso de lo que acababa de escuchar. Pero lo único que sabía con certeza era que el amigo que conoció ya no estaba solo en esa piel. Y que algo mucho más oscuro y convencido había tomado su lugar.

Mark seguía en el abrazo, paralizado. Sentía el peso del contacto, la familiaridad de alguien que una vez fue su mejor amigo, y la frialdad de un extraño con convicciones irreversibles. Una risa suave de zumbó cerca de su oreja, como si no pudiera evitar disfrutar el momento, como si encontrara cierto placer en verle tambalearse entre la comprensión y el rechazo. Entonces lo dijo.

—No es lo mismo, Mark —susurró, bajando aún más la voz—. No confundas el respeto o el cariño que pude sentir por algunos humanos con lo que verdaderamente importa. Aprecio a ciertas personas, sí. Compartí cosas, aprendí, incluso disfruté de sus compañías pero eso es efímero.

Se apartó solo un poco, lo suficiente para mirarlo a los ojos. Su expresión no era de odio, ni de superioridad inmediata. Era más inquietante que eso: era convicción pura.

—Con Viltrum es distinto. Siento algo más profundo. Algo que no se basa en simpatía o costumbre. Es conexión, legado, instinto. Pertenezco a ellos. Tú también lo sientes, aunque lo niegues. Esa parte de ti que grita cuando luchas, que se despierta cuando sangras por proteger a los demás. No viene de tus libros ni de tus clases en la universidad. Viene de allá. De nosotros.

Mark negó con la cabeza lentamente, su mirada rota, como si la realidad estuviera desmoronándose frente a él palabra por palabra.

Detrás, sin acercarse, Conquest respondió con cierto fastidio en su voz.

—¿Ven lo que digo? Humanos. Siempre tan emocionales. Se aferran a sentimientos que apenas entienden, a relaciones tan frágiles como sus cuerpos. Se matan por “amistades” y “familia”, y cuando ya no pueden fingir más, lloran porque las piezas no encajan.

Su voz tenía el tono de quien ya ha visto esto muchas veces, con la distancia cruel de quien lo ha superado hace siglos.

—Los jóvenes siempre se resisten —añadió—. Pero todos los híbridos pasan por esta fase. “¿Qué hay de mis amigos? ¿Qué hay de lo que fui?” Lo que fuiste es irrelevante. Lo que eres es inevitable.

William no dijo nada al respecto, pero una ligera sonrisa confirmó que estaba de acuerdo. Apretó suavemente los brazos alrededor de Mark, más como un gesto de cierre que de afecto.

—No quiero que sufras. Pero la verdad no cambia por tus emociones o por tus recuerdos. Solo cambia si decides aceptarla. Si decides unirte a nosotros.

Mark sintió que su respiración se aceleraba. Su cuerpo seguía débil, pero su corazón latía con fuerza, impulsado no por odio, sino por algo más doloroso: pérdida. No solo de su amigo, sino de todo lo que había significado. El silencio que siguió al discurso de William fue breve pero insoportable. Y entonces, algo dentro de el se rompió.

Los ojos se le llenaron de lágrimas antes de que pudiera detenerlas. Su respiración se volvió irregular, como si por fin el peso de todo lo que había escuchado y visto —el dolor, la traición, la lucha— se le hundiera en el pecho como una piedra imposible de levantar.

—Eres un mentiroso —susurró con voz temblorosa, bajando la mirada—. No eres tú. No puedes ser tú…

Y de pronto, con lo poco que le quedaba de fuerza, apartó los brazos de William bruscamente, rechazando el abrazo. Dio un paso atrás, tambaleándose, casi cayendo, pero se mantuvo de pie. Con cada músculo protestando. Con la sangre aún corriendo por las heridas abiertas. Pero de pie.

William parpadeó, sorprendido por el arrebato. Durante un instante, su expresión se suavizó. Tal vez por el recuerdo de quien había sido para Mark. Tal vez por no esperar que, incluso al borde del colapso, su amigo aún pudiera desafiarlo.

Pero la sorpresa duró poco. Su rostro volvió a endurecerse, recuperando esa calma inquietante de antes.

—No te estoy mintiendo. Solo estás viendo algo que siempre estuvo ahí… y que no querías aceptar.

Mark apretó los puños, jadeando, las lágrimas mezclándose con el polvo y la sangre de su rostro. Giró lentamente la cabeza, clavando la mirada en Conquest, que observaba la escena como si presenciara una obra de teatro especialmente entretenida.

—¿Qué fue eso que dijiste antes? —le espetó, con la voz al borde del grito—. ¿Qué quisiste decir con que William ya ha conquistado mundos? ¡Respóndeme!

Conquest arqueó una ceja, divertido. Miró a William con una sonrisa torcida, como si lo invitara a contar su parte de la historia.

William no pareció avergonzado. Solo alzó una ceja, como si no entendiera por qué Mark lo veía con horror en lugar de orgullo.

—¿Creíste que me lo estaba inventando? —dijo con tono tranquilo—. No era una mentira, es un hecho. Me entrenaron para esto desde que era un niño. Como tú debiste ser entrenado también. No fue fácil, pero si necesario. Hay mundos ahora en orden gracias a mí. Mundos que eran un caos antes de que llegáramos. Hice lo que tenía que hacer para probar mi lealtad al Imperio.

Mark sintió como si una cuchilla invisible lo atravesara. El William que conocía, con quien compartió deberes escolares, series de televisión y conversaciones sobre lo injusto del mundo, le estaba hablando ahora como un emisario de guerra, como un ejecutor. Y lo peor era que lo decía con alegría, sin una pizca de arrepentimiento.

—¿Y cuántas personas…? —empezó a decir Mark, pero su voz se quebró—. ¿Cuántas tuviste que matar para demostrar lo “leal” que eres?

No respondió de inmediato. Bajó la mirada un momento, no por culpa, sino como quien reflexiona antes de responder con claridad.

—Las que fueron necesarias.

Y esa frase, dicha con tanta convicción, le dolió más que cualquier golpe recibido en la pelea anterior.

 

William no se apartó. Permaneció firme, su expresión serena, como si entendiera que necesitaba espacio pero no tuviera intención de retroceder un solo paso. En cambio, fue Mark quien lo hizo. Un paso hacia atrás. Luego otro. Como si con cada revelación, el aire entre ambos se volviera más irrespirable.

Su expresión era la de alguien que acababa de despertar en una pesadilla que no puede terminar. Su voz temblaba, apenas sostenida por la rabia y el desconcierto.

—Esto no tiene sentido… No eres así… tú… tú ayudabas a la gente. Te quedabas a limpiar después de las reuniones estudiantiles. Te ofrecías para tutorías. ¿Eso también era parte del plan? ¿Una máscara?

William sostuvo su mirada, sin asomo de arrepentimiento.

—No fingía. Simplemente no me sentía obligado a enseñarles la verdad. A algunos los aprecio, Mark. Pero mi lealtad no está aquí. Nunca lo estuvo.

Mark apretó la mandíbula, y justo cuando abrió la boca para hablar, la voz de Conquest retumbó como un trueno desde unos pasos más allá.

—William no miente. Yo estuve allí, ¿sabes? Supervisé varias de sus primeras campañas. Su madre y él fueron eficientes. Implacables. Una demostración perfecta de lo que significa ser viltrumita de verdad. No como Nolan… —escupió el nombre con desdén—. Que se ablandó. Se perdió entre tus “valores” humanos y no tuvo el coraje de prepararte como debía.

Se rio por lo bajo, como si aún no entendiera cómo alguien como él había fracasado en algo tan “simple” como moldear a su hijo.

—Tu padre tuvo su oportunidad —continuó, cruzando los brazos con aire de superioridad—. Pero la desperdició. Crió a un chico confundido, atrapado entre dos mundos, sin lealtad clara. William, en cambio supo desde el inicio a quién debía servir.

Él apenas reaccionó. Asintió ligeramente, como si las palabras de Conquest no fueran una alabanza, sino una obviedad.

Mark, sin embargo, retrocedió otro paso, sus piernas apenas respondiendo al peso de la verdad que lo aplastaba. Su respiración era pesada. No por la batalla, sino por lo que estaba entendiendo… o tal vez, por lo que aún se negaba a aceptar por completo.

—Tú no… —balbuceó—. Tú no puedes haber hecho eso. No tú…

Pero William solo lo miró, sin rabia ni crueldad. Con esa calma inquebrantable que era aún más aterradora que cualquier grito.

—Soy quien siempre fui, Mark. Tú solo elegiste no verlo.

El mundo alrededor parecía haberse detenido. No quedaban héroes de refuerzo, ni amenazas inmediatas de muerte. Solo esa tensión insoportable entre dos amigos de toda la vida, ahora separados por convicciones que jamás volverían a reconciliarse

 

—No sabes lo que significa realmente conquistar un mundo hasta que ves a miles de seres arrodillándose ante el Imperio Viltrumita. William y su madre trajeron orden a esos planetas, pusieron fin a caos y decadencia. Lo que lograron fue impresionante, un verdadero triunfo para nuestra raza.

Hizo una pausa, mirando a Mark con una sonrisa amarga.

—Y luego está Nolan, que decidió suavizarse, mezclarse con esos… humanos. Criarte con esa indecisión, ese apego absurdo a una especie inferior. No entiendo cómo pudo permitirse eso— clavó sus ojos en Mark, como si le estuviera señalando la falla más grande en su sangre.

—William no cometió ese error, desde niño supo cuál era su deber y lo aceptó. Mientras tú, sigues atrapado en dudas que te harán perderlo todo.

William observaba en silencio, dejando que las palabras calaran en el ambiente antes de volver a mirar a Mark, esperando alguna señal, algún indicio de que aún había algo que lo hiciera dudar. Dio un paso más cerca, sus ojos azules fijos en los de Mark, su voz bajó a un tono casi susurrante, cargado de una persuasión fría pero cálida a la vez.

—Esos mundos que conquistamos no eran simples planetas, estaban al borde del colapso. Corrupción, guerras interminables, sociedades destruidas por su propia decadencia. No éramos invasores sin causa, éramos la única esperanza real para salvarlos. —Hizo una pausa, como buscando las palabras exactas—. Y tú, como el héroe que siempre has sido, tienes el deber de hacer lo mismo aquí—abrió ligeramente los brazos, como invitando a Mark a comprender el peso de sus palabras.

—Detener el mal no es un ideal lejano, es una obligación. Pero solo podemos lograrlo si sigues lo que el Imperio Viltrumita nos dicta. Si niegas tu herencia, niegas la verdad más profunda: que nunca serás humano del todo. No pertenecerás realmente a ninguno de los dos mundos. Estarás perdido para ambos.

El silencio que siguió fue denso, casi palpable. William se mantuvo allí, esperanzado, firme, mientras Mark luchaba con el peso de una verdad que dolía demasiado para aceptarla.

 

Las lágrimas seguían marcando caminos de polvo y sangre por el rostro, pero su voz se alzó con una determinación desesperada. Se negó a caer. A pesar de todo, aún buscaba una salida. Aún quería creer.

—¡Tiene que haber otra forma! —exclamó, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho—. ¡No todo tiene que ser conquista o sumisión, destrucción o rendición!

Le miró con intensidad, con la mirada de un amigo que aún buscaba a la persona detrás de las palabras frías.

—¡Somos híbridos, William! No solo una cosa. Ni enteramente viltrumitas ni completamente humanos. Eso… eso significa que también podemos hacer algo diferente. Algo mejor. Podemos conectar ambos mundos. Podemos crear un puente, no tomarlo todo a la fuerza. ¿Por qué no puede ser así?

La idea parecía prenderse como una chispa en su mirada. Aún quedaba una posibilidad, pensó. Aún había algo que podía salvarse.

Pero William… se rio. No con crueldad, pero con incredulidad. Una risa suave, como la de alguien que escucha a un niño proponer arreglar el mundo con cinta adhesiva y Conquest no tardó en unirse, aunque su risa fue más áspera, cargada de burla.

—¿Un puente? —repitió con sorna, cruzando los brazos mientras lo miraba de arriba abajo—. Mark, tú ni siquiera puedes mantenerte en pie sin tambalearte, y aún así sueñas con unir civilizaciones como si fueran piezas de un rompecabezas infantil.

William negó con la cabeza, aunque su sonrisa era menos burlesca y más resignada y con una sonrisa burlona, Conquest se acercó un paso más y dijo:

—¿Híbridos? —repitió, como si la palabra tuviera un sabor amargo en su boca—. No sois híbridos, Mark. No sois humanos ni viltrumitas puros. Sois… una anomalía. Pero esa anomalía tiene fecha de caducidad.

—El ADN viltrumita es dominante. Con el tiempo, tu genética humana será reemplazada. Tú y yo… en unos años, seremos viltrumitas puros. No habrá rastro de humanidad en nosotros.

Mark sintió que el mundo se le venia encima. La idea de perder su humanidad, de convertirse en lo que siempre había temido, le resultaba insoportable.

—Eso… eso no puede ser posible—murmuró, sin poder creerlo del todo.

Conquest observándolo con una mezcla de desdén y fascinación.

—Es la verdad y no hay forma de detenerlo. El proceso es irreversible. La humanidad que crees que aún posees desaparecerá, y lo que quedará será un viltrumita puro, como William. Como yo.

Mark se quedó en silencio, procesando sus palabras. La desesperación lo invadió. ¿Qué quedaba de él si su humanidad se desvanecía? ¿Qué futuro le esperaba si no podía evitarlo?

William, viendo la lucha interna de su amigo, dio un paso hacia él al notar la expresión de confusión y angustia en el rostro, se disculpó con una sonrisa forzada.

—Lo siento por la risa, Mark. Conquest tiene una forma peculiar de nombrar las cosas. Lo de "híbridos" lo dice como una especie de... insulto cariñoso. No lo tomes a mal.

Él, sin embargo, seguía en shock. La idea de que, con el tiempo, su ADN humano fuera reemplazado por el viltrumita le resultaba insoportable. Sentía que perdía una parte esencial de sí mismo, una parte que lo conectaba con su madre y con si mismo.

El viltrumita mayor observó la reacción.

—No te preocupes, es solo una fase. Con el tiempo, tu humanidad se desvanecerá. Es lo que pasa cuando el ADN viltrumita se impone. Y créeme, es para mejor.

Mark, aún procesando la información, se sintió abrumado por la tristeza y la desesperación. ¿Qué quedaría de él cuando desapareciera por completo?

William, al ver la angustia en el rostro del otro, intentó suavizar su tono, buscando conectar con su amigo.

—Entiendo que esto es mucho para asimilar. Pero ser viltrumita no es algo negativo. Podemos hacer cosas mejores, más grandes, en nombre de un bien mayor. No estamos aquí para destruir, sino para construir un futuro más fuerte y ordenado.

Mark, aún con lágrimas en los ojos, lo miró fijamente.

—Pero tú te percibes como si fueras superior, William. Como si ser viltrumita te hiciera mejor que los demás.

William no dudó.

—No lo niego. Los viltrumitas somos superiores en muchos aspectos. Físicamente, tecnológicamente, tenemos una longevidad que los humanos no pueden igualar. Es la verdad. Y no tiene nada de malo reconocerlo.

Mark, incapaz de contener su frustración, soltó una risa amarga.

—No puedo creer hasta qué punto tienes el cerebro lavado por esa educación imperialista. ¿De verdad crees que somos mejores solo por nuestra genética? ¿Por nuestra fuerza? Eso es lo que te han enseñado, ¿verdad? Que los humanos somos inferiores, que debemos ser gobernados por los viltrumitas porque somos más fuertes.

William lo miró con seriedad.

—No es solo lo que me han enseñado, es lo que he vivido y lo que he visto. Nuestra raza trae orden, progreso. Los humanos, en su mayoría, viven en caos, en guerra, en ignorancia. Nosotros podemos guiarlos, elevarlos.

Mark, con el corazón pesado, dio un paso atrás.

—No sé si puedo seguirte en esto. No sé si puedo aceptar que la única forma de mejorar sea imponiendo nuestra voluntad sobre los demás.

Conquest intervino con una sonrisa sardónica.

—Es natural que te cueste entenderlo pero el tiempo te lo mostrará. Los humanos tienen sus momentos, pero no pueden sostenerse por sí solos. Necesitan guía. Necesitan fuerza. Y nosotros somos esa fuerza.

Mark, con el rostro marcado por la confusión y el dolor, miró a William.

—No sé si puedo ser parte de esto. No sé si quiero ser parte de esto.

—Lo entenderás con el tiempo, Mark. Lo entenderás

Negó con la cabeza, retrocediendo un paso más, su rostro aún empapado de sudor, polvo y lágrimas. Miró a William como si fuera un extraño, tratando de reconocer en él al amigo que había conocido desde la infancia. Pero las palabras que había escuchado, no encajaban con ese recuerdo.

—No entiendo... No entiendo cómo puedes pensar así —dijo con voz rota—. ¿Cómo puedes creer que esta misión, esta ideología, es justa? No lo es. Nada de esto lo es. ¿Por qué tú? ¿Por qué yo? ¿Por qué nosotros?

William bajó la mirada por un instante, como si en su interior hubiese aún una chispa de conflicto... pero cuando volvió a alzarla, era firme, resuelto.

—Porque no se trata de justicia, Mark. Nunca se trató de eso. Se trata de necesidad. No es justo que hayamos nacido con esta responsabilidad, que el destino de mundos enteros pese sobre nuestros hombros. Pero es necesario. Por la prosperidad de nuestra especie. Por su supervivencia.

—¿Supervivencia costa de quién? —exigió, con voz más fuerte pese al temblor de su cuerpo.

William se acercó un poco más, con las manos extendidas como si intentara calmarlo.

—¿A costa de qué, Mark? De un mundo que se consume en guerras, que mata lo que no entiende, que explota a los suyos... Los viltrumitas no son perfectos, pero somos eficientes. Fuertes. Unidos. Podemos traer orden donde hay caos. Podemos evitar que la historia se repita como lo hizo en Viltrum, antes de que purificáramos nuestra especie.

Mark sintió que se le helaba la sangre. Esa palabra —"purificamos"— tenía un eco oscuro que no podía ignorar. Apretó los puños, aún sin fuerza para levantar los brazos, pero con el corazón al borde de romperse.

—¿Eso es lo que te enseñaron? ¿Eso es lo que crees?

Y William asintió lentamente.

—No porque me lo enseñaron. Porque lo vi. Porque lo viví. Porque lo entendí.

En ese momento, Mark comprendió que no estaba discutiendo con alguien confundido. Él no era un títere sino que había elegido este camino, consciente de lo que dejaba atrás. Y eso le dolía más que cualquier golpe que pudiera recibir

William se acercó con paso firme, pero sin agresividad, como quien habla de un deber sagrado. Igualmente retrocedió instintivamente, el peso de la sangre perdida y la confusión lo hacían tambalear, pero sus ojos no perdían la intensidad de la mirada.

—Mark —insistió, con voz baja pero cargada de convicción—, se lo debemos a nuestra gente, no todo es conquistar, tener descendencia contigo para el imperio no es solo un deber... es una necesidad. Algo que acepto con orgullo y felicidad. Es parte de nuestro futuro, de la supervivencia de nuestra especie, y tanto tú como yo somos una pieza fundamental en eso.

Tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. No sabía cómo responder, atrapado entre la incredulidad y el miedo.

William observó su reacción, suavizando ligeramente el tono.

—No es solo biología, es una oportunidad para forjar algo mejor, para que nuestros hijos vivan en un universo donde no tengan que sufrir como nosotros.

La confesión dejó a Mark en un silencio pesado, mientras luchaba por procesar la magnitud de lo que su amigo le acababa de revelar. Respiró hondo, tratando de calmar la tormenta que se desataba en su interior. Todavía temblaba, pero sus ojos no se apartaban de William.

—¿Y qué pasa con todo lo que hemos vivido juntos? —preguntó, con la voz quebrada—. ¿Todo eso no significa nada para ti? ¿Acaso nunca te importó lo que pensaba o sentía?

El dio un paso más cerca, sin invadir el espacio personal de Mark, pero con una intensidad palpable.

—Lo que vivimos... sí que importó. Pero también aprendí que hay algo más grande que nosotros, algo que no podemos ignorar. La humanidad... —hizo una pausa, como buscando la palabra adecuada— es frágil, llena de contradicciones, de errores que se repiten. Viltrum es diferente. Somos fuertes, unidos por un propósito.

Mark negó con la cabeza, incapaz de aceptar esa visión.

—¿Y ese propósito justifica todo? ¿La destrucción? —su voz se tornó firme—. No puedo ser parte de eso. No quiero que la vida que hemos conocido se reduzca a una mera estrategia de poder.

William suspiró, casi con pesar.

—No te pido que lo entiendas ahora, solo que confíes en que esto es para el bien mayor. Yo también lucho con esto, Mark. Pero no podemos ignorar lo que somos.

 

Conquest, con la paciencia agotada, rompió el silencio con un tono seco y amenazante:

—¡Ya basta! No estamos aquí para jugar a las conversaciones interminables. El tiempo se agotó y tú sigues dando vueltas.

William, visiblemente nervioso ante la dureza del hombre, tragó saliva y le miró a los ojos, casi suplicantes.

—Mark... debiste escucharme cuando aún había oportunidad. No podemos esperar más.

Sin avisar, su pierna se impulsó hacia adelante y conectó con la suya, derribándolo con fuerza. Cayó al suelo, dolorido, con la respiración entrecortada y la cabeza dándole vueltas. William se inclinó sobre él, con una expresión fría y dura, casi implacable.

—El Gran Regente no tolera la indecisión. Nos esperan en la nave. Ya no hay lugar para dudas ni para ti ni para nadie que se interponga en el camino del Imperio.

Mark, con la voz débil pero llena de rabia y desesperación, respondió:

—¿Crees que voy a rendirme tan fácil? —su mirada reflejaba dolor, incredulidad y furia—. ¿A ti? ¿Qué alguna vez te llamé mi amigo?

William apretó los puños, su mirada se endureció.

—Esto no es personal. Es nuestro destino. Y si no lo aceptas, entonces no hay otro camino para ti.

Llegando a su lado, Conquest, con una sonrisa oscura, añadió:

—Mira cómo se arrastra, agotado y roto... pero aun así, perdido. Tal vez no entienda que rendirse es la única opción real.

Mark intentó incorporarse, el dolor le atravesaba el cuerpo, pero su espíritu no se quebraba.

—No seré tu peón... No seré parte de esta locura.

William levantó la voz, con una mezcla de frustración y determinación:

—Te repito, el Gran Regente espera. Esto termina ahora, por tu bien o por la fuerza.

Mark, aún tendido en el suelo, con el cuerpo temblando por el esfuerzo y la pérdida de sangre, le miró fijamente con una mezcla de desafío y dolor.

—¿Dijiste que tenemos un futuro juntos? —repitió con voz ronca—. ¿Tú y yo? ¿De verdad crees que puedo aceptar vivir bajo el yugo de un imperio que desprecia todo lo que soy... y todo lo que amé aquí?

William se acercó más, esta vez sin agresividad, sino con una calma fría y calculada, casi paternal.

—Mark... yo también perdí mucho pero esto es más grande que nosotros, más grande que la Tierra. Nuestra sangre y nuestra misión no puede quedarse atrapada en este planeta condenado a la decadencia.

—¿Y qué? —escupió con amargura—. ¿Dejar atrás a todos? A mi gente, mi vida y principios? ¿Para ser un instrumento de Viltrum?

William bajó la mirada, pero luego levantó la vista, firme.

—No es solo un sacrificio. Es una oportunidad. Juntos podemos ser algo más, algo que trascienda a cualquiera de nosotros. Tú y yo podemos cambiar el curso de la historia viltrumita y humana. Pero para eso debes dejar de negarte lo que eres.

Mark sintió que le temblaban las manos, la mezcla de rabia y tristeza lo consumía.

—No seré como tú, ni siquiera puedo aceptarlo.

Su amigo dio un paso atrás, resignado pero con un brillo de esperanza en sus ojos.

—No pretendo que sea fácil, pero no estás solo. No esta vez.

Conquest, que había permanecido levitando, observando con fastidio y cansancio, interrumpió con voz áspera.

—¿Todavía seguís así? —dijo, cruzando los brazos—. Los jóvenes con dramas existenciales... El universo no espera a nadie. Dejad de llorar y decidid ya. O yo decido por vosotros.

Mark alzó la vista hacia el otro viltrumita, su rostro marcado por el agotamiento y la confusión.

—¿Y qué dices tú? —preguntó débilmente—. ¿Crees que todo esto vale la pena?

El sonrió con sarcasmo.

—Vale la pena para los que sobreviven y dominan. Para los demás... solo es un juego perdido.

William miró a Conquest, luego a Mark.

—Vamos. El futuro no se construye negando quién eres, sino aceptándolo y usándolo. Juntos.

Mark cerró los ojos por un momento, intentando encontrar en su interior una respuesta, una fuerza que aún no sabía si tenía, abrió los ojos lentamente, su mirada firme y cargada de una nueva determinación.

—No —dijo con voz firme, aunque débil—. No voy a seguir sus órdenes, ni sobre el dominio a otros seres vivos, ni sobre la reproducción. No voy a ser un simple instrumento para sus planes. No soy un peón en su juego.

William resopló con evidente frustración, sus ojos destellando ira contenida.

—Siempre tan testarudo... Pensé que entenderías la importancia de esto. No es solo por el Imperio, Mark. Es por la supervivencia de nuestra especie.

Conquest se deslizó hacia adelante, añadiendo a la conversación con su voz baja y amenazante, pero sin perder la calma.

—No eres tú quien decide eso, chico. No tienes la libertad para negarte. Eso ya se decidió antes de que nacieras. Lo quieras o no, eres parte de esto.

Mark tragó saliva, sintiendo el peso de esas palabras como una losa, pero su espíritu aún no cedía.

—Entonces, ¿qué? ¿Soy una propiedad? ¿Una herramienta biológica? Nunca acepté eso, ni lo haré.

William miró a Conquest, con un gesto casi suplicante, pero Conquest le devolvió una mirada seca.

—No es cuestión de lo que tú quieras, William. Aquí no hay espacio para sentimentalismos. Mark debe cumplir su deber, y punto.

William volvió a posar sus ojos en el, ahora con un dejo de tristeza mezclado con determinación.

—No te pediré que cambies tu corazón ahora. Solo te pido que lo pienses... porque el futuro que te ofrezco no es solo servidumbre. Es poder. Es propósito. Y es real.

Mark respiró hondo, luchando contra la desesperación y el miedo.

—Aún no sé qué camino tomaré... pero no será uno en el que pierda quién soy.

Conquest soltó un bufido y se apartó, claramente cansado del insufrible discurso sobre moralidad.

—Híbridos... siempre creyendo que controlan su destino. Ya veremos cuánto duran en esta guerra.

El silencio volvió a caer sobre el campo de batalla, solo roto por el ruido lejano de las naves y la respiración pesada de su antiguo amigo.

Chapter 2: El ahora

Notes:

Cambie de opinión y esto será una obra completa repartida en 3 capítulos. Más personajes aparecen y se discuten muchas cositas ;)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Mark Grayson no recordaba haber cerrado los ojos, pero cuando los abrió, no estaba en la Tierra. De eso estaba seguro. No se respiraba igual. El aire era más denso, reciclado. La gravedad era diferente. Estaba acostado en una camilla y apenas se podía mover sin sentir el dolor físico. Luces rojas pulsaban intermitentemente en las paredes, acompañadas de un zumbido grave que vibraba en su pecho. Estaba dentro de una nave. No una cualquiera, una viltrumita. El emblema que decoraba la puerta de la entrada cerrada de su habitación lo delataba. Perdió. Fue capturado. Su cuerpo ha quedado postrado en una cama. Sigue vivo. Sigue respirando.

Trató de moverse, pero una punzada de dolor recorrió su torso. Recordó a Conquest. Su sonrisa rota. El crujido de sus propios huesos. Y luego… William.

William Clockwell, su amigo de toda la vida. El chico torpe y sarcástico que lo había acompañado en los momentos más humanos de su existencia. Ahora sabía la verdad: todo había sido una fachada. William no era humano. Nunca lo había sido. ¿Cuánto tiempo se tuvo que estar guardando el secreto? ¿Por qué revelar todo ahora y no hace meses cuando sus poderes se manifestaron por primera vez y lo descubrió? Su expresión de incredulidad pasó rápidamente ante sus ojos. La alegría recorría sus facciones, ilusión incluso. Estuvo feliz de tener un mejor amigo súper héroe, le dijo en su momento. Nunca hizo nada cuando estuvo bajo ataque, ni siquiera era de esos chicos que se defendía a puñetazos en el colegio cuando se paraba en frente de los matones a los que se tuvo que enfrentar hace años. Ni cuando plantaba cara en favor de otras personas. Siempre se destacó por ser la voz de la razón incluso en circunstancias de tensión. La violencia directa estaba vista, bajo su punto de vista, como algo que nunca fue hecho para el.

¿Qué más se le ha tenido que pasar de forma inadvertida cuando su amigo que tuvo de política personal el no estar a favor de la violencia física, ha escondido detrás al responsable de la aniquilación de otras vidas?

 

¿De verdad ha estado tan ciego ante lo que pasaba delante suya que no pudo ver las señales de que nada parecía ir bien? ¿Normal?

 

—Estás despierto — le dijo usando su tono de voz familiar.

Mark giró la cabeza, con el cuello rígido. Ahí estaba de pie junto a él, ahora con el uniforme blanco y plata de un oficial viltrumita. Su rostro era igual… pero la expresión ya no era la de su viejo amigo. No había rastro de humor, ni compasión. Solo una neutralidad implacable. Su apariencia no cambió en lo absoluto desde la última vez que estuvo consciente. Ya no una sombra de lo que fue o lo que recordaba que era. No una ilusión de lo que se prometió jamás ser. Se enfrentaba al presente.

—¿Dónde estoy?

—En la nave insignia del Dominatus, camino a la flota Imperial que está cerca de Viltrum. El Alto Consejo quiere verte. Tú y yo… tenemos cosas pendientes.

Apretó los dientes y aún si el dolor le recorriese desde las encías hasta las orejas, no dejó de mirar fijamente al traidor que tenía delante. Aunque su cuerpo estuviera tumbado y agotado hasta el extremo, su mente se negaba a descansar. Estaba volviendo a procesar todo lo que experimentó en muy pocos segundos. Años de su vida. Meses como héroe. Horas de incertidumbre bajo ataques hacia el planeta. Minutos que se le hicieron eternos cuando se le vino todo encima de golpe.

Pero sobre todo, el querer más respuestas aún si cada pregunta que decía en voz alta le doliera por dentro. Como una herida no curada. Un corte fresco y preciso.

—Todo este tiempo… ¿fuiste un espía?

William suspiró, casi con decepción.

—No. Aunque no lo creas, tu padre y mi madre acordaron juntarnos lo antes posible por ordenes de nuestro emperador— empezó a decir.

Eso le apretó el corazón al oírlo. Otra vez el nombre de su padre apareciendo cuando no son más que malas noticias. Su infancia no solo estuvo plagada de mentiras, engaños y verdades a medias. También de condicionamiento.

—Perfectamente podría no haber tenido contacto contigo después de llegar a la escuela y seguir evitando que no te salieras de lo que se espera de ti, ni de mi.

Continuó firme en su declaración, como un discurso ensayado que debía recitar para otras personas, más que una confesión dolorosa. ¿Todo lo que habían pasado juntos no significaba nada? ¿Era parte de su misión? ¿El William que creyó conocer nunca existió?

—Se me asignó a ti porque eres imprescindible, importante. Y porque, a pesar de todo, creí que podría convencerte de que nuestro camino era el correcto.

—¿Nuestro camino? —Mark se incorporó apenas unos centímetros, un tirón en las costillas fue lo que retiró su fuerza aún sintiéndose debilitado—. ¿Destruir civilizaciones? ¿Esclavizar mundos? ¿Eso te parece correcto?

No le regaló una respuesta, hizo algo peor.

Caminó hasta una consola y la activó. Un holograma mostró un mapa estelar, con decenas de sistemas tachados en rojo. No era nada que hubiera visto antes. Lo que pudo ver en el Pentágono, no se acercaba en lo absoluto a lo avanzado que parecía todo a su alrededor. Lo que le rodeaba, lo que estaba observando, parecía una sentencia de muerte. Una celda demasiado perfecta. Demasiado pulcra pero dándole esa sensación de que las paredes en cualquier momento se empezarían a cerrar hacia dentro lentamente. Tal como lo estaba empezando a sentir en su propia garganta cuando escuchó lo siguiente.

—La Tierra no es la primera. Ni será la última. El Imperio no detiene su expansión porque ahora mismo nuestra supervivencia depende de ello. Y tú eres uno de nosotros, Mark. Somos la esperanza de una nueva era.

Y ahí estaba de nuevo. El temblor en su cuerpo volvió más fuerte que nunca. Por orgullo, lo único que le quedaba que no le estaban quitando, se acabó aferrando a esa voz de su cabeza que le suplicaba no rendirse ante sus palabras. No derrumbarse ante sus amenazas. Resistir a todo lo que se le viniera de ser necesario, pero no dar marcha atrás. Ojalá fuera más sencillo hacerlo que decirlo cuando cada fibra de su ser y un susurro encerrado al fondo de su subconsciente, le pedía que esperase, que escuchase.

 

No lo hizo.

 

—Nunca me uniré—escupió con dolor.

—Ya lo hiciste una vez —su mirada penetrante caló más hondo que sus palabras—. Cuando mataste para sobrevivir. Cuando abandonaste tus ideales por salvar a alguien. Eres más viltrumita de lo que te atreves a admitir.

Por un momento, William cogió aire por la nariz. Su rostro tranquilo se arrugó y sintió que el ambiente se volvía denso, como si algo estuviera pasando. O como si notase que algo malo estuviese a punto de ocurrir. No quería imaginarse que podría ser peor de lo que estaba pasando ahora mismo si al otro le costase articular frases completas para hablar de ello en voz alta. Nunca fue de los que callan cosas por mucho tiempo. La sinceridad es lo que siempre le caracterizó. Incluso si la verdad fuera cruda, la contaba igual desde que tenía uso de razón. Ya fuera con compañeros de clases, el profesorado, desconocidos y el mismo cuando buscaba consejos. Ahora que le veía bien, estaba seguro que lo que menos esperaba, en esta situación, fue el recibir el mismo trato de su mano. Pero no estuvo preparado mentalmente para el choque inminente que lo acompañaba.

—Tienes una oportunidad— soltó al fin.

—La única que vas a tener. El Consejo no quiere matarte, Mark. Quiere que vengas sin resistencia, que te unas a nuestra misión. Eres valioso, más de lo que crees.

Si no fuera por estar conectado a un respirador, sabia que se hubiera quedado sin aliento por lo que le estaba revelando. Él sabia perfectamente su opinión sobre los orígenes de su padre. Los que le unían por su ADN. Recuerda bien los momentos donde se reunían y se abría para hablar de ello cuando no tenia a nadie de confianza para poder soltar sus pensamientos mas íntimos sobre este tema. Ni con su propia madre. Su dolor. Las noches llorando sobre su hombro de la impotencia, tras lo que vivió en Chicago. La vergüenza de verse patético frente a su amigo por lamentar las acciones de su pasado...

 

Pero ahí estaba siempre William... Sus abrazos le dieron fuerza, equilibrio y estabilidad cuando más lo necesitaba. Sus palabras eran su aire cuando creía que se ahogaba. Su ambición de un futuro mejor, lo que más le envidiaba porque ni siquiera el mismo tenía tantas esperanzas en las personas que debía salvar cada día. Las mismas personas cuyas vidas y futuros ahora pendían por sus decisiones. A un paso más cerca que nunca de una invasión inminente. La dominación absoluta ante un Imperio de seres codiciosos que no van a descansar hasta cumplir con sus objetivos. De reclamar lo que no les pertenece. Porque nadie es lo suficientemente poderoso para decirles que no, de hacer que retrocedieran. Ni siquiera el héroe más fuerte del mundo.

 

Su cerebro casi no podía procesarlo. ¿Unirse a un reino de genocidas sin objeción? ¿Sin la capacidad de poder negarse y elegir que hacer con su vida y futuro?

—Pero si te niegas… —hizo una pausa y bajó la voz, el panel seguía delante de ellos como una advertencia silenciosa— no solo tú sufrirás las consecuencias. Una flota se aproxima en dirección a la Tierra si tu decisión final es contra de Viltrum y nuestra gente.

Y mientras el Dominatus atravesaba el espacio profundo, con Mark encadenado en su interior y una guerra silenciosa librándose en su mente, la sombra del Imperio viltrumita se extendía una vez más… esta vez, desde dentro de él.

Giró el rostro lentamente. William estaba a poca distancia suya con su cuerpo relajado, casi casual. Le conoce tan bien que sabe que su mandíbula está tan tensa como la cuerda de un violín. Su expresión era calmada, pero su mirada tenía filo. Como la amenaza que se le presentaba a su hogar.

—Tú… —la voz era ronca, rota por el esfuerzo—. ¿Cómo puedes…?

Su ex amigo lo interrumpió con una sonrisa amarga.

—¿Engañarte? ¿Ser tu amigo? ¿Ver tus películas estúpidas, fingir interés en la vida humana? Porque era necesario. Porque te necesitábamos. Porque yo creí que podía evitar esto.

Volvió a apretar los dientes.

—¿Esto? ¿Qué es “esto”? ¿La amenaza a todo lo que amamos?

Él se elevó en toda su altura, cruzó los brazos con una calma que no coincidía con el caos a su alrededor y caminó lentamente. Sus pasos resonaban con un eco sordo sobre el suelo prístino. Cada vez más cerca. Cada paso parecía hundirlo más en el abismo que se abría frente a él. No se parecía a nada que hubiera sentido antes. En ningún enfrentamiento. Ni siquiera con su propio padre al revelarle la verdad o su visión del mundo. Mejor dicho, la visión que quería moldear de un mundo.

—Esto, Mark —replicó finalmente, deteniéndose a pocos pasos, y señalando con la cabeza hacia un panel cercano, que proyectaba una imagen tridimensional con varias naves de batalla suspendidas en la órbita de un planeta azul familiar— una guerra que no se detendrá. Un Imperio que no se detendrá. La única razón por la que la Tierra aún está intacta es porque convencí al Gran Regente de que tú podrías ser convertido. Que no era necesario invadir el planeta… todavía.

Invencible sintió el nudo formarse en su estómago como una masa helada. Era como si todo el peso del universo se apoyara en su pecho. No tuvo casi el valor de girar los ojos lo suficiente para analizar bien lo que le estaba presentando delante suya. Lo que sabe que tiene que enfrentar. El sudor frio le recorrió de arriba a abajo por la columna y la garganta cada vez se le cerraba aún más. La pantalla que tenía ante sí, del tamaño de un televisor pequeño, proyectaba imágenes grotescas y datos que se renovaban a cada segundo. Pero lo que le encogió las entrañas no fue el tamaño, ni el color rojo de los datos: fue el contenido.

Las letras recorrían el lado derecho de la pantalla. Frases cortas. Coordenadas en tiempo real. Protocolos de despliegue. Lo que más le heló la sangre: en el centro de la imagen, flotando sobre una retícula táctica, el planeta Tierra, encerrado en varios anillos concéntricos que simulaban rutas de aproximación militar. No pudo evitar abrir los ojos de asombro por lo que pudo distinguir a leer con detenimiento.

Tiempo estimado para descenso de la tropa de infantería.
Unidad de asalto: Acorazado CL-04 "Colosal".
Impacto: 14 días, 23 horas,17 minutos, 34 segundos.

—¿Qué estás diciendo?—susurró Mark, estirando su cuerpo hacía atrás todo lo que podía, como si el panel pudiera devorarlo.

William lo miró a los ojos fijamente. Si no es su rostro el que observa, será la información que le llega de todas partes. De no ser por su estado casi catatónico y no poder reaccionar como le gustaría, se hubiera percatado del objetivo del otro viltrumita. Ser la cara conocida en un mar de gente. Un faro en una noche de tormenta. Una mano amiga ofrecida tras una fuerte caída. Pero el héroe solo distinguía una única emoción al tenerlo tan cerca. Un callejón sin salida.

—Estoy diciendo que se acaba el tiempo. El Gran Regente ha esperado demasiado. Mi palabra lo ha retenido pero ya no bastará. O te unes a nosotros o la Tierra será la próxima lección para los que creen que pueden resistir al Imperio. Esto es su advertencia. No hay segunda oportunidad y si tú no te unes… la decisión será tomada por ellos, no por mí.

El silencio se hizo insoportable por un momento. El aire mismo parecía haberse espesado con electricidad estática. Incluso las luces de la sala parecían parpadear como si dudaran permanecer encendidas. Sintió la rabia hervirle por dentro, mezclada con un miedo que se pegaba a las paredes de su mente como alquitrán.

 

—No vas a hacerle eso al planeta —escupió, la voz temblorosa pero decidida—. Tú no...

Sentía, para su humillación, que sus ojos le estaban empezando a picar. El escozor que anuncia la llegada inminente de las gruesas lagrimas que intentaba con algo de éxito, retener para si.

—¿Tú crees que yo quiero eso? ¿Destruir lo que fue mi hogar durante años? No. Pero si tengo que elegir entre un planeta y la estabilidad de mi raza… ya no tengo el lujo de decidir con el corazón. Tú tampoco, Mark— su voz sonaba baja y tensa como un cable a punto de romperse.

Terminó cediendo primero. Bajó la mirada. No podía soportar mirarle a la cara ahora mismo y enfrentar la realidad de lo que se le estaba presentando bajo la falsa sensación de libre elección. Se empezó a enfocar en algo más. Calmar su mente aunque fueran unos segundos pero ni ese privilegio parecía tener. Recordó a Eve. A su madre. A todos los que quedarían atrapados si él decidía resistir. El dilema era una jaula cuidadosamente construida. Todo por lo que luchó a base de entrenamiento, esfuerzo y dedicación estaba en peligro inminente. Por su culpa. Por culpa de su padre. Por culpa de lo que le conectaba por su sangre a toda esta locura. No se veía aceptando lo que se le presentaba. No se sentía capaz de ser parte de todo eso. No quería pero el tiempo seguía avanzando, más rápido que nunca. Para dictaminar el mismo su sentencia personal. Lo que pasaría en el futuro. Lo que siente avanzar poco a poco en sus venas y que pronto también desaparecería sin poder hacer nada para evitarlo.

—Tú no entiendes —susurró —. Yo soy humano.

—Tú eres tan viltrumita como yo. Uno excepcional. Por eso el Consejo no te ha ejecutado. Aún puedes liderar. Aún puedes salvar a millones… empezando por los tuyos.

Sintió que volvía a temblar, pero no por la fatiga extrema de la pelea sino algo mucho más doloroso. Alzó la cabeza lentamente.

—¿Y si me niego?

William se irguió. Su expresión fue un muro.

—Entonces la flota se moverá. Y esta conversación no volverá a repetirse.

La puerta permaneció cerrada. Solo ellos dos en esa habitación. Solo dos amigos, rotos por una verdad demasiado grande para contenerla. El sonido lejano de motores que salía de alguno de los monitores, reverberó en el fondo, como un aviso de lo inevitable. La luz dentro de la sala se tornó más brillante, como si la misma nave entendiera que estaban al borde del punto sin retorno.

Al ver que no contestaría de forma razonable, William dio por perdida la conversación; por ahora. Caminó hacia la salida, pero se detuvo antes de irse y miró por encima del hombro.

—Tienes hasta que lleguemos a Viltrum para decidir. Pero, Mark… el Gran Regente no es tan paciente como yo.

Se giró para marcharse. El zumbido de la puerta metalizada comenzaba a sonar pero justo antes de cruzarla, se detuvo. Su voz sonó baja, como una bomba soltada con suavidad:

—Casi lo olvido, Oliver está aquí también.

El corazón de Mark se detuvo por un instante.

—¿Qué dijiste?

Ante la pregunta, no se giró todavía. Su tono era casi neutro, como si hablara del clima.

—Nos siguió y apareció antes de salir de la órbita totalmente. Es persistente como tú. Está en esta misma nave.

Mark forcejeó, sus músculos ardiendo de impotencia. —¡Si le pusiste una mano encima… te lo juro, William, te arranco la cabeza con mis propias manos!

Finalmente, se volvió para mirarlo de nuevo. Por un instante… solo un segundo… sus ojos mostraron algo. Culpabilidad, quizá. O algo que luchaba por no salir.

—Está por voluntad propia —dijo—. No le obligamos a venir pero tampoco se irá sin ti y es por eso que le ofrecí quedarse a tu lado. No le harán nada los otros soldados de la nave, tu hermano tiene la suerte de compartir sangre viltrumita como todos aquí.

Las nauseas le recorrieron de nuevo, sintió el estómago revolverse. Su dolor ya no era lo que lo paralizaba, era el miedo y por una certeza más peligrosa: William cree que está ayudando.

—No quería que le hicieran daño. Lo sabes —bajó un poco la voz en un tono casi íntimo.

—¡Mentiroso! —Mark escupió, su voz llena de furia y desesperación— ¡No sabes nada de él! ¡Ni de mí!

—No miento, nadie os hará nada si lo puedo evitar, solo te pido que pienses en todo lo que te dije. No puedo mantenerte a salvo si ya estás pensando en lanzarte de cabeza al peligro sin medir las consecuencias— sentenció.

Mark no tenia ya más fuerza para seguir con la discusión, su cabeza, sentimientos y pensamientos habían alcanzado un límite. William lo notó antes de salir de la habitación y lo usó para que se asentaran sus palabras. La verdad ya estaba puesta sobre la mesa, no toda pero el camino ya se estaba abriendo ante el como un sendero complicado de montaña. No era imposible llegar hasta la cima, pero el paso mas difícil era mentalizarse el continuar hacia delante pese a las adversidades que se le estuvieran presentando.

 

Y lo haría.

Por el bien de su pareja.

Por compartir todo lo que les depare el futuro juntos.

Aunque el ahora era incierto.

Sin decir más, salió.

La puerta se cerró detrás de el con un sonido mecánico y definitivo.

Como un lamento.

DÍAS ANTES

En el último umbral que separaba el planeta de la inmensidad del espacio y como espectros suspendidos en la nada, dos figuras se estaban alejando poco a poco de la estratosfera hacia la entrada de una de las naves que flotaban como esqueletos en el vacío a pocos kilómetros de distancia. Lo que les rodeaba crepitaba con una calma antinatural. La última capa de cielo antes del abismo se extendía como una sábana de cristal opaco, teñida por los últimos rastros de luz solar reflejándose en fragmentos de nubes dispersas y humo de incendios lejanos. Todo tan diferente de los estruendos interminables que más abajo continuaban sonando tras los múltiples ataques realizados al planeta. Ahora, luego de que Invencible sucumbiera del esfuerzo, aprovecharon la oportunidad de desplegarse hacia su objetivo. Uno al que lentamente se estaban acercando. Acompañados solo del silencio de la altura, el tipo de silencio que asfixia.

Conquest ascendía con una expresión satisfecha, cargando el cuerpo destrozado de Mark como si fuera una mochila rota. William avanzando cerca con expresión vacía, sin mirar atrás.

A pocos kilómetros sobre ellos, recortada contra el telón negro del espacio, flotaba una nave viltrumita.

No tenía forma aerodinámica, ni ventanas visibles, ni ningún esfuerzo por parecer funcional a ojos humanos. Era una estructura inmensa, como una costra de metal corroído por siglos, irregular, oscura, y viva en cierto modo perverso. Placas hexagonales de un gris azulado se ensamblaban con precisión quirúrgica, como escamas de una criatura en hibernación. No brillaba. Absorbía la luz. Y de su centro se proyectaban torres como lanzas óseas, de las que colgaban esferas negras girando lentamente, emitiendo pulsos rojos tenues, como latidos. La nave no emitía sonido, pero su mera presencia era opresiva. Inerte por fuera, activa por dentro. Un mundo artificial que flotaba como una guillotina suspendida sobre la Tierra.

—Nunca decepciona —gruñó, con esa sonrisa torcida cuya expresión era la de un cazador que regresa satisfecho.—. Este híbrido siempre encuentra formas nuevas de sangrar.

El cuerpo de Mark colgaba flácido. El traje roto, su respiración apenas perceptible. La sangre ya no brotaba, solo manchaba.

—Todavía respira —murmuró con cierto cariño en su voz y ladeando la cabeza, como si lo analizara—. Qué terco.

William lo había estado siguiendo en silencio pero el comentario se escapó solo. Era casi reconfortante su perseverancia, fue una de las razones por las que le tiene tanto cariño. Siempre dándolo todo cuando todo parece derrumbarse. Una actitud que aprecia de su compañero. Al estar mirando la figura destrozada del héroe, no se acabó percatando de una silueta recortándose contra el planeta que se hacía más lejano bajo ellos.

—¿Crees que cambiará de idea? —preguntó Conquest en voz alta.

William no lo miró pero su sonrisa no desapareció.

—Lo hará, lo sé.

Y entonces, justo cuando ambos se acercaban al umbral de la nave, una explosión de movimiento cortó el aire.

Un haz púrpura atravesó todo su entorno como un cometa de furia no contenida.

Oliver Grayson se estrelló contra el rostro de Conquest con un golpe cargado de rabia. El impacto hizo tambalear al veterano, quien casi soltó a Mark por la fuerza del ataque.

—¡Suéltalo! —gritó Oliver, agitado, flotando con los puños cerrados, con la voz quebrada de furia y angustia. Su pecho subía y bajaba con violencia, sus puños cerrados, los ojos vidriosos por la adrenalina.

Conquest retrocedió, sacudiendo la cabeza.

—¿Y tú quién coño eres?

Pero antes de que Oliver pudiera responder o lanzarse otra vez, una tercera figura flotó entre ambos. Con elegancia. Sin prisa. Como si la tensión que llenaba el aire no lo afectara en lo más mínimo.

William.

—Basta, Conquest.

Oliver, al verlo, se quedó inmóvil por un segundo. Sus ojos se abrieron levemente. Por un instante, hubo un destello de alivio.

—¿W-William? —balbuceó, confundido, esperanzado. Su voz se quebró, como si el caos alrededor se detuviera un segundo.

Y él le sonrió, incluso alzó una mano en saludo casual.

—Hola, chico.

Oliver parpadeó. Por un segundo parecía feliz. Una cara familiar en medio de todo ese horror. Pero luego notó algo, el está flotando y el lugar donde estaban. El cielo que no era cielo. La nave flotando como un cadáver viviente. El cuerpo de Mark, inerte en los brazos de un asesino. Su expresión cambió al instante, retrocedió un paso en el aire, poniéndose en guardia.

—Espera… ¿Tú vuelas?

El otro soltó una pequeña risa. Ligera, como si Oliver hubiera hecho una pregunta adorable.

—Claro que sí. ¿Nunca te pareció extraño que sobreviviera a tantas cosas contigo y Mark? —dijo con tono burlón— Sorpresa: también soy viltrumita.

El niño levantó los puños, desconfiado de nuevo.

—¿Desde cuándo? ¿Por qué no lo dijiste?

—Ay, Oliver —respondió, bajando lentamente hasta quedar a su altura, acercándose como quien calma a un niño asustado—. Eres tan directo. A esta edad sois tremendos. Demasiado emocionales para ver el panorama completo.

—¿Qué panorama? ¿El que termina con Mark casi muerto y tú sonriendo como si no importara?

—Importa, Oliver. Mucho. Por eso estás aquí también —William lo señaló con la barbilla—. Yo también quiero ayudar a Mark, por eso le oculté lo que soy, para no asustarle ni que me alejase cuando supiera la verdad.

Conquest se movió con furia, pero William le levantó una mano.

—Es Oliver Grayson. Hijo de Nolan y también mitad viltrumita.

El hombre se detuvo, resoplando.

—¿En serio? Otro medio-crío más... —resopló— ¿Qué hacen, cultivan estos mocosos en la Tierra como si fueran trigo?

William lo miró de reojo.

—No ataques al chico, lo tengo.

Conquest resopló, girando con fastidio.

—No me pagan por esto...

Cuando el veterano viltrumita se alejó, William se volvió de lleno hacia Oliver, flotando relajadamente. El espacio era tan inmóvil y frío que incluso el silencio parecía tener peso.

—Ahora sí, podemos hablar tranquilos —dijo con voz suave.

El más pequeño lo miraba con recelo.—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué estás con ellos?

William respondió con una sonrisa condescendiente, como quien le explica a un niño por qué no puede comer dulces antes de cenar.

—Escucha. Quiero que pienses en esto muy bien. ¿Quieres proteger a Mark, verdad? ¿Y a tu madre? ¿Y a la Tierra?

Oliver no respondió, pero bajó levemente los puños y William bajó el tono, suave, como si estuviera contando un cuento. Vio una oportunidad abrirse ante el.

—Los viltrumitas somos como adultos muy, muy responsables. Vemos todo el desorden, los errores y sabemos que si no intervenimos, todo va a romperse. Así que tomamos decisiones que a veces no les gustan a los demás. Pero son necesarias.

Ante lo que estaba diciendo, el joven héroe frunció el ceño.—Eso no es cuidar… eso es controlar.

El otro chico se acercó un poco más.—Tú ves imposiciones y yo veo estructura. No podemos salvar cada mundo siendo suaves. Ser viltrumita no es solo volar o pelear fuerte… es entender que a veces, hacer lo correcto parece lo incorrecto.

Oliver apretó los puños, pero su expresión era confusa y algo más difícil de identificar. Algo que no quería admitir.

—Mark me está enseñando otra forma, me está enseñando que los humanos valen. Que sus vidas son valiosas aunque sean débiles— dijo, casi con necesidad de reafirmárselo a sí mismo

El otro suspiró, con una sonrisa triste. —Y eso está bien pero, si quieres protegerlos de verdad, si quieres proteger a quienes te importan, tienes que escucharme. Nuestra gente busca lo mismo, no haces nada malo por lo que sientes si no hacer que lo que sabes que sirve para algo. Para todos.

Algo empezó a sonar dentro de la cabeza del niño, cobraba sentido sus palabras y eso le hizo sentir mal, pero no sabía el porqué. No respondió y el otro viltrumita lo observó por unos segundos más. Las palabras empezaban a entrar como gotas en una grieta. No lo convencían, pero lo hacían temblar. Porque comenzaban a tener sentido y eso lo hacía sensaciones extrañas dentro suyo. William lo observó en silencio por unos segundos más, con la quietud de quien sabe cuándo apretar.

—Piénsalo. Estás en el momento de tu vida donde puedes elegir ser algo más que un niño asustado. Puedes ser parte del futuro.

Y sin esperar más empezó a volver a flotar sabiendo que su mensaje le llegó al chico más joven. Le hizo un gesto para que viniera hacia el interior de la nave. Conquest lo esperaba cerca de la compuerta, pasando a Mark inconsciente a los brazos de William como si no pesara nada. El niño se quedó atrás, suspendido en el vacío, temblando levemente. Su respiración era rápida, irregular. La duda rebotaba en su mente. Y en el centro de esa confusión, algo ardía: culpa. Culpa por no saber qué hacer. Por considerar siquiera sus palabras. Quedó allí, suspendido en el espacio por unos momentos incapaz de hacer que su cuerpo reaccionase como quería. No podía darse el lujo de darse media vuelta, no ahora que dejo todo atrás para rescatar a su hermano mayor. Sabe que no es lo suficientemente fuerte para ganar a la bestia a la que se enfrentó Invencible, solo hacia falta echarle un vistazo a sus heridas para no querer que ese hombre se acercase a ti de tenerlo lo suficientemente cerca. Su mente volvió a jugarle una mala pasada y cuando quiso darse cuenta, voló hacia ellos, con cautela. No porque confiara, sino porque no podía no hacerlo. No podía perder a Mark ahora que estaba tan cerca de él.

William subía lentamente, avanzando hacia la nave que orbitaba silenciosa sobre ellos. A unos metros, Oliver seguía suspendido, tenso, los ojos clavados en su hermano mayor, pero desviando la mirada ocasionalmente hacia Conquest, que permanecía al fondo. Cruzado de brazos. Gruñendo entre dientes. Solo su presencia ya lo ponía nervioso. Con algo de recelo, se acercó rápidamente al lado del viltrumita que si le generaba más confianza.

William no se detuvo. No lo ignoró. Giró apenas el rostro y habló con un tono más suave.

—Entiendo que quieras protegerlo.

Oliver parpadeó pero el otro no lo miraba directamente, pero hablaba con una extraña calidez.

—A mi también me importa —añadió con calma—. Mark… significa mucho. Para ti. Para mí. Y créeme, no quiero verlo morir por una guerra inútil.

Bajó la vista un instante. Sus puños seguían apretados. Conquest gruñó algo entre dientes y los sigue de cerca, como si la conversación le aburriera. Pero el más joven lo vigilaba, de reojo. Esa figura lo hacía temblar por dentro, aunque no quería mostrarlo. No era miedo, no del todo. Era más profundo. Más visceral. Era algo que lo empujaba hacia atrás cada vez que quería avanzar.

William lo notó. Lo entendió al instante y jugó su carta.—No tienes que tenerle miedo, ¿sabes?

Oliver levantó la vista.—¿Qué?

—Tú eres uno de los nuestros. No estás aquí como prisionero, no eres un humano que necesita protección. Eres viltrumita igual que yo. Igual que él. Aunque aún no lo sientas del todo. Aunque sigas aferrándote a la idea de que puedes pertenecer a un mundo que… simplemente no está hecho para ti.

El no dijo nada pero su mandíbula se tensó.

William dio un giro lento en el aire, dándole espacio, dándole tiempo. Su voz se volvió persuasiva, casi amigable.

—Si vienes con nosotros… podrás estar con tu hermano. Cuidarlo. Vigilar lo que hacemos y podrás estar cerca. ¿No es eso lo que querría tu padre? ¿Lo que haría él si tuviera otra oportunidad?

Oliver tragó saliva.

—Papá se fue… huyó de todo esto.

—No —respondió con una pequeña sonrisa—. Nolan eligió protegerte. Eligió a Mark. Eligió tarde, pero eligió bien. Tú puedes hacer lo mismo, solo que a tiempo. Estar dentro. Entender. Ayudar.

El niño bajó la mirada.—No sé si puedo confiar en vosotros.

William asintió, sin molestarse. —Es normal. Has vivido rodeado de humanos que te miraban raro, ¿no? Que te decían que eras demasiado fuerte. Demasiado impulsivo, raro, peligroso... Que no entendías las cosas como ellos. Tal como debes pensarlo de nosotros ahora mismo aún si no somos personas normales como los de la Tierra.

Dolía escucharlo de otros, sus labios se apretaron en una mueca, con fuerza. Cada palabra era una astilla hundiéndose en algo ya herido.

—¿Y sabes qué es lo que duele más? —dijo con tono grave, casi paternal— fingir que encajas en un mundo que nunca fue tuyo, actuar como si estuvieras completo cuando estás dividido. Pero aquí… aquí sí encajas. Con nosotros. Con tu raza. Con tu propósito.

El silencio flotó entre el vacío y la promesa de metal que cada vez estaba más cerca de ellos, el zumbido de las naves y la respiración tensa de Oliver llenaban el espacio.

William se giró del todo esta vez, mirándolo de frente.

—Ven con nosotros. Nadie te obliga a pelear o elegir ahora. Solo… acompáñanos. Cuida a Mark. Entiende y decide desde dentro.

El viltrumita más joven levantó la mirada. Su respiración aún era pesada. Miró a Conquest. A William. A Mark, inconsciente. Luego a la nave. Un abismo lo separaba de todos, incluso flotando cerca.

—¿Qué te detiene?

Oliver levantó la vista, la mandíbula apretada.

—Todo esto… se siente mal.

William alzó una ceja, con un gesto tranquilo.—¿Mal por estar con tu propia especie?

—No confío en vosotros—dijo con fuerza—. Tú me mentiste y ese tipo —miró de nuevo a Conquest— casi mata a Mark. No quiero subir a esa nave. No si él está allí.

Ante este callejón, aparentemente sin salida, no hubo más remedio que trepar el muro que los estaba separando. Bajó un poco el tono, más serio. —Conquest sigue órdenes. Es brutal, sí, pero eficaz. Mark es importante, por eso está vivo. Si no lo fuera, Conquest ya se hubiera encargado de eso hace tiempo.

Oliver frunció el ceño, furioso.

—Eso no es consuelo. ¿Quieres que confíe en un loco asesino solo porque aún no apretó el gatillo?

Sin perder el tiempo, dio un paso en el aire, flotando más cerca, pero sin invadir su espacio.

—No. Quiero que confíes en que tú puedes marcar la diferencia. Que tú puedes estar allí para evitar que alguien como él se pase de la raya. Esa es la verdad. Dentro de esa nave… tú tendrías más control del que crees. Te daría algo que nunca tuviste allí abajo

Oliver lo miró con desconfianza.

—¿Control? ¿Yo?

—Sí. ¿No lo ves? Conquest no puede acercarse a Mark sin una orden directa. Y yo no voy a permitirlo. ¿Por qué? Porque tú… —le señaló suavemente el pecho— representas algo. Eres hijo de Nolan, hermano de Mark, mitad viltrumita y esa línea es lo que te conecta. Y eso tiene peso.

Oliver titubeó. Su expresión se suavizó por un segundo.

—Tú dices eso, pero… allá abajo nunca me han visto así. Los humanos no me entienden. A veces siento que soy demasiado para ellos. O peor… un error.

Empezando a vislumbrar el otro lado de esta conversación, supo lo que tenía que hacer a continuación. Se acercó otro poco, ahora con una voz más cálida, casi fraternal.

—No eres un error, Oliver. Eres una solución esperando entenderse. Eso que sientes —señaló su cabeza— esa ira, esa frustración, esa desconexión… no es porque estés roto. Es porque naciste con la capacidad de ver más allá de sus límites.

Algo dentro de el empezaba a hacerle un poco de dolor de cabeza, apretó los puños.

—Mark dice que esas diferencias no hacen que valga más. Que tenemos que ayudar, no gobernar.

William asintió, sin burlarse, como quien escucha con paciencia.

—Y eso es genial. Admirable. Pero dime… ¿Cómo ayudas a un mundo que se niega a ser ayudado? ¿Cómo proteges a tu hermano mayor si te quedas atrás?

Oliver dudó.

—¿Subir a esa nave me dará respuestas?

—Te dará claridad. Proximidad. A Mark. A la verdad. Al poder de elegir, desde dentro. Eso es lo que tu padre habría hecho, si hubiese tenido una segunda oportunidad.

Hubo un corto pero decisivo momento después de lo que le acabaron de decir. ¿Y si...?

Oliver miró la nave. Luego a Mark. Luego, finalmente, a William.

—Si algo le pasa a él…

William levantó una mano con gesto solemne.

—Lo protegeremos. Tú lo protegerás. Esa es nuestra promesa.

Quedó asombrado y asustado, inspiró hondo. No era una rendición. No era confianza. Era una elección basada en el miedo y en el amor.

—Está bien. Voy contigo.

William sonrió. Esta vez más genuino.

—Bien. Estás donde debes estar.

Y juntos, recorrieron el camino que les quedaba hacia la compuerta, que se abrió ante ellos como unas fauces brillantes. Conquest los observó desde la distancia. El niño mantuvo la vista al frente, conteniendo su temblor. Pero en su mente, una sola cosa era clara: haría lo que fuera necesario para proteger a su hermano… incluso si eso significaba entrar al corazón del enemigo.

Las puertas con el emblema imperial se abrieron con un susurro helado, dejando escapar un vapor blanco que serpenteó por el suelo metálico como si presagiara algo oscuro. El sonido fue leve, casi respetuoso, pero todo en aquel lugar parecía emitir un mensaje no verbal: aquí mandamos nosotros. El interior de la nave era vasto, casi inabarcable. Gris, estéril, sin un solo ángulo humano. Cada rincón brillaba con esa limpieza fría que no tranquiliza, sino que incomoda. Las paredes vibraban, vivas con energía contenida, como si el metal respirara William entró primero, firme. Oliver lo siguió con pasos cortos, tensos. Su mirada no podía dejar de recorrer cada rincón, cada figura. Apenas habían dado diez pasos cuando varias cabezas se giraron hacia ellos. Todos viltrumitas. Uniformados. Inquebrantables.

Sus ojos fueron directo al cuerpo inerte que William sostenía. Un peso muerto en sus brazos, pero demasiado valioso para ignorar.

—¡Llevadlo al sector médico! —ordenó uno con voz fuerte y alta.

Tres figuras se separaron del grupo. Llevaban emblemas que, asumió eran los de médicos y enfermeros, grabados en sus trajes. Y la eficiencia de sus movimientos era casi violenta. Una camilla levitante surgió de uno de los laterales con un zumbido agudo. Antes de que pudiera reaccionar, su hermano mayor ya estaba siendo transferido, su cuerpo girado con fuerza. Se deslizaron a los lados y sin pedir permiso, uno de ellos extendió una herramienta para escanear a Mark que ya fue dejado tumbado boca arriba en la camilla.

Oliver se adelantó de inmediato.

—¡Oye! ¡Quiero quedarme con él!

Un sanador lo empujó hacia atrás con brusquedad.

—¡Fuera de aquí! Esta zona es restringida a personal autorizado. No estorbes.

—¡¿Estorbo?! ¡Soy su hermano! —rugió Oliver, dando un paso adelante, el cuerpo tensándose.

El eco de su voz rebotó en las paredes metálicas con un temblor latente. Se sentía observado.

—No es asunto tuyo —replicó otro, acercándose como si fuera a reducirlo—. Este paciente es de interés imperial. No puedes estar aquí.

La atmósfera se volvió densa en un segundo. El chico sintió cómo las miradas se clavaban en él, todas llenas de sospecha y hostilidad. El latido en sus sienes empezó a retumbar como un tambor.

Pero antes de que pudiera explotar, William intervino con una calma peligrosa que no había visto en su vida.

—Él tiene todo el derecho de estar aquí.

El personal médico se giró hacia él. Al hacerlo, sus miradas se deslizaron por su pecho... y entonces lo vieron: el símbolo grabado en su uniforme, gris pero nítido. Todos se giraron hacia él. Y entonces lo vieron. El símbolo. Un emblema tallado en su pecho. No el de los sanadores, no el de los técnicos. Uno más temido: el de los ejecutores, los que estaban por encima del protocolo. Los que no pedían permiso. Casi todos se enderezaron al instante. Las objeciones se congelaron en sus labios. Algunos bajaron la mirada. Un par retrocedieron ligeramente, como si acabaran de entender a quién tenían delante.

—Este chico —continuó William, sin alterar el tono— es Oliver Grayson. Hijo de Nolan. Hermano de Mark Grayson. Mitad viltrumita. Su presencia es válida bajo jurisdicción de sangre directa. No levantó la voz. No lo necesitaba.

Los médicos guardaron silencio. Uno joven, que parecía no haber notado el símbolo o simplemente no entendía lo que implicaba, dio un paso adelante.

—¿Mitad viltrumita? Eso no lo convierte en uno de nosotros. No deberíamos permitir…

—¿Quieres discutir linajes conmigo ahora? —interrumpió William, su voz más filosa.

El médico vaciló al ver el símbolo, tragó saliva y retrocedió sin más palabra.

Fue entonces cuando un sonido metálico, grave, profundo… se dejó oír desde la compuerta tras ellos. El aire pareció congelarse. Hasta los sanadores contuvieron el aliento. Conquest. Su silueta era una sombra de acero que caminaba como si el pasillo le perteneciera. Sus botas resonaban como martillazos. Sus ojos se movían, lentos y hambrientos, como los de un depredador observando ganado. Fue entonces cuando irrumpió por la compuerta detrás de ellos, su sola presencia cargando el aire con violencia contenida.

—¿Por qué estamos perdiendo el tiempo discutiendo sobre sangre? —bufó con desdén.

 

—Qué lástima que no podamos purificar la estupidez con bisturís.

El equipo médico se tensó como resortes.

—Atended al crío y dejad de comportaros como como cadetes —escupió Conquest—. Si respira, vale. Si no, lo sabré yo primero.

Los presentes se apartaron sin más discusión. El médico que había hablado volvió a su lugar, murmurando algo para sí. La camilla se elevó con Mark sobre ella y comenzó a avanzar por el pasillo hacia la unidad médica.

William miró a Oliver de reojo.

—¿Ves? Estás aquí. Nadie puede sacarte, tienes tu lugar.

Oliver, aunque aún desconfiado, asintió lentamente.

—Lo vi… el símbolo en tu uniforme.

William solo sonrió, como si eso explicara todo.

—No lo uso por nada. Lo llevo porque a veces el respeto viene antes que la razón.

El más joven no respondió, pero observó en silencio cómo los viltrumitas ahora lo dejaban pasar, cómo se hacían a un lado, cómo las puertas se abrían.

Por ahora, estaba dentro.

Y por ahora, Mark estaba vivo

El corredor donde desapareció su hermano se cerró con un sonido metálico y opaco. El sello de la compuerta vibró con un zumbido leve, y una luz roja se encendió sobre el marco, indicando el cierre hermético. Luces frías bañaban el pasillo, demasiado blancas para ser cómodas. No había colores, ni adornos, ni calor. Solo metal y propósito. Era un hospital, sí… pero también parecía una prisión disfrazada de eficiencia.

 

Él no sabía si debía moverse. Sentía los ojos encima. Algunos lo analizaban. Otros lo ignoraban. Pero todos, en silencio, juzgaban.

Oliver aún respiraba agitado. Su cuerpo quería seguir a Mark, pero no se atrevía a correr sin permiso. Demasiados ojos lo observaban.

Fue entonces que el otro se giró hacia él. Con calma. Con una expresión más suave de lo habitual.

Y para sorpresa de Oliver, se agachó un poco hasta quedar a su altura, algo casi impensable para un viltrumita adulto. Sin dureza. Sin superioridad.

Con un gesto sutil, colocó una mano en su hombro.

—Escucha —dijo en un tono tan tranquilo que desentonaba con la severidad del lugar—. No puedo quedarme aquí todo el día. Hay cosas que debo hacer. Informes. Reuniones. Decisiones que están bajando desde arriba. Y te prometo que ninguna de ellas me importa tanto como lo que le pase a tu hermano…

 

El chico lo miró sin parpadear, conteniendo la respiración.

 

—Pero no puedo dividirme en dos. Y necesito que alguien en quien confíe esté aquí con él.

 

El silencio se volvió más espeso.

 

Oliver sintió que su corazón se aceleraba, no por miedo, sino por el peso inesperado de esas palabras.

 

—¿Confías… en mí?

 

—Claro que lo hago. No dejes que se pongan raros con él. Observa todo. Si algo te parece extraño, dímelo. Si necesita algo, tú lo sabrás antes que nadie.

Ante lo que sus oídos estaban escuchando, tragó saliva. Algo dentro de él, a pesar de su desconfianza, se sintió... querido. Reconocido. Útil. El tono de William tenía esa suavidad que no encajaba con lo que había visto de los viltrumitas. No era autoritario. No era frío. Era… convincente.

Como la voz de su madre, cuando trataba de calmarlo en noches de insomnio, cuando todo parecía confuso.

—¿De verdad confías en mí? —preguntó Oliver, en voz baja.

William asintió, con una sonrisa que parecía sincera.

—Mucho más de lo que crees.

La inesperada respuesta le dejó respirando hondo. Por primera vez desde que abordó la nave, sus hombros bajaron un poco. El miedo no se iba, pero ya no pesaba tanto. Había algo reconfortante en la forma en la que lo trataba. Un adulto que no lo veía como una carga, ni como un problema, ni como un bebé al que callar.

William se incorporó. —Mantente cerca. No te metas con nadie más, al menos por ahora. Ser parte de algo más grande… toma tiempo.

Oliver asintió, sin pensarlo demasiado.

Estaba atrapado. Estaba rodeado. Pero por primera vez no se sentía solo.

Y eso era exactamente lo que William quería.

Las luces del pasillo proyectaban una sombra larga detrás del mayor mientras se enderezaba en toda su altura.

—Ah, casi lo olvido —dijo con su tono relajado, como si hablara de algo trivial—. Antes de que vayas a ver a Mark… ven conmigo. Tenemos que darte algo más apropiado.

Oliver frunció el ceño, confundido.

—¿Apropiado?

—Tu uniforme de "héroe adolescente con capa" está bien para la Tierra, pero aquí no es la mejor carta de presentación.

Tenía razón, razonó, entre tanto entorno blanco se sentía destacar de mala manera. Bajó la mirada hacia su traje, el que Mark le ayudó a diseñar. Rojo, negro y amarillo, adaptado a su cuerpo híbrido. Su símbolo, su identidad como alguien que quería hacer el bien. Como Mark.

—¿Quieres que me lo quite?

William levantó las manos con gesto conciliador.

—No te lo estoy quitando. No te estoy pidiendo que lo tires. Ese traje dice quién fuiste. Lo respeto pero aquí necesitas algo que diga quién eres ahora.

—¿Y qué sería eso? —preguntó, con un dejo de sospecha.

Sin decir una palabra más, sacó un pequeño estuche metálico del cinturón que llevaba puesto. Lo abrió con un gesto fluido. Dentro, sobre una base acolchada, había una pieza de tela blanca y los emblemas viltrumita en los hombros: el diamante abierto, marcado con la línea descendente de conquista.

—Este es el uniforme base de campo que se ajusta a cualquier tipo de corporalidad. Se lo damos a los que, como tú, tienen nuestra sangre y un papel que jugar.

Oliver lo miró, con algo entre curiosidad y rechazo.

—No es un disfraz —añadió—. No tienes que fingir más. No tienes que pintarte la cara, ni actuar como si fueras cien por ciento humano para que no te teman.

Se lo extendió y al final sostuvo el uniforme con las dos manos, como si se lo ofreciera con cuidado.

—Aquí, puedes caminar como tú mismo. Entre los tuyos. Sin que nadie te cuestione por ser diferente. Eso es libertad. No esconderte. No encogerse. Ser tú. Ser aceptado.

Oliver miró el uniforme, luego a su traje. Luego de nuevo a William.

—¿Y si me lo pongo, me dejarán en paz?

—Más que eso —respondió—. Te verán. Te respetarán. Nadie te empujará por error. Nadie volverá a decir que no perteneces. Porque aquí, con este símbolo eres uno de nosotros.

Sonaba hasta irreal pero tomó el uniforme sin decir nada. La tela era ligera, firme al tacto. Casi parecía viva.

William le puso una mano en el hombro otra vez.

—Vamos. Hay un módulo de cambio en este mismo corredor, y te espero fuera.

Y con lentitud pero firmeza asintió a la petición. No estaba convencido del todo. Pero en ese momento, la idea de dejar de ser mirado como un extraño tenía un punto atractivo. Ser visto. Ser aceptado. No como una imitación de humano. Sino como lo que realmente era.

Sn saberlo del todo, estaba dando otro paso dentro del imperio que prometía hacerle sentir completo.

Oliver salió del módulo de cambio aún en silencio. El uniforme viltrumita se ajustaba perfectamente a su cuerpo, como si hubiera sido diseñado a medida como se le dijo. Blanco como el mármol, con líneas limpias que cruzaban el torso y se unían en el pecho y los símbolos del imperio en ambos hombros.

Era extraño. Cómodo, sí. Ligero, sí. Pero también... demasiado real.

William lo esperaba afuera con los brazos cruzados, observándolo con una ligera sonrisa. No era de burla, ni de burócrata. Era más peligrosa: de aprobación.

—Te queda bien —dijo simplemente—. Mejor de lo que imaginaba.

Oliver bajó la mirada hacia el uniforme, inseguro.

—Se siente raro. Como si no fuera mío.

Una media sonrisa apareció rápidamente en el mayor, asintió, como si esperara esa respuesta.

—Eso es normal. Los humanos visten para encajar. Los viltrumitas visten para recordar quiénes son.

No acabó de entender eso del todo, frunció el ceño, pero no dijo nada. El más alto se acercó y le colocó una mano en el hombro, otra vez, con más suavidad que las veces anteriores.

—Mira, no estás traicionando a nadie con esto. Ni a Mark. Ni a tu madre. Ni a ti mismo. Estás aceptando una parte de ti que ya estaba ahí.

—No estoy seguro de si quiero eso —murmuró Oliver.

William no se impacientó. Solo inclinó un poco la cabeza, como si entendiera el conflicto en su interior.

—No tienes que quererlo todo de golpe. Solo... abre la puerta. Siente lo que es caminar sin tener que justificarte. Sin tener que actuar como ellos. Ahora que vestimos igual somos iguales. Mismos derechos. Mismo respeto. Mismo peso en esta historia.

Oliver lo miró de reojo. William parecía creer de verdad lo que decía. Y esa convicción —esa voz tranquila— volvía a sonar parecida a la de su madre cuando le explicaba cosas grandes, cosas que daban miedo pero que, dichas con cariño, parecían menos aterradoras.

—¿Puedo ver a Mark ahora?

La mano se apartó del hombro pero fue sustituida por una sonrisa alegre.—Por supuesto. Justo por aquí.

Empezaron a caminar juntos por el pasillo. Por primera vez, nadie miraba a Oliver como si no perteneciera. Los soldados, los técnicos, incluso los médicos a la distancia simplemente lo reconocían y apartaban la vista. Como si fuera uno más.

William caminaba a su lado, alto y seguro.

—¿Lo sientes? —preguntó en voz baja—. Este silencio. Este respeto. Aquí nadie te juzga por volar, por hablar diferente, por ser más fuerte que ellos. Aquí, todo eso es... normal.

El chico más pequeño no respondió. Pero su espalda iba más recta. Su paso, menos cauteloso.Y mientras se acercaban a la compuerta de la enfermería donde Mark descansaba, inconsciente, los símbolos viltrumitas en sus hombros parecían más pesados y más visibles que nunca

La puerta se abrió con un leve siseo, revelando una sala amplia y estéril. Oliver entró primero, con pasos lentos. Frente a él, ocupando casi toda la pared opuesta, un espejo bidireccional dominaba la habitación. Detrás de ese vidrio polarizado, un grupo pequeño de viltrumitas médicos se movían con precisión quirúrgica alrededor de una camilla central.

En ella, Mark.

Oliver contuvo el aliento. Desde esa distancia, y con tanta claridad, por primera vez vio todo. Las heridas que antes el polvo del campo de batalla le había ocultado. Cortes profundos, moretones en su rostro, partes de su traje aún desgarradas y quemadas. Uno de sus brazos estaba colocado en una férula de estabilización, envuelto en un campo regenerativo.

—Oh… Mark… —susurró, con la voz quebrada.

William, de pie junto a él, permaneció en silencio unos segundos. Luego, sin decir nada, levantó una mano y acarició suavemente el cabello del niño, deslizándolo hacia atrás con un gesto de cariño como otras veces hizo estando de visita.

—Está en buenas manos.

Aún con lo que le dijo, no respondió. Su garganta se cerraba. Verlo así… nunca lo había visto tan vulnerable, ni siquiera cuando entrenaban. Mark siempre había sido su referente. Su roca. Su guía.

—Nunca... nunca le vi tan mal —logró decir con dificultad.

—Lo entiendo —respondió William, manteniendo la voz baja y cercana, como si compartiera su dolor—. Pero escúchame: el equipo médico viltrumita es el mejor del Imperio. Están entrenados para tratar incluso a soldados que regresan al borde de la muerte.

Oliver se tragó el nudo que le subía por la garganta.

—¿Seguro que harán todo lo posible?

Y el otro asintió con firmeza, su mano apoyada ahora en la nuca del chico.

—Mark es uno de nosotros. Aquí, eso significa que su vida vale. No hay burocracia. No hay esperas. No hay facturas que pagar ni ambulancias que llegan tarde. Aquí, los nuestros reciben lo mejor. Porque cada uno importa.

Oliver apretó los puños, sin apartar la vista de su hermano y le costó tragar saliva. El peso del uniforme sobre su cuerpo se sentía distinto ahora. Ya no solo como un símbolo de pertenencia sino como una decisión.

En la sala detrás del cristal, uno de los médicos levantó la voz. Una luz cambió de color sobre la camilla. Mark se agitó brevemente antes de calmarse, el monitor cardíaco estabilizándose.

Oliver dio un paso más cerca del cristal, pegando casi la frente al vidrio y apartándose así del toque familiar

William se mantuvo junto a él, en silencio. Su presencia no era invasiva. No necesitaba serlo. Había sembrado la idea. Y ahora, con cada segundo que pasaba viendo a su hermano herido… la regaba él solo.

—Todo estará bien —le volvió a asegurar con voz baja, como quien calma a alguien que tiembla—. Está en buenas manos. Y tú también.

No quería apartar la vista del cristal pero algo en su interior se retorcía. No era solo miedo. Era esa presión que le recordaba que debía hacer algo, que tenía que elegir.

—¿Y si no despierta? —preguntó en voz baja—. ¿Y si no vuelve a ser él?

William respiró hondo, como si buscara palabras que no fueran solo consuelo, sino verdad.Con un gesto lento, como si no quisiera asustarlo, levantó la muñeca. De ella surgió una proyección de luz azulada, y dos asientos se materializaron sin ruido alguno. Tecnología viltrumita, pero usada con la naturalidad de quien juega con piezas de lego.

Oliver lo miró sorprendido.

—¿Cómo hiciste eso?

—Trucos—respondió William con una risa breve, afectuosa—. Siéntate y hablemos.

No lo pensó demasiado y obedeció, casi sin darse cuenta, como si lo hubieran envuelto en una manta cálida.

—Sé lo que piensas. Que no quieres equivocarte o que temes parecerte a Nolan.

Oliver bajó la cabeza, en silencio.

—Mira... Nolan cometió errores —continuó con tono sereno, sin juicio—. Muchos. Y algunos fueron terribles. Pero... también intentaba proteger lo que era suyo. Su familia. Su gente. A su manera, lo que hizo fue por eso.

El más joven lo miró de reojo, dudando.

—¿Proteger...? ¿Así?

—A veces proteger significa tomar decisiones que los demás no van a entender —le respondió con suavidad—. Significa cargar con cosas pesadas, para que los otros no tengan que hacerlo.

Puso una mano sobre la de Oliver, apretando apenas. No era dominio. Era cercanía.

—No tienes que tener miedo de decidir. No si lo haces por los tuyos. No si lo haces por proteger lo que amas. Esa es la diferencia. No es el poder lo que importa sino para qué lo usas.

El peso de la mano del viltrumita mayor le dejó perplejo, no por el toque sino por las palabras tan cercanas que lo acompañan y ahora, los ojos húmedos pero fijos ahora le miraban atentos.

—No eres tu padre. No tienes que repetir su camino pero puedes aprender de él. Ser algo más. Algo mejor.

William se recostó ligeramente en el asiento, dándole espacio, el toque familiar en sus manos seguía ahí.

—Tú ya has hecho lo más difícil: preocuparte. Ahora solo tienes que actuar. Y cuando lo hagas, estaré aquí. No estás solo.

Oliver respiró hondo. Las palabras de William lo envolvían como un abrazo, llenándolo de una calma peligrosa pero necesaria. Se removió en el asiento, sin saber si lo que acababa de escuchar lo tranquilizaba… o lo confundía más.

—No sé si debería decidir nada —dijo finalmente—. No soy como Mark. Y mamá… mamá siempre dice que la fuerza no lo es todo. Que no deberíamos sentirnos superiores por ser más fuertes.

William asintió despacio, como si ya hubiera previsto ese argumento.

—Debbie es una buena mujer —dijo, con un tono cálido y comprensivo, como si hablara de una tía amable pero algo ingenua—. Tiene corazón y ha criado a Mark con ese corazón. Eso no está mal. Pero ella es humana. Vive en un mundo donde la empatía es la única defensa que tienen. Para ellos, sentir compasión es su forma de resistir. Sobrevivir. Tener valor.

Oliver lo miró con cautela. No le gustaba la forma en que hablaba de su madre. No era irrespetuoso, pero tampoco la ponía en un pedestal como él siempre había hecho.

—¿Y eso está mal? —preguntó.

Otra sonrisa suave volvió a aparecer en su rostro. Alegre incluso. Pero sus ojos seguían midiendo cuidadosamente cada palabra que salía de la boca de Oliver y calculando minuciosamente lo que diría a continuación.

—No. No está mal. Solo es... limitado. Los humanos son frágiles. Viven poco, sufren mucho, y para ellos, cada pérdida es un desastre. Pero nosotros...

Se inclinó hacia adelante, el brillo en su mirada más intenso.

—Nosotros somos viltrumitas. Nacimos con la responsabilidad de mantener el orden cuando todo se viene abajo y la incertidumbre empieza a tragarse todo. Nuestra fuerza no es solo un regalo, es una herramienta. No para aplastar, sino para sostener. Para tomar decisiones que otros no pueden. Que otros no quieren.

Oliver frunció el ceño.—¿Decisiones duras?

—Exactamente —asintió William—. Decisiones que pueden parecer crueles en el momento, pero que salvan más vidas a largo plazo. Eso es lo que hacía tu padre, por muy equivocado que estuviera en como lo ejecutó. Lo que falta no es corazón… es perspectiva.

El silencio que siguió fue denso. El más joven bajó la mirada, jugando con sus propios dedos que ahora ya no estaban agarrados al otro después de que acabó de hablar. De qué le diera espacio para asumirlo todo. Su madre siempre le había dicho que la fuerza no lo hacía mejor que nadie. Que la verdadera fortaleza era cuidar, no mandar. Pero… Mark estaba en una camilla, inconsciente. Y ella no estaba aquí.

Pero William a quien conoce desde que tiene memoria sí.

—No te pido que ignores lo que Debbie te enseñó. Solo que entiendas que hay momentos en los que sentir no basta. A veces, alguien tiene que alzar la voz, levantar la mano y detener el derrumbe incluso si eso lo hace parecer frío. ¿Lo entiendes?

Oliver no respondió enseguida. Por dentro, su mente era un torbellino de voces: la de su madre, cálida pero firme… la de su padre absoluta… y ahora la de William, paciente, razonable y lógica.

—No soy humano —murmuró por fin, apenas audible.

El mayor se reclinó en su asiento, satisfecho.

—No. No lo eres. Pero tampoco eres Nolan. Eres tú, Oliver. Y eso te da la oportunidad de elegir mejor. De decidir por ti mismo. Solo recuerda esto: a veces, para proteger de verdad, hay que estar dispuesto a que te odien por hacerlo bien.

Oliver no lo tenía tan claro. No sabía si creía todo lo que le decía. Pero lo hacía sonar tan sencillo. Tan posible. Tan inevitable.

Y ese pensamiento le daba miedo

El silencio en la sala de observación se volvió más pesado. Bajó la cabeza, los hombros temblando apenas. Apretó los puños sobre sus rodillas, como si intentara contener algo que ya no podía sostener.

—Yo... —su voz se quebró— no sé qué se supone que debo hacer. No sé si voy a fallar. No sé si tengo derecho siquiera a decidir algo...

William giró levemente el rostro, mirándolo con atención. Su expresión cambió sutilmente, como la de un adulto viendo a un bebé romperse después de resistir demasiado tiempo.

—Oye, oye… —susurró, y se inclinó hacia él con suavidad—. Está bien. No tienes que tener todas las respuestas ahora. Nadie espera eso de ti.

Oliver cerró los ojos. Un par de lágrimas cayeron, calientes, silenciosas.

—Mamá siempre decía que... que no somos mejores por ser más fuertes. Que si empezamos a creernos por encima de otros, nos volvemos como... como papá era antes —dijo con dificultad—. Y yo no quiero ser un monstruo.

William ladeó la cabeza, con una ternura medida, una que sabía cómo deslizar con consuelo y control en la misma caricia.

—Escúchame —dijo, su voz suave, paciente, sin perder ese brillo de serenidad que nunca abandonaba su tono—. No hay nada de malo en no ser humano. Yo no lo soy. Mark tampoco. Y aun así, mira cuánto bien ha hecho tu hermano.

Hizo una pausa, mirando hacia la camilla al otro lado del cristal. Mark seguía inmóvil, pero vivo. El monitor seguía marcando su pulso constante.

—Tu sangre viltrumita no es una maldición. Es una responsabilidad. Algo más grande que tú, que yo, incluso que Mark. El Imperio… —bajó la voz con reverencia contenida— el Imperio de Viltrum necesita a los suyos. A los fuertes. A los que pueden llevar orden donde reina la destrucción.

Oliver lo miró, aún con las lágrimas en el rostro, pero algo más brillaba detrás de su angustia: curiosidad. Hambre de sentido.

—¿El imperio...? Yo no sé nada de eso.

William asintió, como si lo esperara.

—Y por eso estoy aquí. Para enseñarte. Para guiarte ahora. Porque tú no estás solo en esto. Tú, Mark y yo... tenemos un futuro brillante. Uno importante. Algo grande.

Sus ojos se posaron nuevamente sobre Mark, y luego volvieron a los de Oliver.

—Lo que está pasando aquí es solo el comienzo. Lo que somos, lo que podemos hacer puede traer estabilidad, incluso prosperidad, a mundos enteros. Podemos ayudar. A miles de millones. Imagínalo.

Oliver reaccionó. Algo dentro de él —algo infantil, profundo, vulnerable— respondió a esa imagen como una chispa en un cuarto oscuro. La idea de ser útil. De tener un propósito. De pertenecer a algo que era suyo por nacimiento.—¿Ayudar? —murmuró, como si le costara creer que esa palabra pudiera usarse junto a “imperio”.

William sonrió, como un maestro viendo a su alumno entender por fin la lección.

—Sí. Ayudar. Como Mark querría. Como tú ya quieres hacerlo. Solo que a una escala mayor. Donde realmente importe. Donde tu fuerza y tu corazón puedan marcar la diferencia.

Con los ojos aún rojos y húmedos, asintió muy despacio. Por dentro, algo en él aún dudaba. Pero había otra cosa creciendo más rápido: un anhelo dulce y peligroso.

El anhelo de pertenecer.

Y William notó el brillo en sus ojos, esa mezcla perfecta de inocencia y hambre de respuestas. Sabía que ese era el momento. Así que se recostó un poco en el asiento, adoptando una postura tranquila, casi como si estuviera a punto de contarle un cuento antes de dormir.

—¿Quieres que te cuente qué es el Imperio de Viltrum? —preguntó con una sonrisa cálida.

Oliver dudó, pero asintió con la cabeza. William tomó aire, su tono suave, como quien habla a un niño, pero con palabras que pesaban como promesas.

—Hace mucho tiempo, los viltrumitas eran un pueblo fuerte. Muy fuerte. Más que cualquier otra especie que se hubiera visto en el universo. Pero no eran solo fuerza… eran orden. Fueron construyendo un Imperio planeta por planeta, pero no destruyendo, no conquistando por ego… —hizo una pausa— lo hacían para proteger. Para evitar guerras. Para unir mundos que no sabían cómo cuidarse solos.

Oliver escuchaba en silencio, como si cada palabra abriera una puerta nueva dentro de su cabeza.

—¿Puedes imaginar eso? Miles de planetas. Razas enteras viviendo en paz porque alguien puso fin al sufrimiento. Porque alguien más fuerte dijo: "Esto no puede seguir así. Nosotros lo arreglaremos."

El más joven funció el ceño, como si no pudiera creer del todo que algo tan grande fuera real. —¿Y todos hacían lo mismo? ¿Todos los viltrumitas?

William le respondió con un dejo de melancolía. —Lo intentábamos pero con el tiempo… muchos murieron. Guerras, traiciones, enfermedades. Hoy, somos pocos. Muy pocos. Y por eso es tan importante lo que tú eres. Lo que eres realmente.

Se inclinó hacia él, con los ojos suaves pero intensos.

—Tú eres uno de nosotros. Tu sangre te conecta a algo que va más allá de este planeta, más allá de nuestra ciudad, más allá de esta familia. Y sé que puede dar miedo, porque es grande. Es mucho. Pero escúchame con atención…

William puso una mano sobre el corazón de Oliver, sin apretar, solo apoyándola con un gesto firme. —Mientras quede un viltrumita de pie, tú nunca estarás solo. Nunca. El imperio no es solo una idea… es una unidad que protege a los suyos. Y tú eres parte de eso. No importa lo que diga Debbie. Ella no puede entenderlo del todo. Ella siente desde su humanidad, tú lo haces desde algo más.

Oliver bajó la mirada, abrumado por el peso de lo que estaba escuchando, pero también con un calor nuevo en el pecho. Una chispa.—¿Y si fallo? —preguntó con voz baja—. ¿Y si no soy lo que esperan?

El otro viltrumita soltó una leve risa, suave, tranquilizadora.

—Entonces aprenderás. Como todos. Incluso Mark ha fallado y también Nolan. Pero tú ya estás preguntando. Ya estás sintiendo esa llamada a algo más grande. ¿Sabes lo que eso significa?

Oliver negó con la cabeza, mirándolo con ojos grandes y vulnerables.

—Que ya estás listo para empezar a entender lo que eres. Lo que puedes llegar a ser. Y no estaré lejos cuando lo hagas. No te dejaré solo.

El chico respiró hondo, asintiendo sin palabras. Era mucho. Demasiado, tal vez. Pero había algo hermoso en esa visión que le había pintado: un universo ordenado, protegido, cuidado por gente como él. Y por primera vez desde que vio a Mark herido, se sintió menos pequeño

William dejó que el silencio flotara un momento. Observó con atención cómo Oliver asimilaba sus palabras, con la mirada clavada en el suelo y los labios apretados en una expresión de pensamiento profundo.

Ya estaba casi listo.

—Oye, chico —dijo finalmente, en un tono más serio, aunque aún suave— lo que te conté no es solo historia. No es un cuento para dormir. Es el mundo real. Y está esperando por ti.

Oliver levantó la mirada, con los ojos aún enrojecidos, pero más enfocados.

—¿Esperándome?

Asintió, lentamente.

—Sí. Tú no eres un niño perdido. No eres un espectador. Eres un viltrumita. Y eso significa que tienes un papel que jugar. No ahora, no de golpe y no sin guía. Pero pronto.

Se acomodó en el asiento, cruzando las manos con calma, como si estuviera compartiendo una decisión de igual a igual.—Existen mundos que necesitan ayuda. Mundos que no tienen líderes, ni protección, ni rumbo. La galaxia no es un lugar justo, y muchas veces, quienes más sufren son los que no tienen a nadie fuerte de su lado.

William lo miró fijamente.—Tú podrías ser ese alguien.

El muchacho tragó saliva. Sentía cómo esas palabras se asentaban en su interior como una promesa, una responsabilidad y algo más.

—¿Pero cómo...? —preguntó en voz baja—. Yo no sé nada de eso. Nunca he hecho nada así.

—Por eso entrenamos, nadie nace sabiendo qué hacer. Pero entrenar no es solo para volverse fuerte. Es para aprender cuándo usar esa fuerza y cuándo no.

Se inclinó un poco hacia él, su voz bajando de tono, adoptando esa calidez con la que los adultos hablan cuando confían de verdad en alguien más joven. —No te estoy pidiendo que tomes una decisión ahora mismo pero tarde o temprano, vas a tener que elegir: quedarte en un rincón del universo tratando de encajar o aceptar lo que eres, y usarlo para algo más.

Oliver sintió una punzada en el pecho. No era presión, no del todo. Pero tampoco era libertad completa. Era una elección disfrazada de destino. Y, en el fondo, una parte de él quería elegir ya.

—¿Y Mark...? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Él estaría de acuerdo?

William volvió la vista hacia la camilla del otro lado del cristal. Mark seguía inconsciente, los médicos trabajando con precisión silenciosa.

—Mark haría lo que cree correcto. Y tú también lo harás. Pero créeme, si pudiera ver lo que veo en ti, estaría orgulloso. Porque querer ayudar a otros, eso es algo que tú y él comparten. Solo que ahora, tú puedes hacerlo a lo grande.

Giró levemente el rostro a mirarlo, esta vez más directo, más maduro.

—La galaxia no necesita personas que duden. Necesita que estén dispuestos a aprender, a equivocarse, y aún así hacer lo correcto. Yo puedo enseñarte. Te ayudaré en lo que necesites. Te acompañaré en tus primeras misiones. No estarás solo.

Oliver si lo miró fijamente. Su respiración era irregular, sus emociones agitadas. Pero había una decisión creciendo dentro de él, plantada con paciencia, regada con palabras, y ya no tan lejos de florecer.

—No es una orden. Es una oportunidad. La puerta está abierta. Y yo estaré al otro lado, esperando.

Y aunque no verbalizó nada de inmediato, algo en su mirada había cambiado. Ya había empezado a caminar hacia esa puerta. William observó cómo Oliver vacilaba. Estaba justo en el borde, entre la duda y la decisión. El momento era delicado, pero calculado. Una semilla solo necesita el empuje correcto para que empezase a salir el primer brote.

—Oliver —dijo en voz baja, casi como una confidencia—, si aceptas... si decides empezar tu camino, te prometo algo más.

Atento quedó a eso. William suavizó su tono, dándole un matiz de cariño que tocaba justo donde sabía que haría efecto.

—Podrás quedarte aquí. Con Mark. Hasta que despierte. No te separarás de él. Yo me encargaré personalmente de que nada ni nadie te aleje. Es lo justo… ¿no?

El rostro se iluminó apenas. Sus labios temblaron. Estaba a punto de decir que sí.

Pero entonces, como si algo profundamente humano aún lo aferrara, bajó la mirada, y preguntó en voz baja:

—¿Y mamá…? ¿Qué pasará con ella si acepto? ¿Va a estar bien? ¿La van a… dejar?

La última ficha había caído.

—No tienes por qué preocuparte por tu madre. Si quieres que ella se quede cerca, se quedará. Por mi rango dentro del Imperio, puedo asegurarme de eso. Lo juro.

El chico lo miró, todavía inseguro. William se inclinó un poco más, como para compartir un secreto.

—¿Sabes algo más? Mi madre también es viltrumita. Y ha vivido mucho tiempo entre humanos. Conoce a Debbie. La respeta. La entiende. Y créeme, si tu madre alguna vez se siente sola, asustada, confundida… no estará sin apoyo. No estará sin alguien que la cuide. Y cuando llegue el momento de ir a otros mundos, a ayudar como los nuestros saben hacer, tú, Mark y yo estaremos rodeados de otros como nosotros. Otros fuertes, preparados, leales. Y Debbie sabrá que sus hijos no solo están protegidos sino que están donde pertenecen.

Oliver sintió algo nuevo, una emoción dulce mezclada con orgullo que le llenó el pecho. La idea de que Mark estaría con él. Que su madre no sufriría. Que había más gente, más viltrumitas, como él, esperando. Que todo esto tenía un sentido más grande.

Y, sobre todo que él tenía un lugar.

Oliver quedó mirando por última vez a William antes de volverse al cristal. Sabía que el mundo estaba cambiando.Pero, por primera vez, no se sentía perdido.Se sentía elegido.

William observó cómo Oliver vacilaba. Estaba justo en el borde, entre la duda y la decisión. El momento era delicado.

Hasta que se dictó la sentencia final.

Oliver asintió. Esta vez sin miedo pero no fue un simple gesto silencioso.

Sus ojos se iluminaron, y una sonrisa amplia, desbordante, le cruzó el rostro. Se levantó de golpe del asiento.

 

—¡Sí! ¡Sí, quiero hacerlo! ¡Quiero ser parte de esto!

 

La voz le salió con una mezcla de emoción infantil y orgullo contenido, como si acabara de ganar algo importante. Como si, por fin, hubiera encontrado el lugar al que pertenecía.

William lo observó con atención. No solo por sus palabras, sino por su cuerpo: por cómo vibraba de entusiasmo. Por dentro, sabía que había hecho un buen trabajo. El equilibrio perfecto entre consuelo, presión y promesa.

La emoción fue interrumpida por un pitido suave y agudo que emergió del panel más cercano. Una luz parpadeó en tono verde. William volvió la vista hacia la camilla del otro lado del cristal, justo cuando uno de los médicos viltrumitas levantaba la mano con gesto firme. El monitor cardíaco de Mark mostraba una línea sólida y rítmica. La camilla comenzaba a elevarse lentamente.

—Está fuera de peligro —anunció, sin teatralidad. Casi con alivio.

—¡¿De verdad?! —gritó Oliver con los ojos abiertos de par en par.

Sin esperar, salió disparado, volando a toda velocidad hacia la sala médica, cruzando el pasillo como un rayo. Aterrizó bruscamente frente a la puerta automática, que se abrió con un susurro. Pero al entrar, se detuvo en seco.

La sala estaba vacía.

—¿¡Dónde está Mark!? —preguntó, agitado, el pecho subiendo y bajando—. ¡¿Dónde está mi hermano?!

El mayor apareció detrás de él con la calma de quien tiene todo bajo control. La puerta lateral se abrió con un gesto suyo y su silueta se recortó contra la luz del pasillo.

—Tranquilo, Oliver —dijo con tono paciente—. Lo están trasladando a una habitación de recuperación. Te llevaré con él. Puedes quedarte el tiempo que quieras.

El muchacho parpadeó. La adrenalina bajó lentamente de su cuerpo. Sus pies tocaron el suelo, y respiró hondo, tratando de calmarse. Luego asintió, esta vez con seriedad. Se colocó a un paso detrás del otro viltrumita. Su expresión era distinta ahora: determinada, decidida, como un pequeño soldado que entendía su lugar y la responsabilidad que venía con él. Y mientras caminaban juntos por el pasillo, William sonrió para sí mismo.

Había ganado.

Y con Oliver a su lado, el Imperio Viltrum acababa de recuperar algo más que una vida.

Había ganado un nuevo heredero para su causa.

El pasillo se extendía frente a ellos, largo y silencioso, iluminado por la suave luz artificial que parecía absorber cualquier ruido. Oliver caminaba justo detrás de William, intentando imitar su paso firme y pausado. Sus hombros rectos, la mirada al frente, las manos a los costados: un pequeño soldado en formación.

El hombre volteó a mirarlo de reojo y no pudo evitar sonreír con cariño. Era como una madre pata guiando a su polluelo: el chico intentaba seguir el ritmo, aprendiendo a caminar en un mundo que apenas comenzaba a entender.

Mientras avanzaban, Oliver notó una gran ventana al final del pasillo. Era una enorme placa de vidrio que dejaba ver la inmensidad del espacio oscuro, salpicado de estrellas lejanas y un planeta que giraba lentamente. Se detuvo un momento, mirándola con los ojos grandes y curiosos.

—¿Qué es eso? —preguntó en voz baja, casi dudando en romper el silencio.

William se detuvo también, girándose para mirarlo.

—Es un mirador —respondió con calma—. Algo así como una sala de descanso, si lo quieres llamar. Aquí puedes sentarte a mirar el espacio y relajarte un poco si quieres.

Oliver parpadeó, dividido. Por un lado, la urgencia de ver a Mark latía fuerte en su pecho. Por otro, la curiosidad infantil por ese vasto universo frente a él comenzaba a ganar terreno. Su compañero le dio un suave empujón en la espalda, un gesto casi imperceptible pero lleno de ánimo.

—Ve a echar un vistazo. Tú hermano no va a ir a ningún lado. Está seguro.

El muchacho respiró hondo, miró a William con una mezcla de confianza y una pizca de travesura, y finalmente asintió.

—Está bien. Pero solo un momento.

William sonrió aún más, encantado por ese pequeño acto de independencia. Observó cómo avanzaba con paso decidido hacia el mirador, sus ojos brillando al contemplar la vastedad del cosmos y le siguió detrás.

Los dos avanzaron hacia el mirador con pasos lentos y cuidadosos, casi como si entrara en un lugar sagrado. Oliver se apoyó suavemente contra el frío cristal, mirando hacia afuera. La oscuridad del espacio parecía infinita, salpicada de pequeños puntos de luz.

William por el contrario se acercó con tranquilidad, observando la fascinación en los ojos del muchacho.

—¿Sabes? —comenzó con un tono pausado, casi como contando un secreto—. Desde aquí, muchas de esas luces que ves parecen solo estrellas, pequeñas y lejanas pero en realidad son soles, como el que tenemos en la Tierra.

Oliver giró la cabeza hacia William, sorprendido.

—¿De verdad? ¿Son soles?

—Sí —asintió con una sonrisa—. Y no solo eso: algunas de esas estrellas son mucho más grandes que nuestro sol y otras son mucho más pequeñas. Algunas incluso tan densas que ni siquiera lo puedes imaginar. Hay estrellas que nacen y mueren, explotan en supernovas y esas explosiones esparcen por el universo elementos que luego forman planetas o incluso vida.

Oliver parpadeó, absorto.—¿Así que las estrellas también ayudan a crear mundos?

—Exactamente. Sin esas estrellas y sus ciclos, no existirían los planetas ni las criaturas que los habitan. Cada luz que vemos es parte de un proceso que dura millones de años, mucho más tiempo del que un humano puede comprender.

El niño viltrumita volvió la vista hacia el cosmos, tratando de imaginar esas fuerzas poderosas en juego.

—Entonces, ¿podría haber alguien mirándonos ahora mismo?

El hombre rio suavemente.

—Probablemente. El universo es inmenso y lleno de misterios. Quizás hay otros seres mirando, preguntándose quiénes somos.

De tan solo pensar en ello, se sentía más pequeño de lo que ya era con su edad.

Con la mirada fija, buscó algo más familiar entre todos los puntos brillantes.

Pero entonces frunció el ceño.

—William… no veo la Tierra por ningún lado.

El susodicho se quedó un momento en silencio, luego señaló hacia un área oscura del espacio. —No la verás porque ahora nos dirigimos a otro sitio. Muy lejos de ahí. Vamos hacia la flota del Gran Regente para una reunión muy importante.

Oliver lo miró con atención.

—¿Una reunión? ¿Sobre qué?

William bajó la voz, cargada de seriedad.

—Sobre Mark. Hablarán de su futuro y del papel que jugará en el Imperio de Viltrum.

Tomó un profundo respiro, sus ojos fijos en el horizonte estelar, como buscando fuerzas para lo que iba a explicar. —El Gran Regente es el emperador del Imperio Viltrum. Es el líder supremo y toma decisiones que afectan a todos los viltrumitas. Quiere ver a Mark porque sabe que está en contra de los ideales del Imperio.

Oliver empezó a ponerse nervioso

—¿En contra? ¿Eso significa que Mark está en peligro?

William asintió, su tono se volvió más honesto. —Sí. El Gran Regente teme que tú hermano pueda desestabilizar la unidad que ha construido. No solo por lo que piensa, sino por lo que podría hacer.

Oliver se quedó en silencio, procesando la magnitud de la situación. —¿Y tú? —preguntó con una mezcla de preocupación y curiosidad—. ¿No tienes miedo?

Bajó la mirada unos segundos, revelando una vulnerabilidad poco común en él. —Sí, estoy nervioso. Esto no es fácil para nadie —confesó— ero también sé que es necesario. Con tu ayuda, tendremos que hacer que Mark coopere. No es solo por él, sino por todo lo que está en juego.

—Entonces no hay vuelta atrás— Oliver sintió que el peso de esa responsabilidad se extendía sobre sus hombros, pero también una chispa de determinación comenzó a encenderse dentro de él.

—No la hay pero tampoco estarás solo, estamos juntos en esto.

Volvieron a mirar las estrellas, sintiendo que, aunque lejos de casa y frente a un futuro incierto, una nueva etapa comenzaba. Una etapa en la que tendrían que ser más fuertes de lo que jamás imaginaron.

—Entonces… ¿Qué deberíamos hacer ahora? —preguntó, con un dejo de inquietud.

—Sabemos que Mark no aceptará nada de esto fácilmente —dijo —. Es un cabezota, y cuando se siente seguro de estar en lo correcto, hará todo lo posible por empeorar las cosas. Le conozco desde hace años. Cuando despierte, hará todo lo posible por complicar la situación si cree que es lo correcto.

Oliver apretó los puños, un poco más serio.

—Entonces, ¿Qué podemos hacer? ¿Le dejamos hacer lo que quiera?

William negó con la cabeza y su mirada se volvió firme.—No. Debes ser fuerte por tu hermano mayor. Esta vez, tienes que tomar la decisión correcta si quieres protegerlo. Aunque los viltrumitas seamos una raza unida, eso no significa que vayamos a quedarnos de brazos cruzados ante la insubordinación o un intento de traición.

Oliver asintió, entendiendo la gravedad.—Entonces, tenemos que ayudarlo

William asintió con convicción.—Sí. Entre los dos debemos ayudarle a demostrarle al emperador que él no es una amenaza, sino también que somos guerreros listos para traer equilibrio.

El chico volvió a mirar hacia el espacio, sintiendo cómo aquella misión empezaba a tomar forma en su mente y en su corazón.—Entonces, esta es nuestra lucha. No solo por nosotros, sino por lo que podemos hacer juntos.

—Así es — exclamó satisfecho.

—Nunca he tomado una decisión por Mark —confesó en voz baja, con inseguridad—. No sé si seré capaz de hacerlo ahora, de decidir por él.

William lo observó con calma y un gesto comprensivo, acercándose con suavidad.—No tienes que saberlo todo ahora. Lo correcto es que te quedes junto a tu hermano. Eso ya es un gran paso. Si la situación fuera al revés, estoy seguro de que Mark no se despegaría de tu cama.

Oliver alzó la mirada, sorprendido por la calidez en las palabras de William. Un leve peso se soltó de sus hombros. —Eso me hace sentir un poco mejor —admitió, esbozando una pequeña sonrisa—. Gracias.

—No hay de que. Lo importante es que estés ahí para él.

Ambos se dieron la vuelta, con un nuevo aire de determinación y calma, y comenzaron a caminar hacia la habitación donde Mark se estaba recuperando de sus heridas

El cuarto donde estaba tumbado era fría. Las paredes blancas, demasiado brillantes, reflejaban una luz intensa que parecía absorber cualquier esperanza, envolviéndolo en una sensación asfixiante. El silencio pesado solo era interrumpido por el leve pitido de las máquinas que vigilaban los signos vitales de su hermano.

Oliver se acercó a la camilla con el corazón en un puño, observando las heridas profundas que marcaban el cuerpo de Mark. La realidad era más dura de lo que había imaginado.

—William… ¿fue ese otro viltrumita con el que estabas antes… el único responsable de esto? —preguntó con voz áspera, casi un susurro cargado de miedo y rabia.

Él lo miró fijamente, su expresión grave, sin apartar la mirada del cuerpo inerte de Mark.— Sí, Conquest no tiene nada en contra de tu hermano —respondió con firmeza—. Pero si no logramos convencer a nuestro líder de que no hará nada tonto o imprudente cuando despierte, lo que él experimentó en su pelea con Conquest no será más que el principio. El imperio tiene un trato muy claro con las amenazas a la paz: no hay lugar para la debilidad ni para la desobediencia.

El viltrumita más joven sintió cómo el peso de esas palabras caía sobre él como una losa. Miró a su hermano mayor, vulnerable y herido, la angustia mezclada con una rabia contenida en su voz salió sola.

—¿Y si Mark no puede cambiar? ¿Qué haremos entonces?

El hombre apretó los labios, consciente de la gravedad de la situación. —Entonces tendremos que estar preparados para lo que venga. Pero por ahora, debemos centrarnos en que recupere fuerzas y entienda que su futuro depende de las decisiones que tome.

El ambiente opresivo y sus palabras envolvían a Oliver en una mezcla de temor y determinación, consciente de que el camino por delante sería mucho más duro de lo que jamás había imaginado. Mientras la tensión llenaba la habitación pulcra y opresiva, William se quedó en silencio unos instantes, sus ojos fijos en Mark. Por un momento, una expresión de tristeza y vulnerabilidad se asomó en su rostro, casi imperceptible.

Con suavidad, acercó su mano a la mejilla pálida del otro, rozándola con delicadeza como si quisiera transmitirle algo que las palabras no podían expresar.

En voz baja, pero clara empezó a hablar. —Mark es como una estrella… No cualquier estrella, sino una que arde con una luz intensa y brillante, capaz de iluminar incluso la noche más oscura. Como esas estrellas que parecen pequeñas y lejanas, pero esconden en su interior un poder inmenso que sostiene vidas.

William apartó la mano lentamente, sus ojos reflejando un brillo melancólico.—A veces, esas estrellas parecen frágiles y solitarias, pero su luz nunca se apaga realmente. Solo esperan el momento para volver a brillar con toda su fuerza.

Oliver observó el gesto, sorprendido por esa ternura inesperada. En ese instante, la fría habitación parecía tener menos carga, envuelta en una tenue devoción que emanaba de esas palabras. William siguió mirando a Mark. Su rostro serio pero cargado de una calma profunda. Sus palabras, aunque suaves, llevaban un peso ineludible.

—El Gran Regente… —comenzó, con voz pausada—, puede ser como un agujero negro.

El chico frunció el ceño, intrigado y preocupado.

—¿Un agujero negro?

—Sí. Es una fuerza poderosa, que atrae todo a su alrededor, consumiendo la luz y la energía. Nada puede escapar a su gravedad una vez que está demasiado cerca. Puede absorber estrellas, planetas, hasta la luz misma, dejándolo todo en oscuridad absoluta.

Suspiró, como si esa imagen le pesara en el alma.

—Y lo más aterrador es que algunas estrellas que vemos en el cielo… no son estrellas vivas, sino la explosión de un sol que existió hace mucho tiempo. Su luz tarda años en llegar hasta nosotros, pero ya no existe.

Sintió un escalofrío. Miró nuevamente a Mark, comprendiendo la gravedad de lo que William intentaba transmitir.

—Está en peligro —continuó—. Si no hacemos algo para proteger su luz, para evitar que esa fuerza mayor apague su brillo, o que él mismo se haga más daño, podría acabar igual que esas estrellas muertas… sólo un recuerdo en la oscuridad.

El silencio se instaló en la habitación, pesado y denso, mientras absorbía cada palabra. Oliver apretó los puños con firmeza mientras miraba a su hermano mayor. Su respiración aún era débil, pero constante. Esa luz, la que William había comparado con una estrella, seguía viva.

—Oliver… voy a confiarte algo importante —dijo con suavidad, pero con la firmeza de quien otorga un mandato serio—. No solo por mí sino por los dos. A partir de ahora, tú protegerás a Mark. Hasta que despierte, y después también. Porque si él cae… no sólo perderemos a tu hermano. Perderemos algo mucho más grande.

El muchacho lo miró, sorprendido, y luego asintió con los ojos bien abiertos, como si acabara de recibir una armadura invisible. Su voz sonó segura: Prometo que no le pasará nada. No mientras yo esté aquí.

Ambos se quedaron un rato en silencio, observando a Mark. El pitido tenue de las máquinas era el único sonido que llenaba la habitación blanca, como un corazón mecánico latiendo por él. Entonces, un sonido apenas perceptible vibró en el fondo. Oliver apenas lo notó, pero William sí. Se llevó una mano a la oreja con gesto automático, como si escuchara una voz que Oliver no podía oír.

Después de unos segundos, se incorporó lentamente de la silla.

—¿Qué haces? —preguntó, inquieto.

William le sonrió con esa calma casi paternal que lo acompañaba desde que entraron.

—Me necesitan en otro sector de la nave. Algo relacionado con la flota —respondió sin perder su tono tranquilo y luego añadió con una mueca alegre—. No tardaré en volver. Confío en ti. Cuida de él.

Oliver sintió cómo su pecho se llenaba de orgullo. Era la primera vez que alguien de su raza le confiaba algo tan importante.—No te preocupes. Mark estará bien. Me aseguraré de que siga respirando hasta que vuelvas… y mucho después.

El viltrumita mayor asintió satisfecho, y mientras caminaba hacia la salida, miró de reojo a Mark una última vez. Algo en su expresión se suavizó, como si esa mirada fuera tanto una despedida momentánea como una plegaria silenciosa. La puerta se cerró tras él, dejando a Oliver solo con su hermano, pero esta vez, sin miedo. Con un leve siseo, dejó atrás al niño, a solas con su promesa.

Y en ese instante, toda la calidez que había en el rostro de William se desvaneció.

Su expresión se endureció como si una máscara invisible cayera sobre su rostro. Los hombros se enderezaron, el andar se volvió más rígido, preciso. Cada paso que daba por los pasillos metálicos de la nave resonaba con autoridad y propósito.El brillo amable en sus ojos fue reemplazado por una mirada gélida, enfocada. En cuestión de segundos, el hombre que había sido casi un hermano mayor para Oliver era ahora un soldado imperial.

Los corredores se ampliaban a medida que se acercaba a su destino: una sala con puertas de aleación oscura marcadas con los emblemas del alto mando. Custodios viltrumitas apostados a los lados se cuadraron al verlo pasar. William no les dirigió una sola palabra. No hacía falta. Entró sin detenerse, cruzando el umbral hacia una sala de guerra iluminada por mapas estelares flotantes, proyecciones tácticas y nodos de comunicaciones interplanetarias. Oficiales viltrumitas ya lo esperaban

No se detuvo a mirar a los guardias que custodiaban la entrada de la sala. Ellos, al reconocer su paso, se limitaron a inclinar levemente la cabeza y activar el mecanismo de apertura. Las puertas de aleación oscura se separaron con un siseo grave, revelando el interior: una sala circular, fría y minimalista, iluminada por una luz blanca que parecía no proyectar sombras.

En el centro, una mesa de acero negro flotaba ligeramente sobre el suelo, suspendida por tecnología viltrumita. Alrededor de ella ya estaban presentes algunas de las figuras más temidas y respetadas del Imperio.

Conquest se encontraba al extremo opuesto de la mesa, su silueta masiva recostada con una mezcla de arrogancia y brutalidad apenas contenida. Su rostro, marcado por cicatrices de antiguas batallas, mostraba una mueca entre diversión y desprecio, como si ya conociera el final de cualquier conversación que no incluyera violencia.

A su lado, Anissa mantenía los brazos cruzados, su expresión endurecida por la impaciencia. Otros comandantes completaban el círculo: Thula, aún con su armadura manchada de la última campaña; Lucan, siempre en silencio, como si calculara la fragilidad de cada mundo; y al centro de la mesa el General Kregg presidía la reunión con su típica solemnidad.

William tomó asiento sin decir palabra. Un breve silencio acompañó su llegada, roto finalmente por Kregg, cuya voz áspera impuso gravedad al ambiente.

—Estamos aquí para tomar una decisión —comenzó—. Mark Grayson ha mostrado una resistencia reiterada a aceptar su rol en el Imperio. Su pensamiento subversivo, su creencia en la compasión frente a nuestra causa... son una amenaza creciente. La pregunta es simple: ¿esperamos... o lo eliminamos antes de que se convierta en algo mayor?

El aire pareció tensarse.

—Ha tenido más que oportunidades —dijo Anissa, sin levantar la voz—. Se le ha ofrecido guía, verdad, propósito. Y lo ha rechazado una y otra vez. No es ignorancia. Es desafío.

—Y un desafío, si se permite crecer —añadió Thula—, termina siendo rebelión. Ya hemos visto lo que puede provocar un símbolo con suficiente tiempo.

William mantuvo su postura recta, las manos cruzadas sobre la mesa. Todos esperaban su respuesta. Finalmente, habló.—Por ahora, no representa una amenaza. Está bajo custodia, gravemente herido después de la última confrontación en la Tierra. Sin sus fuerzas, sin aliados. Su estado actual lo convierte en una preocupación menor.

Una risa ronca y vibrante rompió la tensión. Era Conquest.

—Ah, sí... la Tierra —dijo con un tono divertido—. No olvidaré cómo se le partió el orgullo antes que los huesos. Pese a todo su idealismo... sangraba igual que cualquier otro.

Se inclinó ligeramente hacia adelante, mostrando los dientes.

—Y si decide seguir con esa farsa de superioridad moral, de que el sentimentalismo lo hace mejor que nosotros... bueno, no tendría ningún inconveniente en enseñarle, de nuevo, lo equivocado que está. Con los puños, por supuesto.

Una sombra de sonrisa cruzó brevemente su rostro, aunque no era alegría lo que transmitía. Era hambre.

Anissa no sonrió, pero tampoco lo contradijo.

—No podemos permitir que sus palabras se vuelvan doctrina en los mundos conquistados —dijo—. Los débiles buscan excusas. Y Mark les da una.

Kregg asintió lentamente.

—Entonces, la cuestión queda clara: ¿vigilancia o ejecución preventiva?

Y mientras las opiniones divergían entre la estrategia y la fuerza bruta, una sola verdad se mantenía constante: Mark Grayson, aún herido, aún aislado, seguía siendo una posibilidad.

Y eso, para Viltrum... era suficiente para detenerle permanentemente.

William mantuvo su mirada fija en los rostros que lo rodeaban. Todos eran guerreros forjados en siglos de conquista, criaturas de fuerza, obediencia y tradición. Pero él sabía que incluso entre esa dureza, había espacio para la lógica. Para el control.

—Mark es una amenaza potencial, sí —dijo, su voz ahora más firme, más deliberada—. Pero una amenaza contenida es también una herramienta. Ahora mismo es un arma enfundada. No puede golpear. No puede huir. Y lo más importante… aún no ha cerrado completamente su mente.

Kregg arqueó una ceja, sin interrumpir. Así que continuó: Su visión del mundo, su noción de compasión y justicia, no son fortalezas, son grietas. Grietas por donde se puede introducir la duda. Si se le presenta al Imperio no solo como fuerza, sino como un símbolo de prosperidad y orden, de estabilidad en medio del caos, puede empezar a cuestionarse si su lucha tiene sentido.

—¿Estás sugiriendo que lo convenzcamos con dialogo y apelando a sus emociones? —interrumpió Anissa, con escepticismo.

—Estoy sugiriendo que lo enfrentemos con algo más poderoso que violencia —respondió William—: con el tiempo, con la reconstrucción. Que vea lo que se puede lograr bajo el estandarte viltrumita si no se opone resistencia. Que vea planetas que prosperan, razas que sobreviven sin guerras internas, civilizaciones que no colapsan bajo su propio idealismo.

Lucan murmuró algo en voz baja, pensativo. Thula se recostó ligeramente, procesando las palabras.

Conquest soltó una risa más contenida esta vez.

—Hablas como si pensara con la cabeza, no con el corazón. El chico se ahoga en emociones. Cree que eso lo hace fuerte. Cree que eso lo hace... superior.

William lo miró directamente.

—Y eso es exactamente lo que lo hace vulnerable. Las emociones lo atan. Si logramos que vea el Imperio no como un enemigo, sino como un futuro que puede moldear, aunque sea en parte, entonces se romperá desde dentro. No necesitaremos destruirlo. Se destruirá solo, tratando de reconciliar su moral con la realidad.

Un silencio más largo se apoderó de la sala. La violencia siempre había sido el camino más directo. Pero no necesariamente el más eficaz.

—Mientras Mark respire, puede ser un arma. Solo debemos decidir si la empuñamos o la dejamos oxidarse.

Y con eso, la reunión continuó, no con gritos ni puños cerrados, sino con el sonido calculado del Imperio tomando nota. Porque incluso el enemigo, si se entiende bien puede ser útil.

Anissa frunció el ceño en algún punto.

—¿Y si no lo hace? ¿Y si sus ideas se fortalecen? ¿Si empieza a influir a otros desde dentro?

—Entonces sabremos con certeza que no hay redención —respondió William—. Pero ahora mismo, mientras está bajo custodia, debilitado, emocionalmente quebrado tras la batalla tenemos una oportunidad.

Conquest bufó con una risa pesada.

—Hablas como si no lo hubiéramos intentado ya. ¿No te basta con el fracaso de Nolan? ¿Cuántas oportunidades se les deben dar a esa familia antes de aceptar que están podridos por dentro?

El ambiente en la sala de reuniones se volvió cada vez más tenso. Fue entonces que se escuchó una ligera interferencia en los altavoces que estaban ligados junto a los otros dispositivos visuales que conectaban la reunion general al resto de viltrumitas que, por sus mandatos, no estuvieron presentes en ese momento. Hubo un sonido, peculiar, que hizo la maquina al confirmar el acceso para hacer que empezase a funcionar el orbe de proyección que estaba situado arriba de las cabezas de los soldados. Su función final se terminó de activar. Una luz azul iluminó una parte de la habitación y no tardó ni unos segundos para que, sin ceremonia, la figura de Thragg apareciera como si estuviera de pie en carne y hueso. No era real sino un holograma pero se veía igual que tenerlo en frente.

Vestía su armadura de combate, impecable, sin una sola mancha. Su sola presencia llenó la sala de una gravedad distinta, más pesada. Los comandantes se enderezaron. William también.

Thragg no se movió. Se quedó de pie al borde de la mesa, sus ojos recorriendo a cada uno de los presentes hasta detenerse en William.

—Escuché suficiente —dijo con frialdad.

Nadie habló. Él continuó: Ya tratamos con uno que dudaba. Nolan falló. No por falta de fuerza, sino por debilidad ideológica. Y ahora su hijo, contaminado por las mismas ilusiones, se niega a aceptar su lugar. ¿Cuánto tiempo más vamos a permitir que estos experimentos nos cuesten soldados, planetas y credibilidad?

William mantuvo el rostro sereno, pero sentía el peso de cada palabra.

—No propongo indulgencia, señor —dijo, midiendo cada sílaba—. Solo un enfoque más efectivo. Si lo destruimos ahora, se convierte en mártir. Si lo desgastamos desde adentro, se convierte en una lección.

Thragg dio un paso hacia él. Su voz se volvió aún más firme.

—No me interesan las lecciones. Me interesa la obediencia. Rendición absoluta. Sometimiento sin condiciones. Si no puede darnos eso, no sirve.

Conquest sonrió con una violencia contenida. Anissa desvió la mirada. Kregg no intervino.

—Le daremos el mínimo margen. Si no muestra señales claras de lealtad… actuaremos. Y esta vez, no habrá redención. No habrá dudas.

Luego, su mirada volvió a William.

—Tú lo conoces. Úsalo mientras sirva. Pero recuerda esto: el Imperio no necesita reformadores. Necesita conquistadores

El joven sostuvo la mirada de su emperador. Pero el Gran Regente dio un paso más, colocándose frente a él y su tono se volvió aún más bajo, más peligroso.

—Tú tienes un propósito con ese chico. No fuiste enviado solo para observar o batallar. Ni para fraternizar con los humanos. Te elegimos porque eres genéticamente viable. Porque cuando llegue el momento, cuando se desarrolle tu útero, darás al Imperio descendencia viltrumita pura. El legado que nos arrebataron las guerras de purga.

La tensión en la sala se hizo densa. Aún más si eso era posible. Algunos evitaron mirar directamente a William. Otros, como Conquest, sonrieron de lado, como si ya lo supieran y esperaran el día con cinismo.

Thragg continuó:

—Y Mark… Mark debía ser vigilado. No para redención. Para contención. Y para ti, una prueba. Si eres incapaz de separar tu apego de tu deber, entonces habremos cometido un error más grande que Nolan.

William, por un segundo, bajó la mirada. No por vergüenza, sino por la frialdad que empezaba a tomar forma en su interior.

—Entendido, señor —dijo al fin, con voz baja pero firme.

—Entonces cumple con él —gruñó—. Y deja de buscar esperanza donde solo debe haber utilidad. Si Mark no se rinde… si no se somete por completo, sin condiciones, se eliminará. Igual que los demás.

Thragg se giró hacia los otros comandantes.

—Nosotros no construimos sobre ideales. Construimos sobre obediencia, sangre y propósito.

Siguió sin moverse. Permaneció firme junto a la mesa, su presencia llenando la sala con una presión casi palpable. El hombre más joven en la reunión sintió cómo su cuerpo se tensaba bajo la mirada implacable del Regente, pero, a pesar del peso que eso implicaba, tomó aire y decidió hablar con sinceridad.

—Yo...—comenzó, su voz calmada pero cargada de convicción— creo que no todo está perdido. Mark, a pesar de todo, podría cambiar de parecer. No es imposible que se una a la causa viltrumita, especialmente porque su hermano ha cedido. Oliver ha aceptado servir al Imperio... eso puede ser un punto de inflexión para él.

Un murmullo recorrió la sala. Anissa y Kregg intercambiaron miradas escépticas.

—Hablando de eso —intervino Anissa— no debemos ignorar otros problemas que hemos tenido en estas últimas horas. Según tengo entendido, varios sanadores del área médica y técnicos de abordo han hecho reportes preocupantes. Un thraxiano fue visto en esta nave principal vistiendo uniforme viltrumita. Se le identificó rápidamente y hubo informes sobre su avistamiento y posible infiltración.

La expresión de Thragg se endureció como piedra.

—¿Un thraxiano en la nave? —rugió—. ¿¡Quién permitió eso!? No toleraré incompetencia ni excusas. Exijo respuestas inmediatas, claras y sin rodeos. ¡Quiero saber quién es ese niño, qué hace aquí y qué riesgos representa! ¡Ahora!

William sostuvo su mirada y respondió con firmeza.

—El niño es Oliver Grayson. Hijo de Nolan y hermano menor de Mark Grayson. Después de abandonar la Tierra, llegó a Thrax y allí tuvo un segundo hijo con una nativa. Oliver es mitad viltrumita, mitad thraxiano. Lucan y Thula pueden confirmar su existencia. Lo conocieron en combate cuando era un bebé. El chico estaba en la Tierra cuando capturamos a Mark… y cuando Conquest y yo nos íbamos a subir a la nave, fue él quien nos atacó.

Los soldados reunidos se tensaron un poco más.

—¿Atacó una nave viltrumita, solo? —gruñó Thragg con incredulidad.

Conquest esbozó una sonrisa tosca.

—Eso es cierto. El crío voló directamente hacia nosotros, sin protección alguna, intentando recuperar a su hermano. Tenía agallas. No consiguió nada… pero el intento fue real.

Thula soltó una risa corta y seca.

—¿"Agallas"? No, eso no fue valentía, fue estupidez. Estaba en el vacío sin oxígeno, con un cuerpo sin madurar. Eso no es coraje, es un intento suicida.

Ignoró el comentario y continuó con su informe, su tono recuperando la seriedad.

—Sí, intentó pelear. Estaba cegado por la emoción y la sangre. Pero entró en razón. Le hablé sobre su herencia viltrumita, sobre lo que significa ser parte del Imperio. No como amenaza, sino como propósito. Como legado.

Los presentes lo observaron expectantes a lo que tuviera que explicar.

—Después de confrontarlo con esa verdad, Oliver aceptó que su deber está con nosotros. Está dispuesto a unirse. No por obligación, sino porque entiende que resistirse a lo que es por dentro solo lo debilita.

Thragg no respondió de inmediato. Su mirada era dura, calculadora, mientras procesaba la información. Finalmente habló. No dio la habitual señal de conclusión. Sus ojos seguían fijos en William, fríos como una hoja afilada suspendida a punto de caer.

—¿Y tú? —preguntó al fin, con una voz tan baja como peligrosa—. ¿Desde cuándo un viltrumita de rango prioriza la palabra sobre el sometimiento? ¿Estás insinuando que el diálogo es más efectivo? ¿O es que te estás ablandando?

La pregunta cayó como un peso muerto en la habitación. Nadie osó interrumpir. Ni siquiera Conquest, que solía regodearse en estos momentos. Y William no evitó la mirada de su líder, aunque su cuerpo mantenía una tensión apenas contenida. Su respuesta llegó con voz firme, templada por el miedo pero no por la duda.

—No, señor. Lo que propongo es estrategia. Durante la batalla contra Conquest, Mark se negó a seguirme, incluso con el vínculo que compartimos desde que éramos niños. Pero... —hizo una pausa— vi una grieta. Cuando quedó aturdido, confundido, vi duda en sus ojos. Fue por un instante, pero fue real. No es invulnerable a la verdad. Ni a su linaje.

Thragg frunció más el ceño.

—¿Y tú crees que esa mínima grieta es suficiente para arriesgar el futuro del Imperio?

—No me propongo convencerlo con palabras, sino con hechos. Con persistencia. Con presión. Y si es necesario, con cercanía. Él necesita ver que su herencia no es una maldición, sino un llamado. Que el Imperio no solo destruye, también construye. Si ve eso en mí, si siente que no hay traición, sino propósito, puedo llevarlo al lugar que le corresponde.

El Gran Regente lo estudió con una quietud glacial.

—¿Cercanía? —repitió con desdén.

William bajó ligeramente la cabeza.

—No he olvidado mi propósito. Desde que era niño se me instruyó para esto. Para servir y, llegado el momento, para continuar el legado viltrumita. Se me eligió para forjar ese futuro con Mark. No por afecto. Por estrategia. Por continuidad. Llegado hasta cierto punto, podría amenguar la desobediencia si su mente se enfoca en mi

La sala quedó en silencio. El peso de sus palabras se sintió como una atmósfera densa. Nadie lo interrumpió.

El peso de la mirada del emperador era más intenso de lo que nunca experimentó antes. El tono de su voz se tornó directo, brutal.

—Entonces, escucha con atención.

Obedeció automáticamente, alzó la cabeza de inmediato.

—Tienes una única oportunidad —dijo Thragg con una calma cruel—. Una. Antes de que esta nave llegue al punto de reunión con la flota principal. Allí se discutirá el destino final de Mark Grayson. Si para entonces no lo has reclutado, si no demuestra sumisión total a Viltrum...

Hizo una pausa. La habitación parecía contener el aliento.

—No solo te designaré a otro viltrumita para que cumplas con tu propósito genético —continuó, su tono volviéndose más grave, más oscuro—. Será peor.

No lo explicó. No tuvo que hacerlo.

La amenaza no necesitaba forma. Bastó con su mirada para que comprendiera lo que estaba en juego y que la misericordia no tendría cabida si fracasaba.

—¿Entendido? —preguntó Thragg con voz absoluta.

William asintió sin vacilar, aunque cada fibra de su cuerpo gritaba tensión.

—Sí, señor. Lo cumpliré.

Notes:

No os confundais, William sabe lo que hace y aunque se vea amenazado por Thragg no significa que no vaya a cumplir con sus roles en el Imperio, pero a la vez siente debilidad por Mark. ¿Es amor o su deber a la raza viltrumita?

Notes:

Esto fue un one shot pero tengo planeado subir dos partes más en cuando la inspiración llegue.

Me gustó mucho experimentar con un dualismo ideológico. Los ideales de Mark que quieren aferrarse a lo humano con la esperanza de que un futuro mejor es posible en el nombre de la libertad y el absolutismo de William para querer tomar el control porque el orden no traerá conflictos y por ende; paz y prosperidad.

¿Vale la pena arriesgarlo todo por dejar que las cosas sigan como están, luchando por un futuro incierto o es mejor tomar acción lo antes posible aunque venga con sacrificios?
...

Si te has parado a pensar que William tiene razón, enhorabuena, has caído en propaganda imperialista y colonialista🫵🏻