Chapter 1: El Zumbido en la Asamblea
Chapter Text
El alba se alzó sobre las murallas de Ilión teñida de un rojo encendido, como si el mismísimo Ares hubiera derramado vino sobre el horizonte. En el campamento griego, tiendas de cuero crujían al desperezarse bajo el viento salino que soplaba desde el Egeo. Las hogueras madrugadoras chisporroteaban y el olor a cebada hervida competía con el hedor de armaduras sin pulir. Una jornada más en la interminable guerra de Troya… y, por desgracia para Agamenón, también una jornada más con Aquiles de mal humor.
La gran tienda de consejo—decorada con estandartes de leones dorados y presidida por el trono portátil de Micenas—rebosaba de guerreros convocados por el rey de reyes para un discurso “inspirador”. Al frente, Agamenón carraspeó dramáticamente, ajustándose el pesado collar de oro que brillaba tanto como su ego.
—Atridas, hijo de Atreo, señor de hombres, dador de discursos interminables—susurró Odiseo mientras se acomodaba la filacteria en la muñeca—. Apuesto mi arco a que empieza con “¡Oh, valientes dánaos!” y acaba con “por el honor de Micenas”.
Aquiles, de brazos cruzados y casco bajo el hombro, arqueó una ceja. Su melena parecía un rayo dorado al sol de la mañana.
—Apuesto tu arco y mi lanza a que necesitaré otra vida para escucharle terminar.
El murmullo murió cuando Agamenón se puso en pie. Su manto púrpura ondeó como un estandarte borgoña y sus brazales tintinearon estridentemente, reclamando atención.
—¡Oh, valientes dánaos!—tronó, exactamente como predijo Odiseo.
El rey empezó a desgranar cifras de suministros, horas de guardia y la necesidad de “disciplina impecable” con una voz que oscilaba entre la autocomplacencia y el bostezo. El temible Ayax Telamonio casi se quedó dormido de pie, con la frente apoyada en su escudo como si fuera un cómodo cojín de bronce.
Tras varios minutos de enumerar raciones de cebolla por contingente, Agamenón alzó el dedo para subrayar otro dato crucial: cuántas pieles de cabra debían aportar los reyes menores como “contribución voluntaria”. Fue el detonante.
Aquiles golpeó ligeramente la lanza contra el suelo, provocando un leve *clanc* metálico que silenció incluso los resoplidos de los bueyes atados fuera.
—Disculpen—dijo con fingida preocupación—. ¿Ustedes no oyen un zumbido irritante? Algo como… una mosca muy molesta.
Alzó la mirada al techo, fingiendo buscar el insecto, y finalmente apuntó con la punta de la lanza a Agamenón.
—Creo que viene de ahí.
Hubo un titubeo colectivo, seguido de un par de risitas sofocadas. Pero antes de que el Atrida pudiera hincharse de indignación, Odiseo levantó la mano con una seriedad casi académica.
—En realidad, Pie‑Ligero, no creo que sea una mosca. Por la frecuencia de ese zumbido diría que es un mosquito… uno de esos que chupan la sangre ajena—comentó con teatral erudición—. Y a juzgar por el tamaño, debe de ser… regio.
El estallido de carcajadas fue instantáneo. Menelao soltó una risotada tan fuerte que su casco se le deslizó sobre los ojos. Diomedes chocó el puño con Esténtelo. Incluso el anciano Néstor carraspeó para disimular una sonrisa.
Agamenón enrojeció de furia, pero, como buen rey, no iba a permitir que los mortales vieran su compostura quebrarse.
—¡Silencio!—rugió, chocando la empuñadura de su espada contra el escabel—. ¡Muestren respeto a su comandante supremo!
Aquiles se llevó la mano al corazón con exagerada reverencia.
—Oh, comandante supremo, perdona nuestra trivial comparación. Un mosquito, después de todo, puede ser portador de enfermedades terribles. Tú eres claramente… un tábano.
Las carcajadas se reanudaron, redobladas. Odiseo se secó una lágrima de la esquina del ojo. El Atrida apretó los dientes tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos.
—Odiseo—masculló Agamenón—. Esperaba más ingenio de ti al servicio de mi causa, no en mi contra.
—Majestad, mi ingenio está al servicio de la supervivencia de los aqueos—respondió el rey de Ítaca con una elegante inclinación—. Y nada mantiene mejor despierta a la tropa que una comedia improvisada en mitad de un informe de cebollas.
El jefe supremo hizo ademán de replicar, pero Patroclo se adelantó, interponiéndose entre su compañero y la posible furia regia.
—Agamenón, hablanos de estrategia, de batallas—propuso con voz conciliadora—. Deja las cuentas de raciones a los intendentes.
El Atrida respiró hondo. El sentido común de Patroclo era famoso incluso entre los más belicosos.
—Muy bien—concedió, lanzando una mirada gélida a Aquiles y al sonriente Odiseo—. Hablemos entonces de estrategia.
Odiseo plegó los brazos dentro del manto, satisfecho.
—Empecemos por la muralla escéptica que levantaron alrededor de su tienda—dijo en voz muy baja, solo para Aquiles—. Sospecho que es para protegerse de mosquitos con lanza.
—Y lenguas afiladas—añadió Aquiles con una media sonrisa.
Más tarde ese mismo día…
La asamblea terminó sin más sobresaltos—excepto la ocasional mueca de Agamenón cuando Aquiles asentía dramáticamente a cada orden, como alumno aplicado que en realidad se burla del maestro. Ya a la salida, el sol del mediodía caía a plomo sobre los escudos apilados y las lanzas formando un sombrío bosque de hierro. Odiseo se acercó al hijo de Peleo, que afilaba su xifos apoyado en un tronco.
—Ha sido un buen comienzo—dijo el de Ítaca, guiñándole un ojo—. Pero necesitamos subir la apuesta si queremos mantener vivos los ánimos.
Aquiles sopló sobre la hoja reluciente y examinó su reflejo en el metal.
—¿Qué tienes en mente?
—Una pequeña obra de teatro esta noche. Titulémosla “El Atrida que perdió la voz”. Reparto principal: tú, yo y un odre de vino aderezado con hierbas que Néstor califica como “risueñas”.
—Me gusta—respondió Aquiles, guardándose la espada—. Aunque quizá añadamos un coro de Myrmidones haciendo *bzzz-bzzz* de fondo. Para la auténtica atmósfera.
—Perfecto. Pero procura que Patroclo no se entere; es capaz de advertírselo a Agamenón para evitar conflictos.
—Mi querido Patroclo cree en la diplomacia… Yo creo en la terapia de risa—encogió los hombros Aquiles—. Si un guerrero no sabe reír, ¿cómo sabrá gritar de victoria?
Odiseo soltó una carcajada ronca.
—¡Por los dioses, Pie‑Ligero! Con esa filosofía harás poeta a Homero y bufón a Ares.
Los dos se alejaron tallando planes entre risas, mientras las olas lamían la orilla cargada de barcos de proas pintadas. Muy cerca, un extremadamente irritado Agamenón ordenaba reforzar su guardia personal, convencido de que los “tábano‑comentarios” eran preludio de una insubordinación más seria.
No estaba del todo equivocado… pero también ignoraba que, en el campo griego, nada era tan contagioso como la burla ingeniosa. Y Aquiles y Odiseo estaban dispuestos a convertir la guerra de Troya en la función cómica más épica de la Hélade.
Chapter 2: El Atrida que perdió la voz (versión dramática no autorizada)
Summary:
Patroclo no puede detener a su amorcito de cometer locuras griegas
Notes:
Habrá algunas cosas que no tendrán sentido, como que habré cometido el error de haber añadido un personaje que por un contexto como la edad no debería estar en la guerra de Troya pero aún así está, será porque me confundí una disculpa de antemano, me confundo mucho con los nombres griegos, pero les aseguro que investigo cuando no estoy segura. Aún así les pido que comenten si les gustó o algún dato que se me pasó de largo. Besos en el piolín.
Chapter Text
La noche cayó como un manto bordado con estrellas sobre el campamento aqueo. A lo lejos, las antorchas parpadeaban como luciérnagas alrededor de las tiendas y los barcos atracados en la playa. Era el tipo de noche tranquila que solo podía significar dos cosas:
1. Nadie había ofendido a los dioses ese día.
2. Odiseo y Aquiles estaban tramando algo.
—¿Tú crees que esto es buena idea? —preguntó Patroclo, con los brazos cruzados frente a la tienda de los Mirmidones.
—No —respondió Aquiles, con la cara completamente seria mientras se ajustaba una corona de ramas de olivo mal tejida en la cabeza—. Es una idea excelente.
Patroclo suspiró y le lanzó una túnica limpia que él mismo había planchado, lavando con cuidado los bordes ensangrentados de la última batalla.
—Al menos que parezca que no vienes directo del campo de batalla.
—Patroclo —intervino Odiseo, asomando desde un costado con una capa teatral negra que probablemente había robado de Menelao—. Esta es una producción artística. Hay que mantener el vestuario dramático.
—Lo dramático es que aún no los hayan matado —murmuró el castaño mientras los veía salir a escena con la solemnidad de dos sacerdotes locos.
La función comienza…
Junto a la gran hoguera común donde los soldados solían reunirse para contar hazañas y compartir vino aguado, ya se había formado un semicírculo de espectadores. Guerreros con los escudos apoyados en los muslos, copas de barro en mano y expresiones expectantes. La palabra se había esparcido con la velocidad de una flecha bien lanzada:
Esta noche, teatro. Tema: Agamenón.
Diomedes masticaba dátiles con entusiasmo. Ayax había traído un banco de madera para sentarse como si esperara un combate. Néstor, aunque fingía desinterés, se había posicionado en primera fila con su bastón cruzado sobre las piernas y una ceja arqueada.
Y entonces apareció el "rey".
Odiseo entró dando grandes zancadas, con una corona torcida sobre la frente y una piel de león mal puesta sobre los hombros.
—¡Oh, valientes dánaos!—tronó con voz nasal, exageradamente engolada—. ¡He venido a hablarless del noble arte de contar cebollas!
Estallido de carcajadas.
—¡Pero antes! —gritó, alzando los brazos—, permitan que me dirija a los dioses para pedir su bendición. ¡Oh, gran Zeus, si estás ahí, parpadea dos veces!
Desde atrás se escuchó a Eudoro susurrar:
—¿Y si no parpadea?
—Entonces es porque también está aburrido —respondió Aquiles, que apareció envuelto en una capa roja, agitando una lanza decorada con cintas como si fuera un cetro.
—¡Aquí llega Aquiles, Pie‑Ligero, el que no soporta el ruido de los insectos reales ni de los metafóricos!
—¡Denle la bienvenida al terror de los micénicos con ínfulas! —coreó Eudoro, mientras algunos soldados aplaudían y silbaban.
Aquiles se acercó a Odiseo y se llevó una mano al oído.
—¿Tú oyes ese zumbido de nuevo, Odiseo?
Odiseo miró alrededor con fingida alarma.
—¿Una avispa? ¿Una arpía? ¿Un ego sobredimensionado?
Aquiles se llevó una mano al pecho.
—¡Por los dioses! ¡Es Agamenón disfrazado de autoridad legítima! ¡Todos a cubrirse!
Las carcajadas fueron tan fuertes que un par de soldados se cayeron del banco de piedra. Odiseo aprovechó para dramatizar un colapso:
—¡Oh no, estoy siendo invadido por decretos! ¡Que alguien me proteja con sentido común!
Aquiles alzó la lanza como si fuera una antorcha de libertad.
—¡Yo, Aquiles, prometo resistir a toda imposición de cebolla por decreto real! ¡Ni una más sin rebelión poética!
La audiencia aplaudió. Incluso Antíloco soltó una carcajada que hizo que se le escapara el vino por la nariz. Solo uno no reía.
Mientras tanto, en la tienda del Atrida…
—¿Qué es todo ese escándalo? —gruñó Agamenón, saliendo envuelto en su manto y con la barba despeinada por la siesta—. ¡Por Hera, parece que estén celebrando una victoria!
Un soldado tembloroso respondió:
—Mi señor, creo que… están representando una obra.
—¿Una obra? ¿Quién autorizó teatro en medio de una guerra?
—Nadie, mi señor. Eso es lo que lo hace gracioso.
Agamenón bufó, se calzó las sandalias a medias y se dirigió a la hoguera… justo a tiempo para oír a Odiseo decir:
—Y entonces, el gran Agamenón, viendo que nadie escuchaba su discurso, decidió que él era la única voz digna de escucharse. Así que se puso a sí mismo en todos los informes. En todos. Incluso en las cartas de amor.
Aquiles fingió leer con solemnidad una tablilla imaginaria:
—“Mi querida esposa, ruego informes al gran Agamenón de la llegada de esta carta, firmada: Agamenón.”
Las carcajadas explotaron como una carga de catapultas. Odiseo cayó al suelo fingiendo desmayo. Eudoro hizo una reverencia como si cerrara el acto.
Y fue entonces cuando Agamenón apareció. En silencio. De pie. Cruzado de brazos. Mirada asesina.
El silencio fue inmediato.
Odiseo, aún en el suelo, levantó una ceja.
—¿Interrupción espontánea o aparición programada del antagonista?
Aquiles se irguió despacio, lanza en mano.
—¿No les parece irónico que justo cuando el personaje del “rey” aparece, nadie quiera hablar?
Odiseo chasqueó los dedos.
—¡Improvisación total, entonces! Señor Agamenón, ¿quiere tomar el rol de sí mismo o prefiere que lo haga Ayax disfrazado con una almohada en la cabeza?
Agamenón inspiró… y soltó el aire.
—Sigan. Ya que todos tienen tanto tiempo para teatro, mañana al amanecer los quiero a todos ustedes corriendo veinte vueltas al campamento con la armadura puesta.
—¿Incluyendo a los espectadores? —preguntó Antíloco, nervioso.
—Incluyendo al coro completo —espetó Agamenón antes de marcharse con la túnica ondeando tras él como una cortina de tragedia.
Silencio.
Odiseo se volvió a Aquiles.
—Eso fue un sí tácito. ¿Verdad?
Aquiles lo miró.
—Eso fue una declaración de guerra. Pero teatral. Así que sí.
La audiencia aplaudió de nuevo.
Y así, en el campamento griego, entre estrategias reales y planes para asaltar Troya, se gestaba una segunda guerra, mucho más ridícula pero no menos épica: La Guerra del Sarcasmo.
Chapter 3: Cuando hasta los dioses se ríen
Summary:
Tu patrona Atenea hace aparición
Chapter Text
La luna todavía no había completado su ascenso cuando Aquiles y Odiseo se reunieron tras la empalizada, entre montones de escudos apilados y el aroma dulzón de las antorchas de pez. Era el lugar perfecto para conspirar lejos de oídos indiscretos—y, según ellos, planear la próxima “innovadora estrategia psicológica contra el Atrida”.
—Necesitamos algo que deje huella —dijo Aquiles, agachado sobre una tablilla en la que dibujaba un tosco retrato de Agamenón con antenas de insecto.
—Y que no incluya cebollas esta vez —añadió Odiseo, rascándose la barbilla—. Desde que sugeriste esconderle una en cada sandalia, el campamento huele a sopa.
—Sopa real —corrigió Aquiles con una sonrisa felina—. La fragancia del poder.
El viento cambió de repente; una ráfaga fría atravesó las lanzas clavadas en la arena. Una lluvia de chispas se alzó de la antorcha más cercana, y, con el suave batir de alas invisibles, Atenea se materializó justo frente a ellos. Su égida centelleó con luz plateada, y sus ojos grises, tan agudos como la aceitada hoja de una espada nueva, se fijaron en Odiseo.
—Hijo de Laertes —comenzó, con un tono que mezclaba afecto y severidad—, te concedí astucia para burlar a los troyanos, no para desperdiciarla en sátiras de campamento.
Odiseo alzó ambas manos en gesto conciliador, pero la diversión bailaba en sus pupilas.
—¡Diosa Atenea! Qué grata—y repentina—visita. Siéntete libre de bendecir nuestras humildes deliberaciones estratégicas.
—Estrategia sería preparar el asalto al Esceo, no reírse del collar de oro que tu comandante pasea por la playa —replicó la diosa, alzando una ceja.
Antes de que Odiseo pudiera responder, Aquiles se puso de pie con un elegantísimo giro de lanza—casi una reverencia marcial.
—Gran Tritogénia —dijo él, con respeto genuino—, nadie valora más tu sabiduría que el hijo de Peleo. Pero… ¿no crees que liberar tensiones en un ejército harto de raciones insípidas también es táctica? Un ejército feliz es un ejército feroz.
La luz de la hoguera reverberó en la armadura de Aquiles, y Atenea pareció medirlo… igual que un profesor indulgente contempla a su alumno predilecto.
—Aquiles, a veces tu lengua corre más que tus pies —advirtió, aunque una brevísima chispa de satisfacción se asomó en su mirada—. ¿Y si tus burlas siembran la discordia? Ya bastante orgullo empaña estos campamentos.
Odiseo aprovechó para intercalar, llevándose la mano al corazón.
—Discordia no, mi diosa. Piensa en ello como… un ejercicio de oratoria. Afinamos la retórica a expensas del Atrida; mañana lo usaremos contra Príamo.
Aquiles rio entre dientes.
—Además —añadió, inclinándose hacia la diosa—, admitámoslo, Atenea: hasta tú sonríes cuando Agamenón manda pulir por quinta vez el pomo de su espada para brillar más que Helios.
La ceja arqueada de la diosa tembló peligrosamente; el resplandor de su égida se suavizó apenas un matiz.
—Sonreír no equivale a aprobar, Aquiles.
—Pero no lo niegas —remató el héroe, con esa audacia que sólo concede saberse medio invencible y medio favorito divino.
Atenea soltó un leve bufido—¿o era un intento de contener la risa?—y sacudió la cabeza, haciendo vibrar los penachos de su casco.
—No traspasen la línea —concedió al fin—. Mantengan sus bromas por debajo del umbral de la rebelión abierta. Odiseo, prometiste gloria a Ítaca; te recordaré que la gloria del rey nace de la prudencia, no sólo de la burla.
Odiseo hizo una inclinación tan pulcra que hasta un cortesano creería que iba disfrazado de dignidad.
—Lo juro por tu lanza, diosa: nuestra próxima “operación” pondrá de buen humor hasta al Atrida… o lo acercará, al menos, a la mudez contemplativa.
Atenea llevó dos dedos a la sien, resignada, pero sus labios ya formaban una curva demasiado humana.
—Me marcho a vigilar el frente. Si oigo que convierten las tiendas en teatro de farsa, vendré a recordarles el entrenamiento militar más duro que pueda imaginar su mente… —Se giró para partir, y añadió, sin volverse—. Y Aquiles, procura que Odiseo no arrastre a Patroclo a estos desvaríos. Él sí tiene sentido común.
—Lo intentaré, Atenea —respondió Aquiles, y fue imposible saber si hablaba con solemnidad o con alegría infantil.
Un parpadeo de luz, un destello plateado, y la diosa se desvaneció, dejando sombras danzantes y algo parecido a una risa que se apagó en el viento.
Odiseo soltó el aire y apoyó las manos en las rodillas.
—Por un segundo creí que me transformaba en lechuza como castigo ilustrativo.
—¿Volarías igual de bien que hablas? —bromeó Aquiles.
—Volaría mejor que Agamenón negociando treguas —remató Odiseo, recuperando su espíritu mientras recogía del suelo la tablilla caricaturesca—. Pero la diosa tiene punto. Tendremos que afinar la próxima sátira: nada de motines, sólo risas.
Aquiles pensó un instante, arrojando una piedrecita al aire.
—¿Qué tal un concurso de imitaciones? Héroes griegos representando al Atrida. Ganará quien no pierda la voz antes de terminar la frase “¡Escucharme, dánaos!”.
Odiseo aplaudió en silencio.
—Perfecto. Ayax tiene un barítono que hará temblar hasta las tiendas troyanas. Pero primero… —hizo girar la tablilla entre los dedos—, toca pulir nuestro libreto con sutiles halagos… y un toque de orgullo herido.
Aquiles sonrió de oreja a oreja.
—Entonces: a nuestros puestos de “hablar”. Que mañana amanezca una epopeya de risas.
Con el pacto sellado bajo las estrellas—y con Atenea todavía a medio sonreír en algún lugar de los cielos—, los dos héroes se marcharon, listos para convertir la noche en el laboratorio donde nacen las mejores leyendas… o, al menos, los mejores chistes bélicos de toda la Hélade.
Chapter Text
La mañana siguiente amaneció con un cielo tan despejado que ni siquiera el mismísimo Zeus se habría atrevido a lanzar un rayo por miedo a arruinar el clima perfecto para el desastre… social.
Porque ese día no se planeaban incursiones ni asedios: ese día se ensayaba teatro.
—¿Quién autorizó esto? —se preguntó Diomedes, con los brazos cruzados mientras observaba el alboroto alrededor de la tienda de Aquiles.
—Nadie —respondió Eudoro, imperturbable, mientras organizaba una fila de escudos decorados que servirían como “barricada escénica”—. Lo cual, por supuesto, lo hace aún más legítimo.
El rumor se había extendido como flecha en viento favorable: “Gran Concurso de Imitaciones del Atrida. Premio: una cena libre de cebolla y la gloria de humillar al comandante sin morir en el intento.”
Había más inscritos de los que Aquiles y Odiseo esperaban. Muchos más.
Incluso Ayax el Menor había pedido participar “solo porque quiero gritar mucho”, había dicho.
Y el escenario… bueno, consistía en unas cajas invertidas, una lanza clavada en el centro y un cartel mal dibujado que decía:
“Audiciones para ‘Atridas: el musical"
Letra por Odiseo. Direccionado por Aquiles. Supervisado por ninguna autoridad competente.
En el campamento, frente al escenario improvisado…
—Diomedes —dijo Odiseo, sentado al borde de una piedra con una ramita entre los dientes—, no tienes que participar si no quieres, pero como jurado sería perfecto. Tienes esa mirada de “puedo matarte o darte un 10”. Inspiras respeto.
—¿Esto tiene algún valor estratégico? —preguntó el héroe de Argos, entre incrédulo y tentado.
—Por supuesto —intervino Aquiles, alzando un dedo—. Observación de patrones verbales. Técnica de liderazgo a través de la parodia. Control de estrés mediante catarsis colectiva. ¿Necesito seguir?
—... está bien —cedió Diomedes—. Pero solo si alguien hace la voz nasal. No puedo soportar imitaciones a medias.
—¡Eudoro! ¡Prepárale el podio al héroe exigente! —gritó Aquiles.
Primero en escena: Ayax el Menor
Ayax subió con paso firme, colocándose una túnica dorada sobre los hombros (claramente robada de Menelao), y una peluca hecha de crines de caballo. Carraspeó teatralmente.
—“¡Oh, valientes dánaos! Yo, Agamenón, he contado personalmente cada cebolla de esta playa y puedo confirmar… que faltan dos. ¿Quién ha osado comerse mis raciones?”
Gritos de risa. Uno de los soldados hizo sonar un cuerno de caracol en señal de aplauso. Aquiles se inclinó hacia Odiseo.
—Le falta arrogancia, pero le sobra volumen.
—Le doy un siete, pero quiero saber qué hizo con esas crines —respondió Odiseo con gesto serio.
Segundo participante: Menelao… sí, ese Menelao
—Yo también quiero intentarlo —anunció el hermano de Agamenón, para sorpresa de todos.
—¿Estás seguro de que quieres hacer eso? —preguntó Aquiles, entrecerrando los ojos—. Técnicamente es tu hermano.
Menelao levantó un cuenco de vino.
—Justamente por eso.
Subió al escenario, sacó un espejo de bronce y lo miró fijamente antes de hablar:
—“¡Oh, valientes dánaos! Como saben, he venido aquí no por gloria, no por botín, no por los dioses… sino porque el reflejo en mi escudo me dijo que esta era mi mejor luz.”
La carcajada de Odiseo hizo eco hasta los barcos. Diomedes se limpió una lágrima. Incluso Eudoro se tropezó de la risa.
—¿Cuánto le damos? —preguntó Aquiles entre carcajadas.
—Diez. Por el trauma familiar bien usado.
Tercero en subir: Antíloco, hijo de Néstor
Vestía un manto hecho con piel de carnero y llevaba una tablilla en la mano.
—“Como saben, grandes aqueos, este informe lleva el sello de Micenas y, por tanto, es superior a la lógica, el sentido común y la misericordia. Firmado: yo, Agamenón, señor de todo lo que se mueve y también de lo que no.”
Aplausos. Ayax el Mayor lanzó una lanza de juguete a sus pies como reconocimiento.
—Poco gesticulador, pero muy académico —dijo Diomedes.
—Exacto, parece que de verdad leyó los informes del Atrida. Eso da miedo —agregó Odiseo.
Y cuando parecía que nada superaría aquello…
Aquiles se levantó, chasqueó los dedos y subió al escenario con la seguridad de un dios menor de las artes escénicas. Se quitó la capa, se colocó una túnica rígida como si fuese de oro macizo, y caminó con un paso ridículamente estirado, como si sus pies se negaran a tocar el suelo por debajo de su estándar.
—“Oh, valientes dánaos, he venido a anunciar una orden de suma urgencia. Se ha prohibido mirar a Helena durante más de cinco segundos sin aprobación previa de Micenas. También está prohibido reír sin autorización escrita. También está prohibido… cuestionar por qué seguimos aquí tras diez años.”
Risas.
—“Y si alguien osa preguntar si hemos avanzado un solo metro hacia Troya… que sepa que estoy trabajando en ello. Personalmente. En espíritu.”
Menelao aplaudía de pie. Odiseo se sujetaba la panza. Hasta Diomedes, que raramente se permitía reír en voz alta, murmuró un honesto:
—Dioses, este bastardo lo logró.
Y entonces, justo cuando el ambiente alcanzaba su clímax de gloria burlona…
Se hizo el silencio
Porque allí, entre dos tiendas, apareció Agamenón.
De pie. En completo silencio. Viendo a Aquiles en su versión teatral de sí mismo, con expresión ilegible.
Aquiles se congeló. Odiseo tragó saliva. Diomedes soltó un “oh no” apenas audible.
Agamenón dio un paso al frente… otro… y al llegar al círculo de espectadores, dijo con la voz más tranquila y grave posible:
—¿Y bien? ¿Quién ganó?
El campamento entero se quedó boquiabierto. Aquiles bajó del escenario, tanteando las palabras.
—¿…Perdón?
Agamenón alzó la barbilla.
—Dije: ¿quién ganó? Porque si voy a ser burlado, quiero saber al menos si fue con calidad.
Odiseo parpadeó. Lentamente, una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Menelao ganó por trauma. Pero Aquiles ganó por… "realismo arrogante exacerbado".
Agamenón resopló. Caminó hasta la tabla de puntuaciones (sí, Odiseo había hecho una), y escribió su nombre con letras enormes.
—“Agamenón. Presente en todas partes. Aun en la burla.” —Y, sin decir más, se fue.
Silencio. Largo silencio.
Hasta que Aquiles, con voz incrédula, dijo:
—…¿Eso fue una admisión de autoconciencia?
Odiseo sonrió lentamente.
—No, eso fue diplomacia pasivo-agresiva. Peor aún: puede que esté empezando a entendernos.
Aquiles lo miró con horror.
—Dioses. Tendremos que subir el nivel.
Y así, comenzó la segunda fase del plan: burlas elevadas a arte dramático de alto riesgo.
Notes:
Cómo aquí no existe Briseida, no habrá el problema de que Agamenón se la quite a Aquiles, pero de igual forma habrá un problema y por supuesto que Agamenón será el imbecil que cause que Aquiles no vaya a pelear. Pero está vez es un poco diferente.
Chapter 5: Promesas, paciencia y un beso robado
Summary:
Un poco de mis papás Patrochilles
Chapter Text
La brisa del mar arrullaba los lienzos de la tienda Mirmidona, agitando las cortinas como olas suaves. Afuera, el campamento bullía con el caos matutino habitual: el choque de espadas en práctica, soldados que se quejaban de la ración de cebada del día, y algún que otro grito de Menelao que exigía la devolución de su túnica “prestada”.
Pero dentro de la tienda de Aquiles, todo era más tenso que un arco recién tensado.
—¿¡Y si se cansa de las burlas!? ¿Y si Agamenón decide castigarlos de verdad? ¿Y si te retira del consejo de guerra? —Patroclo hablaba con los brazos cruzados, su voz firme, los rizos oscuros ligeramente despeinados por la brisa y el ceño fruncido en preocupación.
Aquiles, sentado con las piernas cruzadas sobre un montón de pieles, tallaba con calma la punta de una lanza. No parecía inquieto. De hecho, tenía la expresión satisfecha de alguien que había dormido bien después de ganar un concurso de sátira política sin consecuencias.
—Patroclo, cariño —respondió sin levantar la vista—. Si Agamenón me retira del consejo de guerra por un poco de teatro, entonces quedará claro que se siente menos amenazado por Troya que por una imitación con voz nasal.
Patroclo frunció más el ceño.
—Aquiles… no es solo Agamenón. Es todo el ambiente. Hay tensión. Hay guerreros que no saben si estás bromeando o desafiando la autoridad. Y tú, en lugar de calmarte, haces… esto.
Señaló con ambas manos el rincón donde había un dibujo a carboncillo de Agamenón con una corona de puerros sobre la cabeza. (Aquiles afirmaba que era un "ejercicio de expresión artística").
El hijo de Peleo suspiró, dejó la lanza a un lado y alzó la mirada.
—Escúchame, Patroclo. Ni Odiseo ni yo vamos a cruzar la línea.
—¿Y tú sabes dónde está esa línea? —respondió el otro con los brazos aún cruzados, como si esa postura pudiera protegerlo de la constante insensatez que era amar a Aquiles.
Aquiles se puso de pie con un movimiento felino, suave y seguro. Se acercó hasta estar justo frente a él. El silencio se volvió denso entre los dos.
—Sí —respondió con suavidad—. Está justo antes de poner en riesgo a quienes me importan.
Los ojos de Patroclo se abrieron un poco. Su postura se suavizó, aunque aún tenía el entrecejo levemente tenso.
—¿Y si algún día no puedes evitar cruzarla? ¿Y si algo se sale de tus manos? Tú no eres como los otros. Eres…
—…un tonto con la manía de molestar al Atrida, lo sé —interrumpió Aquiles con media sonrisa—. Pero también soy tuyo.
Patroclo tragó saliva. La intensidad de Aquiles podía resultar avasalladora cuando se lo proponía, y en ese momento, hablaba como si cada palabra fuera una promesa sellada en bronce.
—¿Me lo juras?
Aquiles alzó la mano derecha con solemnidad teatral.
—Lo juro por mi lanza, por mis pies, por mis días de gloria… y por las veces que tú me obligas a comer como un ser humano normal.
Patroclo soltó una risa, por fin. Cortita, exasperada, pero cálida. Esa que solo él reservaba para Aquiles.
—Estás loco —murmuró, bajando la mirada.
—Pero soy tu loco.
Patroclo lo miró de nuevo. Más cerca esta vez. Y esa última frase fue tan suave como el roce del sol en los hombros tras la batalla.
Y entonces, sin más palabras, Aquiles se inclinó y lo besó.
No fue una explosión de fuego, ni una declaración de guerra. Fue todo lo contrario. Fue una tregua. Una promesa silenciosa en medio del caos. El tipo de beso que uno se da para recordar que aún hay algo sagrado en medio del polvo, la sátira y el acero.
Cuando se separaron, Patroclo apoyó la frente contra la del otro.
—Solo prométeme que cuando Odiseo sugiera otra de sus “brillantes ideas”… tú serás el que diga “espera”.
—Prometo que lo consideraré durante al menos… dos segundos.
—Tres.
—Trato hecho.
Fuera, alguien gritó que se estaba organizando una votación para elegir al nuevo “Suma Sacerdote de la Comedia Bélica”.
Odiseo. Claramente Odiseo.
Aquiles cerró los ojos y sonrió.
—…Vamos. Tenemos un dios nuevo que coronar.
Patroclo suspiró profundamente… y lo siguió.
Chapter Text
El sol apenas se alzaba sobre el campamento griego cuando la primera proclama del día fue escuchada en todos los rincones, proyectada con el entusiasmo de quien no tiene vergüenza ni temor a los castigos divinos.
—¡Por decreto de los espíritus del humor y las musas de la sátira: hoy se celebrará la elección del primer Sumo Sacerdote de la Comedia Bélica! —gritó Odiseo desde lo alto de un barril, con una corona hecha de cucharones atada con cuerda a la cabeza y una túnica de cocina como manto sagrado.
—¿Y eso qué implica exactamente? —preguntó Diomedes desde su tienda, aún medio dormido, con la coraza mal abrochada.
—¡El ganador será responsable de las próximas ceremonias de burla oficial y de presidir la corte de sátiras contra la burocracia absurda de guerra! ¡Y tendrá derecho a veto sobre discursos de Agamenón de más de cien palabras!
—¿Eso último es real? —susurró Antíloco.
—No. Pero suena tan hermoso que no me importa —respondió Eudoro, ya inscribiendo a Aquiles en la competencia sin consultar.
La elección más seria jamás no tomada en serio
Los candidatos eran pocos pero notables:
→Odiseo, por supuesto. Fundador, ideólogo, y evidente favorito… según él mismo.
→Aquiles, el rostro del movimiento, el héroe invencible con el mejor sentido del tiempo dramático.
→Menelao, quien, tras su inesperada actuación en el concurso anterior, creía tener talento oculto.
→Ayax el Menor, cuya única motivación era gritar “¡Agamenón!” de forma distinta en cada idioma posible.
Y para sorpresa de todos…
Patroclo también fue nominado.
—¿Yo? ¿Quién me inscribió? —preguntó, sorprendido, al recibir una hoja manchada de tinta con su nombre.
—Yo —dijo Aquiles, sin levantar la vista mientras pulía una lanza—. Por si necesitábamos a alguien que supiera cuándo detenernos.
Patroclo se quedó en silencio, mirándolo con una mezcla de ternura, fastidio y leve orgullo.
—Estás intentando meterme a la fuerza a tu cruzada cómica.
—Exacto. Y como no puedo casarme contigo legalmente según el código de guerra aqueo, pensé que esto era lo segundo más romántico.
✓Debates, discursos y… representación de tragedias cómicas
Frente al público reunido —una mezcla de soldados curiosos, héroes aburridos y algún que otro centinela que fingía vigilar el horizonte—, los candidatos presentaron su “visión de futuro”.
Odiseo abrió el evento con un monólogo teatral.
—¡Imaginen un campamento donde cada orden absurda se recibe con poesía! ¡Donde las inspecciones de armamento incluyen recitales y los castigos se conmutan por chistes de calidad! ¡Donde los discursos del Atrida se subtitulan automáticamente con traducción humorística!
Aplausos. Alguien gritó “¡Viva Ítaca y los juegos de palabras!”
Luego fue el turno de Aquiles, quien simplemente subió, tomó una lanza… y la usó como bastón para caminar torpemente como si fuera Agamenón anciano.
—“Yo, Agamenón, concedo a los hombres el derecho a respirar con permiso previo. Firma triple. En triplicado.”
El público rugió. Ayax cayó al suelo de la risa.
Menelao intentó improvisar una canción. Fracasó con gracia.
Ayax gritó “¡Agamenón!” en un tono tan agudo que espantó a las aves de las tiendas.
Y Patroclo, cuando subió al frente, no habló. Solo alzó un cartel que decía:
“El verdadero poder está en saber cuándo detener la broma.”
Hubo silencio. Luego, un murmullo. Luego, una ovación más tranquila, pero respetuosa.
Y Odiseo, desde su esquina, asintió.
—Maldito sea. Tiene el voto emocional.
✓El resultado
En una urna hecha con el casco de un troyano vencido, porque reutilizar es importante, se contaron los votos entre tambores de guerra hechos con escudos.
Odiseo y Aquiles empataron.
Y en un giro de diplomacia jamás visto entre héroes épicos…
—¡Nombramos a Patroclo como Sumo Sacerdote Honorario de la Comedia Bélica! —proclamó Aquiles, alzando su brazo.
—¡Y yo, como gran ideólogo de esta religión militar burlona, me declaro Alto Orador de la Satira Estratega! —añadió Odiseo, sin perder terreno.
—¿Y yo? —preguntó Ayax.
—Tú eres… Ministro de Gritos —concedió Eudoro.
Ayax aplaudió como si hubiese ganado el mundo.
Al caer la noche…
La hoguera ardía con fuerza frente a la tienda de Aquiles. Él y Patroclo estaban sentados sobre pieles, hombro con hombro, compartiendo un odre de vino.
—¿Te divertiste? —preguntó Aquiles, apoyando la cabeza en el hombro de Patroclo.
—Sí… pero aún no confío en Odiseo.
—Nadie lo hace. Ni él mismo —dijo Aquiles, riendo.
Patroclo le acarició el cabello. En la oscuridad, con el crepitar del fuego, los murmullos del campamento, y el calor cercano de los cuerpos, todo parecía más sencillo. Como si la guerra fuera un mal sueño que podía disiparse entre bromas.
—Sabes que haría cualquier cosa por ti, ¿verdad? —murmuró Aquiles.
Patroclo giró el rostro y, sin pensarlo dos veces, lo besó. Breve. Seguro. Sin necesidad de más palabras.
Y Aquiles, por una vez, no respondió con una frase burlona. Solo cerró los ojos, sonrió y apoyó su frente contra la del hombre que amaba.
La guerra seguía.
Pero también el amor, la risa… y los planes ridículos para sobrevivir un día más sin perder la razón. Y la cabeza. Literalmente.
Notes:
Cuando volví a entrar descubrí que mi historia (esta) ya tenía un marcador 🥹
Muchísimas gracias 🫂PD: tal vez más tarde suba otros dos capítulos. :)
Chapter 7: Primero ganamos la guerra... Luego lo destruimos socialmente
Chapter Text
Los días pasaban lentos, sofocados por el calor del verano troyano y por la tensión que se espesaba en el aire como humo.
Ya no había sátiras en el campamento. No se escuchaban carcajadas en la playa, ni discursos teatrales frente a hogueras.
Odiseo había vuelto a sus mapas.
Aquiles no salía de su tienda.
Y Agamenón…
…Agamenón había cometido el error más grave de todos: tocar el orgullo de un héroe como Aquiles.
—“¿Un héroe que no lucha? ¡Entonces que se quede encerrado con sus peinados y dramas!” —había exclamado Agamenón unos días atrás, delante del consejo de guerra, con voz alta y pecho inflado como paloma en celo.
Y Aquiles, desde entonces, no cruzó la línea de las tiendas Mirmidonas.
No hablaba de estrategia. No aceptaba convocatorias.
No tocaba su lanza.
Y lo peor: no reía.
—¿Así piensas ganar esta guerra? ¿Encerrándote? ¿Dejando que los troyanos crean que puedes ser ignorado como un peón más?
Patroclo caminaba de un lado a otro frente a él, con la desesperación hervida en los ojos. Aquiles estaba sentado, con los brazos cruzados, la mirada fija en algún punto indefinido de la tienda. No contestaba. No discutía. Solo callaba.
—No estoy ganando nada, Patroclo —murmuró finalmente—. Solo estoy… esperando. Que se den cuenta de lo mucho que me necesitan.
Patroclo se arrodilló frente a él, tomó su mano con firmeza.
—Y mientras tanto, más soldados mueren. Los aqueos están retrocediendo. La moral está por el suelo. Y los troyanos… van a terminar creyendo que pueden ganar esta guerra.
Aquiles apretó la mandíbula. No porque no le doliera lo que escuchaba. Porque dolía demasiado.
Pero su orgullo era una armadura más fuerte que el bronce.
—No lo haré por él. No pelearé para que Agamenón siga creyéndose invencible.
—Entonces no lo hagas por él —insistió Patroclo, sus ojos brillando con furia y amor—. Hazlo por nosotros. Por tus compañeros. Por lo que juraste. Por los que aún pueden regresar a casa.
Silencio.
Patroclo soltó su mano, se levantó y, antes de salir, murmuró:
—Si no me escuchas a mí, al menos escucha a alguien que sabe cómo doblar el orgullo de un rey.
Y fue así como Odiseo, ese mismo día, recibió una visita inesperada.
∆En la tienda de Odiseo
—¿Quieres que yo lo convenza? —preguntó, alzando ambas cejas mientras sostenía una copa de vino diluido.
—Eres el único que puede. No le obedecerá a Agamenón. Y a mí… ya dejé de intentarlo. Pero tú… —Patroclo respiró hondo—, tú sabes hablar el idioma del ego. Puedes hacerlo ver la guerra como un escenario.
Odiseo lo observó por unos segundos.
—¿Me estás pidiendo que utilice mi diplomacia para manipular a Aquiles? ¿Otra vez?
—No. Estoy pidiéndote que lo despiertes —respondió Patroclo—. Antes de que se pierda todo.
Poco después, frente a la tienda Mirmidona
Odiseo se plantó con la confianza que sólo da el tener un plan secreto hasta para ir al baño.
—Aquiles —dijo, sin rodeos—. Sal. Tengo una propuesta que huele a victoria y a venganza.
Hubo un silencio. Luego pasos.
Aquiles salió con el cabello suelto y los brazos cruzados, ojos duros como el acero.
—¿Vienes a darme un discurso de unidad como los demás?
—No —respondió Odiseo—. Vengo a proponerte un trato.
Aquiles lo observó, desconfiado.
—Tú ganas la guerra. Nos das la victoria. Humillas a Héctor. Levantas el ánimo de los soldados. Te conviertes en el héroe que todos aplauden.
—¿Y luego?
Odiseo sonrió, como un zorro con toga diplomática.
—Y luego, en la gran celebración, en la asamblea de los vencedores, cuando Agamenón intente atribuirse toda la gloria… yo te paso la palabra.
Aquiles lo miró con escepticismo.
—¿Y?
—Y tú lo destruyes. Con estilo. Con sarcasmo. Con precisión divina. Lo ridiculizas delante de toda la Hélade. Te juro por Atenea que yo mismo escribiré el discurso y le pondré un título como “Cómo perder una guerra en cinco pasos y que un Príncipe semidiós la gane por ti”.
Aquiles se quedó quieto. Muy quieto. Luego… rió. Apenas. Apenas una grieta en su gesto.
—¿Y lo harás?
—Ya tengo el borrador. Empieza con “Oh, Atrida, qué magnífico casco para tan pequeño juicio”.
Silencio. Luego, finalmente, Aquiles extendió la mano.
—Trato hecho.
La marcha a la guerra
Las armaduras brillaron esa tarde como no lo hacían desde hacía semanas.
Odiseo se calzó su casco. Aquiles ajustó las correas de su lanza.
Los soldados observaron cómo los dos héroes avanzaban uno al lado del otro, con pasos firmes.
Los Mirmidones se alinearon sin necesidad de orden.
Los soldados de Ítaca sonrieron al ver a su rey recuperar la chispa en la mirada.
Y desde la colina más cercana, Patroclo observó en silencio, con los ojos puestos en Aquiles.
Sabía que su amado no perdonaba aún.
Pero también sabía que, bajo esa armadura de orgullo, seguía ardiendo la llama del héroe que había jurado proteger a su gente.
Y Aquiles…
…Aquiles caminaba al campo de batalla no por obediencia.
Ni por gloria.
Sino porque alguien le había recordado que, a veces, la mejor venganza es ganar.
Chapter 8: El regreso del héroe (Y el principio del fin de Agamenón)
Summary:
Agamenón se sigue humillando solito
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El cielo estaba cargado de presagios.
Las nubes parecían escudos inmensos alineados sobre el campo de batalla, y el viento traía consigo el eco de nombres que los bardos aún no habían cantado.
Y sin embargo, el sonido que hizo temblar al campamento griego no fue un trueno.
Fue el clamor.
Porque al fin, después de días de silencio, de dudas, de desorden y pérdidas…
Aquiles había vuelto.
La visión fue como un relámpago en pleno día.
Avanzaba entre las tiendas con la armadura centelleando como si Hefesto la hubiera forjado al amanecer. El cabello recogido, la lanza al hombro, los ojos fijos en el horizonte donde se encontraba Troya… y la guerra.
A su lado, Odiseo caminaba con una sonrisa taimada, como quien ha apostado en una carrera imposible… y está ganando.
—¿Sabes que no todos me aplaudirán por esto? —le murmuró Aquiles entre dientes, sin girar la cabeza.
—Claro. Algunos se arrodillarán directamente. Otros se desmayarán. Algunos llorarán. También hay opciones silenciosas, como hiperventilar o empezar a cantar himnos a tu nombre —respondió Odiseo, como si recitara la lista de raciones del día.
—Me refería a los altos mandos.
—Ah, sí, ellos probablemente estén haciendo apuestas sobre cuánto tardarás en ignorar sus órdenes.
Aquiles soltó un resoplido. Que en su idioma, era un intento de risa.
Cuando llegaron al borde del campamento, los griegos ya se estaban reagrupando. Las bajas de los últimos días habían debilitado el frente. Los capitanes no sabían si celebrar o contener el aliento al ver al hijo de Peleo de nuevo entre ellos.
Patroclo apareció corriendo, con el cabello suelto y la expresión revuelta entre orgullo y ansiedad.
—Te ves… —comenzó a decir, sin encontrar la palabra.
—Radiante, lo sé —respondió Aquiles, girando apenas el rostro hacia él, con una sonrisa que no usaba desde antes del agravio.
—Solo recuerda que no se trata de probarle algo a Agamenón —dijo Patroclo, bajando la voz para que sólo él escuchara—. Se trata de proteger a los demás.
Aquiles asintió. Pero al girarse hacia el campo de batalla, murmuró:
—Voy a probarle que sin mí, no valen nada. Y luego… voy a demostrarle lo ridículo que es creer que puede mandar sobre dioses en forma de hombres.
Odiseo intervino con tono casual:
—Y luego nos sentamos a escribir la gran sátira de los reyes sin gloria. Con ilustraciones.
En el campo de batalla
Los troyanos no esperaban el cambio.
Durante días, los griegos habían estado a la defensiva. Pero ahora… ahora algo había cambiado.
Una fuerza avasalladora se abalanzaba sobre ellos con una furia luminosa.
Aquiles cortaba el aire con su lanza como si el propio Ares le marcara el ritmo. No peleaba como un hombre. Peleaba como una tormenta con piernas.
Cada troyano que lo enfrentaba duraba segundos.
Cada golpe era un mensaje.
Cada caída decía:
“Él volvió.”
Odiseo, mientras tanto, tejía la estrategia como una telaraña entre arqueros, caballos y trampas de terreno. No necesitaba que Aquiles lo siguiera: le bastaba con que abriera el camino.
Y el camino estaba quedando despejado.
En lo alto del campo, desde la seguridad de su tienda con vista panorámica, Agamenón observaba con una copa en la mano y los nudillos blancos por la tensión.
—Regresó —dijo en voz baja.
—Sí, mi señor —respondió uno de sus heraldos, mirando hacia abajo con la boca seca.
—¿Quién lo autorizó?
—Nadie, mi señor.
—¿Entonces por qué está allí?
Y la respuesta, aunque no fue dicha en voz alta, estaba escrita en cada movimiento de lanza:
Porque lo necesitaban.
Y él lo sabía.
Y tú no pudiste impedirlo.
Cuando cayó la tarde, los troyanos estaban replegándose. La victoria griega era tan clara como la sangre en la arena.
Aquiles volvió caminando, sin prisa. No se detenía a recibir vítores, no saludaba. Solo caminaba con la lanza al hombro y la mirada perdida en una idea que aún no estaba completa.
Patroclo corrió hacia él y lo abrazó sin mediar palabra.
Odiseo llegó poco después, sacudiéndose el polvo, con un pequeño corte en la frente y una gran sonrisa.
—Bien hecho, héroe. Les diste el espectáculo que necesitaban.
Ahora falta la segunda parte.
—¿Y cuál es esa? —preguntó Aquiles, quitándose el casco.
—La verdadera victoria —dijo Odiseo, guiñando un ojo—.
Destruir a Agamenón con palabras más afiladas que cualquier espada.
Y dejarlo tan en ridículo… que se le caiga la corona del ego.
Aquiles sonrió lentamente.
—¿Empiezas tú o empiezo yo?
—Yo escribo. Tú interpretas. Como siempre.
Esa noche, mientras el campamento celebraba, mientras los soldados cantaban himnos al héroe que regresó, mientras Patroclo observaba en silencio al amor de su vida recuperar su trono de gloria…
…Odiseo y Aquiles estaban sentados en un rincón, redactando lo que sería la pieza más temida del conflicto:
El Discurso.
La humillación definitiva.
El golpe final que ningún dios intervendría para evitar.
Y al margen de la tablilla, Odiseo escribió el título con una sonrisa torcida:
“Cómo liderar una guerra sin tener idea de liderazgo: por Agamenón, rey por accidente.”
Notes:
Ya estoy harta de Agamenón ya saquenlo de aquí
Chapter 9: Del verbo humillar: Conjugar en tiempo presente
Summary:
Atenea vuelve a aparecer yeiii
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La noche de la gran victoria griega no fue silenciosa.
Hubo vino. Hubo carne asada en improvisadas hogueras. Hubo soldados que cantaban en estado de éxtasis y otros que juraban haber visto a Héctor huir por puro terror ante la lanza de Aquiles.
Pero lo que más se esperaba esa noche no era un banquete…
Era el discurso.
El rumor corría como el fuego en las velas de los barcos:
“Aquiles hablará.”
“Odiseo lo escribió.”
“Agamenón está afilando su orgullo por si hay puñaladas verbales.”
Y entonces, entre el estallido de las copas y los vítores de los soldados, Aquiles subió a una plataforma improvisada: un montón de escudos alineados, sostenido por dos troncos y el ego colectivo del ejército griego.
Patroclo lo observaba desde una esquina. No intervenía. Sabía que no podía detenerlo. Pero en el fondo de su pecho, una voz decía que esta vez Aquiles no hablaría solo por ira… sino con justicia.
Odiseo se cruzó de brazos y sonrió.
—Vamos, príncipe de la marea y los insultos. Ilumina esta noche.
—Compañeros —empezó Aquiles, voz alta, clara— hoy no vengo a hablarles como hijo de Tetis, ni como comandante de los Mirmidones.
Vengo a hablarles como el hombre que ustedes miraban cuando la moral se fue al infierno y la guerra parecía perdida.
Murmullos. Asentimientos. Un silencio cargado de atención.
—Hoy ganamos porque luchamos unidos. Porque peleamos por algo más que las órdenes de un trono.
Y no… —giró la cabeza hacia la tienda de Agamenón sin nombrarlo— …no lo hicimos por la gloria de los que se esconden tras coronas.
Lo hicimos por los que están aquí. Por los que sangraron.
Por los que cargaron lanzas mientras otros solo cargaban discursos.
Agamenón se puso de pie entre la multitud, los ojos como brasas. Pero aún no habló.
Odiseo, junto a Aquiles, alzó una tablilla con frases que el público no podía ver. Aquiles la leyó en voz baja, sonrió, y continuó:
—¿Y qué hay de nuestro noble Atrida? El rey de la larga firma y la palabra aún más larga.
A él le dedicamos esta breve reflexión:
"Un ejército puede tener cabeza, pero si solo piensa en sí misma… pierde el cuerpo.”
Varios soldados se taparon la boca para no reír en voz alta. Otros no lo lograron.
Agamenón avanzó un paso. Nadie lo detuvo.
Los oficiales intercambiaron miradas.
—Pero no se preocupen —continuó Aquiles, imperturbable— “
nuestro Atrida no tiene que sentirse solo.
Hoy lo honraremos con un título especial. Un nombre nuevo, acorde a su liderazgo:
Agamenón el Incomparable… porque nadie quiere compararse con él.
La risa fue general. Algunos soldados ya estaban doblados sobre sus rodillas.
Y entonces, por fin, Agamenón rugió.
—¡Basta!
Subió al escenario a zancadas furiosas. Su capa ondeaba como si el viento compartiera su rabia.
Con un solo movimiento, empujó una de las lanzas decorativas del escenario y la partió en dos.
—¡Has cruzado la línea, Aquiles! ¡Tú también, Odiseo! ¡Esto no es una broma, es insubordinación! ¡Es traición!
Odiseo levantó ambas cejas.
—¿Traición? Vaya. Con ese criterio, deberías escribir tu nombre en todas las traiciones administrativas del último año.
—¡Silencio! —bramó Agamenón, avanzando con el puño cerrado—. ¡No me importa quién seas, hijo de diosa o rey de Ítaca! ¡Hoy aprenderán lo que significa desafiar a su comandante!
Iba a atacar.
El puño se alzó.
La lanza de Aquiles se tensó en el acto, el ambiente se volvió asfixiante.
Y entonces…
El viento cambió.
Sopló con violencia entre las tiendas. Las llamas de las hogueras vacilaron.
Las armaduras crujieron con un sonido metálico que no venía del movimiento humano.
Los ojos de todos buscaron el cielo.
No lo vieron.
Pero sintieron la presencia.
Un susurro invisible, una presión detrás del pecho.
Una voz sin sonido dijo "Detente”.
Y Agamenón… se detuvo.
Su cuerpo se congeló en un segundo. Su brazo bajó lentamente. La ira en su rostro seguía allí… pero algo invisible lo había atrapado.
Muy pocos sabían lo que había ocurrido.
Pero tres personas lo entendieron de inmediato.
Odiseo, que reconocía a su patrona incluso entre el viento.
Aquiles, que sentía la mirada de los dioses como un cosquilleo detrás de la nuca.
Y Atenea… que no se mostró del todo, pero estuvo allí.
Desde algún rincón del plano divino, con los brazos cruzados y una expresión entre orgullosa y frustrada.
"Les dije que no cruzaran la línea.
Pero si un mortal decide desafiar a un héroe…
…y además a uno de mis favoritos…
Entonces no me pidan que me quede sentada".
Y aunque no lo diría en voz alta…
Aunque su rostro siguiera siendo el de la estratega serena…
Atenea los quería.
A su manera.
Eran sus niños.
Y nadie lastima a sus niños sin consecuencias.
Agamenón bajó del escenario con pasos vacilantes. No dijo nada más. No pidió disculpas. No contraatacó.
Y esa noche, cuando se encerró en su tienda… lo hizo sin vino, sin luz, sin palabras.
Aquiles bajó del escenario, con Odiseo siguiéndole el paso.
—¿Eso fue ella? —susurró Aquiles.
Odiseo asintió lentamente.
—Y eso fue lo más amable que puede llegar a ser.
—¿Tú crees que se enoja mucho con nosotros?
—No más de lo que una madre se enoja cuando sus hijos hacen una obra cuando están en la paideia donde el maestro es el villano… pero la actuación es impecable.
Aquiles sonrió.
—¿Crees que ella nos protege?
Odiseo lo miró de reojo.
—Aquiles… ¿alguna vez has visto a Atenea interceder "así" por alguien que le caiga mal?
—Mmm…
—Exacto.
Y mientras en el campamento las carcajadas se apagaban lentamente, y los soldados se dormían con sonrisas mal contenidas…
En un rincón del plano divino, Atenea se giró hacia el horizonte de Troya, suspiró profundamente y murmuró:
“Niños ridículos.
Geniales.
Pero ridículos.”
Notes:
Por cierto Paideia significa "formación" o "educación" que así era entendida la educación en la antigua Grecia.
Por eso en lugar de poner una obra de la escuela coloqué una obra en la paideia, que sería como: "una obra cuando están en la/su formación" (espero tenga sentido)
Gracias por leer ★
Falta un capítulo ♥
Chapter 10: De mares y despedidas
Notes:
Hemos llegado al final !!
Muchas gracias por leer y llegar hasta aquí ♥
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La guerra había terminado.
Troya ardía tras ellos como un recuerdo que todavía no sabían si era una pesadilla o una epopeya. Los barcos griegos, alineados como gaviotas al borde del mar, se mecían con suavidad. Los guerreros caminaban con ropas sencillas, sin armaduras, algunos riendo, otros con miradas lejanas. Cada uno cargaba su historia a cuestas.
Y entre ellos, el más brillante de los héroes, Aquiles, caminaba sin prisa por la orilla, con Patroclo a su lado y la arena mojada atrapándose entre sus pies desnudos.
En uno de los embarcaderos, un barco con velas decoradas con espirales ítacas estaba por zarpar.
Y allí, en la pasarela de madera, con los brazos cruzados y una sonrisa inconfundible, esperaba Odiseo.
—No creí que vinieras a despedirme —dijo al ver a Aquiles acercarse.
—No vine por ti. Vine por la ración de higos que prometiste cuando esto terminara.
Odiseo alzó una ceja.
—Ya veo que la modestia tampoco zarpó.
—No cabe en los barcos, demasiado grande —agregó Patroclo desde detrás, ocultando una sonrisa.
Odiseo soltó una risa sonora y abrió los brazos.
—Mis dos favoritos, la pareja épica. ¿Qué harán ahora? ¿Volverán al reino de Peleo a practicar miradas intensas y burlas de reyes?
—Probablemente —respondió Aquiles—. Y quizá arreglar la biblioteca que dejé medio destruida antes de ir a la guerra.
—Y aprender a cocinar sin quemar las raciones de cereales —añadió Patroclo.
—No prometo nada.
Odiseo bajó un poco la voz, volviéndose más serio, aunque sin perder su expresión cálida.
—Si algún día se cansan del silencio, o si quieren ver el mar desde una costa distinta… Ítaca está abierta para ustedes.
Siempre.
—¿Aún cuando lleguemos sin avisar y con hambre? —preguntó Patroclo.
—Sobre todo entonces.
Mi esposa se desesperará por organizar el banquete más diplomático que hayan presenciado.
Aquiles lo miró un momento, más allá de las bromas.
—¿Y tú? ¿Estás listo para volver?
Odiseo miró hacia su barco. Su tripulación lo saludaba desde la cubierta, ya listos para zarpar. El viento empezaba a agitar las velas con ansiedad.
A lo lejos, una gaviota chilló como si también se despidiera.
—Listo… no. Pero preparado, sí. Mi hijo debe estar enorme. Y mi isla no ha tenido un problema diplomático en años, lo cual me parece muy sospechoso.
—¿Seguro que no quieres quedarte a arruinar la política de otro reino conmigo? —preguntó Aquiles con un gesto burlón.
—Tú solo necesitas una tribuna y una toga para arruinar la política de cualquier reino, incluso sin mí.
Se quedaron en silencio unos segundos. El mar chocaba contra la costa en olas mansas.
Y entonces Odiseo extendió el brazo.
—Fue un honor, Príncipe de los Mirmidones.
Aquiles tomó su brazo con firmeza.
—Fue una molestia constante, Rey de los Planes Tontos. Pero me alegra que estuvieras allí.
Después fue el turno de Patroclo. Odiseo le tendió la mano, pero Patroclo, con una sonrisa discreta, lo abrazó directamente.
—Gracias por no dejar que se perdiera —susurró.
Odiseo asintió, y por primera vez no tuvo una respuesta ingeniosa. Solo lo apretó brevemente y luego lo soltó.
—Ahora sí —dijo al subir al barco—. ¡Zarpamos antes de que decidan secuestrarme y obligarme a fundar una democracia en Ftia!
Los marineros soltaron cuerdas, las velas se inflaron con el viento, y poco a poco, Ítaca se alejaba de las costas troyanas.
Aquiles y Patroclo se quedaron viendo hasta que el barco fue un punto en el horizonte.
—¿Crees que llegue bien? —preguntó Patroclo.
—Conociendo a Odiseo… probablemente no. Pero igual lo logrará.
—¿Algún día iremos a Ítaca?
Aquiles lo pensó.
El mar olía a sal y despedida. Pero también… a inicio.
A la posibilidad de nuevos caminos.
—Algún día —respondió—. Pero primero quiero arreglar nuestra biblioteca. Y comprar ese huerto que prometiste. Y dormir sin pensar en lanzas.
Patroclo se apoyó en su hombro, y ambos caminaron de regreso al campamento, donde les esperaban un barco propio, el regreso a casa… y una vida que aún no estaba escrita.
Y en el horizonte, Ítaca esperaba, como un paréntesis lleno de historias aún por contar.
Notes:
Fin del primer arco.
Continuará en Ítaca .... (Tal vez)
King_Noah on Chapter 1 Tue 08 Jul 2025 03:13PM UTC
Comment Actions
LilyOfTheValley11 on Chapter 1 Wed 09 Jul 2025 02:04AM UTC
Comment Actions
King_Noah on Chapter 4 Tue 08 Jul 2025 03:35PM UTC
Comment Actions
LilyOfTheValley11 on Chapter 4 Wed 09 Jul 2025 02:09AM UTC
Comment Actions
King_Noah on Chapter 5 Wed 09 Jul 2025 03:37AM UTC
Comment Actions
LilyOfTheValley11 on Chapter 5 Wed 09 Jul 2025 03:41AM UTC
Comment Actions
King_Noah on Chapter 6 Wed 09 Jul 2025 10:18PM UTC
Last Edited Wed 09 Jul 2025 10:18PM UTC
Comment Actions
LilyOfTheValley11 on Chapter 6 Thu 10 Jul 2025 03:19AM UTC
Comment Actions
Laerys on Chapter 8 Thu 10 Jul 2025 02:46PM UTC
Comment Actions
LilyOfTheValley11 on Chapter 8 Thu 10 Jul 2025 04:14PM UTC
Comment Actions
Laerys on Chapter 8 Thu 10 Jul 2025 06:57PM UTC
Comment Actions
GimmeThose on Chapter 9 Fri 11 Jul 2025 07:45AM UTC
Comment Actions
LilyOfTheValley11 on Chapter 9 Fri 11 Jul 2025 12:20PM UTC
Last Edited Fri 11 Jul 2025 12:21PM UTC
Comment Actions
King_Noah on Chapter 10 Fri 11 Jul 2025 05:29PM UTC
Comment Actions
Laerys on Chapter 10 Fri 11 Jul 2025 06:20PM UTC
Comment Actions