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Es este el experimento de Dios

Summary:

Eres tú, el lavado de la luz de las estrellas, la vieja paradoja: si el Universo fuera estático, podría pararme en cualquier parte de este mundo y juro que mi línea de visión terminaría en ti. Juro que te encontraría en la oscuridad.
-Nina Varela (Corazón de hierro)

Notes:

Seguimos con las increíbles historias de Amaltheazwrites (@Amaltheazwrites en Twitter)

Como he dicho esta historia no es de mi propiedad, yo solo me dedico a traducirla, y cuento con el permiso de su autora.

Espero que os guste tanto como me gusta a mi!!

Chapter 1: Prólogo

Chapter Text

No podemos quedarnos con lo que hemos perdido.

-Bret McCoy

 

Prólogo

Carina pone los ojos en blanco cuando oye vibrar su teléfono a su lado, sabiendo ya el nombre de la persona que verá cuando mire la pantalla.

Baja la vista a la pantalla.

Gabriella

Suspira, se levanta lentamente y empieza a organizar la mesa de su despacho. El teléfono sigue sonando y Carina lo deja. Sabe que molestará a su amiga, pero Gabriella puede esperar. Carina acaba de leer la mitad de los historiales de sus últimos pacientes. No es fácil hacerlo sin tener en cuenta la migraña leve que empezó hace unas horas.

Con todos los aparatos apagados y todo recogido, Carina coge su abrigo y se lo pone antes de coger su bolso y su teléfono, que sigue zumbando. Pulsa para aceptar la videollamada.

“Voy a salir de mi despacho” anuncia en cuanto ve la cara impaciente de su amiga en la pantalla y cierra la puerta tras de sí.

Gabriella frunce los labios en señal de desaprobación. “Deberías haberte ido hace dos horas.”

Suspira ante la reprimenda, ajustándose la correa del bolso al hombro mientras se encamina hacia el ascensor. “Gabriella, per favore, deja de ser mi madre. Estoy cansada y tengo muchos historiales que revisar.”

Bien” levanta las manos en señal de concesión. Carina la observa mientras da un sorbo a su café, recordando que es temprano para su amiga. Gabriella suspira. “¿Vas a salir esta noche?”

Ella resopla ante la ridícula pregunta. “Ya son las 10, un miércoles.” Responde, apartándose rápidamente del camino cuando ve a dos residentes corriendo en su dirección.

Su amia se encoge de hombros. “¿Allora?”

Pone los ojos en blanco y le lanza una mirada fulminante. “Gabriella.”

A pesar de su tono de advertencia, Gabriella continúa. “Carina, hace Dios sabe cuánto tiempo que no te das un capricho.”

“La última vez que intenté darme un capricho, me rechazaste, ¿recuerdas?”

Gabriella simplemente se ría al recordarlo, agitando una mano desdeñosa. “Vamos, eso fue hace cinco meses” señala, apartando la mirada antes de añadir en voz baja. “Y no quería complicar las cosas.”

“¿Qué hay que complicar?” Pregunta ella, pulsando el botón para llamar al ascensor.

“¿De verdad aplasté tu ego cuando te dije que no?”

Carina se encoge de hombros. “Eh. No es como si fuera la primera vez.”

Tampoco habría sido la primera vez que una de ellas acudía a la otra en busca de sexo, razón por la cual Carina se desconcertó cuando Gabriella rechazó sus insinuaciones. Ninguna de las dos se había liado con nadie. Y fue aún más desconcertante cuando Gabriella añadió esa misma declaración confusa de no querer complicar nada.

Pero Gabriella había sido inflexible y Carina no es de las que presionan cuando alguien dice claramente que no.

“Por eso me preocupa el estado de tu vagina.”

Se ríe, y se ríe más cuando se da cuenta de las miradas escandalizadas de las enfermeras al salir del ascensor.

Carina sacude la cabeza y vuelve a centrar su atención en su amiga mientras sube al ascensor, afortunadamente vacío. “No tienes que preocuparte por mí ni por mi vagina” le dice, apoyándose en la pared del fondo.

Observa cómo el rostro de su amiga se torna sombrío. “Tesoro, siempre me preocuparé por ti” murmura Gabriella antes de encogerse de hombros. “Ti voglio tanto bene, ¿sabes?”

Sonríe suavemente. “Lo sé” murmura en voz baja. “Yo también te quiero, y te prometo que estoy bien.”

Gabriella frunce el ceño con tristeza. “Pero quiero que seas feliz.”

Carina no contesta, sale del ascensor cuando llega al vestíbulo y se dirige directamente a la salida que lleva al aparcamiento. Agradece no haberse topado con nadie conocido. Cuanto antes llegue a su coche, antes podrá volver a casa.

Una gran parte de ella comprende la insistencia de Gabriella. Hace mucho tiempo que Carina no sale a divertirse. Y ni siquiera es que no tenga tiempo. Sabe que tiene tiempo, pero últimamente no encuentra la motivación para dedicárselo.

Exhala un suspiro resignado y atraviesa las puertas correderas abiertas. “Mira, saldré mañana por la noche, ¿vale?”

Su amiga parece sorprendida. “Promettimi” responde apresuradamente por si Carina cambia de opinión.

Carina asiente y pulsa el botón para desbloquear el coche cuando está a pocos metros de él. “Te lo prometo.”

Va bene” Gabriella aplaude complacida. “Haz recuerdos buenos y duraderos. Te quedan poco más de seis meses y luego…”

Cierra la puerta del coche y termina la frase de Gabriella.

“Y entonces podré despedirme de Seattle.”

Chapter 2: Sección I. Capítulo 1: ¿Puede ser que entonces todo fuera tan sencillo?

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Sección I

Levanté la cabeza para mirar las hojas cambiantes, pensando en cómo, en algún momento, todos nos dirigíamos a casa. En algún momento, todo esto, todo y todos, se convirtió en memoria.

-Jacqueline Woodson (Otro Brooklyn)

 

Capítulo 1: ¿Puede ser que entonces todo fuera tan sencillo?

Carina entra en el hospital, llena de arrepentimiento.

Vuelve la vista hacia el carrito del café y se plantea la posibilidad de dar media vuelta, pero tiene una reunión programada con la jefa Bailey dentro de veinte minutos y no tiene tiempo que perder. Lleva dos semanas buscando candidatos para sustituirla y, aunque acaban de empezar, está resultando todo un reto.

Aún no ha empezado a empaquetar el apartamento. Sabe que debería hacerlo para tener una cosa menos de la que preocuparse. Al menos ha revisado los armarios para ver qué quiere llevarse y qué donar. ¿Pero todo lo demás en el apartamento? Abrumador, por no decir otra cosa.

Al salir del ascensor, Carina rebusca en su bolso la llave de su despacho. Suspira, maldiciéndose por olvidarse siempre de sacarla antes para poder entrar sin más. Levanta la vista cuando oye que la llaman por su nombre justo cuando por fin saca la llave del bolso y ve a su enfermera favorita caminando hacia ella. Los ojos de Carina se fijan inmediatamente en el ya familiar vaso biodegradable que Tina tiene en la mano.

“Buenos días, Dra. DeLuca. Tengo su café matutino, como siempre.”

Carina coge la taza con una sonrisa de agradecimiento. “Muchas gracias, Tina.” Toma el primer sorbo y cierra los ojos al sentir el calor que la recorre. “Perfetto” suspira antes de volver su atención a la enfermera, dedicándole una sonrisa burlona. “¿Todavía no me vas a decir de dónde lo sacas?”

Hacía unos meses que Tina había empezado a traerle café al principio de cada turno de Carina. Ella ha jurado que no los hacía tan a menudo que Carina acabó por creerla. Y ha ido a muchas cafeterías de Seattle para intentar encontrar este café exacto, pero sin suerte. Ni siquiera el vaso desechable sirve de ayuda, sin nombre distinguible ni nada.

Así que va a seguir preguntando a Tina hasta el día en que le dé una respuesta diferente.

“Ah, pero ¿por qué arruinar el misterio?” pregunta Tina mientras coge la llave del despacho de Carina y le abre la puerta.

Deja de escapar un suspiro de abatimiento. “Algún día tendré mi respuesta.”

Tina sacude la cabeza, ignorando su dramatismo. “Disfruta, doctora DeLuca, y los historiales de algunos de sus pacientes también se han actualizado en su tableta.”

“Gracias. Trabajaré en ellos después de mi reunión con la Jefa.” Carina toma otro sorbo, tarareando feliz por el rico sabor mientras entra. “Qué bueno” susurra para sí misma.

Justo cuando se sienta en su escritorio, recibe un mensaje de la jefa Bailey en el que dice que tendrán que aplazar la reunión para más tarde, ya que en la próxima hora llegarán varios traumas a Urgencias. Carina respira aliviada porque aún no tiene que ir corriendo a ningún sitio. Sin embargo, repasa inmediatamente su agenda para las próximas dos semanas y envía los horarios disponibles al a jefa Bailey para que puedan concertar otra cita juntas.

Carina se pregunta si debería ir a Urgencias por si la necesitan. Puede oír el estruendo de las sirenas acercándose al hospital, un sonido penetrante que le provoca un doloroso y angustioso nudo en la boca del estómago. Nunca ha sido uno de sus sonidos favoritos, pero desde hace un año lo es aún menos.

Su mirada se dirige a la tableta de su escritorio y recuerda los historiales actualizados que esperan a que los revise. Carina decide que intentará ocuparse de eso antes de bajar las escaleras.

Pasa media hora rápidamente cuando suena su teléfono y ve que la están llamando para una consulta. Carina resopla y se quita las gafas antes de frotarse los ojos. Mira la tableta que tiene en la mano, contenta de haber podido revisarlo todo antes de que la llamaran. Le deja la tableta a Tina y se dirige rápidamente a Urgencias, preguntándose qué tipo de caso la recibirá al llegar.

No le sorprende encontrar la sala de urgencias abarrotada de médicos. Los paramédicos siguen trayendo a los pacientes con heridas de diversa consideración y le cuentan al médico todos los detalles que recuerdas. Carina no puede evitar sentir curiosidad y preguntarse qué tipo de incidente podría causar algo así.

Se fija en una bombera solitaria al otro lado de la habitación, sentada en una cama. Carina da un respingo de inmediato al ver la gasa ensangrentada que se lleva a la sien y ver las huellas de sangre seca por su cara. Tiene los ojos cerrados, tal vez por el cansancio, pero no parece estar durmiendo, ya que su cara muestra algunos signos de dolor. Sin embargo, nadie parece atenderla.

Su mirada permanece fija en la bombera, inmóvil, hasta que alguien la llama, recordándole por qué está allí en primer lugar.

“Dra. DeLuca, por aquí.”

Se gira para mirar al Dr. Schmitt a los ojos y le hace un gesto de reconocimiento con la cabeza antes de apresurarse hacia donde está él, donde puede oír claramente los gritos de dolor del paciente procedente de la sala de traumatología.

“¿Qué tenemos?”

***

Está saliendo de su consulta cuando ve de nuevo a la bombera.

Sigue donde Carina la vio antes, pero ahora parece un poco más limpia, como si le hubieran limpiado la cara antes de curarle la herida.

Carina está tan absorta en sus pensamientos que no sale de ellos hasta que ve un par de ojos azules como nunca había visto, que la miran fijamente con desconfianza e interrogantes. Sacude la cabeza, dándose cuenta de que, sin darse cuenta en absoluto, se ha abierto paso hasta situarse al lado de la bombera.

“Hola”

“Um, hola” responde, su voz sale tan ronca que Carina hace lo posible para no reaccionar al oírla.

“Me resultas familiar.”

Una expresión de dolor cruza el rostro de la bombera y el corazón de Carina da un vuelco al ver lo mucho que le debe estar doliendo. Tiene el brazo en cabestrillo y una línea de puntos a lo largo de la sien, justo encima de la ceja izquierda. Con el tiempo, la cicatriz que haya quedado no se notará demasiado, a menos que alguien la mire de cerca, y Carina la mira de cerca.

Está a punto de preguntarle donde le duele y si puede ayudarla cuando la bombera empieza a responder. “Sí, yo…” se aclara la garganta, sus ojos se desvían de los de Carina durante un breve instante antes de volver a ellos. “Venimos aquí a menudo. A dejar pacientes. Normalmente.”

“Soy bombera” añade ella, algo innecesario, ya que su uniforme, tan polvoriento y cubierto de ceniza como está, es una clara indicación de lo que hace para ganarse la vida.

Carina asiente de todos modos, sonriendo al ver cómo esta mujer parece tropezar con sus palabras. “Pero ahora estás aquí como paciente, ¿no?”

Ella asiente. “Sí, sí.”

Se quedan en un silencio incómodo antes de que Carina se dé cuenta de su error y sacude la cabeza. “Lo siento mucho, debería haberme presentado. Dra. Carina DeLuca.”

La bombera empieza a tender lentamente la mano, pero entonces se da cuenta de lo sucia que aún está y la retira rápidamente. “Capitán Maya Bishop” murmura, dirigiendo a Carina una mirada de disculpa.

“¿Y qué te hace ser paciente hoy, capitán Bishop?”

“Nada importante. Solo esto” responde, señalando su cabeza y su hombro.

Carina asiente, pensando en preguntar qué ocurrió exactamente para causar la herida. La paciente con la que se reunió antes le había contado algunos detalles de lo sucedido, pero no tenía una idea completa y, desde luego, no sabía nada de lo que le había pasado a la capitán. Carina imagina que probablemente tenga muchas historias como esa.

“¿Quién te han asignado?” pregunta en su lugar.

“Bailey. Ya había terminado de coser cuando alguien le pidió ayuda, dijo que volvería enseguida para terminar.”

Como si la hubieran llamado, la Jefa Bailey se une a ellas. Sus ojos son escrutadores mientras pasan dos veces entre Carina y la capitán antes de posarse finalmente en esta última. Intercambian una mirada que Carina no puede descifrar hasta que recuerda que el marido de la Jefa Bailey, Ben, también es bombero. Se pregunta si es por eso por lo que se conocen. La Jefa Bailey vuelve a centrar su atención en Carina.

“Doctora DeLuca, si es tan amable de dejar de flirtear con mis pacientes y hacer el trabajo para el que la contraté, hay un paciente de verdad esperándola en el módulo 10.”

“Por supuesto, Jefa” Carina se ríe, sin ofenderse por el tono impaciente de la Jefa Bailey. Es una de las pocas personas que Carina admira y respeta en el hospital, ya que nunca se calla lo que piensa. Aunque su presencia también significa que Carina no puede seguir hablando con la capitán, por mucho que lo desee, sobre todo teniendo en cuenta que no hay ninguna razón médica real para que ella esté aquí. Se encoge de hombros cuando capta la mirada de la capitán. “Encantada de conocerte, capitán Bishop.”

La capitán asiente y Carina se marcha. Mira hacia atrás cuando la oye soltar un gruñido de dolor y ve a la Jefa Bailey pegándole el vendaje en la sien.

“Cállate, bebé grande.”

“No soy un bebé grande” Hace un puchero la capitán.

Carina se ríe cuando la Jefa Bailey responde con un zumbido escéptico antes de darse la vuelta y reanudar su camino hacia el módulo 10.

***

Deja escapar un suspiro cansado y coloca la tableta en la base de carga.

Carina echa un vistazo a Urgencias. La energía frenética y apresurada de antes ya se ha calmado, aunque todavía hay algunos pacientes esperando a ser atendidos. Siente que el estómago le ruge, recordándole que no ha comido nada desde el desayuno. Espera que no se haya acabado el bocadillo que le gusta en el carrito de comida que hay fuera del hospital.

Aunque sabe que puede marcharse, su mirada sigue vagando por la sala, intentando buscar esa cara en la que no ha dejado de pensar en las últimas horas. Suspira, incapaz de encontrarla y presiente cuál podría ser la respuesta, pero aun así, se vuelve hacia la enfermera que la atiende. “Perdona, Claire, ¿ya le han dado el alta a la capitán Maya Bishop?”

Claire no levanta la vista del monitos que ha estado mirando, trabajando diligentemente en la actualización de los registros de los pacientes. Pero aun así, se las arregla para responder a la pregunta de Carina. “Sí, la jefa Bailey le dio el alta hace una hora.”

“¿A quién estamos buscando?” pregunta Amelia, que ha llegado justo cuando Claire terminaba de responder.

Carina niega con la cabeza. “A nadie. No buscamos a nadie.” Responde rápidamente, sin querer darle demasiada importancia.

Amelia le dedica una sonrisa perspicaz. “¿Quién es?” pregunta juguetona, apoyando el codo en el escritorio para poyarse en él.

Se debate entre negar que haya alguien, pero ya sabe que Amelia no se echará atrás hasta averiguarlo. “Es… es bombera y pensé que era… convincente.”

Eso le haca ganar una mirada divertida mientras Amelia levanta una ceja. “¿Convincente? Una palabra un poco rara.”

Carina está de acuerdo y se encoge de hombros. “Había algo en ella.”

“Estaba muy buena, ¿eh?”

Se ríe ante la sonrisa cómplice y burlona de su amiga, aunque no intenta negarlo. “Había… algo. No sé. No puedo poner mi dedo en la llaga y pensé que tal vez si la veo de nuevo…”

“Bueno, es bombera, así que tus posibilidades de volver a verla son muy probables.” Le recuerda Amelia con una sonrisa de complicidad.

“También es capitán.”

Amelia hace una pausa al oír esto. “¿Capitán? ¿Por casualidad esta capitán es rubia, tiene los ojos azules y la mandíbula esculpida por un dios griego?”

Sus ojos se abren de emoción. “¡Sí! ¿La conoces?”

“No, quiero decir, en realidad no, no personalmente” Empieza a explicar Amelia. “Yo sólo, um… la he tratado un par de veces, sólo para comprobar si tenía conmociones cerebrales, ya sabes, cosas neurológicas. Además, el SFD no tiene muchas capitanas, así que… es difícil no verla.”

“Súper sexy” añade, dando torpemente a Carina dos pulgares hacia arriba.

Se queda mirando a Amelia durante un largo rato, dándose cuenta de lo inquieta que se ha puesto de repente su amiga. Pero, de nuevo, Amelia puede ponerse especialmente inquieta por razones ajenas a la conversación, así que Carina decide ignorarlo. “Hey, tú ya tienes a tu persona súper sexy. Déjame a mi.”

Amelia se ríe, levantando las manos. “De todas formas debería ir a ver a mis pacientes.” Empieza a darse la vuelta, pero entonces se encuentra con los ojos de Carina. “Buena suerte buscando a tu capitán.”

“Gracias, Amelia”

Está a punto de volver a su despacho cuando un gruñido más fuerte y hambriento de su estómago hace que Carina se dirija hacia la salida y al carrito de comida que hay fuera.

***

Carina empuja la puerta del apartamento y la abre de una patada, recordándose una vez más que tiene que arreglarla antes de irse.

Gruñe cansada mientras se quita la chaqueta y echa un vistazo al apartamento. Es un desastre y probablemente debería limpiar un poco después, pero no es como si esperara compañía pronto. La última vez que vinieron Jo y Amelia a cenar fue hace tres semanas. Ya se ocupará del desorden mañana o algo así.

Se dirige a la cocina y va directamente a la nevera de los vinos. Saca la botella de tinto que abrió la otra noche. Tal vez una copa mientras se da un baño caliente sería una buena manera de terminar la noche.

“Andera, ¿te apetece un poco de vino?” Pregunta, y continúa sin esperar respuesta. “Te serviré un poco, ya que ahora eres tan ligero.”

Su burla es recibida con silencio, pero ella puede imaginárselo poniendo los ojos en blanco. “Vamos, Andrea. Ha sido gracioso.” Ella suspira. “Vale, vale. No necesito que pienses que soy graciosa. Ya sé que lo soy.”

“¿Hay algo de comer en este apartamento?” pregunta ella, acercándose a abrir la nevera. “Oh no, creo que a la ensalada le están creciendo cosas” murmura, haciendo una not mental para tirar eso en el contenedor mañana también. Hay tantas cosas que hacer mañana. Coge el tarro casi vacío de mermelada de fresa y cierra la nevera.

Saca el pan y saca el cuchillo para hacer dos rebanadas. Tararea en voz baja mientras abre el tarro de Nutella y la extiende sobre una rebanada de pan, reservando la otra rebanada para la fresa. Carina no sabe cómo este pequeño bocadillo se ha convertido en un alimento tan reconfortante en los últimos meses, desde que se lo preparó por primera vez. No es algo que le hiciera su madre cuando era pequeña, ni siquiera su abuela, pero de algún modo no ha dejado de dibujarle una sonrisa en la cara.

Lleva la merienda al salón y deja el plato sobre la mesa de café antes de volver a la cocina a por las copas de vino. “Aquí tienes” Coloca la copa sobre la mesa.

Carina levanta su propia copa y dirige la mirada a la foto d su madre en la repisa de la chimenea y luego a su hermano, a la urna azul marino que está justo al lado. “Salute, mia famiglia” dice en voz baja antes de dar un sorbo a su copa mientras se apoya en el sofá.

“Conocí a una mujer la semana pasada” empieza, poniendo los ojos en blanco al ver la cara sonriente de su hermano. “Lo sé, lo sé. La semana pasada, ¿y te lo cuento ahora?” Bromea, dejando el vaso para coger su bocadillo. Carina se encoge de hombros. “Solo la vi una vez, pero… no puedo dejar de pensar en ella.”

Unos ojos azules pasan por su mente, y Carina siente inmediatamente ese revoloteo excitado en el pecho. Hacia tanto tiempo que no se sentía así. Asiente con la cabeza. “Sí, es muy guapa, pero no se trata de eso” protesta, mordiéndose el labio inferior mientras piensa en esos escasos minutos que pasó con la capitán Maya Bishop, una mujer de pocas palabras, pero Carina podría decir fácilmente que hay muchas historias interesantes detrás de esos ojos azules. “Hay… algo en ella, algo que me hace querer conocerla más.”

Le da un mordisco a su bocadillo. “Aunque quizá no sea buena idea empezar algo, ¿verdad?” Pregunta una vez se ha tragado el bocado. “Pero, ¿quién puede decir que será algo más que sexo?”

Se ríe entre dientes, capaz de oír el gemido torturado que emitiría su hermano al oírla decir eso. “Sé que no te gusta oírme hablar de estas cosas y llamaría a Gabriella pero no quiero darle esperanzas, ¿sabes? Ha estado muy preocupada por mí pero no puedo culparla por eso.”

Carina mira el bocadillo a medio comer que tiene en la mano mientras sacude la cabeza, una sonrisa triste aparece en su rostro. “Me he sentido sola. Quizá por eso me siento así por una perfecta desconocida a la que quizá no vuelva a ver.”

Termina el resto de su bocadillo y su vino en silencio antes de acercarse a la repisa de la chimenea y tocar suavemente la urna de su hermano. “Solo unos meses más y por fin podremos volver a casa, Andrea” Carina le dedica una sonrisa temblorosa a la foto de su hermano y también a la de su madre. “Buenas noches.”

“Sogni d’oro” susurra antes de apagar las luces del salón y dirigirse al baño.

***

No vuelve a ver a la capitán Maya Bishop hasta dos semanas después.

Carina acaba de consultar a Jo por uno de sus pacientes cuando ve a la capitán de bomberos junto a la enfermería, frunciendo el ceño mientras lee algo en su teléfono. Va vestida de forma mucho más informal que la primera vez que se vieron, lo que Carina supone que está fuera de servicio. Se acerca con cuidado para no asustarla.

“Hola.”

Sus esperanzas de no asustar a la capitán fracasan, pero Carina sigue observando divertida cómo salta e intenta infructuosamente coger su teléfono cuando se le escapa cómicamente de la mano. Por fin consigue agarrarlo y suelta un suspiro de alivio antes de acordarse de la presencia de Carina. Su cara se frunce, volviéndose de un rosa nervioso. Debe de haberse dado cuenta de que Carina acababa de presenciarla forcejeando con su teléfono.

“Dra. DeLuca, um, hola” responde finalmente tras respirar hondo de nuevo, guardándose el teléfono en el bolsillo. “¿Cómo… cómo estás hoy?” Le pregunta, aclarándose la garganta mientras se mete la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros.

“Estoy bien” responde. Carina se señala la cabeza antes de hacer un gesto hacia la capitán. “¿Vienes a quitarte los puntos?”

“Puedo hacerlo para ti” continúa cuando la capitán responde con un leve movimiento de cabeza.

Los ojos azules se abren sorprendidos ante su oferta. Sacude la cabeza y le dedica a Carina una encantadora sonrisa torcida. “No, seguro que tienes pacientes más importantes que atender. Iba a preguntar por la Dra. Bailey.”

“Estaba en quirófano antes de que bajara.” Carina coge una de las tabletas de carga y busca el horario de quirófano que se actualiza cada quince minutos. “Hm, parece que sigue en quirófano ahora mismo y por la cirugía que está haciendo, lo más probable es que no termine hasta dentro de una hora o así.”

La capitán suspira, rascándose la frente. “Puedo volver más tarde entonces.”

Coge el brazo de la capitán cuando se da la vuelta para irse. “O como he dicho, puedo hacerlo por ti. No me importa y será muy rápido, lo prometo.” Le dice Carina, dedicándole una pequeña sonrisa. “Soy muy buena con las manos.”

“Lo sé.”

“¿Lo sabes?” pregunta ella, sorprendida pro esa respuesta entre dientes. Arquea una ceja divertida cuando el rostro de la capitán enrojece una vez más. Carina piensa en lo mucho que le está gustando verla así de alterada, y más cuando es por su culpa.

No obstante, se queda impresionada cuando la bombero se repone rápidamente. “Bueno, tú eres doctora. ¿No son todos los doctores buenos con las manos?”

Carina se ríe del desafío apenas disimulado y asiente con la cabeza. Parece que la capitán sabe dar con la misma facilidad con la que recibe, y ella también lo sabe. Carina se da cuenta por la sonrisa en sus labios y eso le gusta mucho. “La mayoría lo son, pero yo soy… especialmente buena.”

De alguna manera, la cara de la capitán se pone aún más roja mientras se le borra la sonrisa. “Bien. Um, vale.”

“¿Vamos?” pregunta Carina, apiadándose de ella y haciendo un gesto con el brazo hacia una de los módulos vacíos. Coge una tableta de la enfermería y se queda un paso atrás cuando entra la capitán, haciendo todo lo posible por mantener la mirada a un nivel respetable y no en el culo de la capitán. Aunque es un culo muy bonito, sobre todo con esos ajustados vaqueros azules. “Así que, capitán…” empieza mientras corre la cortina detrás de ella.

“Puedes llamarme Maya, está bien.”

“Maya” repite en voz baja, su corazón revolotea ante la tímida sonrisa que le responde al decirlo. “Entonces, Maya” empieza, dando una palmada en la cama para que Maya tome asiento. “¿Qué haces fuera de ser capitán?”

“Corro.”

“¿Eso es todo?” pregunta, dando un golpecito en la pantalla para abrir el historia hospitalario reciente de Maya y ver si hay algo que la Jefa Bailey haya anotado especialmente para ella; si hay algo con lo que Carina deba tener cuidado antes de empezar.

No encuentra nada reseñable, y es entonces cuando levanta la vista de la pantalla y Maya se encoge de hombros. “El trabajo me mantiene muy ocupada.”

Carina se queda pensativa, asintiendo con la cabeza en señal de comprensión mientras se acerca a rebuscar en el armario de suministros para encontrar los materiales que necesitará, llevando la bandeja junto a la cama. Echa un vistazo al vendaje de la cabeza de Maya. Parece que lo han cambiado hace poco. “Primero voy a quitarte el vendaje, ¿vale?” Le informa con suavidad mientras empieza a quitar la venda y preparar todo para el procedimiento. “Luego tendré que limpiarlo antes de quitar los puntos.”

“Lo que tengas que hacer está bien.”

Carina se pone los guantes antes de levantar la mano para despegar lentamente la cinta médica. “¿Puedo suponer que no es tu primera vez?” Pregunta mientras examinar el lugar de los puntos, comprobando que no se hayan roto ni reventado y que no haya signos de infección. Pero está claro que Maya ha cuidado bien de sus puntos, lo que facilidad mucho el trabajo de Carina.

Maya empieza a sacudir la cabeza cuando Carina le agarra firmemente la barbilla, un recordatorio silencioso de que no debe moverse. “Lo siento, pero no, no lo es, y si no fuera por mi hombro, me los habría quitado yo misma.”

“¿Cuánto tiempo más tienes que llevarlo?” Pregunta, usando el bastoncillo de algodón para señalar hacia el cabestrillo antes de subirlo para limpiar alrededor de las costuras.

Está recogiendo los fórceps y las tijeras cuando Maya responde. “Mañana me reúno con el Dr. Lincoln, así que si todo va bien, espero que este sea el último día.”

“Yo también lo espero” Carina le dedica una leve sonrisa y sostiene sus herramientas. “Voy a empezar ahora y vas a sentir algún tirón pero avísame si te hace daño, ¿vale?”

“Claro” murmura Maya antes de bajar la mirada hacia la mano que tiene en el regazo.

Aunque no conozca bien a Maya, Carina ha sido doctora el tiempo suficiente como para saber lo que significa esa respuesta entre dientes y, desde luego, no significa que su paciente vaya a mencionar nada sobre sentir dolor. Sus ojos se entrecierran en una mirada aguda. “Maya.”

Unos ojos azules culpables la miran, grandes y compungidos. “Te lo diré, te lo prometo.”

Carina se ablanda de inmediato y asiente con la cabeza antes de que Maya vuelva a mirar hacia su regazo. Respira hondo y empieza con el primer punto. “Así que, como corredora, debes conocer muchos lugares bonitos.”

“Sí” responde Maya en voz baja.

Quiere hablar con Maya, quiere saber aunque sólo sea un poco más sobre ella, pero no está segura de qué decir, algo muy poco habitual en ella. Carina nunca ha sido una persona tímida o insegura a la hora de hablar con extraños. Sobre todo con gente guapa. Pero de algún modo sabe que su brusquedad habitual no funcionará con Maya, que hablar con ella puede requerir un toque más delicado.

Percibe la reticencia de Maya a hablar y se pregunta si es así, si simplemente se muestra torpe y tímida con ella. Es conservadora, pero no ofrece nada que no se le pida. Y también se da cuenta de que Maya está luchando con ello por el apretamiento de su mandíbula, algo que Carina encuentra injustamente atractivo.

Pero no es algo a lo que Carina no esté acostumbrada y, a decir verdad, le gusta el reto de tener que perseguir a alguien.

Se muerde el labio inferior. “¿Podrías hablarme de algunos de estos lugares? Me voy dentro de unos meses y me gustaría aprovechar al máximo el tiempo que me queda.”

“Claro, puedo hacerte una lista.”

Carina apenas se contiene de poner los ojos en blanco ante lo inconsciente que es Maya, pero lo hace de todos modos cuando recuerda que Maya no puede verla haciéndolo. Aunque supone que sostener unas tijeras y unos fórceps en las manos no es la forma más elegante ni romántica de intentar captar el interés de Maya por una cita.

Saca la última puntada, satisfecha de que todo haya salido bien. Coge las tiras adhesivas y se las muestra a Maya. “¿Tengo que hablarte de esto?”

“¿Mantenerlas limpias durante los próximos cinco días y luego ponerlas en remojo para despegarlas?” Maya adivina correctamente, a lo que Carina asiente con la cabeza mientras aplica suavemente las tiras. “Gracias, Dra. DeLuca.”

Le devuelve la sonrisa a Maya mientras se quita los guantes. “Después de esto, oficialmente ya no soy tu doctora, así que puedes llamarme Carina.” Coge la tableta para actualizar el historial de Maya, pero se detiene cuando Maya se levanta de la cama y está a punto de correr las cortinas. “Espera” se levanta de la silla cuando Maya se detiene y se gira para mirarla antes de continuar. “¿Te… te gustaría salir? ¿Para un café alguna vez?”

Maya la mira fijamente durante un tiempo que parece el más largo antes de apartar la mirada. “No, gracias.” Vuelve a mirar a Carina a los ojos, sus ojos azules parecen más oscuros ahora. Distantes. “Lo siento” añade apresuradamente, en voz baja.

Carina da un paso atrás, sintiéndose un poco nerviosa. “Oh no, no pasa nada.” Rápidamente se replantea toda la interacción, las miradas entre ellas, las miradas que sabe que Maya le estaba dirigiendo y niega con la cabeza. “¿Puedo preguntar por qué? No quiero ser presuntuosa, pero creo que aquí hay algo. ¿Me equivoco?”

Aunque Maya sacude la cabeza, lo que está a punto de decir se ve interrumpido por una jadeante Dra. Helm, que irrumpe a través de las cortinas sin previo aviso.

“¡Ahí estás! Dra. DeLuca, te estábamos buscando.”

“¿Sí?” pregunta ella, frunciendo el ceño mientras consulta su teléfono. Su lista de notificaciones aparece vacía en la pantalla. “No he recibido nada.”

La Dra. Helm apoya las manos en las rodillas, recuperando el aliento. “La red del hospital acaba de caerse, así que la Dra. Altman me dijo que te buscara.”

“Vale, déjame…” Carina aparta su atención de la residente, satisfecha de que no vaya a desplomarse en el suelo. Mira a su alrededor y comprueba el exterior de la zona con cortinas. “¿Maya?”

Gime de frustración, dándose cuenta tarde de que Maya debe de haberse escapado mientras Carina hablaba con la Dra. Helm.

No es que Carina nunca haya sido rechazada antes, pero esta en particular parece escocer un poco más. Quizá sea porque sabe que hay algo entre ellas, que hay una chispa de infinitas posibilidades. Y no entiende por qué Maya no parece interesada en explorar nada de eso.

Esperemos que tenga la oportunidad de averiguarlo.

“¿Dra. DeLuca?”

Carina suspira y mira hacia atrás para ver a la residente esperándola impaciente.

“Sí. Ya voy, Dra. Helm.”

Chapter 3: Capítulo 2

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Aunque los amantes se pierdan, el amor no.

-Dylan Thomas

 

Capítulo 2: Pero puedes encontrarme pronto porque estoy en mi cabeza.

La capitán Maya Bishop es la persona más exasperante que ha conocido.

Ha pasado un mes desde aquel día en que ayudó a Maya a quitarle los puntos y ya se han cruzado un buen puñado de veces. Y, sin embargo, no importa cuántas veces sus conversaciones se vuelvan coquetas y cargadas de insinuaciones – y Carina jura que así es -, Maya, por la razón que sea, se detiene y luego retrocede.

Es más que frustrante.

Y ni siquiera es que Carina le haya vuelto a pedir salir. Es una mujer adulta y sabe aceptar un “no” por respuesta. Ni siquiera ha intentado volver a preguntarle a Maya por qué dijo que no en primer lugar. Carina se hace a la idea de que, aunque se lo preguntara, no obtendría una respuesta directa.

Lo primero que pensó fue que Maya ya tiene pareja y que por eso siempre evita ir más lejos con Carina. Otra posibilidad es que Maya no quiera salir con nadie. Carina también barajó brevemente la idea de que tal vez Maya no sea queer, pero ha visto cómo se oscurecen los ojos azules de Maya cada vez que su mirada se posa en sus labios y tiene experiencia más que suficiente para captar la diferencia entre curiosidad y deseo.

Y, sinceramente, no ve nada de malo en que sólo sean amigas que flirtean casualmente, si eso es lo que Maya está buscando. Al fin y al cabo, puede ser un estímulo para el ego y una forma divertida de romper la monotonía y la tensión de su día a día. Pero estaría muy bien que Maya se lo aclarara, porque al margen de todas estas confusas y exasperantes señales contradictorias, en realidad Maya le gusta de verdad.

Quizá esté asustada” sugiere Gabriella, después de que Carina haya pasado los últimos cuarenta y cinco minutos de su llamada FaceTime hablando de toda esta situación.

Es la primera vez que habla de esto con alguien. Lo habría hablado con Amelia, si no fuera porque Amelia ha estado volando a Minnesota más a menudo ahora que, al parecer, casi ha terminado con el proyecto de alto secreto que tiene en archa con la Dra. Grey. Y probablemente no hace daño que el actual objeto de enamoramiento de Amelia también esté allí.

Carina no había planeado contarle nada a Gabriella sobre Maya. No cuando en realidad no hay nada de qué hablar, pero su amiga le había echado un vistazo y supo que algo le pasaba. Sólo hay un número limitado de veces que puede hablar con la urna de su hermano y Carina realmente necesitaba hablar de ello.

“¿De qué hay que tener miedo?” Carina se burla, cruzando los brazos a la defensiva. Levanta la vista de los historiales que tiene sobre la mesa y mira el teléfono que tiene apoyado en unos libros de medicina para fulminar a su amiga con la mirada, pero se encuentra con que está igula de distraída con su trabajo.

Pero Carina sigue esperando a que Gabriella se dé cuenta de su silencio para mirar la pantalla.

“No doy miedo” insiste.

Más que inmune a su mirada, su amiga hace un gesto de escepticismo y se encoge de hombros mientras vuelve a sus papeles. “Puedes ser un poco intimidante” Levanta la vista y hace un pequeño gesto con los dedos, con una sonrisa burlona en los labios. “Pero sólo un poco.”

“Bueno, no creo que se trate de eso.” Carina resopla, poniendo los ojos en blanco.

Siente que empieza a dolerle la cabeza, así que se quita las gafas y se frota las sienes. Mira el reloj, que le dice que no se ha movido de la mesa en las últimas dos horas y que se ha saltado la comida, lo que explica la combinación de dolor de espalda y hambre.

Un papel doblado en la esquina superior izquierda de su mesa le llama la atención. Es una lista, la lista de todos los lugares bonitos que Maya dijo que le prepararía. La verdad es que Carina no se había tomado en serio su oferta, pensando que tal vez era uno de esos gestos vacíos que a veces se hace la gente sólo para llenar el vacío del silencio.

Pero se equivocó cuando llegó la semana siguiente y Tina se lo entregó junto con su café mientras abría su despacho. La enfermera sólo pudo decirle que una bombera se lo había dejado ese mismo día.

Se acerca a recoger el papel, lo despliega suavemente en sus manos y lo aplana sobre la superficie de su escritorio. Una suave sonrisa se dibuja en sus labios mientras lo mira por enésima vez desde que lo recibió. Es la lista más elaborada y detallada que le han dado nunca a Carina, e incluso puede que sea la cosa más peculiar que nadie haya hecho nunca por ella.

Hay pequeñas anécdotas escritas a mano debajo de cada nombre de lugar, desde las cosas que debe llevar para estar cómoda y protegida hasta las cosas que le gustaría ver cuando visite esos lugares. Hay algunos garabatos apresurados sobre las mejores horas del día para ir, con pequeñas notas incómodamente divertidas que le hacían reír. Maya incluso añade advertencias sobre lo que debería hacer en caso de cruzarse con un animal salvaje.

El hecho de que Maya se esforzara tanto demuestra la clase de persona que es. A pesar de haber rechazado a Carina y de haber huido de ella, se ha esforzado y ha hecho lo que dijo que haría. Es tan encantador y tan peculiar y tan considerado.

Y tan jodidamente frustrante.

Carina exhala un fuerte suspiro y vuelve a doblar el papel con cuidado. Coge el teléfono mientras se levanta lentamente de la silla, luchando contra el gemido que amenaza con salir de ella. “Basta, basta. ¿Podemos hablar de otra cosa que no sea mi vida amorosa?” Se queja, dirigiéndose al sofá.

Frunciendo los labios, Gabriella arquea una ceja al oír su tono. “Solo te dije que te dieras un capricho, no que empezaras a tener complicadas aventuras amorosas.”

Gruñe, apoyando la cabeza en el reposabrazos del sofá mientras estira las piernas para apoyar los pies en el extremo opuesto. Un masaje en los pies le vendría muy bien ahora mismo. Sostiene el teléfono sobre la cara.

“No es una relación complicada” protesta. “Es simplemente… complicada” Carina aparta la vista de la pantalla para mirar al techo en blanco y no se sorprende en absoluto cuando unos ojos azules aparecen en su mente. Cierra los ojos y ve la cara de Maya. Maldita sea. “Y tampoco es exactamente una relación amorosa” continúa, abriendo los ojos para encontrarse con la mirada de Gabriella. “Sólo somos amigas.”

Quizá debas esperar a que ella misma haga un movimiento” responde Gabriella juguetonamente con una sonrisa irónica.

Arruga la cara. “Es una sugerencia terrible. ¿Y si nunca lo hace?”

Su amiga se encoge de hombros. “Entonces no lo hará. De todas formas, pronto te irás. ¿Es prudente empezar algo serio ahora con una mujer que acabas de conocer?”

Carina se desinfla de inmediato al recordar su inminente partida de Seattle. ¿Cómo es que de repente el tiempo va demasiado rápido para ella cuando antes le parecía que iba demasiado lento? Cuatro meses realmente no es mucho tiempo por delante. “Supongo que tienes razón” suspira.

Eso es porque siempre tengo razón.”

Se ríe ante el tono petulante de Gabriella, acercándose para dejar su teléfono en la mesa junto al sofá. “Eres una mentirosa” responde secamente.

“Eh, pero eso siempre te ha gustado de mí, ¿no?” Gabriella le lanza un guiño y una sonrisa perspicaz. “Olvídate de esta mujer, Carina, quienquiera que sea. Obviamente no merece tu tiempo.”

Aunque Carina comprende que Gabriella intenta hacerla sentir mejor, convencerla de que se olvide de todo, siente que debe proteger a Maya. Quiere discutir con Gabriella, quiere decirle que Maya merece su tiempo. Incluso que merece la pena.

Pero, ¿cómo puede decir eso cuando lo único que tiene Carina es confianza en el anhelante dolor que se retuerce en su pecho cada vez que piensa en los ojos de Maya? No sabe por qué es así, por qué es así. No es que conozca a Maya del todo bien, a pesar de lo mucho que desea desesperadamente saberlo.

Y la poca interacción que han tenido hasta ahora sólo ha hecho que Carina tenga más ganas de saber más.

Debe de gustarte mucho, para que te resistas tanto” Observa Gabriella, sacando a Carina de sus pensamientos.

Su amiga la mira con curiosidad y Carina no puede culparla. Es muy raro que Gabriella vea a Carina hablar de alguien una vez, y mucho menos de alguien durante cuarenta y cinco minutos seguidos. Casi una hora entera, en realidad.

“¿Pero no nos estamos peleando?” Responde, frunciendo el ceño confundida y preguntándose qué se está perdiendo.

Su amiga resopla antes de lanzarla una mirada cómplice con una sonrisa burlona. “No, pero puedo ver tu cara y me estás gritando muchas cosas que harían sonrojar a mi nonnino Federico.”

Pone los ojos en blanco y vuelve a apoyar la cabeza en el reposabrazos. “Si alguna vez la conocieras, entenderías por qué.” Carina cierra los ojos y, una vez más, los ojos de Maya son todo lo que ve.

Puede oír a Gabriella volver a sus papeles mientras tararea dubitativa. “¿Cómo se llama esta mujer?” Pregunta, y el sonido de una página al pasar sigue a su pregunta. “No recuerdo si ya lo has mencionado y si vas a obsesionarte con ella, más me vale saber quién es.”

Carina frunce el ceño, repitiendo toda su sesión de FaceTime en su cabeza. Pero en realidad no puede recordar si ella pronunció el nombre de Maya o no, así que no debe haberlo hecho. “Es Maya. Maya Bish…”

¡Minchia!”

Abre los ojos de golpe al oír las palabrotas de Gabriella y mir alarmada hacia su teléfono. “¿Qué? ¿Qué pasa?”

Su amiga gime patéticamente en lo que suena a dolor y frustración. “Perdona, perdona. Me estaba girando y me golpeé la rodilla con la mesa.”

Sisea compadecida mientras coge su teléfono, viendo el ceño fruncido en la cara de su amiga. “¿Es tu rodilla mala?” pregunta con complicidad. Carina hace una mueca de preocupación cuando Gabriella asiente rápidamente, viendo cómo su ceño se frunce cada vez más. “deberías ir a curarte. Sabes que si lo dejas, sólo empeorará.”

Gabriella se toma un minuto antes de responder con un suspiro. “Bien, si, hai ragione.” Levanta la mirada para encontrarse con los ojos de Carina. “¿A la misma hora la semana que viene?”

Ella asiente. “A la misma hora la semana que viene.”

***

Está actualizando el historial de su paciente después de haberle enviado a hacerse una resonancia magnética, acompañada por la Dra. Helm.

Carina escucha al Dr. Lincoln hablar en voz baja con el paciente de la sala contigua cuando empieza a soñar despierta con una buena taza de chocolate caliente. La sala en la que se encuentra Carina sigue cerrada con una cortina, lo que le permite tener un poco de intimidad y un tiempo precioso antes de que llegue el personal de limpieza. Después de cinco horas en urgencias, le duelen los pies y tiene las manos acalambradas. Como su turno termina dentro de media hora, le apetece darse un baño caliente en casa.

Han pasado unos minutos desde que oyó marcharse al Dr. Lincoln cuando, de repente, oye una voz familiar procedente de la sala contigua.

“Hey Leonzo, por fin te encuentro.”

Se endereza inmediatamente y casi se cae del taburete. Carina se siente tan repentinamente despierta y alerta al oír la voz de Maya. Maya suena agotada, aunque su tono es tan inesperadamente suave y tranquilo que Carina tiene que esforzarse para oírla. Pero la oye igualmente y el cansancio que sentía hace un minuto parece disiparse con el primer sonido de la voz de Maya.

Supone que el paciente es quizá uno de los muchos que llegaron a Urgencias tras el accidente de diez coches y que Maya lo conoce por eso. Carina ha aprendido algunas cosas sobre lo que significa para Maya ser capitán, que a menos que se trate de una escena realmente importante, su presencia para supervisar o participar no es necesaria. La verdad es que no recuerdo si ha habido alguna otra gran emergencia, aparte del accidente, que requiriera la presencia de Maya.

“Capitán Maya, tu sei qui.”

Carina se sorprende al oír la joven voz, aunque ahora entiende la razón del tono anterior de Maya. Su corazón se retuerce ante la evidente sorpresa del niño que se trasluce en su voz. Como si no hubiera esperado volver a ver a Maya y se alegra de ello. Es un sentimiento con el que Carina no puede evitar empatizar.

Acerca discretamente su taburete a la cortina que los separa mientras oye los pasos de Maya que se adentra en el interior hasta situarse junto a la cama. Carina puede ver una sombra de ella justo enfrente. Tan cerca que puede llegar a tocarla.

“Te dije que estaría, ¿no?” Pregunta co una risita ronca. “Así que, uh, ¿cómo te va?” Continúa con tanta torpeza que Carina apenas puede contener el feroz brote de afecto en su pecho.

Se da cuenta de que Maya no está acostumbrada a hacer algo así, sus palabras son un poco rebuscadas y rígidas. Pero el hecho de que Maya siga intentándolo de todos modos, de que se sobreponga a la incomodidad que obviamente siente en esta situación concreta, desvela un poco más el misterio que es Maya Bishop.

Entonces deja escapar un pequeño gemido que a Carina se le rompe el corazón al escucharlo.

“Leonzo, cos’è? Sei ferito?”

Al oír las preocupadas preguntas de Maya, Carina se da cuenta tardíamente de cómo la había saludado Leonzo cuando llegó. Carina había estado demasiado distraída por la presencia de Maya como para darse cuenta de que ni siquiera hablaba en inglés y que Maya le había entendido. Está aún menos preparada para escuchar a Maya hablando en italiano.

Con una pronunciación horrible, pero hablando en italiano.

“Mi dispiace, capitán Maya, lo siento mucho” responde en lugar de contestar a la pregunta de Maya, sonando tan triste y arrepentido como si hubiera decepcionado a Maya de alguna manera.

Maya parece comprensiblemente confusa cuando pregunta. “¿Por qué lo sientes?”

Sin previo aviso, empieza a soltar una retahíla de frases, una mezcla balbuceante e incoherente de italiano e inglés que Carina apenas puede seguir. No se imagina cómo le irá a Maya. Carina se pone en pie, dispuesta a ir a ayudar, ya que Leonzo no parece detenerse y está entrando en pánico, pero Maya le detiene.

“Hey, hey, Leonzo, ¿recuerdas… recuerdas lo que te dije antes?” Le pregunta con voz tranquila y firme mientras espera a que responda. Carina supone que sí cuando Maya le hace otra pregunta, incitándole. “¿Qué te dije, hm?”

Evidentemente, la incomodidad que Maya había sentido al entrar por primera vez ha desaparecido y ha sido sustituida por su instinto de ayuda. Carina ya ha visto por sí misma esta faceta de Maya unas cuantas veces, cómo siempre se apresura a ayudar incluso cuando no tiene por qué hacerlo.

Carina pensó que quizá se debía a que es bombera, una primera interviniente deseosa de ayudar siempre que puede. Pero en las últimas semanas, ha llegado a comprender que para Maya, ayudar es algo más que algo a lo que se siente inclinada o que desea hacer. Es simplemente lo que es.

Maya es una ayudante – una reparadora -, y eso es lo que está siendo ahora.

Ella (y Carina) esperan pacientemente a que Leonzo responda. “Mantener… mantener mis ojos en ti.”

“Sí. Sí, eso es” responde inmediatamente Maya, su voz se vuelve más suave ahora, alentadora y orgullosa de que él lo recuerde. “Solo en mí, Leonzo, y respira.” Carina escucha atentamente, sentándose de nuevo mientras los escucha inhalar y exhalar unas cuantas veces en sincronía juntos, hasta que Leonzo no suena como si hacer cada respiración fuera una lucha. “Ahora, cuéntamelo otra vez, pero tómate tu tiempo, ¿vale? No voy a ir a ninguna parte” promete.

Comienza y se detiene cada tanto que cuando finalmente dice algo, su voz sale tranquila y no menos temblorosa. “Yo estaba llorando. Come… come… como un bebé.”

A pesar de esto, Leonzo comienza a llorar, pero de una manera que parece que intenta evitarlo. No lo consigue y el corazón de Carina se rompe, apretando un puño contra su pecho por la forma en que se llama a sí mismo bebé, el tono furioso y burlón que utiliza. No es difícil adivinar que estaba repitiendo como un loro a otra persona, alguien que le había dicho que llorar es algo que ya no puede hacer en absoluto. Que eso sólo lo hacen los bebés.

Su padre solía decírselo a menudo a Andrea y ella recuerda con todo detalle la cara de desolación que ponía su hermano al oír esas palabras. Sabe que es exactamente la misma cara que Maya está viendo en Leonzo y no le sorprende lo rápido que responde para tranquilizarlo.

Se oye un crujido y Carina se pregunta qué está pasando, qué está haciendo Maya. Piensa que tal vez Maya se haya subido a la cama para sentarse más cerca de Leonzo porque su voz es mucho más suave de lo que ya era, como si no necesitara hablar más alto para que él la oyera.

“Leonzo, voy a abrazarte ahora, ¿de acuerdo?”

Su llanto silencioso sólo continúa, totalmente inconsolable. Pero no es difícil perderse los sonidos ahora que Maya se mueve para hacer lo que dijo que haría, abrazarlo. Y mientras lo hace, su voz sigue siendo suave y delicada. “Desahógate, Leonzo. No pasa nada si quieres llorar. Te prometo que no pasa nada si lloras. Ahora estás a salvo. Él no está aquí. Estás a salvo.”

Carina se enjuga la cara, habiendo sentido el brote de sus propias lágrimas en cuanto Maya empezó a murmurar palabras tranquilizadoras.

Le duele el corazón por Leonzo, pero no puede evitar recordar aquellas noches en las que se colaba en la habitación de Andrea para dejarle llorar en su hombro después de que su padre le riñera. Le decía que estaba bien llorar también, pero que sería su pequeño secreto. No conoce la situación de Leonzo en su totalidad, pero por lo poco que sabe, está muy contenta de que Maya esté con él en este momento y espera que sea un recuerdo que le acompañe en sus días más oscuros.

Finalmente, el llanto de Leonzo disminuye, con algún que otro resoplido.

“Va bene, Leonzo, estás bien.”

“Lo siento.”

Escucha a Maya acomodándose en la cama. “No pasa nada. Llorar no significa que no seas valiente o que no seas fuerte, Leonzo. A veces, cuando no tienes palabras para lo que sientes o cuando sientes tantas cosas a la vez, llorar ayuda.”

“É vero?” Pregunta Leonzo en voz baja, como si no pudiera creerse lo que le está diciendo este adulto.

Maya responde tarareando. “No hace que todo desaparezca, pero puede hacer que te sientas mejor durante un rato.” Parece hacer una breve pausa y Carina escucha un leve bostezo que debe provenir de Leonzo. Maya continúa. “¿Quieres que vaya a ver si tu madre ya está aquí? O puedo quedarme hasta que llegue.”

“Sono stanco” responde en un ronco murmullo.

Se ríe entre dientes. “Lo so. Vai a dormiré, Leonzo.”

“Dormire” repite somnoliento, aunque de algún modo sigue lo bastante despierto como para corregir la atroz pronunciación de Maya.

Maya se ríe suavemente. “Mi dispiace. Mi dispiace. Aún estoy aprendiendo.”

“No pasa nada. Yo también sigo aprendiendo.” Responde con seriedad. “¿Te quedarás?”

Maya tarda un momento en contestar. “Hasta que llegue tu mamma.” Le asegura suavemente. “Dulces sueños, pequeño.”

Cuando Leonzo suelta un dulce ronquido minutos más tarde, Carina respira hondo y se ríe en voz baja al oír a Maya hacer lo mismo. Ni siquiera sabe cuánto tiempo lleva aquí sentada, y se siente un poco culpable al preguntarse si no habrá visto al personal de limpieza que intentaba entrar a hacer la limpieza hasta que la vieron todavía dentro.

Oye el ruido de las botas de Maya sobre el suelo de linóleo y la oye sentarse en la silla junto a la cama antes de soltar otro suspiro.

La propia Carina hace rodar con cuidado su silla hasta el lugar que le corresponde en el módulo, lista para marcharse. Piensa en la posibilidad de esperar a que Maya termine y que tal vez puedan tomar algo en el bar de Joe. Como amigas, claro. Los amigos beben juntos, ¿no? Y desde luego parece que Maya lo necesita.

Aún está meditando esta decisión cuando oye a Maya hablar de nuevo, en voz baja para no despertar a Leonzo.

“Giada, hola. Se acaba de quedar dormido.”

A juzgar por el tono amable de Maya, debe de ser la madre de Leonzo, que camina con pasos vacilantes hacia el interior del módulo. “Oh, mio coraggioso ragazzino” arrulla en voz baja. “Gracias, capitán Bishop.”

“No es ningún problema” responde Maya con suavidad. “Um, sólo va a estar en observación durante otra… media hora y deberían darle el alta” añade.”

Un suspiro de alivio. “¿Pero él… Leonzo está… bien?”

“Creo que lo estará” responde Maya tras un silencio contemplativo, como si no estuviera segura de cómo responder adecuadamente a la pregunta. Carina se pregunta si está pensando en contarle lo que ha pasado con él. “¿Estás bien? ¿Dónde… dónde está tu… marido?”

No hace falta ser un genio para oír el ácido desdén que gotea en la voz de Maya al referirse al marido de la mujer. No es un tono que haya oído usar antes a Maya. Al menos, no delante de ella. Carina la ha visto y oído segura y autoritaria, pero nunca tan fría. La hace estremecerse un poco al oírlo, esperando que nunca se lo dirijan a ella.

Esto también responde con certeza a la pregunta de Carina sobre quién fue el que hizo que Leonzo se sintiera mal por llorar. ¿Quién más puede ser?

“Le dije que se fuera.”

Carina ni siquiera necesita oír la respuesta de Maya. De algún modo, sabe la palabra que Maya tiene en la punta de la lengua, pero que no dirá. Bien.

“Te dejo con Leonzo entonces. Pero seguiré por aquí si alguno de los dos me necesita.”

Ella camina rápidamente hacia la cortina, esperando hasta que finalmente ve a Maya salir del módulo. Carina ni siquiera intenta negar que está esperando unos instantes antes de seguirla fuera de Urgencias, después de haber visto la caída de los hombros de Maya y cómo parecían llevar el peso del mundo sobre ellos.

Sólo quiere asegurase de que Maya está bien.

La encuentra no muy lejos de la zona de entrega, apoyada contra la pared con los brazos cruzados sobre el pecho. Su atención está tan lejos, en la distancia, que aún no se ha dado cuenta de la llegada de Carina, así que la mirada de Carina se pasea libremente por la bombera.

Es una sensación extraña la que se apodera de ella. Carina no entiende cómo puede echar tanto de menos a alguien de quien sabe tan poco, pero lo hace.

“Oh, Carina, hola.”

Carina sacude sutilmente la cabeza, despejando sus pensamientos mientras camina para unirse a Maya. “Así que…” empieza, apoyándose en la pared, con las manos a la espalda. “Non sapevo che parlassi italiano” bromea, chocando sus hombros.

Las mejillas de Maya se ruborizan y en sus labios se dibuja una sonrisa encantadoramente avergonzada mientras frunce la cara en señal de concentración. “Uhh, sólo tengo que comprobarlo. Dijiste que no sabías que hablaba italiano, ¿verdad?”

Ella asiente, complacida. “Sí.”

Maya suelta un suspiro de alivio antes de aclararse la garganta. “Todavía es un poco, y puedo entender mejor algunas cosas, pero sé que es lento y mi pronunciación sigue siendo un poco mierda.”

“Ah, sí. Mamma mia, muy mierdosa.”

“Vale, cállate” Maya se ríe con buen humor ante las bromas de Carina. “Creo que lo hice bastante bien ahí dentro.”

“Lo hiciste” asiente Carina. “Pero todavía un poco lejos de que tengamos conversaciones sólo en italiano, ¿no?”

“Muy, muy lejos” Se ríe ella, dedicándole una sonrisa tímida.

Se hace un silencio agradable entre ellas. A Carina no le importa. La presencia de Maya es una sensación de comodidad que Carina rara vez siente con nadie más. Para el poco tiempo que pasa con Maya, a Carina no le importa. Maya no le hace sentir que el silencio tiene que llenarse con una conversación, que simplemente con estar una al lado de la otra es más que suficiente. Que la presencia de Carina es más que suficiente.

Y eso la hace sentir un tipo de cosas que añade a la lista de cosas que parece no poder entender cuando se trata de Maya.

Cuando llega una ambulancia con las sirenas a todo volumen, tanto ella como Maya levantan la vista, curiosas por ver a quién traen ahora a Urgencias. Carina sólo alcanza a ver a un paciente anciano antes de que los médicos empiecen a agolparse a su alrededor y acaben llevándolos al interior. Observa cómo un joven adolescente salta del vehículo y les sigue de cerca.

Carina piensa entonces en Leonzo y se pregunta si será capaz de dormir durante la conmoción que probablemente se produzca ahora. Piensa en cómo Maya estaba con él antes, en cómo parecía cuidarle tan bien.

Mira a Maya y la encuentra apoyando la cabeza contra la pared, con los ojos cerrados. No está dormida, pero Carina se da cuenta de que nunca había visto a Maya tan… tranquila y en paz. Aún tiene los hombros caídos, aún está preocupada, pero su rostro no muestra esa carga.

Sus dedos se enroscan en las palmas de las manos y se convierten en puños apretados contra su espalda. Siente que su inquietud se alimenta de su imaginación hiperactiva, que de repente imagina sus manos ahuecando la cara de Maya y sus pulgares acariciando las mejillas. Imagina a Maya inclinándose hacia ella, con los ojos cerrados y la misma expresión de paz en el rostro.

El cerebro femenino es sin duda un lugar mágico, pero también puede ser traicionero.

Maya se da cuenta de que está luchando, la expresión tranquila y pacífica se sustituye por una de ligera preocupación. “¿Estás bien?”

Asiente, disipando la preocupación de Maya con una sonrisa esperanzadamente convincente. “Estaba pensando que eras muy buena con él” dice Carina en voz baja.

“Leonzo” añade al ver la mirada interrogante de Maya.

Maya asiente en señal de agradecimiento, con un ligero rubor en las mejillas. Se queda pensativa antes de agachar la cabeza y mirar sus botas. “Me recuerda a mi hermano pequeño” murmura en voz baja.

“¿Tienes un hermano?” Pregunta, captando rápidamente esta nueva información sobre Maya.

Maya responde tarareando. “Estábamos muy unidos, cuando éramos niños” responde, y la expresión profundamente pensativa de su rostro se transforma en una expresión de dolor.

Carina no puede evitar fijarse en las palabras de Maya, en lo que significa que el hermano de Maya ya no esté en su vida, si es por la misma razón que su propio hermano. Pero el dolor en los ojos de Maya la disuade de preguntar demasiados detalles. No necesita saberlo y no importa. Una pérdida sigue siendo una pérdida, no importa cómo haya sucedido.

“Yo… yo también tenía un hermano pequeño” responde, con el corazón doliéndole en el pecho al pensar de nuevo en Andrea.

“Lo siento” susurra Maya en voz baja.

“Yo también” contesta ella con el mismo tono.

Sus ojos se cruzan con los de Maya en un breve intercambio de empatía, con una sonrisa desgarradora en los labios de Maya. De todas las cosas que podría tener en común con Maya, nunca imaginó que sería esto. Observa toda una serie de emociones revolotear por el azul oscuro de los ojos de Maya, deseando saber qué significa cada una de ellas. No puede evitar preguntarse qué otras cosas podrían compartir inesperadamente.

Pero este tipo de conversaciones no están hechas para un lugar como éste, en el que se encuentran en el exterior de un centro de traumatología, con un carrito de café a menos de quince metros de ellas y visitantes llorando a una distancia aún menor. El tiempo, en cambio, con el suave repiqueteo de la lluvia cayendo sobre el suelo, es perfecto para ello.

Carina piensa en Andrea y en cómo le gustaba jugar bajo la lluvia cuando eran pequeños, sobre todo cuando lloviznaba así. Le sonreía descaradamente y tiraba de ella hacia las gotas de agua que caían, la cogía de la mano para que saltaran juntos sobre los charcos. Así era su hermano pequeño, siempre queriendo salpicarlo todo. No importaba que después siempre se pusieran enfermos o que su padre se enfadara, él seguía haciéndolo una y otra y otra vez.

Se pregunta si Maya tiene un tesoro de recuerdos como esos con su hermano. Eso espera.

La idea se le pasa por la cabeza cuando piensa en la forma en que Maya ha estado antes con Leonzo y en su comportamiento al mencionar a su hermano. Como si cuidar de Leonzo fuera la forma que tiene Maya de compensar a un hermano que ya no está. Como si se culpara por haberlo perdido.

“¿Capitán Bishop?”

Es casi cómica la forma en que Maya y ella giran la cabeza al mismo tiempo hacia el lugar de donde procede la voz, rompiendo su pequeña burbuja de tranquilidad. Carina no sabe de quién se trata cuando ve que una mujer se les acerca tímidamente, pero cree conocerla de alguna parte.

Maya se separa de la pared y da un paso hacia la mujer. “¿Giada? ¿Está bien Leonzo?”

Carina se da cuenta. Es la madre de Leonzo, con la que Maya había hablado antes de venir aquí.

Giada niega con la cabeza, ofreciendo una sonrisa para evitar la evidente preocupación de Maya por su hijo. “Sí, está bien. Nos dejan ir a casa, pero… quería verte antes de irnos.”

Los ojos de Maya se abren de sorpresa al oír esto. “¿Sí?” pregunta como si realmente no pudiera creerlo, ni siquiera cuando Giada asiente con seguridad. “Iré… iré en un minuto” le dice, esperando a que las deje antes de volverse finalmente hacia Carina. “Lo siento.”

Ella sacude la cabeza, dándole a Maya una sonrisa tranquilizadora. “No pasa nada. Ve a verle.”

Carina observa cómo una sonrisa de agradecimiento se dibuja en los labios de Maya antes de asentir, darse la vuelta y volver a entrar. Deja escapar un profundo suspiro, contenta de que esta interacción no la haya vuelto a dejar frustrada con Maya.

Sin embargo, se queda con ganas de más. Mucho más. Pero, de algún modo, cree que conocer a Maya nunca será suficiente para ella.

No es hasta más tarde que Carina se da cuenta de que se olvidó de preguntar a Maya acerca de tomar una copa juntas.

***

Abre la puerta de la cafetería y se le escapa un bostezo.

Carina respira lenta y profundamente, aspirando el rico aroma de los granos de café y el pan tostado. Su estómago se queja y le pide que lo alimente pronto, mientras camina perezosamente hacia el barista que la espera en la caja registradora.

Todavía está intentando reajustarse, con el cerebro un poco revuelto tras su sesión con la Dra. Carlin. Normalmente, después de sus reuniones, tarda un poco en orientarse, en volver a poner los pies en tierra firme. Así que está deseando tomarse una taza de café y una deliciosa magdalena de chocolate antes de volver a casa y meterse en la cama para pasar el resto del día.

“Buenos días, Carina. ¿Lo de siempre?”

Ofrece la camarera una sonrisa cansada y saca el teléfono del bolso. “Buenos días y sí, por favor. Gracias. Marissa.”

“Claro” responde Marissa alegremente, dedicándole una cálida sonrisa mientras escanea el código de barras en el teléfono de Carina. “Ya está todo listo. Lo tendré listo en unos minutos.”

Ella asiente agradecida y añade la propina a su recibo antes de devolver el teléfono a su bolso. Mientras se dirige al mostrador, oye que alguien la llama por su nombre. Cuando se gira para ver quién es, se encuentra con la cara de desconcierto de Maya.

No es que no esté un poco sorprendida, acostumbrada a ver a Maya sólo en el hospital. Y verla fuera de ese entorno, sentada en una mesa junto a la ventana, a escasos metros de ella, es un poco chocante. Por eso no le ofende en absoluto que la cara de Maya refleje esa sensación.

Observa a Maya sacudir la cabeza antes de dedicarle una sonrisa insegura y un gesto torpe con la mano. “Hola.”

De algún modo, ver su cara devuelve a Carina a sí misma, al presente, y ella se la devuelve con su propia sonrisa radiante. El calor se extiende por sus mejillas mientras algo imprudente y salvaje revolotea en su pecho, viendo cómo la sonrisa de Maya se convierte en esa sonrisa ladeada que Carina no puede evitar encontrar tan absolutamente soñadora cada vez que la ve.

No cree que Maya se haya dado cuenta de lo que le provoca ver esa sonrisa. Está segura de que es el hoyuelo de la mejilla de Maya. Carina nunca ha podido resistirse a ellos en nadie más. ¿Por qué Maya iba a ser diferente?

Se acerca a donde está sentada y mira el plato de comida y la bebida que tiene al lado. “¿Estás comiendo sola?”

Maya mira su comida y luego vuelve a mirarla con una simple inclinación de cabeza. “¿Tú también?” pregunta, mirando al frente donde Marissa está preparando la bebida de Carina.

“Es sólo café y una magdalena, pero…” hace una pausa, mordiéndose ligeramente el labio inferior. Pone una mano en la silla vacía frente a Maya. “Siempre se me puede convencer para que almuerce.” Insinúa con lo que espera ser una sonrisa seductora en los labios.

Maya parece sorprendida por la oferta implícita de Carina de unirse a ella, sus cejas se levantan ligeramente. “Oh, yo… en realidad tengo que ir a…” mira su teléfono, frunciendo el ceño mientras mira la hora. “En treinta y siete minutos, pero… ¿Te gustaría acompañarme?”

Inclina la cabeza y le lanza una mirad inquisitiva a Maya. “¿Estás segura? No pasa nada si quieres comer sola.”

Una gran parte de ella no esperaba que Maya aceptara algo que era tan puramente impulsivo por su parte. Pero Carina había visto la silla vacía y su instinto le decía que se arriesgara. Entiende intrínsicamente que Maya es alguien a quien le gusta su soledad, e incluso la prefiera a la de otras personas. Y Carina nunca quiere entrometerse en eso, invadir el espacio de Maya sin que ella lo quiera.

Pero a pesar de tranquilizar a Maya, también se mentiría a sí misma si pensara que no se sentiría decepcionada si Maya no lo quiere.

Y Carina está preparada para que Maya se retracte de sus palabras, para que diga que sí, que en realidad le gustaría estar sola. Por eso le sorprende que, cuando empieza a retirar la mano de la silla, ve que la mano de Maya se tambalea, como si quisiera alcanzarla. Pero entonces se detiene a mitad de camino, dejándola caer sin miramientos sobre la mesa.

Sus ojos azules se abren de par en par, implorantes, ante la mirada interrogante de Carina. “Por favor, me gustaría…” se detiene para respirar hondo y tranquilizarse antes de volver a empezar. “Me gustaría mucho que comieras conmigo.”

¿Cómo puede dudar de la sinceridad de Maya cuando la mira así? Carina traga grueso al ver lo azules que se ven sus ojos bajo la luz natural del sol de la mañana, cómo hacen que sea imposible querer mirar a otra cosa y cómo la hacen sentir que haría absolutamente cualquier cosa para mantenerlos mirándola.

Una vez tomada la decisión, Carina retira la silla y toma asiento frente a Maya, que exhala visiblemente un suspiro de alivio. Carina suelta una leve risita y la tensión de su propio cuerpo se le escapa. El silencio que sigue no es incómodo, pero Carina se esfuerza por encontrar una manera de aligerar el ambiente entre ellas.

“Sabía que en algún momento conseguiría que compartieras una comida conmigo” Dice finalmente con una sonrisa pícara.

Maya la mira fijamente, con una sonrisa desconcertada y perspicaz en los labios. “Esto no es una cita.”

“No con esa actitud” replica rápidamente.

Esta vez Maya se ríe, el tipo de risa que le hace arrugar la comisura de los ojos y arrugar la nariz de una forma terriblemente encantadora que parece tener el mismo efecto en Carina que la sonrisa ladeada de Maya. Después sacude la cabeza. “Eres persistente” dice, con una mirada burlona de acusación.

Se encoge de hombros, con una sonrisa de satisfacción en la cara por ser capaz de hacer reír a Maya de esa manera. Tampoco le pasa desapercibido el brillo de cariño en los ojos azules de Maya. “Si me ayuda a conseguir lo que quiero, no puede ser malo. ¿Verdad?”

“No, supongo que no.” Concede Maya con una risa tranquila. Empuja su plato hacia delante para poder apoyar los codos en la mesa, ligeramente inclinada mientras mira a Carina con esos penetrantes ojos azules.

“Pero esto sigue sin ser una cita” añade, bajando la voz a un tono ronco que Carina se esfuerza por no reaccionar al oírlo. La sonrisa de Maya le dice que no lo está consiguiendo. “Y créeme, Carina, tú sabrías si lo es.”

Carina deja que una respiración pesada y calmada pase a través de sus labios. “De acuerdo” responde con una sonrisa de aceptación.

No le importa que Maya insista en que no es una cita. Tal vez sea raro verlo así, pero le gusta que sea algo con lo que puedan jugar, como si fuera una especie de broma interna que sólo ellas comparten.

Marissa interrumpe su momento, colocando una bolsa de papel con un vaso para llevar delante de Carina. “Aquí tienes tu bebida y tu magdalena.” Luego mira entre Carina y Maya, apresurándose a darse cuenta. “Oh, espera, ¿te quedas? ¿Quieres que te traiga un plato?”

Niega con la cabeza. “Me quedo pero no, gracias por el plato, Marissa.”

“Claro, no hay problema” responde la camarera, y luego señala la bolsa. “Ahí también hay un tenedor y una servilleta.”

Carina asiente y le dedica una sonrisa de agradecimiento antes de darse la vuelta y dirigirse a la caja registradora. Su magdalena está casi caliente cuando la saca junto con el tenedor de la bolsa. Como si sintiera la presencia de su propia comida, su estómago ruge lo bastante fuerte como para que incluso Maya lo oiga y se ría como reacción. Carina se encoge de hombros cuando sus miradas se cruzan.

Maya acerca su plato y coge el tenedor. “Mangiamo” dice con una sonrisa orgullosa.

A Maya le da un vuelco el corazón. “Buon appetito” susurra en respuesta, y observa cómo Maya empieza a hincarle el diente a su comida, que probablemente ya se habrá enfriado.

Con su magdalena y comida a medio comer de Maya, terminan de comer casi al mismo tiempo. Carina coge por fin su café, que por suerte aún está caliente, mientras Maya da un sorbo a su propia bebida. “¿Qué es eso tan importante que tienes?” Le pregunta, quitando la tapa de la taza.

Maya baja lentamente la taza y se muerde el labio inferior. “Bueno, es terapia.” Responde, rascándose ligeramente la frente. “Tengo cita en la clínica de al lado.”

Carina no puede distinguir en la expresión cautelosa de Maya si está avergonzada por tener que ir a terapia o por tener que admitir que lo hace. Pero conoce lo suficiente a Maya como para saber que cualquiera de las dos cosas podría ser cierta y no puede evitar admirarla por ser sincera al respecto, a pesar de sus evidentes reservas. Sin embargo, tiene la sensación de que no sería buena idea darle demasiada importancia.

Así que le dedica a Maya una sonrisa tranquilizadora. “Nunca te había visto por aquí, y siempre vengo después de mis citas terapéuticas.”

Los ojos azules de Maya brillan de sorpresa y sus hombros se hunden con alivio. Una sonrisa insegura se dibuja en sus labios. “En realidad no es mi hora habitual. Es una especie de… sesión de emergencia.”

Ella frunce el ceño al admitirlo, habiendo tenido sus propias reuniones de emergencia con su terapeuta unas cuantas veces antes cada vez que las cosas eran demasiado para ella. “Lo siento, Maya.”

“No pasa nada” la tranquiliza Maya, encogiéndose de hombros. “No es la primera vez, así que supongo que estoy acostumbrada. Pero, ¿te sentó bien la terapia?” Pregunta con cautela..

Exhala un suspiro, pensando en su sesión con la Dra. Carlin. Hoy habían hablado de Andrea y de su padre. “Sí, y no” responde finalmente.

Maya se ríe, con una sonrisa comprensiva en la cara. “Sí, lo entiendo.”

Apoya el codo en la mesa y la barbilla en el puño. “Tengo que decir, Maya, que estoy un poco sorprendida. Sé que no te conozco del todo bien pero… no pareces del tipo que iría voluntariamente a terapia.”

“Ouch” Maya se ríe de su comentario burlón, lanzándole una juguetona mirada herida mientras se lleva una mano al pecho. Sus ojos se entrecierran de una forma que hace reír a Carina. Maya suspira, se desinfla y esboza una sonrisa contenida. “Pero no te equivocas. Siempre he pensando que podía arreglar todo lo que me pasaba por mí misma, que no necesitaba ayuda de nadie.”

Carina asiente, habiendo pensando lo mismo. “Entonces, ¿qué te hizo cambiar de opinión?

Maya exhala una risita oscura. Extiende la mano hacia su vaso, ahora vacío, y empieza a deslizarlo por la mesa entre las manos. “Bueno, al parecer, incluso cuando crees que ya estás en lo más bajo, a menos que hagas algo al respecto, la vida lo toma como un desafío para hacerte sentir aún más bajo.”

“Parece toda una historia” comenta suavemente. Le pican los dedos por agarrar las manos inquietas de Maya, por calmar su inquietud.

Siente curiosidad por saber por qué Maya sigue respondiendo a sus preguntas con tanta sinceridad cuando le produce tanta incomodidad. Carina se siente honrada, por supuesto, de que Maya sea tan sincera con ella, pero no quiere ser la razón por la que Maya se obliga a decir las cosas en voz alta cuando ni siquiera está preparada para hacerlo.

“Puedes decirlo” responde Maya vagamente. Abre la boca para decir algo más y la cierra cuando un camión de juguete pasa por debajo de su silla y se detiene entre sus pies. Se inclina para cogerlo justo cuando una niña se acerca a su mesa. Maya le tiende el camión. “Aquí tienes.”

“Gracias” La niña coge el camión de la mano de Maya, pero luego la mira con el ceño fruncido. “Se supone que tienes que decir ‘de nada’”

Una mujer, presumiblemente la madre o la cuidadora de la niña, jadea. “Rokshana, eso no está bien” reprende suavemente, poniéndole una mano en el hombro antes de dedicarles a Maya y Carina una sonrisa avergonzada. “Lo siento mucho…”

Observa cómo Maya rechaza la disculpa con una sonrisa genial. “Oh, no, no, está bien. Rokshana tiene razón.” Se vuelve hacia la niña, cuyo ceño se ha fruncido, y la mira directamente con gesto serio. “¿Está bien si yo te llamo así?” Le pregunta.

Ella niega con la cabeza. “Mamá me llama Rocky. Es mejor.”

Maya asiente sabiamente. “Rocky suena mejor.” Asiente, y sonríe cuando eso le vale un gesto de aprobación. “Bueno, tenías razón, Rocky. Debería haberlo dicho. Lo siento mucho, y de nada.”

Observan cómo la mujer conduce a Rocky a su propia mesa, despidiéndose con la mano. Maya ríe suavemente ante el exuberante saludo que Rocky le devuelve antes de darse la vuelta para mirar a Carina.

Es una experiencia muy diferente ver a Maya interactuando con un niño en lugar de oírlo a través de la cortina de la sala de trauma. Carina sería una terrible mentirosa si no admitiera lo mucho que le afecta ser testigo de la forma tan encantadoramente extraña en que Maya interactúa con los niños. “¿Has pensado alguna vez en tener hijos, Maya?” Le pregunta.

La mirada de Maya es cuidadosa antes de responder lentamente. “Sí, pero ningún niño debería crecer conmigo como madre.” Le dedica a Carina una sonrisa de autodesprecio, un encogimiento de hombros triste. “Todavía tengo muchas cosas en las que trabajar.”

“De todas formas, creo que cualquier niño tendría suerte de tenerte” responde con una sonrisa sincera. Tal vez no sepa por todo lo que Maya está pasando, pero tampoco es difícil ver el gran corazón de Maya y cuánto amor debe tener en él que está esperando ser compartido.

“De acuerdo en no estar de acuerdo” Maya se ríe ligeramente. Su sonrisa se vuelve vacilante mientras se muerde el labio inferior. “¿Y tú? ¿Hijos?”

“Oh, sí, quiero muchos.”

Sus ojos azules se suavizan ante la respuesta de Carina. “Eso no me sorprende.”

Carina asiente. Supone que la falta de sorpresa de Maya se debe a que eso es lo que la mayoría suele pensar de los médicos de su especialidad, que los niños son una parte inevitable de sus vidas. “En realidad, no siempre lo hice” admite, encontrándose con la mirada curiosa de Maya. “Estaba muy contenta, moviéndome sola y sin tener que preocuparme de desarraigar a nadie para que me siguiera a donde fuera.”

“¿Y qué cambió?” Pregunta Maya, apoyando los brazos encima de la mesa.

“No estoy segura, la verdad.” Carina frunce el ceño pensativa. “Creo que una parte viene de crecer con una gran familia a mi alrededor y me di cuenta de lo importante que es eso para mí. Y también puede que tenga mucho amor que dar. ¿A quién mejor dárselo que a un niño?”

“¿No a un marido?” Maya mira hacia la mesa. “¿O… una esposa?” Pregunta en voz baja, levantando la vista para encontrarse con la mirada de Carina.

Sus mejillas se calientan ante la mirada penetrante de Maya, aunque niega con la cabeza con vehemencia. “Oh, no quiero casarme. Creo que si quieres construir una vida con alguien, ¿por qué necesitas estar casada para hacerlo?”

Maya se relame los labios, asintiendo. “Claro” Dirige a Carina una mirada escrutadora. “Pero, ¿por qué no quieres casarte?”

Carina hace una pausa, captando la expresión de complicidad en el rostro de Maya y la toma por sorpresa, cómo Maya lee entre líneas con tanta facilidad. “Mis padres…” confiesa, sintiendo la necesidad de ser sincera con Maya igual que lo ha sido con ella. “Viendo la forma en que destruyeron su matrimonio y a los demás. No quiero eso.”

Maya asiente lentamente y la comprende. “Ya. Pero, ¿y si tu futura pareja quiere casarse? ¿Dejarías que tu miedo se interpusiera en tu camino?”

Carina se encoge de hombros. No se ve a sí misma cambiando de opinión, ni ahora ni nunca. “Espero que mi futura pareja lo entienda.”

Maya sacude la cabeza y suelta una risita desconcertante y sin gracia. Observa cómo Maya respira hondo antes de apartar la vista y mirar por la ventana. Tiene la mandíbula apretada mientras mira a lo lejos.

No entiende el giro que ha tomado su conversación, por qué Maya se echa atrás de repente. Otra vez. La mente de Maya está claramente acelerada y Carina desearía tanto tener la capacidad de la telepatía para saber qué está pasando exactamente por la cabeza de Maya en este momento. En lugar de tener que esperar a que ella diga algo.

“Estoy segura de que… lo entendería, pero…” Se vuelve a mirar a Carina, con ojos azules oscuros y retraídos, como si hubiera ido a algún lugar de su cabeza al que Carina no puede llegar. “¿Realmente dirías que no si supieras lo mucho que significaría para esa persona estar casado contigo? ¿Poder llamarte su esposa? ¿Es eso realmente…” Maya hace una pausa mientras una expresión de dolor cruza su rostro con demasiada rapidez para que nadie más lo capte, pero Carina sí.

Se da cuenta cuando Maya por fin vuelve al presente. Sus ojos siguen oscuros, sin rastro de la suavidad que Carina ha estado viendo desde que se sentó a su lado. Le duele el pecho al verlo, le duele aún más cuando Maya finalmente continúa. “¿Es realmente mucho pedir?”

“Yo…” Carina empieza a decir algo pero entonces suena una fuerte alarma del teléfono de Maya interrumpiéndola y sobresaltándolas a ambas completamente fuera de su burbuja. Odia admitirlo, pero suspira discretamente aliviada por la interferencia.

Maya coge el teléfono y abre los ojos al ver la hora. “Mierda, lo siento. Tengo que ir a mi cita.” Empieza a recoger sus cosas, pero se detiene a mirar a Carina. “¿Vas… vas a estar bien?”

Desconcertada, Carina frunce el ceño, examina el rostro de Maya y no ve ningún efecto persistente de la tensa discusión que acaban de tener. No ve nada del dolor y la reticencia que había en los ojos azules de Maya apenas un minuto antes, como si la alarma realmente hubiera roto algún tipo de hechizo sobre ella.

Y Carina no quiere que su tiempo termine con esta incertidumbre, pero sabe que no tiene más remedio que dejar que Maya acuda a su cita. “Sí. Sí, estaré bien.” Responde, asintiendo con la cabeza mientras ve a Maya guardarse el teléfono en el bolsillo trasero.

Maya la mira con una sonrisa cuidadosamente contenida y coloca una mano sobre la mesa, justo al lado de la de Carina, de modo que sus meñiques están lo bastante cerca como para tocarse. “Gracias por…” hace una pausa, como si no supiera cómo terminar. Sus miradas permanecen fijas y algo se afloja en su pecho al ver que los ojos azules de Maya se ablandan y exhala un profundo suspiro. “Gracias” murmura Maya en voz muy baja.

Apenas puede responder antes de que Maya salga por la puerta. A través de la ventana de la cafetería, Carina la ve marchar, con los hombros pesados por el peso de cargas desconocidas.

Su mano sigue sobre la mesa, con el meñique extendido y hormigueando mucho después de que Maya se haya ido.

Chapter 4: Capítulo 3: A veces te miro a los ojos, y es ahí donde encuentro un atisbo de nosotras.

Chapter Text

He intentado sacarte de mi cabeza, pero no consigo sacarte de mi cuerpo.

-Jeanette Winterson (Escrito en el cuerpo.)

 

 

Capítulo 3: A veces te miro a los ojos, y es ahí donde encuentro un atisbo de nosotras

Carina salta entusiasmada ante el sol que la recibe a ella y a Amelia cuando ambas cruzan las puertas del hospital y se dirigen hacia el carrito del café.

Seattle ha estado lluviosa y sombría las dos últimas semanas, y un tiempo así siempre le ha dado a Carina ganas de irse a un clima más cálido. Desde luego, no es algo que vaya a echar de menos de estar aquí.

Así que la mera visión de un cielo azul sobre ellas alivia algo en su interior y Carina se detiene en seco para inclinar la cara hacia el sol. Sus ojos se cierran ante la calidez de sus rayos.

Exhala un suspiro soñador.

“¿Te diviertes ahí?” Oye que le pregunta Amelia, con un tono divertido.

“Sí” admite sin rubor, abriendo los ojos para encontrarse con la mirada desconcertada de Amelia. “Está científicamente demostrado que la exposición al sol eleva tu estado de ánimo.”

“Sí, yo también he leído ese artículo de la revista Time” Se ríe Amelia, agarrándose al codo de Carina para tirar de ella hacia su destino original. “¿Cómo te han ido las migrañas?” Pregunta en voz baja.

Carina se encoge de hombros con indiferencia, arrugando la nariz al pensar en la última que tuvo hace un par de semanas. “Terribles, pero ahora estoy bien.”

Amelia asiente ante su consuelo, dedicándole una sonrisa comprensiva. “Venga, vamos al carrito, tomamos un café y podemos pasar el rato en un banco donde puedas disfrutar más de esta ‘exposición al sol’ en lugar de volver a entrar.”

Señala con el dedo a Amelia una vez que se han unido al final de la cola. “Bromeas, pero la verdad es que es una idea estupenda y la apoyo” responde ella, saltando emocionada en su sitio.

Su amiga se ríe, sacudiendo la cabeza ante sus payasadas. “Eres muy rara. ¿Cómo me sentí tan atraída por ti cuando nos conocimos?”

Tararea, como si pensara mucho la pregunta, pero su sonrisa juguetona la traiciona. “Es el acento. Por alguna razón, a los americanos os gusta mucho.”

Amelia arquea una ceja antes de soltar una carcajada divertida. “Sí, justo eso.”

Después de comprar sus bebidas, ella y Amelia consiguen encontrar un banco vacío entre el carrito y las puertas del hospital. Ni ella ni Amelia querían estar demasiado lejos por si las necesitaban.

“¿Así que has estado pensando en hacer algo de turismo antes de irte?” Le pregunta Amelia antes de dar un sorbo a su bebida.

Carina asiente, revolviendo un poco de azúcar en su café. “No tengo ninguna foto mía haciendo turismo y me parece un poco mal no hacerlo al menos una vez antes de irme.”

Suspira al sentir un cosquilleo en el pecho al pensar en estar de vuelta en Italia. Carina no sabe si es emoción, miedo o ambas cosas. Hace tanto tiempo que no vuelve que no está segura de lo que se va a encontrar cuando llegue. Su padre lo sabe, pero no ha dicho mucho más al respecto, ni siquiera para preguntarle si podría estar allí cuando esparza las cenizas de Andrea.

Y eso le parece bien a Carina. No lo ha necesitado desde el divorcio, y desde luego no lo necesita ahora.

Da un trago a su café antes de añadir. “Ya he ido de excursión un par de veces y fueron agradables pero, técnicamente, no ‘turísticas’.”

Amelia tararea suavemente, con una expresión pensativa en el rostro. “Ya, pero, ¿por qué ahora? Aún te quedan más de tres meses. Es tiempo más que suficiente.”

Se encoge de hombros y suelta un suspiro. “Lo sé, pero cuanto más se acerque la fecha de mi partida, sé que estaré muy ocupada tratando de tener todo listo para cuando me vaya. Y el poco tiempo libre que tengo, sólo quiero relajarme.”

“Claro” responde Amelia, asintiendo en señal de comprensión. “Sí, supongo que tiene sentido.”

“Tengo dos días libres el próximo fin de semana, así que es el mejor momento para hacerlo, ¿no?” Pregunta, repasando mentalmente su agenda para las próximas dos semanas. Tiene una segunda reunión con la Jefa Bailey para hablar de entrevistas a los posibles sustitutos que habían reducido hace unas semanas. Carina aún no se lo ha dicho, pero en realidad le ha echado el ojo a la Dra. Wilson para el puesto.

“Oh, sí, los niños no tienen vacaciones de primavera hasta la semana siguiente, así que sólo tienes que preocuparte sobre todo de la multitud de turistas ordinarios.” Hace una mueca. Carina supone que es al pensar en los típicos grupos de turistas a los que potencialmente tendrá que enfrentarse. A ella tampoco le hace mucha ilusión. “Entonces, ¿adónde piensas ir?”

“Esa es la cuestión.” Frunce el ceño, mirando su taza. “No sé exactamente por dónde empezar. Hay tantas opciones, tantos lugares, pero es inútil pedir opinión a alguno de los médicos de aquí porque a todos os gusta mucho estar aquí y por eso sabéis muy poco de la ciudad en la que vivís en realidad.”

“Somos unos terribles adictos al trabajo” se ríe Amelia. Carina la observa pensativa antes de esbozar una sonrisa burlona. “Sabéis, lo que necesitáis es un nativo de Seattle, alguien que si conozca bien la ciudad. Y puede que yo tenga una idea de quién.”

Frunce el ceño, tratando de pensar a quién se refiere Amelia. “¿Quién?”

“Tu capitán Bishop.”

Carina pone los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza a pesar del calor que se extiende por sus mejillas. “Ella no es mi nada, Amelia. Sólo somos amigas.”

“Cierto” exclama Amelia, con un tono de duda muy claro. “Pero estoy segura de que si se lo pidieras, estaría encantada de ayudar.”

“¿Eso crees?” Pregunta ella, mirando a lo lejos mientras empieza a juguetear con la tapa de su taza.

Ha compartido con Amelia mucho de lo que ya había compartido con Gabriella sobre su situación con Maya. Aunque se sintió mejor después de hablar con su mejor amiga, Gabriella también está demasiado lejos y no puede ver a Maya por sí misma. Amelia, en cambio, conoce a Maya, ha hablado con ella e incluso ha visto a Carina y Maya hablando entre ellas. Ayuda tener un segundo par de ojos objetivos para verlas y decirle a Carina si está sola en sus sentimientos.

Carina nunca le había preguntado a Amelia cuál era exactamente su relación con Maya. Siempre supuso que era cordial y profesional. Al fin y al cabo, se trataba de Maya, ¿qué otra cosa podía ser? Pero no estaba preparada para ver a Amelia siendo la distante la primera vez que las tres ocuparon el mismo espacio juntas.

Había sido después de que los bomberos de Maya trajeran a un paciente que necesitaba una consulta de neurología y casualmente era uno de los pocos días que Amelia no estaba en Minnesota. Maya había venido poco después para ver cómo estaba el paciente. Y no es que Amelia se mostrara fría o grosera con Maya, pero había una reticencia en su actitud que a Carina casi le recordaba a las semanas posteriores a los problemas sentimentales entre Amelia y el Dr. Lincoln. ¿Puede alguien culpar a Carina por sentir curiosidad por lo que pasó entre ellas entonces?

Pero nunca tuvo la oportunidad de preguntar y la siguiente vez que las vio interactuar, la tensión que había entre ellas casi había desaparecido. Así que Carina lo atribuyó simplemente a un mal día para ambas. No es raro que médicos y paramédicos se peleen de vez en cuando.

Amelia resopla. “Sí, ¿estás de broma? No puede resistirse a ayudar a la gente. Está como arraigado en su ADN.”

Carina sonríe suavemente, sintiéndose orgullosa de que alguien más haya notado lo mismo que ella sobre Maya. “Le gusta ayudar” murmura casi para sí misma. Han pasado varias semanas desde el día en que se encontró con Maya en la cafetería y Carina se alegra de que cualquier cosa rara que les quedara no perdurara la siguiente vez que se vieron en Urgencias.

Aún no está segura de lo que pasó exactamente, pero no quiere darle más vueltas cuando Maya parece actuar como lo hace normalmente con ella. Carina piensa que quizá haya tocado algún punto sensible para Maya. Pero Amelia no se equivoca. Pase lo que pase, Maya parece el tipo de persona que estaría encantada de ayudar, independientemente de lo que ocurra entre ellas.

Ella asiente con decisión. “Vale, le preguntaré pero si dice que no, te haré venir conmigo.”

“Genial, porque de hecho ahora viene hacia aquí.”

“¿Qué?” Levanta la cabeza, mira hacia donde Amelia está mirando y ve que Maya realmente está caminando en su dirección. Mira a su amiga y la ve levantarse del banco. “¡Amelia!”

“Oh, parece que me están llamando.” Amelia saca su teléfono del bolsillo y mira el aparato sospechosamente silencioso.

“Te odio” sisea, esbozando una sonrisa cuando se da cuenta de que Maya se ha fijado en ellas.

Amelia le dedica una sonrisa pícara antes de mirar a Maya. “Eh, capitán, hazle compañía a Carina, ¿quieres? Necesita ayuda con algo y espero tener una cita con algún cerebrito. Ya sabes cómo es.” Extiende ambas manos con los dedos cruzados antes de salir corriendo, sin darle a Maya la oportunidad de responder.

“¿Todo bien?” pregunta Maya, con una sonrisa de perplejidad en los labios, mientras vuelve la cabeza hacia donde Amelia había huido.

Sacude la cabeza, riéndose. “Sí, solo Amelia siendo… Amelia” Su mirada recorre a Maya, captando sus mejillas sonrojadas, su uniforme polvoriento, su cara y su cuello moteados de hollín. Es un poco injusto para el corazón anhelante de Carina que Maya lleve el desaliño tan encantadoramente bien. “¿Has venido a dejar a un paciente?”

Maya asiente con la cabeza, echándose el pelo rebelde hacia atrás. “A varios. Hubo un incendio” suspira cansada. “No hubo víctimas mortales.” Se apresura a añadir con una sonrisa tranquilizadora ante la expresión de preocupación de Carina. Camina la corta distancia que la separa del carro. “Hola Taylor, sólo lo de siempre, y lo de Vic también por favor, gracias.”

“Aquí, te invito” ofrece Carina, levantándose del banco. Le sonría a Taylor mientras le tiende su teléfono para que lo escanee.

“Oh, no tenías que hacer eso” Protesta suavemente Maya demasiado tarde al oír el pitido del pago efectuado.

“No me importa” responde en voz baja, guardando su teléfono en el bolsillo mientras se encoge de hombros, ganándose una sonrisa de agradecimiento de Maya. “Míranos, haciendo otra comida juntas.”

Maya suelta una carcajada. “El chocolate caliente no cuenta como comida” responde irónica.

“No con esa forma de pensar” replica, sonriendo cuando Maya pone los ojos en blanco y se ríe de buena gana.

Taylor interrumpe sus bromas y le tiende una bandeja con dos tazas. “Aquí tienes, Capi.”

“Gracias, Taylor.” Maya mete el dinero que llevaba en el tarro de las propinas antes de volverse hacia Carina con una sonrisa curiosa. “Entonces, ¿qué era lo que Amelia dijo que necesitabas ayuda?”

Carina casi había olvidado toda la razón por la que Amelia la abandonó, completamente distraída por el… todo de Maya. Sacude la cabeza, haciendo caso omiso de la pregunta de Maya. “Oh, no fue nada. Amelia solo… no fue nada.”

Siente que una mano cálida la agarra suavemente de la muñeca para detenerla. Sus ojos se dirigen directamente a la mano de Maya, cuyos dedos rodean la muñeca de Carina.

En ese momento, Carina se da cuenta de que es la primera vez que Maya inicia algún tipo de contacto físico entre ellas, la primera vez que sigue adelante en lugar de quedarse a medio camino. Siempre ha sido ella la que ha tocado el hombro o el brazo de Maya.

Nunca ha sido Maya.

Vuelve a mirar a Maya, que le devuelve la mirada firme e inquebrantable. Maya no la suelta.

“¿Qué necesitas?”

***

Maya dice que sí a ayudar y, muy inesperadamente, vuelve al día siguiente.

Con una lista.

Una lista de comprobación.

Carina ni siquiera entiende cómo puede encontrar algo tan ridículo como esto tan increíblemente entrañable, pero lo hace. Incluso le resulta igual de encantadora la forma en que Maya se la presente con tanto orgullo, desplegándola cuidadosamente encima de la mesa de la cafetería del hospital donde habían quedado en verse.

Casi se vuelve loca cuando Maya saca un portapapeles de su mochila para sujetar firmemente la lista.

Mirando el contenido de la lista, no es en absoluto como Carina planearía un fin de semana de aventuras turísticas. Ella se inclina más por la espontaneidad, pero de alguna manera, tiene mucho sentido que Maya funcione así. Al igual que en la lista anterior, hay una mezcla de investigación y conocimiento personal de Maya, y Carina no se imagina cuánto tiempo le habrá llevado a Maya hacer todo esto cuando se lo pidió ayer.

Pero en la cara de Maya no hay rastro de cansancio. Sus ojos azules están brillantes y llenos de una emoción apenas disimulada que hace que algo salvaje revolotee en la boca del estómago de Carina.

“Maya, muchas gracias por esto” exclama Carina, bajando de nuevo la vista hacia el papel antes de volver a mirar a Maya. “Has debido de trabajar en esto toda la noche.”

Se encoge de hombros y se rasca brevemente el entrecejo. “No es ningún problema. Estaba… feliz de hacerlo.”

Oh.

Puede que el cansancio no sea visible en la cara de Maya o en sus ojos, pero Carina puede oírlo en la pausada carraspera de la voz de Maya, lo oye en la profundidad de su sonido entrecortado y la gravilla de su tono. Y por mucho que lo intente, Carina comprende exactamente por qué ese revoloteo salvaje de su interior se amplifica hasta un nivel inimaginable. No lo había notado antes, cuando Maya se acercó por primera vez a la mesa, y ahora es todo lo que puede oír.

Cuando Maya le dedica una tímida sonrisa, Carina sólo puede esperar que malinterprete su aturdido silencio como una respuesta al generoso uso del tiempo de Maya para hacer esto por ella y no al mero sonido de su voz. Maya se aclara la garganta y mira la lista. “Um, no estoy segura de cuándo planeas ir, pero este fin de semana no será una buena idea de todos modos si quieres evitar las multitudes, ya que la escuela está en receso en este momento. Pero el próximo fin de semana podría funcionar mejor.”

Carina se sacude sutilmente de su estupor, recordándose a sí misma lo suficiente como para asentir en respuesta. “Amelia lo había mencionado ayer. No me molestan tanto las multitudes, pero el próximo fin de semana es cuando estoy pensando en ir de todos modos.”

Maya parece fruncir el ceño. “Espera. Carina, ¿Vas… vas a ir sola?”

“¿Sí?” responde ella, observando cómo el ceño de Maya se frunce aún más.

Carina mira al trozo de papel que hay entre ellas con una mirada penetrante, como si pudiera ofrecerle una respuesta a cualquier pregunta que le esté haciendo. “Solo pensé” Maya sacude la cabeza mientras se relame los labios. “Que tal vez te acompañaría alguien.”

“Oh” responde, dedicándole a Maya una sonrisa tranquilizadora. Piensa en mencionar que en realidad le había dicho a Amelia que la obligaría a ir con ella, pero Carina tampoco lo había dicho en serio. “No me importa ir sola.”

“Iré contigo” suelta Maya, con los ojos desorbitados, como si no pudiera creer lo que había dicho. Sus mejillas enrojecen rápidamente por su brusquedad mientras respira hondo. “Si te parece bien.”

Decir que Carina se queda atónita ante la oferta de Maya sería quedarse increíblemente corta. Es inesperado y tan sorprendente que Carina casi no está segura de que haya sucedido. Pero sabe que sí por la mirada que Maya le dirige en ese momento, firme y llena de seguridad a pesar de la duda y la incertidumbre en sus ojos.

“¿Estás segura?” Carina le pregunta suavemente, queriendo darle a Maya la oportunidad de retractarse. Sería la mayor cantidad de tiempo que pasarían en compañía de l otra y, por mucho que a Carina no quiere que Maya haga nada que realmente no quiera hacer. “No quiero molestarte.”

“No lo harías. Yo uh…” Maya sacude la cabeza, aplanando lentamente la palma de la mano sobre el portapapeles mientras se aclara la garganta. Suspira y se encuentra con la mirada interrogante de Carina, añadiendo suavemente con una pequeña sonrisa tranquilizadora. “No lo harías.”

Intenta encontrar algún indicio de que Maya lo dice simplemente para hacerla sentir mejor, pero Carina ya debería haber aprendido que Maya no dice cosas que no piensa, que cuando dice que va a hacer algo, es que lo va a hacer. Carina devuelve la sonrisa de Maya con la suya propia, asintiendo mientras las mariposas revolotean excitadas en su vientre.

“Entonces me parece muy bien.”

***

Carina no duerme mucho la noche antes de empezar su fin de semana de turismo.

Puede parecer una tontería, pero hacía mucho tiempo que no estaba tan emocionada por algo. O por alguien. No es que espere que pase nada con Maya. Carina espera, por supuesto, pero lo que más significa para ella es pasar tiempo con Maya y tal vez llegar a conocerla mejor. Es todo lo que ha querido desde que vio a Maya por primera vez en la sala de urgencias del hospital.

Y ahora que está sucediendo, realmente sucediendo, Carina se encontró completamente atacada por los nervios. Incluso intentó llamar a Gabriella, buscando un poco de confianza en su mejor amiga, pero en su lugar obtuvo el tono de ocupado. Eso había sido cuanto menos sorprendente, teniendo en cuenta lo temprano que era por la mañana para que Gabriella ya estuviera ocupada. Pero también terrible en el sentido de que no había nada que distrajera el inquieto cerebro de Carina hasta que finalmente se quedó dormida en algún momento de la noche.

Así que no es ninguna sorpresa que se haya perdido el desayuno y llegue tarde a la cita con Maya.

Carina la ve de pie junto a la entrada donde habían quedado y no puede evitar un suspiro de alivio al ver a Maya allí de pie y esperándola pacientemente. Se detiene en su camino hacia Maya, queriendo tomarse un momento para asimilarla completamente antes de que se dé cuenta de la presencia de Carina.

Hay algo tan seductor en Maya que hace que Carina siga encantada con ella. Conoce a Maya desde hace más de tres meses y el encanto parece seguir creciendo. Sea lo que sea, Carina no quiere que pare nunca. A pesar de que probablemente no sea lo más inteligente, de que probablemente termine rompiendo su propio corazón, Carina no quiere que esto termine.

La alternativa habría sido no conocer nunca a Maya y, de algún modo, Carina tiene la corazonada de que eso es mucho peor. Y Carina sabe muy bien que la vida es demasiado corta para abstenerse de las cosas que le recuerdan lo viva que está realmente.

Y si eso es lo que va a pasar con Maya, que así sea.

Observa cómo Maya mira a su alrededor, ajena a la embelesada atención de Carina, hasta que finalmente sus miradas se cruzan y la misma sonrisa de ensueño se dibuja lentamente en el rostro de Maya. Carina suelta un suspiro tembloroso al verla y hace todo lo posible por serenarse mientras le devuelve la sonrisa. Se apresura a acercarse. “Maya, siento mucho llegar tarde.”

Maya sacude la cabeza, haciendo caso omiso de sus disculpas. “No pasa nada.” Su sonrisa se vuelve insegura mientras sostiene con cuidado la bolsa de papel que Carina le había visto sujetas. “¿Has… uh… Has desayunado? Tuve que pedírselo a Marissa, pero te traje lo de siempre de la cafetería de la clínica.”

Coge la bolsa de las manos de Maya y, al abrirla, sonría al ver una humeante taza de macchiato para llevar y una magdalena de chocolate negro recién horneada. Carina levanta la vista y descubre que Maya sigue luciendo esa sonrisa vacilante y no puede entender cómo no está destinada a dejarse llevar por ella cuando se lo pone tan terriblemente fácil.

“Oh, Maya Bishop” suspira, acercándose la bolsa al pecho para poder respirar los maravillosos olores. “Eres mi heroína.”

Maya se ruboriza al oír su tierna declaración y esboza una pequeña sonrisa de orgullo. Hace un gesto con la cabeza hacia la zona de asientos que hay justo al lado de la entrada. “Vamos, podemos ir allí para que disfrutes de tu desayuno.”

Sigue a Maya hacia un banco vacío. “¿Has ido a terapia esta mañana?” Le pregunta con el ceño fruncido, sacando la taza de la bolsa que tiene a su lado.

Maya niega con la cabeza y se apoya en el respaldo del banco. “No, he salido a correr temprano y, como has pagado la entrada, he pensado en comprarte algo por el camino, por si acaso.”

Hace una pausa y se lleva la taza a los labios. “Oh no, eres una de esas horribles personas mañaneras, ¿verdad?” Ella jadea ante la inmediata sonrisa culpable en la cara de Maya, arrugando la cara mientras sacude con vehemencia la cabeza en señal de desaprobación. “Esto no está bien. No sé si nuestra relación podrá sobrevivir a esto.” Carina sonríe ante la risa incómoda que provoca en Maya antes de dar por fin el primer sorbo a su bebida. Tararea satisfecha por el sabor.

“¿Llevas mucho tiempo esperando aquí?” Le pregunta a Maya, abriendo la bolsa de papel para sacar esta vez su magdalena.

Maya niega con la cabeza y se apoya en el respaldo del banco mientras se pasa los dedos por el pelo rubio. Carina está tan acostumbrada a verla con el pelo recogido que resulta casi inquietante lo excepcionalmente tentada que está de estirar la mano y pasar sus propios dedos por el pelo de Maya. “Sólo unos quince minutos. Y ya he recogido las entradas, así que no tengas prisa.”

“Gracias” murmura en voz baja, dando un pequeño mordisco a su magdalena. “¿Cómo te ha ido la semana?” Pregunta después de tragárselo.

“No muy mal” se encoge de hombros Maya. “En la 19 tuve algunas llamadas, pero nada grave.”

Ella asiente con la cabeza, después de haber visto algunos pacientes que fueron llevados a la sala de emergencias por los bomberos de la Estación 19, pero por desgracia no había ningún avistamiento de la capitán de la estación en ningún lugar. “Ya me lo imaginaba, porque no te he visto.”

Maya sonríe ligeramente. “¿Me estabas buscando?”

Se burla ligeramente de la pregunta burlona. “Siempre te estoy buscando.”

“Coqueta” se ríe Maya mientras sacude la cabeza.

Carina se encoge de hombros, sonriendo tímidamente mientras mira directamente a Maya. “Eso no significa que no sea verdad.”

Maya le devuelve la mirada con una intensidad que hace que Carina contenga la respiración y espere, espere, espere. “Cómete el desayuno” parece decirle suavemente, con una tierna sonrisa en los labios.

Ella, obediente, le da un mordisco a su magdalena, tragándose la esperanza que le latía en el pecho.

***

Están a mitad del postre cuando se oyen los gritos.

Tanto ella como Maya giran la cabeza hacia donde viene. El cuerpo de Carina se tensa de inmediato y deja caer el tenedor, dispuesta a ofrecer asistencia médica si la situación lo requiere. Se da cuenta de que Maya empieza a levantarse de su silla, dispuesta a ayudar.

Pero cuando por fin localiza la fuente de los gritos, se encuentra con una pareja al final de una proposición con lágrimas de felicidad y sonrisas aún más felices.

Carina exhala un suspiro y sus hombros se relajan. Se ríe entre dientes, sacudiendo la cabeza ante el espectáculo que se ve a unas mesas de distancia. Cuando mira a Maya, que vuelve a sentarse, la encuentra mirando a la pareja con una cálida sonrisa en la cara.

No puede evitar pensar en las semanas pasadas en el café, en las cosas de las que hablaron y, mirando a Maya ahora mismo, Carina se da cuenta de lo mucho que debe ser algo que Maya quiere para sí misma. Los últimos dos días con Maya y pasar todo este tiempo con ella le ha enseñado a Carina tanto sobre ella, sobre los lados de ella que Carina de alguna manera conoce y que nadie más conoce. Pero es a ella a quien Maya está permitiendo conocerlos, como si esos altos muros suyos hubieran ido bajando poco a poco.

Nunca se habría imaginado que Maya fuera del tipo de persona a la que le gustaran gestos tan románticos como una proposición en público y, sin embargo, ahí está, observando con una sonrisa melancólica en la cara. Carina se aclara sutilmente la garganta y sonríe disculpándose cuando Maya le devuelve la mirada y le dedica una sonrisa pícara antes de volver a su propio postre.

“¿Has estado enamorada alguna vez, Maya?” pregunta en voz baja, colocando el tenedor junto al plato.

Maya parece comprensiblemente sorprendida por la pregunta, enarcando ligeramente las cejas mientras mastica lentamente el último bocado de su tarta. La frivolidad de sus ojos ha desaparecido, sustituida por algo más solemne y pensativo. Observa cómo Maya deja el tenedor con cuidado antes de echarse el pelo hacia atrás y dejar caer la mano sobre la mesa.

Carina está a punto de retractarse de su pregunta cuando Maya por fin le responde con suavidad.

“Sí” baja la mirada hacia el plato vacío que tiene delante antes de volver a levantarla. A Carina se le aprieta el corazón en el pecho al ver la sonrisa de derrota de Maya. Nunca había visto los ojos azules de Maya tan apagados, tan nublados por lo que sólo puede describir como pena. “Yo… sí. Sí.”

Ahora todo tiene sentido para Carina, esta tristeza que Maya siempre ha parecido llevar como una segunda piel desde que se conocieron. Un amor perdido. “Lo siento” dice en voz baja.

“Oh hey, no.” Sacudiendo la cabeza, Maya le dedica una sonrisa destinada a reconfortarla. “No tienes nada por lo que disculparte.” Le asegura antes de encogerse débilmente de hombros. “La vida simplemente… tenía otros planes para nosotras.”

Carina empieza a juguetear con el borde de su servilleta, reprimiendo el impulso autocomplaciente de estirar la mano y agarrar la de Maya. “¿Habrías cambiado algo?”

Maya respira hondo y suelta el aire poco a poco. “No” responde tranquilamente, con una certeza que indica a Carina que ha pensado mucho en ello. Maya niega con la cabeza. “No cambiaría ni un segundo del tiempo que pasé con ella. Ni siquiera…” Se detiene y vuelve a sacudir la cabeza. “No cambiaría nada.”

A pesar de la simpatía que siente por la angustia de Maya, tampoco puede evitar sentir un poco de envidia. No tanto de que Maya haya amado y haya sido amada por otra persona, sino simplemente de que Maya haya amado. Aunque haya terminado, es evidente que Maya pudo experimentar un tipo de amor que Carina, en lo más profundo de su ser, siempre ha anhelado tener.

Andrea siempre le había reprochado esto, que nunca era capaz de permanecer en una relación y comprometerse con nadie más de tres meses. Pero lo que él nunca supo – y Carina tampoco – es que nunca fue que ella no fuera capaz de hacer esas cosas, sino más bien que simplemente no había conocido a nadie que la hiciera querer comprometerse, que la hiciera querer quedarse.

“Si te sirve de algo…” Responde, levantando la vista de sus manos aún inquietas para encontrase con la mirada de Maya. “Parece que tuvo mucha suerte de tenerte.”

“Tuve mucha suerte de tenerla. Más que afortunada.” Le dedica a Carina una sonrisa de agradecimiento y sus ojos melancólicos se aclaran un poco. Y en un movimiento impresionante que Carina no espera en absoluto, Maya extiende la mano para agarrarla y apretarla con fuerza. “Y en realidad vale mucho” añade en voz baja.

Comparten una sonrisa antes de que Maya le suelte la mano y levante la suya para llamar la atención de un camarero. “¿Lista para la próxima aventura?”

“¿Contigo? Siempre.”

La sonrisa de Maya se ensancha.

***

La luna está llena y luminosa contra el oscuro cielo nocturno cuando deja a Maya en su edificio de apartamentos.

Acaban de cenar en un restaurante que, según Maya, es su favorito. Definitivamente no es lo que Carina suele comer, pero no puede decir que no le haya gustado. Por no hablar de lo adorablemente emocionada que estaba Maya por llevarla allí.

“Hoy me lo he pasado bien” Le dice a Maya una vez que ha echado el freno de mano antes de aparcar el coche. Carina se vuelve hacia ella. “De verdad, todo este fin de semana ha sido increíble.”

En su pecho se instala la terrible sensación de que nunca volverá a ocurrir algo como lo de este fin de semana. Pero no sabe cómo pedírselo a Maya, cómo decirle lo mucho que le gustaría que se repitieran estos dos días.

“Me alegro” responde Maya con una sonrisa dolorosamente tierna que no ayuda en absoluto a mejorar la situación de Carina. “¿Te gusta Seattle un poco más ahora?”

Carina resopla ante la pregunta burlona. “Ya te lo he dicho. No es que no me guste Seattle. Es que… no lo conozco muy bien.” Protesta. Maya se limita a mirarla en silencio con una sonrisa cómplice que Carina no puede evitar poner los ojos en blanco al verla. “Vale, sí, ahora me gusta más. ¿Contenta?”

“Mucho” ríe Maya, con una molesta sonrisa de triunfo en la cara. Se desabrocha el cinturón de seguridad antes de poner la mano en la puerta. “Gracias por llevarme a casa.”

“No hay problema” murmura suavemente Carina, mordiéndose el labio inferior para no decirle a Maya que ofrecerse a llevarla a casa en realidad significaba que podía retrasar su despedida. “Gracias por regalarme todas las aventuras y comprarme todos los recuerdos. No tenías por qué hacerlo.”

Mira hacia el asiento trasero del coche y observa las bolsas que hay detrás. Maya se ríe y niega con la cabeza. “Sí, tenía que hacerlo. Te recordará dónde has estado y el tiempo que has pasado hoy.”

Carina se burla. “Como si fuera a olvidar este fin de semana.” Responde en voz baja, con el corazón agitado por la forma en que Maya la mira ahora.

“¿Quieres…” Maya hace una pausa para lamerse los labios. “¿Quieres subir un rato? No pasa nada, si no quieres…”

“Sí, me gustaría subir” Se apresura a responder, sin darle a Maya la oportunidad de retractarse de su oferta y con muchas ganas de pasar más tiempo con ella.

El tiempo que transcurre entre que salen del coche, suben al ascensor y se dirigen al apartamento de Maya parece un borrón. Carina no se da cuenta de nada, no ve nada fuera de cada movimiento que hace Maya.

No es que crea que vaya a pasar nada entre ellas. No quiere suponer algo así tan fácilmente, pero no puede dejar de lado la mera idea de que van a estar solas en el apartamento de Maya. No puede olvidar la forma silenciosa en que Maya le devuelve la mirada. Hace que Carina se sienta eléctrica.

“¿Quieres algo de beber?” Le pregunta Maya cuando ya están dentro.

Asiente con la cabeza y mira a su alrededor mientras sigue a Maya a la cocina. “Un poco de agua estaría bien” responde cuando Maya la mira interrogante. Maya se acerca a la nevera y saca una jarra de agua. “Tu casa es muy… cómoda.”

De alguna manera, el apartamento de Maya es exactamente como Carina se lo habría imaginado, pero al mismo tiempo no lo es. Está limpio, bien cuidado y organizado de la única manera que Maya Bishop puede hacer que su casa sea, pero también hay algo en él que hace que Carina se sienta ya tan a gusto de estar aquí.

“Gracias” responde Maya, cogiendo un vaso vacío en el vierte el agua antes de tendérselo a Carina. “Aquí tienes.”

“Gracias.” Carina extrae el vaso de la mano de Maya, lenta y deliberadamente, dejando que las yemas de sus dedos apenas rocen los dedos de Maya. Bebe un largo sorbo, sintiendo la mirada implacable de Maya mientras lo hace. El agua fría le resulta tan agradable y refrescante al tragarla, pero no le ayuda a sofocar el hormigueo que le sube por la espalda cuando sus ojos se cruzan con los de Maya.

Se lame los labios mientras deja suavemente el vaso vacío sobre la encimera de la cocina, con los ojos fijos en los de Maya, y Carina no lo sabe, ni siquiera es consciente de que avanza hasta el momento en que se encuentra a escasos centímetros de ella. Le recuerda a Carina la primera vez que la vio en la sala de urgencias, cómo había sentido esa misma atracción indescriptible por acercarse más y más hasta que todo su mundo consistió en nada más que el azul océano de los ojos de Maya.

Maya no ha dicho ni una palabra sobre su proximidad, no ha mostrado ningún signo de que le incomode o de que no la quiera. Parece tensa, casi como si estuviera esperando a que algo suceda, a que Carina haga algo.

Y lo hace.

Levanta la mano con cuidado para apartar el mechón de pelo de Maya que había caído sobre su mejilla y se lo coloca suavemente detrás de la oreja. Maya suelta un suspiro entrecortado y tembloroso, con los ojos desorbitados mientras Carina pasa suavemente el dorso de los dedos por la cara de Maya.

Sólo cuando los ojos de Maya se posan en sus labios, cuando la voz de Maya sale en un ronco susurro para decir “Carina”, cruza la corta distancia que las separa y la besa.

Al primer roce de sus labios y para deleite del corazón desesperadamente hambriento de Carina, Maya gime y es el sonido más dulce que jamás ha oído, un sonido que ya quiere oír una y otra y otra vez. Sus manos caen a la cintura de Maya, agarrándola por los costados con firmeza mientras la apoya contra la encimera de la cocina.

“Carina” gime contra sus labios, empezando a profundizar el beso cuando de repente se separa. “Espera, joder, espera…”

Hace falta todo su ser para detenerse y dar un paso atrás, con el pecho agitado mientras intenta recuperar el aliento. Observa preocupada cómo Maya entierra la cara entre las manos, murmurando palabras que no puede oír. “Maya, ¿estás bien? Lo siento si…”

Maya se quita las manos de la cara y Carina se le desgarra el corazón al ver sus ojos enrojecidos. Niega con la cabeza, con una expresión suplicante en el rostro. “No, no. No has hecho nada malo, ¿vale? Tú estás bien… Tú eres… eres perfecta. Dios, eres tan…”

La confusión la golpea cuando Maya no continúa y simplemente se aparta de estar entre ella y la encimera de la cocina. Maya empieza a caminar de un lado a otro, con las manos retorciéndose el pelo, murmurando para sí misma. Carina la sigue cuando se dirige al salón. “Maya, por favor, me estás asustando.”

Eso detiene a Maya en seco, el remordimiento tan devastadoramente visible en sus ojos azules ahora. “Lo siento.”

Intenta acercarse a Maya y su corazón se rompe un poco cuando Maya da un paso atrás. “Por favor, habla conmigo, Maya.”

Maya mira alrededor de su sala de estar, frunciendo el ceño profundamente en lo que sea que está pensando y Carina le da el espacio para hacerlo, de alguna manera sabiendo intrínsecamente que no puede presionar demasiado a Maya para que hable hasta que esté lista. Una mirada destruida cruza el rostro de Maya antes de exhalar un suspiro resignado y encontrarse con la mirada de Carina.

“¿Puedes sentarte, por favor?” Pregunta en voz baja, tan baja que Carina apenas puede oírla. “Tengo que decirte algo.”

Se sienta tranquilamente en el sofá junto a Maya, inclinando su cuerpo hacia ella. Tiene las manos inquietas y las junta sobre el regazo. Maya la mira fijamente y ella se pregunta qué es lo que Maya está tratando de encontrar, qué es lo que está viendo. Su corazón se retuerce ante el remordimiento y la agonía que arcan el rostro de Maya antes de apartarse de ella, como si no pudiera soportar siquiera mirarla.

Mientras Maya respira hondo, Carina se recuerda a sí misma que debe ser paciente, que sea lo que sea lo que Maya quiere contarle no puede ser tan malo como imagina.

Es mucho peor.

“Nosotras… Ibas de camino al aeropuerto y fue entonces cuando ocurrió.”

Chapter 5: Interludio. Sección II. Capítulo 4: Nadie dijo que sería tan difícil

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INTERLUDIO

La vida de Maya no ha vuelto a ser la misma desde el accidente y, aunque ya ha pasado casi un año, sigue recordándolo todo con la misma nitidez.

Se encuentra con la mirada paciente de Carina, llena de tanta preocupación y cuidado, ninguno de los cuales Maya merece de ella. Y menos ahora. Siente que el corazón se le acelera con una rapidez tan angustiosa que tiene que recordarse a sí misma que debe respirar lenta y profundamente.

No se le escapa lo fácil que es hacerlo mientras mira los ojos marrones de Carina.

El mejor lugar para empezar es el principio.

Se aparta de Carina y se inclina hacia delante para apoyar los codos en las rodillas. Maya no soporta mirarla mientras hace esto. No podrá decir todo lo que tiene que decir si mira a Carina ni siquiera un segundo.

Maya se mira las manos y las aprieta con tanta fuerza que se le blanquean los nudillos, mientras respira por última vez.

Y empieza.

“Nosotros… Ibas de camino al aeropuerto y fue entonces cuando ocurrió.

 

Sección II

Todo el mundo me dice que el tiempo lo cura todo, pero nadie me dice qué debo hacer ahora. Ahora mismo no puedo dormir. Ahora mismo no puedo comer. Ahora mismo sigo oyendo su voz y sintiendo su presencia aunque sé que no está aquí. Ahora mismo lo único que parezco hacer es llorar. Lo sé todo sobre el tiempo y la curación de las heridas, pero aunque tuviera todo el tiempo del mundo, ahora mismo no sé qué hacer con todo este dolor.

-Nina Guilbeau (Demasiadas hermanas)

 

Capítulo 4: Nadie dijo que sería tan difícil

No sabe cuanto tiempo se queda mirando la puerta después de que Carina se marchara al aeropuerto.

Se había cerrado tan silenciosamente – Carina ni siquiera se dignó a dar un portazo, lo cual es mucho peor -, pero el clic del mecanismo de cierre suena tan fuerte en los oídos de Maya. Siente que le flaquean las rodillas, pero de algún modo Maya se mantiene en pie, respirando con dificultad mientras su corazón sigue acelerándose enloquecido por las secuelas de aquella última pelea.

Su estúpida boca. Su estúpida, jodida boca.

Es casi increíble cómo corre tan rápido como ella, más rápido de lo que su cerebro puede alcanzar para decirle que se calle de una puta vez.

“Joder” grita, enterrando la cara entre sus manos temblorosas. “No, no mires hace delante, Bishop, respira, joder” empieza a murmurar y a repetirse una y otra vez, mientras se pasa los dedos por el pelo. “Solo… dios, solo respira.”

Su cerebro le grita que se mueva, que corra tras Carina. No puede dejar que Carina la abandone así, no cuando las últimas palabras entre ellas estaban tan llenas de ira. ¿Y si realmente decide no volver?

Ese ha sido siempre el temor de Maya, pero ahora, ¿qué razón tiene Carina para volver cuando Maya acaba de hacer añicos su relación? Tiene que correr detrás de Carina, al menos para mejorar las cosas antes de que se vaya de verdad y posiblemente no vuelva nunca.

Pero sus pies, Dios, sus pies. Están anclados al suelo y se niegan a moverse, demasiado paralizados por el miedo como para hacer lo que se supone que deben hacer. “Por favor” empieza a suplicar, mirando fijamente entre sus pies y la puerta. “Por favor, solo moveos. No puede haber ido muy lejos todavía. Somos rápidos. Podemos alcanzarla.”

Pero sus pies no se mueven. Se quedan en su sitio, esas cosas traidoras. Corren cuando no deben, no corren cuando deben.

A lo lejos, oye música y tarda demasiado en reconocer que es su teléfono, que alguien la está llamando. Se pregunta quién puede ser. Podría ser Andy.

O tal vez sea Carina.

Y eso es todo lo que hace falta. De repente, los pies de Maya son ligeros como una pluma, ingrávidos mientras corre y tropieza consigo misma para llegar al lugar donde había dejado el teléfono. Se lo había sacado del bolsillo después de que ella y Carina se cayeran del sofá. Maya se zambulle para coger su teléfono debajo de la mesita.

Frunce el ceño confundida al ver el nombre que la mira.

Miranda Bailey.

Pero entonces Maya recuerda que hoy operaban a Ben y que había planeado ir allí como apoyo moral. Le preocupa que algo haya ido mal en la operación para que Miranda la llame.

Dios, no puede soportar que ocurra otra cosa mala en este momento.

Le tiembla la voz cuando acepta la llamada. Se da cuenta de que ha pasado poco más de una hora desde que Carina se fue. “Hey” hace una pausa para aclarase la garganta, no quiere alarmar a Miranda. “Estaré pronto en el hospital. Sólo necesito… sólo necesito ordenar algunas cosas.”

Tiene que recomponerse. Maya es un puto desastre ahora mismo y sólo necesita unos minutos para recomponerse. Luego irá al hospital, visitará a Ben y le deseará lo mejor, y después volverá a casa para volver a derrumbarse hasta que Carina vuelva a casa.

A casa.

Se supone que ella es el hogar de Carina. Eso es lo que ella dijo. Eso es lo que dijo Carina. ¿Pero cómo puede Maya ser su hogar, cuando esto es lo que le hace? ¿Cuándo sigue haciendo y diciendo cosas que siempre terminan lastimándola? ¿Qué clase de hogar es ese?

No es un hogar feliz, ni seguro. Y de todas las personas que ambas conocen, Maya entiende lo que es vivir en un hogar inseguro e infeliz. Así era la vida con su padre. Y esa fue la vida de Carina con su padre.

¿Cómo puede pedirle a Carina que se case con ella, que pasen el resto de sus vidas juntas, cuando esto es lo que Maya trae consigo?

“Maya”

Maya se detiene.

Todo se puto para.

Algo terrible y petrificante se cuaja en su vientre al oír el tono de Miranda. Sacude la cabeza. No. No puede pensar eso. No puede pensar en eso.

“¿Qué… qué pasa?”

“Necesitamos que vengas al hospital. Es… es Carina.”

***

La cabeza le da vueltas, le da vueltas, joder.

Los días se le han escapado desde el accidente de Carina. Una colisión con otro todoterreno que iba a toda velocidad hacia el aeropuerto, y chocó por detrás al coche del conductor del Lyft de Carina, haciendo que chocara con el coche que tenían delante.

Ella no estaba allí cuando Carina se despertó, después de haber sido finalmente convencida por Andy para ir a casa, ducharse y descansar. Cuando Maya había dormido una buena hora, recibió el mensaje que le informaba de que Carina se había despertado. Maya jura que nunca había corrido tan rápido, ni siquiera en las Olimpiadas.

Pero no se lo esperaba.

Maya hace todo lo posible por escuchar la explicación de la Dra. Shepherd, pero se aferra con fuerza a la ‘amnesia retrógrada’ y no puede olvidarla. No escucha más que fragmentos que no puede conciliar con lo que realmente le está ocurriendo a Carina.

“Espera, ¿hasta cuándo?” pregunta cuando percibe algo.

“Su último recuerdo lúcido es de hace cuatro años” repite la doctora Shepherd con calma y paciencia, antes de añadir. “Poco después de llegar a Seattle.”

“Así que no recuerda…” se interrumpe, empezando a sentirse ligeramente mareada, como si el giro hubiera vuelto aún más rápido. “¿nada, sobre Andrew?”

Piensa en los pocos días que Carina y ella pasaron juntas encerradas en casa mientras lloraba la muerte de su hermano. Los ruidos de arrastre durante toda la noche, que le decían que Carina volvía a caminar sin rumbo por su apartamento, incapaz de dormir porque cada vez que cerraba los ojos veía a Andrew. Mya había esperado muchas lágrimas y muchos más sonidos lúgubres, pero nunca esperó que el silencio general de Carina fuera más desgarrador, que su grito más fuerte no fuera más que un quejido contenido.

Maya recuerda lo inútil que se sentía, lo perdida y desesperada que había estado sobre cómo consolar a la persona que más quiere en el mundo.

Carina siempre lo hacía parece tan fácil, tan sencillo.

Una expresión preocupada cruza el rostro de la doctora. “Fue la primera persona a la que pidió ver” murmura en voz baja. “Pero pensamos que era mejor que viniera de un ser querido y no de nosotros.”

El pánico se apodera de su pecho al pensar que tendrá que darle esta noticia a Carina. ¿Pero cómo va a hacerlo si Carina ni siquiera la conoce, no la recuerda? ¿Sigue contando como un ‘ser querido’?”

“¿Hay… puede… quiere…?”

Afortunadamente, la Dra. Shepherd entiende lo que Maya intenta preguntar. ¿Existe la posibilidad de que Carina recuerda? ¿Puede recuperar sus recuerdos? ¿Los recuperará algún día? La Dra. Shepherd asiente lentamente. “Es posible, pero no hay garantías, Maya. Puede volver a recordarlo todo en una hora, una semana…”

Esa sensación de dar vueltas se intensifica aún más y Maya cree que está a punto de vomitar. “¿Meses? ¿Años?” Continúa la doctora, y su corazón se hunde aún más ante el silencio que se produce. “¿Y si nunca lo recuerda?”

Se da cuenta de que la Dra. Shepherd quiere ofrecerle obviedades, cosas que probablemente diría a la familia de un paciente. Pero quizá porque se trata de Carina ni siquiera lo intenta y Maya lo agrade enormemente.

“Ahora mismo, sólo tenemos que pensar en lo que Carina necesita” responde en cambio la Dra. Shepherd. “Y necesita una cara conocida. Alguien a quien conociera antes de venir aquí, alguien que pueda hacerla sentir segura.”

Por la expresión de su cara, ambas saben que no puede ser Maya. No es una cara familiar en absoluto. Y sólo hay un nombre que le viene a la mente. “Entonces tienes que llamar a Gabriella Aurora.”

La Dra. Shepherd frunce el ceño, confundida por su sugerencia. “Su nombre figura como contacto de emergencia de Carina, pero ¿cuál es la relación?”

Maya asiente distraídamente, sin sorprenderse de saberlo. No deberían hablar con ella de nada de esto. No debería estar aquí, pero Miranda había sido quien la llamó después del accidente de Carina y se había dado por sentado que su presencia no sería cuestionada.

“Es la mejor amiga de Carina. No hay nadie más. Su padre es…” Maya sacude la cabeza, no queriendo decir nada en caso de que Carina nunca le contara a Amelia sobre Vincenzo DeLuca. “Ella no lo querrá y tiene parientes en Italia, pero no sé cómo ponerme en contacto con ninguno de ellos. Aunque Gabriella podría.”

“¿Quieres hacer la llamada?” Pregunta suavemente la doctora Shepherd. “No pasa nada si no quieres. Podemos hacer la llamada por ti.”

Maya niega con la cabeza ante la oferta, a pesar de que cada parte de ella quiere aceptarla. Pero sabe que no puede. Tiene que ser ella quien lo haga. Por Carina. “No, probablemente sea mejor que Gabriella lo escuche de mí.”

La neurocirujana asiente. Empieza a darse la vuelta, pero se detiene y Maya puede ver fácilmente cómo deja escapar su fachada de doctora y la sustituye por la de una conocida preocupada. “¿Hay… hay algo que pueda hacer para ayudarte?”

Traga grueso. “No… no lo sé” responde en un susurro, ganándose una sonrisa comprensiva.

“No pasa nada. Ahora mismo no necesita saber nada. Pero estoy aquí para las dos.”

Asintiendo agradecida, Maya le dedica una sonrisa temblorosa. “Gracias, doctora Shepherd.”

“Amelia, por favor” insiste suavemente antes de asentir. “Te dejo entonces.”

Al principio, Maya no está segura de adónde quiere ir. Se deja guiar por sus pies, recorriendo pasillos y subiendo escaleras hasta que se encuentra en la capilla del hospital.

No había vuelto aquí desde aquel día con Carina, esperando a que terminara la operación de Andrew. Maya piensa en lo fuerte que Carina le había agarrado la mano, en lo húmeda que estaba la palma de la mano de Carina, en cómo sus uñas se habían clavado tan profundamente en el dorso de la mano de Maya que las huellas dejadas en su piel duraron durante horas.

Le había dolido y le había escocido, y sabía que si Carina le hubiera clavado un poco más, habría sangrado, pero Maya no le dio importancia. Soportaría todo el dolor sólo para que Carina no tuviera que hacerlo.

Maya no es muy creyente en nada y sabe que Carina tampoco lo es, pero por alguna razón, la capilla la había reconfortado. Así que camina hasta donde están las velas y enciende una con cuidado antes de sentarse donde Carina y ella habían estado hace unos meses.

No sabe si aquí no está permitido llamar por teléfono, pero bueno, aquí no hay nadie que se lo impida.

Teclea en la búsqueda de contactos el número de Gabriella. Carina lo había añadido como medida de emergencia, por si Maya no podía ponerse en contacto con ella en Italia y Gabriella era su segunda mejor opción.

Piensa en que probablemente Carina no pensó que ésta sería la emergencia para la que se utilizaría el número de Gabriella, aunque supone que, en cierto modo, éste es el momento adecuado para usarlo. Maya no puede comunicarse con Carina.

Maya pulsa el nombre de Gabriella y espera a que empiece a sonar, calculando mentalmente que es alrededor de medianoche en Italia. Recuerda que la mejor amiga de Carina es bastante insomne, así que es de esperar que esté despierta. Tardan unos cuantos tonos más en coger la llamada y oye la voz familiar de Gabriella.

Y todo lo que Maya siente ahora es alivio, alivio de que Carina no vaya a estar sola.

Eso es lo único que importa ahora.

***

Al día siguiente de hacer la llamada y con los protocolos actuales de COVID, Gabriella no llegará a Seattle hasta dentro de una semana, así que Maya se dedica a prepararlo todo.

El suspiro que exhala al introducir la llave en la cerradura es muy pesado y ya está muy cansada. Sabe que tiene que hacerlo, pero siempre había esperado hacerlo con Carina y, desde luego, no en estas circunstancias. Con otro suspiro, gira la llave y empuja la puerta para abrirla.

Se detiene mucho antes de llegar a la mitad del recorrido. Por supuesto, se había olvidado de la puerta principal, que se atasca. Maya se recuerda a sí misma que lo arreglará una vez que haya terminado con todo lo demás mientras da una patada a la puerta para que se abra.

El aire que la recibe es tan rancio que tose incluso antes de dar un paso adentro. Hay polvo en prácticamente todas las superficies que puede ver, la lona cubre todos los muebles. Supone que no es ninguna sorpresa, ya que hace unos meses que nadie viene aquí.

Desde que Andrew vivía aquí.

Ella y Carina vinieron una vez después de que él muriera. Sabe que Carina supuso, en la lista de cosas que Maya había hecho por ella, que había hecho empaquetar todo lo que había en el apartamento y lo había trasladado a un almacén. Que todo estaba guardado para más adelante, cuando Carina estuviera por fin preparada para revisarlo todo.

Pero ese día, Maya había echado un vistazo al apartamento y supo que no había forma de que pudiera quitárselo a Carina, no cuando ya le habían quitado tanto. A Maya le gustaba Andrew y esperaba que, con el tiempo, establecieran un vínculo más fuerte. Pero para algo como esto, sólo alguien que lo amara debería poder hacerlo, lo que significaba que lo correcto era que ese alguien fuera Carina.

Así que lo único que hizo Maya fue transferir el nombre del apartamento a Carina y hacerse cargo ella misma de los pagos del alquiler. Tendrá que explicarle todo esto a Gabriella cuando llegue.

Pero eso puede esperar. Ahora toca limpiar.

Empieza por el que será el dormitorio de Carina. Maya agradece que Andrew se haya decidido por un piso de tres habitaciones. Significa que aún puede dejar su dormitorio solo, que al menos, aún puede dejarlo para Carina. Para cuando esté preparada.

El dormitorio de invitados fue claramente utilizado como una especie de sala de estudio. Hay libros de texto de medicina y papeles esparcidos por el suelo de la habitación y una pequeña pizarra en un rincón con garabatos ilegibles que Maya apenas puede leer. No puede evitar sentirse reconfortada al ver que se trata de una escena tan familiar para ella.

“Obviamente, lo del desorden viene de familia” murmura secamente para sí misma.

Maya empieza a recogerlo todo mientras hace una lista mental de las cosas que necesitará para hacer de éste un espacio cómodo y habitable. Un hogar para Carina. Intenta por todos los medios no pensar en que es un hogar que no compartirán juntas.

No está segura de cuánto tiempo ha pasado cuando termina de limpiar la habitación, pero su teléfono le dice que han pasado cuatro horas desde que empezó. La cama que encargó para Carina no llegará hasta dentro de un par de días, así que mañana puede dedicarse a empaquetar las cosas de Carina en su casa, o incluso empezar esta noche.

Lo único que ha traído de su piso son las fotos de la madre de Carina y de Andrew, las que Carina tenía en la mesilla de noche. Maya las sacó de la mochila que dejó en el salón y las colocó sobre la repisa de la chimenea, una al lado de la otra. Maya echa un vistazo y asiente con la cabeza. Sabe que Carina querrá que estén aquí.

Suspira al ver sus rostros sonrientes, rostros que le resultan más familiares que los de su madre y su hermano. “La cuidaréis por mí, ¿verdad? Los dos.” Maya levanta la mano para quitar una mota de polvo de la esquina del marcho de Andrew. “Sé que… sé que lo habéis estado haciendo pero… ya sabéis lo que voy a hacer y que probablemente, muy definitivamente me odiaréis ahora si no lo hacéis ya después de esa última pelea.”

La culpa se retuerce en su pecho al pensar en aquella pelea. Mira la foto de la madre de Carina. No es difícil ver de dónde ha sacado Carina su sonrisa y sus ojos, la bondad que brilla tan intensamente en ellos. “Lo siento” susurra, con la voz entrecortada por el insoportable remordimiento que se está convirtiendo en parte de ella. “Yo también seguiré intentado cuidar de ella. Es sólo que… ella estará mejor así.”

Intenta no pensar en Carina sola en el hospital. Pero no lo está. La Dra. Shepherd está allí con ella, cuidándola. Y también la Dra. Bailey. Carina no está sola. No está sola. Pero decirse esto a sí misma constantemente, nunca va a quitar el aguijón de la vergüenza de no estar allí al lado de Carina.

“Volveré” añade finalmente antes de recoger su mochila de camino a la puerta principal. Le espera una larga noche.

Maya no se acuerda hasta dos semanas después, cuando Gabriella le manda un mensaje para decirle que Carina ha recibido el alta y se va al apartamento de Andrew.

Se olvidó de arreglar la puerta.

***

Al oír que llaman insistentemente a la puerta principal, Maya coge rápidamente su mascarilla para ponérsela antes de ir a abrir.

De todas las personas que espera ver, Gabriella definitivamente no está en ninguna parte de esa lista ni remotamente cerca de ella. “¿Qué haces aquí?”

Gabriella arquea una ceja, y Maya acaba de darse cuenta de que lleva una sonrisa irritante detrás de la máscara. “Los americanos no sois muy buenos con la hospitalidad, ¿verdad?” pregunta antes de que el brillo burlón de sus ojos se suavice. “No está conmigo.”

Sus hombros caen al oír eso, no sabe si aliviada o decepcionada. O quizá ambas cosas. Maya sacude la cabeza. “Lo siento, es que pensaba que ya os estaríais preparando para iros.” Murmura. “¿Te has hecho la prueba recientemente? ¿Quieres entrar? Me hice la prueba esta mañana en el trabajo.”

“También me han hecho un frotis esta mañana en el hospital.” Responde Gabriella, entrando en el apartamento una vez que Maya retrocede para dejarla pasar antes de quitarse la mascarilla. Exhala un suspiro audible cuando se encuentra con la mirada de Maya, una sonrisa cuidadosa en su rostro. “Y, de hecho, la doctora Shepherd… Amelia… ayudó a la doctora Bailey a ponerse en contacto con una amia suya que tiene un contacto en el USCIS. Consiguieron prorrogar el visado de Carina al menos doce meses.”

Maya abre los ojos sorprendida por la noticia, y su mente se acelera al darse cuenta de que Carina va a seguir en la ciudad, incluso en el país. Maya no sabe lo que esto significa para ella, para ellas. No sabe qué hacer con esta información ni si puede hacer algo. Ni siquiera entiende por qué Carina aceptaría esto en lugar de elegir volver lo antes posible.

Maya se pregunta si Carina habrá abierto por fin la puerta de la habitación de Andrew, si eso tendrá algo que ver con que se quede un poco más.

Toma asiento en el sofá, Gabriella se une a ella sin decir palabra. “Oh, wow, uh, eso… eso es bueno. Es genial.”

“Sí, sí, esto significa que puedes venir a verla.”

Maya frunce el ceño profundamente ante la mirada expectante dirigida a ella. “Creí haberte dicho que no iba a hacer eso.”

Sorprendida por su respuesta, Gabriella frunce los labios en señal de desaprobación. “Y yo que creía haberte dicho que estabas haciendo el ridículo.”

Suelta una carcajada hueca. “¿Por qué? Pensé que de todas las personas, te alegrarías de esto. Incluso extasiado. Ahora podéis seguir adelante donde lo dejasteis, si es que no lo habéis hecho ya.”

Gabriella pone los ojos en blanco. “Sei una cretina” murmura lo bastante alto como para que Maya lo oiga. Puede que aún no entienda mucho del idioma, pero entiende el contexto lo suficiente como para adivinar cuándo la están llamado idiota. Gabriella la mira. “Maya, sé que la primera vez que vine no nos llevamos bien” Resopla burlonamente, dirigiendo a Gabriella una mirada sarcástica que la hace soltar una risita baja. “Vale, te lo hice pasar muy mal, pero sólo porque Carina me importa mucho” murmura, y toda su actitud se suaviza ligeramente al continuar. “Y al final vi lo feliz que era contigo. Nunca la había visto así. Nunca.”

“Ya ha perdido a Andrea por segunda vez porque no podía recordar. ¿Cómo puedes quitarle esto también?”

Maya respira agitadamente. Ha sido un golpe bajo y Gabriella lo sabe, por eso lo ha dicho. Había estado allí el día que Gabriella le dijo que le daría la noticia sobre Andrew. Aunque en realidad no podía ser ella quien consolara a Carina, Maya sintió la necesidad de estar allí de todos modos. Estaba lo bastante lejos como para no oír todo lo que se decía, pero no tanto como para perderse el inquietante lamento procedente de la habitación de Carina. Fue escalofriante y, al mismo tiempo, hizo añicos algo en su interior.

Corrió a la habitación en cuanto la oyó y a Maya se le rompió el corazón ante la escena que la recibió. Carina estaba en la cama del hospital, replegada sobre sí misma, meciéndose de un lado a otro mientras gritaba el nombre de Andrew una y otra vez. No sabe cuánto tiempo llevaba allí de pie, pero Gabriella acabó percatándose de su presencia por encima del hombro de Carina y negó solemnemente con la cabeza.

Maya comprendió de inmediato que Gabriella sabía que no debía ofrecer consuelo a Carina, que no debía tocarla en medio de su renovado dolor, sabía que debía mantener una distancia entre ellas mientras Carina lloraba de nuevo a su hermano. Cualquier cosa por el estilo habría sido demasiado blanda.

Había luchado con todo lo que llevaba dentro para no dar ese paso hacia el interior, sabiendo que no habría ayudado en absoluto. Que su presencia sólo confundiría a Carina. En lugar de eso, retrocedió lentamente y se pegó a la pared junto a la puerta, escuchando cada sollozo y cada gemido que salía de los labios de Carina. Era lo más cerca que Maya se permitía estar.

“¿Crees que yo quería esto?” Exige enfadada, apartando la mirada mientras los ecos del llanto de Carina resuenan en su cabeza. Vuelve a mirar a Gabriella. “¿Qué otra opción hay? Ni siquiera me conoce, Gabriella. No sabe que durante los últimos dos años estuvimos enamoradas y construyendo un hogar juntas. No me conoce.”

“¿Qué hay que quitarle?” Pregunta ella en un susurro entrecortado.

“Pero puede volver a conocerte” argumenta Gabriella suavemente. “Puede aprender a amarte otra vez.”

No es nada que Gabriella no le haya dicho ya, aunque esta vez no tan alto ni tan enfadada. Pero el caso es que Maya siempre ha pensado que el hecho de que Carina se enamorara de ella no había sido más que pura suerte, que los poderes del destino habían decidido sonreírle sólo esa noche en el bar. Un rayo sólo puede caer una vez, y Maya no es el tipo de persona que tiene suerte dos veces. No puede soportar la esperanza.

Sacude la cabeza, tratando de mantener la compostura. “La única razón por la que Carina vino a Seattle fue para estar aquí con Andrew. Él ya no está aquí, y ella iba a marcharse de todos modos. Así que cuando vuelva a Italia, esta vez” hace una pausa y suelta un suspiro tembloroso “Esta vez no tendrá que preocuparse por dejarme atrás.”

“Maya…”

“Para, Gabriella” suplica ella, que no quiere repetir esta misma discusión por millonésima vez cuando sabe exactamente dónde acabará. Está demasiado cansada para repetirlo. “No quiero que piense que tiene que quedarse aquí por obligación sólo porque hayamos…” Maya hace una pausa, inspirando y expirando lentamente mientras sacude la cabeza antes de continuar. “Tenido una relación. No quiero eso para ella.”

“Todavía va a estar aquí unos meses más” le recuerda Gabriella.

Maya asiente. “No voy a evitarla si la veo porque nuestra vidas laborales acabarán solapándose, pero… no volveré a hacerle daño.”

En lo más profundo de su ser, Maya siempre ha sabido que ella sería la que acabaría separándolas. Pero nunca pensó que sería así. Gabriella la mira en silencio, con el ceño fruncido y los hombros caídos por la resignación.

“Sois tan testarudas tanto la una como la otra” suspira Gabriella, con el enfado patente en sus palabras, que de algún modo rompe el aire de tensión que reina entre ellas.

Maya resopla y le dedica una sonrisa triste. “Lo sé. Era una de las cosas que nos hacía funcionar tan bien, por extraño que parezca.”

Gabriella arquea una ceja y una sonrisa se dibuja lentamente en sus labios. “¿Oh? Cuéntame más.”

Se ríe suavemente mientras pone los ojos en blanco. “Sé que Carina ya te ha contado cosas sobre mí” responde con una leve mirada acusadora. “Puede que no entienda lo que decís la mayoría de las veces, pero mi nombre se pronuncia igual, da igual el idioma.”

No reconoce la mirada de Gabriella. Pero hay un borde suave en la sonrisa que ella está usando que se siente casi cariñosa y está dirigida a ella, que realmente, es probablemente porque ella no la reconoce. Gabriella suelta otro suspira y asiente con decisión, poniéndose de pie. “Vamos entonces.”

Observa cómo Gabriella se dirige hacia la cocina y se levanta rápidamente para seguirla. Maya frunce el ceño confundida cuando empieza a sacar comida de su nevera. “Eh, ¿qué estás haciendo?”

“Voy a hacerte la cena” le dice Gabriella, cogiendo una de las ollas colgantes. “El turno de Carina no acaba hasta mañana por la mañana, así que tú y yo vamos a ‘pasar el rato’.”

Sin palabras, mira cómo Gabriella llena la olla de agua. “Oh, yo… no tienes que hacerlo.”

Gabriella se encoge de hombros, dedicándole una sonrisa. “Ya lo sé. Quiero hacerlo.” Su sonrisa se transforma en una mueca molesta. “Además, por fin podré enseñarte a hacer espresso de la forma correcta.”

Maya se ríe entre dientes. “Estoy mejorando” protesta, ganándose una mirada escéptica.

“No, Maya, de verdad que no” replica Gabriella, riéndose de la mirada ofendida que le lanza Maya. Le lanza un bulbo de cebolla que, por suerte, consigue atrapar a tiempo antes de que le dé en la cara. “Ahora usa esos brazos de bombera y pícala finamente para mí.”

Dos horas más tarde ,después de que la cena esté lista, Gabriella vuelve a hablar de Carina mientras comparten una botella de vino tinto. Sus mejillas se sonrojan mientras mira fijamente su copa antes de encontrarse con la mirada de Maya. “Sabes que si algún día recupera la memoria, se enfadará mucho con nosotras. Puede que incluso nos odie.”

Maya asiente con la cabeza y exhala un fuerte suspiro. “Lo sé y siento ponerte en esta situación” murmura en voz baja. “Solo… dile que fue idea mía y que puede odiarme.”

“Puedo soportarlo” añade suavemente antes de dar un último sorbo a su bebida.

***

Maya no sabe si verlo como algo bueno o malo, que la mayoría de la estación haya llegado a la conclusión de que ella y Carina habían roto.

No es que haya ayudado cerrándose en banda en todas y cada una de las conversaciones relacionadas con Carina. Pero con el tiempo, entendieron la sugerencia de dejar de mencionarla, de dejar de preguntar por ella. Andy había sido quien le contó a Maya lo que creía que había pasado y, por suerte, se había guardado para sí la verdad sobre Carina.

Odia pensarlo, pero se alegra de que las restricciones actuales al menos les impidan intentar acercarse a Carina en el hospital. Aunque no cree que lo hicieran. Por mucho que les guste cotillear, y por muy curiosos que probablemente sean todos, también son adultos que saben cómo comportarse profesionalmente y no meterse en asuntos que no son suyos. Todos tienen su propia mierda con la que lidiar de todos modos.

No es que eso alivie la agonía en el pecho de Maya. No cuando Carina ronca cada centímetro de esta estación. Maya la ve de pie junto a la recepción, la ve gritando en el garaje, la ve cocinando allí, sentada en su despacho. Incluso la ve durmiendo en su litera.

No hay una sola parte de la estación en la que Carina no haya estado, en la que Maya no pueda oír los ecos de su risa.

El dolor en su pecho la atraviesa como una furia, pero es rápido y fugaz, así que Maya lo abraza, dejando que el momento… el dolor… la consuma hasta que pase. Siempre pasa. Hasta que vuelve de nuevo. Una y otra vez.

Levanta la vista de su tableta cuando llaman a la puerta. “¿Sí?” grita, agarrando su máscara para ponérsela mientras la puerta se abre para revelar a Andy en el otro lado. “Oh hey”

“Hey, ¿todo bien?”

Andy se encoge de hombros, suspirando mientras mete las manos en los bolsillos. “Tu me dirás.”

Maya exhala su propio suspiro cansado mientras se reclina en su silla, enlazando los dedos sobre su estómago.

Ha pasado una semana desde que Gabriela la visitó en su casa, casi tres desde que Carina recibió el alta del hospital, y se ha aclimatado sin problemas a estar ya de vuelta al trabajo en el hospital. Le dieron más tiempo libre, pero parecía muy ansiosa por volver a su trabajo. Maya sólo lo sabe por los mensajes que Gabriella le envía periódicamente.

Maya dirige la mirada hacia su litera vacía. No tiene que esforzarse demasiado para imaginar la silueta del cuerpo de Carina tumbada de lado, con los ojos cerrados en un sueño tranquilo. Recuerda el susurro aturdido de Carina sobre lo mucho que le gustaba poder ver a Maya trabajando en su escritorio.

Debería haberle dicho que a ella también le gustaba verla.

Y ahora, nunca va a tener esa oportunidad.

“Tres calles” responde finalmente.

Andy frunce las cejas en señal de confusión. “¿Qué?”

“Tres calles. Eso es lo lejos que está la estación del hospital” comienza a explicar. “Solo tres míseras calles, calle arriba, de aquí hasta allí. Puedo caminar, correr esa distancia sin dudar. Es fácil.”

“Todo lo que tengo que hacer es caminar, o correr, esa distancia, subir las escaleras e ir a su oficina porque… ahí es donde ella está. Ahora mismo. Simplemente… viviendo su vida, sin mí.” Maya suelta un suspiro tembloroso, cerrando los dedos en un puño apretado. “Pero lo único que voy a conseguir con eso es que vea a una mujer extraña que no conoce de pie en su puerta, mirándola toda triste y patética.”

“Y no sé a ti, pero a mí este año ya me han pasado demasiadas cosas que me destruyen el alma” Maya se ríe sin gracia mientras se inclina hacia delante y apoya los antebrazos en el escritorio. Suspira ante todo el trabajo que tiene delante. “Por no mencionar que ahora mismo no tengo tiempo para pensar en nada de esto por culpa de todo este maldito papeleo que el Jefe no para de hacerme revisar.”

Encontrando la necesidad de redirigir la conversación a cualquier otra cosa que no sea su vida, pregunta. “¿Cómo te va? ¿Cómo…?”

“¿Estando en la peor estación de bomberos de la ciudad?” Andy termina por ella antes de responder. “Terrible, y realmente terrible.”

Había sucedido en uno de los días que Maya se tomó libre, cuando estaba preparando el apartamento de Andrew. Ella había delegado en Andy para hacerse cargo mientras ella estaba fuera porque no hay nadie más para Maya en quién habría confiado más para cuidar de la estación que no sea ella.

Pero nadie podría haber predicho lo que sucedería en una de las llamadas que llevaron a Andy a ir en contra del protocolo, a ir en contra de lo que el Jefe McCallister le dijo que hiciera. Todo para salvar la vida de un niño. Y Maya entiende intrínsecamente por que Andy tomó esa decisión, porque ella también habría tomado exactamente la misma. Ella sabe que incluso después de todo lo que ha pasado, que si se le da la oportunidad de volver atrás en el tiempo, Andy no cambiaría de opinión. Seguiría salvando a ese niño, pasara lo que pasara.

Maya pulsa en la pantalla de la tableta para guardar su trabajo. Ella siente que ha terminado por el momento y ella va a llevar el resto de su trabajo a casa de todos modos. “¿Te están tratando bien?” Pregunta en voz baja, levantando la vista de la pantalla.

“Siguiente pregunta, por favor” Andy se ríe.

Ella hace una mueca de simpatía. “Debería haber luchado más contra la decisión de McCallister.” Se disculpa.

Ella había estado en medio de la mudanza de muebles cuando recibió el correo electrónico de la asistente del Jefe, notificándole acerca de una reunión urgente a la mañana siguiente. Después de que Andy le hubiera hablado de aquella llamada, Maya ya había sabido que tenía que estar preparada para recibir noticias suyas. Ella había ido a la reunión tanto con Andy como con Robert, y con algunas expectativas de las consecuencias de las acciones de Andy.

Pero no había manera de que Maya hubiera esperado que Andy fuera transferida a una estación diferente. Menos aun cuando Robert se puso del lado del Jefe y casi le cuesta a Andy su puesto de Teniente.

Andy negó con la cabeza. “Luchaste mucho por mi.” Su gratitud brilla en sus mientras se encoge de hombros. “Son solo tres meses y luego volveré a donde pertenezco.”

Maya asiente. “¿Crees que tres meses serán suficientes para que ese lugar se parezca a una estación de bomberos que funcione bien?” Bromea.

“Pft, dame un mes” se burla Andy. “¿Te has hecho las pruebas hoy?”

Ella asiente con la cabeza. “Todo bien por aquí.”

“Lo mismo” responde Andy, finalmente dando un paso real dentro de su oficina mientras se quita la máscara y Maya hace lo mismo. “¿Quieres pasar por el bar de Joe para comer algo?”

Maya se encoge de hombros. “Claro” Ella le da a Andy una sonrisa de reproche. “Pero no tienes que seguir haciéndome de niñera, ¿sabes?”

Andy pone los ojos en blanco. “Sí, debo hacerlo” Argumenta, tomando asiento frente a Maya. Ella le lanza una mirada acusadora. “Sé cómo eres cuando te pones así y no voy a dejarte a tu aire.”

“Y ya sabes” añade encogiéndose de hombros, “La miseria ama la compañía. Yo me siento miserable porque mi marido me traicionó cuando estuvo a punto de degradarme. Tú te sientes miserable porque Carina no te recuerda. Deberíamos invitar a Vic, ya que está en el mismo barco.”

Frunce el ceño. “¿Por qué Vic se siente miserable?”

“¿Recuerdas el chico que le gustaba de la 23?”

“Ruíz, sí” Maya asiente, se ha dado cuenta de las miradas cargadas entre él y Vic cuando fue a la estación a sustituir a Dean hace unos días. “¿Qué pasa con él?”

“Él y Travis solían ser amigos” explica Andy. “La verdad es que no conozco todos los detalles, pero fue suficiente para que Vic pusiera fin a lo que fuera que hubiera entre ellos, pero no antes de que Travis se enterara.”

En ese momento, Maya no puede evitar pensar en el capitán Pruitt y preguntarse qué habría hecho él. O si habría hecho algo. A pesar de la frecuencia con la que se entrometía en los asuntos de Andy, por lo general se mantenía al margen del resto de los suyos Pero aún así tendría que tener una reunión con ellos, y también con Travis, para asegurase de que todos pueden trabajar realmente juntos. Ruiz había parecido un buen ajuste en el momento y parece un bombero decente. Ellos absolutamente no pueden tener una repetición de lo que pasó entre Jack y Rigo.

Ella no puede tener eso en esta estación de nuevo.

Maya anota una nota de recordatorio a sí misma para cuando ella esté de vuelta mañana. Ella mira a Andy. “Sí, vamos a invitarla.” Ella toma en el agotamiento en los ojos de Andy, notando las ojeras debajo de ellos. “¿Dónde has estado durmiendo? Por favor, no me digas que estás durmiendo en la estación.” Maya se estremece al pensarlo.

Andy duda antes de responder finalmente. “En el sofá de Dean.”

“Múdate de nuevo conmigo” murmura, tomando a Andy completamente por sorpresa que se queda mirando hacia atrás absolutamente boquiabierta por la oferta de Maya. Aunque ella tampoco está siendo particularmente altruista. Por mucho que se queja de Andy siendo su niñera, Maya está agradecida por la compañía, agradecida por la falta de silencio en su apartamento, agradecida por el conocimiento de que hay alguien más en la casa con ella.

Y ella tiene un dormitorio de repuesto que solía ser de Andy, después de todo.

“Sólo por un tiempo hasta que encuentras tu propio lugar” añade.

Andy asiente lentamente, dándole una pequeña sonrisa de comprensión. “De acuerdo.”

***

Ella nunca ha sido mucho de un buen sueño.

Ella lo llevaba mejor con Carina, pero no por mucho y ella puede admitir fácilmente que se ha vuelto aún peor ahora. Y con la falta de sueño, Maya acaba haciendo cosas que pueden… y deberían… esperar a las horas normales de vigilia.

Pero aquí está ahora, a las 3.45 de la puta mañana, mirando amenazadora el trozo de pan en el extremo del tenedor. Maya no sabe en qué se ha equivocado.

Carina siempre juraba que sus tostadas francesas tenían un ingrediente secreto, algo que las hacía tan especiales que no había ningún lugar en el mundo que las hiciera como ella.

Y por desgracia para Maya, Carina tenía razón.

Esta mañana se ha levantado con unas ganas tremendas de comerlas, ha ido a la cafetería 24 horas más cercana para saciarse, pero no era para nada lo que ella quería. Maya había llegado incluso a preguntarle a Gabriella, lo cual ya era bastante embarazoso, pero necesitaba saber cuál era el ingrediente secreto que hacía que las tostadas francesas de Carina fueran tan jodidamente orgásmicas.

Ha intentado hacerlas ella misma… que es lo que está pasando ahora, ha intentado buscar recetas en Internet y leer las sugerencias en los comentarios. Pero nada. Nada de nada. Nadie ni en ningún sitio puede hacer las tostadas francesas como las hacía Carina.

Gabriella tampoco conocía el secreto y, aunque Maya se sintió decepcionada, también se sintió increíblemente aliviada.

Y Maya jura por Dios que si el ingrediente secreto resulta ser alguna mierda cursi como ‘amor’, va a vomitar.

Pero conociendo a Carina, probablemente sea alguna mierda cursi como ‘amor’.

O tal vez sea nuez moscada.

“¿Qué…” Levanta la vista del pan para ver a Andy entrando a trompicones en la cocina, con el pelo completamente alborotado, “¿Qué demonios haces levantada a las cuatro de la mañana?”

“Sólo quería tostadas francesas” murmura, dejando el tenedor en el plato.

Andy se acerca a la mesa y recorre con la mirada la cantidad de platos de tostadas francesas. “¿Para ti y qué ejército?” Bromea. Se deja caer en la silla con un resoplido cansado. Maya siente la mirada escrutadora de su mejor amiga. “Esto es cosa de Carina, ¿no?” Le pregunta Andy.

Ella no ofrece a Andy una respuesta, pero las dos saben lo que es de todos modos. Andy exhala otro suspiro pesado antes de ponerse de pie. “De acuerdo.”

Ella mira a Andy deambulando hacia el armario donde guarda sus envases reutilizables. “¿Qué estás haciendo?”

“Vamos a empaquetar todo esto y llevarlo a la estación” Andy coge un recipiente lo suficientemente grande como para que quepa toda la comida cocinada y un par de pinzas antes de volver a la mesa. “Está claro que no vas a comer más de esto y sé que estoy tratando de hacer volumen, pero definitivamente no puedo terminar todo esto yo sola.”

“Y tal vez “Andy hace una pausa en su embalaje para captar la mirada de Maya. “Ver el camión de bomberos te ayudará a salir de tu cabeza por un rato y te permitirá dormir un poco.”

“Gracias” susurra agradecida, mirando en silencio como Andy empaca toda la comida.

***

Mes tres, Maya intenta reanudar su antigua tradición de autocuidado en forma de encuentros los miércoles.

Con las vacunas que se han desplegado a los primeros en responder, el bar de Joe ha estado abierto desde entonces durante los últimos días. Y Maya, después de haber conseguid su vacuna tan pronto como estuvo disponible para ella y el resto de la estación, quería celebrarlo con bebidas y, con suerte, con sexo.

Sin embargo, Andy le había advertido antes de salir del apartamento hacia el bar de Joe, que tal vez es demasiado pronto, que tal vez Maya no está lista para dar este paso en pasar de Carina. Pero, ¿cómo puede Maya saber realmente cuando está lista si no lo intenta?

Su mejor amiga no tenía idea de a qué venía ese plan de enrollarse con alguien. Mantuvieron el argumento que va todo el camino a la barra, que Andy simplemente terminó diciéndole que ella está quedándose donde Vic y estará en casa por la mañana. Eso se adaptaba a Maya muy bien. Ella no tiene que preocuparse de despertar accidentalmente a Andy en medio de la noche de todos modos.

Y la verdad sea dicha, no fue difícil volver a su ritmo, encontrar a alguien interesado en invitarla a una copa y más que dispuesto a pasar la noche con ella después. Eso nunca había sido algo que Maya tuviera problemas en hacer. Las cosas iban tan bien como ella esperaba.

Decir que todo va fatal es quedarse muy corto, por culpa de algo de lo que nadie habla. Es lo que ocurre después de estar con alguien durante un tiempo considerable. Cómo el corazón se vuelve fluido en un lenguaje, desarrollado y compartido sólo con el corazón de esa persona. Cómo los cuerpos se convierten en tierras nativas para manos curiosas que exploran con intención de aprender y amar cada centímetros de ellos.

Cómo tanto el corazón como el cuerpo se debilitan y se afligen cuando ese lenguaje ya no puede utilizarse una vez que la relación ha terminado. Lo único que queda es saber que existió.

Y ese lenguaje no se puede reemplazar. Sólo un tonto lo intentaría.

Maya Bishop es una de esas tontas.

Así es como se encuentra medio desnuda en su cama, sujetando torpemente su manta para cubrirse el pecho mientas está sentada junto a una desconocida que se encuentra en un estado similar de desnudez.

“Así que…” Empieza la chica en un intento de romper el silencio entre ellas. “¿Qué ha pasado?”

Maya suspira y se aparta el pelo de la cara. Aprieta la manta alrededor de su pecho, sintiendo alivio cuando se gira y ve que la otra mujer también se ha envuelto en la manta. “Lo siento mucho, Tina” responde en un ronco susurro. “Ha sido terrible.”

“Vale, bueno, ouch” Tina se ríe, haciéndole saber que no está realmente ofendida por su valoración que Maya le dedica una débil sonrisa. “Pensaba que iba bastante bien, hasta que… ya sabes.”

Asiente con la cabeza. Había ido bien hasta que Maya respiró profundamente y pareció que cada parte de Maya se amotinaba contra ella. Y se congeló.

Maya se limpia la cara, agradeciendo que no esté mojada por las lágrimas que sentía arder en el fondo de sus ojos. Ya estaba bastante avergonzada. “No, lo siento. No me refiero a ti. Es por mí. Es que… no puedo hacer esto.”

Una mano cálida toca suavemente el brazo de Maya. “No pasa nada si ya no lo sientes” La tranquiliza suavemente Tina. Maya supone entonces que Tina saldrá de la cama, se vestirá y se irá. Así que a Maya le pilla por sorpresa cuando le pregunta. “¿Quieres… hablar de ello? ¿Se trata de un ex?”

Maya resopla divertida ante su suposición correcta. Su pecho se retuerce ante lo simple, lo… ordinario que es que Carina sea vista como una ‘ex’ cuando nada en Carina es simple u ordinario en lo más mínimo. “Supongo que puedes decir eso.”

“¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres una plétora de información?” Le pregunta Tina, haciendo que Maya se ría un poco ante la mordacidad que extrañamente le recuerda a su mejor amiga. “¿Qué, te han hecho tanto daño?”

Menea la cabeza y se gura ligeramente para mirar a Tina. Si tan sólo pudiera alcanzar su camisa que está en el suelo al lado de la cama para no tener que seguir aferrándose a esta manta para salvar su vida. “No fue… no fue culpa suya. No fue su intención.”

Una expresión de preocupación cruza rápidamente el rostro de Tina. “Maya, ¿te hizo daño… físicamente?”

Maya parpadea lentamente ante la pregunta, sin esperar el giro que ha tomado Tina. Al final niega con la cabeza. “Oh, no, no. Ella no me hizo daño así. Nunca podría hacer algo así.” Tina la mira con escepticismo. “Lo siento, déjame empezar de nuevo. Mi ex… ella tuvo un accidente y… perdió la memoria, incluida toda nuestra relación.”

La mirada escéptica de Tina se transforma en una de incredulidad antes de convertirse en una de horror cuando se da cuenta de que Maya no está intentando hacerse la graciosa. “Mierda” susurra. “Mierda, qué asco.”

No puede evitar soltar un bufido ante la franqueza de la reacción de Tina. Maya asiente y decide continuar. “El día del accidente tuvimos una pelea muy fuerte y ella se fue. Iba de camino al aeropuerto porque se le acababa el visado y tenía que volver a Italia, pero entonces…”

“Espera, espera” Tina vuelve a ponerle la mano en el brazo y aprieta con fuerza para detener a Maya. “¿Estás hablando de la doctora Carina DeLuca?”

Maya frunce el ceño y empieza a morderse ansiosamente el labio inferior. “¿De qué la conoces?” Pregunta, sin estar segura de lo que espera oír.

“Soy enfermera en el Grey-Sloan” responde Tina.

“Joder” suelta, pasándose los dedos por el pelo y sacudiendo al cabeza con incredulidad. Maya no puede evitarlo, pero empieza a reírse de su mala suerte. “Por supuesto. Claro que eres enfermera del Grey-Sloan. ¿Por qué no ibas a serlo? Déjame adivinar, ya que la conoces, también trabajas en el departamento de obstetricia.”

Tina no contesta enseguida, pero no le hace falta. No cuando la mueca de su cara es más que suficiente para que Maya sepa que su suposición es totalmente correcta.

Una parte de Maya se pregunta si quería hacer esto, si lo había hecho a propósito. Después de todo, eligió ir al bar de Joe en lugar de usar una aplicación para ligar como Travis. El bar de Joe también está cerca del Grey-Sloan y es donde muchos de los que trabajan allí van a relajarse. Maya sabe todo esto, lo sabe desde que empezó en la 19 y, aún así, eligió ir allí.

“Sabíamos que tenía novia” murmura Tina suavemente. “Pero cuando volvió al trabajo y ya no hablaba de ti, supusimos que habíais tenido una ruptura muy fuerte.”

Maya asiente, sin sorprenderse lo más mínimo por la suposición, ya que eso es también lo que parece pensar todo el mundo en la estación. “¿Solía hablar de mí?”

Tina asiente, ofreciéndole una pequeña sonrisa. “Sí, hablaba mucho de ti. Pero nunca mencionó tu nombre, así que nunca se me habría ocurrido que fueras la misma persona.” Suspira, sus ojos recorren el dormitorio. “Deberíamos vestirnos.”

Sigue en silencio los pasos de Tina, girándose hacia su lado de la cama para coger por fin su camiseta del suelo, agradecida de que al menos siga llevando sus vaqueros. También coge las prendas que sabe que pertenecen a Tina y las coloca sobre la cama para que ella las tome. Cuando Maya se levanta de la cama, se abrocha los vaqueros y espera a no oír más movimiento en el lado de Tina antes de girarse para ver cómo está. La ve sentada al pie de la cama y se acerca para sentarse a su lado.

De todas las formas en que Maya esperaba que transcurriera la noche, ésta no es ni de lejos lo que ella pensaba. Han pasado tres meses desde el accidente de Carina, después de que Amelia le contara lo de la pérdida de memoria, y toda la vida de Maya ha estado paralizada desde entonces. Creí que estaba preparada.

Siente el sofoco de la vergüenza en las mejillas y en la nuca. “Lo siento” susurra, levantando la vista de sus manos en el regazo para encontrarse con la mirada interrogante de Tina. “Estoy segura de que no es así como te imaginabas que iba a ser tu noche.”

“No” suspira Tina con nostalgia, asintiendo con la cabeza. “Tenía muchas ganas de tener orgasmos de alguien que no fuera mi vibrador” Ella juguetonamente le da un codazo en el hombro a Maya, dándole una sonrisa burlona. “Pero no pasa nada, estamos bien.”

“Gracias” murmura Maya, y sus hombros se relajan al sentir esa seguridad.

“¿Puedo preguntarte algo?” Le pregunta Tina, continuando solo una vez cuando Maya asiente como respuesta. “¿Todavía la quieres?”

Exhala un pesado suspiro, su corazón se retuerce dolorosamente al pensar en Carina. Un sentimiento que se ha vuelto tan familiar para ella como el olor a humo que persiste mucho tiempo después de un incendio. Maya se lleva una mano al pecho y siente ese golpeteo constante.

Es algo tan extraño y fascinante, sentir la consistencia de ese ritmo pulsante bajo la palma de la mano. Algo que aparentemente es la prueba de la vida, la prueba de un corazón que sigue latiendo, que de algún modo sigue funcionando, que sigue sobreviviendo.

A pesar de todo.

Maya deja caer la mano sobre su regazo y mira a Tina, que espera pacientemente, con una sonrisa temblorosa en los labios. “Creo que no sé como dejar de quererla.” Responde finalmente en un susurro desesperado. “Y no… no creo ni que quiera.”

Tina asiente lentamente,  como si ya supiera lo que Maya iba a decir. Frunce el ceño y se muerde el labio inferior. “Entonces… ¿por qué no estás con ella ahora?”

Suelta una risita sin gracia y levanta las manos. “¿Por qué no se acuerda de mi? ¿O nada de nosotras?” Se encoge de hombros y deja caer las manos sobre los muslos. “Y yo… no sé. Solo pensé que, después de esa pelea… tal vez sería más feliz sin mí.”

Siente los ojos de Tina sobre ella, insegura de querer encontrar su mirada, asumiendo que se encontrará con un juicio. O mucho peor, lástima.

“Eres tan jodidamente estúpida” Tina finalmente suelta en voz alta después de un momento de silencio demasiado largo, tomando a Maya tan completamente por sorpresa que no puede evitar resoplar antes de mirarla. Piensa en que Andy ya le había dicho exactamente lo mismo una vez. Que Dios la ayude si alguna vez las presenta.

“Gracias” responde secamente. “Sé que metí la pata y sé que soy una cobarde” hace una pausa, tragando grueso por lo bien que ya sabe estas cosas. “Pero es demasiado tarde para tratar de arreglarlo. Ahora sólo tengo que averiguar cómo vivir sin ella.”

“¿Oh, sí?” Tina arquea una ceja. “¿Y cómo te va a ti?”

“Bueno, acabo de llorar intentando acostarme con alguien nuevo, así que yo diría que va de maravilla” replica ella, sonriendo ligeramente cuando se gana una risita desenfadada.

Pero entonces Tina deja escapar un suspiro antes de volverse hacia ella. “¿Por qué no puedes volver con ella, Maya?” Le pregunta en voz baja.

Entonces aparta la mirada y la dirige a su dormitorio. Parece tan desnudo y sin vida sin todas las fotos de Carina que había guardado antes. Apenas recuerda ya cómo era esta habitación antes de que Carina estuviera en ella, antes de que Carina dejara su marca indeleble en ella.

Demonios, Maya ya no puede recordar como era ella, antes de que Carina dejara su marca en ella.

Respira hondo antes de soltar el aire lentamente. “¿Ella… ella está bien?”

Tina, por suerte, no reprende su desvío, no intenta presionar a Maya para que le diga por qué. Como si comprendiera que, con todo lo que Maya ha estado dispuesta a compartir con ella, hay cosas que simplemente no puede. Al menos, no con ella.

“La mayor parte del tiempo parece la Dra. DeLuca que conocimos hace cuatro años, y otra veces… no sé.” Se encoge de hombros, mirando fijamente hacia la puerta cerrada del dormitorio antes de volver a encontrarse con su mirada. “Maya, creo que a estas alturas podemos decir sin temor a equivocarnos que somos algo así como amigas, así que voy a decirte algo que le diría a una amiga, ¿vale?” Pregunta, continuando solo cuando Maya responde con un asentimiento dubitativo. “¿Has pensado alguna vez en… buscar ayuda?”

Maya hace una mueca de desdén. “¿Cómo terapia?”

“Sí, terapia” Tina sonríe divertida. “Literalmente acabas de romper a llorar con la boca en mi teta, y no sé tú, pero eso es trágico de proporciones épicas.”

“Vale, no me he echado a llorar” protesta débilmente con una carcajada. “Y mi boca no estaba cerca de tu teta.”

“Ibas en esa dirección” replica Tina antes de recuperar ligeramente la sobriedad. “Al menos, piénsatelo en serio” suplica con una sonrisa sincera que Maya no puede evitar asentir lentamente con la cabeza. “Debería ponerme en marcha.”

Cuando ve que Tina se pone en pie, a Maya se le ocurre de repente una idea que se apresura a poner en pie. “Espera” pronuncia justo cuando Tina da un paso hacia la puerta y se vuelve cuando Maya la llama. Se lame los labios nerviosa, insegura de cómo pedirle el favor. “Um, ¿crees que… podrías…?”

“No te preocupes” Tina le dedica una sonrisa tranquilizadora. “No se lo diré a nadie.”

Maya se sonroja ante la idea de que alguien sepa lo que ha pasado esta noche, pero niega con la cabeza. “Oh no, quiero decir, gracias pero no, quiero decir, ¿podrías hacer algo por mí? ¿Por… ella?”

Para su sorpresa, Tina no vacila, le dedica una sonrisa brillante y dispuesta mientras asiente. “Dilo.”

***

Se acerca la medianoche cuando Maya vuelve a su apartamento después de asegurarse de que Tina ha subido a su Lyft, de camino a casa.

Cierra la puerta principal, se da la vuelta y se apoya en ella, exhalando un profundo suspiro. Piensa en irse a su cama vacía, dormir sola una vez más en su apartamento igualmente vacío. Maya no sabe cuánto más podrá aguantar, cuánto tiempo más podrá seguir así. Está tan perdida en sus oscuros pensamientos que no espera que la voz de Andy rompa el silencio del apartamento.

“Hey” Maya levanta la vista sorprendida al ver a su mejor amiga, vestida para dormir y apoyada contra la pared. “¿Tú, uh… tu miércoles se fue?”

“Sí” susurra, sacudiendo la cabeza. “Simplemente no funcionó.” Ella empuja la puerta y camina hacia Andy. “Pensé que te quedabas en casa de Vic.”

“Estaba” Andy asiente lentamente mientras se encoge de hombros, dando a Maya una mirada significativa. “Pero… tenía la sensación de que me necesitarías más aquí.”

Maya traga grueso, sus ojos se cierran en el alivio agudo y gratitud que tiembla a través de su cuerpo. No va a estar sola. No esta noche. “Me alegro de que hayas vuelto” responde con voz ronca cuando vuelve a abrir los ojos y ve la sonrisa tierna y comprensiva en el rostro de Andy.

“Vamos, puedes dormir conmigo esta noche” Andy la agarra del brazo y empieza a tirar de ella hacia el dormitorio de invitados. Ella dispara a Maya una sonrisa juguetona. “Incluso te dejaré ser la cuchara grande.”

Ella no puede evitar resoplar ante la oferta, sabiendo por experiencia previa exactamente cómo dormir en la misma cama con Andy va a terminar. Andy se desparramó por toda la cama y Maya se aferra a cualquier espacio que queda de la cama que ella puede conseguir. “¿Qué pasa con mi cama?”

Andy arruga la cara. “Acabas de casi tener sexo en ella. No me acercaré a esa cama hasta que laves esas sábanas.”

Maya se ríe entre dientes. Lo gracioso de todo es que en realidad había cambiado las sábanas antes de que se fueran al bar de Joe. Tenía cierta lógica no utilizar la misma ropa de cama que había estado compartiendo con Carina. Ella estaba tratando de seguir adelante. Pero no funcionó. Ahora sólo tiene una cama vacía con sábanas nuevas y extrañas.

Llegan al dormitorio de invitados y Maya espera a que Andy se ponga cómoda bajo las sábanas antes de unirse a ella. Cuando Andy se vuelve hacia ella, Maya rueda para tumbarse boca arriba.

Se queda mirando al techo y exhala un suspiro. “La echo mucho de menos, Andy” susurra en la oscuridad del dormitorio.

Siente la mano de Andy sobre la suya, agarrándola suavemente. “Lo sé” murmura, apretando la mano de Maya. “Siento mucho que te haya pasado esto, Maya.”

Ella mira hacia Andy y atrapa su mirada. “No sé si alguna vez voy a estar bien.”

“Lo estarás.” La mano de Andy se estrecha alrededor de la suya mientras repite, casi con fuerza. “Lo estarás.” Ella tira de Maya más cerca para que estén acostadas hombro con hombro y Maya suspira por el calor de su mejor amiga a su lado. “Tendremos que ir día a día.”

“Sí, supongo que tienes razón” suspira.

Un día a la vez.

***

Pasan dos semanas cuando llama a Diane Lewis.

Chapter 6: Capítulo 5: Hoy sólo he pensado en ti dieciséis veces

Chapter Text

Día a día te invento

Y esa es mi manera

De enfrentarme a tu ausencia

Porque de no inventarte

Se esfumaría el gozo

De mis horas

Y tú te esfumarías

-Claribel Alegría

 

Capítulo 5: Hoy sólo he pensado en ti dieciséis veces

Su teléfono lleva veinte minutos sonando encima de la mesita.

No de forma intermitente, sino literalmente sin parar. Maya no ha dejado de mirarlo, aún insegura de si quiere contestar o dejar que siga sonando hasta que la persona que llama finalmente admita su derrota y cuelgue. Pero sabe que no puede ignorarlo para siempre.

La semana pasada habló con Diane y le pidió una recomendación. Maya había pensando en pedirle que la viera ella misma y, aunque parecía dispuesta, ya está ayudando a muchos otros bomberos.

Incluso con la familiaridad establecida entre ellas, incluso con todas las cosas que Maya ha compartido sobre sí misma que ni siquiera Andy sabe, conocer a alguien nuevo parecía la mejor opción. Afortunadamente Diane parecía apoyar la idea.

Su teléfono sigue sonando.

Ella suspira, todavía mirando el nombre en su pantalla. Esto ya no puede seguir así.

Maya se prepara y acepta la llamada. No le sorprende que lo primero que vea sea la cara enfadada de Gabriella mirándola. Maya le devuelve la mirada.

“¿Qué?”

El calor en los ojos de Gabriella se intensifica, no impresionada por su tono brusco. “¿Ya has terminado de ignorarme?”

Pone los ojos en blanco y se burla con desdén. “Respondí a tu llamada, ¿no?”

“Después de más de tres semanas sin responder a ninguna de mis llamadas ni a ninguno de mis mensajes” señala Gabriella, apretando con fuerza la mandíbula como si intentara contenerse para no decir nada más.

Maya aprieta los dientes, el calor se extiende por sus mejillas al recordar lo infantil que ha sido su comportamiento. “Necesitaba espacio, Gabriella.”

Gabriella pone los ojos en blanco. “Ya te he dicho que no ha pasado nada.”

Han pasado más de dos semanas desde que Maya fracasó en su intento de ligar con Tina, la enfermera de obstetricia, y la vergüenza de aquella noche casi ha desaparecido. Pero ahora vuelve con toda su fuerza como un recordatorio de algo de lo que se ha dado cuenta recientemente, qué fue lo que realmente impulsó su intento de seguir adelante, qué le hizo sentir que necesitaba intentarlo.

Debería habérselo esperado. Maya conocía el tipo de relación que Carina y Gabriella habían mantenido durante sus días en la facultad de medicina, sabía que nunca había tenido problemas para volver a verse una o dos noches cada vez que les apetecía. Así que no debería haberle sorprendido que Gabriella le confesara durante una llamada FaceTime que Carina había intentado iniciar algo entre ellas.

Aunque Gabriella también se había apresurado a asegurarle que no le correspondía, Maya no escuchó nada. No podía quitárselo de la cabeza, no podía sacarse ninguna de las imágenes de la cabeza.

“Sí, bueno, ese día me contaste muchas cosas” responde Maya en voz baja.

El arrepentimiento relampaguea inmediatamente en los ojos de Gabriella, todo rastro de su ira ha desaparecido. “Siento lo que dije, Maya. No debería haber dicho nada. Sé que nada de esto ha sido fácil para ti.” dice con el ceño fruncido y sacudiendo la cabeza. “Reaccioné mal y no fue justo por mi parte.”

Maya puede admitir que ella tampoco reaccionó bien, que una vez más dejó correr su boca celosa sin pensarlo. Y al igual que Carina, Gabriella le devolvió todo lo que recibió, terminando por decir que Maya no tenía a nadie más a quien culpar que a sí misma por sentirse miserable y sola.

Colgó el teléfono en ese momento e ignoró todos los mensajes y llamadas que había hecho en las últimas tres semanas.

Se encoge de hombros, rascándose ligeramente el entrecejo. “No es que estuvieras equivocada” responde, encontrándose con la mirada de disculpa de Gabriella. “Siento lo que dije. Y sé que no lo parecía, pero…” Hace una pausa para soltar un suspiro tembloroso. “Lo habría entendido si tú… ya sabes.”

“Al final, lo habría hecho” se apresura a corregir.

No se puede negar lo mal que le habría sentado a Maya saber que eso había ocurrido. Demonios, se sintió un poco destrozada al enterarse del intento en sí. Y puede que no haya forma de superar algo así, pero Maya seguiría intentándolo porque, ¿qué otra opción hay?”

Gabriella niega rotundamente con la cabeza, frunciendo las cejas. “Yo no podría hacerte eso. Ni a ella. No me habría parecido bien.” Durante un breve instante, mira más allá de la pantalla, a algún lugar que Maya no puede ver, con una expresión pensativa en el rostro. Su mirada se suaviza cuando vuelve a mirar a Maya. “Sé que esto puede resultarte chocante, pero me importas de verdad.”

“De verdad” insiste cuando Maya desvía la mirada. Su tierna sonrisa se convierte en una mueca juguetona. “Te has convertido en una hermana pequeña muy frustrante.”

Ella se mofa. “No eres mucho mayor que yo” señala Maya.

Todavía lo suficientemente mayor” se burla, una sonrisa cuidadosa y vacilante en sus labios. “¿Bien?”

“Bien” Maya asiente lentamente, con el corazón un poco más ligero ante la idea de que alguien en el mundo vuelva a llamarla hermana. No es alguien que esperara, pero tampoco puede decir que lo odie. “Y que conste que tú también me importas.”

Una lenta sonrisa se dibuja en los labios de Gabriella que Maya no puede evitar devolver también. “Bene” murmura con un suspiro de alivio. “Ve a por una botella de vino y podemos celebrarlo.”

“¿Celebrar qué?” pregunta ella, con una sonrisa en la cara a pesar de su confusión.

“Tuvimos nuestra primera gran pelea y la superamos” En la pantalla de su teléfono, Gabriella está vertiendo una generosa cantidad de vino tinto en su copa. “Obviamente no podemos tener sexo porque como hemos establecido, eres como una hermana y eso sería muy raro.”

“Sí, es obvio que eso es lo que sería raro” replica ella, aunque de todos modos va a la cocina a por un vaso y una botella. Como tiene que madrugar, no se sirve tanto como Gabriella.

Cuando vuelve a sentarse en el sofá, con el vaso en la mano, Gabriella levanta el suyo. “Salute.”

Salute” repite antes de dar el primer sorbo.

Allora” empieza Gabriella, apoyando la barbilla en el puño. “Cuéntame que hay nuevo.”

Piensa en contarle a Gabriella lo de Tina, pero dedica que eso puede compartirlo cuando haya bebido un poco más de vino. Hablar de la terapia parece un buen comienzo. “Um, empecé a ver a alguien.”

Gabriella muestra una expresión de sorpresa. “Oh, eso sí… si que no me lo esperaba.” Da un sorbo a su bebida y se lame los labios. “¿Es agradable?”

“Um, ¿sí?” Maya responde, encogiéndose ligeramente de hombros mientras piensa en su terapeuta. Le dedica una sonrisa, pensando que Gabriella muestra preocupación por ella. “Parece muy amable.”

Gabriella frunce los labios, su expresión se vuelve ilegible. “Qué bien. ¿Quién es? ¿Cómo os conocisteis?”

Maya se aclara la garganta. “Bueno, es la Dra. Kelly Olsen…”

“Oh, ¿ella es doctora?” Gabriella irrumpe. “Qué bien.”

Le lanza una mirada inquisitiva a Gabriella, que solo da un sorbo a su bebida y hace un gesto a Maya para que continúe. “Sí, eh… nos conocimos a través de una compañera de trabajo.”

Qué amable por su parte hacer eso por ti.”

Maya frunce el ceño, preguntándose si está oyendo cosas o si Gabriella ha dicho la palabra ‘amable’ un montón de veces en el breve lapso de esta conversación. También tiene la misma expresión en la cara que la vez que Maya sugirió juguetonamente que le pusieran piña en la pizza. “Bueno, le pedí ayuda.”

Gabriella empieza a asentir, dando un trago más largo a su bebida. “Oh, ya veo. ¿Y las cosas van bien?”

Se queda pensativa mientras se encoge de hombros. “Sólo la he visto dos veces y ha sido un poco accidentado, pero espero que mejore.”

“¿Así que aún no has tenido sexo?”

Algo se detiene en su cerebro y Maya parpadea como un búho mirando la pantalla. Abre la boca para intentar decir algo, pero no se le escapa ningún sonido. Apenas consigue decir. “¿Qu… um, qué?”

Observa cómo Gabriella mueve la cabeza y se encoge de hombros con impaciencia. “¿Qué?”

“Yo… Gabriella” hace una pausa, intentando encontrar las palabras. “¿Por qué… iba a acostarme con mi terapeuta?”

La mirada acusadora de Gabriella se transforma instantáneamente en una de desconcierto. “¿Terapeuta? Dijiste que estabas viendo a alguien.”

“Sí” responde ella con calma. “Una terapeuta.”

Parece el minuto más largo de su vida mirando fijamente a Maya, tanto que casi cree que la pantalla se ha congelado antes de que Gabriella rompa por fin el silencio. “Vale, no es culpa mía que hayas querido decir eso. Decir que ‘estás viendo a alguien’ es muy engañoso.”

Una vez más, Maya se queda sin palabras y es incapaz de dar una respuesta, sobre todo cuando Gabriella… técnicamente no se equivoca.

“Vale, es justo.”

Se hace el silencio y Maya mira fijamente a Gabriella, que le devuelve la mirada. Cuando ve un leve movimiento de los labios de Gabriella, Maya pierde completamente la compostura.

Se echa a reír, una carcajada contagiosa e incontrolable que le duele en el estómago, Gabriella le sigue de cerca. “No puedo creer que…” Intenta hablar entre risas. “¡Me preguntaba por qué parecía que querías matarme!”

Gabriella se ríe a carcajadas, golpeando su escritorio con el puño mientras trata de controlarse, pero falla cuando casi se balancea completamente hacia un lado.

¡Porque quería!” Grita, lo que provoca una nueva carcajada entre ellas.

Ella no sabe cuánto tiempo siguen, sólo que ahora hay lágrimas en sus ojos, su estómago duele como el infierno y que hay una sonrisa genuinamente grande en su cara.

“Dios mío, lo necesitaba de verdad” Maya se seca las lágrimas que le caen por la cara. Mueve la cabeza con incredulidad. “Dios, hacía demasiado tiempo que no me reía tanto.”

Así que” Empieza Gabriella, sacudiendo la cabeza divertida cuando Maya aún no ha terminado de reírse para sus adentros. “Terapeuta, ¿eh? ¿Te está gustando?”

Oh, la verdad es que no.” Maya ríe esta vez con desprecio. Suelta un suspiro y se aparta el pelo de la cara.

Gabriella esboza una sonrisa comprensiva. “Puedes encontrar a otra, Maya. No tienes por qué quedarte sólo con la primera que conozcas.”

Maya asiente con la cabeza. Diane le había dicho exactamente lo mismo antes de conocer a la doctora Olsen. “No es ella. Es que… todavía estoy intentando acostumbrarme a eso de hablar.”

Sí, Carina ha… hablado de eso unas cuantas veces.”

Se ríe ante el intento de Gabriella de ser diplomática con sus palabras. “Se puede decir que despotricó sobre ello. Sé que fue frustrante para ella.” Maya suspira, recordando todas las veces que Carina quería que hablaran de algo pero ella simplemente… no podía. Carina nunca le dijo nada al respecto, nunca trató de presionarla demasiado, pero Maya sabe lo molesto que era para ella. Sacude la cabeza. “Sé que puedo ser frustrante. Más que frustrante.”

Gabriella asiente a regañadientes. “Sí, habló muchas veces de lo difícil que eras pero Maya, sabes que no era porque estuviera enfadada contigo.”

Frunce el ceño, preguntándose qué otra cosa podría ser entonces. También se pregunta qué había en ella que Carina compartiera con Gabriella. “¿Qué quieres decir?”

Gabriella hace una pausa y parece intuir adónde la han llevado los pensamientos de Maya. “Te prometo que nunca me contó nada” la tranquiliza rápidamente. “Pero tampoco es difícil adivinar que…”

“¿Qué, qué?” La incita ansiosa.

Que la familia es un tema complicado para ti.”

Bueno, eso es decirlo suavemente” comenta secamente, haciendo que Gabriella suelte una risita.

Yo tampoco soy ajena a una familia complicada” comparte Gabriella en voz baja con una sonrisa de conmiseración. “Y como ambas sabemos, Carina está igual de familiarizada con ello, por eso siempre estuvo muy preocupada por ti.”

“¿Preocupada?” pregunta, con un dolor estrangulador en el pecho al pensar que Carina estaba preocupada por ella.

Te guardas muchas cosas dentro, Maya. Nadie debería cargar con tanto por sí solo.”

Se encoge de hombros. “Lo he hecho sola prácticamente toda mi vida.”

“Pero eso no significa que debas, y ya no tienes que hacerlo.”

Ella resopla. “Aunque es más fácil decirlo que hacerlo, ¿no?”

Gabriella se ríe, asintiendo. “Sí, pero Maya, tú eres una capitán de bomberos queer que también ha sido olímpica. ¿Ha habido algo en tu vida que hayas conseguido que fuera fácil?”

Una vez más, Gabriella tiene razón y Maya no está segura de cómo responder. En realidad, nunca ha considerado que las cosas que ha conseguido fueran fáciles o difíciles, sino que requerían mucho trabajo y perseverancia por su parte para conseguirlas.

“¿Eres terapeuta?” pregunta, dándose cuenta de que en realidad no sabe a qué se dedica Gabriella.

Ella se ríe y niega con la cabeza ante la suposición de Maya. “No, en realidad mi especialidad es la cardiología, pero también he hecho mucho terapia.”

Una mirada impresionada cruza su rostro. Nunca habría imaginado que Gabriella fuera cardióloga. En todo caso, Maya siempre había supuesto que compartía con Carina la especialidad de obstetricia. “Qué vergüenza. Hablar contigo es muy fácil.”

Gabriella asiente, riendo mientras rellena su copa de vino vacía. “Ah, pero eso es sólo porque llevamos haciéndolo unos meses. Estás acostumbrada a mí.”

“No sé cómo. Eres como un grano en el culo.” Contesta Maya con una sonrisa burlona, ganándose una leve mirada y un giro de ojos de Gabriella.

Observa cómo se suaviza el rostro de Gabriella, con una sonrisa sincera en los labios. “Me alegro mucho de que hayas cogido el teléfono, Maya” murmura en voz baja.

“Yo también” responde ella en voz baja.

A Maya le sorprende un poco descubrir que ha echado de menos esas llamadas con Gabriella, que ella misma ha echado de menos a Gabriella. Y ni siquiera es que hablen mucho de Carina, aunque a veces lo hacen.

Hay momentos en los que toda su relación con Carina no le parece real. Como si todo formara parte de su imaginación. En cierto modo, Gabriella es la encarnación de que ella y Carina ocurrieron, de que todo lo que ha sentido y vivido es real.

Gabriella ha sido una constante inesperada estos últimos meses y Maya ha llegado a apreciar estas llamadas telefónicas con ella. Claro que tiene a sus amigos. Tiene a Andy, que sabe por lo que está pasando, pero Andy nunca conoció a Carina ni la quiso tanto como ella y Gabriella.

Maya no se había dado cuenta de que parte de su resistencia a responder a las llamadas de Gabriella se debía a lo preocupada que estaba por haber arruinado inexplicablemente la amistad que habían estado forjando tan tímidamente.

Y es un gran alivio que no sólo están bien, sino que van a estar aún mejor.

Hermanas.

Es bueno no estar sola” dice Gabriella con suavidad.

Una tierna sonrisa de complicidad se comparte entre ellas.

***

Está intentando decidir entre dos bolsas de naranjas cuando la voz de su madre rompe su concentración.

“¿Maya?”

Todo dentro de Maya se bloquea y se apaga automáticamente.

Había oído hace un tiempo que su madre había vuelto con su padre, pero una parte de ella esperaba que no fuera cierto. Pero supone que debería haberlo sabido cuando su madre se fue a vivir con su tía Mandy, que siempre ha estado enamorada de su padre, en lugar de con su tía Janet, que lo odia a muerte.

Lo único que Maya quería hacer era comprar los ingredientes que necesitaba para su llamada FaceTime semanal con Gabriella. Gabriella había mencionado la semana pasada que iba a enseñarle a Maya a preparar uno de sus pasteles favoritos.

Se da la vuelta y exhala un discreto suspiro de alivio al ver que solo está su madre y que su padre no está a la vista. Aun así, Maya pasea la mirada por la zona para asegurarse antes de hablar con su madre. Le dedica una sonrisa cautelosa.

“Hola, mamá. ¿La compra semanal?”

Su madre asiente, dando golpecitos en el carrito medio lleno que tiene delante. Su mirada se fija en la cesta rebosante de Maya. “¿Preparando para la comida?”

Mira su cesta, cargada de los ingredientes que Gabriella le dijo que comprara. Maya niega con la cabeza. “En realidad… he estado tomando clases de cocina.”

No le sorprende que su madre suponga eso. Su padre se preocupaba mucho de preparar sus comidas cada semana para controlar todo lo que se metía en el cuerpo. Él preparaba el menú mientras su madre lo hacía.

Trabajo en equipo en estado puro, piensa para sus adentros.

Pero Maya hacía tiempo que había dejado de practicarlo en cuanto se mudó de casa.

En la cara de su madre se dibuja una expresión de sorpresa y satisfacción al mismo tiempo. “Oh, eso suena maravilloso, Maya. ¿Te lo has pasado bien?”

Si por ‘pasarlo bien’ su madre entiende soportar a una italiana gritándole todo lo que hace mal la mayor parte del tiempo mientras se burla de su pésima pronunciación, claro que lo está pasando muy bien. Aunque para ser justas, Gabriella ha estado gritando mucho menos ahora que cuando empezaron.

Sigue burlándose de las habilidades lingüísticas de Maya, pero sin duda grita mucho menos.

“¿Cómo…” la postura de su madre se vuelve incómoda e insegura. “¿Cómo estáis tú y tu amiga la doctora, um, Carina?”

Le sorprende un poco que su madre se acuerde de Carina, y mucho más que pregunte por ella. Pero, de nuevo, las dos se conocieron cuando su madre hizo esa visita sorpresa. Y por breve que fuera el tiempo que pasaron juntas mientras preparaban la cena de espaguetis, Carina nunca deja de impresionar.

Deja caer con cuidado una de las bolsas de naranjas en su cesta. Cualquiera de ellas tenía buen aspecto de todos modos. “Sí, no… hemos estado muy ocupadas con el trabajo” miente.

Su madre asiente, comprensiva en su mirada. “Por supuesto, las dos tenéis trabajos muy importantes.”

“¿Dónde está…?” Se interrumpe, agradecida de que su madre sepa de inmediato a quién se refiera por la leve mueca de su rostro.

“Oh, está… está en casa” responde tímidamente su madre.

Maya asiente lentamente, dejando que se haga un silencio incómodo entre ellas. No sabe qué más decirle a su madre. Su parte infantil desearía poder echarse a llorar y contarle que le duele tanto el corazón por el amor que ha perdido y que no sabe cómo hacer que pare.

Quiere contarle a su madre todo sobre Carina, sobre la relación que habían construido juntas, los viajes que habían hecho y lo devastadoramente hermoso que había sido todo.

Pero su madre ni siquiera conoce esa parte de su vida, así que ¿cómo se supone que Maya va a contarle nada de eso?

Así que Maya se limita a sacudir la cabeza y recoger la cesta de la compra, girando en dirección contraria al carrito de su madre. “Debería volver a la compra, mamá.”

Observa a su madre dar un paso atrás, agachando al cabeza rápidamente, pero no lo bastante como para que Maya no vea la expresión cabizbaja de su rostro. “Oh, está bien, cariño” Levanta la cabeza para mirar a Maya a los ojos, con una sonrisa mansa en los labios. “No seas una extraña, ¿vale?”

Maya mira a su madre, con el corazón retorciéndose dolorosamente ante el dolor y la soledad que envuelven a la mujer que le dio la vida. Maya desearía poder hacer algo para ayudar a su madre a salir de esta situación, para llevársela a algún lugar donde pueda estar libre de la influencia de su padre.

Pero Maya también entiende que los hábitos son difíciles de romper. Esto no es nada parecido a decidir qué comer durante los próximos siete días o levantarse todos los días antes del amanecer para salir a correr. Su padre forma parte de su madre tanto como ha formado parte de Maya, y ella apenas está dando los primeros pasos para trabajar en todo eso. No le corresponde a Maya asumir las cargas de su madre, lo quiera o no.

Ni ella ni su madre van a tener nunca el tipo de relación que querían tener entre ellas. Siempre habrá entre ellas un dolor insuperable e inamovible por lo que podría haber sido. Pero quizá en un futuro lejano puedan tener algo más.

Maya vuelve a mirar a su madre y esta vez le dedica una sonrisa cuidadosa, algo se alivia un poco en su pecho cuando su madre le devuelve el gesto con uno propio.

“Claro, mamá” susurra antes de alejarse definitivamente.

***

Maya se queda mirando, sin saber qué es exactamente lo que está viendo.

Mira a su mejor amiga. Andy está mirando hacia abajo en su plato de cereales como si tuviera las respuestas a todos los misterios del universo. Si sólo fuera tan simple.

“Hey, uh. ¿Andy? ¿Qué es esto?” Maya se vuelve hacia su congelador y saca el sobre empaquetado.

“Nada” murmura Andy.

Ella suspira, sabiendo que esto va a ser una de esas conversaciones. Todo lo que quería era conseguir un poco de fruta para hacer su batido después de correr. Maya no esperaba exactamente ver un sobre del tamaño de un documento encajado entre los cartones de helado y las bolsas de fruta congelada. Es demasiado pronto para tener lo que ella sabe que va a ser una charla muy seria.

Maya frunce los labios ante la concisa respuesta de Andy. Examina el sobre. “Bueno, parece que este ‘nada’ va dirigido a ti.”

Andy suspira derrotada. “Son papeles de divorcio.”

Sus ojos se abren de par en par. “Uh, lo siento, ¿qué?” Sostiene el sobre lejos de ella como si fuera una bomba de relojería a punto de estallar. “¿De verdad vas a seguir adelante con esto?”

La idea del divorcio sólo se había planteado hace dos semanas y Maya había pensado sinceramente que Andy estaba simplemente tirando por ahí, diciendo lo que sea que le hiciera sentir mejor. El divorcio parecía la opción más nuclear. Por no hablar de que habían terminado dos botellas de tequila cuando Andy dijo eso. Ella realmente no creía que Andy realmente buscara un abogado y hacerlo.

Pero, de nuevo, esto es Andy, después de todo.

“No lo sé” Andy suspira una vez más, pero con frustración esta vez, empujando su tazón lejos. Cruza los brazos sobre el pecho.

“Andy” se detiene para devolver el sobre de nuevo al congelador, cerrándolo antes de acercarse lentamente a su mejor amiga. “Ni siquiera has hablado con él en meses. No desde que te mandaran a la 23. Quizá deberías intentar hablar con él antes de tomar una decisión importante que os afecte a los dos.”

“Eso es rico viniendo de ti.”

Sus labios se tensan ante el comentario mordaz de Andy, mordiendo inmediatamente su propia réplica mordaz. Los ojos marrones de su mejor amiga son tercos y defensivos, pero ella todavía puede ver el arrepentimiento por lo que dijo. Respirando profundamente, Maya decidió dejar que las palabras de Andy rodaran fuera de ella.

“Sí” acepta con calma. “Pero no estamos hablando de mí y Carina en este momento. Estamos hablando de ti y si esto es algo que sabes que realmente quieres, entonces sabes que te cubro las espaldas.” Maya la reafirma con vehemencia para que Andy no tenga ninguna duda de dónde están las lealtades de Maya. “Pero aún así tienes que hablar con él.”

Ella espera pacientemente mientras varias expresiones cruzan la cara de Andy. Ella sabe mejor por experiencia que ella sólo tiene que esperar hasta que Andy llega a las mismas conclusiones. “Bien.”

Maya exhala un suspiro de alivio. “Y hey, si tal vez podrías hacer eso antes de volver oficialmente a la 19 la próxima semana y resolver lo que sea entre vosotros, entonces eso también sería realmente genial.”

Su mejor amiga pone los ojos en blanco y se ríe. “Eres la mejor.”

“Hey” protesta ella. “Literalmente acabamos de solucionar el lío que supuso lo de Vic, Travis y Ruíz, y luego lo de Dean enamorado de Vic. Un poco de paz en las vidas personales de la estación estaría bien.”

Levanta un dedo hacia la cara de Andy, impidiéndole soltar lo que puede leer fácilmente en los ojos de su mejor amiga, está en la punta de su lengua. “Y de nuevo, soy consciente de lo que acabo de decir, pero al menos, voy a terapia por ello.”

Andy la mira fijamente durante un largo momento antes de dejar escapar un resoplido resignado y luego sacude la cabeza con incredulidad. “Todavía no puedo creer que realmente estés haciendo eso. Y con regularidad.”

Se encoge de hombros, con una sonrisa torcida en los labios. “Estoy segura de que la Dra. Olsen está igual de sorprendida cada vez que entro por la puerta de su despacho.”

“¿Crees que está ayudando?” Andy pregunta, una mirada curiosa en su rostro mientras se apoya en el mostrador.

“Bueno, no te arranqué la cabeza cuando básicamente me estabas llamando hipócrita” señala Maya secamente. “Creo que eso es un progreso.”

Andy da un respingo visible. “Lo siento.”

“No pasa nada” responde ella, mordiéndose el labio inferior mientras duda si continuar, “Pero por favor, no vuelvas a utilizarla así contra mí nunca más. Sé que estás pasando por tus propias cosas pero eso no fue justo y no me lo merezco.”

“No lo haré” Andy promete suavemente.

Ella le dispara una sonrisa de agradecimiento. Aunque Maya está acostumbrada a dejar que Andy le diga lo que quiera, especialmente cuando se siente como una mierda, echarle la cara lo de Carina es algo que no puede dejar pasar. Cualquier cosa menos Carina.

Usando su pulgar para gesticular detrás de ella. “¿Qué tal si ponemos ese sobre en mi caja fuerte en vez de en mi congelador?” Sugiere. “Está ocupando un lugar privilegiado para el helado.”

Andy enarca las cejas, sorprendida. “¿Tienes caja fuerte?” Pregunta, pero luego niega con la cabeza, riéndose para sus adentros. “No, claro que tienes” Maya se encoge de hombros, lanzándole una mirada interrogante que Andy responde con un lento asentimiento. “Sí, creo que me parecería bien.”

Maya se da la vuelta para coger el sobre de su congelador cuando se detiene y se gira para mirar a Andy de nuevo. Ella le da a su mejor amiga una sonrisa reconfortante. “Y hey, cuando quieras ocuparte finalmente de eso, házmelo saber.”

“Gracias” responde Andy, la gratitud brillando en sus ojos marrones.

***

La terapia es jodidamente terrible.

Ella ha estado yendo dos veces cada semana durante las últimas cuatro semanas y Maya todavía no está más cerca de gustar cualquier parte de este llamado proceso de curación. La Dra. Olsen ha sido más que amable y paciente con ella. Mucho más de lo que Maya se merece teniendo en cuenta las muchas veces que ya le ha contestado bruscamente o ha abandonado sus sesiones cada vez que se sentía presionada, lo que por desgracia ocurría a menudo.

Pero Maya sigue viniendo porque sabe que tiene que hacerlo. Sabe que no puede seguir como hasta ahora, que no puede pasar el día a día sin hacer nada, sobreviviendo a duras penas.

Algunos días tiene días buenos en los que hablar no es como tirar de los dientes, en los que no se siente como si la arrinconaran y le dijeran que se despojara de todo lo que guarda para protegerse.

Otros días son los malos, y han llegado a un acuerdo para que ella y la Dra. Olsen pasen la mayor parte de la sesión sin hablar. Al menos, no sobre Maya. Hablarán de trabajo, de comida, de lo que han visto o leído últimamente. Cosas que alivian la presión sobre Maya.

Y odia que eso ayude.

Ahora le está contando a la Dra. Olsen lo del otro día en el supermercado con su madre. La expresión de la cara de su madre antes de marcharse había pesado tanto en el pecho de Maya como toda la conversación.

Maya nunca ha sentido la necesidad de salir del armario.

Aunque no oculta su sexualidad, nunca se ha parado a pensar en lo que significa estar técnicamente ‘en el armario’. No se trata sólo de que le guste quien le guste y ya está. Maya también entiende que son los privilegios que conlleva ser quien es, que no es algo en lo que tenga que pensar o preocuparse activamente. La mayoría de las veces se olvida de que el armario existe.

Hasta que su madre le preguntó por su ‘amiga’.

De ahí el tema de la sesión de hoy.

“Es una elección personal” señala la Dra. Olsen.

“Cierto” asiente Maya, golpeándose la rodilla con los dedos. “Pero la gente le da mucha importancia, ¿verdad? Se sienten mejor cuando salen del armario.”

La Dra. Olsen asiente. “Claro, pero no siempre es así. No siempre es la opción más segura para alguien salir del armario, y no pasa nada. Siguen siendo igual de queers que los que han salido del armario.” Mira a Maya con curiosidad. “¿Lo saben tus padres?”

Ella se encoge de hombros, repasando en su cabeza por enésima vez la reunión con su madre. “Creo que es seguro que lo saben, si no lo sospechan, pero… tampoco se lo he confirmado nunca” Maya sacude la cabeza. “No es algo de lo que hayamos hablado nunca. Siempre era o sobre mi corriendo o ahora sobre mi carrera en el cuerpo de bomberos.”

“¿Crees que estarían en contra?” Le pregunta suavemente su terapeuta.

“No. Estoy bastante segura de que mi padre pensaría que ambas cosas son distracciones, independientemente de si soy hetero o queer.” Comenta secamente.

La Dra. Olsen tararea y asiente pensativa. “Ojos al frente, ¿verdad?”

Maya respira hondo y suelta el aire lentamente. “Sí, eso es.”

Las cejas se fruncen profundamente mientras la Dra. Olsen la mira detenidamente. “¿Quieres tomarte un descanso?”

“No, estoy bien” Maya se baja el cuello de la camisa, deja escapar otro suspiro y sacude la cabeza. “En realidad no, ¿podemos hablar de otra cosa? No de mí.”

“Claro.” La Dra. Olsen cierra su cuaderno antes de mirar a Maya con una sonrisa traviesa en los labios. “¿Quieres que te cuente la vez que mi mujer casi me mata cuando empezamos a salir?”

Maya suelta una carcajada desconcertada y sus ojos se abren de par en par. “Um, ¿qué?”

Su terapeuta hace un gesto desdeñoso con la mano. “No, no, en realidad es una historia divertida.” Se recuesta en la silla, se pone cómoda y dobla las piernas debajo de ella. “Para contextualizar, soy alérgica a los arándanos, ¿vale?”

“Vale…” Maya responde lentamente, sospechando ya cómo va a ir la historia, pero se da cuenta de que quiere oírla de todos modos.

“A la mañana siguiente de nuestra primera noche juntas, mi mujer, mi preciosa mujer” Dice la Dra. Olsen, con la cara iluminada por la mención de su mujer y los recuerdos que probablemente esté recordando. “Me preparó un desayuno increíble que incluía tortitas de arándanos y tostadas francesas… con arándanos.”

Se queda boquiabierta. “Oh no, esos son… muchos arándanos.”

La Dra. Olsen se ríe a carcajadas. “¡Ya lo sé! Cuando le conté lo de mi alergia, bendita sea, se mortificó mucho. Lo único que le quedaba para darme era la parte del final de la barra de pan y una naranja muy aplastada.”

“¿Te lo compensó?” Pregunta. Se imagina lo mal que se debió sentir la mujer de la Dra. Olsen aquel día. La propia Maya querría que la tierra se la tragara si alguna vez hubiera hecho algo así.

“Por supuesto. Me casé con ella, ¿no?” Los ojos de la Dra. Olsen se desvían hacia un lado, donde hay dos marcos de fotos sobre su escritorio. Maya sólo puede suponer que su mujer está en una de esas fotos.

De repente, Maya se da cuenta de que no conoce a muchas otras personas queer, fuera del trabajo o de las personas con las que se relacionó hace lo que parece una vida. No puede evitar preguntarse cómo sería tener personas que no sólo conozcan esta parte de ella, sino que también vivan sus propias versiones de ella.

“Gracias” murmura, explicándose al ver la inclinación interrogante de la cabeza de la Dra. Olsen. “Por contarme eso. ¿Me he sentido bien? Oírte hablar de tu mujer y saber que la gente como nosotras puede ser realmente feliz.”

Una mirada comprensiva llena el rostro de la Dra. Olsen. “Siempre me alegra compartir historias sobre mi mujer y nuestra alocada familia. Pero” hace una pausa, con una sonrisa apenada en los labios mientras continúa suavemente. “También soy tu terapeuta, no tu amiga, Maya.”

Ella asiente en señal de comprensión antes de dedicarle a su terapeuta una sonrisa juguetona. “Siempre podría despedirte para que seamos amigas, pero no creo que pueda encontrar una terapeuta mejor después de ti.”

La Dra. Olsen se ríe. “Soy bastante increíble. Aunque estoy obligada a decirte que la doctora Carlin también es muy buena.”

Maya tararea, como si se lo pensara seriamente antes de encogerse de hombros. “Veamos primero cómo funcionamos tú y yo” ofrece, observando cómo una sonrisa complacida se dibuja en los labios de la doctora Olsen.

“Trato hecho.”

Tal vez la terapia no sea tan terrible.

***

Maya se queda mirando el alto edificio que tiene delante y respira hondo para tranquilizarse.

Su mirada recorre lentamente el edificio y la zona que lo rodea. Hay días en los que venir aquí hace que se detenga a pocos metros de la entrada. Como si una parte de ella no quisiera entrar. No es que sea difícil averiguar por qué, pero Maya ha aprendido a no luchar contra ello ni forzarse a moverse.

Tras un último suspiro de calma, Maya da por fin un paso hacia el Grey-Sloan y atraviesa las puertas correderas abiertas.

Encuentra a Tina esperándola donde le había dicho por mensaje de texto que estaría, junto a la sala de enfermeras. Maya se pasa los dedos por el pelo antes de acercarse. Tina la ve acercarse con una sonrisa de bienvenida.

“Maya, hey, gracias por reunirte conmigo aquí. Sé que normalmente te gusta quedar fuera…”

Sacude la cabeza, ignorando las disculpas de Tina. “No te preocupes. Estoy bien, lo prometo” Le dedica a Tina una sonrisa tranquilizadora antes de tenderle torpemente la bandejita de café que lleva en la mano. “Bueno, aquí tienes, y el otro es para ti. Obviamente” se ríe.

A Maya le había sorprendido que Tina no sólo accediera a llevarle a Carina el café que Maya preparaba en casa, sino que además hiciera todo lo posible por avisarle cuando Carina venía en días en los que normalmente no lo haría. Como hoy, con una madre que se pone de parto antes de lo esperado.

Tina coge la bandeja del café con una sonrisa divertida en los labios. “Sigo diciéndote que no tienes que hacerme uno a mí también.”

Pone los ojos en blanco. “Y yo sigo diciéndote que sí, que tengo que hacerlo.” Maya se encoge de hombros. No le parecía bien hacerle una taza a Carina y no a Tina, sobre todo porque no aceptaba dinero cuando Maya se lo ofrecía. Una taza más de café le parecía lo menos que podía hacer.

Coge la taza con su nombre y aspira el aroma de la cafeína fresca. Le dedica a Maya una sonrisa de agradecimiento. “Sabes, si te sientes tan mal, siempre puedes ayudarme a presentarme a alguien que me ayude a conseguir esos orgasmos de los que me has privado.”

Maya empieza a reír sorprendida, haciendo una pausa cuando se da cuenta de que Tina no se está riendo con ella. “Oh, lo dices en serio.”

Tina se encoge de hombros, dando un trago a su café. “¿Por qué no?”

Se queda mirando a Tina durante un largo rato, sin saber qué contestar ni qué decir. No hay ninguna razón por la que no pueda ayudar a Tina a encontrar a alguien con quien enrollarse, al fin y al cabo, eso es lo que hacen los amigos. Maya ha hecho esto exactamente para Andy antes también.

Y desde su última sesión de terapia, había estado pensando en ampliar su ciertamente pequeño círculo de amigos para incluir a personas queer que no conociera ya a través del trabajo. Claro, ella y Tina realmente no hablan mucho más allá de lo que han estado haciendo con el café. Pero tal vez podrían cambiar eso.

“Vale, bueno… ¿Estás buscando algo serio?” pregunta. Maya no está segura de lo buena que sería presentando a gente para una conexión duradera. Los rollos de una noche siempre habían sido lo suyo antes de Carina.

“En realidad no” Tina niega con la cabeza, para alivio de Maya. “Al menos no todavía.”

“Genial” Maya asiente. “Bueno, soy muy buena compinche.”

“Así que…” Tina se interrumpe, con una sonrisa de complicidad en la cara.

Maya capta la indirecta. “Entonces, ¿en el bar de Joe este fin de semana?” sugiere con una sonrisa torcida.

Tina asiente excitada. “Consígueme esos orgasmos, capitán Bishop” grita, alejándose hacia los ascensores.

Ella se queda boquiabierta. “Dios mío, qué vergüenza.”

Sacude la cabeza y observa a Tina tararear mientras sube al ascensor. Todavía le tiembla la cabeza cuando se da la vuelta y ve a Carina entrando por las puertas correderas.

Maya se zambulle inmediatamente detrás de la estación de enfermeras.

“Hola, capitán Bishop.”

Trata de no jadear de sorpresa, preguntándose cómo ha podido olvidarse por completo de la enfermera que ha estado sentada aquí todo este tiempo. La enfermera Claire Komsoon está mirando la pantalla de su ordenador, trabajando diligentemente en la actualización digital de los archivos de los pacientes. Sigue siendo un misterio para Maya cómo Claire parece saber siempre quién está a su alrededor a pesar de no apartar casi nunca la vista de la pantalla del ordenador.

Se aclara la garganta con torpeza, pero no se mueve de donde está. “Oh, uh, hola Claire. ¿Qué tal?” Pregunta, intentando mostrarse lo más relajada posible mientras Carina pasa por delante de la enfermería.

Claire se encoge de hombros, escribiendo en el teclado. “Nada más que lo de siempre. ¿Y tú?”

“Oh, ya sabes” responde ella, con la mirada fija ahora en una mota de polvo muy interesante bajo el escritorio de Claire. “Esto y lo otro y eh, estoy y lo otro.”

“¿Capitán Bishop?” Maya levanta la vista de su observación del polvo, sorprendida de encontrar a Claire mirándola directamente con una mirada compasiva en sus ojos marrón oscuro. “Está en los ascensores ahora.”

A pesar del calor que se extiende por sus mejillas. Maya exhala un suspiro de alivio. Sale de debajo del escritorio y se levanta. “Gracias, Claire.”

La enfermera le dedica una sonrisa comprensiva. “Que tengas un buen día, capitán Bishop” murmura, asintiendo con la cabeza antes de volver a la pantalla del ordenador.

“Tú también” susurra mientras comienza a dirigirse a la salida.

Entonces Maya se detiene.

Sabe que no debería hacerlo, pero de todos modos mira hacia atrás por encima del hombro. Y la ve.

Carina.

Sigue de pie junto a los ascensores, dando golpecitos con los pies impaciente por que uno llegue por fin a la planta para poder ir a al suya, donde Tina la estará esperando con el café que Maya acababa de darle.

Hasta que Carina no sube al ascensor, Maya no da media vuelta y sale del hospital.

***

No ha podido quitarse a Carina de la cabeza.

No es nada nuevo. Carina siempre está ahí, una presencia constante en los pensamientos de Maya. Pero esta vez, ella está en primer plano, ahora que hay esta nueva imagen actualizada de ella después de verla accidentalmente en el hospital hace unos días.

Había algo en ver a Carina, tan impresionantemente bella como siempre, pero tan diferente. Ahora lleva el pelo más corto… más corto que cuando se conocieron… y Maya no puede evitar darse cuenta de que también tiene algunos reflejos.

A Maya le duele que ni siquiera sepa cuando se produjeron esos cambios, cuándo se los hizo Carina. Maya pensaba que ya sabía todas las cosas que echaría de menos de Carina, sabía que las echaría de menos, esas cosas que ya conocía y amaba tan íntimamente de Carina.

Sabía que echaría de menos la sonrisa de Carina, su olor, el sonido de su risa. Sabía lo que sentiría al echar de menos todas esas cosas, lo que había sentido en los últimos meses.

Pero nunca se le pasó por la cabeza echar de menos las cosas nuevas.

Cosas nuevas como un jodido corte de pelo. Maya nunca supo que era posible llorar por lo que nunca llegaría a conocer. Hasta ahora. Se da cuenta de que el mundo de Carina ha seguido adelante sin ella. Y aunque esto era exactamente lo que Maya quería para ella, nunca pensó que se sentiría así.

Todo este tiempo, Maya pensó en Carina como algo parecido a un fantasma, un fantasma que se ha congelado en el tiempo y que la ha estado siguiendo allá donde va. Quizá parezca una tontería formar una espiral sólo por un corte de pelo, pero ese corte de pelo fue una decisión consciente que Carina tomó para cambiar algo de sí misma. Una decisión consciente que tomó para seguir adelante.

Todo este tiempo, Maya pensó en Carina como si fuera un fantasma, cuando tal vez ella es el fantasma.

Un fantasma congelado en el tiempo, porque a veces parece que Maya sigue donde estaba hace unos meses, mirando la puerta de su casa y esperando a que Carina vuelva por ella.

“¿Alguna vez sientes que estás atascada?” Pregunta, mirando a su terapeuta.

La Dra. Olsen frunce el ceño y mira a Maya desde sus notas. “¿Atascada?”

Maya asiente distraídamente, todavía un poco perdida en sus pensamientos. “Como que a veces siento que la vida me pasa de largo y veo que los demás hacen cosas con sus vidas y sé que al menos debería hacer algo para… no sé, ¿hacer lo mismo?”

Desde hace un par de meses, ayuda a Dean a poner en marcha su proyecto. Aún está en su fase preliminar, pero sabe lo importante que va a ser para el cuerpo de bomberos. Y no puede dejar de admirar cómo se ha ido adaptando tan bien a los nuevos retos de su vida.

A pesar del desdén absoluto de Andy por la Estación 23, Maya ha estado escuchando acerca de cómo ha estado floreciendo como Capitán interina mientras el Capitán Aquino está de baja médica. Los informes de la mejora constante de la estación en ciertas áreas en las que habían tenido graves carencias, sólo puede atribuirse a la influencia de Andy.

Nada tan bueno como la 19, por supuesto, pero aún así, un crecimiento sólido para una estación que no tenía la mejor reputación.

La Dra. Olsen cierra su cuaderno y deja el bolígrafo sobre la mesa. Se inclina hacia delante y apoya los codos en los muslos. “¿Crees que siempre tiene que estar pasando algo para que sientas que realmente estás haciendo cosas con tu vida?”

Se encoge de hombros. “¿No suele ser siempre así?”

“Oh, no” se ríe la Dra. Olsen, sacudiendo la cabeza. “Me encanta la consistencia de una rutina. Me hace sentir segura. Contenta. No necesito nada más que eso.”

Eso no es algo que Maya pueda entender. No del todo. El objetivo de la satisfacción parece tan contradictorio, especialmente con quién es ella y cómo la educaron para ser. Pero tampoco es difícil creer que su terapeuta esté realmente satisfecha con su vida actual.

“Eres la capitán de tu estación, ¿verdad?”

Una sonrisa orgullosa se dibuja en sus labios. Es una sensación que aún no ha envejecido, que le recuerden su rango, lo lejos que ha llegado. “Así es.”

“¿Y eso no te hace sentir contenta?”

Se muerde pensativamente el labio inferior. “Estoy contenta de ser capitán. Yo también quiero ser Jefa algún día… pero todavía no. Dios sabe que me ha costado llegar hasta aquí, pero ahora estoy mucho mejor que cuando empecé.”

Su terapeuta tararea en voz baja. “Has mencionado que tu equipo no fue el más demostrativo en su felicidad por tu ascenso.”

Maya resopla ante el diplomático relato de los hechos. “No pasa nada. Puede decir que me odiaban” murmura con ligereza.

“Ya lo hemos hablado, Maya.”

Maya pone los ojos en blanco ante la amable reprimenda. “Está bien. Sentía que me odiaban” se enmienda, recordando aquellas largas y duras semanas en las que estaba sola mientras el resto del equipo se reunía constantemente sin ella. Solía ser una de ellos hasta que dejó de serlo y fue como si la hubieran olvidado por completo. “No estaban contentas con lo que hacía. Lo entiendo” añade ligeramente.

“¿Cuándo empezó a mejorar?”

Es la pregunta más fácil que ha tenido que responder hasta ahora y lo hace con rapidez. “Después de conocer a Carina” murmura suavemente, con una sonrisa en los labios.

Y su falta de vacilación parece sorprender a la doctora Olsen, cuyos ojos se abren de par en par al mencionar el nombre de Carina. “¿Por fin me vas a hablar de ella?”

Así que aquí está la cosa: Maya no ha hablado de Carina. Todavía no.

Ha sido totalmente a propósito para no hablar de Carina. No se ha sentido preparada para hablar de ella, no se ha sentido preparada para soltar todo lo que conlleva hablar de ella. Una parte de ella incluso se había sentido un poco posesiva al respecto, porque todos sus pensamientos y todos sus recuerdos de Carina con todo lo que Maya ha dejado dentro de ella.

Carina es todo lo que le queda.

Y puede que Maya aún no esté preparada, pero seguro que ya ha pasado el momento de hacerlo.

Maya respira hondo. “¿Por dónde empiezo?” Pregunta, a lo que su terapeuta le dedica una amable sonrisa.

“Esto va a ser terriblemente tópico, pero el mejor sitio para empezar es siempre el principio.”

Ella asiente lentamente. “¿Pero cómo sé siquiera dónde está el principio?”

“Ya te he dicho antes que no te estoy calificando en esto, Maya. Y esta no es mi historia. Empieza por donde quieras y yo sólo estoy aquí para escucharte” Le dice la Dra. Olsen con la misma firmeza pero amabilidad que ha hecho que Maya vuelva a verla semana tras semana.

Tarda un principio en entender su principio… el de ellas… pero una vez que empieza, todo resulta fácil.

“Empezó con una nariz en una bolsa de plástico.”