Chapter 1: Conversaciones pendientes
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Taichi sentía la presión en el pecho desde que terminó la batalla, o quizás desde antes. No era una sensación nueva. La conocía demasiado bien. Era ese tipo de opresión que comenzaba como un nudo en los pulmones y que con el tiempo se convertía en algo más: en un cosquilleo punzante en los ojos, en un sudor frío entre los omóplatos, en la certeza de que no podría respirar si no se concentraba mucho en ello.
Y no podía permitirse eso. No allí. No en ese momento. No frente a todos. Así que cuando el agua se calmó, cuando los datos dejaron de flotar en el aire como cenizas digitales y el eco del último grito de Meicoomon se desvaneció por fin, Taichi se movió. No porque quisiera. No porque tuviera un plan. Sino porque si no se movía, se haría trizas.
Sentía la mirada de Yamato en su espalda, filosa como una lanza.
Muévete.
Lo primero que vio fue a Meiko. Llorando. Arrodillada y temblorosa sobre la arena húmeda, rodeada por Sora y Mimi. Ese dolor era tangible. Era comprensible. Era más fácil para él de soportar que lo que le esperaba en los ojos de Hikari o Yamato. Así que fue con Meiko.
Se arrodilló frente a ella, con la boca a punto de formar una sola palabra: perdón, pero no llegó a decirla. De un momento a otro la tenía encima. La chica lo envolvía con sus brazos como si no fuera el que acababa de matar a su compañera.
—Gracias, gracias, gracias… —susurraba Meiko contra su oído, la voz quebrada por el llanto.
¿Gracias?
¿Por acabar con el problema? ¿Por liberarla del sufrimiento? ¿Por hacer lo que nadie más quería hacer? No sabía exactamente por qué Meiko pensaba que debía darle las gracias.
Alguien al menos que no me detesta, pensó Taichi. Se quedó quieto recibiendo el abrazo sin saber qué más hacer. Pero no pudo soportarlo por mucho tiempo y, apenas levantando la cabeza, le hizo una señal a Sora y Mimi para que se encargaran. Vio cómo las chicas se la llevaban fuera de la playa antes de levantarse.
—Taichi —susurró Yamato a su espalda.
No.
No estaba listo para eso. No para esa voz. No para esa batalla. Así que fue donde Koushiro y le preguntó lo primero que se le vino a la cabeza. Información, actualizaciones, algo útil. Algo que hacer. Hablar era más fácil si se trataba de hacer planes, de pensar en el siguiente paso.
Muévete. Muévete.
Pero entonces Joe y su maldita sensatez tuvieron que arruinárselo.
—Todos están agotados. Hay tiempo para informes después.
Y Taichi no pudo decir nada porque tenía razón. Al menos así podía separarse de ellos y lidiar con su asunto en privado, durante la caminata de regreso a casa. O eso esperó que pasara, pero no. No, porque Yamato, callado como la muerte, caminó todo el camino a su lado junto con sus digimons. Hikari y Takeru siguiéndolos un poco más atrás.
Taichi sintió el temblor en sus piernas antes de que ocurriera. Un segundo, fue solo uno, pero con eso bastó para que las rodillas le fallaran. Yamato estiró la mano hacia él enseguida y los dedos se le clavaron en el brazo. Fuertes, frustrados, como si le reclamaran “¿Qué te pasa ahora?” sin necesidad de emitir palabras.
Taichi se lo quitó de encima enseguida. No por enojo, sino porque sabía que, si su amigo lo seguía sujetando con tanta fuerza, iba a romperse en mil pedazos allí en medio de la calle. Así que lo hizo a un lado y se adelantó, rápido, con el cuerpo rígido y la vista clavada en la acera.
Cada paso le costaba. Cada inspiración le dolía. Sentía su pecho arder y la visión nublarse. Pero se seguía diciendo lo mismo:
Muévete. Muévete. Muévete.
Agumon lo seguía de cerca, sin decir nada, pero lo miraba con esos ojos grandes y llenos de preocupación. Él ya lo había visto así antes y, como siempre, no lo delató, solo estaba ahí en silencio por si llegaba a caer.
Cuando entraron a la casa apenas se detuvo para quitarse los zapatos y caminó directo a su habitación como si tuviera un propósito, aunque solo quería desaparecer de la vista de los otros. Cerró la puerta con suavidad y corrió a meterse bajo las mantas con torpeza, enroscándose en ellas, oculto del mundo con la cara presionada contra la almohada.
Y entonces lo dejó fluir. Las lágrimas comenzaron a brotar, su respiración se hizo cada vez más irregular y el cuerpo entero se le tensó. Todo el dolor contenido, toda la culpa, toda la presión que lo aplastaba desde esa tarde en la meseta; desde el sacrificio del profesor Nishijima; desde que recuperó las gafas que ya no sentía suyas; desde que Hikari le dijo que no lo perdonaría; todo explotó en ese momento, en la seguridad vacía de su cuarto donde nadie más podía verlo.
No supo cuánto tiempo pasó, pudieron ser minutos u horas. Todo se volvió líquido: el tiempo, su respiración, las lágrimas que no dejaban de brotar, aunque apretara los ojos con fuerza. El peso que sentía en el pecho era insoportable. El mundo parecía girar demasiado rápido, pero él estaba atrapado en un punto inmóvil, colapsando hacia adentro. Taichi no escuchaba nada más que el zumbido que le retumbaba en los oídos, el propio llanto que intentaba ahogar en la almohada.
Hasta que el colchón cedió con un nuevo peso y se congeló, conteniendo la respiración.
—Taichi…
Agumon.
Abrió los ojos bajo la manta y el aire volvió a entrar a sus pulmones. A medias. Como si tuviera que atravesar un colador en su garganta.
Lentamente, se arrastró fuera de su escondite, empapado en sudor, tembloroso, con el rostro enrojecido y los ojos hinchados. Al salir, Agumon lo miró con esa ternura triste y preocupada que le conocía de memoria. El digimon le sostuvo la mirada un instante antes de abrazarlo, envolviéndole torpemente la cabeza con sus cortos brazos.
—Respira, Taichi. No pasa nada… —Su voz era un murmullo suave, y las palabras un bálsamo y puñal al mismo tiempo—. Yo estoy aquí. Yo te protejo.
El consuelo solo consiguió que el llanto regresara con más fuerza. Taichi se apretó contra él, como si aferrarse con fuerza pudiera detener la avalancha. Siguió temblando sin control con las lágrimas empapándole el rostro. Cada jadeo le sacudía el pecho y, entre respiraciones fallidas, las palabras salieron, rotas, escupidas con desprecio:
Inútil. Cobarde. Asesino.
Las murmuraba apenas, para sí mismo, como quien se sentencia. Una y otra vez.
Estaba tan perdido en el torbellino de emociones, que no notó cuando la puerta se abrió de nuevo, ni vio la luz que se colaba por la rendija, ni los pasos que se acercaron.
Tampoco notó el segundo peso que se hundió en el colchón. Solo se dio cuenta cuando otro par de brazos lo rodearon. Más largos. Más cálidos.
Agumon se apartó con delicadeza, cediendo su lugar. Y entonces Taichi quedó envuelto en ese nuevo abrazo, fuerte y firme.
—Shhh… no. No digas eso.
La voz era inconfundible.
-o-o-o-
Y el idiota se le escapó, otra vez.
Lo dejó ahí, como un tonto, de pie en medio de la sala con la mano estirada en su dirección y las palabras atoradas en la garganta, sin saber que hacer.
Takeru y Hikari también lo notaron. Se lo quedaron mirando un largo instante, como esperando a que hiciera algo, como aguardando a que fuera tras el estúpido de Taichi y lo arrastrara fuera de su habitación donde había decidido ir a esconderse apenas cruzaron la puerta del departamento de los Yagami.
Yamato lo consideró. Brevemente. Pero decidió que eso sería demasiado dramático, hasta viniendo de él. Y no necesitaba darle otra excusa a Taichi para hundirse más en ese ánimo de perros que traía.
Realmente, Yamato no sabía cómo lidiar con él cuando se ponía así de apático y distante. Quería al viejo Taichi; ese que se enojaba, ese que lo empujaba y le gritaba a la cara todo lo que le molestaba. Ese que no parecía un maldito cachorro pateado todo el tiempo. Así podría empujarlo y gritarle primero sin sentir esa odiosa presión en el pecho cada vez que lo mirara con esos estúpidos y enormes ojos tristes.
Yamato sabía que estaba siendo un cabrón. Y la verdad es que ni siquiera estaba enojado con Taichi, al menos al principio. Todo lo contrario, lo único que había querido hacer una vez el cielo se aclaró era acercarse, abrazarlo tan fuerte como para quitarle el aire, y celebrar que estaba vivo, de regreso, que habían ganado otra pelea y salvado el maldito mundo una vez más. Pero el idiota tuvo que entrar en ese modo sombrío que se le estaba haciendo demasiado frecuente e ir a consolar a la otra idiota de Meiko, recordándole que habían ganado la batalla eliminando al compañero de alguien más.
Estúpido, estúpido Taichi.
Yamato además estaba seguro de que lo estaba evitando a propósito. Se las arregló para no mirarlo ni hablarle en todo el tiempo que estuvieron en la playa, lo había ignorado durante el camino a su casa, y ahora había corrido a esconderse en su habitación, no porque estuviera agotado, sino para no tener que hacer de anfitrión y tratar con él.
Seguro que Taichi estaba agotado, Yamato no lo dudaba. Cansado, adolorido y cabreado del mundo que no dejaba de caérseles encima, ¡Pero todos ellos lo estaban! Y eso no evitaba que estuvieran ahí, sentados alrededor de la isla de la cocina, dándose la cara y al incómodo silencio que ninguno sabía cómo sortear. Aunque Takeru lo intentaba, el cielo lo bendiga, con pésimos resultados.
Estaba terminando su parte de la improvisada cena que Hikari armó rápidamente para todos, cuando decidió que no le iba a dar en el gusto.
Ya no más.
Se levantó, cogió la porción que era para Taichi de la hornilla, y con pisadas fuertes se dirigió a su habitación. Iban a hablar le gustara al idiota o no.
Pero toda esa resolución se fue al piso en cuanto atravesó la puerta.
Pensó por un momento que se había equivocado de cuarto, o de persona. Porque ese no podía ser Taichi. Yamato apenas reconocía al chico acurrucado contra Agumon, con el rostro escondido y los hombros sacudidos por sollozos incontrolables.
Su llanto era ahogado, cargado de una desesperación cruda. No había gritos. No había rabia. Solo una tristeza tan profunda que parecía estar arrancándole pedazos desde dentro.
Estaba desecho. Yamato se sintió de pronto fuera de la realidad. Nunca lo había visto así. Nunca.
Taichi era como el sol. Ese sol odioso e irritante del verano que no dejaba de brillar, que irradiaba fuerza incluso cuando todo parecía oscuro. Así es como se supone que debía ser. El líder intrépido que siempre se lanzaba al frente sin pensar, sin dudarlo. El que se caía y se levantaba. El que nunca se rendía…
Es mucha presión para una persona, ¿No crees?
La verdad lo golpeó con brutal claridad. Claro que Taichi podía quebrarse también, ¿Por qué le exigía que fuera fuerte todo el tiempo?
Apretó los puños, sintiéndose como un imbécil.
—Inútil… cobarde… asesino…
Las palabras llegaron a sus oídos como cuchillos, y sintió que el aire se le escapaba. Su primer instinto fue tensarse, prepararse para devolver el golpe. Pero entonces se dio cuenta de que Taichi no le hablaba a él, sino que se estaba diciendo esas palabras a sí mismo. Castigándose con ellas.
Yamato sabía cómo era eso.
Se arrojó hacia la cama, casi tropezando con sus propios pies, en un impulso automático. Extendió los brazos y apartó a Agumon, que le cedió el lugar sin protestar. Lo abrazó con fuerza, sintiendo su respiración entrecortada contra su cuello.
—No… No digas eso. No eres nada de eso. —murmuró.
Yamato sintió los sollozos golpeándole el pecho como olas irregulares. Cada uno de ellos como un reproche por todo lo que había hecho antes. Por todo lo que había dicho sin pensar. Por todo lo que había callado cuando más importaba.
Apretó los ojos, tragando el nudo en su garganta.
Inútil. Cobarde. Asesino.
Taichi seguía murmurando esas palabras como si fueran una condena, como si quisiera tatuárselas por dentro, y a Yamato se le clavaban como cristales rotos.
—Escúchame. Escúchame, ¿quieres? No eres nada de eso.
Taichi negó con la cabeza, con fuerza. Con rabia.
—Sí lo soy ¡Lo soy, Yamato! —dijo entre dientes—. ¡Tú mismo lo has dicho! ¡Tantas veces! Tantas…
Yamato cerró los ojos un segundo, recibiendo la bofetada.
—Lo sé, pero no sabía lo que decía. Estaba enojado, herido, o cegado, da igual. Pero no era verdad. Nunca lo fue.
—¡Claro que sí! —insistió Taichi, la voz quebrándose—. Y tenías razón, yo nunca debí… no merecía... no merezco que confíen en mí, que me sigan. Nunca supe lo que estaba haciendo, ni entonces ni ahora... Todo lo que pasó, lo que dejé que pasara… Es mi culpa. No los protegí. Ni siquiera pude... ni siquiera pude salvar a...
Se atragantó en mitad de la frase y agachó la cabeza otra vez.
Yamato se quedó inmóvil. Algo dentro de él se retorcía al escuchar tanto dolor comprimido en esa voz casi siempre jovial. Le sostuvo el rostro con ambas manos, obligándolo a mirarlo. Taichi intentó girarse, evitar su mirada, pero no se lo permitió.
—¡Basta! —dijo con dureza. Con decisión—. ¡Ya basta, Yagami!
Su amigo abrió los ojos, sobresaltado por el tono agresivo de Yamato.
—¡No vas a decidir quién eres en base a tus peores momentos! ¿Me oyes? ¡No te lo voy a permitir!
Taichi intentó hablar de nuevo, murmurar otra negación, pero Yamato no lo dejó. Alzó la voz por encima de él, sin darle espacio, sin permitir que se hundiera más.
—¡Tú eras el primero en pararse al frente y hacerse cargo en cada ocasión! ¡El que se lanzaba al fuego por nosotros sin pensarlo dos veces! ¡El que sostuvo unido a un grupo de siete extraños, perdidos y asustados, bajo un mismo propósito!
Yamato sentía que el pecho le ardía. No sabía si por rabia, por tristeza, o por amor. Tal vez por todo.
—¡Tú fuiste nuestra fuerza, maldita sea! ¡Y lo sigues siendo, aunque ahora no lo veas! ¡Yo lo veo! ¡Todos lo ven! ¡Y no voy a dejar que esa voz dentro de ti, esa que suena como yo cada vez que me porto como un imbécil, te arranque eso!
Taichi estaba quieto, o todo lo que podía con el temblor que lo recorría. Los ojos bien abiertos, brillando con las lágrimas que no paraban.
—Recuerdo bien las cosas que he dicho, pero más las que nunca llegué a decir, y no sabes cuánto me arrepiento de eso. De no haberte dicho antes todo lo que realmente veo en ti.
Taichi parpadeó, una inspiración corta como si quisiera interrumpir, pero Yamato no le dio espacio. Su voz no se detenía.
—Veo a alguien valiente. A alguien justo, y generoso, que siempre pone a los demás primero. Alguien que inspira confianza en las personas y las impulsa a dar lo mejor, siempre.
Yamato pegó su frente a la de él. Su voz bajó, se hizo más suave, más íntima.
—Necesito que me creas cuando te digo todo esto. Y no importa lo que te digas a ti mismo ahora, o lo que recuerdes de lo que yo te dije antes. Lo que importa es que estás aquí. Que volviste con nosotros, nos levantaste y seguiste peleando, incluso cuando parecía que todo estaba perdido. Y eso… eso no lo hace un inútil, ni un cobarde, ni un asesino. Eso lo hace un gran líder. Uno al que le confiaría mi vida y el mundo cada vez que vuelva a ser necesario.
El silencio que siguió fue denso. Solo se escuchaban las respiraciones entrecortadas de ambos, el leve sollozo que aún se resistía a irse por completo del cuerpo de Taichi.
Yamato sostuvo su mirada, sin pestañear, sin permitirle mirar hacia otro lado.
—Te quiero, idiota. Y si tengo que decirte todo esto mil veces para que te lo creas, lo voy a hacer. Hasta que la voz dentro de tu cabeza suene menos como yo, y más como tú.
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Taichi se quedó quieto. No hablaba. No podía.
Yamato no se movía. Seguía ahí, firme, cálido, envolviéndolo en ese refugio tan inesperado como necesario. Taichi se dejó caer en sus brazos con lentitud, casi con torpeza, como si no recordara del todo cómo rendirse ante alguien más. Su frente quedó apoyada en el hombro del rubio, su cuerpo flácido, abatido por la tormenta que se disipaba.
Una mano le rodeó la espalda con calma, la otra se alzó para acariciarle el cabello con una delicadeza que le resultaba casi irreal. No recordaba haber sentido nunca un gesto tan dulce de parte de Yamato. De su amigo con su eterna expresión de fastidio, con sus constantes regaños, y ese muro de cartón que intentaba contener el exceso de sentimientos que lo arrasaba por dentro.
—Gracias... —consiguió murmurar finalmente.
Yamato no respondió, solo siguió acariciándole el cabello, con el mentón apoyado sobre su cabeza, como si también necesitara ese contacto para convencerse de que Taichi estaba ahí, de que seguía respirando, de que no se había ido.
Taichi tragó con esfuerzo, los ojos aún cerrados, como si hablar doliera, pero quería hacerlo de todas formas.
—Creí… llegué a pensar que me odiabas.
—Idiota. —La palabra salió disparada de los labios de Yamato como un latigazo instintivo.
Taichi apenas alzó una ceja, sin fuerzas para mucho más. Iba a apartarse, a disculparse quizás, pero entonces Yamato suspiró y su voz volvió, más suave.
—Nunca podría odiarte. Nunca, ‘Chi.
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La luz que se filtraba por la rendija de la cortina era suave, dorada y tibia. Yamato la sintió antes de abrir los ojos, un leve calor sobre la piel, y luego el peso familiar al otro lado de la cama. Parpadeó despacio, adaptándose al resplandor de la mañana, y lo primero que vio fue a Taichi.
Dormía todavía, con una de sus manos atrapada entre las colchas y la otra, pesada, sobre él. Su expresión era distinta a la noche anterior. Más tranquila. Liviana. Sus cejas ya no estaban fruncidas, su mandíbula no estaba apretada. Solo dormía. Tranquilo.
Yamato lo observó en silencio, sintiendo que se ablandaba sin remedio.
No sé cuándo pasó. No sé en qué momento empecé a… a mirarte distinto. A necesitarte más de lo que quería, más de lo que podía entender.
No podía negarlo. No en ese momento, no a la luz de ese amanecer y en la calma compartida de la habitación.
Su mano se movió sola. Con suavidad le apartó un mechón de la frente, y luego, sin poder evitarlo, le acarició la mejilla con la yema de los dedos. Fue un roce mínimo, pero suficiente para que Taichi se removiera, volviendo apenas en sí.
Yamato se congeló. Sostuvo el aire en los pulmones, temiendo haber arruinado todo.
Pero Taichi no lo apartó. Al contrario, se inclinó levemente hacia el toque, buscando el calor de su palma. Sus ojos se abrieron, todavía vidriosos por el sueño, y se posaron en los suyos.
—Hola —saludó con voz adormilada.
Yamato sintió otro nudo soltarse en su pecho. La mirada de Taichi tenía una paz sencilla que hacía demasiado no veía en él.
—Hola —respondió, sin añadir nada más. Solo se quedó ahí, acariciando su rostro como si fuera lo más natural del mundo.
Se miraron unos instantes, y Yamato perdió toda noción del tiempo. Hasta que Taichi se inclinó de nuevo y apoyó la cabeza en su cuello, acurrucándose sin decir palabra. Yamato se tensó, solo un poco, al sentir las cosquillas de su respiración contra la piel.
—Taichi...
—¿Hmmm? —El sonido ahogado vibró contra su cuello y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
—Tenemos que levantarnos —dijo, apenas por decir algo.
—¿Por qué? —protestó el castaño, sin apartarse.
—No has comido nada desde ayer.
—No tengo hambre —murmuró Taichi, con esa voz terca y melosa que usaba cuando quería salirse con la suya.
Sus labios le rozaron ligeramente la piel cuando habló, y Yamato tuvo que respirar hondo un par de veces antes de poder hablar de nuevo.
—Sí, claro —bufó, sus mejillas ardiendo—. Igual deberíamos levantarnos. Ya sabes, desayunar con los demás.
—Pueden arreglárselas sin nosotros.
Genial. Justo cuando no estaba en condiciones para soportarlo mucho más así de cerca, Taichi decidía hacerse el difícil.
—Y le dijiste a Koushiro que llamara a una reunión para la tarde, así que...
—Por favor, Yama.
El suspiro no fue tanto de fastidio como de dolor. Sintió el leve cambio en el cuerpo de Taichi, la tensión regresando, sutil, pero inconfundible.
—Por favor, solo... —suspiró otra vez el castaño, sonando agotado de pronto—. quedémonos así un rato más. Por favor.
El tono, esa voz tan baja, tan suplicante, hicieron que Yamato tragara saliva con fuerza. Se maldijo en silencio.
Tan pronto y ya lo estás presionando otra vez, maldito idiota.
—Además... —Taichi hizo una pausa, respirando hondo—. No sé si ella quiera verme.
Yamato no necesitaba preguntar, sabía bien a lo que se refería. Tomó aire con calma, apoyando su mentón sobre el cabello revuelto del otro, envolviéndolo con más firmeza.
—Hikari te quiere, Taichi. Está preocupada. Estaba preocupada anoche durante la cena.
“La cena que te saltaste” se abstuvo de decir. Levantó la vista, buscando el tazón que había dejado sobre el escritorio la noche anterior, pero no lo encontró. Tal vez Agumon se había hecho con el en algún momento de la noche, en vista de que nadie iba a comerlo.
—Eso no quita que esté enojada. Y decepcionada.
—Hicimos lo que teníamos que hacer. Ella lo sabe. Y te juro que eso no cambia lo que siente por ti. —Bajó la voz, hablándole al oído—. Pero está bien, podemos quedarnos el tiempo que necesites.
—Ah, ¿sí? ¿y si no quiero moverme de aquí en todo el día?
Yamato resopló.
—Entonces debería hacer que Takeru nos traiga el desayuno.
Una risa suave vibró contra su cuello.
—¿Migas en la cama, Ishida? ¿En serio? Qué bajo has caído —bromeó Taichi, con esa chispa en la voz que Yamato no sabía cuánto había extrañado hasta que la volvió a oír.
Rodó los ojos, pero la sonrisa le salió fácil.
—Como si no hubiera visto los paquetes de galletas y frituras que tienes aquí abajo, Yagami —respondió, picándole el costado sin compasión.
Taichi se retorció entre risas. Por un instante todo lo demás desapareció. Yamato pensó que luego de eso el momento se habría roto finalmente. Pero en lugar de eso, el castaño regresó a su lado sin decir nada, apoyando de nuevo la cabeza en su pecho.
El calor que le subió desde la boca del estómago fue inevitable.
La mano de Yamato se movió sola, otra vez, acariciando el cabello revuelto en movimientos lentos, casi hipnóticos. Y se quedaron ahí, acurrucados bajo las colchas mientras el día comenzaba afuera sin ellos.
Por ahora, no importaba.
-o-
Luego de un rato demasiado agradable, el timbre del teléfono de Taichi rompió el apacible silencio de la habitación. Era un sonido agudo y familiar, pero esta vez cayó como una piedra en el agua tranquila que los rodeaba.
Taichi dejó escapar un pesado suspiro, como si cada parte de su cuerpo protestara por tener que moverse y volver a la realidad. Aun así, se sentó despacio, frotándose el rostro con las manos antes de estirarse para tomar el aparato. La luz azulada iluminó su expresión, todavía borrosa por el cansancio.
—Hola, Kou, cuéntame... —saludó, con una voz tan normal, tan compuesta, que no podía ser sincera.
No era real. No podía serlo.
Yamato lo observó hablar con el genio como si nada de lo ocurrido la noche anterior y esa mañana hubiera pasado, como si no se hubiera derrumbado de una forma que aún lo tenía temblando por dentro. Pero la evidencia seguía allí, clara como el día: los ojos rojos, las ojeras del cansancio acumulado, el cabello más revuelto de lo normal, y una delgada línea de sal en su mejilla que no alcanzó a limpiar del todo.
Yamato se acercó cuando colgó, empujándolo ligeramente con el hombro.
—¿Vamos? —preguntó, suave, no queriendo volver a presionar.
Taichi suspiró otra vez, frotándose la nuca.
—Adelántate. Llamaré a las chicas para saber cómo está —dijo, haciéndole un gesto vago con la mano mientras volvía a llevarse el teléfono al oído.
Meiko, pensó Yamato, y una sensación desagradable se alojó en su estómago a la vez que apretaba los dientes sin querer. El gesto se le congeló un segundo en la cara.
No. No iba a permitir que ese sentimiento echara raíces. No iba a nombrarlo.
Se dio media vuelta, indeciso. Apenas había dado dos pasos cuando escuchó la voz de Taichi hablando con Sora. Y otra vez, sonaba demasiado normal. Demasiado tranquilo. Demasiado controlado.
Yamato se preguntó desde cuándo Taichi se había hecho tan bueno escondiendo lo que sentía, ¿Cuándo había empezado a guardar las apariencias como todos los demás? ¿A ocultar el temblor en sus manos tras una sonrisa falsa? ¿O es que acaso siempre había sido así y era solo que él no lo había notado antes?
Le ponía los pelos de punta pensarlo, verlo, escucharlo. Así que salió rápido de la habitación.
Entró en la cocina arrastrando los pies. El murmullo suave de voces, el tintinear de platos y el sonido sordo de una tostadora funcionando llenaban el ambiente con una calidez doméstica. Por un instante, se detuvo en el umbral, observando.
Takeru estaba de espaldas, batiendo huevos en un bowl mientras Hikari cortaba frutas en una tabla. Agumon se echaba a la boca todo lo que alcanzaba, Patamon y Tailmon discutían suavemente sobre si era mejor el té o el jugo para el desayuno, y Gabumon se mantenía mirando al pasillo, atento al más mínimo signo de él.
—Buenos días, Yamato —saludó Gabumon al verlo, con esa voz suave que usaba cuando sabía que estaba lidiando con más emociones de las que quería sentir.
—Hey —respondió, forzando una sonrisa, y se acercó a la encimera dispuesto a ayudar. Pero ni bien tomó un cuchillo para cortar pan, Takeru ya estaba a su lado, sin decir palabra al principio.
Su hermano lo observó en silencio unos segundos y luego se inclinó un poco para hablar solo con él.
—¿Cómo está? —preguntó su hermano menor en voz baja.
Yamato no respondió de inmediato. No estaba seguro.
—...Sigue siendo él —respondió al final, lo suficientemente ambiguo para que fuera verdad.
Takeru lo miró y Yamato evitó sus ojos.
—¿Y tú?
La pregunta lo tomó por sorpresa, aunque era obvio que vendría.
—Estoy cansado —admitió en un suspiro—. Hubiese querido seguir recostado un poco más.
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Taichi cerró la puerta con un suspiro profundo, obligándose a no volver a entrar. El pasillo estaba silencioso, apenas iluminado por la luz suave de la mañana. Iba a dar un paso hacia la cocina cuando se detuvo en seco.
Frente a él, con un cuenco de frutas en las manos, estaba Hikari.
—Hermano…
Los ojos de ambos se encontraron. Un mar de emociones atascadas latiendo en el aire. Hikari dejó el cuenco a un lado luego de un instante eterno, y se lanzó hacia él, rodeándole el cuello con los brazos en un abrazo apretado, desesperado.
Taichi dio un paso atrás por la fuerza del impacto, pero enseguida la sostuvo. Sus manos temblorosas aferrándose a su espalda. Y entonces, sin poder evitarlo, rompieron a llorar como si fueran niños otra vez.
—Lo siento —murmuró Taichi contra su cabello—. Lo siento tanto, fue lo único que podía hacer… no vi otra opción. No sabía qué más hacer…
—Lo sé. Lo sé, lo sé… —sollozó Hikari, aferrándose con más fuerza—. Estaba tan asustada, tan… no saber dónde estabas, si ibas a volver. Creí que te habíamos perdido. Creí que te había perdido. Y entonces dejé que la oscuridad… solo lo compliqué todo. Para los demás. Para ti…
—Shhh… no, Hikari —Taichi sacudió la cabeza, el pecho oprimido por todo lo que aún no podía decir—. No es tu culpa. Yo tuve que estar allí. Era mi responsabilidad. Tendría que haber estado allí antes, para protegerte a ti y a los demás…
—¡Eres mi hermano, no un escudo humano! —le gritó ella entre lágrimas, golpeándole el hombro con los puños cerrados—. ¡¿Por qué tú…?! ¿Por qué siempre piensas que tienes que cargar con todo solo?
Taichi la sostuvo más fuerte, las palabras de Yamato repicando en su mente.
—Lo sé… lo sé. Lo siento. Lo siento.
—No vuelvas a dejarme así nunca más. Por favor —murmuró ella con la voz entrecortada—. Te amo, tonto.
—Nunca más —prometió sin dudarlo—. Te amo, Hikari. Lo siento tanto.
Se dejaron caer de rodillas, aún abrazados, y se quedaron un largo rato allí en medio del pasillo, envueltos el uno en el otro, dejando que todo el dolor y el miedo saliera.
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El golpe de algo cayendo al suelo interrumpió la conversación tranquila en la cocina. Yamato se tensó de inmediato, intercambiando una mirada con Takeru antes de salir ambos corriendo hacia el pasillo.
La escena que encontraron los hizo detenerse en seco.
Allí estaban los hermanos Yagami, arrodillados en el suelo, envueltos en un abrazo. Hikari tenía el rostro hundido en el cuello de Taichi, sollozando sin reservas, mientras él la sostenía como si se le fuera la vida en ello, su cuerpo temblando con cada respiración rota. Tailmon y Agumon se les acercaron en silencio.
Yamato se quedó inmóvil unos segundos, aliviado ante la escena. Taichi estaba llorando otra vez, pero no era el llanto arrollador y destructivo de la noche anterior. Era ese llanto ruidoso, tosco y liberador que aligeraba el pecho al soltarse.
Una pequeña sonrisa le vino a los labios. Sabía que esos dos no tardarían en arreglar las cosas. Se amaban y se necesitaban demasiado como para no hacerlo.
De pronto, Takeru le dio un leve codazo.
—¿Nos imaginas a nosotros haciendo tal escándalo? —bromeó su hermano en voz baja, un brillo divertido en los ojos.
Yamato se lo quedó mirando por un segundo y luego negó con la cabeza, aunque la sonrisa se le ensanchó un poco más.
—A esta edad, no. —Hizo una pausa—. Pero de niños, sí. Seguro que sí. Me acuerdo cuando te caíste de la bici y no paraste de llorar en todo el camino que te cargué de vuelta a casa.
Takeru se sonrojó.
—¡Tenía cuatro años!
—Y chillabas como si te hubieran arrancado un brazo —susurró Yamato, recibiendo un nuevo codazo de su hermano.
-o-o-o-
La oficina de Koushiro estaba más tranquila de lo habitual. Aunque los digimons ocupaban distintos rincones compartiendo galletas, fruta o simplemente echados cerca de sus compañeros, se notaba la ausencia de casi medio grupo.
Sora y Mimi seguían en el departamento de Meiko, y Joe había avisado que no podía salir de casa. Así que estaban solo ellos cuatro, más Koushiro y los digimons.
—Quisiera hacer un recuento de la situación para estar todos al corriente —dijo Koushiro, finalmente dejando el lugar detrás de su escritorio para sentarse en uno de los sofás. Aunque igualmente puso una laptop frente a él en la mesa de centro—. Ya que hay decisiones que tomar respecto a lo que haremos de aquí en adelante.
Todos asintieron, aunque Koushiro solo continuó cuando vio a Taichi hacerlo.
—Luego de separarnos durante la pelea en la meseta… Cuando caíste por la fisura. —comenzó el genio—. Tailmon perdió el control debido al dolor de Hikari. Evolucionó en una versión oscura de Ophanimon y se fusionó con Raguelmon para formar a Ordinemon.
Hikari bajó la cabeza, Tailmon se acercó a ella en silencio.
—La fractura entre los mundos empeoró, Yamato asumió el liderazgo en tu ausencia y tuvimos que volver al Mundo Real sin ti. Intentamos detenerla, detenerlas, de todas las formas que pudimos. Las fuerzas especiales tampoco pudieron hacer nada.
—De hecho, solo empeoraron todo. —gruñó Yamato, cruzado de brazos a su lado.
—Logramos desbloquear los recuerdos de los digimons de antes del reinicio que estaban almacenados en la memoria de Meicoomon, y eso ayudó a Tailmon a volver en sí… pero no a Meicoomon. Ella seguía fuera de control en la forma de Ordinemon…
—Entonces volviste. —volvió a intervenir Yamato, y Taichi pudo sentir los ojos azules clavados en él.
—Yamato y tú trajeron a Omegamon y consiguieron detenerla… —continuó Koushiro, también mirándolo directamente.
—Eliminarla. —corrigió Taichi, seco, bajando la vista a sus manos.
—… La distorsión fue contenida. Ordinemon se desintegró, y el sistema digital volvió a estabilizarse.
Koushiro se quedó en silencio un instante tras terminar su recapitulación. Sus ojos bajaron a la pantalla por reflejo, aunque no leía nada. Luego alzó la vista, esta vez mirando a Yamato.
—Durante la pelea contra Ordinemon, ocurrió algo extraño.
Yamato asintió con gravedad, entendiendo a lo que se refería.
—Daisuke y los otros —murmuró el rubio.
Takeru alzó la cabeza de golpe al escucharlo, y Hikari giró hacia él, sorprendida.
—¿Se comunicaron entonces? —preguntó Takeru, con una mezcla de esperanza y culpa en la voz.
—No exactamente, —respondió Koushiro—. Recibí una alerta médica. Indicaba que los estaban trasladando al hospital. Según las lecturas que pude revisar, aparecieron repentinamente. Estoy seguro de que alguien dentro del Mundo Digital tuvo que traerlos y dar el aviso a emergencias.
Su voz bajó un poco mientras giraba la cabeza, clavando la mirada en Taichi otra vez.
—Fuiste tú, ¿verdad?
Taichi no respondió de inmediato. Tomó aire despacio, preparándose para lo que vendría.
—Sí —dijo finalmente. Su voz baja, pero lo más firme que pudo—. Me topé con ellos cuando desperté… No sé bien dónde caí. Parecía una sala de control de algún tipo. Estaban los cuatro allí, inconscientes y suspendidos dentro de unas cápsulas.
Agumon llegó a su lado y se abrazó a su pierna, mirándolo hacia arriba con sus enormes ojos. Taichi estiró la mano para acariciarle detrás de las orejas en un gesto tranquilizador que sirvió a ambos por igual.
—También estaba Gennai, o el que pienso que era el verdadero Gennai. Con el profesor Nishijima logramos entender muy poco de lo que estaba ocurriendo —su voz se aflojó apenas al pronunciar ese nombre, pero logró recomponerse rápido—. Las cápsulas los mantenían vivos, pero también drenaban su energía y datos. Tal vez eso tenga que ver con cómo los agentes de Yggdrasill tomaron la forma de Ken y Gennai.
Koushiro asintió despacio.
—Puede ser. Las lecturas que tomé de ellos eran inestables, fluctuantes, similares a las de la energía oscura. Deben haber creado un programa a partir de los datos recopilados de los prisioneros. La pregunta es qué tipos de datos estaban recopilando, además de la apariencia física, y con qué propósito.
Taichi se frotó el pantalón con la mano libre.
—No lo sé, no tuvimos mucho tiempo antes de que apareciera el falso Gennai. Dijo que quería jugar un juego y cortó el soporte vital de las cápsulas. Inició una cuenta regresiva diciendo que los chicos morirían y el lugar explotaría cuando llegara a cero. Nos daba la opción de transportarlos al mundo real junto con la cápsula extra… Pero uno tenía que quedarse atrás para hacerlo.
La sala entera quedó en silencio, incluso los digimons habían dejado de hablar entre ellos para escuchar. Taichi sintió a Yamato erizarse a su lado y evitó con todas sus fuerzas voltearse a mirarlo. En cambio, mantuvo los ojos fijos en Koushiro frente a él. No dejó que su voz flaqueara, no permitió que la rabia o la pena rompieran el flujo con el que había logrado contar todo. Ya casi acababa.
—El profesor me engañó para entrar a la cápsula y activó el sistema de transporte —se interrumpió un instante, respirando hondo—. Él se encargó de sacarnos de allí.
Sostuvo la mirada de Koushiro un instante más, sosteniéndose en esos ojos profundos y comprensivos.
Respiró hondo una vez más y entonces se giró, buscando a Hikari y Takeru. Intentó ofrecerles una expresión tranquila, una mirada que dijera “todo estará bien”, aunque no estuviera seguro de que fuera verdad.
—Él me dijo que la agencia estuvo encubriendo la desaparición de Daisuke y los otros —explicó con cuidado, midiendo sus palabras—. Querían evitar que se hiciera público. Que alguien sospechara. Ustedes no tenían forma de saber lo que estaba pasando.
No es su culpa, quiso decirles con la mirada. Y ellos lo entendieron.
Hikari empezó a llorar. No con desesperación, sino con ese llanto suave y profundo que llega cuando la tensión se suelta por fin. Takeru la abrazó enseguida, sin decir nada, dejando que se desahogara contra su hombro. Taichi alcanzó a ver el brillo húmedo en los ojos del chico, unas lágrimas que no eran sólo de dolor, sino también de alivio.
Les dijo eso. Que no era su culpa, pero en su interior el peso seguía clavado como una piedra en el pecho. Dos meses. Dos meses desaparecidos, y él no se había dado cuenta. ¿Qué clase de líder era? ¿Cómo fue posible que no lo notara, que no se cuestionara la ausencia, que no presionara más?
Koushiro ya estaba de vuelta en su computadora, sus dedos volando sobre el teclado, cruzando datos. Su rostro concentrado indicaba que su mente ya estaba trabajando en lo que seguía, en lo que podían hacer ahora. Como siempre.
Taichi lo observó por un segundo más y entonces se obligó a moverse. A enfocar la atención. A volver al presente.
Todavía había mucho que hacer.
-o-
Koushiro no había dejado de teclear desde que Taichi terminó de hablar, y tanto él como Yamato se habían levantado del sillón para ubicarse detrás del genio mientras trabajaba. Los datos que recopilaba aparecían en la pantalla a una velocidad vertiginosa: flujos de energía, registros parciales del portal, imágenes de vigilancia, patrones de conexión. Luego de un tiempo, Yamato había desistido a la idea de tratar de entenderlos.
—Hay tres cosas que debemos hacer —anunció Koushiro sin levantar los ojos de la pantalla—: primero, rastrear a Yggdrasill y sus aliados; segundo, entender si hay algo más en marcha que no hayamos visto; y tercero... —miró de reojo a Taichi, con un dejo de pesar—. entender con exactitud qué les hicieron a Daisuke y los demás durante su encierro.
Dejó la computadora de regreso en la mesa y se giró hacia ellos.
—Durante la última batalla, la prioridad fue detener a Ordinemon. Pero al revisar los datos del sistema que intercepté mientras estábamos en el Mundo Digital, encontré múltiples referencias a "corrección de instancias" y “combinación de subrutinas”. Al principio creí que era una forma técnica de hablar de la fusión entre Raguelmon y Ophanimon, pero ahora pienso que podrían referirse a experimentos que estaban llevando a cabo con los chicos.
Takeru frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé todavía con certeza —respondió Koushiro—. Pero si lo que dice Taichi es cierto, entonces estaban haciendo más que retenerlos. Estaban escaneando, tal vez incluso intentando duplicar sus datos.
—¿Para qué? —preguntó Hikari, tensa.
Koushiro se giró hacia la pantalla. Un nuevo gráfico apareció, una serie de líneas conectando distintos puntos.
—No tengo pruebas, pero tengo una hipótesis. Yggdrasill lleva mucho tiempo buscando expulsar a los humanos del Mundo Digital sin perder estabilidad. Mantener el control. ¿Y si lo que intentaba era crear su propia versión de los niños elegidos? Una red artificial de vínculos, sin necesidad de intervención humana.
—Copias de nosotros, bajo su control. —murmuró Taichi.
El silencio que siguió fue denso. Nadie sabía qué decir. Finalmente, Taichi volvió a hablar.
—Tenemos que evitar que puedan volver a intentarlo. Que se lleven a alguien más.
Koushiro asintió.
—He comenzado a rastrear los patrones de energía que se activaron cuando volviste al mundo real con los demás. La señal se pierde entre sectores corruptos de datos. Deben estar usando algún tipo de camuflaje digital, pero... podría intentar rastrear residuos energéticos si consigo acceso a las terminales de la sala de control.
Taichi se inclinó sobre el respaldo del sofá donde estaba sentado Koushiro, quedando lado a lado con él mientras hablaban.
—¿Crees poder encontrar una ruta segura por la que acceder desde la superficie? Además, el lugar estará inestable luego de la explosión, si es que ocurrió.
—Los sondeos del área muestran varias cavernas que se adentran en la meseta, sospecho que alguna de ellas conectará con las instalaciones, pero hay bastante interferencia más allá de cierta profundidad. Comenzaré a correr simulaciones con las coordenadas que tengo por ahora, pero tal vez deba enviar más sondas para mejorar el reconocimiento.
—Genial —Taichi le palmeo los hombros, y luego se dirigió a los demás—. Deberíamos hablar con los elegidos de las otras regiones. Asegurarnos de que nadie más haya desaparecido sin dejar rastro. Si Yggdrasill quiere crear una red... podríamos estar hablando de más víctimas.
Mientras todos sacaban sus dispositivos para contactar al resto del mundo, Koushiro retomó la conversación:
—Una incursión rápida. Con suerte sin combate. Un grupo pequeño sería lo ideal. No sé cuánto necesitaré para descargar los registros desde el servidor, si es que logro conectarme.
—¿Bastaría con los dos? —preguntó Taichi, como si fuera evidente que él estaría en la vanguardia, y Koushiro, como siempre, lo aceptaba sin cuestionar—. También quisiera ver qué tan grande es el complejo y si hay más…
Antes de que pudieran seguir adelante con sus planes, Yamato habló por primera vez desde que comenzó la discusión.
—No. —dijo seco.
Todos se volvieron a mirarlo. Su voz no fue alta, pero sí firme. Desafiante.
—¿Qué? —preguntó Taichi, frunciendo el ceño.
—No vas a volver allí. —Yamato se cruzó de brazos, con el cuerpo tenso y listo para el enfrentamiento—. No después de lo que pasó. Casi te perdemos allá abajo.
Casi te pierdo allá abajo.
—Claro que voy a ir, Yama. Soy el único que ha estado allí y visto lo que estamos buscando...
Y casi te mueres.
—Paneles de control y cápsulas cilíndricas. No creo que haya mucho margen de error.
—Yamato…
—Además, tal como dijiste: si hubo una explosión el lugar estará inestable. Lo que menos necesitaremos es que Greymon se estrelle contra las paredes.
El silencio que siguió fue pesado, casi mortal. Taichi lo miró con los ojos muy abiertos, como si no pudiera creer lo que acababa de decir.
Koushiro, notablemente incómodo, intervino sin mirar a ninguno de los dos.
—En realidad, Yamato tiene un punto. Greymon podría provocar un colapso en ese tipo de entorno. Tal vez sería mejor contar con digimons de movimientos más precisos.
La expresión de Taichi se congeló. No dijo nada durante unos segundos. No discutió. No alzó la voz como todos esperaban. Solo bajó la mirada, sus labios apretados.
—De acuerdo —dijo finalmente, con un tono seco. Sin mirar a nadie, se dirigió a la puerta—. Iré a visitar a los chicos al hospital.
Hikari se levantó de inmediato, sin decir nada. Takeru dudó un instante, pero la siguió. Ambos le lanzaron una mirada silenciosa a Yamato antes de salir de la oficina.
Chapter 2: Preparándonos para lo siguiente
Summary:
Taichi, Hikari y Takeru visitan a los chicos en el hospital y obtienen información importante. Yamato se disculpa con Taichi y hacen las paces, hablando, aunque no lo crean.
Más personas se suman al plan. Takeru se pone un poco violento con Ken para el final.
Chapter Text
La caminata hasta el hospital fue silenciosa. Hikari caminaba a su derecha, Takeru a su izquierda, y aunque ninguno dijo nada, su compañía lo sostenía más de lo que se atrevía a admitir. El aire fresco, el ritmo constante de sus pasos, incluso el murmullo de la ciudad alrededor, todo ayudó a calmar el temblor interno. Ya no sentía esa opresión en el pecho ni ese nudo en la garganta que casi le impedía respirar cuando salió de la oficina de Koushiro.
Pero la calma no era completa.
Inútil.
La palabra seguía resonando en su mente, encajada como una astilla bajo la piel.
No es que no hubiera querido defender a Greymon. No es que creyera que Yamato tenía razón. Podría haber dicho tantas cosas, pero apenas abrió la boca, el temblor lo alcanzó de nuevo, silencioso y brutal, y se aferró al único control que le quedaba: salir de allí antes de que estallara.
No fue solo el cansancio, lo sabía. Fue la crudeza de Yamato. Lo tomó por sorpresa. Después de lo que habían compartido la noche anterior, de despertarse con su calor aún en la piel y sus brazos rodeándolo con un cuidado que le calentaba las entrañas, no esperaba ese tipo de comentarios tan afilados. Al menos no tan pronto.
Yamato siempre había sido así, claro. Siempre lo empujaba, lo desafiaba, lo criticaba con esa mezcla de exigencia y fe ciega. Taichi puede con eso, lo resistirá. Siempre lo hacía. Como si no lo afectaran. Pero ya no lo resistía.
Las palabras de Yamato lo golpearon más fuerte ahora. Tal vez porque había bajado la guardia. Tal vez porque, por un momento, se había permitido pensar que podía apoyarse en él sin tener que demostrarle nada.
Taichi apretó los puños, no de rabia, sino de frustración.
El problema era suyo y lo sabía.
Al llegar al hospital, Hikari se le acercó y le tomó el brazo con suavidad. Él le sonrió con dulzura, aunque sabía que ella veía el cansancio y la aflicción en sus ojos.
—Estoy bien —dijo, sin que nadie le preguntara.
Takeru abrió la puerta principal del hospital y los dejó pasar primero. Taichi respiró hondo y levantó un poco el mentón. Era momento de ver a los chicos.
-o-
Al abrir la puerta de la habitación, Taichi los encontró tal como los recordaba, y, al mismo tiempo, tan distintos.
Daisuke estaba sentado a los pies de la cama, moviendo las manos con entusiasmo mientras hablaba sin parar. Su voz llenaba el espacio, como si quisiera compensar el tiempo perdido en silencio. Ken lo observaba con una expresión divertida, y de vez en cuando rodaba los ojos con afecto. Había una calma en él que contrastaba con la energía de su compañero, pero también una palidez preocupante en su rostro, en la forma en que sus brazos caían a sus costados y su cabeza se inclinaba como si apenas pudiera mantenerse despierto.
Taichi se detuvo un segundo en la puerta, solo para mirarlos. Para convencerse de que estaban allí, enteros. Vivos.
Ken fue el primero en notar su presencia. Se enderezó ligeramente y sus ojos brillaron con sorpresa y alivio.
—Taichi…
Daisuke giró la cabeza de inmediato y pegó un salto desde la cama.
—¡Taichi! ¡Estás bien! Pensé que… Bueno, la verdad no sabíamos nada. No sabemos nada.
—Hey —dijo él, encontrando una sonrisa en algún rincón de sí mismo—. Ustedes son los que estuvieron desaparecidos dos meses. Yo solo tuve que lidiar con el caos.
Daisuke fue a abrazarlo, y Taichi lo sostuvo con fuerza por un largo instante. Sintió el temblor en el cuerpo del chico y lo apretó un poco más, con más cariño. Cuando se separaron, Ken le ofreció una sonrisa tranquila desde la cama.
—Nos alegra verte, de verdad —dijo.
—Y a mí me alegra verlos —Taichi se acercó a un costado de su cama, apretándole la mano por un momento. Luego tiró de una silla para sentarse cerca—. ¿Cómo se sienten?
—Bien… supongo —dijo Daisuke, rascándose la cabeza—. Aunque Ken se cansa más rápido. Yo estoy casi como nuevo.
Ken lo miró con una ceja alzada.
—No exageres. Tú también te duermes a la mitad de las conversaciones.
Taichi sonrió, pero su mirada se quedó un poco más en Ken. La palidez, la manera en que hablaba con un tono más bajo, más lento. Recordó la figura que los había estado acosando… la copia. Su copia.
¿Tendrá que ver con eso? Lo anotó mentalmente para consultarlo después con Koushiro.
Mientras conversaban, Taichi fue notando las lagunas. Ellos no recordaban el tiempo que estuvieron abajo. Solo tenían sensaciones vagas: frío, presión, oscuridad. Una impresión de haber estado suspendidos en algo que no fue del todo sueño, ni del todo vigilia.
—¿Y cómo salimos? —preguntó Daisuke en algún momento—. ¿Fue por la pelea con el demonio ese… Libra?
—¿Libra? —repitió Taichi, parpadeando.
—Así le llamaban en las noticias. Dijeron que las fuerzas especiales pelearon contra él y lo derrotaron. Que fue una operación militar para rescatar civiles… —Daisuke rodó los ojos, exasperado—. Obvio sabemos que fueron ustedes. Omegamon se alcanza a ver al fondo en las imágenes.
Ken levantó la mirada hacia él con la misma convicción.
—Sí, bueno... — Taichi suspiró y se pasó una mano por el cabello—. Lo que dijeron en la televisión es solo una cortina de humo para no generar más pánico. Los últimos meses la opinión pública hacia los digimons, del bando que sean, no ha sido muy favorable.
Ken frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Taichi intercambió la mirada entre los dos por un instante, observando en los rostros de ambos la confusión y frustración de no entender nada de lo que estaba pasando. Le hizo un gesto a Daisuke para que volviera sobre la cama.
—Será mejor que te sientes. Esto nos llevará un tiempo.
Y comenzó a contarles todo.
-o-o-o-
La luz de las múltiples pantallas iluminaba el rostro de Koushiro con tonos azulados mientras terminaba de identificar las rutas de acceso al subsuelo del antiguo complejo.
Habían acordado que partirían en dos días, solo ellos: Koushiro con Tentomon y Yamato con Gabumon, por su precisión y versatilidad en espacios cerrados. Era coherente con el argumento que Yamato había esgrimido para dejar fuera a Taichi, ahora no podía contradecirse.
El eco de la puerta cerrándose tras Taichi y sus hermanos seguía resonando en su cabeza como un reproche mudo.
Por supuesto que no era la primera vez que discutían, ni la más intensa. Pero esta vez… no hubo discusión, no hubo pelea, no hubo gritos, ni argumentos cruzados. Solo esa mirada en blanco, ese “de acuerdo” tan plano que no parecía propio de Taichi.
Yamato se pasó una mano por el cabello con frustración.
Nunca había tenido que cuidar lo que decía con él. Desde que eran niños las palabras se lanzaban como espadas de madera entre ellos, más para probarse que para herirse de verdad. Siempre contaron con que el otro resistiría el impacto. Pero tal vez, tal vez eso era parte del problema. Se había acostumbrado tanto a chocar con él, a empujar y a esperar la respuesta, que nunca se detenía a pensar cuánto daño podían hacer sus palabras si acertaban el golpe.
Había llamado inútil a Greymon, pero no solo a Greymon. Había descartado la única forma en que Taichi sabía estar en una misión: al frente, con su compañero. Le había quitado el lugar que lo definía. Y lo peor es que solo lo hizo por miedo. Por miedo a volver a perderlo. Porque Yamato se conocía. Sabía que, si algo le pasaba, si lo veía caer de nuevo tan pronto, o si Taichi llegaba a desaparecer otra vez… no sabría cómo seguir sin él. Pero en lugar de decir eso, había hecho lo de siempre.
Entonces otra cosa lo inquietó. No el plan, ni los riesgos, sino la punzada en el pecho que sintió cuando vio el nombre “Taichi” parpadear en la pantalla del móvil de Koushiro.
No lo llamó a él, sino a Koushiro.
El menor respondió de inmediato y, al reconocer la voz de Taichi, lo puso en el altavoz.
—¿Cómo están los chicos? —preguntó, sin preámbulos.
Taichi soltó un suspiro breve, el tipo de exhalación que se hace cuando uno intenta contener demasiado entre los dientes.
—Estables. Contentos de vernos. Daisuke está casi como nuevo. Ken… no tanto.
—Hay algo que notamos los tres — La voz de Hikari se oyó desde el fondo—. Ellos no estuvieron conscientes en las cápsulas, pero tampoco fue como dormir. Miyako dijo que sentía una presión constante, como si la succionaran hacia adentro. Y algo que la desgastaba poco a poco.
—Iori decía que era como si algo lo estuviera "registrando" —agregó Takeru—. No supo explicarlo mejor, pero hablaba de una sensación de que algo “escaneaba su mente”.
—Parece encajar con la idea que propusiste —le murmuró Yamato a Koushiro.
—Ken es el que está peor físicamente —continuó Taichi—. Tiene ojeras profundas, está pálido y consumido. Se cansa incluso hablando. Pero sigue esforzándose por seguirle el ritmo a Daisuke.
—Nos vamos a quedar un rato más —dijo Takeru—. Solo queríamos compartir esto antes de que se nos olvidara.
—Gracias —respondió Yamato, con un leve asentimiento.
Los menores se despidieron. Se oyó el sonido de pasos, una puerta deslizándose. Luego, solo silencio por un rato. Koushiro no colgó. Yamato tampoco dijo nada.
Finalmente, Taichi volvió a hablar. Su voz sonaba más apagada, más seria.
—Ken esperó a que estuviéramos solos para contarme algo más. Dijo que sí estuvo consciente a ratos. No fue continuo, pero lo bastante largo como para recordar.
Koushiro dejó de teclear.
—¿Recordar qué?
—Dijo que había algo que le conectaban a la cabeza. Sentía un tirón… como si se activara. Y entonces empezaba a tener sueños vívidos. No eran recuerdos. Soñaba que volvía a ser el Emperador Digimon, pero veía cosas que no pertenecían a ese tiempo.
—¿Qué clase de cosas? —preguntó Yamato, con un nudo en el estómago.
—A nosotros —respondió Taichi—. Me habló de Alphamon en el centro comercial. De Meicoomon. El festival escolar. Leomon… Todo eso, pero dice que él lo veía desde la distancia, solo observando sin poder hacer nada.
Koushiro se quedó helado.
—Entonces... además de copiar sus datos, lo estaban usando como nodo de observación.
—Eso cree él también —dijo Taichi—. Me pidió que no se los dijera a los otros chicos. No quiere que Hikari o Daisuke se sientan culpables, o que Iori empiece a hacer teorías sobre su participación. Pero siente que hicieron algo con él, algo más allá del simple encierro. Y que el verdadero objetivo, no eran ellos.
—¿Entonces quién?
—Ken cree que estaban tras Takeru y Hikari. Que lo de ellos fue un señuelo, o preparación.
Yamato bajó la mirada, sintiendo una corriente helada recorrerle la espalda.
—Eso cambia muchas cosas.
—Sí —asintió Taichi—. Pero no cambia el hecho de que sea cual sea su plan, no vamos a quedarnos mirando.
El silencio volvió. Esta vez, nadie lo interrumpió.
Finalmente, Koushiro habló.
—Gracias por decirnos.
-o-
El clic del final de la llamada resonó en el pequeño silencio que se formó entre ambos.
Koushiro no tardó en reanudar el tecleo, pero ya no anotaba, sino que reordenaba, borraba, reescribía. Su ceño estaba más fruncido de lo habitual, los dedos se movían con urgencia precisa. Yamato lo observó en silencio durante un momento, hasta que la necesidad de saber lo que hacía lo venció.
—¿Y bien?
Koushiro no lo miró. Seguía escribiendo.
—No es solo extracción de datos, lo de Ken lo confirma. —murmuró—. Los otros no estuvieron conscientes, así que sus datos deben haber sido recogidos de manera pasiva. Pero Ken… lo mantuvieron a medio camino. Lo bastante consciente para que su mente siguiera trabajando y actualizándose en tiempo real. Es como si hubieran querido una versión viva y en constante observación. Estaban recolectando su patrón mental y usándolo para simulacros conductuales.
—¿Un sujeto de estudio?
Koushiro asintió. Finalmente, levantó la vista. Sus ojos estaban encendidos con esa luz que solo se prendía cuando las piezas comenzaban a calzar.
—Exacto. Uno que no podía intervenir ni resistirse. Solo sentir, ver, y ser registrado. Por eso los sueños. Su subconsciente fue empujado a reaccionar a escenarios reales en un entorno mental. Ellos solo tuvieron que observar desde fuera.
Yamato cruzó los brazos, mirando las pantallas.
—¿Y por qué Ken? ¿Por qué no Daisuke o los otros?
—Puede ser porque Ken fue el Emperador, entonces ya tenía una estructura mental vulnerable a la manipulación. Porque su archivo emocional, por así decirlo, ya había sido intervenido una vez. Y porque probablemente tenga más carga de datos que los otros tres. Él lleva años procesando culpas, errores, pérdidas y relaciones complejas. Su cerebro es un terreno fértil para quien busca entender la mente humana.
Yamato asintió lentamente. Koushiro continuó.
—No se trata solo de imitarnos. Quieren entendernos. Lo que tiene sentido si lo que buscan es sustituirnos. Si generan un programa con un motor de decisión coherente y capaz de actualizarse en tiempo real, pueden usarla como modelo para lo que venga después.
—Por eso lo que dijo Ken sobre Takeru y Hikari… —Yamato apretó la mandíbula—. Siempre han estado más conectados con las energías del Mundo digital.
—Son quienes naturalmente mejor se integran al sistema, por así decirlo. Serían nodos mucho más estables.
Yamato no iba a permitirlo. No tendrían a ninguno de ellos.
—Tenemos que evitar que lo consigan —dijo al fin—. Si están buscando crear un programa que pueda reemplazarnos... no basta con destruir los datos. Tenemos que encontrar cómo impedir que puedan ejecutarlo.
Koushiro volvió a escribir, ahora más frenético.
—Necesitamos encontrar la base central de Yggdrasill. Apostaría a que lo que hemos visto hasta ahora son nodos secundarios, pero si encontramos la sala de control principal, podremos encontrar los archivos madre y saber qué tan avanzados están y si ya tienen más copias. Y a quien... tienen.
La idea caló profundo en ambos.
-o-o-o-
Cuando Taichi abrió la puerta principal y vio a Yamato junto con Gabumon, su cuerpo se tensó antes de poder evitarlo. No era miedo ni rechazo, solo... prevención. Un reflejo aprendido.
Yamato también lo notó, pero no dijo nada al respecto.
—¿Puedo pasar?
—Claro. —Taichi dudó un segundo y asintió con una sonrisa breve antes de apartarse y dejarlos entrar.
Gabumon y Agumon se instalaron inmediatamente en la sala. Reían con la boca llena de galletas frente al televisor, comentando cada tanto los dibujos animados con una inocencia que contrastaba con el peso que flotaba en el resto del departamento.
En la cocina, Yamato apoyaba ambas manos sobre la cubierta de la mesa, sin mirar a Taichi directamente. Taichi, de espaldas a él, sacaba dos vasos del armario con movimientos medidos. El silencio entre ambos no era incómodo, pero sí pesado, como si cada uno pensara demasiado en las palabras correctas que aún no se atrevían a decir.
—No tienes que venir a justificar nada —dijo Taichi finalmente, sin voltearse a mirarlo—. Ya lo dijo Koushiro, tiene sentido. Movimientos más precisos, menos riesgo de causar daños colaterales. Está bien.
Buscaba que su tono fuera ligero, pero no engañaba a nadie. Yamato seguramente notó ese leve endurecimiento en la última palabra y la pausa que hizo antes de decirla. Su amigo lo conocía demasiado bien.
—Taichi...
—Yama —lo interrumpió, volviéndose con una media sonrisa forzada—. En serio. No quiero darle más vueltas. Sé que no fue personal. Sé que estabas pensando en la misión. Tú siempre piensas más en esas cosas. Yo...
—Lo de Greymon fue una excusa —soltó Yamato, cortando su defensa—. No lo dije pensando en la misión, solo en que no fueras tú en ella.
Taichi parpadeó, sorprendido. La sonrisa se deshizo en un instante y bajó la vista hacia los vasos aún vacíos en sus manos.
—¿Por qué…?
—Me asusté, ¿de acuerdo? —respondió Yamato con rapidez—. Porque sé que cuando algo se complica, tú actúas antes de pensar. Porque sé que vas a meterte en cualquier lío si crees que eso va a protegernos. Y porque no puedo soportar la idea de que vuelvas a ese lugar... donde casi te pierdo.
Taichi dejó los vasos en la encimera con un golpe seco. No lo miró.
—Entonces no confías en mí.
—Sí confío en ti —replicó Yamato sin dudar—. Aunque te lo cuestione primero, confiaría mi vida al impulso más loco que tengas. Pero eso no borra el miedo, ‘Chi. No borra el recuerdo del tiempo en que no estuviste, el tiempo que me pasé sin saber si ibas a volver, temiendo lo peor.
El ardor en la garganta de Taichi regresó como una ola repentina. Esta vez, no logró tragarlo tan fácil.
—¡Demonios, Yamato! ¿Qué se supone que haga ahora? ¿ah? —espetó, volviéndose hacia él, con los ojos ardiendo—. ¿Quieres que me haga a un lado? ¿Luego de que te pasaste los últimos meses furioso conmigo por dudar si debía pelear o no? ¡Realmente no te entiendo!
Yamato se quedó quieto mientras se desahogaba. Taichi respiró hondo y se pasó una mano por el pelo, frustrado con él y consigo mismo.
—Me dices que confías en mí, que me confías tu vida, pero me sacas de la jugada porque puede ser peligroso. ¿Qué se supone que entienda?
—¡Que tengo miedo! —respondió Yamato—. Pero no es porque crea que no puedes con esto. Es porque eres una de las personas más importantes de mi vida, Taichi. Y la idea de que te pongas en peligro tan pronto luego de todo lo que acaba de pasar, de poder perderte otra vez… Me aterra. A veces cuando no te tengo al frente, cuando no puedo verte, siento que todo fue una ilusión, que en realidad nunca regresaste.
Yamato se hundió más en la silla, apretando los puños sobre la mesa.
—Sé que nos harás falta. Porque cuando las cosas se pongan difíciles allá abajo, Koushiro y yo vamos a enredarnos en los datos, en los riesgos. Y tú... tú verías el hueco en la pared y correrías directo a una solución. Eres eso para nosotros. Para mí.
Ambos se quedaron en silencio entonces, apenas separados por la distancia de la mesa. Taichi inspiró hondo una vez más para calmarse.
—Entonces... me necesitabas fuera por ti. No por mí. ¿Es eso?
Yamato asintió, culpable.
—Y por eso estoy aquí. Porque si algo sale mal... sé que no me lo vas a perdonar. Y yo tampoco.
Taichi le sostuvo la mirada. No respondió de inmediato. No hasta que sintió su postura relajarse y la expresión en su rostro suavizarse lo suficiente.
—De acuerdo. Entiendo. Pero a la próxima que me patees fuera de una misión parte diciéndome esto, ¿quieres?
—Prometido. —respondió Yamato, mirándolo con una pequeña sonrisa tirando de sus labios.
-o-
Taichi se rio entonces, dejando que la tensión se disipara como vapor. Yamato lo observó, la sonrisa aún en sus labios.
—Míranos —dijo Taichi en tono ligero—. ¿Desde cuándo hablamos las cosas como la gente normal y no cogiéndonos del cuello?
—No lo sé. Hasta parece que estamos madurando —respondió Yamato, medio en broma, medio en serio.
Ambos rieron entonces. Yamato no le apartaba la mirada, no podía. La cocina estaba tibia, tranquila, y en ese instante todo el mundo parecía lejano. Se dio cuenta de lo cerca que estaban, del modo en que la luz cálida de los focos caía sobre el rostro de Taichi, resaltando las pecas sutiles en sus mejillas. Sus ojos brillaban con un matiz dorado, y Yamato notó cómo su propia mirada iba de esos ojos dulces a la curva suave de sus labios.
Se preguntó, por un segundo apenas, qué pasaría si simplemente se inclinaba. Solo un poco.
Por suerte Taichi habló antes de que pudiera hacer esa estupidez.
—¿Se quedan a cenar? —preguntó con voz baja, como si también notara lo frágil del momento.
Yamato parpadeó, tragando la idea antes de que se volviera acción.
—¿Dos días seguidos? No quiero abusar de la hospitalidad de tus padres.
Taichi se encogió de hombros, sacando un pocillo con arroz y un par de verduras del refrigerador.
—Descuida. Mis padres siguen en lo de mis abuelos.
—¿Todavía no regresan? —preguntó Yamato con naturalidad, pero por dentro la pregunta pesaba más de lo que quería admitir.
¿No han vuelto a ver cómo se encuentran ustedes?
Sabía que no podía juzgar. Su propio padre, siempre ocupado cubriendo la emergencia para el noticiero, apenas había pasado a asegurarse de que no tuviera algo roto. Pero lo había hecho. Una visita rápida. Un abrazo fugaz y una palmada torpe en la espalda.
—Sí, bueno —dijo Taichi, mientras lavaba dos zanahorias—, ya sabes, los viejos se ponen inquietos con esto de los monstruos gigantes amenazando Japón.
—Claro —respondió Yamato, mirándolo de reojo—. Y no con los adolescentes combatiéndolos.
Taichi soltó una risa corta, sin mucho humor. Yamato no dijo más, pero no pudo evitar recordar lo que su amigo le había comentado una vez: que su madre no tenía problemas con Agumon y Tailmon rondando en la casa, pero prefería no mencionar nada más que tuviera que ver con el Mundo Digital, como si al ignorar lo que pasaba afuera pudiera mantener intacta la normalidad.
Tal vez es su manera de protegerse de la preocupación constante, pensó Yamato. Aunque deje a Taichi y Hikari solos con todo lo que eso implica.
Antes de que el tema se volviera más denso, la puerta principal se abrió.
—¡Estamos en casa! —anunció Hikari, entrando con su mochila colgada de un solo hombro.
—¿Yamato? —preguntó Takeru, asomándose detrás de ella con una sonrisa sorprendida. Tailmon y Patamon lanzándose al sillón en la sala que no ocupaban los otros dos digimons.
Taichi los saludó con un gesto, la tabla de picar en mano.
—Parece que vamos a ser cuatro —dijo, aunque todos sabían que eran ocho.
Hikari dejó su mochila en el suelo y fue directo al refrigerador con toda la confianza del mundo.
—¿Qué hay para cenar? ¿Cocinas tú, hermano?
—Lo intento —respondió él, y se ganó una mirada escéptica de su hermana.
Takeru se acercó a Yamato, dándole un leve codazo cómplice.
—¿Volvieron a pelear o ya se abrazaron y todo?
Yamato sonrió apenas.
—Algo así.
Gabumon y Agumon irrumpieron entonces, emocionados al saber que habría comida.
—¡¿Podemos comer curry?! —pidió Agumon con sus enormes ojos brillando.
—¡Y helado de postre! —añadió Gabumon.
Y así la noche se armó sola.
-o-
La cena tenía otro aire esa noche.
A diferencia de la anterior, cargada de un silencio pesado e incómodo, esta vez el ambiente era más ligero. Había charlas cruzadas, bromas y risas, y el constante ir y venir de sus compañeros que se peleaban por servir arroz, pasar las servilletas o simplemente contar historias sin mucho sentido.
Yamato sonreía, apoyado contra el respaldo de la silla. Frente a él, Taichi parecía relajado, con los brazos cruzados sobre la mesa y una expresión calmada. La conversación fluía con naturalidad entre bocados mal cortados de curry.
Fue Hikari quien trajo el tema.
—Hoy pudimos estar todos juntos —dijo, mirando a Takeru—. Después de que Taichi se fue del hospital, la enfermera nos dejó reunirnos en la habitación de Daisuke y Ken.
—Sí —añadió Takeru, entusiasmado—. Fue como una mini reunión. Hasta Iori habló más de lo usual. Y Miyako llevó jugo escondido porque el hospital solo da té sin azúcar.
—Y Ken recuperó algo de color —dijo Hikari en voz baja, como si aún se sorprendiera—. Estaba aliviado de saber que todos estábamos bien.
Yamato y Taichi intercambiaron una mirada rápida. Solo un segundo. Pero fue suficiente.
Ambos pensaron lo mismo. Yggdrasill iba tras sus hermanos menores. Las palabras de Ken, la advertencia que no sabían aún cómo manejar.
¿Era algo que deberían hablar entonces con Hikari y Takeru?
No. No ahora.
No cuando los menores reían contando cómo Daisuke había intentado salir a comprar comida en los carritos fuera del hospital. No cuando la risa de Hikari era tan clara. No cuando Takeru se apoyaba contra su silla con los brazos abiertos, como si el mundo volviera a estar en equilibrio.
Taichi bajó la mirada al plato, removiendo el arroz. Yamato lo observó por un instante más, luego volvió a sonreír cuando Takeru hizo un comentario sobre cómo Daisuke había declarado que conseguiría un uniforme de enfermero solo para entrar y salir a voluntad.
Gabumon y Patamon soltaron carcajadas imaginando eso. Agumon mientras tanto se servía más curry por tercera vez, ignorando las miradas de alarma de Tailmon.
—Esto está muy bueno, hermano —dijo Hikari de pronto, llevándose otro poco a la boca con entusiasmo.
—¿Lo cocinó él? —preguntó Takeru, alzando una ceja—. ¿En serio?
—¡Oye! —protestó Taichi—. ¡Puedo hacer cosas! ¡Pregúntenle a Agumon!
—Yo comería lo que sea que prepare Taichi —dijo Agumon con convicción, y luego agregó—: Excepto esa vez con los huevos con soya fermentada.
Taichi se encogió ligeramente.
—En mi defensa, no había comido en todo el día y recordé a Mimi diciendo que le gustaban —se excusó.
—¿Y qué tal te fue con eso? —preguntó Takeru, con una sonrisa burlona.
Taichi simplemente se estremeció con un gesto de repulsión que arrancó una carcajada general.
-o-o-o-
Se había hecho tarde sin que se dieran cuenta. Entre las risas, los juegos de cartas que Hikari sacó de una gaveta y la pelea fingida entre Patamon y Agumon por la última bola de helado, la noche se había estirado cálidamente. Takeru y Yamato decidieron quedarse a dormir, otra vez.
En la habitación de Taichi, ambos se estaban cambiando de ropa. La lámpara del velador arrojaba una luz suave, haciendo que todo pareciera más íntimo, más cercano.
—Puedo dormir en el sillón —insistió Yamato, de pie junto a la cama, el pijama puesto, pero sin decidirse a acostarse.
Taichi lo miró de reojo mientras se sacaba la polera, arqueando una ceja.
—¿Por qué? Solo toma la litera de abajo y yo dormiré arriba si te pone tan nervioso dormir conmigo —soltó con una sonrisa burlona.
Yamato se quedó en blanco un segundo, su rostro tiñéndose de rojo antes de apartar la vista con un gesto molesto y avergonzado.
Antes de que Taichi pudiera escalar la litera de arriba, Agumon y Gabumon irrumpieron corriendo en la habitación y se le subieron encima, empujándolo hacia atrás mientras trepaban a la cama superior.
—¡Oigan! ¿Qué creen que están haciendo? —se quejó Taichi, aplastado bajo el peso de ambos.
—Preparándonos para dormir —respondió Agumon como si fuera lo más obvio del mundo.
—¿No se suponía que se quedarían en la sala viendo televisión?
—Sí, pero ya nos cansamos —dijo Gabumon, acomodándose con aire inocente junto a Agumon, ambos con sonrisas sospechosamente grandes.
Taichi entrecerró los ojos con desconfianza. Esos dos tramaban algo.
—¿Qué pasa? —preguntó Yamato con una sonrisa perezosa, ya metido en la litera de abajo mirándolo con la cabeza medio hundida en la almohada—. ¿Te pone nervioso dormir conmigo?
Taichi bajó la mirada hacia él, y fue como si la vergüenza le explotara en la cara.
—¡Claro! ¡Lo dices como si en los campamentos no me patearas fuera de la tienda cada vez que te da calor o te molesta mi respiración! —disparó rápidamente, levantando los brazos.
Yamato soltó una carcajada, de esas veces que se reía sin contenerse, y el ambiente se volvió más liviano al instante.
Taichi resopló, pero no podía evitar sonreír. Se dejó caer en la cama de abajo junto a Yamato, acomodándose sin esfuerzo en la misma posición en que habían despertado esa mañana: su rostro apoyado en el hueco de su cuello, un brazo rodeándolo con calma.
Yamato se rio otra vez, más suave.
—¿No que te daba miedo?
—Bueno, por algo tengo el emblema, ¿o no? —susurró Taichi, pegándose más a él como si eso fuera una prueba de coraje.
Yamato no dijo nada, solo se acomodó, cruzando los brazos tras su espalda.
-o-o-o-
El vapor del té subía en espirales desde las tazas. Yamato se calentaba las manos con la suya mientras Taichi, a su lado, revolvía perezosamente su café con ambos codos apoyados sobre la mesa, el cabello enmarañado y los ojos cerrados. Agumon bostezó con la mejilla aplastada contra el costado de su compañero. Gabumon, más despierto, desmoronaba el panecillo entre sus manos en pequeños pedazos antes de comérselo despacio.
Entonces el teléfono de Yamato los despertó a todos con un ring.
—¿Koushiro? —respondió, saliendo de inmediato del letargo.
—Tenemos que movernos —dijo Koushiro sin preámbulos—. Anoche detecté movimiento en el sistema de seguridad que vigila la zona. Pero esta madrugada hubo un cambio: han aparecido digimons alrededor del perímetro.
—¿Centinelas?
—Sí. Patrullas coordinadas. No estaban allí antes. Es muy probable que hayan notado los escaneos que he estado haciendo.
—Saben que estamos tras esa sala.
—Probablemente. No podemos esperar más. Tenemos que entrar antes de que la refuercen del todo o la borren —explicó Koushiro.
—Entonces habrá que adelantarlo para hoy —decidió Yamato.
—Podemos entrar como lo planeamos. El problema ahora es salir. Con los centinelas activos, cualquier extracción será complicada. Necesitaremos que alguien nos cubra desde afuera y abra una vía si las cosas se complican.
Hubo un silencio en el que Koushiro respiró hondo al otro lado antes de soltar:
—Sé que no te va a gustar… pero vamos a necesitar que Taichi nos saque de allí.
Yamato se quedó en silencio, los labios apretados y la mirada intensa como si pudiera atravesar la pantalla. Taichi se incorporó en la silla a su lado, acercándose al teléfono.
—¿Que necesitan qué?
—Nada —respondió Yamato de inmediato—. Vuelve a lo tuyo.
—Ni lo sueñes —dijo Taichi, lanzando una sonrisa a Agumon, que ahora lo miraba bien despierto—. Si necesitan sacar a alguien a golpes, saben que somos el equipo para eso.
—No estoy de acuerdo —replicó Yamato, girándose de nuevo hacia el teléfono.
—De hecho, es cierto —intervino Koushiro—, Las evoluciones de Agumon son las más fuertes a nivel ofensivo y en poder de fuego de todos nuestros digimon.
Yamato sabía que tenía razón, pero eso no le gustaba en absoluto.
—De todas formas —añadió en voz más baja—, no me gusta la idea de dejarlo solo afuera.
—¿Quién dijo que va a estar solo? —interrumpió Hikari apareciendo desde el umbral, vestida y con Tailmon a su lado—. Yo voy con él.
Taichi se giró entonces, sorprendido por su presencia.
—Angewomon puede cubrirnos desde el aire. Su velocidad y poder nos pueden ayudar a salir rápido si hay problemas. Y no pienso volver a separarme de su lado.
—Yo también voy —agregó Takeru, entrando tras ella con el mismo tono resuelto—. Patamon y yo sabemos movernos sin llamar la atención. Podemos ser el tercer refuerzo en caso de que las cosas se compliquen, arriba o abajo.
Yamato se puso de pie con la mandíbula tensa.
—¡Takeru, no!
—¿Por qué no? Hikari y yo estamos dispuestos a ayudar.
—Ustedes no tienen por qué estar ahí —replicó Yamato, cruzando los brazos.
—¿Pero ustedes sí? —rebatió Hikari—. ¿Por qué Taichi y tú sí pueden arriesgarse y nosotros no? Ya va siendo tiempo de que dejen de considerarnos unos niños indefensos.
—No es eso —Taichi también se giró del todo hacia sus hermanos, intentando suavizar el tono—. No es que los consideremos indefensos...
—Entonces déjame apoyarte, hermano —lo cortó Hikari.
—Estaríamos allí para cubrir sus espaldas si las cosas se tuercen. —agregó Takeru.
Del teléfono, Koushiro murmuró:
—No es mala idea. Y después de Agumon y Gabumon, las evoluciones de Patamon y Tailmon son los más efectivas en combate. No deberíamos descartar su participación.
Yamato cerró los ojos con frustración y colgó la llamada de golpe.
—Nos vemos a las cinco —se despidió con los dientes apretados.
La tensión quedó suspendida como un hilo estirado al límite.
—Escuchen —comenzó de nuevo Taichi con voz conciliadora—. No es que los estemos subestimando. Es que no hay razón para que se expongan en este momento, sin saber qué nos espera...
—¿Y tú sí? —lo interrumpió otra vez Hikari—. ¿Por qué siempre eres el que tiene que ir al frente y arriesgarse solo?
Taichi se rascó la nuca, sin saber cómo responder.
—No podemos dejar que se pongan a su alcance tan fácilmente —intervino Yamato, con el tono más seco que nunca.
—¿A su alcance? —preguntó Hikari, frunciendo el ceño.
—Yamato —gruñó Taichi a su lado, adivinando lo que estaba por decir y advirtiéndole con la mirada que se callara.
Pero Yamato no le hizo caso.
—El objetivo de Yggdrasill eran ustedes —soltó—. Ken se lo dijo a Taichi. Estuvo consciente en las cápsulas y pudo darse cuenta de eso.
Las palabras cayeron como una bomba. Hikari se quedó inmóvil y Takeru contuvo el aliento.
—¿Qué…? —dijo Hikari apenas, como si no lo creyera.
—No queríamos decirles —añadió Yamato, sin suavizar el tono—. Pero si insisten en tratar de exponerse, tienen que saberlo.
Los ojos de Hikari se llenaron de confusión, y algo más profundo. Taichi se levantó de su lugar y cruzó la estancia en un par de pasos. Sin decir una palabra, rodeó a su hermana con los brazos.
—No es tu culpa. Nada de esto es tu culpa, Hikari —le repetía con suavidad, la voz firme pero cálida, una mano acariciándole el cabello.
—¿Entonces se los llevaron en lugar de a nosotros? —murmuró la chica, aferrándose a la camisa de su hermano con los nudillos blancos.
Taichi cerró los ojos un momento, apretando la mandíbula, y luego le lanzó una mirada fulminante a Yamato, recriminándole haberlo dicho.
Takeru dio un paso al frente. Su expresión tensa.
—¿Cómo es eso de que estuvo consciente? —preguntó, con una nota de ira deslizándose en su voz.
—Al parecer recuperaba el conocimiento cuando los enviados de Yggdrasill adoptaban su forma —explicó Taichi con pesar—. Como las veces que vimos como al Emperador Digimon. Tiene recuerdos de habernos visto en el centro comercial… y en el festival escolar.
Takeru frunció el ceño, los puños cerrados a sus costados.
—¿Y cómo sabemos que era una ilusión y no era él?
—Sea como sea —intervino Yamato antes de que eso pudiera escalar más—, Koushiro cree que lo estaban utilizando… a todos ellos, como sujetos de prueba para construir una consciencia digital estable. Y como Ken ya había sido manipulado antes, lograron ir más lejos con él.
Yamato se acercó, apoyando una mano firme sobre el hombro de su hermano menor.
—Y por eso los quieren a ustedes —agregó con seriedad—. Siempre han estado mejor sintonizados con las energías del Mundo Digital.
Se inclinó junto a su oído, llevando las palabras casi a un susurro:
—Especialmente Hikari.
Takeru contuvo el aliento un instante, procesando el peso de esa afirmación. Yamato le dio un segundo para que lo digiriera, y luego volvió a su tono normal, dirigiéndose a ambos chicos.
—Por eso nos preocupa que vayan justo donde Yggdrasill sabe que vamos a aparecer.
Ninguno respondió de inmediato. Hikari seguía aferrada a Taichi, pero su respiración se había estabilizado. Cuando levantó el rostro su expresión había cambiado. Estaba decidida.
—Entonces con mayor razón tenemos que ir —dijo con voz clara, mirando directamente a Yamato—. No nos esconderemos. No otra vez. No después de lo que hicieron con Ken y los demás. Menos después de saber todo esto.
Takeru asentía, con el ceño fruncido y la postura firme.
—Takeru… —intentó Yamato, pero su hermano se le adelantó, la voz calmada pero inflexible.
—No es solo por ellos. Es por nosotros. Si seguimos dejando que ustedes se hagan cargo de todo siempre… ¿de qué sirve todo lo que hemos vivido juntos?
Hikari retrocedió un paso, apartándose un poco de Taichi para poder mirarse.
—Quiero pelear contigo, hermano. No detrás, ni protegida por ti. A tu lado.
Yamato abrió la boca para responder, pero Taichi alzó una mano, cortándole la palabra. Por un momento pareció a punto de discutir. Pero entonces suspiró, una mano aún apoyada en el hombro de su hermana.
—Irán querámoslo o no —dijo con resignación, aunque su tono era más protector que derrotado—. Están frustrados. Se sienten culpables por no haber hecho más para encontrar a sus amigos. Necesitan hacer algo al respecto.
Miró a Yamato, que estaba listo para protestar.
—Podría ser peor. Al menos de esta forma puedo cuidarlos… mientras ellos me cuidan a mí.
El silencio se instaló por varios instantes hasta que Yamato bajó la vista, asintiendo con un suspiro pesado.
—Cinco en punto en la oficina de Koushiro entonces. Pero salen de allí rápido si se los indicamos.
—Lo prometo —respondió Hikari y Takeru asintió junto a ella.
Yamato cruzó una mirada con Taichi una vez más, en un acuerdo silencioso entre hermanos mayores.
-o-o-o-
Takeru caminaba con paso rápido por las calles, la capucha sobre la cabeza. Se había excusado con los demás diciendo que pasaría por su casa a cambiarse antes de ir donde Koushiro, pero en realidad, desde que se separaron, solo una dirección ocupaba su mente: el hospital.
No estaba seguro de lo que esperaba, ni de qué lo empujaba con tanta fuerza hacia allí. Tal vez la misma ansiedad que lo corroía desde que volvieron a ver al Emperador Digimon durante el incidente en el festival. O el malestar acumulado con cada nueva ocasión en que, otra vez, Ken estaba en el centro de todo.
¿Por qué siempre él?
Entró en silencio, subió sin hacer ruido, casi como si no quisiera que nadie lo viera llegar.
Cuando abrió la puerta de la habitación, se detuvo al ver la escena. Daisuke estaba otra vez sobre la cama de Ken, medio tumbado, hablándole sin parar con un entusiasmo que desbordaba la habitación. Ken, algo más incorporado que el día anterior, lo miraba con una mezcla de diversión y genuina devoción.
Por un segundo, Takeru se sintió como un intruso.
—Veo que te encuentras bien, Daisuke —saludó al fin, esbozando una sonrisa forzada—. ¿Ha dejado de hablar desde que estuve aquí ayer?
—Como dos segundos —respondió Ken, con voz débil pero burlona.
—¡Oye! —protestó Daisuke, ofendido. Ken rio apenas, y la tensión en el pecho de Takeru aumentó.
Conversaron unos minutos. Takeru se sumaba con comentarios cortos, hasta que halló la excusa perfecta para quedarse a solas con Ken cuando este se cubrió la cara frente a otra payasada de Daisuke.
—Vamos, déjalo descansar unos minutos. Ve a molestar a Miyako un rato, yo me quedo con él.
Daisuke frunció el ceño.
—Cinco minutos —insistió Takeru con una sonrisa que no admitía réplica.
Daisuke rodó los ojos, pero acabó cediendo, murmurando algo sobre que nadie apreciaba sus cuidados. Una vez la puerta se cerró tras él, Takeru volvió a mirar a Ken, esta vez con una expresión mucho más seria.
—Gracias… él sabe que lo adoro, pero a veces es demasiado —murmuró Ken, dejándose caer sin fuerzas contra la almohada.
—Claro —replicó Takeru, cruzándose de brazos.
—¿Qué pasa? —preguntó Ken, inquietándose bajo la expresión sombría de Takeru.
—Lo que lo dijiste a los mayores —empezó Takeru, sin rodeos—. Lo que no querías que supiéramos los demás… ¿Por qué?
Ken palideció ligeramente.
—¿Taichi te lo dijo? Le pedí que no…
—¿Por qué lo ocultas? —insistió Takeru—. ¿Por qué siempre haces esto? ¡Nos escondes cosas! ¿Qué más te estás guardando, Ken?
—No estoy… ocultando nada —dijo Ken con esfuerzo. Sus ojos se desviaron, su voz bajó—. Es solo que pensé que si sabían… lo que Yggdrasill quería, si Hikari lo sabía, se sentiría culpable…
—¿Y no crees que ya nos sentimos culpables? ¡Nos han tenido al margen todo este tiempo! ¡Y tú otra vez estás en medio, otra vez sabiendo cosas que nosotros no!
El tono de Takeru subió con cada palabra. Se había acercado sin darse cuenta, inclinándose sobre Ken, con los puños apretados. El otro intentó hablar, pero Takeru lo interrumpió.
—¿Por qué tú? ¿Por qué siempre tienes que ser tú?
Ken lo miró con miedo y desconcierto. Su cuerpo se tensó, los hombros retraídos, la voz temblorosa.
—Takeru, no lo sé, ¡Yo tampoco lo sé! Nunca quise que pasara esto…
—¡Pero está pasando! —espetó Takeru, dando un paso más e inclinándose peligrosamente sobre el otro chico—. Tú lo sabías ¡Y no nos dijiste nada! ¡Preferías dejarnos a ciegas! ¡A mí! ¡¡A Hikari!!
Antes de que pudiera decir más, acercarse más, unos brazos lo sujetaron desde atrás.
—¡Ya basta! —gruñó la voz de Taichi junto a su cabeza.
—¡Suéltame!
—¡Takeru, para! ¡Cálmate!
Taichi lo sostuvo con fuerza, sacándolo de la habitación y cerrando la puerta tras ellos con un golpe seco.
Afuera en el pasillo, Takeru se soltó con brusquedad, respirando agitado, el rostro encendido de rabia y vergüenza. Evitó mirar al mayor a la cara y se giró, dándole la espalda.
—¿Me seguiste? —espetó, sin levantar la vista.
Taichi soltó un bufido corto que sonó más cansado que molesto.
—No fue necesario. Vi tu cara cuando Yamato mencionó a Ken. Y cuando dejaste a Patamon con nosotros fue obvio que no ibas solo a cambiarte.
Takeru apretó los puños, mirando a ambos lados del pasillo.
—Dices que fue obvio, pero eres el único aquí.
—¿En serio? ¿Acaso preferirías estar dándole la espalda a tu hermano? —preguntó Taichi, escéptico.
Su silencio fue respuesta suficiente. Taichi se pasó una mano por el cabello con un suspiro.
—¿Qué esperabas viniendo aquí, Takeru?
—No lo sé… es… —murmuró, girándose a enfrentarlo por fin—. No lo sé. Algo. Alguna respuesta. Un indicio que me dijera qué pensar de todo esto. Si Ken está diciendo la verdad o si otra vez intenta engañarnos. Si realmente otra vez viene algo por nosotros… por Hikari…
Taichi lo dejó hablar, sin interrumpirlo. No había juicio en su expresión, solo esa abierta atención de cuando se concentraba en entender algo.
—No lo culpo por lo que pasó antes, hace años —añadió Takeru, más bajo—. Pero tampoco puedo olvidarlo.
—Nadie te pide que lo hagas —respondió Taichi, con calma—. Pero esto no lo puedes resolver así. Y mucho menos encima de alguien que apenas puede mantenerse despierto.
Takeru cerró los ojos un segundo, y respiró hondo. El nudo en su garganta no bajaba, pero al menos había dejado de arder.
—Perdón —murmuró.
—No es conmigo con quien deberías disculparte —dijo Taichi, colocando una mano firme pero comprensiva sobre su hombro.
Takeru alzó la vista, los ojos llenos de un remolino de emociones, buscando alguna salida más fácil a lo que acababa de hacer.
—Pero supongo que eso quedará para después —añadió Taichi, desviando la mirada hacia el final del pasillo.
Daisuke apareció doblando la esquina a paso ligero con la chaqueta a medio poner y cara de haber corrido por todo el hospital.
—¡Taichi-san! —exclamó al verlos, acelerando hasta llegar a su lado—. ¿Qué haces aquí? ¿Pasó algo?
—Todo bien, Daisuke —respondió Taichi rápidamente, con tono tranquilo—. Solo vine de paso para buscar a Takeru. Me sorprendió ver que no estabas sobre Ken hostigándolo como siempre.
—¡¿Qué?! ¡Nada de hostigar! —protestó Daisuke—. él dice que soy su medicina.
—Estoy seguro de que sí —respondió Taichi, dándole una palmada en la espalda—. Anda, vuelve con él. Nosotros ya tenemos que irnos y no debería quedarse solo mucho tiempo.
Daisuke se despidió de Taichi con la energía de siempre, pero lanzó una mirada rápida a Takeru, que estaba terriblemente callado y con la mirada baja. Frunció el ceño, pero no dijo nada, y con un movimiento de cabeza volvió a entrar a la habitación.
—Vamos —dijo Taichi, finalmente.
El mayor esperó a que Takeru comenzara a moverse para seguirlo de regreso por el pasillo.
—No le digas a Yamato… por favor. —pidió Takeru una vez estuvieron frente al edificio de la oficina de Koushiro.
—Descuida. Tal vez ni se dé cuenta. —quiso tranquilizarlo Taichi, con una palmadita en la espalda.
Pero ambos sabían que eso era imposible.
-o-o-o-
Cuando Taichi y Takeru entraron juntos en la oficina de Koushiro, Yamato supo al instante que algo había pasado. No necesitó que dijeran nada, lo decía la forma en que Takeru pasó por su lado sin mirarlo siquiera, la vista fija en el suelo como si sus zapatos fueran de pronto muy interesantes.
Yamato frunció el ceño. Culpa o vergüenza, era lo que usualmente significaba eso con Takeru.
—¿Qué estaban haciendo? —les preguntó sin rodeos.
Takeru se tensó. Fue apenas un segundo, pero su cuerpo lo traicionó: los hombros se le alzaron de golpe, apretando los brazos a sus costados.
Taichi, en cambio, se giró con total normalidad. Le sostuvo la mirada a Yamato como si no tuviera nada que ocultar.
—Nada —respondió con simpleza y una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—¿De dónde vienen? —insistió Yamato, clavando los ojos en Takeru, que había cometido el error de alzar la vista. No era coincidencia que ambos hubieran dejado atrás a sus compañeros con pretextos burdos y que ahora aparecieran juntos.
El menor abrió la boca, pero sólo logró emitir un tartamudeo torpe, una sílaba ahogada. Taichi le puso una mano en el hombro, y el gesto pareció anclarlo de vuelta.
—Nos encontramos en el vestíbulo, eso es todo —repitió Taichi con seguridad y el mismo tono de aparente normalidad que había usado durante las llamadas con Koushiro y Sora.
Yamato apretó los dientes. La certeza de que su mejor amigo le estaba mintiendo a la cara se instaló como una verdad incómoda en su cabeza.
—Sí, claro —bufó, cruzándose de brazos—. ¿En serio quieres que me crea eso?
Taichi se encogió de hombros, sin perder la compostura. La falsa sonrisa persistía.
—Piensa lo que quieras, Yama.
Pasó a su lado con tranquilidad, animando a Takeru con un leve gesto de cabeza a que lo siguiera. El chico dudó solo un segundo antes de hacerlo.
Taichi saludó a los demás con un gesto breve y se detuvo junto a Agumon, que lo esperaba con la tranquilidad de quien nunca se da cuenta de nada. Hikari, que había estado hablando con Koushiro, se alejó al ver llegar a su hermano y fue a su encuentro, intercambiando una breve mirada con Takeru antes de que este se sentara con Patamon.
Yamato estaba a punto de ir a interrogar a Takeru cuando la voz de Koushiro llenó la sala.
—Necesito su atención. Vamos a repasar los puntos clave antes de partir.
Todos guardaron silencio para escucharlo.
Koushiro proyectó un mapa del área sobre una tableta conectada a la pantalla grande de la sala. El terreno era escarpado, irregular. El punto central: una estructura antigua, semienterrada, rodeada por un cañón profundo.
—La señal más fuerte del transporte de las cápsulas proviene de aquí —señaló—. Todo indica que esta es una de las salas de control principales. Lo que haremos es lo siguiente: Yamato y yo, con Gabumon y Tentomon, entraremos por esta ladera del cañón. Según los datos, hay una entrada a un sistema de túneles que podrían llevarnos directamente a la sala. Lo esencial es moveremos con sigilo.
—Taichi, tú estarás a cargo del grupo de apoyo, junto a Hikari y Takeru. Se posicionarán aquí —dijo, marcando una colina cercana cubierta por vegetación—. Desde allí tendrán visión sobre la entrada. Si nos descubren o si algún centinela intenta entrar, ustedes deben detenerlos para que podamos salir. Si algo sale mal dentro, Takeru bajará como refuerzo. Hikari se queda contigo.
Taichi asintió, lanzando una mirada a sus dos compañeros. Hikari respondió con una leve inclinación de cabeza. Takeru no dijo nada, pero su postura se volvió más firme.
—Los demás están al tanto de este plan. Estarán atentos y listos para intervenir si necesitamos solicitar más apoyo. Pero idealmente, esto se resuelve entre nosotros. —para cerrar, Koushiro añadió—. ¿Alguna pregunta?
El silencio fue la respuesta. Luego de un instante de confirmación, Taichi anunció.
—Bien. Entonces nos vamos. Hora de regresar al Mundo Digital.
Chapter 3: La primera incursión
Summary:
Yamato, Koushiro y sus digimons se adentran en los túneles hacia la sala de control y encuentran cosas preocupantes. Por decirlo de alguna forma.
Notes:
Este capítulo quedó cortito, pero es en favor de mantener la tensión.
Chapter Text
La entrada a los túneles fue más sencilla de lo esperado. Observaron durante largos minutos los movimientos de los centinelas antes de separarse del resto y entrar. Tal como Koushiro había anticipado, los patrones de patrullaje eran repetitivos y dejaban una brecha de tiempo perfectamente aprovechable. No necesitaron correr riesgos innecesarios.
Una vez dentro, la luz natural se extinguió casi de inmediato y quedaron solo con los digivices y el resplandor de la pantalla de Koushiro para iluminarles el camino. El aire era denso, cargado de humedad y un dejo metálico que raspaba en la garganta.
Avanzaban sin contratiempos, siguiendo los caminos marcados en el mapa virtual que Koushiro había construido gracias a los datos recopilados. Tentomon escaneaba con su radar todo a su alrededor en busca de trampas o alteraciones, pero hasta el momento todo se mantenía quieto. Silencioso.
Demasiado silencioso.
Yamato iba al frente, atento, pero no lograba mantener del todo su concentración. Cada vez que giraban por un nuevo corredor o sorteaban una bifurcación, su mente se desviaba hacia afuera, hacia lo que estarían haciendo Taichi, Hikari y su hermano.
Especialmente Takeru y Taichi.
Ese silencio esquivo cada vez que Yamato les preguntó sobre lo que estuvieron haciendo antes de reunirse lo tenía inquieto.
“Ya te dije que no pasa nada”, había insistido Taichi cuando Yamato volvió a intentar abordar el tema. No le devolvió la pregunta, no bromeó para quitarle peso ni trató de cerrar el asunto con una de sus salidas ligeras. Solo desvió la mirada y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta para que Yamato no viera cómo jugaba nervioso con sus dedos.
Takeru, por su parte, se limitó a bajar la cabeza y asentir a lo que Taichi decía sin agregar una sola palabra. Como si hubiese algo que no quisiera, o no pudiera decirle.
Sabía que probablemente solo le estaba dando demasiadas vueltas a algo sin importancia. Tal vez estaba siendo paranoico, entrometido incluso, pero, con todo lo que habían pasado tan solo la última semana, ¿alguien podía culparlo por estar ansioso y preocupado por ellos?
—¿Yamato? —la voz de Koushiro lo sacó de sus pensamientos.
—¿Ah?
—Te pasaste el desvío. Es por aquí —dijo el otro, señalando a la derecha.
—Lo siento. —respondió Yamato, recomponiéndose. Luego de una pausa añadió—. Estoy bien.
Koushiro no dijo nada, pero su mirada rápida fue suficiente para decir que no se lo creía del todo.
Siguieron avanzando, y poco después comenzaron a notar los primeros indicios de actividad. Tuberías a medio fundir, señales de energía fluyendo a través de los muros, y un zumbido que vibraba en los pies de tanto en tanto. Estaban acercándose.
—No veo rastros de seguridad adicional hasta el momento, pero mantente alerta. —dijo Koushiro, con la voz baja.
Yamato asintió.
—¿Qué tanto más hay que avanzar?
—Deberíamos estar a unos cien metros de la sala de control. Del otro lado de esa compuerta —Koushiro indicó una gran puerta metálica sin inscripciones, incrustada en una estructura semicircular.
—Bien —Yamato se detuvo un instante, mirando la puerta como si pudiera verla respirar—. Hora de ver con qué demonios nos estamos metiendo.
Koushiro asintió, y él y Tentomon comenzó a trabajar en los paneles que la bordeaban.
La compuerta se abrió con un quejido grave, arrastrando consigo una bocanada de aire caliente y cargado de polvo metálico. Al otro lado, el corredor estaba hecho trizas. El suelo agrietado y ennegrecido crujía bajo sus pasos. Trozos de pared colgaban de los techos, cables chamuscados chispeaban intermitentemente y paneles de luz parpadeaban sin ritmo.
Gabumon caminaba más cerca que antes, olfateando con atención.
—Las ondas de choque debieron propagarse desde el centro —respondió Koushiro, consultando su tableta mientras Tentomon escaneaba una sección particularmente calcinada del muro—. A este paso, no sé si alguna de las consolas haya sobrevivido lo suficiente como para darnos datos útiles.
Cuanto más se adentraban el daño era mayor. Las paredes ya no estaban apenas quemadas, estaban abiertas en algunos puntos como si algo hubiese desgarrado la estructura desde dentro. Una vibración residual recorría el aire, como si aún quedaran ecos de energía flotando en las ruinas.
—Esa de allí debe ser —dijo Koushiro señalando la puerta al final del pasillo que recorrían. Ambos aceleraron el paso inconscientemente.
El aire cambió de pronto. Un zumbido sordo vibró en el fondo del oído de Yamato. No era eléctrico. Era una presencia.
—Yamato —susurró Gabumon, girando sobre sus patas.
Una figura avanzó entre los restos calcinados de un pasillo lateral, la luz parpadeante delineando su silueta: el cabello oscuro y alborotado, el abrigo negro ondeando con cada paso firme. Y en el rostro, bajo las gafas que escondían sus ojos, una sonrisa fría y desafiante.
—El Emperador Digimon… —murmuró Yamato, helado.
Antes de que pudiera moverse, otra figura, mucho más alta y verde, emergió detrás del impostor.
—¡¿Stingmon?! —exclamó Koushiro, incorporándose abruptamente.
Gabumon gruñó y se interpuso frente a Yamato. Tentomon voló hasta colocarse al lado de su compañero, cargando energía.
—Llegaron rápido. Eso es bueno—El Emperador los miró como evaluando algo antes de ensanchar su sonrisa—. Nos hacía falta la compañía.
Yamato dio un paso al lado, instintivamente cubriendo a Koushiro con el cuerpo.
—¿Crearon un Stingmon falso?
—¡No, no…! —Koushiro tecleaba frenético, su rostro bañado en el brillo azulado de la pantalla—. Todas las lecturas me indican que es... Es real, ¡Es Stingmon!
Yamato tenía los ojos clavados en la figura altiva del Emperador, que los observaba en silencio, inmutable, como si su sola presencia fuera una provocación.
El aire vibró con una tensión súbita cuando Stingmon se movió. El zumbido cortó el silencio como un disparo. En un instante, el digimon verde se abalanzó sobre ellos con el aguijón alzado y los ojos encendidos.
Una explosión de luz azul y plata iluminó la sala en ruinas, y WereGarurumon interceptó a Stingmon en el aire, estrellando sus garras contra las del insecto con un chasquido metálico que sacudió la estructura.
—¿Estás seguro de que no es otro digimon de la misma clase? —gritó Yamato sobre el estruendo, retrocediendo junto a Koushiro para dejar espacio al combate.
—¡Estoy seguro! —respondió Koushiro, clavado en su tableta—. Mis lecturas coinciden exactamente con las del Stingmon que conocemos, ¡Es él!
—¡¿Cómo es eso posible?! —gritó Yamato, girándose hacia él con desesperación—. ¡¿Cómo es posible que este farsante haya hecho evolucionar a Wormmon en lugar de Ken?!
Koushiro tragó saliva. No tenía una respuesta todavía. Sus dedos temblaron un segundo, antes de seguir tecleando, como si forzar el sistema a hablarle fuera a traerle consuelo.
El falso Ken dio un paso hacia ellos con esa sonrisa cruel que helaba la sangre.
—Ken Ichijouji ya no es necesario —dijo con voz sombría. Tras un movimiento súbito, Yamato lo tenía sobre su costado—. Y pronto ustedes tampoco lo serán.
Apenas tuvo tiempo de levantar los brazos antes de que el otro se lanzara sobre él. No lo esperaba tan rápido. Lo esquivó por centímetros, sintiendo el filo del aire cortar junto a su mejilla.
—¡Yamato! —gritó Koushiro, antes de que Tentomon lo hiciera a un lado para evitar a los otros digimons enfrascados en su propia pelea.
El Emperador se movía con una ligereza irritante, como si conociera todos sus movimientos. Cada vez que Yamato intentaba golpearlo, se desvanecía o bloqueaba con un gesto apenas más rápido que el suyo. Parecía estar jugando con él.
—¿Y Taichi-san? Esperaba verlo por aquí, ¿No es él quien suele encabezar estas cosas? —preguntó de pronto, ladeando la cabeza, como quien busca una cara conocida entre la multitud—. Pensé que tú no hacías nada importante sin él.
Yamato no respondió. No le daría el gusto. Pero su mandíbula se tensó. El Emperador lo esquivó sin esfuerzo, otra vez.
—¿Desde cuándo te dejan a cargo de algo crítico, Yamato? ¿Se les acabaron los líderes de verdad? ¿O solo se acabaron las ideas?
Yamato gruñó, atacando de nuevo con un gancho, que esta vez conectó con el estómago. Pero la sonrisa del otro no se inmutó, como si el golpe no fuera nada.
—Debes estar desesperado, ¿Seguro que pensaste bien todo esto? ¿No habrás pasado algo por alto? —continuó el impostor, inclinándose hacia él para hablarle casi al oído mientras lo rodeaba y esquivaba—… Oh, espera. Lo hiciste. Si no, no estarías atrapado aquí conmigo, mientras tu hermano está expuesto allá arriba, ¿cierto?
—¡No te…!
La mano del Emperador se movió como un látigo y alcanzó el rostro de Yamato con una bofetada que lo hizo callar y retroceder un par de pasos.
WereGarurumon rugió en el fondo. Chispas y destellos metálicos llenaban la sala como relámpagos en una tormenta. Una nueva sacudida hizo temblar el piso cuando Stingmon atacó con una serie de patadas a WereGarurumon, haciéndolo retroceder. El combate era feroz, más rápido de lo que los ojos humanos podían seguir por momentos.
—¡No podemos mantener esto por mucho tiempo! —gritó Koushiro, alarmado con la cantidad de pequeños fragmentos cayendo del techo y las paredes ante cada embestida.
El impostor seguía con sus provocaciones.
—No te culpes. La duda es tu naturaleza. Por eso nunca te dejan decidir nada, ¿cierto? Por eso todos esperan a que él hable primero.
—Tú no sabes nada de mí — espetó, lanzándose al ataque de nuevo. Pero el bastardo desapareció justo antes del impacto. La frustración le recorrió el cuerpo.
Lo sintió antes de verlo: el puño que se clavó en su costado lo levantó del suelo. Cayó de rodillas, con un gemido ronco. La figura del Emperador volvió a materializarse frente a él.
—No, claro que no —dijo la copia con fingida decepción, empujándolo hacia atrás con una patada ligera—. Porque tú no dejas que otros se acerquen. No confías en nadie. Ni siquiera en tus amigos. Ni siquiera en Taichi. Mucho menos en Taichi, ¿O es que no empezaste ya a notar que algo en él está... diferente?
Yamato se congeló apenas una fracción de segundo. Su contrincante lo notó y su sonrisa se amplió, complacida.
—Cierra la boca… —gruñó, apretando los puños. Se irguió con esfuerzo. El sudor le pegaba el cabello a la frente, el corazón le latía con un ritmo desbocado y doloroso. Cada palabra del impostor era como una espina certera clavándose en la punta de sus dedos. Le ardían las manos de rabia.
Le ardía también el orgullo por la paliza que estaba recibiendo. ¡Ash! ¡Hace mucho que no hacía esto!
El Emperador lo alcanzó con un rodillazo al abdomen y un puñetazo que lo hizo chocar contra una de las consolas laterales. Chispas volaron con el impacto. Koushiro gritó su nombre desde algún lugar, pero Yamato apenas lo escuchó.
—Aunque tal vez te resistas a verlo —dijo el Emperador, acercándose con lentitud—. Pero pregúntale a tu instinto, Yamato. Ese que siempre te ha dicho cuándo algo va mal, ¿no te ha estado gritando mucho últimamente?
La copia volvió a desvanecerse, apareciendo justo a su espalda. Fue entonces cuando Yamato, más por instinto que por estrategia, arrancó uno de los cables vivos del panel y lo encajó directo en el pecho del impostor.
—¡Ya cállate! —gruñó, mientras la descarga recorría el cuerpo del Emperador.
El falso Ken gritó, por primera vez perdiendo la compostura. Una descarga de energía chispeó por todo su cuerpo, que se sacudió violentamente, sus datos vibrando y deformándose en patrones inestables. Una mueca de sorpresa y rabia cruzó su rostro justo cuando WereGarurumon, tras esquivar los aguijones de Stingmon, lo golpeó con una patada giratoria directamente en el torso. Stingmon colapsó en fragmentos de luz y datos, regresando a su forma de Budmon, que cayó al suelo inconsciente.
—¡Tentomon, ahora! —gritó Koushiro mientras un estruendo recorrió el túnel, desprendiendo partes del techo agrietado.
Kabuterimon se materializó justo a tiempo, extendiendo sus brazos para sostener la estructura mientras fragmentos de concreto digitalizado caían alrededor de Koushiro y el equipo.
—¡Rápido, atrás mío! —tronó la voz de Kabuterimon, cubriéndolos a todos mientras Yamato mantenía el foco en su enemigo.
El Emperador cayó de rodillas, temblando. Su cuerpo destellaba con errores visuales, como si su forma ya no pudiera mantenerse.
Yamato lo tomó por el cuello del abrigo y lo alzó.
—¿Qué le hiciste a Stingmon? —espetó, con voz áspera—. ¡¿Cómo lo obligaste a pelear contra nosotros?!
El Emperador sonrió, pero algo en esa sonrisa ya no era humano. Su voz se volvió múltiple, distorsionada, como un coro en frecuencias diferentes.
—Crees que ganaste aquí —susurró—, pero ni siquiera se han dado cuenta del intruso en sus filas…
—¡¿Qué intruso?! —rugió Yamato, sacudiéndolo.
—Mejor apresúrate si quieres volver a verlos. —musitó el Emperador.
Y se deshizo entre sus manos como arena digital, la risa multiplicada desvaneciéndose con él, como un eco dejado a propósito para inquietarlo.
Le siguió un silencio abrumador donde los únicos sonidos eran el jadeo de WereGarurumon y la respiración agitada de Yamato.
-o-
Finalmente, entraron a la sala central.
Lo primero que saltaba a la vista era el orden. Era un espacio amplio, rectangular. Los paneles del centro y laterales se alzaban limpios, intactos, sin daños visibles.
Mostraba marcas de desgaste, sí: rayones en las mesas y en el piso, señales de humedad vieja. Pero nada de grietas ni ennegrecimiento surcando las paredes. No había paneles arrancados, ni cables expuestos ni el menor indicio de explosión. Las luces del techo titilaban de manera intermitente, pero sin cortocircuitos. Todo lucía como una instalación desocupada hacía poco, no como una destruida.
—¿Estás seguro de que estas son las coordenadas desde donde Taichi se transportó? —preguntó Yamato, sin dejar de escanear con la vista cada rincón.
Apretó las manos, todavía resentidas tras el enfrentamiento a golpes con el impostor. Sus palabras también seguían dando vueltas en su cabeza. Había intentado contactar con el grupo de arriba luego de eso, muchas veces, todas sin resultados, la angustia haciéndose más pesada en su garganta con cada llamada sin contestar.
Tenemos que salir de aquí pronto. Tengo que volver con ellos.
— ¿Y si estamos en otro sitio? —volvió a insistir.
Koushiro no respondió de inmediato. Sus dedos se movieron con velocidad sobre la tableta, y Tentomon emitió un leve zumbido mientras escaneaba las paredes.
—Sí. Coincide con el registro de su transmisión. Esta es la ubicación exacta donde se activó el protocolo de transporte. No hay error.
—Entonces, ¿Por qué…?
—¡Yamato! —llamó Gabumon desde el otro lado de uno de los paneles. El digimon miraba atentamente el piso de la habitación, y cuando Yamato lo alcanzó se dio cuenta por qué.
Sangre seca. Mucha. Una gran mancha irregular cubría el piso y parte de la consola.
Aquí fue. Pensó. Al menos eso demostraba que no se habían equivocado.
—Tal vez lo de la explosión fue una mentira del falso Gennai. —sugirió Koushiro, también notando la mancha roja—. Al menos lo de que sería la habitación la que explotaría. Vimos el daño afuera.
El genio se instaló frente a la consola central y conectó su tableta para comenzar enseguida con la sustracción de información.
Yamato por su parte se acercó a un gran ventanal que daba a un cuarto contiguo. Allí, seis estructuras metálicas se alzaban del suelo como columnas truncadas, una al lado de la otra. Salvo que una estaba completa.
—Una cápsula… —se acercó más al vidrio para inspeccionar el enorme cilindro. Estaba apagado y vacío, pero se veía intacto.
—Seis cápsulas. Justo como describió Taichi —dijo Koushiro, a su espalda. Tecleó con rapidez mientras Tentomon se posicionaba a su lado—. aunque no entiendo por qué una de ellas sigue aquí. Debieron transportarse todas al mundo real.
—Tal vez Nishijima no pensó que necesitara enviar a Gennai —murmuró Yamato, no muy convencido de esa teoría.
Se hizo un corto silencio, hasta que Koushiro volvió a hablar.
—De acuerdo… esto es extraño.
Yamato dejó de mirar a través del enorme vidrio y volvió a su lado, igual que Gabumon y Tentomon.
—Según los registros, esa plataforma estuvo activa hasta hace poco.
—¿Qué tan reciente?
Koushiro entrecerró los ojos.
—La última actividad registrada fue hace quince horas. Eso es… mucho después de que Taichi y los chicos salieran de aquí.
Yamato lo miró, incrédulo.
—¿Estás seguro?
—Sí. El registro dice que hubo un “transporte de carga” hace quince horas y entonces la cápsula quedó inactiva —hizo una pausa, sopesando una posibilidad— ¿Podría ser que el profesor Nishijima esté…?
Antes de que cualquiera de ellos pudiera darle vueltas a esa idea, una notificación saltó en la parte superior de la pantalla de la tableta con un zumbido. “Búsqueda relevante: transmisión desconocida en curso” decía la leyenda y Koushiro no tardó en abrirla.
Una ventana se desplegó enseguida, corriendo un video con una imagen clara y alarmante: una cápsula de soporte vital activa. Ambos se acercaron instintivamente a la pantalla. Dentro de la cápsula, flotando en suspensión había una persona conectada a varios tubos y cables que surgían de un aro de metal sellado como una corona sobre su cabeza.
—Ese es… ese es… —balbuceó Koushiro, boquiabierto, incapaz de decir lo que sus ojos le mostraban.
—¡Taichi! —jadeó Yamato, y fue como si el mundo colapsara en un instante, derrumbándose bajo sus pies y cayendo en silencio sobre su cabeza.
Se quedó sin aliento, mirando la figura inconsciente de su mejor amigo atrapado dentro de esa prisión artificial.
Chapter 4: El quiebre
Summary:
Yamato sale en busca de Taichi y todos recuerdan lo que pasó hace años en un bosque similar.
Notes:
Advertencias del capítulo: intento de asesinato (fallido) y quiebre emocional.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Yamato se quedó paralizado ante lo que mostraba la pantalla: Taichi, suspendido en esa cápsula.
No podía ser. No tenía sentido. Taichi volvió. Volvió con Daisuke y los otros.
Volvió conmigo.
Pero la imagen seguía ahí, fría e innegable como un puñal al centro del pecho. El eco de las palabras del Emperador vibró en su memoria:
“Ni siquiera se han dado cuenta del intruso en sus filas.”
Su pulso se aceleró. Su respiración se aceleró. Se sentía mareado como si el mundo diera vueltas sin parar. Un frío repentino le caló los huesos y sintió los dedos ardiendo como si fueran a desintegrarse.
“¿O es que no empezaste ya a notar que algo en él está... diferente? “
Volvieron a su mente las actitudes extrañas, la inestabilidad, las caretas; también las provocaciones del falso Ken, tan personales, tan bien dirigidas. Las ideas comenzaban a encajarse solas contra sus deseos, ¿Y si Taichi en realidad nunca salió de allí? ¿Si todo ese jueguito del falso Gennai fue para atraparlo a él también? ¿Si la cápsula que quedaba lo había retenido hasta que lo transportaron a otro sitio?
¿Y si realmente lo perdí aquí? ¿Si todo este tiempo…?
“Mejor apresúrate si quieres volver a verlos.”
El miedo lo golpeó como una ola. Takeru y Hikari.
Como si sus pensamientos hubieran activado un interruptor, las pantallas de la sala se encendieron de golpe. El cuadro central mostraba la misma transmisión de la laptop: Taichi, suspendido e inmóvil dentro de la cápsula. A sus costados, nuevas imágenes vibraban con violencia: Hikari y Takeru corriendo por la superficie entre nubes de polvo y fuego, atrapados en medio de una batalla. La cámara temblaba con cada explosión. Las tres se mostraban como si fuesen transmisiones en vivo.
Una risa estalló en la sala, aguda y prolongada, quebrada en ecos por los parlantes. Una risa histérica, burlona y siniestra.
—Gracias por traerlos aquí. —ladró la voz de Gennai. Su risa continuó, más fuerte, más loca.
—¡¿Qué quieres?! —gritó Yamato, mirando alrededor, como si pudiera encontrar donde se escondía.
—Deberían subir a despedirse… antes de que mi amigo los traiga para jugar.
Eso último le heló la sangre y encendió su rabia al mismo tiempo. Sacó su digivice con manos temblorosas.
—¡Takeru! —llamó al comunicador—. ¿Me escuchas? ¡Takeru!
Silencio de nuevo. Revisó el radar. Nada. Las señales de los tres estaban ausentes aún, como si se hubieran desvanecido del mapa.
¿Y si es verdad?
—No… No puede ser…
Probó con Hikari y con Takeru otra vez, sin obtener respuesta. La risa desquiciada de Gennai seguía golpeando en sus oídos, cada vez más y más fuerte y desfigurada, como si se mezclara con otras voces igual de trastornadas. Lo estaban volviendo loco.
¿Y si de verdad no es él? ¿Y yo lo dejé afuera con ellos?
—¡Tengo que salir! —exclamó, girándose hacia Gabumon—. ¡Vamos!
—¡Yamato, espera! —intentó detenerlo Koushiro—. ¡No saquemos conclusiones apresuradas…!
—¡¡No pienso perderlos a ellos también!! —rugió, sin detenerse.
Se montó sobre la espalda de WereGarurumon apenas acabó de transformarse y, sin mirar atrás, se lanzaron hacia los túneles por los que habían entrado.
El estruendo de su huida dejó a Koushiro solo en la sala, con la imagen terrible de la cápsula y las explosiones brillando frente a él como una burla que acompañaba a las carcajadas estridentes.
Koushiro cerró los ojos con fuerza, intentando pensar con claridad por sobre el pandemonio que lo rodeaba.
—Esto no está bien… —susurró—. Esto no está bien.
-o-
Apenas cruzó el umbral de metal y volvió al terreno rocoso del túnel natural, la señal de su digivice se encendió de golpe. Una ráfaga de pitidos anunciando la comunicación reestablecida.
—¡Takeru! —llamó de inmediato.
—¡Hermano! —la voz de Takeru le llegó con la misma urgencia—. ¿Qué pasó? ¿Están bien? ¡Voy entrando por ustedes!
—¡Takeru, estás bien! —exclamó Yamato, aliviado de escuchar su voz—. ¿Dónde está Hikari?
—Se quedó afuera con Taichi como era el plan. Están manteniendo a los centinelas ocupados para que podamos salir.
Un estruendo sacudió el túnel. La tierra crujió sobre su cabeza y pequeños fragmentos de roca comenzaron a desprenderse del techo, esparciendo polvo y tierra en el aire.
Claro, y lo harán desmoronando la montaña.
La figura de Angemon apareció entonces, avanzando por el túnel a toda velocidad. Por poco y los digimon no alcanzan a detenerse cuando se encontraron.
—¿Dónde están Koushiro y Tentomon? —preguntó Takeru, alarmado, mirando por el pasadizo atrás de Yamato.
Solo entonces Yamato se dio cuenta de que el otro chico no iba detrás de él. ¡Demonios, Koushiro!
—Lo dejé en la sala. Estará bien, puede manejarse solo. —dijo, más para sí mismo que para su hermano—. Ahora tenemos que ir por Hikari.
El tono de su voz hizo que Takeru frunciera el ceño.
—Hermano, ¿Qué está pasando?
—Nos emboscó el Emperador Digimon, ¡Con Stingmon! ¡Resulta que estas cosas pueden hacer digievolucionar a los digimons y que peleen contra nosotros! —soltó con un hilo de incredulidad aún en su voz—. Koushiro logró extraer información de una consola. Apareció una transmisión de una cápsula activa, y dentro… estaba Taichi.
Los ojos de su hermano se abrieron con horror.
—No, no puede ser... Taichi no… —balbuceó el menor—. ¡No! ¡Está afuera, Yamato!
—¿Realmente es él quien está afuera? ¿Te ha parecido él mismo estos días? Yo no… Ash, ¡Ya no lo sé, Takeru! —Se pasó ambas manos por el cabello, frustrado y exasperado consigo mismo por no saber qué hacer. No has visto lo que yo he visto, no has estado tanto tiempo con él para ver los cambios—. Tenemos que encontrar a Hikari.
Un nuevo temblor más violento los desequilibró brevemente. Pedazos del techo se desplomaron a su alrededor, y tanto Angemon como WereGarurumon se movieron para evitar que los más grandes los golpearan.
No esperó una respuesta. Palmeó el hombro de WereGarurumon y este aceleró volviendo a avanzar a la salida. Takeru lo siguió sin protestar, intentando contactar a Hikari por el comunicador del digivice mientras esquivaban los escombros que comenzaban a salpicar el camino.
La luz del exterior comenzaba a filtrarse a medida que se acercaban al final del túnel, pero también lo hacía un zumbido grave, profundo, como si el mundo estuviera por colapsar.
Tal vez intenta sepultarnos aquí antes de llevársela. El pensamiento vino de pronto y fue como una patada en el estómago, porque le dejó claro cuál era la versión que había logrado instalarse como ganadora en su cabeza.
-o-o-o-
[Veinte minutos antes…]
Llevaban treinta minutos sin contacto.
—Esto es normal, ¿verdad? —preguntó Taichi por enésima vez, la voz baja pero apretada de ansiedad.
—Koushiro dijo que podía pasar —respondió Hikari, a su izquierda—. La montaña tiene mucha interferencia, pero…
Taichi no necesitaba que terminara la frase. Lo sentía. No era solo preocupación. Era una presión punzante en la nuca, una punzada vieja e instintiva que se encendía cada vez que algo estaba por romperse. Tal vez fuera solo la costumbre de que algo siempre -siempre- tenía que salir mal, pero podía apostar que no era el único allí sintiendo que algo estaba por estallarles en la cara.
—Intenta una vez más —le indicó a Takeru, que se mantenía agazapado a su espalda.
El más joven ya tenía el digivice en la mano. Tecleó rápido, esperó, y negó con la cabeza.
—Nada. No contestan.
—Sus señales también siguen sin reaparecer —añadió Hikari.
Taichi cerró los ojos un segundo, apretando los puños.
Entonces Hikari dijo algo más:
—Hay un cambio, en el movimiento de los centinelas.
Taichi se incorporó para ver. Los gigantescos digimon tipo dinosaurio estaban alterados. Varios habían cambiado de trayectoria y se dirigían a la entrada de la base.
—¡Los descubrieron! —exclamó, al tiempo que giraba hacia los demás—. ¡Es hora de moverse!
Todos se lanzaron montaña abajo con él a la cabeza. El suelo crujía bajo sus pies. Un bramido a su derecha le heló la sangre por un segundo, pero al mirar vio el destello familiar y seguro de Greymon pasando a toda velocidad, embistiendo a un Tyrannomon que cargaba sobre ellos.
Dos figuras aladas ascendieron sobre sus cabezas como estrellas cruzando el cielo. Taichi apenas volteó, gritándole a Takeru mientras corrían:
—¡Ve por ellos! ¡No sabemos qué está pasando allí adentro! ¡Y ellos tampoco saben lo que pasa aquí! ¡Avísame apenas los veas!
—¡Sí! —respondió Takeru sin dudar. Ya corría al hueco del túnel, con Angemon esperándolo más adelante.
Taichi se desvió, señalando a Hikari que lo siguiera hacia una formación rocosa. Angewomon descendió para cubrirlos, lanzando flechas de luz contra los centinelas más cercanos, mientras MetalGreymon los interceptaba uno a uno, manteniéndolos alejados de la entrada.
Hikari se agazapó a su lado, su respiración agitada.
—¿Crees que estarán bien? —preguntó Hikari, con la mirada fija en la entrada oscura de la base.
—Claro que sí. Yamato está allí —respondió Taichi, con toda confianza. Luego apretó los puños, inspirando hondo—. Y ahora nosotros debemos asegurarles una salida.
Le sonrió. No era la sonrisa despreocupada de siempre, sino una de determinación, una que se afirmaba con fuerza al ver una expresión similar en el rostro de su hermana de pie junto a él.
Comenzaron a dar instrucciones rápidas. MetalGreymon y Angewomon abrieron un pasadizo hacia el bosque, derribando troncos y alzando la tierra para formar un camino algo irregular, pero a resguardo por donde escapar. MetalGreymon mantenía a raya a los Tyrannomon y Monochromon que intentaban rodearlos, embistiendo y lanzando llamaradas que los obligaban a retroceder. Angewomon los cubría desde el aire, destruyendo los escombros que comenzaban a caer cerca de la entrada.
La montaña temblaba con cada impacto que lograba traspasar su cerco, y Taichi esperaba que no se estuviera desmoronando por dentro igual que lo hacía por fuera.
La lectura de otro digivice apareció finalmente en la pantalla de Hikari.
—¡Veo una de sus señales! ¡Está con Takeru! —informó.
—¡¿Solo una?! —preguntó Taichi, intentando no sonar demasiado angustiado—. Intenta llamar a Takeru para saber qué pasa.
—Me está llamando —dijo Hikari, antes de contestar—. Takeru, ¿Qué sucede? ¿Por qué solo…? ¡Ahhh!
Justo en ese instante un nuevo estruendo los sacudió. Un Monochromon más rápido de lo esperado disparó directo a la columna de tierra sobre ellos. Angewomon no alcanzó a detener todas las bolas de fuego que salieron de su boca. MetalGreymon se volvió, pero ya era tarde. Una parte entera de la ladera de la montaña estalló con un rugido sordo y aterrador. Rocas del tamaño de autos se desgajaron de lo alto y comenzaron a caer sobre sus cabezas y la entrada, provocando un alud de tierra y fragmentos.
—¡Hikari, vámonos! —gritó Taichi, jalándola con fuerza hacia el pasadizo. El estrépito los ensordeció por un momento.
El aire se llenó de polvo, tanto que Taichi casi no podía ver, pero podía sentir la vibración del colapso, el retumbar que lo seguía como una ola gigante. Tiraba de su hermana con fuerza, con la certeza de que si no ponían distancia entre ellos y la montaña quedarían enterrados vivos.
Angewomon disparaba flechas de luz sin parar, intentando disolver con urgencia los bloques que caían sobre la entrada. Cada una hacía volar por los aires pedazos de piedra incandescente, pero no eran suficientes. El acceso comenzaba a obstruirse.
MetalGreymon se giró con un rugido rabioso y embistió contra varios enemigos que ya se preparaban para disparar otra vez, buscando derribar más material. Los golpeó con todo el peso de su cuerpo, haciéndolos caer a un lado con un efecto en cadena antes de lanzar una ráfaga de proyectiles a los que se le escaparon.
A la vez, del interior de la montaña emergieron Angemon y WereGarurumon. El primero traía a Takeru en brazos, cubierto de tierra, pero ileso. El segundo llevaba a Yamato, con la mirada encendida de urgencia, sujetándose con fuerza del pelaje de su compañero.
Un pedazo enorme de techo se desplomó justo a su derecha. Angemon tuvo que alzar vuelo de golpe para esquivarlo, batiendo sus alas con fuerza. WereGarurumon giró bruscamente para evitar una losa que cayó donde habían estado apenas un segundo antes, y aterrizó en un derrape violento sobre la grava suelta del exterior.
Otro impacto sacudió el suelo cuando Kabuterimon salió disparado desde la entrada, empujando los bloques acumulados y chocando de lleno contra un Tyrannomon justo cuando este se preparaba para atacar a MetalGreymon por la espalda. El impacto fue brutal, pero muy afortunado.
Taichi sintió un peso inmenso liberarse de su pecho al verlos salir a todos.
—¡¡Retirada!! —gritó, recobrando el sentido. Apretó con fuerza la mano de Hikari y echó a correr por el pasillo improvisado hacia el bosque, con MetalGreymon y Angewomon cubriendo a todos desde la retaguardia, mientras las piedras seguían golpeando el suelo tras ellos como una lluvia mortal.
Apenas alcanzaban el resguardo de la vegetación cuando algo lo golpeó con violencia. Un impacto seco en su brazo derecho, donde sostenía la mano de su hermana. El golpe lo obligó a soltarla, y rodó por el suelo entre hojas y piedras.
Se levantó enseguida, el corazón atronando en su pecho.
—¿Qué…?
Hikari estaba en el suelo varios metros más allá, jadeando. De pie frente a ella se ubicaban Yamato y WereGarurumon. Ambos lo enfrentaban. Ambos lo miraban como si fuese un extraño.
Taichi dio un paso adelante, pero se detuvo en seco. Un recuerdo terrible, uno que creía sepultado, le cruzó por los párpados como un relámpago.
El mismo dolor, el mismo quiebre.
Se lo sacudió con rabia.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —le gritó a Yamato.
—¡WereGarurumon, ataca! —ordenó Yamato con la voz dura y quebrada por la ira.
El lobo blanco no se movió.
—Yamato… —murmuró en voz baja, casi temerosa. Sus ojos dorados se movían inquietos entre su compañero y Taichi—. ¿Estás seguro?
—¡He dicho que ataques! —repitió Yamato, sin titubeos—. ¡Ahora!
La orden pesó sobre el digimon, pero obedeció, cruzando las garras en una ráfaga cortante directo a Taichi.
No lo alcanzó. WarGreymon atravesó el aire como un proyectil dorado y se interpuso entre el ataque y él. La energía estalló disipándose en su escudo dorado y Taichi cayó al suelo tanto por la onda expansiva como por el shock.
—¡¿Qué haces?! —bramó el caballero dragón, el pecho subiendo y bajando con violencia.
—¡Lo que tengo que hacer! —gruñó Weregarurumon, con la voz cargada de un enojo que no era del todo suyo. Saltó hacia adelante, girando en el aire, y de una patada envió a WarGreymon varios metros hacia atrás.
Taichi se tambaleó, presa de un miedo creciente, mientras intentaba incorporarse. Tenía el rostro pálido y los ojos abiertos de incredulidad.
—¡Yamato, detente! —gritó otra vez—. ¡Soy yo, maldita sea! ¡¿Qué estás haciendo?!
Yamato lo miró con frialdad. Detrás de él, Hikari seguía clavada al suelo, temblando. El terror en sus ojos era evidente mientras miraba entre ambos. Taichi se preguntaba si estaría recordando lo mismo que él.
Yamato alzó un brazo y lo señaló con firmeza.
—¿Qué esperas?! ¡Destrúyelo!
El lobo se lanzó de nuevo en su dirección, pero WarGreymon se interpuso una vez más, bloqueando el ataque de nudillos con sus guanteletes.
—¡Detente! ¡Por favor! —jadeó su compañero, su voz cargada de la misma desesperación que Taichi sentía—. ¡No quiero pelear contigo!
—¡Entonces hazte a un lado! —rugió WereGarurumon, con pesar.
Mientras los digimons se enfrascaban en su feroz combate, Yamato soltó una maldición, pateó el suelo con rabia y echó a correr directamente hacia Taichi. Sus ojos como dos puñales.
—¡Corre, hermano, corre! —chilló Hikari, lanzándose para abrazar con fuerza la cintura de Yamato. El impacto hizo caer al mayor, pero pronto Takeru estuvo allí para sujetar a Hikari y apartarla.
Taichi no lo dudó. Aprovechó el instante y echó a correr, internándose en el bosque por donde habían venido.
—¡Takeru! —Escuchó gruñir con furia a Yamato.
Y a continuación, la voz del menor:
—¡Angemon, atrápalo!
—¡NO! —gritó Hikari, con un tono desgarrado.
Taichi no tuvo que mirar hacia arriba para saber que Angemon descendía como una flecha. Pero nunca llegó a alcanzarlo.
Algo más lo interceptó en el aire. Un estruendo sacudió las copas de los árboles, y Taichi sintió hojas y tierra saltando a su alrededor. Cuando miró a un lado vio el enredo de alas blancas sobre el suelo del bosque donde Angemon y Angewomon forcejeaban.
-o-
Takeru sostenía a Hikari con ambos brazos, intentando que se calmara.
—Hikari, por favor, escúchame. No es lo que parece. Yamato no lastimaría a Taichi…
—¡Quiere matarlo, Takeru! ¡Otra vez quiere matarlo! —chilló ella, fuera de sí, con los ojos desbordados de lágrimas y pánico.
Se tragó el miedo, la educación y el pudor, y atacó con toda la desesperación que llevaba dentro. Le pisó el pie, lo pateó en la espinilla, lo arañó con fuerza. Takeru retrocedió instintivamente, y fue entonces que Hikari se zafó y echó a correr entre los árboles detrás de sus hermanos.
—¡Yamato! ¡Yamato, detente! ¡¡Déjalo!!
Pero no llegó muy lejos. Takeru se lanzó tras ella y la sujetó de nuevo. Ambos cayeron al suelo entre ramas, hojas y tierra, rodando y forcejeando con torpeza, con angustia.
—¡Déjame ir! ¡Tengo que alcanzarlos!
—¡Hikari, por favor…!
Un jadeo entrecortado los interrumpió.
—¡Takeru! ¡Hikari!
Koushiro los alcanzaba a duras penas, con la tableta en una mano y Budmon en la otra. MegaKabuterimon estaba unos metros más atrás, todavía lidiando con el último de los centinelas.
—¿Budmon? —preguntó Hikari, confundida al ver al pequeño digimon en brazos del genio.
—¡Es lo que intento decirte! —espetó Takeru, aun sujetándola—. Hikari, Koushiro y Yamato se enfrentaron a la copia de Ken ¡Pudo hacer digievolucionar a Wormmon! Creen que Taichi… que también podría ser una copia.
—¡No! ¡Claro que no! —gritó ella—. ¡Es mi hermano!
—Hikari, Taichi está en una cápsula. Lo vieron en un video…
—¡Si así fuera, YO lo sabría! —gritó ella, furiosa, y se sacudió de encima a Takeru con violencia.
—¡Hikari…!
—Ella tiene razón —intervino Koushiro, deteniéndolos.
Ambos se giraron hacia él.
—Analicé el video. No es una transmisión real, es un bucle. Un fragmento falso, construido para repetirse y engañarnos. Taichi no está ahí. El verdadero Taichi está…
—Oh no… —jadeó Takeru, entendiendo al instante.
Hikari se incorporó de golpe.
—¡Hermano! ¡HERMANO!
Salió disparada en la dirección en que se habían perdido entre los árboles, con Takeru corriendo a un lado. Tras varios metros de carrera, notó que Takeru se estaba frenando por ella.
—¡Ve! —lo urgió Hikari—. ¡Apresúrate y detenlo antes de que lo alcance!
Takeru asintió, y corrió lo más rápido que le dieron las piernas.
-o-
El bosque pasaba como un borrón a su alrededor. Taichi corría con cada fibra de su cuerpo rebosando de miedo, de adrenalina, de incomprensión. Las ramas le arañaban la piel, las raíces y piedras lo hacían trastabillar, pero no se detenía. No podía.
A su alrededor, el rugido de WarGreymon y MetalGarurumon tronaba como una tormenta. Cada embestida, cada ráfaga de energía que estallaba cerca lo obligaba a lanzarse a un lado, a cubrirse, a maldecir. Una de esas descargas explotó cerca de su espalda, lanzándolo hacia adelante.
—¡Basta! ¡Para! ¡Por favor, Yama! —rogó una vez más, sin dejar de correr.
—¡No te atrevas a llamarme así! —siseó Yamato a su espalda, cada palabra cargada de veneno—. ¡Solo Taichi puede decirme así!
Taichi habría querido reír, ¿En serio? ¿Eso decía mientras lo perseguía? Pero no tenía aire para la risa. Solo miedo. Un miedo visceral que le recorría la columna y le decía que esto no era un juego. Que ese brillo asesino en los ojos de Yamato era real.
Hacía años que no lo veía así. Años desde que habían enterrado lo que ocurrió, sellado con un apretón de manos que nunca se volvió a mencionar.
—¡¿Quién te lavó el cerebro ahora?! ¡¿Por qué otra vez intentas matarme?! —El grito salió más alto y desesperado de lo que quiso.
Yamato titubeó. Solo un segundo. Pero luego volvió a acelerar, enajenado.
¡¿Desde cuándo es tan rápido?! Se preguntó Taichi. O tal vez era que el miedo lo hacía torpe y lento a él.
Bajaba por una pendiente cuando el brillo metálico de MetalGarurumon emergió de entre los árboles. El lobo se abalanzó por el costado, Taichi alcanzó a esquivarlo, pero su pie resbaló entre las hojas húmedas y cayó. Rodó entre ramas, piedras y tierra hasta que su cuerpo se detuvo contra una raíz gruesa.
—¡Ah! —jadeó al intentar levantarse. Un dolor agudo le atravesó el pie izquierdo.
Avanzó cojeando, pero no llegó lejos. Un peso cayó sobre su espalda aplastándolo contra el suelo. Yamato lo había alcanzado por fin.
El codo del rubio intentaba inmovilizarlo. Taichi se revolvió, girando lo más rápido que pudo y logró sujetarle las muñecas. Entonces se dio cuenta que Yamato tenía una gran piedra en la mano. Una roca tosca y rugosa.
—¡¿En serio?! ¡¿Piensas reventarme la cabeza con eso?! —le gritó, con incredulidad y rabia.
Pero el gruñido de Yamato lo interrumpió. Era ronco, quebrado.
—¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde lo tienen?! —escupía entre dientes, con lágrimas furiosas corriéndole por las mejillas.
—Yama… —aflojó su agarre en un reflejo instintivo al ver a su amigo así.
Yamato aprovechó el instante y levantó la piedra.
—¡Hermano, NO! —gritó Takeru desde algún punto detrás de ellos, pero ya era tarde.
Taichi alcanzó a mover la cabeza, el filo de la roca rozándole la mejilla. Un ardor infernal se encendió al instante y varios hilos de sangre tibia le corrieron por el rostro.
Se quedó helado. No por el dolor o lo que acababa de pasar, sino por la expresión de Yamato sobre él. El rubio tenía los ojos abiertos como platos, clavados en la sangre, la expresión desecha y el rostro tan pálido como una hoja de papel.
—Ta… Tai… Taichi —balbuceó Yamato, con la voz hecha trizas.
Sollozó y tiró la roca como si fuera una brasa caliente, lanzándola lejos de ellos. Un jadeo desgarrador se le escapó del pecho.
—Taichi… —susurró, temblando, y con mano trémula intentó acunarle la mejilla.
El simple contacto hizo que Taichi soltara un quejido ahogado. El ardor lo atravesó como una llamarada.
Yamato retiró la mano enseguida, como si se hubiera quemado.
—¡Apártate! —dijo Takeru con firmeza, agarrando a su hermano por las axilas y tirando de él para sacárselo de encima. Yamato no opuso resistencia.
—Lo siento… ¡Lo siento! —jadeaba su amigo, fuera de sí—. Creí que… que tú… Perdóname.
En ese momento, Megakabuterimon descendió con un estruendo entre los árboles, y Koushiro se arrojó de su espalda, cayendo de rodillas junto a Taichi. Abrió su mochila y sacó un pequeño kit de primeros auxilios para empezar a revisarlo con manos rápidas.
Taichi apenas lo notó. Miraba a Yamato, atrapado en ese gesto, en esa súplica. Quería decirle que estaba bien, que no pasó nada, que ya lo arreglarían. Que por favor dejara de temblar así. Pero las palabras tampoco le salían.
Entonces escuchó el grito. Agudo, desesperado.
Hikari.
Una fuerza nueva lo sacudió de golpe. Se incorporó como si nada le doliera, como si no acabara de caer por un barranco, como si no le ardiera el rostro ni le palpitara el tobillo herido, y echó a correr a toda velocidad.
—¡HIKARI!
Los pulmones ardían. Las piernas gritaban. Pero no se detuvo. Allí estaba su hermana, luchando contra el agarre de Gennai. El joven. El impostor.
Angewomon descendía en picada para ayudarla.
Él gritó, estiró el brazo, corrió con todo su ser.
Pero no llegó. Ninguno lo hizo.
-o-
El golpe cayó seco, un crujido apagado que le heló la sangre. Pero no tuvo el resultado que esperaba: el destello de pixeles, el glitch digital y el sonido distorsionado y anti natural. No. Lo que vino después fue peor.
Un quejido. Un quejido de dolor, conocido y familiar.
Y la sangre.
La vio brotar desde la mejilla de Taichi como una cortina roja, caliente y espesa. El arañazo cruzaba el rostro que conocía mejor que el suyo propio.
No… no, no, no, no, no. Retumbaba dentro de su cabeza, una letanía desesperada que no podía detener. El mundo se volvió pequeño, frágil, asfixiante.
—¿Qué hice…? —susurró, pero no había aire suficiente en su pecho para decirlo. Las palabras se perdieron en el jadeo tembloroso que escapó de su garganta, más parecido a un sollozo que cualquier otra cosa.
—Taichi… —dijo, apenas audiblemente, y el nombre le rompió algo por dentro.
Se inclinó instintivamente, sus dedos rozando la herida con torpeza, queriendo taparla, arreglarla, borrarla. Su mano temblorosa buscó acunar su mejilla, pero el contacto le arrancó un nuevo quejido a Taichi.
Ardió. Ardió como si la herida fuera suya. Apartó la mano enseguida, con un espasmo.
No podía tocarlo. No después de eso.
Entonces sintió que alguien lo jalaba desde la espalda, con fuerza, y no se resistió. Se dejó caer hacia atrás, inútil, mientras su hermano lo arrastraba lejos.
—Lo siento —dijo, y no sabía si estaba hablando o solo jadeando—. Lo siento, lo siento… yo… creí que tú… Perdóname.
Taichi se levantó como si el mundo no acabara de hacerse pedazos y echó a correr, como una sombra impulsada por una fuerza desconocida. Yamato apenas pudo seguirlo con la mirada, todavía arrodillado y con la mano manchada de sangre.
Entonces el sonido lo alcanzó.
—¡HIKARI! —rugía la voz de Taichi, tan cargada de terror y furia que a Yamato se le heló el alma.
No. No, no, ¡NO!
Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Se levantó tambaleante, impulsado por esa misma fuerza que movía a Taichi, y fue tras él. Avanzó varios metros, pero el otro ya era una silueta difusa entre los árboles, alejándose con una velocidad imposible.
El zumbido de MetalGarurumon lo alcanzó de pronto. El lobo metálico descendió junto a él, y Yamato saltó sin dudarlo, con el corazón golpeándole el pecho.
A lo lejos vio a Hikari siendo arrastrada hacia un portal por el joven Gennai. No el anciano sabio que conocían, sino aquel impostor con su rostro. La chica luchaba con cada fibra de su cuerpo. Gritaba, se sacudía, pateaba, estiraba los brazos hacia su hermano con una determinación que partía el alma. Y Taichi corría hacia ella con esa misma desesperación. Como si pudiera alcanzarla solo con quererlo. Como si nada más importara.
Yamato contuvo el aliento cuando vio sus manos estiradas, una hacia la otra.
Un segundo. Solo un segundo más y tal vez se hubieran tocado.
Angewomon descendía como un cometa, pero ni siquiera ella fue lo bastante rápida. Y en cuanto Hikari desapareció, su cuerpo se deshizo en energía y cayó al suelo en forma de Nyaromon.
Taichi también cayó. Sus piernas simplemente cedieron, como si todo en el mundo se hubiese detenido.
—¡¡AHHHHH!! —El grito del castaño brotó con tanta fuerza que Yamato sintió que le arrancaba el alma. Era un sonido crudo, doloroso, sin contención. Golpeaba el suelo con el puño una y otra vez, con la impotencia de quien acaba de perder lo más importante que tiene. Las lágrimas corrían por su rostro sin que él siquiera las notara.
Yamato se deslizó del lomo de MetalGarurumon y echó a correr.
Esta vez sí. Tenía que llegar hasta él. Decirle cuanto lo sentía. Que lo lamentaba más de lo que podía poner en palabras. Tenía que decirle que juntos la traerían de vuelta.
Pero no se lo permitieron. Una ráfaga dorada cayó del cielo con un estruendo, y Yamato tropezó hacia atrás, el aliento robado por el impacto.
WarGreymon.
El caballero imponente se plantó entre él y Taichi, su mirada fija en Yamato con una intensidad que le atravesó el pecho. Había en sus ojos algo más que desconfianza, más que rabia. Había algo mucho más insoportable: decepción.
Yamato tragó saliva, sin atreverse a moverse.
¿Va a atacarme? ¿Cree que aún soy una amenaza?
Pero WarGreymon no se movió. Solo estaba allí. Firme. Como una muralla viva.
Entonces, sin una palabra, un resplandor lo envolvió y en su lugar apareció Agumon. Pequeño, pero enorme en presencia. Lo miró directamente, sin vacilar.
Yamato sintió que algo dentro de él se rompía. Esa mirada era la de alguien que no entendía cómo pudo hacer lo que hizo. Nunca le había visto una expresión así… O tal vez sí, una vez, hace mucho tiempo.
Un sollozo brotó sin permiso de sus labios. Le quemó la garganta como ácido, porque no era solo tristeza lo que sentía. Era culpa. Era asco de sí mismo. Era la certeza de que les había fallado, otra vez.
Gabumon apareció a su lado en silencio, su pelaje tibio rozándole el brazo. No dijo nada. Solo se quedó allí, apoyando su cabeza contra su hombro con suavidad.
Yamato bajó la mirada y cerró los ojos, mordiéndose el labio con fuerza.
Quería avanzar. Quería cruzar esa barrera y arrodillarse junto a Taichi, pedirle perdón hasta que no le quedara voz.
Pero no podía.
Notes:
El fic está completamente escrito, pero lo subo hasta aquí por el Odaiba Day. El resto de capítulos lo iré subiendo durante los siguientes días.
Chapter 5: En confianza
Summary:
De regreso en el mundo real el equipo intenta recuperarse tras la pérdida de Hikari. Para Yamato y Taichi es momento de lamerse las heridas y sostenerse mutuamente antes de volver a enfrentar el nuevo problema entre manos.
Notes:
Advertencia del capítulo: nuevo colapso nervioso. Descripción de una pesadilla con sangre y muerte. Relaciones sexuales para el final del cap. No es una narración explícita, pero deja claro que lo están haciendo.
Duraron sus 25.000 palabras sin prenderse, así que sigue siendo slow burn para mí.
Chapter Text
Takeru no recordaba cuándo fue la última vez que una sala llena de sus amigos le había parecido tan ajena. Todo estaba en su lugar: los sofás, los digivice sobre la mesa, las voces que conocía de toda la vida; y sin embargo sentía que el mundo se había desplazado ligeramente a la izquierda. Como si todo lo que sabía, lo que eran, ya no estuviera en su eje.
Porque ella no estaba.
Sostenía a Taichi junto a Koushiro, ayudándolo entre ambos a cruzar el portal. El cuerpo del mayor pesaba, no por su peso real, sino por el agotamiento que lo drenaba, por el desconsuelo que lo atravesaba como una lanza.
Taichi cojeaba un poco del pie izquierdo, y tampoco decía una sola palabra. Todo en él era vacío. La mirada. El gesto. El silencio.
Yamato había intentado ayudarlo a levantarse en el Mundo Digital. Pero bastó una palmada seca, una negativa sin mirarlo siquiera, para apartarlo. A Takeru se le encogió el corazón. Su hermano había retrocedido entonces como si lo hubieran apuñalado de muerte.
Ahora que consiguieron acomodar a Taichi en el sillón grande de la oficina, Joe se arrodilló frente a él como un médico en estado de emergencia. Sin preguntar, sin esperar permiso, le revisó la pierna, el tobillo, la herida en el rostro, las costillas, todo.
Taichi no dijo nada. Ni un quejido. Como si no sintiera el dolor físico. Como si todo lo demás lo hubiera insensibilizado.
Entonces Sora se arrodilló a su lado y se aferró de inmediato a ella, como si la fuera a perder también. Escondió el rostro en su hombro, temblando levemente. Ella lo envolvió con los brazos, acariciándole el cabello mientras le murmuraba con suavidad.
—La traeremos de vuelta —decía, una y otra vez—. No te preocupes. La vamos a traer.
Takeru apartó la vista, sintiendo un nudo en la garganta.
Entonces se fijó en su hermano, parado al fondo de la sala contra la pared como si esta fuera lo único que lo sostenía en pie. Miraba la escena con una intensidad que dolía. Sus ojos no estaban puestos en nada más que en Taichi.
Takeru lo supo con solo mirarlo. Sabía que su hermano hubiera dado lo que fuera por ser quien lo abrazara en ese momento. Que lo deseaba con cada fibra de su ser. Que lo necesitaba. Pero no era capaz de acercarse porque no soportaría ser rechazado de nuevo.
Koushiro tecleaba sin cesar en su escritorio, los ojos fijos en la pantalla, como si pudiera encontrar a Hikari entre líneas de código. Mimi estaba en la cocina, de espaldas a todos, removiendo algo en una olla con movimientos torpes. Estaba llorando, lo sabía, aunque ella creyera que nadie podía verla.
Los digimons también estaban afectados. Se habían reunido en un rincón; algunos junto a un confundido Budmon, que no terminaba de entender cómo es que había llegado allí; pero la mayoría estaba con Nyaromon, que no hablaba ni lloraba, solo miraba al vacío envuelta en silencio. Patamon se mantenía cerca de ella, acariciando su orejita con el ala.
Gabumon estaba apartado de todos. Sentado solo cerca de una esquina, las manos sobre las rodillas, los dedos moviéndose nerviosos. La culpa se le notaba en cada gesto, en cada mirada furtiva hacia el suelo o hacia Agumon, que no lo miraba.
Hasta que lo hizo.
Agumon se levantó de su lugar junto a Nyaromon y caminó hacia él, lentamente. Un paso a la vez, como si cruzara un campo minado. En ese momento, todos los digimons dejaron de hablar.
Takeru contuvo el aliento.
Yamato también se tensó. Se separó de la pared y dio un paso adelante. No dijo nada, pero su cuerpo entero estaba en vilo.
Cuando Agumon llegó junto a Gabumon este último le sostuvo la mirada brevemente antes de apartarla, como si no pudiera soportarla. Volvió a mirar sus patas. Una, dos, tres veces se frotó los dedos, y Takeru creyó ver su hocico temblar. Entonces Agumon dio un paso más y lo abrazó. Gabumon se congeló por un segundo, luego soltó el aire de golpe, como si hubiera estado conteniéndolo desde que cruzaron el portal, y le devolvió el abrazo.
Ambos comenzaron a llorar. No era un llanto escandaloso, apenas un sollozo que se escapaba entre los hombros. Un reconocimiento mutuo de dolor, de pérdida y amor.
Takeru sintió un gran alivio al verlos así. Miró a su hermano otra vez, que observaba la escena con los labios apretados, la mandíbula rígida. Yamato se giró hacia otro lado, pero no lo bastante rápido para que Takeru no viera el brillo húmedo en sus ojos.
-o-o-o-
La puerta de la terraza se cerró tras él con un suave clic. Yamato caminó hasta la baranda de concreto y apoyó las manos en ella, aferrándose con fuerza. Como si pudiera sostenerse al mundo por ese borde. Como si pudiera evitar caerse por completo.
El aire de la noche le golpeó el rostro, frío y denso, pero no lo suficiente como para apagar el incendio que lo devoraba por dentro. Un torbellino de voces, recuerdos y errores.
Si no hubiera dudado. Si no hubiera caído en las mentiras. Si no lo hubiera perseguido. Hikari estaría aquí. Taichi no estaría destrozado en el sofá.
Yamato se cubrió la boca con ambas manos, los dedos apretando con rabia, ahogando un grito de ira y frustración.
Lo había atacado. Otra vez. Otra vez lo habían usado, otra vez se dejó usar. Como una ficha tonta, como una bomba contra su propio equipo. Contra Taichi.
Una parte de él quería gritar hasta romperse la garganta. Otra solo quería correr. Desaparecer. Si no estaba cerca no podía hacerles daño, ¿no? Si se iba al menos podrían concentrarse en traer de vuelta a Hikari sin el peligro de que él perdiera el control de nuevo.
Porque eso era: un peligro, una amenaza que el villano de turno podía activar a voluntad.
La puerta de la terraza se abrió. No necesitó voltear para saber quién era.
—Yamato…
La voz de Takeru era suave, casi un susurro. Estaba cargada de miedo y preocupación. De amor también. El tipo de amor que hacía que le ardieran los ojos.
—No vengas —dijo Yamato sin mirarlo—. De verdad. No ahora.
Pero escuchó los pasos igual, acercándose.
—No deberías estar aquí solo —insistió Takeru, más cerca ahora—. No así.
Yamato se giró bruscamente, el rostro desencajado por la rabia, pero era una rabia que no tenía destinatario. Era una rabia que se volvía contra sí mismo.
—¿Por qué no? Es donde debería estar, ¡Le fallé a todos, Takeru! Si Hikari no vuelve, va a ser por mi culpa, ¡Yo los separé, yo arruiné todo! ¡Casi…! —La voz del mayor se quebró para la última palabra. Apretó los dientes para evitar que un jadeo se le escapara.
Casi lo mato.
Takeru no se movió.
—No fue tu culpa —dijo con calma—. Fue una trampa. Un plan de Yggdrasill. Lo sabes.
—¡Eso no importa! —gritó Yamato, apretando los puños a sus costados—. ¡Yo debí saberlo! ¡Debí darme cuenta que era mentira! ¡Que era imposible! ¡Tendría que haberme detenido antes!
Cerró los ojos, llevándose las manos al rostro. No quería que su hermano lo viera así de descompuesto.
—¿Y si pasa de nuevo? ¿Y si… si me usan otra vez? ¿Y si la próxima vez sí lo mato? ¿A alguno de ustedes? ¿A ti?
Takeru se acercó finalmente. Yamato no abrió los ojos, ni se defendió cuando sintió los brazos de su hermano envolverlo por la espalda.
—No sigas pensando en eso —dijo Takeru, firme—. Porque eso es lo que esperan de ti. Que te aísles. Que te quiebres. Que pienses que no vales nada, que eres un riesgo. Pero no lo eres.
Yamato soltó una risa amarga.
—¿Y qué soy entonces?
Takeru apoyó la frente entre sus omóplatos.
—Eres mi hermano. Eres parte de nosotros. Y lo que pasó… no te define.
Yamato bajó los brazos lentamente. Takeru no aflojó el abrazo.
—No me va a perdonar —murmuró, y esta vez sus ojos sí se llenaron de lágrimas—. No esto... No lo de Hikari.
Takeru no respondió de inmediato. Solo apretó un poco más su abrazo, como si con eso pudiera evitar que su hermano se desplomara.
—Tal vez no hoy. Pero te conoce, sabe quién eres. Y cuando esté listo volverá a buscarte, como siempre.
Yamato cerró los ojos con fuerza, las lágrimas rodándole por las mejillas. Por fin se permitió girarse y aferrarse a Takeru.
-o-
Volver a entrar fue como zambullirse en una pecera cargada de tensión. El aire dentro de la oficina era más denso que afuera. Yamato lo sintió de inmediato, como una muralla invisible que los golpeó a él y a Takeru al atravesar el umbral.
Todos estaban callados, rígidos, los ojos fijos en un punto común: un teléfono vibrando sobre la mesa de centro.
—No… —musitó Takeru, poniéndose tan pálido como los otros al darse cuenta de lo que pasaba.
Era el teléfono de Taichi. “Mamá”, se leía en la pantalla, como si fuera una burla.
Yamato sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Justo ahora. Justo ahora, Yuuko Yagami tuvo que acordarse de sus hijos.
Nadie se movía. Miraban entre el teléfono y Taichi, como si la decisión de contestar o no pudiera destruirlos a todos.
¿Qué iban a decirle? ¿Cómo iban a justificar la ausencia de Hikari? ¿Cómo explicar las heridas de Taichi? El feo raspón en la mejilla era imposible de ignorar, menos con la enorme venda con que Joe lo había cubierto.
El teléfono dejó de sonar y por un segundo la vibración cesó. Solo un latido y volvió a empezar de nuevo, insistente. Sora extendió la mano dispuesta a responder en su lugar, pero Taichi se le adelantó. No tomó el teléfono, solo lo cubrió, como si ocultarlo del mundo pudiera retrasar lo inevitable.
Todos aguantaron la respiración. Yamato también.
El rostro de Taichi estaba congelado. Pánico, puro y concentrado. Sus ojos abiertos apenas más de lo normal miraban fijamente la mano que cubría el aparato. Su boca sin forma, la mandíbula apretada. Cerró los ojos un segundo, apenas un instante y cuando los abrió, ya no era él.
—Hola, mamá ¿Cómo estuvo el viaje? ¿Ya están en casa? —habló con una voz casi normal. Casi relajada. La misma falsa compostura que había usado la mañana siguiente a su colapso nervioso. Y esta vez sonaba aún más fuera de lugar, como si alguien le hubiera arrancado el alma y dejado solo la piel con un guion pegado por dentro.
Yamato miró alrededor. Los demás también se dieron cuenta.
—No, está en casa de Takeru. Debe haberse quedado sin batería… —dijo Taichi, mirando directamente al menor.
Yamato vio a Takeru tensarse a su lado. Un instante después asintió, aceptando su papel. Todos parecieron aceptar la mentira que tenían que sostener para ganar tiempo. Para rescatar a Hikari antes de que su madre notara que el mundo se había puesto de cabeza.
Entonces vino el segundo golpe.
—Yo me quedo con Yamato hoy.
Yamato sintió una presión absurda en el pecho. No por sorpresa exactamente, era otra cosa. Algo que no sabía cómo nombrar.
¿Por qué él? ¿Por qué no Sora o Koushiro?
Pero Taichi lo había dicho sin titubeos. Sin mirar a los otros. Como si en su cabeza fuera la única opción. Como si estuviera diciendo: “Confío en ti más que en nadie.”
Entonces tragó saliva y asintió, sin palabras.
-o-o-o-
Bajó del taxi en silencio. La noche parecía envolverlo todo en una calma artificial que Yamato no sentía. Sus pensamientos eran un caos, un remolino de imágenes y emociones que lo asfixiaban: el encuentro con el falso Ken, el rostro de Hikari antes de desaparecer, Taichi desplomado en el suelo, su propia voz gritando… y el peso insoportable de haber fallado.
Otra vez.
Rodeó el vehículo como si flotara fuera de sí mismo. Abrió la puerta del otro lado y se quedó ahí, paralizado un instante. Temía que Taichi lo rechazara. Temía que no quisiera su contacto. Que ese momento de tregua en la oficina fuera solo eso: una tregua para los demás, para la unidad del grupo, un suspiro antes de que se desatara la tormenta.
Pero Taichi lo miró y estiró el brazo, buscó su hombro y se apoyó en él.
Yamato sintió un temblor atravesarle todo el cuerpo. Lo sostuvo como si ese simple acto pudiera enmendar todo lo que había hecho mal.
Cada paso desde entonces fue una súplica silenciosa: déjame cuidar de ti, al menos eso.
El departamento estaba vacío, y la soledad habitual que solía resultarle indiferente esta vez le pareció una bendición. Así no habría preguntas ni explicaciones que dar.
Tal vez por eso quiso venir aquí... Solo por eso.
Todo se volvió rutina: ayudarlo a caminar, evitar que pusiera peso en el pie, abrir la puerta del cuarto, preparar el baño, guiarlo hacia la cama.
No dijo nada en todo ese tiempo, y Taichi tampoco. Su amigo parecía… vacío. Como un muñeco roto. Se dejó hacer sin oponer resistencia, pero Yamato sentía que cada movimiento se volvía más difícil.
No debería ser yo quien esté aquí. No después de lo que hice.
Se quedó sentado a su lado al borde de la cama sin saber por qué. El cuerpo le pedía quedarse, pero la culpa le gritaba que se fuera, que no tenía derecho a estar allí.
Respiró hondo y se obligó a levantarse. Sintió cada músculo protestar, cada fibra de su cuerpo implorar quedarse. Entonces una mano lo tomó por la muñeca.
—No te vayas —susurró Taichi.
Yamato contuvo la respiración. Volvió a sentarse, lento, con la garganta apretada y los ojos ardiendo.
—¿Cómo puedes… cómo puedes quererme aquí después de lo que pasó? —Su voz sonó rota, casi sin fuerza.
Después de dejarme manipular. Después de haber puesto a Hikari en peligro. Después de haberlos separado a todos.
Taichi no respondió. No tenía que hacerlo, con el silencio bastaba para doler.
—¿Cómo puedes siquiera mirarme? —susurró Yamato—. Debes odiarme en este momento.
Yo me odio. Me doy asco. Soy una amenaza. Un arma que puede volverse contra todos. Contra ti. ¿Cómo puedes confiar en mí todavía?
Taichi negó con la cabeza. Sus ojos cansados se clavaron en él.
—Nunca podría odiarte, Yama —dijo con una dulzura cargada de tristeza. Y entonces ya no pudo contenerse. Yamato vio las lágrimas subirle a los ojos como un río desbordado—. No puedo perderte a ti también… Menos ahora…
El alma se le encogió en el pecho y sin pensarlo se inclinó hacia él. Taichi se aferró enseguida a su espalda y hundió el rostro en su cuello, la respiración entrecortada por el llanto que una vez más era incapaz de contener.
Estoy aquí. Aunque el mundo se caiga a pedazos. Estoy aquí para ti.
Pudo contenerse a sí mismo hasta el primer quejido. No por orgullo ni frialdad, sino porque sentía que si él también se rompía Taichi no tendría nada que lo sostuviera. Pero esos jadeos de dolor que su amigo intentaba acallar contra su hombro le quitaron lo poco de control que le quedaba.
Los sollozos del castaño se habían vuelto más largos, los temblores más intensos, y no se detenían. Le tensaban los músculos de todo el cuerpo, presionando las heridas y el tobillo lesionado. La angustia y frustración de no poder detenerse y al dolor creciente que se estaba provocando a sí mismo estaba claro en su voz. Yamato lo sintió vibrar contra su piel, resonar en sus huesos.
Quería calmarlo, solo eso. Lo abrazaba más fuerte, más tierno, le susurraba que todo iba a estar bien, aunque no lo supiera. Pero nada bastaba, y cada nuevo espasmo, cada jadeo amortiguado era como ver a alguien ahogándose sin poder lanzarse al agua.
—Taichi… Taichi, por favor… —murmuró con la voz quebrada. Se sentía tan inútil, tan desesperadamente incompetente—. Por favor…
Sus manos se aferraron a su espalda, tratando de evitar que se encogiera aún más. Pero lo sentía endurecerse, su cuerpo atrapado en una batalla entre el llanto, el dolor físico y el miedo. Ese maldito miedo que no se iba nunca, que le carcomía la mirada desde que Hikari desapareció.
Yamato lo odiaba. Odiaba ver sus ojos tan apagados, tan desbordados de todo lo que él no podía arreglar.
Sin pensarlo demasiado, hizo lo único que su cuerpo le gritó hacer: lo besó en los labios.
Fue como caminar sobre el hielo más frágil del universo. No había deseo en ese beso, no había pasión, solo el intento desesperado de decirle estoy aquí, te juro que estoy aquí, no te voy a dejar solo. Y cuando sintió que respondía, algo en Yamato se desmoronó en silencio. Porque no merecía ese beso. No merecía esa confianza, pero la tenía.
Los labios de Taichi eran cálidos, temblorosos, y salados por las lágrimas de ambos. Correspondían al beso con la misma necesidad de quien se aferra a la única cuerda que lo mantiene a flote. Yamato lo sintió aflojarse lentamente entre sus brazos. Sintió cómo la respiración agitada se volvía menos desesperada; cómo los músculos, uno a uno, iban dejando de luchar.
Las lágrimas de Yamato se deslizaban por su rostro con una mezcla de alivio, amor y tristeza tan profunda que no tenía nombre. Sentía que se rompía y se armaba a la vez. Cada beso era una pieza que volvía a su sitio, pero también un desgarro nuevo, porque dolía saber cómo es que habían llegado a eso. Dolía que todo lo que entonces compartían naciera de un abismo tan profundo, tan oscuro. Y, sin embargo, nunca lo había sentido tan cerca. Nunca tan suyo.
Había pasado días, semanas, meses sintiendo que se le escapaba. Que lo perdía. Que todo entre ellos se había vuelto inestable, frágil, como si un mal movimiento pudiera romper lo que aún los unía. Pero ahora... Ahora Taichi lo buscaba, lo necesitaba. Y Yamato se dejó querer, se dejó buscar, se aferró a él con todo lo que tenía.
Taichi suspiraba bajo él, se dejaba envolver como si no quisiera salir nunca de ese refugio. Yamato quería prometerle que no tendría que hacerlo, que no importaba cuán oscuro se volviera el mundo, estarían juntos. Pero las palabras no salían. No mientras el peso del momento le apretaba el pecho y las emociones lo dejaban sin voz. Solo podía seguir besándolo, decirle con su cuerpo lo que no podía decirle todavía con palabras.
Estoy aquí. No te voy a soltar.
Te amo.
Era demasiado intenso, demasiado real, demasiado aterrador. Pero también era lo único que quería. Lo único que había querido por tanto tiempo sin atreverse a admitirlo del todo.
-o-
Yamato corre.
Corre entre árboles que se deshacen como humo a su paso, entre ruinas que cambian de forma, entre el olor metálico de la sangre y el eco de gritos que ya no sabe si son suyos o de otro. El cielo está rojo por las explosiones, como al final del mundo. El aire pesa como plomo. Y siempre, siempre, al borde de su visión, la silueta de Taichi escapa.
Inalcanzable.
— ¡Taichi! —grita, pero su voz no rompe el aire. Solo se deshace en silencio.
De pronto ya no está corriendo. Está frente a la cápsula: fría, translúcida. Dentro, Taichi flota inconsciente, inmóvil, pálido como la muerte.
—¡Despierta! ¡Despierta, por favor, despierta! —Yamato golpea el cristal. Sus manos sangran, pero no le importa. No siente dolor, solo desesperación.
Cuando se hace añicos, Taichi cae como un peso muerto en sus brazos. Lo sostiene, lo sacude, pero no reacciona.
Luego, como si su memoria fuera un castigo divino, todo cambia.
Está en la persecución. Ve a MetalGarurumon lanzarse con los colmillos al rojo vivo contra WarGreymon. Ve a WarGreymon detenerse un segundo. Ve a MetalGarurumon ignorar su voz. Se ve a sí mismo alzando una piedra.
—¡NO! —grita antes de bajarla de nuevo.
Pero no puede detenerse. Sabe que lo que tiene delante es Taichi. No otro. No un impostor. Él. Aun así su cuerpo no se detiene, y Yamato sabe lo que viene.
Está otra vez en ese bosque podrido de cuando eran niños, Cherrymon susurrando en su cabeza. La duda. La traición.
¿Por qué siempre dudas, Yamato? ¿Por qué nunca puedes hacerlo bien?
Taichi está de pie frente a él con once años. Pequeño. Asustado.
—¡¿Por qué siempre haces esto?! —le pregunta con esa voz aguda y cargada de cuando llegaba al límite de su paciencia—. ¡¿Qué hice para que me odies tanto?!
Yamato intenta acercarse.
—No, no te odio. Nunca lo hice, nunca podría…
Pero cuando parpadea, el niño ya no está.
Demasiado tarde. Demasiado tarde.
Yamato tiene la piedra en su mano. La sangre salpica por todos lados. Unos ojos abiertos y vacíos lo miran desde abajo. El cráneo roto.
—No… no…
La palabra no tiene fuerza. No puede respirar. No puede gritar.
Se ve desde fuera por un segundo, como si fuera un extraño: arrodillado sobre el cadáver de Taichi, sosteniéndolo como una marioneta rota. Llorando como un niño abandonado.
Entonces el mundo se derrumba, y despierta.
-o-
Yamato despertó de golpe en la oscuridad del cuarto. Estaba empapado en sudor, con el corazón golpeándole las costillas como queriendo huir de su cuerpo.
Por un momento no supo dónde estaba. Ni cuándo. Ni con quién. Y luego lo sintió: el calor de Taichi a su lado, su respiración tranquila, el peso de una mano dormida sobre su estómago.
Estaba vivo. Estaba allí.
Se llevó las manos al rostro, temblando. Quería llorar, pero estaba seco por dentro. Quería abrazarlo, pero temía despertarlo. Así que solo se quedó allí, quieto, o lo más quieto que podía.
Sentía un temblor recorrerlo. Un resabio del miedo, de la culpa, de la conciencia que en su sueño lo había condenado con una sola imagen: él, arrodillado sobre el cuerpo sin vida de Taichi. La sangre en sus manos no había sido solo parte de la pesadilla, era un miedo bien arraigado al fondo de su mente. Una posibilidad constante. Porque, si algo se torcía apenas un poco en el mundo, ¿quién decía que no volvería a pasar?
Bajó la mirada hacia Taichi, que dormía con la boca apenas entreabierta.
Estaba vivo. Estaba a su lado. Bien, y respirando.
No era la primera vez que la pesadilla lo encontraba. ¿Cómo puedes dormir tranquilo? Era lo que le recordaba siempre. Pero esta vez había sido más clara, más cruel. Ya no se conformaba con el recuerdo difuso del pasado, con el miedo reprimido. Esta vez se lo había mostrado todo: el pasado, el presente, el peor futuro.
Se llevó las manos al rostro otra vez, e intentó respirar. Lento. Profundo.
“No puedo perderte a ti también”, le había dicho Taichi unas horas antes, con las lágrimas cayéndole a puños por la cara. Yamato se aferró a ese recuerdo como a una cuerda en medio de una tormenta.
Contrólate… Contrólate.
-o-o-o-
Yamato no sabía cuánto tiempo había dormido después de eso.
Solo supo que el sol estaba alto cuando abrió los ojos, y que la habitación estaba cálida, bañada en una luz suave que filtraban las cortinas.
Era tarde para él, mucho más tarde de lo que acostumbraba, pero su cuerpo no se movía. No quería moverse. No quería romper la quietud, no todavía.
La cama estaba tibia a su alrededor, y Taichi seguía allí, a su lado, respirando con ese ritmo pausado que tanto lo tranquilizaba.
No merezco esto.
El pensamiento llegó sin aviso, como tantos otros. Lo había pensado antes, claro. Pero esta vez no era una idea fugaz, sino una verdad sólida que pesaba en el centro de su pecho.
No merecía esa paz. No merecía estar allí.
Taichi abrió los ojos, pestañeando con pereza. Lo miró como si lo estuviera viendo por primera vez, con ese cariño juguetón que siempre lo descolocaba. Una sonrisa adormilada se formó en sus labios y, sin decir una palabra, alzó una mano para enredarla en su cabello, empujándolo hacia atrás y revolviéndolo, como si tuviera todo el derecho del mundo a tocarlo así.
Yamato no supo qué hacer con eso. Se dejó, porque negarse hubiera sido aún más doloroso. Pero algo en su expresión debió cambiar, porque la sonrisa de Taichi se volvió más suave, más atenta.
—¿Yama?
No pudo sostenerle la mirada. Cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera sellar el temblor que se abría paso en su pecho.
—No deberías mirarme así —murmuró—. No después de todo.
—¿Así cómo?
—Como si todavía fuera... —Las palabras salieron con dificultad, crudas y bajas, como si hablar en voz alta fuera darle forma a algo que debería seguir escondido—. No deberías confiar en mí.
Sintió la mano de Taichi detenerse, pero no alejarse.
—¿Por qué dices eso?
Yamato apretó los dientes, luego respiró hondo.
—Porque te puse en peligro. Porque fui... fui capaz de levantar la mano contra ti. Más de una vez. Y siempre regreso. Siempre termino a tu lado, como si no importara. Pero sí importa, Taichi. Soy un peligro para ti.
Taichi no dijo nada por unos segundos. Sólo lo miró, con los ojos bien abiertos, el rostro lleno de esa luz que lo hacía parecer más viejo y más joven al mismo tiempo.
—¿Sabes qué creo? Que siempre vamos a ser un poco peligrosos el uno para el otro. Porque nos importamos demasiado. Porque si algo nos pasa, el otro se rompe. Y eso nos hace vulnerables.
La garganta de Yamato ardía. Quiso protestar. Quiso decirle que no era lo mismo. Que él había intentado matarlo, con sus propias manos. Que Gabumon los atacó bajo sus órdenes. Pero entonces Taichi se inclinó, rozó su frente con la suya y susurró:
—Te perdoné hace mucho. Antes de que me pidieras perdón siquiera… Las dos veces —dijo Taichi con una calma profunda, como si no le pesara, como si no hubiera sombra alguna en sus palabras.
—¿Por qué? —preguntó Yamato, apenas en un susurro—. ¿Cómo puedes decir eso tan… fácil?
Taichi no respondió de inmediato. Lo miró. No con lástima, sino con ese cariño callado que Yamato ya empezaba a reconocerle como natural.
—Porque eres tú —respondió, simple—. Porque te conozco.
Yamato desvió la mirada, dolido. Porque no se sentía digno de esa certeza. Porque no quería seguir pretendiendo que eso bastaba.
—No lo merezco. —dijo, con los labios tensos, como si las palabras le dolieran al salir—. Tú no deberías confiar en mí así, tan ciegamente.
—Yama…
—No, escúchame. —Su voz tembló, pero no se detuvo—. Yo… te puse en peligro. Otra vez. Sabía que algo no estaba bien y aun así corrí tras de ti como si no tuviera opción. Como si no pudiera parar.
Taichi bajó la mirada, pero no dijo nada.
—Y no fue la primera vez, Taichi. ¿Te das cuenta? Siempre hay una excusa, una razón, un enemigo metiéndose en mi cabeza. Pero el que te ataca… soy yo. Y tú siempre te quedas. Siempre te dejas. ¿Y si la próxima vez no hay nadie que pueda detenerme?
Los ojos de Yamato se nublaron.
—Yo te dejé. Una y otra vez. Te abandoné cuando eras el único que intentaba mantenernos unidos. Te enfrenté cuando lo único que querías era protegernos. Siempre te hago daño, y aun así… tú sigues aquí.
—Porque quiero estar aquí, Yama. Porque te quiero. Y porque, a pesar de todo, tú siempre vuelves, siempre estás ahí cuando te necesito.
Yamato tragó saliva, frustrado. El nudo en su garganta se apretaba como una soga.
—¿Y si me usan contra ti otra vez? ¿Contra alguno de los demás? —su voz se quebró, amarga—. Ya está demostrado lo fácil que soy de manipular, lo fácil que puedo transformarme en una bomba para destrozarnos por dentro.
—No digas eso... —murmuró Taichi, sacudiendo ligeramente la cabeza, con una súplica en los ojos.
—¡Pero es que ya lo hice! —exclamó Yamato, elevando la voz, sus dedos crispados contra las sábanas—. O si no dime por qué Hikari no está contigo. ¿Por qué no está aquí ahora?
Eso logró silenciar la réplica de Taichi. El castaño lo miró sin palabras, atrapado en ese momento entre la rabia ajena y su propio dolor sin resolver.
—¿Lo ves? —continuó Yamato, bajando la voz, con una amargura peligrosa—. Caí en la trampa de Yggdrasill como un idiota. Hice justo lo que quería, y se la entregué en bandeja de plata. Si no hubieras estado distraído, obligado a escapar de mí, nunca la habrías perdido. Ambos lo sabemos.
—Yamato...
—¡Demonios, Taichi! —lo interrumpió con un tono desesperado—. ¡Si hubiese sido al revés, yo estaría…!
—¡Yo también habría caído! —gritó Taichi de vuelta, con una vehemencia que lo hizo temblar—. ¡Si hubiese sido al revés, yo también habría caído en la trampa, Yama! Tampoco me habría detenido a pensarlo. Me habría lanzado ciegamente sobre ti para intentar atraparte.
—¿Atraparme? —Yamato repitió esa palabra con dureza, sus ojos clavados en los de él—. Tú lo has dicho. Atraparme, no destruirme como yo lo intenté.
Taichi se llevó ambas manos a la cabeza, girando apenas la cara como si necesitara espacio para respirar. Luego volvió a mirarlo, exasperado.
—¡Cielos, Yamato! ¡Es igual! —soltó, entre frustrado y herido—. ¿No lo ves? Te habría perseguido igual, te habría atacado igual, exigiendo saber dónde estabas, cómo encontrarte. ¡Me habría equivocado también! ¡Y ahora estaríamos en la misma maldita situación!
Se inclinó hacia él, sosteniéndole la cara con las manos.
—¡Deja de torturarte por algo que fue una astuta y cruel maquinación del enemigo! ¡No le hace bien a nadie! ¡Y a ti te está destrozando!
Su voz se quebró en la última palabra, y Yamato lo notó. Vio cómo el brillo húmedo comenzaba a formarse en sus ojos. Fue demasiado.
—Es que... —jadeó Yamato, sintiendo que las lágrimas también volvían a subirle a los ojos, ardiéndole—. Es que no me detuve, Taichi.
La confesión le arrancó el aliento.
—No me detuve... —repitió, cada vez más tembloroso—. Ni cuando Koushiro me pidió que no sacara conclusiones apresuradas. Ni ante las dudas de Takeru. Ni siquiera cuando Weregarurumon me suplicó con la mirada que no lo obligara a atacar. Ni siquiera cuando Hikari me detuvo con sus manos.
Su voz se quebraba más con cada frase, y su rostro ya estaba empapado.
—Yo... seguí. Seguí hasta el final. Ciego. Terco. Furioso. Y la única maldita razón por la que estás vivo ahora es por tus buenos reflejos. Por tus estúpidos, perfectos reflejos, ‘Chi...
Y ya no pudo seguir. El apodo se ahogó en su garganta con un sollozo. Se tapó la cara con las manos, temblando, ahogado por la culpa y el horror de haberse visto a sí mismo tan cerca de lo irreparable. Por haber tenido la capacidad y la voluntad de hacerle daño a una de las personas que no podría soportar perder.
-o-
Taichi no sabía qué decir.
Las palabras se agolpaban en su garganta, inútiles, insuficientes, torpes frente a lo que Yamato acababa de decir. ¿Qué frase podría aliviar algo así? ¿Qué argumento podía borrar el terror de haber estado a punto de hacer lo impensable? No lo había, y Taichi lo sabía. Lo único que podía ofrecerle en ese momento no eran respuestas, ni promesas vacías, ni frases de manual. Era lo mismo que Yamato le había dado los últimos días.
Así que eso hizo.
Se acercó despacio, con movimientos suaves, y le retiró las manos del rostro. No para obligarlo a mirarlo, sino para poder rodearlo con los brazos, con todo su cuerpo. Yamato se dejó envolver, con un sollozo nuevo que le sacudió los hombros. Taichi lo apretó más, enredando una mano en su cabello y la otra en la espalda, acariciando en círculos lentos, silenciosos.
Se inclinó un poco y rozó su frente con los labios, después su mejilla húmeda, la comisura de sus labios. Besos suaves, tibios, callados. Como si pudiera sellar con ellos cada grieta que la culpa había abierto en su interior.
Yamato se aferró a él como si pudiera desaparecer en cualquier momento, como si su cuerpo pudiera disolverse entre sus dedos si no lo apretaba con suficiente fuerza. El temblor en sus manos se transformó en una urgencia distinta. Un roce temeroso al principio, como quien tantea un territorio conocido con una nueva intención. Sus dedos subieron por la nuca de Taichi, se enredaron en su cabello y lo atrajeron a su boca.
No fue un beso suave esta vez. No fue tierno.
Taichi apenas tuvo tiempo de procesar ese primer beso más vehemente antes de que Yamato volviera a buscarlo con otra embestida de labios que pedía más. Y aunque se quedó quieto un segundo por la sorpresa, por el vuelco en el pecho, su cuerpo reaccionó antes que su mente y se dejó arrastrar por esa marea.
Sentía cómo cada beso parecía surgir de un lugar muy profundo, donde todavía resonaban los ecos del miedo, la culpa y el amor mezclados. Yamato le besaba el cuello, el mentón, la clavícula, buscando piel, contacto, como si con eso pudiera arrancarse la culpa de los huesos. Su aliento era cálido, tembloroso. Sus manos recorrían su espalda, subiendo por debajo de su camiseta. Tembló al sentir esas manos ansiosas recorrerle el torso, tocándolo como si cada centímetro de piel fuera una confirmación:
—Estás aquí… —suspiró Yamato, casi sin voz—. Sigues aquí…
Taichi jadeó suave contra su boca por el vértigo que le provocaba sentir esa intensidad. Su corazón palpitaba desbocado, como si intentara alcanzar al de Yamato para igualarle el ritmo.
El rubio gimió, bajo, cuando sus cuerpos se rozaron con más fuerza. El sonido fue como un hilo de electricidad que recorrió la espina de Taichi. Lo miró por un segundo, los ojos húmedos, enrojecidos por el llanto previo, pero brillando ahora con algo distinto. No era alivio, no era calma todavía. Era deseo. Era necesidad. Era hambre por sentirse vivo a través de él.
—No quiero pensar más —susurró Yamato contra su piel, la voz ronca—. Solo quiero estar contigo. Sentirte.
Taichi le acarició el rostro, los pómulos mojados, y le dio un beso suave que fue una pausa dulce antes de que la urgencia volviera a tomar el control.
—Aquí estoy —respondió—. Puedes sentirme todo lo que quieras. No me voy a ir.
Yamato lo tomó de la nuca, atrayéndolo de nuevo a su boca, y esta vez se deshicieron mutuamente del resto de la ropa sin palabras.
Las manos se exploraban con más confianza ahora, los dedos deslizándose por piel caliente. Taichi apretaba los dientes, intentando contener los jadeos que le provocaba sentir los labios de Yamato en su cuello, sobre su pecho, en su abdomen y en sus muslos. Cada beso dejaba una estela ardiente. Cada caricia le hacía arquear la espalda y cerrar los ojos.
Nunca se había sentido tan deseado. No de esa manera, no como alguien imprescindible. No como la única certeza en medio del desastre. El mundo podía estar roto, podían haber perdido mucho; pero en ese momento, en esa cama, con las piernas enredadas, los cuerpos presionados uno contra el otro, eran solo ellos: dos chicos buscando consuelo.
Se fundieron piel con piel, lento y torpe al principio, como si aprendieran a hablar un lenguaje nuevo con las manos, las caderas, los labios. Poco a poco, sus movimientos encontraron un ritmo compartido, una melodía hecha de jadeos, caricias y latidos desbocados.
Taichi sentía que cada vez que Yamato lo tocaba, lo besaba, lo empujaba, estaba arrancándose el dolor de adentro, transformándolo en algo cálido y agradable. Permitió que su amigo encontrara alivio en él y respondía con besos tiernos, manos suaves en la cintura, en la espalda, enredando los dedos en su cabello dorado para sostenerlo y acompañarlo.
-o-
Yamato no sabía en qué momento exacto había empezado a llorar otra vez, pero esta vez no era por culpa o desesperación. Era por la manera en que Taichi lo abrazaba, lo dejaba tocarlo, besarlo, desbordar toda esa necesidad sin una sola expresión de disgusto, sin miedo, sin reservas.
El corazón le latía enloquecido con el deseo urgente de fundirse con él, de no dejar espacio entre sus cuerpos ni entre sus almas. Cada caricia de Taichi, cada susurro, cada beso tierno contra su piel lo hacía estremecer por dentro. Solo quería sentirlo, tocarlo, asegurarse de que estaba ahí, caliente, vivo, respirando. Que su falta de juicio no había logrado borrarlo del mundo.
Lo miró a los ojos, y al ver la confianza que aún encontraba allí, la entrega completa que le ofrecía, algo dentro de él se deshizo por completo.
Yamato guio cada movimiento con una mezcla de necesidad cruda y reverencia. Se movía sobre él tanto con ternura como un deseo abrumador. Lo tomaba con fuerza y cada vez que Taichi gemía su nombre, cada vez que arqueaba el cuerpo hacia él, Yamato sentía que el dolor se disolvía, que la oscuridad retrocedía bajo el calor compartido.
No estoy roto. No si él me toca así.
No estoy perdido. No si él llama mi nombre así.
No estoy solo. No si él me sigue amando así.
Llegado el clímax, sintió cómo todo se tensaba y a la vez se liberaba en su interior, cómo el mundo dejaba de tener forma o sentido. Solo quedaba ese calor, esa presencia, ese lazo entre ellos. Se derramó con un gemido contra la boca de Taichi, temblando entero, el alma vaciada por fin de culpa. Y al mismo tiempo sintió que Taichi también se aferraba a él, rendido por completo.
Y entonces, por fin, dejó de doler.
Quedó recostado sobre su pecho, con el oído pegado a su corazón. Taichi le acariciaba el cabello con los dedos entrelazados en los mechones húmedos de sudor, besándole la frente sin decir nada más.
Chapter 6: Poniendo las cosas en marcha
Summary:
Yamato y Taichi hablan sobre lo que viene para ellos, y todo el grupo se reúne de nuevo en la oficina de Koushiro para ir al rescate de Hikari.
Chapter Text
Yamato sirvió los huevos en el plato con un nivel de concentración casi quirúrgica. No porque estuviera haciendo nada particularmente complicado, sino porque era más fácil enfocarse en eso que en el peso de la mirada de Taichi desde el sofá. La sentía como si lo estuviera tocando, recorriéndolo con esa forma tan suya de observarlo sin disimulo, sin entender lo devastador que podía ser.
—Deja de mirarme o se te van a caer los ojos —dijo sin girarse, con la voz más firme de lo que se sentía por dentro. Quería sonar molesto, casual, normal.
—Mira quién lo dice —le devolvió el castaño, con esa sonrisa tonta que Yamato sabía que tenía también en la cara, y que se negaba a reconocer. Luego, en ese tono ligero y descarado que usaba cuando estaba demasiado cómodo, agregó—: Sabía que tenías pasión en ti, pero no me imaginé que tanta. O resistencia. Aunque debí sospecharlo por todo ese asunto de la estrella de rock.
Yamato se atragantó con su propia saliva. ¿Así de fácil iba a ser? ¿De verdad Taichi podía hablar tan suelto después de algo como eso? Él no. Él tenía el pecho demasiado lleno: de emoción, de pudor, de algo caliente y agudo que le vibraba por dentro desde que se levantaron de la cama.
—¡Jum! Y yo no pensé que el capitán del equipo de fútbol fuera toda una princesa de almohada —respondió, con el sarcasmo que usaba como escudo. Quería recuperar terreno, que su rostro no delatara lo abrumado que estaba—. Dime, ¿siempre eres tan tímido?
—No lo sé —dijo Taichi, y aunque se encogió de hombros, la risa que soltó fue tan nerviosa como encantadora—. No es como que tenga con qué comparar.
Yamato se quedó quieto. La incredulidad lo golpeó y la frase quedó suspendida en el aire como una melodía que no esperaba y que, sin embargo, disfrutó escuchar. Una parte suya, la que se crispaba cada vez que cualquiera se acercaba demasiado, sintió una satisfacción brutal. La detestaba. Lo avergonzaba. Pero también estaba ahí y ahora, en ese momento, se sentía complacido de una forma que no sabía si estaba bien o mal.
Y debió ser tan evidente en su cara que Taichi lo notó.
—Que no se te suba a la cabeza —bufó el castaño, levantando una ceja—. Ni que fuera para tanto.
Yamato bajó un poco la cabeza tratando de ocultar la sonrisa ladeada en sus labios.
—Si tú lo dices.
Llevó el plato a la mesa de centro y se sentó junto al otro en el sofá, sin que sus cuerpos llegaran a tocarse. Hasta que Taichi se recostó en su hombro.
El gesto era pequeño, doméstico. Lo había hecho antes, muchas veces. Pero esta vez era distinto. Esta vez sabía cómo era sostenerlo sin ropa entre las sábanas, cómo era tenerlo bajo su cuerpo, cómo sonaba su nombre en sus labios en un susurro ahogado.
Yamato tragó saliva. El cuerpo ya le dolía de tanto sentir.
Taichi jugueteaba con una de las mangas del suéter que le había prestado, mientras el tardío desayuno se enfriaba olvidado en la mesa.
—¿Y qué pasa ahora? —preguntó Taichi, con la voz baja, como si temiera romper algo si hablaba más fuerte.
Yamato se quedó en silencio. No porque no tuviera nada que decir, sino porque no sabía por dónde empezar. Tenía mil pensamientos cruzando a la vez, pero ninguno con forma clara.
—No lo sé —respondió, y la verdad cruda de esas tres palabras se le quedó vibrando en el pecho.
Porque sí, lo sabía en parte: esto lo cambiaba todo. Pero también deseaba con cada fibra de su ser que nada cambiara, que esto pudiera simplemente ser, como lo eran ellos cuando se entendían sin hablar, cuando se encontraban con una mirada o se quedaban dormidos uno sobre el otro en el sofá sin querer.
Taichi lo miró, serio, y luego preguntó:
—No me vas a salir con la estupidez de que fue un error o que hagamos como que nada pasó… ¿verdad? No puedo hacer eso.
Yamato negó despacio.
—Yo tampoco —dijo con firmeza. Luego añadió, como si necesitara dejarlo grabado en el aire entre ellos—. No fue un error. Creo que lo he querido desde hace un tiempo. Y no quiero ocultarlo. No quiero ocultarnos. Solo… —suspiró— no tengo idea de cómo se supone que deberíamos hacer esto. ¿Se lo decimos a los demás? ¿O esperamos a que se den cuenta? ¿Lo mantenemos entre nosotros por ahora?
Taichi se encogió de hombros. No tenía una respuesta, pero sí una certeza que no dudó en poner sobre la mesa:
—Quiero estar contigo. Eso es todo.
Yamato sonrió. Así de simple.
—Entonces empecemos por eso —dijo, acercándose un poco más hasta que sus piernas se rozaron—. Por estar juntos. Lo demás ya lo iremos resolviendo.
Taichi asintió, una sonrisa pequeña y genuina en los labios. Sin decir nada más, tomó la mano de Yamato entre las suyas, entrelazando los dedos como si fuera lo más normal del mundo.
Y quizás, pensó Yamato, lo era.
-o-
El sonido del teléfono rompió el silencio en el departamento, apenas cubierto por el leve murmullo del hervidor y el zumbido de la nevera. Taichi contestó antes del segundo timbre.
—¿Qué tienes? —preguntó sin rodeos, la tensión en su voz era casi palpable.
Koushiro no se anduvo con rodeos tampoco:
—Estuve procesando los datos de la incursión toda la noche. Crucé los registros energéticos con los patrones de actividad residual de las cápsulas. Hay una coincidencia en el subsuelo bajo la Gran Ciudad. El nivel de flujo de energía es muy elevado por lo que creo que se trata de un centro de control como el anterior, con al menos una cápsula activa, por los niveles de…
Taichi no escuchó mucho más de la explicación de Koushiro, solo podía pensar en esa parte: el subterráneo de la Gran Ciudad.
El recuerdo vino a él con una claridad dolorosa: Hikari, enferma. El caos de una ciudad controlada por Machinedramon. La carrera frenética entre callejones y edificios buscando medicina con el Ejército Metálico pisándoles los talones. La explosión que hizo colapsar el piso y se los tragó a todos. Luego los túneles oscuros, opresivos, interminables, sin saber dónde estaba ella. El miedo de no poder encontrarla, de no llegar a tiempo. Justo igual que ahora.
¿Y si no soy capaz de encontrarla esta vez?
—Taichi —la voz de Yamato lo trajo de vuelta. Se dio cuenta que había pasado demasiado tiempo sin que ninguno dijera nada y Koushiro esperaba por una respuesta suya.
Reacciona, se dijo. Muévete.
Respiró hondo, forzando sus pensamientos a alinearse.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Hay que llamar a los demás para organizar cómo haremos esto…
Luego de acordar una hora para la reunión la llamada terminó. El silencio de Yamato duró exactamente un segundo.
—¿Qué pasó justo ahora?
Por supuesto que no lo iba a dejar pasar. Taichi soltó una risa seca, carente de humor. Echó la cabeza hacia atrás, llevándose las manos al rostro.
—Es solo que… A veces siento que el destino se burla de mí. —admitió con un suspiro abatido.
—¿A qué te refieres? —preguntó Yamato. El rubio enredó sus dedos con los suyos, apartándole las manos del rostro y haciendo que lo mirara. Tenía una mueca confundida y a la vez preocupada.
Entonces Taichi recordó algo que había olvidado. Claro. Tú no estabas allí. Te habías ido… Nunca te lo conté.
Y sinceramente no quería hacerlo entonces.
—Nada. Olvídalo —dijo, apartando la mirada de los ojos dolidos de Yamato, esperando en vano que dejara la conversación hasta ahí.
Lo sintió moverse y se obligó a sí mismo a no mirarlo, ni siquiera cuando se sentó a horcajadas sobre sus piernas.
—Vas a tener que darme algo mejor que eso si quieres que te deje en paz —dijo, cogiéndolo fuerte del mentón para hacer que lo mirara otra vez.
Taichi suspiró, cerrando los ojos. Sintió la frente de Yamato contra la suya, sus narices apenas rozándose.
—Casi la pierdo en ese lugar hace seis años —confesó, sin abrir los ojos—. Tengo miedo, de no poder encontrarla esta vez, que ahora sí… ahora sí la pierda.
Yamato se inclinó más cerca, uniendo sus labios por un corto instante antes de apartarse. Taichi abrió los ojos entonces y quedó atrapado en esos ojos azules que no se apartaban de los suyos.
—Te lo juro. La vamos a traer de vuelta. No voy a dejar que la pierdas. —murmuró el rubio, antes de volver a besarlo.
-o-o-o-
Takeru casi no había dormido. Su mente iba y venía como una marea incontrolable, arrastrándolo una y otra vez hacia el mismo punto:
Hikari.
No era solo su mejor amiga. Hikari era su luz. La persona que mejor lo comprendía, que había estado a su lado cuando todos los demás parecían no entender nada. Desde que tenían ocho años, cuando enfrentaron juntos oscuridades que apenas llegaban a entender, se volvieron inseparables. Takeru no podía imaginar un mundo sin ella.
Y ahora… no estaba.
Cuando todo se asentó, cuando la tensión y la adrenalina se disiparon, la realización lo golpeó de lleno.
Le siguieron el vacío, la desolación, el recuerdo de su cuerpo temblando sin poder respirar, sin poder aceptar que la habían perdido. Que él la había perdido.
Si tan solo no la hubiera dejado atrás.
Si tan solo no la hubiera detenido cuando quiso ir tras Taichi.
Si tan solo hubiera tenido la cabeza fría para calmar la situación en lugar de desatar más caos.
Takeru apenas podía mantenerse tranquilo mientras caminaba por el pasillo a la oficina de Koushiro. Con cada paso sentía como si se hundiera más en ese vacío. Cuando llegó, respiró hondo frente a la puerta antes de atreverse a entrar.
Voces y movimiento llenaban la sala. Todo parecía normal en apariencia, pero él lo sentía distante, como si estuviera viendo una escena desde otro plano. Hasta que las miradas de Yamato y Taichi lo encontraron.
Taichi estaba de pie, sin la venda en la cara. Los rasguños rosados cruzaban su mejilla como muestra evidente de todo lo que había pasado el día anterior, la semana, los meses anteriores. Pero estaba ahí, de pie.
Yamato fue el primero en moverse hacia él. Ni siquiera Patamon, que llegó volando enseguida, le ganó.
—Hey —saludó su hermano, tan elocuente como siempre.
—Hola —respondió Takeru, forzando la voz. Trató de sonreír, sin lograrlo del todo—. ¿Qué tal? ¿Cómo pasaron la noche?
Yamato pareció atragantarse por un segundo, el color subiéndole a la cara. Takeru notó un breve balbuceo antes de que el mayor se decidiera por una respuesta. Curioso.
—Bien. Estamos bien. —dijo sin entrar en mayores detalles.
Takeru lo creyó. No por las escuetas palabras, sino por lo que vio en sus ojos. Realmente parecía sincero y mucho más tranquilo a como lo había dejado la tarde anterior.
—¿Y tú? —preguntó Yamato.
Bajó la mirada. No tenía una respuesta que no fuera un nudo de angustia.
—Me siento… fuera de mí —dijo al fin, con una voz que casi no reconocía como suya—. Como si el mundo estuviera hueco, como si todo sonara lejano. Como si me faltara una parte.
Yamato lo observó largamente. Su hermano debía notar sus ojos rojos, hinchados por la falta de sueño, el cabello revuelto, sus hombros cansados y la postura ligeramente encorvada de abatimiento. Se enderezó lo mejor que pudo, de pronto demasiado consciente de sí mismo.
—Comprendo —dijo, simple, pero cargado de esa intensidad que lo caracterizaba. Y Takeru otra vez supo que era verdad.
Pasaron unos minutos más así. Takeru se quedó de pie junto a Yamato en la esquina de la oficina, Patamon dormitando contra su pecho. No hablaron mucho más, pero no hacía falta. El calor del hombro de su hermano apoyado contra el suyo y el murmullo de los demás fue suficiente por un momento.
Hasta que escuchó pasos acercándose. El andar confiado que reconocería incluso entre una multitud.
—Hey, Takeru —saludó Taichi con su voz habitual, esa mezcla de energía y calidez sincera.
Takeru bajó la vista al suelo enseguida, incapaz de sostenerle la mirada. El corazón martillándole en el pecho.
—¿Qué, ya ni me saludas? —bromeó el castaño.
Pero no obtuvo respuesta. No hasta dos respiraciones después.
—Lo siento, de verdad… Taichi, yo… yo solo… —balbuceó, sin encontrar el final de esa frase. No había forma de explicar todo lo que sentía en ese momento.
Taichi se inclinó frente a él. Le puso las manos en los hombros con firmeza, con esa misma forma que usaba para darle ánimos antes de una pelea. Takeru se forzó a alzar la vista.
—Oye, no me pidas perdón por hacer justo lo que yo te pedí que hicieras —dijo el mayor, mirándolo a los ojos.
Takeru se atrevió a sostenerle la mirada esperando encontrar resentimiento, dolor, algo… pero no. Solo encontró una sonrisa cálida, de esas que decían “todo va a estar bien”, incluso si el mundo se venía abajo a su alrededor.
—Sé que solo buscabas protegerla —continuó Taichi—. Y creíste que esa era la mejor manera, con la información que tenías.
Esas palabras hicieron que un peso inmenso se liberara de sus hombros. Apretó los ojos, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba un poco. Asintió una, dos veces, con ganas.
Taichi le dio un apretón cariñoso en el hombro y luego, como su costumbre de toda la vida, le revolvió el cabello con una mano pesada. Takeru solo pudo encogerse y reírse, indefenso.
Escuchó a Yamato suspirar a su lado. Su hermano los miraba con una mueca que podía ser tanto de ternura como de fastidio.
—¿Qué? —le preguntó, aun sonriendo.
—Nada. Solo que a veces son unos idiotas —dijo Yamato, con una sonrisa ladeada, pero también cargada de afecto.
—¿Ah? —Taichi levantó una ceja. Se giró hacia Takeru, y ambos compartieron una mirada cómplice.
—No te habrás puesto celoso, ¿verdad, Onii-chan? —preguntó Taichi, sin poder evitar burlarse un poco.
—Sabes que sigues siendo mi número uno —añadió Takeru, con un el mismo tono socarrón.
Yamato dio un sobresalto, el color subiéndole a las mejillas. Siempre se confabulaban para molestarlo con eso. Sabía que su hermano los odiaba un poco en esos momentos.
—Malditos —masculló, cruzándose de brazos y lanzándoles una mirada fulminante, aunque era evidente que no le molestaba tanto como pretendía.
—Te queremos, Onii-chan —siguió Takeru, dándole un golpecito en el hombro.
—Sí, sí, lo que digas.
-o-
Finalmente se hizo el silencio en la sala, solo interrumpido por el suave zumbido de los equipos de Koushiro y el golpeteo leve del lápiz de Mimi contra su cuaderno. La atmósfera estaba cargada de ansiedad y expectación. No había más tiempo. Tenían que ir por Hikari.
Koushiro se puso de pie, activando el proyector portátil que cubrió la mesa de centro con el plano digital.
—Nos dirigimos al subsuelo de la Gran Ciudad. Taichi, Sora, Takeru y yo ya hemos estado allí, es una serie de pasadizos que se conectan en distintos niveles. Originalmente, eran rutas de abastecimiento y logística para la red de transporte y comunicación. Ahora, en la práctica, es un laberinto que ha sido reconfigurado por Yggdrasill. Algunos accesos han colapsado, otros fueron sellados. Pero parece ser que el núcleo sigue operativo.
Señaló una zona más profunda en el mapa.
—Nuestro objetivo es esta sala. Según los datos que pude recuperar, aquí es donde convergen las órdenes automatizadas y el mayor consumo de energía, y es más probable que retengan a Hikari. Si logramos infiltrarnos y desconectarla, podríamos liberarla sin necesidad de forzar una confrontación directa a gran escala.
—¿Cuánta resistencia hay? —preguntó Taichi, con los brazos cruzados.
—Moderada... por ahora. Digimons asignados al patrullaje de los pasadizos por rutas específicas. El problema es que el sistema se adapta. Si detecta una anomalía, puede redirigir recursos de defensa rápidamente. Si somos cuidadosos, podremos colarnos antes de que eso pase.
Joe frunció el ceño.
—¿Y si ya saben que vamos para allá?
—Es probable, —reconoció Koushiro—. Pero, con suerte, Yggdrasill aún no ha ejecutado una estrategia de contención.
—¿Así que entraremos por aquí? —Yamato se inclinó sobre el mapa para señalar un punto marcado en verde, una boca de acceso sellada bajo un mercado abandonado.
—Sí. Esa entrada responde a comandos de apertura manual. Ya la usamos una vez, debería funcionar de nuevo.
—¿Y luego qué? —preguntó Mimi. —¿Qué pasa si llegamos al centro y no podemos desconectarla, o si está… no sé, diferente?
Koushiro hizo una pausa antes de responder. Todos lo miraban.
—Hay muchas cosas que no sabemos, y tampoco podemos predecir desde aquí. Por eso tenemos que ir preparados para todo. Necesitamos ser capaces de avanzar rápido y sin que nos detecten, pero también combatir si es necesario y abrirnos paso de regreso a la superficie. Tendremos que tomar varias decisiones sobre la marcha conforme se vaya desarrollando la situación y dispongamos de más datos.
Un leve murmullo inquieto recorrió la habitación. Yamato se frotó los ojos. No le gustaba esto.
—No es lo ideal, lo sé. Pero es lo que tenemos y con lo que tendremos que trabajar. —se disculpó Koushiro, mirando especialmente a Taichi—. Si esperamos a saber más, es probable que se refuerce la protección, o la trasladen a una nueva ubicación y perdamos el rastro.
—No podemos arriesgarnos a perderla. —dijo Takeru, determinado, como retándolos a todos a decir otra cosa.
—No, no podemos —reafirmó Sora, apretando el hombro del menor en un gesto solidario.
El resto del grupo también asintió. Koushiro continuó entonces.
—Entonces estamos de acuerdo en partir cuanto antes. Estoy terminando de implementar algunos protocolos en el servidor digital para darle acceso a Ken desde el hospital. Estará en línea monitoreando lo que suceda en la superficie y por si necesito unos ojos extra. Mientras tanto, pueden alistarse. Me encargué de reponer el almacén, debería haber de todo lo que necesitamos para ir bien preparados esta vez.
Con eso, todos se levantaron para ir por sus cosas. Yamato se aseguraba que las barras de luz química funcionaran, cuando vio a Taichi un poco más allá tomando una de las mochilas, metiendo la manta térmica junto a los prismáticos y la cantimplora.
—¿Qué crees que estás haciendo? —gruñó Yamato, arrebatándole la bolsa de un tirón. El muy idiota tuvo la osadía de pestañearle, confundido por la afrenta—. ¡Con el pie así no puedes esperar que…!
—Ni siquiera te atrevas. —siseó Taichi. Su tono no había sido elevado, ni enfadado. Solo tajante. Inamovible.
Yamato lo fulminó con la mirada, los dientes apretados. Todos en el cuarto guardaron silencio, observándolos, listos para intervenir si hacía falta. Koushiro llegó a su lado rápidamente, y Yamato se giró hacia él buscando apoyo para hacer que el cabezadura entrara en razón. No lo obtuvo.
—Sé por qué te inquieta que Taichi vaya, Yamato. Pero creo firmemente que en esta ocasión sería peor para la misión si él no fuera, tanto anímica como tácticamente —dijo Koushiro, levantando las manos con calma al verlo crisparse, sabiendo que debía justificarse de inmediato—. La moral del grupo ya está dañada por la ausencia de Hikari, si a eso le sumáramos la de Taichi, sería catastrófico… Es nuestro líder. Su presencia cohesiona y afirma al grupo. Si falta, comenzamos esta misión con desventaja. Además, de todos, es el más efectivo en la toma de decisiones rápidas bajo presión. En el subterráneo, con tantas variables desconocidas, vamos a necesitar eso.
Koushiro se había movido ligeramente entre ellos, de frente a Yamato, dejando claro de qué lado se estaba posicionando esta vez.
—Agumon y Gabumon siguen siendo nuestros digimons más fuertes en combate y, de darse un enfrentamiento crítico, siempre es conveniente contar con Omegamon. Sería distinto si tuviéramos a Imperialdramon o los Jogress de la generación más joven, pero no es el caso. Y tampoco podemos contar con Angewomon por el momento...
Murmullos incómodos recorrieron la sala. Yamato sentía la cabeza palpitándole de rabia y frustración mientras Koushiro hablaba y hablaba. Sabía que lo que decía podía ser cierto, pero se negaba a aceptarlo en ese momento.
—Y lo sabes tan bien como yo, Yamato —agregó Koushiro, más suave—, si encontramos a Hikari en un trance, o si la oscuridad ha vuelto... los únicos que podrían alcanzarla y traerla de vuelta, son Takeru y Taichi.
No dijo lo principal: que, por mucho que quisieran detenerlo, Taichi no se quedaría atrás. No entonces, no tratándose de Hikari. Lo sabían todos. Lo sabían desde antes de empezar la reunión.
Yamato apartó la vista de ellos un momento, apretando los puños a sus costados. Luego la regresó directamente sobre Taichi, quien le devolvía la mirada desafiante, esperando por lo que diría a continuación.
—Nada de eso borra el hecho de que está lesionado. —sentenció Yamato.
Fue Joe quien habló entonces, adelantándose para romper la tensión.
—Yo me encargo de eso. Puedo ajustar el vendaje y reforzar la tobillera para asegurar mejor la articulación. Mientras no corras como un loco ni saltes edificios, deberías estar bien.
—Genial. Que solo camine entre explosiones, entonces. —gruñó Yamato.
Gabumon, que en algún momento de la discusión se había metido en el almacén, le jaló el pantalón para llamar su atención. Habló con su voz suave, pero lo suficientemente alto para que todos allí lo escucharan.
—Yo puedo llevarlos. A Taichi, Agumon, y a ti también, Yamato. Como Garurumon no será un problema movernos rápido entre las calles y túneles. Así él no forzará la pierna, y los cuatro nos mantendremos juntos.
En los ojos de su compañero había una súplica clara. No era solo logística, Gabumon quería protegerlos, cuidar a su equipo, redimirse. Pedía permiso para enmendar lo que había hecho. Y Yamato no podía negárselo.
Asintió con un suspiro, resignado a que había perdido esa discusión.
—Está bien. Pero tú me prometes que no lo dejas caer.
Gabumon le sonrió con ternura.
—Lo prometo.
Chapter 7: El Rescate – Entrar
Summary:
La misión de rescate empieza y de inmediato surgen los problemas. El equipo esquiva una emboscada mientras intentan colarse al subterráneo de la Gran Ciudad para luego lidiar con varias sorpresas mientras se abren paso a través de los túneles... Hasta dar con lo que buscaban.
Chapter Text
El olor a óxido y humedad se intensificó apenas bajaron las escaleras metálicas que llevaban al área de carga. La atmósfera era densa, como si el aire mismo no hubiese sido removido en años. Yamato iba montado sobre Garurumon, con Taichi justo detrás de él y Agumon entre sus brazos, aferrado con fuerza al lomo del lobo. El resto venía un poco más atrás. Todos estaban atentos, pero relativamente tranquilos todavía.
Arriba, el mercado estaba detenido en el tiempo: carritos volcados, bolsas abiertas, letreros caídos y una fina capa de polvo cubriéndolo todo.
Pero aquí abajo…
—Espera —dijo Taichi de pronto.
Garurumon se detuvo en seco antes de cruzar del todo la entrada a la trastienda. Yamato frunció el ceño, girando apenas para mirar a su amigo. Sus ojos escaneaban el entorno con rapidez.
—Esto está mal.
Yamato miró alrededor. A simple vista, era el típico desastre abandonado. Pero también veía lo que el castaño había notado. Las cajas, los carros, los estantes; no estaban caídos o esparcidos como tras una huida imprevista, sino apilados hacia los costados. El suelo tenía marcas recientes, como si algo hubiese sido arrastrado.
Una trampa esperando activarse.
—¡Emboscada! —gritó Yamato, justo antes de que las sombras empezaran a moverse entre los montones.
Digimons mecánicos y distorsionados se lanzaron sobre ellos, saliendo desde los costados con chirridos agudos y luces rojas encendidas como ojos. Desde arriba de la escalera bajaban más, acorralándolos en el centro.
—¡Kou, quiero vías de escape! —gritó Taichi, mientras miraba de un lado a otro.
Garurumon giró sobre sí mismo con un salto poderoso, esquivando un zarpazo que rozó el aire donde habían estado un segundo antes. Los demás ya estaban en formación, resistiendo como podían y protegiendo a sus compañeros detrás de ellos.
—¡Mantengan la posición! —volvió a gritar Taichi, tirando un poco más fuerte la tela de su chaqueta. Yamato lo miró de reojo. Estaba tenso, pero seguía centrado—. ¡Koushiro!
—¡Ahí! —dijo finalmente Koushiro, desde el centro del círculo que formaban—. ¡Puertas al frente, a la izquierda! Conectan con un pasillo auxiliar. ¡Pueden llevarnos de vuelta a la calle!
—¡Lo oíste, Garurumon! ¡Vamos! —indicó Yamato enseguida.
El lobo saltó hacia adelante, embistiendo a dos enemigos que bloqueaban el paso. Atrás, Angemon y Togemon cubrían la retaguardia mientras se replegaban en orden. Todo parecía contenido. Casi.
—¿Qué tanto se caería si volamos esos pilares? —preguntó Taichi de pronto, con esa energía suya que parecía pensar en tres frentes al mismo tiempo—. Preferiría que no nos siguieran afuera.
Hubo un segundo de silencio.
—La nave principal colapsaría —respondió Koushiro al fin—, pero nuestra salida debería aguantar. Al menos el tiempo suficiente para salir.
Taichi se giró de regreso hacia él.
—¡Yamato!
El rubio ya sabía lo que venía.
—¡En eso estamos! —respondió, tirando hacia adelante. Garurumon rugió y saltó en el aire mientras cargaba energía en su boca.
—¡Fox Fire!
El ataque impactó contra los pilares de la derecha, derrumbándolos. El techo crujió, se quejó, y comenzó a ceder. Tuberías reventaron con un chillido metálico, y una nube de polvo los envolvió apenas entraron en el pasillo auxiliar.
Garurumon emergió de la nube de polvo como un rayo blanco, con los músculos tensos y las patas firmes al aterrizar sobre el asfalto resquebrajado. Atrás, el mercado colapsaba sobre sí mismo, sepultando a los enemigos, y también su entrada.
Pero no había tiempo para pensar en eso. Porque el infierno ahora venía desde arriba.
—¡Cuidado! —gritó Sora desde algún lugar a su izquierda.
Birdramon y Angemon ya estaban en el aire, enfrentando una lluvia de proyectiles que descendía sobre ellos. Lilymon se elevó en un destello de luz, su cuerpo girando grácil mientras desviaba varios misiles con estallidos de pétalos brillantes. Kabuterimon apareció con un zumbido metálico para lanzarse también al cielo.
Garurumon corría, esquivando restos de concreto, fragmentos llameantes y ráfagas de aire caliente. Taichi se mantenía bien agarrado a su espalda, un brazo sujetando a Yamato por la cintura y en la otra mano el digivice.
—¡Tenemos que salir de las calles, ya! —indicó, su voz clara en el comunicador a pesar del estruendo.
—¡Vi un estacionamiento con subterráneo cuatro edificios más atrás! —gritó Joe, que corría encorvado cubriéndose de las chispas y polvo que volaba por doquier, con Gomamon aferrado a su chaqueta—. ¡Pasamos por el cartel cuando veníamos!
Una explosión los sacudió. Yamato giró apenas la cabeza, viendo cómo el frente de un edificio se venía abajo en una nube de vidrio y humo cuando uno de los atacantes calló luego de ser impactado por un Mega Flame, ¿En qué momento Agumon se había bajado y evolucionado en Greymon?
—¿Crees que podamos abrir un hueco en el piso para bajar a los pasadizos? —le preguntó Taichi a Koushiro, otra vez.
Yamato parpadeó. No era la primera vez que lo hacía. En medio del caos, Taichi lo había hecho constantemente: consultar a Koushiro, lanzar ideas al aire para que él las procesara. Tal vez siempre lo había hecho. Tal vez Yamato solo no se había dado cuenta. O tal vez… no le había importado tanto antes.
¡¿En serio estás pensando en eso ahora?! ¡Concéntrate, imbécil! Se regañó a sí mismo.
—Es posible —respondió Koushiro, sin levantar la vista, los dedos volando sobre la pantalla de su tableta—. Pero necesitaremos potencia de ataque concentrada en un punto estructural específico.
—¡Vamos entonces! —ordenó Taichi, y fue como si todos hubiesen estado esperando esas palabras.
Sora alzó la mano en señal de cobertura, Birdramon lanzó una ráfaga de fuego horizontal para empujar a los enemigos hacia arriba, y el grupo entero se lanzó hacia los edificios.
Garurumon lideraba la avanzada, con Yamato sintiendo el calor de las llamas que les pasaban rozando. A sus lados, Ikkakumon y Greymon barrían todo tipo de obstáculos: restos de autos quemados, postes doblados y enormes bloques de concreto, abriendo el camino para los demás.
El cartel desvencijado del estacionamiento apenas se sostenía sobre la entrada, colgado de un par de cables torcidos. Garurumon arrasó con el cuando entró primero, con sus patas raspando el suelo de cemento pulido y sus garras sacando chispas al frenar en la curva pronunciada de bajada.
Detrás, fue un caos.
—¡Agáchense! —gritó Sora.
Greymon se lanzó de barriga para evitar el techo, por poco chocando uno de sus cuernos antes de empezar la regresión; Agumon cayó disparado hacia ellos, pero Garurumon alcanzó a atraparlo con el hocico antes de que se estrellara contra el piso. Ikkakumon resbalaba por la rampa sin control, mientras Birdramon apenas logró plegar las alas para colarse por la entrada, sus plumas ardientes rozando los muros. Las patas de Kabuterimon chirriaron, y en un destello se convirtió en Tentomon para evitar estamparse contra una viga baja.
Fue como ver una bandada de aves demasiado grandes enjaulándose en un tubo.
Los enemigos no tuvieron la misma habilidad. Un par de digimons voladores se estrellaron contra el frontis del edificio, aplastándose entre ellos y contra concreto y acero. Otro intentó seguirlos con torpeza, golpeando una columna y cayendo con un chillido que terminó en un sonido seco. Desde dentro, Yamato oyó el temblor de las vigas, pero no sintió que los persiguieran más allá de eso.
Bajaron cuatro niveles a toda velocidad, saltando tramos de rampa, resbalando sobre el pavimento mojado, rodeados del eco de su propia carrera y el zumbido amortiguado de explosiones lejanas.
En la base del estacionamiento, por fin se detuvieron.
Todos se reagruparon, respirando agitados, algunos tosiendo por el polvo. Las luces del subterráneo parpadeaban débilmente, lanzando sombras largas y cambiantes sobre las columnas.
—¿Aquí estará bien, Koushiro? —preguntó Taichi cuando Garurumon se acercó al centro del espacio.
El genio asintió, después de revisar la ubicación en su tableta.
—Debajo de este nivel corre una de las principales rutas de servicio. Si abrimos aquí, podemos acceder directo al pasadizo. Está desocupado desde hace años, según los registros.
—Bien —dijo Taichi, y miró a su compañero—. WarGreymon.
El rugido de energía fue inmediato. Agumon evolucionó con una explosión de luz que iluminó el estacionamiento entero, empujando hacia atrás el polvo acumulado en el suelo. WarGreymon alzó las garras, acumulando energía desde ya.
—Vamos a hacer esto rápido —dijo, y su voz retumbó con gravedad—. Retrocedan.
Un impacto bastó. El piso crujió, se agrietó en forma de telaraña, y luego se desplomó como si lo hubiesen vaciado por dentro. Un agujero hondo apareció en el suelo, como un pozo oscuro que olía a concreto, humedad y encierro.
-o-o-o-
El viento que subía por el túnel recién abierto olía a viejo, tierra mojada y algo más... algo rancio, como si el aire hubiese estado atrapado ahí por años. Joe y Gomamon fueron los últimos en bajar, llevados por WarGreymon con la misma calma con la que uno baja un par de bolsas de supermercado. Taichi estaba dispuesto a esperar por el regreso de su compañero para descender con la dignidad que merecía el líder de un escuadrón… pero Garurumon no tenía el más mínimo respeto por sus planes.
Se lanzó como un maldito kamikaze por el agujero sin darle tiempo de bajarse, y la caída libre le exprimió un grito que probablemente seguiría resonando en el túnel por horas. Sintió cómo el estómago se le subía a la garganta mientras el lomo de Garurumon vibraba bajo él, como una tabla de surf lanzada al vacío.
Cuando aterrizaron con la gracia y suavidad de una bailarina, Yamato ni siquiera se molestó en disimular. Se giró con esa sonrisa suya de suficiencia, la misma que usaba cuando le ganaba en el Mario Kart y hacía como si no fuera la gran cosa.
—Tranquila, princesa. —dijo el desgraciado, saboreando la última palabra.
Taichi lo miró con los ojos entrecerrados. Estuvo a medio segundo de patearlo fuera del lomo de Garurumon. Solo lo detuvo el temblor que todavía le recorría las piernas y los brazos aferrados a la cintura del rubio.
—Te odio —murmuró contra su hombro.
—Yo también te quiero.
Ya con todos abajo, comenzaron a avanzar en dirección sur, guiados por las indicaciones de Koushiro. El pasadizo era más bajo de lo que Taichi recordaba, con cables gruesos colgando de tubos corroídos y señales digitales apagadas incrustadas en las paredes como ojos dormidos. Sus pasos hacían eco y, por momentos, parecía que algo más caminara a su ritmo unos metros más atrás.
Pasaron por una puerta de malla oxidada, igual a la que él y Koushiro usaron para esconderse años atrás, cuando habían atravesado por primera vez esos túneles. Taichi la miró un segundo y luego giró hacia los otros que también lo habían vivido: Sora, Koushiro y Takeru.
—Sería demasiada suerte encontrarnos con Andromon otra vez, ¿no creen?
—Mientras no aparezca WaruMonzaemon estoy bien —dijo Sora, soltando una risa tensa.
—No me des ideas… —murmuró Takeru, mirando las sombras con cautela.
—No estamos solos —dijo Tentomon de pronto, deteniéndose en seco.
Todo el grupo también lo hizo.
—¿Lo dices en general o estás captando algo? —preguntó Koushiro.
—Hay ruido —respondió Tentomon—. Bajo el piso. Como si algo se moviera... arrastrándose.
Taichi apretó la mandíbula y echó un vistazo a Garurumon, que ya estaba en posición de ataque. WarGreymon giró las garras hacia el suelo. El eco se había hecho más sordo. Algo crujía.
—Revisa si puedes averiguar de qué se trata, Kou. Y si podemos rodearlo o evitarlo, prefiero no gastar fuerzas ahora —pidió Taichi, con la vista fija en la compuerta oxidada que acababan de dejar atrás. Tenía un presentimiento desagradable.
La penumbra en los túneles se espesaba cuanto más se adentraban. Únicamente los rodeaba el eco de sus pasos, algún zumbido de maquinaria olvidada, y el leve resplandor de la armadura de WarGreymon y las pantallas que Koushiro consultaba cada pocos metros. A esa profundidad, el mundo exterior parecía lejano, como si solo existieran ellos y el mapa iluminado sobre la tableta.
Taichi se aferraba con firmeza al pelaje de Garurumon, atento a cada sombra en las paredes. De pronto, algo lo distrajo. Un murmullo. Apenas un hilo de voz que serpenteó entre las sombras y lo obligó a girar el rostro.
—¿Qué sucede? —preguntó Yamato, en voz baja.
—¿Escuchaste eso? —respondió Taichi, en el mismo tono. No era más que un eco leve, como un recuerdo mal recordado. Le erizó la piel.
Miró hacia atrás y lo vio: Takeru también lo había oído. Estaba con Patamon en brazos, girando lentamente sobre sí mismo como intentando ubicar la fuente. Cruzaron una mirada cargada de duda ¿Era real?
Entonces algo chirrió en el suelo. WarGreymon giró de inmediato y elevó vuelo con un rugido metálico.
—¡Cuidado! —advirtió, segundos antes de que el piso estallara en movimiento.
Tentomon, Piyomon y Patamon tomaron el aire al instante, pero los demás no tuvieron tanta suerte.
Lianas gruesas y pegajosas surgieron de entre las rendijas del suelo, enrollándose con violencia en las piernas de sus compañeros.
—¡¿Qué es esto?! —gritó Mimi, forcejeando en vano.
—¡Es Vegimon! —reconoció Joe, con el rostro desencajado.
Taichi giró justo a tiempo para ver cómo las lianas atrapaban a Sora y a Koushiro, tirando de ellos hacia abajo como si el túnel mismo intentara devorarlos.
—No... no... —murmuró Yamato, congelado, aún sobre el lomo de Garurumon. Sus dedos se clavaban en el pelaje blanco con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
Taichi lo miró, alarmado. La voz de Joe, jadeando sin aire, resonó como una campana rota en su cabeza:
—¡No otra vez! ¡No puedo… no puedo moverme!
—¡Yamato! —exclamó Taichi sacudiéndolo, pero fue tarde. Las lianas alcanzaron las patas de Garurumon y lo arrastraron al suelo con un golpe seco.
El impacto los lanzó a ambos hacia adelante. Taichi no tuvo tiempo de gritar antes de que WarGreymon los atrapara al vuelo, elevándose rápidamente para ganar altura.
Desde arriba, Taichi vio a los digimons que aún estaban libres intentando cortar las lianas con ataques precisos. Pero estas se regeneraban con rapidez, volviéndose a enroscar con una insistencia letal, como si supieran exactamente qué partes apretar para causar más daño.
—¡WarGreymon, encuentra el cuerpo y dispárale! —ordenó Taichi, escaneando el suelo con la vista.
A su lado, Yamato parecía desorientado, nadando en recuerdos desagradables. Tardó unos segundos, pero finalmente murmuró con la voz ronca:
—Creo que habrá más de uno...
WarGreymon no esperó más. Lanzó varios ataques directo hacia los puntos desde donde emergían varias lianas a la vez. El túnel se iluminó con una explosión dorada. Luego otra. Y otra más.
Una por una, las raíces retrocedieron. Se quemaron, se crispaban en el aire como si chillaran sin emitir sonido. Los otros digimons ayudaron a liberar a los demás, y uno a uno, todos quedaron libres.
Solo entonces, cuando ya estaban de vuelta en el suelo, el murmullo volvió, más claro esta vez. Era una voz dulce, lejana y poco nítida, cantaba una melodía que Taichi conocía… o creía conocer. Sin pensar, comenzó a tararearla en voz baja, solo para confirmar que era real.
—Tú también la escuchas, ¿verdad? —Takeru se le acercó trotando, tomándolo del codo con urgencia, como si necesitara que alguien más lo confirmara.
Taichi asintió, apenas.
—¿Escuchar qué? —preguntó Yamato, girando la cabeza entre ellos, confundido.
Y entonces, tan rápido como había aparecido, el canto se desvaneció. Como si nunca hubiese estado allí.
Taichi bajó la mirada.
—No es nada —murmuró.
Sabía que Yamato no se lo creería, más aún cuando lo vio fruncir el ceño, evaluándolo como si intentara leerle los pensamientos. Pero no dijo nada. A su modo, el rubio entendía que no era momento para exigir explicaciones.
Solo les quedaba seguir avanzando.
-o-o-o-
Habían avanzado un buen tramo después del ataque. El ambiente se sentía pesado, como si el aire supiera que no les darían mucho más respiro. Pero por ahora, al menos, los túneles estaban en silencio.
Se detuvieron en una intersección más amplia, con techos altos y antiguos carteles corroídos que indicaban estaciones que ya no existían. Los digimons necesitaban reponer energías, y el grupo aprovechó el alto para comer en relativo orden.
Gabumon masticaba tranquilo a su lado, con esa paz que parecía no corresponderse con nada de lo que los rodeaba. Yamato alternaba su atención entre él y… esos dos idiotas.
Taichi y Takeru.
Moviéndose como si fueran versiones sincronizadas del mismo muñeco de cuerda. Giraban la cabeza al mismo tiempo, daban pasitos cortos sin alejarse del grupo, mirando hacia rincones donde no había nada. O peor: donde sí podría haber algo.
Yamato los observaba con el ceño cada vez más fruncido, su inquietud creciendo a cada nuevo gesto coordinado.
Podría haber pensado que estaban nerviosos. Que la tensión de los túneles estaba jugando con su imaginación. Podría haberlo creído… si no fuera porque llevaban demasiado rato así.
Y porque ni uno ni otro decía una maldita palabra.
Cuando Taichi volvió a mirar hacia la penumbra de la galería este, y Takeru lo imitó con un paso hacia atrás, la rabia le ganó.
—¡¿Van a decirme qué demonios les pasa?! —les gritó sin contemplaciones.
Su voz retumbó en el túnel, más alta de lo que había planeado, más rabiosa de lo que quería admitir. Todos se giraron a mirarlo. Hasta Gabumon levantó la cabeza con las orejas atentas.
Yamato los vio a ambos quedarse quietos, como si los hubiera atrapado haciendo algo prohibido. Porque lo sabía, sabía que estaban ocultándole algo. Otra vez. Y en esta ocasión, no iba a dejárselos pasar.
Taichi intercambió una mirada rápida con Takeru, como si le pidiera permiso con los ojos. El menor asintió apenas, y Taichi se acercó un paso. Pero Yamato no lo dejó hablar.
—Si vas a inventar una excusa, mejor ahórratela —espetó. Su voz salió demasiado filosa, pero no le importó.
Taichi frunció el ceño.
—No voy a inventar nada —dijo, con una firmeza que intentaba sonar tranquila, aunque había perdido parte de su seguridad habitual—. Escuchamos algo, poco antes de que nos atacaran los Vegimon, y desde entonces un par de veces más.
Yamato lo miró en silencio. Su corazón palpitaba con fuerza, aún no del todo recuperado de haber quedado paralizado durante el ataque. Sentía una mezcla incómoda de vergüenza, frustración... y desconfianza. Como si se lo estuvieran escondiendo a propósito.
—¿Escuchar qué? —preguntó, con los dientes apretados.
Takeru dio un paso al frente. Su voz sonó dudosa, pero honesta.
—Era… una canción. Muy bajita. Como un tarareo. Yo la conozco, bueno, siento que la conozco. Y Taichi también.
Yamato arqueó las cejas, sin disimular su escepticismo.
—¿Y no se les ocurrió mencionarlo mientras nos atrapaban unas plantas psicópatas?
—No sabíamos si era real —intentó justificarse Taichi.
—¡Pero era real! —intervino Takeru, mirando a su hermano—. Taichi la tarareó también. No era mi imaginación.
—¿Y nadie más la escuchó? —dijo Mimi, mirando alrededor con un ligero temblor en la voz—. ¿Solo ustedes?
—Yo no escuché nada —dijo Sora, acariciando la cabeza de Piyomon que comía a sus pies—. Pero sí noté que estaban... raros.
—Yo también —dijo Joe, cruzado de brazos. Gomamon dormía en su regazo—. Pensé que era el estrés.
—Podría tratarse de una ilusión sónica localizada —añadió Koushiro, levantando su tableta de inmediato, tecleando con velocidad—. Un fenómeno dirigido. Tal vez incluso dirigido solo a ellos dos.
—Genial —ironizó Yamato—. ¿Ahora tenemos fantasmas personalizados?
Taichi lo miró con una ceja arqueada.
—No es una broma, Yamato.
—¿Crees que me estoy riendo? —disparó, el ceño fruncido.
Sentía una rabia densa en el pecho, de esas que no sabía si era porque le habían estado ocultando cosas o por lo que podría significar que solo ellos estuvieran siendo afectados. Como si los hubieran escogido para algo.
—¿Y si vuelve a pasar? —preguntó, esta vez más bajo, pero con un filo que calaba—. ¿Van a esperar hasta que uno de ustedes termine poseído para decir algo?
Takeru bajó la vista, encogiéndose apenas. Sus hombros temblaron un poco, como si las palabras de su hermano lo hubieran atravesado.
—No volverá a pasar —dijo, con la voz apretada. Tenía un nudo en la garganta que no intentó disimular.
—No es su culpa —intervino Patamon, acercándose a Takeru y mirando a Yamato con una mezcla de valentía y preocupación en sus ojos redondos—. Solo querían asegurarse antes de preocupar a los demás.
—Gracias, Patamon, pero eso no ayuda —respondió Yamato. No hubo veneno en sus palabras, solo agotamiento. Miró a su hermano, que aún no levantaba la vista, y luego a Taichi, que sostenía su mirada con intensidad. No necesitaban hablar para que Yamato supiera que quería que lo entendiera, aunque ni él mismo supiera cómo explicarse.
Algo se revolvió en su estómago.
—¿Qué crees que sea? —preguntó entonces, su voz apenas un susurro, solo para ellos dos.
Taichi sacudió la cabeza.
—No lo sé. Pero no era un ataque —dijo, con seriedad—. Era... como si me estuviera llamando.
—Eso no es mejor —replicó Yamato enseguida, con un dejo de ironía amarga. Luego se volvió hacia su hermano—. Y tú, ¿te pasa seguido esto de oír cosas que nadie más escucha?
Takeru negó con la cabeza antes de atreverse a alzar la mirada.
—No —susurró—. Solo esta vez.
Yamato se pasó una mano por el cabello, frustrado, con el gesto tenso. Quería gritar, patear algo, exigir una explicación que nadie parecía tener. Pero sabía que no podía hacerlo. No ahora. No cuando el resto del equipo lo miraba de reojo, como si también esperaran una respuesta de él.
Gabumon se le acercó en silencio y apoyó una garra con suavidad sobre su pierna. El contacto fue firme, sólido. Un ancla. Yamato soltó el aire despacio, sin mirar a nadie más.
—La próxima vez que oigan algo, me lo dicen. Al instante —dijo con un tono más seco que duro.
Takeru asintió de inmediato, con una expresión culpable. Taichi lo hizo también, aunque con menos entusiasmo. Yamato no sabía qué era peor: la canción fantasma o que aparentemente estuviera detrás de ellos dos.
Llamados.
La palabra le rondaba la cabeza con un zumbido persistente. No era un fenómeno. No era un accidente. Sonaba demasiado peligroso. Demasiado personal.
-o-o-o-
La pasarela crujía bajo sus pasos. No era un sonido fuerte, pero a esa altura del túnel, cada pequeño ruido parecía amplificado. Yamato se agachó, apoyando los codos en el borde metálico para observar mejor. A su lado, Taichi hacía lo mismo, los ojos fijos en el movimiento repetitivo de los centinelas. Koushiro ya había desplegado su laptop, ajustando parámetros mientras registraba los patrones.
Desde arriba, los androides parecían cilindros gigantes, cada uno con cuatro extremidades articuladas y un foco rojo que se encendía en sus "rostros" cada vez que giraban en una nueva dirección.
—Mekanorimons modificados con un piloto automático —murmuró Koushiro—. Detectores ópticos y sónicos. No emiten alertas inmediatas a menos que confirmen presencia.
—¿Y cómo se confirma presencia? —preguntó Taichi, sin apartar la vista de uno que patrullaba cerca de una compuerta doble.
—Confirmación visual directa. Si detectan movimiento o frecuencias medias adaptan la trayectoria y enfocan su escaneo para la detección del intruso.
— Eso nos da margen. Si los hacemos mirar hacia otro lado... —empezó Taichi.
—… Podemos pasar —terminó Yamato.
Lo habían pensado al mismo tiempo. Por una fracción de segundo, sintió esa chispa de sincronía con Taichi, como cuando formaban a Omegamon. Ambos sonrieron al cruzar miradas.
El plan era simple. Audaz, pero simple.
WereGarurumon bajó por un costado del túnel hasta llegar al borde del campo de patrullaje. Esperó hasta que uno de los centinelas girara hacia la derecha y entonces echó a correr hacia el extremo opuesto, dejando que sus garras rasparan apenas el suelo metálico.
Los centinelas giraron sus sensores al instante, y uno incluso interrumpió su ruta para seguir el eco. El foco rojo de sus "ojos" parpadeó, buscando.
—Funcionó —susurró Koushiro, cerrando el equipo.
—Vamos —dijo Yamato, y descendió el primer tramo.
El grupo se movía en oleadas breves, al ritmo de la distracción de WereGarurumon. Yamato iba en la retaguardia, midiendo el paso de cada uno con el corazón apretado. Su mirada no se despegaba de Takeru. El chico avanzaba rápido, pero con la cabeza demasiado alta para su gusto.
Y entonces ocurrió.
Taichi se detuvo en seco. Y Takeru también.
Ambos giraron la cabeza, como atraídos por una cuerda invisible que tiraba de sus sentidos hacia la penumbra lateral de uno de los corredores secundarios.
Yamato sintió cómo el pánico le subía por la garganta.
—¡Eh! —susurró con un filo urgente en la voz—. ¡¿Qué hacen?!
Takeru parpadeó, desorientado. Taichi tenía la expresión tensa, como si estuviera tratando de concentrarse.
—¿La escuchas? —murmuró Taichi, casi para sí mismo.
No. No ahora. Yamato apretó los dientes, bajó hasta ellos en dos zancadas y les puso una mano a cada uno en la cabeza, más fuerte de lo necesario.
—¡Concéntrense! —gruñó—. Si nos descubren, se acabó.
Takeru asintió al instante, sobresaltado, pero fuera del trance. Taichi tardó un segundo más, como si le costara demasiado despegarse de aquella dirección oculta en la oscuridad. Pero finalmente giró la cabeza, apretó los labios y siguió avanzando.
Yamato los empujó suavemente todo el camino restante para asegurarse de que no volvieran a frenar. Su corazón latía tan fuerte que sentía los pulsos en los oídos.
Cuando por fin alcanzaron la compuerta que los conducía a la sala de control, Taichi se apoyó contra la pared, la respiración agitada.
—No puedo creer que esté funcionando.
—No cantes victoria aún —replicó Yamato, observando la cerradura—. Esto recién empieza.
Koushiro ya estaba manipulando el panel digital. La cerradura respondió con un leve click y la puerta se deslizó con suavidad.
Dentro, los esperaba una sala amplia e inusualmente silenciosa, iluminada por paneles pálidos que zumbaban como insectos atrapados tras el vidrio. Una hilera de terminales se extendía en orden perfecto contra la pared opuesta, cada una mostrando un parpadeo tenue como si aún conservaran un eco de vida.
Demasiado ordenado. Demasiado fácil.
A Yamato se le erizó la nuca.
—¿Cómo es que no hay nadie vigilando? —preguntó en voz baja, escaneando el lugar con el ceño apretado.
—Se habrán trasladado antes de que llegáramos —respondió Koushiro, frustrado, pero sin perder el tiempo. Ya había desplegado su laptop y se conectaba a uno de los terminales más cercanos—. Si el sistema aún tiene energía, tal vez podamos encontrar registros, cámaras, algún rastro que seguir.
Yamato asintió apenas. Su atención estaba dividida. Cada sombra, cada rincón sin vigilancia lo hacía contener la respiración. Algo no cuadraba.
Mientras tanto, y como era de esperarse, Taichi no se quedó quieto. Vio una compuerta lateral, empujó el panel de acceso y se adentró en ella junto a Agumon sin mirar atrás.
Yamato giró con una exhalación tensa.
—¿En serio? —gruñó entre dientes—. ¡Taichi!
El otro no respondió.
Takeru fue tras él casi de inmediato, Patamon volando sobre su cabeza. Yamato, con el pulso acelerado, no tuvo más opción que seguirlos, indicándole a los demás que los esperaran allí.
-o-
El nuevo pasillo los llevó a un galpón gigantesco. Cientos de cápsulas cilíndricas estaban alineadas en hileras, cada una sellada con un vidrio empañado. La luz azulada de su interior les daba un aire fúnebre, como si en cualquier momento una sombra fuera a presionar el vidrio desde dentro.
Taichi se movía entre ellas obsesivamente. Iba y venía entre los pasillos cada vez más rápido, con más urgencia, como si el corazón le latiera más fuerte con cada fila que hallaba vacía. Agumon lo seguía de cerca, con pasos cortos y la mirada cada vez más preocupada.
—Taichi... —intentó el pequeño dinosaurio, sin ser escuchado.
—Taichi. Detente —probó Yamato, más fuerte, con el tono cargado de frustración.
No obtuvo respuesta. Solo pasos acelerados y más cápsulas. Una y otra vez.
Yamato apretó los puños. Cada paso de Taichi era una chispa sobre la dinamita de su paciencia ya exhausta. El lugar estaba vacío. Lo sabían. Pero Taichi no paraba.
—No hay nadie... —murmuró Takeru, la voz apagada y cansada.
Su hermano se dejó caer. Se sentó en el suelo con las piernas recogidas, los hombros temblando apenas. Patamon se posó en su cabeza sin decir nada, solo bajó las alas con tristeza.
Esto no podía seguir así.
Le hizo un gesto con la cabeza a Gabumon y su compañero se lanzó en carrera. Taichi se detuvo un instante al tenerlo frente a él cortándole el paso hacia la otra fila, entonces Yamato pudo alcanzarlo y lo sujetó del brazo con fuerza, haciéndolo girar en su lugar para mirarlo de frente.
—¡Ya basta! —le espetó en la cara, pero Taichi apenas se detuvo a mirarlo, la vista perdida entre los tubos vacíos—. ¡Ya revisamos todo el lugar, varias veces! ¡No está aquí!
—¡Una más! ¡Solo una más! Si pasamos algo por alto…
—¡Es suficiente, Taichi! ¡Te comportas como un loco!
—¡Es porque lo estoy! —gritó de golpe, con la voz quebrada, los ojos húmedos—. ¡Me estoy volviendo loco, Yamato!
Gabumon dio un paso hacia ellos, preocupado, Agumon también, pero ninguno alcanzó a intervenir. Yamato lo tomó por el cuello de la camisa y lo sostuvo con fuerza. No para golpearlo, sino intentando que se concentrara en él en lugar de las cápsulas vacías.
—¡Tienes que controlarte! ¡No estás ayudando a nadie así!
Taichi lo miró entonces, con dolor, con desesperación.
En ese instante algo embistió a Yamato con brutalidad desde un costado. El aire se le escapó por el golpe seco a los pulmones, y su cuerpo cayó con un ruido sordo contra el suelo. El dolor tardó en llegar, como si su cerebro estuviera más enfocado en procesar lo que tenía delante.
Una figura pequeña se interponía entre él y Taichi. Respiraba agitada; tenía el cabello enmarañado y el rostro cubierto de sudor y una palidez enferma; pero sus ojos… sus ojos eran fuego.
—¡Aléjate de él! —gritó Hikari.
Yamato la miró. Y el mundo se detuvo.
Estaba de pie frente a él como un muro. Lo miraba como si fuera un monstruo, como si lo odiara, como si nunca hubiera dejado de tenerle miedo. Como si tuviera que proteger a su hermano… de él.
—¡¡No te atrevas a volver a tocarlo!!
Las palabras le atravesaron el pecho como cristales rotos en el aire. Yamato intentó incorporarse, pero sus brazos y piernas temblaban. No sabía si por el impacto o por la culpa que comenzaba a cubrirlo de nuevo.
La última vez que la vio… lo último que ella supo de él, fue que intentaba matar a Taichi.
—¡Yamato! ¿Estás bien? —Gabumon ya estaba a su lado, intentando levantarlo con sus manitas.
El mundo se volvió borroso. El nudo en su garganta se hizo tan grande que no pudo decir nada.
—Hika... —susurró Taichi, también desde el suelo. Agumon estaba a su espalda, tan sorprendido y confundido como su compañero.
—¡Hermano! ¡Estás aquí, gracias al cielo, ya estás aquí!...
Ella se giró y corrió hacia él. Se arrojó a sus brazos como si el mundo fuera a acabarse. Lloraba, temblaba y lo llamaba una y otra vez, como si no pudiera creerlo.
Taichi la rodeó con los brazos por inercia. Pero no sonreía. No había alivio en sus ojos. Solo una especie de confusión que iba creciendo, como una bruma espesa. Yamato notó que su respiración se volvía irregular. Que no le devolvía las palabras, que no respondía del todo a ese abrazo desesperado.
Eso hizo que se le erizara la piel. Gabumon también se dio cuenta.
Entonces, Taichi giró un poco la cabeza, buscando a alguien. A Takeru. Su hermano menor estaba de pie a unos pasos, con la misma expresión, como si ambos estuvieran presenciando algo que no entendían. Algo que no terminaba de encajar.
Yamato tragó saliva. El zumbido de las luces parecía de pronto más fuerte, más agudo.
¿Qué demonios está pasando?
Supo, con una certeza que lo enfrió hasta los huesos, que algo estaba mal.
Chapter 8: El Rescate – ¡¿Qué demonios?!
Summary:
Taichi y los demás lidian con el parásito que se ha infiltrado entre ellos.
Chapter Text
Ya habían dejado atrás el galpón con las cápsulas vacías, la sala de control, y los centinelas. El grupo avanzaba guiado otra vez por las indicaciones constantes de Koushiro, que no apartaba la vista de su dispositivo. Su amigo murmuraba datos y coordenadas como si aún se sintiera en control de la situación, como si nada hubiera cambiado.
Koushiro era un genio, de eso no cabía duda, pero a veces confiaba tanto en lo que le mostraban sus aparatos que se olvidaba de mirar lo que tenía justo en frente. Como que el suelo se inclinaba ligeramente hacia abajo; que el eco de sus pasos rebotaba con mayor fuerza en las paredes; que el aire era cada vez más denso, húmedo y frío.
Taichi lo notaba, esa sensación sorda y creciente de que algo estaba fuera de lugar, la punzada en la nuca que le anunciaba problemas. Algo se había torcido sin que nadie lo notara, o tal vez sin que quisieran admitirlo. Y lo peor era que esa sensación no venía de los pasillos sombríos que los hacían internarse más en los pasadizos en lugar de sacarlos a la superficie; ni del dolor punzante que le recorría la pierna con cada paso.
Esa sensación retorcida venía de Hikari.
Desde que se reencontraron, ella no se había separado de su lado ni un segundo. Caminaba pegada a él, aferrada con fuerza a su brazo izquierdo, obligándolo a cargar su peso con la pierna lastimada. No aceptó que Taichi volviera a montar sobre el lomo de Garurumon, ni permitió que Yamato se acercara a ellos. Tampoco Takeru. Su hermana apenas había dirigido la mirada a su viejo amigo desde su regreso, y eso, por sí solo, ya era preocupante. Pero lo que más inquietaba a Taichi era la forma en que ella lo sujetaba, con dedos tensos como si temiera que escapara.
El tobillo resentido le ardía, pero más le dolía el desconcierto que lo consumía desde el instante mismo en que la vio aparecer. Porque en el momento en que ella se arrojó a sus brazos y lo envolvió con lágrimas y palabras entrecortadas, Taichi escuchó algo, algo que no vino del exterior. Una voz desesperada gritando dentro de su cabeza: “¡No!”.
No había sido un pensamiento suyo ni una alucinación. Era la voz de su hermana. La real. Y no fue el único en oírla, Takeru lo miró justo en ese momento, pálido y con los ojos desorbitados, buscando en el rostro de Taichi la confirmación de que no estaba volviéndose loco. No necesitó palabras, ambos sabían lo que había pasado, pero no hablaron. No ahí. No con Hikari tan cerca, con su mirada baja y sus dedos aferrados como garras a su brazo.
Desde entonces, el grito no se había repetido, pero el eco seguía resonando en su mente. Ya no escuchaban la melodía suave que los había acompañado antes, como un arrullo lejano que parecía querer guiarlos. Esa música se había desvanecido en cuanto Hikari apareció. Todo lo que quedó fue silencio. Y tensión, y esa presencia que no lograba sentirse del todo correcta.
Taichi intentó convencerse de que todo era culpa del miedo, del trauma. Que el rechazo de Hikari hacia Yamato era normal, considerando lo que ella había presenciado. Que la frialdad hacia Takeru era parte del shock. Que esa mirada que evitaba cruzar con la suya por más de unos segundos no significaba nada. Que el vacío que sentía al abrazarla era solo paranoia.
Pero no podía seguir mintiéndose.
Cada vez que ella se acercaba demasiado, Taichi sentía que algo dentro de él se cerraba, como si su propio cuerpo la rechazara y le advirtiera que algo estaba mal. Y cuando ella le preguntó con voz aguda y preocupada si Yamato lo había lastimado demasiado, si estaba agotado ya, si Agumon había estado comiendo bien… él solo movió la cabeza, forzando una sonrisa tranquilizadora.
Siguió avanzando en silencio, con los nudillos blancos por la fuerza con la que apretaba los puños intentando contenerse, la mente gritando una sola pregunta que no se atrevía a decir en voz alta.
¿Dónde diablos está mi hermana?
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Yamato caminaba en silencio, los brazos cruzados con fuerza sobre el pecho y el ceño fruncido desde hacía tanto tiempo que la frente le dolía. No por el frío ni por el cansancio, aunque ambos empezaban a hacerse notar, sino por algo más visceral: una incomodidad en la boca del estómago que no se iba, una punzada persistente, como si algo estuviera fuera de lugar desde que Hikari apareció y lo tumbó al suelo.
Desde entonces, todo había cambiado.
No lo dejaba acercarse ni hablar con Taichi. No con palabras, de hecho, hablaba muy poco, sino con su sola presencia, pegada a él como una segunda piel. Se había apropiado de su brazo y caminaba aferrada con una firmeza casi agresiva, como si temiera que alguien, que él, se lo arrancara.
Cuando Taichi intentó montar sobre Garurumon para no forzar el tobillo en la caminata de regreso, Hikari se interpuso sin decir nada, solo con la mirada y el gesto duro. Y Taichi cedió, como si estuviera de acuerdo en que era una mala idea.
Yamato había visto a Garurumon bajar la cabeza, dolido por el rechazo, y a Agumon dar un paso adelante para ofrecer ayuda.
—¡Entonces yo me transformo en WarGreymon para llevarte! —dijo, con la energía que lo caracterizaba, pero con una sombra de preocupación en su rostro.
Taichi le sonrió, forzando una calma que no le llegaba a los ojos.
—No te preocupes, amigo. Tenemos que guardar energía —remarcando ese “tenemos” con demasiada intención.
Yamato lo notó. Agumon también, y el pequeño dinosaurio se quedó caminando detrás de ellos junto a Gabumon, mirando a su compañero cada tanto, como un cachorro que no sabe cómo consolar a su amo enfermo.
Pero los demás… no. Para ellos todo era comprensible. Normal. Hasta esperable.
—La pobre chica estuvo prisionera mientras removían los recuerdos en su cabeza —exclamó Mimi cuando Koushiro, con cautela, señaló que algo en el comportamiento de Hikari era extraño—. Claro que está nerviosa.
—Ya podrán aclarar las cosas cuando estemos de vuelta en casa —le había dicho Sora a Takeru, con una mano en su hombro y esa dulzura que usaba para calmar ánimos tensos.
Yamato apretó los dientes. Lo entendía. Entendía que todos quisieran que eso fuera cierto, que todo pudiera resolverse con tiempo, con reposo, con abrazos. Pero él había aprendido desde pequeño que no todo era tan fácil, que no todo lo roto se pegaba con palabras bonitas. Y lo que veía frente a él no era a una chica nerviosa: era un lobo con piel de cordero.
Taichi caminaba junto a ella sin una queja, sin una sola palabra de incomodidad, sin alzar la voz. Pero lo hacía cojeando, con los hombros rígidos, los labios apretados, el cuello tenso como cuerda de violín. No estaba bien. No lo estaba en absoluto. Y, sin embargo, parecía haber aceptado la situación como quien se entrega al agua helada sin tener fuerzas para nadar.
Y Hikari... seguía como si nada. Ni una mirada al pie lesionado, ni un gesto de preocupación sincera, ni una oferta de ayuda real, solo ese apego físico cada vez más opresivo.
Fue entonces que Takeru se le acercó, caminando en paralelo, con la cabeza gacha y los ojos cargados de una urgencia que Yamato reconoció de inmediato.
—Hermano… —susurró—. Tengo que contarte algo.
Yamato giró apenas el rostro, lo justo para escucharlo sin alertar a los demás.
—Cuando Hikari apareció y se lanzó sobre Taichi… escuché algo. Un grito en mi cabeza, no en los oídos. Fue su voz, la voz de Hikari, gritando "¡NO!".
El mundo pareció detenerse por un instante. Yamato dejó de oír los pasos del resto, el zumbido mecánico, incluso su propia respiración.
—¿Estás seguro?
—Sí —dijo Takeru sin vacilar—. Taichi también lo escuchó, estoy seguro. Me miró justo entonces. Fue como si… como si ella nos estuviera alertando y nadie más lo notara.
Yamato sintió cómo el hielo se expandía por su cuerpo. No era solo una corazonada. No eran celos. No era paranoia. No era ella.
Apretó el paso. El corazón le martillaba el pecho con furia. Quería llegar hasta ellos, arrancársela de encima, liberar a su amigo de ese abrazo que se había convertido en una prisión muda.
Pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, Taichi se detuvo y habló con una firmeza que retumbó en las paredes.
—Necesito descansar —anunció, en voz fuerte y clara, para que todos lo escucharan.
No era una petición ni una súplica. Era una orden.
El grupo se frenó en seco. Nadie dijo nada. Taichi volvió a hablar entonces, ahora más suave, pero con la misma resolución.
—Aquí está bien. Vamos a parar un rato.
Y en ese momento, Yamato comprendió que su amigo no solo sabía que algo andaba mal, también se estaba haciendo cargo, a su manera.
-o-o-o-
Se sentaron a un costado, sobre unas cajas de madera viejas que crujieron bajo su peso. Taichi dejó escapar un suspiro en cuanto sus pies pudieron dejar de sostenerlo.
El grupo comenzó a relajarse, dentro de lo posible. Aprovecharon para comer lo que quedaba en sus mochilas: barras de cereal, pan seco, algunas frutas medio golpeadas. Agumon se quedó cerca de él, mordisqueando con energía un manojo de manzanas mientras lo observaba de reojo.
Koushiro, cómo no, seguía pegado a su computadora, los dedos volando sobre el teclado. Pero lo miraba de vez en cuando, atento, esperando.
Del otro lado, las chicas intentaban suavizar el ambiente y hacer hablar a Hikari, distraerla del encierro y el ambiente depresivo de los túneles a su alrededor. Y Hikari… Hikari asentía, sonreía o hacía algún comentario de vez en cuando, acurrucada en todo momento contra él sin soltar el agarre de su brazo. Tan cerca, tan cálida, tan convincente. Por unos segundos, Taichi casi se creyó que era ella. Casi. Hasta que se dio cuenta que sus dedos se apretaban contra el pulso de su muñeca, como verificando que estuviera tranquilo. Controlado.
Joe, mientras tanto, lo tenía atrapado en su discurso médico.
—¿Me arreglas las vendas, Joe? —había pedido apenas se sentó, sabiendo que eso bastaría para tenerlo encima.
Y así fue. El futuro doctor del grupo no paraba de regañarlo, murmurando sobre ligamentos, inflamación y su falta de consideración con su propia “integridad física”, como le gustaba decir.
Taichi asentía, asentía, y asentía. Pero en realidad estaba esperando. Esperando a que él hiciera algo.
Yamato.
El estúpido de Yamato, que seguía escondido tras su espalda junto con Takeru, fingiendo que no existía. Mudo. Imperturbable. Pero no por mucho, si tenía suerte. Solo necesitaba una queja, un bufido, una risa sarcástica, un maldito suspiro condescendiente, algo que le diera la excusa.
Y entonces lo obtuvo.
—Prométeme que te tomarás esto en serio, Taichi —dijo Joe, ajustando finalmente la presión de la tobillera para ponerle el zapato de vuelta.
—¿Cuándo no me he tomado algo en serio?
—¡Ja! —soltó Yamato, como si no pudiera evitarlo.
¡Bingo!
Taichi se giró con toda la furia que pudo volcar en su expresión, levantándose en un movimiento exagerado.
—¡¿CUÁL ES TU MALDITO PROBLEMA, ISHIDA?! —rugió, atrayendo todas las miradas de golpe.
Yamato dio un respingo, sorprendido y asustado. Lo miró con los ojos abiertos como platos, igual que todos los demás. Pero Taichi no lo soltó. Le lanzó una mirada cargada de todo lo que no podía decir: sígueme el juego.
—¡¿Y BIEN?! —insistió con fuerza, y esta vez Yamato lo comprendió.
Su amigo se levantó de golpe, el ceño fruncido, la mandíbula tensa.
—¡¿QUE CUÁL ES MI PROBLEMA?! ¡TÚ ERES MI MALDITO PROBLEMA, YAGAMI!
Chocaron en el centro, como lo habían hecho tantas veces. Jalándose de la ropa, hombro contra hombro, frente contra frente. En ese contacto tan estrecho que las riñas a golpes permiten sin volverlo sospechoso.
Antes de que los demás se levantaran para separarlos, Taichi aprovechó el ímpetu del momento para empujar a Yamato con fuerza contra el muro. Lo arrinconó. Se pegó lo más que pudo a él y habló en un susurro.
—Nos lleva a una trampa. Mimi tiene un electro choque.
No tuvo tiempo de más. Joe y Koushiro ya estaban encima de él, tirando de sus brazos, apartándolo de Yamato con esfuerzo.
—¡Ya no puedo con ustedes! —exclamó Sora alzando los brazos, entre la sorpresa y el hartazgo.
—¡Y yo que pensé que te habías tranquilizado finalmente, Taichi! —suspiró Mimi, cruzándose de brazos.
Taichi se encogió de hombros, dejando que su tono volviera al más despreocupado posible.
—Lo siento, chicas, pero así soy. Hasta Koushiro tuvo que aguantar lo mismo aquí —dijo, dándole una palmada suave en el pecho al amigo que aún lo sujetaba.
Koushiro lo miró, y por un segundo algo pasó entre ellos: una chispa, una comprensión silenciosa.
—Pero por suerte pudimos enmendar el rumbo —añadió Taichi, como si nada.
Volvió a sentarse en su sitio junto a Hikari, que de inmediato se colgó de su brazo, como si no hubiera pasado nada.
Y se quedó quieto. Esperando que los otros hubieran entendido sus mensajes.
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Yamato se dejó caer nuevamente en su sitio, el corazón latiéndole con fuerza bajo la chaqueta. Takeru le lanzó una mirada rápida, preocupado, pero él no la sostuvo. Tenía la vista clavada en un punto fijo frente a él, sin verlo.
“Nos lleva a una trampa.”
Eso era claro. Directo. Sencillo de entender. Pero lo otro… lo otro le martillaba la cabeza.
“Mimi tiene un electro choque.”
Yamato frunció el ceño, masajeándose las sienes con ambas manos, ¿Estaba preocupado de que Mimi tuviera un arma? ¿Qué esa cosa se hiciera con ella? ¿Eso era lo que Taichi quería decir?
No, no. No era una advertencia de peligro, era una pista, ¿Una herramienta tal vez?
Electro choque.
Electricidad.
Corriente.
Y entonces lo entendió, como si un interruptor se activara en su mente, vio las piezas moverse y encajar. Recordó el enfrentamiento con el falso Ken. Había metido un cable cargado directo en el centro del Emperador, y eso afectó sus sistemas, lo desestabilizó lo suficiente para inutilizarlo.
Koushiro lo había relatado a todo el grupo en cuanto volvieron a la oficina esa tarde luego del desastre. No pensó que Taichi le estuviera prestando atención, ausente del mundo como estaba, pero lo escuchó. Y ahora le decía que Mimi tenía un arma de electro choque.
Entonces, Taichi quería que hiciera lo mismo… Con Hikari.
El pensamiento le revolvió el estómago. ¿En serio eso era lo que pedía? ¿Que se arriesgara a electrocutar a la persona más inocente y querida del grupo? ¿Que apostara todo a que no era realmente Hikari?
Taichi estaba convencido. Lo suficiente como para montar ese teatro y exponerse ante el grupo solo para susurrarle dos frases al oído. Entonces sí, lo estaba pidiendo. Estaba pidiendo que acabara con lo que fuera que estuviera fingiendo ser su hermana.
Yamato tragó saliva con dificultad y miró a los demás. Taichi seguía sentado, tranquilo en apariencia. Hikari, o mejor dicho esa farsante con su cara, estaba pegada a él con la misma dulzura silenciosa que siempre. Sora seguía reprendiéndolo. Joe se veía exasperado a un lado. Koushiro revisaba su computador con un poco más de prisa que antes. Como si él también estuviera dándole vueltas a algo.
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Koushiro supo desde el primer grito que algo no cuadraba. Taichi no era manso, pero tampoco así de impertinente. Sospechó desde el inicio que esa pelea escandalosa, esa explosión repentina, estaba calibrada con la precisión de un láser. Y tenía otro objetivo además de Yamato.
La mirada de Taichi lo había buscado entre la confusión, como una brújula girando frenética hasta dar con el norte. Koushiro la sostuvo por un instante y lo entendió. Entendió que ese “hasta Koushiro tuvo que aguantar lo mismo aquí” no era un chiste. Era la primera parte del mensaje.
Otra pelea falsa para distraer al enemigo. Eso había hecho con él hace seis años, y eso estaba haciendo con Yamato ahora. Koushiro no tuvo que pensar mucho para saber quién era el enemigo al que debían distraer.
“Pero por suerte pudimos enmendar el rumbo.”
Supo que debía comprobarlo y de inmediato se volcó a su computadora. Códigos, mapas, registros de ruta, todo parecía normal en la superficie, pero bastaba con hurgar un poco más profundo para ver el derrumbe: coordenadas que se repetían con ligeras variaciones, rutas que se prolongaban sin razón, bucles disfrazados de caminos abiertos. Los datos se deshacían en sus manos como si fueran humo.
Nada coincidía. Lo estaban desviando. Taichi se dio cuenta de alguna manera, pero encerrado bajo el brazo protector y vigilante de su “hermana”, no tuvo oportunidad de advertirle antes.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
El enemigo había hecho lo lógico: infiltrarse bajo la figura menos sospechosa, aislar al líder, interrumpir las comunicaciones, impedir la planificación. Y él, que creía tener el control desde sus análisis, sus rutas, sus predicciones, ahora se daba cuenta de que había estado alimentando con datos falsos a sus amigos. Guiándolos a ciegas.
Apagó la computadora de golpe y se frotó los ojos con ambas manos. Una punzada de frustración le golpeó las sienes. Cuando levantó la vista, Yamato lo estaba mirando fijamente desde su rincón. No le hizo ninguna seña, no dijo palabra alguna. Pero no fue necesario.
Ambos lo entendieron al instante.
Es hora de intercambiar información.
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Yamato no tuvo que decir nada. Koushiro ya estaba de pie cuando Takeru le lanzó una breve mirada desde el otro lado de la improvisada fogata.
El más joven se cuadró frente a Hikari con una mezcla precisa de indignación y dolor. Lo suficiente para que se notara, pero no tanto como para levantar sospechas.
—¡Estoy harto! ¡No me voy a ir hasta que me escuches, hasta que hables conmigo, Hikari! —espetó con voz ligeramente temblorosa, pero igualmente decidida. Convincente incluso para quien sabía que era un acto.
La impostora se incorporó, sujeta al brazo de Taichi como una sanguijuela, lo miró buscando apoyo y Taichi se lo dio.
—¡¿Quién te crees para exigirle nada a mi hermana, Takeru?! —bramó, poniéndose de pie de golpe y avanzando hacia el chico.
La escena estalló al instante. Agumon dio un respingo, Joe se llevó las manos a la cabeza, Mimi murmuró un “¡No otra vez!” y Sora intentó intervenir, sin mucho éxito. Y mientras todos los ojos se clavaban en el nuevo escándalo, mientras la impostora intentaba mantener la compostura sin perder de vista a su hermano, Yamato y Koushiro se escabulleron.
Caminaron varios metros sin hablar, adentrándose en una estructura lateral medio derruida que alguna vez fue una caseta de vigilancia. Allí, entre restos oxidados de metal y trapos secos como papel, finalmente se detuvieron. Afuera, las voces de Taichi y Takeru se apagaban entre el eco de muros partidos y hojarasca revuelta.
Koushiro se agachó junto a una pared resquebrajada, la luz azul de su portátil titilando débilmente en su regazo.
—He estado revisando todo desde que Taichi me dijo “enmendamos el rumbo” —murmuró—. Y no hay nada que tenga sentido. Las rutas, los análisis, los patrones energéticos. Todo está alterado, manipulado. No sé desde cuándo estamos perdidos, pero... hace mucho que no vamos hacia la salida.
—“Nos está guiando a una trampa.” —Yamato lo dijo como si masticara grava. Apretó los puños, aún con la espalda tensa del intercambio con Taichi—. Me dijo algo más: “Mimi tiene un electrochoque”.
Koushiro alzó la vista, pestañeando.
—¿Mimi? Pero, ¿por qué esa información? ¿Qué querría que hagas con eso?
—Al principio no entendí. Hasta que recordé... cuando enfrenté al falso Ken, le metí un cable con corriente. Eso lo desestabilizó e hizo que se desintegrara. Taichi quiere que hagamos lo mismo. Que ataquemos a la impostora.
Koushiro tragó saliva.
—Entonces definitivamente no es Hikari...
—No. — Yamato cruzó los brazos con el ceño fruncido—. Podríamos usar a Tentomon en su lugar.
Koushiro parpadeó una vez y luego negó suavemente con la cabeza.
—No sería lo mismo.
—¿Por qué no? Sería cuestión de hacerlo atacar desde su espalda… No tendríamos que acercarnos tanto —replicó Yamato.
—Ese es precisamente el problema —dijo Koushiro, más serio ahora—. Necesitamos acercarnos. El ataque de Tentomon es de rango medio. Sería imposible dirigirlo con tal precisión en este espacio cerrado, con tantos muros y superficies metálicas. El electrochoque es directo: contacto físico, sin margen de error. Es un solo toque, no un estallido de rayos.
—Está bien, pero…
—El otro motivo —lo interrumpió Koushiro— es que no sabemos cómo reacciona la impostora a la energía digimon. El Ken falso que enfrentaste… su sistema colapsó con una descarga artificial.
Yamato asintió con lentitud, comenzando a apretar ligeramente la mandíbula ante el sermón de Koushiro alargándose.
—Y lo más importante —añadió el genio, bajando aún más la voz—, no podemos alertarla. Si Tentomon ataca, no solo podría esquivar el golpe… podría usar a Taichi de escudo ¿Estás dispuesto a arriesgar eso?
La imagen de su mejor amigo siendo usado como escudo humano le revolvió el estómago.
—Claro que no.
—Entonces será el electrochoque de Mimi —concluyó Koushiro—. Preciso, silencioso, en el momento justo. Y nadie tiene por qué sospechar.
Yamato se pasó la mano por el cabello, inquieto.
—Takeru me contó algo más. Algo que solo él y Taichi escucharon. Un grito.
—¿Un grito?
—De Hikari. Desde algún lugar dentro, supongo. Como un eco mental. Dijo “No” en cuanto la impostora se lanzó sobre Taichi. Fue igual que esa melodía que también escuchan solo ellos dos. Es como si la verdadera Hikari les estuviera advirtiendo que no era ella.
—No me extrañaría que Hikari tuviera esa habilidad, o que los hubiera buscado a ellos dos para proyectarla. — Koushiro frunció el ceño, pensativo—. Entonces eso quiere decir que ella está consciente de lo que pasa aquí e intentó avisarnos sobre esta trampa.
Yamato asintió.
—Me molesta lo bien que lo están haciendo. Primero fueron por mí, haciéndome dudar de Taichi, haciéndome creer que él era el impostor. Después, te cegaron a ti, saturándote con datos falsos, haciéndote confiar en un mapa que no lleva a ningún lado. Y ahora lo están acorralando a él. Lo aíslan, lo observan, lo agotan. Están decapitando al grupo poco a poco.
—Saben dónde les conviene apuntar para desestabilizarnos. A cada uno de nosotros.
Hubo un silencio pesado. Koushiro lo rompió bajando la mirada a la portátil apagada, y luego a Yamato con una media sonrisa.
—Y sin embargo... Taichi no se rinde. El tipo arma una pelea solo para acercarse a ti, suelta frases con doble significado para advertirme. Monta una distracción y al mismo tiempo planea un contraataque. No deja de pensar en cómo sacarnos de esto, incluso cuando lo tienen contra las cuerdas.
—Entonces más vale que estemos a la altura. —dijo Yamato, con la misma sonrisa.
Koushiro asintió.
-o-o-o-
Para cuando Koushiro encontró a Mimi, esta había dejado su lugar junto a Sora en la fogata y se encontraba sentada con Palmon sobre unas cajas de metal apiladas y barriles vacíos, revisando con gesto molesto el contenido de su bolso.
Perfecto, pensó. Que estuviera sola facilitaba el asunto.
—¿Te importaría que me siente un momento? —preguntó Koushiro desde una distancia prudente.
Mimi levantó la vista. Sus ojos tenían esa mezcla de irritación y agotamiento que venía acumulando desde que se internaron en ese laberinto. Le hizo un gesto para que se acercara.
—Adelante. Solo estoy reorganizando todo, por tercera vez —murmuró, frustrada, removiendo el interior con las manos—. Es como si cada vez que cierro la mochila, las cosas se movieran solas para molestarme.
Koushiro sonrió, fingiendo una ligereza que no sentía. Se sentó a su lado con gesto natural, como si solo buscara descansar.
—Mimi, ¿de casualidad traes el electrochoque? —dijo en un murmullo sin mirarla directamente.
—Sí ¿Por qué? —Mimi levantó la cabeza del bolso, mirándolo con una ceja alzada ante el tono de pronto tan cuidadoso de su voz.
—Yamato lo necesita. —murmuró otra vez Koushiro—. Por instrucciones de Taichi.
Ella giró lentamente la cabeza hacia él, luego buscando a los otros dos. Los encontró a cada uno en un extremo del mal llamado campamento. Su expresión se endureció y lo miró otra vez sin entender.
—No puedo explicártelo. No ahora. Pero Taichi está atrapado en un problema. Literalmente, lo tienen en sus garras.
Mimi tragó saliva. Koushiro notó cómo su pulgar trazaba círculos inconscientes sobre el cierre de la mochila, procesando.
—¿Estás diciendo que Hikari...? —preguntó, masticando muy bien cada palabra.
—Sí.
Su amiga metió las manos otra vez en la mochila, más calmada en esta ocasión, buscando conscientemente algo entre los objetos revueltos.
—Si Taichi está en peligro... ¿no deberíamos hacer algo ya?
—Estamos en eso justo ahora. —dijo Koushiro señalando el bolso con los ojos.
Mimi apretó los labios, asintió y continuó buscando con manos temblorosas entre envoltorios de dulces, cintas para el pelo y un sin número de cantimploras plegables y navajas suizas.
—Tiene que estar por aquí… juro que lo guardé esta mañana —murmuraba Mimi, sin atreverse a mirar más allá de su búsqueda.
De pronto todo se precipitó.
—¡Ya no quiero estar aquí, hermano! ¡No lo tolero más! —La voz de Hikari se alzó sobre el murmullo constante del grupo como un cuchillo afilado. Pegó el rostro contra el pecho de Taichi con un sollozo tan creíble que a cualquiera se le habría encogido el corazón.
Koushiro sintió un vuelco en el estómago.
Hasta ese momento, Taichi y Takeru se las habían arreglado para mantener la distracción con una versión atenuada del anterior enfrentamiento, ganándoles precioso tiempo extra. Pero esas dos frases terminaron con todo su impecable trabajo.
—¡Vámonos, vámonos, por favor! —lloraba Hikari ahora.
—Bueno, supongo que ya es tiempo de que sigamos avanzando… —balbuceó Taichi, fingiendo no entender la verdadera petición de su supuesta hermana.
Porque lo que quería la chica no era retomar la marcha: quería marcharse. Y lo más peligroso de todo era que le pedía a Taichi, al hermano que haría cualquier cosa que ella quisiera, que se fuera con ella.
—¡No, no quiero estar cerca de él! ¡Vámonos, por favor! —insistió con más fuerza, el dedo invisible apuntando directamente a Takeru.
El aire se cargó del nerviosismo de todos los presentes.
Koushiro se quedó quieto mirando la escena a su alrededor. Taichi se había puesto pálido. Él mismo sentía la sangre huyéndole de la cara, y al mirar a Yamato, varios metros más allá, vio el mismo rictus congelado en su rostro.
No era solo una súplica dramática. Era una orden encubierta. La impostora había decidido que era tiempo de sacar a Taichi de escena. Alejarlo de la vista del grupo, quizás para capturarlo también.
—Hikari, no es seguro separarnos… —empezó Sora, con un tono dulce que pretendía reparar algo que ya no podía repararse.
Colocó una mano suave en el hombro de Hikari, mano que ella se sacudió con fuerza.
Koushiro supo que el reloj se había puesto en marcha. Ya no tenían tiempo.
—Mimi… —susurró sin dejar de observar a Hikari—. Necesitamos esa cosa ahora.
-o-
Quiere llevárselo. La perra quiere llevárselo.
Yamato no se movió. No podía. Estaba pegado al suelo como si algo se le hubiera enredado en los tobillos y no lo soltara. Sentía el pulso retumbarle en los oídos, una oleada de furia y miedo que le impedía pensar con claridad. Porque ahí estaba la bomba, la peor jugada: Hikari pidiéndole a Taichi que se alejaran.
Los demás hablaban, insistían, suplicaban incluso. El desconcierto era general, después de todo era Hikari. La dulce, la tranquila, la que siempre pensaba en todos antes que en sí misma. Hasta Piyomon y Gomamon habían dado un paso al frente para intervenir y convencerla de seguir juntos.
Gabumon, en cambio, gruñía bajo a su lado. Agumon se aferraba a la pierna de Taichi como si pretendiera enraizarlo al piso.
Y entonces habló Taichi.
—Hikari, Sora tiene razón, es peligroso…
—No si estamos juntos. No quiero que ellos nos separen de nuevo —lloró la chica, enterrando más el rostro en su pecho.
Yamato tragó saliva. Nadie lo dijo, pero todos lo pensaron. Ellos, era él. Ellos, era Takeru. Apretó los puños a sus costados con tanta fuerza que sintió cómo se le clavaban las uñas en la palma.
—Nada puede lastimarme mientras esté contigo, hermano.
Yamato vio cómo a Taichi se le derrumbaba el alma con esas palabras. El castaño se llevó una mano temblorosa a la cabeza, como si le costara mantenerse centrado. Tenía los ojos cerrados con fuerza, los labios apenas separados dejando pasar el aire, el pecho subiendo y bajando como si acabara de correr kilómetros.
Está entrando en pánico. Yamato lo supo con la certeza absoluta que da el amor o el instinto.
—Está bien... bien. De acuerdo. Hablemos de esto primero, ¿quieres? —dijo Taichi, apenas en voz alta, sin aliento.
Y entonces comenzaron a moverse lentamente pasillo arriba.
—Ya volvemos —avisó Taichi al grupo, con una sonrisa tan descompuesta que a Yamato le dolió verla.
Cruzaron miradas fugazmente. Y ahí estaba, en esos ojos color chocolate, una súplica silenciosa: sostenme.
Yamato no necesitó más.
Se movió, avanzando con decisión y Gabumon pegado a su costado como una sombra. Sus pasos eran silenciosos, casi fantasmales, como los de Garurumon en una cacería. Porque eso era exactamente lo que estaban haciendo: cazar.
Sentía el corazón acelerarse, no por miedo, no exactamente. Era rabia. Era tensión. Era la certeza punzante de que estaban a un paso del abismo y que él, él, debía ser quien los apartara.
Buscó con la mirada a Mimi. Ella lo vio y, aunque sus manos temblaban, no dudó. Hurgó con urgencia en su mochila, sacó el dispositivo y se lo lanzó con una precisión asombrosa. Él lo atrapó sin esfuerzo, como si lo hubieran practicado mil veces. Como si fuera natural. Como un equipo bien aceitado.
Sora y Joe también comenzaron a moverse apenas vieron que él lo hacía. Puede que no supieran exactamente de qué se trababa ni lo que intentaba hacer, pero no importó, porque confiaron en que seguirlo era lo correcto y con eso lo ayudaron a cubrir su avance.
—¡No se alejen tanto! —pidió Sora, disfrazando la maniobra.
Y Takeru… Yamato sintió una punzada de orgullo al ver a su hermano menor pararse frente a los Yagami para retrasarlos, con esa determinación grabada en el rostro.
Todo se redujo a segundos. Yamato se deslizó detrás de la impostora. Sus manos estaban firmes, aunque su estómago era un nudo, ¿Y si fallaba? ¿Y si ella reaccionaba antes de que el disparo diera en el blanco? ¿Y si usaba a Taichi? Pero entonces recordó los ojos de su amigo, mirándolo con desesperación, suplicando su ayuda. Y el miedo se convirtió en decisión.
Apuntó. Y disparó.
Los electrodos impactaron directo en el brazo que sujetaba a Taichi, y lo que vino después fue como ver una pesadilla desmoronarse. El cuerpo se contorsionó, titilando, resquebrajándose en un collage de imágenes rotas. Como si el código que sostenía la farsa se deshiciera a gritos.
—¡Taichi! —gritó, sin voz.
Takeru reaccionó al instante, tirando del castaño con una rapidez que Yamato solo podía agradecer.
Ya está a salvo.
Pero Yamato no soltó el gatillo. No mientras esa cosa siguiera moviéndose.
La impostora cayó al suelo, retorciéndose como la copia de Ken. Pero no había miedo en sus ojos, ni dolor. Solo esa sonrisa torcida, cargada de burla.
—Sabía que serías tú, Ya-ma-to. Ninguno de ellos tiene tanta sangre fría como tú.
Yamato sintió náuseas. La voz era la de Hikari, pero la expresión era… todo lo que ella nunca sería. Luego de eso se desvaneció.
El silencio que siguió fue brutal. Yamato soltó el gatillo lentamente. Sus dedos estaban entumecidos de lo fuerte que estuvo apretándolo. Koushiro, Mimi, Takeru y él exhalaron al unísono, como si todo el aire del mundo hubiera estado retenido hasta entonces.
Sora, Joe y los digimons no habían visto venir lo que acababa de pasar. No tan claro. No tan directo. Las palabras se les atragantaban en la garganta del desconcierto.
Y entonces, Taichi cayó.
Chapter 9: El Rescate – ¿Y ahora qué?
Summary:
Con la impostora fuera de juego, la conexión con Hikari regresa y el equipo sigue su guía a través de los túneles para ir a su encuentro. Eso mientras Yamato cuida de su idiota.
Notes:
Advertencias del capítulo: crisis nerviosa en las escenas iniciales.
Chapter Text
Desde que la encerraron, lo que parecía una eternidad, Hikari había intentado contactar con él. Con ellos. Lo había hecho del único modo que vio posible sin poder moverse ni hablar directamente: haciendo uso de esas habilidades por las que muchos la consideraban una chica extraña. Era como proyectar el pensamiento, estirándose lo más lejos que podía alcanzar.
Era su forma de decirles: sigo aquí. Era su forma de resistir. Pero cuando la impostora apareció, pegada a su mente como un parásito, fue como si le hubieran cerrado la garganta desde adentro y todo cuanto pudo hacer era mirar, paralizada, mientras esa sombra se enredaba alrededor de su hermano.
Por suerte Yamato, con esa determinación de hielo, le disparó antes de que pudiera arrastrarlo lejos de los demás para traerlo con ella. Fue un alivio saber que esa cosa se retorcía y quebraba en mil fragmentos bajo el pulso eléctrico y sentirse capaz de alcanzarlos otra vez.
Pero el alivio duró lo que un parpadeo. La cápsula zumbó a su alrededor, vibrando como si se hubiesen molestado. No entendían cómo seguían fallando contra sus amigos.
Los sensores volvieron a activarse sobre su piel y sobre su mente, presionándola. Volvían a hurgar, registrando todo en busca de algo más, algo que los ayudara a acabarlos.
Hikari podía sentir cómo desmenuzaban cada una de sus memorias. Sus recuerdos aparecían y desaparecían como ecos tras los párpados: su infancia, el primer incidente, Myotismon, el primer viaje al Mundo Digital y los que siguieron. Misiones, peleas, triunfos y pérdidas. Lo observaban todo y a todos, pero el foco estaba cada vez más claro. Una y otra vez volvían al mismo punto: Taichi. Siempre estaba él. Taichi caminando con ella cuando era niña, sosteniendo su mano. Taichi haciendo planes con Koushiro. Taichi discutiendo con Yamato. Taichi partiendo al otro mundo. Taichi… cayendo.
Ese momento.
Ese maldito momento en el que creyó haberlo perdido.
La grieta, el ruido, el silencio. El vacío que se le instaló adentro cuando no lo vio salir enseguida. Cuando nadie sabía qué decir o qué hacer. Cuando incluso el sol pareció apagarse. El momento en que todo se desmoronó.
Repitieron esa escena. Una, otra, otra vez.
Hikari apretó los dientes. No podía moverse, pero quería gritar. Sintió el corazón golpeando con una furia que no podía exteriorizar dentro del líquido cálido y narcótico que la mantenía flotando. Quería gritarles que pararan. Que lo dejaran en paz.
Sus captores parecían satisfechos. Como si ya hubieran reunido todo lo necesario para comprenderlo. Como si ella les hubiese dado la clave para hacerlos temblar.
Eso era lo que más la aterraba. Y a la vez lo que le daba fuerzas.
-o-o-o-
Finalmente, sus piernas cedieron.
Ni siquiera intentó evitarlo. No pudo. El cuerpo dejó de responderle y se desplomó como una marioneta con los hilos cortados. Sabía que estaba en el suelo, sentado de alguna forma, o recostado quizás, pero todo le daba vueltas. El aire se hacía espeso, el pecho le dolía, la garganta se le cerraba. Ahora que había acabado, que ya no necesitaba moverse, resistir, fingir que tenía todo bajo control... entonces es que se descontrola.
El ataque lo arrasa. Se desata frente a todos sin su permiso, sin que pueda detenerlo, sin siquiera haberlo sentido llegar. Y eso solo lo empeora. Siente la mirada de los demás, como si los ojos fueran agujas sobre su piel. Siente vergüenza, rabia, miedo de que lo vean así: descompuesto, indefenso... inútil.
Tan inútil.
—¡Taichi! ‘Chi, ¡aquí estoy! ¡Aquí estoy!
Las palabras le suenan lejanas al principio. Son solo ruido entre el zumbido de su cabeza. Pero entonces están las manos. Esas manos conocidas, grandes y callosas: las manos de Yamato. Lo están tocando con cuidado, pero con firmeza, cuajadas de urgencia. Acunan su rostro, pegando su frente a la suya. Y esa respiración, esa mezcla cálida y agitada, choca contra la suya. Yamato está temblando también, pero está ahí.
—Aquí estoy. —dice su amigo, una y otra vez, como un mantra.
Taichi lo escucha, lo siente, pero no le basta. Se inclina hacia adelante buscando algo más, como si su cuerpo supiera qué hacer aun con la mente nublada. Se esconde en el cuello de Yamato, desesperado por volver a ese lugar seguro, ese rincón de calma que conoció hace apenas unas noches. Ese abrazo que no necesitaba palabras.
—¿Es un ataque de pánico? ¡¿Está teniendo un ataque de pánico?! —preguntó Joe desde algún sitio, al borde de la histeria.
Perfecto. Ahora todos lo saben.
El temblor comenzó como un estremecimiento leve, pero se intensificó rápido. Su cuerpo se puso rígido, el pie ese, el estúpido pie, se tensó como si fuera a romperse. No puedo más. No puedo más. No puedo…
—Apriétame —susurró contra la piel de Yamato. Ni siquiera sabía si realmente lo dijo, pero Yamato lo hace. Lo abrazó con más fuerza, girándolo un poco, como queriendo envolverlo por completo con brazos y piernas, encerrarlo dentro de un capullo de calor y presencia.
Y de pronto Agumon también estaba ahí. Sintió su cuerpo cálido y robusto trepar a su regazo, acurrucándose y apretándolo. Una nueva capa de protección, otro escudo para cubrirlo del mundo.
Pero todavía no bastaba.
Fue entonces, en medio de ese abrazo apretado, que la escuchó otra vez: una voz, una melodía. Su mente tardó en reconocerla, pero su corazón lo supo desde el comienzo.
Era una nana vieja. Muy vieja. Él la cantaba, se la cantaba a Hikari cuando eran pequeños, cuando ella era un bebé en la cuna. Luego, cuando tenía pesadillas y se metía en su cama, él la abrazaba y le cantaba bajito para consolarla y calmarla hasta que se dormía de nuevo.
Y ahora Hikari… Hikari se la cantaba a él.
No entendía cómo, pero la sentía. Estaba cerca, tal vez no físicamente, pero estaba ahí. Con ellos. Con él.
Lentamente, la tormenta en su interior comenzó a calmarse.
-o-
El cuerpo de Taichi finalmente se relajó entre sus brazos, y Yamato dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Sintió cómo el pecho de su amigo se expandía con una respiración profunda y sostenida, cómo el temblor desaparecía poco a poco, hasta que sus latidos se acompasaron con los suyos. No necesitaba un monitor ni un pulso en la muñeca para saberlo. Su cuerpo se lo decía.
Estaba volviendo a él.
Taichi se incorporó lentamente, y Yamato aflojó un poco su agarre. Lo vio pasarse las manos por la cara, barriendo las lágrimas con la habilidad de quien ya está acostumbrado a llorar sin ser visto.
No dijo nada, solo esperó, y cuando sus miradas se encontraron Taichi no tuvo que pedirlo, Yamato inclinó la frente y la apoyó contra la suya, como hacían cuando las palabras eran pocas y los sentimientos demasiados. Su mano se alzó sin pensarlo, buscando la nuca de Taichi. Enredó los dedos en su cabello, acariciándolo con una ternura que no necesitaba esconderse.
Sabía que los demás estaban ahí, que los observaban e intercambiaban esas miradas llenas de preguntas sin respuesta: ¿Qué significaba eso? ¿Desde cuándo? ¿Cómo sucedió? Pero Yamato no les dijo nada. No aún. Que pensaran lo que quisieran, tenían tiempo para explicaciones después.
Entonces Taichi se apartó. Yamato temió que se pusiera de pie enseguida, que volviera a plantarse la máscara del líder competente y hacer como si nada hubiera pasado, que fuera directo a Koushiro a planear el siguiente paso, como siempre hacía.
Pero no lo hizo. Solo se giró un poco en sus brazos y buscó a Takeru. Su voz era débil, pero cargada de certeza.
—La escuchaste. —No fue una pregunta.
Takeru asintió.
—Nos está llamando —dijo su hermano con una quietud solemne. Con esa determinación que a veces nacía solo del amor, agregó—. Hay que ir por ella.
-o-
Taichi esperaba no estar equivocándose.
La sensación lo recorrió como una descarga eléctrica, apenas unos segundos después de volver la vista hacia Takeru. Esta vez no era solo la voz. Era algo más fuerte, más urgente. Como una pulsión que tiraba de ellos con firmeza en una dirección muy clara.
—Vamos —dijo Takeru, tocándole el codo con apremio, los ojos brillando con esa mezcla de convicción y esperanza que Taichi le conocía bien. El chico ya había girado, listo para correr hacia donde sus entrañas le indicaban.
Pero lo detuvo antes de que pudiera dar dos pasos.
—Espera.
Takeru se giró, confundido, con el ceño fruncido. Taichi lo entendía. Él también quería lanzarse sin pensar una vez más, correr tras la voz de su hermana hasta dar con ella. Pero no podía, por más que quisiera, por más que todo su cuerpo le gritara que debía moverse ya.
Porque él era el líder, y esa carga invisible que traía desde niño seguía pesando sobre sus hombros. Sabía que sus amigos lo seguirían, siempre lo hacían. Porque confiaban en que tomaría buenas decisiones, porque lo creían capaz. Y no podía traicionar esa fe solo arrastrándolos tras él en una carrera a ciegas por un laberinto repleto de peligros.
Tenía que preguntar primero al menos.
Se giró hacia los demás. Todos lo miraban, esperando sin decir nada. En sus ojos había incertidumbre y preocupación, muchas preguntas que se acumulaban en el aire sin atreverse a salir; pero también había comprensión, cariño. Esa especie de pacto silencioso que los unía más allá de lo que podían explicar. Lo miraban como sabiendo lo que estaba a punto de decir y estuvieran dispuestos a aceptarlo sin contemplaciones.
—Chicos, yo... sé que parece una locura… —empezó, con la voz un poco más débil de lo que hubiera querido.
Sora lo interrumpió.
—No importa lo que parezca, Taichi. Es Hikari. Vamos contigo.
Mimi asintió con las manos en la cintura, más determinada de lo que solía mostrarse.
—Ya estamos aquí, ¿no? No vamos a irnos con las manos vacías, no sin intentar un último disparate.
—Estoy de acuerdo —añadió Joe, acomodándose los lentes—. No es como si no dependiéramos de locuras y milagros la mayoría del tiempo.
—¡Oye! —se quejó Koushiro con una mano en el pecho, fingiéndose ofendido.
Una pequeña carcajada se apoderó de todo el grupo, disipando finalmente la tensión que los había estado envolviendo. Taichi también rio, sintiéndose más liviano.
Pero no tuvieron más tiempo para relajarse, porque un gran estruendo hizo temblar el suelo bajo sus pies. Todos giraron de inmediato. Desde el túnel de la izquierda, al fondo del pasillo, un rugido sordo y grave retumbó tan profundo que pareció nacer desde las entrañas de la tierra.
El instinto lo hizo buscar a Yamato, que le devolvió la mirada con urgencia, comenzando a levantarse del suelo. Luego volvió la vista a Takeru, que ya estaba con Angemon listo para lanzarse a la carrera.
El menor asintió. Y Taichi no esperó más.
—¡Andando, ya! —ordenó, la voz firme por encima del temblor.
-o-o-o-
Lo que fuera que los había estado esperando al final del pasadizo los había perdido, al menos por ahora. Una de las tantas vueltas inesperadas que Taichi y Takeru los hicieron tomar había sido suficiente para despistar a lo que fuera esa cosa. Ojalá durara.
Apenas el estruendo se dejó oír, Yamato no dudó en hacer evolucionar a Gabumon. Ni un segundo le dio a Taichi para protestar antes de que Garurumon lo alzara como si fuera una bolsa de papas testaruda. No iba a dejar que su idiota favorito se desgarrara una pierna en plena carrera por insistir en correr cuando apenas podía sostenerse en pie. Takeru tomó el frente, volando en brazos de Angemon con esa determinación grave que solo aparecía en sus ojos cuando se trataba de Hikari.
Ahora, sin embargo, la carrera frenética se había transformado en una caminata decidida, silenciosa, pero constante.
Taichi se mantenía prácticamente recostado sobre el lomo cálido de Garurumon, medio dormido, medio alerta, con los ojos entrecerrados pero atentos a cada bifurcación. Yamato caminaba a su lado, una mano sobre su pierna por si necesitaba afirmarse.
Takeru guiaba el rumbo, sus pasos seguros pese a lo incierto del camino, y detrás de él iban todos los demás. Parecía moverse por instinto, asomándose por cada intersección oscura, deslizándose dentro de túneles estrechos que a Yamato le daban mala espina. Cada desvío parecía una trampa, una boca abierta esperando tragarlos, pero ni Takeru ni Taichi dudaban en la ruta escogida.
Algo los llamaba.
Yamato intentaba mantenerse optimista, pero su mente no lo dejaba en paz.
Todo esto... todo esto podría ser real. Hikari. Su voz. El impulso extraño que parecía guiarlos. Yamato quería creerlo, quería confiar en esa posibilidad, aferrarse a ella como el resto. Pero no podía dejar de pensar en lo otro. En que todo eso fuera otro maldito truco. Otro de esos juegos mentales con los que Yggdrasill los había estado golpeando una y otra vez.
Si esa voz también lo era… si estaban siendo llevados directo a una trampa… No sabía si podrían soportarlo. Ya no.
Más atrás, escuchó a Koushiro suspirar por enésima vez, sus ojos fijos en la pantalla que seguía mostrándole datos corruptos, zonas en negro, ruido digital que no podía limpiar. Trabajaba sin descanso para volver a tener ojos sobre el mapa, para que no caminaran a ciegas.
—¿Cómo vas? —preguntó Yamato en voz baja, apenas girando la cabeza hacia Koushiro.
El genio no apartó la vista de la pantalla, pero negó con la cabeza, frustrado.
—Al menos descubrí cuándo se originó el problema. Fue al conectarme al panel en la sala donde encontramos a la falsa Hikari. Pero sospecho que desde la incursión a la primera sala de control pueden haber introducido información falsa para guiarnos directamente allí.
Yamato soltó un suspiro breve. No era una solución, pero sí un punto de partida. Saber que no estuvieron siendo manipulados durante días o semanas, sino apenas unas horas, era un alivio. Un hilo al que aferrarse.
—Estoy intentando regresar a un estado anterior del sistema —añadió Koushiro—, pero me tomará algún tiempo…
—Yamato.
El jadeo fue tan bajo que apenas lo escuchó, pero lo sintió, como si el cuerpo a su lado le hubiera avisado antes de que la voz saliera.
Giró enseguida.
—¿Qué sucede?
Taichi tenía los labios apretados, y su frente brillaba con una fina capa de sudor. Estaba más pálido de lo que recordaba, los ojos entrecerrados no por el cansancio, sino por puro dolor.
—Dile a Joe... que necesito los analgésicos. Ahora —alcanzó a decir, cada palabra empujada fuera de su boca por puro aguante y terquedad.
Yamato sintió cómo una ola de rabia le golpeaba el pecho. No por el dolor de Taichi, sino porque el imbécil se lo había estado callando. Porque lo había visto así durante tanto tiempo y no lo notó antes. Porque él, que lo conocía mejor que nadie, no había sabido distinguir la extenuación del sufrimiento.
Por un momento quiso gritarle, empujarlo, zarandearlo por ser tan estúpido. Pero solo apretó los dientes.
No ahora.
—Aguanta —le dijo, casi en un gruñido. Se detuvo en seco y alzó la voz—. ¡Joe! ¡Ven aquí!
Extendió el brazo hacia Takeru, frenándolo con firmeza. El menor lo miró sorprendido, pero luego notó el rostro de Taichi y no dijo nada más.
—¿Empeoró? —preguntó Joe, visiblemente alterado, apurándose hacia ellos mientras se descolgaba el bolso del hombro.
—No puede seguir fingiendo que está bien —siseó Yamato, sin apartar los ojos de Taichi—. Está al límite.
Con cuidado, ayudó a bajarlo del lomo de Garurumon, quien se recostó en el suelo para facilitarles la tarea y hacer de respaldo.
Taichi apenas logró mantenerse sentado. Apretó los dientes, intentando no mostrar cuánto le dolía, pero fue inútil. Cuando Joe le movió el pie para revisarlo, soltó un jadeo que casi fue un grito.
Yamato maldijo en voz baja.
—Esa perra... —murmuró entre dientes, los puños apretados al recordar a la impostora colgada del brazo de Taichi, lo obligándolo a cargarla sobre ese pie.
Los demás se acercaron, cerrando el círculo con expresiones de preocupación y tensión. Agumon se frotaba contra el costado de su compañero con un quejido bajito, y Taichi le acariciaba el hocico sin dejar de fruncir el ceño.
Yamato notó los ojos tristes de Garurumon justo detrás. Había demasiada culpa en ellos.
“Yo lo hice caer... que se lastimara”, le había dicho Gabumon antes de partir del mundo real, luego de ofrecerse a cargar a Taichi durante la misión. Esa espina seguía clavada.
—Te daré algo fuerte —anunció Joe mientras sacaba una jeringa de su bolso—. Tal vez te atonte un poco, pero el dolor debería ceder enseguida.
—Mejor eso... a que me desmaye —intentó bromear Taichi, con una mueca que apenas se sostenía por el orgullo.
Pero no era gracioso. Nadie rio.
Yamato se agachó a su lado mientras Joe aplicaba la inyección. Lo observó sin decir nada, atento a la respiración entrecortada de su amigo que apenas luego de unos segundos comenzó a volverse más lenta y profunda. El alivio era tenue, pero real. Y mientras el dolor retrocedía en el cuerpo de Taichi, el peso de la rabia y la angustia seguía creciendo en el suyo.
-o-o-o-
Estuvieron un buen rato más detenidos, para el creciente fastidio de Taichi.
El calmante había hecho efecto casi de inmediato, devolviéndole claridad a la cabeza, enfriando el ardor punzante del pie hasta volverlo una molestia distante. Pero Joe insistía en aplicar hielo para bajar la inflamación, y antes de que pudiera quejarse, Garurumon ya había sellado su tobillo al suelo con una ráfaga helada que le dejó los dedos entumecidos y a Yamato macabramente satisfecho.
El rubio se había sentado frente a él con los brazos y piernas cruzados como una estatua de juicio. Desafiante. No decía nada, pero tampoco hacía falta: bastaba con la forma en que lo miraba para dejarle claro que estaba furioso. Mucho. Taichi evitaba sus ojos a toda costa. Sabía que en cuanto lo mirara, Yamato le mostraría los dientes, tal como lo había hecho otras veces, pero en esta ocasión con una dosis extra de rabia porque no le había dicho nada. Porque había aguantado. Como un tonto.
Así que, en lugar de eso, desvió la vista hacia Takeru que se había dejado caer a su lado, apoyado contra el suave pelaje de Garurumon. Parecía tan frustrado como él, con los ojos apenas abiertos y los labios tensos.
Se miraron.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Takeru, y su angustia era tan clara que Taichi se sintió mal por estar aumentándola.
—¿Yo? Me siento de maravilla. Fresco como una lechuga —dijo en tono burlón, haciendo un gesto exagerado al bloque de hielo envolviéndole el pie, intentando subirle el ánimo.
Funcionó. Takeru meneó la cabeza, una pequeña sonrisa tirando de la comisura de sus labios. No era mucho, pero era algo.
Yamato, en cambio, soltó esa risa irónica y desagradable que tanto había querido escuchar la última vez que pararon, pero que ahora sonaba como una bofetada.
—Hazme un favor y dile a tu hermano que deje de molestarme —dijo sin dejar de mirar a Takeru.
—¡¿Yo te molesto?! —saltó Yamato, escandalizado, y le propinó una patada seca en la pierna buena. Taichi apenas alcanzó a encogerse—. ¡Imbécil! ¡Prometiste que me dirías si pasaba algo!
—No, prometí que te diría si escuchaba algo. Los dos lo hicimos —replicó, señalando entre él y Takeru.
Yamato no parpadeó. Seguía mirándolo fijo, con los ojos más oscuros que de costumbre, y Taichi supo que había metido la pata hasta el fondo. No porque Yamato estuviera enojado, sino porque estaba herido. Y eso era peor.
—Perdón —se rindió al fin, bajando los hombros y la mirada. El peso de la culpa arrastrándolo—. En serio, con toda la situación... no me di cuenta cuándo empeoró tanto. Y luego hubo que huir. Y luego no quería retrasarnos otra vez. Pensé que podía aguantar hasta que pasara.
Las palabras salían atropelladas, sinceras. Pero no ayudaban. Yamato seguía con los brazos cruzados, con esa expresión de quien está juntando argumentos para escupírselos todos juntos apenas se calle.
—Sabes que no me gusta cuando tienen que preocuparse por mí. Me hace sentir inútil.
Inútil. Una de las tres cosas que más odiaba sentirse, de las que más se resistía a ser.
Y ahí estaba: frenando la marcha, obligando al grupo a detenerse por su culpa. Sin poder ponerse de pie por su cuenta. Sin plan, sin mapa, sin más guía que ese impulso que ardía en su pecho, absurdo, intangible, que le susurrara que debía seguir, y que seguía solo con la esperanza de que lo llevara hasta Hikari.
Yamato soltó el aire, y bajó los brazos. La furia seguía en su cara, pero la dejó ir lo suficiente como para que no se sintiera como una condena.
-o-o-o-
Avanzaron otro trecho sin hablar demasiado. Taichi parecía dispuesto a fingir que podía caminar, pero Yamato no se lo permitió.
La siguiente área parecía un conjunto de bodegas. El lugar estaba lleno de tierra y cajas vacías, con techos altos y una humedad pesada en el aire, pero al menos parecía seguro. Cuando Takeru confirmó que no sentía nada sospechoso, Yamato dio la orden: ahí iban a parar y descansar, les gustara o no.
Taichi abrió la boca, probablemente para decir que tomaría la primera guardia como de costumbre, pero Yamato levantó una mano y lo calló antes de que siquiera empezara.
—Tú te duermes. Yo me quedo de guardia.
Taichi masculló algo entre dientes, pero obedeció. Takeru le ofreció su hombro para acomodarse y ambos se metieron bajo una de las mantas térmicas, con Agumon y Patamon acurrucados a sus costados. Pronto el castaño cayó dormido, rendido más por el agotamiento que por voluntad propia.
Uno a uno, los demás fueron encontrando lugar para recostarse. Joe acomodó a Gomamon cerca y se durmió enseguida, las chicas estuvieron un rato murmurando entre ellas antes de cerrar los ojos, y hasta Tentomon pareció apagarse. Koushiro fue el único que quedó despierto, refugiado en una esquina donde la luz de la pantalla no llegara a molestar a nadie. Las teclas de su portátil repiqueteaban con suavidad.
Yamato se sentó cerca de la entrada, atento, con los brazos cruzados sobre el pecho. Gabumon se dejó caer junto a él en silencio, tan quieto que Yamato casi creyó que también dormía, hasta que la tenue luz del ambiente reflejándose en sus ojos lo delató.
—Deberías descansar. Fuiste el que más trabajo hizo hoy. —murmuró Yamato.
—No tengo sueño.
La voz de Gabumon fue tan suave como siempre, pero con una nota extraña que Yamato no pudo descifrar al inicio. Se lo quedó mirando y notó que miraba fijamente en una dirección: Agumon y Taichi.
—No fue tu culpa —le dijo en voz baja.
Gabumon se hundió en su lugar, sin responder. Sus ojos seguían fijos en Agumon, que dormía profundamente con una pata sobre el costado de Taichi.
—Fue mía —insistió Yamato—. Yo te hice atacarlos. Yo lo decidí. Tú no querías hacerlo.
—Pero lo hice —susurró Gabumon, sin alzar la vista—. Obligué a Agumon a pelear conmigo. Otra vez. Lo forcé. Y Taichi se cayó, y se lastimó… y ahora Agumon está preocupado, y triste porque no puede ayudarlo. Porque Greymon es muy grande para pasar por los túneles. Y si sigue como WarGreymon va a agotar más a Taichi…
Yamato apretó los dientes. La mandíbula le dolía. Las palabras de Gabumon eran un reflejo de su propia culpa.
Recordó exactamente lo que había dicho entonces, con frialdad calculada. "Lo que menos necesitaremos es que Greymon se estrelle contra las paredes." Sabía que le dolería a Taichi. Y ahora no podía dejar de pensar si Agumon también lo había escuchado.
Maldita sea.
—Él ya me perdonó —agregó Gabumon, su voz apenas un murmullo—. Pero ellos siguen sufriendo por lo que hice. Y eso me hace sentir más culpable.
Yamato estiró la mano y la apoyó sobre su cabeza, acariciándolo suavemente. No dijo nada, porque no había nada que pudiera decir que realmente sirviera.
El sonido de unos pasos rápidos lo sacó del momento. Koushiro se acercaba desde el rincón donde estuvo trabajando con la laptop, los ojos muy abiertos detrás del reflejo de la pantalla, la respiración agitada.
—¿Qué pasa? ¿Lo lograste? —preguntó Yamato en cuanto lo vio, bajando la voz lo más posible sin dejar de sonar urgente.
Koushiro negó con la cabeza antes de sentarse a su lado, lo suficientemente cerca como para hablar en susurros.
—No exactamente —dijo—. Solo pude restablecer la conexión con los chicos en el mundo real. La señal es inestable, pero funciona.
Gabumon alzó la cabeza, atento. Yamato se inclinó un poco hacia él.
—En cuanto restablecí la conexión, recibí varios mensajes de Ken. Parece que alguien más entró al servidor de mi oficina.
—¿Qué? —Yamato se tensó de inmediato.
—No sabe quién fue ni qué más hicieron, pero… Nyaromon y Budmon ya no están.
Yamato se quedó en blanco un segundo. Luego sus ojos buscaron los de Koushiro, como si ahí pudiera confirmarse lo que ninguno quería decir en voz alta.
—¿Crees que intenten… usarlos contra nosotros otra vez?
—Es lo más seguro. Ahora tienen también la matriz de pensamiento de Hikari, podrían usarla para influir en Tailmon como hicieron con la de Ken para forzar la evolución de Stingmon.
Yamato se estremeció. Sintió que algo invisible le arañaba la espalda.
Un movimiento súbito en la habitación los hizo girarse de golpe.
Taichi y Takeru se incorporaron al mismo tiempo con una inhalación ahogada. Estiraban las manos el uno hacia el otro, encontrándose a ciegas y aferrándose del brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Yamato. Su voz sonó más fuerte de lo que quería, cortando el aire y despertando a los demás.
La pregunta pareció traer a los dos chicos al presente. Sus miradas se enfocaron por fin. Taichi se dejó caer sobre los codos con un largo suspiro, mientras Takeru se frotaba el brazo donde el castaño lo había agarrado.
Ambos intercambiaron una mirada, y entonces se volvieron hacia ellos.
—Hikari nos dijo algo —dijo Takeru, su voz clara.
-o-o-o-
Taichi no sabría decir en qué momento dejó de soñar con nada y empezó a soñar con ese lugar. No había cielo ni suelo ni paredes, solo un espacio en blanco absoluto que no lo cegaba ni lo asustaba, más bien lo calmaba, como si lo envolviera en una paz que no había sentido en días, semanas. A su lado estaba Takeru, y el simple hecho de verlo ahí, como si también supiera que aquello no era real pero que estaba bien, lo hacía sentir aún más tranquilo.
—¿Dónde estamos? —preguntó el menor, con la voz baja, casi como si temiera romper el silencio perfecto.
Taichi iba a responder, aunque no tenía idea, pero entonces algo cambió. Una figura apareció frente a ellos, materializándose entre esa nada brillante como si siempre hubiera estado ahí, solo que ellos no la hubieran podido ver hasta entonces.
Hikari.
Corrió hacia ellos sin decir nada, y ellos también corrieron a su encuentro. Taichi la abrazó con fuerza. Takeru la envolvió también con los brazos y, por un instante, fueron solo ellos tres, juntos de nuevo, como si todo lo demás hubiera sido una pesadilla ajena.
—Todavía te acuerdas de esa canción —jadeó Taichi, sonriendo, incapaz de soltarla.
—Sabía que ustedes me escucharían, que la reconocerían —susurró Hikari, apretándose más contra su hermano. Su voz temblaba de emoción y de alivio.
Taichi notó que ella estaba más pálida. No parecía herida, pero algo en su energía le decía que estar allí le costaba. La apretó un poco más, como si pudiera anclarla a su pecho.
—No puedo quedarme mucho tiempo —dijo entonces, separándose lo justo para mirarlos a ambos a los ojos.
Takeru frunció el ceño, preocupado. Taichi solo negó con la cabeza, rehusándose a aceptarlo.
—He intentado guiarlos por el camino más seguro. Los he escondido de su vista tanto como he podido... pero ya saben que vienen. Yggdrasill sabe. Sabe que me encontrarán tarde o temprano, y los está esperando.
—¿Esperando cómo? —preguntó Taichi, su cuerpo entero tensándose.
—Con sus copias —respondió ella—. Algunas son más fuertes, más completas. Pero deben tener cuidado. Yggdrasill quiere capturarlos para conseguir más matrices. Pero no los necesita a todos ustedes.
Las palabras se hundieron como piedras en el pecho de Taichi. La voz de Hikari, aunque firme, estaba teñida de urgencia.
Entonces, sin aviso, el suelo -si es que había suelo- empezó a temblar. La blancura se resquebrajó como si algo gigantesco estuviera empujando desde afuera, buscando colarse.
El aire dejó de sentirse seguro. La calma se evaporó.
—Tienen que irse —dijo Hikari, justo antes de desvanecerse. Su figura se volvió luz por un segundo, luego sombra, luego nada.
Y también se apagó la claridad del lugar, tragada por una oscuridad súbita.
Taichi y Takeru comenzaron a correr sin saber hacia dónde, apenas guiados por el instinto. El temblor se volvía más violento a cada segundo, y el suelo se inclinaba, traicionero, como si quisiera tragarlos. Se aferraron el uno al otro para no caer.
Y entonces, con un último sobresalto, despertaron.
-o-o-o-
Yamato lo dijo sin mirarlo.
—Necesito hablar contigo. A solas.
Se puso de pie sin esperar respuesta y cruzó la salida de la bodega como una sombra larga y tensa, sin girar la cabeza.
La frase cayó como un balde de agua fría luego de la conversación que tuvieron entre todos para pensar en lo que harían. No hubo rabia en su voz, pero sí una rudeza que se sintió como un empujón en el pecho.
Taichi intercambió una mirada con los demás. Takeru lo miraba con el ceño fruncido y una mueca nerviosa. Koushiro solo se encogió de hombros y bajó la vista a su laptop, como siempre hacía cuando sabía que era mejor no intervenir. Sora le dio varias palmaditas en el hombro, dándole ánimos.
Sus piernas se movieron antes de que pudiera decidirlo del todo. Salió al exterior con los músculos tensos, preparado para lo peor: una discusión, una explosión, una nueva ronda de reproches por no haber dicho lo suficiente antes, por seguir tomando decisiones impulsivas, por lo que fuera. Porque siempre había algo. Porque era Yamato.
Lo encontró a unos pasos detrás de la bodega, de espaldas a él, con los hombros rígidos. La penumbra irregular del túnel lo cortaba en líneas de sombra y luz.
Taichi respiró hondo antes de terminar de acercarse, alistando sus palabras de disculpa. Pero no alcanzó a decir nada porque Yamato se giró y lo atrapó. No hubo reproches ni puños elevándose, solo el golpe silencioso de su cuerpo contra el muro y una boca estrellándose contra la suya con un ansia que le robó el aliento.
Taichi jadeó contra sus labios, sin entender.
—¿Qué…? Espera, Yama… —murmuraba entre besos que no cesaban—. Los demás están adentro.
Pero Yamato no paró. Sus manos se colaron bajo su camiseta como si buscaran algo perdido. Lo apretó más contra el muro, pegando todo su cuerpo al suyo. No era solo deseo, había buena parte de ansiedad, miedo, furia canalizada en caricias impacientes y temblorosas.
Taichi le sostuvo el rostro entre las manos, intentando frenarlo, bajarle el ritmo. Pero Yamato se aferraba a él como si cualquier pausa pudiera hacerlo estallar.
—No me importa si nos ven. Ya no me importa, solo quiero... —gruñó Yamato sobre su boca, apretando un puño en el muro junto a su cabeza. Abrió los ojos, mirándolo con esos potentes ojos azules—. Solo quiero salir de aquí. Que esto se acabe y podamos… ¡Ash! ¡Solo quiero que se acabe! ¡Que nos dejen en paz de una maldita vez! ¡¿Por qué eso es tan difícil?!
Taichi sintió el peso de esas palabras y se dio cuenta que el rubio estaba al límite. Que luego de tantas semanas de constante presión, incluso la poca sensatez y autocontrol que le quedaban se estaban derrumbando.
Él lo besó esta vez, sin prisa, y Yamato respondió con sus dedos bailando sobre su piel, hasta que poco a poco bajaron el ritmo. El aliento comenzó a calmarse también.
—Vamos a salir de esta —le prometió Taichi contra la piel de su cuello, aunque no sabía cómo, ni si sería cierto.
Yamato asintió.
Chapter 10: La batalla – Un inicio alentador
Summary:
El equipo sale a la superficie y la batalla contra las copias de Daisuke y los demás comienza. Mientras Taichi se queda liderando el grupo de contención, Takeru guía a los demás hasta Hikari.
Chapter Text
Taichi salió del túnel con el corazón retumbándole en el pecho. El aire se sentía más liviano allí afuera: seco, y caliente, con una leve brisa que levantaba pequeñas nubes de tierra.
Desde la terraza elevada donde se encontraban, podía ver casi todo el tajo de la mina. Había múltiples terrazas derrumbadas, pendientes de tierra suelta, escombros humeantes… y más allá a la derecha, las instalaciones industriales ennegrecidas por el mineral.
Sus ojos se clavaron allí, donde Takeru apuntaba con seguridad.
—Es ahí —afirmó el chico, sin titubeos.
Taichi quiso compartir esa certeza. La conexión con Hikari, que antes lo guiaba como una brújula interna, era ahora apenas un murmullo confuso, un eco debilitado. Como si Hikari estuviera demasiado lejos para llamarlo, o demasiado débil para gritar.
Volteó hacia Takeru, que cerraba los ojos un instante, como escuchando algo más allá del viento, y luego asintió otra vez, completamente seguro.
De acuerdo, pensó, apretando los puños. Confío en ti.
Apenas terminó de pensarlo, el primer obstáculo surgió ante ellos.
Desde la entrada de un túnel en una de las terrazas inferiores emergieron las copias de Daisuke, Ken, Miyako y Hikari, junto a sus digimon. ExVeemon plantó ambos pies en el suelo, irradiando confianza. Stingmon extendió los brazos haciendo relucir sus garras. Más arriba, Halsemon surcó el aire en espirales veloces, y Nefertimon flotó grácilmente, sus alas plateadas lanzando destellos entre las nubes de polvo.
Los cuatro chicos parecían tan… vivos. Tan reales. La confusión palpitó entre sus filas y Taichi pensó que los habrían engañado perfectamente si no fuera porque se habían encontrado antes con la falsa Hikari.
—¡Taichi-senpai! —saludó Daisuke, agitando una mano con esa energía desenfrenada que tanto lo caracterizaba.
Por un instante, Taichi sintió el impulso absurdo de levantar la mano y devolver el saludo, como si todo eso fuera real, como si Daisuke realmente estuviera allí. Se contuvo a tiempo, bajando los hombros y cerrando el puño.
—Hasta que llegan, hombre —continuó la copia de Daisuke, sonriendo—. ¡Me tenías preocupado!
Taichi tragó saliva.
—Sí, tu amiga nos retrasó un poco —replicó.
Lanzó una mirada breve pero inevitable hacia la copia de Hikari, que le sonrió de forma tranquila, como si todo aquello fuera una reunión entre amigos y no un campo de batalla. La incomodidad se le anudó en el estómago.
—¿Kou...? —murmuró, casi sin pensar, buscando desesperadamente la seguridad de Koushiro, la frialdad lógica de su amigo.
El chico ya había renunciado a poner en funcionamiento su computadora, y ahora escudriñaba el terreno con ojos clínicos, buscando patrones, rutas de escape, posibilidades.
Pero no le dieron oportunidad de decir nada. Antes de que pudieran moverse, antes siquiera de que pudieran prepararse, un relámpago verde y cortante disparado por Stingmon silbó en el aire y estalló a unos metros delante de ellos, levantando una nube de polvo y piedras.
Todos se lanzaron en diferentes direcciones, buscando refugio instintivamente. Taichi apenas había comenzado a impulsarse hacia la derecha, donde creía ver una posible cobertura, cuando sintió una mano aferrarlo con fuerza.
—¡¿Qué...?!
No tuvo tiempo de protestar. Yamato lo arrastró en dirección contraria, casi haciéndolo tropezar, y lo empujó tras una formación rocosa que emergía torcida del suelo agrietado. Se dejó caer pesadamente contra la piedra caliente, recuperando el equilibrio justo a tiempo para ver a Takeru lanzarse tras ellos, casi como si también lo hubieran arrastrado.
Yamato se puso sobre él, prácticamente cubriéndolo, escaneando la situación con rapidez.
Muévete.
Taichi lo apartó lo suficiente para poder incorporarse y buscar con la vista a los demás, que hacían lo propio por cubrirse de un segundo ataque.
Respiró hondo, intentando bajar el ritmo frenético de su corazón. Se obligó a centrar la cabeza en el presente, en lo que discutieron antes de venir, en lo que había que hacer, lo que podía hacer para mantenerlos con vida. Habló en voz clara y firme, proyectándola para que los demás lo oyeran pese al ruido de los digimons moviéndose más adelante.
—¡Okey, tres equipos!
Hizo una pausa corta, asegurándose de tener su atención.
—Takeru, Mimi y Joe: ustedes forman el grupo de rescate —indicó rápido, señalando hacia la derecha, donde las instalaciones esperaban—. Takeru, tú guías. Eres quien puede encontrar a Hikari. El resto los cubriremos.
Los tres asintieron casi al mismo tiempo, serios. Taichi los miró un segundo más. Tenían que llegar.
—Yamato y yo al frente. ¡Corte pesado! Vamos directo contra ExVeemon y Stingmon —continuó, girando sobre su posición—. Sora, Koushiro, defensa aérea. Halsemon y Nefertimon son veloces, no las dejen moverse a gusto.
Cada uno asintió en su lugar, aceptando su rol sin necesidad de más explicaciones. Agumon, a su lado, soltó un pequeño rugido de aliento.
La roca tras la que se escondían crujió al recibir el impacto de un nuevo ataque, haciendo temblar el suelo bajo sus pies. No había más tiempo.
—¡Ahora! —bramó Taichi, empujándose hacia adelante.
Como una sola unidad, los equipos se movieron.
A su derecha, vio a Joe montando ágilmente sobre Ikakkumon, quien de inmediato se lanzó en carrera, su cuerpo pesado y estable como un tanque entre el terreno roto. Mimi trepó sobre Togemon, que avanzaba con pesados y rítmicos saltos. Angemon, con Takeru sobre su hombro, se impulsaba volando cerca del piso frente a todos ellos.
No pudieron llegar muy lejos sin que los enemigos reaccionaran.
—¿Dónde creen que van? Apenas si nos habíamos reunido —gritó la copia de Daisuke, su voz demasiado alegre, demasiado real.
Taichi vio a ExVeemon girar bruscamente y lanzarse en carrera hacia el grupo de rescate.
—¡Yamato!
—¡Lo tengo! —respondió su amigo, adelantándose con Garurumon, que aceleró de inmediato para interceptarlo.
El choque fue brutal: ExVeemon rugió, detenido en seco por una embestida que lo lanzó de regreso varios metros.
Taichi no perdió tiempo. Agumon saltó junto a él, su cuerpo brillando mientras evolucionaba a Greymon en pleno movimiento. Corrió paralelo a su compañero, que se abría paso con determinación.
Apenas alcanzó a ver por el rabillo del ojo cómo Sora y Koushiro se desplegaban hacia los flancos. Birdramon remontó el vuelo con poderosos aletazos, elevándose alto para cortar cualquier intento de sobrevuelo. Kabuterimon se posicionó como un muro vivo, sus descargas zumbando en el aire para mantener a raya a Halsemon y Nefertimon, que ya intentaban rodearlos.
Todo sucedía a una velocidad alucinante.
Un proyectil pasó silbando tan cerca de su oído que sintió el calor del roce. Se agachó instintivamente y rodó hacia un lado. Greymon rugió en respuesta, cubriéndolo con una llamarada que mantuvo a Stingmon a distancia.
Yamato reapareció junto a él enseguida, su rostro endurecido, cubierto de polvo y sudor, pero su mirada tan afilada como siempre.
—¡Ya casi llegan! —anunció Yamato, jalándolo de un brazo para levantarlo del suelo y cubriéndolo mientras se hacían a un lado para evitar el choque de Stingmon y Garurumon.
Taichi se arriesgó a mirar fuera de la pelea. El grupo de rescate se acercaba ya a la entrada de las instalaciones.
Solo un poco más.
Tensó los puños, con el corazón acelerado.
—¡Vamos, Greymon! —animó, girándose a su compañero—. ¡No los dejaremos pasar!
Greymon y Garurumon se abalanzaron juntos sobre sus contrincantes y el intercambio de golpes continuó por otros intensos minutos. ExVeemon y Stingmon no cedían terreno tampoco, y el aire se llenaba de destellos, rugidos y el sonido pesado de golpes que retumban en el suelo y los obligan a moverse constantemente.
Taichi sentía la presión en su tobillo con cada nuevo movimiento, pero no podía permitirse que eso lo detuviera, debía mantener la concentración y seguir moviéndose.
En ese momento, el comunicador del digivice emitió un pitido y se escuchó la voz de Takeru, con un tono apurado pero triunfante.
—¡Ya estamos dentro! —dijo el chico del otro lado.
Fue un alivio en el corazón de Taichi. Miró a Yamato, quien también había escuchado el mensaje. Las palabras no fueron necesarias; sus miradas se cruzaron, y un entendimiento mutuo los impulsó a actuar.
—¡Con todo! —gritaron al mismo tiempo.
Y así el grupo de contención pasó a la ofensiva.
Greymon embistió hacia ExVeemon con una fuerza brutal, aprovechando el momento en que Garurumon, con su velocidad, interceptaba el ataque de Stingmon, bloqueando el contragolpe con una precisión exacta. Los otros dos digimons se tambalearon hacia atrás, sorprendidos por la brutalidad de los ataques. Pero no dieron tregua.
En el aire, Birdramon seguía enfrentando a Halsemon y Nefertimon, que intentaban dividirse para atacarlos desde distintos ángulos. Sora, con su mirada fija y su mente clara, usó el vuelo de Birdramon para mantener a las dos a raya, frenando sus movimientos con ráfagas que los hacían zigzaguear y perder precisión. Koushiro, desde el suelo, analizaba las técnicas de las Armor Digimon y confirmaba lo que ya sospechaba.
—¡Son más ágiles, pero no tienen la fuerza de un digimon adulto! —le dijo Koushiro a Sora, unos pasos por delante de él—. Si logramos atinar varios golpes directos, podremos vencerlas.
—¡Mantengamos la presión entonces! —gritó Sora.
ExVeemon se lanzó al frente, intentando cortar distancia rápidamente, pero Garurumon estaba listo. Con un giro inesperado se interpuso, golpeando con precisión, mientras Greymon aprovechaba el momento para una nueva llamarada, obligándolo a volver atrás.
—¡Eso es! — gritó Taichi.
La sincronización de Greymon y Garurumon se había convertido en un flujo natural, un baile de potencia y agilidad que dominaba el campo. Ganaban terreno de manera notoria. Cada golpe, cada avance, debilitaba más la línea de las copias, que comenzaban a inquietarse.
—¡Vamos, ExVeemon, no podemos quedar mal frente a los mayores! ¡Tenemos que demostrarles lo fuertes que somos! —gritó el falso Daisuke levantando los puños, notoriamente frustrado.
Taichi sonrió, una idea loca formándose en su cabeza. Sin perder tiempo, se inclinó hacia adelante y alzó la voz con una energía provocadora.
—¡Eso es, Daisuke! ¡Muéstrame lo que tienes! ¿Dónde quedó el chico que decía que quería superarme?
El falso Daisuke brilló con una mezcla de orgullo infantil y desesperación. ExVeemon también se tensó, respondiendo a esa energía.
—¡ExVeemon, ¡combo especial! ¡Vamos a dejarlos boquiabiertos!
Ambos empezaron a actuar de manera más impulsiva tratando de impresionarlos, lanzando ataques más grandes, pero menos controlados y descuidando la cooperación con Stingmon y Ken.
Yamato, siempre atento, captó la estrategia al instante. Sin esperar indicaciones, asumió la coordinación de su equipo.
—¡Garurumon, cubre el flanco izquierdo! ¡Greymon, por el frente, rápido!
Sus compañeros se movieron como uno solo. Garurumon derribó un ataque lateral de Stingmon con una embestida, dejando a Greymon libre para lanzar un potente Mega Flame que obligó a ExVeemon a retroceder tambaleándose.
ExVeemon respondió con un rugido, lanzándose con ímpetu exagerado. Greymon y Garurumon lo esquivaron con facilidad.
Taichi continuó presionando.
—¡Uy! Casi, amigo ¡Que eso no te desanime! ¡No me hagas pensar que te estás rindiendo tan fácil!
—¡Nunca! —gritó el falso Daisuke, con el rostro encendido de emoción—. ¡ExVeemon, ¡ataque de cabeza a toda potencia!
ExVeemon se lanzó a toda velocidad, desprotegido.
—¡Así se habla! ¡Pero primero aprende a cubrir tus flancos!
Garurumon interceptó a ExVeemon en el aire con una embestida precisa, mientras Greymon, siguiendo el impulso, le dio un coletazo que lo mandó volando directo a estrellarse sobre Stingmon.
Taichi sentía la confianza arder en su pecho. Sentía también a Yamato a su lado, sólido como una roca, y el breve meneo de cabeza que le dedicó.
—Eres un tramposo, pero funciona. —resopló su amigo, solo un poco divertido.
—¡Noooo! —gimió Daisuke revolviéndose el cabello, frustrado, viendo a ExVeemon poniéndose de pie con dificultad. Se estaba agotando rápido con esos desplantes.
El falso Ken, que había mantenido hasta entonces una fría concentración, se acercó rápidamente a la copia de Daisuke. Sin previo aviso, le dio una palmada tan fuerte en la cabeza que lo sacudió.
Un glitch sutil recorrió al falso muchacho. Cuando volvió a levantar la cabeza, su sonrisa ya no era tan infantil ni ansiosa. Sus ojos brillaban con un fulgor errático mientras miraba a Taichi, torciendo los labios en una mueca.
—¡Eres un demonio con sonrisa, Yagami! —espetó, su voz cargada de reproche.
Taichi soltó una carcajada breve, aún animado y aprovechando el último resto del juego.
—¡Por eso me quieres, hombre!
El falso Daisuke gruñó, levantando los puños en el aire y por un instante, todo pareció normal.
Sora y Koushiro, desde el aire, también empezaban a empujar a Halsemon y Nefertimon hacia una posición más vulnerable.
Por un momento, la victoria parecía al alcance de la mano.
Hasta que ocurrió.
Una combinación de cuatro ataques explotó en el centro del campo. La onda de choque los obligó a agacharse para evitar salir disparados hacia atrás. Yamato, como se le había hecho una molesta costumbre durante esa batalla, lo cubría con el cuerpo de la densa nube de polvo y fragmentos que se elevó en el aire, bloqueando momentáneamente la visión de todos.
En medio de la cortina de humo, un sonido de pasos retumbó, firme y reconocible. Y cuando esta se disipó lo suficiente, levantó la vista justo para ver que desde uno de los túneles cercanos surgía una figura.
Taichi parpadeó, desconcertado al principio, y aterrorizado al siguiente.
-o-o-o-
El penetrante olor del agua estancada de la que acababan de salir le picaba en los ojos y en cada respiración, pero Takeru no podía dejar que eso los detuviera.
—¡Vamos, Mimi! —urgió a la chica que tosía con fuerza a su lado, intentando quitarse el asqueroso sabor de la boca—. ¡Tenemos que apresurarnos para volver con el superior!
Ikkakumon rugió entonces como para enfatizar su punto. Pronto se escucharon varias detonaciones y el sonido inconfundible del agua salpicando con fuerza. Joe y su compañero se habían quedado atrás para encargarse del falso Iori y Submarimon mientras ellos se adelantaban e iban con Hikari.
El mayor lo había dicho con determinación, pero con ese temblor en la mandíbula que solo se le notaba cuando estaba realmente nervioso. Así que Takeru solo podía confiar en que su ímpetu resistiera hasta que volvieran.
—¡ARGH! ¡Odio esto! —exclamó Mimi, sacudiéndose una vez más el cabello empapado del rostro. Pero se apartó de la pared para seguir con la carrera.
Y corrieron, con las piernas ardiendo, cubiertos de esa agua negra que irritaba la piel y los raspones provocados por la caída tras la emboscada de la copia. Corrieron a través de esos pasajes laberínticos y pasajes ocultos. Takeru escuchaba a Mimi chillar de espanto cada vez que se lanzaba como si nada a través de esos muros que no eran muros.
No sabía cómo era que los reconocía, no se detenía mucho a pensarlo, solo seguía ciegamente el instinto visceral que le decía por dónde ir, abandonado a la esperanza de que no fallaría. No podía.
Hikari lo necesitaba. Podía sentirlo. Ya no era como antes cuando su presencia se colaba suave y cálida por la mente. Ahora era un grito ahogado de emociones brutales, como un torrente constante de angustia y dolor. Una resistencia desesperada que arañaba las paredes y se negaba a morir.
Está luchando. Está luchando tan fuerte... Pero está sola.
Y Takeru no podía resistirlo.
—¡Ya casi! —gritó, más para sí que para los demás. Palmon y Patamon asintieron con fuerza, y Mimi jadeó tras él:
—¡Llevas diciendo eso desde hace tres puertas! ¿Seguro que es por aquí?
Takeru no respondió.
La sensación era como tener un cordel atado al centro del pecho y que alguien tirara de él con desesperación. El dolor le cortaba la respiración y, al mismo tiempo, lo mantenía en movimiento. Cada paso que daba era un paso más cerca de alcanzarla. De sacarla de ahí. De romper lo que fuera que la estuviera oprimiendo.
Resiste. Solo un poco más, Hikari. Ya estamos cerca.
Apretó los dientes y se impulsó hacia adelante, con Patamon pegado a su hombro. Hasta que alcanzaron una puerta al final del pasillo que parecía irradiar calor como un horno encendido. Takeru no perdió tiempo en probar si podían abrirla, simplemente la aporreó con el hombro y el impulso que llevaba y la cerradura cedió.
Una vez adentro, la luz lo cegó por un momento, como si el cuarto hubiese estado saturado de energía. Un zumbido agudo le atravesó los oídos. Luego, como si el mundo diera un vuelco, esa luz fue tragada por un pulso oscuro y denso que pareció empujar el aire hacia afuera. La luz y la oscuridad pulsaban como un corazón en guerra.
—¡Hikari! —exclamó Takeru, sacudiéndose el mareo de encima mientras forzaba la vista.
La cápsula estaba allí. Una estructura traslúcida suspendida en una plataforma, bañada por ese parpadeo inestable. Dentro, Hikari se retorcía apenas, atrapada en una especie de pesadilla. Tenía los ojos cerrados con fuerza, las cejas fruncidas en un gesto de puro dolor. La luz que los rodeaba parecía emanar de su cuerpo, y también la oscuridad.
—¡Takeru, el panel está aquí! —gritó Mimi desde un costado, ya agachada frente a una consola. Su ropa goteaba sobre la pantalla, y también la libreta empapada que desplegó con cuidado sobre el borde metálico.
Takeru ignoró todo excepto a la chica flotando frente a él.
—Ya estamos aquí —dijo con voz firme, apoyando las manos contra el cristal. La energía estática le hizo cosquillas dolorosas en la piel, pero no se apartó.
—Hikari, ¿me oyes? ¡Soy yo! ¡Takeru! ¡Ya vinimos por ti!
La luz dentro de la cápsula palpitó por un segundo más. Ella lo sentía. Estaba respondiendo.
Pero entonces una de las consolas emitió un chillido metálico y la pantalla del panel a un lado de Mimi se tiñó de rojo. Luego otra.
—¡¿Qué pasa?! —rugió Takeru, aún con las palmas pegadas al cristal.
—¡Nada bueno! —gritó Mimi, pasando páginas con rapidez, sus dedos marcando anotaciones mientras intentaba interpretar los esquemas de Koushiro—. ¡Esto no estaba en el tutorial!
—¡Tienes que sacarla de ahí antes de que la desconecten!
—¡No me presiones, Takaishi! —replicó Mimi con los nervios a flor de piel, los dedos golpeando comandos en la pantalla—. ¡Este no es mi papel habitual, ¿okey?!
—¡Por algo tienes esas notas!
—¡Y son un excelente apoyo, pero siguen siendo de Koushiro-escribiendo-en-Koushiro!
La cápsula vibró. La oscuridad se expandió y por un momento pareció engullir todo. El cabello de Hikari flotó dentro del líquido como si algo intentara halarla hacia abajo.
—¡Mimi! —gritó Takeru, desesperado.
—¡Lo tengo! ¡Creo que lo tengo! —anunció la chica justo cuando una última pantalla cambiaba a rojo.
El zumbido constante de la cápsula se interrumpió con un pitido agudo y final. Un chorro de vapor escapó por las juntas y luego escucharon un chasquido. El cristal se deslizó ligeramente y el líquido se vació como una pequeña cascada escapando por las ranuras.
Takeru la abrió por completo y atrapó a Hikari antes de que cayera. El peso muerto en sus brazos lo hizo tambalearse, pero no la soltó.
—Hikari… —susurró—. Hikari, ya pasó. Estoy aquí. Estoy aquí.
Ella se removió con un gemido bajo, los dedos crispándose contra su camisa. Sus párpados se movieron intentando abrirse y Takeru notó cómo lágrimas saladas se mezclaban con el agua artificial que aún la empapaba.
—¿…Takeru? —susurró, con un hilo de voz—. Llegaste…
Jadeó de alivio. Escuchó también a Mimi soltar una exhalación temblorosa a su lado.
—Claro que sí. Tenía que venir por mi chica —respondió Takeru, acariciándole el cabello con una ternura que le nacía de lo más hondo.
Hikari recobró la conciencia lo suficiente como para aferrarse con fuerza de su cuello, hundiendo el rostro en su hombro, sollozando apenas. Takeru la abrazó más fuerte, apretándola contra su pecho, sintiendo el alivio extenderse por su cuerpo.
Pero el momento se quebró al instante siguiente. Hikari se separó bruscamente, el pánico floreciendo en su rostro con una intensidad repentina. Sus ojos recorrieron el lugar, desorientados.
—¿Dónde está? —jadeó, casi sin aliento—. ¿Dónde está mi hermano? ¡¿Dónde está?!
—Tranquila, tranquila —dijo Takeru, tomando sus manos con firmeza—. Está bien. Está afuera. Está peleando junto a los demás para darnos tiempo. Vamos a ir con ellos ahora.
Pero la expresión de Hikari no se suavizó. Al contrario. Su rostro palideció más, si acaso era posible, y sus labios temblaron como si estuviera a punto de vomitar.
—Takeru… tengo que ir con él. Ahora. Está en peligro.
La alarma se apoderó del ambiente.
—¿Por qué dices eso? —intervino Mimi, acercándose con cautela, mirando a la chica con preocupación.
—Porque es su siguiente objetivo. —sentenció Hikari.
—¿Quieren llevarse a Taichi? —preguntó Takeru. No era una total sorpresa, la copia de Hikari ya había intentado hacerlo en los túneles, aunque confirmarlo no dejaba de sentirse inquietante.
Pero Hikari negó con la cabeza.
—No. Ya no. Creen que tienen suficiente de él gracias a mí, a mis recuerdos. Y ahora… ahora saben que pueden usarlo de otra forma. Vieron lo que pasó cuando desapareció, lo que pasó con el grupo, lo que me pasó…
Su voz fue como un cuchillo al pronunciar lo siguiente:
—Takeru, ahora quieren destrozarlo frente a todos.
Mimi se cubrió la boca con una mano, horrorizada.
Un silencio brutal cayó sobre ellos, hasta que el comunicador de los digivice se activó y la voz de su líder lo interrumpió.
Chapter 11: La batalla – Un golpe bajo
Summary:
Una nueva copia hace aparición y desestabiliza todo el campo de batalla, quitándole la ventaja al equipo y arrebatándoles a otro más de los suyos.
Chapter Text
En cuanto Yamato se dio cuenta de que los cuatro ataques confluirían en el mismo punto, se lanzó sobre Taichi para echarse al suelo, cubriéndolo lo mejor que pudo de la explosión de energía. Sabía que el otro se lo reclamaría luego, pero no le importaba.
Taichi lo apartó sin delicadeza para volver a incorporarse en cuanto lo mayor de la onda pasó, pero se detuvo a medio movimiento, petrificado en su lugar. La turbación en sus ojos fue suficiente para que Yamato se pusiera en guardia enseguida. Siguió la dirección de su mirada y entonces también lo vio.
—¿Qué... demonios...? — susurró, casi sin aliento.
La figura avanzaba entre la cortina de polvo como un recuerdo esculpido en carne.
Taichi.
O algo que parecía Taichi.
Avanzaba con pasos firmes, el cabello castaño alborotado, la postura ligeramente encorvada hacia adelante, listo para la acción. Su rostro tenía la misma expresión determinada, el brillo certero en los ojos que Yamato guardaba en su memoria.
Pero no era él.
—Grrrr. —Garurumon gruñó bajo, el pelo del lomo erizado, los colmillos expuestos.
No sólo era la apariencia; era la energía, cargada de una intensidad tan clara que se volvía insoportable.
Reconoció enseguida lo que esa figura representaba. El Taichi que avanzaba por el campo no era simplemente una copia: era la versión ideal que todos llevaban grabada en lo más profundo. El que todos imaginaban cuando necesitaban fuerza, cuando se sentían perdidos. El líder seguro, confiado, audaz e imbatible. El que guiaba con firmeza, que inspiraba sin esfuerzo, que nunca temblaba ante la duda o el miedo. Había un fuego en su expresión, un brillo indomable en su mirada, que le recordaba al Taichi de antes. Antes de las primeras grietas. Antes de las dudas. Antes de los ataques de pánico.
Una máscara perfecta.
Una mentira perfecta.
Yamato sintió el estómago encogerse de rabia. Era terriblemente falso, pero no todos parecían darse cuenta de eso.
—¿...Taichi? —La voz de Greymon, temblorosa y cargada de confusión, los golpeó como un latigazo.
Yamato se congeló.
En el campo, Greymon había aflojado su guardia. Las garras enormes que se habían movido con precisión letal vacilaron. El falso Taichi sonrió. Esa sonrisa exacta, esa maldita sonrisa que había aprendido a confiar sin cuestionar, la que decía “todo va a estar bien”. Avanzó un paso más, alzando el brazo como si nada.
—¡Greymon, conmigo! ¡Vamos a acabar esto! —tronó el impostor, con una autoridad limpia.
El enorme dinosaurio titubeó.
—¡¿Greymon?! —rugió Garurumon al verlo detenerse.
Solo eso. Un segundo. Un milisegundo de duda. Pero fue suficiente. La sincronía perfecta que habían tejido sus compañeros se rompió en un instante. Y los enemigos lo sintieron.
Como un depredador oliendo la sangre en el agua, ExVeemon se lanzó sin aviso, Stingmon siguiéndolo de cerca. Garurumon giró para interceptarlos, pero sin apoyo la defensa era incompleta y fue lanzado hacia un lado. Un ataque cruzado golpeó a Greymon en el costado y rugió de dolor, tambaleándose hacia un lado.
—¡Greymon! —gritó Taichi, su voz quebrándose.
Yamato apretó los dientes. Frente a él, la imagen era insoportable.
Su amigo trató de imponerse, de gritar instrucciones claras, de recuperar la conexión que los había llevado hasta allí. Pero sus palabras vacilaban. Su voz, normalmente llena de ímpetu, temblaba, la frustración dibujándose en su rostro tras cada segundo que pasaba frente a su propio reflejo, ese maldito espejo distorsionado que le devolvía una imagen cruelmente pulida.
El falso Taichi le sostenía la mirada con una seguridad imposible, los brazos firmes, la voz templada. Una estatua ideal. La clase de líder que nunca flaquea, que nunca cae. El que todos querían ver. El que no existía.
Y Greymon, el pobre Greymon, estaba atrapado entre ambos. Miraba a uno y otro con una angustia tan visible que dolía, como si cada fibra de su ser estuviera siendo desgarrada entre dos polos opuestos. Su hocico temblaba, sus garras rascaban la tierra. Dudaba, su lealtad y su corazón dividido. El digimon de su mejor amigo, su compañero, su reflejo más puro, no sabía a quién seguir.
Por primera vez en mucho tiempo, Yamato los vio a ambos verdadera, brutalmente impotentes en una pelea.
Mientras tanto Garurumon se plantaba como podía, cubriéndolos a ambos con el cuerpo, pero ExVeemon y Stingmon no le daban respiro. Las embestidas llovían sobre él una tras otra, brutales, sin tregua. Rugía, giraba, retrocedía. Sostenía como podía una defensa imposible, sin poder atacar, sin poder huir, sin poder ayudar.
—¡Greymon! —dijo Taichi, avanzando un paso, su voz firme… o casi—. No lo escuches. Tú y yo… somos tú y yo los que hemos estado juntos siempre, ¡Eso no puede cambiar ahora! ¡Los demás nos necesitan!
La copia también dio un paso. La sonrisa de acero, sin fallas.
—¡No es momento para dudas, Greymon! Vamos a ganar esta pelea. Tú y yo. Como siempre.
Greymon soltaba gemidos bajos de angustia, encogiéndose sobre sí mismo. Su cola barría el polvo, sus ojos iban y venían, una y otra vez. No sabía a quién mirar, en quién debía creer.
—¡Tranquilo, grandote! ¡Tranquilo! Todo va a estar bien. Vamos a salir de esta… —Taichi intentaba calmarlo, calmarse a sí mismo. Pero su voz… esa maldita voz tembló. Solo una sílaba, pero con eso bastó.
El impostor lo miró con esa calma asesina. Con lástima.
—Pobre —dijo con simpatía—. Dudando otra vez en el momento más importante. Fallándole a todos los que confían en ti.
Yamato vio el golpe dar en el blanco. Las palabras entraron como cuchillas. No necesitaba que Taichi hablara para saberlo: lo vio en sus ojos, cómo el miedo crecía, extinguiendo poco a poco el espíritu de lucha que lo había mantenido en pie hasta entonces.
¡No! No lo vas a destruir así, rugió Yamato por dentro. No vas a quitárnoslo justo cuando lo acabamos de recuperar.
Dio un paso adelante, sintiendo el calor de la ira nacerle en el pecho, subiendo por su garganta como fuego. No iba a permitirlo. No de nuevo.
—¡Taichi, concéntrate! —gritó, su voz desgarrando el campo de batalla—. ¡No es real! Es una copia. Una puta máscara. ¡No tiene miedo porque no siente nada! ¡Agumon necesita al verdadero tú! ¡No a esa maldita sombra!
Por un segundo, vio resurgir ese destello, esa chispa, la voluntad de sobreponerse.
Pero entonces el cielo se rasgó.
Una explosión violenta cayó sobre ellos como un martillo, lanzando escombros en todas direcciones. Oyó el crujido de la tierra abriéndose, pero no tuvo tiempo de pensar. Una fisura gigantesca se abrió a su lado, tragándose parte del terreno.
—¡Garurumon! —gritó, pero ya era tarde. El mundo se inclinó con una fuerza imparable y la gravedad lo traicionó. El suelo bajo sus pies se desmoronó y Yamato fue arrastrado cuesta abajo.
Garurumon rugió, corriendo para alcanzarlo. Yamato intentó aferrarse a su lomo, pero el ángulo era imposible. ExVeemon y Stingmon, atrapados en el mismo deslave, también cayeron, rodando entre gritos y golpes, separados de Taichi, de Greymon, y del impostor que se interponía entre ellos.
Lo último que alcanzó a ver antes de caer fue el rostro de Taichi, completamente pálido, mirándolo con el terror escrito en los ojos.
¡No! ¡No los dejes solos! pensó Yamato con un grito ahogado mientras seguía cayendo por el terreno quebrado.
-o-o-o-
Koushiro respiró hondo.
El aire estaba saturado del zumbido de ataques, del rugido de alas cortando el viento y de los gritos cruzados de una batalla en pleno hervor. Se obligó a soltar lentamente el aire de sus pulmones, cerrando un segundo los ojos para no ceder al impulso.
No busques la laptop. No sirve de nada, se recordó. Seguía llena de códigos corruptos y ruido blanco. Un golpe bajo y perfectamente calculado, que había logrado inutilizarlo por un tiempo.
No podía perder la concentración. Su mente operaba a toda máquina, procesando y recalculando cada movimiento en tiempo real, guiando a su equipo a través de gestos breves, de señales gritadas entre el ruido de la pelea. Kabuterimon se empujaba entre los rieles de fuego cruzado. Birdramon surcaba el aire con fiereza, esquivando embestidas, obligando a Halsemon a girar más bajo en cada asalto.
Estaban empujando a sus oponentes cada vez más cerca del suelo. Apretando el cerco. La clave era cortarles el aire, quitarles el espacio abierto que les daba poder.
—¡Kabuterimon, a la izquierda! ¡No las dejes subir!
Había un patrón claro: Halsemon prefería los asaltos en picada, buscando aislar a Birdramon. Pero el comportamiento de Nefertimon era inestable, fluctuante.
Las ráfagas de sus ataques se volvían más inconsistentes. Su armadura reluciente tenía zonas ennegrecidas, bordes descompuestos. Las alas batían de forma irregular, la punta de las plumas parecía emanar trazas de energía oscura, y cuando sus ojos giraron hacia él por un segundo, Koushiro notó que el brillo rojo oscilaba.
—¿Está… resistiéndose? —murmuró Koushiro, sopesando la posibilidad.
Bajó la vista a la copia de Hikari y vio algo similar. Tenía una mueca de incomodidad persistente en el rostro; se doblaba un poco sobre sí misma como si pudiera sentir dolor; y un glitch de luz blanca aparecía con tal rapidez que si uno pestañeaba se lo perdía.
—¡No son compatibles! —exclamó, entusiasmado por la realización.
Su voz llamó la atención de Sora.
—¿Qué?
—¡La copia de Hikari y Tailmon no son compatibles! —le explicó Koushiro, casi sonriendo de la emoción—, Debieron construir las copias con energía oscura, ¡De allí las lecturas que tomé! En ese caso, como Tailmon tiene luz en su núcleo, no soporta ese vínculo. ¡Se están rechazando mutuamente!
—Una batalla entre luz y oscuridad —murmuró Sora.
—¡Exacto! Lograron establecer una conexión gracias a la matriz de pensamiento de Hikari, pero es inestable por la oposición de energías en juego. Por eso los glitches, por eso esa expresión. Puede que Tailmon mantenga algo de conciencia dentro, ¡Tal vez podamos romper la conexión si llegamos a ella!
Sora no lo pensó dos veces.
—¡Chicos! —gritó a los digimons, con toda la fuerza de su voz—. ¡Hablen con Nefertimon! ¡Intenten hacerla despertar!
Birdramon, en plena ascensión, aleteó con fuerza y lanzó su voz entre las corrientes:
—¡Tailmon! ¡Sé que estás ahí! ¿Nos escuchas?
—¡Somos nosotros! ¡Tu equipo, tus amigos! —llamó Kabuterimon.
El aire zumbaba. Sus compañeros volaban en formación, sus cuerpos tensos, girando para bloquear los embates rápidos de Halsemon y evitar que la errática Nefertimon se alejara.
—¡No tienes que obedecerla! ¡Esa no es Hikari! —gritó Birdramon, surcando el aire a su lado.
Nefertimon tembló. Sus alas aletearon sin rumbo y se tambaleó. Por un momento, sus ojos se aclararon. Por un momento, los miró directamente a ellos.
—¿Bir…dramon? —susurró. Una voz baja, como de alguien despertando de un sueño.
—¡Eso es! ¡Sigue así! ¡Puedes resistir, Tailmon! —gritó Kabuterimon un poco más abajo, vigilando a Halsemon.
Pero otra voz diferente resonó en el aire. Aguda y familiar.
—¡No dejes que te engañen! —bramó la copia de Hikari, y el grito atravesó el campo de batalla. Nefertimon se tensó como si la estuvieran sujetando con un látigo—. ¡Ellos mienten, Tailmon! ¡Solo quieren separarnos! ¡Tú me proteges! ¡Siempre me has protegido! ¡hazlo AHORA!
Nefertimon se arqueó en el aire. Un espasmo violento sacudió su cuerpo y la luz plateada de sus alas estalló en sombras.
—¡AAAAAHH! —dio un grito cargado de angustia. De dolor. De conflicto.
Y luego, los disparos comenzaron. Primero uno. Luego cinco. Luego una lluvia de proyectiles. Ráfagas sin control saliendo en todas direcciones como misiles erráticos. Caían sobre la tierra y el suelo se quebraba como cristal bajo los impactos.
Un estruendo espeluznante se escuchó del lado que estaban Taichi y los demás. El rugido del colapso reverberó en sus huesos. Koushiro no pudo evitar girar la vista, buscando desesperadamente a los otros. Alcanzó a ver a Yamato y Garurumon siendo arrastrados por el derrumbe junto a ExVeemon y Stingmon, y cuando subió la vista a la plataforma superior… lo vio.
Taichi se asomaba al borde por el que Yamato había caído, buscando su silueta entre el polvo. Y, elevándose sobre el terreno unos metros más allá, de pie como si no le afectara el caos, estaba otra vez él. Taichi.
O algo que parecía Taichi.
—¿Cómo…? —susurró Koushiro, sin aliento.
Era él. El mismo cabello, la misma postura, la misma seguridad en su rostro. Pero algo estaba mal. El cerebro de Koushiro, tan acostumbrado a desentrañar patrones y probabilidades, tartamudeó ante la imposibilidad.
No.
Taichi nunca había sido capturado, a menos que ese breve tiempo perdido en la sala de control contara.
—No es posible. No puede ser…
Un vértigo brutal le arrancó el aliento. No podían haber copiado su patrón mental en tan poco tiempo, ¿O sí? Entonces ¿Qué más podría ser? ¿Tal vez un programa basado en los recuerdos de los otros chicos? ¿De Daisuke? ¿De Hikari? Las preguntas se agolpaban en su mente como un enjambre.
Y entonces vio a Greymon. El coloso naranja, ese bastión inamovible se mantenía en pie, pero su cuerpo temblaba. Su enorme cabeza giraba de un lado a otro, jadeando, buscando entre los dos Taichi. Sus ojos brillaban de desesperación.
No.
Vio a Garurumon, varios niveles más abajo, fallar su bloqueo. Garurumon, que era casi una extensión de Yamato en precisión, era brutalmente embestido por Stingmon y ExVeemon.
La grieta se había abierto, visible, palpable. Koushiro lo sintió como una vibración en el aire mismo. El mundo a su alrededor se quebraba.
Greymon dudaba. Garurumon flaqueaba. Yamato no aparecía por ninguna parte. Y Taichi luchaba contra su propio reflejo.
No.
Un sabor metálico le subió a la boca.
—¡Koushiro! —gritó Sora.
Sintió un tirón en el brazo. Sora se había lanzado sobre él, empujándolo fuera del alcance de otro proyectil que desgarró el suelo donde él había estado parado un segundo antes.
Rodaron juntos por el terreno duro y polvoriento. Koushiro sintió cada piedra en su costado al caer, cada sacudida en sus huesos. Cayeron detrás de una formación de roca agrietada. El siguiente disparo de Nefertimon pasó silbando sobre sus cabezas. Tosió tierra y se cubrió con un brazo, aún aturdido por el zumbido que le retumbaba en los oídos.
Koushiro jadeó. Tenía las palmas abiertas sobre la tierra, la cabeza gacha.
"Más vale que estemos a la altura."
Las palabras de Yamato resonaron en su cabeza como una chispa. Se habían sobrepuesto en ese momento, y lo harían de nuevo ahora. Por mal que estuvieran las cosas, no podía fallarle a los demás.
Taichi no se había rendido.
Yamato no se rendiría.
Él tampoco podía rendirse.
—Vamos, ¡Vamos!... —Se dio dos golpecitos rápidos en las mejillas para espabilar.
Alzó la vista al cielo. Nefertimon giraba en el aire, su armadura oscilando entre el brillo de la plata y un tinte oscuro. Más abajo la copia de Hikari se mantenía de pie, pero temblaba. Gritaba órdenes cada vez más frenéticas, con esa voz tan parecida a la real y a la vez tan distinta.
—No dejes que te engañen, Nefertimon. No les creas, ¡Ayúdame!
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la digimon. Las alas chispearon oscuramente. Por un instante, volvió a lanzarse contra Birdramon, con un rugido entre dientes. Kabuterimon la interceptó a tiempo, pero apenas. El aire vibraba con cada choque.
—¡No podemos seguir así! —gritó Sora, cubriéndose los ojos del polvo.
Koushiro apretó con fuerza su digivice. Si tan solo no estuvieran tan cansados podrían evolucionar a etapa Perfecta y todo habría acabado rápido. Pero, por supuesto, tenían que llegar a la batalla más cruda hambrientos y mal dormidos, con el grupo dividido en distintos frentes y algún enemigo tratando de meterse en sus cabezas. Así era siempre.
Tenía que pensar en algo, alguna forma de ayudar a Nefertimon a liberarse de la oscuridad.
Ya lo habían hecho antes.
—Sora —dijo, incorporándose con dificultad—. ¿Recuerdas cómo purificamos a Leomon, la primera vez que cayó bajo la oscuridad?
Sora lo miró. Asintió despacio.
—¿Crees que podríamos…?
—¡Sí! —respondió ella antes de que terminara—. Pero hay que acercarse. Mucho.
Ambos se levantaron al mismo tiempo.
—¡Kabuterimon, Birdramon! —gritó Koushiro—. Necesitamos que la traigan hacia nosotros. ¡Sólo un poco más cerca!
—¡¿Qué?! ¡Es demasiado peligroso! —gritó Birdramon, esquivando por poco otra embestida de Halsemon.
—¡Confía en nosotros! —Sora gritó con fuerza, alzando su Digivice—. ¡Vamos a intentar salvarla!
Sus compañeros se miraron un segundo en pleno vuelo, y luego asintieron. Birdramon planeó en círculos más estrechos, reduciendo la distancia para conducirla en la dirección que necesitaban. Kabuterimon se colocó como barrera para interceptar a Halsemon, que intentaba detenerlos.
Nefertimon descendía lentamente, confundida. Su expresión oscilaba entre el desconcierto y el dolor. Cuando vio a Koushiro y Sora esperando abajo, un atisbo de reconocimiento se iluminó con un brillo blanco en sus ojos.
—¿Sora… Koushiro?
—¡Sí! ¡Somos nosotros! —gritó Sora, llevándose las manos al pecho. Su Digivice comenzaba a brillar.
Koushiro miró el suyo. La luz seguía débil. Tenía que concentrarse. Respiró hondo y cerró los ojos por un segundo.
Pensó en sus aciertos y sus errores; en la satisfacción de ayudar a sus amigos con sus teorías; en las veces que debía detenerse a pensar qué hacer y Tentomon y los demás canfiaban en que encontraría la respuesta.
Confiaba en que esta era la respuesta.
Abrió los ojos. El digivice comenzó a iluminarse en serio.
Sora también concentraba su energía y su digivice respondió con una luz cálida, intensa, que se entrelazó con la de Koushiro como un haz cruzado.
La luz se elevó como un faro y envolvió a Nefertimon con una claridad vibrante que se filtraba entre las sombras adheridas a su cuerpo.
La copia de Hikari dio un paso al frente, sus ojos brillando con una oscuridad venenosa.
—¡Nefertimon, quédate conmigo! ¡No me dejes!
Nefertimon gritó. El rugido fue tanto de dolor como de fuerza. La impostora retrocedió, un temblor en los brazos, mientras un glitch de luz blanca la hacía titilar.
—¡NO! ¡No te atrevas… no me dejes! ¡Tailmon!
Pero Nefertimon no la miró. Miraba a Sora, a Koushiro, a sus compañeros, con el pecho agitado y las alas extendidas. Fue apenas un gesto, cansado y débil, una chispa de conciencia que aún resistía. La luz que Sora y Koushiro habían invocado la envolvía como una cúpula, alejando las sombras que la torturaban. El vínculo con la copia de Hikari se quebraba más con cada segundo, los datos oscuros retrocediendo en forma de venas quebradizas y chispas negras. La propia impostora trastabilló, tambaleándose como si ese corte energético la afectara físicamente.
Entonces, el comunicador de los digivice se activó con un chasquido abrupto. La voz de Taichi emergió por el canal de comunicación, temblorosa, duplicada por interferencias, pero lo suficientemente clara y urgente como para congelarles la sangre:
—¡Escóndanse! ¡Todos! ¡Ya, YA!
El mundo pareció detenerse por un instante. Koushiro sintió un frío helado recorriéndole la espalda.
¿Escondernos? ¿Abandonar la pelea? ¿Por qué? ¿Qué está pasando?
Las palabras retumbaban en su mente, imposibles de ignorar. No era solo la petición en sí. Era la voz de Taichi. Estaba alarmado, aterrado más bien. El estómago de Koushiro se hundió. Pocas cosas lo asustaban tanto como sentir la confianza de su amigo quebrarse y el miedo empezar a envolverlo.
Dudó sobre lo que debía hacer. Nefertimon aún no estaba libre, ¿Se mantenían allí hasta lograrlo o seguían las instrucciones de Taichi? ¿De qué tenían que esconderse? ¿Qué pasaría si no lo hacían?
Koushiro la miró. Seguía atrapada en ese estado inestable. Su armadura oscilaba entre destellos plateados y manchas de sombra. Las alas temblaban. Su rostro era una mezcla de lucidez y angustia.
¿Y si la dejaban así? ¿Y si colapsaba? ¿Y si la perdían para siempre?
—Koushiro… —murmuró Sora a su lado, leyendo el dilema en sus ojos—. ¿Qué hacemos?
Él apretó los dientes. Los datos de la copia de Hikari fluctuaban. Nefertimon casi estaba libre. Un poco más, y...
Pero no hubo tiempo. Un rugido desgarró el aire. Koushiro giró la cabeza y lo vio: venía de Greymon.
El sonido no era el de siempre. Era más profundo. Más hueco, más doloroso. Su cuerpo temblaba con espasmos brutales. Una figura de pie sobre su cabeza.
—No… —murmuró Koushiro, el vértigo tomándole el cuerpo—. No puede estar haciendo eso. No puede…
La persona montada sobre él no era Taichi. No podía ser.
Greymon comenzaba a deformarse, como si su cuerpo ya no pudiera sostener la energía que lo atravesaba.
—Sora, tenemos que movernos —exclamó Koushiro de pronto, con un grito más agudo del que pensó posible, su cuerpo ya girando por inercia—. ¡Tenemos que irnos! ¡Ahora!
—¡¿Y Nefertimon?! —respondió ella, girándose con desesperación.
—¡No podemos! ¡No tenemos tiempo! —le gritó, sujetándola del brazo.
Sora lo miró, rota. Porque dejarla así era como abandonar a Tailmon. Era lo opuesto a lo que sentía correcto.
Detrás de ellos, el grito definitivo estalló como una tromba. Los muros más cercanos del complejo se resquebrajaron. El suelo tembló. Múltiples bordes de terreno colapsaron de golpe por la fuerza de la energía liberada.
—¡Sora! —rugió Birdramon desde el aire—. ¡¡VÁYANSE!!
Fue el disparo final.
Koushiro tiró de ella, corriendo hacia un saliente lateral que apenas se mantenía firme. Atrás, Nefertimon soltó un grito ahogado, luchando contra su propio cuerpo. La copia de Hikari, aún de rodillas, intentaba reactivar su control. La luz se agitaba. La sombra empujaba.
Pero nada de eso importaba en ese segundo. No cuando esa cosa había vuelto.
-o-o-o-
Yamato despertó con un quejido bajo, la boca llena de tierra y un zumbido persistente en los oídos. Estaba de costado, con el cuerpo medio enterrado entre piedras y arena. El aire tenía ese sabor metálico y seco que solo aparecía después de una explosión. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, ¿Segundos? ¿Minutos?
Con un esfuerzo torpe se incorporó sobre un codo, escupiendo polvo y palpándose la cabeza con una mano temblorosa. No sentía sangre, pero le latía como si alguien lo hubiera estrellado contra un muro. Supuso que era casi lo mismo.
Elevó la mirada a la plataforma donde habían estado, la pendiente escarpada que dejó el deslizamiento.
Taichi.
El pensamiento lo sacudió como una descarga. Miró los bordes afilados, evaluando el terreno. Tal vez podría escalar de vuelta. Tenía que hacerlo, no podía quedarse ahí abajo, no cuando sabía que Taichi todavía estaba allá, con Greymon… y esa maldita cosa. Pero entonces el sonido lo encontró.
A su izquierda, entre una pendiente de piedras, escuchaba los ecos de una pelea. No era el estruendo de un combate lejano, estaba cerca. Muy cerca.
Se acercó con dificultad y allí estaba: Garurumon. Solo. Su lomo estaba cubierto de arañazos y la respiración le salía entrecortada por los colmillos. Pero seguía de pie y peleando. ExVeemon y Stingmon lo asediaban, lanzando ataques en oleadas. Cada salto era una embestida precisa, cada movimiento una trampa. No le daban oportunidad de respirar.
—¡Eso es! ¡Acábenlo! —la voz del falso Daisuke llegó desde los niveles superiores, rebosante de esa energía chirriante y sin alma.
Garurumon rugió, erguido contra todo pronóstico, negándose a caer. Giró sobre sí mismo intentando esquivar una embestida de ExVeemon que lo arrastró varios metros. Luego bloqueó a Stingmon con un zarpazo que, aunque no dio de lleno, frenó el impulso del ataque. Pero Yamato podía verlo: el lobo comenzaba a tambalearse. Sus movimientos eran cada vez más pesados, más lentos; cada defensa más torpe; cada evasión un esfuerzo monumental.
No aguantaría mucho así.
—¡Garurumon! ¡Tenemos que volver arriba! —gritó, empujándose a medias en la piedra para que su voz lo alcanzara.
Garurumon giró la cabeza un segundo, lo suficiente para que viera sus ojos. Había cansancio en ellos, pero también determinación. No iba a caer. No mientras Yamato estuviera ahí.
Entonces, un chasquido. El comunicador del digivice se activó y la voz de Taichi estalló en el canal:
—¡Escóndanse! ¡Todos! ¡Ya, YA!
Yamato enseguida alzó la vista hacia la plataforma superior, aunque no pudiera ver nada. No era una advertencia común. Era una súplica desesperada. Cogió el digivice instintivamente, la pantalla vibrando en su mano, como si compartiera la angustia que le subía por la garganta.
—¿Por qué? ¿Qué está pasando? —jadeó, apretando el aparato ante el silencio que siguió—. ¡Taichi, responde!
Pero no hubo respuesta. Solo un rugido descomunal y aterrador viniendo desde arriba. Fue un sonido tan bajo y tan profundo que le hizo vibrar los huesos. Y entonces lo supo. Antes de que pudiera verlo, antes de que alguien lo confirmara:
Greymon no estaba bien.
Taichi no estaba bien.
-o-o-o-
—¡YAMATO!
El grito se le deshizo en la garganta mientras veía, impotente, cómo su amigo y Garurumon desaparecían en el derrumbe. El suelo aún vibraba, pero el polvo ya comenzaba a asentarse. Taichi dio un paso hacia el borde, solo para frenarse en seco cuando escuchó la voz.
Su voz.
—Vaya, creo que ahora somos solo tú y yo, amigo —dijo su doble, el tono desafiante y la mirada ardiente de un luchador. Los puños apretados frente a su pecho, el cuerpo en posición de ataque, preparado para lo que fuera.
Taichi tragó saliva. No se sentía ni de cerca tan confiado como el otro. El pie lo estaba matando, sus manos sudaban, y apenas lograba empujar las palabras fuera de su boca cuando hablaba.
—¡Greymon! ¡Escúchame! —gritó, aferrándose a esa única conexión que podía salvarlos.
Pero su garganta se cerraba. El nudo en sus pulmones empezaba a apretarse, cortándole el aire.
No ahora, maldita sea ¡No justo ahora! Se reclamó mentalmente. No podía permitirse otro colapso nervioso allí. No podía. Simplemente no podía
—Estás hecho un asco —se burló el impostor, lanzándole una mirada de arriba abajo—. Mírate, apenas si puedes mantenerte en pie por tu cuenta.
Taichi apretó los dientes.
—¡¿Que acaso no te has visto?! —le devolvió de inmediato, luchando por sonar igual de desafiante.
Y era verdad. Su copia tenía el cabello enmarañado, la tez pálida, la camisa y pantalones del uniforme escolar mugrosos y rasgados. La misma apariencia de cuando Taichi cayó en aquella sala de control junto a las cápsulas.
Así que allí me copiaron. Al menos su apariencia, en esos breves pero eternos minutos en que era transportado al mundo real por el profesor Nishijima.
—No puedes ni acabar una frase sin que la voz te tiemble. —continuó el otro, con una media sonrisa—. ¿De verdad esperas que Greymon te siga? ¿Qué arriesgue su vida por ti? ¿Cuándo ni siquiera tú confías en ti mismo?
Taichi sintió un zumbido en los oídos. Las palabras le rebotaban en la cabeza como piedras. Era su voz, su rostro, diciéndole lo que más temía. Lo que ya había pensado antes, en el silencio, cuando nadie lo veía. Cuando se sentía como un impostor al frente del grupo. Cuando se preguntaba si estarían mejor con otro en su lugar
Pero Greymon... Agumon nunca había dudado de él. Y ahora lo hacía, dividido entre los dos. La grieta entre ellos, tan pequeña al principio, se había convertido en un abismo. Greymon jadeaba, girando la cabeza de un lado a otro, confuso, desconcertado, y Taichi no soportaba la idea de perderlo así, que se lo arrebataran por sus malditas inseguridades.
Su doble avanzaba por el terreno. Lento, controlado, seguro. Una caminata para imponer, para conquistar. Su sonrisa, esa sonrisa que Taichi usaba desde niño para darle seguridad a los demás, ahora era un arma que blandía contra él.
Las dudas, el veneno que se había infiltrado en su pecho hacía tanto, ahora florecía sin control. Quizás nunca fue tan valiente. Tan seguro. Tan capaz. Quizá siempre fue un espejismo en el que sus amigos decidieron creer, para tener algo a lo que seguir.
Sintió la conexión fracturarse irremediablemente, y el otro aprovechó ese vacío.
—Greymon, no te distraigas. —volvió a decir, lenta y nítidamente—. Estoy aquí, ¡Ven!
Con eso fue suficiente. Greymon rugió una vez más y giró el cuerpo hacia el impostor. Taichi sintió sus piernas temblando mientras lo veía alejarse dándole la espalda.
—¡No! ¡No lo escuches! ¡Por favor! —suplicó, estirando un brazo tembloroso hacia él—. ¡Alto! ¡Soy yo!
Pero era demasiado tarde, su compañero ya no lo miraba. El vínculo se había roto por completo.
Greymon dio pasos cortos, temerosos. Sus ojos buscaban los de su copia. No con cariño o confianza, sino con desesperación. Como si temiera haber seguido al equivocado todo ese tiempo. Como si buscara confirmación de que aún tenía un compañero.
Se inclinó al llegar frente al impostor y este trepó sobre su cabeza como si fuera lo más natural del mundo. Cuando volvió a erguirse, el otro estaba agarrado a uno de sus cuernos laterales con el aspecto de un general listo para derramar sangre.
—¡A él! —ordenó, apuntándolo, y el enorme dinosaurio rugió... contra Taichi.
—¡Mega Flame!
Taichi apenas tuvo tiempo de lanzarse a un lado antes de que la llamarada carbonizara el suelo donde había estado. Rodó por tierra y repitió lo mismo varias veces, arrojándose de un lado al otro huyendo de los ataques de su propio compañero.
Otra llama. Otra evasión. Otra maldita orden para repetirlo.
No podía respirar. No podía pensar. No podía hablar con él. Solo podía correr y esquivar para sobrevivir. La adrenalina corría tan alta en sus venas que ya ni siquiera sentía el dolor en el tobillo o en ninguna parte del cuerpo.
—¡Mátalo ya! ¡Deshazte de él! —vociferaba su copia.
Se escuchaba más frustrado tras cada minuto que Taichi seguía vivo y de pie. Presionaba a Greymon con órdenes más y más insistentes y agresivas.
—¡Eres un inútil! ¡¿Esto es todo lo que puedes hacer?!
—¡No lo culpes a él por tu incompetencia! —gritó con fuerza, con rabia, con lo último de aliento que le quedaba—. ¡Si tanto quieres matarme, VEN Y HAZLO TÚ MISMO!
—¡¡NO ME DIGAS QUÉ HACER!! —escupió la copia—. Si en esta forma es tan patético que no puede ni acabar contigo... entonces necesito algo mejor.
Y esa fue la sentencia.
—¡Greymon, evoluciona! ¡Ahora!
Y así siguió, orden tras orden, más severas, más encolerizadas. Impaciente y arrogante.
Las palabras de Yamato resonaron en su mente como campanas de advertencia: “No tiene miedo porque no siente nada”.
Y lo entendió: el impostor nunca podría sobreponerse a un miedo que no existía; nunca despertaría la voluntad de proteger a los que amaba porque no sentía nada por nada. Y por eso nunca podría liberar la siguiente evolución. Al menos no la que esperaba conseguir.
Greymon rugía, no con fuerza, sino con dolor.
—¡Detente! ¡Déjalo en paz! ¡No sabes lo que estás haciendo! —suplicó Taichi ante el sufrimiento de su compañero—. ¡Greymon no lo escuches! ¡No tienes que hacerlo!
Pero el otro no paraba de gritar. De presionar. Greymon se dobló sobre sí mismo, su silueta contorsionándose. La presión mental, el veneno de las órdenes desenfrenadas se enroscaban en su mente. Su cuerpo tembló y su energía se oscureció, como un charco de tinta derramándose en su alma.
Taichi tomó su digivice con manos temblorosas.
— ¡Escóndanse! ¡Todos! ¡Ya, YA! —gritó por el comunicador, esperando que los demás le hicieran caso y se ocultaran de la tormenta que vendría.
Entonces el mundo explotó.
Una columna de energía negra se alzó como un rayo vomitado por la tierra. Greymon se retorció violentamente. Su cuerpo cambió, deformándose, creciendo de manera antinatural. Los huesos salían disparados de su espalda como lanzas. La carne se contraía, pudriéndose, hasta que lo que emergió fue un esqueleto viviente, una masa oscura de poder incontrolable.
Taichi cayó de rodillas, su garganta cerrada, su cuerpo helado, los dedos clavándose en la tierra como si aferrarse a ella fuera lo único que podía impedirle hundirse del todo. Frente a él, SkullGreymon rugía. Era un estruendo visceral, un reclamo. Una acusación.
Dejaste que pasara esto otra vez.
El viento que lo acompañaba parecía una bofetada. El aliento del monstruo traía consigo olor a ceniza y muerte.
Y él no se movía. Sabía que debía hacerlo, que tenía que escapar, esconderse, aunque fuera por puro instinto. Pero ni siquiera eso era capaz de hacer. Sus músculos se negaban a responder. Estaba congelado. De miedo. De culpa. De impotencia.
Inútil. Cobarde.
Las enormes garras de SkullGreymon bajaron con un golpe seco a sus costados, haciendo temblar el mundo. Taichi sintió cómo su corazón se aceleraba y el pulso le explotaba en los oídos, ¿Lo haría? ¿Acabaría con él?
—¡Eso es! ¡Destrózalo! —gritó el impostor desde lo alto, aún aferrado al cráneo de la criatura como un parásito arrogante.
Pero SkullGreymon ya no lo escuchaba. No escuchaba a nadie. Giró la cabeza con movimientos bruscos haciendo caer a su jinete, quien se estrelló contra el suelo de la terraza con un grito de sorpresa y luego de rabia.
—¡¿Qué haces, estúpido monstruo?! —protestó el otro, incorporándose enseguida y comenzando a dar órdenes como si todavía creyera tener el control.
Un segundo después, los ojos del titán brillaron de otra forma. Algo abajo había llamado su atención: el sonido de las peleas. La pesadilla rugió otra vez y saltó por la ladera. El impacto de su aterrizaje fue como un trueno que resonó en todo el tajo de la mina, haciéndola temblar.
Desde su lugar, Taichi escuchó el infierno desatarse. Hubo explosiones, choques metálicos, rugidos, Gritos.
—¡¡NO!! —el grito le salió de la garganta como una explosión.
Se llevó una mano al pecho, jadeando con la respiración entrecortada. Golpeó el suelo con fuerza, una, dos, tres veces, hasta que los nudillos le ardieron. Las lágrimas le nublaron la vista. No sabía si eran de rabia, de impotencia o de dolor.
—¡Maldita sea, Agumon! —jadeó, su voz hecha pedazos—. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!
Podía oír a las copias gritando. Cada grito, cada alarido, sonaba como Daisuke y los otros chicos. Cada ataque desesperado y defensa frustrada era lanzado por los compañeros reales de sus amigos, aunque ahora estuvieran siendo manipulados. Escuchó el aullido de ExVeemon extinguiéndose, el chirrido metálico de Stingmon siendo golpeado.
Todavía no eran los suyos. Todavía.
Taichi tragó saliva con dificultad. No podía quedarse ahí. No podía quedarse llorando. Los demás… los demás seguían allá abajo. Y Agumon… Agumon estaba dentro de esa cosa, retorciéndose en la oscuridad. Y él no podía abandonarlo.
Se limpió la cara con la manga. Se obligó a respirar hondo, a tragarse los temblores, a pensar en lo que Yamato le diría en ese momento:
Levántate, idiota. O lo haré yo.
Apretó los dientes y se puso de pie, tambaleándose un poco. Ya sin la adrenalina a tope volvió a sentir los magullones, pero no importaba. Miró hacia la ladera. La pendiente era empinada, pero no imposible.
Joe va a estar TAN molesto por esto. Pensó, antes de lanzarse cuesta abajo.
Chapter 12: La Batalla – Reagruparse
Summary:
SkullGreymon baja para sembrar el caos en el campo. Desatado y sin freno, ataca tanto a los Niños Elegidos como a las copias.
Garurumon es el jugador más valioso.
Chapter Text
Yamato apenas tuvo tiempo de gritarle a Garurumon antes de que el infierno les cayera del cielo. Una sombra gigantesca de huesos y energía corrupta se estrelló a pocos metros de ellos con una potencia que hizo vibrar el mundo. Fragmentos de roca y escombros salieron disparados en todas direcciones mientras la criatura monstruosa se incorporaba, cada movimiento de sus extremidades esqueléticas dejando marcas profundas en el suelo.
SkullGreymon.
El nombre ni siquiera alcanzó a formarse por completo en su cabeza. Fue más una impresión visceral, un recuerdo enterrado emergiendo a la fuerza, acompañado por la certeza absoluta de que estaban jodidos.
Garurumon se impulsó con fuerza para escapar del impacto y evitar el azote de la cola del coloso, y Yamato se colgó como pudo a su costado, con los músculos rígidos, la boca seca y los ojos abiertos de par en par.
No. No otra vez. No puede ser. Pero lo era. Ese monstruo de poder desbocado había vuelto.
¿Qué hiciste, Taichi?
La enorme carcasa de huesos huecos se movía sin control. Le dio un empujón a Stingmon, lanzándolo por el aire como si fuera un juguete. Luego giró pesadamente, aplastando a ExVeemon bajo su garra descomunal mientras el falso Daisuke apenas alcanzaba a echarse atrás.
—¡Vamos! ¡Arriba, rápido! —ordenó, y Garurumon respondió al instante, impulsándose con fuerza para subir por la formación rocosa.
Tenía que encontrar a Taichi rápido. Tenía que saber qué había pasado para que SkullGreymon apareciera de nuevo. Tenía que saber si estaba bien.
Entonces lo vio, deslizándose cuesta abajo por la ladera con una terquedad suicida.
—¡Ese idiota! —masculló.
Taichi bajaba como podía, el rostro contraído en una mueca de dolor, pero con los ojos clavados en SkullGreymon. Todo su cuerpo se inclinaba hacia él, como si el mundo no existiera más allá de ese monstruo.
Claro que harías esto. Claro que no esperarías.
—Garurumon, tenemos que alcanzarlo, ¡Ahora!
El lobo gruñó afirmativamente y se apresuró, trazando una curva para flanquear a su compañero. Pero antes de que pudieran acercarse mucho, algo se movió en el filo de la roca sobre Taichi. Una silueta se deslizó desde lo alto, rápida y precisa.
—¡TAICHI, ARRIBA! —gritó, pero fue tarde.
El impostor cayó sobre Taichi como un martillo. Lo estrelló contra la pared rocosa con violencia. El sonido del impacto fue seco, ominoso. Yamato sintió un frío en las venas cuando vio el cuerpo de su amigo chocar con el muro y luego caer de rodillas, aturdido. Pero el otro no se detuvo con eso. Lo agarró por el cuello, levantándolo para empujarlo otra vez, con fuerza suficiente para que la cabeza del verdadero rebotara contra la piedra.
—¡No! —rugió Yamato, impulsando a Garurumon a ir más rápido.
Garurumon redobló la marcha, el terreno temblando bajo sus patas.
Entonces Taichi reaccionó, como siempre lo hacía, con el cuerpo al límite y una obstinación que rayaba en la locura. Le dio una patada con toda su fuerza en el estómago. El impostor tropezó y pudo deslizarse por un costado, escapando con un último impulso de energía. Pero el otro no tardó en levantarse, aullando de ira. Con un ímpetu salvaje, se lanzó contra Taichi y ambos volaron fuera de la cornisa en caída libre.
—¡ATRÁPALO!
Y Garurumon lo hizo. Con todo el impulso de sus patas el lobo saltó de lado, estirado en toda su extensión. Consiguió pararlo con la cabeza, y Taichi quedó semiconsciente sobre el hocico de Garurumon.
Yamato apenas tuvo tiempo de celebrar. El cuerpo del impostor lo embistió con violencia, haciéndolo perder el agarre sobre el lomo de Garurumon. Ambos cayeron por el borde, rodando sobre la tierra irregular. Yamato sintió cómo se le escapaba el aire de los pulmones, cómo el mundo giraba y se retorcía, cómo algo en él crujía al impactar otra vez contra el suelo duro.
Quedó boca arriba, desparramado sobre la tierra.
—¡¡Yamato!! —Escuchó a Garurumon llamarlo desde arriba.
Junto a él, el impostor se incorporaba, así que Yamato se obligó a hacerlo también. Las costillas le dolieron solo un poco al levantarse, pero pudo plantar ambos pies sobre la tierra al mismo tiempo que su contrincante.
Ahogó un jadeo al verlo por primera vez así de cerca. Era... demasiado parecido. Cada gesto, cada línea de su cara, cada movimiento. Era como ver a Taichi harto, dispuesto a pelear hasta romperse los huesos. Yamato se obligó a recordar que no era él. Que no era su amigo.
—Ya te habías tardado, Yamato —dijo la copia, su voz cargada de fastidio, sacudiendo la cabeza de lado a lado con un suspiro que sonó tan dolorosamente conocido que Yamato sintió un nudo en el estómago—. ¿Qué harás ahora? ¿Vas a desafiarme? ¿O es que esta vez sí piensas matarme?
Las palabras cayeron como un primer golpe bajo. No solo por lo que decían. Sino por quién parecía decirlas. Por el eco venenoso de reproches que Yamato se hacía a sí mismo. Su visión se nubló un instante de una rabia sorda, aplastante, que subía como lava hirviente desde el pecho.
—¡Cállate! —masculló, el temblor en su voz traicionándolo apenas.
La copia soltó una risa seca, sin humor, y echó a andar hacia él con paso deliberado, los puños bajando a los costados, tensos.
—Vamos, Ishida, ¿No es esto lo que siempre quisiste? —escupió—. ¿Una excusa para poder atacarme? Esta vez no tienes que contenerte.
Yamato no respondió. No podía. Todo en su cuerpo temblaba: de ira, de miedo. Cerró los puños con más fuerza y cuando la distancia se acortó, levantó los brazos instintivamente, en guardia.
El primer golpe fue directo al rostro. Brutal. Sin adornos ni aviso. Yamato logró desviar el impacto a medias, pero aun así el puño le rozó la mandíbula y le sacudió la cabeza hacia un lado. Sintió el sabor metálico de la sangre en su boca.
No tuvo tiempo de pensar. El impostor se lanzó de nuevo, buscando el pecho, buscando hacerle retroceder a puro empuje. Yamato se obligó a plantar los pies, a devolver un golpe corto al estómago, a hacer algo más que recibir.
Fue muy distinto a su anterior enfrentamiento con el falso Emperador. Esta vez chocaron con fuerza, cuerpo contra cuerpo, como bestias atrapadas. Pronto cayeron al suelo, rodando y forcejeando con rabia ciega. Yamato sintió los dedos del otro buscarle el cuello, cerrándose con fuerza como un par de garras. Tanteó con la mano libre hasta que encontró una piedra lo suficientemente grande y la estampó con fuerza contra la sien del impostor. Hubo un destello de estática, un glitch visible recorriéndole la cara como una fisura eléctrica. El falso Taichi soltó una exclamación distorsionada, un gruñido más mecánico que humano.
No se detuvo con eso. Le propinó otro piedrazo en las costillas y se impulsó hacia atrás, logrando separarse de él y poniéndose de pie otra vez.
—¡¿No puedes enfrentarme sin trucos?! —protestó la copia, levantándose a trompicones con los ojos encendidos de rabia—. ¿Qué pasó con esa basura de superarte a ti mismo? ¡No eres más que un cobarde, Yamato! ¡Siempre fuiste un cobarde! ¡Nunca tuviste el coraje de hacer lo que tenías que hacer! ¡Siempre esperando que fuera yo el que se echara al barro primero! ¡Siempre usando a Gabumon para hacer tu trabajo sucio…!
—¡Cállate!
Las palabras fueron como látigos. Yamato gruñó, lo desvió con el antebrazo cuando el otro cargó contra él y le metió una patada capaz de romper una pierna, haciéndolo retroceder tambaleándose.
—¿Ahora sí quieres pelear en serio? —bufó la copia, echándose de nuevo sobre él.
Bloqueó otro golpe apenas a tiempo, los brazos temblándole por el esfuerzo. Sentía el ardor recorrerle los músculos como fuego. Pero no iba a caer, no frente a él.
—¡Siempre hiciste un drama de todo! —bramó el falso Taichi, devolviéndole el golpe con una violencia que le sacudió las costillas. Yamato sintió que el mundo se ladeaba por un momento—. ¡Siempre poniéndote por encima, siempre cuestionándome, siempre buscando la forma de llevarme la contraria!
Otro golpe, esta vez a los riñones. Yamato apenas logró apartarse, el aire saliéndole en un jadeo.
—No tenías idea de la mierda que significaba estar al frente, cargar con la responsabilidad de todo lo que pasara —continuó la copia, su voz retumbando en su cabeza—. ¡Pero te creías con derecho a criticar siempre! ¡A destrozarlo todo cuando no te gustaba cómo iban las cosas!
Yamato apretó los dientes, el orgullo ardiéndole bajo la piel. Sabía que no era realmente Taichi. Sabía que era una sombra, una falsificación hecha de recuerdos distorsionados y manipulados para jugar con su cabeza. Pero su corazón no. Su corazón rugía que era él, que estaba ahí, recriminándole todo lo que se había abstenido de decirle antes.
Esquivó otro golpe como pudo. Realmente, hace mucho que no hacía esto. No así. No cuerpo a cuerpo. No con el corazón en llamas.
La copia jadeaba igual que él, pero no por cansancio o dolor, estaba seguro que no sentía nada de eso, sino por pura rabia.
—Y cuando más te necesitaba, cuando todo estaba desmoronándose, ¿qué hiciste tú, Yamato? ¡¿Qué hiciste?! ¡Huiste! ¡Nos dejaste! ¡Me dejaste! —rugió el impostor, empujándolo con fuerza, haciendo que Yamato resbalara sobre la grava suelta—. ¡Siempre me empujaste al límite! ¡Más allá de todo punto razonable! ¡Y yo...! ¡Yo era demasiado estúpido como para odiarte siquiera!
Yamato sintió el corazón encogérsele en el pecho. Las palabras golpeaban más fuerte que los puños. Porque eran exactamente los miedos que nunca había podido acallar, los fantasmas que seguían atormentándolo. El temor de que Taichi llegara a cansarse de él. Que se hartara de tantas veces que no estuvo ahí, de todo lo que hizo y no hizo en el momento que debía.
—No eres él… —dijo, sin aliento, apenas un susurro para sí mismo.
—¿No? —el impostor sonrió, ladeando la cabeza, los ojos tan parecidos a los de su amigo que le abrumaba mirarlos—. ¿Y por qué te duele tanto entonces?
La voz que le respondió no fue suya.
—¡Ya cállate, idiota!
Garurumon aterrizó frente a él en ese momento, los colmillos al descubierto, el pelaje erizado, un rugido brotando desde el pecho haciendo trastabillar hacia atrás al impostor. Tenía los músculos tensos, preparado para hacerlo trizas si daba un solo paso más. Y sobre su lomo, estaba Taichi.
—¡Cállate! —gritó de nuevo el castaño, la voz furiosa, los ojos encendidos como brasas. Se giró entonces para mirarlo a él—. ¡Nada de eso es cierto! ¡No escuches ni una maldita palabra!
Por un instante Yamato se quedó inmóvil. Sentía la sangre palpitándole en las sienes, los pulmones ardiéndole y los nudillos escociendo de tanto golpear. Y aun así… aun así, al ver a Taichi y Garurumon plantados frente a él sintió que la fuerza regresaba a su cuerpo.
Entonces su amigo le tendió la mano y Yamato la tomó. El calor de esa palma contra la suya fue como una descarga. Taichi tiró con fuerza y Yamato se impulsó, subiendo tras él al lomo de Garurumon, sus rodillas encajando a ambos lados del pelaje blanco.
La copia soltó una risa desdeñosa, ladeando la cabeza, la sonrisa torcida cargada de veneno.
—¡Claro! —resopló, el desprecio impregnando cada palabra—. ¡Ahí vas de nuevo! ¡Protegiendo a ese traidor! Estamos solos. No tienes que fingir que sigues confiando en él por el bien del equipo.
Taichi no se inmutó. Se mantuvo firme sobre Garurumon, los ojos clavados en su doble.
—Ciérrale la boca —dijeron ambos al mismo tiempo.
—Encantado —gruñó Garurumon.
Una lluvia de rayos azules salió disparada desde su hocico. El impostor esquivó el primero, luego el segundo, pero un tercero le rozó el brazo, y su contorno parpadeó con un glitch eléctrico.
Y entonces, como ya lo había hecho la copia de Ken, desapareció.
—¡¿Dónde está?! —jadeó Yamato, girando la cabeza por reflejo.
No tardó en verlo reaparecer unos metros más allá, caminando tranquilamente con las manos sueltas a los costados. La voz lo alcanzó antes que su silueta.
—¿Es que tanto te gusta tenerlo sobre tu cuello, Taichi? —continuó, intentando provocar al castaño—. ¿O es que te has vuelto demasiado cobarde como para enfrentarlo?
Garurumon giró con velocidad, disparando una nueva ráfaga, pero el impostor ya no estaba allí. Se materializó unos metros a la izquierda, dando un paso relajado, casi divertido, como si disfrutara del juego.
Hasta que una descarga por poco lo alcanza.
—¡Taichi! ¡Yamato!
Koushiro y Sora llegaron corriendo junto a ellos, con Tentomon y Piyomon volando sobre sus cabezas. El solo hecho de tenerlos allí, firmes, alerta, le dio a Yamato un nuevo impulso interno. Lo sintió también en Taichi, en Garurumon, como si la energía de su manada les devolviera parte de su fuerza.
El grupo volvía a unirse de a poco, y la confianza regresaba a ellos.
Pero entonces Sora lo vio.
—¿Qué…? —jadeó, sus ojos clavados en la figura unos metros más adelante.
El impostor, erguido frente a ellos, la postura firme, la mirada afilada. Un símbolo. No la versión cansada y maltrecha a la que Yamato se aferraba, sino el recuerdo ideal.
Solo que no era él.
Sora desvió la mirada, buscando al verdadero.
—Taichi… —dijo con voz baja, dolorosa—. ¿Qué fue lo que pasó?
Taichi abrió la boca, pero no pudo responderle. No pudo decir nada frente a la verdadera pregunta de Sora: ¿Qué hiciste para que SkullGreymon volviera?
—No fue Taichi, Sora —intervino Koushiro. Señaló a la copia sin dudar, aunque la expresión en su rostro delataba lo mucho que le costaba mantener la compostura—. Fue él quien causó esto.
Sora lo entendió al mismo tiempo que Yamato: Taichi había perdido a Greymon, se lo habían arrebatado. Su sombra había tomado el control y luego lo había arrastrado de vuelta a revivir su peor error.
—¡Bien, Koushiro! —exclamó El impostor, alzando un pulgar, la sonrisa complacida pegada al rostro—. Siempre se puede contar contigo para entenderlo todo… A diferencia de él.
Se giró, enfrentando a Taichi. Los dos se clavaban la mirada. Uno, de pie e imponente. El otro, tenso sobre el lomo de Garurumon, los ojos oscuros, el orgullo agrietado.
—No necesitó ni diez minutos para romperse —escupió con desprecio—. El gran líder. El corazón del equipo, ¡Patético!
Entonces volvió la vista a Yamato.
—Estoy seguro que lo hubieras disfrutado. Verlo esquivar los Mega Flame de Greymon, corriendo por su vida sin que tú o Gabumon tuvieran que molestarte en hacer nada.
La ira y la culpa lo golpearon tan fuerte que le nublaron la vista. Sintió a Garurumon endurecerse bajo ellos, un gruñido profundo resonando por todo su cuerpo.
Saber que Agumon había sido forzado a hacer eso, que Greymon había atacado a Taichi por órdenes de esa cosa.
—¿Cuántas veces pensaron que aguantaría hasta el final? ¿Que nunca se rendiría? ¿Que seguiría peleando por ustedes? —Los ojos del impostor brillaban con satisfacción pura, como si se alimentara del dolor que sembraba—. Y mírenlo ahora. No puede decir una palabra. Ni siquiera puede mirarlos.
Y era cierto. Taichi no se movía, no decía nada. Tenía la cabeza gacha, los puños apretados. No los miraba. No podía.
Yamato lo sintió temblar, su espalda contra su pecho. La culpa. La vergüenza. La idea de no ser suficiente, de haberles fallado. Se pegó más a él, sus brazos cerrándose como un escudo a su alrededor.
—¡Nada de eso es cierto, idiota! —gruñó, la voz cargada de su afecto duro, devolviéndole sus propias palabras—. Nada de eso es cierto, ¡No escuches ni una maldita palabra!
Taichi giró apenas el rostro, lo suficiente para encontrar sus ojos, y Yamato vio esa mirada encenderse de nuevo.
Pero no hubo tiempo para más. El suelo tembló con otro rugido ensordecedor levantándose detrás de ellos como una avalancha viva.
Todos se volvieron al unísono, los cuerpos tensándose por reflejo, para ver al monstruo que se alzaba al final del terreno. Justo en ese instante, su garra atravesó a Halsemon con un golpe seco. El grito del digimon llenó el aire antes de que su cuerpo estallara en una lluvia de datos que se desvaneció con rapidez, arrastrada por el viento.
—¡No! —Sora jadeó, cubriéndose la boca con una mano.
No había rastro de ExVeemon, ni de Stingmon, ni de las copias de Daisuke, Ken o Miyako. Lo único que quedaba era la copia de Hikari, que observaba envuelta en una nube densa de datos corruptos que chisporroteaban alrededor de su figura; y Nefertimon, completamente oscurecida, aun combatiendo en el aire. Disparaba con violencia, las alas extendidas como cuchillas negras, deteniendo los embates de SkullGreymon con una furia aterradora.
—¿Por qué no se ha consumido todavía? —preguntó Taichi, la voz cargada de tensión, un tono de alarma que los atravesó a todos—. ¡Ya debería haberse quedado sin energía!
Koushiro frunció el ceño, sus ojos escaneando la escena como si pudiera descifrarla a fuerza de lógica. Luego su expresión se crispó.
—Podría ser... —empezó, casi en un murmullo—. Como estaba conectado a la copia cuando ocurrió la evolución… Puede que esté absorbiendo su energía para mantenerse activo.
—¿De la copia? —repitió Sora, girándose hacia él.
—Sí. Y como su fuente de poder es prácticamente ilimitada...
Yamato cerró los puños con tanta fuerza que los nudillos le crujieron.
—No se detendrá —dijo, los ojos fijos en la aberración de huesos que se abalanzaba sobre Nefertimon sin importarle los proyectiles que lo golpeaban—. No hasta que lo neutralicemos.
Hubo un segundo de silencio, y entonces Koushiro agregó.
—A SkullGreymon… o a su fuente de poder.
Las palabras se quedaron suspendidas en el aire, y como si todos hubieran llegado a la misma conclusión al mismo tiempo, giraron hacia él. Hacia el impostor.
Este los observaba desde la misma roca, aún erguido, con los brazos en jarras.
—Vamos a jugar entonces... Veamos si pueden alcanzarme —dijo con una sonrisa amplia, demasiado confiada, y desapareció en una chispa digital justo cuando una lluvia de ataques cayó sobre el lugar que ocupaba.
Ráfagas ígneas de Birdramon, descargas eléctricas de Kabuterimon, el fuego azul de Garurumon. Todo impactó contra el suelo vacío, levantando una nube densa de humo y tierra.
—¡¿Dónde se fue?! —gritó Sora, la vista recorriendo frenética el terreno.
—¡Por aquí, chicos! —canturreó la voz a sus espaldas.
Koushiro se volvió.
—¡Kabuterimon!
Una descarga eléctrica surcó el aire, pero el impostor se desvaneció otra vez antes de que lo tocara. Y así lo repitieron varias veces más, las suficientes para comenzar a colmar la paciencia de Yamato.
—¡Maldita sea! —rugió, aferrado con fuerza a Garurumon mientras este giraba en círculos buscando la silueta entre las formaciones rocosas.
Y de nuevo, el falso Taichi apareció brevemente a su izquierda, riéndose mientras esquivaba una llamarada de Birdramon con un salto limpio hacia atrás.
—¿Eso es todo? ¡Vamos! Pensé que serían mejores en esto.
—¡Garurumon, izquierda! —ordenó Yamato, pero otra vez fue demasiado tarde, ya había vuelto a desvanecerse, reapareciendo más adelante.
—Nos está guiando… —murmuró Koushiro en voz baja, con una creciente tensión en la garganta.
—¿Qué? —preguntó Sora, echándole una mirada rápida.
—Ese perro arrogante… —escupió Taichi con un tono entre ira y comprensión amarga—. ¡Nos estaba atrayendo! Quería acercarnos a SkullGreymon para que nos detecte.
En la distancia, el monstruo alzó la cabeza en su dirección, y un solo paso suyo hizo vibrar el suelo. La bestia se había olvidado de Nefertimon y ahora los miraba a ellos. Fijamente.
—Mierda… —murmuró Yamato.
-o-o-o-
Pasó en segundos.
Un temblor en la tierra, y la silueta descomunal creciendo y creciendo mientras SkullGreymon cargaba contra ellos, su rugido rasgando el aire.
Todos mirándolo. Esperando su decisión.
¡Muévete!
—¡¡Sepárense!! —rugió Taichi.
Como si fuera el disparo de partida, el grupo se dispersó enseguida, corriendo y volando en distintas direcciones justo antes de que la enorme mole los alcanzara. El cuerpo de SkullGreymon se estrelló contra el la pared de roca, haciendo saltar escombros por todas partes.
Garurumon hizo un giro cerrado y Taichi sintió el tirón de la gravedad justo antes de que Yamato lo sujetara fuerte, inclinándolos hacia un lado y adelante para no salir disparados mientras el lobo se impulsaba con fuerza cuesta arriba.
—¡Lo tenemos detrás! —gritó Yamato pegado a su espalda.
Taichi miró sobre su hombro. Efectivamente, SkullGreymon los perseguía a ellos.
—¡Garurumon! —llamó—. ¿Crees tener fuerzas para seguir corriendo y distraerlo por un tiempo?
El lobo gruñó con los colmillos expuestos.
—¡Por supuesto! No voy a dejar que toque a ninguno de ustedes.
Yamato le dio un par de golpes firmes al lomo. Taichi asintió y llevó una mano al comunicador de su Digivice.
—¡Sora, Koushiro! ¡Nosotros lo distraemos! ¡Encuentren a la copia y destrúyanla!
La estática chispeó un segundo antes de oír las voces responder.
—¡Entendido! —dijeron ambos con rapidez.
Taichi ni siquiera tuvo tiempo de guardar el digivice cuando una explosión pasó silbando cerca de ellos. Otro proyectil los siguió, y luego un tercero que casi hizo tropezar a Garurumon.
—¡¿Qué diablos…?! —se quejó Yamato. Ambos elevaron la vista al cielo.
Nefertimon, con los ojos resplandecientes de rojo y la armadura ennegrecida, les disparaba desde el aire, guiada por las órdenes de la copia de Hikari que flotaba detrás.
—¡Demonios! ¡Me había olvidado de ella! —gruñó Taichi—. ¡Sora!
—¡Nosotras nos encargamos! —respondió Sora al instante desde el canal.
Birdramon ya se alzaba en un vuelo feroz hacia Nefertimon. Sora gritó algo que se perdió entre los rugidos, y el choque comenzó.
Del otro lado, entre las terrazas y niveles del terreno, Koushiro y Kabuterimon perseguían al impostor que seguía jugando a las atrapadas con ellos.
Y Garurumon corría. Corría como si la tierra se partiera detrás de él, lo que no estaba muy lejos de la verdad.
—¡Va más rápido de lo que pensaba! —alertó Yamato, pegado a su oído.
Los dos seguían agachados, su amigo prácticamente aplastándolo contra el lomo de su compañero para resistir el vendaval de velocidad que los rodeaba. Escuchó el silbido de otro misil aproximándose y el agarre de Yamato apretándose, por lo que hizo lo mismo.
Garurumon viró con un derrape violento, deslizándose entre una pendiente rocosa. El proyectil explotó cerca y la onda expansiva los empujó, levantando piedras y polvo como una ola salvaje. La combinación de fuerzas hizo que perdiera el agarre por un momento, pero el cuerpo de Yamato fijado como un cerco a su alrededor evitó que saliera volando por los aires.
—¡No te vayas a caer ahora! —lo regañó el otro, regresándolo a su lugar.
Taichi apretó los dientes, volviendo a enredar las manos entre el pelaje y fijando las piernas a los costados.
—¿Cuánto más puedes aguantar? —le preguntó a Garurumon, apenas audible entre el rugido del viento.
—¡El tiempo que haga falta! —ladró el lobo, con una chispa desafiante en la voz.
—¡Vamos! ¡Muéstrale de qué estás hecho! —le soltó Yamato, con una sonrisa ladeada igualmente orgullosa.
Garurumon respondió con un aullido y se lanzó hacia adelante con un sprint, las patas golpeando la roca con una cadencia perfecta. La velocidad repentina hizo que Taichi pegara más el cuerpo a él y agachara la cabeza. Por primera vez desde que empezó la carrera, lograron aumentar la distancia.
Subieron por la pendiente como un rayo y luego la bajaron en picada, acabando en una curva cerrada que hizo tropezar a su perseguidor. SkullGreymon rugió con frustración detrás de ellos mientras se alzaba de nuevo.
Garurumon saltaba entre rocas y grietas con una agilidad impresionante, pasando por zonas que obligaban al coloso a torcerse, girar pesadamente, pisar en falso. Era como si se estuviera burlando. SkullGreymon resoplaba, furioso, lanzando rugidos que hacían vibrar el aire, mientras intentaba mantener el ritmo. Pero era demasiado grande, pesado y torpe. Se enredaba en su propia furia, y cada intento por aplastar al lobo solo lo ponía más molesto.
Taichi hubiera querido poder disfrutarlo.
—No, NO, ¡NO-AHHHHHH! —Garurumon se lanzó al vació, otra vez, desde una cornisa luego de frenar abruptamente para esquivar el impacto de otro misil y Taichi soltó un grito tan agudo que le raspó la garganta.
—¿Te asusta volar, princesa? —se burló Yamato, con una carcajada enferma de adrenalina.
—¡¡DILE QUE DEJE DE HACER ESO!! —gritó Taichi, abrazado al cuello de Garurumon.
El lobo rio también, y aceleró con renovado ímpetu.
Así siguieron por un rato, esquivando ataques, girando por terrazas derruidas, trepando bordes estrechos y descendiendo por laderas imposibles, haciendo a SkullGreymon a tropezar, a golpear el suelo, a quedar atrapado entre muros de piedra que explotaban bajo su peso.
Hasta que lo hartaron.
La criatura giró violentamente y comenzó a disparar sin control. Todo su arsenal de misiles llovió sobre el terreno. El suelo estalló bajo sus pies. La tierra tembló y los riscos comenzaron a colapsar a su alrededor.
Garurumon perdió tracción por primera vez. Las piedras sueltas volaron en todas direcciones y el terreno se desmoronó.
—¡AGÁRRATE! —rugió Yamato, empujándolo más contra el lomo de su compañero, si eso era posible.
Comenzaron a deslizarse sin control por la ladera que se deshacía, cayendo directo hacia las garras abiertas del monstruo, que esperaba listo para despedazarlos.
Entonces, la luz.
—¡¡Golpe de fe!!
Un rayo brillante atravesó las nubes grises golpeando de lleno en el costado de SkullGreymon, que se tambaleó retrocediendo un paso, sus huesos chirriando por la fuerza del impacto.
—¡Ahora, Garurumon! —gritó Yamato.
El lobo se impulsó con las patas traseras, pasó por debajo del monstruo tambaleante, esquivando por centímetros las costillas abiertas y la cola oscilante como látigo.
—¡Aguanten! —gruñó el lobo, con un último empuje que los sacó de la sombra del monstruo y saltó hacia un lateral del terreno que aún no se derrumbaba.
Con un último gruñido, Garurumon trepó hasta una terraza lo bastante alejada del alcance como para detenerse un momento. Se dejó caer sobre la tierra, jadeando, sus hombros alzándose y bajando con rapidez.
Taichi gruñó también, soltando por fin el tenso agarre que había estado manteniendo, sintiendo cómo sus brazos y piernas colgaban lacios a ambos costados del cuerpo del lobo. Yamato le dio un par de golpecitos en la espalda antes de incorporarse.
—¡Justo a tiempo, hermanito! —lo escuchó gritar, feliz y aliviado.
Taichi se incorporó con dificultad sobre un codo, alzando la vista.
Del cielo descendía Angemon, envuelto en su aura dorada como un milagro. Y en sus hombros, sostenidos con fuerza, estaban Takeru y Hikari.
Hikari.
El corazón de Taichi dio un vuelco. Como si cada célula de su cuerpo respondiera a una orden silenciosa, saltó del lomo de Garurumon sin pensarlo y echó a correr, tropezando levemente, pero sin detenerse.
Angemon aterrizó con suavidad, desplegando las alas para amortiguar el impacto. Apenas Hikari tocó el suelo, hizo lo mismo y corrió hacia él con los brazos extendidos.
Chocaron en un abrazo apretado y torpe que los sacudió de un lado a otro antes de derrumbarse de rodillas sobre la grava. Ambos se aferraban con desesperación y alivio a la vez.
—Gracias, gracias, gracias... —repetía Taichi una y otra vez, con la voz rota y los ojos cerrados, el rostro enterrado en el cabello de su hermana.
Hikari en cambio estaba demasiado ocupada tocándole la cara, los hombros, el pecho, los brazos. Palpando cada centímetro que podía con manos temblorosas, asegurándose de que estaba entero.
—Estás bien... estás bien... —murmuraba ella, como un mantra.
A su alrededor, el mundo seguía temblando. Angemon se había retirado para volver a enfrentar a SkullGreymon junto con Ikkakumon y Togemon que acababan de llegar. Las descargas de Kabuterimon se estrellaban contra la tierra al otro lado del tajo. El viento silbaba con los embates de Birdramon y Nerfertimon. Pero por un instante, por ese breve instante en que pudo solo tener a Hikari entre sus brazos, el tiempo se detuvo.
Y todo estuvo bien.
-o-o-o-
Yamato liberó a Takeru de su abrazo con cierta reticencia. Lo había necesitado más de lo que pensaba, aunque solo hubiera durado unos segundos.
Volvió la mirada hacia los Yagami, que seguían en el suelo arrodillados uno frente al otro. Hikari no dejaba de tocarlo por todas partes, mientras Taichi murmuraba excusas entre dientes intentando convencerla de que estaba bien, que no hacía falta tanto alboroto. Pero ella no se detenía, y sus dedos pasaban una y otra vez por la mejilla de su hermano, acariciando con suavidad el rastro de marcas rosadas que había dejado la piedra.
El estómago de Yamato se hundió.
Recordó a la copia de Hikari empujándolo, gritándole que no volviera a acercarse a él, que no lo tocara otra vez. Temió que Hikari, la real, dijera lo mismo. Que lo mirara con ojos fríos y repitiera con esa voz afilada: No te atrevas…
—¡Chicos! —La voz de Joe lo sacó del pensamiento. El mayor y Mimi llegaron trepando a toda prisa por una pendiente.
Joe le apretó fugazmente el hombro antes de ir con Taichi. No había terminado de arrodillarse antes de tener las manos sobre él, tocando costillas, evaluando respuestas, buscando signos.
—¡Y ahora tú! —rezongó Taichi, haciendo una mueca de fastidio mientras Joe le revisaba la reacción de las pupilas—. ¿No pueden creerme cuando digo que estoy bien?
—No —respondió Joe sin miramientos.
Taichi bufó, pero no se apartó.
Mimi, por su parte, se lanzó sobre el cuello de Yamato, aprisionándolo en un abrazo. Una risa trémula que parecía más bien un suspiro. Yamato sostuvo su espalda apenas un segundo. Alcanzó a ver a Upamon asomándose apenas del bolso de la chica.
—¡Estábamos tan preocupados! Me alegra tanto que estén todos bien.
Yamato asintió, pero no llegó a responder. Vio a Takeru mirando hacia el campo, a SkullGreymon que en ese momento recibía un puñetazo conjunto de Togemon y Angemon.
—Bueno, no todos… —murmuró el menor, su voz afligida. Luego desvió la mirada hacia Taichi, y finalmente de regreso a él—. Hermano, ¿Qué fue lo que pasó? ¿Taichi…?
—¡No fue su culpa! —respondió Yamato al instante, casi alzando la voz, su espalda tensa—. Una copia suya apareció en medio de la pelea y tomó el control de Greymon. Esa cosa… esa cosa fue la que provocó la evolución oscura, no él.
Eso le ganó la atención de todos los recién llegados, que lo miraron con diferentes grados de perplejidad y terror.
—Es mi culpa —dijo entonces Taichi.
Yamato se giró en seco para mirarlo. Todos lo hicieron.
—Fallé. Le fallé a Agumon. A todos…
Fue Hikari quien lo interrumpió. Con firmeza, con ese tono que Yamato le había oído usar tan pocas veces, pero que siempre tenía un peso imposible de ignorar.
—No. —Le tomó el rostro entre las manos, obligándolo a mirarla—. No digas eso. Nunca podrías fallarle. Ni a Agumon, ni a nosotros.
Taichi quiso replicar, pero Hikari continuó antes de que lo hiciera.
—No has fallado —repitió, más dulce esta vez—. Porque esto no ha terminado. No hemos perdido. Y mi hermano no se rinde. Ni siquiera cuando eso pasa.
Yamato observó cómo Taichi la miraba por un instante largo, como si esas palabras se abrieran paso poco a poco entre los escombros de su culpa. Sus manos se alzaron para posarse sobre las de su hermana. No dijo nada, pero le dedicó una sonrisa de lado.
Y ahí estaba de nuevo: ese fuego en sus ojos. El que no salía del orgullo o la arrogancia, sino del amor. De saber que alguien te llama porque cree que puedes hacerlo. Porque confía. Porque lo has hecho antes y lo harás de nuevo. Y eso fue lo que los hizo levantarse finalmente.
—¿Cómo estaba allá adentro? —preguntó Taichi apenas estuvo de pie a su lado.
—¡Fue un infierno! —resopló Mimi—. Tuvimos que abrirnos paso una y otra vez entre patrullas y pasajes ocultos en las paredes, ¡Fue como volver a la pirámide!
—Nos estaban esperando —agregó Joe—. Y luego nos enfrentamos a la copia de Iori y Submarimon, intentaron ahogarnos en las piscinas industriales.
—¡¿Qué?! —exclamó Yamato.
—Joe se quedó enfrentándolo con Ikakkumon mientras nosotros íbamos por Hikari —continuó Takeru—. Estaba luchando contra la oscuridad para cuando la encontramos. Logramos sacarla de la cápsula y luego...
Takeru hizo una pausa, mirando directamente a Taichi.
—Pasó lo mismo que esa vez en el subterráneo. Su luz restauró las energías de los digimon.
—Así Ikkakumon pudo vencer finalmente a Submarimon —dijo Joe, asintiendo con una mezcla de asombro y orgullo—. No solo eso, también pudo destruir a la copia de Iori. No fue como con la impostora de Hikari, esta vez los datos se esparcieron en el aire como cuando los digimon mueren.
Yamato alzó las cejas.
—¿En serio?
—Sí —confirmó Mimi—. Hubiese sido bueno que Koushiro estuviera allí para confirmarlo, pero creemos que el núcleo oscuro se desintegró por el contacto y lo eliminó definitivamente.
Yamato intercambió una mirada con Taichi, y luego ambos miraron a Hikari.
—Si eso es cierto —dijo Taichi, una mano sobre el hombro de su hermana—, Entonces vamos a necesitar que lo hagas otra vez. Nuestros dobles ya causaron demasiados problemas.
Hikari asintió sin dudarlo.
—Lo haré.
-o-o-o-
Taichi se quedó sentado sobre una roca, la espalda ligeramente encorvada y Upamon sobre su regazo. El pequeño digimon respiraba con lentitud, completamente ajeno al caos que vibraba a su alrededor. Taichi le pasó una mano por la cabeza distraídamente sin pensar.
A su alrededor, el grupo se movía. Joe y Mimi estaban un poco más abajo apoyando a sus compañeros. Hikari estaba junto a Garurumon, irradiando una luz cálida que lo revitalizaba poco a poco. Takeru estaba al borde de la terraza moviendo los brazos para llamar la atención de Angemon que sobrevolaba alrededor de SkullGreymon.
Yamato estaba de pie a su lado, los brazos cruzados y la mirada clavada en el campo.
—¿Qué sucede? —preguntó de pronto, sin volverse—. ¿No te gusta el plan?
Taichi suspiró, bajando la mirada.
—No es eso. Solo... es extraño verlos ir a la pelea y tener que quedarme aquí.
Yamato alzó una ceja.
—¿A salvo?
Taichi negó con un gesto leve.
—Atrás. —Bajó la mirada hacia sus rodillas, donde Upamon seguía dormido—. No poder hacer nada para arreglar el desastre que provoqué.
Las palabras salieron más amargas de lo que quiso.
Yamato no dijo nada por un instante. Luego se agachó frente a él, despacio, y le levantó la cara con una mano. El pulgar le acarició la mejilla con un roce tan cálido como firme.
—Deja eso. —dijo con voz grave, firme—. Lo que está pasando no es tu culpa. Y lo que puedes hacer ahora es ser un buen líder y confiar en tu equipo para resolverlo.
—De acuerdo —dijo al fin, y llevó su mano sobre la de su amigo. La sostuvo un momento antes de acercarla a sus labios, dejando un beso en la palma—. No hagas nada estúpido, ¿quieres?
—Mira quién lo dice —rio Yamato, sacudiendo la cabeza.
Entonces, luego de asegurarse de que nadie estuviera mirando, se inclinó con rapidez y le rozó los labios en un beso fugaz.
—Vuelvo en un rato —murmuró el rubio antes de girarse e ir al encuentro de Garurumon.
Taichi lo siguió con la mirada en su camino hasta el lobo, que ya estaba incorporado y listo para una nueva carrera. Pero antes de que pudiera montarse, Hikari se acercó a él. Se dijeron algo que Taichi no alcanzó a oír, pero ella sonrió y compartieron un abrazo breve y apretado. Yamato apoyó una mano en la cabeza de su hermana con afecto antes de trepar ágilmente sobre el lomo de Garurumon y partir a toda velocidad por el borde de la ladera.
Hikari se giró entonces en su dirección. Takeru no tardó en unírseles y Taichi se acomodó un poco en la roca para hacerles espacio. Los tres se quedaron allí, hombro con hombro, esperando.
Arriba, Angemon ya descendía en espiral hacia ellos.
Chapter 13: La Batalla – Ok... Nuevo plan
Summary:
El equipo se divide de nuevo para enfrentar a las copias ahora que tienen una forma de eliminarlas por completo... pero uno de los impostores se resiste a darse por vencido.
Chapter Text
El viento arrastraba polvo y fragmentos a su alrededor, además del zumbido constante de Kabuterimon sobrevolando por encima del terreno. Cada vez que su compañero lanzaba un rayo, la réplica se desvanecía apenas antes del impacto y aparecía metros más allá, buscando siempre ángulos ventajosos desde donde lanzar sus dardos verbales. Siempre la misma actitud confiada y esa sonrisa que le revolvía el estómago por lo familiar que le resultaba.
—Vamos, Koushiro, dime la verdad —dijo el impostor con voz risueña—. ¿cuánto tiempo calculas que aguante este torpe frente de batalla antes de que los destrocen a todos?
Koushiro no contestó, estaba concentrado procesando varias capas a la vez: el patrón errático de movimiento de su enemigo; el tiempo de recarga de los ataques de Kabuterimon; la posición de Yamato y Garurumon que se acercaban discretamente por los riscos superiores; y sobre todo, el análisis constante del discurso ponzoñoso.
—Realmente no fue el plan más brillante, pero ¿qué más podía hacer si quien se supone que debe resolver esta clase de cosas está fuera de servicio? Para eso eres útil, Koushiro. Para salvarlos de su incompetencia, y ahora que no sirves te arrojan como entretención. Qué considerado de mi parte, ¿no?
Koushiro mantuvo la vista firme mientras el sujeto continuaba su monólogo con aparente despreocupación.
—… Siempre estás rescatándonos en silencio, siempre dispuesto a resolver los problemas por mí, acomodando las piezas rotas que la impulsividad y sentimentalismo dejan a su paso. El genio detrás del líder, pero ¿Nunca te preguntaste si realmente te consideraba un igual, como a Yamato? Tú eres el niño prodigio, sí, pero al final siempre hacemos lo que se nos antoja.
Apretó los dientes. Lo irritaba. No tanto por el contenido, sino el uso de esa voz, esa entonación... esa cara. Por esa miserable falsificación de su amigo.
—Sé lo que intentas —respondió al fin, con la voz tranquila—. Estás reciclando percepciones sobre nosotros y combinándolas para así atacarnos de forma personal. Pero sospecho que no tienes suficiente información sobre mí, porque tus conjeturas hasta ahora son bastante mediocres.
La copia echó atrás la cabeza con un gesto decepcionado.
—Ahh. Qué aburrido, Koushiro. —Se quejó con un puchero, como los que Taichi hacía en secundaria cada vez que intentaba sacarlo al parque a tocar tierra luego de pasarse días encerrado frente a la computadora—. ¿Realmente no te molesta? ¿No piensas a veces que si tú tuvieras el control las cosas saldrían mejor? Seguramente con mucho menos drama, sin nosotros intercambiando puños constantemente.
Intenta generar una fractura de rol, Concluyó Koushiro. Debe basarse en los conflictos e inseguridades registradas por las personas que capturaron. Reconozco ecos de Miyako, y Iori, pero apostaría que para esta instancia utilizaron principalmente las memorias de Hikari del equipo y nuestras dinámicas. Sus temores al vernos sobrepasados en situaciones límite, la imagen que tiene de Taichi como centro de responsabilidad y cómo los demás nos hemos relacionado históricamente con eso.
—Cada uno tiene un rol —respondió, sin perder la calma—. El de Taichi es inspirar para ponernos en movimiento; el mío es analizar y encontrar soluciones; el de Yamato es cuestionar esa dirección. Todos nos complementamos. Es lo que nos hace un buen equipo.
La copia frunció el ceño. Koushiro pudo notar un leve tic en su expresión que no estaba seguro de si era intencional o no.
—Aún tienes esa fe ciega, ¿verdad? En todos. Eso es lo que nos va a destruir. Alguno va a fallar, siempre terminan fallando.
—Pero no tanto como ustedes esperaban, ¿O me equivoco?
Entonces se le hizo evidente que el impostor comenzaba a agitarse, su sonrisa demasiado tirante de pronto.
—Eres tan raro, ¿Por qué no reaccionas como los otros? —resopló, aparentando frustración—. A Yamato lo tenía temblando en segundos. El otro se hizo trizas tan solo con mirarme, ¿Cómo puede ser que tú no caigas, Kou? ¿Cómo finges tanta calma? ¿O acaso de verdad no sientes nada al verme?
Koushiro apretó los puños tras la espalda para que el otro no lo viera reaccionar ante el apodo, y mantuvo la mirada serena y claridad en su voz.
—Porque no eres Taichi.
La copia soltó un resoplido y sus ojos chisporrotearon con un leve tono rojo por un instante.
Mientras tanto, Koushiro desvió sutilmente la vista. Garurumon estaba entre las sombras del relieve, agazapado a menos de cincuenta metros. Necesitaba seguir enfocando la atención de esa cosa sobre él hasta que acabaran de acercarse.
—Eres solo un eco hueco. Una falsificación deficiente y patética.
El insulto pareció cumplir su objetivo y golpear en el orgullo emulado de la instancia. Su expresión se torció, crispada de desdén. Sus gestos antes perfectos ahora eran más espasmódicos.
—¡¿Patética?! —chilló, con una mezcla de risa aguda y rabia—. ¡Soy todo lo que siempre quisieron que fuera! ¡Todo lo que esperan de él y más!
—¿Según quién? —replicó Koushiro con la misma calma que tanto le irritaba al otro—. ¿Los más pequeños que apenas lo conocen? ¿Según el que lo idealiza porque lo ve como su única referencia? ¿O según tus programadores, que deformaron sus memorias para construir esta pobre simulación?
La copia se inclinó levemente hacia adelante, como un depredador intentando intimidar a su rival.
—Según su hermana. —siseó con veneno—. Esa niña es terriblemente perceptiva, y los ha visto tanto en la cima como tocando fondo. Ella nos mostró las piezas que sostienen a su ridículo equipo, y las que podemos arrancarles para acabarlos más rápido…
Hizo una pausa, irguiéndose de nuevo con los brazos cruzados sobre el pecho, mirando a Koushiro hacia abajo con una mueca perversa que nunca había estado en ese rostro.
—Ya lo hemos hecho varias veces durante este viaje. Fue divertido jugar con ustedes, pero ya me estoy cansando. Además… me muero por ver cómo se destruye esa fe tuya de una vez.
Koushiro apretó los labios en una fina línea, conteniendo la reacción.
—¿Y cómo piensan hacerlo? —se atrevió a preguntar, mirándolo con intensidad.
El sujeto ladeó la cabeza, entrecerrando los ojos con una sonrisa.
—Eliminándolo, claro. —Su voz cambió, se hizo más artificial y aguda, como una risa afilada—. No necesitas que te lo diga: cada vez que Yagami desaparece, el grupo se desmorona. Tú lo sabes. Hikari lo teme más que nada. Porque no tienen un reemplazo adecuado para esa pieza.
Esta vez Koushiro no pudo frenar fue el impulso de revisar nuevamente la posición de Yamato y Garurumon. Sus ojos se desviaron apenas una fracción de segundo, pero fue suficiente. La sonrisa del impostor se alargó de manera antinatural, enviando un primer escalofrío por su columna cuando giró en la dirección donde se escondían.
—¿No es verdad… Yamato?
-o-o-o-
Taichi pasaba los dedos por el pelaje de Upamon en un intento de calmar la ansiedad que le latía bajo la piel. No servía de mucho, pero fingirlo era mejor que nada. Solo trataba de parecer menos fatigado de lo que en realidad se sentía. A su lado, Takeru se mantenía atento, mirando hacia el cielo donde Angemon y Hikari enfrentaban a su impostora.
Él también elevaba la vista de vez en cuando, pero lo cierto es que su atención estaba dividida por el campo, donde la batalla volvía a tener una especie de estructura, de propósito, con todos los demás repartidos en sus distintas tareas.
Por un rato al menos.
Un zumbido distorsionado quebró el aire, como una señal mal transmitida, y entonces tres figuras se materializaron en formación frente a ellos. La copia de Daisuke al frente, Ken y Miyako a sus lados.
—¿Nos extrañaron? —se burló Daisuke, avanzando sin apuro, con una confianza odiosa.
—¡Takeru, aléjate! —Taichi intentó levantarse enseguida, pero el cuerpo no le respondió tan rápido como necesitaba.
—¡Ni lo sueñes! —respondió Takeru, colocándose delante de él con los brazos abiertos como si pudiera contener una avalancha con el pecho.
Taichi dejó a Upamon junto a la roca y se obligó a incorporarse, El tobillo crujió con el esfuerzo, y un grito mudo se le quedó atascado en la garganta, el dolor ascendiendo por su pierna como fuego líquido.
—Vaya, estás aún peor de lo que nos dijeron —soltó Daisuke, con una sonrisa hueca.
No estaba para esto. No podía correr. No podía luchar. Pero aun así...
—Takeru, hazte a un lado —murmuró con la mandíbula apretada—. No voy a esconderme detrás de ti.
—Qué mal, porque yo no pienso dejarte enfrentarlos solo —dijo el más joven, con una seguridad temeraria que por un segundo le recordó demasiado a sí mismo. O a Yamato.
Una sonrisa se le escapó, orgullo y terror mezclados en el pecho.
El impostor de Ken desapareció de su lugar y se materializó detrás de él con un chasquido agudo. Taichi apenas giró, una mueca de dolor en el rostro, y logró esquivarlo por centímetros con el corazón latiéndole con fuerza.
—¿Esto es todo lo que queda del gran líder? —Ken sonrió, deslizándose alrededor como una sombra.
Los tres los rodeaban. Acechándolos como a un par de presas.
—Ya no eres más que una molestia para ellos. Pero matarte nos será más útil que solo dejarlos cargar contigo —añadió Miyako.
Hasta que se les lanzaron encima.
Fueron golpes rápidos, más fuertes de lo que deberían. Takeru interceptó al falso Daisuke con el brazo alzado y por eso recibió un rodillazo brutal de Miyako en el costado. Taichi sintió la vibración de los golpes como si los hubiera recibido él.
Una mano lo alcanzó por la chaqueta y lo hizo trastabillar antes de que pudiera reaccionar. Su rodilla golpeó el suelo cuando un zumbido agudo le sacudió la cabeza.
—¡NO! —gritó Takeru, arremetiendo contra Ken, bloqueando el siguiente ataque. El más joven ya jadeaba, pero se mantenía de pie.
Miyako desapareció en un destello negro a su espalda y volvió a materializarse justo detrás de Takeru, pero Taichi ya se estaba moviendo. Se lanzó contra ella con el hombro y todo el peso de su cuerpo en un movimiento tosco pero efectivo. La hizo caer un par de pasos, desestabilizándola.
Daisuke apareció a su otro costado. El puño levantado y una sonrisa furiosa. Taichi apenas giró para verlo antes de que Takeru lo interceptara con una patada que lo mandó hacia atrás con un ruido seco. Pero entonces Ken se lanzó sobre la espalda del rubio y se le colgó del cuello como una soga, intentando asfixiarlo.
—¡Takeru! —Taichi buscó con la mirada algo, lo que fuera. Su mano dio con una barra de metal oxidada entre los escombros. La alzó sin pensar y la descargó lo más rápido que pudo contra el impostor.
El cuerpo se desestabilizó por un segundo en un glitch que lo recorrió como un relámpago, y al siguiente se desvaneció, apareciendo varios pasos más atrás de sus compañeros.
Takeru cayó de rodillas, dando grandes bocanadas para recuperar el aire mientras él se mantenía lo más firme que podía a su lado, blandiendo el improvisado bastón a la espera de la siguiente embestida.
Mierda.
Upamon saltó entonces frente a ellos, sus orejas vibrando y la mirada encendida de coraje.
—¡Tus oídos! —gritó Takeru, jalándolo del brazo para que se hiciera al suelo.
Taichi apenas tuvo tiempo de entender lo que le decía y llevarse las manos a los costados de la cabeza antes de que el pequeño digimon soltara un chillido agudo digno del peor concierto de metal.
Fue un grito tan alto y potente que hizo que el aire vibrara. Las ondas chocaron como olas contra las tres copias creando una interferencia que las hizo tambalearse y a sus formas físicas por un instante. Pero el efecto se desvaneció al mismo tiempo que el ataque de Upamon, que ahora respiraba agitado y tembloroso. El pobre estaba tan exhausto como ellos a esas alturas.
Sus atacantes volvían a acercarse, ahora con un brillo intenso en los ojos que demostraba su molestia por los retrasos en su misión.
Y entonces, del cielo, vino un estallido de luz.
-o-o-o-
El viento rugía en sus oídos mientras Angemon la elevaba hacia el cielo, directo al campo de batalla en el aire. Birdramon descendía, exhausta, para sumarse a Toguemon e Ikkakumon conteniendo a SkullGreymon a distancia.
Frente a ellos, Nefertimon danzaba entre sombras. Su cuerpo aún tenía su forma, pero estaba corrompido. El brillo de su armadura había sido devorado por manchas negras, y sus ojos… no eran los ojos que Hikari recordaba.
Y justo sobre ella, flotando como un titiritero, su copia.
Hikari sintió el escalofrío al verla. Era una réplica perfecta en la superficie: su silueta, su peinado, su rostro, hasta su voz y expresiones. Pero había algo estéril, vacío. Como si alguien hubiera vaciado su interior y rellenado el hueco con algo viscoso y muerto. Era como verse a sí misma en su peor momento. Como un reflejo de su miedo, de su oscuridad, de lo peor de sí misma.
—Te tardaste —murmuró la impostora.
Hikari no respondió. Se concentró en Nefertimon.
—Tailmon… —murmuró, y Nefertimon giró la cabeza. Un leve estremecimiento le cruzó el cuerpo.
—No puedes —dijo la copia—. Ella me pertenece ahora.
La digimon se agitaba en el aire, cubierta de sombrasBajo la influencia de la copia, sus movimientos eran erráticos pero letales: zarpazos y proyectiles girando como cuchillas negras. Cada disparo obligaba a Angemon a virar en seco para proteger a Hikari, que se aferraba con fuerza a su hombro, los labios apretados.
—¡Sujétate! —advirtió Angemon, antes de moverse de nuevo esquivando varios proyectiles.
Nefertimon. Corrompida. Perdida.
Y su impostora... sus ojos la miraban sabiendo exactamente lo que había recordado.
—¿Vas a llorar otra vez? ¿Vas a romperte y condenarlos a todos? —le preguntó su doble, con esa voz hueca, como una cáscara rota—. ¿Como cuando Ophanimon cayó? ¿Cuándo los arrastraste a todos al infierno?
Hikari se estremeció.
“Diosa de mal agüero, causante de destrucción…”
“Eres la que nos dio la oportunidad de destruir al mundo.”
—Solo necesito un paso en falso, Hikari. Uno más… —continúo provocando la impostora—. Y esta vez, nadie va a venir a salvarlos.
“Acorralaste a tu propio…”
El pecho de Hikari se apretó y más imágenes cruzaron su mente. Ordinemon. El caos. El dolor, el silencio y el vacío de sentirse de pronto sola en el mundo. La desesperación que la hundió a ella y a su compañera en la oscuridad… No podía dejarse llevar por eso. No esta vez.
—No —murmuró, y cerró los ojos un instante.
Respiró hondo, concentrándose en la sensación del calor en su pecho. La luz latiendo en su interior.
—Acércanos —le pidió a Angemon cuando estuvo segura de poder aferrarse al sentimiento.
El ángel asintió, girando con gracia en el aire y haciendo lo posible para acercarse a Nefertimon sin que les diera. Hikari se aferró a su hombro, respirando con calma forzada.
Sabía lo que tenía que hacer.
Proyectó su luz. Al principio, fue solo un resplandor suave, casi imperceptible, pero Nefertimon la sintió y se detuvo. Solo entonces la miró de verdad.
—Tailmon, ya estoy aquí.
Y algo en la armadura de Nefertimon pareció vibrar. Un parpadeo tenue, un reflejo dorado entre las sombras. La digimon se sacudió como si hubiera sido golpeada por un trueno, y su siguiente ataque erró el blanco.
—¿Qué… estás haciendo? —gruñó la copia, visiblemente incómoda. Su voz se distorsionó apenas.
—Tailmon —repitió Hikari, con más fuerza—. Despierta, ven con nosotros.
La luz emergió de sus manos como un río. Su digivice latía. Nefertimon se tambaleó otra vez y su armadura empezó a brillar, como si la oscuridad retrocediera. Las alas volvieron a desplegarse con gracia. Sus ojos, por un segundo, volvieron a ser suyos.
—¡No! ¡NO! ¡Vuelve a mí!
La copia lo sintió de inmediato. La conexión forzada se fracturó y su impostora se dobló sobre sí misma, un glitch blanco cruzándole el rostro. Chasqueó la lengua con frustración.
Hikari mantenía la concentración, respirando profundo, proyectando con todo su ser esa luz purificante.
Nefertimon soltó un rugido gutural, confuso, y agitó las alas, pero no para atacar. Solo para mantenerse en el aire. El color de sus ojos fluctuó, como si algo interno luchara por emerger.
—¡Eres mía! —gritó la impostora, extendiendo ambas manos hacia Nefertimon como si pudiera agarrarla y traerla de vuelta por la fuerza.
Pero la luz era más fuerte. y más real. La conexión entre ellas y el poder que ejercía se deshacían rápidamente.
—¡No puedes hacerme esto! —chilló la falsa Hikari, con un dejo de histeria en la voz.
Hikari sonrió, aunque su cuerpo temblaba de agotamiento. El resplandor que la rodeaba pulsó una vez más, más fuerte, como un latido. Los ojos de Nefertimon se aclararon por completo.
—¿Hikari? —preguntó, parpadeando repetidas veces sin entender del todo lo que estaba pasando.
Los restos de la corrupción comenzaron a desprenderse como escamas ardientes, y con cada centímetro de luz que la bañaba, la copia temblaba más violentamente y su forma titilaba.
—¡No! ¡NO! ¡NOOOO!
Pero antes de que pudiera desvanecerse por completo o atacar, una sombra la golpeó, un pulso oscuro en su pecho que no provenía de Nefertimon.
—¡No…! —jadeó sin saber por qué, llevándose una mano al corazón.
Había más. La sensación de inquietud la hizo mirar instintivamente hacia abajo y buscarlo.
Su hermano. Y Takeru. Rodeados y a punto de colapsar.
La luz aumentó sin que ella lo quisiera. Su cuerpo se llenó de calor y su digivice brilló como una estrella.
—¡Llévame con ellos! ¡Ahora! —gritó, girando hacia Angemon.
El ángel dudó. Miró a Nefertimon, aún inestable. La copia de Hikari estaba debilitada, pero no destruida. Si Hikari se iba tal vez…
¡No!
—¡Confía en ella! —dijo Hikari, con firmeza. Luego miró a Nefertimon—. ¡Tú puedes terminar esto! Te lo encargo.
La digimon asintió y entonces Angemon se lanzó en picada por Takeru y Taichi justo cuando los falsos Ken, Daisuke y Miyako comenzaban a reagruparse frente a ellos.
Hikari saltó desde el hombro de Angemon antes de que sus pies tocaran el suelo. Cayó y corrió. Corrió sin sentir el suelo.
—¡Aléjense de mi hermano! —gritó.
La luz la envolvió por completo, una esfera blanca expandiéndose en ondas. Las copias retrocedieron, como si algo invisible los empujara. El núcleo oscuro en su interior vibró como una campana resquebrajada.
—¡¿Qué es esto?! —gritó Daisuke, su voz rompiéndose entre interferencias.
—¡Detente! —jadeó Ken, doblándose sobre sí mismo.
Uno por uno, se fragmentaron en líneas negras y glitches blancos. Primero Miyako, luego Ken, y por último Daisuke. Como si fueran muñecos mal ensamblados desmoronándose por la presión.
Taichi y Takeru se dejaron caer sentados en el suelo, hombro con hombro, jadeando, los cuerpos agotados, pero vivos.
Hikari cayó de rodillas un poco más adelante. La respiración entrecortada. El digivice brillando en su mano, como si no quisiera —o supiera que no podía— apagarse del todo todavía.
—Gracias, hermanita... —murmuró Taichi.
Hikari los examinó con la mirada. Estaban más magullados que como los dejó, pero seguían enteros. Luego miró a Angemon y lo descubrió observando el cielo.
Hikari alzó la vista justo a tiempo para ver cómo Nefertimon se transformaba. Su armadura brillaba, sus ojos habían vuelto a ser los de siempre. La luz había vencido. Angewomon emergió de esa purificación, y su aparición fue tan repentina y gloriosa que todo el cielo pareció encenderse con ella.
Al mismo tiempo la copia de Hikari se disolvió en el aire con un grito de pura agonía. Pero con su grito llegó otro desde más abajo. Un alarido que no era de dolor, ni de miedo. Era de furia. Y con él, vino una nube oscura, como una neblina viva y tóxica expandiéndose desde un costado del campo de batalla.
-o-o-o-
Koushiro apenas tuvo tiempo de ver cómo Garurumon salía disparado desde su escondite, una centella blanca trazando una línea directa contra el impostor. Pero ya sin el factor sorpresa ni siquiera el lobo fue lo suficientemente rápido.
—¡¿Cuántas veces vas a entrometerte?! —El falso Taichi reaccionó con un corto sprint que lo sacó del trayecto sin problemas, dejando a Garurumon derrapando en el terreno suelto por las descargas de Kabuterimon, sus garras sacando chispas para frenar.
—¡Las que hagan falta, pedazo de mierda! —respondió Yamato a un solo tono de estar ladrando.
La copia no se desvaneció, no cambió de posición instantáneamente, ni siquiera cuando el digimon estiró una garra para intentar alcanzarlo. Solo se echó atrás con un salto felino que arrancó un gruñido frustrado de los otros dos. Hasta parecía que quería luchar ahora que Yamato estaba aquí.
Koushiro lo notó de inmediato. No es como el falso Ken. Sus subrutinas deben emular el orgullo y el espíritu combativo. No va a intentar huir por ahora… Eso puede ser una ventaja.
Con un movimiento rápido, alzó la mano derecha solo con los dedos índice y medio extendidos, lo que bastó para que Kabuterimon entendiera al instante.
—¡Electro Shocker!
La descarga cayó surcando el aire en un latigazo azul. Su enemigo no tuvo tiempo de esquivarla en esta oportunidad y el rayo lo alcanzó parándolo en seco. La imagen perfecta del falso Taichi se quebró en una serie de glitches como una pantalla rota.
Garurumon no lo desaprovechó. Un rugido grave acompañó el crujido de los colmillos clavándose alrededor del torso digital. El impostor gritó. No sonó como Taichi, más bien como un conjunto de voces y frecuencias diferentes combinadas en ese sonido agudo que les perforaba los oídos.
Por suerte no duró mucho. Casi al instante de empezar, el cuerpo de Garurumon tembló, sus patas traseras se flexionaron involuntariamente, y antes de caer escupió a su presa como si acabara de morder una fruta podrida y venenosa.
—¡Grhh…! —bufó, sacudiendo la cabeza.
La copia voló contra la pared de la terraza y rebotó contra el suelo. Más glitches surcaron su cuerpo, más ondas de datos corrompidos rompiendo la máscara. Los rasgos se deformaban, los ojos fluctuaban entre el café normal y un rojo encendido. Ya no era una réplica perfecta, era un espectro enfermo y retorcido.
Pero todavía se movía.
—¡Kabuterimon, otra vez! —indicó Koushiro.
El segundo rayo cayó sobre él justo cuando intentaba incorporarse. El impacto lo inmovilizó en el suelo con un chasquido.
Yamato llegó a su lado.
—Takeru y los demás dijeron que Hikari eliminó por completo a la copia de Iori usando su luz —le informó Yamato, sin rodeos.
Koushiro asintió. Sí, esa es la debilidad.
—Nosotros también tenemos luz. —Elevó el digivice con un gesto decidido—. Sora y yo casi liberamos a Nefertimon antes de que SkullGreymon nos interrumpiera.
En cuanto las palabras abandonaron sus labios, el digivice reaccionó. El resplandor ligeramente morado volvió a brotar desde el aparato en la palma de Koushiro, y proyectó el haz hacia el cuerpo tembloroso del impostor.
Yamato sonrió mostrando los dientes y elevó el suyo también. Los haces convergieron en el centro del falso Taichi, que se arqueó como si algo le quemara por dentro.
—¡Te tenemos, desgraciado! —rugió Yamato.
El resplandor atravesaba su cuerpo como una grieta, su forma se resquebrajaba, los bordes de su cuerpo oscilaban entre destellos blancos y ondas de energía oscura que lo hacían encogerse sobre sí mismo, pero aun así... les sostenía la mirada. Los ojos brillaban ahora completamente de rojo, y en ellos había la misma determinación feroz que tantas veces vieron en su verdadero amigo. Como si también se resistiera hasta el último segundo a darse por vencido.
Maldita sea.
-o-
—¡Ya muérete de una vez! —gritó Yamato, los nudillos blancos por la fuerza con que sujetaba el digivice.
El haz de luz seguía proyectándose. El aire alrededor de ellos vibraba con la tensión casi insoportable de la energía oscura que emanaba desde la figura frente a ellos. El cuerpo de la copia se arqueaba, distorsionado por los espasmos y los glitches que lo recorrían por completo.
Pero el maldito no colapsaba. Seguía mirándolos a ambos, fijamente, con esos mismos ojos que había visto al borde del abismo durante las peores crisis, pero esta vez la obstinación suicida le resultaba mucho más irritante y la mueca enferma que se había apoderado de ese rostro le ponía los bellos de punta. Las ondas oscuras haciéndose más densas a cada instante que pasaban sin destruirlo.
—¿Qué demonios…? —susurró Yamato, sin bajar el brazo.
Al otro lado, Koushiro mantenía su propio digivice en alto, el rostro bañado por la luz. Yamato alcanzó a ver la línea de preocupación que le cruzó la frente.
—Creo que se está resistiendo a la desintegración de tal forma que empieza a sobrecargar su propio núcleo. —alertó Koushiro.
Yamato entrecerró los ojos.
—Dime que de alguna forma eso es bueno para nosotros.
Koushiro no tuvo tiempo de pensar en cómo responderle, porque un gran destello sobre sus cabezas llamó su atención. Yamato parpadeó ante la potente luz blanca inundando el cielo. Giró la cabeza y vio la columna de energía brillante que tenía en su centro a Angewomon, suspendida como una aparición celestial, abriendo las alas al mundo.
Un alarido de agonía la acompañó a la vez que la copia de Hikari se desvanecía entre glitches y fragmentos rotos.
—¡Lo consiguió! —Celebraron brevemente.
Entonces vino el segundo lamento, proveniente del único duplicado que quedaba por eliminar. Ese grito fue mucho más estridente, rabioso y antinatural. Como si todas las frecuencias posibles colapsaran en una sola nota afilada que perforó el aire.
La onda expansiva le siguió. Una corriente negra como tinta fue lanzada en todas direcciones desde su núcleo, como una detonación. Yamato no alcanzó a prepararse. Sintió que el suelo se le escapaba de los pies y su cuerpo era lanzado hacia atrás, cayendo sobre una piedra que le raspó el hombro.
La luz del digivice se apagó de golpe, y por un instante el mundo se volvió gris, como si alguien hubiese apagado el sol. Solo Angewomon brillaba en la distancia.
Koushiro cayó cerca, rodando con fuerza. Ambos se levantaron con torpeza, sacudiéndose la ceniza digital que flotaba en el aire. Yamato levantó la vista, y allí estaba el impostor: temblando, con el cuerpo cubierto de grietas negras, los ojos carmesíes irradiando oscuridad como un faro contaminado.
Y más allá, un tercer rugido.
SkullGreymon dejó de prestarle atención a los digimons que lo combatían. Su cráneo hueco se volvió hacia la fuente de esa oscuridad, reconociendo un oponente más interesante. Empezó a avanzar, sus pasos resonando con una cadencia acelerada.
Lo iba a atacar.
—¡Oh, no… NO LO HARÁS! —gritó el impostor al verlo.
Los filamentos oscuros que brotaban de él se dispararon como látigos vivos, y se enroscaron alrededor de las fauces, las patas y el torso de SkullGreymon, deteniéndolo a la fuerza.
—¡Tú me respondes a mí, maldito monstruo! ¡Yo soy tu amo! ¡¡OBEDECE!!
SkullGreymon se resistió, se sacudió con un bramido violento, intentando destrozar con garras y dientes las sogas que lo rodeaban, lo presionaban y se hundían en sus huesos. Pero las cuerdas no cedían, se ajustaban más con cada tirón y rugido rabioso que daba el impostor, anclado fuertemente a tierra por las mismas lianas marchitas.
Yamato no lo pensó dos veces.
—¡Koushiro, arriba! —ordenó, ayudándolo a subir sobre Kabuterimon—. ¡Tenemos que salir de aquí!
—¡¿Y tú?!
—Vamos detrás de ustedes.
Saltó sobre el lomo de Garurumon y el lobo reaccionó al instante, lanzándose al galope por la ladera para poner distancia entre ellos y el choque de esas dos bestias.
Pero antes de que lograran alejarse mucho, SkullGreymon dejó de forcejear y sus ojos brillaron igual que los del impostor. Había sido vencido. Y la sombra de su nuevo jinete se alzaba otra vez sobre su cabeza.
Chapter 14: La Batalla – Hora de hacer algo estúpido
Summary:
El impostor toma control sobre SkullGreymon cuando todos ya se encontraban exhaustos y la amenaza de una derrota inminente se hace cada vez más real. Eso es lo que hace a Taichi actuar.
Chapter Text
La retirada fue caótica.
Garurumon y Kabuterimon apenas lograron cubrir su escape entre los riscos y corredores de piedra que se desmoronaban tras cada paso de SkullGreymon. Yamato sujetaba con fuerza las crines del lobo, los ojos fijos en el panorama destruido, los dientes apretados de rabia y frustración.
Koushiro los seguía a corta distancia, aferrado a Kabuterimon, con la mirada alternando entre su digivice y los enemigos, intentando pensar en algo que les sirviera.
En el cielo, Birdramon había colapsado, extenuada hasta el último gramo de energía, su cuerpo caía rodeado de llamas transformándose en una pequeña Yokomon que Sora se apresuró en coger entre sus brazos, refugiándose enseguida tras un saliente de roca.
Angemon y Angewomon descendían como centellas, bloqueando el paso de SkullGreymon cada vez que podían, desviando sus ataques con varas y flechas de luz… pero era inútil. El monstruo los barría con las garras o con misiles disparados como lluvia. Cada vez que se reincorporaban lo hacían más lento.
—¡Curse Breathe!
Una ráfaga púrpura salió disparada de su mandíbula abierta, inundando el campo con un gas denso y vibrante. Angemon intentó disiparlo con su tornado divino, pero su cuerpo se estremeció de golpe en el aire, congelado por dentro. Angewomon gritó su nombre, cruzando el cielo para sostenerlo antes de que cayera como un peso muerto.
—Tal vez si lo intentamos de nuevo, más de nosotros… —comenzó a decir Koushiro por el comunicador.
Yamato lo paró de inmediato.
—¡Es muy peligroso! ¡No vamos a acercarnos tanto!
Ikkakumon lanzó su Harpoon Vulcan directo al rostro del enemigo y esa distracción logró parar la dispersión del gas, aunque enseguida fue repelido por un zarpazo.
—¡Death Nail!
Una descarga de energía oscura descendió sobre el tanque blanco como un martillo. El impacto lo empujó con violencia y acabó estrellándose contra el suelo como un peluche.
Togemon se lanzó luchando con los puños para defenderlo, sin miedo, pero su resistencia no podía competir con la furia del monstruo. Fue empujada hacia una terraza inferior que se desmoronó bajo su peso, y cayó sin que nadie pudiera detenerla.
—¡No! —gritó Mimi desde arriba, agachándose para mirar la caída de su compañera, pero la nube de polvo no dejaba ver si seguía consciente.
—¡Oblivion Bird!
Una nueva oleada de proyectiles orgánicos surgió de la espalda del esqueleto, como si se desprendieran de su columna. Cayeron en abanico arrasando terrazas enteras y obligando a Angemon y Angewomon a separarse para cubrir más terreno. Kabuterimon fue alcanzado de refilón, su cuerpo tambaleándose violentamente en el aire.
—¡Kabuterimon! —exclamó Koushiro, sosteniéndose con fuerza de donde podía.
Todo era ruido, escombros y fuego. La tierra cedía bajo sus pies, fragmentos del paisaje colapsaban uno tras otro. Y en medio del apocalipsis… esa cosa lo disfrutaba. El falso Taichi reía y reía con fuerza, como un jinete desquiciado. Una risa hueca, distorsionada y satisfecha que lo estaba volviendo loco.
-o-o-o-
Hikari intentó contraatacar. Intentó invocar su luz una vez más, pero el cuerpo no le respondía. El digivice apenas chispeó antes de apagarse del todo. Su aliento era pesado y su tez pálida. Estaba exhausta.
—No… no puedo… —susurró, y su voz sonó diminuta.
Taichi la envolvió por los hombros, firme, aunque sus manos también temblaban. El miedo le apretaba la garganta cada vez más.
Miró alrededor. Todos los digimon estaban siendo superados. Angemon y Angewomon se tambaleaban. Birdramon había caído. Sus amigos estaban exhaustos. El mundo se caía a pedazos tragado por la oscuridad, y su hermana, su luz más fuerte, ya no podía levantar un solo destello.
Y él estaba allí, observando cómo todo colapsaba sin poder hacer nada.
Inútil.
En medio de todo, el impostor reía con los brazos abiertos, parado sobre el cráneo de SkullGreymon. No peleaba como él: no dudaba, no vacilaba, no daba indicaciones; solo imponía su voluntad, y el monstruo respondía con precisión. Imparable.
—Está… está por sobrepasarnos —murmuró Takeru, con la voz apagada y el rostro cubierto de polvo—. No podremos sostener esto mucho más tiempo.
Taichi giró la cabeza a tiempo para ver a Garurumon y Kabuterimon con sus compañeros a cuestas huyendo de una nueva descarga de misiles. Las explosiones hicieron temblar la terraza donde estaban.
Del comunicador del digivice salió la voz tensa de Koushiro:
—Tal vez si lo intentamos de nuevo, más de nosotros…
—¡Es muy peligroso! ¡No vamos a acercarnos tanto! —bramó la voz de Yamato al instante.
—¿Intentar qué? —preguntó al aire.
Sora, que acababa de subir por la pendiente con Yokomon en brazos, respondió:
—Debe ser… los vi tratando de usar los digivice contra la copia.
Los tres se giraron hacia ella.
—La luz —explicó, aún jadeante—. Koushiro y yo por poco logramos purificar a Nefertimon antes. Tal vez cree que si combinamos la fuerza de todos podríamos desestabilizar la conexión lo suficiente… traer de vuelta a Agumon. Pero es demasiado peligroso acercarse ahora.
Volvieron a mirar al campo justo cuando Togemon se estrellaba contra la ladera, haciendo crujir el terreno bajo Joe y Mimi. Grandes grietas abriéndose en la roca.
—¡Ayúdenlos a subir aquí! —gritó Taichi, y tanto Sora como Takeru salieron disparados hacia el borde.
Volvió a alzar la vista. SkullGreymon se había hecho a un extremo del tajo y lanzaba zarpazos descomunales, desgarrando el terreno con furia, arrinconando a Garurumon sobre un pedazo de tierra cada vez más estrecho. Una nueva ráfaga del aliento púrpura comenzaba a descender, espesa y amenazante.
A pesar de los ataques de los ángeles y Kabuterimon cayendo sin descanso sobre ellos, el monstruo y su jinete no quitaban su atención del lobo gigante… y Yamato.
Los están cazando.
Fue entonces que Taichi sintió ese impulso odiosamente familiar.
Muévete.
No dijo nada. Solo se levantó y salió corriendo a trompicones, resbalando y jadeando por el esfuerzo, pero no se detuvo ni ante los llamados desesperados de Hikari a su espalda. Tenía que poner distancia entre él y los demás, rápido.
—Taichi, ¿Qué…? —La voz de Koushiro salió con estática del comunicador del digivice—. ¿Qué estás haciendo?
—Algo estúpido… muy estúpido —jadeó en respuesta una vez pudo alcanzar el aparato—. Necesito… tu ayuda... Vamos a hacer lo que dijiste.
-o-
Garurumon resoplaba bajo él, las patas traseras resbalando al borde de la angosta cornisa donde habían quedado atrapados. SkullGreymon alzaba una garra del tamaño de un vehículo, listo para derrumbar lo poco que quedaba del plano que los sostenía. No había salida. Solo el abismo a los lados y esa cosa al frente.
Y esa maldita risa.
—No sabes cómo quisiera aplastarte de una vez —siseó el impostor, con la sonrisa torcida de un sádico satisfecho, balanceándose sobre su montura como un rey demente—. Pero mis amigos querrán hurgar en esa pequeña cabecita tuya primero.
Yamato apretó los dientes, los dedos enterrados en el pelaje de su compañero. No le daría el gusto de una respuesta.
Garurumon soltó un gruñido bajo, apretándose contra el muro de roca. El aliento púrpura que emanaba desde las fauces de SkullGreymon los rodeaba como una niebla enfermiza avanzando lento hacia ellos. Sentía el picor en la nariz y la garganta, los músculos tensándose, el miedo bajándole en sudor frío por la columna.
—¡Ya deja de jugar, imbécil!
El grito se elevó resonando con fuerza por todo el tajo.
Taichi.
Contuvo la respiración un segundo.
SkullGreymon detuvo su avance, la niebla paralizante suspendida en el aire, como si alguien hubiera congelado el mundo por un segundo. El impostor también se detuvo, su expresión torciéndose. Ambos giraron la cabeza en la dirección donde había estallado la voz.
—¡TERMINA TU MALDITO TRABAJO!
Y ahí estaba, de pie sobre una terraza elevada en el extremo contrario. Expuesto, solo, pequeño e indefenso, la voz hirviendo de rabia y desafío.
Ese idiota.
—¡VEN POR MÍ!
¡Ese maldito idiota!
Un corto silencio se impuso. El impostor ya no tenía esa arrogancia juguetona, sus ojos rojos brillaban ahora con una severidad nueva, como si ese desafío hubiera tocado algo real en su interior.
—Como quieras… —gruñó, y SkullGreymon dio la vuelta con un rugido cavernoso antes de acelerar a su encuentro.
Yamato no reaccionó de inmediato. Su cuerpo se quedó congelado mirando a la bestia alejarse. El corazón le latía tan fuerte que le estallaba en los oídos. Las palabras se le agolpaban en la garganta sin poder salir más que como un gruñido mudo de desesperación.
¡Bájate de ahí! ¡Escóndete!
¡¡No me hagas esto de nuevo!!
Sintió la angustia y la ira subirle por la garganta como bilis. Quería gritar, gritarle. Quería correr tras él, agarrarlo del cuello y arrancarle la estupidez a golpes. Porque el desgraciado lo estaba haciendo otra vez: hacerse el escudo, decidir solo, sacrificarse. Porque no podía soportar verlo ponerse frente al peligro con esa cara de que todo estaría bien.
—… ¡Yamato! —Finalmente reaccionó al llamado de Garurumon—. ¿Qué hacemos?
—Vamos detrás —escupió al fin, la rabia arañándole la voz—. Veamos cuál es su estúpido plan.
Porque más le valía que hubiera un estúpido maldito plan.
-o-
Esperaba que funcionara, pero no creyó que lo hiciera. Al menos no tan bien, y definitivamente no tan rápido. Y la verdad era que ver al cadáver gigante corriendo directo hacia él… bueno, eso definitivamente lo ponía un poco nervioso. O más que un poco.
Notó movimiento en el borde de su visión y realmente esperaba que fuera obra de Koushiro posicionando al resto y no que alguien hubiera corrido estúpidamente para alcanzarlo. No quería a ninguno en la línea de fuego de la bestia enorme y terrorífica que se le aproximaba. Y vaya que esa cosa se venía encima.
Okey, sí, estaba muy nervioso.
—Tú realmente quieres morir, ¿no es cierto? —le gritó el impostor, un eco burlón que se expandía con cada paso que daban más cerca de él.
Taichi tragó saliva.
—Si así fuera, ¿entonces por qué te está costando tanto trabajo? —se burló con la poca petulancia que pudo reunir. Que en su estado era muy poca.
Su doble gruñó, y sus ojos ardieron como carbones encendidos. SkullGreymon aceleró, las garras extendidas al frente. Taichi sintió el temblor en su mano, la que sostenía el digivice oculto en el bolsillo de su chaqueta. Y en las piernas. Y en todo el cuerpo. Ya no podría hacerse a un lado ni aunque quisiera.
Pero no iba a hacerlo.
Vamos a traerlo de vuelta, se recordó, aferrándose a la determinación que había pactado con Koushiro. El propósito. El esbozo acelerado de un plan.
Cerró los ojos con fuerza y respiró hondo, forzándose a mantener la compostura. Sintió el estruendo de las violentas zancadas cada vez más y más cerca. Cómo la vibración del digivice se intensificaba en su palma. El dispositivo comenzaba a calentarse, a brillar débilmente a través del tejido.
Vamos a traerlo de vuelta.
—¡Ya me tienes harto, maldita peste! —rugió el impostor, en lo que se sentían solo metros de distancia. Su voz era un escupitajo de ira y odio.
—¡Lo mismo digo! —devolvió Taichi.
Sacó el digivice de su bolsillo, apuntándolo al frente a la vez que abría los ojos. Estaban, de hecho, encima de él. Una garra titánica suspendida en el aire, apenas detenida por la sorpresa del haz de luz que brotaba del digivice, impactando directamente en el cráneo de SkullGreymon. Justo entre los ojos. El rugido que soltó fue de desconcierto más que de furor. El impostor se irguió sobre la criatura, y la sonrisa torcida se apagó un segundo.
Taichi apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que había funcionado, pues el momento de asombro duró poco antes de que empezaran a reaccionar.
SkullGreymon sacudió la cabeza, intentando librarse de la influencia del rayo. Las fauces se abrieron y la garra suspendida volvió a moverse, temblorosa, empujando contra la fuerza que lo retenía. Su enorme sombra balanceándose sobre su cabeza.
TApretó los dientes y sujetó el digivice con ambas manos. La vibración aumentaba y el calor ardía en sus palmas. Cada segundo se sentía eterno, y cada fibra de su cuerpo gritaba que ya no tenía más fuerzas que dar. Las piernas ya no le respondían del todo bien. Sintió que sus pies se deslizaban un poco, la suela raspando la roca.
No te caigas. No te caigas, se repetía con la misma testarudez del monstruo frente a él. Tenía que aguantar todo lo que pudiera y darles tiempo. Un segundo más. Otro más. Otro más…
Sus rodillas cedieron finalmente y una de ellas tocó el suelo.
—¡Jajaja! ¿Eso es todo? —La copia estalló en carcajadas, esa risa desfigurada que le resultaba insoportable—. Vamos, hombre, ¡no decepciones ahora!
—Cállate…
El aliento púrpura comenzaba a fluir nuevamente de la mandíbula del monstruo, lento pero constante, arrastrando un frío que le calaba los huesos y le picaba los ojos. Pero no podía bajar los brazos. No podía...
Dos pares de manos se posaron sobre sus hombros al mismo tiempo y de un tirón volvieron a ponerlo sobre sus dos pies. Parpadeó, jadeando, y los vio: Hikari y Takeru. Uno a cada lado. Sus rostros estaban tan pálidos como el suyo, pero sus ojos ardían con convicción. Ambos alzaron los digivice, extendiendo el brazo frente a ellos sin soltarle los hombros.
¡Maldita sea, Koushiro!
—¡¿Qué demonios están haciendo aquí?! —les gritó con la voz rota, más de miedo que de rabia. No se suponía que ellos estuvieran allí. No se suponía que nadie más estuviera allí.
—¡Algo estúpido! —respondieron los dos al unísono, y Taichi pudo sentir cómo se metían con él a la vez que le daban un escarnio. Lo merecía, claro.
Sus luces se sumaron a la suya y el haz triplicado estalló con más fuerza, golpeando a sus contrincantes con renovado ímpetu. SkullGreymon se tambaleó hacia atrás y el impostor alzó un brazo cubriéndose del resplandor. La niebla oscura se detuvo y la energía oscura retrocedió.
Taichi tragó saliva, los ojos húmedos por el ardor y las emociones mezcladas, pero al menos sus brazos ya no temblaban tanto. Porque no los sostenía solo.
Cerró los ojos un instante y respiró hondo una vez más, volviendo a plantar los pies firmemente en el suelo.
—Okey… —Le dedicó una mirada a cada uno de los insubordinados que tenía al lado antes de pegar la vista al frente—. ¡Hagamos esto!
-o-
Garurumon seguía corriendo. Habían girado por una cornisa más elevada, flanqueando a buena distancia para estar a salvo de un ataque fortuito, pero lo suficientemente cerca como para ver lo que pasaba allá arriba.
Lo suficiente para ver cuando la rodilla de Taichi tocó el suelo.
—No… —murmuró, los nudillos blancos aferrados al pelaje de su compañero—. No, no, no… ¡Levántate, idiota!
Pero no lo hizo, y Yamato dejó de respirar.
El haz de luz que proyectaba su digivice continuaba encendido, pero no con la suficiente fuerza para seguir deteniendo la enorme garra que se balanceaba sobre su pequeña y frágil figura. Estaba a poco de aplastarlo.
Entonces, justo cuando parecía que todo se iría al demonio —como solían hacerlo últimamente todos estos malditos—, de entre el polvo y la devastación aparecieron Hikari y Takeru, corriendo como locos al encuentro de Taichi, como si no tuvieran idea del monstruo cerniéndose sobre ellos.
Los menores se plantaron a su lado y lo pusieron de pie otra vez, alzando los digivice. Los tres rayos se fundieron como un estallido solar, haciendo que SkullGreymon se tambaleara hacia atrás.
El aire volvió a sus pulmones.
Trío de desquiciados. Exhaló, el pecho sacudido de alivio. Ya van a ver cuándo los tenga…
—En posición —anunció entonces la voz de Koushiro por el comunicador, interrumpiendo sus ideas de castigo—. Mimi, Joe, ¡ahora!
Los rayos comenzaron a desplegarse uno tras otro. Primero Mimi desde la terraza este donde Togemon la elevaba en su puño alzado. Después Joe, un poco más al sur, aferrado al cuerno de Ikkakumon. El mayor estaba tenso, pero firme, con esa determinación que siempre aparecía en los peores momentos. Sora fue la siguiente, alzando el suyo con la mano que no sostenía a Yokomon. Luego Koushiro desde la espalda de Kabuterimon en el cielo, y por último él.
El campo se llenó de haces impactando sobre SkullGreymon, rodeándolo como una celda de luz que obligaba a la oscuridad a retroceder.
—¡Eso es! —escuchó gritar a Koushiro sobre ellos.
La mole de huesos temblaba, su movimiento bloqueado. Sus garras caían en falso, sus patas resbalaban. El vaho púrpura se dispersaba en jirones. El propio impostor se removía inquieto, las líneas de interferencia sobre su cuerpo destellando con violencia.
Garurumon alzó la cabeza, sus orejas erguidas y una sonrisa que mostraba los colmillos. Yamato apenas podía creerlo.
—Puede que el estúpido plan funcione después de todo… —le dijo a su compañero, que soltó una pequeña risa confiada.
-o-
La luz seguía fluyendo.
No sabía cómo. Para cuando los segundos se transformaron en minutos sosteniendo el digivice al frente, Taichi apenas se mantenía medio consciente, a nada de desplomarse de bruces por el puro agotamiento. Ya no sentía las manos. Ni los brazos. Ni las piernas. Las voces de los demás le llegaban como si vinieran desde detrás de un vidrio grueso, y cada vez que parpadeaba, el mundo se le llenaba de puntitos negros.
Y, por supuesto, tenía un monstruo de doce metros al frente. Uno que se retorcía como un perro rabioso intentando liberarse del halo brillante que él y sus amigos habían formado a su alrededor para partirlo en dos.
No importa, vamos bien. Hemos estado peor, seguro que hemos estado peor… Se decía, aunque no era capaz de recordar ninguna situación en ese momento, pero tenía que haber alguna.
—Sí, claro. El gato… —murmuró para sí. O pensó que murmuraba. Ya no sabía qué parte de su voz era interna y qué parte simplemente se le escapaba por la garganta sin filtro.
De pronto tenía ganas de vomitar.
Tampoco podía dar con el nombre del gato, lo que resultaba muy frustrante.
—¡Malditos insectos! ¡¿Creen que pueden ganar usando sus patéticos sentimientos contra mí…?! —vociferaba su doble, el rostro desfigurado por la rabia y los glitches blancos.
Ah, todavía sigue hablando. A este tipo le encanta escucharse.
El impostor se encorvaba sobre el hocico de SkullGreymon, forzando al monstruo a resistirse. Su cuerpo chispeaba con líneas de interferencia, y rayos negros empezaban a dispararse a su alrededor como relámpagos descontrolados.
Uno pasó silbando a centímetros de su cabeza, entre él y Takeru, pero a diferencia del menor no hizo el intento de apartarse. El cuerpo ya ni para eso le respondía. Ja.
—¡Cuidado! —gritó alguien por el comunicador. Koushiro, probablemente.
Debió ser Koushiro, porque después de eso Kabuterimon comenzó a interceptar la mayoría de rayos con sus propias descargas. Aun así, uno se escapó, y Taichi oyó un grito de Togemon, seguido del crujido de la tierra al partirse. Esperaba que Mimi y ella estuvieran bien. Que todos lo estuvieran.
Fue entonces que Hikari apretó con más fuerza su hombro. Sintió las uñas clavarse en su chaqueta, y el mundo se apagó tras sus párpados por un instante. Lo inundó una imagen fugaz y nebulosa, pero que se sentía demasiado real:
Agumon. Pequeño y hecho un ovillo. Suspendido en medio de la oscuridad, como en el fondo de un pozo. Pero la oscuridad se quebraba a su alrededor como una cáscara rota.
Taichi sintió que se le cortaba la respiración. El pecho le dolía. El corazón golpeaba como queriendo salírsele por la garganta, pero algo de sentido volvió a él.
Ahí estás, amigo.
Cerró los ojos otra vez intentando traer de vuelta la imagen. La forzó en su mente con cada resto de fuerza que le quedaba como si eso bastara para alcanzarlo de verdad. Las manos de Hikari y Takeru seguían firmes en sus hombros, evitando que cayera.
—Vamos... Vamos, Agumon — susurró, con la boca seca y la voz apenas audible—. Vuelve con nosotros.
Y ahí estaba de nuevo. La oscuridad crujía más y más rápido alrededor del cuerpecito naranja, pero Agumon todavía no reaccionaba.
Vamos, grandulón, ¡Despierta!
Ven conmigo… Estoy aquí.
Ya volví, amigo.
Vio el destello conocido de ese enorme y redondo ojo verde abriéndose. Parpadeando. Buscándolo.
¡Taichi!
Y el mundo estalló.
Una explosión blanca, inmensa, que nació del centro del círculo y lo cubrió todo como el estallido de una estrella. Taichi solo alcanzó a sentir el calor y la fuerza golpearlo de lleno, levantando sus pies del suelo. Rodó una, dos veces, hasta quedar tendido boca arriba, con el pecho subiendo y bajando. Los oídos le zumbaban. Sentía la cara y la boca llena de polvo, pero en sus labios había una sonrisa idiota.
—Lo hicimos… ¡Lo hicimos!
Frente a ellos el monstruo había desaparecido. Su jinete también. Solo quedaba su pequeña pelota rosa descendiendo lentamente en medio de los últimos destellos de luz que se desvanecían en el aire.
—¡Taichi! —gritó Koromon con su vocecita chillona en cuanto lo vio. Apenas tocó el suelo, botó lanzándose en su dirección.
—¡Koromon! —Taichi se levantó con esfuerzo, ayudado por varios empujoncitos de Hikari y Takeru. Alcanzó a dar un par de pasos temblorosos con los brazos abiertos.
Estaba tan inestable que en cuanto el Digimon impactó contra su pecho, el golpe lo envió de vuelta al suelo. Pero no importaba. Apretó a Koromon contra sí mientras el pequeño se restregaba con fuerza.
—¡Volviste! ¡Volviste, grandulón! —celebró, sin poder evitar que un par de lágrimas le rodaran por el rostro.
—Taichi… Taichi, perdóname —lloraba Koromon, con la cara hundida en su chaqueta, la voz quebrada—. Me equivoqué. Por mi culpa… tuviste que correr así...
—Shhh... no, no, no. No es tu culpa, no es tu culpa, amigo. Yo lo siento. Debí hacerlo mejor. Debí pelear por ti…
—¡Tampoco es tu culpa, Taichi! —chilló Koromon, sacudiendo las orejas como manotazos sobre sus mejillas—. ¡Deja de culparte!
Taichi soltó una risa entrecortada que le dolió en las costillas magulladas. Estaba en medio de un campo de batalla destrozado, con el cuerpo hecho pedazos, pero su compañero lo regañaba como si fuera otro día cualquiera.
—Es bueno ver que sigues igual que siempre —murmuró con una sonrisa, apretándolo más—. Pequeño escandaloso.
—¡Mira quién lo dice! —bufó Koromon, sin dejar de moverse como si pudiera liberarse a orejazos.
—Taichi… —la voz grave de Yamato le llegó desde un costado, haciéndolo abrir los ojos.
Allí estaba, de pie junto a Garurumon. También Koushiro y Mimi con sus compañeros. Se iban reuniendo poco a poco.
Se forzó a despegar la cara de la piel rosada de Koromon y mirarlos, esbozando una sonrisa cansada.
—Gracias, chicos…
—Ja. Mejor no te adelantes. Todavía no decido si voy a golpearte o no. —escupió Yamato. Pero el cariño y preocupación en sus ojos le quitaba toda la agresividad a su tono.
—Yo no lo recomendaría —intervino Joe, que acababa de llegar con Ikkakumon—. Considerando tanto su estado como el tuyo… Y el mío.
Sora apareció poco después con Yokomon en brazos, los pasos algo lentos por el cansancio. Ya estaban todos juntos otra vez.
Taichi sonrió más ampliamente, y entonces volvió la vista hacia Koushiro.
—Dime que funcionó. —pidió. Más una súplica que otra cosa.
—Funcionó —afirmó Koushiro, recuperando la calma—. El núcleo oscuro se disolvió junto con la purificación de SkullGreymon. La instancia debió ser eliminada por completo.
—¿O sea que ganamos? —repitió Mimi, estirándose con las manos en la cintura—. ¿Se acabó?
—Se acabó… por ahora, al menos —concedió Koushiro.
Todos suspiraron al unísono, aliviados.
Taichi se dejó caer hacia atrás, quedando recostado sobre la tierra caliente con un pof, el pecho subiendo y bajando con cada bocanada. Por un momento, todo lo que vio fue el cielo vibrante y despejado del Mundo Digital. Hasta que la cara de Yamato se interpuso.
—¿Qué? ¿Decidiste que al final sí vas a golpearme? —preguntó Taichi, alzando una ceja con una sonrisa torpe—. Joe se va a enojar contigo.
Yamato lo miró en silencio con esa expresión llena de intensidad que solo él podía sostener. Luego sacudió la cabeza, rindiéndose.
—Idiota —murmuró. Sin darle más advertencia se inclinó sobre él, le agarró la cara entre las manos y lo besó.
Fue un beso real, firme e intenso que le sacó el poco aire que le quedaba en el cuerpo. Por un largo instante no hubo más mundo que los labios de Yamato, cálidos y hambrientos, contra los suyos.
A su alrededor se escucharon varios jadeos sorprendidos. Takeru rio, Mimi ahogó un “¡¿QUÉ?!” muy audible, Hikari soltó un "huh" divertido, y Jou tosió tanto que parecía querer expulsar los pulmones por la boca.
Yamato no se detuvo. Solo se separó lo justo para susurrarle con voz ronca:
—Pero ya te haré rendirme cuentas luego.
Taichi parpadeó. La falta de oxígeno, la fiebre, y el agotamiento sumado a ese hormigueo que le zumbaba en el pecho lo tenían más que atontado.
—Hum... —fue todo lo que logró decir, porque su cerebro había decidido fundirse en ese momento.
Koromon, aún sobre su pecho, miró a Garurumon con desconcierto.
—¿Se están peleando de nuevo o qué? ¿Deberíamos separarlos?
—No sabría decirte —respondió el lobo, con una leve risa escapando entre sus colmillos.
Se quedaron allí un rato, hasta que Joe decidió que era hora de que todos fueran al hospital para que los revisaran.
Chapter 15: Epílogo
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Taichi no podía dormir. No porque no tuviera sueño, estaba tan cansado que juraría poder entrar en coma a voluntad, sino porque en cualquier postura sentía cómo sus costillas protestaban. Y ni hablar de la pierna, que con todo y morfina no había forma de acomodarla para que no se entumeciera con un cosquilleo horrible. Se la arrancaría con los dientes si tan solo pudiera inclinarse lo suficiente.
La vida, como siempre, encontrando formas creativas de fastidiarlo.
Al menos todo en el mundo real y digital estaba tranquilo. Tranquilo para los estándares de su grupo, claro.
Según les confirmó Ken apenas volvieron al mundo real, todos los datos de sus copias habían sido eliminados. Completamente. Lo que era un alivio, porque no tenía ganas de pelear contra otra versión suya con complejo de dios. Koushiro, por supuesto, seguía monitoreando todo por si acaso, incluso después de que Homeostasis hubiese hecho acto de presencia esa misma tarde en que todos los Elegidos coincidieron en el hospital, para asegurarles que se había hecho cargo de Yggdrasill y del Gennai malvado.
Taichi estaba escépticamente optimista al respecto.
Por otro lado, las consecuencias físicas de su última aventura no habían sido tan terribles como estuvo temiendo. Raspones, moretones, una que otra contusión… lo usual. Aunque el hermano de Joe —su otro yo en versión médico de verdad— los obligó a todos a pasar la noche en observación por protocolo. Hikari necesitó litros de suero por la anemia y deshidratación dejadas tras su encierro, y Takeru salió con un par de dedos vendados cortesía de partirles la cara a los doppelgangers de sus amigos. El resto estaba dolorido, sí, pero perfectamente funcional y los dejaron ir casi enseguida.
Los que habían salido peor parados eran él y Yamato. Aunque Yamato ganó en la categoría del más roto: tres costillas fracturadas, una más que él; laceraciones en la espalda que daban miedo solo de mirarlas; y los tendones casi al borde del colapso por pasarse horas aferrado a Garurumon como si su vida dependiera de ello… lo que era cierto.
Él por su parte, además de las costillas y la contusión en la cabeza, tenía el tobillo hecho trizas y una dosis de agotamiento físico tan brutal que los primeros dos días apenas si pudieron despertarlo para las comidas o cuando la enfermera venía a pasarles la esponja.
Y ahora no podía estarse tranquilo ni por cinco minutos. Fantástico.
—¿Puedes parar de quejarte? —rezongó Yamato desde la otra cama, con la voz ronca de sueño—. No me dejas dormir.
Taichi bufó. Giró un poco la cabeza, lo suficiente para ver la silueta del rubio, acostado de lado con la cara medio enterrada en la almohada y el brazo sobre el vientre.
—Entonces pídele a tu enfermera favorita que me traiga otra ronda de sedantes para que deje de molestarte.
—Tonto. Así no funciona —replicó Yamato.
El silencio volvió a instalarse entre ellos por unos minutos. Solo se escuchaba el zumbido bajo de los monitores y el murmullo apagado de los autos que pasaban por la carretera. Pero por supuesto, Taichi no podía quedarse quieto tanto rato. Volvió a moverse y el sonido de las ásperas sábanas frotándose entre ellas lo delató.
—¿Te duele mucho? —preguntó entonces Yamato, ya sin ironía, mirándolo desde su cama con una expresión de pena y culpa que a Taichi siempre le costaba ver. Así que intentó esquivar la seriedad con una mueca.
—No más que esos rasmillones que tienes en la espalda.
Pero Yamato no mordió el anzuelo.
—Eso no fue lo que pregunté.
Taichi suspiró. Se giró otro poco, pese a la protesta de sus costillas, hasta poder encontrarle bien la mirada a su compañero a través de la penumbra.
—No tanto —admitió—. Molesta más que nada… como Daisuke antes de un partido.
Y eso sí le sacó una risa leve a Yamato. No que pudiera reírse mucho sin que le doliera.
Estiró su mano por el borde lateral de la cama con un quejido y Yamato hizo lo mismo. Sus dedos se encontraron en medio del espacio.
—Así está mejor… —sonrió Taichi, acariciando el dorso de esa mano con el pulgar. Pronto el cansancio y ese roce cálido lo tenían más que aletargado—. Tenemos un problema aquí, no creo que vuelva a ser capaz de dormir si no es contigo al lado.
Los dedos de Yamato lo apretaron un poco más.
—Ya veremos cómo nos las arreglamos. Ahora cállate y duerme.
Y eso hizo.
Fin.
Sofhi on Chapter 1 Wed 20 Aug 2025 04:47AM UTC
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FicRiftWanderer on Chapter 15 Thu 11 Sep 2025 04:21PM UTC
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