Chapter 1: Prologo
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¿Síndrome de Estocolmo o Amor?
Cuando deseas a alguien completamente incorrecto...
Franco Colapinto siempre soñó con encontrar al Señor Perfecto. Irremediablemente Romántico en su corazón, sueña con enamorarse de un hombre agradable, casarse y tener un montón de adorables bebitos. El problema es que Franco tiene la manía de sentirse atraído por hombres que son todo menos agradables. Max Verstappen, un multimillonario homofóbico y cínico que siente rencor contra el padre de Franco, ciertamente no es el Señor Perfecto. Frío, manipulador y cruel, él no es un hombre agradable y no pretende serlo. Franco está plenamente consciente de que Max no es adecuado para él. Su atracción por el tipo es sólo una forma del Síndrome de Estocolmo; debe serlo. Si la vida fuera un cuento de hadas, Max sería el villano, no el héroe. Pero incluso los villanos pueden enamorarse. ¿O no? La historia de un niño que soñaba con el Príncipe Encantador y acaba enamorándose de la Bestia.
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PRIMERA PARTE
El traje era conservador, gris y aburrido. Franco Colapinto miraba su reflejo en el espejo con el gesto fruncido. Se veía... bien, pero el traje no logró el efecto que había deseado: no se veía mayor. Quizás había tenido sus expectativas muy altas. Suspirando, Franco se pasó una mano por su suave mandíbula, deseando tener alguna barba varonil para ocultar su cara de bebé. Tiene veintidós años, por el amor de Dios.
Era vergonzoso que la mayor parte de la gente no creyera que tuviera edad para beber y tuviera que llevar su documento a todas horas. Franco culpaba a su ridícula boca, debido a su labio superior regordete, su rostro parecía portar un puch ero perpetuo. Lo hacía parecer muy joven, y mientras que normalmente no era problema, lucir como un niño de dieciséis resultaba un dolor en el culo cuando uno tenía que asistir a una importante reunión de negocios. No es como que asistiera a demasiadas reuniones de negocios importantes. Franco le sonrió sombríamente a su reflejo y encogió los hombros. Bueno, eso estaba a punto de cambiar. Iba a probarle a su padre que él podría ser confiable para cosas importantes. Seguro, su padre iba a ponerse furioso cuando lo averiguara, pero esta oportunidad era demasiado buena para dejarla escapar de entre los dedos. No conseguiría una oportunidad como esta de nuevo. Normalmente, en Argentina, su padre lo mantenía con correa corta, vigilando como un halcón.
A Franco le habría gustado pensar que el motivo de ello era la sobreprotección de su padre, pero no era un iluso: Anibal Colapinto simplemente no confiaba en su hijo. Franco trató de no tomarlo muy personal - Anibal Colapinto no confiaba en nadie- pero ya era tiempo de cambiarlo. No se había graduado con honores de la Di Tella sólo para pasarse la vida siendo una cara bonita en las campañas de marketing de su padre. Franco siempre lo había odiado, pero estaba francamente harto con ello luego de los últimos dos meses pasados en Belgica, asistiendo a eventos sin sentido en lugar de su padre para la sucursal Europea de las Industrias Colapinto. El mail que había recibido Franco hace unos días resultó un bienvenido descanso de la abrumadora rutina a la que se había acostumbrado. Bien, técnicamente, el mensaje no era para él. Si Franco no hubiera estado en Belgica, los empleados de su padre sólo lo habrían reenviado hacia la oficina principal en Buenos Aires, donde estaba actualmente su padre. En sentido estricto, Franco debería haber hecho lo mismo en vez de leerlo, pero había estado aburrido e inquieto y el mensaje lo había intrigado.
“Anibal, Mi secretaria parece estar teniendo problemas para contactarte. Me informó que ha sido incapaz de llegar a ti. Le dije que eras un hombre ocupado. Pero yo también soy un hombre ocupado. Tampoco soy un hombre demasiado paciente. Tenemos asuntos que discutir. Amsterdam, el 21 de febrero, 9pm, restaurante “Ciel Bleu”. Espero que estés allí. No llegues tarde. Sabes cuánto detesto la impuntualidad. Odiaría que nuestra amistad fuera arruinada por algo tan pequeño. Espero ansioso nuestra reunión.
Max Verstappen.”
Franco había leído el mensaje varias veces. Algo en él estaba mal. La forma amistosa parecía falsa. ¿O sólo lo estaba imaginando? No lo creía así. Max Verstappen. El nombre le sonaba vagamente familiar, aunque Franco no podía recordar en donde lo había escuchado. Pero el hombre, fuera quien fuera, debía ser lo suficientemente importante como para ser capaz de asumir semejante tono de superioridad con Anibal Colapinto. Puta madre, el tipo prácticamente estaba lanzándole órdenes a su padre. Franco nunca había conocido a nadie que tuviera suficiente poder -y temple- como para hacer eso.
Todos sabían que Anibal Colapinto no era alguien con quien jugar. El padre de Franco era conocido como el multimillonario Argentino más despiadado, más poderoso… un multimillonario del cual se rumoreaba que hacía tratos con la mafia italiana y china. Franco no era ajeno a los rumores sobre su padre; habían estado por ahí toda su vida, pero nadie nunca pudo probar nada. Ni siquiera él, el hijo unico de Anibal, lo sabía con certeza.
El hecho de que el remitente no estuviera para nada preocupado por las repercusiones, pese a la reputación de Anibal, significaba que, quienquiera que fuese ese hombre, no era alguien a quien tomar a la ligera. Debería haberle reenviado el mensaje a su padre cuando lo había entendido. Pero Franco siempre fue demasiado curioso para su propio bien. Solo le tomó unos minutos googleando para encontrar la información que Franco necesitaba.
Max Emilian Verstappen, treinta y dos años, era un magnate petrolero Holandes, y multimillonario. Aparentemente, tenía docenas de compañías alrededor del mundo y se sentaba en la junta de otras docenas. Un multimillonario a los treinta y dos años. Ese tipo de cosas no parecían ser demasiado raras en Países Bajos. Luke había notado que muchos magnates en Ámsterdam eran bastante jóvenes. Pero no fue la edad de Verstappen lo que atrajo su atención. Franco estaba algo avergonzado de admitirlo, pero no pudo evitar mirar fijamente las fotos del tipo. Max Verstappen era un hombre alto, de cabello castaño claro, con hombros amplios y el tipo de definición muscular que la mayoría de los hombres sólo podrían soñar. Parecía más un boxeador profesional que un empresario exitoso.
Era estúpido crearse una opinión de un hombre que nunca había conocido, pero cuanto más miraba Franco las fotos de Max Verstappen, más desconcertado se sentía. Incluso cuando el tipo sonreía, no parecía alcanzar nunca su mirada. Aquella mirada fría color azul dominaba completamente cada foto en que aparecía, llamando su atención cada vez. No había nada atractivo en esos ojos. En todo caso, la crueldad acechando en ellos resultaba francamente fea. El tipo era bastante apuesto, supuso Franco, si te gustaran los hombres fríos y asertivos que parecieran poder romperte el cuello y aburrirse mientras lo hacen. A Franco ciertamente no le gustaba. Pero, por algún motivo, tenía problemas para apartar la mirada. Era tonto. Sólo era una fotografía.
Una fotografía no debería acobardarlo tanto. Sacudiendo la cabeza, Franco comprobó la hora en su teléfono. Si no dejaba pronto el hotel, iba a llegar tarde a su vuelo hacia Amsterdam.
Franco miró la puerta que iba a la habitación contigua y suspiró. Lando. Probablemente debería decirle a Lando que saldría de Berlin. Pero entonces por otra parte, Franco no estaba seguro de que su amigo notara su ausencia. Lando estaba tan deprimido que no parecía preocuparse por nada en estos días. Franco hizo una pequeña mueca. Ver a su amigo en ese estado casi lo hacía cuestionar su sueño de encontrar el amor. Considerando que el amor había convertido a Lando de un tipo encantador y extrovertido en un deprimido desastre enfermo por amor. El amor era reverenda mierda.
Las propias experiencias de Franco también eran bastante decepcionantes: sus cuatro novios habían mutado de “Príncipe Encantador” a Imbéciles Reales. Para ser justos, nunca había sentido nada ni remotamente cercano a cómo era descrito el amor en las novelas románticas de Jenny Han (que Franco no se avergonzaba de leer) por ninguno de sus novios. Nunca había sentido la clase de amor que le causará vértigo y lo dejará sin aliento. Para decepción de Franco, lo que ocurría en las novelas románticas era todo lo contrario de lo que experimentó en su vida real. Pero de nuevo, tal vez fue sólo que él tenía un talento especial para encamarse con boludos. Sonriendo con autocompasión, Franco se encaminó hacia la habitación de Lando.
Media hora después, luego de lograr sacar a Lando de la cama y conseguir que prometiera comer mientras no estuviera, Franco finalmente estaba de camino al aeropuerto de Brandeburgo.
Reposando en el asiento del taxi, Franco miró por la ventana. Se sentía culpable por dejar solo a Lando. Sabía que había poco que pudiera hacer para ayudar a su amigo, pero aún no se sentía bien irse mientras que Lando claramente no estaba manejando con demasiada entereza la desquiciada ruptura con su amigo-con-derecho/mejor amigo/pseudo-hermano/alma gemela. Pese a conocer a Lando de toda la vida y ser uno de sus amigos más cercanos, Franco sabía que nunca podría reemplazar a Carlos, esos dos siempre habían sido co-dependientes como la mierda. Pero Franco también sabía que era una de las pocas personas en las que Lando confiaba implícitamente. Siempre se habían cuidado las espaldas mutuamente, habían estado uno para el otro cuando descubrieron que los dos eran gays, e incluso habían compartido el primer beso de ambos. Lando fue la única persona a la que le contó con quién iba a reunirse.
Franco frunció el ceño cuando sus pensamientos regresaron a su futuro encuentro con Max Verstappen. No fue la primera vez que una sombra de duda se coló en su mente. Estaba volando a ciegas en esto. No tenía idea de lo que el magnate neerlandés querría de su padre. Los resultados de su investigación sobre el tipo tampoco fueron tranquilizadores. Max Verstappen tenía la reputación de ser un tiburón; se decía que controlaba su imperio comercial con puño de hierro. Franco había buscado en la base de datos de las Industrias Colapinto, pero no tenía el nivel de autorización suficiente y no pudo encontrar qué conectaba a su padre con ese hombre. Dios, estaba harto de ser mantenido en las penumbras. Sí, quizás lo que estaba haciendo era imprudente, pero era la única forma en que podría forzar la mano de su padre: si aprendía algo que no debería, su padre prácticamente no tendría más alternativa que confiar en él.
Tal vez no estás listo para que confíe en ti. El pensamiento hizo que el estómago de Franco se volteara. Era algo que había estado intentando evitar pensar. ¿Qué haría si los rumores fueran ciertos y su padre estuviera realmente tratando con criminales? ¿Y si su padre era un criminal? ¿Querría Franco que le confiaran ese tipo de información?
–We zijn hier – espetó el conductor cuando el taxi se detuvo–. Dat is dertig euro
Franco se estremeció y observó por la ventana. Ni siquiera había notado que ya había llegado al aeropuerto.
–Dank je wel –dijo, agradeciendo al chofer con su neerlandés limitado y empujando 30 euros en la mano del hombre.
Franco no tenía idea de si era suficiente o no: su neerlandés no era lo suficientemente bueno como para comprender el acento extraño del conductor. El conductor le disparó una mirada extrañada y murmuró algo bajo su aliento -claramente algo poco halagado, acostumbrado a ello, Franco tomó su maleta y salió del auto, deseando un vuelo sin complicaciones hasta Amsterdam. Pero por supuesto, haciendo que un día de por sí estresante empeorara, su vuelo se atrasó por el mal tiempo, y Franco apenas tuvo tiempo de registrarse en el hotel que había reservado en Amsterdam, antes de tirarse en otro taxi y darle la dirección del restaurante “Ciel Bleu” al chofer.
Al menos había tomado la previsión de vestir un traje por lo que no tuvo que perder tiempo cambiándose. Era un pequeño consuelo. Franco suspiró agotado cuando salía del taxi enfrente del restaurante. De momento, todo lo que deseaba era una ducha caliente y una cita con la cama suave que lo esperaba al regresar al hotel. Esperando no lucir tan desgastado como se sentía, Franco cuadró los hombros y caminó hacia la entrada frontal del restaurante. Esta era una reunión importante. No podía arruinarla. El restaurante estaba bien decorado y era elegante en una forma anticuada. El preparado personal hablaba un excelente inglés, lo cual era un alivio. Franco entregó su abrigo y le informó a la amable anfitriona que estaba allí para reunirse con Max Verstappen. La mujer sonrió y lo guió hacia una mesa en una aislada esquina del restaurante. Max Verstappen ya estaba sentado a la mesa, su lenguaje corporal era relajado, casi aburrido. Las fotografías no le hacían justicia, pensó Franco. Fracasaron en captar la intensidad de su presencia, y esos ojos eran todavía más inquietantes en persona
A Franco le llevó todo su autocontrol no sonrojarse y moverse, mientras que el tipo lo estudiaba con frialdad.
–Buenas noches. A mi padre le resultó imposible asistir y me envió en su representación –dijo Franco, extendiendo su mano para un apretón– Franco Colapinto.
Max Verstappen no se movió ni una pulgada, sus ojos azulpálido aburridamente sobre él.
-¿Esto es una broma? –dijo finalmente, sin nada de acento.
Su bajo tono, culto, era impecable para todos los estándares. Incluso el rematadamente aristocrático padre de Lando no le encontraría falla.
–En absoluto –dijo Franco, tomando el asiento opuesto e intentando no demostrar lo nervioso que estaba–. Mi padre está actualmente en Buenos Aires. Está en medio de importantes negociaciones. No podría irse con tan poca anticipación, por lo que me envió en su representación.
El hombre permaneció igual de inmóvil y aparentemente relajado como lo había estado antes. Pero Franco era bastante bueno en leer a la gente. No se perdió el ligero estrechamiento en sus ojos azules. Max llevó su bebida a los labios y la bebió lentamente, sus ojos aún evaluando a Franco.
–No hago negocios con niños. No puedes tener más de dieciséis, quizás diecisiete años.
Franco sintió el rubor en sus mejillas. Sabía que esto sería un problema. En momentos como este, consideraba seriamente la cirugía plástica para arreglar sus ridículos labios.
–Yo no soy un niño–dijo.
Antes de que pudiera decir algo para intentar evitar que esta desastrosa reunión se pusiera peor, Max lo fijó con una mirada que probablemente podría congelar la lava. Franco no podía respirar, atrapado en esa mirada e incapaz de apartar la vista, su cuerpo tensándose.
–Si Colapinto no podía molestarse en venir, lo menos que podría hacer era advertirme para que no malgastara mi tiempo– Max se levantó–. Vete a casa, Jongen .
Y luego se fue, con dos silenciosos guardaespaldas reuniéndose a él en su salida. De inmediato, otros sonidos se precipitaron -suave música de piano, susurros de otros clientes- como si Franco hubiera estado en una especie de burbuja insonora; como si la fuerte personalidad de Max Verstappen hubiera silenciado todo lo demás con su presencia. Y entonces Franco entendió lo que Max lo había llamado con condescendencia: “jongen”. Un niño . Miró el asiento vacío, con una nueva descarga de humillación bañándolo. Sintió una fuerte necesidad de levantarse y salir, pero luchó contra ella. No había comido nada desde la mañana. Podría comer algo.
Franco hizo una seña al camarero más cercano. La comida estaba deliciosa, pero apenas pudo probarla con la decepción y humillación aún revolviendo su estómago. También sentía mucha aprensión. En vez de reenviar el mail a su padre, como probablemente debería haber hecho, había actuado por su cuenta y fracasado. Verstappen se había enojado por la ausencia de su padre.
Las consecuencias de eso eran... inciertas. Franco no sabía nada sobre el hombre como para predecir su reacción. Después de todo, no tenía idea de lo que quería el holandes con su padre. En retrospectiva, quizás no debería haber metido la nariz en donde claramente no correspondía, pero ya estaba harto y cansado de ser mantenido en las sombras y asistir a eventos triviales. Sólo quería saber qué estaba haciendo su padre. Sólo había querido participar. Tal vez había sido estúpido meterse en esto a ciegas, pero siempre había confiado en su capacidad para seguir su propio instinto… hasta que ese magnate neerlandés con una espeluznante mirada lo redujo a un ruborizado y cohibido niño.
Estaba nevando para cuando terminó de comer y salió del restaurante. Franco se estremeció un poco y se abrazó a sí mismo, pensando una vez más en lo inadecuado que era su abrigo Burberry para los inviernos europeos. Nunca había tenido tanto frío en su vida. Mirando alrededor y pudo observar un taxi estacionado cerca, Franco sonrió aliviado y encaró hacia él con paso rápido, la nieve crujiendo bajo sus botas. Por primera vez en el día, la suerte parecía estar de su lado. Entró al coche, le dijo la dirección del hotel al chofer, y cerró los ojos, sus pensamientos volviendo hacia el desastroso encuentro con Max Verstappen.
No tenía sentido atormentarse a sí mismo. No era su culpa que el tipo fuese un tarado de mente cerrada que consideraba estar por encima de hacer negocios con alguien que, simplemente, parecía muy joven. Era un error de Vestappen, no suyo. Franco no era para nada tan joven e inexperto como parecía. Sin embargo, la cirugía plástica parecía cada vez más tentadora a cada segundo.
Un día iba a heredar el imperio empresarial de su padre, y no podría darse el lujo de no ser tomado seriamente sólo porque lucía como un pendejo caprichoso. Probablemente tampoco ayudaba que tuviera enrulado cabello castaño claro, que sólo podía domarse cortandose al raz o aplastándolo hacia atrás con gel. Y dado que su vanidad no le permitía afeitarse su revoltoso cabello, Franco había recurrido a dejarlo crecer un poco y correrlo hacia atrás. En las raras ocasiones en que dejó en libertad a sus rulos, sus amigos lo molestaron despiadadamente con que parecía un ángel.
Franco hizo una mueca al pensarlo. Cuando era más joven, esperaba que su aspecto madurara y ganara severidad con los años, pero a estas alturas prácticamente había abandonado esa esperanza: todavía su piel no había perdido la suavidad de bebé, ni las delicadas curvas al estilo querubín de sus mejillas, y su altura se mantenía decepcionantemente promedio. En conjunto con sus cachetes y labios regordetes, no era de extrañar que tuviera problemas para ser tomado en serio por los colegas de su padre. No, Franco no tenía baja autoestima. Sabía que se veía bien. No tenía problemas para atraer tipos cuando quería cojer. Pero también era un imán andante para todo tipo de cretinos pervertidos. Verse de dieciséis cuando uno tiene ventidos simplemente atrae problemas. Ya ni siquiera se sorprendía cuando los tipos pedían ver su documento antes de tener sexo con él. De hecho era una buena señal si lo hacían.
Franco fue sacado de sus sombríos pensamientos cuando el coche empezó a acelerar. Abrió los ojos.
–¡Eh! ¿Señor, este lugar es seguro? –Sus palabras se apagaron cuando miró por la ventana. Dondequiera que estuvieran, no estaban en el centro de la ciudad. ¿Cuánto tiempo había estado soñando despierto?
–… Amigo, estoy bastante seguro de que el hotel no está en esta parte de la ciudad. No hubo reacción del conductor. ¿Quizás no hablaba inglés?
–Eto nepravilnaya doroga –Franco dijo lentamente en neerlandés, deseando que su pronunciación estuviera bien.
El hombre no dijo nada. El coche siguió acelerando. Ya ni siquiera parecía que estuvieran en la ciudad. Con el corazón acelerado, Franco se mordió el labio. Seguro no era lo que parecía, pero era mejor estar seguro que lamentarse, ¿verdad? Lentamente, deslizó la mano al bolsillo derecho de su abrigo, donde guardaba el teléfono. Un sudor frío apareció en su frente cuando su mano no encontró nada. Su respiración se aceleró mientras rebuscaba en sus otros bolsillos. Nada. Mierda, putisima mierda. Franco se obligó a dejar el pánico y pensar. Se encontró con los ojos del chofer en el espejo.
–Mira, no queres hacer esto –dijo, tratando de mantener su voz tranquila y con autoridad–. Mi padre no es alguien a quien enojar.
–Houd uw mond–murmuró el conductor.
Hubo también el inconfundible ruido del seguro de una pistola siendo quitado. Franco respiró hondo. No tenía sentido entrar en pánico. El pánico era inútil y estúpido. Piensa, Franco. Miró hacia atrás. Fuera estaba oscuro, pero podía ver a dos SUV 9 negras siguiéndolos. Así que el chofer no trabajaba solo. No era un robo ordinario. Sabían quién era. Franco deseó estar más sorprendido, pero no lo estaba. Era hijo de un multimillonario. Su padre tenía muchos enemigos.
–Lo que sea que te estén pagando, te pagaré cinco veces más –dijo.
El chofer se echó a reír. –Los muertos no necesitan dinero, Argentijn–dijo en inglés con un fuerte acento.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Franco ante las implicaciones de las palabras del tipo. Su estómago se apretó. El chofer estaba demasiado asustado de quien lo contrató como para traicionarlo, sin importar qué le ofreciera Franco. El miedo era una motivación poderosa. Lo que básicamente significaba que Franco estaba jodido. Ahora sólo podía esperar que, quienquiera que estuviera tras esto, solamente quisiera un rescate. Y nada más. Nada peor.
Notes:
"We zijn hier" = "Ya llegamos "
"Dat is dertig euro" = "Son treinta euros"
"Dank je wel" = "Muchas gracias"
"Eto nepravilnaya doroga" = "Este es el camino equivocado"
"Houd uw mond" = "Callate la boca"Holis!! bueno esto es una adaptacion del sexto libro de Alessandra Hazzard "Solo un poco Despiadado" habia muchos frandro y este es uno de mis libros favssss y pense que quedaban mejor con este ship,, si les gusta puedo seguir con la adaptacion.
las actualizaciones van a ser semanales seguramente porque bueno la uni
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El tiempo pasaba. Minutos, horas, Franco no lo sabía. Su mente agotada imaginaba un horrible escenario tras otro mientras esperaba a que llegaran a su destino, dondequiera que fuese. El chofer le había dicho que se callara cuando Franco intentó interrogarlo, por lo que estaba a solas con sus pensamientos.
De adolescente, Franco creyó tener su vida completamente resuelta. Se iba a enamorar de un tipo agradable e insanamente atractivo a los veinte, quien lo adoraría también, tendrían una relación comprometida y estable por algunos años antes de casarse con él. Tendrían muchos hijos, y vivirían felices para siempre. Pensar en ello lo hizo sonreír ahora. Ya tenía veintidós, el hombre de sus sueños había fracasado en materializarse, y ahora podría no vivir para ver el siguiente día.
Sí, la vida era así de graciosa.
Parece que se durmió en algún momento, porque lo siguiente que supo Franco, es que se despertó sobresaltado cuando dos pares de manos lo arrastraron fuera del vehículo. Con un arma encañonada en su espalda baja.
–Camina –ladró alguien.
Aturdido y desorientado por el sueño, Franco hizo lo que le ordenaron, parpadeando mientras se orientaba. Parecían estar en medio de la nada. Todavía estaba oscuro, pero podía distinguir el bosque surgiendo a unos treinta metros. El bosque rodeaba la casa en que estaba siendo medio arrastrado, medio empujado. La nieve era profunda, casi hasta sus rodillas, pesada y húmeda, y Franco luchaba para mover los pies.
–Más rápido, kutwijf –dijo el mismo matón, empujándolo.
Franco contuvo la respuesta mordaz en la punta de la lengua e intentó caminar más rápido. Resistirse era inútil a esta altura. Enfurecer a sus captores era simplemente tonto. Había ocho de ellos, y todos parecían estar armados. Tenía que cooperar… de momento.
Al fin, alcanzaron la casa y fue rudamente empujado dentro. Franco cayó sobre sus manos y rodillas, jadeando. Los matones rieron, intercambiando varios chistes a su costa.
Ignorándolos con estoicismo, Franco se puso de pie y miró a su alrededor. La sala no era para nada lo que hubiera esperado. Estaba decorada con buen gusto y elegancia, prácticamente gritando ‘dinero’.
El ruido de la puerta abriéndose llamó la atención de Franco. Un hombre alto, fornido, con gran barba y cabello castaño salió de la habitación. Inmediatamente los matones se pusieron firmes, dejando de lado sus miradas lascivas y burlas. El castaño intercambió algunas palabras con uno de los matones, demasiado rápido para que Franco lo entendiera. El delincuente se refirió al castaño como Daniel.
Finalmente, Daniel dirigió su mirada hacia Franco.
Franco encontró sus ojos, negándose a demostrar miedo. Una de las pocas lecciones que su padre había taladrado en él, era que nunca debería mostrar miedo ante la adversidad.
–¿Qué quieren? –Franco dijo con calma–. ¿Por qué me secuestraste?
Franco lo miró de arriba abajo.
–No tengo que explicarte nada, latino–dijo, con un acento muy marcado. Sus ojos se quedaron sobre la boca de Franco por un instante demasiado largo antes de que mirara al matón con el que había estado hablando y le diera una breve orden en neerlandés.
Si Franco entendió bien, iba a ser encerrado en la habitación gris del primer piso y sería alimentado una vez por día hasta nuevas órdenes.
El estómago de Franco cayó al oír eso. Había esperado al menos obtener una explicación.
–Por favor, ¿podrías decirme algo? –Franco lo intentó de nuevo– ¿Por qué estoy aca? ¿Quieren dinero?
Los ojos de Daniel se posaron en su boca de nuevo, haciéndole helar la sangre a Franco.
Finalmente, el castaño negó con la cabeza.
–Tengo órdenes de no hablar contigo –dijo y volvió a mirar a sus hombres–. Sluit de jongen op in de grijze kamer.
Dos matones tomaron a Franco y medio empujaron, medio arrastraron escaleras arriba. Franco no luchó con ellos y no intentó hablar con Daniel nuevamente. El tipo ese no era quien daba las órdenes. No era quien estaba detrás del secuestro de Franco. Daniel podría lucir poderoso, pero era un simple peón. No era con quien Franco debería estar negociando.
Si Anibal Colapinto le había enseñado algo a su único hijo, era que en cualquier situación adversa, siempre había lugar para negociar. Cualquier situación podría volverse a su favor… o al menos podría inclinarse ligeramente a su favor. Pero uno no negociaba con los peones. Uno negociaba con el rey.
Franco esperaba con ansias conocerlo.
Notes:
"kutwijf " = "Puta"
"Sluit de jongen op in de grijze kamer" = "Encierren al niño en la habitación gris."dije que iba a ser semanal peroo me queda este ultimo finde :p
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Una rodaja de pan duro y una pequeña botella de agua. Esa era su ración diaria
A fines de la semana, los últimos vestigios del optimismo de Franco se extinguieron ante el hambre que sacudía sus entrañas. Se sentía fatigado y débil, a veces casi mareado. En toda su vida no había conocido la verdadera hambre, no hasta ahora. Su estómago se contraía con espasmos dolorosos y lo único en que podía pensar era en comida. Necesitaba comida rica en glucosa. Franco sabía que si no tuviera un bajo nivel de azúcar en sangre, probablemente no habría sido así de malo, pero era muy poco consuelo cuando el hambre lo mantenía despierto por la noche, acurrucándose en la estrecha cama, la única pieza de mobiliario en la habitación.
La peor parte era la forma en que algunos guardias disfrutaban torturándolo al comer toda clase de comida, con un aroma delicioso, frente a él; riendo cuando Franco la miraba fijamente con ojos hambrientos. A veces, si los guardias estaban ebrios o aburridos, o ambos, lo usaban como saco de boxeo, pero incluso eso era preferible a ver y oler la comida que no podría comer.
Su secuestrador no había aparecido. Por lo que Franco había oído, ni siquiera estaba en la casa. Ahora Franco se sentía estúpido por esperar una visita del villano principal. No estaba en una cursi película de Hollywood en la que el villano siempre venía a regodearse y compartir sus planes maléficos con la víctima. Muy probablemente, Franco y su bienestar eran completamente insignificantes en el gran esquema de las cosas para la persona atrás de todo esto. Claramente, este secuestro no era por nada personal, y el villano no tenía nada que explicarle a él. La idea lo hería. Nunca se había sentido tan impotente en su vida.
Una noche, Franco estaba acurrucado en la cama, temblando de frío y agarrándose el estómago, cuando escuchó el sonido de la cerradura abriéndose. Se tensó. Ya lo habían alimentado esa mañana. ¿Estaban los guardias aburridos de nuevo? Todavía le dolían las costillas de la última vez que habían estado aburridos.
Franco intentó levantarse, pero probablemente no era una buena idea considerando lo fatigado que estaba, por lo que se conformó con sentarse y reclinarse contra el cabecero. Incluso eso drenó la poca energía que le quedaba, y tuvo que respirar profundamente para luchar contra el repentino ataque de mareos que cayó sobre él. No se iba a desmayar, carajo. No ahora.
La puerta se abrió y cerró, pero su visión todavía estaba nadando y sólo pudo distinguir una borrosa figura alta entrando en la habitación.
Finalmente, su visión se agudizó, el mundo entró en foco, y Franco se encontró jadeando cuando se encontró con los fríos ojos azules de Max Verstappen.
Mierda.
Durante la última semana, había pensado un par de veces en Verstappen, preguntándose si tendría algo que ver con su secuestro, pero había descartado la idea. Max era un idiota condescendiente, y sus ojos espantaban completamente a Franco, pero eso no significaba que el tipo fuera un criminal. Se había dicho a sí mismo, “magnates holandeses asquerosamente ricos” no son sinónimo de “mafia”. Bien, claramente se había equivocado en este caso.
Por un largo momento, sólo hubo silencio mientras se miraban el uno al otro.
Franco se removió, sintiéndose bastante cohibido. Probablemente lucía patético. Sus rizos ya no estaban controlados por el gel, el flequillo caía sobre sus ojos. Franco llevaba la misma camisa de vestir azul de hace una semana, pero ahora estaba arrugada, sucia y manchada de sangre. Al menos le habían permitido tomar una ducha ayer (sólo porque el matón que le llevaba la comida se había quejado con Daniel de que apestaba).
Considerando todo, si Max Verstappen no había estado impresionado con él hace una semana, cuando Franco se veía en su mejor estado, era poco probable que lo tomara en serio ahora que parecía un niño golpeado, medio muerto de hambre.
–¿Qué van a ser conmigo? –Franco dijo con calma… o al menos lo intentó, pero su voz estaba débil, las palabras formándose de un modo extraño en su boca.
La expresión inescrutable de Franco no cambió. Siguió viéndolo en silencio, con una mirada aguda. Lo que era cien veces más inquietante que cualquier palabra.
Franco contuvo el impulso de retorcerse.
–Mira, cualquier asunto que tengas con mi padre, no sé nada sobre ello. Sólo dejame ir, ¿sí?
El hombre se acercó y tomó su barbilla con un agarre de hierro, con tanta fuerza que dolía
–¿A qué estás jugando?
Franco parpadeó hacia él, confundido.
–No te entiendo –dijo lentamente, intentando no hacer una mueca de dolor o mostrar su miedo
Los labios de Max se afinaron.
-¿Por quién me tomas? –dijo– ¿Por qué Colapinto me mandaría a su único hijo? ¿Desarmado, sin guardaespaldas, sin tomar ninguna precaución? Secuestrarte fue ridículamente fácil.
Franco no pudo evitar reírse, aunque sus labios aún estaban hinchados por la última paliza recibida y le dolía un poco.
–¿Lo siento? Sonas decepcionado.
El hombre lo miraba hacía abajo, como si Franco fuera una criatura extraña que no tuviera sentido alguno.
–No puedes ser un niño tan ignorante –dijo con disgusto, soltándolo y enderezándose.
Franco lo estudió con curiosidad, el principio de un plan formándose en su mente. Si el tipo no podía ver más allá de su apariencia juvenil, podría usar eso a su favor. Quizás su apariencia adolescente finalmente sería buena para algo. Podría jugar ese juego, pretender ser totalmente inofensivo e ignorante… pretender ser el adolescente vulnerable que ciertamente no era. Franco era optimista de corazón. Tenía la firme creencia de que no existía la gente completamente mala. Incluso los más endurecidos criminales desalmados, lo pensarían dos veces antes de maltratar a un niño vulnerable. ¿No lo harían?
Bueno, valía la pena intentarlo.
Franco puso su mejor mirada de cachorro y levantó la vista hacia el otro hombre por debajo de sus pestañas, dejando que su agotamiento y debilidad se mostraran en su cara.
–Estoy hambriento–, dijo en voz baja. –Si no queres que me enferme, deberias alimentarme mejor. Tengo bajo el nivel de azúcar en sangre. Me siento enfermo y mareado si no como bien.
No había un atisbo de remordimiento en la expresión de Verstappen.
–Estás vivo –dijo cortante–. Eso es lo único que me preocupa. Un prisionero debilitado es menos problemático
Agradable.
Negándose a rendirse, Franco se mordió el labio y bajó la mirada.
–Está bien.
Silencio.
Esperó conteniendo el aliento, pero a cada segundo resultaba cada vez más evidente que este hombre era tan cruel e insensible como parecía.
–No has respondido a mi pregunta –dijo Verstappen, colocando su gran mano sobre la cabeza de Franco con gentileza.
Franco se quedó paralizado, sin atreverse a mirar, sin atreverse a respirar. Había algo sobre su gentileza que lo perturbaba profundamente. Sabía muy poco sobre este hombre, pero de algo estaba seguro: no tenía un hueso gentil en el cuerpo.
–Yo n-no sé que esperas que te diga –se las arregló para decir, luchando contra una oleada de mareo causada por el miedo. Se quedó mirando hacia abajo a sus dedos descalzos–. No sé nada de los negocios de mi padre con usted. Él no me cuenta nada. No sabía que vine a reunirme con usted. No tenía idea de en qué me estaba metiendo cuando decidí venir en su lugar.
Los largos dedos peinaron sus rizos con suavidad.
Franco no podía respirar.
Los dedos se apretaron antes de levantar su cabeza tirando de su pelo. Duros ojos azules se clavaron en los suyos.
–¿Esperas que me crea eso?
–Me estas lastimando–dijo Franco, dejando brotar las lágrimas de sus ojos. Se las arregló para hacer temblar su labio inferior–. Te dije todo lo que sé, te lo juro.
El doloroso agarre en sus rizos no aflojó para nada, pero la mirada de Verstappen bajó hacia el tembloroso labio de Franco. La mirada duró una fracción de segundo, pero Franco no se la perdió.
Oh .
Bajó nuevamente la mirada mientras que una nueva idea se le ocurría. Franco realmente no quería tomar este camino -parte de él ni siquiera podía creer que lo estuviera considerando con seriedad- pero... pero. Él no era una damisela en apuros. Se negaba a ser una damisela en apuros y esperar con timidez a ser rescatado. Fue su culpa haber actuado imprudentemente y terminar metido en este problema. Sin mencionar que su padre lo desollaría vivo si tenía que pagar una cantidad exorbitante de dinero para rescatarlo. Sí, Franco la había cagado, pero aun así era su oportunidad de demostrarle a su padre que podía manejar situaciones difíciles por sí mismo. Si pudiera manipular a este poderoso hombre, haría más que probarle a su padre que no era un inútil, le demostraría que era lo suficientemente inteligente y que tenía recursos suficientes, como para que pudiera confiar en él.
Pero, ¿podría hacerlo cuando una simple mirada de este hombre le hacía debilitar de miedo las rodillas? ¿Cuando un ligero toque de él hacía acelerar su corazón y le afectaba la respiración?
Franco levantó la mirada hacia el otro hombre de nuevo. Su estómago acalambrado cuando sus ojos se encontraron con los de Max. El neerlandés no era poco atractivo. Lejos de eso. Era ásperamente apuesto, con su corto pelo castaño, nariz recta, y su mandíbula cuadrada regada por un rastrojo oscuro. Su nombre le cuadraba: le recordaba a Franco a los guerreros de la Antigua Roma. Estaba muy en forma, sus hombros amplios y poderosos bajo la polera negra que vestía, con brazos y pecho musculosamente abultados. Si el hombre no hubiera sido tan alto, hubiera lucido fornido. Como era, sólo parecía una perfecta máquina de matar. Había una calmada agresión cuidadosamente contenida en su lenguaje corporal, algo letal y peligroso. Pese a que Franco tenía una perfecta construcción y altura promedio, se sentía pequeño junto a este hombre. Frágil.
Franco humedeció sus labios con la lengua.
El agarre doloroso en su cabello se apretó, sin embargo, la voz de Max era muy suave.
–Quiero respuestas. Ahora.
Max tomó una respiración profunda, tratando de sacudirse los nervios. Max Verstappen sólo era un hombre. Sólo un hombre, como él o como Lando. Muy bien, quizás no como él ni como Lando, pero aun así. Todo hombre, sin importar cuán endurecido e inteligente fuera, era susceptible a un poquito de manipulación y persuasión. Sólo debía encontrar el enfoque apropiado.
–Estoy diciendo la verdad –Franco dijo en voz baja, manteniendo un tono abierto e ingenuo–. Recibí el mail por error. Vine a conocerlo sin decirle a mi papá porque quería demostrarle que era lo suficientemente maduro como para involucrarme en los negocios familiares.
Max resopló burlonamente.
–Usted no me toma en serio. ¿Que te hace pensar que mi padre sería diferente? – dijo Franco tragándose la venenosa respuesta que le vino a la mente.
Bingo. Podía ver que Verstappen finalmente estaba inclinado a creer en él.
El férreo agarre en su pelo se aflojó, convirtiéndose nuevamente en una suave caricia. Franco estaba inseguro de que era realmente peor.
–Entonces, sólo estás aquí porque eres un niño estúpido e imprudente –dijo Max, en tono suave.
Interiormente, Franco se imaginó dándole un puñetazo en la nariz con gran entusiasmo y en gran detalle. Exteriormente, atrapó su labio entre los dientes y se encogió de hombros.
–¿Podría decirme por qué me secuestró? –preguntó, intentando ignorar los dedos que aún estaban enterrados en su cabello.
–No –dijo Verstappen.
–¿No estas preocupado por ser el principal sospechoso por mi secuestro? – dijo Franco, ladeando la cabeza–. Está el correo electrónico. Hay gente que sabe que vine a conocerlo –Bueno, Lando había visto una foto de Max y probablemente podría darle su descripción a la policía.
Verstappen no parecía preocupado en lo más mínimo.
–Tuvimos una reunión muy pública en un lugar muy público, una reunión organizada por los canales oficiales –Su voz seguía siendo suave, sus ojos desconcertantemente vacíos clavados en el pelo ruloso de Franco, mientras que sus dedos lo recorrían gentilmente–. Hay numerosos testigos que me vieron dejar el lugar mucho antes que tú y tomar un vuelo a Lyon, donde pasé la semana. El presidente de Francia en persona podría confirmar mi coartada.
Las cejas de Franco se dispararon hacia arriba. Exactamente, ¿Quién era este hombre? ¿Cómo podía un tipo relativamente tan joven acumular tanto poder?
Tres intentos para adivinarlo , pensó Franco reprimiendo un escalofrío.
–Entonces, ¿estas demandando un rescate a mi padre?
Max no respondió.
–¿Qué hizo mi padre para enojarlo tanto?
No hubo respuesta.
Franco apretó los dientes antes de recordar su situación - recordar su plan. No podía mostrar su enojo. No podía tener una rabieta. Tenía que ser bueno. Tenía que, de alguna forma, suavizar al tipo.
Tendría que seducirlo si era necesario.
Franco sintió que sus mejillas se calentaban. La meta se veía desalentadora, incluso imposible. Este hombre no podría haber llegado a donde estaba, siendo fácil de manipular. Él era peligroso. Si incluso sospechaba lo que Franco estaba haciendo...
Su estómago se retorció
–Al menos decile a tus hombres que me traigan comida, ¿por favor? Me siento mal –Franco levantó la vista hacia Max y se humedeció los labios con la punta de la lengua–. Tengo tanta hambre.
La mirada de Max siguió el recorrido de su lengua. Si Franco no se sintiera tan como la mierda, se habría reído. Parecía ser que su primer novio, Pierre, le había dicho la verdad por una vez. El imbécil le había mentido por meses, escondiendo que estaba casado, y cuando la verdad fue descubierta -cuando su esposa se apareció por el departamento de Franco- Pierre tuvo el descaro de culpar a Franco por haberlo sacado del “buen camino”, alegando que ningún tipo heterosexual de sangre roja, podría mirar sus labios y resistirse a pensar en empujar su pija entre ellos. Por entonces, Franco se había sentido demasiado estúpido, patético y sucio, pero quizás, sólo quizás, Pierre había tenido razón. Quizás.
Franco exhaló con cuidado, dolorosamente consciente de los dedos de Max en su pelo, de esos fríos ojos analizándolo. Era imposible adivinar lo que estaba en la mente del tipo. Aunque Franco había atrapado la mirada de Max fijándose en su boca, su gay-dar aún no sonaba. Todo en él le gritaba que fuera cuidadoso con este hombre, que cualquier intento directo por seducirlo y manipularlo no sería bien recibido. No debía olvidar que el tipo, pese a su inglés fluido, era neerlandés. Mientras que ser gay todavía estaba lejos de ser algo simple por casa y que en Países Bajos fuese bastante aceptado, debía entender lo cerrado que era el pensamiento de la elite aristocrática ( su padre era un ejemplo claro), y aunque a Franco no le gustara generalizar y estereotipar, no podía dejar de notar que los insultos anti-gay parecían arraigados en la alta sociedad europea. Cada insulto usado por sus guardias era un insulto homofóbico, ya fuera relevante o no. Franco nunca había sido llamado marica -flikker- tan frecuentemente como lo fue esta semana, incluso cuando no dio ningún motivo para que sus guardias pensaran que era gay. Franco supuso que debería agradecer que su punto de vista homofóbico les impidiera hacer algo que los volvería maricones también, pero no era demasiado reconfortante. Se sentía incómodo sólo por estar rodeado por tanta hostilidad y repugnancia hacia lo que era. Si descubrieran que realmente era gay, Franco sospechaba que sería una “luz verde” para que los guardias lo usaran a su antojo: lo racionalizarían como que él simplemente “lo estaba buscando”… y por supuesto, usar a un sucio maricón no los volvería gay.
Ese era el por qué debía andar con cuidado con este hombre. Un movimiento equivocado sería una invitación al desastre.
–Por favor –dijo Franco suavemente–. Cooperaré con todo. Voy hacer lo que quieras–mantuvo su voz libre de insinuaciones, asegurándose de que su expresión fuera sincera. No podía empezar nada… eso sería descaradamente obvio. Sus entrañas le decían que Max Verstappen pertenecía a la categoría de hombres a los que no les molestaba el poder y les gustaba ver sumisión, aunque no necesariamente sumisión sexual. Franco podría fingir sumisión. Si jugara bien sus cartas, tal vez ni siquiera precisara acostarse con el tipo. La idea de tener sexo con este hombre, tener las manos de Max en su cuerpo mientras que esos ojos desconcertantes lo miraban hacia abajo, provocó un escalofrío por el cuerpo de Franco.
Contra su voluntad, su mirada bajó hacia los musculosos muslos del otro hombre. Podía distinguir el contorno de la pija de Max bajo la tela. Aunque no estaba dura, parecía enorme, larga y gruesa. Tragando, Franco se lamió los labios resecos, con una sensación retorciendo su estómago. Joder, una verga como esa lo destrozaría… y un hombre como Max Verstappen era poco probable que fuera suave. Sería duro, demandante e interesado únicamente en su propio placer. Franco prácticamente podía verlo: el pesado cuerpo del ruso sobre el suyo, aplastándolo mientras se movía entre los muslos de Franco, usándolo como un agujero para su verga…
Max soltó su cabello y se alejó. Su vista se estrechó mientras estudiaba el rostro de Franco como un halcón.
Franco le sostuvo la mirada, esperando no estar ruborizándose y que sus pensamientos sucios no estuvieran escritos por toda su cara. A veces detestaba su vívida imaginación. Ni estaba seguro por qué había estado pensando eso. Lo más probable era que Max no se sintiera atraído por él en lo más mínimo y no tuviera nada que temer. Tenía asuntos más apremiantes de los que preocuparse que la pija del tipo… como conseguir algo de comida en su vacío estómago.
–Por favor –dijo Franco con voz baja.
Cierta emoción parpadeó en el rostro de Max. Siguió mirando a Franco un poco más, con expresión nuevamente inescrutable, antes de darse la vuelta y salir.
Franco se desanimó, la decepción casi aplastándolo. Había fallado. De nuevo.
Y entonces, escuchó la fría voz de Max, amortiguada por la puerta pero lo suficientemente clara:
–Geef de jongen iets stevigs te eten. Ik kan hem niet dood gebruiken…
Una pequeña sonrisa lenta arqueó los labios de Franco.
Podría ser una pequeña victoria, pero sentía que su optimismo regresaba.
Pasitos de bebé.
Notes:
"flikker" = "Maricon"
"Geef de jongen iets stevigs te eten. Ik kan hem niet dood gebruiken" = "Dale al niño algo abundante para comer. No me sirve muerto."
Chapter Text
Max Verstappen se alejó del cuarto del prisionero, su humor más oscuro que nunca.
La sirvienta que encontró de camino a su oficina le echó una mirada, palideció, y agachó la cabeza, como si deseara que no la notara. Cosita inteligente. Una lástima que estuviera demasiado alterado ahora mismo.
La agarró del brazo. Ella se paralizó, apenas respirando.
–Lena, ¿no?– dijo en voz suave, mirando su cabello rubio y su delgada figura. No era particularmente bonita, pero tenía labios tersos y suaves. Sus ojos se fijaron en ellos. Su mandíbula se tensó.
–Sí –dijo mansamente, levantando la vista para verlo por un momento antes de dejar caer la mirada. Podía notar su pulso latiendo acelerado en la delicada base de su cuello. Tenía miedo de él. O quizás estaba excitada. Probablemente ambos.
En silencio, abrió la puerta de su despacho e ingresó. Sabía que ella lo seguiría dentro.
No se equivocó. Raramente lo hacía.
–Cierra la puerta –dijo.
La puerta se cerró tras él.
Hubo un momento de silencio, únicamente roto por el aullido del viento en el exterior y la rama de un árbol golpeando la ventana. Hacía mucho calor en la habitación pese al helado clima.
No había calefacción en la habitación gris, pensó Max, recordando el tembloroso cuerpo del niño. La falta de calefacción fue una decisión estratégica: generalmente los “invitados” que se alojaban en la sala gris debían debilitarse por el hambre y el frío. Definitivamente no siendo mimados y alimentados adecuadamente.
La mandíbula de Max se tensó.
–Puedes irte ahora –dijo–. O puedes desnudarte.
Luego de una breve pausa, oyó el sonido de ropa crujiendo.
Tomó una profunda respiración, intentando relajar los hombros. No sería bueno dañar a la muchacha. Más bien podría gustarle... cuando no sentía ganas de romper algo. O alguien.
–Sobre mi escritorio –murmuró. No estaba de humor para los preliminares elaborados. No hoy.
Estaba húmeda cuando embistió en ella.
Ella dejó escapar suaves gemidos mientras él se la cogía, completamente vestido excepto por la cremallera baja, sus dedos aferrados a las caderas en un agarre castigador, sus dientes apretados y sus ojos enfocados en la rabiosa tormenta de nieve exterior.
Apenas sintió que se corría. Sólo fue una liberación, un escape a su sombrío humor. No lo calmó en absoluto.
–Gracias, amor –dijo después, sacando algunos billetes de su bolsillo y colocándolos en el escritorio junto a la jadeante forma de la muchacha.
Ella sonrió aturdida, tomó el dinero y su ropa, y se apuró a salir de la habitación
Max ató el condón y lo desechó en el basurero.
Dejándose caer en la silla, encendió un cigarrillo y cerró los ojos.
Puta madre.
Incluso después de coger, aún podía ver los rizos castaños del muchacho y su suave boca rosa-cereza. Esa boca. Era una mezcla entre la boca de un ángel y de una puta.
Quería romperla con su pija.
Lo había deseado desde el momento en que vio al chico en el restaurante por primera vez, completamente vestido para la ocasión e intentando jugar juegos adultos sin conocer las reglas.
Max no estaba acostumbrado a negarse a lo que deseaba. Siempre conseguía lo que quería. Excepto que no podía cogerse la boca del muchacho, no podía romper esos labios con su verga y ahogarlo con ella como su cuerpo deseaba.
Por amor de Dios. Él no era puto. Sin importar lo bonita que fuera esa boca, su atracción sexual por un muchacho no le sentaba bien. No le gustaba lo que no pudiera comprender y controlar. También era inoportuno como la mierda... debería estar pensando en cuál es el mejor uso que podría dar al único hijo y heredero de Colapinto. En cambio, había pasado minutos acariciando los suaves rizos del muchacho y contemplando su boca. Inaceptable. Y era totalmente inaceptable que hubiera cedido y ordenado a sus guardias alimentar mejor al prisionero sólo porque el muchacho revoleó las pestañas y se lo pidió amablemente.
Max se carcajeó, disgustado e irritado consigo mismo. Debería haber matado de hambre al muchacho. Debería haberlo privado de comida hasta que aquellos bonitos labios se pusieran pálidos y agrietados, hasta que aquellas atractivas mejillas fueran ahuecadas por la desnutrición, hasta que el muchacho se volviera feo y patético. Cómo un hombre ordinario con cara de toro, como Anibal Colapinto se las había arreglado para producir un hijo que se viera así era un jodido misterio.
Max arrojó su cigarrillo en el cenicero y presionó un botón del intercomunicador.
– Daniel, tráeme una botella de Gin.
Podía sentir la sorpresa de Daniel incluso sin verlo.
–Pero tú no bebes –dijo Daniel lentamente–. Nunca bebes.
Max murmuró.
–Siempre has sentido debilidad por decir lo obvio, Daniel–Su voz se endureció–. Tráeme esa botella ahora.
–Dame un minuto –dijo Daniel, probablemente notando que Max no estaba de humor para tolerar su insolencia esta vez.
Daniel había sido su jefe de seguridad por casi diez años. Era muy leal -era una de las pocas personas en las que confiaba plenamente- pero Daniel solía soltarse demasiado, expresando su desacuerdo con las acciones de Max en situaciones en que la mayoría no se atrevería a hacerlo.
La puerta se abrió y cerró.
Daniel entró y puso una botella de gin sobre el escritorio, sus espesas cejas unidas por su ceño. Abrió la boca, pero la cerró al encontrarse con la mirada de Max.
Max se quedó observando la botella frente a él. Tenía la boca reseca y definitivamente el impulso de beber todavía estaba allí, pero lo aplastó con bastante facilidad. No había tocado el alcohol por quince años y no tenía intenciones de volver a hacerlo. Todavía tenía el control de sí mismo y de su vida. Aún estaba al control.
Un muchacho con labios de chupa-pijas no iba a cambiar eso.
–Llévatelo –dijo, satisfecho.
Daniel no hizo ningún comentario, sólo volvió a tomar la botella. Sus ojos marrones lo observaban en silencio.
–¿Qué? –dijo Max sin inflexión en su voz.
–¿Qué vas a hacer con el mocoso de Colapinto?
Max encendió otro cigarrillo y le dio una larga calada.
–No lo he decidido aún. No planifiqué esto, exactamente –El chico prácticamente había caído sobre su regazo.
Daniel ladeó la cabeza, con expresión curiosa.
–Es muy raro en ti actuar impulsivamente.
Max encogió un solo hombro.
–Reconozco una buena oportunidad cuando la veo.
Daniel asintió lentamente.
–¿Eso significa que vas a aprovecharte del muchacho?
Aprovecharse del muchacho.
–Por supuesto que voy a aprovechar al muchacho –dijo Max, mirando la botella aún en manos de Daniel. Forzó su mirada a alejarse–. Colapinto necesita que le enseñen una lección.
–Y pagar lo que te debe –dijo Daniel.
–Ni siquiera es por el dinero –dijo Max, viendo hacia el cigarrillo en su mano–. El argentino jugó conmigo –pensó en los ojos sin vida de Michail y aplastó el cigarrillo en su mano–. Nadie sale impune de eso.
–¿No crees que sea cruel arrastrar al niño en esto?
–Tiene veintidós años –Max dijo rotundamente. Lo había comprobado. Dos veces.
Daniel resopló.
–Es difícil de creerlo, ¿verdad? Si no te conociera mejor, no le daría ni un día por sobre los dieciséis años. Se ve tan… inocente, supongo.
Max le lanzó una mirada aguda.
–¿Por qué el repentino interés?
Daniel se encogió de hombros. ¿Estaba evitando la mirada de Max?
–Él es interesante. Durante la semana pasada no lloró ni una vez, no cayó en la histeria incluso cuando fue empujado a ello. Es prácticamente el prisionero perfecto.
Max continuó analizándolo, viendo a Daniel ponerse incómodo bajo su escrutinio.
–¿Es eso así? –dijo Max.
–Sí.
–Tiene moretones en la cara –dijo Max, viendo a su jefe de seguridad–. Y por la forma en que respiraba, sus costillas están al menos dañadas. Yo no di esa orden.
Daniel tragó.
Max no suavizó su expresión, viendo a Daniel retorcerse. No era que le importara una mierda cuando sus hombres se ponían un poco rudos con sus “invitados”. Pero no toleraba que sus órdenes no fueran seguidas con precisión. No les había dado permiso a sus hombres para que tocaran a su nueva adquisición.
–Sabes cómo se ponen los muchachos cuando están aburridos –dijo Daniel, todavía sin encontrar completamente su mirada.
–Lo sé –dijo Max–. Pero es tu trabajo frenarlos.
Daniel asintió, sus amplios hombros cayendo.
–No va a suceder de nuevo –dijo, girando para marcharse.
–¿Participaste, también? –preguntó Max.
Daniel se congeló.
–Eso pensé –dijo Max, bajito.
–Mira –Daniel comenzó, con las orejas rojas–…solo sucedió una vez. Sé que no debería haberlo hecho, no debería haber dejado que ocurriera, pero estaba jodidamente helando fuera y tomé un par de tragos de vodka para calentarme y… sé que no es excusa.
–Realmente no lo es.
-¡Ya sé! –dijo Daniel, la frustración y el arrepentimiento anudando su voz–. Es sólo que hay algo en ese muchacho que hace que todos mis hombres se alteren, y yo no soy la excepción.
Los ojos de Max se estrecharon. Tenía una vaga idea de lo que volvía a sus hombres tan inquietos. Ni siquiera era la bonita cara del muchacho o sus labios de chupa-pijas. Era el aire de inocencia en él. El impulso por corromperlo sería casi irresistible para hombres que ya no tenían ni una pizca de inocencia.
Por un lado, era un alivio saber que no era el único afectado por el muchacho, pero por otro... quedaba claro que dejar a Franco Colapinto al cuidado de sus hombres podría no ser una buena idea si ellos eran tan fácilmente influenciados por el prisionero hasta el punto de olvidar sus órdenes. Era peligroso. Max se rodeaba únicamente por los mejores hombres, pero era consciente que pocos tenían un buen autocontrol. Algún borracho idiota podría ser demasiado susceptible a los bonitos labios del muchacho y sus ojos de bambi.
–¿Estás diciendo que no puedes controlar a tus hombres? – dijo Max con un bajo y profundo tono.
Daniel tragó.
–Estoy diciendo que no puedo controlarlos alrededor del niño –respondió con una mueca–. Sin importar con que los amenace, cuando están aburridos o borrachos, quieren divertirse. Y el muchacho se ve –Daniel se lamió los labios –…No homo, pero se ve jodidamente hermoso todo golpeado y amoratado.
Los dedos de Max se retorcieron.
–¿Es así? –miró fijamente al fuego crujiendo en la chimenea. Ese muchacho era peligroso. Incluso podía joderle la cabeza a su normalmente imperturbable jefe de seguridad.
–Max… ¿Señor? –dijo Daniel tentativamente.
Miró hacia arriba.
–Estoy decepcionado de ti, Daniel.
Endureciendo la mandíbula, Daniel asintió enérgicamente, su robusto cuerpo tenso y cauteloso.
Max se quedó en silencio por un rato. Siempre disfrutaba esta parte. Déjalo inquietarse un poco.
–Espero que ese... error de juicio no vuelva a ocurrir –dijo por fin.
Daniel se relajó, exhalando.
–No lo hará. Lo prometo.
–No es lo suficientemente bueno –dijo Max–. El hijo de Colapinto será trasladado al cuarto contiguo al mío.
Los ojos de Daniel se abrieron.
–¿Qué?, pero es un riesgo de seguridad…
–¿Sabes lo que es un riesgo de seguridad, Daniel? –dijo Max cortándolo–. Cuando mi jefe de seguridad está jodidamente distraído en el trabajo.
Daniel se estremeció.
–Te prometo eso no va a…
–Tus promesas no son suficientes. No te castigaré sólo porque me has demostrado en el pasado que puedo confiarte mi vida. Pero ahora me has demostrado que no puedo confiar en ti, ni en tus hombres, con el mocoso de Colapinto–Max frunció los labios–. Asegura el cuarto y mueve al muchacho allí. De ahora en adelante, hasta que me demuestres que puedo confiar en ti con esto, voy a ser el único que tenga contacto con el muchacho. Puedes irte.
Daniel asintió y se marchó luciendo una expresión reprendida.
Tan pronto como la puerta se cerró tras él, Max se reclinó en su silla y exhaló, aflojando su puño.
La puta madre
Esto era lo último que necesitaba.
Notes:
Buenass🥰🥰, dije que las actulizaciones iban a ser semanales pero me emocione un poquito y empece adaptar muchos caps jsjsjs pero no se emocionen mucho porque nose si va a poder ser igual el la semana, voy a intentar igual
Chapter 6: Capitulo 5
Chapter Text
Con la cabeza palpitando por un punzante dolor de cabeza, Max estaba de mal humor cuando entró a su habitación esa noche. Se perdió una gran oportunidad de aumentar sus ganancias en Europa Central sólo por no haber estado allí en persona para revisar el trato. ¿No podían hacer nada sin que les sostenga la mano?
Suspirando, fue al baño pegado a su habitación y sacó algunas pastillas de paracetamol del botiquín. Tragando las pastillas, se tensó ante el sonido en la habitación de al lado.
Por supuesto... el chico. Casi había olvidado su orden de mudarlo ahí.
Max quitó el cerrojo de la puerta, la abrió y entró en el cuarto.
Franco Colapinto estaba sentado en la cama, frotándose el estómago. Levantó la vista, sus ojos ampliándose cuando vio a Max. En otros aspectos, ni siquiera se estremeció. Daniel tenía razón en una cosa: el chico no era propenso a la histeria.
–Gracias –dijo Franco–. Por la comida. Me dieron de comer antes de traerme aca–enterró los dientes en su labio, con la incertidumbre parpadeando en sus ojos–. ¿Por qué estoy aca? Tu gente no se molestó en explicarme.
Max se acercó.
–¿Qué te hace pensar que yo lo haré? –La idea era divertida.
El muchacho inclinó la cabeza a un lado, viéndolo casi con timidez, sus gruesas pestañas oscuras enmarcando sus ojos avellanas profundos.
–Nada –dijo, mordiéndose el labio–. Pero quisiera saber. Por favor.
Tan cortés. Demasiada amabilidad.
Los labios de Max se adelgazaron. Puso su mano en la cabeza de Franco y tiro de sus castaños rizos.
–¿Me tomas por imbecil? –dijo, sabiendo que su agarre debía ser doloroso. Lágrimas de dolor llenaron los ojos del muchacho.
–Y-yo n-no lo entiendo –susurró Franco.
Max contempló esos temblorosos labios.
–¿Realmente pensas que un par de palabras tiernas bastan para manipularme?
El chico dejó caer los ojos, la culpa y la decepción brillando en su rostro.
–¿No soy muy bueno en esto, verdad? –dijo con una mueca de dolor y una sonrisa torcida.
–No –dijo Max. El muchacho se había comportado demasiado bien e inocente para que fuese real.
Franco se abrazó, mirándolo con cautela.
–¿Vas a castigarme por intentar manipularte? –Su voz se quebró un poco.
Max lo miró fijamente, evaluando sus opciones. Siempre podría ordenarle a sus hombres que lo golpearan un poco, pero la idea no le sentaba bien. Culpaba a la apariencia engañosamente juvenil de Franco.
Max admitiría fácilmente que no era un buen hombre. Hizo cosas que seguramente le aseguraron un sitio en el infierno... si existiera la vida después de la muerte. Pero hizo esas cosas en adultos, no a niños. Franco Colapinto no era un niño, pero el aire de inocencia que tenía junto con su carita de bebé, jodía la mente de Max. No, no quería entregar al muchacho a sus hombres. Pero el chico debía ser castigado. Si Max no lo castigaba, Franco podía empezar a hacerse ideas equivocadas. Max ya había sido demasiado suave con él.
–Te vas arrodillar en esa esquina, trabar tus manos detrás de tu espalda y permanecer en esa posición hasta las siete de la mañana. Sin descansar, sin ir al baño, sin dormir –dijo.
Franco parecía querer protestar, pero cerró la boca, fue silenciosamente hacia la esquina y se arrodilló en el piso, enfrentándose a la pared. En lo que refiera a castigos, lejos estaba de ser lo peor, pero Max sabía lo incómodo y doloroso que sería mantener la posición.
–De más está decir que esta sala está bajo constante vigilancia por video –agregó Max, enfocado en la rizada melena–. No te va a gustar tu castigo si decides desafiarme. ¿Lo entendes?
–Sí, señor –dijo rápidamente el chico en español
Señor .
Max dejó la habitación, intentando ignorar la forma en que esa pequeña palabra en español complacía algo en su interior. Un honorífico como ese no existía en su idioma… o mejor dicho, eran anticuados y ya no se usaban.
Tenía que admitir que, en ocasiones, el español podría superar a su lengua materna.
Chapter Text
La primera hora estuvo bien. Su estómago estaba lleno, la habitación cálida, e incluso tenía algo parecido a un plan.
Franco estaba aliviado y algo sorprendido por el castigo que Max eligió para él. Esperaba algo peor. Había estado algo aprensivo cuando ideó el plan de ser atrapado en el acto, pero todo salió a la perfección. Max se lo había comprado. Y ahora que el tipo estaba seguro de su superioridad e inteligencia, seguro de que podría ver a través de Franco, sería más fácil suavizarlo y guiarlo hacia una falsa sensación de seguridad. Franco sintió una punzada de vergüenza, antes de recordarse que no fuera tonto. Max Verstappen era un criminal. Hombres como él no merecían otra cosa. Además, no era como si estuviera planeando matarlo o algo así. Sólo quería salvarse a sí mismo. Sólo quería ir a casa. Eso era todo.
La segunda hora fue más difícil, y la tercera fue peor. Estaba volviéndose más incómodo a cada minuto. Sus rodillas estaban doloridas por arrodillarse en el suelo durante tanto tiempo y sus brazos y hombros ya estaban empezando a doler.
La cuarta hora dejó en claro por qué Max había elegido un castigo aparentemente tan suave. El cuerpo entero de Franco dolía por la rígida posición que estaba obligado a mantener, sus pies estaban dormidos, y su cuello y espalda le dolían demasiado . Franco tuvo que recordar que esto era parte del plan. Tenía que ser “castigado” y aceptar el castigo del Holandes para que pensara que fue forzado a la sumisión… por decirlo de algún modo.
Pero casi se rindió hacia el final de la quinta hora. Sus párpados se cerraban, su vejiga estaba llena, estaba agotado, sus golpeadas costillas aún le dolían por la paliza que había recibido unos días atrás, y deseaba tanto dormir que era un esfuerzo físico no hacerlo.
El reloj de pared parecía burlarse, marcando el tiempo tan lentamente. Los minutos se arrastraban. El tiempo avanzaba tan lentamente que se preguntaba si el reloj se había roto. Franco se mantuvo despierto imaginando formas creativas de torturar y matar a Max. El imbécil seguramente estaba durmiendo como un bebé en una cama suave, cómoda, sin preocupaciones en el mundo. Franco ya no podía sentir sus extremidades.
Para las seis de la mañana, se volvió vagamente consciente de que su rostro estaba mojado por las lágrimas que acaparaban sus mejillas. Le dolía todo, y sólo quería enroscarse sobre sí mismo y desmayarse por fin.
Notó que ya no estaba solo cuando un par de manos fuertes lo levantaron por los hombros. Las piernas de Franco cedieron. No podía moverse, con los pies aún dormidos y su cuerpo entero doliendo. Lloró, ocultando su húmeda cara en el ancho hombro del hombre
–Shh –dijo una voz suave, baja, y largos dedos acariciaron su pelo–. Lo hiciste bien.
Parte del cerebro, privado de sueño y mareado, de Franco le gritaba que dejara de sostenerse como un bebé al maldito que le había hecho esto, pero la sentía muy distante e insignificante.
Esto se sentía bien -las manos se sentían bien- y estaba tan agotado.
Suspirando contra el hombro de Max, dejó que el tipo lo levantara y lo cargara hasta el baño. Una vez allí, Max lo bajó junto al inodoro, dejando que Franco se recostara contra él, abrió el cierre de los pantalones de Franco y le dijo, –Puedes aliviarte ahora.
Cualquier otro día, Franco le habría dicho que se fuera a la mierda. Pero estaba agotado, privado del sueño, y le dolía todo. Quizás debería haberse sentido mortificado por su impotencia física y emocional, pero ya había superado el límite de la vergüenza
–Si me voy, te vas a caer de culo –la voz de Max sonaba seca, con un dejo de impaciencia.
Probablemente lo haría.
En silencio, Franco sacó su pija con sus dedos entumecidos y torpes. Intentó honestamente hacer lo que le dijo, pero con el amplio pecho de Max presionado contra su espalda y sus manos en las caderas de Franco, no podía relajarse lo suficiente para hacerlo. Tampoco ayudaba que su vejiga estuviera tan llena… estaba tan llena que le era difícil orinar
–No puedo– susurró Franco, cerca del llanto nuevamente. Estaba tan, tan cansado. Deseaba... Dios, sólo quería cerrar los ojos y ser atendido.
–Podes y lo vas a hacer –dijo Max–. No voy a tenerte ensuciando la ropa y apestando mis habitaciones.
¿Sus habitaciones?
Pero antes de que pudiera preguntar nada, Max empujó su mano, agarró la pija de Franco y le dijo:
–Sólo relajate y hacelo. Tengo cosas más importantes que hacer que cambiarte los pañales.
Franco contempló aturdido su reflejo en el espejo. Parecía una muñeca frágil en los brazos de Max. Una mano de Max sostenía su pija. La otra mano subió hasta su vientre y comenzó a frotarlo en círculos. Había algo vagamente inquietante en el contacto del hombre: era tan decidido, como si... como si Franco fuera alguna cosa de su pertenencia.
Y aun así, de alguna manera, lo ayudó. Franco casi gimió de alivio cuando su reticente vejiga finalmente obedeció.
Fue una experiencia totalmente surrealista cuando Max sacudió un poco su pija antes de volver a guardarla. Nuevamente, la agotada mente de Franco cuán práctico y arrogantemente posesivo era el toque de Max, como si esto fuera completamente normal, como si Franco fuera algo que le pertenecía a lo que estaba haciendo algún tipo de mantenimiento. Debería haberlo enfurecido, pero la ira requería de energía, y él ya no tenía ninguna. Su cuerpo estaba quedándose sin combustible, luego de días de hambre debilitándolo y la falta de sueño ralentizando su velocidad mental.
–Ahora, a la cama –dijo Max, levantándolo de nuevo con un brazo y cargándolo fácilmente de regreso a la habitación. Dejó caer a Franco en el colchón y dijo– Tu ropa huele mal.
Franco parpadeó hacia él con ojos llenos de lagañas.
–Por supuesto que huele mal–murmuró–. Tus matones no me dejaron lavarlas. No tengo otra cosa.
Los labios de Max se fruncieron. En un abrir y cerrar de ojos, se había ido.
Los párpados de Franco ya estaban cerrados cuando fue despertado por las sacudidas. Se quejó, dándose vuelta sobre su estómago y abrazando la almohada suave, perfecta.
–Dormirás luego de cambiarte –una voz odiosa voz familiar dijo–. Apestas.
–Ah ha –Franco murmuró contra su almohada.
Escuchó alguna maldición en neerlandés, pero su mente estaba medio dormida y no podía traducirla.
–Kut, moet ik dit doen?–dijo Max en un tono irritado, antes de sentar a Franco de un tirón y desnudarlo rápidamente. Franco no abrió los ojos, apenas vagamente consciente de ser empujado dentro de algo largo y suave. Olía bien.
Estaba completamente enterrado boca abajo en la cama, cuando una mano gentil acarició su cabello.
–Duerme.
–Ah ha –Franco murmuró antes de abrazar su almohada y caer en un profundo y despreocupado sueño.
Notes:
"Kut, moet ik dit doen?" = "Mierda, ¿esto lo que tengo que hacer yo?"
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Cuando Franco se despertó, ya estaba bien entrada la tarde, aunque si no hubiera sido por el reloj de pared, no tendría forma de saberlo. Nevaba fuera de la ventana.
Franco se refregó los ojos y se estiró en la suave cama, sintiéndose deliciosamente bien descansado y cómodo. Sus músculos le dolían un poco, pero se sintió más a gusto de lo que lo hizo en siglos. Todavía no estaba seguro de por qué lo habían mudado de su antigua habitación a un sospechosamente agradable cuarto, pero esperaba que no fuera sólo un golpe de suerte.
Entonces, recordó algo. ¿Realmente le había dicho Max que estas eran sus habitaciones personales?
Franco se sonrojó, recordando las circunstancias. Mierda. ¿Realmente había dejado que ese hombre lo manipulara, sostuviera su pija mientras orinaba, y en términos generales lo tratara como a una cosa? ¿Su cosa?
El estómago de Franco dio un pequeño salto. Repentinamente, sentía un impulso irresistible de salir corriendo. Correr a algún sitio alejado de ese hombre extraño con ojos crueles y manos gentiles y dominantes.
Aunque... no podía negar que todo había salido bastante bien. Mejor de lo que Franco podría haber esperado. Sí, había sido castigado, y eso le jodía, y su espantosa caída emocional posterior fue poco digna, pero Max fue casi agradable con él. El tipo se había encargado de él cuando no tenía porqué hacerlo. Podría haber dejado a Franco tirado ahí, exhausto y desvalido, hasta que se meara encima y se quedará dormido en el duro piso. Incluso había cambiado la ropa de Franco y lo había metido en la cama. Es cierto que Max difícilmente había sido suave mientras lo hacía, pero aun así. Franco decidió contabilizarlo como una pequeña victoria. Siempre le gustó ser optimista.
Bostezando, Franco se estiró y se sentó. Sus músculos se sentían algo doloridos, pero para nada tan malo como había temido. Su mirada cayó sobre la mesita de luz y sus ojos se ensancharon. Había una gran bandeja con comida allí. Con todo tipo de comida. Incluso había frutas y verduras.
Franco sonrió, su estómago gruñendo.
Nop, ducha primero, estómago.
Con mucho mejor humor, entró al baño, se miró al espejo y se quedó congelado, notando lo que vestía. Una camiseta blanca de manga larga. Pertenecía claramente a alguien mucho más alto y ancho de hombros que él: le llegaba casi pasando sus muslos. ¿Era de Max?
Un escalofrío subió por su columna al pensarlo. Normalmente no le habría importado. Feliz de sacarse su ropa sucia… pero luego de la experiencia surrealista de la noche anterior, usar la ropa del hombre lo hacía sentir verdaderamente inquieto. Sin mencionar que estaba desnudo bajo la camiseta.
Había otra puerta al otro lado del baño. Franco se acercó y escuchó. Nada.
Empujó la puerta, pero no se movió. Cerrado. Por supuesto. Incluso si realmente estaba en las habitaciones de Max, como este había insinuado, difícilmente sería dejado solo, libre de deambular a sus anchas.
Suspirando, Franco empezó a desvestirse. Necesitaba ducharse. Necesitaba relajarse y dejar de pensar en la noche pasada.
Pero mientras estaba bajo el chorro de agua caliente, los pensamientos de Franco seguían regresando a la noche. Había algo que lo molestaba mucho.
No es como si Franco no tuviera idea de los castigos disciplinarios y todo lo que implicaba: contrario a su apariencia, no era un muchacho inocente e inexperto. Lejos de ello. Estaba de hecho bastante familiarizado con ese estilo de vida gracias a su segundo novio, Gabriel, quien estaba involucrado con el BDSM y lo convenció de que lo intentara. Al final, luego de experimentar un poco, Franco le había dicho a Gabriel que, mientras que respetaba su estilo de vida, no le gustaba ser azotado, encadenado y golpeado con un flogger. Gabriel no se había sentido exactamente feliz de escucharlo, y Franco todavía se estremecía al recordar su horrible ruptura. Pero la cosa era... él y Gabriel lo habían hecho siguiendo el libro -habían usado palabras seguras y todo lo demás, habían confiado recíprocamente lo suficiente- pero simplemente no funcionó. No logró calentar a Franco. Aunque le habían gustado algunas de las cosas que hicieron -como ser sujetado y cogido con rudeza- más que nada había encontrado que los “castigos” le resultaban molestos y estúpidos más que excitantes, y nunca se había sentido verdaderamente impresionado por ellos ni particularmente sumiso. Por lo que toda la experiencia con Gabriel había convencido a Franco de que esas cosas no le interesaban para nada.
Hasta esta mañana.
No estaba seguro de cuán apropiado fuera comparar la experiencia de la noche pasada con los experimentos con Gabriel. Él y Max claramente no habían estado jugando. No había habido palabras de seguridad involucradas. Había sido un verdadero castigo -un castigo que lo había reducido a un llanto genuino- y la experiencia no había sido sexual en lo absoluto. Sin embargo, lo sacudió profundamente.
Franco sabía que el BDSM no siempre implicaba sexo ni incluso látigos y cadenas; a veces era algo más complicado que eso. La verdad era, que el castigo de la noche previa y lo que pasó después, se sintió mucho más intenso e íntimo que el sexo pervertido sadomasoquista en el que se había involucrado con Gabriel. Los recuerdos de Franco sobre la noche anterior eran bastante inconexos por razones obvias, pero el sentimiento de total vulnerabilidad, e impotencia, perduraban claro y nítido incluso ahora.
Y eso lo ponía incómodo como la mierda… porque por unos minutos, se había sentido bien. Se había sentido bien llorar en brazos de Max y buscar consuelo en él, lo cual era... Jodidamente retorcido. No confiaba en lo más mínimo en el tipo. ¿Cómo podría sentirse bien? ¿Estaba loco?
Frunciendo el ceño, Franco apagó la ducha. Incómodo para estar desnudo más de lo necesario, secó enérgicamente su cuerpo con el toallón y se enfundó de nuevo con la remera de Max, por falta de otras opciones.
Se quedó viendo el espejo nuevamente, con dudas nublando su mente. Lo que sea que pasó anoche -o mejor dicho, esta mañana- no podía volver a suceder. Estaba preparado para actuar el papel de muchachito bueno y vulnerable para provocar en su captor una falsa sensación de seguridad, pero actuar era la palabra clave.
Sólo un completo estupido se expondría verdaderamente impotente y vulnerable ante un hombre como Max Verstappen.
Franco no estaba seguro de qué lo había despertado. Se volvió consciente de que estaba recostado de lado, con las sábanas enredadas a sus pies. Algo le dijo que no abriera los ojos, por lo que no lo hizo. Escuchó, forzando sus oídos, inseguro y ansioso, con piel de gallina subiendo por sus brazos.
Todavía era de noche: podía oír un búho ululando en la distancia, un sonido misterioso que le hizo erizar el pelo de la nuca. Pero había algo más. Alguien más.
Allí. El sonido apenas audible de una respiración.
Manteniendo su propia respiración serena y uniforme, Franco abrió ligeramente un ojo. Había dejado la lámpara encendida cuando se había ido a dormir, por lo que no tenía problemas para ver alrededor. Excepto que quien estaba en la habitación -y él sabía quién era- estaba parado al otro lado de la cama y tras la espalda de Franco.
Entonces, notó algo más. Su camiseta se le había levantado, dejando su culo y piernas completamente expuestos a la vista de Max. El primer impulso de Franco fue jalar la camiseta, pero si lo hacía, descubriría que no estaba dormido. Franco no se sentía preparado para enfrentar a este hombre luego de su último y desconcertante encuentro.
Su expuesta piel le picaba, la tensión iba creciendo en su cuerpo. ¿Por qué Max no hacía nada? ¿Por qué no se iba? ¿Por qué incluso había venido en medio de la noche? Franco se había preocupado y esperado toda la velada, esperando que Max o alguien viniera, pero nadie lo hizo. Por suerte, lo habían dejado con suficiente comida por lo que el hambre no era una preocupación. Finalmente, a falta de algo mejor para hacer, se había ido a dormir, estimando que un hombre de negocios del calibre de Max Verstappen tendría cosas más importantes que atender que visitar a un ignorante niño rico que sólo era útil como objeto de intercambio.
Excepto que Max ahora estaba acá. Franco estaba seguro de que no estaba imaginando el sutil aroma de su colonia mezclado con el suave olor a cigarrillos. Sus músculos temblaban por la adrenalina, su corazón latía tan rápido que por un momento se sintió mareado. ¿Por qué no se movía Max? ¿Qué estaba mirando? ¿En qué pensaba? ¿Y por qué carajos le importaba eso a Franco?
–Sos tan horrible fingiendo dormir como lo sos manipulando.
Franco se puso rígido.
Chapter 9: Capitulo 8
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La silueta sobre la cama pareció dejar de respirar, poniéndose rígida ante el sonido de su voz.
Max frunció el ceño. El chico le tenía miedo. Aunque no era ni inesperado ni completamente indeseado, sólo complicaría las cosas. No podía dejar que Franco le temiera demasiado. Esta vez necesitaría... un acercamiento más amable para alcanzar lo que se había propuesto luego de ver la reacción de Franco a su castigo. La forma en que el muchacho se había aferrado a él, buscando su consuelo y confiando en él lo suficiente como para rendirse agotado al sueño en presencia de Max... había abierto nuevas posibilidades.
Ciertamente, había formas mucho más simples, rápidas y menos retorcidas de hacer pagar a Anibal Colapinto, pero esto podría aplastar a Colapinto si lo hacía bien. Si Max pudiera condicionar al único hijo de Colapinto, volver al muchacho completamente dependiente de él, entonces tendría las llaves a lo que más atesoraba Colapinto: las Industrias Colapinto, su orgullo y felicidad. Max no estaba demasiado preocupado porque Colapinto no confiara en su hijo. Si el chico no tenía idea sobre los negocios, mejor todavía.
Para el carro, se dijo Max. Como decía el proverbio, no debía colocar el auto delante del caballo. Primero tenía que ganarse el afecto de Franco para que el plan funcionara.
Eso no iba a ser fácil, incluso considerando las inclinaciones sumisas de Franco.
La verdad era, que Max tenía dudas sobre el plan. No le gustaba lo que no podía controlar.
Y no pudo controlar sus propias reacciones esa mañana. Cuando se había encontrado con los brazos colmados de un muchacho necesitado y tembloroso, consolarlo no había sido una decisión consciente. Fue todo instinto. La sumisión de Franco había jodido su cabeza, haciéndolo reaccionar instintivamente… cómo reaccionaría cualquier buen dom ante las necesidades físicas y emocionales de un sub luego de una escena. El problema fue que el castigo que le había dado a Franco nunca debió significar otra cosa que un simple castigo. El necesitado lenguaje corporal del chico después de ello, no debería haber desencadenado sus instintos.
Pero lo hizo.
Max no era ajeno a los juegos de dominación. Obtenía cierto placer en los juegos de poder del día a día; a veces, si el humor era el adecuado, su cuerpo picaba por ello también. La mayor parte de la gente lo consideraba un hombre cruel, y no estaban equivocados. Pero no era un amante cruel, nunca lo fue. Por supuesto, no era un amante gentil tampoco. Le gustaba rudo, le gustaba el subidón de poder que sentía cuando reducía a alguien en un cuerpo dócil, en un desastre sumiso (era mucho más excitante que la violación o la crueldad innecesaria por la que sentía inclinación alguna de su gente) pero cuidaba muy bien de sus compañeros sexuales. La gratificación sexual no era siempre el objetivo cuando estaba de humor para jugar, pero normalmente la sumisión genuina de una mujer atractiva lo hacía querer cogerla. Max nunca consideró que un hombre pudiera afectarlo del mismo modo, y aun así este jovencito con sus labios obscenamente bonitos y su sumisión natural lo hacía, y Max se encontró deseando hacerle cosas perversas por horas antes de enterrarse en él.
No lo había hecho, por supuesto. Aún le quedaba algo de autocontrol.
Pero ahora estaba siendo puesto a prueba de nuevo.
Franco apenas respiraba aún. Los ojos de Max bajaron de la greña de rizos hacia el tenso cuello del muchacho, bajando por su espalda vestida con la propia camiseta de Max, al respingón culito perfecto y sus esculturales y tonificadas piernas.
Apretando los dientes, Max apartó la mirada y rodeó la cama.
Los ojos del chico estaban muy abiertos, sus rosados labios de cereza ligeramente entreabiertos. Franco los lamió.
–¿Por qué estás aca? –dijo, jalando finalmente el borde de la camiseta de Max.
La mirada de Max siguió el movimiento. Se sentó en la cama, a meras pulgadas de la cabeza de Franco.
El muchacho se tensó visiblemente, mirándolo con cautela. Con la luz amarilla de la lámpara, su pelo parecía un halo dorado.
–Esta es mi casa –dijo Max–. Todo en esta casa es mío. No sos un invitado. Puedo ir y venir como me plazca. No tengo que explicar mis acciones a vos. Puedo hacer lo que quiera– Puedo hacerte lo que quiera.
Se observaron mutuamente en silencio, la tensión estirándose como un cable tensado entre ellos.
Se observaron mutuamente en silencio, la tensión estirándose como un cable tensado entre ellos.
Un búho ululó al otro lado de la ventana.
Franco tragó saliva.
–Se lo que queres –murmuró–. No soy estúpido.
Max enterró los dedos en sus castaños mechones. Tan suaves y bonitos.
–¿Y qué quiero? –dijo.
Pasaron segundos cargados de tensión.
Finalmente, Franco dijo mirándolo a los ojos, con las mejillas sonrosadas.
–Queres cogerme la boca. Seguis sin dejar de mirarla.
Fue una lucha por mantener su rostro impávido.
–No soy maricón –dijo Max, sin ninguna inflexión en la voz. No era un acérrimo homofóbico, al menos no en comparación con sus hombres, pero ciertamente no era un simpatizante de la causa. Nunca había comprendido por qué algunos tipos preferirían pechos planos, culos peludos, y piernas poco atractivas, frente a los cuerpos suaves y bien formados de las mujeres.
Franco sonrió de lado, mostrando el atisbo de un hoyuelo.
–Mi ex tampoco era maricón. Pero eso no lo frenó de meter su pija en mi boca. ¿A qué tipo no le gusta que le chupen la verga? La boca de un maricón es igual de buena que la de cualquier mujer.
Así que el chico era gay, como lo había sospechado. Y Max podía notar que a pesar de su tono ligero, la sonrisa casual de Franco era fingida, forzada. Claramente era un tema sensible para él, y sin embargo... había algo más ahí.
Max lo estudió por varios minutos. El chico estaba algo ruborizado, sus pupilas dilatadas y su respiración inestable. Continuaba lamiéndole los labios.
Interesante.
–Casi sonas como si estuvieras intentando convencerme de hacerlo –dijo Max.
Una risa nerviosa escapó de los labios de Franco.
–Me asustas como la mierda. ¿Por qué querría tener mi garganta llena con tu verga?
La sangre de Max se precipitó hacia su parte baja.
–Tenes una imaginación muy vívida
Los ojos de Franco se abrieron de par en par y su rubor rosado se volvió púrpura.
Se miraron mutuamente por lo que pareció una eternidad.
Sin prisas, Max se desabrochó los pantalones con su mano libre y sacó su pija.
Franco bajó la mirada y se quedó viendo la pija medio dura de Max, a centímetros de su cara.
–¿Qué? –susurró con voz ronca.
Acariciando sus dedos por los rizos del muchacho, Max dijo.
–¿No es esto lo que queres?
Franco negó con la cabeza, con sus ojos fijos en la rígida verga de Max.
–Yo creo que lo es –dijo Max, empujando la cabeza de su pija contra el pulso enloquecido del muchacho y arrastrarla por el cuello de Franco hasta sus labios de cereza. Tan jodidamente bonito. Franco respiraba entrecortadamente, sus ojos abiertos de par en par, las mejillas enrojecidas. Max lo miraba con hambre, manteniendo su expresión relajada y controlada, como si su erección no estuviera cepillando los labios de Franco, como si no quisiera meter su pija en la garganta del chico y cogerla duro.
–Chupa –dijo Max en voz baja.
Franco tragó saliva y negó con la cabeza de nuevo, pero no se veía muy convincente, considerando el hecho de que también tenía una erección. Una mirada bastaba para confirmarlo.
–No voy a forzarte –dijo Max–. pedímelo amablemente y te doy una pija que chupar.
–No –dijo Franco cerrando fuerte los ojos. Se veía tenso y afligido mientras Max acariciaba su pija contra sus labios. Franco lloriqueó cuando Max le golpeó la boca con su pija.
–No –el muchacho dijo de nuevo, incluso cuando miraba la verga de Max con hambre–. Por favor, no hagas esto.
¡Ah! Una oleada de excitación arrasó sobre Max. Si esto era lo que le gustaba a Franco, bien.
–Rojo, amarillo, verde –dijo Max, aferrando los rizos en su mano con más fuerza.
Franco parpadeó confundido. Mierda, parecía estar completamente ido ya. Finalmente, la comprensión ascendió en esos oscuros ojos.
–Verde –murmuró Franco, la sorpresa parpadeando en su expresivo rostro… sin dudas lo sorprendió que el imbécil que lo secuestró fuera lo bastante decente como para ofrecerle palabras seguras. El chico no podría saber que Max estaba jugando un juego a largo plazo. Sería lo suficientemente amable con Franco. Sería tan bueno con él, que pronto el muchacho sería incapaz de respirar sin él.
–Chúpala, hoer –dijo Max, dejando que su voz sonara más áspera.
–No –dijo Franco, sacudiendo la cabeza, sus ojos oscuros y hambrientos.
Max le cacheteo la mejilla. Franco gimió y levantó la mirada hacia él, jadeando. Max jaló la cara del muchacho contra su dura verga y se estremeció mientras la húmeda boca de Franco engullía, los rechonchos labios abrazando su dolorosa erección. Jodido infierno.
Antes de que pudiera frenarse, antes de que pudiera pensar dos veces sobre lo que estaba haciendo, sus caderas embistieron hacia el frente, su pija entrando y saliendo de la boca del muchacho con sonidos húmedos y obscenos. Franco gemía suave alrededor de la longitud que cogía su garganta, sus ojos fuertemente apretados, con lágrimas brillando en las esquinas.
Max no podía apartar la vista. Ver su gruesa pija corrompiendo un rostro tan jodidamente angelical e inocente parecía superar el límite de lo malo y sucio. A pesar de las lágrimas en sus ojos mientras la verga de Max lo ahogaba, el muchacho estaba duro, sus delgados dedos trabajando furiosamente en su propia erección. Un ángel y una puta.
–Que pedazo de chupa-pijas –Max dijo en voz baja, sus manos sosteniendo y acariciando la angelical cara del muchacho mientras sus caderas irrumpían hacia delante y hacia atrás–. ¿Cuántas pijas chupaste ya, putita?
Franco gimió alrededor de su pija. Al parecer, disfrutaba ser forzado, usado, y llamado por nombres despectivos. No había dudas de que las apariencias podrían ser engañosas, aunque Max no era quién para juzgarlo. Las personas se excitaban con las mierdas más extrañas, él incluido, y eso no quería decir nada.
Esto no significaba nada.
Así que se dejó ir, tomando su placer en la boca del hijo de Colapinto y diciéndole lo puta que era, diciéndole que nació para tener una verga en cada uno de sus agujeros, mientras todo el tiempo acunaba y acariciaba la cara de Franco como si fuera algo precioso. El muchacho reaccionó maravillosamente, chupando su pija como un jodido profesional y reclinándose en sus manos, buscando su toque. No se resistió cuando Max lo rodó sobre su espalda y, montando su pecho, forzó su pija nuevamente en la deseosa boca de Franco. Luego de eso fue un sinfin de gemidos roncos del muchacho y sus propios gruñidos, mientras que envestía en perfecto el calor mojado de aquella boca.
Finalmente, se corrió, insultando entre dientes apretados, y viendo al chico tragar su corrida con ansiedad, lo que no debería haber sido tan jodidamente excitante.
–Mmm –dijo Franco, jadeando, cuando Max se retiró. Parecía jodidamente destrozado, con los labios incluso más enrojecidos e hinchados de lo habitual, con sus verdes ojos vidriosos. Max dejó que su pija ablandada acariciara la ruborizada mejilla del muchacho antes de dejarse caer junto a él.
La habitación estaba en silencio, excepto por el sonido de sus respiraciones entrecortadas.
Max guardó su pija, subió la cremallera y volvió a mirar al muchacho.
Todavía estaba tumbado en el colchón, la expresión de su rostro aturdida, sus suaves piernas abiertas, su mano flojamente envuelta en su gastada pija.
Max resistió el impulso de dejar la cama e irse sin una palabra, para escapar de esta habitación y todo lo que sucedió en ella. No lo haría, por supuesto. Hacerlo sería una demostración de debilidad, expondría cuanto el sexo lo había alterado. No estaba alterado. Solo molesto consigo mismo. No se suponía que debería tener sexo con Franco Colapinto, al menos no en este momento.
Usarlo como un agujero para meter su verga disminuye la probabilidad de que el muchacho confiara en él, considerando lo que Franco había dicho implícitamente sobre su ex.
Había complicado innecesariamente todo, agregando algo impredecible, algo que podría obstaculizar o ayudar a sus planes. Podría salir de cualquier manera.
Franco se giró hacia él, con los ojos aún suaves y brillantes.
–Me diste una palabra segura.
–Puede ser una sorpresa para ti -dijo Max con voz muy seca–. Pero yo realmente no disfruto de violar a la gente –dejó que la esquina de su boca ascendiera–. Al menos que les guste eso.
Un ligero rubor subió por las mejillas de Franco. Frunció los labios. Parecía un gatito descontento.
–No me gusta eso –dijo con voz vacilante–. Vos me forzaste.
Max alzó las cejas.
–No es así como lo recuerdo.
–No soy un enfermo –dijo Franco, luciendo aún más disgustado–. Sólo a las personas enfermas y retorcidas les gustan ese tipo de cosas.
Max sacó un cigarrillo y un encendedor del bolsillo de su camisa.
–¿Eso es lo que la gente "del bien" le enseña a sus niños en estos días? –dijo, encendiendo el cigarrillo–. Qué montón de mierda –Inhaló profundamente y sopló una nube de humo hacia el cielo raso–. Noticias de último momento, katje , lo que te calienta no dice nada sobre tu carácter. Conozco a un hombre al que le excita ser orinado por mujeres. Es uno de los hombres más asertivos y confiados que he conocido.
Ahora había una expresión de incertidumbre y confusión en la cara de Franco. Abrió la boca y la cerró varias veces, pero al final, decidió decir.
–No me diga katje. Sé lo que significa.
Max resopló.
–Te he llamado puta, chupa-pijas y hoer, y no te importó, pero ahora te molestas porque te llamé gatito –Gatito era acertado. El chico parecía un gatito descontento.
Franco frunció sus ridículos labios.
–Odio cuando la gente usa palabras cariñosas que no sienten.
–Lo tendré en cuenta, zonnetje –dijo Max. Casi se echó a reír ante la cara que puso el muchacho.
–Solcito, no es mejor que gatito –gruñó Franco, viéndolo con incertidumbre.
–Sabes bastante de neerlandés–dijo Max, un poco sorprendido por ello. El padre del muchacho no sabría ni dos palabras en neerlandés .
–Soy bastante bueno comprendiéndolo, pero soy horrible hablándolo –Franco le disparó una mirada evaluadora–. No te entiendo. Estas siendo casi agradable. Vos no sos una persona agradable.
–¿Qué te hace pensar eso? –dijo Max, profundamente divertido. De hecho, no podía recordar la última vez que se había sentido tan divertido–. ¿Por qué te hice secuestrar y encerrar acá?
Franco negó con la cabeza, luciendo claramente incómodo.
–¿Por qué soy un malvado oligarca holandes?
Otra sacudida de cabeza.
Max se apoyó sobre un codo, viendo al muchacho con curiosidad.
–¿No?
Franco se mordió los labios antes de decir.
–Tenes ojos crueles.
–Ojos crueles –Max repitió con una sonrisa sardónica curvando sus labios–. Y aquí estaba yo, siendo tan agradable y ofreciéndote una verga que chupar.
Franco se enrojeció.
–Yo no te pedí nada.
–Casi me rogaste que usara tu boca, gatito. Yo estaba siendo un agradable anfitrión.
–Agradable. Seguro.
–Así es –dijo Max, rozando sus nudillos por la sedosa mejilla de Franco. El muchacho se estremeció, pero no espantó la mano. Max sonrió–. Pero cambié de opinión. Te di lo que querías. Ahora es momento de pagar.
–¿Pagar? –preguntó Franco, su expresión volviéndose desconfiada. Chico inteligente.
–Sí – Max dejó que sus nudillos rosaran el cuello del muchacho, pensando en una demanda adecuada… una que lo hiciera avanzar con su plan. Idealmente, debería ser algo que hiciera al chico acostumbrarse a él, tal vez incluso encariñarse con él. No podía ser nada sexual. Franco vendría a él rogándole por su pija. Hasta entonces, Max mantendría su verga fuera de la boca del chico, sin importar lo bonita que fuera.
Sus ojos se posaron en esa exuberante boquita fruncida y se quedaron allí.
Quería probarla.
–Sabes, me pone muy nervioso cuando tenes esa mirada en el rostro –dijo Franco con una risita incómoda
–¿Qué mirada?
–Como si estuvieras considerando asesinarme.
–No en este momento –dijo Max, acariciando el pulso del muchacho con el pulgar–. Besame.
–¿Qué? –gritó Franco.
–Besame.
–¿Por qué? –dijo Franco, pasando su mirada entre los ojos y los labios de Max.
–Porque te lo estoy pidiendo –dijo Max, la irritación tiñendo sus palabras. No podía recordar la última vez en que sus órdenes fueran tan cuestionadas.
–Correcto –dijo Franco al cabo de un momento–. Pero no quiero hacerlo.
–Chupaste mi verga y lo disfrutaste –dijo Max, inclinándose hacia él–. Abrí la boca.
Franco lo miraba fijamente, su respiración despareja y su cuerpo paralizado. Max bajó la mirada a sus labios y se lamió los propios. La boca del chico era positivamente pecaminosa. Ambos labios eran gruesos, rosados y seductores, el labio superior más relleno que el inferior. En cualquier otro rostro masculino esa boca con labios sensuales habría parecido ridículamente fuera de lugar, pero no en él. La boca de Max prácticamente le picaban por probar, morder, y chupar.
Así que lo hizo.
No intentó ser amable. No era un hombre amable. Tomó la barbilla de Franco en sus manos y lo besó, áspero y hambriento. El chico sabía a la corrida de Max, pero en vez de asquearlo, eso calentó a Max y lo besó más profundamente, más duro, más hambriento, con los dedos apretando la mandíbula de Franco. Franco gimió en voz baja, comenzando a retorcerse contra él, sus labios rechonchos pegados a los de Max
Max se apartó.
Respirando con dificultad, se miraron uno al otro, los ojos de Franco oscuros y dilatados, sus labios hinchados por la pija de Max y sus dientes. Mierda. Le tomó toda su fuerza no clavar al muchacho contra el colchón aquí y ahora.
–Te dije que lo ibas a disfrutar–dijo Max, y lo sorprendió lo normal que sonó su voz.
Una tormenta de emociones parpadeó en el expresivo rostro de Franco.
–Que puedas calentarme, no significa que me gustes.
–No necesito gustarte, amor –dijo Max, levantándose de la cama y acomodandose la ropa. Se inclinó para rozar sus labios contra la bien usada boca del muchacho, disfrutando la forma en que Franco se tensó y tembló. Max mordió el labio de Franco ligeramente–. Que yo te guste no es un requisito. Me podes continuar odiando –Me necesitas, de todas formas.
Se fue, sin molestarse en ver la reacción de Franco.
Una vez en su habitación, Max hizo una pausa y respiró hondo. Presionando un botón en el intercomunicador, dijo en tono cortante.
–Mándame una mujer. Joven. Rubia. Altura media. Tiene que gustarle lo rudo.
Si a Daniel lo sorprendió recibir una solicitud como esa a las tres de la mañana, no dijo nada.
–Sí, Max. Señor. La tendrás en media hora.
Lo hizo.
Y si pensó en el muchacho de la habitación de al lado mientras embestía en esa mujer, él era el único juez y testigo.
Chapter 10: Capitulo 9
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Max estaba buscando algo; Franco estaba seguro de ello. Estaba jugando un juego cuyo propósito todavía no estaba completamente claro para Franco.
No sabía qué esperar del otro hombre luego de anoche. Mierda, no sabía qué esperar de sí mismo después de anoche. Ya no estaba seguro de cómo actuar en torno a Max. Su plan a medio cocinar, de pretender ser un chico ignorante y vulnerable para lograr que Max dejará caer la guardia a su alrededor parecía imposible ahora. Ya no necesitaba fingir. Se sentía terriblemente inhibido y vulnerable después de revelarle Max Verstappen, de todas las personas posibles, su perversión más vergonzosa: que le excitaba ser forzado, usado, rebajado y llamado de forma despectiva. Ninguno de sus anteriores novios había sabido de ese fetiche en particular. Franco siempre había estado demasiado avergonzado para contarles, sintiéndose como una aberración por excitarse con algo como eso. ¿Por qué no podía ser normal?
–No quiero hablar de eso–dijo Franco, manteniendo los ojos fijos en la bandeja de comida y resistiendo la urgencia de alejarse del hombre que estaba a su lado. La cama parecía ser tan pequeña con el largo cuerpo, de hombros anchos, de Max estirado casualmente sobre ella. ¿Tenía que sentarse en la cama de Franco? Había una silla perfectamente buena en la habitación.
–¿Por qué? –dijo Max.
–No sé como es para vos, pero el sexo es un tema privado para mí – dijo Franco tan calmado como pudo, cortando un trozo de manzana con el cuchillo y llevándoselo a la boca. Se preguntaría por qué Max le permitiría tener un cuchillo, si tuviera alguna ilusión delirante sobre su capacidad física para vencerlo en una lucha. Era obvio que los músculos de Max no eran resultado de ejercicios físicos y una buena dieta. Max se movía con la fluidez y confianza de un hombre que sabía usar su cuerpo como un arma.
La pregunta era: ¿Porqué estaba este peligroso -y presumiblemente muy ocupado- hombre perdiendo su tiempo viendo comer a Franco y preguntando cosas que Franco no quería discutir?
Todo era muy desconcertante, especialmente luego de la última noche… después de que Max se cogiera su boca, lo besara hasta que los dedos de sus pies literalmente se enroscaron, y luego irse a su dormitorio a cogerse a una mujer cuyos gemidos Franco podía oír incluso a través de las dos puertas que separaban sus habitaciones.
Franco frunció los labios.
–No eras una cosita tan santurrona anoche –dijo Max.
–Anoche fue un error –dijo Franco con rigidez, mirando los restos de su plato y luchando contra el sonrojo–. No soy… no soy así.
–¿Así cómo? ¿Gay?
–No, obviamente soy gay –Franco levantó los ojos hacia Max. Intentó no mirar a las pequeñas matas de pelo oscuro que asomaban debajo de la camisa a medio desabrochar de Max–. Mira, tenes una impresión equivocada de mí. No me gustan ese tipo de cosas… no realmente. Tuve cuatro novios y no he hecho nada como eso con ninguno de ellos.
Una sonrisa floja curvó los labios de Max.
–Me halagas.
Cuando Franco lo fulminó con la mirada, Max sonrió más ampliamente, divertido. La sonrisa realmente alcanzó a su mirada fría, y por primera vez, Franco entendió lo atractivo y encantador que podría ser este hombre si quisiera serlo. La idea lo inquietó. No quería registrar ese dato.
–No habla muy bien de tus relaciones si no podías contarle a tus parejas qué es lo que te gusta –dijo Max, estudiándolo con los ojos entrecerrados.
Paseando la vista por la habitación, Franco dijo:
–No es... realmente no es la gran cosa. Una relación, para mí es algo más profundo que algunas perversiones raras –Franco acomodó un rizo suelto tras su oreja–. No es como que yo esté tan interesado en eso. No soy un monstruo.
La mirada evaluadora de Max empezaba a ponerlo nervioso.
–¿Qué? –dijo Franco, incómodo.
–Tus padres se divorciaron cuando tenías ocho –dijo Max.
Franco parpadeó por el abrupto cambio de tema.
–Sí –dijo, sin saber hacia dónde iba Max o por qué repentinamente quería hablar sobre el divorcio de sus padres, entre todas las cosas.
–Mis fuentes dicen que vos fuiste el principal punto de disputa. Tu madre quería la custodia, pero tu padre la ganó. Y restringió el acceso de tu madre hacia vos –El rostro de Max se veía impávido mientras que recitaba sin tapujos los hechos de uno de los períodos más difíciles en la vida de Franco.
Mordiéndose el interior de la mejilla, Franco asintió.
Max continuó.
–Los detalles sobre el divorcio fueron difíciles de averiguar, pero aparentemente tu padre afirmaba que tu madre era una mala influencia, y no era apta para criarte. ¿Por qué?
Franco tomó una banana y comenzó a pelarla. Sabía que no tenía por qué responder. No hablaba de esto ni con sus amigos. Pero de nuevo, Max no era su amigo. Era poco probable que Franco lo volviera a ver luego de que todo este calvario terminará. ¿A quién podría lastimar si respondía con sinceridad? No podía ver cómo Max podría usar esta información en su contra. Quizás si Max viera que no tenía nada que esconder, ayudaría a Franco a largo plazo. Sin mencionar que en este punto Franco estaba dispuesto a hablar de lo que sea mientras no fuera sobre sus vergonzosos fetiches.
–A mi padre no le gustaba que ella y yo fuésemos tan cercanos –dijo encogiéndose de hombros. Mordió la banana y masticó lentamente–. Mamá y yo éramos mejores amigos. Ella era algo así cómo... ella era…. ella es una madre increíble, pero siempre deseó tener una niña y tenía poca idea sobre cómo criar a un niño. Todo lo que tenía era a mí, y ella hizo lo que pudo, pero papá siempre estaba fuera y demasiado ocupado, así que –Franco se encogió de hombros nuevamente, mirando a la banana en su mano–…Un día él llegó a casa y me encontró jugando a disfrazarme con la ropa de mi madre. Se enfadó –El eufemismo del siglo. Todavía se estremecía al recordar la brutal paliza que recibió ese día. Franco se aclaró la garganta–. Acusó a mamá de convertir a su hijo en… en un m-monstruo –Se aclaró la garganta de nuevo–. Lo gracioso es que ni siquiera me gusta travestirme. Sólo estaba jugando, como lo hacen todos los niños –Y bien, todavía le gustaban las cosas coloridas y bonitas, pero eso no tenía nada que ver.
Franco dejó la banana y tomó un sorbo de café.
–De cualquier forma, mis padres se divorciaron y mi padre contrató un tutor masculino para hacerme... más viril. Para ‘hacer un hombre de mí’ y librarse de todas las tonterías extravagantes que mamá metió en mi cabeza –Se rió, mirando a su taza. Suponía que todo había funcionado eventualmente. Su madre ahora estaba felizmente casada, viviendo en Los Ángeles con un esposo que la amaba y tres hermosas hijas a las que podía malcriar sin temer despertar la ira de su marido. Franco amaba a sus medio hermanas, aunque sólo pudiera verlas un par de veces al año y tuviera muy poco en común con ellas.
–Un monstruo –dijo Max en un tono raro–. No te definiría como demasiado “viril”. ¿Pensas que eso te convierte en un monstruo?
Con los dedos temblando un poco, Franco dejó su taza en la bandeja y miró a Max.
–Si me gusta chupar pijas y que me cogan por el culo, eso no me convierte en un afeminado –Estaba orgulloso de lo firme y segura que sonó su voz. Pero sentía, su pecho apretado con una sensación familiar de pánico. Se sentía como si tuviera ocho años de nuevo, tratando de defenderse ante las palabras burlonas e hirientes de su padre. Soy normal, soy normal, soy normal.
No, no era normal. Siempre lo supo, ¿no? Su padre acostumbraba burlarse de su hijo “afeminado” hasta que Franco aprendió a ocultarlo mejor. Mierda, incluso Lando, que también era gay y su amigo más cercano, solía burlarse de él, aunque sin malas intenciones, por ser demasiado romántico y femenino, así que Franco tendía a moderar su personalidad incluso estando con sus amigos. Se vestía conservadoramente y aprendió a sonar pragmático y práctico al hablar, lo había aprendido tan bien que se volvió una segunda naturaleza para él. Pero sin importar cuánto lo intentara, no podía liberarse totalmente de la parte suya que quería ser bonito y veía con ilusión las camisas adornadas y vistosas… camisas que lo harían lucir vistoso y afeminado y lo convertirían en el blanco de las críticas mordaces de su padre.
–No, lo que te gusta en la cama no tiene nada que ver con quién sos–dijo Max, mirándolo con cautela–. Pero estás insinuando que hay algo malo con no ser lo suficientemente “masculino”. No te escuchas como alguien completamente cómodo con quien es.
Apartando la mirada, Franco soltó una pequeña carcajada.
–Soy gay y estoy orgulloso de ello.
Max puso un pulgar bajo la barbilla de Franco y la empujó hacia arriba, acercando sus caras.
–¿Lo estás? –dijo en voz baja–. ¿Por eso todavía estás en el closet? ¿O ocultas tus rizos y te vestís como un aburrido hombre de negocios de mediana edad? Cuando te vi por primera vez, vi a un muchacho que parecía estar forzándose a ser lo que no era.
Franco solo pudo mirarlo, con la garganta seca y obstruida.
–Estoy en el closet porque no tengo el padre más progresista del mundo y porque mi papá es un hombre peligroso con un temperamento volátil. Me visto de esa forma porque quiero lucir mayor y ser tomado con seriedad por imbeciles como vos–No era mentira pero, ¿por qué sentía que no estaba siendo completamente honesto? Franco observó sus temblorosos dedos–. No es que sufra por una homofobia internalizada o algo como eso. No todos los gays son estereotipadamente extravagantes y afeminados.
Los azules ojos de Max no se apartaron de su rostro.
–Pero algunos lo son –dijo–. Y pareces creer que hay algo malo en eso. Estás insinuando que soy homofóbico. Probablemente tengas razón. Pero creo que realmente pareces tener más problemas con tu sexualidad que los que pudiera tener yo. Decís que estás orgulloso de ser gay, pero tenes miedo de parecer gay.
–No me conoces –logró decir Franco a través del nudo en su garganta, jadeando entrecortadamente. Su corazón latía desagradablemente rápido en su pecho. Un ataque de pánico. Estaba teniendo un ataque de pánico. Tenía que calmarse. Era más fácil decirlo que hacerlo. Dios, no podía respirar–. No sabes nada.
–¿Golpee un nervio, gatito? –dijo Max, acariciando el tembloroso labio inferior de Franco. Se inclinó hacia el oído de Franco, su cálido aliento haciéndole cosquillas, y murmuró– No tenes que actuar masculino conmigo, sabes. No tenes que actuar de ningún modo. Podes relajarte, cariño. Cualquier cosa que pase aca, se queda aca–besó un punto bajo la oreja de Franco, su barba áspera raspando la piel de Franco. Dios.
Los ojos de Franco se cerraron por propia voluntad.
–¿Por qué estás haciendo esto? –susurró, intentando respirar, intentando rearmarse y fracasando. Estaba temblando, con una oleada de náuseas abrumándolo. Quería apoyarse en Max, que su frente recayera contra su hombro, y absorber su fuerza–. ¿Por qué? –dijo, intentando retener la cordura–. Estas buscando algo.
–Por supuesto que sí –dijo Max, pasando sus dedos entre el pelo de Franco–. Pero eso no significa que esté mintiendo. No voy a juzgarte. Soy el último hombre que puede juzgar a alguien. Podes relajarte, amor. Podes hacerlo –acarició la mejilla de Franco con sus nudillos.
Franco casi lloriqueó, apoyándose en el tacto de Max, amándolo y odiándolo. ¿Por qué este hombre lo afectaba con tanta facilidad? Su proximidad, su voz, su aroma, sus palabras.
Max lo besó detrás de la oreja. Piel de gallina asaltando la piel de Franco. Gimoteó, necesitado… necesitando esto, necesitando ser tocado, sostenido y tranquilizado.
–Shh. ¿Qué tal si subis a mi regazo, amor? Te sentirás mejor.
Franco debería haberse reído en su cara. ¿Realmente Max pensaba que él no sabía lo falso que eran todos estos toques suaves y las palabras dulces? Max sólo estaba aprovechando su momento de debilidad.
Pero no rio. No se resistió cuando Max lo jaló sobre su regazo. Enterró su cara contra el pecho de Max, donde su camisa estaba desabotonada, pequeños manojos de pelo del pecho cosquilleando en su nariz, e inhaló y exhaló, perdiéndose en la fragancia del hombre, un hombre saludable y en plena forma. Una mano fuerte le acarició la espalda y acercándolo más al pecho amplio. Se sentía tan bien, pese a las campanas de alarma tronando en el fondo de su mente.
Poco a poco, el temblor de Franco disminuyó, su respiración estabilizándose, despejando la niebla que invadía sus pensamientos, y comenzó a sentirse inhibido y avergonzado por su pegajoso mini-colapso. Dios, habían pasado años desde que tuvo un ataque de pánico. Pensó que los había superado para siempre.
Aparentemente no.
Franco apretó su mejilla contra el pecho de Max.
–¿Ahora qué? –dijo.
–Ahora, me dirás qué tipo de persona es Franco Colapinto. No el que pretendes ser. Sino el verdadero.
Con el ceño fruncido, Franco resopló.
–¿Para que puedas usarlo en mi contra?
–No tengo nada en tu contra, Ricitos –dijo Max jalando un rizo–. Tengo un problema con tu padre. Va a pagar por lo que hizo. No vos.
–Entonces, ¿por qué estoy acá? –dijo Franco con escepticismo.
Max se tomó un momento antes de responder.
–Sí, voy a usarte para lograr mi objetivo –dijo–. Pero puedo darte mi palabra de que una vez que esto haya terminado, vas a volver a tu casa, a salvo e ileso.
La palabra de un criminal debería haber significado poco. Pero Franco tenía la sensación de que Max no era alguien que ofreciera su palabra a la ligera. Ayudaba el hecho que Max no se molestara en negar que fuera a usarlo contra su padre.
–¿Qué te hace pensar que no me preocupa lo que le pase a mi padre?
–¿Te preocupa? –dijo Roman.
¿Lo hacía?
Franco pensó en ello… pensó en el hombre frío y distante que había estado ausente la mayor parte de su infancia.
–No lo odio –dijo Franco–. Sólo que no lo conozco. Es prácticamente un extraño para mí. Así que si está esperanzado en obtener algo de mí para ensuciarlo, no pierdas tu tiempo –Franco se rió un poquito–. Probablemente lo conozcas mejor vos que yo –sonrió para sí mismo, al recordar todos sus intentos fallidos para acercarse a su padre–. Me preguntaste quién es el verdadero Franco Colapinto–dijo con calma–. La cosa es, que no estoy seguro. Soy alguien complaciente. Intento encajar en cada sitio al que entro. En retrospectiva, tal vez intenté complacer a mi madre y ser lo que ella quería, del mismo modo en que más tarde intenté complacer a mi padre siendo el heredero duro y varonil que él quería... no lo sé. Supongo que siempre he deseado ser lo suficiente –Pero nunca lo fui. Desearía encontrar a alguien que me quisiera tal cual soy y no quisiera cambiarme.
No lo dijo. Porque el hombre con el que estaba conversando no era su amigo, sin importar lo simple y bien que se sentía hablar con él. El hecho de que estuviera sentado en el regazo de Max Verstappen, contándole sus pensamientos más íntimos y dejando que el hombre mimara su cabello, ya era lo suficientemente extraño. No debía (no podía) confiar en este hombre. No debería encontrar confort en las manos de Max o en sus palabras, o en el constante ritmo de su corazón contra la oreja de Franco.
–No sé por qué te dije todo esto –dijo Franco con una pequeña risita–. No sé qué es lo que hago en tus piernas. Por favor, hace algo diabólico rápido. Me está asustando lo agradable que se siente esto.
Max se rio entre dientes.
–Quizás este sea mi maléfico plan –dijo.
Por lo que sabía Franco, podría ser cierto.
Fue un alivio cuando sonó el teléfono de Max. Max lo sacó de su campera y atendió la llamada.
–Verstappen. –Su voz sonó tangiblemente más fría. Franco no estaba seguro qué pensar de eso.
–Oké. Ik kom eraan–dijo Max y colgó. Levantó a Franco de su regazo y lo dejó nuevamente en la cama, como si no pasara nada–. Me tengo que ir.
–¿Cosas malvadas que hacer? ¿Gente que secuestrar? –dijo Franco con una sonrisa ladeada.
–Algo así –dijo Max , observando su sonrisa por un instante antes de inclinarse y morderle la mejilla, los dientes hundiéndose en su carne.
Franco gritó, más por la sorpresa que por un verdadero dolor.
–Umm –dijo, tocando su mejilla e intentando leer a Max mientras que el holandes se puso de pie y se colocó su campera. Un vistazo a la entrepierna de Max confirmó que estaba medio duro. Franco levantó la vista para encontrarse a Max observándolo con una expresión inescrutable.
Franco se lamió los labios, empuñando el edredón con los dedos.
Max se rio entre dientes.
–Relajate, katje. No voy a tocarte.
Y entonces se fue, dejando a Franco con una extraña sensación en el pecho, demasiado parecida a la decepción para su gusto.
Max no lo volvió a visitar ese día.
Más tarde esa noche, Franco enterró su cabeza bajo la almohada, intentando ignorar los agudos gemidos femeninos llegando desde la habitación de Max.
Notes:
"Oké. Ik kom eraan" = "Ya voy para allá"
"Katje" = "Gatito"
Chapter 11: Capitulo 10
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Tres días después, Franco miraba con malhumor la puerta cerrada hacia el dormitorio de Max. No podía oír nada del otro lado
Levantó la mano y golpeó la puerta, ignorando la voz en el fondo de su mente que le gritaba que estaba loco.
No le importaba. Estaba agotado y de un humor inestable por apenas haber dormido por cuatro noches seguidas.
Era todo culpa de él.
La puerta se abrió y Franco se encontró en el extremo receptor de una mirada helada. Max apoyó su amplio hombro contra el marco de la puerta, analizandolo de pies a cabeza. Sólo vestía un par de boxers negros, su castaño pelo alborotado y una barba corta y gruesa recubriendo su cuadrada mandíbula.
Franco pasó el peso de un pie al otro, mirando cualquier cosa, excepto el pecho desnudo de Max y los tatuajes en sus musculosos brazos.
–¿Hay algún motivo para que estés golpeando mi puerta a las seis de la mañana? –dijo Max.
Framcp cruzó sus brazos sobre el pecho.
–Tengo hambre.
–Tenes hambre –repitió Max, arreglándoselas para transmitir lo absolutamente irrelevante que eso era para él sin cambiar de expresión.
–Sí –dijo Franco–. No comi nada desde ayer por la tarde – No pudo resistir echar un vistazo sobre el hombro de Max hacia la gran cama que dominaba la habitación. Estaba vacía, con las sábanas arrugadas–. Así que la puta ya se fue–dijo antes de poder contenerse.
Inmediatamente se arrepintió de hacerlo, cuando la mirada de Max se agudizó, apareciendo en su rostro algo semejante a la diversión.
–¿Estabas escuchando tras la puerta, gatito?
Franco lo miró enfadado.
–No pude dormir en toda la noche por sus gemidos. Por cuatro noches consecutivas. ¿Y necesitas cogertela a las tres de la madrugada en nuestro… en el baño que compartimos? –Incapaz de seguir sosteniendo la mirada a Max, desvió la vista hacia su oreja izquierda–. Tengo hambre, y necesito otra cosa que vestir. La camiseta que me diste ya se siente asquerosa.
–Es muy tierno como crees que podes venir a perturbar mi sueño sin una razón suficientemente buena –dijo Max, con un toque acerado en la voz.
Franco se congeló, sus ojos parpadeando hacia Max. Tragó saliva.
Max estiró la mano, agarró el cuello de la camiseta de Franco y lo tironeó más cerca. El corazón de Franco dio un vuelco en su garganta; su boca reseca.
–¿O sólo necesitas mi atención, amor?
Sonrojándose, Franco negó con la cabeza. Por supuesto que no deseaba la atención de Max. Había tenido demasiado de ella en los últimos tres días. Cada día, Max iba a su habitación, hablaba con él sobre cosas aparentemente inconexas, y lo observaba. Era algo exasperante, aunque Franco no podría quejarse de que estuviera siendo maltratado. Tenía una cama suave, era alimentado lo suficientemente bien, y las palizas de los guardias ya eran un recuerdo distante. Max ya ni siquiera lo tocaba. Francamente, Franco tenía poco de lo qué quejarse. En lo que refiere a secuestros, esta no había sido una experiencia tan desagradable… si tan sólo no fuera forzado a escuchar orgasmos femeninos noche tras noche.
Max se rio entre dientes, llevando su mano desde la camiseta de Franco hasta su garganta.
Su pulgar presionando el pulso desenfrenado de Franco.
–Pequeño mentiroso –dijo–. ¿Viniste aca porque estás celoso de la agradable mujer que me entretuvo anoche?
Franco balbuceó.
–¿Celoso? Vos no me gustas. Sos una persona horrible y malvada.
–Con ojos crueles –añadió Max, con diversión entrelazada en sus palabras–. No te olvides de los ojos crueles
–No te burles de mí –dijo Franco, haciendo un puchero. Le tomó un momento registrar que realmente estaba haciendo pucheros. Parpadeó. ¿Qué carajos? Siempre había sido muy cauteloso con sus expresiones faciales y rara vez se permitía parecer nada que no fuera masculino. ¿Cuándo, exactamente, había bajado la guardia en torno a Max?
Sintiéndose algo aturdido por su propia conducta, Franco se aclaró la garganta.
–Está bien, me disculpo si te moleste. Ahora soltame.
La mano de Max seguía envuelta alrededor de su cuello. Le dio a Franco una mirada larga y evaluadora. Franco sostuvo su mirada, tratando de ignorar la cercanía de su pecho desnudo.
Mirándolo a los ojos, Max dijo con calma.
–Ponete de rodillas.
Franco inhaló una respiración entrecortada.
–No –logró decir.
–Ponete de rodillas –repitió Max –Los dos sabemos para qué viniste acá.
Lamiéndose los labios, Franco bajó la mirada hacia el bulto que estira la tela de los boxers negros de Max.
–No –susurró, menos convencido que antes.
–Deberías dejar de mentirte –dijo Max. Hundiendo sus manos en los pelos de Franco,lo empujó hacia abajo, la presión enérgica y firme, pero no demasiado fuerte -simplemente perfecta- y una oleada de excitación recorrió a Franco.
Temblando, esperó de rodillas, conteniendo la respiración. Podría haberse alejado. Podría alejarse.
No lo hizo.
Observó a Max liberar su pene.
No se resistió cuando Max le abrió la boca con sus dedos.
No se resistió cuando Max lentamente la colmó con su gruesa verga.
Franco cerró los ojos y gimió un poquito, saboreando la forma en que esa dura y gruesa verga ampliaba sus labios. Max no fue lento ni amable. Inmediatamente, su pija comenzó a entrar y salir de la boca de Franco, golpeando su garganta y ahogándolo, haciendo que Franco gimoteara en alrededor a la pija en su boca.
Continuó y continuó, con los bajos gruñidos guturales de Max como el único sonido en sus oídos. Una parte de Franco se avergonzaba por lo mucho que lo excitaba esto: ser utilizado como un agujero para una verga, sin pretensiones de cariño. Por el amor de Dios, estaba chupándole la verga a un hombre que no veía nada malo con secuestrar gente… que probablemente hizo cosas mucho peores. Era un enfermo. Claramente estaba enfermo por disfrutar esto, pero le estaba encantado, le encantaba demasiado.
Demasiado pronto, Max le jaló el pelo con rudeza. Franco gimoteó cuando la pija salió de su boca. No…
–Abrí los ojos.
Levantó la vista y vio a Max observándolo fijamente. Max mastubaba su roja y reluciente verga, sus ojos ardiendo de excitación.
–Voy a correrme en tu cara. Abrí esa bonita boca para mí, Ricitos.
Jadeando, Franco hizo lo que se le ordenó, con su hambrienta mirada fija en las gotas de pre-semen en el glande de Max.
–Schijt!–gruñó Max, masturbándose rápido, y entonces se estaba corriendo sobre Franco: sus mejillas, su nariz, sus labios entreabiertos, chorreando por su cuello y la camiseta que llevaba puesta.
–¡Puta madre! Mirate, ángel –dijo pasando la mano por el pelo de Franco y presionando su rostro contra el muslo de Max–. Podes masturbarte ahora.
Deslizando una mano bajo su camiseta, Franco agarró su goteante pija y gimió de alivio. Estaba tan endurecida que dolía. Se masturbó, jadeando contra el musculoso muslo de Max. Necesitaba…
–Dale, amor –Max tiró fuerte de su pelo y Franco se desmoronó, sus dientes hundidos en la piel de Max y su mente flotando lejos, muy lejos.
Descansando la frente contra el muslo de Max, tan sólo respiró mientras que esos fuertes dedos continuaban acariciando sus rizos, prolongando el placer que recorría su cuerpo. Franco intentaba darle sentido a lo que estaba sintiendo, pero todo lo que podía pensar era cálido y bueno.
Una remota parte de sí mismo se preguntaba qué estaba haciendo, qué carajo era esto. Esta no era una conducta sexual normal para él. Esta docilidad aturdida no era normal. Le gustaría proclamar que estaba haciendo esto para adormecer a Max e inducirlo en una falsa sensación de seguridad, pero sería algo irrisorio. Ahora que conocía algo mejor a Max, Franco estaba seguro de que algunas mamadas no harían la diferencia. Este hombre no era alguien a quien podrías manipular con sexo. Max se cogía una mujer distinta cada noche. Si alguien aquí estaba cayendo engañado en una falsa sensación de seguridad, era Franco.
Se sentía seguro con Max al menos lo suficientemente seguro como para confiarle su cuerpo. ¿Cuán estupido era eso?
–Levantate –dijo Max.
Franco se paró tambaleante, con las rodillas todavía débiles y su cuerpo deshuesado.
Ojos azules lo estudiaron desde su despeinada cabeza hasta sus desnudos pies, antes que Max dijera.
–Anda a darte una ducha. Estás sucio.
Franco retrocedió hacia el baño. Realmente estaba sucio, con el rostro cubierto del esperma de Max. Además, no tenía energías para discutir. No quería discutir. El tono autoritario de Max no lo molestaba en absoluto.
¿Qué me está pasando? pensó aturdido mientras permanecía bajo la ducha, dejando que el agua cayera en cascada sobre él.
Cuando cerró la ducha, sintiéndose limpio y refrescado, su mente estaba nuevamente libre de la nebulosa en que lo inducía Max. Gracias a Dios. Últimamente su propia mente lo aterraba.
Negando con la cabeza, Franco abrió la mampara de la ducha y se quedó paralizado.
Max apartó la mirada del espejo. La mano que recortaba su barba se frenó inmóvil, mientras que sus ojos se centraron en el cuerpo desnudo y mojado de Franco.
Franco avanzó unos pasos y se detuvo, reprimiendo el insano impulso de apretar su cuerpo contra el de Max.
Realmente, ¿Qué carajos?
Un latido pasó hasta que Max volvió su mirada al espejo y retomó la tarea que tenía entre manos. Ya estaba parcialmente cambiado. Parecía que iba a irse.
–Estás chorreando agua en el suelo –dijo Max, limpiándose la cara con una toalla.
–No tengo nada con que cambiarme.
Max regresó a su dormitorio.
–Vení para acá–lo llamó cuando vio que Franco no se movió.
Sintiéndose algo tímido por su desnudez, Franco hizo lo que le ordenó. Max se acercó a él, con una bonita y ornamentada camisa en sus manos.
Franco frunció el entrecejo. La camisa era elegante y lucía costosa, pero no podía imaginar que perteneciera a Max.
–Para nada es algo que vos usarías.
–Porque nunca lo usaría–dijo Max–. Fue un regalo de –Se interrumpió y le pasó la camisa a Franco– …ponetela.
Franco lo hizo. Cuando terminó de abotonarse, se volteó hacia el espejo.
Se quedó viéndose.
Apenas reconocía al hombre joven que le devolvió la mirada. Habían pasado años desde que se permitió usar algo tan bonito y colorido. Parecía... diferente, especialmente con sus húmedos rizos libres de gel.
Acariciando la suave y sedosa tela, Franco se encontró sonriéndole a su reflejo. Su sonrisa se congeló en sus labios cuando notó que Max lo estaba viendo.
Franco bajó su mano y tosió.
–Me veo... extravagante.
–¿Eso es malo? –preguntó Max.
Franco, inseguro, encogió los hombros. La conversación del otro día continuaba fresca en su mente. Todavía no sabía cómo lo hacía sentir. Racionalmente, sabía que Max tenía razón: no había nada malo con verse extravagante. No hacía que fuera -ni que nadie fuera- un freak. Pero saber racionalmente algo y creerlo de corazón eran dos cosas distintas.
Excepto que esa conversación había cambiado algo.
No tienes que actuar masculino conmigo. No tienes que actuar de ningún modo. Puedes relajarte. Soy el último hombre que puede juzgar a nadie.
No estaba seguro de creerle a Max, pero... no se sentía mal usar algo como esto en presencia de Max. No se sentía incómodo.
Franco no podía dejar de mirarse al espejo, fascinado por lo diferente que lucía y se sentía. No se veía aburrido. Se veía... bonito. Se sentía bonito e interesante.
–Te ves bien.
Calor subió por sus mejillas, Franco miró a Max, con los ojos muy abiertos. No había una inflexión burlona en la voz de Max, sonó como una cuestión de hecho. Había sido elogiado por cómo se veía muchísimas veces, pero esto se sentía diferente. Max no parecía ser del tipo que ofrecía elogios frecuentemente.
–Gracias –dijo Franco incómodamente, sintiéndose demasiado nervioso para su gusto. Se dijo que no debería ser tan tonto. Sólo fue un cumplido, y no uno demasiado destacable.
Pero no fue sólo un cumplido. Le agradó porque él sí se sentía encantador con esta camisa, y amaba la sensación. ¿Podría Max ver eso? ¿Por eso lo elogió?
Franco lanzó a Max una mirada recelosa, pero el rostro del otro hombre no expresaba muy poco mientras se colocaba una camisa gris y empezaba a abotonarla.
Franco observó una maleta preparada junto a la cama y se mordió el labio. ¿Se va a ir?
No lo preguntó.
–¿Va a darme pantalones en algún momento? –preguntó en cambio.
–No –dijo Max, mirando sus piernas–. Tu cintura es muy chica. Bailarias en mis pantalones si te los diera.
Franco frunció el ceño. No era pequeño. Sin embargo, para Max, que estaba construido como un tanque, probablemente no le quedarían.
–Podría usar los de alguien más.
–No.
–¿Y qué tal ropa interior?
–No.
Franco soltó un largo suspiro.
–¿Vas a decirme cuándo me puedo ir a mi casa?
–No.
Frunciendo los labios, Franco se dejó caer sobre la cama de Max y volvió a mirar la maleta.
Max lo miró y resopló.
–Deja de poner esa cara y regresa a tu cuarto.
–Estoy empezando a sentirme como su mascota –Franco realmente estaba empezando a preguntarse qué era para Max. ¿Por qué estaba Max haciendo esto? Pese a su actitud generalmente severa, últimamente parecía notablemente más suave en torno a Franco, y como resultado, Francose encontró bajando la guardia. Hace una semana, no se habría atrevido a hablarle a Max en un tono tan hosco. Hace una semana, él lo asustaba como la mierda. Ahora estaba sintiéndose demasiado cómodo con él y, lo más extraño de todo, Max se lo permitía. Max había estado tratándolo casi agradablemente. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Dios, nunca había estado tan confundido en su vida. Este tipo era una contradicción constante. Max parecía ligeramente homofóbico, pero a la vez era muy abierto de mente y comprensivo cuando se trataba de sexo. Era dominante como la mierda pero, a diferencia de la mayoría de los hombres autoritarios, era bueno escuchando y era fácil hablar con él. Max no era gay, pero se sentía atraído por él. Franco no tenía idea de qué pensar al respecto. No parecía como si Max estuviera fingiendo -algunas cosas eran imposibles de fingir- pero estaba seguro de que Max estaba jugando algún tipo de juego. Debía estarlo.
Max recogió su maleta.
–¿Quién te dio esa idea? Una mascota no haría tantas preguntas ni haría pucheros si no le respondo.
–Nunca hago pucheros –dijo Franco haciendo un puchero exagerado, aunque no estuviera seguro de por qué–. Son mis labios. Voy a hacerme una cirugía plástica para arreglarlos.
Las oscuras cejas de Max se reunieron. Miró hacia los labios de Franco.
Franco los humedeció con la punta de su lengua.
–No hay nada que arreglar –dijo Max escuetamente y empezó a alejarse.
–¿Vas a irte? –exclamó Franco.
Max hizo una pausa y le dirigió una larga y penetrante mirada.
–Sí –dijo luego de un momento– Trabajo. Sólo hay ciertas cosas que puedo hacer desde acá. No voy a regresar hasta el próximo jueves.
–¿Te vas por una semana? –Franco frunció el ceño–. Pero... pero ¿quién me va a dar de comer? –No sabía por qué, pero Max no le permitía a ninguno de sus hombres entrar en la habitación de Franco mientras que Max no estuviera allí.
–Daniel lo va hacer–dijo Max, con algo helado destellando en sus ojos–. Él se va a comportar–Le dedicó a Franco una escrutadora mirada. Luego se acercó y, hundiendo sus dedos en el cabello de Franco, sostuvo su mirada con una extraña intensidad–. Sólo te va a traer comida. No se le permite quedarse en la habitación más de lo necesario. ¿Entendido?
Confundido, Franco asintió de todos modos.
–¿Por qué me decís esto a mi? No es como si yo pudiese echarlo.
–Tuve una charla con él –dijo Max, con un ligero disgusto en su expresión–. Pero siempre podes recordarle mis órdenes si se le olvida.
Sus ojos se detuvieron nuevamente en la boca de Franco. El agarre en sus rizos más apretado.
El corazón de Franco empezó a acelerarse. Su cara ladeada, sus labios entreabiertos. Mierda, quería tanto ser besado, tanto. Quería sentir esa barba contra su barbilla. Quería la lengua de Max en su boca.
Max lo soltó y se alejó.
Alejándose, Franco observó aturdido como Max dejaba la habitación.
La puerta se trabó tras él con un chasquido audible.
Franco se recostó en la cama de Max y gruñó frustrado, tocando sus cosquilleantes labios.
–Que estupido que sos, Franco–dijo en voz alta antes de echarse a reír.
Era eso o llorar.
Notes:
"Schijt!" = "Mierda"
Loola (Guest) on Chapter 2 Sat 23 Aug 2025 06:09PM UTC
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seokyujj on Chapter 3 Sat 23 Aug 2025 10:08PM UTC
Comment Actions
orlovv on Chapter 10 Sun 07 Sep 2025 11:02AM UTC
Comment Actions
magicalspacegirl on Chapter 10 Sun 07 Sep 2025 10:32PM UTC
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