Chapter 1: Furia de krypton
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Sinopsis
Kara Zor-El tenía solo catorce años cuando Krypton fue destruido. Lanzada al espacio en una cápsula de escape, su rumbo se volvió incierto, atrapada en la inmensidad del universo... hasta que una fuerza roja como la sangre la encontró.
Un anillo de los Linternas Rojas, guiado por la ira ardiente en el corazón de Kara, la eligió como su portadora. Su furia, su dolor, su odio por lo perdido... la transformaron en algo nuevo, una guerrera de la rabia, temida en sistemas enteros, portadora de una voluntad indomable.
Por diez años, Kara fue una leyenda, una sombra roja que caía sobre planetas, reinos y dictadores con una venganza sin límites. Pero todo cambió al llegar a la Tierra. Allí conoció a Lena Luthor, una científica brillante, poderosa empresaria y defensora silenciosa del planeta. Lena no la temió. Lena la vio. Más allá de los ojos incandescentes y la armadura del anillo, vio a la niña perdida que aún sangraba por dentro.
Lo que comenzó como enfrentamientos se convirtió en entendimiento. Luego en deseo. Luego en algo que ni Kara ni Lena sabían cómo nombrar. Kara había quemado mundos... pero ahora, quemaba por Lena.
Capítulo 1: Furia de Krypton
El espacio es silencioso. Inmenso. Vacío. Pero en ese vacío viaja una cápsula.
Pequeña. Dañada. Casi olvidada por el universo. En su interior, una adolescente flota en animación suspendida. Su piel es pálida, casi traslúcida bajo la luz de estrellas que jamás conocerá. Su nombre es Kara Zor-El.
Tenía catorce años cuando todo terminó.
Krypton… su hogar, su madre, su padre, todo... se convirtió en fuego y ceniza. La cápsula no llegó a tiempo a la Tierra como estaba planeado. En su lugar, quedó atrapada en una tormenta de agujeros de gusano, saltando años y sistemas sin control. Mientras su primo, Kal-El, aterrizaba en Kansas, Kara vagaba en un limbo estelar, perdida y olvidada. Hasta que la rabia la encontró.
Una voz habló en la oscuridad. Fría. Aguda. Viva. “Kara Zor-El de Krypton… tú tienes una gran rabia en tu corazón.” La cápsula se sacudió violentamente. Una luz roja cortó la negrura del espacio y entró en ella como una flecha ardiente. Un anillo rojo flotaba frente a su rostro dormido, brillando como sangre líquida.
“Bienvenida al Cuerpo de Linternas Rojas.”
Kara despertó con un grito. Su cuerpo convulsionó mientras el anillo se fundía con su piel, su sangre, su alma. El oxígeno en la cápsula ardió. Su traje kryptoniano se desintegró. Y en su lugar, apareció uno nuevo, oscuro como la noche, con el símbolo rojo del cuerpo que se alimentaba de furia. Su primer aliento fuera de la cápsula no fue de alivio… fue un rugido.
Años después...
Un planeta sin nombre se encuentra bajo ataque. La atmósfera tiembla. Las nubes arden. Naves explotan en el cielo como fuegos artificiales siniestramente hermosos. Y en el centro del caos, está ella. Kara. Su nueva armadura parecía forjada en la superficie de una estrella moribunda. Botas altas de un rojo profundo, metálico, marcadas con líneas negras en espiral como cicatrices ardientes. Pantalones ajustados, diseñados para el combate y la velocidad, reforzados con placas flexibles sobre los muslos y rodillas. Una chaqueta blindada se ajustaba a su torso como una segunda piel, abierta en el pecho con el símbolo de los Linternas Rojas ardiendo con un resplandor interno.
Una capa roja, más oscura que la sangre, se extendía tras ella como un río de fuego líquido, sujetada por hombreras negras con runas alienígenas talladas. En su rostro, un antifaz del mismo tono que el anillo cubría sus ojos, proyectando una expresión eterna de furia controlada.
Su cabello rubio, largo y rebelde, caía como una cascada solar detrás de ella. Pero todo su ser brillaba con un aura roja intensa. Incluso su piel tenía un leve resplandor rojizo, como si estuviera hecha de energía viva. Sus ojos, donde alguna vez hubo luz y ternura, ahora ardían con fuego puro, dos brasas inquebrantables que quemaban todo lo que miraban.
Kara Zor-El ya no era solo kryptoniana.
Era una fuerza. Una llama viva que recorría el universo.
Su capa ondea tras de sí como una llama viva mientras su cuerpo se mueve con violencia perfecta. Nada puede detenerla. Cada enemigo que la enfrenta es reducido a cenizas o sometido. Su cuerpo ya no responde a límites físicos: vuela, lucha, ruge y destruye con una pasión que es más arma que emoción. No habla. No razona. No perdona. Pero en su mirada —tras esos ojos encendidos por el anillo— aún existe un dolor antiguo. No lo deja ir. No puede. Es lo que la sostiene.
Cuando el último enemigo cae, Kara se posa sobre los restos de un palacio interestelar. Su armadura está cubierta de sangre y energía. El aire crepita a su alrededor. La acompañaba una nave de guerra que parecía esculpida de obsidiana y sangre endurecida. Bautizada como Skal'thra, tenía la forma de una lanza que podía atravesar atmósferas y escudos como si fueran papel. A cada costado, enormes motores vibraban con energía roja pura, alimentados por la rabia misma que emanaba de Kara y su anillo.
En su interior, los corredores eran estrechos y oscuros, iluminados solo por luces escarlata. Las paredes estaban adornadas con símbolos de mundos conquistados, grabados por el fuego del anillo. En la sala de mando, una cámara flotante proyectaba mapas estelares de sistemas enteros en tiempo real. Decenas de droides de combate la asistían: esqueléticos, sin rostros, con extremidades largas y cuchillas retráctiles. No hablaban. Solo obedecían.
Pero no estaba sola del todo.
A su lado, caminaba Klaar'Vek, un antiguo guerrero del planeta Nalorr, de piel azul marino y ojos plateados. Alguna vez fue un soldado enemigo… ahora, era su aliado más leal. Alto, imponente, con brazos que parecían árboles tallados en acero, Klaar'Vek había jurado su vida a Kara después de que ella le perdonara en batalla —algo que aún no comprendía.
—Tienes fuego en el alma, Kara Zor-El —le había dicho una vez—. Y donde hay fuego… siempre hay propósito.
Él era su voz de razón. Su conciencia en los días en que la rabia se volvía demasiado. La única criatura viva que podía acercarse a ella sin temor… y salir ilesa. Un silencioso droide se acerca.
—Objetivo cumplido, comandante Zor-El —dice la máquina, temblando ante ella.
Kara no responde al instante. Mira al cielo. Más allá del planeta conquistado. Más allá de las estrellas.
—¿Queda algo más que destruir? —pregunta al fin, con voz rasgada.
—Recibimos una señal kryptoniana —responde el droide—. Fuente: planeta clase M. Tierra.
Kara frunce el ceño. El nombre no le es ajeno. Tierra. Su destino fallido. El lugar donde su primo debió encontrarse con ella. Un mundo intacto. Un mundo que aún tenía lo que ella había perdido. Kara se puso de pie. Su capa ondeó tras ella como una tempestad.
—Pongan rumbo inmediato —ordenó—. Si Kal-El vive… voy a encontrarlo. Klaar'Vek la observó en silencio.
—¿Y si es como tú? —preguntó con tono neutro. Kara no lo dudó.
—Entonces quemaré ese planeta con él… o contra él.
La nave rugió cuando sus motores se encendieron, un estruendo infernal que atravesó la oscuridad del espacio. Y así, la furia de Krypton se dirigió a la Tierra.
El universo guardó silencio.
Porque sabía lo que se acercaba.
Chapter 2: La llegada
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Capítulo 2. La llegada
La Tierra giraba pacífica bajo la luz del sol. Una tarde común. Los cielos sobre National City estaban despejados, el aire cálido, los ciudadanos caminaban entre rascacielos y parques sin saber lo que se avecinaba. Pero entonces… Una línea roja atravesó la atmósfera como una flecha encendida. No era un meteorito. Era una advertencia. Una amenaza. Una furia viva que caía desde el cosmos.
En el cielo apareció una grieta de fuego. Nubes se evaporaron al instante mientras una nave de guerra, negra y roja , rompía la barrera del sonido con un estallido tan brutal que los ventanales de media ciudad estallaron. Los sensores militares en todo el mundo comenzaron a sonar simultáneamente. Satélites en órbita se apagaron. Y entonces… Kara descendió.
Como un cometa sangriento. Como un dios vengativo de un mundo muerto.
Su cuerpo atravesó el cielo, envuelto en fuego rojo. Al impactar en las afueras de la ciudad, el suelo tembló como si la Tierra misma respirara con miedo. Una onda expansiva de energía carmesí pulverizó los árboles, desintegró una estación de vigilancia secreta del gobierno y dejó un cráter humeante de más de cien metros de diámetro. Desde el centro del cráter, ella se alzó. La armadura roja brillaba como lava recién formada. Su capa ondeaba detrás de ella como una bandera de guerra. Su antifaz ardía con luz demoníaca. Los ojos incandescentes de Kara exploraron el nuevo mundo que se extendía ante ella con un hambre contenida.
El aire zumbaba de rabia. Las aves habían huido. Los animales callaron. Un grupo de soldados —tropa especial encargada de amenazas extraterrestres— llegó al lugar. La rodearon con armas avanzadas. El líder dio un paso adelante.
—¡Identifíquese! ¡Esta es una zona restringida! —gritó con voz firme, aunque su corazón martillaba. Kara lo miró. Sin expresión.
—La Tierra. Al fin. Sus palabras eran suaves… pero el aire tembló al oírlas.
El comandante repitió la orden, más alto. Ella no respondió. Solo alzó una mano. Y todo el escuadrón voló por los aires en un estallido de energía roja. No los mató. Solo los dejó inconscientes. Podría haberlos reducido a polvo… pero no lo hizo. Aún no.
Desde el cielo, la nave Skal’thra descendió, proyectando un campo de energía protectora. Droides cayeron desde la compuerta y aseguraron la zona en segundos. Klaar’Vek descendió tras ella, mirando con desconfianza los restos humeantes de los soldados.
—Demasiado suaves para este mundo —gruñó. Kara se arrodilló sobre la tierra, recogiendo un poco de suelo entre sus dedos. Lo apretó. Se sentía real. Cálido. Vivo. Era un planeta lleno de vida… algo que ella había perdido hacía mucho. Por eso dolía tanto.
—Aquí está —susurró—. Aquí vive Kal-El… en un mundo que sobrevivió mientras el mío murió.
Un silencio cayó sobre el cráter. Solo se escuchaba el zumbido de los drones flotando. Klaar’Vek se le acercó.
—¿Cuál es el plan, comandante? Kara cerró el puño, y su anillo ardió con fuerza.
—Encontrar a mi primo. Ver si este mundo merece existir. Y si no lo merece…
—Lo haré arder.
La explosión aún reverberaba bajo la tierra. Aunque los edificios ya no se sacudían, el mundo —en sus niveles más profundos de defensa— acababa de activar un protocolo que no se había tocado desde la llegada original de Superman a la Tierra.
DEO – Departamento de Operaciones Extra-Normales
A más de cien metros bajo la superficie de National City, las luces rojas iluminaban los corredores del DEO, reflejadas en paneles de titanio. Las alarmas habían cesado, pero la tensión en el aire era palpable. En la sala de comando, J’onn J’onzz, el último marciano, observaba la transmisión en tiempo real del cráter. Su rostro serio era más estoico de lo habitual.
A su lado, Alex Danvers, en su traje táctico negro, analizaba lecturas en su tableta. Había estado en la Tierra cuando Kara cayó… y algo en su interior se encogía con cada nueva lectura.
—Confirmado —informó un agente—. Firma de energía kryptoniana y emocional combinadas. Anillo de poder rojo, con rastros de inestabilidad. Hay elementos kryptonianos en su ADN. Alex bajó el panel y miró a J’onn.
—¿Y si es una de los suyos?
—Entonces es la más peligrosa que hemos visto —respondió él con gravedad.
—¿Contactamos a Superman?
—Incomunicado. Patrullando el cuadrante D-47 con la Liga. El resto también está fuera: Wonder Woman, Lantern, Flash, incluso Batman.
—¿Y los sustitutos?
—En movimiento. Nightwing lidera la defensa en Gotham. Miss Martian activa en Nueva York. Vixen, Zatanna, Black Canary... todos en alerta. J’onn se giró hacia la sala. Su voz se proyectó con autoridad.
—Esta vez, no hay un Superman que venga a salvarnos. Así que vamos a tener que hacerlo nosotros.
Casa Blanca – Sala de Crisis
La Presidenta de los Estados Unidos observaba los informes con el ceño fruncido. En la pantalla frente a ella, una transmisión del DEO mostraba el momento exacto de impacto.
—¿Y me están diciendo que una sola criatura hizo esto?
—Sí, señora. Femenina, kryptoniana, portadora de un anillo rojo. El DEO sugiere que no está aquí por diplomacia.
—¿Y la Liga?
—Fuera del sistema. Regresan en 72 horas, si no más. La presidenta se masajeó el puente de la nariz.
—¿Y qué tenemos?
—La Dra. Lena Luthor está ya en camino hacia el cráter. Tiene autorización para intentar contacto. Ella tiene el conocimiento kryptoniano más avanzado fuera de la Fortaleza de la Soledad.
—Y el corazón para intentarlo —agregó la presidenta, casi en un susurro.
L-Corp – Penthouse de Seguridad
El helicóptero personal de Lena Luthor rugía en la pista de la torre mientras los vientos del cráter aún llegaban en ráfagas de calor. Dentro del penthouse, Lillian Luthor activaba los últimos sistemas de defensa del edificio: campos de energía, inhibidores sónicos, escudos de radiación.
—Lena, aún puedes dejar que el DEO se encargue. Esto no es una entrevista científica. Es una amenaza nivel extinción.
Lena ajustó su traje negro, y en su cinturón colocó una cápsula de comunicación kryptoniana diseñada para Kal-El. Una traducción universal, una señal de respeto.
—Lex está muerto, mamá.
Y tú y yo… hemos hecho cosas peores por razones menos nobles.
Lillian se acercó. Ya no era la mujer fría que usaba a Lena como instrumento. El dolor de perder a Lex había destruido su arrogancia, y Lena había reconstruido lo que quedaba.
—Te estás metiendo en la línea de fuego de un ser que cayó del cielo ardiendo como un sol furioso. Solo quiero saber que tienes una salida.
—No la tengo —respondió Lena—. Pero si alguien puede llegar a ella… soy yo.
Torre de la Liga de la Justicia – Órbita de Júpiter
Mientras tanto, a millones de kilómetros, la Liga de la Justicia enfrentaba una amenaza intergaláctica en los anillos exteriores de Júpiter. Desde la sala de mando de la estación satelital, Wonder Woman monitoreaba la Tierra entre batallas.
—¿Qué es eso? —preguntó.
John Stewart, el Linterna Verde de turno, proyectó el mapa energético.
—Caída de una Red Lantern en la Tierra. Con firma kryptoniana.
Superman se giró bruscamente.
—¿Quién?
—No lo sabemos aún. Pero el anillo no miente. Y lo que sea que cayó allá abajo… está en guerra consigo misma. Superman apretó los dientes.
—Prepárense para volver.
—No podemos —intervino Batman, conectándose desde otro sector—. La brecha gravitacional no se estabilizará hasta que destruyamos el núcleo en Titán.
—Entonces recen —dijo Superman—. Rezen por la Tierra.
Chapter 3: Furia contra el mundo
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Capitulo 3. Furia contra el Mundo
El cráter aún humeaba, pero la batalla ya había comenzado.
Desde el cielo descendían naves militares, helicópteros de combate, escuadrones del DEO con armamento alienígena de alto calibre. Vehículos pesados rodeaban la zona. Y entre todos ellos, brillaban los uniformes de la nueva generación de la Liga de la Justicia:
* Nightwing, con su agilidad letal y su mente táctica.
* Miss Martian, descendiendo en un haz verde, con su mente expandida.
* Vixen, invocando la fuerza del tigre y la velocidad del halcón.
* Black Canary, avanzando con mirada decidida, lista para gritar si era necesario.
* Zatanna, flotando en el aire con sus palabras listas como cuchillas mágicas.
En el centro del cráter, Kara se mantenía de pie, inmóvil.
Su capa ondeaba con lentitud. Sus ojos, rojos como el corazón de una estrella, observaban todo con desdén. El anillo brillaba. Su cuerpo se mantenía en calma… pero era la calma de una bestia que aún no ha atacado.
Un canal abierto se proyectó frente a ella. Desde el cielo, J’onn J’onzz habló a través de un altavoz.
—Kryptoniana. Eres una amenaza directa al planeta Tierra. Esta es tu última advertencia. Kara no respondió.
—Te pedimos que desactives tu anillo. Te pedimos que te rindas. Si no lo haces... responderemos. Ella alzó la mirada. Y habló.
—Ríndanse ustedes. Una sola palabra más… y lo hizo.
El suelo explotó bajo sus pies. En un instante, Kara desapareció de la vista… y apareció a centímetros del escuadrón frontal del DEO, rompiendo la barrera del sonido con un impacto sónico. El anillo ardió en su puño cuando su primer golpe derribó tres tanques y una torre de vigilancia. Los drones cayeron en segundos. Los helicópteros giraron en espiral. Las balas rebotaban en su armadura. Misiles guiados explotaban a metros de ella, desviados por su campo de energía rojo.
Nightwing la alcanzó desde un flanco, usando tecnología kryptoniana para ralentizarla, pero ella lo tomó del cuello y lo arrojó contra una pared de concreto. No lo mató. Solo lo sacó del combate. Vixen invocó la fuerza de un rinoceronte, embistiéndola de frente. Kara no se movió. —Esa fuerza… es prestada. La tomó por el brazo y la lanzó al cielo como si fuera una muñeca. Black Canary gritó. El aire vibró, la tierra tembló. Kara cayó de rodillas un instante… y luego se alzó, furiosa. De sus ojos salieron rayos rojos que rompieron la tierra en un arco de destrucción.
Zatanna conjuró una barrera mágica.
—¡Opmoc suovrepni al airam al odnetxe!
El escudo resistió. Kara se detuvo por primera vez. Una chispa de respeto… o interés, cruzó su rostro. Pero solo duró un segundo. Saltó, cruzó el escudo por pura fuerza y atrapó a Zatanna del cuello antes de soltarla sin matarla. No quería matarlos. No aún. Pero quería que supieran que no podían detenerla.
En lo alto del cielo, Miss Martian intentó un ataque psíquico, uniendo mentes por un instante. Y por un segundo… vio todo.
El fin de Krypton. El vacío del espacio.
La furia. La soledad. La pérdida. Miss Martian cayó de rodillas, llorando sangre.
—Dios… lo que ha sufrido…
Los campos de batalla quedaron en ruinas. Los soldados inconscientes. Los héroes heridos. Los drones convertidos en chatarra. Kara flotaba sobre el cráter. Su respiración era tranquila. Su anillo brillaba intensamente, saciado por la violencia. Sus ojos ardían… pero su corazón no estaba satisfecho. Y entonces…
Una nave blanca y negra descendió suavemente entre el humo. De ella bajó Lena Luthor. Sin armas. Sin escudo.
Solo con un pequeño dispositivo en la mano y una mirada fija. Kara la vio. Y no atacó. Ni se movió. Solo la observó… y por primera vez, sus ojos ardientes parpadearon, como si la vista de Lena la desconcertara.
Lena caminó hasta estar frente a ella, a no más de cinco metros.
—Mi nombre es Lena Luthor. No vengo a pelear contigo. Kara la miró. El anillo vibró. Su energía fluctuó.
—Tienes su sangre —dijo con voz profunda—. Mi primo.
—Sí —respondió Lena—. Kal-El. Pero él no está aquí ahora. Yo sí. Kara bajó lentamente al suelo.
—¿Vienes a rendirte? Lena no sonrió.
—Vengo a proponerte algo. Una conversación. Una oportunidad.
—¿Hablar? —Kara levantó una ceja—. Después de que trataron de matarme…
—No tratamos de matarte. Tratamos de sobrevivir. Eres… algo que no entendemos. Pero si me das una sola oportunidad… Yo puedo entenderte.
El viento sopló. La capa de Kara se agitó. El mundo entero, desde el DEO hasta la Casa Blanca, observaba con el aliento contenido. Y Kara… no respondió con violencia. Solo la miró. Fijamente. Y por primera vez en diez años, guardó silencio.
El viento del cráter aún arrastraba cenizas y fragmentos metálicos. El suelo seguía caliente por las explosiones recientes. El aire olía a plasma, a pólvora, a miedo.
Pero en el centro de todo eso, Kara se mantenía de pie frente a Lena Luthor.
Y no atacaba. Los ojos de Kara se clavaron en Lena como si acabara de descubrir algo más peligroso que cualquier arma terrestre. Ella no entendía por qué no la destruía. Por qué no levantaba el puño. Por qué, por primera vez en años, su anillo guardaba silencio.
Lena era hermosa. No de una forma superficial, sino con una presencia que atravesaba la rabia como una lanza. Su piel blanca contrastaba con su cabello negro, perfectamente peinado hacia atrás. Su mirada era directa, sin temor. Su voz firme, sin súplica. Kara nunca había sentido algo así. Una presencia que la desarmara sin disparar un solo rayo.
“Quiero poseerla.” El pensamiento cruzó su mente como un destello. No solo deseaba verla. Quería que fuera suya.
Quería envolverla con su capa, con su fuerza, con su fuego. Quería que ese rostro la mirara solo a ella, que su nombre saliera de sus labios. Y aunque no entendía el amor, sabía lo que era la obsesión.
Lena dio un paso más cerca. Su voz rompió el hechizo.
—Invítame a tu nave. Kara ladeó la cabeza, sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque quiero entenderte. Y porque… me parece que tú también lo quieres.
Silencio. Y luego, Kara extendió una mano. No amenazante. No violenta.
Una invitación. Lena la tomó.
Chapter 4: Colisión
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Capítulo 4. Colisión
Justo cuando ambas se dirigían hacia la Skal’thra, una figura se interpuso entre ellas. Alex Danvers, aún con el traje rasgado y polvo en su rostro, los ojos alertas.
—No vas sola —dijo, con voz firme—. Si vas a entrar a esa nave… yo voy contigo.
Lena se detuvo, sorprendida.
—Alex…
—No discutas. Sam me mataría si algo te pasa. Eres su mejor amiga, y yo… la amo.
Y aunque no sea kryptoniana, he enfrentado cosas peores. No voy a dejar que entres ahí sin respaldo.
Lena dudó un segundo… y luego asintió. Kara observó a Alex con cierta curiosidad. No la temía. Pero respetaba que una humana se atreviera a proteger lo que ella ya consideraba suyo.
—Una condición —dijo Kara, con su voz como un trueno suave—. No interfieras.
Alex levantó las manos.
—Solo observaré. Pero si la tocas sin su consentimiento… te juro que no necesitas a Superman para que te detenga. Kara… sonrió. Apenas un gesto. Pero uno real.
Le gustaba la humana. Valiente. Directa.
Inútil ante su poder, pero admirable por su coraje.
La escotilla de la nave se abrió. Un rugido mecánico, un vapor rojo escapando de los ductos. Lena y Alex caminaron detrás de Kara, adentrándose en el vientre de la máquina que flotaba como una bestia viva sobre la ciudad. Luces carmesíes iluminaban los pasillos orgánicos, casi como si la nave respirara. Y a cada paso que daban, Kara las observaba… como si ya las poseyera.
La nave Skal’thra no era una máquina. Era una criatura de guerra. Forjada en los fuegos de un mundo conquistado por la rabia de Kara Zor-El. Vivía, respiraba, y rugía en silencio. Las paredes internas eran negras y carmesí, con conductos orgánicos latiendo como venas. La energía del anillo rojo recorría cada rincón. No tenía ventanas, porque Kara no necesitaba ver. Ella sentía todo. En medio del corredor principal, bajo una cúpula de cristal rojo, Kara caminaba al frente. Lena a su lado. Alex Danvers unos pasos detrás. Y en la sala central, esperándolas… Klaar’Vek, el último estratega del planeta Sha’korr, leal a Kara desde que ella lo liberó con fuego y muerte.
Alex escaneaba todo con la mirada. La arquitectura de la nave era alienígena, como algo salido de una pesadilla biomecánica. Cada paso de Lena hacia Kara la tensaba más. Era como ver a una mariposa acercándose al fuego. Excepto que la mariposa sabía exactamente lo que hacía. Alex pensaba en Sam, su pareja. Lo que significaba Lena para ella. Su hermana de otra vida. “No puedo dejar que esta cosa la consuma. No importa cuán… jodidamente atractiva sea.” Y Kara lo era.
Incluso Alex lo admitía internamente con incomodidad. Esa armadura roja ajustada, el brillo en su piel, el cabello rubio ondeando como una corona solar. Pero lo que más inquietaba a Alex no era el poder… Era la forma en que miraba a Lena. No como un enemigo. Ni como una amenaza. Sino como algo que ya le pertenecía.
Desde su rincón, Klaar’Vek miró a Lena con sus cuatro ojos de pupilas rasgadas. Su cuerpo alto y delgado, cubierto de placas negras y púrpura, se mantenía estático como una estatua. Pero por dentro, desconfiaba. No de Lena. De lo que Lena provocaba en Kara. “Ella ha hecho arder planetas por mucho menos que una mirada.” “¿Y ahora esta humana entra en la nave… y no termina partida en dos?” La vio Reír. Kara Zor-El, la Furia Roja, la Emperatriz Carmesí, sonrió cuando Lena le hizo un comentario sobre la estructura de la nave.
—¿Esto late por ti, o está viva?
—Ambas —respondió Kara—. Yo le doy su energía. Ella me da su voluntad.
—Como un vínculo… simbiótico —murmuró Lena, fascinada. Klaar’Vek no se movió, pero su mente estaba activa. “Ella está haciéndolo. Está entrando… no en la nave… sino en la mente de Kara.” Y eso lo inquietaba más que cualquier guerra.
Kara se giró hacia Lena, deteniéndose en una plataforma elevada dentro de la cámara central. El anillo emitía una vibración suave. Como un corazón que latía más rápido.
—Eres distinta a todos los que he conocido en este planeta.
—Tú también. Lena no retrocedía. Su expresión era medida, casi analítica, pero sus ojos tenían un brillo que ni siquiera Kara podía ignorar.
—¿Qué ves cuando me miras, kryptoniana? Kara bajó la vista lentamente… y luego la alzó, encontrando sus ojos.
—Veo una llama… que no se apaga. Una mente que no se inclina. Una belleza que desafía a los dioses.
Lena no sonrió, pero sus mejillas se colorearon levemente. Alex, desde atrás, apretó los dientes. “¿Se están coqueteando en una nave de guerra con cuerpos aún calientes allá afuera?”
“Por favor, Sam… si salgo viva de esto, te vas a deber un trago eterno por cada segundo que estoy aquí.”
Kara dio un paso más hacia Lena. No agresivo. Pero intenso. Demasiado.
—Podría destruir este planeta en un día —dijo con voz baja.
—Lo sé —respondió Lena, sin moverse.
—Podría romper cada barrera, cada escudo, cada arma.
—Lo sé.
—Y tú… ¿aún me hablas como si yo fuera una criatura herida? Lena ladeó un poco la cabeza.
—Porque eso es lo que eres. Silencio.
Por un instante, Kara la miró como si quisiera… devorarla. No con violencia. Con deseo.
Kara se giró hacia Alex finalmente.
—Puedes quedarte. Por ahora.
Alex asintió, sin soltar su arma.
—Pero si me disparas —añadió Kara—, la próxima vez no responderé con palabras.
—Si la tocas sin su permiso —replicó Alex—, tú tampoco. Ambas se miraron. Dos fuerzas distintas. Dos guerreras que no retrocederían. Kara sonrió. “Valiente… como Lena.” “Pero solo una de ellas es mía
Chapter 5: Voces del exterior
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Capitulo 5. Voces del Exterior
Torre DEO – Comunicaciones Silenciadas
Las pantallas estaban mudas. La transmisión en tiempo real desde el interior de la nave de Kara Zor-El se había cortado al momento en que Lena Luthor y Alex Danvers cruzaron la escotilla. Desde entonces, solo había silencio. Los técnicos del DEO intentaban reestablecer el contacto, pero el campo energético que rodeaba la Skal’thra interfería con todas las frecuencias humanas.
Sam Arias, de pie junto a J’onn J’onzz, contenía la desesperación como si fuera lava a punto de estallar. Llevaba el cabello recogido y los ojos rojos de tanto mirar la pantalla en blanco.
—No puedo quedarme quieta —dijo entre dientes—. Lena está allá adentro. Y Alex…
—Lo sé —respondió J’onn, su voz grave, calmada—. Pero no podemos entrar sin iniciar una guerra que perderíamos en minutos.
—Entonces qué —gruñó Sam—. ¿Esperamos a que salga con los huesos de Lena en la mano? J’onn la miró.
—Conozco a Kara Zor-El. Aunque esta no sea la misma… hay algo en ella que aún escucha. Y Lena Luthor está hablando justo a ese fragmento. Sam no respondió, pero su mandíbula se tensó. “Si Lena muere, ni toda la kryptonita del mundo me detendrá.”
L-Corp – Oficina de Lillian Luthor
Lillian estaba sentada sola frente a una consola holográfica, observando sin descanso las imágenes del cráter, congeladas en el instante en que Lena desaparecía en la nave. Su expresión era la de una mujer que había visto muchas guerras… pero nunca una en la que su hija se ofreciera como tregua. Sobre la mesa, tenía un sobre sin abrir. La carta que Lena le había dejado por si no regresaba.
Aún no se atrevía a leerla.
—Tú siempre tuviste el corazón de tu padre —murmuró, acariciando el vidrio sobre la imagen de su hija—. Pero la temeridad… esa es mía. Y en el fondo, por primera vez, Lillian sintió miedo. No por Lena. Sino porque sabía que si alguien podía enamorar a un arma viviente… Era su hija.
Campamento de Rescate – Perímetro del Cráter
Los héroes heridos yacían en camillas, rodeados por equipos médicos. Nightwing tenía una pierna fracturada. Vixen estaba inconsciente, con quemaduras leves. Black Canary tenía un vendaje en el cuello, su voz aún temblaba. Zatanna meditaba en silencio, ojos cerrados, intentando recuperar su energía mágica. Miss Martian, sin embargo, no hablaba. Solo miraba hacia la nave, sus ojos brillando con una mezcla de terror y fascinación.
—La vi —susurró finalmente—. Vi dentro de ella. Los demás la miraron.
—¿Y qué viste? —preguntó Nightwing.
—Un fuego… tan antiguo como su linaje. Pero Lena está ahí. Y ese fuego… está cambiando. No apagándose. Transformándose.
Dentro de la Nave Kara la observaba en silencio. A esa distancia, podía oír los latidos del corazón de Lena. Estables. Sin miedo. Eso la intrigaba más que cualquier arma.
—Has conquistado planetas —dijo Lena, rompiendo el silencio—. Lo sé. Lo veo en ti.
Pero… ¿alguna vez has conocido uno que valga la pena proteger? Kara frunció el ceño.
—Protección es debilidad. Solo los fuertes conquistan.
—¿Y si la fuerza también pudiera servir para preservar? Kara no respondió. Su rostro permaneció inmutable. Lena se acercó un paso más, atrevida.
—Déjame enseñarte este planeta. No con pantallas ni informes. Con mis ojos. Con lo que yo amo. Con lo que he construido.
Kara la observó en silencio. Un silencio largo. Ardiente. Y luego…
—¿Por qué?
—Porque… —Lena respiró profundo— si vas a destruirlo, al menos míralo antes. Y si después aún crees que merece arder… no te lo impediré. Eso fue lo que rompió algo en Kara. Porque, por primera vez, alguien no le rogaba. Le ofrecía. “Este planeta tiene fuego… igual que yo.” “Y ella… es la única llama que no puedo apagar.
Transmisión en Vivo – Red Global de CatCo
“En una decisión sin precedentes, la empresaria y científica Lena Luthor ha entrado en la nave de la conquistadora alienígena Kara Zor-El… y ha salido con ella. No para pelear… sino para mostrarle la vida que podría destruir.”
—Cat Grant, en vivo desde el perímetro de la zona cero. La transmisión no se interrumpía. Drones especiales de CatCo captaban cada ángulo. Cada paso.
Cada mirada. Todo el mundo estaba mirando.
El cielo se abrió como una herida brillante.
De ella descendieron tres figuras:
* Lena Luthor, con un abrigo negro elegante, ojos fijos al frente.
* Kara Zor-El, con su armadura roja reluciente y capa ondeando, sus ojos brillando suavemente… no con rabia, sino con curiosidad.
* Detrás de ellas, Alex Danvers y Klaar’Vek, este último disfrazado con un aparato de camuflaje que lo hacía parecer un hombre alto de traje oscuro y gafas.
Aterrizaron en silencio en el primer destino: un santuario natural en el Amazonas.
Primera Parada: Los Bosques que Respiran
El follaje era espeso. La humedad, intensa. Los árboles se alzaban como torres milenarias.
—Aquí —dijo Lena, sin rodeos— el mundo respira. Una hectárea de este bosque produce el oxígeno para 500 personas.
Y cada criatura aquí… vive en equilibrio.
Kara observó. Monos, aves coloridas, insectos gigantes. Criaturas pequeñas… vivas. No útiles. No bélicas. Solo… vivas.
—¿Y tú crees que eso merece protección?
—No porque te sirvan. Sino porque existen. Kara se agachó frente a una rana de piel translúcida. La miró con detenimiento. No la destruyó.
Segunda Parada: El Mar que Lucha
Siguiente destino: una costa del Pacífico donde trabajaba un programa de recuperación de arrecifes. Científicos humanos y voluntarios liberaban tortugas rescatadas, sembraban corales. Kara flotó sobre el agua, sus botas apenas tocándola. Lena habló.
—Aquí luchamos por revertir el daño que nosotros mismos causamos. Porque el océano no habla, pero grita cuando se muere. Kara miró el reflejo del sol en las olas. Vio a Lena agacharse, liberar una pequeña tortuga al mar. Vio su sonrisa.
Y por un segundo, sonrió también. Las cámaras lo captaron. El mundo contuvo la respiración.
Tercera Parada: La Fragilidad del Comienzo
Volaron al norte. Hospitales y clínicas habían sido evacuados previamente, solo quedaba el personal mínimo. Lena llevó a Kara a la unidad neonatal de una clínica rural.
—Estos son nuestros recién nacidos —dijo Lena, con suavidad—. La vida más vulnerable. Aún no saben hablar… pero ya luchan por respirar. Kara caminó entre las incubadoras, sus ojos brillando levemente.
Escuchó los latidos diminutos de los corazones. La respiración irregular. La piel frágil. Una enfermera, con temor, le ofreció un pequeño gorro. Kara lo tomó. Lo sostuvo. Y sus manos… temblaron.
—¿Cómo puedes amar algo tan débil?
Lena la miró.
—Porque un día… puede convertirse en algo fuerte. Pero el amor no necesita lógica. Solo necesita verdad.
El Mundo Observa… Y Sabe
En CatCo, en L-Corp, en la Torre DEO, en las calles… Millones de personas observaban. Y lo que veían ya no era una diosa roja de furia. Veían a una mujer poderosa, perdiéndose en los ojos de otra. Veían a Kara mirar a Lena como si fuera el eje de su universo. Y Lena… no se alejaba. No la temía. Le hablaba.
Alex Danvers, siempre unos pasos atrás, observaba en silencio. Veía cómo la mirada de Kara se detenía en la curva de los labios de Lena, cómo sus dedos se tensaban cuando Lena se acercaba demasiado. “Esto ya no es diplomacia…” “Esto es algo mucho más profundo… y más peligroso.” Klaar’Vek, aún disfrazado, observaba también. “Este planeta la está cambiando. Pero no por su belleza. Por ella.” “Lena Luthor es más que humana. Es catalizadora.”
Chapter 6: Cambios
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Capítulo 6: Cambios
Última Parada: El Cielo Estrellado
De noche, Lena la llevó a un lugar alto. Un campo abierto lejos de la ciudad.
—Mira hacia arriba —dijo Lena—. ¿Ves ese cielo?
—Claro que lo veo —respondió Kara, suavemente.
—Eso es lo único que compartimos tú y yo desde que nacimos: un cielo lleno de estrellas… y vacío. Kara miró el firmamento. Luego a Lena.
—¿Y tú quieres que no lo destruya?
—No.
—¿Por qué? Lena se acercó. Demasiado.
—Porque si destruyes este mundo… te destruirás también a ti. Silencio. Y por primera vez… Kara bajó la cabeza. “No quiero destruirla a ella.”
Ya era de noche cuando aterrizaron en una pequeña plaza de un pueblo costero. Las luces eran tenues, cálidas. El aire olía a masa horneada, salsa picante y aceite de sésamo. Lena caminaba a paso firme, con la confianza de quien conoce cada rincón. Kara la seguía, más silenciosa… pero sin apartarse. Las cámaras flotaban en la distancia, aún transmitiendo. El mundo entero miraba. Cat Grant narraba en tiempo real:
—Así que… la criatura que derribó un escuadrón aéreo con un suspiro está, ahora mismo… caminando hacia una pizzería.
Lena Luthor la está llevando a probar comida terrestre. Porque, claro, si vas a seducir a una diosa vengativa… mejor que sea con carbohidratos y dumplings.
Se sentaron en una terraza iluminada por guirnaldas de luces. El dueño del lugar, tembloroso, les sirvió una caja de pizza recién salida del horno y una bandeja de potstickers al vapor con salsa de soja y chili.
—Esto es lo más humano que puedo ofrecerte —dijo Lena—. Comida reconfortante. Un plato por cada extremo del planeta. Kara miró la pizza con suspicacia.
—¿Esto qué es?
—Masa, salsa de tomate, queso, y varios ingredientes muertos. Te va a encantar.
Kara tomó una porción con cuidado… la mordió… Y detuvo el tiempo con sus ojos.
—¿Qué es… este sabor?
—Paz —respondió Lena, sonriendo. Después, Kara probó un potsticker. Su ceño se frunció un segundo por la explosión de sabor salado y picante.
—¿Esto es normal aquí?
—No. Es especial. Como tú. Kara bebió de una botella de soda y tosió ligeramente, sorprendida por las burbujas.
—Eso pica.
—No. Eso vive —le corrigió Lena, con una pequeña carcajada. Y fue en ese momento, mientras Lena reía despreocupada… Kara la miró como si el planeta entero acabara de inclinarse hacia ella. El deseo ya no era sutil. Y el mundo lo veía todo.
Después de la comida, Lena la guió hacia el borde de un acantilado que daba al mar. El viento soplaba fuerte. Las luces del pueblo brillaban como luciérnagas en la distancia.
—Mira eso —dijo Lena, deteniéndose cerca del borde—. Esto es lo que se pierde cuando solo se mira con furia. Pero el suelo, erosionado por la brisa marina, cedió ligeramente bajo sus pies. Lena tropezó. Un grito breve. Kara se movió sin pensar. En una fracción de segundo, la atrapó del brazo, la jaló hacia su cuerpo y la sostuvo firmemente contra su pecho, flotando apenas sobre el suelo. Sus cuerpos quedaron pegados. Silencio.
El viento seguía. Los ojos de Lena miraron los de Kara. Y los de Kara… no eran de furia.Eran de puro fuego.
—¿Estás bien? —preguntó Kara, con voz baja.
—Sí… —susurró Lena—. Gracias. Kara no la soltaba. “Es tan frágil… pero su mirada es de acero.” “No la quiero herida.” “La quiero… cerca.” Lena, con el corazón latiendo rápido, no se alejaba. “Es una criatura salvaje… y está temblando por mí.”
—Puedes soltarme ya —dijo Lena, sin mucha convicción.
—No quiero —respondió Kara. Y por primera vez, no fue una amenaza. Fue una confesión.
El dron de CatCo captó la escena: Kara sosteniendo a Lena en el aire, con el mar de fondo, y sus cuerpos iluminados por la luna. Cat Grant murmuró, sin sarcasmo:
—¿Qué están mirando? No solo dos mujeres en el borde de la historia. Están viendo a una fuerza imparable… ceder ante una mujer que no tiene más armas que su voz y su alma. Están viendo amor.
Peligroso. Ardiente. Real
Reacciones Globales – En Pantallas y Palacios Noticieros, redes sociales, líderes políticos y civiles.
Las imágenes del recorrido de Lena y Kara estaban en todas partes: desde mercados hasta hospitales, con la Luna como testigo del momento en que la mujer más temida del universo sostuvo a Lena Luthor en brazos… sin destruir nada.
Cat Grant, desde su estudio en National City, lo dijo con la voz medida de alguien que sabía leer la historia en tiempo real:
—No es redención aún. No es salvación.
Pero es cambio. Y eso, damas y caballeros, da miedo. Porque los monstruos son fáciles de odiar. Pero los dioses… cuando aprenden a amar… nos obligan a mirar hacia arriba.
En una sala oscura del Consejo de Seguridad de la ONU, los embajadores discutían en susurros:
—¿Esto es una manipulación emocional o un movimiento estratégico?
—¿Y si Lena Luthor la está usando para ganar poder?
—¿Y si no es un “y si”? ¿Y si ya lo hizo?
Las dudas eran más peligrosas que las certezas.
El mundo observa. El fuego se enciende.
Pero justo cuando están a punto de retirarse, alejándose de las cámaras, buscando intimidad… Un ruido ensordece el aire. Alarma, Gritos. Kara detiene su vuelo con Lena en brazos. Se gira hacia el sonido. “¿Un ataque?”
—¿Qué pasa? —pregunta Lena, viendo cómo el rostro de Kara cambia.
—Algo… suena mal. Y en segundos, desaparece de su lado.
Frente a un centro comercial en el centro de National City, un automóvil destroza la entrada. Dos hombres armados entran con violencia. El caos estalla. Una niña de unos seis años se suelta de la mano de su madre y comienza a correr hacia el edificio, atraída por las luces y el estruendo. Entonces… Kara llega. No aterriza con violencia. No grita. No destruye. Aparece frente al banco, su capa ondeando, los ojos brillando en rojo… pero contenidos.
—¡Todos al suelo! ¡No interfieras! —grita uno de los asaltantes, apuntándole. Kara no responde. Solo camina. El arma se dispara. La bala se detiene a centímetros de su rostro… y cae. Silencio. Terror.
El segundo ladrón intenta usar a la niña como escudo. Un error fatal. Kara aparece a su lado con velocidad imperceptible. Lo inmoviliza de un solo gesto, sin romperle un hueso. Con la otra mano, toma a la niña… y la abraza.
—Estás bien —le susurra. Su voz es más suave que nunca—. Ya pasó. La madre llora al verla volver con su hija sana.
—¡Gracias! ¡Gracias, por favor, no nos lastimes! Kara la mira.
Y asiente. “¿Así se siente… proteger?
Salvar, en vez de conquistar.” “¿Así me ve Lena?”
Un dron automático de CatCo logra llegar justo a tiempo para capturar la escena:
Kara Zor-El, Linterna Roja, agachada, entregando una niña a su madre con una expresión que no se había visto en ella jamás: compasión. Cat Grant, en vivo:
—Hoy, por primera vez, la diosa roja eligió no arder… Eligió contenerse. Eligió… cuidar. Y creo que sé por qué.
En cafeterías, en casas humildes, en plazas llenas de pantallas… La gente no podía apartar la vista de Kara. Algunos decían:
—Se está humanizando. Lena la está salvando. Otros:
—Hoy salva a una niña, mañana puede borrar una ciudad. Y algunos pocos, en voz baja, admitían:
—…yo también la miraría así si fuera Lena.
Cuando Kara regresa al punto donde había dejado a Lena, está más callada que antes. Sus ojos no brillan de rabia.
Brillan… de algo más humano. Más confuso. Lena la mira.
—¿Estás bien? Kara asiente.
—La niña… me abrazó.
—¿Y?
—No le temblaban las manos. Lena sonríe.
—Quizá… empiezas a inspirar algo más que miedo. Kara la mira fijamente.
Demasiado cerca. Demasiado fuego bajo la piel.
—Solo quiero que tú no me temas. Silencio. Y una sonrisa apenas dibujada en los labios de Lena.
—Entonces… no me des razones.
Chapter 7: Bajo la luz roja
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Capítulo 7: Bajo la Luz roja
La noche ha caído completamente sobre National City. Kara ha salvado a una niña, ha dejado al mundo confundido, y ahora regresa a su nave con Lena… por primera vez completamente solas, sin cámaras, sin interferencias, sin máscaras. Y lo que se cuece entre ambas ya no es diplomacia, ni estrategia. Es una tensión eléctrica, magnética. Un deseo contenido en la furia… Y un fuego que ninguna de las dos sabe cómo apagar.
La compuerta metálica se abre con un siseo grave y profundo. El interior brilla con luz roja, suave, cálida como un atardecer que nunca termina. La nave, hecha de tecnología kriptoniana modificada por los Linternas Rojas, tiene forma de catedral viviente: pasillos de obsidiana líquida, muros orgánicos que responden a la voluntad de su dueña, estructuras que laten suavemente, como si tuvieran pulso. Lena entra primero, rodeada por ese resplandor rojo que hace que su piel parezca porcelana iluminada por fuego. Kara la sigue, su capa ondeando lentamente detrás, con los ojos encendidos pero… calmos.
—¿Esta es tu casa? —pregunta Lena, girándose para observarla.
—Es mi fortaleza —responde Kara—. Mi prisión. Mi nave. Lo único que me queda de mi familia… y lo único que hice por mí misma. La puerta se cierra detrás de ellas.
Están completamente solas.
Lena observa todo: los símbolos en idioma kriptoniano, los cristales flotantes, los sistemas de navegación. Y al fondo, lo más llamativo: una ventana panorámica al espacio, con la Tierra reflejándose en ella como un ojo azul gigante. Kara se acerca, lentamente.
—¿Tienes miedo? Lena la mira directo a los ojos.
—No. Solo estoy… atenta. Kara sonríe, apenas.
—Tu corazón late más rápido que hace una hora.
—Porque estoy cerca de una mujer con poder suficiente para partir el planeta en dos. Y que, sin embargo… me mira como si yo fuera la que tiene el control. Kara no responde. Solo la observa. Como si la estuviera grabando en su memoria.
De pronto, sin previo aviso, Kara alza la mano. Lentamente, como quien no quiere romper algo valioso, acaricia un mechón del cabello de Lena.
—Tu color… es como el fuego del sol de Krypton. Diferente al mío… pero igual de ardiente. Lena no se aparta.
—¿Así le hablas a todas las científicas que conoces?
—Solo a ti —dice Kara, sin vacilar. Silencio.
A kilómetros de distancia, Alex y Klaar’Vek observan la nave desde una colina, ocultos entre rocas y vegetación.
—¿No deberíamos hacer algo? —murmura Klaar’Vek—. Han pasado horas.
—Si Lena está en peligro, intervendremos —dice Alex con los dientes apretados—. Pero si interrumpimos sin razón… y Kara se siente traicionada, podríamos perder todo. Klaar’Vek asiente. Pero sus sensores detectan algo.
—Sus pulsaciones se están acelerando. Las dos. Alex entrecierra los ojos.
—Oh… genial. Lo que faltaba: tensión nuclear con carga sexual.
Dentro de la nave – La cercanía peligrosa de Kara se acerca más. Ahora apenas hay espacio entre sus cuerpos.
—No entiendo por qué tú… logras que me detenga.
—¿Y eso te molesta?
—Me confunde. Lena alza la mirada.
—¿Y qué quieres hacer con esa confusión? Kara la sostiene por la cintura. Su contacto es firme, casi posesivo.
—Quiero tenerte cerca.
—¿Y si digo que no? Kara la suelta. Solo un paso atrás.
—Entonces me sentaré frente a ti, y hablaré. No pelearé. Y eso… eso jamás lo había hecho por nadie.
Lena, aún con el pecho agitado, se acerca… y toma la mano de Kara.
—No estoy diciéndote que no. Solo estoy diciendo: hazlo con calma.
—¿El fuego puede ir lento?
—El fuego que dura… sí. Kara asiente. Y por primera vez… se sienta. Junto a Lena. En el suelo. Mirando el planeta desde la ventana estelar. El corazón de la nave late lentamente. Dos figuras sentadas, lado a lado. Una conquistadora que por fin encuentra paz. Y una mujer humana que la mira con deseo, con miedo, con asombro… y no huye. La Tierra sigue girando. Y el universo… contiene el aliento.
La noche avanzaba en la nave, y el brillo rijo parecía abrazar a Kara y Lena, envolviéndolas en un refugio donde solo existían ellas dos. El calor de sus cuerpos compartidos aún vibraba en el aire, pero algo nuevo estaba brotando entre ellas: una ternura que no se había sentido antes, un vínculo que trascendía el deseo.
Kara, recostada junto a Lena, sintió cómo su mano temblaba al rozar la piel suave de la científica. No era solo fuego lo que sentía ahora, sino algo más complejo y profundo: la posibilidad de pertenecer, de sanar. Lena giró para mirarla, sus ojos brillando con una mezcla de amor y comprensión.
—Nunca pensé que podría verte así —susurró—. No solo como una guerrera, sino como alguien que puede sentir y dejarse sentir. Kara apretó suavemente sus dedos alrededor de los de Lena.
—He vivido tanto tiempo con la furia como escudo… que olvidé cómo sentir sin ella.
—Y ahora estás aprendiendo —Lena apoyó la cabeza en el pecho de Kara, escuchando el latido firme y constante—. A dejar que alguien más entre, a confiar.
Un suspiro escapó de Kara, una mezcla de alivio y vulnerabilidad.
—Contigo, siento que puedo ser más que la Linterna Roja. Puedo ser simplemente Kara. Lena sonrió, levantando la cabeza para encontrarse con los labios de Kara en un beso lento y lleno de promesas.
—Y yo quiero conocer a esa Kara. Por un instante, ambas se quedaron en silencio, dejando que la quietud las envolviera.
—Hay tanto que quiero mostrarte —dijo Lena—. No solo de la Tierra, sino de mí.
—Y yo quiero aprender —respondió Kara—. Quiero que me enseñes a amar, no con furia, sino con calma. Lena deslizó sus dedos por el rostro de Kara, recorriendo cada línea como si la estuviera descubriendo por primera vez.
—Será un camino difícil. Pero lo recorreremos juntas. Kara cerró los ojos, dejando que esas palabras calaran en lo profundo de su ser. Por primera vez en años, la idea de un futuro con alguien más que el dolor y la guerra parecía posible.
El silencio de la nave se volvió un susurro cómplice, como si incluso las estrellas al otro lado del cristal quisieran respetar lo que estaba naciendo entre ellas. Kara, todavía con la duda brillando en sus ojos, se inclinó hacia Lena, rozando apenas sus labios, como si pidiera permiso para ir más allá. Sus manos, firmes por naturaleza, temblaban ligeramente al posarse sobre la cintura de Lena. La fuerza contenida de la Linterna Roja era un mar en constante marea, y sin embargo, cada movimiento era deliberado, como si temiera romper algo precioso.
—¿Está bien? —murmuró, su voz ronca, casi quebrada. Lena asintió con una sonrisa suave, guiando las manos de Kara hacia su piel.
—Confío en ti.
La respuesta fue como abrir una compuerta en el pecho de Kara. La besó con más hambre, dejando escapar la intensidad que había aprendido a ocultar bajo la rabia. Era dura en la pasión, sí, pero cada vez que Lena suspiraba contra sus labios, Kara se detenía apenas un segundo para buscar en sus ojos la certeza de que todo seguía bien.
—¿Demasiado? —preguntó de nuevo, al sentir cómo sus cuerpos se entrelazaban con una urgencia inevitable.
—No —respondió Lena, jadeando suavemente—. Así quiero que me ames: con todo lo que eres. Kara cerró los ojos un instante, dejando que esas palabras la atravesaran. Por primera vez, su fuerza no era un arma, sino un lenguaje. La dureza con la que se aferraba a Lena no nacía de la furia, sino de la necesidad de sentirla real, viva, suya en ese instante. Y sin embargo, en cada gesto, en cada beso más profundo, estaba la pregunta silenciosa: ¿sigues conmigo? Y Lena, con cada sonrisa entre sus labios, con cada caricia en su espalda, le respondía sin palabras: sí, estoy aquí. La intensidad fue cediendo lentamente a una calma cálida, un ritmo nuevo que Kara jamás había conocido. Y mientras los cuerpos se rendían al cansancio, la ternura volvió a envolverlas, recordándoles que aquello no era solo deseo: era un pacto, un comienzo.
Kara acarició el cabello de Lena, aún con la respiración agitada, y susurró contra su frente: —Gracias por no tener miedo de mí. —Nunca lo tuve —respondió Lena, aferrándose a ella con la certeza de quien encuentra un hogar. Cuando las primeras luces del día comenzaron a filtrarse por la ventana panorámica, Kara y Lena seguían juntas, entrelazadas, compartiendo más que palabras. Habían cruzado un umbral. No solo habían consumado un deseo, sino que habían plantado la semilla de algo que podía crecer y transformar no solo a Kara, sino al mundo entero.