Chapter Text
Cuando finalmente salió de la escuela, Chloé lo hizo sin provocar un solo escándalo.
Caminó por los pasillos con pasos cautelosos, casi silenciosos, y guardó sus cosas en su casillero como si estuviera intentando desaparecer entre el ruido de los demás estudiantes.
Antes de irse, se despidió brevemente de la profesora Bustier, una despedida más pequeña que sus pensamientos, pero sincera en su forma discreta, y luego tomó rumbo al hotel.
El trayecto fue tranquilo.
No quiso tomar un taxi ni pedir que la recogieran; necesitaba caminar.
El aire frío, mezclado con los sonidos caóticos de París al mediodía, la ayudaba a ordenar lo poco que podía manejar de sus emociones.
Al llegar al hotel, se dirigió directo a su habitación, cerró la puerta con llave, no por seguridad, sino por costumbre, y solo entonces respiró un poco más, lo justo para poder murmurar:
"Plagg… las garras"
Un brillo negro la envolvió, ligero y familiar, hasta que la adolescente desapareció y, en su lugar, emergió Chat Noire.
Ya con el traje puesto, escapó por la ventana como si lo hubiera hecho toda su vida.
Momentos después, estaba sentada en el borde de un edificio alto, contemplando la ciudad desde una altura que pocas personas podían disfrutar.
París, a esa hora del día, tenía un encanto especial, el sol reflejándose en los ventanales, el tráfico constante, los turistas que aún no entendían el ritmo de la ciudad… todo, visto desde arriba, parecía más pequeño y menos amenazante.
A Chat Noire le gustaba ese silencio elevado, le gustaba porque desde allí no tenía que ser nadie más que una sombra sobre los tejados, sin expectativas, sin órdenes, sin decepciones.
Observar era tranquilizador.
Era lo más parecido a la paz que buscaba.
Aun así, no podía relajarse del todo. Sabía que no debía quedarse demasiado tiempo fuera.
Técnicamente, “Chloé Bourgeois” estaba en su habitación, recuperándose o descansando.
Aunque la hubiera cerrado con llave, cualquiera del personal podría entrar por casualidad, una mucama con las sábanas limpias, un botones despistado, incluso su madre si se le daba la gana de aparecer sin avisar.
Además, no había señales de ningún “Caballero” ni de un ataque nuevo que necesitara su presencia junto a Rojito.
París estaba demasiado tranquila… y, paradójicamente, eso nunca era buena señal.
Intentó no pensar en su arrebato de ira del día anterior.
En cómo el Cataclismo se le había escapado de las manos.
En cómo prácticamente había desintegrado medio parque.
Y peor aún, en cómo ese desastre seguía persiguiéndola, junto con las advertencias del mismísimo guardián de los Miraculous. A pesar de que Red Beetle había reparado todo antes de que surgieran problemas mayores.
O al menos… eso quería creer.
Porque, siendo sincera, no tenía idea de si el incidente había salido en las noticias.
No veía noticieros; cada vez que lo intentaba, se encontraba con la misma mezcla de alarmismo, chismes baratos y drama innecesario.
"Qué dolor de cabeza…" — pensó, ladeando la cabeza con sarcasmo mientras el viento agitaba los mechones blancos que escapaban de su traje.
Y entonces lo sintió: una presencia detrás de ella.
No era amenazante, sino familiar.
Al girar un poco el rostro, vio la figura inconfundible emergiendo sobre el borde del edificio, el traje rojo con puntos negros, el cinturón donde descansaba el yo-yo mágico, y el gran sombrero rojo que le daba un aire de guerrero elegante y disciplinado.
Si, tenía que admitirlo, su traje era bueno, uno refinado incluso para sus estándares… aunque jamás lo admitiría en voz alta.
Red Beetle aterrizó con suavidad junto a ella, y en cuanto se incorporó, la saludó con esa educación impecable que siempre lo acompañaba.
"Buen día, Chat. ¿Es un mal momento?"
Ella soltó una risa pequeña, felina, ladeándose aún más sobre el borde del edificio como si hubiera reservado el lugar con meses de anticipación.
"Demasiado tarde, rojito. Este mirador estaba ocupado"
Red Beetle suspiró con la paciencia de alguien que ya conocía demasiado bien a su compañera, aunque una ligera sonrisa traicionó parte de su seriedad.
"Es un lugar público"
"Entonces…" — murmuró ella con una teatralidad casi obscena, extendiendo la mano para señalar el espacio vacío a su lado — "¿Quieres sentarte aquí? ¿O prefieres mantenerte a distancia por si acaso te araño?"
Red Beetle dejó escapar una risa tan leve que cualquiera la habría confundido con un suspiro.
Cualquiera… excepto ella, por supuesto.
Aun así, se sentó con calma a su lado, dejando que el viento que recorría los tejados envolviera a ambos mientras París se desplegaba frente a ellos, esa ciudad a la que tenían la responsabilidad de proteger.
El silencio que siguió no fue incómodo; al contrario, tenía una suavidad extraña, casi íntima.
Era el tipo de calma que solo encontraban cuando la ciudad, por un instante, no los necesitaba.
Finalmente, él fue quien lo rompió.
"¿El maestro fue muy duro contigo?"
Chat Noire parpadeó, sorprendida por un instante; luego rodó los ojos como si fuera lo más obvio del mundo. Era muy claro que Su-Han habría ido directamente a él con sus quejas, o peor aún, su kwami seguramente le habría contado todo.
Ella bufó, llevándose un mechón de cabello hacia atrás con un gesto exagerado.
"Digamos que vino, me gritó, me dio una conferencia de tres horas sobre responsabilidad, muy inspiradora, por cierto, y luego me amenazó con quitarme el Miraculous" — Rodó los ojos de nuevo — "Si Plagg no hubiera metido el hocico, ahora estaría oficialmente jubilada y convertida en una gata doméstica. Y, para rematar, me soltó un ultimátum, sobre que si vuelvo a hacer otro ‘desastre masivo y potencialmente apocalíptico’, cita textual del poeta, me quita el anillo él mismo"
Red Beetle escuchó en silencio, inclinando ligeramente la cabeza, como si procesara cada palabra.
"El maestro Su-Han puede ser—
"En fin" — Lo cortó ella antes de que terminara, haciendo un gesto con la mano como si espantara un mal olor — "Suficiente telenovela espiritual, cambio de tema antes de que me vuelva alérgica"
Giró hacia él con una sonrisa ladeada, una ceja arqueada con picardía.
"¿Y tú? ¿Te despidieron de tu precioso trabajo de medio tiempo? ¿O lograste llegar antes de que tus jefes te armaran una emboscada ninja?"
Red Beetle la miró de reojo, ese gesto suyo tan característico cada vez que intentaba mantenerse firme frente a su lluvia de provocaciones.
Finalmente, respondió:
"Sí… me despidieron"
Por primera vez en toda la conversación, la sonrisa de Chat Noire se detuvo.
No fue un gesto dramático ni exagerado; fue apenas un parpadeo, un instante en el que la burla habitual cedió a algo más real.
"…Vaya" — murmuró, bajando ligeramente la voz — "...lo siento"
Sin embargo, él no tardó en recuperar el ánimo.
"No importa" — dijo con un optimismo suave y convincente — "Puedo buscar otro trabajo, no es el fin del mundo"
Ella le lanzó una mirada felina, ladeando la cabeza con descaro.
"Clarooo, siempre tan positivo, rojito. Qué inspirador" — bromeó con una pequeña sonrisa — "Algún día deberías prestarme un poco de ese buen ánimo tuyo… aunque dudo que te quede algo después de aguantarme"
Él soltó una risa breve.
Luego, con un tono más serio —pero sin sonar invasivo— le preguntó:
"¿Y tú? ¿Cómo estás realmente? Si hay algo de lo que quieras hablar… podemos hacerlo ahora, si deseas"
Chat Noire abrió la boca para responder, pero se detuvo un segundo.
Miró hacia el horizonte, como si la ciudad pudiera darle una excusa para escapar del tema.
Hablar de lo de la escuela le daba una vergüenza ridícula; la sola idea de admitir que había vomitado del estrés la hacía querer tirarse del edificio y no volver a aparecer jamás.
Sin embargo, al recordar a su profesora y lo mucho que la ayudó a calmarse, respiró un poco más tranquila.
Finalmente, se encogió de hombros con una sonrisa chiquita pero firme.
"Estoy bien" — dijo al fin — "En serio, puedo con esto. No te preocupes tanto por mí, lídercito"
Y, como si no pudiera permitirse ni cinco segundos de vulnerabilidad, arqueó la ceja con toda la picardía del mundo.
"A menos, claro, que tu preocupación sea porque el gran y fuerte Red Beetle no puede resistirse a mirarme con lujuria… ¡Pervertido!" — Se cubrió el pecho con exageración teatral, fingiendo horror — "Aunque, bueno, tampoco te culpo, este traje hace maravillas, ¿No? Pecho, trasero, curvas… soy prácticamente patrimonio cultural"
Red Beetle no reaccionó ni por un segundo.
Solo la miró de reojo, con esa calma inquebrantable que usaba cuando ya estaba más que acostumbrado a sus provocaciones… y cuando sabía que, debajo de todo, ella estaba ocultando algo.
Aquello bastó para que Chat Noire bufara con frustración.
"¡Ay, qué aburrido eres cuando te lo propones! ¡Ni una mueca! ¡Nada!"
"Porque sé exactamente qué estás jugando" — respondió él, sereno como siempre.
Ella chasqueó la lengua.
"Ugh, arruinas toda la diversión”
Aun así, el ambiente entre ambos volvió a asentarse en ese equilibrio extraño que solo ellos podían sostener, caos felino y disciplina heroica conviviendo en perfecta armonía.
Durante unos segundos, el silencio que compartieron fue casi agradable… aunque, bajo esa calma, algo punzó dentro de la mente de Chat Noire.
El recuerdo de lo ocurrido en la escuela regresó como un golpe seco.
Dupain-Cheng.
Esa chica rara, torpe, tímida… y que hablaba más de la cuenta.
Aun así, no era mala persona.
Todo lo contrario.
Y ella; Chloé, la gran Chat Noire;le había gritado, la había apartado sin razón, la había tratado como si fuese un estorbo.
No estaba orgullosa de ello.
Ni un poco.
Y la culpa le pinchaba como una aguja en la base del cuello.
Tendría que disculparse con ella.
Pronto.
Se llevó una mano a la frente, ocultando su incomodidad bajo una exhalación teatral que sonó más convincente de lo que se sentía.
Finalmente, se incorporó de un salto, colocándose las manos en las caderas con toda la arrogancia felina que conocía de memoria.
"Bueno, rojito…" — dijo al girarse hacia él — "Tengo que volver antes de que empiecen a decir que escapé otra vez y ocurra otro—
Y ahí se detuvo.
La palabra quedó suspendida en el aire.
No salió.
No pudo.
<Otra vez>.
El recuerdo de Jean.
La huida.
La tragedia.
El caos.
Todo eso la golpeó como un latigazo que le arrebató el aire del pecho.
Su postura se aflojó apenas; mínima, casi imperceptible… pero lo suficiente para que Red Beetle la notara.
Así que, fiel a su instinto de supervivencia emocional, cambió de tema con una rapidez casi quirúrgica.
Chat Noire se aclaró la garganta, adoptando una sonrisa tan exagerada que casi parecía pintada.
"En fin, responsabilidades, vida de celebridad, millones de fans adorándome… ya sabes, lo usual, no tengo tiempo que perder"
Red Beetle abrió la boca, quizá para aconsejarla, quizá para detenerla, quizá simplemente para decir algo que ella no quería escuchar. Sin embargo, ella retrocedió un paso antes de darle siquiera la oportunidad.
Con un gesto coqueto; afilado, elegante, provocador; ladeó la cabeza.
"Nos vemos, rojito. Y no hagas nada estúpido sin mí"
Acto seguido, sin esperar respuesta, saltó al tejado contiguo.
Luego al siguiente.
Y al siguiente.
Cada movimiento era rápido y preciso, casi coreográfico; una mezcla perfecta entre gracia felina y ansias por huir, parecía impulsada tanto por el viento como por aquello que se negaba a enfrentar.
En cuestión de segundos, Chat Noire se perdió entre chimeneas, antenas y sombras, dejando tras ella apenas un susurro de viento y la estela inquieta de su presencia.
Y cuando Red Beetle la vio desaparecer, permaneció quieto unos instantes.
No dijo nada.
No hizo ningún gesto dramático.
Solo dejó que el silencio se acomodará sobre sus hombros junto con el peso de la preocupación.
Perder a alguien importante siempre deja cicatrices, y él lo sabía mejor que nadie. Si a eso se sumaban la presión de su rol y la advertencia reciente de Su-Han, el panorama se volvía todavía más incómodo.
Luka exhaló despacio, evaluando posibilidades.
Tal vez sería necesario ampliar el equipo, tener uno o dos integrantes más.
No obstante, conocía demasiado bien a su maestro, como alguien rígido, meticuloso, obsesivamente fiel a las reglas.
Así que convencerlo no sería tarea sencilla.
Y, aun así, la idea persistía.
Si podía elegir, le gustaría que fueran personas en quienes confiaba… valientes, leales, capaces de sostener el peso de un Miraculous.
No perdía nada con consultarlo.
“¡!”
Justo cuando terminaba esa reflexión, una alarma resonó a lo lejos.
Un robo en proceso.
El deber llamaba.
Sin otra demora, Red Beetle se lanzó a los tejados y desapareció entre la ciudad.
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Apenas Chat Noire llegó a su habitación, cerró la puerta con suavidad y permaneció inmóvil unos segundos, afinando el oído.
Solo cuando confirmó que no había nadie cerca, su postura se relajó por completo.
"Plagg, garras fuera"
La luz verde la envolvió como un suspiro que se apaga, y en un parpadeo la silueta felina desapareció.
En su lugar quedó Chloé Bourgeois, con el cabello ligeramente revuelto; no se había molestado en acomodarlo bien; y la respiración aún acelerada por la adrenalina de la salida.
Casi al instante, un borrón negro emergió del anillo y flotó frente a ella, estirándose como si hubiera cargado el peso del mundo entero.
Plagg dejó escapar un largo, dramático y absolutamente teatral quejido.
"¡Por todos los quesos del universo, Chloé, vas a matarme! ¿Tienes idea de lo HAMBRIENTO que estoy? Siento que llevo siglos sin comer… o al menos eso parece"
Chloé lo miró en silencio, los ojos cansados pero afilados.
Aunque no estaba de humor para sus lamentos, su voz se deslizó con un sarcasmo suave, casi automático.
"Vaya tragedia. Un kwami quejándose porque no ha comido en… ¿Qué? ¿Unas horas?"
Plagg puso ambas patitas sobre su estómago inflado, como si fuera un actor de novela en plena escena de agony.
"Exacto, una tragedia monumental. Deberían existir leyes cósmicas contra el abuso alimenticio"
Ella soltó un suspiro breve, más resignado que molesto, y dejó su bolso sobre la cama.
No respondió, aunque el gesto de pasarse la mano por el cabello; frustración contenida, costumbre arraigada; decía suficiente.
Plagg comenzó a flotar en círculos a su alrededor, inclinando la cabeza con gesto analítico.
"Hoy estabas más… callada que de costumbre, y tú no sueles callarte tanto, a menos que estés pensando demasiado en algo"
Chloé desvió la mirada, fingiendo desinterés mientras se sentaba en el borde de la cama.
La voz le salió tranquila, casi fría.
"Estoy cansada, eso es todo"
Plagg, por supuesto, no le creyó ni un poco.
Aun así, en lugar de presionarla, se cruzó de brazos con esa mezcla de fastidio y picardía que era tan suya.
"Pues mira, yo también estoy cansado… de no tener queso"
Ella rodó los ojos, dejando escapar un suspiro que apenas se escuchó, aunque la comisura de sus labios se elevó apenas un milímetro: la sombra tímida de una sonrisa que no quería admitir.
"Está bien, está bien. Te daré algo antes de que organices una huelga cósmica…"
Los ojos de Plagg brillaron como si acabara de oír música divina.
"¡ESO quería oír!" — exclamó Plagg, flotando emocionado.
Chloé soltó un resoplido suave y se puso de pie.
Y sin prisa, aunque tampoco con demasiada energía, caminó hacia la pequeña cocina que formaba parte de su habitación del hotel.
El sonido de sus pasos sobre el piso impecable se mezclaba con el zumbido constante del refrigerador.
Abrió la puerta con un gesto acostumbrado y buscó en el estante superior el contenedor transparente donde guardaba el camembert exclusivo de Plagg, el cual tomó con la punta de los dedos, como si fuera una sustancia radiactiva, y enseguida estiró la mano hacia el cajón lateral para sacar un par de guantes de goma, y se los colocó con precisión quirúrgica.
No era exageración, porque lo último que necesitaba era repetir aquel incidente.
Mientras deslizaba el contenedor sobre la encimera, no pudo evitar recordar aquel momento en como un pedazo de ese apestoso queso cayó sobre su rostro, y cómo de pronto el ardor inmediato comenzó, seguido de las ronchas extendiéndose rápido como fuego bajo la piel… y Plagg gritando que “Solo fue un accidente, lo juro”.
Todavía le daba pesadillas recordar eso.
Menos mal Jean llegó entrando a toda prisa, su voz firme y tranquila, dándole las instrucciones mientras preparaba la medicina adecuada, junto con su mano en su frente, su presencia, y su seguridad.
Jean…
Él ya no estaba.
“...”
Chloé forzó un parpadeo, como si eso pudiera borrar su malestar.
No ahora.
“...”
Respiró hondo, bajó la mirada y abrió el contenedor con los guantes bien puestos.
Tomó un pequeño bloque de camembert, lo justo para que Plagg estuviera contento pero no lo bastante grande como para crear un desastre, y lo colocó en una bandeja diminuta que tenía reservada únicamente para él.
Con movimientos medidos, casi automáticos, llevó la bandeja a la mesa baja cerca de la cama.
Plagg ya estaba ahí, frotándose las manos como si estuviera por presenciar un milagro culinario.
Chloé observó a Plagg devorar el queso con un entusiasmo casi insultante; aun así, la escena tenía un efecto extrañamente tranquilizador. Finalmente, se acomodó un mechón detrás de la oreja y, intentando sonar despreocupada, preguntó:
"¿Y ahora qué quieres hacer? ¿Ver una película? ¿Hablar de algo? ¿O prefieres seguir tragando como si no hubiera un mañana?"
Plagg se detuvo a mitad de mordisco, lo cual ya era suficiente para considerarlo un acontecimiento histórico. Y la miró con los ojos entrecerrados, como si acabara de descifrar algún mensaje oculto en sus palabras.
"Hmmm… escucha, Chloé" — murmuró, dejando el pedazo de queso flotando en el aire — "Soy tu compañero en todo esto. Y estoy contigo para enfrentar al portador del Miraculous del Pavo Real, incluso para defenderte si hace falta, e incluso para soportar tus cambios de humor… que no son pocos"
Ella arqueó una ceja y cruzó los brazos.
"Qué tierno… y chistoso"
Plagg decidió ignorar el comentario y continuar:
"Y justamente porque soy tu compañero, tengo que decirte algo, deberías buscar gente de tu edad, eso que ustedes los humanos llaman amigos"
Chloé entrecerró los ojos, ofendida sin pretenderlo.
"Qué grosero"
"¿Grosero? Solo digo la verdad" — Plagg dio una vuelta en el aire, señalando el cuarto con una patita — "Desde que te conozco, lo único que he visto son las paredes de este hotel. Si no fuera porque el baño es de mármol, juraría que es una prisión"
Ella bufó con desgano.
"Dramático"
"¡No, en serio!" — insistió Plagg, moviendo los brazos — "Y la escuela… bueno, ese lugar que usan para encerrar adolescentes durante horas, también parece una prisión. Un poco más colorida, con más ruido, pero prisión al fin. ¿Acaso los humanos tienen una obsesión rara con las prisiones?"
Chloé lo miró con una mezcla de irritación y cansancio.
"Estás diciendo tonterías otra vez"
"Tal vez" — concedió Plagg con una sonrisa ladeada — "Pero el punto es que siempre estás sola. Y aunque yo sea fantástico, adorable y claramente la mejor compañía del universo… soy un kwami" — Se rascó la cabeza con una patita — "No deberías tener solo a un kwami como compañía permanente"
Chloé abrió la boca para responder con algún comentario sarcástico; sin embargo, su garganta se tensó cuando Plagg añadió:
"Es como si yo fuera tu única compañía además de…"
Se detuvo de golpe, estuvo a punto de mencionar un nombre, pero comprendió de inmediato que no debía hacerlo.
Por ello, cambió de rumbo con torpeza:
"¿Y qué hay del chico de Tikki? Ese tipo, Luka ¿No son amigos?"
Chloé tardó un segundo en responder, como si necesitara ordenar sus ideas para no sonar demasiado interesada.
"Sí, claro" — Su tono sonó casual, aunque sus dedos jugueteaban con el borde de su cabello, traicionándola — "Somos amigos, y compañeros de equipo, confío en él cuando estamos afuera luchando contra esas cosas, especialmente cuando la situación se complica"
Plagg alzó una ceja, claramente divertido por aquella suavidad que se colaba sin permiso en la voz de su portadora.
"Ajá…" — murmuró, estirando la palabra de forma exagerada — "Y ustedes hablan bastante, ¿No?"
Chloé parpadeó, desconcertada por el cambio repentino de dirección.
"¿Hablar? Pues… sí, lo hacemos"
Se encogió de hombros, aunque su expresión dejó escapar un atisbo de sinceridad poco común en ella.
"Luka es… un buen chico, tranquilo, sabe escuchar, y no me mira como si esperara algo de mí, como la mayoría, con él puedo… ya sabes, hablar, como si fuéramos gente normal"
Plagg sonrió de lado, flotando alrededor de ella en un pequeño círculo mientras procesaba la situación.
"Ustedes dos se llevan muy bien"
El tono dejaba en el aire una insinuación que Chloé no supo descifrar del todo.
Frunció el ceño.
"¿Muy bien cómo?"
Plagg se preparaba para inventarse una excusa; probablemente absurda; cuando un golpe suave en la puerta de la habitación lo salvó de inmediato.
Chloé giró la cabeza, sorprendida.
La puerta estaba cerrada con llave, así que solo se escuchó el llamado desde el otro lado.
"¿Mademoiselle Chloé?" — preguntó la voz de una de las sirvientas.
Por suerte, ella estaba ahí dentro y no afuera, patrullando como Chat Noire.
Chloé tosio un poco para evitar inconvenientes, antes de responder:
"Sí, estoy aquí"
Desde el otro lado, la sirvienta continuó:
"Ha venido a verla alguien, una chica de su escuela, se llama Lila Rossi. ¿La conoce, Mademoiselle?"
Chloé se levantó de inmediato de la cama, casi por reflejo.
"Sí, la conozco, es… mi compañera de escuela"
Hubo una breve pausa antes de que la sirvienta preguntara:
"¿Desea que la deje subir?"
Chloé dudó un instante.
Fue apenas un parpadeo, aunque suficiente para que Plagg aprovechara la oportunidad, con la boca llena de queso; tras haberse tragado el plato entero sin respirar; asintió con entusiasmo exagerado, como si aquello fuera la mejor decisión posible.
Ella exhaló un suspiro casi imperceptible, rendida ante la situación.
"Sí, déjala subir"
Apenas la sirvienta se alejó, Plagg reaccionó con la velocidad de alguien que ya había sobrevivido a demasiadas situaciones límite.
En un parpadeo se deslizó hacia su escondite habitual; ese espacio improbable entre los cojines y la lámpara, donde solo un kwami podría caber; dejando tras de sí un tenue rastro de olor a queso que siempre parecía seguirlo a todas partes.
Chloé apenas tuvo tiempo de acomodarse la chaqueta cuando escuchó voces apagadas tras la puerta. La sirvienta debía haber guiado a Lila hasta el pasillo, porque enseguida los pasos se detuvieron y quedó un silencio contenido.
Después llegó un golpecito suave contra la madera.
"Chloé… ¿Puedo pasar?" — preguntó la voz de Lila, educada pero acompañada de una inseguridad discreta.
Chloé agradeció, quizá por primera vez en el día, que la servidumbre mantuviera su habitación impecable incluso cuando ella casi no la usaba.
Al menos no habría nada que la avergonzara… lo cual ya era suficiente presión para una chica que jamás había recibido visitas.
Inspiró con discreción y respondió con firmeza contenida:
"Pasa"
Retrocedió un paso para dejar espacio, intentando mantener una expresión neutra que no revelara ni sorpresa ni incomodidad… mucho menos la sutil inquietud que le provocaba tener a alguien; un igual, una compañera; entrando por primera vez a su cuarto.
Lila cruzó el umbral y, aunque trató de disimularlo, su reacción fue inmediata.
Sus ojos se ampliaron apenas al ver la habitación: el techo alto, las cortinas gruesas, el mobiliario costoso, todo el lujo que jamás había tenido tan cerca.
"Wow… tu habitación es enorme" — murmuró sin pretender sonar impresionada, simplemente diciendo la verdad — "La mía es… bueno, más pequeña, mucho más pequeña"
Chloé apartó la mirada, incómoda con ese tipo de comentarios, aunque respondió de forma breve y seca, en su estilo habitual:
"Bienvenida… supongo" — Luego, sin saber suavizar nada, añadió — "¿Qué haces aquí?"
Lila parpadeó, como si hubiera esperado esa pregunta, y enseguida explicó con calma:
"Ah, bueno… me encontré con la profesora Bustier al salir. Hablamos un poco y, ya que ella mencionó que te fuiste temprano… pensé que quizá necesitabas las notas del día"
Se inclinó hacia su mochila y sacó un pequeño fajo de hojas, ordenado y cuidadosamente sujetado.
Chloé extendió la mano con una calma poco habitual en ella cuando Lila le entregó los apuntes.
"Aquí están, los apuntes… todo lo de hoy"
Chloé los tomó sin brusquedad; un gesto que, viniendo de ella, rozaba lo amable; y murmuró:
"Gracias"
La palabra sonó contenida, casi medida, pero genuina.
Lila asintió con una sonrisa leve, satisfecha de haber cumplido con su parte, y empezó a guardar sus cosas con la clara intención de retirarse cuanto antes.
No parecía querer incomodar ni prolongar la interacción más de lo necesario.
Desde un rincón donde nadie podría verlo, Plagg asomó la cabeza… literalmente atravesando la pared, y comenzó a mover los brazos como un lunático.
Señaló a Lila, luego a Chloé, luego otra vez a Lila.
Solo le faltaba una flecha de neón parpadeando.
Chloé lo observó de reojo con una expresión que decía; ¿En serio?; cuidando que Lila no notara nada mientras se acomodaba la mochila.
Plagg insistió. Luego insistió más. Y después, un poco más.
Finalmente, Chloé exhaló hondo, tensó los hombros y, contra toda su torpeza emocional, hizo el intento.
Para ella, aquello era casi una hazaña heroica.
Con un gesto rígido y una voz que sonó un poco más dura de lo que pretendía, preguntó:
"Lila… ¿Tienes… cosas que hacer?"
La frase salió tan poco natural que parecía que estaba leyendo un idioma que apenas entendía.
Lila parpadeó, sorprendida, y negó suavemente.
"No, no realmente. ¿Por qué?"
Ese ¿Por qué? le cayó encima como un cubetazo de agua fría.
Con un nudo en la garganta y el miedo habitual al rechazo asomando, Chloé aclaró la voz e intentó sonar casual, incluso si el temblor la traicionaba.
"Es que… iba a ver una película, Y… si no es molestia… quizá… podrías… acompañarme"
La forma en que lo dijo, tan torpe y atropellada, provocó que Lila soltara una risita suave.
No burlona, solo… sorprendida.
Aun así, a Chloé le ardió la molestia en el pecho y frunció ligeramente el ceño.
Lila, notando de inmediato el malentendido, levantó las manos con cierta prisa.
"Perdón, perdón. No me reía de ti, Solo… no esperaba que una Bourgeois me hiciera esa clase de invitación…"
Chloé chasqueó la lengua, incómoda consigo misma y con la situación, y murmuró mientras miraba a otro lado:
"Olvídalo, claro que tienes cosas que hacer"
Lila negó de inmediato, con una expresión sincera.
"No, en serio. Me gustaría ver la película contigo" — Hizo una pausa, sacando su teléfono — "Solo necesito llamar a mi mamá para avisarle dónde estaré ¿Puedo tomar un momento?"
Chloé, algo menos tensa pero aún dolida por la risita, asintió.
"Está bien"
Lila salió de la habitación con el teléfono apoyado en la oreja, asegurando que no demoraría. Apenas la puerta se cerró, Plagg emergió otra vez, atravesando la pared con la misma sonrisa satisfecha de antes, casi hinchado de orgullo por su “aprendiz social”.
Chloé lo fulminó con una mirada tan afilada que podría haber cortado mármol.
Plagg levantó las manos en gesto de “No diré nada”, aunque la expresión victoriosa no se le borró del rostro.
Luego, obediente, desapareció de nuevo en su escondite.
Un par de segundos más tarde, Lila regresó a la habitación con paso tranquilo.
"Mi mamá me dio permiso hasta las seis" — avisó mientras guardaba su teléfono — "Así que… ¿Qué película veremos?"
Chloé se quedó quieta un instante.
Aunque no lo admitiría ni bajo amenaza, no tenía idea de cómo continuar la interacción sin parecer torpe, así que optó por la opción más segura y neutral, ceder el control.
Con un leve movimiento de cabeza, señaló el mueble donde guardaba su impecable colección de Blu-rays.
"Puedes elegir tú"
Lila abrió los ojos con una mezcla de sorpresa y entusiasmo contenido.
"¿En serio?"
Chloé se limitó a encogerse de hombros, como si no fuera algo importante, aunque, para ella, compartir parte de su espacio personal sí lo era.
"Escoge lo que quieras"
Lila se acercó a la colección y empezó a revisar los títulos con cuidado, pasando los dedos por las cajas sin moverlas demasiado, como si temiera desordenarlas. Finalmente, tomó una de ellas entre las manos.
"Esta me gusta" — comentó en voz baja — "Es de una saga que empecé hace tiempo… aunque nunca la terminé"
Chloé la miró de reojo.
Había algo desarmantemente genuino en esa confesión, una sencillez que no intentaba impresionar a nadie.
Era… extraño, aunque no desagradable.
"Está bien" — respondió ella, con un tono más suave del que solía permitirse — "Elegiste una buena"
Tomó la película con la misma precisión elegante de siempre y se acercó al reproductor.
En cuanto la enorme pantalla; esa que casi nunca encendía, ni siquiera para las horas muertas, cobró vida, Y la habitación se llenó de un silencio cálido, casi íntimo, que ninguna parecía querer romper.
Ambas se acomodaron en el amplio sofá frente al televisor.
El mueble era tan grande y mullido que podría albergar a media clase sin problemas; sin embargo, en ese instante solo estaban ellas dos, sentadas a una distancia prudente, aunque no tan fría como Chloé habría imaginado minutos atrás.
La película empezó sin comentarios previos ni preguntas forzadas.
Para Chloé, eso fue un alivio.
Los silencios siempre habían sido su terreno seguro: no exigían nada, no pedían emociones que no sabía manejar.
Aun así, conforme la historia avanzaba, se descubrió disfrutando del momento.
Era… raro.
Raro, pero cómodo.
Nunca había compartido algo así con nadie.
Ni siquiera Luka había puesto un pie en esta habitación; y aunque confiaba en él, Chloé siempre mantuvo ciertos límites por simple instinto de autopreservación.
La película continuó su curso.
En más de una escena tensa, ambas dieron un pequeño brinco al mismo tiempo, y luego se miraron de reojo, compartiendo una risita contenida que suavizó aún más el ambiente.
En otras, murmuraron un "¿En serio?" casi al unísono, sincronizadas por la misma incredulidad frente a las decisiones ridículas de los personajes.
La distancia física seguía ahí, aunque la emocional; esa armadura rígida que Chloé había cargado toda su vida; comenzó a aflojarse lentamente, casi sin que ella lo notara.
Los créditos finalmente iluminaron la habitación con un resplandor tenue que danzaba sobre la alfombra. Ninguna habló al instante; permitieron que el silencio respirara entre ellas, cómodo, suave, sorprendentemente nuevo para Chloé.
Fue Lila quien se animó primero.
"Oye… Chloé" — murmuró en voz baja, como si temiera romper un equilibrio frágil — "¿Tú crees que algo así podría existir? El multiverso, digo, Otras versiones de nosotras por ahí, viviendo vidas completamente diferentes"
Chloé parpadeó, genuinamente sorprendida por lo directa; y sincera; que era la pregunta. Luego desvió la mirada hacia la pantalla negra, reflexionando apenas un momento antes de responder.
"No"
La palabra cayó suave, sin dureza; solo firme, tranquila… honesta.
Chloé mantuvo la vista fija en la pantalla oscura mientras añadía, con la misma serenidad contenida que la caracterizaba:
"Incluso si esa ficción fuera real… no querría conocer a ninguna otra versión mía"
Lila la observó, atenta, como si cada matiz de su voz le revelara algo nuevo.
Y entonces Chloé continuó, sin dramatizar, sin victimizarse; simplemente exponiendo la verdad sencilla de alguien que había crecido aislada, moldeada por un mundo demasiado frío y demasiado rígido para imaginar alternativas.
"Sería lo mismo de siempre" — murmuró con un encogimiento leve de hombros — "Historias malas, aburridas… y probablemente peores"
La ironía flotaba casi imperceptible en la frase, como una broma privada que ambas entendían sin explicarla.
Lila soltó una risa baja, suave, que llenó la habitación de un calor inesperado.
"Vaya, qué optimista eres" — Sus labios se curvaron apenas, con una mezcla de diversión y afecto — "Yo digo que podrían ser historias interesantes, solo imagina versiones de nosotras que tomaron decisiones distintas… o que tuvieron más suerte"
El comentario también tenía su propia ironía escondida, tan ligera que parecía parte de otra historia que nunca sabrá.
Chloé rodó los ojos con suavidad, aunque su gesto estaba desprovisto de cualquier filo.
"Sí, claro. Súper fascinante ver a otra yo… con una vida mejor que la mía"
Lila soltó una risa más franca esta vez, negando con la cabeza mientras la miraba de lado.
"Eres tan pesimista que hasta da un poco de ternura"
Chloé abrió la boca, preparada para responder con alguna ocurrencia seca y elegante, porque ese era su reflejo natural.
No obstante, la frase no salió.
No era enojo.
Tampoco incomodidad.
Era… algo distinto.
Algo que la empujaba a decir algo que nunca habría dicho en voz alta en circunstancias normales.
Respiró hondo, apenas, y alzó la mirada hacia Lila.
"¿Lila…?"
La otra volteó, curiosa.
"¿Nosotras… no podríamos ser amigas?"
El silencio que siguió fue pequeño, corto… pero muy presente.
Lila parpadeó, sorprendida. Su postura se tensó apenas, no por rechazo, sino por nerviosismo; como si la pregunta la hubiera descolocado más de lo que esperaba.
"Yo…" — murmuró, aunque las palabras no llegaron de inmediato.
Chloé, sintiendo la duda en el aire, intentó leer entre líneas, cosa en la que era pésima, aunque nunca lo admitiría. Aun así, se arriesgó.
"Supongo que eres de esas personas que no confía en nadie, ¿No?" — dijo con una sinceridad extrañamente suave — "Que prefiere no hacer amigos"
Lila abrió un poco los ojos, sorprendida por las palabras.
Chloé desvió la mirada, añadiendo con una ironía tenue:
"Quizás por eso, la primera vez que te conocí, me cobraste por ese tour por la escuela"
Lila rio por lo bajo, un sonido tímido y genuino.
"Bueno… las dos ganamos, ¿No?" — respondió con una sonrisa ladeada — "Yo dinero… y tú no te perdiste en tu primer día, fue un trato justo"
Chloé soltó una risa suave, apenas audible, más un soplo que otra cosa. Aunque era real.
Recordó entonces algo que había dicho sin pensar, días atrás.
"Te dije que era divertido hablar contigo" — murmuró con una timidez que casi parecía impropia de ella — "Que deberíamos repetirlo"
Lila la miró en silencio, y esta vez no hubo nerviosismo, sino algo más cálido.
"Y deberíamos" — admitió — "Me… gusta hablar contigo"
Chloé sintió un pequeño vuelco en el pecho.
Nada dramático, solo… humano.
Aunque Lila no tardó en añadir, con un gesto más serio:
"Aunque… eso de ser amigas no es tan simple"
Chloé frunció ligeramente el ceño.
La confusión en su rostro era genuina y… curiosamente vulnerable, no estaba acostumbrada a no tener una respuesta lista, a no saber exactamente qué decir.
"¿Por qué no?" — preguntó con una sinceridad que le salió casi sin querer. — "No es como si estuviéramos hablando de ser… ya sabes, 'Pink Friends' o algo así"
La manera en que pronunció esas dos palabras; mitad burla, mitad vergüenza adolescente sincerísima; hizo que Lila soltara una risita suave, cálida, espontánea.
El tipo de risa que no tenía motivos ocultos ni segundas intenciones.
La distancia entre ellas seguía siendo la misma: un tramo cómodo del sofá que nadie había intentado cruzar.
Sin embargo, algo en el ambiente… había cambiado.
No de forma explosiva, sino lenta, discreta, como una puerta que se entorna apenas.
Lila bajó un poco la mirada, pensativa, antes de murmurar:
"Digo que no sería una buena amiga"
Chloé la miró, sorprendida por la franqueza. Entonces, casi sin pensarlo, dejó escapar una exhalación suave.
"Pues… yo tampoco"
Lo admitió sin dramatismo, sin autocompasión, como quien enuncia un hecho tan cotidiano como la hora del día.
Dos chicas con sus propios problemas, admitiendo, por primera vez, que quizá no sabían cómo ser amigas la una y la otra.
Lila respiró hondo, como si tomara valor, y después levantó la mano despacio.
No temblaba, pero tampoco estaba completamente firme.
La extendió hacia Chloé.
"Entonces… supongo que habrá que intentarlo igual" — Una sonrisa pequeña apareció en sus labios — "Y espero que no te arrepientas"
Por un segundo, Chloé se quedó inmóvil.
No porque no quisiera, sino porque nadie, solo muy pocas veces, había hecho un gesto tan simple dirigido a ella.
Una invitación sincera.
No necesitó pensarlo más.
Extendió su mano y la tomó con suavidad, aunque con una determinación que la sorprendió incluso a ella misma.
"Espero lo mismo" — murmuró Chloé, y por primera vez en mucho tiempo su voz sonó… feliz.
No de forma evidente.
No exagerada.
Solo lo suficiente como para que Lila lo notara.
La habitación quedó en una calma tibia; la pantalla aún mostraba el reflejo de los créditos apagados y, aun así, el silencio no pesaba como antes.
Allí, de pie una frente a la otra, dos chicas de diecisiete años estrecharon manos.
No como rivales.
No como desconocidas.
Y todavía no como grandes amigas.
Sino como dos personas que, por primera vez, se permitían tener una amistad.
Sin embargo, aquel pequeño momento se vio interrumpido cuando el celular de Lila vibró sin descanso.
Ella revisó la pantalla, frunció una sonrisa cansada y comentó, casi en un susurro:
"Es mi mamá… ya son las seis, y ya esta esperándome abajo"
Chloé asintió, sin decir nada, aunque una leve sombra cruzó su mirada.
Lila lo notó, porque la observaba con la misma atención cauta de alguien que rara vez se deja acercar.
Entonces, con la misma suavidad que había marcado toda la tarde, Lila se inclinó un poco y dejó un beso delicado en su mejilla; un gesto natural en París, aunque inesperado entre ellas.
"Hasta mañana, Chloé" — dijo con una calidez tranquila — "Te traeré las notas de clase… todas"
Chloé no se apartó ni se tensó. Simplemente permitió el gesto, algo torpe por dentro, pero sereno por fuera.
"Bien" — respondió, breve pero sincera — "Te esperaré"
Lila sonrió, una de esas sonrisas pequeñas que duran apenas un instante, y salió de la habitación.
Sus pasos se fueron apagando por el pasillo, y finalmente Chloé cerró la puerta con llave, como hacía siempre que regresaba a su mundo privado.
Apenas el clic del cerrojo resonó, una pequeña figura negra salió flotando desde su escondite.
"Bueno" — comentó Plagg con una sonrisa traviesa — "No fue tan difícil, ahora tienes otra amiga"
Se cruzó de brazos como si estuviera orgulloso de su propio comentario.
Chloé lo atrapó entre las manos sin pensarlo y comenzó a estirarle las mejillas como si fuera goma.
No le dolía, pero sí lo dejaba completamente desfiguradito.
"¡Oye, oye! ¡No soy un juguete!" — protestó Plagg, retorciéndose mientras ella lo miraba, esa mezcla de sarcasmo y afecto tan característicos de su relación.
Chloé soltó un pequeño respiro que no llegó a ser risa, pero que se sintió inusualmente ligera.
Había algo en ese momento, algo tan simple como estirar las mejillas de Plagg, que por un breve instante la hizo sentir… tranquila.
Y eso era raro, casi un lujo.
Al fin, dejó las mejillas del kwami, observando cómo volvía a su forma original, algo molesto pero con la misma energía juguetona de siempre.
Por un segundo, los problemas, las tensiones y las presiones parecieron desaparecer.
"No tienes sentido del humor" — le dijo Plagg, aunque su voz ya no cargaba el fastidio habitual, sino algo más liviano, como si también hubiera agradecido ese pequeño respiro compartido.
Chloé no respondió enseguida.
En cambio, se recostó contra el respaldo del sofá, dejando que su mirada se perdiera en algún punto indefinido del techo. Su mente, sin embargo, seguía llena de ecos: recuerdos, pensamientos inconclusos, emociones que rara vez se permitía ordenar.
Aun así, durante unos breves instantes, estuvo tranquila. Y eso, para ella, ya era mucho.
Era un silencio que no había pedido, un descanso que no había planeado; sin embargo, lo necesitaba más de lo que jamás admitiría en voz alta.
Por esa razón, decidió aferrarse a él, aunque solo fuera por unos segundos.
Disfrutarlo sin analizarlo, sin culparse, sin pensar en lo que vendría después.
Porque, como ella misma había dicho no hacía mucho, su vida no era más que una mala historia, capítulos desordenados, giros crueles y finales que nunca llegaban cuando debían.
“¡!”
Entonces, sin previo aviso, la puerta de la habitación se abrió.
Una de las sirvientas entró sin tocar, sin anunciarse, como dictaba la costumbre en aquel entorno, Chloé tardó apenas un segundo en darse cuenta de su error, había olvidado poner la llave.
Plagg reaccionó de inmediato, deslizándose hacia su escondite con la rapidez de quien sabe desaparecer en el momento justo.
Chloé inspiró hondo, dispuesta a reclamar la intromisión, cuando notó que algo no encajaba.
La sirvienta no tenía la compostura habitual; al contrario, se veía alterada, casi nerviosa, mientras sostenía un teléfono que vibraba con insistencia, emitiendo ese sonido agudo y molesto que parecía cortar el aire de la habitación.
Antes de que la mujer dijera una sola palabra, Chloé ya lo sabía.
Reconoció el patrón.
Siempre era igual.
Finalmente, la sirvienta alzó la mirada hacia ella y, con un gesto contenido, le extendió el dispositivo.
"Mademoiselle… es su madre" — anunció con un hilo de voz — "La señora Audrey Bourgeois, está llamando por videollamada"
Y así, sin previo aviso, la calma se desvaneció por completo.
Chloé sintió un nudo formarse en el estómago.
El miedo apareció de inmediato, silencioso y familiar, instalándose en su pecho como una sombra que nunca terminaba de irse. Aun así, mantuvo el mentón en alto; no porque se sintiera fuerte, sino porque había aprendido a hacerlo.
"Dámelo" — dijo al fin, con una firmeza que no coincidía del todo con lo que sentía.
La sirvienta obedeció sin cuestionar.
Depositó el teléfono en sus manos y, sin añadir nada más, se retiró con rapidez, cerrando la puerta tras de sí.
El clic de la cerradura resonó más fuerte de lo que debería.
El sonido insistente de la llamada llenó la habitación, cada vibración una presión más sobre sus nervios.
Chloé sostuvo el dispositivo con ambas manos, observando la pantalla iluminada como si fuera algo peligroso, algo que no podía evitar.
Tenía miedo.
Mucho.
Sin embargo, no tenía opción.
Con un movimiento contenido, deslizó el dedo y contestó la llamada.
La pantalla se iluminó de inmediato y, allí, apareció su madre.
Chloé sintió un leve vacío en el pecho. Le resultó imposible no pensar que la última vez que había visto ese mismo rostro había sido también a través de una videollamada, desde la pantalla de una computadora.
Aquella ocasión en la que Audrey, con la misma expresión impecable, le informó que dejaría de pagar sus clases particulares… y que, a partir de entonces, asistiría a una escuela pública.
Sin espacio para réplicas.
Después de eso, apenas habían hablado.
Y cuando lo hicieron, fue solo por teléfono.
Frío.
Breve.
Funcional.
Al momento de ver la pantalla del teléfono, la vio.
Su madre, Audrey Bourgeois, ocupaba el encuadre como si el mundo entero hubiera sido acomodado para ella. Vestía de manera impecable, elegante hasta el último detalle, el cabello perfectamente arreglado, el maquillaje preciso, la postura recta.
Nada en ella parecía fuera de lugar.
Y, de hecho, nada lo estaba nunca.
Su madre era ese tipo de mujer para quien la perfección no era un objetivo, sino una obligación constante… especialmente para los demás.
Chloé permaneció en silencio, observando, con el cuerpo quieto y la mente alerta, como si cualquier movimiento indebido pudiera desencadenar algo peor.
Su madre, por su parte, no perdió tiempo en saludos.
No sonrió ni preguntó cómo estaba su hija.
Ni siquiera pareció reconocerla como algo más que una presencia incómoda al otro lado de la pantalla.
Entonces, Audrey habló por fin, con ese tono impecable que usaba cuando ya había decidido que la culpa no era suya.
"Supongo que sabes por qué tuve que mover compromisos importantes para atender esta llamada, Chloé" — Hizo una pausa mínima, calculada — "Porque no suelo hacerlo sin una razón… y tú rara vez me das una"
Chloé sintió cómo algo se tensaba en su pecho, una presión conocida que le robaba el aire sin dejar marcas visibles.
No bajó la mirada; había aprendido hacía tiempo que hacerlo solo empeoraba las cosas.
Aun así, el miedo se le coló en el estómago, frío y persistente, como una advertencia silenciosa. Temía lo que vendría a continuación, no porque no lo esperara, sino porque siempre dolía igual.
Audrey continuó, sin esperar respuesta.
"Cuando te envié a esa escuela pública, asumí, ingenuamente, al parecer, que sabrías aprovechar la oportunidad" — Sus labios se curvaron apenas, no en una sonrisa, sino en algo más parecido a una mueca elegante — "Esperaba que fueras… más activa"
La mirada de Audrey se volvió aún más dura.
"Te sugerí rodearte de personas adecuadas, como el hijo de Gabriel y Emilie Agreste, por ejemplo, quien tiene un apellido sólido, una imagen impecable, y es una inversión sensata" — Se encogió de hombros con ligereza — "El que tuviera novia era un detalle menor, las niñas inteligentes saben distinguir entre obstáculos y excusas para saber como ganar"
Chloé sintió el golpe en silencio.
"Sin embargo" — prosiguió Audrey, con una calma que resultaba casi cruel — "No solo fracasaste en esa simple tarea, sino que además me han llegado rumores sobre un pequeño escándalo en esa escuela… y, curiosamente, mi apellido esta involucrado" — Sus ojos se afilaron.— "¿Tienes idea de lo cansado que es limpiar desastres que no causé?"
El silencio que siguió fue denso, cargado.
Chloé permaneció inmóvil, con el rostro sereno por fuera, mientras por dentro intentaba sostener las piezas de sí misma para que no se desmoronaran.
Sabía que, para su madre, aquello no era una conversación.
Era un juicio.
Y ella ya había sido declarada culpable.
Audrey no le dio tiempo a reaccionar, su voz volvió a imponerse, precisa y cortante, como si estuviera enumerando fallas en un informe.
"Escaparte de la escuela" — Audrey dejó que las palabras flotaran un segundo, cargadas de un desprecio meticuloso, casi ensayado. Luego añadió, sin suavizar el golpe — "Un gesto infantil, trivial, profundamente ignorante" — Inclinó apenas la cabeza, como si evaluara un objeto defectuoso — "Si tu objetivo era llamar la atención, debo admitir que lo lograste. Lástima que no fuera por algo útil"
Chloé sintió el impacto sin mover un solo músculo.
Tenía la garganta cerrada, rígida, como si cualquier intento de respuesta se quedara atrapado antes de nacer.
No dijo nada.
No podía.
Sabía, por experiencia, que hablar solo empeoraría las cosas.
Audrey continuó, implacable, interpretando ese silencio no como miedo, sino como otra confirmación de su decepción.
"Porque, gracias a tu pequeño acto de rebeldía" — prosiguió — "Un miembro de la servidumbre terminó muerto"
No mencionó nombres.
Tampoco concedió una pausa que insinuara respeto alguno.
"Un inconveniente innecesario, por supuesto, que ahora requiere atención, dinero y tiempo"
Su mirada se volvió aún más dura, afilada como una cuchilla.
"Aunque, si soy completamente honesta" — añadió con una frialdad casi clínica — "Menos mal que no tenía vínculos familiares que complicarán la situación" — Torció apenas los labios, satisfecha — "Un problema menos que gestionar, una variable menos que controlar"
Fue entonces cuando algo se quebró.
El miedo que había sostenido a Chloé durante toda la llamada se resquebrajó, y en su lugar emergió otro sentimiento, una ira silenciosa, densa y ardiente.
No explosiva, sino contenida hasta doler, acumulada durante años.
Chloé alzó la mirada, directa a su madre desde la pantalla del teléfono.
Sus manos temblaron fuera de cuadro; sin embargo, cuando finalmente habló, su voz salió firme.
"Él tenía un nombre"
Audrey parpadeó, sorprendida.
No porque aquel detalle le importara en lo más mínimo, sino porque su hija había osado interrumpirla.
"¿Disculpa?"
Chloé no apartó la mirada.
A pesar del temblor que recorría su cuerpo, se obligó a mantenerse firme, sosteniendo la pantalla como si apartar los ojos fuera conceder una derrota.
"Su nombre era Jean" — continuó, con una calma tensa que desmentía el nudo en su garganta — "Jean Armando Morel"
Durante un segundo, Audrey guardó silencio.
No fue enojo lo que cruzó su rostro, sino incredulidad.
Ella le había respondido.
Peor aún, le había hablado de igual a igual.
Una falta de respeto.
Ni Zoé.
Ni su perfecto hijo, Noé.
Ninguno de ellos se habría atrevido jamás a algo así.
Y Audrey Bourgeois lo notó de inmediato.
Sin embargo, lo que realmente captó su atención no fueron las palabras, sino la mirada de su hija.
Era una mirada fría y firme, cargada de enojo contenido y de una necesidad feroz de ser vista.
No había lágrimas.
No había súplica.
Y, sobre todo, no había miedo.
Era diferente.
No era debilidad.
No era un arrebato infantil.
Era un desafío.
Por un instante incómodo, Audrey se vio reflejada allí.
Esa misma mirada había cruzado su propio rostro décadas atrás, cuando aún era joven y se enfrentaba a su madre con idéntica dureza, la misma determinación rígida, el mismo desprecio silencioso hacia una autoridad que exigía obediencia absoluta mientras negaba cualquier forma de respeto.
En aquel entonces, Audrey también había aprendido que callar era perder, y que sostener la mirada era una forma de supervivencia.
No era empatía lo que surgía de ese recuerdo, sino reconocimiento.
Después de todo, Chloé era su hija.
Y esa determinación no había surgido de la nada.
Era obvio de dónde la había heredado.
Por una fracción de segundo, tan breve que casi resultó imperceptible, algo cercano al orgullo cruzó el rostro de Audrey.
No un orgullo cálido ni maternal, sino uno seco, casi competitivo, como quien reconoce la fuerza en otro porque comparte la misma sangre.
Y entonces, por primera vez en toda la llamada, Audrey sonrió.
No fue un gesto cálido ni tranquilizador.
Al contrario, fue una sonrisa medida, calculada, como si hubiera tomado una decisión.
Acto seguido, dejó a un lado la crítica, no porque se hubiera disipado, sino porque había algo más importante que comunicar, y cambió de tema con la misma frialdad con la que alguien pasa página.
"Bien" — dijo finalmente, acomodándose con elegancia frente a la cámara — "Dejemos eso atrás por ahora, hay un asunto más relevante del que debo informarte"
Chloé tensó ligeramente los hombros, atenta.
“Pasado mañana, en la noche se celebrará una ceremonia en memoria del difunto alcalde de París, Armando Michel Laroche" — continuó Audrey — "Asistirá toda la gente que importa, políticos, empresarios, benefactores… en resumen, personas cuya opinión pesa"
Hizo una pausa breve, apenas lo suficiente para que el mensaje calara.
"He sido invitada, por supuesto" — añadió, con desdén elegante — "Sin embargo, mi agenda no me permite asistir"
Entonces, sin rodeos, clavó la mirada en la pantalla.
"Irás tú en mi lugar"
Chloé parpadeó, sorprendida.
Aquello era… inusual.
Raro.
En contadas ocasiones su madre la había considerado digna de representar el apellido, y mucho menos en un evento de ese calibre.
Durante un segundo, no supo qué decir.
Audrey lo interpretó como debía.
"Considéralo un honor" — añadió de inmediato — "Me representarás, así que más te vale escoger el vestido más elegante que tengas y comportarte como corresponde a una Bourgeois"
Su tono se afiló todavía más, como si cada palabra estuviera pensada para dejar marca.
"Si haces todo bien" — continuó — "Olvidaré tus recientes… actos de rebeldía, y tus pequeños escándalos, digamos que quedarán archivados"
Luego, inclinó apenas la cabeza, y su voz descendió un grado, fría y definitiva.
"De lo contrario" — advirtió — "Puedes ir olvidándote del apellido Bourgeois, así que todo depende de ti"
Sin esperar respuesta alguna, Audrey alzó la barbilla.
"No me decepciones, hija"
Y, sin más, la llamada se cortó.
La pantalla quedó en negro.
Durante unos segundos, la habitación permaneció inmersa en un silencio denso, casi opresivo, roto únicamente por el leve zumbido del teléfono aún caliente en la mano de Chloé.
Ella no se movió de inmediato; necesitó ese instante para procesar las palabras, el ultimátum, y el peso invisible que le acababan de dejar sobre los hombros.
Finalmente, el teléfono descendió hasta su regazo.
Fue entonces cuando Plagg asomó desde su escondite con cautela, flotando despacio frente a ella, como si midiera el ambiente.
"¿Hola?" — preguntó, inclinando un poco la cabeza — "¿Todo… está bien, Chloé?"
Chloé inhaló profundamente.
El aire llenó su pecho con dificultad y, luego, lo dejó escapar en un suspiro largo, cansado, uno que no buscaba dramatismo, solo alivio.
Ese suspiro decía más de lo que cualquier palabra podría haber expresado.
"Sí" — murmuró al final — "Estoy bien"
No sonó convencida.
Sin embargo, tampoco se permitió dudar.
Porque dudar era un lujo que no podía darse.
Aún tenía un vestuario que escoger, una imagen que construir y una noche que afrontar en nombre de alguien que jamás la vería como suficiente.
Y, como siempre, Chloé Bourgeois se preparó para cumplir con las expectativas.
