Actions

Work Header

Orgullo y prejuicio en el paddock

Summary:

Eva Ruiz Fangio consigue el trabajo de su vida: convertirse en notera de F1 para ESPN. Lo último que esperaba era que el paddock fuese una jungla… o que un piloto australiano demasiado serio, demasiado sarcástico y demasiado observador complicara todo aún más.
Una periodista que quiere demostrar que no está donde está por su apellido. Un piloto que odia mostrar emociones. Un Orgullo y prejuicio, pero con DRS.

Notes:

Hola! El primer capítulo es de contexto para contar la historia de Eva, la que va a ser tu historia. En el segundo aparece Él, nuestro Darcy australiano. La cosa va a ser larga, es un slow burn. Te prometo que va a valer la pena. Está relatado en segunda persona para que puedas identificarte mejor. Es un fic, hay cosas que no van a ser 100% fieles a los hechos reales. Voy a intentar que la mayoría si.
Van a encontrar hipervinculos a Pinterest con imagenes para ilustrar el relato. Son opcionales, solo para que puedan imaginarse mejor la historia.
Los diálogos con personajes que no hablan español en un princpio los había puesto en inglés, pero los pasé al español, aunque me de mucho cringe, para que se entienda mejor. Haganme el favor de imaginenselos en ingles.

Espero que lo disfrutes. Gracias por leer!

Chapter 1: El avión

Summary:

Donde conoces la historia de Eva, que también va a ser tu historia.

Chapter Text

27 de agosto de 2024.

Te despertás en el avión. Chequeás en la pantalla adelante tuyo cuánto falta para llegar. Dos horas y media. Posás las manos en los apoyabrazos y mirás por la ventana, esperando volver a dormirte. Ya no sabés cómo acomodarte en el asiento. No es la primera vez que volás, pero igual estás muy nerviosa. Saliste de Buenos Aires con destino a Monza hace ya 16 horas, las más largas de tu vida. En Italia te espera un nuevo capítulo, el que siempre deseaste: viajar por el mundo viendo el deporte que te apasiona desde chica.

El trabajo como periodista de oficina te estaba sofocando, escribiendo notas sobre F1 para el portal de ESPN con información que te pasaban colegas que estaban en el lugar o que robabas de otros portales de noticias. Lo único que te motivaba a seguir trabajando era cuando llegaba el fin de semana y te mandaban a cubrir las carreras de TC2000 para las redes de ESPN. Con un celular y un micrófono sacabas agua de las piedras. Los lunes, cuando volvías a la oficina, todos te felicitaban por tu gran desempeño como notera.

Hace dos semanas, tu jefe te llamó a su despacho y te preguntó si estabas interesada en la nueva vacante de notera para la transmisión de F1 del canal. Con la llegada de Franco Colapinto a la categoría, el canal quería mostrar a alguien joven en pantalla para atraer audiencias más juveniles al deporte. Requisito fundamental: viajar, mucho. El resto de tus compañeros disponibles —casados, con hijos— no podían darse ese lujo. Con 27 años recién cumplidos, siempre estuviste en el grupo de las más jóvenes del canal. Simpática, social, pero también responsable y seria: por eso te lo ofrecieron a vos. Dijiste que sí sin dudarlo. Le diste la mano a tu jefe, que te felicitó por tu nuevo rol, y después fuiste disimuladamente a llorar de felicidad al baño. Al primero que llamaste para contarle fue a tu papá.

Una turbulencia te vuelve a despertar; el avión se está preparando para descender en Monza. La mujer mayor sentada al lado tuyo nota que estás agitada. Apoya su mano sobre la tuya y te dice:

—Tranquila, nena, va a estar todo bien.

Le sonreís agradeciéndole el gesto, cerrás los ojos y respirás hondo. Tu mente se acuerda de Jaime. No querés pensar en eso mientras el avión aterriza, pero estás yendo a Italia, donde fue el accidente. Decidís hablar con la señora para distraerte.

—¿Qué va a hacer a Monza, señora? ¿Va de vacaciones?

La señora te mira y se ríe.

—No, nena, voy a ver los autitos —levanta el dedo índice y lo hace girar en el aire.

Volvés a sonreírle y asentís con la cabeza. Charlan un rato sobre el deporte. Ella, muy alonsista. Vos decidís no decirle por quién hinchás ya que sos periodista y tenés que ser imparcial, pero asegurás que Verstappen va a conseguir su cuarto título. Ella niega con la cabeza.

—Si gana el cuarto, queda a uno del más grande de todos los tiempos. ¿Sabés quién te digo, nena, no? ¡Juan Manuel Fangio!

Quedás tiesa. Ella no sabe quién sos; no tiene por qué saberlo. Siempre fuiste perfil bajo. Pero la mención de tu abuelo siempre te pone la piel de gallina por todo lo que significó en tu crianza. No llegaste a conocerlo —murió dos años antes de que vos nacieras—, pero siempre lo tenés presente. Cuando eras chica, tu papá, que corría en el TC, te contaba todas las anécdotas que sabía de él mientras viajaban por la ruta hacia sus carreras. Así creciste: entre mecánicos en los boxes del Gálvez, con olor a nafta, manchas de aceite en toda tu ropa y una pasión enorme por los autos.

El avión finalmente aterriza. Llegó el momento. Todo se vuelve realidad. Un sentimiento de responsabilidad muy grande se apodera de vos mientras esperás para desabordar:

“Es la F1. Es Monza. Por mi familia, no puedo fallar”, pensás. 

Chapter 2: La credencial

Summary:

Donde aparece Él y Albert es un tipazo.

Chapter Text

En un día de 37 grados a la sombra, llegás al paddock por primera vez como periodista. Ya desde afuera podés sentir el olor a goma quemada, el ruido del pit wall, los mecánicos corriendo. Es como el Gálvez, pero multiplicado por mil. Respirás hondo, en control de la situación: estás preparada para este momento.

Antes de entrar, alguien de la organización te pide que muestres tu QR y te entrega tu credencial de prensa. Te la colgás en el pecho y caminás hacia los molinetes de acceso. Al apoyar la credencial, la pantalla muestra los datos que figuran en la parte de atrás: “Eva Ruiz Fangio. Prensa – ESPN Zona América del Sur”. Mirás alrededor. Dos colegas de Sky Sports te observan con demasiada atención. No querés que tu apellido te genere problemas. Una vez adentro, decidís guardar la acredencial en la mochila para evitar que alguien más la vea.

Apenas cruzás la entrada, ves a los fotógrafos esperando que aparezcan pilotos o figuras relevantes. Volvés a pensar en Jaime: te preguntás si alguno lo conoció, si trabajaron con él. Ya pasaron dos años; no lo van a recordar. Seguís caminando y te acordas de cuando viniste por primera vez a un GP. Jaime, con muchos años de experiencia como fotógrafo independiente en la F1, te invitó a acompañarlo a São Paulo en 2021. Tu papá nunca quiso llevarte para mantener el perfil bajo de la familia.

Suspirás, cerrás los puños y te secás una gota de sudor de la frente. No sabés si estás transpirando por el calor o por el agobio. “No hoy. No acá” pensas. Decidís cortar el pensamiento de raíz. Tenés que concentrarte en tu trabajo.

En el box de ESPN conocés a Mora, quien va a ayudarte como productora para la transmisión. Su trabajo, entre otras cosas, es hablar con los jefes de prensa de los pilotos para coordinar entrevistas. Te alegra ver a otra chica joven en el equipo. Te presenta luego a Juan Pablo, el camarógrafo: un hombre con más años de automovilismo que vos de vida.

—Albert está atrasado en una reunión de DAZN. Es lo que tiene tener dos trabajos —te comenta Mora.

Sonreís. Albert Fàbrega es tu ídolo desde que sos chica. Estás ansiosa por aprender todo lo que puedas de él.

Albert entra al box con un café en la mano, haciendo equilibrio para que no se le vuelque.

—Está jodidamente caliente —dice con su característico acento español mientras deja el vaso en una mesa.

—Albert, llegó Eva Fangio —avisa Mora.

Sentís cómo el apellido cae en el aire. Te ponés tensa.

—Ruiz Fangio. Ruiz —decís en voz baja.

Albert lo escucha y entiende al instante tu incomodidad, así que decide hacerse el distraído. Sonríe como si nada y te da la mano.

—Vale, tú eres la nueva. Bienvenida al quinto infierno —bromea, abanicándose la cara.

—Muchas gracias, es verdad que hace mucho calor —respondés.

—Has hecho bien en traer ropa clara. No como este idiota que solo tiene esta camisa negra —se queja riendo.

Te parece amable, humilde, un poco despelotado, pero muy simpático. Eso te relaja.

Después de las presentaciones, Albert te invita a caminar por el paddock.

Pasan frente a los hospitality de Mercedes, Red Bull y Ferrari. Mientras avanzan, hacés un esfuerzo enorme para no ponerte en modo fangirl y sacar doscientas fotos. No estás de turista: estás trabajando. Albert parece notar tu lucha interna.

—¿Quieres sacarte una foto frente al hospitality de McLaren? ¿O eres más de Alpine o Sauber? —te dice, entre divertido y comprensivo.

—Bueno, no sé… —Si sabías, te morías de ganas— Capaz sacame vos una foto, tipo casual, con tu celu.

Sin dudarlo, Albert saca su celular. Vos te ponés de espaldas a la entrada y te quedás tiesa.

—Anda, pero ponle voluntad. Posa o algo.

Das dos pasos hacia atrás y levantás una mano. Sin darte cuenta, chocás contra un guardaespaldas que caminaba acompañando a un piloto que salía del hospitality: Oscar Piastri. El guardaespaldas te sostiene con una sola mano, sin detener la marcha. Pedís disculpas y los ves alejarse apurados.

—Ala, esa va para LinkedIn —se ríe Albert.

Vos, todavía procesando lo que pasó, lo mirás sorprendida, como una nena después de mandarse una macana. Albert se acerca y te muestra las fotos. En una, se ve a Piastri caminando con cara seria, aparentemente sin registrar nada a su alrededor.

—Ese chico es hielo puro… pero es bueno —comenta Albert.

En ese momento, se acerca otro miembro de seguridad.

—Perdone señorita, necesito ver su credencial.

Por dentro pensás: “Perfecto, Eva. Primer día y ya te van a echar del paddock por hacer papelones.” Buscás la acreditación en la mochila y se la mostrás. El hombre ve tu apellido, te mira fijo y, tras unos segundos de silencio, sonríe.

—Por favor mantengala a la vista todo el tiempo. Gracias, señorita Fangio.

Asentís mientras él se aleja. Albert se inclina hacia tu oído y murmura, amistoso:

Ruiz Fangio.

Mientras caminan de regreso al box de ESPN, te prometés no volver a bajar la guardia y ser más profesional. No querés que nadie te trate distinto. No querés favoritismos. No te ganaste este trabajo por herencia, sino por esfuerzo. No viniste a hacer amigos ni a sacarte fotos con pilotos.

Viniste a trabajar. Punto.

Chapter 3: El media pen

Summary:

Donde Lance Stroll y los periodistas ingleses son unos soretes. Y Oscar te protege, o te tiene pena...

Chapter Text

El jueves y el viernes te los pasaste mirando cómo trabajaba el resto del equipo, aprendiendo a moverte en el paddock. Albert te tomó como su aprendiz, te metió bajo su ala y te apodó “Ruiz”, lo que te pareció perfecto. El resto del equipo también empezó a llamarte así. Vos te sentís segura y contenida. Agradecés haber aterrizado en un grupo humano tan cálido.

El viernes a la tarde, antes de dejar el paddock, Albert se acerca y te dice:

—Mañana te va a tocar… ¿cómo dicen ustedes? ¿Coger la pala?

Vos te reís y negás con la cabeza.

—No, agarrar la pala, Albert.

Él también se ríe.

—Como sea, mañana te quiero en el media pen haciendo las entrevistas tú. Voy a estar al lado tuyo supervisando todo, pero creo que ya estás lista. ¿Tú qué crees?

Asentís y le agradecés la confianza. Pasás toda la noche repasando resultados, pensando qué preguntas hacerle a cada piloto, sin saber todavía con quiénes te vas a cruzar.

El sábado, después de la qualy, vas al media pen por primera vez. Todavía no almorzaste y ya estás chivando a lo loco, por los nervios y por el calor. Pensas "Dios, ¿cómo puede hacer tanto calor afuera?" Desde la puerta ves el corralito de prensa, con los periodistas británicos de Sky Sports —los mismos que te cruzaste el primer día— entre otros. Apenas entrás, el frío del aire acondicionado te eriza la piel. Sacás tu blazer de la mochila y te lo ponés. Revisás tu acreditación y la colocás en el bolsillo trasero del pantalón, por las dudas: después del accidente del jueves preferís tenerla siempre a mano.

Albert está a tu derecha, comiendo una manzana como si nada. Mora a tu izquierda, ddándote indicaciones rápidas sobre la dinámica del lugar y revisando en su celular el orden de llegada de los pilotos.

—Vamos con Lance Stroll primero, Ruiz —dice.

Tu estómago se hunde. Stroll tiene fama de agreta y maleducado. Obvio que te iba a tocar debutar con él. Intentás ser optimista. Capaz es una mala fama, una exageración. (Spoilers: no lo es).

Cuando Lance Stroll aparece, lo hace con la cara de nene rico malcriado que lo caracteriza. Se acerca a la valla que separa a los periodistas de los pilotos con toda la mala onda del mundo. Ni te mira. Se queda parado frente a los micrófonos como si les estuviera haciendo un favor. Lo saludás educadamente y te quedás esperando que, al menos, asienta. Él te mira con los ojos entrecerrados y bosteza, como si lo estuvieras haciendo perder el tiempo. Intentás sonreír, ser profesional, amable.

Los otros periodistas se corren y te dejan preguntar primero. Pensás que te están haciendo un favor, pero pronto te das cuenta de la realidad.

—Lance, P17. ¿Cómo sentíste el auto en la qualy?

—Bien—Respuesta cortísima.

Hacés otra pregunta, más técnica. El resopla antes de responder.

—El auto estaba bien.

Le preguntás si cree que tiene chances de ganar posiciones mañana.

—Vamos a ver mañana.

Y sin más, da media vuelta y se va. Sospechás que te dio menos palabras que las que usa para pedir un café. Quedás congelada, mirándole la espalda, incrédula de su mala voluntad. Tu mente se nubla con dudas e inseguridades. ¿Hiciste algo mal? ¿Dijiste algo que no tenías que decir? ¿Tenés olor a chivo? Te bañaste y perfumaste, pero hace un calor infernal…

Albert se acerca, apoyando una mano en tu hombro.

—No te lo tomes personal, Ruiz. Es así con todos. Incluso conmigo.

Respirás. Menos mal que Albert está ahí.

El siguiente es un amigo de la casa. Franco Colapinto llega con otro mood: fresco, tranquilo, buena onda. Está en un cumpleañito, es su primera qualy en F1. Te saluda primero a vos, antes que al resto.

—¿Cómo va, che? Nuestra primera entrevista, nuestra primera chamba —bromea, genuino.

Sonreís. Un vaso de agua en el desierto. Franco Alejandro Colapinto, si no existieras te inventaríá. Le preguntás por el ritmo del auto, la gestión de neumáticos, el plan para la carrera. Son preguntas sólidas, trabajadas. Franco sonríe cada vez más.

—¡Muy buena esa! —te dice después de una pregunta técnica—. Se nota que sabés.

Te lo agradece de verdad, no por compromiso. Sentís, por primera vez en todo el día, que estás donde tenés que estar.

Al terminar la entrevista, te dice:

—Gracias, Eva. Espero que termines bien tu primer día acá. Y después nos grabamos unos TikToks, que vi los que hacés en el TC. Están buenísimos.

Tu cara se pone rojísima. ¿Por qué hace tanto calor de golpe? ¿Apagaron el aire o sos vos?

—Gracias, Franco. Sos muy amable. Y cuando quieras hacemos unos videítos.

Él se ríe de tu incomodidad y se va.

Te sentís más confiada. Pero no por mucho tiempo.

Cuando Franco se va, te agachás a buscar una botella de agua en la mochila. En ese movimiento, sin que te des cuenta, tu acreditación se cae del bolsillo y queda tirada en el piso, a la vista de todos. Tomás agua tranquila. Después sacás un perfume de Zara y te ponés un poco en el cuello para refrescarte. De golpe, sentís las orejas ardiendo.

Uno de los periodistas británicos se acerca disimuladamente y levanta tu acreditación. Señala el “FANGIO” en letras grandes a su compañero, al que instantáneamente se le transforma la cara.

—Así que ella es…—murmura.

—Eso es lo que te vengo diciendo, amigo—responde el otro, devolviéndote la credencial.

Mirás toda la escena tiesa. Mínimo común múltiplo. ¿Quiénes son para juzgarte así? No te conocen para estar sacando conclusiones.

El aire cambia de inmediato en el corralito. Empiezan a empujarte sutilmente. A pasarte por adelante. A hablarte encima en las entrevistas. A reírse de tus preguntas.

No necesitan decir nada: entendiste perfectamente. Creen que estás acomodada y te están probando. Midiéndote.

La rabia te sube a la garganta, pero continuás trabajando. Siempre te pasa lo peor cuando te relajás dos segundos.

Albert se acerca. No dice nada, pero te mira, como preguntando si estás bien. Asentís. No les vas a dar el gusto. Pero por dentro, hervís. Ese apellido te abrió puertas que vos no pediste, y ahora te pone piedras en el camino. Guardás la credencial en la mochila. No va a volver a pasar. Acá te van a conocer por tu trabajo, no por tu nombre.

Tragás saliva —y orgullo— y preguntás quién sigue.

Mora revisa su celular.

—El próximo es Piastri.

Justo en ese momento, el piloto de McLaren entra al media pen. Intentás acomodarte mejor, más cerca de la valla, pero los británicos te empujan, cada vez más agresivos. Frustrada, decidís rendirte: das un paso al costado, te limitás a escuchar y grabar sus preguntas.

Piastri ve la situación desde la puerta. Se acerca a la valla con su peor cara de asco. Mira a los ingleses y después a vos. Luego de dos segundos en silencio, responde la primera pregunta de tus queridos colegas. Cuando termina de responder, te mira fríamente a los ojos y dice:

—Creo que te toca a vos ahora.

Los ingleses, tiesos.

Chapter 4: La pena

Summary:

Donde sentís que Piastri te tuvo pena y dejas que los pensamientos negativos (y el prejuicio?) se apoderen de vos; y Franco es un chamuyero.

Chapter Text

Al terminar la entrevista, Piastri agacha la cabeza y se va a hablar con otro medio. Vos te quedás con la sangre hirviendo de bronca por el mal momento que te hicieron pasar los periodistas ingleses, pero también con muchas dudas. Ese gesto de Piastri te dejó desconcertada: no lo esperabas, no lo pediste y no sabés cómo interpretarlo. Mientras agarrás tu mochila y guardás tus cosas, pensás en mil posibilidades. “Lo habrá hecho porque estaba apurado… porque soy mujer… porque vio que me estaban empujando…”. Sea cual sea la razón, te incomoda.

Albert aparece con una sonrisa de oreja a oreja y te choca los cinco como si hubieras ganado una carrera.

—¡Muy buena, Ruiz! Has soportado los empujones de esos matones como una verdadera profesional. Estoy orgulloso, sabía que estabas lista.

Asentís, agradecida pero todavía confundida. Antes de irte del media pen, lo ves a Piastri haciendo otra entrevista. En un segundo —apenas un parpadeo— sus ojos se cruzan con los tuyos. Rápido como en la pista, vuelve a mirar quien lo estaba entrevistando. Su cara es ilegible: seria, cerrada, imposible de descifrar.

“O capaz… capaz lo hizo por pena”, te decís a vos misma.

Ese pensamiento te hunde el pecho. “Debe pensar que soy una inútil, que no sé defenderme sola”, continuas con ese tren de pensamientos negativos. Te sentís humillada. No sabés por qué, pero te dan ganas de llorar. Tragás saliva, te das vuelta y te vas, sintiendo la mirada juzgadora de Piastri sobre vos.

Caminás recontra enojada por el paddock hacia el box de ESPN. Para empeorar las cosas, un seguridad vuelve a frenarte para ver tu credencial. Resoplás, la sacás de la mochila y se la mostrás, con muy mala cara. El hombre —que solo está haciendo su trabajo— te pide amablemente que te la cuelgues en el cuello, como todo el mundo hace, así no te tienen que volver a parar.

Tiene razón. No podés enojarte, pero lo tomás como otro golpe a tu orgullo. Te colgás la credencial y seguís caminando.

Cuando llegás al box de ESPN, Mora está concentrada revisando los videos de las entrevistas en su laptop antes de enviarlos al CM. Te ve entrar con el ceño fruncido y levanta una ceja.

—Ey, Ruiz, ¿estás bien? ¿Qué pasó? Tenés que estar re contenta por cómo te fue. Hiciste preguntas re interesantes y aguantaste bien a los ingleses pesados esos.

—Gracias, Morita. Si, estoy muy contenta. No voy a dejar que nadie me arruine este momento —decís, forzando una sonrisa.

Mora te devuelve otra, más honesta que la tuya. Las dos pasan un rato largo produciendo la transmisión del domingo, lo que te distrae de todos los pensamientos intrusivos que te estaban agobiando.

Cuando ya estás guardando tus cosas para irte, Mora comenta al pasar:

—Che, igual… lo de Piastri fue re caballero, eh.

Te colgás la mochila y te das vuelta para mirarla, queres disimular lo incomoda que te pone el tema.

—Sí, ponele. No sé si caballero… capaz le di pena nada más—decís, intentando sonar indiferente.

Mora te hace el montoncito con la mano y se ríe.

—Qué decís, boluda. Ese pibe no hace nada por lástima.

No respondés, pero te quedas pensando en esas palabras mientras caminan juntas hacia la salida del paddock.

Cerca de los molinetes de la salida, se cruzan con Franco, que también se estaba yendo después de quedarse hasta tarde repasando la estrategia para la carrera de mañana con el equipo.

—¿Qué hacen las chicaaas? —dice, chamuyero como él solo—. Che, veo que sobreviviste a tu primer día. Bien ahí.

Se acerca para chocarte los cinco y darte un abrazo.

—Si, ponele, más o menos— le respondes.

El abrazo de Franco después del día horrible que tuviste era justo lo que necesitabas. Fue como una caricia al alma después de todas las cachetadas emocionales que recibiste. Mora mira la escena con cara sospechosa. Duda si quedarse o irse.

—Che, hagamos el TikTok que me prometiste. Morita, filmános. Dale, no seas mala— propone Franco.

Las dos acceden a grabar el video antes de irse. Se alejan unos pasos de la salida e improvisan un Ping Pong de preguntas curiosas y Franco responde todas con el carisma que lo caracteriza. Mora, tentada, les muestra el video desde su celular y juntos se ríen de las respuestas de Franco.

Cuando levantas la vista lo ves: Piastri de la salida, atendiendo a unos fans. Sus miradas se vuelven a cruzar por un microsegundo, pero esta vez podés encontrar una emoción en su rostro. Su ceño está fruncido y muerde la parte interior de sus labios. Parece estar molesto. Asumís que es por tener que frenar a firmar gorras.

A su lado, el guardaespaldas que detuvo tu caída el jueves, frenando a los fans para que Piastri pueda irse. Lo ves yendose a las apuradas, dejando decepcionados a algunos fans sin suerte. Entre ellos, un nene chiquito con la gorra con el número 81 en la mano.

“Que tipo más desagradable” pensás.

Chapter 5: El Diablo

Summary:

Donde cononoces a una nueva amiga y Piastri saca a lucir su sonrisa soberbia.

Chapter Text

El domingo te levantás a las 6 de la mañana. Tu plan es llegar antes que nadie para poder visitar la estatua en homenaje a tu abuelo, ubicada frente a la entrada del circuito. Llegás a las 8:30 y te quedás diez minutos mirándola. Pensás: “Fua, el nono”, y recordás algunas de las historias sobre él que te contó tu papá cuando eras chica. Le pedís a unos italianos que pasan caminando que te saquen un par de fotos para mandárselas a tu viejo. Lo extrañas. Deseás que pudiera estar ahí con vos. Se te estruja un poco el corazón.

Una vez adentro del paddock, querés enviarle las fotos, pero la señal es pésima en todos lados. Mirás la hora: las nueve en punto. Falta media hora para que abran el box de ESPN. Caminás buscando agarrar un Wi-Fi liberado hasta que lográs encontrar un lugar con una línea de señal. Un vaso de agua en el desierto. En ese momento ves que Mora te mandó el video de Franco que grabaron anoche. Lo querés bajar, pero con la señal miserable que hay, es más probable que Ferrari vuelva a salir campeón antes de que se termine de descargar. Hace un calor infernal. Te terminás sentando en el piso, en el único pedacito de sombra que encontraste. Total, ¿qué dignidad te queda a esta altura? Ninguna.

—¿Estás bien?—escuchás que alguien te pregunta en inglés.

Levantás la vista. Una chica con el uniforme de McLaren te mira preocupada. Pelo prolijo, sonrisa amable. Probablemente piensa que estás sentada en el piso porque te sentís mal. Eso o que estás pidiendo monedas.

—Sí, sí, estoy bien, gracias—decís, intentando sonar convincente— Hola, soy Eva, trabajo como periodista para ESPN. Llegué temprano y estoy esperando que abra el box del canal. Estoy queriendo bajar un video para editarlo y este es el único punto con señal que encontré.

—Uh, te entiendo. Me ha pasado. Soy Sophie. Trabajo en el área de comunicación acá hace años —señala el hospitality de McLaren atrás tuyo. Vos no habías notado dónde estabas parada. Otra vez pasando vergüenza acá— Actualmente soy prensa de Oscar. Antes trabajé con Ricciardo.

Hace mucho calor y seguís un poco ofendida por lo de ayer, así que le respondes sin filtro.

—Ah, un trabajo muy sencillo el tuyo, ¿no? —reís sarcásticamente, buscando complicidad en su mirada— Perdón, pero no parece un personaje fácil de manejar.

Sophie sonríe y niega con la cabeza.

—No, no es tan terrible. Entiendo que Oscar pueda parecer medio frío o asqueroso, pero en el fondo es bueno; solo le cuesta relacionarse con la gente que no conoce.

Vos escuchás atentamente. Y después, pasa de nuevo. Siempre en el momento menos indicado.

—Señorita, necesito ver su credencial, por favor— te dice un guardia de seguridad.

Rápidamente sacás la tarjeta de tu bolsillo y se la mostrás sin quejarte, ya resignada a que esto va a seguir pasando. Él la ve y resopla.

—Señorita Fangio, le vuelvo a pedir que por favor se cuelgue la credencial en el cuello, para que no tengamos que volver a pedírsela.

Vos te ponés colorada por estar siendo retada como a una nena enfrente de una persona que acabás de conocer.

—Sí, disculpe. Mire —te colgás la credencial en el cuello—, ya aprendí.

Cuando se va, notás la risa de Sophie y su mirada en tu credencial. Te la sacas y volvés a ponerla en tu bolsillo. Despúes de lo que pasó en el media pen, sentís que tenés que defenderte.

—Soy la nieta. La guardo porque no quiero que la gente me juzgue sin conocerme...

Sophie asiente, comprensiva.

—No tenés que explicarme, entiendo. Las mujeres que trabajamos en este deporte tenemos que apoyarnos entre nosotras. Hablando de eso: si querés podes entrar a robar Wi-Fi. Hasta que abra tu box.

Te sorprende la respuesta, y querés hacerla tu bestie. Aceptás su oferta muy contenta de haber hecho una nueva amiga.

En la puerta principal hay fotos de Norris y de Piastri pegadas. Antes de entrar, te parás a mirar la de Piastri un segundo. Salió muy favorecido. Sophie te ve parada en la puerta y te llama para que la sigas.

Una vez adentro notas que el hospitality de McLaren es frío, silencioso y tiene olor a carísimo. Sophie te lleva a la cafetería y te sentás en una mesa al lado de las máquinas de Nespresso, casi escondida, para no molestar. No pensás quedarte más de diez minutos. Sophie te alcanza una botella de agua fría y se sienta enfrente tuyo.

—Para que te hidrates un poco, hace mucho calor —dice.

Le agradecés y pensas en la suerte tiene Piastri de tener a alguien así de buena laburando para él. 

Le pedís la clave del Wi-Fi y te la dicta. Cuando el video por fin termina de descargarse, te ponés a editarlo ahí mismo, mientras Sophie te comenta sus predicciones para el resto de la temporada. Vos insistís con que Verstappen va a ganar el cuarto título.

—No te echo porque me caés bien, pero en esta casa todos hinchamos por Lando.

Te reís.

—¿No tengo otra opción? —le decís jodiendo.

—Mmm, no. Bueno, sí. Si no te gusta Lando, podés hinchar por Oscar.

Asentís sonriendo, sin saber qué decir, y tomás un sorbo largo de agua. Después de unos segundos en silencio, te parás para irte. No vaya a ser cosa que, de tanto nombrarlo, aparezca el mismísimo demonio australiano.

—¿Ya te vas? Esperame acá un segundo —te dice Sophie—. Quiero darte algo para el sol.

Suspirás y te volvés a sentar.

Y ahí aparece. ¿Para qué lo llamaste?

El jefe de tu nueva amiga entra comiendo una banana y se sienta en la mesa delante de la tuya, con la cabeza en su propio mundo. Después de unos segundos, te ve. Se queda quieto un instante. Te observa fijo, sin disimulo, como queriendo entender qué hacés ahí.

Vos le devolvés la mirada y, nerviosa, sin saber qué más hacer, decidís presentarte.

—Soy Eva, nos vimos ayer en el media pen —decís, rompiendo el hielo.

Piastri se tira para atrás y cruza las piernas.

—Ah, sí, a la que estaban molestando los idiotas de Sky Sports.

—Esa misma. Gracias por… intervenir —decís. Más por un deseo de no deberle nada que por agradecimiento genuino.

—De nada. No lo hice por vos igual, sino porque odio a los periodistas ingleses… Y, en general, a todos los ingleses.

Quedás tiesa. En ese momento, te acordás de lo que dijo Sophie: “Le cuesta relacionarse con gente que no conoce”. Capaz no es algo personal, es que no sabe comunicarse. Además, al ser argentina, lo que dijo te conmueve un poco.

Decidís darle el beneficio de la duda. Y sonreís, no mucho, lo justo y necesario. 

—Ah, claro…

Él te mira raro, como si hubiera esperado otra reacción de tu parte. ¿Ofenderte, capaz? 

—¿Y qué hacés acá? —te pregunta directamente.

Asumís que te está echando.

—Sophie me invitó a pasar un rato. Estaba descargando un video para hacer un TikTok —respondés—. Ya me voy igual.

Mientras te volvés a parar, te dice:

—¿El que estabas grabando anoche con Franco?

Quedás helada.

—…Sí. Ese.

Antes de que puedas procesar cómo carajo sabe eso, vuelve Sophie. En su mano ves una gorra de McLaren con el número 81 bordado adelante.

—Para que no te de otro golpe de calor —te dice.

Piastri mira la gorra, después te mira a vos y sonríe orgulloso. Te dan ganas de revolearle la botella de agua por la cara. Sophie parece no leer la escena. Con una sonrisa inocente, saca un fibrón de su riñonera y se lo da a Piastri.

—Firmásela —le dice.

Piastri y vos abren los ojos exageradamente.

—Dale, Oscar —insiste ella—. No podemos quedar mal con una periodista de ESPN.

Él revolea los ojos. Se para, firma la gorra y se acerca para dártela, portando la sonrisa más forzada que viste en tu vida.

“Yo no quiero esa porquería”, pensás. Pero no podés rechazarla.

Agarrás la gorra y le devolvés la cortesía, fingiendo una sonrisa al mismo nivel que la suya.

—Gracias… y suerte en la carrera, eh —decís, con un sarcasmo elegante. Señalás la gorra—. Voy a estar hinchando por vos.

Piastri detecta el desafío al instante y vuelve a sonreír orgulloso.

—Eso espero —te responde.

Por fuera parecés calmada, por dentro estás a otra sonrisa creída de su parte de perder la cordura. Decidís no tentar a la suerte.

Agarrás tu mochila y tu dignidad y te vas con la frente muy en alto. No sin antes despedirte de la tierna Sophie, quien te invita a pasar de vuelta cuando quieras. Vos solo sonreís y asentís.

En el box de ESPN terminás de editar el video con Franco y lo subís. Minutos despúes, llega el resto de tus compañeros y empiezan a trabajar en la transmisión de la carrera.

Horas más tarde, mirás el podio en la pantalla gigante del media pen. En el segundo escalón, El Diablo con esa sonrisa orgullosa.

Tragas saliva y pensás: “Bueno, al menos no ganó”.

Chapter 6: El ship

Summary:

Donde te shipean con Franco y te tienen envidia.

Chapter Text

Te quedás hipnotizada viendo el podio en la pantalla gigante del media pen. Piastri segundo, Norris tercero. Mientras le dan su trofeo, admitís, muy a tu pesar, que Piastri tiene talento, mucho talento. Y estás segura de que él lo sabe. Y esa sonrisa… Enseguida te acordás de que es agreta y engreído, y reprimís ese pensamiento.

—Ruíz —se acerca Albert, rompiendo tu trance—. Tranquila, hemos tomado medidas para que no vuelva a pasar lo mismo con esos desgraciados.

Después de lo que pasó ayer con los periodistas ingleses, se colocan mejor en el corralito de prensa, junto con otros medios de habla hispana. Con Albert deciden turnarse para hacer las entrevistas, así ambos pueden preguntar. Mora divide la lista de pilotos en dos y te muestra cuáles te tocan a vos. Internamente, te alegrás de ver que Piastri no está en tu lista. Stroll tampoco, por suerte. Pero Franco sí.

Vos vas primero, con Mora asistiéndote atentamente. Las primeras entrevistas salen fluidas. La adrenalina del post-carrera hace que todo pase muy rápido.

Y al final, lo mejor. Franco llega muy cansado, pero contento y simpático como siempre. Lo felicitás por su debut, hablan de cómo se sintió en el auto, de qué se siente llegar a la F1.

—Cómo la rompimos con nuestro reel, eh. Me explotó el celu —te interrumpe.

Vos reís nerviosa. Intentás continuar con el hilo de la entrevista.

—Franco, ¿cómo te vas a preparar para Bakú?

—Lo compartí, ¿viste? Soy tu fan.

Franco siendo Franco. Todo queda dinámico y divertido.

Al terminar la entrevista, Franco se acerca más a la valla.

—Che, ¿viste los comentarios del video? —dice, chocho—. Nos están shippeando. A nosotros. Mi primer ship con una mujer. Hermoso.

Vos sonreís, pero no te pone muy contenta realmente. No querés que la gente piense que estás saliendo con Franco. No porque te caiga mal Franco, no tiene nada que ver con él: es re buen pibe y se porta bárbaro con vos, pero no es profesional que una periodista salga con un piloto; le resta crédito a tu trabajo y esfuerzo. Ya bastante tenés con tu apellido como para sumarte el título de WAG.

Franco activó el modo Radio AM. No para de hablar: que lo empezó a seguir tal famoso, que el algoritmo de Instagram, el video del perro de Hamilton. Todo mezclado. Y vos, sin querer, disociás. Te perdés en tus pensamientos.

Tu vista se mueve sola hacia la izquierda, donde ves que Piastri está esperando su turno para ser entrevistado. Cuando lo agarras mirándote, se da vuelta. Literalmente te da la espalda, como si fuera un nene ofendido.

Abrís los ojos, sorprendida, y sonreís. Franco piensa que te estás riendo de un comentario que acaba de hacer y continúa con su monólogo. Mientras, vos mirás a quién acompaña a Piastri: Sophie, con su carpetita y su sonrisa perfecta. Cuando te ve, te saluda con la mano tiernamente. Un contraste impresionante con su jefe. Vos le devolvés el gesto amistosamente y ves que Sophie le dice algo a Piastri sin dejar de mirarte. Y después te señala.

Y Piastri gira con cara de póker.
Y te mira.
Y te sigue mirando.

Te mira por lo que parece ser una eternidad, pero probablemente hayan sido 3 segundos. Y después aparta la mirada. Se te hiela la nuca. No entendés nada.

—¿Qué pasó? Viste un fantasma —te dice Franco, que mira para todos lados intentando descifrar qué estás mirando.

Cuando Franco se va a hacer otra entrevista, ves a Piastri caminando hacia vos. Por dentro rezás diez Padres Nuestros.

—Hola —te dice, como si nada.

Se lame los labios. No de una manera sexy, sino de una manera nerviosa. Te mira fijo, como esperando que le preguntes algo. Por dentro se te encogen los dedos de los pies. Por fuera, mantenés la calma como podés. No sabés si preguntarle algo o no, porque no estaba en tu lista.

Albert entra en modo profesional y empieza la entrevista. Piastri lo mira, baja la cabeza y se acomoda la gorra. Contesta todas las preguntas y se va.

Apenas se va, mirás a tus compañeros para saber si alguien más notó lo que acaba de pasar. Albert y Mora siguen trabajando como si nada. Empezás a cuestionarte si estás flasheando.

Cuando salen del media pen, Mora te frena.

—Eva, por favor. La credencial. Te paran cada dos metros. Ya estoy harta.

Te ponés la credencial en el cuello y siguen caminando.

—Che, ¿viste algo raro en las entrevistas? —preguntás, queriendo confirmar si lo de Piastri fue real.

—Sí —dice ella, sin dudar—. La entrevista con Franco fue muy corta. Tendríamos que haber aprovechado más el shipeo de ustedes dos para redes.

—No sé si conviene hacer eso, Mori. No es la imagen que quiero dar…

Mora resopla.

—Dios... no estás aprovechando la posición que tenés, Eva.

Quedás desconcertada. Notás algo de envidia en su comentario. No sabés bien por qué: si es por tu puesto, por Franco, por la atención que estás recibiendo… pero te duele, porque pensabas que eran amigas. Recordás lo que dijiste hace unos días:

Vine a trabajar, no a hacer amigos.

Después de revisar las entrevistas con Mora y Albert, empezás a sentir el cansancio del día. Te levantaste muy temprano, necesitás descansar. Juntás tus cosas y te vas sola. Caminando a la salida te ponés a responder mensajes de familiares y amigos, felicitándote por la transmisión. Extrañás mucho a todos, te gustaría poder juntarte con tus amigas y contarles todo el chisme. Te sentís un poco abrumada.

De la nada, alguien te abraza por atrás: Sophie. Se la ve muy feliz, y notás que tiene mucho olor a champagne.

—Gracias, Eva, espero que sepas que a partir de ahora vas a tener que pasar por el hospitality de McLaren todas las carreras.

—¿Gracias por qué exactamente? —le decís vos, riéndote.

—¡Nos trajiste suerte! Doble podio, ¡en Monza!

—Estoy segura de que yo no tuve nada que ver con eso.

—¿Cómo que no? Le deseaste suerte a Oscar hoy temprano. Hinchaste por él… Te juro, le dije a Oscar en el media pen: “Agradecé que fuiste bendecido por la nieta de Fangio, ¡en Monza!”.

Casi se te salen los ojos al escucharlo. Fue eso, entonces. Por eso la mirada juzgadora de Piastri hoy. Te quedás callada, procesando todo. Sophie parece demasiado feliz como para notar tu cara. Querés pensar que lo hizo sin querer, pero le habías dicho que no querías que nadie supiera tu apellido.

Otra vez, por adentro decís: Vine a trabajar, no a hacer amigos.

Cuando cruzan los molinetes, ella te vuelve a abrazar y te dice:

—Nos vemos en Bakú.

Parás un taxi y, de en camino al hotel, recibís un mensaje de Franco.

Amiga, 450 mil visitas en 8 horas!! Qué dupla, che!!

Entrás a X. Mala idea, muy mala idea.

Hay muchos mensajes positivos: gente que debate si el nombre del ship es “Franeva” o “Fanpinto”, o que suben edits con fotos de tu abuelo y de Franco. Pero también hay hate, mucho hate. Gente diciendo cosas horribles de vos. De tu apellido. De tu cercanía con Franco. De tu ropa. De tus intenciones.

Te duele el pecho, querés llorar.

Y en ese momento, cuando te estás hundiendo en la oscuridad más profunda…

📱 Notificación:
@oscarpiastri le dio Me Gusta a tu reel.

Chapter 7: La ayuda

Summary:

Donde necesitas ayuda y te la dan. También donde Oscar, siendo Oscar, te da Me Gusta en Instagram por accidente.

Chapter Text

Es race week otra vez. Jueves de media day en Bakú. Desde temprano estás instalada en el box de ESPN, preparando todo para cubrir las rondas de prensa de los pilotos y directores de equipos. Estás lista para salir cuando entra Mora, sin siquiera saludarte.

—Eva, hoy no hace falta que vayas. Albert va a cubrir todo.

La mirás confundida.

—Ok, ¿puedo ayudar con algo entonces?

—Sí —responde demasiado rápido—. Escribile a Franco. El canal quiere que graben unos videos ustedes dos solos para redes. El que hicieron en Monza se hizo viral. Hay que aprovechar eso.

Otra vez con eso. No podés negarte a una orden del canal, es tu trabajo.

—Pero… ¿no sos vos la que arregla las entrevistas con los pilotos?

—No es una entrevista —responde, sin mirarte—. Y ya que te ofreciste a ayudar… además, vos sos tan cercana a Franco… podrías ayudarme con eso.

Ese “cercana” lo tiró con mucho veneno. La notás más celosa que en Monza. Pensaste que dos semanas de descanso la iban a calmar, pero volvió peor. La mirás en silencio mientras prepara las entrevistas del día. Sentís que te están degradando. Que pasaste de ser periodista a ser la influencer del canal. Esto no es lo que vos querías, pero entendés que capaz vieron que lo que hacías en el TC funcionaba y quisieron traerlo acá.

Te empieza a doler el pecho. No decís nada. Asentís y salís del box diciendo que vas a buscar a Franco. En realidad necesitás llorar. Llorar de bronca, de impotencia, de cansancio emocional por todo:

Mora tratándote mal.

El hate en redes.

La gente diciendo barbaridades de vos sin conocerte.

Y la gota que rebalsó el vaso: el canal sacándote de tus labores como periodista para explotar tu “popularidad” en redes, que no sabés cuánto más va a durar si seguís grabando cosas con Franco.

Sentís que te están castigando, no sabés por qué. Te preguntás qué estás haciendo mal mientras caminás sin rumbo por el paddock. Y cuando ya no sabés dónde meterte, pensás en la única persona en este lugar que podría escucharte: Sophie, lo más cercano a una amiga que tenés en Bakú. Querés pensar bien de ella porque necesitás confiar en alguien.

Con la credencial colgada en el cuello —porque ya todos vieron el reel, ya saben tu apellido y tienen una opinión sobre vos— vas hacia el hospitality de McLaren. Sophie te había dicho que podías ir cuando quisieras, ¿no?

Un guardia se te cruza en la entrada.

—Buenas tardes, necesito ver su credencial del equipo.

Por dentro decís “¿Otra vez esto? DONDE QUIERA QUE VAYA CHUCKY ME ENCONTRARÁ”.

No tenés una credencial del equipo. Tenés una de prensa, pero no sirve para entrar acá. La vez pasada entraste con Sophie.

—No la tengo, vengo a ver a Sophie. Ella me hizo pasar la otra vez…

—Entonces llámela para que venga a buscarla.

Cerrás los ojos. No tenés el número de Sophie. Sentís que las lágrimas están volviendo. Te estás por rendir... cuando ves llegar a Piastri. Camina rápido, mirando el piso, con su típica cara de “no me rompan las pelotas”. Pasa de largo. No te ve.

Tragás saliva —y orgullo— y te agarrás de la única chance que te queda:

—Oscar…

Frena despacio, como si dudara si parar o no. Por suerte para vos, lo hizo. Se da vuelta y te mira.

—Hola —te dice.

Vos no podés hablar porque sentís que te vas a largar a llorar de vuelta. Piastri mira al guardia, te mira… por dos segundos.

—Está conmigo —le dice al guardia.

El guardia asiente de inmediato, y Piastri te hace un gesto para que lo sigas. Te guía a una especie de patio interno con un jardín artificial, sillones blancos y mesas con sombra. Un pequeño oasis escondido en el paddock.

Se sientan, manda un par de mensajes y te dice:

—Sophie está ocupada. Va a venir cuando termine —te dice mirándote serio.

Alguien de McLaren le trae su almuerzo. Piastri te mira.

—¿Querés algo?

—No, gracias.

Él igual le pide al chico:

—¿Podés traerle agua, por favor?

Y después lo mirás comer en silencio. Incómodo, denso, insoportable silencio. Hasta que él suspira.

—Si querés, por hoy nada más, cambiamos roles. Y yo te hago las preguntas a vos.

Lo mirás sorprendida. Tomás un trago de agua para limpiarte la garganta.

—…Bueno.

Él toma aire.

—¿Por qué estuviste llorando?

—¿Cómo sabés?

Señala tu cara.

—Mirate.

Le hacés caso: abrís la cámara del celu. Maquillaje corrido. Ojos hinchados. Un desastre. Exhalás; no trajiste tu maquillaje con vos para arreglarte. Sentís que tenés que dar explicaciones.

—No estoy pasando un buen momento… Creo que el canal me quiere solo para generar contenido de redes con Franco, no como periodista. Y además estoy recibiendo mucho hate, y estoy cansada. No sé qué hacer…

Podrías seguir enumerando tus problemas, pero no querés aburrirlo. Asumís que te lo pregunta por cortesía nada más. Él te observa un rato, hasta que pregunta:

—¿Por qué estás recibiendo hate?

—Porque… no sé si viste los comentarios en el reel que subí con Franco. El que likeaste.

Piastri frunce el ceño, agarra su celu y revisa.

—Ah, qué idiota soy. Le di like sin querer… Me suele pasar —dice, y se sonroja un poco—. Sí, lo vi un par de veces, pero no hablo español, así que no sé qué decían los comentarios.

Quedás helada.

—¿Un par de veces…?

Lo ves bajar la cabeza para que no lo veas sonrojarse de vuelta.

—De nuevo, no hablo español, así que no entendí de qué hablaban. Pero era un video… gracioso. Se los veía muy… cómodos juntos.

Se rasca la nuca. Te conmueve su incomodidad, así que decidís no hacerle más preguntas. No puede ser lo que estás pensando, ¿no?

Después, con un tono serio, continúa:

—Hacés buenas preguntas. A todos los pilotos. No solo a mí. Sos buena periodista. Si el canal en el que estás ahora no lo ve, cambiá de canal. Hay muchos que cubren la categoría. Sophie seguro te puede ayudar con eso.

Vos te quedás muda. Y de golpe sentís un calorcito en la cara… y no podés parar de mirarlo. Sus ojos, su boca, sus manos…

—Y sobre el hate… ya sos grande. Deberías saber ya que no todo el mundo es bueno. No le vas a caer bien a todo el mundo siempre. Que la opinión del resto sea un problema de ellos, no tuyo.

No sabés qué contestar. Te observó, te escuchó y te resolvió todos tus problemas en dos minutos. Y todo eso mientras come un tostón de palta con salmón.

Te mordés los labios. Tomás agua mientras intentás entender todo.

—Gracias, Oscar. En serio, valoro mucho tus palabras. Pero necesito saber por qué estás siendo tan bueno conmigo hoy. La última vez que nos vimos no pegamos mucha onda, creo…

Él se queda quieto, pensando qué responder. Mueve la lengua de lado a lado por el interior de su labio inferior, visiblemente nervioso. Baja la vista para no hacer contacto visual con vos y dice con cara de póker:

—Porque estabas llorando, nada más.

Ah… Un tiro en la pierna te iba a doler menos que esa última frase. Otra vez siente pena por vos. Otra puñalada a tu orgullo. Te sentís como una boluda por pensar que podía ser por otra cosa. Todo lo bueno que estabas empezando a pensar sobre él se nubla, y sentís un nudo subiendo de nuevo en tu garganta.

Justo en ese instante aparece Sophie para rescatarte.

—No —dice, viendo tu cara—. Oscar, te dije que la ayudes, no que empeores las cosas.

Piastri continúa comiendo como si nada.

Chapter 8: Mejor

Summary:

Donde Lando quiere ser el amigo gamba, y Piastri te arruina la psiquis.

Chapter Text

Sophie te mira, mira a Piastri. Se da cuenta de que hay algo raro en el aire. Piastri se aclara la garganta, se levanta del sillón y se ajusta el cuello de la remera, como si lo sofocara.

—Bueno —dice, sin mirarte directamente—. Las dejo hablar tranquilas. Estás invitada a volver cuando quieras, Eva.

Hace esa pequeña reverencia torpe y desaparece por el pasillo. Sophie se sienta ocupando el lugar que él dejó libre.

—¿Qué pasó? —pregunta.

Vos no sabés por dónde empezar. Tragás saliva, abrís la boca, pero no te salen palabras. Sophie suspira.

—Mirá… disculpalo. Ya te dije que es torpe para hablar con gente que no conoce. Pero estaba preocupado por vos.

Fruncís el ceño y te la quedás mirando.

—¿Preocupado?

Ella asiente.

—Sí. Estaba en una reunión del equipo y me empezó a spamear con mensajes: que estabas con él en el jardín, que te veías mal, que viniera a verte rápido. Le dije que te ayudara, que hablara con vos. Me dijo que yo sabía muy bien que hablar no es su mejor atributo, pero que iba a intentarlo.

Te ponés roja y te hundís en el sillón de vergüenza. Y vos le sonreías como una fan mirando fotos de su piloto favorito.

—Qué bueno que me decís esto —le comentás, con una risa amarga—. Pensé que lo estaba haciendo por pena. Ahora veo que lo hizo solo porque vos se lo pediste.

Sophie se queda callada unos segundos, incómoda. Te mira con una mezcla de ternura y preocupación.

—Eva, contame qué pasa. En serio, podés confiar en mí.

Y le contás absolutamente todo.

Los periodistas.
El canal.
La manera en la que Mora te trata.
El hate.
La presión.

Todo menos la parte que involucra a Piastri. Eso lo dejás guardado en una cajita interna, sellada con siete candados. No vas a decirle a la jefa de prensa de Piastri que cuando lo ves se te estruje la panza y te queman los cachetes.

Cuando terminás, Sophie te mira fijo.

—¿Eso es todo?

—… Sí.

Mejor, menos mal... —dice aliviada.

Y con la seguridad de alguien que lleva años sobreviviendo como mujer en el paddock, agrega:

—Mora es una envidiosa. Punto. Hablá con Albert, que es el jefe de las dos. Él puede defenderte con el canal. Y si no funciona, yo tengo contactos en otros canales, puedo recomendarte. Y sobre el hate… escuchá lo que te dijo Oscar. Él sabe manejarlo mejor que nadie.

La manera en la que Sophie te habla —como amiga, como aliada, como alguien que de verdad quiere ayudarte— te hace sentir mejor. Le agradecés, la abrazás, y decidís dejar atrás lo que pasó en Monza.

Al día siguiente el box de ESPN está vacío. Todos están en el media pen, menos vos. Te sentás en el sillón, agarrás el teléfono y le escribís a Franco:

Fran, ¿cómo estás? ¿Tenés un ratito hoy para que clavemos unos virales? Jaja.

Franco tarda un rato en responder:

Qué dice mi señora virtual?? Me encantaría, Evi, pero estoy pasado de cosas hoy. Escribile a María, mi manager, así coordinan…

Seguido a esto procede a enviarte una catarata de reels y memes de F1 para que mires. Esto te sirve para reírte un rato, cosa que estabas necesitando. Al rato, le escribís a María. La respuesta llega rápido, pero no es tan divertida.

Hola Eva! Mirá, hemos hablado con Franco. Por este momento no vamos a poder grabar más videos contigo. La gente cree que Fran y tú están saliendo, y él tiene que aparentar estar disponible para sus fans. ¡Disculpa, guapa!!

Te quedás mirando la pantalla. Helada. Por un lado, sentís que podés quedarte sin trabajo: el canal te dio UNA tarea, UN TRABAJO, ONE JOB, UNA JODA, y no podés hacerlo. Pero también sentís alivio porque no aguantás más el hate. Por un minuto, extrañás la época en la que cubrías el TC. Deseás que las cosas vuelvan a ser tan simples. Dejás el celu sobre la mesa y suspirás.

El sábado a la mañana estrenás tu rol de influencer del canal. No te gusta, pero es mejor que quedarse mirando el techo en el box. Es simple: es esto o volverte a Buenos Aires. Hacés un vivo en IG caminando por el paddock y reels entrevistando a mecánicos y fans. Mucha gente los ve, pero vos evitás leer los comentarios.

Al mediodía vas a almorzar en McLaren. Mientras con Sophie charlan sobre el campeonato, ves que Lando Norris se sienta a unas mesas de ustedes. Al pasar, te mira de costado. Y en ese momento se te ocurre una idea para salvar tu trabajo.

—Sophie, viste que te comenté esto de que la prensa de Franco no quiere que grabe más con él. Y que tengo miedo de que me echen…

Sophie asiente mientras come.

—Bueno, se me acaba de ocurrir que capaz puedo grabar el mismo video que hice con Franco, pero con otros pilotos… —decís.

—¡Me parece buena idea! Podemos coordinar para que hagas uno con Oscar mañana. Dejame ver cómo está su agenda… —contesta y agarra su celu.

—Mmm, mejor no amiga. O sea… sé que no es tu jefe, pero ¿podrás ayudarme a grabar con…? —gesticulás señalando para donde está sentado Lando.

—Ah… bueno. Dejame ver qué puedo hacer.

Vos te la quedás mirando, esperando que haga algo. Ella sigue comiendo. Finalmente, levanta la vista, y vos le sonreís.

—¿Ahora decís? —te pregunta.

Asentís.

—Si querés hacerlo ahora, andá y preguntale, a ver si quiere. Está ahí, aprovechá.

Y como vos, plata y miedo nunca tuviste, te paraste y encaraste. Es tu chance de grabar un TikTok con uno de los candidatos por el campeonato, el tipo de contenido que puede salvarte las papas con el canal.

—Hola, disculpá. Soy Eva…

—¡La periodista amiga de Franco y Oscar! Hola… —te dice Lando, demasiado entusiasmado.

—¿Eh?… sí. De Franco seguro…

—Oscar me habló muy bien de vos —comenta, con una sonrisa traviesa.

—¿Franco querras decir?

—No. Oscar dije...

—… ok.

—Bueno, ¿en qué te puedo ayudar, Eva? ¿Querés una foto con un futuro campeón del mundo?

—No, en realidad, un poco más que eso…

Quince minutos después te fuiste del hospitality de McLaren con un divertido ping pong de preguntas y respuestas con Lando Norris. Sophie te ayudó MUCHO a pensar las preguntas en el momento. A Lando le pareció particularmente gracioso que quieras grabar con él antes que con Piastri.

Ahora no solo tenés el trabajo asegurado, sino que estás pensando en pedir un aumento.

El domingo, contra todo pronóstico, Piastri gana. Y vos ves el podio sola en el box del canal. Volvés a quedarte hipnotizada mirando levantar el trofeo. Fascinada con el aura que desprende su cuerpo empapado en champagne.

Cuando termina la transmisión de la carrera, seguís editando el video que grabaste con Lando. De fondo en la tele, las entrevistas en el media pen. O sea, lo que en realidad deberías estar haciendo. Te sentís… chiquitita. Desaprovechada. Invisible. Sola. Hasta que llega alguien inesperado a hacerte compañía unos segundos, y de paso romperte la psiquis.

El ganador de la carrera entra al box.

Alterado.
Preocupado.
Todavía mojado por la carrera y el champagne del podio.

Te parás de golpe y te quedás mirándolo con la misma cara con la que estabas mirando el podio. No entendés qué hace ahí. Debería estar en el media pen.

Él te mira y se saca la gorra. La aprieta entre las manos y fuerza una sonrisa. Sin siquiera decir “hola” te dice:

—Entré al media pen y no te vi. Quería ver si estabas… si estabas mejor, digo. Después del otro día.

En tu cabeza hay 200 alarmas sonando. Pantallazo azul, se te traba el Windows. Respirás hondo.

—Sí. Estoy bien.

Oscar asiente y aprieta los labios.

—Bueno… perfecto. Que tengas una buena noche.

Y así como llegó, se fue.

Vos te quedás en silencio unos segundos, shockeada por lo que acaba de pasar. No llegaste a felicitarlo por la carrera, ni a preguntarle todo lo que querías: qué hacía ahí, por qué le habló bien de vos a Lando, de hecho, por qué habló de vos con Lando, por qué Lando te miraba sospechosamente cada vez que lo mencionaba a él…

A los pocos minutos, ves en la tele que volvió al media pen y está haciendo entrevistas. Lo notas con un mejor semblante que cuando vino a buscarte: más sonriente, más tranquilo. Como si nada hubiera pasado.

Chapter 9: La sorpresa

Summary:

Donde te enteras algo de Oscar que te toma por sorpresa, y todo cobra sentido.

Chapter Text

En Singapur hacen 52° a la sombra. Estás tirada en el sillón en el box de ESPN con un abanico en una mano y una libreta llena de ideas para contenido en la otra. Escribiste:

  • Video entrevistando gente en la fan zone. Buscar a alguna fan con una remera argentina o alguno con un vestuario loco.

  • Backstage del paddock. Preguntar: ¿Qué significa DRS? Solo respuestas incorrectas. (Averiguar cuál es la correcta).

  • Ping pong entrevistando a algún piloto. O mecánico. O ingeniero. Alguien que me dé pelota.

El reel con Lando Norris la rompió: muchas visualizaciones, colegas halagando tu trabajo y las fans argentinas felices porque dijo que era un país con mujeres muy lindas. Todo muy lindo y simpático, pero el hate se multiplicó por cuatro. Lo bueno fue que las fans de Franco dejaron de acosarte, pero las de Norris eran peores. Y muchas más, de todas partes del mundo.

Nadie del canal te mandó un mensaje o te llamó para felicitarte; eso te tenía preocupada, pero tenías que seguir cumpliendo con tu trabajo, por más que no te gustara y no te sintieras apreciada.

En ese momento ves a Albert volver de cubrir la práctica 1.
—Ah, pero si es la famosa Ruiz. ¿Me recuerdas? ¿O ya se te ha subido la fama a la cabeza? —dice, con una sonrisa grande.

Albert hablaba claramente en tono de chiste, pero vos no estás de humor. Respondés con el ceño fruncido.
—Yo me acuerdo de vos, vos no te acordás de mí. Me dejaste re tirada acá haciendo estas boludeces.

Albert deja de sonreír y te mira seriamente.
—No entiendo por qué dices eso —responde serio.

—Albert, yo vine acá a cumplir mi sueño de ser periodista, no a ser influencer. No quiero hacer videítos para redes; para eso me quedaba en el TC. Quiero estar en el media pen con vos, como los primeros días.

Albert se rasca la cabeza.
—Pero si lo has pedido tú.

Te lo quedás mirando sorprendida.
—¿Qué? Yo no pedí esto, ¿qué decís?

En ese momento entra Mora, hablando por teléfono con uno de los directivos del canal, y les hace una seña para que se callen. Albert la sigue con la mirada, como buscando respuestas.

Y justo entonces recibís un mensaje de Sophie:
“Tenemos que hablar urgente. ¿Podés venir ahora?”

Te preocupa, por lo que decidís ir ya. Cuando estás saliendo, Albert te toma del brazo.
—Luego continuaremos esta charla, Ruiz. Creo que ya entiendo lo que está pasando aquí.

Asentís y te vas a ver qué necesita tu amiga.

En el hospitality papaya, Sophie te lleva a un pasillo externo.
—Amiga, cincuenta grados hace y me traés a hablar afuera. ¿No podemos chusmear adentro, abajo de un aire?

—Acá no nos va a escuchar nadie. ¿Estás bien? —pregunta.

—Sí… ponele. Cansada de todo. ¿Qué te pasó a vos?

Sophie suspira.
—Oscar me escribió para preguntarme cómo estabas.

La mirás fijamente, visiblemente nerviosa.
—¿Qué decís, amiga?

—Sí. Varias veces, de hecho. Primero estaba preocupado por si hablaste con el canal, si era seguro que ibas a seguir viniendo a cubrir las carreras. Me pidió que te ayude como pueda.

Te quedás muda. Tu cerebro en cortocircuito.

Sophie apoya el brazo en la pared y continúa:
—Ah, y después, cuando vio que grabaste un video con Lando… —se agarra la cabeza— se puso un poquito…

—¿Celoso? —decís bajito.

Sophie va directamente al grano.
—¿Qué pasa entre ustedes dos, Eva? Ya te lo pregunté y me dijiste que nada, pero claramente algo pasa, porque lo tengo a Oscar todos los días pidiéndome información tuya.

El piso se te mueve. Abrís la boca para decir algo, pero no te sale sonido. Te tiemblan las manos, el labio inferior, los párpados. ¿Qué le vas a decir? ¿Que te tiemblan las rodillas y se te cierra la garganta cada vez que lo tenés enfrente? ¿Que soñás con él todas las noches? ¿Que se te derrite el corazón cada vez que te salta un edit de él en TikTok? ¿Que te calienta más que este sol al asfalto de la pista, pero que también querés acariciarle el pelo y preguntarle cómo estuvo su día?

—Sophie, te juro que no pasó nada todavía, yo no sabía esto…

—Pará —te interrumpe, levantando una mano—. Antes de que termines… Vos sabés que Oscar tiene novia, ¿no?

Quedás sorprendida. Sentís como si te hubiera chocado un tren. Tragás saliva. Parpadeás repetidas veces. Tu mundo, en trizas.
—¿Qué?

—Sí. No lo esconde, pero tampoco habla de eso. Es muy reservado. Sus fans lo saben, la mayoría del paddock también. Ella no es famosa, no viene casi nunca. Muy perfil bajo. Están juntos desde chicos.

Te duele, te quema. Cada palabra es peor que la anterior. Sentís que te baja la presión. Te limpiás una gota de la mejilla; no sabés si es transpiración por el calor o una lágrima.

Te empiezan a caer fichas imaginarias: por eso actúa tan raro cada vez que te ve, como si tuviera que resistirse a lo que le pasa con vos; por eso le pregunta a Sophie cómo estás y no te habla directamente; por eso le pide a ella que te ayude…

—Ah —decís bajando la cabeza, sin encontrar palabras para expresar todo lo que estás sintiendo. Pero tu cara lo dice todo.

Sophie vuelve a suspirar.
—Igual, amiga… no están bien. No quiero contar mucho porque es algo privado de él, pero… ella prácticamente no le da pelota. Él la quiere porque se conocen de toda la vida, pero… por lo poco que sé, digamos que ella no es la mejor novia del mundo.

—¿Y por qué sigue con ella entonces? —preguntás, visiblemente irritada.

—No sé. Nadie sabe qué pasa por la cabeza de Oscar.

Te quedás en silencio unos segundos. Sophie te acaricia el brazo, conteniéndote.
—No te digo esto para que te alejes. Solo porque me parece que tenés que saberlo.

—Sophie, no te preocupes. No voy a hacer nada con un pibe que tiene novia. No soy ese tipo de mujer.

—Gracias, amiga. Como prensa de Oscar me pone muy contenta que me ahorres un escándalo. Pero como tu amiga… Mirá, Eva, yo nunca lo vi así de interesado por nadie.

Vos cruzás los brazos.
—No importa, tiene novia. Para mí no existe.

Sophie frunce los labios y te abraza.

Cuando estás saliendo, te cruzás a Oscar entrando. Pasás por al lado sin siquiera mirarlo. Él se queda tieso.

Chapter 10: Las sugerencias

Summary:

Donde Oscar se enamora de vos.

Chapter Text

Después de las prácticas 1 y 2, estás en el box de ESPN editando el video que grabaste en la fan zone pidiéndole a la gente respuestas incorrectas de qué significa DRS. En ese momento te llama Sophie, diciendo que tiene una propuesta que te va a gustar y que te va a ayudar a recuperar tu puesto de periodista.

—¿Sabías que tu jefe me está mirando todas las historias que subo? —le respondés.

—¿Y? Yo también las miro —contesta, haciéndose la boluda.

—Sí, pero vos sos mi amiga. Además, vos me seguís; Piastri no. Entra a mi perfil solo para ver mis historias.

Sophie se sorprende, pero quiere cambiar de tema.

—Bueno, sobre la propuesta que te quería hacer: ¿viste que me contaste que no podés conseguir a otro piloto para hacer el ping pong que te pide el canal? Se me ocurrió que capaz es buen momento para que grabes con Oscar.

—Amiga, es la peor idea que escuché en mucho tiempo.

Sophie suspira y dice:

—Ya sé, es sarcasmo. No fue idea mía en realidad, sino de Osc. Y antes de que digas que no, te pido, ruego, por favor, que lo hagas por mí, tu amiga, que te quiere mucho. Si no, se va a poner insoportable.

Lo pensás unos segundos. No confiás mucho en vos misma. Le pedís a Sophie que esté presente; dice que sí y aceptás.

Después de subir el video del DRS, te ponés a pensar qué preguntas podés hacerle a Piastri en el ping pong. Por dentro pensás: “Justo Piastri, un tipo serio, reservado, con poco carisma… CON NOVIA”. Eso último no tenía nada que ver con el video, pero después de que Sophie te lo contara era lo único en lo que podías pensar. El punto es que asumiste que te va a dar respuestas aburridas, así que se te ocurrió pensar posibles respuestas para sugerirle que diga en el video.

Escribís en tu libreta:

Preguntas para Piastri:

  • Lugar favorito en el mundo?
    Respuestas sugeridas: Australia, Mónaco.
  • Película favorita?
    Respuestas sugeridas: Cars, Rápido y furioso.
  • ¿Qué país al que no conocés te gustaría visitar?
    (Única respuesta correcta: Argentina.)
  • ¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
    Respuestas sugeridas: (Hotear a periodistas.) Entradas gratuitas a todos los Grandes Premios.
  • ¿Cuál es tu mejor cualidad como piloto?
    Respuestas sugeridas: (Estar más fuerte que aliento de perro.) Mi mentalidad.
  • ¿Cuál es la app que más usás en el teléfono?
    Respuestas sugeridas: Instagram (para mirarle las historias a Eva sin seguirla), WhatsApp.
  • ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
    Respuestas sugeridas: Pasar tiempo con MI NOVIA y mi familia.

Sonreís macabramente mientras escribís algunas respuestas que te gustaría sugerirle que diga, pero que claramente no pensás decirle, y las escribís solo para hacer catarsis.

Vas al hospitality de McLaren y, en la entrada, te recibe un asistente de Piastri. Te guía una sala donde ves a Oscar armando un trípode para sostener teléfonos. El asistente se va y los deja solos.

Lo saludás muy fríamente y le preguntás dónde está Sophie.

—Trabajando. Igual no te preocupes porque pedí este trípode para que puedas grabar y no necesites a nadie más… que a mí, para responder las preguntas.

Parpadeás rápidamente. Te repetís “tiene novia” veinte veces, como un mantra o un Padre Nuestro.

Le aclarás a Piastri que no es una entrevista, es un ping pong de solo seis preguntas, que van a ser diez minutos como mucho y te vas. Piastri se sienta en el sillón, sirve dos vasos de agua y dice que no está apurado. Le decís que vos sí lo estás, y podés ver cómo se le tensa la cara.

Ponés el celular en el trípode, cuidando bien el ángulo. Piastri te observa preparar la escena meticulosamente. Finalmente dice:

—Ayer pasaste por al lado mío y no me saludaste.

—Ah, debe ser que no te vi, disculpá —mentís.

—No te preocupes, yo tampoco te había visto, pero pasé al lado tuyo y sentí… tu perfume. Levanté la vista y te vi.

Te quedás tiesa mirándolo, sin saber cómo responder, pero con mucha curiosidad.

—¿Cómo sabés qué perfume uso?

—No sé qué marca es, pero lo sentí el día que hicimos la primera entrevista en el media pen y me pareció… memorable.

Se te tilda el Windows. Te repetís “tiene novia” otras veinte veces.

—Ok, gracias. Es de Dior —le decís.

Cuando te sentás cerca de él, para que la cámara los tome a ambos, lo escuchás respirar profundo. ¿Nervioso… o queriendo oler mejor tu perfume? Te tiembla el labio inferior y ves que Piastri lo nota.

Intentás ponerte en modo profesional.

—Tengo una lista de preguntas y también posibles respuestas que podés decir en el video, para hacerte las cosas más fáciles. Yo después lo edito y queda bueno, no te preocupes.

Piastri asiente, mirándote directamente a los ojos, esperando que le comentes las preguntas.

En ese momento te olvidás de todo lo que querías preguntarle. Sacás la libreta para chequear lo que escribiste. Hay un silencio incómodo. Piastri, sonriendo y en modo juguetón, te saca la libreta de la mano Y SE PONE A LEERLA. Lee las preguntas y las respuestas, incluyendo las que eran chiste (pero no tan chiste). Te ponés roja. Muy roja. Te sube un calor por la espalda y se te cierra la garganta.

Para tu sorpresa, Piastri lee todo Y SONRÍE. De oreja a oreja. Incluso se sonroja un poco.

Te devuelve la libreta con una mueca pícara y dice:

—Cuando quieras.

Y vos querés que se te trague la tierra, pero fingís como que no pasa nada y empezás:

—Ping.
—Pong.
—Con.
—Oscar Piastri.

—Lugar favorito en el mundo.
—Australia.

—Película favorita.
—Cars.

Está pasando lo que dijiste que iba a pasar. Decidís intervenir.

—Podés ponerle un poco de voluntad igual. Podrías profundizar un poco, para que no sea tan como una entrevista con Stroll. No sé, comentar por qué te gusta Cars.

—No me gusta tanto Cars —responde.

—Ok, no importa. Podés decir una película que sí te guste.

—¿Me estás diciendo que puedo pensar mis propias respuestas? —dice, sarcástico.

Lo mirás frunciendo el ceño, pero ocultando una sonrisa.

—Película favorita —repetís.

—Gladiador. Es literalmente mi Imperio Romano.

Te reís. Genuinamente.

Piastri también ríe, y se relaja al verte menos tensa.

—Ok, si tus respuestas propias van a ser así, empecemos de vuelta —le decís.

Piastri sonríe y asiente.

—No entiendo por qué no me tenías fe.

—Lugar favorito en el mundo.

—Australia. Me gustaría volver a vivir allá cuando termine mi carrera; intento pasar la mayor cantidad de tiempo posible en Melbourne.

Asentís conmovida y continuás:

—Película favorita dejamos la respuesta anterior… Lugar del mundo que te gustaría conocer.

—Me dijeron cosas buenas de Argentina: la Patagonia, las Cataratas, Buenos Aires… me gustaría ir. Capaz cuando conozca a alguien que quiera llevarme —responde.

Se quedan callados unos segundos, mirándose fijamente a los ojos. A vos te explota el corazón.

—¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo? —preguntás.

Piastri se muerde el labio inferior y se rasca la cabeza. Mira tu libreta y sonríe.

—¿Puedo decir la primera respuesta que me habías preparado? —pregunta, juguetón.

—No, Piastri. Te tengo fe de que vas a pensar algo mejor —le decís, coloradísima al recordar lo que habías escrito.

—Ok, definitivamente vas a tener que editar esto —dice.

Esperás unos segundos, tratando de recomponerte. Piastri no te saca los ojos de encima y te dificulta todo.

Finalmente insistís:

—¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

Piastri reprime una risa.

—Entradas gratuitas a todos los Grandes Premios.

Sonreís nuevamente, y continuás:

—¿Cuál creés que es tu mejor cualidad?

—De nuevo, tus respuestas eran mejores que las mías —dice entre risas.

—¿Cuál es tu mejor cualidad?

—Mi mentalidad y mi equipo: desde mi personal trainer hasta los trabajadores en la fábrica de McLaren.

—¿Cuál es la app que más usás en el teléfono?

Piastri mira la libreta y sonríe antes de responder.

—Instagram… y WhatsApp. Y Spotify, supongo.

—Finalmente: ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre?

Piastri vuelve a mirar la libreta, después te mira a vos, y de golpe se pone serio. Se rasca el cuello. Piensa demasiado. Su postura cambia. Después de unos segundos dice:

—Ok, preguntame de vuelta.

—¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?

—Pasar tiempo con mi familia y amigos.

Respirás hondo. Nunca te había parecido tan larga una de estas grabaciones. Te parás y detenés la grabación.

—¿Puedo sugerir otras preguntas? —dice Piastri, que parece no querer que esto termine.

—Gracias, pero no tiene que quedar muy largo. Por eso te decía que no es una entrevista —le aclarás.

Piastri se apoya en el respaldo del sillón y cruza las piernas. Sus shorts muy cortos te sacan el aliento y te distraen.

—¿Sos feliz? —pregunta.

—¿Cómo? Supongo que sí, no sé —respondés, shockeada.

—No… o sea, sí, me gustaría saber si lo sos, pero digo como pregunta sugerida para el video.

Lo mirás fijo.

Piastri suspira y dice:

—No creo que la felicidad sea algo real. Es imposible que a alguien le vaya bien en todo como para poder ser feliz realmente. Creo que hay momentos, temporales, en los que uno está contento, como cuando das una buena vuelta, y otros en los que no, como cuando llegás a tu casa después de una carrera en la que te fue muy bien y estás… solo.

Te quedás callada. La palabra solo te resuena en la cabeza. Volvés a sentarte a su lado y le decís:

—Me parece una pregunta interesante, pero no para un ping pong de redes sociales. Para una charla más… personal.

Piastri asiente.

—¿Vos sos… feliz? —pregunta.

—A veces creo que sí, no sé.

—¿Cuándo fue la última vez que sentiste que eras feliz?

—En Monza. Pasé unos minutos por la estatua de mi abuelo. Y se sintió bien, qué sé yo. No sé si es tan así que para ser feliz te tiene que salir todo bien. Capaz la felicidad son esos pequeños momentos donde te sentís bien. Tenés que buscarlos y disfrutarlos mientras duren.

Piastri te mira como si fueras un tesoro.

En ese momento entra Sophie. Ve cómo Piastri te mira y te pone caras de preocupación. Pide disculpas por no haber podido estar y pregunta si salió todo bien. Le decís que sí, que salió perfecto y que cuando tengas el video editado se lo vas a pasar para que lo mire y lo apruebe.

Piastri te acompaña hasta la puerta y te agradece por tu tiempo. Quedan mirándose unos segundos en silencio. Sophie ve la situación y, discretamente, mira hacia otro lado.

Al tomar la manija para irte, sentís la mano de Oscar sobre la tuya. Te gira apenas la palma, abre la puerta… y se va sin decir nada más.

A vos se te sonroja hasta el DNI.

A la media hora, mientras estás sentada en el box de ESPN procesando todo lo que pasó, te suena el teléfono dos veces:

🔔 oscarpiastri empezó a seguirte
🔔 oscarpiastri respondió a tu historia:
“A los que entrevistaste para el video del DRS también les escribiste las respuestas?
😂”

Chapter 11: La mentirosa

Summary:

Donde mentís muy mal, y Albert es un tipazo nuevamente.

Chapter Text

Esa noche llegás al hotel y releés el mensaje de Piastri. Es casual, pero esconde algo nuevo entre ustedes que te erizan los pelos de los brazos: comodidad. Te lo había advertido Sophie: “No sabe relacionarse con la gente que no conoce”. Ahora parece ser que ya confía en vos. Y no sabés que pensar sobre eso.

Dudás qué responder mientras te lavás las manos. Al frotarlas, te acordás del contacto entre sus manos al tomar la manija de la puerta, y te quedás colgada unos segundos mirando al espejo. Querés responderle, pero no sabés como, porque sentís que ya sufriste demasiado en el pasado como para ahora meterte en esta.

Te acostás a dormir y te ponés a mirar el video de la entrevista con Piastri. No por trabajo, por gusto personal. Lo ves a él, con ese short muy corto, que de frente se veía más corto que de costado. Te mordés el dedo índice. Mirás tus caras y fruncís el ceño: sentís que es muy obvio que te gusta, porque te estás riendo constantemente y lo mirás mucho. Y él te mira mucho.

¿Se puede publicar esto sin que nos exponga?”, te preguntás.

Mientras le das vueltas a ese pensamiento, Sophie te escribe:
—¿Ya le respondiste?

Querés ser honesta: contarle que no sabés qué responder, pedirle que te ayude a pensar qué decirle.

—No, y no pienso responderle tampoco —mentís—. Prefiero no mensajearme con un chico QUE TIENE NOVIA —agregás, queriendo quedar como moralmente correcta.

—Te juro que es el pibe más bueno del mundo. Respondéle, no seas mala. Aunque sea un “jaja sí” —te pide Sophie, dividida entre su amistad con vos y el cariño que le tiene a su jefe.

Suspirás y apoyás el celu dado vuelta en la mesa de luz, como si así pudieras dejar de pensar en él. Te das media vuelta e intentás dormir. Ves el otro lado de la cama vacío y pensás en lo que te dijo Piastri en la entrevista: “…llegás a tu casa después de una carrera en la que te fue muy bien y estás… solo”. Agarrás el celular y volvés a ver esa parte del video.

Pensás: “¿Piastri se siente solo teniendo novia?”.

Las horas pasan y no podés dormir.

Cuando se te empiezan a cerrar los ojos, volvés a darle vueltas al mismo diálogo: “estás… solo”. Vos también estás sola. Desde que Jaime, tu primer novio, murió en ese accidente en Imola, no volviste a salir con nadie más.

Jaime te abrazaba y te acariciaba el pelo cuando no podías dormir. Extrañás estar de novia: en una parte por la soledad y en otra porque sentís que querés compartir tu vida con alguien, como la compartías con Jaime: “Siempre juntos, incluso estando lejos” decía él. Por eso las palabras de Oscar no te dejan dormir. Porque sabés que, si vos fueras su novia, él no se sentiría solo.

Al día siguiente estás tirada en el sillón del box, hecha una zombi. No dormiste nada y se te caen los párpados. Volvés a mirar el video con Piastri, por décimo octava vez en menos de una hora. Te agarrás la cabeza al ver tu cara de estúpida enamorada en el video. Sentís que no podés subir eso, que es muy evidente que hay algo ahí.

Sentado en frente tuyo, Albert te ve y se ríe.
—¿Noche difícil?
—Ni me lo digas—le contestás.

El no haber dormido te pone nerviosa y de mal humor, lo que te dificulta pensar bien tus respuestas.

Después de unos minutos en silencio, te dice:
—He hablado con el canal. Por lo de Mora…

Abrís los ojos y te sentás recta.
—¿Qué te dijeron?

Albert sonríe.
—Les dije que estoy sobregirado de trabajo y que yo te necesitaba como periodista, no como influencer. También les dije que había hablado contigo y que habíamos llegado al acuerdo de que retomarías tu rol como periodista, haciendo videos para redes de forma esporádica. Como este de Piastri que ya has grabado.

Lo mirás sorprendida.
—Pará, pará, retrocedé. Yo nunca dije que quería hacer videos para redes. Eso fue un invento de Mora para correrme por celos…

Albert asiente.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿por qué les decís eso y no que Mora inventó todo? Que la echen si la tienen que echar.

Tu mentor sonríe.
—Ruíz, eres una novata. No sé qué harías sin mí. No van a despedir a Mora, lleva más tiempo que tu trabajando aquí. Tiene contactos. Y tampoco te conviene a ti que el canal sepa que se llevan mal entre ustedes. Puede generarles una mala imagen a ambas, no solo a ella. Quedarías con el mote de problemática.

Quedás tiesa.

Albert continúa:
—Tienes que ser inteligente, no emocional. Ve y hablá con Mora. Ahora te debe un favor, por no exponerla con el canal. Resuelve las cosas con ella, como una adulta. No hace falta que seáis colegas, pero se necesitan mutuamente. Y te repito: tú tienes una carta a tu favor, y cuentas con mi apoyo. Estas por delante de ella.

Por unos segundos pensas en sus palabras. Confiás en él y sabés que lo mejor que podés hacer es seguir su recomendación. Tiene mucha más experiencia que vos en esto.
—Gracias, Albert. Yo tampoco sé qué haría sin vos.
—De nada, campeona.

Albert se acerca, chocan los cinco y se dan un abrazo.
—Para, ¿vos le dijiste al canal que yo había grabado una nota con Os… mmm… con Piastri?

Albert frunce el ceño. Nota algo raro.
—Sí, están más que satisfechos con tu trabajo.
—Ah, bueno. Estoy obligada mandarselas para que la suban entonces—decís, sin pensarlo.

Albert te mira confundido.
—Pero claro, ¿por qué no lo harías?

Te ponés colorada. No podés decirle por qué. No es serio, no es profesional.
—No, por nada. Notón, amigo. Mega —mentís otra vez. Mega tu cara de boluda mirando sus pestañas de canguro.

Albert se alerta. No lo vas a engañar tan fácil. Se da cuenta de que te pasa algo.
—Ruíz… ¿qué está pasando en esa cabecilla tuya?
—No… el audio está medio raro, Albert, pero lo voy a arreglar y va a quedar genial—volvés a mentir. Hay un problema con el audio al inicio del video, pero no por eso dudabas si subirlo o no.

Albert se para, con una mirada sospechosa, y se sienta al lado tuyo.
—Dejame verlo, tal vez pueda ayudar...
—¡No! —decís sin pensarlo, visiblemente nerviosa. Demasiado alto. La falta de sueño vuelve a jugarte en contra.

Volvés a sonrojarte, completamente expuesta.

Albert se cruza de brazos y te mira a los ojos, esperando respuestas.
—Ruíz, ¿qué ha pasado con Oscar Piastri?

Vos intentas controlar tus emociones. Ser seria. Profesional. Adulta. Una buena mentirosa. Pero tu cansancio no te ayuda a zafar de esta.
— Mirá lo que me preguntás. Nada, ¿qué va a pasar? Es que quiero editarlo primero antes de mostrarlo.

Fallás en tu intento de sonar creíble: el tono, la agresividad, tus manos transpirando, todo te juega en contra. Albert gira la cabeza a un costado y aprieta los labios: no te cree (claramente, si como actriz sos una gran periodista). Se queda mirándote en silencio, esperando que confieses.

—¿Qué me mirás así? Dios, te juro que no pasa nada con Piastri. Estás prejuzgando sin saber nada, es muy feo lo que hacés…

En ese momento suena tu teléfono. Albert asoma la cabeza para ver la notificación al mismo tiempo que vos y suelta una carcajada.

🔔 oscarpiastri te envió un mensaje:
“Necesito que hablemos.”

—Vaya, pues la verdad que sí. Pido disculpas por… prejuzgar —dice Albert sonriendo, claramente disfrutando de tu momento más humilde.

Te ponés roja.
—No, no… no pienses mal. Seguro… seguro quiere decirme algo de la entrevista.

Albert se levanta con una mueca jocosa y vuelve a su asiento.

Vos respiras hondo, te calmás y le decís:
—Pará, perdón. No digas nada, por favor.

Albert se pone serio y frunce el ceño.
—¿Decir qué? Si no pasa nada —te dice, guiñando un ojo.

Tragás saliva fuerte. Confiás en él, así que no insistís.

Vuelve a sonar tu celular.
Otra notificación sin abrir.

🔔 oscarpiastri te envió un mensaje:
“Necesito que hablemos.”
“Te espero en McLaren.”

Chapter 12: Vuelta de formación

Summary:

Donde las cosas dejan de ser sutiles y dudosas.

Chapter Text

Sentís que te empieza a titilar el ojo. Ya sea por cansancio o por estrés, tu cuerpo está fallando. Albert te ve mal y, antes de que te vayas a atenderle al Diablo, te dice un par de verdades.

—Ruíz, si no estás pudiendo descansar durante la noche es porque hay algo que no estás pudiendo resolver durante el día.

Lo mirás y negás con la cabeza. Pero tus ojeras y los hombros caídos le dan la razón.

—No mientas más —continúa—. Evitas los conflictos, esquivas las charlas incómodas, no dices las cosas que quieres decirles, a quienes necesitas decirselas… Por eso cuando debieras estar soñando, tu cabeza se queda pensando en las cosas que debiste hacer y decir durante el día.

Lo escuchás atentamente, ya no como a un jefe, sino como a una figura paterna. Lo que te dice te llega directo al corazón.

—Tienes que hablar con Mora, ya te he dicho en qué términos. Aceptar las cosas como son, no como te gustaría que fueran. Si no, no vas a poder dormir nunca.

Asentís en silencio. Albert te habla del trabajo, de Mora, del canal. Pero vos lo llevás a otro lugar. Mucho más profundo. Pensás en todas las cosas que podrías haberle respondido a Piastri y que no te animaste a decir por evitar el conflicto. Cosas que necesitás sacarte del pecho.

—A veces decir la verdad duele —agrega Albert—. Pero te libera, y también abre el paso a un nuevo comienzo.

Te da un abrazo y vuelve a su trabajo. Vos te quedás unos segundos quieta, procesando. Mordiéndote los labios. Pensando en cómo enfrentar lo que sea que esté por venir. ¿Será que se peleó con la novia? ¿Será que quiere conocerte más antes de tomar esa decisión? Sabés que lo correcto es esperar a que se separe antes de que pase algo más entre ustedes, pero no podés evitar fantasear con todo lo que podría llegar a pasar en este encuentro.

Después de unos minutos, te levantás del sillón y caminás hacia el hospitality de McLaren. Con confianza. Más segura de tus movimientos.

En la entrada, el de seguridad no te detiene. Lo mirás esperando que te pida algo —una credencial, la presencia de algún empleado del equipo—, pero no. Nada.

—La está esperando en la cafetería— te dice.

Y allá vas.

Cuando Piastri te ve entrar, te saluda con una sonrisa suave, pero frunce el ceño al ver bien tu cara.

—¿Estás bien?

Negás con la cabeza y te sentás frente a él.

—No dormí en toda la noche.

—¿Por qué?

Suspirás. Ya no tenés fuerzas para fingir.

—Para serte sincera, estuve toda la noche pensando en lo que dijiste el otro día. Sobre llegar a tu casa después de una carrera y sentirte solo...

Piastri te mira sorprendido.

—… Y pensé en Jaime, mi primer novio —agregás—. Era fotógrafo. Murió en Imola hace dos años, en un accidente yendo a cubrir la carrera. Desde entonces… no volví a estar con nadie.

Él se tensa de golpe. Arrastra la silla hacia atrás y se pasa una mano por la cara.

Comparten un silencio incómodo que dura una eternidad. Hasta que decidís presionarlo.

—Me gustaría saber en qué estás pensando.

Piastri mira hacia un costado y niega con la cabeza.

—Me dijiste que querías hablar. Y ahora te quedás callado.

Te mira a los ojos y se muerde el labio. Finalmente, habla.

—Durante la qualy nos dimos cuenta de que hace demasiado calor en la pista para usar gomas blandas. Vamos a tener que ir con duras. Eso nos cambia toda la estrategia que teníamos pensada para la carrera. Es algo que nos tomó por sorpresa, no lo esperábamos. Pero me gusta, puede llegar a ser… bueno.

Lo mirás sin entender. ¿Te está hablando de la carrera o es una metáfora de otra cosa?

—Oscar… no entiendo qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando. ¿Me llamaste para decirme que van a ir con duras, o para hablar de lo que realmente queremos hablar?

Se acomoda en la silla y respira hondo.

—No. Te escribí porque no quiero que pienses mal de mí —dice, mirando al piso—. Quiero que seamos amigos.

Sentís el golpe en el estómago. No podés evitar abrir los ojos. “Amigos”. Sabés que es lo correcto, pero no es lo que querés. Ni lo que necesitás.

Él lo nota. Lo ve en tu cara.

—Es lo único que te puedo ofrecer ahora —agrega, con un cuidado y una responsabilidad emocional admirables.

Asentís y te levantás despacio.

—Está bien. No es lo que esperaba, pero es lo que corresponde.

—Ya sé que no. Yo tampoco esperaba encontrarme en esta... situación.

Te acomodás la ropa y forzás una sonrisa.

—Bueno, amigo, te dejo prepararte para la carrera de mañana.

Piastri mueve la lengua por la parte interior de los labios, reprimiendo lo que quiere decir.

—Ya te estoy siguiendo en Instagram, como me pediste. Podrías responderme un mensaje… amiga — responde.

Agarrás el bolso y sonreís genuinamente por la forma en la que dijo esa la última palabra: con un tono incomodo, casi sarcástico.

—Suerte mañana con esas duras.

—¿Vas a volver a hinchar por mí? —te pregunta, sonriendo y tirando la cabeza para atrás.

Te vas sin responder, y Piastri no te sigue. Se queda mirando la silla donde estabas sentada.

Vos te vas satisfecha con la charla. Hubo muchos silencios incómodos, en los que podrían haberse dicho muchas cosas. Querías hablar más, pero todavía había temas que parecían bloqueados.

Esa noche, en la habitación del hotel, te metés en la cama agotada. Antes de dormir, revisás si ya subieron al Instagram del canal el video de la entrevista con Piastri.

Lo ves publicado, rezas un Padre Nuestro para que nadie note nada raro y lo compartís en tus historias. Apenas apoyás el celular en la mesa de luz, escuchás una notificación.

🔔 A oscarpiastri le gusta tu historia.

Después le da Me Gusta a la publicación que hiciste en Monza con la estatua de tu abuelo. Después a otra foto que subiste hace unos años, en la que estás con Jaime. Y notás que no solo les da Me Gusta: también las guarda.

Piensa en vos. A esa hora de la noche. Solo.

Tal vez sin poder dormir por las cosas que no se animó —o no pudo— decirte, como te pasó a vos la noche anterior.

Minutos después, otra notificación.

🔔 oscarpiastri te envió un mensaje:
“Espero que puedas dormir bien hoy.”
“Podés hablar conmigo cuando quieras. De verdad.”

Y, esta vez, le contestás. Porque no es lo mismo responderle a un pibe con novia que a un amigo, ¿no?

“Lo mismo digo 🤭”

Tu amigo Oscar le da Me Gusta al mensaje.

Dejás el teléfono en la mesa de luz y cerrás los ojos sonriendo.

Antes de quedarte dormida, volvés a pensar en lo que te dijo Albert esa mañana. Y dormís toda la noche de corrido.

Las cosas no habrán salieron como querías, pero fuiste honesta, dijiste lo que necesitabas decir. Y eso te llena de paz. Y también algo de esperanza.

No sentís que sea un cierre. Es, más bien, la vuelta de formación de una carrera larga.

Chapter 13: Oscar Piastri

Summary:

Donde conocemos a Lily, y nos preocupamos por Oscar.

Chapter Text

Al principio, no te das cuenta de cómo pasó.

Vos le mandaste un mensaje después de la carrera de Singapur para felicitarlo por quedar en el podio. Oscar te respondió que fue gracias a que volviste a hinchar por él, y eso desbloqueó otros temas de conversación.

Le compartiste un meme que viste en X sobre el ping pong que grabaron juntos, del tipo: “Ahí viene la que te gusta, actuá normal”, y una foto de Oscar sonrojado sacada del video.

😆 Ahí está el famoso CHICO DE HIELO —responde, sarcásticamente.

De golpe, pasaron de MDs de Instagram a WhatsApp.
De mensajes cortos a charlas largas.
De hablar día por medio a hablar diariamente. Constantemente.

Mensajes de buenos días, audios contando anécdotas de vuelos. Oscar te mandaba memes malos a cualquier hora, culpando a la diferencia horaria entre Australia y Argentina.

Vos le enviaste una foto del asado que comiste con tu familia por el Día de la Madre.

—Cuando vengas a Argentina vas a probar la mejor carne asada del mundo —le enviaste junto a la imagen.

Él reaccionó con un 😍.

Oscar te confesó que odia dormir solo en hoteles. Vos le dijiste que odiás comer sola en restaurantes.

Él te mandó una foto yendo solo a ver la película que viste el sábado anterior con tus amigas.

Le comentaste todo lo de Mora y te llamó para que practican juntos cómo tenías que hablar con ella.

Un día le mandaste el enlace de una foto que había subido Jaime a su Instagram en 2021: Oscar en el podio, festejando su título en F2.

Esa foto la tiene impresa mi mamá en el living de nuestra casa —te respondió.

Como si estuviera destinado a ser.

Gradualmente, terminaron pasando madrugadas sin dormir, confesándose cosas que no conocen ni sus mejores amigos.

No hubo promesas.
No hubo palabras tiernas.
Solo dos personas acompañándose a la distancia.

Esas tres semanas entre el GP de Singapur y el de Austin pasaron volando.

Lo primero que hacés cuando llegás al paddock es ir a buscar a Mora. Vas preparadísima para tener una charla adulta, como te recomendó hacer Albert. Como practicaste con Oscar.

—Mora, ¿podemos hablar un minuto?

Mora se sorprende al verte. Como si no trabajaran juntas hace dos meses. Se inclina hacia atrás en su silla y te dice:

—Sí, claro. Justo te quería comentar algo.

Te parás frente a ella, con curiosidad.

—Viste que el último reel que hiciste lo editaron en el canal porque había unos problemas con el audio.

Asentís, sin saber a dónde iba la charla.

—Bueno, pude ver el crudo del reel con Oscar Piastri —te dice—. O sea, el video completo, sin editar.

Retrocedés unos pasos. Sentís un calor que te sube por la espalda.

—¿Y entonces? —le respondés.

Mora te sostiene la mirada, como esperando otra reacción tuya, y después asiente, sonriendo.

—Nada, quería que supieras eso.

Te quedás callada mirándola unos segundos. No entendés que le pasa. ¿Te está amenazando? Te descoloca, te saca, te provoca. Querés morderle la yugular.

Antes de que puedas darle el gusto de reaccionar, Albert interviene. No levanta la voz. No acusa. Simplemente ordena la situación.

—Mora, ya lo hemos hablado. Eva es una buena periodista y yo necesito a alguien que me ayude a cubrir las transmisiones.

Ella respira hondo y te mira con bronca, como si fuera culpa tuya que el jefe de las dos la esté retando por ser una maleducada.

—Y deberías agradecerle que no habló con el canal después del… malentendido por los videos para las redes —agrega Albert.

Vos asentís a todo lo que dice él, pero en realidad nunca tuviste la chance de mandarla al frente. Si hubieras podido, si no fuera por Albert, la hacías cagar sin dudarlo en ese instante.

Albert pone una mano sobre tu hombro:

—Eva cuenta con mi completa confianza, y me gustaría que la trates de la misma forma que me tratas a mí: con respeto y profesionalismo. Sin meterte en asuntos privados o personales. Somos un equipo y trabajamos como tal.

—Tiene razón Albert —agregás—. Dejemos de lado los egos de cada uno y enfoquémonos en el trabajo, que es por lo que estamos todos acá. No hace falta que seamos amigas, pero sí buenas compañeras.

—Más “nosotros”, menos “yo” —afirma Albert.

Mora aprieta los labios. No le gusta, pero entiende que no le queda otra opción que bajarse de esa.

—Bien —dice finalmente—. Nos vemos en el media pen en media hora, entonces.

No es una disculpa, pero lo tomás como una victoria.

Cuando Mora se va, Albert te toma de los hombros y te sacude levemente.

—¡Estás de vuelta, Ruíz!

Vos te ponés muy contenta. Por fin lograste volver al puesto que no tendrías que haber dejado nunca.

Más tarde, en el media pen, te encontrás con un perdido.

—¡Mirá quién volvió! Che, me estoy poniendo celoso de que te shipeen con otros —comenta Franco mientras te abraza.

—Y… si no te dejaban juntarte conmigo, campeón. Tuve que abrir la relación…

—¡Eso vi! Ahí, jijeando mucho con Lando, y a Piastri haciéndote ojitos… me rompés el corazón —bromea.

Franco siendo Franco.

Te sorprende no ver a Oscar en el media pen, pero capaz pudo zafar por ser jueves. O capaz se le atrasó el vuelo. Te había dicho que iba a viajar por su cuenta, sin el equipo.

Al terminar con las entrevistas, sacás el celu y ves un mensaje de Sophie:

—Te aviso algo antes de que lo veas por ahí.
—Oscar vino con Lily, la novia. Orden del equipo, por tema sponsors.

No respondés.

En estas semanas que estuviste hablando todos los días con Oscar, NUNCA, ni una sola vez, mencionó a la novia.

Es más, te habías olvidado de ese pequeño gran percance.

Más tarde, scrolleando en Instagram, lo ves.

Un reel de la cuenta oficial de McLaren.

Oscar caminando por el paddock, con ella al lado.

Sonriente, con el pelo al viento, usando una campera de cuero y unas botas texanas con taco. Marcando su territorio con cada taconazo.

Y el título de la publicación...

“LOS MÁS TIERNOS DEL PADDOCK 🧡”

Tu mundo, EN TRIZAS.

Aterrizás de cabeza de ese viaje astral en el que estuviste estas últimas semanas.

Leés los comentarios, ya por ponerle los últimos clavos a tu ataúd.

—Qué pareja hermosa 🧡🧡
—¡Que vivan los novios!
—Ella es tan perfecta para él.

Cerrás la app. La volvés a abrir. La cerrás de nuevo. Tirás el celular adentro de la cartera. Tirás la cartera en el sillón del box. Salís del box. Volvés a entrar corriendo, pensando en que podés llegar a cruzártelos. Todo eso en menos de quince segundos.

Durante esos días, evitás caminar por el paddock. Cuando tenés que hacerlo, lo hacés mirando fijamente al piso. Te quedás más tiempo en el box. De golpe, pasar más tiempo con Mora no parece tan mal plan.

Preferís quedarte con ese video. No querés ver nada con tus propios ojos.

Oscar te manda memes, buscando sacarte charla.
No respondés.

El viernes a la noche, Albert organizó una cena con la gente del equipo para intentar distender un poco el clima entre vos y Mora. Cuando te estás secando el pelo, te llega un mensaje de Sophie.

—Amiga, ¿hablaste con Oscar? ¿Sabés dónde está?

Seguido de un enlace a X.

No entendés nada.

Te sentás en el borde de la cama y te ponés a chusmear:

Una cuenta fan que sube noticias de Oscar.

El tuit dice:

“Lily de fiesta la semana pasada en Londres 👀 🤮”

La foto tarda en cargar, porque el Wi-Fi del hotel es malo.

Pero cuando carga…

Efectivamente es Lily, en una fiesta, con un grupo grande de amigos. Todos con tragos en las manos.

Cuando agrandás la foto, ves al pibe que está al lado de ella con la mano apoyada en su cadera. Muy cercanos. Muy sonrientes.

Gritás. Te caés de la cama. Te volvés a sentar. Tirás el celular en la cama. Lo volvés a agarrar. Pataléas. Te tapás los ojos con las manos, temblando. Todo eso en menos de quince segundos.

El tuit se había subido hacía una hora y ya tenía ocho mil Me Gusta, tres mil reposteos y doscientos comentarios.

Algunos fans de Oscar preocupados por su bienestar. Y algunos fans de otros pilotos haciéndose un festín en los citados.

Una verdadera noche tuitera.

Te quedás tiesa, con el celular apoyado sobre las piernas, comiéndote las uñas.

Otro mensaje de Sophie:

—Lo estoy llamando y no me contesta.

Te metés a tus contactos y te quedás mirando su nombre.

Como “amiga”, sentís que tenés LA OBLIGACIÓN de llamarlo.

Pero cuando estás por hacerlo, sentís que es medio buitre.

Te quedás unos segundos así, con el dedo suspendido sobre la pantalla.

Chapter 14: Terry Black’s Barbecue

Summary:

Donde Oscar aparece en un auto deportivo.

Chapter Text

Llamás a Oscar.
No atiende.

Probás una vez más. Nada.
Asumís que debe estar resolviendo este temita. Le das espacio.

Sophie, por su parte, está como loca. Parece ser que McLaren y sus sponsors no están para nada contentos con este quilombo, ni con la desaparición de uno de sus pilotos la noche anterior a una sprit y clasificación a una carrera. Tu amiga te suplica que si tenés alguna novedad de Oscar, la llames.

Mientras te arreglás para la cena con el equipo de ESPN, pensás en lo feo que debe ser tener que terminar una relación de siete años, buena o mala, por una infidelidad. Te acordás de lo que te dijo Sophie cuando te contó que Oscar estaba de novio: “Lily no le da pelota y no es la mejor novia del mundo”. De todas formas, debe ser doloroso tener que pasar por esto.

Atándote los zapatos, se te ocurre otro escenario: ¿y si no? ¿Y si él decide perdonarla? Capaz ella le dice que no pasó nada. En la foto no se ve nada concreto, solo una mano donde no debería estar.

Pero también está la presión pública: los memes. Los haters haciendo chistes con un momento tan delicado.

No puede mañana entrar caminando al paddock del brazo con ella como si nada… ¿o sí?

El lugar al que los invitó Albert para cenar es una especie de parrilla yankee llamada Terry Black’s Barbecue. Mesas largas, olor a carne asada (que no es lo mismo que un asado), cerveza industrial y música country.

Te encontrás con Albert en la entrada y caminan hacia una mesa. En el trayecto, te cruzás con colegas de otros medios, incluyendo a tus amigos de Sky Sports: esos maleducados que te trataron para la mierda en tu primer media pen. Te ven pasar y se quedan mirándote.

—Es la parrilla más conocida de Austin —te dice Albert cuando se sientan.

Llega el resto de los comensales y piden la primera ronda de cervezas. Empiezan a charlar: de la temporada, de Argentina, de fútbol. Vos intentás participar, pero no estás ahí del todo.

Te pasás toda la cena revisando el celular. Entrás a X, casi por inercia, para ver si hay alguna novedad de Oscar. Revisás WhatsApp, esperando un mensaje suyo.

Alguien en la mesa menciona el tema de Piastri y empezás a parpadear mucho, nerviosa.

La ansiedad, la anticipación, el no saber qué está pasando. Todo te está comiendo viva.

Y tomás. Mucho. Más de lo que deberías.

Te sentís algo mareada, pero también anestesiada.

Cuando sentís que el piso empieza a moverse, te servis un poco de agua. Decidís salír al patio a tomar aire. Ahí ves a Mora, apoyada contra la pared, con un vaso de cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra.

Se miran. Comparten un silencio incómodo.

—Eva... Perdón.

La mirás, sin decir nada.

—Estuve mal con vos —agrega—. Estaba celosa.

Fruncís el ceño.

—Después de que grabamos el primer ping pong de preguntas con Fran… —se detiene unos segundos al nombrarlo— él me respondió una historia. Nos vimos un par de veces y… nada. Ya está. Ya me di cuenta de que es un langa. Habla con todas, pero no quiere nada serio con nadie.

Respirás hondo. Te acercás a apoyarte contra la pared, porque ya no podés mantenerte parada.

—Mora, dejame decirte algo… yo nunca, nunca tuve nada con Franco —le aclarás, señalándola con el dedo—. No me interesa Franco. Todo tuyo Franco, suerte con eso. De verdad. Y aunque ahora entienda mejor de dónde venía toda esa mala onda conmigo… la verdad es que no justifica lo que me hiciste.

Mora baja la mirada y traga saliva.

—Sí, ya sé. Antes de venir acá volví a hablar con Albert. Me di cuenta de que estuve mal. En serio. Perdón.

Estira su brazo para que le tomes la mano. Dudás si aceptar sus disculpas o no. Como no estás en las mejores condiciones para tomar decisiones, pensás en qué te diría Albert que hagas.

Le agarrás la mano y forzás una sonrisa, perdonándola. Más que nada porque van a tener que seguir trabajando juntas. Por dentro, sabés que no van a ser nunca amigas. Pero, de todas formas, lo más adulto y práctico es terminar con la mala vibra entre ambas.

—¿Y Oscar? —pregunta de golpe—. Vi todo lo de X…

Y, como siempre, cuando lo nombran, tu amigo aparece.

Te suena el celu. Mirás la pantalla:
📞 Oscar Piastri

Mora lo ve y entiende todo sin que digas nada. Apaga el cigarrillo y se va para adentro.

Atendés.

—Oscar…

—¿Dónde estás? —dice, sin un “hola” ni nada—. Pasame la ubicación de tu hotel.

—Oscar, no estoy en el hotel —respondés—. Estoy acá, en un restaurante… —mirás el nombre de la parrilla impreso en tu vaso— Terry Black’s Barbecue. Vine a cenar con la gente del canal. Igual, la carne no es buena, se come mejor a la salida de cualquier cancha de fútbol en Argentina

¿Qué? Ok. ¿Cuándo volvés?

Te girás y apoyás la frente contra la pared. Te sentís mareada: por la situación, por los nervios y porque chupaste como repasador nuevo.

—No sé, Oscar. Si te soy sincera, tomé bastante. No sé ni cuándo ni cómo voy a volver al hotel.

Oscar responde sin dudar ni medio segundo.

—Ok. Quedate con Albert. En diez minutos estoy ahí.

Y corta.

Vos, como una ebria asquerosa, te empezás a reir de todo lo que está pasando.

Vas al baño a refrescarte un poco y le mandás un mensaje a Sophie:
“Oscar está bien, creo. Ahora te digo. Me está por venir a ver.”

La respuesta de tu amiga llega enseguida:

“¿Cómo?”

Volvés a la mesa a buscar tus cosas y ahí te cae la ficha.

Oscar Piastri. El pibe del que están todos hablando, por el peor motivo posible. Está viniendo a verte a una parrilla llena de periodistas.

Tragás saliva y te quedás tiesa, sin saber qué hacer para salvar la situación.

—¿Todo bien, Ruíz? ¿Ya te vas? —pregunta Albert.

—Sí, estoy algo cansada —mentís—. Me acabo de pedir un Uber para volver al hotel.

Mora te mira y sonríe, cómplice, pero no dice nada.

—Vale, avisame cuando llegues, por favor —dice Albert.

Saludás a todos, uno por uno.

—Suerte, Ruíz —te dice Mora.

Albert lo escucha, te mira y levanta el pulgar, como si su trabajo estuviera hecho.

Vos asentís y te vas.

En este momento, lo que haga o piense Mora te chupa un huevo. Tenés asuntos un poco más importantes que resolver.

Salís del restaurante, medio tambaleándote.

Antes de verlo, escuchás a lo lejos el rugido de un motor.

Un McLaren 720S acercándose.

¿Será él? pensás.

Y sí. Claramente es tu Uber.

Frena justo en la entrada. Te acercás y lo ves a él: remera bordo lisa, pantalones claros cortos, ojotas, pelo desalineado, mirada cansada, cara seria.

Cuando se está por bajar, le golpeás la ventanilla despacio y le hacés señas para que se quede ahí. Te mira, confundido.

Das la vuelta rápido y él te abre la puerta del lado del acompañante.

—Vamos —le decís apenas entrás.

—¿A dónde? —pregunta.

—No sé, Oscar. ¿A un lugar que no esté lleno de periodistas, tal vez?

Levanta las cejas, sorprendido.

—Mega —dice, sarcásticamente—. Ponete el cinturón.

Enciende el auto de nuevo. El motor vuelve a rugir, fuerte. Lo suficiente para llamar la atención de todos, adentro y afuera de Terry Black’s Barbecue.

Vos pensás:
¿Podrán?
¿Podré?
¿Será?

Chapter 15: Las cosas cambiaron

Summary:

Donde ambos se sinceran. Muchas palabras y sentimientos, y la consumación de una tensión insostenible.

Notes:

Este es el último capítulo, por ahora.
Es hasta donde había pensado la historia desde un principio.
Tengo una idea de como seguirla... me queda terminar de cerrarla para ponerme a escribirla.

Chapter Text

Oscar maneja recto. Sin saber hacia dónde. Tiene demasiado que pensar, que sentir y que decir para preocuparse por eso. Te mira de vez en cuando, esperando que hables primero.

Vos querés preguntarle lo que todos quieren saber: ¿qué chota pasó? Pero estás muy ebria y no sabés cómo abordar el tema, entendiendo su situación difícil y angustiosa.

Te obligas a vos misma a hablar, preguntando lo primero que te viene a la mente.

—¿Este auto es tuyo?

—No, es del equipo. Pero tengo uno igual, mío, en Mónaco.

En ese momento te das cuenta de dónde estás: en un auto deportivo, con él, a solas. Te sube un calor por el cuerpo: pudor, te sentís insegura. Cruzás las piernas, bajás la solapa donde está el espejito delante tuyo y te corregís el maquillaje.

—Estás muy linda —te dice—. Sos muy linda, siempre, pero hoy estás hermosa.

Vos quedás congelada. Te reís nerviosa.

—Gracias, amigo —le decís.

Él se muerde los labios

—Necesito saber cómo pasamos de “somos amigos, es lo único que te puedo ofrecer” a… esto —le decís, señalando el espacio entre los dos.

Oscar frunce el ceño.

—Pensé que eras periodista… No sé si entraste a X, o a cualquier otra red social hoy... —responde.

—Sí, sí. Sé lo que se vio —le contestás.

—Bueno… las cosas cambiaron —te asegura.

Sonreís.

—Así que las cosas cambiaron... —repetís.

Y empezás a reírte como una loca otra vez.

Oscar te mira sorprendido y casi pierde el control del auto. Corrige el rumbo con un movimiento brusco.

—¿De qué te reís? —pregunta, ofendido.

 Te tapás la cara con las manos. Intentás ponerte seria.

—De nada, perdón. Estoy muy borracha.

Te acomodás en el asiento para mirarlo de frente y respirás hondo:

—Contame bien todo. ¿Cómo estás? ¿Qué pasó? —agregás.

Oscar aprieta los labios.

—No puedo concentrarme en manejar con vos así.

Reduce la velocidad y estaciona en el parking de un 7-Eleven.

Te mira: vos estás tiesa, clavando la vista en el volante. Como un zombie.

Oscar suspira.

—Esperame acá un minuto. Quedate así: quieta.

Se baja y vos te quedás papando moscas hasta que vuelve, a los pocos minutos, con un café para vos.

Agarrás el café y lo chocás contra su mano, como brindando en Año Nuevo.

Tu gesto hace que Oscar sonría por primera vez, después de una larga noche.

¿¡¡De qué te reís!?? —le preguntás, imitando su acento australiano.

Y él se abre.

Con la mirada fija en el volante, Oscar te habla de un tema que nunca habían tocado antes: su relación con Lily.

—Esto no es la primera vez que pasa —dice— pero sí es la primera vez que se hace público.

Se te revuelve el estómago. Te quedas un rato callada, pensando en que decir.

—Oscar, ¿cómo podés perdonar algo así?

Él se sorprende por tu pregunta.

—Pensé que vos lo ibas a entender.

Quedás shockeada.

—¿Qué? No, Oscar. Yo nunca perdonaría algo así.

—Yo tampoco. Pero no quería estar solo —dice.

Esa respuesta te cae como una baldazo de agua helada. Tomás un sorbo largo de tu café. 

—La primera vez lo dejé pasar. Eva, intenté que las cosas mejoren, pero no hubo caso. Me siento solo con ella —agrega.

Después, larga todo el lore.

—Lily estuvo conmigo desde que era chico, y era la única que entiendía y se bancaba la vida que elijo: los viajes, la exposición pública, los fans, no poder estar en eventos familiares importantes: cumpleaños, graduaciones, velorios... Siempre me perdonó las ausencias. Pero de un tiempo para acá las cosas cambiaron. Dejó de venir a verme correr, de a poco dejó de atenderme las llamadas y de responderme los mensajes. Fue desapareciendo de a poco. Y después empezó con esto

Traga saliva y aprieta sus manos contra el volante.

—Hace tres meses quise saber qué pasaba, necesitaba hablar con ella, pero no había forma de que se abriera. Y terminé haciendo algo que no está bien, pero era lo único que podía hacer para entender qué le pasaba. Un día volví temprano del gimnasio y ella no estaba. Abrí su laptop… y tenía su WhatsApp conectado. No encontré mensajes con otros, pero en el chat con las amigas había mensajes, capturas y fotos que ojalá nunca hubiera visto…

No sabés si fue el café o el chisme, pero de golpe se te pasó el pedo.

Prestás atención a cómo se le corta la voz cuando menciona que no pudo estar en cumpleaños y velorios de familiares. Ves cómo se le ponen los ojos brillosos cuando te cuenta cómo ella se fue alejando. Cómo se le sonrojan las mejillas de vergüenza cuando confiesa que tuvo que revisarle la laptop de su novia de siete años para saber en qué andaba. Lo notas abrumado, ahogado.

Dejás la taza en el apoyavasos y posas tu mano sobre la suya. Te emocionás. Tenés ganas de abrazarlo y protegerlo de todo. Así como él te cuidó a vos esta noche.

Él se muerde la parte interior del cachete.

—No quiero quedar como una víctima —agrega, incómodo—. Estoy seguro de que también es culpa mía, por no haber estado cuando tenía que estar. No estuve cuando murió su abuelo, no estuve cuando se volvió a casar su papá, ni para su graduación…

Suspira.

Vos negás con la cabeza.

—Eso no justifica lo que hizo, Oscar —decís con firmeza—. Tendría que haberlo hablado con vos. No cerrarse y estar con otras personas a tus espaldas.

—En ese momento, decidí no decirle nada de lo que vi —continúa—. En parte por culpa, pero también por miedo a sentirme completamente solo. Y después apareciste vos. Volviste a aparecer vos... Y ya no me sentí más solo.

Fruncís el ceño.

—¿Cómo “volví”?

Oscar aprieta los labios.

—São Paulo, 2021. Jaime era conocido en el paddock. Un fotógrafo querido por todos, con mucha experiencia. Me acuerdo de que eso me llamó la atención cuando los vi: una chica tan joven y hermosa como vos, junto a un hombre con más de 10 años de diferencia...

Sentís que se te hunde el pecho.

—Pará… ¿me estás diciendo que nosotros ya nos conocíamos de antes? No puede ser, Oscar. Me acordaría.

—No, nos conocimos este año recién.

—¿Y entonces cómo te acordás de mí?

—Porque en São Paulo, hace tres años, pregunté quién era la chica con Jaime, y me dijeron que era la nieta de Fangio.

Vos quedás tiesa.

—Cuando te volví a ver hace dos meses, en Monza, no estuve seguro de si eras vos o no. Hasta que Sophie me dijo en el media pen que había sido bendecido por la nieta de Fangio —agrega.

Entrás en pánico. Entendés que nada fue por casualidad. Te acordás de cuando te defendió de los periodistas ingleses, de su mirada y cómo se acercó a vos después de que Sophie le dijo quién eras. De cuando fue a verte después de ganar en Bakú. De sus nervios cuando le mencionaste a Jaime en Singapur. De la foto que su mamá tiene impresa en su casa. Cada mirada, cada silencio compartido.

Te rascás la cabeza, la pera, la ceja, el codo, la oreja. Negás con la cabeza.

—No puede ser, Oscar. ¿Y por qué me lo decís recién ahora?

Oscar respondió inmediatamente.

—Porque ahora las cosas cambiaron.

Te sentís abrumada. Apoyas tu espalda contra el asiento, sin poder mirarlo a los ojos.

—Cuando decís que “ahora las cosas cambiaron”, ¿qué querés decir?

—En este momento Lily está volando de vuelta a Inglaterra. Por eso no vi cuando me llamaste: la estaba dejando en el aeropuerto.

—Pará, hablá claro. Cuando decís que “la dejaste” en el aeropuerto…

—Eva, ya no estoy con Lily —confiesa.

Respirás hondo, sin saber qué hacer. Si contenerlo como su amiga o confortarlo de otra manera.

—Si estás ofendida conmigo por haberte pedido ser amigos, decímelo de una vez. Tenés todo el derecho a estarlo. Me voy a arrepentir siempre de haberte dicho eso. No sabés, no te das una idea, lo que me duele acordarme de eso —afirma él, muy apenado.

Sentís un calor que te sube desde la punta de los pies hasta los cachetes. La cara te arde.

—Oscar, no discutamos ahora las cosas que podríamos haber hecho de otra formar. No estoy enojada con vos, hiciste lo que correspondía hacer. Nunca hubiera hecho algo con vos mientras estabas de novio con ella.

Oscar asiente. Finalmente, se anima a mirarte a los ojos y suelta el volante.

Los dos se quedan en silencio, procesando todo lo dicho, hasta que Oscar toma valor y termina con el sufrimiento de ambos.

—Ya estoy cansado de estos silencios de mierda —dice él, en voz baja.

Y, de una buena vez, rompe la distancia entre ustedes.

Todos los besos que te dieron antes desaparecen. No son nada comparados con el suyo. Con cómo te hace sentir su aliento caliente en tu boca. Su pecho rozando el tuyo, sus manos en tu cuello, las tuyas en su espalda. Todas las palabras que no pudieron decirse antes, quemándose en sus labios. Nunca nada se sintió tan cercano, tan real.

Él se separa apenas. Los dos respiran agitados, mirándose a los ojos. Él desabrocha tu cinturón de seguridad y apoya las manos en tu cintura, tirando de tu vestido. Vos no perdés tiempo y, sin pensarlo, te subís sobre él, sentándote en su regazo. Jadean y vuelven a besarse. Desliza las manos por debajo de tu ropa, sus dedos hundiéndose con fuerza sobre tu piel. Sentís sus uñas raspando tus caderas, marcándote.

Sus besos están llenos de hambre. Sus dientes y lenguas chocan. Las manos de Oscar recorren tus piernas, tus muslos. Te empujan, te atraen hacia él, como si quisiera tenerte lo más cerca posible. Acariciás su cuello, sus hombros, su pecho. Bajás más las manos y levantás su remera. Tus dedos arden sobre sus abdominales, recorriendo cada centímetro.

Su cuerpo es un imán. Una droga. Cada roce, cada movimiento de sus caderas, intenso, descontrolado, caliente, húmedo.

Sus labios bajan a tu cuello y perdés el control. Gemís, y sentís cómo sonríe sobre tu piel. Sus manos suben por tu espalda y abren el cierre de tu vestido. Sus dedos, llenos de deseo y adoración, recorren tu cuerpo sin apuro.

El calor dentro del auto se vuelve insoportable. Vos querés darle todo. Él necesita hacerte suya.

Entonces suena tu celular. Una, dos, tres veces.

Él resopla, se inclina hacia tu asiento y mete la mano en tu cartera. Saca el teléfono y ambos miran la pantalla.

📞 Sophie (McLaren).

Estás por cortar y tirar el teléfono por la ventana, pero recordás la preocupación de tu amiga. Ella y el equipo deben seguir angustiados por Oscar, como estabas vos antes de que él te llamara y de… bueno, este bello momento.

—Esto es porque no respondiste un puto mensaje en toda la noche —le decís, antes de sacarle el celu de las manos y atender.

—Eva… —murmura él, con una sonrisa traviesa.

—Amiga, está todo bien. No te preocupes — decís, llevandote el teléfono a la oreja.

—Eva, te mandé mil mensajes. ¿Estás con Oscar? — pregunta Sophie.

Él se muerde la lengua mientras desliza sus manos por la parte baja de tu espalda, hundiendo los dedos en tus glúteos.

—Mmm… puede ser.

—Eva, tenés que pedirle que vuelva al hotel. Está todo el equipo en crisis. Necesitamos armar un plan de acción y contener el mayor daño posible en su imagen.

Mientras tanto Oscar, sin ningún tipo de preocupación aparente, hunde su cara entre tus pechos, dejando besos húmedos sobre tu piel.

Te tapas la boca, reprimíendo otro gemido.

—En serio, Eva. No responde mensajes ni llamadas hace horas. Los directivos del equipo están muy enojados. Zak quiere llamar al piloto reserva para mañana… —advierte Sophie.

Esa frase te devuelve a la realidad. Ponés el celu en altavoz.

—¿Qué? ¿Cómo que Zak quiere llamar a un reserva para la sprint y la qualy? —preguntás.

Oscar se detiene. Sentís como se tensa su cuerpo.

—Si no aparece, no solo puede quedarse afuera este fin de semana. Lo pueden echar, Eva —responde Sophie.

Lo mirás.

Él estira su cuello y se peina con las manos, como despertando de un trance. Te saca el teléfono de las manos y suspira.

Con todo el pesar del mundo, pero entendiendo la situación, volvés al asiento de acompañante y te acomodas la ropa.

Oscar intenta calmar a Sophie.

—Ok, Sophie. No va a pasar nada de eso. Avisá que estoy en camino.

—Oscar, qué bueno que estés bien. Lamento mucho todo lo que pasó —dice ella, sincera.

—Yo no. Nos vemos en unos minutos en el hotel —responde él, y le corta.

Primero se miran. Serios.

Y después sonríen.

Antes de volver prender el auto, Oscar te agarra la mano y la besa.

—El cinturón, por favor —te dice, mientras ajusta el suyo.