Chapter 1: Capitulo 1
Summary:
enzo llega a bariloche con muchas expectativas y ocurre un accidente en el boliche
Notes:
¡hola! bienvenidos a mi primer fanfic julienzo. van algunas aclaraciones breves antes de que empiecen a leer, porque me parece importante que lo sepan desde un inicio: esto es un romance slow burn. son adolescentes con muchos sentimientos confusos y esa es la esencia del fic, el descubrirse a uno mismo y todos esos procesos incómodos que tenemos cuando somos jóvenes. si solo queres leer cosas chanchas quizás este no sea tu fanfic.
Chapter Text
Enzo putea mentalmente a todo su curso cuando se levanta ese miércoles a la mañana y ve que su celular, que dejó guardado en el bolsillo más chico de su mochila la noche anterior, no está por ningún lado. Le duele el cuello de dormir en la silla incómoda del colectivo y lo último que quiere hacer es ponerse a buscarlo, pero piensa en los mensajes preocupados de su mamá preguntándole si ya llegó y no le queda otra que levantarse.
Sabe que no desapareció por arte de magia: alguien se lo escondió. El tema es quién.
Enzo hace un paneo general de la gente del colectivo y ve que la mayoría de sus compañeros siguen dormidos, no deben ser más de las ocho de la mañana. Nicolás, con quién comparte asiento, está concentrado en una partida matutina de truco con las chicas de atrás y Enzo lo descarta inmediatamente como culpable.
—Ota, algún pelotudo me escondió el celu —le dice, aunque Nicolás está demasiado concentrado en hacerle señas a Milena, su casi algo y compañera de equipo —¿Viste a alguien?
—Envido.
—Real envido —responde Ota y acto seguido le devuelve la mirada a Enzo —Ni idea pa, me levanté hace cinco minutos.
Enzo pasa al pasillo del colectivo que lleva a su curso a Bariloche y vuelve a putear al asiento de mierda por dejarle el cuello con tortícolis. Calcula que no deben estar muy lejos, porque la noche anterior el coordinador les dijo que iban a llegar sobre las nueve, y el sol ya salió para ser invierno. Uno de los dormidos es Lautaro, que tiene la boca abierta en una mueca muy graciosa, y cuando Enzo ve el garabato de un pito hecho con fibra negra en medio de su frente se ríe y agradece que le hayan escondido el celular en lugar de eso. Piensa en sacarle una foto y cuando cae de vuelta en que no tiene el teléfono encima, su mente solo imagina a una persona como posible culpable.
Enzo lo ve a Rodrigo descansando en su asiento y se da cuenta por la forma en la que intenta aguantar la risa que en realidad está haciéndose dormido, pero no le dice nada porque sabe que no es él el que hace ese tipo de jodas. En su lugar mira a quién está sentado a su lado. Sí, es él. Emiliano está mirando por la ventana con los auriculares puestos y mueve la cabeza al ritmo de la música, ignorándolo por completo. Enzo tiene un poco de ganas de vengarse de su amigo por la joda, así que le saca el cable de los auriculares de un tirón.
—¡Eh bruto! ¿Qué haces?
—Uy, alguien se levantó de mal humor —acota Leandro, que los mira desde el asiento de atrás, pero Enzo lo ignora y apunta hacia Emiliano con el dedo índice.
—¿Dónde está mi celular?
—No sé de qué me estás hablando.
—Dale choro, ya sé que sos vos.
—Te digo que no fui yo, salame —se defiende Emiliano levantando los brazos —Devolveme vos mis auriculares.
—Cuando me des mi celular.
—¡Pero si no tengo tu celular!
—Mentiroso.
Emiliano lo mira un poco odiado y un poco divertido, pero no le da chance a responder porque del piso de abajo aparece Lionel, su coordinador, pidiendo que se callen a los gritos. En cuestión de segundos el colectivo se sume en un silencio ansioso, mientras los dormidos se levantan y los despiertos lo miran exaltados, esperando las palabras que todos quieren escuchar.
A pesar de las veinticuatro horas de joda continua en el colectivo, en algún punto el encerramiento los había cansado y todos querían lo mismo: llegar ya mismo a Bariloche para instalarse en el hotel. Jugar al truco y cantar canciones de cancha se volvía un poco monótono después de un día entero. Enzo piensa que lo primero que va a hacer al entrar a la habitación es bañarse, porque todavía tiene el brazo pegajoso del fernet clandestino que le tiró Lautaro la noche anterior. El gringo, como sus amigos y él apodaron al coordinador de cara seria, no decepciona al darles la noticia y les dice que efectivamente están por llegar al hotel.
Por un momento, Enzo se olvida del celular y vuelve rápido a su asiento para ver con emoción el cartel de “Bienvenidos a Bariloche” a través de la ventana. Es la primera vez que viaja fuera de la provincia y es por el entusiasmo que no se enoja con Nicolás cuando le muestra cómo saca su celular del bolsillo con una sonrisa socarrona.
—Nunca más confío en vos —le reclama Enzo riéndose y Ota solo se burla.
—Tenes que estar más despierto.
Puede escuchar a Emiliano puteandolo unos asientos atrás y Enzo sonríe al ver el cable de los auriculares todavía en su mano. Después se los va a devolver. Mientras tanto aprovecha y contesta algunos mensajes de su mamá, avisándole que está todo bien y que están por llegar. Se queda los quince minutos restantes del viaje pegado a la ventana, charlando con Ota sobre cosas que ya hablaron mil veces en las veinticuatro horas que pasaron en el colectivo pero que valen la pena comentar de vuelta: los boliches, las temáticas de las jodas, las pibas del curso a las que les quieren entrar, cómo pasar alcohol de contrabando para que no les arranquen la cabeza en las barras… La emoción se les nota en las caras y Lionel se les con ganas cuando les dice que hablen más bajo, que están gritando. Pero a Enzo no le importa.
Se siente feliz por la semana que va a pasar junto a sus compañeros de curso, personas que conoce hace más de cinco años y que aunque a veces le parezcan insoportables, otras veces le parecen las más copadas del mundo. El viaje de egresados, cree él, es la cereza del postre horrendo que es el secundario, y está decidido a sacarle el mayor provecho posible. De solo pensar en el escabio y los boliches se emociona, aunque recién son las nueve de la mañana.
Cuando finalmente llegan al hotel y después de media hora de pelea para ver quién va a cada habitación con quién (porque por algún motivo se olvidaron de decidir eso antes), termina asentándose en la 306 junto a Ota, Rodrigo y Leandro. Las valijas quedan abandonadas en la entrada cuando abren la puerta, porque ninguno de los cuatro puede asimilar bien lo que ve.
—Está cheta la cosa —dice Nicolás apenas entran al cuarto y no miente.
La 306 es, por lejos, tres veces más grande que su propio cuarto. Enzo y Rodrigo examinan asombrados todos los rincones de la habitación, que más allá de las cuatro camas y el televisor gigante, tiene una vista hermosa al lago. Y un balcón. Enzo corre emocionado a abrir el ventanal y cuando pone un pie afuera siente el viento gélido del sur contra su cara. El sol invernal se refleja en el enorme cuerpo de agua que es el lago Nahuel Huapi y a Enzo le dan ganas de tirarse de clavado ahí, aunque hagan dos grados bajo cero y no sienta los dedos del frío. La vista no se compara a nada que haya visto antes, especialmente comparado a la jungla de cemento Buenos Aires.
—Valió la pena vender torta frita en el parque.
Leandro asiente mientras se tira en una cama, la más cercana al balcón.
—Esta es mía —aclara, estirando sus extremidades.
—¿Ya estamos decidiendo las camas?
—¡Yo quiero del lado de la ventana! —grita Rodrigo desde el baño.
Nicolás deja su valija al medio de la habitación y lo mira a Enzo, que todavía está afuera, sacando fotos con el celular a quién sabe qué. Elige la cama que está al lado del televisor enorme, pensando en que es la mejor vista para ver Vélez - Platense a la noche.
—Durmieron, yo me canto esta —aclara y no recibe respuesta.
Una vez que Enzo entra del balcón, con la nariz roja como un reno del frío patagónico, se encuentra con que sus compañeros de cuarto le dejaron la peor cama: la que está del lado del baño. De la emoción, se quedó sacando fotos del lago y algunas selfies para mandar al grupo de WhatsApp de la familia, que ahora resiente por sacarle su oportunidad de estar del lado del lago. Da lo mismo, piensa mientras deja la valija a los pies de la cama y su celular en la mesa de luz. El dolor de cuello y el cansancio lo tientan a dormir una siesta, pero se acuerda de las palabras del Gringo: a la tarde tienen la primera excursión a Isla Victoria. No es obligatorio ir, pero si vendió cientos de facturas para costearse el viaje tampoco se va a perder las actividades, decide mentalmente.
Aparte no quiere ser tan ortiva como para que dormir sea su primera actividad al llegar a Bariloche. En su lugar, Enzo propone bajar al hall a jugar con el jenga gigante que vieron al entrar. Rodrigo es el único que concuerda con él y los dos se están a punto de levantar de las camas para ir a la planta baja, cuando aparece un intruso en la habitación.
—Uf… La 306 está para la previa esta noche eh —dice Emiliano, que en algún momento en el que ninguno se enteró entró a la pieza a chusmear.
—Pará, son las once de la mañana, animal.
—Estoy haciendo reserva nada más.
—¿Tan temprano andas de okupa?
La pregunta de Leandro pasa desapercibida para Emiliano, que se tira al lado de Enzo en la cama y lo empuja a un lado, recibiendo un empujón con más fuerza a cambio.
—Picá de acá, choro —la voz de Enzo no es seria y Rodrigo se ríe desde su cama.
—Choro le tenes que decir a otro me parece.
—Yo no hice nada —aclara Nicolás.
—Nadie habló de vos.
—Bueno, basta. Vengo en son de paz. Quiero mis auriculares.
—Están en la mochila —le dice Enzo mientras ve a Leandro entrar al baño con una muda de ropa limpia y un toallón.
Emi estira su brazo hacia la mesa de luz y agarra el bolso, abriendo el cierre más grande y pegandole un codazo en la cara a Enzo sin querer. Revuelve unos segundos hasta que su mano roza con sus auriculares y algo más.
—Ah, pero mirá lo que tenemos acá —dice, y con una sonrisa socarrona saca un preservativo de la mochila —¿Salis a cazar esta noche, Enzito?
—Más vale. ¿Para qué vine sino?
—Para conocer el Cerro Catedral.
Ota recibe una patada de Enzo como respuesta a su acotación y la esquiva sin problema, sacándole la lengua.
—Esta me vas a conocer.
—Y si vos querés… —Enzo le pega una segunda patada y Nicolás levanta sus manos en señal de inocencia.
—Pará —dice Emiliano de repente y pasa de estar desparramado en la cama a sentarse como indio, leyendo con los ojos abiertos el sobre del condón —¿XL?
—No hay chance Enzo, no me jodas.
Nicolás mete la mano en la mochila y saca otro preservativo. Cuando verifica las palabras de Emiliano, mira a su amigo atentamente y evita tentarse.
—¿XL vos? Te va a quedar como bolsa.
—Yo no estaría tan seguro.
—Estoy muy seguro.
—¿Qué, querés ver?
—Dale —lo reta Emiliano y Enzo frunce el ceño porque un poco lo ofende que sus amigos crean que se equivocó de tamaño, si ese es el suyo —Sos cagón, eh.
—¿Tanto me quieren ver la pija?
Nicolás y Emi asienten medio serios y Enzo piensa que ya fue, si total son sus amigos, y él tampoco va a dejar que alguien le diga qué tamaño tiene que usar. Es cuando se está desabrochando el cinturón del pantalón que ve la expresión desconcertada de Leandro al salir del baño.
—Si van a coger me avisan y me voy.
La puerta del baño vuelve a cerrarse y Rodrigo no puede evitar tentarse, ajeno a la conversación pero espectador de todo el intercambio.
—Sabes qué, te creo —le dice Emi y le pega una palmadita en el hombro, levantándose de la cama de Enzo —Guardate el arma para la minusa de esta noche.
—Para tu vieja me la voy a guardar.
—Qué virgos son —comenta Rodrigo y los tres le levantan el dedo del medio por ortiva.
Antes de que Enzo pueda hacer un comentario sobre el olor a chivo de la habitación y que sus compañeros deberían bañarse alguna vez, la puerta de la 306 se abre ruidosamente y entra Lionel, con un equipo de mate bajo el hombro y una expresión media seria. Sin decir nada, mira a los lados disimuladamente y tras inhalar dice: —Qué olorcito eh. Y Enzo hace lo posible para no tentarse, pero no puede evitarlo y termina estallando de la risa al lado de Emiliano, que se tapa la boca con la mano para que no se note que también se está riendo.
Scaloni los mira y se ceba un mate en silencio, esperando que se callen para dar los anuncios importantes del día. La visita del Gringo termina teniendo dos funciones: la primera, avisarles que el almuerzo es en media hora y que el comedor queda en la planta baja; y la segunda, recomendarles que se bañen todos los días y que usen desodorante si planean “entrarle a sus compañeras”, como comentaban Enzo y Ota a la mañana en el colectivo. Les hace la promesa de armar un grupo de WhatsApp para mandar los avisos así no se olvidan y tras abrir el ventanal para que “corra un poco más de aire”, se retira y los deja solos.
A todos les cae bien Lionel, aunque parezca un poco demasiado grande y serio como para ser coordinador de viajes de egresados. Y aunque parezca que solo trabaja de eso porque le gusta descansar y cagar a pedo a adolescentes.
Una vez que Emiliano vuelve a su habitación con la excusa de “bañarse” (Rodrigo está seguro que va a ir a molestar a otras piezas), Enzo decide pegarse una ducha rápida para sacarse el pegote del fernet de Lautaro y relajarse un poco, porque todavía siente los músculos tensos del viaje en colectivo. El agua del hotel es mucho más caliente que la de su casa y Enzo agradece saltearse el proceso de hervir el agua en una olla enorme para no congelarse mientras se baña.
Al salir de la ducha se da cuenta que ya deben ser pasadas las doce del mediodía, porque no hay nadie en la 306 y sus amigos deben haberse ido a almorzar, deduce. Se pone lo primero que encuentra en la valija, unos pantalones de River con unas zapatillas deportivas y arriba de la remera de Adidas la campera de la empresa, que lo envuelve y lo deja calentito. Su hermana le diría que se ve medio grasa, pero a Enzo le gusta ese estilo deportivo medio turrito. Lo hace ver canchero.
El hotel, se da cuenta Enzo cuando sale de la habitación, es más grande de lo que creyó. El tercer piso, que es el de su habitación, se extiende en tres pasillos que forman una U. Calcula que debe haber más de treinta habitaciones por piso, porque en el camino hacia el ascensor se encuentra gente que no conoce, personas de otras promos que están dando vueltas y charlando en la puerta de los cuartos. Gente de otros colegios, piensa con interés. Le dan ganas de hacerse el piola y meterse en alguna conversación ajena solo para ver si conoce a alguien copado, pero el hambre le gana y termina esperando el ascensor con el celular en la mano. Socializar puede esperar un rato. En su lugar, toca el botón hacia la planta baja. En el corto trayecto de tres pisos, el celular le vibra y en la pantalla ve un mensaje de su amigo.
otitis
negro
nos confirmó el gringo
que hoy sale
GRISÚ PAPÁ
pd
vení o nos comemos todo
enzo 🐔
estoy yendo
guardame algo
cementerio de ravioles
La conversación muere ahí porque Nicolás le reacciona el insulto con un emoji riéndose y nada más. En el ascensor no se encuentra a nadie, solo a un chico de limpieza que se sube apenas él se baja. Enzo hace la nota mental de prestar más atención, porque debe haber al menos una piba linda en todo el hotel y él no quiere pasar la noche solo. El estómago le gruñe y trota hacia el comedor, pensando en la rubia de ojos marrones que vio salir de la 314.
★ ★ ★
Enzo se da cuenta rápido de dos cosas el primer día. Lo primero, que es demasiado fácil pasar alcohol a los boliches, porque Rodrigo entra a Grisú con una bolsa de tela en la mano y el guardia ni siquiera lo mira, así que están salvados de gastar una fortuna en la barra solo para ponerse en pedo. Nadie entiende cómo ese plan tan simple funciona, pero de alguna manera lo hace y no se quejan, porque ahora pueden prepararse varios vasos de vino y fernet sin problema.
Lo segundo que se da cuenta Enzo ese día es que, si quiere sobrevivir una semana más en Bariloche, no tiene que tomar tanto por el bien de su hígado.
Un poco tarde, piensa mientras se tambalea a la salida del baño, agarrándose de la pared para no caerse. Las piernas le fallan un poco y se ríe porque quiere bailar el tema que está pasando el DJ pero no puede, realmente no puede. Todavía no tiene ganas de vomitar, lo que es un buen indicio, así que resuelve buscar a Lautaro para que le done un poco de su vaso de agua.
Grisú es grande y Enzo intenta hacer memoria de en qué pista estaba bailando con sus amigos antes de que su vejiga decidiera que era momento de descargar. La corbata le corta un poco la respiración y ahí se acuerda que claro, está vestido de Tommy Shelby, solo tiene que encontrar a los demás Peaky Blinders y listo. Los hielos se están derritiendo en su vaso y aunque sabe que no tiene que tomar más si no quiere quebrar, le da un poco de pena abandonar el vino ahí así que se lo lleva mientras avanza entre el mar de egresados.
Es la noche de disfraces y Enzo ya tiene fichada a la rubia de la 314, que está vestida de conejita y es un bombón. La ve bailando con sus amigas al ritmo de Gata Only, pero la noche es joven y no la quiere encarar tan temprano. Quiere cerrar boliche con ella. El que espera prospera, piensa y se ríe de sí mismo mientras camina agarrandose de la barra. La música es buena y apura el paso en busca de sus amigos, porque no quiere perderse los temazos que está pasando el DJ.
En el camino se cruza a un grupo de conos naranjas y se saca una foto con ellos solo porque le dan risa, y después hace lo mismo con un grupo de pitufos y de Power Rangers. Los Peaky Blinders no están por ningún lado, pero todo pensamiento de reencontrarse con sus amigos se esfuma cuando ve a una morocha hermosa pidiendo en la barra. No entiende bien de qué está disfrazada, si de Gatubela o de gato nada más, pero Enzo calcula que tiene lo suficiente en la billetera como para invitarle el trago que se está comprando. Se separa de los Power Rangers y camina hacia su objetivo en medio del tumulto de egresados bailando, que lo codean y lo empujan al pasar.
A pesar de que las piernas le siguen fallando un poco, Enzo avanza seguro porque se siente canchero, siente que esa noche puede conquistar el mundo si quiere, que puede levantarse a quién sea cuando sea y puede que sea verdad. Sí, es así, porque él tiene algo magnético que nadie sabe explicar pero que todos sienten. Algo provocador, que no está en el físico sino en la actitud. Enzo lo sabe y le saca provecho. Por eso, prepara su mejor sonrisa para saludar a la chica pensando en cuál sería la mejor forma de abrir la conversación, y cuando está a punto de hablarle, siente un golpe fuerte de atrás que lo empuja hacia delante.
De repente ya no hay más Gatubela, solo un chico desparramado en el suelo con toda la camisa mojada. Por su vaso de vino. Enzo lo mira en unos segundos en silencio, hasta que algo le hace click y entiende que acaba de arruinarle toda la ropa al chico.
—Disculpame boludo, no te vi —le dice Enzo, extendiendole la mano para ayudarlo, pero el chico se levanta solo y ni siquiera lo mira.
—Uh, la puta madre…
—¿Estás bien?
El chico lo ignora, no porque esté enojado sino más bien preocupado. La mirada de Enzo alterna de su vaso de vino casi vacío a la camisa blanca (ahora media morada), sin saber muy bien qué decir. Sabe que esa mancha no se va a ir, porque las de alcohol nunca se van (y lo sabe por experiencia).
Es en ese ir y venir visual del vaso a la vestimenta del chico que Enzo se da cuenta de algo. El chico está usando un jean y una camisa blanca nada más. En la Noche de Disfraces.
—¿De qué estás disfrazado?
—De nada —responde el chico, que todavía sigue intentando limpiarse la camisa con la mano —Me olvidé el disfraz en Córdoba así que me vine con esto.
El castaño se queda mirándolo incómodo como si la aclaración fuera una forma de cortar la conversación, pero Enzo está muy en pedo y tiene ganas de hacerse amigos, así que se ríe cuando entiende de dónde es el acento gracioso del pibe-camisa-manchada.
—Sos cordobés.
—Es lo que acabo de decir.
—A ver, decí culiao —bromea Enzo, pero parece que al castaño no le da mucha risa porque frunce el ceño y se va caminando sin decirle nada.
Con el vaso de vino medio vacío en la mano, Enzo mira hacia la barra y ve que la Gatubela no está más. La puede buscar más tarde. En su lugar, mira hacia la dirección en que se fue el pibe-camisa-manchada y decide que esa noche va a ser una buena persona. Lo sigue hasta el mismo baño y aunque sus piernas siguen cediendo y pierde un poco el equilibrio en el trayecto, lo alcanza en la puerta y lo agarra del hombro.
—Pará, pará. ¿No querés que te de mi camisa?
—No hace falta, gracias —responde el cordobés, pero Enzo ya se está sacando el chaleco y la corbata para dársela.
—Tomá, usa la mía. No se va a salir eso.
Enzo se siente mareado, pero la iluminación del baño de Grisú lo devuelve un poco a la realidad y se queda mirando fijamente al chico cordobés, que bajo las luces blancas se ve un poco más tierno que en la pista mientras intenta limpiar su camisa en la bacha. Tierno, repite Enzo, extrañado por su elección mental de palabras, porque no es la forma en la que describiría un pibe de su edad que conoció en un boliche por accidente. Tampoco puede pensar en otro adjetivo que lo reemplace.
El chico castaño todavía tiene una mirada preocupada en su rostro que a Enzo le recuerda a algo -no sabe qué- y tras unos segundos de observar como las manchas violetas no desaparecen mientras las enjuaga, suspira audiblemente. Enzo, que estaría en cuero si no fuera por el chaleco que le cubre solo el pecho y los abdominales, le acerca nuevamente la camisa blanca con un gesto de mano.
—Dale, toma. No te hagas rogar.
El cordobés agarra la camisa con cuidado como pidiéndole permiso y Enzo asiente.
—Gracias. En serio.
—No es nada. Ahora vas a estar lindo para levantar —lo anima Enzo, dándole una palmada en el cachete.
El castaño solo hace una mueca que Enzo no termina de descifrar si es una sonrisa o no, pero no le da mucho tiempo a decir algo más porque el chico se mete a un cubículo del baño y Enzo entiende que su tarea está cumplida, que puede volver a la pista y buscar a la Gatubela o a cualquiera.
—Te la voy a devolver —aclara el chico desde el baño, pero Enzo ya no está ahí para escucharlo.
Es solo muchas horas más tarde, cuando Enzo se levanta con una migraña terrible y al lado de una cabellera rubia (no la de la habitación 314), que se da cuenta que no tiene su camisa y que nunca le preguntó su nombre al chico.
Chapter 2: Capitulo 2
Summary:
convivir con amigos en el hotel no es fácil y enzo se reencuentra con julián
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Para el segundo día del viaje Enzo está seguro que las jodas se les están yendo de las manos.
Por eso, es grande el esfuerzo que hace para no cagar a puteadas a Rodrigo cuando vuelven de la excursión de rafting en el Río Manso y ve su cama llena de glitter, de arriba a abajo. Las sábanas antes blancas están teñidas de rosas, celestes y dorados que brillan, como si hubiera explotado una bola de disco en la habitación, y lo único que Enzo hace es abrir la boca incrédulo porque se esperaba todo menos eso. Sobre la almohada se leen claramente las iniciales “RDP” con un corazón hecho de brillitos y aunque su amigo se defiende diciendo que alguien lo está inculpando, Enzo sabe que él es el responsable.
Solo Rodrigo haría una joda con glitter.
Así, mientras Enzo sacude el glitter de las colchas en el tacho de basura del baño, la puerta de la 306 se abre y entra Lautaro con el ceño fruncido y un boxer en la mano, que agarra solo con el dedo índice y el pulgar. Emiliano ingresa tras él y cierra la puerta con actitud solemne. Lautaro se queda unos segundos en silencio y tras mirar a cada uno de los residentes de la habitación, inhala y dice:
—Primero, devuelvanme mi celular. Segundo, el que me dejó el calzón sucio abajo de la almohada es un mugriento de mierda.
La habitación se queda en silencio porque nadie se anima a reírse o a preguntar si es joda, hasta que Nicolás lo rompe.
—¿Está usado? —pregunta y Lautaro asiente —¿En serio?
—Sí, pelotudo. Tiene hasta manchas de mierda.
—A ver.
Así terminan los seis en ronda, observando fijamente el calzoncillo cagado que Lautaro tiró al suelo. Su amigo no miente, porque las manchas marrones se distinguen claramente en el boxer gris.
—Qué asco —dice Leandro, estallado de risa y con una mueca de desagrado en la cara que a Enzo le parece un poco sospechosa.
—Este se limpió el culo con papel nada más —acota Enzo.
—¿No es normal eso?
Todos se dan vuelta y miran fijamente a Emiliano, que les devuelve la mirada con seriedad.
—¿No te lavas el culo después de cagar?
—A veces.
Enzo arruga la nariz del asco y se burla de su amigo, que ahora se defiende mientras todos lo descansan por sucio. La charla continúa amena y después de un arduo debate por intentar adivinar quién es el culpable del boxer manchado, el presentimiento de Enzo es confirmado cuando Rodrigo señala que la marca del calzoncillo es la misma que los que usa Leandro. Aunque su amigo de ojos claros no admite la responsabilidad, Lautaro hace la promesa de vengarse con algo peor y tras la amenaza, él y Emiliano vuelven a la 304, la habitación que comparten con otros dos compañeros del curso.
Una vez que están solos de vuelta, Enzo se rinde con la limpieza de las sábanas y las deja hecha un bollo en la esquina de la habitación, pensando en qué excusa poner cuando Lionel o alguien las encuentre. Lo único que lo deja tranquilo es saber que no es el único objetivo de las bromas, porque más allá de lo de Lautaro, Leandro tuvo que buscar su valija por todo el hotel a la mañana (que al final estaba escondida en el baño del comedor) y Emiliano tuvo que salir en pelotas al pasillo después de bañarse por lo mismo.
—Es una guerra esto —le dice Nicolás cuando Enzo se queja con él.
Es verdad , piensa. Es una guerra y él va a vengarse, porque limpiar el glitter de las sábanas es una tarea que no le desea ni a su peor enemigo. Entonces Enzo hace lo mejor que se le ocurre y mientras se baña antes de ir a Cerebro, cambia el contenido de la botella de champú por tintura violeta. Su plan sale a la perfección, porque cuando Rodrigo sale del baño tiene todo el pelo y la cara morada.
—La bizarra es mañana —comenta Leandro apenas lo ve salir y Rodrigo lo mira como queriendo matarlo.
Las fotos no tardan en llegar y después de comerse una puteada increíble por parte de su amigo -que solo es respondida con más carcajadas-, Enzo recibe una llamada del Gringo pidiéndoles que vayan a la planta baja. Resulta ser que, de alguna forma, Lionel se termina enterando de la “guerra de bromas” de su grupo de amigos y así es como terminan los seis en el lobby del hotel, recibiendo el sermón interminable de su coordinador.
—Entiendo que están así porque es el viaje de egresados y estamos en Bariloche, pero no quiero más “joditas” entre ustedes, porque los que van a terminar pagando las sábanas y la tintura de Rodri son ustedes.
La cara de Lionel es seria como siempre, pero Enzo sabe que en el fondo le parece gracioso el pelo morado de Rodrigo.
—No es para tanto —le dice Ota —Siempre hacemos estas cosas.
—No me importa, ya se quejaron los de limpieza por tener que tirar las sábanas llenas de brillos.
—Glitter —lo corrige Emiliano.
—Lo mismo. Les pido que se comporten nada más, son grandes.
—Perdón Gringo. No lo hacemos más —dice esta vez Leandro, aunque la expresión de Lionel delata que no les cree nada. Aún así, toma un sorbo de mate y les hace un gesto con la mano.
—Bueno, ya está. Vayan a cenar y no rompan las bolas.
Los seis se levantan del sillón en el que estaban sentados y tras saludar a Lionel, que se queda en el lobby charlando con un compañero de trabajo ruludo y más enano que él, se encaminan hacia el comedor.
El estómago de Enzo gruñe ruidosamente en el camino, porque por intentar limpiar su cama no bajó a la merienda y no comió nada desde el almuerzo. Piensa en el buffet libre del hotel y se le hace agua la boca, porque si hay algo mejor que la comida es la comida gratis e ilimitada. Así bajan todos juntos hasta el subsuelo, debatiendo si la pizza con ananá es rica o fea, discusión que es cíclica en su grupo de amigos y siempre termina de la misma forma. Enzo no entiende como Rodrigo puede probar esa aberración culinaria sin vomitar, pero decide no participar en el debate esta vez y en su lugar se dedica a mirar Instagram casi toda la cena.
Rodrigo se pide media pizza hawaiana solo para molestarlos y Enzo un plato de tallarines con crema y cuatro porciones de sushi, que es una combinación rara pero qué importa. Todos en el comedor ya están vestidos para ir al boliche y Enzo agradece que no tengan que esperar el colectivo para ir, porque Cerebro les queda a veinte metros del hotel.
Cuando se acuerda que la temática de esa noche es flúor, suspira con molestia.
—La peor noche —dice Lautaro y Enzo no puede evitar darle la razón.
★ ★ ★
Enzo se traga sus palabras un par de horas después, porque resulta ser que la segunda noche termina siendo tres veces más divertida que la primera.
Su elección de ropa no es la mejor, tiene puesto una musculosa verde fluor que revela todos sus tatuajes y algunas pulseras que brillan en la oscuridad, cortesía de Milena. Se siente un poco tonto en ese outfit, pero prefiere respetar la temática aunque se vea medio ridículo. Así y todo, Cerebro es superior a Grisú por varios motivos, piensa Enzo. Más que nada porque aunque sea más chico, está mucho más lleno y la música es más piola. Hay chicas por todos lados y Enzo ficha a las que le parecen lindas para hablarles más tarde.
La rubia de la 314 también está esa noche, pero Enzo prefiere sacar a bailar a otras primero y eso hace. Da un par de vueltas por todo el boliche, charlando con gente que se encuentra en el camino como si fueran amigos de toda la vida y consiguiendo el Instagram de varias chicas, porque en las jodas Enzo se mueve como un pez en el agua. Sabe que la fiesta es su terreno y sabe siempre qué gesto hacer, qué decir, cómo divertir a sus amigos y divertirse él también, cómo conseguir el alcohol gratis y cómo irse del boliche con las chicas más lindas.
Se siente seguro y así se pasa las primeras horas en Cerebro, hasta que el alcohol se le sube a la cabeza y el aire lo empieza a sofocar. Palpa el paquete de cigarrillos en su bolsillo delantero y se separa de la chica con la que está hablando, decidiendo que salir a fumar es más interesante que seguir hablándole.
—Vuelvo en un rato, corazón —le dice antes de irse, aunque sabe que no va a volver con ella.
Camina hasta la puerta y cuando sale a la calle el frío le recorre todo el cuerpo. Afuera de Cerebro la nieve cae lentamente y le recuerda a Enzo de esa vez que nevó en Buenos Aires cuando él era chico. La foto con el muñeco de nieve que armaron él y sus hermanos sigue colgada en el living de su casa y en ese momento Enzo agradece más que nunca el clima cálido de su ciudad. El frío del sur es distinto al de su provincia, mucho menos ventoso y húmedo, y Enzo se apura a sacar la cajetilla de cigarrillos de su bolsillo antes de que los dedos se le congelen por completo
Con un poco de dificultad por el entumecimiento de sus manos, saca un pucho y lo prende con el encendedor. No es su marca favorita, pero se los robó a Nicolás así que no se queja. Se queda mirando la nieve acumularse sobre los autos estacionados en la costanera mientras fuma, hasta que ve a alguien sentado en la vereda, tan solo a unos metros de él. El chico a su lado esconde la cara entre sus manos y Enzo piensa que si hubiera tomado un poco más la noche anterior, hubiera terminado así afuera del boliche.
Pero parece que el chico resulta no estar tan en pedo, porque nota su presencia y se da vuelta para mirarlo con una expresión que Enzo traduce como salí de acá . Lejos de irse y dejarlo tranquilo, Enzo sonríe al reconocerlo.
—Hola cordobés, ¿cómo andas? —lo saluda y el pibe-camisa-manchada, que ahora usa la camiseta amarillo fluór del Barcelona, niega con la cabeza cuando le ofrece fumar con él.
—Hola.
El chico cordobés no dice más que eso y es en ese momento que Enzo nota su cara hinchada y ojos rojos. La pobre iluminación de la noche no le permiten verlo muy bien, pero Enzo no es boludo y se da cuenta que estuvo llorando. El peor tipo de borrachera , piensa.
—¿Qué haces acá? ¿Quebraste?
—No, no, estoy bien.
—No parece.
La conversación muere ahí y ambos se quedan sentados en la vereda, escuchando las lágrimas no tan silenciosas del castaño y el ruido lejano de la música de Cerebro. El viento gélido de la madrugada sureña les congela las caras pero Enzo no se apura en fumarse todo el cigarrillo. Le da un poco de pena dejar solo en la calle al chico del que todavía no sabe el nombre. Puede esperar.
Un par de caladas después, cuando Enzo está a punto de retomar la charla con algún comentario boludo sobre el clima (porque un poco le incomoda el silencio), el chico castaño suspira y le dice:
—Me cagó mi novia.
La voz le tiembla un poco y Enzo se queda callado, porque no se esperaba eso y tampoco sabe muy bien qué responder a ese tipo de situaciones. Piensa en alguna forma de consolarlo, pero decide que quizás no es lo que él necesita, quizás solo quiere descargarse con alguien. Enzo está dispuesto a ser ese alguien.
—Me dijo que se iba al baño y la encontré chapando con un pibe. Por eso salí —el chico se limpia las lágrimas con las manos, dándole la espalda a Enzo —Ni siquiera sé por qué estoy llorando, creo que no me gustaba tanto.
—¿Y entonces?
—No sé. Creo que es por eso, que no me gustaba tanto aunque fuera mi novia. Igual me hizo sentir mal.
—Me imagino —añade Enzo y al instante se siente un pelotudo por no saber qué otra cosa más decir —Una culiada ella.
—Sí, no sé… Sospechaba hace unos meses, ahora me lo confirmó nada más.
Enzo se termina el cigarrillo y tira la colilla a la calle, que se apaga instantáneamente al hacer contacto con la nieve. Esto no le puede arruinar el viaje , decide mentalmente y se para enfrente del chico, mirándolo fijamente. El otro no le devuelve la mirada, pero Enzo no le presta atención a eso.
—Escucha, olvídate de esa piba y vamos adentro. Vení a bailar con mi grupo de amigos así te despejas un poco, somos piolas —le propone Enzo.
—¿Seguro?
—Dale. Te vas a congelar acá afuera.
Enzo le extiende la mano y tras unos segundos, el chico la toma y se levanta del piso, sacándose la nieve del pelo y la campera. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo a Enzo y se quedan los dos ahí, bajo la luz de la luna y los faroles, mirándose en silencio.
—Julián —se presenta el cordobés.
—Hola Juli, un gusto. Soy Enzo.
—Hola Enzo.
El nombrado solo asiente y caminan de vuelta hasta la puerta del boliche. Entran por segunda vez a Cerebro tras mostrarle las pulseras de la empresa al guardia y son recibidos con Salió el sol de Don Omar. Enzo sonríe emocionado y le explica a Julián que su parte favorita de la noche es cuando pasan los temas viejos de reggaeton que escuchaba de chico, así que empieza a cantar en voz alta mientras agarra a su nuevo ¿amigo? del hombro para no perderlo en el mar de egresados.
Julián lo sigue un poco tímido y Enzo se da cuenta que está mirando para todos lados porque no quiere cruzarse a su ex novia, probablemente. Cerebro es mucho más chico que Grisú, así que lo agarra a Julián y lo arrastra hacia el balcón donde estaban sus compañeros de colegio antes de salir a fumar. Es difícil buscar gente en el mar de colores flúor, pero esta vez Enzo los encuentra rápido cerca de la barra.
Puede ver a Nicolás bailando con Milena, su casi algo, y a los demás en ronda viendo a Emiliano perrear en el centro, lo que lo perturba y divierte en partes iguales. Espera que a Julián no le parezcan tan raros sus amigos.
—¡Enzo querido! —le grita Lautaro apenas lo ve, con las pupilas dilatadas por el alcohol.
—Torito.
—¿A quién adoptaste?
—Se llama Julián, decile Juli, es de Córdoba —Enzo lo introduce brevemente y Lautaro abre los ojos como platos ante las últimas palabras.
—¿En serio? A ver, decí culiao.
Enzo intenta no tentarse cuando ve la expresión de Julián pasar de perrito mojado por la lluvia triste por su ex a una totalmente estoica. Antes de recibir una respuesta, el tema de Daddy Yankee se termina y Lautaro se da vuelta para decirle a Leandro que lo acompañe a comprar algo en la barra. Sus dos amigos desaparecen y Enzo lo lleva a Julián hasta la ronda donde están todos bailando, pensando en la mejor forma de distraerlo un rato.
Alcohol , le responde su mente instantáneamente.
—¿Qué tomas? ¿Vino, fernet?
—Fernet —dice Julián, que mueve la cabeza despacito al ritmo de la música, y antes de que Enzo diga algo añade —No es por cordobés.
—No te iba a hacer ningún chiste.
—Por las dudas.
Ver a su nuevo amigo sonreír lo tranquiliza un poco, así que Enzo se gira y mientras canta en voz alta al ritmo de Baila morena , le roba el vaso de fernet a Rodrigo, que no se entera mucho por estar hablando con una chica de otra promo. Acto seguido se lo extiende a Julián, que lo mira medio desconfiado.
—Tomá.
—¿No es de tu amigo esto?
—Sí —afirma Enzo y cuando ve que el cordobés lo agarra medio cohibido agrega —Vos toma y no te hagas problema. Después lo arreglo yo con él.
En cuestión de segundos, el vaso de fernet pasa de estar medio lleno a totalmente vacío y Julián se limpia la comisura de la boca con la mano, moviéndose al ritmo lento de la música. Por algún motivo se siente responsable de que Julián la esté pasando bien y no se sienta incómodo en ese grupo de desconocidos, porque Enzo es bueno para leer a la gente y se da cuenta que el cordobés es medio tímido y le cuesta soltarse. Se propone cambiar eso esa noche.
Por eso decide quedarse a su lado un rato más, bailando todos los temas hasta que la tanda de reggaeton viejo termina y empiezan a pasar cuarteto. Le dan ganas de hacerle un chiste y decirle algo como tu música o algo parecido, pero ve como los labios de Julián se elevan en una sonrisa y decide dejarlo disfrutar. No quiere molestarlo tanto.
Enzo no reconoce bien la canción que lo hace sonreír tanto a Julián, pero se suma al pseudo pogo que hacen sus amigos mientras suena Pero antes muerto que dejar de soñar y lo arrastra a Julián consigo, que no se queja y salta con él. Las luces láser y los colores flúor de todo los ciegan y Enzo piensa que nunca es tan feliz como en esos momentos, que podría quedarse toda una eternidad ahí, con sus amigos, existiendo nada más que la música y ellos divirtiéndose.
El pogo se desarma tras unos minutos y cuando escucha el grito característico de esa canción del Potro Rodrigo (esta vez un cuarteto que sí conoce), lo busca a Julián emocionado para decirle que esta sí es su canción, que baile en el medio de la ronda.
Soy Cordobés suena en los parlantes y todos la cantan a los gritos menos Julián, que está hablando seriamente con un chico de ojos claros a unos metros de Enzo.
—Te buscamos por todos lados, pensamos que te habías ido al hotel —le dice el que Enzo supone que es su amigo y que lo agarra a Julián de los hombros como examinándolo.
—Salí a respirar un poco nada más.
—¿Pero estás bien? Te juro que la voy a matar.
—En serio Pau, estoy bien —aclara Julián, con una expresión incómoda en la cara porque debería estar bailando, no charlando sobre la infidelidad de su novia en el boliche —No quiero hablar de eso.
—Bueno, pero si queres descargarte o algo estoy.
—Te dije que no hace falta…
El chico de ojos claros, el tal Pau , lo observa a Julián un poco desconfiado y tras un suspiro, le saca las manos de los hombros y asiente. Enzo piensa que el chico no debería haber aparecido en primer lugar, porque ese Julián de expresión seria parece totalmente diferente al Julián que estaba cantando a los gritos una canción de Los Caligaris minutos atrás.
El amigo del cordobés se queda unos segundos en esa posición, mirando a su alrededor hasta que se anima a hacer la pregunta.
—¿Y estos quiénes son?
—Unos porteños —responde Julián, y Enzo se siente un poco ofendido porque él es de San Martín, no es porteño, pero no dice nada porque se supone que no está prestando atención a la conversación —Conocí a un pibe y me invitó.
—Ah… —el Pau lo agarra del brazo y tira de él —Bueno, volvamos con los chicos.
La expresión seria de Julián pasa a ser una de pánico y detiene a su amigo, que ya lo está arrastrando para la planta baja.
—No, mirá si está ella. No la quiero ver.
—Ya se fue —le dice el chico de ojos verdes y suspira fuertemente, anticipando la pregunta que le va a hacer Julián.
—¿Con el chico?
—Sí Juli, con el chico.
Enzo abre los ojos sorprendido al escuchar eso. Un poco crudo , piensa para sí mismo, porque no puede creer que el amigo de Julián le haya dicho eso como si nada, sin ningún tipo de tacto. Ve que el cordobés le responde algo y siguen hablando, aunque ya están lo suficientemente lejos como para que Enzo pueda escucharlos. Le hubiera gustado despedirse al menos.
Antes de desaparecer en medio del mar de gente, ve como los ojos de Julián lo buscan hasta dar con él. Julián lo saluda tímidamente con la mano a lo lejos y le dice algo que Enzo no escucha por la música, pero que entiende como un gracias . Acto seguido se mimetiza entre los egresados y Enzo vuelve a la ronda de sus amigos, pensando en que no le pidió su camisa de vuelta.
—¿Te abandonó tu amigo? —le dice Emiliano, que se materializa de la nada al lado suyo y le ofrece un vaso de vodka de frutos rojos.
—Nah.
—Como digas.
Enzo no le responde y en su lugar acepta el vaso de vodka. El sabor es demasiado dulce para su gusto pero es efectivo, porque el vodka es lo que más rápido pega y él quiere ponerse en pedo lo antes posible. Después de unos minutos de bailar, ya mareado por el alcohol otra vez, Enzo decide que no va a perder otra oportunidad con la rubia de la 314.
La ve bailando a lo lejos con las mismas amigas de la noche anterior y camina lentamente hacia ellas. Ya no está vestida como conejita, solo lleva un top y una pollera rosa flúor que Enzo tiene ganas de sacarle a los tirones, pero se guarda ese pensamiento para más tarde. Va seguro porque sabe que ella también lo miró varias veces pero estaba esperando que él dé el primer paso así que eso hace: la saluda y la invita a bailar.
Como ella acepta, le compra un vaso de vodka parecido al que le ofreció Emiliano minutos atrás y se queda el resto de la noche bailando pegado a ella, besándola y tocándola por todas partes. Se entera que se llama Flor, que es de Santa Fe y que es su penúltima noche en Bariloche, pero no es eso lo que le interesa de ella. Flor tiene una mirada retraída de esas que le atraen a Enzo como un imán, porque hay algo en esa timidez que le encanta.
—¿Vamos? —le pregunta Enzo contra su cuello y ella asiente.
Esta vez sí cierra boliche con ella, y mientras vuelve caminando de la mano con Flor para encerrarse en la habitación del hotel por unas horas, piensa en Julián.
Espero que se sienta mejor.
Notes:
escribí esto en dos patadas porque sus comentarios me motivaron una banda, me siento re cebado. de paso les dejo algunas referencias para que se ubiquen con los boliches y el hotel en el que se están quedando:
el boliche de este cap es: https://www.cerebro.com.ar/
y el hotel donde se están quedando es: https://www.ecomaxhotel.com.ar/(la anécdota del bóxer cagado está basada en hechos reales)
Chapter 3: Capitulo 3
Summary:
enzo tiene migraña y termina salvando a julián (otra vez)
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Enzo se levanta a la mañana siguiente con una resaca terrible.
El mundo parece dar vueltas y la migraña le rompe la cabeza de una manera insoportable. No recuerda haber tomado tanto (al menos no más de lo usual), entonces no entiende de dónde vienen los efectos tan devastadores del alcohol. Apenas pone un pie en el suelo, las náuseas se apoderan de su cuerpo.
Voy a vomitar , piensa y corre hacia el baño al instante aunque la cabeza se le parta en dos.
Resulta ser una falsa alarma, porque no termina vomitando (gracias a Dios) y en su lugar Enzo decide que la mejor opción es pegarse una ducha helada para sacarse el pedo como sea. El agua fría le recorre el cuerpo y una vez que sale, siente que los síntomas de la resaca disminuyeron considerablemente. El dolor de cabeza persiste, incómodo pero tampoco tan molesto.
Al salir del baño examina la habitación en busca de sus amigos. No hay nadie en la 306 excepto Emiliano, que está sentado en el balcón con el celular, sin percatarse de que se levantó. Calcula que debe ser la hora del desayuno, porque de los demás no hay rastro.
Enzo sale al balcón y es recibido con el viento invernal de Bariloche, que lo despierta un poco más. Se siente bien respirar ese aire, más puro y limpio que el de Buenos Aires. Los rayos de sol le hacen doler un poco los ojos, pero calcula que debe ser por su dolor de cabeza. Apenas lo ve, Emiliano se da vuelta y se ríe.
—Buenas tardes.
—¿Qué hora es? —pregunta Enzo, porque desde que se levantó no tocó su celular.
—Las once.
—Ah, temprano.
—Sí, Flor te ganó y se levantó antes —dice Emiliano, y Enzo recuerda de la nada que anoche no se fue a dormir solo.
Claro, sí. Volvió de Cerebro con la rubia de la 314, la santafesina, que un poco lo decepcionó en la cama. Era linda, sí, pero hasta ahí. No recuerda mucho más que eso, pero hay otra cuestión que le causa más duda.
—¿Cómo sabes su nombre?
—Charlamos un rato y le regaló una tintura a Rodri para que se tiña el pelo de vuelta —responde Emiliano con una cara totalmente seria y Enzo se da cuenta que no lo dice en joda, lo dice de verdad —Y la invité a la previa de esta noche.
—Ah, es acá al final entonces.
—Sí, Lauti no quería poner pieza.
Enzo asiente en silencio. Recuerda haber hablado con sus amigos la noche anterior sobre organizar la previa antes de ByPass en alguno de sus cuartos, pero no sabía que iba a ser en la 306. Tampoco es que le moleste, solo no tiene ganas de ver a Flor de vuelta.
¿Tanto pasó mientras él dormía? Enzo sabe que es de sueño pesado así que tampoco le parece tan extraño. Al final, termina sentándose al lado de Emiliano en el balcón. A pesar del frío, se siente bien estar al aire libre con esas vistas. El agua del lago se ve más azul que el primer día y piensa en sacarle una foto, si no fuera porque ya sacó quinientas iguales los días anteriores.
A su lado, Emiliano abre una caja de puchos y Enzo piensa en pedirle uno, pero no tiene ganas de sacar las manos de los bolsillos con ese frío. Es ahí que nota, entre todos los cigarrillos de tabaco, uno armado. Un porro.
—Trajiste al final —le dice Enzo, porque supuestamente ninguno de sus amigos había querido traer faso al viaje.
En realidad, se habían olvidado y nadie quería poner plata (él incluido).
—¿Qué? Ah, ¿el porro decís? —pregunta Emiliano y Enzo asiente —Me lo regaló un pibe hoy. Jugamos una partida de FIFA en la play de abajo y le caí bien. Una masa, no sabes, encima es buena flor.
—Invitalo así me regala uno a mi también.
—Le digo eh, seguro se copa a la previa o algo. Tengo el celu, me lo pasó.
—De una —dice Enzo, porque mientras más mejor.
Emiliano agarra su celular y empieza a teclear rápido en la pantalla mientras sonríe, así que Enzo supone que realmente está invitando al pibe a la previa. Al rato obtienen la confirmación por parte del nuevo amigo de Emiliano y entran a la habitación de vuelta una vez que se termina el pucho, porque pasar más de quince minutos al exterior es medio un suicidio con ese clima.
Adentro los espera Rodrigo, que entró en un momento en que ninguno de los dos se enteró. Tiene el pelo envuelto en unos plásticos plateados brillantes que Enzo reconoce porque su mamá se decolora el pelo con los mismos, y se da cuenta de que Rodrigo está intentando revertir el color violeta de su cabellera. Enzo se aguanta las ganas de sacarle una foto y en su lugar se tira en su cama de vuelta tras saludarlo.
Rodrigo, que tiene bastante cara de orto –porque supuestamente arde la decoloración del pelo–, lo mira a Emiliano mientras se acomoda los plásticos plateados.
—Qué okupa que sos flaco, ¿no tenes habitación vos?
—Sí, ¿y?
—Bueno, o te volves allá o pagas alquiler.
—Ni ahí vuelvo, está Lautaro con uno.
Enzo levanta la mirada del celular al instante y no puede evitar preguntar.
—¿Con uno? ¿O sea un hombre?
—Sí man, con un chabón —dice Emi mientras saca el control remoto de abajo de la cama de Leandro —Y estaban haciendo una banda de ruido, entré a buscar el cargador y salí traumado.
—¿En serio?
—Sí, pelotudo, de verdad.
—Míralo al toro che. A las once de la mañana encima. Qué culia —dice Rodrigo y se ríe.
Enzo se queda sentado en la esquina de la habitación sin saber muy bien qué decir. Repite las palabras de Emiliano en su mente y frunce el ceño. No sabía que a Lautaro le gustaban los hombres y la imagen mental que se hace de eso es un poco perturbadora. Ahora que lo piensa, se da cuenta que no sabe la orientación sexual de ninguno de sus amigos. ¿Alguno más también será…? Se pregunta, pero tampoco es el tipo de cuestiones que habla con ellos, así que no sabe realmente. Descarta la idea de preguntarles al instante.
¿Por qué Lautaro no le dijo nada? ¿Sus amigos sabían y no le dijeron nada? ¿Se lo ocultó por algo? Son varias las preguntas que se hace Enzo, incapaz de creer que jamás haya salido ese tema con Lautaro en sus cinco años de amistad.
Para cuando Enzo vuelve a la realidad, el tema de conversación de Emiliano y Rodrigo ya cambió hace rato. Están hablando sobre algún partido de la Premier League que va a ser en los próximos días y Enzo se permite interrumpir la charla porque su cabeza no puede parar de pensar en las palabras de Emiliano.
—¿No es raro?
—¿Qué cosa? —le pregunta Emi, que está haciendo zapping en el televisor buscando algún canal de deportes.
—Lo de Lauti, con un pibe.
—¿Por?
—Y, viste como es… —dice y al instante Rodrigo se asoma del antebaño con el pelo todo mojado, sin rastro de los plásticos plateados.
—No vayas a decir alguna pelotudez, Enzo.
—No dije nada —se defiende Enzo y Rodrigo solo le revolea los ojos —No me hagas ese gesto, forro. Solo me sorprendió.
—No te debería sorprender, anteayer también volvió con un pibe de Grisú —añade Emiliano, todavía en búsqueda del canal de deportes —Creo que era el mismo.
—Sí era. Paulo se llama.
Por un momento, el nombre de Paulo se le hace familiar. No conoce a nadie que se llame así, pero está seguro de que de algo le suena. Enzo intenta hacer memoria, pero no se le viene nada a la cabeza y decide que debe ser alguien que conoció en algún boliche cuando estaba muy en pedo. Si él es sociable naturalmente, el alcohol triplica esa sociabilidad y ganas de conocer gente, así que resuelve que eso es lo más probable.
—Estás poniendo cara rara —señala Emiliano.
—No me digas que en serio te jode lo de Lautaro.
Enzo se da cuenta de las miradas juzgadoras de sus amigos y levanta las cejas.
—No me jode, pelotudo. Entendiste cualquier cosa.
—Mentiroso —le dice Rodrigo y a Enzo le dan ganas de revolearlo de las greñas rubias que se está tiñendo con tanto cuidado.
Como eso no es factible, frunce el ceño y se queda callado en su lugar, pretendiendo usar el celular para disimular que está distraído con eso y no un poco molesto con sus amigos. No entiende el descanso o la crítica, porque no considera que haya dicho nada malo u ofensivo. Le parece rara la situación y nada más, tampoco es que le moleste o le incomode lo de Lautaro. Su amigo puede hacer lo que quiera y a él no le importaría mucho. Pero aún así, hay algo en todo eso que le hace ruido y se repite en su mente.
Si tuviera que definirlo con una palabra, sería curiosidad antes que molestia.
Sí, curiosidad, porque nunca había considerado la posibilidad de que uno de sus amigos pudiera estar con otro hombre. Ni él mismo. Enzo suspira mientras mira los últimos posteos de River sin prestarles mucha atención, porque el único hombre con el que se puede imaginar a sí mismo es Enzo Pérez.
Antes de seguir en ese tren de pensamiento –del que Enzo tampoco quiere averiguar tanto–, resuelve que el dolor de cabeza se está volviendo demasiado insoportable. Siente el latido molesto de sus sienes y piensa en toda la mezcla de vino, fernet y vodka de la noche anterior. Nunca más , repite en su cabeza, aunque sabe que es una promesa vacía. Se aguanta las ganas de hacer una arcada y se levanta de la cama, mientras Emiliano mira un partido de rugby en el televisor.
—Eu, ¿tienen algún tafirol o algo?
Sus dos amigos niegan con la cabeza y al instante considera llamar a Leandro o Nicolás, que siempre tienen encima alguna pastilla encima para solucionar ese tipo de problemas, aunque no tiene ganas de buscarlos por el hotel. Busca dentro de su mochila en vano, porque sabe que a pesar de las recomendaciones de sus padres, realmente no pensó en que iba a necesitar medicación de ningún tipo.
—Preguntale al gringo —le recomienda Rodrigo y Enzo decide que sí, va a hacer eso.
Salir al pasillo con el conjunto deportivo de River que usa para dormir quizás no es la mejor opción, pero le da un poco lo mismo. Puede que el pantalón esté medio deshilachado y la remera bastante sucia por manchas viejas de comida, pero el trayecto hasta la habitación de Lionel no es muy largo tampoco. Por suerte a esa hora no hay casi nadie en los pasillos.
A pesar de que todo su curso está alojado en el tercer piso del hotel, los cuartos de los coordinadores están en el cuarto piso, el último, así que Enzo se encamina hacia las escaleras a paso rápido. Siente la garganta seca cuando sube los escalones y se arrepiente de no haber tomado más agua. 401 , repite Enzo en su mente, porque según recuerda ese es el número de habitación al que Lionel les había dicho que podían acudir por cualquier emergencia.
Esto no es una emergencia, pero como no tiene ganas de bancarse la migraña todo el día, toca la puerta con dos golpes secos cuando encuentra la 401.
Desde afuera escucha una conversación que no logra descifrar por completo y es tras unos segundos que la puerta se abre unos centímetros, mostrando solo la cara de Lionel, que lo mira un poco molesto. Tiene algunas ojeras bajo sus ojos y el pelo medio despeinado.
—No me digas que se mandaron otra cagada.
La voz de su coordinador está un poco ronca y como tiene la remera un poco desacomodada, Enzo sonríe pensando que quizás lo interrumpió en una situación comprometedora.
—No, no pasó nada. Vengo por otra cosa —se explica Enzo y como la curiosidad lo carcome, se asoma por el marco de la puerta, intentando ver más allá del cuerpo de Lionel, que le cubre toda la vista —¿Estás con alguien?
—Enzo.
—¿En horario laboral, en serio?
Enzo intenta aguantarse la risa cuando ve la mirada amenazadora de Lionel, que pareciera que va a matarlo si no fuera porque es su coordinador. Hay algo divertido en molestar al gringo, que siempre responde serio a todo lo que le dicen.
—Enzo, o me decís por qué viniste o te volves a tu habitación.
—Nada, me siento medio mal. ¿Tenes algo para el dolor de cabeza?
—No te puedo medicar —le dice Lionel y se queda callado mirándolo fijo como si eso fuera una explicación suficiente —Pero puedo llamar a un médico si queres.
—Me duele la cabeza nada más, ¿en serio no tenes nada?
—No, Enzo, la empresa no nos deja. Sos menor todavía.
El latido en sus sienes lo sigue molestando y Enzo tiene ganas de seguir reclamandole a Lionel que le de algo, porque sabe que no le va a pasar nada si toma un ibuprofeno o un paracetamol o lo que sea. Es una pastilla nada más. Antes de poder decir algo más, una voz que sale del fondo de la 401 los interrumpe.
—Lionel, dale algo al chico por favor.
Al instante que la voz masculina dice eso, Lionel entrecierra la puerta un poco más y Enzo se queda solo en el pasillo, mirando nada más que la pequeñísima rendija por la que solo ve la espalda de su coordinador.
—No podemos Pablo, ya sabes como son, mirá si le pasa algo.
—No se va a morir porque le des un paracetamol —le responde el otro hombre.
Lionel se queja de algo que Enzo no llega a escuchar y de repente la puerta de la 401 se abre de vuelta, dejando ver no a su coordinador, sino a un hombre mucho más bajo y con rulos. Es con el que estaba hablando en el lobby ayer , se da cuenta Enzo. El tipo le sonríe nada más y le extiende algo en la mano.
—Tomá, pasalo con agua.
—¡Gracias!
Enzo agarra la pastilla y le sonríe al ruludo, que parece mucho más simpático que su coordinador.
—Te haces cargo vos —dice Lionel desde el marco de la puerta y el tal Pablo solo asiente.
—No tengo problema.
Tras eso, la puerta de la 401 vuelve a cerrarse sin ni siquiera un chau de Lionel y Enzo hace la nota mental de no volver a tocar la puerta sin avisarle antes. Su celular marca recién las doce del mediodía y el estómago de Enzo gruñe porque no comió nada desde la noche anterior. Guarda la pastilla en su bolsillo para tomarla después del almuerzo –con el estómago ya lleno porque si no cae mal– y se encamina de vuelta a las escaleras para volver a su habitación.
Es temprano todavía y Enzo no sabe qué hacer para que el tiempo pase más rápido, porque el almuerzo es recién en una hora y la previa de la que habló Emiliano en unas cuantas más. Agradece que su amigo se haya puesto sociable e invitado gente de otras promos, ya lo aburre un poco ver solo a sus compañeros en las previas.
La temática de ese viernes es la Fiesta del Estudiante y Enzo mentiría si no dijera que se muere de ganas porque ya sea de noche y ponerse la campera de su promo. ByPass es, por lejos, uno de los mejores boliches para él. Mientras Enzo baja los escalones pensando en el show de luces láser –emblemático de ByPass–, escucha un grito y se queda quieto en el lugar. En realidad no es solo un grito sino varios, con unas cuantas puteadas metidas en medio.
Alguien se está peleando, sí, ¿pero en las escaleras?
La curiosidad le gana, así que se asoma por la baranda y mira un piso más abajo, donde una cara conocida y una chica están discutiendo con un tono de voz bastante elevado. Enzo baja un par de escalones más para escuchar mejor y se da cuenta que el chico es en realidad Julián. ¿Julián se estaba quedando en este hotel? Piensa, sorprendido por no haberlo visto antes, pero la discusión lo devuelve a la realidad.
—¡No me estás escuchando! —le dice la chica que Enzo supone que es su ex.
—Dejame en paz, Emi, no necesito que me expliques nada.
—¿Ves? No me escuchas, nunca me escuchas.
Desde un piso más arriba Enzo escucha el suspiro ruidoso de Julián, que parece querer huir de esa situación a toda costa.
—Primero, no te victimices —le advierte con la voz temblorosa, mirando para todos lados para asegurarse que no haya nadie en el pasillo —Te dije que no quiero hablar más de esto y menos en público, ya está.
Julián se da vuelta y sube unos cuantos escalones más hacia la dirección de Enzo, pero su ex novia lo agarra del brazo y lo detiene.
—Te dije que estaba en pedo amor, no sé qué más querés que te diga. Te podría haber pasado a vos.
—Basta, soltame —se queja Julián, moviendo el brazo para liberarse del agarre.
—No, hablemos —insiste ella y a Enzo le dan ganas de empujarla por las escaleras.
—No quiero hablar de nada, déjame en paz.
Se siente un poco culpable por ser la segunda vez que escucha una conversación de Julián a escondidas, pero su sentido de la justicia termina ganando y decide que debe ir a salvar a su amigo, así que eso hace. No va a dejar a Julián solo en esa situación. Enzo baja unos cuantos escalones y pone una expresión neutral, pretendiendo que está mirando su celular y no espiando una discusión ajena.
Julián parece no notar su presencia cuando se acerca a ellos, pero su novia sí y lo mira haciéndose a un lado, como dejándolo pasar. En su lugar, Enzo finge su mejor cara de sorprendido y abraza a Julián como si fueran amigos de toda la vida, pasándole el brazo sobre los hombros.
—Eh, wacho, no viniste más a darme la camisa.
—¿Eh? —es todo lo que dice Julián, sin entender muy bien la situación ni de dónde salió Enzo.
Enzo le sonríe y lo mira fijamente, como diciendole date cuenta . Julián parpadea y Enzo se da cuenta que va a tener que hacer un doble esfuerzo, porque el castaño no está entendiendo que lo quiere sacar de esa situación.
—La camisa que te presté, la necesito.
—Estamos ocupados con algo ahora —lo interrumpe la chica, pero Enzo la ignora y ni siquiera la mira.
—¿Estaba en tu habitación o no?
—Sí —responde Julián, todavía confundido.
—Vamos —dice y acto seguido se da vuelta para mirarla —Te lo robo un rato.
La ex novia de su amigo, la tal Emi , se queda boquiabierta en las escaleras y Enzo arrastra a Julián hasta el segundo piso, a pesar que no tiene ni idea de dónde queda su habitación. La breve caminata es silenciosa y solo lo suelta cuando llegan al final de un pasillo, para asegurarse que ella no los sigue. No sabe si hizo lo correcto al interrumpir la pelea, fue un impulso más que otra cosa, pero a él le hubiera gustado que alguien lo salvara de esa situación.
No hay nadie más que ellos en el segundo piso y Enzo se apoya sobre una puerta, mirando a Julián para ver si se siente mal o algo. Le parece raro verlo de esa forma, con la luz del día y no del boliche o de la noche. Julián solo le devuelve la mirada y le sonríe, entendiendo finalmente la situación.
—Siempre me salvas en mis peores momentos. Gracias.
—Para eso estoy.
Enzo se ríe porque Julián tiene razón, es la tercera vez que lo encuentra en una situación penosa y lo salva. No sabe qué tiene Julián que le dan ganas de ir a socorrerlo a la mínima molestia y de asegurarse de que está bien, que no le pasa nada. Es un poco raro , siente Enzo, porque lo conoce poco y nada.
Por eso, se siente un poco incómodo cuando se da cuenta que no sabe qué más decirle, porque no sabe nada de él. Piensa en algunos temas de conversación básicos y su mente repasa rápido clima, fútbol, boliches, pero nada parece lo suficientemente bueno. Enzo suspira y mira a la pared mientras Julián hace lo mismo.
Él es sociable y canchero y todas esas cosas que lo hacen atractivo, pero en ese momento se siente todo menos eso.
—Estás poniendo cara rara —le dice Julián, y Enzo recuerda las mismas palabras de Emiliano un rato antes.
—Estaba pensando.
—¿En?
—Tu novia —aclara Enzo y al instante siente la necesidad de explicarse para no sonar mal, porque dijo lo primero que se le ocurrió —Tu ex, digo. ¿No sos de esos que vuelven con las exs o sí?
—No, no creo —Julián le copia y se apoya sobre la puerta de enfrente —Era verdad lo que te dije anoche, no me gustaba tanto.
—¿Y por qué estabas con ella?
—Costumbre supongo.
Se quedan un rato más callados, porque ninguno de los dos sabe bien qué decir. Enzo se siente un poco tonto ahí parado, como si hubiera olvidado por arte de magia cómo hablar o qué decir, y él conoce muy bien el arte de la socialización.
—Te invitaría a bailar con mi grupo de amigos para que te despejes pero son las doce recién —bromea Enzo y Julián se ríe despacito.
Le gusta verlo así. Julián tiene una de esas sonrisas tímidas que se asoman por los labios y Enzo piensa que así se ve más tierno todavía que cuando estaba limpiando su camisa llena de vino en el baño de Grisú. Es el pensamiento de no saber tanto de él que lo impulsan a querer conocerlo más, a pasar más tiempo con él.
—¿Vas a ByPass esta noche? —le pregunta, porque qué otra cosa le puede preguntar en Bariloche.
—Sí, pero no tengo qué ponerme.
—¿No tenes uniforme?
—Sí tengo —responde Julián y se pone las manos en los bolsillos —Pero en el colectivo de ida me tiraron un vaso de vino y quedó toda la campera manchada.
Enzo se queda mirándolo un instante porque no entiende si Julián lo está descansando por el incidente de la camisa en Grisú o si se lo dice en serio, pero el castaño no se ríe.
—Me estás jodiendo.
—No, es posta —afirma Julián y asiente con la cabeza —Desde que llegué acá me siento mufado, no me pasó una buena.
—Sí te pasó algo bueno.
—¿Qué?
—Conocerme.
Julián no le dice nada, solo se ríe mirando para el costado y Enzo no sabe si sus cachetes siempre estuvieron un poco sonrojados o si solo están así por su comentario. Antes de que la conversación muera o se torne incómoda, Enzo aprovecha para hacerle la propuesta que estuvo pensando desde que lo vio al cordobés en las escaleras.
—Vení a mi previa esta noche. Es en mi habitación, la 306 —le ofrece, aunque no sabe si puede entrar tanta gente al cuarto entre su curso, los invitados de Emiliano y los amigos de Julián —Van a estar mis mismos amigos de anoche, podes venir con los tuyos.
Julián mira al suelo y niega con la cabeza.
—Ya me invitaron a otra —le dice, y Enzo no puede evitar sentirse un poco decepcionado.
—Bueno, si pincha esa vengan. Acordate, la 306, a partir de las diez.
—306 —repite Julián en voz alta como para no olvidarse.
—Y no hace falta que traigan na-
Las palabras de Enzo son cortadas a la mitad, porque la puerta en la que está apoyado se abre de repente y se cae de espalda contra el suelo. El golpe es seco y tanto Julián como la persona parada atrás de la puerta se quedan detenidos, mirándolo. Desde el piso, Enzo se siente medio pelotudo, primero porque nadie viene a socorrerlo ni ayudarlo, y segundo porque entre toda la charla con Julián se había olvidado de su dolor de cabeza.
Tras la caída, la migraña vuelve de a oleadas más fuertes y Enzo se agarra la cabeza mientras se levanta, pensando en pasar en seco la pastilla que le dio el compañero de Lionel.
—Tenes que tener más cuidado.
Quien habla es Julián, pero las palabras no están dirigidas hacia él, sino a la persona que abrió la puerta. Enzo se da vuelta y reconoce al instante al tipo que lo mira con cara de orto. Es el amigo de Julián, el Pau. Tiene el pelo mojado como si recién se hubiera bañado y unas ojeras peores que las de Lionel.
—¿Estás bien? —le dice el chico de ojos claros, aunque su rostro no muestra la preocupación que profesan sus palabras.
—Sí, tranka.
—¿Seguro? —pregunta Julián, que lo agarra de los hombros como examinándolo.
—Sí, no fue nada.
—Menos mal.
Acto seguido, Julián entra a la habitación y le hace un gesto con la mano a Enzo para que lo acompañe, mientras el Pau cierra la puerta tras ellos y se tira en su cama con el celular. Lo primero que nota Enzo al entrar es el olor a casa de tía y abuela. Palo santo, se da cuenta.
—No me dijiste que esta era tu habitación.
—Adivinaste bien.
—Tengo buena intuición —afirma Enzo y Julián solo se ríe.
A pesar de que están en el mismo hotel, ese cuarto es muy diferente al suyo. En vez de un balcón con vistas al lago, tiene un ventanal enorme que da al patio interior del hotel. Las camas están pegadas como sardinas enlatadas, casi no se puede caminar entre ellas y Enzo se siente suertudo de estar en la 306 y no en esa habitación, a pesar de que está mucho más ordenada y limpia que la suya. Capaz le haría bien un poco de palo santo en la suya, piensa.
Mientras tanto, Julián le da la espalda a Enzo y abre su valija en busca de algo. El cordobés revuelve un rato entre las prendas –Enzo nota una camiseta de River y se guarda el pensamiento para hablarlo más tarde– hasta que por fin da con lo que quiere encontrar: su camisa blanca. Hasta ese momento se había olvidado de su existencia, pero técnicamente es de su hermano y agradece que Julián lo haya recordado, porque si fuera por él se hubiera vuelto a Buenos Aires sin ella.
—Pensé que no me la ibas a devolver —Enzo le dice medio en joda.
—No soy choro.
—Es chorro —corrige mientras toma la camisa en su mano y Julián frunce el ceño.
—Es choro, con ere.
—Chorro.
—Cierto que sos porteño —se ríe Julián y ahora es Enzo el que frunce el ceño, porque no cree ser merecedor de ese insulto.
—Soy de San Martín, no de capital.
—Es lo mismo.
—Queda en el conurbano.
—Es lo mismo —repite Julián y Enzo niega con la cabeza.
—Vos decís eso por campesino.
—¿Quién es campesino? —dice una tercera voz y al instante los dos se dan vuelta.
Enzo se aguanta las ganas de reírse, porque si Julián tiene un acento cordobés reconocible, el de su compañero de habitación es diez veces más marcado. El chico moreno, que acaba de entrar y tiene una medialuna en la mano (robada del desayuno, probablemente) los mira esperando una respuesta y Julián cierra la valija, dejándola a los pies de su cama.
—Nosotros, por cordobeses.
—Ah, ¿so' porteño? —la pregunta va dirigida a Enzo, que niega por tercera vez.
—No.
—Sí es —acota Julián y Enzo amaga a pegarle una patada con poca fuerza, que el castaño esquiva con un salto.
Antes de que Enzo pueda seguir defendiendo su idea de que definitivamente no es porteño (porque lo ofende seriamente, conurbano no es capital), el celular le vibra en el bolsillo. Lo saca con la mano derecha mientras Julián y su amigo hablan en su cara sobre lo insoportables que es la gente de Buenos Aires (o algo así) y ve las notificaciones de mensajes Emiliano, junto a las dos llamadas perdidas. Se apresura a abrir el chat rápidamente, porque quién llama hoy en día, tiene que ser algo grave seguro.
Los mensajes de Emiliano confirman sus sospechas.
la cabra martinez
enzo
enzito
te voy a decir algo
no te enojes e
te estoy llamando
bueno te digo por acá
enzo 🐔
q pasó
?
dale decime
hdp
la cabra martínez
bueno
es que
creo que
les acabo de romper el baño
podes venir?
Enzo putea mentalmente y apaga el celular al instante, pensando en la cagada a pedos de Lionel que se van a comer los seis por haberse mandado otra cagada, y eso que el día anterior le habían prometido no hacer más nada. Su mente imagina los peores escenarios de baño roto y decide que si pueden resolver el tema por ellos mismos sin llamar a su coordinador, mejor. Solo espera que no sea otra de las bromas de Emiliano o lo va a colgar de las pelotas.
En la habitación de Julián están todos mirando el televisor sin prestarle mucha atención, así que Enzo trota hacia la salida –aunque está a unos cuantos pasos– y saluda apurado con la mano.
—Chau gente —dice y cierra la puerta sin esperar una respuesta.
Antes de comenzar a correr hacia el tercer piso para llegar lo antes posible a su habitación, se da vuelta y lee el número en la puerta. 210, repite en su mente como un mantra. No quiere olvidarse el número de cuarto de Julián. Por las dudas.
Y justo cuando está a punto de comenzar a correr, escucha una voz desde adentro de la habitación.
—¿Cómo vas a meter a ese turro acá, estás loco?
Enzo evita tentarse y comienza a caminar apurado hacia las escaleras. No le cae muy bien al chico de ojos claros, pero ahora tiene problemas más importantes: resolver la cagada que se mandó Emiliano.
Notes:
feliz día del amigo! gracias a todxs los que comentan y dejan kudos<3
Chapter 4: Capitulo 4
Summary:
los de la 306 son unos quilomberos y enzo se cuestiona algunas cosas en la previa
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Por qué mierda le hice caso , es lo primero que piensa Enzo apenas entra a la 306.
Se siente el tipo más pelotudo del mundo cuando llega a la habitación, preocupado más que nunca porque Lionel no los mande de vuelta a Buenos Aires o algo así (porque ya los amenazó con eso). Es por el apuro de saber qué carajos le pasó el baño que abre la puerta de par en par y en vez de encontrar el desastre terrible que le anticiparon, es recibido con un balde de agua helada.
Sí, va a colgar a Emiliano de las pelotas.
El cuerpo se le queda rígido un segundo por el cambio de temperatura súbito y cuando Enzo escucha las risas instantáneas de su grupo de amigos, le dan ganas de cagarlos a trompadas uno por uno. No entiende de dónde sacaron un balde o por qué le creyó a Emiliano en primer lugar, porque a este punto debería haberse dado cuenta que era una joda más. El agua le escurre por todos lados, su conjunto de River queda empapado casi por completo al igual que la camisa en su mano y Enzo se queda tieso en el lugar.
—Decí “Bariloche” —le pide Nicolás con el celular en la mano y al instante escucha el clic de la foto.
Enzo se apresura a pararse al lado de Ota para ver la pantalla apenas se da cuenta que lo está fotografiando, porque lo último que quiere es una foto suya donde sale escrachado circulando por el grupo del curso. No sale tan mal, pero sus amigos se ríen igual y no tardan en hacerlo sticker.
—Son unos culiados —se queja Enzo, que está molesto y divertido en partes iguales —No se merecen mi amistad.
—Amigo, caíste por el truco más viejo del libro.
—Posta, pensé que te ibas a dar cuenta —se ríe Rodrigo y tiene razón, porque es la joda más pelotuda del mundo y él cayó como un tarado.
—Pensé que estábamos en tregua después de lo de ayer, por eso.
—Mirá si Lionel se va a enojar por esto. Se cagaría de risa.
—Para mí ayer se estaba aguantando las ganas —dice Emiliano, concordando con las palabras de Lautaro —Casi se tienta cuando nos cagó a pedo.
—Qué tipazo.
—Bueno, andá a cambiarte que estás mojando todo —le dice Leandro, señalando el rastro de agua que dejó Enzo en el piso.
Enzo mirá el suelo y se da cuenta que, tal como dice Leandro, toda la entrada de la 306 está repleta de agua como si se hubiera explotado un caño. Pero sus amigos están en pedo si piensan que Enzo no se las va a devolver, porque él tampoco es ningún santo. Por eso, lo mira a Leandro fijo antes de ejecutar lo que tiene en mente.
—¿Ah, te jode?
Antes de que Leandro pueda responder algo, Enzo lo taclea con toda su fuerza y los dos se caen al piso de un golpe seco. A Enzo no le importa mucho, si total ya está mojado, pero Leandro abre bien los ojos cuando se da cuenta que al igual que su amigo, está todo empapado por el agua del piso.
—Hijo de puta —le dice con tono derrotado y Enzo se burla.
—Por bostero.
Los demás se quedan a un lado, riéndose sorprendidos mientras Nicolás le saca una foto a Leandro en el piso. Es una escena medio cómica, si no fuera porque son ellos los que van a tener que limpiar ese desastre después.
—El que me jode es el próximo —advierte Enzo y todos hacen un paso atrás menos Emiliano, porque sabe que no lo puede taclear incluso si usara toda su fuerza.
—Se te saltó la térmica.
—Saltame en esta.
Todos se ríen porque por algún motivo los chistes sexuales nunca pierden su gracia, hasta que se dan cuenta que el suelo no se va a limpiar solo. Pueden llamar al servicio, sí, pero nadie quiere que Lionel se entere porque más allá de todo, nadie quiere bancarse otra media hora de sermón sobre ser responsables y maduros y ese tipo de cuestiones que no les interesan.
Al final Rodrigo termina asumiendo la responsabilidad de limpiar todo (juegan al desparejo para decidir eso) y en cuestión de media hora la 306 vuelve a estar intacta como antes. Lautaro devuelve el balde robado del depósito del hotel –que nadie sabe cómo encontró– y después de eso van a almorzar. Para su suerte, la pastilla es lo único que no quedó arruinada por el agua, así que Enzo la pasa con un trago de Pepsi cuando termina de comerse el plato de canelones.
La excursión de esa tarde es ir a jugar al paintball, algo que nadie recuerda haber leído en el itinerario del viaje, pero tampoco se quejan porque es divertido. Las balas (que en realidad son bolas compactas de pintura) les dejan algunos moretones en la piel y el equipo de Enzo termina ganando por tener menos bajas, lo que termina presumiendo toda la tarde. Resulta ser su excursión favorita, por arriba de la Isla Victoria (aunque también es muy linda) y el rafting, que es divertido pero no mejor que el paintball.
Cuando vuelven, todos están cansados a más no poder y se saltean la merienda para dormir una siesta y guardar energías para la noche. La fiesta del estudiante les genera expectativas altas y Enzo se va a dormir pensando en que ojalá pinche la previa a la que lo invitaron a Julián.
★ ★ ★
El primero que llega a la previa es Lisandro, el amigo de Emiliano.
Para ese momento, Enzo recién está saliendo de la ducha, porque apenas son las diez y cinco y le tocó el último turno para bañarse. Se sacó todas las manchas de pintura restantes de la excursión y se siente un hombre nuevo, renovado. La habitación es medio un quilombo y su valija está abierta de par en par arriba en el suelo, mostrando toda la ropa desordenada. Enzo sale del baño solo con una toalla en la cintura y se sorprende cuando ve a un tipo que no conoce sentado en su cama, cagándose de risa de algo con Leandro.
El chico parece no inmutarse de su presencia hasta que Enzo se para al lado suyo para sacar unos bóxer y unas medias. Como es la fiesta del estudiante, saca la campera de la promo y la separa a un lado junto a un pantalón negro y una remera negra.
—Buenas —le dice el tipo, que le extiende la mano para saludarlo.
—Hola. Soy Enzo.
—Ah, él es Licha, el que te dije —dice Emiliano, materializandose al lado del ventanal del balcón.
Enzo se seca las gotas que le caen por la frente por su pelo mojado y recuerda la conversación de esa mañana, cayendo en cuenta de quién es el chico de mechas rubias que está ahí.
—Sos el pibe porro —señala Enzo y Lisandro se ríe.
—Me gusta ese nombre.
—¿Qué pongo? —pregunta Rodrigo, interrumpiendo las presentaciones.
Está intentando configurar el Bluetooth del celular con el parlante que se trajo de Buenos Aires para poner música, lo que Enzo considera que es una muy buena idea para ir armando ambiente. Es temprano todavía y no cree que nadie más llegue por un buen rato al menos, pero una previa no es previa sin música.
—La playlist que te pasé —le dice a Rodrigo, quien niega casi al instante.
—Está lleno de RKT eso, ni ahí.
—¿Qué vas a poner vos? ¿Tini?
Su amigo lo mira como diciéndole cerrá el orto y acto seguido se escucha el connected del parlante.
—Usen la mía, tiene de todo, literal —propone Lautaro y tanto Rodrigo como Enzo asienten, porque de todos él es el que tiene un gusto de música más variado —Ahí te paso el link por Whatsapp, aguantame un cacho.
Enzo vuelve al baño con la muda de ropa en la mano para cambiarse. Cambiarse en el baño es una mierda , piensa, porque si se ducha con agua caliente después le queda toda la ropa pegada al cuerpo por el vapor. Es una sensación incómoda, así que se pone la ropa lo más rápido posible y se acomoda el pelo para que no le quede raro una vez seco.
Cuando Enzo sale del baño va a sentarse con sus amigos y Lisandro, que están hablando sobre anécdotas del secundario como si fueran conocidos de toda la vida. Enzo se entera que Lisandro es de Entre Ríos, de un pueblo que se llama Gualeguay (está ahí nomás de Buenos Aires, en tres horas llegas, le dice) y que su equipo favorito de la Premier es el United, lo que le parece respetable, aunque no sea su club inglés favorito. Arreglan para juntarse a jugar un partido algún día, porque a ellos siempre le faltan defensores y Lisandro justo juega de central. Vive un poco lejos pero no pasa nada, porque tener un defensor les cae como anillo al dedo.
Se pierden tanto en su charla de fútbol que los siete se sorprenden cuando escuchan dos golpes en la puerta. Enzo se levanta de su lugar y camina hacia la entrada, porque todos sus amigos son unos vagos y resulta que nadie quiere pararse.
Enzo abre la puerta con una sonrisa y frunce el ceño de inmediato, porque no esperaba verlo ahí.
—¿Juli?
—¿Enzo?
Los dos se quedan estáticos unos segundos, mirándose mutuamente sin decir nada. Julián está usando la campera de su promo, que es blanca y azul y tiene una mancha enorme de vino en el brazo derecho. Solo cuando Enzo se da cuenta que debe verse medio tarado con la cara que está poniendo, reacciona y le dice algo.
—Hola —saluda y carraspea para sacarse la molestia de la garganta, porque siente que la voz le salió medio aguda —¿Pinchó la otra previa?
—No, pero no sabía que era la misma. Me di cuenta cuando llegué.
—Bueno, mejor —le dice y se recuesta en el marco de la puerta —Sos el primero. O sea, el segundo, en realidad.
—¿Posta? —pregunta Julián y Enzo asiente —Pero si me dijiste a las diez y son las diez y media.
—Ah, pero cuando uno dice las diez es para que caigan a las once.
Julián frunce el ceño como diciendo nada que ver y Enzo se da cuenta que sus cachetes están un poco colorados, capaz porque le dio vergüenza caer tan temprano.
—¿Y tus amigos?
—Fueron a comprar escabio hace un rato, calculé que ya habían llegado.
—¿Quién llegó? —pregunta una tercera voz, que es Lisandro.
El entrerriano se asoma por sobre el hombro de Enzo y sonríe apenas lo ve a Julián, acercándose para abrazarlo. Enzo se queda un poco sorprendido, como si esto fuera un reencuentro de amigos de toda la vida y el fuera la tercera rueda, medio fuera de lugar. No sabía que el amigo de Emiliano y Julián se conocían, más que nada porque son de provincias distintas. Entre Ríos y Córdoba no están muy cerca que digamos.
Capaz se hicieron amigos en el viaje como él y Julián, se le ocurre. Es una explicación razonable.
—Pensé que no ibas a venir —le dice Lisandro una vez que se separan y Julián tuerce la cabeza extrañado —Por lo de Emi, digo.
—Ah, no pasa nada con eso. No estoy mal.
Enzo se da cuenta que Julián no tiene ganas de hablar del tema así que interrumpe para cambiar el rumbo de la charla antes de que Lisandro pueda contestar algo en relación a la ruptura.
—Pasá, estabamos por abrir un vino.
Los tres ingresan a la 306 de vuelta y Enzo hace un repaso rápido de sus amigos para que Julián pueda saber sus nombres al menos, aunque ya los conoció de vista en Cerebro. La presentación es breve y tras eso, continúan la conversación de fútbol con vasos de vino y pritty en la mano. Enzo se sorprende cuando ve que Julián se integra rápidamente a la charla, hablando y bromeando como uno más de ellos (es una sorpresa grata, claro).
Resulta ser que Julián también es un gran apasionado del fútbol y se suma entusiasmado a los debates sobre qué equipo de la Premier es mejor. Enzo se ríe de él cuando dice que el City es su favorito, porque es una respuesta muy básica, aunque piensa que la camiseta celeste de los Citizens le quedaría muy bien. Discuten un rato hasta que el vaso se les termina y se paran a preparar más pritiado.
No tiene mucha oportunidad de hablar de River con Julián mientras arman los vasos (lo que es una pena), porque unos minutos tras la llegada del cordobés aparecen sus amigos con varias botellas en mano y luego su curso entero. Es en el transcurso de veinte minutos que la 306 pasa de estar casi vacía a totalmente explotada, porque es difícil hacer entrar a treinta y pico de personas en una habitación de cuatro personas. De alguna forma lo logran, corriendo todas las camas para un mismo lado y dejando las valijas en el vestidor al lado de la entrada.
La gente está muy pegada y es difícil moverse sin rozarse con alguien, pero esa es la gracia de todo, ¿no? Enzo agradece que Lautaro haya ofrecido su playlist, porque resulta que cada una de las canciones es mejor que la anterior. El alcohol pasa de mano en mano y la música le dan ganas de llegar ya mismo a ByPass y ponerse a bailar, hablar con alguien y seguir tomando hasta que no de más. Por eso, cuando encuentra dos latas de cerveza apoyadas en la mesa de luz de Nicolás, las agarra sin problema y se las lleva, aunque no sabe de quién son.
Si él puso habitación tiene derecho a hacerlo, se justifica a sí mismo. Tras eso se sienta en la ronda en la que están sus amigos, Julián y un par de personas más -algunos compañeros de curso y otros que no conoce tanto (amigos de Julián, imagina)-.
Enzo ve las manos extendidas de todos y entiende a lo que están jugando: yo nunca nunca. Las reglas del juego son simples, cada jugador levanta los diez dedos y a medida que alguien dice algo, bajas un dedo si alguna vez lo hiciste. No hay ganadores ni perdedores, la idea es reírse un rato y contar anécdotas sobre por qué hicimos algo o no.
—Yo nunca nunca usé un machete —empieza Sofía, una compañera de curso, y Enzo baja un dedo.
La mayoría hace lo mismo a excepción de unos cuantos pocos, entre ellos Julián, que todavía tiene los diez dedos levantados. Enzo no entiende cómo alguien puede sobrevivir el secundario sin machetearse al menos una vez, pero en vez de decir algo, toma un trago de cerveza y deja la lata vacía en el suelo. Como el juego va en ronda y cada uno tiene que decir algo, el próximo que habla es Nicolás, que está sentado al lado de Sofía.
—Yo nunca nunca volví con mi ex.
Ota sonríe y algunos valientes se animan a bajar el dedo, recibiendo comentarios del tipo cómo vas a hacer eso o hay que tener estómago. Enzo sigue con nueve dedos levantados y así sigue el juego, con preguntas boludas y un poco atrevidas que los hacen reír a todos hasta que llega el turno de Rodrigo, el próximo en hablar.
Su amigo se queda en silencio unos segundos hasta que se le ocurre una idea.
—Yo nunca nunca… le tuve ganas a una persona de mi mismo sexo —completa Rodrigo y se escuchan algunas risas de fondo.
Enzo se queda estático en su lugar, mirando fijamente los tatuajes de sus manos. Algunas personas bajan un dedo y otros solo se burlan, haciéndo jodas sobre ser puto o torta y otras cosas que Enzo no procesa por completo, porque no sabe qué responder. ¿Baja un dedo o no? No tiene ni idea. La conversación de la mañana se le viene a la cabeza y recuerda las palabras de Rodrigo sobre no decir ninguna pelotudez, pero Enzo no cree que ese sea el problema.
Es que la respuesta no es un sí, pero tampoco un no.
¿Por qué estoy dudando? Se pregunta y vuelve a mirar su mano derecha, que solo tiene cuatro dedos levantados. Nunca en sus diecisiete años de vida había pensado en lo que significaba gustar de otro hombre y la idea lo pone un poco nervioso, porque no es capaz de sacarla del todo de su cabeza. Se repite en bucle y es molesto, demasiado molesto. Puede ser que algunos chicos de su edad le parezcan atractivos, sí, y algunos jugadores de River también, pero hasta ahí. No de la forma en la que le gustan las mujeres, ¿o sí?
¿O sí?
—Enzo.
Rodrigo le está hablando y le pasa una mano por enfrente de la cara para ver si reacciona. Al segundo, Enzo gira la cabeza y parpadea un par de veces, dándose cuenta que las diecipico de personas que están en la ronda lo miran expectante, como queriendo que diga o haga algo.
—Es tu turno, te toca decir algo.
—Uh, disocié —dice con una sonrisa y un par se ríen.
Decide enterrar el tema en el fondo de su mente por el momento y seguir indagandolo más en el futuro, pero no ahora. Todos esperan que continúe el juego con una premisa de la misma onda, algo medio polémico y divertido pero no sexual, porque todavía es temprano como para esas charlas. No se le ocurre mucho qué decir. Intenta pensar en varias ideas y es en ese proceso que su mirada choca accidentalmente con la de Julián, que también lo observa como dale flaco apurate .
No puede evitarlo y baja la mirada hacia sus manos, pensando en qué habrá respondido el cordobés a la pregunta de Rodrigo. Tiene levantado un dedo menos que la ronda anterior y Enzo siente que su corazón late un poco más rápido.
Respondió que sí, le dice su mente como si no fuera obvio. Le tuvo ganas a una persona de su mismo género .
Un calor se le sube a la cara como si hubieran prendido un calefactor al lado suyo, pero sabe que no es por eso que se siente acalorado. Julián le tuvo ganas a un hombre. Enzo es un hombre. Pará, ¿por qué me emocioné?
—Para hoy, pelotudo —le grita Ota desde la otra punta de la ronda y Enzo le levanta el dedo del medio en respuesta una vez que sale de su trance, agradeciendo secretamente a Nicolás por interrumpirle esa línea de pensamiento.
Todavía no sabe qué decir, así que dice lo primero que se le ocurre.
—Yo nunca nunca estuve con una persona de otra provincia —propone y al toque la mayoría bajan un dedo, él incluido.
Es la tercera noche del viaje y casi todos (al menos los que no están en pareja o los que sí y no les importa) ya se encamaron a alguien. Enzo se acuerda de la existencia de Flor, la santafesina, a la que supuestamente Emiliano invitó a esa previa. Por suerte decidió no ir, porque no hay rastro de ninguna rubia en la habitación a excepción de Rodrigo. Uno de los pocos que no bajan un dedo es Julián, lo que es esperable.
Enzo piensa que si fuera él, hubiera aprovechado la ruptura con para cogerse a cualquiera que se le cruce en el boliche y si es en frente de su ex mejor. Parece que Julián no es así, Enzo supone, aunque no sabe a ciencia cierta. El cordobés parece más bien reservado o tímido y no se lo imagina haciendo eso, levantándose a cualquiera como hizo Enzo desde que llegó a Bariloche. Son solo suposiciones , se dice. Capaz esta noche Julián va a ByPass y se chapa a cincuenta personas, podría ser.
No , le dice su mente al instante, como bloqueando la idea. Le genera un poco de desagrado esa imagen mental de Julián con varias chicas o chicos, un desagrado que es distinto al de Lautaro con su chongo. Más como una molestia.
La ronda de preguntas sigue y Enzo está en las nubes porque lo último que hace es prestar atención a lo que están jugando, solo escucha por arriba y baja los dedos si la acción no suena tan comprometedora. Su mente vuelve a la pregunta de Rodrigo y el aire comienza a sentirse viciado, aunque el ventanal está abierto levemente y pasa algo de viento. Bueno, basta , se dice a sí mismo. Pensar en Julián lo llevan a preguntarse cosas medias raras y él está en una previa en Bariloche, no debería estar reflexionando sobre lo que sea que sean esos pensamientos.
Con tanta gente en la habitación, Enzo comienza a sentirse ahogado y de un salto se separa de la ronda, caminando hacia el balcón. Escucha que alguien lo llama atrás suyo, pero no reconoce quién.
Que sigan el juego ellos, porque él no tiene ganas de participar más.
En su lugar, sale al balcón y siente un poco de alivio cuando el aire le llena los pulmones de vuelta, sintiéndose menos sofocado que antes. Solo hay un par de personas afuera, entre ellas Emiliano y su amigo entrerriano, Lisandro. Le parece un tipo copado aunque solo haya intercambiado unas cuantas palabras con él hace un rato, así que se sienta con ellos en el sillón grande. Los dos están fumando un armado de tabaco y a Enzo le dan ganas de pedirle uno a Emi, porque sabe que le va a decir que sí. Solo no tiene ganas de armarlo por él mismo.
Sin molestarse mucho por su presencia, su amigo y el entrerriano continúan la conversación como si nada.
—Mal boludo, es que es así, literal, no sé cómo nadie se da cuenta —dice Emiliano sin decir nada realmente y Enzo se pregunta de qué chota estarán hablando.
—Mirá, con Cuti fuimos una vez a Capilla del Monte y es así tal cual, posta. Hay ovnis por todos lados, hasta un museo.
—Tiene que ser real —afirma Emi y Lisandro asiente en confirmación.
—Sí man, no podemos ser los únicos seres en el universo, no hay chance. Hay algo más.
Enzo se ríe en silencio mientras Emiliano sigue hablando sobre los avistamientos de ovnis en Mar del Plata, su ciudad natal. Escucha la música que viene de adentro de la habitación, pero la cumbia cheta no es mucho lo suyo. En su lugar, decide que mirar el video que su amigo le está mostrando a Lisandro es más entretenido. Es una grabación en baja calidad donde se ve una luz media azul en un cielo lleno de nubes y Enzo reconoce el video al instante, porque Emiliano ya se los mostró varias veces. Le resulta un poco graciosa la fijación del marplatense con lo extraterrestre y recuerda el apodo que le pusieron con sus amigos cuando iban a segundo año: marciano .
—Esto es un avistamiento del año pasado, no pasaron esto en las noticias porque no quieren que se hablen de estas cosas —explica Emiliano haciendo gestos con las manos, y Lisandro asiente, tomándose muy seriamente el asunto.
—Parece un avión eso.
Emiliano lo mira mal y apaga el celular.
—Sos muy escéptico —le dice y Enzo lo empuja despacito, aunque no sabe qué significa esa palabra. Solo supone que es un insulto o algo así.
—Vos te crees todo.
—Lo creo porque es real.
—Es real —repite Lisandro en defensa de Emiliano, que parece emocionado porque por primera vez alguien le da bola con el tema de los ovnis.
Enzo piensa en decirle que lo está jodiendo nada más, que no tiene una puta idea sobre el tema de los extraterrestres y eso (lo cual es cierto, porque no le interesa mucho), pero le divierte molestar a Emiliano con esas cosas. Siempre se lo toma en serio y Enzo es experto en joder a la gente con sus puntos sensibles.
—Tenemos que ir a Capilla del Monte —dice Emiliano de repente como si hubiera tenido una epifanía y lo mira seriamente a Enzo, esperando una confirmación de su parte.
—¿Dónde chota queda eso?
—En Córdoba.
Como por arte de magia, Julián se materializa delante de ellos apenas Lisandro pronuncia esas palabras, como convocado por el nombramiento de su provincia. Tiene un vaso de algo que parece vodka en la mano y se apoya contra la baranda del balcón, porque las piernas le tiemblan levemente.
—Hablando del rey de Roma.
—Me aburrí adentro —es lo único que dice Julián y toma un trago bien largo del vaso.
Enzo no lo notó mientras estaban jugando al yo nunca nunca , pero Julián parece menos cohibido que las otras veces que lo vio. Se mueve mucho más suelto y su sonrisa antes retraída ahora se asoma sin ninguna timidez. Está en pedo , se da cuenta. Después de ese trago le siguen otros dos y Enzo confirma su teoría, porque no hay chance de que no esté tomado.
Él también se siente un poco débil de piernas por el alcohol, pero su resistencia es fuerte y solo tomó unos pocos vasos, así que está bastante bien. Mientras tanto, el tema de conversación entre Emiliano y Lisandro (los únicos que parecen totalmente sobrios) sigue con anécdotas del viaje de Lisandro y Cuti a Capilla del Monte, que Julián escucha con interés. El viento le vuela un poco el pelo castaño y Enzo inhala lentamente, porque se acuerda de la pregunta de Rodrigo.
No quiero pensar en eso, se dice a sí mismo, pero su mente siempre hace de las suyas a pesar de lo que él quiera, y no puede parar de repetir la escena en su mente. ¿Por qué le importa tanto? Es un juego de previa, ya está.
Un juego nada más.
Enzo se estira y le roba el vaso de la mano a Julián, que lo mira sorprendido pero no le dice nada. Toma tres tragos largos y se lo devuelve medio vacío, porque quiere apagar el cerebro un rato y qué mejor manera de hacerlo que tomando. El vodka es lo más efectivo, aunque odia el sabor afrutado y demasiado dulce. Julián solo lo mira en silencio y a Enzo le dan ganas de preguntarle en qué está pensando, pero no le dice nada porque de repente Lisandro y Emiliano se levantan del sillón.
—Está por salir el colectivo —dice Lisandro y se guarda la etiqueta en el bolsillo.
Enzo mira la hora en su celular y ve que son las 23:44. El colectivo sale a las y cincuenta supuestamente, así que se levanta rápido porque no piensa para nada perderse el show de luces de ByPass. Antes muerto.
—Vamos.
Julián asiente y lo sigue mientras entran de vuelta a la habitación, que se está vaciando porque la mayoría ya está bajando al lobby para subirse al colectivo e irse. La 306 está medio enquilombada y puede ver algunas manchas de escabio en el piso y de otras cosas que no reconoce, pero eso es problema para el Enzo de mañana. O para el personal de limpieza, en todo caso. Enzo espera que salgan todos para apagar las luces y cerrar la puerta de la habitación, asegurándose de que no queda nadie dentro.
Cuando sale al pasillo ve que no queda nadie excepto Julián, que lo espera con el vaso vacío en la mano. Enzo se guarda la tarjeta en el bolsillo y los dos caminan hacia las escaleras, cada uno pensando en cosas diferentes. Por algún motivo, no está tan manija como las noches anteriores.
Enzo sacude la cabeza y se recuerda a sí mismo que está en Bariloche, que no es momento de ponerse ortiva. Es la fiesta del estudiante, va a ir a uno de los mejores boliches y la va a pasar bien.
La voy a pasar bien, repite en su cabeza.
Notes:
mi capítulo favorito hasta ahora, escrito en un lapso de tres horas (qué carajos o sea wtf) porque me emocioné por los mil hits.
Chapter 5: Capitulo 5
Summary:
enzo toma demasiado y esta vez julián lo salva
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El viaje en micro hasta ByPass es breve, bastante en realidad.
Enzo no entiende por qué van en colectivo en primer lugar, porque son seis o siete cuadras nada más y podrían hacerlas caminando tranquilamente. Pero Lionel insiste con que el que no se sube al micro no va al boliche, así que Enzo le hace caso sin oponer mucha resistencia. Se sorprende un poco al subirse, porque todos sus amigos ya están sentados con alguien y lo relegan al fondo de todo, con gente que no conoce.
Eso no sería un problema usualmente. Con dos o tres palabras Enzo se podría hacer amigo de cualquiera, porque si hay algo que le sale más que bien es hablar con la gente. Lo que pasa es que esa noche no está muy de humor como para socializar, así de simple. Se siente una persona diferente, como si de repente el juego de más temprano le hubiera sacado todas las ganas de existir. Piensa en pararse y pedirle a Lionel que lo deje bajar del micro y volver al hotel, para encerrarse toda la noche en la habitación bajo las sábanas de su cama y no tener que ver a nadie. Así puede darse un buen tiempo a profundizar sobre sus pensamientos raros.
Estás loco, le reprocha su mente y con razón.
Es estúpido perder una noche en Bariloche por un juego. Capaz juntarse mucho con Rodrigo le está pegando el dramatismo, porque aunque intente distraerse mirando el lago por la ventana, la sensación de incomodidad no se va. No sabe bien con qué está molesto o por qué (su cabeza le ofrece un par de motivos que ignora), pero se resigna a ir a ByPass y pasarla bien, incluso si tiene que obligarse a sí mismo.
La incomodidad no es lo más grave. Lo peor del viaje en colectivo es que Julián tampoco se sienta con él, lo que un poco lo ofende y al mismo tiempo lo alivia. El cordobés elige los asientos de adelante y se sienta junto a un chico que también estuvo en la previa –Enzo supone que es un compañero o amigo–. En el micro Julián parece incluso más en pedo que hace unos minutos y Enzo solo se dedica a mirarlo desde atrás, siguiendo su conversación disimuladamente. Se está volviendo una costumbre a este punto. Julián charla y se ríe fuerte de lo que le dice el chico con el que está sentado y a Enzo le dan ganas de patearles el asiento desde atrás para que cierren el orto los dos.
No lo hace, obvio. En su lugar, se pone a tararear los temas que suenan en el micro, porque se ve que alguien llevó parlante. Suenan los primeros segundos de Mi nena Facebook de Los Nota Lokos y Enzo está seguro de que si hubiera escuchado esa canción el día anterior la estaría cantando a los gritos. Esta vez no lo hace.
Una vez que termina el tema, el colectivo estaciona y todos miran por la ventana para ver si llegaron. Lionel les avisa que efectivamente están en ByPass y el micro no tarda en vaciarse, dejando atrás todos los vasos vacíos. Enzo se baja último, detrás de Julián y su amigo. El apodo en la campera del chico es Nahu y recién ahí Enzo recuerda que Lisandro le comentó algo de un tal Nahuel cuando habló de su viaje a Capilla del Monte, aunque no sabe si será el mismo.
Al final ni siquiera le pudo preguntar a Lisandro de donde conocía a Julián. Enzo sacude la cabeza. No todo tiene que ver con Julián. Julián es un chico que conoció hace dos días en el viaje y le pareció copado, nada más. No tiene por qué ponerse tan intenso. Enzo suplica para hacerle entender lo mismo a su cabeza.
Ya está, se dice a sí mismo apenas pone un pie en el piso, totalmente estable en el suelo. La verdad es que se arrepiente de no haber tomado tanto. No se siente mareado ni divertido ni ninguno de esos estados graciosos en los que te pone el alcohol. Se siente normal, como si recién se hubiera levantado para ir a la escuela. Y no quiere estar así, para nada. Por un momento Enzo se cuestiona qué tan normal es depender tanto del alcohol como medio para evadir sus problemas. No importa, prefiere aguantarse mil resacas antes que soportar el ruido de su cabeza solo un minuto más.
Enzo avanza hasta la entrada de ByPass y considera fumar un pucho antes de ingresar, como para desestresarse y recibir la noche con la cabeza despejada. Pasa la mano por el bolsillo instintivamente y putea cuando se da cuenta que no hay nada ahí más que sus llaves. Qué pelotudo. Bueno, le puede pedir a Nicolás o a Emiliano o a cualquiera en realidad, al menos alguien le va a querer donar un cigarrillo. La situación no es tan grave pero igual lo amarga, como si fuera la cereza del postre no tener cigarrillos cuando hay muchas cosas en las que pensar. Qué noche de mierda.
—¿No vas a entrar?
Enzo se da vuelta y se encuentra con la mirada de Julián, que está parado sobre un escalón de la entrada que lo hace ver más alto. No hay rastro del chico con el que estaba hablando hace unos segundos y es casi instantáneo como el mal humor de Enzo se esfuma. De repente, le dan ganas de volver a ser el mismo de siempre, jodón y macanudo con todo el mundo.
—¿Ya me extrañas?
—Puede ser —responde Julián medio sonriendo.
—Pensé que me ibas a decir que no.
—¿Por?
—Porque te sentaste con otro.
Julián abre la boca sorprendido por la respuesta y Enzo no sabe si lo dijo como un reclamo o en joda, probablemente haya sonado una mezcla de ambas. Qué le podes reclamar si lo conociste hace cinco minutos. Por primera vez en la noche su cabeza tiene razón, Dios, cómo le va a decir eso. Enzo siente que se le sube el calor a la cara al pensar en sus palabras, que suenan territoriales sobre un pibe que en realidad no conoce tanto. Por eso se apura a interrumpirlo antes de que Julián pueda responderle algo.
—Es joda —aclara poniéndose las manos en el bolsillo —Por las dudas.
—Entendí, tranqui —le asegura Julián y Enzo se alivia al instante, porque lo último que quiere es parecer un raro frente a él —Pero si queres a la vuelta nos sentamos juntos. Para que no te pongas celoso.
—No me puse celoso.
—¿Vos decís?
Enzo decide que mirar los locales del otro lado de la calle es más interesante que mirarlo a Julián, que seguramente se está riendo de él. No está acostumbrado a esas situaciones donde él es el que pasa vergüenza, usualmente los roles están revertidos. Julián parece darse cuenta de su incomodidad y se ríe más fuerte, así que Enzo decide cambiar el foco de la conversación antes de que se burle un poco más de él.
—Entremos —le dice y lo arrastra a Julián del hombro al igual que esa mañana, cuando lo salvó de la discusión con ex.
Repiten el mismo ritual de todas las noches de mostrarle las pulseras a los patovicas para entrar y en cuestión de un minuto ya están dentro del boliche. ByPass no es exageradamente grande como Grisú, solo tiene una pista principal y un primer piso con un balcón enorme que rodea la pista. Enzo decide que va a mirar el show de luces desde el palco, porque seguramente se va a ver mejor que en la planta baja.
Julián, por otro lado, no está muy concentrado en el boliche sino más bien en buscar a sus amigos, que entraron un rato antes que ellos pero parecen no estar en ningún lado. Mira para todas las direcciones intentando ubicar alguna cara conocida, lo que resulta una tarea difícil con el mar de personas que están entrando a ByPass. Las camperas son casi todas iguales, con diseños y una gama de colores bastante parecidas, así que buscarlos por sus uniformes es una idea que descarta al instante.
—Ya te queres escapar de mí —le dice Enzo apenas se da cuenta de lo que está haciendo Julián. No sabe por qué le dice eso si ni siquiera está tan en pedo, pero es como si las palabras se le salieran solas.
—Estás tonto hoy.
—Tenes razón.
Enzo asiente porque Julián dice la verdad. Es un tonto que está diciendo cosas tontas y ni siquiera está en pedo como para justificarse. ¿Qué te pasa, Enzo? Se pregunta a sí mismo y no encuentra respuesta. A veces siente que su boca tiene vida propia y termina diciendo cosas que lo ponen en situaciones comprometedoras.
Por suerte, Julián no le hace mucho caso y solo lo agarra del brazo para llevarlo hacia el primer piso del boliche, porque parece haber visto a alguien de su grupo. Enzo sube los escalones pensando en robarle un vaso a alguien, probablemente a Leandro, que parecía medio en pedo y no se va a dar cuenta. O si se da cuenta no se va a molestar. Solo necesita alcohol y rápido. El presentimiento de Julián es correcto: todos los de la previa –o la mayoría– están en uno de los balcones, bailando en una ronda bastante grande. Lo bueno es que el primer piso no está tan lleno como la planta baja, así que pueden caminar hasta ellos sin chocarse a nadie.
—No vayas a tomar mucho —le advierte Julián antes de separarse de él e ir con su grupo de amigos, como anticipando sus planes.
—Para nada.
Los dos saben que es una mentira y tras eso Julián se aleja, dejándolo solo. Enzo lo sigue con la mirada hasta que el cordobés se encuentra con sus compañeros de habitación y recién ahí decide integrarse en la ronda donde está su curso.
—¡Enzito! Pensé que te habíamos dejado encerrado en la habitación —lo jode Emiliano apenas lo ve llegar.
—Te preocupaste mucho se ve.
—Te juro, casi me largo a llorar.
—Pelotudo —dice Enzo riéndose y amaga a sacarle el vaso a Emiliano, que lo esquiva ágilmente —No seas rata, convidame.
—¿Nunca un por favor, no?
—Estás en pedo vos si pensas que te voy a pedir permiso.
—Solo porque te quiero —le contesta Emiliano y le acerca el vaso, que es un pritiado con demasiado vino y muy poca pritty.
Como me gusta, piensa feliz y se lo baja de tres tragos largos. Por suerte Emiliano no se da cuenta, porque justo Nicolás prende un live de Instagram y su amigo corre a figurar en la cámara. Enzo, por otro lado, se instala al lado de la barra y ojea la carta un rato. Los precios son altos pero tampoco quiere sobrevivir del escabio de sus amigos, así que se pide dos vodka para él solo y se queda ahí, mirando a la gente bailar.
Lautaro está hablando con Lisandro en una esquina y Enzo piensa en ir y meterse en la conversación. No, la puedo pasar bien solo. Es verdad, no necesita de sus amigos ni nadie para disfrutar la noche. Pero para disfrutarla tiene que estar en pedo.
Enzo sonríe cuando la chica de la barra le entrega los dos vasos, aunque lo mira un poco raro cuando se da cuenta que son los dos para él. Qué importa. Se los baja en cuestión de minutos y para cuando quiere pedirse un tercer vaso ya tiene la vista media borrosa. ¿Sale cuatro mil o cinco mil el fernet? No importa. Al final le termina dando el primer billete que encuentra en la billetera a la chica y ella le prepara un fernet que tiene demasiados hielos para su gusto. Igual se lo toma, intentando obviar que no debería hacer tanta mezcla si no quiere que le caiga mal.
Después de ese vaso viene otro, que no recuerda si se lo robó a Rodrigo o a quién, y cuando se para a bailar siente que el mundo le da vueltas. En los parlantes del boliches suena Lokera y pareciera que la música retumbara en las paredes, haciendo vibrar todo su cuerpo. Enzo se siente como si hubiera vuelto a su hábitat natural de vuelta, con todo el malestar de antes desapareciendo por completo. Al final estaba siendo dramático , se dice a sí mismo. La música es buena, sus amigos se están divirtiendo y Julián está más lindo que nunca bajo las luces coloridas, no tiene por qué sentirse mal.
Pará. ¿Julián está qué?
Está más lindo que nunca, se responde a sí mismo y no hay forma de negarlo.
Enzo sabe que no se puede hacer el boludo por tanto tiempo. En algún punto tiene que enfrentar la realidad: la pregunta de Rodrigo lo inquietó, quizás demasiado para su gusto. Y si le genera tanta curiosidad es por algo . Enzo traga saliva y se siente como arena, porque asumir eso de repente es demasiado para él.
Si te genera curiosidad es por algo, le repite la voz en su cabeza y Enzo entiende que no se va a callar hasta que haga algo.
Enzo ve de lejos a sus amigos, que están cantando un tema de Bad Bunny a los gritos, ajenos a su dilema interno. Le gustaría volver con ellos para bailar y ver si así se le desocupa la mente un rato, pero hay algo más importante que debe comprobar primero. Por eso, baja las escaleras para ir a la pista principal, donde ninguno de sus amigos va a ver lo que tiene en mente hacer. Las piernas le tiemblan un poco y Enzo no sabe si es por el pedo o por los nervios, probablemente un poco de ambas. Siente que el corazón le late a mil por hora mientras las palabras de Rodrigo se repiten en su mente como un bucle sin fin.
Tiene que comprobar si realmente lo haría: estar con un hombre.
Y no piensa probar con Julián, antes muerto.
Hay muchas más personas abajo y Enzo comienza a dar vueltas sin una dirección particular. Quiere tantear terreno y ver quién le puede resultar interesante de ahí. Está un poco nervioso y eso lo hace ponerse peor todavía, porque no está acostumbrado a esa sensación de no saber qué va a pasar, como de esperar algo que puede ser terriblemente bueno o malo. La incertidumbre es terrible y por un momento considera volver con sus amigos, pero no. No va a cagonear.
Ya tomó bastante, pero capaz si toma un poco más se suelta y vuelve a ser el de siempre... Sí, va a hacer eso. La barra de la planta baja está estallada de gente y la fila es bastante grande, pero Enzo no tiene apuro en esperar. Mejor incluso. Se queda mirando a la gente pasar mientras la fila avanza lentamente, viendo si es capaz de ponerle un poco más de claridad a su situación confusa. Las chicas están igual de lindas que siempre y si no estuviera tan confundido sacaría a bailar a la colorada de uniforme azul, que parece que también lo mira a lo lejos. Pero así todo seguiría igual. Y él necesita hacer trabajo de campo.
En su lugar, Enzo posa la mirada en un chico que está un poco más alejado de la multitud, tomando algo oscuro en un vaso, seguramente vino o fernet. El chico es bastante normal en realidad, tiene pelo castaño y es un poco más bajo que él aunque tampoco tanto. Enzo se da cuenta al instante lo que está haciendo porque es lo mismo que hacen las chicas cuando se hartan de bailar con las amigas: está esperando que alguien vaya a hablarle. Entonces eso hace él. La barra puede esperar.
Se acerca caminando lentamente, no tiene ningún apuro y quiere tranquilizarse antes de decirle algo. Imaginate que es una chica más, se dice a sí mismo e intenta mirar al chico con otros ojos, pensando en qué le diría si fuera la rubia de la 314 o cualquiera de las pibas que se chapó las noches anteriores. Es difícil pensarlo de esa forma, porque el chamuyo tiene que ser espontáneo, no le sirve de nada planearlo de antemano. Bueno, a ver qué sale, piensa e intenta dejarse llevar, total es una prueba nada más.
El castaño no lo nota hasta que se para al lado suyo y Enzo hace lo primero que se le ocurre: sonreírle. Sabe que es uno de sus mejores atributos y el chico parece darse cuenta, porque al instante su mirada cambia.
—¿Por qué no bailas? —le pregunta. No es una forma muy ocurrente de empezar la conversación, pero no tiene ganas de pasar por las presentaciones.
—Estoy esperando a una amiga —le responde el chico y se apoya el vaso de vino contra el pecho —Hola, por cierto.
—Hola.
El chico lo mira como esperando que diga algo más. Enzo inhala y putea mentalmente, porque le da la sensación que el chamuyo no fluye como con las chicas a las que le habló antes. Está en blanco y se acuerda que minutos atrás le pasó lo contrario con Julián. Pero ya le habló y no quiere quedar como un virgen que no sabe chamuyar en frente del chico, que no hace más que tomar de su vaso.
—Soy Enzo, ¿vos?
—Mati. Te pusiste tímido recién.
—Es que me pareciste muy lindo —le dice Enzo y es mentira, obvio que es mentira.
El tal Mati no es tan atractivo y por suerte no se da cuenta que Enzo le está diciendo cualquier cosa, porque se ríe y se le acerca un poco más. Enzo no entiende muy bien qué busca conseguir con esto o cuál es la prueba que tiene que atravesar para saber si le gustan los chicos o no, pero ya tiene un pie adentro de la situación y no piensa cagonear. Piensa en cuál es el siguiente paso que tomaría si se estuviera chamuyando a una chica y decide que invitarlo a bailar es lo mejor.
—Tu amiga no se va a enojar si te robo un ratito ¿o sí?
—No creo —responde Mati y entonces Enzo le pasa una mano por la cintura para llevarlo a la pista.
Tiene el cuerpo rígido y la forma en la que lo sostiene no se siente natural. Es como si estuviera actuando para nadie más que sí mismo y Enzo se pregunta de vuelta cuál es el punto de ese experimento raro que se le ocurrió. Igual decide seguir un rato más a ver qué pasa. Está sonando un tema de Emilia del que no recuerda el nombre y Mati lo canta con muchas ganas, bailando mientras lo agarra de los hombros. Enzo no hace más que seguirlo con sus movimientos mientras lo sostiene de la cintura, porque es lo mismo que hizo con Flor la noche anterior así que debe estar bien.
Los minutos parecen eternos y Enzo intenta dar lo mejor de sí como para fingir que el pibe realmente le gusta. Intenta imaginarse que es cualquier otra persona y ver si ahí se suelta, pero la idea no parece servirle mucho.
—¿Te puedo decir algo? —le pregunta el chico de la nada y Enzo asiente.
—Decime.
—Te vi apenas entraste y no me animé a hablarte —admite y Enzo se siente culpable por un momento —No pensé que me ibas a hablar.
—¿Por qué no?
—¿Vos te viste al espejo?
Enzo se queda callado. Tiene miedo de saber qué es lo que va a pasar si la conversación sigue ese rumbo, porque todavía no está preparado. El chico se le acerca cada vez más y Enzo mira para otro lado, para cualquier lado, porque la idea de besarlo no le agrada mucho. En cierta parte es un alivio: no estaría con un chico. O al menos no con ese.
¿Y si fuera otro?
Enzo traga saliva y piensa rápido en alguna excusa para irse. Le da un poco de pena haberlo usado para su experimento fallido, pero no puede negar que no siente ningún tipo de atracción hacia él y tampoco va a forzarlo. Sus manos siguen sobre la cintura de Mati y las siente incómodas, no tendrían que estar ahí. Podrían estar en otra cintura tal vez. La de Julián.
Como si el pensamiento de Enzo lo invocase, grande es su sorpresa cuando mira hacia el balcón sin querer y lo ve a Julián, que también lo observa fijamente. El cordobés está apoyado sobre la baranda del primer piso y no hace nada más que mirarlo de vuelta desde el balcón, con una expresión que Enzo no logra descifrar del todo. Por un momento se siente hipnotizado por esos ojos marrones y se da cuenta que quizás su mente tiene razón, quizás si Matias fuera Julián no se sentiría tan antinatural. Ninguno de los dos es capaz de cortar el contacto visual y Enzo siente que un calor lo invade de repente. Es como si los ojos de Julián le atravesaran el alma y eso lo hace sentir desnudo, porque no entiende la intensidad de esa mirada.
¿Qué le pasa? Se pregunta, hasta que parpadea y vuelve a sus sentidos. Enzo mira a su alrededor y se da cuenta que sus manos siguen sobre la cintura del chico, que está pegado a él y le baila de una forma en que los amigos no bailan. Y Julián está mirándolo.
¿Eh?
El aire le falta de repente y Enzo lo suelta como si se hubiera electrocutado. Qué chota estoy haciendo. El chico abre la boca como para decirle algo, pero Enzo ni siquiera lo escucha, porque su cuerpo se mueve demasiado rápido y antes de darse cuenta ya está en la salida de ByPass.
El frío del exterior le pega como una cachetada y de la nada se siente mareado otra vez, como si el alcohol tuviera un efecto tardío en su cuerpo. Enzo se apoya sobre un pilar de la entrada e inhala en un intento de calmar los latidos de su corazón, que parecen ir a mil por hora. No sabe por qué le dan ganas de llorar de repente y hace fuerza para tragarse el llanto antes de que las lágrimas empiecen a salir por sí solas. Calmate, se dice a sí mismo en vano. Fue una idea pésima. Una idea muy muy pésima. No tenía que salir así, solo iba a probar si podía estar con otro hombre. Hasta ahí.
Nadie tenía que ver eso. Menos Julián. ¿Y si le dice a alguien?
Me voy a matar.
Enzo siente el cosquilleo asqueroso de las náuseas y se tapa la boca con la mano, intentando evitar el vómito. Putea mentalmente al alcohol por su efecto tardío y más que nada a sí mismo por pelotudo. Si no hubiera tomado tanto no se le hubiera ocurrido esa idea boluda. ¿Quién lo mandó a chamuyarse un pibe solo para probar si le gustan los hombres? La mente de Enzo vuelve a proyectar la imagen de Julián mirándolo desde el balcón y le dan ganas de golpearse la cabeza contra la pared mil veces, pero las piernas le fallan antes de que pueda moverse. ¿Tan en pedo estoy?
La respuesta es sí. O quizás sea la angustia mezclada con los vasos y vasos de vino y vodka que no debería haber tomado. Enzo intenta pensar en otra cosa, en las excursiones de los próximos días o en el pelo violeta de Rodrigo que le dio tanta risa o en cualquier cosa que saque de su mente a Julián, pero no puede. Todavía siente su mirada cuando cierra los ojos, como si estuviera de vuelta en la pista de ByPass con el chico. Las náuseas vuelven otra vez y Enzo hace lo posible para aguantar las arcadas. No quiere llegar al punto de quebrar.
—Te dije que no tenías que tomar tanto —le dice una voz desde atrás y Enzo putea mentalmente, porque distingue al instante quién le está hablando.
Claro que Julián lo iba a seguir. Es increíble la capacidad que tiene para aparecer en los momentos donde menos quiere verlo, pero tiene razón. Él le avisó y no le hizo caso. Enzo intenta girarse para mirarlo de frente y se da cuenta que su cuerpo no responde mucho a sus pedidos. La puta madre. Julián parece notar el estado de Enzo apenas se tropieza, porque se teleporta a su lado y lo agarra de los hombros antes de que se caiga.
—¿Qué haces acá?
—Te seguí porque pensé que te sentías mal. Saliste muy rápido.
—Volvé adentro —le exige Enzo.
—No quiero —niega Julián con la cabeza, demasiado seguro de su respuesta.
—Dale, no me siento ma-
Enzo siente las náuseas más fuertes que nunca y se da vuelta antes de terminar de hablar, porque su estómago lo traiciona en el momento menos oportuno y empieza a vomitar en medio de la vereda. La garganta le arde y siente el cuerpo más débil que nunca, como si un camión le hubiera pasado por encima. Es difícil respirar y todo lo que puede pensar es que ojalá Julián nunca hubiera salido detrás de él. Y ojalá no hubiera tomado tanto. Sino no estaría quebrando en frente de Julián.
Dios, qué vergüenza. Me voy a matar.
Una vez que termina, siente la mano reconfortante de Julián en su espalda y a Enzo le dan ganas de caminar hacia la calle y que lo pise un auto o algo así. Tiene toda la boca agria y la saliva se siente demasiado espesa bajo su lengua. Es un asco que Julián lo vea así, todo vomitado y apestando a alcohol.
—No me mires —le dice, limpiándose la boca con el borde de la campera.
—Vamos al hotel.
Julián no le dice más que eso y Enzo mira el pato en el piso como pidiendo que la tierra se lo trague. Todavía le está dando la espalda a Julián, porque siente calor en la cara y seguramente está medio rojo. Suficiente con que lo vio quebrar, no quiere que también lo vea así de colorado. Sería humillante. Me voy a matar, repite en su mente por tercera vez.
—Enzo, mirame. Te estoy intentando ayudar.
—Estoy bien —dice Enzo y los dos saben que es una mentira enorme.
—Vos me salvaste varias veces, ahora me toca a mi cuidarte —le explica Julián como si se tratara de una fórmula matemática, pero Enzo frunce el ceño poco convencido.
—Yo me cuido solo.
—No me parece.
Julián es tonto si piensa que va a dejar que se pierda la noche por cuidarlo, si ni siquiera llegaron a ver el show de luces todavía. No deben ser ni las tres de la mañana. Aparte, él puede volver al hotel por su cuenta. Un vómito no es nada y no necesita a nadie de acompañante. Ponele.
—Pe-
—Enzo —lo interrumpe Julián en tono imperativo antes de que pueda continuar —No podes ni caminar, mirá si te voy a dejar volver solo, estás loco.
—Estoy bien, en serio.
—No te creo nada y te vas a volver conmigo quieras o no.
Enzo intenta negarse otra vez, pero en el fondo sabe que es una batalla perdida. Las piernas no le responden y todavía se siente medio mareado, lo cual no ayuda mucho. Le gustaría pedirse un taxi o algo así, aunque ni siquiera sabe la dirección del hotel o si tiene la suficiente lucidez como para sacar la billetera y pagar lo que tenga que pagar. Julián tiene razón. Enzo suspira con molestia y asiente la cabeza como diciéndole bueno.
Al instante, Julián se acerca y lo agarra por los brazos de vuelta, como intentando cargarlo. Pasa una mano por su torso y Enzo un poco se quiere morir cuando se acuerda que debe apestar a vómito –si Julián lo nota no le dice nada, por suerte–. Quedan en una posición media rara, pero se pueden sostener bien para intentar caminar y así hacen unos cuantos pasos hasta la esquina de la cuadra. La verdad es que Enzo no tiene muchas ganas de volver al hotel. En realidad, no tiene ganas de ir a ningún lado. Le gustaría desaparecer por unas horas y listo, pero como eso no es físicamente posible, se sostiene fuerte de Julián para avanzar las pocas cuadras que separan a ByPass del hotel.
Parece que Julián se está esforzando demasiado en que ambos no se caigan, porque suspira fuerte cada dos pasos y pone una expresión que Enzo solo puede interpretar como cansado.
—Para qué me ofreces llevarme si ni tenes fuerza.
—Es que estás pesado —se defiende Julián —Aflojale al buffet del hotel.
Enzo se ríe con fuerza y no sabe si es porque está en pedo o porque solo es Julián el que le dice eso. Le da un poco de gracia verlo de esa forma, arrastrandolo hacia el hotel como si fuera su deber hacerlo. A Julián parece no darle tanta risa la situación, porque sigue concentrado en avanzar aunque camina a paso lento, muy lento.
—Vamos a llegar mañana así —dice Enzo solo por decir algo y como Julián no le responde, añade —Nos vamos a caer los dos.
—Si seguís con eso te suelto y te caes vos solo.
—No te da.
—¿Vos decís? —amenaza Julián y Enzo sonríe porque se ve muy lindo con esa expresión seria en la cara.
—Hacelo —le dice, pero el cordobés solo sigue avanzando sin soltarlo —Viste que no te animas.
—Qué molesto sos, te debería haber dejado solo en la calle.
—Yo te avisé. Vos no me hiciste caso.
Caminan las siguientes cuadras en silencio y la mente de Enzo está en cualquier lado, porque no quiere pensar en que está pegado al cuerpo de Julián. Es consciente de que está medio en pedo y le da miedo decir algo medio raro, se conoce a sí mismo y sabe que cuando abre la boca dice cosas que debería guardarse sólo para sí mismo. Más que nada en ese estado. A Enzo le gustaría que Julián saque algún tema de conversación, como volver a la charla de fútbol de la previa o algo por estilo, pero el cordobés no dice nada y eso lo deja solo con sus pensamientos.
Intenta no pensar en toda la secuencia de ByPass y recién ahí agradece que Julián esté en silencio, porque si sacara el tema sería lo más incómodo del mundo. Menos mal. Lo último que quiere es que Julián le pregunte por eso y él se largue a llorar o algo así. El alcohol lo pone un poco más sentimental de lo usual y el llanto sería su respuesta más probable. A pesar de que intente evadirla, la escena del boliche se sigue repitiendo en su mente sin parar, especialmente la mirada de Julián. Quiere preguntarle por qué lo estaba mirando así, quiere preguntarle por qué bajó un dedo en la pregunta de Rodrigo y por qué salió corriendo detrás de él apenas salió, pero no sabe si está preparado para alguna de esas respuestas.
Basta. Suficiente con que lo está ayudando a volver al hotel después de eso.
Las calles a esta hora están desiertas y no se escucha más que algunas bocinas lejanas y el ruido del agua costera. Extrañamente Enzo no siente tanto frío, aunque hagan un par de grados bajo cero. La vista del lago nocturno lo deja un poco hipnotizado y el calor le invade el cuerpo de repente, como si se acordara que Julián lo está agarrando de todos lados y su tacto le quemara.
—Juli —le dice con un tono totalmente serio —¿Nos tiramos al lago?
Julián abre los ojos e intenta detenerlo cuando se zafa de su agarre para cruzar la calle. Por suerte, esta vez las piernas le funcionan bien y es capaz de llegar a la otra vereda sin caerse. La playa no es muy grande y Enzo corre emocionado al muelle, pensando en lo lindo que sería tirarse de clavado y sumergirse en el agua helada.
—Espero que sea joda —le dice Julián cuando ve que Enzo se trepa al borde del muelle, agarrándolo de la capucha de la campera para que no se tire —Nos vamos a morir de hipotermia.
—Es que tengo ganas de nadar.
—¿Con este frío? ¿Estás loco?
—Un poco.
Enzo se queda mirando el reflejo de la luna en el lago, sentado sobre la baranda del muelle. La vista es hermosa, pero Julián lo es más. Por eso, se da vuelta y se queda mirándolo de arriba, sin saber muy bien por qué está haciendo eso. Solo tiene ganas de ver a Julián un ratito más, de memorizar cada facción y detalle de su rostro. Enzo siente que el corazón le late un poco más rápido cuando procesa lo que acaba de pensar y se queda en silencio, recordando lo que le causó tanta curiosidad más temprano.
¿Y si fuera otro?
Los ojos de Julián se ven bonitos desde ese ángulo y Enzo siente un calor familiar en la panza. Le gustaría acariciarle la cara y acercarlo un poco más, aunque no tenga frío ni necesite apoyarse en él para caminar. Solo lo quiere ahí con él. El viento le vuela un poco el pelo y Enzo extiende la mano para acomodarselo de vuelta, pero Julián se mueve hacia atrás y señala el hotel con la cabeza, rompiendo su burbuja de ensoñación.
—Enzo, vamos a dormir, dale.
—¿Juntos?
La pregunta de Enzo es inocente e intenta ocultar su decepción cuando Julián revolea los ojos divertido, pensando que es una joda o que se lo dice solo porque está en pedo. En realidad, se lo dice muy en serio.
—Sí, juntos —le asegura y lo agarra del brazo, empujándolo hacia la entrada del hotel —Dale, vení.
Enzo solo sonríe y se deja ser arrastrado por Julián a la puerta del hotel, que a esa hora está desierto. Todos deben estar en el boliche menos ellos y a Enzo le dan ganas de quedarse despierto para la quinta comida, aunque sus ojos ya se están cerrando y deben faltar un par de horas. La chica de la recepción los saluda cuando pasan y solo Julián le devuelve el saludo, porque el sueño invade la mente de Enzo y como le da pereza caminar, apoya todo su peso sobre Julián.
—Recién estabas caminando bien —se queja el cordobés y Enzo se hace el boludo, porque está cansado y quiere estar pegado a él un ratito más.
—Bancatela.
Cuando llegan a la 306 –esta vez sí usan el ascensor porque subir por las escaleras era demasiado suicida–, Enzo saca la tarjeta del bolsillo y abre la puerta, esperando que Julián pase con él. No prende la luz y avanzan en la oscuridad, intentando adivinar por memoria dónde quedaba cada mueble y cada cosa para no golpearse. A pesar de la poca luz, Enzo se da cuenta que la habitación sigue igual de enquilombada que cuando se fueron. No piensa ponerse a ordenar en ese momento tampoco, lo va a hacer mañana. Por ahora solo quiere dormir. Si es con Julián, mejor.
Por suerte, las camas están intactas de manchas de alcohol y siguen todas amuchadas en una esquina de la habitación, como si fuera una cama XXL. Enzo se saca las zapatillas y la campera y se tira automáticamente a la suya apenas la ve, siendo recibido con la calidez de las colchas que lo envuelven. Julián, por otro lado, se queda parado a los pies de la cama y lo mira sin saber muy bien qué hacer.
—¿No vas a venir? —le pregunta Enzo golpeando la cama de al lado y Julián niega con la cabeza —Me dijiste que íbamos a dormir juntos, sos un mentiroso.
—Es que no es mi pieza.
—¿Y? Es la mía y yo te doy permiso.
—¿No se va a enojar tu amigo porque le robé la cama?
La pregunta de Julián es sincera y a Enzo le dan ganas de reírse, pero en su lugar frunce el ceño como diciendo qué tiene que ver eso .
—Mirá si Leandro va a volver acá esta noche, seguro se va con alguna por ahí.
—Sí, pero quedo re invasivo acá, me da cosa…
—Qué vueltero sos, para eso decime que no querés dormir conmigo y listo —dice Enzo y se da vuelta, tapándose con las frazadas como haciéndose el ofendido.
—Pero sí quiero.
—Bueno, vení acá entonces.
Enzo corre las sábanas de la cama de al lado y le hace un gesto con la mano a Julián para que se acueste. Vení, por favor, piensa en su cabeza y parece Julián lo entiende sin que le tenga que decir nada, porque se sienta y tras sacarse las zapatillas, se mete en la cama de al lado. Ojalá fuera la misma. Ahora que está envuelto en el calor de las colchas Enzo se siente mucho mejor, aunque un poco del mareo persiste. Le hubiera gustado bañarse o lavarse los dientes antes de acostarse, pero el cansancio le gana y decide que quedarse ahí es lo mejor.
A su lado, Julián permanece boca arriba y sin decir mucho. Por un momento a Enzo le da miedo que se sienta incómodo, como si estuviera ahí por obligación solo porque él se lo pidió. Capaz Julián quiere dormir en su habitación y le da vergüenza decirle, piensa con preocupación. No quiere parecer tan intenso. Enzo se da vuelta en la cama para enfrentarlo y abre los ojos cuando ve que Julián está descansando tranquilamente con los ojos cerrados, ajeno a la mirada sorprendida de Enzo.
No sabe si está durmiendo en realidad, pero no le dice nada para no despertarlo. Mejor dejar que Julián descanse. Y yo también.
Aunque quiere evitarlo, la noche se reproduce en su mente como una película y Enzo no sabe cómo sentirse. La previa, su experimento fallido, quebrar, la vuelta con Julián. Es demasiado. Está confundido pero sobre todo cansado y por un momento suplica para apagar el cerebro y poder quedarse en silencio, un silencio de tranquilidad y no de angustia. No quiere pensar más nada, solo dormir. Mañana puede procesar todo, en todo caso. Lo hecho, hecho está. Enzo se conforma con su último pensamiento y los ojos se le cierran lentamente, cediendo ante el agotamiento de todos los sucesos del día.
Justo cuando siente que está a punto de quedarse dormido, escucha a Julián moverse en su cama y hablar bien bajo.
—Vos te diste cuenta —pronuncia Julián lentamente y Enzo abre los ojos otra vez, mirando la oscuridad del techo.
—¿De?
—Que bajé un dedo en el juego. Porque sí le tuve ganas a un hombre.
Enzo siente que el corazón se le para. No entiende por qué Julián le dice eso de la nada y deja de respirar por miedo de hacer algún ruido y que se arrepienta de hablar, porque tiene muchas ganas de escuchar lo que sea que esté a punto de decirle. El silencio se siente como una eternidad para Enzo antes que Julián vuelva a hablar, con un tono un poco más sincero.
—Entiendo que te de miedo, es normal. Pero no sos el único así.
La voz de Julián suena casi como un susurro y aunque no hay nadie más que ellos en la habitación, Enzo lo entiende como un secreto. Su secreto privado. Es una especie de entendimiento mutuo. Julián le está contando eso para consolarlo, como para decirle que no pasa nada, que si lo vio en el boliche con un chico no va a decirle a nadie. Y lo más importante: que se siente como él. El corazón de Enzo late un poco más rápido y le sonríe a la oscuridad, sin decir nada más porque no es necesario.
No sos el único, repite en su mente y por primera vez en horas se siente en paz.
Notes:
jajaj enzo como te vas a enamorar al tercer día del viaje, sos boludo? (sí es) DE PASO: cuatro mil hits ¿estamos todos locos? (también sí) gracias gracias y gracias! leo todos los comentarios muy feliz y perdón si no respondo todos.
se vienen cositas pero tengan paciencia que este pobre hombre trabaja y va a la facultad
Chapter 6
Summary:
enzo tiene que resolver algunas cosas consigo mismo y sus amigos lo ayudan (o no)
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Esa es una de las noches raras en las que Enzo sueña con algo.
No recuerda muy bien cómo empieza todo o en qué momento termina rodeado de sus familiares en una playa caribeña, pero la caipirinha tiene la cantidad perfecta de caña y Enzo se siente más que conforme en ese escenario onírico, así que no se queja. Está recostado sobre una reposera y por algún motivo solo se dedica a mirar fijamente al sol, que parece tan imponente y sagrado y digno de su devoción.
El Enzo del sueño se pone unos RayBan cuando le empiezan a doler los ojos y ve que el sol parece un poco más grande que hace unos instantes, como si se hubiera acercado un poquito más. La temperatura sube de repente y cuando Enzo mira el cielo una segunda vez se da cuenta que no es solo impresión suya, el sol realmente se está acercando. El punto de luz blanca se hace cada vez más grande hasta cubrir todo el cielo y aunque no entiende bien por qué, Enzo extiende los brazos para recibirlo, como si fuera normal dejarse ser consumido por el sol. En un punto sus dedos lo tocan y siente que el cuerpo le arde como nunca, pero en lugar de dolor no siente más que felicidad.
Y el Enzo del sueño sabe que nada de ese escenario es real, que solo está imaginando cosas y que en cualquier momento va a despertarse, pero la piel le quema igual y recién ahí el Enzo real abre los ojos.
¿Eh? Todo lo que lo rodea son sábanas y colchas blancas, no una playa ni mucho menos el sol. Aunque sí, hace calor. Demasiado.
Qué chota soñé. Enzo se frota los ojos bien despacio porque no tiene ganas de levantarse, el sueño le dejó una sensación rara y si fuera por él se quedaría durmiendo una eternidad en esa posición que le resulta tan cómoda. Lo que lo hace despertarse es más bien otra cosa. Primero, que siente un sabor agrio en la boca que le da bastante asco, probablemente producto del vómito de la noche anterior. Tiene que lavarse los dientes de manera urgente. Segundo, que no le llega mucho aire a los pulmones y se está asfixiando.
Enzo bosteza en esa misma posición hasta que su mente procesa el por qué le cuesta respirar bien: Julián está durmiendo arriba suyo.
Julián qué.
Enzo abre los ojos de par en par e intenta levantarse en vano porque el peso de otro cuerpo se lo impide. Qué carajos . Sus ojos exploran toda la habitación y le confirman sus sospechas: Julián está indudablemente durmiendo arriba suyo. Qué carajos, repite otras mil veces en pánico, porque no sabe cómo reaccionar. Sus cuerpos están pegados y Julián descansa sobre su pecho mientras el brazo de Enzo lo agarra por la espalda, como abrazándolo por la cintura. ¿En qué momento de la noche terminaron enredados así? Según él recuerda, al volver de ByPass los dos durmieron en camas separadas.
Qué carajos qué carajos qué carajos.
La luz se filtra por el ventanal enorme de la 306 y Enzo se remueve incómodo en la cama, intentando escaparse de esa pose tan íntima en la que estaban durmiendo. El problema es que no se puede quitar a Julián de encima y tampoco quiere despertarlo. La puta madre. Tenerlo así de cerca es lo último que necesita después de todos los eventos de la noche anterior, que aparecen en su mente otra vez para molestarlo al igual que el sueño. La sensación de su piel quemándose se sintió extrañamente real y la angustia lo invade de nuevo. No entiende bien qué es lo que soñó pero siente que tiene que ver con Julián y todo lo relacionado a él le genera más y más dudas.
Estar abrazándolo tampoco ayuda mucho. Su brazo sigue envuelto en la espalda de Julián y Enzo se pregunta qué tan mal estaría hacerse el dormido otra vez solo para quedarse en esa posición. No, basta. Se siente intímo y lindo pero es demasiado y su corazón parece ir cada vez más rápido con cada pensamiento. Solo espera que Julián realmente esté dormido y no escuche sus latidos.
Enzo inhala despacio intentando respirar más aire para calmarse y espera unos segundos a ver si Julián se levanta, pero el cordobés parece seguir durmiendo como si nada.
—Juli.
Enzo intenta no hablar muy alto porque no quiere despertarlo de repente, pero no recibe ninguna respuesta a cambio así que prueba de vuelta.
—Juli —repite Enzo esta vez un poco más alto, moviendolo suavemente por el hombro.
Tiene muchas ganas de ir al baño a mear y tampoco quiere tener que empujar a Julián, que duerme plácidamente ajeno a toda la situación. Parece que es de sueño pesado. Enzo lo sacude despacio una vez más y recién ahí Julián se mueve un poco, estirando sus extremidades solo para volver a abrazarlo.
Me está abrazando, procesa la mente de Enzo como si no fuera obvio y es casi instantáneo como el calor se le sube a la cara. Es la primera vez que tiene esa cercanía con otro chico y el pensamiento lo deja avergonzado, porque nunca se abrazó así ni con sus hermanos. Dios. Tiene que levantarse de ahí si no quiere morirse de la vergüenza, así que Enzo hace un segundo esfuerzo para despertarlo.
—Juli, tengo que ir al baño. Levantate.
Esta vez Julián sí se mueve un poco más y levanta la cabeza lentamente, mirando hacia todos lados un poco atontado por el sueño. Lindo. Enzo se queda quieto unos segundos hasta que Julián parpadea y se hace para atrás de un salto, como dándose cuenta que durmió abrazado a Enzo.
—Buen día.
—Perdón —es todo lo que dice Julián, con el pelo despeinado y las orejas coloradas.
—¿Dormiste bien?
—Sí…
—Se nota.
Julián se pone más rojo todavía y a Enzo le dan ganas de agarrarlo del pelo y obligarlo a que vuelvan a la misma posición de recién. No, obvio que no lo va a hacer, pero la idea es demasiado tentadora. En su lugar, se levanta de la cama porque por más que quiera volver a dormir, su vejiga está demasiado llena y tiene muchas ganas de lavarse los dientes.
—Voy al baño, ya vengo —le avisa a Julián, que todavía lo mira avergonzado.
Enzo entra al baño y decide no volver a sacar ese tema con Julián. En cierta parte agradece haberse levantado él primero, porque sino hubiera sido muy incómodo. Demasiado. Pero lo que más agradece es que sus amigos hayan decidido no volver a la habitación esa noche, porque si los hubieran encontrado en esa posición se hubiera comido el descanso más grande de la historia. Y lo último que necesita en ese momento son las burlas y los chistes nada oportunos sobre Julián. Todo menos eso.
Una vez que tira la cadena, Enzo pasa al antebaño y agarra su cepillo de dientes. Siente que tiene la boca pastosa así que agarra el dentífrico y se apresura a lavarse los dientes. Es un asco que Julián lo haya visto así, pero bueno.
—Enzo, te están llamando —le avisa Julián desde el cuarto y Enzo frunce el ceño.
—¿Quién es?
—Eh… dice “otitis”.
—Ni se te ocurra contestarle. Rechazala.
—Bueno.
Enzo escupe la pasta dental en la bacha del baño y se enjuaga la boca con agua, pensando en por qué carajos Nicolás lo llamaría tan temprano. No deben ser ni las diez de la mañana, aunque todavía no agarró el celular como para ver la hora. Bueno, Nicolás puede esperar. Lo importante ahora es verse un poco más presentable, porque Julián está ahí con él y Enzo tiene todo el pelo revuelto y la cara detonada.
No es lo ideal que lo vea así. Enzo se pasa las manos por la cabeza y se lo acomoda un poco, aunque igual le queda medio raro. Es en esa batalla con su pelo que Julián lo interrumpe nuevamente.
—Te está llamando de vuelta.
—Uh, más denso este. Ya voy.
Enzo vuelve a la habitación un poco molesto, primero porque odia las llamadas (hablar por mensaje es más rápido, en todo caso audio) y segundo porque todavía tiene el pelo horrible y no quiere que nadie lo mire así. Bueno, ya está. Julián le extiende el celular apenas lo ve y Enzo frunce el ceño cuando lee “otitis” en la pantalla. A ver qué mierda quiere, piensa y aprieta el botón verde para atender.
—¿Hola?
—Conchudo de mierda, mirá a la hora que me venís a atender.
—¿Eh? ¿Qué bardeas?
—Decime dónde estás —exige Nicolás y Enzo se tensa un poco porque su voz suena demasiado seria para ser él.
—En la habitación, ¿por?
—Te estamos llamando desde las seis de la mañana, pelotudo.
—No me di cuenta.
—Jodeme —dice Nicolás sarcásticamente y se escucha una puteada de fondo —Estamos yendo, más te vale que abras la puerta o te cago a trompadas.
Enzo abre la boca para responder algo y defenderse al menos, pero cuando mira la pantalla del celular se da cuenta que Nicolás cortó la llamada primero tras la última amenaza. ¿Qué carajos le pasa? Piensa con malhumor, porque se reiría de la situación si no fuera porque Ota sonaba verdaderamente enojado y él nunca se enoja, o al menos no con él. El pensamiento lo deja un poco preocupado y cuando desbloquea su celular por primera vez en el día entiende el motivo del enfado.
Su barra de notificaciones está explotada de llamadas perdidas y mensajes de sus amigos. Bueno, qué sorpresa. Enzo abre bien grande los ojos porque no puede creer que no haya escuchado el tono del celular al menos una vez, hasta que recuerda su manía por dejarlo siempre en silencio. Desliza rápido por la pantalla y decide entrar a WhatsApp primero, que es la aplicación con más notificaciones. Ve todos los chats sin leer y suspira con demasiado ruido porque sí, está seguro que lo van a colgar de las pelotas apenas lo vean.
lean bostero puto
dnd estas
no podemos abrir la puerta
rodri perdió la llave
enzo
eu
enzoooo
paulcito
enzo
te llevaste la llave?
no la tenemos
tamos afuera
te estamos llamando
lpm
la cabra martínez
si no le contestas a ota se va a volver loco
otitis
te voy a matar
estás avisado
Tras el último mensaje hay más de siete llamadas perdidas y Enzo suspira como anticipando la que se le está por venir. Nunca más dejo el celular en silencio. Ahora en cualquier momento sus amigos van a llegar y cagarlo a puteadas o algo así. Ninguna pelea nunca es demasiado seria en su grupo de amigos, eso no es lo que le importa a Enzo. El tema es que Julián está en la habitación con él y no hay chance de escapar de esa. Todos se van a dar cuenta y seguramente van a tener que hacer algún comentario al respecto, porque así de descanseros son sus amigos. Los conoce demasiado bien.
Enzo se da vuelta para pedirle a Julián si se puede ir lo antes posible, pero ya no está en la habitación con él. Como la canilla del baño hace ruido, Enzo asume que se metió al baño en algún momento mientras él estaba con el celular.
—Me van a matar —dice para sí mismo, como anticipando su sentencia.
Bueno, qué se le puede hacer. Solo se durmió y los dejó afuera de la habitación, tampoco es el fin del mundo. Aparte tienen dos llaves, si Rodrigo perdió la suya deberían enojarse con él. Enzo tira el celular en la cama y decide ponerse las zapatillas, porque está en medias y el piso está helado. Julián sigue en el baño y mientras Enzo se ata los cordones de la zapatilla, se escuchan dos golpes en la puerta.
Ok. Enzo inhala despacio y camina hacia la entrada de la habitación, mentalizandose para recibir una catarata de puteadas. Apenas abre la puerta es recibido con la cara de orto de Nicolás y detrás de él sus demás amigos.
—Hijo de puta.
—Hola, buen día, todo bien y vos —saluda Enzo medio irónicamente.
—Buen día nada, dejame pasar. Y dame la llave.
—No, dijimos que esta era mía.
—Nunca más te la dejamos a vos —agrega Rodrigo, que tiene unas ojeras terribles y un criollo en la mano.
—Qué opinas vos si perdiste la tuya.
—Enzo, hacete un favor y cerra el orto.
—Pará, no te calentes. Me dormí nada más.
—Sí, ponele. Viniste a coger y nos dejaste a todos afuera, pelotudo —se queja Nicolás y a Enzo le dan ganas de joderlo solo para romperle más las bolas.
—¿Qué, estás celoso?
—Mirá si voy a estar celoso de ponersela a alguno de los gatos que te gustan.
—Bue.
Nicolás lo empuja para pasar y lo primero que hace es tirarse a su cama de panza, sin sacarse las zapatillas. Rodrigo le copia y Leandro, en su lugar, acomoda su cama al lugar donde estaba originalmente. Qué mal humor che, piensa Enzo y se queda parado en el marco de la puerta, esperando que Julián salga del baño porque todavía sigue ahí y no quiere que lo vean. No pensó que sus amigos iban a estar genuinamente enojados, aunque seguro se les pase después de descansar un rato. Y mejor si se duermen sin decirle nada, porque él tampoco tiene ganas de lidiar con eso. Es algo que le podría haber pasado a cualquiera.
Enzo se queda mirando el celular un rato, revisando los mensajes de sus familiares y las historias de Instagram de la gente que sigue. Tras unos segundos, Julián sale del baño y al mismo tiempo aparecen tres personas más en la 306, que entran a la habitación como si se tratara de su casa.
Ah bueno.
—¿Juli? —pregunta Lisandro apenas lo ve salir del antebaño y Julián abre los ojos sorprendido, porque no esperaba verlo.
—Hola.
—¿Qué haces acá? Te estaban buscando los chicos.
Julián abre la boca para responder y atrás de Lisandro se asoman Emiliano y Lautaro, que vaya a saber Dios por qué vienen también. ¿Para qué tienen habitación si no la usan? Parece que Emi une los puntos al toque apenas los ve y levanta las cejas con una sonrisa pícara que a Enzo le genera desconfianza.
—Ah bueno, unos que la pasaron bien anoche.
—Flaco, ¿podes volver a tu pieza y no hinchar las bolas? —le dice Enzo antes de que Emiliano se ponga pelotudo y empiece a joderlos de más, porque es algo que le encanta hacer.
—Los alojé a estos mientras ustedes estaban garchando, me parece que tengo derecho a estar acá.
—No hicimos nada —aclara Julián con toda la cara colorada y a Enzo le dan ganas de morirse.
—Está bien Juli, no pasa nada si tenes gustos exóticos.
—A mi también me daría vergüenza si me hubiera garchado a Enzo, tranqui —añade Leandro desde su cama y Lisandro se tapa la boca para aguantarse la risa.
—Solo dormimos —dice Julián muy bajito y Emiliano solo levanta las cejas.
—Así le dicen hoy en día.
Los voy a matar. Julián parece ponerse cada vez más colorado con los comentarios y Enzo solo piensa en las formas más dolorosas de torturar a sus amigos. Usualmente esas jodas son divertidas, pero en ese momento todo lo que quiere es que cierren el orto de una buena vez y listo.
—No se zarpen —los amenaza y acto seguido lo agarra a Julián del brazo —Vamos.
Julián lo sigue en silencio y se deja ser arrastrado hacia la entrada, porque ambos tienen las mismas ganas de huir de esa situación. Recién cuando están en el pasillo Enzo lo suelta y se queda mirándolo como buscando las palabras para que no sea incómodo. No quiere parecer como si lo estuviera echando, aunque sí lo está haciendo.
—Perdón por eso, se ponen pelotudos con estas cosas —explica Enzo y revolea los ojos en joda —No les hagas caso.
—No pasa nada, mis amigos son iguales. Licha es el único que se ubica. A veces.
Enzo se ríe y se queda apoyado en el marco de la puerta, observando a Julián que tiene todo el pelo despeinado y todavía usa la campera con la mancha de vino, porque anoche se fueron a dormir con la ropa del boliche. ¿Cómo es que le parece lindo hasta recién levantado y desaliñado? ¿Tan hasta las manos estoy? Piensa Enzo y evita la respuesta a toda costa. Mientras tanto, Julián guarda el celular en el bolsillo y lo mira expectante, como si esperara que Enzo le dijera chau .
Enzo no tiene ganas de despedirse todavía y como no dice nada, Julián se le adelanta.
—Nos vemos —lo saluda y le hace un gesto con la mano, pero Enzo no puede dejar que se vaya sin decirle eso que tiene en su mente y que no puede callarse.
—Juli.
—¿Sí? —pregunta y se da la vuelta para mirarlo otra vez.
—Gracias por lo de anoche.
—Ah, no es nada. No te iba a dejar volver solo así.
—No me refiero a eso.
Julián levanta las cejas como entendiendo a lo que se refiere y solo le sonríe, quizás porque no sabe qué responder o porque es el tipo de cosas que prefieren mantener en secreto. No sos el único así. Las palabras de Julián todavía le estrujan el corazón y Enzo recuerda lo último que pensó la noche anterior antes de dormirse. Nuestro secreto privado. Compartir algo tan íntimo con él se siente bien y Enzo se queda mirándolo embobado mientras desaparece por el pasillo, pensando en cuándo será la próxima vez que vuelva a verlo.
Ahora que lo piensa ni siquiera tiene el celular o algo de Julián. ¿Cómo va a hablarle? A Enzo le dan ganas de correr hasta su habitación y pedirle el teléfono, pero descarta la idea al instante. No quiere ser tan denso.
—Permiso —dice alguien detrás suyo y Enzo se hace un lado, dejando pasar a los tres intrusos que salen de la habitación.
—¿Qué hacían acá ustedes?
Emiliano se encoge de hombros y muerde un criollo, el mismo que tenía Rodrigo hace unos minutos.
—Veníamos a boludear pero se fueron a dormir todos.
—Bueno, yo voy a hacer lo mismo así que váyanse.
—Ortivas —se queja Lautaro, pero Enzo les cierra la puerta en la cara antes que puedan decirle algo más.
Cuando vuelve a entrar a la habitación se da cuenta que Emiliano no estaba mintiendo, todos están dormidos a excepción de Leandro, que debe estar chateando con alguien por la forma en la que escribe en el celular. Enzo se tira en su cama y se tapa con las colchas otra vez. Su breve conversación con Julián se sintió demasiado privada y ahora tiene que lidiar con toda la vergüenza tardía de los chistes de sus amigos, que le gustaría olvidar si pudiera. Solo espera que Julián no se los haya tomado tan personal o no se haya asustado al menos, porque no recuerda a nadie haberse puesto tan rojo como él en ese momento.
Enzo hace la nota mental de pedirle el celular o las redes a Julián, porque no puede ser que solo sepa su nombre y el número de su habitación. No te olvides, se dice a sí mismo.
Todavía es temprano y la excursión al Circuito Chico está programada para la hora de la siesta, así que Enzo decide aprovechar las dos horas que le quedan antes del almuerzo para volver a dormir. La cama se siente cálida todavía y Enzo no sabe si es impresión suya o si las sábanas realmente tienen el olor de Julián, un perfume suave y agradable que lo hacen pensar en él hasta que vuelve a dormirse.
★ ★ ★
Lionel se los explica de una forma muy simple: la excursión tiene cuatro paradas y nadie se puede quedar atrás en ninguna.
El Circuito Chico es una salida corta, porque las actividades consisten en su mayoría de mirar por la ventana mientras van en el colectivo para ver los paisajes, y sino bajarse en miradores o en ferias a comprar. A Enzo le gusta la idea, puede aprovechar para sacar fotos y comprarle algo a su familia, unos alfajores o escabeches o cualquiera de esas cosas que uno compra cuando se va de viaje para llevar de regalo. Solo le gustaría poder sacarse a Julián de la cabeza para disfrutar la salida, lo cual es todo un problema.
Sería fácil si todos sus amigos estuvieran ahí con él. Seguramente Nicolás lo invitaría a jugar al truco o Rodrigo lo obligaría a grabar un tik tok, pero ninguno de sus compañeros de habitación decidió venir a la excursión para quedarse descansando y eso solo lo deja con dos opciones: Emiliano y Lautaro. No es que les moleste compartir la salida con ellos, para nada, lo que pasa es que los dos también están durmiendo en el colectivo. ¿Para qué vienen si solo van a dormir? Piensa medio aburrido, porque si tuviera una fibra al menos se divertiría dibujandoles algo en la cara. Lástima que no lleva nada encima menos su celular y la mochila donde guarda la billetera y una botella de agua.
El lado positivo de la salida es que la promo de Lisandro los acompaña en el colectivo y eso le deja una persona con la que charlar, si no fuera porque claramente Lisandro está sentado con otra persona.
Enzo suspira y putea a sus auriculares por romperse dos días antes del viaje. No tiene nada que hacer o escuchar y su mente decide volver a todos los episodios de la noche anterior y de esa mañana, que Enzo ya repasó mil veces pero lo hace una vez más porque parece ser el tópico favorito de su cabeza. Cuando cierra los ojos siente que está de vuelta en el muelle a punto de acariciarle el pelo a Julián, o en la cama tirado y con él encima suyo. No sabe cuál de los dos momentos lo pone más inquieto, lo que sí sabe es que la excursión le parece eterna y todo lo que quiere es que sea de noche para encontrarse a Julián en la previa o en el boliche.
No es que quiera hacer algo puntualmente, solo quiere verlo y listo. Qué intenso, piensa con un poco de horror, no puede ser que lo vió hace menos de cuatro horas y ya quiere estar con él de vuelta. ¿Y si piensa que soy un pesado?
A Enzo le dan ganas de golpearse la cabeza contra la ventana mil veces. ¿Por qué de la nada gustar de alguien se siente tan complicado? Con las chicas de su escuela o del barrio siempre fue fácil. Enzo se daba cuenta que ellas se sonrojaban cuando le hablaban, que lo miraban de lejos y se ponían un poco tímidas cuando se les acercaba; era obvio. Con Julián no es así para nada y un poco lo estresa no poder leerlo como le gustaría. Sí, puede ser que él sea tímido cuando hablan, pero es así con todo el mundo. No tiene nada de especial.
Para Julián, Enzo debe ser un pibe copado que conoció en Bariloche. No más que eso. Y está bien en realidad, porque tampoco puede obligarlo a nada.
Es más, sería muy bueno alejarse de Julián y dejar atrás toda esa incertidumbre en Bariloche, porque lo último que quiere es arrastrar sus dudas para Buenos Aires. Podría ignorarlo lo que resta del viaje y listo, aunque quizás sea una medida demasiado extrema y en el fondo sepa que es una promesa que no cumpliría. Estar cerca de Julián se siente como una necesidad a este punto y Enzo vuelve a la misma pregunta por décima vez en el día. ¿Tan hasta las manos estoy? La respuesta permanece indefinida. Necesita un poco de claridad con todo, porque por más que lo analice mil veces, las dudas son cada vez más y las certezas menos. Quizás pueda hablar con alguien que tenga más experiencia en esos asuntos de gente con otra gente de su mismo género –porque ponerlo en otras palabras le da un poco de vergüenza–.
Lautaro, se responde a sí mismo al instante. Sí, Lautaro al menos debe saber cómo se siente estar con otro chico. Va a ser un poco incómodo, pero Enzo hace la nota mental de buscarlo en algún momento libre de la excursión para charlar con él. No tiene en claro qué es lo que va a hablar puntualmente, pero necesita descargarse con alguien antes de volverse loco.
Enzo suspira y le agradece a Dios cuando Lionel aparece para indicarles que llegaron a un mirador. Cualquier cosa con tal de distraerse.
—Bajen en orden —pide su coordinador, aunque nadie le de mucha bola a sus indicaciones.
Enzo los despierta a Lautaro y Emiliano, que siguen un poco dormidos, y bajan los tres en el punto panorámico. Lionel termina teniendo la razón, las paradas del Circuito Chico son bastante normales. No es que haya mucho qué hacer más allá de sacar fotos, así que Enzo se dedica a eso. Fotografía los paisajes, a sus compañeros, a sí mismo y también a Lionel, solo porque tiene ganas de molestarlo y sabe que no le gusta figurar en las fotos. Para cuando están llegando a la última parada se pregunta qué tan lleno debe estar el almacenamiento de su celular. Seguramente bastante.
El último punto que les queda por visitar es Colonia Suiza, un pueblo con muchas cervecerías y chocolaterías que llaman la atención de Emiliano. Lionel les explica que tienen una hora y media para recorrer todo y que ahí hay ferias en las que pueden comprar recuerdos, así que Enzo se asegura de llevar la billetera consigo mismo. Una vez que comprueba que tiene todo, se baja junto a sus amigos y Lisandro.
—¿A dónde vamos primero?
—Quiero ir a la feria —propone Lautaro y como todos están de acuerdo, eso hacen.
Los puestos son variados y aunque Enzo no tiene mucha plata, termina comprando unas mermeladas de frutos rojos para sus papás, que no sabe si les van a gustar pero es lo más barato que encuentra. Los demás hacen lo mismo y cuando terminan de recorrer toda la feria siguen caminando por la avenida hacia otros locales. Hay uno particularmente que llama la atención de Lisandro, y así los termina arrastrando hacia una casita de chapa muy colorida.
El cartel encima del local dice “Ritual” y cuando Enzo entra entiende el por qué del nombre. Es una tienda esotérica y pareciera que Lisandro está encantado con todo lo que venden, porque va de acá para allá entre estanterías y muebles, señalando todo lo que le gusta y para qué sirve y por qué las velas verdes potencian la sanación mientras que las rojas activan la pasión y todas otras cosas que Enzo no entiende, pero asiente igual como si fuera experto en el tema. Al final Lisandro termina saliendo del local con dos bolsas llenas de cosas que a Enzo le da miedo preguntar qué son, por las dudas. Debe ser algo de entrerrianos, supone, así que no indaga más y sigue a sus amigos mientras exploran todas las demás tiendas.
Colonia Suiza no es muy grande y una vez que se cansaron de caminar, cada uno con sus respectivas compras, Emiliano propone sentarse en las mesas de la feria a comer algo.
—Estoy cagado de hambre yo también —dice Lisandro.
—Les dije que paráramos en la panadería.
—Es que era re cara.
—Todo es caro, estamos en el sur —contesta Emiliano, y la verdad es que tiene razón.
A lo lejos pueden ver a las promos sentadas en una de las mesas más grandes y mientras comienzan a caminar hacia ellos, Enzo ve la oportunidad de hablar con Lautaro. Quizás no sea el momento más indicado, pero no se le ocurre ninguna otra situación en la que puedan charlar tranquilos y alejados de todos, así que lo agarra del hombro antes de que pueda seguir a los demás.
—Amigo, ¿podemos hablar de algo?
—Eh, sí —dice Lautaro y acto seguido lo mira un poco sospechoso —¿Por qué tenes esa cara, boludo? ¿Estás bien?
—Sí, sí. Vamos más lejos.
Enzo lo agarra a Lautaro del brazo y lo arrastra a unas mesas que quedan más lejos de las que ocupan sus compañeros de curso. Quiere un poco de privacidad para hablar del tema porque mentiría si dijera que no está nervioso. Lautaro solo lo sigue en silencio y se sienta en una de las sillas, como esperando que Enzo largue lo que quiere decir de una vez por todas. El tema es que no es tan fácil, piensa Enzo, porque una cosa es pensar sobre lo lindo que es Julián y lo mucho que le gustaría agarrarlo de la mano y quizás hacer otras cosas, y otra muy distinta es decirlo en voz alta, porque una vez que lo dice no hay vuelta atrás: lo está aceptando de una vez por todas. Y no sabe si está listo para ese paso.
Enzo suspira y mira a Lautaro a los ojos. Quizás se está adelantando y apresurando a sacar conclusiones sobre sentimientos confusos que no sabe cómo encasillar, así que decide empezar con lo primero de lo primero.
—Tengo una duda nada más, capaz es medio incómodo, no sé. O sea, no tenes que responder si no queres, yo sé que no hablamos mucho de estas cosas y bueno.
—Enzo, me estás poniendo nervioso. Largalo de una.
Lautaro lo mira fijamente y Enzo intenta poner en palabras todo lo que se le ocurre cuando piensa en Julián, que son bastantes cosas. Abre la boca y como no quiere invadirlo con una catarata de preguntas y pensamientos, termina agarrándose de la experiencia de Lautaro para empezar con algo.
—Ok, viste que vos estuviste con el amigo de Juli.
—Sí, ¿qué tiene?
—Bueno, ¿cómo te diste cuenta que te gustaba?
Esta vez es Lautaro quien se queda en silencio, parpadeando un par de veces como intentando adivinar si lo que le está diciendo es una joda o no. Enzo se siente un poco incómodo, porque Lautaro lo conoce demasiado para su gusto y no hace falta mucho análisis para darse cuenta el por qué de su pregunta.
—¿Esto es por Juli?
—No —lo interrumpe Enzo, quizás demasiado rápido como para no parecer sospechoso —No es por él, pregunto porque me da curiosidad nada más. Como nunca me dijiste que te gustaban los chabones…
—Mmm... Sí, qué sé yo, no es la gran cosa.
—Explicame.
—A ver, no es nada del otro mundo. Cuando te gusta alguien te das cuenta que te gusta y listo, porque lo sentís. Lo podes negar, pero en el fondo uno sabe lo que siente.
—Pero no es lo mismo que con las chicas.
—Yo creo que sí. Ponele, vos cuando salís y ves una mina que te gusta te das cuenta, lo sentís. Con los pibes es lo mismo, lo sentís y ya está.
—¿Y no te da como culpa?
Lautaro frunce el ceño y niega con la cabeza al instante.
—No, nunca. No me sentiría culpable porque me guste alguien.
—Claro.
Enzo se queda mirando el piso mientras procesa las palabras de Lautaro. No le está explicando nada complicado. En realidad, el análisis de su amigo es bastante básico para su gusto. Lo sentís y ya está. Sí, es obvio, pero no es tan simple, porque Enzo no tiene ni idea de lo que siente por Julián. O sí, pero no quiere admitirlo o no sabe ponerlo en palabras y ese es todo otro tema. No es ningún “ya está”.
—¿Y qué pasa si estás confundido? —le pregunta y levanta la mirada del piso, sorprendiendose al ver a Lautaro serio. Es raro verlo así.
—No sé, yo nunca me confundí con eso. Cuando lo vi a Pau dije “uh está re bueno” y fui a encararlo, lo mismo con las pibas.
—No me estás ayudando una bosta —se queja Enzo y Lautaro solo le sonríe como si supiera algo que él no.
—Enzo, si tenes la duda es por algo. Puede ser que al final estés flasheando y no te guste, pero no vas a saber hasta que pruebes.
Bueno, Lautaro tiene un punto ahí. Quizás el motivo por el cual su experimento en ByPass falló terriblemente fue porque nunca tuvo un interés inicial en el chico. Con Julián es diferente, porque no se lo puede sacar de la cabeza y eso tiene que significar algo. Pero “probar” con Julián suena demasiado arriesgado y la idea lo pone un poco nervioso.
—Mi consejo es que intentes, ahí te vas a dar cuenta. Pero no lo pienses con la cabeza, lo tenes que sentir.
—Dios, no te pongas cursi o vomito.
—Te estoy intentando ayudar y mirá lo que me decís, maleducado.
—Tenés razón —dice Enzo y le sonríe, porque aunque la conversación le haya dado más respuestas que preguntas, se siente bien hablarlo con alguien que entiende su situación —Gracias amigo, te quiero.
—Uh, ahora vos te vas a poner meloso.
—¿Te jode?
Lautaro asiente con cara de asco y Enzo no tarda en levantarse de la mesa para ir a abrazarlo, solo para molestarlo. A su amigo no le gusta mucho el contacto físico pero a Enzo no le podría importar menos eso, porque más allá de la joda tiene un poco de ganas de abrazarlo, aunque no sea muy común eso en su grupo de amigos. Lo envuelve con sus brazos en un gesto rápido y Lautaro no tarda en empujarlo hacia un lado, haciendo ruidos de arcadas.
—Salí de acá, roñoso.
—Qué malo sos.
—El más malo de todos.
Enzo se sienta al lado de Lautaro mientras los dos se ríen y siente que toda la preocupación anterior se esfuma. Todavía tiene un par de cuestiones que resolver, sí, pero hablar con su amigo le sacó un peso enorme de encima. Por algún motivo, la indiferencia de Lautaro y la normalidad con la que habló del tema lo aliviaron bastante. No lo tomó como una conversación sensible o delicada, sino como algo totalmente común, como si estuvieran charlando qué cenar o qué canchita alquilar.
No me sentiría culpable porque me guste alguien. Repite las palabras de su amigo un par de veces en su cabeza y decide que Lautaro tiene razón. Capaz es menos grave de lo que me parece. Enzo asiente y mira otra vez hacia su curso, que está a unas mesas de distancia jugando a la mafia o algún juego de cartas de ese estilo.
—Ah, y otra cosa —lo interrumpe Lautaro y Enzo vuelve a mirarlo.
—¿Qué?
—El forro no se usa con las minas nada más.
—Cerrá el orto.
—Decile eso a Julián.
—¿Qué Juli qué? —pregunta alguien y los dos se dan vuelta al instante.
Detrás de ellos está Lisandro, que sostiene un pancho con papás en su mano derecha y un vaso de gaseosa en la otra. Enzo no tiene idea de hace cuánto tiempo está ahí pero no piensa contarle nada de nada, porque Lisandro es más amigo de Julián que suyo y es capaz de matarlo si se le escapa algo.
—Nada —responde Enzo al instante y para no quedar tan sospechoso agrega —¿Dónde compraste eso?
—Allá a la vuelta, hay dos por uno por si quieren. ¿Qué estaban diciendo de Juli?
—Que Enzo le tiene que devolver guita porque ayer le prestó para el escabio —dice Lautaro saliendo a su rescate y Enzo solo lo mira con gratitud, porque no quiere lidiar con curiosos en ese momento.
—Mmm.
Lisandro asiente y le pega una mordida al pancho sin decir ni hacer más que eso. Enzo se remueve incómodo en su lugar, como si de repente fuera una chica de trece ocultando quién le gusta de sus compañeros. La situación es bastante parecida a eso en realidad, solo que él no tiene trece ni es una chica, obvio. Lautaro, por otro lado, parece haberse decidido por usar el celular en vez de seguir la conversación y a Enzo le dan ganas de ir al camioncito que le señaló Lisandro a pedirse algo. No tiene tanta hambre, pero el silencio un poco lo aburre.
Justo cuando está a punto de pararse para ir a comprar, Lisandro se gira hacia él y lo observa unos segundos, como analizándolo. Enzo le devuelve la mirada como diciendo soltalo y es recién tras unos segundos que Lisandro se anima a decir lo que tiene en mente.
—¿Querés que te haga gancho con él? No tengo drama.
—¿Eh?
—Con Juli, digo. Posta —afirma Lisandro y Enzo parpadea un par de veces porque no sabe cómo reaccionar —Recién les pregunté qué hablaban para saber si me contaban, pero escuché de lejos un par de cosas y bueno.
—Estabas espiando la conversación —afirma Enzo medio nervioso, como si él no le hubiera hecho lo mismo a Julián unas cuantas veces —¿Qué escuchaste?
—Nada, que le tenes ganas.
—No dije eso y no le tengo ganas —se defiende Enzo, porque ponerlo en esas palabras suena muy crudo.
—Bueno, que te gusta. Es lo mismo.
—No es lo mismo.
—Ah, o sea que sí te gusta.
Lisandro sonríe como diciéndole te agarré y a Enzo le dan ganas de pegarle una trompada por chusma, aunque es obvio que no va a hacer eso. Lisandro le cae bien y no debe tener ninguna intención dañina, seguramente. No es necesario llegar a ese punto, aunque igual un poco le molesta sentirse expuesto de esa forma. Hace menos de doce horas que procesó que quizás le gusten los hombres (o al menos Julián) y ya dos personas lo saben. En cierta parte es una reflexión terrible. ¿Tan obvio es? Enzo traga saliva y decide mirar las maderas de la mesa, que se ven más interesantes que nunca.
Bueno, ahora Lisandro también sabe que Julián le gusta. Excelente.
—Me voy a comprar un pancho —dice Lautaro de repente y se para.
Es claro que no quiere ser parte de esa conversación y Enzo lo putea en silencio por dejarlo en banda. Lautaro se aleja caminando a paso apurado mientras Lisandro lo observa expectante, como esperando una respuesta de su parte que no llega. Se siente un poco invasivo hablar de ese tema con él, porque ni siquiera lo tiene en claro para sí mismo. Solo sabe lo obvio: le gusta un poco Julián.
El tema no es ese. El tema es si Julián también gusta de él, lo cual Enzo no cree posible para nada. Puede ser que hayan compartido algún que otro momento con tensión, sí, pero Julián cortó con su novia hace menos de 48 horas y lo último que debe estar pensando es en él, aunque algo en su interior le dice que quizás pueda ser correspondido.
Quizás. Y con una probabilidad mínima. Muy mínima.
Enzo suspira y decide afrontar a Lisandro, que todavía espera su contestación. Piensa alguna forma de ponerlo en palabras, de decirle a Lisandro que no quiere forzar las cosas con Julián, que las posibilidades con él son mínimas y que se siente demasiado abrumado con todo como para chamuyarselo. Abre la boca para decir algo y no sale nada. ¿Cómo es que siempre habla por los codos menos en los momentos más importantes?
—Es un no entonces —dice Lisandro rompiendo el silencio y tras eso lo mira un poco arrepentido —Y disculpá si te puse incómodo o algo, pensé que capaz necesitabas una mano para chamuyartelo y eso, viste como es Juli.
—¿Por lo tímido decís?
—No, por lo denso —responde Lisandro y se ríe como si hubiese contado algún chiste —Suerte en hacerle entender que le tenes ganas.
—Nah, no creo decirle nada. Y espero que vos tampoco.
—Yo me voy a quedar callado, no soy botón. ¿Vos por qué no?
Uf. La mente de Enzo se inunda automáticamente con un millón de razones por las cuales chamuyarse a Julián sería un error. Primero que nada, nunca estuvo con un chico y tampoco sabe si realmente quiere hacerlo. Todavía existe la posibilidad de que todo esto solo sea una confusión, un producto raro de la adolescencia y del proceso de autodescubrimiento del que tanto hablan las películas. La segunda razón es que, en el hipotético y para nada real caso de que realmente le guste Julián, eso no significa que tenga que hacer algo al respecto sí o sí. Podría conformarse con mirarlo desde lejos y tratarlo como un amigo, porque del pensamiento a la acción hay un abismo muy grande y Enzo no sabe si realmente es capaz de atravesarlo.
Más allá de eso, a Enzo se le ocurren otros miles de motivos que a Lisandro le aburriría escuchar y que tardaría décadas en explicar, así que decide resumir los más obvios.
—Hasta hace dos días estaba de novio. Y no lo conozco casi nada. Y no creo que me de bola. Entre otras cosas.
Lisandro solo levanta una ceja y por un momento parece estar a punto de tentarse.
—Enzo, si vos crees que a Juli le preocupó cortar estás muy errado, lo vi mejor las últimas veinticuatro horas que estuvo soltero que todos los meses que lo conocí estando de novio. Sobre lo otro, estás maquinando demasiado.
—Me parece que es como te digo.
—No, te juro que nada que ver a todo —dice Lisandro y al instante se calla de vuelta, dándose que quizás está abriendo la boca demasiado —A lo que voy, vos hace lo que quieras. Pero si me necesitas acá estoy.
Enzo vuelve a mirar las maderas de la mesa como buscando una respuesta. La oferta de Lisandro es tentadora, sí, pero todo se siente demasiado apresurado. Prefiere tomar las cosas con calma y dejar que fluya, que suceda si se da y sino bueno, no es el fin del mundo. O sí, pero tampoco va a admitir que la idea de no estar con Julián no le agrada mucho. No es algo que Lisandro deba saber, así que en su lugar solo le agradece.
—Gracias Licha.
—Gracias nada, para eso estoy.
Lisandro se levanta de la silla y tras eso le pega una palmada en el hombro, con una expresión que Enzo traduce como conforme.
—Tenete más confianza, eso sí.
—No es por la confianza —aclara Enzo, aunque profundizar en ese comentario lo llevaría a una charla de horas la cual prefiere evitar por el momento.
Lisandro parece entender que no quiere hablar del tema y en su lugar señala con la cabeza a la ronda grande donde están las dos promos. Enzo se levanta y los dos comienzan a caminar hacia la mesa más grande para reunirse con sus compañeros. Es verdad, está en Bariloche y tampoco quiere que su tema con Julián le haga olvidar lo importante: pasar tiempo con sus compañeros. Enzo lo busca a Emiliano para sentarse a su lado y antes de poder hacerlo, Lisandro lo agarra del hombro nuevamente.
—Antes de que me olvide, esta noche la previa es en mi habitación. Es en la 220, misma hora que ayer.
—De una.
—Y ponete lindo que va Juli.
—Callate.
Lisandro solo se ríe y a Enzo se le enrojecen las orejas. Tiene que hacer las paces con el hecho de que de ahora en adelante lo van a descansar con eso, por más vergüenza que le de y por más terrible que le parezca. Enzo suspira y se sienta al lado de Emiliano, que le explica rápido las reglas del juego, una versión diferente al palito dorito que conoce. Milena le entrega una carta y Enzo se pasa el resto de la excursión tranquilo, con la sensación de que nada es demasiado grave.
Tiene mucho en lo que pensar, pero al menos hablar con Lautaro y Lisandro se sintió liberador. Y lo mejor de todo: va a ver a Julián a la noche.
Notes:
colonia suiza es bellísima y “ritual” es una tienda real. busquenla en maps que si son medios místicos les va a encantar! y qué horrible cuando tus amigos te empiezan a joder en frente de la persona que te gusta jajsj pobre enzo
pd: nada de relaciones apresuradas. demosle tiempo a los jovencitos para que aclaren sus cosas primero!
Chapter 7: Capitulo 7
Summary:
pasan algunas cosas en la previa
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La excursión al Circuito Chico se termina rápido y la primera parada de Enzo al volver al hotel es su habitación.
Tiene muchas ganas de ir a merendar al comedor –aunque ya comió un pancho en Colonia Suiza y medio paquete de galletitas en el micro–, pero tiene que dejar las bolsas de compras en algún lado y el lobby del hotel no es una opción. De milagro los frascos de mermelada no se rompen en la mochila y llegan sanos y salvos, al igual que las cajas de alfajores y los chocolates que compró para sus hermanos. El escabeche de berenjenas de Emiliano no corre con la misma suerte y para cuando se bajan del colectivo, la bolsa está chorreando aceite por todos lados. Es tras unas cuantas puteadas de su amigo durante el trayecto hasta el tercer piso que llega a su habitación, feliz de que esta vez nadie lo sigue hasta el cuarto.
Desde el pasillo no se escucha ruido en la 306 y Enzo asume que sus amigos deben estar en el comedor o en el lobby. Es raro que estén tan callados, a menos que sigan durmiendo, lo cual es una opción viable después de los eventos de la mañana. El celular le indica que son las cinco y media de la tarde recién y Enzo saca la tarjeta-llave para abrir la puerta con dificultad, porque le quedaron las manos aceitosas de ayudar a Emiliano con el desastre de su escabeche.
Para su sorpresa, cuando la puerta se abre es recibido en la 306 con la expresión solemne de Nicolás, que está parado en la entrada y se hace a un lado apenas lo ve.
—Pasá, te estábamos esperando —dice con la voz ronca y le hace un gesto con la mano para que ingrese.
—¿Para qué?
—Tenemos que hablar de algo serio.
Nicolás no dice más que eso y cierra la puerta tras él cuando Enzo entra. La mochila y las bolsas quedan olvidadas en el armario –el primer lugar que encuentra– y Enzo frunce el ceño cuando los ve a Rodrigo y Leandro sentados en sus camas con una expresión igual de seria. Qué carajos, es lo primero que piensa. ¿Por qué están así?
La situación parece cómica en cierto punto, si no fuera porque están todos callados y la última vez que Enzo recuerda un silencio como ese fue cuando los amonestaron a los cuatro por querer ratearse. Esa vez al menos se estaban aguantando la risa, ahora la habitación parece un funeral y Enzo se pregunta si realmente fue tan grave haberlos dejado afuera por dormirse. Si están enojados por eso son unos pelotudos, decide mentalmente.
—Sentate —le indica Nicolás, mientras él hace lo mismo.
—Tengo miedo.
Enzo le copia a los demás y toma asiento sobre su cama después de sacarse la campera de la empresa y dejarla sobre una silla. Está oscureciendo y es poca la luz natural que entra por el ventanal de la 306, dándole un aire todavía más oscura a la cuestión. Se quedan unos segundos estáticos en sus posiciones hasta que Enzo se harta y decide romper el silencio.
—¿Me van a decir por qué están así?
Nicolás suspira y se pasa la mano por el pelo antes de hablar, como si se estuviera preparando para decir algo terrible.
—Bueno, te cuento. La cosa es que estuvimos hablando mientras no estabas, porque no queremos que se repita lo de anoche en lo que queda del viaje, y llegamos a una conclusión…
—Vamos a poner un par de reglas —lo corta Leandro y a cambio recibe la mirada molesta de Nicolás.
—Qué me interrumpís, pelotudo. Estaba hablando yo.
—Es que la estabas haciendo muy larga.
—Decidimos que el que quiera usar la habitación tiene que avisar por el grupo antes —explica Rodrigo, ignorando a los demás y mirándolo a Enzo.
Eh. Enzo se acomoda en su lugar y se aguanta las ganas de cagarse de risa enfrente de todos sus amigos. Es cierto que juntarse con Rodrigo les está pegando su dramatismo para todo, porque no hay chance de que eso sea una discusión real.
—¿Por esta pelotudez se pusieron serios?
—No es eso nada más. Decidimos que la habitación se puede usar por una hora como máximo.
—Eso no lo hablamos —se queja Leandro y Nicolás asiente.
—No es nada eso.
—Una hora es hasta que se me para.
—Bueno, dos.
—Una y media.
—¿Tres?
Enzo se queda en silencio mientras escucha la discusión de sus amigos, que le interesa poco y nada. Su mente está concentrada en cosas más importantes en ese momento, como que la camiseta de Argentina que llevó para esa noche es de la Copa América 2021 y le queda un poco –bastante– ajustada porque se la compró cuando tenía quince años. O que va a ver a Julián en un rato, lo cual es emocionante y aterrador al mismo tiempo. Solo tiene ganas de que se haga de noche lo más rápido posible y que sean las diez, aunque falten cuatro horas todavía. Para cuando Enzo vuelve a la realidad, el tópico de discusión de sus amigos sigue siendo el mismo: cuál es el tiempo máximo para usar la habitación. Es una pelotudez, realmente.
—Qué rompebolas son. El que llega primero se la queda —interrumpe Enzo y los tres niegan al instante.
—No me parece, ¿y los demás qué hacen en ese tiempo?
—Caguense, ya fue. O usen los baños del comedor.
—Es buena esa.
—Re incómodo, ni ahí.
—No seas maricón —se ríe Ota.
—Mal momento para usar esa palabra —dice Leandro y Enzo lo mira con cara de orto.
Nicolás solo frunce el ceño sin entender y Enzo agarra su celular para distraerse con Instagram o Tiktok o cualquier aplicación pedorra de ese estilo, porque la discusión le parece media pelotuda a este punto. Él va a hacer lo que quiera y los demás deberían hacer lo mismo, si total es Bariloche y reglas no debería haber muchas. Problema de ellos si quieren enredarse con normas que nadie va a cumplir.
Por suerte, el debate sobre el uso de la habitación muere sin ningún acuerdo explícito después de unos minutos y se pasan el resto de la tarde boludeando en el cuarto de Emiliano y Lautaro, a la que el Internet del hotel llega mejor. La 302 es más chica que su habitación, pero tiene una ventana grande que da al patio interno y Enzo intenta disimular cuando se queda unos cuantos minutos probando calcular cuál de todas esas ventanas es la de la habitación de Julián, que está un piso más abajo. Para su mala suerte, la mayoría de cuartos tienen las cortinas cerradas y cuando Lautaro le pregunta qué está haciendo, solo se excusa con que está respirando aire por el tufo, lo cual no es del todo mentira.
Es tras unas partidas de Monopoly, la mafia y unas cuantas rondas de ver quién hace más jueguitos con la pelota que trajo Rodrigo que dan las nueve de la noche. Enzo es el primero en correr al comedor para cenar y luego a la habitación a bañarse, porque quiere tomarse su tiempo para prepararse sin que nadie lo moleste y caer puntual a la previa. Lisandro le dijo a las diez y no piensa retrasarse ni un minuto de ser posible. Todo por ver a Julián. La ducha con agua caliente le saca toda la suciedad de la excursión y Enzo sale del baño con una sonrisa, pensando en si le conviene dejarse el pelo para abajo o para arriba como usa siempre.
Después de cambiarse con su ropa de Argentina, se queda unos minutos frente al espejo acomodando su pelo mojado, que parece no querer cooperar para nada. No hay gel ni secador y le toca resolver el problema manualmente. La puta madre , putea en su interior por quinta vez cuando ve que es imposible acomodarlo de una forma decente. Enzo se da vuelta cuando Leandro entra a la habitación y lo arrastra hacia el antebaño con él, porque necesita una segunda opinión.
—¿Me queda mejor para abajo o para arriba? —pregunta, haciendo ambas demostraciones con su pelo ante la mirada indiferente de Leandro.
—Es lo mismo.
—No es lo mismo —se queja y vuelve a mirarse al espejo, disconforme con el estado de todo.
—Sí es, nadie se va a dar cuenta.
Leandro no entiende porque tiene el pelo bastante corto y no tiene que peinarse casi nada, pero los detalles hacen la diferencia y ese es un detalle que no está pudiendo lograr. Enzo se pasa la mano por el cabello una vez más y cuando ve que no se queda para arriba como siempre, suspira y se rinde. Es una batalla perdida, pero al menos le da un look diferente que las noches anteriores. Eso es algo bueno, ¿no?
Enzo se pone su cadena de plata para darle un poco más de personalidad al outfit y lo nota a Ota parado en el pasillo, que lo mira divertido como si fuera gracioso verlo batallar con su pelo y arreglarse. Y obvio que no es gracioso para nada, porque Julián lo va a ver esa noche y tiene que estar presentable. Mínimo.
—¿Para quién te estás preparando así Enzito?
—Para quién va a ser… —comenta Leandro mientras revuelve su valija y Enzo decide quedarse callado porque no tiene ganas de tener esa charla otra vez.
—No sé, decime vos.
—Ota, ¿sos o te falla?
Rodrigo se ríe y Nicolás frunce el ceño un poco confundido por la broma interna que parecen compartir todos menos él.
—No entiendo, ¿de quién estamos hablando?
—Ah, es pelotudo en serio.
—De Juli, taradito —le explica Rodrigo y Nicolás gira la cabeza, todavía más desorientado.
—¿Juli el cordobés?
—Sí, pelotudo. De quién más va a ser.
—Qué sé yo, pensé que era alguna Julieta.
—Un Julieto en todo caso.
Sáquenme de acá, es todo lo que puede pensar Enzo mientras se lava los dientes. Escuchar a sus amigos joderlo es lo último que quiere hacer, pero parece que no tiene otra opción más que bancarse los descansos como si estuvieran de vuelta en primer año y fuera gracioso que le guste alguien. Sí, le gusta Julián, ¿qué es lo divertido? Enzo suspira y escupe en la bacha, ignorando la mirada inquisitiva de Nicolás desde el pasillo de la habitación.
—Así que vos y Juli…
—Cerra el orto —lo interrumpe y se seca la boca con la toalla de mano.
Nicolás se ríe y antes de que pueda decir algo más, alguien toca la puerta y Enzo agradece a quien sea que haya decidido venir en ese momento. Salvado por la campana. Ota parece olvidarse de la conversación (por suerte) y se acerca a abrir la puerta, suspirando con molestia cuando ve a la persona parada en el pasillo.
—¿Vos otra vez?
—Sí —dice Emiliano con una sonrisa y pasa adentro sin importarle mucho las quejas —Creo que me dejé mi peluca acá.
—¿Qué peluca?
—La del Diego.
Emiliano empieza a revolver en los rincones de la habitación mientras Enzo se mira al espejo una última vez. No está conforme con su pelo, pero todo lo demás está en orden. La camiseta no le queda tan chica, el short deportivo es nuevo y la cadenita le da un toque canchero que le gusta. Sí, está bien así. Aunque quizás podría ponerse la visera plana… no, es demasiado. Sonríe cerca del espejo comprobando que no tiene nada entre los dientes y una vez que se pone colonia, decide que está listo para ir a la previa.
No se toma el tiempo de despedirse de sus amigos, total ellos van a ir más tarde y se los va a encontrar allá. Solo agarra la campera de la empresa y la billetera, por las dudas que quiera comprarse un trago o comprarle uno a Julián, obvio. Enzo sale y cierra la puerta detrás suyo, asegurándose que también tiene una etiqueta encima y el encendedor. A esa hora no hay gente en los pasillos porque la mayoría está cenando o preparándose y Enzo camina hasta las escaleras repitiendo 220 en su mente, para no olvidarse que esa es la habitación a la que tiene que ir.
Calmate, se dice a sí mismo. Su corazón está acelerado de vuelta y Enzo sabe que no es por bajar las escaleras trotando. El recuerdo de Julián despertando encima suyo lo molesta en todo el breve trayecto hasta la habitación de Lisandro y Enzo solo puede pensar en que necesita verlo ya mismo. Una vez encuentra la puerta con el número 220, toca con dos golpes y espera unos segundos. Le sorprende sentirse tranquilo y seguro, como si toda la incertidumbre se hubiera esfumado tras la charla con Lautaro, aunque el miedo persista un poco todavía. Eso es una buena señal, porque Enzo tiene en claro una sola cosa: no quiere dar más vueltas con Julián. Ya no más. No puede negar que le gusta, quizás mucho más de lo que le han gustado otras personas en el pasado, y Enzo no es de esas personas que esperan que el otro de el primer paso. Esta noche puede ser su noche, solo es cuestión de animarse y ver qué pasa.
Cuando la puerta de la habitación se abre, Enzo solo confirma lo que ya venía pensando hace rato: le gusta Julián, muchísimo. Especialmente cuando se deja los rulitos en el pelo. Julián levanta las cejas sorprendido cuando lo ve parado en el pasillo y Enzo solo se pone las manos en los bolsillos, como si hubiera olvidado cómo hablar de la nada.
—Pensé que cuando uno decía a las diez era para que caigan a las once.
—Hice una excepción por vos.
—¿Y cómo sabías que iba a estar acá? —le pregunta Julián y gira la cabeza un poco confundido.
—Tengo buena intuición.
Enzo dice lo primero que se le ocurre, repitiendo sus palabras de la vez que fue a la habitación de Julián a recuperar su camisa, porque no piensa decirle que solo vino a la previa de Lisandro porque sabía que él iba a estar ahí. Esa es una información que prefiere guardarse para sí mismo por el momento.
—Ah, no te hice pasar porque estaba por ir a comprar hielo —le explica Julián y cierra la puerta tras suyo.
—Si queres que me vaya decímelo y listo.
—Sabes que no quiero eso.
Las palabras de Julián son cordiales, pero Enzo igual sonríe como si tuvieran un significado oculto.
—Te acompaño a comprar. ¿Solo hielo?
—Solo hielo —le afirma y comienzan a caminar hacia el ascensor.
Enzo se da cuenta de varias cosas mientras caminan por el pasillo. Primero, que los rulitos de Julián le encantan y que ojalá se dejara el pelo así siempre. Segundo, que Julián está usando una camiseta vieja del Mundial 2018 que está deshilachada pero que le queda linda igual, con unos shorts deportivos que lo aprietan en los lugares justos. No Enzo, se dice a sí mismo antes de formular cualquier pensamiento indebido, pero es difícil no hacerlo cuando Julián camina así delante suyo. Le está hablando sobre la temática de esa noche y algo sobre el viaje que Enzo escucha poco y nada, porque su mente está haciendo todo lo posible para no mirarle el culo a Julián. Él es un pibe decente, no va a hacer eso. Para nada.
Para nada, repite mientras sus ojos bajan inevitablemente. ¿Desde cuándo Julián tiene tanto culo? O mejor dicho: ¿por qué recién se da cuenta ahora?
—Y no me dijo más nada, pero bueno…
—¿Eh? —responde Enzo sin entender mucho, pero como Julián sigue contándole una anécdota del almuerzo solo asiente como si le hubiera estado prestando atención.
Qué pajero.
Enzo sacude la cabeza como si eso pudiera sacarle sus pensamientos y aprieta el botón para ir a la planta baja. El viaje en ascensor es corto y Enzo se siente feliz estando ahí con Julián, solo existiendo al lado suyo y escuchándolo hablar de cosas variadas, porque es la primera vez que lo ve soltarse tanto. Pareciera que Julián deja de ser tímido con él y ese pensamiento lo llena de orgullo, significa que le tiene un mínimo de confianza y eso ya es algo.
Estoy hasta las manos, piensa cuando se da cuenta lo que está pensando.
Enzo se olvida rápido de sus sentimientos medios extraños e intensos por Julián cuando las puertas del ascensor se abren y lo primero que ve es a Pablo y a Lionel parados en el pasillo del lobby, ambos con una expresión cansada y unas ojeras bastante preocupantes. Julián se pone recto al instante y Lionel gira la cabeza un poco confundido apenas se da cuenta que los dos están ahí, como si estuviera mal que usen un ascensor a las diez de la noche.
—Hola chicos. ¿Qué hacen acá? —pregunta Pablo e intenta sonreír, aunque pareciera que está a punto de quedarse dormido parado.
—Vamos al kiosco.
—No pueden salir afuera del hotel.
Enzo frunce el ceño ante las palabras de Lionel. ¿Cómo que no se puede? Piensa un poco confundido. Sus amigos y él salieron del hotel casi todos los días a comprar cosas o a dar vueltas por el centro y nunca nadie les dijo nada. ¿Y todo este tiempo estuvo prohibido? Bueno, hecha la ley, hecha la trampa.
—Solo necesitamos comprar unas cosas —explica Julián y Lionel niega con la cabeza al instante.
—No pueden salir solos.
—Vamos acá nomás, al kiosco de la esquina.
—Está cerrado a esta hora —responde Lionel como si eso fuera conocimiento común.
—Bueno, a algún kiosco por acá cerca. Nada muy lejos.
—No vamos a negociar nada, se quedan acá y listo.
Qué pesado, se queja Enzo mentalmente y si no fuera porque no quiere ganarse el odio de su coordinador, se lo diría en la cara. Por suerte todavía le queda un poco de sentido de autoconservación y en vez de ponerse a discutir, decide que van a escaparse apenas Pablo y Lionel se suban al ascensor. Si le funcionó todos los días anteriores, ¿por qué no funcionaría ahora? Por suerte, Pablo sale a su rescate y asiente como concordando con ellos.
—Son unas cuadras nada más —le dice Pablo a Lionel y Enzo sonríe casi al instante —No les va a pasar nada.
—Pablo, ya hablamos de esto.
—Shh —lo interrumpe y Lionel abre los ojos sorprendido al ser callado de esa forma —Vayan chicos, no pasa nada. Pero avisen cuando estén de vuelta, por favor.
—Qué genio, Pablito. En cinco volvemos.
Enzo le sonríe otra vez e ignora la mueca disconforme de su coordinador, que parece desaprobar la idea totalmente, pero qué más da. Que Lionel siga siendo ortiva, él va a hacer la suya. Y Julián también, aunque parece medio reacio a la idea de salir después de eso. Solo unos metros los separan de la entrada del hotel y ambos caminan en silencio hasta salir por la puerta giratoria. A este punto deberían estar acostumbrados al clima sureño, pero el frío los sorprende de igual forma cuando salen a la calle.
Un escalofrío le recorre todo el cuerpo y Enzo mira sus zapatillas enterrándose en la nieve, que todavía cae lentamente y que cubre toda la calle y los techos de los autos estacionados en la vereda. Julián parece disperso en el escenario al igual que él y Enzo sonríe cuando ve que un copo de nieve le cae en el pelo. Tiene ganas de pasarle la mano por el pelo al igual que la noche anterior en el muelle, pero se contiene porque ese día Julián tiene rulitos y lo último que quiere es desarmarlos. Tierno.
—Qué ortiva es tu coordinador.
—Ni me digas —responde Enzo y se encamina hacia la avenida.
Lionel puede ser copado cuando quiere, pero después de la “guerra de bromas” Enzo siente que los tiene de punto y la idea mucho no le gusta. Si Pablo fuera su coordinador seguramente se hubiera reído o los hubiera retado poco y nada, pero se ve que su curso no tuvo tanta suerte. Por algún motivo, la escena del ascensor se repite en la cabeza de Enzo al igual que la vez que fue a pedirle una pastilla a Lionel por el dolor de cabeza y se da cuenta de algo. No es muy difícil atar los cabos.
—¿Vos decís que habrán culeado alguna vez? Para mí sí.
—¡Enzo! No seas chancho —lo reta Julián con una expresión reprochadora.
—¿Qué? ¿Te da vergüenza la palabra culear?
—No, pero estamos en la calle.
Enzo mira a su alrededor. Es cierto que hay bastante gente en la calle para ser de noche, pero tampoco tanta y no debería ser tan escandaloso hablar de esas cosas en público. Así que le da vergüenza , piensa e intenta disimular su sonrisa.
—¿Qué tiene que estemos en la calle?
—Enzo.
—Sexo.
—Basta, estás hablando muy alto y alguien nos va a escuchar.
—Puedo gritarlo si querés.
—Te mato.
—¡Se-!
Julián le tapa la boca con la mano demasiado rápido antes de que pueda gritar y Enzo se ríe con dificultad cuando ve la expresión amenazadora del cordobés, que en realidad no lo hace sentir muy amenazado. Hay algo divertido en molestarlo y verlo enojarse de mentira, porque ambos saben que no es nada serio.
—No me hagas pasar vergüenza en la calle —le advierte Julián con el ceño fruncido y recién ahí le saca la mano de la boca.
—¿O?
—O te hago esto.
Enzo se queda mirándolo un poco embobado mientras Julián extiende su otra mano hacia su rostro, hasta que entiende qué es lo que está a punto de hacer. Julián le pellizca el cachete en un gesto rápido y acto seguido sale corriendo, como anticipando que la respuesta de Enzo no va a ser quedarse de brazos cruzados después de eso. El dolor es leve y Enzo tarda unos segundos en reaccionar.
Ah bueno.
—Hijo de puta, vení para acá.
Las piernas de Enzo no se mueven tan rápido como las de Julián, que parece ir a cien kilómetros por hora aunque esté corriendo sobre la nieve. Enzo hace lo posible para esquivar las baldosas escarchadas y no caerse, aunque sabe que es imposible alcanzar a Julián. Solo unos metros los separan y Enzo se siente como un nene otra vez, como si estuviera jugando a las atrapadas con sus amigos y nada importara más que eso, solo ellos dos persiguiéndose en medio de Bariloche. Los pulmones le arden por el frío pero eso no lo detiene de seguir corriendo, para nada.
Julián se ríe con fuerza y justo cuando Enzo siente que puede agarrarlo por la capucha y tirarlo al piso, Julián se detiene en seco y se choca contra su espalda. El impacto es leve y por suerte ninguno de los dos se cae, pero igual quedan empapados de la nieve que se derrite y les cae por el cuello como agua helada.
—¿Qué pasó? —le pregunta Enzo, decepcionado porque el juego se termine tan rápido.
—Mirá lo que encontré.
Enzo mira hacia la cuadra de enfrente y entiende las palabras de Julián. Hay una Axion gigante en la esquina siguiente y eso es una especie de alivio, porque entre todos los kioscos cerrados que pasaron mientras corrían, Enzo ya planeaba ponerle nieve a los vasos en lugar de hielo. Cruzan la calle cuando el semáforo se pone en rojo y Enzo se queda pensando en lo bien que le vendría un delantero como Julián en su equipo, que se mueva como una luz y no tenga miedo de correr hacia el arco así.
—Serías un buen nueve.
—Juego de eso.
—Profesionalmente digo.
Julián se queda callado unos segundos y se mete las manos en los bolsillos. Hay un freezer enorme al lado de la puerta del shop de la estación de servicio y Enzo se queda mirando todos los tamaños de las bolsas, pensando en qué cantidad de hielo sería la apropiada llevar.
—Me probé en varios clubes cuando era chico —dice Julián de repente y Enzo se da vuelta para mirarlo.
—¿Y qué pasó?
—Historia para otro día.
Enzo saca una bolsa de diez kilos y la vuelve a meter dentro del congelador, porque quizás sea demasiado hielo. Así que se probó en varios clubes, piensa y se guarda el recuerdo para preguntarle más adelante sobre eso. Al final termina llevando la bolsa más chica porque duda que la previa se sature tanto como la de su habitación la noche anterior. Seguro sean quince personas como máximo y con una bolsa de cinco kilos es más que suficiente para abastecerse hasta que vayan al boliche.
Paga en efectivo en la caja y por un momento se tienta de comprarse unos mentolados que están en descuento, pero al final decide que no. Está bien que le guste Julián, pero tampoco es para tanto. Una vez que terminan de comprar, el celular le suena y Enzo suspira cuando lee que la notificación es de su coordinador, que le pregunta si ya volvieron al hotel.
—¿Lionel? —pregunta Julián y Enzo asiente.
—Quién más va a ser.
Enzo se guarda el celular en el bolsillo sin tomarse el tiempo de responder y luego se carga la bolsa de hielo al hombro, porque es más fácil llevarla así que congelarse las dos manos.
—Igual, hablando en serio, ¿para vos culearon o no? —le pregunta de la nada y Julián solo se ríe.
—Sí, es re obvio.
—¡Viste! Rodri me porfiaba que no.
—Tienen vibras de matrimonio casado.
—Pablo es la mamá y Lionel es el papá —completa Enzo ante la mirada reprochadora de Julián.
—¿Ya te vas a poner chancho de vuelta?
—Sos vos el que está malpensando ahora.
—Dios, sí. Ahora no me puedo sacar la imagen mental.
Enzo se ríe con fuerza mientras Julián se frota los ojos y así se pasan los diez minutos que tardan en volver al hotel caminando, porque por algún motivo el chiste sugerente sobre sus coordinadores les da demasiada risa. Es tonto pero igual es gracioso y a Enzo no le molesta repetir lo mismo diez veces con tal de escuchar la risa de Julián una y otra vez. Es un sonido hermoso.
Para cuando están llegando a la habitación de Lisandro, el hombro de Enzo está entumecido por el peso de la bolsa de hielo y a los dos les duele la panza de reírse tanto. Julián le manda un mensaje rápido a Pablo para que se quede tranquilo con que volvieron y Enzo se aguanta las ganas de volver a joder con que es el esposo de Lionel, porque no quiere quemar el chiste tan rápido. Desde afuera de la habitación de Lisandro se escucha mucho ruido, seguro que en la media hora que estuvieron afuera llegó toda la gente invitada a la previa, que tampoco es mucha.
Cuando entran al cuarto los recibe un tema de Ysy A que Enzo no identifica pero que le suena de algún lado. Dejan la bolsa de hielo al lado de la mesa ratona y Julián se pone a preparar dos vasos de fernet con poca coca y mucho alcohol, uno para él y otro para Enzo. La habitación de Lisandro es parecida a la suya, también tiene un balcón y es bastante espaciosa, con la única diferencia que las camas están más juntas y que no tiene vestidor. Hay un parlante enorme en la esquina y uno de esos aparatos que tiran luces de colores que se compran por dos pesos. Es un buen lugar para previar y Enzo va a sentarse en la ronda donde están todos sus amigos y algunos desconocidos, que se ríen a carcajadas de algo que no llegó a escuchar.
—Vení, estamos jugando verdad o reto —le dice Leandro apenas lo ve y Enzo se sienta a su lado.
—¿Juego más pete no había?
—Decís eso porque no te da.
—No dije que no iba a jugar.
Leandro le pasa un brazo por los hombros como conforme con su respuesta y le acerca un vaso de vino con algo más, que Enzo acepta gustoso. No tiene hielo, pero igual está fresco y se lo devuelve después de dos tragos largos. Julián se sienta en la otra punta de la ronda y Enzo se queda los minutos siguientes prestando atención a los retos y a las preguntas del juego, que son bastante tranquilas en realidad, un poco diferente a la versión de verdad y reto que conoce. A Lisandro le toca sentarse arriba de un amigo suyo por tres rondas, a un amigo de Julián tomar cinco shots de vodka y a Emiliano contar su anécdota sexual más bizarra (para lo que todos terminan traumados).
Pronto llega el turno de Leandro y Rodrigo es el primero en sonreír con malicia apenas se le ocurre una idea de qué decir.
—Lean, ¿verdad o reto?
—Verdad.
—Cagón —le dice Enzo y Leandro solo lo empuja despacio.
—Bueno, es dura esta, pensala bien —advierte Rodrigo y se queda callado unos segundos, como para generar más suspenso —¿Qué preferís: ver a tus viejos coger o que ellos te escuchen coger con alguien?
—Uh…
—Cien veces que me escuchen coger —responde Leandro al instante —No era tan difícil, qué pregunta pelotuda.
—Pero es una banda eso amigo, ¿cómo chota les hablas después? O sea van a saber los ruidos que haces… es un montón.
Enzo levanta las cejas y toma del vaso que le preparó Julián, ocultando su sonrisa.
—Bueno pero es eso o quedar traumado yo.
—Prefiero traumarme.
—Menos mal que la pregunta era para vos.
—Voy yo —interrumpe de repente Lautaro y todos se quedan mirándolo, como esperando que diga a quién va a elegir para el juego —Juli, ¿verdad o reto?
La puta madre, es lo primero que piensa Enzo, porque sabe que su amigo tiene poco y nada de inocente y que seguramente le va a hacer alguna pregunta comprometedora sobre ellos o algún reto que involucre cosas que no se siente preparado a hacer con Julián todavía. ¿Por qué mierda hablé con Lautaro?
—Verdad —responde Julián y Enzo le agradece a Dios, porque es mejor eso a un reto en el que los hagan besarse o alguna de esas maldades de las que Lautaro es totalmente capaz.
—Tenes que hacer un trío con dos de esta habitación. ¿Quiénes?
Bueno, es mejor de lo que pensé.
—Imagino que yo —le dice Paulo en broma y Julián solo le pega un codazo, evitando el beso en el cachete que le quiere dar su amigo.
—Salí de acá.
—Qué malo.
—No lo distraigas, que responda —dice el otro amigo de Julián con acento cordobés marcado, sobre el que Lisandro está sentado todavía.
Por algún motivo Enzo se siente tenso, como si la respuesta de Julián fuera a significar algo entre ellos. No sabe qué prefiere, si ser nombrado o no serlo, porque una implica ser descansado por sus amigos por un mes por no ser elegido, y la otra lo obvio: que Julián también gusta de él (o que le tiene ganas al menos, lo cual es mejor que nada). Enzo toma un trago largo de fernet solo para ocultar su nerviosismo y deja el vaso en la mesa de luz cuando ve
—Eh… —titubea Julián unos segundos —Bueno, creo que uno sería Licha.
Ah bueno.
—Gracias bombón —le responde el nombrado y a Enzo le dan ganas de encajarle una trompada por segunda vez en el día.
Basta. Lisandro no tiene la culpa de nada y Enzo sabe que solo son amigos, que es normal joder así entre pibes y que ese intercambio no significa nada. El pensamiento es totalmente razonable y lógico, pero le resulta difícil sacarse de encima la molestia que le generó la respuesta de Julián.
—¿Y el otro?
—Enzo, obvio.
Obvio, le repite su mente y Enzo se queda callado unos segundos, procesando las palabras de Julián. Yo, obviamente.
La bronca de hace unos segundos parece desaparecer de la nada y es reemplazado por un sentimiento que no sabe identificar, solo sabe que tiene ganas de pararse y encajarle un beso a Julián en frente de todos. Así que es mutuo, piensa con emoción e intenta ocultar su sonrisa tomando un trago de fernet. ¿Por tanto se preocupó? Los comentarios no tardan en llegar y Julián se pone rojo apenas sus amigos empiezan a joderlo, porque qué otra cosa podrían hacer después de ese tipo de comentario. Lisandro solo lo mira desde la otra punta de la ronda y le sonríe como diciéndole te dije, a lo que Enzo responde con otra sonrisa, sintiendo su corazón latir rápido por décima vez en el día.
—Me voy a preparar otro vaso —es todo lo que dice Julián y se levanta de la ronda, como queriendo huir de esa situación lo antes posible.
El juego sigue sin mucho problema después de eso, pero la mente de Enzo está concentrada en otra cosa totalmente diferente: Julián. Lo sigue con la mirada desde que se sirve otro vaso de fernet hasta que sale al balcón a hablar con unos chicos. Le dio vergüenza, se da cuenta y el pensamiento lo emociona doblemente. Tiene ganas de salir a hablarle, a decirle algo, lo que sea, no importa qué con tal de estar con él otra vez y ponerlo más nervioso si es que puede.
—Te toca —le avisa Nicolás y Enzo se da vuelta rápido.
—Enzo, ¿verdad o reto?
—Reto —responde al instante y le sonríe a Lisandro —Me la banco, no como otros.
—Bueno, si tan valiente sos… te reto a que estés cinco minutos en cuero afuera.
Enzo mira hacia el balcón por segunda vez, donde Julián está hablando con unas chicas y riéndose de algo. A esa hora de la noche todavía está nevando y la temperatura debe estar en unos cuantos grados bajo cero.
—Flaco, está nevando, si me querés matar decímelo.
—Pensé que te la bancabas —le responde Lisandro con una sonrisa socarrona y Enzo se pregunta si es normal querer pegarle tantas veces a alguien que le cae bien.
Bueno, ya fue.
—Anda a cagar.
Enzo se saca la camiseta de Argentina de un gesto rápido y se la tira a Rodrigo en la cara, que le está silbando. Emiliano le tira un billete de cien pesos y Enzo lo agarra, guardándoselo en el bolsillo antes de salir. No le importa estar en cuero adentro, que está calentito y lleno de gente. El problema es que en el balcón debe estar más que helado, pero bueno, prefiere bancarsela y cerrarle el orto a Lisandro a parecer un cagón.
—Te aviso cuando sean cinco minutos —le dice Nicolás y Enzo abre el ventanal para salir.
Una corriente de viento lo recibe y Enzo putea en cinco idiomas diferentes cuando siente el viento helado contra su piel. Está frío pero pareciera que le quemara la piel como en su sueño y lo primero que se le ocurre hacer es levantarle el dedo del medio a Lisandro desde afuera, aunque no lo vea. En el balcón no hay mucha gente más allá de Julián y un par de chicas y Enzo empieza a temblar un poco porque todas sus extremidades están más que rígidas.
—¿Qué haces así? Te vas a morir —le dice Julián con una expresión horrorizada apenas lo ve salir y Enzo solo le sonríe.
—Un reto.
El frío es mental, repite mil veces en su cabeza e intenta disociarse de las sensaciones desagradables de su cuerpo. En su lugar, decide distraerse o concentrarse con otra cosa que no sea el frío, porque los cinco minutos se van a sentir eternos si solo piensa en eso. Julián lo sigue observando un poco preocupado y cuando Enzo lo mira a los ojos corre la mirada con vergüenza, como si se acordara de su respuesta en el juego de recién. Una sonrisa se le asoma en los labios y se para un poco más cerca de Julián, solo para molestarlo. Es imposible no sacar el tema a colación.
—Así que el Licha y yo…
—Callate —lo interrumpe Julián, que parece concentrado en mirar para cualquier lado menos a Enzo.
—Tenes buen gusto, yo también me hubiera elegido.
—Ahora te vas a poner insoportable.
—Obvio, si te gusto.
Julián resopla y esta vez sí le devuelve la mirada, aunque tiene los cachetes un poco colorados, quizás por el frío o por otra cosa.
—No me gustas.
—Recién dijiste otra cosa.
—Sos medio insoportable.
—Así y todo te gusto.
Enzo se le acerca un poco más y Julián retrocede, tomando de su vaso como para disimular que está nervioso. La espalda le choca contra la pared del balcón y Enzo solo le sonríe, porque sabe que a Julián es muy malo disimulando y le da vergüenza todo de esa situación. Eso solo le dan más ganas de presionarlo, de ponerlo nervioso y ver hasta dónde pueden llegar con ese juego.
—¿Cuándo vas a soltar eso? —pregunta Julián con una falsa expresión de molestia.
—Nunca.
—Te odio.
—No te creo.
—En serio, te odio.
—Sos malo eh.
A este punto casi no siente el frío, solo existen ellos dos en el balcón y a lo que sea que estén jugando con ese ida y vuelta. La mirada de Julián es tímida pero algo desafiante y eso es exactamente lo que le gusta a Enzo, esa forma de pretender que no se atraen. Justo cuando está a punto de seguir presionándolo con un comentario sobre la noche anterior, el ventanal al balcón se abre y aparece Nicolás con la camiseta de Enzo y una campera.
La concha de tu madre Nicolás.
—Se terminaron los cinco minutos —le avisa y le tira la ropa, volviendo a cerrar la ventana.
La tensión del momento parece haberse esfumado y Enzo suspira, agradecido por no tener que bancarse más el frío y molesto por no poder seguir con la charla. Le hubiera gustado enterarse hasta donde llegaban con eso, aunque todavía es temprano y le queda toda una noche para estar con Julián. No te apures, se recuerda a sí mismo. Pueden tomarse todo el tiempo del mundo con eso. Enzo agarra su remera de Argentina y se queda mirando a Julián, que también lo mira como diciéndole dale cambiate.
—No te pongas triste.
—¿Por?
—Por esto —le responde y se pone la camiseta.
Julián revolea los ojos y resopla, aunque los dos saben que en realidad no está molesto. A Enzo le dan ganas de seguir molestandolo o algo, pero parece que Julián tiene planes distintos, porque en su lugar camina un paso más cerca suyo y le ofrece su vaso de fernet. Enzo lo agarra un poco confundido y antes de que pueda decirle algo más, Julián le dice algo que no llega a escuchar y vuelve a entrar a la habitación sin decir nada más. Otra corriente de viento helado le recorre el cuerpo y Enzo se queda solo en el balcón, con la campera en la mano y el sentimiento de que esa puede ser su noche.
Solo es cuestión de ver qué pasa.
Notes:
ayer casi llego tarde a una previa por publicar esto kjj así que al final pateé la actualización para hoy. la semana que viene empiezo a cursar de vuelta y me quiero mword, pero bueno intentaré mantener el ritmo de actualizaciones (una por semana mínimo). todo depende pero estoy re cebado aguante belgrano y alberdi slds
Chapter 8: Capitulo 8
Summary:
enzo llega a una conclusión: a veces hay que mandar todo al carajo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Enzo deja el vaso en la mesada del antebaño y se mira en el espejo.
Parpadea un par de veces y acerca la cara, intentando verse más claramente sin éxito. El vidrio está un poco sucio y tiene manchas de agua, pero no es eso lo que le dificulta la tarea, es otra cosa. Su reflejo parece borroneado, como difuminado. Enzo pasa la mano por el espejo para limpiarlo y cuando ve que sigue igual, mira el vaso una segunda vez. Ya casi no quedan hielos en el vodka de frambuesa con Speed, una combinación que no le gusta tanto pero que es mejor que nada. El vaso está casi vacío y Enzo se lo baja de un tirón, escupiendo los hielitos en la bacha.
Sabe que su vista está borrosa por eso, porque entre risas, chistes sugerentes con Julián y otros juegos de previa, no se dio cuenta que quizás estaba tomando de más. ¿Cuántos vasos de fernet y cuántos de vodka? Quizás mezclar no fue una decisión tan buena. Enzo se frota los ojos y vuelve a mirarse al espejo. La ebriedad no es tan grave todavía. Aunque se siente liviano de cuerpo, sus piernas se coordinan perfectamente como para caminar sin caerse, así que está todo bien. Es más un estado de euforia donde sus sentidos están atontados y todo le da risa, el punto perfecto de estar en pedo.
Enzo le sonríe al espejo y su reflejo le devuelve el gesto. Qué facha. Se pasa la mano por el pelo para acomodarlo, aunque no sabe qué tan despeinado está o no. Solo tiene ganas de verificar que esté en buenas condiciones para ir al boliche, porque todavía es temprano pero pareciera que la previa duró toda la noche. En realidad su celular le indica que son las 23:51 recién. Se supone que en cinco minutos tienen que estar en el lobby del hotel para irse y la habitación de Lisandro sigue explotada de personas que Enzo no tiene ni idea de en qué momento llegaron –supuestamente iban a ser pocos–. Cuando la música se corta de repente, Enzo entiende que esa es la señal de que la previa se terminó.
—¿Qué haces ahí? Dale que no llegamos más.
Emiliano –o bueno, Diego Maradona ahora– lo mira desde el pasillo que da al antebaño y le hace una seña con las cejas que Enzo entiende como un apurate.
—Voy.
El vaso de vodka vacío queda olvidado en el baño de Lisandro y Enzo sigue a su amigo, que sale a paso apurado de la habitación como si pudieran llegar tarde a un boliche que les queda a media cuadra del hotel. La 220 se va vaciando rápidamente y ellos son unos de los últimos en salir. El pasillo, como es de esperar, también está repleto de egresados vestidos de la misma forma (camisetas de la selección y algún que otro gaucho) y así terminan perdidos en medio de un mar celeste y blanco. Ninguno de sus amigos está a la vista y Emiliano se pasa la mano por la peluca negra, intentando acomodarla por décima vez.
—Como pica esta mierda.
Enzo no le responde nada y en su lugar mira para todos lados, intentando identificar alguna cara conocida entre todas las personas que están bajando las escaleras.
—¿Lo viste a Juli? —pregunta y Emiliano solo sopla.
—Te separaste dos segundos de tu novio y ya lo extrañas.
—Sí.
—Ah, ya lo aceptaste.
—Sí —repite Enzo, estirando la cabeza por la baranda para ver a los pisos de abajo.
—Qué rápido crecen —dice Emiliano fingiendo un tono emotivo y simulando que se seca las lágrimas.
—Cerrá el orto.
—Bue, respetá a tus mayores.
—Me pasas por cuatro meses, fantasma.
—Casi cinco.
Emiliano se tropieza en el último escalón apenas dice eso y Enzo se ríe con ruido, un poco porque su amigo es un tarado y otro poco porque es muy bizarro verlo como una versión berreta del Diego. ¿Quién le dijo a Emiliano que ese disfraz era una buena idea? Rodrigo seguro.
Llegan rápido a la planta baja y Enzo hace otro paneo de toda la gente del hotel sin éxito. Ni Julián ni Lisandro ni nadie de la 306 está a la vista en el lobby del hotel, solo reconoce a algunas de las chicas que se comió las primeras noches. Bueno, tendrán que encontrarse en el boliche directamente, tampoco es el fin del mundo. Roket es uno de los lugares que más le genera expectativa, un poco por la temática de Argentina y otro poco porque la noche recién está empezando y ya se está dando de la forma en la que quiere que se de. En otras palabras: Julián le está dando bola. Y eso es algo bueno, muy bueno.
Todos los sucesos del día se reproducen en su cabeza rápidamente y Enzo suspira mientras camina a la puerta del hotel. Siente que despertarse al lado de Julián fue más un sueño que otra cosa, porque se siente tan lejano que no parece que hubiera sucedido esa misma mañana. El experimento fallido en ByPass, las palabras de Julián antes de dormirse, la excursión a Circuito Chico, la charla con Lisandro y Lautaro, la caminata hacia la estación de servicio para comprar hielo... Todo eso sucedió en menos de veinticuatro horas que se sienten como un mes más que un día, porque si hay algo que hace Bariloche es distorsionar su noción del tiempo.
Y lo mejor de todo hasta ahora: Enzo, obvio.
¿Cómo va a decir eso en frente suyo sin pensar en lo que le puede causar? El pulso se le acelera un poco con el recuerdo y Enzo decide que Julián va a tener que responsabilizarse por sus futuros problemas cardiológicos, especialmente después de la escena del balcón. Le da un poco de pudor pensar en sus palabras ahora que no lo tiene en frente y lo recuerda en frío, pero la tensión ya es indudable. Sí, es cierto que le hubiera gustado decirle algo más a Julián después de eso, algún otro chamuyo más explícito como para dejarle en claro que nada de eso es en joda, que realmente piensa todo lo que le dijo, pero ya está. Lo dicho dicho está.
Sos malo eh, repite en su mente y le dan ganas de morirse. ¿Por qué siempre le sale decir lo mismo? Más pete imposible.
Enzo se traga la vergüenza y decide que va a ocultar eso en el fondo de su mente para no recordarlo nunca más. Por suerte Emiliano no le saca conversación en ningún momento de la breve caminata hacia Roket, porque como está hablando con su hermano por teléfono lo deja solo con sus reflexiones sobre la previa. Mejor.
Cuando llegan al área de ingreso repiten el mismo proceso de todas las noches: le muestran las pulseras al guardia que los revisa antes de entrar y pasan directo a la pista central, hablando sobre robarse alguno de los vasos con formas raras para llevarlo de recuerdo. Roket es uno de esos boliches escalonados con pocas pistas y muchos balcones, complicado para moverse pero excelente para desaparecerse con alguien por ahí sin cruzarte a mucha gente. El interior del lugar está más o menos igual que el lobby del hotel hace unos minutos: reventado de egresados vestidos de celeste y blanco. Todas las pistas están repletas de gente y Emiliano manda un mensaje por el grupo preguntando dónde están, que Lautaro contesta a los segundos.
[ MUJERES CALIENTES EN TU ZONA ]
la cabra martínez
dónde andan
estamos acá con enzurri
no los vemos
flauta
balcón primer piso
enzo🐔
yen2
Enzo guarda el celular en el bolsillo y comienza a caminar hacia la escalera. En los parlantes suena una canción de Soda Stereo que le sorprende un poco escuchar, porque no esperaba que pasaran rock nacional en ningún boliche de Bariloche. Bueno, es la noche de Argentina, así que tiene sentido. Mientras intenta canta el tema del que no se sabe bien la letra, avanza junto a Emiliano por los balcones en busca de llegar a la segunda pista, donde supuestamente están sus amigos. Es complicado moverse entre toda la gente y en el camino recibe unos cuantos empujones y salpicaduras de alcohol en su camiseta, lo típico.
—Buenas noches —saluda Nicolás apenas los ve llegar.
—Buen día.
Emiliano entra al círculo donde está bailando su curso y es recibido con una ronda de aplausos por parte de todos sus compañeros, al ritmo de Maradó Maradó. Enzo no tarda en incluirse en el festejo y terminan todos haciendo pogo con su amigo al medio, mientras los vasos de alcohol van y vienen entre todos. Es en esos momentos que Enzo agradece que sus compañeros sean tan caritativos como para convidarle sin reclamarle nada a cambio, porque no piensa gastar todas las noches para ponerse en pedo. A veces hay que ser un poco caradura y robar.
Esa es una de esas noches, así que Enzo no siente pudor en sacarle el vaso de la mano a Lautaro apenas lo ve volver de la barra con un trago medio anaranjado. Lo prueba rápidamente para ver qué es y frunce el ceño cuando siente el sabor del jugo de durazno junto a un vodka demasiado suave.
—Eso vuelve —le avisa Lautaro sin darle demasiada importancia.
Enzo solo asiente mientras baila al ritmo de Duki, tomando unos cuantos tragos cortos para disimular que en realidad no le gusta mucho esa bebida, solo quiere evitar ponerse sobrio de vuelta. En la pista donde están ellos hay menos gente que en las otras y ninguna de esas personas es Julián, lo que un poco lo decepciona. ¿En qué momento se separó del grupo? Lisandro tampoco está a la vista y Enzo asume que va a ser cuestión de cruzárselo en algún punto de la noche.
—¿Sabes dónde está Juli? —le pregunta por las dudas a Nicolás, que niega con la cabeza y se ríe de él sin disimularlo.
—Amigo, acabas de llegar, bajale un cambio.
—Pregunto nada más.
—Sí, sí.
¿De qué se ríe tanto Nicolás? Es una pregunta nada más. Enzo le devuelve el vaso medio vacío a Lautaro después de un par de sorbos más y se queda pogueando con su curso un rato, cantando todas esas canciones de Bariloche que se aprendieron en el micro y obligando a Lionel a bailar con ellos, aunque se niegue a toda costa. Le gustaría buscar a Julián, poder verlo, poder bailar con él y decirle al oído todas esas cosas que se estuvo guardando los últimos días, pero la está pasando bien con sus amigos y le quedan un par de horas para dedicarle todavía. Puede esperar.
En un punto de la noche Nicolás prende un live de Instagram y Enzo se pasa unos buenos veinte minutos con el celular de su amigo en la mano, hablándole a los únicos cuarenta viewers que los ven desde Buenos Aires. Enfoca a sus amigos bailando, enfoca a Leandro comiéndose una chica y enfoca también al bartender cuando le prepara un trago a Rodrigo, que solo le sonríe a la cámara como si estuviera acostumbrado a la misma escena todas las noches –probablemente sí–. El vivo se corta automáticamente cuando a Ota le llega una notificación de que se le acabaron los datos móviles y Enzo migra de la ronda de gente a la barra.
—¿Vas a comprar? —pregunta Leandro de la nada, agarrándolo de la camiseta antes de que pueda ir a pedir un trago.
—Sí, fernet.
Enzo palpa el bolsillo para ver si tiene la billetera, que gracias a Dios sigue ahí. Desde que a Rodrigo le intentaron punguear el celular la primera noche se siente un poco paranoico y cada unos cuantos minutos revisa que todas su pertenencias sigan en su lugar. Leandro niega con la cabeza apenas responde y le pasa una mano por el hombro, señalando a Lionel.
—Escuchá, tengo un Termidor en la mochila, compartamos.
—¿En serio me decís?
—Sí boludo, ahí lo preparo.
—Como te quiero Leito —dice Enzo y acto seguido le encaja un beso en la frente a su amigo, que solo se ríe.
Los dos están en pedo y las manos de Leandro tiemblan un poco mientras abre la mochila para sacar el tetrabrik, cortándolo muy rústicamente. Lionel los mira a lo lejos en todo el proceso de intentar abrir la caja sin tirar el vino, sin decir ni hacer nada porque será ortiva pero tampoco es botón, no los va a retar por eso. Sabe que estuvieron pasando alcohol todas las noches y a este punto incluso los ayuda, así que solo se ríe y se queda en una esquina, charlando con Pablo y mirando que no se manden ninguna cagada.
—Un elixir —comenta Enzo cuando toma el primer sorbo de tinto.
—Voy al baño, no te lo bajes.
—Para nada.
—En serio te digo.
Leandro desaparece tras decir eso y Enzo le deja la mochila a Lionel para que la cuide. Su curso está bailando un tema viejo de Khea de esos que uno no puede perderse para nada, así que toma otro sorbo largo de vino para que no se le caiga en la pista y avanza hacia la ronda donde están todos. La camiseta se le pega por la transpiración y aunque el roce sea incómodo, se siente bien estar así, moviéndose y tomando porque eso es para lo que vino. Los efectos de luces lo marean un poco y no sabe si es porque alguien lo empuja mientras camina o porque él mismo se tropieza, pero se cae hacia adelante con el tetrabrik en la mano y se choca con alguien antes de llegar junto a sus compañeros.
El golpe es leve y por suerte esta vez el vino no cae en la camisa blanca de nadie, permanece firme en su mano. Enzo mira hacia el frente una vez que retoma el equilibrio y una sonrisa aparece automáticamente en su rostro cuando ve con quién se chocó.
—Voy a empezar a creer que lo haces a propósito —bromea Julián, refiriéndose a la noche en la que se conocieron.
—Pero esta vez no te tiré vino.
—Por poco.
—¿Te vas a enojar conmigo?
—Puede ser.
—Sí sos malo al final.
Julián se ríe y Enzo no sabe si es porque está muy en pedo o porque se enamoró más en las dos horas que pasó separado de él, pero Julián se ve más lindo todavía que en la previa, con toda la cara húmeda por la transpiración y el conjunto de la selección pegado al cuerpo. Hermoso, es lo primero que piensa, aunque por algún motivo no le sale verbalizar eso en voz alta. Solo sabe que quiere besarlo ahí mismo, lástima que estén todos sus compañeros dando vueltas y eso sea un no rotundo.
—¿Querés vino? —le ofrece Enzo y Julián niega con la cabeza.
—No, venía a bailar.
—Conmigo seguro.
—¿Tan obvio es?
Enzo asiente y Julián lo agarra de la mano para llevarlo al medio de la pista, cerca de donde está su curso. Debe estar muy en pedo, se da cuenta Enzo, porque verlo a Julián así de atrevido es algo nuevo. Algo que le gusta un montón también. Y si lo invita a bailar no piensa decirle que no, porque él también está medio picado y siente que tiene más energía que nunca.
La canción de Luck Ra que están pasando y la forma en la que Julián la canta en voz alta le dan más ganas de bailar todavía, así que apenas lo ve a Leandro le encaja el Termidor para que no se le caiga. No quiere más accidentes con vino. Por eso, solo se concentra en dejarse llevar por el cuarteto que pone el DJ mientras chequea de vez en cuando que ninguno de sus compañeros esté cerca como para verlo bailar con otro chico, porque todavía le da un poco de pudor ese tema. Para su suerte, parece que todos están lo suficientemente en pedo como para prestarle atención a eso o quizás simplemente no les interesa con quién está bailando él, así que Enzo se permite bajar la guardia y concentrarse en lo que vale la pena de verdad: pasarla bien.
—Parece que estás bailando cumbia —le dice Julián de repente, riéndose de la forma en la que Enzo se mueve.
—Es casi lo mismo.
—Nada que ver.
—Enseñame entonces.
—Lo estás haciendo mal, es así.
Julián le hace una demostración y empieza a moverse de un modo que Enzo intenta imitar difícilmente. Siente que sus piernas y su torso van descoordinados mientras trata de copiar lo mismo que hace Julián sin demasiado éxito. ¿Desde cuándo bailar cuarteto es tan difícil?
—¿Ahí va? —pregunta un poco inseguro y Julián levanta las cejas.
—Te falta práctica todavía.
—¿Y puedo practicar con vos?
Julián sonríe de lado y le apoya el vaso de fernet en el pecho, acercándose a su oído. Su aliento cálido le roza el cuello y Enzo siente como se le eriza todo el vello corporal. Es la primera vez que lo tiene a Julián así de cerca y el pensamiento lo altera un poco.
—¿Sos así de chamuyero con todos? —pronuncia lentamente y Enzo siente que la respuesta le llega automáticamente.
—Vos me pones así.
—No te creo nada.
—Creeme, te lo digo de verdad.
Julián se aleja y lo mira a los ojos mientras toma un trago largo del vaso de fernet, porque ambos saben que es mentira, que Enzo es así con casi todo el mundo. La diferencia es que con Julián lo siente de verdad y no es necesario fingir de más cuando las palabras le salen naturalmente, aunque eso lo sabe él nada más.
—Si me seguís hablando no vas a aprender más.
Enzo abre la boca para responder y vuelve a cerrarla, un poco porque es cierto y otro poco porque sabe que si siguen hablando así va a tener que comerle la boca en frente de todos. Y eso es algo que prefiere evitar por el momento. En su lugar, solo lo toma a Julián de las manos para bailar Ocho Cuarenta en pareja, porque nadie puede bailar solo ese tema. Esta vez se mueve con más soltura y no puede evitar perderse en los ojos marrones de Julián, que le devuelven la mirada con la misma intensidad como si el alcohol hubiera esfumado esa timidez tan característica de él.
Las luces lo ciegan, la música hace vibrar su cuerpo y Enzo pierde la noción del tiempo en ese ritual donde solo importa cantar y bailar con el chico que tanto le gusta. Diez, quince, veinte minutos, no tiene ni idea. Se siente extasiado y todo lo que puede pensar es que ojalá ese momento durara para siempre, ojalá pudiera quedarse toda la eternidad bailando cuarteto con Julián, ojalá no tuviera que volverse a Buenos Aires en algún momento. Pero nada de eso importa ahora, solo Julián que lo mira tan apasionadamente, hasta que una voz interrumpe su momento.
—Ah bueno, mirá a quiénes me vengo a encontrar.
Ambos giran la cabeza un poco confundidos y ven a Lisandro, que por algún motivo está en cuero y usa unos lentes de sol que tienen escritos “BRC” con liquid paper. Enzo lo putearía por cortamambos si no fuera porque está demasiado agitado y un poco de aire le viene bien. Su pulso está más que acelerado y siente la garganta un poco seca. Cómo le gustaría encontrar a Leandro para robarle el Termidor otra vez, pero no lo ve en la ronda donde está su curso.
—¿Y tu remera? —le pregunta Julián.
—Tengo calor.
Lisandro le extiende el vaso que tiene en la mano a Enzo, quien lo agarra un poco confundido, y acto seguido también les da los lentes de sol que tiene puestos. ¿Qué le pasa? Se pregunta, porque no entiende la intervención de su amigo ni por qué le está entregando todas sus cosas. Lisandro solo asiente en silencio mientras se tambalea y cuando Enzo le mira los ojos hinchados recién ahí entiende por qué está así: está en pedo, demasiado.
—Licha, ¿te sentís bien?
—Sí, sí.
—¿Seguro? —pregunta Julián nuevamente y Lisandro asiente una segunda vez.
—Sí, solo que… —pausa unos segundos mientras sigue bailando a destiempo —Tengo un poco de ganas de vomitar.
Enzo abre los ojos y lo agarra de los hombros como si eso fuera a ayudarlo en algo. No quiere ser el blanco del vómito de su amigo, pero tampoco quiere dejarlo a la merced de nadie para que quiebre solo. No es ese tipo de persona y se ve que Julián tampoco, porque también le apoya una mano en la espalda con una expresión preocupada. Los dos se miran y acuerdan lo mismo sin tener que hablarlo: tienen que sacarlo de ahí lo antes posible para que no quiebre en medio de la pista. Eso sí sería un desastre total.
—Vamos al baño.
—No quiero —niega Lisandro con un tono hostil súbito, como si de la nada se hubiera enojado —El baño es feo.
—Dale Licha, ¿no querés vomitar acá o sí?
—Que tenga ganas no significa que lo vaya a hacer.
—Estás diciendo boludeces —le contesta Enzo y a cambio recibe una mirada muy ofendida.
—Vos sos medio boludo.
Julián suspira y avanza intentando arrastrar a Lisandro al baño, quien se niega a toda costa e insiste en seguir bailando. Su cuerpo está mucho más descoordinado que el de Enzo hace unos minutos atrás y a pesar de que la vista es graciosa, un poco le molesta que Lisandro no esté cooperando con ellos cuando solo lo quieren ayudar. Enzo intenta empujarlo y se sorprende cuando sus propias piernas le fallan. Él también está muy en pedo, aunque no cerca de quebrar, por suerte.
—Vamos, Licha.
—Déjenme bailar.
Justo cuando Julián está a punto de insistir por quinta vez para que vayan juntos al baño, aparece en medio de ellos una cuarta persona, que lo agarra de Lisandro de los hombros como si su vida dependiera de eso.
—Te querías escapar de mí —le dice el chico con la respiración agitada y recién ahí Enzo se da cuenta de quién es.
Claro, sí. Es el compañero de habitación de Julián, el que tiene un acento cordobés muy marcado. No recuerda su nombre si es que se presentó con él, solo recuerda que lo llamó porteño por vivir en San Martín. Apenas Lisandro lo ve amaga a correr hacia otro lado, y el moreno solo lo agarra del torso para que no se vaya sin hacer mucho esfuerzo.
—Andateee —se queja Lisandro, estirando la ’e’.
—No, ponete la remera.
—Cuti malo.
—¿Qué le pasó? —le pregunta Julián a su amigo, quién solo suspira mientras batalla con Lisandro para que vuelva a usar la ropa.
—Es todo un tema.
Julián frunce el ceño y alterna la mirada entre Lisandro y el tal ‘Cuti’ un par de veces. Es tras unos segundos de ver a los dos chicos pelearse para que Lisandro se ponga la camiseta de la selección que finalmente abre la boca con una expresión molesta.
—Cristián, ¿qué hiciste?
—No hice nada, te juro —se defiende el chico y putea cuando Lisandro le pega un codazo en la panza —Después te cuento.
—Bueno, mañana hablamos.
Enzo se siente un poco intruso en esa escena, como si estuviera siendo espectador de una pelea privada entre amigos de la que él no es parte. Y en cierta parte es así, porque la forma en la que Julián y el tal Cristián se miran un poco desconfiados le da a entender que hay una historia detrás de ese intercambio extraño. Él no se considera una persona muy chusma, pero estaría mintiendo si dijera que no se muere de ganas de saber qué pasó. Bueno, después puede preguntarle a Julián por eso, ahora no es momento.
—Yo me encargo —es lo último que le dice Cristián antes de desaparecer entre todas las personas, llevando de la mano a un Lisandro que se queja en voz alta de todo.
Para cuando Julián vuelve a mirarlo, la tanda de cuarteto ya terminó y es reemplazada con cumbia vieja, algo que Enzo bailaría con toda la energía del mundo si no fuera porque Julián todavía tiene una expresión preocupada en su rostro.
—¿Querés que vayamos con ellos? —le ofrece Enzo, pero Julián se niega.
—No, que arreglen sus problemas solos.
—Como digas.
—Aparte, todavía quiero bailar con vos.
Enzo no puede evitar sonreírle y de un trago se baja lo restante del vaso que le dio Lisandro. Es un Sex on the Beach con mucho vodka, que le deja toda la boca con un sabor afrutado. Tira el vaso vacío al piso y lo patea para que se vaya lejos y no los moleste mientras bailan. Le preocupa Lisandro, sí, pero ya tiene a alguien que lo cuide y eso significa que puede dedicarse a lo que realmente le interesa: Julián.
—Ahora me toca a mi enseñarte —le dice con una sonrisa cuando escucha el tema que pone el DJ.
Enzo agradece haber visto tantos tutoriales de eso cuando tenía catorce, porque al instante que empieza a sonar Bailan Rochas y Chetas , sabe que es su momento de enseñarle a Julián como bailar cumbia de verdad. Las luces un poco lo encandilan y vuelve a ponerse los lentes de Lisandro que tenía apoyados sobre la cabeza, dejándose llevar por la canción. A este punto su cuerpo se mueve solo porque se sabe la coreografía a la perfección: girar, derecha, izquierda, repetir, adelante, atrás, repetir. Enzo canta en voz alta mientras baila y no le da vergüenza para nada estar haciendo toda una performance, si total es algo entre él y Julián nada más.
—Ni en pedo me va a salir eso —dice Julián, muerto de la risa mientras lo ve bailar.
—Dale, probá. Seguime.
Julián niega con la cabeza y Enzo lo agarra de los hombros, intentando hacer que copie sus pasos. Es difícil mirar a través de las rayas de liquid paper de los lentes de sol, pero puede ver a Julián riéndose muy alto mientras bailan totalmente descoordinados y eso es más que suficiente, con eso le alcanza y le sobra, qué importa si parecen unos pelotudos en medio de la pista si están felices.
—No puedo creer que te salga esto y no el cuarteto.
—Si me seguís hablando no vas a aprender más —repite Enzo, citando las palabras de Julián hace un rato.
Enzo se aguanta la risa porque no quiere inhibir a Julián, que realmente está dando todo de sí para copiarle los pasos sin éxito. Su mirada parece un poco más concentrada que antes y le acomoda los brazos que parecen demasiado inmóviles como para estar bailando Nene Malo.
—No te burles.
—No me estoy burlando, posta.
Julián le saca la lengua porque no le cree y Enzo solo repite las coreografías que se sabe, mostrándole paso por paso cómo se bailan todos los temas de cumbia villera. Yerba Brava, Los Pibes Chorros, Damas Gratis, Los Nota Lokos, conoce todas las canciones como la palma de su mano y en un punto de la noche le dan ganas de subir a la cabina del DJ para encajarle un beso por los temazos que está poniendo. No sabe cuántas canciones pasan entre risas e intentar enseñarle a Julián a bailar bien, pero para cuando se acaba la tanda de cumbia lo único que sabe es que le duele la panza de la risa.
—Estoy feliz —dice Enzo de la nada, tocandose los abdominales que están tensos de reírse tanto.
—Yo también estoy feliz.
La sonrisa de Julián es genuina y hay algo en todo eso que le da más felicidad todavía, el solo recordar que Julián está al lado suyo divirtiéndose con él. Es casi mágico: estar con él es no tener registro de nada, ni de la gente que los rodea ni de cuánto tiempo pasó desde que empezaron a bailar; por eso Enzo se sorprende cuando mira su celular solo porque sí y ve que ya son casi las cuatro de la mañana. En una hora cierra Roket, se da cuenta y el pensamiento lo molesta un poco.
Casi se le termina la noche y aunque Julián esté bailando con él, eso no significa nada comparado a todo lo que quería hacerle. Enzo inhala el humo blanco y piensa en qué hacer, si encararlo de una o esperar, si agarrarlo de la mano o de la cintura, si ir a pedir otro trago para ponerse en pedo y que el alcohol decida por él o si no hacer nada y dejarse de romper las pelotas. Basta , se reta a sí mismo cuando se da cuenta que está pensando de más. Puede planearlo de mil formas pero nada de eso tiene sentido ahora, porque con Julián no tiene que pretender ni actuar, no tiene ni que pensarlo. ¿De qué sirve eso? Lo tiene que sentir, tal y como dijo Lautaro.
Sentirlo, repite.
Hace rato que se terminó la tanda de temas nacionales y Julián lo mira divertido cuando empieza a sonar reggaeton viejo, algo que nunca falla. Es un tema de Daddy Yankee, uno del que no se sabe el nombre pero sí la letra, así que los dos empiezan a cantar a los gritos como si fueran las únicas personas en el boliche porque nada les importa excepto ellos. Las manos de Enzo se deslizan naturalmente sobre la cintura de Julián y él mismo se sorprende cuando se da cuenta lo pegados que están bailando. Julián es una especie de imán que lo atrae hacia sí y Enzo no puede evitar querer tocarlo, querer estar cada vez más cerca como si fuera posible fundirse con él.
Sus cuerpos están pegados uno al otro, el sudor se mezcla y Enzo le sonríe mientras le canta la canción al oído, diciéndole que tus ojitos dicen que quieres de mi, porque sabe que es verdad . No puede ver la expresión de Julián pero intuye que seguramente está colorado, como siempre que Enzo le dice algo que lo avergüenza. Debe ser su hábito favorito de él, esa facilidad que tiene para ponerse rojo a la mínima cosa, tan transparente que le resulta tierno y erótico en partes iguales. Bajo las luces azules de Roket es difícil ver si realmente está sonrojado o no, pero la piel de Julián se siente a mil grados como si estuviera en el centro del sol, como si estuviera reviviendo su sueño otra vez.
No existe nada más que ellos dos en medio de la pista y Enzo se da cuenta que los ojos de Julián brillan más que nunca, que nunca vio alguien brillar de esa forma, que podría mirarlos por toda la eternidad. El marrón de sus ojos es hermoso y refleja todas las luces del boliche, que se prenden y se apagan como si todo estuviera en cámara lenta. Quizás es por el alcohol o porque la timidez se esfuma de su cuerpo, pero mientras se sacude al ritmo de la canción, Julián le pasa una mano una mano por el pecho y se acerca al oído de Enzo para susurrarle bien despacio algo que lo deja enloquecido:
—¿Cuánto vas a tardar?
Nada , piensa Enzo automáticamente y traga saliva. No necesita pedir permiso porque los ojos de Julián no mienten y le devuelven la mirada con las mismas ganas. Entonces Enzo manda todo al carajo y lo acerca a Julián de un tirón para besarlo como nunca besó a nadie antes. Y qué importa si están todos sus compañeros mirándolos, qué importa si Julián no es una chica y qué importa si se supone que no deberían estar haciendo eso cuando sus labios juntos se sienten tan bien. El cuerpo le quema y Enzo saborea el gusto a fernet y menta que tiene la boca de Julián, un sabor que no quiere olvidarse nunca.
Así se debe sentir el cielo.
Sus labios se mueven lentamente y Enzo siente las manos de Julián aferrándose a su cuello, una señal para acercarlo todavía más. Ya no existe la música ni la gente que los rodea ni nada, solo Julián que lo agarra como si fuera lo único que existiera en el mundo y el calor que los envuelve a los dos. Todo se siente tan nuevo y diferente, como si hubiera estado esperando toda su vida por ese momento, como si hubiera nacido sólo para estar ahí con Julián sin que nada les importe. ¿Qué es eso que le daba tanto miedo? No importa.
Enzo nota que le pasa lo mismo cada vez que Julián está con él: pierde la noción del tiempo. No sabe si pasan minutos, segundos u horas, solo sabe que quiere quedarse así para siempre, sintiendo la humedad de la boca de Julián contra la suya y recorriendo todo su cuerpo con sus manos, tocándole el pelo y la espalda y cintura y hasta más abajo todavía. Siente calor en todas partes y solo quiere tener a Julián más cerca, más pegado a sí mismo. Le falta un poco el aire, pero es capaz de ahogarse con tal de besarlo un rato más, con tal de que el momento no termine nunca. ¿Cómo vivió toda su vida sin él?
Es Julián quien se separa primero tras quién sabe cuánto tiempo, con los ojos brillosos y los labios hinchados. Los dos tienen la respiración más agitada que nunca y Enzo siente que se le para el corazón apenas lo mira bien, porque la vista de Julián todo flojo tras el beso le dan ganas de hacer cosas que no se pueden hacer en público. Tiene ganas de decirle de todo, tiene ganas de estamparlo con una pared y continuar con lo que estaban haciendo, tiene ganas de decirle que vuelvan al hotel ya mismo, pero en su lugar solo sostiene a Julián cuando él se acerca y apoya la cabeza contra su pecho. Enzo lo agarra de la cintura otra vez y mira hacia abajo, intentando ver el rostro de Julián, que solo se esconde más la cara contra su camiseta.
—¿Qué pasa? —le pregunta Enzo y se quedan unos segundos en silencio, escuchando la música del boliche hasta que Julián se anima a responder.
—Me dio vergüenza.
—¿En serio me decís?
—Sí —contesta Juli bien bajito y Enzo siente que se le para el corazón.
Intenta agarrarlo y separarlo de su cuerpo para mirarlo a la cara solo porque necesita verlo otra vez, necesita perderse en sus ojos marrones urgentemente, pero Julián se aferra todavía más fuerte de su torso.
—Mirame.
—No.
—Juli, mirame —exige Enzo mientras se ríe y recién cuando escucha que se está riendo, Julián hace un paso atrás y mira al costado.
Tiene los cachetes más rojos que nunca, el pelo despeinado y la camiseta desacomodada, algo que seguramente provocó Enzo cuando lo estaba tocando por todas partes. Me lo voy a comer , piensa al instante y se contiene de decírselo en voz alta, porque no quiere hacerlo pasar más vergüenza, solo quiere volver a como estaban hace unos segundos.
—¿No me vas a mirar?
La pregunta de Enzo queda en el aire y Julián niega con la cabeza, como si de repente quisiera huir de esa situación y no enfrentar el hecho de que hasta hace un minuto atrás se estaban comiendo la boca de una forma desesperada. Así que le agarró la timidez de vuelta. Enzo se acerca a él y lo agarra de la barbilla para obligarlo a que lo mire.
—Bueno, dame un beso al menos si no me vas a mirar.
—Pesado.
—Te doy un beso yo entonces.
Julián se ríe un poco y esa es toda la señal que necesita Enzo para acercar sus rostros nuevamente, pero en vez de juntar sus bocas otra vez, solo le planta un beso ruidoso en el cachete derecho.
—Qué tonto sos —dice Julián con una sonrisa boba mientras se agarra el lado donde Enzo lo besó.
—Vos me pones así.
—Me parece que es algo tuyo eso.
—Estás malo hoy.
—Y vos estás poco original con los chamuyos hoy.
—Te dije que vos me pones tonto.
—No me eches la culpa.
Enzo no le responde nada porque sabe que es cierto, solo se acerca más hasta que sus frentes se tocan. Siente la respiración de Julián contra la suya y es casi mecánico como sus manos encuentran los lugares correctos para sostenerlo mientras juntan sus labios nuevamente. Esta vez el beso es distinto, no es desesperado como el de hace unos instantes atrás en medio de la pista y Enzo no siente ese calor terrible que lo quema, solo una calidez en el pecho. Se besan lentamente al ritmo de una canción vieja de Anuel mientras Julián lo agarra del cuello, hasta que el aire les falta otra vez y se separan otra vez.
A su alrededor todo sigue como antes, la gente sigue bailando, la música sigue sonando y las luces siguen cambiando de color, pero para Enzo nada de eso se siente igual que hace unos instantes. Ahora que conoce la sensación de los labios de Julián contra los suyos todo es diferente, porque cómo va a vivir sin poder besarlo todo el tiempo en todos lados.
Julián solo lo mira menos tímido que antes y Enzo amaga a besarlo nuevamente. Es más una necesidad que un deseo, pero Julián le pone una mano en el pecho y lo detiene, mirando hacia un punto fijo.
—¿Qué pasa? —le pregunta un poco dudoso, temiendo que a Julián le agarren otro de esos ataques de vergüenza.
Pero parece que no se trata de eso, porque Julián se acerca a su oído para susurrarle algo en un tono apenas audible, pero que Enzo entiende igualmente.
—Vamos al hotel, ¿dale?
Las palabras un poco lo derriten y Enzo siente que puede escuchar sus propios latidos, como si fueran más fuertes que la música que suena en los parlantes. No es necesario decirlo en voz alta porque los dos saben cuál es la respuesta, así que solo lo agarra de la mano a Julián para caminar hacia la salida.
Qué importa todo lo demás, solo necesita pasar un tiempo a solas con Julián.
Notes:
agucchina hizo un edit hermoso de ellos en roket miren: https://x.com/bloomfyou/status/1832187753687056390
escribí la mitad de este cap después de ver a los swaggerboyz en vivo y la otra mitad mientras mi familia merendaba al lado mío. hoy casi me mata un dron, entre otras cosas. lo bueno: los pendejitos de mword chaparon finalmente! aplausos
Chapter 9: Capitulo 9
Summary:
enzo tiene un tiempo solas con julián y hace un par de investigaciones
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Enzo no sabe si se teletransportan a la 306 de la nada misma o cómo es que todo pasa tan rápido, porque la caminata hasta el hotel y el viaje en ascensor se sienten como un flash entre los besos y las caricias con Julián.
Para cuando cierra la puerta detrás suyo, su boca tiene más sabor al fernet de Julián que a otra cosa. Todavía siente la ropa pegada al cuerpo por la transpiración y el sudor le escurre un poco por la espalda, que Julián agarra con tanta fuerza mientras se besan en la entrada de la habitación. La sensación de las manos recorriendole el torso es igual de agradable que la de los labios ajenos y Enzo se asegura de pasar unos buenos minutos así, presionando a Julián contra la pared para que no se mueva.
—Me encantas —es lo único que llega a decir Julián cuando se separan, y Enzo le responde con otro beso.
Le gustaría poder contestarle algo, decirle vos también me encantas o decirle que lo tiene loco desde la primera vez que se vieron, pero su mente se siente como una nebulosa y Enzo se da cuenta que en ese estado no es fácil formular ni un solo pensamiento coherente. En algún momento Julián lo agarra de la camiseta y, sin separar mucho sus bocas, lo arrastra del pasillo de la habitación a la cama. Quizás sea la cama de Leandro o la suya, no tienen ni idea, pero se tiran igual y los dos se sacan las zapatillas rápido, quedándose únicamente con la ropa que llevaron al boliche.
Esta vez es Julián quien lo tira a la cama y lo aprisiona contra el colchón, sentándose a horcajadas encima suyo. Su aliento cálido le roza la cara mientras Enzo le besa el cuello e intenta no pasarse de más con todo eso, porque no tiene ni idea de cómo seguir más allá de los besos. Como si Julián leyera su mente, separa sus bocas y se queda un instante mirándolo, con los ojos entrecerrados y una mirada lasciva que le avisa que está a punto de hacer algo malo. Y eso hace. La mano de Julián se desliza suavemente de sus abdominales al elástico de su pantalón y Enzo siente su corazón detenerse un instante, como alertandolo de algo que no debería estar pasando.
Enzo traga saliva e intenta dejarse llevar por la sensación de los dedos ajenos jugando con el borde del short, que cada vez parece bajar un poco más, pero no puede, no está bien. Basta, le dice su mente, sabiendo que pronto van a llegar al límite.
Y a Enzo le encantaría que Julián siguiera, que realmente le baje el boxer y que puedan seguir más allá de los besos, pero de repente todo eso se siente un montón. El chape en Roket, su experimento en ByPass, su charla con Lautaro, Julián ahora jugando con la cinta de su ropa interior. Es demasiado. Su cuerpo reacciona antes que su mente y Enzo se sienta en la cama de un salto, sintiendo su respiración más agitada que nunca.
—Juli, pará.
—¿Por?
Julián suelta el elástico del boxer y reposa la mano sobre los abdominales de Enzo, como esperando el permiso para seguir con todo eso. Sus ojos brillan con la luz del velador y Enzo se siente un pelotudo de la nada, porque es ridículo tener que frenar todo porque se siente inseguro, pero es algo que no puede evitar. Por mucho que le gustaría seguir, hay algo adentro suyo que tiene que ponerle un freno rápido a todo eso. El silencio se estira unos cuantos segundos más y Enzo hace todo lo posible para expulsar esa incertidumbre de su mente, que va y viene entre recuerdos del viaje como una mosca molesta. No quiere sentirse así, de verdad.
—¿Qué pasa? —vuelve a preguntar Julián.
Qué me pasa, repite Enzo e intenta poner en palabras esa sensación que tiene en el cuerpo. Necesita explicarle a Julián un montón de cosas, decirle que le encanta todo de él y que no hizo nada malo, que le fascina su tacto y la forma en la que sus cuerpos se enredan y que no es que no quiera estar con él, sí quiere, solo que ese no es el momento. O eso es lo que siente. Los pensamientos se desordenan en su cabeza y quizás sea por culpa de los labios de Julián que lo dejan atontado, porque en vez de decir todo eso que tiene en mente termina diciendo algo totalmente diferente.
—Nunca estuve con un pibe.
La explicación se siente tonta pero las palabras le salen solas y Julián solo gira la cabeza un poco confundido, como si hubiera esperado cualquier justificación menos esa.
—Te enseño —le responde sin hacerse mucho problema.
La mano de Julián vuelve rápidamente a su tarea y se sube a horcajadas encima suyo, empujándolo del pecho para que vuelva a acostarse. Enzo siente que el aire le empieza a faltar e intenta sentarse otra vez, sin demasiado éxito. Le gusta tener a Julián así, encima suyo y tan dispuesto a todo, pero el oxígeno le falta cada vez más y eso no debe significar nada bueno. Es como si de repente todo estuviera mal, porque no debería ser así, su cama debería ser ocupada por una chica, no por Julián, Julián que encima es otro chico, pero la situación le gusta demasiado y el aire casi no existe en esa habitación que pareciera encogerse poco a poco.
Es contradictorio y Enzo se queda paralizado en ese limbo entre dejarse llevar por el placer y esas manos que lo recorren de arriba a abajo o hacerle caso a esa sensación agobiante que siente en el pecho, que es incompatible con todo lo que siente por Julián. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no puede dejarse llevar y listo?
—Me parece que estamos yendo muy rápido.
Otra vez las palabras se le escapan solas y Julián se detiene en seco, separando sus labios de su cuello para mirarlo fijamente. Me va a mandar a la mierda, piensa Enzo al instante, porque es lo único que se le ocurre que haría una persona cuando le cortan el mambo tan de la nada. Pero Julián, que todavía está encima suyo y que tiene los labios más hinchados que nunca, no hace nada de eso. En su lugar, se tapa la boca al instante y mira hacia un costado, intentando aguantarse algo que pareciera una risa.
Se está riendo, se da cuenta Enzo y de vuelta se siente como un pelotudo. Un pelotudo confundido, porque no entiende lo gracioso de la situación.
—¿Te causa gracia? —pregunta un poco inseguro.
Antes de responder, Julián se baja de encima suyo y se acuesta a su lado en la cama, todavía con una mueca que pareciera decir estoy haciendo lo posible para no cagarme de risa.
—Perdón, no, o sea sí, un poco. Es que no tenes cara de que vas lento en las relaciones.
¿Relaciones? O sea, para Julián esto es un tipo de relación, se ve. Enzo se queda unos segundos mirándolo y en lugar de comentar eso, su cabeza se queda pensando en otra cosa.
—Me dijiste gato —dice de la nada y Julián asiente sin dudarlo mucho.
—Sí, maso.
—No me parece. Si fuera gato ya te tendría en cuatro.
—¿Y qué te detiene?
—Qué no soy gato y que no estoy listo. Creo.
Julián se ríe otra vez, un poco diferente que hace un rato atrás. Su sonrisa se ve más cálida y en vez de pasar su mano por su pecho como antes, solo entrelaza sus dedos debajo de las sábanas. Es un tipo de cercanía diferente, no la desesperación lasciva de hace unos minutos atrás, sino un tacto suave e íntimo que un poco lo avergüenza. Julián acerca su rostro para darle un pico rápido y le pronuncia muy suavemente, casi audible:
—Podemos tomarnos todo el tiempo del mundo.
Todo el tiempo del mundo. ¿Pero qué pasa si el viaje se les termina en cuatro días y después cada uno tiene que volver a su provincia? ¿Qué pasa entonces?
Enzo mira el reflejo del velador en los ojos de Julián y piensa en su mirada en Roket, la intensidad del beso y el calor de la situación. Ese Julián se ve igual al que yace a su costado en la cama, pero este es distinto, este descansa sobre su hombro mientras tararea una canción de cuarteto y, en vez de calor, solo le produce unas ganas terribles de abrazarlo y comerlo a besos. Enzo mira al techo mientras otro silencio cómodo se instala entre ellos. El pelo de Julián se siente suave al tacto y Enzo se toma su tiempo enrulando cada mechón con su dedo índice porque no sabe muy bien qué decir, si es que es necesario decir algo.
¿Qué importa si todo es temporal? ¿Qué importa si lo suyo tiene fecha de vencimiento? Julián está al lado suyo ahora y eso es todo lo que necesita, no puede pedir nada más cuando lo tiene a él a su lado.
—Perdón si no era lo que esperabas —se disculpa de la nada sin saber muy bien por qué lo hace.
No tendría que pedir perdón por algo así, pero no puede evitarlo. Enzo se queda unos segundos mirando al techo esperando que Julián diga algo, hasta que el silencio se rompe nuevamente.
—Yo esperaba estar con vos nada más, no te quiero presionar a nada —murmura Julián y lo abraza por los hombros, apoyando su cara contra su pecho —No te sientas mal.
Enzo extiende su brazo izquierdo para pasarlo por la espalda de Julián, porque quiere tenerlo más cerca. En realidad no se siente mal, solo un poco preocupado por saber si Julián está decepcionado de todo eso, de solo tener que abrazarlo y nada más. Es vergonzoso, en cierto punto.
—Me gusta estar así, sos calentito.
Las palabras de Julián lo derriten un poco y Enzo se concentra en acariciar la espalda ajena muy suavemente, sintiendo la curva de la columna con sus dedos. Todavía tienen la ropa puesta y están transpirados, pero el olor de Julián es agradable y Enzo inhala en su pelo. Es un olor que le encanta, una mezcla de champú de coco con otra cosa que no llega a identificar del todo.
Y es ahí, tirado en su cama con Julián encima suyo, todavía un poco atontado por todo el alcohol que tomó en el boliche, que Enzo se da cuenta de una cosa. Una cosa muy simple, pero fundamental: eso significa algo. El estar los dos en la cama, sin hacer ni decir nada, simplemente tirados y abrazándose, dejando pasar el tiempo. Tiene que significar algo, algo que va más allá de lo corporal y de lo físico, porque no puede significar nada. ¿Cuándo fue la última vez que estuvo así con alguien? Enzo intenta hacer memoria, pero todos los recuerdos con sus ex novias estaban ligados a algo más carnal que romántico.
Con Julián no se siente así, para nada. Enzo siente que el corazón se le acelera y asume que eso va a convertirse en un hábito siempre que lo tenga a Julián cerca, porque es capaz de generarle reacciones extrañas incluso cuando no hace nada. Me gusta estar así, piensa y le sonríe a la nada misma, pensando en conversaciones tontas que tuvo con el chico que le gusta durante los últimos días.
Te enseño, recuerda de la nada, y todos esos sentimientos lindos se marchitan un poco cuando cae en cuenta de que Julián ya estuvo con otros hombres. Si le dijo eso, lo tiene que decir por experiencia, ¿o no? Enzo mira el techo e intenta distraerse de esos celos molestos que le arruinan su momento con Julián, pero igual no puede evitar decirle:
—¿Con cuántos pibes estuviste antes?
Julián levanta la cabeza y lo mira un poco sorprendido, quizás porque no esperaba escuchar eso. Enzo solo le devuelve la mirada como esperando que diga algo, hasta que Julián se ríe bien despacito y vuelve a recostarse sobre su pecho.
—¿A qué viene la pregunta?
—De curioso nada más. ¿Fueron muchos?
—No, no. Solo uno.
—Un ex novio.
—Novios no, era el amigo de mi hermano —susurra Julián, con un tono un poco seco —Por suerte nunca se enteró porque sino nos mataba. Estuvimos un par de veces cuando éramos pendejos.
—¿Y cómo fue?
—Horrible, a mi me gustaba mucho y para él solo fue probar, creo. La mayoría de pibes son así en el pueblo. Te quieren para probar nada más.
—Qué hijo de puta —dice Enzo y se promete a sí mismo que jamás va a hacer sentir así a Julián, nunca.
—Ni me digas. Una vez el Cuti casi lo caga a trompadas.
Enzo se queda en silencio unos segundos, un poco porque pareciera que el tema no le gusta mucho a Julián y otro poco porque se le viene a la cabeza la escena en Roket otra vez. Lisandro no parecía estar en su mejor estado y ahora que lo piensa en frío, sin el calor del boliche de por medio, quizás deberían haber ayudado al amigo de Julián a manejar a un pibe en pedo, que no es nada fácil. Bueno, ya está, no es que pueda hacer mucho desde su cama. Seguro que Lisandro ya está durmiendo en su habitación, si no es que huyó de Cristián.
—Después me tenes que decir qué pasó con él y Licha.
—Dios no, me tiene harto ese tema —se queja Julián y se acomoda sobre el pecho de Enzo —Es lo único de lo que me hablan, más vuelteros son. Si no llora uno llora el otro.
—Igual contame.
—Mañana.
La curiosidad un poco lo carcome, pero deben ser temas privados y drama en el que no le conviene meterse tanto, así que acepta las palabras de Julián y no dice más nada. Así que estuvo con otro pibe, piensa y se siente un poco tonto, como principiante en un mundo que Julián ya conoce. Un poco le molesta la idea de ser él el que no sabe las cosas, de ser él al que le tienen que enseñar. Su mente imagina los posibles escenarios de cómo hubiera seguido todo si no le ponía un freno a la situación y cae en el mismo pensamiento de antes: no sabe cómo estar con otro hombre.
O no es que no sepa, algo sabe, pero de imaginarselo a hacerlo hay un paso enorme. Es casi como si fuera virgen de vuelta y el pensamiento lo irrita, es vergonzoso. Enzo traga saliva y espera que el nerviosismo que se asoma lentamente no se le note en el ritmo cardiaco. Para su suerte, Julián parece ajeno a toda su situación, porque solo sigue cantando bien bajito una canción que no llega a identificar.
Justo cuando Enzo está a punto de apagar el velador para que puedan irse a dormir o algo, Julián vuelve a levantar la cabeza y se queda mirándolo fijamente con cara de nada. Enzo espera unos segundos a que diga algo y siente su corazón romperse un poco cuando escucha la pregunta de Julián.
—¿Vos no estás probando conmigo nada más, o sí?
—No —contesta Enzo al instante —No Juli, jamás.
—¿En serio me decís?
—De verdad —afirma Enzo, demasiado serio.
—Te estaba jodiendo.
Julián se ríe y Enzo no puede evitar desconfiar de esa sonrisa falsa. Puede ser que todavía tenga un poco de alcohol en sangre, pero leer a Julián le sale naturalmente y sabe que nada en esa pregunta es un chiste. ¿Tan malo es su recuerdo con el amigo de su hermano? ¿Al punto de desconfiar en él? Es cierto que es un novato en todo esto de gustar de otros chicos, sí, y quizás sea eso lo que le genera duda a Julián, pero no puede evitar sentirse abatido.
Lo último que quiere es que Julián dude de sus sentimientos hacia él, que aunque sean desordenados y demasiado nuevos, siguen siendo más que reales e intensos. Ahora, el tema es cómo hacérselo entender a él. Enzo vuelve a unir sus manos y le besa el pelo, porque en esa posición es difícil darle un pico en los labios.
—Igual te lo digo en serio, me gustas mucho. Tanto que ni yo lo entiendo.
Decir eso en voz alta es intimidante y de repente se siente desnudo, como si estuviera admitiendo algo que ni él tiene en claro todavía, porque es así. No sabe cómo o cuándo le empezó a gustar Julián y la sensación lo cala tan profundo que lo ahoga, dejándolo sin aire casi. Todo eso se siente demasiado real, más que cualquier otra cosa que haya sentido antes, y cómo le gustaría que Julián dijera algo, que le correspondiera y le dijera yo también, cualquier cosa antes que quedarse callado como si Enzo fuera el único pelotudo que se enamoró en un par de días.
Su pulso se acelera con cada segundo de silencio y Enzo se da cuenta que quizás arruinó el momento, que no debió sincerarse tanto, que es un boludo que confundió sentimientos con algo que solo era para divertirse. Julián no se mueve de su posición y por un momento Enzo piensa que quizás está exagerando como siempre, porque Julián debe estar dormido y por eso no le contesta, pero pronto su voz lo interrumpe.
—Gracias —susurra Julián contra su pecho —Te quiero mucho. Vos también me gustas y eso que te conozco hace unos días.
Enzo se ríe mientras siente todo el nerviosismo esfumarse de su cuerpo, porque las palabras de Julián son ciertas. Son unos boludos que se gustan demasiado y que se conocen hace nada. ¿Qué tiene? Quizás sea la adolescencia o quizás está flechado, no tiene sentido buscarle explicación. Solo sabe que le gusta Julián de una forma totalmente nueva y que no quiere que ese sentimiento se acabe nunca.
—¿No me vas a dar un beso? —le pregunta Enzo y Julián resopla divertido.
—Estoy cómodo así y tengo sueño.
—No me podes decir todo eso y no darme un beso, dale.
—Qué pesado —se queja Julián, pero igual se mueve de su lugar y junta sus rostros en un gesto rápido.
Es un pico que no pasa de eso y que igual lo deja a Enzo embobado, como si Julián lo hubiera hipnotizado, porque un poco se siente así. Todavía no salieron los rayos del sol pero seguramente en unos minutos lo hagan y ojalá no tuviera que ser así, ojalá esa noche fuera eterna, ojalá pudiera vivir repitiendo Roket una y otra vez, solo para probar los labios de Julián como si fuera la primera vez. Enzo se mueve y se recuesta de costado, acercándose para besarlo una vez más hasta que un sonido fuerte los interrumpe.
Ring ring. Julián abre los ojos un poco asustado hasta que cae en cuenta que no es nada, solo el tono de llamada de su celular. ¿Quién chota puede llamar a las cinco y media de la mañana? Enzo lo observa a Julián mientras revolea los ojos y suspira fastidiado, porque siempre algo tiene que arruinar sus momentos de privacidad.
—La puta madre.
—Atendé —le dice Enzo, no porque quiera que lo haga realmente sino porque capaz es algo importante.
Julián suspira y le hace caso, porque agarra el celular un poco molesto y abre los ojos cuando lee el contacto en el celular. A Enzo le encantaría estirar un poco la cabeza y chusmear quién anda llamando al chico que le gusta a las cinco y media de la mañana, pero se contiene y se queda en silencio mientras Julián atiende la llamada y pone el celular en su oreja.
—¿Hola? —pregunta y la voz del otro lado responde algo que Enzo no llega a escuchar pero que hace que Julián revolee los ojos —¿Qué tan urgente es? Porque estoy ocupado. ¿En serio? Dios. ¿Y no están Nahu o Pau? Bueno, ahí voy. Chau.
¿Ahí voy? Repite Enzo en su cabeza mientras ve a Julián cortar la llamada.
—¿Qué pasó?
—Era Cristián —dice Julián con el ceño fruncido como si eso explicara algo, mientras se acomoda la ropa y busca su billetera en la mesa de luz de Enzo —No me dijo nada, solo que vaya que era urgente.
—Debe ser por Licha, capaz quebró.
—Capaz. Pero no sé si será por eso.
Enzo se queda en silencio y mira por la ventana. Ya no se ve la luna pero tampoco el sol, solo algunos reflejos de luces lejanas en el lago. Julián se veía hermoso la noche anterior en el muelle y por un momento Enzo piensa en proponerle que bajen a ver el amanecer en frente al lago, pero desiste de su idea rápidamente.
Los rulitos de Julián están más desordenados que nunca y Enzo se contiene de acomodarle el pelo, solo porque sabe que si se pone cariñoso con Julián no lo va a dejar ir más. Y él tiene que irse. Enzo suspira un poco molesto y se sienta en la cama, mirando como el cordobés se pone las zapatillas en silencio. ¿Por qué tiene que irse justo en ese momento? Si fuera por él, se quedaría una eternidad acostado con Julián, hablando de boludeces o simplemente estando en silencio, pero entiende que uno de sus amigos lo necesita. Vaya a saber Dios por qué.
—No pongas esa cara.
Enzo levanta la vista un poco confundido. Julián está sentado en la otra punta de la cama mientras se ata los cordones y sonríe como si estuviera pasando algo gracioso.
—¿Qué cara?
—De culo —dice Julián mientras agarra la otra zapatilla —Yo también me quiero quedar pero no puedo, no te enojes.
—No me enojé.
—Mmm…
—Solo digo que si es verdad que te gusto no te irías —bromea Enzo y Julián amaga a revolear los ojos.
—No salgamos con esas.
—Es un comentario nada más. Vos fijate que haces.
—¿Te vas a poner celoso de mis amigos?
—Obviamente.
Julián le saca la lengua y Enzo le devuelve el gesto. Es tras unos segundos de ver a Julián batallar con los cordones de una de sus zapatillas que finalmente se para en su lugar, como indicando que ya está listo y que se tiene que ir, aunque Enzo quiera todo menos eso. Qué hacerle. No puede obligarlo a quedarse con él, por mucho que desee que esa noche con Julián sea eterna. Por eso, en vez de quejarse o decir algo más, solo se para en su lugar y acompaña a Julián a la entrada de la habitación con la llave en mano.
Siente frío en todo el cuerpo y se apura a abrir la puerta, un poco decepcionado y al mismo tiempo divertido de ver a Julián con toda la ropa desacomodada y el pelo más. Es una vista linda, como siempre que lo tiene en frente. Julián no le dice nada, solo lo agarra de los hombros y lo besa a modo de despedida. Su boca todavía tiene algo de sabor a fernet y Enzo sonríe contra sus labios, porque no puede esperar a la próxima vez que pueda besarlo. Es adictivo. Tras unos segundos se separan y Julián se queda mirándolo en silencio, un poco apenado.
—En serio no me quiero ir.
—Andá, seguro es importante —le afirma Enzo y Julián solo suspira.
—Espero, sino los mato.
—Y mañana me contas qué pasó, no te olvides.
—Metido.
Julián no se despide de él, solo le da otro pico y comienza a caminar por el pasillo. Enzo entra a la habitación de vuelta pensando en pedirle su Instagram la próxima vez que lo vea, porque no puede ser que no tenga cómo hablarle a ese punto, pero un pensamiento se le viene a la cabeza de repente y corre rápido hacia la puerta nuevamente, esperando que Julián no haya ido muy lejos. Apenas sale de la habitación lo ve al final del pasillo y no duda en gritarle fuerte para que lo escuche.
—¡Juli, una cosa!
—¿Sí? —le pregunta a la distancia y se da la vuelta para verlo.
—¿Qué fue lo que me dijiste en el balcón? Antes de entrar.
—Ah, eso. Fue una boludez.
Julián niega con la cabeza y Enzo se pregunta si su vista le falla o si sus cachetes realmente se pusieron colorados. ¿Le dará vergüenza? Ahora tiene más ganas de saber.
—Decime.
—Estás loco.
—Sí, contame.
—¡Nos vemos! —le grita Julián sin responder a sus demandas y desaparece por el pasillo, dejándolo solo pero con una sonrisa en la cara.
Tarde o temprano va a enterarse, la próxima vez no va a dejarlo huir tan fácilmente. Enzo juega con las llaves en sus manos, sintiéndose como si caminara en las nubes después de esa noche con Julián. Son casi las seis de la mañana y todavía no hay rastro de sus amigos, así que deben estar de after con alguien más o comiéndose el mundo en la quinta comida. Por un momento Enzo considera bajar al comedor y desayunar algo, un poco porque tiene hambre y otro poco porque no quiere volver a una cama vacía, pero al final el cansancio le gana.
Se queda unos segundos más mirando por el pasillo una vez que la figura de Julián desaparece y apenas cierra la puerta lo primero que hace es tirarse a la cama de panza. Le duelen los pies y la cabeza, problemas que se solucionarían con un tafirol o simplemente comiendo algo, pero en ese momento todo lo que quiere hacer es dormir. Se saca el short y la camiseta con pocas ganas y se tapa con las colchas, apagando el velador para que la luz no lo moleste. La noche estuvo repleta de sucesos que podría repasar y reflexionar en su mente, aunque el sueño es más poderoso que todo eso. Lo único en lo que puede pensar es en las palabras de Julián, en el calor de su cuerpo contra el suyo y en sus caricias.
Ojalá ese momento hubiera durado para siempre.
Por segunda noche consecutiva, Enzo se va a dormir sintiendo el olor de Julián en sus sábanas. Si tiene suerte, va a soñar con él de vuelta.
★ ★ ★
Contrario a sus deseos, Enzo no se levanta pensando en algún sueño raro o en Julián.
En realidad, lo que lo hace despertarse es algo un poco diferente. Primero son unos ruidos lejanos, murmullos que suenan como voces y risas pero que ignora porque todavía tiene sueño y quiere seguir durmiendo. Ese limbo entre no estar despierto pero tampoco dormido por completo es molesto y Enzo hace lo posible por intentar aislar esos sonidos, lo que es inútil porque sigue escuchándolos. Se acomoda un par de veces en la cama, cambiando de posición hasta que encuentra una cómoda y sonriendo una vez que el silencio reina otra vez en la habitación. Los ruidos cesan, pero lo que lo hace levantarse de verdad es otra cosa: una sensación húmeda y helada sobre su cara.
Así de rápido y directo: un chorro de agua que lo hacen levantarse de un salto cuando siente el frío escurrirse por su pelo y su cuello. Enzo parpadea un par de veces más desorientado que nunca, hasta que mira a la gente de la habitación y entiende todo. Al lado de su cama está parado Lionel, con una botella Villavicencio en su mano. El culpable de todo. Puede escuchar las risas de sus amigos, pero las ignora y se sacude todo el pelo mojado, intentando no mojar más las sábanas.
—¿Hacía falta eso?
—Buen día —saluda Lionel con una sonrisa indiferente —Sos de sueño pesado.
—Y vos un culiado.
—Amigo, hay que subir esto a la cuenta de la promo —comenta Emiliano, que como siempre está invadiendo la 306.
En sus manos tiene un celular al que mira con una sonrisa demasiado grande, donde seguramente esté grabada toda la secuencia de él despertandose con un chorro de agua. A decir verdad, esa es una de las bromas más tranquilas que sufrió en el viaje, así que no se queja más y solo se seca el pelo con las manos. Podría haber sido peor, mucho peor.
—Subila a historias —le indica Rodrigo y Enzo solo se resigna a que los más de seiscientos seguidores de la cuenta vean eso.
—¿Qué hora es?
—Las nueve —responde Lionel y deja la botella en la mesa de luz —La excursión es después del almuerzo, pero ahora vamos a ir a un Escape Room los que quieran. Por eso te levanté, ¿vas a ir?
—Vamos —responde Leandro y todos asienten.
Enzo se tira arriba de las colchas otra vez, con los ojos un poco pegados por el sueño todavía. Debe tener toda la almohada marcada en la cara y lo último que le interesa es ir a una excursión que seguramente va a salir más plata. Solo quiere dormir un rato más y recuperar toda la energía de lo mucho que bailó en Roket la noche anterior, porque siente el cuerpo pesado como si un camión le hubiera pasado por encima.
—Si es la sala de SAW no, ya lo hice.
—Esa es la mejor.
—Hay varias para elegir —explica Lionel mientras Emiliano y Rodrigo hablan sobre las salas que ya hicieron —Diganme quienes van y los pongo en la lista.
—Todos vamos.
—Yo no —aclara Enzo y estira sus extremidades en la cama como una estrella.
—No seas ortiva.
—Me da paja y tengo sueño.
—Yo también y voy igual —dice Nicolás como si eso significara algo.
—Te felicito.
Emiliano se ríe y Enzo solo se acomoda en la cama nuevamente, deseando que todos sus amigos desaparezcan para tener la habitación sola para sí mismo y dormir tranquilo. Le gustaría tener la energía usual de siempre, pero su cuerpo realmente le pide más horas de sueño y prefiere priorizar la excursión de la tarde antes que esa.
—Entonces serían todos ustedes menos Enzo.
—Sí.
—Qué pendejo mala onda —se queja Lautaro y Enzo saca la mano por fuera de las colchas para levantarle el dedo del medio.
—Ok, a las diez menos cuarto en el lobby. El que no está a esa hora no va.
—De una.
Una vez que Lionel se va de la 306, la conversación se desvirtúa en preguntas raras como si cogerían con el muñeco de SAW para escapar del juego o algo así, que a Enzo le encantaría debatir seriamente si no fuera por su dolor de cabeza. Por eso, en vez de incluirse en la charla, solo se esconde en las sábanas y escucha de lejos las palabras de sus amigos mientras intenta dormirse nuevamente. Afortunadamente para él, el ruido cesa tras unos minutos y Enzo asume que se fueron a desayunar o a la excursión y vuelve a dormirse.
La segunda vez que Enzo se levanta esa mañana, lo hace pensando en los labios de Julián.
Es como un subidón de adrenalina la forma en la que el solo recuerdo de la noche anterior lo despierta, con todo el cuerpo acalorado como si todavía estuviese en Roket. El corazón le late a mil por hora y lo primero que hace Enzo es quedarse mirando su cama, como si hubiera sido un producto de su imaginación que Julián esté acostado ahí con él hace unas horas. Pero no, no fue un sueño, fue más que real cuando siente el olor suave de su colonia en las sabanas y se da cuenta que Julián realmente le dijo todo eso.
Vos también me gustas.
Enzo le sonríe a la nada misma y siente una calidez instalarse en su pecho. Si fuera por él iría corriendo a la habitación de Julián en ese preciso instante solo para decirle que vuelvan a dormir juntos, que se quede con él un rato, que le diga las mismas palabras bonitas de anoche, pero todavía debe ser temprano y no quiere quedar como un intenso. En su lugar, solo estira el brazo para agarrar su celular y ver la hora.
La pantalla le indica que son las once y media de la mañana, no tan temprano como él creyó pero el horario ideal para su estómago, porque eso significa que en una hora y media va a poder almorzar. Enzo ignora el ruido de su panza y camina hacia el antebaño para lavarse los dientes. Su boca se siente pastosa y necesita cepillarse urgentemente, así que agarra el dentífrico y disocia un poco mientras mira su reflejo en el espejo, sintiéndose atontado por todos los sucesos de hace unas horas. Si cierra los ojos puede revivir el beso en Roket, los miles de intentos por enseñarle a bailar cumbia a Julián, la charla sobre el amigo de su hermano, las manos de Julián contra su cuerpo, todo.
Y lo peor: el tener que ponerle un freno a lo de anoche.
Enzo escupe la pasta dental en la bacha y se queda mirando como se desliza en el mármol hasta desaparecer por el desagüe. Por un lado se siente un boludo por haber desaprovechado la oportunidad de estar con Julián y por otro se siente bien por haber sido sincero, porque nada bueno hubiera salido de forzarse a estar con él. Enzo prende la canilla y se llena la boca de agua para escupir los restos de dentífrico, imaginando los posibles escenarios de qué hubiera pasado si seguían. El corazón se le acelera un poco e intenta eliminar esas imágenes mentales, que le generan un poco de culpa porque le gustan demasiado.
Ese es exactamente el problema en realidad: Julián le gusta demasiado y es difícil lidiar con eso, porque en algún punto van a tener que ir más allá de los besos y Enzo sabe poco y nada sobre lo que conlleva estar con otro chico.
Quizás sea un poco tonto preocuparse por esas cosas cuando tranquilamente podría dejarse llevar con Julián y ver qué sale de todo eso, pero no puede evitar no querer quedar mal. Con las mujeres todo es fácil, porque sabe cómo es el juego por la experiencia y entonces todo fluye naturalmente. Con Julián no es tan así y la presión es mayor, mucho mayor, porque realmente no quiere decepcionarlo. Todo menos eso.
Su reflejo le devuelve la mirada un poco cansada todavía y Enzo se pasa la mano por la cara, acariciando la barba que va a tener que afeitarse antes de esa noche. La cuestión es clara: tiene que averiguar cómo estar con Julián y que la pasen bien los dos. Así de simple. El tema es cómo . Enzo desbloquea el celular y abre el chat de Lautaro automáticamente, un poco dudoso de si debería hablarle o no por eso. El día anterior su amigo le demostró que podían charlar de cualquier cosa, pero no sabe si estas cuestiones entran dentro de eso. Se queda mirando unos segundos el chat y comienza a tipear sin pensarlo mucho.
enzo 🐔
lauta
estás?
La última conexión de Lautaro es hace más de dos horas y Enzo lee un par de veces los únicos dos mensajes que mandó, pensando en cómo seguir la conversación después de eso. Sus amigos deben seguir en la excursión y Enzo cierra el chat sin saber muy bien qué hacer.
Nunca estuve con un pibe, piensa en sus palabras de hace unas horas y una idea se le viene a la cabeza de la nada misma.
Enzo se mete al baño y cierra la puerta de un portazo, desbloqueando el celular rápidamente. Quizás haya una forma de averiguar cómo sería estar con un pibe. Prende la ducha bien fuerte y se sienta sobre la tapa del inodoro con el celular en la mano, mirando fijamente al piso. Es el escenario perfecto para la investigación: la habitación está vacía, el ruido de la ducha va a tapar cualquier sonido que salga de su celular y la puerta tiene traba, así que nadie puede agarrarlo con las manos en la masa. Solo es cuestión de abrir una ventana de incógnito y tipear eso. Enzo traga saliva y desbloquea el celular, mentalizandose con que no es nada serio. Es un video nada más.
Un video nada más. ¿Entonces por qué se siente tan inquieto? No es la primera vez que mira porno, aunque tampoco es algo que haga en general, solo un par de veces a los once o doce y hasta ahí. La cuestión es: no es nada del otro mundo, de verdad. Enzo se repite diez veces lo mismo y suspira cuando la sensación de incomodidad en su pecho sigue ahí, insistiendo en quedarse. ¿De qué sirve todo eso? Se siente un nene en plena pubertad, como si recién descubriera el concepto de intimidad y eso significara toda una revolución cuando no lo es, pero de vuelta: quizás está dando demasiadas vueltas sobre algo muy simple.
Ya fue, decide y abre una ventana en incógnito. Los dedos le tiemblan un poco mientras aprieta el teclado, escribiendo palabras que borra una y otra vez porque no sabe bien qué buscar y cómo hacerlo sin que le de vergüenza. Pasa medio minuto en ese proceso hasta que decide que “hombres sexo” es una buena opción. Así, seguro le van a salir videos no tan raros, cosas normales, nada demasiado extremo. O eso espera.
La búsqueda tarda unos segundos por el pésimo Wifi del hotel y Enzo abre los ojos sorprendido cuando ve la primera opción. El título de la primera página que le sale no tiene nada que ver con videos porno ni cosas para mayores de edad, solo es un artículo de un blog médico que dice “ Cómo tener sexo gay de forma segura”. No es lo que esperaba para nada, pero parece un lugar confiable del que extraer información, así que aprieta el link sin dudarlo mucho. Seguro algo valioso hay ahí. Esta vez el Internet no tarda tanto y la web se carga rápidamente. Enzo aprieta el “No” cuando le salta la ventana insoportable de si quiere aceptar las cookies y pasa directamente al contenido de la publicación, que es lo que le interesa. Lee el título nuevamente y no puede evitar esa sensación de incomodidad en su cuerpo otra vez. No debería haber nada escandaloso con la palabra “sexo gay”, pero estaría mintiendo si dijera que todavía le da un poco de vergüenza eso. No es como si él fuera homosexual en realidad, solo le gusta Julián.
O sea, Julián es la excepción. ¿O no?
Enzo suspira y decide guardarse esas dudas para más adelante, porque nada en ellas es urgente. Lo importante ahora es otra cosa. Abajo del título de la publicación hay una bajada breve y Enzo pasa directamente a los “cinco consejos para tu primera vez con otro chico”, un poco tentado entre todo el nerviosismo porque se siente un pelotudo buscando esas cosas. Los primeros dos tips son bastante generales, solo hablan sobre usar preservativo para no contagiarse enfermedades de transmisión sexual y charlar con tu pareja sobre sus preferencias, nada del otro mundo, son cosas que él ya sabe y que no son exclusivas al sexo gay.
El tercer punto sí es más interesante:
“Es posible que tu primera vez incluya sexo anal. Debes saber que el ano no cuenta con la lubricación natural que sí tiene los genitales, por eso la penetración puede causar algunas molestias. Para reducir al mínimo cualquier incomodidad, es muy importante estimular el ano como parte de los preliminares a la penetración”.
Enzo traga saliva y apaga su celular automáticamente. Eso sí es algo totalmente nuevo. Jamás en su vida tuvo relaciones de esa manera, ni siquiera con las chicas con las que estuvo, y todo eso le causa un poco de miedo. Sobre todo, porque eso significa que uno de los dos va a tener que ceder. Y él no va a ser esa persona, claramente. Enzo prende el celular de vuelta y vuelve a leer el mismo párrafo una y otra vez, como si eso fuera a servirle de algo. Siente el calor subirle a las mejillas y se queda mirando fijamente la pantalla, ahogándose en la vergüenza de haber hecho esa búsqueda.
Dios no.
¿Por qué de la nada se siente cómo un puberto de doce años? Tuvo sexo un montón de veces con un montón de chicas y nunca le dio demasiadas vueltas a la cuestión. Solo es sexo, es algo natural, ¿y ahora viene a hacerse el vergonzoso? Quizás no tenga que ver con que es con otro chico en sí, sino que es con Julián. Y Enzo no cree que antes le haya gustado tanto alguien como Julián, ese es el verdadero problema. Con él todo se siente diez veces más intenso y las miles de posibilidades de que algo salga mal aparecen mágicamente en su cabeza, como anticipando todos los escenarios en los que podría cagarla. ¿Y si no se le para? ¿Y si se viene en un minuto? ¿Y si lastima a Julián sin querer? ¿Y si se arrepiente por segunda vez y Julián lo manda a la mierda por ser un cagón y después se va con otro pibe?
Enzo apaga el celular y mira el agua caer en la ducha. Está siendo dramático de vuelta y seguramente sea culpa de llevar cinco días conviviendo con Rodrigo. Nada de eso va a suceder, y si sucede tampoco es el fin del mundo. Solo es su cabeza maquinando cosas al pedo, porque Enzo sabe que ninguna de esas cuestiones es tan grave. Menos la de que no se le pare, eso sí sería terrible, pero tampoco es como que eso sea una opción si lo tiene a Julián en frente.
Basta de dar vueltas, se dice a sí mismo y cierra la página médica, que fue útil pero tampoco tanto. Aprendió un par de cosas, sí, pero necesita algo más gráfico.
Enzo vuelve a la búsqueda en la ventana de incógnito y explora un poco los otros resultados, buscando alguna página que suene medianamente confiable y que no parezca que le va a llenar el celular de virus. Termina decidiendose por la tercera opción y aprieta un poco dudoso el link. La página se carga rápido y a Enzo se le enrojecen un poco los cachetes cuando ve las primera imágenes que le aparecen, demasiado explícitas para lo que esperaba. Bueno, es una página porno a fin de cuentas. Enzo traga saliva y se acomoda sobre la tapa del inodoro, intentando tragarse la vergüenza y terminar lo antes posible su investigación antes de que sus amigos vuelvan de la pieza de Emiliano.
Es cuestión de ver un vídeo y ya . Sacarse la curiosidad y listo. Ignora las primeras opciones, que dicen cosas como “papi” o “sumiso” y otras palabras que lo incomodan demasiado, y al final se termina decidiendo por un video corto titulado “Chicos pasan un buen rato en casa”.
Sí, eso está bien, él también quiere pasar un buen rato en el hotel con Julián.
Enzo le pone play al video rápidamente y se inclina sobre la tapa del inodoro. Los primeros segundos son bastante normales, solo son dos pibes entrando a una casa de la mano y hablando de algo que está en otro idioma. Apenas la puerta se cierra tras ellos, el más alto estampa al más bajo contra la pared de la galería y empiezan a chapar de una forma que roza lo asqueroso. Enzo adelanta el video unos segundos para ver si pasa algo más interesante, porque con Julián ya superó la etapa de los besos y lo que sigue después de eso es otra cosa. La escena a la que llega sí es más novedosa, uno de los chicos le está haciendo una paja al otro, aunque Enzo adelanta el video igualmente.
Tarda un poco en cargarse y cuando finalmente lo hace, un gemido demasiado fingido se escucha en todo el baño. Enzo baja el volumen al instante y putea por lo bajo, porque aunque no haya nadie igual es horrible tener que oír eso, tan actuado y poco natural.
Como si toda su suerte lo hubiese abandonado, al instante que baja el volumen se escucha el ruido de una puerta cerrarse y Enzo siente que se le sale el alma del cuerpo cuando alguien golpea la puerta del baño. Pausa el video a la velocidad de la luz y le agradece a Dios que se le haya ocurrido ponerle traba, porque si por accidente alguno de sus amigos la abría y lo veía mirando un video porno, las repercusiones de eso iban a ser terribles.
¿Ya llegaron? Piensa y deja el celular a un lado, carraspeando antes de hablar.
—¿Qué? —pregunta, intentando eliminar cualquier rastro sospechoso de su voz.
—Dejame pasar.
Quien le habla del otro lado es Rodrigo y Enzo suspira con molestia, agradeciendo por segunda vez que le puso traba a la puerta.
—Me estoy bañando.
—Enzo, salí en pelotas si hace falta pero salí ya.
—Aguanta un toque.
—Dale que me estoy cagando.
—Cagate encima.
—Te digo en serio pelotudo, me voy a cagar encima posta. Por favor.
¿Por favor? La voz de Rodrigo suena demasiado desesperada para ser mentira y Enzo se guarda el celular en el bolsillo, sacando la traba. Apenas sale, Rodrigo lo empuja y entra a la velocidad de la luz al baño.
—Me cayó mal el desayuno —le explica brevemente y cierra la puerta.
Enzo se queda parado en el antebaño y parpadea un par de veces, sin saber qué hacer. Todavía se escucha el ruido de la ducha prendida y por suerte se acordó de llevar con él su celular antes de salir, porque vaya a saber Dios cuánto tiempo va a estar Rodrigo ahí encerrado. Enzo vuelve a la habitación y se tira en su cama, pensando en lo mal que siempre salen sus experimentos. Tanto el de ByPass como este, siempre algo o alguien tiene que interrumpirlo. Y todo por culpa de Julián, que lo volvió loco de formas en las que Enzo no sabía que se podía enloquecer. De amor, en este caso.
La cama se siente diferente una vez que Julián pasó por allí y Enzo piensa en todo el tiempo que pasaron ahí acostados, abrazadose tan cariñosamente. Recuerda su pensamiento al despedirlo a Julián en el pasillo y prende su celular para pedirle a Lisandro que le pase su número, porque es medio injusto solo verlo en las previas o tener que esperar a cruzarse lo de la nada. Enzo abre WhatsApp y decide responder primero el de Lautaro, que contestó a su mensaje unos minutos tarde.
flauta
che recién leo
estamos en el lobby
todo bn?
enzo 🐔
trank
era una boludez ya está
flauta
👍
ah por cierto
sos un pelotudo
vino juli a la excursión
preguntó por q no estabas
¿Eh? Enzo suspira y se muerde el labio, puteandose a sí mismo por haber dicho que no a ir con sus amigos. El Escape Room le interesa poco y nada, pero al menos podría haber visto a Julián otra vez, y capaz desaparecerse por ahí en el centro en vez de ir a la excursión. Hubiera sido una idea muy buena, sí, lástima que él es un pelotudo de sueño pesado. Enzo inhala y comienza a teclear una respuesta rápida del tipo “qué pajero” o algo del estilo, pero Lautaro se le adelante y vuelve a mandar otro mensaje antes que él.
flauta
tmb me dijo que te diga
que tiene un regalo para vos
pero que es sorpresa
para esta noche
Un regalo para mi, piensa Enzo y sonríe automáticamente. No tiene ni idea de a qué puede referirse Julián con eso, si le consiguió algún presente o si el “esta noche” se refiere a uno de esos regalos que no se compran, algo más sugerente, pero la idea igual lo emociona. Ignora los mensajes que le manda Lautaro después de eso, jodiendolo con que se puso el anillo y otras cosas que ni siquiera lee, y se concentra en lo importante:
Un regalo de Julián. Para él.
Enzo sonríe y apaga el celular. No puede esperar a verlo de vuelta.
Notes:
muchas gracias a durex españa por ayudarme con los tips de la página que leyó enzo! mi idea era subir esto dsp del show de ca7riel y paco de anoche pero me re dormí mil disculpas, ahora vuelvo a ciudad universitaria que tengo que ir a cursar y estoy llegando re tarde adiós!
Chapter 10: Capitulo 10
Summary:
la excursión se desvirtúa y enzo recibe su regalo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Enzo se baja del micro de un salto y mira el cielo.
Sus zapatillas deportivas se hunden en el barro de la calle y una vez que llega a la vereda se pone los lentes de sol. Es el primer día en todo lo que va del viaje que la tarde está despejada y eso es una buena señal, porque si no nieva van a poder esquiar sin problemas. Es esa, la excursión al Cerro Catedral, la que más expectativa le genera. Enzo hace un paneo general de la escena mientras tararea una cumbia vieja que tiene pegada hace unos días. El camino donde estacionó el micro está rodeado de pinos y la entrada al complejo de esquí está repleta de contingentes de egresados, algunos que se están yendo y otros que recién llegan, como su curso.
La piel de su cara se siente tensa y entumecida, cansada de soportar esos climas tan fríos de la Patagonia. Enzo se pasa las manos con guantes por los cachetes para calentarlos un poco y se sorbe la nariz ruidosamente, presintiendo los primeros indicios de algo que en unas horas seguramente se transforme en un resfriado. No importa, todavía se siente bien y agradece no estar como algunos de sus compañeros, que tuvieron que quedarse en el hotel por gripes o fiebres más graves –Rodrigo es uno de ellos, aunque por motivos más escatológicos–. Lionel se los advirtió el día cero, apenas subieron al colectivo y después de que cada uno se presentara: enfermarse en Bariloche es fácil. La joda, el frío, los outfits poco aptos para el clima, las horas sin dormir. Es una sumatoria de factores que tarde o temprano le van a pasar factura y Enzo solo suplica ser la excepción a la regla, no quiere perderse una noche por una gripe.
—Me siento mal —es lo primero que le dice Ota apenas entran al hall del complejo, como leyéndole la mente.
Enzo se da vuelta y mira fijamente a su amigo, que se agarra la cabeza como si estuviera mareado. Nicolás tiene la nariz demasiado roja y las orejas un poco también, pero más allá de eso se ve igual que todos los días. No debe ser nada grave, piensa Enzo y le pasa una mano por el hombro en muestra de simpatía.
—Tomate algo.
Nicolás se ríe ante el consejo estúpido, pero igual saca una botella de agua a medio llenar de su mochila y bebe un poco.
—¿Me das? Yo también estoy medio detonado —le pide Lautaro y Nicolás se la pasa.
—No me contagies de nada.
—Tranca, solo me duele la cabeza.
Bueno, aparentemente todos están germinando algún tipo de enfermedad. Enzo hace la nota mental de no compartir vaso ni botella con nadie, solo para prevenir contagiarse. Lo único que espera es que Julián tampoco se engripe ni se agarre algo raro, porque es obvio que si pasa eso, él cae también. El curso se instala en el hall unos cuantos minutos más, charlando ruidosamente sobre cosas variadas hasta que Lionel les indica que está todo listo. Las instrucciones son claras: primero se cambian, después reciben algunas indicaciones de los guías y recién ahí suben al cerro en aerosilla. Enzo pasa al cambiador masculino y batalla un rato largo para ponerse bien todo el equipamiento, porque las tablas que le dieron son complicadas de enganchar y el casco es demasiado chico para su cabeza.
Cuando por fin salen del cambiador con todo el equipamiento listo y las mochilas guardadas, sus amigos y él se dirigen a la zona de las aerosillas para subir el cerro. Es difícil caminar con todas esas capas de ropa encima, pero Enzo se las arregla igual y llega rápidamente a la fila, esperando su turno impacientemente. No esquió en su vida y no tiene ni idea de cómo se hace o si será fácil, porque durante toda la charla sobre instrucciones de seguridad se la pasó pensando en Julián como un bobo enamorado. Bueno, si le pasa algo será culpa de él en todo caso.
¿Será normal extrañarlo tanto aunque lo haya visto hace unas horas? Enzo ignora la pregunta y apenas lo ve a Lionel parado a un costado, camina hacia él con todas las intenciones de molestarlo un rato.
—¿Está todo bien? —le pregunta su coordinador y Enzo no responde, pasa directo a lo que verdaderamente le importa.
—Lio, ¿por qué no podemos tener las excursiones con el curso de Juli?
—Porque no.
—En serio te digo, ¿se puede hacer ese cambio?
—No, Enzo, no se puede.
Lionel lo mira como si su negativa fuera una respuesta suficiente y Enzo decide presionar un poco más para ver si termina cediendo. No va a sacar nada de eso y lo sabe, solo necesita quejarse un rato con alguien de no poder ver a Julián.
—¿Y por qué no se puede?
—Porque no.
—Pero estarías con Pablo y yo con Juli.
—No se puede y punto.
—Da —se queja Enzo y se va caminando, derrotado por la poca reacción de su coordinador ante la situación.
¿Cómo es que un tipo tan buena onda como Pablo terminó con alguien como él? Enzo se para en la fila para subir a la aerosilla otra vez y se guarda el celular en el bolsillo más grande. Si Julián estuviese ahí con él seguramente se reirían a carcajadas de su chiste interno sobre Pablo y Lionel, pero no hay nadie a su alrededor que entienda eso. ¿Qué tan difícil sería colarse en las excursiones del curso de Julián? Enzo siente que se le prende una lamparita arriba de la cabeza que se extingue con la misma velocidad. Le encantaría poder hacerlo y pasar más tiempo del día con él, pero es una idea estúpida y destinada al fracaso. El corazón se le estruja un poco y vuelve a sentirse tonto por haber desaprovechado la oportunidad de verlo por la mañana.
Julián Julián Julián. ¿Existe algún momento del viaje en el que no haya pensado en él? El reloj le indica que pasaron ocho horas desde que se despidieron en el pasillo, ocho que se sienten como mil años. ¿Quién hubiera dicho que gustar de alguien era tan desesperante?
—¿Vamos juntos?
Enzo detiene su vista en Nicolás, que tras la pregunta le da un último trago a la botella de agua como si su vida dependiera de eso. Su rostro se ve un poco más pálido que hace un rato y el contraste entre la rojez de su nariz y el resto de su cara es un poco gracioso. Y un poco preocupante quizás. Nicolás parece un reno y a Enzo le dan ganas de sacarle una foto para el recuerdo, hasta que se da cuenta que son los próximos en subirse a la aerosilla. Avanzan hasta la línea de seguridad que les indica el guía y en menos de diez segundos ya están sentados en su lugar, los pies despegándose del suelo mientras toman altura lentamente.
La aerosilla es todo menos rápida y el guía les grita desde la base que son diez minutos de viaje. ¿Diez minutos? Enzo suspira y se agarra de la baranda de metal, lo único que los sostiene de no caerse al vacío que cada vez se hace más hondo. Es como si el Cerro Catedral estuviese cubierto por una sábana blanca que brilla demasiado y que le hace doler los ojos. Quiero esquiar, piensa por décima vez y mira con hartazgo el largo trayecto que les queda hasta la punta del cerro.
El silencio de Nicolás es aburrido, ¿por qué no se sentó con Emiliano? Bancarse alguna que otra anécdota sobre ovnis o teorías conspirativas raras lo tendría ocupado al menos. Enzo pasa la mirada de la nieve a su celular un par de veces y termina abriendo Instagram por costumbre. Cambia de su cuenta personal a la cuenta de promo e ignora las notificaciones de interacciones, entrando a la cámara de la aplicación directamente. En todo lo que va del viaje la usó poco y nada y es momento de generar un poco de contenido, una o dos historias del viaje por lo menos. Enzo estira el brazo y sonríe a la cámara en modo selfie una vez que encuentra el ángulo correcto. Se ve bien, así que aprieta el botón de grabar sin dar más vueltas y comienza a improvisar con lo primero que se le ocurre.
—Aguante la veinticuatro wacho, miren donde estamos.
Enzo gira el celular y enfoca las aerosillas de adelante, desde donde dos compañeras lo saludan con los brazos extendidos. Acto seguido se voltea como puede hacia el lago para filmar el paisaje unos segundos.
—Casi como San Martín.
Sus compañeras de adelante le gritan algo que no escucha y se ríen con mucho ruido, a lo que Enzo solo responde con un oaaa demasiado largo, una expresión que dice seguido cuando no sabe muy bien qué contestar.
—Ota, unas palabras para la cámara —le pide y le acerca el celular a la cara unos cuantos centímetros más.
Nicolás sacude la cabeza como si se estuviera despertando de un sueño profundo a más de treinta metros del suelo y le copia el gesto, levantando el pulgar un poco desorientado. Enzo le hace una señal con las cejas para que diga algo y Nicolás abre la boca con una sonrisa un poco tonta, que de la nada se transforma en una mueca afligida. ¿Eh? Toda la cara de su amigo se arruga como si hubiera comido algo demasiado agrio y Enzo abre los ojos cuando entiende lo que está por pasar. Es algo que conoce y que le recuerda a ByPass. Una, dos arcadas. En un movimiento rápido, Nicolás se torna sobre la baranda de metal y empieza a expulsar todo el almuerzo y desayuno.
El video se sigue grabando mientras Nicolás vomita y Enzo se queda en silencio, sin saber muy bien qué hacer, si cortar el video o no, si ponerle una mano en la espalda o qué. Ya vio a sus amigos quebrar y vomitar algunas veces, pero nunca en una aerosilla a treinta metros del suelo. La distancia que los separa de la montaña no es mucha, pero el Cerro Catedral es más alto de lo que parece y el vómito de Nicolás tarda unos segundos en chocar contra la nieve.
Un asco.
—Uh —le sale decir recién cuando su amigo termina.
Enzo vuelve la mirada a su celular mientras Nicolás se limpia el borde de la boca con la campera y suspira exhausto. La historia terminó de filmarse automáticamente hace unos segundos y ni siquiera se toma el tiempo de mirar el video completo.
—¿Me estabas grabando?
—No —responde Enzo y aprieta el botón de “Publicar”.
—Mezclé mucho anoche.
La explicación de Nicolás es razonable y Enzo asiente, coincide con que la mezcla y las alturas no son una buena combinación bajo ninguna circunstancia. Por suerte su hígado es resistente y más allá de esa resaca extraña después de Cerebro, todavía el escabio no le pasó factura. Todavía.
Se pasan los cinco minutos restantes del viaje en aerosilla en una conversación amena sobre comidas aptas para estómagos sensibles y apenas llegan a la estación de esquí lo buscan a Lionel entre el gentío. La respuesta de su coordinador es simple: no esquiar y quedarse sentado hasta que vuelvan al hotel. Su amigo, que parece derrotado por la vida, ni siquiera opone resistencia y se instala en un banco de madera mientras todo el curso camina hasta la punta de la pista para principiantes. Va a estar bien solo, se dice Enzo sin sentir culpa por dejarlo por su cuenta.
Entonces se dedica a lo que realmente le interesa esa tarde: aprender a esquiar.
La instructora que le toca a su curso les da tres indicaciones principales que Enzo intenta memorizar: piernas flexionadas, cuerpo hacia delante, mirada al frente. Hacer V con las tablas para frenar en la bajada, repite mentalmente y asiente para sí mismo un par de veces. No puede ser tan difícil. Sus compañeros que pasan antes que él bajan lento pero seguro y aunque un par pierden el equilibrio, la mayoría logra sostenerse sobre las tablas hasta el final de la pista. Una pizca de emoción aparece cuando Emiliano y Leandro descienden delante suyo y Enzo sonríe cuando se da cuenta que es su turno.
—¿Listo? —le pregunta la instructora.
—Siempre.
Enzo no espera que le den el OK y se empuja a sí mismo con los bastones para bajar por la pista. Flexiona las rodillas un poco más y tarda unos segundos en acostumbrarse a la sensación, pero logra el equilibrio sin problemas y en un par de segundos ya se cree un esquiador profesional. Deslizarse sobre la nieve es casi como caminar y Enzo sonríe cuando siente el viento helado contra su cara, la sensación de vértigo cuando el cuerpo se mueve más rápido de lo que debería aumentando. Es emocionante. Desde la pista se ve todo el lago y las casas minúsculas de la ciudad, esa impresión de ser nada en comparación a la inmensidad del todo que lo rodea. El aire parece más frío que nunca en sus pulmones y Enzo piensa que jamás se sintió tan libre como en el viaje, que nada se compara a ese momento, que a la vuelta de la excursión Julián lo espera en el hotel y que solo les quedan cuatro días.
Cuatro días. Nada.
Con cada segundo la velocidad aumenta y cuando Enzo recuerda dónde está y qué está haciendo, se da cuenta que quizás está yendo un poco más rápido de lo que debería. La instructora le dijo algo sobre cómo frenar antes de largarse por la bajada. ¿Era agacharse un poco más o clavar los bastones sobre la nieve? El recuerdo parece haberse evaporado y Enzo decide hacerse un poco más para adelante, porque las personas bajando en frente suyo parecen estar cada vez más cerca y eso no puede significar nada bueno. Mala idea, piensa cuando ve que la velocidad solo aumenta. Los metros de distancia se acortan y un calor le invade el cuerpo como señal de peligro. La puta madre. Enzo amaga a hacerse para un costado y esquivar a quien sea que tenga adelante, pero la rapidez con la que baja le juega en contra.
—¡Correte!
Su grito pasa desapercibido para la persona de adelante, que solo se gira justo cuando llega el momento del impacto. En un instante Enzo pasa de deslizarse sobre la pista ágilmente a volar por los aires hasta caer otra vez sobre la nieve, menos acolchada de lo que parece. La otra persona corre el mismo fatídico destino y terminan los dos desparramados a un costado de la pista, con las extremidades todas extendidas como estrellas de mar.
Qué pelotudo soy, piensa Enzo cuando abre los ojos.
Sus lentes de sol salieron volando en algún momento del choque y uno de sus bastones también, solo le queda el casco y las tablas bien aseguradas en los pies. El cuerpo le duele en lugares que nunca le dolieron pero ignora todas esas sensaciones desagradables. Lo que le preocupa es el estado de quien sea que haya chocado sin querer. Enzo camina como puede hasta el otro cuerpo desparramado en el suelo, que se reincorpora lentamente dándole la espalda.
—¿Estás bien?
La pregunta no obtiene ninguna respuesta y Enzo se frota los ojos, un poco aturdido por el brillo de la nieve. Los lentes de sol están a algunos metros de ellos y la persona chocada, todavía en el piso, suelta los bastones y se lleva las manos a la boca. Recién cuando Enzo se pone de cuclillas al lado suyo reconoce la cabellera decolorada.
—Uh, Lean, disculpame. ¿Tas bien?
Leandro gira la cabeza y con los ojos más abiertos que nunca, extiende la mano que anteriormente tenía sobre la boca. Allí, sobre el guante con nieve de su amigo, lo que ve es algo minúsculo y blanco que no entiende bien qué es. Enzo levanta una ceja sin comprender por qué su amigo se ve tan preocupado, hasta que Leandro amaga a decir algo y esta vez es Enzo quien se tapa la boca con la mano.
Un pedazo de diente. A Leandro le falta medio diente. Por su culpa.
Donde debería haber una paleta normal, solo hay media y un hueco negro que es demasiado notable. Demasiado. Enzo parpadea y vuelve a mirar el pedazo de diente sobre la palma de su amigo, sin saber a este punto si se está tapando la boca porque está sorprendido o porque está a punto de tentarse. Es un poco de ambas y hace lo posible para que no se le escape una risa, sabiendo que Leandro es capaz de matarlo si se entera que algo de eso le causa gracia. Quizás es porque está un poco mareado por el golpe. Sí, debe ser eso, no porque él es un mal amigo, para nada.
—Te voy a cagar a trompadas.
—Fue sin que-
—Diganme que están bien por dios —interrumpe Lionel, que se materializa al lado suyo de la nada, con una expresión desesperada.
—Estamos bien.
La afirmación de Enzo pasa desapercibida para su coordinador, que por poco lo empuja para que salga del camino y se arrodilla al lado de Leandro, agarrándolo de los hombros y mirándolo fijamente.
—¿Te sentís bien? ¿Cuántos dedos ves?
—Se me partió un diente —explica Leandro y Lionel solo levanta una ceja, desconcertado por la explicación —Y veo tres dedos.
—No sé si esto lo cubre el seguro.
—¿Qué? ¿Cómo que no?
—Que no es algo de urgencia médica —le explica —Hay que ver si te lo quieren arreglar.
Leandro no responde, solo se agarra la cabeza como si eso significara el final del mundo y los demás solo se quedan en silencio, mirándose entre sí en busca de una solución que no va a llegar. La situación es un poco cómica y Enzo se concentra en memorizar todas las partes del pino que tiene al lado, incapaz de mirar a su amigo por la culpa y la risa que se está aguantando. Si fuera Leandro tendría ganas de matarse, pero no es él y en cierta parte es culpa de su amigo por no escuchar su aviso de que estaba a punto de golpearlo. Le podría haber pasado a él, así que tiene derecho a reírse, ¿no?
—Vamos de vuelta al hotel con vos y Nico. Los demás se quedan —indica Lionel.
Enzo ayuda a Leandro a levantarse y siente como la lamparita se prende otra vez sobre su cabeza al escuchar las palabras. Le gustaría quedarse esquiando con sus compañeros, pero hay algo que tiene más ganas de hacer todavía: ver a Julián. Como anticipando su respuesta, Lionel niega con la cabeza y Enzo se arriesga igual, si total no pierde nada con preguntar.
—¿Puedo ir con ustedes?
—Enzo.
—Lio. Porfa. Te lo pido de corazón.
Su coordinador lo mira unos segundos con el ceño fruncido y una expresión derrotada. Sabe que por mucho que diga que no Enzo va a seguir insistiendo hasta que ceda, y sabe también técnicamente que no hay ningún reglamento que le impida llevarlo antes al hotel. No vale la pena discutir. Lionel suspira y se pasa una mano por el pelo, pensando en lo bien que le vendría una siesta y una taza de té.
—Bueno, vamos.
★ ★ ★
Enzo se baja del micro de un salto por segunda vez en el día y mira el cielo.
No deben ser ni las cinco de la tarde y la tarde sigue despejada, proyectando los últimos rayos de sol que en el transcurso de unos minutos van a desaparecer. Una de sus cosas favoritas del viaje es ver el atardecer sobre el lago y el manto anaranjado cubriendo todo. Si se apura, puede llegar a verlo con Julián. Una sonrisa se materializa en su rostro sin ni siquiera notarlo al pensar en la escena y Enzo comienza a repasar todas las posibles locaciones en donde encontrarlo. Su habitación, el comedor, el lobby, ¿y si sigue en la excursión?
Bueno, tendrá que adivinar.
Leandro y Nicolás bajan del micro detrás de él, pero Enzo no se toma el tiempo de despedirse ni decirles nada. Se van a reencontrar tarde o temprano y su mente está ocupada con otra cosa: ver a Julián lo antes posible. Entra por la puerta del hotel a la velocidad de la luz y saluda con la mano a la recepcionista, sin tomarse el tiempo de ver si responde a su saludo. Los sillones de la entrada están vacíos y pasa al lobby del hotel, donde están las mesas y el ventanal al lago. Esa parte de la planta baja siempre está repleta de egresados y ese día no es la excepción. Las decenas de adolescentes se entremezclan en rondas y Enzo intenta ver si puede reconocer al menos a una persona, Julián o alguno de sus amigos, el que sea. ¿Por qué no le pidió el Instagram esa mañana?
Su rostro se ilumina cuando escucha una tonada cordobesa a lo lejos. Reconocería esa voz en cualquier lado: es Julián, indudablemente. Enzo se gira e intenta seguir el sonido de la voz, que lo lleva a las mesas más alejadas de todas. Julián, como siempre, se ve radiante. Tiene puesta la campera de la promo así que seguramente recién volvió de su excursión, al igual que él.
Enzo comienza a caminar hacia su mesa y se detiene en seco tras dos pasos. ¿Debería saludarlo con un beso en la boca o en el cachete? Se queda unos segundos estático, pensando en qué sería lo adecuado hacer. En la boca, pelotudo, se recuerda a sí mismo como si no fuera obvio. Esa es la única respuesta válida. Enzo mira a su alrededor un poco más confiado y una sensación de vértigo se apodera de su estómago cuando nota a sus compañeras de la promo sentadas en la mesa de al lado, las que no fueron a la excursión.
Es verdad. No estamos solos. No puede saludar así a Julián, no cuando hay gente.
La emoción por verlo se extingue en un segundo. ¿Por qué tiene que sentirse así? ¿Por qué no puede dejarse llevar y listo? ¿Qué es eso que lo detiene? Enzo traga saliva y mira unos metros más allá, donde Nicolás y Milena se saludan con un beso en la boca en frente de todos, porque no tienen nada de lo que preocuparse. Para ellos es normal, claro. La sensación desagradable en su estómago sigue aumentando con cada pensamiento y basta , se dice a sí mismo en un momento, basta de pensar en esas cosas. A su alrededor todos los contingentes de egresados se mezclan en el lobby y él simplemente se queda parado, estático, en pausa, mirando a Julián a la distancia que se ve tan hermoso y tan inalcanzable.
Quizás es Lisandro el que lo saluda o quizás sea Pablo, no entiende y no le presta atención. Las personas que lo rodean se mueven y hablan, el mundo sigue girando y sus ojos no pueden despegarse de Julián, que charla con sus compañeros y se ríe a carcajadas de algo. Y si fuera menos cobarde podría ser él esa persona que lo hace reír, podría ser él el que le pasa un brazo por el hombro sin preocupaciones, pero el terror de que los vean juntos es más grande que cualquier deseo que pueda tener. Movete, se ordena a sí mismo.
Movete, anda a buscarlo.
Sus piernas no se despegan del suelo. Enzo inhala y parpadea un par de veces, intentando entender esas emociones que parecen haber surgido de la nada. Es como si la noche en ByPass se repitiera otra vez: el mundo entero mirándolo, con los ojos fijos en él esperando que haga algo que no debe. ¿Por qué le importa tanto?
Es recién cuando lo ve a Julián irse por el pasillo solo que Enzo reacciona y entiende que esa es su oportunidad, que es su momento para encontrarlo en soledad. No seas cagón, dale. Esta vez sus piernas le hacen caso y se mueven poco coordinadas, siguiendo a lo lejos los pasos de Julián. No sabe qué hacer ni qué decirle, simplemente necesita estar con él, lejos de todo el mundo en un lugar donde no los encuentre nadie. Intenta tragarse los sentimientos desagradables y pensar en la noche anterior, distraerse de lo que sea que lo hace sentir así.
Apenas dobla por la escalera que los lleva al primer piso, divisa la cabellera castaña de Julián a unos metros y lo agarra el hombro desesperadamente.
—¿Y mi regalo?
Julián se gira con una sonrisa que se convierte en una mueca apenas lo escucha y a Enzo le dan ganas de pegarse la cabeza contra la pared. ¿Es eso lo primero que le sale decir apenas ve al chico que le gusta?
—¿Y el hola? Te importa más el regalo que yo.
—Un poco, sí —contesta Enzo y recibe un golpe suave en el brazo a cambio.
—Ahora no te voy a dar nada.
—Era joda.
Julián niega con la cabeza y acomoda la mochila negra que tiene sobre su hombro. Seguramente sea porque lo estuvo viendo a la distancia, pero tenerlo cerca le devuelve esa sensación cálida en el corazón. Los labios le pican y sabe que es porque deberían estar sobre los de cierto chico, pero no puede darse ese lujo.
—No seas impaciente, te lo tengo que dar en privado.
—En privado… —repite Enzo con un tono sugerente.
Sabe por la forma en la que Julián lo dijo que no es nada de esa índole, pero molestarlo es muy divertido y verlo colorado aún más. Enzo sonríe cuando lo ve abrir la boca y dudar un par de segundos, como si no supiera qué decir o responder.
—No es nada raro, por las dudas…
—No me molestaría.
Las mejillas de Julián se ponen aún más rojas y por más que la vista le encante, realmente tiene muchas ganas de besarlo y allí no puede. Más tarde puede seguir molestándolo.
—Vení —le dice y lo agarra de la mano —Vamos a ver algo.
Julián no dice nada más, quizás porque lo toma por sorpresa o quizás porque entiende que en público no. Solo lo sigue en silencio mientras Enzo lo arrastra por las escaleras hasta llegar a la entrada de su habitación, más desesperado que nunca. Abre la puerta con la tarjeta y cuando la cierra, se da cuenta que no sabe muy bien qué hacer. Tenía en mente besarlo, sí, pero no quiere parecer tan necesitado y Julián tampoco toma la iniciativa, así que quizás no tenga ganas en ese momento. Enzo tira su mochila sobre la cama y espera a que pase algo, no sabe muy bien qué. Solo algo.
Estar solo con Julián en la pieza es diferente ahora y se siente una tensión implícita que un poco roza lo incómodo, aunque quizás sea todo idea suya. Las manos le transpiran un poco y Enzo intenta convencerse de que es porque la campera le causa demasiado calor, no porque el chico que le gusta está en su habitación siendo más lindo que nunca. El silencio se extiende unos cuantos segundos mientras Julián abre el ventanal para salir al balcón y Enzo lo sigue sin saber muy bien qué hacer con todas esas ganas acumuladas que tiene. La investigación de esa mañana se le viene a la cabeza. Todo menos eso, piensa y busca de qué agarrarse para cortar esa sensación de inquietud.
—Le partí un diente a Lea —le sale decir de la nada.
Julián levanta una ceja y Enzo toma eso como señal para explicarle más a fondo.
—Nos chocamos cuando estábamos esquiando y se golpeó con mi casco. Y se le partió una paleta a la mitad.
—Sos bruto —le dice Julián mientras se ríe —Pobre. Menos mal que no fuiste vos igual.
—¿Te gustaría sin un diente?
—No —responde Julián al instante —Tu sonrisa es lo mejor que tenes.
No es la respuesta que esperaba, pero la justificación lo deja conforme. Ya no se siente tenso, una buena señal. Enzo se acomoda sobre el sillón del balcón y estira las piernas, llenas de moretones por el accidente de la excursión. Salir afuera con pantalones cortos es muy mala idea, pero ya está sentado al lado de Julián y no quiere separarse de él para volver a entrar.
—Mirá lo mal que te hiciste, te tenes que cuidar —susurra Julián pasándole un dedo por un moretón grande del muslo.
—Fue un accidente.
—¿Y si te matabas?
—No me maté.
—Pero podría haber pasado.
—Y no pasó.
—Pero podría haber pasado —repite Julián.
Sus ojos están achinados y se puede ver el reflejo del sol en sus retinas. Es un brillo hermoso que ojalá pudiera ver todos los días, todo el tiempo. Julián lo está mirando como si estuviera enojado con él pero Enzo sabe que es un juego, sabe que no se lo dice de verdad y entonces lo toma suavemente de la nuca para acercarlo. Solo tiene muchas ganas de besarlo y eso es todo. Sus labios se juntan y se separan rápidamente, es un pico que dura menos de un segundo y que igual le acelera el corazón. Julián lo mira sorprendido esta vez, como si no se hubiera esperado ese beso espontáneo.
—¿Qué pasa?
—Me sorprendiste nada más.
Enzo le sonríe. No sabe qué responderle, solo le salió besarlo. ¿Qué era eso que le preocupaba tanto hace unos minutos? Ya no importa. Se siente bien estar solos, sentados sin hacer nada, solo mirando el paisaje sin preocupaciones.
—Yo casi mato a un nene hoy —suelta Julián de la nada.
—¿Eh?
—En la excursión, estábamos en el barco y lo empujé a un nene con la mochila sin querer. Y casi se cae por la baranda.
—Hubiera sido espectacular.
—No, ni ahí, el pendejo maleducado me re puteó —se queja Julián, frunciendo la nariz.
La imagen mental es graciosa y se le viene a la cabeza esa vez que su madre lo castigó una semana por decir una mala palabra a los siete años. El recuerdo no es nada placentero pero igual le saca una sonrisa, es nostálgico. Enzo detiene su mirada en el rostro de Julián, como si de la nada hubiera olvidado cómo se ve.
—¿Te imaginas que nosotros nos hubiéramos conocido de guachines?
—Gracias a dios que no pasó.
—Vos seguro eras de esos nenes re buenitos, corte abanderado y esas boludeces.
Julián se ríe y Enzo toma eso como un sí. Es obvio con tan solo verlo.
—Y vos un pendejo re atorrante, te hubiera odiado.
—¿De pibe nada más?
—No, lo seguís siendo.
—Gracias, gracias —dice Enzo, levantando las manos a su lado.
—Insoportable.
—Odioso.
—Pensé que me ibas a decir que soy malo.
—No, ¿por? —pregunta Enzo inocentemente, sabiendo la respuesta de antemano.
—Por qué será…
Tiene razón. Es su chamuyo más quemado y Enzo hace la nota mental de no decírselo nunca más, solo porque sabe que es motivo de descanso y no quiere darle razones a Julián para burlarse de él. Solo es gracioso cuando es al revés, no cuando lo molestan a él. Enzo separa la mirada del lago cuando siente una calidez familiar contra su cuerpo. Julián está más cerca ahora que hace unos segundos y lo mira fijamente, como si quisiera hacer algo que no se anima. Conoce esa duda, esas ganas de tomar un paso adelante y no decidirse si es la mejor opción. Espera un rato a que lo suelte, pero los segundos pasan y el silencio permanece ininterrumpido.
—¿Qué?
—Nada.
—Ibas a decir algo recién.
—No —miente Julián.
Julián esquiva el contacto visual cuando Enzo intenta mirarlo a los ojos. ¿Qué ibas a decir? La curiosidad lo carcome por dentro y piensa en insistir un poco más a ver si cede, aunque sepa que es una mala idea. Julián es tímido y Enzo sabe que eso es un límite que no puede cruzar. Tampoco lo puede obligar a hablar, así que se conforma con sonreírle y agarrarlo de la mano. Tarde o temprano se va a enterar, de todas formas.
—Iba a decir que quería ir al baño.
Es mentira, es obvio que es mentira, pero Enzo decide seguirle el juego solo para no ponerlo más nervioso.
—No vayas al de acá.
—¿Por?
—Rodri estaba descompuesto esta mañana, andá a saber en qué estado está.
—Qué cagada.
—Literalmente —añade Enzo con un tono humorístico —Todos se enfermaron hoy, hasta Ota.
—No me vayas a contagiar nada vos o te mato.
—Me duele un poco la garganta nada más.
Julián abre los ojos y traga saliva, como si de la nada cayera en que hace un rato se dieron un pico y eso significara riesgo inminente de muerte.
—¿Y por qué no me avisaste antes? Te voy a matar.
—Es que te quería dar un beso.
—Mañana me levanto enfermo y te juro que te tiro de este balcón.
—¿Entonces no te puedo dar otro beso?
—No —sentencia Julián y niega con la cabeza.
—Uno nada más…
—No, no me quiero enfermar.
Julián le saca la lengua y Enzo se le acerca un poco más, con todas las intenciones de besarlo. No está enfermo de nada realmente y no le duele la garganta, pero le encanta ver cómo Julián se toma todo demasiado en serio. Sus brazos lo apartan como si tuviera la peste pero él es más rápido y apenas ve la oportunidad, le roba otro beso.
—Hiciste trampa.
—¿Vos decís?
—Te mentí hace un rato —admite Julián de la nada —Sí traje el regalo, solo me dio vergüenza dártelo.
—Vos me podrías una piedra y me la guardaría igual.
—No es eso. Me pareció que era muy cursi.
—A ver.
—Pero prometeme que no te vas a reír.
—No me voy a reír —le asegura Enzo con una sonrisa dulce —Te lo juro.
Julián le sostiene la mirada unos cuantos segundos como si estuviera corroborando que sus palabras son ciertas y que no se va a burlar ni decirle nada sobre su regalo –que Enzo todavía no tiene ni idea que es–. Es dulce saber que Julián se tomó el tiempo de buscar algo para él y Enzo se da cuenta que con eso es suficiente, ya le alcanza y le sobra con ese pensamiento, lo material no es necesario. Una calidez conocida se instala en su pecho. Es ese sentimiento tan particular que le causa Julián, amor o algo así. ¿Amor? Se pregunta mientras observa como su amigovio o lo que sea que sean abre el cierre chico de su mochila.
La curiosidad se apodera de Enzo y asoma su cabeza sobre el hombro del contrario, intentando ver qué es eso con lo que juega nerviosamente entre sus manos. Recibe un codazo a cambio y la mirada reprochadora de Julián, que esconde el regalo tras su espalda cuando se da vuelta para enfrentarlo. Cinco, diez, quince segundos en silencio. Enzo levanta una ceja esperando que alguien diga algo y Julián toma la iniciativa tras un largo suspiro apenado.
—No hace falta que la uses si no te gusta.
Su voz es casi audible y no lo mira a los ojos cuando lo dice. Es como si Julián estuviera más concentrado en memorizar todos los detalles del borde de la cama o de la pared que en verlo y su corazón un poco se derrite, porque no entiende cómo es posible que alguien sea tan así. Tan tierno, se le viene a la cabeza. Como la primera vez que lo vio limpiar su camisa manchada en Grisú.
—Pensé que los colores te iban a gustar —le explica Julián y recién ahí Enzo se toma el tiempo de mirar que es lo que tiene entre sus manos.
Las comisuras de sus labios se levantan automáticamente. Lo que yace sobre las palmas de Julián no es más que un cartón chiquito, de un color negro brilloso a lo que está atada una pulsera de dos hilos. Uno rojo y uno blanco. El patrón del hilado es simple y minimalista, nada exageradamente decorado ni llamativo. Solo son los dos colores que ama y es perfecto así.
—¿Te gusta?
—Sí —responde Enzo con la vista fija en la pulsera —Sí, me encanta.
Julián sonríe con los cachetes un poco colorados como si la respuesta lo dejara conforme, aunque la expresión nerviosa de su rostro no se va.
—Siento que te generé mucha expectativa por una boludez.
—No es una boludez.
—Se entiende.
—Me la voy a probar —dice Enzo, ignorando las palabras de Julián.
No tiene ganas de discutirle que nada de eso es una boludez y que es un detalle que no cambiaría por nada en el mundo. La pulsera le gusta, sí, pero es el pensamiento de Julián regalándosela lo que vale por todo. Podría haber sido cualquier cosa, no importa. Enzo agarra el cartón y lo separa de la pulsera ágilmente. La longitud es perfecta, seguro no le quede ni muy suelta ni muy apretada. No está acostumbrado a usar accesorios que no sean su cadenita con una cruz, pero siempre hay una primera vez para todo. Sus dedos acarician la textura suave del hilo encerado y sus ojos se detienen en el nudo sobre la punta.
Ahora que la ve más de cerca, se da cuenta de algo: en realidad son dos entrelazadas. La roja y la blanca, dos pulseras atadas en una. Una idea le llega de la nada y se apura en desatar el nudo que las une, porque de qué le sirve a él una pulsera si Julián no puede llevar una también. Cuesta un poco, pero tras unos segundos logra deshacer la atadura.
—La estás rompiendo.
—No —lo interrumpe Enzo y cuando por fin logra separarlas, le extiende la pulsera blanca —Esta es para vos.
Julián mira lo que sostiene entre sus dedos unos segundos sin saber qué decir y por algún motivo el corazón de Enzo se acelera.
—¿En serio me decís?
—Sí, una para vos y una para mi.
—Enzo.
—Que-
Los labios de Julián están sobre los suyos antes de poder terminar la frase. Es instantáneo como el cuerpo se le derrite de la nada, como si la tensión acumulada en sus hombros no hubiera existido nunca. Se siente diferente besarse ahora, en silencio y solos, en frío, sin el ruido y el calor que los envolvía en Roket. Más íntimo, de cierta manera. Sus manos encuentran la cintura de Julián naturalmente y Enzo sonríe contra la boca ajena, porque todo lo que necesitaba era eso. Julián y nada más, solo eso.
Cuando se separan, se toma el trabajo de buscar el encendedor de su mochila para sellar las pulseras de una vez, primero la blanca y luego la roja. El hilo encerado no tarda en derretirse y Enzo se graba esa imagen mental para no olvidarla nunca, el blanco envolviendo la muñeca de Julián y el rojo envolviendo la suya. Eso implica algo, algo que todavía le da un poco de miedo poner en palabras pero que significa mucho. Ahora va a poder llevar a Julián consigo a todos lados donde vaya y la idea le envía un cosquilleo agradable por la columna. Es una especie de pacto y Enzo traga saliva, sin poder sacar la mirada del hilo rojo.
Hay muchas cosas que se le vienen a la cabeza para decir en ese momento. Que está feliz de haberlo conocido, que nunca nadie lo hizo sentir así, que es el mejor regalo que le dieron en su vida, que tiene miedo de que todo se acabe y tener que volver a Buenos Aires. Los pensamientos son demasiados y Enzo decide guardárselos para sí mismo. No es necesario decir ni hacer nada, con el silencio alcanza. Julián está a su lado ahora y eso significa que todo está bien. ¿Para qué hacerse problema?
Los dedos se entrelazan por sí solos, con las muñecas se rozándose justo a la altura de las pulseras. Enzo mira el sol escondiéndose entre las montañas, el reflejo del lago y los ojos brillosos de Julián. No puede pedir más que eso.
Notes:
nada más adolescente y hermoso que enamorarte de personas que conoces hace cinco días. de paso: todo lo de cerro catedral está 100% inventado porque no tuve esa excursión. por último: pido perdón por la tardanza, mi vida está siendo un desastre y hago lo que puedo! vi a dillom, me echaron del trabajo, viajé a buenos aires, mañana rindo un final, entre otras cosas, pero siempre feliz de actualizar y escribir a estos dos enamorados.
Chapter 11: Capitulo 11
Summary:
emiliano descubre algo y enzo sospecha cosas
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Es recién en el quinto día del viaje que Enzo se da cuenta de algo.
Algo mínimo, un detalle al que realmente nadie le había prestado atención, pero que era terriblemente obvio. Enzo se preguntaba cómo podía pasar eso: tener algo en frente y que aún así se le pase por alto. De verdad: ¿cómo? Y ahora que tenía las pruebas en frente suyo, no podía creer que nadie se hubiera dado cuenta de eso en el transcurso de los cinco días del viaje. Cinco. Mucho menos podía creer que Emiliano fuera el primero en notarlo, lejos de ser la luz más rápida del grupo.
¿Tan en una estaba con Julián que no se había dado cuenta que Lionel tenía un anillo en el dedo anular?
Lionel tiene un anillo en el dedo anular.
Enzo intenta procesar bien la información durante la cena, el momento en el que Emiliano por primera vez en mucho tiempo decide decir algo inteligente. El comentario es más bien simple, una observación que hace su amigo apenas vuelve de servirse dos patas de pollo con puré, como si estuviera hablando del clima o del boliche al que van a ir esa noche. Pero en vez de decir “che, qué frío hace” o “altas ganas de llegar a Genux”, las palabras que salen de su boca son otras.
—Che, ¿vieron que el gringo está casado?
Es casi instantáneo como la mesa se sume en silencio, todos atónitos, esperando un remate que nunca llega. Emiliano se sienta con toda la tranquilidad del mundo y es recién después de ponerle sal a sus papas que añade:
—Posta, miren. Tiene un anillo.
Lionel tiene un qué.
Lejos de querer disimular su urgencia, Enzo se da vuelta y estira el cuello hacia el fondo del comedor, mirando hacia la mesa donde están todos los coordinadores sentados. Solo un par de metros los separan y no le cuesta reconocer la figura de Lionel entre las demás. El ángulo no es el mejor, para nada, pero sus ojos no le fallan y es tras unos milisegundos que consigue todas las pruebas que necesita: un brillo dorado en su mano derecha. Es innegable: Lionel tiene un anillo en el dedo anular. El dedo de los casados. O sea: Lionel está casado.
Sus ojos se mueven automáticamente hacia el resto de comensales, intentando identificar la mano de Pablo entre la de todos los coordinadores. No la encuentra. Enzo frunce el ceño y vuelve la vista hacia el resto de las mesas. ¿Dónde mierda está Pablo y por qué no está cenando con los demás?
—Debe tener mujer —comenta Rodrigo y Lautaro se ríe en voz alta.
—Pablo no es una mina eh.
—Son amigos nada más.
—Ya hablamos de esto… —se queja Nicolás, agarrándose la cabeza como si estuviera harto de esa conversación.
En algún punto de la tarde había surgido el tema con sus amigos y su chiste interno con Julián ya no era tan interno. Había posiciones distintas, claro, y la teoría había sido debatida intensamente toda la noche mientras se preparaban para ir a Genux. Es más, Enzo no recordaba que hubieran hablado de otro tema que no fuera ese. La cosa era así: mientras Lautaro y Emiliano respaldaban la idea de que pasaba algo entre ellos, Nicolás y Rodrigo sostenían que seguro solo eran amigos. Sí, amigos, ponele. La posición de Enzo era clara y tenía pruebas: la vez que había ido a pedir un ibuprofeno y los había encontrado juntos, en la habitación de Lionel. Aparte, su intuición raramente le mentía. Solo es cuestión de confirmarlo.
El problema es que Pablo parecía no estar en ningún lado.
Enzo suspira y mueve los ravioles de su plato con el tenedor. Ya deben estar fríos y la idea de comerlos a esa temperatura no le gusta mucho, pero tiene hambre así que se los termina igual. ¿Siempre tuvo el anillo? Como para sacarse la duda, prende el celular y busca entre sus archivos de la cámara la foto que se sacó la promo el primer día, apenas pusieron un pie en el colectivo y salieron para Bariloche. La imagen no tiene la mejor calidad del mundo, pero igual se ve algo. Y sí, el Lionel de ese día también tiene el anillo en el dedo.
Y sí, ellos nunca se dieron cuenta.
Le tengo que contar a Juli, se le viene a la cabeza como una revelación. Como si la necesidad del chisme fuera mayor a todo, Enzo se levanta de su lugar con la bandeja y mira hacia todos lados. ¿Siquiera está Julián en el comedor? No recuerda haberlo visto, pero igual hace el intento de chequear mesa por mesa a ver si encuentra esos rulitos que tanto le gustan. No tiene ni que intentarlo tanto, porque al cabo de unos segundos lo ve en la otra punta del comedor y ni lo piensa dos veces al acercarse a la mesa.
—Juli, no sabes lo que me acabo de enterar.
Julián levanta la cabeza desconcertado al verlo y Enzo se sienta en frente suyo a la velocidad de la luz.
—¿Eh? ¿Qué pasó?
—Perdón —dice Enzo de la nada, como recordando que en la mesa hay otras personas y que está quedando como un maleducado —Buenas, ¿cómo andan? Se los robo un rato.
Casi todos los que están ahí sentados, no más de cinco personas, le hacen un gesto con la mano a modo de saludo. Cristián, que está más enfocado en ver un partido de Belgrano desde su celular que en saludarlo, solo le asiente con la boca llena y sigue con lo suyo. La reacción del otro amigo de Julián, el tal Pau o algo así, no es tan parecida. Antes de que pueda abrir la boca para contarle su nuevo descubrimiento a Julián, lo interrumpe.
—¿Y vos sos?
Enzo parpadea. ¿Qué es ese tonito descansero?
—Paulo.
Julián no hace más que decir su nombre, pero en un tono amenazador que podría traducirse como un “callate”. Enzo parpadea una segunda vez sin entender muy bien la mala onda del tipo y decide hacerse el boludo.
—Soy Enzo —responde sin problemas y le extiende la mano por arriba de la mesa —Ya nos conocimos, fui a su habitación hace unos días a buscar una camisa mía.
—Ah, sí.
La mano de Enzo queda unos segundos en el aire y cuando entiende que Paulo no va a devolverle el saludo, vuelve a guardarla en el bolsillo.
Silencio.
Pelotudo.
—¿Pasa algo? —le pregunta Julián con el ceño fruncido.
—No sé, ¿pasa algo?
—Sí, que estás siendo un maleducado.
—Me parece que estás flasheando.
La expresión de Julián está entre totalmente desconcertada a hirviendo de la bronca y Enzo decide interferir antes de que se de una escena en frente suyo. ¿Le parece un ortiva de mierda el amigo de Julián? Sí. ¿Le da bronca su actitud sobradora de pibito cheto? También. Pero no quiere ni le interesa presenciar una riña de amigos. Y menos por culpa suya, porque entiende que el problema de Paulo no es con Julián. Es con él.
—Bueno, lo que te iba a decir —dice en un intento de distraerlo —No sabes lo que nos acabamos de enterar con los pibes. Te vas a caer de culo.
Julián, que todavía tiene una expresión medio afligida en el rostro, se da vuelta a mirarlo y sus facciones se alivian un poco.
—No seas vueltero, decime.
—Con una condición.
—¿Qué?
—Decime que me dijiste anoche en la previa.
Enzo levanta las cejas y mete la cuchara en el pote con la gelatina de frutilla. No estaba en sus planes sacar el tema, pero ya que se le vino a la cabeza puede intentarlo. Julián, por otro lado, solo niega con la cabeza.
—Ya te dije que no.
—Pero quiero saber… —insiste.
—Me da vergüenza.
—Entonces no te cuento lo que te iba a contar.
—Está bien, no me cuentes.
Julián vuelve a su plato con una sonrisa pícara y no le dice más nada. Qué culiado. Pero al menos le sirvió para distraerlo e ignorar a su amiguito, así que lo considera una victoria. Enzo come otra cucharada del postre y decide no insistir. Tarde o temprano se va a enterar, y el tema que le interesa charlar es otro.
—Bueno, lo que te iba a decir —dice con la boca llena de gelatina —Lionel está casado.
El tenedor en la mano de Julián cae contra la bandeja y él abre los ojos, incrédulo ante sus palabras. Se mantiene así un instante, parpadeando un par de veces como si no le creyera hasta que reacciona.
—Me estás charlando.
—De verdad te digo.
—No te creo.
—Juli —le afirma Enzo muy seriamente —No te estoy jodiendo, mirale la mano.
Enzo señala sin ningún tipo de discreción hasta la mesa donde están sentados los coordinadores y Julián, que tampoco intenta disimular, se gira con fuerza. Desde esa distancia no se ve igual de bien que desde la mesa de Enzo, así que tras unos segundos se rinde y vuelve a mirarlo.
—No vi un carajo pero te creo. ¿Y te diste cuenta recién hoy? —dice, levantando una ceja.
—Qué se yo boludo, no andaba mirándole la mano. Hay que ver si Pablo tiene uno igual.
—Creo que no tiene nada…
—La puta madre.
Julián niega con la cabeza y se gira hacia el resto de los comensales.
—¿Saben si Pablo usa algún anillo? —pregunta con un tono alto para que lo escuchen.
Cristián, todavía concentrado en el partido, ni siquiera se toma el tiempo de contestarle. Otro de los amigos de Julián, Nahuel si mal no recuerda, mira hacia la nada unos segundos y después niega con la cabeza.
—Me parece que no.
—Dios —se queja Julián y después lo mira con una expresión preocupada —¿Decís que Lionel tendrá mujer?
—No hay chance. Pero si no están casados al menos culean.
Julián le pega en la mano y se pone el dedo índice sobre la boca.
—Callate. Te van a escuchar —lo reta.
—Están en la otra punta del comedor, Juli. Aparte puede ser eso, capaz son amantes.
—¿Pero dejarse el anillo mientras le metes los cuernos a tu esposa con tu compañero de laburo? Es una banda, boludo.
—No sabemos. Primero tenemos que ver si Pablo tiene un anillo.
Paulo, que hasta el momento se había mantenido en silencio ignorándolos, deja el vaso de coca sobre la mesa y se vuelve hacia ellos con una expresión reprochadora.
—No hay que hablar de la sexualidad de la gente.
—Es un chiste Pau.
—Igual. No me parece gracioso.
Enzo resopla y se aguanta las ganas de reírse en la cara de Paulo. ¿Qué pelotudez está diciendo? No piensa ponerse a discutir, pero la escena de hace unos días atrás se le viene a la cabeza. ¿Cómo era que le había dicho Paulo a Julián cuando fue a buscar su camisa? Algo sobre “cómo vas a meter a ese turro acá”... Cheto de mierda.
—Estás insoportable culiado —le dice Julián de la nada y Enzo tiene que tomarse unos segundos para procesar lo que le dijo a su supuesto amigo.
Es raro verlo así de enojado. Julián, que normalmente es tímido y poco confrontativo, lo mira a Paulo como si fuera a partirle la bandeja en la cabeza en cualquier momento. Eso es algo nuevo. Pero se lo merece, no puede evitar pensar. Paulo parece no prestarle mucha atención a Julián porque ni siquiera le contesta, solo le devuelve la mirada a Enzo con una expresión de aburrimiento total. O más que aburrimiento, fastidio. Mmm… Si Julián no estuviera presente, quizás le diría algo. Quizás. Pero no quiere hacerle pasar un mal momento, así que Enzo se traga la molestia y le ofrece la sonrisa más falsa del mundo.
Julián, que lejos está de sonreír igual que Enzo, lo agarra de la muñeca y lo arrastra a una mesa vacía a un par de metros. Mejor.
—Me parece que no le caigo muy bien a tu amiguito —no puede evitar decir apenas se sientan.
—Dejalo, es así. No le des pelota. ¿Qué estábamos hablando?
Enzo vuelve a mirar a la mesa donde están sentados los amigos de Julián. Paulo solo mira su celular y parece sereno, como si ese intercambio extraño de hace unos segundos no hubiera sido nada. Necesito tantear las aguas, se da cuenta Enzo. ¿Julián sabe que Paulo gusta de él? No parece. Es una teoría nada más, pero conoce los celos y se ven exactamente como la escena de hace unos segundos.
—Gusta de vos.
—Nada que ver —responde Julián al instante.
—Es como si estuviera celoso.
—¿De qué?
—De que yo te gusto más.
Julián frunce el ceño pero se ríe al mismo tiempo.
—No.
—¿No te gusto más que él?
—Entendes cualquier cosa.
—A ver, explícame.
—Dios —se queja Julián pero igual le hace caso —Primero, Pau no quiere nada conmigo. Somos amigos nada más, no sé por qué está tan pesado. Segundo, a mi me gusta otra persona.
—¿Ah sí?
—Mhm.
—¿Y quién es esa persona? —le pregunta Enzo, acercando su rostro un poco más por encima de la mesa.
—Vos sabrás.
No puede creer que se esté chamuyando con Julián tan así, tan en frente de todo el mundo y no en la oscuridad de un boliche. Se siente nuevo. En la mesa de al lado puede ver a alguna de sus compañeras y aunque la idea le cause un poco de nerviosismo, sabe que las chances de que los estén escuchando son muy bajas. ¿Por qué no seguirsela y listo? No hacerse la cabeza, al menos una vez. Los ojos de Julián están achinados y Enzo solo puede pensar en llegar ya a Genux y comérselo en algún rincón donde nadie los moleste. Pero antes de que pueda contestar, un grito lo interrumpe.
—¡Enzo!
Enzo frunce el ceño y mira hacia su mesa, donde Nicolás lo está llamando con los brazos levantados. Qué mierda querrán ahora, no sabe.
—¡Ya voy! —grita de vuelta y se gira hacia Julián —Me llaman los pibes.
—Tranqui, anda.
Julián empuja la bandeja hacia adelante como si se hubiera llenado y le hace un gesto con la cabeza para que se vaya.
—Ah, una cosa —recuerda Enzo —Vamos a previar en mi habitación.
—Me cambio y voy.
—Te espero.
Es raro no despedir a Julián con un beso, así que Enzo se para en su lugar sin saber bien qué otra cosa decirle, si irse así nomás o qué. En su lugar, Julián lo saluda con la mano y Enzo le devuelve el gesto antes de volver a la mesa. Por algún motivo, tiene una sensación amarga en la boca.
★ ★ ★
La previa de esa noche no es muy diferente a la de los otros días.
Invitan a toda la gente que se cruzan de camino a la 306 después de cenar y vuelven a juntar todas las camas en la esquina de la habitación, para que la pista casera sea más grande. No es necesario poner de su alcohol porque la consigna es que cada uno traiga lo suyo, total ellos son anfitriones y pueden robar sin que les recriminen nada. Como siempre, el truco les funciona: Lautaro termina sacando una botella de ron de algún lado –nadie sabe si robada o donada– y una lata de Andes roja se materializa en la mano de Enzo. Es más que suficiente, al menos para la previa.
Así, entre juegos de shots y un trago de cada vaso que se le aparece en frente, la 306 se va llenando de gente. Rodrigo pone el parlante a volumen máximo y uno de sus compañeros cae con una bolsa de hielo para todos. Para cuando el reloj da las once y media de la noche, no hay espacio de la habitación que no esté ocupado por alguien. Enzo no sabe en qué momento toda esa gente aparece ahí, más que nada porque son casi todos desconocidos. No es eso lo que le molesta. Está acostumbrado a eso y un poco le gusta que el público se renueve cada día. Lo que pasa es que, de todas las personas que deciden ir a la previa esa noche, ninguna de ellas es Julián.
Julián no está ahí.
Dónde estás. Enzo se termina el último trago de la Andes roja y aplasta la lata con la mano. La cerveza estaba tibia y un poco aguada a ese punto, se la terminó solo para no tirar alcohol al pedo, o para ignorar el hecho de que el chico que le gusta no fue a verlo. La duda aparece en su cabeza otra vez y Enzo comienza a imaginarse todas las posibles razones por las que Julián podría no haber ido. No puede haberse quedado dormido, porque lo vio hace media hora; no puede haberse olvidado, porque hablaron de eso hace un rato; no puede haberse ido con otro, porque gusta de él, ¿o no?
¿O no?
Seguro está con Paulo en la pieza.
Qué ganas de hacerme la cabeza al pedo. La lata aplastada en su mano termina sobre la cama de Leandro y Enzo se levanta de su lugar, decidido a distraerse con algo. Plantarse al lado del parlante a escabiar no le va a servir de nada. Como si una idea brillante se le ocurriera, decide tantear en su bolsillo a ver si tiene sus Red Point. La etiqueta sigue en su lugar y Enzo se abre paso entre la gente para salir al balcón. Es una noche hermosa. Eso es lo primero que piensa apenas sale y es recibido por un cielo despejado y coronado de estrellas brillantes.
Se prende el pucho con un encendedor casi gastado y se queda mirando los autos pasar por la costanera, porque qué otra cosa puede hacer. El humo le cala hondo en los pulmones y es casi instantáneo como se siente mejor apenas la nicotina le pega. Qué lindo fumar con el frío que hace.
—Qué caripela.
Enzo gira la cabeza y ve de costado a Milena, su compañera de curso. Está tirada sobre el sillón del balcón y envuelta en una campera enorme que seguro es de Nicolás.
—Estoy del orto —admite.
—¿No vino tu novio?
Enzo ignora que Milena, por algún motivo que desconoce, sabe que Julián y él son algo. En su lugar, las palabras le salen solas como si las hubiera estado aguantando.
—No, no llegó. Todavía.
—¿Te plantó? Un pelotudo.
—Capaz le pasó algo, no sé —intenta defenderlo, porque es cierto que no sabe por qué no fue todavía.
—Igual, tampoco dejes que tu noche dependa de un chabón. Estamos en Bariloche, vinimos a divertirnos no a sufrir por chabones.
Sí, es verdad. Sus palabras, aunque evidentes, lo hacen sentir un poco mejor, como si de vuelta cayera en la realidad. Julián es un chico que le gusta pero que conoce hace un par de días. Y él vino a Bariloche a pasarla bien, no a andar atrás de él. Enzo se da vuelta y mira desde el balcón a toda la gente adentro. La vibración del parlante se siente en el piso, las chicas están bailando y el alcohol pasa de mano en mano. Podría ir a divertirse un rato, pero algo en todo eso se siente incorrecto.
—Tengo porro —le ofrece Milena, como si eso fuera a arreglar algo.
En un día normal le diría que sí, pero algo le da la sensación que se va a pegar un mal viaje si acepta. Aparte, puede ser que a Julián no le guste el olor o algo así, porque un poco tiene cara de santito que nunca fumó, así que mejor no. No sabe de qué le sirve pensar eso, si total Julián ni siquiera está ahí, pero igual niega con la cabeza y Milena se encoge de hombros. Otro día será.
—¿Y Ota?
—Se fue a buscar seda —dice ella y toma otro trago largo de pritiado —Ah, ahí está.
Nicolás aparece al lado suyo con una cajita verde de sedas y una bolsa con varios filtros. Lo saluda a Enzo con la cabeza y se pone a hacer lo suyo sin decir mucho. En cuestión de un minuto arma el porro y saca el encendedor, asintiendo al ritmo de la música. Enzo no tiene ni idea de qué canción están pasando, pero igual la tararea por lo bajo como para hacer algo con el cuerpo, porque no sabe cómo matar el tiempo. Bueno, en quince minutos tienen que ir a Genux, no falta tanto. Pisa la colilla del cigarrillo con la zapatilla y cuando levanta la mirada usa toda su fuerza para no revolear los ojos.
Ahí, en frente suyo, Nicolás y Milena están chapando como si no se hubiesen visto por diez años. La concha de mi madre, encima me clavé al lado de los dos enamorados.
Las manos de su amigo recorren todo el cuerpo de su novia y Enzo aleja la mirada, sin saber si cagarse de risa o irse a la bosta. Elige la segunda opción. No quiere ver eso y tampoco van a darse cuenta de que se fue, así que camina hacia adentro sin problema y se agarra el primer vaso que ve. Es un vino blanco con hielo, otra bebida de la que no es muy fanático. Igual se lo toma todo y decide quedarse un rato chusmeando que es lo que están haciendo sus amigos. A Emiliano no lo ve por ningún lado, pero por algún motivo escucha sus gritos desde lejos. Alguna travesura estará haciendo, muy seguramente. Todos los demás a excepción de Leandro están en una ronda jugando a algo y Enzo decide pararse al costado, solo a ver y distraerse. No pensar en Julián, al menos por un rato. No pensar en dónde estará o con quien.
Mientras todos se ríen, concentrados en bailar o en reírse de lo que sea que esté pasando en el juego, Enzo no puede evitar sentirse un poco ajeno a toda esa escena. Quizás sea el alcohol que le está pegando mal para una de esas noches donde estar ebrio significa ponerse emocional, pero una sensación de incomodidad lo invade de la nada. ¿Por qué estoy acá si no la estoy pasando bien? Lo único que tiene ganas de hacer es irse, no importa si con Julián o solo, pero irse de ahí. Enzo inhala y se fuerza a prestar atención a lo que está pasando a su alrededor. No puede dejar que la escena de Paulo y Julián en el comedor le afecte tanto. Es una pelotudez, se repite una y otra vez, intentando convencerse a sí mismo.
—Jereee.
Enzo sale de su trance y mira hacia el suelo. Lautaro, que está sentado en el piso con un vaso de shots vacío y una botella de ron, le abraza la pierna y le apoya la cara contra la rodilla como si fuera una almohada. Dios.
—No me digas así. Y soltame.
—Es un chisteee —responde Lautaro, alargando la e de vuelta.
No tiene ni que mirarlo de más para darse cuenta que está muy en pedo. Tampoco recuerda haberle dicho nunca a nadie jamás, ni siquiera a sus amigos, que su segundo nombre es Jeremías. Cómo se enteró Lautaro de eso es un misterio. Enzo amaga a correr la pierna y falla en el intento. El agarre en su tobillo es fuerte y lo empuja hacia la ronda donde están todos jugando.
—Soltame culiado.
—No.
—Vení a jugar, cagón —dice esta vez Rodrigo, levantando el vaso que tiene en la mano.
—¿A qué?
—Verdad o reto.
—¿No se saben otro juego?
—Mirá como arrugas.
La puta madre. Es lo último que quiere hacer en ese momento, de verdad. Lo que necesita es buscar a Julián, no ponerse a boludear en un juego de previa que le interesa poco y nada. Pero el ataque a su ego en público lo deja dudando y Enzo se queda un instante mirando la botella de vodka en el medio y el vaso de shots. Ya fue. Mientras más rápido salga de esa situación, mejor.
—Reto.
Rodrigo sonríe y hace un gesto con la mano a la rubia sentada a su lado.
—Sofi, te toca decir el reto para Jere.
—Es Enzo.
En la ronda están sentados casi todas personas que no conoce, a excepción de unos cuantos que ya ubica porque aunque sean de otras promos, son del mismo piso. Quién chota es Sofi, eso sí que no sabe. Compañera suya no es, así que calcula que será alguna de las chicas del hotel que Rodrigo invitó. Sofi, que todavía no dijo nada, lo observa a Enzo con una sonrisa tímida. Enzo conoce esa mirada. ¿En qué mierda se metió?
—Eh… —duda un poco, mirando hacia los lados como si buscara inspiración —Ay, no sé qué decir.
—Dale boluda.
Otra chica que está sentada al lado de ella le pega un codazo y le dice algo al oído que hace que Sofi se ría, como quien se cuenta un secreto por lo bajo en el curso. Es tras unos segundos de idas y vueltas entre ellas dos que Sofi toma un trago de su vaso y tras inhalar, levanta la mirada y lo mira fijamente a Enzo.
—Jere, te reto a pasarme tu ig.
Es instantáneo como se escucha un “uhhh” por parte de toda la habitación. En qué mierda me metí. La chica, Sofi, mira a su amiga con una sonrisa satisfecha y a Enzo le dan ganas de meterse debajo de la rueda de un camión. ¿Por qué no se negó a jugar y se fue a buscar a Julián? Casi todos están riéndose de la escena y haciéndole jodas a la chica, esperando a que Enzo le conteste cuando lo único que quiere es estar lejos de ahí. Saber qué es lo que está haciendo Julián que no fue a verlo, no chamuyarse a una piba que no conoce y que no le interesa.
Él quiere a Julián nada más.
Enzo escucha un ruido de fondo y quizás sean todos hablando entre sí, cantando la canción que pasan por el parlante o diciéndole que conteste. No sabe y no quiere saber tampoco, solo se queda con los ojos fijos en el rojo intenso de la pulsera que le regaló Julián esa tarde. Sofi todavía lo está mirando y cuando Enzo por fin le devuelve la mirada, se da cuenta que no puede hacerle eso a Julián. El celeste de sus ojos es hermoso, pero no son los ojos que él quiere ver esa noche.
En un gesto rápido, se acerca a la botella de vodka en medio de la ronda y toma un trago largo.
Listo, ya está. Enzo no se toma el tiempo de mirar la expresión de la chica o ver si alguien dice algo, porque huye rápido hacia la puerta de la habitación. Un poco forro, sí, pero no quiere saber nada con toda esa gente que no conoce.
Faltan menos de diez minutos para salir a Genux y todavía tiene que buscar a Julián. Eso es lo importante. Hay una esperanza dentro suyo, aunque quizás tonta o ilusa, de que quizás le haya pasado algo. Podrían ser muchas cosas: se habrá colgado hablando con sus amigos o habrá tenido una crisis de outfit a último momento. No sabe, pero es lo que va a averiguar. Enzo sale al pasillo con una lata de Quilmes que le roba a Emiliano y se encamina en el corto trayecto de la 306 a la 210. Solo un piso los separa, así que apura el paso pensando en qué decirle o hacer cuando llegue.
“Hola Juli, ¿por qué no viniste a la previa?”
“Juli, te re extrañé la hora que no nos vimos”
“¿Sabías que me duele el corazón cuando no estoy con vos?”
“Juli: ¿Paulo o yo?”
Basta, se dice a sí mismo. ¿Qué es ese hábito que se está agarrando de sobrepensar todo? Aparte, si Julián le dijo que no pasa nada con Paulo es porque no pasa nada y listo. Tiene que confiar en él, no es muy difícil. Enzo toma un trago largo de la Quilmes aguada que tiene en la mano y se acomoda la remera blanca. Baja las escaleras a la velocidad de la luz y con cada paso sus latidos se aceleran un poco más. Es esa sensación que le agarra cuando sabe que va a ver a Julián. Emoción, felicidad, una mezcla de ambas.
El pasillo del segundo piso está lleno de personas saliendo de sus habitaciones para bajar al lobby. En cualquier momento se van a hacer las doce y Julián no parece estar en ningún lado, al menos no ahí. Cuando Enzo llega a la 210, toca la puerta con dos golpes secos y se queda parado con expectativa. Siente las manos incómodas así que las guarda en los bolsillos de sus jeans. No sabe por qué se siente nervioso, quizás porque es la segunda vez que va a la habitación de Julián. Y así se queda mirando la madera blanca de la puerta, esperando un saludo del otro lado que nunca llega.
La manija nunca se mueve, la puerta nunca se abre, Julián nunca lo recibe del otro lado. No hay nadie en la 210.
Enzo suspira y vuelve a tocar, otra vez sin respuesta. Bueno, puede ser que ya esté en el lobby. La previa en la 306 debe estar terminando también y es probable que sus amigos estén bajando. Sintiéndose un poco derrotado por la situación, vuelve a tomar de la lata como para hacer algo mientras va a la planta baja. ¿Por qué le afecta tanto estar lejos de Julián? No tienen doce años, están grandes para esa intensidad. Aunque bueno, el intenso pareciera ser él, no Julián.
Como si toda su esperanza aflorara de la nada misma, unos rulos castaños aparecen a lo lejos.
Julián sale del ascensor usando, para su sorpresa, una camisa blanca sin ninguna mancha de vino. Enzo sonríe y contiene sus ganas de correr hacia él y estamparlo de un beso contra la pared, un poco porque hay gente y otro poco porque le surge la necesidad de ocultarle su intensidad. La sonrisa de Enzo desaparece igual de rápido que como llega.
Julián no está solo. Al lado suyo, Paulo camina con una expresión divertida, riéndose de un chiste del que Enzo no es parte. Las carcajadas de Julián le llegan desde la otra punta del pasillo y su pecho se desinfla como si se hubiera quedado sin aire. ¿Qué hacen esos dos ahí? ¿Por eso Julián no fue a la previa? ¿Para estar con Paulo? Enzo aprieta la mandíbula y siente como la lata en su mano se abolla. Tanta preocupación, ¿para qué? La sonrisa de Julián que tanto le gusta se ve incorrecta al lado de otra persona, no debería estar así con alguien más, no con nadie que no sea él.
Paulo y Julián se paran frente a la 210 y antes de ver como entran solos a la habitación, Enzo tira la lata al piso y toma las escaleras para bajar al lobby.
Soy un pelotudo.
Notes:
pensaron que me fui?
Chapter 12: Capitulo 12
Summary:
genux es un lugar donde pasan cosas
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Para cuando Enzo llega a la puerta de Genux, decide mandar a la mierda su plan de no pasarse de alcohol esa noche. Lo primero que hace es bajarse de lleno lo restante del Smirnoff de frutos rojos sin gaseosa ni energizante: vodka puro que le hace arder la garganta como nunca. Lo segundo que hace, una vez que entra al boliche, es ir a la barra y pedirse un vaso de fernet.
Es estúpido, es totalmente una mala idea y Enzo lo sabe. Tomar para olvidarse ciertas cosas, un hábito que odia pero que no puede evitar. ¿Qué más puede hacer? ¿Volver a la habitación solo y encerrarse hasta que se le pase la pena? No. Ni ahí. Enzo no va a perderse una noche porque Julián decidió irse con otro pibe. No piensa hacerse eso. Pero entre aislarse y tomar excesivamente tampoco hay tanta diferencia, porque Enzo sabe que la noche va a terminar de la misma forma: él pasándola como el orto. Como si no la estuviera pasando mal en ese mismo momento.
La música suena demasiado fuerte, más de lo que le gustaría. A lo lejos puede ver a Emiliano haciendo equilibrio con un vaso en la cabeza mientras todos lo rodean y la escena le causa todo menos gracia. No tiene ganas de nada. De pegarle una piña a Paulo y quizás a Julián, pero hasta ahí.
Al contrario de lo que él quisiera, la sensación de frustración no desaparece a medida que el fernet en su vaso va bajando. En realidad, es como si todos sus pensamientos se multiplicaran por cien. La frustración se transforma en ira mientras más toma y Enzo se contiene de pegarle una trompada al pibe que lo empuja sin querer cuando pasa al lado suyo. No es el tipo de persona que se pelearía en un boliche, para nada, pero sus manos están inquietas y cada cosa que normalmente le molestaría ahora pareciera ser diez veces más desagradable.
¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué en vez de ir a hablarle a Julián y aclarar todo tiene que encapricharse como un nene, enojarse como si tuviera tres años?
Parezco una mina. El pensamiento le genera más bronca todavía y Enzo pasa el último trago de fernet evadiendo una arcada. Abandona su lugar en la barra rápidamente, buscando qué hacer con su cuerpo para evitar explotar contra algo (o peor todavía, alguien). Quizás lo mejor sí sería volver al hotel. Quedarse solo un rato, descansar la cabeza y quebrar tranquilo en el baño para evitarle las molestias a sus amigos. Con suerte, lo de quebrar no va a pasar, pero al menos estar en soledad va a ahorrarle problemas. Sí, voy a volver al hotel, decide y emprende camino hacia la salida.
Sus piernas se mueven atontadas y sus sentidos no funcionan con plenitud. No es nada nuevo, sabe que no está ni la mitad en pedo de lo que podría estar. La distancia hacia la puerta se va acortando hasta que-
—Mirá a quien me vengo a encontrar —comenta una voz por detrás suyo y Enzo la reconoce al instante.
Su cuerpo funciona con lentitud así que se da vuelta despacio, apoyando un brazo en la pared para disimular que le cuesta un poco caminar. Solo un poco.
—Sara —dice él y recibe una expresión rara a cambio del saludo —Hola.
—Sofi era.
—Casi.
Ella se apoya contra la pared de la misma manera que Enzo y le sonríe, pasando por alto el hecho de que ni siquiera recordaba bien su nombre. La escena de la previa se le viene a la cabeza y una sensación de culpa lo invade otra vez. Cortarle el rostro y en frente de todos por un juego no fue su mejor idea, pero qué idea suya no fue mala esa noche. Ninguna.
Sofía señala la puerta con la cabeza y esta vez sí lo mira a los ojos.
—¿Tan rápido te vas? Son la una recién.
—Me siento un toque mal —explica Enzo sin saber por qué está respondiendo cuando podría evitar la conversación e irse —Estoy mareado.
Es mentira que está mareado, aunque sí se siente un poco mal. Solo un poco, repite. Enzo espera que la excusa funcione, que ella entienda que quiere irse, pero Sofía lo agarra del brazo como si no hubiera escuchado nada de lo que le dijo.
—Quedate un rato más. Te cuido.
Enzo abre la boca para responder y se queda en blanco. Puede ser que esté más en pedo de lo que pensaba o que no aguante más nada, porque cuando por fin reacciona, las palabras que salen de su boca no son exactamente lo que había pensado.
—El que me gusta me dejó clavado.
Sofía abre los ojos con la mano todavía sobre su brazo y Enzo parpadea, asimilando lo que él mismo dijo. Eh . Las palabras quedan colgando en el aire unos segundos hasta que el agarre en su bicep desaparece, un nudo formándose en la boca del estómago. La mandíbula se pone tensa al instante y una sensación de espanto lo recorre de arriba a abajo.
—Ay —dice ella con la voz aguda —No me di cuenta que eras… Perdón.
—No soy puto —se apresura a aclarar Enzo con una urgencia que no sabe de dónde viene —Es complicado.
—¿No?
—No.
Un calor le sube al cuello y Enzo intenta convencerse que es porque el boliche está explotado, no por otra cosa, no por nada raro. Sofia parpadea y él traga saliva. La música sigue sonando, los dos se están mirando en silencio y Enzo siente que va a vomitar solo por la incomodidad que siente en todo el cuerpo.
—Me voy. Nos vemos.
—Chau —dice ella y al instante lo vuelve a agarrar del brazo —¿Estás seguro que podes volver solo?
—Tranca. Me manejo.
Enzo se da vuelta y sus piernas hacen lo posible por huir de esa situación con la poca fuerza que les queda. Escucha que Sofía le dice otra cosa pero ni siquiera la entiende, tampoco la quiere entender, ¿qué quiere en realidad? Un escape, aire fresco, un pucho para vencer el mareo, algo así. Camina dos pasos agarrado a la pared y abre los ojos con horror cuando ve a la persona que se le aparece enfrente. Julián se materializa en su cara de la nada misma y Enzo se prepara para huir hacia otro lado. Julián, de todas las personas.
Dios. Por qué ahora.
Pero Enzo no se escapa y suelta la pared, aparentando una sobriedad que no tiene. A pesar del par de vasos encima, se da cuenta de dos cosas. Primero, que Julián está radiante y hermoso (como siempre, solo un poco más de lo usual). Podría ser por la forma en que las luces multicolor del boliche le suavizan las facciones o por la remera apretada que está usando, que a Enzo le encantaría arrancar si no fuera porque la ira y la incomodidad y todo es más fuerte que cualquier pensamiento impuro. Segundo, que no solo Julián está hermoso, sino también enojado. La curvatura de sus cejas es el indicio más obvio y Enzo se pone a la defensiva al instante, porque si hay alguien con el derecho a estar enojado ahora mismo esa persona no es Julián. Cualquiera menos él.
—Enzo, te estaba buscando.
—Ah —es todo lo que le dice.
—¿Quién es ella?
Enzo se da vuelta y mira a Sofía, que se gira para irse apenas nota los dos pares de ojos sobre ella. Decisión inteligente.
—Una chica de la previa.
—¿Qué estaban haciendo?
—¿Y qué estabas haciendo vos con Paulo en el hotel?
Las palabras salen solas sin tiempo para arrepentirse. Julián abre los ojos y se queda en silencio un segundo, pero se repone rápido y niega con la cabeza. A que no te esperabas esa, piensa Enzo con molestia y resopla entre dientes.
—Nada —responde Julián con la voz un poco aguda —Y yo te pregunté primero. ¿Qué estaban haciendo recién?
—Nada.
—¿Estás enojado?
—¿Qué te parece?
La voz le sale un poco más fuerte de lo habitual y Enzo se pregunta si es por el alcohol o la rabia que está contestando así. Bueno, no le puede echar la culpa de todo al alcohol tampoco.
—¿Es porque no fui a la previa? —pregunta Julián y Enzo decide no decir nada porque la respuesta es más que obvia —Si es por eso, me colgué nada más.
—Con Paulo te colgaste. En su habitación.
Y otra vez el silencio. Julián abre la boca, la cierra, gira la cabeza hacia un costado y cuando se queda sin gestos por hacer responde.
—¿Nos estabas espiando?
—Sí —admite Enzo sin ningún problema, porque a este punto le importa un carajo todo —Se ve que estabas ocupado con tu amigo.
—¿Estás celoso? ¿Es eso?
—Dejá de hacer preguntas pelotudas y respondeme.
Y entonces las palabras mágicas de Julián:
—Calmate.
La mandíbula se le pone tensa al instante, evitando cualquier respuesta que pueda darle. Es lo mejor que podría hacer en ese momento, callarse e irse, no decir nada, no mandar a la mierda a Julián, no nada. Silencio y ley de hielo. Nada de eso evita la rabia colérica que empieza a acumularse en su pecho.
—Enzo-
—Soltame.
—Escuchame-
—Dejame en paz.
No es un grito, no es un llanto. Las palabras de Enzo salen secas, claras, estériles. Es una orden que Julián entiende al instante. La mano en su hombro desaparece y Enzo no entiende qué le da más bronca, que Julián acepte tan rápido la derrota o que lo haya molestado tanto. Ambas cosas. No le toma más de un segundo darse la vuelta y hacerse camino entre la gente, cualquier cosa por irse lejos a quién mierda sabe dónde. La concha de la lora, repite como un mantra en su cabeza.
Todo porque me gusta un pelotudo, piensa Enzo con molestia mientras marcha por toda la pista buscando alguna cara conocida. ¿Cómo le va a decir “calmate” a alguien que está enojado? ¿Es así de tarado? Sí es , vuelve a afirmar y por un momento el pensamiento le da pena.
Busca con la mirada a alguno de sus amigos, esperando encontrar a alguien para distraerse, pero no hay nadie allí excepto desconocidos. Se siente tan diferente del Enzo de las primeras noches, de ese Enzo que con dos o tres palabras ya conseguía un grupo para bailar. Ahora todo lo que quiere hacer es encontrar a sus amigos y secuestrar a alguno para que lo escuche lamentarse toda la noche. O tirarse al lago con la temperatura helada y morir de hipotermia.
Si no se descarga va a explotar.
Esta vez no le toma mucho tiempo encontrar a su curso, primer piso al lado de la escalera. Una ubicación de mierda si le preguntan, porque la gente sube y baja a cada rato y no se puede bailar tranquilo. Igual se acerca, ojeando la segunda barra desde lejos y pensando en cuántas noches más le tirara la billetera. No muchas. Bueno, siempre es una opción robar de alguien más. Enzo se hace camino entre sus compañeros y agarra un vaso que encuentra al borde de la escalera. Ya fue .
¿Está bien tomar solo para ignorar todo lo que pasó más temprano? La pregunta deambula un rato por su cabeza mientras se baja el fernet aguado y es olvidada apenas se posa una mano sobre su hombro.
—Vas a quebrar.
Enzo no tiene ni tiempo de girarse cuando la persona le arrebata el vaso de la mano.
—¿Qué sos, mi vieja?
—Háblame bien —le responde Emiliano y estira el brazo para que Enzo no alcance el vaso.
—Devolveme eso.
—No.
—Lo pagué.
—Me chupa un huevo.
—No tomé casi nada.
—Me chupa un huevo.
La concha de Emiliano y sus casi dos metros de altura. Enzo sabe que está muy lejos de quebrar, conoce sus límites más allá de todo. Por eso no entiende por qué carajos a Emiliano le pinta hacerse el responsable él, como si él no terminara diez veces peor que Enzo todas las noches. Es fácil sospechar.
—¿Te mandó Julián?
—No —vuelve a negar Emiliano, pero Enzo conoce demasiado a su amigo y sabe que es un mentiroso terrible —Sí, pero porque dijo que a él no lo ibas a escuchar.
—Tiene razón.
Enzo mira hacia los lados buscándolo, más por instinto que por otra cosa, pero no encuentra nada más que gente desconocida. No ve a Julián, solo a su curso y a Emiliano que lo agarra del hombro y que aleja el vaso a medio tomar a una altura que le es imposible de alcanzar.
—¿Qué pasó?
—Es todo un tema. Qué sé yo —responde Enzo, sin saber si prefiere descargarse o irse a dormir. Ojalá tuviera a Paulo en frente para pegarle una trompada.
—Cabeza dura que sos. Vení, vamos con los pibes.
—No tengo ganas de bailar—insiste y amaga a escapar del agarre de su amigo —En serio, estoy del orto.
—Pero escuchá: volvemos con los pibes, rompemos las bolas un rato y si te seguís sintiendo mal te llevo al hotel. No te cagués esta noche porque no repetimos Genux.
—Es que… —Enzo busca las palabras sin éxito —No sé boludo.
Emiliano levanta las cejas y Enzo abre la boca para decir algo más, pero sus ganas de pelear se agotaron hace rato. El argumento de Emiliano lo convence poco y nada. No sabe si quiere seguir bailando, volver al hotel, pegarle una trompada a Paulo donde sea que esté o tomar tres vasos más de fernet, quizás todo eso y en ese orden, así que solo asiente y se deja arrastrar por su amigo hacia el medio de la pista. Genux no es tan grande y Enzo arrastra los pies hacia la ronda donde están sus amigos y un par de chicas de por ahí.
—Hermanitoooo —lo saluda Lautaro apenas lo ve y le ofrece su vaso de algo, que Emiliano intercepta antes de que llegue a destino.
—Enzo está baneado de tomar.
—¿Nada de nada?
—Nada de nada.
La orden es clara y sus amigos no piden más explicaciones que esa, pero Rodrigo igual le pasa un trago de daikiri apenas Emiliano se da vuelta para hablar con alguien. Es un gesto simple que lo hace sentir un poco mejor, así que Enzo se pasa la siguiente media hora tomando un trago de cada cosa cuando se escapa de la vista de Emi, que muy atento no está tampoco. Y si saca a bailar a un par de chicas es problema suyo.
Qué más da a ese punto.
★ ★ ★
Son las 4:03 de la mañana cuando Enzo se acuerda de Julián.
¿Cuánto tiempo pasó desde la pelea? ¿Dos, tres horas? El tiempo se desdibuja en su mente y Enzo intenta recapitular todas las cosas que pasaron en la noche en Genux. Nada nuevo, nada muy interesante. Baile, tragos, un par de chicas lindas que no se animó a chaparse –eso sí ya es un montón–, lo de siempre. Pero si algo agradece es el porro, cortesía de Lisandro.
No se siente fumado, fueron un par de secas nada más. Algo para relajar y sentirse más liviano. Enzo inhala con fuerza. Ya puede caminar bien, no se siente mareado, la energía que siente en todo el cuerpo le dan ganas de jugar un partido, hacer algo con esa inquietud. Nada de eso quita que el calor de la bronca desapareció y todo lo que queda es una punzada débil de recelo. No es su mejor estado pero sigue siendo mucho mejor que antes. Gracias Licha .
Julián parece haberse rendido en seguirlo después de la pelea, hace un largo rato que no lo ve dando vueltas. Por suerte. No es un problema con el que quiera lidiar esa noche, o en cualquier momento. Es más, si pudiera ignorarlo para siempre lo haría. No serviría de nada, reconoce en el fondo. Enzo se mira la muñeca y lucha contra las ganas de arrancarse la pulsera, impulso al que obviamente no va a ceder. No aún. ¿O sí? ¿Cuándo la gota rebalsa el vaso?
—Te está mirando tu novio —le dice una voz a su lado.
Lautaro se ríe y se calla al instante cuando ve el rostro serio de Enzo.
—No es mi novio.
—Uh, ¿pelearon?
—¿Qué se te ocurre?
Su amigo se encoge de hombros.
—Igual, no daba bailar con otras minas.
—No tenes idea de nada —responde Enzo a secas.
¿Tiene razón Lautaro? Puede ser. ¿A Julián le importó haber pasado parte de la noche con Paulo? Seguramente no, así que están mano a mano. Ojo por ojo, diente por diente.
Tampoco le genera tanta culpa. Hay algo divertido en eso, en no tener que ser siempre él el que sale a buscar a Julián, en dejar que por primera vez alguien lo busque a él. Y si es muy honesto consigo mismo, se sintió un poquito bien ver los ojos arrepentidos de Julián a la distancia y hacerse el boludo, como si pudiera refregarle en la cara que puede divertirse solo, que hay un montón de gente en Genux con la que podría estar esa noche. Así que si Julián quiere estar con él que se lo gane, como tuvo que hacer Enzo todos los días anteriores. Simple.
No sabe bien qué es lo que busca con eso. No es que esté enojado con Julián tampoco, ya no. La ira desapareció hace un rato largo, más por el porro que por otra cosa. O porque en el fondo sabe que enojarse con Julián por mucho tiempo es al vicio. En fin. Lo que siente en ese momento es un híbrido extraño entre placer e incomodidad, más que nada cuando Julián tiene clavados los ojos en su nuca hace más de diez minutos.
Lautaro no dice más nada y le da una palmada en la espalda cuando ve que alguien se está acercando a ellas por atrás. Momento de huir.
—Enzo. Necesito hablar con vos, en serio.
Hablando del rey de Roma. Enzo no se da la vuelta y le responde sin mirarlo ni siquiera.
—¿Acá en el boliche?
—Donde sea. Por favor.
—Están pasando buenos temas, mañana hablamos.
Enzo no sabe por qué le dice eso, si es para molestarlo o para huir de una conversación que necesita pero evade al mismo tiempo.
—Te tengo que decir algo importante.
—Después me decis, tengo que ir a mear.
No es la mejor excusa que se le ocurre. Fue al baño hace veinte minutos pero Julián no tiene por qué saber eso. Enzo huye de la escena a una velocidad sorprendente y exhala con horror cuando siente la presencia de Julián siguiéndolo por atrás. Esta vez no se va a rendir tan fácil, se ve.
—¿Qué vas a hacer? ¿Tenerme la pija mientras meo? —le pregunta cuando llega a la bacha del baño.
—Si vos queres.
La respuesta lo descoloca un poco.
—Anda a tenerle la pija a Paulo.
—No, gracias.
Un chico que está en el mingitorio se sube el cierre de los jeans y los mira raro cuando pasa al lado suyo, sin lavarse las manos ni decir nada. Enzo ha tenido conversaciones más raras con cualquiera de sus amigos en público, no hay nada de lo que escandalizarse. Julian todavía lo mira e inhala fuerte antes de hablar.
—Escúchame-
—Mañana.
—Deja de cortarme.
Enzo prende la canilla aunque no tiene por qué lavarse las manos, solo por hacer algo con las manos.
—¿Me perdonas?
—Mmm… —murmura Enzo, sin saber qué decir. Qué disculpas de mierda.
—Dale.
El agua corre y aunque no tiene jabón, Enzo se concentra en limpiarse las manos ya limpias. Se frota los dedos uno por uno y por algún motivo ignorar a Julián lo hace sonreír por dentro.
—¿Te puedo dar un beso?
—¿Eh?
—Quiero que volvamos a estar como antes. Como ayer a la tarde.
Enzo ignora las implicancias de eso y lo mira como si le hubiera salido un tercer ojo mientras se seca las manos en el jean. No es muy difícil darse cuenta que Julián no es muy bueno con sus palabras. Ni con sus acciones. Se muerde la lengua para evitar decir eso y en su lugar responde:
—¿Te pensas que con un beso te voy a perdonar?
—¿Sí?
—Te equivocas.
—Dejá de hacerte el difícil —se queja Julián.
El comentario lo exaspera un poco. ¿Desde cuándo Julián tiene derecho a quejarse de las cosas?
—¿Qué tengo que hacer para que me perdones?
Se me ocurren un par de cosas, piensa Enzo. El rostro de Julián se ve golpeable y besable en partes iguales. Se inclina más por lo segundo. Odia que Julián tenga razón. En el fondo sabe que es verdad: es capaz de perdonarlo con un beso.
—Lo que sea-
Una mano en su pecho lo interrumpe a medio camino. Enzo se asegura que no haya nadie más en el baño y lo empuja a Julián contra el último cubículo. La puerta se abre y se cierra haciendo más ruido del que debería y a Enzo no le podría importar menos lo que está pasando afuera de esas cuatro paredes. Lo que necesita –al que necesita– está ahí enfrente suyo, con los ojos abiertos y las manos agarradas a los azulejos blancos. ¿Qué puede hacer él con tanto? ¿Qué puede hacer con todo eso que siente, todas esas ansias, deseos, rencores, anhelos? ¿Qué le queda excepto besar a Julián?
No. Todavía no.
Una canilla se prende, puede oír una conversación a lo lejos, la música hace vibrar las paredes, allá afuera hay un mundo de gente pasándola bien, todo eso no significa nada.
—¿Qué haces? —la voz de Julián se suma a la orquesta de sonidos, pero no es lo que necesita escuchar.
—Callate.
—Enzo-
—Callate.
Su orden es atendida con obediencia y Julián aprieta los labios en una línea fina. Qué hago encerrado en un baño con un chabón, es todo lo que puede pensar Enzo. Ninguna de las preguntas que pueda hacerse tienen respuesta, no vale la pena pensar todo tanto.
Julián alterna la mirada entre su rostro y el suelo, hay algo en todo eso que no entiende y a Enzo le gustaría decirle que él tampoco sabe a qué se refiere, no tiene ni idea qué decirle en ese momento. Entonces lo mira a los ojos y piensa en ese Julián de hace unas horas, el que salió riéndose de su habitación con otro chico. No parecen la misma persona. Entonces escupe toda la ira y el deseo y la incertidumbre en una sola pregunta:
—Decime, ¿te gusta Paulo?
—No.
La voz de Julián tiembla y el tiempo se detiene por unos segundos hasta que continua:
—Sabes que el que me gusta sos vos. Me gustas vos, Enzo, solo vos.
Listo. Las explicaciones largas pueden quedar para más tarde. El corazón se le acelera a una velocidad descomunal y un arrebato lo invade.
—Decime que soy mejor que él.
Julián abre los ojos y Enzo lo corta antes de que pueda decir algo.
—Decilo. Dale.
—Sos mejor que él.
Con una determinación que no sabe si es por la rabia acumulada o por las ganas, lo empuja contra la pared de cemento del baño y lo besa con esas miles de emociones. El choque es violento, Julián se tropieza contra el inodoro, se agarra de donde puede sin separarse un segundo de la boca de Enzo. Hay dientes, hay saliva, es sucio y Enzo se arrepiente de no haber hecho esto con Julián apenas lo vio esa noche de la camisa manchada de vino. Unas manos se sostienen de sus remeras mientras las suyas recorren la espalda de Julián, tan firme y tan diferente a la blandura de sus ex novias.
Con Julián es todo tan diferente y tan nuevo, Enzo espera no cansarse de esa sensación nunca.
No es la falta de aire lo que lo separa de Julián, sino sus manos que lo agarran del pecho y lo empujan hacia atrás. Siente el peso de una cabeza en su hombro y la sensación lo lleva de vuelta a la noche anterior. ¿Está rojo de vuelta? Desde esa posición solo puede ver el cuello colorado de Julián y la vista le causa algo de gracia. Sea por la falta de aire o por la vergüenza, algo de eso le genera calor.
El pudor de Julián lo hace sentir vencedor.
—Con Paulo no hago esto, por si tenes alguna duda todavía.
La voz de Julián es apenas audible. Sus labios presionan la tela de su remera y Enzo putea la breve distancia que los separa del hotel. Ojalá estuvieran en la 306, sin telas de por medio. Está pidiendo mucho, lo sabe, así que se conforma con hacer lo que puede en el cubículo del baño, que no es más que besarle el cuello lentamente. Pero Julián tiene otros planes, parece.
—Voy a hacer algo —avisa —Decime si no te gusta.
Enzo abre la boca para quejarse cuando Julián separa el cuello de su boca. Se detiene al instante cuando siente una mano deslizarse por debajo de su remera y otra por debajo de su pantalón. No tarda en darse cuenta a qué se refería Julián. Unos dedos ágiles le desabrochan el jean, bajan el cierre y a Enzo no puede hacer más que inhalar mirando el techo del baño. Ver a Julián en ese momento podría hacer que las cosas sucedan demasiado rápido y lo último que quiere es que ese momento termine.
En un abrir y cerrar de ojos tiene los boxers bajados hasta los muslos y el breve pudor que siente por estar así en frente de Julián por primera vez desaparece al instante. Un frenesí lo envuelve y su mente se inunda con imágenes obscenas protagonizadas por unos ojos muy marrones. El calor lo invade con tanta rapidez que se sorprende de lo rápido que se excitó. Y cuando Julián lo toca ahí Enzo putea en voz alta. Nadie, nadie, absolutamente nadie lo puede hacer sentir así con solo un tacto. Solo Julián, solo él.
En serio vamos a hacer esto, piensa Enzo y vuelve a mirar al techo. Me va a hacer un pete, se dice a sí mismo como si tuviera quince años de vuelta. Julián. A mi.
Sus pensamientos son confirmados con rapidez cuando una mano lo rodea. Es a partir de ese momento que cualquier pensamiento coherente o posibilidad de razonar se extingue, y todo se vuelve sensaciones. Julián tocándolo con las manos, con la boca, con todo, la humedad, el calor que lo consume, el ruido de respiraciones agitadas, todo eso y más amplificado al cien. Como si fueran las únicas anclas en el mar, Enzo se agarra de la cabeza de Julián y la pared del baño, sus cables a tierra.
No es la primera vez que le hacen un pete. A comparación de otras que ha hecho con sus exes no es nada. Realmente no es nada. Y aún así la vista de Julián arrodillado en frente suyo le genera cosas que no puede poner en palabras, cosas de una intensidad tan profunda que lo aturden.
La noción del tiempo y de sí mismo se pierden con ligereza. Incluso en su estado de agitación Enzo puede escuchar lo que pasa a su alrededor. La música lejana, los pasos que entran y salen del baño, una canilla que se prende y apaga, están rodeados por todos lados. Seguramente alguien ya se dio cuenta de lo que están haciendo. La tensión de ser descubiertos hace todo más intenso.
Estuvo con otras personas, sí. Pero nunca así, nunca en público y nunca con un pibe. Nunca con Julián.
La idea le genera una descarga eléctrica casi instantánea y el mundo se detiene por segunda vez. De pronto siente que puede volver a respirar. Con el corazón agotado por latir tan rápido y los sentidos atontados por el mareo, Enzo mira hacia abajo con intensidad. Julián no le devuelve la mirada, ocupado el limpiarse la boca con la muñeca. Está rojo otra vez, por el calor o por la situación, solo él sabe. El tiempo pareciera más lento mientras se sube el bóxer y se abrocha el jean, estirado por el silencio necesario. Lentamente, un estado de complacencia se hace lugar en él. No sabe por qué se siente tan contento de repente, tan feliz entre esas paredes de baño sucias.
Es él quien rompe el silencio, cuando ambos ya tienen la ropa acomodada y se ven más prolijos.
—Te rompería el orto acá mismo —dice sin pensarlo mucho, porque es lo primero que se le viene a la mente.
—Hacelo.
—No —se rescata Enzo al instante —Hay gente.
—¿Y?
—¿Y? Juli, estás en pedo.
—Te acabo de hacer un pete y había gente.
Tiene un punto, admite. Igual, es demasiado arriesgado. Nada de ese lugar le inspira confianza para una primera vez con Julián. No tiene a mano nada de lo que necesita ni le da la cabeza para coger bien. El porro, el alcohol, ¿hace cuantas horas no toma un buen vaso de agua? Todavía se siente un poco mareado.
—Acá no.
—Sos aburrido.
Enzo abre la boca para defenderse pero Julián lo interrumpe con otro beso.
—No te pensé tan atrevido.
—Ya vas a ver —responde Julián con seguridad, pero el rojo de sus orejas lo delata —Te estaba jodiendo igual.
Le dio vergüenza, se da cuenta Enzo y la sugerencia lo emociona.
—Te gusta hacerte el canchero conmigo pero en el fondo sos tímido.
—Callate.
—Digo nada más.
—Shh. Vámonos.
¿A bailar o al hotel? Antes de que Enzo pueda verbalizar su duda, Julián lo empuja de la muñeca hacia el exterior y el baño vuelve a quedar vacío.
Notes:
tengo problemas de compromiso perdón. soy un hombre que trabaja y estudia tengan compasión
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