Chapter Text
El tormentoso viento de febrero silbaba contra la ventana del salón, desviando la atención de Juani de la carta de su mano. Acurrucado en la esquina de un canapé con una manta de cachemir sobre su regazo, tembló placenteramente con el contraste del húmedo, acerbo día de invierno de fuera, y la alegre calidez del salón.
Una caja de cartas de caoba estaba abierta delante de el, una parte de ella llena con una ordenada pila de cartas, y el otro lado atiborrado de una pila mucho más desorganizada atada con una cinta azul. La pila más pequeña era de su hermano, Francisco, cuyas cartas desde España habían sido sorprendentemente regulares, considerando su notoria flojera en asuntos de correspondencia.
La otra masa de cartas era de una fuente totalmente distinta, todas escritas con los mismos garabatos masculinos. Esas cartas, por turnos juguetonas, conmovedoras, informativas y ardientemente íntimas, contaban la historia de los esfuerzos de un hombre por cambiarse a sí mismo a mejor. Hablaban también de un amor que se había profundizado y madurado durante los meses pasados. A Juani le parecía que había llegado a conocer a un hombre distinto del que había conocido en la hacienda, y mientras que su atracción hacia el Enzo original había sido imposible de resistir, el anterior libertino se estaba tornando en un hombre en el que poder confiar y del que depender. Inclinándose hacia la cinta azul, acarició su satinada superficie con la punta del dedo, antes de volver su atención a la carta de Francisco.
"… Dicen que la población de la ciudad de España alcanzará el medio millón en los próximos dos años, y bien puedes creerlo, con extranjeros como yo llegando como un torrente cada día, estableciéndose y formando numerosas familias. Esta mezcla de nacionalidades da a la ciudad un maravilloso aspecto cosmopolita. Todos parecen tener aquí un punto de vista de las cosas liberal y sin restricciones, y a veces me siento un poco provinciano en mis opiniones.
Debo informarte que la búsqueda para el nombre de tu primer sobrino ha concluido,
dejando a Kuku y a mí bastante satisfechos con el resultado, y estoy seguro que Numa amará su nombre. Como te puedes imaginar, la señora Sandra se encuentra bastante ansiosa por la llegada de nuestro primer hijo y actúa como si yo estuviera enfermo, enfadándose cada vez que hago algo que requiera fuerza.
Es de remarcar, realmente, que apenas he comenzado a explorar esta ciudad atractivamente construida, y me complace decir que consigo hacer más aquí en una semana de lo que hacía en la hacienda en un mes, inclusive en mi estado e inclusive teniendo a la señora Sandra y a Kuku detrás de mí todo el tiempo.
A fin de no llevarte a engaño, sin embargo, confesaré que Kuku y yo tenemos nuestros días de holgazaneo aquí y allá. Ayer fuimos en trineo, y luego pasamos el resto del día acurrucados ante la chimenea. Prohibí a Kuku realizar ningún trabajo en absoluto, y naturalmente me obedeció, ya que el esposo latino es el que manda en el hogar (aunque demos inteligentemente toda apariencia externa de autoridad al marido). Soy un dictador benevolente, desde luego, y Kuku parece bastante contento con el arreglo…"
Sonriendo, Juani levantó la mirada de la carta cuando escuchó el ruido de un carruaje y sintió un toque de curiosidad. Rafael no había dicho nada que llegaran visitas hoy, y era demasiado temprano para que nadie hiciera llamadas.
Poniéndose en pie delante del canapé, Juani se envolvió los hombros con la manta y miró a través de la ventana. Un lacayo se encaminó hacia la puerta delantera, mientras otro abría el vehículo y permanecía detrás. Una forma alta y enjuta emergió del carruaje, absteniéndose de usar la escalera y descendiendo con facilidad al suelo. El hombre estaba ataviado con un abrigo negro y un elegante sombrero.
Un estremecimiento de repentina e intensa excitación dejó sin aliento a Juani. Lo miró sin parpadear, calculando rápidamente. Sí, habían sido seis meses, casi hasta hoy. Pero Enzo le había dejado claro que no vendría a por el a menos de que estuviera seguro que podría ser el tipo de hombre que él pensaba que se merecía. E iré armado de honorables intenciones -había escrito- porque mayor es mi pena por ti…
Ahora Enzo estaba más atractivo que antes, si eso era posible. Las líneas de tensión y cinismo se habían suavizado eliminándose, y parecía tan vibrante y vigoroso que su corazón latió salvajemente en respuesta.
Aunque Juani no se movió ni hizo sonido alguno, algo llamó la atención de Enzo hacia la ventana. Lo miró a través de los paneles de cristal, aparentemente fascinado por su visión. Juani le devolvió la mirada, retorciéndose de exquisito anhelo. Oh, estar en sus brazos de nuevo, pensó, tocando la ventana, sus dedos dejando acuosas círculos en el delgado barniz de la escarcha.
Una lenta sonrisa comenzó en el rostro de Enzo, y sus ojos mieles chispearon. Con una sacudida de cabeza, puso la mano en el pecho, como si la visión de el fuera más de lo que podía soportar su corazón. Sonriendo brillantemente, Juani inclinó su cabeza a un lado, haciendo gestos señalando a la entrada delantera.
—¡Date prisa! —vocalizó Juani.
Enzo asintió en seguida, lanzándole una mirada plena de promesas cuando se alejó de la ventana a grandes pasos.
Tan pronto como estuvo fuera de vista, Juani arrojó la manta al canapé y descubrió que la carta de su hermano estaba todavía medio arrugada entre sus dedos que la estrujaban. Alisó la hoja de papel y le estampó un beso. El resto de la carta podía esperar.
—Más tarde, Fran —susurró —Tengo que procurar conseguir mi propio final feliz.
Y riendo sin aliento, dejó caer la carta en la caja de caoba mientras se apresuraba fuera de la habitación.
