Chapter Text
Lucien se quedó en silencio por un momento, asimilando lo que Beatriz acababa de decir.
—Tenemos que avisarle a mi padre.
Esas palabras, tan simples y directas, hicieron que su estómago se encogiera.
Mierda.
Claro, lo sabía. Sabía que este momento llegaría, que tarde o temprano tendría que enfrentarse cara a cara con Aslan, el hombre que no solo era el padre de Beatriz, sino también El Mandaloriano.
Y lo peor…
Ya había aceptado este duelo desde hace mucho tiempo.
Beatriz lo miró, expectante. Lucien tardó un poco en responder, pero cuando lo hizo, su voz sonó más firme de lo que se sentía.
—Sí… lo sé.
Pero por dentro, su cerebro iba a mil por hora. No podía simplemente aparecerse ante él con una sonrisa nerviosa y decir: "Hola, señor, quiero casarme con su hija. ¿Me da su bendición y no me mata en el proceso?"
No.
Esto debía hacerse con estrategia.
Con inteligencia.
Porque aunque no lo pareciera, entre él y Aslan había un duelo silencioso desde hace mucho tiempo.
Un duelo de vestimenta.
El duelo de los colores
Beatriz lo había notado hace tiempo, pero ahora Lucien lo veía con una claridad inquietante.
Si él llevaba un traje rojo, Aslan aparecía con un traje de un tono más oscuro, carmín profundo.
Si optaba por algo más relajado, como un suéter de tejido gris, Aslan llevaba una sudadera gris con capucha, igual de elegante pero con un aire más imponente.
Lucien siempre había pensado que era coincidencia. Pero ya no.
Este duelo existía. Y ahora estaba a punto de entrar en la verdadera batalla.
Tenía que elegir bien qué ponerse.
El rojo estaba descartado. Demasiado agresivo.
El gris… tampoco. No podía permitir que Aslan marcara la pauta del encuentro.
Necesitaba un color que mostrara su decisión, su madurez.
El azul.
Sí, el azul era la clave. Sereno, confiado. Un color que transmitía equilibrio y claridad.
Y no solo eso. Tenía que elegir bien dónde hablar con él.
No podía hacerlo en la propiedad que Aslan le había prestado para vivir. No solo porque sería un terreno simbólicamente dominado por él, sino porque quería que esta conversación se diera en un espacio donde pudiera pararse con seguridad.
Pensar. Planear. Actuar.
Lucien sabía que no podía echarse para atrás. No después de haberle prometido a Beatriz que haría esto bien.
Y entonces, recordó las palabras de Pirata.
"Sé el sol para ella, Lucien. No una llama que la consuma."
Respiró hondo.
Esta era su oportunidad de demostrarlo.
De demostrarle a Aslan que él era el hombre adecuado para Beatriz.
Con el plan finalmente claro en su mente, Lucien levantó la mirada.
—Lo haré.
Y en ese instante, Beatriz supo que él ya estaba visualizando la batalla final.
La imagen se grabó en su mente cuando lo vio alejarse, con la determinación firme en su rostro.
Lucien iba a hablar con su padre.
Y nadie lo detendría.
La calma peligrosa
Lucien bajó del vehículo con el porte de quien está a punto de entrar en la arena de combate.
Traje azul oscuro. Corbata bien anudada. Zapatos perfectamente lustrados.
Cada detalle había sido calculado.
No iba a presentarse ante Aslan como un niño inseguro. Iba a demostrar que era un hombre, uno que sabía lo que quería y estaba dispuesto a hacer las cosas bien.
Pero a medida que avanzaba hacia el lugar donde Aslan lo esperaba, una verdad innegable se instaló en su pecho:
Estaba jodidamente nervioso.
Cuando finalmente llegó, lo vio.
Aslan estaba de pie, con la postura relajada de un hombre que domina cada centímetro del terreno en el que se encuentra.
Llevaba un traje azul cielo, en un tono que contrastaba perfectamente con el suyo.
Lucien entrecerró los ojos.
El duelo silencioso continuaba.
Pero no era solo la elección del color lo que le llamó la atención.
El saco de Aslan era ligeramente más grande de lo habitual. No lo suficiente para ser obvio, pero sí lo suficiente para que alguien con ojo entrenado notara el ajuste.
Significaba que llevaba algo oculto.
Lucien dejó que su mirada se moviera con naturalidad.
El padre de Beatriz tenía un bláster discretamente escondido en el lateral.
No era paranoia. No era exageración.
Era experiencia.
Porque Aslan no solo era un hombre de familia. También era un hombre que conocía el peligro y nunca, nunca, iba desarmado.
Lucien tragó saliva, pero no desvió la mirada.
Este no era el momento de mostrar debilidad.
Cuando estuvo a una distancia prudente, Aslan inclinó ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento.
—Elegiste bien el color —comentó con una voz tranquila, pero firme.
Lucien mantuvo la compostura.
—Pensé que era apropiado para la ocasión.
Aslan asintió, observándolo con una mirada felina, depredadora.
—¿Entonces? —inquirió, con una calma peligrosa—. ¿Para qué querías verme?
Lucien sintió la presión en su pecho, pero no vaciló.
Dio un paso adelante, manteniendo su mirada firme en la de él.
—Vengo a pedir la mano de Beatriz.
Un silencio denso cayó entre los dos.
El aire se sintió más pesado.
La expresión de Aslan no cambió, pero sus ojos se afilaron apenas un poco.
—¿De verdad crees que con solo decirlo es suficiente?
Lucien exhaló lentamente, sin dejarse intimidar.
—No. Y tampoco espero que sea fácil. Pero es lo que quiero. Y lo haré bien.
Aslan sostuvo su mirada por un largo momento.
Luego, sin decir palabra, sacó algo de su bolsillo trasero .
Lucien sintió que el frío le recorría la espalda.
Era una tableta.
Una sensación extraña, casi de premonición, lo envolvió.
Porque si Aslan había traído algo para mostrarle, significaba que había información que podía cambiarlo todo.
—Antes de seguir con esta conversación… —dijo Aslan, encendiendo la pantalla y fijando sus ojos café claro en Lucien— hay algo que debes ver.
Y en ese momento, Lucien supo que lo que estaba a punto de presenciar…
Podría cambiar el rumbo de todo.