Actions

Work Header

El Planeta del Tesoro: los lazos del Etherium

Chapter 8: No te soporto

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Al día siguiente, Silver fue el primero en abrir los ojos. No había podido dormir mucho, de todas formas, no era raro; su sueño siempre había sido ligero, entrenado a la fuerza por todas las noches que ha tenido que hacer guardia. Gajes del oficio. Se desperezó con un gruñido bajo y, tras frotarse la cara, sus ojos fueron a dar contra la lona que dividía la habitación.

El silencio lo envolvía todo. Se sentó en el borde de la cama, se levantó, estirando los hombros hasta que las articulaciones crujieron, dio un par de pasos hacia la lona, y se asomó.

Elisabeth dormía profundamente, con el rostro relajado, el cabello suelto, que caía en suaves mechones sobre la almohada. Parecía como si lo de ayer por la noche no hubiese ocurrido.

En la mesilla descansaban sus audífonos, y entre sus manos, aferrado como si fuese un tesoro, brillaba un collar dorado, que parecía bastante viejo. Lo que sí le llamó la atención fue Morfo: acurrucado junto a ella, ronroneando en su peculiar forma viscosa.

Era raro, pues el pequeño alien rosado no solía dormir con nadie más aparte de él. Silver ladeó una sonrisa.

—Traidor… —murmuró para sí.

El cíborg se detuvo un segundo más de lo necesario antes de apartar la vista. Que duerma… pensó, y se vistió en silencio antes de salir rumbo a la cocina.

Allí, el aire aún era frío y la luz apenas se filtraba entre los postigos. Perfecto para ponerse a trabajar. Aprovechó para hacerse un café, sirvió agua en la cafetera y buscó algo para acompañar el desayuno, mientras pensaba que podía preparar de desayuno al resto de la tripulación. Entonces, en una estantería, notó una bolsita que no recordaba haber puesto él. La abrió y el olor dulce lo envolvió. Galletas. Sonrió con ironía: las famosas galletas de la chica.

Su estómago rugió de forma tan sonora que hasta él mismo frunció el ceño. Se moría de hambre.

—Al infierno… —masculló, y agarró una. El crujido bajo sus dientes y el sabor mantecoso lo hicieron cerrar los ojos un instante. Eran endiabladamente buenas.

No le extrañaba que fuesen las favoritas de la chica. Justo cuando se servía café, oyó unos pasos que descendían por la escalera. Jim apareció, despeinado y bostezando. Silver sonrió al verle.

—Menudo grumete, más despierto, me ha tocado —ironizó Silver, echando café en otra taza. —No sé si tomas café, pero te despertará.

—Estoy despierto… solo que no del todo —gruñó Jim, agarrando la taza y llevándosela a la boca.

Entre los dos empezaron a preparar el desayuno. Silver se movía con la soltura; Jim, algo más torpe, trataba de seguir el ritmo.

—Tu hermana aún no se ha levantado — puntualizó Silver.

— Lizzie… es una dormilona. Y como no oye el despertador, casi siempre hay que ir a levantarla.

Silver arqueó una ceja. Dormilona, ¿eh? Sin perder tiempo, dejó a Jim con las tazas y regresó al camarote. Apartó la lona… y se quedó clavado.

Lizzie estaba destapada. Su pijama consistía en una camiseta ancha que apenas le cubría los muslos; sus piernas, largas y esbeltas, quedaban expuestas a la tenue luz que entraba por la portilla. Silver tragó saliva, sintiendo el calor subirle por la nuca.

Joder, Silver. Contrólate.

Avanzó despacio para despertarla, dispuesto a sacudirle el hombro. Pero en ese instante, la chica se movió entre sueños y, de pronto, se aferró a él. Sus brazos, cálidos y ligeros, se cerraron alrededor de su cuello, atrayéndolo contra ella.

Silver quedó rígido, con el rostro a un par de centímetros del suyo. Podía sentir el calor de su piel, el leve roce de su respiración y ese aroma que tanto le gustaba. Su cuerpo le pedía rendirse a esa cercanía, pero su cabeza gritaba lo contrario. Tampoco quería despertarla en ese momento, no quería propiciar ningún malentendido.

—Maldita sea… —murmuró casi sin voz.

Aunque, su instinto le pedía apartarse de inmediato, había algo en esa cercanía que lo mantenía ahí, atrapado, como si de pronto la gravedad del Legacy se concentrara en ese punto exacto. No era la primera vez que una mujer se le lanzaba encima, pero esta… esta ni siquiera estaba despierta.

Con cuidado, deslizó una mano por su brazo hasta soltarse del agarre. La chica murmuró algo ininteligible, frunciendo el ceño en sueños, y se giró sobre el colchón, ajena al torbellino que acababa de desatar en él.

Silver retrocedió con un suspiro entrecortado. Se pasó la mano por la cara, intentando despejarse, aunque las imágenes seguían grabadas en su cabeza.

Morfo, que había abierto los ojos, se estiró y revoloteó hasta posarse en su hombro. Silver lo acarició con uno de sus enormes dedos.

— Ey, Morfy… hazme un favor. Despiértala tú. El desayuno está casi listo. —murmuró el cíborg.

El alien chilló alegre, dispuesto a realizar la tarea que le habían asignado. Mientras, Silver se alejaba, agitado, con el pulso acelerado.

El Ursid volvió a la cocina con el ceño fruncido y la mandíbula apretada de la tensión que sentía en ese momento. Así que, fue directo a la cafetera, ya que necesitaba otra dosis ipso facto. El vapor le empañó el ojo de cíborg mientras se servía una taza.

Jim, aun con un pie en el mundo de los sueños, removía unos huevos revueltos en una sartén grande del centro de la cocina. El calor tenía sus mejillas de rojo, mientras no paraba de bostezar.

El cíborg intentó centrarse en el desayuno, en los platos que tenía que sacar, en cualquier cosa… pero la imagen volvía a su mente una y otra vez: Liz, dormida, con esa camiseta ancha que apenas la cubría, sus brazos rodeándole el cuello, el roce de su respiración tan cerca de su boca…

Silver, maldita sea, céntrate.

—¿La has despertado? —preguntó Jim sin mirarlo, soltando otro bostezo.

—Sí… —gruñó el cíborg, bebiéndose el café de un trago como si fuera una copa de licor. Dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco que hizo vibrar los cubiertos—. Vamos, Jimbo, tenemos trabajo.

Empezaron a sacar platos y alinearlos en la encimera. Silver, aprovechando que Jim estaba distraído con los huevos, deslizó la mano hasta la bolsa abierta y robó otra galleta, metiéndosela en la boca con toda la calma del mundo.

—Por cierto… —dijo Jim, que ya estaba más despejado y lo había visto—. He notado que alguien metió mano a las galletas de Lizzie. —torció la boca con malicia—. No me digas que te has comido alguna…

Silver, sin molestarse en mirarlo y mascando despacio, respondió con absoluta tranquilidad.

—Solo dos, bueno, tres, contando la que me estoy comiendo.

—¿¡Tres!? —casi chilló Jim—. ¡Estás loco! Si se entera, te declarará la guerra. Nadie toca sus galletas.

El Ursid gruñó, medio divertido, medio fastidiado.

—Bah, exageras.

No pasó ni un minuto cuando los pasos ligeros de Elisabeth resonaron por el pasillo. Apareció en la cocina con el cabello recogido en una coleta apresurada, y algunos mechones sueltos enmarcándole el rostro. Llevaba todavía la camiseta ancha y un pantalón simple, pero Silver sintió un pinchazo de nerviosismo en el estómago como si viniera vestida de gala.

Fingió estar concentrado en cortar fruta con su mano metálica. Jim se percató del cambio de actitud del cocinero al ver a su hermana y frunció el ceño.

Lizzie saludó a su hermano con una sonrisa y un gesto de "buenos días". Estaba a punto de hacer lo mismo con Silver cuando vio la bolsa de galletas abierta. De inmediato, sacó su libreta, escribió unas palabras y la mostró con gesto acusador.

"¿Quién se ha comido mis galletas?"

—A mí no me mires, Lizzie —levantó las manos Jim en falso gesto de inocencia—. Ya sabes que yo no las toco… no después de "aquella vez".

Lizzie entrecerró los ojos, sospechosa, y giró la vista hacia el cíborg. Silver, dándole la espalda, seguía cortando fruta como si nada. Ella se acercó en silencio… y lo pilló con un trozo de galleta aún en la boca.

Escribió rápido y estampó la libreta contra su pecho.

"¡Eh! Esa es MI galleta."

Jim soltó una carcajada estruendosa.

—¡Te lo dije! —canturreó, disfrutando del momento.

Silver se encogió de hombros, masticando con total descaro.

—Solo me comí dos… —hizo una pausa, tragó y añadió con toda la sorna—. Y ahora tres.

Lizzie lo fulminó con la mirada. Acto seguido prosiguió en escribir en su libreta, con tanta rabia que casi desgarra la hoja.

"NADIE toca mis galletas sin permiso."

Silver, en vez de intimidarse, sonrió de medio lado con esa picardía suya.

—Pues tendrás que esconderlas mejor, jovencita. Yo tengo buen olfato.

Lizzie infló las mejillas, indignada. ¿Cómo podía ser tan insufrible? ¡Y no llevaban ni veinticuatro horas conviviendo en el mismo barco! ¡Y ya no lo soportaba!

Jim, al ver la reacción infantil de su hermana con las mejillas infladas y esa mirada fulminante, estuvo a punto de soltar otra carcajada, pero se mordió la lengua a tiempo; sabía que, si se reía más, Lizzie acabaría arrojándole la libreta a la cabeza.

Silver, en cambio, no se molestó en disimular su diversión. La observaba con el brillo juguetón, con un brillo dorado en su ojo mecánico, como quien acaba de descubrir un juego nuevo que podría durar todo el viaje.

"Sí —pensó, con una sonrisa ladeada—, hacerla enfadar va a ser mi mejor pasatiempo en este barco."

La chica era testaruda, impertinente y con un carácter que chocaba de lleno con el suyo. Y lo haría una y otra vez, estaba seguro. Pero en esa terquedad había algo que lo enganchaba, algo que lo hacía verla distinta de cualquier otra persona que hubiera conocido. Tal vez era esa forma de morderse el labio cuando estaba molesta, o lo adorable que resultaba incluso cuando intentaba fulminarlo con la mirada.

Sí, chocarían… pero por primera vez en mucho tiempo, Silver no se sentía reacio a la idea.

En ese momento se escucharon varias pisadas resonando en la escalera: la tripulación descendía hacia el comedor, bulliciosa y hambrienta. Jim, Lizzie y Silver se pusieron de inmediato, manos a la obra. Jim servía los huevos revueltos, Lizzie repartía los platos con fruta y pan, y Silver iba detrás con las tazas de café.

Los hombres recibían el desayuno entre risas, pero no apartaban los ojos de ella. Onus la miraba como si hubiese bajado del mismísimo cielo, mientras que Scroop, sin el menor disimulo, la devoraba con esa mirada suya que helaba la sangre.

Elisabeth, sin embargo, estaba acostumbrada a ese tipo de atenciones. Lo había vivido en la taberna, una y otra vez: hombres que la reducían a un objeto por un segundo de ternura o por una sonrisa robada. No se inmutó, aunque en su interior ya estaba lista para poner límites si alguien osaba sobrepasarse.

Cuando el Ursid dejó las tazas de café frente a los hombres, les echó una mirada que hizo que se callasen de golpe. Con eso fue suficiente. La advertencia quedó clara: si alguien osaba cruzar la línea con la chica, tendría que vérselas con él.

Y, aun así, por mucho que fingieran bajar la vista, Silver sabía la verdad: era imposible que dejaran de mirarla. Incluso con ropa ancha, recién levantada y con el cabello algo revuelto, Lizzie irradiaba una belleza natural, esa clase de luz que atraía todas las miradas, incluida la suya.

Al final todos se sentaron a desayunar. Como la noche anterior, Lizzie y Jim se sentaron juntos y Silver se acomodó justo enfrente, con ese aire de que nada lo alteraba.

Enseguida, Elisabeth le hizo señas a su hermano preguntándole cómo había dormido. Jim contestó con gesto cansado que bien, aunque añadió moviendo los labios.

—Es un fastidio, la mayoría ronca…

Lizzie soltó una risita.

La chica había traído la bolsa de sus galletas y su cara se iluminó como la de una niña al sacar una y darle un mordisco. Morfo revoloteó sobre la mesa, poniendo ojitos implorantes hasta que Lizzie, enternecida, le dio una. Jim imitó la misma expresión exagerada y también consiguió ganarse una.

Silver, viendo la escena, arqueó la ceja y se inclinó hacia delante, esperando recibir la suya. Elisabeth lo miró de reojo, negó con la cabeza y apartó la bolsa.

—Tsk… —gruñó el cíborg, volviendo a hundirse en el banco.

Los hermanos siguieron conversando en lenguaje de signos, riendo de vez en cuando por alguna tontería. Silver no apartaba la vista de sus manos, intrigado. Le corroía la curiosidad por saber de qué hablaban. Definitivamente, le iba a pedir a Jimbo que le enseñase. Necesitaba investigar cuáles eran sus conversaciones, aunque en verdad no le gustaba sentirse excluido.

Cuando la tripulación acabó de desayunar, los tres se pusieron a recoger. Scroop, antes de marcharse, intentó rozar a la chica con una de sus pinzas. Pero Lizzie, rápida, esquivó el contacto y le sostuvo la mirada. No iba a dejar que un tipo como él la tratara como a un trozo de carne.

Silver apretó la mandíbula. Sabía que Lizzie era capaz de cuidarse sola —lo vio aquella noche en la taberna de Montresor—, pero eso no calmaba la tensión que le recorría el cuerpo. Sobre todo, porque Scroop era el peor de todos y tarde o temprano iba a tener que ponerlo en su lugar.

Elisabeth llevó los platos sucios al fregadero y se puso a lavarlos. Silver se colocó a su lado para secarlos, mientras Jim limpiaba las mesas. El silencio entre ambos era denso, interrumpido apenas por el chapoteo del agua y algún roce accidental de sus manos. Liz bajaba la mirada fingiendo indiferencia, pero por dentro un cosquilleo nervioso le recorría la piel. ¿Cómo podía ponerla nerviosa un hombre tan insufrible?

Cuando terminaron, Lizzie fue a guardar la bolsa de galletas. Dudó un instante, y antes de cerrarla, sacó una y se la ofreció a Silver. No quería parecer una niña caprichosa y maleducada.

Él la tomó sorprendido, arqueando la ceja.

—Vaya… —murmuró, y una chispa traviesa apareció en su mirada.

Antes de que pudiera reaccionar, el cíborg agarró la bolsa entera. Liz se quedó petrificada ante la acción, pero reaccionó e intentó arrebatársela. Él la sostuvo fácilmente fuera de su alcance, ya que, era demasiado alto y corpulento.

Silver, con calma exasperante, se llevó las últimas galletas a la boca una a una hasta acabarlas, relamiéndose teatralmente.

—Mmmm… están deliciosas, Liz —palmeó su estómago con gesto satisfecho—. Como dejes más bolsas de esas a la vista, todas acabarán en el mismo sitio.

Elisabeth se quedó con la boca abierta, indignada, y escribió con furia en su libreta:

"ERES UN IDIOTA."

Jim se tapó la cara para ocultar la risa, consciente de que el cocinero acababa de cavar su propia tumba.

Silver, en lugar de ofenderse, soltó una carcajada grave. Le encantaba verla con ese gesto de enfado, con las mejillas encendidas y esa chispa en su mirada. ¿Y qué decir de ese aroma suyo… era tan atrayente?

Estaba a punto de soltarle otra broma cuando una campana resonó arriba.

—¡Asamblea! ¡Todos a cubierta! —rugió la voz del señor Arrow.

Silver soltó el trapo que tenía en la mano y masculló:

—Salvado por la campana…

Lizzie lo miró con rabia, y Jim ya no pudo contener la risa. Era raro —y divertido— ver a su hermana, la misma que siempre seguía las normas al pie de la letra, la que parecía mantener la calma en cualquier situación, perder los estribos con un simple cíborg que sabía exactamente qué botones pulsar.

Subieron los tres a cubierta junto con el resto de la tripulación. Elisabeth aún llevaba cara de pocos amigos, con el ceño fruncido y las mejillas encendidas. Silver, a pocos pasos detrás, la miraba con una sonrisa ladeada. Cada vez que intentaba cruzar su mirada, ella le giraba la cara con un gesto deliberadamente teatral, como si fuera una niña ofendida.

A Silver aquello le pareció casi adorable. Qué fácil es sacarla de quicio… pensó divertido, aunque lo cierto es que le fascinaba verla de esa guisa, pues tenía pinta de ser doña perfecta en todo.

El sol de la mañana iluminaba las velas desplegadas, y allí, junto al timón, ya aguardaban la capitana Amelia y el señor Arrow, impecables como siempre.

Junto a los Hawkins se unió el profesor Doppler, que aún llevaba el pelo alborotado y el chaleco desabrochado, claramente recién levantado. Elisabeth, pese a su enfado con Silver, no perdió la cortesía: le dedicó una sonrisa amable al doctor y le hizo señas de buenos días con la mano. Doppler parpadeó un segundo, antes de devolverle con señas.

La capitana Amelia dio un paso al frente, con postura erguida y el sombrero de tres picos bastaban para imponer silencio, pero, aun así, esperó unos segundos. El murmullo de voces se apagó, y lo único que quedó fue el crujido de la madera del Legacy meciéndose sobre el Etherium.

—Buenos días a todos —comenzó con voz firme, clara como el tañido de una campana—. Hoy es apenas nuestro segundo día de viaje, pero no uno cualquiera. Este nos llevará hasta los confines del Etherium, y con él, más allá de los límites de lo conocido.

Se giró hacia el horizonte. El Etherium se desplegaba como un océano infinito de luz suspendida, majestuoso y peligroso al mismo tiempo.

—No será un viaje fácil. Por eso debemos estar preparados para todo lo que nos aguarde. Y solo hay una manera de afrontarlo, con disciplina y lealtad. No toleraré insubordinaciones ni actitudes que pongan en riesgo esta nave. Porque este barco no es solo de madera y metal, es cada uno de nosotros, trabajando como uno solo.

El señor Arrow, a su lado, asintió con orgullo.

Amelia continuó, modulando la voz, más cercana, casi cálida.

—Sois de orígenes distintos, de mundos lejanos y culturas dispares. Algunos habéis crecido en colonias apartadas, otros en urbes del núcleo imperial… y, sin embargo, aquí, en el Legacy, no hay distinciones. Aquí, todos sois iguales.

Un murmullo de aprobación recorrió la tripulación. Entonces, la capitana volvió la mirada hacia Jim, Elisabeth y el doctor Doppler. Su voz se volvió algo más solemne.

—Nuestra expedición partió de Montresor. Un planeta que no solo es famoso por sus gemas solares, sino porque allí se libró una de las batallas más duras de nuestra historia: la primera guerra contra los Procyon.

El silencio cayó de golpe sobre la cubierta.

—Dicen que, en aquel día —prosiguió Amelia—, cuando los cielos ardían y la derrota parecía inevitable, un héroe, alzó su nave y gritó antes de lanzarse contra los acorazados enemigos: "No nos rendiremos. No hoy, ni mañana. Mientras nos quede algo de aliento en nuestros pechos, lucharemos hasta el final."

Las palabras flotaron en el aire como un eco.

Jim, Elisabeth y Delbert se miraron entre sí. Conocían esas palabras de memoria: en Montresor se enseñaba en las escuelas, incluso se contaba esa historia de padres a hijos. Jim recordaba a su abuelo repitiéndolas con la voz quebrada; al igual que, Lizzie, pues recordaba las veces en que su abuelo había descrito con crudeza aquella batalla, y el doctor, los relatos de su propio padre, que había servido junto a Abner en aquellos días oscuros.

Amelia los observó un instante antes de añadir:

—Y gracias a aquel sacrificio, Montresor resistió. Hoy, generaciones después, descendientes de quienes sobrevivieron están aquí, a bordo de esta nave, dispuestos a escribir una nueva página de nuestra historia.

Lizzie alzó las manos para hablar en señas, y Jim tradujo para la capitana:

—Esa batalla dejó demasiados muertos. Una ciudad entera fue arrasada y nunca se reconstruyó. Lo único que queda es un cementerio inmenso… Todavía convivimos con las cicatrices de la guerra.

Amelia asintió con un deje de tristeza.

—Lo sé, señorita Hawkins. Por eso vuestro planeta tiene hoy un puerto espacial: está en un punto estratégico, y los Procyon lo atacaron por codicia. Querían las gemas solares y un bastión para lanzarse sobre el imperio. Pero lo que no comprendieron fue la resiliencia de los hijos de Montresor.

Jim y Delbert hincharon el pecho con orgullo. Lizzie bajó la mirada, conmovida, antes de volver a levantarla con firmeza.

La capitana concluyó con un gesto amplio que abarcó a toda la tripulación:

—Y por eso lo repetiré: no importa quiénes seamos ni de dónde vengamos. Hoy, aquí, somos tripulación del Legacy. Y mientras yo lo lidere, navegaremos juntos, lucharemos juntos y, si llega el caso… caeremos juntos.

Un rugido de voces respondió. Los navegantes aplaudieron o vitorearon, en señal de aprobación. Amelia asintió satisfecha y, junto con Arrow, se retiró al camarote.

La multitud seguía murmurando después del discurso de la capitana. Silver permanecía de brazos cruzados, con expresión impasible, pero por dentro era otra cosa.

El eco de las palabras de Amelia —"Mientras nos quede algo de aliento en nuestros pechos, lucharemos hasta el final"— resonaba en su cabeza. De pequeño había escuchado esa historia, al igual que esas palabras.

Nunca se había molestado en memorizar el nombre del planeta donde ocurrió la batalla, pero sí se había quedado con aquella imagen: la de un hombre que, con un último ataque desesperado, cambió el rumbo de la guerra y dio tiempo para que los demás pudieran contraatacar.

De niño, cuando su padre aún estaba vivo, había soñado con ser así: un héroe, alguien que salvase a la gente. Pero aquel anhelo ingenuo no tardó en morir, reemplazado por otro mucho más egoísta y voraz: encontrar el tesoro de Flint.

Aun así, pensar en esa batalla había removido algo dentro de él. Hacía tanto que no pensaba en su padre… demasiado tiempo. Se le antojaba un recuerdo lejano, casi ajeno. Un tiempo en el que aún era un crío inocente e ingenuo, tan distinto al hombre que era ahora.

Su ojo cíborg barrió la cubierta, hasta detenerse en Elisabeth. La muchacha tenía la vista clavada en el suelo; un mechón le cubría parte del rostro, pero Silver alcanzó a distinguir cómo apretaba los labios, conteniéndose para no llorar.

Casi sin querer, se preguntó: ¿Qué tan de cerca había vivido su familia aquella guerra?

Jim, en cambio, se pavoneaba orgulloso, hinchando el pecho como si hubiese el mismo librado la batalla. Silver esbozó una sonrisa ladeada. El chaval tenía agallas, sí, pero aún no dejaba de ser un crío. Su hermana, en cambio… su hermana, jugaba en otra liga.

Recordó cómo la noche anterior había roto a llorar solo con mencionar a su padre, y ahora, delante de todos, se negaba a mostrar la mínima grieta. Quiso admirar esa fuerza, pero lo cierto es que lo que más le delataba eran sus ojos.

—Se quiere hacer la dura, pero no engaña a nadie… —murmuró Silver en voz baja, acariciando a Morfo, que flotaba sobre su hombro.

La tripulación empezó a dispersarse entre comentarios animados sobre el discurso de la capitana. Onus y otros navegantes hablaban en voz alta, pero entre palabra y palabra no dejaban de lanzarle miradas a la chica, que seguía distraída en sus pensamientos.

Scroop, en cambio, aprovechó para acercarse siseante a Elisabeth. Se inclinó y le susurró algo que nadie más alcanzó a oír. Lo que fuese, hizo que la muchacha alzara la mirada y se apartara con brusquedad, dejando al mantavor con una mueca de satisfacción.

Silver lo vio, y su cuerpo entero se tensó. El primer impulso fue romperle los colmillos ahí mismo, pero se obligó a contenerse. No era el momento. Ya hablaría con ese maldito insecto a solas. Se dio cuenta, entonces, de algo que no le gustó nada: estaba siendo demasiado protector con la chica. Y mostrarse así de débil frente a su tripulación era un lujo que no podía permitirse.

—Bah… lo que menos necesito ahora es encariñarme con una mocosa que ni siquiera conozco.

Resopló, dándose media vuelta. Pero mientras caminaba hacia la cocina, su mirada volvió a buscarla casi por instinto. El viento le había desordenado un mechón que le cruzaba el rostro; Elisabeth lo apartó con un gesto distraído, detrás de la oreja. Un gesto tan simple, tan cotidiano… y, sin embargo, bastó para que Silver sintiera un nudo extraño en el pecho.

Se maldijo en silencio, bajando la vista, fingiendo que buscaba su pipa para encenderla.

Elisabeth permaneció un rato en cubierta, tratando de recomponerse de lo que acababa de escuchar de labios de Scroop.

Oye, preciosa. ¿Por qué pones esa cara tan larga? Si quieres, yo te puedo animar, te haría pasar un buen rato.

Las palabras le revolvieron el estómago. Sintió una punzada de náusea y una ola de repugnancia le recorrió el cuerpo. No podía concebir algo más bajo que ese ser: su tono viscoso, su cercanía invasiva, y en la forma que se le había insinuado.

Respiró hondo, para apartar esa sensación. Sus ojos se alzaron y recorrió la cubierta. Jim estaba distraído con Morfo y con el doctor Doppler, que no dejaba de intentar entablar conversación con él, aunque este prefería perderse en las vistas infinitas del Etherium.

¡Y qué vistas! Elisabeth se dio cuenta de que, en medio de su turbación, no había reparado en la belleza que la rodeaba. A diferencia de la noche anterior, no había estrellas visibles, sino la luz de una gran estrella que bañaba la nave, tiñendo las nubes de tonos imposibles: un azul intenso, junto con un amarillo dorado y un naranja que casi parecía fuego. Las nubes a su alrededor parecían algodón de azúcar. Un instante que debería haber sido perfecto, de no ser por lo que le había susurrado ese tipo tan desagradable.

Buscó con la mirada a Silver. No estaba en cubierta. Seguramente se habría bajado a la cocina. Dudó un instante, pero decidió seguirlo. Aunque aquel cíborg fuese insufrible, ella no pensaba quedarse quieta ni perder el tiempo. Si le tocaba estar a su cargo, que le pusiera a hacer cualquier tarea. Holgazanear no era su estilo.

Lo encontró abajo, terminando de recoger la cocina mientras fumaba de su pipa, envuelto en una nube de humo que olía a tabaco fuerte. Elisabeth sacó su libreta y garabateó unas palabras rápidas:

"Voy a cambiarme de ropa. No me ha dado tiempo esta mañana".

Aún llevaba puesta la camiseta ancha que usaba de pijama y unos pantalones viejos para estar en casa. Había salido tan deprisa cuando Morfo la despertó, que no se había aseado ni vestido con calma.

Silver levantó una ceja, asintió e intentó sonar indiferente.

—No te preocupes, Liz. Ves a cambiarte, al volver te aguarda un montón de trabajo.

Ella no escribió nada más y se encaminó al camarote. Pero, una vez dentro, el peso de todo lo que había cargado se le vino encima. Se dejó caer en la cama, y golpeó la almohada con rabia. Las palabras de Scroop resonaban en su cabeza como veneno, pues le había pillado desprevenida. No quería que le afectasen, no quería sentirse vulnerable, pero era inevitable. Y, al mezclarse con lo que la noche anterior había removido en ella —el recuerdo de su padre, los recuerdos de su abuelo y la guerra—, se sintió más sensible de lo normal.

En menos de veinticuatro horas había roto a llorar en la intimidad de ese camarote.

Elisabeth tardó un rato en recomponerse. Respiró hondo varias veces, se enjuagó el rostro con agua fresca y se obligó a mirarse al pequeño espejo del camarote. No podía dejar que nadie, y menos Scroop, viera que había conseguido afectarla.

Optó por ponerse un conjunto sencillo de blusa y falda larga, junto con otro corpiño que contrastaba con el color de la falda. Enderezó los hombros, se recogió el pelo en una trenza rápida y salió como si nada.

Al volver a la cocina, Silver había acabado de guardar todo en su sitio. Al alzar la mirada hacia ella, sus ojos —el biológico, y el metálico— se clavaron en ella, inspeccionándola.

—¿Estás bien? Has tardado un poco —tanteó Silver, pues algo que se le daba muy bien era observar y podía ver en el rostro de la chica que había llorado, por mucho que intentase disimular.

Elisabeth se tensó. Pues por la mirada que puso ese maldito cíborg, sabía que la estaba analizando. Parecía que tenía un radar para dar contra sus puntos débiles. Agarró la libreta intentando enderezar el cauce de la conversación y escribió.

"Estoy bien. No te preocupes."

Silver apretó la mandíbula algo molesto. Sabía perfectamente que le estaba mintiendo, así que fue más directo.

— ¿Qué te ha dicho Scroop?

Elisabeth abrió los ojos sorprendida. Lo había visto. Bajó la mirada y se apresuró a escribir una respuesta, para zanjar el tema, pues no tenía ganas de hablar de ello.

"Una tontería sin importancia. Estoy bien. No hace falta que te metas."

Silver resopló, frustrado. Dio un golpe con la mano metálica sobre la mesa, lo bastante fuerte para hacer temblar los vasos.

—¡Maldita sea, Liz! ¿Por qué eres tan terca?

Elisabeth lo miró desafiante y volvió a escribir:

"Puedo cuidarme sola."

Silver le sostuvo la mirada unos segundos, hasta que soltó un bufido y apartó la vista.

—Tú ganas. Eres dura de pelar, lo admito… —murmuró.

La conversación quedó ahí, pero en su interior algo le hacía hervir la sangre. No podía sacarse de la cabeza la expresión rota que le había visto al entrar, el leve rastro de lágrimas. No importaba lo que dijera ella: Scroop la había hecho llorar. Y eso no iba a quedar impune.

Esa noche, cuando la tripulación se fue recogiendo y el silencio fue adueñándose del Legacy, Silver salió de su camarote en silencio, aunque Elisabeth no podía oírle, se aseguró de que estuviese dormida.

Caminó por la cubierta, su sombra proyectada por la luz de las lámparas. Scroop estaba en un rincón, afilando una navaja pequeña con sus pinzas, haciendo que se oyese un chirrido metálico.

—Scroop… —La voz grave de Silver retumbó.

El mantavor giró la cabeza con ese siseo que se clavaba en los nervios, enseñando una sonrisa torcida.

—¿Sí, capitán?

Silver se acercó despacio, apoyando la mano de carne sobre la barandilla y dejando que el brillo rojo de su ojo cíborg lo bañara.

—Creo que ayer no acabé de explicarme bien…—su voz se endureció, bajando a un gruñido—. La próxima vez que te acerques a la chica o le digas una sola palabra fuera de lugar… te arranco la cabeza.

El aire se tensó. Scroop siseó, divertido, pero notó que la amenaza no era en vano: el brillo asesino en la mirada de Silver no dejaba dudas.

—Tch… ¡Qué protector te has vuelto, capitán! Al final pensaré que la quieres toda para ti. —se burló el mantavor, aunque con cautela.

Silver dio un paso más, su mano metálica transformándose en un sable afilado que se posó a centímetros del rostro del alien.

—Te lo advierto, Scroop. No juegues con fuego.

—¿O qué? ¿Me voy a quemar? No siempre podrás estar pendiente de su bienestar, si no soy yo, será otro quien quiera divertirse con ella.

El silencio se volvió espeso. Finalmente, Scroop se retiró a dormir. Mientras el cíborg se apoyó en la barandilla, sacando su pipa del bolsillo.

El humo de la pipa se mezclaba con el aire frío del Etherium. Silver pensaba en Elisabeth, en su testarudez y en lo fácil que era provocarla. Debía ser cauteloso, recordarse a sí mismo que no era su guardián. La chica ya era mayorcita, y podía cuidarse sola… pero, al mismo tiempo, sentía esa necesidad de vigilarla, igual que a su hermano, para evitar que se metieran en líos. Era lo sensato, se dijo. Lo necesario para que metan las narices en su plan.

Pasaron unos días, y el ambiente a bordo pareció relajarse. Habían entrado en una rutina, que consistía en cocinar y limpiar, pero, en el caso de Silver, en vigilar. Lo único que rompía esa monotonía eran, por un lado, el entusiasmo del doctor Doppler con sus investigaciones, y, por otro, las enseñanzas prácticas que el cíborg decidió imponer a los Hawkins.

Delbert irrumpió en la cocina una mañana, con el rostro encendido de la emoción. Había colocado varios sensores alrededor del barco para recopilar datos del Etherium y necesitaba a Elisabeth para que le ayudara a interpretar las lecturas. No era un simple pasatiempo: la muchacha era brillante con los números y los patrones, y él lo sabía.

En cambio, Silver se centró en algo más básico. Les presentó a los dos hermanos lo que él llamaba "destrezas básicas", necesarias para sobrevivir en cualquier barco que surcara el Etherium. Jim bufó porque pasaba del tema, y Lizzie frunció el ceño al enterarse de que también estaba incluida en ese plan.

La primera lección fue sencilla: nudos marinos. Silver los reunió en un puesto de vigilancia del Legacy, con una cuerda gruesa en sus manos.

—Este es el nudo más básico, y probablemente el que os salvará la vida si las cosas se ponen feas. —Su voz retumbó grave mientras les mostraba cómo hacer el nudo en cuestión de segundos, sus manos grandes y seguras se movían con destreza.

Jim lo miró con gesto aburrido, apoyado en la barandilla. Elisabeth, más atenta, le pidió por gestos que lo repitiera. Silver resopló, pero repitió el movimiento más despacio, guiando el nudo hasta apretarlo con firmeza.

—Ahora vosotros.

Jim agarró la cuerda sin muchas ganas, aunque sus manos se movieron con naturalidad. Al momento siguiente, cuando Silver volvió la vista hacia él, el muchacho ya había desaparecido, usando la cuerda para descender al siguiente nivel del barco. El cíborg frunció el ceño, dispuesto a regañarlo, hasta que se percató: Jim había usado exactamente el mismo nudo que él le había enseñado para asegurar la línea.

Una sonrisa llena de orgullo, se le escapó. El chico tenía talento, aunque lo disfrazara con rebeldía.

Elisabeth, en cambio, se tomó su tiempo. Sus dedos finos se enredaban en la cuerda con torpeza al principio. Silver, paciente —y eso que no tenía mucha—, repitió el gesto otra vez para que lo siguiera. Tras varios intentos y alguna mueca de frustración, al fin consiguió hacer un nudo.

Silver la observó con una mezcla de satisfacción y algo que no supo bien que era.

—Bien hecho, Liz —murmuró. La chica le dedicó una sonrisa amplia, una que lo desarmaba por completo.

Lizzie, había logrado hacer un nudo, sí, pero estaba flojo, como si en cualquier momento fuera a soltarse. Frunció el ceño e intentó de nuevo a ver si podía hacerlo más fuerte, pero no lo consiguió.

Silver la observaba con los brazos cruzados. Resopló con una media sonrisa torcida al ver su torpeza, pero, sobre todo, por lo tozuda que era.

—No, no, así no te va a sujetar ni una triste vela —dijo al fin, avanzando hacia ella.

Lizzie lo miró de reojo, molesta por el comentario, pero antes de que pudiera replicar en su libreta, él ya estaba detrás de ella. Sus brazos la rodearon y sus grandes manos, una de carne y otra de metal, se posaron sobre las suyas con firmeza.

—Mira. No tires de aquí, tira de acá. —Su voz sonó baja, grave, tan cerca que la vibración de su pecho se transmitió a su espalda.

Lizzie se tensó un instante, sintiendo cómo el calor de él la envolvía, su brazo rodeándola al guiarle la cuerda. No se movió, solo dejó que la guiara, consciente de cada roce, de cada respiro que le rozaba la mejilla.

—Eso es… —murmuró Silver cuando el nudo empezó a tomar forma correcta. Sus dedos, ásperos, se deslizaron con los suyos, cerrando la lazada—. Firme y fuerte.

Ella tragó saliva, apretando la cuerda con fuerza. Sentía su corazón martillear contra el pecho y estaba casi segura de que él también lo tendría que notar, tan cerca como estaba ese momento.

Cuando terminaron, Silver no se apartó enseguida. La observó unos segundos más de lo necesario, notando el brillo decidido de sus ojos azules. Un brillo que le encantaba.

—¿Ves? No era tan difícil. —Su tono era suave, pero la sonrisa en sus labios era picarona.

Lizzie apartó la mirada, con las mejillas encendidas. Aun así, el nudo estaba perfecto, firme y fuerte.

Silver se separó, reprimiendo el impulso de quedarse más tiempo allí, tan cerca de ella. Se cruzó de brazos y gruñó:

—Bien. Ya no se te soltará ni una cuerda.

Lizzie, todavía sonrojada, escribió rápido en su libreta y se la enseñó, mirándolo con esa chispa desafiante:

"Podrías haberme dejado intentarlo sola."

El cíborg soltó una carcajada grave y divertida.

—Y perderme la cara que pones cuando te concentras … ni hablar, Liz. —le guiñó un ojo antes de darse la vuelta y bajar del puesto de vigilancia.

Esa noche, Elisabeth dio vueltas en la cama bajo la tenue luz que se filtraba por la portilla. No podía dormir. Cerraba los ojos y volvía a revivir la escena del nudo: las manos grandes de Silver sobre las suyas, el calor de su cuerpo tan cerca que hasta sentía su respiración contra la piel. Se tapó el rostro con sus manos, frustrada. ¿Qué demonios le pasaba? No lo soportaba… y, sin embargo, cada vez que estaba a su lado, algo dentro de ella se agitaba. Era contradictorio, confuso. Aquel Ursid seguía siendo un completo misterio.

Aun así, no podía negar que una parte de ella disfrutaba de estar cerca de él.

El amanecer llegó demasiado rápido, y Lizzie apenas había conciliado el sueño. Cuando Morfo le dio suaves golpecitos para despertarla, gruñó y tardó el doble de lo habitual en levantarse. Se arregló como pudo y fue directa a la cocina, todavía con el cabello un poco alborotado.

Allí estaba Silver, moviéndose con la soltura de siempre, girando una sartén en el fuego. Su espalda ancha ocupaba casi toda la encimera, y el olor del café recién hecho llenaba la estancia.

Elisabeth no pudo evitar quedarse mirando su espalda ancha, y sus brazos, aquellos que la rodearon ayer, aquellos a donde quería volver…

Lizzie suspiró, intentando apartar de su cabeza las imágenes de anoche, y se dispuso a ayudarle como de costumbre. Pero apenas dio dos pasos, Silver se giró hacia ella con gesto serio.

—Liz —la llamó, señalando con el mentón el aparato que Delbert le había confiado—. Eso está parpadeando.

Elisabeth siguió la dirección de su mirada… y se quedó helada. La luz intermitente del dispositivo se reflejaba en sus pupilas. Sintió que el aire se le atascaba en la garganta, que las piernas le temblaban como si no la sostuvieran. El color se le borró del rostro.

Silver frunció el ceño, dejó a un lado la sartén y se acercó a ella con preocupación.

—Eh… ¿Qué demonios significa eso?

Lizzie empezó a temblar, sus dedos se movieron con rapidez en señas, pero la ansiedad la hacía torpe, y él no entendió nada.

—No, no… tranquila, no sé lo que me estás diciendo. —Su voz grave intentaba sonar firme, pero había preocupación en su ojo biológico.

Lizzie apretó los puños. ¡La libreta! La había dejado en la habitación. Maldijo en silencio, desesperada.

Silver se acercó un paso más, y agarró a la chica por los hombros.

—Elisabeth, dime qué pasa.

La chica tragó saliva y, con un hilo de voz que apenas salió de su garganta, susurró:

—Viene… una tormenta.

Notes:

¡Hola a todos! Perdonad el retraso con este capítulo, pero he tenido bastante trabajo y, además, me he quedado atascada en algunas partes. Aunque, poco a poco ya se ve la conexión entre Elisabeth y Silver.

¡Preparaos para el siguiente capítulo que habrá acción! Espero que os guste el capítulo y que estéis disfrutando de la historia.

Ya sabéis si os gusta el fic dejad reviews, que siempre hace ilusión saber vuestras valoraciones, o si no podéis darle follow o like.

¡Gracias por seguir leyendo!

Notes:

¡Hola a todos!

Hace poco que me volví a ver la película del Planeta del Tesoro y me inspiré para escribir un nuevo fic. Será una nueva versión de la película con algunos personajes nuevos, más aventuras y porque no algo de romance.

¡Espero que os guste!